Robert Gaupp. EL CASO WAGNER

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ROBERT GAUPP

EL CASO WAGNER

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Roben Gaupp.

ROBERT GAUPP

EL CASO WAGNER

ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE NEUROPSIQUIATRÍA MADRID 1998

Título original: Zur Psychologie des Massenmords (Der Fall Wagner), 1914 Traducción: Juan José del Solar

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Derechos: Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1998 Edición: Asociación Española de Neuropsiquiatría C/ Villanueva, 11. 28001 Madrid. Tf. y Fax: (91) 431 49 11 ISBN: 84-921633-8-0 Depósito Legal: VA. 626.-1998 Segunda edición, 2001 Detalle de la sobrecubierta: Edward Munch, «La enredadera roja» (1900), Oslo Impresión: Gráficas Andrés Martín, S. A. Paraíso, 8. 47003 Valladolid Distribución: Siglo XXI. Camino Boa Alta, 8-9. Polígono El Malvar 28500 Arganda del Rey (Madrid) Colaboración técnica: SmithKline Beecham, S. A. Directores de la edición: Femando Colina y Mauricio Jalón

Sobre el «caso Wagner»

Robert Gaupp y el maestro Ernst Wagner Horror, simple y llanamente horror. Esta sonora palabra se basta por sí misma para condensar el estremecimiento que nos embarga cuando evocamos la historia del asesino, pirómano, paranoico y dra­ maturgo Emst Wagner. Lamentablemente poco conocido en ámbito psicopatológico, incluso para los autores germanoparlantes, este caso contiene los argumentos esenciales para la investigación de una forma paradigmática de paranoia en la que más que la usual edificación de un sistema delirante perfectamente trabado nos hallamos ante la sistema­ tización de un pasaje al acto criminal; sus crímenes «libremente» cometidos fueron, en sus palabras, «la obra de mi vida»1. Los testimo­ nios escritos del propio Wagner y la minuciosa construcción trenzada por Gaupp nos inducen a interrogamos sobre todos esos aspectos insos­ layables que palpitan tras las corazas de este sujeto paranoico: la lógi­ ca interna de esta forma de psicosis que busca su estabilización por medio del asesinato y el incendio, la articulación de rasgos melancóli­ cos dentro de una retícula estrictamente paranoica, el problema de la responsabilidad del sujeto psicótico, el valor de la escritura en la eco­ nomía y la dinámica de la locura, el estatuto de la certeza en tanto matriz del conjunto de las manifestaciones clínicas y el papel de la sig­ nificación personal mórbida (krankhafte Eigenbeziehung) como el fenómeno por excelencia de la paranoia. El magisterio de Wagner encontró en Gaupp, como Schreber lo había hecho con Freud unos años antes, a un clínico ávido de oír y leer directamente el lenguaje de la locura. Gaupp, como Freud, elevó su 1 Ahí radica uno de sus elementos más singulares, que lo diferencian así del más afamado y sagaz profesor de psicosis que conocemos, el juez Dr. Paul Schreber y sus Denkwürdigkeiten eines Nerverkranken (Hechos dignos de ser recordados de un enfermo de los nervios). Tanto Schreber como Wagner se sirvieron del recurso a la escritura, pero mientras toda la psicosis del primero se erige sobre el trabajo de edificación de un delirio cuyas miras apuntan a una estabilización, Wagner sólo lograría un cierto apaciguamiento tras la comisión de los crímenes.

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caso princeps al rango de paradigma de un tipo clínico de locura; fue así como pudo abandonar el caudal sempiterno del discurso psiquiátri­ co, más acostumbrado a establecer las formas clínicas mediante la acu­ mulación de coincidencias de un buen número de casos2 Tal como recordó hace unos años el hijo de Gaupp, su padre siempre había con­ siderado el estudio de la paranoia como uno de los temas centrales de la psiquiatría3; su encuentro con Wagner, en ese sentido, le permitió desenmascarar gran parte de la dinámica psicológica en juego y descu­ brir los hilos que conducen desde la personalidad sana hasta la enfer­ medad4. Robert Gaupp (1870-1953), natural de Neuenburg (Würtemberg), fue el introductor en la psiquiatría alemana de la orientación pluridisciplinar; no en vano había sido alumno de K. Wernicke en Breslau y colaborador de E. Kraepelin en Heidelberg y Munich, logrando así arti­ cular una orientación localizacionista con otra nosológica y clínica. El conjunto de sus numerosos estudios sobre la paranoia representaron en su tiempo el más consistente de los argumentos en favor de considerar dentro del terreno legítimo de la paranoia a las formas agudas y aborti­ vas o curables; de este modo, dichas contribuciones se enmarcaron y comandaron la más fructífera oposición a las tesis propaladas por Emil Kraepelin, sin duda las admitidas por la mayoría de psiquiatras. Asimismo, se mostró en franca disconformidad con la inclusión de muchas formas de psicosis, clasificadas desde antiguo en el marco de la paranoia, dentro de la por entonces incipiente esquizofrenia; el caso Wagner le proveyó en tal sentido de comprobaciones definitivas. Fue precisamente en el terreno de las formaciones delirantes donde la obra de Gaupp cuajó las contribuciones más apasionantes e innovadoras. Y lo hizo, como acaba de apuntarse, a contrapelo de las corrientes psi-

2 Una de las razones argüidas por Neuzner para explicar el silencio psicopatológico que ha rodeado al caso Wagner fue precisamente esta: «(...) el hecho de que la investigación de un caso individual perdiera desde entonces la significación en la psiquiatría científica» (NEUZNER, B., «Vorwort», en R. GAUPP, Hauptleher Wagner. Zum Psychologie des Massenmords, Firckenhausen, Sindlinger-Burchartz, 1996, p. 6). 3 Cfr. R. GAUPP, «Robert Gaupp (1870-1953)», en S. R. HIRSCH y M. SCHEPHERD, Themes and variations in european psychiatry. An anthology, Bristol, John Wright, 1974. 4 Cfr. P. BERNER, «R. Gaupp», en J. POSTEL y CI. QUETEL, Nouvelle histoire de la psychiatrie, Toulousse, Privat, 1983, pp. 637-483; C. LEINS y K. FOERSTER, «Point de vue actual sur Robert Gaupp», en A.-M. VINDRAS, Ernst Wagner, Robert Gaupp: un monstre et son psychiatre, París, E.P.E.L., 1996, pp. 389-398.

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quiátricas más pujantes en su época y de las orientaciones más exten­ didas en los ambientes universitarios, pues manifestó la más férrea de las oposiciones ante la visión generalizada de la psicosis como un pro­ ceso incomprensible e insistió sobremanera en que la relación con el psicótico podía mantenerse dentro de las lindes de la empatia. En su opinión, era perfectamente posible desentrañar la articulación existen­ te entre la historia del sujeto y las características propias desarrolladas en el curso de la psicosis. Desde sus primeros trabajos sobre la para­ noia5, resaltó nuestro autor el papel decisivo que juega la disposición caracterial en la edificación del delirio. A su juicio, dicha disposición paranoico-depresiva evidenciaba unos rasgos marcadamente psicasténicos. La paranoia definía, a tenor de lo dicho, un tipo especial de psi­ cosis de origen psicogenético cuyo desarrollo es perfectamente com­ prensible. Muchos de los pacientes sobre los que escribió eran sujetos ins­ truidos, de mediana edad, afables, modestos, concienzudos y suma­ mente escrupulosos, que carecían de combatividad y sobreval oración6. Destacó, además, la actitud siempre presente en el enfermo de relacio­ nar todo cuanto ocurre consigo mismo, como lo había remarcado ya Clemens Neisser7, y alabó el rigor ético y la confianza que depositan en el clínico que los atiende. Bien es cierto que la obra de Gaupp no ha alcanzado en nuestro medio el reconocimiento que atesora; empero, ha sido a través de la descripción que su alumno E. Kretschmer realizó acerca del delirio de relación sensitivo como la obra de Gaupp ha pre­ valecido hasta nuestros días. Cuando a finales de 1913 se inició el proceso penal contra E. Wagner, el Prof. Robert Gaupp fue llamado como experto para dicta­ minar sobre el posible trastorno mental del asesino y pirómano. Fue en la clínica de Tubinga donde Gaupp se encontró con ese hombre de

5 Cfr. R. GAUPP, «Paranoische Verlagung und abortive Paranoia», Zentralbl. Nervenheilk., 1910, n° 21, pp. 65-68. Los artículos dedicados al caso Wagner se irán citando paulatinamente a lo largo de este texto. El resto de las citas son de El caso Wagner. 6 Adviértase la contraposición notable que se establece entre los rasgos caracteriales de los paranoicos descritos por Gaupp, y también por su alumno Kretschmer, con los presuntuosos sus­ picaces retratados por Genil-Perrin y los autores franceses. 7 Fue precisamente Breslau, donde Gaupp se formó en neuropsiquiatría con Wemicke, el lugar en el que Neisser impartió su conferencia sobre la Eigenbeziehung (significación personal o autorreferencia).

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mediana estatura, aún magullado y al que acababan de amputar el ante­ brazo izquierdo, cuyos ojos de un inquietante tono lapislázuli volvería a reencontrar con el paso de los años un buen número de veces en el manicomio de Winnental8. Allí escuchó por primera vez esa historia terrible que, en el futuro, ya no cejaría de pretender desentrañar. El acto sistematizado, sus motivos y el alegato en favor de la responsabilidad

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El relato detallado de los hechos criminales que Wagner realizó a lo largo de la madrugada del 3 al 4 de septiembre de 1913 en Degerloch y de la noche siguiente en Mühlhausen, podrá seguirse en las primeras páginas de la monografía que presentamos. Advertiremos únicamente que los tres actos del plan criminal habían sido minuciosamente calcu­ lados desde al menos cuatro años antes, como prueban las cartas envia­ das desde Großsachsenheim el día 4 de ese trágico septiembre9. Ase­ sinados sus cuatro hijos y su mujer10, ejecutada en parte su venganza

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8 En la epicrisis del caso, publicada por Gaupp en 1938, se adjuntan tres fotografías de Wagner tomadas en sendos períodos críticos de su vida: la primera, que data de 1909. nos mues­ tra al atildado maestro elegantemente vestido y con algunos kilos de más; la segunda retrata a Wagner, prematuramente envejecido, vestido de presidiario en diciembre de 1913; la última de la serie, realizada en el manicomio de Winnental en 1934. resulta cuando menos impactante: tocado con sombrero de amplia ala. tras ese rostro endurecido se dibuja una sonrisa acartonada y deste­ lla una mirada difícil de olvidar. Él mismo habló de su mirada, calificándola de «turbia», poco antes del pasaje al acto. Sobre el particular, las palabras del director de escuela de Degerloch son inequívocas: «Algo siniestramente misterioso y enigmático refulgía en su mirada, que era impo­ sible sostener mucho rato» (p. 86). Cfr. R. GAUPP, «Krankheit und Tod des paranoischen Massenmörders Hauptlehrer Wagner. Eine Epikrise», Zeitschrift für gesamte Neurologie und Psychiatrie. 1939, n° 163. pp. 48-82. 9 Hacia finales de agosto de 1913, Wagner empaquetó sus escritos y redactó una decena de cartas que no echaría al buzón de Grotsachsenheim hasta después de haber asesinado a su familia y encaminarse hacia Mühlhausen para proseguir su venganza. Gran parte de dichas misivas tienen por objeto despedirse, otra está dirigida a la Caja de Pensiones de Stuttgart a fin de disponer el reparto de las primas de un seguro, otra al desconocido Profesor X. para solicitarle la publicación de sus obras, y dos al rotativo Neues Tageblatt. Una de estas últimas contiene algunos pasajes de una enjundia tal que es necesario consignar: «(...) si hago abstracción de lo sexual, soy de lejos el mejor de los hombres que he conocido. (...) A los niños nunca quise tenerlos, no quería tener ni uno sólo. Cuando pienso que algún día hubiera podido irles la mitad de mal que a mí, considero que muertos están perfectamente protegidos y a buen recaudo». 10 Todos los testimonios coinciden en señalar que Wagner trataba con mucho cariño a sus hijos, aunque él siempre reconoció que nunca hubiera querido tener descendencia por ser una carga y un límite a sus ambiciosos planes literarios; a su mujer, en cambio únicamente la respeta-

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sobre el pueblo de Mühlhausen y sus habitantes varones, Wagner fue detenido merced a la intervención de unos valientes vecinos; el tercero de los actos programados, que incluía su propio suicidio, no llegaría jamás a realizarse. Cuando el 6 de septiembre el juez lo interrogó, Wagner confesó sin ambages que en su propósito también estaba el haber asesinado a la familia de su hermano y, finalmente, arder entre las llamas del Palacio de Ludwigsburg. Con un tono sorprendentemen­ te sosegado11, informó asimismo de los detalles de todos sus crímenes y de las cartas recientemente enviadas en las que se exponían sus moti­ vos: continuos remordimientos y alusiones relativos a «una serie de delitos de zoofilia que se remontaban a doce años atrás». A la vista de sus declaraciones, el juez dictaminó su traslado a la prisión de Heilbronn, al tiempo que desplegó una muy minuciosa instrucción. Tras colegirse la posible existencia de una enfermedad mental, se pro­ cedió a su ingreso en la Clínica Real para tratamiento de enfermedades mentales y nerviosas de Tubinga a fin de realizar un estudio psiquiátri­ co. Tal misión le fue encomendada a Robert Gaupp, uno de los exper­ tos más renombrados de la zona, quien procedió a examinarlo a lo largo de trece días antes de ser nuevamente remitido a la prisión. El informe y las conclusiones periciales de Gaupp, convertidos a la postre en su notable monografía Zur Psychologie des Massenmords. Hauptlehrer Wagner von Degerloch, determinaron el sobreseimiento del proceso penal, declarando a Wagner irresponsable de sus actos criminales (ade­ más de su propia familia, nueve personas muertas en Mühlhausen, once heridas, y numerosos incendios). Tras la conclusión de este largo pro­ ceso, Wagner fue ingresado de por vida en el manicomio de Winnental12 en febrero de 1914. Los motivos argüidos para justificar tan atroces crímenes seguían, como era de esperar, esa lógica tan implacable como terrible que carac­ teriza el rigor del paranoico. Desde el primer momento reconoció ba: se había casado con ella por una «elección forzosa», pues la había dejado embarazada y no contaba con dinero suficiente para compensarla económicamente. 11 En su atículo sobre la importancia científica del caso Wagner, Gaupp matizó que el juez «vio en Wagner un hombre triste, cortés, sin rastro de la anterior brutalidad» (Cfr. R. GAUPP, «Die wissenschaftliche Bedeutung des Falles Wagner», Münch, med. Wschr., 1914, n° 61, pp. 633-637). 12 «Wagner no es ningún delincuente brutal, sino un hombre enfermo que sólo era peligroso para las otros a causa de su enfermedad» (GAUPP, R„ «Die wissenschaftliche Bedeutung des Falles Wagner», p. 637).

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Wagner que el asesinato de su familia había estado determinado por la piedad y la compasión13, mientras que los incendios y los asesinatos de Mühlhausen («el pueblo causante de mi desgracia») habían estado engendrados por el odio y la venganza, pues había sido allí donde había cometidos sus «delitos sexuales» y donde habían comenzado las «difa­ maciones». Con el correr de los años, el maestro Wagner reblandeció su odio hacia los habitantes de Mühlhausen, cuestionándose incluso la pertinencia de su venganza, pero jamás se arrepintió lo más mínimo de haber asesinado a sus propios hijos: «Mi estado anímico ha mejorado considerablemente -escribió el propio Wagner en 1919- Si estuviera en mis manos haría revivir a los vecinos de Mühlhausen que he mata­ do. Pero mis hijos deberían permanecer muertos. Ya que me produce un gran dolor pensar que podrían sufrir, aunque sólo fuera una mínima parte de lo que he sufrido yo. (...) Hoy por hoy no hay nadie que com­ padezca más a las víctimas de Mühlhausen que yo mismo. Pero la muerte de mi familia sigue siendo, hasta hoy, el mayor consuelo para mi miseria. Mis hijos eran como yo, así que ¿qué podían esperar de la vida?»14. Wagner se sentía en la obligación de asesinar a sus descen­ dientes; su miedo permanente radicaba en que ellos hubieran podido heredar las mismas «tendencias inmorales», incluso bajo una forma más deleznable y aberrante aún; pues no sólo él mismo sino toda su familia «éramos, a mi juicio, gente degenerada», e «ir contra natura era el más grande de los crímenes». Inmediatamente a la comisión de los crímenes, ese hombre pre­ maturamente envejecido por el tormento de la autorreferencia y la sed de venganza experimentó un apaciguamiento generalizado. Mientras estuvo en observación en la clínica de Tubinga, acostumbraba a pasear por el jardín y jamás se quejó de la comida ni de los reglamentos inter­ nos; su trato con los médicos y enfermeros fue siempre respetuoso y

13 Respecto al asesinato de su propia familia. Wagner argüyó siempre el mismo motivo: «(...) pues quería salvarlos del desprecio que los delitos cometidos por su padre pudieran sucitar entre la gente. La idea de matar también a mi esposa me vino mucho más tarde, pues mis hijos estaban más cerca de mí que de mi mujer. Luego incluí a Mühlhausen en mi proyecto criminal porque fue allí donde cometí mis delitos» (pp 179-180). 14 R. GAUPP, «Der Fall Wagner. Eine Katamnese. zugleichein ein Beitrag zur Lehre von der Paranoia», Zeitschift fiir die gesamte Neurologie und Psychiatrie, 1920, n° 60, pp. 312-327. Las páginas citadas podrán leerse en la traducción castellana: «El caso Wagner. Una catamnesis, a la vez que aportación a la enseñaza de la paranoia» (1920), en J. M. ALVAREZ y F. COLINA, Clásicos de la paranoia, Madrid, Dor, 1997, pp. 215 y 220, respectivamente.

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educado. Tenía para ello una buena razón, pues el acto había silencia­ do su pulsión sexual: se sentía puro, «totalmente puro», y aunque siem­ pre había reconocido estar dominado por un «impulso sexual muy poderoso», éste se «había apaciguado por completo a raíz de los asesi­ natos de Mühlhausen»; Wagner se aproximaba así a lo que considera­ ba su ideal de pureza, bondad, modestia e independencia. Al mismo tiempo, su odio también se había disipado y contemplaba sus crímenes con cierta apatía. De un modo similar al neurólogo desculpabilizador consultado por Wagner a raíz de los tormentos que emergieron con el onanismo, tam­ bién Robert Gaupp dictaminó la «irresponsabilidad» de este hombre que se llamaba asimismo «salvador de los justos» y «ángel exterminador». Wagner, que estaba seguro de que iba a ser condenado a muerte, se mostró sumamente encolerizado con el psiquiatra tras conocer el resultado de su peritaje; así se lo hizo saber en una carta, en la que ade­ más le advertía que le consideraba por ese motivo una de las personas a las que más odiaba. Se negó taxativamente a ser calificado como enfermo mental; es decir, a hacer responsable a su locura de sus actos criminales: «Yo declaro que asumo por entero la responsabilidad pre­ vista en el Código penal y que me siento plenamente responsable». La mínima brizna de subjetividad quedaba anegada merced a esa conside­ ración de «irresponsable» por paranoico. «En mayo de 1916 intentó obtener la reapertura de su proceso. Elaboró un largo escrito dirigido a la Fiscalía del Estado en el que criticó acerbamente el dictamen elabo­ rado por mí y Wollenberg y seguía negándose a dar información algu­ na sobre el delito sexual cometido en Mühlhausen (...)»,s. ¿En qué se convertía ese acto sistematizado, esa «obra de su vida», si él era legal­ mente considerado «irresponsable»? Esta es precisamente una de las enseñanzas mayores de este caso, que contrasta frontalmente con las visiones humanistas y desculpabilizadoras tan generalizadas en la clí­ nica mental. Este tipo de visiones, sumidas en una aureola de equívoca compasión, anulan muchos de los posibles efectos terapéuticos que están implícitos en una sanción legal en toda regla; en este punto, la enseñanza de Wagner coincide plenamente no sólo con el «caso

15 R. GAUPP, «El caso Wagner. Una catamnesis, a la vez que aportación a la enseñanza de la paranoia» (1920), pp. 208-209.

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Aimée» de Lacan, sino también con el del filósofo Louis Althusser, quien en un reciente alegato en favor de su responsabilidad criminal denunció la extrema ligereza en la que se incurre al atribuir a la enfer­ medad lo que es total competencia del sujeto16. La certeza delirante y la significación personal mórbida El suabo Emst Wagner había nacido en 1874 en Eglosheim, en el seno de una familia numerosa y campesina; Ernst era el noveno de diez hijos. A lo largo de su infancia se le conocía por «el chavalín de la viuda», ya que su padre17 había muerto cuando apenas contaba dos años. Su madre, una mujer frívola y promiscua, triste, pesimista y des­ confiada, era proclive a los pleitos y litigios. Aunque Wagner se mostró recatado a la hora de culpar a sus antepasados, jamás dejó de recono­ cer que provenía de una «estirpe enfermiza». Arrogante, pretencioso, culto, hermético, pesimista, fanático de la verdad y la justicia, y extremadamente fiel a la palabra dada, el joven Wagner se inició a los dieciocho años en el onanismo. La tristeza y la vergüenza lo acompañaron desde entonces; más aún: «todo el tiempo escuchaba alusiones» a su goce, pues «se me notaba». Subyugado por dichos tormentos se decidió a consultar a un neurólogo, quien preten-

16 El nombre de paranoia de autopunición que Lacan confirió al tipo de psicosis de Aimée remarca precisamente el hecho clínico de la remisión sintomatológica inmediata a su confina­ miento en la cárcel de San Lázaro: «(...) si la cárcel la había calmado, ahí estaba lo que ella había buscado realmente. Y por tanto le di a eso un nombre más bien raro y curioso: lo llamé «paranoia de autocastigo» (Cfr. J. LACAN, Conferencias y conversaciones en Universidades norteamerica­ nas, Universidad de Yale. U.S.A., noviembre y diciembre de 1975-, dactilografiado). Por su parte, la reivindicación de Althusser de su responsabilidad por haber estrangulado a su esposa Hélene contiene los elementos necesarios para interrogarnos sobre «los efectos equívocos del manda­ miento de no ha lugar del que me he beneficiado, sin poder ni de hecho ni de derecho oponerme a su procedimiento. Porque es bajo la losa sepulcral del no ha lugar, del silencio y de la muerte pública bajo la que me he visto obligado a sobrevivir y a aprender a vivir» (L. ALTHUSSER, El porvenires largo, Barcelona. Destino, 1992. p. 43). 17 Wagner atribuía a la influencia de su padre su «degeneración». Su conocimiento personal fue muy escaso, pero del discurso de su madre se desprende que era una suerte que Jakob Wagner hubiera muerto tan pronto Emst Wagner escribió en su Autobiografía: «Muchas veces lo he mal­ decido por haberme traído al mundo. Pero para que no se anoten demasiadas deudas en su haber juzgando al palo por la astilla, quisiera decir que lo único malo que se comentaba de mi padre era: ‘Jakob Wagner es un hombre presuntuoso y descontento, al que más le valdría ocuparse de las labores del campo que pasarse la vida bebiendo cerveza’. Que cada cual juzgue si este es también mi caso» (p. 20).

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dio sin ninguna efectividad desculpabilizarlo. A juzgar por sus escritos autobiográficos, dicha iniciación en la práctica masturbatoria marcó un corte decisivo en su acontecer vital. Pero lo peor no había llegado aún. En julio de 1901 fue trasladado a Mühlhausen para continuar ejer­ ciendo el magisterio. Fue allí donde sus tormentos más horrorosos comenzaron. La vergüenza y las supuestas alusiones al onanismo die­ ron paso a «una serie de actos delictivos (relaciones sexuales con ani­ males) de los que nadie se enteró por aquel entonces. (...) Según me confesó aquí en el hospital -prosigue Gaupp-, empezó a cometer esos actos delictivos unas semanas o meses después de su traslado a Mühlhausen, a altas horas de la noche, cuando volvía del mesón a su casa. Jamás confió a nadie los detalles de esas prácticas aberrantes»18. Al mismo tiempo que frecuentaba los establos, bebido («para huir de mi propia compañía»), comenzó a coquetear con la hija de mesonero S. Cuando se supo que la joven Anna estaba embarazada, los superiores del maestro decidieron su presto trasladarlo a Radelstetten, donde per­ manecería hasta mayo de 1912. Empero, aunque se vio obligado a poner tierra de por medio, la significación personal mórbida {krankhaf­ te Eigenbeziehung), en forma de ocasionales alucinaciones («palabras que no pienso repetir») y continuas «habladurías» que apuntaban al corazón de sus prácticas de bestialismo, jamás le abandonaría por com­ pleto. Una vez realizado el acto sistematizado se produjo una remisión de las autorreferencias; en el manicomio, algunos enfermeros imitaban voces de animales19 y se veía expuesto a pullas y vejaciones. Hasta el momento de su detención, un pequeño revólver siempre cargado le acompañaba, pues de darse el caso de ser descubiertas esas prácticas se habría suicidado al instante. Esa fue la primera salida que encontró, el

18 A lo largo del proceso judicial, la mayoría de los testigos consultados negaron tener cono­ cimiento o suposición de las prácticas de bestialismo aludidas por el maestro Wagner; todos ellos negaro, no obstante, las supuestas burlas y alusiones. Existen asimismo contados testimonios que coinciden en señalar que los trajes del maestro presentaban en ocasiones pelos y bosta de vaca en la parte delantera de los pantalones. A tenor de estas últimas declaraciones, Gaupp colige que «cabe suponer que se trataba de relaciones con vacas, bueyes o terneras». 19 Pocas semanas después de que Wagner cometiera sus crímenes e incendios, Bernhard Waag redactó un extenso artículo sobre dichos sucesos en el que nos informa de los nombres de dos de las posadas incendiadas: «El Águila» y «El Buey». Es menester tener en cuenta este dato, toda vez que conocemos la trama autorreferencial zoofílica que está en la base del acto sistemati­ zado. Cfr. B. WAAG. «L’incendiaire meutrier Wagner» (1913), en A.-M. V1NDRAS, Louis ti de Baviére selon Ernst Wagner, paranoique dramaturge, París, E.P.E.L., 1993, pp. 143-180.

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suicidio, pero nunca lo llegó a consumar por cobardía20. La otra salida ya la conocemos: arrasar el linaje de los Wagner, incendiar el lugar donde había cometido sus «delitos» para borrarlo de la memoria y ven­ garse de quienes se mofaban de su indignidad. En nuestra consideración, toda la locura paranoica del maestro Wagner dimana de una certeza pulsional: «Soy zoofílico» (Ich bin Sodomit)2'. Esa es la gran confesión realizada tras cometer los actos cri­ minales. El reconocimiento de dicha certeza se le presentaba endofásicamente en la forma pertinaz del autorreproche y la culpa, lo que se plasmaba clínicamente en un humor de tipo depresivo y un carácter ocasionalmente asténico y pusilánime; sin embargo, la dimensión pro­ piamente paranoica de dicha certeza, la que más le atormentaba y le empujó al acto, era precisamente la que experimentaba en la forma de alusiones que los otros le dirigirían. Ya «al día siguiente» de cometer sus «delitos» zoofílicos comenzaron las autorreferencias y los comen­ tarios dirigidos a él, aunque su nombre no se pronunciaba abiertamen­ te: «La cosa llegó a tal extremo que, en cuanto se reunían dos, yo era el tercero del cual se hablaba». Las alusiones y difamaciones provenían únicamente de los hombres, por eso Wagner sólo se lamentó de las muertes de personas de sexo femenino. Lo obra dramática, la Autobiografía y el delirio de ser plagiado Wagner fue, como cualquier psicótico, proclive a la escritura. Su inconsciente «a cielo abierto», como se nos acostumbra a repetir a pro­ pósito del loco, alcanza a lo largo de sus numerosas obras dramáticas una expresión aleccionadora: «todo cuanto he escrito -anotó en El nazareno- versa sobre mí mismo». Pero el más impresionante y diáfa­ no de todos los escritos surgidos de su pluma es, sin duda, la Autobiografía. A lo largo de las tres partes que la componen se puede seguir paso a paso el itinerario de su trágica vida, así como la gestación

20 Tal como relata en su Autobiografía, Wagner viajó por segunda vez a Suiza en 1904 con el único propósito de matarse, pero su cobardía se lo impidió: «Me hallaba, pues, al borde del abis­ mo y me apostrofé en los siguientes términos: ¡Eres un cobarde, de lo contrario ya hace rato que estarías destrozado en las vías del tren!; (...)». 21 El sustantivo die Sodomie nombraba en la literatura psiquiátrica de la época tanto las prác­ ticas perversas de zoofilia como la homosexualidad (Homosexualität).

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y la planificación minuciosa de sus actos criminales. La primera parte fue escrita en Radelstetten en el otoño de 1909, la segunda se conclu­ yó en 1911, y la tercera («Los paseos por Stuttgart») fue redactada en el período de Degerloch y terminada pocos días antes del pasaje al acto. Las páginas dedicadas a la premeditación sistemática de los crímenes impresionan por esa mezcla de horror y ardor que «embriagaba» a su autor más que la cerveza misma, a la que tanto se entregaba al caer el día para ensordecer sus tormentos22. El hecho del aplazamiento de la ejecución de sus crímenes duran­ te más de cuatro años nos parece obedecer a esa completa dedicación a la escritura, forma bien real de construirse una historia subjetiva y de desplazar esa extrema condensación de goce depositado en el acto homicida y suicida. Embebido en recrear literariamente los futuros crí­ menes, en teorizar la redención a través de la muerte o justificar el ase­ sinato por amor, absorto mientras pudo en el uso de la palabra, Wagner logró demorar su ejecución; nada nos extraña que ésta se produjera tras un intenso período creativo y pocos días después de concluir su A utobiografía23. Wagner, ese siniestro maestro que se expresaba en un «alemán lite­ rario», se tuvo en alta estima también como escritor: «Yo soy el más grande dramaturgo contemporáneo», sentenció tras presenciar la repre­ sentación de un drama de Schiller. No sólo ridiculizaba a los autores alemanes contemporáneos, sino que se consideraba, junto con Schiller y Zeppelin uno de los tres suabos más ilustres; sus piezas dramáticas, en cambio, fueron sistemáticamente rechazadas por los editores a quie­ nes se los envió y, al parecer, sólo el guarda forestal S. parecía gustar de ellas. Gaupp, en cambio, prestó un especial interés esas creaciones poéticas, pero lo hizo desde un sesgo demasiado parcial: «Por mi parte me fijaré únicamente en estudiar detalladamente en qué medida la enfermedad mental puede orientar la actividad intelectual de un indivi­ duo encaminada hacia la creación literaria y jugar un papel decisivo en

22 «Con la mano, el puño, el pie y el codo. La porra y el mazo son mis armas, el puñal, la espada, la pistola y cualquier artefacto mortal que escupa fuego. La naturaleza de mi guadaña los irá segando como briznas de hierba». 23 Además de concluir su Autobiografía, en los dos años que precedieron la realización de su plan criminal Wagner escribió cinco obras: Joab, Absalon, La nueva ortografía y El suboficial maestro de escuela. El nazareno. Con anterioridad. Nerón, El viejo Jehová, Imágenes de la Roma antigua y David y Saúl, habían sido algunos de los títulos de sus dramas.

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el contenido y en la forma de dichas producciones»24; la función del escrito y su valor dentro de la economía y la dinámica de la psicosis permanecen lamentablemente al margen de este tipo de estudios, y lo mismo puede decirse de toda consideración sobre el lugar en la trans­ ferencia que Wagner le había asignado25. Sin embargo, el psiquiatra se percató inmediatamente de que Wagner había transferido su drama interior a los personajes de su ficción. En este sentido, el análisis que Gaupp realizó del drama en tres actos Wahn («Delirio»), escrito en 1921 y dedicado a Luis II de Baviera, nos muestra con claridad las opiniones del propio Wagner sobre la locura, su propia locura, valién­ dose de las palabras del médico real Von Gudden: es probablemente «incurable», además «la psiquiatría sabe poco, y lo poco que sabe no es seguro»; es, sin ningún género de duda, hereditaria («la maldición de la herencia»). Wagner, tras reconocer abiertamente haber «transfe­ rido mi insignificante situación sobre la gran situación del rey», aña­ dirá aún que la única grandeza de ese rey consistió en su propio deli­ rio y que sin el delirio no habría sido nadie26; con estas palabras, nuestro loco asesino abunda en ese hecho tan conocido del amor y del apego del psicótico a su delirio, tal como Freud repetidamente había señalado. Pero por más que Wagner escribiera sobre el delirio y su propia locura hubiera remitido notablemente, un nuevo incidente precipitó -ahora sí- un trabajo delirante mucho más sistematizado que la trama autorreferencial que se ha descrito. Sucedió que al leer el drama Schweiger de Franz Werfel, estrenado en enero de 1923 en Stuttgart, cuya temática se ocupa asimismo de la enfermedad mental, Wagner encontró demasiados paralelismo con su obra reciente Wahn. Desde la soledad de su celda del manicomio, Wagner «transformó poco a poco esta contingencia» en certeza: Werfel le había plagiado. Más aún, sin evidencia alguna, Wagner comenzó a creer que éste era judío, que los 24 R. GAUPP, «Wom dichterischen Scheffen eines Geisteskranken», Jahrbuch der Charakterologie, 1926, n° 23, pp 199-225 (p. 199). 25 En este sentido, es de suma utilidad analizar la relación entre el médico von Gudden y Luis II de Baviera, plasmada en su drama Wahn. Tampoco Gaupp deparó en el impacto que provocó en Wagner la lectura de su informe pericial que concluía en favor de su «irresponsabilidad», ni cal­ culó los efectos posibles de la presentación de Wagner en el Congreso de psiquiatría, celebrado en Tubingaen 1932. 26 Cfr. R. GAUPP, «Die dramatische Dichtung eines Paranoikers über den Wahn», Zeitschift für die gesamte Neurologie und Psychiatrie, 1921, n.° 69, pp. 182-210.

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editores que rechazaron su drama también lo eran27. Fue así como trabó un auténtico delirio de persecución («un nuevo delirio», escribió Gaupp) por parte de los judíos; pero en esta ocasión, la respuesta a esa certeza de haber sido plagiado tomó por fortuna la senda de la edifica­ ción delirante, y no la del pasaje al acto. Fue así como se vio empuja­ do al trabajo delirante de la purificación de la literatura alemana de las nefandas influencias judías. Esta localización del perseguidor le permi­ tió tomar una distancia adecuada y una templanza de la que en otro tiempo había carecido, planeando una futura vida anónima y calmada en alguna ciudad en la que ya no llamara la atención de nadie. Sus días transcurrieron sin demasiados sobresaltos en el manicomio de Winnental, entregado como siempre a la creación de nuevos dramas; sólo la muerte, sobrevenida el 27 de abril de 1938, lo libro de su deli­ rio de ser plagiado28. A lo largo de los veinticinco años que Gaupp siguió de cerca la evolución benigna de Wagner, su diagnóstico siempre fue el mismo: paranoia o Verrücktheit29. Gaupp atinó con destreza a situar la edifica­ ción de este «delirio crónico y sistematizado» a partir de los senti­ mientos de culpa y la mala conciencia; de ellos emerge a la postre y para siempre el síntoma cardinal de la paranoia, la significación perso­ nal mórbida como «proyección hacia afuera» de la angustia y los remordimientos que lo atormentaban. Wagner mismo nos ha propor­ cionado, en 1920, la definición más ajustada del delirio de referencia que hemos hallado hasta la fecha: «Pude haber interpretado ciertas conversaciones en este sentido, porque existen casualidades y no-rela­ ciones, que, añadiendo circunstancias muy especiales, se comportan como propósitos y finalidades. Nunca debería de haberlas interpretado así, de un modo absoluto e ineludible. Pero hay cosas que te llenan la cabeza y que gusta trasladarlas a las cabezas de los demás»30. A dife-

27 Todos esios detalles se hallan en: «Wom dichterischen Scheffen eines Geisteskranken». 28 Anne-Marie Vindras ha desarrollado un puñado de buenos argumentos para aclarar la fascinación de Wagner con el loco Schweiser, su hombre-espejo; Cfr. A.-M. VINDRAS, Ernst Wagner, Robert Gaupp: un monstre el son psychiatre, especialmente de la página 83 a la 103. 29 «Wagner sufrió una paranoia, en alemán una Verrücktheit (locura)» (R. GAUPP, «Krankheit und Tod des paranaoischen Massenmörders Hauptlehrer Wagner. Eine Epikrise», p. 79. 30 R. GAUPP, «El caso Wagner. Una catamnesis, a la vez que aportación a la enseñanza de la paranoia» (1920), p. 225. El subrayado es del propio Wagner.

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renda de Gaupp, nos parece que Wagner no trenzó ningún delirio siste­ matizado hasta mucho tiempo después de su pasaje al acto; más que un delirio sistematizado se trata de un acto sistematizado y, quizás, de haber­ se entregado a la edificación un delirio de ese tipo, el acto se hubiera pos­ puesto indefinidamente. Mientras no logró separar el Otro y la pulsión, es decir mientras no pudo localizar un perseguidor (Werfel y los judíos) fuera de su certeza pulsional («Soy zoofílico»), Wagner permaneció encasquillado en esa trama de autorreferencias sobre su indignidad, pero sin poder dar ningún sentido ni explicación delirante a esa verdad que sólo pudo oír mediante las alusiones de sus convecinos varones. José María Álvarez

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Stuttgart, Snmtffag, 6. September 1913

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Síuííoarífr m Die entfefslid)* ßluttof pon ttegerlodj und HIui>lt>oufcn a. 6. inj. Cabecera del diario Neues Tagblatt, del día 6-IX-1913.

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EL CASO WAGNER

Informe médico. A la vez que estudio de psiquiatría y psicología criminal





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Prólogo

Hasta ahora, el caso Wagner ha alarmado seriamente a la opinión pública. Los crímenes que un hombre culto y dedicado a la enseñanza cometió después de planearlos y prepararlos cuidadosamente han des­ pertado en todas partes horror y espanto. La prensa diaria se ha ocupa­ do mucho de Wagner, pero la mayoría de lo que se ha dicho o escrito sobre él es falso o sólo a medias correcto. Ha prevalecido el sensacionalismo. Tras el sobreseimiento del proceso de Wagner por enfermedad mental y su intemamiento en un hospital psiquiátrico, el sensacionalismo llegó a su fin. Y ya va siendo hora de poner en primer plano la importancia científica de todo el caso. La psicología y la psiquiatría tie­ nen múltiples motivos para ocuparse de Wagner. El presente estudio no pretende otra cosa que servir de base para ello. Reproduce, con muy pocos recortes y modificaciones, el informe que presenté a la Real Audiencia Provincial de Heilbronn. Su objetivo es la descripción exhaustiva, basada en una serie de hechos verídicos, de un hombre anormal que acabó siendo víctima de una enfermedad mental, y en el que con extraña precisión podremos seguir las distintas fases del desa­ rrollo de la enfermedad gracias a una serie de circunstancias particu­ larmente favorables. Este informe constituirá pues, en mi opinión, un valioso material para estudiar la teoría de la paranoia. Sobre este tema volveré a hablar en otro pasaje. He publicado muchas de las declaraciones de Wagner no subraya­ das en el original espaciando las letras. De este modo he querido resal­ tar lo que era particularmente importante para el médico y el juez. Al psicólogo le resultarán igualmente importantes muchas otras cosas.

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Tubinga, febrero de 1914.

R. Gaupp

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hacia Illingen

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Pumo de ponida del trayecto de Wagner



Lugares donde Wagner mató a la población

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Lugaresn donde Wagner disparó a la población

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Lugar donde Wagner fue reducido



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Los hechos

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La noche del 3 al 4 de septiembre de 1913, hacia las cinco de la madrugada, cuando empezaba a clarear, el maestro de escuela Emst Wagner, carente aún de antecedentes penales, asesinó en su vivienda de Degerloch a su esposa y a sus cuatro hijos, después de haber cenado en el jardín la noche anterior, hacia las 9, al parecer pacíficamente, con su familia y la viuda S., propietaria de la casa. Durante la cena había ala­ bado las cálidas noches de verano y pedido información a la hija de la señora S. sobre unos libros que podría necesitar para sus clases de gim­ nasia. El horrendo crimen fue perpetrado sin testigos; sólo las declara­ ciones del propio inculpado nos permiten saber cómo ocurrió todo. Según la confesión de Wagner, hacia las 9 de la noche se había retira­ do a descansar con su familia; para cometer los hechos cogió un largo cuchillo de mango fijo que poseía hacía años, así como una porra. No ha quedado muy claro si ya había colocado estas dos armas debajo de su almohada la noche anterior, o si las llevó consigo al dormitorio esa misma madrugada; en este punto no estaba Wagner muy seguro de su memoria. Más tarde logró recordar, por lo visto, que antes de asesinar a su esposa se había levantado una vez y la había despertado un momento. Al amanecer, poco antes de perpetrar los hechos, se incor­ poró en la cama, dejó inconsciente a su mujer golpeándole la cabeza con la porra y acto seguido la mató asestándole numerosas y profundas cuchilladas en el cuello y en el pecho, cortes éstos que seccionaron los grandes vasos sanguíneos del cuello y le produjeron heridas mortales en el pericardio, el corazón y los pulmones. Según los resultados de la autopsia practicada al cadáver, la muerte debió de producirse muy rápi­ damente. El hecho de que la víctima presentara también heridas en los brazos y el pulgar izquierdo permite deducir que efectuó movimientos en defensa propia, aunque no ha sido posible comprobar si los hizo estando consciente o no. El propio Wagner asegura que murió sin haber recuperado la conciencia. La posición en la que se encontró el cadáver (con la pierna izquierda colgando fuera de la cama) no permite afirmar con seguridad si hubo o no algún tipo de lucha. Sin embargo, en mi opi­ nión no hay motivo alguno para desconfiar de las declaraciones de Wagner. Vestido sólo con camisón de dormir y calcetines, se dirigió a 27

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continuación -aquí también sigo su propio relato-, cuchillo en mano, al dormitorio de sus dos hijos pequeños Robert y Richard, a quienes mató asestándoles varias heridas mortales en los pulmones, corazón y cuello. Del informe de la autopsia se deduce que, también en este caso, el final debió de producirse muy rápidamente por desangramiento. Atravesando la cocina.se dirigió después al dormitorio de sus dos hijas, Klara y Elsa, y las mató hiriéndolas también gravemente en el cuello y el corazón, lo que sin duda tuvo como consecuencia una muerte rápida. Queda por ver si es cierta la hipótesis, que aparece en las actas, de que la hija mayor, Klara Wagner, estaba consciente cuando recibió las heri­ das mortales. Una persona que esté profundamente dormida también puede hacer movimientos defensivos si se le causa un dolor violento y repentino. El propio Wagner calificó luego de incierta su declaración inicial de haber empleado también la porra antes que el puñal para atur­ dir a sus cuatro hijos o a uno de ellos; sólo estaba seguro, añadió, de haber aturdido a su mujer antes de apuñalarla, a fin de imposibilitar cualquier tipo de resistencia. A los cadáveres les cubrió la cara y el cuerpo con las mantas (había asesinado a todos sus familiares mientras dormían acostados en sus camas). Así los encontró la policía, en efec­ to, la mañana del 5 de septiembre. Wagner tiró su camisón sangriento sobre su propia cama, donde lo encontraron al inspeccionar la vivien­ da. Luego se lavó, se vistió, dejó el puñal en un cajón de la cómoda sin limpiar la sangre, subió a buscar sus tres armas de fuego, su abundante munición de más de 500 cartuchos y unos garfios de hierro (véase más adelante) en la buhardilla de la casa, cogió un velo negro que pertene­ cía a su mujer, un cinturón, una gorra y parte de un mapa editado por una asociación excursionista suaba, metió todo en un maletín de viaje, se guardó sólo un pequeño revólver en el bolsillo de la americana y abandonó su domicilio. Los agentes de la policía encontraron las habi­ taciones en perfecto orden el 5 de septiembre, todas cerradas con llave, las cortinas corridas, las ventanas cerradas y las camas hechas. Antes de abandonar la casa, Wagner escribió con mano firme en un pizarrín que colgaba ante la puerta del pasillo: «Excursión a Ludwigsburg, etc.» También le escribió unas palabras a la señora S. en otro pizarrín pare­ cido, y pidió tres cuartillos de leche, dejando 35 céntimos para el pago. Luego sacó su bicicleta del trastero, ató firmemente a la parte delante­ ra el maletín, muy pesado debido a las armas y a la munición, e inten­ tó bajar por la Neue Weinsteige en dirección a Stuttgart. Pero el male­ tín pesaba demasiado, por lo que tuvo que apearse y empujar la bici­ cleta. Así llegó a Stuttgart bajando por la Alte Weinsteige, entregó la 28

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bicicleta en la estación como equipaje acompañado y viajó a Ludwigsburg en el tren de las 8.01. En el camino sacó del maletín una de las dos pistolas Mauser que había llevado consigo para poder defenderse contra una eventual detención (en caso de que los asesina­ tos de Degerloch se descubriesen rápidamente). No viendo nada sospe­ choso en la estación, se dirigió al lavabo, volvió a guardar la pistola en el maletín, dejó su bicicleta en la consigna y se encaminó lentamente al centro de la ciudad con el maletín en la mano. En el camino compró una mochila en una tienda, causándole muy buena impresión al tala­ bartero K., que no advirtió en él ningún indicio de trastorno. Se dirigió después al parque del castillo y, sentado en un banco, pasó parte del contenido del maletín a la mochila. Luego fue a la cervecería Cluß, donde pidió un trozo de embutido de jamón y un botellín de agua mine­ ral. Después volvió al patio del castillo atravesando el parque, y de allí continuó lentamente hacia Eglosheim. Hacia las 11 llegó a casa de su hermano, al que no encontró, aunque su esposa sí estaba. Al parecer le habló tranquilamente sobre su familia, sin despertar en ella la menor sospecha; Wagner le dijo que se dirigía a Mühlhausen a buscar a sus hijos, que los cuatro estaban allí, y le pidió una camisa limpia, porque la suya estaba empapada en sudor. La señora M. Wagner señaló más tarde que la camisa de su cuñado parecía «acabada de sacar del agua». Quiso darle algo de comer, pero él no aceptó nada. Más bien se bebió una jarra y media de cerveza y le dio 3 marcos a su cuñada. Luego hizo que el hijo de su hermano le mostrara el corral de los conejos, y la cuñada advirtió que el niño sintió miedo de él. También le llamó la atención que Wagner llevara siempre consigo su equipaje y no le qui­ tara el ojo de encima mientras recorría toda la casa con gran deteni­ miento. En ese momento le pareció un tanto nervioso y extraño, como señaló más tarde. Él le habló también de la casa paterna, que habían vendido a muy bajo precio en su opinión, añadiendo que la familia Wagner nunca tenía suerte. Al quedarse solo un momento sacó 228 car­ tuchos de una caja de puros que llevaba oculta en su americana y había sacado del maletín o de la mochila, y los escondió en el jardín de al lado, entre un montón de paja o heno, encima del corral de los conejos. Le dijo a su cuñada que quería pernoctar allí en el camino de vuelta, que le permitiera entrar en su casa también de noche, ya que podía hacerse tarde. Ésta le asignó para pasar la noche una habitación en el desván, donde normalmente dormía uno de los hijos, y le mostró el lugar donde escondía la llave. Al irse, Wagner se puso su propia cami­ sa mojada sobre la camisa de punto de su hermano, que le acababa de 29

prestar su cuñada, y se puso un nuevo cuello que había comprado poco antes, pues el viejo estaba completamente sudado. Hizo que los dos hijos menores de su hermano le llevaran el maletín hasta la estación en un carrito; la mochila la cargó él mismo. Su sobrina E. lo acompañó hasta la estación, y Wagner conversó con ella sobre sus clases de baile. Como aún le quedaba tiempo, pidió una taza de café en el hotel de la estación, luego envió su bicicleta a Bietigheim y se dirigió allí en el tren de la 1. Durante el viaje (¿o quizá ya en la estación?) escribió con mano firme a la dueña de su casa en Degerloch, la viuda S., una postal con el siguiente contenido: «Le ruego que me perdone, aunque sé que esto es perfectamente inútil, no había otra salida. E. Wagner». La postal la envió ya por la tarde desde Großsachsenheim. En Bietigheim dejó pri­ mero su maletín de viaje en la consigna y luego fue en bicicleta a Großsachsenheim, desde donde envió varias cartas a su hermana en B. (todo el contenido era: ¡Toma veneno! Ernst), a su cuñado H.M. en Z., al director de su escuela en Degerloch, a la Caja de Pensiones de Stuttgart, a la redacción del Neues Tagblatt («Al cuerpo docente», «A mi pueblo») en Stuttgart, al profesor X. en E., al maestro de escuela H. en S., y a su cuñado B. en M. (Más adelante hablaremos de estas car­ tas). Luego efectuó un «viaje de reconocimiento» por Untermberg y Bissingen, y volvió a la estación de Bietigheim. Este recorrido en bici­ cleta lo dejó, al parecer, exhausto. En la estación de Bietigheim recogió su maletín, se dirigió a la ciudad, hizo revisar y arreglar su bicicleta por un mecánico, y pasó luego por el correo, desde donde envió paquetes con manuscritos al guarda forestal S. y al profesor X. Aún se detuvo un rato en el mesón Zur Krone, donde pidió un poco de fruta, una porción de tarta y un cuarto de litro de vino que, sin embargo, no terminó. Poco después de las siete de la tarde partió de Bietigheim en bicicleta. Una sed imperiosa lo obligó a beber agua varias veces en el camino. Su iti­ nerario lo condujo a través de Großsachsenheim, Sersheim, Vaihingen, Kieinglattbach e Illingen hasta las colinas que dominan Mühlhausen. En Großsachsenheim depositó aún varias cartas en la ventanilla de correos. Eran ya las 11 de la noche cuando llegó a las colinas que domi­ nan Mühlhausen. No le respondió a un hombre con el que se cruzó en el camino, el guarda auxiliar F. de Mühlacker, que le preguntó quién era, de modo que éste siguió su camino hacia Illingen. Wagner había escondido antes su bicicleta en un campo de maíz. La fue a buscar, se ató el cinturón de cuero al cuerpo y escondió una de las pistolas Mauser bajo la americana, al tiempo que guardaba la otra en el maletín, así como la munición, los garfios, la lima y el velo negro. Luego se puso 30







la gorra que había llevado consigo. Una lluvia torrencial que cayó poco después le resultó sumamente molesta. «Fue como si la hubieran encar­ gado; me puso de un humor de perros», diría más tarde al respecto. Dejó en el campo de maíz la bicicleta, el sombrero de fieltro que había llevado puesto hasta entonces, y el pequeño revólver de bolsillo, y empezó a recorrer la aldea de Mühlhausen (la Schloßgasse hasta el Enz, la Enzgasse, el puente del molino), siguiendo el camino de Roßwag-Vaihingen hasta llegar a la colina que hay detrás. (Véase el plano inicial de Mühlhausen). Se detuvo junto a uno de los postes de teléfono que allí había, abrió su maletín y sacó de él los garfios de hie­ rro que quería fijar en los postes a intervalos de medio metro para tre­ par por ellos hasta arriba y cortar los cables del teléfono con la lima que había llevado, impidiendo así la comunicación telefónica entre Mühlhausen y las otras estaciones (Mühlacker, Bietigheim). Pero como los postes de teléfono le parecieron entonces más altos que cuando los había visto durante un paseo anterior (varias semanas antes de los hechos), y como un segundo poste tampoco parecía ofrecerle mejores perspectivas para realizar su plan, renunció a él, arrojó sus herramien­ tas y volvió con su maletín a la aldea de Mühlhausen, bebió agua de una fuente llenando su gorra y entró en un pajar de la Schulgasse para prepararse a cometer sus nuevos delitos. Entonces advirtió que le falta­ ba una de sus dos grandes pistolas Mauser, volvió hasta el primer poste de teléfono atravesando la aldea, encontró allí la pistola y regresó luego a la zona de Mühlhausen llamada Oberdorf, donde prendió fuego a los graneros de los campesinos M., B., W. y N. No conocía a los propieta­ rios de dichos graneros. Para encender el fuego utilizó su mechero de gasolina, y acto seguido inició su peregrinaje por la aldea con la mitad inferior de la cara oculta por el velo negro, las grandes pistolas Mauser sujetas al cinturón, una a cada lado del cuerpo, llevando la munición en un bolso de su mujer. Las distintas etapas de este terrorífico paseo son descritas en las actas. (Compárese el plano de Mühlhausen con el iti­ nerario que siguió Wagner -señalado por líneas punteadas- y los dis­ tintos lugares donde mató o hirió gente a tiros, así como el lugar donde él mismo fue capturado). La memoria de Wagner no es aquí del todo segura. Se sabe con certeza que prendió fuego en cuatro sitios e incen­ dió también el granero del mesón Zum Adler, perteneciente a la fami­ lia S., y que luego disparó sin distinción con sus dos pistolas Mauser contra todas las personas de sexo masculino que se ofrecían a su vista, por lo general desde escasos metros de distancia, sin importarle que se cruzaran con él por la calle o se asomaran a las ventanas de sus vivien31

das. No atacó a la señora L., que le salió al encuentro, ni a la mujer del alcalde H., pero sí disparó sin quererlo, como ha asegurado luego con firmeza y total fiabilidad, contra dos niñas, así como contra una joven de 21 años y dos mujeres, además de dos reses. Acercándose a la seño­ ra H., le preguntó con voz entrecortada dónde estaba el alcalde, a lo que ella, presa del pánico, señaló a unos hombres que había por ahí cerca y dijo «allí viene». Wagner dejó totalmente ilesa a la señora H. No comentaremos aquí los detalles. Baste con mencionar que ocho de las víctimas murieron en el acto, y doce quedaron en estado grave. Uno de ellos (el tonelero Jakob K.) falleció pocas horas después del atentado. Algunos de los asesinados habían recibido varios disparos. En el acto murieron: el pastor W., Jakob Sch., Heinrich K., Friedrich G., Christian V., Friedrich B., Georg M. y Marie B. La mayoría de ellos recibió los tiros en la zona del corazón. Resultaron heridos: Jakob K. (murió el 5 de septiembre), Friedrich N., Tobias K., Karl B., Luise B., Johann M., Jakob B., Christian M., Tobias B., Katharina B. y Frida M. Una parte de los heridos se recuperó por completo, mientras que otros aún seguían totalmente incapacitados para trabajar al cabo de nueve semanas (el 8 de noviembre), y la señora Katharina B. y el agente de policía K. sólo podían hacerlo parcialmente. También resultaron muer­ tas dos reses. En la euforia de su aterradora labor destructiva, Wagner no se percató de que había vaciado los depósitos de sus dos pistolas, cada uno de los cuales contenía diez balas, y en ese momento fue derri­ bado por unos valientes -el agente de policía K., el obrero fundidor B. y Chr. M-, recibiendo dos largos cortes en plena cara. Además le tri­ turaron la mano izquierda y recibió heridas graves en la derecha cuan­ do B. le hizo soltar la pistola Mauser golpeándolo con una azada. Wagner cayó a tierra y permaneció al principio inconsciente. Al pare­ cer lo dieron por muerto. B. le quitó entonces las pistolas Mauser va­ cías que llevaba atadas al cinturón. También se le encontraron 198 car­ tuchos con bala, así como un mechero de bolsillo, un garfio de hierro largo y puntiagudo, una navaja, un velo de mujer negro, una montura sin cristales totalmente doblada, una gorra de visera con un paño de seda negro, una mochila con un revólver de bolsillo y una pequeña porra negra con empuñadura. El comandante de gendarmería D. lo encontró a las dos de la madrugada con heridas en la cabeza, brazos y manos, tumbado en diagonal sobre el borde de la calle. Como advirtió que Wagner aún respiraba y abría los ojos, ordenó que lo llevaran al asilo vacío mientras la multitud adoptaba una actitud amenazadora, por lo que varios gendarmes tuvieron que protegerlo contra ella. Lo echa32

ron sobre un colchón con los pies atados. El mesonero del Zum Adler reconoció en él a su cuñado. El incendio fue apagado con ayuda de unos efectivos militares casualmente acantonados en las inmediacio­ nes, después de que cinco edificios principales y algunas dependencias fueran presa de las llamas. Tras recuperar la conciencia, Wagner se negó a hablar de los moti­ vos que lo habían llevado a perpetrar sus crímenes y dijo que lo haría sólo en Vaihingen, que su negativa no suponía ningún desacato a las autoridades, pero que le parecía mejor hacer sus declaraciones en Vaihingen. Y añadió que no lo dejaran más tiempo tirado en Mühl­ hausen o podría caer enfermo. Sin embargo, en seguida confesó al gen­ darme S. que en Degerloch había golpeado a los miembros de su fami­ lia con la porra hasta aturdirlos y luego los había apuñalado. Esto fue corroborado telefónicamente desde Degerloch poco después. Dio a entender asimismo que su intención había sido suicidarse al final de todo, pero que le había sido imposible; le parecía bien que lo decapita­ ran porque no quería seguir viviendo: que lo sacaran de allí y no ocul­ taría nada. El traslado a Vaihingen a. E., la ciudad con juzgado de pri­ mera instancia más cercana, tuvo lugar horas después, al atardecer del 5 de septiembre. Fue llevado al hospital comarcal de Vaihingen, donde le curaron las heridas y le amputaron el antebrazo izquierdo, totalmen­ te destrozado. Wagner tenía una herida de sable en el lado derecho de la frente, una herida incisa en la mejilla izquierda, labio superior e infe­ rior y mandíbula inferior, donde había perdido además un diente; pre­ sentaba asimismo heridas graves en la mano izquierda, una de las cua­ les llegaba hasta la muñeca y le había seccionado la mano a medias; en el dorso de la mano derecha tenía una herida superficial del tamaño de una moneda de un marco, así como una pequeña herida incisa que le había cortado el dedo medio y abierto la articulación entre el metacar­ po y el dedo medio; por último presentaba moretones en el cuello, nuca y hombros. El antebrazo izquierdo amputado cicatrizó perfectamente. El 6 de septiembre de 1913 tuvo lugar el primer interrogatorio judicial a cargo del juez de primera instancia de Vaihingen. Durante la noche de terror en Mühlhausen éste ya se había encontrado con un Wagner plenamente lúcido, que le confesó haber redactado cartas sobre los móviles de sus actos y haberlas enviado a diferentes destinatarios, de modo que cuando el tribunal estuviese en posesión de esas cartas se enteraría de muchísimas cosas y ello podría reducir el interrogatorio. El 6 de septiembre, durante su interrogatorio en el hospital comar­ cal, Wagner explicó al juez la manera como había asesinado a su fami33

lia en Degerloch, señalando como móviles de su acción una serie de delitos de zoofilia que se remontaban a doce años atrás. Estos delitos acabaron creándole serios remordimientos de conciencia, y ciertas declaraciones y alusiones de los habitantes de Mühlhausen y Radelstetten lo llevaron a pensar más tarde que estaban enterados de sus delitos contra la moral. La alegría maligna que todos ellos mani­ festaron entonces lo amargó muchísimo y lo llevó a decidir suicidarse y acabar con su familia, pero también a vengarse de los habitantes de Mühlhausen, donde había cometido sus delitos. Luego explicó cómo había planeado los hechos, desde cuándo tenía pensado asesinar y pro­ vocar incendios y qué le había impedido realizar una y otra vez sus pro­ pósitos; habló de las cartas que enviara al profesor X y a su amigo S., explicó sus planes, que habían sido abortados por su detención, sobre todo el de asesinar a la familia de su hermano y provocar un incendio en Eglosheim. Wagner permaneció detenido en Vaihingen hasta que, al cabo de unas semanas, fue trasladado a la prisión de Heilbronn. El juez instructor interrogó exhaustivamente a Wagner en varias ocasiones. Además se tomó declaración a muchos testigos, y a una serie de funcionarios y habitantes de los municipios de Mühlhausen y Radelstetten, así como numerosos maestros y superiores de Wagner dieron una imagen muy precisa de su personalidad antes de que come­ tiera los hechos. También se reunieron sus escritos, con lo cual se ha podido acumular un material difícilmente superable para esclarecer la personalidad de un individuo, sobre todo porque entre esos escritos figura una amplia autobiografía del propio Wagner, dividida en tres par­ tes. A ello se suma el hecho de que el asesino, hasta donde lo ha corro­ borado el control de sus datos, es un hombre que siente un extraño amor por. la verdad, que al parecer no cohonesta nada y, cuando cree que no debe hacer una declaración, afirma muy seguro que negará cual­ quier información al respecto. De este modo, la observación y el enjui­ ciamiento de su personalidad no se ven dificultados por ningún tipo de declaraciones falaces ni sutilezas mistificadoras. El resultado más sorprendente de los numerosos interrogatorios practicados a los testigos fue, como se explicará luego con mayor deta­ lle, que pese a una serie de preguntas muy precisas sobre el tema, nin­ guno de los habitantes de Radelstetten, Mühlhausen o Degerloch decla­ ró estar enterado de los delitos contra la moral perpetrados por Wagner en Mühlhausen, de suerte que fue él mismo el primero en revelar, gra­ cias a su confesión ante al juez de primera instancia de Vaihingen y al envío de su autobiografía al profesor X. y al guarda forestal S., así 34

como a la carta que dirigió al Neues Tagblatt de Stuttgart, un secreto guardado durante más de una década. El resultado de estos interroga­ torios contrastaba de manera tan flagrante con las declaraciones de Wagner sobre las burlas, escarnios y persecuciones a las que se creía expuesto por haber cometido esos delitos contra la moral, que inevita­ blemente surgió la sospecha de que detrás de todo esto podía ocultarse alguna enfermedad mental. De ahí que tanto el médico del juzgado de Vaihingen (28 de octubre de 1913), como el de la audiencia de Heilbronn (30 de octubre de 1913), quien tuvo oportunidad de exami­ nar a Wagner y cuya opinión fue recabada, presentaran una instancia solicitando que, en virtud del párrafo 81 del Código de Procedimientos Penales, se internara al acusado durante seis semanas en la Clínica Real para el tratamiento de enfermedades mentales y nerviosas de Tubinga a fin de someterlo a un examen psiquiátrico. Atendiendo a los deseos del procurador real y del defensor, el tribunal aceptó la petición y Wagner fue trasladado a Tubinga en automóvil el 11 de noviembre. Allí perma­ neció hasta la mañana del 24 de diciembre de 1913, fecha en que vol­ vió a la prisión de Heilbronn hasta que, tras el sobreseimiento del pro­ cedimiento penal, fue internado en el sanatorio de W. (febrero de 1914).

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La familia de Wagner

Emst Wagner, nacido el 22 de septiembre de 1874 en Eglosheim, distrito de Ludwigsburg, proviene de una familia numerosa de origen campesino. De los diez hijos, la mayor estuvo casada y murió a los 30 años en Gr. El hermano mayor, también casado, vive en E. y trabaja como fontanero, el tercer hijo se trasladó soltero a América y murió allí. El cuarto hijo sólo llegó a cumplir un año; la quinta, una hija, vive en Z. y está casada con un funcionario; la sexta, una hija, es soltera y vive en B.; los hijos séptimo, octavo y décimo murieron a edad muy temprana; el acusado mismo es el noveno hijo. Así pues, de los diez hijos hoy sólo viven cuatro. Sobre los padres del acusado no se ha podido averiguar mucho. El padre murió cuando el acusado tenía dos años, en septiembre de 1876, y la madre en diciembre de 1902, el primero de erisipela facial, la segunda de un infarto o una apoplejía. Sobre su padre escribió el acu­ sado en la primera parte de su Autobiografía, en octubre de 1909: «No conocí a mi padre, que murió cuando yo tenía dos años. Es muy poco lo que he oído sobre él, pero ese poco no me per­ mitió forjarme una imagen paradigmática de su persona. Mi madre decía que fue una suerte que muriera. Muchas veces lo he maldecido por haberme traído al mundo. Pero para que no se anoten demasiadas deudas en su haber juzgando al palo por la astilla, quisiera decir que lo único malo que se comentaba de mi padre era: ‘Jakob Wagner es un hombre presuntuoso y descon­ tento, al que más le valdría ocuparse de las labores del campo que pasarse la vida bebiendo cerveza’. Que cada cual juzgue si este es también mi caso». Sobre su madre sabemos algo más por las actas. Parece haber sido una mujer frivola que, tras la muerte del marido, no tardó en mantener relaciones sexuales con otros hombres, y en febrero de 1877, es decir a los cinco meses de morir su marido, se casó con B., un campesino, aun­ que ya por entonces esperase un hijo de P, un guardavías casado que vivía en E. Parece ser que por aquel tiempo también mantuvo relacio­ nes con W., un mesonero que indicó los meses de noviembre y diciem­ bre de 1878 como la fecha en que tuvieron lugar sus encuentros. B. 37

impugnó el matrimonio ya en marzo de 1880; primero llegaron a un arreglo, pero más tarde, en enero de 1881, se divorciaron por adulterio de la mujer. En el expediente del divorcio se lee que la mujer pasó una temporada muy deprimida y quiso quitarse la vida cuando B., su segun­ do marido, intentó repudiarla. Parece, sin embargo, que volvió a tener relaciones con T. cuando B. la perdonó más tarde. Después del divor­ cio, la madre del acusado vivió con gran estrechez. Tuvo que vender parcelas sueltas de la pequeña finca y al final se deshizo también de la casa paterna. Se vio obligada, pues, a mudarse y a poner en marcha un pequeño negocio que, según declaraciones del hijo, sólo daba escasos beneficios. A juzgar por la descripción de Wagner, su madre padecía de migrañas que condicionaban su carácter, era neurasténica y al final llegó a tener un temblor de cabeza permanente. Estos últimos datos fue­ ron corroborados por el hermano de Wagner. El propio asesino llegó a contarme que su madre tenía más bien una concepción melancólica y pesimista de la vida, así como recelo y animadversión hacia los tribu­ nales y las autoridades, y solía quejarse de lo «mal que iba todo» en el seno de la familia. El concejal D. declaró en el interrogatorio que la madre de Wagner nunca «había estado demasiado oprimida», pero «se quejaba todo el tiempo de estarlo». H., el dueño del mesón Zur Rose en R, dijo de ella que había sido una mujer hermética, y el campesino M. declaró que sufría de intensos dolores y temblores de cabeza. Pocas cosas importantes se saben sobre los hermanos de Wagner. Uno de sus hermanos parece un poco adicto a la bebida; durante su interrogatorio llegó incluso a declarar que a veces «coge una buena curda» porque no siempre tiene ganas de trabajar. Y sufre mucho de migrañas nerviosas1. Una de las hermanas escribe sobre sí misma que padece una dolen­ cia cardíaca, tiene que evitar las emociones fuertes y no está en condi­ ciones de asistir a una sesión del tribunal. El acusado nos contó al res­ pecto que esta hermana era muy neurasténica, y también había pasado malas rachas. El maestro de escuela H. se refiere a una declaración de la mujer del acusado sobre la hermana de éste, según la cual es «igualmente jac­ tanciosa» que él. Sobre los demás parientes de Wagner conviene resaltar lo siguien-

1 Por razones obvias, los datos sobre los parientes aún vivos de Wagner se consignan aquí en forma parcial y con suma cautela; en el dictamen judicial eran más detallados.

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te: los abuelos paternos parecen haber sido unos ciudadanos respetables en Eglosheim. El abuelo llegó a ser alcalde del municipio. Por parte materna sólo se sabe que el abuelo, el campesino Chr. R. afincado en R, murió a los 73 años de una fiebre nerviosa, y que su mujer, según decla­ ró el consejero médico F., no era lo que se dice una demente, aunque tampoco era del todo normal, algo que el profesor B. no admite; la defi­ ne como una mujer flemática y hábil. Se sabe con certeza, en cambio, que dos de los hermanos de la madre del acusado, el campesino Fr. R. y el curtidor G. R., eran enfermos mentales, por lo que recibieron trata­ miento durante una temporada en el hospital psiquiátrico X. Parece ser que Fr. R. se recuperó muy pronto, mientras que G. R., cuya enferme­ dad resultó ser incurable, murió a los 43 años, después de padecerla durante 22. Según las actas se trataba sin duda de una dementia praecox (demencia precoz). Fr. R. padecía de una enfermedad mental caracteri­ zada por alucinaciones, megalomanía y delirio de persecución, y pre­ sentaba síntomas inequívocos de catatonía con estupor temporal, recha­ zo de alimentos, negativismo y movimiento convulsivo de los labios; rezaba y cantaba mucho, y le gustaba citar pasajes de la Biblia y versos de canciones. El onanismo desempeñaba un importante papel en sus alucinaciones. El propio Wagner no proporcionó mucha información sobre estos parientes. Sabía muy pocas cosas de ellos y se negó a hablar de su madre en términos desfavorables; le indignaba que se rastrearan cosas tan lejanas ya en el pasado. También le parecía erróneo cualquier inten­ to por descargar una parte de culpa sobre sus antepasados cuando creían descubrir en él alguna tara hereditaria. Se burlaba de los criterios modernos que pretendían responsabilizar a los antepasados de un indi­ viduo de cualquier tara que lo aquejase. Se veía obligado a rechazar de plano, decía, que buscaran en sus padres los motivos de su conducta. Por otro lado hacía hincapié en que tanto él como toda su familia cons­ tituían una estirpe enfermiza que debería desaparecer de la faz de la Tierra. Todos eran, según él, neurasténicos, aunque la debilidad y la enfermedad eran las «mayores taras». Estas constataciones nos permiten, pues, deducir claramente que en la familia del acusado había habido varios casos patológicos. Dos hermanos de la madre eran enfermos mentales, la madre misma era neurasténica y moralmente voluble, padecía de migrañas y tenía un temperamento melancólico y, al parecer, proclive a padecer vagos deli­ rios persecutorios; el padre era veleidoso, inclinado a la bebida, pre­ suntuoso e insatisfecho. 39

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