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Cari Schmitt Romanticismo político T raducción: Luis A . R ossi y Silvia Schwarzbock Revisión: Jorge E. D otti Univers

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Cari Schmitt

Romanticismo político T raducción: Luis A . R ossi y Silvia Schwarzbock Revisión: Jorge E. D otti

Universidad Nacional de Quilines Ediciones

Intersecciones Colección dirigida por C arlos A ltam iran o

D iseñ o original de p o rtad a: Sebastián Kladnieiu Realización: M arian a Nemitz

T ítu lo original: Polttiscfie Romantiic

© Duncker & Humbiot. 1991 © Universidad Nacional de Quilmes. 2000 Ia reimpresión, 2005 Roque Sáenz Peña 180, (B1876BXD) Bernal, Buenos Aires, Argentina ISBN: 987-9173-44-9 Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

“De/midme como queráis, pero no como romántico”................................................................ 9 Jorge E. Dotti

RoTTianticísmo Político Introducción....................................................................................... ..................................... 63 La concepción alemana: romanticismo político como ideología de la reacción y de la Restauración. La concepción francesa: romanticismo como principio revolucionario, el rousseaunismo. Explicación de la revolución a partir del esprit rotnantkjue y del esfíric classique. La confusión del concepto y el camino hacia su definición. 1. La situación e x t e m a ......................................................................................................... 83 El significado político personal del escritor romántico en Alemania. La insignificancia política de Schlegel. La evolución política de Müller: en Gottingen, anglófilo, en Ber­ lín, conservador anticentralista, feudal y estamental, en Tirol, funcionario del Estado central absolutista. II. La estructura del espíritu ro m án tico ...................................................................... 109 L La recherche de la Realité.................. ............................................................................. 109 El problema filosófico de ía época: la oposición entre pensamiento y ser y la irracionali­ dad de lo real. Cuatro formas diferentes de reacción frente al racionalismo moderno. Dios, la más alta realidad de la antigua metafísica, y su sustitución por dos nuevas reali­ dades: la humanidad (el pueblo) y la historia. La humanidad como demiurgo revolucio­ nario, la historia como demiurgo conservador. El sujeto romántico y las nuevas realida­ des. La oposición entre posibilidad y realidad. La romantización del pueblo y de la historia. Ironía e intriga. Realidad y totalidad. La manipulación romántica de! universo. 2. La ¿structura ocasionalista del romanticismo.................................................................141 La desilusión del subjetivismo. El significado de occasio como el opuesto de causa; lo ocasional como la relación entre et subjetivismo y lo fantástico. La esencia del antiguo ocasionalismo: 1a superación de las contradicciones a través de un tercero superior. La

superación romántica de las contradicciones través de un otro superior: la verdadera realidad y los distintos pretendientes a esa realidad: el yo, el pueblo, la historia, Dios. La consecuencia: lo superior es aquello siempre otro y !a confusión de los conceptos. La productividad romántica: el mundo como ocasión paia una vivencia y la forma esencialmente estética de esta productividad. La mezcla de las esferas espirituales en los románticos intelecrualistas. III. Rom anticism o p olítico............................................................................................... 175 Panorama del desarrollo de las teorías del Estado a partir de 1796, La diferencia de la concepción romántica del Estado respecto de la contrarrevolucionaria y de la legitimista. El Estado y el rey como objetos ocasionales del interés romántico- La incapaci­ dad romántica para la valoración ética y jurídica- La romantiiación de las ideas filosofico-políticas. La productividad de Adam Müller; su argumentación como resonancia oratoria de impresiones significativas, sus oposiciones como contrastes oratorios. El carácter ocasional de todos los objetos román tizados. Breve alusión a la diferencia en­ tre romanticismo político y política romántica: en ésta es el efecto, no la causa, oca­ sional. Excurso; el romántico como tipo político en la concepción, de la burguesía libe­ ral, ejem plificado por el em perador Juliano, según D. F. Strauss. Romanticism o político como acompañamiento emotivo a los acontecimientos políticos.

“Definidme como queráis, pero no como romántico” (C ar! Sch m itt).

Jo rge E. D otti

N o d eja de llamar la aten ción que una obra de la envergadura de Ro­ manticismo político sea publicada e n español recién ahora, och o d é ca ­ das después de su primera edición, pues los textos capitales del corpus sch m ittiano han con ocido m uy tem pranas versiones en nuestra len­ gua, e incluso, en algunos casos, anteriores a su publicación en ale­ m án, Ligad o a esta casi anom alía está el hecho de que no h a sido uno de los escritos tem a tizados por las primeras interpretaciones de Schm itt en el ám bito hispano-parlante, pese a que ya en los años veinte Eugenio D ’O rs llam ara la aten ción sobre este trabajo de 1919. En las traducciones y en los análisis críticos fueron privilegiadas otras obras, justificadam ente fam osas, que expon en las nociones clave de la teolo­ gía política y del decisionism o, del jws publicum europaeum y de una fi­ losofía de la historia cen trada e n el conflicto tierra-m ar y en ía pers­ pectiva de los grandes espacios. S in em bargo, tan to resp ecto de estas cu estion es, co m o de otras tam bién vertebradoras del desarrollo intelectual de Sch m itt (su v an ­ guardism o católico, la dialéctica entre legitim idad y legalidad, el pen­ sam iento del orden concreto, la cuestión deí kat’ejm , la teoría del par­ tisano - p o r nom brar ciertos aspectos sobresalientes de un a panoplia variada pero sim ultáneam ente o rgán ica-); o sea, frente a los m otivos cen trales deí pensam iento schm ittiano, itomímticísmo político es un es­ crito fundam ental, pues traza co n rasgos indelebles las líneas directri­ ces de la polém ica que Sch m itt m antendrá h asta el final de sus días con la neutralización íiberal-econom icista de ía decisión política. C ier­

tam ente, en escritos anteriores (com o Ley y sentencia, de 1912, Silue­ tas, de 1913, El valor del Estado y el significado del individuo, de 1914, los Estttdios sobre Aurora boreal de T h eod o r Daubler, de 1916) hay elem entos significativos para el desarrollo ulterior de sus ideas, pero es a partir del libro dedicado a lo que h asta enton ces había sido una de las notas m ás distintivas de la germ anidad m oderna, ia cultura rom ántica, que puede relevarse la con tin uidad doctrinaria de su producción, en su vis polém ica y en su estructura sistem ática. R etraso, entonces, e n verter páginas de tan alta densidad concep­ tu al al español, y no poco orgullo de que sea un a in stitución académ i­ c a argentina la encargada de sostener esta iniciativa, ya que se acre­ cienta así una historia de la recepción de Sch m itt entre nosotros, que con oce m om entos más destacables que lo que suele ser conocido. Por n uestra parte, e n este breve introito suponem os un lector p o ­ tencial interesado en, y con ocedor a grandes rasgos de, algunos asp ec­ tos de la filosofía jurídíco-poíítíca de Sch m itt, y al que puede resultarle proficuo acceder al texto que presentam os m ediante un sim ple relevam iénto introductorio de los tem as que el últim o gran pensador político de O ccid en te desarrolla en un a ob ra juvenil, del m odo perspicuo y profundo q u e siempre lo h a caracterizado.

1. L a tarea inicial, a la vez vertebradora de to da la argum entación ul­ terior, es determ inar ¡a especificidad del rom anticism o político. Schm itt busca enunciar la n oción constitutiva de un fenóm eno histórico que, no o b stan te estar caracterizado por una pluralidad de rasgos y m arcas, a m en udo contradictorios entre sí, configura una disposición espiritual específica y tiene un m otivo identificador de su naturaleza, m ás acá o por debajo de su plurifacetism o y su m ism a policrom ía. La prim era advertencia para evitar la confusión h erm enéutica es n o tom ar com o distintivo del rom anticism o las tem áticas que los pro­ pios rom ánticos asum en com o objetos de sus in tereses literarios y esté­ ticos en gen eral (la E d ad M edía, la astroiogía, lo oriental, eí pueblo cándido, las noches de lun a llena, y sim ilares), pues ello lleva a propo­

ner una pluralidad h eterogén ea y asís tem ática de definiciones; y, sobre todo, a descon ocer el nervio de la m anera rom ántica de posidonarse ante las cosos, en especial ante la política (posicionam iento que es - p a ' ra S c h m itt- la piedra de toque de una cu ltu ra). Particularm ente importante para el jo ven jurista es im pugnar sobre todo la identificación del rom anticism o con el catolicism o, pues es en este últim o, en la e s ­ pecial con jun ción entre lo trascen den te y lo inm anente representada por la Iglesia rom ana, donde Sch m itt encuentra n otas paradigm áticas para la elaboración de un m odelo altem ad v o al de la no-politicidad tiberal, tal com o ésta se anuncia o presenta more aesthetico e n el rom an ­ ticism o germ ano. Los rom án ticos aspiran a poner en acto una revolución religiosa, a instaurar un a n ueva religiosidad a través de un ejercicio de produ c­ ción in telectual, fundam entalm en te literario, com o trad u cció n outre Rhin o idealización estetizante de los acontecim ientos fran ceses (con recep ción inicialm ente favorab le, pero rápidam ente n eg ativ a de los m ism os), aunque sin llegar a d espertar nunca un interés o una preocu­ pación seria en los estratos m ás altos de la sociedad, cuyas ricas fam i­ lias -n o b le s y bu rgu esas- alien tan los cenáculos donde ios in telectu a­ les rom ánticos son, sí, anim adores principales, pero n ad a m ás que en el ám bito de las tertulias. Posición clíentelar, entonces, que, a su m an e ­ ra, es sin tom ática de la m arginalidad de los rom ánticos respecto de la política; y que e stá co n d icio n ad a por el principio m etafísico m ism o que los define en su especificidad cultural. L o cual nos lleva a la cu es­ tión cen tral, a la “estructura del espíritu rom ántico”, que Sch m itt tem atiza e n el plano filosófico. La lectura de la filosofía m oderna que propone Sch m itt, a grandes trazos, es una confirm ación ex ante de su afirm ación futura, en el sen ti­ do de que la clave para la com prensión de una visión política epocaí está en la m etafísica que esa ép oca sabe formular. Es en las disquisíones sobre el ser, la divinidad, lo perdurable y lo efím ero, la relación e n ­ tre sujeto y ob jeto y dem ás problem as del ajetreo con ceptual filosófico, donde -e n se ñ a S c h m itt- se form ula con mayor nitidez la m anera c o ­ m o un a cu ltu ra entiende el poder, la soberanía, la iden tidad m ism a de

las relaciones interhum anas, el horizonte de sentido ético y jurídicopolítico de u n a form a de con viven cia colectiva. Enseñanza que tiene an teced en tes ilustres. Ya H egel, de quien Sch m itt tom a ideas básicas para su crítica del rom anticism o, había m ostrado que la problem ática política tiene su punto de con den sación intelectual en el nexo entre lo infinito y lo finito, entre D ios y el m undo. El hontanar del rom anticism o es la revolución cultural que derrum ­ ba a la oncología clásica, m ediante la duda, primero, y la crítica, des­ pués. El eje de la legitim ación m oderna de todo conocim iento y de toda acción p asa por un sujeto que, paulatinam ente, se va revistiendo de una poten cia dem iúrgica sim ilar a la que otrora se atribuía a la divinidad bí­ blica. E n la actividad egocéntrica reside la justificación del saber y del actuar, a la luz de la n ueva racionalidad; y en este desplazam iento o “gi­ ro co p em ican o ” se abre u n a serie de dualism os (pensam iento-realidad, sujeto-objeto, espíritu-naturaleza, y otros), a cuya lógica q uedan som e­ tidos los texto? rom ánticos. Sólo que, al pertenecer al m om ento filosó­ fico en que el jo cartesiano se transform a en fuerza sintético-trascend en tal, la in telectu alid ad ro m án tica cree que el din am ism o de esta n ueva subjetividad (de la que se siente vocera privilegiada) es capaz de m an ten er las an títesis {testim on ios de vitalidad) y al m ism o tiem po contraponerles u n a in stan cia superadora o terrium conciliador, desde una posición de “indiferencia” (térm ino clave) frente a las oposiciones m ism as. L o cual no es sino la transcripción filosófica de esa actitud de distanciam iento frente a la realidad y a las responsabilidades de lo polí­ tico, que estos intelectuales despliegan en su escritura y confirm an en sus biografías. Sch m itt no cae en las generalizaciones que criticó siem pre y sabe diferenciar en este pan oram a de la m etafísica m oderna distintas posi­ ciones, en especial aqu ellas dos que enuncian - s i bien e n la form a de una configuración p rem atu ra- los polos de la conflictividad que carac­ terizará al entero ciclo de la m odernidad; esto es, la polaridad (tem atizada por nuestro autor a ío largo de su vasta producción) entre lo polí­ tico, la decisión excepcion al an te lo excepcional, por un lado, y, por otro, las diversas figuras de la neutralización, los sucesivos estadios y

ám bitos en que se va cum plim entando la secularización (de la religión a la m etafísica, a la m oral, a la econ om ía), en un proceso que sim ultá­ neam ente diviniza la ratio inm anentista, desem boca en la tecnocracia liberal, se autojustifica m ediante la axiología y alim enta la desilusión nihilista. La oposición entre decisión existencia! y despolítización diaíoguista-econom icista aparece en el estadio prerrom ántico com o distinción entre las filosofías m ecan icistas y las em an an tistas. En las prim eras queda justificada -au n q u e en constante tensión con los m otivos n eu ­ tralizan tes- la acción soberana, m ientras que el panteísm o em anan ti sta, aí anular la id ea m isma de una creación a partir de ia nada, priva de significación a la soberanía en sentido estricto y a las decisiones radi­ cales ante la irrupción del vial en el mundo. Es decir que, si bien el ra­ cionalism o m ecan icista -verb igracia, de un D escartes o un H o b b esqueda prisionero deí culto de ía abstracción, del concepto com o m uda n ota com ún, m ero nomen o expediente útil para la econom ía del pensam iento, sin em bargo, y co n m ayor o m enor contradictoriedad con sus propios principios (Schm itt lo destacará en sus escritos hobbesianos), el m érito del m ecanicism o clásico reside en el lugar privilegiado que le concede al ejercicio de la soberanía. En últim a instancia, toda m áquina necesita del m aquinista que la ponga en m archa, m aneje sus palancas y repare sus falencias. Por el contrario, los planteos totalizantes, las teorizaciones acerca de una sustan cia infinita en la pluralidad de sus m anifestaciones, igno­ ran el conflicto radical y term inan deslegitim ando la intervención per­ sonal de una volu n tad libre que se opone al maí, ya que carece de sen ­ tido la id ea de in stan cias de alteridad o im previsibilidad radicales que pudieran generar un a conflictividad existencial. L as filosofías an tidu a­ listas supon en asegurada d e antem ano la realización espontánea de la conciliación final y la consiguiente disolución de toda conflictividad existencial, pues toda oposición queda reducida a m era figura interna a, por haber sido p rod u cida o puesta (“em an ad a”) por, ía to talid ad misma. En tales plan teos em anantistas, la arm onía superior se autoproduce a lo iargo de un etern o e inconm ovible proceso de em an a­

se

ción. Y donde carece d e dignidad filosófica el mal, prem isa d e toda teología política autén tica, allí queda neutralizado das Poiitisc/ie. D entro de la m isma perspectiva crítica, Sch m itt com pleta el cuadro de las tendencias filosóficas antim eeanicistas co n observaciones agudas tanto acerca del m isticism o (sobre todo en lo que hace a la predisposi­ ción para alentar el m esianism o revolucionario, que entra en conflicto con la soberanía absoluta y, a la vez, con el conciliacionism o p an teísta); com o en to m o a posiciones de corte histórico-tradicíonalista (el nom ­ bre aqu í es V ico); y tam bién sobre la tendencia estetizante anglosajona (y parcialm ente rou sseau niana), que tiene una incidencia vital en el ro­ m anticism o germ ano. E n su ponderada aleación de racionalism o y sen ­ timentalismo, estas filosofías este to an tes reducen las antítesis conflicti­ vas a m eras desarm onías provisorias, encuentran en la “naturaleza” una totalidad m aleable con vistas a satisfacer las exigencias teórico-prácticas m ás variadas, potencian un yo a la vez ajeno a la política y atónito ante lo sublime, privilegian los cenáculos intelectuales y rechazan de lleno la dureza ferina del homo naturalis hobbesiano. S ó lo que el rom anticism o político germ ano com binará, con m ayor o m enor acierto, sentim entalism o an glosajón y rousseauniano con ele­ m entos kan tian os y fichteanos, que le aportan fuerza trascendental al m om ento de la creatividad. Schm itt destaca, precisam ente, los ideologem as representativos de esta actividad subjetiva Ubre y del cam po en que se despliega. A ten dien do a esta m ixtura doctrinaria, y a partir de una inteligente lectura de los grandes reaccion arios franceses (de Bonaíd y de M aístre), S ch m itt focaliza la productividad in telectual ro­ m án tica en los dos co n cep to s novedosos, “ hum anidad" e “ historia", que p aten tizan la p erten en cia e stru ctu ral del espíritu rom án tico al proceso de secularización distintivo de la m odernidad. Es sobre el sus­ trato teórico que le proporcionan estas nociones universalistas que la conciencia burguesa articula su visión del m undo, tan to en lo que tie­ ne de revolucionaria, cu an to en sus apologías del starn quo. N ocion es que nuestro autor califica de nuevos “dem iurgos” , pues ve en ellas (an ­ ticipando la Teología política) una prueba m ás de la “identidad m etódi­ ca” entre conceptos teológicos, m etafísicos y políticos.

Sch m itt observa que la efectividad de un o y otro con cepto es de signo contrario, en arm oniosa tensión; es decir, que tales figuras b alan ­ cean sus efectos ideológicos y así se equilibran. L a humanité-et-fratemité opera m enos com o un a divinidad creadora de orden que com o una fuerza revolucionaria, pues precisam ente la negación de todo límite y la búsqueda de la totalidad (el rechazo de los particularism os históri­ cos) ponen en crisis esa idea de orden riguroso y de condicionam iento causalista en el universo y en ía sociedad, que la filosofía m ecanicista, a su m anera, justificaba. L a “h istoria”, el “segun do dem iurgo", corrige los desbordes de la co n cien cia revolucionaria; ella es el “D ios con ser­ v ad o r” que recom pone ía idea de com unidad y pueblo concretos. Pero es tan am plio el m argen de m aniobra ideológica que d e ja el plan teo histórico, que alim en tará tam bién tendencias revolucionarias ju n to a las conservadoras. Frente a las tensiones, entonces, que prov ocan estas dos lógicas en su coexistencia dentro de un m ism o texto, los rom ánticos no en con ­ trarán m ejor resolución que la de afirm ar el privilegio del observador, esto es, la superioridad de la contem plación estética. N o obstante los hosannas y exteriorizaciones m ístico-religiosas, tan abundantes en los textos rom ánticos, éstos adolecen de la dram aticidad propia de una v i­ sión cristiana de la historia. Sch m itt insiste en la incom patibilidad e n ­ tre la resp on sabilid ad de un au tén tico creyente an te las decisio n es existenciales que no puede evitar, y la indiferencia y el dialoguism o eterno al que se siente llam ado le moi romantique. Pero en lo que h ace a la estructura filosófica íntim a de su planteo, no queda suficientem ente clara en los rom ánticos la relación entre el yo-productivo (kant-fichteano) y la dupla humanidad/historia (¿quién concilia? ¿el yo, los universales-dem iurgicos?). U n o de los ap o n e s schm ittianos es, precisam ente, dem ostrar que tai am bigüedad es intrínse­ cam ente con stitutiva deí rom anticism o político, pues resolverla eq u i­ valdría a que el su je to ad o p tara un gesto resolutivo, que defin iera, decidera y actuara, aban don an do el cam po de las posibilidades in fin i­ tas, esto es, de la libertad y la creatividad, tal com o ellos entienden e s ­ tas nociones. Para los rom ánticos, el gesto consistente en definir, fu n ­

dam entar y coherentem en te decidirse por una acción con creta equivale a ultim ar la vitalidad y falsear la verdad, paralizando con un a d e ­ term inación con creta de la volun tad el m ovim iento libre, indeterm i­ n ab le e im p re c iso , p ro p io de la im a g in a c ió n . A se m e ja n te g e sto aniquilante, típico de la razón clásica, escap a sólo la com unidad de e s­ píritus superiores, con tem plativos y sim ultáneam ente fatigosos elaboradores de lo fragm entario y aforístico, apologetas de la “plenitud de posibilidades”, del hom bre ilim itado, del pueblo puro en su puericia, del corazón in co n tam in ad o , del p a sa d o co m o fuente in agotab le de im ágenes, de lo exótico y distante; esto es, de todo lo que resulta am e­ nazado por las exigencias que im pone la realidad, sobre todo la del Estado-m áquina con sus estructuras jurídicas y socio-políticas definidas. E n el escapism o pseudocristiano frente a ios com prom isos existenciales, los rom án ticos se h acen fuertes m ed ian te la ironía y la intriga, que son los expedien tes para transform ar to da situación en un espacio lúdíco, donde n inguna posibilidad queda d escartada e im pera un ab a­ nico de virtualidad es no excluyentes (el “y viceversa” -d e sta c a Schm ítt- es la cifra de la retórica rom án tica). N a d a es firme, todo revela su provisoriedad cu an d o cae bajo el persifíage del intelectual distan cia­ do y libre en h intimidad de su espíritu frente a los aprem ios de la reali­ dad, en el secreto de su yo, que es siem pre otro respecto de cualquier m ánera que se lo quiera identificar exteriorm ente, en la pureza de un mo¡ que es siem pre auténtico respecto de cualquier m odo en que se lo (re)presente o se lo quiera apresar, falseándoh. L a ironía es un elabora­ do ir y venir desde el racionalism o al irracionalism o, que proporciona al rom ántico la "reserv a” , indiferencia o d istan cia para disponer de lo real com o si fuera un sim ple instrum ento o vehículo de expresión de lo que es él m ism o en su interioridad, espíritu superior. D e este m odo, al garantizar la in adecu ació n perm anente de cu al­ quier realidad resp ecto de la totalidad e infinitud que el rom ántico an ­ hela y cree poder alcanzar con sólo no q u ed ar atrapad o por alguna realización o presen tificación inevitablem ente im perfecta de tal totum anhelado, lo que realm en te este intelectual hace no es sino autoprotegerse. A utoprotección que conlleva, coherentem ente, que la ironía ja ­

m ás sea aplicada a sí m ismo, que jam ás sea reflexiva, pues Ironizar so­ bre uno m ism o y som eterse a la propia crítica es una m anera de objetivizarse, y, así, de perder el estatus distanciado y sublime característico de la subjetividad rom ántica. En todo caso, los rom ánticos sólo se o cu ­ p an de sí m ism os, ya que cad a uno com pone anárquicam ente su m un ­ do para sí, reduciendo io real a figuras de un juego que el sujeto juega consigo m ism o. Pero n un ca tem atizan expresam ente su propio yo en clave irónica. S ería com o pegarse con la p ala en el pie. H a sta este p un to, enton ces, la enseñanza sch m ittian a es - c r e e ­ m o s- que los dioses del ateísm o, los universales abstractos que violen ­ tan lo concreto {ignorándolo o som etiéndolo a un desarrollo histórico q ue reduce las p articu laridad es reales a m era co n tin gen cia), son la contraparte de un yo que se pretende absoluto en su indiferencia irónica frente a los conflictos y los com prom isos teórico-prácticos. Es el estado espiritual de un sujeto que an te sí tiene sólo temas de diálogo, m otivos de una co n versació n am able, susceptible de prolongarse in defin ida­ m ente, porque la tem poralidad estético-dialógica y contem plativa es la que le im pone el yo m ism o desde su absoiutez y privacidad intangibles. U n sujeto al que la tem poralidad de lo político y ía urgencia de la d e ­ cisión le son ajen as. Se trata ahora de profundizar el sentido del m eollo filosófico del ro­ m anticism o político. La occasio.

2. El hilo con ductor de la crítica schm ittiana es la con traposición e n ­ tre la fuerza de la realidad y de la responsabilidad que ella im pone a quien se posicion a intelectualm ente ante Jo que es, por un lado, y la desontologización de lo real operada por el subjetivism o rom án tico, m ediante u n a tergiversación ideológica del com prom iso de un in telec­ tual con su época, por otro. Los d os dem iurgos, la “h um anidad" y la “ historia”, h acen del ser h um ano un a suerte de instrum ento de un proceso superior, que se d e ­ sarrolla por encim a de su cabeza. Pero, a diferencia de cu an to aco n te­ ce en la versión hegeliano-m arxista del m ism o (con las d en o m in ad o-

nes específicas que reciben tales universales: espíritu del pueblo, clase, etc.}, el rom anticism o som ete la objetividad de los procesos suprapersonales a las vicisitudes de un yo com o sujeto libremente creativo, de m anera tal que cualquier elem en to social e histórico deja de ser estad o o m om ento de un d esarrollo d ialéctico de la h istoria h um an a y se transform a en una mera ocasión para el despliegue de tal creatividad subjetiva ¡ibre, filosóficam ente resultante de am algam ar actividad sin­ tética y poiesis estética. El efecto buscado por los rom ánticos (contrario al propósito del sa­ ber dialéctico hegeliano-m arxtsta, que es enunciar las leyes de m ovi­ m iento de su objeto: la historia, el capitalism o, las co ncien cias y las ideologías, etc.) es la neutralización de todo causalism o y determ inism o extrasubjerivo. A su m anera, el ocasionalism o rom ántico h ereda la p red isp o sició n a n tic au sa lista p resen te e n M aleb ran ch e y G eu lin cx (para quienes el único actor/causan te verdadero es D ios), pero ía resem antiza en clave postkantiana y estetizante. D e este m odo, así com o para los ocasiónalistas la actividad personal de D ios se disuelve en eí ordre général in m utable, así, an álo g am en te, p ara los rom án ticos los m om entos de crisis extrem a, que exigen tom as de posición personales, perentorias y radicales, se disuelven en el proceso “ histórico” u “orgá­ n ico” en general, que neutraliza su radicalidad. Por cierto, n o cabe controlar detalladam ente la lectura schm ittiana de los ocasion alistas franceses, en quienes la n oción de “cau sa ocasio­ n al” -c o m o propia del con ocer y obrar de ¡os h om bres- podrá, sí, ser confusa en m uch os aspectos, pero no e n el de servir a reafirm ar la so­ beranía absoluta de D ios. Lo im portante, aquí, es acen tuar que, para Sch m itt, el planteo rom ántico seculariza la om nipotencia divina en ía forma de om nipotencia del yo; la cual, a través de este desplazam iento, deviene sin em bargo una capacidad sólo estética {de reacción sen ti­ m ental subjetiva exclu sivam en te), y no de creación-transform ación de la realidad. Esto es, ante lo que es m era “ocasión ”, la respuesta subjeti­ v a es exclusivam ente poética y em otiva. El sujeto, que e n virtud de una peculiar inversión idealista se (auto-) eleva a punto expansivo de creatividad absoluta, no ha producido com o realidad m undana n ada

m ás que lo que le sirve com o ocasión para una vivencia y/o com o susck ad o r de ironías, pero sin que ninguna de las dos actitudes represente algo distinto que la aceptación de esa m ism a realidad en su empiricidad m ás inm ediata. Insistam os en este punto, pues se trata del eje con ceptual del análi­ sis schm ittiano. Q ue todo sea sim ple occasio para la expansión infinita del yo significa reducir la realidad a un juego, pues sólo un ob jeto que no obedece sino a reglas iúdicas puede ser el correlato del entusiasm o rom ántico, de la sublime vivencia excepcion al que corta los lazos pro­ saicos y estables -ta n to teóricos com o p ráctico s- con el m undo. Schm itt, entonces, considera el rom anticism o com o ocasionalism o subjetivizado, reducción de la realidad a ocasión para el despliegue poético-lúdico de un yo endiosado. C onsecuentem ente, la interpretación schm ittiana se centra en la actitud rom ántica consistente en asum ir c o ­ m o real solam ente lo que la propia subjetividad tematiza com o tal, esto es, lo que ésta juzga com o apropiado para ejercer sobre él su cap acidad creativa: Subjetividad que, sin em bargo, a cau sa de su incapacidad para entrar en contacto con una realidad distinta y dram ática (no estética sino su stan cial y p olítica), q ueda reducida a m ero estad o de ánim o, tem ple sentim ental y afectivo; con lo cual se ve privada de la fuerza sintética que le atribuía el idealism o alem án. El intelectual rom án tico rechaza toda previsibilidad racionalista y todo cálculo utilitario, pero su rem isión a un a im aginación creadora en la pluralidad de sus m an ifesta­ ciones estéticas, su recurso a la fan tasía poetizante en d esm edro del V m tand calculador, no exceden el perím etro de la contem plación d e ­ sinteresada. L a identidad que busca alcanzar no quiere y/o no puede ser política. A sim ism o, tal com o los ocasion alistas buscaban superar el d u alism o alm a-cuerpo en una un idad suprem a, D ios, así los rom ánticos in v o c a n una instancia m ás elevada, "tercera" respecto de todas las o p o sicio n es m un dan as, las cu ales no son m ás que ocasiones para la revelación d e l poder de esa síntesis superior (tal com o p ued en representarla, v e rb i­ gracia, la com u n idad , el E stad o, la iglesia, e tc.). Pero, d a d o que su época configura un estadio m ás avan zado de la secularización, el d e la

burguesía triunfante con su ideal de la arm onía natural, lo que les im­ porta no es legitim ar postcartesianam ente la om nipotencia divina, si­ no enunciar con ciliaciones ad ecu ad as y con cordias espontáneas. D e este m odo, Sch m itt d estaca el p aren tesco ideológico del rom anticism o político con el liberalismo, esto es, co n el equilibrio com o desiderátum de las teorías liberales (la “ balanza” de Shaftesbury y Burke). Es así que cuan do no está m entada una arm onía m ediante co n tra­ pesos y equilibrios recíprocos, el esquem a al que acuden los rom ánti­ cos es el em an an tista, el de la un idad de la que em anan las oposicio­ nes, las cu ales, en virtud de su d ep en d e n cia resp ecto de su fuente suprem a, no p ueden poner en crisis la con ciliació n últim a. Pero en ambos casos, la idea rectora es la m ism a; los conflictos, las dualidades antitéticas no son sino ocasiones para la m ediación del “tercero". R esum am os este m om ento del análisis schim ittiano: la seculariza­ ción de Dios como yo romántico se corresponde con el endiosamiento del in­ dividuo liberal, del productor-consumidor en el libre mercado. E n el ro­ m anticism o, éste individualism o se presenta, eso sí, estetizado, en la form a de creen cia en que lo único im portante es la creatividad de un sujeto co n d icio n ado sólo por sus viven cias subjetivas, por los se n ti­ m ientos y afectos personales e íntim os, pues la realidad no es sino la “ocasión” para expresar esa riqueza subjetiva. Es en este punto donde se produce la con exión de esta interpreta­ ción sch m ittiana de la politische Romantik co n la teoría jurídico-política decisionista, pues lo que entra en ju ego es la prioridad del acto libre de. la voluntad, que funda un orden, respecto del norm al desenvolvim ien­ to de dicho orden, hecho posible por el acto fundacional soberano. E n páginas que an un cian la fuerte p olém ica annnorm ativista de e s­ critos sucesivos, Sch m itt propone que, sean o no conscientes de ello los rom ánticos, esta creen cia estetizante se sostiene en ía existen cia real y con creta, no im aginaria, de con dicion es extrasubjetivas que g a­ rantizan tal ju ego de la fantasía. Los estados de ánim o pueden ser asu ­ m idos com o realidad absoluta sólo cu an d o la -d ig a m o s- realidad real, las con dicion es sociopolíticas extern as al yo m ism o, no aparecen am e­ nazadas por ninguna crisis que ponga e n cuestión y vuelva extem porá­

n ea y absurda la actitud rom án tica de distanciam iento y productividad fan tasiosa. S in el sen tim iento de seguridad propio de la civilización burguesa, el rom anticism o carece de sentido. D esde una perspectiva histórica y sociológica, entiende Schm itt, el rom anticism o es visualizable com o un “p roducto” de la m entalidad liberal. E xisten cialm en te, en cam bio (esto es: desde una perspectiva filosófica m ás profunda que la del sociologism o h istoricista), el ocasionalism o rom án tico se m uestra deudor de un acto de pacificación e in stauración de orden que obedece a una lógica bien distinta. M ien ­ tras que la subjetividad rom án tica se autojustifica m ediante su renun­ cia a to da decisión autén tica, el m arco cultural que confiere sentido a este posicion am iento infinitam ente contem plativo y dialoguista, esto es: el sostén existencial de la “ con versación” rom ántica com o es te t i ' : 2ación de la “discusión” liberal clásica, reside, en cam bio, en el ejerci­ cio de la soberanía, tal com o lo legitim a la lógica decisionista. El fun­ d am en to de la producción -r e a l, no im agin aria- del orden jurídico, sólo dentro del cual el rom án tico puede intentar e fe c ti vi zar su poéti­ ca, es la decisión política. El ju ego rom ántico entre tem ple sentim ental y contem plación d e ­ sin teresada presupone, entonces, ese sentim iento de seguridad burgués que es deudor, por su parte, de la producción soberana de estatalidad. El paso siguiente de la crítica schm ittiana es observar que, no sin ingratitud, el rom ántico som ete a ironía ese mismo orden burgués, fue­ ra del cual no encuentra ía base existencial para sus desplantes iróni­ cos. Pero por eso mismo, sus denuncias no sobrepasan el nivel de las actitudes estetizantes, sin alcanzar la radicalidad de lo político. D icho de otro m odo: com o la creatividad rom ántica no es sino la transcrip­ ción de vivencias íntim as y tan sólo el eco o la resonancia de acon teci­ m ientos que se desarrollan por otros andariveles, inm unes a toda ironización; es decir, dado que el formalism o de su retórica es capaz de encontrar ad ecuados a sus anhelos cualquier objeto y cualquier reali­ dad, aun las m ás opuestas, espiritualizando a todas p or igual e ignoran­ do las oposiciones drásticas y los antagonism os inconciliables, enton ­ ces el rom ántico no sabe tener otra posición o identidad que la que

alcanza m edíante su fan tasía poética, con la consiguiente autoexclusión de lo político. C oh erentem ente, su productividad no puede am e­ nazar n un ca seriam ente tal orden burgués, sino sim plem ente dar una transcripción fantasiosa d e lo q u e en él acontece. La preocupación del rom ántico no es radicalm ente revolucionaria, es de otro tipo: lúdica e ironizante. Fin alm en te, Sch m itt a c e n tú a su crítica, co n un leve cam b io de perspectiva. En la dialéctica entre arm onía superior y actividad poiética del yo (entre objeto-total y subjetividad con tem plativa), a los ro­ m ánticos les preocupa n o q uedar entram pados en la “ objetividad” pro­ pia de todo aquello que el sentido com ún considera com o lo real. Su angustia es que el su jeto n o se vea coartado por las responsabilidades gen eradas por sus propios gestos y pueda m antener esa distancia incolm able que le asegura autenticidad y, sim ultáneam ente, im punidad fren­ te a eventuales, acusacion es en el sentido de que los resultados logra­ dos no sean lo verdadero y puro. El rom ántico m ism o es el prim ero en sosten er que la verdad no reside en ninguna realidad concreta, por en ­ de ni siquiera en la que él produce, sino en lo totalm ente otro, en una alteridad inalcanzable. L o verdadero y auténtico n un ca es lo real y objetivo. Por ende, n un ca es responsable ante cualquier instan cia de la realidad, ni siquiera ante las que él mismo genera estéticam en te. Para­ dójicam ente,. el rom ántico se m antiene libre para seguir bu scando la totalidad que anhela sólo cu an do reafirma el dualism o entre su yo y ío otro. S ó lo que el precio a pagar por la exacerbación del dualism o en el m om ento mismo en que se pretende superarlo es la desilusión, el desen­ gaño por el destino de fracaso del que ni la propia actividad libre logra huir. D esilusión acom pañ ada por un sentim iento de im potencia, eí de q uedar enm arañado en la red de fuerzas superiores, que aplican sobre el sujeto la m isma ironía que éste aplicaba a la realidad inferior. De este m odo, el pragm ático sen tid o com ún del Biedermeier -co n clu y e Schm itt- se presenta com o el desem boque del rom anticism o y el filisteo re­ sulta el m ódico héroe de una lírica que term ina degradándose a sí m is­ m a.

E n el plan o ético, esto significa que el gesto subjetivo que los filóso­ fos ocasionalistas enun ciaban com o “consentim iento” (t.e. com o el es­ trecho m argen de libertad hum ana ante la voluntad general de Dios) resulta ahora estetizado com o sentimiento (afectos y emociones) y, así, despojado de su carga práctica. El tribunal últim o de la actitu d del su­ jeto, cu an d o actúa/produce o cu an do cede ai desengaño, es el sujeto mismo, o m ejor: sus reacciones estético-sentim entales. Pierde así im ­ portancia e) m om ento m ás activista (heredero de la síntesis kantianofichteana) y prevalece el de la aprobación pasiva de un a unidad supe­ rior, la cual se opera con total prescindencia del sujeto. L a actividad sintético-trascendental se ha enervado --cabe in sistir- en la forma de un yo contem plativo, que sim plem ente “acom paña” a la conciliación operada por el “tercero", sin que la subjetividad participe activam ente en ella. A l yo no le q ued a m ás que ju gar con las oposiciones: ironizar, intri­ gar, desplazar su m irada desde un objeto a otro, proponer antítesis en tales o cu ales tem áticas y luego invertir su propio ju icio y encontrarlas en otras, atribuir un a función a tal o cual opuesto, y despu és cam biar las funciones de uno y otro; brevem ente: deam bular discursivam ente por las tem áticas m ás variadas y m ezclar todo desaten dien do a las e s­ pecificidades. Pero, tal com o corresponde a su apoliticism o, no hay en esta subjetividad lúdica ningún atisbo de la bú squ eda de certidum bre que caracteriza a un hegeliano o a un m arxista, pues el rom án tico no asum e la responsabilidad d e in ten tar con ocer el m ovim iento -re al, no im agin ativ o- de las cosas, para poder actuar sobre ellas. Tomar partido con decisión destruye el romanticismo. N o puede haber ni un a ética ni un derecho ni una política rom ánticos, pues las creacio­ nes del rom anticism o n o co n ocen distinciones lógicas nítidas, juicios m orales claros, decisiones políticas term inantes. D e este m odo, la libre productividad del yo rom ántico cae en una paradójica dependencia ab ­ soluta: la renuncia a transform ar el m undo, la pasividad estetizante de un sujeto que no quiere ser actor, lo con den a al m ero “acom pañ am ien ­ to” estético, a sim plem ente dar una “term inación alm idon ada’’ a una praxis concreta y efectiva, que se decide en otro ám bito. E l sentim iento

rom ántico va siempre a la zaga de los planteos políticos, cualesquiera fueren; será revolucionario si hay una revolución en acto, reaccionario cu an d o im pere la R estau ració n , volverá a acom pañar -c o m o simple eco u ornam ento exterior—al revolucionarism o en 1830, y así sucesiva­ m ente. Pero por cierto, no es un a m utabilidad arbitraria ni oportunista, sino que responde a la esen cia m isma del rom anticism o; el “Passivismus”, En última instancia, no hay política rom ántica porque su sujeto es incapaz de decidir entre lo justo y lo injusto, es decir, esquiva enfrentarse con la necesidad de diferenciar entre la justicia y la injusticia, dife­ rencia que conform a el “ principio de toda energía política” (definición schtnittiana que anticipa el posterior criterio de lo político: la distin­ ción entre el am igo y el enem igo). Prosigam os con Sch m itt; en verdad, el desprecio al Estado y su in­ humano mecanicismo, alentado por los rom ánticos con sus invocaciones de lo orgánico y vital, no es m ás que la incapacidad de ios m ismos para com prender el significado de la norm a jurídica, la cual en su principio prim ero es una respuesta decisoria frente a un dilem a que n o adm ite di­ laciones ni términos m edios. Los representantes de la politische Romántik, en cam bio, evitan la decisión postulando un “tercero superior"' pa­ ra que funcion e com o escap e frente a la situ ación crítica. Lo cual, concretam ente, lleva a consentir siem pre con el m andato vigente, esto es, a dar desde afuera de lo político (en la forma de la no asunción de ningún com prom iso existencial efectivo) el propio consenso -tá c ito o ex p re so - a ía acción gubernativa, sublim ada o teorizada ilusoriam ente com o “síntesis” , fan tasead a -sin ninguna justificación científica o prác­ tica se ria - com o unidad superior a to d a antítesis y conflicto. M as la realidad presiona, y donde com ienza lo político acaba el ro­ m anticism o. D e este m odo, e n 1919 Sch m itt anuncia el de te fabula narratur al liberalism o p artidócrático, al norm ativism o y a la neutrali­ zación econom ícista, con tra los que polem izará toda su vida.

3. En el logradísim o “Prólogo” a ía segunda edición (1 9 2 5 ), Sch m itt focaliza los puntos cen trales de su análisis y de su polém ica, sobre la

base que le confiere haber publicado algunos textos capitales para la evolución de sus ideas (La dictadura, 1921; Teología política, 1922; La situación del parlamentarismo actual, visia desde la perspectiva histórico-espiritual, 1923; Catolicismo romano y forma política, 1923). El recurso a m otivos a m enudo contradictorios entre sí, para ilustrar las connotaciones de un fenóm eno que parece inasible y, por ende, las am bigüedades que las explicacion es habituales del rom anticism o no pueden evitar, responde -d e sta c a S ch m itt- a las peculiaridades m ismas de su objeto de estudio; la Romantiíc. La resolución de estas dificultades pasa por la focalización del análisis en el sujeto rom ántico; digam os: en el tipo de subjetividad que opera rom ánticam ente. En tal sentido, es oportuno dirigir la atención a la premisa del “hombre bueno por n atu ­ raleza”, que está en la base de las producciones rom ánticas (no es c a ­ sual el reconocim iento schm ittiano de este m otivo, pues es central en su teología política). Pero sim ultáneam ente es necesario tener presente el m arco histórico-cultural, sin atender al cual cualquier interpretación cae en abstracciones y genericidades. Eí texto que estam os presentando ejemplifica la capacidad herm enéutica de Schm itt para articular la di­ lucidación del principio m etafísico estructural de un pensam iento en su intrínseca pertenencia a un contexto histórico preciso. L a enseñanza es que se com prende un “ m ovim iento espiritual” sólo cuando se lo asum e com o realidad histórica concreta, atendiendo, an ­ te todo, al cam po de polém icas y conflictos en que se inserta su signifi­ cación ep ocal (en este caso, el enfrentam iento de los rom ánticos con los m odelos clásico e ¿luminísta). A sim ism o, si uno de los peligros a evitar es el del racionalism o abs­ tracto, esto es, m anejarse con abstracciones ahistóricas, con categorías y conceptos universales que sirven para caracterizar cualquier m om en­ to histórico pues sobrevuelan por encim a de las especificidades, el otro es el em pirism o, la acum ulación de rasgos secundarios, m otivos an ec­ dóticos, m arcas estéticas de variado tipo, p ara inferir de ellos la nota com ún que daría cu en ta del sentido preciso del fenóm eno estudiado. Frente a estos planteos estériles, Schm itt reivindica com o aproxim a­ ción científica rigurosa la que atiende á la m etafísica propia del m ovi­

m iento espiritual estudiado. Es en el n úcleo filosófico básico, en ía vi­ sión m etafísica del m undo que sostiene la pluralidad de nociones, im á­ genes y símbolos en general de un m om ento histórico, donde reside la especificidad del fenóm eno cultural en cuestión. N o destacar este n ú ­ cleo filosófico duro (el “ centro de un m ovim iento espiritual”) equivale a hacer rom anticism o analítico, ya sea com o enunciación de abstraccio­ nes, ya sea com o com pilación positivista de regularidades y constantes. Por el contrario, es a partir de la com prensión del principio m etafísíco vertebrador del con jun to de m otivos presentes en el objeto estudiado, que éste adquiere un sentido, tal com o puede proponerlo su intérprete. Es por eso que Sch m itt denuncia las am bigüedades interpretativas, el recurso a categorías que sirven com o un “ bastón de dos p u n tas”, que se puede em pu ñ ar de am bos lados, es decir, que justifican c u a l­ quier cosa. M ás aún, si bien Sch m itt destaca que no se trata de hacer una lectura “política'’ ingenua (acceder desde este ángulo al rom an ti­ cism o conduce a confusiones, ya que, com o vimos, los rom ánticos cu ­ bren el arco en tero d e posicionam ientos m odernos al respecto: revolu­ ción , reacció n , juste milíeu, co rp o rativ ism o , estatism o , liberalism o, e tc.), sin em bargo, la in capacidad epistem ológica de quien se enfrenta con el rom anticism o com o tem a de análisis está revelando una suerte de debilidad ética, un a incapacidad para asum ir lo político com o eje de un a lectura y de un posictonam iento personal que es a la vez teóri­ co y práctico. N o h acer propia la n ecesidad de definir lo m ás unívoca y nítidam ente posible es síntom a d e una actitud n o política an te ia d eci­ sión, pues ésta se alim en ta de la definición, al igual que la definición (la tarea in telectual sin más) no puede d ejar de orientarse por una a c ­ titud existencial decidida. R esulta así fácilm ente perceptible la im bri­ cación entre tem ática de lectura y com prom iso personal del lector, ras­ go característico de todos los textos schm ittianos. Im portancia, enton ces, de un n úcleo m etafísico que Sch m itt en u n ­ cia com o “ocasion alism o subjetivízado”, resultante del proceso de se­ cularización abierto por la m odernidad, en su variante estetizante (el moí ha sustituido a D ios, pero su gesto rom ántico es sentirse liberado de la responsabilidad propia de una volu n tad efectivam ente actu an te).

C ontextualización nítida del rom anticism o político (una contradicho in adjecto) en la visión del m undo propia de la burguesía. La actitud del rom ántico, en últim a instancia, es la grata al público burgués crecido a la vera del régimen liberal duran te los siglos x v in y XIX. Sólo que esta insistencia e n el carácter burgués del rom anticism o (en térm inos distintos de -a u n q u e com plem entarios c o n - los del desenm ascaram iento de la caren cia existencial que tan to un régim en li­ beral y su norm a rívidad constitucional, com o asim ism o la tranquilidad bourgeoise y el ju ego dialógico de las contem placiones y opiniones tie ­ n en respecto del m om ento decisionista fundacional del orden ju ríd i­ co ), esta denuncia de la m arca burguesa del rom anticism o, enton ces, lleva a Sch m itt a am pliar su plan teo con una polém ica cuya im portan ­ cia se explica con sólo pensar en la alteración del m apa sociopolítico y cultural europeo entre 1917/18 (primera versión del libro) y 1924, fe­ cha del prólogo. Se trata del enfrentamiento intelectual con el marxismo. A los equívocos del abstraccionism o y del em pirism o se sum a, a h o ­ ra, la tam bién estéril red ucción que el m arxism o (al m enos, el q u e Sch m itt critica y que ejem plifica con afirm aciones de Engels) h ace de todo elem ento cultural, etiquetán dolo com o disfraz, ocultam iento, te r­ giversación, reflejo distorsionado, etc., del elem en to sustancial y b asi­ lar de la vida colectiva, las relaciones econ óm icas en general, y las c a ­ pitalistas en particular. D e hecho, im porta m enos la objeción en sí m ism a que el elem en to central de esta im pugnación sch m ittiana, a saber: las categorías in a d e ­ cuadas con que el m arxism o -h ered ero y con tin uador de la m etafísica inm anentista de la burguesía m o d ern a- pretende conocer ía h istoria no h acen sino testim oniar la n ota distintiva de la época presen te, la ausencia de form a, ía incapacidad de "representación . R om án tico s (es decir, liberales dedicados al consum o estético) y m arxistas co in cid en en ignorar la Form y la ReprüsaMatipn. C iertam en te, la n o ció n de “ form a”, verteb rad ora del p e n sa m ien to de S ch m itt, co n o ce m atice s y algun os d esplazam ien tos sem á n tic o s, en los cu ales n o p od em os ad en trarn os ah o ra. Pero cabe observar, e so sí, que m an tien e co n stan tem en te su rol argu m en tativo je rarq u izad o ,

que es siem pre el de d esarrollar una función polém ica, al respaldar ía crítica tan to al cu lto de Las abstraccion es en gen eral y al n orm a ti vism o en particular, com o a las con ciliaciones espo n tán eas del econom icism o liberal y/o d ialéctico. E sto es, sostien e teóricam en te u n a do­ ble objeción, a sab er: la im pugnación al vacu o deber ser, que plan ea in disturbado sobre lo real, alim entando m oraíism os que no asu m en la respon sabilidad de lo político; y, sim ultán eam en te, la crítica al so ­ m etim ien to de las relacio n es h u m an as al m ód u lo del in tercam b io m ercantil. Pero tam bién la im portan cia de la “ form a” radica en el a s­ pecto, d igam os, co n stru ctivo del plan teo sch m ittiano, en lo que hace a la id en tidad m etafísica de la autoridad política y - c a b e insistir— a la prio rid ad e x iste n c ia ! de la d ecisió n so b e ra n a, que fu n d a el o rd e n norm ativo, resp ecto dei fu ncion am ien to del sistem a ju rídico en co n ­ diciones de n orm alidad . D esd e p e rsp e ctiv a s u n ilate rale s, la Form pod ría ser a sim ila d a a cualquier principio ideal o dogm a que sostiene una determ inada visión del m undo. S ó lo que la especificidad del co n cepto schm ittiano radica en la per-formatividad que le es intrínseca. D istin tivo de la “form a” en. Sch m itt son la peculiaridad de su inevitable realización y el efecto de reordenación de un a situación devenida caótica; o, mejor, de a p e rtu ra : de una ép oca histórica a partir de un n uevo orden, que tal presentificación de la form a lleva consigo. La operatividad formatíva se co n sti­ tuye com o articu lación entre lo trascen den te y lo inm anente, com o producción del cruce entre ío alto y lo bajo. L a realización de la form a es cmcml, en el sentido de que ella deviene cruz, punto de con vergen ­ cia m ediadora de lo vertical y lo horizontal. S ó lo que esto acon tece en conform idad a un a lógica an titética a cualquiera de los diversos m odos com o la co n cien cia secularizada m oderna p lan tea la relación entre ío universal y lo particular, lo infinito y lo finito {nexo m etafísico básico en toda visión política del m u n d o), “Form a” y “representación” son una suerte de transcripción teológico-política de la encamación, y el elem ento persona/ que esas ideas lle­ van consigo m arca la antítesis que ía presentificación de la form a orde­ nadora m an tien e frente a cualquier otro tipo de m ediación abstracta,

ya sea la teorizada por la subjetividad del ego moderno (desde las certezas del yo kant-fichteano a las incertidumbres de un buscador de valo­ res siem pre relativizables), ya sea la m ediación dialéctica, de corte tota­ lizante. L a im bricación crucial entre lo trascendente y lo inm anente no es el resultado ni de una actividad sintética de un ego potenciado a de­ miurgo, ni de un acto de valoración en conform idad a tablas axiológicas, ni de un proceso suprapersonal a cargo de actores abstractos (pue­ blos, clases, e tc .). A su manera, la forma política es cnstológica. En su conceptualización de e sta figura, Schm itt recepta varias tra­ diciones, entre las cu ales es central la del apotegm a hobbesiano, de que el poder es una prerrogativa de los seres hum anos y no de co n cep ­ tos o instituciones abstractas. Ese elem ento de personalidad concreta, que da testim onio de la analogía estructural entre el planteo schmíttiano y la lógica de la encamación, significa que la form a se hace pre­ sente e n la persona del soberano, de aquél que pronuncia la decisión excepcional ante la crisis tam bién excepcional. N o hay orden político sin form a política, y no hay convivencia in-formada políticam ente sin la acción fundacional de quien, ante la inanidad de la norm atividad norm al, responde creativam en te a la irrupción del m al en el m undo (llám eselo crisis extrem a, revolución, anarquía, barbarie dictatorial, injusticia social, etc.: las concretizaciones de esta prem isa m etafísica de lo político dependen de los posicionam ientos an tagón icos). C u an do se derrum ban la previsibilidad del cálculo racionalista-utilitario (del cu al el sistem a jurídico e n su norm alidad procedim ental es expresión paradigm ática) y las arm onías espontáneas, entonces una persona - e l actor p o lítico - con den sa en sí la función de representar el punto de la cruz o d e la convergencia de la trascendencia (constituyéndose así la autoridad que es a la vez poder jurídico-polírico) y la inm an en cia (el m undo, desquiciado por la crisis y a ía espera del n uevo orden am ien­ to). L a soberanía es cristofógíca, pues es forma encam ada.Esto n o significa d escon ocer la dim ensión institucional que la p er­ sonificación o personalización (com o acto del devenir-real de lo que no es co n cep to abstracto ni sujeto dialéctico ni valor, sino eidos performativo) incluye en sus connotaciones, pues obviam ente la idea de ac-

to i político soberano im plica u n sistem a de instituciones, en y por m e ­ dio de las que se estructura la función de la form a, tal com o S ch m itt mismo lo teorizará luego, cu an do desarrolle sus prem isas decisionistas e n consonancia - a nuestro e n te n d e r- con el institucionalism o com o “pensam iento del orden co n creto”. N i equivale tam poco a ignorar o prescindir del elem ento consensúa!, el del consentim iento dem ocrático por parte de la ciudadanía, propio de toda filosofía política de la m o ­ dernidad (y que es, así, una m arca epocal evidente en el decisionism o schm ittiano en escritos muy anteriores a los intentos fallidos de constitucionalizar ai nazism o). M ás aún, los m om entos donde la en carn a­ ción de la forma en una person a-actor político es gesto revolucionario por excelen cia son aq u ello s h ech o s h istóricos m odernos de in ten sa participación popular, com o pouvoirs constituants, soviets, asam bleas de base, y sim ilares fenóm enos típicos de las crisis. S e trata, m ás bien, de un cuestion am ien to radical de la creencia en que el orden estatal dependa exclusivam ente dé una adecuada in ge­ niería constitucional, com o si las instituciones por sí solas tuvieran la cap acid ad de producir m ás o m enos m ecán icam ente un buen gobier­ n o; cuestion am ien to que lleva directam en te a criticar la m etafísica subyacente ál contractualism o liberal, la de la “m ano invisible”. Seg ú n ésta, la única expresión de acuerdo racional y del logro de la situación m ás beneficiosa para todos es la resultante de un cálculo económ ico bajo procedim ientos (norm as, instituciones) que obedecen a la ún ica y excluyente racionalidad, la que postula que el individuo consiente en vivir bajo un régim en de derecho positivo sólo si obtiene una utilidad privada que com pensa y excede lo que pierde al pactar, a la vez que m ediante esta búsqueda individual del beneficio privado se contribuye racionalm ente a que se produzca, de m odo autom ático (t.e. bajo n o r­ m as e instituciones que no h acen sino garantizar esta au tom aticid ad ), eí m ejor de los m undos posibles. Sch m itt busca elaborar un plan teo que entre en una polém ica n íti­ d a con los paradigm as de no-politicidad elaborados por el liberalism o y el m arxism o, reconvirtiendo sem án ticam ente la idea de autoridad en conform idad a las condiciones con tem poráneas, que son, sí, las de fi-

naíización del ciclo estatal, pero frente a los cu ales Sch m itt cree, por entonces, poder revitalizar la soberanía del Estado con el m odelo de la form a teológico-política. El efecto resultante de la presentiftcación de la form a es la anulación de la crisis, el reordenam iento de la realidad y la configuración de un n uevo sistem a norm ativo. L a form a ordena porque su universali­ dad se particulariza en la decisión soberana. S e abre, así, un a nueva ép o ca, ta l com o corresponde a su in trínseca fuerza cristo ló gica. S e produce la representación, con cepto clave ligado al de form a. L a politi­ zación del m undo representa a ío alto en lo bajo y confiere un sentido trascen den te a lo inm anente {en antítesis, insistam os, a los sentidos que puedan proporcionarles las dinám icas horizontales del in tercam ­ bio utilitario y/o de la axiología, o la vana m ediación del deber ser). El m undo con tem porán eo y sus sistem as son in cap aces de repre­ sentar, pues la época es amorfa. M ás aún, es incapaz de producir estilo y tipos característicos, tai com o acon tece con la in capacidad rom ántica. L o único que logra el hiperesteticism o de los rom ánticos es subjetivizar y así privatizar las distintas esferas de la vida colectiva, al anular la políticidad m ediante la con tem plación irónica y la p erspectiva ocasio­ nalista. U n a an ulación sim ilar de lo ético y de lo político encuentra Sch m itt en las ideologías hegem ón icas de su época. L a n ota com ún es el prim ado de la repetición o m ultiplicación (una suerte de taylorismo estético) de lo que no es sin o un gesto subjetivo, artísticam en te estéril y políticam ente irresponsable. Y con relación específica a la política, ni en los regím enes liberales ni en el poder soviético hay au tén tica repre­ sentación, sino diputación o cerrada dictadura. L a secu larización no g en e ra represen tación , ocluye la visibilidad propia de los actores e instituciones históricas que p resen tifican la for­ m a y operan com o “ centros firm es” de la “vida espiritual” . E n lo reli­ gioso, a la secularización se íe opon e la vísibíl/daci de la Iglesia rom ana y su autoridad papal, al m en os para el Sch m itt publicista católico de aquellos añ os (aclarem os: n u n ca dejará de serlo, pero en el prim er lus­ tro de los veinte participa co n entusiasm o en el clim a de renovación católica, antipositivista y espiritualista, entonces en b o g a ). En el plano

jurídico-político, nuestro autor no teoriza un equivalente de la Iglesia cató lica pues sabe que el E stad o m oderno, aun cu an do funcione sobe­ ranam ente, no puede alcanzar una visibilidad sem ejante. Pero de to­ dos m odos, en los textos de este período, su con vicción es que la for­ m a n o a n u la eí d u a l is m o c o n s t it u t iv o d e t o d a p o l it ic i d a d (trascen d en cia-in m an en cia), no elim ina las p articu laridades, no di­ suelve los conflictos y antagonism os, no genera panteísm os fácilm ente reciclables en clave prototalitaria (podríam os agregar: evita la totalización al m an ten er separados E stad o y sociedad civil). L a Form configura esa visibilidad com o resplan decer de lo alto en lo bajo que ilum ina e im p regn a - c o n su sen tid o, su estilo y su tip o lo g ía - el co n ju n to de com p on en tes culturales de un a época, a partir de su encam ación en actores políticos concretos, que son el ahí de la form a m ism a. S ch m itt busca, pero sabe que no encon trará n unca, un a represen ­ tación y un a visibilidad an álo g as a la eclesiástica católica en un régi­ m en político para la era de m asas, ya que es con scien te de que el c i­ clo de la estatalid ad h a term inado. El Führertum lo ilusionará algunos años, p ero para 1936-37 ya h a c a p ta d o plenam en te la irracion alidad del régim en nazi a la luz de lo político m ism o. En realidad, la co n ­ cien cia trágica del estatalista S ch m itt radica en la in cap acid ad de que u n m od elo político represente, e sto es, de que haya representación en la socied ad industrial m asificada, cu an d o ni siquera pu d o ser represen­ tante de un m odo pleno el E stad o m oderno clásico en su form ulación m ás pura, la hobbesíana.

4. L a publicación de un libro de Sch m itt en español n o es un evento arqu eológico ni un rito acad em icista. Es un aporte a discusiones con ­ tem porán eas que alcanzan siem pre una proyección práctica indisolu­ ble de la dim ensión teórica e n que, ante todo, son analizadas y recep­ tadas sus ideas. O, si se quiere, la tarea intelectual de leer al discutido Jurist (m aestro term inal de un a tradición política vigente por aproxi­ m ad am en te cinco siglos en O c c id e n te ), en virtud de la fuerza y pro­ fundidad m ism as de su estilo y m ás allá de los requisitos teóricos que

su recepción y concretización im ponen, incita a una tom a de posición personal an te lo político. Romanticismo político responde a este sino de la escritura schm ittiana. El lector hispano-parlante sabrá hacerlo des­ de sus convicciones personales. De todos m odos, cualesquiera fueren las conclusiones a las que arribe, juzgam os oportuno concluir nuestro introito señ alan d o algun os m otivos que h ab lan de un a significativa contem poraneidad del texto de Schm itt. Podría, así, destacarse la luz que sus consideraciones pueden arrojar sobre tem áticas com o la estetización de la política en H an n ah A rendt, una pensadora paradójicam en te antiliberal (y tan cercana a Schm itt en algunos de sus plan teos, com o contraria en o tros};1 o el esbozo de algunas de las líneas de investigación y com prensión de la historia de las ideas m odernas, tal com o las desarrollará luego - c o n reconocido influjo sch m ittian o - R einhart Koselleck; o el aporte de criterios pata la evaluación crítica de la cultura posm oderna, particularm ente pre­ dispuesta al su b jetiv ism o irónico; e incluso la con tribución que las ideas schm ittianas ofrecen -c re e m o s- a la com prensión de los rom án­ ticos latinoam ericanos del siglo XIX (que en la A rgentina son m enta­ dos com o “la gen eración del 3 7 ”), en tanto que intelectuales dedica­ dos a ctiv a m e n te a la p o lítica en térm in os que no c a b r ía calificar -salv o en algunos c a s o s - de ocasionalistas. Por el contrario, asum en la identidad de los que Sch m itt llama “políticos rom ánticos", m ilitantes com prom etidos co n una idea bien clara de lo justo y de lo injusto, y en cuyos escritos y aficiones estéticas los objetos románticos (los caudillos, las lenguas au tócton as, la religiosidad popular, la exuberancia de la n a­ turaleza am ericana, etc.) operan com o con texto cultural y com o m oti­ vación para su actividad no sólo literaria sino fundam entalm ente polí­ tica (con actitu d es tan to positivas com o n egativas resp ecto de esos motivos típicos del rom anticism o}. N o m enos significativo sería - lo es para n osotros- el recurso a las categorías de la interpretación schm ittiana del rom anticism o para leer

1 "Romanticismo político, de Cari Schmitt, sigue siendo el mejor trabajo sobre este te­ ma", dirá Arendt treinta años después de la segunda edición.

críticam ente el populism o tan h abitual en nuestras latitudes. Sobre to ­ d o porque la cultura popular, asum ida com o presunta fuente de toda autenticidad y verdad, no es sin o una construcción sim bólica que lleva a cabo el intelectual populista a partir de sus con viccion es personales, proyectándolas com o rasgos idiosincráticos del pueblo, cuya vitalidad así ficcionalizada no puede no confirm ar siempre lo que aquél presenta com o n otas distintivas de lo popular. R asgos culturales que son la mera ocasión para la reiteración de su credo, en un juego de circularidad autocom placien te. El in telectual populista puede así acep tar tales o cu ales co n n o tacio n es de lo popular, o rech azar o tras a le g an d o que aquéllas son auténticas y éstas falsas (artificiales o im puestas externam ente y violentando la co n cien cia auténtica de las m asas populares), porque este pueblo h a deven ido sustan cia proteica a m erced de una creatividad estetizante, no política. S ó lo que este discurso no va más allá de una actitud con tem plativa, m ientras que la práctica política si­ gue otros carriles, lo cual es recon ocido orgullosam ente por el in telec­ tu al p op u lista cu an d o (ig n o ran d o q u e la su sta n c ia p o p u la r es una construcción de su subjetividad) proclam a que no h ace sino seguir al pueblo. A nuestro entender, entonces, hay elem entos significativos en Romanticismo político para desarrollar una crítica del populism o típico de tan ta producción in telectual latinoam ericana. Pero tam bién , a u n q u e de un m od o m enos d e sa rro lla d o q u e en otros escritos, esta obra de S ch m itt favorece una com prensión no in­ genua del m oralism o con tem porán eo, co m u n icacion ista e hiperdialoguista; es decir, prom ueve un a lectura no estandarizada de las doctri­ n as qu e, b ajo el rubro de a p o lo g ías del u n iversalism o racio n alista, reform ulan abstracciones y gen ericidades neutralizadoras de lo políti­ co. N eu tralizació n cuyo co ro lario es que la co n flictiv id ad hum ana queda librada al em pirism o m ás grosero, a la lógica del antagon ism o despolitizado, y por eso m ism o brutal. Tal com o S ch m itt en señ a aquí y en textos posteriores, el m oralism o, al negar al adversario la co n di­ ción de enemigo político (ya que lo político equivaldría a m era irracio­ n alid ad ), lo reduce a ser in -h u m an o, co n lo cual ju stifica cualquier procedim iento en su con tra, e sto es, legitim a el ejercicio ilim itado del

terror, pues todo vaíe co n tra quien está fuera del perím etro de la racio­ nalidad moral. Finalm ente, una lectura actual de Romanticismo político debe tener presente que la fórm ula schm ittiana - e l rom anticism o com o ocasio n a­ lism o subjetivizado- fue utilizada por K arl Lów ith para polemizar d u ­ ram ente con el decisionism o, en un artículo d e 1935 que, al estar fir­ m ado con el seudónim o “H u go Piala”, Sch m itt creyó que había sido escrito por G eorg Lukács, si bien el filósofo húngaro, siete años antes, había publicado un a reseñ a elogiosa -c o n algun as observaciones críti­ c a s - del libro sch m ittian o,2 N o sólo la doctrina, sino ciertas vicisitudes personales de S ch m itt son para Lów ith sim plem ente ocasionalismo dedsionm a, esto es, re s­ puestas variad as - e incluso teóricam ente in co n ciliab les- a circun stan ­ cias políticas externas, a eventos ajenos a la teoría y a la práctica del teórico del decisionism o, que sirven sin em bargo para que Sch m itt las presente com o con form es a decisiones existenciales de carácter rad i­ cal. En realidad, el form alism o de este p lan teo -seg ú n la lectura lowith e a n a - no hace sino condenarlo a m antener un a relación espúrea (o al m enos contraria a la que su teórico afirm a) con un a realidad que le­ jos de obedecer a la lógica de la decisión soberan a, transform a a é sta en una suerte d e corolario depen dien te de la realidad que S ch m itt 2 a) Cf. Karl Lówith, ‘‘Der oklcasionette Dezisionismus von Cari Schmitt", en ídem, Gesamme/ítí Abhandlimgen. Zur Kritik der geschichtltehen Existenz, Kohlhammer, Stuttgart-Berlin-Kóln-Mainz, 1969, 2, Durchgesehene Auflage, pp. 93-126, y también en ídem, Heidfgger Denker in dürftiger Zeit. Zur Stellung der Phibsophie mi 20. Jahrhundert, Metziersche v., Stuttgart, 1984, pp- 32-71. Se trata de la reimpresión, con el agregado de consideraciones sobre Heidegger y F. Cogarten, del artículo publicado, bajo el seu ­ dónimo de Hugo Fíala, en la Revue inttírrwtionflfc de la théorie du droit / Intematicmale Zeitschrift für Theorie des Rechts, 9, 1935, H. 2, pp. 101-123. Las mismas ideas, resumi­ das, en idem, “M ax Weber und seine Nachfolger”, Mass und Wert, 3, 1939/1940, pp. 166-176, publicado en versión reducida como “M ax Weber und Cari Schmitt" en la Frankfurter AUgemeine Zeitung del 27. VI. 1964 (en el vol. V de sus Samtüefie Scfiri/ten, dedicado a sus trabajos sobre Weber y Nietzsche, pp. 408-418). Pero cabe remitir a las consideraciones sobre Schmitt en su autobiografía: Mein Leben in DtíwtscWand vor und nach 1933, MeDlersche V. und C. E. Poeschel V., Stuttgart, 1986 [hay traducción es-

presenta equivocadam en te, ideológicam ente, com o si estuviera condi­ cionada por la decisión m ism a. A i igual que los rom ánticos, el jurista -seg ú n Low ith - anuía toda relación racional con la norm a jurídica. A sim ism o, el carácter absolu­ tam ente form al y vacu o de la decisión, pone a ésta siempre a la espera de contenidos políticos concretos, m om entáneos y ocasionales, para presentarlos com o su contenido, com o si ellos hubiesen acon tecido en virtud de la decisión m ism a, y así justificar un asidero en la realidad que, en verdad, no tiene. L a teoría decisionista -prosigue la crítica lów itheana— no es m ás que nihilismo: carece tanto de un fundam ento m eta físico que la legitim e, com o de un ám bito propio y específico que proporcione el criterio de la totalización estatista, sin tam poco poder remitir a u n a religión o a una doctrina m oral, para recabar de ellas los principios justifica torios de la con ducta política. Lo que Sch m itt defiende, entonces, es -siem pre según Low ith - só­ lo una vacía “decisión por la decisoriedad”, pues no le concede im por­ tancia a aquello por lo cu al alguien se decide; o, en todo caso, encuen­ tra com o m otivo disparador de la decisión tan sólo la disposición a morir y a m atar, la guerra. E n resum en {no podem os entrar en el d e ta­ lle del ensayo-diatriba low ith eano), el decísíonism o sería un a trans-

pañola]. Podríamos agregar un dato interesante para los lectores argentinos. La esposa de Lowith, Ada, cuenta que el motivo para el regreso de su marido a Alemania fue la invitación y consecuente participación en el congreso internacional de filosofía reali­ zado en Mendoza, Argentina, en 1949, donde el pensador volvió a contactarse con viejos colegas y amigos que lo incitaron a retomar la docencia germana. Las ponencias de Lowith versaron sobre el existencialismo moderno, en su comparación con la filo­ sofía clásica (Aristóteles) y con el cristianismo (Agustín), y sobre la filosofía de la his­ toria, sin la mínima referencia al decísíonismo schmittiano; cf. sus “Background and Problem o f Existen ti alism" y “The Theological Implications of the Philosophy of History”, en Actas del Primer Congreso Nactoníil de Filosofía, U. N. de Cuyo, Mendoza, 1949, 1. 1, pp. 390-399, y t. m, pp. 1700-1709 respectivamente, b) cf. Georg Lukács, “Rezensionen: Cari Schmitt, Polirische Romantik”, en ídem, Werke, Bd. 2: Frü/iscfm/ten Ií- G csc/ííc/uí; and Klasienbewisstsein, Luchterhand, 1968, pp695-696, originariamente en Arc/uv /. d. Geschidue des Soziaíismus u. á, Arbeiterbewexm, 1928, pp. 307-308.

c r ip c ió n ideológica de la actitu d versátil, proteica, de la persona Schm itt, una suerte de trepador o arribista, fautor del belicism o, nihilista y relativista en su falta de una m etafísica autén ticam en te sustancialista, proclive a los golpes de tim ón doctrinarios cu an do las circunstancias externas asi lo aconsejan. N o com partim os en absoluto esta interpretación. N o creem os tam ­ poco que la actitud de Sch m itt - n i en lo que h ace a su teoría, ni respecto de su biografía p e rso n a l- sea la de un “ocasionalista”, calificati­ vo que reem plaza eufem ísticam ente el -m á s v u lg ar- de “oportunista”. Por cierto es com prensible la m otivación política y cultural en general que justifica la actitud polém ica del intelectual exiliado. Pero la ju sta indignación de Lówith no garantiza el acierto de su herm enéutica. Por el contrario, en este caso {com o en el de tan to com entarista posterior) se desdibuja la dram aticidad no sólo de la historia en general, ese c a ­ rácter dram ático de lo histórico que el decisionism o reivindica en co n ­ tra de la n eu tralización y el optim ism o liberal, sino tam bién de los eventos particulares que Sch m itt vive en prim era persona con la res­ ponsabilidad de un intelectual com prom etido. H abrá com etido erro­ res, que encontram os com prensibles, con aristas altam ente criticables, pero no ha sido un m ero oportunista, ni el decisionism o puede ser des­ pach ado com o oportunism o. C on cluyam os con algunas observaciones sucintas al respecto. N o es cualquier situ ación histórica la que despierta - s i así cabe d e cirlo la respuesta soberana. La decisión fundacional no va a la zaga, com o un acom pañ am ien to tardío, del acontecim iento político que quien la tom a {o pretende tom ar) se le ocurra presen tar com o el contenido co n creto de la m ism a, com o el resultado del gesto de su voluntad. El form alism o decisionista no está a la caza de “o casio n es”. Por el co n ­ trario, presupone la n oción de forma, por cierto am bigua pero irre­ ductible al tipo de abstracción m entada cu an d o se denuncia el “ for­ m a lism o ” de tal o cu al n o c ió n o teoría. D iríam o s: el fo rm alism o sch m ittiano no cae bajo las generales de la ley, que en este caso es la ley de la denun cia a una abstracción o vacu id ad plenificable por los con tenidos m ás diversos, aun los m ás an titéticos, y por ende inútil en

sus p rete n sio n es de ser un u n iversal r e c to r de c o n o cim ien to s y/o p rácticas. N o creem os que le quepa a Sch m itt este m odelo de ob je­ ción, que tiene an teced en tes archisignificativos e n la crítica de H egel a K an t y de M arx a H egel, por recordar d o s topoi filosóficos que Low ith co n o ce m uy bien . L a co m p lejid ad de la Form sch m ittia n a la vuelve inconfundible con cualquier tipo de n oción gen érica y vaga, válida para d enotar las realidades m ás diversas y por ende inútil gnoseológicam ente, a la par que oportunista en la p ráctica. Pero esta especificidad del form alism o sch m ittiano significa ta m ­ bién (m ás allá de la objeción low itheana) que el nervio teórico del decisionism o no es un a ontoiogía ingenua. C iertam en te, en Romanticismo político el discurso de Sch m itt parece con trapon er al form alism o del yo m oderno (resultante de la secularización del D ios bíblico) un a reali­ dad concreta, un a estructura ontológica firme y bien determ inada in ­ dep en dien tem en te de to d a in terven ción yoica, un m undo o b jetivo que la subjetividad rom ántica no puede ni quiere aprehender y m odifi­ car, pues com prom eterse gnoseológica y éticam en te equivaldría a so ­ m eterse a una alteridad extraña, a perder creatividad, A l reivindicar Schm itt lo real y con creto frente a las p alab ras insustanciales y los e s­ capism os este tizantes, da la impresión de ad o p tar un a ontoiogía clásica para justificar su polém ica antirrom ántica. Sin embargo, el análisis de Sch m itt no tiene un carácter ontologizante; el m eollo de su crítica no p asa por la in vocación algo difusa de la dura realidad frente a los m undos fan taseados, sino por el desm enu­ zamiento de un tipo de subjetividad operante de m odo, precisam ente, ocasionalista. L a clave de la crítica sch m ittian a reside en su análisis del yo rom ántico. N o cabe, entonces, atribuir a este texto un alcance ontologicista, pues el eje de su antirrom anticism o (en una línea que lleva directam ente al antinorm ativism o) p a sa por la dilucidación de la diferencia entre el sujeto político y el ego co n tem p la ti vo-dialoguista, en las condiciones peculiares de la m odern idad en la primera m itad del siglo XIX. N i vacu o form alism o, entonces, ni recurso ingenuo a la ontoiogía. C u an d o Sch m itt teoriza el decisionism o (en térm inos anun ciados en

Romanticismo político), el sujeto de lo político, ese soberano an te la cri­ sis, no es un m ero ocasionalista que m anipula a piacere h echos y situ a­ ciones para desplegar su subjetividad arbitraria en virtud de su misma vacu id ad (ni, co n secu en tem en te, la teo ría d ecísion ista es tam p o co una variante del ocasionalism o), ya que es exclusivam ente ante un a si­ tuación bien específica, el estado de excepción, que desarrolla su fun­ ción soberana. Lo que en el libro de 1919 aparece com o realidad con ­ cre ta, que la su b je tiv id a d r o m á n tic a e ste r n a com o occasio, e n las posteriores fo rm u lacio n es del d ecision ism o es un tipo de a c o n te c i­ m iento, el estado de excepción, cuyo dram atism o anula la p osibilidad m ism a de ser neutralizado irón icam en te. El Ausnahme^ustand posee una graved ad que no da espacio a posicionam ientos etiquetables com o “ocasion alistas” , sino a decisiones que son respuestas tam bién excep­ cionales, actos de libertad que fu ndan el orden jurídico-político. Finalm ente, en esta decisión soberan a se representa en p len a visi­ bilidad un a n oción de lo justo y lo in justo que define n ítidam en te el am igo y el enem igo políticos. Por cierto, el estado de excepción schm ittíano tiene com o prem isa una m etafísica del m al y de la libertad de fuer­ te im pronta católica, pero se abre a su vez a otras con stelacion es con ­ c e p tu ale s y sim b ó lic as, en la m ed id a en que !as m ism as e v ite n la m ercantil! ¿ación axiologísta y el culto hiperm oralista de u n a un iversa­ lidad etérea, y reconozcan la im bricación entre lo trascendente y lo in­ m anente e n la decisión, com o acción libre por excelencia.

Prologo*

A los alem anes les falta la facilidad que hace de una palabra una de­ signación sim ple y cóm oda, respecto de la cual se pongan de acuerdo sin grandes dificultades. Es verd ad que para nosotros un a expresión se vuelve rápidam ente banal, pero no sencillam ente convencional en un sentido práctico y razonable. L o que perm anece com o denom inación objetiva m ás allá del m om ento y exige por eso un análisis m ás exh aus­ tivo, trae consigo am bigüedades y disputas lingüísticas; y quien busca en medio deí caos una explicación objetiva, pronto n ota que está en ­ vuelto en un a con versación eterna y en una cháchara inútil. El tem a rom anticism o sugiere tales reflexiones no sólo a nosotros los alemanes; en la discusión francesa, inglesa e italiana la confusión no es menor. N o obstante, tam bién aqu í se siente la facilidad term inológica del idioma francés y se podría intentar imitarla. ¿No sería m ás simple de­ cir aproxim adam ente así: rom anticism o es todo lo que puede derivarse psicológica o intelectualm ente de la creencia en la bonté naturelle, es de­ cir, del principio de que el hom bre es bueno por naturaleza? Esta defini­ ción -establecida por los franceses y en apariencia particularm ente evi­ dente para e llo s- de la que Seilliére se ocupó y que h a expuesto en muchos libros sobre m ística y rom anticismo, da efectivam ente un crite­ rio adecuado para num erosos fenóm enos rom ánticos y puede aplicarse también a breves estados de ánim o y sucesos cotidianos. Pensem os en

* Luis Rossi ha realizado el cotejo de esta traducción con la excelente, aunque algo libre, versión italiana de Cario Galli (Romanticismo Político, Milán, Giuffré Editóte, 1981} así como con la versión al inglés de Guy Oakes (Política¡ Romanácism, Cambrid­ ge, The Mir Press, 1986).

un hombre que cam ina por las calles de una ciudad o que recorre un m ercado y observa a las cam pesinas y a las amas de casa vendiendo y com prando, profundam ente conm ovido por el empeño de las personas en ofrecerse recíprocam ente herm osos frutos y buenos alim entos, em be­ lesado por los niños encantadores y las madres esm eradas, los m uch a­ chos vigorosos, los hom bres honrados y los ancianos venerables. Ese se­ ría un rom ántico. R ousseau, cu an d o pin ta el estado de n aturaleza, o Novalis, con su descripción de la E dad M edia, quizás se diferencian de él por las cualidades literarias, pero n o por el tema o la psicología, pues qué situación y qué tem a se elige para hacer de él un cuento rom ántico es en sí indiferente. D e este modo, sale al encuentro una serie de figuras conocidas que son consideradas co m o específicam ente rom án ticas; el cándido e inocente hombre natural, el bon sauvage, el caballeresco señor feudal, el candoroso cam pesino, el noble jefe de bandoleros, el vagabun ­ do y todos los holgazanes honrados del romanticismo alem án, el buen mujik ruso. C a d a uno de ellos surge de la creencia en una bondad natu­ ral del hombre, dondequiera que ésta se encuentre. Para el sentir alemán, una definición semejante - a partir del principio de la bondad natural del hom bre- está demasiado orientada hacia la moral del hombre, demasiado poco hacia la historia y en absoluto hacia el cos­ mos. N o por eso hay que despreciarla, sino que al menos debería recono­ cerse que esa definición no se conform a con las caracterizaciones superfi­ ciales y generales que padece el tratam iento del problema romántico. La caracterización del romanticismo com o algo exaltado, anhelante, soñador y poético, nostálgico, añorante de horizontes lejanos o cosas parecidas, se­ ría ella misma romántica, pero no daría ningún concepto de é l Realm ente es absurdo -aun que también se encuentren ejemplos de e llo - reunir una serie de temas a los que se considera rom ánticos y hacer una lista de obje­ tos “románticos” para deducir de alguna m anera de ellos la esencia del ro­ manticismo. L a Edad M edia es rom ántica del mismo m odo que una ruina, la luz de la luna, el Ftethom,* la cascada, el molino a la orilla de un arroyo,

* Post/iom, traducido a veces al español como “cometa de postillón”, instrumento de bronce, recto o enroscado en espiral alargada. Su nombre deriva del hecho de que anti-

y muchas otras cosas que, enum eradas en su totalidad y combinadas con la lista de figuras románticas ya m encionadas, darían por resultado un catálo­ go muy curioso. La inutilidad misma de semejantes intentos debería mos­ trar el procedimiento correcto: la definición del romanticismo no puede partir de cualquier objeto o tenia percibido como romántico, de la Edad M edia o de las ruinas, sino del sujeto romántico. Siempre se dará con una determinada clase de personas, lo que en el plano intelectual es evidente. Se debe atender a la conducta particular del romántico y partir de la rela­ ción específicamente rom ántica con el mundo, no del resultado de esta conducta ni de todas las cosas y circunstancias que aparecen en una colori­ da variedad como consecuencias o síntomas. El principio de la bondad natural del hombre da por lo m enos una respuesta. Busca com prender la conducta rom ántica reduciéndola a una fórmula dogm ática a través de la cual se dé al m enos una definición más precisa, porque toda expresión en el plano intelectual, consciente o in ­ conscientem ente, tiene por prem isa un dogm a, ortodoxo o herético. Precisamente la doctrina de la bondad natural del hom bre ha probado ser un criterio apropiado para num erosos m ovim ientos, sobre todo, c o ­ m o es lógico, cuando está unida a la negación del pecado original N o sólo en las tendencias llam ad as “ rou sseau n ian as”, en los anarquistas sentim entales y en los beatos hum anitarios, sino tam bién en las fuertes corrientes radicales se puede reconocer una actitud rom ántica sem ejan­ te com o móvil último. L a vida de m uchas sectas -p a ra las cuales Ernst Troeltsch (en Die Sozidhhren der chmtlichen Kirchen)* h a encontrado la

guárneme era empleado por los postillones para anunciar la llegada del corteo a las aldeas y ciudades. (Todas las nocas, frases y párrafos entre corchetes encabezados por un asteris­ co pertenecen a los traductores. El lector notará que no hemos traducido todas las locu­ ciones en otros idiomas que Schmitt emplea. Nos hemos limitado a las que consideramos menos corrientes o más difíciles. Asimismo, en la bibliografía hemos proporcionado la tra­ ducción de los títulos imprescindibles para la comprensión de la argumentación de Schmitt, especialmente de las citas de títulos de obras de Adam Müller, Friedrich Schlegel y Novalis, pero no de la totalidad del extenso aparato crítico utilizado por el autor.) * El nombre completo de la obra es Die Soíuilie/iren der cfmstüchen KírcFi^n und Gmfjfien (Las doctrinos socíaks de las iglesias y grupos cristianos), Tubinga, Mohr, 1912.

fórmula de “derecho natural absoluto”- se origina en un fanatism o cuya fuerza anárquica reside en la negación del pecado origin al L a exp licació n b asad a en el p rin cipio de la b o n d ad n atu ral del hom bre tam bién me parece m ejor y m ás correcta que las caracteriza­ ciones del rom anticism o según criterios nacionales, com o la equipara­ ción de lo rom ántico con lo alem án, lo nórdico o lo germ ánico. Por m otivos m uy diversos se han form ulado tales definiciones del rom anti­ cism o. D e acuerdo con el punto de vista de que el rom anticism o con­ siste en una mezcla, éste fue considerado com o la con secuen cia de la fusión de pueblos rofnánicos y germ ánicos y fue descu bierta una mez­ cla de tal índole especialm ente en la llam ada E dad M edia rom ántica. E n con secuen cia, los alem an es identificaron el rom an ticism o con la propia nación para glorificar a am bos; los franceses rechazaron el ro­ m anticism o com o alem án y lo endosaron al enem igo nacional. Por pa­ triotism o se puede ensalzar y m aldecir eí rom anticism o, pero una co­ rriente tan im portante del siglo XIX, que atraviesa las naciones europeas, no puede reducirse pedantem ente a que el resto del m undo sea tratado com o candidat á la ávilisation frangaise o com o aspirante a la cultura ale­ m ana y que el romanticismo, adem ás de los calificativos de exaltado y nostálgico, reciba tam bién el de alem án o germ ánico. Lo p eor es cuando tales calificativos deben servir a un fin pedagógico, y el rom anticism o,1 por un lado, aparece com o n u eva vid a y verdadera poesía, com o lo plenam ente vital y fuerte con trapuesto a lo viejo y rígido; pero, por el otro, com o el estallido salvaje de la sensibilidad enferm iza y la inepti-_ tud bárbara para la form a. Para unos el rom anticism o es lo juvenil y lo san o , m ientras los otros citan la frase de G oethe en la que lo clásico es lo san o y lo rom ántico lo enferm o. H ay un rom anticism o de la energía y un o dé la decaden cia, rom anticism o com o vida in m ediata y actu al y rom anticism o com o fuga h acia el p asad o y a la tradición. El con oci­ m iento de lo que es esencial al rom anticism o no puede com enzar con tales valoracion es positivas o n egativas, higiénico-m oralizantes o polém ico-políticas. Puede conducir h acia allí com o aplicación p ráctica; pe­ ro en tan to no se logra aún ningún conocim iento claro, e n el fondo re­ sulta arbitrario cóm o se m ezclan y asignan aqu í los calificativos y lo

que se elige del m uy com plejo m ovim iento com o lo autén ticam en te “ rom ántico", sea para ensalzarlo o para condenarlo. C onsiderado así, lo m ás cóm odo todavía sería seguir a Stendhal y decir sim plem ente: lo rom ántico es lo in teresan te y lo clásico es lo aburrido, o naturalm ente al revés; pues este fuego cansador de alabanza y crítica, entusiasm o y polém ica, gira en to m o a un bastón con dos extrem os que se puede agarrar de cualquier lado. Toda defin ición basada en el principio de la bondad n atural del hombre es, en com p aración con aquello, un esfuerzo m eritorio y v a ­ lioso. Pero ella no es to d avía un conocim iento histórico. Su in su fi­ ciencia reside en que en su abstracción dogm ático-m oral descon oce la especificidad h istórica del m ovim iento y la reduce al m ism o y único prin cipio g en eral ju n to a m uch os otros acon tecim ien tos h istóricos. E sto co n d u ce a un in ju sto rechazo de fen óm en os y con trib ucion es con sonan tes y valiosos. Los inofensivos rom ánticos son así dem onizados y puestos a la par de sectarios rabiosos. Todo m ovim iento espiri­ tual debe ser tom ado e n serio, tanto en sentido m etafísico com o m o ­ ral, p e ro n o co m o e je m p lo de un p rin cip io a b stra c to , sin o co m o realid ad h istó ric a c o n c r e ta e n relación c o n un proceso h istó rico . A h ora bien, n adie exigirá de un a descripción histórica, en la que sólo im porta ía reproducción de los hechos concretos, una co n cien cia sis­ tem ática com pleta de su uso del lenguaje, siem pre que sea com prensi­ ble en gen eral y no renga contradicciones internas. Es diferente si lo que debe ser con ocid o claram ente en su centro es un m ovim iento e s­ piritual. Para una co n sideración histórica que se derivara de tales in­ tereses sería en sí del to d o correcto un procedim iento que tom ara c o ­ m o p u n to de p a r tid a la co n trad icció n del m o v im ien to ro m án tico respecto de la ilustración y respecto del clasicism o. Pero ello conduce a una gran con fusión cu an d o los historiadores del arte, de ia literatu ­ ra y de la cu ltu ra co n sid eran esta contradicción com o la característi­ ca esencial y exh au stiva, y teniendo presente al rom anticism o -p e ro no al m odo d e los críticos abstractos, que reducen m uchos fenóm enos históricos a un postu lad o universal, sino al r e v é s- refieren varios m o ­ vim ientos al rom an ticism o y, por consiguiente, descubren rom anticis­

m o en toda la historia universal. Tendencias religiosas, m ísticas e irracionales de toda clase, la m ística d e Plotino, el m ovim iento francisca­ no, el pietism o alem án , el m ovim iento Sturm und Drang, son de tai m anera “rom án ticos” . Es un argum en to algo peculiar, con cuya ayuda un gran m aterial h istórico y estético es agrupado aquí según antítesis sim ples: rom anticism o o clasicism o, rom anticism o o racionalism o. El rom anticism o es lo con trario del clasicism o; de este m odo, rom an acism o sería todo aquello que no es clásico, con lo cu al clasicism o sig­ nifica, por otra parte, un co m p u esto muy h eterogéneo; ya se enrienda por clásico a los an tiguos p agan os, en oposición a los cuales la Edad M edia cristiana se con vertiría en el rom anticism o propiam ente dicho y D an te en el au tén tico p o e ta rom ántico, ya al arte francés del siglo xvn, vistos desde el cu al los c lásic o s alem an es y a so n rom án ticos, pues en A lem an ia se desarrolla una literatura clásica a partir de una corriente cosm opolita, am bigua, influida incluso por R ousseau; y en R usia, donde no h ab ía en absoluto “clásicos” , lo clásico es, en con se­ cuen cia, algo totalm ente ajen o, europeo occidental. O bien: rom anti­ cism o es lo con trario de racionalism o e ilustración; por consiguiente, rom anticism o sería todo lo que n o es racionalism o o ilustración. Tales generalizaciones n eg ativ as con d ucen a asociacion es in esperadas y ab ­ surdas. T am poco la Iglesia cató lica es racionalista, m enos aún en el sen tid o del racionalism o del siglo xvm, pese a lo c u a l aparece alguno que llam a rom ántica tam bién a e sta con stru cción prodigiosa del or­ den y la disciplina cristian as, de la claridad d o gm ática y de la m oral precisa y, adem ás, co lo ca en el p an teón rom án tico la im agen del c a to ­ licism o al lado de la de todos los genios, sectas y m ovim ientos posi­ bles. A esto con duce la cu riosa lógica que define por m edio de un a con cordan cia en lo n eg ativ o y que, en la n iebla de tales sem ejanzas negativas, realiza siem pre n uevas asociacion es y m ezclas. El rom anti­ cism o surgió com o un m ovim iento juvenil co n tra lo que e n ese e n ­ ton ces aparecía co m o dom in an te y viejo, co n tra el racionalism o y la ilustración ; el re n acim ien to tam b ién era un m o v im ien to co n tra lo que en su ép oca p arecía viejo y an ticuado, del m ism o m odo que el StUTTTi und Drang y la Jo v e n A lem an ia de los añ os trein ta del siglo p a ­

sado; tales m ovim ientos se originan en casi todos los años treinta y dado que en cu alquier parte de la historia existen “m ovim ientos” , por lo tanto, hay rom anticism o donde se m ire. Pero, en definitiva, todo es parecido a todo de alguna m anera; sin em bargo, no se trata de h acer todavía m enos claro -p o r m edio de n u evas sem ejan zas- a un con jun to histórico p oco claro. Considero este procedim iento en gran parte una con secuen cia del rom anticism o m ism o, el cual tam bién tom a los acontecim ientos h istó­ ricos com o ocasió n para una peculiar productividad literaria, e n lugar de conocerlos objetivam ente. D e esta form a, sin em bargo, ella m ism a es rom antizada tam bién, de m odo tal que genera un subrom anticism o. Tales procedim ientos se encuentran incluso donde m enos se lo espera. Sólo un ejem plo flagrante: G iovanni Papini, que entiende el ro m an acismo com o individualism o - e n lo que tiene tod a la razón-, co m o un a sublevación del yo, generada a partir del spirito di rebellione, com ienza, sin embargo, su descripción del “ rom anticism o” con la frase; hay algo indeterm inado en esta palabra, pero donde se trata de grandes fe­ nóm enos, de m ovim ientos colosales, n ad a es m ás preciso que u n a e x ­ presión in d eterm in ad a 1 Si alguien con trario a la arbitrariedad subjetivista y a la falta de forma, si un enem igo del rom anticism o h a ­ bla así ¿qué se puede esperar en ton ces de sus am igos? Todos so m o s conscientes de la im perfección del lenguaje y del pensam iento h u m a­ nos; pero a sí com o sería necio y pretencioso q uerer nom brar lo in n o m ­ brable, tam bién es seguro que el cen tro de un m ovim iento espiritual debe estar a la v ista y ser definido claram en te, si se debe juzgar y d e c i­ dir acerca de él. R enunciar a eso significa e n realidad “pisotear la h u ­ m anidad”. Es un deber lograr la claridad, aun que sólo sea la clarid ad acerca de por qué un m ovim iento aparece objetivam ente com o p o co claro y bu sca h acer de la falta de claridad un principio. Q ue el rom an ­ ticismo ten ga quizás la pretensión de ser inefable y de estar m ás allá de lo que las p alabras hum anas pueden aludir tam bién es propio d e él y no debem os descon certarnos, pues generalm ente la táctica lógica de 1 II creposcolo de i Filosofo, p, 56.

su pretensión es d em asiad o pobre. S ó lo hay que reparar en el m odo en que el rom án tico bu sca definir todo a través suyo y en cóm o evita toda definición de sí m ism o a través de otro. Es rom án tico identificarse con todo,, pero n o perm itir a nadie identificarse con el rom anticism o. Es ro m án tico d ecir q u e el m ov im ien to n eo p ia tó n ico es rom an ticism o, que el ocasio n alism o es rom anticism o, que los m ovim ientos m ísticos, pietistas, espiritualistas e irracionales de toda clase son rom anticism o, pero no a la in versa, por ejem plo, com o se sugiere aquí, que el rom ánticism o es u n a form a del o casio n alism o ; ya que de ese m odo el ro­ m an ticism o m ism o sería afectad o en su indefinición cen tral. D ich o en form a lógico-gram atical: e sta clase de literatura siem pre hace del ro­ m an ticism o só lo el predicado, n u n ca el sujeto, de una definición. Esta es la sim ple m an iobra con la q u e el rom anticism o h ace aparecer por arte de m agia su laberinto histórico-espiritual. A sí desperdicia una riqueza m uch as veces sorprendente de gustos diferenciados y análisis sutiles. Todo esto queda sólo en el terreno de una sensibilidad m eram ente estética y no avanza n unca hacia un co n ­ cepto. L a crítica logra una profundidad m ás significativa sólo cuan do el rom an ticism o es in corporado h istoriográficam ente a una gran con s­ trucción h istó rica de los últim os siglos. Especialm en te los escritores contrarrevolucionarios h an in ten tado esto de m aneras a m enudo muy interesantes. Ellos vieron en el rom anticism o la consecuen cia de aqu e­ lla disolución, que com ienza con la Reform a, conduce en el siglo xvm a la Revolución Francesa y culm ina en el siglo XIX e n el rom anticism o y la anarquía. A sí se gesta el “m onstruo de las tres cabezas” : Reform a, re­ volución, y rom anticism o. El vínculo entre las dos primeras, Reform a y revolución, es con ocid o y atraviesa todo el pensam iento contrarrevolu­ cionario del continente europeo, no sólo entre los que eran propiam en­ te filósofos políticos en Francia -B o n ald y de M aistre-, sino tam bién en A lem ania, don de todavía en 1853 F. J. Stahl intentaba dem ostrar en sus conferencias que por lo m enos Lutero y C alvin o {en su opinión los puritanos son m ás problem áticos) no habían planteado ninguna doctri­ na de la revolución. Ya durante la época de la R estauración el rom anti­ cismo aparece en esta secuencia de Reforma y revolución. Por ese en-

ronces, todos los buenos pensadores, tanto Liberales com o contrarrevo­ lucionarios, eran perfectam ente conscientes del vínculo estrecho entre los m ovim ientos político-sociales y aquellos literario-artísticos. T am ­ bién D on oso C ortés, en su ensayo sobre clasicism o y rom anticism o,2 habla acerca de ello en térm inos com pletam ente axiom áticos. A llí con ­ sidera a la literatura com o un "reflejo de la sociedad entera”, y sabe que el arte no puede seguir siendo el mismo si las instituciones y las sensibi­ lidades sociales cam bian y son abolidas por una revolución. La cuestión nunca es para éí m eram ente literaria, sino que tam bién es siempre filo­ sófica, política y social al m ism o tiempo, pues “el arte es el resultado necesario del estado social, político y religioso de los pueblos”. Tal c o ­ mo se sobreentendía por enton ces en Francia, Italia y España, el ro­ m anticism o era para D onoso un m ovim iento revolucionario contra las formas tradicionales y las condiciones sociales existentes. Por esa razón el rom anticism o era condenado como anarquía por los contrarios a la revolución y alabado por sus admiradores com o fuerza y energía. A sí se forma la secuencia de Reform a, revolución y romanticismo. Los realis­ tas m onárquicos* franceses han sostenido esta interpretación hasta el presente en form ulaciones cada vez más rigurosas y todos los días en ­ cu en tran n u evo s argum en tos p ara su tesis. Es un síntom a dign o de atención que eí rom anticism o recientem ente gane terreno tam bién en Italia, donde tiene un activo defensor en Papini y com place am plia­ mente a un crítico tan im portante como Borgese.3 Esta con cepción es sustancíalm ente política. N o explica las co n tra­ dicciones peculiares y características que el rom anticism o m uestra pre­ cisam ente en el terreno político, sino que lo trata sum ariam ente com o rebelión y anarquía. Pero ¿cóm o es posible que en A lem ania, Inglate­ rra y otros países puedan tener por su parte la im presión de que el ro1 El clasicismo y e! romanticismo, Obras, II, pp. 5-41 (apareció primero en 1838 en El Correo Nacional). ' El autor se refiere a los contrarrevolucionarios franceses, desde de Maistre y Bonald hasta Charles M auras y la Action Frangaise. Hemos recurrido al pleonasmo “realistas monárquicos” para distinguirlos de los partidarios de los realismos filosófico o literario. 3 G, A. Borgese, Storia deüa critica román tica in Italia, Milán, 1924, pp. 193 y ss.

m aruicism o sea un aliad o natural de las ideas conservadoras? El ro­ m anticism o político se asocia en A lem an ia co n la R estauración , con el feudalism o y con ideales estam en tales y contrarrevolucionarios. E n el rom an ticism o inglés ap arecen co n servad ores políticos com o W ordsw orth y Walter S c o tt al lado de los revolucionarios Byron y Shelley. Tem as muy caros al rom anticism o, com o la E d ad M edia, la caballería, la aristocracia feudal, los antiguos castillos, m ás bien indican oposición a la Reform a y a la revolución. El rom anticism o político aparece com o “fuga al pasado”, com o glorificación de arcaicas y rem otas con dicio­ n es sociales y com o regreso a la tradición. Esto lleva por su parte a otra generalización: aquel que no co n sid era al presente sin reservas com o mejor, m ás [ibera! y m ás progresista que las ép ocas pasadas, es tildado de rom ántico, porque debe ser un la.uda.tor temporis acti* o un prophéte du passé. Precisam ente aquellos realistas franceses serían e n ­ tonces un ejem plo típico de rom anticism o político. U n sum ario de las distintas posibilidades político-rom ánticas lleva así nuevam ente a una curiosa lista: rom anticism o de la R estauración y de la revolución, co n ­ servadores rom ánticos, ultram ontanos rom ánticos, socialistas, populis­ tas y com unistas rom ánticos; M aría A n ton ieta, la reina Luisa de Prusia, D an tó n y N a p o le ó n com o figuras rom án ticas. T odavía hay que agregar que la rom antización puede tener, a su vez, direcciones co n tra­ rias y puede considerar el mismo acon tecim ien to tanto en los tonos y colores de una transfiguración, com o en los lúgubres de una atm ósfera de terror. U n rom án tico hace de la E dad M edia el paraíso, el otro -M ich elet-, la en m ohecida bóveda de un castillo, donde hay sufrim ientos y quejas fantasm ales, h asta que la R evolución Francesa brilla com o la aurora de la libertad. Es tan rom ántico elogiar un Estado porque tiene una herm osa reina com o adm irar a los héroes de la revolución com o “ hom bres colosales”. En esta clase de con tradiccion es políticas y ob je­ tivas, el rom anticism o com o tal puede ser, a pesar de todo, absolu ta­ m ente genuino y siem pre el mismo. Este singular fenóm eno no se e x ­ plica con las paráfrasis rom ánticas acerca de las contradicciones de la * Panegirista de las acciones del tiempo.

vida con creta. R equiere una e xp licación que tiene q u e deducirse del concepto de rom anticism o. Por eso, un abo rdaje m o tiv ad o p or in tereses so lam e n te p o lítico s nunca ca p ta rá correctam ente el rom anticism o político. El ro m an ticis­ mo no es sim plem ente un m ovim ien to político-revolucionario; tam poco es co n servad or o reaccionario. L a con cepción p olítica de los c o n ­ trarrev o lu cio n ario s debe e n trar en p o lém icas e ig n o rar de m an e ra totalm ente arbitraria grandes p artes del m ovim iento o darle a exp re­ siones in ofen sivas un sentido m align o o dem oníaco. D e este m odo, e s­ ta con cepción sufre en últim a in stan cia de la m ism a caren cia que h ace insuficiente la explicación a partir del principio de la b o n d ad n atu ral del hom bre y n o encuentra la su stan cia histórica de lo rom ántico. N o había de la idiosincracia social de los hom bres que fu ero n los exponentes del m ovim iento. Pero eso es lo que. interesa esen cialm en te para el abordaje h istórico. Toda determ in ación del rom an ticism o q u e dé una resp u esta a ello, es, por lo m en os, digna de co n sid eració n , aun cuando su corrección y exh austividad puedan ser dudosas. D e ah í que la opinión de jo s e f N adler m erezca ser destacada, porque se b asa en una autén tica definición y no en un a caracterización o e n un a polém i­ ca. N ad íer con sidera el rom anticism o com o un renacim iento popu lis­ ta, un renacim iento, pero le da un a differentia specifica y de este m odo lo eleva por encim a de ios h abituales paralelism os estetízantes y psico­ lógicos, al denom inarlo com o el ren acim ien to de un tipo de pueblo histórica y sociológicam ente determ inado, esto es, de un pueblo co lo ­ nial n uevam en te vigoroso. El rom anticism o es para él ¡a co ron ación de ía obra colonizadora germ ano-oriental, el desplazam iento de los pu e­ blos antiguam ente eslavos entre el Elba y el M em el desde la cultura oriental a la occiden tal, un regreso a la cultura alem an a an tigua en una región don d e alem anes y eslavos lucharon unos co n tra otros. En el territorio colonial debe generarse de hecho otra espiritualidad y otro tipo de renacim iento que el que se d a cuando se regresa a u n conjunto cultural tradicional, a la A n tigüedad clásica. Eí pueblo colonial busca la asim ilación histórica y espiritual del pasado propio, originario, n a­ cional. Fue un m érito extraordinario haber visto y m ostrado las parti-

cularídades de las colonias y de las nuevas tribus para la historia de la literatura. C o m o en cualquier territorio, tam bién se genera aqu í una idiosincracia que pasa a través de generaciones, y lo que dice N adler acerca deí rom anticism o se incorpora a su historia de la literatura de las tribus germ ánicas,* esta significativa obra de un historiador alem án de la literatura. N aturalm en te, la palabra rom anticism o se puede cir­ cunscribir a la idiosincracia histórica y espiritual de ía colonia y ía c o ­ lonización. Pero hay un m ovim iento rom ántico que atraviesa E u ropa y que n ecesariam en te es ignorado por Nadler, si quiere ser con secuen te con su definición. K. E. Lusser ío h a señalado con razón,4 N o es posi­ ble hacer de un a vasta corriente europea del siglo XIX - a ía que razo­ nablem ente, y com o de costum bre, se llam a en su con jun to rom an ti­ cism o - algo especialm en te alem án y adem ás, incluso, un fenóm en o puntual del este del Elba, que podría equipararse con el piedsm o de la M arca, la m ística sileslana y ía especulación de Prusia oriental. S in d u ­ da, en la gran corriente tam bién se encontraron - a l lado de ten d en ­ cias m ísticas, religiosas e irracionales de toda c la se - esos elem entos es­ p ecíficam en te rom án ticos, cuya id iosin cracia puede ser exp licad a a partir del am biente berlinés o del este deí Elba. ín cíuso se h an co n ver­ tido p ara el m ovim iento en su con jun to e n un im pulso significativo, pero no m ás que otros fenóm enos cercan os y que, sin em bargo, no son en absoluto deí este del Elba, com o el m ovim iento de los em igrantes franceses, cuyo representante m ás notable fue C hateaubriand. C olonia y em igración tienen algo en com ún, am bos pueden m ostrar u n a m an e­ ra particular de extrañam iento e incluso de desarraigo, que tam bién puede n otarse en m uchos rom ánticos. Pero estos elem en tos q u ed an com pletam ente al m argen del m ovim iento, y tales estím ulos provienen no sólo d e Berlín, sino, por ejem plo, tam bién de aquellos em igrantes

* El nombre de la obra es Literaturgeschichte der deutschen Stdmme und Landschaftsn (Historia de la literatura de las tribus y regiones alemanas), 4 vols., Regensburg, Habbel, 1912-1928. 4 tíochland, tnayo de 1924, especialmente p. 177; cfr. también K. Murray, Taine itrui die mglische Romantik, Munich y Leipzig, Duncker und Humblot, 1924, Introducción,

franceses y de los irlandeses. El verdadero sostén del m ovim iento no se puede d eterm in ar por ellos. U n desarrollo fu n dam ental totalm ente distinto a esos fenóm enos periféricos cam bió las condiciones sociales de Europa y una am plia ca p a produjo el m ovim ento rom ántico. El sostén del m ovim iento rom ántico es la n ueva burguesía. S u épo­ ca com ienza en el siglo XVUI; en 1789 la burguesía ha triunfado con violencia revolucionaria sobre la m onarquía, la nobleza y la Iglesia; en junio de 1848 ya estaba de n uevo del otro lado de la barricada, cu an ­ do se defendía del proletariado revolucionario. En con tacto estrecho con el gran trabajo sociológico e histórico de su generación y de la precedente a él, Hippolyte T aine h a dado, hasta donde yo veo, la respues­ ta histórica m ás categórica y clara al problema rom ántico. Para él, el rom anticism o es un m ovim iento burgués que en el siglo xvm se ha im ­ puesto a la cultura aristocrática dom inante. El signo de la época es el plébéien occupé á parvenir. C o n la dem ocracia, con el nuevo gusto del nuevo público burgués, se origina el nuevo arte rom ántico. Este arte percibe las form as aristocráticas tradicionales y la retórica clásica co­ m o un esquem a artificial y en su exigencia de lo verdadero y natural m uchas veces llega h asta la destrucción total de la forma. Taine, que expuso esta con cepción e n su historia literaria del rom anticism o in ­ glés, hacia 1860 todavía v eía el comienzo de una n ueva gran época en la R evolución Francesa. E l rom anticism o significaba para él algo revo­ lucionario y, por lo tanto, la irrupción de una n ueva vida. Pero su ju i­ cio está lleno de contradicciones; ora el rom anticism o es fuerza y en er­ gía, ora e n ferm ed ad y d e sg a rra m ie n to y la m aladie du s ié c le * L o s puntos de vista muy dispares que se entrecruzan en su exposición del rom anticism o inglés están bien analizados por K athleen M urray? N o obstante, Taine no es refutad o por esas contradicciones y su trabajo conserva un valor extraordinario, pues habla de un tem a en sí mismo altam ente contradictorio, esto es, de la dem ocracia liberal burguesa.

* La enfermedad del siglo. 5 Taine und die englische Romantik, 1924, pp. 55 y ss.

C u ando usa la palabra “dem ocracia”, no piensa de ninguna m anera en j a dem ocracia de m asas de los grandes estados m odernos industrializa­ dos. S e refiere a la dom in ación política de la clase m edia liberal, de las ¿ilasses moyennes, de la cu ltu ra bu rgu esa y de la propiedad burguesa. Pero durante el siglo x ix se llevó a cabo ininterrum pidam ente y con gran rapidez la disolución de la vieja sociedad y el p asaje a la actu al dem ocracia de m asas, a través de la cu al fue suplan tada precisam ente aquella dom inación de la burguesía liberal y de su cultura. El burgués liberal nunca fue revolucion ario por m uch o tiem po. En el siglo XIX, por lo menos en épocas de crisis, a m en u do se encontró m uy inseguro entre la m onarquía tradicion al y el proletariado socialista y estableció alianzas peculiares con el bonapartism o y la m onarquía burguesa. Por eso el juicio de Taine tiene que enm arañarse tam bién. El exponente del n uevo arte es para él, ora un hom bre calificado y fuerte, cuya inte­ ligencia, cultura y energía vencen a los decaden tes aristócratas, ora un ordinario y trivial g an ad o r de dinero, cuya bajeza m oral y espiritual convierten el térm ino “ burgués" en u n a palabra injuriosa. D e este m o­ do, Taine oscila entre la esperanza de que a partir de la d escom p osi­ ción de lo viejo se origine un orden n uevo y el m iedo de que el d esa­ rrollo ,term ine en el c a o s. S u ju icio so b re el arte de e sta so cie d a d burguesa oscila de igual m anera: el rom anticism o es ora algo im por­ tante y legítimo, ora enferm edad y desesperación. A ctualm en te, la di­ solución de la cultura y de las formas tradicionales ha con tin u ado pro­ fundizándose, pero la n u eva sociedad no h a encontrado aún su forma propia. Tam poco ha producido un n uevo arte y se m ueve dentro de la discusión artística in iciad a por el rom anticism o, renovada co n cada n ueva generación que se va form ando y co n la rom antización cam ­ biante de formas ajenas. Para Taine a m enudo es dificultoso llevar adelante su explicación del rom anticism o com o el arte de la¡ burguesía revolucionaria. L a pre­ gunta acerca de qué tiene que ver el burgués políticam ente revolucio­ nario con el arte de un W ordsworth o un W alter Scott, es dem asiado obvia. El crítico francés se ayuda en esos casos diciendo que el m ovi­ m iento político se ha “disfrazado” aquí de revolución literaria del esti­

lo. Este recurso explicativo es m uy característico del pensam iento sociológico y psicológico del siglo XIX y del XX. La con cepción económ ica de la historia, en particular, op era con él de m anera b astan te ingenua cuando h ab la del enm ascaram iento, reflejo o sublim ación religiosos o artísticos de las condiciones económ icas. Friedrich Engels h a dado un ejem plo p aradigm ático de ello cuan do caracteriza el d ogm a calvinista de la predestin ación com o enm ascaram ien to religioso de la inexorabi­ lidad de la com peten cia capitalista. Sin em bargo, circula un a ten den ­ cia m ucho m ás profunda a percibir por todas partes un “en m ascara­ m ien to”; y no correspon de so lam en te a una orien tació n proletaria, sino que tiene una significación m ás general. En gran m edida, todas las instituciones eclesiásticas y estatales, todos los co n cep to s y argu­ m entos ju ríd icos, todo aqu ello que es oficial, incluso la dem ocracia misma, un a vez que ella es una form a constitucional, so n percibidos com o enm ascaram ien tos vacíos y engañosos, com o velo, fachada, si­ mulacro o decoración. Las expresiones sutiles o groseras co n las que se parafrasea esto son m ás num erosas y m ás fuertes que la m ayoría de los giros lingüísticos correspondientes a otros tiem pos, por ejem plo, la re­ ferencia a los simulacra, de los que se vale la literatura política del siglo XVII com o de su lugar com ún sintom ático. H oy se construye por todas partes y m uy rápidam ente el “ b astid or” detrás del cu al se esconde la realidad que sucede verdaderam ente. En esto se revela la inseguridad de la época y su profundo sen tim iento de ser en gañ ada. U n a época que a partir de sus propios supuestos no produce ni u n a gran form a ni una representación tiene que sucum bir a tales orien taciones y con si­ derar todo lo form al y oficial com o un gran engaño. Porque ninguna época vive sin form a ni puede regirse exclusivam ente por la cuestión económ ica. C u an d o ella fracasa en la búsqueda de su propia form a se apropia de cientos de sucedáneos tom ados de las form as autén ticas de otras épocas y de otros pueblos, pero para desechar in m ediatam en te al sucedáneo com o inauténtico. El rom anticism o pretendió ser arte verdadero, auténtico, natural y universal. N adie negará eí atractivo estético peculiar de su productivi­ dad. A pesar de eso, com o totalidad, es la expresión de una.é605Í7ütf£\

com o en otros ám bitos del espíritu, tam poco en el arte logra un gran es­ tilo y, en sentido estricto, no es capaz de ninguna representación. Pese a la diversidad de opiniones acerca del arte rom ántico, quizás se podrá es­ tar de acuerdo en una cosa: el arte rom ántico no es representativo. Sin duda, esto tiene que parecer sorprendente, porque el rom anticism o apa­ reció con gran entusiasm o precisam ente com o un m ovim iento artístico y de discusión estética, que situaba la productividad espiritual en lo es­ tético, en el arte y en Ía crítica de arte y luego, desde el ám bito estético, abordaba todos los otros cam pos. La expansión de lo estético condujo a primera vista a un enorm e progreso de la autoconciencia artística. Libe­ rado de todas las ataduras, el arte parece desenvolverse inconm ensura­ blemente. S e proclam a una absolutízación del arte, se exige un arte uni­ versal, y todo lo relacion ado con el espíritu, la religión, la Iglesia, la nación y el Estado, fluye en la corriente que surge del nuevo centro, de lo estético. Pero inm ediatam ente se produce una transform ación muy tí­ pica. El arte es absolutizado, pero, al mismo tiempo, se lo problematiza. S e lo considera de m an era absoluta, pero sin ningún com prom iso con una forma y una m anifestación grande y estricta. Por el contrario, ellas son rechazadas precisam ente desde el arte, de m an era parecida a como el epigram a de Schiller no profesa ninguna religión y, por cierto, desde un punto de vista religioso. Eí nuevo arte es un arte sin obras, por lo m e­ nos sin obras de gran estilo, un arte sin publicidad y sin representación. Por eso le es posible apropiarse y compenetrarse de todas las formas en una policromía tum ultuosa y considerarlas, no obstante, sólo com o un esquem a sin im portancia, y pedir a gritos, siempre de nuevo, por io ver­ dadero, auténtico y natural en un a crítica de arte y una discusión del ar­ re que cam bian de perspectiva todos los días. El progreso, a primera vis-7 ta ta n en o rm e, p e rm a n e c e e n la e sfe ra d e l s e n tim ie n to p riv ad o : irresponsable y sus contribuciones m ás preciadas se encuentran en la in­ tim idad del ánim o. ¿Q ué significa socialm ente ei arte a partir dei ro­ m anticismo? Se agota en l'art pour Van, en la polaridad del esnobismo y la bohem ia, o se convirtió en un asunto de los productores privados de arte para los consum idores de arte igualmente privados. La estetización general -con siderada sociológicam ente- sólo sirvió para privatizar por ia

vía de lo estético tam bién los otros cam pos de la vida espiritual. Si se disuelve ía jerarquía de la esfera espiritual, todo puede convertirse en cen­ tro de la vida espiritual. Pero todo lo relacionado con el espíritu, incluso también el arte, se transform a en su esencia, y hasta se lo falsea, cuando ¡o estético es absolutizado y puesto com o centro. En esto consiste la ex­ plicación prim era y m ás simple de las num erosas contradicciones del rom anticism o, aparen tem en te tan com plicadas. Los asuntos religiosos, morales, políticos y científicos aparecen con ropajes fantásticos, en colores y tonos extraños, porque son tratados por los románticos, consciente o inconscientem ente, com o tema de la productividad artística o de la crítica de arte. N i las decisiones religiosas, ni las morales, ni las políticas, ni los conceptos científicos, son posibles en el terrero de lo puram ente estético. Pero ciertam ente, todas las contradicciones y diferencias objeti­ vas, bien y mal, am igo y enemigo, Cristo y A nticristo, pueden convertir­ se en contrastes estéticos y en medios de ía intriga de una novela y pue­ den ser incorporados estéticam ente al conjunto de efectos de una obra de arte. En consecuencia, las contradicciones y com plicaciones son pro­ fundas y enigm áticas sólo m ientras se las tom a seriam ente, de manera objetiva, e n el cam po al que pertenece el objeto romantizado, en tanto que sólo se las debería dejar actuar estéticam ente sobre sí m ismas. S i estas co n sideracio n es identifican la desconcertante policrom ía del escenario rom án tico en su principio simple, queda, no obstante, otra cuestión m ás im portante; qué estructura espiritual sirve de base a esta expan sión de lo estético y por qué el m ovim iento pudo aparecer precisam ente en el siglo XIX y tener un éxito sem ejante. C o m o en toda explicación legítim a, tam bién aquí la definición m etafísica es la m ejor piedra de toque. Todo m ovim iento se basa, en prim er lugar, en una postura característica y determ inada respecto del m undo y, en segundo lugar, en un a representación no siempre consciente de un a instancia últim a, de un cen tro absoluto. L a p ostu ra rom ántica se caracteriza más claram en te por un concepto peculiar, el de occasio. S e lo puede describir co n ideas tales com o ocasión, oportunidad, quizás tam bién casualid ad . Pero su verdadero significado lo recibe a través de una oposición: este con cepto niega el de caiisa, es decir, la co acció n de una

causalid ad calculab le, pero en ton ces tam bién niega toda sujeción a una norm a. Es un con cepto disolvente, ya que todo lo que da con se­ cuencia y orden a la vida y a los acon tecim ientos - y a sea la calculabilidad m ecánica de lo causal, ya sea un a con exión finalista o una norm a­ tiv a - es inconciliable con la representación de lo m eram ente ocasional. D onde lo oportuno y casual se convierten en principios, surge una gran superioridad sobre tales sujeciones. E n los sistem as m etafísicos que se caracterizan com o ocasionalistas, dado que ponen esta referencia a lo ocasional en el punto decisivo, por ejem plo, en la filosofía de M alebranche, D ios es la instancia últim a y absoluta y el m undo e n su to ta ­ lidad y todo lo que sucede e n él, una m era ocasión de su exclusiva efi­ c ie n c ia . E sta es u n a im a g e n g r a n d io s a d e l m u n d o y a u m e n ta la superioridad de D ios a un a grandeza descom unal y fan tástica. A h ora bien, esta postura ocasion alista característica puede subsistir, pero al mismo tiem po poner en el lugar de D ios otra cosa co m o instancia m á ­ xim a y factor determ inante, por ejem plo, el Estado, el pueblo o tam ­ bién el süjeto individual. E sto últim o es lo que ocurre en el rom anticis­ mo. Por lo tanto, he propuesto la siguiente definición: el rom anticism o es ocasipnalísm o subjetivizado, es decir, en el rom anticism o el sujeto rom ántico con sidera el m un do com o ocasión y oportun idad para su productividad rom ántica. M uchas clases d e posturas m etafísicas existen hoy en form a secu la­ rizada. En gran m edida, el lugar de D ios para el hom bre m oderno fue ocupado por otros factores, por cierto m undanos, com o la hum anidad, la nación, el individuo, el desarrollo histórico o tam bién la vida com o vida por sí m ism a, en su total banalidad y m ero m ovim iento. La postu­ ra no d eja por eso de ser m etafísica. El pensam ien to y el sentim iento de cad a hom bre contienen siem pre un determ inado carácter metafísico; la m etafísica es algo inevitable y, tal com o O tto vo n G ierke señaló acertadam ente, no se puede escaparle renuncian do a tom ar con cien ­ cia de ella. Pero sí puede cam biar lo que los hom bres consideran com o instancia absoluta, últim a, y D ios puede ser reem plazado por factores m undanos y del m ás acá. A eso llam o yo secularización y de eso se h a­ bla aquí, no de los casos tam bién m uy im portantes, pero en com para­

ción con esto, superficiales, que se im ponen sin m ás al espectador h is­ tórico y sociológico, por ejem plo, el hecho de que la iglesia sea reem ­ plazada por el teatro, lo religioso sea considerado com o m ateria del espectáculo o de la ópera, el tem plo, com o m useo; el h echo de que e n la sociedad m oderna el artista desem peña sociológicam ente -p o r lo m e ­ nos frente a su p ú b lico - ciertas funciones del sacerdote en una defor­ m ación a m enudo cóm ica, y un a corriente de em ociones que corresponden al sacerdote se dirigen a su genial person a privada; o tam bién que produce una poesía que vive de efectos y recuerdos rituales y litú r­ gicos y los desperdicia en lo profano; y una m úsica, de la que Bau del a i­ re dice con un a expresión casi apocalíptica: ella socava el cielo. L a s transform aciones en la esfera m etafísica se encuentran aún m ás p ro ­ fundam ente que tales formas de secularización, por lo dem ás, d em asia­ do poco investigadas por la psicología, la estética y la sociología. E n e s­ ta esfera aparecen siem pre n uevos factores com o instan cias absolutas, conservando la estructura y ia postura m etafísica. El rom anticism o es ocasion alism o subjetivizado, porque es esen cial a él una relació n o casio n al con el m undo, pero ah o ra el sujeto ro ­ m ántico o cu p a el lugar cen tral en vez de D ios, y h ace del m undo y de todo lo que ocurre en él un a m era ocasión . Por eso, que la in stan cia últim a se desplace de D ios ai “yo" genial cam bia todo el primer p lan o y revela el ocasion alism o en form a au tén tica y pura. Es cierto que los antiguos filósofos del ocasion alism o, com o M aíebran ch e, tenían ta m ­ bién eí co n cep to disolvente de occasio, pero volvían a encontrar la ley y el orden en D ios, en lo absoluto objetivo, A su vez, cu an do en u n a postura o casio n alista se pone en el lugar de D ios a otra in stan cia o b ­ jetiva absoluta, por ejem plo, al Estado, aún es posible una cierta o b je ­ tivid ad y su je ció n . B ien d istin to es c u a n d o el in d iv id u o a isla d o y em an cipad o p o n e e n p rá ctica su postu ra o c asio n alista . S ó lo a h o ra despliega el ocasion alism o la con secuen cia total de su rechazo a to d a con secuen cia. S ó lo ahora puede convertir efectivam en te todo en u n a ocasión para todo. Todo lo que suceda y to da con secuen cia se v u e l­ ven in calculables de un m odo fan tástico, y ju stam en te allí se e n c u e n ­ tra el gran atractivo de esta postura. Porque ésta h ace posible tom ar

cualquier pun tó co n creto com o salida para vagar por lo ilim itado e inconcebible a partir de él, según la individualidad del individuo ro­ m án tico , en form a sen tim en tal-ín tim a o dem o n íaco-m align a. S ó lo ahora se m uestra hasta qué punto lo ocasional es la relación con lo fan tástico y tam bién -n u e v a m e n te, según la in dividualidad del in di' viduo rom ántico, en form a d iferen te- la relación con la em briaguez o el sueño, la aven tura, la leyenda y el ju ego m ágico. A partir de opor­ tunidades siem pre n uevas se origina un m undo siem pre nuevo, pero siem pre sólo ocasion al, un m undo sin sustan cia y sin sujeción fu ncio­ nal, sin con d u cción firm e, sin con clusión y sin definición, sin deci­ sión, sin tribunal últim o, que sigue su curso infinitam ente, con ducido sólo por la m an o m ágica del asar, the magic hand of chance. En él, el rom ántico puede convertir todo en vehículo de su interés rom ántico y —aquí tam bién ya inocente, ya pérfido— tener la ilusión de que eí m undo es sólo un a ocasión. En cu alquier otra esfera espiritual, así c o ­ mo en la vida cotidian a, esta postu ra se volvería inm ediatam en te ridi­ cula e im posible. En el rom anticism o, en cam bio, produce un efecto estético particular: entre eí p un to de la realidad con creta que sirve de ocasió n :ev en tu al y el rom án tico creador, se origina un m undo colori­ do e in teresan te, de un a atracción estética m uch as veces asom brosa. Se puede estar de acuerdo desde el punto de vista estético, pero m e­ recería una con sid eración irón ica si se lo quisiera tom ar seriam ente desde el pun to de vista m oral u objetivo. E sta productividad rom ánti­ ca con sidera tam bién todas las form as tradicionales de arte com o una m era ocasió n . Por eso ésta tiene que alejarse de to da form a com o de la realidad con creta, si bien bu sca siem pre de nuevo un pun to de par­ tida con creto. L o que se h a caracterizado desde el punto de vista p si­ cológico com o falta de form a rom án tica y com o fuga rom án tica al p a­ sado o h acía lo lejan o - la tran sfiguración rom ántica de co sas lejanas y au se n te s- es sólo ía co n secu en cia de esta postura. Lo lejano, es decir, lo espacial o tem poralm ente ausen te, no se perturba o contradice fá ­ cilm ente ni por la con secuen cia de la realidad actual, ni por una n o r­ m a que quiere ser obedecida hic et nunc. Puede ser tom ado m ás fácil­ m ente co m o ocasión, porque no se lo percibe inoportun am ente com o

cosa o com o objeto, y porque en el rom anticism o se trata precisam en ­ te de que todo deje de ser co sa y objeto y se convierta en un m ero punto de partida. En el rom an ticism o todo se convierte en el “c o ­ mienzo de una novela [Román] infinita” . E sta form ulación, que se debe a N ovalis y que vuelve a poner de relieve el sentido lingüístico de la palabra, caracteriza de la m ejor m anera posible el vínculo específi­ cam ente rom ántico con el m undo. Es probable que al decir esto no necesite explicarse en particular que en lugar de una novela o una le­ yenda, tam bién un poem a lírico o una pieza m usical, una co n versa­ ción o un diario personal, una carta, un trabajo de crítica de arte o de oratoria, o en últim a in stan cia tam bién un m ero estado de ánim o e x ­ perim entado de m an era rom ántica, puede dem ostrar la postura o c a ­ sional del sujeto. Sólo en una sociedad disuelta por el individualism o la productividad estética del sujeto pudo ponerse a sí misma com o centro espiritual, sólo en un m undo burgués, que aísla al individuo espiritualm ente, lo remite a sí mismo y carga sobre él todo el peso que, de otro m odo, estaba re­ partido jerárquicam ente entre las distintas funciones de un orden so­ cial. En esta sociedad está abandonado al individuo privado ser su pro­ pio sacerdote, pero no sólo eso, sino tam bién —a causa del significado central de lo religioso- el propio poeta, el propio filósofo, el propio rey, el propio arquitecto en la catedral de la personalidad. En el sacerdocio privado se encuentra la raíz última del rom anticism o y del fenóm eno rom ántico. C uando se considera la situación de acuerdo con tales as­ pectos, no se puede tener siempre en vista sólo a los buenos idílicos, si­ no que se debe ver tam bién la desesperación que está detrás del m ovi­ m ien to ro m án tic o , si é ste en un a d u lce n och e de luna se e x ta sía líricamente con D ios y con el m undo, si se lam enta por el desengaño del m undo y la enferm edad del siglo, se desgarra en el pesim ism o o se arroja frenéticam ente al abism o del instinto y la vida. Se debe ver a los tres hombres cuyo rostro desfigurado m ira fijam ente a través del colori­ do velo rom ántico, Byron, Baudelaire y Nietzsche, los tres sum os sacer­ dotes y, al mismo tiempo, las tres víctim as sacrificiales de este sacerdo­ cio privado.

Lo que sigue es el texto de la prim era edición de Romanticismo político, escrito en 1917/1918 y publicado a com ienzos de 1919.; este texto fue m odificado y am pliado varias veces, aunque no en lo esencial. El en sa­ yo “Teoría política y rom an ticism o”, tom o 123 (1920) de la Hístoriscfie Zeitschrift, fue reelab orad o e n e sta n ueva edición . A p artir del año 1919 la literatura sobre el rom anticism o se ha am pliado aso m b rosa­ m ente. E n particular, se h a publicado a A d am Müller, el ejem plo ale­ m án del rom anticism o político, en varias ediciones n u evas y se lo ha celebrado com o un genio pionero. N o veo en eso de n in gun a m anera una justificación contra el reproche de que he tratado dem asiado e x ­ ten sam en te a un a p erson alid ad insignificante y d u d o sa co m o A dam Müller. L a justificación consiste m ás bien en que A d a m M üller repre­ sen ta el tipo del rom anticism o político con un a rara pureza. N i siquie­ ra C h ateaubrian d se puede com parar aquí con él, porque éste, com o aristócrata y católico de una antigua fam ilia, estab a aún muy com pe­ n etrad o co n las co sas que rom antizaba, m ientras q u e e n el caso de Müllerí cu an d o hace de h eraldo de la tradición, la aristo cracia y la Iglesia, la incongruencia vital es tan evidente com o en el rom anticis­ mo, S ó lo así se justifican los com en tarios críticos y biográficos sobre la vida y las obras de Müller. N o se trata de desen m ascarar a un im pos­ tor, tam poco de “cazar una pobre liebre” , y m uch o m enos, de destruir u n a m ísera leyen d a su b ro m án tica. Pero sí esp ero que este libro se m an ten ga lejos de todo interés subrotnántico, pues no persigue el ob­ jetivo de ofrecer a la “ eterna con versación” rom ántica n uevos y quizás “ an titéticos” estím ulo y sustento, sino que d esea dar un a respuesta ob­ jetiva a una pregunta pensada seriam ente. Septiembre de 1924

Introducción

Cuando m urió G entz, en 1832, ya podían percibirse los indicios del año 1848 y de la revolución de la burguesía alem ana. Eí n uevo m ovi­ miento revolucionario entendía por rom anticism o la ideología de su enemigo político, el absolutism o reaccionario. Incluso las in terp reta' ciones histórico-literarias del rom anticism o estuvieron lastradas por el odio político h asta que la obra de R u d oíf H aym (1870) en con tró un punto de vista históricam ente objetivo. A partir de 1815, los liberales alem an es relacion aron la R e sta u ra ­ ción, la reacción feud al-clerical y la falta de libertad p olítica c o n el espíritu del rom an ticism o. Por esa razón, G entz, el pub licista y asis­ tente de M ettern ich , así com o am igo de con ocid os rom án ticos, a p a ­ reció com o el tipo del ro m án tico p olítico. “Todo el ro m an ticism o , desde Sch legel y G en tz h asta el m ás jo ven de los Jó v en es A le m an e s y el beato m ás pobre de un a escu ela religiosa de Berlín o de H a lle o quizá del p a n ta n o de E rlan gen ’’,1 éste era el enem igo p ara los jó v e n es revolucion arios de 1815 h asta 1848; G en tz e n particular, el h éroe “sardan apálico” de la gen ialid ad d isoluta, “el espíritu e n c a m a d o de Lucinda” , el ejem p lo de la in solen cia rom án tica cuya im p o rtan cia histórica, en realid ad, sólo co n sistía en haber reunido en su person a las co n secu en cias políticas y p rácticas del rom an ticism o y, co m o re­ sultado de ello, haber sacrificado los esfuerzos de u n a lu ch a por la li­

1 Arnold Ruge en su ensayo Doí Maní/es t der Phiíosophie ttnd seine Gegner, 1840 (Gesantmílte Schrt/ren, m, Mannheim, 1846, p. 167). Luctnde (Lucinda), novela de Friedrich Schlegel publicada en 1799.

bertad a la cóm oda tran quilidad d el E stado de policía* reaccion ario .2 D e este m odo, Gentz fue incluido en el rom an ticism o por num erosas d iscu sio n es hístórico-lirerarias y p o líticas.3 Pero pau latin am en te ha sid o recon ocido, en form a p arecid a a de M aistre, com o un hom bre que está totalm ente arraigad o en la m en talidad clásica del siglo XVill.

* Polizeistaat. El significado corriente de este término es “Estado policíaco o poli­ cial". Seguimos, no obstante, la traducción del término adoptada por la edición cas­ tellana del Diccionario de Política de Norberto Bobbio, N icol a Matteucci y Gianfranco Pasquino, México, 1994, 8a. ed. Este término fue acuñado por los liberales alemanes del siglo XIX para referirse al Estado paternalista de Federico, al que contraponen el Rec/itsstaat (Estado de derecho). También se debe tener en cuenta que Schmitt utiliza el término para referirse a! Estado austríaco de la época de la Restauración, el cual fue llamado el “sistema de Mectemich", En él ya no existe la misma actitud que en el despotismo ilustrado hacia las ideas dei IIunimismo, sino que las medidas de vigilan­ cia interfor y persecución ideológica son severas; por tanto, et sentido del término “policía” que utiliza nuestro autor tiene más que ver con el sentido moderno que con el tradicional. 1 Haliiscfie Jahrbíicher, editados por Ruge y Echtermeyer, 1859, pp- 2S1 y ss., en el ensayo Friedrich non Gentz und das Prinzip der Genusssucht-, además, cfr. Ruge, Fnedrich Gentz die poliúsche Kcnvequenz der Romanak, Ges. Se/ir,,!, pp. 432-450. 3 Es evidente la influencia de Los Haíliscfien Jahrbücher aun en Wilhelm Roscher, “ Die romántísche Schulé der Nationalókonomík in Deutschland", Zeitschr. f. d. ges. Staatsúiísjfitischa/t, Bd. 26 (1870), pp. 57, 65 y ss.; cfr. también su G eschicfue der Natíonalokonomik in Deutschiand, Munich, 1874, pp, 751 y ss. La eficacia inconsciente es incalculable en el individuo. Un ejemplo interesante es el de O skar Ewald, Die Problema der Romanrik ais Gmndfragen der GegemMTt, Berlín, 1905, pp. 10 y ss., que atribuye a Gentz una concepción del Estado típicamente romántica en un libro q u e , por lo demás, es rico en construcciones notables. En esta línea, c í t . además Emma Krall, “Der Fatalismus des Büchnerschen Dan ton und seine Beziehung zur Rom antik”, Wisjen und Leben X I (1918), p p . 598 y ss., que reúne caprichosamente el Danton de Georg Büchner con el “rom ántico” Gentz, quien aquí pasa de nuevo com o el "espíritu encarnado de Lucinde". La crítica correcta cotniem a con la ex­ posición de Haym en la Enciclopedia de Ersch y Gtuber, tomo 58. {Leipzig, 1854), pp. 524-592, donde se distingue correctamente la claridad práctica del pensamien­ to gentzí a no del “color” romántico meramente exterior. De manera parecida, R. v. Mohi, Die Geschichte und Literacur der Staatswissemchafcen, Erlangen, 1856, II, pp. 488, 491, y J. C, Bluntschli, Gesc/iichte des allgemeinen Staatsrechts und der Politik,

Después de un a lectura de su m agnífica correspon dencia, cuya e d i­ ción se debe a F. C . W irtích en ,4 no será posible otro juicio. S u am is­ tad con A d a m M üller es un caso psicológico particular; en un h om ­ bre sen sib le c o m o G e n tz la a c e p ta c ió n d e a lg u n a s tr iv ia lid a d e s rom ánticas d em u estra tan poco com o en G o eth e; por el contrario, es decisiva la clarid ad racio n al de su pensam ien to, su sen sata ob jetivi­ dad, su ca p a c id a d p ara ía argu m en tación ju ríd ica,5 su sen sibilidad para ios lím ites de la actividad del Estado, su instinto con tra h o m ­ bres com o los h erm an os Schlegel, su odio con tra Fichte. G entz co n ti­ núa espiritualm ente el siglo xvm , en una línea con Lessing, Lichtenberg y W ilhelm vo n H um boldt. Siem pre le resu ltó in com pren sible toda disolución ro m án tica de conceptos, sobre todo en los asu n tos políticos y de filosofía política, y nunca quiso saber n ad a de los ‘"apo­ tegm as fan tásticos y m ísticos y de las fan tasías m etafísicas” , ni siq u ie­ ra de los de su am igo M üller. S e interesó por un ju sto “sistem a de contrapesos”, y d uran te la R estauración m ettern ich ian a, a p esar de toda su docilid ad trem e a M etternich, com prendió tam bién los re­ clam os liberales, e n cu an to sólo así podía liberarse del tem or a una revolución.

Munich, 1864, p. 438, quien lo coloca junto a Burke y a johannes von Müller, dife­ renciándolo de de M aistre, Bonald, Haller, Adam Müller y Górres. También Eugen Guglia, Friedrich von G en tí, Viena, 1904, pp. 117 y ss., dice de él: “Este entusiasmo por ía teoría del estado romántico-teosófic a era sin embargo puramente platónico. En suma, a este respecto lo más valioso es una expresión que Metternich dijo de él; toda forma de romanticismo le era fundamentalmente extraña”. Fr. Schlegel nunca habría cometido el error de considerar a Gentz un romántico; en una caracteriza­ ción inmejorable, lo incluía más bien en el siglo XVII], "pues el estilo magistral de su correcta elocuencia con la ingeniosa claridad del entendimiento nos proporciona precisamente un retrato de esta múltiple cultura del siglo xvm " (“Signatur des Zeitalters”, Concordia, pp. 554, 563). 1 Briefe von ttnd an Friedrich vori Gentj, herausgegeken von Friedrich Car! WittidiÉn, Munich y Berlín, 1909 s. (citadas como V6TI, TOTII, VK IIÍ 1 y 2). 5 Cfr. la Darlegwng der Legimkat Napoleoixs * [Exposición de la legitimidad de N apo­ león], W. III, 1, pp. 247 y ss.

A q u í aparece un a curiosa confusión term inológica. D espués de la m uerte de Gentz, M ette m ich escribió a un am igo que, a fin de cu en ­ tas, aquél no le había p restad o m ás servicios que los de la im aginación; que le parecía que G entz fue siempre inm une al rom anticism o y que sólo en los últimos añ os se m anifestó en él un a especie de rom anticis­ m o que fue el principio del fin.5 M ettem ich com prendía com o rom an­ ticism o las tendencias liberales y hum anitarias, frente a la s cuales no le p arecía que Gentz fuera suficientem ente inm une. Esta no era una ter­ m inología privada de M ette m ich , E n este punto los aristócratas de la R estauración eran m uy susceptibles: tolerancia, derech os hum anos, li­ bertades individuales, todo eso era revolución, rousseaunism o, subjeti­ vism o desenfrenado y, p or eso, rom anticism o. Pero tam bién para los revolucionarios del Vormürz, com o A rnold R uge,7 lo esencial del rom an ticism o consistía en eso, y a m enudo se les hacía difícil salvar su term inología - a l m enos superficialm ente- de las contradicciones, “El fundam ento de todo rom anticism o -d ice R u g e- es u n tem peram ento intranquilo y rebelde” , por eso el rom anticism o tiene que originarse en el protestantism o, en el principio del yo libre. L a rela­

6 F. C. Wittichen, Mitteilungen des Instítucs fíir ó$terreichische G eschichtsfon chung, t, 50 (1910), p. 110. * En la historiografía alemana suele denominarse Vormárz al período comprendido entre el Congreso de Viena (septiembre de 1814-junio de 1815) y la revolución de marzo de 1848. A veces también se denomina de esta manera el período comprendido entre los años 1830 y 1848, 7 Ruge, Ges. Sc/irí/ten i, pp. 42, 248, 265, 501; in, pp. 249,453 (1846). Como precursor del romanticismo nombra a Lem, Kíinger, etc., del "Sturm uná Drang”, pero también a Stolberg, Jacobi, M. Claudius; como propiamente románticos, a los dos Schlegel, a Tleck, Wackenroder, Z. Wemer, Steffens, Creuzer, G ene, Adam Müller, Haller, J. F, Mayer, Schubert, Brencano, Amim, Fouqué; como epígonos, de dpo “resuelto": los Tumer, y de tipo pierista-arisrocrático-jesuítico: Gente, Savigny, Gorres, Srahl, Jarcke, etc. A partir de 1830 comenzará una nueva prolongación del romanticismo: los “Jóvenes Alemanes”, los neo -scheUingianos, los hegelianos románticos (Goschel). D e este modo, la palabra se convierte en un nombre colectivo para todos los adversarios políticos. Hegel reúne am­ bos aspectos, el romántico y el de la libertad, por eso el progreso consiste en una purifica­ ción de la filosofía hegeliana de los elementos románticos. Ges. Scfiri/ten 1, pp. 451-454.

ción entre protestantism o y rom anticism o se im pone por sí m ism a: no sólo los contrarrevolucionarios católicos la h an señalado, sino tam bién los protestantes alem anes. H ace poco tiem po, un estudioso alem án se­ ñaló que los franceses perciben en el rom anticism o un aire protestan te “con el m áxim o d erech o”;8 tam bién G. von Beiow sostiene que el ro­ manticismo tiene “que ser considerado co m o una creación, por cierto no del espíritu protestante, pero sí del suelo protestante y de su E stad o ; IPrusia”.9 Los revolucionarios antirrom ánticos del Vormárz sólo agregan que el rom anticism o es turbia agitación y arbitrariedad, excesiva liber­ tad del individuo que quiere som eter aí m undo. "El rom anticism o es la declaración de guerra de este espíritu de arbitrariedad, de la arbitrarie­ dad más ofensiva, m ás tiránica, m ás deliberada, contra el espíritu legal y libre de la época” . L a relación con la reacción política era con struida dialécticam ente, de m odo que el rom anticism o contiene, ciertam ente como negación, un principio revolucionario, pero precisam ente com o arbitrariedad subjetiva es opuesto a ios “ lím ites de la verdadera liber­ tad" y rechaza la revolución resultante de la Ilustración. La R evolución Francesa fue para los jóvenes revolucionarios una expresión del espíritu libre, el rom anticism o, en cam bio, un naturalism o insípido, su stan cia que no avanza h acia el concepto y la autoconciencia; de ahí “ los es­ fuerzos de los rom ánticos políticos para presentar a la planta o al an i­ mal com o ideales del Estado y recom endar la im itación del crecim ien to vegetal y del m ovim iento instintivo del organism o anim al”. Tales construcciones hegelianas son sin duda m ás profundas y c o ­ rrectas que las caracterizaciones actualm ente usuales del rom anticism o, pero con tien en , n o ob stan te, una gran con fusión: el in d ivid u alism o más extrem o y la insensibilidad vegetativa son m encionados co n ju n ta ­ mente com o características. A d em ás, los hegelianos, com o represen ­

8 Víctor Klemperer, Remaníife tmti /ran^Ósische Heidelberg, 1922, p. 27.

R o m a n tifc ,

Fesísc/vn/t fiir K arl Vossler,

? Die deutsche Ge¡chichtíichreibung «m den FTeiheitskriegen bis ru uns¿m Tagen, 2a. ed., Munich y Leipzig, 1924, p. 4, refiriéndose a M. Lenz, JaJirbuch der Goethe-Geseibchaft, 1915, il, p. 299.

tantes del “espíritu real", hicieron al rom anticism o naturalista el repro­ che de ser un alejam iento abstracto y trascendente con respecto a la vi­ da real; el rom anticism o sería -co m o quizá se lo calificaría actualm en­ te - una plenitud e n el m ero deseo, la satisfacción ilusoria de un anhelo que no fue satisfecho de m anera real. Por eso se lo explica a partir de las miserables condiciones políticas de A lem an ia. “El rom anticism o e s­ tá arraigado en el sufrimiento de la tierra, y un pueblo se encontrará tanto m ás rom ántico y elegiaco, cuan to más n efasto sea su estado”.10 El realismo de los revolucionarios hegelianos se vuelve también contra el esplritualismo “cristian o” y su desvalorización de la realidad, con tra la carencia de “objetividad,” 11 sin que hayan logrado com prender por m e­ dio de un con cepto sucinto al contradictorio y multiforme enemigo. Esta inseguridad se basaba principalmente en que los portavoces de la futura revolución de 1848 admiraban a Rousseau y a la Revolución Fran­ cesa, y vetan en ellos el gran m odelo en el que se apoyaban; por eso, en lo que respecta a A lem ania, tenían que disputarle al romanticismo toda relación con el espíritu de la revolución. Los escritores franceses, en cam ­

10 A . Ruge, Die 'Wahra Romaraík, tin Gegenmanifest (Gesammdte Schriften fu, p. 154): el romanticismo es por eso anhelo. El anhelo mismo de escapar del romanticis­ mo es también romanticismo; el deseo de disfrutar plenamente de la libertad, “esta se­ cretísima cuestión sentimental de nuesta tensa época”. 11 Karl Marx, Die heilige Famiíie, Fra nkíurt a. M., 184.5, p. 19. La crítica que Marx ha realizado en los Deutsch-franzosische Jahrbucher es conocida. Es de especial interés el siguiente fragmento de una carta de Engels del 28 de septiembre de 1892, publicada por Frani Mehríng (Die Lesiing-Legende, Stuttgart, 1893, p. 440): “Durante su época de Bonn y Berlín, M arx había llegado a conocer a Adam Müller y la Restauration del Sr. von Haller; sólo hablaba con bastante desprecio de esta copia insípida, verborrágica y exagerada deí romántico francés Joseph de Maistre y del cardenal Bola l i d ( s e re­ fiere a Bonald). En el ensayo sobre la filosofía hegeliana del derecho, Marx no utiliza la expresión "romanticismo”, en cambio, en Muére de ¡d phibwphie (1847), pp- 116, 117, dice que ios economistas fatalistas son clásicos o románticos; los clásicos obser­ van el desarrollo con impiedad indiferente, los románticos son humanitarios y le dan a los pobres proletarios el consejo de ser ahorrativos, etc. A quí se muestra la terminolo­ gía francesa: romántico = ' humanitario.

bio, han acentuado cada vez m ás esta relación y, finalmente, han equiparado revolución y romanticismo. Lo común tiene que encontrarse en un individualismo que caracteriza a ambos movimientos. S i se prescinde de indicios provisionales, la oposición al clasicismo de los siglos XVII y XVIII comienza con Rousseau. En este punto se reconoce el renacimiento de un individualismo y al mismo tiem po el comienzo dei romanticismo, pues el individualismo es “íe commencement du mnantísme et le premier élémznt de sa définitkm” * 11 Dado que el concepto del clasicismo francés del siglo xvn es fácilmente definible desde el punto de vista histórico, el romanti­ cismo, com o oposición al clasicismo, puede definirse de m anera aparen­ temente m ás sencilla en Francia que en Alem ania, donde la generación clásica ya había crecido bajo ía influencia de Rousseau, de modo que la generación siguiente, llam ada rom ántica, no podía aplicar la oposición entre clásico y romántico a una interpretación del clasicismo tan clara y tradicionalmente fundada com o en Francia. A hora bien, toda antítesis clara ejerce una atracción peligrosa sobre otras diferenciaciones menos claras; la diferenciación entre individualismo y solidaridad cayó dentro

* El comiemo del romanticismo y el primer elemento de su definición. 13 E Brunetiére, “Le mouvement iittéraire au xix. siéde", Rtvue des deux mandes, 15 octubre de 1889, p. 874. Este autor enumera como características de lo romántico: li­ berté dans l’art, - substituí ion du íens propre au sens commun dans toutes les acceptations du mot; - exaltación du ¡enament du Moi; passage, pour poder comme les phhsophes, de l'objeccij au subjectif, ou, Intércliremeiit, du drainatique au lyrique et á l’elegiaque; - cosmopolitisme, exotisme, senttment wnwcau de la nature; - curiosité tiu passé, des vteilles pierres et des vieilles traditions; - mmduction dans la littéraaae des procédés ou des intencions de la pemture, woiíd le Romandsme. * [libertad en el arte; sustitución dei sentido propio por el sentido común en todas las acepciones del término; exaltación del sentimiento del yo; pasaje, para ha­ blar como Los filósofos, de lo objetivo a lo subjetivo, o, literariamente, del drama a la lí­ rica y a la elegía; cosmopolitismo, exotismo, nuevo sentimiento de la naturaleza; curio­ sidad por el pasado, las ruinas y las antiguas tradiciones; introducción en la literatura de los procedimientos o las intenciones de la pintura; he aquí el romanticismo]. Esta enumeración es característica y muestra la total insuficiencia del método que describe en lugar de definir; con la mayor ingenuidad se mencionan como características subje­ tivismo y tradicionalismo uno al lado del otro, y si se señala la autocontradicción de es­ tas características, se debe esperar ser informado sobre el “Proteo” romántico.

com unitario, esto es, descubrieron al “p ueblo" com o un idad supraindividual y orgánica. En eí célebre libro de M einecke sobre la génesis del E stad o n acional alem án, N ov alis, Friedrich Sch legel y A datn M üller son presentados com o exponentes del sentim iento n acional alem án y aparecen en la m isma línea que Stein y G n e isen a u .14 G eorg von Below elogia al m ovim iento rom án tico co m o el verdadero superador de la con cepción racionalista de la historia y com o fundador de un n uevo sen tid o histórico que h a dado n ueva vida a todas las disciplinas hístó-

m ísncism o cristiano em ancipado de sus m arcos racionales y tradicionales que Rousseau ha sabido traducir en palabras más elocuentes... y que desde entonces, bajo las figuras diversas de! romanticismo, ha ejercido su influjo sobre el pensa­ miento europeo en la mayor parte de sus decisiones teóricas o prácticas]... Artfiur de Gobmeau,' hérittgr intdkccuel des Maistre, des Bonald et des Montlosier d’une pan, ékvé dans l a suggesíwns hegeliennes de l’a-utre et prédisposi par son tti!en£ ¿ittáram: á je­ tar sur cetté doubte tradición le vetement picaresque du romantisme franjáis de í 830 (Chamberlaín, p. 5) *(A rth u r de Gobineau, heredero intelectual de los de Maistre, de los Bonald y los Montlosier, por una parte, educado en las sugestiones hegeliañas por otía y predispuesto por su talento literario a echar sobre esta doble tradi­ ción la vestimenta picaresca del romanticismo francés de 1830]. De Taine dice que su mérito es haber contribuido "á restaurer Vesprit. classique par rélimination ou tout au moms par la plus large rauonniiíisacwn du m^st¿cisme de Rousseau qui continué de fournir leur religión á quelques démocratks contemporaines* * ( a restaurar el espíritu clási­ co por la eliminación o, al menos, por la más amplia racionalización del misticismo de Rousseau que continúa brindando su religión a algunas democracias contem po­ ráneas].1Acerca del carácter místico del imperialismo, también llamado por él “ ro­ m ántico”, ya1había advertido Fierre de Coubertin (Étwdes J'/usíoirt* contemporaine, París, 1896, Paga d’histoire ctmtem¡x>rame, París, 1909), y le había reprochado a los franceses su “pacifismo romántico", porque perm anecieron apartados e inactivos entre el imperialismo británico, el alemán y el norteamericano. De la gran literatu­ ra francesa contra Rousseau y el romanticismo deseo destacar: las conferencias de Jules Lemaítre sobre Rousseau; Pierre Lasserre, Le rommtisme /ranfaís, París, 1908 (desde entonces, más ediciones), y, sobre todo, Charles Maurras, cuyos escritos más importantes sobre esta cuestión están reunidos ahora en un volumen, Rcurwntísme et Révolutkm, París, 1922 (Nouvelle Librairie Nationale). 14 Friedrich Meinecke, W;eltbürgt!rtií7n und Matiomiktaat, Studten zur Génesis des deutschen Nauomlstaats, 6a. ed., Munich y Berlín, 1922, caps, tv, v, y vil.

ricas.b U n a idea típicam ente rom ántica, la “conversación etern a”, y la “sociabilidad" rom ántica son p resen tadas com o pruebas de la supera­ ción del individualism o. T am poco se puede tildar sencillam ente al ro­ m anticism o de ser sinónim o de irracionalísimo. El Venuch iiber den Begriff des Republtkanismus* (1796) de Schlegel está fu n dado dem asiado profundam ente en el pensam iento racionalista com o p a ra q u e pudiera dejarlo de lado com o a un elem ento extraño. Por el co n trario,'a m enu­ do son percibidos precisam ente los elem entos intelectualistas y racio­ nalistas com o algo esencialm ente rom ántico. A q u í podía construirse n uevam en te una relación con la R evolu­ ción Francesa. C iertam en te, un historiador com o T aine h a explicado el jacobinism o a partir del racionalism o ab stracto del esprit classique: dogm áticos en am orad os de sí m ism o s,16 a los que su m ison raisonmnte ha vuelto in cap aces de tod a experien cia objetiva, b u scan configurar el m undo de acuerdo con los axiom as de su geom etría política-, R ou s­ seau se m ueve enteram en te dentro del m arco de este maulé classique, cad a vez m ás estrech o y m ás rígido, h asta que finalm en te se vuelve un intelectualism o estéril que aniquila todo. Lo que im pulsó a un p e ­ dante com o R obespierre no h abría sido, por con sigu ien te, la plenitud vital de energías irracionales, sino la furia de la ab stracció n v a cía .17 Para Seilliére ía revolución está con den ada por ser irracional, lo que

13 Ibid., p. 9. * Ensayo sobre el concepto de republicanismo. 16 Origines de (a France ccmtemporame, t. ii. A pesar de Aulard y Seignobos, siempre será necesario, al tratar estos temas, lefeiirse a los juicios de Taine; su perspicacia psi­ cológica y su gran poder expresivo, que sabe llevar acontecimientos vastos y complica­ dos a una fórmula precisa de su straecure intime, no han sido refutados hasta ahora por ninguna objeción. 15 De ios dos elementos del espíritu jacobino, amour-propre y esprit dogmatkjue, el primero contiene ya los momentos irracionales, que Seilliére tanto destaca. Su oposi­ ción a Taine, en consecuencia, no es tan grande como afirma, debido a su interés en una antítesis más nítida. Taine también ha señalado ya (op. cit., cap. 1) que todo fana­ tismo político o religioso tiene como fundamento un besoin avide, una pasión oculta, más aliá de los canales filosóficos y teológicos por los que pueda circular.

para él significa m isticism o y rom anticism o, m ientras que Taine se siente repelido por su abstracción racionalista, por su esprit classique. Por consiguiente, p ara la historia francesa la oposición entre clásico y rom án tico parece ser tan sencilla debido a la existen cia de un a tradi­ ción clásica recon ocida, pero las fórm ulas se vu elven inseguras c u an ­ do son utilizadas para la explicación de acon tecim ientos políticos. En T aine, adem ás, vu elven a aparecer casi todos los argum entos aducidos por los opositores a la revolución, que en A lem an ia generalm ente son incluidos entre los rom án ticos. N o sólo Burke y su traductor Gentz h an llam ado a los jaco b in o s teóricos rabiosos, tam bién A d am M üller caracteriza a la revolución com o un fetichism o de con ceptos abstraetos y construye un a relación con la época clásica: ésta era el absolu­ tism o racionalista de un hom bre individual, eí dogm a revolucionario e s sólo la “quim era o p u esta” del m ism o racionalism o. En e sta argu­ m en tac ió n ,'M ü íle r se ap oya sim ultán eam en te en Burke, H aller, de M aistre y B o n ald .18 Por lo tan to, son precisam ente los llam ados “ ro­ m ánticos políticos" quien es ven el sinsentido de la revolución en su d istan ciam ien to de la exp erien cia razonable. S e com pren de casi de

13 Von der Notwendigkeit eimr iheologischcn Grundlage der gesamten Staatsuiíssenschaften und der Staatswirtschaft insfíescmíiere * [Acerca de la necesidad de lina fundamentación teológica para el conjunto de las ciencias políticas, y especialmente para la economía], Leipzig, 1819 (en adelante, citado como TFieoíogischen Gntndlage), u, III, Vil, VIH. (En las Vorfesungen Über Konig Friedrich ÍI. und die Natur, Wiirde und Bestimmung der Preus-síscht'n Monarchie * [Lecciones sobre e! rey Federico II y la naturale­ za, dignidad y definición de la monarquía prusiana], Berlín, 1810, Müller había pre­ sentado a la Revolución Francesa como reacción legítima contra el clasicismo.) El escrito es una reminiscencia de Restauración der S uiatsiwjsensc/ia/t oder Theorie des natürteít-geseiligOTi Zustandes; der Chiman des künstlich-bütgerlicfien entgegengesetzt * [Res­ tauración de la doctrina del Estado o Teoría del estado natural-social, contrapuesta a la quimera artificial'burguésa], de Haller (Winrerthur, 1816). El desprecio de Burke por los alquimistas y geómetras políticos, por los abogados “prmcipistas", por su “va­ nidad fanática”, por sus “recortes de papel" que ellos llaman constituciones, es cono­ cido (Reflecticms on tfie Retwíuticrt in Prance, 9a. ed., Londres, M D C C X C I, pp. 226, 268, 287, 289; en la traducción de Gentz, AusgewáhlK Scfiri/ten I, Stuttgart y Leipzig, 1836, pp. 157, 257, 299, 318). En Bonald, la Théorie du pouwir (aparecida en 1796

suyo que ningún republicano burgués en Francia y ningún m iembro de la Ligue des droits de l’homme et du atoyen se considere por eso refu­ tado; cu alquiera de ellos haría referencia a las constituciones am eri­ canas, alegan d o que en estas fórm ulas fundadas “a partir de la n atu ra­ leza” se trata por cierto de m an era explícita de principios abstractos, pero en verdad de expresiones de experiencia correcta y de instinto político correcto, sólo devolvería el reproche de rom anticism o a sus adversarios. A h ora bien, la R evolución Francesa es un acon tecim ien­ to que es con siderado e n la historia m oderna com o un punto orien ta­ dor. Los partidos políticos se agrupan según la diferente posición politica r e sp e c to de las id e a s de 17 8 9 . L ib e rale s y c o n se rv a d o re s se diferencian de la siguiente m anera: el liberalism o proviene de 1789 y el con servadurism o de la reacción con tra 1789, de Burke y del ro­ m an ticism o .19 Pero el acon tecim ien to decisivo es caracterizad o de m anera tan con tradictoria que en un m om ento los revolucionarios se llam an rom án ticos y luego se denom inan así los opositores a la revo­ lución . L as id e a s de 1789 se resu m en en la p ala b ra “in dividu alis-

en Konstanz, Oeuvres, t. X I n y X IV , París, 1843) y el Essoi analyúquc jut ¡es ¡oís mture¡les de I’ordrtí social (aparecido en 1800, 2a. ed., Oeuvres, t. 1, 1817) están llenos de antipatía hacia el "hacer” artificial. Para de Maistre cfr. Corisuléraúons sur la Frunce, cap. v j . La inversión: absolutismo del rey - absolutismo del pueblo era usual en la época de Müller, cfr. Die Zeügenossen (en los que Müller ha publicado una biografía del emperador Francisco y un ensayo sobre Frartz Homer) 1, 3, p. 9: Luis XIV aniqui­ ló e! Estado, la unidad a través de la uniformidad, “se desencadenó la revolución. Su temida expresión ‘el pueblo es soberano’, ‘el pueblo es el Estado’, formuló la oposi­ ción” (ensayo sobre Fouché, firmado con H). 13 Adalbert Wahl, “Beitrage zur deutschen Parteigeschichte im 19. jahrhiindert”, Híst, Zdtschr. 104 (1909), p. 344; G. v, Below, “Die Anfángen der konservadven Partei in Preussen”, Imam. Woc/ienscfm/t 3 (1911), pp. 1089 y ss. El conservadurismo se define, por lo tanto, de manera negativa El efecto de tales conceptos negativos se muestra posteriormente en el libro de G. v. Below Die deucsche Geschichtsschreibung non den Befreíungskríegeri bis tu mueren Tagen, Leipzig, 1916, 2a. ed., 1924: aquí es ro­ mántico todo lo que no es racionalismo ahistórico. A pesar del hermoso fragmento NI® 136 de Novalis, a pesar de la pseudo-logia de las cartas de Bettina, aún se toma en se­ rio al romanticismo.

Ino V ° pero el rom anticism o tam bién es esen cialm en te individualis­ m o; el rom anticism o es tam bién distan ciam ien to de la realidad, pero precisam ente los rom án ticos políticos, frente la revolución, se rc 111: ten a la experiencia positiva y a la realidad. Si frente a esta confusión simplemente se quisiera renunciar a la uti­ lización de la palabra, sería quizás una salida práctica, pero no una solu­ ción. Si tam bién en la táctica de las luchas políticas y en las vicisitudes de los debates histórico-políticos la oscura palabra se desliza de aquí para allá y va y viene de un lado ai otro en la m ecánica de las antítesis su ­ perficiales, es no obstante necesario, y quizás tam bién posible, determ i­ nar a partir de las relaciones históricas y espirituales del conjunto que se designa com o rom anticism o la peculiaridad de aquello que debe ser lla­ m ado legítimamente “ rom anticism o político”. La dificultad de una defi­ nición convincente consiste, e n última instancia, en que “rom ántico” no se ha convertido en una denom inación político-partidaria aceptada. “Los nombres de los partidos políticos n o son com pletam ente exactos”, señala con razón Friedrich Engels, pero palabras com o liberal, conserva­ dor, radical tienen un contenido relativo históricam ente comprobable, aunque no, sea un contenido absoluto. E n un caso así, la etim ología sólo ayuda a ppner las dificultades enérgicam ente frente a nosotros. “ R o­ m ántico” [romantisch] significa etim ológicam ente “novelesco” [romanfra/t]; la palabra deriva de novela [Román] y puede tener un significado explicativo preciso com o diferen ciación de un co n cepto superior de “épica”. La definición a la que conduce el presente trabajo hace justicia al sentido de la palabra y logra, por m edio de las interesantes investiga­ ciones filológicas e histórico-literarias de Victor Klemperer,2J una justifi­ 20 Wahl, ap. cít., p. 546: el contenido de las ideas de 1789 es un individualismo secular y democrático; el hombre tiene sólo derechos frente aí Estado, no deberes; el individuo tiene derecho de resistencia; se rechaza toda política de potencia, el individualismo está orienta­ do secularmente; la felicidad mundana del individuo por medio de la virtud y el goce. 11 Roinarifík und /ran^SstscJií Romantik FescscJm/i für Karl Vossler, Heidelberg, 1922. Además, E. Seilliére, Les origines romanesques de la mótale et d éla politique rom¿mt«¡ues, París, 1920, especialmente pp. 11-12; también el libro sobre Rousseau anteriormente mencionado muestra la relación con la literatura novelesca.

cación especial. Pero, lam entablem ente, desde hace casi un siglo la pala­ bra rom anticism o -e n una confusión atroz- es un recipiente vacío que se llena con un contenido diferente que cam bia de un caso a otro. Para una dilucidación de esta situación, acéptese por el m om ento el caso de un uso análogo dei concepto igualm ente épico de “fábula”. S i hoy se ca­ lificara de “fabuloso” a un m ovim iento artístico o literario y su arte “fa­ buloso” se definiera com o arte total, verdadero, superior, incondicionalm ente auténtico, vital, pero lo “fabuloso” se definiera com o actividad superior, totalidad o m etafísica, cuando ve su especificidad en ninguna otra cosa y nada menos que en ser precisam ente “fabuloso”, esto recor­ daría sin duda algunas definiciones del rom anticism o.22 Posiblemente el m ovim iento tendría éxito y a través de algunas producciones le daría a la palabra un contenido histórico concreto. Sería insensato querer dedu­ cir el criterio del arte o m entalidad fabulosos del significado de la pala­ bra “fabuloso”, pero sería m ás insensato aún ver en el program a del m o­ vimiento algo m ás que un rechazo a toda diferenciación clara. Por eso no se llega a n ada cuando se describe el rom anticism o com o im pulso m ístico-expansivo, com o anhelo de lo sublime, com o mezcla de ingenui­ dad y reflexión, com o dom inio de lo inconsciente, u otras expresiones sem ejantes, por no hablar de las autodefiniciones rom ánticas {la “poesía rom ántica es una poesía universal progresiva”, “abarca todo lo que es puram ente poético, desde el sistema mayor del arte, que contiene en sí cada vez m ás sistem as, h asta el suspiro y el beso que exhala el niño que hace versos en una canción ingenua”) . O tra dificultad p articular consiste en que justam ente los bu en os h istoriadores, en su rechazo a las divisiones con ceptuales, to m an por ese m otivo com o “ro m á n tic as” las m últiples opiniones de un hom bre 11 Durante la corrección, de esta 2a. ed. (diciembre de 1924) me enteré de que los artis­ tas rusos modernos que se llanran a sí mismos “Hermanos de Serapión” proclaman ei pa­ saje hacia la fábula. “Fábula” significa a la vez, en una confusión altamente significativa, ya la acción (como hecho objetivo en oposición a la resolución psicológica), ya la tabula­ ción y la novelación, de modo que, en el manifiesto, el romanticismo aparece como “gran arte". En todo esto es interesante notar que desde el romanticismo predomina una incapacidad para reconocer que todo gran arte es representativo y nunca romántico.

al que alguna vez con sideraron rom ántico. Por ejem plo, dado que Eichendorff es sin duda un buen lírico rom ántico, sería, por consiguien­ te, rom ántico todo lo que este noble católico considera verdadero. D e este m odo se explica un in teresan te fen óm en o histórico, d estacad o acertadam en te por V ladim ir G. Sim khovitch: “ciertas teorías filosófi­ cas y literarias son form uladas y represen tadas por gente que tiene ciertas opiniones sociales y políticas, y por m edio de un procedim ien­ to que puede calificarse de ‘infraestructura!’”, produce entonces una id en tificación , “A sí, los escritores q u e e n R u sia abogaban p or l’art pour l'art durante d écad as fueron iden tificados inm ediatam ente com o reaccionarios políticos, m ientras que todo realista debía ser n ecesaria' m ente un liberal o un radical. De m an era parecida, en la prim era m i­ tad del siglo XIX en A lem an ia, el rom an ticism o era sinónim o de con ­ serv adu rism o p olítico, m ien tras q u e en la d é ca d a de F euerbach el naturalism o estab a al m ism o nivel que la rebelión política y el socia­ lism o h um an itario”.2 3 Por eso es n ecesario estab lecer lo esencial siste­ m áticam en te a través de una lim itación co n scien te a un co n ju n to histórico determ inado. D e m odo opu esto a la expan sión que el co n ­ cep to de: rom an ticism o h a encon trado en la obra de Seilliére - e n la q u e en realidad design a n ada m ás q u e la sim ilitud genérica de un h á­ bito psicológico en tod as las situ acio n e s-, e n los historiadores alem a­ nes que se han ocu p ad o en detalle de in vestigacion es con cretas ha desaparecid o un nom bre detrás de otro de la larga lista de rom ánticos que Ruge había propuesto. Górres ya no fue con siderado un rom ánti­ co político a c a u sa de su oposición d em o crática, en ningún caso se lo podría llam ar rom án tico razonablem ente, tan p o co com o a S tah l y a Jarck e, y por la sep aración de la teoría h istórica del E stado y del d ere­ ch o respecto de la doctrin a rom án tica e stá exclu ido sobre todo Sa13 Marxismus gegen Somtiismuí (traducido del inglés), jena, 1913, pp. 26-27. 24 Alexander Dombrowsky, “Adam Müller, die historische Weltanschauung und die polLtische Romantik”, Zeítscfir. /. d. ga. Staatsuitssenscfi. 65 (1909), p. 577; incluye también a Müller en el romanticismo político, peto sólo en sus últimos años; acepta, por lo tanto, la equiparación de teoría de la Restauración y romanticismo político, aunque este último parece ser el concepto más extenso. Lamentablemente, las claras

vígny.24 E n últim a in stan cia, q uedan com o rom ánticos políticos sola­ m ente los propios escritores d e la R estauración política, A d a m M ü ­ ller, Friedrich Sch legel y Haller. Sin em bargo, tam bién esta lista se encuentra aún bajo la influen­ cia de los lugares com unes de la R estauración alem an a y de la polé­ m ica liberal con tra “Haller, M üller y con sortes”. El h echo de que to ­ dos se hayan convertido al catolicism o parece fundar un a com unidad m ás am plia, que conduciría enton ces nuevam ente a u n a relación en ­ tre el rom an ticism o político y la con cepción “ teocrático-teosófíca” del E stad o, co m o si el cato licism o rom an o y la teosofía no fu eran tan opuestos entre sí com o el clasicism o y eí rom anticism o. Pero tam poco H aller es un rom ántico. S u conversión al catolicism o en 1820 tiene una m otivación com pletam ente distinta de la del literato Müller, de 25 añ os en 1805. S i su obra ha cau sad o una im presión tan poderosa

distinciones de este buen ensayo no están extendidas a estos conceptos, Gunnar Rexius, “Studien zur Staatslehre der historischen Schuie”, Hist. Zeitschr. 107 (1911), p520 (en las recensiones que hace Rehberg de los escritos de Müller y de Haller se muestra “por primera vez el abismo entre la teoría histórica del Estado y la de la reac­ ción o, si se quiere así, del romanticismo político”; en la p. 535 menciona la diferen­ cia entre la concepción histórica y la romántico-racionalista (sic), parece por ende considerar un elemento racionalista como factor constitutivo del romanticismo polí­ tico). U. H. Kantorowícs, “Volksgeist und historische Rechtsschule”, Uistorische Zeítscfm/c, IOS (1911), p, 303: la teoría del espíritu del pueblo es característica de la escuela histórica; el método y la intuición de la escuela histórica son en verdad de origen romántico (aquí se cita a Novalis y se remite a Poetaseb, Stwdien zur frühromantiscfian Po/itiJc und GejchicfiMu/fassung, Leipzig, 1907, pp. 64, 67), pero “sólo el romanticismo político de un Adam Müller o de un von Haller (i) tiene que quedar aquí fuera de consideración; éste no tiene nada que ver con la teoría del espíritu del pueblo”. Wilhelm Metzger, Geselkchaft, Rec/it und Scotft in der Ethik. des deutscfien ídeobmus, Heidelberg, 1917, p. 251, considera en conjunto a Fr. Schlegel, A . Müller y K. L. von Haller como “románticos reaccionarios”, a diferencia de los históricos: Savigny y Schleiermacher, von Schelling y la política de los primeros románticos; en la p. 282 aparece Savigny como un romántico influido por A. Müller. Schleiermacher ha sido tratado en detalle por Metzger, sus opiniones sobre eí Estado y la sociedad las ha compilado Günther Holstein, Die StíW£sJ)fu¡osof>ftie Schleieimachers, 1922. Excelen­ te la obra de Spranger, Lebemformen, p. 162.

en los tem peram entos rom ánticos de la é p o ca de ¡a R estauración , en A d am Müller, Friedrich Sch legel y especialm ente en el círculo co n ­ servador de Berlín, esto podría indicar m ás bien una diferenciación espiritual, porque tam bién tem peram en tos tan poco rom ánticos com o Bonald o de M aistre h an influido de m an era decisiva en los rom án ti­ cos alem anes. H aller h a sido con sid erado con razón com o un pariente espiritual de Móser, lo que se com prueba por su m anera p ráctica, ob­ jetiva, de aten erse a la realidad positiva de un orden social feudaí-pam a rc a !.25 En cu an to construye m ás allá de eso, pertenece al antiguo derecho n atural ded u ctivo .26 D e este m odo, entre los alem anes, q u e ­ da esen cialm en te A d a m M üller com o ejem plo h asta ahora indudable de rom an ticism o p o lítico .27 Ju n to a Fried rich Sch legel y Z ach arías 25 Rexius, op. cit.: p. 317 (nota); a pesar de eso, en la p. 508 nombra juntos a M ü­ ller y a Haller como los dos “profetas de la Restauración”, y a ambos como románticos políticos. Sobre la vida y el carácter de Haller: Ewald Reinhard, Karl Ludu/ig non H a­ llen án Lebenibild aus der Restaurationszeit, Koln, 1915 (Gorres Gesellschaft). 26 Que las argumentaciones de Haller son metódicamente un ejemplo de deduccio­ nes del derecho natural lo ha explicado recientemente Metiger en of>. cit., p. 272. A. von Amim í-quien, por otra parte, también tiene un buen ojo paca las teorías políticasseñaló ya (en una carta a Gorres) el parentesco con Rousseau. "Según mi convicción, padece de la misma insuficiencia que Rousseau, sólo porque la dirige hacia el otro ban­ do y sabe darle una apariencia más histórica, aparece ante la gente como algo nuevo e importante” (Reinhard, op. cit., p. 51). Muy claro Chr. Alb. Thilo, Die theologísiereruk Rechts- und Smatilehre, Leipzig, 1861, p. 263: “los conceptos jurídicos de Haller no son otros que los utilizados en el derecho natural". También Bluntschli, op. cit., p. 486, que lo considera junto con Müller, Gorres, Bonald, de Maistre y Lamennais, dice de él: “és­ te se diferencia esencialmente de los otros”; de manera parecida, Mohl. op. cit., 1, pp. 253, 254, y G: von Below, Der dentsc/ie Staac des Mittelakers, Leipzig, 1914, pp- 8 y 174Que no le cae en gracia a Bergbohm se comprende de suyo, casi inmediatamente: "él es más bien un completo itisnaturalista, sólo que buscó el modelo de su derecho natural en las instituciones positivas de épocas pasadas [...] es un doctrinario íusnaturalista reaccionario, no un prosélito de la Escuela Histórica”, Jurisprudenz und Rechtsphilosophie, Leipzig, 1892, p, 175; con referencia a Singer, “Zur Erirmerung an Gustav Hugo", en: Zeííschr. f. d. Pmiat- und ñffentliche Rec/it, de Grünhut, 16, 1889, pp. 275 y ss. Sobre Ha­ ller, recientemente: F. Curtius, Hotftíartd, 1923/1924, p. 200. 27 Metiger, op. cit., p. 260 llega incluso a considerar la Lehre uom Gegensatí, Berlín, 1804, de Müller, como el “escrito programático de la concepción romántica del mundo”.

Werner pertenece al grupo de literatos protestantes del norte de A le ­ m ania que tom aron la orien tación del sur y se con virtieron al catoli­ cism o, por consiguiente, (si se prescinde del prem atu ram ente falleci­ do N ovalis) pertenece al grupo cuyo cam ino se cruza co n el de los filósofos alem anes del sur, H egel, Schelling y Jo h an n Ja k o b Wagner, en los que la orientación p arece ir h acia el norte, pero cu ya actividad espiritual no puede ser d efin ida por el predicado “ rom án tico” . D ado que Friedrich Schlegel era activo en política y que, e n cierto senddo, puede ser incluido dentro del rom anticism o político,23 en ton ces tam ­ bién hay que tom arlo en cu en ta. Pero antes de que la estru ctu ra del rom anticism o político sea in d agad a a partir del co n ju n to de sus rela­ ciones his tórico-espir itu ales y sistem áticas, es preciso m ostrar en un ejem plo la p raxis de un rom án tico p olítico. Pues si n o se trata de co n stru ccio n e s arbitrarias, sin o de la p e cu liarid ad d e cisiv a de u n a m an ifestación vital política, n o es indiferente có m o se com portan in concreto los rom ánticos p olíticos. Para C h ateaub rian d, ca b e referirse a la brillante exposición de P aléologue.29 En A lem an ia, la actividad polírica de A d am M üller m uestra la im agen típica del rom an ticism o po­ lítico- D e allí resultará c u án in correcta es la in terp retació n hoy co-

Meinecke, op. cít., cap. V: "Friedrich Schlegel ím Übergang zur politischen Romantik”, p. 83: por medio de la conversión a la Iglesia católica y de la adhesión a Aus­ tria, el romanticismo libre e individualista de Friedrich Schlegel se transformó en uno con fuertes lazos políticos y eclesiásticos. También de Maistre y Bonald son para Mei­ necke, naturalmente, románticos políticos (p. 240), ya que Meinecke, al contrario de su capacidad de diferenciación en el examen de otras tendencias, adopta aquí un uso del lenguaje generalmente fortuito y sustentado en lugares comunes. De este modo se explica también la distinción tan asombrosa para un historiador tan sutil: romanticis­ mo '‘libre" y “político". 29 ftomamisrne et Diplómate, Tailey'rand, Metternich, Cfuiteaubriand, París, 1924, pp. 101 y ss. N o es necesario decir que Taüeyrand y Metternich no eran románticos (Pa­ léologue habla tan sólo de la “légeruk rcmantique tiu diplómate"), ambos eran tan poco románticos como muchas otras figuras que han servido de ocasión para la productivi­ dad romántica. Cuando Talleyrand es presentado por la Sand de manera literaria co­ mo una figura romántico-demoníaca, continúa siendo históricamente lo que es, un técnico brillante de la política de gabinete.

xriente, que pone b ajo la m ism a categoría de espiritualidad política a h om bres com o Burke, de M aistre y B onald ju n to a A d am M üller y Friedrich Schlegel.

I. La situación externa

El m ovim iento rom ántico, que apareció a fines del siglo XVin en A le ­ mania, se hizo p asar por una revolución, y estableció en consecuencia una relación con los acontecim ientos políticos en Francia, En vista de las condiciones sociales existen tes en los dom inios de este m ovim ien­ to, en el norte y el centro de A lem ania, era evidente que la relación no era entendida políticam ente. El orden burgués estaba tan absoluta­ m ente firme que p od ía perm itirse sin la m enor sospecha entusiastas sa­ ludos de bienvenida a la revolución. C u ando el gobierno de H annover hizo notar lo inoportuno de su con ducta a los profesores de G óttíngen, Schlózer, Feder y Spittler -q u ien e s habían festejado desde su cátedra la liberación de las n aciones del yugo de la tiran ía- estos m ismos e sta­ ban m anifiestam ente asom brados de ser tom ados tan en serio. Si en la corte prusiana se m ostraba una alegría particular por la revolución, e s­ to podía ocurrir porque, según todos los cálculos, los acontecim ientos en Francia debían con ducir a un debilitam iento de la potencia france­ sa. Pero aunque la n u eva república desplegó una inesperada fuerza m i­ litar y en el oeste de A lem an ia los estam entos am enazados del Imperio gritaban al m undo su m iedo ante el expansionism o del Estado jacobi­ no, nadie tem ía a las abstracciones de los derechos hum anos y de la soberanía del pueblo, que en Francia habían dem ostrado una fuerza tan temible. R ecién después de las guerras de liberación se expandió en A lem an ia el tem or a una revolución surgida de aquellas ideas y se convirtió en un pretexto para las m edidas policiales. C uando Schlegel dice que la Revolución Francesa, la D octrina de la ciencia de Fichte y el Wiíheim Meister de G oethe son las tendencias m ás im portantes del siglo, o que la Revolución Francesa puede considerarse

el mayor y m ás singular fenóm eno de la historia de los Estados, esto de­ be evaluarse en su sentido político del mismo m odo que m uchas otras m anifestaciones de sim patía de los burgueses alem anes, que en la segu­ ra tranquilidad del E stad o de policía dejaban actuar por sí m ism os a los acontecim ientos y, por otra parte, en la región del ideal, acom pañ aban la brutal realización de ideas abstractas que se desarrollaba en Francia. Era el reflejo de un fuego m uy lejano. Sch legel tam bién superó fácil­ m ente su entusiasm o. Pronto la R evolución Francesa no fue ya para él lo suficientem ente grandiosa y sostenía que la verdadera revolución era posible aún a lo sum o en Asía-, con sideraba a la R evolución Francesa concreta sólo com o un ensayo muy prom etedor.1 Por el contrario, la re­ volución de esos m ism os rom ánticos consistía en prom eter u n a nueva religión, un n uevo evangelio, un a n ueva genialidad, un n uevo arte uni­ versal. D e sus m anifestaciones en la realidad corriente ap en as corres­ ponde alguna al foro externo. Sus hechos eran revistas. L a sensación que causaban algunos literatos burgueses en los salones berlineses de las hijas de banqueros, los escándalos sociales provocados por las intro­ misiones en los m atrim onios de am igos o anfitriones, la declaración de guerra a G oethe y Schiller, la aniquilación d e N icolai, la liquidación de Kotzebue, éstos eran, considerados externam ente, algunos hechos. La muy viajada M adame de Staél expresaba una vez su asom bro de que en A lem ania pudieran exponerse librem ente los m ás osados pensam ientos revolucionarios. D esde luego, ella con ocía tam bién la explicación: n a ­ die se los tom aba en serio. L a clase políticam ente determ inante, la n o­ bleza y la alta burocracia, no se dejaba impresionar, en su superioridad, por unos escritores que d aban conferencias bajo el protectorado de d a ­ m as con pretensiones literarias o que se les perm itía asistir a las reunio­ nes de la alta sociedad,2 y estaban ansiosos por asimilarse a la adm irada 1 Europa, 1.1, la. parte, Frankfurt a. M., 1803, p. 36 1 R. M. Werner, “Aus dem Wiener Lager der Romantik”, Ósterr. Ung. Revu£, N. F. viii 9, 1889/1890), p. 282. Karl Wagner, “Wiener Zeiaingen und Zeicschríften in den jahren 1808 und 1809”, A rch. f. dstem Gescfi. 104 (1915), p. 203, nota. Es interesante un pasaje del acra N s 354, 1816, del Archivo del Departamento Supremo de Policía y Censura de la Corte, citado por Jakob Bleyer en “Friedrich Schlegel auf dem Blindes-

elegancia aristocrática o, por lo m enos, en hacer de ella una filosofía de la urbanidad. El barón de Sreigentesch expresó la concepción nobiliaria típica con la franqueza de un vividor frívolo: se debe dejar a los erudi­ tos desahogarse sólo en sus escritorios, el ham bre estim ula sus plumas, y el impulso hum ano universal de expansión, de otro m odo peligroso, sólo genera aquí libros gruesos.3 Incluso Gentz, que había sabido hacer­ se respetar, fue tratado a veces por M ettem ich con una am istad que re­ cuerda a la fam iliaridad entre el señor y el vestídor.4 A d am M üller de­ bía la co n sid e ració n q u e se le te n ía sólo a su am igo y ap asio n ad o defensor Gentz,5 El buen Klinkowstrom se había indignado con razón por el tratam iento "vergonzoso” que los funcionarios de la cancillería

tage ín Frankfurt, M anchen y Leipzig", 1915, p. 18 {Ungar. .Rundschau, 2, 1913, p. 654): “Todos estos conferenciantes y declamadores ambulantes, que mucho tiempo antes, con la desaprobación de hombres sensatos hicieron de las suyas en Alemania, se presentaron también aquí bajo la eficaz protección de las mujeres, las cuales, con irresistible impertinencia, les procuran el ingreso a las casas de conocidos ocasionales para que malgasten eí tiempo". N o pude acceder a !a parte del acta que se refiere a Gentz, Adam Müller y al barón Aíbini. 3 En Friedrich Schlegel, Deutsche Mwseum, 1. 1, 1er. cuaderno, pp. 206, 207. 4 Mettemich no estimaba por eso siquiera que valiese la pena la molestia de eno­ jarse con Gentz cuando éste lo criticaba a sus espaldas o cuando se metía en asuntos sospechosos. “Que abandonado a sí mismo divaga, lo sé muy bien. Por esa tazón no hay que dejarlo nunca abandonarse a sí mismo, pero siempre aprovecharlo", escribió a Hudelist (cfr. W. III, 1, p. 268, nota). 5 Schuckmann, el Jefe de Negocios de la Sección de Culto y Asuntos Oficiales del Ministerio del Interior, gestionó la solicitud de Müller para hacerlo Canciller de la Universidad de Frankfurt, con la advertencia de que no sabía siquiera en qué disci­ plina Müller podría ejercer como Pnmtdoimt, mucho menos, que pudiera necesitarse de él como Canciller (Friedr, v. Raumer, Lebertsermnerung und Briefwechsel, Leipzig, 1861, i, pp. 157, 158). Hardenberg establece ai menos la diferencia entre Adam M u ­ lle r y Sau! Ascher, a la que lo obligaba su consideración por Gentz. El archiduque Johann vori Osterreich escribió (el 30 de agosto de 1813) en su diario personal: “A dam Müller estuvo en mi casa, es un placer hablar con él; quiero aprovecharlo; cuáles sean sus opiniones, me interesa poco” (Krones, Tiroi 1812 - 181 ó und Erzherzog Johctrm von Osterreich, Innsbruck, 1890, p. 129). 6 Auí der alten Regiscratur der Staatskanzki, Viena, 1870, pp. 175, 179. Friedrich von

de la corte vienesa pudieron permitirse con M üíler y Schlegel.6 A partir de las críticas que R ehberg escribió sobre las conferencias de Müller, tam bién se distingue el desprecio del hombre sólido, que es aquí tanto Schlegel, que “finalmente, después de años, alcanzó el rango de consejero de legación, murió en 1829, en Dresde, oficialmente olvidado -por así decirlo-, dictando clases co­ mo filósofo. Su viuda, Mendeissohn de nacimiento, a veces contaba sonriendo, en cir­ cuios de amigos de confianza, que cuando su marido cenia que pasar por una oficina en el edificio administrativo de la Cancillería, en la cual alguno que otro funcionario esta­ ba ocupado escribiendo, éste, con desconfianza, cubría el papel con la mano, a fin de que Schlegel no captara ningún secreto...” Vuelto atento a la valiente forma de lucha del último (de Jarcke) en el campo del periodismo, el príncipe Mettemich dispuso su ‘'graciosísima” invitación a Viena y su adscripción a la Cancillería. Con su cargo, el fa­ moso profesor fue puesto de manera despiadada a disposición de la malevolencia de los funcionarios ordinarios. Más de una vez Jarcke se vio obligado a provocar desagrada­ bles discusiones frente a sus jefes de la Cancillería para conquistar un puesto más o me­ nos aceptable en su área. Esta noble forma de pensar que inspiraba al príncipe Metternich no autortea a hacerlo responsable en primer grado por el tratamiento ofensivo que sufrieron los celebrados escritores políticos Gentz, Schlegel, Müller, jarcke y Pilat, Sin embargo, en eso no se puede declarar al canciller estatal Mettemich libre de toda cul­ pa, porque él, creyendo que las cuestiones personales son cosas que están por debajo de aquellas Mínima de las que el pretor no tiene que preocuparse, y sosteniendo esta opi­ nión, dejaba, a los nombrados totalmente de born fick, de acuerdo a lo normal, a cargo de sus hombres de la Cancillería para la “actuación pública ulterior”. Además, ía carta de Gentz a Mettemich del 22 de febrero de 1827 (Klinkowstrom, p. 76, Wittichen, IIJ, 2, p. 218): “No quiero molestar a Su Alteza por la manera vergonzosa en que ha sido tratado Müller hasta el momento en que intercedí por él y en que el Barón Stürmer fi­ nalmente ordenó ceder por respeto hacia mí, iPero, Su Alteza, no le niegue el alivio de su situación para el futuro y, ante todo, un examen Justo e imparcial de sus pedidos y redamos! El copfía en todos los jefes de negocios honestos y deja respetuosamente al buen criterio dé Su Altera la elección del mismo. Creo que el consejero Lebzeltem se­ ría el apropiado. Esto no puede quedar así; Müller está vencido por la pena e incluso por las preocupaciones, por preocupaciones económicas realmente legítimas. Y una es­ cena más como ésta, que el indigno (consejero Kaesar) ha jugado con él, lo lleva a la tumba”. Cff. los registros de Gentz en su diario personal del 6 de abril, l e de julio, 17 y 19 de octubre, 25 de noviembre y 14 de diciembre de 1827, así como el dei 31 de enero de 1828; también la carta de Schlegel a su hermano del 16 de enero de 1815 (Brie/wechsel, editada por Oskar F. Wabel, Berlín, 1890. p. 537). 7 Hallische Allg. Lic. Zeit. 1810, N “ 107-109 (SammtlicJie Schrifcen, tomo IV , Hanno-

más fuerte porque, sin la antipatía personal que m ostró ante F. Raum er y muchos otros, explica con serena objetividad la disertación de Müller a partir de su dependencia de un publico aristocrático.7 Pero ante el desprecio de aristócratas o burócratas sin inteligencia quizás tam poco Lessing habría estado seguro. M ás im portante es la respuesta a una tal superioridad y la con ducta concreta del rom ántico político al que se le ha dado oportunidad para la acción política. A este respecto, es sabido que Schlegel había comenzado rechazando todo trabajo político práctico com o indigno y se había jurado “no m algas­ tar fe y am or en el m undo político”. Sin embargo, no se debe tomar al pie de la letra estas afirmaciones suyas. A cudía solícitamente cuando había algo que hacer, su ambición y temperamento ardían por los asuntos diplomáticos y las misiones importantes; no es necesario hablar de su actividad en la oficina de prensa de guerra y de su trabajo periodístico com o redac­ tor, primero en el Osteneichische Zeitung,* después en el Ostareicfuscher Beobachter* la estilización de algunos artículos y notas prescriptos no pue-

ver, 1829, p. 243). “Los aristócratas buscan distracción y recreo y quieren estreme' cerse un poco alguna vez, para que el espíritu inmortal no se adormezca completamen­ te. Pues con ello también está contenta ía multitud que ayuda a llenar la sala y que ha acudido, en parte, para haber estado en sociedad con gente distinguida, en parte, para mostrarse como participantes de la alta cultura. Para entretener a este auditorio, todo lo común y conocido tiene que lograr la apariencia de lo nuevo y de la sabiduría oculta, que recién ahora se ha dado a conocer. Es preciso haber buscado palabras nuevas y cla­ sificaciones, alusiones, interpretaciones sorprendentes. La disertación reflexiva y clara del hombre inteligente no es suficiente y tiene que dar paso a las artes del equilibrista. Todas las abras que son producidas de esa manera traen consigo en mayor o menor m e­ dida huellas de esto: adornos falsos, brillo enceguecedor de afirmaciones exageradas, expresiones inadecuadas, contraste estridente de las opiniones forzadas con las ideas corrientes. A todo esto se agrega aún otro nuevo inconveniente; el tono de una confe­ rencia no es para alumnos, sino para oyentes que exhiben el prestigio de hacerse ver, lo que induce a una elegancia pedante. El orador se mete en un corsé que ni Demóscenes, Fox, Burke, ni siquieta Bossuet, han llevado, a pesar de la consideración que éstos en conjunto también han tenido por las personas que estaban ante ellos.” * Diario austríaco. El observador austríaco.

de considerarse como actividad política; después de un breve lapso, los trabajos de redacción propiamente dichos fueron encom endados al más experim entado Pilar. El hecho de que en 1809 redactara proclamas con­ tra N apoleón e incluso las pegara con sus propias manos, lo honra, porque demuestra que podía tener una sensibilidad espontánea. Pero recién su colaboración en el parlam ento federal en Frankfurt, que tanto se había es­ forzado por conseguir, podría llamarse acción política, si no hubiera termi­ nado tan deslucidamente. También aquí, por supuesto, había comenzado con grandes planes y promesas. D orothea escribió que Friedrich “se ocupa ahora de constituciones y estam entos, del parlam ento federal y de asuntos d e importancia", que concernirían en algo a sus hijos recién “en su efecto futuro”. Trataba de involucrarse en asuntos diplomáticos y de evitar a su jefe, el Conde Buol, que le había encargado algunos trabajos a Schlegel cuando éste se encontraba desocupado, pero sufrió con eso un penoso fra­ caso. Cuando M etternich solicitó a Buol en un mem orándum del 16 de septiembre de 1816 que se alcanzara influencia sobre ía opinión pública por medio de folletos impresos y diarios, m encionaba como escritores que entrarían en consideración para ello a A d a m Müller, Klüber, N ikolaus Vogt y Saalfeld, pero no a Schlegel. Buol, no obstante, le hizo redactar un memorándiim. Excepto éste y otros trabajos no tenidos en cuenta -la s Bemerkungen über die Frankfurter Angelegenhéten * con las cuales se fatigaba, artículos de diario, entre ellos uno sobre el parlam ento federal, al que Gentz calificó de trabajo de un “iluso bienintencionado’’- hasta la fecha de su relevo del cargo (14 de abril de 1818) Schlegel no podía mostrar ningún resultado de su actividad política. La corrección de los protocolos del parlamento federal, de la que se había hecho cargo voluntariamente, pronto le fue quitada. Por último, sus cartas a conocidos influyentes, así com o las de su mujer, están repletas de pedidos de intercesión en reclamos por indemnizaciones, de pedidos de viáticos, de solicitudes de ennobleci­ miento;® junto a todo ello, hay caracterizaciones de sus superiores litera­

* Observaciones sobre ¡os asuntos de Frankfurt. 8 Bleyer, op, cít-, p. 111. Epistolario con su hermano August Wilhelm, op. cít., pp.

558 y 55., 5 7 5.

riamente interesantes, aforismos psicológicos y críticas, que, en verdad, no cam bian en nada el hecho de que su intento de representar un papel en política haya terminado igual que mucho tiempo antes en Jen a su actua­ ción com o filósofo. Finalmente, M ettem ich lo llevó consigo cuando poco después viajó a Roma, y en sus cartas hizo observaciones burlonas, pero sin maldad, acerca del corpulento y glotón Schlegel.9 Sería sumamente injusto juzgar al desafortunado hombre hum anam en­ te y en su significado espiritual según este fracaso. Pero donde debe consi­ derarse la personalidad política en su efecto histórico, es preciso, a pesar de eso, que se mencione que la mayoría de sus contemporáneos políticos, en forma inm ediata, apenas tuvieron una impresión distinta que la de la cor­ pulencia, mientras que nadie se dignaba a tomarlo en serio com o político. Sin embargo, Schlegel, con sus ideas sobre el papado, la Iglesia y la nobleza, también pretendía ser tom ado en serio políticamente. Pero en este campo nunca podría salir victorioso frente a A dam Müller, a quien, por lo demás, se permitía10 tratar como su seguidor espiritual, y sobre el cual se h a emiti­ do el juicio general de que era la “sombra” de Friedrich Schlegel.11 9 Carta a Gentz det 9 de abril de 1819 (W. III, 1, p. 390), además, por ejempio, G en e a Pilar, el 9 de septiembre de 1818 (Brn^e an Pilac, editadas por K. Mendelssohn-Bartholdy), W. Dorow a Schefíher, el 9 de noviembre de 1818 (Britífe an und van J.G.Scheffrurr, editadas por Atthur Warda, 1 ,1, Manchen y Leipzig, 1916, p. 155). Heímich Finke, Über Friedrkh und Dorodim Scfikge!, Kóln (Gorresgesellschaft), 1918, pp. 10 y ss, 34 y ss. La clase de in­ terpretaciones erróneas sobre el significado político de Schlegel que se han difundido pue­ de saberse de la mejor manera a partir de la observación de C. Latreille, Joseph de Maisne et la Papauté, Parts, 1906, p. 282, según la cual Schlegel fue “ambassadeur tí'Autnche á Franc­ hón” y organizó Austria en el sentido de las ideas de de Maistre (!). 10 Muy claro en la reseña de las Voríesungen üfier die deuache XVissemchaft und Literatur ‘ [Lecciones sobre la ciencia y la literatura alemanas} de Müller, Dresde, 1807, en los Heíde&ergisc/ien Jahrbücher, 1808, pp. 226 y ss., t. 143 de la Deutsche Ndríonalliteracur de Kürschner, pp. 405 y ss. En su carta a August Wilhelm Schlegel del 14 de junio de 1813, dice de Müller: “un charlatán, de lo que él tiene un pequeño resabio, progresa aquí con mayor facilidad; sólo tos hombres inteligentes no prosperan aquí (se. en Vien a)”. Epistolario de Friedrich Schlegel con su hermano August Wilhelm, op. cit-, p. 638. lí Woltgang Mernet, Die Deutsche Uteracur, 2a. ed., I, Stuttgart, 1836, p. 306: “Adam Müller, su sombra, lo ha imitado en el terreno político y artístico, fue un rene­ gado como él y lo ha sobrevivido porque se ha imbuido de su espíritu". D e manera se-

M üller era desde 1815 cónsul general austríaco e n Leipzig. Hábil y servicial, había sabido crearse allí un círculo de influencia. El hombre, de 45 años, en una ocasión escribe a Gentz m elancólicam ente que en su “salón de Leipzig”, su vena retórica, estim ulada por los artículos de los diarios, se derrama y agota frente a algunos jóvenes bienintencionados, pero sin efecto ulterior. Pero la conclusión de la carta dice otra cosa. Mü11er hace aquí el balance de su vida. Sabe que no es poca cosa, com o bur­ gués sin nombre y sin estirpe, haber llegado a ser cónsul general imperial en Leipzig. A gradece por ello (sin ninguna ironía) “a Dios y al príncipe” (M ettem ich ). A pesar de eso: “habiendo alcanzado hace siete años la ci­ m a de aquello que puede desear de m anera sensata”, el abogado burgués de la nobleza hereditaria (cuyo ennoblecimiento se dem oraba), se lam en­ ta de que los aristócratas “cierran el cam ino a sus mejores defensores", y que “las prerrogativas de nacim iento en Europa, por m edio de nuestra muy esencial colaboración, comienzan nuevam ente a am pliarse”. Y con todo, nuevam ente; "N uestro príncipe (M ettem ich) es feliz, ése fue hasta ahora m i consuelo”.12 M üller tuvo la alegría, que al mismo tiem po fue un triunfo político, de que bajo su influencia el duque Friedrich Ferdinand von A nhak-K ótth en se convirtiera al catolicism o; obtuvo un reconoci­ m iento que hizo realidad el deseo de su vida, el ennoblecimiento. En to ­ da esta actividad siempre había sido solamente la herram ienta incondicio n al de M ettem ich , y sus “d iv ag acio n es” no ocurrían en la praxis política, sino en las alusiones teóricas de sus escritos. A l final de su vida era sencillam ente un católico bueno y piadoso, m uchas veces tan humil­ de que para un juicio hum ano com pensó con ello una década de dudosa am bigüedad.13 Pero la época en la que pudo tomar decisiones políticas mejante, en la reseña de los Gesammelre Se/m/tert ^[Escritos Compilados] de Müller, tomo i, en Umaturblatt, 21 de agosto de 1840, p. 337. n Carta del 13 de enero de 1823, desde Leipzig, B\S7, N s 219. 13 Siegbert Elkuss, Zur Beurteilung der Romantik und zur Kmik ihrer Forschung (Hisc. Bibliothek, t. 38), 1918, p. 6, dice con razón que la madurez humana y política de Mü­ ller decayó en la época posterior a 1815. Pero ésta fue la época en que buscaba desha­ cerse más y más del romanticismo, fuera de lo cual sólo era en realidad un humilde servidor de Mettemich.

autónomas se extiende desde el año 1808 hasta 1811. Por entonces, aún estaba abierta para él la posibilidad de convertirse, como Gentz, en el vo­ cero de un pensam iento político significativo, de buscar y fomentar un público con ese fin. Por ese m edio se habría legitimado a sí mismo como un publicista político y habría presentado aquello específico que tenía pa­ ra dar com o idea política. El curso de estos años, si se lo considera sin un extremo detallismo biográfico, es el siguiente. Tam bién A d am M üller com enzó com o rebelde rom ántico, si bien ya a los vein te añ o s, com o e stu d ian te e n G ó ttin gen , alard eab a de opositor a la R ev olu ció n Fran cesa. L o h acía com o dócil discípulo de Gentz y valiéndose de un a pose anglófila que adoptó bajo ia influen­ cia del am biente de G óttin gen , cuya “ fisonom ía era por en ton ces más inglesa que a le m an a ”. 14 El rom an ticism o del con tin en te h a tenido siempre una fuerte inclinación a la anglofilia. Pero es im portante para el conocim iento d e la m en talidad rom án tica que la influencia de la cultura inglesa -q u e por ese enton ces se m ostraba tan fuerte en Hann o v er- no tenía n ad a de rom án tica. E sta influencia se basaba en que la casa reinante era la m ism a que en Inglaterra, en intereses sociales com unes y en la profunda fam iliaridad con la m entalidad y las institu­ cio n es in glesas que tu vieron a lto s fu n cion ario s in teligen tes com o Brandes y Rehberg. El paren tesco entre el tronco bajosajón y el an­ glosajón facilitó esra influencia y excluyó el últim o resto de sospecha de que pudiera tratarse aquí de un im pulso rom ántico. D e este m odo, tam bién la universidad han n overiana de G óttin gen se m an tuvo aleja­ da del entusiasm o por la R evolución Francesa y m uchos académ icos adoptaron una actitu d juiciosa y crítica frente a los im portantes acon­ tecim ientos de la época. En pleno auge de la filosofía trascendental kan tian a y p ostk an tian a, en G óttin gen el “sano entendim iento h um a­ n o" perm aneció tran quilam en te en la cá te d ra .15 La influencia de la

11 Rexius, ofx cít., p. 506, donde se pone de relieve el significado de la influencia in­ glesa para !a orientación positiva en ia ciencia jurídica y en la historiografía alemana. b De ahí que los estudiosos de Góttingen tampoco se interesaran por las i^ y é c ji*^ con que los adversarios de los filósofos trascendentales respondían a la ar^á'^anfcia de

m entalidad inglesa, con su con com itan te objetividad y bu en sentido, se rom antiza en el jo ven berlinés, volvién dose anglofilia. El hijo del oficial de tesorería b u sca im itar a l inglés rico frente a los e xtrañ o s y ya en el com ienzo de su actu ación m uestra la inclinación a ad ecu arse rá­ pidam ente al ideal de la elegan cia social que era predom in ante en su m edio.16 A l m ism o tiem po, Inglaterra se volvió p ara él la p a tria de la filosofía; incluso allí debían erigirse los arcos de la A ca d em ia q u e p en ­ saba fundar, ju n to co n eso, sus in tereses perm anecieron e n policrom ía rom ántica; econom ía política, filosofía n atural, m edicina, literatura, astrología. S u prim er libro, Die Lehre vom Gegensatz* (1804) m uestra este carácter p olifacético que no p o d ía dejar sin tratar n in gún objeto interesante, ni dar cu en ta de n in gun o de m an era ob jetiva, y que cul­ m inaba en la ten tativa de fusionar a G oeth e y a Burke en un tercero superior. Burke era el expon en te de lo in glés, G oeth e, del rom an ticis­ mo; en am bos casos no se tratab a de figuras reales, sino de figuras ro­ m án ticas qüe, por lo tan to, podían ser fusionadas fácilm en te. D ado que el autor era rom ántico, en el prólogo partió del h ech o de que la revolución había fracasad o, tal com o era tam bién la co n cep ció n de Schlegel ya en 1803. "Sistem as filosóficos” -a fir m a - “co ron as q u eb ra­ d as, co n stitu cio n es re p u b lican as, p lan es teoftlan tró p íco s, em p resas fracasadas para la con servación com o para la destrucción , principios m orales y m anuales de derech o n atural, deberes exh au sto s y derechos perdidos, yacen jun tos en un a enorm e pila de escom bros, y h asta ah o­ ra ningún escrito, nin gún diálogo, ninguna acción que n os legó ía tu ­ m ultuosa conclusión del siglo xvm se h a realizado". En e stas circu n s­ tancias, el jo ven escritor quería retom ar la em presa fra c a sa d a de la éstos. Sin embargo, en el Neue¡ Mmsímít» der Fhiíosophie und Literatur de Bouterwek aparecieron algunas parodias de la nueva filosofía y del romanticismo; sin duda perte­ necen a lo mejor que ha creado la literatura alemana en cuanto a parodias. 16 El joven Eichhom se sorprendió de que sus amigos Kurnatowski fueran "jóvenes muy cultos” Qoh. Friedr. Schulte, Karl Friedrich Eichhom, Sein Leben und Wír(ten, Stuttgart, 1884, pp- 9-10). Fr. von Raumer se expresa demasiado maliciosamente al respecto, op. cit., i, p. 40. ' La doctrina de la oposición..

revolución y llevarla a su fin, darle un n uevo con ten ido a las palabras religión, filosofía, naturaleza y arte, hacer saltar los lím ites de! tiem po hasta ahora m ecán ico y trasplantar las especulaciones abstractas de la revolución espiritual al suelo de la realidad. En los años siguientes sus pensam ientos no se aclararon, pero su situación social y econ óm ica era tal que su am bición debía estar agobiada por eso. Vivía co n sus am igos polacos Kurnatow ski y H aza, que tam bién lo h abían h ech o “d ip u tad o” de su Swdpreimisc/ie» ókonomische Sozietdt*. Pero b asta ver los anales de esta asociación de p ropieta­ rios rurales p a ra com prender que un hombre jo v e n que estab a absor­ bido por el deseo de represen tar un papel e n la realidad social, n o podía estar satisfecho co n e sto .17 En la m elancolía de su aislada es­ tancia cam pestre sufría fuertes depresiones, se sen tía enferm o, reduci­ do a vegetar y se aficionó a la astroio gía18 y a la m eteorología; final­ m ente, respondió a la in v itación de G entz a V iena (del 8 de febrero al 30 de abril de 1805). A llí se convirtió ai catolicism o el día antes de su viaje de regreso.19 En octubre de 1805 se tran sladó ju n to a los H aza, con quienes vivía, a D resde y aquí, jun to a B ó ttiger y G, H. Sch ubert,

* Sociedad económica sur prusiana, 17 El primer número (Posen y Leipzig, 1803), en eí que Müller publica “Entwutf iu korrespondierenden Wetterbeobachtungen. Eme Einladung an die Landwiite hiesiger Provinz und der benachbarten Lander" * [Bosquejo de las observaciones climáticas co­ rrespondientes. Una invitación a los agricultores de la provincia local y de los territo­ rios cercanos] (pp. 149-176), comí ene artículos sobre estabulación de las ovejas, sobre el pastoreo de los cerdos, la instalación de estíercoleros y el correcto tratamiento del estiércol en los mismos, etcétera. 13 Sin duda, su horóscopo debía causarle preocupaciones, cuando se dedicaba en serio a él: tenía una conjunción de Saturno en retroceso con Marte en Escorpio y Jú­ piter en el cuadrante de Venus. Esto significaba escándalo público (que ocurrió efecti­ vamente en 1809), muerte repentina por apoplejía (también se cumplió), mala predis­ posición del carácter, etcétera. w Como fecha de la conversión se ha repetido en todas las enciclopedias y bíografías posibles el 31 (!) de abril de 1805, que aparece primero en el Konuersartonslexíkon de Brockhaus, 5a. ed. original, t. 6 (1819), p. 621, y después también en el Neuer Nefcrofog der Deutschtn, 1829, parte I, p. 103.

d ictó lecciones com o profesor independiente para un público distin­ guid o, form ado p rin cip alm en te por e x tran je ro s: e n el invierno de 1805-1806, sobre literatura alem an a, cien cia y len gua, en 1806-1807, sobre poesía y arte dram áticos, en 1807-1808, sobre la idea de belleza. Las lecciones aparecieron tam bién en form a de libro y fueron publica­ das parcialm ente en Phóbus, que M üller editaba ju n to con Kleist desde enero de 1808. S u éxito fue rápidam ente olvidado.^0 En Pallas, eme Zeitschrift für S ta a ts- und Kriegs-Kimst, * pub licada por Rühle von Lilienstern desde 1808, participó con m ás artículos, entre ellos algunos com entarios “a p ropósito de las investigaciones sobre la nobleza here­ d itaria de Fr. B uchholz”, en los que defendía a la nobleza contra los ataq ues de este último. En ese m om ento, el fiel am igo G entz, siem pre p reo cu pad o por él, le p rop orcion ó un estím u lo decisivo y le p ro p u so escribir un libro p ara defen der a la n obleza o, de ¡o con trario, p u b licar un a co m pila­ ción de ensayos p olíticos, m orales e h istóricos: “co n cu erpo y alm a le garantizo,' que U d. se e stá h acien do u n a en o rm e repu tación - y si se d ecid e por lo p rim ero (por ía d efen sa de la n o b le za), se creará una existen cia su m am en te g r a t a - ” .21 El p lan de G en tz se basab a en el cálc u lo de q u e un p artid o - c o m o el de la n ob leza alem an a, especialm en te la p r u s ia n a - q u e e stab a en ap rieto s frente a la opin ión pública, estaría agrad ecid o por cu alquier ap oyo pu b licístico; en Pru­ sia, debido a la d erro ta de 1806, podían e sp erarse reform as liberales que ch o cab an co n los in tereses de la n obleza h ered itaria y terrate­ n ien te. A u n q u e M üller co n ta b a con en trar al serv icio del gobierno p ru sian o, sin em b argo , a c e p tó la p rop u esta de su am igo e in ten tó

z0 De las reseñas, se mencionan: jen. Aüg. L¿t. Ztg., N e 26, del 6 de noviembre de 1806, N- 155, del 2 de julio de 1807 (breve referencia a la segunda edición), Fmimütigtí, 1806, 2a. mitad, pp. 88 y ss., p. 197 (respetuosa reseña de G. Merkel); Oberdeutsche AÍIg. LíteratuRdtimg, N c txiv del 9 de junio de 1808 y ss. Cfr, también joh. Bobeth, Efe Zeitschriften der Romanuk, Leipzig, 1911, p. 192, ’ Pallas, una revista para el arte de la política y de la guerra. 21 Bnefu'ectad Genr^ Müíler, Stuttgart, 1857, N- 93, 28 de mayo de 1808.

realizar a m b a s e n u n a: ya en el in v iern o de 1 8 0 8 -1 8 0 9 d ic tó en D resde lecc io n e s sobre “ la to talid ad de la política” , en las que de­ fendía a la n obleza feudal y dab a al m ism o tiem po u n a serie de ob­ servacion es p o líticas e históricas. L as leccion es fueron d ic ta d as “ a n ­ te Su A lte z a Seren ísim a, eí Príncipe B ern h ard von Sachsen -W eim ar (com o cuyo p recep tor estab a co n tra ta d o M üller), y un a reunión de hom bres de E sta d o y d ip lo m á tic o s” . L as p u b licó b a jo el título de Elemente der Staatskun st,’ co n el que quizás alu d ía a los Eíememos de geometría de E u clid es. T am bién a q u í el éxito se lim itó al estrech o círculo de los c o n o cid o s.22 M ien tras tan to , M üller se había ido a Berlín en la prim avera de 1809 porque su estan cia en D resde se había vuelto imposible, ante to­ do, desde el pun to de vista social y moral: había seducido a ía mujer de su anfitrión y am igo de tantos años, con la que se casó p oco después en Berlín; pero tam bién por razones políticas. N o era que por patriotismo se hubiera dejad o llevar hacia expresiones o acciones im prudentes, co­ mo ocurrió con Kíeist o con el joven Dahlm ann. En sus lecciones sobre política fue suprim ida toda referencia explícita a la época y en varias ocasiones incluso la palabra “francés”, que fue incorporada nuevam en­ te m ás tarde, en la edición berlinesa; quizás una medida forzada por la

* Elementos de política. 11 Además de la reseña de Rehberg ya mencionada, deben referirse las siguientes: Jen. A/ig. Ut. Ztg., N ° 60, 13 de marzo de 1810 (con observaciones desfavorables co­ mo: “En todo esto existe un gran malentendido, del que sólo es incierto si está pro­ ducido intencionalmente por el autor o es necesario para el espíritu del mismo" o: "en virtud de la opinión favorable que el autor tiene de sí mismo, cree haber abarca­ do todo lo que ha ocurrido en los tiempos recientes para el perfeccionamiento de la teoría política", etc.). Neue L£ipü. ¡Jteraturzeitung, N s 80, 5 de julio de 1809, p. 1265 (sobre las lecciones segunda y tercera, publicadas por separado bajo el título: Von der idee des Staates und ihren Verhaítmsjen zu den “populdrm Scaatscheorien" * [Acerca de ia idea del Estado y sus relaciones con las “teorías políticas populares"], Dresde, 1809; también por rechazo a las “brillantes antítesis"); Góttinger Ge¡. An^., N 2 91, 9 de ju­ nio de 1810, pp. 899 y ss. (¡Qué e! cielo nos proteja de las ciencias sin definiciones y sin conceptos claros!).

censura.23 En los Elemente der SLaatskunst h ace observaciones m alicio­ sas dirigidas a la gente de la “Liga de ía V irtud” , habla de su “m elanco lía teatral”, que “seguram ente los hace sentirse distinguidos” y, prob a­ b lem en te alu d ien d o a K leist, de sus “p e n sa m ie n to s de v en g an za y asesinato, con los que coquetean” (il, p. 6). A l honrado M artens, que le entregaba una carta del conde von Gótzen y quería informarse sobre el estad o del m ovim iento patriótico en Sajorna, lo trató con presuntuosa am abilidad, que era al m ism o tiem po ridicula e insultante.24 Pero cu an ­ d o los franceses entraron en D resde tuvo que huir, porque poco tiem po antes, m ientras los austríacos estaban en la ciudad, se había hecho n o ­ tar dem asiado abiertam ente en favor de sus intereses. Sin em bargo, e s­ ta catástrofe tam poco fue de tal índole com o p ara que quedara co m ­ p rom etido m ás o m en os d u rad eram en te “ en las a ltas e sferas” .25 En Berlín, presentó al gobierno prusiano una in teresan te propu esta (en

23 Compárese Idee des Staatzs, pp. 18, 22, 43, con Elemente i, pp. 59, 85, 86 (ien lu­ gar de “Revolución Francesa", allí se dice solamente “revolución”!), o Idee, p. 18, con Elemente, p. 34 (la referencia a la “vecindad más allá del Riri" está ausente en Idee) . 24 C. v. Martens; Denkwürdigkeiten aus dem ktíegerischen und ¡jolitischen Leben emes alten Offizien, Dresde y Leipzig, 1848, p. 87: “En el Sr. A dam Müller encuentro al con­ trario exacto del Sr. von Pfuel, El conde von Gótzen me había dicho que podía confiar plenamente en este hombre y yo estaba provisto de una carta dirigida a él escrita en un tono simpa tizante, en la que estaba explicado en líneas generales eí objetivo de mi viaje. El Sr. Müller me recibió con una amabilidad presuntuosa y estudiada, sentado en su escritorio vestido elegantemente. Tomó el escrito, explicó que no tenía tiempo para conversar conmigo ni para leer el escrito entregado y me invitó a visitarlo a la mañana siguiente. Dejando de lado esta ridicula y amanerada distinción, que me desa­ gradó mucho, al día siguiente, con todo, fui a verlo de nuevo y fui recibido de la mis­ ma manera. Me agradeció por el escrito, me pidió que le transmitiera al conde von Gotzen sus respetos y nos deseó suerte en nuestro emprendimiento, pero lamentó con un diplomático encogimiento de hombros no poder abrigar ninguna esperanza de que encontráramos en la opinión pública presente en Sajonia alguna colaboración o algún éxito, y que él mismo, por su posición personal, estaría completamente impedido de interesarse de la manera que sea en nuestro proyecto. Lo dejé y no lo volví a ver". Bnefe und Aktenscücke aus dem Nachlass vori Scdgemann, editadas por Franz Riihl, Leipzig, 1899, i, pp. 117, 135-136.

una carta al consejero privado de finanzas Stagem ann, conocido suyo, del 20 de agosto de 1809), expuso la necesidad de que el gobierno ejer­ ciera u n a influencia constante sobre la opinión pública, con excelentes ob servacion es sobre las ve n tajas de un periódico oficioso; al m ism o tiempo, tenía un plan ingenioso para sabotear a la oposición anticipán ­ dose a ella; escribió textualm ente: “M e atrevo, 1- a escribir un periódi­ co gubernam ental y bajo la autoridad del C on sejo de Estado, 2Q an ón i­ m am ente y bajo la m era connivencia del mismo, a escribir al m ism o tiem po un periódico popular, en otras palabras, un diario m inisterial y uno op o sito r".26 En esta carta, com o tam bién en el escrito que presentó algun as sem an as m ás tarde, la Memoire betreffend die Redaktion eines Prm sstschen Regierungsfeíatces,* p u so siem pre de relieve su prin cipal preocupación: que él sólo podría realizar todos estos im portantes servi­ cios cu an d o el gobierno le proporcionara una posición social para p o ­ nerlo en co n tacto con los hom bres m ás im portantes y m ás favorables del reino. El plan de fundar un periódico gubernam ental fue aceptado por el gobierno prusiano. La em presa comenzó de m anera m uy prom etedora para M üller; en algunos diarios ya aparecían notas en las que era m en cio n a d o co m o re d acto r d el p eriód ico gu b ern am en tal p ru sian o pronto a aparecer.27 Pero cu an do H ardenberg fue convertido en ca n ci­ ller, M üller ya no fue tom ado en consideración para la edición del bole­

26 Rüht, op. cit., p. 118. * Memoria referida a la redacción de un boletín oficial prusiano. 11 Estas están recopiladas por Reinhold Steig en la reseña a la publicación de Rühl, op. cit., Deutsche Literaturzeitung xxil (1901), p. 231. Steig también menciona allí el NQ 46 de Miszellen, de Zschokke, donde “el Sr. Müller, más honrosamente conocido como escritor", es nombrado como redactor. Pero en el N s 85 del 25 de octubre de 1809, p, 339, M agü en comenta una noticia de Berlín: “A los profesores que dictan clases aquí los esperan nuevos temas para este invierno. Adam Müller, que desde hace algún tiempo ha levantado su pequeño refugio en Berlín, su ciudad natal, ha anuncia­ do lecciones sobre Federico el Grande, su carácter y sus instituciones” , y en el N e 101 del 20 de diciembre de 1809: “La noticia, recogida por muchos periódicos, de que aquí (en Berlín) aparecerá un periódico gubernamental bajo la dirección de Adam Müíler, se ha difundido de una manera demasiado precipitada”.

tín. Es cierto que M üller había prom etido defender periodísticam ente ía política de H ardenberg y para eso se le h abía asegurado que recibiría anualm ente del canciller un a asign ación de 1.200 táleros. S in em bargo, Müller exigía adem ás un puesto fijo co m o alto funcionario prusiano, lo que H ardenberg -q u e conocía al p oco confiable y superficial lite rato no aceptó. A l m ism o tiem po, M üller había establecido buenas relacio­ n es con ía op o sició n agrario -co n servadora. Ya al com ienzo de 1810 (desde el 11 de enero h asta el 29 de m arzo) había dictado lecciones so ­ bre Federico II, en las que hablaba e n contra de toda reform a liberal haciendo claras referencias a los “espíritus ingeniosos’’. M ientras tanto, se desarrolló aún m ás la oposición estam en tal y obtuvo un im portante apoyo social e intelectual en ía “christlich-deutsche Tischgesellschaft’' * en cuya fundación M üller había participado. Los Elemente der Swatskum t de M üller se volvieron una especie de escrito program ático de este círculo. A q u í y e n el Abendblatter* que K leist editaba desde octubre de 1810, Müller intervenía activam ente en la lucha contra los reform istas “a la últim a m oda", los '‘anglofilos” y sm íthíanos, hacía m aliciosas refe­ rencias al canciller y a sus colaboradores y causó enojo e irritación en los círculos de gobierno por sus artículos contra el edicto financiero del 2? de octubre. M üller tam bién estilizó el m em orándum presentado por el jefe de la oposición estam ental, von der Marwitz, y h asta pasó la c o ­ pia en limpio,28 a fin de que H ardenberg - q u e conocía bien la letra de * Sociedad de comensales cristiano-alemana. * Periódico vespertino. 13 Dorow, D¿nfcscFtríftm und Bríc/e, t. ni, Berlín, 1839, pp. 216 y ss. (“Como siempre ocurre en ¡os casos de grandes reformas, las convicciones más aute'nticas también se mezclan con e l espíritu de intriga. Adam Müller [...] acudió a Berlín y ofreció sus ser­ vicios al canciller. Su talento dialéctico y la soltura de su discurso no pasaron inadver­ tidos al canciller, aunque encontró en ambos más brillo que profundidad, y se dio por satisfecho con asegurarse la futura utilidad del hombre para el Estado por medio de una asignación provisional. Sólo que esto no parecía suficiente al criterio de Adam Müller, quien quería asumir inmediatamente un cargo que satisfaciera su ambición, y una vei que buscó demostrar en repetidos intentos, pero infructuosamente, qué im­ portante amigo podía llegar a ser, descontento, se arrojó hacia el lado contrario y qui­ so demostrar ahora más enérgicamente que podía hacerse valer como enemigo. Se

M üller- supiera que estaba en el asunto y que las lisonjas a H arden­ berg, con las que, a pesar de todo, el m em orándum fue espolvoreado, no dejaran de producir un a im presión beneficiosa para Müller. Com ple­ tam ente tranquilo y careciendo de todo tacto por su oportunism o polí­ tico y su hipocresía m antuvo aún sus relaciones con Hardenberg, siguió cobrando su asignación y dio a entender por m edio de inesperados artí­ culos elogiosos sobre el canciller que él, a cam bio de un puesto conve­ niente en el gobierno prusiano, estaba dispuesto gustosam ente a defen­ der tam bién otro punto de vista. El canciller no se veía en la necesidad de consentir sem ejante ju ego de “oposiciones”, no obstante, por consi­ deración a Gentz, demoró la cuestión un poco m ás con algunas amabi­ lidades estudiadas. Por su situación económ ica, M üller estaba obligado a h acer un a política oportunista. Cuando se dio cuenta de que no logran a nada con el canciller, se apresuró a irse a Viena, a lo de Gentz, su am igo y sostén. Perm aneció entonces allí, después de que aun los últi­ m os intentos de llegar a Prusia tam bién habían sido en van o.29 H ay que destacar aquí que Müller no se volvió desde la Prusia pro­ testante y liberal hacia la vieja A ustria católica por una especie de ins­ tinto anturevolucionario. Por el contrario, h asta el últim o m om ento in­ ten tó conseguir em pleo en Prusia, o sea, cerca de H ardenberg, y la única condición que ponía era una posición social distinguida. S e fue a Viena sólo porque allí Gentz podía seguir ayudándolo. C alló prudente­ asoció a los adversarios de Hardenberg, Íes prestó su ingenio, su pluma, y rio dejó de hacer notar a codos quién conducía verdaderamente este asunto. Confesó a su amigo Wtesel que, con este fin ¡incluso había dejado carras en el correo, con la intención y ia esperanza de que fueran a caer en manos de las autoridades y les abrieran por fin los ojos sobre su valor!"). Una reproducción más exacta del memorándum, en F t Meusel, A. L u d. Manuiíz, n, 1, Berlín, 1913, pp. 252 y ss. 19 Además de las conocidas interpretaciones de Ranke, Klose, Treítschke, Lehmann y Meinecke, así como las publicaciones de Fr. Meusel sobre F. A. L. von der Marwit: (Berlín, 1908 y 1913), fueron utilizadas: Remhold Steig, Heinrích von Kkists Berlmer Kümpfe, Berlín y Sfuttgarr, 1901; Alexander Lewy, Zur Génesis der keutígen agrarischen Ideen in Preussm, Stuttgart, 1898; Dombrowsky, Aus vner Biographie Adam Mullen (Gottinger Dissertation, 1911), pp. 8-14, 83 y ss.; Fr. Lenz, Agrarfefire und AgrarpoUak der deutschen Romanúk, Berlín, 1912.

m ente en Berlín que se había convertido al catolicism o y lo ocultó por m edio de giros que en ese e n to n ces p a sa b a n por m o d ern o s.30 Los m iem bros natos de la Tischgeselhchafc, gente co m o A m im , podían per­ mitirse expresar abiertam ente su sim patía por la m entalidad católica; pero el hijo del oficial de tesorería Müller, que quería lograr un cargo com o funcionario superior a cualquier precio, n u n ca hubiera podido hacerlo en Berlín profesando el catolicism o. Por eso m antuvo este as­ pecto de su existencia en un segundo plano. Por lo dem ás, su actuación

30 Según Fr, Raumer, op. cit., p. 158, generalmente Müller se hacía pasar por protes­ tante. También en el Morgenbotm -austríaco, pero que está al servicio de la propagan­ da napoleónica- se lo menciona como protestante: “Adam Müller (él mismo un pro­ testante) dice en sus lecciones sobre la literatura alemana etc. En ocasión de la muerte de Müller'se mencionó en Inland, N a 31, del 10 de febrero de 1829, que en 1809 él, el severo, defensor de la santidad del matrimonio, como es sabido, había sedu­ cido a la esposa de su amigo y anfitrión en Dresde, von Haza; Gorres, en un apasiona­ do artículo en el Eos, se dirigió contra la "profanación de cadáveres", con el funda­ mento de que esto correspondía al “período berlinés-protestante” de la vida de Müller (Eos, N Q28, del 18 de febrero de 1829, p. 113). De la ruidosa y escandalosa polémica periodística qué se originó en esta ocasión (Aujland, suplemento del N a 58, del 27 de febrero de 182$, Inland, N 9 52, del 28 de febrero, Eos, 36 y 37 de! 4 y 6 de m ano, etc.) sólo interesa aquí el hecho de que los tardíos amigos católicos de Müller consideraban sin más este período de Dresde y Berlín como una época en la que Müller aún era pro­ testante, si bien ya en el Kanversationslexikon de Brockhaus se indica el año 1805 como fecha de la conversión. En sus cartas a Gentz, Müller le había confesado por ese en­ tonces su catolicismo; el 27 de mayo de 1805, poco tiempo después de la conversión (Bnefweclisel, N a 32), menciona un ciertamente sospechoso “catolicismo superior"; en una carta del 25 de mayo de 1807 (Brie/uiee/iset, N e 67) es ya tan riguroso que juzga al catolicismo de Fessler como una deshonrosa profanación, después de que él, el 6 de febrero de 1808, había señalado a la poesía antigua y a la poesía cristiana de la Edad Media (aunque no a la cristiandad) como los dos fenómenos más importantes de la historia universal (Briefwechsel, N s 86), el 30 de mayo de 1808 reprocha a Schlegel que la relación con Cristo no está clara (Briefwechsel, N ° 94, interesante en compara­ ción con los juicios tardíos sobre el catolicismo de Gorres, N a 159 y 208). Por lo de­ más, opino que Bottiger - a pesar de su negativa- es el autor del despacho del N 9 31 de Inlorui. Eí caso recuerda un hecho del año 1806, donde apareció un despacho con­ tra Müller en el Freimwrigen y, cuando Gentz tomó parte enérgicamente en favor de Müller, Bottiger también negó ser el autor (efe W. [, pp. 214-217).

política tam bién h abía com enzado con una postura no totalm ente h o­ nesta. C u an d o e n 1808 entró en liza contra Buchholz para defender a la nobleza, subrayó con gran énfasis que la nobleza no necesita defen ­ derse de ataq u es com o los de Buchholz, sino que la única injuriada por esos ataques m ezquinos es la burguesía, y que intervenía en la polém ica contra Buchholz sólo para defenderse a sí mismo y a su injuriada bur­ guesía, si bien para él (A dam M üller) sólo adversarios com o M ontesquieu o Burke ju stifican el esfuerzo de una polém ica.31 La falsedad no se encuentra en la m anera en q u e se recutre aquí a M on tesquieu y a Burke, ésta era un a petulancia rom ántica que en la discusión política sólo era esp ecialm en te im prudente, Pero con qué desprecio nobles y burgueses debieron tratar a un hom bre que desde hacía años vivía en las m esas de algunos aristócratas y que osaba presentarse com o el d e ­ fensor del h on or de la burguesía. Q uizás esto tam bién explica por qué tantos con tem porán eos sentían que era un mentiroso. S e encon trarán muy pocos ejem plos de alguien que aparezca de m anera tan general an ­

31 Riflos, t. i, p. 162, la. parte, pp. 87-88 ( = Verrruscíitt! Scfinften, VLena, 1812, 2a. ed., 1817, i, pp. 162, 165; cfr. también Elemente i, p. 167). El artículo ¡mita tan bien los ges­ tos de la indignación, burkeana que puede entenderse perfectamente el entusiasmo de Gentz: “Yo sería malinterpretado si se esperara de mí una apología de la nobleza. Para hacer de defensor primero debería reconocer a los pequeños charlatanes de mi patria co­ mo mis adversarios y a la sagrada institución de la nobleza, eternamente inquebrantable, como discutible y problemática. Si manos puras y poderosas, con razones puras y pode­ rosas, si un Montesquieu, un Burke, debieran salir al ruedo primero y atacada, el ataque sería violento y temerario, y yo podrfa fracasar en la defensa, en ese caso, valdría la pena el esfuerzo. Pero, cómo puedo luchar contra los que se escudan detrás del espíritu de la época -disoluto, laxo y (luctuante como es- detrás de una opinión pública que no com­ prende a la nobleza, porque hoy pisotea lo que ayer ennoblecía. No, en estas páginas me defenderé a mí mismo, a mi estamento, la burguesía, para disipar el reproche de que no haya siquiera uno entre nosotros que por medio del honor y la justicia que pudiera ha­ cerle al otro estamento, supiera honrarse a sí mismo y a su estamento” (semejante, con una fundamentación "antitética”, Elemente I, p. 167). Probablemente a los propios datos de Müller se debe también la nota en Haymann, Dresdens teilsmurlich verstorbene, teih jetzi lebende SchriftsteÜer und Kunstier, Dresden, 1809, p. 459, donde el padre de Müller figura como un “hombre de negocios".

te sus prójim os com o un em bustero, y eso que aquí no se trata de los chism es de las cartas y de los diarios personales, en los que se refleja la locuacidad rom ántica, sino de com entarios serios. La opinión de Rehberg ya fue citada; Solger habla de una “mezcla fraudulenta"; Wiíhelm Grimm dice que todo lo bueno que se encuentra en M üller es “en prés­ tam o” , y en una carta a su herm ano escribe abiertam ente: “¿N o sientes tú tam bién que una cierta m entira se extiende a través de todos sus es­ critos?” , y A lexan d er vo n der M anyitz con cuerda co n R ahel en que M üller es un “falso cam arad a, m entiroso, corrom pido e irreligioso” y que sólo le interesa su "papel distinguido".32 El cu adro estaría incom pleto si no se considerara com parativam ente la actividad de M üller en los años siguientes, de 1813 a 1815, Por ese entonces, tuvo oportunidad de confirm ar de m an era práctica su posi­ ción com o lugarteniente de Burke en A lem an ia y sus ideas -a p ro v e ­ ch adas en Be.rlín contra H ard en b erg- sobre la n ecesidad de privilegios estam entales y corporativos, sobre eí carácter detestable de la adm inis­ tración estatal m ecánico-centralista y de todas las m edidas financieras calculadas exclusivam ente a partir de los ingresos fiscales. D urante la guerra de 11313, Roschm ann, el jefe regional provisorio, lo tom ó como asistente y consejero periodístico para el Tirol. La región debía ser reor­ ganizada después de la conquista. La autoridad central vienesa esperaba de la región no sólo la m ayor recaudación posible, sino tam bién su “austricización”, es decir, su integración en el conjunto del sistem a cen­ tralista del Estado y la supresión de los estam entos y sus privilegios: los derechos estam entales de concesión de im puestos, la defensa local del territorio y la capacidad autónom a para legislar en asuntos judiciales y de policía. R oschm ann, un am bicioso arribista - e l archiduque Johann,

3Í Cfr. Solger, Nacfigeíassene Scfirc/íen, tomo 1, Leipzig, 18Z6, p. Z05. (Carta a Raumer del 2 de diciembre de 1S10, también en E Raumer, Lebenserinnerungen i, pp. 227, 228.) W. Grimm en Sceig, Kleists Berlmer Kámpfe, pp. 505-506 (Frankfurter Zeitung, 12 de junio de 1914) y en carta de W Grimm a su hermano del 3 de octubre de 1809; en la correspondencia de Rahel con A. von. der Marwitz, las cartas del 26 de mayo, Ia de junio y 9 de junio de 1811. Las citas se podrían aumentar fácilmente.

en su diario personal, lo llam a simplemente “el rastrero"-, quería apro­ vechar la oportunidad para convertirse en gobernador del T irol; por eso, llevó a cabo expeditivam ente las intenciones de sus superiores e incluso fue m ás allá de los deseos de éstos cuando le fue posible. S e tra­ taba sobre todo, para él, de aparecer en Víena como un sobresaliente adm inistrador de Ía hacienda, que no recurría a los fondos generales correspondientes para las tropas destinadas al Tirol, sino que cubría las necesidades con los recursos de la región misma. El im portante m ovi­ m iento del pueblo tirolés, dirigido a ía restauración de los antiguos de­ rechos particulares, fue reprimido y sistem áticam ente tergiversado en los informes a V iena; de cara a los tiroleses, el método de esta política consistió en una expeditiva recaudación de los impuestos establecidos por el “ opresor y poco paternal” gobierno bávaro en im puestos al co n ­ sumo sobre los granos bávaros, m edidas contra los habitantes a causa de las protestas “sediciosas” y un sistem a policial de espionaje. M üller apoyó a su jefe R osch m an n a través de proclam as, mem orias y artículos de diario (en el Bote von Südtirol) * y en realidad hay que considerarlo com o el guía espiritual, ya que Roschm ann no podía prescindir de su ayuda. En los inform es dirigidos a Viena, los “útiles servicios” de M üller son m encionados elogiosam ente. M üller se sentía feliz de que el Kaiser, M ettem ich y B ald acci -u n baluarte particularm ente enérgico de la centralización bu rocrática- estuvieran conform es con él. “Entre N ápoles y Ginebra no me pasa desapercibida con facilidad una persona inte­ resante, y del conocim iento de esta singular región no me arrepentiré n unca”, escribió a Gentz; “los trabajos m ás interesantes me fueron ad ­ judicados por la gravitación natural; deseo que la recom pensa tome la m isma dirección". S u m eta era, tal com o él la expresa, “no am putar la carne salvaje de T iroí y de Italia, sino asim ilarla al cuerpo en tero”.33

* Mensajero del Tirol del sur. 33 Correspondencia con Gentz, Carta de Müller del 7 de febrero de 1814 y del 30 de septiembre de 1814 (Na 118 y 120). También G enu destaca los servicios de Müller al escribirle a Mettemich el 11 de abril de 1814 (W. III, 1, p. Z9Í) y aprovecha la oca­ sión para justificar con eso el “buen sentido austríaco" de Müller y recomendarlo ur-

C uando R oschm ann finalm ente tuvo que abandonar la región, el A r­ chiduque Jo h an n le pidió especialm ente que llevara consigo a A dam Müller. El 23 de abril de 1815, M üller fue convocado al cuartel general del emperador, justo cuando su abu ltado m em orándum de 162 hojas estaba en cam ino al Tírol, en el que se advertía acerca de las sospech o­ sas inclinaciones del pueblo tirolés y se proponía suprimir las veleidades estam entales por m edio de m edidas enérgicas contra la nobleza y los cam pesinos.3^

gencemente al favor de Mettemich. Debido a los continuos esfuerzos de Gentz, Müller fue convocado posteriormente al cuartel genera! del emperador. ^ Sobre la actividad de Müller en el Tirol: Alb. Jager, Tiroís Rückkehr untar Oíterreich, Viena, 187Í, pp. 115, 148, 149 (en la p, 148 cita a Dípauli, Dianum ni: "Quizás encuentre Roschmann alguna disculpa por el hecho de que él mismo, como surge de todas sus acciones, sólo era un hombre intrigante, insidioso, devoto de la venganza privada y deseoso de los beneficios personales, por otra parte, además, atolondrado, se hallaba totalmente bajo la influencia de su secretario Adam Müller"). Franz von liro­ nes, Tiro! 1812-1816 und Erzherzog JoJtann w n Ósterreich, Innsbruck, 1890, p. 128: “Adam Müller, él hijo de Berlín, e! amigo y protegido de Friedrich von Gentz, e! políti­ co filosófico'teagonisme, 2a. ed., 1. 1, Berlín, 1767, p. l x x x v i ) .

de que el D ios de los cristian os no era un verdadero D ios. L a argu­ m en tació n de Ju lian o correspon de a ello. B u sca co n tradiccion es en la d o ctrin a cristiana, les h ace reproch es m orales y opo n e al cristianism o un politeísm o tran sfigurado a través de las id eas n eoplatón icas. En el siglo x ix las iglesias cristianas e stab a n un id as al orden estatal y ju rídi­ co en la luch a con tra la d octrin a revolucion aria y se podía esperar que e n ju lian o , el defensor del pagan ism o u n id o al Estado, se e n co n ­ traran argum entaciones co n tra el cristianism o an álogas a las que los filósofos legitim istas ad u cían con tra la revolución. S in em bargo, esto es cierto sólo en detalles. E n Julian o, p artid ario del esoterísm o h ele­ n ista y neoplatónico, cuyos esfuerzos político-religiosos sólo se in tere­ saro n por los sofistas de A te n as y A n tío q u ía y apen as por la autén tica tradición p agan a tod avía subsisten te en las fam ilias del senado rom a­ no, no se encuen tra rastro de la id ea de que tan to la religión co m o el le n g u a je so n ele m e n to s c o n stitu tiv o s de to d a co m u n id ad h um an a co m pletam en te realizada, ni tam p oco de la idea tradicional de que D ios se reveía dom o tal e n la com un idad. L a razón de ello es que e s­ tab a dem asiado, ocu p ad o co n el co n ten id o de una convicción religio­ sa o filosófica determ inada. Ju lia n o tam bién ad u ce, com o S trau ss p o ­ ne de relieve, la referencia n atural en la posición co n servadora a la trad ición y a la duración: el politeísm o p agan o es lo antiguo y ya acre­ d itad o com o idóneo, la religión que hizo gran de al E stado rom ano, m ien tras que el cristianism o es un a in n ovación sin sentido, sin rela­ ción co n la vida política y pred icad ora de un am or al prójim o que n e ­ cesariam en te destruirá al Estado, ju lian o fu n da su pontificado en la tradición y se preocu pa por la con servación de las icáipiot vo^at, * A si­ m ism o, une a ello la an tigua doctrin a del origen divino de las leyes. Por supuesto, ello significa para Ju lian o una repetición de ideas neop latón icas y a veces un a in d ign ación m oral por el ateísm o de los cris­ tian o s; pero siempre es expresión de su creen cia puram ente m etafísi­ c a en la con exión entre religión y destin o, en la protecció n de los dioses y la eficacia de la oración . El D ios de los galileos no es el ver­ * Las leyes ancestrales.

dadero D io s por n um erosas razones m etafísicas, por ello no puede ayudarnos; éste es el p u m o cardin al de su argum entación.37 Esta pie­ dad person al recuerda a m enudo, de hecho, expresiones piadosas en rom án ticos aí servicio de la R estauración política. Pero en ju lian o se trata de u n a “contrarreligión” , no de una contrarrevolución. U n E sta­ do, que p ara la representación existente en ese en ton ces abarcaba to­ da la tierra, se enfrentaba a la pretensión de verdad absoluta de una Iglesia que, cu an d o devino religión estatal, suprim ió la tradicional toleran cia relativista del E stado antiguo hacia todas las divinidades y

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avSpaí xal *[Eti efecto, en virtud de la demencia de los gaíileos casi todo fue subvertido, mientras que en virtud del favot de los dioses todos nos hemos salvado. De allí que es necesario honrar a los dioses y a los hombres y ciudades piadosos] * [agradecemos al prof. Sebastián A bad la traducción de este pasaje] (carta 7, 376 D, Hertlein, p. 485). Aílard, o{>. cít., menciona ia carta a Temistio como ejemplo de! ca ­ rácter abstracto, alejado de toda sensibilidad tradicionalista, del pensamiento de Julia­ no; en dicha carta, en efecto, se desarrolla un programa fdosófico-político completo; el príncipe debe dar leyes que no estén calculadas para sus contemporáneos, sino para la posteridad y para los países que no forman parte del imperio (262 B, C, Hertlein, p. 339). La carta, que Aílard fecha primero (t. ni, p. 404) como del año 362 y luego, en la p. 340, del 361, sería en sí un buen ejemplo, pero su fuerza probatoria está disminui­ da por el hecho de que probablemente esté escrita hacia el inicio del 356, esto es, an­ tes del comienzo de la actividad política de Juliano en la Galia y, en consecuencia, es un ejercicio filosófico al que se puede recurrir tan poco como aí Antímaquiavdo para un juicio acerca de Federico II. Rud. Asmus, Kaiser Julians philosophische Werke, vol. 116 de ia Pililos. Bibl., Leipzig, 1908, p. 23, por cierto, fecha la carta en la época poste­ rior a la muerte de Constancio, hacia el fin dei 361 y Geffcken, o£. cít., pp. 78, 147, le da una serie de puntos de apoyo. Sin embargo, a mi criterio ellos no alcanzan pata de­ bilitar los que O tto Seeck en Gesehichie des Umergarigs der antiken VC’eit, t. IV, Berlín, 1911, pp. 469, 470, da para el año 356, sobre todo no afectan la razón principal: el he­ cho de que la carta debió haber sido escrita antes de que Juliano aceptara por primera vez difíciles tareas políticas. A ello debe agregarse que la carta no habla de ios dioses, como era de esperar hacía la época de asunción del principado (cfr. entre otras la car­ ta N a 58, a Máximo), sino de la divinidad con ta característica precaución correspon­ diente a la época, pues Constancio todavía vivía (t