Sancta Mater Ecclesia

«SANCTA MATER ECCLESIA» Instrucción acerca de la verdad histórica de los evangelios (Pontificia Comisión Bíblica, 21 abr

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«SANCTA MATER ECCLESIA» Instrucción acerca de la verdad histórica de los evangelios (Pontificia Comisión Bíblica, 21 abril 1964)

La santa madre Iglesia, “columna y fundamento de la verdad” (1 Tm 3, 15), en su misión de llevar la salvación a las almas, se ha servido siempre de la Sagrada Escritura y la ha defendido siempre ante cualquier falsa interpretación. Como no faltan nunca cuestiones complejas, el exegeta católico, al exponer la palabra divina y resolver las dificultades que se presentan, no debe jamás desanimarse. Por el contrario, debe buscar con todas sus fuerzas hacer que el sentido genuino de las Escrituras quede siempre más claro, confiando no sólo en sus fuerzas, sino sobre todo, en la ayuda de Dios y en la luz de la Iglesia. Nos provoca gran satisfacción el hecho que haya hoy no pocos fieles de la Iglesia que, expertos en las ciencias bíblicas según las exigencias de nuestro tiempo y siguiendo las exhortaciones de los sumos pontífices, atienden con impulso e incansable fatiga esta grande y ardua tarea. “Se recuerda a todos los hijos de la Iglesia que deben juzgar no sólo con justicia, sino con suma caridad, los esfuerzos y las fatigas de estos valiosos trabajadores de la viña del Señor”1, porque incluso intérpretes de preclara fama como el mismo san Jerónimo, han obtenido a veces sólo un éxito relativo en sus tentativos de resolver las cuestiones de mayor dificultad 2. Se debe vigilar que en el ardor de las disputas “no se sobrepasen los límites de la mutua caridad, ni dé la impresión en la polémica que se ponen en duda las mismas verdades reveladas y las tradiciones divinas. Porque sin la concordia de las almas y sin el respeto indiscutible de los principios, no se pueden esperar grandes progresos en esta disciplina a partir de los estudios de muchos” 3. El esfuerzo de los exegetas es hoy tanto más necesario en cuanto se van difundiendo muchos escritos en los que se pone en duda la verdad de los dichos y los hechos contenidos en los evangelios. De esto se sigue que la Pontificia Comisión Bíblica, para cumplir con el encargo confiado por los sumos pontífices, ha considerado oportuno exponer e inculcar cuanto sigue. PÍO XII, Divino Afflante Spiritu (1943), DS 3831. Cf. BENEDICTO XV, Spiritus Paraclitus (1920), cf. S. MUÑOZ IGLESIAS (ed.), Doctrina Pontificia: Documentos Bíblicos (BAC 136; Madrid, 1955) 413. 3 LEÓN XIII, Vigilantiae (1902), cf. idem, 253-254. 1 2

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1. El exegeta católico, bajo la guía del magisterio eclesial, aproveche todos los resultados obtenidos por los exegetas que le han precedido, especialmente aquellos de los santos padres y de los doctores de la Iglesia, acerca de la inteligencia del texto sagrado y se empeñen en proseguir su obra. Con el fin de llevar a una luz plena la perenne verdad y la autoridad de los evangelios, siguiendo fielmente las normas de la hermenéutica racional y católica, será solícito en servirse de nuevos medios de exégesis, especialmente aquellos ofrecidos por el método histórico universalmente considerado. Tal método estudia con atención las fuentes, define su naturaleza y su valor sirviéndose de la crítica textual, de la crítica literaria y del conocimiento de las lenguas. El exegeta pondrá en práctica la admonición de Pío XII, que lo obliga a “prudentemente... buscar la forma de decir y el género literario adoptado por el hagiógrafo que pueda llevar a una recta y genuina interpretación; y se persuada que esta parte de su trabajo no puede ser descuidada sin causar daño a la exégesis católica” 4. Con esta advertencia de Pío XII, se enuncia una regla general de hermenéutica, válida para la interpretación de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, porque para redactarlos, los hagiógrafos siguieron el modo de pensar y de escribir de sus contemporáneos. En definitiva, el exegeta aprovechará todos los medios con los cuales pueda penetrar más a fondo en la índole de testimonio de los evangelios, en la vida religiosa de las primitivas comunidades cristianas, en el sentido y el valor de la tradición apostólica. Allá donde convenga, le será lícito al exegeta examinar los eventuales elementos positivos ofrecidos por el método de la historia de las formas, para servirse de él de una forma correcta para una profunda inteligencia de los evangelios. Lo hará, con todo, con cautela pues a menudo dicho método está conectado a principios filosóficos y teológicos no admisibles, los cuales vician no raramente tanto el método mismo, como las conclusiones en materia literaria. De hecho, algunos partidarios de este método, llevados por prejuicios racionalistas, se niegan a reconocer la existencia del orden sobrenatural y la intervención de un Dios personal en el mundo, ocurrido mediante la revelación propiamente dicha, así como la posibilidad y existencia de milagros y profecías. Otros parten de una falsa noción de fe, como si ésta no 4

PÍO XII, Divino Afflante Spiritu (1943), EB 560.

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se preocupase de la verdad histórica, o incluso fuera incompatible con ella. Otros niegan a priori el valor histórico y la índole de los documentos de la revelación. Otros, finalmente, teniendo poco en cuenta la autoridad de los apóstoles en cuanto testigos de Jesucristo, así como su oficio e influencia en la comunidad primitiva, exageran el poder creativo de dicha comunidad. Todas estas cosas no sólo son contrarias a la doctrina católica, sino que no tienen fundamento científico y están fuera de los rectos principios del método histórico. 2. El exegeta, para afirmar la firmeza de cuanto refieren los evangelios, vigile con diligencia los tres momentos a través de los cuales la enseñanza y la vida de Jesús llegaron hasta nosotros. a) Cristo, el Señor, escogió discípulos (cf. Mc 3,14; Lc 6,13), que lo siguieron desde el inicio (cf. Lc 1,2; Hch 1,21-22), vieron sus obras, escucharon sus palabras, y estuvieron en grado de convertirse en testigos de su vida y de su enseñanza (cf. Lc 24,48; Jn 15,27; Hch 1,8; 10,39; 13,31). El Señor, cuando exponía de viva voz su enseñanza, seguía las formas de pensamiento y de expresión que se usaban entonces, adaptándose así a la mentalidad de los oyentes y haciendo que cuanto él enseñaba se imprimiera firmemente en sus mentes y pudiera ser retenido con facilidad por sus discípulos. Estos entendieron bien los milagros y los otros eventos de la vida de Jesús como hechos obrados y dispuestos para el fin de mover a la fe en Cristo y hacer abrazar por medio de la fe el mensaje de salvación. b) Los apóstoles anunciaban, sobre todo, la muerte y resurrección del Señor, dando testimonio de Jesús (cf. Lc 24,44-48; Hch 2,32; 3,15; 5,30-32), del cual contaban con fidelidad episodios biográficos y dichos (cf. Hch 10,36-41), teniendo presente en su predicación las exigencias de los diversos oyentes (cf. Hch 13,1641 con Hch 17,22-31). Después que Jesús resucitó de entre los muertos y su divinidad apareció de un modo más claro (cf. Hch 2,36; Jn 20,28), tan lejos estuvo la fe de borrar la memoria de las cosas que habían acontecido, que más bien la afianzó, porque esa fe se fundamentaba en cuanto Jesús había hecho y enseñado (cf. Hch 2,22; 10,37-39). No se ha de pensar que por el culto con que desde entonces los discípulos veneraban a Jesús como Señor e Hijo de Dios, éste se trasformó en una persona “mítica” y fue deformada su enseñanza. Mas no hay por qué negar que los

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apóstoles transmitieron a sus oyentes cuanto Jesús realmente había dicho y hecho con aquella inteligencia más plena de que ellos mismos gozaban (cf. Jn 2,22; 12,16; 11,51-52; 14,26; 16,1213; 7,39), instruidos por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de Verdad (cf. Jn 14,26; 16,13). De esto se sigue que, como Jesús mismo tras su resurrección “les interpretaba” (Lc 24,27) las palabras tanto del AT como las suyas propias (cf. Lc 24,44-45; Hch 1,3), así también ellos explicaron los hechos y las palabras según las exigencias de los oyentes. “Constantes en el ministerio de la palabra” (Hch 6,4), predicaron en un modo adaptado a su fin específico y a la mentalidad de los oyentes; pues eran deudores (1 Cor 9,19-23) “de griegos y bárbaros, sabios e ignorantes” (Rom 1,14). Se han de distinguir y examinar cuidadosamente estos modos de exponer usados en el anuncio de Cristo: catequesis, narraciones, testimonios, himnos, doxologías, oraciones y otras formas literarias similares que aparecen en la Sagrada Escritura y eran usadas por los hombres de aquel tiempo. c) Esta instrucción primitiva realizada en primer lugar de forma oral y después puesta por escrito —de hecho, ocurrió rápidamente que muchos se propusieran “ordenar la narración de los hechos” (Lc 1,1) que se referían al Señor Jesús— fue consignada por los autores sagrados en cuatro evangelios para la utilidad de las iglesias con método apropiado al fin peculiar que cada cual se había propuesto. Entre todas las cosas trasmitidas, escogieron algunas. En algunas ocasiones realizaron labores de síntesis. En otras, teniendo presente la situación de las iglesias particulares, desarrollaron ciertos elementos buscando por todos los medios que los lectores conocieran la solidez de cuanto se les enseñaba (cf. Lc 1,4). En efecto, entre los materiales de que disponían, los hagiógrafos seleccionaron especialmente aquellas que se acomodaban a las varias condiciones de los fieles y al fin que se proponían, y las relataban de la manera que convenía a esas condiciones y propósitos. Como quiera que el sentido de un enunciado depende también del contexto, al transmitir los evangelistas los dichos y hechos del Salvador en contextos variados, hay que pensar que lo hicieron para utilidad de los lectores. Por lo cual, el exegeta ha de indagar cual fue la intención del evangelista al exponer un dicho o un hecho de un modo concreto o presentarlo en un contexto determinado. Porque no obsta de ningún modo a la verdad de la narración el hecho que los

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evangelistas refieran los dichos y hechos del Señor en orden diverso5, y expresen de manera diversa sus sentencias no a la letra, aunque reteniendo el sentido6. Así, por ejemplo, dice san Agustín: “Es probable que cada evangelista creyese que debía hacer el relato en el orden en que Dios hubiese querido sugerir a su recuerdo lo que narraba, siempre con referencia a aquellas cosas cuyo orden, sea el que sea, no afecta a la autoridad y verdad del Evangelio. Quien busque con piadosa atención por qué el Espíritu Santo, que reparte los dones propios a cada uno según le parece (cf. 1 Cor 12,11) y, por tanto, al recordar lo que iban a escribir, gobierna también las mentes de los santos en atención a “De haber una contradicción real en los evangelistas, ni el evangelio hubiera sido aceptado ni la doctrina cristiana misma se hubiera mantenido mucho tiempo... Pero lo cierto es que la gracia del Espíritu Santo brilla justamente en que ha persuadido a los hombres a adherirse a lo principal y más importante y no ha dejado que sufrieran daño alguna de esas menudencias”, SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías “in Matthaeum” I, 3 (BAC 141; Madrid, 1955) 9. 6 “No debemos pensar que miente alguien si muchos que oyeron o vieron algo, al recordarlo, no lo refieren del mismo modo o con las mismas palabras; o si se cambia el orden de las palabras, o si se utilizan unas en lugar de otras, siempre que signifiquen lo mismo; o si se calla algo que o no viene a la mente a quien intenta recordarlo o puede deducirse de lo que se dice; o si alguien, en función del relato de alguna otra cosa que estableció decir, para ajustarse al tiempo debido, toma algo no para explicarlo en su totalidad, sino para tocarlo parcialmente; o si para ilustrar o explicar una sentencia, aquel a quien se le ha concedido autoridad para narrarla añade algunas palabras, no contenidos, o si teniendo clara la idea, no logra, aunque lo intente, repetir de memoria en su integridad las palabras que incluso oyó. Alguien dirá que a los evangelistas se les debió conceder por el poder del Espíritu Santo, no discrepar ni en la clase de palabras ni en el orden ni en el número. Ese no comprende que cuanto más destaca la autoridad de los evangelistas, tanto más había que afirmar, mediante ellos, la seguridad de otros hombres que hablan verdad. De modo que a nadie se le pueda tachar de mentiroso si, cuando relatan muchos la misma cosa, uno discrepa de otro, de tal manera que pueden ampararse incluso en el ejemplo precedente de los evangelistas. Como no es lícito juzgar o afirmar que mintió alguno de los evangelistas, así aparecerá que tampoco mintió aquel a quien le haya sucedido en su memoria lo que se muestra que les sucedió a ellos. Y cuanto más se ajusta a las óptimas costumbres el precaverse de la mentira, con tanta mayor razón debíamos ser gobernados por tan eminente autoridad, para no pensar en una mentira en el caso de hallar que los relatos de algunos divergiesen entre sí tanto como varían los de los evangelistas. Y al mismo tiempo —lo que concierne sobre todo a la doctrina conforme a la fe— comprendiésemos que no hay que buscar o abrazar tanto la verdad de las palabras como la de los contenidos, si aprobamos que se mantienen la misma verdad los que no se sirven de la misma expresión, cuando no discrepan en los hechos y sentencias”, SAN AGUSTÍN, De consensu evangelistarum II. 12,28 (BAC 521; Madrid, 1992) 324-326. 5

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los libros que habían de ser puestos en tan gran cima de autoridad, y rige a uno de una manera y a otro de otra”7. Si el exegeta no tiene presentes todas estas cosas que tienen que ver con el origen y la composición de los evangelios y no hace recto uso de todo lo bueno que han aportado los estudios recientes, no cumplirá con su oficio de ver claramente cual fue la intención de autores sagrados y qué es lo que realmente han dicho. En las nuevas investigaciones aparece que la doctrina y la vida de Jesús no han sido trasmitidas simplemente con el solo fin de conservar su recuerdo, sino “predicadas” de suerte que dieran a la Iglesia el fundamento de la fe y de las costumbres. Por tanto, el exegeta, escrutando diligentemente los testimonios de los evangelistas, estará en grado de ilustrar con una penetración mayor el perenne valor teológico de los evangelios, e de mostrar plenamente cómo es necesaria e importante la interpretación de la Iglesia. Quedan muchas cosas de gran importancia en las que la discusión y la explicación puede y debe libremente ejercitar el ingenio y la agudeza del intérprete católico, de modo que cada cual, por su parte, ofrezca su propia contribución para el provecho de todos a un progreso de la sana doctrina y en orden a preparar el juicio de la Iglesia y documentarlo para defensa y honor de la misma8. Este dispuesto, sin embargo, a obedecer al magisterio de la Iglesia, y no olvide que los apóstoles predicaron la Buena Noticia llenos del Espíritu Santo, que los evangelios fueron escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, el cual preservaba a los autores de todo error. “Verdaderamente, no hemos conocido la economía de salvación sino por medio de aquellos por los que el evangelio ha llegado hasta nosotros: (evangelio) que primero predicaron y después, por voluntad de Dios, nos trasmitieron en las Escrituras, destinado a ser columna y fundamento de nuestra fe. De hecho, no se puede decir que hayan predicado antes de haber tenido un conocimiento perfecto, como algunos osan decir, gloriándose de ser correctores de los apóstoles. Tras la resurrección del Señor de entre los muertos, fueron revestidos desde lo alto con la virtud del Espíritu descendido sobre ellos, fueron aleccionados acerca de todas las cosas y tuvieron un conocimiento perfecto. Partieron SAN AGUSTÍN, De consensu evangelistarum II. 21,51-52 (BAC 521; Madrid, 1992) 354. 8 Cf. PÍO XII, Divino Afflante Spiritu (1943), DS 3831. 7

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después a los confines de la tierra para proclamar los bienes que nos vienen de Dios y para anunciar la celeste paz a los hombres, poseyendo todos y cada uno el evangelio de Dios”9. 3. Aquellos a los que se pide la tarea de enseñar en los seminarios o en institutos análogos, “se preocupen, sobre todo de que... las Divinas Letras sean enseñadas punto por punto, como lo exigen la misma importancia de esta disciplina y las necesidades de la época actual”10. Los maestros pongan en primera línea la doctrina teológica, de modo que la Sagradas Escrituras se conviertan para los “futuros sacerdotes de la Iglesia en fuente pura y perenne de vida espiritual, para cada uno personalmente, y en sustancia para el ministerio de la predicación que les espera” 11. Además, cuando recurran a la crítica y, sobre todo, a la crítica literaria, no lo hagan como si estuvieran interesados sólo por ella, sino con el fin de penetrar mejor, con su auxilio, en el sentido querido por Dios por medio del hagiógrafo. No se queden, pues, a medio camino, contentos con sus descubrimientos literarios, sino intenten mostrar como estos hallazgos contribuyen en realidad a comprender siempre más claramente la doctrina revelada o, eventualmente, a rechazar los errores. Los docentes que siguen estas normas harán que los alumnos encuentren en la Escritura aquello que “eleva la mente a Dios, nutre el alma e impulsa la vida interior”12. 4. Finalmente, aquellos que instruyen al pueblo cristiano con la sagrada predicación, deben tener una suma prudencia. Sobre todo, enseñen la doctrina trayendo a la memoria la admonición de san Pablo: “Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en esta disposición, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1 Tm 4,16). Se abstengan absolutamente de proponer novedades vanas y no probadas suficientemente. En cuanto a las nuevas opiniones, ya sólidamente demostradas, las expongan con cautela y teniendo presente las condiciones de la audiencia. En el narrar los hechos bíblicos, no mezclen elementos ficticios que no se conforman a la verdad. Esta virtud de la prudencia debe ser característica, sobre todo, de aquellos que difunden libros de divulgación entre los fieles. Se su trabajo poner en evidencia las SAN IRENEO, Adversus Haereses III. 1,1. PÍO X, Quoniam in re biblica (1906), cf. Doctrina Pontificia: Documentos Bíblicos, 270. 11 PÍO XII, Divino Afflante Spiritu (1943), EB 567. 12 PÍO XII, Divino Afflante Spiritu (1943) DS 3827. 9

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riquezas de la palabra “de modo que los fieles se llenen de fervor y se vean movidos a mejorar la propia vida” 13. Sean escrupulosos en no separarse jamás de la sana doctrina o de la tradición de la Iglesia ni siquiera en pequeñas cosas. A pesar de que consideren preciosos los progresos en la ciencia bíblica y utilicen provechosamente los resultados de los estudiosos modernos, eviten del todo opiniones temerarias de los innovadores 14. Está severamente prohibido difundir sin consideración, con un pernicioso prurito de novedad, cualquier tentativo para resolver una dificultad, sin una elección prudente y un serio examen, turbando así la fe de muchos. Ya con anterioridad, esta pontificia comisión para los estudios bíblicos, ha estimado oportuno traer a la memoria que también los libros y artículos de revistas y de periódicos que tienen que ver con la Biblia, en cuanto que conciernen a temas de religión y de la instrucción cristiana de los fieles, están sometidos a la autoridad y jurisdicción de los ordinarios15. Se pide, pues, a los ordinarios que vigilen con máxima diligencia tales escritos. 5. Aquellos que presiden las asociaciones bíblicas sigan fielmente las normas fijadas por la Pontificia Comisión para los estudios bíblicos. Si se llegan a observar las normas que acabamos de exponer, la Sagrada Escritura volverá a ser útil para los fieles. También en nuestro tiempo no habrá ninguno que no experimente el dicho de san Pablo: las Sagradas Escrituras “pueden instruir para la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura divinamente inspirada es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” (2 Tm 3,1517). El 21 de abril de 1964, en una audiencia concedida al secretario abajo firmante, el santo Padre Pablo VI ratificó y ordenó publicar esta instrucción. Roma, 21 abril 1964 Beniamino N. WAMBACQ, O. Prem. PÍO XII, Divino Afflante Spiritu (1943) EB 566. PÍO X, Quoniam in re biblica (1906), cf. Doctrina Pontificia: Documentos Bíblicos, 267. 15 PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, De consociationibus biblicis et de conventibus eiusdem generis (1955). 13 14

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Secretario

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