Quijote

EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” D. Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) Retrato de Carlos Morel Hesket JO

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE”

D. Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) Retrato de Carlos Morel Hesket

JOSÉ MONTENEGRO BACA

EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” 3ª edición

PRÓLOGO DE

Felipe Vicencio Eyzaguirre



SANTIAGO UNIVERSIDAD CENTRAL DE CHILE Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales 2004

© Universidad Central de Chile. Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Dirección de Investigación, Extensión y Publicaciones Comisión de Publicaciones. Lord Cochrane 417, Santiago Chile. Teléfono: 582 6304

Derechos Reservados Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la tapa, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Primera edición, Trujillo, Perú, 1965 Segunda edición, Trujillo, Perú, 1972 Tercera edición, Santiago, Chile, 2004 Impreso en los sistemas de impresión digital Danka Universidad Central de Chile, Lord Cochrane 417, Santiago. Comisión de Publicaciones: Nelly Cornejo Meneses José Luis Sotomayor Felipe Vicencio Eyzaguirre Diseño y composición de Patricio Castillo Romero.

La primera aventura de don Quijote se encaminó a remediar el abuso de que era víctima el pastorcillo Andrés.

SUMARIO

PRÓLOGO, por Felipe Vicencio Eyzaguirre

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Liminares de la Primera Edición Nota referente a la Segunda Edición

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Capítulo I LAS MÚLTIPLES INTERPRETACIONES DEL QUIJOTE 1.– Libertad de interpretación del Quijote 2.– La interpretación del Quijote desde el punto de vista del Derecho del Trabajo 3.– Quién inspiró al autor de este ensayo la idea de estudiar el aspecto jus-laboral del “Quijote”

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Capítulo II EL TRABAJO DE MENORES EN EL QUIJOTE 4.– El primer entuerto que remedió don Quijote se relaciona con el trabajo de menores 5.– Naturaleza jurídica del contrato que medió entre el rico labrador y el menor Andrés 6.– Don Quijote y la acción popular en favor de los menores trabajadores

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Capítulo III LA PRESTACIÓN DE SERVICIOS DE SANCHO PANZA A DON QUIJOTE 7.– Naturaleza jurídica del pacto que une a don Quijote con Sancho Panza 8.– El vínculo jurídico que une a don Quijote con Sancho reúne los caracteres de la relación de trabajo

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Capítulo IV EL PAGO DE SALARIOS A SANCHO PANZA 9.– La cuestión de los salarios 10.– La remuneración percibida por Sancho es de dos clases 11.– El gobierno de la ínsula como salario indirecto: formas como se hizo efectivo

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Capítulo V EL SIMBOLISMO DEL QUIJOTE EN RELACIÓN CON EL DERECHO DEL TRABAJO

12.– ¿La apreciación que se vierte en este ensayo es una visión transfigurada del Quijote? 13.– El simbolismo del primer entuerto que pretendió enderezar don Quijote 14.– El simbolismo de la primera aventura que acometió don Quijote en su segunda salida 15.– El significado trascendente de la representación del hombre-masa en la celebérrima obra 16.– El simbolismo de la zurra que debía sufrir Sancho para desencantar a Dulcinea 17.– Toda la trama del Quijote reposa en el desarrollo de una relación de trabajo: su simbolismo 18.– Don Quijote y el Derecho del Trabajo 19.– ¿Quién es el padre de este ensayo?

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Capítulo VI REVISIÓN DEL FALLO QUE INFAMA A SANCHO PANZA 20.– La revisión del afrentoso e injusto fallo que pesa sobre Sancho no es impertinente a la materia tratada en este libro 21.– Vicios del fallo

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Capítulo VII LAS PRETENDIDAS GLOTONERÍA Y COBARDÍA DE SANCHO PANZA 22.– La supuesta intemperancia en el comer 23.– El infundio de la cobardía de Sancho

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Capítulo VIII LA PRETENDIDA CODICIA Y EL PRETENDIDO GROSERO MATERIALISMO DE SANCHO 24.– 25.– 26.– 27.–

Sancho denigrado por codicioso Sancho no sufre grosero materialismo Razones que explican la aparente codicia de Sancho Panza El anhelo de Sancho de ser como su amo

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Capítulo IX LA PRETENDIDA NECEDAD DEL GRACIOSO ESCUDERO 28.– Las refranerías de Sancho Panza 29.– Las simplicidades agudas de Sancho 30.– La supuesta bobería de Sancho Panza por haber creído llegar a ser gobernador de una ínsula 31.– Razones por las cuales Sancho Panza sigue a don Quijote

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Capítulo X EL EJEMPLAR Y MAGNÍFICO GOBIERNO DE SANCHO PANZA 32.– El contenido de este capítulo 33.– El Plan de Gobierno: el Plan de Política Social en la ínsula Barataria 34.– Sancho Panza en la ínsula ejerció tres funciones: Autoridad gubernativa, autoridad judicial y poder de policía 35.– Sancho paradigma de honradez como funcionario público 36.– Sancho, juez, sus decisiones no son inferiores a las del sabio Salomón. 37.– Las discretísimas opiniones de Sancho. 38.– Los únicos fallos prudentes en el Quijote son los pronunciados por Sancho y los que se refieren a problemas jus-laborales expedidos por don Quijote.

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Capítulo XI SANCHO PANZA ES REPRESENTANTE ESTELAR DEL TRABAJADOR

39.– Sancho pueblo egregio 40.– Sancho: estrella 41.– Don Quijote y Sancho constituyen una estrella binaria.

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PRÓLOGO

Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero. Don Quijote, primera parte, Cap. VI. Una mala novela despierta los sentidos; una buena, la conciencia Isabel de Rumanía

O

CUPADO LECTOR,

y sin juramento me deberás creer que digo ‘ocupado’ con justa razón, por cuanto al inicio del siglo XXI escasea la gente que gusta leer por el puro placer de hacerlo y que anda por ahí, además, desocupada. El ritmo de la vida contemporánea nos trae y nos lleva a su amaño —como espigas al viento— corriendo y trastabillando, resoplando y aspirando a pulmón lleno para, casi sin tregua, volver a sumergirnos en las turbulentas aguas de la existencia. Los índices de lectura no son los de antes; es más sencillo ver la película basada en un libro, que leer el libro mismo. Lo primero no requiere mayor esfuerzo, ni siquiera se vuelve imperativo echar andar el magín, basta mantener los ojos bien abiertos y los oídos prestos, y lo demás vendrá por añadidura. Un libro, en cambio, exige concentración, amén de activar la sesera para imaginar la escena, el personaje, su psicología y su transcurrir junto a los acontecimientos que se narran. Se lee no todo lo aprisa que se quisiera y las letras parecen pesar, como si fueran de plomo, cual si los tipos del chibalete algo hubieran traspasado de su esencia al papel; su cadencia es lenta, casi eterna y desesperante. Y por cierto que de-

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PRÓLOGO

sespera, ya que uno no dispone de tiempo para perder en lo que podría ver de modo condensado y deglutido, o bien, si extremamos las cosas, ¡ya!, pues leer, pero en algún resumen resumido, valga la redundancia, en un epítome telegráfico, sin pinturas ni atmósferas, sino fríamente preciso, sin estridencias, sin arte, donde se entreguen los datos y la información indispensables para saber quién es quién, y cuál es el desarrollo de los hechos. Es este estado de cosas el que me mueve a denominarte ‘ocupado’ y no ‘desocupado’ lector, como se estilaba antes, aun cuando –pensándolo bien– hay que estar realmente desocupado para prestar atención a un prólogo. Debo pues, requerir de tu voluntad el beneficio de la paciencia para resistir los próximos minutos ante estos párrafos, que espero breves, y que para nada pretenden subrogar al libro que anteceden. La bibliografía acerca del Quijote de la Mancha es enorme1, un verdadero mar sin orillas que arredra aún el ánimo del más entero de los eruditos que desee navegar en él; cuanto haya podido decirse acerca de esta obra y de su autor se ha expresado en las formas más distintas y en las lenguas y estilos más variados. En América —y cuando ocupo este nombre me refiero a un continente, y no a un país en particular— bien se sabe que el Quijote llegó a sus costas a poco de haberse publicado, e incluso hay quienes piensan que casi toda la tirada de la Edición Príncipe pasó al Nuevo Mundo. Las ediciones que se sucedieron a la de 1605, pronto demostraron su general aceptación; sin embargo no se publicó en este lado del orbe sino hasta entrado el siglo XIX, en México, 1

Vd. por ejemplo: Gabriel-Martín del Río y Rico. Catálogo bibliográfico de la Sección Cervantes de la Biblioteca Nacional: Obra premiada en el concurso público de 1916 e impresa a expensas del Estado.— Madrid: Tip. de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1930, xviii + 915 + tres p.; Rafael Heliodoro Valle, Emilia Romero. Bibliografía cervantina en la América española.— 1ª ed.— México: Universidad Nacional Autónoma de México, edición de la Academia Mexicana de la Lengua, 1950, xiv + cinco + 314 p.

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en 1843. Después otros países de la zona imprimirían el gran libro dentro de sus fronteras: Chile y Argentina, por ejemplo, lo harían en 1863 y 1904, respectivamente2. Más difícil resulta rastrear el interés de la crítica especializada por la gran obra del Manco de Lepanto. Independiente del éxito que alcanzó su lectura en Indias —de que dan muestras el estudio de los envíos del sistema de flotas y galeones desde la Metrópoli, así como el inventario de las librerías de entonces— no sé de trabajos de esa índole editados en el México o el Perú virreinales, los dos principales centros culturales donde podría haber florecido esa crítica. Sin tiempo para un estudio pormenorizado, y además, considerando que este no sería el lugar apropiado para ello, nada concluyente puede afirmarse para el siglo XIX, como no ser que fuera entonces, quizá a mediados de centuria, cuando comenzasen los trabajos americanos sobre Cervantes. Ahora bien, el vínculo entre el mundo del Derecho y el literario no es, como podría pensarse, cosa de ahora último; hombres del Foro se han dedicado a las letras desde que el mundo es mundo, varios de los cuales han sido, a su vez, especiales cultores de ellas. Ahí tenemos a Cicerón en su época, o más hacia nuestros tiempos, al mismo sabio Andrés Bello. En todo caso, y en la especie, la relación entre la historia jurídica y la literatura —llamémosla ‘amena’— es útil en cuanto ésta nos proporciona un vehículo de expresión del derecho ideal, así como da testimonio del estado jurídico de la época, especialmente de la conciencia jurídica colectiva3. 2

Rafael Heliodoro Valle, Emilia Romero, Op. cit., pp. 1-6. Para estudiar las distintas ediciones chilenas de las obras de Cervantes, véase mi artículo: “El Príncipe de los Ingenios en Chile: Notas para una bibliografía chilena de las obras de Cervantes (primera parte)”, en: Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 163, pp. 297-316. Santiago: Sociedad Chilena de Historia y Geografía, 1997, y “(Segunda parte)”, en: Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 164, pp. 279289. Santiago, 1998. 3 Alamiro de Ávila Martel, Curso de historia del Derecho. Santiago: Ed. Jurídica de Chile, 1955, t. I, p. 41. Más recientemente tenemos, aun cuando con perspectivas distintas, los libros de Richard A. Posner. Law and literature. Revised and

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PRÓLOGO

Dentro de los investigadores que han abordado el tema, con gran acierto por lo demás, sobresale Eduardo de Hinojosa, que con su estudio “El derecho en el poema del Cid”4 abrió una importante senda, demostrando, de paso, cómo debería llevarse a efecto una investigación de estas características. Tocante a los trabajos que se acercan a este, ya Ángel Ganivet se preocupó algún día de deshilvanar la relación entre la obra de enlarged edition. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1998, ix + 422 p. y Martha Nussbaum. Justicia poética: La imaginación literaria y la vida pública. Traducción de Carlos Gardini. Santiago: Ed. Andrés Bello, 1997, 183 p. Los ejemplos podrían llenar páginas, como fuere baste citar —solo al pasar— el ya clásico estudio y recopilación de Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, Estampas procesales de la literatura española (Buenos Aires: Ediciones Jurídicas Europa-América, 1961, 178 + dos p.); el libro de Manuel de Rivacoba y Rivacoba, Las ideas penales de Blasco Ibáñez, con un prólogo de Luis Jiménez de Asúa (Santa Fe, Argentina: Universidad Nacional del Litoral, 1966, 179 + nueve p.), basado como el mismo autor lo explica, en su homónimo Ideas penales de Anatole France por Mariano Ruiz-Funes (Murcia: Publicaciones de la Universidad, 1926, 143 p.). Está también el trabajo de Antonio Quintano Ripollés, La criminología en la literatura universal (Barcelona: Bosch, 1951), o bien el trabajo de Manuel Salvat Monguillot quien, cuando hizo una reseña bibliográfica “A propósito de una nueva edición del ‘Libro de Buen Amor’ del Arcipreste de Hita”, no trepidó en realizar una serie de disquisiciones bien interesantes sobre los alcances jurídicos que se pueden encontrar en la fábula “Del pleyto qu’el lobo e la raposa ovieron ante don Gimio, alcalde de Buxia” (en Boletín del Seminario de Derecho Público, Nº 9, pp. 45-55, Santiago: Universidad de Chile, el Seminario, 1937). El mismo Salvat tiene a su haber un artículo tocante a los “Aspectos históricojurídicos del ‘Ernesto’ de Rafael Minville” (en Revista Chilena de Historia del Derecho, Nº 7, pp. 193-197, Santiago, 1978). Francesco Carrara escribió un interesante artículo “Dante criminalista (Estudio histórico)”, en Revista de Estudios Penitenciarios, Nº 172, Madrid, Enero-Marzo de 1966, con separata. La abogado chilena, Norma Mobarec Asfura publicó también su investigación Las Mil y una Noches como fuente de conocimiento histórico jurídico (Santiago: Ed. Jurídica de Chile, 1958, 122 p. + 3 hs. en bl.). 4 Eduardo de Hinojosa. “El derecho en el poema del Cid”, que fue publicado primero en el Homenaje a Menéndez Pelayo en año vigésimo de su profesorado (1899), y reeditado después en sus Estudios sobre la historia del derecho español. Madrid: Imp. del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1903, pp. 73-112. Otro estudio que toca lo mismo, es el de Pedro Corominas: “Las ideas jurídicas en el poema del Cid”, editado en las páginas de la Revista general de legislación, pp. 62, 222-289 (Madrid, 1900).

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Cervantes y el mundo del Derecho, aun cuando muy al pasar. En España misma algunos connotados tratadistas han incursionado en el área, con mayor o menor fortuna: Antonio Martín Gamero con su Jurispericia de Cervantes5, Tomás Carreras y Artau con La filosofía del derecho en el Quijote6 y Enrique de Benito y de la Llave con el libro La criminología del Quijote7. En México, Secundino Egües tiene un breve artículo sobre el pensamiento ético y jurídico en el Quijote8, y Armendino G. Pruneda aprovecha la gran novela para llevar a cabo variadas reflexiones desde la perspectiva jurídica9. Finalmente cabe mentar que en Cuba Mariano Aramburo posee un ensayo sobre Los documentos jurídicos del Quijote10. En Chile, dos distintos escritores, abogados ambos, pergeñaron algunas páginas enderezadas por el mismo camino: Aníbal Echeverría y Reyes escribió un breve estudio biográfico acerca de Cervantes en el cual describe las diversas penurias económicas por la que atravesó don Miguel, y cómo fue que en varias ocasiones dio con sus huesos en el calabozo. En síntesis aclara que Ninguna de estas prisiones afrenta a Cervantes; se originaban por los intrincados trámites burocráticos de la época, y por la dificultad en arreglar cuentas enredadas con prolijas liquidaciones. 5

Antonio Martín Gamero, Jurispericia de Cervantes. Toledo, 1870. Tomás Carreras y Artau, La filosofía del derecho en el Quijote: (Ensayos de Psicología colectiva). Madrid: Oficina Tipografía de Carreras y Mas, sa. [1903], 416 p. + 1 h. 7 Enrique de Benito y de la Llave. La criminología del Quijote: Lección dada en Cátedra en la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza el día vi de mayo, año mcmv por el Doctor ... Zaragoza: Oficina Tipográfica de Mariano Salas, 1905. Corresponde a la serie Lecciones Universitarias del Quijote, con el número III. Abordó temas como el Derecho y la literatura; el estudio del derecho penal en la literatura castellana; la criminología del Quijote; la idea del delito en el Quijote; la idea del delincuente y los criminales del Quijote. 8 Secundino Egües, “El pensamiento ético y jurídico en el Quijote de Cervantes”, en: El Progreso Latino, Vol. III, Nº 14, p. 420 (México, 1905). 9 Armendino G. Pruneda. Reflexiones de un jurista en torno a Don Quijote. Chihuahua, México: Universidad de Chihuahua, 1958. 10 Mariano Aramburo. Los documentos jurídicos del Quijote. La Habana, 1916. 6

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PRÓLOGO El hecho de recibir siempre comisiones hace comprender que no era un defraudador culpable; pero evidentemente, era tan descuidado como 11 buen literato .

El otro escritor letrado que redactó un trabajo cervantista que va de la mano con el Derecho, fue Carlos Anabalón Sanderson12 con El hijo de Temis o la sombra negra de Cervantes13. En él analiza al Quijote desde la perspectiva de la justicia como “eje motor del planteamiento ético que realiza Cervantes”14 en su libro. El Quijote ha llegado muy alto en Chile, siendo citado por el mismísimo Presidente de la Excma. Corte Suprema de la República en una ceremonia muy especial, cual es la de juramento de los nuevos abogados que se incorporan a la barra. En efecto, en 1985 D. Rafael Retamal López (1906-1992), a la sazón cabeza del máximo tribunal, tuvo palabras esperanzadoras para sus nuevos colegas, que transmitió en una breve alocución plagada de reminiscencias cervantinas. Para quien suscribe, ha sido un feliz encuentro este discurso, considerándolo digno de figurar como ejemplo de lo que se deja dicho, motivo por el cual cito de él un fragmento: 11

Aníbal Echeverría y Reyes. Miguel de Cervantes Saavedra: (El reverso de la medalla).— Santiago: Prensas de la Universidad de Chile, 1933, p. 12. 12 Nació en Concepción el 15 de Marzo de 1896, y murió en Valparaíso el 10 de Diciembre de 1969. Estudió Derecho en la Universidad de Chile, jurando como abogado el 31 de Julio de 1917. Su vida giró entorno a la magistratura, que comenzó en el cargo de Juez suplente de Magallanes en 1923, y lo llevó a desempeñarse como Ministro de la Iltma. Corte de Apelaciones de Valparaíso entre 1945 y 1962, fecha en que jubiló, Vd. Armando de Ramón Folch. Biografías de Chilenos: Miembros de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial: 18761973.— 1ª ed.— Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 1999, t. I, pp. 83-84. 13 Carlos Anabalon Sanderson. El hijo de Temis o la sombra negra de Cervantes: Pequeño ensayo novelado para una biografía crítica del insigne autor de ‘Don Quijote de la Mancha’. Prólogo de Mahfud Massis.— 1ª ed.— Valparaíso: Edeval, 1970, 314 + dos p. 14 Mahfud Massis. “Cervantes, llaga y criatura”, prólogo a la obra de Carlos Anabalon citada, pp. 9-10.

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Los hidalgos eran los hijos de algo. Sólo don Quijote no era hijo de nadie. Su progenie empezaba en él y así lo proclamó con voz entera y apuesto continente en una ocasión trascendental de su vida. Así de trascendental es para vosotros la ocasión de hoy en la vuestra. Habéis obtenido el título de la hidalguía jurídica sin heredarlo de nadie sino con vuestro esfuerzo individual, a veces agotador, a veces cruel. Puede ser que algunos de vosotros no paséis de ser hidalgos pobres si abrazáis, por ejemplo, la carrera de los que ahora os hemos hecho entrega del noble título de abogado. Puede acontecer así. Y si tuvierais que luchar para realizar la justicia no os olvidéis del hidalgo, don Alonso Quijano el Bueno, que, cuando fue elevado por Cervantes a la categoría ideal de don Quijote de la Mancha, tuvo que luchar contra los gigantes que, simulando ser molinos de viento para encubrir su perfidia, lo hicieron rodar por el campo de la Mancha o por otros campos con una de sus molineras aspas. No os importen estos peligros, porque esos molinos de viento suelen ser más vientos que molinos, y continuad con la nobleza que la carrera elegida os confiere, ejerciendo vuestro oficio de lograr la paz entre los hombres y defender su dignidad15.

Estas son las circunstancias, contadas al correr de la pluma, en las que se recibe en Chile el libro del profesor D. José Montenegro Baca —con dos ediciones anteriores, de 1965 y 1972— y merced a la iniciativa del señor decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de esta Universidad, D. Víctor Sergio Mena Vergara. Cabe advertir que esta edición no tiene cambios respecto a la segunda, y sale así cortada de la misma tela que la anterior; en rigor no es sino una reimpresión de aquélla, con una que otra revisión de estilo, y la corrección de algunas erratas evidentes. No obstante esto y que el Derecho del Trabajo es de una mutabilidad prodigiosa — siempre nuevas leyes se promulgan— lo que podría hacer envejecer 15

Rafael Retamal López. “Esfuerzo personal” [discurso leído el 11 de Noviembre de 1985], en sus: Discursos pronunciados por el ex Presidente de la Excelentísima Corte Suprema en las ceremonias de juramento de nuevos abogados: 1983-1988. [Prólogo de Luis Bates H., Ministro de Justicia]. Santiago: Gobierno de Chile, Ministerio de Justicia, 2003, pp. 57-58.

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PRÓLOGO

mpre nuevas leyes se promulgan— lo que podría hacer envejecer el texto en su conjunto, ello no ocurre en este caso. En efecto, si bien las disposiciones citadas pueden haber sido abrogadas a veces, o modificadas las más de ellas, lo que subyace en todas son principios que, como rocas, resisten al tiempo, inmutables; y esos principios son los que insuflan vitalidad al ensayo. Al autor le interesan varios episodios de los distintos capítulos del Quijote que “tienen colindancias y coincidencias” con problemas ius-laborales, entre los que se encuentran el trabajo de menores —cual es el caso del pastorcillo Andrés— la prestación de servicios de Sancho a don Quijote, el pago del salario al escudero, etcétera. En cada caso, la cita de disposiciones que hayan podido quedar anticuadas, en nada desmerece a la tesis central, puesto que aun hoy la sociedad condena el abuso a los menores en sus más variadas formas y se penaliza con severidad las transgresiones que se cometen. El aspecto de la relación laboral entre empleado y empleador sigue estando ahí, presente, en el mercado, tanto como las ansias de una mayor justicia en el pago de sueldos y remuneraciones. Vistas así las cosas, este libro no pierde nada de su interés, conservándolo a despecho del progreso —o retroceso— de la legislación. El texto discurre desde el ensalzamiento del Quijote, hasta la férrea y decidida defensa que el autor hace de Sancho, labor está última que ocupa poco más de la mitad del libro. Don Quijote es visto como un hombre que, lleno de virtudes, sale a enderezar entuertos y desfacer agravios, sin parar mientes en las consecuencias de sus acciones, como ocurrió en el caso del pastor azotado por su amo, en que, al no quedarse en el lugar para cerciorarse de que el malhechor cumpliese, incurrió inmediatamente en error in procedendo. El hecho de analizar con alguna detención la naturaleza jurídica del pacto que une al Caballero y al Escudero, lleva al autor a

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encontrarle similitudes a una relación de trabajo, antes bien que un contrato de trabajo, lo que prueba punto a punto, echando mano a las características inherentes a ella. Entre éstas, menciona la ‘onerosidad’, que se traduce en el compromiso asumido por don Quijote a pagarle un salario a Sancho. La contraprestación asumida por el caballero pasa a ser de dos clases: un salario directo, pagado en efectivo bajo cualquier modalidad, y uno indirecto, constituido por la promesa del gobierno de una futura ínsula. Esto último hace que se estudie el corto gobierno de Sancho Panza en Barataria, a lo largo de páginas llenas de juiciosos comentarios, como juiciosos —en verdad— fueron las disposiciones del ínclito gobernador. Hay aquí una continuidad de pareceres entre el autor y Peter Frank de Andrea, quien también dedicó un par de estudios tocantes a ello y que, aun cuando están escritos hace mucho, siguen prestando buen servicio en la República de las letras16. La parte final está dedicada a defender a Sancho de la difamación recaída en él y que lo ha presentado sistemáticamente como glotón, cobarde, codicioso, necio y grosero materialista. Cree pertinente esta defensa porque para él Sancho representa al trabajador. Montenegro Baca no escatima esfuerzos para realizar su cometido. ¡Hablen cartas y callen barbas! A los argumentos legales suma los de autoridad, basándose en las opiniones de diferentes críticos literarios, pensadores y ensayistas, así como letrados. Finalmente adjunta otros medios de prueba, para mí más importantes, como los que ocupa haciendo gala de una fina psicología, demostrando de

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Peter Frank de Andrea, “El gobierno de la ínsula Barataria, Speculum Principis cervantino”, en: Filosofía y Letras, Nº 26, pp. 241-257. México, Abril-Junio de 1947. El autor publicó un extracto bajo el título “El arte cervantino de gobernar”, en el Diario de la Marina de La Habana, el 1 de Noviembre de 1947 y en La Prensa de Nueva York, del 19 y 20 de Noviembre del mismo año. Véase además “La justicia del gobernador Sancho Panza en la ínsula Barataria”, en: AlcaláZamora, Op. cit., § 29-32, pp. 92-99.

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PRÓLOGO

paso el conocimiento que tiene del hombre, de sus grandezas y miserias. De muestra, un botón. Al iniciar la defensa de Sancho sobre su pretendida necedad, argumenta: Infámase a Sancho, calificándolo de necio; pero, más que estulto, es ignorante; su simplicidad y aparente bobería derivan de causa ajena; su mal no es congénito sino circunstancial; no es imbécil ni siquiera mal educado, sino ineducado. No cabe declarar ciego al privado de la luz del saber (Cap. IX, § 28).

Y respecto a su bobería, al haber creído que llegaría a ser gobernador de una ínsula: [L]a credulidad no se explica por la zoncera, sino porque era pobre de solemnidad en materia de instrucción como que era analfabeto y vivía en un muy modesto villorrio del cual nunca había salido. Sabido es que los ignorantes tienen bastas creederas, máxime si lo que se afirma proviene de “fuentes por lo general bien informadas”, para emplear términos usados en los tiempos que corren (Cap. IX, § 30).

Los capítulos VII a IX reveen lo sentenciado por el Tribunal de la Historia Literaria, paso a paso, meticulosamente, hasta concluir que el famoso escudero resulta “totalmente exento de los cargos que se le imputan”. La sentencia de reemplazo, en el supuesto que el recurso de casación interpuesto por el autor fuere aceptado por la Alta Corte, él no se atreve en adelantarla, reconociendo que ella solo corresponde a la crítica que el mundo literario mismo debe hacer, estudiados los antecedentes del caso. Hay en esto una particular sapiencia del escritor, y un no menor apego al interés de concederle a su defendido un juicio justo, y un feliz resultado a sus expectativas, sin querer llenarlo de falsas esperanzas.

FELIPE VICENCIO EYZAGUIRRE

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La obra del académico peruano se lee con facilidad, demostrando con ello pericia en el manejo del rico idioma cervantino; es más, no le teme a las hipérboles ni menos a las comparaciones y analogías, todo lo cual permite que el trabajo guarde relación con la obra analizada. Hay algunos pocos giros lingüísticos desconocidos para el chileno, propios del Perú, y que se han mantenido para dejar el sabor de su origen; tal es el caso, por ejemplo, del término ‘relievar’, es decir, ‘poner de relieve’, ‘dar importancia’, según la Real Academia. Digamos finalmente que el editor ha considerado pertinente añadir unas pocas ilustraciones, como las del famoso artista francés Gustavo Doré, y unas más de un chileno —sensiblemente desconocido para el común de la gente— y cuya labor con el pincel es de admirar: D. Carlos Morel Hesket. Estamos ciertos que así la edición gana en prestancia. Y viendo lo hasta ahora escrito, bien me temo que me he ido por los cerros de Úbeda, dejando a un lado mi cometido de no interferir con el texto más de lo necesario. Sea, pues, tiempo de poner coto al asunto, ocupado lector, no sin prometerte antes, que te adentras en un buen libro, y que de sus líneas más de un provecho habrás de sacar. Y con esto, Dios te de salud y a mi no me olvide. Vale.

FELIPE VICENCIO EYZAGUIRRE Sociedad Chilena de Historia y Geografía

Constitución, Casa MacIver, verano de 2004

LIMINARES DE LA PRIMERA EDICIÓN

Prima facie, conviene hacer prieta síntesis del contenido de este ensayo, que desarrolla dos tesis: En primer lugar, dilucida los sucesos del Quijote que coinciden o colindan con el Derecho del Trabajo, probándose que son varios e importantes; de otro lado se revela que los fallos de don Quijote sobre cuestiones ius-laborales resultan acertados y admirables. En segundo lugar, se acredita que Sancho Panza encarna al trabajador en la celebérrima novela, representación que desempeña en forma estelar, pues parece ser estrella de tanta magnitud como don Quijote, lo cual se trata de evidenciar en el decurso de este ensayo. Sancho es acreedor a las mayores distinciones. El escudriño de los referidos aspectos ha ascendrado la cariñosa admiración que siempre he guardado por el Caballero del Ideal y por su gracioso Escudero, dechado de fidelidad y tan quijotesco e iluso como su glorioso amo. La meditación sobre los problemas en referencia me ha llevado al convencimiento de la superlativa trascendencia de la elucidación de los aspectos jurídicos del Quijote y de la Literatura Española de los Siglos de Oro, especialmente de la novela picaresca y del teatro de esa época, inapreciables colecciones de colosales y estupendas pinturas murales de la vida del egregio pueblo español. Esos esclarecimientos tienen insospechada importancia pedagógica, tanto universitaria como de extensión universitaria: Facilitarán, por un lado, el estudio del Derecho en las facultades respectivas; los alumnos de éstas tropiezan con el inconveniente de que casi a ex abrupto pasan de estudios humanísticos a los jurídicos, de los cuales tenían pocas noticias. Las facultades de Derecho

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han empezado a salvar el problema con la organización de los años Pro-Jurídicos, esto es, aquellos que encaminan y preparan adecuadamente a los discentes para el aprendizaje del Derecho. Los citados estudios constituirán invalorable venero de enseñanzas y permitirán aplicar en el aprendizaje del Derecho el principio metodológico de “asociar los conocimientos nuevos a los ya adquiridos”, esto es, vincular los conocimientos jurídicos por adquirir a conocimientos literarios de obras estudiadas en años anteriores al ingreso en las Facultades de Derecho; además, darán amenidad al aprendizaje de la ciencia del Jus y enriquecerán el buen decir, acrecentamiento de mayúscula utilidad para el futuro hombre de leyes, por razones obvias. Los estudios en referencia servirán grandemente en el desarrollo de los años Pro-Jurídicos. En el ciclo profesional propiamente dicho pueden ser usados para realizar la motivación de la clase, de que hablan los pedagogos, esto es, para despertar el interés por el tema que va a ser objeto de examen. De otro lado, los estudios mencionados coadyuvarán a la tarea de la extensión universitaria en lo que toca a la difusión de los conocimientos jurídicos en la gran masa. Esta faena, como se sabe, es propia e ineludible de los quehaceres universitarios. No se conciben ya centros de estudios superiores convertidos en torres de marfil; los conocimientos elaborados en las aulas universitarias deben ser divulgados a las masas, es una de las formas precipuas como las universidades modernas sirven a la comunidad. Las referidas pesquisas tienen, pues, interés pedagógico, además del literario y del jurídico. Interesarán a profesores universitarios, a literatos y a juristas. El estudio sistematizado de los filones jurídicos de las obras literarias pueden culminar en la creación de nueva variedad del ensayo, que podría denominársele ensayo ius-literario. Más aún:

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quizás se llegue a algo más complejo, esto es, a la creación de nuevo género literario. Hasta la fecha, los libros que explotan las cuestiones jurídicas de las obras de la literatura, se quedan en comentarios jurídicos de éstas, glosas brillantes por cierto. Sugiero algo más que simples glosarios. No propugno la mera mezcla del Derecho con la Literatura, sino armoniosa combinación que desemboque en la creación de otro cuerpo, de algo nuevo y diferente de aquél y de ésta. Sugiero realizar labor de recreación de las obras literarias. Las disquisiciones jurídicas deben ser elaboradas en tal forma que no se queden en simples comentarios. Habrá que hacer derroche de sentido creador de diversos ardides literarios. Los teatros shakesperino, lopesco y calderoniano —para sólo citar ejemplos próceres— tan fértiles en artificios pueden aportar, para el efecto, magníficas enseñanzas. En este ensayo no aplico la fórmula que acaso dé lugar a la creación de nuevo género literario, o por lo menos, a nueva variedad del ensayo. Es por lo tanto sólo comentario ius-laboral de El Quijote. Espero emprender estudios de mayor envergadura. Pretendo escudriñar El Quijote a la luz de las diversas ramas del Derecho. Tengo en mente examinar ius-literariamente algunos episodios de la novela picaresca, que son verdaderos lienzos de Verónica en los cuales todo un pueblo ha impreso el rostro del drama social. Es posible que entonces me anime a aplicar la antedicha fórmula. Este ensayo aparece como homenaje al I Congreso Iberoamericano de Derecho del Trabajo, que tiene lugar en tiempos aurorales en los que el hombre ha iniciado ya la Época Espacial. Pues bien, en estos tiempos de alucinantes hazañas interespaciales, en esta hora en que se inicia una nueva rama del Derecho: el Derecho Inter-planetario, en esta hora expectante, el Derecho tiene que realizar labor insospechada y sobresaliente, porque el contacto de la Tierra con otros planetas —aún en el caso de que

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estuviesen deshabitados— va a dar lugar a que el Jus enfrente cordilleras de problemas que constituirán Nuevos Mundos Jurídicos. Los hombres del Jus tendrán que embarcarse en cosmonaves del espíritu para circunvolar y conocer a éstos, para luego elaborar los respectivos ordenamientos. En el entrechoque con las realidades virginales, tocará al Derecho del Trabajo, sin hesitación alguna, realizar labor agónica y protagónica, ya que vivimos el siglo del trabajador. Es simbólico que el i Congreso Iberoamericano de Derecho del Trabajo se lleve a cabo en tales tiempos. Ello indica, acaso, que así como el genio hispanoamericano fue capaz de descubrir las Américas Jurídicas contenidas en el primer Código de Trabajo del Mundo —las admirables Leyes de Indias—, ahora, frente a los nuevos Mundos Jurídicos de la Época Espacial, coadyuvará en su descubrimiento y conquista. España y América Hispana, toto corde, todo corazón, imprimirán a los nuevos ordenamientos el tono cordial, noble, cristiano y humanísimo que caracterizan a las Leyes de Indias, inestimable monumento jurídico. Don Quijote, sublime caballero de la noble ilusión, prestará su fe en los grandes ideales de justicia; Sancho Panza, el más ilustre de los escuderos, ayudará a conquistar las nuevas ínsulas, en donde reinará la Dulcinea de las jus-laboralistas: la Justicia Social.

JOSÉ MONTENEGRO BACA Trujillo, Perú, 1965.

NOTA REFERENTE A LA SEGUNDA EDICIÓN

La Primera Edición de El Derecho del Trabajo en El Quijote fue publicada en 1965, en homenaje al i Congreso Iberoamericano de Derecho del Trabajo, celebrado en Madrid, España, en 1965. La edición se agotó rápidamente. He sido instado a publicar la segunda. Los generosos comentarios en torno a dicho ensayo me han animado a ofrecer al público esta nueva edición. La Segunda Edición aparece en 1972 en homenaje al IV Congreso Iberoamericano de Derecho del Trabajo, que tendrá lugar en Sao Paulo, Brasil, el primer centro industrial de América Española y Lusitana.

JOSÉ MONTENEGRO BACA Trujillo, Perú, 1972.

Capítulo I LAS MÚLTIPLES INTERPRETACIONES DEL QUIJOTE 1.– Libertad de interpretación del Quijote Ya pasó el tiempo en que el libro inimitable sólo servía a los retóricos para estudiar las excelencias literarias; ahora, se le hace objeto de estudios sociológicos, jurídicos, políticos, etc. Y es que nada es inmutable. Ni la relación de la Tierra con los astros goza de permanente fijeza. Según los astrónomos, la estrella Vega de la constelación Lira, que fulgura en el cenit del planeta, dentro de 14.000 años llegará a ser la estrella Polar debido al movimiento que el sistema solar lleva a cabo alrededor de la citada constelación. Ni siquiera la estrella Polar permanece pues en un mismo sitio, no obstante que siempre ha servido de símbolo de lo absolutamente firme. Los hombres del siglo XX no miran la misma estrella Polar que miraron los hombres en los albores de la especie humana, ni de aquí a 14.000 años, los hombres verán la misma estrella Polar ni el mismo firmamento que miramos en la centuria que vivimos. Todo es devenir; todo será sujeto a transmutaciones. La ley del continuo cambio se aprecia en toda su amplitud en los mundos siderales de la literatura. Hoy por hoy, la Literatura Occidental gira en torno a la constelación integrada por las estrellas o brillantes creaciones de Cervantes, Shakespeare, Camoens, Goethe, Dante, Platón, etc. Pero no siempre fue así ni lo será eternamente, como no siempre dicha Literatura tuvo las mismas estrellas polares o estrellas-guías. Claro está, las creaciones literarias insignes permanecen tal como las alumbraron sus geniales autores. Pero, constantemente varían las interpretaciones que la crítica hace gravitar sobre ellas.

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Merced a estas interpretaciones las obras egregias resultan escritas por la posteridad, aunque parezca paradójico. Con razón, Azorín refiriéndose al Quijote ha dicho: “El Quijote no lo ha escrito Cervantes; lo ha escrito la posteridad. Queremos significar con esto que no comprendido por los hombres del siglo XVII, sólo a lo largo de las generaciones ha ido adquiriendo su verdadero y profundo valor, formándose de ese modo, haciéndose, escribiéndose”1. Con Agustín Basave Fernández del Valle podemos preguntarnos: “¿Cuál es el verdadero Quijote, el del autor o el Quijote del lector?”2 “Cada generación tiene su don Quijote, ha dicho Valbuena Prat; la interpretación de la obra cervantina varía con los estilos, con los gustos, con los temperamentos. Cervantes no ha escrito un libro sencillo y unilateral. En él hay tan complejas y diversas posibilidades, que todo lo que sea colocarse en un solo punto de mira va en detrimento de la integridad racional y humana del más universal y profundo libro de nuestra literatura”3. Y es que “el síntoma de los valores máximos es la ilimitación”, tiene dicho José Ortega y Gasset. La ilimitación de la portentosa obra permite variadísima interpretación de su contenido inagotable, inex-haustible. Las grandes creaciones literarias de los genios como Cervantes, son mundos

1

Azorín (José Martínez Ruiz), Clásicos y Modernos, Colección Austral, p. 90. Idéntica opinión vierte el mismo autor en Los Valores Literarios, Buenos Aires: Ed. Losada, 1957, pp. 15 y 65. 2 Agustín Basave Fernández del Valle, Filosofía del Quijote, México: Ed. Austral, 1959, p. 18. (Colección Austral). 3 Ángel Valbuena Prat, Historia de la Literatura Española, 3ª ed. Barcelona: Editorial Gustavo Gil, 1950, vol. II, pp. 93, 100 y 101.

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nuevos que exigen estudios más profundos de lo que la sobrehaz de la letra dice para tener conocimiento cabal de su contenido. Cervantes con la clarividencia propia del genio barruntó el sinfín de interpretaciones de que iba a ser objeto su magistral novela. En el “Prólogo” de su inmortal obra, dirigiéndose al lector, dice, al respecto: “Puedes decir de esta historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella”4. J. V. Castro Silva, comentando el profético párrafo preinserto escribe: “Cervantes, anteviendo la muchedumbre de sentidos que habrían de buscarse y de hallarse en el Quijote, consintió en que se le dieran múltiples y diversas interpretaciones, que cuando no estuvieren encerradas o comprendidas en la idea y propósitos cervantinos, si podría expresar algo de lo mucho que se recata en el poema quijotesco. Hay alusión a la libertad y al señorío de les lectores, que podría alegarse como indicio de que Cervantes no veía con malos ojos que los sucesos del ingenioso hidalgo se ajustaran y entallaran conforme a la diversidad de los entendimientos, lo cual aventajaría la obra más y mejor que si la hubiere circunscrito y limitado de acuerdo con una idea precisa e inmutable”5. La libertad de interpretación del Quijote constituye, casi communis opinio en la crítica moderna. Podría convertir este parágrafo en un centón de citas para probar lo que acabo de afirmar. Pero sólo voy a transcribir los juicios emitidos por dos doctísimos escritores, sobre el particular: “No es más que mezquindad de espíritu, por no decir algo peor, lo que mueve a ciertos críticos nacionales a empeñarse en que 4

Miguel de Cervantes Saavedra, “Prólogo”, en su: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, Madrid: Ed. Aguilar, 1951, p. 207. 5 J. V. Castro Silva, “Prólogo del Quijote”, p. 15.

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reduzcamos el Quijote a una mera obra literaria, por grande que su valor sea, y a pretender ahogar con desdenes, burlas e invectivas a cuantos, buscan en el libro sentidos más íntimos que el literal. Si la Biblia tiene un valor inapreciable, es por lo que en ella han puesto generaciones de hombres que con su lectura han apacentado sus espíritus; y sabido es que apenas hay en ella pasaje que no ha sido interpretado cientos de maneras, según el intérprete. Y esto es un bien grandísimo. Y lo que se ha hecho con la Sagrada Escritura del Cristianismo, ¿por qué no se ha de hacer con el Quijote que debería ser la Biblia Nacional de la religión patriótica de España?”6 “Escribí Vida de don Quijote y Sancho para repensar el Quijote contra cervantistas y eruditos, para hacer obra de vida de lo que era, y sigue siendo para los más letra muerta. ¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos”7. Don Marcelino Menéndez Pelayo, con la autoridad derivada de su reconocida sabiduría, manifiesta: “Cada cual tiene derecho a admirar el Quijote a su manera y de razonar los fundamentos de su admiración, por muy lejanos que éstos parezcan del común sentir de la crítica y aún Je la letra de la obra. Precisamente, porque el Quijote es obra del genio, y porque toda obra de genio sugiere más de lo que expresamente dice, son posibles esas interpretaciones que a nadie se le ocurre aplicar a las obras de talento reflexivo y de la medianía laboriosa. Quién no tenga por suficiente gloria para Cervantes la de ser el primer novelista del mundo, un gran poeta en prosa, un admirable creador de representaciones ideales y de formas vivas, el más profundamente benévolo y humano de todos los escritores satíricos, estímele en 6

Miguel de Unamuno, Ensayos, Madrid: Ed. Aguilar, 1951, t. I, p. 662. Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Santiago de Chile: Ed. Cultura, 1937, p. 253. 7

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buena hora como médico o jurisconsulto o como político, y deduzca de sus obras todas las filosofías imaginables: que cada cual es dueño de leer y entender El Quijote a su modo. Ningún esfuerzo intelectual es estéril: el ingenio y la agudeza hasta cuando son mal empleados, suelen conducir a algún resultado provechoso, y ¿quién sabe si el cervantismo simbólico será una especie de alquimia que prepare y anuncie el advenimiento de la química verdadera, es decir de la era científica y positiva en el conocimiento e interpretación de la obra de Cervantes?”8 2.– La interpretación del Quijote desde el punto de vista del derecho del trabajo Podría seguir copiando sapientes pareceres de escritores contemporáneos sobre la libertad interpretativa de la magna obra; pero no lo hago porque resultaría más fácil enumerar a quienes discurren en contrario. Basta de citas. De lo expuesto, cabe afirmar sin hesitación alguna que Cervantes permite al lector dar múltiples interpretaciones a su colosal obra. Por otra parte, la crítica literaria contemporánea más empinada es un coro plaudente de tal libertad. Basándome en estas consideraciones me he atrevido con no poca avilantez a interpretar la celebérrima novela desde el punto de vista del Derecho del Trabajo. El tema es virgíneo; no ha sido explotado por las literaturas cervantista ni quijotista. Al esclarecer esta faceta del Quijote he aplicado el consejo metodológico de Nietzche: “Hay que ver el arte con la óptica de la vida”, esto es, en este caso, a través de la óptica juslaboral. A comienzos del siglo XVII, la omnisciencia de Cervantes le permitió adivinar asuntos jurídicos que empezaren a ser estudiados 8

Marcelino Menéndez Pelayo, Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, p. 312.

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a fines del siglo XIX. Se adelantó dos siglos. Y es que el genio encarna la intuición elevada a la suma potencia; cuando se lo propone deviene en pasmoso profeta; el genio es como aquel viajero que obligado por la tempestad tuvo que pasar una noche en la cima de un elevado cerro, desde donde, a la luz de los relámpagos pudo observar características de una ciudad distante, v. gr. las torres de las iglesias, plazas, grandes edificios, contornos del plano, etc.; más tarde la describió, no obstante nunca haberla visitado propiamente; así el genio habla de lo ignoto, como si lo conociera; el relampaguear de su inspiración le permite descubrir regiones del saber humano no conocidas. No tiene por qué llamar la atención que Cervantes enfoque problemas jus-laborales siglos antes de la aparición del Derecho del Trabajo. El genio no tiene la necesidad de estudiar detenidamente una ciencia para ocuparse con acierto de ella. El genio es clarovidente. De otro lado, al estudiar en este ensayo el Derecho del Trabajo en El Quijote no pretendo sostener que Cervantes en su inmortal obra se propuso dilucidar sistemática y minuciosamente problemas jus-laborales; lo que sostengo y me propongo demostrar es que episodios de diferentes capítulos tienen colindancias y coincidencias con dichos problemas. Anhelo que el nuevo enfoque constituya aporte —modesto por cierto— AMGD (Ad mayorem gloria Dei), a mayor gloria del dios don Quijote. Baso este deseo en la afirmación de Gonthier de eme “en cada interpretación por mala que sea, se halla un fondo de verdad, un aspecto nuevo, un rayo de luz”9. Eminentes e innúmeros exégetas del Quijote se empeñan en comprenderlo históricamente, esto es, en el contexto de su época: se 9

Denys A. Gonthier. El drama psicológico de El Quijote, Madrid: Studium, 1962, p. 21.

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afanan en remozar colores v valores sin recurrir a la tarea del restaurador de pinturas famosas, faena peligrosa va que expone al riesgo de que la limpieza roce la delicada v preciosa epidermis depositada por las últimas pinceladas. Quienes estudian históricamente al Quijote al remozar colores y valores lo hacen usando juegos de proyectores luminosos de luz que tratan de reconstruir la iluminación en la que la obra era primitivamente contemplada. Marcel Bataillon, por ejemplo, tiene interesante estudio sobre El curioso impertinente —novela corta que, como se sabe, forma parte del Quijote— a la luz de lo que significó el matrimonio cristiano en el siglo XVI. Sin vacilación alguna puede afirmarse que es utilísima y admirable la labor de comprender a Cervantes a la luz de las ideas de su época. Pero, ello no quita que se procure entenderlo a la luz de las ideas de cada generación. El propio Marcel Bataillon, no obstante que es cultor del esclarecimiento de Cervantes empleando proyectores luminosos históricos, conviene en que “cada siglo de la posteridad tiene el derecho de contemplar las obras maestras a su propia luz y degustarlas a su propia manera”10. Permítaseme hacer uso de mi derecho de saborear la inmortal obra a mi leal saber y entender; permítaseme expresar mi pasmosa admiración observándola, remirándola y escudriñándola con el proyector de luz del Derecho Laboral, esto es, resolviendo ciertas cuestiones planteadas por esa obra, tal como las resolveríamos ahora. En algunos casos —adelantando opiniones— vamos a ver que Cervantes, genialmente, las resuelve aplicando principios y normas de nuestros días.

10

Marcel Bataillon, Varia lección de clásicos españoles, Madrid: Ed. Gredos, p. 238 y s.

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3.– Quién inspiró al autor de este ensayo la idea de estudiar el aspecto jus-laboral del Quijote Antes de dilucidar el estudio del Quijote desde el punto de vista del Derecho del Trabajo, voy a explicar quién encendió en mi mente el osado propósito de estudiar esta faceta intocada. Pues bien: Un símil manoseado por los literatos consiste en comparar a los hombres extraordinarios con las estrellas. Por cierto que la comparación es acertada: los hombres de excepcional valor son verdaderos mundos estelares. El fulgor de la estrella de primera magnitud que se llama Miguel de Cervantes Saavedra, brilla a través de los siglos. Y ya que he usado el socorrido símil en referencia, séame permitido explotar la resobada idea de comparar a los hombres insignes con los astros, pero intentando realizar creación intelectual, creación que será relativa, ya que como se sabe la creación intelectual consiste en vestir ideas viejas con ropajes y aderezos nuevos. Para el efecto, conviene recordar que la noche en que fue inaugurada la Exposición Internacional de Chicago de 1933, se encendió una gigantesca antorcha compuesta por centenares de reflectores, la cual inundó con cascadas de luz el amplísimo campo de la Exposición. Ninguna mano encendió la antorcha, lo hizo un rayo de luz de la estrella Arturo. ¿Cómo pudo el débil rayo de una estrella encender la antorcha eléctrica? La maravilla se realizó de la siguiente manera: el rayo estelar penetró en una fotocélula, esto es, en un recipiente de cristal revestido por dentro con un metal alcalino; al penetrar provocó una ínfima corriente eléctrica, la cual bastó para cerrar un pequeño circuito eléctrico, que por su parte, activó el poderoso acumulador, fuente de la luz de los reflectores. Se eligió la estrella Arturo, porque su luz tarda en llegar a la Tierra, nada menos que 40 años, y la primera exposición de Chicago tuvo lugar 40 años atrás de la segunda; de manera que el rayo de luz que partió de Arturo al ser

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clausurada la primera exposición de 1893, llegó justamente para intervenir en la inauguración de la segunda de 1933, después de recorrer fantásticas distancias. En la Astronomía del Espíritu hay estrellas, cuyos rayos de luz recorren mayor número de años que los de la estrella Arturo. La luz esplendente que nos viene de la estrella llamada don Quijote ha recorrido a la fecha 361 años, ya que la primera publicación de la primera parte de la obra tuvo lugar en 160411. El asunto de este ensayo es el fosforecer que ha originado en mi mente un rayo de luz de la estrella El Quijote. En este trabajo estudio la magna obra desde el punto de vista del Derecho de Trabajo. El inmortal libro ha sido estudiado por cultores de otras ramas del Derecho, v. gr. por aquellos del Derecho Civil; pero no lo ha sido por especialistas del Derecho Laboral. Tócame iniciar este estudio. Aquilato en toda su magnitud la enormidad de la empresa.

11

Los 361 años se refieren a la primera edición de este ensayo –1965–; a la fecha de la segunda edición –1972– han transcurrido 372 años, y a la de la tercera, que es la que el lector tiene sus manos, llevan corridos 400 años.

Capítulo II EL TRABAJO DE MENORES EN EL QUIJOTE

4.– El primer entuerto que remedió don quijote se relaciona con el trabajo de menores Meditando acerca de la trama del portentoso libro, he caído en la cuenta de que el primer entuerto que pretendió enderezar el Sublime Loco, fue el encaminado a remediar el abuso de que era víctima un menor dedicado a prestar servicios de pastor a un vecino llamado Juan Haldudo el rico. Es muy curioso que el primer desaguisado que quiso remediar don Quijote se relacione con el Derecho del Trabajo. Es digno de relieva que el ínclito Caballero Andante, apenas fue armado caballero, protagonizó el hecho en referencia; de éste se ocupa el Capítulo IV de la Primera Parte. Después de la graciosa manera qué tuvo don Quijote de armarse caballero, se dirigió a su casa a procurarse los servicios de un escudero, así como para proveerse de dinero y de ropas. Caminando en dirección a su aldea oyó que de la espesura de un bosque salían voces como de persona que se quejaba. A pocos pasos del bosque vio atado a una encina a un muchacho, desnudo de medio cuerpo para arriba, de unos quince años de edad, que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando muchos azotes con una pretina un labrador de buen talle. Viendo don Quijote lo que pasaba, con airada voz dijo: —Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede. Subid sobre vuestro caballo, y tomad vuestra lanza (que también tenía una lanza arrimada a la encina adonde estaba arrendada la yegua), que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto y con buenas palabras respondió: —Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos; el cual es tan descuidado, que cada día me falta una, y porque castigo su descuido o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente. . —¿Miente, delante de mí, ruin villano? —dijo don Quijote— Por el sol que nos alumbra que estoy por pasaros de parte -a parte con esta lanza: pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego. El labrador bajó la cabeza, y sin responder palabra desató a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le debía su amo. El dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote, y halló que montaban sesenta y tres reales, y dijóle al labrador que al momento los desembolsase si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que, para el paso en que estaba y juramento que había hecho (y aún no había jurado nada), que no eran tantos; porque se le hablan de descontar y recebir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo. —Bien está todo eso —replicó don Quijote—; pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado; que si él rompió el cuero de los zapatos que pagastes, vos le habéis rompido el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que, por esta parte, no os debe nada. —El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dinero; véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro. —¿Irme yo con él —dijo el muchacho— más? ¡Mal más mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desollará como a un San Bartolomé. —No hará tal —replicó don Quijote—: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recibido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga. —Mire vuestra merced, señor, lo que dice —dijo el muchacho—, que este mi amo no es caballero, ni ha recibido Orden de caballería alguna; que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar. —Importa poco eso —respondió don Quijote—, que Haldu-i dos puede haber caballeros; cuanto más que cada uno es hijo de sus obras.

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—Así es verdad —dijo Andrés—; pero éste mi amo ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo? —No niego, hermano Andrés —respondió el labrador—, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las Ordenes que de caballerías hay en el mundo, de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados. —Del sahumerio os hago gracia —dijo don Quijote—; dádselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada. Y en diciendo esto, picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó dellos. Siguióle el labrador con los ojos, y cuando vio que había traspuesto del bosque y que ya no parecía volvióse a su criado Andrés, y dijóle: —Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo como aquel desfacedor de agravios me dejó mandado. —Eso juro yo —dijo Andrés—, y como que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva, que según es de valeroso y buen juez, ¡vive Roque que, si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo! —También lo juro yo —dijo el labrador—; pero por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina donde le dio tantos azotes que le dejó por muerto. —Llamad, señor Andrés, ahora —decía el labrador—, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aqueste; aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como voz temiades. Pero al fin le desató, y le dio licencia que fuese a buscar a su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que había pasado y que se lo había de pagar con las setenas; pero, con todo esto, el se partió llorando, y su amo se quedó riendo. Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote, el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz: —Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues . te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la Orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo, que tan sin ocasión vapuleaba a aquel delicado infante (I, Capítulo IV).

La intervención de don Quijote en favor del pastor Andrés valió nuevos palos al apaleado. Castro Dassen comentando el suceso, expone: “Sin averiguar nada, prescindiendo de toda prueba y llevándose de su intuición solamente por la palabra del niño, dictó una sentencia justa. Pero falló en cambie porque no tomó medidas para asegurar su cumplimiento, confiado en que nadie se atrevería a violentar las órdenes dadas por el gran Caballero Andante para que se ejecutara su sentencia. Así es cómo posteriormente reaparece en escena Andresillo, quien relata que una vez que su patrón lo hubo bien azotado, “le desató y le dio licencia para que fuese a buscar a su juez para que ejecutase la pronunciada sentencia”, y concluyó su discurso dirigiéndose directamente a don Quijote: Por amor a Dios, señor Caballero Andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni me ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta que no sea mayor la que vendrá de su ayuda de vuesa merced, a quien Dios maldiga y a todos los caballeros andantes del mundo (I, Capítulo XXXI)1.

1

Horacio Castro Dassen, El Derecho en Don Quijote, Buenos Aires: Depalma, 1953, pp. 67-68.

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DON QUIJOTE DEFIENDE AL JOVEN PASTOR (Primera parte, cap. IV) “[D]escortes caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza (...) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo”. Ilustración de Gustavo Doré.

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Don Quijote incurrió en lo que en jerga procesal se llama error in procedendo. Navarro Ledesma, por su parte, comenta la aventura con las siguientes frases: “La escena de armarse caballero es manifiesta parodia de los libros de caballería, pero la primera aventura, la de Juan Haldudo, no es sino la realidad misma sin que en ella haya nada altisonante y desaforado. Cualquiera sin ser caballero ni conocer a Amadis, haría lo que hace don Quijote juzgando y hablando con toda cordura. Es el primer choque de don Quijote con la amarga realidad, con arte sublime preparado, pues la buena intención resulta fallida y contraproducente. La reaparición del muchacho Andrés al cabo de muchos capítulos, y sus maldiciones a don Quijote y a sus caballerías, son un pequeño poema de Campoamor intercalado con la intuición de lo que hay de humorismo irreparable en la vida”2. Verbitsky respecto a la aventura en referencia tiene dicho: “El artista no es un editorialista que clama por soluciones, ni el legislador que ha de remediarlas. Es la solidaridad con la íntima angustia del hombre; y lo que vuelve más patético el mensaje del artista es la confesión de su impotencia para mitigar la angustia que descubre, y el dolor que esa impotencia le causa. Eso es el Quijote, en quien representa Cervantes el papel del artista en la sociedad. Y nos da la mejor definición del papel del artista en medio de los demás hombres no a través de palabras sino de actos concretos. El artista es o no un creador de lo que sin mucha precisión se llama belleza, pero lo que indiscutiblemente hace es aproximarse a la angustia y en especial a la menos visible. La aventura del niño Andrés salvado de Juan Haldudo, es representativa. Es hazaña de

2

Francisco Navarro Ledesma, El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra, Buenos Aires: Ed. El Ateneo, 1947, p. 377. Idéntica opinión vierte David Rubio en Filosofía del Quijote, Buenos Aires: Ed. Losada, 1943, p. 52.

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escritor, de artista. Sufre ante el mal que ve, puede denunciarlo, pero difícilmente puede remediarlo”3. 5.– Naturaleza jurídica del contrato que medió entre el rico labrador y el menor Andrés Cabe preguntar: ¿Qué clase de contrato medió entre el menor Andrés y Juan Haldudo el rico? Una locación de servicios para hablar en lenguaje jurídico tradicional. Un contrato de trabajo si queremos emplear el lenguaje jurídico moderno. Pues, si bien Juan Haldudo calificó de criado al menor Andrés, también es cierto que luego agregó que lo tenía al cuidado de unas ovejas. No se trata, pues, de un criado en el sentido de servidor doméstico; se trata más bien de un menor que presta trabajo subordinado de pastor. No se trata de servicio doméstico porque éste, según la doctrina, se caracteriza por la finalidad no económica. Con el cuidado del ganado el menor Andrés procuraba beneficio económico a Juan Haldudo; luego, su prestación no fue mero servicio doméstico, sino de otra índole . La legislación brasileña no consideraba al trabajo ganadero como figura del contrato de trabajo por aplicación del apartado b) del art. 7º de la Consolidación de las Leis do Trabalho de 1943, el cual establece que los preceptos de ella no se aplican a los trabajadores rurales, esto es, “aquellos que exercendo funcoes directamente ligadas á agricultura e á pecuaria, nao sejan empregados en actividades que, pelos métodos de excecucao dos respectivos trabalhos ou pelas finalidades de suas operacoes, se clasifiquen como industriais ou comerciais”. 3

Bernardo Verbitsky, Hamlet y Don Quijote, Buenos Aires: Ed. Jamcana, 1964, pp. 66-67.

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Con posterioridad a la promulgación de la Consolidacao, han sido dictadas numerosas leyes como la Ley 4.214 de 1963 que otorgan casi todos los beneficios establecidos por la Consolidación a los trabajadores rurales, como lo hace notar el eminente jurista Víctor Mozart Russomano en el tomo I de su Comentarios á Consoli-dacao das leis do Trabalho4. Para la legislación del trabajo del Perú, la prestación del menor Andrés configura contrato de trabajo, por aplicación del inciso b) del art. 2º y del art. 3º de la R. S. de 22 de Junio de 1928. Idéntica solución da la Ley Española sobre Contrato de Trabajo de 1944 por aplicación de los arts. 1º, 2º, 3º y 7º5. Para todas las legislaciones, la prestación del menor Andrés, sin duda alguna, es un asunto de trabajo de menores. 6.– Don Quijote y la acción popular en favor de los menores trabajadores Algunas legislaciones como, por ejemplo, la argentina6 y la peruana7, en su anhelo de asegurar el máximo cumplimiento de las leyes laborales dictadas en favor de los menores y de las mujeres, facultan la acción popular centra los infractores de las citadas leyes. Sorprende el modus operandi seguido por don Quijote al toparse con el abusivo trato de Haldudo el rico. En cierto modo, echó mano al recurso de acción popular franqueado por la moderna legislación del trabajo; echó mano a lo que en la Edad Media Andan4

Cfr. A.F. Cesarino Jr., Direito Social Brasileiro, Sao Paulo: Ed. Saraiva, 1970, 2º vol., p. 116; J. Segadas Viana, O Estatuto do Trabalhador Rural e sua Aplicacao”, 1963, pp. 58-118. 5 Eugenio Pérez Botija, El Contrato de Trabajo, Tecnos, 1954, pp. 41, 45 y 63; José Pérez Leñero, Instituciones de Derecho Español de Trabajo, Madrid: Espasa Calpe, 1949, p. 21 y siguientes. 6 Art. 23 de la ley 11.317. 7 Art. 30 de la ley 2851, de 23 de Noviembre de 1918.

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tesca equivalía a la acción popular; pues don Quijote piensa con criterio medioeval en lo que se refiere a la administración de justicia; en esa Edad, el Derecho Público no estaba bien deslindado del jus privatum, el Estado no estaba todavía bien organizado; no contaba con los medios eficaces para prestar todos los servicios públicos. En tales condiciones era natural que hombres de buena voluntad, los caballeros andantes, decidieran por sí y ante sí mismos, deshacer agravios y sin razones. Resultaban así, en cierto modo, órganos estatales de facto; por eso, digo, que el Caballero de la Triste Figura hizo uso de lo que en aquella época equivalía a la acción popular de nuestros días8.

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En el Perú en materia de disposiciones legales sobre trabajo de mujeres y menores tenemos las siguientes: Ley 2851 de 23 de Noviembre de 1918, que establece derechos de las mujeres y menores que trabajan. Ley 4239 de 26 de Marzo de 1921, sobre descanso de las mujeres y menores los sábados en las tardes; D.S. de 25 de Junio de 1921 reglamentario de las leyes 2851 y 4239; R.S. de 8 de Noviembre de 1954, que faculta trasladar el descanso del sábado inglés de las mujeres y menores a otro día de la semana. Código de Menores de 2 de Mayo de 1962, cuyo título IV (Arts. 35 y 50) establecen normas de protección del menor que trabaja. Puede consultarse también la siguiente bibliografía: Manuel A. Vigil, Legislación del Trabajo. Lima: Imprenta Torres Aguirre, 1951, pp. 108 y ss; Ricardo Elías Aparicio y Guillermo González Rosales, Doctrina y Legislación del Trabajo en el Perú, t. II, pp. 18 y ss; Raúl Ferrero R. y Carlos Scudellari, Derecho del Trabajo, Lima: Edit. Studium S.A., 1962, pp. 39 y ss; Jorge M. Angulo A., Manual de Legislación del Trabajo y Previsión Social, Trujillo: Gráfica “Trujillo”, 1961, pp. 226 y ss; José Montenegro Baca, Jornada de Trabajo y descansos remunerados, Lima: Edit. Salas, 1958, t. I, pp. 52, 110-114, 308-314, 348; t. II, pp. 3, 18-20.

Capítulo III LA PRESTACIÓN DE SERVICIOS DE SANCHO PANZA A DON QUIJOTE 7.– Naturaleza jurídica del pacto que une a don Quijote con Sancho Panza Siguiendo el estudio del aspecto just-laboral del Quijote, cúmpleme manifestar que mi admiración por la pasmosa obra se ha agigantado al descubrir que toda su riquísima y magistral trama reposa sobre la relación individual del trabajo, pues a esta clase de relación pertenece la prestación de servicios de Sancho Panza a don Quijote de la Mancha. Sancho se comprometió a prestar servicios de escudero. ¿Qué es un escudero? Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, “escudero es el paje o sirviente que llevaba el escudo del caballero”. Significa también: “Hidalgo (persona noble). El que estaba emparentado con una familia o casa ilustre, y reconocido o tratado como tal”. La Enciclopedia Espasa después de dar la definición de escudero, da la de escudero andante, con las siguientes palabras: “El que, en los libros de caballería, acompañaba al caballero en sus aventuras. El escudero andaba, en general al cuidado de todas las armas de su señor, y si era de noble alcurnia, podía aspirar después del aprendizaje, a ser armado caballero: “E por ende —se lee en las Partidas— mandaron los antiguos, que él escudero que fuese de noble linaje, un día antes que reciba caballería, debe tener lugar la vigilia...” Si no era de noble linaje el escudero quedaba reducido a simple peón, combatiente de segunda fila, que no llegaba a la categoría de hombre de armas”. Según el Diccionario y la Enciclopedia en referencia, la palabra escudero tiene dos acepciones: la de fámulo y la de persona noble al servicio de un caballero.

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Sancho Panza, modesto campesino, estaba lejos de toda estirpe noble; sin embargo, distó de ser escudero en el significado de simple criado; fue algo más, muchísimo más, ya sea por la liberalidad y generosidad de su glorioso amo, ya sea porque ganó por sus merecimientos trato deferente hasta el punto que don Quijote se propuso armarlo caballero andante. ¿Cuáles son las características del contrato que unen al Caballero y Escudero? “Se advierte, en primer término un facio ut des, ‘hago para que des’. Sancho se obliga a servir de escudero y en reciprocidad recibe la promesa de que si es conquistada una ínsula, se le hará gobernador. En el pacto hay error in substantia, por parte de Sancho, quien ignora lo irrealizable de la contraprestación de que es a-creente. La condición es doblemente imposible jurídica y físicamente”1. “La condición jurídicamente imposible deja sin efecto el acto subordinado a ella”, declara la segunda parte del art. 1104 del Código Civil Peruano, que por analogía juris tendría aplicación el caso examinado2. El acto contractual pactado entre el caballero y el escudero resultaría sin efecto. Pero, en cambio, queda en pie, la relación del trabajo, esto es, el hecho de la prestación de los servicios. Queda en pie la obligación de facere de que habla Mazzoni3. Queda en pie la obligación faciendi necessitas a que hace referencia el sapiente Manuel Alonso García4. 1

José León Barandiarán, “Consideraciones jurídicas sobre El Quijote”, en: Universidad y el Pueblo, Lima: Publicaciones de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, t. II, p. 43. 2 Sobre nulidad y anulabilidad en el contrato de trabajo, véase: Francisco de Ferrari, Lecciones de Derecho del Trabajo, Publicaciones Oficiales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Montevideo, 1961, t. I, pp. 282 y 283.– Egon Félix Gottschalk. Op. cit., 199 y s.– José Pérez Leñero, Instituciones de Derecho Español del Trabajo, Madrid: Espasa Calpe, 1949, pp. 212-230. 3 Guiliano Mazzoni. Manuale di Dirito del Lavoro, publicazioni dell’ Istituto di Studi Sindicali e del Lavoro di Firenzi, 1958, p. 184. 4 Manuel Alonso García, Derecho del Trabajo, Bosch, Barcelona, 1960, p. 360.

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La doctrina ha establecido ya, claramente, la diferencia entre contrato de trabajo y relación de trabajo5. “La relación de trabajo no puede ser identificada con el contrato de trabajo por ser una relación jurídicamente autónoma que ultrapasa la relación contractual. Puede ser firmado un contrato de trabajo nulo por cualquier motivo y, sin embargo, existir una ocupación de empleado. Esta ocupación es una relación de trabajo y no importa que su motivo sea un contrato de trabajo nulo”, declara Sinzheimer6. Similar opinión vierten destacados juristas, v. gr. Kaskel, Mario Deveali, Egon Félix Gottschalk, etc.; este último dice: “El contrato de trabajo, aunque sea nulo de pleno derecho, no deja de producir una situación de facto. Es imposible negar existencia real a la relación de trabajo durante la vigencia del contrato nulo. El contrato de trabajo es el instrumento jurídico del cuál se origina la prestación de trabajo bajo la dirección o subordinación de otro, al paso que la relación de trabajo es el conjunto de los propios hechos y la efectivación del trabajo en las condiciones caracte5

Guillermo Cabanellas, El Contrato de Trabajo, Buenos Aires: Omeba, 1963, p. 114 y s.; Rafael Caldera: Derecho del trabajo, Buenos Aires: El Ateneo, 1963, t. I, pp. 260 y 261.; J. J. Castorena: Manual de Derecho Obrero. México: Jaris, 1ª Edición, p. 62.; Mario de la Cueva: Derecho Mexicano del Trabajo, México: Porrúa, 1954, p. 475 y s.; G. D'Eufemia: “Nozioni Generali sul Contrato Individuale di Lavoro” en el Trattato di Dirito del Lavoro de U. Borsi y F. Pergolessi, t. I, p. 107; Mario Deveali: Lineamientos de Derecho del Trabajo, Buenos Aires: Ejea, 1950, pp. 233 y s.; Orlando Gomes: Introducao ao Direito do Trabalho, Río de Janeiro; 1944, pp. 27 y 28; Miguel Hernaiz Márquez. Elementos de Derecho del Trabajo, Madrid, 1951, p. 220.; Ernesto Krotcschín: Cuestiones fundamentales de Derecho Colectivo del Trabajo, Buenos Aires, 1957, p. 24.; Juan Menéndez Pidal: Derecho Social Español, Madrid, 1962, t. I, p. 233.; Eugenio Pérez Botija: Las nuevas doctrinas sobre el contrato de trabajo en Revista de Legislación y Jurisprudencia, Madrid, julio de 1942, pp. 6, 62 y s.; Eugenio Pérez Botija: El Contrato de Trabajo, Madrid: Tecnos, 1954, pp. 11 y 16.; José Pérez Leñero: Teoría General del Derecho Español de Trabajo, Madrid: Espasa Calpe, 1954, p. 307.; Juan D. Ramírez Oronda. El Contrato de Trabajo, Buenos Aires: La Ley, 1945, p. 176. 6 Hugo Sinzheimer: Citado por Egon Félix Gottschalk en Norma Pública e Privada no Direito do Trabalho, Sao Paulo: Saraiva, 1944, p. 206.

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rísticas de subordinación personal. A esta situación de hecho puede corresponder una situación jurídica, como también le puede faltar la consagración del ligamen legal por cualquier vicio que impide la constitución de una relación jurídicamente válida, por lo que el vínculo contractual resulta anulable. Para la acción de las normas tutelares del derecho del trabajo no puede haber nulidad ex tunc. Lo que vale para ella es la realidad de la relación de trabajo, siendo absolutamente indiferente, si las condiciones jurídicas, en las cuales la actividad humana se efectúe eran viciadas”, termina diciendo el eminente Gottschalk7. “Cuando se acepta el concepto de relación de trabajo, en el sentido antes expuesto, no se niega, de ninguna manera, la existencia del contrato, que continúa siendo la fuente normal de la relación de trabajo”, dice Mario Deveali8. El contrato celebrado entre don Quijote y Sancho es anulable por adolecer de condiciones jurídica y físicamente imposibles. Pero, subsiste el hecho y la efectividad de la prestación de los servicios escuderiles. 8.– El vínculo jurídico que une a don Quijote con Sancho reúne los caracteres de la relación de trabajo La relación jurídica que une al famoso binomio es una relación de trabajo; reúne las características de ésta: es bilateral, consensual, conmutativa, goza de las características de la subordinación, profesionalidad y onerosidad9. En efecto:

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Egon-Félix Oottschalk, Op. cit., pp. 205 y s. Mario Deveali, Lineamentos del Derecho del trabajo, Buenos Aires: Tea. 1956, p. 236. 9 Luis A. Despontín: Contrato de trabajo y reglamentaciones profesionales, Zavala, Córdoba, 1960, p. 65 y s.; Alfredo J. Ruprecht: El Contrato de Trabajo, Buenos Aires: Omeba, 1960, p. 47 y ss. 8

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Es bilateral o sinalagmática, pues, la relación impone obligaciones recíprocas a las dos partes: Sancho se obliga a prestar su actividad escuderil; don Quijote se compromete, no sólo a hacerlo gobernador de una ínsula, sino a sustentarlo. El iluso manchego en el Capítulo XX de la Segunda Parte, al respecto, se expresa con las siguientes palabras: “duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo lo ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que lo sirvió en la fertilidad y abundancia”. La relación por otra parte es consensual, pues las partes prestaron su consentimiento para emprender la desaforada aventura. Sancho en diversas circunstancias alude a las cláusulas del concierto entre ellos. Si vuestra merced tuviera buena memoria —dijo en una ocasión Sancho— debiérase acordar de los capítulos de nuestro concierto, antes que esta última vez saliésemos de casa: uno de ellos fue que me había de dejar hablar todo aquello que quisiese, con que no fuera contra el prójimo ni centra la autoridad de vuestra merced (Capítulo XX, II Parte).

Es conmutativa, ya que las prestaciones a que se obligan las partes, son determinadas. En la relación jurídica mencionada, se da la subordinación, esto es, “el derecho o potestad jurídica del empleador de dirigir y fiscalizar la actividad del empleado, de dar órdenes o de hacerlas cesar, con la obligación correlativa del trabajador de acatarlas y cumplirlas sin que sea necesaria la dirección o vigilancia directa, inmediata y actual del principal, bastando la sola posibilidad jurídica de efectivizarla”, expone Juan Galli Pujato10. 10

Daniel Antokoletz: Legislación del Trabajo y la Previsión Social, Buenos Aires: Edit. Kraft, 1941, t. I, p. 368.; Juan Balella: Lecciones de Legislación del Trabajo, Madrid: Edit. Reus, 1933, p. 120.; Guillermo Cabanellas: El Derecho del Trabajo y sus Contratos, Buenos Aires: Edit. Mundo Atlántico, 1945, p. 307.; Mario de la Cueva: Derecho Mexicano del Trabajo, México: Porrúa, 2ª ed, t. I, p. 497.; Héctor Escribar Mandiola: Derecho del Trabajo, Santiago de Chile: Zig Zag, 1944, t. I, p. 332.; Ernesto Herrnstadt: Tratado de Derecho Social

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La relación que nos ocupa se caracteriza por la profesionalidad, pues Sancho aparece teniendo como status o profesión o medio de ganarse la vida, el poner su actividad al servicio de otro. Para el Derecho del Trabajo, recordemos, “trabajador” no es quien desarrolla alguna actividad, sino aquel que desarrolla una actividad al servicio de otro, constituyendo esta prestación su medio normal de vida, que es precisamente el caso de Sancho. Finalmente, la relación contractual que los une, se caracteriza por su onerosidad, como se verá en el capítulo siguiente.

Colombiano, Bogotá: Edit. Kelly, 1951, 4ª ed., p. 53.; Alejandro Gallart Folch: Derecho Español de Trabajo, Barcelona: Edit. Labor, 1936, p. 10.; Ernesto Krotoschin: Instituciones de Derecho del Trabajo, Buenos Aires: Depalma, 1948, t. I, p. 3.; José Montenegro Baca: El Congreso Internacional de Juristas de 1951 y el Derecho del Trabajo, Trujillo: Imp. Moreno, 1952, pp. 25 y s.; Eugenio Pérez Botija: Derecho del Trabajo, Madrid: Tecnos, p. 109.; Mariano R. Tissembaum: “El Contrato de Trabajo y el Derecho Civil”, en Revista de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Nos 29 y 30, p. 83.; Arnaldo Sussekind, Dorval Lacerda y José Segadas Vlana: Direito Brasileiro do Trabalho, t. I, p. 104.

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CAPÍTULO IV EL PAGO DE SALARIO A SANCHO PANZA 9.– La cuestión de los salarios La onerosidad de la relación jurídica de trabajo que ligó a los coprotagonistas es incuestionable. Don Quijote no sólo le ofrece otorgar sendas mercedes, sino que llegó a comprometerse a pagar salario a Sancho, salario que, como se sabe, es “la contraprestación del trabajo” de que habla Carlos de Bonhomme11. En el Capítulo VII de la Segunda Parte, descríbese la ocasión en que Sancho solicitó a su amo le señalara salario conocido. Don Quijote contestóle: Mira, Sancho, yo bien te señalaría salario si hubiera hallado en alguna de las historias de los caballeros andantes ejemplo que me descubriese y mostrase, por algún pequeño resquicio, qué es lo que solían ganar cada mes o cada año; pero yo he leído todas o las más de sus historias y no me acuerdo haber leído que ningún caballero andante haya señalado salario conocido a su escudero; sólo sé que todos servían a merced y que cuando menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido bien la suerte, se hallaban premiados con una ínsula o con otra equivalente y por lo menos quedaban con título y señoría.

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Carlos de Bonhomme S. W.: Salarios, Arequipa: Ed. Chachani, 1950, pp. 26 y 30.; Guillermo Cabanellas: El Contrato de Trabajo, Buenos Aires: Omeba, 1963, t. II, p. 331.; Ernesto Krotoschin: Tratado práctico de Derecho del Trabajo, Buenos Aires: Depalma, 1962, t. I, p. 240.; José Martins Catharino: Tratado Jurídico do Salario, Rio de Janeiro, 1951, pp. 17 a 21.; Justo López: en el Tratado de Derecho del Trabajo publicado bajo la dirección de Mario Deveali. t. II, p. 322.; Manuel Alonso Olea: Introducción al estudio del Derecho del Trabajo, Barcelona: Bosch, 1958. p. 357.; Eugenio Pérez Botija: Salarios, Madrid, 1944, p. 6.; Américo Pla Rodríguez: El Salario en el Uruguay, Montevideo, 1966. p. 87 y s.; Juan D. Ramírez Gronda: Op. cit., p. 337.; José María Rivas: Manual de Derecho del Trabajo, Buenos Aires, 1963, p. 95.

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Como se ve, don Quijote empieza negándose a pagar salario a su escudero. Pero, posteriormente, conviene en remunerarlo: En lo que toca al consuelo de Sancho Panza, mi escudero, yo confío de su bondad y buen proceder, que no me dejará ni en buena ni en mala suerte; porque cuando no sucede, por la suya o por mi corta ventura, el poderle yo dar la ínsula que le tengo prometida, por lo menos su salario no podrá perderse; que en mi testamento, que está hecho, dejo declarado lo que se le ha de dar, no conforme a sus muchos y buenos servicios sino a la posibilidad mía.

En el Capítulo XXVIII de la Segunda Parte, Sancho resentido porque don Quijote lo dejó apalear por unos labriegos, refunfuñó contra su amo, diciéndole: Harto mejor haría yo (sino que soy un bárbaro, y no haré nada que bueno sea en toda mi vida), harto mejor haría yo vuelvo a decir, en volverme a mi casa y a mi mujer y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fuese servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin caminos, y por sendas y carrerás que no las tienen, bebiendo mal y comiendo peor. ¡Pues tomadme el dormir! Contad, hermano escudero, siete pies de tierra, y si quisiéredes más tomad otros tantos, que en vuestra mano está escudillar y tendeos a todo vuestro buen talante; que quemado vea yo y hecho polvos al primero que dio puntada en la andante caballería, o a lo menos, al primero que quiso ser escudero de tales tontos, como debieron ser todos los caballeros andantes pasados. De los presentes no digo nada; que por ser vuesa merced uno de ellos, los tengo respeto, y porque sé que sabe vuesa merced un punto más que el diablo, en cuanto habla y en cuanto piensa. —Si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer e hijos, no permita Dios que yo os lo impida; dinero tenéis míos; mirad cuánto ha que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo, y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano. —Cuando yo servía —respondió Sancho— a Tomé Carrasco, el padre del bachiller Sansón Carrasco, que vuesa merced bien conoce, dos ducados ganaba cada mes, amén de la comida; con vuesa merced no sé lo que puedo ganar, puesto que sé que tiene más trabajo el escudero del caballero andante que el que sirve a un labrador; que, en resolución, los que servimos a labradores, por mucho que trabajemos de día, por mal que suceda, a la noche cenamos olla y dormimos en cama; en la cual no he dormido después que ha

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que sirvo a vuesa merced, si no ha sido el tiempo breve que estuvimos en casa de don Diego de Miranda, y la jira, que tuve con la espuma que saqué de las ollas de Camacho y lo que comí y bebí y dormí en casa de Basilio; todo el otro tiempo he dormido en la dura tierra, al cielo abierto, sujeto a lo que dicen inclemencias del cielo, sustentándome con rajas de queso y mendrugos de pan, y bebiendo aguas, ya de arroyo, ya de fuentes de las que encontrábamos por esos andurriales donde andamos. —Confieso —dijo don Quijote— que todo lo que dices, Sancho, sea verdad, ¿Cuánto parece que os debo dar más de lo que os daba Tomé Carrasco? —A mi parecer —dijo Sancho—, con dos reales más que vuesa merced añadiese cada mes me tendría por bien pagado. Esto es cuanto al salario de mi trabajo; pero en cuanto a satisfacerme a la palabra y promesa que vuesa merced me tiene hecha de darme el gobierno de una Ínsula, sería Justo que se me añadiesen otros seis reales, que por todos serían treinta. —Está muy bien —replicó don Quijote—; y conforme al salarlo que vos os habéis señalado, veinte y cinco días ha que salimos de nuestro pueblo; contad, Sancho, rata por cantidad, y mirad lo que os debo, y pagaos, como os tengo dicho, de vuestra mano. —¡Oh cuerpo de mí! —dijo Sancho—, que va vuesa merced muy errado en esta cuenta; porque en lo de la promesa de la ínsula, se ha de contar desde él día que vuesa merced me la prometió hasta la presente hora en que estamos. —Pues, ¿qué, tanto ha, Sancho, que os la prometí? —dijo don Quijote. —Si yo mal no me acuerdo —respondió Sancho—, debe de haber más de veinte años, tres días más o menos. Dióse don Quijote una gran palmada en la frente, y comenzó a reír muy de gana, y dijo: —Pues no anduve yo en Sierra Morena, ni en todo el discurso de nuestras salidas, sino dos meses apenas, ¿y dices, Sancho, que ha veinte años que te prometí la ínsula? Ahora digo que quieres que se consuma en tus salarios el dinero que tienes mío; y si esto es así y tu gustas dello, desde aquí te lo doy y buen provecho te haga; que a trueco de verme sin tan mal escudero, holgáreme de quedarme pobre y sin blanca. Pero, dime, prevaricador de las ordenanzas escuderiles de la andante caballería, ¿dónde has visto tú o leído que ningún escudero de caballero andante se haya puesto con su señor en cuanto más tanto me habéis de dar cada mes porque os sirva Éntrate, éntrate, malandrín, follón y vestiglo, que todo lo

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” pareces, éntrate, digo, por el mare magnum de sus historias; y sí hallares que algún escudero haya dicho ni pensado lo que aquí has dicho, quiero que me le claves en la frente, y por añadí, dura, me hagas cuatro mamonas selladas en mi rostro. Vuelve las riendas o el cabestro al rucio, y vuélvete a tu casa; porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo. ¡Oh pan mal conocido! ¡Oh promesas mal colocadas! ¡Oh hombre que tiene más de bestia que de persona! ¿Ahora, cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal que a pesar de tu mujer te llamaran señoría, te despides? ¿Ahora te vas, cuando yo venia con intención firme y valedera de hacerte señor .de la mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel...etc. Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida; que para mi tenga que antes llegará ella a su último término, que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia. Miraba Sancho a don Quijote de hito en hito, en tanto que los tales vituperios le decía, y compungióse de manera que le vinieron las lágrimas e. los ojos, y con voz dolorida y enferma le dijo: —Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más que la cola; si vuesa merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi. vida. Vuesa merced me perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda. —Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras algún refrancico en tu coloquio. Ahora bien, yo te perdono con que te enmiendes, y con que no te muestres de aquí en adelante tan amigo de tu interés, sino que procures ensanchar el corazón, y te alientes y animes a esperar el cumplimiento de mis promesas, que aunque se tarda, no se imposibilita”.

Finalmente, en el Capítulo LXXIV de la Segunda Parte, don Quijote en su testamento, dispone se paguen los salarios insolutos o adeudados a su fiel escudero. El testamento, como se sabe, lo dictó antes de morir, cuando había recuperado la razón. Don Quijote, como se recordará, fue vencido en singular lid por el Caballero de la Blanca Luna, que no era otro que el bachiller Sansón Carrasco, que se había disfrazado de tal, para retarlo a duelo, vencerlo e imponer como pena a don Quijote, se alejase del trajinar andantesco, durante un

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año. Don Quijote al regresar a su casa a cumplir lo impuesto, cayó enfermo, recuperó la razón y dictó el mencionado testamento; en éste, en la cláusula referente a Sancho dice: — Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mi ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos, ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si como estando yo loco fue parte para darle el gobierno de la Ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merecen. —Y volviéndose a Sancho, le dijo: Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caldo de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

La cláusula testamentaria referente a Sancho consta de dos partes: la una se refiere al pago de los salarios adeudados a éste, la otra, constituye un acto de liberalidad. Lo que de dicho dinero sobrase, cae dentro de la figura del legado. Como se ve, don Quijote, a la hora de su muerte, estando ya cuerdo, cumplió con abonar al fiel escudero los salarios impagos. La onerosidad del pacto es indudable. 10.– La remuneración percibida por Sancho es de dos clases En materia de salarios, conviene relievar que los que percibió Sancho Panza, fueron de dos clases: una, constituida por el pago a que hace referencia el testamento, y que constituye lo que en doctrina se denomina salario directo que, como se sabe, es el que se paga en efectivo, o con prestaciones equivalentes in natura, en cualquier forma que sea: diaria, semanal, mensual, porcentaje, gratificación, etc. Y la otra clase de salario está conformada por la promesa del gobierno de la ínsula; este prometido gobierno constituye salario indirecto, el que, según el prestigioso profesor paulista A. F. Cesarino Junior, “es aquel que el

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empleado recibe de quien no es el empleador, en consecuencia de los servicios prestados a éste, v. gr. las propinas que recibe el mozo de un hotel; o, también, está representado por las ventajas obtenidas del empleador, pero que no consisten en prestaciones en especies ni monetarias, sino más bien en cierta oportunidad de ganancias; la prestación del empleador consiste en proporcionar al empleado una oportunidad de ganancia próxima o remota. Es el caso de los llamados médicos de policlínicos que no perciben remuneración monetaria, pero que a la larga, obtienen lucro, representado por la experiencia, clientela y prestigio adquiridos”12. “El concepto de onerosidad —dice Cotrim Neto— no presupone que el único onus a soportar por el empleador es solamente el de orden monetario. La característica del onus en los contratos de trabajo, es la de un sacrificio que padece el tomador de servicios. Este sacrificio en los contratos entre médicos y policlínicos de carácter filantrópico, consiste en la obligación que se impone al establecimiento de conservar el cargo que el médico desempeña, y de suministrarle el material que usa en su trabajo, labor que constituye un permanente elemento de propaganda personal del facultativo”13. En el Brasil el problema del salario indirecto ha sido estudiado también con brillo y sapiencia por Evaristo Moraes Filho. El docto autor de tantas obras medulares, vierte conceptos similares a los de Cotrim Neto, por lo que, en obsequio a la brevedad, los paso por alto14.

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A. F. Cesarino Junior: Salario Indirecto, Ed. Rev. Trabalho e Seguro Social, Año II, pp. 21-7.; A.F. Cesarino Jr.: Direito Social Brasileiro, Freitas Sao Paulo: Bastos. 1963, p. 182 y s.; Ludovico Barassi: Il Diritto del Lavoro, Milán 1949, p. 264.; P. Greco: Il Contrato di Lavoro, Turín, 1939, pp. 37 a 39. 13 A. B. Cotrim Neto: “Naturaleza Jurídica del Contrato de los Médicos no retribuidos con dinero”, en Revista Derecho del Trabajo, Buenos Aires, t. V, p. 114. 14 Evaristo de Moraes Filho: “Trabalho a Domicilio e Contrato de Trabalho”, en: Revista de Trabalho, Río de Janeiro, 1943. p. 111 in fine.

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11.– El gobierno de la ínsula como salario indirecto: formas como se hizo efectivo La promesa de gobierno de una ínsula constituye, como queda dicho, salario indirecto. Y lo que es más importante para este estudio, es que el pago del citado salario se hizo efectivo en dos formas: Merced a la compensación en dinero que impuso Sancho a don Quijote, esto es, a razón de seis reales por cada día de no goce en el gobierno insular, abono que don Quijote cumplió con creces en su testamento, como hemos visto. Por otra parte, el referido salario se hizo efectivo gracias al gobierno que desempeñó Sancho, por breves días, en la pseudo ínsula Baratada. En el Capítulo XXII de la Segunda Parte, los duques ofrecieron a Sancho el gobierno de tal ínsula que era “un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria”. Don Quijote dio discretísimos consejos a su escudero para el buen gobierno insular; tan sabios y profundos que con razón figuran como aforismos o sentencias en algunos diccionarios jurídicos, v. gr. en el del sapiente Guillermo Cabanellas15. Sancho fue gobernador durante diez días, a estar por lo que dice el mayordomo de la gobernación de marras16. Gobernó entre el 15 y el 25 de Agosto de 1614, según se colige de las fechas de las cartas cruzadas entre los duques y el famoso gobernador, y éste a los primeros y a su mujer17. Sancho en su gobierno se comportó con suma prudencia, causando la admiración de sus insulanos. Dictó ordenanzas tocantes, entre otros asuntos, a velar por el abastecimiento de víveres y vestimenta a sus insulanos, así como referente a los salarios de los 15

Guillermo Cabanellas: Diccionario de Derecho usual, 1ª ed., p. 588. Cervantes, Don Quijote, Capítulo LII, Segunda Parte. 17 Cervantes, Op. cit., Caps. XXXVI y XLVII de la Segunda Parte. 16

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criados “que caminaban a rienda suelta por el camino del interés”, según expresión del libro eximio. En el Capítulo X quedará probado que tal gobierno fue estupendo. La fugacidad del gobierno sanchopancesco se debe a que fue objeto de tremendas burlas. Sus gobernados empezaron por ponerle a dieta de hambre, so pretexto de que el médico de palacio don Pedro Recio, sostenía que era indispensable comer poco para tener el entendimiento despierto. Las burlas culminaron con la pantomima del asalto al palacio, lo que permitió moler a palos al cuitado gobernador. Terminada la refriega, Sancho renunció a su gobierno; expresó que: “saliendo desnudo, como salgo no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel”. “Al dejar ese gobierno por el que tanto tiempo suspiraste y que te parecía ser la razón y el fin de todos tus andantes trabajos, al dejarlo y volverte a tu amo, llegas al meollo de ti mismo y puedes hombrearte con don Quijote y decir como él y con él: “¡Yo sé quién soy!” Eres héroe como él, tan héroe como él. Y es que, Sancho, el heroísmo se pega cuando nos acercamos al héroe con el corazón puro. Admirar y querer al héroe con desinterés y sin malicia es ya participar de su heroísmo; es como el que sabe gozar de la obra del poeta, que es a su vez poeta por saber gozarla”18.

18

Miguel de Unamuno, Op. cit, p. 216.

Capítulo V EL SIMBOLISMO DEL QUIJOTE EN RELACIÓN CON EL DERECHO DEL TRABAJO

12.– ¿La apreciación que se vierte en este ensayo es una visión transfigurada del Quijote? Me estoy concretando a señalar los aspectos jurídicos laborales trazados por el Quijote. Quizás estoy equivocado. Mi equívoco, puede deberse al ferviente amor y a la admiración inmensa que tengo por tan extraordinaria obra. Tal vez las apreciaciones que estoy exponiendo no son sino manifestaciones del fenómeno de la cristalización amorosa de que habla el escritor francés Enrique Stendhal. Con el amor, sucede lo que con las ramas de arbustos que son arrojadas en las minas de lugares muy fríos: al día siguiente se las recoge transfiguradas, cubiertas de irisados cristales, que recaman prodigiosamente su aspecto. La imagen real de lo que se ama, según Stendhal, poco a poco se va recamando de superposiciones imaginarias, que acumulan sobre la nula imagen toda posible perfección1. Mi pasmoso amor por la inmortal obra, explica la visión, acaso transfigurada, de la monumental obra; ésta, en mi concepto, está preñada de simbolismos en lo que se refiere al Derecho del Trabajo. Veámoslo.

1

Cfr. por José Ortega y Gasset, en “Estudios del amor”, inserto en El Poder Social, Santiago de Chile: Ed. Cultura, 1937, p. 186.

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13.– El simbolismo del primer entuerto que pretendió enderezar don Quijote El primer agravio que quiso remediar el iluso Caballero —en su primera salida, cuando aún caminaba solo sin la compañía de Sancho— es el que atañe a los malos tratos sufridos por un trabajador menor de edad —el pastor Andrés— de manos de Juan Haldudo el rico (I, Capítulo IV)2. El simbolismo está en que la celebérrima obra empieza por donde principió la Legislación del Trabajo, pues, sabido es, que las primeras leyes del trabajo fueron dictadas en favor de los niños y de las mujeres3. Y es que la flaqueza corporal del niño y de la mujer así como exigencias docentes, hogareñas, biológicas y morales, obligaron a los gobernantes a dictar leyes tutelares en favor de aquél y de ésta. Más aún, en la historia del Derecho del Trabajo, la protección legal al niño apareció antes que la protección a la mujer, por cuanto en el medioevo el contrato de aprendizaje que se refiere a los infantes por lo general fue objeto de una prolija reglamentación en todos los oficios. Los tratadistas han demostrado que el trabajo de la mujer y del niño trae consigo una serie de inconvenientes; v. gr. conspira contra el desarrollo psíquico, biológico y cultural del menor; conspira contra la moral de la mujer y del hogar, etc. Pero, los tratadistas —por ejemplo Alfredo Palacios— concluyen diciendo que en la hora que vive el mundo no es posible prohibir el trabajo de la mujer y del niño, por lo que “es indispensable reclamar enérgicamente, para ellos, una constante y eficaz protección por parte del Estado”4. 2

Véase el Capítulo II de este ensayo. Julio J. Martínez Vivot: en el Tratado de Derecho del Trabajo publicado bajo la dirección de Mario L. Deveali, Buenos Aires: La Ley, p. 225.– Manuel Alonso Olea, Introducción al Derecho del Trabajo, Madrid: Ed. de la Revista de Derecho Privado, 1962, p. 88. 4 Véase: “Por las mujeres y los niños que trabajan”, Sampere y Cía., Valencia 1910, p. 6 3

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LA ESPANTABLE Y JAMÁS IMAGINADA AVENTURA DE DON QUIJOTE CON LOS MOLINOS DE VIENTO (Primera parte, cap. VIII) “... y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras de sí al caballo y al caballero”. Ilustración de Gustavo Doré.

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14.– El simbolismo de la primera aventura que acometió don Quijote en su segunda salida Prosiguiendo el estudio del simbolismo del Quijote en relación con el Derecho del Trabajo, quiero hacer resaltar que es significativo que, en la segunda salida, ya en compañía de Sancho, la primera desaforada pelea que estuvo dispuesto a sostener el Caballero de la Triste Figura fue la referente a los molinos de viento, que el iluso caballero tomó por gigantes (I, Capítulo VIII). El simbolismo está en que, como dice Salvador de Madariaga, “los molinos contra los que combatió o hubiera combatido, han ido creciendo en lo que su fantasía profética adivinó más que imaginarse, esto es, gigantes de la industria, cuyos cien poderosos brazos, atenazan el mundo”5. 15.– El significado trascendente de la representación del hombre-masa en la celebérrima obra Es significativo, de otro lado, que Sancho Panza, uno de los héroes de la obra, represente al hombre trabajador, al proletariado, al “hombre-masa” de José Ortega y Gasset, a los “muchos” de Platón, a los hombres privados o idiotas que decían los griegos. “Los protagonistas de la literatura clásica fueron reyes y princesas, dioses o semidioses, héroes y titanes de origen sobrenatural o misterioso y de posición prominente; y dentro de las literaturas modernas Hamlet, Fausto, don Juan aparecen ocupando niveles superiores o medios en la jerarquía social. Pero, Sancho, analfabeto, pobre, desheredado, con niñez de pastor y adolescencia y plenitud de bracero, colocado en los últimos peldaños de la escala social,

5

Salvador de Madariaga: Guía del lector del Quijote, México: Hermes, 1953, pp. 14-15.

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obtiene la entronización gloriosa del proletariado en las más altas cumbres literarias”6. Sancho Panza representa al pueblo, al proletariado, en la maravillante novela. Y lo representa dignamente; Sancho es tan héroe como don Quijote. Es falso que Sancho encarne, únicamente, el espíritu utilitario y cobarde, como parece serlo, si se observa, epidérmicamente, la citada excelsa obra. Sancho Panza es iluso e idealista como su glorioso amo. Ya Miguel de Unamuno ha demostrado que tan loco es el loco don Quijote, que sigue los ímpetus de su propio delirio, como el escudero, que sigue y cree en los desatinos del loco de su amo. “Sancho fue grande, porque siendo cuerdo creyó en la locura ajena, amó al loco y le siguió cuando otros locos no le hubiesen seguido, porque cada loco, con su tema siempre lleva su camino y sólo en el suyo cree; esperó en la ínsula purificando con la firmeza de tan poco cuerda esperanza su egoísta anhelo de poseerla. Fue un hombre de fe aquel sublime idiota, de tanta fe como el loco de su amo”7. “Sancho es en cierto modo una transposición de don Quijote en una clave musical distinta. Se trata de uno de esos casos de paralelismo que rara vez faltan en las grandes obras de arte. Sancho es un paralelo de don Quijote, que da relieve a la figura principal y realza el diseño del conjunto. Ambos son hombres dotados de abundante bienes de razón, intelectuales en don Quijote, empíricos en Sancho, y que, en un memento dado, pierden el equilibrio de la vida y del pensamiento merced a una poderosa ilusión. Pero mientras en don Quijote esta ilusión flota en torno a un núcleo de gloria simbolizado en Dulcinea, en Sancho toma cuerpo sobre un impulso de ambición material encarnado en la ínsula. El poder es para San6

Niceto Alcalá Zamora: El pensamiento del Quijote visto por un abogado, Buenos Aires: Ed. Kraft, 1947, p. 128. 7 Miguel de Unamuno: El Caballero de la Triste Figura, Colec. Austral, p. 116.

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cho, lo que la gloria para don Quijote. Como Dulcinea personifica la gloria para don Quijote, la ínsula materializa el poder para Sancho. Y así, como don Quijote tiene que creer en Dulcinea, a fin de creer en sí mismo, Sancho tiene que creer en don Quijote para creer en la ínsula. De este modo la fe del caballero va a nutrir el espíritu del criado después de haber sostenido el espíritu propio. Si no cree, Sancho ve desvanecerse la ínsula de sus entrañas. De aquí que, al par de don Quijote, Sancho ande, sin saberlo, buscando y rebuscando por doquier razones que le fortifiquen su creencia. La más sólida de estas razones es su fe en don Quijote, como persona superior en conocimiento, valor, estado y tipo moral. Sancho expresa a menudo su admiración por las dotes de su amo: su facilidad de palabra, su caudal de conocimientos, su estilo, todo lo que hoy llamaríamos cultura. De todo ello arguye con frecuencia que su amo no está loco, argumentación de ida y vuelta, dirigida a otros, encaminada a sí mismo. Y es que se trata de salvar la ínsula. Sancho gana su ínsula, y la pierde, desengañado, y continúa sin embargo al lado de don Quijote. Por donde se ve que había ido creciendo entre ellos algo de más hondo, algo que, claro está, ya se hallaba en germen al nacer ambos héroes: la fraternidad de almas que une a este amo extraordinario y a este criado singular. Hermano de don Quijote por la ilusión, Sancho ha de seguirle en el camino de perfección hasta la muerte: la muerte de la ilusión, que es la cordura”8. Por otra parte, Sancho está lejos de ser glotón, cobarde, codicioso, necio y grosero materialista, como se verá en los capítulos siguientes. Es más bien temperante en el comer, valiente, hace derroche de discreción derivada de su extraordinaria inteligencia, desprendido y es, finalmente, idealista; además, dicharachero, gracioso. Tales son las verdaderas características de quien encarna a “los muchos” en el Libro Excelso. Precisa demostrar la exactitud de 8

Salvador de Madariaga, Op. cit., p. 112, 125 y 126.

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la apreciación que se acaba de vertir sobre Sancho y la inexactitud de los calificativos menos-preciadores con los que se le desdeña (Véanse Caps. VI al X). 16.– El simbolismo de la zurra que debía sufrir Sancho para desencantar a dulcinea “Mira, Sancho, esto que a cuenta de tus azotes pasó entre tu amo y tú, es un perfecto símbolo de lo que en tu vida pasa. De tus azotes vivimos todos, incluso los que filosofamos sobre ellos o los ponemos en coplas. Tiempo hay en que se te quiere obligar por fuerza a que te azotes, y se te esclaviza, pero llega día en que haces lo que hiciste con tu amo y señor natural don Quijote y es desmandarte contra quien te quiere forzar a que te azotes y poner tu rodilla sobre su pecho y exclamar: “¡mi amo soy yo!”. Y entonces se cambia de táctica y se te ofrece pagar los azotes, lo cual es un nuevo engaño, pues que de ellos salen también la paga que por ellos te dan. Y tú, pobre Sancho, movido del amor a tus hijos y a tu mujer, accedes y te dispones a azotarte. Pero, ¿cómo has de hacerlo con voluntad y de veras, si no estás persuadido del valor de tus azotes? Das seis u ocho en tu cuerpo y los tres mil doscientos noventa y dos restantes en los árboles, y lo más de tu trabajo se pierde. Lo más del trabajo humano se pierde, y es natural que así sea, porque, ¿con qué devoción va a pulir joyas un infeliz que las pule para ganarse el pan, mas sin estar persuadido del valor social de las tales joyas?, ¿con qué ahinco hará juguetes para los hijos de los ricos el que haciéndolos saca el pan para los suyos, que no tienen con qué jugar? Trabajo de Sísifo es lo más del trabajo humano, y el pueblo no tiene conciencia de que es sólo un pretexto para que le den el jornal, y no como cosa suya, sino como algo ajeno que le hacen la merced de dejársela ganar. El toque está en que reciba Sancho su salario como cosa que no le pertenece sino en virtud de los azotes que se hubiera dado y

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porque le han hecho la merced de proporcionarle azotina, y para sostener y perpetuar la mentira del derecho de propiedad y del acaparamiento de la tierra por los poderosos, se inventan azotes, por absurdos que ellos sean. Y así se azota Sancho con el mismo empeño con que desenchinarran calles esos desgraciados a los que en los meses de invierno, cuando escasean azotes, les mandan los Municipios a desenchinarrar calles para volverlas a enchinarrar y con ello justificar la limosna vergonzante que se les reparte. Tela de Penélope y tonel de las Danaides es lo más de tu azotina Sancho; el caso es que te cueste ganarte el pan y que tengas que agradecérselo a los que te proporcionan azotes, y que reconozcas que te pagan de lo suyo y no pongas el pie en sus hanegas de sembradura como en su pecho pusiste la rodilla. Haces, pues, muy bien en desollar los árboles a jaquimazos, pues lo mismo te han de pagar, ya que te pagan, no porque te azotes, sino porque no te rebeles. Haces bien, pero harías mejor si volvieras la jáquima alguna vez contra tus amos y los azotaras a ellos y no a los árboles, y los echaras a azotes de sus hanegas de sembradura, o que las aren y siembren ellos contigo y como cosa de los dos”9. 17.– Toda la trama del Quijote reposa en el desarrollo de una relación de trabajo: su simbolismo Como cultor que soy de Derecho Social, he tenido infinito placer al percatarme que, en todo el orbe quijotesco, se sienten nobilísimos latidos de cuestiones relacionadas con la disciplina que ahora conocemos con el nombre de Derecho de Trabajo. Porque, además de los simbolismos que he resaltado, cúmpleme, finalmente, relievar que toda la obra reposa sobre la ejecución de una relación de trabajo. 9

Miguel de Unamuno: Vida de Don Quijote y Sancho, Madrid: Ed. Renacimiento, 1928, pp. 271-272.

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Cervantes pudo escoger otra relación jurídica de mayor categoría, pero no lo hizo; escogió la humilde relación de trabajo como cimiento y zócalo de su inimitable obra; parece que intuyó que con el andar de los siglos las nuevas concepciones jurídicas iban a reposar sobre la relación y sobre el contrato de trabajo. El contrato de trabajo —o en su defecto, la relación de trabajo— están llamados a ser el sol del nuevo sistema planetario jurídico. Digo esto porque jamás rama jurídica alguna ha influido con tanto vigor sobre la vida de las diferentes ramas del Derecho, y lo que es más interesante, realiza esta influencia, comunicándoles sus peculiares concepciones. Así por ejemplo, el Derecho del Trabajo ha influido decisivamente en la elaboración de las modernas teorías del riesgo social. Ha enriquecido al Derecho Administrativo con nuevos órganos, v.gr. el Ministerio de Trabajo, e inspecciones regionales de trabajo. Sobre el Derecho Internacional Público ha gravitado con tal empuje, que ha creado una nueva rama de éste, o sea el Derecho Internacional del Trabajo. El Derecho Procesal bajo acción del Derecho del Trabajo, ha llegado a crear un nuevo fuero; éste no es una nueva organización de los tribunales de justicia sino, más bien, una nueva rama, esto es, el Derecho Procesal de Trabajo. Podría probar con cien ejemplos más las fecundas innovaciones gestadas por el Nuevo Derecho en cada una de las ramas del frondoso árbol del Derecho, pero tendría que alargar demasiado esta exposición. Por su sentido vigorosamente innovador, el Derecho del Trabajo se ha convertido en algo así como la maravillosa fuente de Juvencio, o sea, la fuente mitológica que devolvía a los hombres la juventud perdida. Las viejas disciplinas jurídicas han encontrado en el Derecho del Trabajo su fuente de Juvencio; al contacto con sus agitadas aguas recobran la juventud perdida, al mismo tiempo que captan el espíritu que anima a las aguas del Derecho Laboral, espíritu que es nuevo y revolucionario. Por eso sostengo que el Derecho del Trabajo está llamado a desempeñar dentro del sistema jurídico

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la misma función que realiza la relación de trabajo en el desenvolvimiento de la trama de El Quijote: Esto es, servir de cimiento o zócalo. El Derecho del Trabajo está llamado a ser el centro del nuevo sistema solar jurídico. 18.– Don Quijote y el Derecho del Trabajo “Universalmente es admirada la soberbia figura moral del hidalgo manchego”10. Ningún cultor del Derecho puede dejar de admirar y de querer al simpatiquísimo loco, porque don Quijote es, sobre todo, Hombre de Derecho. Es verdad que sale lanza en ristre y armado caballero en busca de aventuras, por lo que podría tomársele como hombre de armas; pero, también es verdad, que va en pos de tales riesgos en su nobilísimo afán de servir al Derecho, pues es desfacedor de agravios, enderezador de entuertos, sostén de los que van a caer... En realidad, el ínclito caballero usa la fuerza como un medio o instrumento al servicio del Jus. Don Quijote, repito, es Hombre de Derecho. Como no hay disciplina jurídica que carezca de pujos y humos quijotescos, se puede hablar sin hipérbole de las quijoterías del Derecho. Con don Miguel de Unamuno, estimo que “si don Quijote volviera al mundo sería pastor Quijotiz, no ya caballero andante de espada; sería pastor de almas, empuñando, en vez del cayado, la pluma o dirigiendo su encendida palabra a los cabreros todos. ¡Quién sabe si no ha resucitado!”, termina exclamativamente el sabio ex-rector de Salamanca11. Pienso que asistimos a las primeras hazañas de la resurrección de don Quijote. El Derecho del Trabajo es el don Quijotiz de los tiempos que corren; porque el Derecho del Trabajo es la disciplina 10

Santiago Ramón y Cajal, “Psicología de Don Quijote y Sancho”, en sus: Obras literarias completas, Madrid, Aguilar, p. 1289. 11 Miguel de Unamuno: Op. cit., capítulo LXVII.

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jurídica, que con más denodado esfuerzo defiende al trabajador desvalido, cual nuevo Caballero Andante redivivo. Cabe relievar que tomo la palabra Quijotiz como sinónima de lucha por la verdad y la justicia, vale decir, como sinónimo de lucha por el imperio del Derecho. 19.– ¿Quién es el padre de este ensayo? Me place declarar que aunque yo parezco el padre de este ensayo, no lo soy; en realidad me he concretado a poner de relieve los problemas jus-laborales que trata la excepcional obra. Toca pues, a Cervantes, toca al genio ibérico, toca a la latinidad toda el mérito de haber presentido y adivinado problemas que con el correr de los siglos han llegado a tener tan extraordinaria importancia. Mi cerebro, como dije al empezar este ensayo, solamente ha sido el receptáculo en que ha ardido la fosforecencia encendida por rayos de luz emitidos por la estrella de primerísima magnitud que se llama “don Quijote”. Me he equivocado al hacer tan petulante afirmación. Debo rectificar y rectifico. No hay fosforecer, por la sencilla razón de que este trabajo no es brillante ni luminoso; es más bien opaco y borroso. Tan sólo me he concretado a señalar el aspecto jurídicotrabajista del Quijote, que no ha sido estudiado hasta ahora. Pero al señalarlo lo he hecho con opacidad manifiesta. Barrunto que el asunto se presta para la elucubración de brillantísimos estudios que no están al alcance de mi modesto talento. El estudio jus-laboral del Quijote constituye, simplemente, la reunión de unos cuantos negativos fotográficos. Estos negativos los he conseguido tomar, no obstante que mi talento es modesto, por cierto. El hecho tiene la siguiente explicación: a fuerza de paciente y amorosa meditación he logrado percibir los rayos de luz y tomar los negativos en referencia, al igual de lo que pasa con ciertas placas

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fotográficas que usan los astrónomos, que situadas en el foco de un anteojo dirigido al firmamento, a fuerza de horas de exposición llegan a revelar astros tan lejanos que el telescopio más potente es incapaz de mostrarlos. Precisa revelar esos negativos; precisa obtener los positivos, para obtener imágenes más claras, más precisas y más nítidas. Toca a ingenios mejor preparados y mejor dotados, realizar la revelación, esto es, elucubrar estudios jus-laborales esplendentes en relación con el Quijote. Con sincera modestia, ofrezco estos mis pobres negativos fotográficos del Quijote a la consideración de los estudiosos.

Capítulo VI REVISIÓN DEL FALLO QUE INFAMA A SANCHO PANZA

20.– La revisión del afrentoso e injusto fallo que pesa sobre sancho no es impertinente a la materia tratada en este libro En este libro se dilucidan los episodios de la quijótica aventura que confinan con el Derecho del Trabajo. Sin embargo, a partir de este capítulo hasta el X, se revisa el fallo, no exento de oprobio, que ayuno de justicia gravita sobre Sancho Panza. A simple vista parece que tal revisión es impertinente a lo que estudia este ensayo. Mas no es así. No sólo es oportuna sino indispensable tal revisión. Como se ha visto en el Parág. 14, Sancho representa al trabajador, por lo que precisa probar que Cervantes escogió para ello un personaje digno, tan digno como el dignísimo don Quijote. 21.– Vicios del fallo En la crítica literaria, hasta hace pocos años, lo sólito, lo corriente, era improperar y denostar a Sancho Panza presentándolo como el contrapolo del Caballero de la Fe; era casi un lugar común infamarlo calificándolo de glotón, cobarde, codicioso, necio y grosero materialista. Sancho Panza ha sido víctima de reiterada difamación. El Tribunal de la Historia Literaria debe rever el fallo, el cual es insostenible en el fondo y en la forma; lo primero, por injusto y absurdo, y lo segundo, por inobservancia de elementales cánones de la procesalística penológica, esto es, el estudio de todo el proceso, incumplimiento que en la ley procesal peruana implica la violación del art. 280 del Código de Procedimientos Penales, que a la letra dispone:

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La sentencia que ponga término al juicio deberá apreciar la confesión del acusado y demás pruebas producidas en la audiencia así como los testimonios, peritajes y actuaciones de la instrucción.

Este artículo concuerda con el art. 311 del mismo cuerpo de leyes, que refiriéndose a la audiencia tocante a las querellas por difamación dispone: Concluidos los debates, el Tribunal Correccional pronunciará sentencia, sujetándose a las reglas del Titulo respectivo.

El título pertinente es el IV del Libro Tercero de dicho Código, en el cual corre inserto el art. 280 que se ha transcrito líneas arriba1. Si se sopesan debidamente todos los hechos en que interviene Sancho, así como todas las pruebas que corren en la inmortal fábula, se concluye que lo que se le reprocha es falso e injusto. En la revisión que se intenta hacer en los capítulos siguientes se trata de seguir los usos forenses: se citan hechos, dichos, folios del proceso —fojas del Libro-Rey—, confesión tanto del difamado, como de don Quijote, testimoniales de personas de calidad como la de los duques, peritajes u opiniones de gente docta sobre Sancho Panza, etc., actuación que es sometida al examen de la crítica. En lo que puede reputarse como peritaje, insértanse los pareceres de insignes escritores como los de Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, 1

El art. 280 del Código de Procedimientos Penales (en adelante C.P.P.). del Perú concuerda también con el art. 1074 del Código de Procedimientos Civiles del Perú, que in verbis dispone: “En las resoluciones Judiciales se observarán las reglas siguientes : 1º Que la exposición de los hechos y las citas sean exactas y puntuales; 2º Que se resuelva todos y únicamente los puntos controvertidos en el incidente, en el artículo o en el juicio; 3º Que se apoyen en el mérito del proceso y en la ley; 4º Que se exprese con claridad y precisión lo que manda o decide”.

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Niceto Alcalá-Zamora y Torres, Dámaso Alonso, Azorín (José Martínez Ruiz), Agustín Basave Fernández del Valle, Joaquín Casualdero, Salvador de Madariaga, Álvaro Fernández Suárez, Denys Armand Gonthier, Ramiro Maeztu, Thomas Mann, Ramón Menéndez Pidal, Marcelino Menéndez y Pelayo, Francisco Navarro Ledesma, José Ortega y Gasset, Mario Osses, Leopoldo Eulogio Palacios, David Rubio, Miguel de Unamuno, etc., etc. En los capítulos siguientes no se pretende, en realidad, hacer la revisión completa y cabal de la difamación que perjudica a Sancho. No, por la sencilla razón de que el nuevo fallo debe ser pronunciado por el Tribunal de la Crítica Literaria, esto es, por los hombres doctos sobre la materia. Tan sólo preténdese aportar algunas ideas tocantes a la revisión por hacer. Del examen en referencia, Sancho Panza resulta totalmente exento de los cargos que se le imputan. El tiempo ha hecho justicia al inmortal escudero. Post nubila Phoebus: ‘Después de las nubes, el sol’.

Capítulo VII LAS PRETENDIDAS GLOTONERÍA Y COBARDÍA DE SANCHO PANZA

22.– La supuesta intemperancia en el comer En lo que atañe a que Sancho fue tragón, lo que pasa es que se confunde la glotonería con el buen apetito de un labriego pícnico, de organismo salubérrimo, que por añadidura sufre las peripecias y las estrecheces de la andantesca caballería. Cuantas veces se le ve devorar a dos carrillos, es porque satisface necesidades atrasadas. Cuantas veces guarda alimentos, lo hace por prudencia para prevenir las cuotidianas privaciones de su rudo peregrinar al lado de su amo. Por los pocos hartazgos que goza en las bodas de Camacho el rico, en el palacio de los duques, en la casa de don Diego Miranda y en la mansión de don Antonio Moreno, el pobre Sancho sufre miliuna privaciones. Vive en constante cuaresma, antes que pantagruélicamente. Como el calificativo de tragantón dado a Sancho constituye descrédito que no reviste mayor gravedad, basta con lo dicho como prueba de que no es justa tal apreciación. 23.– El infundio de la cobardía de Sancho Constituye uno de los más molidos lugares comunes, vilipendiar a Sancho increpándole cobardía. Tal escarnio deriva del conocimiento epidérmico de la esclarecida obra de Cervantes. Sancho está lejos de ser pusilánime. En la imponente máquina de la obra, el célebre gobernador de la ínsula de Barataria da varias e inequívocas muestras de bravura:

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Cooperó a libertar a los galeotes, mal grado su propia convicción, de que “la justicia, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos” (I, Capítulo XXII). Luchó bravamente, en defensa de don Quijote, cuando éste fue agredido por el loco Cardenio e, ipso facto, con furente cólera arremetió contra el cabrero por no haber advertídole que Cardenio era demente. Sancho y el cabrero se daban tales puñadas, “que si don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran pedazos”, según expresa la preclara obra; y, agrega, que Sancho asido con el cabrero, decía: —Déjeme vuestra merced señor caballero de la Triste Figura que en éste, que es villano como yo y no está armado caballero bien puedo a mi salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho peleando con él mano a mano como hombre honrado (I, Capítulo XXIV).

Ex ungue leonen: ‘se conoce al león por la uña’. Sancho, cuando media justa causa, lucha como el más animoso, pelea con denuedo. “Frente a su amo, que pelea por gusto y por vocación de caballero desfacedor de entuertos, Sancho sostiene que sólo peleará cuando le vaya algo en ello, la bolsa, la vida o lo que sea, pues, a medida que va creciendo en estatura moral, van aumentando en él los motivos de lucha. A este rasgo de su carácter se deben no pocas de las ocasiones en que pasa por cobarde a los ojos de su amo. Añádase la prudencia del hombre hecho a las cosas, de la vida, que rehuye la lucha excesivamente desigual, prefiriendo no habérselas con fuerzas superiores, ya por el número, ya por la organización o la ley”1. Sancho luchó con arrojo al lado de su amo contra los 20 desalmados yangüeses, no obstante que, antes de empezar la pendencia, hizo ver a don Quijote que no podían tomar venganza de los ellos, porque eran más de 20 y ellos sólo dos, y aún quizás ni uno y medio. A lo que don Quijote, replicó: 1

Salvador de Madariaga, Op. cit., p. 116.

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LA AVENTURA CON LOS GALEOTES (Primera parte, cap. XXII) “Don Quijote se llegó la cadena y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa”. Ilustración de Gustavo Doré.

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— ¡Yo valgo por ciento! Y sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los arrieros, y lo mismo hizo Sancho incitado y movido del ejemplo (I, Capítulo XV).

“No se sabe qué admirar más, si el heroísmo quijotesco bajo la fe de “Yo valgo por ciento” o el heroísmo sanchopancesco bajo la fe de que su amo valía por cien. La fe de Sancho en don Quijote es aún más grande, si cabe, que la de su amo mismo”2. Sancho Panza es tan héroe como su glorioso amo. Con razón, Unamuno no tiene reparos en hablar de la excelsa heroicidad del corajudo escudero3. Pero, ¿de dónde, algunos comentaristas de la celebradísima obra han sacado el infundio de la pusilanimidad del brioso escudero? Las principales causas del embuste son las siguientes: En la catarata de sucesos de la obra, don Quijote en diferentes ocasiones echa en cara a su escudero la falta de ánimo. Pero, estas acusaciones hay que tomarlas con cautela; se trata de simples hipérboles, y lo que es más importante, monumentalizaciones de un monomaniaco anacronista. Tan cierto es que se trata de las exageraciones de un temerario, que don Quijote se “propuso armar caballero a Sancho, en la primera ocasión que se le ofreciese, por parecerle que sería en él bien empleada la Orden de la Caballería”. Don Quijote tomó tal determinación cuando vio que Sancho cuan bien se defendía y ofendía al trabarse a mojicones con el barbero que reclamaba las albardas de su asno, que Sancho se las apropió, cuando su amo quitó al barbero la bacía que tomó, en su delirio, por el yelmo de Mambrino (I, Capítulo XLIV).

2

Miguel de Unamuno, Op. cit., p. 81. Miguel de Unamuno: “Lecturas e interpretación del Quijote”, en Ensayos. Ed. Aguilar, t. I, p. 671. 3

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Don Quijote, pues, que es la valentía en su grado máximo, reconoció el coraje de su escudero, lo que constituye el más elocuente mentís a la pretendida conceptuación de pusilánime. Otra razón por la cual se tiene a Sancho por medroso, deriva del poco ánimo mostrado ante varios peligros que a simple vista parecen pueriles. “El valor ha de medirse con arreglo a un criterio subjetivo del enemigo y si, en su ignorancia, superstición y sencillez, Sancho veía peligro donde nosotros no lo apreciamos, nuestro derecho a tenerlo por inocente no nos autoriza a tacharle de cobarde. Esta observación basta para lavar a Sancho de todo deshonor por su actitud en ciertas aventuras, como la de los batanes, la de la aparición de Merlín y otras en las que el miedo, entró en él por el camino del cerebro, punto flaco de los ignorantes. Prudente y cauto por sentido y experiencia, evita la lucha inútil y desigual; pueril y sencillo por ignorancia y naturaleza, tiembla ante lo desconocido y lo sobrenatural. En conjunto, digno hermano menor del Caballero al que acompaña en la vida”4. Similar opinión vierte Fernández Suárez, para quien la diferencia de bravura entre el indómito don Quijote y Sancho, deriva de que “don Quijote tenía una convicción mística, y Sancho, no, pues sólo de reflejo la recibió de su amo, o estaba en camino de recibirla; ésta es la gran diferencia entre ambos, no el valor natural”5. Palabras más, palabras menos, Basave Fernández del Valle expresa parecido punto de vista6. Sancho sabe hacer uso de la legítima defensa. En dos ocasiones, por lo menos, demuestra que en legítima defensa sabe cobrar bríos:

4

Salvador de Madariaga, Op. cit., pp. 116-117 y 119. Álvaro Fernández Suárez: Los mitos del Quijote, Madrid: Ed. Aguilar, 1953, p. 131. 6 Agustín Basave Fernández del Valle: Filosofía del Quijote, México: Austral, 1953, p. 118. 5

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La primera, cuando se negó a pelear en frío con su compadre Tomé Cecial, disfrazado de escudero del falso Caballero del Bosque. Cuando Tome Cecial propuso a Sancho que, mientras sus amos se batían, se zurrasen ellos mutuamente, según costumbre de los peleantes de Andalucía, Sancho se negó terminantemente a luchar de buenas a primeras, sin haber por qué ni para qué. Dijo: —...No seré yo tan descortés ni tan desagradecido que con quien he comido y he bebido trabe cuestión alguna, por mínima que sea, cuanto más que estando sin cólera y sin enojo, ¿Quién diablos se ha de amañar a reñir a secas?

Cecial, tomando la prudencia de Sancho por cobardía, replicóle: —Para eso —dijo el del Bosque—, yo daré un suficiente remedio, y es que antes que comencemos la pelea, yo me llegaré bonitamente a vuesa merced y le daré tres o cuatro bofetadas que dé con él a mis pies; con las cuales le haré despertar la cólera aunque esté con más sueño que un lirón. —Contra ese corte sé yo otro —respondió Sancho—, que no le va en zaga: cogeré yo un garrote, y antes que vuesa merced llegue a despertarme la cólera, haré yo dormir a garrotazos de tal suerte la suya, que no despierte si no fuere en el otro mundo; en el cual se sabe que no soy yo hombre que me dejo manosear el rostro de nadie. Y cada uno mire por el virote; aunque lo más acertado sería dejar de dormir su cólera a cada uno; que no sabe nadie el alma de nadie, y tal suele venir por lana que vuelve trasquilado; y Dios bendijo la paz y maldijo las riñas; porque si un gato acosado, encerrado y apretado se vuelve león, yo, que soy hombre, Dios sabe lo que podré volverme; y así desde ahora, intimo a vuesa merced, señor escudero, que corra por su cuenta todo el mal y daño que de nuestra pendencia resultare (II, Capítulo XIV).

Con esta terminante y brava respuesta —que repito implica echar mano a la legítima defensa— Sancho quitó al del Bosque las ganas de seguir metiendo pullas. La otra ocasión en que Sancho hizo uso del concepto que él tenía de la defensa legítima en forma nítida e inequívoca, es cuando

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se atrevió á defenderse de su amo, quien impaciente por apresurar el desencanto de Dulcinea se dispuso a ser él quien diese a Sancho los 2995 azotes que faltaban de los 3.000, rebajando los cinco que Sancho decía haberse dado. —Si nudo gordiano cortó Magno Alejandro, diciendo: “tanto monta cortar como desatar”, no por eso dejó de ser universal señor de toda la Asia, ni más ni menos podría suceder ahora en el desencanto de Dulcinea, si yo azotase a Sancho a pesar suyo; que si la condición deste remedio está en que Sancho reciba los tres mil y tantos azotes, ¿qué se me da a mí que los de él, o que se los dé otro, pues la sustancia está en que él los reciba, lleguen por do llegaren?, —decíase don Quijote. Con esta imaginación se llegó a Sancho, habiendo primero tomado las riendas de Rocinante, y acomodándolas en modo que pudiese azotarle con ellas, comenzóle a quitar las cintas, que es opinión que no tenía más que la delantera en que se sustentaban los gregüescos; pero apenas hubo llegado, cuando Sancho despertó en todo su acuerdo y dijo: —¿Qué es esto? ¿Quién me toca y desencinta? —Yo soy —respondió don Quijote—, que vengo a suplir mis faltas y a remediar mis trabajos: vengóte a azotar, Sancho, y a descargar en parte la deuda a que te obligaste. Dulcinea perece; tú vives en descuido; yo muero deseando; y así desatácate por tu voluntad; que, la mía es de darte en esta soledad, por lo menos dos mil azotes. —Eso no —dijo Sancho—; vuesa merced se esté quedo, si no, por Dios verdadero que nos han de oír los sordos. Los azotes a que yo me obligué han de ser voluntarios y no por fuerza, y ahora no tengo gana de azotarme; basta que doy a vuesa merced mi palabra de vapulearme y mosquearme cuando en voluntad me viniere. —No hay que dejarlo a tu cortesía, Sancho —dijo don Quijote—; porque eres duro de corazón, y aunque villano, blando de carnes. Y así, procuraba y pugnaba por desenlazarle. Viendo lo cual Sancho Panza, se puso en pie, y arremetiendo a su amo, se abrazó a él a brazo partido, y echándole una zancadilla dio con él en el suelo boca arriba; púsole la rodilla derecha sobre el pecho, y con las manos le tenía las manos, de modo que ni le dejaba rodear ni alentar. Don Quijote le decía: —¿Cómo, traidor, contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves?

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Repárese bien en la actitud de Sancho. No se trata de un condenable irrespeto a su amo. “Ante la agresión material y peligrosa de un loco, que posee armas, y está en despoblado, donde nadie puede acudir a intervenir, calmar y socorrer, Sancho tiene que defenderse, pero lo hace con tal comedimiento, cariño y respeto, que se detiene apenas logra paralizar a su amo y obtiene de éste la promesa de que no reanudará la agresión: es decir, que procede en el empleo de la legítima defensa con tal cuidado y tan plenos requisitos, que hacen imposible superarlos, y llevarían a la absolución con los pronunciamientos más favorables por un juez severísimo, encargado de aplicar leyes de dureza draconiana”7. De lo expuesto se ve claramente que Sancho sabe derrochar bravura cuando tiene que hacer uso de la legítima defensa; es valiente sin ser temerario. Tal es el carácter de quien representa a las masas en la inmortal novela.

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Niceto Alcalá Zamora, Op. cit., p. 52.

Capítulo VIII LA PRETENDIDA CODICIA Y EL PRETENDIDO GROSERO MATERIALISMO DE SANCHO 24.– Sancho denigrado por codicioso Aporréase y aperréase a Sancho de ahito de grosera codicia. Cierto que Sancho ansía alcanzar el gobierno de una ínsula, “en lo cual quieren ver los maliciosos su codiciosidad y que por ella servía a su amo, sin caer en la cuenta de que prueba más quijotismo seguir a un loco un cuerdo, que seguir el loco sus propias locuras”1. Cuando don Quijote dio a Sancho sus discretos consejos y le hizo ver las dificultades de los gobiernos, éste entró en dudas acerca de su capacidad para tal menester; declaró, resueltamente, que prefiere la salvación de su alma a los goces terrenales: Si vuesa merced don Quijote se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno (XLIV).

El noble arranque no es propio de un vulgar ambicioso. Se le censura y veja de codicioso y, sin embargo, al salir de su ínsula pudo afirmar, como en efecto lo hizo, “sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Saliendo yo desnudo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel”. Sólo llevó un poco de cebada para el rucio y unos mendrugos de pan y de queso para él. Y Sancho, a quien se le vitupera de ambicioso y de egoísta, apenas topó con unos viandantes que él creyó mendigos, les obse1

Miguel de Unamuno, Op. cit., p. 56.

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quió los trozos de pan y de queso, que por todo provecho obtuvo del ejercicio de su gobierno. Por otra parte, no es cierto que la ambición de gobernar una ínsula fue el único incentivo que movió a Sancho a deambular con su amo. Recuérdese que después de renunciar al gobierno de la Barataria continuó al lado de don Quijote e intervino en todo el acoplamiento de andantescos episodios que suceden a dicha renuncia. Más aún, Sancho decidió convertirse en el pastor Pancino, cuando don Quijote al ser derrotado por el falso caballero de la Blanca Luna, resolvió trocarse en el pastor Quijotiz. Finalmente, en el lecho de muerte de don Quijote, Sancho henchido de fe y loco de remate, pide a su amo no se muera sino que se levante para ir al campo, vestidos de pastores, como lo habían concertado. Y es que, amo y criado, eran ilusos. Tan iluso es el embaído don Quijote, que sigue los ímpetus de su propio delirio, como el fiel escudero que sigue y cree los desatinos del orate de su amo. Don Quijote está dentro de Sancho como el calor dentro del fuego. Dámaso Alonso comentando la final y plena quijotización de Sancho, exclama: “Ya no es la codicia la que motiva su lealtad, ya es la piedad: abandona el premio de su servicio (la ínsula), jamás el servicio, a pesar de su engaño”2. Cierto que en no pocas ocasiones don Quijote censura a su escudero, reputándolo de codicioso; pero esas conceptuaciones no son sino coléricos arrebatos; tanto es así, que cuando está sosegado tiene expresiones encomiásticas para su fiel servidor; así por ejemplo, hablando con el canónigo toledano en el capítulo L de la Segunda Parte, expresa su opinión de ser “Sancho el mejor hombre del mundo”. 2

Dámaso Alonso: “Sancho-Quijote”, en Homenaje a Cervantes, Vol. II, pp. 5861.

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Y en la carta que don Quijote dirigió a Sancho, cuando éste gobernaba la ínsula, aquél, entre otros prudentes consejos, le dio el siguiente: No te muestres, aunque por ventura lo seas (lo cual yo no creo), codicioso, mujeriego ni glotón; porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por ahí te darán batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición (II, Capítulo LI).

25.– Sancho no sufre grosero materialismo Mientras retiñe la buena fama de don Quijote tocante a su idealismo, desdéñase a Sancho Panza, presentándolo como un ordinario materialista, siendo que en realidad es más bien iluso e idealista como su glorioso amo. “No es menos héroe el que cree en el héroe que el héroe mismo creído por él”3. Con razón el cura de la aldea del extraño Caballero, declaró “que tal Caballero y tal Escudero, parece que los forjaron en una misma turquesa, y que las locuras del señor sin las necedades del criado no valían un ardite” (II, Capítulo LI). Unamuno comentando este pasaje con la hondura que le caracteriza, razona: “Muy lejos de ser dos cabos opuestos, como hay quien mal supone, fueron y son, no ya dos mitades de una naranja, sino un mismo ser visto por dos lados. Sancho mantenía el sanchopancismo de don Quijote y éste quijotizaba a Sancho, sacándole a flor de alma su entraña quijotesca. Sin Sancho don Quijote no es don Quijote, y necesita el amo más del escudero que el escudero del amo. Porque los vulgares, los rutineros, los Sanchos, pueden vivir sin caballeros andantes, pero el caballero andante, ¿cómo vivirá sin pueblo”4. 3 4

Miguel de Unamuno, Op. cit., p. 217. Miguel de Unamuno, Op. cit., p. 148 y 203.

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26.– Razones que explican la aparente codicia de Sancho Panza No obstante lo dicho, nadie puede negar el afán de Sancho de allegarse algunos dineros. Empero esta preocupación puede ser justificada sin que por este motivo tenga que motejársele de codicioso. Sancho, recuérdese, no es soltero, sino más bien tiene mujer e hijos que mantener y criar. Tiene obligaciones sagradas que cumplir que él no olvida un instante. Su afán de conseguir blanca antes que codicia revela el anhelo de cumplir deberes y obligaciones de un buen padre de familia. Fuerzas soterráneas de su alma hácenle ver que no puede llegar a su casa horro de moneda. “Teresa, la mujer del ilustre escudero, es un personaje sólo aparentemente secundario en la historia, pues se halla constantemente presente en el espíritu de Sancho, e influye, como una fuerza oculta, en sus ideas y en sus acciones, por lejos que esté el marido. Teresa explica sobradamente ciertas expresiones de codicia que hallamos en Sancho. “Tengo mujer e hijos que sustentar y criar”, dice en el capítulo XV de la I Parte para justificar su perdón fácil de los agravios; se lo dice a don Quijote, que era soltero y no tenía hijos. ¿Hubiera podido don Quijote ser don Quijote siendo, a la vez, casado y padre de familia?... He aquí una pregunta que preferimos dejar así... Mientras Sancho corre sus aventuras en compañía del famoso caballero, un pensamiento le muerde y le remuerde. “¿Qué dirá Teresa si me presento en casa tan pobre o más pobre que cuando salí?” Grave asunto. No es cosa de risa. Al regresar Sancho de su primera salida, Teresa, que acude a recibirlo, le pregunta significativamente, y antes de inquirir acerca de su salud, “si venía bueno el asno”. Y Sancho quizás un poco amoscado por este preferente interés de su mujer por el jumento, responde: “Viene mejor que su amo”. Teresa, sin acoger la acritud de la réplica, continúa la indagación por el mismo camino: “Contadme ahora, amigo —dice— qué bien habéis sacado de vuestras escuderías. ¿Qué saboyana me traéis

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a mí, qué zapatitos a vuestros hijos?”. El tono es perceptiblemente irónico, y hasta encubre apenas una amenaza para el pobre Sancho. Y, sin embargo, no nos atrevemos a reprocharle a Teresa esta impaciente suspicacia por la suerte que hubiera podido correr el asno, precioso bien de familia, y esa demanda incisiva de modestas riquezas para ella y para sus hijos. No se lo reprochamos porque Teresa era pobre y, además, madre. Con eso queda dicho todo. Por lo demás la pobreza explica de sobra que no se anduviese con cortesías y disimulos y fuese derecho al asunto del asno, y de las prendas, sin pasar por el tema de la salud del marido, de suyo patente y visible. Cuestión de economía de palabras y de urgencia. Por fortuna, esta vez Sancho venía provisto de alguna materia con que aplacar a Teresa, gracias al hallazgo, en Sierra Morena, de la maleta de los cien ducados. La presencia de Teresa en el ánimo de Sancho es la clave, repetimos, de algunos aspectos de su aparente codicia. Cuando Sancho habla de ganancias, de rentas insulares, de salarios, no hace sino disculparse ante sí mismo por este lujo de aventurear que le entró después de haber trabado relación caballeresca con el caballero don Quijote. Finge sordidez porque sabe que no tiene derecho, el pobre, a parecer generoso, desprendido, idealista. Cierto idealismo, por noble que sea, en el pobre, si tiene lo que se llama obligaciones de familia, va siempre acompañado de remordimiento, y es preciso disimularlo, como se disimulan las cosas vergonzosas”5. La espuela de la aparente codicia de Sancho no es, pues, la ambición personal; el acicate es más bien el espíritu de sacrificio en pro del bienestar de los suyos tal como lo demuestran elocuentemente las razones que dio a su mujer antes de iniciar la tercera salida (II, Capítulo V). A cada paso tenía en mente el porvenir de su hogar: Apenas los duques prometen hacerle gobernador de una ínsula “de no pequeña calidad”, hace escribir una carta a su mujer 5

Alvaro Fernández Suárez, Op. cit., pp. 116-18.

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Teresa, en donde le da la buena nueva, su determinación de que camine en coche y le dijo que le avisará si irá a acompañarlo a su ínsula (II, Caps. XXXII y XXXVI). Y en la carta que dirigió a su amo durante su asendereado gobierno, inquirió por su mujer e hijos, demostrando el noble interés familiar que le anima constantemente . 27.– El anhelo de Sancho de ser como su amo Sancho en varias oportunidades gritó su anhelo de semejarse a su amo: Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo. Y viva él y viva yo: que ni a él le faltarán imperios que mandar ni a mi ínsulas que gobernar”, contestó Sancho al severo eclesiástico en la casa de los duques (II, Capítulo XXXII).

Y en el mismo capítulo desvariando al igual que su amo dice a la duquesa: —De grandes señoras, grandes mercedes se esperan; esta que la vuesamerced hoy me ha fecho no puede pagarse con menos sino es con desear verme armado caballero andante para ocuparme todos los días de mi vida en servir a tan alta señora.

“Durante mucho tiempo se ha pensado que de los dos planos, realista e idealista, que con genial confluencia forman la obra inmortal, Sancho era el neto representante del primero, dice Dámaso Alonso. Pero en nuestros días, Unamuno y Papini han defendido la tesis de que sobre Sancho se vierte la idealidad del Caballero; que penetra así en el mundo de lo fantasmagórico; que es, a su manera, otro Quijote. ¿No deja él también su lugar, su casa, su familia y su menguada hacienda, por atender a las visiones de un loco? ¿Acaso no le acompaña en sus aventuras y participa en sus fatigas y en sus palos? Y para el pobre escudero, allá en el confín del horizonte lejano, como otra Dulcinea encantada, está presente en todas las peregrina-

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ciones, espejismos de la llanura, siempre cercano a la fantasía, siempre lejos de su alcance, su ideal: la ínsula. Sí, Sancho es también otro caballero de otro ideal. Y los verdaderos Sanchos, los materialistas, los incapaces de fantasía y de ensueño son el cura y el barbero del lugar, el ama, la sobrina y, como esencia, resumen de ellos, el bachiller Sansón Carrasco, que, hombre de letras, en contacto con la belleza y la espiritualidad del mundo, no comprende nada de aquella blanca locura que había de iluminar el Universo, y aun tiene la avilantez de fingirse él (el pícaro sin fe y sin ideal), caballero de ideales, y no para su empeño de destruir lo fértil, lo activo, hasta dejar inutilizado y tendido al héroe en la playa de Barcelona, ¡Oh cuántos Sansones Carrascos conocemos en el mundo de las letras!... El primer proceso en el alma de Sancho, es irse metiendo en la locura de su amo. Y cuando las aspas del molino, de lo que Sancho había bien visto que era molino, han derribado al caballero (precisamente entonces) se deja convencer por las razones de su amo. ¡Qué momentos para dejarse convencer!— “A la mano de Dios —dijo Sancho—, yo creo todo así como vuesa merced lo dice” (I, Capítulo VIII)6. Sancho, el modesto bracero, el humilde labriego se quijotizó por completo, o para ser más exactos afloró al Quijote que llevaba dentro al contacto con la hermosa idealidad de su amo. Sancho es el valioso diamante al cual don Quijote le quitó la ganga e impurezas que ocultaban su brillo y grande valor.

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Dámaso Alonso, Del Siglo de Oro a este Siglo de Siglas, Madrid: Ed. Gredos, 1962, pp. 9-11.

Capítulo IX LA PRETENDIDA NECEDAD DEL GRACIOSO ESCUDERO 28.– Las refranerías de Sancho Panza Infámase a Sancho, calificándolo de necio; pero, más que estulto, es ignorante; su simplicidad y aparente bobería derivan de causa ajena; su mal no es congénito sino circunstancial; no es imbécil ni siquiera mal educado, sino ineducado. No cabe declarar ciego al privado de la luz del saber. Cervantes ab initio aclara el porqué de la pretendida sandez del escudero; en el primer párrafo que se refiere a él —Capítulo VII— advierte al lector que Sancho era “hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera”, lo cual quiere decir que la falta no estaba tanto en la calidad de éste cuanto en el añadido de la sal del saber”1. Sancho no es estúpido sino que sufre las simplezas propias de un analfabeto. Pero, cuando merced al trato con don Quijote se educa, demuestra ser un superdotado mental, como quedará demostrado al ocuparnos del gobierno de Sancho; esta inteligencia la sacó a relucir desde el primer momento a través de sus donaires y lluvias de refranes, pues éstos dan a conocer su espléndida memoria y su buena asociación de ideas, que, como se sabe, es característica de mentes creadoras o superiores. Es verdad que don Quijote a cada paso sostiene que la retahíla de adagios no resulta apropiada al caso, pero la verdad es que exagera; la verdad es que, como sostiene Verbistky2, don Quijote siente cierta envidia por el derroche de esa sabiduría popular que hace su escudero; lo cierto es que el Sancho pulido y educado de la Segunda Parte de la obra, trae a colación 1 2

Niceto Alcalá Zamora, Op. cit., p. 49, Verbistky, Hamlet y Don Quijote, Buenos Aires: Ed. Jamcana, 1964, p. 60.

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dichos que vienen como anillo al dedo; el propio don Quijote se vio obligado reconocer la superior memoria de Sancho sobre la suya. Ello tuvo lugar cuando don Quijote se dolía del analfabetismo de Sancho antes de que fuera a hacerse cargo del gobierno de la ínsula. Sancho repuso ensartando 10 ó 12 refranes que demostraban que siendo gobernador y teniendo el palo, su ignorancia no le acarrearía mayores dificultades. Don Quijote reprochó el abuso de adagios. Sancho se disculpó alegando que él hacía uso de su hacienda, que no tenía otro caudal sino refranes y más refranes; agregó que se le ofrecían cuatro que venían pintiparados, pero que no los diría porque al buen callar llaman Sancho. —Ese Sancho no eres tú —dijo don Quijote—; porque no sólo no eres buen callar, sino mal hablar y mal porfiar; y con todo eso querría saber qué cuatro refranes te ocurrían ahora a la memoria que venían aquí a propósito; que yo ando recorriendo la mía; que la tengo buena, y ninguno se me ofrece. —Que mejores —dijo Sancho—, que “entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares”; y “a idos de mi casa, y qué queréis con mi mujer, no hay responder”; y “si da el cántaro en la piedra, o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro”; todos los cuales vienen a pelo. Que nadie se tome con su gobernador ni con el que manda, porque saldrá lastimado, como el que pone el dedo entre dos muelas cordales, y aunque no sean cordales, como sean muelas, no importa; y a lo que dijere el gobernador no hay que replicar, como al salíos de mi casa, y, qué queréis con mi mujer. Pues lo de la piedra en el cántaro un ciego lo verá. Así que, es menester que el que ve la mota en el ojo ajeno, vea la viga en el suyo, porque no se diga por él: “espantóse la muerta de la degollada”; y vuesa merced sabe bien, que “más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena” (II, Cap. XLIII).

Más aún, cuando don Quijote estaba sosegado, sereno, reconoció más de una vez que su escudero sabía aplicar bien los proverbios; en efecto: al enviarlo con un recado a Dulcinea, entre Caballero y Escudero se suscitó el siguiente diálogo:

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—Yo iré y volveré presto —dijo Sancho—; y ensanche vuesa merced, señor mío, ese corazoncillo, que lo debe de tener agora no mayor de una avellana, y considere que se suele decir, que buen corazón quebranta mala ventura, y que, donde no hay tocinos no hay estacas; y también se dice: donde no se piensa salta la liebre. Dígolo, porque si esta noche no hallamos los palacios o alcázares de mi señora, agora que es de día los pienso hallar cuando menos lo piense; y hallados, déjenme a mí con ella. —Por cierto, Sancho —dijo don Quijote— que siempre traes tus refranes tan a pelo de lo que tratamos, cuanto me dé Dios mejor ventura en lo que deseo (II, Capítulo X).

Repárese que don Quijote declara que Sancho “siempre trae sus refranes tan a pelo de lo que se trata”. Ni siquiera dice que los trae a pelo, sino tan a pelo. Ni dice que de cuando en cuando acierta, sino siempre. Sancho está lejos de ser un parlaembalde. Las dos declaraciones de don Quijote acerca de la magnífica memoria de Sancho para recordar proverbios y referente a la excelente aplicación de éstos, derrumba la mala opinión de que Sancho abusaba y aplicaba ristras o letanías de sentencias populares, trayéndolas de las mechas. Sólo cuando don Quijote monta en cólera reprueba injustamente a quien prototipiza al hombre común y corriente en la magna obra. 29.– Las simplicidades agudas de Sancho Don Quijote reconoció que Sancho era gracioso, donaire que requiere agudeza: —Vuestra grandeza imagine que no tuvo caballero andante en el mundo, escudero más hablador ni más gracioso del que yo tengo; y él me sacará verdadero, si algunos días quisiere vuestra gran celsitud servirse de mí. A lo que respondió la duquesa: —De que Sancho el bueno sea gracioso, lo estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto; que las gracias y los donaires, señor don Quijote, como vuesa merced bien sabe, no asientan sobre ingenios torpes;

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” y pues el buen Sancho es gracioso y donairoso, desde aquí le confirmo por discreto. —Y hablador —añadió don Quijote. —Tanto que mejor —dijo el duque—; porque muchas gracias no se pueden decir con pocas palabras; y porque no se nos vaya el tiempo en ellas, venga el gran Caballero de la Triste Figura... —De los Leones ha de decir vuestra alteza —dijo Sancho—; que ya no hay triste figura; el figuro sea el de los Leones.

Don Quijote empezó dudando que Sancho tuviese habilidad para gobernar; tales dubitaciones las expuso al canónigo en el Capítulo L de la Primera Parte; pero, más tarde cuando lo conoció mejor, reconoció aptitud de gobernar a su escudero; cuando estaba a punto de gobernar a sus insulanos, don Quijote dijo a los duques: Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Panza es uno de los más graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero andante; tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que el pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento: tiene malicias que le condenan por bellaco y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo, y créelo todo; cuando piensa que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan al cielo. Finalmente, yo no le trocaría con otro escudero, aunque me diesen de añadidura una ciudad; y así estoy en duda si será bien enviarle al gobierno de quien vuestra grandeza le ha hecho merced; aunque veo en él una cierta aptitud para esto de gobernar, que atusándole tantico el entendimiento se saldría con cualquiera gobierno como el rey con sus alcabalas, Y más que ya por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo, que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor. Aconsejaríale yo que ni tome cohecho ni pierda derecho, y otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su tiempo para utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que gobernare (II, Capítulo XXXII).

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Don Quijote, como se ve, tenía buen concepto del entendimiento de su escudero. Sólo cuando montaba en cólera denostaba a su hijo espiritual como zahieren muchas veces los padres carnales a los hijos carne de su carne, sin que tales severas reprimendas prueben que los padres menosprecien a sus vástagos. Don Quijote conviene en que Sancho tiene aptitudes para gobernar; por otra parte retrata con pinceladas magistrales la personalidad de éste; de estas pinceladas conviene relievar aquella que afirma que “tiene simplicidades tan agudas, que al pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento”. La antítesis es de suma elocuencia y pinta a Sancho de cuerpo entero; eso es lo que es Sancho: un simple con extraordinarias agudezas, esto es, un hombre que muestra la simplicidad de su ignorancia, pero adornada de las agudezas propias de su clara y extraordinaria inteligencia natural. Fernández Suárez al respecto expone interpretación sapiente y cabal: “En cuanto a que don Quijote tuviese por tonto a Sancho, habría mucho que decir. Es cierto que en sus momentos de cólera, y especialmente cuando su escudero enristraba interminables refranerías, solía maldecirle, con despreciativas alusiones a la supuesta necedad del buen Sancho. Pero no debemos fiarnos de esas explosiones de ánimo, contradichas, por lo demás, en otras circunstancias, y casi siempre que el caballero hablaba en más apacible disposición. Sin embargo, admitimos que don Quijote tenía a Sancho por tonto en cierto sentido, pero esta opinión no anidaba en lo más profundo, sino en las regiones superficiales del juicio. Nada se opone a que tengamos, y de hecho tenemos siempre o muy a menudo, ideas aparentemente contrarias respecto al mismo objeto. Así, Sancho era, para su amo, a la vez, tonto y sabio, dotado de sabiduría radical, de raíz; sabiduría no de sabio, sino de savia; contradicción aparente de la que hay muchos testimonios a todo lo largo del texto. Admitimos igualmente que don Quijote tuvo en cuenta la simpleza de Sancho para

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atraerle a sus proyectos caballerescos; pero una vez más este juicio tan claro, a primera vista, necesita de alguna interpretación. Sabía don Quijote que Sancho, en cuanto hombre simple, podía ser convencido mejor que otros vecinos del lugar que se hubieran reído de los ofrecimientos y de los sueños del caballero. De ahí que no les fuese con la propuesta de entrar en la Orden Caballeresca a esos lugareños listos que nunca faltan en ninguna aldea. ¿Para qué? Escogió a Sancho. Prefirió a Sancho. ¿Quiere esto decir que don Quijote despreciaba la simpleza del futuro escudero? ¿Quiere decir que desdeñaba su credulidad como hace el estafador con el estafado? No. Porque aquí no había engaño, y don Quijote creía él mismo en las ínsulas escuderiles y en las fascinantes glorias que hacía brillar ante los ojos de Sancho, y creyendo él no podía maljuzgar la credulidad del catecúmeno. Está claro que don Quijote, al suponer a Sancho “tonto”, “simple” o, lo que para el caso es lo mismo, capaz de creer, lo juzgaba de modo parecido a como Cristo podía juzgar simples, crédulos, a sus discípulos los pescadores de Galilea; es decir, no considerando esta simpleza un estado de inferioridad del alma, sino, al contrario, creyendo que la sencillez intelectual liberaba y libera la más honda sabiduría, la más substancial, la del corazón. De este modo puede decirse sin irreverencia que en la elección de Cristo había una cierta astucia, astucia legítima, no maliciosa, sino, al revés, una astucia santa; era uno de esos recursos, de esas vueltas, de esos ardides estratégicos de que se vale el espíritu —que en sí mismo está desnudo sobre la tierra frente a la poderosa materia— para vencer las fuerzas oscuras, a las que suele tomar por el flanco, por el flanco de sus propias afinidades, a fin de “engañarlas”, y hacerlas combatir a su servicio”3, dice Fernández Suárez, quien más adelante conviene en que a Sancho no le faltaba sabiduría, como lo probó en el gobierno de la ínsula Barataria. Pero como esta sabiduría no estaba abrillantada por la erudición y las 3

Alvaro Fernández Suárez; Op. cit., pp. 106-107 y 132.

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letras, carecía de autoridad y de don persuasivo, como sucede tantas veces, ya que las gentes, todas las gentes, nos fijamos mucho en el vestido, en la apariencia, en la presentación, en lo que no nos falta razón del todo. “En el gobierno de la ínsula Barataria probó Sancho prudencia política exenta de erudición, pero no de sabiduría equilibrada”, dice con justeza Basave Fernández del Valle4. Como se ve, la crítica más autorizada de los días que corren ha reivindicado al ilustre Escudero, quien al igual que su amo pudo decir: Post tenebras spero lucem, ‘después de las tinieblas espero la luz’. 30.– La supuesta bobería de Sancho por haber creído que llegaría a ser gobernador de una ínsula Tíldase a Sancho de bobo por haber creído en el ofrecimiento de don Quijote de hacerlo gobernador de una ínsula; la credulidad no se explica por la zoncera, sino porque era pobre de solemnidad en materia de instrucción como que era analfabeto y vivía en un muy modesto villorio del cual nunca había salido. Sabido es que los ignorantes tienen bastas creederas, máxime si lo que se afirma proviene de “fuentes por lo general bien informadas”, para emplear términos usados en los tiempos que corren. don Quijote era el intelectual del lugarejo en mención; era un hidalgo muy leído, que se gastaba el lujo de tener una biblioteca particular en donde “se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio”. Además, el hidalgo tenía fama de ser hombre de bien, como que se le conocía con el epíteto de Alonso Quijano el Bueno.

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Agustín Basave Fernández del Valle, Op. cit., p. 118.

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De otro lado, repárese que en la España del 1600 aún reteñían los clarines de la fama de los conquistadores del Nuevo Mundo, que a golpes de audacia habían redondeado el mundo, conquistando reinos legendarios. Nada de particular tiene que algunos españoles tuviesen la soñarrera de señorear en nuevas conquistas. Nada de raro tiene que un hombre simple por ser ignorante, creyese que uno de los hidalgos de su poblacho pudiese conquistar una ínsula para hacerlo gobernador. Pero Sancho bien pronto se dio cuenta que estaba frente a un alucinado que encapsulaba la realidad en las lecturas de sus empecatadas caballerías y que por todas partes veía endriagos, encantadores, castillos, entuertos que enderezar, agravios que desfacer. Sin embargo, sigue tras el desquiciado por razones que se dilucidan en los parágrafos 25, 26 y 30. Pero lo sigue llevándole la cuerda. Así en la embetunada noche del espantable ruido de los batanes, que don Quijote creyó que era ocasión para acometer tremenda aventura, Sancho después de suplicar al orate no la acometiese por no quedarse solo, amarró las patas de Rocinante, por lo que no pudo moverse cuando don Quijote quiso partir. Viendo Sancho el buen suceso de su embuste, dijo: — Ea, señor, que el cielo, conmovido de mis lágrimas y plegarias, ha ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis porfiar y espolear y dalle, sería enojar a la fortuna, y dar coces, como dicen, contra el aguijón, (I, Cap. XX)

También engañó a su amo cuando encantó a Dulcinea; en este embeleco lleva la cuerda de las locuras de su amo, que por todas partes veía encantadores. En efecto: Don Quijote envió con el escudero un amoroso recado a Dulcinea, que como se sabe sólo existía en la imaginación del enamorado caballero. El encargo sumió a Sancho en perplejidad ya que él había asegurado en anterior ocasión que Dulcinea existía y que habíale entregado la carta que le envió su

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amo. Ante las nuevas dificultades, Sancho, sentado al pie de un árbol, prorrumpió en un monólogo en cuya parte final se expresó así: —Ahora bien, todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte, debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: “dime con quién andas, decirte he quién eres”, y el otro de: “no con quien naces, sino con quien paces”. Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras, y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se pareció cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios, y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea, juraré yo; y si él jurare tornaré yo a jurar; y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere. Quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuan mal recado le traigo dellas; o quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador destos que él dice que le quieren mal, la habrá mudado la figura por hacerle mal y daño (II, Capítulo X).

Y siguen las engañifas al amo: el de los requesones y el de los azotes para desencantar a Dulcinea. Tales trápalas significan el apicaramiento de Sancho según opinión de Dámaso Alonso. En mi entender no hay tal significado: en el amarrar las patas a Rocinante no hay más que instinto de conservación, pues Sancho ingenió un medio para evitar que don Quijote lo dejase solo en un lugar desconocido rodeado de entenebrecida noche al son de estrépitos sobrecogedores. En lo de encantar a Dulcinea, en lo de los requesones y en lo de la falsa azotaina, se ve claramente que Sancho lleva la cuerda al famoso demente. Más adelante la duquesa convence a Sancho que él que cree haber engañado a don Quijote es en realidad el engañado, porque la

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simple labradora es realmente la señora Dulcinea del Toboso y que todo fue invención de los malos encantadores que persiguen al señor don Quijote. —Bien puede ser todo eso —dijo Sancho Panza—; y agora quiero creer lo que mi amo cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso, en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por sólo mi gusto; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice; porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco, que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término. Pero, señora, no por esto será bien que vuestra bondad me tenga por malévolo, pues no está obligado un porro como yo a taladrar los pensamientos y malicia de los pésimos encantadores. Yo fingí aquello por escaparme de las riñas de mi señor don Quijote, y no con intención de ofenderle; y si ha salido al revés, Dios está en el cielo, que juzga los corazones.

Sin duda alguna, las tragaderas mentales de los ignorantes son muy grandes. Sancho se convence que no es engañador sino engañado. Se convence que Dulcinea está encantada; esto explica por qué ante el lecho de muerte de su amo, exclama: Mire no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado; quizás tras alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver (II, Capítulo LXXIV).

“La base de la personalidad de Sancho es el buen sentido empírico; la sabiduría espontánea. Este don natural suele ser casi infalible al ejercerse sobre los hechos concretos, positivos y tangibles de la vida diaria. Así se explican los éxitos de Sancho como Juez en la ínsula Barataria. Mas si se le aleja de lo concreto, el hombre de buen sentido, falto de la luz de la razón abstracta de su experiencia. Este contraste entre su seguridad y madurez en lo concreto, y su incapa-

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cidad y puerilidad en lo abstracto, constituye el eje del carácter de Sancho. Encarnadas en cuerpos materiales, Sancho maneja con acierto las ideas. Pero se paraliza su mente al entrar en el reino de los pensamientos abstractos, los fantasmas y los encantadores, entes que en su embrollado magín coloca, sin duda, en parejas categorías. El lector del Quijote hallará ilustración muy apta de esa incapacidad de Sancho para el razonamiento abstracto en aquella graciosa escena en que la Duquesa hace confesar al escudero que el encantamiento de Dulcinea que él mismo inventara, es verdadero y sucedido. Falto de un criterio general, Sancho se ve arrastrado por las circunstancias de cada momento a conclusiones de momento. De aquí cierta incoherencia, sin la cual es imposible explicarse el verdadero sentido de su fe en don Quijote. La actitud de Sancho para con la personalidad trascendente de su amo es un constante ir y venir del creer al descreer. Sancho descree siempre que pone a prueba las teorías de don Quijote en un hecho o caso concreto. Así su protesta cuando lo del yelmo de Mambrino: ¡Vive Dios, señor caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice!, y que por ellas vengo a imaginar que todo cuanto me dice de caballerías, y de alcanzar reinos e imperios, de dar ínsulas y de hacer otras mercedes y grandezas como es uso de caballeros andantes, que todo debe ser cosa de viento y mentira, y toda pastraña o patraña, o como lo llamáramos, porque quien oyese decir a vuesa merced que una bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga deste error en más de medio día, ¿qué ha de pensar sino que quien tal dice y afirma debe de tener huero el juicio...?

“Ejemplo análogo ofrece la escena en que Sancho se entera de quién es en realidad aquella que su amo llama Dulcinea. Sancho, en cambio, vuelve a creer cuando se le argumenta con ideas que le suenan bien, aun sin comprenderlas, así como en presencia de un hecho concreto que pueda explicarse plausiblemente en la hipótesis caballeresca. Obsérvanse estos movimientos de su ánimo oscilante de la

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credulidad a la incredulidad en la aventura de los pellejos de vino. Oye al cura echar en cara al ventero su fe en los libros de caballerías, y dice Cervantes: A la mitad de esta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y pensativo de lo que había oído decir, que ahora no se usaban caballeros andantes, y que todos los libros de caballería eran necedades y mentiras; y propuso en su corazón de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaría de dejalle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo (I, Capítulo XXXII).

“Decisión que no le impide poco después salir del camarachón todo alborotado, diciendo a voces que su amo había dado una cuchillada al gigante tajándole la cabeza cercén a cercén como si fuera un nabo. Porque, como dice después, vio correr la sangre del cuerpo como de una fuente. Se observará que en todos estos casos la fe de Sancho vacila al entrar en contacto directo con una persona que tiene por superior. La Duquesa, con sólo afirmar le hace confesar (si no creer) que Dulcinea está encantada”5. 31.– Razones por las cuales Sancho sigue a don Quijote Pero, si Sancho llegó a enterarse que don Quijote era un loco, ¿por qué razones lo sigue? En primer lugar, porque lo de la insania mental de su amo no llegó a ser verdadero convencimiento en el gracioso escudero. Ya Salvador de Madariaga ha esclarecido que la falta de la luz de la razón abstracta le hace sufrir un movimiento pendular, un constante ir y venir del creer al descreer en don Quijote. Por otra parte, Sancho, hombre-pueblo, encuentra satisfacción en seguir a su adalid y

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Salvador de Madariaga, Op. cit., p. 120 y 121.

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reformador del mundo. Se convierte en discípulo y seguidor del Caballero de la Quimera. Por piedad humana sigue a don Quijote, afirma Dámaso Alon6 so , pues Sancho en una ocasión dijo a la duquesa: ...Si yo fuera discreto, días ha que debía haber dejado a mi amo; pero esta fue mi suerte y mi malandanza; no puedo más, seguirle tengo, somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérelo bien, es agradecido, diome sus pollinos, y. sobre todo, yo soy fiel... (II, cap. XXXIII).

Fernández Suárez se ha esforzado por averiguar por qué razones Sancho se ligó a don Quijote. Estima que no lo fue por ambición política de gobernar la ínsula prometida; ni por la codicia de enriquecerse fácilmente con hallazgos dorados como el de la maleta con 100 ducados en Sierra Morena; ni por granjearse salario en una semi holganza por caminos y mesones. No fue lo primero, porque apenas se enteró de que don Quijote sabía preparar el milagroso bálsamo de Fierabrás, capaz de encolar un cuerpo partido en dos pedazos, estuvo a pique de tirar por la borda el gobierno de la ínsula para convertirse en boticario, pues dijo a su amo que renunciaba al tal gobierno y que en pago de sus buenos servicios le enseñase a preparar ese extremado licor con cuya venta pensaba pasar su vida honrada y descansadamente (I, cap. VIII). “Si Sancho tuviera ambiciones políticas no las trocaría de modo tan apresurado por una ventaja crematística”7. Y por mi parte creo conveniente recordar que si Sancho hubiese servido a don Quijote, únicamente por conseguir el gobierno de su ínsula, cuando renunció a ser gobernador en la de la Barataria, habría dejado a don Quijote, siendo que no fue así, como queda relievado en páginas precedentes. 6 7

Dámaso Alonso, Op. cit. 17. Álvaro Fernández Suárez, Op. cit., p. 111.

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Tampoco fue la codicia de enriquecerse súbitamente con el hallazgo de tesoros, pues si bien confesó al escudero del Caballero de los Espejos que estaba al servicio del Caballero de la Triste Figura porque, desde que halló en Sierra Morena una maleta con 100 ducados, tenía la esperanza de encontrar en cualquier recodo del camino una talega con doblones, sin embargo, apenas oyó que su interlocutor calificó de bellaco al Caballero del Bosque, Sancho, presto, dijo: “Esto no es el mío; digo que no tiene nada de bellaco; antes tiene un alma como cántaro; no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle por disparates que haga” (II, cap. XIII).

Fernández Suárez con la agudeza que le es peculiar comenta admirablemente lo expresado por Sancho: “¿Cuál era el más verdadero sentimiento de Sancho? ¿El de la codicia? ¿El del amor? El del amor, respondemos nosotros. Veamos por qué. Al hablar de los doblones, Sancho obedece a una sugestión del ambiente que impone la maledicencia y el cinismo. Sancho está hablando con un maldiciente y cínico, con el escudero del Caballero del Bosque. Una fuerza exterior, fuerza de sugestión, obra sobre él y remueve dentro de su alma el pozo de la codicia hasta oscurecerlo todo. En cambio, cuando se atreve a decir que don Quijote es un hombre bueno y que le quiere como a las telas de su corazón, está venciendo una resistencia del medio. En el primer caso, Sancho, para maldecir de su amo, no tiene sino que dejarse llevar; en el segundo caso, necesita movilizar cierta cantidad de energía anímica a fin de contrastar a su interlocutor. ¿Y de dónde le viene esa energía? Le viene, evidentemente, de su pasión de amor por don Quijote. Esto no quiere decir, sin embargo, que fuese Sancho completamente insincero, o mero objeto de sugestión ajena, cuando un

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momento antes nada más explica por meras razones de codicia su permanencia y servicio al lado de don Quijote. En parte se engañaba a sí mismo (necesidad de racionalizar los impulsos) y en parte era exacto que los doblones ejercían sobre su ánimo una gran atracción y contribuían a mantenerlo en el ejercicio escuderil de la caballería. Pero esa atracción actuaba más bien en el campo superficial del raciocinio que en las profundidades del alma, donde los estímulos eran de índole diferente. Por lo demás, en este punto de la codicia de Sancho hay algún matiz que más adelante tendrá su necesario esclarecimiento. Por ahora baste decir que la avidez del oro estaba lejos de ser causa suficiente para que Sancho se hubiese lanzado a las quijotescas aventuras”8. Fernández Suárez considera que tampoco fue el deseo de ganarse el salario con más comodidad y holganza que en las faenas rústicas. Es verdad que en una ocasión exigió el pago de abultados salarios, pero cuando don Quijote se negó a pagarlos por no ser costumbre en la caballería andante y lo despidió airadamente, Sancho se deshizo en lágrimas y en demandas de perdón, y se ofreció a servir a su amo “como jumento todos los días que me quedan de vida”. “Sancho, con una humildad que no le rebajaba, porque era humildad de discípulo, reconocía de ese modo el magisterio espiritual de don Quijote, con el que se daba por bien pagado sin más gaje ni salario”9. Por mi parte, acoto, como queda dicho en el Capítulo IV de este ensayo, don Quijote a la larga convino en abonar remuneración a su fiel escudero. “Le costó a Sancho mucho esfuerzo acostumbrarse a convivir sin asombro con aquel enigma ecuestre que era don Quijote de la Mancha. Le admiraba por sus altas prendas morales y por su mucho 8 9

Ibid., p. 114. Ibid., Op. cit., p. 116.

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saber. Pero le admiraba aún más, y no siempre en el mejor sentido, por los hechos insólitos que le veía cumplir. Padecía Sancho de la común extrañeza que suscitaba don Quijote: extrañeza hostil, rabiosa, de sus enemigos esenciales, enemigos por incompatibilidad de índole, de que fue ejemplo aquel fraile de los duques con el cual discutió el caballero durante cierta penosa e inolvidable comida; extrañeza mezclada con respeto, de racionalistas razonables, como el Caballero del Verde Gabán, el discreto canónigo, y el propio Sancho”10. Es la falta de razones abstractas, es la piedad humana, es la fidelidad, las que mueven a Sancho a seguir a don Quijote. Es también la mágica atracción de la aventura y de lo imprevisto. Es también esa adivinación que el pueblo siente por los delirios mesiánicos de sus gonfaloneros. Sancho se siente irremisiblemente atraído por don Quijote; la realidad de las aventuras es vencida por la razonada fantasía de su amo. Y es que lleva dentro un don Quijote, esto es, un ser que siente hambre y sed de justicia y de realizar grandes ideales. Por eso se realiza tan presto y con tanta facilidad el proceso de quijotización de Sancho, que escritores doctísimos han estudiado. Sancho buscó su quimérica ínsula en el mundo exterior, siendo que la llevaba dentro.

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Ibid., Op. cit., p. 135.

Capítulo X EL EJEMPLAR Y MAGNÍFICO GOBIERNO DE SANCHO PANZA

32.– El contenido de este capítulo Prueba elocuente y rotunda de que Sancho Panza dista de ser estúpido la tenemos en la extraordinaria sensatez con que gobernó su ínsula. Ya las gracias, donaires y refranes que derrocha en el decurso de toda la obra, lo reputan como hombre de nivel mental mucho más que mediano. Su gobierno, de veras paradigmático, lo acreditan como varón de mente superior, si bien ineducada, pero que merced a su inteligencia natural captó de inmediato las enseñanzas de don Quijote —que cuando razonaba lo hacía en forma irreprochable— y las que había adquirido en la vida práctica. Y es que, como dijo el propio Sancho: “Júntate a los buenos y serás uno de ellos”, “no con quien naces sino con quien paces” y “quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija” (II, Capítulo XXXII). El gobierno de Sancho prueba rotundamente que es archidignísimo representante del pueblo, del proletariado, en el Libro Rey. En este breve estudio del Gobierno de Sancho Panza se va a dilucidar a vuela pluma los siguientes parágrafos: a) el Plan de Gobierno: el Plan de Política Social en la ínsula Barataria; b) Sancho en la ínsula ejerció tres funciones: autoridad gubernativa, autoridad judicial y poder de policía; c) Sancho paradigma de honradez como funcionario público; d) Sancho, Juez, sus decisiones no son inferiores a las de Salomón; e) las discretísimas opiniones de Sancho; f) los únicos fallos prudentes en el Quijote son los pronunciados por Sancho y los que se refieren a problemas jus-laborales.

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33.– El plan de gobierno: el plan de política social en la ínsula barataria Sancho al hacerse cargo del Gobierno de la ínsula hizo conocer lo que podría denominarse el Discurso-programa, el cual consta de cinco puntos: Es mi intención —dijo el admirable escudero— limpiar esta ínsula de todo género de inmundicias y de gente vagabunda, holgazana y mal entretenida. Porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mesmo que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen. Pienso favorecer a los labradores y guardar las preeminencias a los hidalgos, premiar a los virtuosos y, sobre todo, tener respeto a la religión y a la honra de los religiosos (II, cap. XLIX).

Con razón el mayordomo de la ínsula al oír los propósitos del gran gobernador dijo: —Dice tanto vuesa merced, señor gobernador, que estoy admirado de ver que un hombre tan sin letras como vuesa merced, que a lo que creo no tienen ninguna, diga tales y tantas cosas llenas de sentencias y de avisos tan fuera de todo aquello que del ingenio de vuesa merced esperaban los que nos enviaron y los que aquí venimos. Cada día se ven cosas nuevas en el mundo: las burlas se vuelven en veras, y los burladores se hallan burlados.

En la carta que dirigió a don Quijote dándole cuenta de su gobierno, díjole: Yo visito las plazas, como vuesa merced me lo aconseja, y ayer hallé una tendera que vendía avellanas nuevas, y averigüé que había mezclado con una hanega de avellanas nuevas otra de viejas, vanas y podridas; aplíquelas todas para los niños de la doctrina, que las sabrán bien distinguir, y sentencíela que por quince días no entrase en la plaza.

(Segunda parte, cap. XLV) “Luego acabado este pleito, entró en el juzgado una mujer fuertemente asida a un hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes voces diciendo: ¡Justicia, señor gobernador, justicia”! Ilustración de Carlos Morel.

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De otro lado, dictó ordenanzas tocantes al buen gobierno: “Ordenó que no hubiesen regatones de los bastimentos en la república, y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase de nombre, perdiese la vida por ello; moderó el precio de todo calzado, principalmente de los zapatos, por parecerle que corría con exorbitancia; puso tasa en los salarios de los criados, que caminaban a rienda suelta por el camino del interés; puso gravísimas penas a los que cantasen cantares lascivos y descompuestos, ni de noche ni de día; ordenó que ningún ciego cantase milagro en coplas, si no trajese testimonio auténtico de ser verdadero, por parecerle que los más que los ciegos cantan son fingidos, en perjuicio de los verdaderos. Hizo y creó un alguacil de pobres, no para que los persiguiese, sino para que los examinase si lo eran; porque a la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa, andan los brazos ladrones y la salud borracha. En resolución, él ordenó cosas tan buenas, que hasta hoy se guardan en aquel lugar y se nombran: “Las Constituciones del gran gobernador Sancho Panza”. (II, cap. LI).

Del Plan de Gobierno y de las ordenanzas o constituciones conviene al propósito de este ensayo dilucidar, siquiera brevemente, lo que se refiere a Política Social: Adviértase que Sancho se propone en primer término limpiar a su ínsula de vagabundos, propósito perseguido por todas las colectividades bien organizadas en nuestros días. Y es que estímase que la vagancia constituye estado pre-delictual. Este primer propósito del gobierno sanchopancesco se relaciona con la tesis del trabajo derecho-obligación1. Hoy por hoy se habla con toda razón de que el hombre tiene derecho a trabajar para ganar el sustento; se habla también de la obligación de trabajar, exigencia que se tornará perentoria en algunas repúblicas, como en 1

Mariano R. Tissembaum, en el Tratado de Derecho del Trabajo publicado bajo la dirección de Mario Deveali, Buenos Aires: La Ley, 1964, t. I, p. 142 y ss.

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la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cuya Constitución en su art. 12 disponía: “El trabajo en la URSS es para todo ciudadano apto para el mismo, un deber y una honra, de acuerdo con el principio: “El que no trabaja, no come”. En la URSS, se realiza el principio del socialismo: “Dé cada uno, según sus capacidades, a cada uno, según su trabajo”. Sancho procuró acabar con la vagancia; así por ejemplo al jugador profesional que había ganado considerable suma de dinero en una casa de juego lo obligó a pagar multa de 30 reales en beneficio de los pobres y a regalar 100 reales a un hombre que no tenía oficio ni beneficio alguno según propia declaración, para gastos de viaje, ya que a éste impuso destierro de diez años, so pena de que si regresaba a la ínsula lo mandaría ahorcar (II, Capítulo XLIX). También impuso destierro a la mujer “churrillera, desvergonzada y embaidora”, que había alegado haber sido violada por un ganadero, habiéndose comprobado que más bien era “esforzada y no forzada” (II, Capítulo LX), como se verá más adelante. Guarda relación con lo que ahora se entiende por justicia social el propósito del ínclito gobernador de “favorecer a los labradores” a que se refiere su Plan de Gobierno . Este propósito concuerda con las Ordenanzas que dictó sobre salarios de los criados y con la creación “de un alguacil de pobres, no para que los persiguiere, sino para que los examinase si lo eran”. Sin duda alguna estas medidas de gobierno trasuntan lo que ahora entendemos por tuitismo o tutela del hiposuficiente por parte del Estado, tema cardinal en la legislación jus-laboral2. 2

La parte final del Art. 1572 del Código Civil del Perú declara: “El contrato de trabajo, sea individual o colectivo, supone (...) la intervención del Estado para asegurar la aplicación de las leyes y reglamentos correspondientes”. Véase: José Montenegro Baca, Código Civil del Perú concordado y anotado, Trujillo, Perú: Ed. Bolivariana, 1962, p. 296.

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De otro lado, Sancho en sus visitas a las plazas así como en las ordenanzas que dictó, se preocupó por los precios y calidades de los bastimentos de la ínsula, política socio-económica que parece encaminarse a resolver angustiosos problemas de nuestros días. 34.– Sancho en la ínsula ejerció tres funciones: autoridad gubernativa, autoridad judicial y poder de policía “Sancho se encamina a la ínsula para ser gobernador, esto es, autoridad gubernativa, pero también para ser Juez, autoridad judicial; y para ejercer poder de policía. Puesto frente a los distintos asuntos y a las complejas cuestiones de su misión, su diferenciación es exacta: cuando el labrador llega hasta él para terminar pidiéndole dote para su hijo al que quiere casar, Sancho lo despide con cajas destempladas, porque se da cuenta del abuso o de la broma... y no está juzgando; y cuando en su salida, de carácter bien policial, recorre por la noche la ínsula, encuentra a los dos hermanos que se han escapado de la casa familiar, no los trata él con menos afecto que el más paternal de los policías ingleses de nuestro tiempo y tampoco se ofende cuando el mozo que escapa, para evitar las muchas preguntas que la justicia suele dirigir (fenómeno que se repite en tantos testigos de nuestros días), le dice que no habrá fuerza humana que le haga dormir en la cárcel, y tampoco son judiciales la multa y el destierro al jugador y al que quiere cobrar el barato, porque (lo mismo que en nuestros días) su carácter es, esencialmente, el que corresponde a la sanción policial. Sabe también Sancho distinguir cuando, en lugar de someter un litigio a su decisión, se le está formulando una consulta; y así emite una opinión y no un fallo acerca de la interpretación que había de darse a la ley establecida por el señor que había puesto la horca sobre el puente que cruzaba el río que discurría por su señorío (II, Capítulo LI); pero, hasta en este caso, que a él no le da gran cuidado por tratarse de mera doctrina y

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no de función propia del juez ni del gobernador, Sancho decide con admirable criterio, aplicando la teoría penal, según la cual, en la duda se ha de estar a favor del reo. El poder reglamentario lo ejercita a perfección en aquellas Constituciones que, al final de su mandato, deja en la ínsula, y que se han conservado como “Las Constituciones del gran gobernador Sancho Panza, que no podrían mejorarse en nuestros días”3. 35.– Sancho paradigma de honradez como funcionario público El inmortal escudero fue objeto de tantas burlas por parte de los servidores de los majaderos de los duques, que a los 10 días de gobierno se vio obligado a renunciar a su alto cargo; al despedirse de sus insulanos, díjoles: Vuesas mercedes queden con Dios y digan al duque mi señor, que desnudo nací, y desnudo me hallo; no pierdo ni gano, quiero decir que sin dinero entré a este gobierno y sin blanca salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Saliendo yo desnudo como salgo, no es menester otra señal para entender que he gobernado como un ángel (II, cap. LIII).

Una vez que llegó al palacio de los duques al dar cuenta de su gobierno, manifestó: —Yo, señores, porque lo quiso así vuestra grandeza sin ningún merecimiento mío fui a gobernar vuestra ínsula Barataria en la cual entré desnudo, y desnudo me hallo; ni pierdo ni gano. Si he gobernado bien o mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren. He declarado dudas, sentenciado pleitos y siempre muerto de hambre, por haberlo querido así el doctor Pedro Recio, natural de Tirteafuera, médico insulano y gobenadoresco. Acometiéronnos enemigos de noche, y habiéndonos puesto en gran3

S. Sentís Melendo: Teoría y práctica del proceso, Buenos Aires: Ediciones Jurídicas Europa-América, 1959, t. I, pp. 523-524.

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” de aprieto, dicen los de la ínsula que salieron libres y con vitoria por el valor de mi brazo, que tal salud les dé Dios como ellos dicen verdad. En resolución, en este tiempo yo he tanteado las cargas que trae consigo, y las obligaciones de gobernar y he hallado por mi cuenta que no las podrán llevar mis hombros, ni son peso de mis costillas, ni flechas de mi aljaba; y así antes que diese conmigo al través el gobierno he querido yo dar con el gobierno al través, y ayer de mañana dejé la ínsula como la hallé; con las mismas calles, casas y tejados que tenía cuando entré en ella. No he pedido prestado a nadie, ni metídome en granjerías; y aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habían de guardar; que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas. Salí, como digo, de la ínsula sin otro acompañamiento que el de mi rucio; caí en una sima, víneme por ella adelante, hasta que esta mañana, con la luz del sol, vi la salida; pero no tan fácil; que a no depararme el cielo a mi señor don Quijote allí me quedara hasta el fin del mundo. Así que mis señores duque y duquesa, aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado en solos diez días que ha tenido el gobierno, a conocer que no se le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una ínsula, sino de todo el mundo; y con este presupuesto, besando a vuesas mercedes los pies, imitando al juego de los muchachos, que dicen: “salta tú, y dámela tú”, doy un salto del gobierno, y me paso al servicio de mi señor don Quijote; que en fin, en él, aunque como el pan con sobresalto, hartóme a lo menos; y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias, que de perdices. (II, cap. LV).

Azorín comentando el gobierno de Sancho Panza tiene dicho: “El episodio de Sancho en su ínsula da pie a reflexiones que podríamos enlazar con la moderna modalidad de los partidos políticos en España. Sancho demuestra ser un excelente gobernante y un honradísimo administrador. Sin embargo, los duques, señores que tendrán sus estados, que necesitarán hombres aptos y probos para el gobierno de su casa, los duques no advierten tales condiciones excepcionales en Sancho, y en vez de darse el parabién por haber hallado un tal hombre, que tan útil les puede ser, lo dejan marchar

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como sino hubiera sucedido nada. Pensamos en la curiosa selección —al revés— que en política española se suele hacer”4. “Cuando suena la hora del escudero y recibe el gobierno de la ínsula Barataria, está muy lejos de ser un oportunista. Sancho no concibe la política como una veleta —pasional y arbitraria— que se muda a todos los vientos, sin estabilidad y sin rectitud. En conjunción armónica de lo ideal y de lo real, sabe aprovechar las oportunidades que se presentan, juzgándolas a la luz de principios inmutables. Hace una política de realidades, pero dentro de un orden moral inmutable. El bien común de la ínsula es su principal objetivo. Su proceder es moral sin dejar de ser flexible. Lo que importa hacer notar en las Ordenanzas de Sancho, de tan variado aspecto jurídico, es el sentido de las realidades concretas, la solercia, la memoria, la intuición y la prudencia5. 36.– Sancho, juez, sus decisiones no son inferiores a las del sabio Salomón Toca ahora dilucidar la actuación de Sancho Panza en su función de administrar justicia. Plumas más autorizadas que las del autor de este ensayo han ensalzado con razón y justeza el admirable sentido de justicia del famoso escudero. Santiago Sentís Melendo ha expresado: “Pero lo más importante es que Sancho no vacila, no duda en sus resoluciones; son auténticamente suyas, resuelve él, no el secretario; y sus decisiones, vamos a ver enseguida, no son inferiores a las de Salomón. Cuando llega a la ínsula (II, Capítulo XLV), “en sacándole de la Iglesia, le llevaron a la silla del Juzgado y le sentaron en ella”, debiendo inmediatamente dar comienzo al ejercicio de sus funciones, ya que la obligación de responder a una pregunta que 4 5

Azorín: Los valores literarios, Buenos Aires: Ed. Losada, 1957, p. 12. Agustín Basave Fernández del Valle, Op. cit., pp. 206-207 y 210

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se le hiciese, que sea algo intrincada y dificultosa (algo así, como el ejercicio de oposiciones para ingresar en aquella judicatura), en realidad queda aplazada para capítulo posterior (Capítulo LI). En su primera audiencia, se suceden tres controversias judiciales, civiles las dos primeras y de carácter penal la última, pues la especialización no podía aplicarse en los reducidos límites de la ínsula Barataria”. “El labrador y el sastre someten a su juicio la cuestión de las caperuzas —continúa diciendo Sentís Melendo—; el primero quería una caperuza, pero ha terminado encargándole cinco, que debían salir de la cantidad de paño suficiente para una, y todo ello “fundándose en su malicia y en la mala opinión de los sastres”. Sancho interroga a las partes; sería aventurado decir si allí se da el acuerdo en cuanto a los hechos, en la contestación a la demanda, o la confesión judicial; pero lo evidente es que el litigio se reduce a cuestión de puro derecho; y que Sancho lo resuelve con solución que coincidiría con la que podría dar el más consumado civilista”. “Cuando, a continuación, comparecen los dos ancianos, prestamista el demandante de una cantidad, y prestatario el demandado, quien afirma haber devuelto la suma prestada, lo que se está ventilando es una cuestión de pruebas envuelta en una magnífica chicana. En realidad, el demandado no dice haber devuelto la cantidad recibida en préstamo, sino que se muestra dispuesto a jurarlo; y, para prestar el juramento, entrega al otro viejo el báculo en que venía apoyándose y sólo entonces es cuando jura “que se le había prestado aquellos diez escudos que se le pedían; pero que él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos”; el demandante, ante tales afirmaciones, dijo “que sin duda alguna su deudor debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pediría nada”. Tendríamos aquí un juramento decisorio, o podríamos contemplar un desistimiento de la demanda. Pero Sancho hace uso, a pesar de todo, de las medidas para mejor proveer, ya

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que, después de haber pedido el báculo al demandado y haberlo entregado al demandante, diciéndole “Anda con Dios, que ya vais pagado”, lo que ordena es que se rompa la caña, de cuyo interior salen los diez escudos, poniéndose de manifiesto la chicana y el motivo de la entrega al actor, mientras el demandado juraba haber pagado. “Quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón”. “No es menor el acierto de Sancho cuando se trata de sentenciar un caso penal. Había sentenciado Sancho los dos juicios civiles, cuando irrumpe “en el juzgado” (así, nada de gobierno, nos dice el autor) una mujer, asida fuertemente de un hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes voces diciendo: ¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad del campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado y, ¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y extranjeros, y yo, siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.

Sancho percibe desde el primer momento lo que ocurre, ya que se apresura a decir: “Aún no está por averiguarse; si tiene limpias o no las manos este galán”. Y concede en seguida la palabra al acusado quien se expresa así: Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y esta mañana salía deste lugar de vender, Con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo suficiente, y ella, mal contenta, asió de mí y no me ha dejado hasta traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento que hago, o pienso hacer; y ésta es toda la verdad, sin faltar meaja.

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“¿Qué se le ocurre a nuestro buen juez? —pregunta Sentís Melendo—. Testigos presenciales no los había allí. La reconstitución de los hechos resulta difícil, por no decir imposible, en los delitos contra la honestidad. Pero Sancho piensa que si en la violación, en casos como aquél, es la fuerza física la que se hace valer y predomina, bueno será medir y calcular la de cada uno de los contendientes; y acude a una ingeniosa forma: “Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y haciendo mil zalemas a todos y regando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas, con esto se salió del juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos; aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro. Apenas salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se iban tras su bolsa: —Buen hombre, id tras aquella mujer, y quitadle la bolsa aunque no quiera, y volved aquí con ella. Y no lo dijo a tonto ni a sordo; porque luego partió como un rayo y fue a lo que le mandaba. Todos los presentes estaban supensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí a poco volvieron el hombre y la mujer, más asidos y aferrados que la vez primera, ella la suya levantada y en el regazo puesto la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo: —¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuesa merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor deste desalmado, que en mitad de poblado y en mitad de la calle me ha querido quitar la bolsa que vuesa merced mandó darme. —Y ¿háosla quitado? —preguntó el gobernador. —¿Cómo quitar? —responde la mujer—. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y mar-

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tillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aún garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes! —Ella tiene razón, —dijo el hombre— y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y dejóla. Entonces el gobernador dijo a la mujer: —Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa. Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada y no forzada: —Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula, ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego, digo, churrillera, desvergonzada y embaidora! Espantóse la mujer, y fue cabizbaja y mal contenta, y el gobernador dijo al hombre: —Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro dinero, y de aquí adelante, si no lo queréis perder, procurad que no os venga en voluntad de yogar con nadie. El hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencia de su nuevo gobernador. Todo lo cual, notado de su coronista, fue luego escrito al Duque, que con gran deseo lo estaba esperando.

“¿Qué enseñanzas procesales nos ofrecen estos juicios y estas decisiones de Sancho? —se pregunta Sentís Melendo—. Y se contesta: En primer lugar, la existencia de la oralidad. Se nos dirá que, como quiera que Sancho era analfabeto, sólo oralmente podía entenderse; pero eso es muy relativo, porque como su analfabetismo él no lo ocultaba, todo se reducía a hacerse leer los escritos, lo mismo que se hacía leer las cartas. No: lo que ocurre es que Sancho ponía en práctica la opinión de que para entenderse es menester hablar y de que no son los escritos los que acercan a las personas sino los que las distancian. En términos de hoy, deberíamos decir que Sancho, en esos juicios practica la inmediación entendida de la manera más

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perfecta, no sólo como relación verbal sino como intervención personal y directa en la práctica de diligencias probatorias: véase el báculo que se rompe y del que salen monedas de oro; y la bolsa que se entrega a la mujer, con el objeto de que pueda apreciarse la relación de fuerzas físicas entre quien se dice violada y el acusado como violador. No se habla, en esos juicios, de preceptos jurídicos sino de cuestiones de hecho, de saber lo que ha ocurrido; pero no porque Sancho deje de comprender lo que es aplicación del derecho, que don Quijote le ha señalado al referirse a la “ley del encaje”, sino porque, entonces como ahora, y en la ínsula Barataria como en cualquier país de la realidad, lo que se juzga son hechos y conductas, que, como se ha dicho en nuestros días, tienen en los procesos mayor importancia que el derecho aplicable”. “Pero Sancho se preocupa, ante todo, de otros aspectos esenciales de la justicia y, en particular, de la rapidez; él no deja asuntos pendientes; cumple con eficacia; y cumple con honradez. En los juicios de Sancho no se habla de costas, no se hace referencia a los gastos judiciales. Si la justicia debe consistir en dar a cada uno lo suyo, para que haya justicia, se le debe dar todo lo suyo, y no disminuido por reducciones que justifiquen la representación caricaturesca de la justicia, según la cual, como gráficamente nos ha señalado Daumier, de un pleito sale el vencido desnudo y el vencedor vestido de papel. De las tres famosas sentencias que pronuncia Sancho, en la primera no hay vencedor ni vencido o, acaso mejor, los dos resultan vencidos, porque los dos merecieron perder: el uno su paño y el otro su trabajo. Pero en las otras dos, la justicia se logra sin disminuciones económicas: el viejo obtiene, íntegros, sus diez escudos de oro; el ganadero, que ya pagó “lo suficiente” a la dueña, recobra también íntegramente su bolsa que ha servido de señuelo para que la prueba produzca resultado”6. 6

S. Sentís Melendo, Op. cit., pp. 531-536.

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Niceto Alcalá Zamora ha expresado sutiles alabanzas respecto a la administración de justicia por Sancho Panza. Para este jurista en el caso de las caperuzas se está frente a doble estafa o timo: “El cliente rústico, con malicia doble por ignorante y avaro, llevó su desconfianza en el sastre, no al temor de que con abuso frecuente se reservara alguna tela sobrante de la necesaria para hacer una caperuza, y sí al extremo desatinado de pedirle que en vez de aquella sola le hiciera cinco. A su vez el sastre, más ladino y burlón, con evidente mala fe le prometió e hizo lo único que era posible, las cinco caperuzas de juguete, que aparecieron en la sala de audiencias, cubriendo los dedos de una mano. Evidentes los hechos, y con ellos los términos del contrato, sin que sobre esto hubiera discusión, Sancho falló castigando la mala fe de los dos, del cliente que perdió el paño y del sastre que perdió el trabajo, y decretando el comiso de las cinco caperuzas a favor de los presos de la cárcel. Aún dentro de los estrictos criterios civiles, la ilicitud del contrato común a las dos partes, y el consentimiento sobre prestaciones imposibles, llevaba a la nulidad, sin derecho en ninguno para reclamar. Otra observación interesante está sugerida por la circunstancia de hallarse la ínsula en Aragón. El derecho aragonés, en general muy progresivo y lleno de equidad, formuló entre sus principios u observancias fundamentales de la contratación civil la regla absoluta y tajante “estar a la carta”, o sea de atenerse al texto terminante del contrato, saliendo con ello al paso de rebuscadas y peligrosas torceduras, sutiles artificios de la interpretación técnica. Aún cuando en el caso no había documento, a éste equivalía la conformidad absoluta entre las partes sobre los hechos y términos del convenio, conformidad que además era el único texto legible para Sancho, analfabeto pero no ciego ni sordo. Conforme a tal observancia la ventaja parecía estar de parte del sastre, quien se atuvo literalmente a lo convenido; pero Sancho resolvió con razón que las reglas de interpretación, resorte del Derecho Privado, suponen la validez de éste conforme a los principios

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superiores del Derecho Público, y que cuando en virtud de éste lo que aparece es nulidad punible, lo convenido no puede tener fuerza, y menos decisiva, para prevalecer como texto que autorice exigencias e imponga cumplimientos”7. ¿Qué dispositivos del Código Civil del Perú se aplicaría a la litis de las caperuzas? El art. 1328 a la letra ordena: “Los contratos son obligatorios en cuanto se haya expresado en ellos, y deben ejecutarse según las reglas de la buena fe y común intención de las partes”. Los dos contratantes incurrieron en manifiesta mala fe, en doble timo según opinión de Niceto Alcalá Zamora, que colinda con el abuso del derecho, que “la ley no ampara” según el postulado II del Título Preliminar del Código Civil del Perú8; se trata de negocio que no es digno de la protección jurídica. “No puede considerarse a la mera voluntad individual que se expresa en un acto contractual, como capaz de engendrar derechos y correlativas obligaciones que atenten contra las recomendaciones de la equidad y de la buena fe, al hacerse exigibles aquéllas”, dice León Barandiarán9. Sancho Panza sentenció con acierto al fallar en contra de los dos colitigantes; entendió que ambos por su crasa mala fe no merecían la protección de la ley. “Los litigios de que Sancho conoce se tramitan todos en forma oral, concentrada, ante juzgador monocrático, sin cargar el patrocinio, o sea, sin intervención de abogado, con pronunciamiento de equidad (“a juicio de buen varón”, como él mismo dice), en única instancia con apreciación libre de la prueba, y a tenor del principio 7

Niceto Alcalá Zamora, Op. cit., pp. 118-120. El postulado II del Títulos Preliminares del Código Civil. del Perú textualmente dispone: “La ley no ampara el abuso del derecho”. 9 José León Barandiarán, Comentarios al Código Civil, Lima: Imprenta Gil, 1945, t. III, p. 34. 8

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de inmediatividad, tan esencial como inobservado en la práctica de los países con substanciación escrita, y merced al cual falla los tres pleitos con admirable sentido de justicia, precisamente porque ha podido observar e interrogar a los justiciables que ante él comparecen”10. 37.– Las discretísimas opiniones de Sancho Sancho Panza hace gala de su admirable sentido de justicia no sólo al conocer y sentenciar las litis de los viejos de la cañaheja, de la mujer “violada” con su voluntad y de las caperuzas, sino también cuando ejerciendo su poder de policía realiza la ronda en su ínsula, en cuya ronda impone simples sanciones policiales, sin realizar verdaderos juzgamientos, como ha esclarecido Sentís Melendo (véase nota 3 del Parag. 34 de este acápite). Finalmente, hace gala del mayor acierto cuando se le solicita opiniones, como por ejemplo en el caso de la obligación que había impuesto un señor para pasar por un puente de su propiedad y en el caso de la apuesta del gordo y del flaco. El primer problema se refiere a la exigencia impuesta por el propietario de un puente que para pasar por él se debía jurar a dónde y a qué se iba y si se decía mentira se ahorcaba al mentiroso. Sucedió que tomando juramento a un hombre, juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no otra cosa. Repararon los jueces en el juramento, y dijeron: “Si a este hombre lo dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre”. Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces de tal hombre; que aun hasta agora están dudosos y suspensos. Y habiendo tenido noticia del agu10

Niceto Alcalá Zamora y Castillo, Estampas procesales en la Literatura Española, Buenos Aires: Ejea, 1961, p. 93.

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” do y elevado entendimiento de vuesa merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuesa merced de su parte, diese su parecer en tan intrincado y dudoso caso. A lo que respondió Sancho: —Por cierto que esos señores jueces que a mí os envían, lo pudieran haber excusado, porque yo soy un hombre que tengo más de mostrenco que de agudo; pero, con todo eso, repetidme otra vez el negocio de modo que yo lo entienda; quizá podría ser que diese en el hito. Volvió otra y otra vez el preguntante a referir lo que primero había dicho, y Sancho dijo: —A mi parecer este negocio en dos paletas le declararé yo y es así: El tal hombre jura que va a morir en la horca; y si muere en ella juró verdad, y por la ley puesta merece ser libre, y que pase la puente; y si no le ahorcan, juró mentira, y por la misma ley merece que le ahorquen. —Así es como el señor gobernador dice —dijo el mensajero—, y cuanto a la entereza y entendimiento del caso, no hay más que pedir ni que dudar. —Digo yo, pues, agora —replicó Sancho—, que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen; y desta manera se cumplirá el pie de la letra la condición del pasaje. —Pues, señor gobernador —replicó el preguntador—, será necesario que el tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide, y es de necesidad expresa que se cumpla con ella. —Venid acá, señor buen hombre —respondió Sancho—; este pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron, que pues están en un fil las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal; y esto lo diera firmado de mi nombre si supiera firmar; y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos, que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula: que fue que cuando la justicia estuviese en duda, me decantase y acogiese a la misericordia; y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde. —Así es —respondió el mayordomo—, y tengo para mí que el mismo Licurgo, que dio leyes a los lacedemonios, no pudiera dar mejor

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sentencia que la que el gran Panza ha dado, y acábese con esto la audiencia desta mañana, y yo daré orden como el señor gobernador coma muy a su gusto (II, Cap. LI).

Los preceptos o consejos de don Quijote que Sancho aplicó admirablemente son los que siguen: Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el de la misericordia que el de la justicia (II, Cap. XLII).

El otro caso es narrado por el Capítulo LXVI de la segunda Parte: al llegar don Quijote y su escudero a un mesón en donde había mucha gente, un labrador alzó la voz, diciendo: —Alguno destos dos señores que aquí vienen, que no conocen las partes, dirá lo que se ha de hacer en nuestra apuesta. —Sí, diré por cierto —respondió don Quijote—, con toda rectitud, si es que alcanzo a entenderla. —Es, pues, el caso —dijo el labrador—, señor bueno, que un vecino deste lugar, tan gordo que pesa once arrobas, desafió a correr a otro su vecino que no pesa más que cinco. Fue la condición que habían de correr una carrera de cien pasos con pesos iguales, y habiéndole preguntado al desafiador, cómo se había de igualar el peso, dijo que el desafiado, que pesa cinco arrobas, se pusiese seis de hierro a cuestas, y así se igualarían las once arrobas del flaco con las once del gordo. —Eso no —dijo a esta sazón Sancho, antes que don Quijote respondiese—. Y a mí que ha pocos días que salí de gobernador y juez, como

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EL DERECHO DEL TRABAJO EN EL “QUIJOTE” todo el mundo sabe, toca averiguar estas dudas, y dar parecer en todo pleito. —Responde en buena hora —dijo don Quijote—, Sancho amigo, que yo no estoy para dar migas a un gato, según traigo alborotado y trastornado el juicio. Con esta licencia, dijo Sancho a los labradores que estaban muchos alrededores dél, la boca abierta, esperado la sentencia de la suya: —Hermanos, lo que el gordo pide no lleva camino, ni tiene sombra de justicia alguna; porque si es verdad lo que se dice que el desafiado puede escoger las armas, no es bien que éste las escoja tales, que le impidan ni estorben el salir vencedor, y así es mi parecer, que el gordo desafiador se escamonde, monde, entresaque, pula y atilde, y saque seis arrobas de sus carnes, de aquí o de allí de su cuerpo, como mejor le pareciese y estuviere, y desta manera quedando en cinco arrobas de peso se igualará y ajustará con las cinco de su contrario, y así podrán correr igualmente. —Voto a tal —dijo un labrador que escuchó la sentencia de Sancho—, que este señor ha hablado como un bendito, y sentenciado como un canónigo. Pero a buen seguro que no ha de querer quitarse el gordo una onza de sus carnes, cuanto más seis arrobas (II, Capítulo XLVI).

En la opinión antes expuesta, Sancho hizo uso de robusto sentido común. 38.– Los únicos fallos prudentes en el Quijote son los pronunciados por Sancho y los que se refieren a problemas jus-laborales expedidos por don Quijote “Los únicos fallos moderados, prudentes y equilibrados en el Quijote son los que Sancho dictó durante el gobierno de su ínsula; en cambio, los de don Quijote son aparentemente absurdos, por lo mismo que son de justicia trascendental: unas veces peca por carta de más y otras por carta de menos”11. Empero, don Quijote acierta cuando resuelve problemas juslaborales, como por ejemplo en el caso del menor Andrés y en el del 11

Ángel Ganivet: Idearium Español, Buenos Aires: Ed Tor, p. 58.

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reclamo de derechos sociales por parte de Sancho: El fallo que resolvió la cuita del pastorcillo fue acertado en el fondo; erró únicamente en el procedimiento, en la ejecución. Don Quijote terminó dando solución justísima al reclamo del pago de salarios formulado por Sancho, esto es, obligándose a pagarlos y disponiendo que el monto fuese fijado por el beneficiario; mayor justicia no puede exigirse. Resulta interesante comprobar que en el Libro Magno los fallos justos son los que pronuncia Sancho —esto es, el glorioso representante del Proletariado— y los que dicta el Excelso Loco referente a cuestiones de Derecho del Trabajo. La crítica moderna tributa parias al gobierno de Sancho. Existe la certeza de que a medida que se estudie debidamente la personalidad de Sancho, quedará totalmente exenta de calificaciones oprobiosas, por lo que quienes están empeñados en conseguir la reivindicación cabal del ínclito Escudero pueden exclamar con Goethe: ¡Licht, mechr lich!; ‘¡Luz, más luz!’

Capítulo XI SANCHO PANZA ES REPRESENTANTE ESTELAR DEL TRABAJADOR

39.– Sancho pueblo egregio En los capítulos VI al X quedan desvirtuados los cargos que mancillan la fama del más ilustre Escudero. La crítica literaria contemporánea se ha rebelado contra el trato casi aspérrimo que se daba a Sancho y ha revelado más bien facetas de imprevista hermosura y de alto voltaje espiritual en numerosos sucesos en que intervino el famoso gobernador. Sancho valiente, Sancho discreto, Sancho donoso, Sancho sabio con sabiduría de raíz popular, Sancho gobernador probo, Sancho juez salomónico, Sancho superdotado mental, representa estelarmente al trabajador en la obra maestra de la literatura española. Y es que el verdadero apellido paterno de Sancho no es Panza, sino Pueblo, y su apellido materno es Egregio. El verdadero nombre completo de Sancho es Sancho Pueblo Egregio. Y el Pueblo no sólo “es sabio entre los sabios” según la certera y conocida frase del Libertador don Simón Bolívar, sino es también el fecundo útero que gesta las grandes genialidades. Sancho tiene la oscuridad luminosa del Pueblo. 40.– Sancho: estrella En la calificación a Sancho se ha producido una evolución cada día más laudatoria y plaudente. Se empezó por calificarlo de gracioso, pero al mismo tiempo como figura antipódica a la de don Quijote, denostándolo con no pocos improperios. La crítica más empinada de nuestros días ha hecho ver el injusto y garrafal error de tal parecer. La crítica contemporánea considera a Sancho como alma gemela de

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la de su glorioso amo. Tan gemela, que para José Carducci “las dos figuras se compenetran tan admirablemente, que ambas forman el verdadero héroe de la novela”1. Barrunto que Sancho Panza es estrella de tanta magnitud como la de don Quijote, pero con manchas y con características propias que las diferencian una de otra, sin desconocer las extraordinarias afinidades que, por otra parte, las semejan y ligan. Las manchas o defectos de los co-protagonistas de la inmortal obra son como las del sol: les dan más brillo. La mancha de la locura idealista de don Quijote es la que da más brillantez a los acaecimientos en que interviene el Sublime Orate; la mancha del sano sentido práctico que vela por el porvenir de los suyos, es la que nimba de magníficos resplandores a la vida de Sancho. Entre las peculiaridades que dan fisonomía propia a cada uno de los dos héroes, a guisa de ejemplo, tenemos las siguientes: Don Quijote es hombre de cultura superior; es encarnación del doctrinarismo2; Sancho es analfabeto cuyo patrimonio cultural está constituido únicamente por el saber popular, que en verdad sabe emplearlo con pasmoso tacto. Don Quijote es un loco que acomete temerarias y desaforadas aventuras; Sancho hace gala de prudente valentía. Don Quijote es un loco idealista simpatiquísimo que sufre la más hermosa de las locuras: la locura de amor por la humanidad y por los grandes ideales de justicia y de misericordia. Sancho Panza también es loco idealista, pero su ideal es diferente al de don Quijote; Sancho es Caballero del ideal de hacer realidad su ínsula como tiene dicho Dámaso Alonso; Sancho también sufre locura de amor, pero locura de amor por el cumplimiento del deber hacia su familia; 1

José Carducci: La Vida es Sueño, Don Quijote y otros Ensayos, Madrid: Editorial América, 1918, p. 63. 2 Leopoldo Eulogio Palacios: Don Quijote y la Vida es Sueño, Madrid: Editorial Rialp, 1960, p. 16, 20 y 22.

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los sacrificios que pasa son para encontrar el bienestar y seguridad de los suyos, son para conquistar el noble ideal de la seguridad social como se diría en lenguaje de los tiempos que corren; se sacrifica por la familia que es la célula del conglomerado social, que es la colectividad en pequeño. Las ingeniosidades de don Quijote trasuntan cultura superior y no pueden otorgarle el calificativo de genio. En cambio las admirables soluciones de Sancho analfabeto en su precario Gobierno, revelan inteligencia casi genial o por lo menos superior. “Don Quijote es, como don Juan, un héroe poco inteligente: posee ideas sencillas, tranquilas, retóricas, que casi no son ideas, que más bien son párrafos. Sólo había en su espíritu alguno que otro montón de pensamientos rodados como los cantos marinos. Pero don Quijote fue un esforzado: del humorístico aluvión en que convierte su vida sacamos su energía limpia de toda burla. “Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”. Fue un hombre de corazón: ésta era su única realidad, y en torno a ella suscitó un mundo de fantasmas inhábiles. Todo alrededor se le convierte en pretexto para que la voluntad se ejercite, el corazón se enardezca y el entusiasmo se dispare”3. A lo que se me alcanza, Sancho es estrella como don Quijote. Cuando apareció la celebérrima obra no pudo entenderse el papel estelar que desempeñaba en ella Sancho Panza labriego, ya que entonces no se daba al trabajo la trascendencia que se le da en nuestros días; se ha requerido que el Derecho del Trabajo otorgue la importancia y la dignificación que se merece para sopesar con justicia el papel de Sancho proletario en el Quijote. El Derecho del Trabajo ha dado a la crítica literaria nuevos medios o instrumentos para escrutar el mundo sidéreo que ocupan el ingenioso Hidalgo y el gracioso Escudero. 3

José Ortega y Gasset: El Espectador, Santiago de Chile: Ediciones Extra, 1937, t. VI, p. 110.

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41.– Don Quijote y Sancho constituyen una estrella binaria Con don Quijote y Sancho Panza ha acaecido algo similar a lo que pasa con las llamadas estrellas binarias o dobles espectroscópicas, esto es, aquellas estrellas que observadas a simple vista o aún con potentes telescopios, ofrecen el aspecto de una estrella cualquiera, siendo que en realidad se trata de dos estrellas relacionadas, que giran alrededor de un centro de gravedad astral y por efecto de la perspectiva, una está detrás de otra, dando la impresión de que se trata de una sola estrella; pero al observar sus espectros se ve que se trata de dos estrellas diferentes; el desdoblamiento de los soles binarios se hace más perceptible cuando están en apoastro, o sea más cerca del centro astral alrededor del cual giran; algunas tardan pocos meses en entrar en apoastro, mientras que otras tardan hasta 10,000 años4. Rayos de luz provenientes de la estrella el Quijote han permitido tomar los negativos fotográficos que integran la interpretación jus-laboral contenida en este ensayo de que se habla en los parágrafos 3 y 18. Al observar dichos rayos de luz con el espectroscopio de la justipreciación del trabajo propugnada por el Derecho Laboral, puede probarse que esa luz proviene no sólo de la estrella don Quijote sino también de otra que está detrás de aquella; puede comprobarse que en el Quijote no hay una estrella, sino dos que dan la apariencia de ser una, como queda dicho. El libro inmortal está iluminado por dos soles: Don Quijote y Sancho Pueblo. Tenía que ser este siglo, el siglo del Derecho del Trabajo y del Hombre Masa, el que hiciese tal descubrimiento.

4

Camilo Flammarion: Astronomía Popular, Barcelona: González Porto, 1963, p. 451; José Comas Sola: Astronomía, Barcelona: Sopena, 1960, p. 505; P. Mateu Sancho: Diccionario de astronomía y astronáutica, Barcelona: Ed. Destino, 1962, p. 19; Federico Armenter de Monasterio: Astronomía y Astronáutica, Barcelona: Gasso Hermanos Editores, 1958, pp. 378-379.

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Ilustración de Carlos Morel

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Don Quijote y Sancho integran una estrella doble; durante centurias la de don Quijote ha ocultado a la de Sancho. Observación acuciosa del orbe quijótico ha permitido conseguir el desdoblamiento. Se ha cumplido la profética afirmación de Francisco de Icaza respecto a que “la profundidad del Quijote es la del cielo estrellado, de cuyo fondo, si atentamente se mira, brotan estrellas nuevas”5. Pero no se sabe cuál es el volumen ni la magnitud del brillo de la estrella Sancho Pueblo. Según los astrónomos no siempre la estrella que oculta a otra es la más grande ni la más brillante. Parece que el sol Sancho Pueblo es tan grande y de tanto brillo como la de don Quijote. Esta afirmación es simple conjetura que será comprobada o desechada con el correr del tiempo. Barrunto también que en el Quijote no se está frente a una estrella doble, sino, acaso, frente a una estrella múltiple, esto es, a un conjunto de más de dos estrellas colocadas en tal forma que dan la apariencia de constituir una sola. Tengo la impresión que algunos personajes no han sido estudiados debidamente, como el de Teresa Panza, digo Teresa Pueblo, de tanta influencia sobre su ilustre consorte como ha demostrado el eminente Alvaro Fernández Suárez en párrafo trascrito en la nota 6 del Capítulo VIII de este ensayo. Acaso, a medida que la mujer cobre mayor importancia socioeconómica-política, resulte Teresa Pueblo heroína de la obra. Tal vez existan otros personajes que con el andar del tiempo y el mudar de las ideas devengan en otras tantas co-estrellas de la célebre novela. Lo que no me cabe duda es que Sancho Pueblo es coestrella con don Quijote en la imponente máquina del Libro Egregio. Cuando la Estrella Sancho entre en su apoastro —merced a la mayor importancia del trabajador que seguramente acarrearán los tiempos venideros— precisa estar listos para disparar y poner en órbita 5

Francisco de Icaza: Estudios cervantinos, México: Biblioteca Enciclopédica Popular, Secretaría de Educación Pública, 1947, p. 36.

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satélites artificiales del espíritu, que permitan conocer el volumen y brillo de la estrella Sancho Pueblo. Frente a las nuevas comprobaciones, el cultor del Derecho del Trabajo tiene que seguir amando y admirando a don Quijote, el apasionado de la Justicia, de la Miseración y del Ideal; pero tiene que querer y admirar también a Sancho Panza, a Sancho Pueblo, dechado de honradez, de fidelidad, de donosura, de sabiduría popular y rebosante de la misma hermosa locura de su glorioso amo. Y es que el cultor del Derecho del Trabajo también está tocado de locura quijotesca y tiene por Dulcinea a la Justicia Social; y a semejanza de Sancho persigue la conquista de una ínsula, que es la Paz y el Bienestar colectivos.

Colofón Aquí se pone fin a esta edición. Este libro terminó de imprimirse en el sistema de impresión Xerox, de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Central de Chile, a 22 de abril de 2004, día y mes en los cuales falleciera el gran Cervantes, en 1616. –– Cuidaron de la edición Patricio Castillo Romero, Rogelio Rodríguez Muñoz y Felipe Vicencio Eyzaguirre.