RESUMEN CAP13

RESUMEN CAP.13 – AUTORIDAD ESPIRITUAL LA PRINCIPAL CREDENCIAL DE LAS AUTORIDADES DELEGADAS: LA REVELACION (Éxodo 3:1-2;

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RESUMEN CAP.13 – AUTORIDAD ESPIRITUAL LA PRINCIPAL CREDENCIAL DE LAS AUTORIDADES DELEGADAS: LA REVELACION (Éxodo 3:1-2; Números 12:1-15) Antes de que Dios lo constituyera autoridad, Moisés había dado muerte a un egipcio y posteriormente había reprendido a dos hebreos por reñir entre ellos. Cuando entonces uno de ellos objetó su autoridad ("¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?"), Moisés se atemorizó y huyó. En aquel entonces todavía no tenía una experiencia con la cruz y la resurrección. Todo lo hacía con su fuerza natural. Aunque era pronto para reprender y hasta intrépido para matar, en su interior era débil e inútil. No pudo soportar la prueba. Cuando lo intentó, se atemorizó y huyó al desierto de Madián. No escuche palabras denigrantes De todo lo que sus hermanos le habían dicho y criticado, la Biblia simplemente dice: "Y lo oyó Jehová." Era como si Moisés no lo hubiera oído jamás. Aquí hallamos, pues, a un hombre que no podía ser afectado por las palabras de los hombres, porque estaba fuera del alcance de las palabras denigrantes. Todos los que desean ser portavoces de Dios y quieren ayudar a los hermanos deben aprender a no escuchar denuestos. Dejen que Dios los escuche. Por su parte, no preste atención a cómo lo critican; no se enoje por las palabras de otros. Los que se molestan y anonadan por palabras calumniosas demuestran que son ineptos para ser autoridades delegadas. No se defienda El que se defiende a sí mismo no conoce a Dios. Nadie en la tierra pudo ser más autoritario que Cristo; sin embargo, nunca se defendió. La autoridad y la defensa propia son incompatibles. Aquel de quien usted se defiende se convierte en juez suyo. Se pone por encima de usted cuando usted empieza a responder a sus críticas. El que habla a favor de sí mismo está bajo juicio; por lo tanto, carece de autoridad. Cada vez que uno trata de justificarse, pierde la autoridad. (1era Corintios 4:3). Muy manso (Números 12:3) Dios no puede constituir autoridad a una persona testaruda; no delegará su autoridad en ninguna persona arrogante. Los que él pone en autoridad son los mansos y tiernos; y ésta no es la mansedumbre ordinaria, es la mansedumbre de Dios. Jamás debemos intentar establecer nuestra propia autoridad. Cuanto más lo intentamos, menos aptos somos para ejercer la autoridad. Generalmente se da por sentado que cosas tales como las que se enumeran a continuación son los requisitos necesarios que debe reunir una autoridad: esplendor y magnificencia, personalidad, presencia o apariencia fuertes, y poder. Se argumenta que para ser autoridad uno debe poseer una firme determinación, ideas geniales y labios elocuentes. Pero no son estas cosas las que representan la autoridad; en cambio, sí representan la carne.

Es frecuente que la persona que tiene menos probabilidades de que le den autoridad sea la misma que se considera autoridad. Asimismo, cuanto más autoridad cree tener una persona, tanto menos tiene realmente. La revelación: única credencial de la autoridad El valor de un hombre delante de Dios no se decide por el criterio de otros ni por el suyo propio. Se calcula por la revelación que recibe de Dios. La revelación es la valuación y medida de Dios. La autoridad se fundamenta en la revelación de Dios, y la opinión que él tenga de una persona depende de esa revelación. Si Dios da revelación, se establece la autoridad; pero cuando él retira su revelación, se rechaza al hombre. Si queremos aprender a ser autoridades, debemos prestar atención a nuestro estado delante de Dios. Si Dios quiere darnos revelación y hablar claramente con nosotros, si nos comunicamos cara a cara con él, nadie puede entonces excluirnos. Pero si se corta nuestra comunicación arriba y se cierra el cielo, por mucho que hubiéramos prosperado en esta tierra, todo fracasará. Un cielo abierto es el sello de Dios y el testimonio de nuestra filiación. La revelación es, por lo tanto, la evidencia de la autoridad. Es menester que aprendamos a no discutir o hablar a favor de nosotros mismos. No debemos pasarnos a las filas de Aarón y María en nuestra lucha por conseguir o mantener la autoridad. Y si es que sí luchamos, esto sólo demuestra que nuestra autoridad es enteramente carnal, mala y carente de visión celestial. Ningún sentimiento personal Los que no saben refrenar su corazón y su lengua no son aptos para ser autoridades. Pero cuando Aarón le rogó a Moisés, éste clamó al Señor. Durante todo el suceso, Moisés actuó como si fuera un simple espectador. No presentó ninguna queja; no murmuró ni reprendió. No tuvo ningún sentimiento personal, ninguna opinión que fuera suyo propia. No intentó juzgar ni castigar. Al contrario, en cuanto se cumplió el propósito de Dios, Moisés perdonó. Por consiguiente, Moisés mismo demostró que era la autoridad delegada de Dios, pues era uno que podía representar a Dios. A Moisés no lo afectaba la vida natural ni se protegía procurando defenderse o vengarse. La autoridad de Dios podía extenderse por medio de él sin ningún impedimento. En realidad, la gente se encontró con la autoridad en él. Ser autoridad delegada no es algo fácil, porque requiere despojarse a sí mismo.

JEAN PIERRE PRIETO RODRIGUEZ