Se Necesita Una Madre

Allan, Jeanne – Se necesita una madre – 2º serie Novias de Hope Valley Se necesita una madre Jeanne Allan 2º serie Novi

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Allan, Jeanne – Se necesita una madre – 2º serie Novias de Hope Valley

Se necesita una madre Jeanne Allan 2º serie Novias de Hope Valley

Se Necesita una Madre (200) Título Original: One mother wanted Serie: 2º Novias de Hope Valley Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Jazmín 1500 Género: Contemporánea Protagonistas: Allie Lassiter y Zane Peters Argumento: Allie Lassiter sintió lástima por la niña de cuatro años que conoció en la boda de su hermana. Allí descubrió quién era el padre de la pequeña: el hombre al que Allie había evitado durante años. El hombre que la traicionó. El hombre al que amó, y al que aún amaba. Zane Peters. Sin quererlo, Allie volvió de nuevo a la vida de Zane. Zane necesitaba una esposa para ganar a los abuelos de la niña en la batalla sobre la custodia de su hija. Su corazón saltó de alegría cuando Allie se ofreció a casarse con él por el bien de Hannah. ¿Conseguiría que Allie fuera su verdadera esposa?

Capítulo 1 Escaneado por Mariquiña y Shere y corregido por Paris

El salón Augusta del Hotel Cristopher en Aspen, Colorado, propiedad del señor Steele, era el escenario perfecto para celebrar la boda de Thomas Steele y Cheyenne Lassiter. Aquella tarde de septiembre habían encendido las chimeneas que había a cada extremo del salón. Los invitados brindaban por la pareja feliz. Los huéspedes del hotel y algunos turistas observaban a las estrellas de cine, a los magnates de negocios y políticos que se encontraban entre la multitud. Alberta Harmony Lassiter quería marcharse. —Allie, ¿todavía no estás lista? —Dijo el niño en tono desesperado—. Cheyenne, quiero decir, mamá, dijo que no teníamos que quedarnos todo el rato. Allie sonrió a su nuevo sobrino. Davy Steele era un bebé cuando sus padres murieron. Cheyenne le dijo que aunque no era su madre, podía llamarla mamá. —Tenemos que esperar a que corten la tarta —dijo Allie acariciando el cabello del niño. —¿Tenemos que esperar? —Sí. Como te vas a quedar en el rancho con la abuela, Worth y Greeley, mientras Cheyenne y Thomas estén de luna de miel, tendrás mucho tiempo para montar a caballo. De luna de miel. Parecía imposible. Hacía sólo unas semanas que la hermana de Allie conoció a Davy y a su tío Thomas. Y de repente se había convertido en la esposa de Thomas Steele y en la madre de Davy. Sin duda, Davy comenzaría en seguida a llamar papá a Thomas. A Allie se le humedecieron los ojos. Cheyenne estaba preciosa. La belleza de su hermana trascendía la apariencia física. Emanaba belleza desde el interior. La belleza que surgía de ser amada de verdad.

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Allie creyó una vez que la amaban de esa manera. Pero se equivocó. —Oh, no, ahí viene. —¿Quién viene? —preguntó Allie. —Ella —dijo el niño y señaló hacia una niña sonriente—. No me deja tranquilo. Allie nunca había visto a esa niña antes. Tenía unos cuatro años y una cara angelical. —No parece muy peligrosa. —No me deja en paz —la niña lo agarró de la mano y él la retiró —. Vete, no me gustan las niñas. La pequeña rompió a llorar. —¿Lo ves? —Davy le dijo a Allie—, hace eso cada vez que le digo que me deje en paz. Deja de llorar —le dijo a la niña—, vamos a tomar tarta, ¿no te gusta la tarta? La niña asintió y le tendió la mano de nuevo, Davy suspiró y la agarró. Allie sonrió a Davy con una mezcla de lástima y aprobación. Después se agachó y dijo: —Hola. Yo soy Allie y él es Davy. ¿Cómo te llamas? —No dirá nada. Quizá no sepa hablar —dijo Davy. La niña lo miró indignada. —¿Te gustan las bodas? La niña se encogió de hombros y tocó el vestido de Allie. —Bonito. —Gracias. El tuyo también es muy bonito —era horrible, rosa fosforito y con demasiados volantes. —Me lo ha comprado mi papá —dijo la niña. —¿Quién es tu papá? —preguntó Allie. —Este es mi papá —dijo la niña con expresión alegre y señalando hacia arriba. —Hola, Allie.

Allie sintió que se le paraba el corazón. ¿Qué hacía allí Zane Peters? Era imposible. En una boda. Y menos cuando una vez creyó que se iba a casar con él. ¿Cómo se atrevía a aparecer en la boda de Cheyenne sin que lo hubieran invitado? ¿Cómo se atrevía a hablar con ella? No pensaría que lo había perdonado. Nunca lo perdonaría. La había herido más de lo que nadie tiene derecho a herir a otra persona. Ya no tenía capacidad para herirla. —¿Allie? ¿Estás bien? Tienes un aspecto curioso. ¿No puedes ponerte de pie? ¿Quieres que vaya a buscar a la abuela Mary, o a Cheyenne, digo, a mamá? La voz de Davy hizo que Allie reaccionara. —No —dijo sonriendo—. Estoy bien. Se me ha dormido el pie. —Deja que te ayude —dijo Zane. Ella lo ignoró y se puso en pie. Se dirigió hacia su hermana mayor que estaba al otro lado de la habitación con cara de preocupación. Y de culpabilidad. «Maldita seas, Cheyenne». Allie había conseguido evitar a Zane Peters durante cinco años. Trabajaba como profesora en Denver, y cuando estaba en Aspen se le activaba una especie de radar que prevenía los encuentros fortuitos. —Puedo explicártelo —dijo Cheyenne cuando llegó su hermana—. Zane era el mejor amigo de Worth. —Y yo soy la hermana de Worth. Quieres decir que ¿Worth lo invitó? Cheyenne se ruborizó. —Ayer vi a Zane en el pueblo. Me saludó de manera tan tímida que me habría reído si la situación no hubiese sido tan triste. Me has dicho un millón de veces que ya no te

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importa. Que no significa nada para ti. Él era uno de nuestros amigos, y Worth lo echa de menos. —Él nunca me lo ha dicho. —Worth no lo haría. Está bien, tampoco me lo ha dicho a mí, pero era su mejor amigo. —¿Y por eso lo has invitado? ¿Por Worth? —miró a su hermana. Cheyenne nunca había sido capaz de mentir. —¿Por qué más lo iba a invitar? Sé que a ti ya no te importa. Allie la habría estrangulado. —Sabes que no me gusta que metas tu nariz respingona en mis asuntos. —La tengo igual de respingona que tú. Además —dijo Cheyenne—, su mujer ha muerto. Zane y tú podríais… —Nada. Escúchame, Cheyenne Lassiter, si quieres convertirte en el felpudo de un hombre, adelante. Yo no pienso hacerlo, así que métete en tus asuntos. —Personalmente, no me imagino a mi mujer siendo el felpudo de nadie —alguien rodeó a Allie por la cintura. —Si no te lo habían advertido, Thomas Steele, lo siento. Los demás tenemos que aguantarla, pero tú podías haberte librado. —Puede que sea estúpido, pero creo que sé lo que pasa. —Siento haberte llamado estúpido, pero es que a veces mi hermana… —¿Qué ha hecho ahora la señora Metomentodo? —Thomas sonrió a su novia—. Te quiero, señora Steele, pero eso no significa que no me entere de que interfieres en muchas cosas. Cheyenne parecía tan apenada, que Allie dijo: —No importa. Estoy impresionada y he exagerado. Mi hermana no se casa todos los días. Creo que estoy un poco sensible. Cheyenne le dio un fuerte abrazo. —Mentirosa —le susurró a Allie al oído. Le agarró las manos y continuó en voz alta—. Prometo que no ocurrirá otra vez.

Allie resopló y ambas se rieron. Thomas las miró. —Nunca entenderé a las mujeres. —Eso es lo divertido del matrimonio —bromeó la madre de Allie uniéndose al grupo—. Mi nuevo nieto se va a poner furioso si no cortáis la tarta. A Davy le gusta mucho más montar a caballo que ir a bodas —añadió Mary Lassiter entre risas.

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El pelo corto le sentaba bien. Allie le sonrió al novio. Hubo un día en que las sonrisas más cálidas eran para Zane. Hacía diez años se había enamorado de Allie Lassiter. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero eso no. Eso nunca cambiaría. Él no tenía derecho a amarla, y menos después de lo que le había hecho. No pretendía que lo recibiera con los brazos abiertos otra vez. Pero eso no significaba que él no tuviera fantasías. —Ni los perros hambrientos miran así a la comida. Zane no necesitó darse la vuelta para reconocer la voz. —Cuando ayer me encontré con Cheyenne y me invitó a la boda, pensé que quizá… —soltó una carcajada llena de amargura—. Allie no sabía que yo venía. Cheyenne no se lo dijo. —Cheyenne no podía casarse sin que asistieran sus dos hermanas a la boda —dijo Worth Lassiter. —Quieres decir que Allie habría dejado de asistir por no verme. ¿Y tú? Si hubieras sabido que venía, ¿habrías dejado que Cheyenne caminase sola hasta el altar?

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—Yo lo sabía. Cheyenne se lo pensó dos veces y me preguntó si debía llamarte y decirte que no vinieras. Después pensó que no vendrías. Yo sabía que sí lo harías. Zane no fue capaz de interpretar el tono de voz de Worth. Tampoco fue capaz de mirar al hombre que fue su mejor amigo. —Pasamos muy buenos ratos juntos. —Sí —dijo Worth—. Te he echado de menos, pero Allie es mi hermana. Lo que hiciste la destrozó. —Haría lo que fuera, pagaría el precio que fuese necesario, para poder deshacer lo que hice. —Lo sé. Zane miró a Worth. —¿Y ella lo sabe? —No te ha mencionado desde la noche que entró en casa diciendo que te ibas a casar con otra. —Pensaba que a estas alturas ya se habría casado. —Algunos hombres se lo han propuesto, pero no aceptó. Entre Beau y tú, la opinión que se ha formado Allie de los hombres no es muy buena. Zane apretó los puños dentro de los bolsillos. Pocos hombres eran peores que Beau Lassiter, el padre de Allie que falleció sin que ella lo lamentara. Zane no podía negar que lo que Worth dijo era verdad, aunque le doliera. —Hannah está esperando la tarta, pero será mejor que nos vayamos. —No sabía que fueras tan cobarde —dijo Worth y se alejó. Worth lo había llamado cobarde, y no sabía por qué. Se oyeron unas risas. Eran Allie y sus dos hermanas con el novio. Zane solía soñar que ella se reía con él en su cama. Hannah se había alejado. Estaba cerca del grupo que rodeaba a la novia. Se fijaba en Allie. Se supone que a las niñas les

encantan las bodas, y parecía que Hannah estaba más fascinada con la dama de honor que con la novia. Mucha gente pensaba que las dos hermanas mayores se parecían. Se equivocaban. Cheyenne era como un libro abierto. Allie como libro cerrado, que sólo permitía que unos pocos lo abrieran. Zane tuvo el privilegio de compartir los pensamientos más íntimos de Allie. Un privilegio que desperdició de manera estúpida. Desde el otro extremo del salón, notaba que ella escondía sus sentimientos. Si fuese un hombre llorón, habría llorado en ese momento. Habría llorado millones de veces en los últimos cinco años. Llorar no cambiaba las cosas. Tampoco salir corriendo. Se quedaría hasta que Hannah se comiera la tarta. Después se irían de allí. Lejos de Allie Lassiter. Jake Norton se unió al grupo y rodeó con el brazo a Allie y a su hermana Greeley. Zane había leído que Norton y su esposa se quedaron en el rancho de los Lassiter mientras la estrella actuaba en una película del Oeste que se rodaba por la zona. Sabía que habían llegado a ser buenos amigos de los Lassiter. Pero aún sabiéndolo sintió celos al ver que Allie se reía con Norton. Era idiota por haber ido. Si la novia cortase el maldito pastel… Hannah se comería su porción y después se marcharían. Allie estaba tan guapa. Mucho más guapa que cinco años antes. Casi podía sentir su boca. «Corta el maldito pastel».

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Allie quería gritar. Cortaron la tarta y todo el mundo brindó por los recién casados. Si Cheyenne lanzase el maldito ramo, Allie podría escapar. Tenía que salir de allí. Si él

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dejara de mirarla… No podía soportar estar más tiempo en la misma habitación que él. —Supongo que sabes que Zane está aquí. Lo acabo de ver. ¿Estás bien? —preguntó Greeley. —Claro que estoy bien —contestó Allie a su hermana pequeña —. ¿Por qué no iba a estarlo? —¿Cómo voy a saberlo? Sólo soy medio hermana tuya. —Greeley Lassiter, eres tan hermana mía como Cheyenne. Me pones furiosa cuando dices esas cosas. —Es mejor eso que verte ahí, como si fueras la única superviviente de una catástrofe. —No tengo ese aspecto. Me ha sorprendido, eso es todo. No sabía que Cheyenne lo había invitado. —¿Quieres que le diga que se vaya? —Worth ha hablado con él. —¿Y le ha dicho que se vaya? —Evidentemente no. Sólo estaban hablando. No se han dado la mano, ni nada. —Eso espero. Allie abrazó a su hermana en reconocimiento a su fidelidad. —No, Cheyenne tiene razón. Si a mí ya no me importa, Worth y él pueden recuperar su amistad. Si es que Worth quiere un amigo tan superficial. —¿Si? —Enfatizó Greeley— ¿ya no te importa? —No me importa —dijo Allie. No podía importarle. El amor entre ellos había muerto. Muerto no, estaba enterrado en la basura. No quedaba nada. Forzó una sonrisa— Cheyenne va a lanzar el ramo. Sabes que lo tirará hacia aquí. Agárralo tú, porque yo no pienso hacerlo. La novia lanzó el ramo. Directo hacia Allie y Greeley. Allie se echó hacia la derecha en el mismo instante en que Greeley se echó hacia la izquierda. El ramo cayó entre ambas.

—¡Mira papá! La mujer me ha lanzado las flores. Allie vio la cara de consternación que tenía Cheyenne y confirmó las intenciones de su hermana mayor. —Yo no me meto en esto —Greeley se marchó antes de que Allie pudiera preguntarle qué quería decir. —Son mías —Allie escuchó una voz decidida detrás suyo. Zane estaba agachado hablando con su hija. La pequeña tenía agarrado el ramo contra el pecho y decía: —Mías. —No, no son tuyas. Las flores son para una niña grande. —Yo soy una niña grande. —Son para una señorita. Devuélveselas a la novia, iremos a una floristería y te compraré unas flores. —Yo las agarré. —Se supone que no tenías que hacerlo. —Yo las quiero. Allie quería sonreír con indulgencia, como todos los que observaban la escena. La cara sonrojada de Zane demostraba que sabía que eran el centro de atención. Eso no significaba que él dejara de hacer lo que creía que estaba bien. Zane Peters estaba orgulloso de hacer lo que él creía correcto. Le quitó las flores y le secó una lágrima de la mejilla. —Podemos comprar flores amarillas. ¿Te gustan las flores amarillas? —No quiero flores amarillas. Quiero éstas. Sin pararse a pensar, Allie se agachó y le quitó el ramo a Zane. Se dio la vuelta y le ofreció las flores a la pequeña. —Toma. Tú las agarraste. La niña colocó las manos detrás de la espalda. —Papá dice que no puedo quedármelas.

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Allie no quería saber nada de la hija de Zane, pero la niña había agarrado el ramo y debía poder quedárselo. Se arrodilló y dijo: —Tu padre es un hombre, y los hombres no saben nada sobre las bodas. Quien toma el ramo, se lo queda. Es una regla, y sé que a tu padre no le gusta desobedecerlas —dijo con mofa. La pequeña miró al suelo. Seguía con las manos detrás de la espalda. —Papá dice que las flores son para una señorita. —Yo soy una señorita. ¿Puedo quedármelas? La niña dudó y después asintió. —Está bien. Si son mías, yo se las puedo dar a otra persona, y te las voy a dar a ti —Allie le tendió el ramo, demostrando que podía actuar con dignidad en cualquier circunstancia. La pequeña miró a su padre. Sonrió y aceptó el ramo. —Es bonito —dijo y le acercó el ramo a Allie—. Huele. Allie esperaba que después de olerlo, la niña y su padre se marcharían. —¿Qué se dice, Hannah? —dijo Zane. —Gracias. Hannah. Allie sintió una gran pena. La niña se llamaba como la abuela de Zane. Ellos habían planeado que su primera hija se llamaría así. La pequeña podría haber sido la hija de Allie. Hizo un esfuerzo para contener el llanto. Después se puso rabiosa. Le había puesto el nombre a la hija de otra mujer. No es que le importara. El ya no le importaba. —Allie, ¿no estás lista todavía? La voz de Davy la salvó. Le sonrió agradecida. —Estoy lista y deseando marcharme. —¿Eres su mamá? Allie negó con la cabeza. Davy señaló a Cheyenne y dijo: —Ahora ella es mi madre, así que Allie es mi tía. —¿Y quién es tu hijo? —preguntó Hannah.

—No tengo hijos —contestó Allie. —¿Por qué? —Vamos, Hannah —dijo Zane con voz seria. —Pero papá, a lo mejor sus hijos conocen a mamá. Zane agarró a su hija y se marchó. —¿Estás bien? —preguntó Worth agarrando a Allie por el hombro. —¿Por qué todo el mundo me pregunta lo mismo? —Davy dijo que estabas rara. —Davy cree que estoy rara cada vez que me ve con un vestido. Dice que parezco una chica —imitó la voz de Davy —. Quiere que lleve vaqueros porque le prometí que después de la boda montaríamos a caballo. ¿Dónde ha ido? —Se ha ido a despedir de los novios. El barullo llamó la atención de Allie. —Se marcharán los… —cuando vio la causa del alboroto se calló. Hannah estaba en brazos de su padre con una gran rabieta. Con una mano sujetaba el ramo de flores, con la otra se agarraba a una de las columnas de metal. El resto de los invitados se reía y Zane se sonrojó. La cría pataleaba. —Bájame —gritó. Dejó a su hija en el suelo y ella salió corriendo hasta llegar frente a Allie. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio un fuerte beso en la mejilla. —Adiós —la pequeña se dio la vuelta y regresó donde estaba su padre—. Tenía que decirle adiós a Allie.

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El resto de su vida sin Allie. ¿Durante cuánto tiempo tendría que pagarlo? ¿Aún no lo había castigado lo suficiente? Zane había pensado en la respuesta a esas preguntas durante cinco años. Ningún castigo, por duro que fuera, borraría lo que había hecho. Siempre lo perseguiría la cara que puso Allie cuando se lo contó. Pensó que lo superaría. Que llegaría a aceptar que Allie nunca formaría parte de su vida. Pero desde el momento en que la vio en la boda de Cheyenne, supo que se había estado engañando. La idea le vino cuando volvía a casa. Quizá el pastel tenía demasiada azúcar. O el aroma de las flores le había afectado al cerebro. Zane agarró el teléfono, pero lo volvió a colgar. Si bebiese se serviría una gran copa de coraje. Ya no bebía alcohol, y sabía que cuando lo hacía se convertía en un idiota y no en un valiente. Allie evitó mirarlo durante el banquete. No es que fuera un hombre irresistible. Era un chico normal, moreno y con mandíbula prominente. Con respecto a Zane, Allie se había comportado como una idiota. Lo suficiente como para enamorarse de él. No iba a dejarse atrapar por su actuación lastimera. No lo creería. Zane miró el teléfono. Pensó en la potrilla. Maldita sea, aunque él hubiera arruinado su vida, la potra se merecía ayuda. Llamaría. Allie le colgaría el teléfono. Enfadado, dejó el aparato y se levantó. Allie reapareció en sus pensamientos. Lo peor eran las noches. Pensando en Allie. Recordando pequeños detalles, como por ejemplo, la forma en que ella sacaba la lengua hacia un lado cuando se concentraba. Zane solía bromear y le decía que un día estaría concentrada

montando a caballo y que éste saltaría y ella se mordería la lengua. El deseo se apoderó de Zane. Quería mordisquearle la lengua. Con cariño. Con amor. Había desperdiciado ese privilegio, y ese amor. Observó como pastaban los caballos. La potrilla estaba en el medio. Nunca se quedaría sola. Los otros caballos la protegerían. No se fiaba de las personas. Allie podría enseñarle a confiar. Si él no la llamaba, Allie no podría ayudar a la potra. Se dirigió hacia el teléfono, después se detuvo. Si no la llamaba, Allie no podría decir que no. No había ninguna razón por la que pudiera aceptar, y demasiadas para que dijera que no. Si decía que no… Zane no recordaba cuándo había conocido a Allie. Al principio sólo era una de las hermanas de Worth. Después, cuando ella tenía dieciséis años, él se enamoró. Cuando Allie cumplió dieciocho, Zane le pidió que se casara con él. La madre de Allie les pidió que esperaran. Mary Lassiter se casó muy joven. Beau Lassiter era un vaquero de rodeo, encantador, pero de débil personalidad. Cuando Mary se quedó embarazada de Worth, Beau la llevó otra vez al rancho de sus padres. La dejó allí mientras él participaba en el circuito de rodeo. Él volvía al rancho para que Mary lo curara cuando un toro lo tiraba al suelo. Después se volvía a marchar solo, y casi siempre dejaba a Mary embarazada. Con la ayuda de Yancy Nichols, el padre viudo de Mary, crió a los cuatro niños. Greeley ni siquiera era suya. Mary nunca se quejó. Cuando les pidió que esperaran, Zane supuso que ella quería que Allie estuviese segura. Después se preguntaba si es que él le recordaba a Beau. No se parecía en nada a Beau Lassiter.

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Quería culpabilizar a Beau de lo que había sucedido, por comportarse de forma irresponsable había conseguido que sus hijos se hicieran adultos antes de tiempo. Zane era seis años mayor que Allie. A menudo le decía que tenía que relajarse y vivir un poco, pero ella era inflexible y no toleraba que otros tuvieran un espíritu juvenil. Como él. No. No tenía excusa. La culpa de lo que había sucedido sólo era suya, de Zane Peters. No debía de haber ido a la boda de Cheyenne, pero la tentación de ver a Allie, de hablar con ella era superior a sus fuerzas. Cuando la vio junto a su hermana Cheyenne, durante la ceremonia, deseó tocarla. Al ver que sonreía a Hannah, deseó que le sonriera a él. Con sólo mirarla, supo que no lo había perdonado. Si no hubiese sido por Hannah, él se habría marchado. Ella había sido muy amable con Hannah. Su hija había estado hablando de Allie todo el camino de vuelta a casa. Zane se arrepentía de muchas cosas, pero nunca se arrepintió de Hannah. No era culpa de la niña que Allie lo odiara. Él sabía quién tenía la culpa. Y Allie también. Allie nunca culparía a Hannah, porque amaba a los niños y a los animales. Ayudaría a la potra. Allie lo odiaba, pero ella ayudaría a la potra. Y entonces, quizá… Zane respiró hondo y marcó el número. Al escuchar la voz de ella, se puso nostálgico. No pudo hablar. Allie limpió la cocina, la caja del gato y sacó a Moonie a dar un paseo. Después continuó con el archivo de C & A Enterprises, la pequeña agencia de viajes que poseía junto con Cheyenne. Debía de haberse quedado en el Double Nickel, el rancho familiar que estaba en Hope Valley. O haber convencido a Davy

de que se quedara en Aspen con ella en lugar de en el rancho. Con Cheyenne fuera, el apartamento parecía vacío. Demasiado silencio. El silencio le hacía pensar. Y recordar. Allie no quería recordar. Como si alguna vez lo hubiera olvidado. Cuando tenía diez años, Allie conocía todos los movimientos que hacía Zane Peters al andar. Conocía su manera de reír y su forma de hablar tranquila. Le entraban escalofríos cada vez que él pronunciaba su nombre o la llamaba cariño. Su madre, Dolly, era de Tejas. Conoció a Mary Lassiter en una carrera de barriles y allí se hicieron amigas. Dolly también se había casado con un vaquero de rodeo. La diferencia era que Buck Peters dejó el rodeo y regresó con su familia a un rancho cercano a Aspen. Después se marcharon a Tejas y Zane se quedó en el rancho de Colorado para criar caballos. Siempre acababa pensando en Zane. Si Allie no hubiera seguido el consejo de su madre, ya llevaría ocho años casada con Zane. O divorciada. Querer a Zane no le impidió ver sus defectos. Había sido muy imprudente. Mientras Allie estudiaba fuera, le llegaban comentarios acerca de lo que hacía Zane. Iba a fiestas, y a ella le preocupaba que bebiera demasiado y luego condujera muy rápido por las carreteras de montaña. Durante unas vacaciones, discutieron. Él la acusó de que era una desconfiada. La cosa fue a más y ella decidió quitarse el anillo de compromiso y metérselo a Zane en el bolsillo de la camisa. Le dijo que se marchara y que nunca se casaría con él. Si él se hubiese disculpado, si le hubiera suplicado que tomara el anillo otra vez… No lo hizo. Sin decir ni una

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palabra, la dejó allí de pie frente a la casa. Allie lo vio marcharse, conducía tan rápido que el coche derrapaba al tomar las curvas. No quería pensar en Zane. La había traicionado. Estaba dolida. Tenía que admitir que su vida había cambiado drásticamente. No parecía un hombre que hubiera sufrido. Parecía que estaba bien. Sonó el teléfono y Allie se sobresaltó. Interrumpió así sus amargos recuerdos. Cuando contestó, sólo hubo silencio. —¿Diga? Voy a colgar. —No cuelgues, Allie. Te llamo por un caballo. Allie fue incapaz de pronunciar palabra. —Tengo una potra que necesita ayuda. Tiene dos años y la han maltratado. Es ágil e inteligente. Dentro de unos años será un buen pony para Hannah, pero las personas le dan pavor. Me gustaría que trabajases con ella. Estoy dispuesto a pagarte lo que sea. Por lo rápido que hablaba Zane, Allie sabía lo nervioso que estaba. Ella iba a colgar. —Te necesita —dijo Zane—, cuando se le acerca alguien se pone a temblar. No puedo utilizarla, y aunque Hannah me dejara, no podría venderla. La potra no tiene la culpa. ¿La ayudarás? —No. —Antes no soportabas que trataran mal a un animal —Allie quiso decirle que él había destrozado su forma de ser. No le dijo nada y cada vez agarraba más fuerte el cable del teléfono—. ¿Y qué hay de tu campaña de protección a los animales? No te preocupes, tus amigos no se enterarán de que te negaste a ayudar a un animal necesitado.

Su chantaje no funcionaría. Zane podía llamar a otra persona para que lo ayudara con el caballo. Ella tenía que encargarse de su agencia de viajes. Amber entró en el salón y saltó al regazo de Allie. Lo había encontrado abandonado y medio muerto en la cuneta de la autopista. —Siento haberte molestado —exclamó Zane. Allie sabía que no podría ignorar la situación de la potra. —Mañana tengo que acompañar a la familia de un niño ciego al curso de Braille en Independence Pass. No podré llegar a Double Nickel hasta las cuatro. Así tendrás tiempo suficiente para dejar a la potra en Hope Valley y marcharte. —No voy a llevarla a ningún sitio. Casi se vuelve loca cuando la traje aquí. Tuve suerte de que no se lastimara, así que no voy a hacerla pasar por eso otra vez. La dejaré en el picadero que hay al lado del granero. Allie no quería ir cerca del rancho de Zane. No quería volver a verlo. Amber se retorció para que Allie le acariciase la barriga. Ya no se parecía en nada al gato esquelético que Allie sacó del veterinario. —Mañana iré a verla, pero no prometo nada. Tú no tienes por qué estar allí. Ya te llamaré para contarte mi decisión. Allie colgó. Le dejaría un mensaje en el contestador una vez que hubiese encontrado a alguien para que se encargara de la potra. Pasaron treinta minutos antes de que Allie dejara de temblar.

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Capítulo 2

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Allie se dirigía hacia el rancho de Zane Peters. La luz de septiembre iluminaba el arrollo que había junto a la carretera. Los álamos cubrían la ladera de color dorado. Las montañas se veían entre los árboles. Normalmente Allie se animaba cuando veía esos riscos escarpados. Pero ese día no. No dejaba de preguntarse por qué Zane la había llamado. No es que le importara. Había aceptado ver a la potra por el bien del caballo, no para restablecer la relación con Zane. Entró despacio en el rancho y aparcó junto al granero. No pensaba acercarse a la casa. El caballo que estaba en el picadero corrió hasta el extremo más alejado y se quedó mirando a Allie. Allie cerró la puerta del coche, se apoyó en él y observó a la potra. Era negra con manchas blancas. Al ver su fornida silueta entendió por qué Zane pensaba que sería un buen caballo. Tenía una cabeza preciosa. La potra se mantenía alerta, no retiraba la vista de Allie. Se notaba que tenía miedo y que desconfiaba. Quería huir pero el picadero no se lo permitía. Allie sabía que Zane se había acercado. Ella había sentido que él la observaba desde el granero. Antes de que hablara, le dijo: —Es tan bonita que no tendrás problema en venderla. No necesitas que la entrene —quería escapar, igual que la potra. Había cometido un error al ir allí. —El problema no es venderla. El silencio era cada vez mas largo. Allie seguía mirando a la potra. No le preguntaría por qué la había llamado. No mencionaría nada acerca del pasado, ni a su hija ni a su mujer. No tenían nada de que hablar. Lo único que quería decir era adiós. —¿Qué le pasa? —soltó Allie. Después se arrepintió por haber mostrado interés.

—Algún idiota de Rifle decidió intentar ser vaquero y criar caballos. Nadie le dijo que si cruzaba dos caballos de un solo color que tuvieran un gen recesivo de pintas podían tener un potro con la piel a manchas. Cuando se enteró de que no podía inscribir al caballo porque tenía manchas, se lo vendió a un chico que nunca había tenido caballos y que no sabía cómo domarlos. Allie se negaba a mirarlo. —Supongo que la maltrató —era tonta. Tonta por seguir con la conversación si no pensaba ayudar a la potra. —No, pero pretendía que se comportara como una yegua de diez años domada y cuando vio que no lo hacía se la vendió a una niña mimada que le pegaba cuando no la obedecía. Esa niña se la vendió a un hombre que la compró para su hija y uno de sus mozos la intentó domar a latigazos. Cuando el dueño me lo contó, pensé que la potra se merecía otra oportunidad. Allie notaba que Zane estaba tenso. La potra los observaba con recelo. Sabía que los humanos no son de fiar. No sabía si podía confiar en Allie. O en Zane. A pesar de lo que él le hubiese hecho a Allie, nunca maltrataría a un animal. —Tú puedes domarla —dijo Allie. —Empieza tú y yo termino. Allie iba a negarse, pero el temor de la potrilla le había llegado al alma. Otro error arruinaría al caballo para siempre. Se dirigió hacia el coche. —Llevará tiempo. —¿Entonces lo harás? —Veré como me va. Ahora que Cheyenne no está, me encargo yo sola de la agencia, así que tendré que organizarme en función del trabajo.

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—Me he enterado que has renunciado al puesto de profesora — Zane hizo una pausa—. ¿Quieres que mañana te traiga un caballo? —Traeré a Copper. No se asusta por nada. —¿Quieres un café? ¿Un té frío? ¿Una limonada? —No —Allie fue a abrir la puerta. Lo único que quería era escapar. Él no podía dejar que se marchara. Aún no. Zane empujó la puerta para impedir que ella la abriera. Quería decirle tantas cosas. Decirle cuánto la había echado de menos. Cómo se arrepentía de haberle hecho daño. Cuánto la quería. Como no se atrevió a decir nada de eso, dijo: —Nos conocemos desde hace mucho tiempo, Allie. ¿No podemos intentar ser amigos? —No —lo miró con frialdad y continuó—. Me gusta poder confiar en mis amigos. Quita la mano antes de que te quedes sin ella. —Daría lo que fuera, hasta mi brazo derecho, por cambiar lo que ocurrió. —Qué dramático. ¿Nadie te ha dicho nunca que el pasado no se puede cambiar? Él quería traspasar el muro que Allie había construido a su alrededor, pero no sabía cómo. —No quería herirte. La expresión de Allie indicaba que no creía lo que él decía. —Sobreviví —dijo ella y le retiró la mano de la puerta. Zane se puso nostálgico con el contacto. Quería explicárselo. Necesitaba comprensión. Que lo perdonara. Quería que lo amara. Deseaba volver a besarla. En cambio, le acarició la mejilla. —No volveré a besarte hasta que tú no quieras besarme —dijo en un tono que sonó arrogante.

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Los ojos de Allie expresaron cólera. —Es un trato. No nos besaremos hasta que yo quiera besarte —Zane no dijo nada y ella lo tomó como una afirmación. Fue a abrir la puerta del coche. —¿Quién ha venido papá? Hannah hablaba desde la casa. Zane no apartó la vista de Allie. —Allie Lassiter. La mujer que conociste en la boda. —Yo quiero ver a Allie. —Tengo que marcharme. Zane sujetó la puerta. —Te puedes quedar un poco más y decirle hola a Hannah. —No tengo ningún interés en saludar a tu hija. El tono frío de su voz le dolió tanto como un corte en la garganta. Él era el culpable. Por mucho que hiciera o dijera, no cambiarían las cosas. Ella había aceptado ayudar a la potra. Iría al rancho. Él podría verla. Hablar con ella. Tenía que conformarse con eso. Hannah llegó al lado de Zane. —Hola, Allie. ¿Cómo es que has venido? —A ver a la potra —contestó Allie. Zane sonrió a su hija. —¿A que es preciosa? Papá dice que tiene que ir a la escuela. Me dijo que tú eres profesora. —Era profesora. Ya no. —Papá me dijo que tú la ibas a domar. Lo prometió. Hannah tenía la costumbre de tomarse en serio todo lo que él decía. Zane medio sonrió a Allie. —Tu padre es muy bueno haciendo promesas, pero no es muy bueno cumpliéndolas —metió la llave en el contacto y continuó—, no volveré.

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Zane no podía creérselo. Maldita sea, ella era profesora y debía saber cómo interpretan las cosas los niños. Lo sabía. Pero el comentario que hizo Hannah le sirvió de excusa. Él quería gritar de desesperación. Sentía un gran dolor y frustración. Dio un portazo, se apoyó en la ventana que estaba bajada y acercó la cara a la de Allie. —¿Eso hace que te sientas mejor, Alberta? Como yo te traicioné, tú te niegas a ayudar a la pobre potrilla y rechazas a la niña pequeña que sólo busca tu amistad. Crees que rebajándote a mi nivel te sentirás mejor? Te diré una cosa, cariño, la vida en el fango es oscura, sucia y vulgar, te odiarás desde que te levantes hasta que te acuestes. Y cada vez que te mires en el espejo, aborrecerás tu imagen. —¿No te das pena? ¿Por qué no te tomas una cerveza y te olvidas de los problemas? Antes te funcionaba. Sus palabras fueron como una puñalada. Zane se retiró. Allie arrancó el coche y salió del rancho. Allie miró por el retrovisor. Después se miró en el espejo. No tenía un aspecto diferente. Los mismos ojos azules, la misma melena rubia, la barbilla chata y la nariz vulgar. Sólo la boca le pareció diferente. Como si no le perteneciera. No quería una boca capaz de decir cosas tan horribles y dolorosas. Sus palabras le retumbaban una y otra vez en la cabeza. Odiosas palabras. Pronunciadas en un tono tranquilo y razonable que las hacía aún más odiosas. —¿Estás orgullosa de ti, Alberta Lassiter? —le recriminó a la imagen del espejo. Lo peor era reconocer que Zane tenía razón. Se había negado a ayudar a la potra porque no era capaz de herir a Zane como él la había herido a ella.

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Allie se echó a un lado de la carretera y aparcó. Siempre se había considerado una buena persona. Culpaba a los demás por ser despreocupados e insensibles, pero ella era el parangón de la bondad y la compasión. Se enorgullecía de su compasión. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el reposacabezas. Era un fraude, su comportamiento una mentira, y su corazón tan negro como las patas de la potra. Quería culpar a Zane Peters por su debilidad. «En el fango la vida en oscura, sucia y vulgar. Eso dijo Zane. Pero él se colocó allí». No podría colocarla a ella. Sólo ella podría colocarse sí misma. Encendió el motor y dio media vuelta. La potrilla estaba junto a una manada en la pradera. Zane estaba de pie junto al picadero mirando a los caballos. Su hija estaba sentada en la cerca y recostada en su pecho. Cuando Allie se apoyó en la cerca junto a él, Zane no se volvió. La niña miró a su padre y después se pegó más a él. —Te pido perdón por lo que dije —por la reacción de Zane, Allie podía haber hablado en cualquier otro idioma—. Y siento haberlo dicho delante de tu hija. Pasó un rato hasta que Zane habló. —No he bebido ni una gota de alcohol desde aquella noche. —Eso es bueno —dijo Allie. Sabía que se refería a la noche que dejó embarazada a Kim Taylor. Zane se enderezó, levantó a su hija y la subió sobre sus hombros. —Gracias por volver. Sé lo difícil que te resulta pedir perdón, y te lo agradezco. Se encaminó hacia la casa.

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—No hace falta que mañana metas a la potra en el picadero. Ya la meteré yo. Zane no disminuyó el paso. —Vale. —¿Vale? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —le gritó ella. Él se detuvo. —¿Qué quieres que diga? —le preguntó sin volverse. —Podías actuar como si te sorprendiera que vuelva mañana. —No me sorprende. Sabía que volverías. —Supongo que también sabías que volvería hoy. Él se dio la vuelta. —Alberta, a veces creo que te conozco mejor que a mí mismo. —No me conoces. Si me conocieras, sabrías que odio que me llamen Alberta. —Sé que lo odias —dijo mientras acariciaba la pierna de su hija —. Y sí, Alberta, sabía que volverías. Llevó a la niña dentro de la casa y dejó a Allie allí de pie. Ella lo odiaba. Odiaba sus bromas, su sonrisa, su hija que no era de ella. Odiaba sus anchas espaldas y sus caderas delgadas. Odiaba que una simple sonrisa pudiera hacer que a alguien se le acelerara el corazón. Hubo un tiempo en que esa sonrisa hacía que Allie corriese hasta los brazos abiertos de Zane. Después, ya mayor y más sabia, conocía la diferencia entre el amor y la atracción física. Además, Zane ya no tenía los brazos abiertos. Su hija estaba entre ellos. Por la cara que puso Allie, Zane supo que había estado a punto de estropearlo todo. Se había arriesgado, recordaba lo honesta que Allie siempre había sido consigo misma. Él sabía que

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volvería. Nunca se desentendía de un animal necesitado. Hasta que ella volvió, no se percató de lo asustado que estaba. Deseaba gritar de alegría y abrazarla. Los años, su matrimonio, Hannah, no cambiaban nada. Quería a Allie Lassiter. Estaba allí de pie, apuntaba al cielo con la nariz, de forma presumida, sus ojos oscurecidos y contrariados. Zane quería dejar a Hannah dentro de la casa y acostar a Allie en el suelo para hacer el amor con ella de forma apasionada. Tenía que conformarse con que fuera al rancho a ayudar a la potra. El animal tenía suficientes problemas como para que Allie tuviera que ir durante mucho tiempo. Pero, ¿Zane tendría tiempo suficiente como para traspasar la barrera que Allie tenía a su alrededor? Una barrera en la que él había contribuido poniendo el alambre de espino. Hannah apareció por las escaleras descalza. —¿Papá? No, él no traicionó a Allie por Hannah. Que tuviera una hija era el resultado de su comportamiento, no la causa. Él le sonrió. —¿Quieres que te cuente el cuento de antes de dormir? Hannah cruzó la habitación y le habló seriamente. —¿Cómo es que Allie nos habló de esa manera tan mala? —Allie no habló… bueno, supongo que a ti te lo parecería —sentó a la niña en su regazo—. A veces cuando la gente se siente dolida, habla como si estuviera enfadada —antes de que Hannah preguntara dónde le dolía a Allie, Zane cambió de tema—. ¿Recuerdas cuando la otra noche te golpeaste el dedo con el taburete? Hannah asintió. —Me dolió mucho y lloré.

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—Te pusiste más gruñona que un oso hambriento. Te quejabas mucho. Así —Zane imitó sus quejidos e hizo como si fuera a morderle el cuello. Hannah se revolvió y lo miró. —¡No, no! Me quejaba así —y se quejó a pleno pulmón. Zane se rió y la abrazó. Se levantó con ella en brazos y dijo: —Vamos, osito, ha llegado el momento de tus oraciones y de que te cuente el cuento de antes de acostarte. Sentados en el borde de la cama, Hannah se sentó en el regazo de Zane, cerró los ojos y juntó las manos. —Hola mamá. Papá y yo hemos jugado a los ositos. Zane no sabía cómo las oraciones de Hannah terminaron siendo conversaciones con su madre, que no era ni un ángel ni una santa. En el libro de Cómo ser padre no hablaban de cómo se le explicaba a un niño que su madre había muerto. Una madre que apenas había conocido. Kim no había sido muy buena madre, pero él esperaba que su hija nunca lo supiera. Había tantas cosas que esperaba que Hannah nunca aprendiera. La guerra y el odio, el dolor y la traición. Zane sabía que no podría protegerla siempre. Los caballos se rompen las patas, los perros muerden, los niños dicen cosas crueles, los animales y las personas se mueren. Y además, está la gente que te traiciona. ¿Cómo podía proteger a su hija de un hombre como él? Mary Lassiter no pudo proteger a Allie. Copper recibió al hermano de Allie con un relincho. Worth rascó la crin de la vieja yegua y sonrió a su hermana. —¿Necesitas ayuda? —Si lo que quieres es saber por qué estoy cargando a Copper y a dónde voy con el trailer, ya se lo dije a mamá.

—Zane llamó esta mañana y me dijo que vas a ayudarlo con un caballo. Allie terminó de cargar a la yegua, y cerró la puerta del trailer. —No voy a ayudarlo a él. Voy a ayudar a la potra. —¿Quieres hablar de ello? Nunca supe por qué discutisteis tú y Zane la noche que fue al bar. —Sobre lo que siempre discutíamos. A veces me parecía que actuaba como Beau, de forma irresponsable —Allie soltó una carcajada—, no sabía que estaba en lo cierto — no lo sabía entonces, ni cuando Zane apareció dos días más tarde con una sonrisa de disculpa, un montón de flores en una mano y el anillo en la otra. Ella aceptó las tres cosas porque lo amaba y porque lo creyó cuando le dijo que maduraría. Él se olvidó de mencionar que después de la discusión se fue directo al bar. Y que para celebrar su liberación y demostrar que era un gran hombre, se emborrachó. También se olvidó de la cantinera que se lo llevó a la cama. —Eso fue hace cinco años —dijo Worth—. Zane no era más que un niño. En cinco años, un hombre puede madurar mucho. Tienes que admitir que se responsabilizó de sus actos y no buscó la manera fácil de escapar. Zane podía haber mantenido a la niña sin casarse con Kim. Allie dejó su equipo dentro del trailer. —¿Eso es lo que tú habrías hecho? —No. Yo me habría casado con ella. No tengo ninguna queja acerca de cómo nos criaron mamá y el abuelo, pero sí que estoy resentido con Beau por ser padre sólo de nombre. Yo nunca permitiría que un hijo mío se criara sin mí.

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—Debajo del puente sólo hay agua. No hay vuelta atrás. —Hablas como Yancy. El abuelo siempre decía que hay un dicho para cada situación. —Tenía razón —dijo y se dirigió hacia la puerta. Worth se la abrió y dijo: —Ahora que está viudo, podíais probar de nuevo —se apartó y Moonie se metió en el coche. —No tengo ningún interés —contestó Allie y se sentó al volante. Sin decir nada, Worth se retiró y le dijo adiós con la mano. Mientras conducía por la autopista, Allie pensó que su hermano siempre la trataba como si tuviera diez años. —Espero que no piense jugar a los casamenteros —le dijo al galgo que iba sentado a su lado. Moonie apoyó la cabeza sobre el muslo de Allie. Ella lo acarició. —¿Y para qué se necesita a un hombre si se tiene un perro? La respuesta a su pregunta fue un ronquido. «Chicos. No puedes contar con ellos para nada. Me nos para que te traicionen», pensó. Para ser justa, tenía que excluir a su abuelo y a su hermano de la categoría de inútiles. Se podía contar con Worth. Allie esperaba que su hermano no recordara el pasado. Nadie podía cambiar lo que había ocurrido entre ella y Zane. Worth habló de la difícil elección de Zane. Por lo menos, él pudo elegir. Allie no tuvo elección. Se asustaba de pensar lo ingenua que había sido. Pensó que el comportamiento de Zane durante las semanas anteriores de la boda, era la prueba de que había madurado. Después se enteró de que se sentía culpable por haberse acostado con Kimberly Taylor. Cinco años después, Allie todavía no estaba segura de si habría aceptado el anillo si hubiera sabido que él se había acostado

con otra mujer. Creía que no lo habría aceptado, pero era muy joven. Y estaba enamorada. Nunca sabría la respuesta. Un álamo de hojas doradas llamó su atención. Los álamos eran verdes, el color de la primavera y la promesa. Recordaba estar sentada en el porche esperando a Zane, pensando en los detalles de última hora para la boda. Recordó el momento en que se lo dijo, y vio la imagen de su cara, pálida, superpuesta en el desvío de la autopista. —Me he acostado con otra. Kimberly Taylor. Está embarazada, Allie, así que voy a casarme con ella. Allie escuchó las palabras, pero se negó a comprenderlas. —¿Qué quieres decir? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿De qué estás hablando? —Me emborraché y me acosté con ella la noche que tú rompiste nuestro compromiso. Está embarazada. —No te creo —no quería creérselo. —Me gustaría que fuese mentira. Estoy más arrepentido de lo que puedo decirte, Allie. Sé que es una cosa horrible. —¿Vas a casarte con otra? —Lo he pensado mucho y creo que es lo que debo hacer, lo único que puedo hacer. Me equivoqué al acostarme con Kim, pero no puedo borrar lo que he hecho. Ahora tengo que casarme con ella. —¿Y qué pasa conmigo? Él no la miró. Se quedó allí de pie. Después dijo: —Encontrarás a alguien más. A un hombre mejor. Alguien que te merezca —se dio la vuelta y se encaminó hacia la furgoneta. Ella le gritó. Le insultó, le dijo todo lo que se le pasaba por la cabeza. Zane se quedó junto al camión, cabizbajo. Hasta que ella no se calló, él no se agachó y recogió el anillo que

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Allie había tirado a sus pies. Después se subió al camión y se marchó. Al día siguiente se casó con Kimberly Taylor. Zane Peters casado o Zane Peters viudo, a Allie le daba igual. Había ido al rancho por la potra, no por Zane. Y menos por la niña que había heredado el pelo de su madre. A pesar de ser pelirroja, la niña se parecía a Zane. Allie se enteró en seguida de los cotilleos acerca de Kim Taylor. La gente pensaba que a una novia a la que habían dejado plantada, le gustaría saber que al hombre que la dejó por otra también lo estaban engañando. A ella no la hizo feliz. Sólo demostraba lo poco que le importaba a Zane o a Kim que a Allie se le hubiera arruinado la vida. Cuando Allie llegó, la niña estaba columpiándose. Al ver que llegaba con un trailer, la pequeña arrastró los pies contra el suelo y dejó de columpiarse. Allie pretendía concentrarse en la potra, no en la hija de otra mujer. Ignorando a la pequeña, abrió el trailer y sacó a Copper. —Hola. —Hola —contestó Allie. Esperaba que la niña no estuviera por medio. —Papá me dijo que no debo molestarte. —Tiene razón. —¿Cómo se llama? Allie miró y vio que la niña acariciaba al galgo. —Moonie. No debes de acariciar a perros desconocidos. Pueden morderte. —A ella le gusto. —A él. Es un macho. —Es gracioso. Está muy delgado. Allie le dijo a Moonie que se quedara en el trailer. Se montó en Copper y se acercó a la pradera.

La niña corrió delante de la yegua. —¿Cómo se llama tu caballo? Mi caballo nuevo se llama Honey. Allie cerró la cerca de la pradera. La hija de Zane había hablado igual que él solía hacerlo con Allie. La niña trepó por la valla y se sentó. —Papá me quiere de verdad. Yo quiero a Honey. —Tu padre te ha dicho que no me molestes. Vuelve al columpio y quédate allí. La yegua estaba en medio de un grupo de caballos. Allie llevó a Copper hacia ellos. Los caballos miraron con curiosidad cómo se acercaba Allie. Como estaban tranquilos, la potrilla se confió. Allie dirigió a la manada hacia el picadero. Entraron todos y después fue sacándolos uno a uno hasta que sólo quedó la potra. Sin prestarle atención, Allie cerró la puerta. Después montó a Copper por el picadero, primero al paso y luego al trote. Hablaba tranquila. Al cabo de un rato, la potra trotó hacia ellas. Allie hizo que su yegua parara poco a poco hasta que la potra caminó a su lado. Acarició a Copper acercando cada vez más la mano a la potra, pero sin tocarla. Al principio, la potra se asustaba cada vez que Allie movía la mano, pero poco a poco se fue acostumbrando al movimiento. Vueltas y vueltas. Al fin, Allie guió a Copper hasta la verja. Cuando la abrió la potra se sobresaltó al oír el ruido, pero enseguida se dio cuenta de que estaba abierta y corrió hacia la pradera. Cuando ya estaba un poco más lejos, se volvió a mirar a Allie. —No fue tan malo, ¿verdad? —preguntó Allie. —Eres la mujer más paciente que conozco. Casi nunca te enfadas. Estoy seguro de que eres una buena profesora.

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Como estaba centrada en la potra, Allie no se dio cuenta de que Zane se aproximaba. Sacó a Copper y lo llevó hasta el trailer. «Ha dicho casi nunca», pensó ella. Sabía que se refería a la noche que perdió los papeles y gritó como una endemoniada. —Yo nunca dije que fuera una santa. Si lo que buscabas era una tontaina sumisa, no tenías que haberte comprometido conmigo. —¿Y eso a qué viene? Era un cumplido. Él sabía muy bien de qué estaba hablando. Allie lo apartó cuando se disponía a quitarle la silla a Copper. —Ya me ocupo yo de mi caballo, y no quiero tus cumplidos para nada. No quiero que me controles. Si no te fías de mí, entrena a la potra tú. —No te controlo. Quería hablar contigo. —No tenemos nada de que hablar. Él se apoyó en el trailer. —No hemos hablado de lo que me vas a cobrar por domar a la potra. ¡Todo!, quería decirle. Nunca podría pagarle todo lo que le debía. —No estoy entrenando a la potra por ti. Él sonrió y dijo: —No creo que la paga de Hannah le dé como para pagar la doma del caballo. Ella se dio la vuelta. No era justo que la sonrisa de un canalla la pusiera nerviosa. —Estoy aquí por la potra. Y no por otra razón. Él no contestó. —Estás haciendo feliz a Hannah. —Tu hija es tu responsabilidad, no la mía. —Hannah no es una responsabilidad. Es un privilegio y una delicia.

Allie metió a Copper en el trailer. Hubo un tiempo en que planeó tener hijos con él. Soñaba con ver a sus hijos e hijas sobre sus hombros, en su regazo, en sus brazos. Su Hannah. No la de otra mujer. Allie se ajustó el sombrero, saltó del trailer y cerró la puerta. —Creo que mañana podré venir. Dile a tu hija que no me moleste. Aplícate el cuento. Zane miró a su alrededor. —¿Dónde está Hannah? Me sorprende que no se quedara a verte trabajar con la potra. Ruth la habrá llamado a cenar —dudó un instante y se dirigió a la casa. Allie se sintió culpable al pensar en lo estricta que había sido con la niña. No se equivocó al mandarla lejos del picadero. La niña la habría distraído, a Allie y a la potra. Allie no tenía por qué sentirse culpable. Quizá la hija de Zane se había sentido herida, pero era una niña mimada que conseguía lo que quería llorando. Tenía que aprender que no siempre podía hacer lo que quisiera. Allie buscó a Moonie. El galgo no solía marcharse de donde le habían dicho que se quedara. Al no encontrarlo, lo llamó: —¡Moonie, ven aquí! ¡A casa, Moonie! Se oyó un ladrido. Allie vio que Moonie estaba junto al columpio. —¡Vamos, vamos! El perro siguió ladrando y se quedó donde estaba. Allie se dirigió hacia allí. Moonie cada vez ladraba más fuerte. Cuando Allie vio que había algo azul junto a él, echó a correr.

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La hija de Zane estaba tumbada detrás del columpio. Las lágrimas mezcladas con tierra habían formado barrillo en sus mejillas. —Me duele el brazo —gimoteó y Allie se arrodilló a su lado. —¿Hannah? —Zane la llamó desde la casa. —Está aquí. Se ha hecho daño en el brazo —contestó Allie. Zane la levantó en brazos. —Está bien, cariño. Ya está aquí papá. ¿Qué te ha pasado? —Subí muy alto para ver a Allie y a Honey y me caí —puso una sonrisa triunfal—. He sido muy buena, Papá. Me quedé en el columpio, como Allie me dijo.

Capítulo 3 Allie se sentía culpable. Zane no la había mirado de forma acusadora. No había pronunciado ni una sola palabra de culpa. No culpaba a Allie por el accidente de su hija. No tenía que hacerlo. Allie sabía que ella era culpable. Greeley entró en la sala de espera del hospital de Aspen. —¿Cómo está? —Se ha roto el radio izquierdo. Este hueso —dijo Allie señalando el antebrazo—. Por suerte fue una rotura simple. No han tenido que recolocárselo ni nada. Le van a poner una escayola. ¿Qué haces aquí? —Mamá me llamó al móvil después de que la llamaras, y como iba de camino a Aspen a dejar una escultura, saqué a Moonie del camión de Zane y lo llevé a tu casa. Le di de comer a él y a Amber. No se quiso quedar allí, así que está en mi camioneta. Mamá me dijo que parecías un poco triste. ¿Estás bien? —Sí, ¿por qué no iba a estarlo? Yo no me he roto nada. Ha sido culpa mía.

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—¿La empujaste del columpio? Greeley quería decir una tontería, pero no estaba tan equivocada. —Le ordené que se fuera. Le dije que se fuera al columpio y que se quedara allí. Cuando se cayó se quedó debajo del columpio. Le dijo a Zane que era una niña buena. —No me digas que Zane te echa la culpa. —Él no ha dicho nada, pero debe culparme. Si yo no le hubiera dicho que se quedara allí… —Puede ser peligroso para ti, o para ella, si se queda en el picadero mientras tú trabajabas con una potra. Hiciste bien en decirle que se fuera. —No debí haberle hablado de forma tan cruel. —¿Cruel? ¿O seria? Allie juntó las manos. —Se lo dije en el tono que utilizo cuando los chicos se pegan en el patio. —Los adultos tienen que proteger a los niños de ellos mismos. No hagas una montaña de un grano de arena. —Yo no quería que se hiciera daño. No quería… —Claro que no —dijo Greeley. —¿Claro que no? —Soltó Allie—, ¿y si inconscientemente quería herirla, que se marchara, no sólo del picadero, sino para siempre? —¿Qué te pasa? Normalmente no eres tan dramática. —Lo digo en serio, Greeley. He estado pensando en el daño que me hizo Zane y en cómo lo he odiado a él y a la mujer con la que se casó. —¿Qué tiene eso que ver con la caída de la niña? —¿No te das cuenta? —Allie apoyó la cabeza contra la pared—. La razón por la que Zane se casó con esa mujer fue porque estaba embarazada de él. No sabes cuánto he

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rechazado a esa niña. Es irracional, infantil y malo, pero no puedo evitarlo. Sé que ella no pidió nacer, pero… —le flaqueó la voz—. No puedo dejar de pensarlo, si no la hubieran engendrado, si no hubiera nacido… —No teníamos ni idea de que te sentías así —dijo Greeley—. ¿Por qué no nos lo contaste? —¿Qué iba a decir que no me hiciera parecer más idiota? He querido tanto a Zane, durante tanto tiempo. ¿Qué dice de mí el que haya amado a alguien tan despreciable, alguien que me ha hecho tanto daño? Sé que lo que ocurrió fue culpa de Zane, pero si lo culpo a él, tendría que admitir que yo fui una estúpida, una perdedora. Sabes que soy muy orgullosa —Allie intentó sonreír—. Pero tenía que echarle la culpa a alguien, así que le eché la culpa a la mujer que se casó con él, y por extensión a la niña, porque sin ella, él nunca se habría casado con Kim. Nada tiene sentido, pero no puedo evitarlo. Greeley le agarró la mano. —Escúchame, Allie Lassiter. El comportamiento de Zane Peters, no repercute en ti. ¿Crees que mamá fue estúpida por aguantar a Beau? Allie miró fijamente a su hermana. —Sí. —Bueno, en realidad, yo también. No era un buen ejemplo. Mamá lo acogía cada vez que aparecía por casa, y sabía que en cuanto se recuperara volvería a engañarla. No tiene nada que ver contigo y Zane. —Mamá nunca te rechazó a ti porque Beau se acostara con la que fue tu madre. —Mamá sabía que lo que hiciera Beau con esa mujer no tenía nada que ver conmigo. A veces pensaba que fingía que me quería igual que a vosotras. Solía ponerla a prueba.

—Lo sé —Allie cerró los ojos desesperada—, me gustaría parecerme más a mamá. En lo único que pensaba era en como la hija de Zane me había destrozado la vida. Es un bebé, y yo la rechazaba. Greeley, he llegado a odiarla. Cuando aquella tarde se encontró a la niña tumbada detrás del columpio, Allie vio a Hannah por primera vez como un individuo, y no como la prolongación de su madre o como la razón por la que Zane la abandonó. Deseó tomar a Hannah entre sus brazos y pedirle perdón. Reconocer que había caído tan bajo como para odiar a la niña, la avergonzaba. —No podía soportar estar cerca de ella. No podía ni mencionar su nombre. Y menos hablar con ella o mirarla. —No tendrás que volver a hacerlo. Buscaré a alguien más que trabaje con la potra. Allie se quedó asombrada. Zane había oído su confesión a Greeley. Por la expresión de enfado que tenía supo que no aceptaría una disculpa ni una explicación. Si pudiera explicarle el dolor y la confusión que la había llevado a comportarse de esa manera. Allie se quedó mirándolo indefensa. —No seas tan drástico, Zane —dijo Greeley—. Todos estamos un poco conmocionados, pero lo importante es que tu hija está bien. ¿No es así? ¿Dónde está? —La enfermera la llevó al baño para que yo pudiera hablar con Allie. Fui tonto al pensar que estaría preocupada —dijo Zane sin apartar la vista de Allie. —Aquí estamos —dijo la enfermera con tono animado mientras entraba con Hannah en la sala de espera. Zane le dio las gracias a la enfermera y tomó en brazos a su hija.

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—Mira, Allie, el médico me ha puesto una escayola. Me duele el brazo. —Lo siento —dijo Allie sintiéndose muy mal. —Vamos a casa, cariño —le dijo Zane a su hija. —Dijiste que me comprarías un helado. A Allie también — Hannah miró a Greeley—, ¿Y tú quién eres? —Soy la hermana de Allie. Me llamo Greeley. —¿Quieres un helado? —No, gracias. Moonie puede comerse el mío. —Papá, a Moonie le gustan los helados. Allie miró a Greeley con cara de pánico mientras ella se volvía hacia la puerta. —Tienes que llevarme a casa de Zane. Me dejé allí el equipo y dejé a Copper en el picadero. Zane tenía que cuidar de Hannah mientras yo conducía su camión. —Yo te llevaré —dijo Zane—. No tiene sentido que Greeley conduzca hasta allí, si yo voy para allá. Allie respiró hondo. —Tienes razón. Gracias por cuidar de Amber y Moonie, Greeley —ella la miró dubitativa y Allie asintió. No es que quisiera irse con Zane, pero encerrado en el camión, él tendría que escucharla. Moonie se volvió loco cuando los vio salir del hospital. Greeley abrió la puerta de su camioneta y el galgo salió corriendo. —El perro no viene con nosotros —dijo Zane. —Quiero que venga Moonie —gimoteó Hannah—. Es mi amigo. —No le hará daño. Es muy tranquilo —Allie le ordenó que se sentara y él obedeció. Zane metió a Hannah en la silla de niños que estaba en el asiento trasero de la camioneta. Hannah volvió a decir: —Quiero a Moonie.

Allie soltó a Moonie, el perro se metió en el camión y se tumbó apoyando el hocico en la pierna de Hannah. —Ponlo delante contigo —dijo Zane. —Quiero que venga conmigo. —Quizá así se olvide de su brazo —dijo Allie. Zane le echó una mirada fulminante a Allie pero no dijo nada más sobre el perro. Hannah se quedó dormida poco antes de que salieran a la autopista, tenía la mano apoyada sobre Moonie. Mirando hacia delante, Allie dijo: —Parece que se ha dormido. El helado tendrá que tomárselo otro día. Sin hacer caso de sus palabras, Zane giró cerca de Castle Creek y se alejó de Aspen. Allie tenía que hacerlo. Respiró hondo y dijo: —Sobre lo que has escuchado antes, me gustaría… —No me interesa. Cuando lleguemos, guardas a tu perro y a tu caballo y te marchas. Si me ves por la calle, no te molestes en saludarme. Yo haré lo mismo. —Si dejas que te explique —le tocó el brazo. Él se sobresaltó, movió el volante con brusquedad y blasfemó, después volvió a tomar el control del camión. Minutos más tarde dijo: —No me toques, y no digas nada más. Si no, te vas andando. Así que cállate. Su negativa a escuchar enfadó a Allie. —No pienso callarme, y no me vas a dejar tirada en ningún sitio. Ya lo hiciste justo antes de la boda. Así que por lo menos, tienes la obligación de escucharme. —Venga, habla. Suéltalo. —No sé que es lo que escuchaste en el hospital.

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—Lo suficiente como para saber que culpas a una niña inocente. Maldita seas, Allie, mi hija no tiene la culpa de lo que ocurrió. ¿Cómo puedes culparla de haber nacido? —¿Cómo pudiste hacerme lo que me hiciste? —Es por eso, ¿verdad? —Esto no tiene que ver con nosotros. Tiene que ver con tu hija, me avergüenzo de haber rechazado, de haber odiado a una niña que ni siquiera conozco. Esta tarde, cuando Hannah estaba tan orgullosa de ser buena… —Allie se mordió el labio y miró por la ventana, después continuó—. Parecía tan poca cosa y era tan valiente… Lo que pensé y dije… no tiene excusa, y sé que probablemente no haya nada que pueda decir para convencerte, pero siento de veras lo que le pasó a Hannah. Allie no esperaba que Zane reaccionara ante su disculpa. No podía culparlo por su enfado. Ella había dicho cosas horribles. Odiaba como se había comportado. ¿Cómo pudo haber centrado toda su ira y su dolor en una niña pequeña? Si por lo menos pudiera convencerse a sí misma de que inconscientemente no había deseado que Hannah desapareciese del medio. Allie miró por la ventana. En el cielo aparecían las primeras estrellas. Zane y ella solían tumbarse en una pradera a observar el cielo. Él intentó enseñarle los nombres de algunas estrellas y constelaciones, pero nunca consiguió aprendérselas porque él siempre acababa besándola. Sus labios eran cálidos y excitantes. Ella conocía la mandíbula de Zane a la perfección. Sabía qué se sentía al pasar la lengua por la hendidura de su barbilla. Reconocía el sabor de su piel. Allie cerró los ojos mientras su cabeza se llenaba de recuerdos. Habían pasado cinco años y era capaz de recordar el tacto y el sabor de su boca como si acabara de besarla cinco minutos antes.

Zane detuvo el camión frente a su casa. —¡Maldita sea! —dijo golpeando el volante—, ahora no. Allie vio que había un coche aparcado allí. —¿Tienes visita? —No exactamente —respiró hondo y abrió la puerta—. Despierta, cariño. Estamos en casa. Bajó del camión y se apresuró a abrir la puerta de la casa. Moonie entró con ellos. —¡Déjame! ¡Vern! ¡Quítamelo! ¡Vern! Los gritos provenían de la casa. El galgo estaba sentado y miraba con curiosidad a la mujer que estaba de pie encima del sofá haciendo aspavientos para ahuyentar al perro. —Siento que te haya asustado —dijo Allie—. No hace nada. Es muy bueno. Moonie, ven aquí. El perro miró a la señora una vez más y corrió hasta donde estaba Allie. —Un perro tan grande debía de estar atado —le dijo la señora a Allie—. ¿Y tú quién eres? —Allie Lassiter —en vista de que Moonie había asustado a la mujer, Allie toleró su comportamiento. La mujer se volvió para mirar a Zane, ignorando a Allie. Cuando vio el brazo de Hannah dijo: —¿Te ha mordido el perro, niña mía? —Me he roto el brazo, abuelita Taylor —contestó Hannah orgullosa. «¿Esta mujer gorda y maleducada es la suegra de Zane?», pensó Allie. —¿No nos vas a presentar? —Allie —dijo Zane con desgana— ésta es Edie Taylor. Antes de que Allie pudiera contestar, apareció un hombre corpulento.

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—¿Por qué gritas? Ruthie no sabe nada —al ver a Zane dijo—, ¿dónde os habíais metido? —Me he roto el brazo, abuelo Taylor. —Hola, Vern. Me alegro de verte. Allie notó que Zane lo decía con sarcasmo. Le pareció que nadie más se había dado cuenta. —¿No oíste que te llamaba, Vern? Cada día estás más sordo. El perro podía haberme comido y tú ahí en la cocina sin enterarte. —Edie, Ruthie se empeñó en que probara su pastel de zanahoria, no iba a decirle que no ¿no crees? —Dile a Zane a qué hemos venido. —Ya sé para que venís —dijo Zane—, y podéis olvidarlo. Un niño tiene que estar con su padre. ¿Los padres de Kim querían llevarse a Hannah? Allie vio cómo Hannah se abrazó más fuerte a su padre. Miraba a Zane y luego a sus abuelos, una y otra vez. Era evidente que sentía la tensión que había en la habitación. A Allie le dolía el corazón sólo de pensar en la pequeña. Los abuelos deberían de saber que cuando un niño pierde a su madre, lo que teme es que el padre también desaparezca. Hannah necesitaba a Zane. —Vern tiene algo que decir al respecto. —Tendrá que esperar, Hannah aún no ha cenado. —Zane llevó a la niña a la parte trasera de la casa. Los Taylor se sentaron en el sofá dejando claro que no se marcharían hasta que no hubieran dicho lo que tenían que decir. Allie no tenía nada que hacer allí. Los abuelos maternos de Hannah no eran asunto suyo. Se habría marchado si cualquiera de los dos se hubiese preocupado por el brazo roto de la pequeña. Ninguno de los dos se acercó a darle un beso a su nieta. Le daba igual lo que ocurriera entre Zane y los padres de Kim, Allie se aseguraría de que Hannah tuviera lo que necesitaba. Se lo debía.

Zane regresó al salón. —Ruth le va a dar de cenar. Te lo diré por última vez, Edie. Hannah es mi hija y se queda conmigo. —Aquí vivís muy lejos —dijo Edie—. Lo que necesita es vivir en una ciudad donde pueda ir a la escuela. —Es muy pequeña para ir al colegio —dijo Zane. —No hay razón para que no actuemos como personas civilizadas. Sólo queremos lo mejor para ella. Mi niña necesita una madre, y como no la tiene, una abuela. Si la quisieras tanto como dices, dejarías que la criara yo. —Agradezco tu preocupación —dijo Zane—, pero Hannah se queda conmigo. —No puedes ocuparte de ella tú solo —dijo Vern. —Ruth me ayuda. —Ruth —repitió Edie—. No sirve de mucho. —Bueno, Edie. Ruth hace un pastel de zanahoria muy rico. —Ruth cuida muy bien a Hannah —dijo Zane. —Mi pobre niña se ha roto un brazo. No sé cómo le ha podido pasar. —Me parece que nadie se ocupa mucho de ella —dijo Vern. —Se ha caído de un columpio. —Eso es lo que tú dices. Sabemos lo mal que tratabas a Kim —soltó Edie. —Ya te lo he dicho. No voy a discutir contigo acerca de mi matrimonio, y Hannah se queda conmigo. Se acabó el tema. —No, no se acaba aquí. Díselo, Vern. —Hemos hablado con un abogado. Dice que no está bien que tú te quedaras con todo cuando Kim murió porque nunca escribió un testamento. Seguro que nos habría dejado algo a nosotros.

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—Os dije que os llevarais lo que quisierais y os di el dinero que había en su banco. —No era mucho para ser la mujer de uno de los rancheros más importantes de la zona. Algo de ropa, algunas tonterías y unos dos mil dólares. —A Kim no le gustaba ahorrar. —Ella decía que eras un tacaño. Le dijimos que se divorciara. Los tribunales le habrían dado la razón. Supongo que tuviste suerte de que se matara —añadió Edie con rencor—. Quizá ella te dijo que iba a marcharse y que se llevaría a la niña. Igual Vern y yo deberíamos contratar a un detective privado para que investigase ese supuesto accidente. Allie nunca había sospechado del accidente de Kim Taylor. La mujer de Zane se mató porque se saltó un stop y se chocó contra un camión. —Es nuestro dinero —dijo Vern. —Claro que sí. Díselo, Vern. —El abogado dijo que podíamos obtener la custodia de la niña. Edie Taylor le echó una mirada triunfal a Zane. —Kim nos contó cosas. Sabemos lo que pasaba. Y ahora la niña se ha roto el brazo. El juez nos hará caso, créeme. —Soy su padre. Hannah se queda conmigo. Allie notó tensión en la voz de Zane. Igual que en la expresión que puso cuando Edie Taylor hizo el cometario acerca de que ella sabía lo que había ocurrido. Allie no se imaginaba qué quería decir con eso. Zane lastimaría a una mujer, estaba claro que él sí sabía a que se refería. —No seas idiota, Peters —dijo Vern—. Si por lo menos pensaras casarte y darle una madre a la niña. Allie miró a Vern Taylor sorprendida. Mary Lassiter decía que las respuestas se encuentran en los lugares más insospechados si uno está un poco atento. Allie recordó que no era mucho mayor

que Hannah cuando se preguntó si su madre se iría para no volver. Como lo había hecho su padre. Con pocas palabras, podría desquitarse de las cosas horribles que había sentido hacia Hannah. No ayudaría a Zane, pero sí a su hija. La niña necesitaba a su padre. Se acercó a Zane y le agarró el brazo. —Creo que es hora de que les contemos nuestros planes. En vista de que están realmente preocupados por Hannah. Zane observó la falsa sonrisa de Allie y dijo: —Díselo tú. —Está bien —Allie miró a los Taylor y dijo—, Zane y yo vamos a casarnos —Zane tensó los músculos al oírlo. —¡Casaros! —Edie y Vern dijeron al unísono. —Nunca dijiste nada de que te ibas a casar —añadió Edie en tono acusador. —Lo hemos decidido esta noche mientras volvíamos del hospital —dijo Allie—. Como usted dijo, señora Taylor, Zane necesita una madre para Hannah. —Siempre dices que estás muy ocupado con el trabajo, ¿de dónde has sacado tiempo para conocer a esta mujer? —preguntó Edie. —Nuestras familias son amigas desde hace años — contestó Allie rápidamente—. Zane y yo no nos veíamos desde hace años, y cuando nos vimos en la boda de mi hermana, bueno… —se las arregló para mirar a Zane de forma amorosa. Él la miró pensativo y dijo: —Bueno, ahora que ya lo saben, vamos a cenar con Hannah. Me muero de hambre. —¿Cuándo os casáis? —preguntó Edie. —Todavía no lo hemos decidido —contestó Allie. —Allie, podemos decírselo. La boda es el lunes.

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Allie lo miró sorprendida. ¿No se daba cuenta de que la única razón por la que dijo que se iban a casar era para darle la oportunidad de defenderse de los Taylor? No pensaba casarse con él. —No veo por qué tenéis que daros tanta prisa —dijo Edie—, ¿también está embarazada? Allie se quedó boquiabierta. —Estamos locamente enamorados —contestó Zane. A ella le hubiera gustado darle una patada en la espinilla—. Allie no quiere agobiar a su madre con otra gran boda justo después de la de su hija mayor. Será una boda familiar. Estáis invitados, por supuesto. Os llamaré para deciros los detalles. A Allie le entraron ganas de asesinar a Zane. Cuando llegara el lunes y no se celebrara la boda, los Taylor se enterarían de que todo era un engaño y lo utilizarían en su contra para conseguir la custodia de Hannah. ¿Qué le pasaba a Zane? Solía ser más inteligente. —Tenemos cosas que hacer —dijo Edie—. Vámonos, Vern. —Un momento —dijo Zane con voz fría—. Allie no está embarazada, pero aunque lo estuviera, no es asunto vuestro. Como me entere de que vais diciendo mentiras por ahí acerca de ella, nunca más seréis bien recibidos en esta casa. ¿Entendido? Salieron dando un portazo. Por un momento Allie olvidó su propia queja. —¿Qué clase de abuelos son? Ni siquiera se han molestado en despedirse de Hannah. Ningún juez en su sano juicio les daría la custodia —dijo esto y se acordó del padre—. ¿Y qué es esa tontería de que la boda es el lunes? Sabes muy bien que no vamos a…

—Primero vamos a cenar —interrumpió Zane—, Ruth ha preparado suficiente. Después llevaré a mi pequeña lesionada a la cama y luego hablaremos. «Lesionada. ¿Y de quién era la culpa?», mientras seguía a Zane hasta la cocina, Allie experimentó en su estómago una sensación de desasosiego que no tenía nada que ver con el hambre. Allie se fue al piso de abajo y dejó que Zane acostara a su hija. Hannah había insistido en que Allie los acompañara arriba. Allie aceptó porque se imaginó que con el brazo escayolado, la pequeña necesitaría más ayuda. Pero Zane demostró arreglárselas perfectamente. Sentada en el sofá, observó el salón de la casa mientras acariciaba la cabeza de Moonie. No había estado en esa casa desde hacía cinco años, pero todo estaba igual. Kim Taylor alteró la vida de Allie y de Zane, dio a luz a una hija, pero desde luego no dejó huella alguna en la casa dónde vivió su corto matrimonio. La habitación tenía los mismos muebles y en las paredes colgaban las mismas fotos. Sólo había cambiado una cosa. Allie ya no deseaba vivir allí el resto de su vida. —Gracias por acompañarla hasta la cama. Te pido disculpas por cómo se comportó en la mesa —Zane se sentó en un sillón de cuero—. Suele ser una niña buena. Le dolía el brazo y hemos cenado demasiado tarde. Intento no mimarla, pero puede que muchas veces la deje hacer lo que quiere. Edie tiene razón, necesita una madre. —No. —Todos los niños necesitan una madre. —No, no me voy a casar contigo pasado mañana. Me da igual que tengas que criar a una docena de niños sin madre.

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Zane miró a Moonie. —Supongo que éste es uno de esos galgos que la gente adopta para que no los sacrifiquen. ¿Era demasiado lento o demasiado viejo? —Demasiado lento. Dijiste que después de cenar hablaríamos de lo que les dijiste a tus suegros, así que habla. —Estamos hablando. ¿Cómo está aquel labrador negro? ¿Cómo se llamaba? ¿Shadow? Aquel que apareció en Double Nickel con una cadera rota y muerto de hambre. —Está viejo. Casi sordo, pero lo lleva bien. Eso sí, pasa casi todo el día tumbado al sol. Si no quieres hablar del tema, perfecto. Yo no tengo nada que decir, aparte de que no pienso casarme contigo. Zane apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. —Juraría que les dijiste a Edie y a Vern que lo harías. Parecía que estaba rendido. A ella no le importaba. —La única razón por la que he dicho que me iba a casar contigo ha sido para estropearles los planes. —¿Te has negado alguna vez a ayudar a un animal con problemas? —Tú no eres un animal con problemas. —Shadow. Este perro escuálido —acarició a Moonie y éste se apoyó en Zane—. La potrilla. Y muchos otros, criaturas indefensas, como Hannah. —Hannah no está indefensa. Te tiene a ti. —Haré lo que sea para mantenerla alejada de ellos. Habló despacio, pero Allie no dudó de que lo decía en serio. —¿Por qué quieren quedarse con Hannah? No parece que les importe mucho. —No les importa nada —abrió los ojos y miró a Allie—. No debiste haberte enfrentado a ellos tan rápido. Me odian casi tanto como tú.

—¿Por qué? ¿También los traicionaste? —por la forma en que Zane tensó los labios, Allie se dio cuenta de que había dado en el blanco. —Cuando Kim se casó conmigo, creyeron que les había tocado la lotería. Siempre le pedían dinero, y cuando ella murió, el grifo se cerró. Pedían más, y yo no vi ninguna razón para dárselo. —¿Qué tiene eso que ver con Hannah? —El dinero de manutención. Pueden gastárselo sin que nadie demuestre si se lo gastan en Hannah o no. —No creo —dijo Allie. —¿Crees que todo el mundo es como tú? Ella sabía que esas cosas ocurren, pero nunca entendió por qué la gente hace que los niños sufran con los problemas de la custodia. —No, pero ellos son los abuelos. —Tú tuviste un hogar estable, una madre que te quería, ropa, comida y dinero para los gastos extra. Tu madre te educó, esperaba lo mejor de ti. Kim tuvo una vida desastrosa en la que a sus padres no les importaba si sacaba buenas notas, o ni siquiera si iba a la escuela, o si se tomaba el desayuno. Eso no va a ocurrirle a Hannah. Allie intentó que la mirada sombría de Zane no la afectara. —Nadie va a quitarte a Hannah. —Nadie tendrá la oportunidad. Tú les dijiste a Edie y a Vern que nos íbamos a casar y lo vas a cumplir. —No seas ridículo. Aunque yo dijera una tontería, tú has sido quien dijo que la boda es pasado mañana. Podíamos haber dicho que íbamos a casamos dentro de un tiempo, y después cambiar de opinión.

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—No conoces a Edie. Tarde o temprano habríamos tenido que casarnos, si no se las arreglaría para encontrar la manera de que testificaras en mi contra. —No puedes hacer que me sienta culpable, y no tienes derecho a pedirme que venga a rescatarte. —No te estoy pidiendo que me rescates. Estoy pidiéndote que ayudes a Hannah. ¿O es que lo que dijiste en el camión sólo fueron palabras y en realidad sigues odiando a Hannah porque es la hija de Kim? —No la odio, y no puedes utilizar lo que dije para obligarme a que me case contigo. —Papá —Hannah estaba en la puerta, las lágrimas le caían por la cara—. Me duele el brazo. No me gusta caerme del columpio.

Si Zane hubiese podido casarse esa misma noche, lo habría hecho, pero el juzgado estaba cerrado hasta el lunes. Casarse con Allie. Zane cruzó los brazos detrás de la cabeza y recordó la cara que puso Allie cuando vio aparecer a Hannah. Allie no deseaba casarse con él cuando dijo que iban a hacerlo. Le dijo que lo había dicho para quitar de en medio a sus suegros. Los Taylor no le preocupaban. Tampoco que lo acusaran de haber maltratado a su esposa. Las mentiras no le afectaban. Zane había aprendido a vivir con la culpabilidad. Intentó que su matrimonio funcionase, había decidido serle fiel a Kim. Para ella no fue suficiente. Nunca mencionó a Allie delante de Kim, pero ella sabía que estaban comprometidos. Y sabía que Zane nunca había dejado de querer a Allie.

El amante perfecto. Se acuesta con una mujer y estropea la vida de tres personas. Cuatro, si contaba a Hannah. Esperaba que los Taylor nunca descubriesen que él había pagado para quedarse con Hannah. Si lo sospecharan… Sabía que si su apreciada suegra sospechara algo, ya lo habría utilizado en su contra. Desde que Kim murió, Edie y Vern buscaban alguna pista que les sirviera para encontrar la manera de sacarle dinero. No la encontraron. No existía. No estaba tan desesperado como para casarse con Allie para conseguir que no lo separasen de Hannah. Quería casarse con Allie por muchas otras razones. Aún no se habían casado. Puede que aquella noche Hannah fuera una buena trampa, pero Allie se lo pensaría dos veces. Él eligió el primer día en que podían casarse para que Allie no tuviera mucho tiempo para pensar. No quería que pensara. Quería que le hiciera el amor. Ya era mayor para cuentos de hadas. Una cosa es que se casara con Allie, y otra muy diferente que ella se acostara con él. Cinco años después, todavía tenía en la cabeza todo lo que Allie le dijo la noche en que le contó lo del bebé. Tomar la decisión de casarse con Kim fue muy difícil. No, no era cierto. Entendió enseguida que era su deber. Porque como consecuencia de su comportamiento infantil, un bebé inocente iba a nacer. No podía escapar de las consecuencias. El bebé era su responsabilidad. Lo angustioso era saber que había fallado a la hora de proteger a Allie. Ella también fue víctima de conducta abominable. Él había confiado en que Allie, que había crecido sin tener a su padre a su lado, entendería que él no podía hacer lo

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Capítulo 4

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mismo. Aunque no lo perdonara por haberse acostado con Kim, confiaba en que Allie comprendería su decisión. Nunca, ni en sus peores pesadillas, soñó con que Allie podía odiar a Hannah. Y ahí estaba. Lo que Allie le dijo aquella tarde. Ella se había disculpado. Dijo que ya no sentía de esa manera, y Zane quería creerla. ¿Cómo podía odiar a Hannah? Para Zane, Hannah era lo mejor de su vida. Si Allie la viera como él, como una miniatura, le habría llegado al corazón. Una niña regordeta que agitaba las piernas cuando le cambiaban los pañales. Allie se había perdido las primeras sonrisas de Hannah los primeros pasos, las primeras palabras. Él era un idiota. Las mujeres se sienten unidas a sus hijos mediante el nacimiento. ¿Cómo pretendía que Allie se enamorara instantáneamente de la hija de otra mujer? Convencer a Allie de que se casara con él era una locura. El pasado no podía cambiarse. Además, él era el que menos se merecía un final feliz. No sabía si Allie era la misma que él amaba. Quizá la había matado. Ella seguía conectando con los animales como ninguna otra persona. La había visto acariciar a su yegua y deseó que también lo acariciase a él. Allie no podía haber cambiado tanto. Hannah confiaba en ella y la pequeña no confiaba en cualquiera. Sería buena para su hija. Dejaría que Hannah la encantara con su magia. Nadie podía estar con Hannah durante un tiempo y no enamorarse de ella. Allie podría ser la madre que Hannah nunca tuvo. Zane anhelaba que ella fuera la esposa que nunca tuvo. Se llenó de felicidad. Por fin iba a tener a Allie Lassiter en casa, dónde tenía que estar.

Amaba a Allie. La necesitaba. El matrimonio funcionaría. No podría soportar tener que abandonar a Allie otra vez. Zane apretó las manos contra la sábana bajera, era suave y fría, como los pechos de Allie. Quería que Allie estuviera con él en la cama.

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—Mamá dice que te diga que ya estamos todos abajo — dijo Greeley desde la puerta. —No pienso casarme. Greeley miró el vestido de novia de Cheyenne que colgaba en el armario y dijo: —Se lo diré a mamá —salió y cerró la puerta. Allie se dejó caer en la cama y observó su habitación de Double Nickel como si nunca la hubiera visto. Como si no hubiese pasado cientos de noches en ella soñando con Zane. Era una habitación juvenil. Se notaba de dónde había descolgado fotografías porque quedaba la marca en la pared. Fotos de Zane, que un día quitó y tiró a la basura. Allie había visto a Zane y a Hannah entrar en coche en el rancho. Había estado demasiado ocupada para pensar. El domingo tenía un tour y el lunes tuvo que preparar todo lo de la boda. De repente, se encontró con que había quedado con Zane para arreglar los papeles. Papeles de boda. ¿Es que nadie se daba cuenta de lo absurdo que era todo? La hermana de Zane no podía asistir, pero llamó para felicitarlos. Los padres de Zane fueron desde Tejas. Estaban en el salón. La madre de Allie mandó un telegrama a Cheyenne y a Thomas que todavía estaban de luna de miel. Allie y Zane no planearon irse de luna de miel. No ensayaron la ceremonia, ni hicieron la cena prematrimonial.

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Allie se negaba a mancillar la iglesia con una boda que ridiculizaba el matrimonio. No podía casarse con Zane Peters. Mary Lassiter llamó a la puerta y entró. —Cuando me fui hace media hora estabas vestida de novia, ¿por qué has cambiado de idea? —No voy a casarme, eso es todo. Dile a todo el mundo que se vaya. —¿Al novio también? —Al novio especialmente. —Ayer, cuando llamaste diciendo que Zane y tú os ibais a casar, deseaba tanto que fueras feliz, que no pregunté todo lo que quería saber. Después me dediqué a preparar la boda, aunque dijiste que no querías nada especial. No podía permitir que una de mis hijas se casara sin pastel de boda —la madre se sentó en la cama—. Tu abuelo Yancy siempre me decía que me dejaba llevar por el romanticismo y me ha vuelto a pasar. Allie se tapó la cara con la almohada para que su madre no viera que se le humedecían los ojos. No sabía por qué tenía ganas de llorar. La madre le acarició la espalda. —¿Quieres que hablemos? Allie negó con la cabeza. —¿Puedo pasar? —preguntó Worth desde el pasillo. Sin esperar a que le contestaran, entró y cerró la puerta—. Greeley dice que has cambiado de opinión. —Supongo que vienes a decirme que Dolly y Buck han venido desde Tejas, que el juez está aquí y que mamá ha preparado una tarta, y que por tanto no puedo cambiar de opinión —dijo Allie. —En realidad quiero saber si puedo partir ya la tarta. Como no te vas a casar, ya sabes que me encanta el chocolate.

—¡Worth! —dijo su madre medio riendo. Allie miró a su hermano con indignación. En seguida notó que Worth la comprendía y se quedó mirando las flores del papel de pared sin poder defenderse. —¿Qué ha dicho la gente? —no preguntó cómo había reaccionado Zane. —Mamá creía que antes de decir nada debíamos de hablar contigo. —No voy a cambiar de opinión. —Nadie te va a obligar a que te cases —dijo Worth y se sentó al otro lado de la cama. —Mejor. —Voy a decírselo a la gente —dijo Mary y se puso en pie. Se marchó y la habitación quedó en silencio. —Adelante —le dijo Allie a su hermano—, échame la bronca acerca de que mamá no debería hacer el trabajo sucio, ahora que todo el mundo está aquí. —No te preocupes. Buck y Dolly están jugando con Hannah. El juez ha estado todo el rato alrededor de mamá. Creo que le gustaría ser su novio. Pero lo que le faltaba a mamá es otro Beau. —No fue muy buen padre —dijo Allie. —Él sería el primero en darte la razón. —Un niño necesita un padre y una madre. —Nosotros nos las arreglamos con uno de ellos. —Teníamos al abuelo —le recordó Allie. Worth la miró con ojos sombríos. —¿Por eso esta boda tan repentina? ¿Para darle una madre a Hannah? Debí de haberlo imaginado. Antes de la boda, Cheyenne sólo hablaba de lo mucho que quería a Thomas. Ni Zane ni tú habéis hablado de amor.

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Allie se encogió de hombros. No necesitaba que Worth le dijera que casi comete una tontería. —Hannah es un encanto. Está tan elegante con el vestido rosa. —¿Y…? —Allie escondió la cara en la almohada. —¿Zane? Está muy elegante. Supongo que creía que se iba a casar. —No tiene gracia —Allie levantó la cabeza—. No he oído marcharse a ningún coche. —Seguro que mamá les ha dicho que se queden a cenar. —¿Y cómo van a quedarse sólo a cenar? —Ya conoces a mamá. No va a dejar que se vayan sin cenar porque tú hayas decidido no casarte. —No puedo bajar y ver a Zane. ¿Voy a tener que quedarme aquí escondida para siempre? —No lo sé. ¿Te estás escondiendo? —Sabía que no ibas a perder la oportunidad de echarme un sermón. «Haz lo que debas, Alberta. ¿Qué va a pensar tu madre si te comportas así?» —No recuerdo haberte dicho nada de eso. —Lo estabas pensando. Él le dio una palmadita en el hombro. —Casarse es una decisión importante, Allie. Todos queremos que seas feliz, pero eres la única que puede decidir lo que te conviene. —Ya lo he decidido. No voy a casarme. —Vale —dijo Worth—. Si no puedes enfrentarte a Zane. Te subiré la cena. Allie se incorporó y dijo: —Te odio, Fort Worth Beauregard Lassiter. Te ofreces a traerme la cena para que me sienta culpable por no enfrentarme a la gente. Crees que debía de habérselo dicho a Zane ¿no? —Está en el vestíbulo. ¿Quieres que le diga que venga?

Allie asintió. Después agarró la almohada y la abrazó. No le sirvió para llenar el vacío que sentía. Worth se marchó.

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—¿Sabías algo de todo esto? —preguntó Worth. Zane asintió. —Tenía que haberla llevado al juzgado esta mañana —lo habría hecho, pero sus padres insistieron en que querían asistir a la boda y no podían llegar hasta ese día. Allie había tenido demasiado tiempo para pensar. —Allie cree que lo haces por Hannah. Tú no piensas lo mismo ¿verdad? —¿Tú que crees? —Puede que te hayas propuesto una tarea imposible. Las hermanas Lassiter son las mujeres más cabezotas que hay en la tierra. Mamá es dura y peleona, pero nunca ha sido tan testaruda como sus hijas. Lo han heredado de Yancy. Da igual lo que Allie decida, todas las Lassiter la apoyarán —después de decir esto, regresó al piso de abajo. Zane entró en la habitación y cerró la puerta. La cara de Allie era inexpresiva, pero sus ojos mostraban recelo y hostilidad. Zane quería tomarla en brazos y llevarla abajo. Dejarla enfrente del juez para que hiciera las promesas de matrimonio. —Hannah estaba tan emocionada por la boda. Insistió en ponerse el vestido de fiesta. —No pretendas que me sienta culpable. Y menos cuando tú viniste semanas antes de la boda a decirme que te habías acostado con otra mujer y que ibas a casarte con ella. —¿Te grito de la misma manera que me gritaste tú a mí?

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—¿Cómo querías que reaccionara? ¿Dándote la enhorabuena? ¿Deseándote que fueras feliz? Ninguna mujer sería capaz de hacer eso. Había encargado las flores, la tarta, el vestido de novia, las invitaciones. —Eso ya me lo repetiste esa noche. Destrocé nuestra vida y en lo único que piensas es en que destrocé los planes de boda. —Nunca me diste una elección. Todo el mundo podía elegir menos yo. Kim y tú elegisteis acostaros. Tú elegiste casarte con ella. A nadie le importó lo que yo pensara. ¿Alguna vez pensaste en casarte conmigo y adoptar al bebé de Kim? ¿No se te ocurrió que quizá yo pasara por alto lo que habías hecho? —¿Lo habrías pasado por alto? —No, pero debí haber tenido la oportunidad —dijo ella. —¿Por qué? ¿Te habrías sentido mejor despreciándome? Ella levantó la cabeza y lo miró desafiante. —Al menos habría tenido la satisfacción de decirte que no me casaría contigo ni aunque fueses el último hombre de la tierra. —¿Y todo esto es para eso? —No, es para no cometer un error estúpido. Esta vez puedo elegir. Y decido no casarme contigo. Zane caminó hasta la ventana y miró hacia fuera. —Yo no tuve elección. Tuve que casarme con Kim. Al principio, cuando me dijo lo del bebé, pensé que tenía elección —el pánico se apoderó de nuevo de Zane al recordarlo—. No quería creerla. Quería que todo se olvidara, poder retroceder el tiempo. Pensé que si ella se marchaba, si diera el bebé, tú no tendrías que enterarte. Quería ofrecerle dinero, o cualquier cosa, para que se marchara. Ella lloraba mientras lo contaba y me di cuenta de que el bebé del que hablaba era mío. Mi bebé. Yo quería que diera mi bebé. Sólo porque era un bebé inconveniente. Allie no dijo nada. Zane continuó.

—Pensé que era lo peor que podía ocurrirme en la vida. No era cierto. Fue mucho peor tener que decírtelo. La cara que pusiste… La desconfianza, el daño, el desprecio. Me lo merezco. Me comporté de una manera despreciable — suspiró hondo—. No puedo decirte cuánto lo siento. Zane sabía que sus disculpas no cambiaban las cosas. Tenía que seguir el juego—. La otra noche te convencí de que te casaras conmigo por el bien de Hannah y aceptaste sin sentirte culpable. Pensamos que podíamos casamos, vivir en la misma casa, comer en la misma mesa y dormir en camas diferentes. Yo estaba deseando casarme contigo, pero tal y como van las cosas, recreándonos en el pasado, intentando golpear primero… Tienes razón. No funcionaría. Hannah ya ha sufrido un matrimonio fracasado y no voy a hacerla pasar por otro. Allie se sentó en la cama. Sin mirar a Zane dijo: —A mí no me lo cuentes. No voy a casarme contigo. Zane sabía que tenía que dejarlo. Marcharse. No podía. Tenía que existir una manera. Cuando se le ocurrió la idea estaba demasiado desesperado como para pararse a analizarla. No tenía nada que perder. —Quiero que nos casemos, Allie. Escúchame. Cásate conmigo. Permíteme un mes de casados. Si las cosas no funcionan, lo dejamos. Ya me las arreglaré para luchar contra Vern y Edie. En la habitación había un silencio absoluto. Zane tenía la sensación de que el tiempo se había detenido mientras esperaba la respuesta de Allie. —¿Un mes de casados? ¿Por qué no lo dices, Zane? Quieres acostarte conmigo.

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Desde que se casó con Kim no se había acostado con ninguna mujer. La única mujer con la que deseaba acostarse estaba al otro lado de la habitación. —Quiero acostarme contigo. —Vete —dijo Allie. Zane dudó. Tenía que decir algo para persuadirla de que se casara con él. No se le ocurría nada. Había perdido. Bajó a recoger a su hija para llevarla a casa. Allie tiró la almohada. Después de lo que le había hecho, ¿todavía esperaba que se casara con él? Si quería casarse con ella de verdad, tenía que haberlo hecho cinco años antes. Tenía que saber que cuando ella le dijo que nunca se casaría con él, no quería decir eso, pero no, con la excusa de la discusión fue y se acostó con otra mujer. No iba a darle la oportunidad de destrozarla otra vez. No es que pudiera hacerlo. A Allie, él le importaba un comino. ¿Cómo se atrevía a pedirle que olvidara el pasado? ¿Que hiciera cómo si no la hubiera traicionado? No tenía intención de fingir nada. ¿Creía que una ridícula disculpa reparaba el daño que le había causado? Si él hubiera sufrido una mínima parte de lo que sufrió ella, sabría que sería necesario algo más que palabras para igualar la escora. Le hervía la sangre, se levantó y caminó de un lado a otro de la habitación. Zane tenía a una hija que adoraba. Allie no había hecho nada más que amarlo y la había dejado tirada. Todo el mundo se había compadecido de ella. Había sufrido durante cinco años. Él le había robado el corazón, arruinado su vida, e incluso robado el nombre que le iba a poner a su primera hija. A cambio, pretendía que vivieran juntos como marido y mujer.

Como si ella lo hubiese estado esperando durante esos cinco años. Muriéndose por él. No quería casarse con él. Quería aplastarle la cabeza contra una pared. Quería hacerle daño. Quería venganza. Allie se detuvo en la mitad de la habitación. Quería venganza. Sólo si Zane sufriera como ella había sufrido, las cosas estarían igualadas. Habría terminado con Zane Peters para siempre. No quería casarse. Quería venganza. Vio el vestido de boda de Cheyenne y se le ocurrió el plan perfecto. La venganza y el matrimonio podían ir unidos. Zane había dicho un mes. Allie le daría un matrimonio de verdad durante un mes. Sería la esposa perfecta, se adaptaría tan bien a su forma de vida que él no podría imaginar vivir sin ella. Le ocuparía los días, la mente, la cama. ¿Cómo iba a acostarse con un hombre al que no amaba? Bueno, la gente lo hace continuamente. Zane se acostó con una mujer a la que, según él, no amaba. Allie era adulta. Tenía veintiséis años. Podría hacer el amor con él. No sería amor. Sólo sería sexo. Pura actividad física que no tiene nada que ver con el amor. Él nunca descubriría que sus sentimientos no estaban implicados. Podría engañarlo. Compartir la cama con Zane no le resultaría muy difícil. Todavía quedaban remanentes de la atracción que un día sintió por él. Los restos de una atracción puramente física. Hannah. ¿Qué pasaba con Hannah? Hannah vería a Allie como una visita de un mes. Se lo pasarían bien juntas y después Allie se marcharía. Igual que los padres de Zane iban al rancho y después se marchaban a Tejas. Allie no

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planeaba ser la madre de Hannah. La niña tenía a su padre. Y a Ruth. Una vez que Allie se marchara, Hannah se olvidaría de ella, sería como si nunca hubiese estado allí. Allie contempló el velo de Cheyenne. Podía poner muchas objeciones. O podía simplemente hacerlo. Lo haría. Haría que Zane Peters se enamorara de ella. Que se arrodillara ante ella. Después lo abandonaría. Igual que él la abandonó. Quien fuera que dijo que la venganza es dulce, no aclaró cómo de dulce puede llegar a ser. Allie sonrió. Escuchó como abajo arrastraban una silla. «La gente empezará a marcharse. Zane se irá. Y el juez», tomó el velo y se lo puso en la cabeza. Se detuvo al pie de la escalera y miró dentro del comedor. Todo el mundo estaba sentado alrededor de la mesa menos Worth que estaba de pie con un cuchillo en la mano. Tenía la tarta delante suyo. —Se supone que la tarta la tiene que partir los novios —gritó Allie—. Después de la boda. Al instante cesaron todas las conversaciones. Mary Lassiter fue la primera en hablar. —¿Allie? ¿Qué ocurre? ¿Vas vestida con vaqueros y velo de novia? ¿Qué estás haciendo? —¡Allie! —exclamó Hannah. —Creí que no te ibas a casar —dijo Davy. Allie miró a Zane e ignoró al resto. Estaba sentado de espaldas a ella. Al oírla hablar se sobresaltó. Los músculos de su cuerpo se tensaron. Allie esperó. Al fin, Zane se dio la vuelta. —Podemos esperar a que te vistas.

—Podemos esperar aún más —dijo Mary—. Allie, quiero verte en la cocina —una vez allí, Mary cerró la puerta del comedor—, ¿qué ha pasado? Hace un momento estabas decidida a no casarte con Zane. —Digamos que son los nervios prematrimoniales. Zane entró en la cocina. —Creo que tengo que formar parte de esta reunión. Mary Lassiter lo miró y dijo: —No sé qué le has dicho, pero sí sé que quieres que ella esté segura de que hace lo correcto. —Estoy haciendo lo correcto. —Debí de haberte encerrado en tu habitación. —No puedes detenerme, mamá. Si te opones, me casaré en otro sitio. Lo he decidido —Allie miró a Zane—, voy a casarme con Zane. Ahora. Zane la miró. Al cabo de un momento, la madre dijo: —No puedes casarte en vaqueros. Si no quieres ponerte el vestido de novia de Cheyenne, por lo menos ponte un vestido. Sin dejar de mirar a Zane, Allie se colocó el último alfiler en el velo. —Lo tomas o lo dejas. —Lo tomo —esas palabras tan simples tenían mucho significado. A Allie se le aceleró el corazón al mirar a Zane a los ojos. En seguida apartó la vista. No quería reconocer los sentimientos que insistían en su interior. Zane le tendió la mano. —Estoy listo, cuando quieras.

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Ella nunca estaría preparada. Su valor estuvo a punto de desvanecerse. Zane le tomó la mano. El calor de su cuerpo fluyó al de ella. A él se le humedecieron los ojos. —No hago esto por ti —murmuró ella. —Lo sé. Él pensaba que lo hacía por Hannah. Allie no podía continuar. Intentó soltarle la mano, pero él la agarró más fuerte y se la llevó a los labios. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Allie. No. Él no podía hacerle el amor. Allí no. —Alberta Harmony Lassiter, ¿te casarás conmigo? Intentó decir que no, pero pareció como si su barbilla tuviera movimiento propio y la movió de arriba abajo. Zane la observó con atención. Debió leer el pánico en sus ojos. La soltaría. Se rompería el hechizo. —Vamos a decírselo al juez —dijo con una sonrisa y sin dejar de mirar a Allie. —Allie —Worth entró en la cocina con Greeley—, espera hasta que estés segura de lo que quieres. —Estoy segura —sabía que no sonaba convincente. —Deja de hacer de hermano mayor, Worth. Allie sabe lo que hace. «Él lo sabe. Se imagina que quiero vengarme», Allie rechazó la idea en cuanto se le pasó por la cabeza. Zane no podía saberlo. Dentro de un mes. Cuando ella lo abandonase. Ella ya no tenía dudas. Era lo que quería hacer. Sonrió a su hermano y a la dama de honor y dijo: —Vamos. —Allie —comenzó Worth. Greeley lo interrumpió. —A menos que la ates a la cama y la encierres en su habitación, no harás que cambie de idea.

—Quiero asegurarme de que es ella la que ha tomado la decisión. No quiero que nadie la haya presionado. —No es una cría —dijo Greeley—. Es adulta. Puede tomar sus propias decisiones. Sabe que la pequeña necesita una madre. —Esa no es razón para que Zane le haga hacer algo que no quiere —contestó Worth—. El matrimonio es una decisión muy seria. Allie quiere un marido en el que pueda confiar, y no creo que opine así de Zane. —No pretenderás que ignore las necesidades de la niña — dijo Greeley. —Worth. Greeley. Sé que estáis preocupados, pero es Allie la que tiene que decidir —dijo Mary. La cocina quedó en silencio. Allie miró a sus hermanos y luego a su madre. —Por si lo habéis olvidado, me gustaría casarme antes del próximo siglo —y salió de la cocina con Zane. La madre los siguió hasta el comedor y sonriendo a Allie dijo: —Pero no en vaqueros. Zane sonrió a Mary y dijo: —Está bien, Mary. Así tendremos de qué reírnos en nuestras bodas de oro. Allie se las arregló para reírse como todo el mundo a pesar de lo que sentía. El olor a comida le había afectado al estómago. —Casémonos, así podré comer. —¡Espera! —gritó Hannah. Apareció con un ramo de flores marchitas. —Las he recogido yo. Para que las lances. —Oh, Hannah —dijo Mary—, me olvidé de tus flores. Debí haberlas puesto en agua. Lo siento. Allie agarró el ramo de flores.

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—Están perfectas —todo el mundo sonrió. Pensaban que lo decía por educación. No era así. Las flores marchitas anunciaban un matrimonio y un final, no un comienzo. Frente a la chimenea y junto a Zane, Allie le dijo al juez: —Que sea breve. Sáltate todo eso de para lo bueno y para lo malo… Yo digo que sí, él también y nos declaras marido y mujer. Marido y mujer. Los dos solos. Hannah iba a pasar la noche con los padres de Zane y los Lassiter en el rancho Double Nickel. Zane dejó las maletas de Allie en el porche. Nunca pensó que Allie se casaría con él. Sabía que Allie esperaba que le regañara por omitir una parte de las promesas matrimoniales. De qué servía que ella prometiera esas cosas. Allie iba a hacer lo que quisiera. De otra manera no la habría conseguido. Así la tenía. Por lo menos durante un mes. Abrió la puerta. Puede que Worth y Greeley creyeran que Allie se había casado por Hannah, Zane sabía muy bien que la decisión no tenía nada que ver con su hija. Sospechaba que se había casado con él para convertir su vida en un infierno. Confiaba demasiado en sí misma. No era su estilo tratar mal a los demás. La conciencia se interpuso en su camino. Se dio la vuelta y la levantó en brazos. —¿Qué haces? Bájame. La llevó dentro de la casa.

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—Bienvenida a casa, señora Peters —le gustaba como sonaba. La expresión de Allie era indescifrable. Él deseaba que lo abrazara y lo besara. Ella puso una sonrisa y le dijo al oído: —Gracias. Zane la dejó en el suelo. —Subiré tus maletas. Allie lo siguió hasta los dormitorios. El deseo se apoderó de Zane. Al casarse, Allie aceptó un matrimonio real. Zane se detuvo en el pasillo. —Hannah duerme en el cuarto de invitados, y yo duermo en mi antigua habitación. Ha sido un día muy largo. Si prefieres, bueno, como Hannah no está aquí, si quieres dormir en su habitación… —¿Y por qué no en…? —Allie se calló cuando abrió la puerta del dormitorio principal—. ¿Es que tu madre cambió de opinión y se llevó los muebles a Tejas? —Están en el altillo —Kim había cambiado los muebles antiguos por unos de contrachapado. —Me encantaba la habitación de tus padres. —El papel de la pared estaba descolorido y a Kim no le gustaban los muebles oscuros. Allie se horrorizó al ver el papel negro y plateado con manchas rojas y las cortinas rosas. —¿Qué hicisteis con la colcha de tu bisabuela? —La he guardado hasta que Hannah sea mayor. Allie tocó la cama y retiró la mano sobresaltada cuando notó que se movía. —Es una cama de agua. Con una colcha fucsia —evitó mirar a Zane. —Después de morir Kim, cerré esta habitación. Ya nadie entra aquí, sólo Ruth para limpiar.

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Allie se tumbó en la cama y con cuidado movió el colchón de agua. —No sé si es como un burdel antiguo o como uno de esos sitios de luna de miel que anuncian en las revistas. Kim estaría contenta de saber que su burdel había sido reconocido. Zane miró hacia el techo para ver el reflejo de la cara de Allie. El techo estaba recubierto de espejos. —No tienes que dormir aquí —dijo con brusquedad. —Lo siento. No estoy segura de poder dormir aquí. Tendría pesadillas. Cientos de Allies observándome. ¿No es un poco peligroso? ¿Y si se cae un espejo? Si no nos corta, igual rompe la cama de agua y nos ahogamos —hablaba en plural. Zane olvidaba la decoración a medida que la esperanza se apoderaba de él—. Por otro lado, si lo piensas bien, da un poco de pena desaprovechar por lo que la mayoría de los recién casados pagan un montón de dinero. Quizá debamos estudiar qué posibilidades ofrece. Se supone que es muy sexy —se desabrochó el botón de la blusa—, ¿quieres dormir aquí? El matrimonio de Kim y Zane había sido un desastre desde el principio. Dolida porque Zane no la amaba, Kim se desquitó de él como pudo. Zane le había sido fiel mientras vivía. No iba a condenarla una vez muerta. Esa habitación, una prueba de que Zane había fallado a Kim, lo entristecía. —No voy a dormir aquí contigo —le dijo a Allie. Se dio la vuelta y se marchó.

Allie observó cómo se marchaba. Antes de la boda Zane le había dicho que quería acostarse con ella. Se había casado

decidida a acostarse con él ¿y él la rechazaba? Se levantó de la cama y se dirigió al vestíbulo. La puerta de la habitación de Zane estaba abierta y ella entró. Él se estaba quitando el abrigo. —¿Qué significa esto? —Preguntó Allie—. Me embaucas en este estúpido matrimonio y ¿ahora no quieres acostarte conmigo? No puedes negarte. Yo soy la única de este matrimonio que puede negarse —de repente se le ocurrió una explicación para el comportamiento de Zane—. Estoy demasiado delgada, ¿verdad? Ya sé que tu esposa era como una modelo, pero… —No estás delgada —dijo Zane y dejó el abrigo en el respaldo de la silla—. Estás perfectamente bien — después, se desabrochó la camisa muy despacio. Allie quería abrírsela de un tirón. —¿Y por qué no quieres acostarte conmigo? —¡Quien dijo eso? —dejó la camisa sobre el abrigo y comenzó a quitarse las botas. —Tú. Dijiste que no ibas a dormir conmigo. —Allí —Zane se puso en pie y caminó alrededor de la cama—. No he dicho nada sobre dormir contigo, aquí. Su mirada la hizo retroceder. —Esta es una cama muy pequeña, y yo soy de mal dormir. Estiro de las sábanas y todo eso —se apoyó en la pared—. No conseguirás dormir nada. Zane se apoyó en la pared con una mano a cada lado de Allie. —En lo último que pienso esta noche es en dormir. Ella no podía dejar de mirarlo. El ardiente deseo de sus ojos le cortó la respiración. Durante un segundo tuvo pánico y empujó a Zane para apartarlo. Al sentir el calor de

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Capítulo 5

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su cuerpo no pudo evitar acariciar su piel. Él no se movió. Se le aceleró la respiración y se le tensaron los músculos. —Dijiste que eras la única que puede negarse. ¿Te niegas? —Y si me niego ¿qué? —le acarició un pezón con el pulgar. —Tú eliges, ya te lo he dicho. No volveré a besarte hasta que tú me lo pidas. —Ah, sí —Allie pasó el dedo por la clavícula de Zane— pensé que al casarme contigo ya estaba todo claro —se arriesgó a mirarlo. Zane sonrió. —¿Eso quiere decir que quieres que te bese? —¿Desde cuándo hay que dejártelo todo tan claro? —Eso es un sí —movió las manos para acariciarle los pechos e inclinó la cabeza. Allie cerró los ojos cuando él la rozó con los labios. En el trato no entraba que él pudiera mordisquearle el labio o delimitar su boca con la lengua, ni que el beso fuese tan profundo que hiciera arder el interior de Allie. Y sus manos. Cómo le acariciaba el pecho con ellas, por encima de la ropa interior. Se percató de lo peligroso que podía ser Zane cuando no tuvo voluntad para separarse de él. Allie pasó del placer al deseo. Echó la cabeza hacia atrás dejándole el camino libre, rindiéndose y exigiendo a la vez. El mundo se desvaneció. Sólo existía la boca de Zane. Dejó de besarla en la boca y comenzó a besarle la oreja, para entonces, ella ya estaba suplicándole. Y completamente desnuda. —Te vas a congelar —Zane la tomó en brazos y la llevó a la cama. Zane se tumbó junto a ella. Entrelazaron las piernas y Allie se estremeció al rozar el vello de Zane. Zane levantó la cabeza.

—Te he imaginado tantas veces con la cabeza sobre mi almohada… —le dio un beso en la boca—. Tienes la boca más sexy del mundo. El deseo que sentía Allie era cada vez más fuerte. Continuó moviéndose debajo de él. —Oh, Allie —dijo él y la besó de nuevo. Ella nunca había soñado que iba a ser así. Sólo eran dos cuerpos juntos, pero de algún modo… Las manos, la boca y la lengua… Tras el deseo y la euforia, volvieron despacio a la realidad. El corazón de ambos latía al unísono. Zane se retiró de encima de Allie y tiró de la colcha para taparse. Tumbado junto a ella dijo: —Gracias. Has sido muy agradable. Agradable. El sentimiento de ternura que Allie sentía hacia él se desvaneció. Odiaba la palabra «agradable». Todo el mundo la había alabado por haber sido «agradable» cuando Zane se casó con otra mujer, por no haber dicho nada en contra de ellos. «Agradable» se emplea para las niñas educadas que piden permiso para acariciar a un perro. Para los jóvenes amables que sujetan la puerta abierta a alguien que lleva las manos ocupadas. No se podía utilizar la palabra «agradable» para describir lo que había ocurrido en la cama de Zane. Allie apostaría que Zane nunca había utilizado esa palabra para describir sus relaciones sexuales con Kim. Si le hubiera dicho a Allie que la amaba después de acostarse con ella, quizá hubiese creído que no mentía. Puede que hasta hubiese pensado en abandonar la venganza. Sin embargo, lo que le dijo fue que hacer el amor con ella había sido agradable.

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Zane Peters la invitaba a que se vengara. Allie le enseñaría lo que es ser agradable. Zane estaba tumbado con los ojos cerrados disfrutando del calor del cuerpo de Allie. Ella no había hablado de amor. No es que él se lo mereciera, pero que Allie no lo hubiera hecho le comía por dentro. Después de hacer el amor, Allie se dio la vuelta y se durmió. No dijo ni una palabra cuando él la despertó por la noche y volvieron a hacer el amor. No hacía falta que él le hablara de amor. Intentaba mostrarle lo mucho que la amaba, con cada beso, con cada roce. Disfrutó de los gemidos de Allie y de la manera en que temblaba su cuerpo. La satisfacción de tener a Allie en la cama junto a él aquella noche, sobrepasó todo lo que él había ansiado. Hasta sus sueños. Aquella noche habían hecho el amor. Y lo harían la noche siguiente. Sería su esposa durante un mes. Tendría un mes para ganarse si no el perdón, una segunda oportunidad. Un mes para demostrarle que ya no era la persona irresponsable de hacía cinco años. Un mes para convencerla de que le pertenecía. Incapaz de contenerse, le acarició la cadera. —Buenos días, señora Peters. —Allie Lassiter —dijo ella. —No me digas que me he casado con una mujer liberada. Ella se dio la vuelta y lo miró. Por debajo de las sábanas jugueteó con su ombligo y continuó hacia abajo. —¿Algún problema?

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—No lo sé. Soy un chico chapado a la antigua. Como eres profesora, quizá me puedas enseñar cuáles son las ventajas de haberme casado con una mujer liberal. —Encantada. Era muy buena profesora. Sentado en el coche, Zane dijo: —Podría acostumbrarme a estar casado con una mujer liberal. —No —Allie esperaba que no se notara que se estaba sonrojando. El plan de convertirse en una mujer imprescindible antes de abandonarlo, no requería tanto entusiasmo como el que ella mostró esa mañana—, es absurdo. —Me refiero a que conduzcas tú. Y me temo que tú te referías a algo más. —Tiene más sentido que lleve mi coche. Tengo que pasar por el apartamento a recoger algunas cosas. Worth va a dejar a Moonie allí antes de ir a cenar con nosotros. Hannah, Moonie y Amber no caben en el asiento trasero de tu camioneta. —¿Quién es Amber? —Mi gato. —A Hannah le gustará. Nosotros tenemos gatos en la finca, pero nunca hemos tenido uno en casa. Está emocionada porque Moonie y tú viviréis en casa. Quizá más por Moonie que por ti. Tenemos un par de collies, pero se quedan con Wally y Ruth en su casa. Le he intentado explicar a Hannah que Moonie es tuyo y no suyo, pero no estoy muy seguro de que entienda la diferencia.

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—Moonie es bueno con los niños. Es muy paciente. A veces lo llevaba a la escuela. A los niños les encanta. —¿Vas a echar de menos la enseñanza? —Echaré de menos a los niños, pero no los exámenes ni las reuniones de padres. Llevar a grupos es el trabajo perfecto para una antigua profesora. Están atentos a nuestros discursos. —¿Has cancelado tu trabajo para esta semana? —No tenía. Como ha empezado el colegio, las cosas están más tranquilas. Hasta que llegue la temporada de esquí. El otoño hace que la gente salga el fin de semana, pero casi nadie lo hace entre semana. —¿No te deprime trabajar con gente discapacitada y con ancianos? —Puede que nuestros clientes necesiten una atención especial, pero es muy edificante saber que se niegan a estar limitados. Como trabajamos con grupos pequeños, llegamos a conocer bien a nuestros clientes. Muchos ya han venido otras veces y son como parientes lejanos. —Nunca he sabido cómo empezaste. —Empezó Cheyenne. Una amiga le pidió que la ayudara con unos ancianos y tuvo mucho éxito. Se corrió la voz y Cheyenne decidió que había que montar excursiones para gente discapacitada. Dejó de enseñar y me ofreció montar C y A con ella. No trabajamos sólo con gente discapacitada. A veces trabajamos con ancianos que quieren salir y hacer cosas, o padres que quieren hacer actividades con sus hijos. Básicamente, lo que hacemos es organizar tours para grupos familiares. Es divertido compartir la historia y la naturaleza con los turistas. Antes de que Cheyenne se casara, yo sólo trabajaba entre semana. Pero todavía no nos hemos dividido el trabajo. —He oído que llevas clientes al Double Nickel.

—Para que hagan alguna actividad en la zona. Worth los cautiva y mamá los alimenta. —Cuando quieras puedes traerlos a mi rancho. Los tours a los ranchos solían hacerse durante el verano. El verano siguiente, Allie no tendría que llevar a los clientes al rancho de Zane. Lo habría abandonado mucho antes. Allie se detuvo delante del Hotel Sant Christopher. —Justo a tiempo, y ahí están los que nos esperan. Hannah estaba junto a Buck Peters y saludó con entusiasmo. Allie la saludó y le tendió las llaves al aparcacoches. Después se unió al grupo. Hannah, que ya estaba en brazos de su padre, se inclinó para darle un beso. Allie se rió y se lo dio. La pequeña pasó a los brazos de Allie. —Pesa mucho —dijo Zane. —No te preocupes. ¿Lo pasaste bien anoche, Hannah? —Estuve jugando con Davy. La mamá de Davy está jugando con los angelitos, igual que la mía. Su papá también. Davy tiene una mamá nueva. No sabía que los niños pudieran tener mamás nuevas —Hannah continuó hablando sin parar mientras Allie cruzaba el recibidor con ella en brazos. Allie se detuvo un poco antes del comedor. Allí esperaba ver a los padres de Zane, a su madre, a Worth, a Greeley y a Davy. Pero no esperaba ver a Cheyenne y a Thomas. —¿Qué hacéis aquí? Thomas se levantó y le dio un beso a Allie. —Conociendo a tu hermana, ¿tienes que preguntarlo? —le tendió la mano a Zane y dijo—. Soy Thomas Steele. Me parece que somos cuñados. Allie miró a su hermana mayor.

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—Deja que lo adivine. Pensabas que si estabas de luna de miel durante dos semanas, yo no sabría arreglármelas sola en la agencia y tendríamos que declararnos en banca rota. —No seas tonta —dijo Cheyenne y abrazó a su hermana—. Quería felicitar a los novios —apartó a Allie un poco. —¿Felicitar? ¿O interrogar? ¿Estás preocupada por lo que ocurrió al invitar a Zane a tu boda? Cheyenne miró a la niña que Allie tenía en brazos. —No me preocuparé si me cuentas que estás enamorada. —Preocuparse un poco no es malo. —Lo sabía. Le dije a Thomas que había algo raro en todo esto. Allie, ¿qué has hecho? Intentamos regresar antes de la boda, pero no pudimos. —No me habríais detenido. —¿Detenido? —Preguntó Zane y recogió a su hija—. Allie ya te ha sujetado bastante, cariño. Eres una niña grande. Puedes bajar —dejó a Hannah en el suelo. Zane miró a Allie. Esperaba una respuesta. Cheyenne lo agarró del brazo y dijo: —De casarse vestida con vaqueros. En serio, Zane, ¿cómo se lo permitiste? —En serio, Cheyenne, por mí podía haber ido con una manta para caballos. Greeley se sentó a un lado de Zane, Cheyenne al otro. Se turnaron para sonsacarle acerca de lo que sentía por Allie. De vez en cuando, dejaban caer algún comentario, que podía tomarse como una amenaza, acerca de lo que pasaría si volvía a tratar mal a su hermana. A él no le importaba seguirles el juego. No mientras Allie estuviera en el otro lado de la mesa, donde pudiera verla.

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Le gustaba mirar a su esposa. Le gustaba que fuera su esposa. Por lo menos, más que a Cheyenne. Le había mentido acerca de lo que hablaba con Allie. Estaban hablando de su matrimonio. Allie sonaba muy convencida de que Cheyenne no habría podido detenerla. Se llenó de satisfacción. Una vez que Allie había decidido casarse con él, ya no miraría atrás. Él no tenía ninguna queja de su noche de bodas. Estaba deseando repetir la experiencia. ¿Hasta cuándo tendrían que quedarse? Estaba preciosa. Riendo con su hermano y con Thomas. Hannah estaba sentada encima de Allie medio dormida. La pequeña se había quedado pegada a Allie toda la noche. Allie acarició con suavidad los rizos de Hannah y después la besó en la frente. Hannah sonrió. Zane tragó saliva. Su hija y su esposa. Allie no lo abandonaría un mes después. Eran una familia. Hannah tenía la cabeza apoyada en los pechos de Allie. Eran del tamaño perfecto para las manos de él. Quería tocárselos allí mismo. Zane recordaba el tacto que tenían. Eran tan suaves como el vestido que Allie llevaba. El le había tocado la espalda para hacerla pasar al restaurante. El vestido brillaba con la luz y le marcaba los pechos cuando ella se movía. Zane quería irse a casa. A la cama. Allie lo miró y se sonrojó. A él le dio la sensación de que sabía perfectamente en qué estaba pensando. De repente, ella puso una cara extraña. La voz de Vern Taylor sonó por detrás de Zane. —Ruthie dijo que estabais aquí. Hay alguien que quiero presentarte.

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Zane pensó en negarse, pero conocía a sus ex suegros y sabía que no les importaría montar una escena en uno de los mejores hoteles de Aspen. Pidió permiso y se levantó de la mesa. Siguió a Taylor hasta el bar del hotel. Edie Taylor estaba sentada en un taburete junto a la barra. Como estaba acicalándose frente al espejo que había detrás de la barra, no vio a Zane hasta que estuvo justo detrás. —Quiero presentarte a alguien. Este es Sean Doyle —dijo Edie con una mirada maliciosa y triunfal. Para Zane, esa situación era como si le hubieran dado un pelotazo en la cara. Sólo había una razón para que Edie y Vern estuvieran con Doyle. Ellos lo sabían. Consciente de las terribles consecuencias que eso tenía, Zane hizo un esfuerzo y tendió la mano para saludarlo. —Doyle, yo soy Zane Peters —maldito Vern. Maldita Edie. Maldita Kim. Él no la creyó. No quiso creerla. Doyle le dio la mano. Después miró a su alrededor. Los otros clientes del hotel hacían como si no hubieran reconocido al actor. —Sabes quién es, ¿no? —preguntó Edie. Zane había visto la serie de televisión sólo una vez, pero no tuvo problema en reconocer al protagonista. Y menos con ese pelo rizado y pelirrojo. —Lo he visto en la televisión. —Sean era amigo de Kim. Muy buen amigo —Edie dio un trago a su cerveza y continuó—. Él es el padre de Hannah. Zane pensó que estaba preparado. Descubrió que nadie puede prepararse cuando la peor pesadilla se convierte en realidad. Le entró el miedo y apretó los puños para controlarse. —Eso es una broma de mal gusto, Edie. Todos sabemos que yo soy el padre de Hannah. —¿Ah, sí? Dile lo que nos has dicho a nosotros, Sean.

—Es cierto, Peters. La hija de Kimmie es mía, y la quiero. —Hannah es mi hija —dijo Zane—. No sé qué esperabas conseguir viniendo aquí, Doyle, pero si vas contando esa mentira por ahí, te llevaré a juicio por calumnias y difamación, o lo que sea. No será bueno para tu carrera. Y vosotros… —Zane miró a Edie y a Vern— ¿Qué clase de padres sois? Mintiendo y ensuciando el nombre de vuestra hija. Debéis pensar en lo que sea mejor para vuestra nieta. —Kim está muerta. Ya no podemos hacerle daño —dijo Vern. —Lo mejor para la niña —dijo Edie—, es que tenga a su verdadero padre. —Yo soy su padre verdadero —dijo Zane. —No estés tan seguro —dijo Edie. —¿Qué es lo que quieres? —preguntó Zane a su ex suegra. —Quiero lo que es bueno para Hannah. —¡Cuánto dinero quieres? —No puedes comprar a mi bebé. El juez te quitará a la niña y se la dará a su padre verdadero. —No vamos a pelearnos por Hannah en los juzgados y no vamos a ensuciar el nombre de su madre. Hannah es mi hija —Zane se dirigió al actor—. Maldita sea, Doyle. No puedes hacerle esto a una niña. Es inhumano. Si sientes algo por Kim, deberías olvidarte de todo esto. —Cuando estaba embarazada, me dijo que el bebé era mío, y que quería que yo lo criara. Zane se atragantó de rabia y no podía articular palabra. Hizo un esfuerzo. No podía rendirse. —Hannah tiene cuatro años. Si Kim te dijo que era tu hija, ¿por qué has esperado hasta ahora? Porque es mentira, por eso es.

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—Estaba casado. Tengo un par de hijos. Cuando Kimmie me dijo que estaba embarazada… Sabía que mi mujer se enfadaría. Pediría el divorcio. Intentaría llevarse todo mi dinero y montaría un gran escándalo —dio un trago a su cerveza y continuó—. Ya lo está haciendo. Se llevó a los niños, sólo porque tuve un lío con una mujer en California. No puedo remediar que las mujeres se sientan atraídas por mí. Yo no las busco. —No me importan tus problemas matrimoniales, Doyle. Hannah no es tu hija. Es mía. No me vas a separar de ella. —Lo siento, Peters. Sé cómo te sientes, pero la cría es mía. Si te digo la verdad, me había medio olvidado de ella, pero cuando me encontré con los padres de Kimmie en el bar donde ella solía trabajar y les dije que sentía lo que le había pasado a Kim, bueno, una cosa llevó a la otra, y les dije que el bebé era mío. Tienen razón. Le debo a Kim ocuparme de mi responsabilidad —miró la cara de enfado de Zane y dio otro trago—. Quiero decir, es mi hija. Hago lo que está bien. —Bien, ¿para quién? ¿Para una niña inocente? ¿Para una mujer que está muerta y que no puede defenderse? ¿O para un par de mercenarios que te utilizan? —Bien para la niña. Y para Kimmie —dijo Doyle. —Id al infierno. Hablar con esa gente era una pérdida de tiempo. Zane se dio la vuelta. Allie estaba allí cerca, con cara de horror. —¿Qué quieres? —soltó él. Allie miró a los Taylor y a Doyle, después a Zane. —Hannah está cansada. Vine a ver si estás listo para marcharnos. —Estoy listo para salir de aquí —le contestó siguiéndola hasta el comedor donde esperaba su hija.

Sentada en el salón, Allie observó a Zane caminar por el pasillo. Abrir la puerta y salir. Se oían los pasos en el porche. Iba de un lado a otro. Mientras la seguía hasta el comedor del hotel, no le había dicho nada. Una vez allí, Zane actuó como si no pasara nada, y como si sólo pensara en llevar a su hija a casa, se despidió de sus familiares. Tampoco habló cuando pararon un momento en el apartamento de Allie a recoger algunas cosas. Allie no podía preguntarle delante de Hannah. La pequeña se quedó dormida nada más salir de Aspen. Zane se metió en el coche y se tapó la cara con el sombrero. Sin dar pie a ninguna conversación. Allie encendió la radio. Ya en la casa, Zane habló con Hannah y, entre risas, hicieron los rituales de antes de acostarse. Todo parecía normal. Si Allie no hubiera entrado en el bar, no habría sospechado nada de que algo iba mal. Él podía haberla dejado fuera. Igual que estaba haciendo en ese momento. No es que ella quisiera involucrarse. Había escuchado lo suficiente como para saber que Doyle decía que era el padre de Hannah. Pobre Hannah. Perder a la madre afecta tanto a un niño, aunque Allie sospechaba que Kim no había sido muy buena madre. ¿Cómo iba a serlo si tenía unos padres como esos? Beau no fue muy buen padre, pero Mary, con ayuda de su padre, hizo que los niños tuvieran lo mejor. Hannah ya había sufrido bastante. Que se hubiera casado con Zane para vengarse, no significaba que no pudiera ayudar a su hija. Y si para ayudar a Hannah tenía que inmiscuirse en los problemas de Zane, lo haría.

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Moonie se acercó. Estaba inquieto al estar en una casa desconocida. Allie dudaba que necesitara salir afuera otra vez, pero era una buena excusa para estar junto a Zane. Él estaba apoyado en la barandilla y con la cabeza agachada. Moonie bajó los escalones y se dirigió hacia una zona donde había hierba alta. Allie se colocó al lado de Zane. —Te he traído la chaqueta. Las noches ya son algo frescas — como él no contestó, le echó la chaqueta sobre los hombros. Al cabo de un momento, él se la puso y dijo: —Vete a la cama, Allie. Allie comenzó a pensar. Hasta entonces, ¿Zane no sabía que su mujer se había acostado con otros a pesar de que todo el valle lo sabía? El traicionado siempre era el último en enterarse. Allie se llenó de satisfacción. Zane ya sabía lo que se siente cuando alguien en quien se confía se acuesta con otra persona. Había rumores de que Kim se acostaba con muchos hombres. Zane y Sean Doyle debían de compadecerse el uno al otro, y no enfrentarse. Cuánto más lo pensaba, más extraño le parecía que el actor dijese que era el padre de la niña. —No comprendo por qué Sean Doyle dice que es el padre de Hannah. —¿Has visto que pelo tiene? —Sí, pero… —Lo tiene pelirrojo y rizado. Como Hannah. Allie frunció el ceño. No podía ser que Zane creyera lo que el actor decía. —Hay mucha gente pelirroja. Kim tenía el pelo rizado y rojo. No era del mismo tono que el de Hannah, pero eso no es raro. —Kim tenía el pelo liso y castaño. El color y los rizos eran de peluquería.

—Entonces hay alguien más que es pelirrojo en su familia. O en la tuya. ¿Quién sabe por qué vuelve a aparecer ahora? Hay muchos hombres rubios, pero no creo que ninguno de ellos sea mi padre desconocido. —Maldita Kim —golpeó la barandilla con el puño—. ¿Qué le hice yo para que me engañara de esta manera? Cuando se quedó embarazada, me casé con ella. Nunca dudé de quién era el padre de Hannah. Nunca creí… —Crees que es verdad —dijo Allie incrédula—. Crees que él es el padre de Hannah. Zane agarró una piedrecita del suelo y la lanzó. —Sé que lo es. —Ese hombre no es el padre de Hannah. ¿Cómo has podido creértelo? —Kim me dijo que lo era.

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Capítulo 6 —¿No dejaste embarazada a Kim? —Soltó Allie—. Entonces no tenías que casarte con ella. —Ese es otro tema. —Para mí no. Me dejaste por una mujer a la que no habías dejado embarazada. A menos que sí lo estuviera. ¿Por qué crees que mintió? —Intenté hacer feliz a Kim. Le di todo lo que pude. No pude darle lo único que quería. Quería que la amara, y yo no podía amarla. Lo intenté, pero no pude. Fue culpa mía. Kim no era mala persona. Tenía muchas carencias y yo no pude darle lo que necesitaba. Entonces, nació Hannah. Yo estuve en la sala de partos. Vi como lloraba. Tenía la cara roja y los dedos de los pies pequeñitos… —se calló.

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—Querías al bebé pero no a la madre —comprendía el dolor de Kim. Y la amargura. Tenía que ser horrible ver cómo Zane amaba a Hannah cuando Kim quería que la amara a ella. —Era cariñosa con Hannah, pero, de una manera descuidada. Pensaba que la niña me prefería a mí, o a Ruth. —Debió de ser por eso por lo que Kim dijo que el bebé no era tuyo. Estaba dolida y quería herirte —Allie lo comprendía muy bien—. ¿Cuándo te lo dijo? —Unos seis meses antes de que muriera. Me dijo que cuando se acostó conmigo ya estaba embarazada. —Mintió. Hannah es tu hija. —Kim inscribió a Doyle como padre de la niña. Yo sabía que era actor y pensé que se había inventado la historia para impresionante, para que me pusiera celoso. No creí que se hubiera acostado con él. —Lo hiciera o no, él no es el padre de Hannah. —Para Kim era como un juego. Se enfadaba conmigo y decía que Hannah no era mía. Después decía que me había mentido, que Hannah era mi hija, y que lo había dicho porque estaba enfadada —Zane golpeó la barandilla—. Decidí creerme lo segundo. Moonie regresó y se tumbó cerca de ellos. Allie se agachó para acariciarlo. Pensó que Zane no se merecía su compasión. —¿Por qué no te hiciste la prueba de paternidad? —Porque no me importa quién dejara embarazada a Kim. Hannah es mi hija. —La prueba de paternidad lo demostraría. —¿No lo entiendes? Una noche, después de que Kim muriera, vi el programa de Doyle en televisión. Vi que era pelirrojo, igual que Hannah. Entonces, supe que Kim no mentía. No es que eso cambiara algo. No voy a abandonar a Hannah. Me alegré de que Doyle no se interesase por ella. ¡Maldita sea!

Allie intentó disfrutar al oír la voz atormentada de Zane. Zane estaba aprendiendo cómo se sentía uno al perder el control de su vida. El dolor que se siente al perder a alguien amado y la indefensión cuando no se puede hacer nada por ello. Allie quería venganza. Sed de venganza. Ni en su momento más vengativo se había imaginado una situación mejor. Que ella lo abandonara no le dolería tanto como perder a Hannah. La victoria final. Zane estaba sufriendo tanto como Allie había sufrido. Debía levantar la cabeza y gritar de alegría. No podía. Sólo un monstruo se regocijaría en ese dolor. Agarró la mano de Zane. —No me importa lo que dijera Kim. Hannah es tu hija — Hannah se parecía demasiado a Zane como para ser hija de otro—. Nadie te la va a quitar. No tienes de qué preocuparte. Zane retiró la mano. —¿Qué importa lo que tú pienses? ¿No lees los periódicos? Separan a los niños de sus padres en cuanto algún famoso dice que él es el padre. Como si ser padre no fuera nada más que eso. —No la perderás. Mañana te informas acerca de las pruebas de paternidad y eso lo aclarará todo. —No voy a hacerme una prueba de paternidad. No voy a dar municiones al otro bando para que luchen por mi hija. Era el mejor momento para decirle que no tenía elección. —Esta noche no puedes hacer nada, así que vamos a la cama. —Olvídalo. No estoy de humor.

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—¡Y yo qué! Te estás enfrentando a la mayor crisis de tu vida, y ¿qué crees? ¿Que soy tan superficial, que en estos momentos no me importa nada más que el sexo? —No he dicho eso. —Entonces, explícame para qué no estás de humor. —No importa. No estoy muy claro de ideas —Zane la agarró y la acercó hacia él. Apoyó la frente sobre su cabeza durante un segundo. Después se retiró y dijo—. Lo siento. A Allie se le pasó el enfado. No podía tener en cuenta nada de lo que dijera Zane en esos momentos. Consideró las opciones que tenía. Podía abandonar a Zane. Negarse a ayudarlo. Alegrarse por su sufrimiento. O podía olvidarse de la venganza hasta que el asunto de Hannah se solucionara. Recordó a Zane acostando a Hannah la noche en que se rompió el brazo y le resultó muy fácil decidirse. —Creo que necesitas irte a la cama y dormir bien para que mañana podamos ver todo esto con la mente clara. Tenemos que detener a Sean Doyle antes de que Hannah salga perjudicada. —Tienes razón. Llamaré a mi abogado por la mañana. Vamos dentro. Allie fue al baño para prepararse para ir a la cama. Cuando salió, vio que Zane estaba junto a la puerta de la habitación de Hannah. Allie se paró a su lado. —Es tan pequeña y tan inocente. —La estás educando muy bien. —Me lo pone fácil. Él se marchó despacio. Moonie estaba tumbado a los pies de la cama de Hannah y Amber también. La pequeña tenía dos ángeles guardianes. Se oían truenos en la lejanía. Las sombras del pasillo eran amenazantes. Imaginaba fantasmas donde no los había. Si

había algo especial era la electricidad del aire que anunciaba una tormenta. Se había contagiado de los miedos de Zane. Por su puesto que él era el padre de Hannah. Sólo había que mirarlos. Hannah tenía los ojos azules, un poco más claros que los de Zane, pero tenía las mismas cejas y las pestañas igual de largas. Tenían la misma sonrisa. Sin duda, Zane era el padre de Hannah. Se oyeron truenos otra vez, no estaban cerca. Zane estaba en la cama cuando Allie entró en el dormitorio. —No voy a dormir en la cama de agua bajo esos espejos, y si dices algo acerca de no querer acostarte conmigo, te prometo, que llamo a Moonie —Allie apagó la luz y se tapó con la sábana—. Calla y duérmete. Durante largo rato, lo único que se oía en la habitación era su respiración, las cortinas que se movían con el aire de la ventana abierta y los truenos en la lejanía. De repente, la voz agonizante de Zane se oyó en la oscuridad. —Me matarían si perdiese a Hannah. Allie no podía ignorar el dolor de una persona. Ni si quiera el de Zane Peters. Además, ¿no se suponía que fingía ser la esposa perfecta? Se acercó a él y lo abrazó. —No vas a perderla —dijo Allie. El dolor de Zane haría llorar a una piedra. Compadecerse de Zane no quería decir nada—. Hannah es tu hija y siempre lo será. Kim mintió — lo abrazó más fuerte, como si pudiera obligarle a que la creyera—. Hannah es igual que un Peters. Al cabo de un rato, Zane dijo en voz baja: —Gracias. —Lo verás tú mismo si os miráis en un espejo. —No. Gracias por no estar furiosa conmigo. Debí de haberte contado lo que dijo Kim antes de casarme contigo.

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No me merezco tu apoyo —debió de oír el sonido que ella emitió, porque dijo—, ya sé que me apoyas por el bien de Hannah. Sé lo que sientes por mí, y bueno… —le agarró la mano y le dio un beso— … gracias. Allie no dijo nada. Apoyó la mejilla en la espalda de Zane y se quedó quieta. Esperando que él se quedara dormido. Había estado enamorada de Zane durante años. Cinco años atrás, el odio había desbancado al amor. Se alimentó de ese odio, hasta que pensó en la venganza. Al escuchar las declaraciones de Zane, y al verlo sufrir, Allie se dio cuenta de que la venganza no era para ella. Podía torturar a Zane todo lo que quisiera, pero, no cambiaría nada en la vida de Allie. Ni el pasado. Ni el presente. Ni el futuro. De repente sintió que iba a la deriva. Era como si, sin amor, ni odio, ni venganza, no tuviera objetivos. Zane ya no era el centro de su vida. Ni el centro de sus emociones. Se preguntaba si realmente lo había amado. Era muy joven. Él era un buen partido, estaba disponible y además era sexy. Zane la deslumbró en seguida. Ella se había enamorado de estar enamorada. Hasta que no se comprometieron no comenzó a poner a prueba a Zane, buscaba el parecido que tenía con Beau. Después de que Zane se casara con Kim, a Allie le resultó más fácil seguir odiándolo que buscar una nueva relación. Decidió que Zane y su padre le habían enseñado todo acerca del rechazo. Despreocuparse hacía que la vida fuera más segura. Sobretodo cuando el odio y la rabia llenaban todos los vacíos. Una vez que habían desaparecido, Allie no sabía con qué reemplazarlos. Lo que tenía era un matrimonio vacío para un mes y una niña que no era suya. La respiración irregular de Zane le demostró que él tampoco podía dormir. Recibía el calor de su cuerpo a través del pijama.

Él no llevaba más que calzoncillos. Ella no podía negar que le gustaba tenerlo junto a ella. Estaba sorprendida por su reacción en la cama la noche anterior. Allie nunca había pensado que fuera una mujer apasionada. Antes, habría llamado amor a su manera de reaccionar. Ya mayor y más sabia, reconocía lo que era. Lascivia. Química. Un hombre solitario. Una mujer solitaria. Los dos atractivos. Era natural que hubiera cierta atracción física entre ellos. Amor no. Quizá el amor ni siquiera existía. Cheyenne y Thomas creían que sí. Allie sonrió. Estaban tan encandilados. Ellos no contaban. Su madre también creía en el amor. Se le nubló la vista y Allie cerró los ojos. No se pudo dormir.

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La potra movió las orejas en dirección al sonido de un coche que llegaba al rancho. Perdió la concentración y se asustó al ver el saco que tenía Allie en la mano. Corrió hasta el centro del picadero y se levantó sobre las patas traseras relinchando. Allie maldijo al idiota que había entrado en el rancho a gran velocidad, e intentó tranquilizar a la yegua. Después le acaricio el cuello y la dejó salir a la pradera. Se dirigió a hablar con el visitante. Ese idiota no debería haber conseguido el carné de conducir. ¿Y si Hannah hubiese estado jugando por allí? En frente de la casa había un coche deportivo. Un hombre bajaba por las escaleras del porche y se dirigía hacia donde estaba Allie. El sol resaltaba el cabello pelirrojo del hombre. Allie colgó la cuerda de un poste. Deseaba no estar allí.

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—¿Puedo ayudarlo? —Estoy buscando a Peters. O a Hannah —miró a Allie. —Soy la mujer de Zane. Nos vimos un momento en el bar, la otra noche —no tenía por qué explicarle que Hannah había ido con Zane a hacer recados. El actor le tendió la mano. —Sí, lo recuerdo. Soy Sean Doyle. Allie lo miró. Sean sonrió y retiró la mano. —Supongo que Zane te ha dicho que soy el padre de Hannah. —Me dijo que tú dijiste que eres el padre de Hannah. No lo eres. Zane es el padre de la niña. El actor la miró de reojo y dijo: —Kimmie y yo estuvimos…, ya sabes… Me dijo que yo era el padre de la niña. Se acostó con Peters para ponerme celoso y obligarme a que me casara con ella —siguió a Allie hasta el porche. —¿Y por qué no lo hiciste? —se sentó en una silla, no tenía intención de invitarlo a pasar dentro de la casa. Ruth había dejado la cena en el horno y se había marchado. No había nadie más por allí. —Yo estaba casado, y con dos niños. —Ya veo. —Escucha, a mis admiradoras no les importan las aventuras amorosas mientras uno cumpla con sus obligaciones. No es que yo me vaya acostando con todas las que llaman a la puerta de mi hotel, y créeme, tengo muchas oportunidades. La cosa es, que yo sentía cariño por Kimmie. Si no se hubiese casado con Peters, le habría dado dinero para mantener al bebé. Allie casi sintió pena por él. Algún día dejaría de ser guapo y no tendría nada en su interior para seguir adelante. —Señor Doyle, Hannah no es su hija.

—Llámame Sean. Kimmie me dijo que sí lo es. Allie se mordió la lengua para no decir que Kim había mentido. —Junta los meñiques así —Allie colocó las manos con las palmas hacia ella y juntó los meñiques. Mirándola extrañado, el actor la imitó. —Tus dedos se tocan por todas partes. —¿Y? A todo el mundo —dijo él. Ella negó con la cabeza. —Los de Zane no. Se separan drásticamente. A su madre le pasaba lo mismo. Ella me contó que a su madre le pasaba lo mismo, y que a su abuelo también. Los dedos de Hannah se separan igual que los de su padre. —Eso no quiere decir nada. Seguro que la mitad de la gente tiene los dedos curvados. Hablaré con mi abogado e iremos a juicio. Conseguiré a mi hija. —¿Por qué haces esto? —No quiero que digan que soy un padre renegado. Había esperado cuatro años para tomar esa decisión. Allie se preguntaba cuánto le habían influido los Taylor. —Vuelve a California y haz de padre de tus propios hijos. —Mi mujer no me dejará. Ella y su abogado dicen que no soy un buen padre. Sólo puedo verlos un fin de semana al mes. Cuando tenga a la hija de Kimmie, Jessie, mi esposa, verá que soy un buen padre. —Tú no eres el padre de Hannah —dijo Allie. Zane llegó en el coche y se dirigió a la parte trasera del granero. No se alegraría de ver a Sean Doyle. Allie se puso en pie dispuesta a deshacerse de él—. Llevarlo a juicio es una pérdida de tiempo y de dinero. —No me importa lo que cueste. Tengo mucho dinero.

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Allie suspiró. Quería decírselo primero a Zane, pero, ese asunto tenía que terminar antes de que perjudicasen a Hannah. —Señor Doyle, Sean, hoy he hecho algunas llamadas. Hay una prueba sencilla del ADN que demostrará que usted no puede ser el padre de Hannah. No es dolorosa y es confidencial. Tus fans no se enterarán. —¿Quieres decir que toman muestras de sangre para la prueba de paternidad? —Para la del ADN no se necesita sangre. Demostrará que no eres el padre de Hannah —no lo era. Ella sabía que no. Que fueran pelirrojos era pura coincidencia. —Allie está aquí —gritó Hannah desde el asiento trasero de la camioneta. Zane ya había visto su coche aparcado cerca de la casa. El coche de su esposa. Le gustaba pensar eso. Saber que estaba en casa. Tenerla en su cama. Deseaba haber hecho el amor con ella la noche anterior. La manera en que rápidamente se ofreció a ayudarlo, le dio esperanzas. Zane abrió la puerta del coche. Moonie saltó y esperó a Hannah. Zane la sacó en brazos, le dio un abrazo y la sostuvo frente a él intentando ver si se parecía a su madre o a su hermana. Para él, Hannah se parecía a Hannah. La observó. ¿Tenía sus mismos ojos azules? Aquella mañana no consiguió localizar a su abogado porque estuvo en los juzgados durante todo el día. Zane hablaría con él al día siguiente. Le pagaría lo que fuera necesario para que convenciera a Doyle de que los dejara tranquilos. Doyle sabía desde hacía cuatro años que, supuestamente, era el padre de Hannah y no había hecho nada. Era probable que eso le quitara los derechos de paternidad. Zane adoptaría a Hannah. No la dejaría marchar.

—Déjame bajar, papá. Moonie y yo tenemos que ir a decirle a Honey que ya hemos llegado. —Quedaos fuera de la pradera —advirtió Zane—. No paséis de la valla. Ni tú ni Moonie. —Vale —Hannah se marchó y Moonie la siguió. Zane los observó durante un minuto, después se dirigió a la casa. Quería ver a su esposa. En cuanto pasó la valla, vio que no estaba sola, pero la sombra le impedía ver quién estaba con ella. No reconoció el coche deportivo. Pensó que sería de Steele. Cheyenne estaría allí. Mientras estuvo casado con Kim, Zane nunca sabía a quién se encontraría en casa. Kim lo acusaba de que la espiaba. Se entristecía al pensar que no se había preocupado de espiarla. Escuchó voces antes de llegar al porche. Le llegaron fragmentos claros de la conversación de Allie. —La prueba del ADN demostrará… padre de Hannah. Zane se quedó paralizado por lo que escuchó. La noche anterior, cuando se le hundía el mundo, Allie le dio fuerzas al mostrarle su lealtad. Lealtad. ¿Qué lealtad? Encontró la explicación al comportamiento de Allie. Venganza. La mujer que él creía era la más compasiva del mundo, le resultaba una completa desconocida. Una cosa es que le hiciera daño a él, pero, que Allie utilizase a Hannah para vengarse era terrible. Zane apretó los dientes y subió las escaleras del porche. Allie y Sean se quedaron sorprendidos. No lo habían oído llegar. —Vete de aquí, Doyle. Antes de que te mate. Allie se acercó a Zane y le puso la mano en el hombro.

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—Creo que Sean y tú debéis hablar. Zane se enfadó aún más y dijo: —¿Ya me has oído! ¡Fuera de aquí! —Allie dice que debemos hacemos la prueba de paternidad — dijo Doyle. —Mi mujer dice muchas cosas. No necesito esa maldita prueba para saber que Hannah es mi hija. Sal de aquí y mantente alejado de mi hija —le habría dicho que también se alejara de su esposa, de no ser porque Allie ya se había posicionado junto al enemigo. Zane no quería pensar en ello. No quería que ella notase cuánto le había dolido su traición. En silencio, observaron cómo el actor se metía en el coche. Zane pensaba muy rápido. Solicitaría una orden de distanciamiento. Le diría a Ruth y a los empleados que estuvieran pendientes de Hannah, que tuvieran cuidado con Doyle. A partir de entonces, cerrarían la verja. A Allie no le daría una llave. Tendría que tocar el claxon para que la dejaran pasar, como todo el mundo que no fuera de allí. No. Quería que se marchara. Hannah corrió hacia el porche. —Hablaremos cuando Hannah se haya acostado —dijo Allie. Lo único de lo que tenían que hablar era de cuánto tardaría en recoger sus cosas. —Allie —gritó Hannah—, Papá nos ha comprado un helado, a mí y a Moonie. —¿Y el mío? —preguntó ella bromeando. Cinismo… hacía como si no odiase a la niña. En el hospital, Allie dijo lo que pensaba. Se equivocó al no creerla. No quiso creerla. Quiso acostarse con ella. Ella se agachó para decirle algo a Hannah. Los vaqueros resaltaban las curvas de su trasero. Zane apretó los dientes. Todavía quería acostarse con ella.

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Allie dejó la revista al escuchar los pasos de Zane. —¿Ya está acostada? — —Vamos a mi oficina. El tono de Zane la sorprendió, pero, recordó que Zane estaba muy nervioso. Lo siguió hasta la oficina y se sentó frente al escritorio. —No tienes que ponerte así. Él se quedó de pie, de espaldas a Allie y mirando por la ventana. —No has traído muchas cosas. Está claro que sabías que no te quedarías mucho tiempo. Con treinta minutos tendrás suficiente para empaquetar y marcharte. Olvídate de tu yegua. Mañana te la llevaré al Double Nickel. —¿De qué estás hablando? No me voy a ningún sitio. Zane golpeó el alféizar de la ventana. —Tengo una pregunta. ¿Ha sido una suerte para ti que Vern y Edie involucraran a Doyle, o estabas metida en todo esto desde el principio? —Hasta anoche, ni siquiera sabía que Kim y Sean eran amigos. —Debiste danzar de alegría cuando te conté mi historia — se volvió para mirarla—. Enhorabuena. Siempre fuiste buena ocultando tus sentimientos, pero anoche demostraste que ahora eres una experta. —¿De qué me acusas, Zane? —Ya vale de actuar como una inocente. No te servirá de nada. Sé por qué te casaste conmigo. No podía saberlo. Ella le sostuvo la mirada. —¿Por qué?

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—Maldita seas, Allie. No te culpo porque me odies, pero, ¿tenías que meter a Hannah en tu venganza? —No estoy segura de lo que crees que he hecho, pero, nunca he intentado herir a Hannah. Sólo a ti. —La mujer malvada. Nunca pensé que fueras un estereotipo. —Yo nunca pensé que me abandonarías antes de la boda. Eso también es un estereotipo. —Sé que lo que hice es imperdonable. Me imagino por qué te casaste conmigo, pero nunca imaginé que fueras capaz de herir a Hannah para desquitarte conmigo. Eso me pasa por dejarme llevar por lo que está debajo de mi cinturón en lugar de pensar con el cerebro. —Un problema frecuente en ti —soltó ella. ¿Cómo podía pensar que quería hacer daño a Hannah? —Supongo que crees que merezco perder a la hija por la que te abandoné. Zane Peters se iba a llevar un gran sermón, pero, primero Allie tenía que descubrir por qué él había llegado a la conclusión de que todo ese lío era por su culpa. —¿Has conseguido hablar con tu abogado? —él la miró con desprecio. Allie lo intentó de nuevo—. He hecho algunas llamadas. —De eso estoy seguro. —Me acordé de que en el periódico hablaban de un sitio donde hacen pruebas de ADN. Fui a la biblioteca, encontré el artículo y llamé. Es rápido y confidencial. Lo único que hay que hacer es sacar una muestra del interior de la boca con un algodón y mandarla. Podemos mandar una muestra tuya, una de Hannah y una de Sean. —Yo no voy a hacerme una prueba de paternidad, ni Hannah tampoco.

—Zane, piénsalo, es la mejor manera de deshacerte de Sean. Las pruebas demostrarán que él no es el padre y que tú sí lo eres. —Me dijiste que nos miráramos en el espejo. Lo hice. Ni el pelo de Hannah, ni la nariz pequeña, ni la barbilla es como la mía o la de Kim. —Tiene cuatro años y es niña. Claro que tiene una nariz pequeña —no sabía por qué se molestaba. No lo convencería. Ella no se rendiría—. Si me equivoco con lo de las pruebas, entonces, lucharemos por Hannah. Tú la has criado mientras Sean la ha ignorado. Ella te quiere. Conseguiremos informes y testimonios que digan que eres un buen padre. Llevaremos un montón de papeles ante el juez. —¿Has leído alguna vez los periódicos? A los jueces no les importa nada de todo esto. Allie se negaba a echarse atrás. Y menos cuando sabía que tenía razón. —No sé por qué te empeñas en creer que Hannah no es tu hija —él echó la cabeza hacia atrás. Sus ojos se llenaron de dolor. Allie se obligó a continuar—, no puedes manchar el nombre de Kim. Es la madre de Hannah. Si no te haces la prueba, Sean te llevará a juicio y se hará público, ¿eso es lo que quieres? —Quiero que te metas en tus asuntos. —Piensa en Hannah. ¿Qué habría pasado si hubiese estado jugando ahí fuera cuando llegó Sean? ¿Y si le hubiese dicho que él es su padre? ¿Te vas a arriesgar a que Hannah pase por todo eso? El juez te obligará a que te hagas la prueba. Háztela ya y quítatela de encima, así podrás continuar con tu vida. —Doyle no sabía nada de esto hasta que tú se lo dijiste.

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—¿Por eso estás enfadado conmigo? Espabila, Zane. Cualquier abogado habría sugerido que hicierais la prueba. —Eso no lo sabes. Me habría negado. Sabía que no podía negarse. Se dio la vuelta y volvió a la ventana. Allie se puso en pie y sacó un papel de su bolsillo. Se lo dio a Zane. —Aquí tienes el número de donde hacen la prueba y el de Sean. Está en Aspen —antes de salir, dijo—. Sé que estás preocupado por Hannah, así que de momento no tendré en cuenta tus acusaciones. Una vez que tengamos los resultados, hablaremos. —¿A dónde vas? —A sacar a Moonie. Me da igual lo que digas, no me voy hasta que esto se aclare. —¿Y eso cuándo será? —No lo sé. Lo que sé es que no pienso dormir en esa cama de agua. Si no quieres dormir conmigo, duerme tú en ella. O en el suelo, o en el sofá del salón. Yo voy a dormir en tu cama con o sin ti. Hiciste que me casara contigo, así que al menos deja que duerma bien. Zane durmió en el sofá del salón. Por la mañana, Allie dobló las sábanas y las mantas y las guardó antes de que llegara Ruth. Cada tarde, Zane las sacaba del armario y convertía el sofá en cama. Allie deseaba que él durmiera tan poco como ella. Nunca debió haberse casado con Zane. Ni siquiera para un mes. Durante mucho tiempo pensó que casarse con Zane haría que su vida fuese perfecta. Se casó con él y nada era perfecto. Eran

dos extraños viviendo en la misma casa. Educados, pero distantes. Si no fuese por Hannah, Allie dudaba de que Zane cenara con ella, o de que pasase por casa. La habría apartado por completo de su vida. No es que le importara. Ella no quería casarse con él. Él no la había tocado desde la noche de bodas. ¿Cómo podía pensar que Allie podía hacer algo tan atroz como intentar que perdiera a Hannah? Allie le había prometido que se quedaría un mes, pero sus acusaciones invalidaban cualquier promesa. No se le ocurría ninguna razón por la que debiera permanecer allí ni un minuto más. —¿Cómo es que papá no se va a la cama? —Hannah estaba dibujando y sorprendió a Allie con la pregunta. —Sí va a la cama —Allie no sabía que la niña se había enterado de que dormían separados. —Él me dice que me vaya a la cama para que no me ponga de mal humor. Papá está de mal humor. Zane intentó que Hannah no se diera cuenta del drama que había a su alrededor, pero sus esfuerzos tuvieron el efecto contrario. —Cuando los mayores estamos preocupados, a veces, parece que estemos enfadados. —¿Y cómo es que papá está preocupado? Allie buscó una buena respuesta. —Los mayores nos preocupamos por todo. —Yo no voy a ser mayor. —Muy lista, cariño. Hannah dejó de pintar y miró a Allie. —¿Por qué me llamas cariño? Papá me llama cariño. Él me quiere. ¿Por qué a ti no te llama cariño? Davy dice que papá te quiere, y que por eso os habéis casado.

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—Davy no sabe de qué está hablando —contestó con brusquedad. —Sí lo sabe. Es un niño grande. Lo sabe todo —Hannah dijo esto y se concentró en su dibujo. Allie intentó trabajar, pero, se sentía culpable por haber contestado así a Hannah. No había nada que pudiera hacer para convencer a Zane de que estaba equivocado respecto a ella. No iba ni a intentarlo. Lo que podía hacer durante su corto matrimonio, era intentar hacerle la vida fácil a Hannah mientras su padre combatía con los demonios. Intentó arreglarlo. —¿Qué estás dibujando? —Un dibujo —dijo Hannah cabizbaja. —¿De qué? —De gente. —¿Puedo verlo? Hannah dudó antes de tenderle el papel. Había tres figuras separadas. La más alta tenía el pelo negro. La mediana tenía el pelo amarillo, y la pequeña rizos rojos. La boca de las tres era un semicírculo negro colocado hacia abajo. —Háblame del dibujo —dijo Allie. Hannah arrancó el envoltorio de una cera. —Parecen tristes. Hannah se encogió de hombros. —Me pregunto cómo podemos hacer que se pongan contentos. Hannah dejó de jugar con la cera. Al cabo de un rato, miró a Allie y dijo: —¿Un helado?

yegua en su remolque. Allie mandaría a Worth a recoger a Copper. Le dolía la espalda. Estaba harto de dormir en el sofá. La cama era suya. Tenía que aceptar el reto y meterse en la cama junto a Allie. Ver cuánto tardaba ella en irse a otra habitación. Y si no se marchaba? Estaría tumbado junto a su cuerpo cálido, al lado de su piel suave. Sabía dónde lo llevaría un solo roce. ¿Cómo quería acostarse con ella si lo había traicionado? Quería confiar en ella. Si no hubiese admitido que quería venganza. No es que él no adivinase sus intenciones cuando se casaron. No se imaginaba que utilizaría a Hannah para vengarse. Zane aparcó el camión detrás del granero y apoyó la cabeza en el volante. Las intenciones de Allie eran muy claras. Allie llevó a la casa menos cosas que su madre cuando iba a visitarlo durante una semana. Allie no tenía intención de seguir casada con él. Si no hubiesen hecho el amor la noche de la boda. Un hombre no echa de menos lo que no conoce. Había estado a punto de cumplirse su sueño de casarse con Allie. Ella se había reído de su sueño. Había destruido el amor que él sentía por ella. Él nunca volvería a amar. ¿A Allie no le parecía suficiente? ¿Tenía que hacerle perder a Hannah, también? Nunca había pensado en que un día odiaría a Allie Lassiter.

Cada vez que la veía marcharse, Zane se preguntaba si ése sería el día que ya no regresaría. Pensaba que no se marcharía sin la yegua, pero, luego se acordó que él había llevado a la

Capítulo 7

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Zane sintió el vacío mientras caminaba por el pasillo de su casa. Recordó que había visto el coche de Allie aparcado en la puerta, si no, se le habría encogido el corazón. Sólo había silencio. Oyó risas que venían del porche de la cocina. Llegó allí y se detuvo en la puerta. Allie estaba repantigada en una silla. Tenía los pies sobre un taburete. Hannah estaba arrodillada junto a ella, de espaldas a Zane. —No creo que lo hiciera —dijo Allie. —Papá lo haría —insistió Hannah. Zane abrió la puerta. —¿Qué haría papá? —¡Papá! —gritó Hannah y corrió hacia él. Tenía un bote pequeño en la mano rota y un pincel en la otra. —¿Qué estás haciendo? —preguntó él. —¡Mira papá! Zane le miró los pies. Tenía las uñas pintadas de color naranja. —Allie me las pintó, y yo estoy pintándole las suyas. Zane miró a Allie. Ella sonrió. Él se puso alerta. Retiró la mirada de los labios de Allie y la dirigió hacia donde señalaba Hannah. Los dedos de Allie estaban manchados de esmalte de uñas. —¿A que son bonitas? Puedo pintarte las tuyas también. —Bueno, umm… Allie se rió. —¿Lo ves? Ya te dije que los hombres no saben apreciar los dedos bonitos. Zane apreciaba los dedos bonitos. Le pasó una imagen por la cabeza. Allie tumbada en la cama. Nunca había deseado hacer el amor con los dedos del pie de una mujer. —¿Por qué no te gustan las uñas pintadas, papá? Hannah se inclinó para terminar de pintarle las uñas a Allie. —Me gustan las uñas pintadas, pero en las chicas, no en mí.

—Allie no es una chica. Es vieja. —¡Vieja! —Dijo Allie— ¡Si yo soy vieja tu padre es un anciano! Zane miró a Allie y ella le sonrió con una sonrisa cálida. Él se preguntó qué tramaría Allie detrás de esa sonrisa. Disimuló sus sospechas y aclaró: —Quiero decir, que los hombres no nos pintamos las uñas, igual que tampoco nos ponemos vestidos. —Nosotras no llevamos vestidos —dijo Hannah. Zane ya se había fijado en eso. Desde que llegó, se estaba fijando en las piernas bonitas de Allie. No tenía sentido que llevara pantalones cortos en septiembre. Que lo tentara a acariciar su piel. —Allie, he hecho otro desastre. —No te preocupes. Se arregla con un poco de quitaesmalte. —Vamos a estar guapas para nuestra fiesta, papá. —¿Qué fiesta? —Vamos a tomar helado —dijo Hannah contenta—. Vendrá Davy y todo el mundo. —Sólo la familia. Vienen el domingo. —Ruth no trabaja el domingo. —Lo sé. Haremos una barbacoa. Todos traerán algo. —¿Todos? —Mamá, Worth y Greeley. Y Cheyenne y Thomas. —Y Davy —añadió Hannah. —Por supuesto, Davy también. E invitaremos a los abuelos Taylor. La rabia se apoderó de Zane cuando descubrió qué significaba la sonrisa de Allie. —Supongo que le habrás mandado una invitación a Doyle —dijo Zane.

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—Ya te he dicho que sólo vendrá la familia. ¿Cómo podía pensar Allie en hacer una fiesta cuando su vida se estaba desintegrando? Si sintiese un poco de ternura hacia Hannah, no planearía una celebración, y menos en ese momento. A menos que celebrase una victoria. Él había enviado por correo las pruebas de ADN. Sabía cuál sería el resultado, pero mientras esperaba, tenía un poco de tiempo para relajarse. Para planear. Zane abrió la puerta del armario y buscó una manta. Se detuvo. ¿Por qué tenía que dormir en el sofá? La casa, la cama, le pertenecían. Allie había destruido su vida. No tenía por qué destrozar su espalda. Cerró la puerta y se dirigió hacia su dormitorio. Allie lo miró cuando abrió la puerta. —Se me acaba de ocurrir que tenía que haberte hecho una pregunta antes de hacer las invitaciones del domingo. —¿Sólo una? —Seguro que se me ocurren más —volvió a concentrarse en la libreta que tenía en la mano—. ¿Sabes hacer barbacoas? —¿Qué? —no sabía qué es lo que esperaba oír, pero desde luego, no era eso. —Barbacoas. Cuando Worth las hace, da igual lo que ponga en ella, siempre se queda, o crudo o carbonizado, y me temo que Thomas no ha hecho una barbacoa en la vida. Así que, ¿sabes hacer barbacoas? —Allie —empezó a decir. ¿Cómo iba a discutir con su esposa si se empeñaba en hablar de barbacoas? —Lo sé, es sexista que el hombre haga la barbacoa, pero me gustaría que la fiesta saliese bien.

—Allie —lo intentó de nuevo. —Worth es un chauvinista cuando se trata de barbacoas. Cree que es trabajo de hombres. Cuando la vamos a hacer nosotras, se empeña en hacerla él. Para no ofenderlo, lo dejamos que lo haga, pero sin duda, es el peor cocinero de Colorado. Si me ve a mí en la barbacoa, se pondrá él. Si te ve a ti, se quedará por allí cerca y hablará de deportes como todos los hombres. —Yo puedo hacer la barbacoa. —Bien —Allie escribió algo en el cuaderno. ¿Qué ocurría? Zane no se había sentido tan desorientado desde que cinco años antes se encontró en la cama de Kim Taylor. Unos días antes, Allie lo había traicionado y esa noche en lo único que pensaba era en la barbacoa. Ella levantó la vista. —¿Qué quieres? Quería acostarse con ella. Lo invadió el calor del deseo. Allie lo había traicionado y él quería acostarse con ella. ¿Después de lo que le había hecho? Querer a Allie era traicionar a Hannah. Allie no esperó a que contestara. —Pensé en poner chuletas, pero si prefieres hamburguesas, no me importa. Le prometí a Hannah que también haríamos perritos calientes. Mamá va a traer tarta de chocolate. Cheyenne, los embutidos y Greeley, ensalada de patata. Hannah y yo haremos pan, a no ser que quieras hacer hamburguesas, entonces compraré panecillos. A ver, —se concentró en el cuaderno—, limonada, té helado… Helado, por supuesto. ¿Se te ocurre algo más? Él quería decirle que dejara de actuar. —No pienso dormir en ese sofá nunca más.

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—Vale. —Esta es mi casa y mi cama, y voy a dormir aquí te guste o no. —Duerme dónde quieras. —Eso pretendo —Zane se sentó en la cama y se quitó las botas. Se puso en pie y se quitó la camisa. Se disponía a quitarse los vaqueros. Allie no se había movido. —¿Entonces? —esperaba que se marchara. No le importaba dónde iba a dormir. Allie lo miró. —¿Entonces qué? El tono de Allie era humilde y sensual. Era más un reto que una pregunta. El cuerpo de Zane se tensó. El deseo de venganza de Allie terminó con todo el amor que sentía por ella. Ya no significaba nada para él. Eso no quería decir que no pudiera utilizarla. Manteniéndole la mirada, Zane se desabrochó el cinturón. Se inclinó, tomó el cuaderno y lo dejó sobre la mesita de noche, después apagó la luz. Los pantalones se le deslizaron hasta el suelo. Allie no dijo nada cuando Zane se metió en la cama y la abrazó. Allie echó azúcar en la jarra de limonada y la removió. Actuar como si no pasara nada por el bien de Hannah, no quería decir que tuviera que disfrutar en la cama matrimonial. Zane era el culpable. Allie podría controlar mejor sus reacciones si él no fuese un buen amante. Pero claro, lo que hicieron no tenía nada que ver con el amor. Lo que Zane quería era evadirse de la realidad mediante el sexo. Allie sabía que la estaba utilizando. ¿Por qué no? Ella también lo estaba utilizando para… En realidad, Allie no sabía para qué lo utilizaba. Cuando intentó analizar su comportamiento en la cama con Zane, sólo se centró

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en pequeños detalles como en sus anchas espaldas, la piel suave y los latidos de su corazón. Era horrible. Cuando una mujer sentía indiferencia hacia un hombre, no se le hacía un nudo en el estómago cuando veía su pecho desnudo. Era peor admitir que le gustaba oír la respiración acompasada de Zane mientras dormía a su lado. Le gustaba todo lo que implicaba estar casada con Zane. Excepto el hecho de estar casada con él. Se había vuelto completamente loca. El pan se estaba enfriando en el estante. En el congelador había tres tipos de helado y en la nevera estaban las chuletas y el té helado. Allie estaba haciendo los últimos preparativos y Zane supervisaba a Hannah mientras se bañaba. Pensó que era curioso que cuando una mujer planeaba tener hijos con un hombre, no pensara primero en qué clase de padre sería. Antes veía a Zane como un hombre fuerte, sexy y guapo. Al verlo con Hannah, descubrió que tenía ciertas cualidades en las que nunca había reparado. Era tranquilo y decidido. Protegía y alimentaba a su hija, y Hannah lo adoraba. —¡No! ¡No quiero! ¡Voy a decírselo a Allie! —Hannah bajó las escaleras llamando a Allie. Entró en la cocina medio enfadada— ¡Papá dice que tengo que ponerme los zapatos! —¿Vas a ir así vestida? —preguntó Allie cuando vio el vestido rosa fosforito. —Es mi vestido de fiesta —miró hacia sus pies y señaló los zapatos blancos—, ¡no van a ver mis uñas pintadas! ¡Dile a papá que no puedo ponerme zapatos!

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—Bueno, um… —Allie oyó un ruido y vio que Zane estaba en la puerta—. Como vamos a hacer una barbacoa, tu padre y yo vamos a llevar vaqueros. —Yo quiero ponerme mi vestido de fiesta. Allie volvió a mirar el horrible vestido y dijo: —Está bien —con un poco de suerte, lo destrozaría—, ponte unas sandalias y así se te verán las uñas. Zane se cruzó de brazos. —No tiene sandalias. Vive en el campo. Tiene unas botas y los zapatos blancos. Allie los miró. Vio que ellos la miraban con cara de expectación. ¿Por qué la miraban? Ella no era la madre de nadie. —Vale, Hannah, ponte las botas… —Noooooo! —Déjame terminar. Cuando estés fuera del porche ponte las botas, y cuando estés en la casa o en el porche, te las quitas. —Vale —Hannah se sentó en el suelo y se quitó los zapatos. —No he terminado. Si no te pones las botas cuando salgas del porche, no irás descalza nunca más. —Vale —Hannah miró a Zane—. Ves, papá. Ya te lo dije. Allie sabe más porque es una señora. Zane le dio una suave palmada a su hija y le dijo: —Un poco de respeto a tu padre. Hannah regresó corriendo. —Te quiero —dijo muy seria—, pero no tienes ni idea de pies bonitos. —Si que sé de pies bonitos. Es más, me comeré los tuyos con mostaza. —¡No! ¡Yo me comeré los tuyos! —y se marchó riendo. Zane dejó de sonreír. —No sé para que he preparado tanta comida si vamos a comer pies —dijo Allie. Zane la miró.

—Buena pregunta. ¿Para qué te has molestado? —Si se hace una fiesta, hay que tener comida. —¿Por qué das una fiesta? ¿Para celebrar lo bobo que soy por casarme contigo? —Recuerda a quién se le ocurrió que nos casáramos — recordó que fue a ella a quién se le ocurrió primero. Zane no tardaría en recordárselo. —Allie —Zane la agarró por los hombros—, ¿cómo hemos llegado a esta situación? Nunca quise pelearme contigo, pero no me gustó la manera en que me comparabas con Beau. —No me eches la culpa a mí. Yo no fui la que me acosté con otro. —Siempre sales con lo mismo, ¿verdad? —Zane retiró las manos de los hombros de Allie. —¿Y qué esperas? Me traicionaste —Allie respiró hondo —. No tiene sentido recordar el pasado. Las chuletas están en la nevera. ¿Has preparado la barbacoa? —Es de gas. Allie miró por la ventana. Deseaba que Zane se marchara de la cocina. Pensar en lo que pudo haber sido era muy doloroso. El silencio era tenso. Zane se colocó detrás de ella y le acarició los brazos. —Allie, podemos empezar de nuevo. Somos adultos. Podemos intentar que este matrimonio funcione. Si tú quieres. Allie se quedó sorprendida por su reacción. Quería intentarlo. Quería decir que sí. El miedo la mantuvo en silencio. Entregarle su cuerpo a Zane le había resultado fácil. Confiar en él era más arriesgado. Casi no se había recuperado de la última vez que le hizo daño. Si se lo volvía a hacer…

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Sentía que había algo maravilloso al alcance de su mano. Podía ser suyo. Lo único que tenía que hacer era aceptarlo. Darle una oportunidad. —¿Hola? ¿Hay alguien en casa? Zane la soltó y se retiró. —Olvídalo. Es demasiado tarde para comenzar de nuevo. —Zane… —la indiferencia de su mirada hizo que no continuara. —Creo que han llegado los invitados —dijo con frialdad y se marchó. La capacidad de razonamiento de Zane se esfumó. Él quería creerse su cuento de hadas, y pasó por alto cómo había traicionado a Allie. Como un idiota, le había sugerido que continuasen casados. Claro que Allie no supo cómo responder. Seguro que tuvo que contenerse para no reírse en su cara. Ya sabía por qué hacía la fiesta. Su esposa puso cara de sorpresa cuando vio a Sean Doyle con el resto de los invitados, pero a Zane no lo engañaba. Hannah estaba sentada encima de Zane. Como todo el mundo le decía cosas, la pequeña tenía un poco de vergüenza. —Qué vestido tan bonito —dijo Doyle—, acércate y así lo podré ver mejor. Hannah no se movió. —Davy y yo queremos ir a ver a Honey —dijo Mary Lassiter—. ¿Nos enseñas donde está? Hannah saltó desde el porche, le echó una mirada de culpabilidad a Zane y se volvió a subir. Se puso las botas y miró a Allie. Zane pensó que Allie disimulaba, como si no la hubiera visto. O peor aún, que no le importaba nada si Hannah pisaba un clavo oxidado. Hannah alcanzó a Mary y a Davy y en seguida se puso a jugar.

Doyle se puso en pie y Zane se puso tenso. Se iba a enterar si molestaba a Hannah. —Sean, ven aquí un momento —dijo Allie y señaló a la silla que había a su lado—. Sabemos que la mitad de lo que nos está contando Jake acerca de Hollywood es mentira, pero no sabemos qué. Necesitamos que nos digas cuándo miente. El actor se unió al grupo que había alrededor de Jake Norton. —Por fin. Tenía muchas ganas de conocerte —dijo Kristy, la mujer de Jake Norton, y se sentó junto a Zane. —¿Por qué? —Porque llevaba mucho tiempo queriendo conocer al hombre que le rompió el corazón a Allie —Kristy Norton sonrió y dijo—. No es la mejor manera de empezar una conversación, ¿verdad? —No. —Un hombre sincero —dijo Kristy—. Estoy tan contenta por Allie. Es estupendo lo bien que se lleva con tu hija — Zane no vio motivos para decirle que no era así. Además, respecto a Hannah, tenía razón—. Aunque sois malvados por haberos casado sin nosotros. Ayer me quedé helada cuando Cheyenne me lo contó. Le he dicho a Jake que tiene que hacer una película con vuestra boda. Me encanta la idea de Allie casándose en vaqueros. Estoy segura de que estaba preciosa. —Sí —dijo Zane. —Ya entiendo por qué no le dio ninguna oportunidad a otros hombres. —No ha tenido problema en dársela a Doyle. —Échale la culpa a Jake por traer a Sean. Ya le he dicho que no se puede aparecer en casa de gente con amigos a

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los que no se ha invitado. No es que a nosotros nos hayan invitado, pero Cheyenne dijo que os daríamos una gran sorpresa —Kristy miró a Zane—. No todas las sorpresas son buenas. —Los amigos de Allie son bienvenidos —dijo Zane para no ser desagradable. —Jake está haciendo otra película del Oeste y Sean quiere ser el actor secundario. Se pegó a Jake en cuanto lo vimos en el bar del hotel Jerome. Yo no creo que tenga el aspecto adecuado para ese papel. —Creía que a las mujeres les gustaba su aspecto. —A las adolescentes. Es demasiado guapo. La película tiene dos papeles de hombres duros, como Jake, Worth o tú. Tenéis rasgos duros que resultan atractivos tanto a hombres como a mujeres. ¿Tú que crees, Allie? ¿A que Zane parece un actor? Es el prototipo de vaquero duro, robusto y responsable. Y muy sexy, ¿no crees? Allie miró a Zane sorprendida y dijo: —Creo que ha sonado el timbre del horno. Iré a mirar. —De verdad, no necesito ayuda —dijo Allie. —No hemos venido a ayudarte —dijo Greeley. Entraron en el porche trasero y Cheyenne cerró la puerta tras ellas. —¿Cuál es el problema? Allie sabía que no tenía escapatoria. —Ninguno. He venido a mirar la comida. —La acabas de mirar. ¿Por qué has hecho esta fiesta? —Por nada. Hannah y yo decidimos que había que hacer una fiesta. —Sabes que una vez que a Cheyenne se le mete algo en la cabeza, no para hasta que lo consigue. Será mejor que nos lo

cuentes. Allie, Zane está a punto de estallar y tú no haces más que escabullirte. ¿Qué pasa? —Nunca hemos hecho una fiesta juntas, eso es todo. Por la forma en que la miraron sus hermanas, supo que esa vez no podría escabullirse. Ella se rindió. Al fin y al cabo, necesitaba otra opinión. Si estaba equivocada… —Greeley, ¿te acuerdas cuando teníamos diez u once años, que un día llegaste llorando a casa porque alguien te había dicho que no te parecías ni a Cheyenne ni a mí? Dijiste que te dijeron que no eras de nuestra familia. —Lo recuerdo. Worth dijo que debía de alegrarme por no ser escuálida, rubia y alta. Cheyenne quería que me pidieran perdón. Tú me dijiste que te gustaba mi aspecto y mamá dijo que lo importante era cómo era mi personalidad. —Mamá sacó las fotos de la familia para que las viésemos —dijo Allie—. Llegamos a la conclusión de que los cuatro teníamos la misma boca y los mismos pómulos que Beau, y que Greeley además tenía el pelo y las cejas como él. El resto de nosotros, heredamos la estatura de mamá. —¿Os acordáis de cómo se enfadó Worth cuando se enteró de que su boca se parecía a las de sus hermanas? —dijo Greeley. —¿Y esto a qué viene ahora? —dijo Cheyenne mirando a Allie con curiosidad. —Empezamos a jugar a observar a otra gente y a intentar descubrir si eran parientes. Cuando enseñaba también lo hacía. Hoy día, los niños tienen madrastras, hermanastros… —Allie —dijo Cheyenne. —Zane cree que Hannah no es su hija.

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—En serio —dijo Greeley—, ¿con esas cejas? ¿Tiene los dedos torcidos? Allie asintió y Cheyenne dijo: —¿Cómo se le ha ocurrido eso? —Kim Taylor —Allie explicó todo. —En cuanto lleguen los resultados de las pruebas, Zane se dará cuenta de que es lo mejor que ha podido hacer —dijo su hermana pequeña. —¿Y qué es lo que nos estás ocultando? —Más o menos eso es todo. Zane está furioso porque ha venido Sean, y se cree que yo lo he invitado a pesar de que ya le he dicho que no. Cree que intento hacer que pierda a Hannah para vengarme de él por casarse con Kim. ¿Cómo me cree capaz de hacer eso? Primero dice que me vaya, luego que lo intentemos otra vez. No debí de haberme casado con él. —Es culpa mía. Yo no debí de invitarlo a mi boda —dijo Cheyenne. —Ahora no podemos preocupamos de lo que hicisteis —dijo Greeley—. Lo que nos preocupa es qué puede hacer Allie. —Eso es fácil —Mary Lassiter estaba al otro lado de la puerta—, matarlo. —¿Cuánto tiempo llevas ahí, mamá? —dijo Allie. —He oído que te casaste con Zane para vengarte. —Cambié de opinión —dijo Allie defendiéndose. —Tú eres la que siempre dice que hay que mirar las cosas desde el punto de vista del afectado —dijo Mary. —La Reina de la Sabiduría ha llegado —dijo Cheyenne y dejó pasar a su madre. —No sé de que estás hablando. Zane cree que soy tan despreciable como para querer que pierda a su hija. —Vamos a entretener a los comensales —las hermanas salieron y cerraron la puerta.

—¿Por qué piensas que Zane cree que quieres que pierda a Hannah? —dijo Mary. —¿Cómo voy a saberlo? Le dije que Hannah es su hija. Le busqué información sobre las pruebas de ADN para que todo se solucione antes de que sea demasiado tarde. Convencí a Sean de que se hiciera la prueba. Hice todo lo que pude para demostrarle a Zane que Hannah es su hija. —El amor es muy complicado. —No estoy hablando de amor. Hablo de confianza, y el problema es que Zane no confía en mí. —Tienes que tener paciencia. Kim era poco fiable y desleal. Lo convenció de que no era el padre de la niña que él ha criado y a la que quiere. —Yo no soy Kim Taylor. —Lo sé. Pero ponte en el lugar de Zane. Greeley me contó lo que dijiste en el hospital y que Zane te oyó. Le dijiste que te casarías con él, el día de la boda dijiste que no, luego cambiaste de opinión. Admitiste que te casaste por venganza. Es normal que desconfíe. No sabe qué es lo que quieres de él. ¿Y tú? Allie no contestó y Mary continuó: —Me voy con los demás al porche. Todavía no le he preguntado a Kristy por su embarazo. Allie se quedó en la cocina. No quería nada de Zane Peters. Desde luego, no quería estar embarazada como Kristy. Cuando Zane y ella se comprometieron, pasaban las horas hablando de cuántos hijos tendrían… Y Zane, ¿querría tener más hijos? ¿Qué se sentiría al dar de mamar a un bebé? Nunca lo sabría.

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Los resultados favorables de las pruebas no cambiarían nada. Zane criaba muy bien a Hannah. Allie no sabía por qué se había casado con ella. Kim lo convenció de que no era el padre de Hannah y Zane pensaba que casarse le ayudaría a mantener la custodia de su hija. Allie estaba segura de que sí era el padre de Hannah, así que no la necesitaba. Era perfecto. No quería quedarse. Se fue a buscar a Zane para preguntarle si estaba listo para preparar las chuletas. Estaba junto a la barbacoa. Sean estaba con él. Allie se acercó a ellos, pero estaban tan absortos por la conversación que no se dieron cuenta de su llegada. —No voy a dejar que Hannah se quede contigo —dijo Sean—. Cualquier periodista lo sacará a la luz y pareceré uno de esos padres apocados. Perderé a la mitad de mis fans. —Hannah no tiene nada que ver con tu carrera. Ella me necesita, y yo a ella. —Lo siento, Peters. Sé que esto no es culpa tuya, pero tampoco es el fin del mundo. Yo no puedo tener más hijos. Me hice una vasectomía. Allie puede darte todos los que quieras. No echarás a Hannah de menos. —Acabas de demostrar que no eres un buen padre para Hannah. Allie no arreglará nada si pierdo a Hannah. Ella debió de hacer algún ruido porque Zane se dio la vuelta de pronto y la vio. Sean masculló algo y se marchó. Se hizo un silencio interminable.

Capítulo 8

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Zane creía que Allie estaba afligida; que Allie lo odiaba. No quería tener hijos con él. Quería quitarle la única hija que tenía. No se lo permitiría. —Si tuvieras una hija, sabrías que no son retornables como los envases —dijo él. Ella palideció. —Venía a decirte que puedes poner las chuletas cuando quieras. Zane miró cómo se alejaba. Descargarse con Allie no solucionaba nada. Entristeció. Su amor había degenerado en la necesidad de herirse el uno al otro. Debía llamarla para disculparse. Mentirle. Decirle que había malinterpretado lo que le dijo a Doyle. Que ella y sus hijos podrían reemplazar a Hannah. Nunca había mentido a Allie y no iba a empezar a hacerlo. Tenían que ser sinceros. Nadie podía remplazar a Hannah. Zane quería un hijo, pero no para reemplazar a Hannah. Amaría a otro hijo igual que amaba a la pequeña. Querer a Hannah, no significaba que él no pudiera querer a una mujer. Él sólo había amado a una mujer en su vida, y ella lo había traicionado. A su hija la llamó Hannah porque sabía que a Allie le gustaba el nombre. Era una manera de mantener a Allie en su corazón. —Papá, ¿cuándo van a estar los perritos calientes? —¡Perritos calientes! —Dijo Worth—, ¿he venido hasta aquí para comer perritos? —Son para mí y para Davy, tonto —dijo Hannah. —Anda, llámame tonto —dijo Worth mientras la levantaba en brazos.

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—¡Tonto, tonto, tonto! —Es tu tío —dijo Greeley—. No debes llamarlo tonto. Tienes que llamarlo tío Tonto. Davy se unió a Hannah. —¡Tío Tonto! Davy era un niño bueno. Trataba a Hannah como si fuera su prima de verdad. Los abuelos maternos de Hannah no quisieron ir a la fiesta. Para Zane, fue lo único bueno del día. Zane se unió al grupo del porche. No iba a estropear la fiesta de Hannah. —Estoy lleno. Creo que necesito ir a dar un paseo ¿y tú Greeley? —dijo Worth. —Vamos. —Es una buena idea —dijo Allie. —¿Dónde vas? Con nosotros no vienes, ¿a qué no, Greeley? — dijo Worth. —Queremos estar a solas —contestó Greeley. A Zane le extrañó la respuesta. Los Lassiter siempre estaban juntos. Miró a Allie y vio que estaba decepcionada. Worth y Greeley la habían dejado de lado. ¿Habrían oído lo que dijo y les parecía mal? ¿Y quiénes eran ellos para opinar? Zane estaba enfadado con Allie por haberse puesto del lado de Doyle, pero tenía que admitir que se merecía lo que ella le hizo. Si no hubiese incluido a Hannah en su venganza… —Cerrad los ojos —ordenó Cheyenne. Zane se volvió para mirarla. —¿Qué? —¡Que cerréis los ojos! Allie y tú. Él miró a Allie. Ella le sonrió y cerró los ojos. Zane no comprendió ni la sonrisa ni por qué estaba sonrojada. Fuera lo que fuera lo que su familia planeaba. Ella lo imaginaba

y no le hacía gracia. Worth y Mary Lassiter no participarían en los planes de venganza de Allie, así que todo eso no tenía nada que ver con Hannah. —¡Zane! ¡Cierra los ojos! Zane los cerró y le preguntó a Cheyenne: —¿En tus tours, llevas un látigo? —No la conoces. Si no intentaba ahogarme, intentaba que me matara montando un potro salvaje. Me casé con ella en defensa propia —se rió Thomas. —¿Listo? —gritó Worth. Se oyó un ruido metálico y algo muy grande rodó hacia la casa. —Vale, ya podéis bajar —gritó Worth. —Mantén los ojos cerrados —Cheyenne agarró a Zane del brazo—. Escalones —Cheyenne lo guió por el patio. Zane oyó que Thomas guiaba a Allie. —Esperadme —gritó Hannah. Zane se paró. Allie se chocó con él. —Ay. Lo siento, se me olvidó que Hannah tenía que ponerse las botas. —Ya estoy —dijo Hannah agarrándose a la mano de Zane. Nadie iba a quitarle a su hija. —Abrid los ojos. Zane se asombró al ver un montón de hierros oxidados soldados entre sí. —Para los novios —dijo Greeley. —Oh, Greeley. Es maravilloso —dijo Allie. Zane volvió a mirar los hierros. Había leído un artículo acerca de las esculturas que hacía Greeley. Lo llamaban arte. Le dio la sensación de que todo el mundo esperaba que dijera algo. Se colocó junto a Allie y miró la escultura.

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—Es un caballo. Todo el mundo lo miró como si fuera idiota. Miró de nuevo. No era uno, sino tres. Dos grandes y uno pequeño. El mediano protegía al pequeño. ¿Qué podía ser? Se le ocurrió de repente. Puso una gran sonrisa y se dirigió a Greeley: —Leí un artículo sobre ti en el que decían que eras un talento nuevo en el mundo del arte. Está muy bien. —¿Bien? ¡Es fabuloso! No tenías que haberlo hecho —dijo Allie. Zane se dio cuenta de lo que era. Un regalo de boda para él y Allie. La miró. También la había pillado por sorpresa. Tenían que aceptarlo y después ya decidirían qué harían con él. —Gracias, Greeley —por el tono no parecía sincero. Allie pasó la mano por el caballo pequeño. —Es precioso. Zane se preguntó si alguien más había notado la tensión en la voz de Allie. O visto que se le humedecían los ojos. —Los caballos no son así, papá. Todo el mundo se rió. —Greeley no hace caballos como los de verdad. Hace lo que siente que es un caballo —Allie agarró a Hannah de la mano y la acercó a la estatua—. Entorna los ojos e imagina que eres una potrilla que cabalga junto a su mamá y a su papá. ¿Lo ves? Hannah miró la estatua y dijo: —Me veo, digo, veo a la potrilla. Me gusta. ¿Es mía? —La escultura es un regalo para los tres —dijo Greeley después miró a Zane—, ¿no vas a preguntarme cómo la he llamado? Él no quería preguntarlo. —¿Cómo? —La familia de Hannah. Greeley debía de saberlo. No era el momento de decírselo. Pronto se enterarían. Si Zane pensaba en eso, estropearía la fiesta de Hannah.

Dejó de mirar a la estatua y vio que Cheyenne lo miraba. Se preguntó qué les habría contado Allie. Miró al resto del grupo. Allie, Hannah, Davy y los Norton hablaban de la escultura. Doyle la miraba asombrado. Mary sonrió a Zane y Worth le guiñó un ojo. ¿Qué sucedía? —Nos toca a nosotros —dijo Cheyenne y le dio un sobre a Allie. Ella lo abrió y se lo dio a Zane. Él sacó un folleto de hoteles. —Para vuestra luna de miel —dijo Cheyenne—. Una suite en cualquiera de los hoteles de los Steele, para cuando queráis y durante todo el tiempo que queráis. Decídmelo y lo arreglaré todo. Nosotros cuidaremos de Hannah. Zane era incapaz de mirar a Hannah. —Estupendo. Nadie hizo caso de la falta de entusiasmo de los recién casados. —Es difícil superar estos regalos, así que no lo hemos ni intentado —Jake sacó un paquete de detrás suyo—. Le toca a Zane. —Date prisa, papá. —¿Por qué no me ayudas? —él se agachó. Hannah quitó el lazo. Levantó la tapa y dijo: —Ooooh, son unas bolas preciosas. Mira, papá. Una, dos y tres. —Son especiales. Para el árbol de Navidad. El dolor se apoderó de Zane. En Navidad, Allie ya se habría marchado. Y si perdía a Hannah… Podría elegir su favorita y llevársela con ella. Si Doyle la dejaba. Allie podía hacer lo que quisiera con las otras. Sin Allie o sin Hannah, Zane no volvería a celebrar la Navidad.

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—El último —dijo Worth y sacó un paquete del bolsillo—. De mamá y mío, con amor. —Ábrelo tú —le dijo Zane a Allie. Ella rehusó. —Yo lo abro —dijo Davy. —Te toca —dijo Zane dándole el paquete—, Hannah ha abierto el otro. —Es una foto de un caballo —dijo Davy cuando quitó el papel. Zane miró a Worth. Él le sonrió. Era de un caballo musculoso y arrogante. —Jackpot —dijo Worth—. Un semental de cinco años. Es vuestro. Decidme cuándo queréis que lo traiga. Zane estuvo a punto de arrugar la foto. Worth y él siempre hablaban de cruzar a sus caballos. Pensaban cruzar a una de las yeguas de Zane con uno de los sementales de los Lassiter para celebrar la boda de Allie y Zane. Entonces, no hubo boda. Y aún no había nada que celebrar. A lo lejos se oía la tormenta. Allie estaba acostada al lado de Zane y sabía que él estaba despierto. —Les dije que no nos hicieran regalos de boda —había dicho lo mismo justo después de que se marcharan los invitados, entonces, Zane no contestó y parecía que esa vez tampoco iba a hacerlo. Si Allie no se hubiese quedado atónita al ver aparecer a Sean Doyle, se habría imaginado lo que les esperaba cuando vio que Worth, Greeley y su madre llegaban con el remolque para caballos. —Debí de imaginármelo cuando vi el trailer. Pensé que a Worth le había dado pereza desengancharlo. —Zane no dijo nada.

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Si por lo menos le gritara, ella podría gritarle también. El silencio la ponía nerviosa. —¿Vas a estar enfadado siempre? No hubo respuesta. —No tenemos que seguir casados por unos miserables regalos. —Más que miserables —dijo Zane. —Lo que sea. Greeley no tendrá problemas para vender la escultura. Kristy querrá que Hannah se quede con los adornos navideños, y Thomas y Cheyenne no nos han dado nada todavía —le quedaba el último regalo. Sabía lo que el semental significaba para Zane—. Worth y tú podéis hacer un trato respecto a Jackpot. —¿Por qué no les has contado lo de Hannah? —Lo he hecho —dijo. —Greeley llamó a la escultura La familia de Hannah. No le hubiera puesto ese nombre si supiese que Doyle es el padre. —No, no lo habría hecho. Sabe que Sean la reclama, todos lo saben, y están de acuerdo conmigo con que tú eres el padre. Es más, todo el mundo ve el parecido que hay entre tú y Hannah, menos Sean, los Taylor y tú. De espaldas a ella, Zane fingía que dormía. Allie sabía que no era así. Deseaba que llegasen los resultados de las pruebas. Así podría marcharse. Seguir con su vida. Ninguno durmió nada. Al amanecer, Zane suspiró aliviado, se levantó y se vistió. Allie oyó que cerraba la puerta principal. Se levantó y miró por la ventana. Vio que Zane estaba mirando la escultura. A Hannah le encantó la escultura. No comprendería por qué se la tenían que llevar. Quizá Greeley pudiera dividirla.

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Quitar a la yegua y dejar a los otros caballos juntos. Padre e hija. Unidos. Ruth o Allie le habían dejado el correo sobre su escritorio. Zane estuvo un rato largo mirando el sobre que había encima del todo. No era capaz de abrirlo. Oyó el trote de un caballo y pensó que Allie estaría con la potrilla en la pradera. Se levantó y salió. Si se quedaba un segundo más en la oficina, explotaría. El sobre podía esperar. Hasta entonces había intentado mantenerse lejos de donde Allie trabajaba con la potra para que no lo acusara de que la controlaba. Esperaba que ella se enfadase al verlo aparecer. Quizá si discutían, conseguiría olvidarse del sobre. Hannah estaba montada en Copper, atenta a lo que sucedía en el picadero. Allie sacudía una manta delante de la potra. No se inmutaba. Zane no podía creerse que era la misma potrilla que llegó allí coceando y relinchando. Allie lo miró. —Va a ser una delicia, Zane. Es obediente y lista. —¡Papá, mira! Estoy montando a Copper. —Ya lo veo —Hannah llevaba más de un año montándose en el caballo más dócil que tenía Zane. Copper era de fiar. Zane agarró la silla de Copper. Una vez que abriera el sobre, ya sería oficial. Ya no podría llamar a Hannah su hija. No contaría para nada que la quisiera, ni que la hubiese criado. Sólo contaría lo genético.

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Allie miraba a Zane de reojo. Por su expresión, sabía que algo terrible sucedía. La potra notó la tensión de Allie. Zane. No podía pensar en él mientras trabajaba con la potra. Quería saber qué iba mal. Soltó a la potrilla en la pradera. La potra trotó hacia la manada de caballos. —Adiós. Hasta mañana —le dijo Allie a la potra. —¿Ha sido buena hoy? —preguntó Hannah. —Muy buena. —La he tocado, papá. Allie y yo hemos montado a Copper junto a ella, y yo la he acariciado. Le ha gustado. Allie vio que Zane agarraba la silla con fuerza y dijo: —No la dejaría hacer nada que pudiera ser peligroso. —¿Qué? Era evidente que no tenía nada que ver con que Hannah montara a Copper. Allie bajó a la niña de la yegua. —Vete a lavar. Yo iré en cuanto termine con Copper. —No quiero ir a lavarme. —Ruth ha preparado espaguetis. Hannah salió corriendo hacia la casa. Allie miró a Zane. Al ver su cara, se acercó y le tocó la mano con la que agarraba la silla de montar. —Quiero dejar a Copper con los otros caballos. Necesito que la sueltes. Zane miró a Allie y quitó la mano. Se quedó mirando al suelo. Allie desensilló a la yegua y la dejó entrar en el prado. Zane le dio un golpe a un poste de la valla. A Allie se le paró el corazón. Ella había metido el correo. Había visto el sobre. La reacción de Zane, sólo quería decir una cosa. No podía ser cierto. Ella no se equivocaba.

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—Volveremos a hacer las pruebas. En otro sitio. Se han equivocado —dijo Allie. —No recuerdo mucho de cuando me acosté con Kim. Había bebido. Me desperté desnudo, en la cama de Kim. Me dolía la cabeza y estaba confuso. Dijo que había estado buscando a un tío porque Doyle no se quería casar con ella a pesar de que la había dejado embarazada. Dijo que yo no llegué a tocarla, que me dormí antes de hacer nada. —La tocaste. Hannah es la prueba de ello. Me da igual lo que Kim dijera. O lo que digan los resultados de las pruebas. —Ya vale, Allie. Puedo perder a Hannah. ¿Eso no te parece suficiente venganza? No me des falsas esperanzas. —No son falsas esperanzas. Tú eres el padre de Hannah. El físico no engaña. Sí, el ADN es físico, pero se han equivocado. Las haremos otra vez. Me da igual lo que digas. No te quitarán a Hannah. Él no la miró, sólo negó con la cabeza. —¿Qué decía la carta exactamente? —preguntó Allie. Después cruzó el patio y entró en la casa. El sobre estaba encima del escritorio. Sin abrir. Allie lo agarró y lo abrió. Si a Zane no le gustaba que le abrieran el correo, peor para él. Leyó lo que decía y corrió hasta el picadero. Zane no se había movido de allí. —Léete esto —le colocó la carta delante de los ojos. —No hace falta. Ya sé lo que dice —dijo él. —¿Desde cuándo puedes leer a través de los sobres? —Vete, Allie. Ya te has divertido bastante. —¿Divertirme? —gritó—. Ni siquiera he comenzado. Primero te voy a dar una patada porque eres un testarudo. Será muy divertido. Creo que te daré más de una. Puede que te ate y te tire al suelo. Cuando Hannah salga a ver qué pasa, le diré que

estoy intentado hacer que el terco de su padre tenga un poco de sentido común. —Déjalo. Yo… —Zane se dio la vuelta— ¿Qué has dicho? —He dicho terco. —Has dicho, «su padre». Dame eso. —¿Por qué? Ya sabes lo que dice ¿no? —Allie. —Zane. Me dijiste que me fuera. Y me voy —se dio la vuelta y corrió hacia la casa. Se lo merecía. Le hizo que creyera que no era el padre de Hannah cuando ni si quiera había abierto el sobre. Zane la agarró con fuerza para quitarle el papel. Allie intentó soltarse y dijo: —Haré que te arrepientas. —Venga —dijo él sin retirar la vista del papel—. Soy el padre de Hannah —dijo incrédulo—. Es cierto. Kim mintió. Soy su padre. A Allie se le humedecieron los ojos. —Ya te lo dije. —Hannah es mi hija —se rió—. Siempre ha sido mi hija — soltó a Allie, y gritó— ¡Mi hija! Hubo un tiempo en el que Allie lo habría abrazado, habría compartido su alivio con ella. Eso fue hacía mucho tiempo. Entonces, Zane y ella compartían sus alegrías, sus penas. Sus vidas. Su futuro. Después, sólo compartían la cama.

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Allie estaba junto a la ventana del dormitorio. —Parece que va a llover. Allie no se había dado cuenta de que Zane había entrado en la habitación.

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—Sí —ese día Allie notaba más tensión que nunca en su matrimonio. El hecho de no haber querido entrometerse en ese momento tan especial para Zane, hizo que la distancia entre ellos fuese mayor. Tenía que haberlo celebrado con Zane. Eran buenas noticias para los dos. Que se hubiera demostrado que Hannah era la hija de Zane, le abría a Allie el camino hacia la libertad. Su matrimonio había terminado. Zane pasaría a ser parte del pasado. Lo que había entre ellos, terminaba. Zane se colocó junto a ella. —Pensé que iba a estallar por no poder hablar del tema durante la cena. —Lo sé —él no había apartado la vista de su hija. Se rió de todas las tonterías que hizo y cuando tiró la leche, le dio un beso en la nariz y le dijo que la quería. —Casi termino contándoselo a Hannah. Y no es algo que ella pueda entender ahora. Quizá cuando sea mayor. Tendré que hablarle de Kim. Pero a lo mejor alguien le dice algo. Quizá deba decírselo. —No tienes que decidirlo ahora. —Doyle ha llamado. Dijo que estuvo liado con Kim durante varios meses mientras estaba en un rodaje en Aspen. Dice que sí tomó precauciones cuando se acostó con Kim, pero que fallaron. Creía que Kim y yo no nos habíamos acostado antes de casamos. Por eso pensaba que Hannah era su hija, por los cálculos de tiempo. —Me temo que Kim no sabía quién era el padre de Hannah. Si se acostó contigo y también se acostaba con Sean… En realidad, no mintió. —Cuando Doyle se negó a dejar a su mujer para casarse con Kim, se terminó su relación. Kim se aferró a mí en busca de

apoyo. Pobre Kim. Me dejó a Hannah —Allie nunca le daría un hijo—. Doyle me da lástima. Echa de menos a su familia —Zane se sentía identificado con el dolor de aquel hombre. —A mí me dan pena sus hijos. Ellos son los que más sufrirán si sus padres se pelean por la custodia. Zane le rozó el hombro y retiró la mano. —Gracias a ti, Hannah no tendrá que sufrirlo. —Tarde o temprano, se habría sabido la verdad. —Estabas convencida. —Cualquiera que se fije en Hannah verá que se parece a los Peters. —He llamado a mis padres para decirles los resultados de las pruebas. Mi madre ha pensado en ello durante toda la semana. Estar en lo cierto no era tan satisfactorio como debía ser. En el fondo, Allie estaba un poco triste. Se sentía feliz por Zane y Hannah. Compartía la alegría de Zane. En realidad, no compartía nada. Zane no compartió su alegría. Tampoco su vulnerabilidad. Le había dado la espalda a Allie. La había dejado de lado. Zane no la necesitaba. Tenía a Hannah. Zane no podía dormir. Lo había estropeado todo. Solía enorgullecerse de su valentía. Ese orgullo estaba enterrado. Desde el momento en que Kim le dijo que Hannah no era su hija, había vivido atemorizado con que se la quitaran. Él descargó su temor en Allie. La acusó de haberlo traicionado. Incluso se había intentado convencer de que ya no la amaba. De que la odiaba.

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En algún momento, se dio cuenta de que nunca dejó de amarla. Deseaba hacer el amor con ella. No se atrevía a decírselo. ¿Cómo iba a hacerlo si cinco años antes la había traicionado? Si la semana anterior había desconfiado de ella. El amor implicaba confianza, lealtad, compromiso. No malas palabras, ni dudas, ni traición. No habían hablado desde que se metieron en la cama. Zane no sabía qué decir. El silencio era cada vez más intenso y la barrera que había entre ellos, impenetrable. Allie estaría dormida desde hacía horas. Lo despreciaría si él le ofrecía su amor sin palabras. Zane no podría soportar perderla por segunda vez. No podía perder lo que no tenía. —No deberías tener más problemas con los Taylor respecto a la custodia —dijo Allie. —Creí que estabas dormida. —No. Me marcharé por la mañana. Él no podía dejar que se marchara. —Puede que la custodia ya no sea un problema. Pero Edie tiene razón acerca de que Hannah necesita una madre —respiró hondo y se arriesgó—. Quedamos en que nos daríamos un mes de prueba para ver si podíamos tener una buena relación en nuestro matrimonio. —Eso fue antes de que me dijeras que hiciera las maletas y me marchara porque ya era tarde para intentar que funcionase. —Me equivoqué, y lo siento. Ella no dijo nada. —Tenía miedo. Me encontré con algo contra lo que no sabía cómo luchar y la pagué contigo. No es una excusa. Es una mala razón, pero es la verdad. Lo siento —no era muy buena disculpa.

—¿Quieres que me quede por Hannah? ¿O porque te sientes culpable por haberme acusado de todas esas cosas? —Por Hannah —la respuesta era válida, de momento. Él no se atrevía a decirle que quería dormir, cenar, montar a caballo, compartir su vida con ella. No tenía derecho a decirle nada de eso. —El sexo es bueno ¿no? —dijo ella de forma inesperada.

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Capítulo 9 El comentario de Allie hizo que Zane se riera. —Muy bueno —su diversión se desvaneció. Esa noche no habían hecho el amor. El remordimiento lo había mantenido alejado de ella. Él quería amarla. Darle las gracias. Pedirle disculpas. La necesitaba. —Hubo un tiempo en que creímos que nos amábamos. Espera —dijo ella al ver que Zane iba a protestar—, déjame terminar. Estábamos enamorados, pero eso no bastó para evitar que nuestra relación se desintegrara. —Lo que ocurrió no tuvo nada que ver con que nos amáramos, sino con lo estúpido que fui. —La cosa es que todo eso de «no puedo vivir sin ti» resultó ser insustancial. No pudo mantener ni siquiera un compromiso. —Ahora es distinto. Somos maduros —intentó imaginar la cara de Allie en la oscuridad. Cuando ella se marchase, sólo tendría sus recuerdos. —Sí, éramos jóvenes e inmaduros. Creíamos en la felicidad eterna.

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—Creo que tenemos los mismos valores. Si nos lo proponemos, creo que podemos conseguirlo. —¿Criar a Hannah? —El matrimonio. Uno real. Te comprometiste a estar un mes, ¿te importaría quedarte ese tiempo y probar? —No estoy segura de que sea lo mejor para Hannah que nos hayamos casado. ¿Qué pasará cuando yo me vaya? Cuando… Tenía el resto del mes para conseguir que ese «cuando» cambiara a «nunca». Si pudiera convencerla de que se quedara. —Podéis seguir viéndoos. Incluso, si las cosas no funcionan, deberíamos ser capaces de romper de forma amistosa. Hannah puede ir a visitarte a Aspen o a Double Nickel. —¿De verdad crees que nosotros podemos tener una relación amistosa? Por el tono, Zane sabía que ella empezaba a considerarlo. No quería crearse esperanzas. Con Allie, nunca se sabía. —No —contestó él. —Eso es sinceridad. Tienes razón. Con nuestro pasado no hay manera de que seamos amigos. —No sé si podemos ser amigos —le rozó el cuello—. Pero, te aseguro que podemos tener una relación platónica —después, le dio un beso y le sonrió—. Como dijiste, el sexo es muy bueno. Él no podía ir despacio. Ella no se lo permitía. —Dije bueno, no muy bueno. —Me temo… —dijo Zane mientras le desabrochaba los botones del pijama—, que eso es un reto. Cambiar el bueno, por el muy bueno. —Supongo que sí. Mientras le acariciaba los pezones, Zane dijo: —Lo voy a aceptar.

—Ya me he dado cuenta —dijo Allie mientras se deslizaba debajo de él y le metía las manos por dentro de los calzoncillos. Zane la besó. Allie Lassiter estaba en su cama, podían acariciarse, besarse, hacer el amor. Lo que siempre había deseado. Con una excepción. Ella ya no lo amaba. Si es que alguna vez lo había amado. No sabía si podría vivir con Allie sin que ella lo amara. Pero estaba seguro de que no podría vivir sin ella.

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Allie no podía creer que hubiera aceptado quedarse hasta que acabara el mes. Hannah no la necesitaba. Zane tampoco. ¿Por qué le había pedido que se quedase? Quizá lo que necesitaba era una mujer en su cama. Cualquier mujer. Allie descartó esa opción inmediatamente. —¿Y esa sonrisa? Allie miró a Cheyenne. —¿Qué pasa? Hace un día otoñal estupendo. El cielo está azul… —Y Zane ha recibido las pruebas de ADN y sabe la verdad. —Eso también. Cheyenne miró a Davy y Hannah que jugaban en la parte de atrás del coche y dijo: —¿Ya has hecho que se arrepienta por haberte acusado de planear en su contra? —Se ha disculpado. Estaba apenado. —O sea que te dio mil excusas por haberse comportado así.

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—Lo sentía de verdad —dijo Allie. —Si lo defiendes, será porque hay esperanzas. Allie torció por un camino y frenó. —Puedes abrir la verja. Cheyenne salió del coche. Allie se alegró de que tuviera que bajarse a abrir. No quería hablar de su matrimonio con su hermana mayor. Pasó la puerta y la esperó. De nuevo en el coche, Cheyenne miró a los niños diciendo: —No creo que Thomas deje de lamentar el distanciamiento de su hermano. Ni de sentirse culpable. La muerte de Davy le quitó todas las oportunidades de reconciliarse con él. Es muy triste. Thomas nunca tendrá otro hermano. —Vale, Cheyenne. ¿Qué me quieres decir? —Thomas dice que soy tan sutil como un martillo pesado. Allie sentía envidia. Cheyenne nombraba a su marido con tono tan amoroso. —¿Qué quieres decirme? —En la vida no deben despreciarse las cosas importantes por orgullo. Ni por venganza. Allie detuvo el coche. Las yeguas estaban en el prado junto a sus potrillos. —Ya hemos llegado. Davy, si caminamos despacio hacia ellos, lo más seguro es que los potros vengan hacia nosotros. Un potro se acercó a ellos. —Es adorable —dijo Cheyenne. —Ese es Mosquito. —Es grande —dijo Davy. Allie lo acarició. —Acariciad a Mosquito. —Zane ha hecho un buen trabajo. A Mosquito no le importa que lo acaricien.

—Ahí viene Ptarmigan —dijo Hannah. —¿Se sabe todos los nombres? —preguntó Cheyenne. —Zane la lleva con él siempre que puede —Allie se imaginó a Zane en la sala de partos, sujetando a Hannah. —Es difícil acostumbrarse a que es el mismo hombre que se iba de fiesta todos los días —dijo Cheyenne. —Hannah hizo que sentara la cabeza. —Hace que sea mejor de lo que era. Quizá eso te haga reflexionar. Allie ya lo había hecho. Zane había madurado, se había convertido en una persona en la que se podía confiar. Elia se preguntaba si realmente, hacía cinco años, él era tan imprudente. O sí eran sus propios temores los que hacían que lo viera así. Al atardecer, Allie estaba sentada en el porche. —Hoy hemos visto a los potrillos. Davy tenía miedo de las yeguas —dijo Hannah que estaba tumbada con la cabeza apoyada en el regazo de su padre. —Davy no ha visto muchos caballos. Vivía en la ciudad y allí sólo hay coches, autobuses y metro, pero, no caballos. —¿Qué es un metro? —Un tren que va bajo tierra. —¿Cómo los hurones? Mientras Zane se lo explicaba, Allie recordó la conversación que tuvo con su hermana Cheyenne. Sabía lo que le quería decir. No podía retroceder en el tiempo. Cinco años antes soñó con un futuro que nunca llegó, y que no llegaría. No podía hacer como si esos años no hubiesen pasado. Kim había muerto, pero, no podía hacer como si Zane no se hubiese casado con ella. Fue su primera esposa. Se acostó con ella, tuvo a su hija con ella.

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Allie no pudo elegir cuando Zane rompió su compromiso. Esta vez, sí podía elegir. Podía marcharse. Ese mismo día. Al día siguiente. Al finalizar el mes, cuando quisiera. O podía seguir casada con Zane. Comprometerse a construir el futuro con él. Un futuro distinto al que planeó hace cinco años. —¡Allie! —¿Qué? —por el tono de Zane supo que la llamaba desde hacía un rato. —Hannah te ha preguntado una cosa. Allie sonrió a la pequeña. —¿Por qué no te sientas con nosotros? —Porque sois muy grandes y no quepo. —Si cabes. Puedes sujetar mis pies. —Como si me gustara sujetar tus pies malolientes. Hannah se sentó y se giró. —Papá lo hará. —Bueno, si a tu padre le gustan tus pies. Hannah apoyó la cabeza en el regazo de Allie. —¿Te gustan mis pies, papá? —Me encantan tus pies apestosos —dijo Zane y respiró hondo —. Huelen como el cuello de Allie —y le acarició el cuello. —Allie tiene un cuello apestoso —dijo Hannah—. Allie me ha puesto gel en el baño y ha hecho burbujas. Zane sonrió a Allie. —Eso es un detalle. —Soy buena persona —replicó Allie. —Muy buena. Zane le echó una mirada sensual. Un hombre no debería de invitar a una mujer a la cama con una mirada, y menos, cuando está sentado con su hija en un balancín y sabe que aún quedan muchas horas para irse a dormir. Allie sonrió y apoyó la mano

sobre el muslo de Zane. El le apretó el cuello. Los ojos de Zane reflejaban su deseo. —¡Papá, papá! Cuéntame el cuento de la niña. —¿Y por qué no el de mamá osa? —Yo quiero el de la niña. Esa que cuida a los pajaritos. Allie no se lo sabe. Allie se lo sabía muy bien. Miró a Zane asombrada. —Érase una vez una niña… —Jane Donut —dijo Hannah. —Jane Donut. Un día Jane volvía de la escuela… —Con su hermano y sus dos hermanas. —¿Quién va a contarlo, tú o yo? —Tú, papá. —Jane iba caminando cuando se encontró… —Pajaritos. Su mamá y su papá estaban con los angelitos. Zane miró a Hannah muy serio y continuó. En el cuento, Allie era la protagonista que salvó a unos pajaritos. —Papá sabe muchos cuentos de Jane Donut. Ella salvaba a los animales porque los quería mucho, ¿verdad? —Todavía lo hace, cariño. —¿Y por qué la conoces, papá? —La amaba. —Yo también —dijo Hannah—. Los dos la queremos ¿a que sí?

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Zane no contestó a Hannah. Al día siguiente, durante el desayuno, Allie ya conocía la respuesta. Él había dicho «amaba». Amor. Odiaba esa palabra. ¿Qué quiere decir? ¿Qué te derrites cuando un hombre te sonríe de una manera determinada? ¿O son las sensaciones que se

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experimentan cuando se hace el amor con él? ¿O es la satisfacción que siente una persona cuando ve que un padre escucha a su hija? ¿La admiración por cómo está educando a su hija? Allie conocía las virtudes de Zane. Cómo trataba a los animales. Y a las personas. Ella giró la alianza de su dedo. —Nunca me has preguntado por ella —dijo Zane. Ella sabía que era el anillo de su bisabuela. Cinco años antes, Zane pensaba dárselo a Allie. El día de la boda, cuando lo sacó, ella protestó. No era capaz de ponerse un anillo que hubiera llevado Kim. Zane le dijo que Kim nunca lo había llevado. —Tampoco me has preguntado por qué le compré otro a Kim. —Supongo que quería algo más moderno. —Ella nunca lo vio. No podía dárselo a ella. Era para ti. —Siempre me ha gustado —dijo Allie. —Te lo puedes quedar. Pase lo que pase. Gracias por preparar el desayuno. —De nada. —Hoy tenemos que apilar el heno, así que, no sé cuándo volveré. Si llego tarde no me esperes para cenar. —Vale —parecía que llevaban mucho tiempo casados. —Que tengas un buen día. —Tú también. Zane no se marchó. Se quedó allí mirándola. Él tenía rasgos duros. Una barbilla adorable. Ella quería que él la besara. Se sonrojó y bajó la vista para que Zane no leyera sus pensamientos. Él rodeó la mesa. —Ha sido el mejor desayuno de mi vida. —Tendré que acordarme de que te gusta el bacon muy hecho. —Acuérdate de algo más —y la besó.

Allie lo abrazó y le acarició la cabeza. Él la agarró por las caderas y continuó besándola. —¡Maldita sea el heno! Si no me voy, Wally vendrá a buscarme. Igual se sorprende si nos encuentra haciendo el amor sobre la mesa de la cocina. —Y no te digo lo que pensaría Ruth. —Es culpa tuya por estar tan sexy por las mañanas. —Eres un diablo —dijo Allie riendo—. Vete a trabajar. —Allie recordó la historia que Zane le contó a Hannah y antes de que él se marchara le dijo—, no recuerdo que hubiera ningún príncipe cuando me llevé a esos pajaritos a casa. —Estoy seguro de que sí había uno. Ruth entró en la cocina. —Habláis de las historias de Jane Donut. Hay un príncipe en todas ellas. —Ya friego yo —dijo Allie. —Deja, tengo mucha práctica. —Gracias —Allie le dio un beso a Ruth—. Me voy a duchar antes de que Hannah se despierte. ¿Hay un príncipe en todas ellas? —Supongo que ya que no pudo tener a la chica en la vida real, decidió tenerla en los cuentos. En la ducha, Allie se alegró de no haber hecho el amor con Zane en la mesa de la cocina. Hecho el amor. No sexo. Allie no sabía cuándo había comenzado a amar a Zane. Cheyenne tenía razón. Allie podía llenar su vida de amargura y venganza, o, podía olvidar el pasado y aprovechar la oportunidad.

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Zane nunca sería un santo. Tenía defectos. Como ella. Eso no importaba. Lo que importaba era que Allie lo amaba. Habían discutido, pero, se habían reconciliado. ¿A quién le importaba el pasado si el futuro era tan prometedor? Ya no pensaba que casarse con Zane significara la vida perfecta. Habría momentos malos, pero, Zane estaría a su lado. Él no la amaba. Allie lo tenía en cuenta. Ella lo amaba. Y amaba a Hannah. Sería suficiente para empezar. Zane había insistido en casarse con ella y tendría que asumir las consecuencias. Tendría que aprender a amar a su esposa. Alguien golpeó en la mampara de la ducha. —¿Allie? Allie vio a Hannah a través del cristal. Era la esposa de Zane, y por tanto, la madre de Hannah. Agarró la toalla y salió de la ducha. Ruth levantó la vista del fregadero y vio entrar a Zane. —Llegas pronto. —Hemos terminado antes de lo previsto. Le he dicho a tu marido que se tomara libre el resto del día, así que si quieres puedes ir a reunirte con él. —Wally tendrá una cerveza en una mano y el mando de la tele en la otra. No somos recién casados, como otros… Zane se rió. Nunca había podido engañar a Ruth. Ella lo conocía desde que era pequeño. Kim quería despedirla, pero, Zane se negó. Ruth y él nunca hablaban de Kim. A Ruth le gustaba Allie. Mientras que a Kim la trató como si fuera una invitada, a Allie la trataba como a una amiga. —¿Dónde está mi familia? —le encantaba decir eso. —Allie se ha ido a Aspen y se ha llevado a Hannah. —¿Se ha llevado a Hannah?

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—¿Ocurre algo? —No, no pasa nada —esa mañana Allie se había comportado de forma extraña. Le había preparado el desayuno. Zane no se preguntó por qué. Había tensión en el ambiente. Él creyó que era sexual—. Sólo que Allie no mencionó nada. —Decidió irse cuando Hannah estaba desayunando. Llamó a la peluquería para pedir hora y le dijeron que podía ir esta tarde. Pensó que a Hannah le gustaría ir con ella. —Ya sabes que no me gusta que Hannah vaya en coche sin su silla. —Allie colocó la silla de mi coche —Ruth se quitó el delantal y lo colgó—. Volverán pronto. Allie no permitirá que le pase nada a Hannah. Ya sabe como librarse de los Taylor. No te preocupes. —Tienes razón. Seguro que no pasa nada. Llegarán antes de que salga de la ducha. «Hannah está segura con Allie», pensó Zane mientras se metía en la ducha. «Es igual que cuando Ruth se la lleva al supermercado». Él nunca se preocupaba cuando Hannah salía con Ruth. No tenía ni idea de lo que Allie pensaba esa mañana. No tenía por qué preocuparse. No estaba preocupado. Estaba contrariado. Allie tenía que haberle consultado antes de llevarse a Hannah. ¿Y si él tenía planes? Sí, le había dicho a Allie que volvería tarde, pero… Ella podía haber pasado por donde él estaba trabajando y preguntárselo. Llevaba al menos una hora paseando de un lado a otro del porche cuando vio llegar el coche de Allie. Hannah lo

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saludó desde el asiento trasero. Él bajó las escaleras y se acercó: —¿Dónde habéis estado? —En Aspen, ¿no te lo ha dicho Ruth? —dijo Allie. Al ver que ya se había cambiado de ropa preguntó— ¿Has llegado temprano? —¡Papá! ¡Mira mi sombrero nuevo! —Muy bonito —había bolsas en el asiento de atrás. —¿Qué es todo eso? —Allie y yo hemos estado de compras. —¿Habéis comprado toda la tienda? —Más o menos. Lo hemos pasado bien. —Tengo unos zapatos amarillos y ropa nueva para la escuela. —¿La escuela? —La guardería —dijo Allie—. Una vez por semana. —La guardería —repitió Zane. —Voy a jugar y a cantar, papá. —Nadie me ha dicho nada de la guardería. De camino hacia la casa, Allie le dio un beso en la mejilla. —Se me ha ocurrido de repente. Nos hemos encontrado con una amiga que trabaja en una muy buena. Ha admitido a Hannah a cambio de que yo trabaje allí los días que la llevemos. Será divertido. —Allie y yo vamos a ir al colegio. —Tenías que habérmelo consultado. —Pensé que era mejor aprovechar la oportunidad antes de que Darla cambiase de opinión. La guardería está bien porque los niños se relacionan entre sí y cuando llegan a preescolar están más preparados. Sé que tú quieres lo mejor para Hannah. —Quizá me gustaría decidirlo a mí. —¿Ocurre algo? —preguntó Allie al entrar en la casa. —No, sólo que soy su padre. —¡Mira papá! —Hannah le sonrió—. Soy como Allie.

Zane se quedó mudo. Su niña. Le habían cortado su precioso cabello rojizo.

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—No se me ocurrió que te importaría —dijo Allie. Zane se había tranquilizado lo suficiente como para disimular en la cena y acostar a Hannah. —¿Cómo se te ocurre cortarle el pelo? Puedo pasar que la metieras en el colegio, pero, ¡cortarle el pelo! ¿En qué estabas pensando, Allie? Dímelo. ¿Qué clase de persona le rapa el pelo a una niña? Ya lo sé. Es tu manera de vengarte. No puedes olvidar el pasado. —Nadie le ha rapado la cabeza. —No conseguiste que perdiera a mi hija, así que has decidido robármela. Quieres convertirla en un doble tuyo en miniatura —Zane se dio la vuelta y miró por la ventana. —No pretendía… —Es mi hija, Allie. No la tuya. Yo le compro la ropa. Yo decidiré cuándo irá al colegio, o cuándo se cortará el pelo. ¿Entendido? Yo decido. Hannah no es tu hija. —Entendido. Nunca será mi hija, ¿verdad? No comprendí lo que querías de mí. Pensé que querías que fuera la madre de Hannah. Me equivoqué —se dirigió a la habitación. —¿Dónde vas? —A hacer las maletas. Hoy no podré llevármelo todo, llámame cuando pueda venir a por el resto. Ya se lo explicarás a Hannah. —¿Te marchas? —Zane la siguió arriba. —Por supuesto que me voy —Allie sacó una maleta y comenzó a meter ropa.

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—¿Por qué? Está bien, lo siento. Me he exaltado. Pero, ¿cómo le has cortado el pelo? Tenías que saber que no me gustaría. —Si lo hubiera sabido, ¿por qué iba a cortárselo? No fue mi idea. Ella quiso cortárselo. —Para parecerse a ti. —¿Eso es lo que te molesta? ¿Que quiera parecerse a mí? ¿Estás celoso? ¿Te da miedo que me quiera más a mí? —No seas tonta. —Soy tonta, ¿no? Eso no tiene nada que ver. No confías en mí con respecto a Hannah. No importa lo que yo diga. Crees que quiero hacerle daño por lo que tú me hiciste. Da igual lo que yo haga, siempre te preocupará mi venganza. —Yo no he dicho eso. Sólo he dicho que es mi hija y que creo que debías de consultarme antes de tomar decisiones. Allie enfureció. Se quitó el anillo, lo lanzó encima de la cama y agarró la maleta. Moonie y Amber la siguieron hasta la puerta. —Si quieres, puedo encontrar otra mascota para Hannah. —Déjalo. No necesitamos nada de ti. —Lo sé —no iba a llorar. Allí no. Ya en el coche, Allie llamó a casa de su familia. Contestó Worth. Allie comenzó a llorar. —¿Allie? ¿Qué ocurre? —Me he ido. —¿Estás en Aspen? —De camino. —Deja de llorar. —No puedo. —Deja de llorar. Ya llorarás cuando llegues a tu casa. Nos vemos allí. Cuando llegó a su casa, Worth ya había llegado. Le abrió la puerta del coche, esperó a que saliera y la abrazó.

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Capítulo 10 —Se habrá casado contigo por algo —dijo Greeley. —Creía que tener una esposa le serviría para ganar la custodia de su hija. Y quería sexo. —Me temo que puede conseguir el sexo que quiera sin tener que casarse con nadie. —Zane Peters, no. Tiene una hija. Imagínate si su hija lo descubre. Y no digamos si lo descubren los jueces. —¿No crees que a lo mejor has sacado conclusiones muy rápido? —Yo no las he sacado. Zane me empujó a ello. Tenías que haberlo visto, Greeley. Durante todo el tiempo era «su» casa, «sus» caballos, «su» hija. No ha dicho la palabra «nuestra» ni una sola vez. —Hannah llamó ayer. Ruth la ayudó a marcar. Le preguntó a mamá que dónde estabas. Allie apretó los labios. Lamentaba haber dejado a Hannah. —Iba a marcharme tarde o temprano. Es mejor hacerlo así. —Al menos podías llamarla. —¿Y qué le digo? ¿Que me he marchado porque su padre tiene miedo de que la estrangule? —Estás enamorada de él. —¿Y qué? —¿Se lo has dicho? —¿Para qué? ¿Para que tenga algo más por lo que gritar? —Tenías miedo de decírselo. Miedo de confiar en él.

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—Pensaba hacerlo. Estaba esperando el momento. La confianza no tiene nada que ver con esto. Ya me ha despreciado antes ¿recuerdas? —A ver. Estás enfadada con Zane porque no confía en ti, ¿no? —No es lo mismo. —Quieres decir que Zane tiene que confiar en ti y que un día de éstos tú confiarás en él. —Si hubieses visto su cara. Yo nunca le haría daño a Hannah. ¿Cómo puede pensar eso? Le dije que cambié de opinión. Que intentaría que nuestro matrimonio funcionara. Él no se lo cree. No podía quedarme. Tenía que marcharme. Por Hannah. Por Zane. Por mí. Zane no sabía por qué todo el mundo le echaba la culpa. Él no le había cortado el pelo a Hannah. Allie no contestaba el teléfono. Una de las veces, habló con Cheyenne, pero dudaba que le hubiera dicho nada a Allie. Ruth no le hablaba y Wally era muy sucinto en sus intervenciones. Su madre no se creía que Hannah estuviese tan mal con el pelo corto y su padre le había dicho que era un idiota. Hannah estaba todo el día enfadada. Se quejaba de que echaba de menos a Allie, ¿Cómo le explicas a una niña que alguien no la quiere sólo por las circunstancias en las que nació? Él había intentado olvidar que Allie admitió que no le gustaba Hannah. Quería olvidarlo porque la deseaba. Zane no podía negar que Allie había sido sincera. Que había admitido que quería venganza. ¿Cómo podía culparlo por querer proteger a su hija de ella? —No me gusta —dijo Hannah apartando el plato—. No voy a comérmelo. —Los macarrones te gustan.

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—Los odio. Allie no me haría comérmelos. —Allie ya no está aquí. —Quiero que vuelva. Zane no tenía respuesta. Él también lo quería. Si Allie intentara comprenderlo. Hannah era su hija. Él la había cuidado cuando estaba enferma, le había cambiado los pañales… Había nacido gracias a él y tenía que encargarse de que no le pasara nada. Hannah puso los pies encima de la mesa. —¿Qué estás haciendo, jovencita? Y no me digas que Allie te dejaba poner los pies encima de la mesa. —Tengo los dedos muy feos. Zane se dirigió hacia ella. Le agarró los pies y dijo: —No son feos, pero no tienen que estar en la mesa. —Son feos. Quiero que Allie me pinte las uñas. Zane le miró los pies. Las uñas ya casi no tenían esmalte. —Tengo una idea. ¿Por qué no te las pinto yo? —Allie se llevó el esmalte. —Podemos comprar más. —No quiero más. Quiero el de Allie. Zane volvió a su silla. —Allie no va a volver —Hannah comenzó a llorar, sus gemidos le rompían el corazón. Le daría a Hannah todo lo que pudiera. No podía darle a Allie. Si Allie hubiese tenido paciencia. Creía que esa vez lo conseguirían. Allie tenía razón. Nunca iban a ser felices. Zane sabía que el coche que llegaba no era el de Allie. Greeley se bajó del todoterreno.

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—Hola. —¿Se ha olvidado algo? ¿Qué quieres? —Me envía Cheyenne. Quería venir ella, pero Thomas le ha prohibido que se meta en esto. Normalmente eso no la habría detenido, pero se acaban de casar y está dejando que se crea que manda. —Pobrecillo. —Así es. Las Lassiter pueden ser muy pesadas. —Supongo que al final me dirás qué es lo que quieres. —Creo que tu cumpleaños es dentro de poco. Te he traído un regalo. —¿De parte de Allie? —Yo de ti, si recibes algo de Allie llamaría a los artificieros. Te lo prometo, Zane. Eres un idiota. Si la quieres tanto, ¿por qué has dejado que se vaya? —¿Quien ha dicho que la quiero? Greeley le tendió un sobre. —Cheyenne encontró esto en la papelera. Allie había pensado dártelo por tu cumpleaños. Cheyenne dice que si hablas de esto con Thomas, te matará —Greeley se marchó antes de que Zane pudiera preguntarle qué había en el sobre. «Los papeles del divorcio los enviaría un abogado». Miró el sobre y lo abrió. Dentro había unas fotos de Hannah. En una, estaba sentada en la hierba leyendo un libro, con las piernas cruzadas y descalza. Zane la había visto así sentada tantas veces… La segunda foto era de Allie y Hannah. Estaban haciendo pompas de jabón. Allie arrodillada en la hierba, haciendo una pompa enorme. Hannah la miraba con los ojos bien abiertos. En la tercera, Allie y Hannah estaban en la hierba mirando como caían montones de pompas sobre ellas.

En la cuarta, Hannah tenía la cabeza apoyada en el regazo de Allie. Ya le habían cortado el pelo. Con el pelo corto, Hannah se parecía a Allie. Zane comprendió por qué la pequeña quería cortarse el pelo. Todos los niños que Hannah conocía tenían madre. Seguro que más de una vez escuchó que se parecían a su madre. Ella no tenía a quien parecerse. Él no se había dado cuenta de que Hannah había elegido a su nueva madre. En la última foto, aparecía lo que él no había observado. El amor que Allie sentía por Hannah se reflejaba en su mirada. Él era un idiota. Allie era capaz de querer al animal más asqueroso, ¿por qué creía que no amaba a Hannah? —¿Qué tienes, papá? —Hannah lo agarró del brazo para ver qué sujetaba.— ¿Porqué han llegado las fotos? ¿Hoy es tu cumpleaños? —No —de repente sonrió—. En cierto modo, sí, cariño. Si el cumpleaños es el día en que nace una persona, hoy es mi cumpleaños. —¿Vamos a comer helado? —Hoy no. Comeremos helado en mi otro cumpleaños — dijo Zane. —Yo quiero ahora. —Ahora tenemos cosas que hacer. Tenemos que hacer las maletas. He decidido que voy a ir a Tejas y que tú te quedarás con Allie. —¿Sí? —Hannah le rodeó el cuello—. Te quiero, papá —lo miró a los ojos—. ¿Lo has visto? Allie dijo que lo verías. —¿El qué? —El amor, en las fotos.

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—Lo he visto. Mientras hacían las maletas, Hannah miraba las fotos. —No veo el amor, papá. Zane señaló la cara de Allie. —Ahí. ¿Ves cuánto te quiere? —Ese es mi amor. Pero no veo el tuyo. Ya sabes. Porque Allie y yo te queremos. —¿Qué te hace pensar que Allie me quiere? ¿Te lo ha dicho? —Papá —dijo Hannah con tono de adulto—, claro que Allie te quiere. Me lo ha dicho Davy. Allie no se imaginaba quién podía llamar al timbre a las seis y media de la mañana. Pensó que debía de ser Worth. —Buenos días, Allie. Espero no haberte sacado de la cama. —Hola, Allie. Ella miró a Zane y a Hannah. Debía estar soñando. Zane soltó la maleta. Dejó a Hannah en el suelo y le dio un abrazo. —Pásatelo bien —se puso en pie y abrazó a Allie—. Tú también. Nos vemos dentro de unos días. —¿Qué ocurre? ¿Zane? —le gritó. —Todos los papeles están en la maleta. Está todo lo que necesitas. Cuando regrese pondremos el rancho a nombre de los dos. Entonces hablaremos de la adopción. Allie lo agarró del brazo. —Ni se te ocurra marcharte. ¿Dónde vas? ¿De qué estás hablando? —Tengo prisa. He de llevar unos caballos a Tejas. El número de mi móvil está junto a los papeles, por si acaso. Wally viene conmigo. Los ayudantes saben cómo va, pero si ocurre algo en el rancho, tú te encargas.

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—Adiós, papá. Un beso. Zane le dio un beso y después sonrió a Allie. Ella no tenía intención de besarlo, pero, de repente, estaba entre sus brazos. Él se retiró. —Tengo que irme. Os echaré de menos. Regresaré lo antes posible. —¿Te vas y dejas a Hannah conmigo? —Sí. Ruth viene a Tejas con nosotros. Su primo vive allí — se volvió a mirar a Hannah—. No olvides lo que te he dicho —y se marchó. Allie cerró la puerta y miró a Hannah. —Bueno —dijo desorientada. Hannah sonrió. —¿Has desayunado? Hannah asintió. —Supongo que tu padre te ha dicho que seas buena. La pequeña negó con la cabeza y se rió. —¿Qué te ha dicho? —Me ha dicho que tú eres mi nueva mamá. Que tengo que llamarte mamá. Allie no pudo contener las lágrimas. Él tenía las palmas de las manos sudorosas. Como si fuera un adolescente. Allie le había dado un beso de despedida. Era la única esperanza. Ella no había contactado con él. Zane era quién llamaba para hablar con ellas. No demasiado para que Allie no creyera que estaba controlándola. Las llamadas no servían de nada. Hablaban del tiempo, de que Hannah se había pintado las uñas de azul… Cada vez que llamaba, quería decirle a Allie que la quería, antes de colgar. Pero se ponía nervioso.

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Zane le había dicho a Allie que llegaría al día siguiente, pero cuánto más cerca estaba de Colorado, más ganas tenía de llegar, así que condujo sin parar. No sabía si Hannah le habría contado a Allie que él le había dicho que ella era su nueva madre. No se atrevía a preguntarlo. Ni Hannah ni Allie, mencionaron el tema. Cuando llamaba, casi siempre las encontraba en el rancho. Al llegar allí, Zane todavía no había decidido si era porque Allie pensaba que Hannah estaría más contenta allí o porque se había tomado en serio lo de que se tenía que encargar del rancho. Las llamadas lo confundían. Allie estaba un poco distante. El coche de Allie estaba aparcado frente a la casa. Zane aparcó el camión cerca del granero. Subió las es caleras del porche y entró. —¡Papá, no! —Hannah se paró en la escalera— ¡Vete! No era el recibimiento que esperaba. Hannah subió corriendo y gritando: —¡Allie, mamá! Ha llegado papá. ¡No puede llegar ahora! Arriba se oía música. —No te oigo, cariño. ¿Qué dices? —¿Ha llegado papá! —Apaga la música. ¿Qué has dicho? —Ha dicho que ha llegado su padre. —¿Qué haces aquí? No llegabas hasta mañana —dijo Allie con cara de sorpresa. —Lo has estropeado, papá. Nuestra sorpresa. Él pensaba que al menos Hannah estaría contenta de verlo. Miró a su alrededor, estaban en la habitación que era de sus padres, y después de Kim. Habían quitado todos los muebles. Cambiado el papel de la pared. Zane miró al techo.

En los espejos del techo, se reflejó su cara, y la de las dos mujeres de su vida. Las dos tenían la ropa llena de pintura. Estaba claro que las había interrumpido en su trabajo. —Os quiero —dijo él. Hannah le sonrió. —Yo también, papá. ¿Por qué has estropeado nuestra sorpresa? Íbamos a dejarlo bonito para ti. —Estás preciosa —después miró a Allie—. Las dos. Os quiero mucho. —Debe de ser así, si crees que estoy preciosa. Parece que salga de una película de miedo. —Estás preciosa. Pareces mi esposa. Como la madre de mi hija —se rió porque si no lloraría. Allie pestañeó para contener las lágrimas. —Tú pareces un hombre que lleva días conduciendo y que necesita una ducha, un abrazo y un beso de su esposa y de su hija.

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—Estás ahí —Allie entró en la habitación—. Creo que voy a tener que cortarme el pelo para quitarme la pintura. ¿Qué es esto? —El colchón de Hannah. Si se va a quedar mi cuarto, tendremos que dormir en algún sitio. —Hannah necesitaba un cuarto más grande. Yo he dormido en su antigua cama. No tenemos que dormir aquí en el suelo. —Como has metido todos los muebles que había aquí en esa habitación. Casi no se puede ni respirar. —Es culpa tuya por haber venido tan pronto —estaba tan sexy sin camisa y descalzo—. Worth y Thomas vienen mañana a bajar los muebles de tus padres del altillo. Los

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Taylor quieren la alfombra y lo que había aquí. Les he dicho que tú se lo llevarás. —Si lo quieren, que vengan a por ello. A pesar de que Zane opinase que los Taylor habían utilizado a Hannah, ellos siempre serían sus abuelos. Allie utilizó como excusa el dormitorio de Kim para ver cuál era la situación. Tenía esperanzas porque parecía que los Taylor habían asumido que Zane se quedaría con Hannah ya que no mencionaron ni a Sean Doyle ni nada acerca de la custodia de la niña. Allie sabía que los Taylor pensaban que si iban de buenos modos, quizá consiguieran algo de dinero de Zane. —Ya veremos. —Eso que significa, que como eres una recién casada intentas hacerme creer que yo llevo los pantalones. —¿Qué quieres decir? —Pregúntale a Greeley —se acercó a ella y colocó las manos sobre sus hombros mirándola a los ojos—. Allie, tenía miedo de que nunca me dejaras entrar otra vez en tu vida. Te necesito, no por Hannah, sino por mí. Te prometo que nunca volveré a traicionarte. Te quiero, más de lo que puedo expresar con palabras. —Te quiero —Allie lo abrazó—. Hemos estado a punto de perder nuestro amor. Esta vez, sabemos lo importante que es e intentaremos que cada vez sea más fuerte. —Otra cosa… después de que Kim y yo nos casáramos, yo no podía dormir con ella en esta habitación. Esperaba compartirla contigo. Kim y yo usamos el cuarto de invitados. Al cabo de unas semanas, yo volví a mi habitación y ella se vino aquí. Teníamos vidas separadas. Allie imaginó a Zane y a Kim viviendo en la misma casa, como extraños, unidos sólo por una hija y por el sufrimiento. Por

primera vez, Allie comprendió lo difícil que debió ser para los dos. Sintió lástima por Kim. —Eso es el pasado. Kim te dejó un regalo estupendo, tu hija. Tenemos que estar agradecidos. —No te merezco. —Lo siento. Estás pegado a mí —lo abrazó con más fuerza —. ¿Vas a hablar toda la noche o nos vamos a la cama? —Estás deseando probar el techo de espejos ¿eh? —Vamos a necesitar un percutor para quitar eso. Tenía que haber esperado a que pusieran el techo nuevo antes de pintar —dijo sonrojada. —No me casé contigo porque planearas las cosas —dijo Zane mientras le quitaba el albornoz. —Lo sé. Querías acostarte conmigo —Allie cerró los ojos y disfrutó de las caricias. —No, necesitaba a alguien que le pintara las uñas a Hannah. —Mentiroso. Querías que volviera porque el sexo es muy bueno. —¿Quieres decir que lo he cambiado de bueno a muy bueno? —Tú no has cambiado nada. Siempre ha sido muy bueno. Apaga la luz y vamos a la cama. —Si apagamos la luz, no veremos los espejos. —Eso es —Allie le dio un beso en el cuello. —¿Te pone nerviosa? Ponte esto y estarás adecuadamente vestida —metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo. La alianza brillaba con la luz. Allie se la colocó en el dedo anular. —¿Es todo lo que necesito? Se tumbaron en la cama y juntos se rieron, y se amaron.

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—Allie. Al oír su nombre, Allie se despertó. Zane no estaba en la cama. —¿Zane? —Estoy aquí, junto a la ventana. Quiero enseñarte algo. Allie se puso el albornoz y fue hacia allí. —¿Qué haces? —Me he levantado a por una manta. No me dejaste terminar de hacer la cama —la agarró por la cintura—. Mira. Ella cerró los ojos e inhaló el aroma de Zane. —Te he dicho que mires. —No hay nada que ver. —Compórtate y haz lo que te digo. Estoy intentando mostrarte una cosa. Ella no veía nada. —Está muy oscuro. —Por eso lo he visto. El cielo estaba cubierto de nubes, pero de vez en cuando se veía alguna estrella. El invierno estaba cerca. Zane la abrazó al ver que Allie tiritaba. —Ahí viene. Detrás de las nubes apareció la luna e iluminó la escultura de Greeley. En el suelo se veía la sombra de los tres caballos. Parecía que estaban en movimiento. —La familia de Hannah —dijo Allie—, Hannah, tú y yo. —Mira. A la derecha. Había un arbusto con forma de potrillo. Su sombra se fundía con la de la escultura. —Una familia de cuatro —dijo Zane. Allie sólo pudo asentir. Observaron las sombras hasta que la luna se escondió de nuevo.

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—Bueno, ¿que opina, señora Peters? —Creo que tenemos que darle a Greeley un motivo para que ponga en marcha su soldador. Zane le acarició el vientre y dijo: —Lo que tu quieras, cariño. Allie se rió. Él también. Ambos sabían que eran compañeros. En el amor y en la vida.

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Allie se despertó. Afuera, el amanecer teñía el cielo de gris. Zane se movió pero continuó durmiendo. Estaban juntos. Allie colocó las manos sobre su vientre. Hannah era la niña de los ojos de Zane, y Allie disfrutaba mucho con ella. En la agencia habían contratado más gente para que ella y Cheyenne pudieran pasar más tiempo con sus familias. El rancho estaba verde, los potros trotaban por el prado. Allie volvió la cabeza y observó a Zane. Lo mejor del matrimonio. Quería despertarlo a base de caricias y palabras de amor. Se contuvo y dejó que durmiera una hora más. Se levantó, se puso el albornoz y se acercó a la ventana. El aire de junio era fresco. La luz del rancho iluminaba la escultura de Greeley. Allie sonrió y se acarició el vientre. Zane se levantó y fue junto a ella. Colocó su mano encima de la de ella. —¿Cómo está la pequeña Harmony? —No quería despertarte —Allie se apoyó en él—. Harmony podría ser un niño. —No. Me gusta la idea de tener un montón de mujeres a mi alrededor para que me cuiden. —¿No te da igual si es niño o niña? —Quiero que el bebé esté sano, igual que la madre. ¿Cuándo vas a contar las buenas noticias? —Quiero que Cheyenne siga siendo el centro de atención un poco más. —Esa no es la razón por la que lo guardas en secreto. Ella estará encantada de que tú también estés embarazada. —Me conoces demasiado. Está bien. Me gusta que sea nuestro secreto.

—Será mejor que no lo guardemos mucho tiempo. Greeley estará tan ocupada que no tendrá tiempo para añadir otra figura a la escultura. Estás preocupada por ella. —No seas tonto. Puede ocuparse de sus asuntos. —Ya. Por eso tenemos que ir hoy con los Steele a cenar al Sant Chris, y de paso, pasar revista a ese tal Quint Damian. —No sabes cómo se porta con Greeley. —Me dijiste que íbamos a cenar para evitar que Cheyenne se entrometiera. —A veces Cheyenne tiene razón. —Y esta es una de esas veces —dijo Zane resignado. —¿Viste cómo se vistió Greeley para quedar con él? —Estoy casado, pero no muerto —bromeó—. No me había dado cuenta de lo sexy que es. —Pobre Zane. Se ha casado con una que quiere dormir todo el día, que tiene antojos y que se pondrá del tamaño del Sant Chris. —Disfrutaré de cada minuto. Que mi bebé esté dentro de ti, es lo más sexy que puedo pensar —se le ocurrió que su broma podía sentar mal a Allie—. Porque estés embarazada, no te deseo menos. Bromeaba cuando dije que Greeley es sexy. —Sólo se viste así cuando quiere demostrar lo independiente y dura que es. Que nada la asusta. Nunca reparé en lo mucho que pasó mamá para criamos. Ahora, con Hannah y el bebé… quiero que estén seguros, pero no podré protegerlos siempre. Creo que mamá está preocupada por Greeley. —Te vas a entrometer en los asuntos de Greeley. —¿Te importa? Pensó en el día que Greeley le llevó las fotos.

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Epílogo

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—No. Haz lo que debas hacer. Si me necesitas, aquí estoy. —Lo sé. Ella lo dijo con tono de confianza. Amaba tanto a esa mujer. El sol aún estaba bajo en el horizonte. Él le acarició la nuca. —¿Volvemos a la cama? Estoy desnudo y me estoy helando. —¿Es eso lo que te pasa? —Estaré encantado de enseñarle lo que me pasa, señora Peters —la levantó en brazos y la llevó a la cama. —No creerás que puedes hablar de lo sexy que es mi hermana y después hacer el amor conmigo, ¿no? —preguntó en broma. Él se tumbó junto a ella. —Hasta que te casaste conmigo, no sabía cuánto amor, ternura y alegría puede haber en la vida de un hombre. —¿Crees que todas esas palabras bonitas te permitirán conseguir lo que quieres? —dijo ella frunciendo el ceño. —No —él le metió las manos por dentro del albornoz. —Creo que así conseguiré lo que quiero. Ella no necesitó que la convenciera. Más tarde, observando la cara de Allie cuando entró Hannah en la habitación, Zane hizo lo que hacía todas las mañanas: volvió a enamorarse de su esposa.

Fin

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