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Nota a los lectores Nuestras traducciones están hechas para quienes disfrutan del placer de la lectura. Adoramos muchos autores pero lamentablemente no podemos acceder a ellos porque no son traducidos en nuestro idioma. No pretendemos ser o sustituir el original, ni desvalorizar el trabajo de los autores, ni el de ninguna editorial. Apreciamos la creatividad y el tiempo que les llevó desarrollar una historia para fascinarnos y por eso queremos que más personas las conozcan y disfruten de ellas. Ningún colaborador del foro recibe una retribución por este libro más que un Gracias y se prohíbe a todos los miembros el uso de este con fines lucrativos. Queremos seguir comprando libros en papel porque nada reemplaza el olor, la textura y la emoción de abrir un libro nuevo así que encomiamos a todos a seguir comprando a esos autores que tanto amamos. ¡A disfrutar de la lectura!  ¡No compartas este material en redes sociales! No modifiques el formato ni el título en español. Por favor, respeta nuestro trabajo y cuídanos así podremos hacerte llegar muchos más.

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Sinopsis Daniel Mulligan

es duro, gruñón y tatuado, ocultando la conciencia

de sí mismo detrás del sarcasmo. Él nunca encajó, ni en casa en Filadelfia con su padre y sus hermanos mecánicos, ni en la universidad donde sus compañeros de clase de la Ivy League lo menospreciaban. Ahora, está aliviado de tener un trabajo en una pequeña universidad en Holiday, en el norte de Michigan, pero él es un chico de ciudad y está claro que esta pequeña localidad es un lugar más en el que no encajará.

Rex Vale se adhiere a la rutina para mantener a raya a la soledad: afinar su cuerpo musculoso, perfeccionar sus recetas y hacer muebles a medida. Rex ha vivido en Holiday durante años, pero su timidez y tamaño imponente le han impedido conectarse con la gente. Cuando los dos hombres se encuentran, su química es explosiva, pero Rex teme que Daniel sea otro en una larga fila de personas que lo han dejado, y Daniel ha aprendido que dejar que alguien entre, puede ser una debilidad fatal. Justo cuando comienzan a derribar los muros que los mantienen separados, Daniel es llamado a su hogar en Filadelfia, donde descubre un secreto que cambia la forma en que entiende todo.

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Para Anni, quien quería una historia. Esto no existiría sin ti.

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Agradecimientos Profundamente gracias a Anni, que leyó cada capítulo mientras lo escribía y siguió pidiendo más. Nuestras conversaciones sobre esta historia (y muchas otras) fueron siempre la mejor parte de mi día. Gracias por mostrarme lo que es no escribir en el vacío. Para las damas de DIRGE, los lectores más inteligentes que conozco. Gracias por dar el salto conmigo; como siempre, hicieron todo más divertido. A mis primeros lectores, algunos de los cuales leen esto en trozos impresos en la parte posterior de las cosas, muchas gracias por su entusiasmo sobre esta historia, incluso cuando no era necesariamente su taza de té. A Judith y Ellen por ser tan emocionadas, obstinadas como lectoras, y por las conversaciones sobre el amor (en su mayoría ficticias). Muchas gracias al equipo de Dreamspinner por todo su arduo trabajo. Desde punto y coma hasta diseño de portada, su profesionalismo y apoyo han hecho de este viaje una alegría. A mis padres por ser lectores de mente abierta, por escucharme hablar acerca de mi “proyecto secreto” durante meses antes que les dijera lo que era, y por tomarme en serio cuando les dije. Para mi maravillosa sabia hermana. Esta puede ser la primera historia que otras personas están viendo, pero las has escuchado todas. Gracias por ser infatigablemente entusiasta con todo lo que escribo y siempre dispuesta a discutirlo. Ruidosamente. En público. Sobre nachos y cerveza. Y a Dorian Gray, por acurrucarse y estirarse alternativamente a mi lado (o en mi computadora) según la situación lo requiriera.

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Capítulo 1 Febrero Tiro mi bolso por la puerta de mi auto alquilado y prácticamente me arrojo después. Una vez que la puerta se cierra de manera segura, me dejo caer en el asiento, cierro los ojos y maldigo a todo el estado de Michigan. Si Michigan no existiera, entonces no estaría sentado en un automóvil de alquiler en el borde del pequeño campus de Sleeping Bear College, teniendo una crisis prematura de mediana edad a los treinta. Acabo de pasar el día siendo entrevistado para un trabajo en Sleeping Bear, una pequeña universidad de artes liberales de la que nunca había oído hablar hasta hace seis meses. Mi entrevista salió bien, mi demostración de enseñanza fue aún mejor, y estoy bastante seguro que nunca dejé que mis puños se deslizaran para mostrar mis tatuajes. Pude ver que me querían y parecían entusiasmados con contratar alguien joven para ayudarlos a construir el departamento. Mientras hablaban de estudios

independientes

y

especialidades

duales,

yo

catalogaba

mentalmente todos los juegos de palabras de oso1 que podía. Por supuesto, lo que pensarían si descubrieran que en lugar de la universidad las dunas cercanas y el animal que les da nombre, asocio el pecho peludo de los osos y sus aires pesados con hombres grandes que beben cerveza, no puedo decirlo. He estado trabajando duro para llegar a donde estoy hoy, y todo lo que puedo pensar es que soy un fraude. No soy profesor de inglés. Sólo

Le viene por asociación debido al nombre del Colegio Sleeping Bear que significa Oso durmiente. 1

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soy un punk maricón de Filadelfia con el que los chicos listos se metieron. Pregúntale a mi ex. Pregúntale a mi padre. Pregúntales a mis hermanos, especialmente. Dios, ¿qué demonios estoy haciendo aquí? Sleeping Bear es la única universidad donde conseguí una entrevista y está en medio de la nada, cerca de un lugar llamado Traverse City (que definitivamente no es una ciudad, basado en cualquier cosa que haya visto). Tuve que conducir durante casi cuatro horas después de volar a Detroit para llegar aquí. Podría haberme acercado con un vuelo de conexión en un pequeño avión, pero que me aspen si la primera vez que volaba me iba a estrellar contra uno de los Grandes Lagos. No, el viaje por tierra era lo suficientemente bueno para mí, incluso si el vuelo, el coche de alquiler y el traje que compré para la visita me metían aún más profundamente en el agujero que antes. Al menos me ahorré cien dólares para ir de Detroit a Filadelfia mañana por la noche. Me estremezco cuando pienso en cómo será la factura de mi tarjeta de crédito este mes. Menos mal que puedo apagar la calefacción en mi apartamento en unas pocas semanas, cuando superen los cinco grados. No es como si hubiera alguien allí excepto yo. Mis amigos de la escuela nunca quieren venir a mi vecindario, alegando que es más conveniente ir a lugares cercanos al campus. Richard, mi ex, no sería atrapado ni muerto en mi apartamento, al que se refería como ‘la casa del crack’. Y solo veo a mis hermanos y a mi papá en su taller de autos. Aún así, me encanta Philly2; He vivido allí toda mi vida. Mudarme, especialmente al medio de la nada, bueno, incluso pensarlo me está volviendo loco.

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Filadelfia.

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Ahora, todo lo que quiero es volver a mi maldito cuarto de motel, pedir una pizza y quedarme dormido frente a la maldita televisión. Suspiro y enciendo el auto de alquiler que no puedo pagar. Tengo que admitir, sin embargo, que el camino de la escuela a mi motel es hermoso. Todos los hoteles cerca del campus son lindos (léase: caros) de esos de cama y desayuno, así que reservé en el Motel 6 fuera de la ciudad. Es un camino de dos carriles que parece seguir la línea de árboles. A mi izquierda están los campos y el ocasional camino de tierra con señales que no puedo leer en la oscuridad. Dios, me muero de hambre. No he comido desde un mal pensado sándwich de huevo de Dunkin’ Donuts en el aeropuerto. Hace mucho frío hacia el norte, pero de todos modos abro la ventana para respirar el olor dulce del aire fresco y los árboles. Es realmente muy tranquilo aquí. Tranquilo. No es algo a lo que estoy acostumbrado, estar tranquilo, quiero decir. La biblioteca está tranquila en medio de la noche, claro. Pero en la ciudad siempre hay ruido. Esta es una tranquilidad que se siente como el agua y los árboles y, bueno, la naturaleza, supongo, como la vez que mis padres nos llevaron a la costa de Jersey cuando éramos niños y me escondí bajo el paseo marítimo lejos de las multitudes, escuchando el sonido abrumador del océano y el crujido de los muelles. ¿Y paz? Bueno, jamás hubo paz. Si no era uno de mis hermanos gilipollas el que empezaba conmigo, fue mi padre descubriendo que era gay. Por supuesto, más tarde, mi falta de paz llegó en la forma de Richard, mi ex, quien, mientras estábamos juntos, aparentemente estaba durmiendo con todos los hombres homosexuales de la Universidad de Pennsylvania.

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Mis manos se aprietan en el volante cuando me imagino a Richard, su hermoso rostro con una expresión de arrogante condescendencia mientras me nivelaba con una sonrisa nauseabunda. —Vamos, Dan —dijo— ya habíamos discutido esto antes, ¿quién sigue creyendo en la monogamia? No seas tan burgués. —Y―. No es que seamos exclusivos. ―Eso fue después de haber estado juntos durante dos años, o eso creía yo, y lo llevé a la boda de mi hermano Sam. De todos modos, odio que me llamen Dan. Aprieto los dientes y me obligo a respirar profundamente. Basta de pensar en Richard. Me prometí a mí mismo. Miro hacia abajo al trozo de papel donde garabateé las indicaciones a mi motel. Casi puedo saborear el queso mantecoso y la corteza de la pizza crujiente y mi estómago gruñe. Cuando miro arriba un segundo más tarde, algo se lanza a la carretera frente a mí. Me desvío con fuerza hacia la derecha, pero oigo un gemido enfermizo el segundo antes que el auto se estrelle contra un árbol. *** Todo lo que puedo ver es la oscuridad, hasta que me doy cuenta que cerré los ojos antes de golpear el árbol. Los abro lentamente, esperando ver hacia abajo y ver que mis piernas se han ido o algo así, como en una de esas películas de guerra que mi hermano siempre está mirando, donde estalla una bomba y el soldado piensa que está bien, riendo y sonriendo, hasta que el polvo se aclara y mira hacia abajo y no tiene cuerpo inferior. Entonces el dolor me golpea. Es como la conciencia

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física en las caricaturas: no estamos heridos hasta que nos damos cuenta que podemos estarlo3. Pero mis piernas están allí, como todo lo demás. Hago un estiramiento rápido, pero aparte de un poco de dolor en el lugar donde se trabó el cinturón de seguridad, en realidad me siento bien. El coche, sin embargo, es otra historia. Ya veo que no voy a salir de aquí. Abro la puerta y me deslizo, un poco inestable al ponerme de pie. Y luego lo oigo. Un terrible lloriqueo. Joder, ¿qué hice? La oscuridad parece haberse asentado de repente y es difícil ver el camino. Doy unos pasos cautelosos hacia el ruido, y luego lo veo. Un perro. Un perro marrón y blanco que no parece mucho mayor que un cachorro, aunque ya es bastante grande. No sé nada de perros, no tengo idea de qué tipo es. Pero definitivamente está dolorido. Parece que le rompí la pierna cuando lo golpeé. —Joder, joder, joder —digo. El perro está gimiendo, sus grandes ojos castaños se abren de dolor—. Joder, perro, lo siento mucho —le digo y extiendo una mano para tratar de calmarlo. Mientras alcanzo su cabeza, sin embargo, gruñe y levanto mi mano hacia atrás. —Lo sé, perro, lo siento. No voy a hacerte daño. Aguanta.

Muchas de las películas animadas más famosas de Estados Unidos, en particular las de los estudios Warner Bros. y Metro-Goldwyn-Mayer, desarrollaron inconscientemente un conjunto relativamente consistente de tales "leyes" que se han convertido en una realidad en la animación cómica. Por lo general, involucran cosas que se comportan de acuerdo con cómo se ven los personajes de dibujos animados, o lo que los personajes esperan, en lugar de cómo son objetivamente. En un ejemplo común, cuando un personaje de dibujos animados corre por un precipicio, la gravedad no tiene efecto hasta que el personaje se da cuenta. 3

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Me apresuro a regresar al auto para buscar mi teléfono e intento llamar a información para poder encontrar un veterinario de emergencia, pero no puedo recibir ninguna señal aquí. Pongo el auto en punto muerto y trato de alejarlo del árbol lo suficiente para poder mirar debajo del capó. Crecer en un taller significa que no puedes evitar saber cómo arreglar los autos, incluso si no quieres entrar en el negocio familiar. Pero no hay manera. El chasis debe haberse enganchado en las raíces del árbol o algo así. Agarro mi bolsa y la coloco sobre mi hombro, y vuelvo a donde está el perro, todavía gimiendo. No puedo dejarlo aquí. Será atropellado por un automóvil en la oscuridad. O, peor aún, se quedará aquí solo, aterrado y con dolor. El sonido que está haciendo está destrozando mi maldito corazón. No puedo creer que hice esto. Cristo, ¿cómo llegué aquí? Me acerco al otro lado del perro y paso suavemente las yemas de mis dedos sobre el suave pelaje de su cabeza. Se queja, pero no gruñe. Sigo acariciándola, hablando en voz baja mientras paso mi brazo por debajo. —Está bien, perro, estás bien. No te preocupes, te tengo. Todo va a salir bien. —Digo cosas que no he oído desde que mi madre las decía cuando era pequeño. Palabras que son consuelo pero que no significan nada. Ruedo al perro en mis brazos y gime y gruñe mientras empujo su pierna lastimada. Lo acurruco cerca de mi pecho para mantenerlo inmóvil y trato de pararme sin caerme y lastimarlo más. Solo caminaré un poco. Tiene que haber una estación de servicio, una casa o algo así, ¿verdad? Solo le pediré a alguien que llame a un veterinario. Demonios, tal vez esto es lo que hace la policía en un pueblo como este. ¿Rescatar perros que se

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atascan en árboles, o algo así? No, espera, esos son los gatos. Los gatos se atascan en los árboles. ¿Correcto? Camino por lo que se siente para siempre. El perro se ha quedado callado, pero puedo sentirlo respirar, así que al menos sé que no está muerto. Lo que sí, sin embargo, se está poniendo pesado. Me detengo por un segundo para verificar si tengo servicio telefónico por lo que se siente como la millonésima vez. No he encontrado una sola estación de servicio y no estoy seguro de cuánto tiempo más puedo caminar. —Está bien, perro; está bien —digo de nuevo, pero mi voz es tan temblorosa como mis piernas y, en realidad, no es el perro con el que estoy hablando. Todavía no hay servicio. Mierda. Luego, a mi derecha, veo una luz. Un rayo de luz tembloroso que se está acercando. Justo cuando me pongo a la altura de la luz, un hombre sale del bosque. Me alejo de la forma grande, y el perro gime suavemente. El hombre se ve enorme y la forma en que brilla la linterna es cegadora. Mi corazón late fuertemente en mi garganta. Este tipo podría hacerme pedazos. Cuadrando los hombros y colocando mis pies para que me vea lo más grande posible, planeo cómo puedo dejar al perro abajo sin lastimarlo más si tengo que luchar. O correr. Entonces una voz cálida rompe el silencio que dejó de sentirse tranquilo en el segundo que me desvié. —¿Estás bien? Su voz es profunda y un poco ronca. Durante medio segundo, todos los juegos de palabras sobre osos que estaba haciendo antes bailan en mi cabeza y me río. Sin embargo, lo que sale suena más como un chillido histérico.

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—¿Te importa? —digo, entrecerrando los ojos y esperando que mi voz suene más amenazadora que el ruido que acabo de hacer. Él baja la linterna inmediatamente y camina hacia mí. Doy medio paso hacia atrás automáticamente. Todo lo que realmente puedo ver en la oscuridad, con el fantasma de la linterna dejando manchas en mi visión, son unos hombros macizos vestidos a cuadros. —¿Estás bien? —pregunta el hombre de nuevo, y extiende una mano mientras toma los últimos pasos lentos hacia mi lado. Asiento rápidamente. Su mano es enorme. —Yo, um. Se agacha y me mira a la cara. No sé qué ve allí, pero su postura cambia, la mayor parte de él se ablanda ligeramente. —No quise hacerlo —trato de explicar cuando está claro que no es una amenaza—. Solo, salió de la nada y no pude... —Me detengo mientras él ilumina al perro con la linterna. Se queja y lo acerco a mí, de repente inseguro—. Traté de encontrar un veterinario, pero no puedo obtener una señal y mi auto golpeó un árbol por lo que no pude conducir y yo... —¿Tuviste un accidente? ¿Estás herido? —No, quiero decir, no lo estoy. Yo... mi coche está jodido. ¿Tienes un teléfono? ¿Puedes llamar a un veterinario? —No hay veterinario —dice—. Nada está abierto tan tarde. —Es quizás a las 7:00 p.m. —Por favor —le digo—. No puedo dejarlo morir. ¡Mierda! ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No puedo creer que... —Me detengo cuando

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puedo decir que mis siguientes palabras no serán nada que quiera que escuche un extraño. —Ven conmigo —dice el hombre, se da vuelta y camina hacia el bosque. ¿Qué demonios? —Um —le digo. ¿Se supone que en realidad debo seguir a un total desconocido al bosque? ¿En la oscuridad? ¿En el medio de la nada? ¿En Michigan? Sé que los estereotipos sobre los caníbales que viven en el bosque y comen a turistas confiados son solo eso: estereotipos. Tal vez he visto El despertar del diablo muchas veces, pero aún así. ¿No es un hecho estadístico que la mayoría de los asesinos en serie provienen del Medio Oeste? Mientras estaba distraído por el perfil regional del hombre, él regresó del bosque y ahora está de pie justo enfrente de mí, lo suficientemente cerca como para poder ver su cara. Tiene el pelo y los ojos oscuros, y una nariz afilada. Eso es todo lo que puedo ver en la oscuridad. Pero él es definitivamente mucho más joven de lo que asumí. Su voz baja sonaba más vieja, pero parece que está en sus treinta y tantos años. Y de cerca, es inmenso, con hombros enormemente anchos, brazos poderosos y caderas anchas: cuánto de eso es carne y cuánto franela queda por verse. Es casi una cabeza más alto que yo, y no soy bajo. —Tienes que venir conmigo —dice, y su voz sugiere que está considerando el hecho de que podría ser un idiota. —Er, claro —le digo, pensando que si lo peor llega a ser lo peor, al menos puedo correr; tengo que ser más rápido que este chico, ¿verdad? Doy un paso experimental hacia él y, como a veces sucede cuando descansas después de un esfuerzo, casi caigo sobre mi cara, ya que mi cuerpo tarda más en despertarse que mi cerebro. El hombre me atrapa

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con una sola mano bajo el codo y me estabiliza. Mierda, eso fue vergonzoso. —Aquí —dice—. Déjame llevar al perro. Toma esto. Se encoge de hombros y me entrega algo. Tardo unos segundos en procesar la forma desconocida en la oscuridad. —¿Esto es un arma? —Sí —dice. —¿Por qué tienes un arma? —pregunto con cautela. Aunque, supongo que debería estar seguro porque me lo está entregando y no apuntándome. —Para cazar —dice con naturalidad. —Correcto —le digo. Caza. Michigan. Michigan. Él establece suavemente lo que solo puedo asumir es un rifle en el suelo junto a mí. —Permíteme. —Él desliza sus manos debajo del perro. Sus manos son enormes, cubriendo prácticamente todo mi estómago mientras las pasa bajo mis brazos—. Lo tengo —dice. —No sé si es un chico —le digo—. No sé nada acerca de los perros. Quiero decir, supongo que habría podido darme cuenta mirando, pero no lo pensé. Pero es muy común que los pronombres masculinos se refieran a cosas de género indeterminado. —Cristo, estoy balbuceando. Ladea la cabeza hacia mí y se aleja. Tomo la correa del rifle con cautela y salgo tras él, manteniéndome lo más lejos posible del gatillo.

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Con la suerte que tengo hoy, tropezaría y terminaría disparándole al hombre. O a mí mismo. O, mierda, probablemente al perro. *** —Dame las tijeras —dice el hombre. Estoy acariciando la cabeza del perro e intentando subrepticiamente no mirar la pierna del pobre, que el hombre ha determinado que está rota. Su casa estaba a sólo diez minutos a pie de la carretera. Le entrego las tijeras y examino su rostro a la luz de la lámpara. Me digo a mí mismo que es solo porque prefiero mirar a cualquier lugar que no sea la pierna del perro. Aunque tiene una muy buena cara. Pómulos fuertes y altos y nariz recta; cejas rectas y oscuras, una con una cicatriz blanca que la divide, y cabello castaño oscuro que se ondula ligeramente. Sus ojos son más claros de lo que pensaba en el bosque: una especie de whisky marrón que parece casi dorado a la luz. Tal vez uno sea un poco más estrecho que el otro, pero no ha hecho contacto visual conmigo durante el tiempo suficiente para estar seguro. Su boca se fija en una lúgubre línea de concentración mientras trabaja, pero es suave y generosa. No ha sonreído todavía, pero probablemente tiene una bonita sonrisa. Se había quitado la capa exterior de franela mientras colocaba al perro en la mesa de la cocina. Era una chaqueta abultada y acolchada, pero incluso sin ella, es enorme, sus hombros y los músculos de sus brazos aprietan su camisa de franela azul y gris. Se subió las mangas para revelar una camiseta blanca de punto que es demasiado corta en las mangas, exponiendo muñecas gruesas y antebrazos poderosos. Sus enormes manos son suaves con el pelaje del perro y no puedo evitar imaginarme cómo se sentirían en mi piel. Lo que sería estar entre esas

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manos, ser envuelto. Mi mano aprieta el pelaje del perro y me obligo a relajarme mientras hace un quejido. —Ella es una niña, por cierto. —Su voz me sobresalta y lo miro a los ojos, rezando para que no pueda leer en mi cara lo que he estado pensando. Lo último que necesito es que el periódico local de mañana, si es que tienen un diario en esta ciudad, lleve una historia que diga: ‘Visitante gay fue encontrado golpeado hasta la muerte en la cabaña de un hombre hetero local injustamente guapo. La policía asume que hubo pánico marica después de que un gay de fuera de la ciudad se le insinuó a un heterosexual’. —¿Eh? —digo. Él traga, como si no estuviera acostumbrado a hablar. —El perro. Tenías razón, ella no es un chico. —Le da una palmadita al perro con suavidad y la levanta, depositándola en un nido de mantas frente a la chimenea. —Oh —le digo—. Genial. —Me paro y lo sigo. Me doy cuenta de que estoy asintiendo compulsivamente y me obligo a detenerme. Arroja una larga cerrilla al periódico y se enciende debajo de los troncos en la parrilla. —¿Crees que va a estar bien? —El fuego consume el papel y hay un delicioso olor a tierra cuando la corteza de los troncos comienza a crepitar. Con el fuego encendido, se vuelve hacia mí. —Creo que sí. Si ella puede mantenerse fuera de esta pierna esta noche, mañana la llevaré a la ciudad. Haré que el veterinario la revise para detectar lesiones internas.

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De repente estoy tan aliviado que me mareo un poco. No maté a nadie. No lastimé al pobre perro más allá de la curación. No soy un completo desastre. —Whoa —dice. En un paso, él está allí, agarrándome por los hombros para mantenerme en posición vertical. Mi visión es un poco borrosa y parpadeo hacia él. Dios, es guapo. Sus cejas se fruncen de preocupación, sus ojos se entornan—. Lo siento —dice, mirando hacia abajo—. Debería haberme asegurado que no te hiciste daño. —No, estoy bien —le digo, saliendo de debajo de sus manos. —Estuviste en un accidente de coche. Ven aquí. —Se pone detrás de mí y me pone las manos en los hombros, guiándome hacia el baño. Cuando él gira el interruptor, me estremezco ante la dura luz después de estar tanto en la oscuridad. En el espejo, puedo ver por qué está preocupado. Mi cabello negro está desordenado y tengo una mancha de sangre del perro en la mejilla. Un moretón ya está saliendo en mi frente, aunque ni siquiera recuerdo haber golpeado mi cabeza. Parpadeo ante mi reflejo. Mis pupilas son enormes, incluso con la luz brillante, dejando solo un delgado anillo de color verde a su alrededor. Me está mirando en el espejo, sus ojos claros fijos en los míos. Puedo olerlo detrás de mí: humo de leña y lana húmeda y algo ligeramente picante, como desodorante. O bien, supongo que en el bosque podría ser en realidad pino. Puedo sentir el calor que él está emitiendo y me recuerda lo frío que estoy. Me da la vuelta por los hombros de nuevo, como si fuera mi timón. Me estremezco. Dejé caer el abrigo junto a la puerta, pero aunque todavía hacía frío afuera, sudé a través de la camisa y del traje mientras llevaba al perro, y ahora se han puesto fríos y pegajosos. La corbata que

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tomé prestada de mi hermano, Sam, y la nueva camisa blanca que compré para mi entrevista están manchadas de sangre. —Mierda. —Apenas me atrevo a tocar la sangre. Mientras me froto un poco más fuerte, me estremezco, dándome cuenta que me duele el pecho. —¿Llevabas puesto el cinturón de seguridad? —¿Eh? —Siento que estoy procesando todo cinco segundos después de que él lo diga―. Oh sí. Él desliza la chaqueta de mi traje fuera de mis hombros y comienza a desabotonarme la camisa. —Um —murmuro. Él me quita la mano y me saca la camisa. Cuando miro hacia abajo, puedo ver un moretón morado en la forma de mi cinturón de seguridad. Bien, es bueno saber que funcionó, supongo. El moretón es largo, desapareciendo en los tatuajes que cubren la mayor parte de mi torso. —Dime si es particularmente sensible en cualquier lugar. —Sondea la longitud del moretón con suavidad. —No, está bien —digo, mitad porque es verdad y mitad porque no puedo pensar con sus dedos en mi piel. Sus manos son cálidas como a veces lo son en los tipos grandes, gran circulación, supongo. —No esperaba eso —dice, señalando mis tatuajes. Es gracioso. Cualquier persona que me encuentre cuando me visto profesionalmente se sorprende al descubrir que tengo tatuajes, pero cualquiera que me conozca de mi vida real, en conciertos, cafeterías o simplemente a mi alrededor, cree que mi vestimenta profesional se ve fuera de lugar.

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Me encojo de hombros y él me da una rápida ojeada, buscando otros moretones. —Quítate los pantalones. —Oh, um, yo... —Me alejo hacia atrás, apartándome de él. No hay manera que pueda mantenerlo todo junto frente a este hermoso hombre casi desnudo—. Tal vez, ¿podría simplemente tomar una ducha? Él no dice nada, pero abre el agua y toma una toalla de un estante en la pared. Es verde bosque. Parece que todo sobre él y esta casa es verde y marrón. Terroso. —Aquí, dame tu ropa —dice—. Te conseguiré algo mío para usar. Cuando se va, me quito los zapatos de vestir, tratando de no notar que cualquiera que mirase podría ver que las suelas están casi gastadas, pero que están pulidos hasta brillar como un espejo, o, al menos, lo estaban antes de mi viaje por el bosque. Zapatos nuevos de cinco dólares: eso es lo que mi papá siempre llamaba al lustrabotas. Él golpea un minuto más tarde y me entrega un bulto con pantalones de chándal cuidadosamente doblados y una camiseta. Luego me da una bebida. —Pensé que podrías usar algo para calentarte. Lo huelo. Whisky. Lo bajo como un shot. —Gracias. Él sale del baño y me desnudo y camino bajo el agua caliente con un suspiro.

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No puedo permitirme pensar más en este día de mierda, mucho menos en el hecho de que estoy en la ducha de un desconocido que puede o no estar a punto de matarme y envolverme en esta cortina de ducha, o la voy a perder. En cambio, pretendo que Ginger me está dando una conversación severa porque, a diferencia de la mía, las conversaciones de Ginger a veces funcionan. Ginger me diría que tomara un maldito trago, así que estoy bien en eso. Entonces probablemente sería algo como esto: Yo: Estoy teniendo una crisis nerviosa. No tengo ni idea de lo que debería estar haciendo con mi vida. ¿Qué pasa si mi padre tiene razón y la academia es para los gilipollas que piensan que son mejores que los demás pero nunca trabajaron ni un día en sus vidas? Ginger: Tu padre es un maldito idiota. Nosotros lo sabemos. En primer lugar, no tienes que saber lo que estás haciendo con toda tu vida. Sólo lo que estás haciendo ahora mismo. Y ahora mismo, estás siendo profesor. Segundo, no crees que eres mejor que todos. Tercero, has trabajado duro toda tu vida. Yo: Está bien, pero ¿qué pasa si Richard tiene razón y no soy lo suficientemente inteligente como para hacer esto? Quiero decir, no era lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de que estaba teniendo sexo con aproximadamente el 10 por ciento de Filadelfia, aunque todos los demás lo sabían. Ginger: Richard es un jodido idiota. Además, parece una versión aburrida de un modelo de Abercrombie y Fitch. Odias esa mierda americana. Solo saliste con él porque estabas inseguro de ser el único en Penn cuyos padres no eran profesores. Te sentiste halagado cuando él quería salir contigo porque pensabas que eso significaba que eras inteligente. Bueno, tú eres inteligente, pero eso fue una estupidez. Eres lo

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suficientemente inteligente como para ser profesor; por eso vas a conseguir este trabajo. Yo: Maldita sea, Ginge, este lugar es ridículo. Probablemente soy el único marica en un radio de 160 kilómetros. Hay un parque cerca de aquí llamado Gaylord, y apuesto a que nadie piensa que es gracioso. En serio, si consigo este trabajo tendré que ser célibe. Hasta que un lindo y pequeño estudiante gay me atrape en un momento de debilidad, después que no haya tenido sexo en diecisiete años, y entonces seré despedido por conducta inapropiada, o encarcelado por acoso sexual. Ginger: Mira, chico, estás dando vueltas sobre Quizás y estás pensando demasiado, como siempre. Solo ve qué es este trabajo antes que estés tan seguro que no tienes nada que ofrecerle. Monta la ola. Además, ya conoces las estadísticas. No me importa si es el camarero, su contador o el leñador; tiene que haber homosexuales, incluso en ese pequeño pedazo de Minnesota abandonado por Dios. Yo: Michigan. Ginger: Lo que sea, calabacita. Ella tiene razón, como de costumbre. Y, por supuesto, su mención de los leñadores me hace volver a... mierda, ni siquiera sé su nombre. *** Regresé a la sala de estar, levantándome los pantalones deportivos prestados en un intento de no tropezar y suicidarme. Las mangas de la camiseta llegan más allá de mis codos. Es como cuando solía tener que usar las cosas de mis hermanos mayores, solo que peor porque no me preocupaba lucir atractivo frente a mis hermanos, que me habrían dicho que me veía como una idiota sin importar lo que usara. Por supuesto,

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tampoco tiene sentido preocuparse por cómo me veo frente a este hombre, ya que no parece que a un hombre heterosexual muy masculino le vaya a importar. Sin embargo, estas ropas tienen una ventaja sobre las de mis hermanos: mientras que las prendas de mis hermanos olían a sudor rancio bajo la lejía de uso industrial, estas olían a suavizante de telas y cedro. Cuando paso junto al fuego, el perro levanta los párpados y me mira con sueño, pero no se mueve. Puedo escuchar el ruido de la cocina. —¿Cómo te llamas? —pregunto a la ancha espalda del hombre, donde está inclinado sobre el fregadero, lavando un plato. Los músculos de su espalda y hombros se tensan, como si lo sobresaltara. Se da vuelta y sus ojos van inmediatamente a mis caderas. —Esas cosas se caerán de ti —dice—. Ven aquí. —Rebusca en un cajón al lado del fregadero. Quédate quieto, insisto a mis fantasías, mientras me acerco a él. Lo último que necesito es tener una erección en los pantalones de este tipo y que me patee el trasero. No es que fuera la primera vez. Se agacha, recoge el exceso de tela alrededor de mis caderas, lo dobla y luego lo sostiene con una pinza de encuadernación. Debo parecer confundido porque se encoge de hombros y murmura: —Los uso para sujetar cosas. —Gracias —digo, y me levanto un poco las mangas de la camiseta para no parecer un niño. —¿Cuál es el tuyo?

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—¿Eh? Oh, yo soy Daniel. —Extiendo una mano hacia él en un gesto extrañamente profesional, como si no hubiéramos estado juntos durante una hora, como si no se hubiese limitado a sujetar la cintura de mis pantalones de chándal prestados. Pero él solo toma mi mano en su gran palma y la sacude con firmeza. Dios, sus manos son tan cálidas. —¿Y? —pregunto de nuevo. —Rex —dice, y agacha la cabeza con un poco de timidez. Rex. King. Le queda bien. —Supongo que debería irme —le digo, haciendo un vago gesto hacia la puerta—. Oh, mierda, mi auto, tengo que llamar a alguien, y ni siquiera me registré en mi hotel todavía, así que necesito... —Dios, estoy cansado. —Me encargué de eso —dice Rex, volviéndose hacia el fregadero—. Toma, ¿quieres otro trago? Parece que podrías necesitarlo. —Vierte otro whisky y me lo ofrece. —Gracias. ¿A qué te refieres con que ya te ocupaste de eso? —Tomo este whisky un poco más lento. Mi cabeza se siente como si estuviera llena de algodón. —Llamé a alguien y remolqué tu auto. Era de alquiler, ¿verdad? — Asiento—. Entonces, puedes recoger uno en el aeropuerto. Está justo cerca de aquí. —El alivio me inunda al saber que no tendré que manejar eso. Ni siquiera puedo recordar la última vez que alguien se hizo cargo de algo por mí. —Gracias —le digo, y puedo escuchar el alivio en mi voz. Termino el whisky en mi vaso y lo extiendo sin pensar para que lo vuelva a llenar.

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Rex me da un divertido gesto de asentimiento y vuelve a llenar mi vaso, vierte uno para sí mismo y luego me señala la sala de estar. Me hundo en el sofá a cuadros verde de Rex y me cubro con la manta de franela azul. El sofá se sumerge con su peso cuando se sienta a mi lado, entonces abro los ojos. A la luz del fuego, él es un dios. Las llamas parpadean sobre los planos de su rostro y las líneas rectas de sus cejas, crean una sombra debajo de su labio inferior, convierten su rastrojo en terciopelo y sus ojos en oro fundido. Retiro el resto de mi bebida y dejo el vaso. No puedo apartar la mirada de él. Me está mirando con calma y puedo olerlo en la manta en la que estoy envuelto. Algo me está sucediendo. Es como si un imán me atrajera hacia él y estoy en peligro real de hacer un movimiento idiota con un extraño, en una cabaña en el bosque, cuando nadie sabe dónde estoy. De acuerdo, ahora es cuando necesito recordarme todos esos estereotipos de caníbales asesinos en serie rurales. ¡Recuerda El despertar del diablo, Daniel! ¡La masacre de Texas! O, de manera más realista, solo necesito centrarme en cuánto duele realmente recibir un golpe en la cara, que es lo que probablemente sucederá si me acerco más a Rex que al otro lado del sofá. Me aclaro la garganta y sacudo la cabeza, tratando de desterrar la niebla que se ha apoderado de mí. —¿Todo lo que has hecho es a cuadros escoceses? —No —dice Rex—. Algunos de ellos son simplemente franela. Empiezo a reírme y no puedo parar, aunque no sea particularmente divertido. De repente, me doy cuenta de lo que debería haber sido obvio:

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estoy borracho. Tomé tres whiskies después de sufrir un accidente automovilístico y no he comido desde el desayuno. ¿Se da cuenta Rex? —¿Cuándo fue la última vez que comiste? —dice. Sí, creo que él se dio cuenta. Y casi no me importa. Es tan agradable y cálido aquí, tan acogedor. Nadie que conozca está aquí para presenciar la posibilidad de verme perder mi mierda en Holiday, Michigan. Nadie tiene que saber que atropellé a un perro. Y nadie aquí sabe que en aproximadamente un mes me desalojarán si no puedo hacer un montón de horas extras en el bar para poder pagar el alquiler. Nada de eso importa mientras esté caliente y borracho aquí, en la tierra de la franela y la madera. De repente, el medio de la nada parece ser el mejor lugar en el que podría estar. *** Debo haberme quedado dormido por un minuto, porque cuando me despierto, Rex está de pie sobre mí sosteniendo un sándwich. —Daniel. Me incorporo un poco y le quito el plato. —Oh, sí. —¿Qué estás haciendo aquí? Miro alrededor de la habitación, mi cabeza todavía está espesa. No, Daniel, quiere decir en la ciudad. No te desanimes. —Tuve una entrevista de trabajo. En el Sleeping Bear College. — Doy un mordisco al sándwich y me siento un poco mal, como a veces hago si espero demasiado para comer. Pero el segundo bocado es el cielo.

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—¿Qué tipo de mermelada es esta? —pregunto. —Baya mezclada. —Es bueno. —¿Para qué fue tu entrevista? —Para enseñar en el departamento de inglés. —Las palabras hacen que mi estómago se contraiga con ansiedad. O tal vez eso es sólo la mantequilla de maní. —¿Eres profesor de inglés? Pareces muy joven. —Sí. Bueno, técnicamente, todavía soy un estudiante graduado, pero si consigo el trabajo, comenzará en el otoño y defenderé mi tesis en el verano, entonces seré profesor. Es gracioso que pienses que soy más joven de lo normal. La mayoría de las personas, cuando escuchan que estoy en una escuela de posgrado, dicen: ‘Oh, así que eso te llevará, ¿qué, dos o tres años?’ Y diré, ‘No, más bien como siete u ocho’, y piensan que es una locura porque han visto programas de televisión donde todos los personajes tienen tres doctorados cuando tienen veintitrés años. Es poco realista y propaga desinformación total acerca de la educación superior. Me vuelve loco. —Una tesis. Ese es el libro que escribes para obtener tu título, ¿verdad? —Rex parece estar escuchando, a pesar que me he lanzado en una diatriba de la escuela de posgrado. —Sí. He estado trabajando en ello durante cinco años. —Además de enseñar todos los semestres, ser barman los fines de semana, solicitar becas y, recientemente, solicitar cincuenta y seis puestos de trabajo en todo el país, es decir.

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—¿De qué se trata? —Oh, es aburrido; no quieres escuchar eso —le digo. —Bien, si crees que no lo entenderé —dice Rex, y su mandíbula se tensa. —No, no, eso no es lo que quise decir. Yo sólo... nadie que no esté escribiendo una disertación quiere oír hablar de ellos. Demonios, incluso las personas que los escriben realmente no quieren saber nada de ellos; solo preguntan para que les preguntes a cambio. ¿De verdad quieres saberlo? —Pregunté, ¿verdad? —Um, sí. Bueno, yo estudio literatura norteamericana del siglo XIX y principios del XX. Básicamente, estoy escribiendo sobre autores de ese período que utilizan el realismo social para explorar los diferentes modelos de teoría económica disponibles. Entonces, algunos de ellos criticaban al capitalismo, pero no ofrecían nada en su lugar; algunos eran radicalmente anarquistas; algunos eran marxistas acérrimos; pero todos usaron sus escritos para explorar los efectos de esos diferentes modelos. Rex está mirando en el fuego. —Lo siento. Te estoy aburriendo. Eso fue tan geeky. Esto no es realmente interesante para nadie excepto para mí. No debería... —No me aburres —dice Rex—. Sigue. Tiene una voz baja y autoritaria que me hace olvidar que existe cualquier posibilidad, excepto hacer lo que él dice. Así que sigo. Le cuento sobre los libros, sobre la vida de los autores; antes de darme cuenta, estoy

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hablando de naturalismo literario y de crítica materialista marxista, y de despotricar sobre el mercado laboral. Nunca hablo tanto, con nadie más que con Ginger. Y Rex parece interesado. Él no parece pensar que soy un friki total o un imbécil pretencioso. O tal vez solo siente pena por el idiota chico de la ciudad que se aisló en el norte de Michigan, casi mata a un perro y actualmente está borracho con pantalones de chándal de un extraño en una cabaña hecha de tela escocesa y franela. Me calmo. —Entonces, ¿crees que obtendrás el trabajo? —pregunta. —Sí —le digo, y suspiro. —¿Qué, no lo quieres? —Bueno, necesito un trabajo —le digo—. Necesito el dinero, seguro. Y, sin importar qué, puedo usar esta posición como un trampolín para otro trabajo si aparece uno mejor. Y en realidad es una buena opción para mí, ya sabes. Puesto que, no quiero dar conferencias a trescientas caras desconocidas en una gran universidad. Me gusta lo pequeña que es la escuela, cómo están entusiasmados con la creación del departamento de inglés. Incluso quieren tener un programa de postgrado de escritura creativa con el tiempo. Piensan que, ¿cómo lo dijeron?, el ‘aislamiento natural’ será un atractivo para los escritores. —Pero… —dice Rex, mirándome fijamente. —Pero…. Sin ofender, hombre, pero aquí no hay nada. He vivido en Filadelfia toda mi vida. No sé una mierda sobre los árboles o los animales o la naturaleza. Quiero decir, simplemente nunca me vi en un lugar tan... aislado. —Mi estómago es un nudo de miedo. Cada palabra que

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pronuncio me hace pensar en lo jodida y completamente solo que estaría viviendo aquí. Pasé los últimos ocho años en la escuela de postgrado, todo lo cual me llevó a este momento, un momento, debo añadir, por el que la mayoría de los estudiantes de postgrado matarían en esta loca economía y en este terrible mercado laboral. Pero ahora... mierda. Estoy tan inseguro. —Y, de todos modos, ni siquiera sé si quiero ser profesor de inglés. ¿De qué serviría eso en realidad? ¿En serio? No es útil. Es qué, enseñarle a un grupo de niños sobreprivilegiados y protegidos por las tarjetas de crédito de sus padres cómo construir una declaración de tesis o, si tengo suerte, poder enseñar un seminario de alto nivel al año sobre las cosas que realmente me interesan, que de todos modos no le importarán a nadie. Puedo escuchar mi voz, pero parece que viene de un millón de kilómetros de distancia. Creo que tal vez me golpeé la cabeza. Mis oídos resuenan y me siento como si alguien vertiera cemento en mi estómago. Dios, la idea de sentarme en un escritorio por el resto de mi vida, enseñar a los niños que no les importa, hablar con otros profesores en sus cincuenta y sesenta años sobre el declive de la palabra escrita con el advenimiento de los mensajes de texto, totalmente solo en este Lugar olvidado de Dios. Mis manos son puños y sacudo la cabeza para tratar de despejarla. —Además, probablemente sea el único hombre gay en un radio de cien kilómetros —suelto en un gruñido, olvidando que no estaba hablando con Ginger, como si estuviera en la ducha. Mierda. No puedo creer que acabo de decir eso—. Y, uh, ¿no hay, como, escena musical aquí? —Miro alrededor de la habitación, en todas partes, excepto a Rex. La perra todavía está dormitando frente al fuego, su pata delantera se

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contrae mientras sueña. Ojalá fuera ella. Ojalá estuviera dormido, frente a un fuego, acogedor y cálido, y sin tener que preocuparme por nada, excepto si voy a desayunar pronto. Me obligo a encontrarme con la mirada de Rex. Mirarlo con calma y confianza, como si lo que acabo de decir no fuera gran cosa. Esto es lo que he aprendido con los años. Solo tienes que mirar, como si todo fuera normal, hacer que se sientan como si fueran los incómodos si te dicen algo al respecto. Solo mantén la calma y estrecha tus ojos un poco, como si no tuvieras miedo de una pelea. Pero Rex no está diciendo nada, no está reaccionando en absoluto. Me levanto torpemente y llevo mi plato y el vaso al fregadero de la cocina. Vierto un trago rápido de whisky en el vaso y lo dejo, luego comienzo a fregar el plato. Todo está bien, digo en mi cabeza. Todo está bien. Todo está bien. Cuando Rex aparece detrás de mí, el plato jabonoso se resbala de mi mano y se rompe en el fregadero. Salto hacia atrás. —¡Mierda! Mierda, lo siento. —Lo miro, esperando enojo, tal vez disgusto. Cuando él no dice nada, comienzo a recoger los pedazos del plato roto, pero están resbaladizos y los dejo caer. —Detente. —Rex pone sus manos sobre las mías en el fregadero. Me seca las manos con el paño de cocina, luego me toma por los hombros y me da la vuelta para que me apoye contra la pared. —Necesitas calmarte —dice, y su voz es un cálido océano de instrucción. Asiento, tratando de calmarme, pero mi corazón está acelerado. ¿Qué está mal conmigo? No es que la gente no sepa que soy gay. Demonios, siempre me ha gustado dejar que los idiotas se lleven bien

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conmigo y luego solo hablo casualmente de mi novio para ver su sorpresa. Es obvio que Rex no va a lastimarme; sino, ya lo habría hecho. Respiro hondo, sus manos pesadas empujan mis hombros hacia abajo, anclándome. Lo miro, sus ojos del mismo color que el whisky que acabo de beber. Él se acerca más, hasta que puedo sentir su calor. Abro la boca para decirle que estoy bien, pero lo que sale es un aliento vergonzosamente tembloroso. —Sólo cálmate —dice. Y luego me besa. Su mano es tan grande que cuando me cubre la mejilla, sus dedos se deslizan por mi cuello, cálidos y ásperos. Su boca es suave sobre la mía, pero el poder de su cuerpo detrás de ella deja claro que se está conteniendo. Mientras una mano me acaricia el cuello, la otra se enreda en mi pelo. Abro los ojos por un momento para asegurarme de que esto es real, y los suyos también están abiertos, de párpados pesados y dorados. Él se retira y se endereza. Es lo suficientemente alto como para tener que agacharse para besarme. Me pregunto si eso es molesto, tener que agacharse todo el tiempo. O, supongo que si él estuviera besando a alguien de su misma altura, no tendría que hacerlo, pero probablemente sería bastante raro. Además, santa mierda, ¡Rex es gay! Me pregunto… Entonces no puedo pensar en otra cosa porque su boca está en la mía otra vez, y esta vez es un verdadero beso. Sus manos están en mis caderas y mi cabeza está inclinada hacia atrás contra la pared y me está besando, su lengua llena todos los espacios vacíos. Levanto la mano y coloco mis brazos alrededor de su cuello, tratando de acercarlo más a mí. Desliza una mano por mi costado y alrededor de mi espalda, y engancha

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su mano alrededor de mi hombro, encerrándome contra él. Jadeo en su boca mientras él empuja sus caderas hacia adelante, su dureza caliente contra mi estómago incluso a través de sus jeans. Él se retira, su boca dejando la mía con un golpe lascivo. —¿Mejor? —pregunta, y cuando me ofrece su primera sonrisa de verdad, es la cosa más dulce que he visto en mi vida. Toda su cara se transforma. Tiene hoyuelos y los dientes un poco torcidos, un incisivo ligeramente arqueado. Resoplo una carcajada y le devuelvo la sonrisa. —Mejor. —Y, en realidad, lo estoy. Me siento tranquilo y sin huesos. Bueno, no exactamente sin huesos. De hecho, estoy tratando de comunicar psíquicamente que podría hacer que todo fuera mucho mejor si soltara el clip que apenas sostiene mis pantalones deportivos y me llevara a la mesa de la cocina, pero no parece estar recibiendo el mensaje. Me toma de la mano y me lleva de vuelta al sofá. Me cubre con la manta de franela, se hunde a mi lado y enciende el televisor con una mano mientras se ajusta sutilmente con la otra. Cuando me mira por el rabillo del ojo, le sonrío. Se ríe y sacude la cabeza. —Sólo relájate. Navega por los canales, más canales de los que esperaba encontrar en una cabaña de troncos. Creo que finalmente debo admitir que soy incapaz de controlar mis estereotipos estúpidos sobre los lugares rurales y las personas que viven en ellos. Como si pudiera leer mi mente, Rex pone los ojos en blanco y señala la puerta principal. —Antena parabólica.

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Deja de cambiar los canales en una película en blanco y negro, se ve totalmente encantado cuando se gira hacia mí y señala la pantalla con expectación. No tengo ni idea de qué película es. No estoy seguro de haber visto una película completa en blanco y negro, excepto cuando asistí a una clase de cine en la universidad. Ni siquiera tengo un televisor. —La luz que agoniza4 —dice, sonriendo—. Me encanta esta película. —Todavía me está mirando expectante; sacudo la cabeza. —Nunca la he visto. —¿De verdad? Ingrid Bergman. La amo. —Así que eres gay —bromeo. Él me da una mirada ardiente. —¿Lo dudabas? —No —chillo. Él mira hacia la pantalla. —Esta versión es la más famosa, pero MGM en realidad la obtuvo solo cuatro años después de la versión cinematográfica del Reino Unido. Luego, de alguna manera, cerraron un acuerdo para que la versión del Reino Unido no pudiera volver a publicarse en los EE. UU. Sin embargo, creo que esta es mejor que la versión de 1940. Sobre todo porque Ingrid Bergman es mejor que Diana Wynyard. Es genial, aunque la cursi MGM

En la Inglaterra victoriana, una bella mujer se casa con un pianista famoso. Sin embargo, la felicidad desaparece cuando la mujer empieza a oír extraños e inexplicables ruidos en la casa en la que vive la pareja. 4

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lo arruina en algunas partes. Y, ya sabes, el Código de Producción5. Es el primer papel de Angela Lansbury. Habla distraídamente, como si supiera todo esto, su rostro animándose incluso cuando sus ojos están pegados a la pantalla. —Eres un friki de la película, ¿eh? —¿Qué? No. Quiero decir, solo me gustan las películas antiguas — dice, un poco incómodo. —Creo que eso es increíble —le digo, desesperado por no haberlo ofendido—. Nunca vi muchas películas mientras crecía, así que supongo que nunca desarrollé un gusto por ellas. Siempre había deportes en mi casa. —¿Todavía sigues los deportes? —Oh, no, nunca lo hice. Aunque mi papá y mis hermanos son enormes fanáticos del deporte. Creo que mientras tenga una pelota, la miran. Bueno, excepto el fútbol. Creen que el fútbol es para los mariquitas. Oh, y el golf, porque no es violento. —¿Cuántos hermanos tienes? —Tres. Todos mayores ¿Tú? —Ninguno —dice, y se vuelve a la televisión. Vemos la película en silencio durante diez o quince minutos.

El código Hays fue un código de producción cinematográfico que determinaba, en las producciones estadounidenses, con una serie de reglas restrictivas qué se podía ver en pantalla y qué no. 5

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—Oye, espera, ¿es de aquí de donde viene el término Hacer luz de gas a alguien6? —Sí —dice Rex, mirándome—. El marido de Ingrid Bergman, Charles Boyer, se mete en su cabeza, tratando de hacerla pensar que se está volviendo loca. Es muy caliente verlo hablar de estas cosas. Él es tan, bueno, corpulento; no se parece al tipo de persona a quien le gustarían las películas antiguas. Y a diferencia de Richard, mi ex o las personas con las que fui a la escuela de posgrado, no parece que su interés sea académico. No hay ninguno deseo de impresionar con su conocimiento, ningún análisis afirmado como un hecho. Él está realmente emocionado por una vieja película de Ingrid Bergman. Y no quiero nada más que besarlo de nuevo. —Supongo que siempre pensé que tenía algo que ver con los gases que hacen alucinar a la gente o algo así —murmuro. Él me sonríe. —Creo que es un error común. Se interrumpe cuando me lanzo a su regazo. Lo beso, lanzando mis brazos alrededor de su cuello. Su boca es suave y su cuerpo es duro debajo mío. Cuando lo beso, sus manos van automáticamente a mi espalda, acariciando mi espina dorsal, enviando chispas de calor a través de todo mi cuerpo. Gimo en su boca, y él me agarra por los hombros.

Hacer luz de gas o gaslighting es una forma de abuso psicológico que consiste en presentar información falsa para hacer dudar a la víctima de su memoria, de su percepción o de su cordura. Puede consistir en negaciones simples por parte del abusador, en el sentido de si determinados eventos ocurrieron o no, o incluso en la escenificación de situaciones extrañas con el fin de desorientar a la víctima. 6

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Estoy mareado por la lujuria, su olor y su calidez y sus grandes manos hacen que sea imposible hacer otra cosa que seguir besándolo. Me interpongo entre nosotros y busco a tientas su bragueta, pero me saca de la bruma con sus manos sosteniendo la mía. —Oye, oye, Daniel. —Toma mis manos entre las suyas y las pone de nuevo sobre sus hombros. Me besa suavemente, pero es un beso de despedida. Me doy cuenta. Un beso de ‘ya está terminado’. Un beso de lástima. El calor de la lujuria es inmediatamente reemplazado por las náuseas. Me duele la cabeza y tengo demasiado calor, por no hablar de la humillación. Me alejo de él con toda la dignidad que puedo reunir, considerando que estoy a horcajadas sobre alguien con pantalones deportivos sujetados por un clip y una camisa demasiado grande que se ha caído de un hombro como la sudadera de una chica del valle. En el suelo, la perra ha levantado la cabeza y me mira como si supiera que algo anda mal conmigo. Miro intensamente el fuego, deseando poder desaparecer en él. —Mira —dice Rex, su voz suave—. Es muy tarde, y has tenido un día muy largo. Deberías dormir un poco. —Asiento sin mirarlo. Me trae una almohada del armario del pasillo y otra manta, pero en vez de entrar en su habitación, se queda en la entrada, mirándome. —Sabes —dice, y suena un poco tímido—. Luces como uno de esos antiguos actores de Hollywood. Lo miro, sorprendido. Me mira atentamente, se inclina hacia adelante, pero sus ojos están tristes, oscuros.

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—Sin embargo, estarías desperdiciado en blanco y negro. Tus ojos. —Hace un gesto vago hacia mi cara, y luego se da la vuelta—. Buenas noches, Daniel —dice. Y luego se ha ido.

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Capítulo 2 Agosto El aire acondicionado de mi auto se apagó en algún lugar de Ohio, por lo que es difícil escuchar el sonido de Ginger sobre la autopista que entra

por

las

ventanas

que

he

bajado

para

evitar

tostarme.

Afortunadamente, nunca se ha acusado a la chica de estar callada. —Está bien —dice ella— así que mapeé en Google esta ciudad tuya y tengo que decirte, calabaza, estoy un poco preocupada. A Ginger le ha costado todo el verano recordar que me mudo a Michigan, no a Minnesota, ni a Missouri, por lo que este es un progreso. —Número uno: ¿eres consciente de que este estado tiene la forma de un guante y la gente en realidad se refiere a él como The Mitten7? —Lo estoy —le digo. Ginger es una de las personas más inteligentes que conozco, pero a veces me recuerda a la abuela de alguien con su insistencia en que las cosas más allá de su rutina diaria son extrañas e impactantes. —Entonces, te estás mudando a un estado al que la gente se refiere por su ropa de invierno. Este estado también recibe mucha nieve. No hay tanta coincidencia geológica que pueda soportar, dulzura. Además, por

Los mitones llamados también guantines, guantillas o guantes sin dedos son un tipo de guantes que dejan al descubierto la totalidad o una parte de los dedos de la mano. Este diseño permite por un lado el abrigo de la mano frente al frío y la humedad y por la otra liberar el movimiento de los dedos. 7

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lo que puedo decir, la principal reivindicación de fama de esta aldea que pronto llamarás hogar es la cereza. Cerezas ácidas. —Sí. —¡Daniel! Tarta de cerezas. ¿Quién quiere una tarta de cereza? —No sé, Ginge; nunca he probado una. Me aseguraré de avisarte. —Está bien, está bien, claramente no estás de humor para distraerte, así que sigue adelante. ¿Qué dijo tu papá? No le conté a mi padre ni a mis hermanos sobre conseguir el trabajo en Sleeping Bear College hasta anoche, después que terminé de empacar. Recibí la llamada ofreciéndome el trabajo solo una semana después de mi visita. Bernard Ness, el presidente del comité de búsqueda de empleo, fue entusiasta y amigable y ni siquiera mencionó que nunca me registré en mi hotel la noche que estuve allí. Al principio, no les dije porque no podía creer que hubiera sucedido. Esto era en lo que había estado trabajando durante la última década de mi vida. Era surrealista e impactante que de repente lo hubiera logrado. Entonces no les dije porque estaba terminando mi tesis y planeando la defensa de mi tesis, donde mi comité decidiría si me otorgaría o no mi doctorado. Fueron tres semanas de quince horas al día en las que consumí café todo el día y NyQuil8 por la noche, aterrorizado de no poder dormir. Lo que pasa con mi padre es que es como el boxeador más exitoso del mundo: no se puede predecir de dónde vendrá el golpe. Después de

NyQuil es un jarabe para el alivio nocturno de la gripe y el resfriado produciendo somnolencia. 8

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pasar mi defensa, pensé en todos los ángulos que pude, en todas las formas en que decirle —oye, acabo de obtener mi doctorado— podría encontrarse con algo más negativo que todas las cosas que ha estado diciendo desde que decidí ir a la universidad y luego a la escuela de posgrado en primer lugar. Parecía un anuncio bastante seguro. Así que, esa noche, me detuve en la casa de mi papá, sabiendo que atraparía al menos a uno de mis hermanos en el sofá, bebiendo la cerveza de mi papá. Y si uno de ellos sabía algo, todos lo sabían. Mi error fue aparecer un poco borracho después de las bebidas con algunos de mis amigos de la escuela de posgrado, en mi camino para encontrarme con Ginger en su tienda de tatuajes. Por lo general, puedo mantenerme unido y tomar lo que mi padre y mis hermanos me arrojan. Y ciertamente había aprendido mucho antes que si me veían enojado, eran como tiburones oliendo sangre en el agua. Mi padre y Brian, el más joven de mis tres hermanos mayores, miraban a los Filis cuando llegué y apenas levantaron la vista cuando entré. Mi otro hermano, Colin, entró en la habitación un minuto después y no me reconoció. En absoluto. Les conté sobre pasar mi defensa en una pausa comercial. Brian levantó la vista, confundido, y dijo: —¿No hiciste eso el año pasado? Típico. Mi papá dijo: —Bueno, eso es genial, hijo. Me alegra que hayas sacado eso de tu sistema. ¿Ahora qué? Colin no dijo nada en absoluto.

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No fue nada, en realidad. Incluso dijo la palabra ‘grandioso’, cuando anticipé la posibilidad de algo como: ‘Ah, así que ahora eres un esnob oficialmente’. —¿Y ahora qué? —dije, y pude escuchar el desagradable borde que se arrastraba en mi voz cuando intentaba asustar a la gente antes de desmoronarme—. Ahora pensé que me tomaría unas semanas de descanso después de trabajar sin parar durante los últimos doce años. Brian levantó la vista de nuevo, miró mi traje y dijo: —Whoa, Danielle, ¿para qué estás vestido así? —Mis hermanos me han llamado Danielle desde antes que supieran que era gay, pero saber que era gay lo había hecho más evidente. —No le digas eso a tu hermano —mi papá dijo bruscamente. No fue por protección para mí ni nada de eso, sólo odia que le recuerden que no soy el espécimen de la masculinidad, para beber cerveza, mirar deportes, arreglar autos, que él desea que yo sea. Luego el juego volvió y se olvidaron que yo estaba allí. No hace falta decir que tampoco les conté sobre el trabajo. Y, de acuerdo, es posible que me haya atascado un poco cuando cerré la puerta de un golpe y fui a la tienda de Ginger, pero lo culpo al agotamiento. Lo bueno fue que cuando le conté a Ginger sobre la última entrega de gilipollez de la familia Mulligan, me hizo un tatuaje de emergencia para distraerme. El hecho de que me despertara a la mañana siguiente y viera que le había pedido que me tatuara ‘Vamos Sleeping Bears’ por encima de mi cadera izquierda sugiere que me sentía un poco más sentimental de lo que había pensado.

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Lo que nos lleva a la noche anterior, cuando finalmente le dije a mi papá que me iba de Filadelfia y me mudaba al medio de la nada en el norte de Michigan. —¿Y bien? —pregunta Ginger de nuevo. —Estuvo bien con eso —le digo. —¿Qué significa? —presiona. —Le conté sobre el trabajo y me dijo que estaba bien, que al menos no tendría que pedirle dinero prestado. —No es que alguna vez lo hayas hecho —dice Ginger, un coro familiar. —No es que nunca lo haya hecho. Entonces le dije que estaba en Michigan y lucio confundido. —Comprensible. —Realmente no creo que haya considerado el hecho de que existen empleos fuera del condado de Filadelfia. —¿Entonces nunca le contaste cuando fuiste a Michigan para la entrevista? —Nah. Creo que le dije a Sam que tuve una entrevista porque tomé prestada una corbata, pero eso es todo. —Sam, mi hermano mayor, está casado con Liza, una mujer muy dulce, Dios sabe lo que ve en él, quién hace cosas como invitarme a cenar una vez al mes porque ella se preocupa por la familia y esas cosas. Sam... está de acuerdo con eso—. De todos modos, él solo me dio un apretón de manos, una palmadita y dijo buena suerte.

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—¿Y eso fue todo? —Sí. Bueno, no, también miró debajo del capó de mi auto y me dio veinte dólares para gasolina. —Lo que sería, como un ‘Te amo’ de tu padre, ¿no? —Sí. Solo piensa, a algunos chicos solo obtienen cosas como: ‘Te amo, hijo’ o ‘Te extrañaré’, que en realidad no son útiles para nada, mientras que a mí me dan una puesta a punto y dinero para gasolina. Suerte la mía. —Entonces, que suerte —dice Ginger, cambiando claramente el tema— ¿qué pasa con este Oso Durmiente tuyo? —Amiga, ¿dejarías de llamarlo así? —Ooh, susceptible. Me gusta. Hablando de lenguajes secretos, en el de Daniel seria ‘Estoy interesado en alguien y me está asustando’. —Si por ‘interesado’ te refieres ‘a hacer el ridículo delante suyo’, entonces, sí. —No hiciste el tonto; él te beso —Sí, para calmarme. Entonces, básicamente, lo asalté. —Mi estómago se hunde y me estremezco por el recuerdo, a pesar de que ahora hace aproximadamente dos mil grados en mi auto. —Lo que sea; él obviamente te quería. Simplemente estaba siendo un caballero y no se acostó contigo cuando estabas borracho y posiblemente sufrías una lesión en la cabeza. Resoplo.

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—Entoncesssss, ¿crees que lo verás de nuevo? —No sé. Quiero decir, no es como una metrópolis bulliciosa; estoy obligado a, ¿verdad? —Genial. Entonces, ¿crees que vas a verlo, verlo? —Yo solo…. —¿Qué, calabaza? —No puedo dejar de pensar en él, Ginge. Es tonto. Quiero decir, apenas conozco al chico. Pero cuando me desperté y él se había ido, yo solo... —Estaba jodidamente devastado. Esa mañana, me desperté calentito, con la manta envuelta alrededor de mí, una luz suave entrando a través de las cortinas. Me tomó un minuto recordar dónde estaba, pero cuando registré el olor a cedro de la manta, toda la noche regresó corriendo. Bajé del sofá, mi pecho magullado y mi cabeza palpitante compitiendo sobre que estaba más molesto en mí, decidido a hablar con Rex. Para disculparme por arrojarme sobre él, para agradecerle no solo por salvar al perro sino también por salvarme a mí. Pero la casa estaba vacía. Incluso el perro se había ido. Deambulé por la cabaña, sintiéndome como un personaje demente de cuento de hadas

(y

maldiciendo

mi

estúpido

cerebro

por

proporcionar

instantáneamente unas diez sucias referencias a Ricitos de Oro y los tres osos). En la cocina había una taza de café y un plato de pan tostado que estaba cubierto de mantequilla y fresco al tacto. En el borde del plato, donde no podía perderlo, había un Post-it con un número de teléfono. Lo llamé de inmediato, pensando que era de Rex, pero contestó una compañía de taxis.

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No había dejado una nota. Ni siquiera Es un placer conocerte, o un Intenta no golpear más perros en el futuro. —Solo estoy nervioso por chocar con él, eso es todo. No causé la mejor primera impresión, ya sabes, prácticamente maté a un perro, me emborraché y lo agredí sexualmente, insulté a su pueblo y todo eso. —Tengo la sensación de que causaste una mejor impresión de la que puedes pensar —dice Ginger con la voz de sabelotodo que generalmente se reserva para darme sermones sobre las personas con las que duermo y decirles a los estudiantes universitarios que vagan por su tienda que definitivamente no deberían hacerse ese tatuaje. —Lo que sea —digo, sonando petulante incluso para mí—. Oye, ¿qué pasó con el nuevo chico que contrataste? El de la camisa de Motörhead. —Cambiando de tema: verificado. Um, él es... Bueno, él es... —¡Ah ha! ¿Cómo estaba? —Digamos que Motörhead9 no es un análogo inútil de su enfoque en el dormitorio —dice ella. —Um, no estoy realmente seguro de saber lo suficiente sobre Motörhead para entender eso —admito—. ¿Qué significa eso: ¡zas, zas, zas, gracias, señora! —Sí, solo sin las gracias.

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Traduciéndolo literal: Cabeza motora.

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—Caramba. Bueno, al menos no parecía el tipo que hace las cosas difíciles en el lugar de trabajo. —No. Y solo está aquí durante el mes como un favor para Johnny. No es gran cosa. —Johnny le enseñó a Ginger a tatuar. Por la ventana a mi derecha hay árboles, árboles y más árboles. No estoy seguro de dónde estoy exactamente, pero debería estar a una hora de distancia. —Escucha, Ginge, me estoy acercando; necesito irme para poder ver las instrucciones. —Está bien. —Ella se detiene—. Oye, calabaza, escucha. Pienso que esta es una cosa buena. Esta cosa de Michigan. Este trabajo. Te extrañaré mucho y me enfadaré si no tengo noticias tuyas al menos una vez a la semana, solo para que quede claro, pero en serio, tengo un buen presentimiento. —Dios, espero que tengas razón. —Por supuesto que la tengo. —Bueno, me alegro de que la autoestima esté progresando. —No quiero colgar. No quiero cortar la única ligazón que tengo con el único lugar al que he llamado hogar. —Adiós, calabacita. —Hasta luego. ***

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Tumbado en la cama, dando vueltas y vueltas, trato de no pensar en lo asustado que estoy. El apartamento es incluso peor de lo que parecía en línea. En primer lugar, es pequeño. La puerta en la parte superior de las escaleras se abre a una cocina que está pegajosa por la falta de uso. Eso se abre en una habitación de tamaño mediano que es el dormitorio y la sala de estar, y al lado hay un baño pequeño con una cabina de ducha y un lavamanos. Las paredes son de un blanco mantecoso; el linóleo de la cocina está amarillento y se está pelando en los bordes. La alfombra azul en la otra habitación está llena de polvo y enmarañada en lugares con no quiero saber qué. La mayoría de las ventanas están pintadas y cerradas, así que hace un calor y una sofocación increíbles. Lo que pensé, basado en las fotos, era una puerta a otra habitación se convertía en una puerta a una escalera de incendios desvencijada que probablemente me mataría o me salvaría en caso de un incendio real. El techo es bajo, ya que es realmente una habitación en el ático, e incluso a una altura promedio se siente claustrofóbico. Es la primera vez en mi vida que nunca he deseado ser más alto. Supongo que solo será por un año o más, hasta que pueda pagar las cuentas de mi tarjeta de crédito, pero aún así es un poco deprimente. No sé por qué, ya que mi apartamento en Filadelfia también era una especie de mierda. Es raro, sin embargo. Se supone que ahora soy un adulto, un profesor de verdad con un salario real que se mudó para empezar un trabajo de verdad, pero sigo viviendo en un apartamento de mierda, sólo que ahora mis preocupaciones pueden ser asarme y/o congelarme hasta morir en lugar de ser asaltado. Había optado por un apartamento que estuviera lo suficientemente cerca como para poder caminar hasta el campus y la biblioteca. Pensé

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que si iba a vivir en medio de la nada, al menos podría estar en el centro de la ciudad. Es un apartamento individual encima de una ferretería con una entrada lateral. Carl, el dueño, solía vivir aquí antes de casarse, pero ha estado vacío desde entonces, así que me dejó tenerlo muy barato. Al menos no tendré que preocuparme por vivir en el mismo lugar que cualquiera de mis alumnos. Dado que Sleeping Bear College es tan pequeño, solo los estudiantes de primer año viven en los dormitorios, y lo último que quiero es terminar compartiendo estacionamiento con un estudiante enojado por una nota en un papel. Después que saqué las cosas de mi auto, solo me tomó aproximadamente una hora desempacar. Dejé mis muebles de mierda en la acera en Filadelfia para que alguien los agarre y no tengo muchas cosas. La cama está aquí, como lo prometió Carl, y un sofá, pero no hay aire acondicionado y no hay forma que me quede en este lugar encerrado sin él. Así que agarré mis llaves y fui a buscar uno, pensando que podía parar y tomar algo para llevar en mi camino de regreso. Afuera, el sol se estaba poniendo y el aire es espeso, al menos tan húmedo como en Filadelfia. Sin embargo, huele a naturaleza, incluso en la ciudad. Como a árboles y agua y mucho, mucho oxígeno. Ni siquiera son las 8:00 p.m., pero casi nada estaba abierto. La ciudad de Holiday, ¿en serio? suena como algo en una postal, o una de esas ciudades navideñas que solo existen en diciembre, es pintoresca. Le concederé eso. Lo único con lo que tengo para compararlo es con Manayunk, un vecindario de Filadelfia que se ha aburguesado realmente en los últimos diez años y ahora tiene escaparates recién pintados y festivales de arte en el verano. Las tiendas aquí son todas únicas. En Main Street, son tiendas turísticas: velas con aromas como ‘Winter Wonderland’, ‘Morning Rain’ e

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‘Indian Summer’; tiendas de cocina de aspecto caro con tablas de cortar talladas a mano y aparatos de un solo uso de aspecto sueco con caras pintadas en ellas; tiendas de alimentos especializados que venden frutas secas, pequeños paquetes de nueces que son más empaque que alimento, y todo tipo de conservas concebibles. Y, en todas las demás, venden parafernalia de Michigan: delantales y calzoncillos, viseras y bufandas; manoplas y cortadores de galletas, guías de campo y libretas. Todo cortado en la forma del mitón de Michigan (los mitones de horno con corazones donde estaría Holiday en el mapa) o adornados con él. Fuera de Main Street es un poco más normal, pero aún así, parece algo de un set de películas, muy arreglado y limpio. Las aceras son uniformes y anchas, separadas de las calles por ladrillos decorativos, y una hilera de árboles alterna con postes de luces, buzones y los botes de basura más atractivos que he visto, pintados de un verde oscuro, como si también fueran una parte de la naturaleza. Finalmente eché un vistazo a un restaurante italiano y lo lamenté de inmediato porque era un lugar agradable y estaba sudoroso, con jean rotos y una camiseta negra con las mangas arrancadas de la tienda de Ginger, que decía ‘Tattoo Bitch’ en fuente gótica a través de mi pecho Le pregunté a la anfitriona si había un restaurante o un lugar de comida para llevar cerca y me salpicaron con preguntas demasiado amistosas sobre mis comidas favoritas. Me alejé en la dirección que ella había señalado, recordándome que era un pueblo pequeño y que la gente probablemente solo era amigable, sin tratar de darme el tercer grado. En el restaurante, la gente se volvió a mirar. Tomé un sándwich para llevar y prácticamente corrí de regreso a mi apartamento con él.

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Finalmente lo asimile. Ahora vivo aquí. Vivo aquí en este pequeño pueblo. Todos se conocen y yo soy un extraño. Ellos querrán conocerme. Saber acerca de mí. Y entonces tal vez me odien. Antes, siempre tenía la opción de simplemente desaparecer. ¿No te gusta la gente de tu clase? No hay problema. Escóndete en la biblioteca o sube al metro y vete a trabajar a otra parte. ¿No quieres encontrarte con un ex en la cafetería? ¿Te acostaste con el camarero en este bar? Sólo camina media cuadra y ve a otra. ¿Tuviste un encuentro incómodo con alguien? ¿A quién le importa? Nunca los volverás a ver. Pero ahora todo cuenta. No hay dónde esconderse aquí. Nada donde mezclarse o irse a la mierda. Nunca me he sentido tan aterrorizado o expuesto. *** La semana pasada, limpié mi apartamento, junté un vestuario cuasi profesional para enseñar, finalicé mis planes de estudio para el próximo semestre, comí en todos los restaurantes no lujosos de la ciudad y

respondí

algunas

variaciones

de

la

pregunta

‘¿Quién

eres?’

aproximadamente ocho mil veces. Me encontré con Carl, cuyo apartamento estoy alquilando, en el restaurante y él se mostró atento: ‘¿Te gusta el apartamento? ¿Te gusta Holiday?’, pero tengo la sensación de que fue principalmente para el beneficio de todos los demás en el restaurante que estaban escuchando cuando me preguntó si tenía pareja. Algo así como que quería demostrar que no tenía ningún problema con que yo fuera gay. Bernard Ness, el presidente del comité de búsqueda de empleo, me invitó a cenar a su casa. Fue lo suficientemente agradable, y es una suerte que tengamos trabajo del que hablar, ya que no creo que tengamos

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más

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común.

Me

informó

sobre

suficientes

chismes

departamentales para toda la vida y todo el tiempo oré para que esto no se convirtiera en mi vida: cotillear sobre cuál de mis colegas se está divorciando y cuyo próximo artículo nunca debería haber sido aceptado para su publicación. Y toda la semana me he preguntado cuándo me encontraría con él. Rex. Anoche soñé que entraba en el restaurante y él estaba trabajando allí, solo que era una de esas viejas tiendas de refresco y él llevaba todo el atuendo de sodero: camisa blanca y delantal, pajarita negra, y el tonto sombrero blanco posado en su cabeza perfecta. Me hizo un delicioso batido, pero luego se negó a dármelo. ¿Lo sé, verdad? No tienes que ser Freud. Las clases comienzan el lunes, por lo que la ciudad ha comenzado a vibrar a medida que los estudiantes regresan. Aún así, son las nueve de la noche de un sábado y no parece que esté sucediendo nada. Al menos no tendré ninguna distracción mientras esté aquí; me dará tiempo para trabajar en convertir mi tesis en un libro que, entre otras cosas, se me pedirá para conseguir un puesto fuera de Sleeping Bear. Más concretamente, necesitaré tener una oferta de publicación en la mano si tengo alguna esperanza de conseguir un trabajo que no esté en el medio de la nada. Ahora, sin embargo, estoy ansioso como el infierno. Hace calor en mi apartamento, incluso con el aire acondicionado que tuve que conducir una hora para encontrar. Me pasé el día asegurándome de saber dónde estaba todo: mis clases, mi oficina, la biblioteca, la única pizzería que permanece abierta después de las diez. He terminado toda la lectura y hecho la planificación del curso para mi primera semana de clases. He

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visto cuatro documentales que han estado en mi fila de Netflix durante años. Y puedo o no haber buscado en Google: ‘Rex + Michigan’, en vano. Decido que solo necesito salir de la casa, así que me pongo los zapatos y cojo mi copia destartalada de El Secreto10. Lo he leído cientos de veces, pero cabe perfectamente en mi bolsillo trasero y es un libro cómodo: mientras lo esté leyendo, no importa dónde esté. Además, el personaje principal del libro deja su hogar en California para ir a la universidad en una pequeña ciudad donde nunca antes había estado, por lo que parece ser especialmente relevante para mi vida en este momento. Me imagino que daré un paseo y encontraré un banco en el parque para leer o algo. Realmente es hermoso aquí una vez que no es sofocante. De hecho, estoy esperando el invierno; apuesto a que parece un pueblo de cuentos cuando todo está cubierto de nieve. Sin embargo, el silencio me asusta, así que me pongo los audífonos de mi destartalado iPod, rezando una pequeña oración a los dioses de la música, como hago cada vez que lo uso en estos días, para que me dure sólo un año más. Ese fue mi mantra en toda la escuela de posgrado. Cuando empecé, era una pesadilla. Todos en Penn venían de buenos colegios que los habían preparado para las clases. Fui a la universidad comunitaria durante tres años, luego me transfirieron a Temple y exprimí todos mis De Donna Tartt. La vida no es fácil en un college de Nueva Inglaterra si eres un chico modesto y falto de afecto que llega de California, y Richard Papen lo sabe; por eso agradece que lo admitan en un pequeño grupo de cinco estudiantes capitaneados por un profesor de literatura clásica con mucho carisma y pocos escrúpulos. Los chicos sueltan comentarios en griego y se ríen de la ingenuidad y la torpeza de los demás, pero bien mirado se pasan el día bebiendo y engullendo pastillas, hasta que un mal día lo que parecían chiquilladas se convierten en asuntos donde la muerte tiene algo que decir. Es entonces cuando Richard y su pandilla descubren qué difícil es vivir sin máscaras y qué fácil es matar sin remordimientos. En El secreto, la primera novela de la gran Donna Tartt, se unen la tensión de la novela psicológica, el ritmo de un thriller y la crónica de una juventud que pide demasiado a la vida sin saber bien qué entregar a cambio. El resultado es una obra que se cuenta entre las mejores del siglo XX. 10

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créditos restantes en un año, ya que es todo lo que podía pagar. Estoy bastante seguro que solo ingresé a la escuela de posgrado en Penn porque necesitaban completar una cuota de estudiantes universitarios de primera generación o algo así. No estaba totalmente preparado, pero me dije a mí mismo que después de un año, el campo de juego se habría allanado. Un año más. Luego, cuando estaba tan cansado de leer y escribir para los cursos mientras hacía cinco noches a la semana, me decía a mí mismo: solo un año más y luego habrás terminado con los cursos y comenzaras tu tesis. Cuando sentí que nunca terminaría de escribir, me dije: un año más; solo tienes que aguantar un año más. Ahora, aquí estoy. Si puedo lidiar con mi apartamento de mierda por un año más, tendré suficiente dinero para un lugar mejor. Si mi auto sigue funcionando por un año más, podré obtener uno nuevo, bueno, uno menos usado. Etcétera. Un año más. Camine más lejos de lo que pretendía, lejos del campus, y de alguna manera, a pesar de que siempre he asociado a Tom Waits11 con la ciudad, su voz como grava, whisky y corazones rotos, al escucharlo me hace ver el sinuoso camino frente a mí con una nueva luz. Él es la banda sonora perfecta para este lugar desierto, la única luz ahora es la de la luna, los árboles invadiendo todo. Miro hacia la luna, me siento un poco engreído y bastante impresionado por mí mismo por estar en la naturaleza cuando me sacuden por detrás.

Thomas Alan Waits (Pomona, California, 7 de diciembre de 1949), más conocido como Tom Waits, es un músico, cantante, compositor y actor estadounidense, famoso por sus canciones de tono áspero, inspiradas en escritores como Charles Bukowski y algunos de la generación beat, en especial Jack Kerouac. Waits tiene una voz distintiva, descrita por el crítico musical Daniel Durchholz como «si Waits hubiese sido sumergido en un depósito de bourbon, ahumado durante unos meses, y luego llevado afuera y aplastado por un coche». 11

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Caigo hacia adelante, sosteniéndome con mi mano derecha, y saco mis auriculares, girando mi cabeza para ver de dónde viene el ataque. Debería haber sabido que no debía estar caminando solo de noche cuando no podía oír a alguien venir. Lo he sabido desde que tenía doce años. No puedo creer que pensé que era seguro aquí solo porque no hay nada que hacer. ¡Asesinos en serie, Daniel! ¿Recuerdas? Todo esto pasa por mi mente en el segundo que me lleva ver que, de hecho, no voy a ser asesinado. Porque lo que me derribó fue un perro. Un perro marrón y blanco que ahora está lamiendo mi cara y tratando de poner sus patas en mis hombros. —¡Marilyn! Marilyn, aquí, muchacha. Conozco esa voz. Esa baja voz de mando. No tan grave como Tom Waits, pero mucho más bienvenida. Rex.

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Capítulo 3 Agosto Él viene entre los árboles y, desde mi posición actual en el suelo, se ve aún más grande e imponente de lo que recuerdo. Prácticamente se desliza hasta detenerse cuando me ve. El perro, Marilyn, aparentemente, ladra una vez a Rex y luego se sienta a mi lado, con una pata en la rodilla. Mi cabeza está nadando, y no es por ser derribado. Él está aquí. Él está realmente aquí. Si soy sincero, he pensado en él mucho más de lo que le admití a Ginger. En los seis meses desde que regresé a Michigan, lo he imaginado mil veces. Lo que podría estar haciendo, lo que me diría si estuviera allí, aunque no tengo idea de lo que diría, ya que no lo conozco. Me he dicho eso cientos de veces también. Incluso saqué La luz que agoniza de la biblioteca y la vi en mi computadora, simulando que estaba sentado a mi lado en mi maldito sofá en Filadelfia. Luego llevé mi computadora a la cama y la miré por segunda vez, fingiendo que él estaba allí otra vez. Yo no hago esto. Esto no es lo que hago. No me gustan los chicos. Yo no suspiro. No me pregunto qué estarán haciendo. Nunca lo he hecho. Quiero decir, claro, he tenido enamoramientos. Normalmente, sin embargo, sólo aparezco y si alguien está interesado, voy a por ello. Siempre ha sido sólo sexo, excepto por mi monumentalmente estúpido tiempo con Richard.

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Pero ahora estoy sentado aquí en el suelo como un idiota porque el hombre con el que he fantaseado, con el que he soñado y masturbado, finalmente se para delante de mí y no tengo ni idea de qué decir. Se inclina hacia mí, interrogativo. —¿Daniel? —Suena sorprendido. —Hola —le digo. Nos miramos el uno al otro. Esta muy oscuro, por lo que en su mayoría se ve solo sus hombros y el cabello. Lleva vaqueros y una camiseta oscura con un desgarro en el cuello que se estira firmemente sobre su musculatura. Él baja una mano, pero en lugar de ayudarme a levantarme, le da una palmada en la cabeza al perro. —Supongo que te recobró, ¿eh? —dice Rex. —¿Qué? Oh. —Me río, mirando al perro—. Sí, supongo que sí. Ahora baja una enorme mano hacia mí, con sus bíceps estirando aún más esa pobre camiseta. Su mano es cálida, tal como la recuerdo. Me levanta fácilmente, tan fácilmente que tiene que agarrarme por los hombros para evitar que me golpee contra él. En esta posición, no puedo evitar pensar en la última vez que me sostuvo así. Contra la pared de la cocina, segundos antes que me besara. Deja caer sus manos y mira hacia abajo. —¿Qué estás haciendo aquí? —No parece muy contento. —Bueno, tengo ese trabajo —le digo. —Felicidades. —Él está mirando al perro, no a mí.

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—Oh, sí, gracias. —Miro hacia abajo también—. Oh, mierda. —Mi libro está tirado en la tierra. Debe haber caído de mi bolsillo cuando me caí. Lo levanto y lo abro, pero la tapa está rota y hay barro en las últimas veinte páginas—. Maldición. —Espero que sepas cómo termina —dice Rex, mirando el libro embarrado. —Sí, lo he leído antes —le digo, pero siento que he herido a un amigo. He tenido esta copia durante diez años, sus esquinas están redondeadas. Lo puse en mi bolsillo trasero y traté de sacudírmelo. Normalmente no soy sentimental con esta mierda. No sé qué me pasa. No tengo el corazón para comprobar si mi iPod sobrevivió a la caída; solo me meto los auriculares en el bolsillo de la cadera. —Uh, entonces... ¿Marilyn? —digo, asintiendo hacia el perro—. Ella parece estar bien, ¿eh? Y creció mucho, ¿no? —Ella está bien —dice Rex, sonriendo con cariño—. Es un buen perro. —No sabía que ibas a quedarte con ella. Espero... quiero decir, espero que no te sientas obligado o nada. —No, no he tenido un perro en mucho tiempo. Era hora. Nos llevamos muy bien. Bueno, quiero decir. Nos llevamos bastante bien. —¿Por qué Marilyn? —Como Marilyn Monroe, ella solo, um, ya sabes, estaba un poco golpeada, así que pensé que podría usar el nombre de una estrella. Especialmente uno que recibió algunos golpes y siguió levantándose.

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Marilyn solo necesitaba un poco de cuidado. —Parece un poco avergonzado mientras explica. —Claro, por supuesto, películas. Me gusta —le digo sonriendo, pero en realidad estoy pensando: ¿Marilyn Monroe no se suicidó? —Tuve un perro llamado Brando por un tiempo cuando era un niño. Mi mamá lo nombró. Dijo que era porque era feo, por lo que el nombre lo equilibraría. Pensé que no podía doler. —Mira —le digo— quería agradecerte. Esa noche... yo era un desastre. Normalmente no soy así, quiero que lo sepas. Así que, gracias por ayudarme. Y... —Me río con nerviosismo—. Además, quiero disculparme. Yo... me lancé sobre ti y lo siento si te hice sentir incómodo o algo así. Quiero decir, fue muy amable de tu parte dejar que me quedara y luego simplemente salté sobre ti y… como sea. Lo siento. Me obligo a mirar hacia arriba, plasmando lo que espero que sea una expresión despreocupada en mi cara: una expresión casual, sin problemas, no una expresión mortificada. Pero en cuanto lo miro a los ojos, siento que se me resbala la cara. Se ve severo, serio. Como si lo hubiera decepcionado de alguna manera. O que estoy a punto de hacerlo. Pero debajo de la expresión severa hay calor. Está oscuro y, está bien, no puedo verlo mucho, pero puedo sentir sus ojos bebiéndome, deslizándose sobre mi cara y mi cuerpo como si fueran suyos. Yo. Como si no hubiera una fuerza en el mundo que pudiera impedirle que tomara lo que quiera de mí. Y que me condenen si no se lo permito. Sin embargo, cuando habla, su voz es tranquila, controlada, sin revelar nada. —Te besé, Daniel. ¿No te acuerdas?

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—Infiernos, sí —digo en voz baja. Mis ojos están pegados a su boca. —Creo que tal vez quieres que te bese de nuevo. —Da un paso hacia mí. El noventa y ocho por ciento de mí está desesperado por exactamente eso. Pero el otro 2 por ciento está repentinamente aterrorizado. Aterrorizado de una manera que nunca he estado antes cuando se trata de hombres o sexo. Aterrorizado porque parece que esta puede ser la decisión más importante que tome en mi vida. Más importante que decidir ir a la universidad cuando todos mis maestros pensaron que yo era un problema. Más importante que meter la mano en el pantalón de Corey Appleton en séptimo grado, probándome a mí mismo que era gay y que jodería a cualquiera que me diera una mierda al respecto. Más importante que aplicar a la escuela de postgrado o tomar este trabajo. Puedo sentirlo en mis entrañas. Me siento asintiendo, pero no puedo sentir nada más. Ya no puedo oler los árboles, no puedo escuchar el irritante chirrido de las cigarras que han estado zumbando en mis nervios durante toda la semana. Él ha tomado todos mis sentidos. Cada nervio en mi cuerpo está sintonizado a su frecuencia, cada una de mis atenciones se enfoca en el hombre frente a mí. Da otro paso adelante, empujándome hacia atrás con su enorme cuerpo. Pero en lugar de caer, empuja mi espalda contra un árbol. El pecho de Rex está justo contra el mío. Con cada respiración que toma, su pecho se expande, empujándome contra la corteza áspera detrás de mí. Él es calor y poder y el aire entre nosotros es eléctrico. Como en cámara lenta, levanta la mano. La coloca en mi cuello, acariciando mi piel suavemente con su pulgar, luego en un poderoso movimiento, presiona mi mandíbula, inclinando mi cabeza hacia atrás y

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abre mi boca y luego su boca está sobre la mía y me estoy derritiendo en su beso. Gimo cuando él profundiza el beso. Sabe a noche, algo oscuro, insondable y necesario. Luego se retira. Parpadeo rápidamente, tratando de averiguar qué lo hizo detenerse. Él me está mirando, su boca está solo a un suspiro de la mía. —Acuéstate, Marilyn —ordena, oigo un bostezo y el cómodo resoplido de un perro bien entrenado poniéndose cómodo. Él nunca rompe el contacto visual—. Daniel —dice con esa misma voz, y yo asiento. Asiento porque lo que él quiera, yo también lo quiero. Me besa profundo y fuerte, jalo sus caderas hacia las mías para encajarnos mejor. Se mueve hacia mi cuello, su rastrojo raspa dulcemente mi garganta mientras besa mi cuello lentamente y muerde el músculo allí. Respiro hondo y gimo, empujando mis caderas contra las suyas. Cada rasguño de sus dientes envía un pulso a mi ingle. Me he puesto duro tan rápido que estoy abrumado, como si toda la sangre se drenara de mi cabeza y corriera a mi erección. Su boca es suave y poderosa, y deslizo una mano en su cabello para guiar sus labios hacia los míos. Me pongo de puntillas para tener un mejor acceso. Nuestro beso es como una conversación: conocerse, buscarnos, explorar. Pellizco el labio inferior de Rex y él gruñe, frustrado, agarra mi trasero con sus manos, tirando de mí y levantándome del suelo para sostenerme contra el árbol sin ningún esfuerzo. Envuelvo mis muslos alrededor de sus caderas y empuja contra mí.

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Nunca he estado con alguien tan construido, y su fuerza me está volviendo loco. Es como si pudiera hacerle cualquier cosa sin lastimarlo y él pudiera hacerme cualquier cosa, lo que hace que mi mente vaya en espiral a mil lugares a la vez. Él empuja más fuerte contra mí, extendiendo mis piernas con su cuerpo hasta que puede molerse contra mí. Él sostiene todo mi peso como si no fuera nada y, mientras se balancea contra mí, alinea perfectamente nuestras pollas. —Joder —respiro, poniéndome rígido con el esfuerzo de no correrme de inmediato. Ha pasado mucho tiempo. Él se relaja un poco, todavía me besa, y me baja al suelo. —Quiero sentirte. ¿Puedo? —pregunta, y desliza una cálida palma por la parte de atrás de mis pantalones, ahuecando el músculo, pasando un dedo grueso entre mis mejillas. Me estremezco contra él y vuelvo a asentir, yendo por sus pantalones. Detiene mis manos y, por un segundo, creo que será una repetición de lo que sucedió en su casa una vez más. Pero él solo me mira fijamente y dice—: Dime que puedo tocarte. —¡Puedes tocarme… maldición! —En cuanto las palabras salen de mi boca, me empuja los pantalones y la ropa interior y me agarra el culo con ambas manos. —Tu libro —dice. —¿Eh? —Tu libro se está estropeando de nuevo —dice, y miro hacia donde mi copia de El secreto está una vez más en el suelo. Nota personal: intenta no pisar tu iPod.

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—Está bien —le digo, alcanzándolo de nuevo. Él me separa y me besa con un hambre que me hace temblar mientras me meto con sus pantalones. Cuando finalmente arrastro sus vaqueros y calzoncillos hacia abajo, su erección brota, dura y gruesa contra su vientre. Él empuja contra el árbol y contra mí y, cuando nuestras pollas se encuentran piel con piel por primera vez, ambos gemimos. Él es todo dureza y calor, se muerde el labio y me mira a los ojos mientras se balancea contra mí. —Ven aquí —dice Rex, y me levanta de nuevo, tirándome contra su cuerpo, mi espalda contra el tronco del árbol. Mientras me mantiene firme, empujo contra él y me estremezco de placer. Gime y pasa sus posesivas manos sobre mi espalda baja y mis caderas. Él extiende los globos de mi culo y pasa un grueso dedo por la grieta entre ellos, dando vueltas en mi abertura, haciendo que tiemble y me apriete. Él lleva su dedo a mi boca y lo chupo. Luego hay humedad en mi abertura, haciéndome estremecer. Se inclina para besarme con fuerza, me chupa el labio inferior y me acaricia para abrirme. Grito en la boca de Rex mientras su dedo se desliza dentro. —Oh Dios. —¿Está bien? —pregunta. Asiento con entusiasmo, mi cabeza cae hacia atrás contra el árbol. —Dime —susurra. —Joder, está bien —digo, mis ojos cerrándose con fuerza. —La noche en que te conocí —dice Rex contra mi boca— todo lo que podía pensar era en entrar dentro de ti. —Él acaricia dentro de mí con su dedo grueso, empujando mientras habla. Su voz es baja, calor

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rizándose a mi alrededor—. Tu boca. —Me besa—. Tu precioso culo. — Flexiona su muñeca y me folla con su dedo. Mis brazos caen contra sus hombros, se enroscan alrededor de su cuello. Me aprieto alrededor de su dedo y él gruñe, frotándose más fuerte contra mí. —Pero... —jadeo—. Pero no me quisiste. —No —se queja Rex, mirándome a los ojos—. Estaba tratando de ser un jodido caballero. —No —resoplé— ahora eres un jodido caballero. Sacude la cabeza y deja caer su frente sobre la mía. —Tú —dice sombríamente— hablas cuando estás nervioso. —No. —Jadeo, y es verdad; normalmente no lo hago. Rex levanta una ceja—. Sólo contigo —le digo. Su sonrisa es lenta y depredadora. —No te pongas nervioso —dice divertido. Sí, claro, gracias. Solo pensé que había sido atacado por un asesino, como, hace diez minutos. Ni siquiera me permito pensar por qué estoy nervioso de lo que se siente al tenerlo contra mí, dentro de mí. —Es que... ya sabes, el bosque, y... ¿sabes que estadísticamente el mayor porcentaje de asesinos en serie viene del Medio Oeste? No puedo creer que acabo de decir eso. Hay balbuceos porque estás excitado y luego estoy yo sonando como un total psicópata. Rex me da una mirada extraña. —Entonces, ¿estás nervioso de que pueda ser un asesino en serie?

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Sacudo mi cabeza miserablemente. —No, no, solo estaba diciendo. Lo siento. Ignórame. La expresión de Rex se suaviza y pasa el dorso de su mano libre por mi mandíbula. —No quiero ignorarte —dice—. Sólo quiero que estés aquí. ¿Estás aquí? —Él acaricia dentro de mí otra vez y mi respiración se vuelve muy complicada. —Estoy aquí —le digo. —Sólo relájate, ¿de acuerdo? —Es más fácil decirlo que... —Me besa con fuerza. Su lengua acariciando sobre la mía dispara chispas de placer a mi estómago y a mi polla. Mis muslos tiemblan y me aflojo. Besa como habla, con confianza, con autoridad, pero muy receptivo a cada una de mis respuestas. Gimo en su boca y él desliza otro dedo dentro de mí. Cuando grito él me presiona aún más cerca, su pecho y sus hombros empequeñecen los míos. —Te sientes jodidamente increíble —dice Rex—. Me vas a hacer acabar. —Joder. Las cosas que él dice. Usualmente odio cuando los chicos hablan durante el sexo. Siempre suena ridículo, como mal porno. Además, estoy acostumbrado a chupar a chicos detrás de los neumáticos en el taller de mi papá o follarlos en los baños en los conciertos, no hay mucho tiempo para conversar. Pero todo lo que sale de la boca de Rex me excita aún más.

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El árbol contra mi espalda y los dedos de Rex dentro de mí son las únicas cosas que puedo sentir. Hasta que Rex agarra nuestras dos pollas en su gran mano y comienza a acariciarnos. —¡Oh! —clamo, y Rex gime bajo. Mi cabeza gira mientras sacudidas de placer se disparan a través de mi polla. Deslizo mis manos bajo la camiseta de Rex, meto la mano en los músculos gruesos. Puedo imaginarme cómo se sentiría su cuerpo si me aplastara contra el colchón, y no estoy seguro de dónde vino ese pensamiento porque no es algo que haya querido antes en particular. Rex nos acaricia más rápido, nuestras erecciones ahora están resbaladizas por el fluido, y me apoyo sobre sus hombros para no deslizarme por el árbol, y porque no quiero renunciar a la sensación estremecedora de sus dedos dentro de mí. Todo se siente líquido, y el aliento de Rex está viniendo en ráfagas ahora. Se muerde el labio y su ritmo tartamudea. —Joder, cariño, estoy tan cerca —dice y solo puedo gemir en respuesta y asentir. Toma una respiración temblorosa y su mano se ralentiza ligeramente. Cuando me besa, es más suave y su boca sabe más dulce. Puedo sentirlo temblar con el esfuerzo de contener su orgasmo. Él desliza sus dedos aún más profundamente dentro de mí y me siento atrapado contra el árbol, por su mano, por su boca y su pecho y su puta voz y, Dios, su olor. Apenas me doy cuenta de lo que estoy haciendo, solo lo que sea para obtener más. Más contacto, más lengua, solo más. Con las manos en sus hombros, me aplasto contra sus dedos y grito de placer.

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—Oh, carajo —dice, pero es como si su voz viniera desde una gran distancia, lejos de la sensación de sus dedos chispeando de placer a través de mi canal y su gran mano acariciándonos más rápido ahora. Debería avergonzarme de los sonidos rotos que estoy haciendo, pero parece que no me importa. Rex flexiona sus dedos dentro de mí al mismo tiempo que su toque atrapa la cabeza de mi polla a la perfección y yo estoy en espiral hacia el orgasmo, agarrándome a sus hombros, su cuello, lo que sea para evitar perder el contacto con su cuerpo. El calor hormiguea en la base de mi columna vertebral y en mis bolas y luego es solo placer ardiendo a través de mí. —Oh, oh —grito. El calor sale de mí, haciendo todo resbaladizo. Jadeo por respirar y mi agujero se estremece alrededor de sus dedos mientras mis músculos se contraen, sacándome un último chorro de calor y dejándome temblando contra Rex, sus dedos aún dentro de mí. —Santa mierda —dice Rex. Él nos acaricia dos veces más, mi polla esta tan sensible que es casi doloroso, y luego también se corre, bañándome el pecho y el estómago con fuertes chorros cuando me aplasta contra el árbol. Los dos estamos respirando pesadamente. Rex pone su boca de nuevo en la mía y me besa suavemente mientras desliza sus dedos de mí lentamente. Gimo, estremeciéndome contra él, y no puedo dejar de apretar. Ahora con las manos libres, él me levanta un poco más alto, sosteniéndome contra él. Sigue besándome, y luego, como no puede contenerse, mete la punta de un dedo dentro de mí.

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—¡Rex! —murmuro, y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. Nos besamos suavemente, nuestras bocas moviéndose juntas, cálidas y húmedas. Mientras desliza su dedo dentro de mí, mi polla da una última sacudida temblorosa contra el estómago de Rex y siseo. Mi cabeza cae hacia atrás contra el árbol y respiro hondo. Mi cabeza da vueltas. Rex se acurruca en la curva donde mi cuello se encuentra con mi hombro y puedo sentir su aliento húmedo en mi piel. Él quita su dedo y suavemente me baja al suelo. Mis piernas están temblando y mi trasero está un poco sensible. Debe verlo en mi cara porque me empuja contra él, un brazo alrededor de mi cintura, el otro apoyado contra el árbol mientras recupera el aliento. Su cuerpo envuelve el mío de modo que todo lo que puedo sentir es su calor y todo lo que puedo oler es su aroma: suavizante de telas, pino y sudor ligero y limpio. Realmente no puedo recordar la última vez que fui retenido de esta manera; tal vez nunca lo he sido. Abrazo a Ginger, pero es pequeña y no se siente nada como esto. Aparte de eso… Nadie. Siento que podría fundirme con Rex, y quiero seguir así todo el tiempo que pueda. Me asusta cuánto lo quiero. —Yo, uh —dice Rex, y con mi oreja presionada contra su pecho, su voz baja retumba a través de mí—. Pensé que no te volvería a ver. —La sensación de comodidad se me escapa, dejándome exhausto solo pensando en cuando desperté esa mañana, esperanzado e inseguro, y encontrando que había desaparecido, sin ni siquiera una nota para decir adiós.

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—No pensé que quisieras —le digo, y puedo escuchar el resentimiento en mi voz. Rex se desplaza hacia atrás para poder ver mi cara. Me aseguro de que mi expresión sea neutral. —No es verdad. Solo quería llevar a Marilyn al veterinario. Y, como dije, parecía bastante claro que aceptarías cualquier trabajo por encima de uno aquí. No pensé que nuestra pequeña ciudad causara una buena impresión. —No sé. Fuiste un vagón de bienvenida bastante bueno —le digo— . Incluso si no dijiste adiós. —Hmph —dice. Su expresión se ha cerrado. Lo hace parecer más severo, más viejo—. Bueno, estás aquí ahora. Supongo que utilizarás este trabajo como... ¿cómo lo llamaste? ¿Cómo trampolín? —Tal

vez

—le

digo.

Me

sorprende

que

recuerde

nuestra

conversación tan bien. Incluso recuerda la palabra que usé—. Tendré que ver. Estoy aquí por lo menos este año. Um... —Hago un vago movimiento hacia mis pantalones, que están agrupados en la parte inferior del árbol. Rex me deja ir y trato de volver a ponerme la ropa interior retorcida y los pantalones con cierta apariencia de dignidad. No es que haya mucho espacio para la dignidad cuando acabas de drenarte contra un árbol en mitad de la noche. —¿Supongo que funciona? —pregunta Rex. Asiento. —Oye, no eres de aquí, ¿verdad? —pregunto. —No. Texas, originalmente —dice Rex, haciendo un trabajo mucho mejor para recomponerse con más dignidad de lo que yo he hecho—. Pero viví por todas partes. ¿Por qué?

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—Tu acento. No tienes esa cosa nasal de Michigan. Y tú dices supongo. —¿Qué hay de malo con suponer? —No hay nada malo en ello. Simplemente, por lo general las personas que dicen ‘supongo’ están siendo formales o son del sur. Así que me lo preguntaba. Texas, ¿eh? Entonces, ¿te gusta el tema del vaquero? —Estoy balbuceando otra vez, pero hay algo sobre Rex en un caballo, o un toro, o lo que sea que tengan en Texas, eso es increíblemente caliente. Rex con un látigo. —Para ser profesor, te gustan los estereotipos, ¿no? —dice Rex, pero no parece ofendido—. Los asesinos en serie son del Medio Oeste; todos en Texas son vaqueros. Gimo —Recuerdas eso, ¿eh? —Esperaba desesperadamente que, con los orgasmos y todo eso, tal vez no hubiera registrado esa parte de nuestro intercambio. —Solo sucedió hace unos minutos, Daniel —dice, y me toma por debajo de la barbilla. —Sí, sí. Realmente no pienso esas cosas. Yo solo… Él me tira hacia su pecho y levanta mi barbilla. Me besa ligeramente y sonríe, luego acaricia mi estómago. Miro hacia abajo y veo que su venida se ha secado en rayas blancas en mi camiseta negra. —Eso es bastante desagradable —dice.

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—Oh, no te preocupes por eso. Mañana voy a lavar la ropa. —Los ojos de Rex se oscurecen y esa expresión depredadora está de vuelta. —No me arrepiento de eso —dice—. Me refiero a tu camiseta. Seguro que sabes cómo poner a un chico en su lugar. —Oh —digo, mirando hacia abajo de nuevo. Olvidé que mi camisa dice: Nadie te amará jamás—. Es una canción de Magnetic Fields —le digo, y me doy la vuelta para mostrarle la espalda: 69 Love Songs. —Mmhmm. —Me acaricia el culo—. ¿Eso es una banda, supongo? —dice con un acento juguetonamente exagerado. Una vez más, deslizo mi copia de El secreto en mi bolsillo trasero y siento mi iPod en el izquierdo. Casi había olvidado que estaba aquí, pero Marilyn deja escapar un ladrido y se pone de pie. —Sí, chica, es hora de irse —dice Rex, y le acaricia la cabeza. Meto los puños en los bolsillos, tratando de averiguar cómo puedo asegurarme de volver a verlo. —Oye, ¿dónde estoy? —pregunto a Rex—. Caminé por ese camino, creo. —¿Vives en la ciudad? —Sí. Encima de la ferretería. —¿La casa de Carl?

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—Whoa, pueblo pequeño —le digo. Estoy bromeando, pero él no sonríe. —Si sigues la carretera durante aproximadamente una milla, llegarás a la ciudad —dice—. A tu izquierda. —Caminé por más de una milla, estoy bastante seguro —le digo. —Sí, es probable que dieras vueltas. Este camino tiene una curva de herradura que puedes evitar. Sólo quédate a la izquierda. Puedo conducirte si quieres. Quiero decir, tengo que volver a casa y buscar mi camioneta, pero... —No, estoy bien —le digo—. Es una buena noche. —Necesito aclarar mi cabeza. —Claro —dice, frotándose la nuca—. Bueno, supongo que te veré, Daniel. Espera, ¿eso es todo? ¿Aún no quiere mi número, o...? —Um, sí, te veré —le digo—. ¿Tal vez... en la ciudad? —Muy probable —dice. —Bueno. Bueno, supongo que solo... —Señalo el camino—. Adiós, Marilyn. Realmente me alegro que estés bien. —Le acaricio entre sus orejas y ella levanta una pata. —Ella quiere que se la sacudas —dice Rex. —Oh, cierto. —Tomo su gran pata en mi mano y la sacudo—. Um. Buenas noches. —Me doy vuelta lentamente, con la cara ardiendo. No tiene ningún interés en hacer planes, claramente.

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—Daniel. —La mano de Rex en mi hombro me hace girar. Se inclina y me besa, breve y duro—. Me alegra que estés aquí. Nos vemos. —Esta vez suena tranquilizador. No sólo piensa que soy un polvo rápido contra un árbol. Ojalá. Luego se marcha, con Marilyn trotando a su lado.

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Capítulo 4 Septiembre —Porque reafirmar el mensaje no es una tesis, Malcolm. Una tesis necesita ser argumentativa. Le dice al lector que gastará el resto del papel demostrándoselo. ¿Lo recuerdas? Apuñalar, estrangular, aplastar, aniquilar, destripar. Trato de calmarme enumerando palabras que describen lo que me gustaría hacerle a Malcolm. Prepotente, con derechos, guapo Malcolm. Arrastrar, licuar, borrar, eviscerar, pulverizar, destripar. Malcolm es el sexto estudiante que viene a mis horas de oficina los viernes por la tarde para discutir sobre su calificación en el primer artículo breve de mi clase de Introducción a la Literatura Americana. Los seis estudiantes que se quejaron faltaron a clases el día que asigné los trabajos y expliqué con claridad qué era una tesis. Los seis estudiantes que se quejaban entregaron trabajos sin nada de tesis. —Pero nunca dijiste que necesitábamos ser argumentativos —dice Malcolm, escaneando su papel—. Quiero decir, si hubiera sabido que eso era un requisito, entonces podría haberlo hecho totalmente. —Bueno —le digo— esta asignación se denomina ‘Presentación de un Argumento’. Le sugeriría, en el futuro, que haga un borrador de sus documentos con la hoja de tareas frente a ti. Y le sugiero que se asegure de averiguar lo que se pierde en los días en que no está en clase. ¿Algo más que pueda hacer por ti?

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—Quiero decir, básicamente plantee un argumento. Está justo aquí. —Como mencioné, esta es una reafirmación del mensaje que di en clase, por lo que no puede ser argumentativo. —Pero es totalmente argumentativo. —Es una pregunta, Malcolm. Mi pregunta. No asignaría un trabajo en el que se suponía que tenías que plantear un argumento que ya hice en la hoja de asignaciones, ¿o sí? —¿Cómo se supone que debo saber lo que harías? —dice Malcolm, sonando sinceramente confundido. Pero está claro que su confusión enmascara la agresión. Le desagrada verme. —Mira, te daré la misma oportunidad que les di a tus compañeros de clase que no estaban contentos con sus calificaciones. Si deseas reescribir el documento y dármelo la próxima semana, lo calificaré con un límite en B-. Tú decides. —¿Así que no puedo llegar más alto que un B-? ¡De ninguna manera, hombre! —Ooh, Malcolm está enojado ahora. Admito que tengo un poco de prisa por mantenerme perfectamente calmado cuando sé que un estudiante me golpearía en la cara si estuviéramos en un bar en lugar de cruzando un escritorio uno del otro. —Bueno, partiendo en que este es un trabajo de D. Si eliges mantener esa nota o volver a intentar la tarea depende de ti. Malcolm recoge sus cosas enojado, deslizando su silla hacia atrás con un fuerte rasguño en el viejo piso de madera dura.

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—Sí, está bien, la próxima semana, gracias —murmura, y se sacude la mochila por encima del hombro. Él cierra la puerta de mi oficina detrás de él. Duro. Es un edificio viejo y, como el nuevo, claramente me quedé atascado en la oficina que: (a) se liberó recientemente cuando murió un miembro de la facultad que nunca la usó, o (b) es una puerta de entrada a los fuegos del infierno. Como tal, cuando Malcolm cierra de golpe la puerta, se abre una grieta en la pared de yeso del techo desde la esquina de la puerta hasta la desvencijada lámpara que cuelga precariamente del techo a un metro de distancia. La lámpara se cae del panel de yeso y cuelga de un grupo de cables. —Que tengas un buen fin de semana —murmuro. Luego, mientras observo, la lámpara cae al suelo con un golpe de estaño abollado, vidrio esmerilado y polvo de yeso. Genial. *** Gracias a Dios es el fin de semana. Después de llamar al departamento de mantenimiento de la universidad y dejarles un mensaje sobre el desastre en que se ha convertido mi oficina, pido pizza y llamo a Ginger. Ella siempre está en la tienda los viernes por la noche pero solo trabaja con cita previa porque no quiere estar implicada en los errores estúpidos y borrachos de la gente. Después que la madre de una chica de una hermandad entró en la tienda, arrastró a su hija por la muñeca, para preguntar por qué Ginger le hizo un tatuaje de una magdalena en el culo con las palabras ‘dulce hasta la última lamida’ que se enroscaban en una pancarta debajo, y no respondió bien a la seguridad con que Ginger le dijo que la chica era mayor de edad para hacerse un tatuaje y bastante insistente en éste en particular. Así que Ginger dejó de

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participar en las maratones del viernes por la noche, dejando el dinero fácil a sus empleados. Ella responde al primer timbre. —¿Lo has vuelto a ver? —dice ella. —Amiga, vamos —le digo. Me ha preguntado esto cada vez que hablamos desde que le conté que me había topado con él, bueno, que Marilyn corrió hacia mí. —Lo siento, mejillas dulces. Estoy pasando un infierno de sequía en la ciudad de lo que claramente es amor fraternal y necesito que me levanten un poco. —No estoy conteniendo la respiración, Ginge. Como te dije, él ni siquiera quiso mi número de teléfono. Creo que tal vez solo lo vio como una cosa de una sola vez. —Venga. Hay, como, treinta y siete personas en tu ciudad. Es totalmente inevitable. Además, él sabe dónde trabajas. Creo que podría encontrarte si lo intentara. Bueno, ella tiene razón en eso. —Lo siento, lo siento —dice ella—. Solo quiero decir que obviamente le gustas, así que no entiendo por qué está jugando tanto. —Cambiando el tema por millonésima vez… ¿Qué hay de nuevo en casa? —Oh, cielo: te perdiste un montón de buenos shows, todos siempre preguntan dónde estás, todos los demás en esta ciudad apestan, y los trabajadores de SEPTA están en huelga, así que no puedo tomar el metro

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y aunque apoyo totalmente su causa… fuerza, unión… básicamente está arruinando mi vida. ¡Oh! Y tu puto hermano entró en la tienda ayer. —¿Brian? —Brian es el único de mis hermanos que puedo ver haciéndose un tatuaje. —No, Colin. —¿Qué? ¿Qué quería? —No es lo que quería, ¿qué quería cubrir? —¡No! —Calabacita, ¿te diste cuenta que tu hermano idiota y misógino, que golpea a los gays, tenía un sello de golfa? —Imposible. —Una mariposa. —No. —¡Te lo juro por Dios! Su historia fue que su novia lo hizo comprarlo el año pasado y ahora se separaron y él quería que yo lo cubriera con un automóvil antiguo. —Ella dice ‘historia’ y ‘novia’ como si tuvieran enormes comillas a su alrededor. —Oh, Dios mío, esto es lo mejor que me ha pasado. —Me hizo jurar guardar el secreto. —Sí, claro. Entonces, ¿lo hiciste?

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—Le dije que un tatuaje de un automóvil justo por encima de su trasero realmente le daría a la gente una idea equivocada sobre qué tipo de mujer era. Se ofendió y se fue. Supongo que olvidé que es un misógino total, como, por cinco segundos. Me río. —¡Ups! —dice ella con una voz de bebé que no lo lamenta en absoluto. *** Me levanto temprano a la mañana siguiente, ansioso por llegar a mi oficina y prepararme para las próximas semanas, para no tener que trabajar mañana. Odio los domingos. Son lo suficientemente deprimentes sin tener que trabajar en ellos. Además, dejando de lado los problemas estructurales, me ha llegado a gustar mucho mi oficina. Nunca he tenido una antes. En la escuela de posgrado trabajaba en la biblioteca o en una cafetería. Y siempre estaba tratando de leer detrás del bar en el trabajo. En consecuencia, tenía que ventilar los libros antes de devolverlos a la biblioteca porque siempre terminaban salpicados de alcohol. Incluso en mi apartamento en Filadelfia, acababa trabajando en la mesa de la cocina. El lugar era realmente solo un sofá, una cama, un baño y una cocinita de todos modos. Era bueno tener un lugar para trabajar que sea solo mío (y no esté a medio metro de un inodoro). Y, por interesante que siempre haya sido leer a Emily Brontë o Schopenhauer con un telón de fondo de asistentes a conciertos, era bastante difícil concentrarse. Mientras camino a Sludge para tomar un café, el aire de la mañana está un poco frío. Volverá a hacer calor al mediodía, pero por ahora casi puedo fingir que estoy en casa, caminando hacia el centro del Puente Ben Franklin y observando la luz del sol en las nítidas olas del Delaware. Todo

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está todavía en flor, por lo que el sol de la mañana se filtra a través de los árboles que bordean las calles. Me gusta el toldo a rayas marrón y blanco de Sludge y sus fotografías de los posos de café usados en las paredes de ladrillo. Es lo suficientemente temprano para que Marjorie, la dueña de Sludge, como supe la primera vez que tropecé con el café y me dieron una introducción de veinte minutos, está detrás del mostrador. Ella me sonríe ampliamente, pero su sonrisa se desvanece cuando mira mis brazos. —Hmm, Daniel, cariño, no entiendo por qué los niños se hacen eso a sí mismos. —Ella está mirando mis tatuajes. Supongo que solo me ha visto cuando estaba vestido para enseñar, con mangas largas. No entiendo la suposición de algunas personas de que quieres oír su opinión sobre tus decisiones personales. Y lo dicen como si no fuera grosero. Yo nunca diría: ‘Oye, Marjorie, odio cómo te vistes’, o ‘Oh, Marjorie, deberías hacerte una cirugía plástica, porque tu nariz sería mucho mejor de otra manera’—. Eres un chico tan guapo. ¿Por qué querrías verte como un matón? —Bueno, en realidad soy un matón, Marjorie, así que me pidieron que me los hiciera —digo con una sonrisa que espero que no moleste demasiado—. ¿Puedo tomar un sándwich de huevo y una dosis triple en un café grande para llevar? —añado antes que ella pueda comentar. —¿Cómo demonios puedes beber tanta cafeína? —pregunta Marjorie. —Es lo que beben todos los matones —le digo, encogiéndome de hombros, y ella se da vuelta para preparar mi bebida, sacudiendo la cabeza.

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El paseo al campus sólo dura unos quince minutos. Sleeping Bear College es una mezcla de edificios antiguos y nuevos. Fue construido en un terreno que originalmente tenía una gran finca y una granja más pequeña. Cuando abrieron la universidad, construyeron una serie de nuevos edificios de ladrillo para albergar los departamentos de matemáticas y ciencias, uno que se parece a un invernadero para el departamento de arte y, en la parte posterior del campus, lo más lejos posible de mi apartamento, una monstruosidad de bloques de ladrillo para albergar la biblioteca. Las aceras que conectan los edificios están limpias y deben pagar a alguien un montón de dinero para hacer el paisaje, porque hay flores por todas partes. Durante la semana, los estudiantes se congregan en bancos de madera alrededor del campus y almuerzan bajo los árboles que salpican el pasto, que deben haber sido originales de la propiedad porque parecen demasiado viejos para haber sido plantados cuando se abrió la universidad. La finca se convierte en el centro de estudiantes y la granja en Snyder Hall, donde las aulas de humanidades están en el primer y segundo piso y nuestras oficinas en el tercero. Es un edificio agradable madera desgastada en el exterior y un enorme porche delantero donde los estudiantes pasan el rato entre las clases. De hecho, me recuerda más a un restaurante Cracker Barrel que a cualquier edificio académico que haya visto. Aún así, tiene un ambiente relajado que me gusta. Dentro, sin embargo, está destartalado y desgastado, especialmente en las oficinas. Está cerrado los fines de semana, por lo que no tengo que preocuparme por encontrarme con estudiantes, otra ventaja de mi oficina. El edificio es tranquilo y oscuro, y mis zapatos hacen eco en los pisos de madera dura. Las paredes de la planta baja son blancas y están salpicadas

de

folletos

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para

proyecciones

de

películas,

clubes,

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recaudaciones de fondos y tutores. Mi oficina está en el tercer piso, en la parte trasera del edificio, que da al estacionamiento. Apenas me las arreglo para evitar esparcir vidrio por todas partes mientras hago malabares para abrir la puerta con mi sándwich de huevo en una mano y mi café en la otra. Dejo mis cosas en mi escritorio, haciendo una nota mental para limpiar el desastre antes de irme por la noche, y me dispongo a planificar el curso para la próxima semana, tocando Mark Lanegan12 en mi iPod (que, gracias a Dios, no aplasté cuando Marilyn me derribó). Estoy tan atrapado en lo que estoy haciendo que ni siquiera me doy cuenta que hay alguien en el edificio hasta que la puerta se abre y me da un susto de muerte. —¡Joder! —digo, sacando mis auriculares. Tengo suerte de no tener que agarrar mi corazón. No me gusta que me asusten. Y doblemente jodido. La enorme forma en mi puerta, que lleva una pesada caja de herramientas, es Rex. Durante unos días después de nuestro... um, encuentro, en el bosque, Rex estaba constantemente en mi mente. No podía dejar de pensar en la forma en que olía, en cómo se sentía, en cómo me tocó. Quiero decir, el sexo es genial y todo, pero se sintió diferente con él. Estaba tan seguro de todo lo que hacía, y era como si ya me conociera, lo que me gustaba, cómo respondería. Parecía saber cosas que yo ni siquiera sabía. Y mientras me tocaba, se sentía como si realmente le importara. Sé que es estúpido leer algo acerca de alguien que se está corriendo, pero se sentía... No lo sé, personal. Luego, quedó claro que Mark William Lanegan es un compositor y cantante conocido principalmente por ser el exlíder de la banda Screaming Trees y su éxito como solista. 12

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estaba equivocado, ya que ni siquiera me pidió mi número de teléfono. Pero entonces, ese beso. No tengo idea de qué hacer con él. Tan pronto como comenzó el semestre, todos los pensamientos sobre Rex y su extraño interruptor frío-calor fueron reemplazados por la enseñanza, el horario de oficina, reservar los libros, buscar las mejores impresoras en el campus, la planificación de cursos, clasificar, la búsqueda del mejor café de la ciudad, obtener una identificación de la escuela, ser amable con / evitar a mis colegas, y así sucesivamente. Bueno, tal vez no todos los pensamientos. Por la noche, en la incómoda cama que Carl me dejó en el apartamento, los pensamientos de Rex seguían llegando. Como el que todavía no lo había visto completamente desnudo. Me preguntaba a qué sabría su corrida. Y que, aunque normalmente lo superaba, estaba bastante desesperado porque me follara. Luego estaban los otros pensamientos. Pensamientos idiotas, tontos, confusos que debieron significar que estaba medio dormido. Me preguntaba cómo sabría su boca en medio de la noche, cuando se despertaba de su sueño. Me preguntaba si dejaría que Marilyn durmiera en la cama con él. ¿Se bañaba por la mañana para prepararse para el día o por la noche, cayendo en la cama limpio, con el día lavado? ¿Cómo se sentiría besar su mejilla empapada? Y de alguna manera son esos pensamientos, los tontos y confusos, los que me inundan cuando aparece en la puerta de mi oficina. Me doy cuenta que nunca lo había visto a la luz del día y que hay mucho rojo en su cabello castaño y en su rastrojo, y un poco de gris en sus patillas. Me pregunto si hay alguna posibilidad de que darle un abrazo para que

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pueda olerlo y sentir que sus pesados brazos me envuelven pueda ser visto como algo normal, e inmediatamente respondo que no. —Hola —dice, sonando confundido—. ¿Esta es tu oficina? —Sí,

hasta

el

último

centímetro

de esta.

—Todavía

está

merodeando en la puerta, mirando alrededor—. Um, ¿quieres entrar? Mira el cristal. Cierra la puerta detrás de él y oigo el crujido del cristal bajo sus pesadas pisadas. —Entonces, ¿trabajas para la escuela? —No puedo creer que nunca le pregunté qué hacía cuando nos reunimos en febrero. Supongo que estaba demasiado ocupado volviéndome loco. —No —dice, dejando su caja de herramientas en la esquina de mi escritorio—. Bueno, sí, trabajo para ellos, pero no me emplean. Eso aclara las cosas. —Um —digo— ¿qué? —Quiero decir, no soy un conserje. Arreglo las cosas. Para mucha gente alrededor de la ciudad. Y la escuela a veces me llama a arreglar las cosas por ellos. Y hago muebles. ¿Cree que yo pensaría que hay algo malo en ser conserje? Bueno, tal vez sí. Muchos profesores son raros en sus conferencias sobre Dickens acerca de la clase obrera, pero piensan que cualquiera que haga un trabajo de obrero es demasiado estúpido para hacer lo que él hace. —Eso está bien —le digo—. Que puedas arreglar las cosas, quiero decir. Mi papá tiene un taller en Filadelfia y todos mis hermanos trabajan allí. Aunque no soy muy bueno en eso. Quiero decir, puedo hacer el

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mantenimiento básico y arreglar cosas fáciles, pero realmente nunca me metí en eso como ellos. Rex se relaja visiblemente. —Los autos son una cosa que nunca aprendí a arreglar. Entonces, tu lámpara cayó —dice, cambiando al modo profesional. Toda su postura cambia: sus hombros se aflojan y cambia su peso de un pie a otro en una postura amplia mientras mira hacia el techo. —Más bien se suicidó —le digo—. Un estudiante cerró la puerta y eso fue lo que hizo la grieta. Creo que la lámpara simplemente decidió que no podía quedarse en esta oficina un día más. Rex se vuelve hacia mí, sus ojos intensos. —¿Qué sucedió? —Se ve extrañamente protector, como si le dijera que los estudiantes se quejan de las malas calificaciones se ofrecería para golpearlos por mí o algo así. —Solo un mocoso cabreado porque no cambie su calificación. Primer semestre de primer año. Algunos de ellos están tan nerviosos de estar en la universidad que trabajan muy duro. Pero a algunos nunca se les ha dicho que no. Están convencidos que nunca tendrán que sacrificar nada. Pueden faltar a clase y a la fiesta y aún así obtener todos los sobresalientes, ¿sabes? Se pasan. —Jesús, Daniel, deja de divagar. Rex asiente. —¿Cómo es que no tienes un montón de libros aquí? —pregunta, mirando a mi alrededor a un pequeño grupo de libros en las estanterías del piso al techo que se abren por el perímetro de mi oficina—. La mayoría

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de los estantes de los profesores están llenos. ¿No has desembalado todavía? Todos mis amigos de la escuela de posgrado tenían toneladas de libros: viejos favoritos de cuando eran niños, todos sus libros de la universidad, una tonelada de libros para investigación. Pensaban que era raro que no los tuviera porque casi todos provenían de familias de sabelotodos, pero nunca conseguí libros cuando era niño. Recibí una tarjeta de la biblioteca cuando estaba en sexto o séptimo grado, pero nunca quise sacar libros porque compartía habitación con Brian y se podía contar con él para destruir cualquier cosa que tuviera en cualquier momento. Luego, nunca tuve dinero de sobra para comprar libros cuando podía obtenerlos de la biblioteca, especialmente no los costosos libros de crítica literaria o de teoría en que mis compañeros de clase gastaban treinta o cincuenta dólares por artículo. —Realmente

no

tengo

muchos

—le

digo—.

Nunca

podría

permitírmelo. Acabo de conseguir la biblioteca para ordenar las cosas que necesito. Por supuesto, eso es difícil aquí porque esta biblioteca es pequeña. —¿De qué se trata? —pregunta Rex, señalando uno. —Oh, ¿La casa de la alegría? Lo estoy enseñando en mi clase de Introducción a la Literatura Americana. Se trata de una mujer, Lily Bart, que quiere ser miembro de la clase alta, por lo que asiste a todas las fiestas correctas y trata de hacer las amigas adecuadas. Pero luego conoce a un tipo que realmente le gusta, es diferente a las personas estiradas con las que suele relacionarse, y se enamora de él. Solo que él no es rico, entonces ella no puede permitirse estar con él. Ella intenta casarse con este chico rico y torpe que no le gusta, pero no funciona. Eventualmente, ella se endeuda con el esposo de uno de sus amigos por

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error y tiene que conseguir un trabajo haciendo sombreros. No quiero arruinar el final, pero digamos que no es feliz. Edith Wharton odia los finales felices. —¿Por qué estaba tan desesperada por casarse con un hombre rico? —pregunta Rex. —Um, porque está aterrorizada de ser pobre. Aterrorizada de vivir en un lugar feo y no ser admirada. Es muy triste. Mucha gente lo lee como comentario de Wharton sobre lo insulsa y materialista que es la clase alta, pero ella definitivamente lo escribe como una tragedia, así que no es totalmente indiferente a Lily. —Me separo, consciente de repente que sonaba como si fuera sermoneando sobre el libro. —Escribió esa sobre el tipo y el trineo, ¿verdad? —pregunta Rex. —Ethan Frome, sí —le digo. Huh, tal vez no solo estaba preguntando sobre el libro para ser educado. Rex sonríe tímidamente. —Me gustó esa. Me recordó aquí, toda esa nieve y lo aislado que se siente. —Entonces, ¿lees mucho? —pregunto. Rex estudia el desorden en el suelo. —Oh, bueno, me gustan algunas de las historias —dice, pareciendo tímido—. Entonces, déjame tomar una escoba para limpiar esto, y luego volveré a enyesar la grieta. Creo que tendremos que conseguirte una lámpara de pie, porque el cableado en estas oficinas es basura, y no quiero intentar colgar una nueva luz solo para que estos viejos cables se caguen en ti. Lo pondré en orden el lunes. —Se dirige a la puerta.

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—Puedo limpiarlo —le digo, levantándome. —Daniel, siéntate —dice Rex—. Está bien. Este es mi trabajo. —Se da vuelta sin decir una palabra más. —Así que —dice Rex cuando regresa, pasando una mano por la nuca—. Con la charla y todo eso, no pensé realmente. Probablemente no me quieras aquí haciendo esto cuando intentas hacer tu trabajo. Me hicieron venir un sábado porque pensaron que no molestaría a nadie. —No, no, no me importa. Quédate. —Bueno, no quiero molestarte, dando vueltas y todo. —No en serio. Trabajé como barman a lo largo de la universidad y la escuela de posgrado. Fue en un local de música en North Philly, y yo hacía todas mis lecturas para las clases mientras se realizaban los espectáculos, porque era cuando menos gente estaba en el bar, ¿sabes? Entonces, una noche, estaba tratando de terminar toda la segunda mitad de Moby Dick para mi seminario matutino y la banda esa noche era un grupo de metal de mierda tratando de ser Slayer y fallando miserablemente. Así que estoy sirviendo bebidas y tratando de terminar una de las mejores obras literarias de todos los tiempos, mientras la banda grita de manera ininteligible en el fondo. Todavía tengo flashes cuando alguien dice la palabra ‘ballena’. Rex se ríe y apoya una cadera contra mi escritorio. —Realmente, quédate. Me gustaría la compañía. —Claro —dice—. Casi puedo garantizar que no gritaré, al menos. —Se aparta del escritorio para alcanzar su caja de herramientas y todo se tambalea. Él es bastante pesado

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—Jesús, Daniel —dice, agachándose para mirar el escritorio, que he equilibrado con algunas copias antiguas de la revista literaria de la escuela

que

encontré

en

mi

archivador—.

Esta

cosa

se

está

desmoronando. ¿Has puesto esto aquí? —Sí —le digo—. Me paré en el escritorio el primer día que estuve aquí para tratar de cambiar la bombilla del techo y el escritorio se desplomó. —¿Y nunca te dieron uno nuevo? —Oh, bueno, nunca pregunté. Simplemente los coloqué allí y en realidad están a la altura perfecta, así que ahora está bien. —Sí, siempre y cuando nadie lo toque —dice. —Bueno, no todos son tan grandes como tú. —Las palabras están fuera de mi boca antes de que lo piense—. Um, quiero decir... —Calor brilla en los ojos de Rex mientras me mira de arriba a abajo—. Tan pesado como tú, quiero decir. ¡No! Como musculoso, es lo que quise decir. — Jesús, Daniel. Rex se ríe, su sonrisa es amplia. —Sé lo que quieres decir —dice, su voz un poco más baja de lo que era hace un minuto—. Aquí, pondré una orden de trabajo para que te den uno nuevo. —No, no te molestes —le digo. —¿Por qué no? —Oh, yo sólo... no sé. Realmente no necesito uno nuevo; está bien como está. —Rex me mira de forma extraña.

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—Tu decisión —dice, encogiéndose de hombros. Luego comienza a barrer el vidrio. Es agradable tener compañía mientras trabajo, solo estar en el mismo espacio con alguien. Rex se ha movido a lo que sea que esté haciendo a la grieta en el techo, pero ahora definitivamente me estoy distrayendo porque está parado en una escalera, y cada movimiento hace que los músculos de su espalda y hombros se flexionen debajo de la camiseta blanca que lleva puesta. Su cuerpo es precioso. No está perfectamente esculpido como esos tipos que trabajan en gimnasios todo el tiempo. Es grande: cuerpo pesado, caderas anchas, hombros más anchos, pies y manos grandes. Y, puedo ver ahora, un gran culo. Estoy soñando, mirándole el culo en sus gastados jeans, cuando se da vuelta y me mira. Ni siquiera tiene sentido intentar volver a mirar mis notas y pretender que no lo estaba considerando seriamente. Pero él tiene una pequeña sonrisa en sus labios. —Puedo ver tu reflejo en la ventana —dice. —Oh, cielos. —Dejo caer mi cabeza en mis brazos sobre el escritorio—. Lo siento —digo miserablemente. —Está bien. Me siento como Marilyn Monroe en La comezón del séptimo año. —Realmente amas a Marilyn Monroe, ¿eh? —Ella era la favorita de mi mamá. —Oh, oye —le digo, recordando—. Vi La luz que agoniza. Cuando volví a Filadelfia. Realmente me gustó.

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Rex sonríe y casi me quita el aliento. Es una sonrisa que llega hasta sus ojos color whisky, arrugando la piel en las esquinas. Mientras que su rostro es clásicamente guapo, con esos pómulos altos, nariz recta y cejas fuertes, sus hoyuelos lo hacen lucir juvenil cuando sonríe, ese incisivo torcido acaba de engancharse en su labio inferior, y un diente frontal lo más mínimo posible detrás del otro. —Pero la biblioteca solo tenía la que estaba en tu casa. La americana. Estabas hablando de la británica, pero no la tenían. —La tengo —dice Rex—. Podría prestártela. —Hace una pausa y mira hacia abajo—. O, si quisieras venir un rato, podríamos verla. — Parece casi tímido al preguntar. —Sí, eso sería genial —le digo. —Entonces, ¿cómo ha sido tu primer mes? —pregunta Rex, volviendo su atención al yeso. —Um, sí, he estado bien —le digo—. Encontré un café, hay una biblioteca y tengo Internet en mi apartamento, así que ahí está. Sin embargo, sabes que lo que me está matando es que en ninguna parte tiene comida para llevar o entrega después de las nueve, excepto la pizzería. Y, quiero decir, me encanta la pizza, pero solo puedo comer una gran cantidad en una semana. —No te gusta cocinar, supongo —dice Rex. —Nunca aprendí realmente —le digo—. Cuando era niño, mi padre siempre hacía una gran olla de algo, chili o espagueti o algo, y lo dejaba en la estufa para que yo y mis hermanos la agarráramos. Entonces, cuando estaba en la escuela, simplemente no tenía tiempo para aprender. Y mi cocina en Filadelfia era... bueno, no estoy seguro de que no hubiera

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explotado si la hubiera usado, pero había una posibilidad clara. —Rex sonríe—. Aunque creo que ahora necesito aprender, o voy a tener escorbuto. Creo que los camareros del restaurante ya saben mi nombre, lo cual es vergonzoso porque no creo que nadie más sepa que existo. —Oh, ellos lo saben —dice Rex, sonando divertido. —¿Eh? —Oh sí. Tú eres el —habla como si estuviera citando— enojado profesor gay de la ciudad de Nueva York que usa todas las palabras de diez dólares. Intento recordar qué palabras he usado cuando he hablado con otras personas, pero no puedo. Entonces, la gente aquí ya piensa que soy pretencioso y agresivo. Genial. —Soy de Filadelfia —le digo. —Sí, pero creen que te ves como si fueras de Nueva York. Por cómo te vistes. —¿Cómo me visto? —Te ves... um, nervioso. Tu cabello y todo eso. —Parece que mi cabello se ve desordenado sin importar qué, posiblemente porque lo jalo cuando estoy irritado, así que lo uso así. —Y no estoy enojado. Bueno... —Recordando, puedo haber expresado mi decepción por el hecho de que ciertos establecimientos cierren a las 5:00 p.m. Un par de veces en público. Rex se ríe.

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—Daniel, este es un pueblo pequeño. Te conocerán pronto y dejarán de hacer suposiciones sobre ti. Pero parten de lo que escuchan, y todos los chicos que trabajan en la cafetería susurran sobre el profesor que jura y bebe más expreso que nadie que hayan visto nunca. Carl le dice a cualquiera que escuche cómo tiene un hombre gay viviendo en su apartamento porque cree que eso lo hace parecer, no sé, a la moda o algo así. Están interesados en ti, eso es todo. —Hmph. —No sé qué hacer con eso. Supongo que debería haberlo adivinado—. Es como la escuela secundaria o algo así. Todos conociendo los asuntos de todos los demás. —Supongo. —Rex baja la escalera y se limpia las manos en los vaqueros. Él me da una pequeña sonrisa—. Todo listo —dice—. Pondré en orden una lámpara para ti el lunes. Tienen extras en el almacenamiento, por lo que no debería demorar. —Oh, genial, gracias. —Exprimo mi cerebro por algo que retrase su partida. ¿Debo pedirle que tome un café o algo? —De acuerdo entonces. Tengo que ir a casa a pasear a Marilyn o se volverá loca. —Rex vuelve a poner todo en su caja de herramientas y la apoya en mi escritorio de nuevo. Me levanto, sin saber si debo darle la mano o simplemente despedirme o qué. —Gracias —digo de nuevo, y mi voz suena decepcionada incluso para mí. Escucho la voz de Ginger en mi cabeza: ¡Solo pídele su número de teléfono! Lo peor que puede decir es que no, y al menos entonces lo sabrás y puedes dejar de obsesionarte con él. Porque, ya sabes, estas obsesionado con él.

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—Rex, ¿puedo...? —Me mira y me siento muy mal. Lo trago y lo intento de nuevo—. ¿Me das tu número de teléfono? Ya sabes, para que pueda llamarte... —Y ahí, damas y caballeros, es donde me pierdo. ¿Podría ser más estúpido? Sí, Rex, ¿me das tu número de teléfono por si quieres hablar con un idiota socialmente incómodo? Algo cruza la cara de Rex que no puedo leer. Oh, mierda, en realidad va a decir que no. Busca en sus bolsillos sin mirarme y no parece encontrar lo que está buscando. —Um —dice— ¿por qué no me das el tuyo? Oh dios, esa es una clásica despedida. Mi cara se calienta y mis oídos suenan como lo hacen cuando estoy jodidamente mortificado. Pero arranco una esquina del programa de estudios de mi escritorio y me inclino para escribir mi número de teléfono. Luego le escribo Daniel, en caso de que sea uno más de una docena de papelitos con números de teléfono a los que Rex nunca tiene intención de llamar. Cristo, ¿debería poner mi apellido en caso de que haya otro Daniel? Le doy el papel a Rex, lo dobla con cuidado y lo guarda en su bolsillo. —Que tengas una buena noche, Daniel —dice, y se va, llevándose todo el aire de la habitación con él. *** Me paso por Sludge unos días más tarde, debatiendo si un capuchino nocturno me sacudiría o simplemente haría imposible dormir, cuando un sonido como un disparo me arroja al suelo por costumbre, mi

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corazón latiendo con fuerza. Echo un vistazo alrededor del árbol donde me escondí, pero no veo nada, excepto la hierba exuberante y recortada y los botes de basura bien mantenidos. Luego Marjorie empuja la puerta para abrir Sludge, luchando con las gafas que mantiene en una cadena alrededor de su cuello. —¡Paulie! —Su voz es aguda y me sorprende la sensación de que de alguna manera estoy en problemas—. Paulie, ¿ese era mi coche? Al otro lado de la calle, la puerta de un Honda Accord blanco se abre lentamente y un hombre delgado sale del auto. No puedo decidir si quedarme abajo, fuera de la refriega, o fugarme. Hago algo en el medio, una especie de maniobra entre que se me cayó algo y atarme el zapato, cuando Marjorie me advierte. —¿Daniel? Que pasa ¿por qué estás en el suelo? —Oh, bueno —le digo—. Um, solo, es mi zapato, o... Eso salió bien. —Ah, sí, querido —dice ella, luego dirige su atención al hombre que camina hacia nosotros. —Lo siento, madre —dice el hombre—. No sé lo que pasó. Solo intenté arrancar el auto y... explotó. —Dije que podías tomar prestado mi auto, no romperlo, Paul —dice Marjorie con aspereza, y el hombre hace una mueca. Wow, supongo que incluso los adultos todavía pueden ser regañados por sus madres. No sabría decirte. El hombre, Paul, suspira irritado.

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—Bueno, Mark está cerrado por la noche, así que supongo que tendré que llevar el auto mañana. —Bueno, eso espero, ya que eres tú quien lo rompió. —No lo rompí, madre. Los coches solo hacen cosas. Nadie sabe por qué. Excepto Mark —dice con resentimiento—. Y Dios sabe si él incluso está diciendo la verdad sobre los autos. Lo juro, cada vez que toma el mío me cuesta trescientos dólares. —Miro sus pantalones caqui y su polo y me imagino que no está particularmente cómodo en un taller. —Um, hola —digo, caminando hacia ellos—. Puedo echarle un vistazo, si quieres. Sin embargo, a juzgar por su sonido, es probable que sean sus bujías, o tal vez el convertidor catalítico. Ambos están mirándome fijamente. —Soy Daniel —le digo, ofreciéndole mi mano a Paul. Eso es lo que se supone que debes hacer en una ciudad pequeña, ¿verdad? ¿Ser amable y, decirle a la gente cosas sobre ti? —¿Eres el nuevo profesor de la universidad? —dice Paul, tratando de ser casual, pero mirándome atentamente. —Te hablé de él, Paul —dice Marjorie, dando un codazo a Paul, y mi estómago se contrae—. Y me gustaría que superaras esta pelea con Mark, querido. Ya no estás en el instituto. —Y

sabes

sobre

autos,

¿verdad?

—dice

Paul,

claramente

desesperado por un cambio de tema a pesar que parece escéptico. —Un poco. ¿Quieres abrir el capó?

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Mientras Paul abre el capó, me quito la camisa abotonada para no ensuciarme y me saco la camiseta del pantalón, para no parecer un idiota. Mirar las entrañas del Accord me hace sentir que tengo diez años otra vez, cuando mi padre abría un auto y nos alineaba a Brian, Colin, Sam y yo delante de él para ver quién de nosotros podía adivinar el problema primero. Colin, que es extremadamente competitivo, casi siempre ganaba. No lo adivinarías, ya que tiende a actuar como un patán la mayor parte del tiempo, pero es realmente muy inteligente. Podía detectar el problema incluso antes que el resto de nosotros hubiéramos empezado a buscarlo. Por supuesto, más tarde, después que dejé de fingir que me importaban los autos, me pregunté si Brian y Sam a veces no dejaban que Colin ganara porque se enojaba mucho cuando no lo hacía. Marjorie aparece a mi lado, extendiendo un paquete de toallas de papel cuando empiezo a limpiar inconscientemente mis manos en mis pantalones. —Gracias. Ella solo sacude su cabeza hacia mí y prácticamente puedo escuchar la palabra ‘matón’ resonando en su cabeza mientras mira mis tatuajes y mis manos ahora sucias. —Um, no es el cat, así que eso es bueno. El convertidor catalítico13 —me corrijo a mí mismo, cuando Marjorie y Paul intercambian una mirada que claramente dice que he confirmado su sospecha de que no sé nada acerca de los autos—. Creo que es probablemente una bujía. Si se El convertidor catalítico o catalizador es un componente del motor de combustión interna alternativo y Wankel que sirve para el control y reducción de los gases nocivos expulsados por el motor de combustión interna. Se emplea tanto en los motores de gasolina o de ciclo Otto como más recientemente en el motor diésel. 13

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enciende demasiado pronto o demasiado tarde, desordena el tiempo de encendido. No puedo probar las bujías aquí, pero si es eso, no debería ser tan costoso arreglarlo. Marjorie sonríe y Paul me mira fijamente. Dos clientes de Sludge con licor de café helado han encontrado su camino y están parados junto a Marjorie, mirándome. —Hola —les digo—. Um, entonces, sí. No es difícil reemplazarlos — le digo a Paul—. Mark, ¿verdad?, solo tendrá que realizar un diagnóstico para ver cuál es el problema de la bujía y luego reemplazarla. Quiero decir, si eso es lo que está mal —digo, sin querer sonar como un sabelotodo. Podría ofrecerme intentar arreglarlo para ellos, pero en una ciudad con un solo mecánico, no parece prudente pisarlo. —Gracias —dice Paul, extendiendo la mano. —¿No eres el nuevo profesor? —pregunta confusamente uno de los bebedores de café, una mujer de treinta y tantos años con el cabello muy decolorado. —Sí, hola —le digo, extendiendo mi mano hacia ella—. Soy Daniel. —Ella parece confundida por el gesto, pero luego da una sacudida floja y persistente. —Wow —dice ella—. Soy Ellen. Así que arreglas coches también, ¿eh? Me pregunto qué otros trucos tienes en la manga. —Oh, no, en realidad no lo hago —le digo—. Mi padre es dueño de un taller en Filadelfia, así que acabe por aprender algunas cosas. Todos me miran como si esperaran que les diera más información, pero no tengo nada más que decir. No puedo decir si están pensando que

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el saber acerca de los coches altera más el estereotipo gay o el estereotipo académico. Recojo mis cosas y trato de liberarme antes que puedan hacer más preguntas. —Tú —dice Marjorie, señalándome—. Café gratis mañana. —Oh, está bien. Realmente no hice nada. —No discutas; simplemente acéptalo —dice Marjorie, y yo sonrío— . ¡Nos vemos mañana! —me dice.

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Capítulo 5 Octubre Durante los últimos veinte minutos, Guy Beckenham, un hombre delgado y con un bigote gris que se especializa en literatura medieval, ha estado hojeando lo que parece ser una especie de manuscrito ilustrado. Está en inglés medio14 o mis habilidades de lectura invertida realmente se han deteriorado. De vez en cuando se inclina hacia atrás en su silla, con las manos sobre el estómago y sonríe como si lo que está pasando en este tomo medieval le hiciera cosquillas. Es viernes por la tarde y estoy en el último lugar donde cualquier académico quiere estar, especialmente un viernes por la tarde: una reunión de profesores. Como estudiante de posgrado, escuché que el personal docente se quejaba de ellos todo el tiempo, pero tenía tanta curiosidad por saber quiénes eran realmente estas personas que imaginé que no podría haber nada más interesante que ver el funcionamiento interno del departamento de inglés, quién es amigo de quién, quién es en realidad un imbécil pomposo y quién tiene en mente los mejores intereses de las personas, cuál es la verdadera razón por la que tal persona se tomó un semestre libre, etc. Incorrecto. Las reuniones de la facultad se sienten como alguna forma de tortura psicológica con agua, cada cuestión de orden sin importancia aburre más profundamente mi cráneo que la anterior. Para personas que son tan inteligentes acerca de los libros, la historia y la Inglés medio es el nombre que se da en filología histórica a las diversas formas que adoptó simbólicamente la lengua inglesa hablada en Inglaterra desde finales del siglo XI hasta fines del siglo XV. 14

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filosofía, mis colegas no parecen entender todo lo que escuchan y luego hablan. Seguro que no me pierdo absolutamente nada, dejo que mi mente cansada divague por los dos puntos altos de una semana que de otra manera sería agotadora. Número uno. Estaba bastante seguro de que Rex me estaba ignorando el sábado cuando tomó mi número de teléfono en lugar de darme el suyo, pero a la noche siguiente, cuando estaba en la tienda de comestibles, me llamó. Fue incómodo, pero me alegré tanto que no hubiera tirado mi número por la ventanilla de su camioneta mientras me reía de lo patético que soy que estaba dispuesto a pasar por alto eso. Nuestra conversación fue algo como esto: Yo: Hola Rex: ¿Daniel? Yo: Sí. Rex: Oh, hola, bien, hola. Soy Rex. De, um, de... Yo: Sé quién eres, Rex. Hola. Rex: Claro, por supuesto. Bueno, me preguntaba si estás libre el sábado por la noche. Yo (tratando de no gritar ‘sí’ al teléfono instantáneamente): Sí, creo que sí. ¿Por qué? Rex (su suavidad de nuevo en su lugar): Genial. Pensé que si no hacías nada, te gustaría venir a ver La luz que agoniza. ¿La versión de 1940 que en tu biblioteca no tenían?

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Yo (tratando de no gritar ‘sí’ al teléfono instantáneamente, otra vez): Eso suena genial, seguro. Rex: Genial, genial. ¿Qué tal a las ocho el sábado? Yo (decidido a usar cualquier palabra que no sea ‘genial’): ¡Genial! Eso estaría bien. Rex: Oh, sólo quería que supieras que puse esa orden de trabajo para una lámpara nueva. Me encontré con Phil, emm, el tipo a cargo de eso, en la ferretería, así que me adelanté y se lo hice saber. Yo: Vaya, qué servicio. Gracias. Rex: El placer es mío. Um, vale, entonces. Que tengas una buena noche, Daniel. Yo: Buenas noches. Espera, no sé cómo llegar a tu casa. Rex: Oh, claro. ¿Tienes un bolígrafo? Yo: ¿Puedes enviarme un e-mail con las referencias si te doy mi dirección? Rex: No tengo correo electrónico. Yo (impresionado): Wow. De acuerdo. Um... Rex: ¿Por qué no te llamo el sábado antes que vengas y te las doy entonces? ¿De acuerdo? Yo: Sí, claro, genial. Rex (en voz ridículamente baja y gruñona): Buenas noches.

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Bueno. Si eliminas los ‘bien’, ‘genial’, ‘ums’ y ‘ohs’, en realidad son solo unas pocas frases, pero colgué el teléfono y pasé por la sección de productos vegetales con una sonrisa humillantemente grande en mi rostro. Incluso compré manzanas porque parecía algo que podría hacer alguien a quien le pidieron una cita. Luego, por supuesto, me dije que no era necesariamente una cita. El hecho de que Rex simplemente me esté haciendo un favor, ya que la Biblioteca Libre de Filadelfia me había fallado y que la biblioteca aquí no sería de mucha ayuda. O que solo quería pasar el rato, como amigos, y compartir su amor por el cine clásico con alguien. Aún así, fui indulgente conmigo mismo. Si nada más, porque hizo que el domingo no fuera tan deprimente. El lunes, como prometió, había una lámpara de pie en mi oficina. Parecía que solo tomaba bombillas de 25 vatios, una de las cuales parpadeaba con una inquietante irregularidad que me hacía sacudir constantemente la cabeza para ver si alguien estaba detrás de mí, pero al menos le daba la atmósfera del lugar. Martes y miércoles fueron pesadillas. Como un idiota total, preparé las lecturas equivocadas para mis clases (culpo al delicioso culo de Rex en esos jeans gastados por distraerme durante la planificación del curso), así que estuve luchando todo el martes, no dormí el martes por la noche, y el miércoles la clase se volvió insoportable como resultado, una prueba de que me estaba volviendo viejo, ya que estar despierto toda la noche nunca solía perturbar mi mente. Para agregar insulto a la injuria, Peggy Lasher, una colega mía muy bien intencionada pero extremadamente irritante, decidió ser mi amiga.

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Peggy es el tipo de persona que evité en toda la escuela de posgrado. Es lo suficientemente amable si le gustas, pero es incapaz de dejar que nadie tenga razón o lograr algo a menos que tenga más razón o haya logrado algo mejor. Es astuta y pasivo-agresiva, una cualidad que no puedo soportar, y justo cuando crees que se va, ve algo en tu oficina que le recuerda una historia que simplemente debe contarte. Metió la cabeza en mi puerta dos veces el martes y tres veces el miércoles, y cuando finalmente le dije que realmente necesitaba concentrarme, parecía tan ofendida que me encontré admitiéndole que había hecho los preparativos equivocados para la clase. En lugar de dejarme solo, me contó una historia muy larga sobre su primer año de enseñanza aquí. Pareció, por un momento, que se trataría de un incidente similar, pero rápidamente se hizo evidente que esta no era una historia de ‘He hecho cosas estúpidas’; esta era una historia que parecía que me compadecía, pero que en realidad era de Peggy jactándose porque casi había cometido un error similar al mío, pero que lo controló a tiempo porque presta atención a los detalles. Quería tomarla por su desafortunado corte taza y usar su cabeza para abrir otra grieta en el techo. No hace falta decir que, para el jueves, lo único que quería era que la semana terminara, especialmente después de derramar café sobre mi estómago al caminar hacia el campus y haber tenido que andar todo el día con una camisa que me hacía ver como si trabajara en la cafetería de una prisión. Llegué a mi oficina, puse mis cosas en mi escritorio y revisé mi correo electrónico, sólo para darme cuenta que la reunión de la tarde de la facultad, que iba a poder perderme porque tenía que supervisar una cátedra al otro lado del campus, se había trasladado al viernes por la tarde, así que todo el mundo estaba encantado que yo pudiera asistir después de todo.

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Lo que me lleva al punto más alto número dos. Con las manos en mi escritorio, me apoyé en las dos patas traseras de mi silla con frustración, sin pensar en ello, y luego me quedé inmóvil, recordando que la última vez que lo había hecho, el escritorio se había corrido de su pila de revistas literarias y casi tiro mi computadora al suelo con él. Esta vez, sin embargo, las cuatro patas del escritorio se mantuvieron firmes en el piso. Confundido, lo miré más de cerca y me di cuenta que las revistas literarias con las que había calzado las patas habían desaparecido, y que descansaba sólidamente sobre patas nuevas. Y sabía que eso solo podía venir de un lugar. Llamé a Rex. —Rex Vale. —Rex, soy Daniel. —Daniel, hola. —Su voz se calentó cuando dijo mi nombre. —Yo, um, yo... ¿arreglaste mi escritorio? —Sí, bueno. No podías tener toda tu oficina colapsando. —Hizo una pausa—. Y dijiste que no querías que la pusiera en una orden de trabajo, así que... —No, no —le dije rápidamente—. Es genial. Yo solo... no tenías que hacerlo. No esperaba... —No sabía qué decir. Nunca nadie había hecho algo así por mí antes—. Gracias —dije complacido de escuchar que sonaba genuino y no patéticamente emocional—. De verdad, gracias. Lo siento. Supongo que debería haber empezado con eso. —Está bien, no te preocupes. De nada.

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Hubo una pausa, pero no se sintió tan incómoda como las de nuestra última conversación, lo cual fue alentador. —Escucha —dijo Rex—. Dicen que va a hacer mucho frío el sábado, tal vez una tormenta, así que solo quiero asegurarme que todavía quieras venir. A mi casa, me refiero. —Sí, por supuesto que sí —dije—. Quiero decir, esto es Michigan, ¿verdad? Sabía que tenía que enfriarse en algún momento. —Está bien, entonces —dijo Rex—. Adiós. Luego colgó antes que yo pudiera pedir indicaciones. *** —¿Y estás bien con eso, Daniel? —dice Bernard Ness. —Um, lo siento, Bernard, ¿qué cosa? —digo. Claramente he estado asintiendo junto con la reunión mientras pensaba en Rex. —¿Estás bien con dirigir el comité? —Mierda. Qué manera de no repetirte en absoluto, Bernard. —Sí, sí, suena bien —me oigo decir, ya que no puedo pensar en ninguna otra forma de admitir que he estado soñando. —Maravilloso —dice Bernard, y termina la reunión mientras estoy sentado allí, aturdido. Recojo mis cosas y me dirijo directamente a mi oficina para conseguir mi chaqueta. Todo lo que quiero es ir a casa, ducharme y escuchar música con una botella de vino. Me pongo la chaqueta cuando Jay Santiago abre la puerta. Jay es tal vez diez años mayor que yo, a

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principios de los cuarenta, y parece un buen tipo, aunque no lo conozco bien. —El comité de ensayo personal de primer año —dice. —¿Eh? —El comité que Bernard te pegó mientras mirabas por la ventana. Es para ensayos personales de estudiantes de primer año. Escoges un primer lugar, segundo lugar, tercer lugar y dos ensayos de segundo lugar y luego los leen en una casa abierta a fin de año mientras sus padres beben vino en vasos de plástico, comen cubitos de queso a la pimienta, y presumen sus hijos a cualquiera que escuche. —Whoa, triste —le digo. Pero podría ser peor. En realidad me gusta leer la escritura creativa de los estudiantes. Es genial ver quiénes son fuera del aula, qué es lo que piensan que es importante en su tiempo libre. —Sí, lo hice el año pasado, así que si necesita alguna sugerencia, házmelo saber. —Lo haré —le digo—. Gracias, Jay. —Él asiente y se despide. *** Voy por el camino largo a casa, bueno, son dos cuadras más, así que puedo recoger un poco de vino y comprar una pizza ya que no tengo nada comestible en mi casa. Sin embargo, cuando salgo de la tienda con mi caja de vino, hay gritos que vienen de detrás de la tienda. Es una especie de parque, supongo, un trozo de hierba, un banco y algunos árboles.

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Dos chicos se están metiendo con otro sentado en el banco. Tiene unos dieciséis o diecisiete años, pelo largo, castaño claro y Vans a cuadros. Podrías identificarlo como un skater desde treinta pasos incluso si sus pies no estuvieran apoyados en una patineta. Realmente no puedo ver su cara, pero es flaco, y definitivamente más pequeño que los chicos que se meten con él. Es posible que tengan la misma edad, pero son de la variedad de polos, camisas y mocasines, con un bronceado estival persistente y músculos afinados por el fútbol y padres que esperan ciertas cosas de ellos. Conozco a los de su tipo. ¿Intervendría si los de las camisas de polo no llamaran ‘marica’ al chico? No estoy seguro. Pero yo era ese chico flaco y estoy seguro que no voy a ver cómo le dan una paliza como a mí, aunque estos tipos no parezcan tan duros como los que solían tirarme contra paredes de ladrillo derrumbadas y amenazarme con botellas rotas si alguna vez los miraba en los pasillos. El chico no está reaccionando a las camisas de polo en absoluto. No estoy seguro de si tiene miedo de una pelea o simplemente sabe que en realidad no lanzarán un puñetazo, pero de todos modos me acerco. Cuando me acerco un poco más, puedo ver que está sonriendo. Es una sonrisa traviesa y egoísta. Es una sonrisa que va a conseguirle muchas citas en unos pocos años, o a meterlo en muchos problemas, dependiendo de a quién le esté sonriendo. En este momento, estoy apostando por esto último, porque los camisas de polo no parecen divertidos. Cuando estoy a tres metros, el de la camisa polo de color salmón, en serio, ¿salmón? Lanza un puñetazo. Lo que sea que el skater le dijo, que fue demasiado bajo para que lo escuchara, pero ahora ambos están sobre él, empujándolo hacia abajo en el banco.

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—¡Oye! —grito—. Aléjate de él. —El camisa de polo salmón le lanza un puñetazo y yo me muevo hacia un lado para que no me alcance. Ambos polos se alejan y me miran de forma extraña, pero no puedo decir si tienen miedo de meterse en problemas o están a punto de comenzar conmigo también. Todavía estoy vestido como profesor, con pantalones grises, una camisa a rayas grises y negras, y los viejos brogue15 vintage que Ginger me regaló como regalo de despedida, pero mis mangas están enrolladas hasta los codos, mostrando algunos de mis tatuajes. Llevo una caja de vino y, como es el final del día, mi pelo negro es probablemente un desastre. Debo parecer una especie de poeta inconformista ebrio o algo así. —¡Lárguense de aquí! —grito, señalando hacia la calle, antes que se decidan. —Púdrete, gilipollas —y—. Vete a la mierda —dicen los camisas de polo, pero es poco entusiasta y ya se están yendo, lanzando miradas venenosas al chico debajo de las rígidas alas de sus gorras de béisbol. Sonrío y coloco mi vino y mi bolsa de mensajero en el banco. Me sentí jodidamente bien al gritarles a esos imbéciles, especialmente porque he querido hacerlo con los estudiantes durante toda la semana. —¿Estás bien? —le pregunto al chico. Me inclino para mirar su cara. Hay una marca roja en un pómulo que definitivamente será una magulladura mañana, pero en su mayoría se ve un poco aturdido. Tiene grandes ojos marrones y su piel oliva está salpicada de pecas. Tiene una

El Brogue es un estilo de zapato de tacón bajo o bota tradicionalmente caracterizado por partes superiores de cuero resistentes de múltiples piezas con perforaciones decorativas y dentado a lo largo de los bordes visibles de las piezas. 15

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nariz pequeña y recta que probablemente lo hará atractivo en unos pocos años, pero ahora solo se ve lindo. De hecho, lo único que le impide ser bonito es que, en contraste con sus expresivos ojos, sus cejas son rectas y oscuras, lo que hace que su rostro, por lo demás dulce, se torne serio. —¡OhmiDios, tú eres él! —Uh, ¿perdona? —¡Tú eres el profesor! ¡El gay de Nueva York! —Santa mierda. Soy de la puta Filadelfia, por el amor de Dios. ¿Y cómo todos saben que soy gay? No que me importe. Solo, en serio, todos andan chismorreando como un círculo de costura. —Filadelfia, bien —dice—. Me gusta Kurt Vile16 y no te rías pero amo totalmente a Christina Perri17. Y, como, filetes con queso. ¿Correcto? —Bien, como en, ¿estás listando cosas de Filadelfia? Sí. —Genial, genial. —Entonces, ¿estás bien? —Hago un gesto hacia su mejilla. —Pshh. Esos casos de armario están simplemente celosos porque saben que nunca los besaré. Estoy bien. —Pero su labio inferior tiembla un poco. Me siento a su lado y trato de no parecer un pedófilo mientras apoyo un codo en mi caja de vino. Recuerdo que después de pelearme, todo lo que realmente quería era que alguien se sentara conmigo.

Kurt Samuel Vile es un cantante, compositor, instrumentista y productor de música estadounidense. 17 Christina Judith Perri es una cantante estadounidense, que ha saltado a la fama a los 24 años cuando la cadena Fox utilizó en 2010 su sencillo Jar of Hearts en el programa So You Think You Can Dance. 16

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—Entonces,

Kurt

Vile,

¿eh?

—digo,

manteniendo

mi

voz

desenfadada e inclinando mi cabeza hacia atrás para mirar hacia el cielo oscurecido—. ¿Qué te gusta de él? —Bueno, él es un poco sexy —dice el niño, probando las aguas conmigo. —No es tan caliente en persona —le digo—. Es un poco insípido. —De ninguna manera, ¿lo conoces? —Los ojos del chico se abren de par en par y su entusiasmo genuino toma cinco años desde su edad. —Sí. Solía trabajar en el bar de un club. Tocaba allí todo el tiempo. Buen tipo, sólo un poco ido. —Guau —dice el chico. Espero no haber sonado como un esnob de la música. —A mí también me gusta Christina Perri —le ofrezco—. Su voz es increíble y sus canciones son un poco adictivas, aunque sean un poco chicle. Usa progresiones interesantes. Mi mejor amiga, Ginger, la tatuó una vez, dijo que es genial. —Oye —dice, girándose en el banco para sentarse con las piernas cruzadas frente a mí. Su cara está seria otra vez—. Gracias. Por deshacerte

de

ellos.

Quiero

decir,

podría

haberlo

manejado.

Probablemente. Sólo… Gracias. —No te preocupes —digo, y extiendo mi mano—. Soy Daniel. —Leo —dice, sacudiéndola. —¿Diminutivo de Leonardo? —pregunto.

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—No, abreviatura de leotardo —dice, poniendo los ojos en blanco. —Listillo18. —Amas mi trasero —dice, guiñando el ojo, y ahí está de nuevo esa sonrisa traviesa. —Debes estar bien si intentas ligar con un tipo del doble de tu edad. Te dejaré en tu banco. —Bueno, ¿qué dices? —Se me acerca un poco más, torpe y entusiasta—. ¿Quieres que nos besemos? Creo que está bromeando, pero... —Leo —digo yo, respirando por la nariz y tratando de no parecer de 876 años—. Tienes que tener cuidado. No querrás ir por ahí coqueteando con chicos mayores. Con extraños. ¿De acuerdo? Te meterás en problemas. —Soy un hipócrita increíble ahora mismo. —Tal vez quiero un pequeño problema —dice con un movimiento de cejas. Lo tomo por los hombros con firmeza, los huesos delicados bajo mis manos. —No lo haces —digo yo, tan en serio como puedo—. No ese tipo de problemas. —Algo cambia en sus ojos y se le cae la sonrisa.

En ingles Smartass lo que traducido literalmente seria culo inteligente, por eso el juego de palabras. 18

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—Lo sé —murmura, mirando a sus sucias Vans. Siento como si hubiera pateado a un cachorro. Le doy una palmadita en el hombro y tomo mi bolso y mi vino. —Te veré por ahí, ¿de acuerdo? —digo y se ilumina. —Sí, genial, tío —dice—. Trabajo en la tienda de discos. ¡Deberías pasarte por allí! —Espera, ¿hay una tienda de discos en esta ciudad? —Bueno, no sólo tienen archivos. ¡Pero aún así! En Willow, cerca del callejón detrás de la biblioteca. Vamos, por favor, ven a visitarme alguna vez. Me aburro tanto. —Me está dando una mirada que es igualmente peligrosa como su sonrisa, sólo que esta es de cachorro, de pies a cabeza. —Claro —digo yo—. Definitivamente lo comprobaré. Buenas noches. —Lo saludo y me doy la vuelta para irme. Leo salta, casi tropieza con su patineta. Sus brazos delgados me aprietan los hombros y huelo sudor y cigarrillos de clavo antes que él me suelte. Dios, es un olor tan familiar. —Gracias —susurra de nuevo. Luego agarra su tabla y huye. *** —¿Ves, calabacita? Él no te estaba ignorando al pedirte tu número —dice Ginger. Me siento un poco zumbado con el vino tinto barato, el tipo de zumbido que ocurre después de un vaso y medio de vino con el estómago vacío después de no haber dormido lo suficiente, y acostado boca arriba,

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mirando mi techo mientras Pink Floyd me jala tan profundamente en mi cama que no quiero salir nunca. —Sí, lo sé ahora. Pero aún así me persuadí de ello, lo que me hizo pensar en lo tonto que sería si me involucrara con él. —Aclárate, por favor. —Bueno, si me hizo sentir tan mal pensar que no me quería cuando solo lo había visto, como, tres veces, entonces será mucho peor cuando pierda el interés dentro de unas semanas. —Oh, eso es lógico —dice ella—. Así que, cuanto más te gusta alguien, más estúpido es salir con él porque, hipotéticamente, más podría lastimarte si la relación alguna vez termina. —Ella resopla—. Wow, eres inteligente. Eso es, como, material del Premio Nobel. La teoría de la relatividad de las citas de Daniel Mulligan. —Cállate —murmuro. —Oh vamos. ¿Qué está pasando realmente? —pregunta. —Mañana —le digo—. Creo que podría tener una cita real. —¡Oh, la primera cita del bebé! —Ella hace una pausa—. ¿Sabes que no tienes idea de cómo ir a una cita? —Puedo ir a una cita —insisto. —Nunca has estado en una —dice ella. —¿Qué acerca de…?

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—Ser recogido en el bar donde trabajas y chupado en un callejón no es una cita, calabaza —dice con dulzura. —Bien —murmuro. —¡Cuenta! Entonces, comienzo a contarle lo que pasó esta semana. —Espera —ella me interrumpe—. ¿Esa es Shine On You Crazy Diamond? —Sí. —Ponla en el altavoz para que pueda escuchar también —dice ella—. Estaba pensando que no he puesto este álbum en mucho tiempo. Pongo mi teléfono en altavoz y subo el estéreo. Luego le cuento todo lo que sucedió con Rex a medida que Wish You Were Here se eleva en segundo plano. —Eso es increíble, calabacita —dice ella—. Así que, finalmente vas a... ya sabes, uuuuggghhh —gime ella—. Esta canción es tan jodidamente buena que me está haciendo llorar ahora mismo. —Ha-ha —le digo—. Totalmente desearías que estuviera allí. —¡Lo hago! —Se lamenta. Ginger es muy sensible, pero eso la hace sentir incómoda—. Y pensar en ti posiblemente en una cita con un buen chico... No puedo hacer eso y escuchar a Pink Floyd al mismo tiempo sin

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emocionarme. Solo soy humano. —Ella canta esto último al ritmo de la canción de The Human League19 y yo gimo. —Falta de música social: no se canta una canción cuando se reproduce otra. Doble falta de música social: no cantes nada mientras Pink Floyd esté tocando. ¿Qué es lo que te pasa? —Debería recibir un disparo —dice ella—. Debería vestirme con una camiseta de Dark Side of the Moon y lanzarme al espacio para no volver a faltarle el respeto a Pink Floyd de nuevo. Y ni siquiera una camiseta de concierto, sino una de esas que venden en tiendas especializadas que compran los chicos blancos con rastas. Pero basta de mí. ¿Qué te vas a poner en tu cita? —No sé. Quiero decir, él ya me ha visto con un traje, jeans y una camiseta. Ah, y medio desnudo. ¡Oh! Y llevando un perro medio muerto. Entonces, no creo que realmente importe. —Importa porque si parece que hiciste un esfuerzo para lucir bien, entonces él pensará que te preocupa la cita y si no lo haces, entonces pensará que piensas que no es un gran asunto. —Um. ¿Es eso cierto? —Sí, totalmente cierto. —Huh. Entonces, ¿qué me pongo? No quiero disfrazarme. Voy a su casa a ver una película. —Mmmm. —Puedo escuchar a Ginger hojeando mentalmente mi (muy limitado) guardarropa—. Usa los pantalones vaqueros negros que

19

The Human League es un grupo británico de música synth pop formado en 1977.

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obtuviste el año pasado, tus botas y cualquier camiseta que no tenga nada escrito. —Uh, está bien, si tú lo dices. —Ooh, no. Especificación: usa la camisa de botones granate que te di de ese tipo que se fue de la tienda después de vomitar como un pequeño gusano y salir corriendo sin ella. —Las mangas son demasiado cortas. —Enróllalas, cariño, enróllalas. Hace calor. Llama la atención sobre tus antebrazos. —¿Te gustan mis antebrazos? —No, no los tuyos en particular. Quiero decir, están bien. Simplemente, es una parte sexy del cuerpo. —Estoy totalmente de acuerdo. Simplemente no sabía que a las chicas también les gustaban. —Oh, sí, Daniel. A todas las chicas les gustan los antebrazos. A cada una. No, en serio, les pregunté a todas y todas estamos de acuerdo. Ni siquiera estamos de acuerdo sobre si el brazo largo de la ley debería ser capaz de llegar a nuestras vaginas, pero estamos de acuerdo sobre los antebrazos. —Jesús, jodido Cristo, Ginger, ¿has estado peleando con los provida de nuevo? Ellos van a bombardear tu tienda. —Me dan ganas de quedar embarazada solo para poder abortar y hacer un video de YouTube para enviarles.

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—De acuerdo, la camisa granate y los pantalones vaqueros negros. Gracias. Voy a ignorar lo que pasa con los antebrazos, ya que creo que sabes a qué me refiero. —Sí, bien. —Oye, creo que accidentalmente hice un amigo. —¿Oh sí, alguien con quien trabajas? —No. Impedí que lo golpearan. Pequeño listillo chico skater. Gay. Intentó besarse conmigo. —Um, no lo hiciste, ¿verdad? —No me besé con un niño, Ginger. ¿Qué mierda? —Solo revisando. —Jesús, crees que soy un pervertido. —Bueno, sí, pero no de esa manera. Comienzo a reír. —Era flaco y olía a clavo y dijo que le gustaba Kurt Vile. —Oh, Dios mío —dice Ginger riendo— es como si tuvieras a un pequeño tú. Recuerdo cuando fumabas clavos de olor. Y, cielos, estabas flaco. Luego dice algo sobre el universo enviándonos fragmentos de nuestro pasado para que podamos curarlos y debo estar más borracho de lo que pensaba porque no la sigo en absoluto.

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—Aw —murmuro—. El vino me alcanzó. *** Y luego es de mañana. Debo haber girado sobre el teléfono y haberlo apagado en algún momento porque estaba debajo del hueso de mi cadera izquierda. La luz aún está encendida y mi taza de café manchada de vino está posada en el alféizar de la ventana, justo donde llega mi mano si me estiro. Mis dientes se sienten granulosos y me muero de hambre dado que me dormí sin haber pedido nunca la pizza. Pero, a pesar de sentirme un poco confuso, no tengo resaca y voy a ver a Rex esta noche, así que las cosas se ven bien. Mi teléfono vibra con un texto. Ginger: ¿Estas vivo, chico? Le devuelvo el mensaje de texto: Vivo. Desearía que estuvieras *aquí*, y que me metieras en la ducha. *** Una hora después, me bañé, conduje a Traverse City, y compré una botella de bourbon para llevar a Rex esta noche. Ahora me estaciono en el parking de la biblioteca, felicitándome por haber recordado conducir, ya que tengo un montón de libros que recoger y no podré caminar a casa con ellos. Tengo mi computadora portátil y estoy planeando terminar un montón de trabajos de escritura hoy. Luego obtendré mis libros y correré a casa con tiempo suficiente para ducharme, cambiarme y llegar a Rex a las nueve. Es un plan.

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La Biblioteca del Sleeping Bear College no es particularmente extensa y no es particularmente agradable; parece una especie de prisión de libros. Tampoco tiene ventanas sobre el primer piso. Aún así, tengo un puesto de profesores con una puerta de verdad, por lo que puedo arrancarme el cabello en privado. Colecciono un montón de libros que se tambalean y los llevo a mi cubículo, listo para comenzar la nueva sección que estoy agregando al capítulo dos. Una parte importante de lo que tengo que hacer para conseguir la titularidad es convertir mi tesis en un libro que se pueda publicar. Eso significa no solo pulir lo que ya he escrito, sino también destrozarlo y repensar las preguntas centrales desde una perspectiva diferente. Ahora, en lugar de tener que demostrar a mi comité que sé de lo que estoy hablando y puedo presentar un argumento interesante, tengo que demostrarle a un editor académico que tengo algo que decir sobre la literatura que cientos de académicos querrán leer. Después de unas tres horas de borrar cada frase en el momento en que la escribo, empiezo a coger ritmo, y en realidad estoy haciendo un borrador de algunas cosas que no son terribles cuando finalmente miro mi reloj y me doy cuenta de que ya son las 7:30. Ya debería estar en casa. Garabateo una rápida media página de notas para saber dónde me quedé, recojo mis cosas y voy a ver los libros que tengo en espera en la recepción. *** Toda mi vida, he tenido este miedo, no, no es realmente un miedo. Un pensamiento inquietante que mi cerebro molesto lanza una y otra vez. Lo tengo cuando salgo de una sala de cine o de un concierto, o cuando duermo todo el fin de semana sin tener noticias de nadie. Es este pensamiento que tal vez, cuando salga, el mundo tal como lo conozco se habrá ido y habrá sido reemplazado por otro. Es mitad película de terror

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y mitad ilusión, pero lo he tenido desde que era un niño. Recuerdo que lo tuve la primera mañana que me desperté después que mi madre muriera. Me desperté y ella estaba allí. Por un segundo. Pero entonces recordé que ella ya no estaba allí. Que me había despertado a un mundo donde ella no existía. Ahora, eso es exactamente lo que ha sucedido. Cuando subí a mi auto esta mañana, era un día agradablemente frío, uno en que me alegre de haber tomado una sudadera con capucha. Recuerdo vagamente que cuando entré en la biblioteca el viento se había levantado un poco, pero sólo había entrado unos pocos metros en el edificio. Ahora, nueve horas más tarde, es un mundo de invierno arremolinado. Tiene que haber al menos treinta centímetros de nieve en el suelo y más está cayendo pesadamente, golpeando contra el lado de la biblioteca y los pocos autos en el estacionamiento. Es nieve húmeda, arrastrándose por mi cuello hasta mi nariz. Coloco mis bolsas de libros sobre mis hombros y camino hacia mi auto. La nieve está hasta mis espinillas y empapa de inmediato mis Vans y jeans viejos. Arrojo mis bártulos en el asiento trasero de mi auto y me meto dentro, congelado. Tendré que sacar la nieve de la parte trasera del auto para poder salir del estacionamiento, pero creo que primero lo calentaré. Giro la llave en el encendido y, ¡por supuesto!, nada. Mierda. Gracias auto. Me imagino que voy a caminar a casa y llamaré un taxi para que me lleve a lo de Rex. Es solo un kilómetro y medio a mi casa desde aquí, y hace frío, pero no hace demasiado. Desentierro mi teléfono para comprobar la hora y recuerdo que todavía está en silencio por haber estado en la biblioteca todo el día. Cuando lo abro para volver a encender el volumen, veo que perdí una llamada de Rex hace unas dos horas. Él

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debe haber estado llamando para darme las indicaciones. Me imagino que llamaré para obtener su dirección cuando llegue a casa, pero cuando vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo, suena. Es Rex. —Hola, Daniel —dice—. Siento llamar de nuevo, solo quería darte las indicaciones para mi casa. —Um... —le digo. —¿Es... ya no quieres venir? —pregunta, sonando cauteloso—. Quiero decir que lo entiendo. La nieve y todo. —No, no, no es eso. Es solo. Maldición, bueno, acabo de salir de la biblioteca para ir a casa y yo… mi auto no arranca. Así que solo voy a caminar a casa y luego tomaré un taxi a tu casa, pero podría llegar un poco tarde. Hay taxis aquí, ¿verdad? Como, ¿llamo a un número o algo? —Estaré allí en diez minutos —dice Rex, y la línea se corta. Bueno, mierda. Abro el capó y salgo del coche para echar un vistazo mientras espero a Rex. Probablemente sea la batería agotada ya que esta es antigua, pero es posible que necesite un nuevo motor de arranque. Es difícil ver algo con la nieve girando alrededor. —¡Daniel! —Rex llama desde la ventana de un Chevy Silverado de color oscuro que se está acercando a mí. —Hola —le digo—. Lo siento. Habría estado bien caminando, de verdad. —No seas idiota —dice, con los ojos brillantes—. Ni siquiera tienes una chaqueta. Deberías haber esperado dentro.

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—Quería ver qué pasaba con mi auto. —Te dije que iba a hacer frío, ¿recuerdas? Porque no quería que no estuvieras preparado. Sé que no estás acostumbrado a este clima. Estoy molesto con él por decirme qué hacer, pero también un poco raro porque en realidad parece preocupado. —Sí,

pero

es

octubre.

Pensé

que

solo

estabas

haciendo

conversación. Como, ‘oh, las estaciones están cambiando’. No sabía que te referías a que iba a haber una tormenta de nieve. De todos modos, no es gran cosa. Probablemente solo necesite un puente —le digo, palmeando el capó de mi coche. Rex me está mirando con una mezcla de molestia y preocupación. Probablemente salir en una tormenta de nieve para recoger a un tipo que apenas conoce no estaba en su lista de actividades anteriores a la cita. —Sólo conseguiré mis cosas —le digo, y me meto de nuevo en el coche. Cuando me doy la vuelta con mis bolsas de libros y mi mochila, Rex está justo detrás de mí. Incluso en la nieve que se remolina puedo sentir su calor. Cierra los ojos como si estuviera tratando de controlarse. —Oye —dice, mirándome a los ojos—. Lo siento si sonaba como si te estuviera dando un sermón. Pero cada año, un turista se congela hasta morir o queda atrapado en una tormenta de nieve aquí porque no conoce el clima. —Está bien. —Asiento. Lleva a sus hombros uno de mis bolsos y lo sigo hasta la camioneta.

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Estoy empapado hasta las rodillas, así que nos dirigimos a mi apartamento para poder cambiarme y dejar todos mis libros. Cuando entramos por la puerta de mi apartamento, de repente me asalta una sensación familiar. Este apartamento, como todos los que he tenido, está destartalado y lleno de moho, con muebles de mierda, estantes de cajas de leche y pisos que se mantienen sucios, sin importar cuántas veces los lave. Desearía que Rex esperara afuera y nunca viera mi cama deshecha, sus sábanas desajustadas en un nido donde las dejé, mi cocina empañada con aceite y polvo y Dios sabe qué, aunque no la use mucho, y mi cómoda con los cajones que se salen de sus carriles de lo que debieron haber sido años de alguien, ¿Carl?, golpeándolos y sacándolos, porque no estaban satisfechos con lo que contenían o con la vida que los rodeaba, no lo sé. Es un basurero, deprimente incluso con cada luz encendida. Me he acostumbrado a ello las últimas semanas, ya que se ha convertido en mi refugio del trabajo y en una ciudad que parece saber lo que hago antes de hacerlo, pero ahora, mirándolo a través de los ojos de un extraño, una vez más veo lo que es. —Entonces, solo voy a tomar una ducha —le digo a Rex—. ¿Quieres algo...? —Echo un vistazo alrededor de la cocina. ¿Tengo algo que ofrecerle? —Estoy bien —dice Rex. —¿Vino —digo— o agua? Sacude la cabeza. —Está bien, bueno, ponte cómodo. Estaré aquí en unos minutos.

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Agarro el vestuario aprobado por Ginger y me meto en el baño. Me vislumbro a mí mismo mientras corro el agua y hago una nota mental para comprar un abrigo de invierno pesado, como, ya. Mis labios están casi azules y mis mejillas son de un blanco ceniciento contra el negro de mi cabello, que mi capucha ha aplastado en un casco poco atractivo alrededor de mi cabeza. Me veo cansado. —Genial —le digo al Daniel en el espejo. Cuando paso por debajo del agua misericordiosamente caliente, creo que escucho las notas iniciales de Wish You Were Here desde la sala de estar, pero luego el silbido del agua es todo lo que puedo escuchar. *** No es del todo cierto que nunca haya estado en una cita, aunque nunca le conté a Ginger sobre eso. Richard y yo fuimos a una cita antes de caer en el patrón en el que pensé que estábamos saliendo y al parecer él pensó que solo estaba caliente. Fue poco después que nos conociéramos en una conferencia en el campus. Richard era un estudiante graduado en el departamento de química, con trabajo de curso y escribiendo su tesis como yo. La conferencia era aburrida y la parte de preguntas y respuestas que siguió fue bastante dolorosa, y lo sorprendí sonriéndome cuando accidentalmente puse los ojos en blanco ante una pregunta pomposa que el presidente del departamento de historia inquirió como si fuera un rey que otorga un título de caballero. Nosotros charlamos. Era guapo y divertido e increíblemente inteligente, por lo que no es mi tipo habitual. Estaba muy limpio y bien vestido, como un muñeco Ken de torre de marfil perfecto. Pero había algo en él que me hizo sentir... agradecido de que él pensara que era lo suficientemente interesante como para hablar. Me invitó a cenar la noche

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siguiente y miré el menú en línea en un estado de pánico para ver qué podía pedir que no borrara mi dinero en efectivo durante todo el mes. No mucho. Supongo que fue una buena cita, si una buena cita es una conversación interesante, gustos comunes y una apreciación de los sentidos del humor de cada uno. Pero todo el tiempo que estuvimos allí sentados, me di cuenta que él me escuchaba a medias y planificaba para qué era útil. Tenía un aire frío y calculador que lo hacía sentir más como una entrevista que como una cita. Me vestí mal para el restaurante que Richard había elegido, escogí un vino que (me informó) fue una elección terrible dado lo que pedí, y cuando llegó el momento de pagar y saqué el dinero de mi mitad, quito la cuenta de debajo de mi mano con un sutil movimiento de cabeza, como si lo estuviera avergonzando. Él pagó la cuenta, me di cuenta más tarde, de la forma en que yo había visto a los padres de mis compañeros de clase pagar las cuentas cuando llevaban a sus hijos a cenar: con el conocimiento absoluto de que la persona que estaba al otro lado de la mesa no estaría allí si no fuera por ellos, y con la gratificación de poder sacar a esa persona de su triste mundo de comida de cafetería y fideos ramen para una noche especial. Un regalo. Eso es lo que Richard pensó que me estaba dando. En ese momento, sin embargo, estaba tan distraído al intentar devolver el dinero en mi billetera y agradecerle que no lo había pensado. Cuando salimos del restaurante y le dije que no tenía que haber pagado por mí, sonrió con indulgencia y me dijo que podría comprarle una bebida la próxima vez. Que quisiera verme de nuevo era un bálsamo para mi ego herido; que esperara verme de nuevo no era algo en lo que pensara hasta más tarde. ***

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Me coloco mis pantalones vaqueros negros y la camisa granate que Ginger me regaló, arrollando las mangas demasiado cortas y pensando en mi mejor amiga luchando contra los pro-vida en South Street. Cada pocos meses celebran una misa en Planned Parenthood cerca de su tienda y hacen que todos se sientan miserables. Ginger insiste en que no solo lucha contra ellos porque los encuentra ética y políticamente aborrecibles, sino también porque cree que los signos de fetos abortados son un impedimento para tatuarse. Me sequé el cabello con una toalla y le puse un poco de cera para que no se convirtiera en un nudo al segundo que lo soplara el viento. Me veo bien. Mucho mejor ahora que cuando me metí en la ducha. Hay algo de color en mis mejillas y mis ojos ya no se ven tan cansados. Me cepillo los dientes, respiro hondo y voy a buscar a Rex. Está agachado, mirando por las ventanas pintadas de la sala de estar. Cuando me ve, se pone de pie. —Te ves muy bien —dice, mirándome de arriba abajo. —Gracias. Um, ¿deberíamos irnos? —No es seguro tener estas ventanas cerradas —dice—. Si hubiera un incendio... o monóxido de carbono... Me río un poco por la mala suerte de vivir toda mi vida como lo he hecho y luego morir de envenenamiento por monóxido de carbono. —No te preocupes por eso —le digo. —En serio —dice—. Carl debería arreglarlos para ti. —Se lo mencionaré si lo veo —le digo, ligeramente irritado.

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Agarro mi mochila con el bourbon que compré para Rex y me pongo la chaqueta. —¿Tienes un abrigo más cálido? —pregunta Rex, pasando un dedo sobre el hombro de mi chaqueta de cuero. Con él de pie en mi apartamento, estoy más consciente que nunca de lo bajos que son los techos. —Er, está en la lista de compra —le digo, metiendo los puños de mis pantalones vaqueros en mis botas. Sin embargo, dudo que sean de mucha ayuda para mantenerme seco. El cuero está desgastado y agrietado por años de charcos y conciertos ruidosos, y las suelas están lisas. Me pregunto si hay un zapatero en esta ciudad. *** A pesar de haber matado mi coche, la nieve es realmente hermosa. En la camioneta de Rex no parece tan formidable y el viaje a su casa transcurre en un agradecido silencio. El último kilómetro y medio más o menos es solo el bosque, oscuro y tranquilo, las ramas de pino cargadas se sumergen para besar el suelo. —Ya veo por qué Ethan Frome te recuerda a esto —le digo. —Sí. Cuando entramos en el camino de entrada de Rex, su pequeña cabaña se ilumina en el interior como una pintura de la vida real de Thomas Kinkade20, la nieve se desplaza contra el exterior de madera y las ventanas de color amarillo brillante. Es hermoso, guiándonos a casa Thomas Kinkade fue un pintor estadounidense, realista en artes visuales, bucólico e idílico. 20

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como un faro. Excepto que este no es mi hogar. Ni siquiera puedo imaginar vivir en un lugar como este, en un lugar agradable, limpio y privado. En algún lugar en medio de la nada. Por dentro, es igual a como la recuerdo. La madera la hace sentir acogedora y natural, y el olor a cedro parece provenir de las propias paredes. La puerta principal se abre a la sala de estar, con el sofá y el sillón dispuestos cerca del fuego, y la cocina está a la izquierda, el dormitorio y el baño a la derecha. Todo es verde, azul y marrón, pero la cabaña se ve muy limpia. Mis ojos se fijan en la manta de franela azul doblada pulcramente en el respaldo del sofá a cuadros verde y negro de Rex. Estoy inundado de los recuerdos de Rex envolviéndome en esa manta en febrero, de ponérmela en la nariz después que Rex se fue a la cama, pensando que era lo más cerca que llegaría a estar de él. Sé cómo huele esa manta, cómo se siente contra mi piel. —Entonces —dice Rex, una vez que hemos arrojado nuestras botas de nieve— si estuviste en la biblioteca tan tarde, es probable que no hayas comido, ¿verdad? —Um, tomé un poco de sopa antes —le digo, distraído por Marilyn, que ha corrido a la puerta principal para saludarnos—. Hola, Marilyn — digo, agachándome para acariciarla—. ¿Crees... crees que ella recuerda que yo fui quien la lastimó? —pregunto—. Como que, cuando me ve, ¿recuerda que le rompí una pierna? —Creo que ella recuerda que la salvaste —dice Rex. Él se acerca y toma mi chaqueta, y luego pasa sus nudillos sobre mi pómulo—. Ven, nos haremos algo. —Él entra a la cocina antes que pueda decir algo. Sigo a Rex a la cocina. Lleva otra camisa de franela a cuadros azul marino y gris que no tiene ni un centímetro de espacio de sobra. Tienes

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que nacer con la capacidad de un cuerpo como el de Rex. Ninguna cantidad de proteína o tiempo en el gimnasio lo haría posible para mí. Me pregunto cómo sería ser tan grande. No soy pequeño ni nada, pero no parece que fue hace mucho tiempo cuando era un niño flaco que me pateaban en la escuela. El tamaño de Rex lo hace parecer... No lo sé, impenetrable. Como si pudiera lanzarme contra él con todo lo que soy y él no se moviera ni un centímetro. —¿Puedo ayudar? —pregunto mientras Rex saca cosas del refrigerador y las deja en el mostrador. Rex me da una sonrisa singularmente dulce que transforma toda su cara. Hay líneas débiles alrededor de sus ojos color whisky cuando sonríe, la línea recta de su frente se suaviza y tiene hoyuelos. —¿Pensé que no cocinabas? —Bueno, en realidad no, no. Pero podría ayudar a cortar cosas o lo que sea. —Sólo tienes macarrones con queso —dice Rex. —¿Estuviste mirando en mi cocina? —digo. —Estaba buscando un vaso para el agua —dice—. Todo lo que tienes para comer son macarrones con queso y burritos congelados. —Buscando un vaso en mi congelador, ¿verdad? —murmuré. —Buscando hielo —dice con calma, pero no lo creo del todo. —Tengo sopa.

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—La sopa es agua con sabor, no comida. Es para simplemente pasar el rato —dice. Me deslizo en un taburete en el otro lado del mostrador. Él corta, rebanada, saltea, y hace un montón de otras cosas que yo no podría hacer si mi vida dependiera de ello. —¿No usas recetas? —pregunto. —Nah. Es más divertido simplemente descifrarlo a medida que avanzo. —¿Cómo aprendiste a cocinar? —Mi mamá trabajaba por las noches —dice Rex mientras corta las zanahorias en diminutas tiras uniformes—. Ella era una actriz, bueno, ella quería serlo. Ella quería ser Marilyn Monroe. —Le sonrío—. Ella estaba en un montón de obras cuando vivíamos en Houston y Tulsa, que era cuando yo era pequeño, así que me defendí solo. Realmente no me importaba si comía mantequilla de maní y jalea todas las noches. Luego, más tarde, cuando nos fuimos a Los Ángeles, ella trabajaba como camarera de cócteles, por lo que nunca estaba en casa por las noches. No teníamos dinero para comprar comida para llevar todas las noches y estaba harto de la mantequilla de maní, así que decidí aprender. Principalmente solo experimenté hasta que lo hice bien. Como tienes que comer cualquier cosa que estropeas, es un incentivo bastante bueno para aprender rápido. Aunque no me gustara mucho. Más tarde, cuando viví solo, comencé a ver Food Network. Eso es cuando me enamoré de la cocina, creo. Solo tenía que ver a alguien hacer algo y luego podía hacer lo mismo. Era como ir a la escuela de cocina gratis. Nota personal: Rex habla más cuando está haciendo algo con las manos.

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—Nunca lo he visto realmente —le digo—. Mis hermanos hubieran lanzado un ataque. Sam no ve nada más que deportes, Brian ve deportes y esos espectáculos en los que los chicos de fraternidad se atreven a comer insectos y se arrastran a través de las alcantarillas, y Colin mira películas de terror o películas de guerra donde la gente se hace pedazos. Echaría un vistazo a Food Network y comenzaría a hablar sobre farsantes pretenciosos y cómo solo las chicas veían programas de cocina. —Me gusta —dice Rex en voz baja, y hay algo en los momentos en que se mete en sí mismo que me dan ganas de protegerlo. —Bueno —le digo— tal vez podríamos ver algunos. Rex sonríe con esa dulce sonrisa de nuevo. Dios, ese diente torcido se engancha un poco en su labio. Eso me mata. —Así que tu madre quería ser Marilyn Monroe, ¿eh? ¿Cómo funcionó eso para ella? Rex vuelve a mirar sus verduras, picando por un minuto en silencio. —Ella estuvo en algunas películas. Cosas de poca monta. Ya sabes: la chica que grita número tres, secretaria, ese tipo de cosas. En Los Ángeles, siempre estaba saliendo con alguien que podría conseguirle una parte porque era bonita, pero nunca una parte importante. Aunque en realidad era realmente buena. Veíamos todas las películas antiguas, esas eran las que realmente le gustaban: el glamour del viejo Hollywood, y ella hacía las partes. Quería ser Marilyn, pero en realidad era mejor en las

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partes dramáticas. Las escenas de la muerte realmente dramáticas y todo, Helen Hayes al final de Adiós a las armas21, ¿sabes? No la vi, aunque leí el libro. —De todos modos, le encantaba estar frente a la cámara, pero nunca iba a tener el tipo de carrera que quería. El viejo Hollywood llevaba más de veinte años muerto. Ya nadie estaba buscando ese tipo de cosas. —Eso es triste —le digo—. ¿Entonces que hizo ella? —Oh, en el camino se dio cuenta que nunca iba a suceder. Y luego salió con algunos tipos que ya no querían que ella actuara. —Se queda callado—. De todos modos, ella todavía amaba las películas, incluso después. A veces ni siquiera estaba seguro de si ella estaba hablando o haciendo el diálogo de una película. —Parece que eran cercanos. Rex asiente, pero su expresión se oscurece. —¿Lo siguen siendo? —Ella murió cuando yo tenía dieciséis años. Siento una oleada de simpatía y me pregunto si debería decirle a Rex que mi madre también murió. Que yo sé lo que es. Solo que, no tengo idea de cuál era su situación, así que tal vez realmente no es así. Odio cuando la gente presume que saben cómo te sientes.

Adiós a las armas, en inglés A Farewell to Arms, es una novela del escritor estadounidense Ernest Hemingway, publicada en 1929. 21

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Rex desliza dos platos de comida en la mesa mientras sigo decidiendo si debo decir algo. —Aquí, vamos a comer —dice, obviamente no queriendo hablar de ello. Rebana un poco de pan y saca la mantequilla—. ¿Quieres algo más que agua? ¿Vino? ¿Té? Sacudo la cabeza. Me hace un gesto para que me siente, pero levanto los dedos de los pies y lo beso en la mejilla, mi mano apoyada en su pecho firme. Su mejilla es suave, y me doy cuenta que nunca antes lo había visto bien afeitado. Me pregunto si lo que dijo Ginger sobre poner esfuerzo en tu apariencia para una cita es cierto. —Gracias —le digo—. Por la cena y por recogerme antes. No tenías que hacerlo, pero yo... gracias. —Rex cubre mi mano con la suya donde todavía descansa sobre su pecho y aprieta, sonriendo con esa sonrisa tímida. En mi plato hay pasta con tiras de pollo a la parrilla y verduras en lo que supongo que es una salsa de vino blanco, ya que lo vi agregar vino a la sartén. Huele celestial. —Santa mierda —digo con la boca llena de pasta—. Esto es lo mejor que he comido en mi vida. Rex sonríe y sacude la cabeza, pero estoy diciendo la verdad. Supongo que también tenía más hambre de lo que pensaba, porque apenas me detengo para respirar durante unos minutos, distraído por la comida que tengo delante, que de alguna manera logra ser al mismo tiempo abundante y delicada. Algo así como el hombre que la preparó. Miro hacia arriba para encontrar a Rex mirándome, su expresión ilegible.

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Inmediatamente, me doy cuenta que probablemente me he estado metiendo la comida en la boca como un huérfano hambriento y dejo mi tenedor avergonzado. —Esta tan bueno —le digo, con la esperanza de distraerlo de mis modales en la mesa. Suelo comer mientras estoy leyendo o caminando en algún lugar. Tal vez Ginger debería haber enumerado ‘No comer como un tiburón martillo’ entre sus consejos de citas. —Me alegra que te guste —dice Rex. Y aunque está mirando mi boca, no parece en absoluto disgustado—. Me gusta verte comer. —Luego se sonroja y mira hacia abajo. Eso debería parecer espeluznante, me digo a mí mismo, pero por alguna razón es muy caliente. Rex vuelve a su propio plato. —No, en serio, podrías ser un chef o algo así. —Trabajé un poco como cocinero en un restaurante —dice Rex—. Pero tienes que ir tan rápido que le quita la diversión. Rex ha terminado la comida en su plato y mira distraídamente el mío. Estoy lleno, cálido y feliz, y no puedo comer otro bocado. —Ya terminé —le digo, empujando mi plato hacia él. —¿Estás seguro? —Estoy lleno, hombre. No he comido tan bien en... nunca. Por favor. Él levanta mi plato y comienza a comer con mi tenedor.

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—No quiero ser un cerdo —dice, haciendo una pausa, y suena como si repitiera las palabras de otra persona. —No eres un cerdo. Yo era el que abarrotaba la comida en mi cara —le digo, tratando de tranquilizarlo de manera incómoda—. Además, necesitas combustible para todo eso. —Indico su fuerza muscular, dándole una mirada apreciativa. Él sonríe y limpia mi plato. —Cuando estábamos en la escuela secundaria, mis hermanos prácticamente se peleaban por quién recibía lo último de la comida —le digo—. Ellos comían constantemente. No sé cómo mi padre mantuvo lo suficiente para alimentarlos. —Eres el más joven, ¿verdad? —Sí. A veces, mi papá dejaba un plato a un lado para mí antes de que dijera que estaba listo. Probablemente porque de lo contrario me moriría de hambre. Dios mío, yo era un enano. —¿Lo eras? —Sí, estaba flaco y realmente no tuve un crecimiento acelerado hasta mi último año de escuela secundaria. Sin embargo, no te preocupes —bromeo— armé suficientes problemas para dos niños. —¿Oh, sí? —Sí. Yo era un niño pequeño del sur de Filadelfia. Hice lo que tenía que hacer. Hice enojar a todo el mundo. Rex me mira con curiosidad.

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—Puedo verlo —dice, considerándome—. No la parte de rudo, quiero decir. Entonces, ¿te metiste en problemas en la escuela? —No a propósito, pero sí. Cuando estaba en la escuela secundaria, mis maestros pensaron que yo era un perdedor. Siempre estaba hablando porque los maestros decían estupideces o me aburría. Había tanta gente en cada clase que los maestros nunca podían mantener a las personas enfocadas en la lección, por lo que era difícil concentrarse. Falté mucho a clase para evitar a la gente. Me metí en muchas peleas. Como resultado directo de mi gran boca, sin duda. —Le sonrío con ironía. Es verdad. Cuando era adolescente, no podía dejar de decirle mierda inteligente a las personas equivocadas. »La mayoría de las veces, simplemente asignaban trabajo para mantener a la clase bajo control, así que nunca lo hice porque no tenía sentido. Luego, cuando hice mi tarea, los maestros actuaron en shock, lo que me hizo enojar. Un año, escribí un ensayo para mi clase de inglés después de no haber entregado muchas tareas y el profesor me acusó de plagiarlo. Lo único que me salvó fue que lo había escrito a mano porque tenía que escribirlo en la biblioteca, así que tenía el borrador y todo. »De todos modos, me metía en problemas en la escuela, en casa. Lo que sea. Me suspendieron por pelear, me suspendieron por fumar, me suspendieron por faltar. Luego, cuando la escuela llamaba a mi papá, me metía en problemas con él. —¿Te molestaban? —dice Rex, y lo juro, una vena vibra en su sien como si quisiera castigar a los niños que me golpearon en la escuela secundaria. Yo le sonrío. —Un poco. No fui un mal luchador; solo era pequeño. Tuve que jugar con mis otras fortalezas.

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Rex levanta una ceja en cuestión. —Sabes, asustarlos un poco para que me dejen en paz. Al principio, eso era todo lo que quería, solo quedarme solo para poder prestar atención cuando la Sra. Caballeros hablaba sobre Shakespeare y Emily Dickinson, y el Sr. Seo sobre la Guerra Civil. Luego, más tarde, cuando estaba solo, deseaba un amigo. Un amigo de verdad. No con los niños con los que salía cuando faltábamos a clase, fumando mientras nos apoyábamos contra la cerca de alambre en el lote abandonado, a pocas cuadras de la escuela, sin hablar de nada, enfrentándonos como si no quisiéramos nada más. —¿Tus hermanos no te cuidaron? —pregunta Rex. Dejo escapar una carcajada. —Ah. No. La mirada oscura de los ojos de Rex está de vuelta. Es un conversador

bastante

extraño.

Es

casi

como

si

me

estuviera

entrevistando. No es que no parezca interesado; lo hace. Sus ojos nunca me dejan cuando hablo. Es más como si estuviera fuera de práctica o algo así. —Luego,

en

el

tercer

año,

cuando

realizamos

pruebas

estandarizadas obligatorias y descubrieron que no era estúpido, me dieron toda esta mierda sobre aplicarme y elevarme por encima de mis circunstancias. Sólo la mentira del salvador total, ya sabes. Por ejemplo, te tratamos como a una mierda durante años porque no eras un buen chico y ahora que obtienes altas calificaciones en los exámenes, de repente creemos que tienes una responsabilidad contigo mismo. Realmente me sacó de la escuela aún más.

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—Entonces, ¿cómo terminaste yendo a la universidad si no te gustaba la escuela? —Um, realmente me gustaba aprender, aunque odiaba la escuela. Leía en la biblioteca por horas. Simplemente recorría las pilas y sacaba libros sobre lo que me parecía interesante. A veces, cuando estaba allí, había conferencias gratuitas en el piso de abajo y yo iba a escuchar y nunca quería que terminaran. La mayoría en la audiencia era adultos, eran tranquilos y respetuosos y parecían preocuparse. Vi a este tipo hablar una vez y había escrito un libro sobre el Essex, este barco del siglo XIX que fue embestido por una ballena y se hundió. La tripulación tuvo que abandonar el barco e intentar sobrevivir en estos pequeños botes y, finalmente, tuvieron que recurrir al canibalismo para sobrevivir. Era un muy buen orador y lo hizo muy interesante. Saqué su libro de la biblioteca y lo leí, y me sorprendió porque esto había sucedido, como, casi doscientos años antes, era un misterio en cierto modo y este tipo había hecho toda esta investigación y pudo reconstruir algo después del hecho y luego escribir todo el asunto como una historia de aventuras. Creo que esa fue la primera vez que pensé, oh, el aprendizaje no tiene que ser como en mi maldita escuela secundaria. »Y me encantaba leer, ¿sabes? Desde que era un niño. Sólo que no era el mismo libro durante dos meses en la escuela, leyéndolo en voz alta y tortuosamente. Leía todo el tiempo y cuando estaba en la escuela, soñaba despierto, fingía que era un personaje en un libro. A veces también es así como me metí en problemas, porque estaba pensando, oye, esta es como la escena en la que el héroe pendenciero contesta al acosador, así que lo hacía. Pero las cosas no suelen ir de la forma en que escribes la escena en tu cabeza. Rex sonríe.

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Roan Parrish —Solía

En medio de algún lugar hacer

eso

con

películas

a

veces

—dice.

Sonrío,

imaginándolo como un detective oscuro, el cuello de su abrigo levantado contra la lluvia, rozando su fuerte mandíbula, pero no da más detalles, solo sigue mirándome como si quisiera que dijera más. —De todos modos, así es como conocí a Ginger —le digo, sonriendo al pensar en ella—. Mi mejor amiga. Falté a la escuela un día cuando tenía diecisiete años. No recuerdo por qué. Caminé hacia South Street, solo por algo que hacer, y terminé mirando por la ventana de esta tienda de tatuajes a la vuelta de la esquina. Un lugar realmente viejo, no lujoso, ni nada. Había una chica en la tienda tatuando a un hombre mayor. Cincuenta, tal vez. Y el tipo solo estaba llorando. No por el dolor ni nada, pero estaba sentado allí totalmente quieto con lágrimas corriendo por su rostro. No pude ver de qué era el tatuaje, solo sus caras. Debo haber estado parado allí durante media hora solo mirándolos. Recuerdo que pensé que cualquier cosa que pudiera tener ese tipo de efecto en alguien, quería saber más. Finalmente, el tipo se fue y la chica me miró directamente. Me hizo un gesto para que entrara. Por supuesto, traté de hacerlo como si no los hubiera estado espiando, pero ella solo puso los ojos en blanco y salió. »Se sentó en los escalones de la tienda y solo me miró. No tenía idea de qué hacer. Quería preguntarle sobre el tatuaje del hombre, pero me pareció muy personal. Quería preguntar un montón de cosas. Finalmente, después que nos sentamos en silencio por dos cigarrillos, la chica dijo: —Soy Ginger. ¿Quién eres? —Le dije mi nombre y ella dijo—: Está bien. Te daré un regalo de promoción porque puedo decirte que volverás. ¿Qué quieres? —Y ella lo hizo. Ella me hizo un tatuaje y hablamos y ella tenía razón. Al segundo que tuve dinero, volví.

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Sonrío distraídamente, pensando en Ginger. De cómo ella, aunque solo cuatro años mayor que yo, parecía saberlo todo. Cómo me dio charlas severas que me ayudaron a graduarme, me convenció de seguir mis instintos y tomar clases en el colegio comunitario. Cómo me dejaba dormir con ella cuando no tenía adónde ir, o cuando mis hermanos hacían mi vida insoportable. —¿De qué fue? —pregunta Rex, tirándome de nuevo al presente. —¿Eh? —Ese primer tatuaje. El que Ginger te regaló ese día. —Oh —digo, avergonzado—. Es tonto. —Dime —dice Rex con suavidad. Me desabrocho la camisa, saco el brazo izquierdo de la manga y levanto la manga de mi camiseta para exponer las flores entre los otros tatuajes de mi bíceps izquierdo. —Son primaveras irlandesas. Eran las flores favoritas de mi mamá. Fue todo lo que se me ocurrió cuando Ginger me puso en aprietos. Ella dijo que escogiera algo pequeño, ya que lo hacía de forma gratuita. La cabeza de Rex se sacude cuando digo que eran las favoritas de mi madre. Frota su pulgar sobre las pequeñas flores y me sonríe. —Por supuesto, mi hermano, Colin, lo vio cuando entró conmigo en la ducha aproximadamente un mes después y me hizo el infierno por ser un hada con un tatuaje de flores. —Me encogí de hombros—. De todos modos, hemos sido amigos desde entonces. La mano de Rex todavía está en mi hombro.

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—Um, debería… aquí, déjame lavar los platos ya que cocinaste. Gracias de nuevo por la cena. Fue increíble. —Déjalo —dice en voz baja, sin dejar de mirar mi piel. Rex traza los tatuajes expuestos con dedos curiosos, sus manos cálidas y ásperas. Aves y una calavera de memento mori22 y algunos diseños con los que Ginger estuvo obsesionada por un tiempo. Rex alcanza la otra manga de mi camisa. —¿Puedo? ¿Me dejas? —pregunta, y cuando asiento, me quita la camisa. Enrolla la otra manga de mi camiseta hacia arriba, exponiendo el horizonte de Filadelfia, un lobo y, corriendo por mi brazo, el puente de Ben Franklin. Rex traza la línea del puente por mi brazo y su toque me hace temblar. —¿Tienes frío? —dice—. Aquí, déjame hacer un fuego. Lo sigo a la sala de estar donde Marilyn yace frente a la chimenea, tal como lo hizo hace tantos meses, cuando la trajimos aquí por primera vez. Rex enciende el fuego rápidamente y la luz parpadeante ilumina los fuertes planos de su rostro. Solo que esta vez, en lugar de mirar la televisión, toda su atención está en mí. —¿Puedo mirarte? —pregunta de nuevo. Empiezo a quitarme la camiseta, pero sus manos están justo ahí, deslizándose debajo del dobladillo y levantando la camiseta sobre mi cabeza.

Memento mori es una frase proveniente del latín que significa 'Recuerda que morirás' en el sentido de que debes recordar tu mortalidad como ser humano. Suele usarse para identificar un tema frecuente, o tópico, en el arte y la literatura que trata de la fugacidad de la vida. 22

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Rex me está mirando con tanta atención que no puedo encontrarme con su mirada, y me quedo mirando al fuego mientras él mira mis tatuajes. Él no me toca, solo me mira a la luz del fuego. Siento que me está leyendo, leyendo la historia en mi piel. Por supuesto, la desventaja de tener un mejor amigo que te hará tatuajes gratis es que terminas con algunos que desearías poder borrar. Rex se mueve detrás de mí para mirar las que están en mi espalda y puedo sentir su aliento tocar mi nuca. Sus grandes manos se curvan alrededor de mis caderas y él presiona un beso en mi cuello. Jadeo ante el repentino toque. —Eres tan hermoso —dice en voz baja. —Supongo que tengo suerte de que los tatuajes no te desanimen —le digo. Me vuelvo para enfrentarlo. No sé por qué, pero de repente me siento muy expuesto. Tomo su camisa y él me deja quitársela. Dios, él es precioso. —Me siento como ese niño flaco que estaba en la escuela secundaria a tu lado —le digo, inmediatamente maldiciéndome por hablar en voz alta. Ginger siempre dice que la confianza es la cualidad más atractiva. Supongo que lo arruiné con eso. Rex me agarra por las muñecas y me empuja al calor de su cuerpo. Sus ojos están ardiendo pero me mira con ternura. —No —dice—. Eres tan... —Sacude la cabeza y se inclina para besarme lenta y dulce, como si su beso pudiera tranquilizarme. Es un buen beso. Un gran beso. Envuelvo mis brazos alrededor de su cintura para jalarlo más y luego de alguna manera su boca se ha ido y solo lo

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estoy abrazando. ¿Se supone que debo estar abrazándolo? No lo creo, pero no puedo detenerme. Su corazón late con fuerza debajo de mi oreja como si lo hubiera sobresaltado. Luego envuelve sus brazos alrededor de mí y su ritmo cardíaco disminuye. El fuego crepita y el olor a humo de madera combinado con el aroma de Rex es embriagador. Él pasa sus manos arriba y abajo por mi espalda y luego toma mi culo y tira mis caderas hacia adelante para encontrar el bulto firme en sus pantalones vaqueros. —Mmm —murmuro. Rex inclina mi cabeza hacia atrás y me besa de nuevo, sonriendo ahora. —Apuesto a que eras lindo cuando eras un niño flaco —dice—. Puedo imaginarte enojado con el mundo, mirando a la gente, sólo que ellos pensaban que eras lindo porque tus ojos son muy bonitos. —Um, mi rabia por el mundo no era linda —insisto, guiñando un ojo. Aprieta mi culo y mis rodillas se debilitan un poco. —Justo allí —dice—. Tus párpados se agitan y tus ojos se entrecierran. —Él pasa un pulgar sobre mi boca—. Pasas de enojado a derretido muy fácil. —Su voz debe hipnotizarme o algo así porque mis ojos se entrecierran. ¿Lo hacen? —Apuesto a que pasaste las manos por tu cabello hasta que quedo hacia arriba, justo como lo haces ahora —dice, alisando mi cabello hacia atrás—. ¿Correcto? Probablemente te recostaste contra la escuela con un cigarrillo en la boca como James Dean y cerraste los ojos. Apuesto a que había un tipo al que volvías loco. —¿Como tú? —pregunto.

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—Nah —dice, sacudiendo la cabeza—. Ni siquiera me habrías mirado dos veces en la escuela secundaria. —Apuesto a que lo haría —le digo. Mira mi cara, pasa la punta de los dedos sobre mis cejas, mis pómulos, el puente de mi nariz, mapeando mis rasgos como un ciego. —Era tan tímido que no lo hubiera sabido, incluso si lo hubieras hecho —murmura—. Nunca hable con nadie. —Su acento sale un poco cuando no está prestando atención. —¿Nadie? —pregunto, mi respiración se acelera un poco más cuando su mano se desliza hacia mi pecho y encuentra mis pezones, sus ásperas yemas rastreándolos ligeramente. —Nadie —dice—. Nunca hablaba en clase. Nunca hablaba del tema. Tartamudeaba si lo intentaba. No miraba a nadie. En ninguna de las escuelas. Las puntas de sus dedos se deslizan dentro de mi ombligo y bajan para trazar el borde de mis jeans donde se han deslizado debajo de los huesos de mis cadera. —¿Escuelas? —Nos mudábamos mucho. —Presiona besos en mis clavículas y en mi pecho mientras desabrocha mis pantalones y los empuja hacia abajo—. Lo hizo más fácil porque nadie se fija en el nuevo chico de todos modos. —Sus manos acunan mi culo, apretándolo suavemente, y me estremezco contra él.

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Recorro mis manos arriba y abajo de su costado, siento la enorme extensión de sus costillas mientras inhala. Comparado con sus manos, la piel aquí y en su espalda es suave y sin tocar. Su estómago es otra historia. Al principio no me di cuenta debido a su vello oscuro, pero la luz parpadeante del fuego hace que una cicatriz se alivie en el lado derecho de su estómago. —¿De qué es esto? —pregunto, pasando mi dedo sobre la cicatriz levantada. —Me sacaron el apéndice —dice, y luego me besa de nuevo, arrastrándome con fuerza contra él. Agarro su cintura para mantener mi equilibrio. —Daniel —gruñe, su voz como grava—. Te deseo tanto. —Siento un pulso de respuesta en mi ingle. Asiento, intento responder, pero sale como: —Mmphfhm. Aparentemente, Rex entiende, porque toma mi mano y me lleva a la habitación. Es pequeña pero cómoda. Hay un iPod y un Discman en la mesita de noche. No sabía que alguien todavía escuchaba en Discman. Las sábanas de Rex son, veo justo antes de terminar con mi espalda sobre ellas, de franela verde. Rex deja caer sus pantalones en el suelo al lado de la cama y se arrastra encima de mí. Sus piernas son poderosamente musculosas, sus muslos son dos veces más grandes que los míos, y sus sencillos calzoncillos blancos no pueden contener su erección. Él es, en general, abrumador. Su tamaño, su calor, el jodidamente delicioso olor de él que ahora se mezcla con un olor que debe ser su excitación. Agarro sus bolas

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a través de la tela húmeda y él gruñe, sacando su ropa interior y arrastrando la mía también. Él me voltea sobre mi estómago sin esfuerzo y besa la parte posterior de mi cuello y baja por la columna vertebral. Cuando llega a la parte baja de mi espalda, lame su camino de regreso. Me estremezco cuando la raya húmeda atrapa el aire. Me acaricia el cuello y me besa la oreja y giro la cabeza para intentar atrapar su boca. —No sabes lo que jodidamente me haces —murmura. Puedo sentir su erección pulsando contra mi trasero con el latido de su corazón. Mi piel se siente muy tensa, pero mis caderas y mi columna vertebral están flojas por el deseo. Flexiono mis caderas y su dureza se desliza entre mis mejillas. Rex gime y besa el centro de mi espalda. Me siento temblando y un poco incierto, dándome cuenta que estoy a punto de follar a Rex. O, lo que parece más probable es que está a punto de follarme. Quiero simplemente perderme en su cuerpo, su fuerza, pero mi corazón comienza a acelerarse, y una vocecita en la parte de atrás de mi cabeza susurra cosas que no quiero escuchar. No es seguro ser tan vulnerable, susurra. No puedes confiar en alguien así. Él pensará que eres débil. Sacudo la cabeza para despejarla y agarro las sábanas, la franela verde es un ancla. El calor de Rex disminuye un poco y estoy rodando suavemente sobre mi espalda. Abro los ojos para que Rex se incline sobre mí. Su mirada es firme, ardiente de deseo, pero tranquila. Como si él estuviera totalmente en control de lo que estaba haciendo.

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—¿Estás bien? —pregunta. Asiento y lo alcanzo de nuevo—. ¿Qué pasa? —Sacudo la cabeza—. Daniel, no tenemos que hacer nada que tú no quieras —dice Rex, hundiéndose junto a mí. Su peso hace que la cama se sumerja y yo ruedo hacia él. —No, no, quiero hacerlo. Quiero hacerlo —digo, pero mi voz suena un poco temblorosa—. Solo... ha pasado mucho tiempo desde que... — Miro hacia otro lado. —¿De estar abajo? Asiento. —Solo dime lo que quieres. —Una mano grande me acaricia suavemente la espalda, pero la mirada en sus ojos es intensa. —Quiero —le digo—. Te quiero. —Me muerdo el labio. No soporto el sonido de mi propia voz. Sueno necesitado y raro. Rex me pone encima de él y enreda nuestros dedos. Luego nos besamos, nuestras bocas y nuestros penes se esfuerzan juntos, pero él no nos deja tocarnos. Tiro de sus manos y él se lleva las mías a la boca y las besa antes de soltarlas. Alcanzo sus bolas, las sostengo con fuerza y las aprieto en mi mano y luego lo beso lentamente, observando cómo sus ojos se cierran. Tiro suavemente y él jadea en mi boca. Me meto debajo de él y le acaricio el culo. Es grueso y fuerte y su cuerpo entero se tensa cuando lo aprieto, grabando sus músculos como una piedra. Rex me empuja hacia adelante y me besa profundamente, nuestras lenguas se deslizan juntas, y siento su dedo en mi entrada, simplemente tocando allí. Pero cada golpe me sobresalta y me estremezco contra él. Luego el dedo se va y me toma la cabeza, pasa la mano por mi desordenado cabello y gimo en su beso. Me abre con ambas manos y

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luego su dedo está de vuelta, manchado de lubricante que debe haber alcanzado, pero ni siquiera me di cuenta. Frota la yema en mi agujero mientras me besa, luego se desliza lentamente hacia adentro. Me tenso, pero él pasa su mano por mi cuello, acariciando mi espalda. —¿Esta bien? —dice, y yo asiento, empujando mis caderas mientras me ajusto a su dedo. Nuestras erecciones se deslizan juntas, sus caderas se unen a las mías. —Joder, cariño, te sientes increíble —gime Rex y desliza un segundo dedo dentro de mí. Beso su cuello y garganta. Puedo sentir un lugar que olvido cuando se afeito y estoy inundado de ternura por él. Beso el lugar y sacudo la cabeza porque aparentemente me estoy convirtiendo en un tonto. Rex me mira con curiosidad y yo le sonrío. —Hola. —Hola —se ríe entre dientes. Me inclino lentamente y lo beso en la mejilla. —Eres jodidamente hermoso —le digo, y le beso la otra mejilla. —Gracias —dice suavemente, mirándome como si estuviera sorprendido de escucharlo. Me acaricia la mejilla. Nos da la vuelta, sus dedos aún dentro de mí, y pone una almohada debajo de mis caderas. Besa el interior de mi rodilla, luego el pliegue sensible de mi muslo. Besa mis huesos de la cadera, evitando el contacto con mi polla, que ahora se está estirando hacia arriba, desesperada por

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su toque. Puedo sentir cuán enrojecida está mi cara y mis labios están hinchados y hormiguean por nuestros besos. —Rex —digo, y sale como un susurro. —Sí, cariño —dice. Hay un sonido extraño en mis oídos. —Te deseo. —¿Sí? —murmura, y me acaricia la próstata con la punta de los dedos. Mis caderas se disparan de la almohada y él me sujeta con facilidad. Él desliza un tercer dedo dentro de mí y yo grito, el calor se filtra en mi columna vertebral. —Por favor —digo con rudeza. Desliza sus dedos más profundamente mientras alcanza un condón. Mi agujero se aprieta alrededor de sus dedos gruesos y puedo verlo temblar. Lo alcanzo, pero él aparta mi mano, respirando pesadamente. Desliza sus dedos, besándome lento y dulce, y masajea más dentro de mí. Todo lo que puedo ver es la pequeña línea de concentración entre sus cejas y el barrido oscuro de sus pestañas contra su mejilla mientras besa mi apertura con la punta de su verga. Inclina mis caderas más hacia arriba y quita un fragmento de cabello de mi frente, respirando profundamente. —Pídemelo —gruñe Rex. Puedo sentirlo, caliente, contra mí. Asiento frenéticamente, buscando palabras.

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—Quiero... necesito... ¡por favor! —gimo y él rompe mi entrada. Mis párpados se agitan y mi respiración se vuelve superficial, pero él no va más lejos. —Pídemelo —murmura, lamiendo detrás de mi oreja. —Por favor, por favor, jódeme —ruego, y mi voz es tensa, mi cuerpo tiembla a su alrededor. A medida que se desliza completamente dentro de mí, siento calor y plenitud y un latido de miedo atrapado en mi garganta. Está tan cerca. Estoy en su casa y en su cama y él está dentro de mí y no hay a dónde ir y, solo por un segundo, me entra el pánico. Mi cuerpo se tensa y Rex gime. Estoy respirando un poco demasiado rápido y su peso es inamovible. Pero luego abre los ojos y me mira, y está aquí, aquí mismo. Esto no es una follada en un baño. No es una mamada en el callejón fuera del club, o sacudirse en el trabajo a los amigos heterosexuales de uno de mis hermanos, sabiendo que se correrán sobre mi estómago y nunca más me mirarán a los ojos. Aprieto los ojos, los vuelvo a abrir y él sigue ahí, congelado, temblando por encima de mí. —Respira, Daniel. Paso un brazo alrededor del cuello de Rex y jalo su boca hacia la mía. Lo beso, solo un toque de nuestros labios, y balanceo mis caderas contra las suyas, deslizándolo por el resto del camino dentro de mí. Él sisea y yo gimo mientras su grosor me abre, me llena. Y luego, en el

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espacio de un latido del corazón, somos un cuerpo, fundido juntos mientras mi canal se adapta a su tamaño y él se relaja en mí. —Oh, mierda, cariño —dice, retrocediendo, y puedo sentir sus muslos temblando con el esfuerzo de no lastimarme. —Adelante —le digo, y levanto sus caderas al ras con las mías otra vez. Los dos gritamos, y luego dejo de existir, excepto donde estamos unidos. Él se está metiendo dentro de mí y yo empujo en respuesta y todo es resbaladizo y caliente. Cada vez que me llena, roza el lugar que hace que todo mi canal palpite de placer. Me agacho para acariciarme, pero Rex empuja mis muñecas hacia el colchón, su enorme mano me acaricia a tiempo con sus empujes. Estoy gimiendo y gimiendo mientras él me trabaja, su otra mano sujeta mis muñecas con facilidad. Mi columna vertebral es calor líquido y mis muslos tiemblan. Puedo escuchar a Rex gimiendo, pero toda mi concentración está centrada en el exquisito pulso de placer que comenzó en lo más profundo de mi trasero, irradiando a través de mí como piedras que caen en un estanque. Está unido por un calor hirviente en la base de mi columna vertebral y mi ingle. Rex me está acariciando y con cada golpe, estoy más cerca de explotar. Quito mis muñecas de su agarre y lo agarro alrededor del cuello, necesitando aferrarme a algo. —No te detengas —jadeo, y él se abalanza sobre mí, su peso adicional presionando su erección aún más profunda. Grito y su estómago roza la punta de mi polla y el placer candente explota dentro de mí, apretando cada músculo y volando cada terminación nerviosa. Los sonidos que salen de mí son pequeños gemidos porque cada músculo se

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ha apretado hacia abajo en el orgasmo. Mis ojos están cerrados tan fuerte que veo estrellas y me estremezco mientras mi erección sigue latiendo. Rex está salvaje por encima de mí, sus manos apretando mis caderas mientras empuja profundamente. Grito, mi próstata zumba un último pulso de placer a través de mí, y Rex ruge, su calor inundando el condón, abrasándome incluso a través de la barrera entre nosotros. Se derrumba encima de mí, con cuidado de cargar su peso sobre sus codos, y besa mi garganta, gimiendo. Me siento lánguido, como si no pudiera moverme. Rex se aleja suavemente de mi cuerpo y se inclina para dejar caer el condón a la basura. Mientras me da la espalda, siento el hormigueo en mis oídos, lo que significa que estoy en peligro de llorar. No sé qué es lo que me pasa. Extiendo una mano temblorosa para tocarle la espalda, y luego vacilo. ¿Quizás no le gusta que lo toquen cuando no estamos follando? Se da vuelta para mirarme y cualquier vacilación que siento se ha ido mientras pasa un pesado brazo sobre mi estómago y besa el costado de mi cuello. Su aliento está caliente en mi cuello mientras sus dedos dibujan diseños ausentes en el charco de mi venida. Estoy un poco asqueroso y pegajoso. Rex debe sentir mi estómago tenso porque quita su mano. Me desplazo por el costado de la cama, mordiéndome el labio cuando mi dolorido culo roza las sábanas. Me pongo la ropa interior. —Voy a solo... —Señalo hacia la puerta—. ¿Puedo usar tu baño? —Por supuesto —dice. Sus ojos son cálidos, pero se ve un poco cauteloso.

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En el baño, me limpio, hago pis y me lavo las manos. Cuando me miro en el espejo para ver lo ridículo que se ve mi cabello, mis ojos me sorprenden. Me veo asustado e incierto y vulnerable. Me veo como si hubiera bajado la guardia. Y aunque Ginger me ha dicho a menudo que eso no es algo malo, no le creo. Bajas la guardia y la gente te jode; bajas la guardia y te lastiman. Eso es lo que sé. Entonces, ¿qué diablos se supone que debo hacer ahora? Rex está frente a la puerta cuando entro y puedo verlo relajarse cuando me ve. Dudo a unos centímetros de la cama. —Um, ¿quieres que me vaya? —pregunto, tratando de sonar neutral y fallando. —No tienes automóvil —dice Rex uniformemente. —Correcto. —Puedo llevarte a casa si quieres —dice Rex— pero me gustaría que te quedaras. —¿Sí? Él sonríe. —Sí. Toma mi mano y lo dejo. Me tira encima de él, deslizando mi ropa interior hacia atrás, y lo dejo. También dejo que me acomode junto a él, donde acuna mi cuello con su mano y me acaricia la cadera con la otra. —¿Necesitamos sacar a Marilyn? —pregunto.

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—Ella está bien. —¿Debemos hacer algo con el fuego? —Se extinguirá. —¿Quieres que yo…? —Te quiero aquí, en esta maldita cama —dice Rex, y me acerca más contra él, dándome una palmada en el culo con su gran mano y apagando la lámpara de la cabecera con la otra. Deslizo mi mano debajo de su hombro para mantener el equilibrio y apoyo mi mejilla en su pecho. Él apoya su barbilla en mi cabeza—. Sólo quédate —murmura. Él traza la hendidura de mi culo con su dedo, deslizándose en el lubricante que todavía está allí. Desliza su dedo dentro de mí, tal como lo hizo esa noche en el bosque. Yo respiro con fuerza. —Sólo quiero estar dentro de ti —dice en voz baja. Él ya se está durmiendo. Suspiro, sin dejarme pensar en el hecho de que nunca he dormido al lado de un amante antes, no a menos que me haya desmayado, de todos modos. Intento adaptar mi respiración a la de Rex, sentir su caja torácica subir y bajar me lleva a dormir como un barco que se mantiene a salvo en el puerto.

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Capítulo 6 Octubre Me despierto envuelto en un capullo de calor delicioso, con un sentimiento profundo de satisfacción y comodidad, por lo que sé que no puedo estar en casa. No estoy seguro de qué es lo que lo causa hasta que abro los ojos y veo que básicamente estoy acostado sobre Rex, sosteniéndolo como si fuera un calamar y él la ballena a la que estoy tratando de extraer la vida. Mi rostro está acariciado su cuello, mis brazos están envueltos alrededor de él, y mi pierna está colgada sobre su cadera de una manera que sería obscena si no estuviéramos durmiendo. Es la forma en que solía despertarme envuelto alrededor de ese león de peluche con el que dormía cuando era niño. Sam lo ganó en el carnaval de una escuela para una chica, pero cuando encontró a la chica para dárselo, se estaba besando con un chico del equipo de baloncesto detrás del puesto de helados, por lo que la llamó puta y arrojó al león en el sofá cuando llegó a casa. Eso fue justo antes que mi madre muriera y me acosté con él durante años. Uno de los brazos de Rex me sostiene y el otro se estira bajo su almohada, sus bíceps son redondos y fuertes incluso dormido. Me permito unos minutos para mirarlo: el pulso late en el hueco vulnerable de su garganta, una cicatriz debajo de su ceja derecha que solo se ve cuando sus ojos están cerrados, la incisión perfecta sobre su labio superior, antes de convencerme que necesito liberarme del agarre mortal que tengo sobre él antes que se despierte y piense que soy una especie de laca desesperada.

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Empiezo a alejarme lentamente, pero él hace un pequeño sonido y me acerca más. Ni siquiera está realmente despierto. Beso la parte inferior de su barbilla, el único lugar que mi boca puede alcanzar ahora, y hace una suave mueca de lo que podría ser satisfacción o simplemente dormir, y pone su otro brazo alrededor de mí. Siento los primeros cosquilleos de pánico, el tipo de claustrofobia que surge cuando sabes que necesitas quedarte muy quieto, y me alejo un poco. —¿Daniel? —murmura Rex suavemente—. ¿Estás bien? —Sí —digo, apartándome de él y rodando lejos—. Ya vuelvo. —Me retiro al baño y me salpico un poco de agua en la cara. Me pregunto si debería huir antes que se despierte, pero eso no está bien. Además, odio cuando me despierto solo la mañana después de conocer a alguien. Y hace frío en el baño. Regreso a la habitación de Rex y miro al hombre tendido delante de mí en la cama. Se ve tan joven cuando está dormido, con la cara relajada, su cuerpo relajado, todo ese poderoso músculo se vuelve meramente decorativo. Me deslizo de nuevo en la cama junto al calor de Rex, pensando que solo dormiré unos minutos más. Lo siguiente que sé es que me despierto con la cálida mano de Rex en mi cintura, su pulgar acariciando el hueso de mi cadera. —Este es nuevo —dice—, ¿no? —Está mirando ‘Vamos Sleeping Bears’ tatuado sobre mi cadera y gimo de vergüenza. —Sí. —No estaba allí cuando te bajé los pantalones —dice.

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No puedo creer que recuerde un vistazo de mi cadera de hace ocho meses; no puedo creer que lo haya notado en primer lugar. Presiona sus cálidos labios sobre las palabras y me lame el hueso de la cadera, luego arrastra los dientes ligeramente sobre él. Mi aliento se detiene. Hay algo sobre el enfoque determinado de Rex que me pone increíblemente caliente. Es como si el aire entre nosotros fuera más delgado de lo normal y soy más consciente de él. Pasa su mano por mi estómago y mis costillas, solo acariciando, luego se desliza hacia arriba y besa mi cuello y mi mandíbula. Mi piel se siente caliente y hormiguea por donde me toca. Cuando él besa el interior de mis bíceps, me estremezco. Es tan raro. Apenas conozco a Rex, pero puede que él sea la única persona que me haya tocado en ese lugar. Definitivamente la única persona que me ha besado allí alguna vez. —Eres tan sensible —gruñe Rex. —No —le digo—. Quiero decir, nunca lo fui. —Pero mi respiración se vuelve divertida y mi corazón está latiendo con fuerza. Jalo a Rex y lo beso tan fuerte como puedo. Me devuelve el beso, pero cuando me aferro a su espalda y trato de ponerlo encima de mí, vuelve a los suaves toques de nuevo. Acaricia las venas en el interior de mi antebrazo y chupa suavemente la piel debajo de mi oreja; traza mis costillas y coloca suaves besos a lo largo de mi clavícula. Me siento raro. Tembloroso y fuera de control. Nunca nadie me ha tocado así. Prestando tanta atención. ¿Se supone que debo corresponder? Nunca he tocado a nadie de la forma en que me está tocando a mí, tampoco. Nunca tracé patrones en la piel de alguien ni pasé las yemas de mis dedos sobre la masa del músculo y la inclinación del hueso. Nunca

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sentí donde el cabello cambia de suave a áspero o la piel de delgada a callosa. Es como si Rex estuviera mapeando mi cuerpo, cada golpe de su mano y el toque de sus labios me están conociendo mejor. Hay sonidos desconocidos que arañan su salida de mi garganta. Sonidos vulnerables. ¿Y si se levanta y se va? ¿Y si no lo hace? Y ahora, me doy cuenta, en los momentos en que me ha costado reflexionar sobre esto, Rex ha dejado de tocarme y comenzó a mirarme. —¿Quieres que me detenga? —pregunta bruscamente. Lo miro fijamente y es como si estuviera leyendo una escena en un libro. Sigo preguntándome qué sucederá después. Y en el momento en que mi cerebro puede procesar que tengo que hacer que algo suceda a continuación, Rex ha movido sus piernas hacia un lado de la cama y me está dando una sonrisa dulce pero vacilante. —No te preocupes —dice—. No quise ser tan sensible. Solo me voy a bañar. Escucho que el agua se enciende y me pongo la almohada sobre la cabeza. ¿Qué diablos está mal conmigo? A diferencia de mi incapacidad para responder a Rex, puedo pensar en unas cien respuestas a esa pregunta. Como, apenas conozco a este tipo, entonces, ¿por qué estoy tan preocupado por lo que él piensa de mí? Como, debería haberme ido anoche después de follar y no entiendo por qué no lo hice. Como, nunca he tenido una relación real, entonces ¿por qué debería empezar ahora? Especialmente cuando finalmente tengo un trabajo que va a hacer posible pagar todas mis deudas y no pagar cheque de cheque de cheque de mi banco cada vez que tengo que comprar comestibles. Especialmente

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cuando, para mantener ese trabajo, necesito dedicar todo mi tiempo a demostrar a las personas que me contrataron que no apostaron por un caballo perdedor. Y lo peor que me pasa: ¿por qué, incluso ahora, todo mi cuerpo se siente atraído hacia Rex cuando lo estaba tocando hace un minuto? Antes de dejarme pensar mucho, camino hacia el baño y toco la puerta. —Sí —dice Rex sobre la ducha. Abro la puerta lentamente y allí está él, las afiladas líneas de hombros y piernas suavizadas por vapor y vidrio. —¿Puedo? —pregunto, señalando a la ducha. —Claro —dice—. No tienes que preguntar. —Pero, por supuesto, tengo que preguntar. No te metes en la ducha con alguien. El agua está un poco más caliente de lo que me gusta y siento que mi piel se vuelve rosa casi de inmediato. Rex pone una mano en mi cadera y me atrae hacia él. Voy a besarlo, pero él me detiene con una mano en mi palma. Nos empuja con fuerza, su cuerpo caliente y resbaladizo por el agua. Envuelve sus brazos alrededor de mis hombros y pasa una mano por mi columna vertebral, haciéndome retorcerme más cerca de él. —Mira —dice—. Ha pasado un tiempo desde que hice todo esto. Sé que puedo ser un poco…

Simplemente me gusta tocarte, pero no

pretendía sobrepasarme. ¿Está bien? Me está mirando a los ojos y es tan grande y sólido que me encuentro diciéndole la verdad.

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—Nunca he hecho esto antes. Él se retira como si lo hubiera quemado. —Espera, quieres decir que anoche fue tu primera… —¡No! No, no. Quiero decir esto. Besarnos y ducharnos juntos y dormir en casa de alguien. Nunca he hecho eso. Él se ve perplejo. —¿Nunca has salido con alguien antes? Suspiro, aliviado de que haya encontrado la palabra. —Bien. No. Bueno, salí a una cita una vez, pero no fue tan bien. Entonces, no sé cómo va, en realidad, o si soy bueno en eso. —Miro hacia abajo y veo cómo el agua se arremolina en el desagüe de Rex. Es más fácil hablar aquí, como si el sonido del agua tapara el miedo en mi voz. Rex me mira con el ceño fruncido. —Bueno, así es como va —dice—. Voy a llevarte a desayunar. Entonces vamos a salvar tu coche. Entonces te voy a pedir una cita. ¿Estás libre el jueves por la noche? —Creí que me pedirías una cita después de salvar mi auto. —Solo pongo mis patos en fila —dice, y me aprieta el hombro—. ¿Qué dices, cena el jueves por la noche? Asiento y respiro hondo. Puedo hacer esto, ¿verdad? Es solo una cena. ***

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—No puedo hacer esto —le digo a Ginger. Es tarde y debería estar en la cama, pero desde el domingo he recibido una docena de llamadas suyas, sin duda, queriendo saber cómo fue mi noche con Rex, así que contesté cuando llamó. —¡Diente de león! —dice ella—. Dímelo todo. No dejes nada fuera. ¿No puedes hacer qué? —Se supone que tengo que encontrarme con Rex para cenar mañana —le digo—. Y definitivamente es una cita. —No, no, no —dice ella, irritada—. No puedes saltar a contarme tus problemas. Tienes que comenzar con algo como: ‘Oh, Ginger, déjame contarte todo sobre mi cita en lugar de ignorar tus llamadas durante cuatro días’, o ‘Ginger, déjame decirte lo bueno que es el leñador en la cama’, ¿así? —Mmhmm. —Excelente. Entonces, ¿cómo fue tu cita el sábado por la noche? —Estuvo bien. —¿Seriamente? ¿Eso es lo que recibo de ti? —¿Crees que soy pesimista? —pregunto, mirando fijamente la pila de papeles en los que estoy a mitad de la calificación. —Sí —dice ella—. Bueno, creo que eres un pesimista en lo que a ti respecta. Tiendes a ser bastante realista sobre la mierda de otras personas. ¿Por qué? ¿Te dijo que eres pesimista? Porque sabes lo que siento por los tipos que te dicen quién eres en una primera cita. Controla a los abusadores locos.

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—No, él no dijo nada al respecto. Yo solo... sigo haciendo esta cosa donde tengo un buen pensamiento sobre Rex y luego mi cerebro piensa: ‘Nunca va a funcionar’. —Bueno, cariño, esa voz en tu cabeza es la misma que dijo que nunca podrías ir a la universidad. Es la misma que te dijo que no te molestes en postularte a la escuela de posgrado porque nunca te querrían. Es la misma que te dijo que todos los demás estudiantes pensaban que eras estúpido cuando empezaste. —Ellos pensaron que yo era estúpido cuando comencé. —Bueno, eran gilipollas idiotas. Y, de todos modos, les demostraste que no era cierto. Así que solo tienes que demostrárselo a esta voz también. —No sé cómo hacer esto. ¿De qué hablo? ¿Y si realmente nos odiamos? —Um, Daniel. No se odian. Tuviste una cita la otra noche y, a pesar de que aparentemente te niegas a contármelo, te fue muy bien para tener otra mañana. Y sé que no se la pediste, por lo que debes gustarle lo suficiente como para que al menos quiera verte de nuevo. —Podría haber sido yo quien se la pedí —me quejo. —Um, claro, calabaza; lo que digas. —Se detiene, luego su voz cambia—. Vamoooooos, por favor, cuéntame acerca de la cita. —Me rescató de una tormenta de nieve y me hizo la cena, pasé la noche y luego me llevó a desayunar. Y me dijo que solía ser muy tímido, pero no lo entendí hasta el desayuno, cuando fuimos a la cafetería y se le trabó la lengua al ordenar. Fue un poco dulce.

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—Es octubre. —Uh. Sí. —¿Cómo hubo una tormenta de nieve en octubre? —¡Bien! Michigan, hombre. Jodido Michigan. —Oh. Correcto. Así que, wow, ¿pasaste la noche? ¿Estabas borracho? —No. Perra. —Hunh —dice ella, como si eso explicara algo—. Está bien, entonces, ¿cómo fue? El sexo, quiero decir, obviamente. —Amiga, fue realmente bueno. Él es... No lo sé, magnético o algo así. Ella está tranquila por un tiempo y mi mente se dirige a las grandes manos de Rex sobre mí. La forma en que me acercó a él en la ducha después que le dije que iba a cenar con él, sus fuertes caderas se flexionaron en las mías, nuestras erecciones se deslizaron juntas en el calor humeante. La forma en que me agarró el culo, moliéndonos juntos, el pelo de su pecho raspando mis pezones. La forma en que mordió mi garganta como si fuera un gatito tratando de treparme, y me atrajo hacia él, con fuerza. La forma en que me besó, la lengua en todas partes, las manos en todas partes, nuestras pollas se tensaron hasta que las dos las agarramos al mismo tiempo, sacudiendo el calor blanco sobre nuestros estómagos y pechos y apoyándonos juntos mientras el agua lavaba todo. —¡Tierra a Daniel! —Ginger casi está gritando en el teléfono. —¡Qué!

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—Oh, Dios mío, estás pensando en tener sexo con él en este momento. —Culpable —me río. —Joder, eso es tan caliente —dice ella. —¿Qué? —Cariño, has jodido a los cantantes principales de las bandas en giras internacionales y nunca has dicho nada más que ‘Se veía más alto en el escenario’ o ‘Sí, buen chico’. Si estás ahí sentado fantaseando sobre el sexo que tuviste con el leñador hasta el punto de que no me oyes gritar tu nombre, entonces sé que estuvo de puta madre. Dios, estoy tan celosa. Quiero un leñador. —Él no es un leñador. Y deberías estarlo. —Uuunnghhh —gime ella. —Oye, ¿algo destacado en la tienda últimamente? —Oh Dios mío, sí. ¿Recuerdas a ese tipo realmente alto y delgado que me hizo hacer un tatuaje de vértebras por su columna vertebral? —Sí, al que seguiste llamando Skeletor, pensando que eras graciosa hasta que Megan te dijo que Skeletor es realmente grande, azul y musculoso. —Sí —murmura ella—. De todos modos, él regresó y quiere que haga todo su esqueleto. Como, cada hueso, poco a poco.

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—Eso es increíble —le digo. A Ginger le gustan los proyectos a gran escala y le encanta hacer

proyectos realistas en negro y gris—. ¿Ya

empezaste? —Sí, hice su brazo izquierdo. Va a ser una locura. No estoy segura de cuándo tendrá el dinero para más, pero estoy totalmente de acuerdo. —Dulce. Oye, mi hermano no ha vuelto, ¿verdad? —No —ella se burla—. Definitivamente lo asusté. Estúpido. ¿Has hablado con ellos recientemente? —Puede que te sorprenda saber que ninguno de ellos ha enviado un mensaje de texto desde que me fui. —Lo siento, calabacita. —No me sorprende —le digo. Y no lo hace, en realidad. No es como si hubiera estado pensando mucho en mi papá y mis hermanos o algo así. Quiero decir, la mayor parte de mi contacto con ellos en los últimos años ha sido superficial y todo lo que hubo antes era que se metieran conmigo, cuando descubrieron que era gay. No. Antes que se enteraran. Aún así, ni siquiera me había dado cuenta de que esperaba que ahora que teníamos algo de espacio entre nosotros, ellos... ¿Qué...? ¿Me extrañaran? Nah Pero... ¿qué se preguntaran si estaban bien? Tal vez. —Escucha —dice Ginger— es su puta pérdida, ¿me oyes? Simplemente no te preocupes por ellos. Sólo tienes que enseñar y escribir tu libro y olvidarte de ellos. Ve a tu cita. Habla de lo que quieras. Oh, y haz muchas preguntas. Y no digas palabrotas. —¿Qué?

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—Sólo, ya sabes, no jures demasiado. No es educado en una cita. —¿Qué eres, una maldita casamentera? —Solo, no digas ‘mierda’ cada cinco segundos, ¿vale, imbécil? Es crudo. Y eso demuestra que no tienes respeto por tu cita. —Chica, estás loca. —Pero me gusta cuando me dice una mierda como esa. Se siente como el tipo de regaño que da alguien que se preocupa por ti. —¿A dónde vas a cenar? —Un lugar italiano cerca del campus. Quiero decir, esta ciudad solo tiene, como, cuatro restaurantes. —No uses una camisa blanca, en caso que te tires salsa. —Amiga, ni siquiera tengo una camisa blanca. —No desde que la que compré para mi entrevista se cubrió con la sangre de Marilyn, de todos modos. —Correcto. Bueno, ya sabes lo que quiero decir. Cuando fui a La Dolce con ese chico Andrew el año pasado, me puse mi chaqueta blanca, ¿sabes, la de estilo ciclista de tela? Y rocié con salsa de tomate por todas partes. Parecía que había estado en un tiroteo. No es una buena vista. Solo digo. —Dios, me olvidé de Andrew. Era un idiota. —Es cierto. De todos modos, aprende de mis errores, joven Jedi. —No blanco. De acuerdo.

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—Oye, ¿D? —Hmm. —Puedo decirte que te gusta el leñador. Solo… sé tú mismo, ¿eh? Como tú ser real. De la forma en que eres conmigo. No como eres con tus hermanos. O con Richard. —¿Y cómo estoy con ellos? —Sale más artero de lo que quise decir. —Estás realmente... cauteloso. Rápido para alejarte. Ya sabes. —Lo que sea —murmuro. —Lo digo en serio. Puede que no funcione con él, claro. Y eso está bien. Solo... dale una oportunidad. —Mensaje recibido —le digo con un suspiro. —Te adoro —dice ella con la voz que nunca puedo resistir. —Si, sí, sí. Ve a dibujar a alguien. —Adiós, calabacita.

Mi conversación con Ginger ha estado en mi mente todo el día, así que cuando vuelvo a casa para cambiarme antes de reunirme con Rex, llamo

al

taller.

Son

aproximadamente

las

5:00

p.m., así

que

probablemente todos estarán allí. Solo diré un hola rápido, me reportaré; no es gran cosa.

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—Pat’s —dice una voz ronca en el octavo timbre. —¿Luther? —digo—. Soy Daniel. —Oh, hola, chico. ¿Cómo van las cosas? —Bastante bien —le digo—. Extraño estar fuera de la ciudad y todo. ¿Cómo están María y los niños? —Oh, bien, bien, ya sabes. —Genial. Oye, escucha, ¿alguno de ellos está cerca? —Sí, aquí está Sam. Adiós, niño. —¿Daniel? —Sam suena un poco sorprendido de saber de mí, pero no hostil. Realmente no tenemos nada en común, pero él siempre me dio menos mierda. Probablemente solo porque es el mayor y no quería perder el tiempo. —¿Cómo te va, hermano? —pregunto. —No está mal —dice, y comienza a hablar sobre un auto nuevo en el que está trabajando. Es como si nunca me hubiera ido. Todos mis hermanos hacen eso. Saben que no me importan los autos, pero no tienen nada más que decir. Así que lo dejo hablar mientras me pongo los jeans y me cambio la camisa. —¿Liza bien? ¿Sigue trabajando en la floristería? —Sip. Ella está bien. Me molesta por los niños. —¿Quieres niños?

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—Eh, ya sabes. Ya veremos. De todos modos, chico, tengo que irme. Aquí está papá. —¿Daniel? —Mi papá lo dice con la misma voz que Sam, como si estuviera sorprendido de saber de mí, a pesar que ha pasado más de un mes desde que me fui—. ¿Cómo está el auto? —Ruedo mis ojos, forzándome en recordar lo que Ginger dijo: esta es la manera en que mi papá se asegura de que estoy bien. —La batería murió cuando tuvimos una tormenta de nieve —le digo. —¿En octubre? —Es muy al norte aquí, papá —le digo con paciencia. —Hmm. Bueno, podría ser... Lo interrumpo, previniendo lo que de otra manera sería una disertación de veinte minutos sobre cuáles podrían ser los otros problemas con el auto. —Está bien, papá. Era solo la batería. La cambié y está bien ahora. —De acuerdo, entonces. —¿Cómo van los negocios? —Esta es la única cosa que le pregunto a mi papá porque es la única pregunta que realmente contestará. —Ocupado en este momento —dice—. La gente trata de conseguir todo antes del invierno. Y que Dios bendiga al Departamento de Calles por nunca pavimentar un maldito bache hasta que se atornille la alineación de la mitad de los autos en la ciudad. Sin embargo, se desacelerará. Siempre lo hace.

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Se detiene y puedo escuchar el sonido familiar del garaje: el chirrido de la hidráulica, el silbido de la lavadora a presión, el ruido metálico que cae sobre el hormigón. El fantasma del olor a aceite, lubricante y metal caliente cosquillea mi nariz. —Entonces —mi papá continúa— ¿necesitas algo? —¿Qué? No. Solo quería reportarme. Ver cómo están. —Oh —dice mi papá—. Bueno, eso está bien. Uh, aquí está tu hermano, entonces. Adiós, hijo. —¿Brian? —pregunto. —No, soy yo. ¿Qué necesitas? —Hola, Colin —le digo—. ¿Cómo te va? —Uh, bien. ¿Qué necesitabas? —Maldición, Colin, no necesito nada. Solo quería decir hola. Cristo. —Y así, mi temperamento esta frito. Algo sobre Colin lo dispara cada vez. Sam me trata como a un niño tonto a veces y Brian casi siempre es un idiota, se burla de todo, desde mi sexualidad hasta la forma en que hablo. Pero Colin es desagradable. No está bromeando cuando me da mierda. No recuerdo que fuera así cuando éramos niños, pero supongo que no recuerdo mucho de entonces. Sólo sé que me mira como si le diera asco y me habla lo menos posible. —Bueno, hola, entonces. Voy a volver al trabajo. Y mierda, eso me molesta.

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—Oh, sí, ¿tienes que irte a tatuar algunos corazones y flores para que coincidan con tu viril mariposa? —digo, incapaz de detenerme. Ooh, Ginger me va a matar. —Vete a la mierda, pequeña perra —dice, con su voz helada, y la línea se corta. Maldita sea. Me salpico un poco de agua en la cara y me obligo a no pensar en lo que dijo Colin. Debería haber sabido que no debía molestarlo y esperar algo más. Colin se burla de ti; tú no te burlas de Colin. Termino de prepararme y agarro mi chaqueta. Después de la tormenta de nieve, que aparentemente fue una casualidad, el clima volvió a ser algo más familiar para octubre. Algo bueno, también, ya que estoy al menos a un sueldo lejos de comprar un abrigo. Mientras camino hacia el restaurante, mi teléfono vibra con un mensaje de texto. Es Colin. Como la única vez que recuerdo que me envió un mensaje de texto fue el último Día de Acción de Gracias para decirme que comprara más cerveza, sé que no va a ser bueno. Mantén tu maldita boca cerrada. Sacudo la cabeza Estoy a punto de mandarle un mensaje de texto a Ginger para disculparme con anticipación en caso de que Colin le de mierda por contarme cuando llega otro mensaje de él. Hablo jodidamente en serio sobre esto, pequeña mierda. Al parecer, Colin no recibió la nota de Ginger sobre no maldecir. No devuelvo el mensaje. Imagino que le dejaré sudar un poco. Imbécil.

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Rex ya tiene una mesa cuando llego al restaurante. Comienza a levantarse de la cabina circular y yo saco la mano para estrecharla al mismo tiempo, lo que resulta en una incómoda colisión en la que Rex me agarra del hombro para evitar que golpee la mesa, y yo me deslizo hacia la cabina. —Hola —le digo. Él me sonríe. Esa lenta y cálida sonrisa que arruga sus ojos y muestra ese diente retorcido. —Hola. —¿Daniel? —De pie junto a nuestro puesto hay un hombre desconocido de unos cuarenta o cuarenta y cinco. Es bajo, con los brazos inflados para compensar, un corte militar rubio y las cejas rubias casi invisibles sobre los ojos azul claro. —Umm, sí. Él saca una mano fornida y puedo ver la grasa molida profundamente en sus lechos de uñas. —Oye, tigre, ¡eran las bujías! —Su voz es ensordecedora, y su palmada en la espalda casi me golpea contra el borde de la mesa. —Um, ¿Mark? —Supongo. —No puedo mentir, amigo, nunca hubiera pensado que un profesor gay sabría sobre coches. —Se ríe, el tipo de risa jovial bien intencionada que me permite saber que no hay amenaza detrás de sus palabras—. Oh, uh, hola, Rex —dice, su sonrisa se desvanece. Rex se ve tormentoso, con

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las cejas arrugadas y la barbilla hacia afuera—. No era nada. Los dejaré entonces. —Qué demonios... —digo, sacudiendo la cabeza. —¿Bujías? —pregunta Rex, relajándose nuevamente. —Oh, um, afuera de Sludge el otro día, ayudé a Marjorie con su auto. Su hijo trató de arrancarlo y fracasó. El coche, quiero decir. La camarera se acerca y estoy bastante seguro que la he visto en el campus. Maldita pequeña ciudad. Rex me pide que elija el vino y me esfuerzo mucho por no tener flashbacks de Richard diciéndome que ordené el equivocado. Aparentemente, todavía estoy distraído por eso y por todo el asunto de Colin porque cuando Rex pide la pasta especial, me doy cuenta que no la oí decirnos los especiales en absoluto, y solo pido lo primero en lo que mis ojos caen: la marsala de pollo, que no me importa mucho. Rex me acaba de preguntar cómo fue mi día cuando mi maldito teléfono vuelve a sonar. —Mierda —digo— lo siento. —Voy a silenciarlo, pero recibo el mensaje de Colin antes de hacerlo. Ni una puta palabra, Daniel. ¡Jesucristo, Colin! —¿Qué está mal? —pregunta Rex. Sacudo la cabeza. —Sólo mi puto hermano —le digo. Luego recuerdo la advertencia de Ginger, dándome cuenta que he dicho, como, cuatro palabras y la

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mitad de ellas han sido malas palabras. Supongo que realmente juro mucho. Le cuento a Rex lo que pasó con Colin y lo que Ginger me contó. Entonces me encuentro diciéndole sobre que hable con él hoy. —Colin es malo, hombre. Él es un gilipollas ‘¿Qué necesitas?’ Como si le estuviera molestando llamándolo para saludarlo por primera vez desde que me fui. No como si hiciera otra cosa que no sea el maldito trabajo, oh mierda, se supone que no debo jurar en una cita. Rex se ve divertido. —¿Quién dice? —Ginger —murmuro. No puedo creer que haya dicho eso en voz alta. Los ojos de Rex se oscurecen y pone su mano en mi muslo. —Entonces —dice en ese gruñido que levanta los pelos de mis brazos— le dijiste a Ginger que ibas a tener una cita conmigo, ¿eh? —Um. Sí. —¿Le cuentas todo a Ginger? —Um. No… —digo, completamente perdido en sus ojos. Se enfoca en mí como nada que haya experimentado, como si estuviera leyendo cada parpadeo y respiración. Él se inclina hacia atrás, como si estuviera satisfecho, y yo juego con mi teléfono. Colin podría odiarme. Es un pensamiento que he tenido antes, pero siempre pensé que era una fricción fraternal normal. El hecho

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de que todavía pueda suceder cuando estamos a tres estados de distancia significa que puede que realmente me odie. —Maldición —murmuro, y juro, no por primera vez, que no me importará lo que él piense de mí nunca más. No me importará la próxima vez que me llame Danielle. No me importará la próxima vez que me mire como si fuera basura o se ría cuando me lastime. No me importará la próxima vez que lo vea por la ciudad y finja que no me ve. —Aquí tienes, caballeros —dice la camarera—. Ravioli de alcachofa y pollo marsala. —Ella deja nuestros platos y vierte el vino. —¿Esa era la pasta especial? —digo—. Ni siquiera la escuché decirlos o lo habría conseguido totalmente. —¿Quieres un poco?— ofrece Rex. —Claro, ¿quieres un bocado del mío? —Él asiente. —Esto está realmente bueno —dice Rex. Agacho mi cabeza. —En realidad no me gusta tanto la Marsala. No sé por qué lo ordené —le digo. —No me gustan las alcachofas —dice Rex, y me echo a reír. Supongo que los dos estábamos un poco distraídos. —¿Quieres cambiar? —digo, y Rex tiene el plato fuera de mi mano antes que incluso asienta. Maldita sea, él puede comer. Lleva una camisa lisa negra y el color oscuro resalta el rojo en su cabello castaño. Sus modales en la mesa son perfectos.

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—Colin es el primero que descubrió que yo era gay —me encuentro diciendo mientras Rex se distrae con la comida. —¿Le dijiste? —Oh, mierda, no —le digo—. Quiero decir, uh, no. Me sorprendió chupándosela a un tipo detrás del taller... —Fue uno de los peores momentos de mi vida. Yo tenía dieciséis años. En realidad, no pasó mucho antes que conociera a Ginger. Buddy, el chico, tomaba turnos ocasionales en la tienda y era amigo de Colin de la escuela secundaria. Lo había atrapado mirándome varias veces cuando recibía un mensaje para mi papá o me prestaba un auto. Ni siquiera estoy seguro de si era gay, pero aparentemente podía decir que lo era. Era un poco guapo, supongo, en un estilo de jugador de fútbol rubio, pero no me importaba eso. Solo quería saber si la atracción que sentía hacia los chicos era real o si simplemente había algo malo en mí y por eso no me importaban las chicas en absoluto. Había alguien en el taller del que me había enamorado estúpidamente por lo que parecía desde siempre. Su nombre era Truman y era tan hetero como el mejor. Era demasiado viejo para mí, estaba casado, y probablemente me habría separado la cabeza de los hombros si hubiera sospechado algo de calor en la forma en que lo miraba con sus overoles. Era un hombre negro grande y musculoso de unos treinta y tantos años, que siempre llevaba un pañuelo rojo en el pelo y tenía las uñas más limpias que jamás había visto en un mecánico. Llevaba un anillo de sello en su mano derecha y un anillo de bodas en su izquierda y tenía una risa profunda cuando estaba divertido y una risa incongruente cuando estaba encantado, algo que solo escuché en reacción a una victoria de los Cleveland Browns (su equipo de ciudad natal) y sus hijas gemelas.

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De todos modos, había llevado a Buddy detrás del taller expresamente porque me preocupaba que Truman se pusiera a trabajar pronto. Él era el único que venía del sur y usaba el callejón detrás de la tienda. Nunca supe por qué Colin llegó allí ese día. De repente, Colin estaba allí y él le estaba gritando a Buddy: ‘Quítate de encima de mi pequeño hermano, maldito pervertido’. Tenía miedo que Colin lo matara. Aplastara su cabeza contra la pared de cemento. Sin embargo, en el mismo momento, registré que Colin acudió en mi defensa, llamándome su pequeño hermano, fue lo más íntimo que había hecho en años. Me levanté y agarré a Colin, gritando que no era culpa de Buddy. Buddy salió corriendo por el callejón y nunca regresó al taller. No estoy seguro de lo que le pasó. En cuanto se hubo ido, Colin se volvió hacia mí. Parecía que iba a vomitar. ‘Tú… Tú...’ Colin ni siquiera podía encontrar las palabras lo suficientemente malas como para lo que quería decirme. Estaba aterrorizado de él, pero a Colin, nunca le hacías saber que tenías miedo o te comería vivo. ‘Um, soy gay’ dije. Quise decirlo ligeramente, pero mi voz sonó áspera y delgada. ‘¡Nunca digas eso!’ dijo Colin, su voz baja e intensa, sus fosas nasales ensanchadas. Él vino hacia mí como un toro, con la cabeza baja. ‘No es un gran asunto…’, empecé a decir, pero eso fue todo lo que pude sacar antes que Colin me golpeara en el estómago. Luego la boca. Me deslicé por el muro de cemento y me tiré al suelo, el vómito picaba mi boca ensangrentada. Colin se dio la vuelta y caminó por el callejón por donde había venido. Tanto por la intimidad fraternal.

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—Me pegó tan fuerte que me sacó dos dientes —le digo a Rex—. Y me metió un par de golpes. Le dije a mi padre y a mis otros hermanos que yo era gay esa misma noche, así que no lo escucharon de Colin. Mi padre no es religioso, pero creo que estaba rezando para que el suelo se abriera y lo tragara para no tener que decir nada. Rex hace un sonido estrangulado en la parte posterior de su garganta y miro para ver que está apretando su copa de vino tan fuerte que el tallo se rompe en su mano. —¡Mierda! —digo—. ¿Estás bien? —Lo siento —dice Rex, sacudiendo la cabeza—. Me disculpo —le dice a la camarera cuando ella se acerca para limpiar el vino derramado y quitarle el vaso roto. Él se vuelve hacia mí. —Escucha —dice—. ¿Podemos salir de aquí? —Yo... claro —le digo—. Quieres... —Pero él ya está de pie y tirando dinero sobre la mesa. Busco a tientas mi billetera mientras estoy de pie, pero él ha dejado más que suficiente y corro tras él. Me da la espalda cuando salgo del restaurante y me pongo la chaqueta. Su mano está en la parte posterior de su cuello. —Oye —le digo—. ¿Te has cortado? —Sacude la cabeza. Me paro frente a él, tratando de mirarle la cara, pero su barbilla está sobre su pecho. Extiendo la mano y le aprieto el brazo—. ¿Estás bien? —pregunto de nuevo. Él asiente, pero todavía no levanta la vista.

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—Ven —le digo, y le tiro de la camisa y comienzo a caminar hacia mi apartamento. Cuando abro la puerta, lo siento en la mesa de la cocina, ya que el único otro lugar para sentarse es en mi cama sin hacer. Tengo que añadir nuevas sábanas a mi lista de cosas que necesito para vivir en Michigan e interactuar con otros seres humanos. Miro su mano y veo que realmente no se cortó. Nunca he visto a alguien romper un vaso así, excepto en los dibujos animados. Pongo una silla frente a la suya y me siento, inclinándome hacia él. —Rex, ¿qué está pasando? —digo. Finalmente, me mira y sus ojos parecen más inciertos de lo que nunca los he visto. Su mandíbula está apretada. Lo que sea que vea en mi cara hace que su expresión se suavice. Él pone sus manos en mis rodillas. —Lo siento —dice, sacudiendo la cabeza—. Ni siquiera llegaste a terminar tu comida. —No me importa eso —le digo. —No, en serio —dice—. Me disculpo. —A veces se enreda en esa forma forzada y demasiado formal de hablar. Cuando está nervioso O incómodo. No estoy seguro—. Odio que tu hermano haya hecho eso. No soporto la violencia. Casi me río. La idea de que Rex, que mide más de un metro ochenta, construido como un culturista, que me sostuvo contra un árbol mientras me follaba con los dedos, y que probablemente podría derribar

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a cualquier tipo que haya visto alguna vez, odia la violencia parece, bueno, ridícula. Pero luego recuerdo cómo arregló la pierna de Marilyn la noche que nos conocimos. Cómo miró mis moretones y me cortó los pantalones. Cómo me advirtió sobre el clima y se molestó conmigo porque a veces la gente muere en la nieve. Se aseguró que llevaba puesto el cinturón de seguridad, me cocinó y me tendió con tanto cuidado en la cama cuando dije que había pasado un tiempo. Cómo me sostuvo dormido, con los brazos pesados, pero nunca me aplastó. Cómo lavó mi cabello en la ducha y puso una mano sobre mi frente para que el champú no entrara en mis ojos. Cómo, en el restaurante a la mañana siguiente, hizo una mueca cuando me quemé el paladar con mi café y empujó mi agua en silencio hacia mí aunque apenas lo noté porque lo hago todo el tiempo. Rex se para abruptamente y abre mi refrigerador. Sacude la cabeza y sé que está viendo mi colección de comida para llevar y una muestra de las sobras de la semana pasada que se derramaron. —No tienes comida —dice con resignación, y me hace señas para que me vaya antes que pueda poner excusas. Abre el congelador y saca... algo. Revisa mis armarios y saca una lata de frijoles y una caja de arroz instantáneo y empieza a jugar con mi cocina. —Tienes que encenderla —le digo. Recoge los fósforos de la chimenea que he atascado en la manija de la puerta del horno y me da la misma mirada que Ginger me da cuando cree que he dicho algo particularmente infantil. —Daniel —dice, inclinándose para mirar la cocina—. Realmente necesitas hablar con Carl, esta cocina no tiene un sensor en la luz del piloto.

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Me acerco, pero me parece que es como cualquier otra cocina. —Uh. ¿Es malo? —No es seguro. Si el piloto se apaga y el gas sigue encendido... no es seguro. —Está bien —le digo, tratando de no enojarme por ser condescendiente, ya que es obvio que está asustado por algo más. Él pone una mano en mi hombro. —Lo digo en serio. ¿Vas a llamar a Carl? —Um, realmente no creo que me consiga una cocina nueva, Rex. Además, casi nunca la uso. Su mano se aprieta en mi hombro como si quisiera pelear conmigo, pero solo se vuelve hacia el mostrador. No sé dónde la encontró, pero está cortando una cebolla pequeña y revolviéndola en los frijoles antes que incluso lo vea encontrar un cuchillo que debió haber estado aquí cuando me mudé. Como sucedió antes, después que haya estado cocinando por un tiempo, sus hombros se relajan y empieza a hablar. —No quiero ser demasiado pesado contigo —dice Rex. —Oye, vamos. Comencé hablando de mi hermano. Solo dime por qué te ha enojado tanto. Aquí, pondré algo de música —le digo cuando no responde de inmediato. Hojeo mis CD por unos minutos tratando de encontrar lo correcto. Pero, ¿cuál es una buena música de fondo para un confesionario inesperado del tipo con el que recién empiezas a salir y a

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quien apenas conoces? Me imagino que no puedes conseguir más confesiones que Tori Amos, y poner Little Earthquakes. —¿Te gusta Tori Amos? —dice Rex, de espaldas a mí. —Tori Amos es jodidamente increíble —le digo, listo para pelear por Tori. —Lo sé —dice—. Supongo que pensé que te gustaba... No lo sé, ¿cosas de rock más duro? ―Dice esto como si no supiera que es ‘rock más duro’ aún si tropezara con él—. Solo, eres todo nervioso y esas cosas. Estoy a punto de disgustarme con esta evaluación cuando coloca un plato frente a mí que luce como que estoy en un restaurante mexicano. Hay un arroz amarillo esponjoso y frijoles con cebolla que huelen a especias que sé que nunca he comprado, y un mini burrito, que debe haber sido lo que encontró en mi congelador. —¿Qué demonios? —Me río—. Wow gracias. Toma un poco —digo, pero él lo aleja. Deambula por mi apartamento como si quisiera distraerse, pero no tiene suerte porque no hay mucho que ver, excepto una estantería y un montón de CDs. —No tenía amigos —dice Rex, mirando por la ventana hacia el bosque—. En el colegio. Nos mudábamos tan a menudo que nunca tuve tiempo de hacer ninguno. Y de todos modos, era tan tímido que no podía hablar con nadie, incluso si hubiera querido. Se acerca a mi cama y luego al estéreo. Hojea los CDs que dejé y luego apaga el estéreo, cortando a Tori a mitad de Winter.

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—Pero la gente tampoco se metía conmigo. Simplemente era invisible. No me lo pude imaginar. Rex invisible. Incluso ahora, era como si toda la habitación se hubiera arreglado en relación con él. —Cuando tenía quince años, nos mudamos a Texas porque uno de los novios de mi madre tenía algún negocio allí. Un pequeño pueblo de mierda llamado Anderson. La escuela era más pequeña, sin embargo, y después de aproximadamente un año, hice este amigo. Bueno, él me obligó, de verdad. Me hablaba todo el tiempo en la escuela aunque yo no le respondiera. Un verdadero charlatán. —Rex sonríe—. Era un niño de aspecto gracioso. De pelo rojo y una gran sonrisa. Un poco escuálido. De todos modos, él aparecía en mi casa y solo me llevaba con él a donde fuera que iba. Él hablaba y yo escuchaba. Y entonces un día me besó. Me sorprendió tanto que me caí. Me golpeó en el hombro y me dijo: ‘Solo me lo preguntaba’ y me sonrió. Cuando levanté mi mandíbula del suelo, le devolví el beso. Rex se acerca a mi estantería y escanea los títulos. Va directamente a El secreto, pasando un dedo por la espina salpicada de lodo. Cuando habla de nuevo su voz es tensa. —Teníamos sexo en el bosque, cerca de un pequeño parque. Nadie iba realmente allí. Un día estos tres tipos nos encontraron. No los oí. Empezaron... ya sabes, a atacarnos. Y Jamie. Era un tipo pequeño. Rex regresa a la ventana y mira hacia afuera, con las manos en los bolsillos. Por la forma en que está hablando, está claro que Jamie no era sólo una follada en el bosque. Quiero preguntarle qué le pasó, pero no quiero interrumpir. Apenas puedo escucharlo cuando empieza a hablar de nuevo, su profunda voz se vuelve baja y tensa.

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—Uno de los chicos cogió un palo. Empezó a pegarnos con eso. Seguí intentando levantarme. Para evitar que lastimen a Jamie. Pero no era lo suficientemente fuerte. —Cuando dice esto, sus músculos se flexionan, los brazos se tensan y los hombros se abultan—. Se escaparon cuando un camionero se acercó para mear en el bosque. Él es el que llamó por radio a una ambulancia, me dijeron más tarde. Mi estómago está en un nudo. Comí cerca de dos bocados durante la historia de Rex, pero desearía no haberlos comido. Me acerco a él, pero su postura irradia Aléjate. Me siento en mi cama frente a él. —¿Qué pasó? —Me ahogo. —Estuve inconsciente durante días —dice, mirando de reojo algo por la ventana—. Tenía rota la cuenca del ojo y la barbilla. Costillas rotas. Me sacaron el apéndice. —Descansa su frente contra la ventana—. Jamie nunca se despertó. Trauma cerebral. Mi inhalación suena fuerte en el silencio de la habitación. —Joder —respiro. No sé qué más decir. Rex golpea ligeramente el alféizar de la ventana con el talón de su mano, y puedo ver que se está recomponiendo. —Ya ves por qué no me gusta mucho tu hermano. Se sienta en el borde de la cama junto a mí y me golpea ligeramente el muslo con el puño cerrado. —Escucha —dice— creo que tal vez no sea el tipo de cosas de las que hablas en una cita. Pero no soy muy bueno en acercarme. Así que...

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Me gusta esto de Rex. Él va por las cosas y las explica si cree que necesitan ser explicadas, pero no parece dudar de sí mismo y no parece lamentar nada de lo que dice. Giro mi nariz en su hombro y lo inhalo. —Lo siento mucho —le digo—. Sé que no es... —Gracias —dice rápidamente, y puedo decir que ha terminado de hablar de esto. Me deslizo hacia atrás y me tumbo en mi cama, extendiendo mi brazo hacia él. Él vacila, pero luego se hunde a mi lado, girando hacia mi cuerpo y lanzando su brazo sobre mi estómago. Lo sostengo tan cerca como puedo. —Después de eso —dice suavemente, apoyándose en mi toque— supe lo que tenía que hacer para no volver a estar en esa posición de nuevo. Su voz está apagada en mi cuello y siento las palabras antes de escucharlas. —Tenía que ser lo suficientemente fuerte. Por lo que sea que sucediera. —Rex —le digo— no fue tu culpa. —Suena como un cliché inútil antes que salga de mi boca. Él desliza su mano debajo de mi camisa para acariciar mi espalda. —¿Oye, Daniel?

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—¿Hmm? —¿Podría, tal vez, quedarme aquí esta noche? —Se tensa, esperando mi respuesta. Estoy avergonzado porque mis sábanas están sucias, mi cama es una mierda y ni siquiera tengo café para ofrecerle por la mañana. Pero su peso se siente bien. —Sí, por favor, quédate —le digo. Mentalmente recorro toda mi ropa para ver si puedo ofrecerle algo para dormir y no encuentro nada que pueda encajar en él. Me pregunto si es ingrato dejar la comida que me hizo congelándose sobre la mesa. Definitivamente debería cepillarme los dientes. Rex solo se desnuda y se sube bajo mis cobijas. Salto para asegurarme que la puerta esté cerrada con llave y apago las luces, y me meto en el baño para lavarme los dientes. Pongo la alarma de mi teléfono y lo arrojo al alféizar de la ventana. Luego, dejo caer mi ropa en el suelo a los pies de la cama y me arrastro junto a Rex, temblando. Su piel está emitiendo suficiente calor como para poder sentirlo sin siquiera tocarlo. Presiono un pequeño beso en su hombro y me acuesto de espaldas a su lado, apenas tocándole. No estoy seguro si él quiere que lo sostenga o que lo dejen solo. Después de un rato, me agarra la mano y la aprieta, como si fuéramos parte de una serie de muñecas de papel unidas en la muñeca. Nos quedamos así por un minuto, y luego se acerca a mi otra mano y me empuja hacia él. Es un poco incómoda la forma en que me arrastra hacia él y no estoy seguro de lo que quiere. Luego me doy cuenta que me ha colocado de la forma en que me desperté el domingo por la mañana, medio encima de él, con la pierna sobre su cadera y la mejilla apoyada en su pecho. Está dormido antes que pueda decidir si me gusta o no.

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Capítulo 7 Octubre Ha pasado una semana y media desde mi cita con Rex y solo lo he visto una vez, cuando nos reunimos para tomar un café rápido en la biblioteca el sábado. No sé por qué pensé que estaría menos ocupado de lo que estaba en la escuela de posgrado una vez que obtuve un trabajo, pero obviamente estaba equivocado. Peggy Lasher es oficialmente mi archienemiga. Cuando llegué a mi oficina el viernes, encontré un correo electrónico de ella (con copia a Bernard

Ness,

presidente

del

departamento)

agradeciéndome

de

antemano por estar dispuesta a cubrir sus clases en la próxima semana porque la madre de su esposo había muerto y ella se iría a Nueva York inmediatamente. No estoy orgulloso del hecho de que mi primer pensamiento no fuera sentir lástima por su pérdida, ni siquiera enojarme de haber asumido que la ayudaría; fue una profunda envidia que ella estuviera a dos horas de Filadelfia, a menos que por Nueva York se refiriera a Buffalo o algo así. Por supuesto, estar enojado siguió rápidamente. Cuando se lo mencioné a Jay Santiago, quien se había convertido en mi guía para las verificaciones de la realidad sobre el departamento, me dijo que, dado que era una escuela tan pequeña, a menudo se le pedía a los recién contratados que cubrieran las clases. Esto era aparentemente específico de la escuela, porque por lo que yo sé, nada de eso era la cultura de Penn. Peggy da Romanticismo, no una especialidad mía, así que tuve que hacer un gran esfuerzo para sentirme cómodo al enseñar sus clases. Una

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era una introducción a la literatura de los siglos XVIII y XIX, lo cual estaba bien porque era algo que leí en la escuela de posgrado. Pero su segunda clase era una de poesía romántica de 300 niveles para estudiantes de inglés, que me tomó cada momento libre de mi tiempo para prepararme. En una escuela del tamaño de Sleeping Bear, la reputación lo es todo. Todos los estudiantes hablan entre ellos y si tienes la reputación de ser un maestro malo o aburrido, tus clases no se llenarán, que es la primera señal de que un departamento no te mantendrá cerca. Por lo tanto, me interesaba mucho hacer que los estudiantes de Peggy pensaran que yo era increíble, así tendría una oportunidad en mis clases el próximo semestre. El viernes por la mañana, después que Rex pasara la noche, hicimos planes para pasar el fin de semana juntos en su casa, de modo que cuando encontré el correo electrónico de Peggy estaba enojado porque sabía que significaba el fin de nuestro relajante fin de semana. Le expliqué que sustituía a Peggy y él dijo que entendía, pero me preocupé un poco que Rex sintiera que lo había abandonado después de la historia que me contó el jueves por la noche. No podía dejar de pensar en ello. Ahora que sé que su madre y su primer amante murieron, su protección tiene mucho sentido. Todavía no puedo imaginar exactamente a Rex como el chico tímido que describió, pero la idea de él pasando por algo así me hace sentir mal. Y, de alguna manera, incluso más que la paliza y la muerte de Jamie, la decisión de Rex de cambiar su cuerpo es lo que más me golpea. Su necesidad de creer que si solo fuera lo suficientemente fuerte físicamente, sería capaz de proteger a todos los que le importaban. No lo mencionó, pero debe sentir que su tamaño también lo protege.

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Cuando llego a casa de Rex, él está sentado en una pequeña mesa en la sala de estar refunfuñando mientras dibuja algo que se parece a los planos para una cómoda, Marilyn esta acostada a sus pies. Hay un fuego crepitante, y toda la casa huele a cedro, pino y arce, como si Rex hubiera comido panqueques para desayunar. Lleva pantalones de chándal gris oscuro y una camiseta blanca desgastada, sus mangas se cierran sobre sus bíceps cada vez que tensa su brazo para borrarlo. —Hola —digo, y dejo mis cosas al lado de la mesa, arrojando mi chaqueta sobre la silla frente a la suya. Debido a todo el tiempo que pasé cubriendo las clases de Peggy esta semana, estoy atrasado en mi propia calificación. Rex me dijo que viniera y lo hiciera en su casa y que podríamos cenar cuando yo terminara. —Hola —dice, y extiende un brazo hacia mí. Desliza su silla hacia atrás lo suficiente para sentarme en su regazo, algo que pensé que solo le pasaba a los niños y, por ejemplo, a las porristas o las chicas a las que estaban a punto de pedirle matrimonio. Pero es cálido, incluso con una camiseta, y huele muy bien. —¿De qué te quejas? —Hmm. Solo trabajo. —¿Qué pasa? —Oh, quiero hacer más trabajo en madera y menos esporádicos. No me malinterpretes —dice rápidamente—. Me alegro mucho que el trabajo esté allí. Yo solo... bueno, he estado tratando de averiguar si podía, no lo sé. La gente de por aquí sabe que yo hago muebles, pero no es una ciudad grande. Obviamente —añade a mi bufido—. Entonces, solo

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estaba pensando en cómo hacer que fuera más un negocio. Evolucionar más en trabajos personalizados como ese. Solo un pensamiento. —Eso es genial —le digo—. Tu trabajo es hermoso. Por supuesto que deberías correr la voz. Necesitas un sitio web, seguro. ¿Y tienes fotos de las piezas que has vendido? Si no, estoy seguro de que las personas a las que les vendiste te dejarán fotografiarlos. Luego, las personas pueden contactarte a través del sitio web para realizar pedidos. ¿Sabes? —Me quedo en blanco ante la expresión de la cara de Rex. —Um —dice— no soy tan bueno con las computadoras. —Puedo ayudarte. Es muy fácil ahora. Hay sitios gratuitos que puedes usar y un montón de tutoriales en línea. Hace un sonido sin compromiso y me besa, e inmediatamente pierdo la pista de todo, excepto que estoy sentado en su regazo y él me está besando. Sabe a Rex y café. Mmm, café. Aparentemente, lo dije en voz alta, porque él se ríe y me pregunta si quiero un poco. Asiento con entusiasmo y lo sigo a la cocina, donde él me empuja contra el mostrador y me besa, un beso largo y profundo que califica por lo menos treinta espacios más abajo en la lista de cosas que quiero hacer de lo que ya estaba. —Te extrañé esta semana —dice, y me empuja hacia su hombro. —Yo también —le digo—. Lo siento. Fue una semana asesina. Maldita Peggy —escupí.

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Rex me aprieta el hombro con una mano grande y me derrito contra él involuntariamente. —Jesús —dice— eres todo nudos. No parece justo que esta mujer Peggy pueda obligarte a hacer su trabajo. —Ella no me hizo. Pero, sabes, soy un hombre bajo en el tótem o lo que sea, así que tengo que dedicarle tiempo. Toma mi otro hombro en su mano y los masajea por un minuto. Al principio me tenso, pero luego todos los músculos se relajan, incluidos los que mantienen mis ojos abiertos. Gimo. —Bueno, no creo que sea correcto —dice Rex—. ¿Al menos te están pagando por eso? —Realmente no funciona de esa manera en la academia —le digo. Rex hace un sonido irritado y sus pulgares se hunden más. —Ugh, tienes que parar; me vas a poner a dormir —le digo a Rex, pero lo estoy acariciando. —Después de la cena terminaré, ¿de acuerdo? —Su voz es ronca. Levanta mi barbilla y me besa—. Termina tu trabajo —dice, y la promesa en su voz me emociona. —Oye, ¿cuál es tu red Wi-Fi? —pregunto a Rex—. Mi maldita computadora no está recogiendo nada. Rex se ve sorprendido. —Oh —dice, con los hombros rígidos—. No tengo.

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—¿No tienes internet? —No la necesito mucho. Cuando lo hago, voy a la biblioteca. Oh, ¿lo necesitas para hacer tu trabajo? Debería haberte dicho, supongo. Simplemente no lo pensé. —No, está bien, solo... hombre, he estado en el mundo académico demasiado tiempo, creo; no pensé en preguntar. Lo uso para verificar si sospecho que un estudiante ha estado plagiando. Pero, no, no importa. Puedo hacer eso más tarde. Me instalo en el primer artículo, inmediatamente irritado porque el estudiante no parece tener una tesis. Dejo escapar un profundo suspiro. Va a ser una tarde larga. Ella tampoco cita nada. El argumento del siguiente artículo es tan complicado que casi me impresiona el hecho de que el estudiante haya logrado parecer sano en clase hasta ahora. El tercer artículo no tiene ningún argumento y ni una sola oración gramaticalmente correcta. Suspiro de nuevo y me froto los ojos. Calificar siempre requiere librar una batalla mental contra mi genio. Rex levanta la vista de su dibujo y me frunce el ceño. —Lo siento —le digo—. Clasificar siempre me enfurece. Es como si mis alumnos no escucharan lo que digo en absoluto. Quiero decir, repasamos las declaraciones de tesis en clase y les doy un folleto sobre cómo saber si una tesis es fuerte o no. Luego escriben estos papeles y son tonterías. Quiero decir, sin sentido real. No están discutiendo, no conectan ninguna de sus ideas, y la mitad de las veces ni siquiera puedo decir si han leído el libro sobre el que están escribiendo. Me vuelve loco. Escucha esto. ‘Argumentaré que la forma en que Bartleby no quiere hacer nada prueba que se opone políticamente a hacer cualquier cosa’. ¿¡Qué!?

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Rex se aclara la garganta. —Haces que parezca que lo hacen mal solo para hacerte enojar. Me río, pero él no parece estar bromeando. —Sabes, no es realmente tan fácil para todos —continúa. Está tratando de sonar casual, pero puedo decir que lo dice en serio—. A veces las personas no son buenas en las cosas. —Yo sé eso. Pero es como si ni siquiera lo intentaran... —comienzo a explicar. —No lo sabes —dice—. Tal vez estén haciendo todo lo posible y simplemente no son tan inteligentes como tú. O son buenos en matemáticas pero no en tu clase. Por supuesto que sé que tiene razón. En cada momento, excepto cuando estoy calificando, lo sé. —Tienes razón —le digo—. Supongo que a veces me hace sentir como si estuviera perdiendo el tiempo tratando de enseñarles cosas. Como si no les importara de todos modos, ¿por qué paso todo mi tiempo tratando de hacerlo? —Bueno —dice después de una pausa— eso suena como una pregunta más grande. —Sí, supongo que lo es. Realmente no quiero pensar en eso ahora. Lo siento, estoy tan jodidamente contento de que sea el fin de semana. Voy a terminar esto. Rex no dice nada. Sus hombros están tensos y su mandíbula apretada. Él debe pensar que soy un asno pretencioso en este momento.

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Realmente, nunca es una buena idea calificar cuando alguien más está mirando. —Oye, ¿podemos poner algo de música? —pregunto—. Es tan tranquilo aquí que no puedo pensar. Rex apunta al armario junto a la televisión. —Ponte lo que quieras —dice. —Sí, lo siento, estoy acostumbrado a trabajar en cafeterías o en el bar que creo que me he entrenado para asociar el ruido con la concentración. Puedo ponerme los auriculares si quieres. —No, está bien —dice Rex—. ¿Extrañas mucho la ciudad, entonces? —Está mirando su dibujo y jugando con su lápiz. —Sí —digo, de pie ante el gabinete y trazando el grano de madera con mi dedo—. ¿Hiciste esto? —Él asiente—. Tienes mucho talento. — Rex sonríe. Wow, él tiene muchas cosas de las que nunca había oído hablar. Tiene casi todos los discos, pero definitivamente no me parece el tipo de fanático del neovinilo que compra discos nuevos pero nunca tocó un tocadiscos hasta la universidad. Algunos de estos están mohosos. —¿Quién es Blossom Dearie? —Ella era una cantante de jazz. Principalmente de los años cincuenta y sesenta. Grabó un montón de estándares. Puse el disco. Hay una falla de estática y luego una voz ligera llena la habitación.

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—¿Eran estos los discos de tu madre? La cabeza de Rex se estremece. —Sí. —Me gusta —le digo, y vuelvo a clasificar. Para cuando termino, he pasado por tres discos más, mi mano esta acalambrada de escribir comentarios, mis hombros están apretados y he decidido que Rex es un compañero de trabajo increíblemente distractor. Cada vez que levanto la vista de un papel, ahí está él, su boca sensual apretada en concentración y la pequeña línea entre sus cejas me recuerda cómo se veía cuando estaba dentro de mí. —Oh, gracias a Dios —digo finalmente, con la frente apoyada en la pila de papeles corregidos—. Necesito una bebida. *** Después que llevamos a Marilyn a caminar, Rex hace tortillas para la cena. —¿Quieres ver una película o algo así? —pregunto, poniendo mi plato en el fregadero. Rex sacude la cabeza. —¿Quieres que me vaya para que puedas... hacer lo que sea? Rex sacude su cabeza otra vez, una sonrisa peligrosa jugando en sus labios. Se levanta y me tiende una mano.

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En su habitación, Rex se acerca a mí, pasándome las manos por la espalda. Pongo mis brazos alrededor de él, emocionándome con sus músculos firmes y su calor. Cada vez que lo toco es como si todo mi cuerpo reaccionara. Desliza mi camiseta hacia arriba y la tira sobre mi cabeza, sin perder nunca el contacto. Luego se quita la suya. —Acuéstate —dice Rex, una cálida mano cruzando mi espalda. Me quita los pantalones y la ropa interior—. Relájate. Rex me da masajes en el cuello, los pulgares fuertes se hunden en los músculos de ambos lados, luego pasa los dedos por mi cabello, masajeando mi cuero cabelludo. Supongo que no estaba bromeando acerca de terminar ese masaje. Besa la parte posterior de mi cuello, luego se mueve hacia mis hombros. Al principio, me tenso cada vez que se mueve a una nueva parte de mi cuerpo, pero simplemente sigue susurrando: Está bien, relájate, y poco a poco lo hago. Extiende mis brazos, masajeando mis bíceps, y luego por mis costillas. Mi respiración se detiene cuando sus pulgares van a mi columna vertebral. Puedo escuchar pequeños chasquidos y crujidos mientras su peso se apodera de mí. Con cada respiración y cada toque, siento que me estoy derritiendo en el colchón. Cuando Rex me monta en la cama, puedo sentir su calor en todas partes. Besa la parte posterior de mi cuello y la parte superior de mi columna vertebral mientras sus fuertes manos masajean mi espalda baja, presionándome contra las sábanas. Sus palmas rozan mis muslos y me tenso de nuevo. —Estás bien —murmura Rex, y usa más presión, masajeando los músculos de mis muslos con firmeza. Entierro mi cara en la almohada,

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abrazándola, tensándome otra vez. Nadie me ha tocado nunca así. Me ha cuidado así. Es como si Rex pensara que mi cuerpo es algo de lo que es responsable. Algo precioso. Sacudo la cabeza en la almohada. —Oye —dice— mírame. —Me da la vuelta para que pueda ver mi cara—. ¿Qué pasa? ¿Quieres que me detenga? Sacudo la cabeza violentamente pero no puedo reunir una sola palabra. —¿Quieres que siga? —Asiento. Rex me está mirando con cuidado. No sé cómo explicárselo. Sigo abriendo la boca y no sale nada. Rex me da una sonrisa triste—. ¿Quieres que te cuide? ¿Qué me aseguré que estas relajado? —¿Es una pregunta trampa? ¿Quiero que me cuide? Qué significa eso? No quiero que Rex piense que soy débil, pero no quiero que se detenga. Quiero que esto sea como un sueño, donde las cosas simplemente suceden y nadie habla de ellas y todo es líquido y somnoliento. Desearía estar ebrio para poder dejar que él haga lo que quiera y no que tenga que ser mi elección. No creo que deba desear esto. Rex presiona un suave beso en mi pómulo. —Solo trata de relajarte, ¿de acuerdo? No tienes que pensar en nada. No tienes que hacer nada. Tu único trabajo es relajarte, ¿de acuerdo? Asiento. Relájate. No es gran cosa, ¿verdad? Relájate. Sin embargo, años de experiencia me han enseñado que es un gran problema. Si te relajas, no estás preparado para lo que podría suceder a continuación. Si te relajas, alguien puede acercarse sigilosamente. Si te relajas, no puedes reaccionar lo suficientemente rápido. Años de ataques fraternos en el

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sofá, ser arrastrado por pasillos y callejones, y estrellarme contra casilleros y paredes me han enseñado eso. —Daniel, ¿confías en mí? —pregunta Rex. Creo que lo hago. Intelectualmente, sé que Rex no va a lastimarme, pero no es tan fácil como pensé. No es tanto una elección como pensé. Respiro hondo y decido que es solo cuestión de materia. Si quiero confiar en Rex, solo tengo que hacerlo. Cierro los ojos y asiento. Soy recompensado con un beso en la boca y una sonrisa. Rex se ve realmente satisfecho. Dejo escapar un suspiro, me alegro de haber hecho lo correcto, y extiendo mis brazos nuevamente, soltando el abrazo apretado a la almohada. Si abro los ojos solo un poco, la franela verde de las sábanas de Rex es un paisaje nebuloso que puedo imaginar que es musgo. Siempre he querido tomar una siesta en un lecho de musgo. Las manos de Rex están de vuelta. Me imagino que es una especie de gato montañoso musculoso que me recorre la espalda, presionándome más en el musgo con sus enormes patas. Solía hacer esto cuando era niño. Me acostaba en la cama con las mantas sobre la cara y fingía que mis animales de peluche eran más grandes que yo. Fingía que mi león de peluche me tomaba en sus patas como un cachorro y me tiraba sobre su estómago para dormir. Incluso el olor a pino y cedro de Rex encaja. Ahora es un árbol que ha estado en pie durante doscientos años, lo suficientemente flexible como para agacharse con el viento, pero lo suficientemente fuerte como para abrigarme. Sus manos están en mis muslos otra vez, y esta vez es como si tuviera unos músculos relajantes que ni siquiera sabía que tenía, acariciando cosas puramente funcionales con un cosquilleo sensual.

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—¿Esta bien? —pregunta Rex, y quiero preguntarle cómo puede hablar un árbol. Sin embargo, solo asiento, mis ojos se cierran un poco, arrojando la ladera verde a las primeras sombras de la tarde. Está funcionando. Realmente me estoy relajando. Luego las manos de Rex me tocan el culo y no quiero fingir más. Toma los globos de mi culo en sus manos y los masajea, y se siente como si me estuviera ahogando, hundiéndome profundamente en algo cálido y viscoso, como la miel. Gimo cuando sus palmas descansan en las colinas de mi culo y sus pulgares acarician mi espalda baja. Luego desliza sus manos hacia mis caderas y las masajea, rotándolas una por una. Se arrodilla entre mis piernas, extendiéndolas para hacer espacio para él, y amasa mis muslos internos hasta el pliegue de mi trasero. Me toma por las caderas y hunde los pulgares fuertes en mi columna, empujando mis rodillas hacia arriba y hacia afuera. Sus manos se deslizan de vuelta a mi culo, los dedos se hunden en mi grieta, y gimo de nuevo. Cada toque es eléctrico. Nunca supe que relajarme podía sentirse tan increíble. Cada fuerte apretón de sus manos en mi culo envía sacudidas de calor a la base de mi columna vertebral y mi polla, la única parte de mí que no está relajada. Me retuerzo un poco, tratando de maniobrarme a mí mismo en una posición que no esté aplastando mi creciente erección. Rex levanta mis caderas con facilidad y me vuelve a acomodar en la cama con ternura, luego me impulsa a bajar nuevamente, su atención regresa a mi trasero. Jadeo cuando siento su mano en mi erección, y dejo escapar el aliento lentamente mientras él me vuelve a amansar, acariciando mi trasero suavemente para relajarme. Nunca pensé en tener tensión en mis caderas o muslos, pero cuando Rex separa mis piernas, relajándolas, me siento relajado y

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flexible, la tensión se drena y me deja abierto hacia él. Se levanta, pasando una mano por mi cabello y me arqueo en su toque. —¿Estas bien, cariño? —pregunta en voz baja, como si no quisiera romper el hechizo. —Se siente tan bien —murmuro. Cuando Rex se desliza sobre mi espalda y comienza a besarme el cuello, vagamente registro que también se ha quitado los pantalones, pero no me di cuenta. Besa mi espina dorsal y, cuando alcanza la parte superior de mi trasero, no se detiene, besando una línea en mi hendidura. Jadeo y me tenso de nuevo, pero sus manos acarician mis caderas. —Quiero probarte, Daniel —dice Rex, con la voz como el tañido de una ola de sangre caliente rompiendo cerca de mi oído—. ¿Puedo saborearte? —Sigue con una lamida a mi oreja y yo gimoteo, asintiendo maníacamente. Puedo sentir su dureza entre mis piernas, una marca pulsante en mi muslo. —Dímelo. —Hazlo, por favor. —¿Qué, Daniel? —pregunta Rex, su voz burlona y sucia. —Ungh, quiero... quiero que me pruebes. —Me mordisqueo, un torrente de vergüenza compitiendo con la excitación. —Abre las piernas por mí —ordena. Él cae de nuevo, agarrando las colinas de mi culo y apretándolas, luego separándolas. Su lengua toca mi abertura y un placer oscuro y caliente se despierta cuando me lame.

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—Oh Dios —gimo, enterrando mi cara en la almohada. Rex vuelve a su masaje, las manos se deslizan por mis muslos a mis pantorrillas, relajando cada músculo que toca. Luego su boca está de vuelta, besando y luego lamiendo mi agujero, su lengua relajando este músculo también. Me empuja hacia arriba, para poder enterrar su cara entre mis mejillas, y entonces todo es calor líquido y un placer mucho más suave que la penetración. Siento el cambio cuando mis músculos se relajan y la lengua de Rex me rompe. Es algo atrapado tan exactamente entre relajarme y llevarme a un tono de fiebre de excitación que mi cerebro no sabe cómo procesarlo y me deslizo de un lado a otro entre relajarme y tensarme con placer. Estoy gritando, ahora, desesperado porque Rex empuje un poco más fuerte, se deslice un poco más profundo para que este sentimiento pueda unirse en algo que conozco. Pero él sigue trabajando conmigo, deslizándose suavemente dentro de mí y suavizando mis músculos temblorosos con los suyos. —Rex, Rex, Rex —grito, incapaz de controlarme. No sé qué estoy pidiendo. Ya sea más o menos, todo o nada, no lo sé. Entonces Rex gruñe, el sonido arrancado desde lo más profundo de él. A medida que se desplaza, siento su erección, increíblemente dura, y él tiembla sobre mí. —Oh, Daniel —dice, y su voz es un animal tierno que podría consumirme—. Joder, Daniel, necesito estar aquí ahora mismo. —Desliza tres dedos dentro de mí cuando lo dice, y todo mi cuerpo se contrae, temblando cuando me abre.

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—Unnhh —digo, presionando mis caderas en la cama y agarrando las sábanas. Rex agarra mis caderas para mantenerme quieto. Él se acerca para agarrar un condón de la cómoda y pone su boca en mi oído. —¿Eso fue un sí? —gruñe, y gimo de nuevo—. ¿Eso fue un ‘Sí, Rex, puedes tener mi trasero’? —Asiento frenéticamente, tratando de voltearme y mirarlo, pero su peso lo hace imposible. Estoy loco de lujuria. Lo único que puedo sentir es el vacío palpitar en mi canal donde su lengua me ha dejado con ganas. Casi puedo sentirlo dentro de mí, llenándome, me aprieto ante el pensamiento. —Joder, cariño —dice Rex. Luego se vuelve a sumergir, su boca chupando mi agujero, la lengua golpeando dentro de mí. —Rex, por favor. —¿Por favor qué? —dice en voz baja y retumbante. —Por favor, fóllame —por fin puedo juntar. No sé cómo puedo estar tan relajado y nervioso al mismo tiempo, pero cuando siento el calor de Rex contra mí ni siquiera me pongo tenso. Se desliza un poco más allá de mi músculo y mi cuerpo lo recibe. Extiende mi culo y se desliza por el resto del camino, llenándome tan perfectamente que me toma un momento recuperar la sensación. En el momento en que lo hago, él está completamente dentro de mí, y todo mi canal se contrae con placer. Los dos gritamos y las manos de Rex se tensan en mis caderas, tirando de mí hacia arriba y sobre su eje. Él no se mueve, y es como si estuviéramos encerrados juntos en un momento perfecto que sabemos que solo mejorará. Trago saliva y Rex deja caer su frente en mi espalda. Luego comienza a moverse, diminutos pulsos

de

sus

caderas

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que

agitan

la

fricción

entre

nosotros.

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Gradualmente, sus movimientos se hacen más grandes, hasta que puedo sentir el arrastre de su polla contra mis paredes internas. Mi propia erección se siente casi secundaria, una sensación que nunca pensé que tendría. Es como si solo me importara donde me toca. Él se desliza lentamente fuera de mí, y hago un sonido desesperado, pensando que se está yendo, pero me acaricia la espalda. Apoya la cabeza de su polla contra mi agujero, provocándome con ella, tocando dentro y fuera de mi músculo, confundiendo la piel sensible allí con cada penetración. Luego se desliza de vuelta con un golpe firme y es como si un fuego acariciara mi canal. Me sube las caderas y empieza a follarme profundamente, dejando que su peso lo baje. Se está apoyando en sus brazos mientras me folla y agarro el músculo de sus antebrazos, tratando de sostenerme a algo. No puedo detener los sonidos rotos que salen de mi boca y Rex está haciendo un ruido entre un gruñido y un gemido. Luego me arqueo hacia él y se desliza contra mi próstata, inundándome con una oleada de placer desde mi culo hasta mi polla. Grito, y Rex me levanta, cerrando sus brazos alrededor de mis hombros para mantener su ángulo. Cada empuje golpea mi próstata y no tengo control sobre mi cuerpo. Me siento mareado, como si todos los nervios estuvieran rasgueados con los golpes de Rex. Gira sus caderas y se dirige en mí, luego se congela allí por un largo momento, dejándome sentir el pulso de su erección, dejándome sentir lo completamente que me llena. —Por favor —jadeo, y Rex gime. Puedo sentirlo temblando por encima de mí. —Daniel —dice tembloroso.

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Luego retrocede y se estrella contra mí, agarrando mi polla por primera vez desde que comenzó su masaje. Al segundo que me toca, estoy acabado. Bombea mi eje una vez, dos, tres veces, y luego vengo en su mano, el placer se extiende por todo mi cuerpo. Mi orgasmo parece continuar incluso después que él retorció cada chorro de venida de mí, ecos de placer pulsando en mis bolas y en mi trasero. Luego se viene Rex, sus golpes cada vez más cortos y duros. Se mete profundamente dentro de mí y gime quebrantado, congelado en el orgasmo. Luego sus caderas palpitan unas cuantas veces más mientras presiona lo último de sí mismo dentro de mí. Estoy temblando de placer y no puedo recuperar el aliento, pero cuando Rex baja encima de mí, aún ablandándose dentro de mí, me doy cuenta que estoy más relajado de lo que nunca he estado. —Jesús —murmura Rex mientras se desliza fuera de mí y deja caer el condón en el cubo de basura. Ni siquiera puedo abrir los ojos. Todavía estoy sobre mi estómago donde colapsé, la mano pegajosa de Rex atrapada entre mi vientre y la cama. Me pongo un poco de lado y Rex se limpia la mano con las sábanas de franela. Se acomoda detrás de mí y me besa la nuca con avidez, luego desliza su brazo debajo de mi cuello para que pueda envolver ambos brazos alrededor de mi pecho—. Joder —dice, mientras su polla gastada roza mi culo y me da una pequeña contracción. Gimo distraídamente y levanto mis rodillas. Rex anida su ingle contra mi culo y me aprieta con fuerza. Quiero agradecerle por el masaje, por relajarme y por lo que definitivamente fue el mejor sexo de mi vida, pero estoy demasiado relajado para decir una palabra. ***

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Siento que mi cabeza va a explotar a través de mis globos oculares y, cuando lo haga, ni siquiera voy a moverme; me voy a quedar aquí tumbado sin cabeza y sin ojos. He estado en la biblioteca desde que terminé de enseñar a las 2:00 p.m. Me muero de hambre y no puedo hacer ni una hora más de trabajo en este documento. Es solo miércoles, y la semana ya se siente interminable, la relajación de la acogedora cabaña de Rex y sus cálidas manos no son más que un recuerdo. Necesito cenar, ir a casa y acostarme si quiero terminar esto mañana. Recojo mis cosas y me voy caminando escaleras abajo. —¿Daniel? Me doy vuelta y me encuentro cara a cara con Rex, bueno, cara a garganta; maldita sea, es alto. —Hola —le digo, sonriéndole—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Solo estoy recogiendo algunas cosas, y necesitaba buscar algunas otras. —Bueno, eso fue específico. Asiento, sin embargo, demasiado cansado para presionarlo—. ¿En qué estás trabajando? —Me guía hasta el banco junto a la pared y me sienta junto a él. Me inclino un poco hacia él. —Tengo que dar una conferencia en Detroit el sábado. Es la conferencia anual más grande en mi campo y mi panel fue aceptado durante el verano, lo cual es genial, pero me olvidé de eso, con la mudanza, la enseñanza y todo. Entonces, esta mañana miré mi calendario y me di cuenta de que es, ya sabes, muy pronto. Incluso mientras le digo esto a Rex, mi estómago se está apretando. Es el primer panel que propuse que fue aceptado en una conferencia realmente prestigiosa, y me entusiasmó trabajar en un nuevo proyecto

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cuando escribí el resumen. Por supuesto, sentarme esta mañana para comenzar a escribirlo y darme cuenta que solo tengo unos días, es una historia diferente. —Tengo que terminarlo mañana para poder practicarlo y cronometrarlo. Luego iré el viernes por la tarde y volveré el domingo. No puedo creer que lo haya dejado tanto tiempo. Empecé esta tarde. Va a ser una porquería porque lo estoy armando. Mi estómago deja escapar un ruido sordo a pesar que he pasado hambre por pura ansiedad. Estoy bloqueando las horas en mi cabeza mientras hablo: tres horas para enseñar mañana, luego puedo trabajar en el papel, luego necesito lavar la ropa para tener ropa limpia para la conferencia; definitivamente debería revisar mi auto antes de irme, y pierdo algo que dice Rex. —Lo siento —le digo— ¿qué? Rex entrecierra sus ojos hacia mí. —Dije ¿cuándo fue la última vez que comiste? —Um. ¿Desayuno? —digo. Lo que es técnicamente cierto, a pesar que el desayuno era la mitad de un panecillo que encontré en mi bolsa de ayer. —Daniel, son más de las siete. —Cuando Rex se preocupa, sale esa maldita arruga en el medio de su frente, la única a la que no puedo evitar asociar con su cara apretada de placer. Me extiendo distraídamente y la aliso con mi dedo. Su expresión se suaviza.

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—Hola —le digo, y lo beso. Generalmente no me beso en las bibliotecas, es cierto, pero nadie puede vernos, y no puedo resistirme a tocarlo cuando está tan cerca. Él sonríe y aprieta mi mano. —Hola. Entonces, ¿puedo llevarte a comer algo? —Oh, eso está bien —le digo—. Solo iba a agarrar algo de camino a casa. Me voy a ir temprano, creo, ya que tengo que tratar de terminar esto mañana. —Está bien —dice neutralmente—. ¿Quieres cenar mañana? —Sí, eso suena genial, ¡oh mierda! —Agarro mi calendario de mi bolso y lo hojeo—. Mierda, mierda. No puedo. Voy a cenar con Jay mañana. Lo olvidé. —¿Quién es Jay? —Rex suelta mi mano. —Él enseña en mi departamento. Me está ayudando con este comité que presido accidentalmente, no preguntes. Como sea, vamos a cenar mañana para que él pueda explicármelo todo. Lo siento. —Oh. Entonces, ¿supongo que te veré cuando vuelvas? Los ojos de Rex están ligeramente entrecerrados, y no puedo saber si debo ofrecer cancelar la cena con Jay para poder ver a Rex antes de irme a la conferencia. ¿Se supone que debo invitar a Rex a venir? —¿Podrías venir a cenar con nosotros? —digo, y no suena nada sincero—. Pero sería realmente aburrido para ti porque solo vamos a hablar sobre temas de trabajo. ¿Quieres venir a mi casa después de la cena? —pregunto, esperando que este sea un buen compromiso—.

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¿Podrías hacerme compañía mientras empaco? —Eso es lo más desagradable que alguna vez haya dicho. Solo Ginger quiere salir conmigo mientras meto las cosas en una bolsa. Pero Rex sonríe. —Puedo hacer eso —dice. Él empuja mi cabello desordenado hacia atrás y besa mi mejilla, lo que aviva un poco de calor en mi estómago. Apoyo mi cabeza en su hombro por un momento y respiro su olor. —Oye, ¿te estás quedando dormido? —dice Rex. —Mmhmm. —¿Estás seguro que no quieres venir a casa conmigo? Te cocinaré la cena. Gimo. Eso suena increíble, pero lo único que quiero es irme a la cama. —Gracias —le digo— pero está bien. ¿Te veré mañana por la noche? —Él asiente—. ¿Probablemente alrededor de las nueve? Puedo enviarte un mensaje de texto cuando hayamos terminado. —Oh, yo no envío mensajes de texto —dice Rex, enderezando su columna vertebral y cuadrando sus hombros. —Hunh. Bien, entonces, Sr. Tecnófobo. Bueno, vamos a la pizzería a la vuelta de la esquina de mi apartamento, así que si no estoy en mi casa a las nueve, ven allí. —Está bien —dice—. ¿Puedo al menos llevarte a casa? —Claro.

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Él regresa a la computadora que estaba usando y pone lo que parecen unos pocos CDs y algunas impresiones en su bolsa. Cuando Rex detiene su camioneta frente a mi apartamento, apaga el motor y se gira hacia mí. —Escucha —dice—. No va a ser una mierda. —¿Qué? —Tu conferencia. Dijiste que va a ser una mierda porque lo estás escribiendo en el último minuto. Sé que eso no es cierto. Eres demasiado duro contigo mismo. Estoy seguro que será genial. —No puedes estar seguro —le digo. Odio cuando la gente dice cosas como estas casi tanto como odio cuando asumen que mi escritura va a ser mala—. Nunca has leído nada de lo que haya escrito. Rex saca su mano de la mía y su mandíbula se aprieta. Él mira por la ventana. —Lo siento —le digo. Pensé que mi tono era bastante práctico, pero claramente he herido sus sentimientos. Rex sacude la cabeza. —No, tienes razón. Nunca he leído nada de lo que has escrito. Estoy seguro que todo es real en mi cabeza. Suena disgustado y siento que debería disculparme, pero todo lo que hice fue declarar un hecho. —Buenas noches, Daniel —dice.

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Suena distante. Me inclino y le doy un beso y su mano sube para acunar mi nuca. —Buenas noches. *** No tenía ganas de cenar con Jay, ya que pensé que necesitaría hasta el último momento para terminar mi trabajo. Sin embargo, alrededor de una hora antes que nos reuniéramos, todo se juntó. Un ejemplo deshonesto resultó ser la introducción perfecta, y me permitió extraer un hilo que había estado al acecho pero que no sabía qué hacer con él. Lo terminé de prisa y tendré tiempo de revisarlo mañana por la noche cuando llegue a Detroit. Sin embargo, la cena resultó ser buena. Una vez que ya no tenía pánico por mi conferencia, fue agradable charlar con Jay sobre Sleeping Bear y qué lugar tan extraño era. Estuvo en la escuela de posgrado en Phoenix, por lo que el clima lo golpeó aún más fuerte que a mí. Me dio información sobre otras personas en el departamento, afirmando que Peggy era una especie de anticristo, y contó cómo se había acercado a los ensayos de los estudiantes el año pasado. Es un chico muy agradable y muy fácil de hablar. —Entonces,

tengo

que

admitirlo

—dice

Jay

después

que

hubiéramos hablado sobre el comité— estuve realmente emocionado cuando tomaste este trabajo. —¿Sí? —digo. —Sí. Honestamente, me entusiasmaba tener a alguien que provenía de un entorno diferente. Ya sabes, no es la típica ruta de cuatro

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años de universidad a posgrado. Imagino que ir al colegio te dio una perspectiva diferente de la enseñanza también. —Lo hizo, sí —le digo—. En el PCCh, el colegio comunitario, la gente estaba allí porque quería. En su mayoría eran mayores, o iban a medio tiempo mientras trabajaban para pagarlo. Y algunos de los profesores fueron realmente geniales. Pero muchas de las clases fueron fáciles. Quiero decir, las clases de inglés eran buenas porque los maestros siempre hablaban de otros libros que en el programa de estudios, así que podía buscarlos y leerlos. Pero, sí, no fueron muy desafiantes. »Solo pude tomar algunas clases por semestre, pero también fui durante los veranos, así que cuando me trasladé a Temple para terminar mi carrera, solo me quedaban créditos por un año. Eso era todo lo que podía permitirme allí. Quiero decir, honestamente, ni siquiera lo habría hecho a menos que supiera que nunca podría ir a la escuela de postgrado directamente de un colegio comunitario, por lo que mi título debía ser de Temple. Es una mierda, pero así es como es. Jay asiente, su atención intensa. —De todos modos, tuve mucha suerte porque una de las profesoras que tenía para una clase de inglés era un adjunto en Temple. Iba a sus horas de oficina y hablábamos sobre libros y esas cosas. Ella me dio muchas buenas recomendaciones. Ella fue la que me dijo que si estaba pensando en una escuela de postgrado, tendría que transferirme. Realmente no tenía ni idea de cómo funcionaba la academia en ese entonces. —Estaba en el comité de contratación; he visto tu trayectoria. Es muy impresionante, Daniel. De verdad.

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Estoy avergonzado, así que cambio de tema. Hablamos del viaje a Nueva York del que acaba de regresar Jay. Está tratando de iniciar una conferencia internacional de literatura y teoría latino/latina, lo cual suena muy bien, y está charlando con algunas personas que conoce. Nos metemos en el tema de otras conferencias y Jay se da cuenta de que fue a la escuela de posgrado con uno de mis profesores, a quien veré en la conferencia de Detroit. Lo juro por Dios, el mundo académico es espantosamente pequeño. Acabo de describir mi documento de conferencia a Jay cuando Rex entra y se acerca a nuestra mesa. —Hola —le digo—. Lo siento, ¿voy tarde? —Busco a tientas mi teléfono para ver la hora, pero son solo las 8:40. —No —dice Rex—. Llegué temprano y los vi, así que pensé entrar. ¿Está bien? —Sí, por supuesto. Rex, este es Jay Santiago. Jay, Rex Vale. —Encantado de conocerte —dice Jay, poniéndose de pie para ofrecer su mano, y parece hacer una pequeña mueca ante el apretón de manos de Rex. Rex asiente hacia él. —Igualmente. Todos estamos de pie cuando llega la cuenta, así que me encojo de hombros y agarro mi billetera. —Lo tengo —dice Jay. —No —le digo—. Me estabas haciendo un favor. Yo pago, por favor.

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—No, no —dice Jay—. Eres el nuevo empleado; considéralo una bienvenida al departamento. —Oh, no tienes que... —Tonterías —dice Jay—. Lo tengo. —Y le da al mesero su tarjeta de crédito sin mirar la cuenta. —Wow, está bien, bueno, gracias, Jay —le digo, sintiéndome un poco incómodo—. Lo aprecio. —Es un placer —dice, poniéndose un abrigo de lana negro y guantes de cuero. Empezamos a salir, Rex sigue mi ritmo. —Disfruta de la conferencia —dice Jay—. Dale a Wendy mis saludos. —Lo haré —le digo. —Y la conferencia suena maravillosa, Daniel, de verdad. —Me da una palmada en el hombro. —Gracias —le digo. —Encantado de conocerte —le dice de nuevo a Rex, y Rex asiente. *** Dentro de mi apartamento, Rex me empuja contra la puerta y me besa agresivamente. Mi cabeza golpea contra la madera y Rex retrocede, respirando pesadamente. —Lo siento —murmura.

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—¿Qué pasa? —pregunto. ¿Todavía está enojado por la noche anterior? Si fuera Ginger, me burlaría de ella. Diría: ¿Qué, estás celoso? Pero algo me dice que Rex no lo apreciaría. —Nada —dice—. ¿Terminaste tu trabajo? —Lo hice, sí. Todo se juntó. Tenías razón; va a estar bien. Él sonríe y se ve un poco avergonzado. —Escucha —dice—. No quise ser antipático. Simplemente fue más difícil de lo que pensaba verte con otro chico. —Bueno, no fuiste tan antipático como totalmente amenazador. Y él no es ‘otro tipo’. Es un colega. —Le doy una palmada en el pecho y camino hacia mi armario, agarrando mi bolsa de lona y comenzando a tirar cosas en ella. —Pero le gustas —dice Rex, como si fuera un hecho. —Como amigo, tal vez —le digo. Wow, supongo que realmente está celoso. No le queda muy bien. —No —dice Rex—. Como más que un amigo. Me di cuenta de cómo te estaba mirando. —¿Y cómo me estaba mirando? —pregunto. —Como... como si él... te apreciara —dice Rex, lentamente, mirando al suelo. Yo me paro.

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—Ni siquiera sé si Jay es gay —le digo—. Espero que no, con la rima fácil y la crueldad de los niños. —Él lo es —dice Rex. —¿Cómo lo sabes? —Um... —Oh, Dios mío, ¿saliste con él? —pregunto. Tendría sentido. No es que haya tantos chicos gays por aquí. Con el pensamiento, mi estómago se vuelve gracioso. —¿Qué? No —dice Rex—. Acabo de conocerlo. Pero, cuando te mudaste aquí por primera vez, escuché por casualidad... —Escuchaste… —lo aliento. —Solo algunos idiotas hablando que la ciudad estaba siendo invadida por gay snobs. Sacudo la cabeza No estoy muy sorprendido. —De todos modos —continúa Rex, con los hombros rígidos— realmente no hemos hablado de nada de eso. Quiero decir, si fueras a salir con él como algo más que amigos, yo... bueno, supongo que esa sería tu prerrogativa. —Bueno, será mejor que sea Bobby Brown y no Britney Spears — digo, para cubrir el hecho de que mi cabeza ahora está girando. Él está hablando de nosotros saliendo con otras personas. Cómo si está bien si salgo con otras personas. ¿Es eso lo que quiere? ¿Eso significa que está saliendo con otras personas? Mi estomago se siente agrio. La idea de Rex con otra persona... me hace sentir mal y... triste.

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Entro al baño, agarro la chaqueta que colgué en la puerta de la ducha con la esperanza de eliminar las arrugas mientras me duchaba esta mañana. Parece pasable. Entonces hay un accidente de la cocina. Rex está arrodillado junto a lo que era, hasta hace diez segundos, digamos, mi mesa de la cocina. —¿Estás bien? —pregunto. —Estoy bien —dice, de pie—. Mierda, Daniel, me apoyé contra la cosa y se derrumbó por completo. Lo siento —dice. Pero no suena arrepentido. Suena avergonzado, y tal vez un poco enojado. —Oh, no es tu culpa —le aseguro, caminando hacia allí—. La torcí un poco el otro día y la volví a apoyar. Todavía no he conseguido arreglarlo. Debería haberte advertido. —Bueno, ¿por qué no me pediste que te lo arreglara? —pregunta Rex, sonando irritado. —Um. No lo pensé —le digo. —Pero es lo que hago para ganarme la vida —dice Rex, con las manos extendidas en confusión. —Bueno, está bien, estoy seguro que harías un mejor trabajo que yo, Rex, pero no soy un idiota patético que no puede arreglar una maldita mesa. —No creo que seas patético —dice, sonando exasperado—. Simplemente no entiendo por qué nunca aceptas mi ayuda.

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—¿De qué estás hablando? Arreglaste mi pared y mi luz... —Ese fue realmente mi trabajo —interrumpe. —Me rescataste de una tormenta de nieve. Me has cocinado comidas completas. —¡Porque yo quería! Me gusta cocinar para ti. —Solo piensas que no puedo hacer cosas simples para adultos — murmuro. No estoy seguro de dónde vino eso, pero estoy bastante seguro de que lo creo. La boca de Rex se abre de golpe y al principio parece que va a sacudirse. Luego mira a mi alrededor y patea una pata de la mesa de mi cocina, tendida como un bailarín roto en el suelo. —Vives de café y panecillos a menos que yo te cocine —dice—. Tu auto es una trampa mortal que has unido con una percha de alambre. No hablas con tu arrendador para hacer que tu apartamento sea seguro para vivir. ¡Te mudaste a Michigan y no tienes un abrigo de invierno! Es como si no te importara lo que te pase. —¡No! Solo piensas que necesitas rescatarme. Incluso la noche en que nos conocimos, me rescataste, a mí y a Marilyn. Eso es todo lo que has hecho, rescatarme, como si fuera una damisela en apuros. ¡Bueno, no necesito que me rescaten! Puedo cuidar de mí mismo. —¿Puedes? —gruñe Rex, avanzando hacia mí—. No estoy muy seguro. —¡Qué mierda! —Mis manos están en puños a mis lados—. ¿Estás bromeando ahora mismo? ¿Sabes cuánto tiempo me he cuidado? ¿Cuántas veces me han atacado, asaltado o me han pateado el culo? Y lo he manejado. Me he manejado muy bien. ¿Sabes cuántas veces he

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asistido a conferencias por los cubos de queso y galletas saladas en la recepción porque no puedo permitirme comprar comida? ¿Eh? Ahora estoy gritando, tan furioso de que Rex aparentemente piense que soy tan débil y patético como mis hermanos que mi corazón late con fuerza. —Yo... no quise decir... —De todos modos, si crees que soy un maldito desastre, ¿por qué estás aquí? —Le empujo el hombro. No duramente, solo es la frustración, pero es como empujar contra una montaña. Rex se congela. Abre la boca como si estuviera a punto de decir algo, y luego sacude la cabeza, con las manos en las caderas. —Que tengas un buen viaje, Daniel —dice con calma. Luego se marcha, cerrando la puerta suavemente detrás de él. Su camioneta arranca. —¡Joder! —grito, golpeando la puerta—. Mierda, ay. —Siempre olvido lo que duele. Me doy la vuelta y me apoyo contra la puerta donde Rex me estaba besando hace unos minutos. Mi cocina parece una escena del crimen. La mesa caída sobre el linóleo que se está pelando, y la luz sobre lo que solía ser la mesa de la cocina se balancea un poco, proyectando sombras espeluznantes. Mi bolsa de lona abierta en la cama, mi chaqueta en el suelo. Todo el lugar se ve sucio y triste. Huele a fideos ramen y curitas, aunque últimamente no he hecho fideos ramen y no pude decir la última vez que tuve una curita. Maldita sea, esta es la razón por la que no salgo con nadie.

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Capítulo 8 Octubre No dormí bien en toda la noche. La cara de Rex seguía flotando en mi cabeza, esa expresión que tenía cuando le grité. Como si estuviera sosteniendo algo para compartir conmigo y lo tiré al suelo como un matón con un cono de helado. Quiero decir, ¿es como un requisito que solo porque él construye las cosas profesionalmente no puedo arreglar mi propia mesa? Dios, solo puedo imaginar a mis hermanos o a mi papá si me vieran llamando a mi novio para pedir ayuda porque ni siquiera podía arreglar una simple mesa. Espera. ¿Acabo de pensar en Rex como mi novio? ¿Cómo sabes si alguien es tu novio? Oh Cristo. Por eso no salgo con nadie. Solo necesito tener una reunión rápida con un estudiante y luego puedo largarme. No puedo esperar para irme. Definitivamente necesito un descanso. Y un café enorme. *** —Hola —le digo a Marjorie en el mostrador de Sludge—. ¿Puedo conseguir...? —¿No quieres mirar el tablero antes que lo ordenes? —me interrumpe con una sonrisa demasiado amplia. —UH no. Sé lo que quiero.

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—¿Vamos, solo un vistazo? —Se está torciendo las manos de una manera que la hace ver como una niña de doce años, no una mujer adulta. Miro la pizarra para que me deje en paz. —¿Qué se supone que debo...? Oh, mierda. —Lenguaje, querido. —Se ríe Marjorie. En el tablero de Especiales, en tiza verde brillante, dice: Daniel: 3 tomas de expreso en un café grande. —Wow —le digo—. Eso es…. Guau. Me siento honrado. Sin embargo, es espresso, solo para que sepas; no con x. Oh Jesús, esto es tan embarazoso. Ginger se va a reír a carcajadas cuando oiga esto. Marjorie se ve un poco enojada por haber señalado el error de ortografía, pero lo arregla con la tiza. Entonces ella me mira. —Bueno —digo, tratando de hacer que las cosas avancen—. Gracias de nuevo. Entonces, supongo que sabes lo que quiero. Marjorie todavía no dice nada, solo me mira expectante. —Uh... —Sonrío, como si esa fuera la señal mágica que está esperando. —¡Pídelo! —dice ella. —¿Lo... hice? —No, pídelo por su nombre.

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—¿Quieres que ordene mi propia bebida, la que ya sabes que quiero porque la pusiste con mi nombre? —Bueno, nadie más lo va a pedir —dice ella, claramente exasperada. —Entonces, ¿por qué hiciste…? Oh, Jesús. De acuerdo, me gustaría un ‘Daniel’, por favor. —Enseguida, Daniel —dice Marjorie con dulzura. *** Jay Santiago pasa por mi puerta solo unos segundos después que un estudiante se vaya. —Hola, Daniel —dice Jay con una sonrisa. —Buenos días —digo yo. —¿Te vas pronto? —Sí. Es mi salida. —Escucha —dice Jay, deslizándose fácilmente en el asiento que mi estudiante

acaba

de

desocupar—.

Realmente

disfruté

nuestra

conversación anoche. Fue un placer conocerte un poco mejor. —Yo también, Jay. Quiero decir, tú también. Jay sonríe cálidamente, luego se inclina sobre el escritorio hacia mí. —Mira, Daniel, no sé cuál es tu situación, pero ¿estarías interesado en hacerlo de nuevo?

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—Otra vez, como, ¿cenar de nuevo? —digo estúpidamente. —Sí. Me pregunto si te gustaría cenar conmigo otra vez. Si disfrutamos de la compañía del otro, es decir, y parece que lo hicimos. Oh mierda, mierda, mierda. No puedo creerlo. Rex tenía razón. —Como, como... ¿amigos? —intento, en un último esfuerzo. —No, como en una cita —dice Jay. —Oh wow —le digo—. Um, bueno, gracias, Jay. Estoy realmente halagado, solo que... estoy viendo a alguien. Lo siento. —¿El hombre que conocí anoche? —pregunta Jay, sin parecer perturbado. —Sí, Rex. —Dios, incluso decir su nombre casi me hace sonreír, aunque todavía estoy enojado con él. —Por supuesto —dice—. Entiendo. Bien. —Se pone de pie y extiende su mano sobre el escritorio—. Disfruta de la conferencia, entonces. La oferta sigue en pie, si alguna vez quieres aceptarla. —Me aprieta la mano una vez, la suelta y, sonriendo, sale por la puerta. Maldita sea. Esa fue la petición de salir más elegante que he visto en mi vida. Mi primer pensamiento es llamar a Rex y decirle que tenía razón sobre Jay, tanto de lo gay, como sobre mí. ¿Pero luego qué? No quiero disculparme. Dudo que piense que hizo algo malo. No, es mejor tomarse el fin de semana y refrescarse. ***

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Leo está detrás del mostrador cuando entro en la tienda de música que nunca supe que existía. Creo que la razón por la que nunca supe que existía es porque el letrero en el frente dice El Resonante Sr. Zoo. Ni siquiera quiero saber. Levanta la vista cuando la campana tintinea y rompe en una gran y excitada sonrisa, que rápidamente se retuerce en una sonrisa irónica, pero no antes que vea cuán genuinamente contento está de verme. —¡Daniel! Hola, hombre —dice— ¡Viniste! —Este lugar es... algo —digo, mirando alrededor. El frente de la tienda está cubierto de instrumentos de segunda mano de todo tipo que los padres matarían para mantener fuera de las manos de sus hijos: flautas, clarinetes, piezas de latón abollado que podrían ser cornetas, tambores de bongo baratos y un ukelele de aspecto muy triste. Alrededor de estos, en cajas, hay antiguas revistas de música, partituras y pilas de cajas de joyas rotas. En el otro lado del mostrador, donde se encuentra Leo, hay cajas de CDs con letreros escritos en el dorso en colgajos de cartón colgados del techo con una línea de pesca, algunos aleteos en la brisa del conducto de aire sobre ellos. La torcida letra Sharpie negra explica ‘World Music’, ‘Rock’ N Roll’ y ‘Country’, pero también ‘SoundTrax’, ‘Casa señora Perelman’ y ‘Busted/Take’. —¿Quién es la señora Perelman? —pregunto a Leo. —Oh, ella es esta anciana que vivía en la tienda, el año pasado murió, el Sr. Zoo consiguió toda su música, creo que sus hijos no la querían, y él no quería archivarlo porque es viejo y no encajaba en sus categorías, así que lo dejó todo junto. —¿El Sr. Zoo es una persona real?

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—Oh si, el Sr. Zuniga. Él es el dueño del lugar. Entonces, ¿qué pasa, Daniel? ¡Es genial que hayas venido! —¿Vendes cintas? —pregunto. —Cintas. —Sí, ya sabes, cintas de cassette, los rectángulos de plástico con dos círculos en el medio. —Um, claro, sí, tenemos algunos, pero... —Se pasa una mano por el pelo desordenado. —¿Qué? —Simplemente, no hay nada bueno en las cintas. Solo basura que la gente dona. —Está bien. Solo necesito unas pocas. Estoy conduciendo a Detroit y no tengo un reproductor de CD en mi auto y rompí mi adaptador de cinta. Cuando digo que no tengo un reproductor de CD en mi automóvil, la cara de Leo se llena de intensa lástima, como si acabara de confesarle que vivo en la calle y me gustaría una comida caliente y algún lugar para dormir. —Sí, hombre, por supuesto, vamos. Tiene razón, las cintas son en su mayoría basura. Están metidas en un montón de cajas de zapatos debajo del mostrador. Me siento en el suelo y saco unas cuantas. Leo se desploma frente a mí. —Oye —le digo de repente— ¿no deberías estar en la escuela?

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—Ya me gradué —dice, mirando hacia abajo. —¿Espera que edad tienes? —Dieciocho —dice—. Y medio —agrega como un niño pequeño—. Pero el año pasado hice junior y senior porque quería salir de allí. —Wow —digo— eso es increíble. Debes ser realmente inteligente para haber podido hacer eso. Él me sonríe de nuevo, lo que estoy pensando que es su verdadera sonrisa. Me recuerda tanto a mí mismo en la escuela secundaria que no puedo creerlo. Y por primera vez, me pregunto si lo que dijo Ginger es verdad. Si parezco totalmente diferente con ella de lo que lo hago cuando estoy con otras personas. —Entonces, ¿qué te parece Holiday? —pregunta Leo. —Um, está bien —le digo, dejando a un lado una cinta de John Hiatt—. Realmente diferente a lo que estoy acostumbrado. Viví en Filadelfia toda mi vida, hombre, nunca pensé en vivir en ningún otro lugar. Es todo un ajuste, eso es todo. Él asiente sabiamente. —Estás en un momento totalmente Buffy, al principio de la temporada cuatro, eso es todo —dice. —¿Disculpa? —Buffy la caza vampiros. ¿Ya sabes? —Nunca lo vi.

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Los ojos de Leo se abren. —¿Qué? ¡Que locura! ¿No eres profesor de inglés? ¿Quién te escucharía hablar sobre análisis literario si no has consumido, como, el mejor texto de la cultura popular? —No estoy realmente convencido de que alguien me escuche hablar sobre análisis literario —le digo. —Está bien, de todos modos, el punto es, Buffy, ¿verdad? En la escuela secundaria, ella estaba en la cima de la cadena alimenticia. Amigos bonitos y populares que la adoraban y no tenían nada mejor que hacer los viernes por la noche que seguirla en patrullaje. Quiero decir, seguro que ella tenía sus problemas, con todo lo de Ángel volviéndose oscuro, ¡oh, mierda! —Se detiene, con la mano volando hacia su boca—. Alerta de spoiler. Alerta de spoiler mayor. Lo siento mucho. Cuando no digo nada él continúa. —Entonces, sí, ella toma sus golpes y todo eso, pero básicamente es la abeja reina. Luego comienza la universidad y es como que, de repente, ya no es un pez grande en un estanque, ¿sabes? Al igual que, Willow es súper inteligente, por lo que conoce a la gente y se mete en la escuela y todo eso, vamos a fingir que alguna vez irá a UC Sunnydale, sí, claro, y Buffy se siente abandonada. Además, su compañero de cuarto es un demonio, no es gran cosa. Además, seamos sinceros, la novia no es realmente tan inteligente, ¿vale? ¿Buena bajo presión? Totalmente. ¿Wicked es inteligente en burlar a los monstruos? Por supuesto. ¿Pero en la universidad? Um, no tanto. Y ella se siente fuera de lugar, ya sabes, lo cual es muy parecido a Slayer.

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»Y ese eres tú. Solo fuera de lugar porque estás en un lugar nuevo y no sabes muy bien dónde encajas. —Hace una pausa, asintiendo para sí mismo—. Pero no te preocupes. Sin spoilers, porque, obviamente, Slayer tiene que volver a ser un tipo rudo, pero Buffy se encuentra en la universidad, y empieza a salir con Riley, y, de hecho, eso no funciona tan bien, pero el punto ¡es que solo tienes que recurrir a tu propio superpoder y estarás bien! *** —Mi único amigo ni siquiera es lo suficientemente viejo como para beber y Michigan me puso un café con mi nombre —le digo a Ginger cuando estoy a ocho kilómetros de la ciudad, Meat Loaf's Bat Out Of Hell II: Back Into Hell en mi casetera. Me siento particularmente en sintonía con ‘La vida es un limón y quiero que me devuelvan mi dinero’ en este momento. Dios, Jim Steinman, eres un genio. De hecho, Ginger se ríe cuando le cuento sobre el Daniel. —Oh Dios mío, calabaza. Voy a ir a todas las cafeterías de Filadelfia y pediré el Daniel. —Ella empieza a reírse otra vez. —Jesús, jodido Cristo, estoy tan contento de salir de aquí por un rato. —¿No te vas a perder al leñador? ¿Qué tal va? Necesito una actualización. Yo suspiro. —Oí un suspiro y oigo Meat Loaf al fondo, lo que considero un grito oficial de ayuda. —Ella hace una pausa—. ¿Está ‘Paradise in the Dashboard Light’ en este álbum?

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—¡Ja! Te encanta Loaf. No, este es en el primer Bat Out Of Hell. —Maldición. Está bien, comienza la actualización. —Nos metimos en una pelea. —Oh Dios mío, ¿te metiste en una pelea? Eso requeriría realmente hablar con él sobre algo que te importa. ¡Eso es importante, cariño! —Dios mío, pareces la imitación que haces de tu madre cuando le dijiste que tenías tu período. Ginger se ríe. —¡Has entrado en el culto de la feminidad! ¡Felicidades! —dice ella con la extraña voz de mamá que siempre hace. —¿Entonces qué pasó? —Es solo que cené con un colega. Fue agradable, ya sabes, solo hablar sobre el departamento, sobre nuestra investigación. Él es de Phoenix, así que Michigan también ha sido un choque cultural para él. De todos modos, él me estaba ayudando con este comité en el que estoy porque él estuvo en eso el año pasado, así que nos reunimos para comer pizza. Entonces Rex me dijo que podía ver que Jay estaba interesado en mí, lo que me molestó porque, ya sabes, era por trabajo. Y luego Rex se enojó mucho conmigo porque no le pedí que arreglara mi mesa. Quiero decir, puedo arreglar una maldita mesa, ¿sabes? No necesito que lo haga por mí. —Sin embargo, ¿no es su trabajo arreglar cosas? —pregunta Ginger.

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—Sí, pero ¿y qué? No me hace menos capaz de cuidarme, ¿verdad? ¿Qué, como que debo preguntarle solo porque él haría un mejor trabajo? —Whoa, calabacita, whoa. Ve más despacio. Permíteme hacerte una pregunta. Si quisieras un tatuaje, ¿a quién le pedirías uno? —¿Es una pregunta con trampa? —Solo escúchame, Daniel. —Ooh, ella es seria si está usando mi nombre. Yo suspiro. —Tú. —Correcto. Ahora, si tuviera que escribir un texto para el sitio de la tienda y quisiera que alguien la revisara, ¿a quién le preguntaría? —Yo. —Correcto. Entonces, no es que no puedas arreglar las cosas. Quiero decir, no soy tan buena en eso como tú, pero puedo escribir una oración. Y conoces a otros diez artistas del tatuaje en la ciudad. Pero vienes a mi porque… —Eres la mejor, obviamente —¿Y? —Eres mi mejor amiga, idiota. —Exactamente. Mira, cariño, sé que en realidad no eres un sociópata, pero tampoco soy la que intenta salir contigo, ¿vale? A veces eres totalmente denso con esta mierda. Cuando te gusta alguien y respetas su talento, le pides que haga cosas por ti porque piensas en ellos primero. Porque al segundo en que piensas en eso, piensas en ellos. Rex

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quiere que pienses en él primero cuando algo se rompe. Si él necesitara ayuda para escribir algo, ¿no querrías ser la primera persona en la que pensara? —Supongo —murmuro. —Y lo he dicho antes, pero obviamente es hora de que empieces a escuchar. A veces la gente quiere ayudarte y tú te alejas. Eso es lo que pasó entre tú y yo, ¿recuerdas? Yo sonrío. —Lo recuerdo. —Bueno. ¿Cuál es el asunto de que Rex se volviera un cavernícola por el tipo con el que cenaste? Eso es una mierda. Aunque, es bueno saber que el leñador tiene al menos un defecto. Estaba empezando a disgustarme, imaginándolo como una especie de hombre Marlboro Man de Michigan. —Buenooooo —le digo. —¡No! —Sí. Pensé que era totalmente profesional y que Rex estaba loco, pero esta mañana Jay me invitó a salir. Fue raro, estaba tan tranquilo al respecto. Súper suave. —Espera, él y Rex se conocieron anoche, ¿o simplemente le contaste a Rex sobre él? —No, se conocieron. Rex vino al restaurante después de cenar a verme.

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—¿Presentaste a Rex como un amigo o algo así? —No. —No creo que haya dicho que él fuera nada, ahora que lo pienso. —¡Qué jugador! —dice Ginger. —¿Qué quieres decir? ¿Jay? Fue muy amable al respecto. —¡Él podía decir que estabas con Rex y te invitó a salir de todos modos! —Bueno, no lo sabes. E incluso si lo hiciera, no es como si supiera si somos monógamos o no. —Vamos, calabaza, ese es el clásico y baboso que se mueve hacia ti porque él pensó que tu novio no era lo suficientemente bueno. —¡No digas la palabra N! —¿No-vio? —Ginger se ríe—. Dios, eres un maldito desastre, chico. Ahora estoy en la carretera y está sonando Out of the Frying Pan (And into the Fire). —Las pesadillas están de vuelta —digo en voz baja. —Mierda. ¿Malas? —No, no tan malas como antes. Sin embargo, tuve una la otra noche, y fue... rara. —¿Rara cómo?

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—Bueno, yo estaba realmente... ¿feliz? Rex me dio este increíble masaje y nosotros, ya sabes, tuvimos sexo, y me quedé dormido con él y fue como, casi, perfecto. Pero luego me desperté en medio de la noche con la pesadilla. Y la he tenido todas las noches desde entonces. —¿Le dijiste a Rex? —No. Él no se despertó, afortunadamente. —Deberías decirle, diente de león. Cuéntale sobre Richard y sobre los sueños. —Sí, quizás. —¿Le contaste a Rex que tu colega te ha pedido salir? —No, simplemente sucedió. Además, él probablemente no quiere hablar conmigo. Él está enojado conmigo. —¿Qué tienes, cinco? Heriste sus sentimientos anoche, y estaba celoso. Él podría estar molesto, pero tienes que hablarlo. Ahora, cuelga el teléfono, sube Meat Loaf con las ventanas abiertas y relájate. Llama a Rex cuando llegues a Detroit. ¿Bien? —Sí, madre —le digo. —Dios, tienes tanta suerte que incluso te hable. —Sé que la tengo —le digo. ***

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Intenté con Rex cuando llegué a Detroit, pero él no contestó y no dejé un mensaje. Lo llamé esta mañana también, sin respuesta. Le envié un mensaje de texto a Ginger. Llame dos veces, sin respuesta. Te dije que está loco. Ella me contestó. A veces la gente tiene vida y no es todo sobre ti. Xoxo. Sé que tiene razón, pero no puedo concentrarme. Sin embargo, mi trabajo de esta mañana estuvo bastante bien y recibí algunas buenas preguntas que me serán útiles si quiero probar y convertir la conferencia en un artículo más adelante. Ha sido el espectáculo secundario habitual de la postura académica machista, los paneles que afirman nombrar el próximo giro en el análisis y la ansiedad mal disimulada. Todos intentan causar una buena impresión y fingir que no les importa lo que piensen los demás. Todo el mundo está tratando de parecer el más inteligente de la sala y actuar como que lo que dicen es totalmente obvio. Odio las conferencias. He estado esperando el último panel del día, al menos, porque Maggie Shill, una americanista del siglo XIX cuyo trabajo siempre he admirado, va a publicar un artículo sobre la arquitectura de la era dorada y su influencia en la estética literaria de la época. La profesora Shill enseña en Temple ahora, pero la contrataron después que me fui, así que nunca he trabajado con ella. Sin embargo, su primer libro me dejó totalmente impresionado. Me deslizo en un asiento justo cuando el moderador está introduciendo el panel. Hago el hábito de no llegar a los paneles temprano y nunca estar sentado directamente al lado de nadie, por lo que puedo

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evitar cualquier conversación incómoda con otras personas de la audiencia que sólo quieren saber en qué estás trabajando y si tienes más éxito que ellos. Sin embargo, la habitación está llena de gente, así que tengo que sentarme al lado de una mujer con un traje de falda que no le queda bien y que parece que preferiría estar en cualquier otro lugar que no sea aquí. —Lo siento —le digo mientras accidentalmente rozo su hombro mientras me sitúo. —No hay problema —dice ella, y me sonríe. Cuando la primera panelista se levanta, inmediatamente comienza a divagar sobre cómo los paneles están diseñados para reprimir los pensamientos y hacer que las ideas sean digeribles y preempaquetadas; por eso se los llama paneles, como los cuadrados que contienen en un cómic. —¿Es esa Maggie Shill? —le pregunto a la mujer a mi lado. Nunca la he visto hablar, pero los otros panelistas son un hombre y una mujer que parece latina. —Oh, sí —dice la mujer, sonando avergonzada. Estoy en shock. Este desorden es Maggie Shill. —Cuando completé mi trabajo —dice la profesora Shill— me di cuenta que no haría ningún bien al mundo, nada bueno. —Oh, Jesús. —La mujer a mi lado murmura. —¿Cuál es el problema? —pregunto—. ¿Su trabajo es tan bueno?

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La mujer se arruga en su asiento como si estuviera tratando de evitar ser vista. —Ella lo está perdiendo totalmente —dice. Ella me mira por el rabillo del ojo—. Ella es mi directora de disertación, y… —Mira a izquierda y derecha para asegurarse de que nadie esté escuchando—… ella me dijo que estaba demasiado ocupada para escribir su conferencia, así que simplemente iba a hacer lo que pudiera. No tengo ni idea de lo que está haciendo, pero se supone que debo tomar unas copas con ella después de esto. Tal vez me sorprenda un rayo. En el podio, la profesora Shill sigue hablando, su tono maníaco, sus gestos salvajes. Ella está hablando sobre la interdisciplinariedad y el papel de las humanidades, pero no dice nada sobre el tema sobre el que se supone que trata su artículo. Finalmente, comienza a hablar sobre cómo ser un mentor es todo lo que siempre quiso y cómo sus estudiantes graduados hacen que todo valga la pena. La mujer a mi lado se desliza más abajo. —Oh, Dios mío, esto no es bueno —dice ella. —Entonces, ¿ella no tiene un artículo? —confirmo. —No —dice la mujer—. Es tan jodido. Yo estaba en el mismo vuelo que ella viniendo aquí y cuando llegamos anoche fue al bar del hotel a encontrarse con unos amigos y se emborrachó. La vi tambaleándose por el vestíbulo a medianoche, coqueteando con un tipo de negocios. Luego, antes del panel, me agarró y me dijo que fuera a su charla y que después tomáramos unas copas para celebrarlo. ¿Qué se supone que tenía que decir?

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La profesora Shill ahora está denunciando la conferencia en sí misma, afirmando que ella tuvo la idea del tema de la conferencia hace años y nadie la escuchó, pero ahora nadie reconocerá su papel. Ella suena loca. —Amigo, ella lo ha perdido —le digo. Hombre, hablando de desilusionados. No puedo creer que sea la misma Maggie Shill cuyo trabajo he leído todos estos años. —Oh, ella nunca lo tuvo —dice la mujer—. Todo lo que ella hace es trabajar y no le importa si tienes una vida. Básicamente vive en la escuela y no hace más que leer y escribir. Ella es una maquina Pero está loca de remate. Maggie Shill se acerca al panelista al final de la mesa y toma su papel. Ella lo desgarra por la mitad y lo deja caer al suelo. —Al final, son solo palabras en la página —dice, mirándonos fijamente, con los ojos en blanco—. Solo palabras en la página que se desvanecen en el aire. —Luego, ella sale de la sala de conferencias. —Mátame —gime la mujer a mi lado. *** Decido tomar un trago en el bar del hotel antes de volver a mi habitación y disfrutar de ver la televisión y relajarme. —Daniel, hola. Miro hacia arriba para ver a Andre, un lindo estudiante de posgrado que conozco desde hace algunos años. Comenzó en Penn un

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año o dos después que yo lo hice y luego se trasladó a la Universidad de Michigan cuando su asesor de tesis tomó un trabajo allí. —Hola, Andre, que bueno verte. —Me da un abrazo y se sienta en el taburete junto al mío—. Debería haber sabido que estarías aquí, la UM está muy cerca, ¿verdad? —Sí, Ann Arbor está a solo media hora de aquí. Tú también estás en Michigan, ¿no? —Sí, al norte de Traverse City. Loco. —Ooh, ya estoy diciendo ‘Norte arriba’. Muy de Michigan de tu parte. —¿Sabes, en el norte? —En mi expresión vacía, Andre dice—: El norte es la península más baja del norte, donde vives. Por supuesto, todos en Michigan presentarán un argumento diferente acerca de dónde puede dibujar exactamente la línea que indica dónde comienza el Norte. Se puede calentar mucho. Sonrío y sacudo la cabeza. —Jodido Michigan —le digo. —¿Cómo te está tratando la conferencia? —pregunta Andre. —Amigo, acabo de ver a alguien totalmente loca —le digo, y le cuento sobre la profesora Shill. —Oh wow —dice—. Bueno, eso es lo que es un adicto al trabajo sin vida personal. Inviertes tanto en papel y tinta que no te pueden devolver nada y terminas perdiendo tu mierda.

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Mierda, cuando lo pone así suena tan deprimente. —Hablando de eso —dice Andre, su mano rozando mi muslo— ¿estás aquí solo? —Yo… —¿Quieres…? Andre y yo dormimos juntos en las dos últimas conferencias donde nos vimos. Es dulce y muy lindo, con piel oscura y pestañas largas y una forma adorable de apretar los ojos muy bien cerrados cuando llega. Sacudo la cabeza. —No puedo. Lo siento. Andre sonríe. —Whoa, ¿realmente conoció el Dr. Mulligan a alguien? —Eso no importa —le digo—. Gracias, sin embargo. Fue bueno verte. —Lo beso en la mejilla y dejo dinero en la barra. Me guiña un ojo y termina mi bebida. *** De vuelta en mi habitación, me hundo en una de las camas sin siquiera quitarme los zapatos. Quiero irme a la cama, pero tuve la pesadilla otra vez la noche anterior, así que enciendo la televisión y empiezo a cambiar de canal. Siempre es lo mismo. Estoy caminando hacia el metro desde el bar después de salir del trabajo. Está oscuro y puedo ver la luz naranja de la

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entrada del metro a una cuadra frente a mí. Entonces, de esa manera que tienen los sueños de hacer que los temores se conviertan en concreto, el espacio se duplica, luego se duplica nuevamente, hasta que con cada paso me alejo del metro, como si estuviera en una de esas aceras móviles en el aeropuerto y se está moviendo hacia atrás. Luego la calle se estrecha en un callejón y cada paso que doy es como caminar a través del alquitrán, cada movimiento es exagerado. Veo sus sombras antes de verlas, aunque no haya luz. Están echados de largo en las paredes del callejón y el sonido de su risa se hace eco en mí. Me doy la vuelta para volver por el mismo camino que vine, pero es un callejón sin salida: un muro de ladrillos que se desmorona y que sube y sube hasta que desaparece en el cielo nocturno. Cuando me doy vuelta, están justo allí, dos de ellos frente a mí y uno a mi derecha. Son más grandes que yo, más grandes que las personas reales. Me acerco. Comienzan a decir cosas, cosas de sueños tontos y cosas de sueños aterradores y cosas que realmente dijeron. El primer puñetazo rompe el hueso de mi mejilla, luego un empujón me quita el aliento cuando mi espalda golpea la pared de ladrillo, golpeando mi cabeza con un golpe húmedo. Mi visión se duplica, pero el sueño es doble, así que ahora hay seis de ellos, una teselación23 enfermiza de puños y patas y dolor. Caigo sobre uno de ellos con un puñetazo en la tripa y él retrocede con disgusto, dejándome caer al suelo del callejón. Solo que ahora, en lugar del concreto sucio, condones usados, agujas y envoltorios de comida rápida, el piso está hecho de esquisto de Pennsylvania, la roca brilla con motas de mica. Todo lo que

Una teselación es cuando cubres una superficie con un patrón de formas planas de manera que no se superponen ni hay huecos. 23

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puedo pensar es que es hermoso, como un derrame de brillo oscuro. Luego se van. Respiro,

mis

costillas

protestan

bruscamente.

Mi

cuerpo,

demasiado débil para aliviarlo, se desploma en el esquisto. Una lágrima caliente corre por mi mejilla, quemando cuando la sal mancha un rasguño sangriento, y comienzo a sollozar. A través de las lágrimas, veo algo moviéndose en la pared. Al principio estoy asustado, pensando que es una cucaracha o una rata, pero es demasiado grande y con bloques. Entonces cae. Es un ladrillo. Luego, otro se desliza fuera de la pared y se estrella contra el suelo a mi lado. Intento levantarme para correr, pero el callejón cambia y lo que era la pared de ladrillos ahora es el techo, sus ladrillos cayendo sobre mí cuando la pared se desmorona. Me pongo de rodillas y llueven más ladrillos. Uno golpea mi hombro y oigo crujir los huesos. Me desplomo hacia abajo mientras más caen, el callejón colapsa a mi alrededor. Los ladrillos golpean cada parte de mi cuerpo, excepto mi cabeza, rompiendo mis huesos en polvo, sujetando mis extremidades al suelo como la rana que disequé en biología en la escuela secundaria. Luego el ladrillo golpea el ladrillo, enterrándome, dejando solo mi cabeza intacta. Luego, finalmente, cubren mi cabeza, mi cara, y estoy en la oscuridad, sintiendo cada insoportable conmoción a medida que más caen. Estoy solo en la oscuridad mientras mi aire se agota. Entonces oigo una voz, lejana y resonante. Intento gritar, pero no puedo, y la voz retrocede. El tiempo que esté atrapado ahí depende. Es sólo oscuridad y dolor cuando se me acaba el aliento. Entonces me despierto jadeante, mi cuerpo tenso contra el dolor. Lo sé. Es solo un sueño y soy un hombre adulto. Pero me deja temblando cada vez porque, aunque los ladrillos que se derrumbaron, en

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realidad no lo hicieron. Por supuesto, Ginger bromea diciendo que he escuchado The Wall demasiadas veces. *** Cuando comencé la escuela de posgrado no tenía idea de qué esperar. No había tomado las clases universitarias que el resto de mi cohorte ni había leído los libros. Nunca había oído hablar de los teóricos literarios que mencionaban y cuando una muchacha amigable con una brillante trenza rubia me preguntó si era deconstruccionista, le dije que trabajaba

en

la demolición

en

los veranos

si

necesitaba

algo

deconstruido. Ella se rió conmigo, golpeándome amistosamente en el hombro, excepto que no me estaba riendo porque no tenía idea de lo que era la broma. Entonces ella se sonrojó. Pensé que había dicho algo ofensivo y abrí la boca para disculparme, pero ella parecía ofendida y se alejó, murmurando algo sobre la postura anti intelectual. No hablé en clase porque rápidamente se hizo evidente que no tenía idea de lo que alguien estaba hablando. Leía los libros y los artículos de revistas. A veces los leía dos veces. Sabía que los entendía porque me daba cuenta en clase cuando alguien tergiversó una idea o se equivocó en un punto menor de la trama. La parte que faltaba, poco a poco me di cuenta, no era el cerebro ni la memoria, ni siquiera la creatividad. Era el lenguaje de la academia con el que mis compañeros de clase parecían venir precargados. Habían ido a escuelas de la Ivy League y grandes universidades de investigación. Nombraron a los profesores con los que habían tomado clases en la universidad y los demás asintieron, como si estuvieran hablando de estrellas de rock. Al principio no admití que había ido a la universidad comunitaria para obtener los dos primeros créditos de mi carrera, trabajando en dos empleos para pagarlos en el transcurso de cuatro años. Que fue solo

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gracias a la recomendación de uno de mis profesores, que pude transferirme a Temple por el año final. Que estoy bastante seguro de que la única razón por la que entré a Penn para comenzar la escuela de posgrado es porque era un estudiante universitario de primera generación que se había desempeñado bien. No admitir nada fue un gran problema porque no tuve conversaciones en profundidad con nadie. Nunca pude ir a sus fiestas porque siempre estaba trabajando. A menudo no podía ir a las conferencias del departamento y los paneles invitados por la misma razón. Finalmente, en mayo, tuve una reunión con Marisol Jett, la presidenta del departamento, para hablar sobre cómo había ido el año, uno de los requisitos de mi beca de primer año. Había tenido una clase con Marisol ese semestre, pero no la conocía bien. Ella me intimidó. Al principio le dije que todo era maravilloso, que apreciaba la oportunidad, que estaba agradecido por la ayuda, toda la mierda que había aprendido a decirle a las personas que financiaban cosas que nunca podría pagar de otra manera a lo largo de los años. Pero ella resopló y sonrió y lo llamó tonterías. Ella fue sincera conmigo; me dijo que tenía que empezar a asistir a conferencias e ir a funciones departamentales, que debía comenzar a hablar en clase y participar. Cuando traté de explicar cómo me sentía, tratando de encontrar una manera de expresarlo que no pareciera que no deberían haberse arriesgado, me dijo que había leído mi trabajo escrito y que no tenía ninguna razón para no hablar en clase. Y ella no quiso saber nada más al respecto. De hecho, parecía tener una idea bastante buena de lo que estaba pasando conmigo en general. Sin tener que decir nada, me dijo que si un trabajo estaba interfiriendo con mis funciones de asistencia, entonces necesitaba reconsiderar mi agenda o pensar en un préstamo. Ella me dijo que mis compañeros de clase se beneficiarían de

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mis perspectivas tal como yo había aprendido de ellos. Y ella me dijo algo que dio forma a todo lo que sucedió después. Me dijo que podría pensar en mi pasado y mi falta de familiaridad con los discursos académicos como debilidades, pero que, en cambio, debería pensar en ellos como las mejores herramientas que tenía para hacer un trabajo innovador, personal y significativo. Ella me dijo que confiara en mi perspectiva, y fue el mejor regalo que me pudo haber dado. Ese

verano,

trabajé

semanas

de

sesenta

horas

cuando

podía

conseguirlas, haciendo demostraciones en sitios de construcción y trabajando todas las noches en el bar, ahorrando para el próximo año académico cuando mi beca significaría que tenía que dar clases en Penn para obtener remisión de matrícula y un estipendio, y no tendría que trabajar tanto. Mi segundo año fue mejor. Mucho mejor. Comencé a hablar más en clase e hice algunos amigos. No los vi mucho, ya que seguía trabajando noches en el bar, pero me sentía más cómodo allí. En mi tercer año, terminé el trabajo del curso y comencé a estudiar para mis exámenes de maestría, lo que significó decidir en qué me especializaría y qué tipo de proyecto quería emprender para mi tesis, que obtendría mi doctorado. Me abrumaba todo el tiempo, tratando de leer todo lo que pudiera ayudarme con mi trabajo. Entonces, esa primavera, conocí a Richard. Él no era el tipo de persona con la que había estado antes, y, aunque puedo verlo por lo que era ahora, en ese momento sentí como un cumplido que estuviera interesado en mí. Me hizo preguntas sobre mi investigación y parecía interesado en algunos de los teóricos sobre los que escribía. Él siempre decía: ‘Gracias a Dios, tiene el buen sentido de escribir sobre algo real en lugar de toda esa ficción’. Fue un cumplido para mí, pero me interesaba

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estudiar inglés en primer lugar. Y, como Ginger señaló más tarde, no era realmente un cumplido para mí. Lo que paso con Richard es que no hizo ningún esfuerzo. Nunca fue incierto o inseguro. Nunca me preguntó dónde quería ir o qué quería hacer. Él diría algo así como ‘¿Italiano, está bien?’ Y cuando contestaba que sí, me decía: ‘Sé que te va a encantar este lugar’, pero nunca me preguntó si él tenía razón. Dejó en claro, después de esa primera vergonzosa cita, que pagaría cuando saliéramos. Me hizo sentir muy incómodo, pero también dejó claro que si no iba a donde quería ir, lo haría sin mí. Y él nunca fue grosero al respecto. Por el contrario, él siempre fue extremadamente amable, explicando las cosas lógicamente y haciendo que pareciera extraño que me importara, ya que el dinero no era gran cosa. Por supuesto que no, si lo tienes. Y lo tomaba a la ligera cuando pagaba, bromeaba sobre cómo le gustaba ser el primero en llevarme a comer sushi o a un restaurante de carne coreano, incluso cuando se rió de las caras que yo hice cuando probé la anguila cruda por primera vez. Luego volvíamos a su apartamento y me decía exactamente cómo quería que me lo follara. Le gustaba duro, rápido y limpio, y se venía conmigo detrás de él, recogiendo su propia liberación en la mano para que no se metiera en las sábanas. Algo sobre el hecho de que quería que me lo follara me hizo sentir menos como si fuera un caso de caridad o un juguete guardado. Ginger dijo que esa era una manera jodida de pensar sobre ello, pero hizo una diferencia. No estoy seguro de por qué. Nunca pasé la noche con él; Richard siempre estaba en el laboratorio a las 8:30 a.m. porque era mejor y se llevaba el mejor equipo. Nunca vino a mi apartamento, al que se refirió como ‘la casa del crack’, aunque nunca había estado en mi vecindario, sólo escuchó cosas en el

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metro y leyó cosas en la página web de la policía, que revisaba religiosamente, como lo hacía con el clima. Él era una de esas personas que realmente creían que era mejor estar prevenido; él me enseñó ese proverbio, junto con ‘el que paga al gaitero llama a la melodía’, que soltó en respuesta a mi vergüenza cuando devolvió su comida dos veces a un restaurante un sábado por la noche, cuando estaba muy ocupado. Veía a Richard tal vez dos veces por semana, y honestamente, no pensé mucho en eso. Si no estaba en la biblioteca, estaba en el bar, y si me encontraba alguna vez, estaba con Ginger en la tienda, leyendo detrás del mostrador con el reconfortante zumbido de las máquinas de tatuajes que entintaban las palabras en mi memoria. Ginger odiaba a Richard. Ella solo lo vio dos veces. No es que intentara separarlos... exactamente. Más que ni siquiera pensaba que existieran en el mismo universo, y mucho menos que pudieran interactuar. La traje conmigo para conocer a Richard y algunos de sus amigos de la universidad para tomar una copa. Solo paré a tomar una copa porque Richard me había pedido que lo hiciera, y luego me iría a mi trabajo. Ginger iba al show en el bar esa noche, así que la convencí para que me acompañara. Fue un error. Richard llegó tarde y no estaba allí cuando llegamos al bar, discúlpenme, salón de cócteles, con una entrada de diez dólares. Ginger ofendió al portero y me divirtió murmurando que era un pago para jugar, y cuando entramos quedó claro que estábamos muy mal vestidos. Estaba usando jeans negros y botas y una camiseta roja con las mangas rasgadas porque le daba más puntos a medida que la piel destellaba, y aunque Ginger llevaba un vestido ajustado de tubo negro, los tatuajes que cubren cada centímetro de sus brazos, piernas, el pecho y la espalda la convirtieron en el centro de atención.

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Conseguimos bebidas (martinis de doce dólares con hierbas y servidos en diminutos vasos) y nos paramos en una mesa, esperando a Richard. El lugar estaba lleno, así que no pensé mucho cuando los hombros de Ginger se tensaron. Ella estaba constantemente haciendo que la gente se acercara a ella para tocar sus tatuajes y preguntarle qué querían decir, o, de manera más llana, decirle que sería tan bonita si no los tuviera, así que me había acostumbrado a interferir. Me giré para sentarme a su lado, pero ella me hizo un gesto con la mano sobre la mesa y comenzó a hablar sobre un tatuaje que había hecho esa tarde. Más tarde, me dijo que se había sentado justo a tiempo para escuchar a un hombre con un acento de Nueva York que decía: No puedo esperar a que me folle el puto de Richie. Richie dice que es como un martillo neumático. La mesa detrás de nosotros había sido, por supuesto, los amigos de la universidad de Richard. No hace falta decir que no teníamos mucho de qué hablar y me sentí aliviado cuando llegó el momento de irnos para poder ir a trabajar. Richard nos acompañó y me besó. —Gracias por aguantar a esos tipos —dijo—. Tú sabes cómo es. Probablemente estaban nerviosos a tu alrededor porque eres muy sexy. —Le guiñó un ojo a Ginger y ella simplemente se alejó. Después de un año y medio de cenas y jodidas que pensé que eran citas, aunque supongo que nunca le había dicho nada a Richard, pasé por su apartamento de camino al trabajo porque había dejado un libro allí la noche anterior. Salí del ascensor, Richard vivía en uno de esos elegantes edificios en el centro de la ciudad con un portero y todo, y caminé por el pasillo. No recuerdo por qué no llamé primero. Cuando doblé la esquina para llamar a la puerta de Richard, lo vi parado frente a ella. Al principio, pensé que lo estaba atrapando llegando a casa y tuve

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un momento de estar agradecido por mi buen momento. Entonces vi los brazos envueltos alrededor de su cuello. Richard se estaba besando con otro chico justo en su puerta. Debo haber emitido un sonido, tosí, jadee o dije su nombre, porque Richard se dio la vuelta. Lo que más recuerdo del momento en que sus ojos se encontraron con los míos es que no había ninguna sorpresa en ellos. Ni siquiera un microsegundo de shock, o culpa, o vergüenza. Su cabello estaba revuelto y el cuello de su camisa torcido, y él solo me sonrió. —Oye, Dan —dijo—. No es un buen momento. El hombre con el que estaba era lo contrario de mí en todos los sentidos: un jovencito precioso, delgado y rubio, con grandes ojos azules y mejillas de manzana y un brazo alrededor de la cintura de Richard con la casualidad de un hábito prolongado. No tenía idea de qué decir o hacer y, de repente, lo que parecía ser lo más importante era que Richard no tenía el menor indicio de que me importara en absoluto. —Necesito mi libro —dije, y mi voz salió áspera y alta. El jovencito se movió unos centímetros hacia la izquierda, para que pudiera pasar por la puerta. Esa noche, en el trabajo, mientras vertía mecánicamente bebidas y miraba las luces estroboscópicas sobre la multitud, toqué la conversación que Richard y yo habíamos tenido una y otra vez en mi mente, tratando de dar sentido a las piezas. Las cosas que Richard dijo:

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—Bueno, no es como si fuéramos exclusivos —y, ante mi expresión de asombro—. Lo siento si pensaste eso, Daniel, pero nunca tuvimos esa conversación. No me mires como si te hubiera traicionado. Nunca engañaría a un novio, pero ¿cuándo decidimos que eso era lo que éramos? —Pegándome suavemente en el hombro—: Vamos, si fueras mi novio, hubieras tenido que gastar en un verdadero regalo de cumpleaños. —De hecho, había gastado más dinero en el regalo de Richard, una primera edición americana de A New System of Chemical Philosophy de John Dalton, que en cualquier otro regalo que hubiera hecho. Meses después, supe que era el único en Penn que no sabía que Richard y yo no habíamos sido exclusivos. Meses más tarde, me enteré que Richard había estado jodiendo por toda la ciudad de Filadelfia y que todos lo sabían. Meses más tarde, también me di cuenta que nunca me había gustado tanto Richard, que la razón por la que nunca había notado que veía a otras personas o que le importaba pasar tan poco tiempo juntos era porque era bastante indiferente a su compañía. Meses después, me sentí increíblemente estúpido por haberlo señalado con tanta claridad que no tenía idea de lo que era estar en una relación, y bastante ridículo al darme cuenta de lo fácil que era vivir una vida completamente diferente a la de la persona que estaba en la cama a tu lado. Pero esa noche, me sentí en shock. Y probablemente fue lo que me sorprendió para no prestar más atención cuando salía del trabajo y caminaba hacia el metro. El bar nos pagaba en efectivo, una de las muchas razones por las que me gustaba trabajar allí, y tenía muchos años de experiencia en cuidarme de andar por ahí a altas horas de la noche. Por lo general, ayudaba que no pareciera que tuviera algo que robar: un viejo iPod de mierda, un teléfono desechable de pago y mis llaves.

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Es posible que me hayan visto mover el efectivo de mi billetera al bolsillo delantero fuera de la barra, podrían haber visto un bulto en mi bolsillo y esperar que fuera un buen teléfono, o que me hayan asaltado al azar. No lo sé. Pero cuando estaba a una cuadra de la entrada del metro, con su toldo inundado por una luz amistosa, dos hombres me agarraron y me arrastraron a un callejón donde un tercer hombre esperaba con un cuchillo. Me dieron un puñetazo en la cara, así que supe que eran serios, y me tiraron contra la pared donde el tipo con el cuchillo se inclinó, mirándome desapasionadamente. ¿Iniciación de pandillas? ¿Deuda pagada? No lo sé. Encontraron el dinero en segundos y rompieron algunas costillas de todos modos. Empujaron mi cara contra la pared sucia e incluso se tomaron el tiempo para hojear mi billetera, dejándola caer cuando no encontraron nada que valiera la pena. Echaron un vistazo a mi antiguo iPod y mi teléfono de mierda y ni siquiera se molestaron con ellos una vez que tuvieron el dinero en la mano. Llamé a Ginger y ella vino y me recogió, lágrimas silenciosas corrían por su rostro mientras me llevaba de vuelta a su lugar y me metía en la cama bajo sus mantas. Y cuando le conté a Ginger sobre Richard a la mañana siguiente, me dijo que debía ir a la policía. —Nah —le dije—. No quiero lidiar con eso. ¿Cuál es el punto de todos modos? Probablemente eran solo chicos. —No —dijo en seco—. No sobre el atraco. Acerca de Richard. Deberías ver si puedes presentar un informe por un desenfrenado gilipollas. —Porque es la mejor amiga de la historia del mundo. Los dos nos echamos a reír, lo que mató mis costillas, así que traté de empujar a Ginger, quien, al tratar de esquivarme, se cayó de su silla. Una rutina regular de los Tres Chiflados.

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Tuve pesadillas al respecto durante meses después, no me sorprendió, pero se fueron en su mayor parte, y no había tenido una en dos años. Entonces, ¿por qué diablos las vuelvo a tener, especialmente a partir de una noche en la que me sentí realmente feliz? Mi cerebro proporciona una avalancha de respuestas, la mayoría de las cuales son análisis automáticos: sientes que Rex te robó algo, sientes que tu mundo se ha puesto de lado, que todo está colapsando, etc. Antes de poder instalarme en cualquiera de ellos, subo el volumen del televisor y hago clic en el canal de alimentos que Rex mencionó que le gustaba, y me quedo dormido con el sonido de la grasa, la crema, la emulsión y la ralladura de limón, o eso me dice la narración. *** A la mañana siguiente, me levanto con la televisión encendida y me saluda un chef regordete y de aspecto maternal que prepara una especie de desayuno con Challah, tostadas francesas y algo llamado huevos fritos. Mi estómago da un gruñido y busco a tientas la diminuta cafetera. No comí mucho ayer. Mi estómago estaba en nudos cada vez que pensaba en mi pelea con Rex. Hay dos sesiones a las que debo asistir en la conferencia esta mañana, pero no puedo hacerlo. Estoy agotado de todas mis relaciones sociales de ayer, de la pelea con Rex, de todo eso. Y no puedo evitar pensar que le debo una explicación a Rex. Como dijo Ginger, solo necesito contarle algo sobre mí y dejar que él decida qué hacer con eso. Y creo que, tal vez, necesito tener una conversación con él que nunca tuve con Richard. No estoy interesado en Jay, pero si Rex piensa

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que lo estoy, eso debe ser una mierda. Nunca me consideré celoso, pero cuando tuve ese momento de pensar que tal vez Rex solía salir con Jay y así era como sabía que Jay era gay, mi estómago definitivamente se sintió de la forma en que las personas siempre describen los sentimientos de celos en los libros. Además, ¿qué pasa si él piensa que no me importa y se encuentra con alguien más? Y, con ese pensamiento, estoy de vuelta en el vagón de los celos. La idea de que Rex sonriera con su suave sonrisa a otro hombre me da ganas de atravesar la pared del hotel. La idea de que él prepare la cena en su cocina a otro hombre o que termine la comida de otro hombre me da ganas de estrangular a alguien, a cualquiera. Y ante la idea de que Rex bese a otra persona, el negro se mete en mi periferia. Busco a tientas mi teléfono y lo llamo de nuevo. Una vez más, no hay respuesta. Él está realmente enojado. Sé que Ginger tiene razón y podría estar ocupado, pero no puedo creer que pudiera estar tan ocupado que no atendió todas las llamadas y no pudo llamarme. Ese no es Rex. Él tiene que estar evitándome a propósito. Y supongo que tiene todo el derecho de estar enojado. Le grité cuando estaba tratando de ser amable. Entonces, eso es todo. Voy a saltarme las sesiones de la mañana y simplemente largarme de aquí. Ir a casa. Wow, no puedo creer que haya pensado en Holiday como mi hogar. Pero, en realidad, la imagen que se reflejó en mi cabeza cuando tomé mi decisión no fue sobre Holiday o sobre mi departamento de mierda. Fue la cálida cabaña de Rex, las ventanas resplandecían con la luz del sol o la luz del fuego, la cocina completa donde Rex se ve muy sexy, la acogedora sala de estar con Marilyn dormida en el hogar y el dormitorio donde Rex me hace sentir cosas que nunca había sentido antes.

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Cristo, soy un tonto. Ginger estaría sonriendo mucho ahora mismo si pudiera ver este tren de pensamiento; mis hermanos me sacarían la mierda. Pongo mis cosas en mi bolsa, sin molestarme en mi arrugada chaqueta, me pongo unos vaqueros y salpico el débil café de la habitación de hotel en una de sus tazas para llevar. Y luego hago exactamente eso. Necesito hablar con Rex lo antes posible.

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Capítulo 9 Octubre Me he estado mentalizando todo el camino a casa, cantando una cinta que estaba a nombre de John Hiatt pero que resultó ser Pet Shop Boys, ¡anotación! y he tocado toda la disculpa una y otra vez en mi cabeza como

si

fuera

un

documento

de

la

conferencia:

introducción,

afirmaciones, pruebas de apoyo, conclusiones, preguntas. Conducir por Detroit esta mañana me hizo sentir nostalgia por Philly. Casi llamo a Ginger solo para escuchar un acento familiar, pero parece que cada vez que he hablado con ella últimamente termina escuchándome quejarme, así que subí el volumen y canté, acelerando tan rápido como mi pobre coche me llevaría. Quiero decir, lo mejor de Michigan hasta ahora es que el límite de velocidad en la carretera es de setenta. Alrededor de las 2:00 pm, a dieciséis kilómetros de la casa de Rex, tengo pensamientos prácticos como que deberían ir a casa y ducharme, o volver a llamar, o conseguir algo de comer, pero sé que si me detengo a hacer algo de eso perderé los nervios, así que conduzco directamente a su casa, esperando que él esté. Mi estómago se revuelve de alivio cuando veo su camioneta en el camino de entrada. Apenas registro que sus persianas están bajas cuando generalmente están abiertas para dejar entrar el sol. Cuando salgo del auto, estoy agotado por los nervios y demasiada cafeína. Llamo a la puerta, pero él no responde. Estoy bastante seguro de que él está en casa porque puedo escuchar a Marilyn desde dentro y no

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hay ningún lugar al que pueda ir un domingo sin ella. Al menos, no que yo crea. Pero supongo que no lo sé realmente. Intento la puerta y el pomo gira en mi mano. Estoy a punto de abrir la puerta y entrar, con las armas disparando, gritando que lo siento, pero las imágenes de Richard besándose con otro hombre pasan por mi mente. ¿Qué pasa si entro y Rex esta con alguien más? En serio no podría soportar eso. No estoy seguro de qué hacer. Llamo de nuevo, notando por primera vez que Rex no tiene un timbre. Entonces oigo a Marilyn lloriqueando en la puerta. ¿Qué pasa si Rex está herido? ¿Qué pasa si alguien entró y le disparó o se desmayó por envenenamiento con monóxido de carbono o algo así? Eso le pasó a la madre de un chico con el que trabajé en el bar. La encontraron sentada en su sillón como si estuviera viendo la televisión, solo que había estado muerta durante tres días. Empujo la puerta para abrirla incluso cuando mi mente lógica me dice que no habrá monóxido de carbono en una cabaña en el bosque, ni es probable que haya habido un robo a mano armada. Aún así, el temor que Rex esté acostado en alguna parte, herido, es más fuerte que el temor de encontrarlo con alguien más. Cuando la puerta se abre, Marilyn se abre paso a través de ella. Nunca la había visto hacer eso antes; ella está muy bien entrenada. Me doy la vuelta para correr tras ella, sin querer tener que decirle a Rex que perdí a su perro por encima de todo lo demás, pero ella simplemente se mea en un arbusto junto al garaje de Rex y trota de regreso a mí. Entro tentativamente, sintiendo que estoy a punto de encontrar cuerpos manchados de sangre por toda la casa, como en una película de Slasher o In Cold Blood. —Rex —lo llamo—. Soy Daniel. ¿Estás aquí?

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Marilyn corre hacia el dormitorio, donde la puerta está cerrada. A lo mejor está enfermo —¿Rex? —digo en la puerta. —¿Daniel? —dice una voz débil desde adentro. Abro la puerta y el dormitorio está oscuro, las cortinas cerradas y trabadas. Hay un bulto en la cama y me acerco a él. —Rex —repito— ¿estás bien? —Sé que Rex está debajo, pero por alguna razón, todo lo que puedo pensar es en cómo mis hermanos solían esconderse debajo de las mantas, saltar y asustarme. Busco la lámpara de la mesilla de noche, pero Rex agarra mi mano. Él tira de las cubiertas lentamente hacia abajo y puedo ver que se ve tenso. —Hola —dice—. Pensé que estabas en Detroit. —Su voz suena tensa. —Oh, sí, bueno, volví temprano. Quería hablar contigo. ¿Estás enfermo? ¿Qué está mal? Él sonríe un poco tembloroso. —Lo siento, no contesté cuando llamaste. Solo tengo estos dolores de cabeza. —Hace un movimiento como si lo estuviera rechazando y palmea la cama a su lado. Me agacho y paso la mano por su espalda. —Bueno, escuché que los orgasmos son buenos para los dolores de cabeza —bromeo, inclinándome para besarlo. Él se estremece.

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—Mmm, no lo creo ahora. Ahora que estoy cerca de él puedo ver que la arruga sexy entre sus cejas es más profunda de lo que nunca la he visto, y que su cara está tensa por el dolor. La cama huele, como si hubiera estado acostado aquí por mucho tiempo. Oh, mierda. —¿Tienes migrañas? —le pregunto, manteniendo mi voz muy baja y uniforme. —Sí —él saca. Dios, eso apesta. Cuando Ginger las tiene, tiene tanto dolor que apenas puede llorar porque hace que duela más. —Mierda —le digo—. ¿Qué puedo hacer? ¿Tienes medicina? ¿Puedo traerte algo? —¿Puedes llevar a Marilyn a pasear? —pregunta—. La dejé salir a orinar esta mañana, pero... —Sí, por supuesto. Pero, ¿qué puedo hacer por ti? ¿Tienes medicina? Él murmura en voz baja. —En el baño. Pero no puedo contenerla. Me levanto lentamente y camino silenciosamente hacia el baño, ya que la luz y el sonido claramente no son los amigos de Rex en este momento. Encuentro la medicina en el lavabo del baño, y el ligero olor agrio deja claro que ha estado enfermo aquí. En la cocina, encuentro un frasco

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de compota de manzana y corto las pastillas en trozos pequeños, ocultándolos en una cucharada de compota de manzana. —¿Puedes sentarte un poco? Rex se arrastra hacia arriba. —Dame tu muñeca —le digo, sentándome junto a él en la cama. Con una mano, aprieto el punto de presión en su muñeca que debería ayudarlo a sentir menos náuseas—. Prueba y traga esto —le digo, sosteniendo la cuchara en la otra. Él hace una mueca, pero se la traga. Dejo la cuchara y uso mi mano en el punto de presión de su otra muñeca. —Cierra los ojos —le digo en voz baja, y mantengo la presión en sus muñecas y comienzo a hablarle sobre la conferencia. Simplemente divagando para distraerlo. Le cuento cómo Detroit me recordó un poco a North Philly, con las grandes iglesias de piedra que se desmoronan y las calles que se arquean alrededor de ellas en lugar de estar dispuestas en una cuadrícula. Le digo lo genial que pensé que era cuando a esta joven profesora se le hizo una pregunta complicada por parte de un joven que intentaba demostrar lo inteligente que era, y ella se detuvo por un segundo y luego le dijo que no estaba realmente interesada en esa conversación porque no parecía tener valor para nadie más que para los académicos, y cómo desearía que algún día pudiera ser lo suficientemente valiente para contestar así a alguien por sus tonterías. Le digo que vi el Food Network por primera vez y quiero verlo con él para que pueda decirme qué es todo. Sin embargo, no le digo cuánto lo siento por gritar la otra noche. Lo haré más tarde. Poco a poco, siento que se relaja; su mandíbula se afloja y el conjunto rígido de sus hombros se afloja. Me inclino y lo beso en la frente.

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—Voy a sacar a Marilyn. Volveré pronto. Simplemente descansa. — Meto la manta a su alrededor y cierro la puerta del dormitorio. Hace frío, así que agarro la chaqueta acolchada de franela de Rex del gancho al lado de la puerta. —Tu padre está enfermo, ¿eh? —le digo a Marilyn cuando salimos, y ella ladra y responde a mi alrededor. Camino un rato, respirando el aire que huele a limpio, y Marilyn corre delante de mí, rasca algo y luego regresa corriendo, como si estuviera explorando. Con cada respiración, huelo la combinación de cedro, humo de leña y almizcle en la chaqueta de Rex y la aprieto más fuerte como si estuviera caminando conmigo. Cuando regresamos, una Marilyn mucho más feliz se acurruca frente a la chimenea. Se siente un poco frío aquí, así que decido encenderla. Los únicos fuegos que he hecho han sido con chorros de gasolina en los botes de basura en lotes abandonados o en el callejón detrás de la tienda de mi padre si teníamos que quemar basura, pero he visto a Rex hacerlo algunas veces. ¿Qué tan difícil puede ser? Hunh. Un poco difícil. Cada vez que enciendo el fuego, se quema antes de encender el resto del fuego. Finalmente, con algunas maniobras en las que casi pierdo la piel en el dorso de la mano derecha, recibo un fuego bastante respetable. Luego vuelvo a revisar a Rex. Me siento a su lado en la cama. No quiero despertarlo, pero quiero ver qué tan mal se siente, o si le doy más medicina. Le acaricio el pelo hacia atrás y él gime. Pobre Rex. Se ve realmente horrible. —Rex —le susurro suavemente. —Hola —dice.

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—¿Qué puedo hacer? ¿Crees que puedes retener algo de comida? ¿Podría darte algo de comer? Él se ríe débilmente. —No necesito una intoxicación alimentaria por sobre la migraña — dice—. Las pastillas están ayudando. ¿Podrías...? —Se aleja, como si no fuera a decir nada. —¿Qué? —¿Tal vez solo quedarte conmigo un poco de tiempo? —Está bien —le digo— seguro. —Me quito los zapatos. Rex se acerca un poco y me mira. Sus ojos están inseguros detrás del dolor, y me doy cuenta que todavía no hemos hablado de nada. Pero no es el momento. Me quito los vaqueros y me meto debajo de las sábanas, cuidando de no empujarlo. Me acuesto de espaldas junto a él, sin tocarlo, como la noche que estuvimos en mi casa, solo que esta vez es el dolor físico del que quiero protegerlo. Odio no saber qué más hacer por él. Que no haya nada que pueda hacer. Tampoco lo hubo esa noche en mi casa. Odio sentirme impotente y, por un segundo, estoy casi enojado con Rex por hacerme sentir así. Luego extiende su brazo, animándome a que apoye mi cabeza en su hombro y mi ira se desvanece. De todas formas, no es realmente contra él. Apoyo la cabeza en su hombro y le acaricio el estómago ligeramente. Me aprieta un poco, deja escapar un suspiro y parece relajarse. Escucho su respiración lenta, mi mente vagando. Cuando me despierto, está oscuro y, por un segundo, no tengo idea de dónde estoy. Me tenso, pero mi mano siente el calor del cuerpo de Rex

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a mi lado y me relajo. Levanto mi barbilla y beso la parte inferior de la barbilla de Rex. —Hola —dice. —Estas despierto. —Solo por un minuto. —¿Cómo te sientes? —Un poco mejor. Creo que está terminando. Comenzó el viernes por la noche y generalmente no duran más de dos días. —Bosteza—. Tengo que mear como no lo creerías. Rex se levanta, sus músculos tiemblan y balancea las piernas sobre el lado de la cama para levantarse. Mientras se dirige al baño, tambaleante, me golpea en el estómago: Quiero ocuparme de él. No porque crea que es débil, sino porque me preocupo por él. Es muy obvio. Ginger me lo ha estado diciendo durante años, pero nunca le he creído, nunca, ni una sola vez, porque nunca lo había sentido antes. Cada vez que pedía ayuda a mis hermanos, me daban una mierda por eso. Cada vez que pedía ayuda a alguien en la escuela, me hacían sentir estúpido o como si no me estuviera esforzando lo suficiente. Y las pocas veces que la gente ofreció ayuda, era obvio que esperaban algo a cambio. Incluso los intentos bruscos de mi padre por cuidar de mi auto me hicieron sentir incómodo, porque él estaba claramente molesto por ellos. Y Ginger... bueno, Ginger siempre se sintió como una excepción. Quería cuidarla, por supuesto, pero, en el fondo, se sentía como pagar una deuda. Ella me salvó el día que entré en su tienda. De alguna manera, ella me vio de manera diferente a como lo hicieron mis hermanos o mis maestros y los otros niños de la escuela. No como una jodida o un

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perdedor o un marica. Realmente me vio, y por supuesto que me sentía en deuda con ella. Sentía que cada pequeña cosa que podía hacer por ella podía servir para pagarle por haberme dado la oportunidad de ser algo más que una jodida y un perdedor. Ya no es así. Al menos, no creo que lo sea. Pero pasó de eso a una amistad verdadera y profunda tan lentamente que no puedo identificar cuándo sucedió exactamente. Y nunca lo he sentido con nadie más. Definitivamente no con Richard, quien habría visto la idea de que yo lo cuidara como algo absurdo ya que, tal como él lo veía, no tenía nada que pudiera ofrecerle, excepto una jodida, lo cual, claramente, era un servicio que otros podrían proporcionar. ¿Y otros amigos? No lo sé. Parece que nunca necesitaron cuidado, al menos no de mí. Pero ahora, al ver a Rex acurrucado en esa gran cama, luchando por llegar al baño, todo lo que siento es una picazón en las palmas de mis manos para ayudarlo; un deseo maníaco de llevar de alguna manera su dolor a mi propio cuerpo porque preferiría sentirlo antes que verlo sufrir. —¿Te quedas un poco por aquí? La voz de Rex me asusta. Lo miro. Se ve mejor. La tensión ha desaparecido de su rostro, aunque todavía parece estar un poco fuera de lugar. —Sí —le digo— si quieres que lo haga. Rex sonríe, pero se ve un poco triste. ¿Fue esa la respuesta incorrecta? —Quiero decir, a menos que solo quieras algo de tranquilidad, para tu cabeza —enmendé. Me atrae suavemente hacia él, abrazándome contra su amplio pecho.

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—No, te quiero aquí —dice, y me relajo ante el estruendo de eso a través de su pecho—. Las pastillas realmente ayudaron. ¿Cómo supiste qué hacer? ―Ginger las tiene, las migrañas. Ella siempre vomita y la única manera de mantener una pastilla es con compota de manzana. Ella dice que es como si la migraña quisiera tomar el control, por lo que su cerebro rechaza la píldora, pero si no puede ver la píldora en la compota de manzana, engaña a la migraña y la deja tragarla. Creo que eso es lo que su madre le dijo, cuando era más joven, quiero decir. Y los puntos de presión realmente la ayudan. Ella es una fiel creyente de la acupuntura. Sus manos se ponen muy apretadas por sostener la máquina de tatuajes todo el día, y le duele la espalda por estar doblada, por lo que acude a este tipo en Chinatown que ha realizado acupuntura durante unos sesenta años. Te lo juro por Dios, miras a este tipo y pensarías que tenía cuarenta años, pero tiene setenta y cinco. De todos modos, ella dice que realmente ayuda. —Tal vez debería intentarlo —dice Rex. —Tal vez. Leí que durante un tiempo, en los años setenta, tuvo mucha prensa porque en China los médicos estaban haciendo cirugía a corazón abierto usando acupuntura en lugar de anestesia. Le pregunté al tipo de Chinatown y me dijo que era un engaño que hacían para llamar la atención cuando Nixon visitaba China, y que el paciente estaba recibiendo morfina, pero que en realidad es completamente posible liberar una parte del cuerpo del dolor usando la acupuntura si la persona que lo hace es lo suficientemente hábil. —Me encanta eso —dice Rex.

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—Sí, es bastante sorprendente —le digo—. Especialmente porque muchas personas terminan muriendo después de la cirugía con anestesia, incluso cuando la cirugía va bien. —No, quiero decir, me encanta cómo me cuentas toda esta información sobre cosas. Me encanta cómo siempre tienes algún hecho sobre algo. —No quiero ser un sabelotodo —le digo. Mis hermanos odiaban cuando mencionaba cosas que había leído, así que después de un tiempo, simplemente me callé al respecto. Pero a veces, creo que sería algo en lo que definitivamente estarían interesados, así que les decía. Nunca funcionó cómo pensé que sería, lo que inevitablemente los llevó a llamarme un sabelotodo o un listillo. —¿Dije eso? —pregunta Rex, suavemente, levantando mi barbilla. —No —digo en voz baja—. Escucha, Rex. Lo siento por la otra noche. Cómo te grité. Debería haber pensado en pedirte que arregles la mesa. Yo solo... no estoy acostumbrado a tener a nadie para... Solo estoy acostumbrado a cuidarme, ¿sabes? Él asiente. —Lo sé. Creo que lo entiendo. Nunca has tenido a alguien que te haya ayudado y que no te haya hecho pagar por ello de alguna manera. No debí haberme ido así. Me sentí estúpido. Ya había hecho el ridículo actuando como un cavernícola celoso por tu colega. Lo siento por eso. Me besa en la mejilla, sus labios un poco temblorosos contra mi piel.

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—Entonces, miraste Food Network, ¿eh? —dice, tomando mi mano y caminando hacia la sala de estar. —¿Escuchaste eso? Él asiente, agarrando el control remoto y dejándose caer en el sofá, tirándome a su lado. Pone Food Network y me acomodo contra su hombro. *** Después de dos episodios de un concurso de cocina, soy un converso total de Food Network y mi estómago está gruñendo tan fuerte que puedo escucharlo por encima de la televisión. —¿Puedo hacer algo? —le pregunto a Rex, haciendo un gesto hacia la cocina. —Claro. —Se levanta conmigo. —Puedes quedarte aquí y descansar. Lo tengo. —No, yo iré. —Hombre, realmente crees que te voy a envenenar, ¿eh? —No. Pero te haré compañía. No le creo, pero me encojo de hombros y entro en la cocina, pensando que simplemente tiraré una pizza congelada en el horno o abriré un poco de sopa. Pero cuando miro en el congelador y abro los armarios de Rex, no encuentro nada. —No tienes nada de comida —le digo.

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—Tengo un montón de comida —dice Rex, riendo—. Simplemente no tengo nada encerrado en un bloque de hielo o conservado hasta el punto de que pueda ser comida espacial. Lo fulmino con la mirada. —Aquí, déjame hacerlo —dice. —No, no, tengo esto —le digo, empujándolo hacia abajo en el taburete por los hombros. Yo totalmente no tengo esto. Rex sonríe y pone sus brazos alrededor de mi cintura, extendiendo sus piernas para atraerme hacia él. Me besa y luego apoya su frente contra mi pecho. Luego se levanta y abre el refrigerador, sacando cosas. —Voy a mostrarte cómo hacer espaguetis —dice—. ¿Bien? —Genial. Rex me pone a trabajar cortando un pimiento verde y unos tomates. —Te enseñaré cómo hacer la pasta tú mismo otro día; la pasta fresca es la mejor. Pero por ahora solo utilicemos Premade antes de morir de hambre. Rex anda por la cocina haciendo una ensalada y poniendo agua a hervir. Considero el pimiento, tratando de averiguar cómo explicar por qué me enojé tanto antes de irme a Detroit. —Escucha, sobre lo que dijiste el jueves por la noche —le digo, concentrándome en cortar el pimiento y no cortar mis dedos en el proceso. Rex mira hacia arriba—. ¿Acerca de cómo no acepté tú ayuda?

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—Mmhmm. —Bueno, un par de años después de que la conocí, Ginger le compró esta motocicleta a un tipo en Craigslist. Ella había bajado a la casa del chico y lo había mirado y todo, ella dijo que parecía funcionar bien, así que la compró. Entonces, como, una semana después, la cosa murió totalmente. Ginger me pidió que la mirara por ella y lo hice. No soy tan bueno como mi padre o mis hermanos, pero sé lo suficiente como para decir que el motor era basura total y que el tanque de gasolina tenía una fuga. Quiero decir, es un milagro que la cosa no haya encendido una chispa y haya incendiado todo el tanque de gasolina. De todos modos, Ginger intentó enviarle un mensaje al tipo a través de Craigslist, pero, por supuesto, había bajado su perfil una vez que se vendió la motocicleta. »Entonces, Ginger me preguntó si iría con ella para hablar con el chico. Cuando llegamos allí, el tipo dijo: ‘Wow, siento mucho escuchar eso. Estaba funcionando bien para mí. Probablemente te montaste en el embrague o algo así’. Sabes, porque es una mujer, él cree que puede hacer que parezca que es culpa de ella porque no es buena con una motocicleta o algo así, lo que es una mierda porque Ginger es una gran jinete, simplemente no sabe de mecánica. De todos modos, el tipo era un imbécil, pero le hice devolverle su dinero y todo eso. —¿Qué le hiciste a él? —pregunta Rex con suspicacia. —¡Nada! —digo, todavía dirigiéndome a la tabla de cortar—. No lo lastimé, solo lo asusté. Le dije qué clase de perdedor creía que era por estafar a alguien así. De todos modos, ese no es el punto. El punto es que estaba realmente feliz de que Ginger me pidiera ayuda, sabes, porque eso significaba que ella confiaba en mí y que éramos realmente amigos porque solo le pedirías a un amigo que lo hiciera. Y, entonces, mi punto es que eras como yo y yo como Ginger, solo que no te pregunté, así que

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no éramos amigos, y eso es culpa mía porque no me di cuenta de lo que estaba pasando pero lo hago ahora, ¿sabes? Rex pone su mano sobre la mía, tomando mi cuchillo. He cortado el pimiento verde en trozos tan pequeños que casi es pulpa. —Esto está mal, ¿verdad? —digo, señalando el pimiento verde. Rex ni siquiera mira la tabla de cortar. Él ahueca mi cara en sus manos, obligándome a mirarlo. —¿Estás diciendo que entiendes que quiero ayudarte porque me importas? —Um. Sí —digo. Rex me mira seriamente. —Me ayudaste hoy —dice—. Me cuidaste. ¿Piensas menos de mí porque te deje? —Por supuesto no. Nunca dije… —Nunca lo dijiste, pero está claro. En algún lugar a lo largo de la línea, aprendiste que es una falla aceptar ayuda. Que te hace débil. ¿Correcto? Intento apartar la mirada, pero él todavía está sosteniendo mi cara. No creo que nadie me haya mirado tan duro. —¿Cierto? —dice de nuevo.

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—Correcto —digo, y mi voz se resquebraja. Me aclaro la garganta— . Pero sé que no es cierto. Eso es lo que me hizo pensar: cuánto quería cuidar de ti hoy. —Sabes que no es verdad aquí —dice Rex, tocando mi frente—. Pero tomará un tiempo creerlo. Me encojo de hombros, pero sigo mirando sus hermosos ojos. —Bueno,

entonces

supongo

que

tendremos

que

seguir

vigilándonos el uno al otro hasta que ambos lo creamos, ¿eh? —dice Rex. —Está bien —le digo. —Está bien —dice, y me besa de manera casual, como si acabáramos de cerrar un trato. —Um, ¿lo estropeé? —pregunto de nuevo, señalando el pimiento. —No —dice Rex—. Es perfecto para la salsa. Simplemente se cocinará más rápido ahora. Me muestra cómo saltear el pimiento verde, la cebolla, el ajo y los tomates para la base de la salsa y mezclar el aceite y el vinagre para el aderezo para ensaladas. Rex me da un toque con el hombro, burlándose por distraerme. Aparentemente, me perdí lo que acaba de decir porque lo estaba viendo agacharse para sacar el pan del horno. Las burlas de Rex son siempre suaves, lo que lo hace sentir como un animal completamente diferente a la humillación de mis hermanos que no tomaban prisioneros. —¿Cómo te sientes? —le pregunto mientras nos sentamos a comer.

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—Me siento muy bien —dice, mirándome. Me refería a su cabeza, pero no creo que sea de eso de lo que habla. Le sonrío, pero ahora que no me distraigo cocinando, mi mente está corriendo con preguntas. ¿Debo hablarle sobre que Jay me ha pedido salir, o eso le dará más razón para estar celoso? ¿Debo hablarle de Richard? Ginger dijo que eso es lo que haces cuando... sales con alguien. ¿Es eso lo que estamos haciendo? Me meto los espaguetis en la boca hasta que pueda decidir, pero cuando levanto la vista, Rex me mira, pero no come. —Es bueno —digo con la boca llena. —¿Algo está mal? —pregunta Rex. —No, yo solo. Estaba pensando, cuando estaba en Detroit, que... —Eso, ¿qué? ¿Debería decirle lo que pasó la última vez que pensé que estaba saliendo con alguien? ¿Qué le diga lo patético que soy? Ugh. —Entonces, el personaje principal de mi libro favorito se llama Richard —le digo. —¿El secreto? —pregunta Rex. —¡Sí! ¿Cómo…? — Oh cierto, el libro se me había caído de los pantalones la noche que nos jodimos contra el árbol—. Pero, ¿cómo sabías que era mi favorito? —Estaba desgastado —dice—. Y la mayoría de tus otros libros parecían como si los hubieras comprado usados, pero no como si hubieran sido leídos tantas veces. El secreto

tenía sus esquinas

redondeadas, como si lo hubieras manejado mucho. Dios mío, es muy observador.

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—Bueno, entonces, cuando estaba en la escuela de posgrado, conocí a este tipo y, esto es tan estúpido, su nombre era Richard. Y tuve este pensamiento idiota de que tal vez él sería como el Richard del libro. —Me quedé, avergonzado de haber admitido esto. —No es estúpido —dice, tomando mi mano—. En realidad es increíblemente dulce. —Es nerd —le digo. —Sí, tal vez un poco. Y él... ¿no lo era? —Ah, no. Rex asiente y comienza a comer lentamente, mientras hablo. Le cuento sobre el encuentro con Richard y sobre cómo estaban las cosas entre nosotros. Rex sigue comiendo, pero su mano izquierda está apretada en un puño donde descansa sobre su rodilla, y sigue apretando cada vez más fuerte cada vez que digo algo que no le gusta. Cuando llego a la parte sobre que Ginger escuchó a los amigos de Rex llamándome basura, él hace un sonido como un gruñido en la parte posterior de su garganta, pero se detiene para no interrumpirme. Cuando le digo que vi a Richard besando a otro hombre, la cara de Rex se cae y él aprieta los dientes. Se ve furioso. —Nunca te haría eso —insiste Rex, con los ojos en llamas. Parece que está a punto de decir algo más, pero yo sólo quería desahogarme. No quiero repetir mi propia historia patética. Empujo el cuenco de servir hacia Rex. —Deberías terminarlo. Apuesto a que no has comido mucho últimamente.

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Sonríe agradecido y pone la última porción de pasta en su plato. —Sí, nunca puedo comer cuando tengo migraña. Pobre Marilyn — dice—. Ella pensó que me estaba muriendo o algo así. Siguió saltando en la cama, tratando de vigilarme, pero no podía soportar el movimiento, así que cerré la puerta. Ella estuvo lloriqueando toda la noche, tratando de entrar. Conozco el sonido. Era el mismo sonido que hizo la noche en que la golpeé. Recordar la forma en que ella yacía en el suelo, tan indefensa, me hace temblar. —Oye —le digo— nunca me dijiste cómo sabías qué hacer por Marilyn. —¿Qué, con su pierna? Él comienza a levantar los platos, pero lo detengo, poniendo una mano en su hombro para mantenerlo sentado. Llevo los platos al fregadero y empiezo a lavar los platos. —Los animales solían seguir a mi mamá a casa todo el tiempo — dice Rex—. Siempre había un perro durmiendo afuera de nuestra puerta, o algunos gatos viviendo bajo el porche. Un día, llegué a casa de la escuela y encontré un pavo en nuestro patio. Sin embargo, los perros eran lo que más le gustaba, así que cada vez que uno la seguía a casa o aparecía en nuestra puerta, lo dejaba entrar y lo alimentaba. Y luego simplemente se quedaba. El primero que tuvimos fue Buster, como Buster Keaton. Perro dulce. Gran perro. Solía sentarse junto a mi mamá en la mesa y apoyar la barbilla en su regazo. Pero por lo general, ellos vivían afuera porque no estábamos en casa todo el día. Habían venido a casa atrapados por pelearse con otros perros, o a veces atropellados por autos.

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Me estremezco por eso. —Entonces, mi mamá los arreglaba. Ella me mostró cómo. Es como la gente, en realidad, solo tienes que asegurarte que los perros no se laman. —Sonríe distraídamente. —¿Cuántos tenías al mismo tiempo, entonces? —pregunto, imaginando a su madre como la flautista de Hamlin, un rastro de perros trotando detrás de ella. —Sólo uno o dos a la vez —dijo Rex, y mira por la ventana con tristeza—.

Nunca

podíamos

llevarlos

con

nosotros

cuando

nos

mudábamos. Y nos mudábamos muy a menudo. Solía romper mi jodido corazón, pero mi madre dijo que las cosas entran en tu vida cuando las necesitas. Y que siempre habría otro perro al siguiente lugar donde nos mudáramos. Ella tenía razón al respecto, de todos modos. Aunque todavía se ve molesto. —¿Crees que eso es cierto? ¿Qué las cosas entran en tu vida cuando las necesitas? —No —dice— en realidad no. Y, además, incluso si es cierto, ella nunca dijo nada sobre dejarlos. Tenía sueños durante semanas después que nos mudábamos, donde estaba en el auto con mi madre y los perros corrían detrás de nosotros, aullando, sin entender por qué los dejábamos atrás. Quiero decir, ¿qué pasaba con ellos? Llegábamos a sus vidas cuando lo necesitaban, claro, pero luego nos íbamos. Como si fuera una señal, Marilyn entra en la cocina, olfateando debajo de la mesa para tomar un refrigerio. Rex se inclina y la rodea con sus brazos, apretándola y luego rascándose la cabeza. Ella se deja caer en el suelo junto a él y él le deja una mano en la cabeza.

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—Qué buena chica —dice con cariño—. Pero, entonces —dice con una voz desconocida. Es más profunda de lo habitual, y un poco forzada—. Entonces pienso en ti, en cómo llegaste a mi vida esa noche. Tú y Marilyn. Y, no lo sé. Tal vez haya algo de verdad después de todo. *** El fuego se está muriendo cuando Rex y yo nos acostamos juntos en el sofá. Hemos estado viendo películas antiguas que nunca había visto, Rex proporciona comentarios de color. —¿Sabía tu madre que eras gay? —le pregunto cuando me cuenta sobre algunos de los actores de Hollywood que eran homosexuales. Cada vez que habla de su madre, tiene una expresión de tristeza en su rostro. Ojalá tuviera tan buenos recuerdos. —Sí. Recuerdo que cuando tenía trece o catorce años teníamos una noche de cine de Tennessee Williams y ella me preguntó a mí qué me gustaba más, Brick o Stanley: Paul Newman o Marlon Brando, eso es. —Oh, ¿Un gato sobre el tejado caliente y Un tranvía llamado deseo? —Sí. Fue casual al respecto y recuerdo que pensé que hablaba de lo hermosas que eran las actrices todo el tiempo. Qué sexy era Marilyn Monroe. Cómo amaba la voz de Audrey Hepburn y los ojos de Elizabeth Taylor y la boca de Jayne Mansfield. Cómo Gene Tierney era la mujer más bella del mundo. Y ella también hablaba de los hombres, por supuesto. Entonces, no pensé mucho en eso. —¿Y quién te gustó más? —Paul Newman. Ella nunca lo mencionó de nuevo, pero creo que estaba contenta de que yo fuera gay.

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—¿Por qué? —Ella quería ser esas actrices. Ella quería ser la estrella, ¿sabes? Y las mujeres siempre eran las estrellas. Los hombres eran solo... catalizadores. ¿Es esa la palabra correcta? Entonces, creo que ella estaba contenta de no estar compitiendo con otras mujeres por mi... No sé, ¿admiración? No estoy seguro de cómo decirlo. Sacude la cabeza, viéndose nervioso. —Después de eso, ella habló sobre los hombres como si me estuviera enseñando acerca de los hombres en general. ¿Ya sabes? Un James Dean era alguien de quien cuidarse. Hermoso, pero él te robaría el corazón y te arrastraría con él. Un Robert Mitchum o un Gregory Peck eran material de marido, pero James Dean era para tener una aventura amorosa. El tipo con el que salió cuando llegamos a California era Humphrey Bogart, dijo. No guapo exactamente, pero atractivo de alguna manera que no podías definir. —Entonces, ¿querías un James Dean o un Gregory Peck? —Hmm —dice Rex—. Siempre me gustó Montgomery Clift. Él era el chico agradable que tiene una mala reputación. Guapo, pero inteligente también. Tal vez incluso un poco... ¿complicado? Pasa su pulgar sobre mi pómulo, y no puedo evitar preguntarme si eso es lo que ve cuando me mira: complicado. Pero, ¿demasiado complicado? —Entonces, fue sobre todo tú y tu mamá, ¿eh? —digo, tratando de concentrarme en Rex de nuevo.

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—Sí —dice Rex, esa mirada melancólica de nuevo—. Cuando éramos solo nosotros dos, apenas tartamudeaba en absoluto. Veíamos películas y representábamos todas las partes. No creo que ella realmente entendiera que yo era tímido ya que nunca me vio interactuar con la gente. Ella pensó que yo era inteligente. Y yo era un niño responsable, por lo que nunca me preguntó si había hecho la tarea o algo. Solo asumía que la hice. Limpié la casa; después cocine. Entonces, ella solo pensó que yo no era un problema. Un buen niño. Asiento, imaginando a Rex como un niño pequeño representando escenas de películas con su madre. Sin embargo, la imagen que se sigue afirmando es que Rex es un tipo de Sam Spade de mentón firme, incluso cuando era niño. —Ella siempre encontraba cosas en el trabajo para traerme a casa —continúa Rex—. Así es como empecé a arreglar cosas, en realidad. Ella traía a casa la chatarra que estaba rota y yo me metía con ella. Ella trabajó como secretaria para una compañía de suministros de oficina por un tiempo cuando estábamos en Houston. Así que traía relojes, grapadoras y microondas que se dañaron y yo lo desarmaba todo y lo volvía a armar. Pasaba horas en ello. Una vez, para el Día de las Madres, le hice un despertador que se conectaba a una máquina de café en miniatura y comenzaba a preparar el café como uno de los más caros con un temporizador incorporado. Sin embargo, resultó ser una mala idea, porque ella nunca podía recordar no golpear su mano sobre el botón de despertador, lo que hacía un gran desastre. —Wow. Eso es bastante impresionante para un niño. —Y de todos modos, ella siempre tuvo novios con los que pasó mucho tiempo. Después del trabajo, por lo general. No lo sé; más tarde me di cuenta que la mayoría de ellos probablemente estaban casados.

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Luego, una vez que nos mudamos a California, siempre eran tipos que querían fingir que no tenía un hijo. Me quedaba en mi habitación cuando venían, o simplemente paseaba por ahí. Rex se apaga, pareciendo avergonzado de haber dicho tanto. Sonrío y me inclino hasta que estoy acostado sobre él, con la cabeza apoyada en su hombro. Él comienza a pasar sus manos arriba y abajo por mi espalda, luego hacia arriba en mi cabello y sobre mi trasero. Puedo sentir su polla empezar a llenarse debajo de mí, y me inclino para un beso. Es una sensación increíble, tener todo mi cuerpo en contacto con el de Rex. Nos besamos perezosamente, sólo disfrutando. Rex me quita la camisa y me besa el cuello suavemente, su cálida boca se mueve sobre cada centímetro de mi piel. Me inclino hacia abajo y lamo una línea por su garganta hasta la barbilla rasurada, mordiéndola. Rex gime y empieza a sentarse, con los músculos tensos. En su lugar frente al fuego moribundo, Marilyn se anima. Al principio creo que nos mira fijamente, lo que es un poco incómodo. Pero entonces oigo la puerta abriéndose. Rex se empuja hacia arriba, maldiciendo. —¡Saca tu culo de ahí y jódeme, Rexroth! —Una voz resuena en la casi oscuridad de la cabaña.

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Capítulo 10 Octubre En el tiempo que le toma a Rex esforzarse para ponerse de pie y levantarme

de

las

axilas

cuando

me

desplaza,

los

siguientes

pensamientos pasan por mi mente sin ningún orden discernible. 1. El novio de Rex acaba de llegar a casa. Rex tiene novio. ¿Compañero? ¿Amante? Lo que sea. Un tipo le acaba de decir a Rex que se lo folle, ergo: malas noticias. 2. Eres un maldito idiota. ¿Cómo puedes confiar en él? Toda la charla dulce, los toques y los besos suaves fueron solo para meterse contigo, o para meterse en tus pantalones, o ambos. Oh Dios, dejaste que te jodiera. Le hablaste de Colin. Sobre Richard. En serio, ¿podrías ser más crédulo? 3. ¿Rex es la abreviatura de Rexroth? ¿Cómo no lo sabía? Luego, un cuarto pensamiento entra en juego, y está en una voz que se parece mucho a la de Ginger. Dice: No saltes a conclusiones. Aún no sabes lo que está pasando. Dale a Rex la oportunidad de explicar. Rex no es Richard. Pero ese pensamiento no tiene oportunidad porque Rex se acerca y enciende las luces y este chico es... hermoso. Su rostro es la perfección escandinava y está vestido como un modelo. Tiene pómulos altos y afilados, nariz perfectamente recta, cejas cenicientas sobre ojos azul grisáceo, mandíbula cuadrada y barbilla delicada y boca picara. Tiene mi altura, pero parece más alto. Su cabello rubio es largo y despeinado y tiene una pequeña marca de belleza sobre

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su labio y otra al lado de su ceja, como si fuera el modelo de los piercings de una marca de belleza. Él es impresionante y lo odio a primera vista. No puedo creerlo. Le confieso a Rex cómo encontré a Richard con otro hombre; y el de Rex... alguien aparece justo después. Realmente no podría ser más claro. Si estuviera enseñando el libro de mi vida en clase en este momento, usaría este momento como un ejemplo de ironía. Tengo que largarme de aquí. —Oops —dice, mirándome, sus ojos brillando—. No sabía que tenías compañía. —¿No viste el auto enfrente? —pregunta Rex, inclinando su cabeza. El modelo tiene una expresión maliciosa en su rostro y sonríe maliciosamente a Rex, luego mira entre nosotros. —Tal vez —dice—. Pero pensé que era tuyo. No como si alguna vez tuvieras compañía excepto yo. Su voz es más profunda de lo que esperaba de alguien tan bonito. No es exactamente femenino, simplemente andrógino en una especie de estrella/modelo de rock. Él no parece desconcertado en lo más mínimo. Me doy cuenta que lo he estado mirando sin mi camisa, así que la extraigo de donde Rex la metió entre los cojines del sofá y me la pongo. Está al revés, pero me niego a reconocerlo. Solo puedo esperar que mi expresión en este momento sea la no impresionada que le doy a los cantantes principales de las bandas que asumen que sé quiénes son, los tipos ricos que viven en los barrios de mi vecindario, seguros que pueden ligar con cualquiera, y a los estudiantes que piensan que me están engañando. Mi cerebro se ha puesto en modo de supervivencia y todo lo que importa ahora es salir de esta casa sin que Rex ni este tipo se den cuenta

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que han tenido algún efecto en mí en absoluto. No mostrar nada. No revelar nada. —Hola, Marilyn —dice el hombre, mirando a mi lado. Marilyn trota hacia él y se deja acariciar. Él se inclina y frota su vientre. Por lo tanto, si conoce a Marilyn, ha venido recientemente, al menos desde este verano cuando Rex nos rescató. —No seas un imbécil, Will —dice Rex—. Este es Daniel. —Rex me extiende un brazo, pero sus ojos están ansiosos. Intencionalmente me detengo antes de caminar lentamente hacia ellos. —Hola —digo, asintiendo y extendiendo una mano a Will. El agarre de Will es fuerte y sus manos callosas no coinciden con su bonita cara. —Este es mi amigo, Will —dice Rex, su énfasis en amigo es un poco demasiado deliberado—. Will —dice Rex—. No sabía que ibas a venir a la ciudad. Will parece olvidar que estoy allí al segundo que me suelta de la mano. Estudia la cara de Rex y le da una larga mirada. —¿Tuviste una migraña? —pregunta, y mi corazón comienza a latir en mis oídos. Este tipo conoce a Rex. No hay forma de que sean solo amigos, o incluso follamigos. —Estoy bien —dice Rex, despidiéndolo con la mano. Él pone su mano en la parte de atrás de mi cuello—. Daniel me cuidó muy bien. El calor de la mano de Rex y sus palabras ayudan un poco, pero se está esforzando mucho. Lo último que quiero hacer es dejar a Rex solo

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con Will, pero mis instintos me gritan que salga de aquí. No puedo quedarme, ni siquiera para ver qué está pasando. Tengo que irme antes de hacer algo que no pueda aguantar, como llorar o darle a este tipo Will la satisfacción de ver que me ha llegado. Torpemente le doy una palmadita a Rex en la cadera y salgo de debajo de su mano, poniéndome los zapatos. —Daniel, no te vayas —dice Rex. —Oh, no, bueno, tengo que enseñar por la mañana, y se está haciendo tarde, así que. Me voy a casa. —No te preocupes, Dan —dice Will alegremente—. Puedo tomarlo desde aquí. Me pongo de pie rápidamente. La cara perfecta y estúpida de este tipo, quiero romperla con el puño. Sin embargo, en lugar de dar un paso atrás como la mayoría de los hombres cuando estoy en modo de lucha, Will solo me sonríe perezosamente y bosteza. Rex pone una mano en mi hombro y me da la vuelta, sin duda sintiendo mala energía entre nosotros. Pero no me está mirando como si estuviera enojado porque quiero golpear a su amigo en la cara. Él me está mirando con satisfacción. Como si finalmente hubiera hecho algo bien. Tal vez le guste la idea de que este celoso. Oh, mierda, estoy tan jodidamente celoso. —Hasta luego —lanzo sobre mi hombro a la cara perfecta y estúpida de Will. Entonces agarro la camiseta de Rex en una mano y lo arrastro hacia mí, besándolo fuerte y profundamente. Cuando lo dejo ir, se balancea, se ve un poco aturdido. Le sonrío y paso junto a Will hacia la puerta principal.

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Por lo menos no tuve la pesadilla anoche. Porque no dormí en absoluto. Mi corazón latió por la adrenalina durante todo el viaje a casa, pero en aproximadamente un minuto, mi satisfacción por haber reclamado a Rex frente a quienquiera que fuera este tipo Will, se desvaneció en angustia y me maldije por haber elegido una salida dramática en vez de quedarme y descubrir cuál era la historia. Ese tipo de salidas siempre parece muy satisfactorio cuando los leo en los libros, pero supongo que con un narrador omnisciente en realidad nadie tiene que quedarse por el plumón y las partes sucias. Finalmente, alrededor de las seis de la mañana, me arrastré fuera de la cama y me paré bajo una ducha de agua caliente, decidí tomar un café y caminar un poco con la esperanza de sacudirme el estresante fin de semana y todo lo que tiene que ver con Rex y Will antes de tener que actuar como un adulto todo el día. Agito una camisa gris y me pongo las pana gris y mis Brogue. Realmente necesito ir de compras. Sólo tengo unos diez artículos de ropa profesional y he estado intercambiándolos, pero muy pronto alguien va a notar que siempre llevo lo mismo. Me pongo mi único suéter, un delgado cuello en V de color rojo que Ginger me dio, en una obra de teatro Hail Mary para que el color me haga sentir más despierto, con la esperanza de que no se vea ridículo. Ginger dijo que se veía muy bien con mi cabello, pero creo que podría hacerme parecer que estoy temprano para Navidad. Agarro mi chaqueta y subo el volumen en New Order, decidiendo vagar un poco antes de dirigirme a Sludge. Me alegro de inmediato por mi suéter, no importa cuán Navideño sea, cuando el viento comienza a soplar. Definitivamente necesito conseguir un abrigo más grueso. Quizás

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este fin de semana. Mi mente divaga a Ginger y cómo a veces, en los días fríos, conseguimos dos chocolates calientes y subimos la escalera de incendios hasta el techo de su tienda, mirando hacia South Street, las calles de hermosas casas antiguas hasta el Norte, y el mercado italiano al sur. Me gusta mi chocolate caliente con vainilla y a Ginge le gusta el suyo con canela, y su olor se mezcla con los de la hamburguesería de la esquina, el carrito de falafel de la calle, el escape de los coches que avanza por la calle South Street y el olor a hojas podridas y palomitas de maíz que siempre parecen ir a la deriva por las calles a medida que el otoño da paso al invierno. Ahí arriba, en el techo, es donde le conté a Ginger un secreto: después de una carrera irregular de maestros que pensaban que yo era un punk perdedor con una mala actitud y faltaba a más clases de las que asistía porque los maestros eran idiotas, quería desesperadamente ir a la universidad. Ginger me sonrió y dijo: ‘Por supuesto que debes ir; tú eres el chico más inteligente que conozco’. También es donde ella me contó sobre su hermano mayor que se había suicidado cuando ella tenía quince años después que su padre lo vio teniendo sexo con otro chico. Por un tiempo después de eso, me preocupé de que la única razón por la que quería ser amiga mía era porque le recordaba a su hermano o algo así. Una parte de mí quiere contarle a Ginger todo el asunto de Will con la esperanza de que me diga que no es nada, pero es demasiado pronto para llamarla. Will. Había algo un poco raro en ese tipo. O, no, sólo algo que no tenía sentido. Los chicos bonitos suelen estar tan acostumbrados a obtener lo que quieren que nunca han peleado en sus vidas. Pero Will no pareció en absoluto intimidado por la amenaza de una pelea. Tal vez estaba tan seguro de su primacía con Rex que no le importaba. Parecía bastante preocupado por el dolor de cabeza de Rex. Sin embargo, no

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realmente posesivo como podría ser un amante, más... ¿qué? ¿Molesto, tal vez, porque Rex estaba sufriendo? No estoy seguro. De la nada, alguien agarra mi hombro y yo me doy la vuelta para agarrarle del cuello. Es Leo, y se ve aterrorizado. —Mierda, Leo —le digo, sacudiéndome y arrancándome los auriculares—. No me cojas así, hombre. —Um, estaba gritando tu nombre, amigo. Tengo que dejar de escuchar mi música tan fuerte. —Lo siento —murmuro. —¡No te preocupes! —dice, luciendo alegre de nuevo—. Entonces, ¿cómo fue Detroit? ¿Fuiste a algún show? ¿Cómo fue tu conferencia? ¿De qué volviste a hablar? Jesús, es muy temprano en la mañana para tener ese tipo de energía. —Detroit estaba bien. No tuve tiempo para nada más que la conferencia. Mi papel salió bien. Era sobre… —Oh, lo recuerdo. Sobre el sensacionalismo de finales de siglo en la ilustración de un periódico estadounidense, ¿verdad? Solo recuerdo haber mencionado brevemente algo sobre mi trabajo cuando fui al Sr. Zoo el viernes. Asumí que Leo solo estaba siendo educado cuando preguntó, y no puedo creer que entendiera de lo que estaba hablando, y mucho menos que lo recordara.

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—Está bien. ¿Cómo recuerdas eso? Él se encoge de hombros. —No sé. No es tan difícil. Sonaba interesante. —Está rebotando un poco, ya sea con energía o para mantenerse caliente, no estoy seguro. —¿Qué estás haciendo tan temprano? —pregunto. —Oh, sólo deambulando —dice Leo—. No pude dormir. —Yo tampoco. —Entonces te vi y pensé que vendría a saludarte. Oye quieres tomar un café. Sé que siempre vas a Sludge antes de la clase. —¿Cómo…? No importa. Sí, claro, vamos. Marjorie me saluda con una sonrisa sospechosa cuando entro por la puerta con Leo. Sin energía para resistirla, muerdo la bala. —Tendré un Daniel, por favor. Parece decepcionada por un momento, luego sonríe ampliamente, como si me hubiera ganado. Y tal vez lo ha hecho. Ni siquiera tengo energía para preocuparme. —Ooh, sí, yo también —dice Leo. —Amigo —digo, compartiendo una mirada con Marjorie—. Ya estás rebotando por las paredes; la idea de que ingieras tanta cafeína en realidad me hace temer por la seguridad de esta ciudad y de todos los que están en ella.

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—No, estoy bien. Además, el café tiene un... lo que podría ser... un efecto paradójico en mí. —¿Eh? —dice Marjorie. —Me tranquiliza —dice Leo. —Bueno, gloria aleluya, vierte un poco de café al niño —murmuro. Un niño robusto en ropa de moda viene detrás de nosotros. Los rebotes de Leo aumentan y sus elegantes fosas nasales se abren. —¡Dos Daniels! —anuncia Marjorie alegremente, poniendo las bebidas en el mostrador. Hay un resoplido detrás de nosotros. —¿Tratando de ser como tu novio, Leo? Buena suerte con eso. — Se burla el chico de la fila detrás de nosotros. —¡Cállate, Todd! —dice Leo, girándose para mirarlo y casi golpeando ambos cafés con su mochila. Pongo una mano en el hombro de Leo y me giro hacia el niño que está detrás de nosotros. Me quedo mirándolo. Es la misma mirada vagamente amenazadora, totalmente poco impresionada que le di a Will la noche anterior, y este niño se pliega casi de inmediato, mirando los zapatos caros que estoy seguro que sus padres le compraron. Ahora eso es lo que se supone que sucede. —Disculpen —digo con calma, deslizando el dinero sobre el mostrador hasta Marjorie y tomando los cafés. Salgo por la puerta, seguro que Leo me seguirá.

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—¡Ja! —dice Leo, sonriendo, dándome un codazo mientras salimos—. Eso fue asombroso. Solo lo miraste y él prácticamente se cagó en sus pantalones. ¿Cómo hiciste eso? Quiero decir, ni siquiera eres un hombre tan grande y todos están aterrorizados de ti. Tienes que enseñarme eso. Decido ignorar la parte de que todos están aterrorizados porque no quiero saberlo. —Bueno, primero que todo, tienes que creer, al cien por cien, que podrías eliminarlos si se tratara de una pelea. Si no lo crees, ellos tampoco lo harán. Ese tipo de confianza hace el 80 por ciento del trabajo por ti. Crees que podrías patearles el culo, pensarán que tienen algo de qué preocuparse. Segundo, te tiene que importar una mierda. Y tiene que venir de adentro hacia afuera. Si estás fingiendo, ellos lo sabrán. Y el resto sólo los miras fijamente. Si sabes que puedes ganar una pelea y no te importa una mierda, la mirada hará el resto del trabajo por ti. Aquí, muéstrame. Me enfrento a Leo, tomando su café. Él es solo unos centímetros más bajo que yo, pero siendo tan delgado, debes cuidar todo tipo de amenazas para ser tomado en serio. Lo recuerdo. Leo se ríe nerviosamente, raspando el dedo del pie de sus Vans en el pavimento. —Nunca he estado en una pelea. —¿Qué el día en que te conocí? —Asumí que el hecho de que lo atacaran era algo habitual para él, pero tal vez no. —Oh, sí, bueno. Me han pateado el culo, claro. Pero nunca he lanzado un puñetazo. —Se sonroja y baja las pestañas.

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—Bueno, has hecho la parte más difícil. Es mucho más fácil sacudir a alguien que darle un puñetazo. Puedo enseñarte, si quieres. — Espera, no. ¿Es eso irresponsable? Pero el niño tiene que aprender a cuidarse a sí mismo o quién sabe qué podría pasarle. —Whoa, ¿en serio? Oh sí. ¡Enséñame! —Él hace lo que se supone que es una especie de combinación de puñetazos y artes marciales y casi tira los dos cafés otra vez mientras se tambalea hacia mí, con el cabello castaño claro cayendo en sus ojos. —Está bien, Karate Kid. En otro momento, sin embargo. Si alguien nos ve, parecerá que estoy corrompiendo a un menor. —No soy un menor de edad; tengo dieciocho ¡Oye! ¿No se llamaba Daniel? —¿Quién? —¡El de Karate Kid! —Llámame Daniel-san y vive para lamentarlo —le digo con un gruñido. Le entrego su café y seguimos caminando. Mi teléfono suena y mi corazón se tambalea cuando veo que es Rex. —Lo siento —le digo a Leo y agito el teléfono, dándole la espalda. —Hola —digo. —Daniel. —La profunda voz de Rex hace latir mi corazón—. Necesito hablar contigo. —Ni siquiera me doy cuenta que mi mano está en un puño hasta que escucho el crujido de mis nudillos.

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—Mmhmm. —Escucha, sobre Will. Se presentó anoche sin decirme que venía a la ciudad, está bien. Y no tienes que preocuparte por él. De ningún modo. —Mira, Rex, no es un buen momento para hablar ahora, ¿de acuerdo? Estoy con Leo y estoy a punto de ir a mi oficina. ¿Podemos hablar de eso más tarde? La voz de Rex se corta cuando responde. ¿Irritado? ¿Ansioso? No estoy seguro, pero sé que estoy ambas cosas. —Sí, por supuesto —dice—. ¿Puedes venir esta noche? ¿Después que hayas terminado con el trabajo? Nos prepararemos algo para cenar. —Maldita sea, palabras mágicas. —Sí, supongo —le digo—. Oye, ¿cómo está tu cabeza? —Intento sonar casual, como si solo estuviera informándome de un amigo. —Está mucho mejor. Gracias. —Puedo escuchar la sonrisa en su voz y el nudo en mi estómago se afloja un poco—. Hasta la noche —dice de nuevo, como si temiera que no lo recuerde—. Cuando termines, solo ven. Puedes trabajar aquí, si quieres. Estaré en casa a las tres. —Está bien —digo de nuevo. —Oh, y Daniel, yo, um, tengo Internet, ya sabes, en caso de que no estuvieras seguro de si podrías trabajar aquí hoy porque la necesitas. Lo tengo ahora, así que... —Parece un poco avergonzado. —Oh, ¿lo haces? Bueno, eso es... está bien —le digo. Supongo que decidió que lo necesitaba después de todo. —Te veré más tarde —dice Rex, su voz aún más profunda.

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—Adiós. Me doy la vuelta para encontrar a Leo prácticamente en mi cara. Olvidé que él estaba allí. —¿Estás saliendo con Rex Vale? —pregunta Leo, con los ojos muy abiertos. —¡Deja de escuchar a escondidas! —No he estado espiando, señor, de verdad —dice, con un acento casi británico. —¿Qué estás...? —¡Hola! ¿Sam, de La Comunidad del Anillo? ¿Has visto una película estrenada después de 1985? Gruño algo, sintiéndome seriamente viejo. —¿Y? ¿Lo estás? ¿Saliendo con Rex Vale? —Algo así —murmuro, más para mí que para él. —Oh,

mierda,

lo

haces

totalmente.

—Gime—.

Eso

es

increíblemente sexy. —Me mira de arriba a abajo y sonríe con esa sonrisa que lo va a llevar a follar o ser follado, dependiendo. Yo quiero darle un puñetazo, pero una parte de mí no puede evitar estar un poco impresionado. Ha elevado todo esto de los chismes de pueblos pequeños a una forma de arte. Es como si viera televisión y películas y luego saliera y colocara a la gente de su vida real en los papeles. Diablos, probablemente es lo que hubiera hecho si hubiera crecido en un lugar como éste donde no pasa nada.

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—¿Qué sabes tú de eso? —le pregunto a él. —Um, sólo que Rex es, como, el carpintero caliente y tú eres el chico malo tatuado caliente y yo estoy viendo herramientas y... —¡Para, para, para, para! Dios, Leo. Regla básica: no vuelvas a hablar de sexo con mi novio, ¿entiendes? —Dios mío, es tu novio —dice Leo en voz baja—. Vale, bien, seguro, no hay problema. No hablaré de que tú y Rex tengan sexo... guau. —La mirada de su cara dice, muy claramente: No puedes evitar que piense en ello. —Lo que sea —murmuro—. Creo que un viejo novio suyo está de vuelta, de todos modos, así que probablemente no dure mucho. —Me siento en el banco en el borde del campus, recogiendo el asa de mi taza para llevar, y Leo se sienta a mi lado, la rodilla moviéndose arriba y abajo. No puedo creer que esté hablando de mis problemas románticos con un joven de dieciocho años. Honestamente, sin embargo, es como si estuviera hablando con una versión más joven de mí mismo, de todos modos. Además, cuando tenía dieciocho años, Ginger definitivamente me habló de ella. Por supuesto, a los dieciocho años tenía un trabajo y mi propio apartamento, aunque fuera una casucha. —No lo sé —le digo—. Voy a ir allí después de clase hoy. Supongo que averiguaré cuál es el trato entonces. —De ninguna manera le gusta alguien más que tú, Daniel —dice Leo sinceramente. —No digas una mierda así, hombre; no lo sabes. Nadie sabe por qué a nadie le gusta nadie, y es un jodido misterio por qué le gusto a Rex. —Sacudo la cabeza, frustrado.

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—Bueno, ¿qué dijo él por teléfono ahora? —Que teníamos que hablar. —¿Eso es todo? —Que no tenía que preocuparme por Will y que debía ir esta noche. Y que ahora tiene internet. —¿No tenía internet? Eso es una locura. Espera, ¿es él, como, más viejo de lo que parece? —Él no es viejo. Simplemente dijo que no lo necesita a menudo, por lo que va a la biblioteca cuando lo hace. Cuidado, niño. —Entonces, ¿por qué lo consiguió? —¿Cómo diablos voy a saberlo? Empezó a usarlo más, supongo. O tal vez ahora que es invierno no quiere arrastrar su trasero a la biblioteca solo para revisar su correo electrónico. —¡Amigo, él te ha comprado totalmente Internet! —dice Leo, golpeándome en el hombro—. Eso es tan romántico. Lo miro fijamente. —Vamos, es obvio. Lo usas, ¿verdad? Así que, él lo consiguió para ti. Oh, hombre, pensé que se suponía que eras inteligente. Debo llamar a Ginger de inmediato y decirle que he encontrado al ser humano que crearíamos si tuviéramos un hijo.

***

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Una vez que le di, aprensivamente, mi número de teléfono a Leo después que le prometiera que le enseñaría a pelear este fin de semana, fui a prepararme para la clase. Fue un milagro que no me haya equivocado en mis clases dado lo distraído que estaba. No podía dejar de pensar en Will y preguntarme qué iba a contarme Rex cuando llegara allí esa noche. Y, no puedo mentir: una pequeña parte de mi cerebro seguía corriendo una y otra vez sobre la idea de Leo de que Rex consiguió Internet para mí. Cuando salgo de mi oficina alrededor de las cuatro, no puedo decidir si aceptar la oferta de Rex e ir directamente a su casa o ir a casa, cambiarme y conducir más tarde para cenar. Doy dos pasos hacia mi apartamento y luego me encuentro tambaleándome en la otra dirección, hacia la de Rex. Son solo unos pocos kilómetros, y una caminata es justo lo que necesito para aclararme la cabeza antes de escuchar lo que está a punto de decirme. El aire se calienta un poco y el sol brilla. Las hojas son de colores brillantes y todo huele limpio. Si hay una cosa que diré sobre Holiday, siempre huele bastante bien. No hay olor a humo o basura, y todo huele vivo. Solo estoy pensando en lo bonita que es la caminata cuando los cielos se abren y comienza a llover. Luego diluvia. Tengo la certeza de que mi computadora portátil no se mojará, mi estuche es impermeable, y me gusta. Pero cuando llamo a la puerta de Rex, sé que debo verme como una rata ahogada porque él me mira y me empuja hacia adentro, sacudiendo la cabeza. —Daniel, ¿nunca revisas el clima? —me reprende, y yo sacudo la cabeza. Ahora estoy temblando, y él deja caer mi bolso sobre la alfombra y me quita la chaqueta empapada. Me quito los zapatos.

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—Jesús, te estás congelando —dice, con los ojos brillando. Sacude la cabeza hacia mí con frustración—. Ven aquí —dice y me lleva al baño, extendiendo la mano por encima del hombro para abrir la ducha. Tengo un importante déjà vu de la primera noche que estuve aquí, en febrero, cuando Rex me llevó a ese baño para ver mis moretones. Mis mejillas se calientan un poco, todavía avergonzado por lo fuerte que fui sobre él esa noche. Doblemente avergonzado si resulta que, no mucho después, Rex estaba follando a Will, probablemente hablándole sobre el patético perdedor que se lanzó hacia él. Puedo ver la perfecta cara de Will sonriendo, disfrutando de la idea de que su hombre es tan irresistible. Mis manos se cierran en puños y Rex se estremece cuando lo aprieto. —Lo siento —le digo. Mete su mano para probar el agua, luego toma mi suéter para quitármelo. —Puedo hacerlo —digo distraídamente, agarrando el suéter por la parte inferior. Me lo quita y lo deja en el fregadero. Luego alcanza los botones de mi camisa—. Lo tengo —le digo. —Daniel, para —dice Rex, con la voz agotada. Lo miro—. Por favor, no volvamos allí. Esto es mi culpa. Debido a Will. Lo sé. Pero, vamos. Estrecho mis ojos hacia él, expectante. Rex me mira con exasperación, pero también hay calor allí. Se acerca a mí y cierra la puerta para que Marilyn no pueda entrar y beber el agua del inodoro. Me alcanza y yo me alejo de él. —¿Y bien? —Finalmente digo. Rex suspira.

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—Will y yo solíamos salir. Hace años. Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora solo somos amigos. Pero, de vez en cuando, cuando viene a la ciudad, nosotros... —Joden —termino por él. —Sí. Pero eso es todo lo que es. Lo miro, tratando de leer si es verdad en su cara. Encuentra mi mirada atentamente, pero parece irritado o algo así. —No parecía que eso fuera todo para él —le digo. Rex resopla. —Sí, bueno, Will es lo opuesto. Pero créeme, eso es todo. A él solo le gusta ser un perro alfa. —Hmm —le digo—. Interesante. Rex se sonroja. —Mira —dice, pasando sus manos arriba y abajo por mis costillas—. Sé que fue muy mal el momento de anoche. Debe haber parecido algo malo, con todo lo que me contaste sobre Richard. Pero, Daniel, tienes que saber que nunca haría eso. Dejo escapar un suspiro y asiento. —Me encanta desvestirte —dice. Besa mi cuello, su boca cálida contra mi piel fría—. Siempre te estremeces un poco, y tus pezones se endurecen. —Me quita la camisa de los brazos y me saca la camiseta. Luego pasa sus pulgares sobre mis pezones y mi estómago se contrae—.

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Eres tan hermoso. —Besa mi boca y yo lo rodeo con mis brazos tentativamente. Me desabrocha los pantalones, los baja y me baja la ropa interior. Me empuja a la ducha caliente, pero no cierra la puerta, y mis ojos están pegados a él mientras se desviste y entra conmigo. Me pone bajo el agua y frota sus manos arriba y abajo de mis brazos para calentarme. Luego lava mi cabello, cuidando, como antes, que ningún jabón penetre en mis ojos. Me recuesto en él, mi noche de insomnio me alcanza, y envuelve sus brazos alrededor de mi cintura. Me doy vuelta en sus brazos para besarlo. Mientras nuestras bocas se mueven juntas, Rex me atrae hacia él, ahuecando mi culo y apretando con ambas manos. Un rayo de excitación se dispara a través de mí. Presiono besos en su garganta, poniéndome de puntillas para llegar a su boca de nuevo. Rex besa de la misma forma en que parece hacer todo lo demás: con una combinación de poder seguro y dulzura suave que me llega por completo. Me empuja contra la pared con su cuerpo, inclinando mi cabeza hacia arriba para que pueda seguir besándome mientras nos juntamos. Toma mi cadera con una mano y pasa la otra por mis mejillas para encontrar mi abertura. Sus dedos húmedos se deslizan dentro de mí y gimo, el calor de su cuerpo y el calor del agua se mezclan con el calor de sus dedos dentro de mí para marearme un poco. Rex gime cuando paso las manos por su musculosa espalda para acercarlo más a mí. Su culo está apretado mientras se mece contra mí. Lo miro a los ojos, las pestañas oscuras apiñadas por el agua. Paso mis dedos por su agujero y él se estremece. Empujo suavemente y él se estremece. ¿Es dolor o excitación? Su boca está abierta y el agua corre por su mandíbula, brillando en su rastrojo. Su pelo grueso está en

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oscuros remolinos. Se ve increíble, como si estuviera parado debajo de una cascada en un lugar exótico de vacaciones que nunca visitaré. Froto suavemente un dedo contra su agujero, solo bromeando, y él se estremece y jadea. —¿Bueno? —digo contra su boca abierta—. O no. —Bueno —dice, asintiendo, luego deja caer su cabeza sobre mi hombro. Una sacudida de excitación me mece. Invierto nuestras posiciones, empujándolo contra la pared, y aprieto su culo con ambas manos. Como cualquier otra parte de él, es carnoso, musculoso y hermoso. Cuando siento que se relaja, me meto dentro de él otra vez, mi dedo se desliza hacia adentro mientras él toma una respiración. Nos empujamos juntos mientras el agua cae sobre nuestros hombros como la lluvia afuera. Las manos de Rex están en la parte baja de mi espalda, como para evitar que me aleje, y su cabeza está recostada contra la pared. Deslizo un segundo dedo en él y gime mientras acaricio su próstata, su agujero se aprieta contra mis dedos. —Oh mierda —dice—. Ha sido tanto tiempo. Bien. Una imagen de Will follando a Rex en esta ducha revolotea a través de mi cerebro y sacudo la cabeza para aclararla, sujetándome a los pezones de Rex mientras lo exploro con mis dedos. Su calor es adictivo y lo empujo más cerca, nuestras erecciones se deslizan juntas y mis dedos se deslizan más profundamente dentro de él. Ambos gemimos y Rex agarra nuestras pollas en su gran mano, doblando un poco las rodillas para que tengamos la misma altura. Aprovecho la oportunidad para deslizar un tercer dedo dentro de él y él grita, apretando su mano sobre nuestras erecciones. Todo se siente líquido mientras nos trabaja

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juntos, y yo masajeo su próstata con la punta de mis dedos, su mandíbula apretada de placer. —Bésame, por favor —se queja Rex, y nos bombea aún más fuerte. Puedo sentir mi orgasmo subiendo por la base de mi columna vertebral. Agarro la cara de Rex en mi mano y golpeo nuestras bocas juntas, mi lengua se desliza dentro de su boca mientras empujo mis dedos tan profundamente como puedo. Jadea en mi boca y comienza a temblar. Sus muslos tiemblan y su estómago vibra contra el mío mientras su culo se esparce alrededor de mis dedos. Presiono su próstata y él separa su boca de la mía, sus gemidos hacen eco en la pequeña ducha. Su mano tartamudea y luego el calor más espeso que el agua golpea mi pecho y gotea por mi estómago. La boca de Rex está abierta y cada uno de sus músculos está apretado, como una especie de animal glorioso atrapado en medio del salto. Luego deja escapar un suspiro tembloroso y se relaja, su agujero revoloteando alrededor de mis dedos. —Daniel. —Respira, y me jala al ras y me besa tan dulcemente. Gira una mano en mi cabello y sigue acariciando mi erección lentamente, observando mis reacciones. Sus ojos son de oro fundido, enmarcados por pestañas oscuras, y me está mirando como si quisiera comerme. Levanto mi barbilla para otro beso, pero él solo sigue mirándome, sus golpes cada vez más fuertes y mi respiración se vuelve un jadeo. Justo cuando estoy a punto de venirme, él se ralentiza un poco y cierro los ojos con frustración, alcanzándolo mientras me estremezco desde el borde. En lugar de mantenerme en posición vertical, Rex me permite fundirme con él y me levanta para que pueda empujar contra su vientre. Me sostiene con una mano debajo de mi culo y cierra su otra mano sobre mi erección, animándome a empujar contra él.

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La carne caliente y el músculo firme se arrastran sobre mi eje mientras jadeo contra él, y me jala firmemente hacia él. Grito, sintiéndolo tan familiar y extraño que no puedo anticipar lo que vendrá. El estiramiento en mis piernas y mi culo hace que mis bolas se aprieten y hormigueen. Levanto la mano y coloco mis brazos alrededor del cuello de Rex para poder tener más control y él me acerca con una mano, y la otra finalmente levanta mi erección y me acaricia con fuerza y rapidez. Jadeo y muerdo su hombro mientras mi orgasmo me atraviesa, saltando en la mano de Rex mientras me acaricia a través de las réplicas. Puedo oler el aroma de Rex incluso con el agua corriendo, y su piel huele a casa. Lo aprieto alrededor del cuello y sus brazos me rodean, dándome un abrazo. Ambos soltamos respiraciones profundas al mismo tiempo y nos hundimos uno contra el otro, nuestras caderas aún se flexionan un poco, unidas. Cuando miro hacia arriba, hay una mirada suave en los ojos de Rex y él empuja mi cabello mojado hacia atrás y me besa en la sien y luego en la boca. Hay algo en Rex que me hace sentir tan seguro, tan contento. Nunca he sentido nada igual. Sé que tenemos cosas de que hablar, pero en este momento, estoy tan feliz que casi no puedo respirar. *** —¿Necesitas trabajar? —pregunta Rex. —¡Oh, mierda! —Corro hacia mi bolso. Para mi alivio no había forma que mi computadora se arruinara por la lluvia, pero no pensé en todos los papeles que tengo allí. Abro mi bolsa de mensajero, que está asentada en un charco de agua de lluvia justo dentro de la puerta, y por supuesto, algo de lluvia entró.

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—Mierda, mierda, mierda. —Saco la pila de propuestas de esta mañana, los papeles se aglomeran húmedos, y empiezo a despegarlos, maldiciéndome por no haber cogido la bolsa con tapa. Afortunadamente, solo el tercio superior de la pila está mojado y la tinta no está manchada, pero si los dejo secos y pegados, serán ilegibles cuando los separe. Comienzo a dejar las hojas mojadas en el suelo. Marilyn, curiosa, trota y comienza a mirarlos. —Aquí —dice Rex. Extiende dos toallas sobre la mesa de café y mueve los papeles allí, sosteniendo a Marilyn con una palabra. —Gracias —le digo, refunfuñando contra mi bolsa y los papeles y la lluvia. Rex se está riendo suavemente. —Solo eres lindo, eso es todo. —¿Qué? De ninguna manera. ¿Por qué? Pongo el último papel sobre la mesa, sus hojas mojadas se despliegan para secarse. Rex me está sonriendo. Se encoge de hombros un poco. —Tú eres sólo... A veces eres tan profesional y te ves muy intenso mientras trabajas. Luego, al minuto siguiente, apareces aquí empapado, con todos tus papeles mojados, y estás hecho un desastre. —Se acerca más a mí y la suave mirada está de vuelta—. A veces, eres dulce y nervioso y me miras como si no tuvieras idea de lo que está pasando. Y al minuto siguiente, eres todo... espinoso. —Me golpea el culo. —¡Oye!

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—Y a veces —continúa, inclinando mi cara hacia arriba— eres tan sexy que podría besarte durante horas. —Me besa y puedo sentir como me relajo en sus brazos, luego se aleja y me mira otra vez—. Entonces, no lo sé. Hay momentos en los que creo que podrías darme una patada en el trasero si estuvieras lo suficientemente enojado. —Me mira evaluador, pero no digo nada. Me pregunto si podría. Solo para asegurarme que no se moje, saco la funda de mi laptop y miro dentro. No, mi computadora está completamente seca, gracias a Dios. —Entonces, ¿necesitas trabajar? Tengo Internet ahora, si lo necesitas. Lo miro, curioso. —¿Por qué decidiste conseguirla ahora? Rex se ve un poco avergonzado, pero dice: —Bueno, dijiste que lo usabas mucho, así que lo entendí. Pensé que quizás podrías hacer un trabajo aquí en lugar de la biblioteca. Y sé que no amas tu lugar, así que... Santa mierda, Leo tenía razón. —Me conseguiste internet. —Bueno, en una forma de decirlo. —Se inquieta—. Quiero decir, ¿es útil para ti? —Tú... —Ni siquiera sé qué decir. Puedo escuchar a Ginger en mi cabeza, gritándome que actúe normalmente, que actúe como yo, que no piense demasiado en nada. ¿Qué le diría a Ginger? ¿Qué le diría a Ginger?

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—Eres tan jodidamente agradable —es lo que sale—. Gracias. Realmente lo aprecio. Rex se ríe y me sonríe. ¡Sí! Dije lo correcto. Nota para mí mismo: solo pretende que Rex es Ginger. Espera. Esa es una idea terrible en varios contextos. —De nada —dice Rex, y pasa su mano por mi cabello seco, que probablemente se ve como que me quedé atascado en una trilladora—. ¿Entonces? ¿Necesitas trabajar, quiero decir? Lo hago. Sin embargo, cuando veo las propuestas de papel que se están secando sobre la mesa, mi estómago gruñe. —Bueno, están mojados en este momento. —Entonces, ¿cena? Asiento y sigo a Rex hasta la cocina. Comienza a sacar cosas de la nevera y de los armarios. Nunca sé lo que está haciendo hasta que lo pone sobre la mesa, pero me gusta no saberlo. Es como ver uno de los concursos de cocina que le encanta, en el que se consigue la gran revelación al final. —¿Puedes cortar las cosas y escuchar al mismo tiempo? —Se burla Rex. Al menos, creo que está bromeando. Empuja cuatro manzanas, un cuchillo y una tabla de cortar frente a mí. —Oh, Dios, esta no es una de esas cosas en las que vas a poner fruta en toda la comida, ¿verdad? Sigo viendo cerezas en todas las ensaladas aquí. Es asqueroso.

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—Bueno, Traverse City es la capital mundial de las cerezas. Ellos encuentran su camino en casi todo aquí. Pero no. Pensé que haríamos una manzana para el postre. Parece otoñal. Esa es la palabra, ¿verdad? ¿Otoñal? —Sí. ¿Tú también horneas? Maldición. —¿Por qué eso me excita? Algo sobre las manos grandes y los hombros gruesos de Rex que hacen pasteles delicados vistiendo un delantal blanco es una locura. —Bueno, no hago nada lujoso. Pero esto es fácil. Entonces, solo saca los núcleos y córtalas en trozos, ¿de acuerdo? Asiento, y él comienza a hacer... lo que sea que esté haciendo, cortando, salteando y cortando un millón de cosas a la vez. —Entonces, ¿cómo terminaste aquí, de todos modos? —¿Eh? —En la capital mundial de la cereza —le digo. —Oh. —Lo siento —le digo cuando no continúa—. No tienes que decirme si no quieres. —No, está bien. Yo solo… nadie me ha preguntado eso antes. Fue por Jamie, en realidad. Él era de aquí, originalmente. Bueno, cerca de aquí. Solo había vivido en lugares cálidos cuando nos conocimos y solía quejarme de cómo odio el calor. Cuando hacía mucho calor y estábamos en el parque o teníamos que caminar al sol, me contaba historias sobre el invierno en Michigan. La nieve, y cómo él y su hermano construían

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fuertes y bebían chocolate caliente. Me sonó mágico. Nunca había visto nieve en la vida real. Rex sonríe ante el recuerdo, sus manos se han detenido y sus ojos están distantes. —Jamie me dijo que me llevaría a Michigan con él un día para una verdadera Navidad; dijo que la Navidad sin nieve ni siquiera contaba. Así que, simplemente me abrí camino aquí después que mi madre muriera. Estaba haciendo trabajos ocasionales. Arreglando cosas para la gente. Llegué justo antes de Navidad un año. Amo la Navidad

—dice

tímidamente. Comienza a removerse de nuevo y continúa. —De todos modos, viví por aquí durante unos años, me gustó mucho. Luego caminé un día y vi este lugar. —Se rió al recordar—. Hombre, era un desastre caído. La mitad de la madera estaba podrida y la cocina era un desastre. Pregunté por ahí, descubrí que el tipo que vivía aquí murió y el condado lo iba a derribar. Los convencí que me dejaran reconstruirlo en su lugar. Tomó un tiempo. Él está pasando su mano por el mostrador como si ni siquiera se diera cuenta que lo está haciendo. —Jesús. ¿Construiste esta cabaña? Él asiente. —La mayor parte. Un poco fue rescatable.

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—Eso es... increíble. —Rex sonríe—. Supongo que ahora que lo veo, parece una cocina más agradable de lo que uno esperaría encontrar en una cabaña. —¿Tienes mucha experiencia con cabañas? —Mmm, no. Me vuelvo a las manzanas, sin saber qué decir, así que me concentro en cortarlas en trozos sin cortar ninguna parte de mí mismo. No puedo imaginar cómo se sentiría construir tu propia casa. Debe ser increíble. —Entonces, sobre Will —dice Rex, y mi cuchillo se desliza fuera de la piel de la manzana y golpea la tabla de cortar, llegando a un milímetro de mi dedo. La cabeza de Rex se levanta. —¿Estás bien? ¿Te has cortado? —Sacudo la cabeza—. Aquí, dame eso —dice Rex, y toma mi cuchillo, lo prueba con su pulgar y me entrega uno más pequeño. Abro la boca para decir algo, pero él dice—: Creo que necesito afilar esto; este es más agudo. Vuelvo a cortar las manzanas, pero Rex me está mirando ahora, probablemente preocupado de que vaya a necesitar sus servicios de emergencia. Cuando miro hacia arriba, sin embargo, su mirada es cariñosa. Y parece un poco desconcertado. —¿Qué? —No es una cirugía cerebral, cariño —dice—. Puedes cortarlos en pedazos. —Miro hacia abajo a la tabla de cortar. Mis trozos de manzana son perfectamente uniformes. Corté la manzana en anillos y luego las

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tiras y luego los trozos. ¿No era eso lo que pedía? Miro de nuevo a él, desconcertado. —No importa —dice—. Son geniales, son perfectos. Sólo quería decir que no tienes que esforzarte tanto para que sean perfectos. No importa si son todos iguales. —Está bien —digo, pero realmente no conozco ninguna otra forma de hacerlo. —No importa —dice, y me da una palmadita en el hombro. —Está bien, entonces, ¿sobre Will? —Sí. Yo solo... él es mi amigo. Un buen amigo. Y no hago amigos fácilmente. —Suena tímido—. No quiero que mi amistad con él sea un problema para ti. Eso es todo. Y no sabía que él venía a la ciudad. A veces simplemente aparece. Si lo hubiera sabido, nunca lo habría dejado venir así. —¿Cuánto tiempo salieron? —Como un año. —Eso es un largo tiempo. —Creo que los dos sabíamos que nunca iba a ser algo permanente —dice Rex, y suena un poco triste. —¿Por qué? —Éramos demasiado diferentes. Y Will nunca se quedaría por aquí, ¿sabes? No podía esperar para irse. Me sorprende que se haya quedado tanto tiempo. Recibió una oferta de trabajo en Nueva York y la aceptó. Se

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detiene aquí cuando va a Chicago. Su hermana todavía vive cerca, así que él viene a visitarla. —Y para verte. —Sí, algunas veces. —Todavía... quiero decir, si él no se hubiera ido, ¿todavía querrías estar con él? Rex se detiene, como si estuviera considerando sinceramente la pregunta. —Will y yo nos divertimos juntos —dice lentamente—. Lo conocí en un momento en que necesitaba a alguien que no se tomara las cosas demasiado en serio. Pero no. No creo que seamos un buen ajuste a largo plazo. —¿Qué hace él en Nueva York? —Realiza diseño gráfico para una editorial. —¿Cómo portadas de libros, o qué? —Sí, para... no recuerdo el nombre de la compañía. —Hunh, eso es genial —admito a regañadientes. —Es un tipo genial, Daniel. De hecho, creo que te gustaría. — Sacude la cabeza y se ríe—. Eras algo anoche. Levanto mis cejas hacia él, nervioso, él está a punto de llamarme psicópata posesivo.

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—Pensé que ibas a perderlo. —Sonríe, así que supongo que no es algo terrible—. A Will le gusta meterse con la gente. Encuentra las cosas que les llegan y luego presiona esos botones. —Qué rasgo encantador —murmuro. —Bueno, también sabes un poco sobre las formas de alejar a la gente, ¿verdad? —dice Rex con suavidad. ¿Es eso lo que él cree que hago? ¿Es eso lo que hago? Nunca lo pensé porque nunca he tenido a nadie a quien rechazar. —Aquí —dice Rex, lanzándome un limón—. Pon las manzanas en ese tazón y aprieta la mitad sobre ellas, ¿de acuerdo? Saca mantequilla, azúcar moreno y algunas otras cosas que pone en una batidora. —Entonces, pensé que tal vez todos podríamos tomar una copa. Tú, yo y Will. Corto el limón por la mitad y lo pongo sobre las manzanas. Rex se acerca y saca un montón de semillas. —Lo siento —le digo. —No hay problema. Olvidé contarte sobre las semillas. ¿Entonces qué dices? ¿Quiero conocer al ex-novio de Rex? No. Porque parecía un imbécil y no soporto la idea de verlo tocar a Rex. —¿Cuándo fue la última vez que te acostaste con él? —pregunto— . ¿Se me permite preguntar eso?

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—Por supuesto, Daniel. La última vez fue, supongo, en la primavera. Abril. Fue entonces cuando conoció a Marilyn, supongo. —Escucha, si no quieres, entiendo. Pero él es mi amigo y realmente me gustaría que no se odiaran. —¿Me odia? —Dios sabe lo que dijo ese gilipollas después de que me fui anoche. —No, por supuesto que no —dice Rex—. Sería bueno si te llevas bien. Eso es todo lo que quise decir. Estrecho mis ojos hacia él con suspicacia, pero Rex simplemente abre sus brazos. —Lo eché justo después que te fuiste. Se está quedando con su hermana. —¿Pero por lo general se queda contigo? —Algunas veces. Suspiro. Sé que mi respuesta aquí es importante. La pregunta no es si quiero beber con ese imbécil, ¿verdad? Dios, necesito ir a la escuela primaria de citas. Entonces, ¿cuál es la pregunta? Ginger, ¿cuál es la pregunta? La pregunta, la Ginger de mi cabeza suministra, es si confías en Rex. Te está pidiendo que le hagas la vida más fácil y si confías en él, entonces deberías hacerlo. Correcto. —Vale, bebidas —digo yo—. Confío en ti. Obtengo otra de esas sonrisas cálidas.

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—Genial —dice—. ¿Debo llamarlo y decirle que venga esta noche, o que sea más tarde en la semana mejor? —No, él no puede venir esta noche —le digo, golpeándolo en el estómago—. Mi ropa está mojada y parezco una muñeca de trapo en la tuya. —Mmm, me encanta la forma en que te ves en mi ropa —gruñe, inclinándose para besarme el cuello y la clavícula donde su camisa cae. —Bueno, me siento ridículo —le digo, pero me inclino en sus cálidos labios. —Hmm, vanidad —se burla—. Un lado completamente nuevo de Daniel. —No estoy... mmhmm. —Me besa antes que pueda protestar. —Lo sé, cariño. Solo quieres un campo de juego parejo. —Bueno, parece un puto modelo, así que al menos me gustaría usar pantalones —digo, irritado solo de pensar en la estúpida cara de Will. —No tiene nada que hacer contra ti —dice Rex. Nota para mí mismo: Rex es un mentiroso o un ciego. Pero muy dulce. Lo beso de nuevo. —Está bien, ¿qué tal mañana por la noche? —pregunta Rex entre besos—. Podríamos encontrarnos en algún lugar cerca del campus y podrías caminar justo después de la clase. —Bien —le digo, distraído por su cálida boca.

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—Gracias —murmura, y me empuja contra el mostrador y ataca mi boca. *** Estoy disgustado conmigo mismo. He estado nervioso por tomar bebidas con Rex y Will todo el día. Quiero decir, demonios, he servido bebidas para las principales celebridades musicales y he asistido a almuerzos con académicos, y estoy nervioso por conocer al chico que Rex solía tener hasta la fecha. ¿Qué demonios? Tengo el estómago apretado por la ansiedad. Anoche me quedé en casa de Rex e hice tostadas, bien, quemé algunas tostadas, allí esta mañana, pero aparte de eso, no he podido comer en todo el día. Incluso si pudiera, no he tenido tiempo. Un artículo de revista que presenté en la época en que tuve mi entrevista aquí fue rechazado esta mañana y tuve que dedicar una gran parte del tiempo inesperado a reformatearlo para poder enviarlo de nuevo a otra revista, lo cual es deprimente, pero no inesperado. Entre eso y Will apareciendo, realmente necesito esa bebida. Llego un par de minutos antes al pub a pocas cuadras del campus, por lo que tomo una mesa, rezando para que no me encuentre con ningún estudiante, y saco los informes de los lectores que el diario envió con mi carta de rechazo. Estoy teniendo un diálogo interno furioso con uno de los comentarios de los idiotas cuando una mano cae sobre mi hombro y me sacudo para agarrarla. —Oh, hola —le digo a Rex—. Lo siento. —Pone su otra mano en mi hombro y les da un apretón. —No hay problema. Hola. —Se inclina más cerca, pero duda, y puedo decir que no está seguro de si puede besarme en público. Por lo

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general, estoy bastante disgustado por las parejas que son muy sensibles al público, y ciertamente nunca he sido una de ellas, pero un neurotransmisor primal igualmente repugnante me grita que lo reclame frente a Will, por lo que inclino mi cabeza hacia atrás, invitando a su beso. Su boca es cálida y huele a Rex, lo que hace que la tensión en mi estómago se afloje un poco. —¿Qué estás haciendo? —pregunta Will mientras se sientan, señalando los informes de los lectores, que, por alguna razón, están impresos en papel de tamaño legal. —Un artículo que envié para publicación acaba de ser rechazado y estas son las notas de personas que me dicen por qué —le digo, cuando lo que quise decir fue: ‘No es de tu incumbencia’. —Las fortalezas de este ensayo son que está claramente escrito y que su autor tiene un enfoque imaginativo para el... —Will lee en la parte superior de la página antes que note lo que está diciendo. —Oye, vete a la mierda —le digo, retirando el papel y guardándolo en el sobre. —Will —dice Rex, con desaprobación, y me empuja hacia su costado. —Oye —dice Will, con las manos en alto— al menos está claramente escrito e imaginativo. Eso es más de lo que puedo decir de aproximadamente el 90 por ciento de lo que leo. Rex mira el sobre con curiosidad. —¿Estas personas tienen la última palabra?

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—Para las revistas, sí. Envían tu artículo a tres personas en tu campo y esos son los lectores. Es muy frustrante, porque leo los comentarios que hacen y es obvio que no leyeron todo el artículo, porque dicen que no hice las cosas que hice totalmente. Sólo que lo hice en la segunda mitad. De todas formas, lo que sea. Era una posibilidad remota para empezar. —Como alguien técnicamente en la industria editorial —dice Will— déjenme la primera ronda para expresar mis condolencias de que básicamente todo lo que está involucrado en esto es una porquería. No sé si me está jodiendo o no. —Gracias, Will —dice Rex. Luego, a mí—: Lo siento, cariño. —Me aprieta la mano y yo sacudo la cabeza. Su ropa huele a pino y yo le respiro profundamente. —¿Estuviste en tu taller hoy? —pregunto. —Sí. —Hueles tan bien —le digo, cuando Will vuelve a la mesa con una cerveza, un whisky y un martini. Los pone en el centro de la mesa y me hace un gesto. ¿Es esto algún tipo de prueba? Como, ¿se supone que debo adivinar qué bebida Will piensa que querría? ¿Qué demonios? Rex pone los ojos en blanco, agarra la cerveza y me acerca el whisky. Will toma un sorbo de su martini y me mira por encima de la mesa. Le devuelvo la mirada y trago mi whisky como si fuera un shot. —Entonces, ¿qué piensas de Holiday? —pregunta Will—. Eres de Filadelfia, ¿verdad? Asiento.

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—Está bien. Me gusta lo limpio que está todo aquí. Huele un poco verde. Y los bosques de Rex son hermosos. No hay mucho que hacer, no puedo mentir. Pero es agradable poder caminar por aquí y no preocuparse por sí es seguro o no. Siento que podría caminar por el bosque en medio de la noche y estar bien. La inquietud parpadea en la expresión de Will, pero él solo asiente. —Sí —dice Rex— a menos que te encuentres con algún asesino en serie, ¿no? —Me golpea el hombro con el suyo. —Solo dije eso una vez —murmuro. En voz alta, de todos modos— . ¿Creciste aquí? —le pregunto a Will. Él asiente. —Me fui a la universidad, pero regresé unos años después para quedarme con mi hermana. Fue entonces cuando conocí a Rex. —¿A dónde fuiste a la universidad? —pregunto. Me refiero a dónde vivió, pero salió como lo dicen todos los académicos: cuéntame tu pedigrí. A ver si mi escuela era mejor que la tuya. —NYU —dice Will. —Entonces, ¿te gusta Nueva York? —Sí. —Will tamborilea sus dedos en el borde de la mesa en un gesto inquieto de aburrimiento y me recuerda por qué no me gustan las pequeñas conversaciones. —Aquí tendré la próxima ronda —digo, aunque a Rex todavía le queda media cerveza—. ¿Ginebra?

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—Vodka —dice Will—. Sucio. —Él mueve sus perfectas cejas. Rex mira entre nosotros como un apostador en una pelea de perros. Le toco la rodilla y él se levanta para dejarme salir. —¿Puedo tener una Corona? —pregunta. —Por supuesto. Él comienza a decirle algo a Will mientras me alejo de la mesa. —¿Puedo tener un Corona, un martini de ginebra, sucio, y un Maker’s Mark, solo, por favor? —le pregunto al tipo que está detrás del mostrador. —¿El martini es para el tipo que estaba aquí? —pregunta el cantinero. —Uh. Sí. —Estaba bebiendo vodka antes. ¿Quiere cambiarlo? —Oh no. Gracias. Quise decir vodka. —Dios, ¿estoy borracho después de un whisky? Supongo que era un doble. Dejo las bebidas y Rex se desliza para dejarme pasar en la cabina, apoyando una mano en mi muslo cuando me siento. —Gracias —dice. Él ha bebido el resto de su primera cerveza. Yo le sonrío. Dios, él realmente es tan amable. —Salud —dice Will. Will y Rex comienzan a hablar sobre alguien que vive en la ciudad, contándome la historia de fondo, y tomo mi bebida un poco más despacio.

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Pero es oficial. Básicamente estoy borracho. Maldita sea, me he convertido en un peso ligero desde que me mudé aquí. No es que eso sea algo malo. Honestamente, atender el bar hace que sea muy fácil emborracharse cuando quieras. Y no quiero terminar como mi papá, trabajar todo el día y luego emborracharme en el sofá viendo deportes toda la noche. Me pregunto cómo estará. Y mis hermanos idiotas. No he sabido nada de ellos desde la última vez que llamé, no me sorprende. Al menos Colin no me ha enviado más mensajes desagradables. Mi mente se dirige a la casa de mi padre, el olor de la cerveza de Rex lo hace fácil. Cuando estaba en la escuela intermedia, antes que Sam se mudara, yo hacía mi tarea en la mesa de la cocina mientras mi papá y mis hermanos veían deportes en la sala de estar. Quería poder verlos así sentía que era parte de la familia, pero si me sentaba demasiado cerca, alguien pisaría mis libros o derramaría una cerveza en mi tarea. Terminé no entregando muchas hojas de trabajo porque apestaban a cerveza. No estoy seguro de cuánto tiempo he estado distraído, pero Rex me está dando mi teléfono, que está sonando. Es Leo. Rex me mira con curiosidad y un poco de preocupación. —Hola —digo, y el rápido discurso de Leo me sacude la conciencia. Quiere aceptar mi oferta de enseñarle a pelear el viernes, si no tengo planes. Dice que en parte, ya que es viernes por la noche, debo salir o algo así, pero ¿a dónde diablos cree que iría por aquí? No podemos hacerlo en mi apartamento porque no hay espacio, y ciertamente no podemos hacerlo donde nadie lo vea. —Espera —le digo a Leo.

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—Oye, Rex —le digo, mirándolo—. Um, ¿estaría bien si Leo fuera a tu casa el viernes por la noche y usáramos tu patio? —¿Quién es Leo? —pregunta Rex, sus ojos se entrecierran ligeramente. —¿No te hablé de Leo? —Empujo el teléfono contra mi pecho para silenciarlo. Rex sacude la cabeza, su expresión estudiadamente neutral— . Es el chico al que impedí que golpearan la otra semana. Él trabaja en el Sr. Zoo. —¿Has estado en Sr. Zoo? —dice Will, como si fuera extraño. —¿Para qué necesitas el patio? —pregunta Rex, desconcertado. —Um, le dije que le enseñaría a pelear. Will entierra su cara en su copa de martini para ocultar el hecho de que se está riendo. —¿Por qué necesita...? Sí, por supuesto —dice Rex cortésmente, aunque puedo decir que está desconcertado—. Siéntete libre. —Gracias —le digo a Rex, sonriendo. —Oye, ven a lo de Rex —le digo a Leo y le doy la dirección—. ¿Puedes llegar o necesitas que te lleven? Will se está riendo abiertamente mientras cuelgo el teléfono. —¿Le estás enseñando a un niño a pelear? —dice—. ¿Quién eres, el señor Miyagi?

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—¡Que todo el mundo se detenga con las malditas referencias a Karate Kid! —digo. Rex y Will intercambian una mirada. —Entonces, ¿quién es Leo? —pregunta Rex de nuevo. Les cuento sobre el encuentro con Leo en el parque y sobre los chicos que se metían con él. —Pero él es un chico —dice Rex—. ¿Cómo de chico? —Tiene dieciocho años, creo —le digo. —Oh, Dios mío. —Se ríe Will, mirando a Rex. Will le apunta un dedo—. ¡Estás celoso! Rexroth Vale, estás totalmente celoso de un adolescente. —Luego deja de reírse y pone mala cara—. ¡Oye! Nunca estuviste celoso de mí. Rex pone los ojos en blanco y se gira hacia mí. —Está bien —dice—. De todos modos, nunca un chico ha llegado tan lejos para el truco o trato. —Truco o... oh, eso es de lo que Leo estaba hablando. ¿Estás seguro que está bien? Si tienes planes o... —No, no. Está bien. —Gracias —le digo, y apoyo mi hombro contra el de Rex—. Entonces, ¿la gente va a por todas en Halloween aquí? —En realidad no —dice Will—. Bueno, tal vez algunos de tus estudiantes lo harán; no lo sé. Hacen un truco o trato temprano para los niños para que todos estén en casa antes que oscurezca. No es divertido

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si me preguntas. Pero, entonces, prefiero los trucos a las golosinas de todos modos. —Me guiña un ojo. —¿Hiciste un truco o trato de niño? —le pregunto a Rex. —No, demasiado tímido —dice—. Mi mamá solía llevar a casa una de esas calabazas de plástico del bar o restaurante en el que estaba trabajando, y algunos dulces. ¿Tú? —Me pregunta. —Oh diablos, no. Toca el timbre de un extraño en mi vecindario y te habrán disparado. —Espero a que Will diga si él fue o no a un truco o trato de niño, pero no dice nada. Se levanta y recibe otra ronda, Rex rechaza una tercera cerveza. —Hay tours de fantasmas en Filadelfia —le digo a Rex—. Ya sabes, cosas de la historia embrujada. Y un año, Ginger y yo seguimos el recorrido para ver la ruta, luego, en Halloween, nos vestimos de blanco y Ginger hizo este maquillaje para que pareciéramos muertos (ella es muy buena con el maquillaje) y nos escondimos en este cementerio viejo en la Ciudad Vieja por la que pasaba el recorrido. Y cuando el guía turístico comenzó a hablar sobre el fantasma de un anciano estadista que supuestamente perseguía en el cementerio, saltamos y corrimos hacia el grupo de turistas. Todos gritaban y todo. Fue perfecto. Pero entonces, este viejo vino corriendo detrás de nosotros, vestido como un saco de papas podrido con este largo y sangriento cabello, y gritamos y corrimos. Supongo que se suponía que él debía estar allí para asustar al grupo de turistas y lo jodimos totalmente. Will me ha puesto otro trago en la mano mientras hablo y lo bebo distraídamente. Me acerco un poco más a Rex, mirando a Will. Él no es tan intimidante.

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—Daniel —dice Rex—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? —Um, ¿en tu casa? Sacude la cabeza. —Eso fue una tostada. Creo que necesitas comer algo. ¿Tienes hambre? —Podría comer —le digo, mientras mi estómago emite un fuerte gruñido—. ¿Quieren algo? —Papas fritas —dice Will. Rex sacude la cabeza. Pido en el bar y me detengo en el baño. Cuando vuelvo, está claro que han estado hablando de mí, o de que Will lo ha estado, porque deja de hablar en medio de la oración. Me deslizo de nuevo en la cabina y apoyo mi cabeza contra el hombro de Rex solo un poco porque estoy muy cansado de repente. Él pone su brazo alrededor de mí. —Así que todo lo que se necesita son unos tragos de whisky para convertir al puercoespín en un gatito, ¿eh? —dice Will. ¿Me está hablando a mí? El brazo de Rex se aprieta alrededor de mi hombro. —No me gustas en absoluto —le digo a Will, quien me sonríe. Sin embargo, parece que rompe el hielo, porque cuando llega la comida, todos charlamos sobre diferentes lugares en los que hemos vivido y Will me pregunta sobre la enseñanza. Es gracioso: Will es un poco desordenado para comer. Se mete papas fritas en la boca como los niños con los que solía salir en los restaurantes, y se ve raro con su cara refinada y su ropa cara. Sólo lo

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noto porque solía comer así también. Crecí cuidando mi plato contra mis hermanos y comiendo tan rápido como podía. Es una de las cosas que trabajé duro para arreglar cuando me di cuenta que los otros estudiantes de postgrado de Penn no comían como yo. Comí aproximadamente la mitad de mi BLT24 y papas fritas y empujo el plato hacia Rex, quien comenzó a mirarlo tan pronto como el olor a tocino golpeó su nariz. Me aprieta el muslo. —¿No quieres más? —pregunta, como siempre lo hace, y yo digo— : Ya he terminado. —Como siempre hago, y tengo esta imagen extraña en mi cabeza de ese intercambio que sucede mil veces más. Sacudo la cabeza, que está toda borrosa, aunque me siento mejor ahora que he comido. Will nos observa, sus dedos grasientos dejan huellas en su copa de martini. —¿Quieres salir de aquí? —me pregunta Rex cuando termina la comida. Sus ojos son cálidos y su rastrojo es un poco más largo de lo habitual porque trabajó desde su casa hoy. Se ve suave, y a la luz del pub, puedo ver el rojo en él y algunas hebras de plata en sus sienes. Asiento. Afuera, huele brillante y frío y Rex pone su brazo alrededor de mí otra vez. —Te acompañaré a casa —dice Rex, aunque casi puedes ver mi apartamento desde aquí.

El sándwich BLT es una variedad de sándwich que contiene una mezcla proporcionada de bacon, lechuga y tomate. Este sándwich tiene tradicionalmente tres tiras de tocino frito o asado a la parrilla, unas hojas de lechuga y unas rebanadas de tomate. 24

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—Vayan a la cama, ancianos —dice Will, saludando detrás de él mientras camina en la otra dirección sin mirar atrás. Rex y yo deambulamos hacia mi casa. —Espera, ¿cuántos años tiene Will? —pregunto, registrando el comentario del anciano. —Veintiséis. —Wow, así que salieron cuando él tenía solo, ¿qué, veintidós? —Sí, él acababa de terminar la universidad. Abro la puerta y, por una vez, mi apartamento no se siente demasiado opresivo. Dejé la ventana abierta un poco, por lo que el olor a ramen se ha disipado, de todos modos. Me quito los zapatos y dejo caer mi bolsa en la mesa de la cocina cuasi arreglada, entro al baño y me lavo los dientes dos veces. Nada hace que el día se sienta distante como el sabor de la pasta de dientes. Vuelvo a salir y Rex ha cerrado la puerta principal. —¿Quieres quedarte? —pregunto—. No sé si puedes dejar a Marilyn sola, pero... —Me paro cerca de la cama y me quito la camisa. Definitivamente estoy un poco borracho porque todo en lo que puedo concentrarme es en las líneas del cuerpo de Rex y en la forma en que me mira, como si yo fuera una especie de regalo que se deja tomar a veces. Se acerca y puedo oler el aroma a pino de su taller de carpintería. Pasa sus manos por mis brazos y me abraza. —Gracias por venir esta noche —dice—. Sé que no estabas loco por la idea. Y sé que Will actúa como un niño a veces. Pero él solo está a la

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defensiva con gente nueva, ¿sabes? Nunca quiere mostrar su mano primero. Me gusta cómo Rex explica las cosas, como si viera la verdad de por qué las personas hacen las cosas. Incluso las cosas de mierda. Él frota mi espalda suavemente. —De nada. —Puedo quedarme —dice— si quieres. —Asiento contra su hombro y le quito la camisa, aspirando el olor de su piel. —Estás muy cansado, cariño —dice—. ¿Y tal vez un poco borracho? —Tal vez un poco —lo permito—. Siento que haga tanto frío. —¿Aún no está la calefacción encendida? —Um. No. —¿Llamaste a Carl? Gimo. No puedo creer que le di esa oportunidad. —¡Daniel! —dice—. Va a estar muy frío pronto. Necesitas… Pongo mi mano sobre su boca. —¿Necesitas algo? —pregunto, quitando mi mano. —¿Puedo usar tu pasta de dientes? Lo beso en la boca. —Mmm —dice—. ¿Puedo usarlo del tubo?

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Asiento, y me quito los pantalones y los calcetines antes de meterme en la cama. Esta cama es una mierda; me siento un poco mal haciendo que Rex duerma en esto, aunque definitivamente he dormido peor. Su cama es muy cómoda. Mi mente está a la deriva, imaginándonos en una cama del tamaño de una habitación, cuando Rex se desliza a mi lado y me acerca a él, acurrucando mi cabeza en su cuello. —Lo siento, mi cama es tan incómoda —murmuro. —Vale la pena —dice. Me trago un nudo en la garganta y vuelvo la cara hacia él. —Me gustas mucho —le digo—. ¿Cómo haces eso? Y creo que él responde, pero ya estoy deslizándome hacia el sueño.

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Capítulo 11 Octubre Cuando llego a la casa de Rex, él está en su taller, usando una lijadora de cinta en la superficie de una mesa, aserrín por todo su pecho y estómago y pegado a sus brazos sudorosos. —Maldición —murmuro, y él mira hacia arriba, levantando la lijadora de la madera y levantando sus gafas de seguridad. —Hola —dice, alcanzándome, pero retrocediendo cuando se da cuenta de que está todo sudado. Lo bajo por un beso y me quito el aserrín del pecho. Se ve jodidamente sexy. De alguna manera, él es el tipo de persona por el que siempre me he sentido atraído en secreto: tipos que podrían aplastarme tan fácilmente como las latas de cerveza de las que beben, limpiándose la boca dura con el dorso de las manos sucias. Pero Rex está menos inclinado a aplastar y más a recomponer. Ojalá pudiera ponerme en forma tan fácilmente como uno de sus relojes rotos. —Entonces, Leo debería estar aquí en unos minutos. Vamos a pasar el rato en el patio, ¿de acuerdo? Solo ignóranos y sigue haciendo lo que estás haciendo. Se ve bien —agrego, mirando hacia abajo a la madera satinada de la mesa. —Gracias —dice Rex, pasando su mano sobre el grano—. Necesita otro pase. —¿Te gusta Halloween? —pregunto.

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Rex agacha la cabeza y se encoge de hombros. —Realmente me gustan las viejas películas de monstruos. —Por supuesto que sí—. Oye, invité a Will a tomar una cerveza mientras ustedes... están entrenando, ¿de acuerdo? Asiento. Will es irritante, con sus juegos de poder e insinuaciones, pero no es tan malo como pensaba. Y él es el amigo de Rex. El único amigo que Rex parece tener. Por supuesto, no lo supe hasta hace poco, así que quién sabe quién más podría salir de la madera. —¿Hola? —Leo llama desde afuera—... Oh, hola —dice—. Pensé que tal vez tenía la dirección equivocada. —Lleva una chaqueta militar maltratada y está parado en el camino de acceso con su patineta apoyada en su pie. —No se puede patinar en estas carreteras —le digo confundido. Leo se sonroja. —Sí, bueno, cuando me diste la dirección, no me di cuenta de que estaba en medio del bosque. Es genial. —Oh, lo siento —le digo—. ¿Deberíamos empezar? La cara de Leo se afloja mientras mira por encima de mi hombro. Rex ha salido de su taller con el aspecto exacto del tipo de fantasía de carpintero que Leo estaba teniendo el otro día. Sus músculos se abultan debajo de la camiseta desgastada y los pantalones vaqueros, su cabello está desordenado y está sudoroso y cubierto de aserrín y rizos de madera. La boca de Leo se abre.

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—Hola, Leo, soy Rex. —Extiende la mano y se traga la de Leo—. ¿Puedo conseguirte algo? —Ofrece, señalando hacia la casa, y me siento como un mal anfitrión. —No, gracias —dice Leo, al parecer logrando levantar su mandíbula del suelo. Sonríe y sus grandes ojos marrones brillan cuando mira a Rex con desnuda admiración—. Ojalá me enseñaras una o dos cosas —agrega con coquetería, acercándose a Rex. Luego estornuda ante el olor a aserrín y yo resoplo. Rex ni siquiera parece darse cuenta. —No me gusta pelear —es todo lo que Rex dice. Aprieta la parte de atrás de mi cuello, luego entra. Trato de obtener una base de referencia de dónde está Leo. No puede lanzar un puñetazo, no puede bloquear sin perder el equilibrio y apenas puede distinguir entre la izquierda y la derecha. —Es inútil —gime Leo después de aproximadamente media hora, con la cara enrojecida por la vergüenza y el esfuerzo. Miro su patineta. —¿Realmente puedes andar en monopatín? —pregunto, dándome cuenta que nunca había visto a Leo en él, solo sosteniéndolo. —¡Sí! —devuelve enojado. Pongo el monopatín en la hierba delante de mí. —Párate en el cómo lo harías normalmente. Salta al monopatín y dobla un poco las rodillas para recuperar el equilibrio. Me giro hacia él y levanta su mano para bloquear, pero esta

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vez se mantiene erguido. Lo hago un par de veces más y Leo se mantiene equilibrado. Él me sonríe. —Mejor —digo. —Sí, ahora todo lo que tienes que hacer es preguntarle a la persona que estás a punto de darle un puñetazo si está bien si dejas tu patineta y te paras sobre ella —dice Will a través de la ventanilla de su auto mientras para. La cara de Leo arde y su sonrisa se ha ido. —Vete a la mierda, Will —le digo—. Primero estamos construyendo sus habilidades básicas. —Ooh, desarrollo de habilidades. Supongo que realmente eres un profesor, ¿eh? Leo está mirando al suelo, sus ojos se lanzan cada pocos segundos para mirar a Will. —Leo, este gilipollas total es Will; Will, Leo —digo. Will se acerca a Leo y lo mira. Leo se cae de su patineta. Jesucristo. —Golpéame. —Will le dice a Leo una vez que se levanta. —Um —dice Leo inseguro, mirándome. —Si hubieras pasado más tiempo cerca de él, ya habrías aceptado esa oferta —le digo a Leo. —¿Estás...? —¡Pégame!

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Leo organiza su mano en un puño como le enseñé y lanza un débil golpe desde el hombro, que habría aterrizado en algún lugar alrededor del pezón de Will si hubiera conectado. Will lo aparta. —No, no, no —dice Will— levanta el talón. No, tu otro talón. Dobla tus rodillas. Reclínate. No. —Will, aún no habíamos llegado todavía. —Dejo a Will de lado y me paro junto a Leo—. Está bien —le digo—. Tienes que poner el peso de tu cuerpo detrás del puñetazo porque estás flaco, ¿vale? Entonces, amplía un poco tu postura y, sí, levanta la espalda. Ahora puedes inclinarte hacia atrás para obtener algo de impulso, ¿no? —Leo lo hace y asiente— . Bueno. Dobla tus rodillas como lo haces cuando montas en monopatín. Agacha un poco la barbilla. No tanto que no puedas ver. Ahí lo tienes. Bien, ahora reclínate. Esto es como en el béisbol, cómo empiezas con el bate atrás para obtener más poder, ¿verdad? Bueno. Ahora relaja un poco tu brazo. Ahora intenta. Leo lanza el puñetazo y casi cae hacia adelante. —Mejor —digo. —Tienes que dejar que vea cómo se siente conectar con algo, Daniel —dice Will—. La mierda duele. Aquí, Leo, golpéame. —Sí, termina su carrera como modelo, Leo —le digo—. Por favor. —¿Eres modelo? —pregunta Leo, con la cabeza erguida. Will pone los ojos en blanco y me aleja. —No, no soy modelo. Ahora pégame, carajo.

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Leo intenta replicar la postura, pero de alguna manera consigue que sus pies se enreden cuando golpea. —Hazlo de nuevo —dice Will. Leo repite la maniobra un par de veces, finalmente conectando un puñetazo cerca de la barbilla de Will. En el último momento, Will levanta su puño, por lo que Leo golpea eso en su lugar, y cae al suelo sosteniendo su mano. Will sacude su mano, ni siquiera se estremece. Will baja una mano hacia Leo, quien se sonroja al levantarse. Will le cubre la parte posterior del cuello y Leo sonríe tentativamente, mirándolo tímidamente a través de unas gruesas pestañas. —Tú —dice Will, sacudiéndolo un poco por la nuca— eres un luchador terrible. —Leo deja caer la cabeza. —Acabamos de empezar —murmuro, pero Will tiene razón: Leo no tiene ninguna aptitud para esto en absoluto. El chico no es un luchador, y me gusta que haya llegado a los dieciocho años sin necesidad de serlo. Rex sale, el cabello aún húmedo de la ducha y le da una cerveza a Will. —¿Por qué no los dejamos a ellos? —dice Rex. Debe haber estado mirando por la ventana de la cocina. —De ninguna manera —dice Will—. Este chico está indefenso. No puedo dejarlo vagar así. Dios sabe en qué tipo de problemas se meterá. Especialmente con esa sonrisa de ‘ven y fóllame’. —¿Cierto? —le digo a Will. Por una vez estamos en total acuerdo. Leo se ve mortificado y Rex incómodo.

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Will me mira y vuelve a mirar a Leo. Él no es tan pequeño. Tal vez uno sesenta y cinco, unos centímetros menos que Will y yo. Pero él es flaco y no tiene instinto para pelear. Tal vez debería enseñarle lo que le enseñé a Ginger, sólo para asegurarse que pudiera escapar si llegaba el momento. —Vamos a mostrarle cómo salir de una pelea —le digo. Will asiente y se acerca a mí. —Está bien, Leo. Nunca vas a ser un luchador —dice Will—. Pero me pareces alguien que enoja a la gente lo suficiente como para necesitar defenderse. Créeme, lo sé. Entonces, aquí te explicamos cómo evitar que te pateen el trasero cuando te encuentres en esa situación. —Agarra su oreja, golpéale en la nariz y aplasta su garganta — decimos Will y yo al mismo tiempo, y nos reímos. Huh, tal vez no sea tan idiota después de todo. Él me está mirando como si estuviera pensando lo mismo. Casi puedo oír a Ginger decir maldición en mi oído. —Jesús —murmura Rex entre dientes, pero no vuelve a entrar. —Si alguien se pone muy cerca en tu cara —Will se acerca a mí— no pueden lanzar un puñetazo. Solo están jugando contigo. Entonces, agarra su oreja. —Él agarra la mía y le doy una mirada de advertencia. Él me guiña un ojo—. No te alejes, tira hacia ti, como si estuvieras cortando un trozo de papel por la mitad. Leo se ríe con nerviosismo, como si no pudiera decir si estamos hablando en serio. —No es broma —dice Will—. Ese imbécil saldrá sin problemas y dolerá como el infierno.

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—Además, sangra mucho y se ve dramático, así que si hay más de una persona, ayudará a asustarlos y los desalentará a saltar a la pelea —agrego—. De acuerdo, segundo, rompes el talón de tu mano contra su nariz. No se necesita casi la fuerza o la precisión de un golpe para hacer daño, y puedes hacerlo en espacios reducidos. Además, sangra muchísimo y les hará llorar los ojos para que no puedan verte también. —Will lo muestra en mí. —Tercero —dice Will— golpéalos en la garganta, aquí mismo. Apenas toma fuerza alguna para incapacitar totalmente a alguien. —Pone una mano en la parte posterior del cuello de Leo y los ojos de Leo se cierran brevemente. Will no parece darse cuenta, solo presiona los dedos de su otra mano en el cartílago del cuello de Leo—. ¿Siente eso? Ahora imagina que te golpeé allí. —Leo se atraganta un poco y Will lo deja ir—. Si golpeas un poco más fuerte, aplastarás completamente su tráquea — continúa. Él se acerca para demostrarlo, agarrándome por el hombro para que no pueda alejarme, imitando primero un puñetazo y luego un golpe en la garganta. Leo se ve un poco asustado. Will todavía me tiene agarrado por el hombro, así que suelto el peso de mi cuerpo y me alejo de su mano, moviéndome para que mi puño esté en su garganta. Estoy mirando a Leo, a punto de mostrarle el movimiento, cuando Will desliza mis pies por debajo de mí y me derriba con fuerza. Me doy la vuelta y levanto el codo para que no pueda agarrarme. Luego me doy la vuelta y le pego a Will con las manos detrás de la espalda. Will se retuerce de alguna manera y empuja mi cara hacia un lado. Creo que estamos bastante parejos, así que sé que probablemente podría aceptarlo si pasase. Sin embargo, esto es solo por diversión. —Basta. —La voz de Rex corta a través de la bruma que ha comenzado a llenar mis oídos, como siempre sucede durante una pelea.

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Él se agacha y saca a Will sin esfuerzo, sus bíceps se flexionan, pero sus ojos nunca dejan los míos. Pone a Will en pie, se da vuelta y entra en la casa. Miro con curiosidad a Will cuando él baja una mano para ayudarme a levantarme. Él se ve culpable. ¿Creía realmente que podría haberme lastimado? —Voy a... —Señalo hacia la casa, dejando a Will y Leo afuera. Rex está en la cocina, sacando cosas de los gabinetes y tirándolos al mostrador. Los músculos de los hombros y la espalda están apretados y su cuello esta rígido. —¿Estás bien? —pregunto, llegando detrás de él y poniendo una mano en su hombro. —No me gusta pelear, Daniel —dice con voz tensa. Es lo mismo que le dijo a Leo afuera. —No te preocupes. En realidad no estábamos peleando, solo estábamos jugando. —No... —Rex aprieta los puños y golpea uno contra el mostrador antes de volverse hacia mí—. No puedo soportar la lucha. —Cuando lo miro más de cerca, tiembla, sus músculos se contraen no con ira sino con miedo. Sus ojos se ven distantes y está tragando convulsivamente. Deja caer sus ojos de los míos y puedo verlo tratando de recuperar el control. Oh mierda. Ni siquiera lo pensé. Rex ya me dijo que odia la violencia. Me contó acerca de su amante que fue golpeado hasta morir. Cuando le pregunté si podía enseñarle a pelear a Leo, vaciló. Pensé que estaba confundido acerca de por qué Leo necesitaba aprender, pero, por supuesto, no quería verlo pasar; él es demasiado generoso para decirlo.

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Me lo dijo. Me lo dijo de tantas maneras diferentes que la violencia lo trastorna y ni siquiera lo pensé. Dios, todo lo que tuve que hacer fue mencionar Internet una vez y Rex lo instaló en su propia casa para poder usarlo. Sale enseguida y me cuenta lo traumatizado que estuvo por la violencia. Simplemente invito a Leo y comienzo a pelear con Will justo frente a Rex. Soy un imbécil. ¿Cómo pude ser tan inconsciente? —Rex, lo siento mucho. No pensé, nunca debería haber hecho esto aquí. Joder, lo siento. Deslizo mis palmas por su pecho y aprieto sus hombros, sintiendo que se relajan un poco. —Yo solo... —Rex sacude su cabeza y sus dedos trazan mi garganta y mi nariz y mis orejas, todos los lugares donde Will me tocó. Lo rodeo con mis brazos y lo abrazo, acariciándole la espalda. Su corazón late con fuerza, pero se relaja un poco más, enterrando su cara en mi cuello—. Es solo… —Rex comienza de nuevo, con la voz quebrada— cuando lo vi encima de ti, todo lo que podía pensar era en cómo no pude llegar a Jamie. O si hubiera sido más fuerte. O si alguien me hubiera enseñado a pelear como le estas enseñando a Leo. Tal vez podría haberlo salvado. Pero ellos lo mataron y yo no... — Su voz se desvanece hasta que sólo es un aliento contra mi cuello. —Rex —digo, abrazando su tembloroso cuerpo más cerca de mí—. Había tres tipos con un arma. Incluso si hubieras sido más fuerte o supieras pelear... hombre, no había nada que pudieras haber hecho. Y probablemente te hubieras matado intentándolo. Presiono a Rex sobre uno de los taburetes junto al mostrador. —Pero tal vez si hubiera sabido pelear mejor...

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—¿Has estado en una pelea además de ese día? —le pregunto suavemente, levantando el otro taburete y sentándome frente a él. Sacude la cabeza. No me sorprende. Las únicas personas que se enfrentarían a alguien tan grande y fuerte como Rex serían drogadictas o desperdiciadas, y dudo que Rex esté incluso alrededor de ese tipo de personas. Después de todo, ese era su objetivo al aumentar de volumen. Parece que funcionó. —Todo sucede tan rápido que apenas te das cuenta de lo que está pasando. Ni siquiera puedo explicarlo, pero la adrenalina entra en acción y todo es un borrón. Y haces todo lo que tienes que hacer para que a la otra persona le duela más de lo que puede hacerte daño. Y lo haces lo más rápido que puedes, porque una vez que la adrenalina desaparece, realmente duele mucho. —Aprieto los muslos de Rex entre mis rodillas— . Tal vez, solo tal vez, si hubieras estado entrenando durante años, hubieras podido enfrentarte a tres tipos, si fueran unos peleadores de mierda y se turnaran para pegarte. ¿Pero tres a uno? ¿Y todos más grandes que tú? ¿Al aire libre? —Sacudo la cabeza—. Todo lo que uno de ellos habría tenido que hacer es golpearte en la cabeza con ese palo mientras estabas peleando con uno de los otros y habrías estado fuera. —Tomo sus manos entre las mías—. Lo que te pasó a Jamie y a ti es horrible. Pero me alegro que no te hayas metido en eso y terminaras muerto cuando probablemente no hubiera hecho ninguna diferencia. Las lágrimas corren por la cara de Rex a pesar que su expresión no ha cambiado. Él me levanta así que estoy parado entre sus rodillas y me aprieta con fuerza, su cara contra mi pecho. —Odio —dice con aire letal— que hayas tenido suficientes peleas para saberlo. Pero gracias. —Apoya su barbilla en mi pecho y me mira. Es extraño sentirse más alto que él, pero me aprovecho de ello y me

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inclino para besarlo. Puedo probar la sal en sus labios, pero su boca es cálida y me besa muy dulcemente. Me tira hacia abajo a horcajadas sobre su regazo y pasa sus pulgares sobre mis pómulos. —Odio que también sepas todas esas cosas que le mostrabas a Leo —dice— pero puedo decir que eres un buen profesor viendo cómo se lo enseñas. —¿Sí? —Explicas bien las cosas. Y ataste cada cosa nueva a algo que él ya sabía cómo hacer. Cuando no pudo mantener el equilibrio, lo pusiste en su patineta donde sabías que podía. Muy inteligente. —Su expresión es acalorada y me besa de nuevo—. Me encanta lo inteligente que eres. —Me río, poniendo mis brazos alrededor de su cuello. —Gracias. Oye, ¿qué ibas a hacer? —Los ingredientes todavía están esparcidos en el mostrador frente a mí. —¿Eh? Oh, um, no lo sé; solo quería estar haciendo algo con mis manos. Beso su cuello y me coloco más firmemente en su regazo. —Puedo pensar en algo que puedes hacer con tus manos —le digo en broma. —Mmm. —Me jala firmemente hacia él y besa mi boca otra vez. Él está pasando una gran mano por mi espalda debajo de mi camisa cuando la puerta se abre y se cierra de golpe.

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—Whoa. —Oigo decir a Leo, y me deslizo fuera del regazo de Rex. Rex se aclara la garganta, pero no se levanta. Will sostiene a Leo de la parte de atrás de la camiseta, sin duda impidiéndole entrar a la cocina. —Uh, ¿tal vez deberíamos pedir una pizza en su lugar? *** Después de comer pizza, estamos sentados en la sala de estar de Rex y Leo está tratando de enseñarle a Marilyn a darse la vuelta. Sigue sentada, como si Rex le hubiera enseñado a no escuchar a las personas que le dicen que haga estupideces. —Oye, ¿no tienes amigos con los que deberías estar en Halloween? —pregunta Will, pasando perezosamente su dedo por la boca de su botella de cerveza. Me ha quedado claro que así es como Will habla, pero Leo se pone rojo y mira hacia abajo, avergonzado. —Rex, ¿cómo alguna vez saliste con un gilipollas así? —digo, sin calor. La cabeza de Leo se levanta. —¿Ustedes dos salían? —pregunta, y prácticamente puedo ver el porno que está escribiendo en su cabeza ahora mismo. —Él no quiere decir nada con eso —dice Rex, recostándose en el sofá y revolviendo el cabello de Will. Will se aleja y le dispara dagas mientras arregla su cabello—. No siempre recuerda que los demás tienen sentimientos. —Dispara las dos últimas palabras a Will.

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—¡Dios mío, lo siento! —dice Will, mirando a Leo—. Estoy seguro que tienes cientos de amigos y es muy amable de tu parte honrarnos con tu presencia. ¿De acuerdo? —Él hace una mueca. —No, está bien —dice Leo con un suspiro—. Supongo que debería irme y dejarlos para su noche. Dios, Leo es un buen chico. Se levanta lentamente, dándonos a todos la oportunidad de detenerlo. Le tiro a Will una mirada y veo que Rex está haciendo lo mismo. Los ojos de Will se agrandan y luego los pone en blanco. —Espera, Leo —dice—. No te vayas. Quédate y nosotros... eh... — Él mira a su alrededor salvajemente—. ¿Jugaremos un juego? —¿En serio? —Leo está de vuelta en un instante—. ¡Amo los juegos! ¿Qué vamos a jugar? Miro irritado a Will. ¿Rex posee algún juego? Realmente no parece un jugador muy bueno. Además, está solo la mayor parte del tiempo. —Oh, espera, Rex no tiene ningún juego —dice Will. La cara de Leo se cae, como si pensara que Will solo estaba jugando con él. —Podríamos hacer otra cosa —le ofrezco—. Ver una película. Es Halloween; tiene que haber algunas buenas películas de terror, ¿verdad? Leo tampoco parece estar emocionado con esa idea y se retuerce las manos en su regazo. Luego mira hacia arriba, emocionado de nuevo. —¡Podríamos jugar a la celebridad! Solo escribes los nombres de diferentes celebridades en pedazos de papel y luego sacas los nombres de un sombrero e intentas que los adivinemos lo más rápido que puedas.

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Will mira a Rex, sus ojos cambian rápidamente de vuelta. —Um, no, eso no es bueno —dice—. El viejo Rex de aquí no conocerá a ninguna celebridad a menos que estén alrededor de Hedy Lamarr. —¿Quién? —Leo y yo decimos. Rex abre la boca como si estuviera a punto de decirnos, pero Will interrumpe. —¿Que tal Pictionary? —dice Will—. Dos equipos de dos, y cada equipo puede simplemente decirle al dibujante lo que está dibujando. No hay trabajo involucrado. Me encojo de hombros —Si quieren. No puedo dibujar ni mierda. —Sí —dice Leo— no puedo realmente... —Aquí, chico, puedes estar en mi equipo y los enamorados de allí pueden estar juntos. —Will atrae a Leo hacia él y Leo va fácilmente, callando al segundo que Will lo toca. Le doy la vuelta a Will, pero me desplazo hacia Rex. —Lo siento por adelantado —le digo a Rex. Rex saca libretas de papel y bolígrafos y comenzamos a jugar. Soy un artista vergonzosamente malo, que trata de comunicar cosas con figuras de palo y objetos que no están a escala. Rex adivina, siguiendo bastante bien mis pensamientos. Aunque es un buen artista. Todo lo que dibuja es limpio y preciso, con líneas simples y claras como un plano. Leo, como yo, no es bueno. Dibuja rápido y grande, ocupando toda la página solo para garabatear y

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comenzar de nuevo, lo que vuelve loco a Will. Él adivina a un ritmo acelerado, yendo en una dirección diferente prácticamente cada vez que Leo dibuja una nueva línea, hasta el punto en que el chico se pone nervioso y comienza a narrar qué son las cosas, por lo que pierde la ronda. Pero Will es un artista increíble. Comienza a dibujar y, con solo unos pocos trazos, saca una historia completa de la página. Sus dibujos tienen estilo y personalidad, incluso cuando son cosas como la leche o los estados de paso elevado. Estamos jugando a diez y estamos empatados en nueve, nuestro equipo ha perdido la última ronda, por lo que si Will y Leo obtienen el siguiente punto, ganan. Le toca a Leo dibujar y le di The Talking Heads25. —¡Un cadáver! Una momia. ¿Un maniquí? —adivina Will—. ¡Un tipo soplando una burbuja! ¡Un tipo soplando una burbuja a través de una pajita! ¡Un tipo pescando con la boca! ¿Dos tipos pescando con la boca? ¿Dos tipos haciendo burbujas? Vamos, Leo, ¿qué demonios es eso? ¡Espera, felación! Vamos, Daniel, ¿le diste el chico ‘felación’? —Puedo asegurarte que no lo hice. —¡Personas con dentaduras postizas! ¡Personas con dentadura postiza soplando una burbuja! ¡Gente con labios de cera y narices de payaso chupándose! ¡Robots! ¡Robots que chupan pollas!

Talking Heads (Cabezas parlantes) fue una banda de new wave y post-punk formada por David Byrne en el año 1974 junto a Chris Frantz y Tina Weymouth. Un par de años después se integraría a ella el guitarrista y tecladista Jerry Harrison, quien anteriormente había grabado junto a The Modern Lovers. 25

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—¡No hay pollas, gilipollas! —Leo finalmente grita—. ¡Eso no es un pene! —Señala su papel. —¡Dibuja, dibuja, dibuja! —grita Will—. Oh, están hablando. ¿Cabezas parlantes? —dice de repente, con una sonrisa que sugiere que lo ha sabido todo el tiempo. —¡Sí! ¡Joder! —grita Leo furiosamente justo cuando se apaga el cronómetro de su teléfono. Will deja escapar un grito y se lanza de costado hacia Leo, derribándolos a ambos lados de la alfombra, y Marilyn les acaricia con curiosidad. *** Una hora más tarde, después que Will y Leo se hayan unido para un episodio de Halloween de Buffy que juran que es ingenioso y Will haya llevado a Leo a su casa, los tres nos acostamos en el sofá, bebiendo cerveza, y yo acoso a Will de estar enamorado de Leo. Para mi sorpresa, Will parece culpable, y no puedo evitar preguntarme si podría ser verdad. Sin embargo, antes de tener la oportunidad de examinarlo muy de cerca, mi teléfono suena y sé que es Ginger, ya que nadie más me llama. —¡Feliz Halloween! —canta Ginger cuando respondo. —Feliz Halloween, Ginge —digo, mientras Rex y Will comienzan a reírse de algo. —Ooh, ¿estás con Rex? —pregunta ella—. ¡Ponme en el altavoz! Pongo el teléfono en el altavoz y le hago un gesto a Rex. —Hola, Ginger —dice él—. Encantado de conocerte.

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—Hola, Rex. Tienes una voz caliente. Nunca dejes de hablar conmigo. —Ya me gusta más ella que tú —dice Will. —A todo el mundo le gusta más —le digo. —A mí no —dice Rex, sonriéndome. —¿Quién es ese? —dice Ginger. Dios, odio el altavoz. —Es el ex-novio de Rex, Will, que apareció de la nada para tratar de acostarse con Rex. —Oops, no quise decir esa última parte. Will me está mirando, con los ojos muy abiertos. —Uh, bueno, está bien, entonces —dice Ginger incómodamente, claramente queriendo información de mí pero no dispuesta a pedirla delante de Rex y Will—. Que tengas una buena noche, diente de león. —¡Ja! ¿Diente de león? —No me hagas patearte el culo, chico bonito —le digo, mirando a Will. —¿Chico bonito? —dice Will, poniéndose en mi cara—. La olla le dice al hervidor. Rex toma mi teléfono y lo quita del altavoz, hablando con Ginger mientras Will y yo lo miramos. —Ginger, tengo dos hermosos hombres borrachos que están a punto de pelear en mi casa. Si no odiara pelear, sería casi... Sí, debería. Huh, bien gracias. Encantado de hablar contigo. Yo también lo espero. Gracias.

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Will me está mirando. Estoy mirando a Will. No golpearé al idiota porque a Rex no le gustaría, pero maldita sea, quiero hacerlo. Rex sacude la cabeza. —Oye, chico duro —me susurra al oído. Su voz es baja y su aliento levanta los vellos en mi nuca. Me inclino un poco hacia él, pero mantengo mis ojos entrecerrados en Will en caso que haga un movimiento. Entonces Rex clava su pulgar en el punto increíblemente cosquilloso de mis costillas que sólo mis hermanos y Ginger conocen y estoy acabado. —¡Maldita sea, Ginger! —grito, retorciéndome. Rex y Will se ríen, la tensión ha desaparecido. —Ahora, idiotas, paren —dice Rex, dejándose caer en el sofá—. Ni siquiera me siento halagado de que estés peleando por mí porque no lo están. Realmente no. Solo están peleando porque es a lo que están acostumbrados y no me gusta. —Lo siento —le digo, sentándome en el brazo del sofá. La cara de Will es ilegible. —Eres un poco peleón —me dice con un toque de admiración, y me doy cuenta que está pensando en nuestro esfuerzo de equipo para enseñarle a Leo esta tarde. —Sí, bueno, tampoco eres tan maricón como pareces —lo admito a regañadientes. Rex sacude la cabeza, mirándonos. Señala a Will el sillón y me tira al sofá junto a él. Marilyn se acerca, nos mira en el sofá y yo me doblo sobre Rex para dejarle espacio. Estoy indefenso ante la mirada de esperanza que tiene cuando quiere acurrucarse. Por lo general, Rex la

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hace sentarse en el suelo, pero me gusta la sensación cuando esta acostada sobre mis pies. Ella pone sus patas en el sofá y yo acaricio el espacio a mi lado. Rex suspira, pero solo me acaricia el pelo cuando le pongo la cabeza en el hombro y acaricio la cabeza de Marilyn. Rex pone su brazo alrededor de mí y mira la televisión, volteando canales hasta que llega al canal de películas clásicas que tanto le gusta. —Oye, es tu película de monstruos —digo cuando veo que es Frankenstein. Rex me aprieta el hombro y me relajo contra él. —Pobre Frankenstein —dice Will—. El bastardo no podía tener un respiro, ¿verdad? —El médico es Frankenstein —digo distraídamente, mis ojos fijos en la pantalla—. Esa es su criatura. —Llámalo como quieras —dice Will—. Es miserable y está solo y está a punto de ser asaltado por un pueblo entero. Apesta. *** —¿…Tu hermana está bien? —dice Rex en voz baja cuando me despierto. Me quedé dormido durante Frankenstein y parece que ahora es una película sobre ratas o algo así. Marilyn es un peso cálido en mis pies y Rex huele delicioso. Estoy acostado sobre él ahora; debo haber estado fuera por un tiempo. Decido que ya no estoy de humor para hablar con Will y cierro los ojos y me relajo en Rex de nuevo. —Ella está bien —dice Will, y luego comienza a hablar sobre un novio o su jefe y no estoy escuchando, solo estoy pensando en lo cómodo que estoy y en cómo desearía que Will desapareciera en una bocanada

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mágica de Halloween. Estar solo con Rex para que pudiéramos ir a la cama. Debo haberme quedado dormido de nuevo por un minuto. Cuando me despierto de nuevo, la voz de Will suena diferente. —Realmente le gustas mucho. Mi primer pensamiento es sentarme y preguntarle a Will a quién diablos le gusta Rex, pero luego mi cerebro adormecido se pone al día y me doy cuenta de que deben hablar sobre mí. Sé que debo decirles que estoy despierto, pero no puedo obligarme a hacerlo. Quiero escuchar lo que Rex dice en respuesta. Además, parte de mí tiene curiosidad por saber cómo él y Will interactúan cuando solo son ellos dos. Claro, Will no está resultando ser el imbécil que creía que era, pero no he visto mucho que me haga entender por qué él y Rex son amigos. —¿Sí, eso crees? —pregunta Rex, su voz vulnerable. Él está acariciando mi cabello, lo que se siente increíble—. A veces es tan... no lo sé. Como si él no me quisiera cerca. —Está encima de ti —bromea Will. —Ja, listillo. Sabes a lo que me refiero. —Lo hago —dice Will, sonando serio—. Y creo que para un tipo como Daniel, lo que es cuando está borracho o cansado dice más sobre cómo se siente de lo que diría en voz alta. —¿Sí? —pregunta Rex. —Bueno, ya viste cómo me enfrentó hoy y la otra noche. Puedo decir que ha estado luchando toda su vida. Esa mierda está arraigada.

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—Bueno, no lo estabas desanimando exactamente —dice Rex. —Oye, hombre, reaccioné a él. Sabes que no empiezo peleas. Contraataco, pero no tiro el primer golpe a menos que tenga que hacerlo. Tú lo sabes. A Daniel... no le gusta, pero está acostumbrado a eso, ya sabes, como, él lanza el primer golpe para evitar que otro lance el segundo y el tercero y el cuarto. Lo entiendo. —Él no te lastimó, ¿verdad? —pregunta Rex. —Nah. Aunque es más fuerte de lo que pensaba. Cuando dijiste que era un profesor de inglés, pensé que sería un marica. —Es gracioso, él dijo lo mismo de ti. —De todos modos, vi cómo saltó cuando lo sorprendimos en el bar ayer. O ha sido asaltado un montón de veces o ha sido maltratado. Tal vez ambos. ¿Estoy en lo cierto? —No es asunto tuyo, Will —dice Rex con suavidad. —Eso está bien, cariño —dice Will, y resisto la tentación de saltar y estrangular a Will por el término cariñoso—. Todo lo que quería decir es que para alguien que está acostumbrado a pelear, el hecho de que por defecto se relaje contigo significa algo. Eso es todo. Además, la forma en que te mira... —Sí —dice Rex con cariño. Espera, ¿cómo lo miro? Will cambia de tema aunque ahora estoy desesperado por escuchar más. No me gusta que él pueda decir tanto sobre mí, habiéndome

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conocido solo por unas horas. Más que eso, sin embargo, tengo curiosidad. Porque tiene razón. Nunca me relajo con la gente como lo hago con Rex. Realmente no lo había pensado porque he estado ansioso por otras cosas, pero nunca me he dormido con nadie excepto con Ginger. Nunca puse mi cabeza en el hombro de alguien mientras estábamos sentados uno al lado del otro. Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza. Y sin embargo, con Rex, lo hago. He hecho esas cosas y ni siquiera he pensado en ellas. Tal vez Will tenga razón. No solo me gusta Rex, sino que bajo la guardia alrededor de él de una manera que ni siquiera puedo verbalizar. Tal vez Will no sea tan idiota después de todo. Me despierto la próxima vez cuando Rex se mueve debajo de mí. Me incorporo y miro alrededor de la habitación oscura. —¿Se fue? —Sí, él se acaba de ir —dice Rex, alisando el cabello desordenado de mi cara. Se levanta y extiende una mano, levantándome. Apoyo mi frente en el pecho de Rex para evitar que mi cabeza gire. Supongo que estaba un poco borracho después de todo. Rex me acaricia suavemente la espalda. —No es tan malo, supongo —le digo al pecho de Rex. —Dijo lo mismo de ti —dice Rex, y puedo escuchar la sonrisa en su voz.

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Capítulo 12 Noviembre El miércoles por la tarde estoy en mi oficina, tratando de trabajar en uno de los capítulos de mi libro, y estoy más que feliz por la interrupción del timbre de mi teléfono. —¿Cuáles son las buenas noticias? —pregunta Ginger. Me ha estado

enviando

mensajes

de

texto

durante

días,

tratando

de

convencerme para que vaya para el Día de Acción de Gracias. —No puedo ir para Acción de Gracias, Ginge. Lo siento. No hay tiempo para conducir y definitivamente no puedo darme el lujo de volar. Aunque iré para Navidad, lo siento, Janucá. —Qué lástima, calabacita —dice ella—. ¿Con quién voy a comer burritos de Acción de Gracias? —Por lo general, obtenemos estos burritos increíbles con pavo, camote, embutido y salsa de arándanos de un extraño lugar cerca de la casa de Ginger y escuchamos a Elvis (ante la insistencia de Ginger) en Acción de gracias—. Quizás mantendré la tienda abierta y solo daré tatuajes relacionados con el Día de Acción de Gracias. Pero, como, literales. Tatuaré pavos, alimentos de Acción de Gracias, el genocidio de los pueblos indígenas, etcétera. ¿Qué piensas? —Me gusta. Tal vez también puedas tatuar a Wednesday Addams como Pocahontas de esa película de la familia Addams, donde van al campamento y son torturados por las películas de Disney. —¡Es bueno!

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—Lo siento, Ginge, de verdad. —No te preocupes, calabaza. Sé que el dinero está apretado. Si pudiera permitirme traerte en avión lo haría. Pero si me abandonas por Janucá, te culparé como buen judío hasta que estés muerto. Necesito tu trasero en mi sofá, comer comida china y escuchar música navideña, o nuestra amistad básicamente habrá terminado. Y, por suerte, Janucá llega hasta la Navidad de este año, así que tu agenda estará bien. —Estaré allí —le digo. Janucá con Ginger es una de mis tradiciones favoritas, aunque odio la música navideña. Ginger piensa que es cruel e inusual que no haya música de Janucá y que ella no es para Klezmer26 o Adam Sandler así que ha recuperado la música navideña. Incluso reescribió algunas de las letras. —Entonces, ¿pasaras Acción de Gracias en casa de Rex? —No lo sé. No ha surgido. —Bueno, ¿va a estar en la ciudad o va a visitar a la familia? —Él no tiene ninguna. —¿No? ¿Qué pasó? —No conoció a su padre, es hijo único, y su madre murió cuando era un adolescente. En realidad, a excepción de Will, ni siquiera he conocido a ninguno de sus amigos. No estoy seguro que tenga muchos.

El klezmer es un género musical étnico originado en la tradición askenazí de Europa del Este. Se desarrolló rápidamente en las comunidades judías existentes antes de las dos guerras mundiales. 26

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—Eso es triste. —Ginger y yo tenemos relaciones complicadas con nuestras familias, pero al menos las tenemos. —¿Crees que debería preguntarle? Quiero decir, no sé si debería mencionarlo. Quizás los días festivos lo pongan triste, o quizás parezca que estoy tratando de invitarme, o si... —Um, Daniel. Esas son las cosas de las que se supone que debes hablar en una relación. —Correcto. Por supuesto. Tal vez prefiero volver a mi libro después de todo. *** —¡Daniel! —exclama Leo mientras camino por la puerta de Sr. Zoo. —Hola, hombre —le digo. —¿Necesitas más cintas? —pregunta Leo con una sonrisa descarada. —No, pero tal vez quieras revisar tus estuches. Algunos fans de Pet Shop Boys se sorprenderán con un álbum de John Hiatt. Estoy buscando un disco. —Pero pensé que no tenías un tocadiscos. Jesús, ¿este niño recuerda cada maldita cosa que digo? —Es, eh, para Rex. —Aw, Rex —arrulla.

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—Cuidado, chico. Al menos puedo mantenerme erguido en su presencia, que es más de lo que puedo decir cuando Will está cerca. Leo se vuelve de un satisfactorio tono de rojo. —Um, los discos están allí —murmura, señalando. Los hojeo, buscando algo especial. Algo que a Rex le encantaría. Todavía no puedo entender su gusto. Todo lo que escucha es viejo, pasado de su madre, pero a él le gusta Tori Amos y parece que conoce a muchas otras bandas que he mencionado. Considero conseguirle algunas cosas que realmente me gustan, pero no estoy seguro de que le gusten. Me detengo en un álbum de Etta James y Lou Reed, luego considero algunas de las bandas que vi por primera vez en vivo, pero eso parece una tontería. Finalmente me decido por un disco de Emmylou Harris y se lo llevo a Leo. —Entonces, ¿cuál es la ocasión? —pregunta. —No hay ocasión. Simplemente hizo algo bueno y quiero darle las gracias. —Jesús, parece que estoy describiendo el Día de los Secretarios Nacionales o algo así. —Eso es agradable. ¿Qué hizo? Leo parece no tener idea de que ciertas cosas no son de su incumbencia, pero le estoy tomando cariño, y no es que sea particularmente personal. La noche anterior, Rex vino con algo que se parecía a la hermosa pieza de madera en la que lo había visto trabajar en su taller unos días antes.

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—¿Qué es eso? —pregunté. —Necesitabas una nueva mesa de cocina —dijo. Su postura era cómoda y ordenada como de costumbre, pero podía ver la incertidumbre en su rostro, sin duda debido a mi respuesta totalmente ingrata a sus esfuerzos anteriores con respecto a mi mesa. Tomé una respiración profunda. Nadie había hecho nada para mí antes, y ni siquiera podía imaginar cuántas horas debió haber tomado para elaborar esta pieza. Rex haciendo eso, apareciendo así, era una prueba. No es que Rex lo diseñara como una; no es manipulador de esa manera. Pero era una prueba de si esto podría o no estar bien entre nosotros y lo sabíamos. Esto era Rex mostrándome que le importaba. Sonreí y me hice a un lado. Rex encajó las patas y rozó la madera con una mano tierna. La mesa me recordó a él: robusta, cómoda y acogedora. —Es increíble —dije, y la sonrisa de Rex me dijo que había pasado la prueba con seguridad. Así que, ahora, aquí estoy en Sr. Zoo porque quería conseguirle a Rex un disco o algo para agradecerle. —Me hizo una nueva mesa de cocina —le digo—. La mía se rompió. —¡Whoa! Eso es increíble. Sí, realmente lo es. Leo me mira y luego mira a Emmylou y tiene una expresión extraña en su rostro. —¿Qué?

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—Um, no te ofendas ni nada —dice— y estoy seguro de que es un buen álbum y todo eso, pero no es una especie de regalo para alguien que, como, que sacó algo de un árbol con sus propias manos. Mierda. Mierda, él tiene toda la razón. —¡Lo siento! —dice. —No, estás jodidamente bien —le digo, dejando escapar un suspiro. —Juras mucho. —Sí, supongo que sí. Lo siento. —Él sólo sonríe—. Entonces, ¿tienes mejores ideas? —pregunto—. Y si insinúas algo que ver con los favores sexuales, ayúdame... —Bueno, ¿qué has hecho ya por él? —¿Hecho? —Sí, bueno, cosas bonitas, y no me hagas repetirlo. Cosas bonitas. ¿Qué cosas buenas he hecho por Rex? Al carajo con todo, eso es lo que pasa. Mejor pregunta: ¿qué cosas buenas ha hecho Rex por mí? Me rescató después de un accidente de coche y me dio un lugar para pasar la noche a pesar que era un completo desconocido. Salvo al perro que golpeé con mi coche. Arreglo el escritorio en mi oficina cuando apenas me conocía. Me advirtió sobre el clima. Vino a recogerme en medio de una tormenta de nieve cuando mi auto murió. Cocinó para mí. Me llevó a cenar. Me dio un masaje. Obtuvo Internet en su casa para mí, aunque él no lo usa. Me hizo una mesa de la cocina incluso después que le grité la última vez que lo mencionó.

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¿Y yo? Llevé a su puto perro a pasear cuando tenía una jodida migraña debilitante. Me doy asco a mí mismo. Dejo caer mi cabeza sobre los brazos del mostrador y gimo. —¡Mierda, Leo! —digo. —¿Qué? ¿Qué pasa? —Ahora he asustado al niño. —Lo que está mal es que soy un novio de mierda. Mierda absoluta. No sé lo que estoy haciendo. No tengo ni una puta pista. Leo tiene los ojos muy abiertos, mirándome con la boca entreabierta. Dios sabe por qué le gusté en primer lugar, pero sea cual sea el culto de héroes que haya tenido, estoy seguro que está muriendo en el mostrador entre nosotros mientras hablamos. Soy un hombre adulto y no tengo idea de cómo salir con alguien. No tengo idea en absoluto. —Um —comienza Leo, con una expresión de lucha entre mamá y papá—. Bueno, mi hermana siempre dice que le perdonará algo a un chico si él le compra flores. —Uh-huh, ¿y cuántos años tiene tu hermana? —Dieciséis. —Sí. Bueno, deberías decirle a tu hermana que es una política de mierda. —Está bien, bueno, ¿por qué no lo llevas a una cita muy agradable? Mi hermana dice...

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—No te ofendas, Leo, pero voy a seguir adelante y decirte que no me importa lo que tu hermana pequeña piense acerca de las citas. —No, no, esta es una buena. Ella dice que una cita bien concebida muestra que le prestas atención a la persona. Que sabes lo que les gusta hacer y quieres mostrarle un buen momento. Eso tiene sentido. Probablemente se suponía que debía invitar a Rex a salir en una cita después que me llevara a cenar, para que las cosas fueran iguales. Nunca he pedido una cita a alguien antes. Nunca he planeado una. Pero sé lo que le gusta a Rex. Viejas películas y buena comida. Esto estará bien. —Está bien, está bien —le digo a Leo—. Una cita. Yo puedo hacer eso. Pero no parece totalmente convencido. *** El viernes, recojo a Rex en su casa porque parece una cita. Se ve increíble con unos ajustados vaqueros negros que se amoldan a sus muslos musculosos y su culo redondo y uno de esos gruesos suéteres de color avena que asocio con las cabañas de esquí y los anuncios de whisky irlandés. El suéter grueso lo hace ver aún más grande de lo normal, como que si me abrazara, estaría caliente y seguro para siempre. —Wow —le digo—. Te ves increíble. La sonrisa de Rex es brillante. Contra el suéter claro, su piel se ve bronceada y luminosa, su barba rojiza más oscura de lo habitual. Su cabello cae en su rostro cuando se inclina para besarme y no puedo evitar empujar una mano en las suaves hebras y acercarlo, sintiendo la

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increíble calidez que siempre emite. Ahora hay un ligero aroma a lana y cedro añadido a su olor habitual a pino y madera. —No dijiste a dónde íbamos —dice— así que fui con algo versátil. —Oh, bueno, no es nada muy emocionante, así que... —No me importa lo que hagamos —dice Rex, dándome un codazo con suavidad como si tuviera que saberlo mejor. —No, ya sé. Sólo quería llevarte a una cita real. Nunca he hecho eso antes. De todos modos, ¿deberíamos irnos? Estoy realmente complacido conmigo mismo por encontrar algo que hacer en esta ciudad que a Rex le pueda gustar. Voy a llevar a Rex a cenar y luego a ver The Phantom of Liberty27, que, según la presidente de mi departamento, es un clásico del cine francés surrealista de la década de 1970, y no puede creer que no supiera que hay una serie de películas en el campus. Me imagino que con su amor por las películas clásicas, Rex estará totalmente involucrado, y como es francés, es menos probable que ya la haya visto. Rex está de buen humor. En la cena, en una acogedora cabina, me cuenta las piezas de muebles que ha visto, que le gustaría intentar hacer y me provoca por las cosas que ha escuchado de personas que hablan de mí en la ciudad. Aparentemente, Carrie y Naomi, las meseras del restaurante de la escuela secundaria, hablan sobre mi ropa, mi cabello y, Rex me codea, qué lindo soy. Tengo la sensación de que, dado que Rex

Le Fantôme de la liberté (El Fantasma de la Libertad): Una serie de anécdotas de Luis Buñuel en las cuales comenta lo irracional de la vida contemporánea y la civilización. 27

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apenas habla con nadie cuando está fuera, escucha por casualidad. Probablemente hay mucho que no me está diciendo. Cuando le cuento acerca de Marjorie y El Daniel, él deja escapar una risa grave que no había escuchado antes. Mientras comemos nuestros entrantes, Rex dice: —¿Me pediste una cita por culpa de Will? —No parece enojado ni decepcionado ni nada, solo curiosidad. —¿Qué? Nada de eso. Él levanta una ceja. —No estoy juzgando. Dios sabe que tengo suficientes celos de ese tipo, Jay, incluso si él no estaba realmente detrás de ti. Me retuerzo. —Oh, um, bueno, resultó que tenías razón. Acerca de Jay. Olvidé decírtelo antes porque Will apareció, pero él me invitó a salir el viernes, antes de irme a Detroit. El viernes pasado, quiero decir. —¿Qué dijiste? —pregunta Rex uniformemente. —Dije que no —le digo, estudiando su rostro en busca de una reacción. Pero se ve tan tranquilo como siempre. —¿Por qué? Su voz es casual pero su expresión es intensa. Como si estuviera tratando muy duro de no guiarme en la respuesta.

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—Yo... porque yo... nosotros... creo que pensé que... quiero decir, no sé... tal vez no.... —¿Dijiste que no porque estamos saliendo? No lo habría puesto necesariamente así. Rex no es Richard, repito una y otra vez en mi cabeza, como si Ginger me lo estuviera gritando. Asiento con tristeza, pero una cálida sonrisa se extiende por su rostro. Rex habla lentamente, como si estuviera considerando sus palabras con mucho cuidado. —¿Por qué no quieres salir con alguien más? ¿O lo haces, pero simplemente no estás interesado en Jay? Agarro mi vino y sorbo unos tragos. —Ambos. Quiero decir, no. Lo primero. Y no estoy interesado en Jay. Pero, quiero decir, puedes salir con otras personas. Porque no hemos tenido esa conversación, lo sé. —Creo que lo estamos teniendo en este momento —dice Rex. Se acerca más a mí en la cabina, por lo que nuestras rodillas se tocan. Miro hacia abajo a sus muslos, dejo que se apoderen de todo mi campo de visión. No hay conversación. No hay nada más que los poderosos muslos de Rex—. No quiero salir con nadie más, Daniel —dice. Su voz es baja y posesiva, su mano cubriendo mi muslo. Mi cabeza se sacude. Me mira con ternura y mi corazón comienza a latir con fuerza. Trago de nuevo, mi garganta seca. —Yo tampoco. —Sale como un susurro. —Qué suerte —dice Rex, sonriendo.

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Le sonrío y empiezo a reír, totalmente aliviado. Después de eso, no tenemos tiempo para el postre si quiero llevarnos a la película a tiempo, así que Rex dice que regresaremos a su casa más tarde y me mostrará cómo hornear algo. Solo la idea de ver sus grandes manos y su poderoso cuerpo mientras hornea, me envía una oleada de excitación. Me lo imagino quitándose ese pesado suéter y sin camisa en esos ajustados jeans. Rex lanza un brazo fácil sobre mi hombro mientras caminamos hacia la película, metiéndome en su calor. De repente, no puedo creer que esta sea mi vida. Tengo un... no hay otra palabra para eso: novio. Tengo un novio y salimos en una cita, y él tiene su brazo alrededor de mi hombro. Ni siquiera tengo un marco de referencia para este sentimiento. El teatro está en el sótano de un edificio en el campus en el que nunca había estado. —Es una vieja película de los años setenta. Una serie de películas —le digo a Rex mientras bajamos las escaleras. Tan pronto como las palabras salen de mi boca, toda la estúpida autosatisfacción que sentí al elegir algo que a Rex le gustaría se desvanece. Es sólo una película. Y fuimos a cenar. Llevé a Rex a cenar y al cine. Es, literalmente, la cita más cliché de todos los tiempos—. Solo pensé que podría gustarte —termino sin convicción. Rex solo me sonríe. Una sonrisa suave, íntima. Me agarra la nuca y me tira. —Gracias —dice en voz baja, y besa mi oreja. Oh. Bueno, eso está bien, entonces.

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Una vez que estamos sentados, Rex toma mi mano. Solo hay unas diez personas aquí y me siento aliviado al ver que ninguno de ellos es de mis alumnos. —¿Se me permite saber qué película es? —pregunta Rex. —The Phantom of Liberty —le digo—. ¿La has visto? Sacude la cabeza y se pasa la mano por el pelo. —Gracias por esta noche. —Es lo menos que puedo hacer —le digo—. Quiero decir, me tallaste algo de un árbol con tus propias manos. —En realidad no —dice Rex con una cálida sonrisa. —En serio, Rex. No sé por qué no pensé pedírtelo antes. Yo solo, ya sabes, nunca le he pedido una cita a alguien antes. Quiero decir, obviamente, sé que eso es lo que se supone que debes hacer, pero nunca ha sido parte de mi vida, por lo que... —Lo sé —dice, acariciando el dorso de mi mano con su pulgar—. No hay reglas para las relaciones, Daniel. No hay una sola manera en que se supone que van las cosas. ¿Lo sabes, no? Asiento. Pero... ¿no es así? Quiero decir, no como las estúpidas reglas de la hermana de Leo, ¿pero no hay cosas que se supone que tienes que hacer, como llevar a tu novio a cenar? Ahí está esa palabra de nuevo. —¿Ninguna? —pregunto. Rex me mira fijamente y puedo verlo realmente pensando en ello. Él se encoge de hombros.

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—Si te preocupas por alguien, entonces cuidas de él, ¿verdad? Eres cuidadoso. Pero es lo mismo que con amigos o familiares. Sin embargo, esas son solo reglas de la gente. No hay reglas para mí. Quiero decir, no hay reglas como: tienes que comprarme flores o cocinarme el desayuno en la cama. No hay reglas de tarjetas de felicitación. —¡Joder! —digo exageradamente—. ¿Se suponía que te traería flores? Rex sonríe y pone su mano en mi muslo. Me toca todo el tiempo. Es casi como si no lo notara. Como si solo fuera una extensión de su cuerpo y, por supuesto, él me tocaría. Pero, no, eso lo hace sonar desconsiderado. Es como cuando estoy cerca de él, él decide que tiene derecho a tocarme. Me hace sentir tan conectado con él. Al principio, cada vez que nos tocábamos, me preguntaba si podría ser la última vez. Me sentía codicioso por esos toques porque no estaba seguro de cuándo vendría el siguiente. Ahora, es como si me dijera que soy suyo cuando me toca. Que me está tomando como algo que está dentro de su alcance. —Podemos hacer nuestras propias reglas, vaquero —dijo mientras las luces se apagaban. Me río de la traducción francesa del título, Le Fantôme de la liberté, dándome cuenta que es un juego de palabras, un espectro está acechando a Europa, el fantasma del comunismo, El Manifiesto Comunista, fantôme es la palabra francesa para espectro. Eso me hace comenzar a pensar en el capítulo en el que he estado trabajando y me esfuerzo por aclarar mi mente para poder prestar atención. Es posible que no haya reglas de tarjetas de felicitación para salir con Rex, pero estoy bastante seguro que no se supone que debas escribir tu libro en tu cabeza mientras estás en una cita.

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La película comienza y la mano de Rex se aprieta en mi muslo. Lo miro y veo que tiene la mandíbula apretada. —¿Estás bien? —Sí, está bien —dice, y me da una palmadita en la pierna. La película es definitivamente rara, pero es interesante. No tengo experiencia en cine. Como le dije a Rex, ni siquiera vi muchas películas populares cuando era niño. Superhéroes y algunas películas de terror y eso es todo. Pero me alegra que a Rex le gusten porque estaré feliz de recibir una educación no oficial. Después de aproximadamente media hora, me doy cuenta de que Rex me mira cada vez más a menudo. Al principio era dulce; parecía que no podía apartar sus ojos de mí. Ahora, sin embargo, parece que él puede odiar la película. —¿Estás aburrido? —susurro. —No, no —dice rápidamente, y vuelve a mirar la pantalla. Sin embargo, unos veinte minutos más tarde, su mano está de vuelta sobre mi rodilla y está trazando patrones complicados cada vez más cerca de mi entrepierna, lo que hace que sea difícil prestar atención. No es que tenga que prestar especial atención porque la película es un poco inconexa. Un chico y su tía se están besando y Rex me está acariciando la pierna. Algunas personas están sentadas en los inodoros en la mesa de una cena y Rex se inclina para besarme suavemente el cuello. Me quito un escalofrío y le hago una mirada sucia porque no quiero ponerme en un teatro de la escuela en la que enseño. Él besa castamente mi mejilla y mira de nuevo la pantalla, pero parece apagado. Inquieto y tenso. ¿Lo ofendí?

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Todavía me pregunto cuándo terminará la película. El final es realmente hermoso, con los sonidos de un motín en un zoológico y la única cosa en la pantalla, una cabeza de avestruz desconcertada que se balancea de un lado a otro buscando el sonido. Cuando salimos, lanzo una mirada a Rex. No parece enojado, no lo creo, pero tiene los puños atascados en los bolsillos y mira sus zapatos. —Película rara, ¿eh? —digo estúpidamente mientras arranco el auto. —Sí. Entonces —dice Rex como para cambiar de tema— ¿listo para aprender a hornear? —Por supuesto. ¿Qué haremos? —¿Te gusta el pan de jengibre? —Sí, lo amo. —Genial. Suena alegre, pero su rodilla está rebotando y se aferra al asiento con ambas manos. No soy tan mal conductor, no lo creo. Aunque, nunca he conducido con él antes, solo he montado en su auto, así que tal vez sea así siempre como pasajero. —He buscado en Google al director antes de la película —le digo— . No me di cuenta que él fue quien hizo esta famosa película corta con Salvador Dalí en 1929. ¿En la que cortaron el ojo de una mujer? Rex no dice nada y me encuentro divagando en el silencio del auto.

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—Me encantó el final. Y la cosa sobre la inversión del consumo y la evacuación en la escena de la cena fue realmente interesante. Quiero decir, eso es cultura, ¿verdad? Solo un conjunto de costumbres que nos dicen que es educado empujar los alimentos en la cara uno frente al otro, pero no es educado cagar. Y podría ir tan fácilmente hacia otro lado, como en la película. Tiene total sentido, ¿sabes? Por ejemplo, ¿qué tienen de especial las cosas que escondemos? ¿No serían importantes si los hiciéramos abiertamente? Y viceversa, las cosas que pensamos están bien. En realidad, no se necesita mucho para que algo se convierta en un tabú. O, al menos para nosotros, estigmatizar las cosas y dar a las personas complejos totales sobre ellas. Me desvío cuando entramos en la entrada de Rex. Rex abre la puerta y cuando entramos, suspira. —Lo odiaste, ¿verdad? —pregunto. Sacude la cabeza. —Bueno, entonces, ¿qué pensaste? —Fue interesante —dice vagamente. —Bueno… Se agacha y acaricia a Marilyn, quien trotó cuando entramos. —Está bien —lo intento de nuevo—. Bueno, lo siento si no te gustó. —Me gustó, ¿bien? —dice Rex, de pie. Definitivamente suena loco ahora—. Simplemente no tengo una tesis sobre eso para contarte, ¿de acuerdo? No tengo una teoría inteligente para compartir ni nada. ¿Bien?

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¿De dónde diablos salió eso? Jesús, debí haber sonado como un gilipollas totalmente pretencioso en el auto para haberlo molestado tanto. Ese es el problema con el nerviosismo. La gente piensa que estás apegado a las cosas que dices en lugar de decir lo que piensas. —Jesús —digo, levantando mis manos—. Solo quise decir que no tenías que fingir que te gustaba si no lo hacías. Solo estaba tratando de hacer algo que te gustase. ¿No es eso lo que se supone que debo hacer? Rex no dice nada. —Oh, cierto —continúo—. No hay reglas. Bueno, eso está bien para ti. Es muy fácil desechar las reglas si ya las conoces. Pero yo no. De todos modos, si la odiaste, está bien, pero no tienes que ser tan imbécil al respecto. —Todo lo que quise decir... —¡Oh, sé lo que quisiste decir! Piensas que soy el profesor pretencioso que piensa que es tan jodidamente inteligente. Bien, que te jodan. Eso no es lo que pienso. —En realidad no sabes todo lo que estoy pensando, Daniel —dice Rex, con voz asustadora—. ¡No puedes leer las mentes! Sé que piensas que puedes mirar a todos en esta ciudad y saber lo que piensan de ti o de la política. Pero no puedes. —¡No creo eso! —digo furioso y frustrado—. Nunca he dicho eso. ¿Es eso lo que piensas de mí? ¿Qué creo que soy más inteligente que todos los demás? ¿Qué creo que lo sé todo? Porque si eso es lo que crees es mejor que lo digas ahora mismo. Rex no dice nada, la expresión de su rostro es ilegible.

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Entro en la cocina y me sirvo un vaso de vino de la botella en el mostrador. ¿Se supone que debo irme ahora? ¿Es eso lo que haces cuando peleas con alguien a quien no puedes golpear? ¡Mierda! Hay otra regla que no existe, supongo. Entonces, ¿cómo se supone que debo saber que hacer? Rex entra en la cocina. —No creo eso —le digo de nuevo, apoyado en mis codos en el mostrador. ¿Cómo puedo hacerle entender? Esto es lo que la gente siempre piensa. Mis hermanos, mi padre. Que creo que soy mejor que todos solo porque fui a la escuela de posgrado. Pero no es lo que pienso. Simplemente me gusta hablar de libros y películas. Y me doy cuenta cuando la gente me mira con recelo. Eso es todo. Dejo caer mi cabeza entre mis hombros, pero puedo sentir el calor de Rex a mi lado. Estoy tan furioso conmigo mismo por esta mala cita que quiero golpearme en la cara. O golpear una pared lo suficientemente fuerte como para que mis nudillos se inflamen mañana como recordatorio. Y estoy jodidamente avergonzado. Supongo que Leo tenía razón al no parecer convencido. —¡Joder, Rex, apesto en esto! Soy una mierda en el romance, o lo que sea que se supone que es una cita. No sé cómo se supone que debo actuar. ¡No sé lo que se supone que debo decir o hacer! No sé cómo se supone que debe ir, y no me digas que no se supone que vaya a ir de determinada manera porque sé que sí. Sé que sí, porque si lo estuviera haciendo bien, no me estarías mirando así ahora mismo. No te habría cabreado y... ¡Maldita sea! —grito. Golpeo el mostrador con el puño, ya que estoy relativamente seguro que no lo romperé. El mostrador, quiero decir—. Ni siquiera puedo llevarte a una cita sin joder todo el asunto.

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Nunca debí haberte llevado a esa estúpida película. Tienes razón, fue jodidamente pretencioso de mi parte y por supuesto que la odiaste. —¡No la odié! —grita Rex—. ¿Te detendrías? No odié la película, Daniel. Yo no... no la entendí, ¿vale? Se pone las manos sobre la boca, como si acabara de decir algo que no puede recuperar. —Oh, bueno, quiero decir, el surrealismo es bastante inconexo, así que... —No. Quiero decir... mierda —se interrumpe sacudiendo la cabeza—. No pude leer los subtítulos. No puedo... no leo muy bien. — Sacude la cabeza de nuevo, como si estuviera frustrado con lo que dijo. Me mira como si se necesitara mucho esfuerzo—. Soy disléxico —dice—. Severamente. Me toma un minuto procesar esto, ya que Rex parece tan competente en todo, pero una vez que se hunde, las piezas caen en su lugar como la revelación al final de una novela de misterio. Rex tomó mi número de teléfono en lugar de escribir el suyo, Rex no envía mensajes de texto, Rex no usa Internet, Rex cocina sin recetas. Jesús, por supuesto. Y esa noche con Will y Leo, cuando Leo quería ubicar ese juego en el que tenías que leer cosas en trozos de papel, Will se excusó porque sabía que Rex no podría hacerlo. Porque él lo sabe. Y Rex nunca me lo dijo. Joder, eso no puede ser bueno. Me doy cuenta que no he dicho nada y Rex ahora se está mirando las manos. No estoy seguro de qué decir. Puedo decir que esto es un gran problema para Rex, y no quiero decir nada incorrecto.

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A falta de algo útil que decir, decido sacar una página del libro de Rex y le pongo una mano en el hombro. Él está temblando Se ve tan cansado de repente; su frente está arrugada y su boca apretada. —No soy... —Sacude la cabeza con frustración—. No soy estúpido. —Escupe la palabra—. Es solo que las cosas se complican. Sobre todo si estoy nervioso. Quiero decir, puedo leer. Sin embargo, los subtítulos van demasiado rápido. —Cada palabra es tensa, corta. Claramente lo está matando decirme esto. Entra en la sala de estar y comienza a encender un fuego. Lo sigo, me siento en el sofá, solo observando la fuerte línea de su espalda, sus manos inteligentes encienden el fuego rápidamente. Marilyn trota y me lame la mano, luego se instala en su lugar favorito frente al fuego. Dios, debe ser increíble ser Marilyn. Caliente, cuidada, acariciada todo el tiempo, nada que hacer excepto comer y cagar y acurrucarse y dormir junto al fuego. No tener que preocuparse por si estás actuando correctamente o si alguien va a malinterpretar lo que has dicho. Nunca tratando de averiguar qué es lo que quieres. Rex se hunde en el sofá junto a mí, mirándome fijamente. —A veces apenas puedo pensar cuando te miro —dice, casi como si estuviera hablando consigo mismo. —¿Qué? —Me equivoco estúpidamente. Traza mis cejas con sus pulgares y luego deja caer sus manos mientras inclina su cabeza hacia atrás en el sofá y suspira. Parece perdido por primera vez desde que lo conozco. Me coloco a horcajadas sobre el regazo de Rex y pongo mis manos sobre sus hombros, así que lo estoy mirando a los ojos.

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—Sé que no eres estúpido —le digo con calma—. Creo que eres increíblemente

inteligente.

Tienes

una

memoria

loca.

Increíbles

habilidades espaciales. Puedes arreglar todo y sabes cómo funcionan las cosas con solo mirarlas. Eres cualquier cosa menos estúpido. Rex deja escapar un suspiro. Parece... ¿aliviado, tal vez? por decírmelo. Sus manos suben para instalarse en mis caderas. Él asiente, aunque apenas. —¿Cuándo te diste cuenta? —pregunto, frotándole los hombros—. ¿Te diagnosticaron? Sacude la cabeza. —Yo fui malo en la escuela, siempre. Entendía lo que decían los maestros, pero los libros y las hojas de trabajo estaban todos confusos. Pero no conocía nada diferente, así que no me daba cuenta que no era igual que otros niños. No hablé con nadie. Nunca dije: ‘Oye, ¿por qué están todas las letras mezcladas en la hoja de trabajo?’ para que alguien pudiera decirme que no lo estaban. La idea de Rex como un niño pequeño, tan retraídamente tímido que ni siquiera sabe que es diferente, me da un gracioso vacío en el estómago. —¿Tus profesores nunca hablaron con tu madre o algo así? —Nos mudamos tanto que nunca estuve en la misma escuela por mucho tiempo. Mis maestros pensaron que yo era tonto, o perezoso. Sin embargo, nadie preguntó al respecto. O por qué no hice el trabajo. Después de un tiempo, mi madre dejó de mantener mis registros porque a veces nos mudábamos cada seis meses. Ella nunca pidió ver mi tarea o mi calificación en una prueba. A ella no le importaban esas cosas.

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Realmente no lo sabía. Cuando las libretas de calificaciones se enviaban a casa, nos habíamos ido hace mucho tiempo, así que ella nunca supo que lo hice mal y nunca se lo conté. No creo que se hubiera dado cuenta si nunca regresara. Así que... —Rex me mira nerviosamente—. No lo hice. Nunca terminé la secundaria. Después de Jamie, nunca volví. Rex se ve avergonzado. Paso mis dedos por su espeso cabello, las pocas hebras plateadas brillando entre el marrón. —Ginger nunca terminó la secundaria tampoco —digo con cuidado—. Ella abandonó su primer año para hacer su aprendizaje en la tienda de tatuajes. Sus padres estaban furiosos. Él asiente y puedo sentirlo relajándose, sus muslos tensos se ablandan ligeramente, los hombros se aflojan. —Simplemente no quiero que pienses que soy ignorante — confiesa—. En la escuela, la gente pensaba que yo... tenía una discapacidad de aprendizaje porque nunca hablaba y yo... —su voz está llena de vergüenza y no me mira a los ojos—. Antes que aprendiera... formas de lidiar con eso, la gente... —Sacude la cabeza—. Simplemente... parte de la razón por la que me gusta aquí es que a la gente no le parece raro que no haya terminado la escuela. Sí, simplemente no quiero que pienses que soy... —No creo eso —le tranquilizo—. Sólo… Rex, lo siento. No me di cuenta. Me siento muy mal por esta noche. Siento que debería haberlo... —No quería que lo hicieras —dice acaloradamente—. ¿No lo ves? Quiero decir, mírate. Eres un profesor, por el amor de Dios. Lees y escribes para ganarte la vida. No quería que pensaras que era como uno de esos estudiantes que hacen todo mal.

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Siento una oleada de vergüenza caliente. Me senté en esta casa, leyendo los papeles de los estudiantes en voz alta, molesto porque no escribieron las declaraciones de tesis adecuadas, y al mismo tiempo Rex se sentó y me escuchó como un imbécil crítico, asumiendo que a los estudiantes no les importaba, sin considerar que tal vez fue duro para ellos. Qué cosa tan tacaña y prosaica de mí. —Joder

—murmuro—.

No

debería

haber

hablado

de

mis

estudiantes de esa manera. Ni siquiera es realmente lo que pienso cuando no estoy calificando. Rex asiente. —Es solo que la gente es buena en cosas diferentes, ¿sabes? — dice—. Y solo porque le digas a alguien cómo hacer algo no significa que lo pueda entender. —Lo sé. Tienes razón. —Puedo decirte que no te hace débil dejarme entrar, pero eso no significa que puedas hacerlo, ¿verdad? Touché. Agacho la cabeza. Por supuesto que tiene razón. Me siento como una mierda. Como el tipo de niños privilegiados que conocí en la escuela. ¿En eso me he convertido? ¿Tan aislado en mi pequeña burbuja académica que creo que lo que es cierto para mí es cierto para todos? Que me jodan. Llamando a Daniel, como diría Ginger: esto no es realmente sobre ti. —Todos los días hay cosas que tengo que resolver, o pretender o fingir —dice Rex—. Cosas que nunca hago porque no soporto lo inquieto

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que me pongo cuando me pongo nervioso. Como todo se va a la mierda. No quiero sentirme como cuando era niño: lo suficientemente inteligente como para saber que todos pensaban que era un idiota y demasiado jodido en la cabeza para hacer algo al respecto. —Oye, no digas eso —le digo. —Es patético, Daniel. Ordené el especial cuando fuimos a cenar la primera vez sin escuchar lo que era porque apenas podía mantener mi polla en mis pantalones, y mucho menos concentrarme en leer contigo sentado a mi lado. Con tu pelo y esos malditos ojos. Ni siquiera podía pensar. Sus ojos me consumen. Dios, parecía estar tan en control esa noche hasta todo el asunto con Colin, pero ahora recuerdo que su pasta tenía alcachofas, que no le gustaba. —¿Qué iba a hacer, pedirte que me leyeras el menú como un niño? —Hay una bilis en su voz que nunca antes había escuchado—. Joder, lo odio. —Sus manos se aprietan en mis caderas hasta que son casi dolorosas. Rex deja caer su cabeza hacia mi pecho. —Joder —dice—. Lo siento. No era mi intención compadecerme de mi mismo. —Él deja escapar un profundo suspiro, desliza sus manos debajo de mis muslos y se levanta, levantándome también—. ¿Pan de jengibre? —pregunta. Y así, al parecer, el tema está cerrado. Asiento, aturdido, y lo sigo a la cocina. Saca cosas de los armarios y del refrigerador. —¿Rex?

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Se congela y cuando me mira puedo ver la incertidumbre que está tratando de encubrir con sus movimientos. —Creo que eres perfecto. Quiero decir, mierda, eso sonó tonto, pero, quiero decir perfecto en mi opinión. —¿Cómo explico lo que quiero decir? Que todas esas cosas que él es se juntaron en la receta perfecta. —¿Para ti? —dice él. —¿Hmm? —¿Perfecto para ti, tal vez? —Se ve tímido y complacido. Todo lo que puedo hacer es asentir. Él me levanta sobre el mostrador y me besa como un tonto. —Daniel —dice— las cosas que dices a veces. Tú me matas. —Me besa y es caliente y dulce, calor sofocante desde mi estómago hasta mi garganta. Empiezo a endurecerme, a sentir un hormigueo a través de mí. Le persigo la boca, pero se echa para atrás para mirarme. Sus ojos whisky son cálidos y hay un poco de color en sus pómulos. Sus labios se ven hinchados por los míos y esa línea entre sus cejas es un pliegue perfecto. —Einstein era disléxico —le digo, un poco sin aliento. Rex agacha su cabeza. —¿Sí? —Mmhmm, y Lewis Carroll, quien escribió Alicia en el país de las maravillas. ¡Oh! Y Ozzy Osbourne. Me olvidé de él. Y, mf... Rex me besa con fuerza y me acaricia la mejilla con firmeza. Luego me tira del mostrador.

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—Está bien, entonces te diré qué hacer y lo haces, ¿de acuerdo? —Lo que desees —resoplé, empujando mis caderas contra las suyas. Rex explica las cosas claramente y me mira a tientas con tanta frecuencia que el tiempo vuela. Antes que pueda creer que hice algo que no vino de una lata, hay pan de jengibre en el mostrador. —Mierda —gimo, probándolo— es delicioso. Entonces, con cocinar y hornear, ¿cómo aprendes las recetas? —Um, bueno, obtengo muchos de ellos viendo programas de cocina. Si puedo ver a alguien hacerlo, entonces puedo hacerlo yo mismo. Pero para hornear, generalmente tengo que mirar una receta la primera vez. —Me mira fijamente—. Puedo leer. Lo entiendes, ¿verdad? —Sí. —Solo toma un tiempo. Y me da dolor de cabeza. —Espera, ¿cómo la migraña que tuviste? Él asiente. —¿La lectura te da migrañas? —Solo si miro algo demasiado tiempo. O en la pantalla de una computadora. —Entonces, ¿qué estabas leyendo demasiado tiempo cuando tuviste la migraña el mes pasado? Rex se ve avergonzado.

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—Solo... bueno, solo algunas cosas sobre cómo comenzar tu propio negocio. —¿Para tus muebles? Él asiente, pero sus ojos se desvían hacia los lados como si hubiera algo más. —Puedo ayudarte —le digo, con la esperanza que suene casual en lugar de compasión—. Quiero decir, todavía podrías leer las cosas, pero si quisieras ayuda para encontrar lo que es útil. Soy bueno en la investigación. Y entonces no tendrías que leer en la computadora. Simplemente podría imprimirlo en la escuela, es gratis para mí, y podría... Rex me acerca a él y envuelve sus brazos alrededor de mí, apretado. Su suéter ahora huele a pan de jengibre además de lana, humo y cedro, y es lo mejor que he olido. Siento que es lo que siempre imaginé que sería la Navidad en las familias perfectas que leí en los libros. —Joder, hueles tan bien —digo en el hombro de Rex, donde mi nariz está encajada. Él se ríe—. ¿Cómo hueles siempre tan bien? —Estoy un poco molesto por eso, para ser honesto. Parece injusto que Rex, luciendo como él, y sintiéndose como él, también deba oler malditamente delicioso. Es como si hubiera sido diseñado específicamente para conquistar cada uno de mis sentidos. No me hagas hablar de lo bien que sabe. Se ríe de nuevo. Aparentemente lo dije en voz alta. Él acaricia mi cabello lejos de mi cara y mantiene una mano en la parte baja de mi espalda.

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—Hueles muy bien —dice—. Como virutas de lápiz y cafetería y menta. —Mi champú podría ser menta —le digo, tratando de imaginarme la botella. Rex huele mi cabello, pasando las yemas de sus dedos sobre mi cuero cabelludo en un duro masaje. Es un sentimiento tan particular, y me hace temblar. Luego pone su nariz en el hueco de mi hombro, donde se encuentra con mi cuello, y respira. Se pone de rodillas, pone sus brazos alrededor de mi cintura y me vuelve a respirar. Él cae más abajo, y mi respiración se detiene cuando entierra su cara en mi entrepierna, las manos en la parte posterior de mis muslos. —Hueles increíble en todas partes —dice. Me río, pero luego Rex se desabotona los vaqueros y acaricia mi entrepierna y mi risa se queda sin aliento. Él besa mi vientre y luego baja, tomándome en su boca. Su boca está caliente y resbaladiza y su lengua se envuelve alrededor de mi eje, acunándome. Sus manos frotan arriba y abajo de mis muslos mientras me lleva más profundo en su boca. Se siente increíble, pero algo está mal. Rex tiene sus ojos cerrados y sus manos se abren y cierran convulsivamente en mis piernas. —Rex —le digo—. ¿Estás bien? —Paso una mano sobre su frente. Se retira y asiente. —Claro —dice—. Vamos a la cama. Agarra mi mano y camina hacia el dormitorio. Cuando me tiene en la cama, empieza a quitarme la ropa con una sola intención, el pliegue en su frente se profundiza. Me besa profundamente y gimo en su boca.

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Le quito el suéter y la camiseta para encontrar su pecho enrojecido y caliente. Él es todo calor, vibración y movimiento. Si no lo supiera mejor, pensaría que él temía que me fuera en cualquier momento. La intensidad en sus ojos es mitad pasión y mitad concentración. Su boca está en todas partes. Caliente en mi cuello y temblando sobre mis pezones. Me lame el ombligo y me muerde el hueso de la cadera. Luego regresa, me besa mientras me quita los pantalones y desabrocha el suyo. Él palmea mi culo, amasando la carne y deslizándose para lamer la cabeza de mi erección. Es como un tornado, tratando de envolver cada parte de mí en sensación. No puedo alcanzar sus pantalones para quitárselos y él se da la vuelta y los jala con frustración, jurando cuando quedan atrapados alrededor de sus rodillas. Cada músculo de su espalda está tenso y sus manos tiemblan cuando se vuelve hacia mí. Me siento y luego me arrodillo para poder mirarlo a los ojos. Está respirando pesadamente y sus ojos se mueven por toda la habitación. Pongo una mano en su mandíbula y lo beso suavemente. Algo está definitivamente mal. Es como si Rex intentara distraerme con su cuerpo para que me olvidara de lo que me ha dicho. Lo miro. Sus músculos, su fuerza. Tal vez no son sólo para sentirse seguro físicamente. Tal vez su cuerpo es algo que siente que puede ofrecer incluso con su dislexia. —Gracias —dice tembloroso. Suena muy nervioso Inclino mi cabeza para preguntar por qué. —Solo... por no decir que soy patético o estúpido. —Joder, Rex, de ninguna manera. ¡Tú no lo eres! Nunca podría pensar eso.

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Él asiente, pero no está de acuerdo. Es una forma de decir: está bien, lo que sea. Yo debería saberlo mejor. Lo he hecho con suficiente frecuencia cuando no creo realmente en alguien pero quiero que la conversación desaparezca. Tomo sus mejillas y lo beso de nuevo. —Shh —le digo—. Está bien. Beso una esquina de su boca y luego la otra, luego lo beso de nuevo. Lo beso una y otra vez, cada vez un poco más y un poco más profundo hasta que finalmente abre la boca. Su lengua sale a tocar la mía tímidamente, como si nunca lo hubiéramos hecho antes. Empujo a Rex sobre su espalda en la cama y su cabello se extiende sobre su suéter, las hebras oscuras hermosas contra la lana clara. Si esto fuera una escena en un libro, parecería un halo. Beso a Rex profundamente, tratando de poner todo lo que siento en él, lo mucho que quiero que confíe en que no creo que sea estúpido. Qué maravilloso es. Qué agradecido estoy de que le gusto, por la razón que sea. Qué fuerte es él. Lo beso hasta que sus brazos me rodean, pesados contra mi espalda, y él comienza a balancear sus caderas contra las mías. Sus ojos están vidriosos y se ve cansado. Alcanzo entre nosotros y ahueco su erección en mi mano, acariciando suavemente. Un escalofrío de cuerpo completo lo recorre y se muerde el labio. —¿Qué quieres, cariño? —le pregunto—. Por favor, haré lo que quieras. Rex abre la boca y la cierra de nuevo, vacilando. Cierra los ojos y extiende las rodillas para que nuestras erecciones se froten.

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—Yo... yo quiero. —Su voz es áspera y puedo escucharlo tragar. Cepillo su cabello hacia atrás y lo miro a los ojos. —¿Quieres que te folle? —pregunto, y su dureza salta en mi mano. Sus párpados se cierran un momento y luego se abren. Él asiente, temblando. La excitación me atraviesa, la idea de enterrarme dentro del cuerpo apretado de Rex. La idea de abrirlo con mi polla, convertir todo ese músculo en un charco de placer tembloroso me marea de lujuria. —Oh, mierda, sí —le digo, y lo beso, dejándole sentir lo mucho que lo quiero—. He pensado en ti así tantas veces —le digo. —¿Sí? —Sus labios se curvaron en una casi sonrisa—. Por lo general, la gente solo quiere que yo lo domine —dice, mordiéndose el labio— pero yo... ¡oh! —gime mientras palmeo su trasero, disfrutando de la firme redondez y el increíble calor que hay entre ellos. Puedo imaginar que la gente no mira a Rex y ve a alguien que quiere que le follen. Pero estaba justo ahí, en sus ojos. En cómo tiembla contra mí, tan ansioso de darme placer como si pensara que era lo único que podía ofrecerme, pero tan cargado de la responsabilidad que requería. Quiere esto, quiere que me ocupe de él. Y yo también lo necesito. La dinámica entre nosotros ha sido todo lo contrario desde que Rex me encontró en el bosque hace tantos meses, y apenas me he dado cuenta porque me he sentido muy mal por todo lo demás en mi vida, tan descentrado debido a mis sentimientos por Rex. He dejado que me cuide o me he resistido, pero no he estado cuidando bien de él. Y tal vez antes, podría decirme que era porque no sabía cómo. Pero aquí mismo, ahora mismo, en esta cama, sé cómo cuidar a Rex. Sé cómo sacarlo de su cabeza

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y cómo obligarlo a no pensar en nada más que en el sentimiento de nuestros cuerpos moviéndose juntos. Abro el cajón y agarro el lubricante, determinado a hacer esto tan bueno para Rex como él siempre lo hace para mí. A Richard le gustaba duro y rápido, le gustaba que lo aporreara una y otra vez, como si fuera la estrella de una fantasía de comercio rudo que cobró vida. Se masturbaba, y si se venía antes que yo, se apartaba de mí, dejándome para terminar solo, sin interés en que el sexo durara un minuto después de haber terminado. Algo me dice que Rex no será como él. Hago girar a Rex sobre su estómago con las rodillas abiertas y le beso la parte posterior del cuello, prestando atención a lo cálida que es su piel, a cada pequeño movimiento que hace ondular los músculos de su espalda como una máquina afinada. —Daniel, yo... —comienza Rex con incertidumbre, pero no lo dejo terminar. —Shh —le digo—. Simplemente no te preocupes por nada, ¿de acuerdo? Él gime, lo que tomo como asentimiento. Paso mis manos a lo largo de su caja torácica y observo la piel de gallina en sus brazos. Beso su espina dorsal hacia su hermoso culo y veo cómo los escalofríos se extienden sobre su piel. Beso los hoyuelos justo por encima de la hinchazón de su culo y luego los lamo. Rex gime, apretando las sábanas, su cara ahora enterrada en el suéter.

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—Tu cuerpo es tan jodidamente hermoso —le digo, apretando un puñado de su culo y viendo cómo la carne rebota perfectamente. Beso el interior de sus muslos y él se estremece, su respiración se acelera. Busco debajo de sus caderas y levanto su erección para que apunte hacia abajo entre sus piernas, luego paso mi lengua por la piel sensible entre su agujero y sus bolas, luego hacia abajo sobre la punta de su erección, que está filtrando su excitación. Con una mano, se acerca hacia atrás y acaricia mi mejilla torpemente, tratando de mirar por encima de su hombro y fallando. Está murmurando algo en la almohada, pero no puedo entenderlo. Separo su culo y paso tentativamente mi lengua por su agujero, sin haberlo hecho antes. Sin embargo, en cuestión de segundos puedo decir que está a punto de convertirse en mi nueva actividad favorita, ya que todo el cuerpo de Rex se levanta de la cama. —¡Oh dios! —Prácticamente grita. Me río entre dientes y pongo una mano suave en su cadera mientras me inclina hacia atrás. Lamo su agujero, siento un espasmo, y luego, mientras se relaja lentamente, empujo la punta de mi lengua hacia adentro. Rex está gimiendo como un loco y el sentimiento de este hombre grande y poderoso que se deshace con el movimiento de mi lengua me intoxica. Froto su agujero con el pulgar, animándole a abrirse hacia mí, y luego deslizo mi lengua hacia adentro. Rex gime, luego se afloja en la cama. —Oh Dios, oh Dios, oh Dios —dice mientras flexiono mi lengua dentro de él—. Oh, Dios, Daniel. —Todo lo que puedo sentir es el calor

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resbaladizo del agujero de Rex y la forma en que parece que cortocircuita el resto de su cuerpo. —Por favor —dice Rex tan suavemente que apenas lo escucho. Me deslizo por su cuerpo y entierro mi cara en su cuello. Puedo escuchar su respiración acelerada, sentir el increíble calor que sale de su piel—. Daniel, por favor —él raspa. —¿Me necesitas dentro de ti? —digo en voz baja en su oído, y él se estremece. Él asiente de inmediato, buscando un condón y pasándomelo. —Te quiero así —le digo, pasando mi mano por su espina dorsal. Asiente de nuevo y puedo ver el alivio en su rostro. Corro mis dedos y deslizo uno dentro del calor de Rex, observando sus hombros en busca de tensión, pero él solo gime suavemente. Empujo sus rodillas más lejos y agrego un segundo dedo, sintiendo que se aprieta un poco a mi alrededor. Él es todo calor resbaladizo y músculo fuerte y tuerzo mis dedos, buscando su próstata. Grita cuando la encuentro, sus rodillas cayendo aún más separadas mientras intenta jadear contra el colchón. —Uh-uh —le digo, y levanto sus caderas de la cama. Deslizo un tercer dedo dentro de él y acaricio su erección ligeramente. Él se retuerce contra mí. —¿Listo? —Sí —gime— por favor.

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—Tan educado —murmuro, presionando contra su próstata una vez más antes de quitar mis dedos. Se estremece y baja la cabeza, ahora sobre sus rodillas y codos. Con una mano sujetando su cadera, me deslizo contra la grieta de su culo. Estoy duro como una roca y solo la sensación de él envía rayos de placer a la base de mi polla. Le doy a su erección unos golpes fuertes cuando comienzo a deslizarme dentro de él. Ambos gemimos cuando abro su músculo. Es como si me estuviera tragando la presión más perfecta, su cuerpo abrazando mi erección tan fuerte que apenas puedo deslizarla. —Oh mierda, Rex —le digo. —No te detengas —dice rápidamente. —No en tu puta vida —le digo, retrocediendo un poco y agregando más lubricante antes de deslizarme hacia adelante de nuevo. Esta vez me deslizo completamente dentro de él, y no es como nada que haya sentido antes. Por lo general, siento una sensación de alivio cuando me deslizo dentro del culo de un chico, la sensación de que pronto llegaré y me sentiré muy bien. Ahora, siento algo como desesperación. Desesperación por estar dentro de Rex el mayor tiempo posible. Desesperación por hacerle sentir tan bien como yo me estoy sintiendo. Y, sí, está bien, desesperación por correrme. —Jesús, te sientes increíble —le digo. Rex solo gruñe en respuesta, pero puedo verlo asintiendo contra la cama. Se empuja contra mí, acercándonos aún más. No me había dado cuenta que no me estaba moviendo. Dejo caer un rápido beso en la columna vertebral de Rex y luego retrocedo y empiezo a empujar hacia

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él. Siento que cada nervio está concentrado en mi ingle, como si todos los sentimientos dejaran mis extremidades y emigraran allí, convirtiéndome en un misil de placer desesperado que busca calor. Cuando empujo a Rex, él se empuja contra mí, conduciéndome aún más profundo. Presiono sus hombros hacia abajo, cambiando el ángulo, y él grita. Estoy golpeando su próstata ahora mientras empujo hacia él, y siento que con cada chasquido de mis caderas, estoy tratando de empujar el placer de mi propio cuerpo hacia el suyo. Los músculos de su espalda están tensos y su cabello extendido contra ese jodido suéter y sus brazos están arrojados hacia los lados como si estuviese inmovilizado en la cama. De repente, es imperativo que vea su cara. Me salgo y Rex hace un sonido de queja. —Ven aquí —le digo, y lo empujo por el hombro. La cara de Rex está enrojecida y su cabello es un desastre y puedo ver la impresión del tejido en su mejilla, y es la cosa más hermosa que he visto en mi vida. Levanto sus caderas hacia arriba y empujo sus rodillas para separarlas y luego estoy de vuelta allí, volviéndonos a unir, conectándonos como deberíamos estar. Arrastro su barbilla a la mía y lo beso con todo lo que tengo, sintiendo su erección latir entre nosotros. —Daniel —dice Rex con voz quebrada cuando empiezo a empujar de nuevo. Su voz se ahoga y cierra los ojos mientras gime. Con cada empuje, gira sus caderas para encontrarse con las mías, haciéndonos encontrar poderosamente y enviando pequeñas explosiones de éxtasis a través de mí. Puedo sentir el hormigueo en la parte baja de mi espalda y

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vientre, y empujo mi orgasmo hacia atrás, decidido a hacer que esto dure tanto como pueda. Salgo completamente de Rex y me deslizo de nuevo dentro de él tan lentamente como puedo, la sensación inicial de romper su cuerpo casi tan intoxicante como el glorioso deslizamiento profundo en su interior. Pellizco sus pezones, solo observando su cara, tratando de leer lo que necesita de mí allí. Ver a Rex así, toda su fuerza a merced de mi cuerpo, amándolo, es lo más caliente que he visto en mi vida. Rex arquea su espalda contra mi asalto en sus pezones y lanza su cabeza hacia atrás. Beso su cuello y tomo su erección llorona en mi mano. Lo bombeo firmemente y sus caderas palpitan, conduciéndome aún más profundo dentro de él. Apenas puedo pensar. Cada latido de mi corazón golpea en mis oídos, pulsa en mi estómago y empuja sangre en mi polla hasta que me siento como un gran latido del corazón, pulsando dentro del cuerpo de Rex. Beso su boca y sus brazos me rodean, sosteniéndome contra él. —Estoy tan cerca —dice contra mis labios, y, doblando sus manos alrededor de mis caderas, me acerca aún más contra él. Lo beso una vez más, luego salgo completamente y lo golpeo de nuevo, sintiendo que los zarcillos de mi orgasmo comienzan a desplegarse, comenzando en mis bolas y en la base de mi columna vertebral y pulsando hacia afuera. Golpeo el calor de Rex una y otra vez, y entonces es como si el tiempo se detuviera porque Rex se congela, todo su cuerpo se contrae. Convulsiona, su canal me aprieta con una presión imposible, y luego se viene, disparando contra mi pecho pulso tras pulso de calor. Con un rugido, ordeño una última convulsión de él y se cae contra la cama, gimiendo.

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—Oh, Dios mío —murmuro. Esa fue la cosa más caliente que he visto en mi vida. Estoy justo en el borde, mirando la hermosa cara de Rex. Toco la punta de su polla drenada, hipnotizado por una última cuenta de semen temblando allí, y Rex me aprieta violentamente. Es como si todo su canal fuera un puño, apretándome. Grito, y Rex lo vuelve a hacer, se aprieta a mi alrededor. Y se acabó. Estoy cayendo en espiral hacia un orgasmo que quita cada gota de placer de mi cuerpo. Estoy empujando profundamente dentro de su cuerpo y mi culo se aprieta y puedo escucharme gemir, pero en lo único que puedo concentrarme son los rayos de electricidad que me desgarran, sacándome todo. Me desplomo encima de Rex y sus brazos inmediatamente me envuelven. —Oh, Danny —murmura—. Oh. El apodo se dispara directamente a través de mí, trayendo la calidez de un tipo de placer muy diferente. Pero a pesar de que todos los nervios están cantando, estoy dormido en segundos. Me despierto en algún momento de la noche para sentir a Rex moviéndose contra mí. Estoy medio dormido, pero envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y nuestras bocas se encuentran otra vez. No puedo ver nada, pero puedo sentir el cuerpo duro de Rex y su calor, y puedo sentir su erección presionando contra mi muslo. Ruedo para que nuestros pechos se toquen y lanzo mi pierna sobre su cadera, abriéndome hacia él. Todo el tiempo, nunca dejamos de besarnos. Por un momento, incluso creo que estoy soñando, pero Rex envuelve su enorme mano

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alrededor de mi polla medio dormida y me lleva a una dureza total. En la oscuridad, él está en todas partes, brazos y piernas, pecho y manos, y boca dulce y caliente. Mientras nos movemos juntos, lentamente trabajándonos juntos, Rex tararea en mi boca con placer. Él deja caer un brazo sobre mi cadera y mete sus dedos en mi grieta. —¿Puedo…? —pregunta y le beso un sí. Luego tiene el lubricante y sus dedos se mueven dentro de mí, arrastrándome hacia arriba y transformando mi excitación líquida y soñadora en una dura necesidad. —Ven aquí para mí —dice, y me tira encima de él mientras yace sobre su espalda. Nos molemos juntos mientras él me toca y mis ojos se han ajustado a la oscuridad lo suficiente para ver que sus ojos están cerrados y tiene una pequeña sonrisa en su rostro. También cierro los ojos y finjo que estamos en un sueño compartido. Levanta mis caderas y me coloca encima de él, deslizándome hacia abajo para que su erección me abra lentamente. Grito de éxtasis, y tengo la extraña sensación que todavía estoy follando a Rex. Que mi polla está dentro de él al mismo tiempo que la suya está dentro de mí. Sé que mi cuerpo sobresensibilizado sólo me está jugando una mala pasada, pero cada pulso de la polla de Rex dentro de mi cuerpo se siente como un movimiento de respuesta a mis propios movimientos anteriores. En la oscuridad, es como si todo lo que me sostuviera fuera la erección de Rex dentro de mí y sus manos agarrando mis caderas. —Oh, cariño —dice y comienza a moverse, pulsando sus caderas mientras ruedo las mías, y nuestros cuerpos se juntan en un torrente

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líquido. Pierdo la noción del tiempo, entrando y saliendo de mi propio placer y el de Rex, mis dedos pasando por su rostro, su cuello, su pecho, hasta el lugar donde nos reunimos. Rex gime y ríe en voz baja, y comienza a rebotar sus caderas fuera de la cama, enterrándose tan profundamente dentro de mí que mi estómago se aprieta mientras el peso de mi cuerpo me lleva hacia abajo sobre él. Rex me levanta por las caderas y luego me empuja una y otra vez hasta que soy un charco de calor y placer, mi pene rebotando contra mi estómago. Quiero agarrarlo, masturbarme, pero en este extraño y soñador mundo de sensaciones, todo lo que quiero es que Rex se apodere de mi cuerpo; soy completamente esclavo de él. Finalmente, después de lo que parecen horas o quizás solo segundos, Rex pasa su pulgar sobre la cabeza de mi polla, extendiendo el fluido resbaladizo a lo largo de mi longitud. Grito y me mantengo firme sobre sus hombros, seguro que me caeré si no detengo el giro en mi cabeza y el zumbido en mi ingle. Rex me acaricia con fuerza y el orgasmo se derrama de mí, hasta que mi polla está sacudiéndose, vertiéndose sobre su vientre, la blancura lechosa desapareciendo rápidamente en la oscuridad. Mi aliento tartamudea y me siento como una muñeca de trapo cuando Rex gime y sigue empujando dentro de mí. La sensación es casi abrumadora y, justo cuando sé que no puedo soportarlo más, lo siento venirse, su gemido vibra en su pecho bajo mis palmas, el calor abrasador me inunda el culo cuando Rex se convierte en parte de mí. Ausentemente, me doy cuenta que eso significa que acabamos de tener relaciones sin condón y, debido a la súbita quietud de Rex y la respiración entrecortada, él también debe darse cuenta de repente.

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—Lo siento —dice—. No estaba pensando, no lo hacía. Debería sentir una fría oleada de miedo, pero por alguna razón no viene. —¿Estás...? Quiero decir, ¿estás limpio? —pregunto. —Sí —dice— pero no quise... —Shh —le digo—. Te sentiste increíble. Se relaja debajo de mí. —Yo también estoy limpio —le aseguro, y él toma mi mano y besa mi palma. —Todavía no quise hacerlo sin preguntarte. Todo lo que siento es alivio y tembloroso placer. Me inclino y beso suavemente a Rex, con la esperanza de mostrarle que estoy bien con eso, más que bien. Él besa mi boca, luego mis párpados, y luego me maniobra para que esté acostado de lado, de vuelta sobre su pecho mientras se desliza lentamente fuera de mí. Siento su vacilación, así que tomo su mano y la llevo a mi apertura. Desliza sus dedos dentro de mí, sintiendo como se desliza su semen. Estoy seguro que no se sentirá tan bien por la mañana, pero ahora mismo, la idea de que Rex se quede dentro de mí toda la noche se siente como una manta caliente. —Oh Jesús —murmura Rex. Se acurruca con las caderas apretadas contra mi trasero, juntándome cerca de él con su brazo, y me entierra la cara en el cuello.

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Tengo el pensamiento breve, ausente, de que no podré dormir con él abrazándome tan fuerte, y entonces la oscuridad me traga.

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Capítulo 13 Noviembre —¡Mierda, mierda, mierda! —digo mientras un fino zarcillo de humo serpentea hacia mí. Cuando vuelvo a la cocina y saco la tostada quemada del horno tostador, los huevos se han coagulado en la sartén. Sin embargo, no huelen a quemado, así que los raspo en el plato. Pongo más pan en la tostadora, volcando los trozos quemados en la basura. Odio desperdiciar comida, pero de ninguna manera le serviré ese carbón a Rex. Aparte del hecho de que es bastante vergonzoso tener un grado avanzado y no poder aplicar el calor al pan de manera uniforme, no es realmente el mensaje de confort que quiero enviar. De acuerdo, tal vez cocinar no es el mejor medio para el mensaje, pero quería hacer algo por Rex que compense nuestra desastrosa cita de anoche. El horno tostador se agita y yo agarro la tostada, milagrosamente sin quemar, y raspo un poco de mantequilla sobre ella. —¿Qué estás haciendo? Rex aparece en la puerta justo cuando estoy a punto de llevarle el plato, vestido con un pantalón de chándal y nada más. Se ve cálido y soñoliento. —Íbamos a desayunar en la cama, pero... —Lo siento —sonríe Rex—. ¿Quieres que vuelva a la cama? Que pregunta. Él mismo se ve positivamente comestible, con sus poderosos hombros apoyados en la puerta y la expansión muscular de

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su pecho y estómago ocupando todo el espacio entre ellos. Su cabello está desordenado y su barba hace que su boca se vea increíble. —Diablos, sí —le digo, pero en el momento en que lo he estado mirando boquiabierto, él ya comenzó a moverse hacia mí. Se sienta en uno de los taburetes en el mostrador y me tira para pararme entre sus piernas. Parece serio, como si estuviera tratando realmente de no mencionar la confesión de la noche anterior sobre su dislexia, pero tiene muchas ganas de hacerlo. Luego tira del plato hacia él y su expresión se suaviza. —No puedo creer que hayas cocinado —dice, levantando su tenedor mientras mantiene un brazo entrelazado alrededor de mi cintura—. Aquí, comparte conmigo. —Oh, cierto. Solo hice un plato. Él pone un huevo en su boca, todavía mirándome con cariño. Entonces su expresión se vuelve estudiadamente neutral. Mastica lentamente. Traga. Intenta sonreír. Suelta el tenedor y recoge las tostadas, aliviado al morderlas. Baja la tostada y me da palmaditas en la espalda. —¿Está bien? —digo. Rex asiente, pero no abre la boca. Me está dando palmaditas en la espalda como si fuera un pariente de edad avanzada. —Rex —le digo—. ¿Está mal? Tose un poco y se aclara la garganta. —Fue un pensamiento realmente dulce, Daniel —dice. Besa mi mejilla y acerca el plato a él con una respiración profunda, cuadrando

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sus hombros. Toma otro bocado de huevo, pero antes de llevárselo a la boca, suspira y me mira por el rabillo del ojo. —Um —dice. —¿Qué demonios? —digo, y tomo el tenedor de su mano y como los huevos. Santa. Maldita. Mierda. —¡Joder! —digo—. Esto sabe a muerte. ¿Por qué demonios lo comiste? Rex comienza a reírse entre dientes. Le doy un mordisco al pan tostado, que al menos no puede estar tan mal. Ni siquiera está quemado. Incorrecto. La tostada sabe cómo si la hubiera sacado de un edificio en llamas, la mantequilla congelada solo incrementó la consistencia bruta. Miro a Rex desesperadamente. ¿Cómo pueden los huevos y las tostadas tener un sabor tan malo? —Esto es lo peor que he probado en mi vida —dice Rex, riéndose, pero me atrae hacia él y me besa, así que apenas me molesta. —Ew, aléjate —le digo—. ¡Sabes a huevos muertos y tostadas quemadas! Rex se ríe profundamente y entierra su cara en mi pelo. ***

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La siguiente semana, Rex y yo pasamos mucho tiempo en su casa. Es una sensación extraña que no he tenido desde que era un niño: esta sensación de que quiero pasar todo el tiempo con alguien. La última vez que me sentí así fue con Corey Appleton en séptimo grado. Estaba cautivado por él, solo quería verlo hacer... lo que sea. La forma en que afilaba su lápiz parecía sugerir algo profundamente contemplativo sobre su carácter y su elección de jugo de manzana en lugar de refresco en el almuerzo indicaba una dulzura que me atrajo. Por supuesto, cuando lo toqueteé después de la escuela, seguro que su brazo alrededor de mi hombro era un mensaje, mi corazón latiendo tan fuerte con esperanza que pensé que me iba a desmayar, me di cuenta que nada de sus gestos para afilar el lápiz o de su elección de bebidas indicaban una mierda. No hubo nada dulce en la forma en que me empujó contra el ladrillo y definitivamente nada contemplativo en la forma en que les contó a todos en la escuela lo que hice. También aprendí mucho sobre Rex esta semana. Él es realmente tímido. Puedo ver cuánto se esfuerza por ser cortés con los extraños, pero años de decir lo menos posible para evitar el tartamudeo le han hecho ser conciso. Claramente ha hecho que la gente se sienta intimidada por él. Él también es increíblemente saludable. Hace ejercicio, come bien y se mantiene hidratado, pero no es odioso al respecto. Es como que su cuerpo es lo único en lo que puede confiar, por lo que intenta hacerlo funcionar lo mejor posible, como personalizar un automóvil de lujo. Hay algo en Rex que me hace sentir tranquilo. Como si estuviera disperso hasta el momento en que lo veo y cuando me toca, vuelvo a juntarme en una configuración que tiene sentido.

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Y desde que me habló de su dislexia, las cosas se han arreglado más entre nosotros o algo así. Tiene sentido, en el sentido que debe haber sido una carga para él, tratando de mantenerlo en secreto. Al principio, me sorprendió que no saliera antes. Quiero decir, ¿cuántas veces podría haberle pedido que me leyera algo o buscara algo? Luego, cuando lo pensé, se hizo evidente cuánto trabajó para asegurarse de que esas situaciones no surgieran. Cuánto pensamiento debe haber puesto en evitarlo. Qué tan nervioso debe haber estado, preguntándose si se vería obligado a salir cada vez que estuviéramos juntos. Odio que sintiera que tenía que hacer eso, pero me alegra que ahora pueda relajarse. Ha trabajado increíblemente duro para educarse a sí mismo. En parte como una reacción a la gente que pensó que era estúpido debido a su dislexia, y en parte porque solo está interesado. Él mismo aprendió vocabulario y escuchó libros en CD. Sigue intentando enseñarme a cocinar, pero no tengo esperanzas, sobre todo porque cuando comienza a moverse por la cocina, todo lo que puedo hacer es observarlo. Me explicará cómo picar algo o cuánto tiempo se tarda en hacer un huevo duro, y observaré cómo se agrupan sus músculos mientras empuja el cuchillo o la forma en que se quita el pelo de la frente. Cuando está tratando de mostrarme cómo extender la masa de pasta o amasar el pan, estoy mirando sus enormes manos y sus fuertes antebrazos (con los que estoy básicamente obsesionado). Una vez, estaba tan distraído por la idea de que él amasara mi trasero de la forma en que amasaba el pan que me sorprendió encontrar queso en el pan cuando lo mordí. A Rex le pareció muy divertido, pero creo que sabe lo caliente que me parece verlo en la cocina y lo hace a propósito. Jesús, no es de extrañar que nunca pueda recrear nada de lo que le veo hacer.

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Estoy cortando las peras para un delicioso postre cuando Rex aparece detrás de mí, despacio para que no me sobresalte y me corte el dedo. Aprendió de la manera difícil que a veces me desconecto cuando se acercó detrás de mí mientras estaba encendiendo el fuego y casi lo golpeo con un gran pedazo de leña. —Cariño —dice contra mi cuello— no necesitas hacer todo tan exacto. Solo tienes que cortarlo. No tiene que ser tanto trabajo. —Sólo lo estoy cortando —le digo. Él me dijo esto antes, pero no estoy seguro de por qué no querría que se hiciera a la perfección, ya que es lo único que puedo hacer cuando se trata de cocinar. —Aquí, mira —dice Rex, quitando el cuchillo de mi mano pero manteniendo sus brazos alrededor de mí. Hmm, realmente no debería ser tan caliente tener a Rex a mi alrededor con un cuchillo... En unos pocos movimientos fáciles y practicados, él desarma la pera. Él sabe exactamente qué tan profundo cortar para perder el núcleo, cuánta fuerza se necesita para desgarrar la carne. Sin esfuerzo. Todo parece tan fácil para él. Sólo tiene esta manera con los objetos, como que a su toque, el mundo se volviera maleable, se pusiera en su lugar para ser desarmado o reconstruido según su voluntad. —Lo tengo —le digo, mi garganta de repente se llena de algo como celos ante la facilidad de Rex. Excepto que sé que no es tan simple. Demonios, sé lo incómodo que es a menudo por su timidez, su dislexia. Todavía no puedo evitar sentirme como un gran fracaso por no haber notado su dislexia antes.

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Baja el cuchillo y toma un trozo de pera, sosteniéndolo para mí. Lo como de su mano, luego lo beso, sabiendo que él puede probarlo en mi lengua. —Sé que piensas que tienes que ser perfecto en el trabajo. Ahí fuera —dice, gesticulando con su hombro mientras mantiene ambas manos sobre el mostrador, atrapándome contra su cuerpo—. Pero no tienes que esforzarte tanto aquí. No conmigo. Abro la boca para protestar. Pero... ¿es eso lo que estoy haciendo? Nunca lo pensé así. Supongo que he estado... mostrando mi mejor comportamiento alrededor de Rex. Pero eso es solo porque no quiero asustarlo. Miro hacia abajo a los grandes pies de Rex, sin saber qué decir. —Sólo quiero decir que no tienes que pensar mucho en todo lo que haces. Sí, he oído eso antes. Te desafío a encontrar a alguien que haya ido a la escuela de posgrado que no lo haya hecho. —Sabes, en realidad no es tan fácil cambiar la forma en que piensas. —Sale un poco más amargo de lo que pretendía. —Daniel. —Toma mi barbilla y me obliga a mirarlo—. Lo entiendo. ¿La autoconciencia? Créeme. —Resopla—. Pero te he visto esforzarte tanto para descubrir qué pensaba alguien sobre ti que se te cruzaron los ojos. Estás pensando en esas cosas todo el tiempo. Cómo reacciona la gente a ti. Si malinterpretaron lo que dijiste, si entendieron tu broma. Estás tan acostumbrado a sentir que no encajas que siempre estás tratando de estar un paso adelante. Averiguar cuál es el Daniel que requiere la situación. Pero…

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Se calla, me acaricia el pelo como si no quisiera herir mis sentimientos. —¿Pero? —Pero no puedes leer la mente de la gente, cariño. No siempre puedes imaginar qué va a pasar solo por ser inteligente. E incluso si pudieras... —Sacude la cabeza— …no deberías. No deberías tener que esforzarte tanto para encajar porque estás asustado. Me tenso, pero la mano de Rex todavía es suave en mi cabello. —Lo sé, lo sé, nunca tienes miedo, ¿verdad? —Me da una sonrisa ilegible. ¿Divertido? ¿Dudoso? ¿Indulgente?— Solo, a la gente le gustarás o no. No tiene sentido tratar de cambiar la forma en que actúas para adaptarte a ellos. Simplemente te volverá loco. Abro la boca para decir algo, para insistir en que no hago eso. Pero luego Rex me besa, manteniéndome en el lugar con sus manos suaves y su cuerpo duro, hasta que solo puedo pensar en lo bien que huele y lo increíble que se siente. —Me gustas, Daniel. Solo tú. Me gustas mucho. —La voz de Rex es baja y sincera y puedo sentir en su beso lo mucho que lo quiere decir. Me hace sentir... atesorado. Apreciado de una manera que no reconozco—. Y quiero seguir conociéndote. El verdadero tú. ¿De acuerdo? —Tú… también me gustas mucho. —Cielos, y el premio a la Subestimación del Siglo es para... Pero tiene razón. Me encanta aprender todas las pequeñas cosas extrañas que hace de Rex Rex. Es posible que haya estado portándome lo mejor posible con él, pero también he estado más relajado cuando estoy cerca de él de lo que puedo recordar haber estado con alguien más que con Ginger.

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—Me gusta, es como ese sentimiento —trato de explicar— ¿dónde es domingo por la noche y tienes a la escuela o al trabajo a la mañana siguiente pero luego nieva y no tienes que ir? Te sientes así. —Me siento como un desastre natural —se burla, pero su mirada es intencionada. —No —digo, obligándome a decir lo que quiero decir—. Un alivio. Te sientes como un gran alivio. Los ojos de Rex se vuelven muy suaves. —También te sientes como un alivio, Daniel —dice. Decido seguir el consejo de Ginger, reduciendo el miedo al rechazo en mis entrañas. —¿Oye, Rex? —pregunto—. ¿Qué harás para Acción de Gracias? —Nada —dice, entrecerrando los ojos. —¿Quisieras pasarlo conmigo? —Trato de mantener mi tono casual para que no sienta ninguna presión para decir que sí. —Sí —dice Rex al instante—. Sí, por favor. —Me besa con fuerza y me tira a sus brazos. —Me gusta todo esto sin pensarlo demasiado —le digo. *** Así que, sí, esta semana iba muy bien hasta que me encuentro con Will en lo del Sr. Zoo cuando voy a invitar a Leo al Día de Acción de Gracias. Y recuerdo que él sabía de la dislexia de Rex y me la escondió a

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propósito. Hasta que recuerdo que ha tocado a Rex y por eso lo odio. Bien, aparentemente también me he vuelto celoso e irracional esta semana. Al menos en lo que respecta a Rex. Will y Leo no me notan al principio. Leo está detrás del mostrador y Will se apoya en él, con la barbilla en la mano mientras Leo habla en voz baja. Cuando saludo, Leo se pone rojo brillante, como si lo hubiera atrapado haciendo algo que no debería hacer. Will simplemente se endereza y me nivela con una mirada que me desafía a molestarles por su obvio flirteo. —Hola, Daniel, ¿cómo te va? —pregunta Leo, jugueteando con el dispensador de cinta. —¿Puedo tener una palabra? —le digo a Will, y camino hacia afuera antes que él pueda contestar. —Déjame adivinar —dice Will, mientras se inclina contra la ventana de la tienda—. Esto es sobre Rex. Ahora que está frente a mí, no sé qué demonios estoy pensando. Lo que quiero decir es: ‘¿Por qué no me dijiste jodidamente sobre la dislexia de Rex?’ Pero, ¿por qué lo haría? Apenas me conoce. Rex era su amante. No es su lugar decir una maldita cosa. Pero estoy tan enojado con él por saberlo y tan enojado conmigo mismo por no darme cuenta que lo digo de todos modos. —¿Disculpa? —dice Will. —¡Joder! —digo—. Lo sé, lo sé. No importa. ¡Maldita sea!

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—Mira, Daniel, todos los que le importaban a Rex murieron o se fueron de la ciudad, ¿de acuerdo? Entonces, aquí llegas tú. El profesor de Filadelfia que está en nuestra pequeña ciudad hasta que algo mejor aparezca. Quiero decir, lo entiendo; lo hago. Eres tan del tipo de Rex que ni siquiera es gracioso. La perfecta causa perdida. No me sorprende que esté encima de ti como un perro con un hueso. Pero, antes que vengas aquí con tus acusaciones y tus malditas demandas sobre Rex, quiero hacerte una pregunta. ¿Estás aquí para quedarte? O en el momento en que la torre de marfil diga ‘salta’, ¿vas a decir ‘desde qué ventana’? Porque, en caso que no puedas decirlo, Rex piensa que podrías estar pasando. Puedo decirlo con solo verlos juntos: tienen algo bueno, pero una parte de él no se abrirá a ti porque piensa que te irás de aquí en el próximo tren. Francamente, me sorprende que te haya hablado de su dislexia. Y si yo fuera un apostador, diría que no lo hizo. Yo diría que surgió de otra manera y él fue demasiado hombre para mentirte al respecto. Así que ten cuidado, Daniel, eso es lo que estoy diciendo. Estás loco por él; también puedo ver eso. Pero no confío en ti. Creo que tienes miedo y creo que, llegado al caso, le harás daño. Will entrega todo este monólogo sin detenerse ni apartar la vista una vez. Mierda. Cuando lo dice así, supongo que Rex realmente solo me contó sobre su dislexia debido a nuestra cita de mierda. ¿No fue en realidad una señal de que confiaba en mí, sino sólo una señal de que sentía lástima por mí? ¿Me lo habría dicho de otra manera? No lo sé. Y aunque debería estar furioso con Will por lo que claramente es su baja opinión de mí, la forma en que me lo dice me recuerda tanto a Ginger que estoy lleno de un arrebato de calidez y anhelo. Anhelo por

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Ginger, pero también el más breve pensamiento de que tal vez Will y yo podríamos ser amigos. —¿Quieres venir a lo de Rex para el Día de Acción de Gracias? —le pregunto. Y me permito un breve momento de satisfacción cuando su propia máscara se cae y se ve realmente sorprendido y, creo, un poco satisfecho. *** —Diablos, me gusta este Will, lo siento, calabacita. Él te entendió. —Sí, sí. —Así que... —Ginger se detiene—. ¿Te vas a quedar? Sé que no querías al principio. Dijiste que volverías al mercado laboral otra vez. —No lo sé, Ginge. —Estoy seguro que ella puede escuchar el conflicto en mi voz—. Quiero decir, definitivamente al menos miraré la lista de trabajos cuando salga. A ver si hay algo demasiado bueno para dejarlo pasar. Pero... joder, realmente no lo sé. Nunca pensé que estaría en esta posición. Dios, solía compadecerme de las personas que tenían compañeros que tener en cuenta cuando estaban en el mercado laboral. Simplemente hace que todo sea más difícil. —Compañeros, ¿eh? —¿Qué? No, solo quise decir... —Se lo que quisiste decir; no te preocupes. —Entonces, estamos teniendo Acción de Gracias. Rex y yo.

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—Eso es genial, mejillas dulces. Estaré comiendo El Burrito con la ventana abierta, así que si me ahogo mientras estoy sola, entonces el olor de mi cuerpo podrido saldrá por la ventana y me encontrarán más rápidamente —dice dramáticamente. —Creo que tener la ventana abierta en noviembre haría que tu cadáver realmente no oliera tanto. En serio, ¿no vas a ir con tus padres? —Psh. Podría pasar por allí —dice ella—. Por supuesto, no sirve de nada intentar ir a cenar a la casa de alguien que absorbe todo el oxígeno de la habitación. Hace que sea un poco difícil comer, ¿sabes? La madre de Ginger es el tipo de mujer nerviosa y revoloteante que cuenta la cantidad de copas de vino que Ginger tomó y le cuenta todos los logros de los hijos de los vecinos, pero nunca reconoce el de Ginger. No ayuda que la hermana mayor de Ginger esté certificada como loca y siempre tenga que ser el centro de atención, o que sus padres se nieguen a decir el nombre de su hermano mayor y pretendan que nunca tuvieron un hijo. —Cristo —le digo—. ¿Conocemos a alguien con una puta familia normal? —Hay un silencio cargado en la línea—. ¿Ginge? —Bueno, en realidad… —¿Sí…? —Como que.... conocí a alguien. Y su familia parece tan normal como parece. —Santa mierda, ¿ya conoces a su familia? Dime.

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—Bien… Ya lo conoces, en realidad. ¿Recuerdas la tienda de sándwiches que abrió al principio del verano? —¿El que dijiste tenía bagels reales? —Sí. De todos modos, ¿te acuerdas del chico guapo que trabajaba allí? —Uh, amiga, no para juzgar, en serio, pero ese tipo tiene dieciocho años. —¡No, no el niño con las gafas! El pelirrojo. —Oh, mierda, cierto. Es sexy, en el sentido de Josh Homme28. —¿Lo sé, verdad? Eso es exactamente lo que pensé. Fui allí por un panecillo de queso y crema hace unas semanas antes de abrir la tienda. Estaba medio dormida, ya sabes cómo estoy antes de tomar mi café, y dejé caer el panecillo en el suelo cuando estaba poniendo crema en mi café. —Uh oh. No has visto rabia como la rabia de una Ginger sin pan y café. —En serio. Así que, dejo caer el panecillo y estoy jurando sin parar, ¿verdad? Y ahí es cuando entra por la puerta. Y mira al hombre de gafas detrás del mostrador con horror, como, ¿qué diablos hiciste para que esta dama pierda su mierda? El tipo de gafas está un poco aterrado, así que digo: ‘Oh, no, fue mi culpa; simplemente dejé caer mi panecillo’, pensando que él asentiría y sonreiría. Pero caminó detrás del mostrador y me

Joshua Michael Homme III, es un músico y productor de rock estadounidense, principalmente conocido por haber sido guitarrista de Kyuss y fundador de Queens of the Stone Age. 28

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preparó otro panecillo de queso y crema, luego lo puso en una bolsa con otros tres panecillos y llenó un recipiente de queso y crema para llevar, esa cosa impresionante de cebollino. Y él me lo da y me dice: ‘Ten, en caso de que los caprichos de tu día encuentren que necesitas otro’. Quiero decir, ¿quién diablos dice eso? Al principio pensé, ruh roh29:

¿un

potencial imbécil demasiado sincero de la Fiesta del Renacimiento? Pero luego me guiñó el ojo. Un guiño muy sucio y coqueto. Y, por supuesto, volví por otro bagel al día siguiente. —Eso es caliente, Ginge. Entonces, ¿has conocido a su familia? —Oh, no intencionalmente. Resulta que el tipo de las gafas es su primo y su padre viene a arreglar cosas en la tienda todo el tiempo. Su mamá a veces le trae el almuerzo. Es hilarante. Cada vez que él le dice: ‘Mamá, yo preparo comida aquí’ ella dice: ‘Dale un beso a tu madre y cierra la boca’. ¡No tiene precio, pastelito! De todos modos, son muy amables. —Así que, ¿por qué no pasas Acción de Gracias con él? ¿Cuál es su nombre, por cierto, para que no piense en él como Josh Homme o como El Ginger, lo que sería confuso? —Su nombre es Christopher. Y no lo sé. Creo que es demasiado pronto. Como, él estará cenando con sus padres y solo comenzamos a salir hace un par de semanas, así que… —Siempre puedes invitarlo a un burrito de Acción de Gracias en tu casa —le ofrezco. —Huh. No es una mala idea, cariño. No es una mala idea del todo.

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Una especie de Uh-oh que dice Scooby-Doo.

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—¿Puedes tomar algo de mantequilla? —me pregunta Rex. Estamos en la tienda de comestibles comprando algunas adiciones de última hora para la cena de Acción de Gracias. O bien, algunos artículos por las dudas, ya que Rex ha planeado unos tres menús alternativos para la cena. Realmente, no tengo idea de lo que vamos a comer, excepto que hay un pavo, que regresé a su casa ayer para encontrarlo en el fregadero. Ya hemos estado en un mercado regional de granjeros a unas treinta kilómetros de aquí que Rex aparentemente frecuenta, donde me avergoncé a mí mismo frente a varios vendedores y a Rex comprando hinojo porque pensé que era el apio que me envió a buscar, así que Dios sabe por qué me está pidiendo que recoja algo. Aún así, apenas puedo joder la mantequilla, ¿no? —Oh, lo siento —dice Rex—. Necesito sin sal. Debería haberte dicho que obtuvieras el paquete rojo. El paquete que estoy sosteniendo es azul. —No importa. Lo conseguiremos cuando lleguemos allí —dice Rex, obviamente descartándome como un compañero de compras. No tiene importancia. Me contento con seguirle la pista mientras mira la comida. Me sacó de la cama a las seis de la mañana para ir al mercado antes que pudieran vender... lo que sea que compró allí. Hizo tres tartas anoche, así como una especie de salsa para algo. Y nunca lo había visto tan emocionado como cuando deambulábamos por el mercado. Se siente extrañamente doméstico. Nunca me ha importado cocinar, obviamente. Pero tampoco me ha importado mucho la comida. Quiero decir, es algo

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necesario que a veces sabe bien, pero especialmente cuando estoy solo, es sólo una tarea. Una interrupción, como lavar la ropa o limpiar. Pero Rex hace que cocinar y comer se sientan parte de mi vida, nuestra vida. Expresa algo de sí mismo a través de la cocina. No solo su personalidad, sino su cuidado. Es como si le importara lo que como, si es saludable, si me gusta. Y así, todo lo relacionado con eso se siente importante. Incluso las compras de comestibles. Porque puedo sentirlo mirando la comida de la misma forma en que mirarías a un perro del albergue o algo así: como una cosa que podría venir a casa contigo, si es el adecuado. Algo que será incorporado a nuestras vidas. La vida. Nuestra vida. Todo está en la forma en que elige una cebolla o una bolsa llena de manzanas, su atención está totalmente centrada en ella. Puedo ver el camino de las manzanas en la tienda al pastel de manzana. Puedo ver sus manos amasando la masa del pastel. Y me doy cuenta que cuanto más atención le presto a Rex mientras él se mueve a través de la tienda, menos pienso en mí. Cuánto menos me doy cuenta que la gente me está mirando y menos me pregunto qué están pensando. Cuánto menos presto atención a quién ve cuando derribo una pirámide de limas. Me di cuenta que esta semana, cuando estábamos hablando, cuando presté mucha atención a Rex, fue como si escapara del presente. Algo así como lo que hago cuando estoy leyendo. Es tan jodido. Empecé a leer e inventar historias para escapar de lo mal que estaban las cosas. Luego, ese hábito me dificultó volver al mundo real, me dificultó conectarme con alguien. Lo que me hizo súper cohibido y con ganas de escapar. Jesús. De todos modos, he decidido que si voy a escapar, es mejor escapar a Rex que a un mundo de fantasía donde nadie me encontrará.

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En el segundo que terminamos de descargar los comestibles, Rex recuerda algo que olvidó y sale corriendo a buscarlo. Will y Leo vienen a ayudarnos a cocinar, y Rex les prometió el desayuno, así que voy a intentarlo. Rex no pareció muy impresionado por esta idea cuando se la grité mientras salía por la puerta, pero me dio una sonrisa resignada de lo que sólo puedo asumir es la cantidad de huevos extra que compró y asintió, así que supongo que eso es todo. Lo he visto hacer panqueques y sé que puedo buscar una receta en línea, así que creo que estará bien. Ni siquiera voy a probar los huevos otra vez porque todavía no puedo entender cómo sabían tan repugnantes la última vez, y no me arriesgo de nuevo. Panqueques y tocino y luego Rex nos pondrá a trabajar en la cena. El tocino está dentro y estoy vertiendo el primer panqueque en la sartén cuando Leo y Will aparecen, discutiendo. —Está ambientado en los años ochenta —dice Will—. Eso no califica como ficción histórica, incluso si no viviste la década. Espera. — Se congela, viéndose sorprendido—. Oh, Cristo mío, realmente no viviste los ochenta, ¿verdad? Leo pone los ojos en blanco y se acerca a mí. —¡Feliz Día de Acción de Gracias, Daniel! ¡Gracias por invitarme! —Él está prácticamente saltando en su lugar. Bueno, el chico definitivamente tiene modales. —Pregúntale al profesor —continúa Will—. Daniel, un libro ambientado en los años ochenta no es ficción histórica, ¿verdad? Dile, por favor.

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—¿Cuándo fue escrito? —2009 —dice Leo. —En realidad, probablemente lo llamaría ficción histórica, porque... —comienzo a decir. —Cállate; nadie te preguntó. —Will se queja. —Um —dice Leo— creo que tu panqueque está... —¡Mierda! —grito. Mi panqueque esta negro y humeante en la sartén. —Déjame adivinar —dice Will—. ¿Estás acostumbrado a dejar que la gente cocine para ti? Antes que pueda estrangular a Will, raspo los restos de mi pobre panqueque en la basura y pongo la sartén en el fregadero. —¿Qué es esto? —pregunta Leo, echando un vistazo a la olla en la estufa. —Cicuta —murmura Will. —Oh, mi santo dios —dice Leo, sonando realmente molesto. —¿Qué? —pregunto, pensando que se quemó o algo así. —¿Estás hirviendo tocino? —Um. ¿Eso está mal? —digo. —Argh! ¡Quiero golpearte! —dice Leo.

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—Lamentablemente, todos sabemos que no puedes —dice Will, dándole un codazo y usando pinzas para sacar un pedazo de tocino del agua. Definitivamente no se ve como lo hace en el restaurante. —Tocino, tocino —canta Leo, como un monje carnívoro demente. —¿Por qué demonios hervirías tocino? —pregunta Will. —Um. ¿Pensé que sería como los perros calientes? —Jesucristo, hierves perritos calientes. Pobrecito. Me retracto de todo. Gracias a Dios que Rex te encontró. —Gracias a Dios, Rex lo encontró, ¿por qué? —pregunta Rex, entrando por la puerta. —Rex —dice Leo quejumbroso—. Yo... él... y ... hirvió el tocino Rex mira la olla y luego me mira y se echa a reír. —¡No lo sabía! —digo. Rex pone sus manos en mis mejillas y me besa, sacudiendo la cabeza. —¿Por qué no, um, escoges algo de música para nosotros? —ofrece, pasándome las manos por el pelo con cariño. A Leo le dice—: Tengo más tocino. —Oh, gracias —dice Leo con adoración. —¿No deberías estar en casa de tus padres? —murmuro, y entro a la sala de estar para recoger algunos discos. ***

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—Hola, papá —digo, mi teléfono está en el altavoz mientras arreglo el queso y las galletas en un plato en la sala de estar, el único trabajo relacionado con la comida que Rex me dará—. Feliz Día de Acción de Gracias. —Hola, Dan —dice mi papá, y puedo escuchar el rugido del fútbol en la televisión en el fondo y mis hermanos gritando a la pantalla. —¿Cómo estás? —pregunto. —Oh, bien, bien. Ya sabes. Lo mismo de siempre. ¿Cómo está el coche? —Está bien —le digo. Lo que no es del todo cierto. Sigue estancándose si no lo manejo todos los días. Aunque realmente no necesito un automóvil para ir de mi apartamento al campus y alrededor de la ciudad, es bueno poder conducir a lo de Rex ahora que hace frío. —Oye, imbécil, tira otra lata de cerveza vacía a ese televisor y te arrojaré una en la cabeza —grita mi padre. Tiene que estar con Brian, quien tiene la costumbre de tirar cosas a la televisión cuando los deportes no van a su favor—. Entonces, ¿estás bien? —Mi papá me pregunta. —Sí, estoy bien, papá. Solo quería desearles un Feliz Día de Acción de Gracias. —Chicos —dice mi papá— su hermano está en el teléfono. Hay una larga pausa. —Oye, Daniel. —Es Sam—. Feliz Día de Acción de Gracias. —Gracias, Sam. ¿Cómo va todo?

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—Bien, gracias —dice—. Liza está trayendo un pavo en un rato ya que estos idiotas se emborracharon desde las 10:00 a.m. y ni siquiera ordenaron pollo. Siempre solíamos obtener pollo frito de ese lugar barato a unas diez cuadras de casa en Acción de Gracias. —Eso es bueno. ¿Cómo está Liza? —Ella está bien. Bueno. Hay mucho trabajo. Hay una larga pausa. —De acuerdo, chico, bueno, te veré más tarde —dice Sam, y cuelga el teléfono. Mi teléfono suena con la desconexión. —¿Estás bien? —pregunta Rex, deslizando un brazo alrededor de mi pecho. —Um, sí. Ya terminé —digo, señalando el plato de queso. —Está bien —dice Rex, pero me sostiene contra él por un minuto más y respiro su reconfortante olor. La cena es deliciosa, por supuesto. Leo resultó ser un pequeño ayudante y puedo decir que le gustó sentir que tenía algo que hacer. Nunca dice por qué está aquí con nosotros en lugar de en la casa de sus padres, pero me alegro que lo esté. En un momento dado, comenzó a pedir a todos que hablaran sobre su mejor Día de Acción de Gracias. Rex se quedó en silencio, llamé la atención de Will y los tres empezamos a reírnos al mismo tiempo.

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—¿Qué? —preguntó Leo, y no tuve el corazón para decirle que él era probablemente el único que tenía un solo recuerdo feliz de Acción de Gracias. Will llevó a Leo a casa alrededor de las diez, y Rex y yo abandonamos los platos hasta mañana, optando por llevar a Marilyn a pasear. Estaba hermoso afuera. Frío y mordaz, pero sin viento, para que puedas oler todo. A la luz de la luna, puedo ver a Marilyn mientras corre trotando hacia adelante y moviéndose en círculos hacia nosotros, orinando alegremente en los árboles y mordisqueando ramas bajas. Rex tiene su brazo alrededor de mis hombros y me siento tan jodidamente tranquilo. No hace daño que también esté lleno y usando el suéter y el abrigo más pesado de Rex. Marilyn se detiene para contemplar un arbusto y me encuentro empujado contra el fuerte tronco de un árbol, con Rex delante de mí. —Tenemos que dejar de reunirnos así —le digo. Él resopla una risa y me besa, con una mano quitándome el sombrero para enredarla en mi cabello. A Rex realmente le gusta tocar mi cabello. Él besa mi cuello y luego mis mejillas. Luego se derrumba contra mí, abrazándome a mí y al árbol. Él dice algo, pero está tan amortiguado por mi hombro que no puedo escucharlo. —¿Qué? —Dije, estoy realmente contento que estés aquí. Que hayamos hecho esto. —Creo que se refiere a la cena de Acción de Gracias, pero no estoy del todo seguro.

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—Yo también —le digo—. En realidad es la única vez que he comido pavo. Que no estuviera en un sándwich, quiero decir. Cuando estoy a punto de decir algo increíblemente tonto, mi teléfono hace un sonido fuerte y desconocido. —¿Qué demonios...? Es un mensaje de texto, pero siempre mantengo mi teléfono en vibración. Rex se ríe. —Will. —¿Eh? —Apuesto a que Will cambió tu tono de llamada. Hace eso. Es un gesto de buena voluntad, lo prometo. —Un jodido gesto —gruño al abrir el texto. E inmediatamente sonrío, inclinando el teléfono para mostrarle a Rex. Allí, tendido contra el sofá de terciopelo púrpura de Ginger, hay un pecho desnudo (y pelirrojo). Y en él, un enorme burrito de Acción de Gracias a medio comer.

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Capítulo 14 Diciembre La última semana de clases, mis alumnos se encuentran en el frenesí habitual, inundando mis horas de oficina en busca de ayuda con sus papeles finales, escribiéndome correos electrónicos desesperados a las 3:00 am (probablemente de la biblioteca) para pedir extensiones y quedándose dormidos en extrañas contorsiones en medio de las clases. Por lo general, me gusta esta última semana. Se siente animado con la promesa de las vacaciones de invierno y el fin de otro semestre. Desafortunadamente, este semestre, además de calificar todos mis trabajos finales, también tengo que leer todos los ensayos para el maldito comité en el que me ofrecí voluntariamente. Como resultado, me he estado encerrando en mi oficina todos los días desde que terminaron las clases. No puedo soportar tratar de trabajar en mi apartamento de mierda. Es oscuro, deprimente y, ahora, helado. Sin embargo, tengo que sonreír cada vez que veo la mesa que construyó Rex, que se ve sorprendentemente fuera de lugar entre mis muebles desechables. Rex. No puedo dejar de pensar en él. Es como si una vez que empezamos a pasar más y más tiempo juntos me volví adicto a él o algo así. Todo me recuerda a él o algo que quiero decirle. Sigo empezando a enviarle mensajes de texto y luego a borrarlos porque no quiero inundarlo. Le pregunté sobre mensajes de texto tentativos la semana pasada. No estaba seguro si, con el tiempo suficiente para leerlos, los textos estarían bien para él, o si a él no le gustarían. Dijo que nunca había enviado mensajes de texto a nadie, por lo que no lo sabía, pero

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estaba feliz de intentarlo. Le prometí que no me importaría su ortografía, lo cual le preocupaba mucho. Así que, finalmente, esta mañana, después de quedarme dormido accidentalmente y pasar la noche en mi oficina, le envié un simple, aunque aburrido, mensaje de texto: Hola. Te extraño. Unos cinco minutos más tarde, él respondió: ¿Venir aquí cuando acabaste? Hizo que mi corazón latiera con anticipación. No pretendía exactamente aislarme, pero sé por la larga experiencia que la única forma de hacer que la calificación sea soportable es abordarlo todo de una vez, por lo que he estado manejándolo todo durante los últimos días. He estado agarrando comida para llevar del restaurante o comiendo de la máquina expendedora en el sótano y realmente necesito una ducha, pero que me condenen si no termino esta noche. Enviaré mis calificaciones al secretario del registro, dejaré mis selecciones de ensayos en la oficina principal y luego habré terminado por un maravilloso mes. Solo pensar en eso me hace marearme de desesperación por terminar. Le devuelvo el mensaje de texto a Rex: Absolutamente. Te veo esta noche y luego vuelvo a sumergirme. Ahora que estoy tan cerca de ver a Rex, sin embargo, he vuelto a lo que me ha estado distrayendo durante semanas. Los comentarios de Will antes del Día de Acción de Gracias acerca de si estaría o no en Michigan a largo plazo. Si estaría con Rex a largo plazo. Estoy jodidamente loco por Rex. Eso lo sé. Pero ni siquiera sé realmente cómo sería una relación a largo plazo. Nunca había pensado en eso antes. ¿Significa, como, fiestas y vacaciones? ¿Barbacoas y elegir colores de pintura? Hay una sensación de vacío en mi estómago al pensar en ello. Pero no es precisamente ansiedad. Es algo más tentativo... ¿esperanzador? ¿Cómo se vería hacer esas cosas con Rex? ¿Ser responsable de otra persona, de alguien más?

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Sacudo la cabeza para despejar la niebla y entrecierro los ojos en la pila de ensayos frente de mí. Es página tras página de potencial y futuro y posibilidad y, por primera vez en mucho tiempo, me parecen cosas buenas. *** —Hola —dice Rex mientras me arrastro por la puerta, mi visión prácticamente borrosa al mirar los papeles durante cuatro días seguidos. Dejo caer mis cosas junto a la puerta, rasco las suaves orejas de Marilyn y me meto en la cocina con ella detrás de mí. Ni siquiera fui a mi casa para cambiarme antes de venir aquí, estaba tan desesperado por sentir la sensación de calma que solo Rex puede proporcionarme. Toda la casa huele de maravilla: una combinación de humo de leña, árboles, nieve y la cocina que huele a hogar. Rex lleva un henley azul marino ajustado, casi transparente en algunos lugares. Se levanta sobre sus poderosos antebrazos y él está haciendo algo en la estufa cuando entro a la cocina. Su sonrisa me calienta de inmediato, y antes que él pueda volverse hacia mí, me coloco a su espalda y lo abrazo por detrás. —Hola —digo, y sale como un gemido cansado. Rex se gira en mis brazos y se inclina hacia atrás para contemplar mi cara. Él acaricia mis pómulos y descansa sus pulgares bajo mis ojos. —Te ves agotado —dice. Dejo caer mi cabeza hacia adelante para descansar sobre su esternón y me sostiene cerca. Cada pocos segundos, me pregunto si quiere que lo deje ir. Sé que a la mayoría de los hombres no les gusta abrazar, pero es como si pudiera leer mi mente, porque cada vez que se me ocurre algo, me aprieta más contra él. Debo quedarme dormido por un microsegundo porque lo siguiente que sé es que Rex me

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está guiando hacia uno de los taburetes y siento ese sacudón en mi pecho que ocurre cuando me despierto de repente. —¿Ya terminaste? —Sí, gracias a Dios —le digo. Hablamos un poco sobre una nueva comisión que Rex tiene para una cama estilo trineo y él hace que la magia pase en la estufa y lo siguiente que sé es que mi frente se golpea contra el mostrador. Tengo un recuerdo muy claro de este niño, Martin, en décimo grado, que siempre se estaba quedando dormido durante la clase. Todos veíamos cómo su cabeza empezaba a desplomarse y, por lo general, se sacudía para despertarse. Pero una vez a la semana más o menos, se caía de su silla, se despertaba a mitad de camino y luchaba por recuperar el equilibrio. En ese momento, pensé que era hilarante. Ahora me pregunto en qué trabajo de mierda estuvo para que estuviera tan cansado a los quince años. —Jesús, ¿estás bien? —pregunta Rex, redondeando el mostrador hacia mí. —Mierda —digo, frotándome la cabeza—. Lo siento, ¿qué estabas diciendo? —Estás dormido de pie, cariño —dice Rex—. ¿Por qué no vas a tomar una ducha caliente? Cuando hayas terminado, la cena estará lista y luego podrás dormirte. —¿Huelo tan mal? —bromeo mientras me levanta por el codo. —Sólo un poco —dice, quitándome el pelo de los ojos—. Ve.

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Me las arreglo para mantenerme despierto en la ducha. Bajo el agua caliente, mi mente vaga por mi apartamento y me doy cuenta de que debo asegurarme de comenzar a abrir los grifos todos los días para que no se congelen. En mi antiguo apartamento en Filadelfia, los grifos de la cocina a veces se congelaban porque nunca los usaba. Me siento un poco mejor después de mi ducha, más flojo que aturdido, y vuelvo a la cocina para encontrar a Rex poniendo lo que parece ser pollo asado, puré de papas y guisantes en la mesa. —Oh Dios mío —gimo—. Eso es, como, la cena que he estado esperando toda mi vida. —Huele increíble y se ve perfecto, como una de esas cenas falsas en un programa de televisión de la década de 1950. Rex me cruza en tres pasos y prácticamente me golpea cuando me besa, con fuerza. —Te ves tan jodidamente caliente en mi ropa —gruñe, y besa mi cuello. Sus camisetas más pequeñas son holgadas y llevo puestos los pantalones deportivos que me dejó la noche que nos conocimos. —¿Tienes un clip de carpeta? —bromeo y Rex sonríe. —No —dice con aire de lobuno, luciendo dividido entre quitarme los pantalones deportivos y esperar que sucumban inevitablemente a la gravedad. El pollo es tan increíble como huele y básicamente me atiborro la cara mientras le cuento que he terminado mi clasificación. Tiene una expresión de dolor en su rostro cuando menciono que me quedé dormido accidentalmente en mi oficina anoche, pero no dice nada. Tengo todo tipo de planes elaborados sobre cómo soltaré mis pantalones deportivos prestados, dejándolos caer al suelo con la esperanza que Rex cumpla con

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las promesas de seducción que sus ojos han hecho durante la cena, pero cuando llega el momento, todo lo que puedo hacer es ir al dormitorio y dejar que Rex me guíe hasta la cama. Mis ojos se cierran al segundo que el suave colchón y el cálido olor de Rex me acunan, y extiendo una mano hacia donde pensé que estaría Rex, pero no está allí. —¿Hmm? —dice, y yo debo haber hecho un sonido. —¿Tú también duermes? —pregunto. —Sí, iré enseguida —dice, a pesar que veo su despertador y sólo son las 9:36. Me despierto unos minutos más tarde cuando se acuesta a mi lado y ruedo hacia él. Se pone los auriculares y se instala sobre su espalda, apoyado sobre unas cuantas almohadas. Pongo mi cabeza en su pecho y un brazo y una pierna encima. —¿Qué estás escuchando? —pregunto, pero si contesta, ya estoy dormido. *** Me despierto sintiendo el tipo de descanso que solo sucede después de estar completamente agotado. Una mirada al reloj me dice que dormí doce horas. Escucho correr la ducha y salgo de la cama, repentinamente desesperado por sentir la piel de Rex contra la mía. Llamo a la puerta porque todavía no puedo imaginar a alguien invadiéndome mientras estoy en el baño, incluso si es Rex. Abre la puerta, ni siquiera en la ducha, y me empuja. —Estás despierto —dice—. Justo a tiempo.

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Lo veo desnudarse por el espejo mientras me cepillo los dientes, una bola de saliva de menta cae en el fregadero cuando se le caen los calzoncillos, revelando su gruesa erección. —¿Puedo ayudarte? —pregunta, sonriendo a mi boca abierta y entrando a la ducha. Me enjuago la boca y prácticamente me tropiezo con mi ropa para unirme a él. Apenas estoy bajo el agua antes de alcanzar su hermosa polla, la piel como terciopelo sobre acero, y él murmura su aprobación, acariciando mis pezones con sus pulgares. Me arrastra bajo el agua con él y toma mi boca, con fuerza, gimiendo mientras aprieto la base de su erección. Me empuja, agarrando mi culo con fuerza mientras muele nuestras caderas. Nos besamos, trabajándonos, paseando las manos como si hubieran pasado meses y no días desde la última vez que estuvimos juntos así. Le muerdo el cuello y él prácticamente me levanta del suelo, aplastándome contra su pecho. —Por favor, cariño, te necesito —grita, con voz áspera y lujuriosa. Sus pupilas son enormes en sus ojos de color whisky, pestañas húmedas que los sombrean, haciéndolo lucir intenso y desesperado. Su polla esta tan dura que está pulsando contra mí y puedo decir que le tomó un poco de esfuerzo formar las palabras. Asiento hacia él, un permiso tácito para que tome lo que necesite de mí. Me encanta cuando se pone así. Rex me hace girar y exprime el acondicionador de la botella para ponerme resbaladizo. Él amasa mis cachetes mientras extiende el lubricante en mi abertura y desliza dos dedos hacia adentro. Cristo, sus dedos son grandes. A mi cuerpo le toma un momento ajustarse, pero

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cuando mis músculos se reorganizan, un rayo de deseo sube de mi trasero por mi columna vertebral y me deja temblando. —¿Está bien? —pregunta Rex, más gruñido que consulta, y asiento frenéticamente. —Ahora, por favor. Él jura, y exprime más acondicionador para untarme. Toma mis manos y las pone en la barra en el interior de la puerta de la ducha, doblándome y levantando mi culo hacia él. —Mantente —dice. Pasa sus dedos sobre mi agujero una vez más, haciéndome apretar de anticipación y gemir cuando eso es todo lo que hay. Entonces siento su calor flotando sobre mi espalda, y se desliza contra mí, llenándome lentamente. Puedo sentir el temblor en sus muslos mientras se acomoda completamente dentro de mí. Es tan alto que tiene que agacharse para follarme así, y ese temblor hace que todo sea más intenso, como si estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa para entrar. —Oh Dios —gime, descansando su frente en mi nuca. Me aprieto alrededor de él y él jura, acurrucando sus manos alrededor de mis hombros desde el frente, y arrastrándome aún más hacia su polla. A medida que me penetra ese último pedacito, envía una oleada de placer y no puedo evitar apretar de nuevo. —Muévete —le suplico, así que por supuesto él se queda quieto, besando y chupándome la nuca. Puedo sentirlo, latiendo dentro de mí con el latido de su corazón. Ahora que no estamos usando condones, es como si pudiera sentir su sangre cerca de la superficie, su calor siempre a punto de fusionarse con el mío. Luego comienza a moverse, pequeños

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pulsos de sus caderas que parecen agitar mi placer tan lentamente que estoy gimiendo y jadeando antes de darme cuenta que lo estoy haciendo. Se inclina hacia abajo y me abre más, y puedo ver nuestros borrosos reflejos en el espejo a través de la puerta de la ducha. Rex está mirando hacia abajo y desearía poder vernos a través de sus ojos. Nuestras formas nebulosas en el espejo parecen manchas, temblando una contra la otra con el deseo, esforzándose para convertirse en una. Rex roza un fantasmal dedo sobre mi agujero, alrededor de su erección, luego empuja mi borde experimentalmente. Mi respiración se detiene y me quedo quieto, mi cuerpo tenso, toda mi atención enfocada en el lugar. Sigue pasando su dedo por mi agujero, enviándome escalofríos, hasta que lo flexiona ligeramente, deslizándolo junto a su polla. Me estremezco, la sensación de estar demasiado lleno me hace retorcerme

por

un

momento.

Pero

cuando

él

saca

su

dedo,

inmediatamente lo quiero de vuelta. —Haz eso otra vez —respiro, bajando la cabeza y tratando de relajarme. Rex se retira y me aporrea, ese primer golpe me atrapa tan desprevenido que grito. Me folla profundamente por unos cuantos golpes más, luego se mete hasta la empuñadura y se detiene de nuevo. Aprieta más acondicionador y luego su dedo está de vuelta, deslizándose suavemente hacia mí junto a su erección. Rex gime y me estremezco, mi respiración se acelera. Rex se retira lentamente, dejando solo su dedo dentro de mí, y lo enrolla para clavar mi próstata. Grito, el repentino placer brillante tan intenso y tan diferente a la presión difusa de su polla que es impactante. Deja su dedo dentro de mí y lentamente se desliza dentro, llenándome.

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—Oh, joder, joder —murmuro, tratando de retorcerme, pero él no me deja. Está temblando de nuevo, agarrando mi cadera con la otra mano. A medida que su erección se desliza, presiona su dedo contra mi próstata, convirtiendo mis entrañas en calor líquido. Tentativamente, aprieto mis músculos internos a su alrededor y el placer se dispara a través de mi canal. Rex convulsiona contra mi espalda, gimiendo. No puedo soportar mucho más de esto. Me siento destrozado por la polla y el dedo de Rex, todo mi cuerpo se esfuerza simultáneamente por alejarse y acercarse. Puedo escucharme a mí mismo gemir de forma quebrada, pero parece que viene de kilómetros de distancia. El agua suena cerca, sin embargo, como si estuviéramos jodiendo bajo una cascada. Rex da una flexión más de su dedo contra mi próstata, luego desliza su dedo hacia afuera. Estoy jadeando, mis piernas apenas son capaces de sostenerme. Dejo mis manos donde Rex las puso: en la barra de la puerta. Cuando Rex comienza a follarme en serio, largos y profundos golpes que me llenan perfectamente, me dejo ir para agarrar mi propia erección dura como una roca. La mano ahora libre de Rex, agarra mi muñeca antes que yo pueda, y la guía de vuelta a la barra de la puerta, apretando la suya sobre ella. —No —dice ásperamente, y gimo de frustración, pero parece que no puedo formar verdaderas palabras de protesta. Rex levanta mis caderas, por lo que estoy casi de puntillas y me sigue jodiendo. El calor pica en mi espalda baja y puedo ver mi erección saltar cada vez que la dura polla de Rex se desliza por mi próstata. Aprieto los ojos, tratando de concentrarme en no acariciarme. Hay algo en la forma en que Rex me dice qué hacer cuando estamos jodiendo, que me hace querer hacer lo que me diga. Es como si él fuera dueño de mi cuerpo y lo controlara. Y yo lo dejo.

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Rex pone una mano en mi vientre, justo por encima de mi ingle, abrazándome con fuerza. Luego comienza a empujarse hacia mí, cambiando su ángulo para que me penetre aún más profundo. Puedo sentir todo mi canal palpitando de placer y un poco de dolor por sus poderosos empujes. Entonces Rex desliza su mano hacia abajo y comienza a masturbarme. El segundo en que su mano áspera se cierra alrededor de mi erección, estoy acabado. Mis pelotas están tan apretadas que no puedo creer que todavía no me haya venido, y cada terminación nerviosa en mi cuerpo se siente eléctrica. Rex empuja unas cuantas veces más, y mi orgasmo me atraviesa, los rizos de placer me acarician por dentro y por fuera, empujados fuera de mí por la polla de Rex y arrancados por su mano. Todo mi cuerpo se aprieta con un placer candente y puedo escuchar a Rex gritando, a la distancia, mientras me aprieto a su alrededor. Su mano tiembla en mi polla cuando da algunos últimos empujes, y luego también se viene, con las piernas temblando, el pecho agitado y la polla marcándome con calor. Mi propia polla da un pulso final y simpático, unas últimas cuentas de placer brotan de mí cuando Rex se desploma sobre mi espalda, su aliento fuerte en mi oído. —Joder, cariño —gime contra mi cuello, y se desliza fuera de mí en una oleada de calor, dejándome vacío a su paso. Me siento exprimido, mi apertura todavía tiene un leve espasmo cuando Rex sale de mí. Tengo el pensamiento ausente de que debería encontrar eso asqueroso, pero en realidad es realmente caliente sentir la evidencia de su placer aún dentro de mí. Rex me hace girar y me acerca a él, besando mi boca. Pongo mis brazos alrededor de su cuello y lo beso apasionadamente, tratando de comunicar lo bien que me hizo sentir.

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Nuestros besos se vuelven perezosos y salimos de la ducha temblorosamente, nuestros ojos se encuentran en el espejo mientras nos ponemos la ropa. Solo cuando salimos del baño, me doy cuenta de que ni siquiera nos lavamos el cabello ni nada. No es que me pueda importar eso ahora. Me siento tan cálido y satisfecho, como si Rex me hubiera quitado el estrés. De hecho, estoy en una neblina tan posorgásmica que apenas noto que Rex me pregunta si quiero desayunar, solo que voy detrás de él a la cocina sin pensar. —Necesito lavar la ropa e ir a la tienda —le digo, medio para mí—. No he hecho nada más que calificar toda la semana y no tengo ropa limpia, ni nada de comer en mi casa. —Puedes hacerlo aquí, si quieres —ofrece Rex, empujando una taza de café que no le vi hacer frente a mí en el mostrador. Me hundo en uno de los taburetes para beberlo e inmediatamente cambio de opinión cuando mi culo tierno se encuentra con la madera dura. Rex debe ver mi estremecimiento porque me besa de una manera que sería espeluznante y posesivo si fuera otra persona pero, porque es Rex, es posesivo y caliente. —Está bien —le digo—. Si no te importa. Iré a la tienda y dejaré mis cosas, luego tomaré mi ropa y la traeré de vuelta. —Suena bien —dice Rex. Me mira de cerca y sus ojos son suaves. —¿Qué? —pregunto, repentinamente tímido. —Nada. —Sacude la cabeza y me besa en la mejilla—. ¿Quieres desayunar antes de irte?

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Sacudo la cabeza y vuelvo a cambiarme a mi ropa sucia y asquerosa de ayer. —Está bien —le digo a Rex—. Volveré en unas horas. Sonríe y me besa, su mano cae sobre la cabeza de Marilyn, donde la acaricia distraídamente. Mi teléfono suena cuando cierro la puerta detrás de mí y lo tomo, asumiendo que es Ginger, ya que nadie más me llama, excepto Rex. Pero no es Ginger; es Sam —Escucha, Dan —dice Sam cuando contesto. Su voz suena espesa y rara. Nasal—. Papá se ha ido. —¿Qué? —pregunto estúpidamente. —Papá está muerto —dice Sam, y parece que podría estar llorando. No estoy seguro. Nunca lo he escuchado llorar. —¿Qué quieres decir? —pregunto. He leído sobre esto en los libros, pero nunca lo experimenté: la sensación de no poder procesar una oración simple incluso cuando sabes lo que significan todas las palabras. Vagamente, me pregunto si esto es lo que siente Rex cuando trata de leer: comprender el significado y encontrar solo tonterías. —Maldita sea, Dan, papá está muerto —dice Sam, como si fuera intencionalmente obtuso—. Tuvo un ataque al corazón y murió. —¿Cuándo? —Me oigo preguntar, como si estuviera en el otro extremo de un túnel. —Ayer.

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Por un momento, la furia hace a un lado algo de la niebla en mi cabeza. Ayer. Miro mi reloj. Es casi mediodía. —¿Por qué diablos no me llamaste? Sam está hablando, pero apenas lo escucho. Hay un rugido en mis oídos tan fuerte que miro alrededor, preguntándome si alguien está conduciendo una motocicleta por la calle fuera de la casa de Rex. —¡Dan! ¿Dan? —¿Qué? —digo. —¿Me escuchaste? —No —le digo. —Dije que no tienes que venir si estás ocupado o algo así, pero... —¿Estás jodidamente loco? Por supuesto que voy a ir. Me voy ahora. Cierro mi teléfono y lo guardo en mi bolsillo, mirando las ramas del abeto, cubiertas de nieve, junto al camino de entrada. Pequeños trozos de nieve caen sobre el capó de mi auto mientras el viento balancea sus ramas. Es bonito. Cuando nieva en Filadelfia, los árboles están desnudos. Salto cuando siento una mano en mi brazo. —Oye —dice Rex— pensé que ibas a... cariño, ¿qué pasa? —¿Qué? —pregunto. —Estas de pie aquí fuera. ¿Qué pasa? —Rex me cubre la cara y trato de alejar las extrañas manchas negras en los bordes de mi visión.

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—Um —le digo—. Um. Mi papá murió. Tengo que ir a casa ahora. —Oh, no —respira Rex, y se ve muy triste. —Tengo que irme a casa —le digo de nuevo, buscando a tientas mis llaves. —Déjame agarrar mis llaves y conduciré —dice Rex. —No, quiero decir que necesito irme a casa. A Filadelfia. Pero, por supuesto, mi maldito auto no arranca. Abro el capó y comienzo automáticamente a repasar la lista de cosas que usualmente están mal. Honestamente, no hay forma que la cosa vaya a pasar el invierno. Anduvo bien ayer, pero ahora está muerto. —Joder —le digo, pateando el neumático. —Cariño —dice Rex, volviendo afuera con sus llaves. Me encojo de hombros y golpeo el capo. Rex me tiende una mano—. Déjame llevarte — dice. —No, Rex, necesito irme a casa, ahora. —Lo sé —dice—. Tienes que ir a Filadelfia. Pero tu auto está muerto y no estás en condiciones de conducir de todos modos. Un vuelo de última hora será muy caro. No tengo ningún trabajo en fila esta semana. Déjame llevarte a casa. Déjame ayudarte a cuidar de todo. Deja que te ayude. Deja que te ayude. Eso es todo. Este es el momento al que todo lo que hemos hablado nos ha llevado. O confío lo suficiente en Rex para que me ayude o no. —No puedo pedirte que... —comienzo a decir.

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—No lo pediste. Daniel, mírame. Rex levanta mi barbilla. No puedo respirar del todo bien. —Cariño —dice de nuevo—. Lo siento mucho. Por favor, déjame ayudarte. Asiento, y Rex está en acción inmediatamente. Me pone en su camioneta, enciende el motor para calentarse y corre hacia adentro. Él está de vuelta cinco minutos más tarde, cargando una bolsa de lona y agradeciendo a alguien por teléfono. Cuelga y se sube al coche. —Está bien —dice. Nos detenemos frente a mi apartamento y Rex me lleva a la puerta. Lo miro confundido. —Necesitas tomar algo de tu ropa —dice Rex. Correcto. Por supuesto. Afortunadamente, creo que tengo ropa interior limpia y un par de jeans que no están demasiado sucios. Comienzo a poner cosas robóticamente en una mochila. Rex pasa su mano por la madera de la mesa de la cocina que construyó, que actualmente alberga pilas de libros de la biblioteca. —¿Daniel? ¿Ha estado diciendo mi nombre? —¿Eh? —digo. —Hace mucho frío aquí.

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—Lo siento —dije—. Puedo intentar subirlo. —No, cariño, no nos vamos a quedar. Sólo quise decir... No importa —dice, y me alcanza. Me quita el pelo de los ojos—. ¿Tienes un traje? — pregunta con suavidad. Lo miro fijamente, sin saber por qué necesitaría un traje. Rex se aclara la garganta. —Para el, um, ¿el funeral? Correcto. El funeral. Qué palabra más extraña. Fuuuuneraaal. No muchas palabras suenan con una f y luego una larga u. Futuro. Fucsia. Fumarola. Fuga. —¿Daniel? Saco mi único traje del armario y lo enrollo en mi mochila. Añado mi cepillo y pasta de dientes a la bolsa. —¿Tengo que hacer algo con las tuberías? —le pregunto a Rex—. ¿Así no se congelan o algo así? —Podemos llamar a tu arrendador y dejar que él se ocupe de eso. —¿Qué hay de Marilyn? —pregunto, recordando de repente al perro. —Llamé a Will. Él va a cuidar de ella. ¿Hay algo que debas ver en la escuela? Sacudo la cabeza. Envié las calificaciones antes de ir a su casa anoche y dejé los ensayos en la oficina principal.

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—Está bien —dice Rex, y cuando regresamos a la nieve de Michigan, tengo la extraña sensación que es la última vez que veré mi apartamento. Pero, por supuesto, eso es ridículo. Rex resulta ser una de esas personas que saben cómo ir a lugares. Tiene un atlas en la camioneta, y le pregunto si quiere que busque instrucciones, pero dice que no necesita que lo haga. Durante las primeras horas, sigo esperando que me pida que revise algo, pero nunca lo hace. Rex no me habla, por lo que estoy agradecido. No tengo palabras en este momento y exigir cualquiera de mí sería cruel. Ni siquiera puedo responder que no cuando me pregunta si tengo hambre. Sé que debería ofrecerme a conducir, pero cuando hago un gesto vago hacia el volante, Rex solo sacude la cabeza y me aprieta la rodilla. No estoy seguro si duermo o no, pero ha estado oscuro durante horas antes que me diera cuenta. Rex sale de la autopista en Youngstown y la canción de Springsteen empieza a sonar en mi cabeza. Buena canción. Entramos en el aparcamiento de un motel. —¿Estamos parando? —grazno. Rex asiente. Me muerdo la lengua. Quiero seguir, pero Rex ha estado conduciendo todo el día y debe estar cansado. En la habitación, Rex me dice que va a ir a buscar algo de comida y que empiece a ducharme. Parece que han pasado meses desde que nos duchamos juntos esta mañana. Me meto en la ducha como él dice. Tengo un recuerdo más fuerte de la semana en que murió mi madre. Al principio no entendía muy bien, pero cuando me di cuenta que ella nunca regresaría, empecé a pedir un deseo cuando el reloj daba la vuelta a las 11:11. Un niño en la escuela me había dicho que si deseabas algo a las 11:11 definitivamente se haría realidad. Me quedaba hasta tarde para

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pedir el deseo dos veces al día, durante toda la semana. Deseaba que mi madre volviera y que mi padre se hubiera ido. Rex abre la puerta y el agua se ha enfriado. Una vez más, ni siquiera me he lavado el pelo. —Ven aquí, amor —dice Rex. —Lo siento —murmuro—. Creo que el agua caliente se ha ido. —Está bien. No te preocupes por eso. Rex ha colocado sándwiches Subway en la mesita junto a la ventana. —Te tengo pavo —dice, pero no tengo hambre. Sacudo la cabeza y me tumbo en la cama grande. —Daniel, no has comido nada en todo el día. Sé que no tienes hambre, pero necesitas comer. Solo un poco. —Cierro mis ojos—. Por favor —dice Rex, y cuando los abro veo lo cansado que se ve. Qué preocupado. Por mí, supongo. Asiento y me levanto de nuevo. Rex claramente se está muriendo de hambre porque termina su sándwich en unos dos minutos. Le doy un mordisco y sabe a pegamento. Cuando intento tragar, es como si nunca hubiera comido antes. La sensación es muy extraña. Como si un ladrillo se hubiera alojado en mi estómago. Doy otro mordisco y mastico hasta que está pegado, esperando que se deslice hacia abajo. Me lo trago, pero a la tercera mordida mi boca se niega a abrirse. Sé que vomitaré si lo intento.

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—Lo siento —le digo, y empujo el sándwich sobre la mesa hacia Rex. —Podemos guardarlo para más tarde —dice, pero sacudo la cabeza rápidamente. Solo la idea de comerlo más tarde, el pavo resbaladizo que se aferra al pan húmedo, hace que mi estómago se revuelva. —Te lo comes —le digo. Rex vacila, pero obviamente todavía tiene hambre y está de acuerdo. Se ha ido en minutos. Soy consciente que los ojos de Rex me miran y temo el momento en que me pregunte cómo estoy, cuando tenga que encontrar algunas palabras, subirlas de donde me duelen en el estómago junto con esos dos bocados de sándwich. Pero él no dice nada, simplemente limpia la basura y se acuesta en un lado de la cama, enciende el televisor y cambia los canales hasta que llega a Food Network. Me meto en el baño y me lavo los dientes, con la esperanza de deshacerme del sabor del sándwich. Desearía no haber dormido tanto anoche porque lo único que quiero hacer ahora es acostarme y dormir para siempre. Rex tiene un brazo detrás de su cabeza, sus bíceps se abultan debajo de su cabeza. Me arrastro sobre la cama y beso el músculo liso. Él extiende su brazo, haciendo un espacio para que me acueste contra él. En la pantalla, un grupo de niños pequeños está cortando, friendo, cortando y mezclando como profesionales. Me relajo un poco, y Rex me acuna en su brazo. —Daniel —dice, y me tenso, esperando las inevitables preguntas— . Haré lo que necesites, ¿de acuerdo? Cualquier cosa. —Su voz es baja, intensa, y puedo decir que lo dice en serio.

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—Gracias —le digo—. Estoy bien. Esto es bueno. Rex debe haberme metido debajo de las sábanas porque cuando me despierto gritando, están enredadas a mí alrededor y al principio creo que son los ladrillos que están cayendo, aplastándome. Entonces algo realmente me está aplastando. Rex me recoge en sus brazos, acariciándome la espalda y susurrando tonterías, tratando de calmarme para que me vuelva a dormir. *** Cuando veo las primeras señales de Filadelfia, siento una oleada de alegría. Y, aunque sea en circunstancias terribles, mi primer vistazo del horizonte me hace sonreír. Rex aprieta mi rodilla. —¿Puedes decirme a dónde ir desde aquí? —Sí. Oh, mierda, nunca llamé a Ginger. Oh, bueno. A ella no le importará si nos presentamos. Le doy instrucciones a Rex para ir a casa de mi papá. Es surrealista conducir por estas calles con él. Lo hago estacionar en el callejón afuera del taller para asegurarme que nadie rompa sus ventanas, pero cuando salimos de la camioneta, no puedo mover mis pies. Rex se acerca al lado del pasajero y se cierne a mi lado. He empezado a acostumbrarme a esto, su presencia constante, fuerte, cálida y tranquila, me brinda apoyo pero no me pide nada a cambio. Lo miro, tratando de beber tanto de él como puedo antes de entrar. Su cabello se ha vuelto largo, me doy cuenta de repente, y se agita alrededor de su cara, intensificando las sombras bajo sus pómulos y destacando su fuerte mandíbula. Es jodidamente perfecto y no tengo idea de cómo tuve tanta suerte. Todo lo que quiero es aferrarme a la forma en

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que me mira durante unos segundos más antes que se rompa la ilusión de que soy alguien con quien vale la pena pasar el tiempo. —Mira —digo, pasando mi mano por su costado—. Lo que digan mis hermanos, no los escuches, ¿vale? Son gilipollas, lo sé. Simplemente no... no quiero que pienses que soy como ellos. —¿No crees que lo sé? —dice con suavidad. —Probablemente. —Ven acá. Rex me besa, tan suavemente, tan dulcemente que me dan ganas de llorar. Porque, ¿qué ha hecho estos últimos días si no demostrar que me conoce? —Está bien —le digo—. Gracias. Entramos por la entrada del taller y el olor a aceite y metal caliente y óxido es tan familiar que me da vueltas la cabeza. El taller no está abierto, por supuesto, pero es un olor que nunca desaparece. Es como siempre huelen mi papá y mis hermanos, sin importar cuán a menudo se bañen. La puerta del taller se conecta con la cocina y entro, Rex pisa mis talones. La cocina es un desastre, como de costumbre, con pilas de cajas de pizza en cada mostrador, ollas con salsa en el fregadero y latas de cerveza apiladas en pirámides precarias contra la pared. El televisor está encendido y puedo escuchar las voces de mis hermanos y oler la malta dulce de lo que probablemente sea mucha cerveza.

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Me inclino hacia atrás y cojo la mano de Rex, apretándola con fuerza. —Aquí vamos, todo o nada30 —digo, avergonzado de inmediato de que un cliché tan tonto sea lo primero que se me haya ocurrido. Cuadrando los hombros, camino hacia la sala de estar. Sam está sentado en el sillón reclinable, mirando el partido de hockey en la televisión. Liza está a su lado, posada en el reposabrazos de su sillón. Brian está sentado donde siempre se sienta, en el suelo frente al televisor, recostado en el sofá. Colin está en el sofá, con las rodillas abiertas para ocupar el doble del espacio que realmente necesita y asegurarse que nadie se siente a su lado. Es casi como si nunca me hubiera ido, la escena es muy familiar, excepto que las tres se ven terribles. Los ojos de Sam están hinchados, Brian parece un niño, con su camisa al revés y su cabello colgando en la cara, y Colin, puede que sea la primera vez en años que veo a Colin casi vulnerable. Él no está usando su habitual aspecto despreciativo; su boca está floja y frunce el ceño como si realmente estuviera pensando en otra cosa que no fuera su próxima puya. —Hola, chicos —digo, cuando no parecen notarnos. Puedo sentir el calor de Rex en mi espalda. Tres cabezas aturdidas giran para mirarme. —Hola —dicen Sam y Brian. La expresión de Colin inmediatamente se vuelve amarga y se ve familiar de nuevo. Solo Liza se levanta. —Hola —le digo. Ella me abraza brevemente.

Expresión utilizada cuando uno está a punto de intentar hacer algo nuevo, difícil o desagradable que nunca ha hecho antes. 30

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—Lo siento, Daniel —dice ella. Asiento. —Um, este es Rex —digo—. Estos son Sam, Colin y Brian, y esta es Liza —le digo a Rex, señalando. Sam lo saluda con la cabeza, Brian se queda boquiabierto y los ojos de Colin se estrechan. Liza extiende su mano y Rex la sacude, sonriéndole. —Encantado de conocerlos a todos —dice Rex cortésmente, pero me doy cuenta que su voz es más profunda de lo que suele ser. Se ve tan fuera de lugar aquí, como una figura en un cuadro recortado de su fondo y pegado en otro. Es tan limpio, fresco y honesto. En nuestra sala de estar en mal estado, también se ve enorme. Miro alrededor, tratando de verlo a través de los ojos de Rex. Las tablas del suelo están oscuras con el aceite que se ha traído desde el taller año tras año, la laca se está pelando en lugares cercanos a la puerta principal. El yeso es desigual, por lo que la luz amarilla del accesorio superior resalta cada inmersión y protuberancia. La silla reclinable está rota, siempre reclinada en exceso, por lo que tiene almohadas empujadas en la parte posterior para que aún puedas ver la televisión. El sofá está raído, con una sucia manta roja sobre el respaldo que mi madre hizo en ganchillo cuando estaba embarazada de Brian y quería tener algo que hacer con sus manos. Y de repente quiero estar de vuelta en la cabaña limpia y acogedora de Rex más que nada. Quiero estar viendo una película frente al fuego o sentarte en un taburete en la cocina viendo a Rex cocinar. Quiero caminar con Marilyn en el bosque que rodea la casa de Rex o recostarme en su gran cama mientras Rex me recuerda lo bien que me puedo sentir. Cuando es obvio que los chicos no le van a decir nada a Rex, entro más en la habitación y, al no encontrar un lugar seguro para sentarme, me paro contra la pared junto al televisor.

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—Um, ¿y qué diablos pasó? —pregunto—. ¿Papá estaba enfermo? —Si lo estaba, no lo dijo —dice Sam. Liza ha regresado a su silla y descansa sus manos tentativamente en el respaldo, como si pensara que Sam podría decirle que se vaya en cualquier momento. —No creo que haya ido a un médico ni nada —agrega Brian. —Entonces, ¿se cayó muerto de repente? —digo—. ¿Puedes por favor decirme qué pasó? —Estábamos en el taller —dice Sam—. Todo estuvo bien. Luego escuché un golpe en la oficina y papá estaba en el suelo, agarrando su corazón. Luther llamó al 911. —Sam se está ahogando—. Murió en el hospital. —Mierda —le digo—. Entonces, ¿los médicos dijeron que fue un ataque al corazón? Sam asiente. —¿Qué más dijeron? —¿Eres un maldito médico ahora también? —la voz de Colin es venenosa. —No, solo quiero saber lo que pasó. —Mañana tendremos el funeral —dice Liza, sintiendo pena por mí. —Jesús, eso es rápido —le digo. Por supuesto, en este punto ya han pasado tres días dado que no me llamaron de inmediato.

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—Bueno, no podemos mantener el taller cerrado y Vic nos consiguió lugar en la funeraria de su primo —dice Sam. —¿En serio, Sam? Vic es un maldito canalla. —Sólo porque no te guste... —dice Brian. —Amigo, es un criminal, vamos. —Miro a Liza, esperando refuerzos, pero está mirando al suelo. —Bueno, no estabas aquí para hacer otros arreglos —dice Colin, su voz temblando de ira—. Así que nos encargamos de ello. Si eres demasiado bueno para ir al funeral porque no apruebas a Vic, entonces ese es tu maldito asunto. Aprieto mis dientes, en este punto solo trato de obtener toda la información antes que me vaya de aquí. —Por supuesto que voy al funeral. ¿Qué puedo hacer para ayudar? —Nada —dice Sam—. Ya me encargué de eso. Me da los detalles. —Está bien, bueno —le digo. Siento que debería decir algo pero no tengo idea de qué—. Lamento no haber estado aquí, pero te veré mañana —le digo. —No es como si alguna vez te importara una mierda sobre él — murmura Colin. La furia atraviesa mi pecho, impulsada por el viejo cóctel familiar de frustración, dolor e injusticia.

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—Sabes que eso no es jodidamente cierto, Colin —le digo, furioso por escuchar mi voz temblando—. Simplemente no tenía mucho en común con él. —Rex se acerca un paso y pone su mano en la parte baja de mi espalda. —Lo siento —dice Brian— pero, ¿quién diablos eres tú? —Bueno, sí —dice Colin, levantándose. Se balancea sobre sus pies. Mierda, está borracho—. ¿Qué tendría papá en común con un pequeño maricón engreído? —Pone su dedo en mi cara—. Él cuidó de ti y ni siquiera te importó lo suficiente como para quedarte. —Colin —advierte Sam. Colin está asombrosamente borracho, pero su discurso es horriblemente claro. Él realmente cree que son los hijos leales que amaron a nuestro padre y yo soy la mierda egoísta que lo tomó por sentado y luego se fue. Puedo sentirlo: el cosquilleo en mis oídos y la opresión en mi garganta significa que voy a llorar si no hago algo rápido. Así que hago lo único que siempre funciona. Me enojo. —¡Qué mierda, Colin! Lo empujo, pensando que esta inestable en sus pies y caerá como un saco de cemento. Pero, incluso borracho, Colin es un luchador, y él se balancea hacia el centro como un saco de boxeo, me agarra por la camisa y me golpea contra la pared con tanta fuerza que la luz parpadea. Escucho la respiración de Liza. La cara de Colin es una máscara de furia. Él es el único que se parece a nuestra madre, con cabello castaño claro y ojos azul claro. Él es de mi altura, pero está construido como un tanque. Nunca he ganado una pelea con Colin. Jamás.

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Luego hay una gran presencia sobre mi hombro y Rex despega a Colin de mí. Su expresión es neutral, pero cuando habla, su voz es tremendamente tranquila. —No lo hagas. Joder. Si lo tocas… —dice Rex, y tendrías que estar fuera de tu maldita mente para comenzar cualquier cosa con esa voz. Colin, aunque me lo he preguntado a lo largo de los años, no está loco. La tensión en la habitación es gruesa. Sam se ha levantado a medias del sillón reclinable y Brian está parado frente al televisor como si pudiera cambiar el canal y terminar en alguna otra sala de estar en alguna otra casa, con alguna otra familia. Se ve ansioso. Brian siempre está ansioso cuando Colin pierde el control. —Um, entonces, ¿quién eres? —le pregunta a Rex de nuevo. —Rex —dice Rex, mirándome como para comprobar lo que debería decir. —Es mi novio —le digo. Siento un arrebato de alegría al decirlo por primera vez, seguido de una profunda punzada de vergüenza, la única emoción que he asociado con el deseo de los hombres dentro de estas paredes. Sam mira al suelo y Colin se hunde de nuevo en el sofá. —Bueno, creo que es obvio quién es la chica, Danielle —dice Colin, usando su antiguo apodo para mí. No importa que los años de estudio de la teoría de género me hayan dado la capacidad de rechazar el binario de género por completo. No importa que entienda que mi reacción negativa al ser llamada niña se debe a una gran cantidad de misoginia cultural arraigada y no a mis

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propios sentimientos sobre las mujeres. No importa que me guste cuando Rex me folla, que es, por supuesto, básicamente de lo que me está acusando Colin. Todo lo que importa en este momento es lanzarme a través de la patética mesita de café llena de latas de cerveza y correo no deseado, y sacar la mierda de Colin, que es lo que estoy tratando de hacer cuando Rex me agarra. Al menos me dejó dar un par de buenos puñetazos, pero sigo vibrando de furia. —¡Joder! —grito, y en realidad me alegro cuando Rex me atrapa esta vez, porque estaba a punto de golpear el televisor, y Dios sabe que si hubiera roto eso, mis tres hermanos habrían saltado sobre mí y me habrían asesinado antes que Rex pudiera hacer algo al respecto. Doy un portazo a la puerta principal y me dirijo a la calle donde está la camioneta de Rex. Me inclino contra ella cuando Rex se une a mí. —Bueno —le digo. Pero no tengo nada que añadir. Rex me arregla con una mirada que logra ser increíblemente comprensiva sin molestarme. —No me importan tus hermanos —dice, con la mandíbula apretada. Me río. —Joder, a mí tampoco. Vamos a salir de aquí. ***

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Me siento mejor después de la pelea con Colin, en realidad. Mi ira por él es familiar; sé que se desvanecerá. Se siente mejor que el entumecimiento que he sentido en los últimos días. Son aproximadamente las nueve cuando llegamos a la tienda de Ginger, y tengo una gran sonrisa en mi cara cuando las campanadas de las puertas tintinean su bienvenida habitual. Ginger está en la parte de atrás de la tienda, haciendo inventario. Lleva estos horribles monos morados que le encantan y un top negro que muestra los tatuajes en sus brazos, pecho, espalda y cuello. Su pelo negro y rizado está afeitado en un lado y lleva su habitual enredo de finas cadenas de plata alrededor de su cuello. Es bonita pero no hermosa, con una cara pálida, en forma de corazón y ojos marrones inteligentes. Pero cuando mira hacia arriba y me ve, sonríe y la convierte en la chica más hermosa del mundo. Sus ojos brillan y su nariz se arruga y chilla y corre hacia mí, saltando sobre mí con alegría. —¡Regresaste antes! Ella huele a Ginger. Como desodorante en polvo para bebés, champú de eucalipto, perfume de jazmín y, sobre todo, el sabor metálico de la tinta. —Mi puto padre murió —le digo, mientras se desenreda de mí y sus botas caen al suelo. —Oh, mierda, calabacita —dice ella. Entonces mira detrás de mí— . ¿Este es Rex? Rex da un paso adelante y extiende su mano.

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—¿Ginger? —dice él—. Encantado de conocerte. Ella se burla de su mano y lo abraza también, aunque es considerablemente más difícil, ya que él tiene alrededor de treinta centímetros más que ella. —Sube las escaleras —dice ella—. Te quedas conmigo, ¿verdad? —Si está bien —le digo. —Obviamente —dice ella, volteando sus ojos hacia mí. Joder, la he echado de menos—. Oigan, chicos —habla hacia las salas privadas de tatuajes— ¿cierran por mí? —Sí, lo hago —le responde una voz. —Hola, Marcus —saludo. —Hola, Daniel —me responde. *** Me hundo en el sofá de terciopelo púrpura de Ginger, que, a pesar de toda la mierda que le doy sobre lo feo que es, en realidad es bastante cómodo. Me encanta su apartamento. Es un reflejo perfecto de ella. La parte posterior de madera del sofá está pintada de oro y un sillón de cuero flanquea la mesa de café que es una rueda de carreta. Sobre las puertas y ventanas cuelgan cráneos de animales incrustados en purpurina negra. Pintó el techo para que pareciera que se está agrietando, y las grietas se extienden desde un lugar cerca de la ventana donde lo pintó para que parezca que una mano esquelética realista ha atravesado el techo y se está extendiendo hacia abajo. Las paredes están llenas con el arte de sus amigos y el suyo. Hay pinturas de su amigo Jonah, que son animales del

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Día de los Muertos; collages del espacio exterior por una mujer que los cambió por un tatuaje hace años; un hermoso desnudo de un hombre cubierto de tatuajes por el que cambió dos de sus propias pinturas. Me encanta el trabajo de Ginger. Muchos de ellos se basan en diseños de tatuajes, realistas cráneos negros y grises que se transforman en llamas de vela y cera derretida, panteras que se transforman en mujeres elegantes de pelo negro y una serpiente muy espeluznante que se traga un urogallo. Mi favorito cuelga sobre la cama. Es un autorretrato que Ginger hizo de una fotografía de sí misma desde atrás, así que es solo su cabello y sus hombros. El detalle en sus rizos largos y rastrojos cortos son increíbles. Es austero y fascinante, pero está enmarcado en un marco dorado de aspecto barroco. He pasado horas trazando las líneas de los rizos con mis ojos cuando me despertaba con resaca en la cama de Ginger. Rex está haciendo lo que todos hacen la primera vez que vienen a lo de Ginge, que es caminar por su apartamento y revisar todas sus cosas. Se detiene sobre una caja de rompecabezas en un soporte cerca de la cama. Ginger hizo un tatuaje de una pieza de Escher31 realmente complicada en un tipo hace unos años. Era un fabricante de rompecabezas, así es como lo describió. Su trabajo característico eran estas cajas rompecabezas talladas en trozos de madera de la casa de su familia, que se quemaron parcialmente. Era un chico raro. De todos modos, regresó cuando el tatuaje se había curado porque Ginger quería tomarle una foto para su portafolio y le trajo la caja rompecabezas como regalo. Es precioso, la madera teñida de marrón chocolate muy oscuro. La he jugado un millón de veces.

Maurits Cornelis Escher, fue un artista neerlandés conocido por sus grabados xilográficos, sus grabados al mezzotinto y sus dibujos, que consisten en figuras imposibles, teselados y mundos imaginarios. 31

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Rex lo está girando en sus manos, empujándolo y empujándolo. Debería haber sabido que iría directo a eso, con su amor por desarmar las cosas. Sin embargo, después de un minuto, que es el tiempo que suele tardar la gente en darse por vencida y asumir que no se abre, Rex saca algo y empuja otra cosa, y salen las primeras piezas. —Santo... —murmura Ginger y ambos caminamos hacia Rex. —¿Está bien? Lo siento, debería haber preguntado —dice Rex, pareciéndose a un niño cuyo juguete favorito podría ser quitado. —No, no, está bien. Por favor —dice Ginger, levantando sus cejas hacia mí mientras Rex alegremente pone su atención en la caja. Después de cinco minutos, la tiene abierta y casualmente comienza a volver a armarla. —¡Espera! —grita Ginger. Ella llega al centro de la caja y saca un pedazo

de

papel.

En

letra

reducida,

simplemente

dice:

Estoy

impresionado. —Oh, Dios mío —le digo. —¿Qué? —pregunta Rex, sonando nervioso. Él mira entre Ginger y yo. Ella está boquiabierta hacia él. —Nadie ha abierto esa cosa antes —le digo a Rex—. Ni siquiera Ginger. No teníamos idea que había algo dentro tampoco.

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—Madre Amor Hueso32 —dice Ginger, un juramento grunge que reserva solo para las cosas que realmente la deleitan—. Diente de león, te enganchaste a un genio. —Lo sé, ¿verdad? —Conecto mi brazo con el de Rex. En realidad se está sonrojando y se ve bastante satisfecho—. Excepto, ahora, todo lo que puedo pensar es en lo que les sucede a los idiotas que abren la caja de rompecabezas en las películas de Hellraiser33. Ginger se ríe, ella ama Hellraiser, pero se detiene abruptamente. —Um, ¿entonces tu papá? Vuelve todo corriendo tan repentinamente que no puedo creer que lo haya olvidado. Me hundo en el sofá y Rex se sienta a mi lado, con un aspecto ridículamente fornido y tumbado sobre terciopelo púrpura. Le cuento a Ginger sobre mi papá. Acerca de recibir la llamada y cómo los chicos esperaron un día entero para molestarse en decirme. Cuando llego a la acusación de Colin de que no me importa que papá estuviera muerto, Rex está vibrando de ira. —Rex podría haber tenido que sacarme de Colin —le digo. —¿Te había llamado así antes? —pregunta Rex vacilante, y me toma un minuto recordar a qué comentario de Colin se refiere.

Mother Love Bone fue una banda de rock estadounidense formada en Seattle, Washington en 1987. La banda estuvo activa desde 1987 hasta 1990. 33 La Caja de Lemarchand, también conocida como La Configuración del Lamento, La caja negra o Caja Lemarchand, es un rompecabezas de ficción, creada por Clive Barker, y que aparece tanto en Hellraiser, novela y película homónima. Una caja de Lemarchand es un dispositivo místico/mecánico que actúa como una puerta o como una clave de una puerta, a otra dimensión o plano de la existencia. La solución del rompecabezas crea un ‘cisma’ o abre un camino a otras dimensiones a través de las cuales puede viajarse en cualquier dirección. Los habitantes de estos otros reinos, los cenobitas, pueden parecer demoníacos a los seres humanos. 32

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—¿Qué, Danielle? —pregunta Ginger. —¿O chica? No que ser llamada niña sea un insulto —agrego rápidamente—. Solo, tú conoces a Colin. —Oh, lo sé —dice Ginger—. Ese pequeño gilipollas. No —agrega, mirándome y sugiriendo sugestivamente— que haya algo malo con los imbéciles. —Oh, mierda, te he echado de menos —le digo—. ¿Tienes una bebida? Ginger asiente y toma una botella de whisky de la cocina. Tomo un sorbo y siento que el calor me penetra en la garganta y se extiende por mi esternón. —¿Cómo estás, entonces? —pregunta Ginger con seriedad, finalmente formulando la pregunta que he estado temiendo. —Ah bien; un poco duro para mi gusto —le digo, levantando la botella hacia ella. —Ja, ja —dice ella. Entonces ella solo espera. Cierro los ojos y me apoyo contra el hombro de Rex. Su brazo automáticamente me rodea y todo lo que quiero hacer es poner mi cara en su cuello y nunca salir. —No estoy seguro —le digo finalmente—. Estoy... me siento todo mal, pero... no precisamente triste. Más como... joder, no lo sé. —Termina tu oración —dice Ginger. Jesús, ella es agresiva. Prácticamente puedo sentir a Rex tomando notas. —No sé si lo extrañaré. Pero, supongo que una parte de mí siempre pensó que tal vez las cosas eran temporales. Que, eventualmente,

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¿estaríamos más cerca? Nos comprenderíamos mejor. Así que ahora siento que... como que ese futuro potencial ha sido... interrumpido. Robado de mí. —Más por favor —dice Ginger. Cierro mis ojos otra vez. Odio cuando ella hace esto. Me encanta cuando ella hace esto. Es como si no supiera lo que estoy pensando o sintiendo hasta que lo digo en voz alta. —Durante el Día de Acción de Gracias, estaba pensando que realmente no lo conozco. No sé qué es lo que lo hace funcionar. Si él fuera el personaje principal en el libro que estoy leyendo, solo estaría por el capítulo dos. Sabría su nombre y quién está en su vida diaria, pero estaría esperando para descubrir qué cosa me haría preocuparme por su historia. Al menos, así es como me sentía antes. Quedaba todo un libro. La promesa que si seguía leyendo aprendería lo suficiente como para que me gustara. Sólo que ahora, es como si fuera un personaje secundario, un personaje terciario. Y el autor ni siquiera había pensado en una historia para él. Ya no hay más de él. Y, no lo sé. Eso me pone jodidamente triste porque creo que probablemente él sentía lo mismo por mí. Sé que se preocupaba por mí, al menos un poco. Quiero decir, creo que sí. Y Colin y los muchachos lo conocían. Y están jodidamente devastados de que esté muerto. Y estoy celoso porque... —¿Por qué? —dice Ginger. —Debido a que ellos eran una familia y yo no formaba parte de ella —digo, y aunque nunca antes había tenido esa idea, sé que es lo que realmente quiero decir en el segundo en que sale de mi boca. Trago saliva y mi boca sabe a sangre. Tomo otro trago de whisky y dejo que mi cabeza caiga sobre el hombro de Rex. Lo miro y veo que la humedad se acumula en las esquinas de sus ojos. Cuando me mira sus ojos son muy suaves.

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—Supongo que ahora somos ambos huérfanos —dice, y aunque su voz es un gruñido masculino, es algo tan infantil que decir que me rompe el corazón. —Supongo que sí. Me aclaro la garganta. —Entonces, ¿cómo estuvo la familia para Acción de Gracias? —le pregunto a Ginger, desesperado por cambiar de tema antes que Rex y yo terminemos lloriqueando el uno con el otro. —Ha sido de lo peor —dice ella lentamente. —Solo porque los dos somos huérfanos ahora no significa que no puedas sentirte libre de echarle mierda a tu familia —digo yo. Ginger sonríe. —Mi madre fue una infernal reina de hielo pasiva-agresiva que me dijo que tenía que perder cinco kilos y que entonces mis tatuajes se verían como una declaración de moda de vanguardia en lugar de un intento desesperado de burlarme de los estándares de belleza de la sociedad antes que los hombres pudieran rechazarme por tener un aspecto poco convencional. La boca de Rex cae abierta. —No, así es como habla ella —le digo. —Creo que eres hermosa —dice Rex. Entonces una mirada de pánico cruza su rostro—. Quiero decir, sé que eso es lo contrario de tu punto. Mierda, lo siento. —Me mira, como si pudiera suavizarlo.

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—Te amo —le dice Ginger a Rex—. Lo amo —me dice ella. Yo también, pienso, antes que pueda procesar el pensamiento. Maldición. —Mi padre fue un agujero negro sin espinas, excepto cuando estaba besando el culo de mi madre con la esperanza de una pequeña migaja de aliento, aprobación o afecto. Fue casi vomitivo, excepto que no iba a darle a mi madre la posible sombría satisfacción de pensar que me había vuelto bulímica. La mano de Rex ha encontrado su camino a mi muslo y su peso cálido es reconfortante. Le entrego el whisky y él toma unos sorbos. —Mi hermana intentó romper todas las leyes conocidas de la física al ser completamente egocéntrica y totalmente obsesionada con lo que todos los demás pensaban de ella. Sorprende a la mente cómo un ser humano puede decir tantas frases sobre sí mismo en una fila y aún así parecer que está diciendo cosas malas sobre ti. En verdad, ella ha sido aprendiz a los pies del maestro. En noticias relacionadas, ella y mi madre obtuvieron cortes de pelo iguales, por lo que mi hermana ahora también se parece a una casa de Chabad de los años cincuenta. En fin. Le paso a Ginger la botella en silencio. —Sé lo que necesitamos —dice. Ella camina hacia el tocadiscos. —Tom Waits —le susurro a Rex para que Ginger no pueda oír.

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Después de ese frotis estático perfecto, Tom Waits cuenta, ‘1, 2, 3, 4’, y comienzan los primeros compases de Ol' '55.34 —Lo pedí —le digo, y Ginger levanta la botella hacia mí en un brindis burlón. Luego el estómago de Rex gruñe tan fuerte que puedo escucharlo a través de la música. —Lo siento —dice—. ¿Están hambrientos? Son más de las diez y el pobre Rex no ha comido nada desde que hicimos una parada de descanso en las afueras de Pittsburgh. Me encojo de hombros —Podría comer —dice Ginger—. Entonces, voy a pedir algo. O, ¿quieres los tots35? —me pregunta. —Ugh, no, no esta noche, lo siento —le digo. Hay un bar a unas cuadras que hace unas diabólicas tater tots que presentan como nachos, con Cheez Whiz36, algo de carne que probablemente no quiero saber, y ketchup de rábano picante. —Puedo hacernos algo —ofrece Rex. —Buena suerte —le digo. Ginger lo lleva a la cocina, guiñándome el ojo.

Ol' '55 es una canción compuesta y grabada por el músico estadounidense Tom Waits, publicada en el álbum de 1973 Closing Time. 35 El Tater Tots consiste en una fritura de patatas al estilo hash brown, conocidos por ser crujientes, de forma cilíndrica y de pequeño tamaño. 36 Cheez Whiz es un queso procesado estadounidense que tiene una consistencia sólida similar a la de una salsa o un queso para untar. 34

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—Jesús —dice Rex desde la cocina—. Eres igual de mala que Daniel. —Obtendré los menús. —Ginger tiene una carpeta de menús de cada restaurante dentro de un radio de treinta cuadras, organizado por el nivel actual de favoritismo. *** Después de comer, tengo sueño y estoy un poco borracho. Me siento un poco sensible por todo lo que se ha dicho acerca de los sentimientos y toda la mierda, y también un poco tímido con Rex, por si está enfadado porque no le dije lo que le dije a Ginger en respuesta a sus preguntas. —Dime algo feliz —le digo a Ginger. Cuando hablamos de mierda pesada,

siempre

terminamos

con

algo

feliz,

como

un

postre

conversacional—. Cuéntame sobre Christopher. El portaburritos —le digo a Rex. —Huele muy bien, pero como un adulto —dice Ginger. —Eso es importante —le digo, asintiendo. —Mantiene contacto visual durante el tiempo exacto, así que puedes ver que está enfocado en ti, pero no se siente raro. —Mmm. —Me llamó Pan de jengibre una vez y solo lo odie, como, el 65 por ciento. —Vaya.

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—Sí. Puedes conocerlo, tal vez. ¿Mañana? —Tal vez. Mañana es el funeral. ¿Mañana por la noche? —Ella asiente. El brazo de Rex se aprieta a mi alrededor cuando digo la palabra ‘funeral’, como si fuera una bomba emocional contra la que necesito que me apoyen. —Dime cómo se conocieron, Rex. —¿No le dijiste? —pregunta Rex, y suena un poco dolido. —No, lo hice —le digo—. Ella quiere escuchar cómo lo cuentas. —Bueno —dice Rex— estaba caminando por los bosques alrededor de mi casa. Había escuchado aullidos de lobo la noche anterior, así que quería comprobarlo. —¡Dijiste que estabas cazando! —acuso. —No, tu preguntaste para qué era el arma. Solo he cazado una vez. Pensaste que todos en el país salen a cazar su cena todas las noches. Además, cariño, estaba oscuro. Oh, sí. Estaba oscuro. Gruño y le hago un gesto para que continúe. —El punto es, estaba preocupado por encontrarme con un lobo o algo así, cuando escuché este horrible sonido. No podía decir qué era, pero un rato después escuché a este tipo hablando solo. Apunté mi luz hacia el sonido y está este hombre sosteniendo un animal. Cuando la luz golpeó su cara, me congelé porque nunca había visto a alguien tan hermoso. Mi corazón late más rápido y miro a Rex. Se ve un poco avergonzado.

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—Claramente un chico de ciudad, vestido con un traje y todo, pero se veía tan fuera de lugar o algo así. No solo en el bosque, sino en el traje. Y se veía aterrorizado. Al principio pensé que estaba realmente preocupado por el perro, pero luego me estaba mirando como si fuera algo salido de una película de terror. —Tenías un arma —digo débilmente. —Cuando me acerqué a él para llevarme al perro, comenzó a balbucear sobre si el perro era un niño o una niña. Era adorable. Me gustó cómo hablaba. Como si fuera inteligente y pudiera entender lo que sea que estuviera diciendo. Él era simplemente... diferente. Pensé, si puedo ayudar a ese perro, tal vez este tipo me dé la hora del día. Así que los lleve de regreso a mi casa, aunque nunca llevo gente allí. Me estaba esforzando tanto para no echarle un vistazo que tardé el doble de tiempo en arreglar la pierna del perro. »Cuando le di una ducha, me sentí como un pervertido total porque aquí estaba este hermoso chico que había tenido un accidente automovilístico y todo en lo que podía pensar era cómo sacarlo de ese feo traje. Cuando se quitó la camisa y vi esos tatuajes, estaba acabado. Ahora puedo decir que Rex realmente me está hablando. —Me quitaste la camisa. —Lo que sea —dice Rex, sonriéndome—. Se emborrachó con un par de tragos de whisky y luego desfiló en la cocina con los pantalones tan cerca de caerse que casi me tragué la lengua. —Eran demasiado grandes —le digo, dándole un codazo.

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—Le hice un emparedado y él me contó un montón de cosas sobre el trabajo para el que estaba entrevistándose. Pensé, mierda, este tipo es inteligente y hermoso. Y, por lo que vi con el perro, un amor. Pero él claramente pensó que estábamos en el medio de la nada, así que sabía que no había manera de que regresara. Dejó pasar que era gay y pensé que se iba a desmayar. Pude ver lo asustado que estaba, pero él solo me miró como si me estuviera desafiando a tener un problema con el hecho de ser gay. Era… sexy. Así que cuando comenzó a enloquecerse, no pude evitarlo. Lo besé. Sabía que solo tendría una oportunidad, así que pensé que podría ir a por ello mientras él estaba incapacitado por el miedo. Me guiñó un ojo y yo volteé los ojos, pero mi recuerdo de ese beso era todavía vívido. —Luego estábamos en el sofá y él estaba todo borracho, cálido y adorable. Rex sacude la cabeza. —Cuando me besó, fue todo lo que pude hacer para no arrancarle esos malditos pantalones de chándal y... um, ya sabes. Pero estaba borracho y había estado en un accidente y no habría estado bien. Me mató hacerlo, ya que sabía que nunca lo volvería a ver, pero me fui a la cama y lo dejé en el sofá. »A la mañana siguiente, él estaba muerto para el mundo, despatarrado en el sofá con mis pantalones de chándal prácticamente cayéndose. Como si lo hubieran puesto en ese sofá específicamente para mostrarme lo que nunca podría tener. Estuve en la cocina un rato, esperando que se despertara, pero estaba fuera.

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»Tuve que llevar al perro al veterinario antes de ir a trabajar, así que lo dejé allí. Quería programar mi número en su teléfono. Conseguir su número y ponerlo en el mío. Dejarle una nota que dijera que si alguna vez regresaba a Michigan, debería buscarme. Pero se sentía patético. En un día o dos, el chico se habría ido, a Filadelfia o Nueva York o donde sea y nunca regresaría. No puedo dejar de notar que Rex menciona Nueva York, a donde se mudó Will, así como Philly. —Y de todos modos, no quería dejar una nota, ni siquiera una que diga: Cuídate, porque no quería que pensara que era estúpido y deletreaba todo mal. Lo que hago. Rex se apaga. —Llegué a casa esa noche y él se había ido. Pasé los siguientes meses maldiciéndome por no dejarle mi número de teléfono. O algo. Pero entonces, justo cuando me convencí que nunca lo volvería a ver, ahí estaba. —Ahí estabas —murmuro, mientras mis ojos se cierran. —Vamos, narcoléptico —dice Ginger, sacudiéndome—. Él siempre hace esto —le dice a Rex—. Estamos escuchando un disco o algo así, y él simplemente se duerme como un bebé en un puto asiento de seguridad. —Lo sé —dice Rex—. Al principio pensé que estaba constantemente privado de sueño. —Nah, él siempre está nervioso. Luego, cuando finalmente se relaja, simplemente se duerme antes que se dé cuenta.

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Rex parece contemplar esto mientras Ginger me quita el whisky y limpia la basura de la cena. —Tomen la cama —dice Ginger, y Rex protesta de inmediato—. Oh, para —dice ella—. He dormido en este sofá un centenar de veces. Está bien. De ninguna manera los dos van a encajar en esto. A menos que… —Mueve las cejas a Rex—.

Quieras deshacerte de este triste saco y

abrazarme a mí. —Retrocede, perra —le digo, sonriéndole—. Gracias, Ginge. —La abrazo y ella me aprieta como siempre lo hace. —Lo siento, calabacita —dice ella. Me desnudo hasta mi bóxer sin pensarlo. Nada que Ginger no haya visto antes. Rex parece extrañamente tímido y se mete debajo de las sábanas antes de quitarse la camisa, como si estuviéramos en la escuela secundaria o en una novela del siglo XIX o algo así. La cama de Ginger es un lugar seguro, y casi inmediatamente después de meterme debajo de las sábanas, un cálido letargo se desliza sobre mí, relajándome. —Gracias por traerme aquí. Por estar aquí conmigo, quiero decir — le digo a Rex en voz baja. Puedo escuchar a Ginger lavándose los dientes en el baño. Rex me besa largamente. —Cualquier cosa por ti —dice. Luego me sostiene contra su calor y me quedo dormido, en los brazos de Rex y la cama familiar de Ginger.

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Capítulo 15 Diciembre Rex nos conduce al funeral con una mano en el volante y la otra pesada en mi muslo. Ha estado muy tranquilo todo este tiempo, muy estable. Lo pude ver en él la noche que nos conocimos, lo sólido que era. *** Esta mañana me desperté con Ginger gateando en la cama junto a mí mientras Rex todavía estaba dormido, con un brazo sobre su cabeza. —Es hermoso y asombroso —dijo Ginger con naturalidad. —Lo sé, ¿verdad? —susurré de vuelta—. ¿Qué demonios está haciendo conmigo? Ella me golpeó ligeramente y puso los ojos en blanco. —Escucha, Ginge, ¿vendrás con nosotros al funeral? Me temo que podría asesinar a uno de los muchachos y luego los dos restantes se volverán contra mí, lo que hará que Rex los mate y realmente no quiero ser responsable de que Rex vaya a la cárcel por encima de todo esto... —Obviamente, voy al funeral contigo, idiota —dijo, pero sonrió. Rex corrió a la tienda en la esquina y consiguió huevos y pan. Después de un desayuno tardío, Ginger llamó a mis hermanos a la casa de mi padre para obtener los detalles del funeral, mientras que Rex y yo nos cambiábamos. Pensó que no serían groseros con ella al menos. No sé por qué pensaría eso después de todos estos años. Comenzó con el

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teléfono en altavoz, pero después que Brian hizo un comentario desagradable y Ginger le dijo que debería ir a comer una polla y él respondió: ‘¿Por qué no haces que Danielle lo haga ya que es lo que más le gusta hacer?’ lo quitó del altavoz y se fue a la cocina. Rex dejó escapar un suspiro controlado, sacudió la cabeza y apretó los puños. —Honestamente, Daniel, estoy impresionado que incluso puedas estar en la misma habitación que ellos —dijo. —Yo... Brian no suele ser tan malo. Cuando era más joven, éramos, bueno, no amigos, ¿pero más amigables? A veces jugábamos a la pelota o al póquer cuando no tenía a nadie más con quien pasar el rato. Y Sam. Se calmó mucho después que él y Liza se casaron. Realmente nunca me dio demasiada mierda porque era mucho mayor. Me anudé la corbata y me puse la chaqueta, a la que Ginger había echado un vistazo cuando la saqué de la mochila y la colgó inmediatamente en el baño para que se vaporizara mientras todos nos duchábamos. Rex pasó su mano por mi solapa. —Este es el traje que llevabas la noche que nos conocimos —dijo en voz baja. No podía creer que lo recordara. Solo lo lleve puesto durante una hora. —Es el único que tengo —le dije—. ¿Cómo…? Los ojos de Rex nunca dejaron los míos. —Lo recuerdo todo sobre esa noche, Daniel.

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Parecía que quería decir algo más, pero luego respiró hondo y sus ojos se apartaron de los míos y volvió a anudar su propia corbata. *** —Entonces, ¿cuál es el trato con este funeral? —dice Ginger desde el asiento trasero—. Quiero decir, ¿todos son judíos en secreto o algo así? Pensé que esperaban semanas antes de enterrar a la gente para poder hacer lo que sea que hagan para crear cuerpos que puedan salir de la tumba. Rex resopla. —Jodido Vic —le digo—. Él y Sam llegaron a algún tipo de trato con su primo o algo así. No lo sé. No oirían una palabra contra él. Jesucristo —digo, pasándome una mano por el pelo— solo espero que esto no se convierta en esa escena de la película que me hiciste ver después que rompiste con Stephen. —Oh sí, Muerte en un funeral —dice Ginger—. Ja, buena película. —Luego a Rex le dice—: El cuerpo se cae del ataúd. —Sí, la vi —dice, apretando su mano en mi muslo. —Conociendo a Vic, él podría enterrar a papá incluso si no está realmente muerto solo para ganar dinero —le digo, yendo por la levedad, pero sale un poco inestable. —En caso de que no lo hayas notado, diente de león se vuelve morboso cuando se siente incómodo —le dice Ginger a Rex, inclinándose hacia delante para asomar la cabeza entre nuestros asientos. Rex le sonríe en el espejo retrovisor.

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—Sí, lo entiendo —dice, frotando mi pierna con su mano cálida. —Amigo —le digo— me estás excitando. ¿Quieres que me presente al funeral de mi padre con una erección? Rex me lanza una mirada oscura y sucia que dice que si él tuviera su camino, me haría aparecer en todas partes con una erección, pero solo me da una palmadita en la rodilla y pone ambas manos en el volante. —¿Brian dijo que va a haber algún tipo de reunión en el taller? — continúa Ginger. —Sí. Para todos los que no pueden llegar al cementerio hoy. Ya conoces a mi familia: sólo será una tonelada de cerveza y pollo frito y beberán y llorarán y, sin duda, esos gemelos espeluznantes fumarán en el taller e incendiarán un cubo de basura. Son amigos de mi padre —le digo a Rex— a quienes nadie puede diferenciar. Sinceramente, ni siquiera creo que mi padre pudiera distinguirlos. Él siempre los llamaba los Mellizos, y nadie los ha visto cuando no estaban juntos. Son súper flacos, así que parece que son solo una persona que se cortó por la mitad. La mano de Rex está de vuelta en mi rodilla, suavemente. Es como si pudiera oír lo jodido que me siento en todo lo que digo. Me siento mejor que en el camino a Filadelfia: ver a Ginger ha ayudado mucho, pero ahora me siento un poco... enfermo. Sólo náuseas vagas, como si hubiera olvidado algo importante o estuviera a punto de meterme en problemas. No debí haber comido esos huevos. *** A parte de mí, Rex y Ginger, mis hermanos, Liza, Luther y algunos de los otros que trabajan en el taller son los únicos que están allí. Es un servicio junto a la tumba, y, le doy crédito a Vic y su primo, el cuerpo de

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mi padre no se cae del ataúd. Sam me estrechó la mano cuando entramos y asintió a Rex y Ginger. Se ve bien, con un abrigo que nunca le había visto, y apuesto que Liza salió y se lo compró. Él sostiene la mano de Liza todo el tiempo. Brian se veía bien cuando comenzamos, pero ahora está llorando. Él está tratando de permanecer callado, pero lágrimas y mocos gotean por su cara y su manga brilla por limpiarlos. Él no tiene una chaqueta y Colin le hizo quitarse la campera de los Eagles en la tumba. Está helando, así que ahora Brian también está temblando. Colin. Es la sensación más extraña, pero Colin se ve como yo me siento. Parece enfermo. Tiene círculos bajo los ojos, y su pelo, que suele ser rizado, ha crecido un poco y parece arrugado por el sueño. Sus labios están rajados y agrietados por el frío y sus ojos están hinchados. Cuando bajan el ataúd al suelo, Colin aprieta sus brazos alrededor de su estómago y me doy cuenta que estoy haciendo lo mismo. Tratando de mantenerlo unido de afuera hacia adentro. Sólo que él está fallando. Nunca he visto llorar a Colin. Sus ojos están arrugados y su cuello esta tenso y puedo decir que casi está vomitando con el intento de permanecer callado. Sam está llorando, Liza sostiene su brazo. Las lágrimas corren por la cara desgastada de Luther y no hace ningún intento por ocultarlas. No estoy llorando. No estoy triste. Estoy enfermo y entumecido y me siento culpable por no llorar. No he ido a un funeral desde el de mi madre. En ese, todos pusieron rosas encima de su ataúd. Una de las amigas de mi mamá me regaló una rosa. Blanca. Ella me dijo: ‘Ponla encima de tu mamá para que pueda llevarse una parte de ti con ella’. Esto, por supuesto, me aterrorizó, y puse la rosa junto a la tumba, esperando que nadie se diera cuenta. Uno de nuestros vecinos se acercó, y cuando se dio la vuelta después de poner

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su rosa en su ataúd, pateó mi rosa a la tumba. Durante meses tuve pesadillas en las que estaba sentado en clase o tomando una ducha y sentía un tirón en mi estómago. Miraría hacia abajo y vería el tallo de una rosa saliendo de mi ombligo. Entonces una mano lo alcanzaría. La mano de mi madre. Ella tomaría el tallo, las espinas le cortarían la palma y la tiraría. El tallo se deslizaría fuera de mi estómago, abriéndose paso hasta que finalmente la floración blanca, ahora manchada de rojo con mi sangre, se deslizara hacia afuera. Ella me arrastraría a la oscuridad, atado por el tallo. Aprieto mis brazos alrededor de mi estómago y Rex me atrae hacia él. —¿Estás bien? —pregunta suavemente, su boca al lado de mi oído. Me estremezco y asiento. Es tan ridículo. Que algo así como la pena pueda pasar a través de cada una de estas personas, desesperadamente contenidas, a medida que el ritual se desarrolla, por el bien de... ¿qué? Y la idea de que mi padre sea ahora un cadáver dentro de una caja de madera es absurda. Por un segundo, mi mente deambula por las epidemias de cólera, cuando el miedo a enterrar accidentalmente a un miembro de la familia vivo dio lugar a ataúdes con cuerdas atadas alrededor de los dedos de los pies de sus seres queridos que llevaban a campanas, para que si se despertaban, enterrados, pudieran pedir ayuda. He enseñado a Poe, El Tonel de Amontillado y El Entierro Prematuro, en clases anteriores y siempre me he imaginado esas tumbas oscuras, desmoronadas, con un ambiente adecuado. Pero son las 2:00 p.m. y el sol brilla y hay barro. Hay un hombre que nunca lo conoció hablando de mi padre y nunca lo hará. Mis hermanos son pilares del dolor, llorando a un hombre al que adoraban.

Y

yo

estoy

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aquí

pensando

en

historias

de

terror

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estadounidenses del siglo XIX. Es demasiado absurdo. Hago un ruido que suena inquietantemente como una risita. La cabeza de Colin se levanta y sus ojos se encuentran con los míos. Su cara está roja de dolor, sus labios mordidos hasta la sangre. Su mirada está disgustada. Asesina. Mis hermanos me odian. O, al menos, no les importo. Y a mí no me gustan. Estoy de pie entre las dos únicas personas en todo el mundo a quienes les importo una mierda, y quién sabe por cuánto tiempo al menos una de ellas se quedará. El servicio termina y Luther y los demás se van después de abrazar a mis hermanos (abrazos varoniles y agresivos, con palmadas en la espalda y hombros) y me asienten con incomodidad. Luther me da la mano. Liza sigue sujetando el brazo de Sam, pero ahora también toma la mano de Brian, y él se inclina hacia ella como un niño pequeño. Se quedan allí mirando la tumba. Colin está casi vibrando. Lleva un traje demasiado corto en los brazos y un impermeable que reconozco como el de mi padre, que está apretado en los hombros. Sus zapatos están desgastados y pulidos, ahora salpicados de barro. Colin está perdiendo su mierda. Llora audiblemente y sacude la cabeza como si le estuviera pasando a otra persona y él no pudiera entenderlo. Se aleja hacia un grupo de árboles. Me sacudo el brazo de Rex y camino en dirección contraria, hacia el baño, pensando que si voy a vomitar, también puedo hacerlo en un inodoro.

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Puedo ver a Ginger tomar el brazo de Rex para evitar que venga tras de mí. Dios la bendiga. Mi cara y orejas se sienten calientes y sonrojadas. Una vez, cuando tenía cinco años, justo antes que muriera mi madre, fuimos a la costa de Jersey y jugamos en el agua todo el día. Brian me enterró en la arena y tuve que liberarme antes que llegara una gran ola. Construí un castillo de arena y me metí en las olas para orinar en el agua para no tener que salir de la playa. Fue, pensé en ese momento, el mejor día que había tenido. Tuve una terrible quemadura de sol y mi piel se pelo durante una semana. Así es como me siento ahora: tan lleno de calor que me palpita la cabeza. Llego al baño y vomito en el inodoro. Siento que algo que ha estado alojado en mis entrañas durante años se ha soltado. Todo lo que le dije a Ginger y Rex anoche fue verdad. Siento una especie de arrepentimiento de no estar nunca cerca de mi padre, una especie de luto por lo que podría haber sido. Pero también estoy tan enojado que se siente como si el veneno estuviera corriendo por mis venas. Mi cabeza palpita y mi boca sabe a vómito y estoy haciendo un sonido que ni siquiera reconozco. En mi cabeza sólo hay gritos. Gritándole: Por qué querías más a mis hermanos que a mí aunque, al principio, traté de hacer todo lo que querías, cualquier cosa para hacerte sonreír después que mamá muriera. Intenté hacer una obra para distraerte y me dijiste que sólo las chicas hacen obras. Entré en el equipo de atletismo y trataste de actuar contento, pero ambos sabíamos que si no era fútbol, baloncesto o hockey, entonces no te importaba. Gritándole: Por qué dejaste que mis hermanos se burlaran de mí, me golpearan y me hicieran creer que eso era normal. Gritándole: Por qué cuando te dije que iba a ir a la universidad me dijiste que era mucho dinero dejar que alguien más me

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dijera qué pensar. Por qué cuando entré a la escuela de posgrado dijiste: Qué bien, hijo y no volviste a mencionarlo. Gritándole: Por qué cuando obtuve mi doctorado, no te importó. Gritándole: Por qué cuando me mudé, no podías hablarme de nada más que de un maldito auto. Gritándole, gritándole, gritándole: Por qué cuando te dije que era gay, incluso si nunca lo dijiste, parecía que deseabas que estuviera muerto. Vuelvo a vomitar, hasta que no queda nada por venir. El ácido me quema la garganta y la nariz. Tomo un montón de agua del grifo y me meto chicle en la boca que Ginger me dio antes. Ella dijo: Mastica en lugar de golpear. Chica inteligente. Salgo del baño, solo quiero un poco de aire fresco, y comienzo a caminar en dirección aleatoria. Estoy sudando, el tipo de sudor frío y aceitoso que viene con los vómitos, y el aire frío que sopla a través de mi ropa me hace temblar. Maldita sea, debería volver a la tumba y encontrar a Rex. O bien quiero follarlo tan fuerte que no pueda pensar en otra cosa o beber hasta que me desmaye. El olor a tierra fría me aclara un poco la cabeza y la brisa congela el chasquido de menta en mi boca. Me siento un poco mejor y me desvío hacia lo que parece un cobertizo de almacenamiento, pensando que me agacharé para sentarme por un segundo y enviarle un mensaje de texto a Rex para que me encuentre en la camioneta en diez minutos. La puerta está abierta y entro. Al principio, todo lo que veo es la espalda de Colin, los hombros temblando, y mi único pensamiento es que debo dar la vuelta y salir, porque por la forma en que Colin me miró en el lugar de la tumba, si estamos solos no será bueno.

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Ni siquiera me doy cuenta de la otra figura al principio porque está muy oscuro en el cobertizo. Luego registro que Colin está llorando sobre alguien, alguien cuyos brazos están envueltos alrededor de la forma temblorosa de mi hermano. Un hombre. Un hombre está... abrazando a mi hermano. No hay otra manera de describirlo. Un hombre está abrazando a mi hermano con suavidad, y Colin se aferra a él, llorando de corazón. El hombre es ancho y más alto que yo y Colin, mucho más alto. Sus ojos oscuros se encuentran con los míos sobre la cabeza de Colin. Puedo verlo tenso y Colin debe sentir el cambio en su cuerpo porque se da la vuelta, aunque el hombre lo agarra del hombro. Colin se ve destruido por el llanto, pero cuando me ve, su expresión cambia a algo que nunca antes había visto. Pánico absoluto. Y es tan claro que casi me río. —Mierda... —empiezo a murmurar, pero ni siquiera puedo pronunciar ni una palabra. Me agacho, mis codos en mis rodillas, solo mirando a Colin. Con un hombre. Mi hermano, que me ha tratado con nada más que repulsión desde que me encontró dándole una chupada a Buddy McKenzie en un callejón, es gay. Puedo verlo todo en su cara de pánico. Colin mira al hombre, como si fuera a ayudarlo, y luego me tiende una mano, como para aplacarme. Me levanto. —Mira, Dan —dice— no... Pero me lanzo hacia él antes que pueda terminar el pensamiento.

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—Maldito mentiroso —grito, agarrándolo por las solapas del abrigo de nuestro padre y arrastrándolo cerca. Mi visión se oscurece por la furia. Pensé que estaba enojado con mi padre antes, pero esto es una rabia asesina. Golpeo a Colin, cada palabra desagradable y homofóbica, cada mirada de disgusto, cada golpe, bofetada y empujón golpeándome con la fuerza de una pared de ladrillos. Mi peso lo lleva hasta el piso de tierra y le encajo dos golpes en la cara antes que él se sacuda la sorpresa y se defienda. Me golpea las orejas y me mete una en el estómago, pero estoy lleno de una rabia tan fuerte que se siente como si pudiera arrancarle la cabeza y apenas empezar a sudar. Empujo sus hombros al suelo y pongo mi antebrazo en su garganta. Su puño se estrella contra mi espalda baja, errándole al riñón, y retrocedo hacia atrás. Un puñetazo en mi boca, uno en su estómago, y luego solo estamos luchando en el suelo, aferrándonos, agarrando cualquier parte del otro que podamos, ambos tratando de infligir la máxima cantidad de dolor. Solo cuando un brazo fuerte me arranca, me doy cuenta que todavía le estoy gritando. Es Rex. El hombre que estaba con Colin todavía está parado exactamente dónde estaba cuando entré, observando. Rex tira de mi espalda con fuerza hacia su frente y me separo, mi voz se ha ido. Colin se pone de pie, sangrando por la nariz y la boca, y escupe sangre en el piso de tierra. No puedo recuperar el aliento. Colin baja la cabeza. —Yo… —empieza a decir—. Yo... por favor, Danny...

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—No me llames así, maldito mentiroso —le grito, dando tumbos hacia adelante, pero Rex me retiene. Mi voz está rota. —Pero, ¿puedo...? —¿Cómo pudiste? —grito, y mi voz se extingue por completo. Soy vagamente consciente de las lágrimas corriendo por mis mejillas, pero nunca aparto la mirada de Colin. Su expresión es puro autodesprecio y me doy cuenta que he visto ecos de esta expresión toda mi vida. Es solo que siempre pensé que estaban dirigidas hacia mí, no reflejadas en él. Rex me está sosteniendo, ahora. No puedo creerlo. No puedo envolver mi mente alrededor de esto. Y ni siquiera puedo imaginar lo destruido que debe estar Colin por nuestro padre si deja que un hombre lo sostenga en el cementerio donde estábamos todos. Rex está haciendo contacto visual desesperadamente con el otro hombre, claramente tratando de averiguar qué es lo que está pasando, pero el tipo es de piedra. Sacudo la cabeza cuando Colin no dice nada y me vuelvo para irme. —Dan —dice Colin detrás de mí, su voz tensa—. No le digas a Brian y Sam. Por favor. ¿Por favor? Me doy vuelta para mirarlo. Está llorando, las lágrimas corren por la sangre de su nariz y dejan huellas rosadas en su rostro. Sus manos raspadas están a los lados, suplicando. Por un momento, todo lo que quiero es hacer exactamente eso: decirle a Brian y Sam y ver cómo el mundo de Colin se derrumba. Pero respiro hondo y le doy a Colin un simple asentimiento. Luego cierro los ojos y me voy, porque no tengo voz

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para ninguna de mis preguntas, y estoy bastante seguro que Colin no tiene ninguna respuesta para mí. *** Rex me alcanza a unos pocos metros de la camioneta, donde Ginger está de pie, esperándonos. Cuando la veo masticar un gran puñado de chicle, me doy cuenta que debí haber perdido el mío en algún momento de la pelea con Colin, pero no sé si me lo tragué, si se me cayó, o qué. Levanto una mano nerviosa a mi cabello, esperando no encontrarlo allí. —¿Qué demonios te ha pasado? —dice Ginger, soplando el chicle de su boca como una bola de saliva de un bolígrafo Bic. Sacudo la cabeza con incredulidad. Ginger mira a Rex, que está a mi lado otra vez. —En serio, calabaza, ¿qué diablos está pasando? —Colin es gay —le digo, y es un chillido, como mi voz después de una noche particularmente tarde en el bar cuando he tenido que gritarle a la gente toda la noche. Ginger se ríe incómodamente y mueve la cabeza. —No lo entiendo —dice ella. —Colin es jodidamente gay, Ginger —le digo—. Acabo de verlo. Ella busca en mi cara y cuando ve que no estoy bromeando o jugando, su boca se abre. —Santo... —exhala.

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Rex intenta poner su brazo alrededor de mí, pero siento que las hormigas de fuego se arrastran por todo mi cuerpo. Estoy cubierto de polvo del suelo del cobertizo; puedo sentir que hay sangre en mi cara además de lágrimas, y rastros del sabor del vómito vuelven a introducirse en mi boca. Por todo eso, no puedo quedarme quieto. La idea de subir a la camioneta casi me saca de quicio. —Voy a caminar —le digo, aunque suena como si cada palabra me rascara la garganta—. Los encontrare en tu casa. —¿Estás bromeando? Son como nueve kilómetros —dice Ginger. —Estaré bien —le digo, metiendo un poco más de chicle en mi boca—. Solo necesito tomar un poco de aire. Ginger y Rex se miran de lado de forma extremadamente irritante. —Caminaré contigo —dice Rex. —No —le digo—. Gracias, pero no tienes que hacerlo. Te veré más tarde. —No fue una pregunta —dice Rex, y le arroja a Ginger las llaves de su camioneta. *** Camino en la dirección general de la casa de Ginger, mirando la ciudad donde he vivido toda mi vida como si nunca la hubiera visto antes. Rex camina a mi lado, sin decir nada, pero sin dejarme más que unos pasos fuera de su alcance. Al principio es jodidamente irritante y quiero volverme y gritarle que no soy un niño. Que me las he arreglado bien sin

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él durante mucho tiempo y que puede irse a la mierda a casa. Pero la verdad es que no lo he hecho. No he estado bien. De hecho, apenas he estado bien. Y siempre, siempre, algo de eso ha sido por culpa de Colin. Me he enfadado con él y, si soy sincero, le tengo tanto miedo que me he obligado a olvidar que solía adorarlo. Cuando mamá murió, él fue a quien corrí después que las pesadillas me despertaron. Cuando tenía ocho años y él tenía catorce, lo veía prepararse para la escuela secundaria, deseando parecerme a él. Él fue el primero que me metió en la música, tocando estaciones de rock cada vez que estaba en el taller en lugar de la radio deportiva. También tenía una gran voz, y gritaba junto a Steve Perry, Axl Rose y Freddie Mercury mientras cambiaba el aceite y rotaba los neumáticos. Me sentaba en la puerta de la cocina y escuchaba, pensando que tal vez comenzaríamos una banda algún día. Cuando tenía diez años y él tenía dieciséis, aunque para entonces ya era demasiado guay para molestarse conmigo, chocó el auto de nuestro papá y se rompió un brazo y yo corrí de la cocina a la sala de estar para traerle refrescos y papas fritas, desesperado por hacerlo sentir mejor. Nunca fue exactamente amable conmigo en ese entonces; siempre me dio una palmadita en la espalda y me quitó la última galleta de la mano, pero se sentía fraternal, solo una mierda fraternal, lo mismo que le daba a Brian y a Sam. Sin embargo, cambió antes que me encontrara con Buddy McKenzie. Cuando tenía doce o trece años, desistí de intentar ser como el resto de ellos. Dejé de fingir que estaba viendo los partidos de fútbol o que me importaba cuando discutían las alineaciones de otoño. Ya no estaba en el taller, dejando que mi padre me dijera qué herramienta era cuál. Dejé de reírme de sus chistes sin gracia y fingí que no me importaba

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cuando ‘accidentalmente’ rasgaban mis libros de la biblioteca. Dejé de hablar y de hacer preguntas. Retiraba cada obertura que había aprendido de la experiencia y me encontraba con la desaprobación y el rechazo, porque ahí fue cuando lo supe. Sabía que era gay. Sabía que quería salir de esa casa. Sabía que quería una vida diferente a la cerveza, la pelota y los autos. Y ellos también lo sabían. Colin era el peor, pero también lo eran los demás. Lo tomaron con desaprobación. Se convencieron que yo pensaba que era mejor que ellos cuando la verdad era que yo sabía que nunca les gustaría si supieran quién era realmente y qué es lo que realmente quería. Ámenme. Nunca me amarán. Y no lo hicieron. En realidad, no. Se detuvieron. Pero sólo Colin se volvió verdaderamente venenoso, como si viera mi retirada como un ataque. Ahora, sin embargo. ¿Qué? ¿Me vio haciendo lo que quería hacer? No lo creo. Colin puede ser gay, Cristo, la frase incluso suena loca en mi cabeza, pero a él le encanta trabajar en el taller, le encantan los autos, le encantan los deportes. Y él amaba a nuestro papá. Haría cualquier cosa que él dijera. Así que ver lo mal que reaccionó mi padre cuando le dije que era gay, le habría hecho mil veces más difícil hacer lo mismo. Si es que lo supiera entonces. Y en lugar de confiar en mí, lo hizo al revés y me aterrorizó. No puedo imaginarme cómo se debe haber sentido, llamándome marica todos estos años y viendo a mi papá y mis hermanos aceptarlo. Mierda. ¿Cómo pudo hacerlo?

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Hemos estado caminando cuatro o cinco kilómetros cuando Rex rompe el silencio. —¿Podemos parar a tomar un café o algo? —me pregunta, sorprendiéndome. —Sí, por supuesto —le digo. Nos metemos en un café y ordeno cafés para llevar mientras Rex usa el baño. Me doy cuenta, cuando regresa, que probablemente quiso decir que quería parar y sentarse a tomar un café y calentarse. —¿Querías sentarte? —pregunto, esperando que diga que no. —Um, no, está bien —dice, inseguro. Realmente creo que él quiere quedarse, pero me adelanto y salgo por la puerta. Simplemente no puedo estar cerca de ninguna de estas personas en este momento, bebiendo sus putos chai lattes y triple caramelo o lo que sea. Rex vuelve a ponerse el sombrero y toma el café. —Gracias —dice. Puedo decir que quiere decir algo, pero él sigue caminando conmigo. Después de otras pocas cuadras, drena su café y tira la taza. —Nunca fui al funeral de mi madre —dice. —¿Qué? ¿Por qué? —pregunto, dándome cuenta que mientras he estado ocupado envolviéndome en una manta de mi propia mierda, Rex probablemente está lidiando con algunos recuerdos muy pesados por su cuenta.

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—Cuando empecé con Jamie —dice en voz baja y con la barbilla metida en la chaqueta— empecé a pasar todo el tiempo con él. Simplemente, él fue el único que me habló, y eso se sintió... bien. No veía mucho a mi mamá por las noches porque tenía un novio, John, que no me caía bien, y trabajaba todo el tiempo durante el día. Así que no pensé en quedarme con Jamie. Tal vez seis meses después de conocer a Jamie, John consiguió un trabajo en Colorado y mi mamá me dijo que nos mudábamos allí. Pero yo no quería dejar a Jamie, no quería empezar todo de nuevo. Se detiene, mirando a su alrededor por algo que hacer con sus manos. Le sostengo mi café medio tembloroso. Lo toma, sonriendo con gratitud y envuelve su mano alrededor de él. ―Le dije que me quedaría. Tuvimos una verdadera discusión al respecto. La única vez que realmente peleamos. —Sacude la cabeza—. Le dije que estaba cansado de seguirla por todas partes. Le dije que me quedaba. Y lo hice. Jamie dijo que podía quedarme en su casa, dijo que a sus padres no les importaría, pero por supuesto que sí. Así que me escabullía en su habitación después que se acostaran y volvía a escabullirme antes que se levantaran por la mañana Desayunaba y almorzaba en la escuela y conseguía algo para la cena. Entonces... —Se detiene para evitar la maraña de correas de un paseador de perros y mira con nostalgia a los animales—. Entonces, ya sabes, eso sucedió con Jamie unos tres meses después. En el hospital, seguía queriendo llamarla, pero no quería que se preocupara. Di un nombre falso en el hospital y me fui antes que me dieran el alta. No sabía qué hacer, así que me fui a Colorado. Me había perdido el funeral de Jamie mientras estaba en el hospital. Para cuando llegué a Colorado... —Oh, Dios —murmuré.

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—Ella ya se había ido. Caminamos en silencio una cuadra o dos. —¿Cómo murió? —pregunto, pasando mi brazo por el de Rex. —Cáncer de páncreas. Ella debe haber estado enferma por un tiempo y nunca lo supo. Ella odiaba a los doctores. Nunca iba. Había estado perdiendo peso por un año más o menos, pero siempre estaba tratando de perder peso. Siempre con alguna dieta u otra. Ella estaba feliz por eso. Le compré un vestido nuevo y todo. —¿John no te lo hizo saber? —Supongo que lo intentó, pero solo tenía el número de los padres de Jamie, y yo no estaba allí. Ella murió dos semanas antes que yo llegara. Si hubiera tardado unos días menos en llegar... Entonces, nunca he estado en un funeral antes de hoy. Lo atraigo hacia mí con el brazo enganchado a través de él, chocando nuestras caderas. —Joder —murmuro. Porque ¿qué más hay que decir? *** Cuando volvemos a casa de Ginger, ella está en la tienda y nos lleva arriba a su apartamento. Siento que debería decirle algo más a Rex, pero ¿cómo calmar un dolor con el que alguien ha vivido durante tanto tiempo sin molestarlo de nuevo? Me siento en el sofá y estoy vagamente consciente de que Rex se sienta a mi lado y desliza su mano en la mía.

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¿Colin está saliendo con ese chico? Tal vez leo las cosas mal. Tal vez solo son amigos. O... Sacudo la cabeza —Entonces, ¿conoces al hombre que estaba con tu hermano? — pregunta Rex, como si arrancara el pensamiento de mi cabeza. —No. —Después de un rato, continúo—: Yo solo... no puedo entender cómo... él podría estar con un hombre. Piensa que soy repugnante. O incluso si él odia ser gay aunque lo sea, ¿quién querría estar con él si los odia? Y ese hombre... quiero decir, no por estereotipos, pero se veía muy, um, ¿poderoso? No es como si Colin pudiera cerrar los ojos y fingir que esta con una chica, ¿sabes? —Bueno, nunca se sabe lo que le gusta a la gente —dice Rex. Sé que tiene razón. Cristo, nunca lo he sabido mejor que hoy porque nunca en un millón de años hubiera imaginado ver a Colin en manos de otro hombre. Siento el tipo de confusión que se filtra en mis huesos. El tipo de confusión que me hace cuestionar todo. Eso me hace preguntarme si tal vez Colin nunca me odió en absoluto. O tal vez me odiaba incluso más de lo que había imaginado, solo por diferentes razones. No puedo pensar en eso ahora porque si lo hago me volveré loco. No puedo pensar en nada de eso. —Rex, yo... —¿Qué, cariño? —pregunta, inmediatamente girándose hacia mí. —Sé que esto suena vulgar o patético o lo que sea, pero realmente quiero intoxicarme. No puedo... —Sacudo la cabeza—. No puedo lidiar

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con nada de esto ahora mismo y tal vez si estuviéramos en casa... pero estamos aquí y... no puedo. —Entiendo —dice Rex, aunque se muestra aprensivo—. Bueno, te cuidaré, por supuesto. Qué deseas…. —Sólo whisky —le tranquilizo. Asiente, claramente aliviado. —Jesús, ¿qué crees que quería? Parece avergonzado y agacha la cabeza. —No lo sé. Solo... has dicho cosas antes, eso me hizo pensar que quizás solías... —Busca las palabras—. Escapar de formas más extremas. —Sí, solía meterme cosas, supongo, pero ya no hago esa mierda. —Bien —dice, y su mano aprieta la mía. —Simplemente, no quiero que pienses que soy un perdedor que bebe todo el tiempo. Yo no lo hago, realmente Yo solo... a veces ayuda. —Yo también puedo ayudar, ya sabes. —¿Sí? —Sí —dice, ahuecando mi cara y pasando los ásperos pulgares por mi boca—. Tal vez este no sea el momento ni el lugar, pero estoy aquí. Miro su hermosa cara. Su boca expresiva que siempre sabe a casa. Sus ojos color whisky, que si estuviéramos solos nosotros, serían la única bebida que necesitaría. Pongo una pierna sobre su regazo y me coloco a horcajadas como lo hice la noche en que nos conocimos. Sólo que esta

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vez, él no se aleja. Me abraza fuerte, a pesar que estoy sudado y polvoriento, sangriento y asqueroso. Aunque soy un desastre. Me abraza fuerte y me mira a los ojos mientras lo beso. Enrosco mis dedos en su espeso cabello y lo beso con todo lo que tengo. No trato de encenderlo, solo quiero meterme dentro de su calor, su comodidad e hibernar hasta que sea seguro salir. Desafortunadamente, Ginger no recibió la nota porque ahí se abre la puerta. —Whoopss —dice ella mientras nos separamos. Luego su rostro se vuelve tormentoso—. Daniel Mulligan, ¿estás esparciendo sangre en mi sofá? ¡Toma una ducha, bola de tierra! —Luego se vuelve hacia Rex y sonríe dulcemente—. ¿Por qué no le ayudas? Me encargaré de la cena. —¿Whisky, Ginge? —le pregunto amablemente. —Lo sé —dice ella. En el baño, Rex me quita la ropa sucia, murmurando con desaprobación los moretones que descubre. Me empuja debajo del agua caliente antes de quitarse el traje. Llaman a la puerta cuando Rex entra a la ducha conmigo. —Información

de

último

momento

—dice

Ginger—

tienes

exactamente once minutos antes que el agua se enfríe a hielo. —Mierda, lo olvidé. —Será mejor que sea rápido, entonces —le digo, y me arrodillo frente a Rex, acariciando su entrepierna, solo con ganas de sentirme cerca de él. Empieza a endurecerse de inmediato y su mano acaricia mi cabello, pero me tira hacia atrás.

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—Daniel, no, no tienes que... Jalo sus caderas hacia mí y lamo su longitud, desde la raíz hasta la punta. —Quiero —le digo. Sólo quiero hacer algo por él. Algo correcto, para variar. —¡Cariño, por favor, tal vez no sea muy... mmmf! —Se interrumpe con un gemido cuando paso mis dientes suavemente sobre la punta de su erección. Sabe a Rex, salado y un poco dulce, como un martini caliente. Lo llevo hasta mi boca, con las manos corriendo por la parte posterior de sus muslos, y cuando comienza a mover sus caderas hacia mí, no tengo que pensar en nada, excepto la sensación de sus dedos en mi cabello, sus músculos bajo mis manos, y su placer. Lo chupo fuerte, palmeándole el culo. —Mierda, Danny —dice Rex mientras trago alrededor de la punta de su polla. Estoy tratando de hacerlo venir duro y rápido y todavía tener suficiente agua caliente para lavarme el pelo. Todo lo que necesito es aplicar a la vez todo lo que aprendí sobre los gustos de Rex en los últimos meses. Una lamida aquí, un mordisco allí, un dedo aquí, y ha caído, bajando por mi garganta con un gemido desgarrado. Pero cuando me alcanza para devolverme el favor, solo busco el champú de Ginger. No puedo sentirme tan vulnerable ahora mismo. No seré capaz de mantener la compostura. Rex me está mirando de forma extraña. Me inclino para besarlo, pero él se aleja, atrapando mi barbilla en su mano. ¿Qué más quiere de mí?

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—Oye —dice, su voz engañosamente amable—. Sé que no estás bien. La próxima vez, ambos estaremos aquí, ¿de acuerdo? Dejo caer mis ojos al azulejo y se me mete el champú. —Lo siento —murmuro. —No —dice— por favor, no. Te sentiste increíble, yo solo... no me gusta cuando estás tan distante. Siento que estoy tomando ventaja. —De acuerdo —asiento, quitándome el agua de los ojos. —Daniel, Dios. Yo... —Me mira con curiosidad, tan concentrado en mi rostro que casi desvío la mirada. Pero no termina su oración. Solo me acerca a él y pone mi frente contra su hombro mientras lava el champú de mi cabello. El agua caliente está a punto de irse, así que lo saco por la puerta justo cuando se congela. No es una sorpresa que alguien deba experimentar si puede evitarlo. Me lavo los dientes. El sabor de todo ese chicle comienza a hacerme sentir mal otra vez. Me pongo unos vaqueros y una camiseta y entro en la sala de estar para servirme una bebida cuando alguien toca a la puerta. Ginger sale corriendo de la cocina para contestar. —Hola, amigos —dice el tipo que debe ser Christopher. Sostiene una bolsa de su tienda de sándwiches en una mano y una botella de Bulleit en la otra. —Bueno, ya me gustas —le digo a la ligera, tomando el whisky de él. Con su mano libre, choca los cinco con Ginger, luego la tira para un beso.

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—Le gusto —dice Christopher, guiñándome un ojo—. Eso significa que estoy aprobado, ¿verdad? —Tal vez —dice Ginger—. ¿Qué me trajiste? —La mitad de un Reuben hecho con pastrami y la mitad de un queso a la parrilla BLT, dos papas fritas y una soda de crema. —Estás aprobado —le digo, mientras Ginger se mete en la bolsa como un velociraptor. —¿Hay pepinillos? —pregunta Ginger. —Claro, valoro mi vida —dice Christopher. —Hola —le digo, tendiéndole una mano—. Soy Daniel. —Sí, lo sé —suspira—. El hombre que tengo que impresionar para que Ginger incluso considere tomarme en serio. Encantado de conocerte. —Su sonrisa desaparece tan instantánea y naturalmente como si nunca hubiera estado allí—. Lamento mucho lo de tu padre. Familia, no importa qué, es intenso. —Sí —le digo—. Gracias. —Hola —dice Rex, saliendo del baño—. Soy Rex. —El novio de Daniel... —Christopher asiente—. Christopher. Encantado de conocerte. —Me gusta él —le digo a Ginger—. Dice oraciones buenas, no estúpidas.

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—Sí —dice Ginger— y nunca dice una mierda sexista idiota que se disfraza de un cumplido. —Raro —le digo. —Prácticamente inexistente cuando se combina con buena apariencia y buenas delicatessen. —Estadísticamente. Christopher y Rex nos miran como si estuviéramos locos. —Como

seaaaaaaaaaa

—dice

Christopher,

con

las

cejas

levantadas—. Sólo estoy haciendo la entrega. Sé que no es un buen momento

para

socializar.

Espero

conocerte

pronto

en

mejores

circunstancias, Daniel. Ginger me levanta una ceja. Le subo una a ella. —No, quédate —digo—. Al menos para la cena. La trajiste, después de todo. —Sí, quédate —dice Ginger, su sonrisa dulce y privada. Entonces su expresión cambia—. Mientras no compartas la mía. —Ella agarra su sándwich combinado y da un paso atrás. Rex se ríe. —Vale, claro, gracias —dice Christopher. *** Comemos, bebemos el bourbon que trajo Christopher y hablamos. Es agradable y extrañamente normal a pesar de ser la primera vez que Ginger y yo hemos tenido una cita doble. Y, aparte de ser la primera vez que Ginger y yo tenemos una cita doble, mi padre acaba de morir y el

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imbécil homofóbico de mi hermano resultó ser gay. Pero quién está contando. Christopher hace honor a su buena entrada. Es agradable e interesante y no es para nada un gilipollas. Y está claramente loco por Ginger, que es una gran ventaja. Rex se ha vuelto un poco tímido y no dice mucho. Ginger y Christopher son los que más hablan, y Patty Griffin toca en segundo plano. Tomo un trago antes de comer la mitad de mi sándwich y otro después. Estoy terminando el tercero ahora y puedo sentir el hormigueo en mis dedos y la flojedad en mis articulaciones que dice que Bulleit ha alcanzado su marca. Le entrego a Rex la otra mitad de mi sándwich y salgo de lo que estoy seguro que habrían sido sus protestas de que necesito comer con un movimiento de cabeza. —No puedo —le digo, y me instalo con mi bebida. Ginger y Christopher están en el sofá y Rex está sentado en el sillón. Estoy sentado en el suelo, los codos en la mesa de café (léase: mano cerca de la botella), pero si me inclino un poco hacia atrás, puedo descansar contra las espinillas de Rex. Patty canta When It Don’t Come Easy, y me sirvo otra bebida y me recuesto contra las piernas de Rex, cerrando los ojos. Esta canción me mata. Rex extiende sus rodillas, así que estoy apoyado en el sillón y mi cabeza contra su rodilla. Tengo un brazo alrededor de su pantorrilla antes de darme cuenta, como si su pierna fuera un animal de peluche o algo con lo que estoy tratando de acurrucarme. Patty canta Florida, y todo lo que puedo escuchar es su voz, como arena atada con miel y luz.

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Contra mis ojos cerrados, el funeral juega una y otra vez, el ataúd bajando a la tumba de alguna manera transformándose en Colin golpeando la tierra cuando lo llevé al suelo. De repente, mi estómago se tambalea cuando un recuerdo me golpea, sacudido por quién sabe qué combinación de pena y alcohol. Tengo diez años y Colin tiene dieciséis años, soy estudiante de secundaria. Es el invierno después que Sam se mudó y Colin está de un malhumor perpetuo. Levanta pesas en la parte trasera de la tienda cada minuto libre y, si lo interrumpes, Dios te ayude. Una tarde, hay una tormenta de nieve y la escuela cierra temprano, aunque el resto permanece abierto. El taller de mi papá todavía no está abierto a tiempo completo, así que está haciendo un turno a unos cuantos kilómetros de nuestra casa, por lo que no puedo llamarlo para que me busque. Camino a casa alrededor del mediodía, la nieve se convierte en hielo, y entro en el garaje para secar las cosas de la nieve helada. Cuando entro a la cocina, escucho la radio en lo que era la habitación de Sam y Colin, que Colin ahora tiene para él solo, así que abro la puerta, pensando que Colin dejó la radio encendida, ya que debería estar en la escuela. Colin está acostado en la cama, con la almohada sobre la cara. Él todavía lleva sus zapatos y uno está desatado. Pensando que se ha quedado dormido, me acerco y le saco la almohada para que no se acalore demasiado. Cuando lo hago, sus ojos se abren y puedo oler el hedor del ron de mi padre. Me obligo a mirar el recuerdo más de cerca, porque la parte que recuerdo claramente (Colin me abofetea, me dice que nunca entre a su habitación y luego vuelve a dormirse) no es, creo, el punto. El punto es la botella de pastillas para el dolor que le recetaron a mi padre

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después que se le desacomodo un disco en su espalda. El punto es que está medio vacío y Colin está babeando borracho y enterrado en su cama. Mis ojos se abren. Se acabó el disco y Ginger está poniendo otro. ¿Colin intentó matarse? Quiero hablar con él. Quiero hacerle un centenar de preguntas, pero no puedo imaginarme cruzando el abismo y tratando de comunicarme con él. ¿Cómo puedo odiar a alguien tanto y de repente sentirme tan mal por él? ¿Cómo puede la persona que me hizo tan miserable ser de repente la única persona que podría entender cómo fue crecer en mi familia? Me trago el resto del bourbon. Se siente como si todo se estuviera moviendo muy lentamente. La habitación parece fragmentada: cuadrados con cuadros y esquinas y el cuadrado suave que es la cama. Entonces todo se desdibuja. —Daniel —dice Rex en voz baja. Me doy cuenta que tengo un agarre mortal en su pierna—. Daniel —dice Rex de nuevo, su voz cerca de mi oído. —¿Eh? —Inclino mi cabeza para mirarlo. Es como si ni siquiera lo reconociera, es tan impactante verlo en el contexto del sillón de Ginger. —Ven aquí, amor —dice, y me levanta en su regazo sin esfuerzo. Pero, ¿por qué? Entonces me doy cuenta que Ginger no puso el disco y Christopher me mira con una expresión triste. ¿Por qué todos me están mirando? Aparte del hecho que soy un hombre adulto que acaba de ser arrastrado al regazo de alguien. Rex se ve extraño. Borroso.

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Pasa su mano por mis mejillas y me doy cuenta que debo estar llorando. Me están mirando porque las lágrimas corren por mis mejillas a pesar que no me había dado cuenta. Pero cuando Rex me toca, es como si el reloj comenzara de nuevo y de repente me diera cuenta de que me duele la espalda donde Colin me dio un golpe, y mi cara me duele donde Colin me dio un puñetazo, y mi pecho se siente apretado, y definitivamente son lágrimas. —Rex —le digo, pero no tengo nada que decirle. Es más como si estuviera pidiendo algo, pero no sé qué es—. Rex —comienzo de nuevo, pensando que tal vez la oración se termine sola. —Estoy aquí, cariño —dice, y él me da un abrazo, frotándome la espalda. Estoy tan avergonzado. Me siento como un niño pequeño, haciendo esto frente a todos. Jesús, ni siquiera conozco a Christopher. Levanto mi cabeza. Ginger está caminando con Christopher hacia la puerta. —Lo siento —le digo, pero él niega con la cabeza y me despide como si no fuera nada. —Siéntete mejor —dice, y le da un picotazo a Ginger en la mejilla y se va. Ginger se acerca a mí. —Voy a revisar la tienda —dice ella—. ¿Estás bien aquí? —Asiento. La puerta se cierra detrás de ella y miro a Rex. —Lo siento —le digo, confundido. Las lágrimas todavía corren por mis mejillas, pero no siento que esté llorando. Siento que estoy goteando.

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Rex sacude la cabeza, luego acerca mi cara a la suya y besa mis labios suavemente. —¿Crees que debería llamar a Colin? —pregunto. —¿Qué piensas? —dice Rex. —No creo que me hable. Él nunca lo ha hecho. Pero... no lo sé. ¿Qué pasa si él... qué pasa si... no crees que se haría daño, verdad? Rex está inmediatamente alerta. —¿Qué te hace decir eso? —No lo sé. Acabo de tener la sensación que tal vez él lo ha intentado antes. Pero no lo recuerdo bien. —No hace daño llamar —dice Rex, demostrando que nunca antes intentó llamar a Colin. Saco mi teléfono y encuentro el número de Colin. Suena y suena, pero cuelgo antes que llegue su correo de voz. —¿No quieres dejar un mensaje? —No sé qué decir. —Pero de todos modos, mi dedo está golpeando el remarcado. Esta vez, le dejo un mensaje—. Colin, soy Daniel. —Hago una pausa, sin saber qué decir más allá de este punto—. Yo, um, como que quería hablarte sobre algunas cosas. Pero, no lo sé. Tal vez no. Sobre hoy, quiero decir. ¿Y tal vez… siempre? Um… De todos modos, llámame si quieres. O no. De acuerdo, adiós. —Cuelgo el teléfono, pongo los ojos en blanco y dejo caer el teléfono sobre la mesa con disgusto. Rex me da una palmadita en la espalda torpemente; ni siquiera él puede fingir que ese no fue el mensaje más tonto de todos.

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Recupero mi vaso del suelo y le vierto un dedo de bourbon. Ginger golpea tentativamente a su propia puerta. —Entra —le digo, y trago el bourbon, hundiéndome en el sofá. —¿Estás bien? —pregunta ella. Asiento, repentinamente irritado por estar aquí en vez de en mi propia cama. Bueno, realmente la cama de Rex. Mi cama apesta. —Así que Colin es gay, eh —dice Ginger—. ¿A qué demonios va a llegar el mundo? Solo sacudo la cabeza. Me siento mareado —¿Podrías poner a Patty Griffin de nuevo? —Claro —dice Ginger. Cuando vuelve a sentarse, agarro el bourbon y nos sirvo unos a otros. —Son mis personas favoritas —les digo—. Gracias por estar conmigo en el funeral hoy. —Le erro a mi boca cuando tomo un sorbo, mis labios extrañamente entumecidos y se derrama. —Mierda —murmuro, y me quito la camiseta con una mano, golpeando mi pecho con ella. Ginger alivia el vaso de mi mano y la pone sobre la mesa de café. —¡Oye! —protesto débilmente. —Daniel —dice ella, inclinándose hacia delante para mirarme a la cara—. Te amo más que a nadie en el mundo. Tú también eres mi persona

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favorita. Solo desearía que no tuvieras que emborracharte para decirlo. —Ella le da un golpe de cabeza significativo en dirección de Rex. —No lo hago —insisto, tratando de averiguar si es verdad o no. —Sé que es un día terrible —continúa—. No estoy juzgando. Yo solo… entiendes que tus hermanos están borrachos todo el tiempo, ¿verdad? ¿Entiendes que tu papá estaba borracho todo el tiempo? Simplemente no quiero que vayas a un lugar del que no puedas salir. ¿Sabes? Mi cabeza me está latiendo. Sé que tiene razón. Pero en realidad me ha ido muy bien desde que me mudé a Michigan. Supongo que no trabajar en un bar ayuda. —Me voy a dormir —le digo, y me dirijo al baño para lavarme los dientes. Ella y Rex están hablando en voz baja cuando salgo. —Daniel —dice Ginger en voz baja—. Estam… —Estamos bien —le digo. Me froto las manos sobre los ojos—. Lo sé —le digo, respondiendo a su pregunta anterior—. Lo sé y no quiero ser así. Lo he estado haciendo bien últimamente, lo prometo. —Luego me arrastro hacia la cama y caigo, con la cabeza dando vueltas. Se siente como si me hundiera hasta el fondo. Intento quitarme los pantalones, pero solo saco una pierna antes que la habitación comience a girar. Después de unos minutos de respirar profundamente, la habitación se detiene y Rex se mete en la cama. Cuando levanta las cobijas, ve mi estado y resopla. Me desenreda de mis pantalones y los deja caer sobre el lado de la cama, luego me acerca a su pecho y pasa una cálida mano por mi espalda.

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—Lo siento, Rex —le digo—. No pretendía ser tan terrible hoy. —No lo fuiste, cariño. No te preocupes. —Vomité y me metí en una pelea en un funeral y te hice caminar en el frío y me emborraché —le lanzo al cuello. Su mano se siente tan bien que me está derritiendo la columna. Prácticamente puedo sentirme hundiéndome en un líquido encima de él, goteando para llenar cualquier espacio vacío. —Lamento que hayas vomitado —dice, y eso me hace reír, solo que sale mal y Rex me acerca más a él. —Me siento mucho mejor cuando estás cerca —le digo—. No es justo que no pueda estar contigo todo el tiempo. Puedo sentir la sonrisa de Rex. Espero que no piense que soy un borracho. Como mis hermanos. Como toda mi puta familia. Meto mi cabeza en su cuello, pensando que tal vez si pudiera acercarme lo suficiente me absorbería en él. —Está bien, cariño —murmura en mi cabello—. Te tengo. Está bien. —Quiero irme mañana —le digo, mi voz es tan áspera que apenas se entiende. —¿Qué hay del velatorio? ¿La cosa de la fiesta? Sacudo la cabeza y levanto la manta para que casi me cubra la cabeza. —No quiero ir. No les importará de todos modos.

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—Está bien —dice Rex—. Duerme ahora, amor. Solo duerme. *** Ni siquiera me doy cuenta cuando Rex nos lleva directamente a su casa cuando regresamos a Michigan. —Oh, lo siento —dice en el camino de entrada—. No te pregunté si querías que te llevara. ¿Quiero eso? No tengo ropa limpia y desesperadamente necesito lavar la ropa. No hay comida en mi casa. Podría ir a buscar mi ropa y hacerlo aquí, supongo. No, no puedo, porque mi auto está muerto. Y si… —Oye. —Rex aprieta mi hombro—. Vamos a ir a buscar tu ropa y traerla aquí. Podemos parar y comprar algo de comida y haré la cena mientras tú lavas la ropa. Podemos seguir desde ahí, ¿de acuerdo? Asiento, el alivio me inunda. Mientras estoy lavando la ropa, mi teléfono suena, prácticamente asustándome hasta la muerte, y entro en la sala de estar para contestar. Es Virginia Beckwith, mi asesora de tesis y mentora integral de la escuela de posgrado. —Hola, Virginia —le digo—. ¿Cómo estás? —Bueno, Daniel, estoy bien. ¿Tú? —Estoy bien —le digo, sin querer meterme en la mierda sobre mi padre, sin mencionar las preguntas de campo sobre por qué no vine a verla cuando estaba en la ciudad.

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—Escucha, ¿recuerdas el puesto de profesor universitario para el que te postulaste para el año pasado en Temple? —Sí, claro. Creo que la entrevista salió bien, pero luego se canceló la línea porque no tenían los fondos para contratar a nadie. Al menos, eso es lo que me dijeron. —Sí, ese es mi entendimiento también. Estuviste en la reunión de ASA en Detroit, ¿no? —Sí. —Entonces, ¿probablemente escuchaste sobre el incidente de Maggie Shill? —Oh, lo vi. —Sí, de muy mala educación, por supuesto. Bueno, Maggie Shill estaba por ocupar el cargo en Temple este año y debido al... incidente, no lo consiguió. —Oh wow. —El punto es: recibí una llamada del presidente del comité de búsqueda del año pasado. Me preguntó por ti, dónde terminaste, si eras feliz allí. Dado que a Maggie Shill se le negó el cargo, ella abandona Temple, lo que significa que se ha abierto una posición americanista del siglo XIX. No tienen los fondos para un empleado senior, por lo que lo están abriendo a los profesores junior. El presidente del comité me indicó que les gustaría mucho que solicitaras el puesto. —Wow, Virginia, gracias. Quiero decir, sí, eso es genial.

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—Sí, lo es. No me gusta que estés en Michigan, lejos de una biblioteca decente. —Sí. —Bueno, escucha, te enviaré los detalles por correo electrónico. Por supuesto, aún es pronto, la llamada oficial no se dará a conocer hasta el próximo mes, pero quería asegurarme que pudieras obtener una ventaja inicial para reunir tus materiales. ¿Sí? —Sí —digo, porque eso es lo que le dices a Virginia. —De acuerdo entonces. ¿Tú estás bien? —Um, sí, estoy bien. ¿Y tú? —Bien, bien. Bueno, Daniel. Te enviaré esa información. Adiós. —Adiós. —¿Qué pasa? —pregunta Rex, claramente habiendo oído desde la cocina. —El, um, el trabajo que realmente quería el año pasado, bueno, casi el mismo trabajo, podría estar abierto de nuevo este año y quieren que me presente. —Eso es genial —dice—. ¿No? Asiento. Pero hay un peso en mi estómago que se siente como una bala de cañón. —¿Cuál es el trabajo? —Es un trabajo americanista del siglo XIX.

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—¿No es perfecto? Asiento de nuevo. —Está en Temple —le digo. —¿Dónde está eso? —pregunta Rex. —Filadelfia. —Correcto —dice Rex—. Bueno, por supuesto que te quieren. —Sólo para presentar una solicitud. —Aún así —dice. Me besa en la mejilla—. Escucha, Will va a venir en unos minutos para dejar a Marilyn, ¿de acuerdo? Asiento. —Creo que tu ropa zumbó —dice, y se dirige a la cocina. Marilyn entra en la lavandería cuando estoy cambiando las cargas, acariciando mi mano y tratando de saltar sobre mí, lo que le dejo hacer porque creo que es lindo y porque Rex no me puede ver. —Oye, niña —digo, poniéndome de rodillas para abrazarla alrededor del cuello—. ¿Sabías que mi tiempo es épicamente malo? —Ella me lame la cara como para decir: lo sé mejor que nadie, ya que estabas conduciendo por la carretera en el momento exacto en que estaba tratando de cruzarla. —¿Daniel? —Will asoma la cabeza por la esquina—. ¿Rex dice que eres bueno con los autos? —Un poco —le digo.

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—¿Te importa echar un vistazo al mío? —Sí, claro. —Agarro mi abrigo y lo sigo afuera—. ¿Qué le pasa? —Nada, creo, pero voy a regresar a Nueva York y solo quiero asegurarme que hará el viaje. —¿Te vas? —digo, haciendo un gesto para que abra el capó. —Sí. Me tomé un tiempo libre para ver a mi hermana, pero ahora tengo que regresar. Lo miro. Su mandíbula está tensa y se ve estresado. —Romperás el corazón del pobre Leo —bromeo mientras escaneo las entrañas de su auto—. ¿Lo sabe ya? —Voy a decirle ahora. —Bien, sé amable con él; es un buen chico. Will se queda mirando al suelo. —Lo sé. —Tu coche está bien. Es obvio que lo acabas de reparar. Entonces, ¿de qué se trata esto realmente? Will luce ligeramente avergonzado por haber sido atrapado. —Supongo que realmente sabes acerca de los coches. —Sé lo suficiente.

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—Escucha —dice con tono sincero— lo siento por tu padre. Lo siento mucho. —Gracias. —Resulta que no eres tan malo. Tal vez si los dos estuviéramos en el este, incluso podríamos ser amigos. Asiento cuando él se detiene, ya que parece que lo espera. —Entonces, está bien, mira. Quiero decirte algo. Sobre mí y Rex. Mi sangre se enfría y levanto la cabeza para mirarlo. —¡No! No, mierda, lo siento, nada de eso. —Él se aclara la garganta—. Quiero contarte algo antes que nos separemos porque creo que quizás eres realmente bueno para Rex. Sé que él se preocupa mucho por ti y creo que tú también te preocupas por él. —Lo hago —digo rápidamente—. ¿Qué? —Como estoy seguro que ya sabes, Rex y yo rompimos porque dejé la ciudad. Bien. —Hace un gesto amplio—. En su mayoría. De todos modos, cuando le dije a Rex que me iba, dijo: ‘Supongo que una parte de mí sabía que iba a pasar. Espero que te cuides’. Eso fue todo. Y después de eso, él nunca fue el mismo. Todavía era dulce, me apoyo y me preguntó acerca de mis planes y todo. Pero él se había alejado, a pesar que no nos separamos hasta que me fui, tres meses después. Él estaba allí, pero había bajado la persiana, ¿sabes? Él no iba a ser vulnerable conmigo después de eso. En todo caso, estaba más interesado en dar una mano, ser una ayuda. Pero eso fue todo.

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Mientras Will habla, la bala de cañón que sentía como si estuviera en mi estómago desde la llamada de Virginia se convirtió en un bloque de hielo. Estoy temblando y algo como el pánico está subiendo por mi nuca. —Entonces —empiezo a decir—. Así que, um. —Entonces —dice Will—. Estoy tratando de ayudarte. No quiero decir que tu relación con Rex sea la misma que la mía, ni mucho menos. Pero creo que tal vez tú y yo somos más parecidos de lo que quería admitir. Lo que significa que tal vez sepa una cosa o dos sobre cómo operas. Tal vez, quizás no creciste con un montón de jodidos refuerzos positivos. Entonces, tal vez lo obtengas de personas de tu profesión. Y quizás pienses que lo necesitas porque no puedes conseguirlo en ningún otro lugar. Y si esa es tu elección, está bien. Solo pienso… —¿Qué? —Creo que Rex es bueno para ti también. Entonces, si crees que puedes irte y él estará aquí esperándote si cambias de opinión y regresas... él no lo hará. Podría querer hacerlo. Podría jurar que deberías seguir tus sueños; de hecho, estoy seguro que lo haría porque ese es el tipo de persona que es. Pero se apaga si cree que alguien lo está dejando. Se apaga y luego es demasiado tarde. Y tal vez simplemente no quiero que eso te suceda a ti como me sucedió a mí. Y realmente no quiero ver a Rex herido. Eso es todo. Suspira y patea una roca en el camino de entrada. —Probablemente no debería haberte dicho eso —dice—. Pero me alegro de haberlo hecho. No lo arruines. Quiero que estés aquí la próxima vez que venga a la ciudad.

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Asiento. Aunque detesto admitirlo, lo que Will dijo sobre Rex tiene mucho sentido. Rex ofrece ayuda para protegerse. Es algo en lo que apoyarse cuando no está seguro. Algo que él puede ofrecer para demostrar que se preocupa sin hacerse demasiado vulnerable. Pero, ¿cómo puedo decir que la diferencia entre eso y lo que él dice es cómo confiamos los unos en los otros: dejándonos ayudar? Realmente no lo sé. —¿Daniel? —dice Will, volviendo mi atención hacia él—. Cuida de él, ¿de acuerdo? —Está bien —le digo. Will sacude mi mano y se mete en su auto— . Will —le digo, y le hago un gesto para que baje su ventana—. Tú tampoco estas tan mal. Ten un buen viaje. —Su sonrisa es pura victoria cuando se retira del camino de entrada. Me siento en el primer escalón. No entiendo muy bien cómo mi vida se salió tan fuera de control. ¿Cómo se volvieron las cosas tan jodidas justo cuando pensé que estaba juntando todo? ¿Y por qué me siento tan... tan jodidamente vulnerable? No, no solo vulnerable. Me siento presa del pánico. Comenzó con la llamada telefónica sobre mi papá, claro. Pero, todo con Colin, todavía no puedo entenderlo. Es como si tuviera que volver a ver toda mi vida, cada interacción con él, a través de una nueva lente. Él tampoco me ha devuelto la llamada, no es de extrañar. Entonces la llamada de Virginia... El trabajo en Temple es todo lo que pensé que quería en toda la escuela de posgrado. Seguro, prestigioso, que enseña a estudiantes inteligentes, que trabaja con profesores brillantes, que tiene el

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presupuesto para llevar a los oradores al campus, que tiene acceso a excelentes bibliotecas y archivos. Era perfecto. El año pasado. ¿Y ahora? Ahora, solo la idea de dejar a Rex me llena con el pánico más fuerte de todos. Y la expresión de su rostro cuando dije que Temple estaba en Filadelfia... parecía resignado. Como si supiera que iba a pasar. Al igual que Will dijo. ¡Mierda! Todo vuelve a estar fuera de control, como solía hacerlo cuando era un jodido niño sin autocontrol que actuaba antes de pensar en algo. Solo que en aquel entonces la sensación era emocionante, como una cometa que se adentra quién sabe dónde. Ahora siento que quiero vomitar. Vuelvo dentro para terminar de cambiar mis cargas de ropa, pero descubro que Rex ya lo ha hecho. —¿Lo hiciste? —Señalo hacia la lavandería cuando encuentro a Rex en la cocina. —Sí —dice—. ¿Will se ha ido? Asiento. —No tenías que hacerlo —le digo. —Está bien —dice Rex—. Le estabas ayudando con su coche. Puedo ayudarte, ¿verdad? Miro alrededor de la cocina. Rex tiene una masa de pan en aumento y algo que huele celestial está en el horno.

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—La cena estará lista en aproximadamente una hora —dice—. ¿Por qué no te relajas? Tomas un baño o algo así. Voy a ir un poco a mi taller. Mi respiración comienza a acelerarse cuando me doy cuenta que el aderezo para ensaladas está hecho desde cero en el frasco de mostaza del mostrador. Todo lo que oigo es lo que Will dijo sobre Rex ayudándome. Es como si hubiera un grito en mi cabeza sobre que Rex está bajando la persiana, como dijo Will. Mi corazón está latiendo tan fuerte y con tanta fuerza que puedo sentirlo palpitar en mis oídos. Parpadeo para tratar de humedecer los ojos secos, irritados. —¡Por favor, no seas tan útil! —Se me escapa—. ¡No cierres la maldita persiana y te alejes! —Estoy balbuceando. Puedo oírme, pero no puedo parar. Necesito, necesito, necesito, necesito romper la calma imperturbable de Rex. —¿Qué? —pregunta, desconcertado, acercándose a mí con los brazos abiertos como si yo fuera un animal salvaje. —Rex, Rex, por favor, ¡no! —Estoy lleno de pánico. Mi voz suena increíblemente fuerte a pesar que puedo sentir que casi estoy susurrando. Le ruego a Rex que no me excluya, que no me brinde ayuda en lugar de a mí mismo, que no me abandone, y él me mira fijamente como si estuviera loco. —Cariño —dice— por favor. No sé de qué estás hablando. Por favor, sólo cálmate y háblame. Dime que está mal. —Will dijo... —Pero estoy respirando demasiado rápido para explicar. Aprieto los ojos, tratando de calmarme, pero todo lo que veo es ese ataúd, lleno de tierra, mi rosa blanca deslizándose sobre el borde de otra tumba, mi hermano agarrando una botella de píldoras, su puño

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conectando con mi cara. Y todo se contrae hacia atrás en una sola cosa: Rex. Y estoy convencido que lo voy a perder. —Daniel, Jesús —dice Rex. Me levanta y me lleva a su habitación. Me pone en la cama y se arrastra detrás de mí. —Acuéstate y simplemente respira —dice. Trato de respirar, pero ahora las lágrimas vienen demasiado rápido para que pueda contenerlas. Y esta vez, sé que enojarme no hará nada. —Por favor, no seas útil —jadeo, arrodillándome en la cama. —Dime, cariño. Dime lo que Will dijo —insiste Rex, sosteniendo mi cara en sus manos. —Dijo que cuando crees que alguien te está dejando, bajas la persiana —me las arreglo para salir a través de mis lágrimas— y entonces eres amable, educado y servicial, pero no estás... —sollozo— no estás allí. —Oh, cariño —dice Rex. Él me tira a su regazo. Soy un jodido lío de lágrimas y mocos y vergüenza. —Por favor, no puedo perderte —le digo. Todo sale en una oleada de dolor, miedo y tristeza, y me aferro a Rex, sollozando en su pecho. —Por favor —le digo a él una y otra vez hasta que casi no sé a qué le estoy rogando, solo que es la palabra más importante que he dicho.

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Rex me sostiene, me acuna en sus brazos y nos mece de un lado a otro, acariciando arriba y abajo mi espalda y pasando sus dedos por mi cabello. Cuando finalmente estoy lo suficientemente tranquilo como para poder respirar sin hipo, Rex se aleja lo suficiente como para mirarme. —¿Esto es por lo de Temple? —pregunta—. ¿Crees que espero que te vayas, así que ahora me alejaré como lo hice con Will? Asiento frenéticamente. Rex alisa mi cabello y asiente también. —Mira, no tenemos que hablar de eso en este momento, ¿de acuerdo? Tenemos tiempo para resolverlo todo. Sus pulgares suavizan mis lágrimas y todo lo que lo rodea es muy suave, desde sus dedos en mi cara hasta la forma en que sus fuertes brazos me sostienen. Y su expresión es suave y abierta de una manera que nunca antes había visto. —Daniel —dice, acariciando mi cara—. No voy a ninguna parte. ¿No lo sabes, no? ¿No sabes lo loco que estoy por ti? Mis manos se cierran en su camisa y lo miro a los ojos, parpadeando lentamente. Supongo que lo sabía, pero nunca imaginé que él podría decirlo. Acuna mi cuello en su mano, el pulgar acariciando mi nuca. —Yo... yo te amo tanto. Lo dice en voz baja, pero es como una bomba disparándose. Me congelo. Y sin embargo, un calor comienza a florecer en mi pecho, derritiendo el bloque de hielo en mi estómago. Y al parecer se derrite en lágrimas, porque estoy goteando de nuevo.

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—¿Lo haces? —digo, estúpidamente, cuando sé que no es cómo se supone que deba ir esto. Sacude la cabeza, como si no pudiera creer que no lo supiera ya. —Sí. Por supuesto que sí. ¿Cómo no iba a hacerlo? Le lanzo los brazos al cuello y lloro en su cabello. Nunca he llorado así en mi vida. Enormes y crecientes jadeos lacrimosos que me hacen sentir más ligero en lugar de pesado, esperanzado en lugar de desesperado. —Yo... yo... —comienzo a decir. —Shh —dice Rex—. No tienes que decírmelo. Sé que es difícil para ti y... Lo que intentaba decir es que sé que estoy arruinando todo esto. Pero no necesito hacerlo. Porque Rex me mantiene cerca y haciendo el tipo de promesas que nunca antes había sabido cómo creer. Se inclina hacia atrás, se acuesta lentamente y me lleva con él. Él tira las cobijas sobre nosotros, envolviéndonos. Me siento como un paño que se ha escurrido, tan agotado que casi no puedo hacer nada, excepto intentar mover cada parte de mi cuerpo lo más cerca posible de Rex. —Oh, Dios, te amo —me ahogo en el cuello de Rex, y puedo sentir que todo su cuerpo se estremece—. Lo hago —murmuro. Decir las palabras hace que mi mundo se incline hacia un lado. Decir las palabras es la mayor sacudida que he tenido. Los brazos de Rex me rodean y me

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tiran hacia abajo, así que estoy acostado encima de él y me abraza como si nunca me fuera a dejar ir.

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Capítulo 16 Diciembre A la mañana siguiente, me despierto en los brazos de Rex con la sensación de que han pasado días. Me siento sedoso y desaliñado por el llanto, una sensación que había olvidado desde la última vez que la tuve después que mi madre murió. Mis ojos se sienten hinchados, las pestañas pegadas con sal y porquería, y mi cabeza está confusa. Me siento como un caracol suave y encogido cuya cáscara ha sido quitada. Pero en lugar de levantarme de la cama para ducharme, me obligo a cerrar los ojos y no enloquecer. Nombro los sonidos que puedo escuchar. Aves. ¿Son los pájaros en el invierno diferentes? Ojalá supiera algo sobre las aves. El viento sopla a través de los pinos justo al otro lado de la casa. Un sonido que podría ser nieve, pero no puedo definir. El zumbido del generador. La respiración de Rex. Luego paso a los olores. Mi nariz está un poco tapada por llorar y dormir, pero todo huele a la casa de Rex. Hogareño. Sin embargo, antes de desmenuzar los olores individuales, Rex se mueve a mi lado y tengo que abrir los ojos para mirarlo. Es tan hermoso que todavía no puedo creer que puedo alcanzarle y tocarlo si quisiera. No entiendo cómo me siento. No es diferente a ayer, pero todo ha cambiado. No sé qué tipo de amor hay entre nosotros. El hombre acostado a mi lado... todas sus... cosas. No pertenencias, sino pensamientos, sentimientos, historia. No sé qué se supone que debo hacer con eso. ¿Soy responsable de él y él del mío? ¿Implica el amor una

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promesa de algún tipo? Estas son cosas que siento que debería saber, pero simplemente... no. —Hola —dice Rex, y me siento un poco raro por mirarlo mientras duerme. —Hola. —Hay tantas cosas que quiero decirle, pero no estoy seguro de cómo empezar—. Um —digo yo—. ¿Crees que está nevando? —Sí —dice Rex después de escuchar un momento—. Creo que se supone que hoy vamos a conseguir varios centímetros. —Miro distraídamente la ventana durante un minuto a pesar que la persiana está cerrada—. Daniel. —La cálida mano de Rex cae sobre mi hombro. Me doy cuenta que todavía estoy usando mi ropa de ayer, aunque Rex debe haberse desnudado en algún momento de la noche porque está en ropa interior—. Anoche —continúa—. Quise decir lo que dije. —Parece un poco ansioso, como si yo le fuera a decir que no recuerdo nada, pero me mira fijamente. —Yo también —digo, pero tengo que apartar la mirada. No sé por qué me siento tan avergonzado, pero lo hago. Juego con el borde de la manta, diciéndome a mí mismo que si amas a alguien, probablemente deberías ser capaz de mantener su mirada. —¿Puedes mirarme, por favor? —dice Rex, con ternura, con ternura pero con la insinuación de una orden. Lo miro, mi corazón acelerado. —Te amo —dice, y de alguna manera no suena como una granada de lenguaje fundido de la forma en que siempre lo hace cuando escucho que otras personas se lo arrojan casualmente. Te amo, cuando cuelgan el teléfono; Te amo, cuando se están yendo por la puerta. Te amo,

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mientras corren a clase, y ya le están enviando mensajes de texto a otra persona. No, parece algo que Rex acaba de inventar para intentar decirme algo real. —También te amo —le digo, tratando de hacer que las palabras también sean reales—. Realmente lo hago —agrego, sintiendo como si me faltara entrega. Sueno aterrorizado, vacilante. —Te creo —dice Rex, sonriéndome—. Ven aquí. —Se levanta para apoyarse en su almohada y me tira hacia abajo encima de él. Su beso es dulce y lento y no exige nada a cambio. —Yo solo... yo... —murmuro contra su boca. —¿Qué? —pregunta Rex, acariciando mis pómulos. Sus ojos son tan cálidos, y recuerdo que me dijo que haría cualquier cosa por mí. Recuerdo que me dijo que no hay una forma correcta de actuar en una relación. Recuerdo que pensé que era fácil para él decir esas cosas, pero no podía comprenderlas. Pero tal vez, solo tal vez, él estaba diciendo la verdad todo el tiempo. —No sé cómo hacer esto —confieso suavemente, pasando mis dedos por su nariz recta y bajando por el borde de su labio superior—. No sé qué... significa... quiero decir, te amo —insisto, frotando los dedos sobre su rastrojo—. Pero, ¿y si no queremos decir lo mismo cuando decimos eso? No podemos decir lo mismo, ¿verdad? Nadie sabe realmente lo que nadie más quiere decir cuando dice esas cosas, ¿sabes? Entonces, tal vez lo dices y quieres decir algo que significa que esperas algo y yo lo digo y no sé qué esperas eso, así que no lo hago y luego piensas que no lo digo en serio, sólo que lo hago, pero tal vez significa algo diferente y...

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Roan Parrish Rex

En medio de algún lugar pone

dos

dedos

sobre

mi

boca.

Estoy

respirando

superficialmente, pero él está sonriendo, sereno. —¿Quieres saber una de las cosas que amo de ti? —pregunta. —Yo, uh, ¿sí? —Eres tan valiente. —¿Eh? —Todo esto de los significados y no entenderse nunca, son palabras muy importantes. —¿Palabras importantes? —Ya sabes, filósofos y teorías y todas las cosas inteligentes que lees.

Grandes

palabras.

Pero

realmente

lo

crees.

Demonios,

probablemente tengas razón. Puede que no queramos decir lo mismo cuando decimos amor. Pero eres valiente porque lo dijiste de todos modos. —Yo... —No sé qué decir a eso. —Pero empezaste diciendo ‘No sé lo que significa’. ¿Qué ibas a decir? Oh Jesús, realmente aprendió de Ginger. —Justo lo que dije: no sé lo que quieres decir cuando dices amor, y no sabes lo que quiero decir, y... —Eso no es lo que ibas a decir.

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Dejo caer mis ojos a la manta y sacudo la cabeza, trazando el dibujo con un dedo tembloroso. —Dilo, cariño. Aprieto mis ojos cerrados. —No sé... lo que significa... que alguien me ame. Y sé lo que siento por ti, pero... no sé cómo actuar al respecto. Rex besa mis ojos cerrados. —Lo sé —dice en voz baja. —Lo siento —murmuro. Se merece algo mucho mejor. —No —dice—. Simplemente lo resolveremos. Juntos. Tampoco puedo decir que yo sea un experto. Abro los ojos y lo miro. Sé que él amaba a su madre. Sé que él debe haber amado a Jamie. ¿Y a Will? No estoy seguro. —¿No? —digo. —No. Me besa y yo lo miro fijamente. ¿Realmente puedes amar a alguien y seguir con tus asuntos diarios? ¿Cómo lo guardas todo dentro? —¿En qué estás pensando tanto? —pregunta Rex. Y tal vez ese es el punto. Tal vez el punto del te amo es que es una cuerda. Una conexión para que puedas encontrar el camino de regreso a alguien incluso cuando la mierda parezca enorme e inmanejable por tu

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cuenta. Una promesa de ayudar sólo porque te preocupas por alguien, una promesa de ayudar que no significa alejarte. Hay una pequeña llama cálida sobre mi estómago pero debajo de mi garganta. Ha estado allí por un tiempo, creo, pero no me di cuenta. Todo con mi papá y Filadelfia y Colin y el trabajo en Temple se interpusieron, así que me olvidé de ello. Pero anoche, volvió a cobrar vida. Está bien, tal vez no sé cómo hacer esto. Pero puedo aprender. Tampoco supe ser estudiante una vez, pero aprendí. No sabía cómo enseñar, pero aprendí. Me sumergí y observé a otras personas y aprendí. No solo cómo hacerlo, sino cómo hacerlo bien. Y puedo aprender esto también. Le sonrío a Rex. —Estaba un poco asustado —lo admito—. Pero estoy bien, creo. Él inclina un poco la cabeza, pero parece entender que sólo estoy trabajando en algo. —¿Ves? —dice él—. Valiente. Lo empujo de nuevo en las almohadas y lo beso. Hay un tipo de alegría que burbujea bajo mi piel que nunca antes había sentido. Es ligera, esperanzadora y un poco cautelosa, pero está ahí. Nos besamos por lo que se siente como horas, las bocas se encuentran y se separan exquisitamente, las lenguas se enredan apasionadamente, y luego se vuelven dulces. Nos besamos y, después de un tiempo, cada toque de la boca de Rex es como un toque a todo mi cuerpo. Me siento electrizado, tan tembloroso y con tanto placer que no puedo imaginar lo que haría si Rex dejara de besarme.

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Se las arregla para quitarme la ropa y la ropa interior sin apenas romper el beso. Mis manos se mueven sobre su rostro, su cuello y hasta sus hombros anchos y fuertes brazos. Estoy encima de él, pero me siento sin peso, como si su toque fuera lo único que me ancla a la cama, a la habitación, a la tierra. Estoy mareado y mi boca se siente hinchada cuando Rex finalmente se aleja. Sus ojos están entrecerrados por el placer y su boca está hinchada. Cuando se retira, puedo sentir lo cruda que esta mi boca y mi barbilla de su rastrojo. Sin distraerme más con sus besos, también puedo sentir que ambos estamos muy duros, nuestras erecciones atrapadas entre nosotros. Envuelvo mis brazos alrededor de los hombros de Rex y beso su garganta y puedo sentir su polla sacudirse contra mi estómago. Empujo los muslos de Rex para que se abran en la cama y muevo mis caderas contra las suyas. Él gime, roto, y sus brazos me rodean. Nos da la vuelta como si no fuera nada, me empuja a la cama, respirando con fuerza. Sacude la cabeza, como para aclararla, se inclina, se cierne sobre mí y me besa una vez más, solo una presión de bocas hinchadas. —Te amo, Daniel —dice—. Te amo y te deseo tanto. Sus palabras envían una oleada de calor a través de mi pecho y un pulso de excitación a través de mi ingle. Mis caderas se estiran hacia arriba para encontrarse con las suyas, pero él se desliza por la cama y levanta mis caderas de la manta, deslizando mis piernas sobre sus hombros en un movimiento sin esfuerzo.

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—Joder, te deseo —dice, y luego su boca está sobre mí. Lame mi dureza de base a punta y puedo sentir su gemido contra mi piel. Cuando su boca se cierra a mi alrededor es como si estuviera suspendido en una burbuja de placer tan exquisita que no puedo moverme por miedo a que explote. Él me tiene en su boca y traga alrededor de la punta de mi erección y yo grito, retorciéndome en la cama. Rex hace que mis caderas se muevan más hacia atrás, exponiendo mi culo a su boca, y me lame. —Oh, joder —gimo, la sensación es tan repentina que al principio trato de escapar. Pero el agarre de Rex en mis caderas, sus grandes manos que me abren, son innegables. Relaja mi apretada abertura con su suave lengua, y es una sensación a la que nunca me acostumbraré. ¿Cómo puede algo tan suave sentirse tan poderosamente bien? Estoy totalmente indefenso ante su toque, mi respiración se vuelve entrecortada cuando él me abre y desliza su lengua dentro. —Oh Dios. Rex —me quejo. Busco el lubricante en el cajón y se lo paso, pero él lo ignora. Sigue lamiendo y chupando mi sensible apertura hasta que mi polla está goteando un flujo constante de presemen y estoy respirando tan rápido que estoy mareado. Cuando finalmente se retira con una última y lenta lamida en mi agujero, gimo y dejo escapar un suspiro, mis manos aferradas en la manta porque ni siquiera tengo la fuerza para levantarlas hacia el cabello de Rex.

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—Unngh —le digo, lo que significa nadie me ha hecho sentir como tú. Rex me besa el estómago, lamiendo el presemen que se acumula allí, y luego me muerde suavemente los pezones. Besa mi garganta y mi mandíbula debajo de mi oreja y quiero devolverle el favor, pero mi cuerpo está tan perdido en un placer confuso que en realidad no puedo moverme. —¿Qué me estás haciendo? —Me las arreglo para susurrar, y cuando Rex me besa la boca suavemente, puedo saborearme en sus labios, oscuro y cálido. —Sólo te amo —dice en voz baja. Él besa las comisuras de mi boca y mis cejas y luego sus dedos resbaladizos están en mi abertura. Desliza dos dedos dentro de mí y mis ojos dan vuelta ante la sensación de placer que sus dedos envían a través de mi culo. Rex gime bajo en su garganta y mira mi cara. Él me acaricia desde el interior, pasando sus dedos sobre mi próstata ligeramente para que el placer fluya a través de mí pero no me agobie. Deja sus dedos allí, moviéndose suavemente dentro de mí, solo explorando sin urgencia. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Este placer construyéndose se ha incrementado tan lentamente que cuando me alcanza me siento desgarrado por la sensación. Los dedos de Rex dentro de mí, su masa muscular colgando sobre mí, la pesadez de su gruesa polla contra mi cadera, y su boca lejos de la mía. Su atención es tan completa que siento que, solo por un momento, me estoy viendo a través de sus ojos, mi cuerpo temblando de placer ante él, mis labios temblando por su próximo beso, mis ojos muy abiertos y desesperados. Estoy atrapado por su mirada, su cuerpo, sus dedos dentro de mí y el amor que puedo sentir en cada toque.

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Rex desliza un tercer dedo dentro de mí, todavía descansando allí, llenándome, estirándome solo con movimientos lentos y suaves, como algas dentro de mí, ondeando en una ola errante. Mis ojos se llenan de lágrimas. No estoy triste, solo abrumado, lleno hasta el borde con su cuerpo y su atención y su amor. —Te sientes tan bien —le digo suavemente mientras besa mis lágrimas. Él se desliza aún más cerca de mí, los dedos dentro de mí se profundizan. Su voz es un gruñido bajo y resonante. —Desde el primer momento en que te vi, esto es todo en lo que he podido pensar —dice, con los ojos sin abandonar mi rostro—. Estar dentro de ti de todas las maneras posibles. —Grito ante sus palabras, mis ojos se cierran cuando él pulsa su dedo contra mi próstata y todo mi canal vibra de placer. —OhDios,

OhDios,

OhDios

—estoy

murmurando,

apenas

consciente que estoy haciendo un sonido en absoluto—. ¡Por favor! —¿Me quieres dentro de ti, cariño? —gruñe, con voz cálida y posesiva y solo para mí. —¡Sí! —Estoy temblando, mi culo

se estremece y se aprieta

alrededor de los gruesos dedos de Rex. Se burla de mi borde y mis espasmos iniciales con su pulgar. —¿Estás seguro? —pregunta, burlándose—. Podría tomarte de esta manera, poner mi mano dentro de ti y simplemente quedarme aquí, así. —Me besa suavemente, casi como una provocación. Todo mi cuerpo se tensa ante sus palabras y mis ojos se abren—. Te gusta esa idea —dice—

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. Estar tan lleno de mí que no puedas moverte. Simplemente acostarte y sentir mis dedos moviéndose dentro de ti. —Oh Dios. —Ni siquiera puedo pensar. Pero también quiero el placer de Rex. Quiero verlo venirse, olerlo, sentirlo dentro de mí. Sacudo un poco la cabeza. —Luego —dice, y yo asiento frenéticamente—. Ahora mismo necesito estar dentro de ti. —Puedo sentir su erección, enorme contra mi cadera. Escucho el clic del lubricante, pero estoy flotando, mis ojos en los de Rex. Cuando saca sus dedos de mí, grito por la pérdida, y él me besa, su boca consumiendo la mía mientras empuja dentro de mí. Jadeo en la boca de Rex y él gime, enterrando su cara en mi cuello. Puedo sentirlo temblar contra mí, y su dureza me abre tanto que mis piernas se caen y lanzo la cabeza hacia atrás. —Oh, cariño —dice Rex. Él toma mi culo en sus manos y me aleja las caderas, luego reajusta su ángulo y mete el último trozo en mí. Se siente más profundo de lo que nunca ha estado, como si estuviera tocando algo dentro de mí que nunca antes había sido tocado. Con los ojos en los míos, se retira y vuelve a empujar, lentamente, y la piel y el músculo que tanto sensibilizó antes se estremecen de alegría. Estoy atrapado, ya en el borde, como si cualquier movimiento de Rex pudiera enviarme en espiral. Rex se está moviendo tan lentamente que casi no puedo decir cuándo está empujando hacia mí y cuándo se está deslizando hacia afuera. Con las caderas levantadas de la cama, estoy totalmente a su merced, mi polla palpita contra mi estómago con placer. —Por favor —jadeo en la boca de Rex.

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Se retira y golpea de nuevo dentro de mí, clavando mi próstata y haciendo que todo mi cuerpo se contraiga de placer. Me folla profundamente y con fuerza, bajando mis hombros para amplificar sus embates. Sé que estoy lloriqueando y balbuceando y no me importa porque se siente tan bien. Está observando cada una de mis reacciones y en su próximo empuje, se mantiene dentro de mí y tira de mis caderas hacia abajo, penetrando aún más profundo. Puedo sentir el grosor de él pulsando dentro de mi canal y presionando dentro de mi próstata, y mientras me mantiene sujeto a él, comienza a mover sus caderas, empujando imposiblemente más profundo con pequeños empujes. No puedo alejarme de esta penetración más profunda y no puedo controlarla. Mi boca se abre y Rex se lame los labios. Él levanta mis hombros, alzándome aún más cerca, así que mi peso lo empuja aún más profundo dentro de mí. —No puedo... —digo—. Necesito... —Rex me besa con fuerza y empuja. Mi interior es líquido, pero su erección se siente enorme, tan profundamente dentro de mí que siento que somos uno. Rex me cubre la cara con las manos mientras me besa y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. —Te amo —murmura Rex—. Te amo. —Me besa y me recuesta en la cama. No puedo pensar más. El mundo entero se ha reducido a Rex. Intento decir que lo amo, pero sale confuso, una mezcla de yo y amor y tú que hace sonreír a Rex—. Mantén tus ojos en mí —dice, y se retira lentamente, mis músculos se contraen y se esparcen alrededor del vacío que ha dejado atrás. Me siento desprovisto y grito, odiando la repentina pérdida de él. Él desliza cuatro dedos dentro de mí, la plenitud es enorme, pero diferente, y presiona mi próstata. —¡Oh mierda, Rex, oh dios!

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Me toca, frotando mi glándula hasta que creo que voy a explotar. Entonces él golpea su polla de nuevo dentro de mí y yo hago erupción sin que él ni siquiera toque mi polla, escupiendo entre nosotros, estallidos de estrellas explotando a través de mi culo y hormigueando en mi columna vertebral mientras aprieto a su alrededor. Es un placer que no es sólo el orgasmo, sino la culminación de cada toque que me ha dado desde que empezamos a besarnos, como si todo mi cuerpo estuviera respondiendo al de Rex. Me doy cuenta que me está mirando y cuando puedo abrir los ojos, finalmente, está respirando con dificultad. —Eres tan hermoso —dice, con voz ronca. —Ahora tú —digo, mi cuerpo entero sensibilizado—. Quiero sentir como te vienes dentro de mí. Rex gime y pone los ojos en blanco como si lo estuviera matando. Besa mi garganta y luego comienza a empujar dentro de mí otra vez, la sensación se amplifica tanto después de mi orgasmo que sé que no podré soportarlo por mucho tiempo. Raspo las yemas de mis dedos por la espina dorsal de Rex, los músculos se agrupan mientras empuja dentro de mí. Él está gimiendo, sus caderas se mueven, y luego se congela, los músculos tensos. —Oh, Danny —dice, y luego se libera profundamente dentro de mí, pulso tras pulso de calor marcándome. Sus caderas siguen moviéndose, como si no pudiera controlarse, enviando pequeñas sacudidas a través de mi recto. Finalmente, se derrumba sobre mí, los labios suaves y el aliento caliente contra mi hombro. Mientras se desliza fuera de mí, gimiendo, desliza sus dedos hacia atrás para sentir cómo su liberación se abre camino fuera de mí. No

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puede evitarlo. Cuando va a mover la mano, le cojo la muñeca, sosteniendo sus dedos dentro de mí. —Me gusta —le digo—. No me siento tan vacío. —La cara de Rex me dice cuánto le gusta eso. Me besa profundamente y se duerme en segundos. Me quedo despierto unos minutos más, pensando que tal vez pueda hacer todo esto del amor después de todo. Este parece un buen comienzo. *** La semana desde que Rex y yo regresamos de Filadelfia ha sido relajante y me siento íntimo de una manera que aún me sorprende cuando lo noto. Han pasado años desde que tuve tanto tiempo libre sin escuela, sin trabajo, y sin que se esperara nada de mí, así que, por supuesto, ahora estoy empezando a sentirme culpable por no tomarme este tiempo para trabajar en mi libro. Esta mañana, me levanté temprano de la cama de Rex y tomé prestada su camioneta para ir a la biblioteca a través de la nieve. Jugué con mi auto, pero a pesar de intentar todos los trucos que conozco, es como si el auto se hubiera muerto con mi padre y se negase a resucitar. Debería venderlo por partes y comprar otro, pero no puedo pagar ni siquiera eso ahora. La muerte de mi padre se siente como un moretón, tierno cuando lo golpeo inconscientemente pero por lo demás inactivo. No estoy seguro de si es así como debería sentirme o no, pero estoy tratando de sacar una página del libro de Rex y decidir que se supone que debo sentir lo que siento.

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Es Colin quien me preocupa. No puedo dejar de preocuparme por él. Nunca me devolvió la llamada, pero no me sorprende. Quiero decir, ha sido gay todo este tiempo y nunca me ha llamado antes. No es que piense que está ansioso por vincularse por eso o algo así. Trabajo en la biblioteca hasta que me doy cuenta que Rex ha dejado un mensaje para preguntarme si quiero comer pasta o pollo para la cena y me golpea la prisa de que, por primera vez, tengo cosas que estructuran mi tiempo aparte de la hora de cierre de la biblioteca o la cantidad de electricidad que queda en la batería de mi laptop. Todavía es un poco extraño recordar que si trabajara toda la noche, Rex me echaría de menos. Es aún más extraño darse cuenta que lo extrañaría. Solo me he quedado en mi apartamento una noche desde que regresamos a Michigan, y me sentí... deprimido. Solitario. Sin embargo, no quiero buscar otro lugar, porque ¿qué sucede si obtengo el puesto en Temple? Es una posibilidad remota, lo sé, pero Virginia parecía pensar que tengo una posibilidad real. Sin embargo, no me he permitido pensar en eso porque pensar en eso significa pensar en dejar a Rex, y pensar en dejar a Rex me hace sentir que voy a vomitar. Sé que dijo que tendríamos tiempo para hablar de ello, pero no lo he mencionado. Le respondo Pollo mientras mi estómago gruñe, con la vaga esperanza que tal vez se refiera al pollo asado que ha hecho antes.

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Hago una breve parada en Sr. Zoo porque he tenido Republica37 atascado en mi cabeza todo el día y espero poder conseguir una copia usada. —¿Siempre estás aquí? —le pregunto a Leo mientras me acerco al mostrador. Levanta la vista de un libro que intenta esconder debajo del mostrador antes que pueda verlo—. ¿Qué estás leyendo? —digo casualmente. —Oh, nada —suspira. Se ve atormentado. —Leeeooo —le susurro de nuevo— ¿qué estás releyendoooo? Miserablemente, sostiene un libro grueso impreso en el tipo de papel de periódico que solo puede significar... Sí, tiene Conquistando el ingreso a la universidad en diez sencillos pasos38. —Eso es genial, hombre —le digo—. Sé que dijiste que querías salir de aquí, pero no sabía que querías ir a la universidad. —¿No crees que debería ir? —Uh, eso no es realmente lo que acabo de decir, ¿verdad? —No. —Leo se desploma sobre el mostrador. —Está bien, voy a morder. ¿Qué pasa? —pregunto, bastante seguro de que la respuesta se deletrea W-I-L-L. —Nada —suspira, claramente encantado que he preguntado.

Republica es una banda inglesa formada en 1994 y que alcanzó su máxima popularidad entre 1996 y 1998. Su música fue descrita como Tecno-Pop y Punk-Rock aunque Melody Maker la denominó electrónica. 38 Conquering the College Admissions Essay in 10 Steps. 37

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—Oh. Está bien, entonces —digo—. Tienes… —¡Ugh! —exclama, mirándome—. Will se ha ido. —Él está haciendo pucheros y se ve genuinamente miserable. —Lo sé, hombre, lo siento mucho. Sé que te gustaba. Dios sabe por qué —agrego en voz baja. —Gracias —suspira Leo—. ¡Oh Dios mío, mierda! ¡Mierda! Lo siento mucho. Me estoy quejando... y... lamento mucho lo de tu padre. Leo se ve horrorizado, sus ojos enormes, enfermos de amor se exacerban inmediatamente reemplazados por la simpatía. Asiento. —Gracias. Escucha —digo, no queriendo hablar de eso— ¿tienes Republica? —Um, no sé, nunca he oído hablar de ellos —dice Leo—. Adelante y mira. Lo hago y no están. Miro algunas otras cosas, haciendo un seguimiento de Leo por el rabillo del ojo. Ha vuelto a leer su libro, mejilla en mano, pero está suspirando tristemente otra vez. —Leo —le digo, y él arrastra los ojos de cachorro para encontrarse con los míos—. ¿Quieres ayuda con esas aplicaciones? ¿O con tu ensayo o algo así? —¿De verdad? Oh, hombre, eso sería genial. Ni siquiera sé dónde quiero presentar mi solicitud o qué debo hacer.

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—Bueno. ¿Trabajas el sábado? —Sacude la cabeza—. ¿Por qué no vienes a lo de Rex al mediodía? O, espera, ¿mi apartamento? — Probablemente no debería simplemente invitar a la gente a lo de Rex, ¿verdad?—. Mierda, no —digo, imaginando el estado de mi apartamento y los aproximadamente 200 libros de la biblioteca que parecen haber tomado residencia permanente en la mesa que construyó Rex—. La casa de Rex. ¿Bien? —Uh, está bien. Solo mándame un mensaje de texto si cambias de opinión —dice, mirándome como si estuviera loco—. Otra vez. Le muestro el dedo, saludo y me dirijo a lo de Rex. *** —Oh, jódeme, es el pollo asado —murmuro, el olor me golpea tan pronto como entro por la puerta. —Bueno, eres fácil —dice Rex, saliendo de la cocina. Él me da unas palmaditas en el culo mientras tiro mi bolsa en el suelo y me jala para besarme cuando me pongo de pie. —Mmm, huele tan bien —le digo, besándole el cuello—. El pollo también huele bien —le digo contra su oreja. Mientras comemos, le cuento lo de Leo. —Él está realmente roto por la partida de Will. ¿Crees que es solo un enamoramiento, o sucedió algo entre ellos? —Will no se metería con un niño —dice Rex. —Pareces bastante seguro, pero Leo no es exactamente un niño. Y me hizo una proposición la primera vez que nos conocimos.

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—A él le gustara Will. Pero a Will le gusta... um, todo lo contrario. —¿Qué, como... papitos? —Hago una mueca, pensando en Will de esa manera. —No —dice Rex, sonrojándose, ya que supongo que mi comentario lo implicaba. Whoops—. Sólo, mayores, chicos más grandes. —No hay nada de malo en eso —murmuro, pasando mi mano sobre el robusto pecho de Rex. Él me sonríe, la sonrisa feliz y privada a la que me he acostumbrado. Me hace sentir cálido por completo. —Um, entonces, invité a Leo el sábado para ayudarlo con sus solicitudes para la universidad. —Eso es agradable. —Pero, um, lo invité... aquí. ¿Está bien? Rex sonríe de nuevo. —Sí. Es genial. —Come algunos bocados más—. Escucha, sobre eso. —Mi cabeza se levanta, seguro que está a punto de decir que en realidad no debería haber invitado a Leo—. Sé que tú y Ginger tienen planes para Janucá, pero ¿estarás aquí para Navidad? —Oh, um, supongo que sí. No lo había pensado. ¿Por qué? Rex desliza un brazo sobre el respaldo de mi silla.

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—Pensé que tal vez podríamos tener una Navidad juntos. Ya sabes, como, decorar y hacer la cena y... —Mira hacia abajo—. Crees que es patético. —¡No! No, no lo hago. Yo... honestamente, lo más cercano a las decoraciones navideñas que he visto en los últimos veinticinco años es la cerveza de temporada. No, eso no es verdad. Brian apiló todas las latas de cerveza en una pirámide que parecía un árbol de Navidad un año. Rex acaricia mi mejilla. —¿Qué te gustaría para la cena de navidad? Inmediatamente miro los restos del pollo en el mostrador y Rex se ríe. —Realmente te gusta el pollo asado, ¿eh? Está bien, podemos hacer eso. Creo que podría tener algunas decoraciones en mi taller en algún lugar. Él comienza a limpiar, pero lo llamo para que se siente y recojo los platos. Lo menos que puedo hacer es lavar los platos ya que Rex siempre cocina. —En realidad, Ginger hizo estos adornos impresionantes con latas de cerveza hace unos años. Ella usó las latas de Bud Light porque son azules, ya sabes, para Janucá. Los cortó en pequeños ángeles. Eran bastante increíbles. Tenía un árbol en la tienda en el que los puso. Se enoja mucho porque Janucá no tiene un árbol, así que lo hace de todos modos. Ni siquiera intentes llamarlo un arbusto de Janucá, o te regañarán por lo de Adam Sandler. Rex levanta una ceja.

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—El maldito Adam Sandler, quiero decir. Ella lo odia. —Mi mamá solía coleccionar adornos —dice Rex, mirando por la ventana detrás de mí, donde la nieve ha comenzado a caer de nuevo—. Eran todas Marilyn Monroes. Muchas poses diferentes. Una en la que su vestido explota de The Seven Year Itch, otra de Diamonds Are a Girl's Best Friend, y sus sonrisas tímidas. Me mira y sonríe con timidez. —¿Qué pasó con los adornos? —le pregunto, pero sólo sacude la cabeza. —No lo sé. *** —Mierda santa —le digo, mientras examino la pila de certificados de notas de Leo y las calificaciones del SAT que se encuentran dispersas sobre la mesa de la cocina de Rex—. Quiero decir, sé que los resultados de los exámenes no lo son todo, pero, mierda, Leo, estos resultados son asombrosos. —Frunzo el ceño ante sus certificados de notas—. No entiendo. Accediste a tu primer año de cálculo; ¿por qué tomaste geometría y álgebra después de eso? Deberías haber tomado matemáticas de nivel universitario. —Mis padres no lo pagarían —dijo—. Y el distrito escolar no pagaría por llevarme en autobús a Traverse City para clases de Nivel Avanzado, así que... Además, no sabes cómo me veía cuando estaba en segundo año. —¿Qué quieres decir?

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—No podría haber ido a la universidad; me veía como de diez. —¡Oh, un poco Doogie Howser39! —En serio, Daniel, actualiza tus referencias. —Está bien, bueno, veo por qué te graduaste temprano. Tomaste todas las clases que ofrecía tu pequeña e insignificante40 escuela secundaria. —Amigo, creo que ‘insignificante’ es, como, totalmente ofensivo étnicamente. Rex entra de su taller antes que pueda buscar en Google ‘insignificante’ para ver si Leo tiene razón. Huele a virutas de madera fresca y a sudor y es sólo el hecho de que hay un adolescente en la habitación lo que me impide saltar sobre sus huesos. —Hola, Leo —dice Rex. —Hola, Rex —dice Leo, su flirteo aparentemente sintonizado con la frecuencia de Rex ahora que Will está fuera de la ciudad. —Um —dice Rex— voy a hacer el almuerzo; ¿quieren algo? —Oh, gracias a Dios —dice Leo—. Sí, por favor. Me muero de hambre, pero no quería decir nada en caso que Daniel se ofreciera a cocinar.

Doogie Howser, M.D. es una serie de televisión estadounidense, creada por Steven Bochco y David E. Kelley y protagonizada por Neil Patrick Harris. Trata de la vida de un adolescente prodigio que ejerce su residencia como médico en un hospital, y además tiene que enfrentarse a los problemas propios de su edad. 40 En el original podunk: adjetivo despectivo para referirse a un pueblito o aldea que está en medio de la nada y/o es muy pequeño. 39

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—¡Oye! —No te ofendas. —Leo me lanza por encima del hombro, luego vuelve a ver cómo se flexionan los músculos de Rex mientras saca la comida de la nevera. Entiendo el impulso. —Sabes, Leo —le digo, revisando el montón de solicitudes que imprimió—. No puedo dejar de notar que la mayoría de estas escuelas están cerca de la ciudad de Nueva York. —Rex me mira por encima de la cabeza de Leo diciéndome: Sé bueno. —Ermghm —dice Leo, sonrojándose. —Y no puedo evitar recordar que Will vive en la ciudad de Nueva York. —Las manos de Leo se enroscan en una complicada formación a sus espaldas. Rex está sacudiendo la cabeza hacia mí, divertido—. Solo quiero decir que si vas a Nueva York para ver escuelas, tal vez Will pueda mostrártelas —digo inocentemente. Leo sacude la cabeza y vuelve a caer en su silla. —A Will no le importa una mierda lo mío —dice con más amargura de la que me había dado cuenta que era capaz, y me siento mal por molestarlo. —Estoy seguro que eso no es cierto —dice Rex, pero puedo decir que no le mentirá abiertamente al chico, por lo que no puede decir nada más que eso. —Oh, sí, entonces, ¿por qué se fue de la ciudad justo después de besarme? —suelta Leo, furioso y dolido—. Oops —dice, dándose una palmada a la boca—. No se suponía que te dijera eso.

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—¿Te besó? —pregunta Rex, sonando curioso pero confundido. —¿Will te besó? —le digo—. Jesús, ¿es un asalta cuna? Bromeo, en su mayoría, pero el labio de Leo comienza a temblar y su barbilla comienza a sacudirse. Miro desesperadamente a Rex. —Mierda, Leo, lo siento —le digo—. Sólo estaba bromeando. —No, tienes razón —dice—. Will solo piensa que soy un niño. A él no le importa que yo... ―Leo se interrumpe, sacudiendo la cabeza mientras las lágrimas corren por sus mejillas. Rex se acerca al mostrador y acerca una silla junto a la de Leo, poniendo una mano en su hombro. —Leo, Will regresó a Nueva York porque no podía tomarse más tiempo libre del trabajo. Estuvo aquí para ayudar a su hermana un poco, pero siempre supimos que se iba. —Pero, um —digo, queriendo hacer mi parte para que Leo se sienta mejor— si terminas yendo a la escuela en Nueva York, entonces tal vez... —Me freno cuando veo a Rex sacudiendo la cabeza muy sutilmente. Rex frota la espalda de Leo y luego le da una buena y definitiva palmadita. —Will es un buen tipo —le dice— pero no quieres involucrarte con él. —Lo hiciste —dice Leo, logrando sonar celoso, desdeñoso y coqueto al mismo tiempo. Ah, la juventud. —Fue diferente —dice Rex, y él vuelve a hacer el almuerzo.

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—Mira, hombre —le digo a Leo— es su pérdida, ¿de acuerdo? El olor a tocino llena la cocina y Leo se anima. —¿Tocino? —dice, y Rex solo sonríe. *** Cuando Rex me despierta el domingo por la mañana, han caído unos veinte centímetros de nieve y se pronostica más para esta tarde. Es temprano, solo alrededor de las seis, y entierro mi cara en su cuello con un indistinto sonido de protesta. A instancias de Rex, comencé a trabajar en su casa cuando no necesito usar la biblioteca. Despejó una mesa grande que tenía en su taller y me la puso en la sala de estar, reemplazando la pequeña que solo usaba ocasionalmente. Escribir se sintió sin esfuerzo anoche, y yo sé que no debo desperdiciar una corriente como esa, así que no me metí en la cama hasta las 3:00 a.m. Rex estaba cálido y adormilado e inmediatamente me metió en su calor. Pero definitivamente no aprecio tener que levantarme tres horas después. —Es muy temprano —me quejo en su cuello—. Vuelve a dormir. Rex me frota la espalda suavemente y me relajo contra él. —Despierta, cariño —dice—. Voy a hacer el desayuno. Ve a la ducha y te sentirás mejor. —Ungh, ¿por qué? —Estoy lloriqueando. Probablemente no sea atractivo y me esfuerzo por detenerme. —Porque tenemos que irnos en un rato.

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—¿Adónde? —La mano de Rex está de vuelta, subiendo por mi espina dorsal y dentro del cabello en mi nuca. —Sorpresa —dice. Luego me besa la mejilla y me da una bofetada en el culo—. Arriba —dice. —Tirano —gruño, pero me levanto de la cama y me dirijo hacia el baño. Resulta que una bofetada en el culo es una alarma muy efectiva. Después de bañarme y desayunar, nos ponemos en camino. La única concesión que hace a mis preguntas es decirme que use su par de botas de nieve extra, que son demasiado grandes para mí. —Así que ayúdame, Dios mío, Rex, si me despertaste a las 6:00 a.m. de un domingo por la mañana para llevarme a algún tipo de excursión invernal, terminaré contigo —le digo mientras caminamos hacia la camioneta y tropiezo con mis botas demasiado grandes casi inmediatamente. Rex solo se ríe y me besa mientras me agarra por el hombro. Me mete en la camioneta y me alcanza para abrocharme el cinturón de seguridad. Cuando estoy al nivel de su cara, me besa hasta dejarme sin aliento. Él asiente, como si estuviera satisfecho que no me queje más, y luego se mete en el lado del conductor, poniendo una mano en mi muslo. Conducimos por más de una hora, pero me duermo casi inmediatamente a pesar del café que tomé justo antes de irnos. Cuando abro los ojos, el camión está estacionado en un campo cubierto de nieve. Delante de nosotros y fuera de mi ventana, la nieve está intacta. Parece que estamos en medio de la nada. El sol brilla y es casi cegador, como si la camioneta fuera nuestro barco en un océano de nieve. Es bonito.

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—Vamos —dice Rex. Me pongo el sombrero para cubrir mis orejas y envuelvo una de las bufandas de Rex (franela a cuadros, por supuesto) alrededor de mi cuello, ya temblando. Caminamos alrededor de la camioneta y parece que estamos en el bosque, pero los árboles parecen demasiado regulares, perfectamente alineados. —¿Dónde diablos estamos? —pregunto. No hay nadie alrededor y el silencio es abrumador. Rex me toma de la mano y caminamos con dificultad por la nieve, las poderosas piernas de Rex la atraviesan fácilmente y yo camino por el sendero que él hace. Después de unos minutos, aparece una pequeña choza y puedo ver un tractor, o algo así, estacionado afuera. En la choza hay una hilera de alegres coronas verdes entrelazadas con una cinta roja. —Mierda, ¿esos son árboles de navidad? —pregunto. A nuestro alrededor, hileras de árboles se extienden hasta donde puedo ver. Rex asiente. Como si fuera el momento justo, una pareja de aspecto alegre sale de la cabaña, las campanas de las puertas tintinean a su salida. —Hola, caballeros —dice el hombre. Tiene que tener ochenta años, pero sus ojos son agudos y está sonriendo. —¿Están aquí para un árbol, supongo? —la mujer interviene. Tiene las mejillas rosadas y su pelo blanco está en un moño. De hecho, tengo que sostener mi mano delante de mi boca para no reírme. Esta es la pareja de Navidad más ridículamente estereotipada que he visto en mi vida. Todo lo que el tipo necesita es una barba y un equipo de renos pateando el techo. Rex, por supuesto, es la imagen de los buenos modales.

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—Hola —dice, su voz suave como siempre que habla con extraños— . Nos gustaría cortar un árbol, por favor. —Por supuesto, por supuesto —dice el hombre. Me desconecto mientras él y Rex discuten el tipo de árbol, ¿quién sabía que había diferentes tipos de pinos? Altura, ramas extendidas, etc. La mujer me mira amablemente y trato de sonreír de una manera que no revele mis pensamientos reales, que en este momento están corriendo hacia carteles de películas de terror con la estética de American Gothic41 con un fondo de hermosos árboles y esta agradable cabaña. —¿Está bien? —Rex me está diciendo... a mí me parece. —¿Eh? ¿Qué? Sí, genial —balbuceo, mirando a mi alrededor. Rex está sosteniendo una sierra. No me gusta que este sosteniendo una sierra. Espera, ¿cortara un árbol? Como en, ¿cortar un árbol? Rex saluda a la pareja y toma mi brazo, afortunadamente para mí, no con la mano que sostiene la sierra. —Um, Rex —digo, mientras partimos hacia una de las hileras de árboles—. ¿Estás a punto de usar esa sierra para... para talar un árbol? —¿Esto que te dice? —pregunta. —No lo sé —le respondo— porque de dónde vengo las sierras son algo de las películas de terror y los árboles viven en los parques, así que si los cortas, vas a la cárcel.

American Gothic es un cuadro de Grant Wood de 1930. El cuadro ilustra a un granjero sujetando una horca y a una mujer rubia, que unos interpretan como su esposa y otros como su hija, enfrente de una casa de estilo gótico rural. 41

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Rex se ríe. Suena realmente encantado. Lo miro y su rostro está radiante. Él está caminando a través del aire frío y la nieve alta como si nunca hubiera estado más feliz de estar en cualquier parte en su vida. —Cuando encontramos el que queremos, lo cortamos. Luego, Wallace vendrá con el tractor y lo llevará al auto por nosotros. —¿Wallace? Rex sacude la cabeza. —¿A dónde vas a veces? —pregunta—. En la cabaña, ¿en qué estabas pensando? —Estaba pensando que esos dos se parecían al Sr. y a la Sra. Claus a dieta y que era, como, el ideal platónico de la pareja navideña y, por supuesto, era demasiado bueno para ser verdad, así que probablemente resultarían ser asesinos en serie espeluznantes que nos decapitarían con sierras. —Señalo la que tiene en la mano—. Y nos convertirían en mantillo para los árboles del próximo año. Rex me está mirando. —Oh, y luego comencé a pensar en American Gothic. ¿Conoces la pintura de la pareja con la horquilla? —Él asiente—. Sólo que, en realidad no eran una pareja; eran el dentista del pintor y su hija, pero el punto es que hay una película de terror llamada American Gothic, y su portada es como la pintura: solo que la pareja son estos asesinos que atrapan a las personas en su casa y las matan. Y en el cartel se puede ver a la gente, como, arañando las ventanas y esas cosas, tratando de salir, y la horquilla está completamente ensangrentada y la mujer sostiene un cuchillo que gotea sangre. —Me río.

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—¿En eso estabas pensando mientras hablaba con Wallace sobre los árboles de Navidad? Rex se ve serio. —Quiero decir, realmente no creo que sean asesinos en serie, Rex. —Lo entiendo ahora, creo —dice. —Vamos, sólo estaba bromeando. Él asiente. Deja caer la sierra y donde cae hay una impresión perfecta de una sierra en la nieve. —Ves cosas que crees que son agradables o felices o alegres y crees que son demasiado buenas para ser verdad. Crees que son demasiado buenas para ser reales, por lo que en realidad deben ser malas. —Yo... —Bueno, en realidad, sí, eso es exactamente lo que pienso, pero él lo dijo como si fuera algo malo. —Eres desconfiado —dice Rex, como si me estuviera viendo por primera vez—. Sospechas que algo que te pueda gustar o desear es una trampa. Que si confías en eso, todo irá mal. ¿No? —Bueno, me refiero a... Dejo caer la cabeza y miro el agujero en forma de sierra en la nieve. Rex inclina mi cabeza hacia arriba. No sé qué decir, pero parece que de alguna manera es crucial que diga lo correcto. Rex parece tener un dolor físico real.

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—Yo... solía hacerlo —digo. Su rostro se suaviza. Toma los extremos de mi bufanda que se han desatado y los vuelve a unir. Miro hacia la nieve. —Yo... tú... ¿no te gusta eso, supongo? —pregunto, incapaz de mirarlo a los ojos. Rex dobla las rodillas para mirarme a los ojos. —No me gusta que hayas tenido que pensar de esa manera —dice— . Pero lo entiendo. —Pensé eso de ti —lo admito—. Por un momento. —Sí —dice. —Yo solo... eras demasiado bueno para ser verdad. Tan guapo y fuerte y amable. Comprensivo. Y sentí que si fueras de verdad, entonces, ¿por qué diablos me querrías? ¿Sabes? Y entonces creo que fue más fácil pensar que no lo hacías. —Lo que creo que todavía no entiendes, Daniel —dice Rex— es que, para mí, eras demasiado bueno para ser verdad. Resoplo y Rex me agarra por los hombros, su expresión feroz. —Cuando te conocí, lo único que sabía era que eras un profesor realmente educado, realmente inteligente y yo soy el tipo que nunca se graduó de la escuela secundaria. Quien apenas puede leer. —Su cara se ruboriza—. Eres hermoso, sexy y ambicioso. Eres de la ciudad, solías salir con bandas famosas todas las noches y apareciste en esta pequeña ciudad en medio de la nada donde apenas salgo de mi casa. —Rex, yo...

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—Pero mi punto, Daniel —dice, con su cara cerca de la mía— es que todas esas cosas son ciertas. Somos buenos el uno para el otro. Pero no demasiado buenos para ser verdad. Nos complementamos. Esa es la palabra, ¿verdad? Asiento. —La otra noche, dijiste que nos referimos a cosas diferentes cuando decimos te amo. Que no sabes lo que significa tener a alguien que te ame. Esto es lo que significa. Significa hacer cosas juntos y aprender lo que cada uno necesita. Te doy lo que necesitas. Dame lo que necesito. Y no es lo mismo. Y eso está bien. No es demasiado bueno para ser verdad. Es simplemente bueno. Asiento espasmódicamente mientras Rex habla. Mis manos se mueven automáticamente, lo cual se ve ridículo con los guantes que llevo puestos. —Pero tengo que decirte que... yo... aún así, cada vez que empiezas a decir algo serio como esto, una parte de mí piensa que estás a punto de terminarlo. No tengo la intención de ir allí, pero solo... lo siento. Busco en su rostro cualquier pista que no nos hice retroceder meses. Rex deja escapar un suspiro. —Lo sé —dice—. Lo puedo ver en tu cara. —Es justo donde mi mente va, automáticamente —le digo, con ganas de explicar. —Bueno, creo que hemos establecido que a donde va tu mente y la verdad no es exactamente el mismo lugar —dice—. ¿En serio? ¿Todo lo

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que piensas de los asesinos en serie? Creo que ves demasiadas películas de terror. Me río, increíblemente agradecido que Rex esté dispuesto a bromear al respecto. —Oye —dice—. Me encantan los lugares a los que va tu mente. No quise que te sintieras cohibido al respecto. Sólo... ya sabes, no tienes que pensar así sobre mí. Ya lo verás. —Está bien —asiento, tratando de no sonar desconfiado. Rex me besa, su boca caliente un contraste impactante con el aire frío que nos rodea. Jadeo en su boca e intento poner mis brazos alrededor de él, pero pierdo el equilibrio con estas malditas botas y empiezo a tropezar. Rex intenta agarrarme, pero él se balancea y ambos caemos en la nieve, Rex aterriza encima de mí. Rex

usa

su

posición

para

besarme

otra

vez,

y

trato

desesperadamente de rodarnos para que él pueda ser el que está atascando con la nieve en su cuello. —¡Ja, suéltame! —digo. Rex se está riendo, tratando de encontrar una manera de levantarse sin aplastarme. Cuando finalmente lo logra, y me levanta con él, me besa de nuevo, nuestras caras frías por la nieve. Se agacha y saca la sierra de su cavidad de nieve, poniendo su otro brazo a mi alrededor. —¿Qué te parece esto? —pregunta, indicando el lugar que nos rodea. —Una escena de asesinato —le digo, pero le sonrío. —Hmph —dice.

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—Bueno, ¿qué te parece a ti, Sr. Dulzura y Luz? —Un ángel de nieve —dice, con una expresión que dice claramente que esto no es lo que piensa—. ¿Ver? Complementarnos. —Jodido ángel —le digo y agarro la sierra—. Venga. ¿Haremos esto o qué? Hace frío y tengo lugares nevados donde la nieve nunca debería estar, pero siento calor de adentro hacia afuera. Rex está contento, explicándome los diferentes tipos de árboles y cuánto duran. Él señala lo que los hace diferentes, pero yo me contento con caminar a su lado y practicar pensamientos felices: Este es nuestro árbol. Vamos a decorarlo juntos. Estamos teniendo la navidad juntos. Habrá fuego, y comida, y un perro. Estará Rex. —Oye, ¿estás bien? —dice Rex, deteniéndose cuando se da cuenta que estoy unos pasos detrás de él. —Sí —le digo—. Simplemente feliz. La sonrisa de Rex es pura alegría. Parece un niño que le dijeron que hizo un buen trabajo. En el momento en que encontramos nuestro árbol, hay familias que vagan por las sendas a nuestro lado, niños arando a través de la nieve que llega hasta los muslos, señalando qué árboles quieren, siempre los más grandes. —Ese —dice Rex, señalando un árbol de tamaño mediano al final de la fila. A mí no me parece diferente, pero ¿qué demonios sé? El último árbol de Navidad que tuve fue hecho de latas de cerveza.

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Rex se arrodilla en la nieve y comienza a cortar el tronco del árbol. Nunca he visto a nadie cortar un árbol antes. Es extraño. —¿Quieres intentarlo? —pregunta Rex. No lo sé, pero parece una de esas cosas que se supone que debemos hacer juntos. Tomo la sierra y la coloco en la muesca que Rex ha comenzado. Después de aserrar por unos minutos, estoy agotado. Rex me toca la espalda y se hace cargo de nuevo. Cuando se corta, metemos la sierra en la nieve para poder encontrarla nuevamente, y regresamos a buscar a Wallace. Rex se sube al tractor, la empacadora o lo que sea con Wallace, pero solo hay espacio para dos, así que los espero junto a la cabaña. Estoy viendo a una niña adorable tratando de trenzar ramas de árboles cuando suena mi teléfono. Espero que sea Rex, atrapado en la nieve con Wallace, o Ginger, que me llame para confirmar cuándo estaré en Filadelfia por Janucá. Pero es Brian. —Dan —dice. —¿Qué pasa? —pregunto, antes que pueda decir nada, porque, maldita sea, estoy tratando de ser menos desconfiado, pero Brian no me ha llamado nunca en mi vida. —Um —dice—. ¿Has oído hablar de Colin? —Su tono de voz dice que asume que esto es ridículo, pero que tiene que preguntar. —No —le digo—. No desde el funeral. ¿Por qué? —Tampoco lo hemos visto desde el funeral —dice Brian. —¿Qué? Pero, ¿qué paso con la reunión en el taller?

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—No fue. —¿Está él en casa? —¡No, hombre, no pensamos en eso! —dice Brian, como un imbécil—. Él no está en casa y no ha estado en el taller. No lo hemos visto desde el funeral. Sigo llamando a su teléfono y él nunca contesta. —No he hablado con él, Brian —le digo— pero si escucho de él, te lo haré saber. Se nota lo ansioso que debe estar Brian porque no dice ni una sola cosa desagradable mientras cuelga el teléfono. Llamo al número de Colin y su teléfono va al correo de voz. —Colin —le digo— um, soy Daniel otra vez. Mira, Brian me acaba de llamar y me dice que nadie ha sabido nada de ti desde el funeral. Yo solo... quiero asegurarme que todo está bien. ¿Bueno? Entonces, incluso si no quieres hablar conmigo, ¿puedes llamar a Brian o Sam? De acuerdo, adiós. Ah, y no dije nada. Bien, adiós. —De acuerdo, hijo, ya está listo —dice Wallace, tirando de la cosa del remolque con el árbol dentro delante de mí. Rex salta y le da a Wallace algo de dinero. Busco mi billetera, pero Rex me despide. —Gracias —dice, estrechando la mano de Wallace. Se ve tan feliz. —Feliz Navidad, muchachos —dice Wallace, saludando con la mano. Rex me sonríe y luego agarra el árbol envuelto como si no fuera más que un bate de béisbol que está descansando casualmente sobre su hombro y se dirige a la camioneta. Ata el árbol al techo y nos ponemos

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en marcha. Esta inusualmente hablador y me explica algunas de las cosas que Wallace le contó sobre el cultivo de árboles. Me encanta verlo tan feliz, pero la llamada de Brian me está molestando. —Oye, ¿qué pasa? —me pregunta unos minutos más tarde. Lo miro. —No piensas... —comienzo—. Quiero decir... —Sacudo la cabeza— . Es solo que Brian llamó mientras estabas recibiendo el árbol. Y dijo que nadie ha sabido nada de Colin desde el funeral. Él no está en casa, no contesta su teléfono. Yo solo... no lo sé, solo me pregunto si él está bien. Lo he llamado. Unas pocas veces. Y no ha contestado. Hace unas noches, cuando saqué a Marilyn para su paseo nocturno, llamé a Colin de nuevo. Al principio solo iba a dejar un mensaje genérico: ‘En serio, amigo, ¿alguna vez me vas a devolver la llamada?’ Pero mientras caminaba, comencé a pensar en cómo podría haber sido si Colin y yo hubiéramos sido aliados en lugar de enemigos. Cuan diferentes habrían sido las cosas. Qué diferente podría haber sido. Entonces, cuando contestó su correo de voz, dije: ‘Hola, Colin. Estoy tan enojado contigo porque soy tu hermano y me engañaste. No entiendo por qué nunca me lo dijiste. Quiero decir, puedo pensar en muchas razones, pero no sé cuál era la tuya. Sin embargo, no importa lo que sea, creo que apesta. Creo que es horrible que me hayas dejado pensar que estaba solo en esto, cuando no lo estaba. No lo estaba, ¿verdad, Colin?’ Me temblaban las manos cuando colgué el teléfono, y Marilyn estaba sentada a mis pies, mirándome como si estuviera preocupada por mí. La noche siguiente, me escabullí en el baño después que Rex estaba dormido y dejé otro mensaje.

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‘Colin, soy Daniel. Mira, estoy enojado, pero aún quiero hablar contigo, ¿de acuerdo? Quiero saber qué diablos está pasando contigo. ¿Por qué estabas tan horrorizado cuando descubriste que yo era gay? Porque sé que no estabas fingiendo eso. Casi mataste a Buddy cuando nos encontraste juntos. Sólo quiero saber por qué. Por favor, llámame, ¿de acuerdo?’ —¿Conoces a alguno de sus amigos con los que pueda quedarse? —pregunta Rex—. ¿A alguno de ellos que puedas llamar? —No. No conozco a ninguno de sus amigos. Ni siquiera sé si tiene alguno. Si no ha hablado con Brian y Sam, entonces no ha hablado con nadie. Miro por la ventana, la nieve de repente parece opresiva en lugar de mágica. Sin embargo, trato de sacudírmelo, porque hoy se supone que se trata del árbol de Navidad, de hacer feliz a Rex. —Probablemente esté con ese hombre, ¿no crees? —pregunto—. ¿El del funeral? —Eso tiene sentido —dice Rex. Pero no estoy tan seguro. *** Pasamos un día de descanso decorando el árbol con unas guirnaldas y luces que Rex dice que encontró en su taller pero que sospecho que puede haber comprado especialmente para nosotros. Marilyn está confundida al ver un árbol en el interior y tenemos que seguir sacándola para evitar que orine sobre él. —Me la llevaré —le digo cuando vuelve a rodear el árbol cuando Rex está a punto de comenzar la cena.

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En el exterior, han caído unos centímetros más de nieve desde esta mañana y la escena de pinos cubiertos de nieve afuera de la cabaña de Rex, con sus ventanas cálidas y brillantes, parece una postal en la que no puedo creer que pueda entrar. Toco mi teléfono, lo abro y lo cierro con incertidumbre hasta que casi se rompe por la mitad. Jesús, realmente necesito conseguir un teléfono nuevo. Mentalmente lo agrego a la lista cada vez mayor de mierda que necesito comprar con un par de cheques de pago. Abro el teléfono y llamo a Colin antes de que pueda cambiar de opinión. Pero, por supuesto, va directo al correo de voz. —Colin —digo, mis dientes castañeteando—. Tengo este recuerdo. Al menos, creo que lo es. No estoy totalmente seguro que realmente sucedió, pero... sí sucedió... Es... fue un día de nieve en la escuela y llegué a casa temprano. Estabas en la cama, borracho, y recuerdo las pastillas de papá, las de su espalda. Recuerdo que faltaban muchas, Colin, y yo solo… Quería asegurarme, quería ver si... Mira, solo no hagas nada estúpido, ¿vale, imbécil? Porque yo... Sólo, por favor, cuídate. ¿Bueno? *** Estoy mirando el fuego, gimiendo, tan lleno de brunch navideño que apenas puedo moverme. Ni siquiera sé cómo voy a poder comer el pollo asado que Rex prepara para la cena. Si inclino un poco la cabeza hacia atrás, puedo ver las luces del árbol de Navidad reflejándose en la ventana, haciendo que parezca que estoy rodeado de árboles. Anoche, Nochebuena, Rex y yo vimos Mujercitas, que es una de las películas de Navidad favoritas de Rex: la versión de Katherine Hepburn de 1933, no la de 1949 con Elizabeth Taylor, explicó Rex. Fue bastante buena, en realidad, aunque nunca me interesó la novela. Aunque si uno de mis

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hermanos quemara el único manuscrito existente de mi ejemplar, estaría en un mundo de dolor. La vimos porque Rex me contó cómo él y su madre solían tener una serie de películas de Navidad que veían todos los años y que no lo había hecho desde que murió. Su alineación era Mujercitas, Holiday Affair42, It Happened on Fifth Avenue43 y The Bishop’s Wife44. Se sorprendió al escuchar que nunca había oído hablar de ninguna de ellas, excepto Mujercitas, y que en realidad no había visto una sola. Miré Holiday Affair por unos veinte minutos antes de quedarme dormido y babeando por todo Rex, así que nos fuimos a la cama. Ahora, Rex está en su taller haciendo algo misterioso a lo que se fue después del almuerzo cuando me derrumbé sobre la alfombra para tratar de digerirlo. Presumiblemente, es algo que tiene que ver con un regalo de Navidad, ya que estamos a punto de intercambiarlo. Tengo el regalo de Rex escondido en el armario. Realmente no estaba seguro de qué conseguirle. Todo parecía demasiado genérico, música, ropa, o tan caro que no tenía posibilidad de permitírmelo. Como, probablemente algunas herramientas o algo que le gustaría para su taller, pero demonios sí sé lo que sería incluso si pudiera costearlas. Pensé en algo para la cocina, pero está bastante bien surtido, y tampoco sabría por dónde empezar. Espero que le guste lo que finalmente conseguí. Me sentí bastante bien al respecto la semana pasada, pero ahora estoy nervioso, no sé si es una buena idea.

Una viuda tiene que decidir entre pasión y seguridad cuando dos pretendientes con distintas personalidades la cortejan. 43 Un vagabundo (Victor Moore) comparte una mansión de Nueva York con un veterano (Don DeFore) y otras personas que necesitan un lugar donde quedarse durante el invierno. 44 Un ángel viene a la Tierra para ayudar a un ministro y su esposa a recaudar fondos para una iglesia nueva. 42

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Mañana volaré a Filadelfia para tener Janucá con Ginger y quedarme unos días y he estado pensando si debería intentar localizar a Colin. Le he dejado algunos mensajes más, pero no me ha devuelto la llamada. Sé que suena enfermo, pero, quiero decir, me habría enterado si él se suicidara, ¿verdad? Alguien lo habría encontrado y... —¡Listo! —Rex entra con una caja envuelta en sus manos. Gimo, extendiendo un brazo hacia él para que pueda ayudarme a levantarme. Deja caer la caja en el sofá y me sonríe, luego se acuesta a mi lado en el suelo, apoyado en un codo para poder mirarme. —¿Crees que es posible realmente morir por comer demasiado? — pregunto. —Sí, probablemente —dice, dejando caer un ligero beso en mi estómago y luego recostándose. Gimo y me desplomo para poder enterrar mi cabeza en el cuello de Rex. Su brazo me rodea y deja escapar un cálido estruendo de alegría. Marilyn ladra una vez, luego se acerca, gira en círculo y se acuesta con nosotros frente al fuego. Me pongo a reír, luego me aprieto el estómago. —¿Qué? —Es tan malditamente pintoresco —digo, agitando una mano hacia el árbol de Navidad, la nieve cayendo por las ventanas, y el perro acurrucado en su cama de franela azul frente al fuego rugiente. Rex se ríe, su pecho vibra debajo de mí. Después de salir del coma alimenticio, voy al armario a buscar los regalos de Rex. Lo dudo, y luego dejo el segundo en el armario para más tarde.

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—Tú primero —dice Rex cuando me reúno con él en el sofá. Estoy repentinamente muy nervioso que mi brillante regalo no sea realmente brillante después de todo. —Está bien —le digo vacilante— pero puede que no te guste. —Está bien —dice Rex muy en serio—. Bueno, si no me gusta, puedo garantizarte que me seguirás gustando mucho. Pongo los ojos en blanco y empujo la caja hacia él, está envuelta en un papel dorado y verde de los años 70 que encontré en Sr. Zoo. Rex saca el papel y lo dobla pulcramente. Quita la tapa de la caja y levanta la cosa. Es un adorno para el árbol de Navidad de un perro que se parece mucho a Marilyn. —Es para recordar la noche en que nos conocimos —digo, mis mejillas ardiendo por lo sentimental que es esto—. Sé que es cursi, pero... Rex me besa. —Cállate —dice. Me acaricia la mejilla—. Es genial. Cuelga el adorno frente a Marilyn, quien simplemente levanta una oreja y abre un ojo, decide que nada de lo que está pasando merece su atención en lo más mínimo, y vuelve a dormirse, girándose para tostar su otro lado por igual frente al fuego. Luego, Rex saca un montón de papel de seda de la caja y saca otro paquete de forma extraña envuelto en el mismo papel. Aguanto la respiración mientras él lucha con mi terrible trabajo de envoltura, mirando su cara porque quiero ver su reacción inicial y desprotegida. La boca de Rex se abre.

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—Oh, Dios mío —dice, levantando los adornos vintage de Marilyn Monroe. Hay uno de ella con su vestido blanco volando de la escena en The Seven Year Itch, uno rodeado de pasta de diamantes y plumas de Diamonds Are a Girl's Best Friend, y uno que tiene la forma de un adorno regular pero tiene a Norma Jean de un lado y Marilyn en el otro. Luego levanta el último adorno. Es de Humphrey Bogart en Casablanca. —El de Casablanca no es vintage —le digo—. Solo pensé que podría gustarte. —¿Cómo…? —Los encontré en línea. ¿Son… te gustan? El dedo de Rex se ve enorme trazando la pequeña figura en el vestido blanco. Cuando me mira, hay lágrimas en sus ojos. —Son como las que tenía mi madre —dice, acercándome a él y aplastándome contra su pecho—. Gracias. Hace un gran alboroto al hacer que le ayude a colgar los adornos en el árbol. Cuando volvemos a sentarnos, me entrega su regalo. Está envuelto perfectamente, en grueso papel plateado, y huele a virutas de madera. Rasgo el papel y dentro hay una caja de madera tallada unida a un gancho ornamental. La caja mide unos siete a diez centímetros cuadrados y está hecha de varios tipos diferentes de madera. —Grandes mentes —murmura Rex. También me ha conseguido un adorno. —¿Hiciste esto? —pregunto—. Es hermoso. —Rex asiente.

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—Tuve la idea en lo de Ginger. Mirando esa caja de rompecabezas. Realmente me gustó y pensé que tal vez podría hacer una. Resulta que son más difíciles de lo que pensaba —agrega, sonando nervioso—. Incluso una simple. —Sus manos están entrelazadas en su regazo—. Um, tienes que abrirlo —dice. Yo juego con la caja, tirando de las esquinas y empujando el centro, y viceversa. —Um... —Oh, tienes que... —Rex señala una pieza lateral y la deslizo. Me toma un minuto, Jesús, ¿esto es fácil? Pero finalmente escucho un pop y se abre. —¡Ja! —digo, excesivamente complacido conmigo mismo. Entonces miro dentro. Es una llave. Miro a Rex, cuya cara está abierta, vulnerable y esperanzada. —Pensé que tal vez te gustaría mudarte. Aquí. Conmigo —dice en voz baja. Es su voz tímida. La voz que usa con extraños cuando está nervioso. Miro la caja de nuevo. Recojo la llave. Está en un simple llavero de madera con la forma de Michigan. No pesa nada en mi palma, pero se siente como la cosa más pesada que he sostenido. —Pero —digo, mi mente corriendo—. Pero, ¿y si... qué pasa con el trabajo? ¿Qué pasa si consigo el trabajo? Ni siquiera hemos hablado de eso y yo...

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—Múdate conmigo —dice Rex de nuevo, su voz resuena una vez más—. Vive conmigo. Aquí, por ahora. Entonces, donde sea. Mientras estés conmigo, no me importará dónde vivamos. Trago saliva. —¿Te irías de aquí? Conmigo. Pero ¿qué hay de...? —Hago un gesto a nuestro alrededor hacia la cabaña que Rex trabajó tan duro por construir. Al lugar que él creó de la pena, el miedo y la desesperación; el lugar que se convirtió en un hogar. Estoy apretando la llave tan fuerte que puedo sentir sus dientes cortando mi palma. —Cariño —dice Rex, poniendo sus cálidas manos sobre mis hombros—. Puedo construir algo más. Algo solo para nosotros. —Sus ojos nunca dejan los míos—. Vine aquí porque no tenía a dónde ir. No tenía a nadie. Y ahora... Mientras esté contigo, estaré en casa. Mis ojos se llenan de lágrimas. Casa. Nunca me sentí como en casa en la de mi padre. Los apartamentos en los que he vivido desde entonces han sido basura. Solo lugares para dormir. El apartamento de Ginger ha sido un hogar lejos de casa, tan cerca como pensé que podría llegar de estar en un lugar que se siente bien. Eso se sentía como casa. Luego conocí a Rex e, incluso esa primera noche, cuando pensé que nunca lo volvería a ver, algo sobre él llamó a algo muy dentro de mí. Amo esta cabaña, estos bosques, pero no es este lugar que se siente como casa. Es Rex.

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Me está mirando, sus ojos siguen los míos. Puedo ver el momento en que piensa que estoy a punto de decir que no y que casi le rompe el corazón. Asiento rápidamente, mi boca se retuerce alrededor de todas las cosas que quiero decir. Así que me lanzo hacia adelante y lo abrazo tan fuerte como puedo, con los brazos alrededor de su cuello y las piernas alrededor de su cintura. Los abrazos de Rex se sienten como si me envolviera en la manta más cálida. Nos quedamos así durante un tiempo, solo abrazándonos, hasta que relajo mi agarre y mi puño que aprieta la llave se abre, revelando una hendidura perfecta de Michigan en mi palma. *** Finalmente, me levanto del sofá para ir al baño. Me vislumbro en el espejo y mi expresión no me es familiar. Me veo más joven. Feliz de una manera que nunca he sido. No puedo evitar pensar en la primera vez que me vi en este espejo, Rex detrás de mí, la noche en que nos conocimos. Sacudo la cabeza, pensando que si me hubiera dicho esa noche que estaría viviendo en esta cabaña, probablemente me hubiera ahogado riendo en la ducha. En el camino de regreso a la sala de estar, mi teléfono vibra con un mensaje de texto. Al principio realmente no creo que pueda ser de Colin porque no hay una profanación o un insulto a la vista. Estoy bien, dice. No puedo hablar todavía. Feliz Navidad. —Santa mierda —le digo—. Es un milagro de Navidad. —¿Qué? —pregunta Rex, y aunque parece aliviado de que Colin este bien, no parece demasiado impresionado con el mensaje.

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—En serio —le explico, siguiendo a Rex a la cocina— esto no tiene precedentes. Este podría ser el único texto no agresivo de Colin que verán los archivos. Rex saca una bandeja de pan de jengibre que se ha estado calentando en el horno. —Oh Dios mío —gimo—. Eso huele tan bien; ¿qué estás tratando de hacerme? —Rex mueve sus cejas y envuelve sus brazos alrededor de mí desde atrás, besando mi cabello. —Daniel —murmura en mi oído, haciéndome temblar—. Dilo otra vez. —¿Qué? —Que realmente vas a mudarte conmigo. Me volteo en sus brazos, maravillado de nuevo, como siempre, por lo grande y sólido que es, lo cálido que es. —Realmente me voy a mudar contigo —le digo, sonriendo—. Solo desearía no irme mañana porque tendré que esperar hasta que vuelva para hacerlo. Rex me aprieta, pasando su mano arriba y abajo por mi espalda. Respiro su olor. —Te voy a extrañar cuando esté en Filadelfia —le digo. Rex me levanta con facilidad, dejándome caer sobre el mostrador y a punto de perder el pan de jengibre. Se mete entre mis rodillas y me besa profundamente.

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—Tenemos tiempo —dice. Me está mirando muy fijamente. Puedo decir que no solo se refiere a mi viaje a Filadelfia. —Oh, casi lo olvido. Tengo un regalo más para ti —le digo. Salto del mostrador y lo saco del armario. Rex está de vuelta en el sofá y le entrego el regalo, inclinándome sobre el respaldo del sofá. Lo sostiene en su mano y me mira de forma extraña, luego deshace el papel. Dentro está mi copia gastada de El secreto. Mira el libro con incertidumbre, luego lo abre y mira el texto. —Yo... Daniel —dice con pesar—. No. Es tu libro favorito; no quiero arruinarlo con mi mierda leyendo. La impresión es tan pequeña y larga y... Sacudo la cabeza, subiéndome al sofá con él. —Pensé, que si quieres, te lo podría leer. Rex luce avergonzado. —¿Sí? Traté de pedir el audiolibro después que nos conociéramos esa noche en el bosque —dice. Puedo sentir una tensión en mi ingle solo de pensar en esa noche. El poderoso cuerpo de Rex empujándome contra ese árbol. Luego se transforma en una sensación de calor en mi estómago al pensar que Rex se tomó tantas molestias cuando pensé que ni siquiera estaba interesado en mí. —No sabía de qué trataba, pero pensé que cualquier libro que te gustara valía la pena leerlo. Solo vi el apellido del autor, lo leí, quiero decir. Pregunté en la biblioteca, pero no lo tenían.

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Le cepillo el pelo hacia atrás y le sonrío. —¿Entonces, qué piensas? Nunca antes leí en voz alta a nadie, así que no sé si seré bueno en eso, pero... —Tienes una voz tan dulce, cariño —dice Rex, acariciando mi garganta—. Creo que serás bueno en eso. —Besa mi oreja—. ¿Podemos empezar ahora? —Su voz es ansiosa. Asiento, sintiéndome casi borracho de alegría. —Un segundo —dice, y un minuto después vuelve con un enorme trozo de pan de jengibre y un poco de vino. Se sienta en el sofá y yo me recuesto contra su pecho, acunando el viejo libro. Desde este punto de vista puedo ver toda la sala de estar. El árbol de navidad con nuestros nuevos adornos brillando entre las ramas verdes. Las luces parpadean. El fuego crepita y la nieve cae suavemente afuera, cubriendo cualquier cosa sucia o rota o triste con una manta gruesa de blanco limpia y pura. Huele a humo de madera, a cedro, a Rex, a pan de jengibre y, cuando abro mi libro favorito, agrego el olor a papel desgastado a la mezcla, me parece que estoy demasiado estrangulado para leer. Como si él sintiera lo abrumado que me siento, Rex aprieta sus brazos alrededor de mí. —¿Estás bien? —pregunta, su mano se extiende sobre mi pecho. Asiento, pero no puedo decir las palabras. —Es... —Miro a nuestro alrededor y luego lo miro—. Es perfecto.

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—¿Demasiado bueno para ser verdad? —pregunta Rex, acariciando mi cabello lejos de mi cara. —No —le digo—. Sólo bueno.

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Epílogo Diciembre La ventana de la tienda de Ginger parece una especie de loco circo de la era victoriana de Janucá que explotó en un estallido de agujas y encaje. Cinta de terciopelo azul y blanco pegada con agujas que deletrea Tattoo Bitch en cursiva. Los ángeles de Bud Light parecen flotar en las esquinas de la ventana y las viejas máquinas de tatuajes se apilan una sobre otra para formar un árbol de metal. Todo espolvoreado con brillo azul y plata. En realidad, se ve un poco impresionante. —¡Yaaaay! —Ginger me llama cuando entro a la tienda—. ¡Es Janucá! —Bueno, técnicamente, Janucá ha terminado, pero... —Cállate. Janucá nunca termina. ¡El aceite arderá por la eternidad45! Menos mal que nadie está en la tienda porque Ginger está claramente en modo vertiginoso. No puedo evitar sonreír en su cabello mientras se lanza hacia mí para un abrazo.

Janucá llamada también la Fiesta de las Luces o Luminarias, es una festividad judaica. Celebrada durante ocho días, conmemora la derrota de los helenos y la recuperación de la independencia judía a manos de los macabeos sobre los griegos seléucidas,2 y la posterior purificación del Segundo Templo de Jerusalén de los íconos paganos, en el siglo II a. C. La tradición judía habla de un milagro, en el que pudo encenderse el candelabro del Templo durante ocho días consecutivos con una exigua cantidad de aceite, que alcanzaba sólo para uno. Esto dio origen a la principal costumbre de la festividad, que es la de encender, en forma progresiva, un candelabro de nueve brazos llamado januquiá (uno por cada uno de los días más un brazo «piloto»). 45

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—Está bien, puedes contarme todo mientras vamos por la comida. Guardo mis bolsas detrás del mostrador y Ginger me lleva de regreso a la puerta, su codo unido en el mío. —¿Todo sobre qué? —Todo acerca de porque te ves estúpidamente feliz. Ella me aprieta el codo en el hueco de su brazo y me sonríe. —Huh. Tú también —le digo—. Espero que no nos atropelle un autobús para igualarlo todo. —Pff. ¿En South Street? Como si el tráfico alguna vez se moviera lo suficientemente rápido para que nos matara. ¿Golden Empress? —Por supuesto. Cuando vamos a comer, Ginger me cuenta que fue a la casa de los padres de Christopher a cenar y que le causó una buena impresión hasta que accidentalmente se rió en la cara de su padre cuando le dijo que amaba a Neil Diamond porque creía que estaba bromeando. Le digo a Ginger lo que Virginia dijo sobre el trabajo en Temple y sobre que Rex me pide que me mude con él. Lo que no le digo es que Rex y yo hablamos mucho sobre el futuro anoche. Sobre nuestras opciones. Sobre cómo se sentiría al dejar Holiday. No le digo que anoche, cuando nos fuimos a la cama, puse la llave de la cabaña de Rex, nuestra cabaña, ahora, supongo, en la mesilla de noche para poder verla hasta que me quedé dormido. O que, cuando me quedé dormido en los brazos de Rex, con sus grandes manos sobre mí, estaba seguro que estaría allí por la

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mañana. Que no me despertaría para descubrir que el mundo había desaparecido. Mientras comemos, Ginger toca música navideña como DJ, poniendo de todo, desde coros de niños escoceses hasta el álbum navideño de Scott Weiland. Prácticamente me ahogo hasta la muerte con un bocado de pollo agridulce cuando me pongo a gritar por una parodia en YouTube de un comercial de Time Life CD con A Very Eddie Vedder Christmas en el que un genio ha manipulado canciones de Pearl Jam en forma de villancicos navideños. Por último, presenta El extraño mundo de Jack, que es su película favorita de Janucá porque dice que es obvio que Jack Skellington, un forastero flaco que intenta acceder a la Navidad estudiándola, es una metáfora de los niños judíos que crecen y tratan de entender cuál es el gran problema con la Navidad. —Entonces, recibiste el mensaje de Colin, ¿pero no has sabido nada de él desde entonces? —pregunta Ginger mientras Jack descubre el portal de Christmas Town. —No. —Realmente no esperaba hacerlo, tampoco—. Sobre todo, creo que la única razón por la que me envió ese mensaje fue porque temía que si no escuchaba de él podría contarle a Brian y Sam lo que vi en el funeral de papá. —¿Qué aspecto tenía el chico? ¿El del cementerio? —No pude verlo mucho. Grande. Como, Rex. Tal vez más grande. Cabello oscuro, ojos oscuros. No lo sé. Parecía un poco sexy, supongo. Sobre todo me di cuenta que estaba, como, chiflado. Él no reaccionó a nada de lo que pasó. No intervino y peleó. No intentó ayudar a Colin cuando estábamos peleando. Rex me sacó de él, pero este tipo se quedó allí. Fue extraño, en realidad. Ni siquiera dijo nada, pero...

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—¿Pero? —Pero no como si no le importara. Quiero decir, cuando entré él estaba... sosteniendo a Colin. Como, acunándolo. Suavemente. Colin estaba sollozando y este chico definitivamente se preocupaba. Era más como... ¿tal vez él sabía lo que estaba pasando? Como que sabía lo que estaba en juego para Colin y no quería entrometerse o algo así. Joder, no lo sé. —Se preocupan el uno por el otro, entonces, ¿verdad? Quiero decir que Colin llevara a este tipo al funeral de tu padre... —Sí, lo sé. ¿Supongo que sí? Ugh, todavía no puedo envolver mi mente alrededor de eso. Mañana intentaré encontrar a Colin y ver si puedo hablar con él. Ginger se deja caer de espaldas en el sofá, su cabello se arrastra sobre la alfombra, mirando a su pequeño árbol de Janucá. Está envuelto en luces centelleantes blancas y cuelga con cientos de estrellas recortadas de pedacitos de pintura azul de la ferretería. Todos los tonos de azul que puedas imaginar, desde el azul celeste hasta el marino más profundo. Es bonito. —¿Crees que Colin es activo o pasivo? —reflexiona. —¡Amiga, para! Él es mi hermano. —Bueno, sólo estoy diciendo. ¿Crees que le gusta...? —Jesús, Ginge, en serio. No. Me niego. —¿Está mal que yo crea que Colin es un poco sexy ahora que sé que es gay? Y torturado.

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—Estás seriamente jodida. —Lo pienso por un segundo—. Está bien, pensaría totalmente en eso de alguien que no fuera mi hermano. —Está bien, pero solo por un segundo, viste a este tipo. ¿No puedes adivinar si él...? —¡Regalos! ¿Quieres tus regalos? Ginger pone mala cara, pero está bien establecido que los regalos son un cambio de tema que ella permitirá. Tenemos una regla firme sobre que no podemos gastar dinero en obsequios y otra igualmente firme sobre que todos los obsequios pueden ser devueltos, reciclados o destrozados sin ninguna concesión al sentimentalismo. Ginger casi siempre me hace un tatuaje, por lo que la regla se aplica principalmente a mis regalos, que siempre solía encontrar recogiendo cosas que la gente dejaba en el bar. Por lo general, no eran geniales, pero un año una chica dejó una chaqueta de cuero roja y nunca pude superarla. Aún así, estoy bastante satisfecho con los regalos de este año, especialmente porque no tenía el bar como coto de caza. Por suerte para mí, a Ginger le encanta la intersección de funcionalidad y kitsch y, si he aprendido algo desde que me mudé a Holiday, es que casi todos los recuerdos de Michigan viven en esa intersección. Le entrego a Ginger los paquetes llenos de bultos que envolví en folletos adicionales de mis clases. —Oh, gracias a Dios —dice Ginger, abanicándose mientras los acepta—. ¡Me estaba preocupando seriamente de no saber cómo estructurar mi conclusión! —No te preocupes. La otra es sobre declaraciones de tesis, así que tendrás un ensayo bien equilibrado.

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—¡Cerezas agrias! —Ginger examina el frasco de conservas de cerezas agrias rematado con un cuadrado de tela a cuadros roja y blanca—. Esto no parece gratis, tramposo. —Oh, fue gratis. La señora que posee una de las tiendas turísticas cerca del campus me la dio. —Ginger entrecierra los ojos. Supongo que está justificado: un año lo intenté y la convencí que había conseguido una tarta de forma gratuita. Para ser justos, la semana anterior, uno de mis amigos había recibido un pastel entero del contenedor de Trader Joe. Aún así, ya que este decía ‘Feliz Janucá, animal’, con una foto de Animal de los Muppets hecha en glaseado, fue una venta difícil. —¿Ella te lo dio sin ninguna razón? —Um, bueno, no. Su hija estaba en una de mis clases y yo, um, accidentalmente usé el letrero de la tienda como ejemplo cuando comencé una perorata sobre apóstrofes innecesarios... —Oh, cielos. ¿Cuál era su signo? —Parecía una Capricornio. Ginger me golpea. —Se llama Nifty Things, y el gran letrero está bien, pero luego en la ventana hay dos: uno no tiene apóstrofe en Nifty Thing y el otro dice Nifty Thing´s. De todos modos, supongo que mi estudiante le dijo a su mamá y su mamá reparo los letreros. Entonces, un día, mientras caminaba por la tienda, ella salió por la puerta principal como si me hubiera visto venir y me dio esas conservas. —Horripilante.

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—Tan espeluznante. Amiga, en serio, la mitad de la mierda que pasa en Holiday parecería sacada de una película de terror si hubiera música de fondo. O una película de David Lynch. —Si hubiera sucedido en Filadelfia, esa mujer habría salido de su tienda con un bate de béisbol. —¿Verdad? Rex dice que soy patológicamente negativo porque tengo miedo de que si admito que las cosas están bien, entonces tengo que tener miedo que desaparezcan, así que espero lo peor. Incluso si se trata de una pintoresca pareja de ancianos con motosierras en una granja de árboles de Navidad. —Uuuummm, eso suena… ¿exacto? Espera, ¿una pareja vieja y pintoresca con una motosierra como en esa jodida película? —Sí, gracias. Ginger suspira y se desploma sobre el suelo. —Me gusta él. —¿Quién? —Duh, Rex. Creo que es genial para ti. —Bueno, a mí también me gusta Christopher. —Obviamente. Me deslizo en el suelo junto a ella y empujo el otro regalo en su regazo.

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—Con este, fui engañado totalmente. No fue gratis y no voy a fingir que lo fue, pero es increíble y ahora tengo un trabajo, así que acéptalo. —Ooh, calabacita, me encanta cuando eres tan fuerte. ¡Oh, mierda, esto es increíble!

—dice ella, arrancando el papel de las novedosas

bandejas de cubitos de hielo—. Vamos a hacer algo en este momento. En la cocina, Ginger llena de agua los pequeños Michigan. —Espera, sé lo que tenemos que hacer. Ginger saca el helado de café del congelador, la única comida con la que siempre se puede contar en su casa. Coge un poco en un tazón y lo aplasta hasta que esta suave, luego lo empaca en la segunda bandeja de cubitos de hielo, y los alisa en pequeños y perfectos helados de Michigan. —Espera —dice ella, revolviendo sus gabinetes—. ¡Ah, ja! —Saca una caja polvorienta de mondadientes de la parte posterior de un gabinete y pega uno en el centro de cada cubito de hielo—. ¿Crees que debería poner uno en las penínsulas superiores también? —pregunta ella—. ¿Entonces no se separan cuando los saquemos? —Um —digo, mirando entre Ginger y las bandejas de cubitos de hielo—. ¿Quién demonios eres? Ginger deja caer su mirada al suelo por un segundo y cuando mira hacia atrás, su expresión es tímida. —Está bien, así que tal vez vi a Christopher hacer algo como esto una vez. —Ella pone los ojos en blanco—. Está bien, y tal vez me está enseñando a cocinar un poco.

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Finjo jadear y pongo mi mano en mi corazón. —¡Ginger Marie, como vivo y respiro! —Ella me golpea—. Um, bueno, Rex puede estar tratando de enseñarme a cocinar, también... —Oh, Dios, ¿qué será de nosotros? ¡Domesticados! —Solo es un helado en una bandeja de cubitos de hielo, Ginge, no nos adelantemos. —¿Oh? ¿Y qué obras maestras culinarias has logrado? —Uh. Ninguna. Hice huevos que en realidad sabían a lo que me imagino que se siente como morir. Aunque de alguna manera me las arreglé para infundir a las tostadas normales un olor tan fuerte a quemado que creo que podría considerarse gastronomía molecular. —¿Molecular qué? —Gastronomía molecular. Lo vi en uno de los programas de cocina de Rex. Es algo increíble. Es como que usan hielo seco y un montón de otros productos químicos para hacer que un alimento tenga un sabor o se parezca a otro. Así que pueden hacer algo que se parece al helado de café, pero cuando lo pruebas, en realidad es pastel de carne o algo así. —Eso es lo más grosero que he escuchado. ¿Por qué alguien querría un pastel de carne cuando podrían tomar un helado de café? —Um, creo que no lo expliqué bien. Colocamos las bandejas de cubitos de hielo en el congelador y nos dejamos caer en el sofá mientras los secuaces de Jack Skellington secuestran a Santa.

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—Dios, Oogie Boogie tiene la voz más sexy —dice Ginger, y yo asiento. —Oh, oye, Rex quería conseguirte un regalo de Janucá, pero cuando le conté todo sobre lo gratis... —En lo que hiciste trampa. —En lo que hice trampa. De todos modos, dice que si quieres, te construirá nuevos estantes en la parte posterior de la tienda si está en Filadelfia de nuevo. Dice que notó que los tuyos eran desiguales. —Solo estuvo abajo por, como, dos minutos. —Amiga, él es espeluznantemente observador. Es... —Sacudo la cabeza, recordando cómo coseché los beneficios de los increíbles poderes de observación de Rex la noche anterior. Cómo me sujetó y exploró cada centímetro de mi cuerpo, observando mis reacciones y concentrándose en todos los lugares que me tenían retorciéndome hasta que, después de lo que parecieron horas, temblaba en sus brazos, cada toque electrizante, rogándole que estuviera dentro de mí. Me estremezco y me sacudo, pero Ginger me está mirando como si pudiera ver el rollo de película en mi cabeza. Me aclaro la garganta. —Bueno, eso es bueno de él. Dile que le haré el tatuaje que quiera a cambio. —¡No te atrevas! —¿Qué? ¿Por qué? Porque Rex es perfecto como lo es él. Perfecto. Porque ya es una obra de arte. Porque no quiero que nadie lo toque sino yo. Ni siquiera Ginger.

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—Um, yo solo... me gusta él como es... —Espera, ¿qué quieres decir si está en Filadelfia de nuevo? ¿Por qué no iba a estarlo? —Sus palabras. Creo que él simplemente no quería asumirlo. —¿Por qué no debería asumirlo? —No, quiero decir, él debería. Yo solo. No lo sé. Quién sabe qué pasará. Si consigo el trabajo en Temple; si Rex se mudara si yo lo consigo. —¿No dijo que lo haría? —Sí. Ginger saca su teléfono y hace clic, dándome una mirada muy Ginger. —Hola, Rex —dice ella. —¿Qué demonios, Ginge? —Voy a necesitar confirmación en algo. ¿Le dijiste o no a Daniel que te mudarías a Filadelfia con él si consigue el trabajo en Temple? —¡Ginger! —siseo. —Uh-huh, eso es lo que pensé. ¿Y aceptó o no aceptó mudarse contigo, pase lo que pase? —Ginger, dame el maldito teléfono. —Excelente. Estoy muy feliz por ambos.

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—¡Ginger! —Oye, ¿mis estantes están realmente tan torcidos que tú...? Le quito el teléfono y me quedo mirándola fijamente. —Hola —le digo—. Lo siento. Ella simplemente, um, llamó. —Hola —dice Rex, su voz cálida gruñe por teléfono. —Um, ¿qué estás haciendo? —pregunto. Puedo imaginármelo, tomando una cerveza frente a Food Network, Marilyn acurrucada junto al fuego, nuestro árbol de Navidad encendido. Dios, ya lo extraño y ni siquiera he estado fuera más de doce horas. —¿Y qué llevas puesto? —grita Ginger desde la cocina. Rex ríe suavemente. —En realidad —dice, y de repente se muestra un poco tímido— estaba usando tu computadora. Espero que esté bien. —Claro. ¿Para qué? —Estaba viendo una presentación de diapositivas de cosas para hacer en Filadelfia. —¿Sí? —Hay un cálido aleteo detrás de mis costillas. —Mmhmm. Y en cuanto a lo que llevo puesto, bueno. Lo dejo a tu imaginación. Gimo, las palabras de Rex convirtiendo el cálido aleteo en mi pecho en un calor que desciende considerablemente.

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—Ooh, ¡son perfectos! —Ginger clama desde la cocina. —¿Qué están haciendo? —pregunta Rex. —Haciendo cosas de helado con forma de Michigan. —Bueno, te dejaré volver a tu Janucá —dice Rex con seriedad. Me encanta que respete lo importante que son mis tradiciones con Ginger. —Bueno. Yo... te extraño. —Mi voz es casi un susurro. No sé por qué me preocupo tanto de que Ginger pueda oírme. —Oye, Daniel. —La voz de Rex es calor líquido—. Te amo. Yo también te extraño. Puedo sentirme ruborizándome. No estoy seguro que alguna vez me acostumbraré a escuchar esas palabras con la voz profunda de Rex. Son como una marca, me marcan, me reclaman. —También te amo —le digo suavemente, encorvándome alrededor del teléfono como si pudiera dirigir las palabras de manera más precisa hacia él. —Te veré en unos días, cariño. —Prácticamente puedo ver la sonrisa de Rex, tierna y satisfecha. —Adiós. Cuando me doy la vuelta, Ginger está de pie en la puerta de la cocina, su expresión suave. Ella está lamiendo pensativamente una península superior.

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—Entonces, ¿cuál es tu gusto este año? —Su expresión se vuelve traviesa—. ¿Tal vez el nombre de Rex en tu culo? Ooh, ¿o la cabaña? Hago un grano de madera realmente bueno. Pongo los ojos en blanco y ella sonríe, pero no puedo evitar preguntarme cómo reaccionaría Rex si me bajara los pantalones y viera su nombre garabateado en mi trasero en el magnífico texto de Ginger. Busco en los bolsillos de mi chaqueta y saco mis llaves. —Quiero esto. —Le entrego a Ginger el llavero de madera con la forma de Michigan en el que Rex puso la llave de la cabaña—. Y un pequeño corazón aquí. —Señalo dónde estaría Holiday. —Oh, mierda, calabacita, eso es tan bueno. —Ella suena asombrada—. Déjame tomar las cosas de abajo. Es una pieza pequeña, pero queda muy bien. Al final, Ginger me convenció que deberíamos agregar la cadena y la llave. Es tan detallado y realista que parece que Rex simplemente dejó caer la llave en mi pecho. —¿Estás seguro que no es demasiado sentimental que lo pongamos sobre mi corazón? —le pregunto, mirándolo con asombro. —Demasiado tarde, tonto —dice, pero está mirando la pieza con satisfacción. Ella toma una foto con su teléfono—. No, creo que es perfecto. —Es perfecto. —¿Debo enviar la imagen a Rex? —No. Quiero sorprenderlo.

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Golpeo ligeramente sobre la llave, contento que mañana me llevaré el ligero dolor de la aguja conmigo cuando intente enfrentarme a Colin. Me inclino hacia atrás y dejo que mis ojos se desenfoquen mientras miro al árbol de Janucá. Es una hermosa mancha de verde y azul. Es casi como si estuviera mirando por la ventana de la cabaña de Rex, nuestra cabaña. Como si fuera temprano por la mañana y aún estuviera medio dormido, el calor de Rex detrás de mí, su cara enterrada en mi cuello, y yo mirando hacia los pinos y el cielo azul. Casi puedo sentir sus brazos a mi alrededor, oler esa mezcla de cedro y pino y humo de leña que es sólo de Rex. Cierro los ojos y dejo que mi mano descanse sobre mi pecho. No estoy seguro de lo que sucederá el próximo año. Ya sea que consiga el trabajo en Temple o no. Si me quedaré en Holiday o me mudaré a Filadelfia. Pero, por primera vez, la incertidumbre no me asusta. Porque sé que Rex estará allí, donde sea que vaya. Y ahora puedo mirar esta llave cuando quiera y ver mi conexión con él. Ver mi camino a casa.

Fin

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Staff Soñadora: Lelu Cazadora: Jose Diseño y Lectura Final: Lelu

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Próximamente Serie En medio de algún lugar 2 - De la nada

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Acerca de la Autora Roan Parrish Roan Parrish vive en Filadelfia donde poco a poco intenta escribir historias

de

amor

de

todos

los

géneros. Cuando no está escribiendo, por lo general se la puede encontrar cortando el pelo a sus amigas, deambulando por cualquier ciudad en la que se encuentre mientras escucha canciones de antorchas46 y death metal melódico, o cocinando comidas demasiado elaboradas. Le encantan las hogueras, las playas en invierno, las armonías de acordes menores y los autotatuajes. Una vez puede o no haber horneado un pastel de chocolate de seis capas y luego lo tiró por la ventana en un ataque de resentimiento.

Una canción de antorcha es una canción de amor sentimental, típicamente una en la que el cantante lamenta un amor perdido o no correspondido, ya sea cuando una parte ignora la existencia de la otra, donde una de las partes ha seguido adelante, o donde una aventura romántica ha afectado al relación. El término proviene del dicho, ‘llevar una antorcha para alguien’, o mantener encendida la luz de un amor no correspondido. 46

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