Recreación Del Texto Don Quijote de La Mancha

Miguel de Cervantes Saavedra Don Quijote de La Mancha Ilustraciones: Jassen Ghiuselev Recreación del texto: Jaime

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Miguel de Cervantes Saavedra

Don

Quijote

de

La Mancha

Ilustraciones: Jassen Ghiuselev

Recreación del texto: Jaime Labastida

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Miguel de Cervantes Saavedra

Don Quijote de La Mancha

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Miguel de Cervantes Saavedra

Don Quijote de La Ma Ilustraciones: Jassen Ghiuselev Recreación del texto: Jaime Labastida

siglo xxi editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D.F.

siglo xxi editores argentina, s.a. TUCUMÁN 1621, 7 N, C1050AAG, BUENOS AIRES, ARGENTINA

primera edición, 2005 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 968-23-2573-0 derechos reservados conforme a la ley impreso y hecho en méxico 2

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Es imposible ofrecer, en unas cuantas páginas, la enorme, acaso se debiera decir, la infinita riqueza que contiene un libro como éste, el que fue fruto de la ardiente imaginación de Miguel de Cervantes. El mar no puede ser contenido en una mano y se filtra por sus dedos: el Quijote es la más alta cúspide de la literatura en lengua española. Aquí, por tales razones, sólo se intenta una breve, tal vez una leve aproximación a este libro, extraordinario y complejo. El propósito es que quien lea estas páginas (pálido reflejo de las certeras páginas de Cervantes) o que quien admire las bellas ilustraciones de Jassen Ghiuselev, eleve su gusto por la literatura, ame aún más la lengua española y desarrolle en sí mismo los ideales por los que luchó el Caballero de la Triste Figura. Mi texto y las ilustraciones de Jassen Ghiuselev son sólo una interpretación, libre pero amorosa, de la novela de Cervantes: cada época y cada uno de nosotros posee plena libertad para recrear las palabras del máximo escritor de nuestra lengua. J.L.

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l libro empieza por proponer un enigma, al hacer una afirmación que desconcierta: “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...” ¿Por qué Cervantes no quiere acordarse del nombre de ese lugar de La Mancha? Porque ese lugar es todos y es ninguno: La Mancha, una región de España, aquí existe sólo como fruto de la imaginación de Cervantes y de quien crea en la literatura y la ame. La geografía de la novela, el espacio que ocupa un texto narrativo es el espacio puro de la ficción. Empero, esa geografía puede ser más verdadera que un espacio real, aquejado ahora por las agresiones del hombre. Ese espacio dura: nace en el cerebro de todos y cada uno de nosotros. Para que un hidalgo pobre, que apenas posee una tierra escasa y magra; que come sólo salpicón y lentejas, pueda convertirse en otra persona, diferente de sí, y transformarse en un caballero andante, es necesario que las palabras impresas en algunos de los libros que ha leído actúen sobre él con la fuerza de la fascinación: esas palabras harán que nazca en él un deseo irresistible, el deseo de ser algo más que un hombre modesto, que busca acrecentar su hacienda. Alonso Quijano, el labrador, el hidalgo que vive en un oscuro lugar de La Mancha, necesita ser otro, distinto al que ha sido hasta el día, lleno de luz, en el que, por obra y gracia de su voluntad, decide ser un hombre que desea desfacer entuertos, cambiar el mundo, poner las cosas en su lugar, restablecer la justicia. Alonso Quijano es un hombre que posee una historia. Ha nacido de otro hidalgo; tiene un ama y una sobrina, un caballo, un solar, una espada, tal vez una lanza antigua. Para hacerse 6

caballero, precisa de echar mano, además, de su voluntad y su deseo: deberá otorgarse, él mismo, un nuevo nombre. En cierto sentido, debe nacer otra vez y bautizarse de nuevo, dejar de ser el labrador Alonso Quijano para convertirse en el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Su caballo, un jamelgo flaco, también ha de ser transformado y hasta recibirá otro nombre. Para lograr ese cambio radical en su persona, Alonso Quijano tendrá que disfrazarse: se debe despojar de la ropa con la que hasta ese momento se vestía, colocar sobre sus hombros la armadura, tomar el yelmo, ponerse la celada, apretar la lanza, la vieja espada, montar sobre su caballo, soñar con una dama a la que dedicará sus aventuras, hallar un escudero y lanzarse a las batallas.

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ero en ese momento no hay batallas en La Mancha ni fieros dragones ni castillos encantados. Son tiempos de paz y todos los aldeanos, cuando lo ven vestido de esa manera, no pueden menos que reír: es un hombre de otros tiempos, un extravagante que se ha equivocado de época y de país: un loco. Don Quijote se confunde: cree que una posada es un castillo; que la campesina Aldonza es una

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dama noble (el poder de su fantasía la transforma en Dulcinea del Toboso); que los molinos de viento son gigantes; que un hato de ovejas es un ejército; que unos criminales, condenados a remar en las galeras, deben ser liberados. Todas estas hazañas son, al menos en sus inicios, ridículas: por eso, la gente se burla de él o lo muele a palos. Pero a él no le importa. Sólo dice: “Mucha sandez es la risa que de leve causa procede.” Al mismo Sancho, su escudero, le ha ofrecido, cuando llegue el momento de su gloria, concederle el gobierno de una ínsula. El escudero lo sigue, pues, por motivos de cálculo: cree en él. En todo caso, en su realismo crudo, hace una apuesta. Si este loco es quien dice ser; si hace todo lo que dice que puede hacer, es posible que él deje de ser el pobre hombre que hasta allí ha sido para convertirse en otra cosa: el gobernador de una ínsula.

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ancho no es culto, no ha leído las novelas que le sorbieron el seso a don Quijote. Pero es víctima, igualmente, de la imaginación sin medida del Caballero de la Triste Figura. Así, las palabras de don Quijote cobran cuerpo en la ambición del labriego y ambos salen al campo, en busca de aventuras. Sancho habla con toda la sabiduría del pueblo, en refranes: él y don Quijote conversan constantemente y enfrentan sus opiniones. Llega un momento en que don Quijote, sin embargo, acaso abrumado, le prohíbe al escudero hablar tanto: “en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo”. A pesar de eso, don Quijote reconoce el buen uso que Sancho hace de estos refranes populares: “no hay refrán que no sea verdadero: todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas”. Sancho no tolera demasiado tiempo el “áspero mandamiento del silencio”, pues con él “se le han podrido más de cuatro cosas en el estómago”. La novela es un largo diálogo entre el amo y el escudero. Don Quijote se enfrenta con molinos de viento, que su fantasía ha convertido en gigantes. ¿Locura? Sí, desde luego. Pero una locura no exenta de heroísmo: las aspas de los molinos levantan al caballo y al jinete y los arrojan al suelo, maltrechos. Sancho sólo observa, a lo lejos. No participa en la lucha aciaga y funesta e intenta disuadir al caballero para que entre 10

en razón: él no ve gigantes sino molinos de viento. ¿Qué sucede? ¿Contra qué debemos luchar? La parda ciencia sólo ve molinos de viento en donde el héroe ve gigantes que realizan actos atroces; el hombre común y corriente apenas ve una realidad, que nada ni nadie puede alterar, mientras que el Caballero de la Triste Figura ve lo que nadie sino él puede ver: por debajo de la realidad ve otra realidad que debe ser corregida, aun a costa de los golpes, la humillación y las burlas.

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on Quijote desea poner las cosas, otra vez, sobre sus pies. Para hacerlo, precisa dejar de ser el hidalgo Alonso Quijano, el Bueno, y volverse don Quijote. Por eso dice: “Yo sé quién soy, y sé que puedo ser todos los Doce Pares de Francia y aun todos los Nueve de la Fama.” Los Doce Pares de Francia son esos caballeros que poseen rango semejante al del rey; los Nueve de

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la Fama son Héctor, Alejandro y Julio César, de la historia pagana; Josué, David y Judas Macabeo, de la historia judía y Arturo, Carlomagno y Godofredo, de la historia cristiana. Don Quijote sabe quién es: sabe que es igual a ellos (o que le es posible ser como ellos)... si así se lo propone; si así lo desea... Igual que con los molinos de viento, don Quijote ataca a una manada de ovejas al confundirla con un ejército. Su locura tiene un método. No quiere, sin embargo, matar a nadie: sólo quiere unir el tiempo enloquecido, el tiempo malo de la vida diaria con otro tiempo, el que considera verdadero o real, el tiempo de la justicia. Así, dice que ha nacido en la Edad de Hierro para resucitar en ella la Edad de Oro.

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ambién don Quijote exige luchar contra dos leones que han sido regalados al rey de España. Libera al león de su jaula y lo enfrenta. El animal, sin embargo, se comporta dócilmente ante el desafío de don Quijote. La fantasía del Caballero de la Triste Figura es fuerte y dura, como su valor. Tal vez sucede que no sea capaz de reparar en el peligro, pues ni siquiera lo mide. Sabe (o cree saber) que a los caballeros, tal como dicen los libros, nada grave les puede suceder y, en todo caso, siempre habrá algún mago que sane sus heridas. Animado por estos mismos principios, don Quijote pone en libertad a criminales que la justicia del rey ha condenado a remar en las galeras. Podría decirse que en eso don Quijote se extralimita y que, en vez de hacer justicia, la tuerce. ¿Por qué poner en libertad a criminales? Podría preguntarse, igualmente, ¿qué delito tan grave han cometido esos hombres para ser llevados a una muerte segura? 14

Remar en la sentina de un barco, encadenados hasta morir de fatiga o perecer ahogados, si el enemigo hunde el barco en el que reman, ¿es justo? ¿Cuál debe ser el castigo para un criminal? ¿Éste? ¿El de un trabajo forzado que lo conduce a la muerte? La justicia del rey ¿es, en verdad, justicia? Don Quijote sólo advierte que le “parece duro hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres”. Él ve otra realidad, densa y oscura, por debajo de la frágil realidad que todos vemos.

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ndando por la geografía imaginaria de La Mancha, don Quijote y Sancho llegan al lugar donde se celebra una boda. Van a casarse la muchacha más bella del poblado (que, sin embargo, al caballero le parece menos hermosa que Dulcinea) y el hombre más rico de la aldea. La fiesta convoca a los aldeanos; la comida es abundante. Un novillo entero, relleno de lechones, es asado para el deleite de los comensales; gansos, gallinas, ollas 16

llenas de manjares de todo tipo se doran o se cuecen, para el gusto de la gente. Sancho, que no ha comido o lo ha hecho muy mal a lo largo de los días, no puede sino mostrar su entusiasmo. Quiteria, la bella, se casará con Camacho, el rico, aunque sea Basilio el hombre al que ella ama. ¿Qué opción tomar? ¿El matrimonio con el hombre rico, que la pondrá a salvo de la pobreza? ¿El matrimonio con el hombre al que ama, aunque sea pobre? Basilio, con habilidad y engaños, logra deshacer la boda del rico y de la bella. Finge suicidarse y le pide al cura que consume, in articulo mortis, el matrimonio con Quiteria. Se descubre el engaño, pero es imposible deshacer el hecho, ya consumado. Camacho se indigna, sus amigos y él mismo sacan a relucir las espadas y lo propio hacen los amigos de Basilio. A punto de que se desencadene la lucha, don Quijote opta por el partido de Basilio. Camacho acepta lo irremediable. La fiesta seguirá, aunque Sancho Panza no pueda satisfacer su apetito. Por el contrario, don Quijote ni siquiera ve los manjares que su fantasía desprecia, fija como está su voluntad en hacer sólo aquello que estima lo correcto: defender a los recién casados. 17

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a novela ha sido construida como un juego de espejos: Cervantes dice que él sólo traduce del árabe al español el texto de un tal Cide Hamete Benengeli. Luego, todo cuanto se ha hecho con carácter de burla aparece como verdadero (y a la inversa). Por tales causas, el Caballero del Gabán Verde ha de reconocer que don Quijote es “un cuerdo loco” o “un loco que tira a cuerdo”. Lo cierto es que, a lo largo de la novela, los consejos y los dichos del caballero y su escudero alternan en un espacio lleno de sabiduría. Si don Quijote desciende a la cueva de Montesinos y se pasa en ella tres días, ha de regresar contando maravillas: allí, bajo tierra, hay un gran castillo y en él habitan el propio Montesinos y el Caballero Durandarte a quien le ha sido arrancado el corazón para entregarlo a su amada Belerma, a pesar de lo cual, por obra de un hechizo, hace más de 500 años que siguen vivos. Don Quijote jura a Sancho que todo lo que ha visto en la Cueva de Montesinos es la pura verdad; que no es un sueño. Sancho no lo cree del todo. Mientras tanto, han pasado ya diez años desde que el Caballero de la Triste Figura fue echado al mundo por obra y gracia de su autor, Miguel de Cervantes, quien lo hace morir en la primera parte de la novela. Corría el año de 1605. Otro escritor, de cuyo nombre nadie debe acordarse, quiso hacer que don Quijote viviera más. Publicó así un segundo Quijote, tan mal escrito, que Cervantes se indignó y redactó por 18

esto la segunda parte de la novela. En ella, don Quijote y su escudero aparecen como seres de carne y hueso, o sea, como si fueran verdaderos. Don Quijote y Sancho conocen a unos duques que ya han oído hablar de ellos porque han leído el libro de Cervantes. Por esa causa, don Quijote y Sancho se asombran al saber, a través de los duques, que sus hazañas han cobrado fama y están en las páginas de un libro. Los duques lo único que desean es divertirse a costa del Ingenioso Hidalgo y de su acompañante y hacen creer a Sancho que le darán el gobierno de la Ínsula Barataria.

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uando llegan al castillo de los duques, don Quijote y Sancho son invitados a comer. Los acompaña un “grave eclesiástico”, de estos que “gobiernan las casas de los príncipes” pero que, en tanto que no nacen príncipes, no “aciertan a enseñar cómo lo han de ser lo que lo son”. Don Quijote es obligado por el duque a sentarse a la cabecera de la mesa y, al darse cuenta el eclesiástico de quiénes son esos dos personajes, critica con aspereza a don Quijote. Le dice que se vuelva a su tierra y “deje de hacer sandeces”.

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A esto don Quijote responde, con no poca violencia: “¿por ventura es asunto vano o tiempo mal gastado vagar por el mundo, no para buscar regalos de él sino las asperezas, ya que desprecio la hacienda, pero no la honra?” El eclesiástico se enfada y se marcha, mientras que el duque no sólo goza con la discusión, sino que le promete a Sancho darle el gobierno de una ínsula, “con todo y sus insulanos”. Don Quijote y Sancho caen en el engaño: creen que son verdaderos los hechos y los dichos de los duques, siendo que todo es una burla: los duques, por ejemplo, hacen fabricar un caballo de madera y en él montan a don Quijote y Sancho. Una noche, tapados los ojos del caballero y de Sancho, y montados en el caballo, zarandean a éste con fuerza, hacen ruidos, soplan con fuelles y obligan a que los dos personajes crean que en verdad han subido al cielo.

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Terminado el fingido vuelo de Clavileño (como se llamaba el caballo de madera), los duques les preguntan a Sancho y a don Quijote qué fue lo que vieron en aquel vuelo imaginario y aquí se advierte una vez más el juego de los espejos. Don Quijote responde que no ha visto nada, pues ya sospecha de la burla. Sancho dice que ha visto el cielo y las estrellas y que ha estado en la constelación de las Cabrillas. Oído aquello, don Quijote le susurra al oído a Sancho que si éste quiere que se crea lo que “ha visto en el cielo”, el Ingenioso

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Hidalgo desea que Sancho le crea también lo que él ha dicho que vio en la cueva de Montesinos. Parece como si el caballero fuera el cuerdo y, al revés, el escudero adoptara los desvaríos de su señor. Un poco antes de que Sancho parta a tomar el gobierno de la Ínsula Barataria, una pequeña zona convertida por los duques en burla del escudero, don Quijote le da unos consejos, válidos incluso el día de hoy para cualquier gobernante. En primer lugar, le dice que no se avergüence de la humildad de su linaje, ya “que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes”; añade que no se desprecie por decir que viene de labradores pues el más difícil conocimiento que hay en el mundo es conocerse a sí mismo. Por esto, agrega, la sangre se hereda, pero la virtud se conquista y ésta “vale por sí sola lo que la sangre no vale”. Luego don Quijote le pide a Sancho que procure descubrir la verdad “por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre”. También le solicita que sea equitativo: “si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva sino con el de la misericordia”. Le dice también que a quien haya de castigar con obras no lo trate mal, además, con palabras; que hable poco y con reposo; que cuando no se entiendan los términos en los que habla, que no le importe, pues la costumbre introducirá 23

los vocablos: “esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso”. Cuando Sancho inicia el gobierno de la Ínsula Barataria, acuden a él diversas personas para pedirle que resuelva asuntos que el día de hoy pertenecen al campo de la justicia. Entonces no existía, como ahora, la separación en tres poderes: el gobernante se hacía cargo de procurar la justicia. Dos de los casos que Sancho resuelve son dignos de nuestra atención. El primero se refiere al préstamo de diez escudos de oro que un viejo le ha hecho a otro. Llegados ante Sancho, el que prestó el dinero dice que el otro no le ha devuelto el préstamo, pero que se dará por satisfecho si el deudor jura ante el gobernador que sí le ha devuelto el dinero. El que debe los diez escudos lleva en la mano una vara y le pide al otro que tome la vara en su mano para poder jurar y entonces jura que le ha entregado el oro a quien se lo había prestado y toma otra vez la vara. El viejo al que se le debe dice entonces que tal vez se le ha olvidado cuándo el otro le pagó. El viejo deudor, con la vara en la mano, se retira. Sin embargo, Sancho medita, pide la vara y la rompe: en su hueco se hallan los diez escudos de oro. Así, la gente califica a Sancho, por su sensatez, como otro Salomón. El segundo caso es el de una mujer que demanda justicia, pues un hombre rico la obligó a ser suya por fuerza. El hombre alega que, al contrario, le ha pagado buen dinero a la mujer para yacer juntos. Sancho exige al hombre que le entregue a la 24

mujer veinte ducados de plata que lleva. El hombre, dudando del sentido de la justicia del gobernador, hace lo que éste le pide. La mujer abandona el recinto y Sancho le dice al hombre que le arrebate la bolsa a la mujer y que vuelva con ella. La mujer se defiende con tal fuerza que al hombre le es imposible hacer lo que Sancho pide; los dos van ante Sancho y éste dice: “mujer, si con la misma fuerza que defendiste la bolsa, hubieras defendido tu honra, nada habría pasado”. En su gobierno, Sancho dice que intenta limpiar la ínsula de toda clase de inmundicias, vagabundos y holgazanes pues la gente baldía en la república es como el zángano en la colmena. Piensa favorecer a los labradores, respetar a los hidalgos, premiar a los virtuosos. El mayordomo, que lo sigue, dice que le admira que un hombre “tan sin letras”, como Sancho, haga cosas sensatas ya que los duques no esperaban que esto sucediera. El mayordomo agrega: “las burlas se vuelven veras y los burladores se hallan burlados”. Pero los duques hacen que Sancho vuelva a la realidad. Así, fingen que la ínsula es atacada y Sancho pierde el gobierno por una falsa revuelta. Sancho sólo dice: “Mejor me está a mí una hoz en la mano que no un cetro de gobernador.” 25

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espués de todas estas aventuras, don Quijote y Sancho encuentran cerca del mar al Caballero de la Blanca Luna. Éste, armado y sobre un caballo brioso, reta a don Quijote a que reconozca que su dama es más hermosa que Dulcinea del Toboso. Don Quijote acepta el reto y es vencido. En el suelo, sin embargo no acepta que Dulcinea sea menos hermosa que ninguna y por esto le pide al Caballero de la Blanca Luna que lo mate. Éste, que según lo sospechamos es el bachiller Sansón Carrasco, vecino de la aldea de Alonso Quijano, sólo le pide que vuelva a su tierra.

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errotado, al parecer, don Quijote vuelve a la aldea de La Mancha. Antes ha dicho que “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, causa por la que Sancho, ya al ver su casa, afirma que don Quijote regresa “vencido de los brazos ajenos, pero vencedor de sí mismo”. Poco tiempo después, don Quijote muere, rodeado del amor de los suyos. Lo llora, con dulces y a un tiempo amargas palabras, su fiel escudero, Sancho. ¿Qué sucede? ¿Por qué don Quijote ha de volver a ser Alonso Quijano, el Bueno? ¿Lo asesina la realidad? Él ¿sólo puede vivir en su fantasía? ¿Qué triunfa, al fin? ¿La realidad, la realidad, áspera y cruel? 29

Hay quienes oponen a Cervantes y don Quijote. Cervantes sería un hombre racional, en lucha contra la España atrasada de su tiempo; en cambio, don Quijote sería no sólo un loco, sino un hombre del pasado, que cree en los encantamientos, los duendes y los magos; que intenta restablecer la Orden de la Caballería Andante, ya siglos atrás desaparecida. Pero oponer a Cervantes y don Quijote es idea sin sentido. Lo único que se puede decir es que todo personaje, cuando es verosímil, supera al autor que lo crea. Si Cervantes quería hacer una burla de las novelas de caballerías, el fruto resultó superior a su intento. Cervantes creó un personaje universal, que vive e inspira a poetas, músicos, pintores, escritores en todo el mundo. No todo tiempo pasado fue mejor, es cierto; pero se debe decir que tampoco todo tiempo pasado fue peor. Las generaciones pasan, igual que las hojas de los árboles y, pese a todo, algo de esas hojas permanece y dura. La actitud de don Quijote vive todavía. Dichosa edad y siglos dichosos aquellos, afirma don Quijote, a los que los antiguos pusieron nombre de dorados, porque en ellos no se conocían estas palabras de “tuyo” y “mío”. Don Quijote se ha convertido en un símbolo y ya es más que un personaje de ficción. Se ha vuelto inmortal, como lo es el propio Cervantes.

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formación: pablo labastida tipografía: familias usherwood y classical sans se terminó de imprimir el 30 de enero de 2005, en editorial impresora apolo, s.a. de c.v. centeno 150-6, granjas esmeralda, méxico, d.f.

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ISBN 968-23-2573-0

9 789682 325731