Psicologias Inutiles

Ju an Soto Ramírez E d ito r M C a s a a b ie rta al tie m p o UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA UNIVERSIDAD A U T

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Ju an Soto Ramírez E d ito r

M

C a s a a b ie rta al tie m p o

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA

UNIVERSIDAD A U TÓ N O M A METROPOLITANA J o s é L em a Labadie Rector General

J a v i e r M e lg o z a Valdivia Secretario

UNIDAD jZTAPALAPA Ó s ca r M o n r o y H erm osillo Rector

R o b e r to E d u a r d o T o rres-O ro zc o B e r m e o Secretario

P e d r o C. Solís Pérez Director de fa División de Ciencias Sociales y Humanidades

G ustavo Leyva M a rtín e z Coordinador General del Consejo Editorial ele la División de CSH

Laura Quintanilla Cedillo Coordinadora Editorial

G u s ta v o Flores Rizo Asistente Editorial

J u a n Soto R a m ír e z E d ito r

Psicologías inútiles

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Caso abierta al tiempo

MÉXICO

UMIDADIZTAPAIAPA División de Ciencias Sociales y Humanidades

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jrürruct 2009

Esta investigación, arbitrada por pares académicos, se privilegia con el aval de la institución coeditora.

Primera edición, o ctu b re del año 2 0 0 9 © 2009 U niversidad A utónoma Metropolitana U nidad Iztapalapa

San Rafael Atlixco núm. 8 6 Col. V icentina, Iztapalapa, 0 9 3 4 0 México* D.F. te!: 5 8 0 4 ® 4 7 5 0 tel/fax 5 8 0 4 * 4 7 5 5 ISBN 9 7 8 -6 0 7 -4 7 7 -1 5 1 -0 © 2 00 9 Por c a racterística s tipo gráficas y d e d iseñ o editorial M igu el Á ngel Porrúa , librero-ed itor

D erechos reservados conform e a la ley ISBN 9 7 8 -6 0 7 -4 0 1 -1 5 8 -6 Responsable d e la edición: M ario Zaragoza Ramírez Queda prohibida la reproducción parcial o to tal, directa o indirecta del c o n ten id o d e la p rese n te obra, sin contar p rev iam en te con la au to riza c ió n ex p resa y por escrito d e los e d ito re s , en té rm in o s d e lo a s í p rev isto p o r la Ley Fed eral del D erecho de A utor y, en su caso, p o r los tratad o s internacionales aplicables.

IMPRESO EN MÉXICO

PRINTED IN MEXICO

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A m argura 4 , San Á ngel, A lvaro O b re g ó n , 0 1 0 0 0 M éx ico , D.F.

Agradecimientos

Dar las gracias a nombre de todos quizá sea un atrevimiento, pero serán lo suficientemente coherentes para no hacer enojar a ninguno de los autores y cubrir ciertos protocolos de utilidad. Primero, a esta casa de estudios por haber sido cómplice de nuestra aventura y ejercicio intelectuales. Por último, a Ana Roiz López quien, desinteresadamente, trabajó de m anera em­ peñosa en este proyecto. Con sus conocimientos editoriales y de psicología social fue un valiosísimo apoyo para que esta obra saliera adelante. Sin más, e,s oportuno decir que esta página ofrece suficiente espacio en blanco para que cada uno de los colaboradores inscriba a los personajes que le plazca. Hay es­ pacio de sobra para que escriban lo que les venga en gana y, la ventaja de ello, es que no sólo estará libre de la dictaminación sino que será bajo su propio riesgo. E

l ed ito r

José Morales González*

Prólogo (psicología mosca)

Hace años tuve la idea de reunir una antología universal de la mosca. La sigo teniendo. A

ug usto

M

o nter ro so

c a z a r moscas. 1. fr. coloq. Ocuparse en cosas inútiles o va n a s DBAE

Nada se ha escrito en psicología sobre las moscas (aunque sea una exageración, no deja de ser cierto], pero no es una omisión de nuestra disciplina. Definitivamente éstas no son su objeto de estudio. Las m oscas no tienen pensamiento, mu­ cho menos neurosis, ¿autoestim a? sí, pero alta, ahí no hay nada que hacer. Si el psicólogo experimental suprime de su reporte científico la comezón que le producen las palomas o las ganas irresistibles de m irarse en el espejo de la cámara de Gesell, ¿por qué no suprimir a la mosca que lo acompañó sin condiciones en el laboratorio? La podrá suprimir de su repor­ te científico, pero no de su vida. La presencia de las m oscas es total: "La mosca invade todas las literaturas". Aquí no se defenderá este hecho, pues “U niversidad de Puerco Rico

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seguro estás asintiendo gravemente en estos momentos. Ade­ más, la mosca no necesita defensores. Ella es abrumadora. Un insecto "muy común y molesto", la define el diccionario. La academia siempre h a sido despreciativa. Ahora bien, la psicología se ha propuesto estudiar la vida cotidiana. ¡Qué absurdo!, ¡qué pretensión en todo caso! ¿Quién necesita que le expliquen la vida cotidiana?, nadie. ¿Qué más comprensión puede aportar?, ninguna. Y, sin embargo, y como a todo, la psicología, la cosificó, quitándole la vida a la vida cotidiana. Mientras tanto y a pesar de esto, ahí está la mosca: inquie­ ta, nerviosa, absoluta. Te observa y se frota los ojos, ¿por qué?, no se sabe. Pero la cuestión es ésta: cuando aparece la mosca, surge la vida cotidiana. La m osca es la reina de la realidad suprema, pues ella la muestra, la manifiesta, la pone enfrente, da cuen­ ta de ella, la hace palpable, ella es la vida cotidiana. Berger y Luckmann lo sabían. La vida cotidiana, al igual que la mosca, "se impone sobre ía conciencia de m anera masiva, urgente e intensa en el más alto grado. Es imposible ignorar y aún más difícil atenuar su presencia imperiosa. Consecuentemente m e veo obligado a prestarle atención total". Cuando se presenta la mosca, la con­ ciencia vuelve a la vida cotidiana, a la realidad suprema, como si volviera de un paseo, y el vuelo que despliega la mosca, y uno vigila, lo es todo. La mosca no te atrae a la vida cotidiana, sino más bien te arroja violentamente desde donde estés hasta esa realidad mundana. Es igual cuando estás en una reunión importante, si estás dictando una sentencia, si saludas ferviente a la ban­ dera, diagnosticas un caso, anuncias, el futuro económico de la nación o declaras tu amor. Ahí está la m osca para quitarte todas esas pretensiones, para recordarte quién eres y en dón­ de estás, para atarte a la condición humana e invitarte a pasar, al fin, a la vida cotidiana. 8 • José Morales González

Juan Soto Ramírez*

Introducción

Sobre

la im p o r t a n c ia d e p e n s a r y d is c u t ir l o inútil

Ciertamente, estar "papando moscas" no es lo más útil que pueda hacerse en la vida. Reconocer lo evidente frente a los ojos o la nariz, como bien lo recomendaban Brechty Hitchcock (quienes nacieron, curiosamente, un año después del otro), es lo que permite estar papando moscas. Papar, comer o tragar moscas permite preguntarse sobre la inutilidad de lo útil, la utilidad de lo inútil o sobre sus orígenes y, precisamente, pre­ guntarse ¿qué es lo inútil?, es un buen comienzo para abrir un conjunto de reflexiones en torno a la psicología social, enten­ diendo con ello que el carácter que ha adquirido a lo largo de su historia y desarrollo, ha sido eminentemente experimental y cuantitativo. Conceptualmente, lo inútil es lo opuesto a lo útil, palabra que viene del latín utilis que quiere decir que produce provecho o beneficio, o sirve para algo. En la lengua francesa, el vocablo outil (que se emplea en plural] significa utensilio o herramienta. Esto querría decir en algún sentido que, conceptualmente hablando, la discusión sobre lo inútil resultaría ser inútil por sí misma. Para que lá discusión sobre lo inútil cobre sentido, hay que desplazarla a un terreno que no sea meramente conceptual y comenzar a interrogarse so­ *U niversidad A utónom a de M etropolitana, Iztapalapa.

bre todas aquellas cosas, situaciones, procesos, etcétera, que, de una u otra forma, se relacionan con el sentido de lo inútil. Lo que en una sociedad se designa inútil, tiene que ver, en términos muy generales, con criterios y elementos, espaciales y temporales, por consiguiente, lo interesante no es determi­ nar o conocer lo que las sociedades designan inútil, sino la forma en cómo lo designan y construyen los significados de lo inútil versus lo útil. Es decir, los procesos de significación de lo inútil o los procesos que ayudan a erigir un límite entre lo útil y lo inútil, son procesos sociales, políticos, económicos, psicológicos, etcétera, que están más allá de lo que realmente es considerado como una u otra cosa. Lo que se considera útil en esta sociedad, puede no serlo en otra y así sucesivamente, sin que esto lleve la discusión sobre lo inútil a una suerte de relativismo epistemológico o a una postura epistemológica indefinida sobre lo inútil. De he­ cho este texto de apertura tratará de esclarecer la forma en cómo concebimos lo inútil y su pertinencia en el campo de la psicología social. Cada sociedad tiene sus propios universos materiales y simbólicos de lo inútil, en cada sociedad hay un espacio reservado para lo inútil en múltiples planos: el de la vida cotidiana, el del conocimiento, el de la aplicabilidad de los conocimientos, etcétera. Basta detenerse a pensar un poco para comenzar a cuestionarse si un libro sobre lo inútil tiene sentido en un momento como este. Si en cada sociedad hay un espacio y un tiempo que pueda darle cabida a lo inútil versus lo útil, esto nos lleva a pensar que cada sociedad tendrá sus propios criterios para designar lo que cabe en dicho espacio. Y eso es precisamente lo que hace de la inutilidad, u n tópico interesante en la reflexión para la psicología social. Lo interesante no es todo aquello que sea designado como inútil por una u otra sociedad, sino los crite­ rios, se dice enfáticamente, que utiliza cada una de las socie­ dades para realizar dicha designación. La reflexión sobre la forma en cómo se construyen dichos criterios es lo que permi­ 10 • Juan Soto Ramírez

te una discusión inteligente sobre lo inútil y no, precisamente, adoptar la postura de que lo inútil lo es simplemente y no tiene sentido pensar en ello porque eso resultaría ser una tautología. Dicho sea de paso, se piensa, no en esta obra sino en términos generales, que una tautología es un pensamiento inútil. Aunque a Howard Gardner se le ha criticado demasiado y se ha llegado a decir que su Teoría de las inteligencias múltiples es el consuelo de los estúpidos, él propuso, por ejemplo, que: los actuales métodos para evaluar la inteligencia no se han afi­ nado lo suficiente como para poder valorar los potenciales o los logros de un individuo en la navegación por medio de las estre­ llas, dominar un idioma extranjero o componer una computado­ ra [que] el problema consiste no tanto en la tecnología de las pruebas sino en la forma como acostumbramos pensar acerca del intelecto y en nuestras ideas inculcadas sobre la inteligencia [1983: 36], Quizá sin quererlo, la propuesta de Gardner nos acercó a una discusión sobre la forma en que los criterios para designar una habilidad, un comportamiento, un pensamiento, un conocimiento, etcétera, como inteligente, dependían no de la tecnología que se desarrollase para tratar de medirlos sino de los criterios sociales que rondaban dichos sucesos. De alguna manera, podemos decir que la utilidad de un conocimiento de­ pende de la situación en la que se valora su pertinencia. Vaya­ mos a un ejemplo más claro: un buen psicólogo social, para muchos, es aquel que conoce bien a los clásicos de su discipli­ na, que identifica las corrientes teóricas que le dieron cuerpo a la misma, que no sólo sabe plantear problemas de investigación sino que sabe resolverlos, que se actualiza y puede estar a la vanguardia de las discusiones contemporáneas de la psicología social, etcétera. Sin embargo, dichos conocimientos parecen no ser muy útiles en el momento de estar en la fila para comprar un boleto en un estadio de fútbol o hacer una reservación en una aerolínea o en un hotel. La utilidad de un conocimiento, por ejemplo, está determinada, e n buena medida, por la situación social, por el tiempo y el espacio en donde se le utiliza. Hay Introducción • 11

conocimientos que uno posee y, no obstante, son inútiles por­ que la situación social no los exige. Lo que puede parecer inútil en una situación puede no serlo del todo en otra. O, lo que pudo ser útil en el pasado, no lo es más en el presente. Cada quien puede construir y documentar sus propios ejemplos. Los crite­ rios de utilidad-inutilidad están determinados por los elementos espaciales y temporales propios de una sociedad y una cultura determinadas. ¿Cuántos no eligen estudiar psicología social pensando que jamás se volverán a encontrar con las matemáti­ cas? y se llevan una bonita sorpresa cuando descubren que el positivismo se coló hasta en la sopa. Cuando Bertrand Russell emprendió una crítica feroz ha­ cia La concepción de la verdad de W. James en sus Ensayos Fi­ losóficos, dejó muy claro que: la principal crítica que habría que hacer al pragmatismo consistía en negar que la utilidad sea un criterio útil, porque a menudo es más difícil determinar si una creencia es útil que determinar si es verdadera [y que] la argumentación de los pragmatistas estaba dirigida casi en­ teramente a dem ostrar que la utilidad era un criterio [y que]; se suponía que se seguía de ello que la utilidad era el signifi­ cado de la verdad (1940: 172-173], El punto m edular de la crítica de Russell parece descansar en varios elementos: el primero, está relacionado con la manera en cómo determinar el género de bondad de una creencia; el segundo, está relacio­ nado con la forma en cómo se establece una diferencia entre criterio y significado y, el tercero, en que no se puede aceptar la idea de que la utilidad justifique el significado de la verdad. Russell ponía el siguiente y excelente ejemplo: la creencia en dios es verdadera, es decir, útil, mientras que lo que la religión desea es la conclusión que dios existe, con­ clusión a la que el pragmatismo ni siquiera se aproxima (ídem. 180], Es decir, la creencia en dios es verdadera, eso nadie lo puede negar, pero la creencia en dios no justifica la existencia 12 * Juan Soto Ramírez

de dios. Y esto, de igual forma, nadie lo puede negar. No im­ porta de qué dios se esté hablando. Las creencias por sí mis­ mas no justifican la veracidad de su contenido: para que a uno lo asusten los fantasmas es necesario, primero, creer en ellos. En otras palabras, si yo creo que algo es útil o inútil, mi creen­ cia no justifica la utilidad o inutilidad de aquello que creo que es útil o inútil porque para "juzgar" tengo que establecer "cri­ terios" que me ayuden a distinguir lo uno de lo otro. Y en el momento en que declaramos que algo es útil o inútil, por lo regular, no hacemos públicos los criterios que nos llevaron a dicha declaración y sólo los asumimos, pero sin siquiera dar­ nos cuenta de que ahí están. Utilizamos criterios de distinción sin tener la oportunidad de saber lo que estamos haciendo. Lo im portante no es que nos percatem os de que haya conoci­ mientos útiles o inútiles, sino de la forma en cómo llegamos a percatarnos de ellos y en tratar de entender las form as en cómo se han fijado dichos criterios de "distinción". Lo esencial no es si usted llega a la conclusión de que este es un libro útil o inútil, sino la forma en que llegó a ello, por decirlo de algún modo diferente y coloquial, las conclusiones no son tan impor­ tantes como las maneras en que se llega a ellas. En términos lógicos, el "resultado" es tan importante como la "regla" y el "caso", pues el dilema central radica no en la grandeza o bri­ llantez del "resultado" obtenido sino de la forma en cómo se llega a la "regla" o al "caso" y las conclusiones deberían ser tan im precisas como la incertidum bre que las originó, pero se presentan de otro modo. D esarrollar una psicología que gire en torno a lo inútil tiene un tono crítico, pero n o es una forma cobarde de negar la relevancia de la psicología aplicada ni de descalificarla. Sim­ plemente implica destacar u n punto central en las discusiones contemporáneas y que está relacionado con la forma de esta­ blecer los criterios para diferenciar el carácter de utilidad o inutilidad de unas y otras psicologías. Tal como lo dijo Michael Billig: para que un trabajo e n psicología sea considerado, "moIntroducdón • 13

cierno" y "científico", tiene que cumplir con algunas caracterís­ ticas básicas. Una de ellas es que debe incluir bibliografía ac­ tualizada: cada artículo debe hacer referencia a otro conjunto de artículos publicados hace no más de cinco años y, prefe­ rentemente, en un Journal (1987: 1). Esto, en un sentido am­ plio, es una garantía de que el trabajo presentado pueda con­ siderarse "moderno" y u n a garantía de que ofrezca una perspectiva actualizada e innovadora de la temática que abor­ de. Se busca que: nuestras teorías psicológicas sean construi­ das con el m ayor núm ero de elementos modernos posible (ídem. 1], De acuerdo con lo anterior, el acercamiento a las lecturas, por llamarlas de algún modo, clásicas, perdería sen­ tido y relevancia, ya que no formarían parte del mundo mo­ derno de la psicología. Veamos. Casi todos los psicólogos sociales parecen estar de acuerdo en que al psicólogo alemán nacido en 1832, en Neckarau (ahora parte de Mannheim), llamado Wilhelm Wundt, se le atribuya la fundación del primer laboratorio de psicología experimental en 1879 (cuando tenía 47 años, aproximada­ mente]. La mayor parte de los libros de historia de la psicolo­ gía, llegan a considerarlo "el" fundador de la psicología expe­ rimental, aunque olvidan que Wundt no sólo se dedicaba a la psicología experimental ya que sus publicaciones, por ejem­ plo, llegan a más de 500. Cualquier psicólogo social lo sabe, entre sus obras m ás destacadas encontramos Psicología de los pueblos, la ctial se reunió en 10 volúm enes y le llevó cerca de 20 años escribir (1900-1920], lo cual quiere decir que no se dedicaba exclusivamente a su laboratorio. Al igual que algunos filósofos de la época, escribió tratados de filosofía: Lógica (1880), Ética (1886) y Sistema de filosofía (1920). Los tres tra­ tados de filosofía que Wundt escribió, estuvieron listos antes que el Tractatus-logico-philosophicus (1921), de Ludwig Wittgenstein. Pero a Wundt no se le reconoce como un filósofo sino como "el fundador del prim er laboratorio de psicología experimental", tal como aprendimos muchos en la universi­ ! 4 • Juan Soto Ramírez

dad y, desgraciadamente, se sigue enseñando así. A muchos, la mayoría de los psicólogos experimentales incluidos, se les olvida que Wundt también hacía otro tipo de psicología: más filosófica y menos o nada, experimental. William James, el pragmatista más famoso (Collins, 199,4; 262,- Miller, 1989: xvn], también fundó un laboratorio de psico­ logía experimental: [aunque] se da como fecha oficial del na­ cimiento de la psicología científica el año de 1879, en que Wundt estableció en la Universidad de Leipzig un laboratorio psicológico [pero], tanto él como James tenían laboratorios de demostración desde 1875 [Miller en James, 1989: xi), lo cual indica que la psicología experimental tuvo un doble nacimien­ to. A James, a diferencia de Wundt, lo reconocen por otras cosas como por su célebre libro Principios de psicología [1890], libro muy citado y poco leído. O también ío conocen por sus contribuciones al pragmatismo: filosofía oriunda de Estados Unidos que se arraigó en Europa [curiosamente fundada por Ch. S. Peirce y no por el mismo James). Tanto James como Wundt tuvieron un pasado en común, estudiaron medicina y fisiología, impartieron clases de fisiología, pero son reconoci­ dos como psicólogos. Sin embargo, muchas de sus obras no son tomadas en cuenta por los psicólogos modernos. Salvo la Psicología de los pueblos (que p o r cierto se lee en pedazos y también se cita demasiado), pareciera ser que las demás obras de Wundt, en muchas partes del mundo, quedaron en el olvi­ do, pasan inadvertidas o no son consideradas fundamentales para la psicología social. ¿Qué nos lleva a pensar en esta si­ tuación? Bueno, pues al hecho de que en las universidades, tal como lo decía Ch. S. Peirce en sus Escritos fílosófícos: se establece un nivel (standard) oficial de verdad, y mira con des­ agrado a todo el que lo cuestiona (1931: 60). Bajo el título El estudio de lo inútil, Peirce dedicó cinco apar­ tados para destacar: uno, que contemporáneos de Kepler como Descartes y Pascal, habían abandonado el estudio de la geome­ tría porque decían que era totalmente inútil; dos, que lo que Introducción • 15

distingue a la ciencia verdadera es el estudio de las cosas inúti­ les, pues estas serían estudiadas sin la ayuda de científicos; tres, que el propósito de las llamadas "universidades" no es la solución de grandes problemas sino meramente la preparación de una selección de jóvenes para ganar más dinero que sus conciudadanos no tan favorecidos,- cuatro, que en las pequeñas academias destacaba un tono general de respetabilidad a la ciencia p u ra; y cinco, que podía dudarse de las aportaciones mismas de las academias científicas al mundo de la ciencia. Peirce afirmaba que: las universidades alemanas durante toda una generación rechazaban sin consideración a cualquiera que no ensalzara su rancio hegelianismo, hasta que llegó a producir hedor en las narices de cualquier hombre de sentido común (y que] después cambió la moda oficial y un hegeliano era tratado en Alemania con la misma estupidez arrogante con la que antes era tratado u n antihegeliano (ídem. 60). Con el afán de dejar en claro hacia dónde apunta este con­ junto de reflexiones sobre lo inútil, tomando como base la propuesta de Peirce, digamos que en psicología social sucede algo parecido. Primero, que hay un conjunto de temáticas que en psicología social no se abordan porque simplemente se consideran inútiles sin poner en claro los criterios que se em­ plean para realizar dicha caracterización y, en consecuencia, la psicología social cuenta con temáticas que se manosean una y otra vez. Segundo, que la investigación, la reflexión y el estudio de lo que desde la psicología social formal es considerado in­ útil, verdaderamente podría permitir un distanciamiento sano de la psicología tradicional y ofrecería no sólo nuevas dimen­ siones interpretativas a la disciplina sino también diferentes maneras de problématizar la realidad. Tercero, que las versio­ nes oficiales de la psicología social no sólo se imponen autori­ tariam ente y limitan el pensam iento de los estudiantes en proceso de formación de la disciplina, sino que también desa­ lientan la apuesta por la conformación de nuevas versiones de la psicología social y producen su propio hedor, que no es 16 • Juan Soto Ramírez

precisamente el hedor a viejo. Cuarto, que posicionarse en el blindaje discursivo de la psicología científica no permite más que reproducir tradiciones de pensam iento que en vez de realizar aportaciones a la disciplina, sólo permiten ganar pres­ tigio. Y quinto, que la utilidad de la psicología social parece estar calibrada con los ingenuos instrumentos sociales, políti­ cos, económicos y culturales de quienes siguen sosteniendo aberrantemente que "psicología que no es aplicada, no sirve". Hay otras form as de h acer psicología social. Hay otras formas de pensar, problématizar, interpretar, reflexionar e in­ cluso experimentar la realidad y no son precisam ente esas que confunden los conceptos de rigidez con el de rigor en el proceso de la investigación. Rigor metodológico y rigidez me­ todológica, son dos cosas distintas. Hay otros m étodos y técnicas de investigación que no son precisam ente los que arrastran la herencia de la filosofía positivista. Creemos, fe­ hacientemente, que hay otras formas de hacer psicología so­ cial. Hay psicologías que irónicamente hemos llamado inútiles por quedar al m argen del blindaje científico de esta época, pero que cobran relevancia gracias a esas formas de hacer psicología que no permiten m irar otras "realidades" ni m ucho menos, mirar de otras maneras. Psicologías inútiles es u n a in­ vitación a pensar en "objetos" que han sido desdeñados por la psicología dominante y los guetos conservadores de psicólo­ gos sociales que se oponen abiertamente a admitir que hay otras formas de generar conocimiento que no sea siguiendo más que los "mandamientos" del positivismo.

So b r e

l o s p r o p ó s it o s in ú t il e s d e l libro

Este libro tiene dos propósitos centrales. El principal, es ofre­ cer a los psicólogos sociales en particular y a los curiosos en general, un conjunto de reflexiones que giran en torno a dife­ rentes temáticas que se alejan de los intereses convencionales Introducción • 17

de los investigadores que trabajan, como nosotros, en el mis­ mo ámbito disciplinar. Los núm eros que contiene este libro, como podrá darse cuenta, son: los que marcan el núm ero de página donde se encuentra el lector, el año en que se publicó algún libro, el consecutivo de un apartado, el núm ero de pági­ na que se anotó para gúiar la cita o la referencia, el del respec­ tivo is b n o algo por el estilo y esto, es un verdadero logro. Al día de hoy, los "números", las "tablas" y los "gráficos", por ejemplo, se han convertido en una parte "esencial" o en un "requisito" para publicar o presen tar trabajos en algunos eventos académicos. Este no es el caso. Es un verdadero logro contar con una publicación como ésta en un m om ento en donde la forma dominante de hacer psicología social se pare­ ce más al análisis estadístico y la aplicación indiscriminada de cuestionarios, que al estudio de la mente. Los psicólogos so­ ciales contemporáneos, en su mayoría, parecen haber olvida­ do el significado etimológico de psicología y parecen haberlo confundido con el estudio de fórmulas matemáticas o el dise­ ño de cuestionarios. Es un logro también hacer psicología sin remitirse a la idea de que el pensamiento está en el cerebro o dentro de la cabeza. Asumimos, de diferentes modos, una idea central, que el pensamiento es eminentemente social y está "entre" las personas y no precisamente "dentro" de nosotros. Esto es un logro, sin lugar a dudas, pues vivimos en una épo­ ca en la que se ha confundido el estudio de la mente con el del cerebro. Y no son la misma cosa. Sin embargo hacer esto es arriesgado pues de algún modo es ir como a contracorriente. Tanto la forma deescritura como las ideas aquí vertidas son u n tanto opuestas a las tendencias generales y dominantes de la psicología social. Algunas ponen en entredicho diferentes ideas de "sentido común" que se tiene sobre el pensamiento, la mente, el lenguaje, las emocio­ nes, la memoria, etcétera. Es pertinente prevenir al lector que no se trata de un libro convencional que siga los criterios de la American Psychological Association (a p a ), aunque algunos 18 • Juan Soto Ramírez

de los textos no pudieron prescindir de la inclusión de citas. Esta introducción es un claro ejemplo. No, obstante, el lector podrá encontrar ensayos que, a su vez, se alejan de los forma­ lismos y tienen un carácter m ás literario, por llamarlo de al­ gún modo. No hay temor alguno en utilizar la palabra "litera­ rio" pues m ás que nunca, hoy, entre los autodenominados "científicos" de la psicología social, se considera que si un texto sólo tiene "letras", no es útil. Si tiene números, tablas y gráficos, entonces debe ser u n "reporte de investigación", útil y todo lo que ello implica. Una buena cantidad de psicólogos sociales confunden teoría con literatura y, bien visto, eso no está nada mal y hasta es una idea sugerente para otro libro. Hoy en día, una "gran cantidad" de psicólogos sociales se re­ fieren a las teorías de la psicología social como "la literatura" de la disciplina. A otros tantos esta idea les incomoda, sobre todo a los "puristas" de la psicología social. Pero lo cierto es que en ambos casos hay una, digámoslo así, actitud de des­ precio hacia la literatura. Y en ambos casos se hace hincapié en distinguir "ciencia" de "literatura". Después de todo, a Bergv son, un curioso filósofo francés que insistía empecinadamen­ te en discutir con Einstein, y a Russell, uno de los filósofos m ás brillantes y gran lógico británico, les dieron premios Nobel de literatura. ¿Será que la literatura se confunde fácil­ mente con la filosofía? o ¿será que, a fin de cuentas, la filosofía es demasiado literaria y la literatura demasiado filosófica? No lo sabemos, pero lo cierto es que si por literario se entiende algo que tiene inclinaciones filosóficas, pues está muy bien. Le tocará al lector juzgarlo por sí mismo. El hecho de que algunos trabajos aquí presentados inclu­ yan referencias no fue una situación intencional y deliberada (no meramente incidental], pues la convocatoria a participar en este libro así lo consideró desde el principio, El título del libro estuvo listo antes que el libro mismo (no se le puso al final como casi siempre ocurre). Esa especie de "coherencia semiótica" entre el libro y su título se trató de cuidar desde el Introducción • 19

principio pues la convocatoria para los invitados fue siempre la de participar en u n libro de psicologías inútiles. Y no en escribir algo para un libro que después veríamos cómo íba­ mos a titular. Por ello, desencaja un tanto con los libros tradi­ cionales de psicología social, sobre todo con los que tienen el formato de "manuales de psicología social" o, con las tan de moda, "cartografías". Cabe señalar que el formato que han adoptado las formas dominantes de hacer psicología social, de algún modo, limitan el carácter expedito del pensamiento y, por tal motivo, este libro trató de alejarse, hasta donde se pudo, de aquél, pero fue imposible escapar del todo. Otras dos ideas centrales que nutrieron la convocatoria para realizar esta obra, fueron las de no recibir trabajos de reflexión que tuviesen utilidad (en un sentido formal e irónico solamente), y que no fuesen reportes de investigación. Situación que permitió ir de un tópico a otro, a veces en el "alto contraste", como lo podrá notar en los tra­ bajos ya que, como todo libro escrito por 24 manos, tiene va­ riaciones en los alcances de cada texto; situación que es res­ ponsabilidad exclusiva de los autores. Lo que debe tener en claro el lector es que este libro es un ejemplo de cómo nos fuimos aventurando en este terreno de la psicología social, de forma colectiva y voluntaria (hubo algunos que no pudieron llegar al final de este recorrido con nosotros), y de cómo fui­ mos aspirando a construir un libro que si bien no se moviese en un terreno fangoso, por lo menos se alejara de los "campos fértiles" de la psicología convencional. Más allá de los blinda­ jes epistemológicos de la psicología social dominante, hay otras formas de hacer psicología social y éste, es sólo un pe­ queño y modesto ejemplo. El segundo propósito de este libro es quizá más irreveren­ te, ya que quiere hacer de los tópicos de las psicologías inúti­ les, ámbitos de reflexión y disertación, tomando en cuenta que no son los únicos. No se pretende, tampoco, institucionalizar la psicología inútil aunque exista, por ahí perdido, un "mani20 • Juan Soto Ramírez

fíesto" de qué es lo que la caracteriza. El libro contiene 11 capítulos de lo que se nos ocurrió, podría tener cabida en el proyecto, pero de ninguna m anera agota las temáticas de in­ utilidad sobre las cuales se podría reflexionar, eso sí, lejos de la psicología social dominante. Los textos que se incluyen en el libro no agotan el amplio espectro de inutilidad de nuestro tiempo y espacio sociales e n m ateria de psicología social. Cada uno de los textos está escrito en estricto apego al "estilo" del autor, por lo que no ofrecen la "homogeneidad" que algu­ nos podrían esperar. Pero esto no significa que el libro sea una tomadura de pelo o que carezca de profundidad en el análisis de la realidad social. El nivel de profundidad en el análisis no está asociado al núm ero de cuartillas que tiene cada ensayo y varía en uno y otro caso. Uno de los principios básicos que asumimos es que calidad y cantidad no son palabras sinóni­ mas. Se puede decir mucho en poco espacio y poco en mu­ cho espacio, pero ello depende también de cada uno de los autores. No es la pretensión, como la de otros libros y como lo marca la tradición literaria, de escribir en la introducción la descripción general (por lo regular mal hecha], de cada uno de los capítulos que conforman el corpus de este libro. Seria más interesante ir al texto de su preferencia, motivado y a sea por el título del texto, por el nom bre del autor o porque sim­ plemente ahí se abrió el libro entre sus manos. Lo que se puede decir del libro es que consta de tres partes: apertura, clímax y cierre. En la prim era se encontrará usted con un ensayo que lo llevará a los cuestionamientos relativos sobre la inutilidad de la psicología social. En la segunda, p odrá encontrar los ensayos, propiam ente dichos, de psicologías inútiles y los temas son diversos: el oxígeno y la sociedad, los deseos, la música del arrabal, las banquetas, las paredes, los barcos y la mentalidad, el fútbol y la lucha libre. Por último, encontrará un par de trabajos que cierran esta obra, pero que permiten abrir un conjunto de reflexiones sobre la necesidad Introducción • 21

de una psicología más literaria y teórica. El orden de los tra­ bajos de la segunda parte no debe ser entendido como el producto de un ordenamiento secuencia! sino como u n con­ junto de ensayos que corren de m anera paralela, pero en un libro que exige que uno vaya primero y otro después es impo­ sible hacerlo. No así en su imaginación. Los trabajos de la segunda parte son, propiamente, ejemplos de psicologías in­ útiles. Sin embargo, y como ya se mencionó, cada uno podría construir su propio dominio de inutilidad para discutir sobre diferentes tópicos de reflexión. Una última cosa que vale la pena señalar es que en este libro sólo participamos psicólogos sociales y que el centro de nuestras motivaciones para materializar esta obra fue que to­ dos teníamos al menos una idea o un texto guardado que ja­ más íbamos a enviar a un congreso o a un coloquio por el hecho de que, incluso, nosotros mismos, considerábamos in­ útil. Sin embargo, en este ánim o de ir conversando en los pasillos sobre qué podía aportar cada uno al proyecto, logra­ mos este libro que caminó con la lentitud descrita por Kundera. Su cualidad es que puede leerse demasiado rápido. Cada uno de nosotros sacó debajo del colchón, bien la idea o bien las hojas llenas de polvo escritas años atrás, para darle forma y contenido, vida y cuerpo a un libro. Piense que si usted lo tiene entre sus manos, es porque seguramente pasó la dictaminación y, de algún modo, se ajustó a los criterios de utilidad de esta época y de algunas instituciones. Después de todo, no es un libro tan inútil como aparenta.

22 f Juan Soto Ramírez

Apertura

Encuentre con la psicología inútil

Capítulo I

La inutilidad de la psicología social Adriana Gil y Joel Feliu*

A d v e r t e n c ia

Pertenecemos a una especie en vías de extinción, comúnmente conocidos como psicólogos sociales. Estamos asi porque poca gente cree que nuestra tarea tenga alguna utilidad y porque somos perfectamente conscientes de que ante la situación de . escoger entre financiar la lucha contra el cáncer o la dinámica de grupos, nadie en su sano juicio, ni siquiera nosotros mismos, dudaría un solo segundo en elegir la primera opción. Ahora bien, el hacernos acreedores de tanta inutilidad, nos pone en la tesitura de pensar ¿cómo hemos podido llegar a este punto y cuál debe ser nuestro camino? Ante nosotros se abre el doble horizonte cuyos caminos son completamente opuestos: o deja­ mos de ser inútiles o lo somos más. ¿Cómo elegir ante semejan­ te disyuntiva? Nuestro diagnóstico comienza con la detección de tres errores que desencadenan grandes consecuencias. Nuestro primer y principal error como miembros de este gremio, ha sido decir constantemente que nos dedicamos a tra­ tar de comprender y explicar los fenómenos sociales. Pretensión legítima e incluso importante, por la que más de uno estaría dispuesto a dar algo de dinero, pero que pasa por tratar a los fenómenos sociales como si fueran "simplemente fenómenos", es decir, algo diferente al resto de la vida cotidiana y, peor aún, como “U niversidad A utónom a de B arcelona.

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si hubiese algo en esta vida que no fuera de carácter social. Esta separación obliga a pensar que a los científicos sociales los rodea el aura de todo iniciado especialista en cosas de mundos lejanos y refuerza la creencia de los "científicos naturales" de que su conocimiento no es social ni está contaminado por las impurezas de la corrupción que toda sociedad trae consigo. Nuestro segundo gran error fue pensar que lo que decía­ mos era útil para la sociedad, es decir que gracias a las aporta­ ciones de los psicólogos sociales éste mejoraría y podríamos unir sin vergüenza nuestra disciplina a la lista de organizacio­ nes no gubernamentales del momento, contribuyendo así al círculo virtuoso de la caridad-solidaridad en que termina todo intento de ayudar a los pobres, a los niños y a las mujeres, entre los cuáles los más renombrados son los huérfanos y las viudas a causa de la ausencia de la figura masculina que toda ciencia proclama necesaria para el buen desarrollo de perso­ nas, empresas y países. Nuestro tercer error, el lector juzgará si es el definitivo, ha sido escribir este texto y sobran los comentarios al menos hasta la última página. ¿Cómo se puede atrever uno a cuestionar la utilidad de una disciplina hecha por, para, desde y en la universidad? Después de algo así y sumando al raro supuesto de que al­ guien influyente leyera este texto, el aún .más raro supuesto de que lo convenciera, desaparecería definitivamente la ya precaria financiación que obtienen los proyectos de investiga­ ción psicosocial. Y aquellos psicólogos sociales que pudieran estar de acuerdo con algunos de nuestros presupuestos sobre la inutilidad, dejarían de ser financiables, que es lo que más tiempo nos ocupa últimamente como universitarios en gene­ ral y como psicólogos sociales en particular. Muchos psicólo­ gos sociales buscan ser útiles y eficientes para ser merecedo­ res del prem io, del reconocim iento y del financiam iento público y privado. Estas son algunas vías que nos permiten seguir vivos como disciplina útil dentro de las ciencias renta­ bles. Por ello, convencemos y nos convencemos de la necesi­ 26 • Adriana Gil y Joel Feliu

dad de la psicología social, nos persuadimos y persuadimos de la importancia de los estudios sobre las problemáticas so­ ciales o de la rentabilidad del conocimiento social. El dicho popular "más vale prevenir que lamentar" es el imaginario en el que apoyamos nuestro desesperado intento de ser útiles p ara una sociedad que se quiere a sí misma consumible y productiva, en consonancia con los deseos empresariales más íntimos y arraigados. Muchos correm os con gusto a poner nuestro prestigio al servicio de otros, si estos a cambio nos pagan, ya que así se valida nuestra disciplina y nuestro papel en ella. El pago, para colmo, no es para nosotros, ni siquiera sirve para alimentar a nuestros hambrientos hijos, sino sola­ mente para mejorar (mejor silla, mejor cubículo, mejor compu­ tadora, mejor impresora, mejor papel, mejor software), la apa­ riencia de nuestras investigaciones, haciéndolas ciertamente no más útiles sino más legítimas, m ás grandes, más verdade­ ras porque están dentro del circuito de los grupos de investi­ gación y de los círculos de calidad universitaria. Así, muchas veces y casi sin damos cuenta, dejamos la do­ cencia por la gestión, pero ni siquiera por la gestión docente, sino por la de nuestro currículum, por la gestión de nuestra imagen y nuestra influencia personal, institucional o disciplinar, el hecho es que estamos en vías de cambiar de profesión. Pero, si no somos gestores, ni hombres de negocios, ni administradores ¿para qué queremos esos recursos? Para enseñar e investigar decimos, ¿pero para qué? ¿Que la universidad hoy en día es también una empresa útil generadora de recursos, servicios y explotadora de conocimientos con franquicias y patentes, llena de personal pre­ cario? o ¿que somos ese inútil sitio donde se piensa, se compren­ de, se reflexiona y se critica sin más? He ahí la cuestión.

Para

a c l a r a r el a g u a

Dicho lo anterior, haremos un par de aclaraciones que debemos a los lectores respecto a nuestra reivindicación y en beneficio de La inutilidad de la psicología social • 27

nuestra argumentación. En primer lugar, debemos recordar que los académicos también tenemos una vida cotidiana y también, por cierto, un gran empeño en negarla. Ésta tiñe todas nuestras actividades hasta lo más íntimo del tejido de saberes que se crean con ella. Innegablemente la academia es el espacio por excelencia de los saberes legitimados, cuya condición está dada por el inmenso trabajo de borrado de los rastros de vida cotidia­ na, del barro de las amistades, de las preferencias políticas, de las manías personales o de los trozos del periódico del desayu­ no. Este borrado no hace saberes más puros ni más objetivos, ni mejores que los que se producen en otras partes, única y exclusivamente los hace más legítimos, más verdaderos para aquellos que aceptan el juego de poderes del conocimiento cien­ tífico, es decir para la mayoría de nosotros. Como consecuencia de esta primera aclaración, viene la segunda, que no hay otra realidad por encima de la que no­ sotros podam os conocer. Esto no es una trivialidad. Este "nosotros", al igual que cualquier "yo", no es un conjunto de simples receptores de estím ulos ni procesadores de datos "externos" sino que se trata de sujetos complejos, formados mediante un proceso histórico, gente mezclada de mezcla de gente, seres colectivos que comparten espacios en razona­ mientos y sentires comunes. Y la realidad, la que va desde las piedras hasta las depresiones, es contingente a todo ello. Mientras esta gente es de carácter híbrido, nosotros no podemos producir otra cosa más que espejos que la reflejan y la traicionan. El conocimiento que producimos está plagado por apariciones fantasmagóricas, tanto más espectrales cuanto más adherido a la retórica científica positivista se halle nuestro trabajo. Pero como saben muy bien los habitantes más primi­ tivos de nuestro mundo, lo espectral no elimina lo real, ni lo científico elimina lo retórico. Aunque nos cueste más trabajo identificar las metáforas originales debajo de tanta voluntad de neutralidad, las imágenes están ahí, al acecho, esperando al voluntarioso deshacedor de entuertos que las desenrede de 28 • Adriana GilyJoel Feliu

entre tanto nudo bien trabado que supone cada nuevo experi­ mento, cada nueva encuesta, cada nueva observación, cada nueva interpretación, cada nueva afirmación de que lo que se sabe "es" y que lo que es, se llegará a "saber". No se trata de promover el desvelamiento de verdades ocultas sino más bien de evitar el ocultamiento de aquellas partes de la creación que no son convenientes al conocimiento porque podrían volver­ lo no más frágil, pero sím enos duro. No más fragmentado, pero sí menos compacto. No más dudoso sino más accesible. Como cuando nos damos cuenta de que la carta oculta se hallaba fren­ te a nuestra nariz y que no la veíamos porque a lo oculto se le presupone algo de oscuridad y misterio. Lo cierto es que al conocimiento que no se le ven las en­ trañas, del que no se puede descifrar cómo se ha construido porque se nos ocultan los datos esenciales del proceso - a ve­ ces con la apariencia de formulaciones técnicas y la apelación de que solamente los iniciados pueden comprenderlo- vale la pena sospechar. Debe sospecharse porque quienes han des­ cubierto la verdad no saben cómo cambiará el mundo con su nueva propuesta ni se dignan a explicamos todas las condi­ ciones de producción de dicha verdad. Es bien sabido que el infierno está lleno de buenas intenciones y eso sí es algo que la psicología social corroboró con certeza mientras se dedica­ ba alegremente a la electrocución simulada de aprendices o al encarcelamiento de estudiantes para jugar a "policías y ladro­ nes", por ejemplo.

El

d o l o r d e l a d isc ipl in a

"Por sus actos los conoceréis", dijo alguien y por los descubri­ mientos que construimos los universitarios, también nos co­ nocerán y nos sufrirán. Empecemos con una pregunta y una respuesta: ¿cómo puede u n a disciplina destinada a aliviar el sufrimiento del mundo, contribuir a crear más? Negando a la La inutilidad de la psicología social • 29

gente la posibilidad de hablar fuera del juego científico, ale­ gando que la verdad y el conocimiento, sólo tienen una vía de llegada y un andén para apearse. La retórica de la verdad sir­ ve para discriminar otras posibles verdades, para esconder el mundo de los taxistas, de los ciegos, de las amas de casa con siete hijos, de los ejecutivos estresados, de cualquier otra rea­ lidad. Este es el sufrimiento que crea la psicología social, el de la anormalidad, el del miedo al conflicto, el de dar derecho a unos a sacar a otros de la vida oficial, el de naturalizar el he­ cho de que a alguien no lo van a escuchar nunca, el de ser vestido con categorías que a uno le quedan tres tallas más grande como la raza, el género, la etnia o hasta la lengua, es decir el lenguaje, pero convertido en un pasaporte exclusivo de una cultura. Pero no es la única forma que tiene de hacer sufrir, hay algunas más retorcidas, por ejemplo, ofrecer explicaciones causales a las personas sobre el porqué de sus conductas, opiniones y sentim ientos sin siquiera preguntar a los impli­ cados. O afirmar que las personas son controladas por pro­ cesos que están m ás allá de su voluntad y que poco puede hacer la persona para librarse de alguna de las determinacio­ nes que le acechan a cada paso que da. Sus ideas y sus ac­ ciones serán producto de su género, de su cultura y algunos radicales afirman incluso que de su clase social, de sus ge­ nes o de su procesador cognitivo de datos, también conocido como mente. Lo retorcido proviene del hecho de que para emprender la tarea de forma científica, primero se debe clasificar a al­ guien mediante categorías, para tal fin se le puede preguntar al sujeto por su pertenencia o bien el propio investigador pue­ de clasificar a los sujetos basado en sus juicios (por ejemplo, asumiendo que basta con una mirada de reojo para clasificar a un hombre y a una m ujer en categorías distintas, una mira­ da fugaz para distinguir a blancos de negros y una mirada li­ geramente más atenta para separar a coreanos de chinos y 30 * Adriana GiíyJoel Feliu

japoneses, o a catalanes de españoles y franceses]. Una vez terminada la labor del prejuicio, sea éste del sujeto, de su en­ torno o del investigador, el sujeto es llevado a actuar ante al­ gún estímulo concreto. Finalmente y, feliz de comprobar que hay diferencias estadísticamente significativas entre sus gru­ pos, el investigador, usualmente doctor en psicología social, concluye que ello se debe a las diferencias culturales, de gé­ nero o de clase de sus sujetos. De esta manera un prejuicio se convierte en una realidad. Y aquellos que estábamos destL nados a terminar con un mundo lleno de prejuicios, estereo­ tipos y discriminaciones, nos vem os forzados a reconocer que tras ellos se esconde la verdad de las diferencias humanas y la verdad de la diversidad. Lo bonito del método científico es justamente esto, primero inventa la realidad y luego la com­ prueba, una vez demostrada es irrefutable porque si alguien quiere ofrecer alguna explicación alternativa, jamás podrá hacerlo desde el interior de ese marco teórico y si se sale de él jamás podrá ofrecer ninguna explicación que se considere científica, legítima y verdadera, entre otras muchas razones porque no podrá publicarla. Esta extraña fijación de la psicología social, la de certificar el origen de cualquier curso de acción, es extraña porque de ser cierto, visualizar el futuro sería cosa de niños, al menos de niños instruidos en su arte, incluso porque tal capacidad de adivinación podría ser algo con cierta utilidad. Sea como sea, por muchas hipótesis planteadas y teorías comprobadas des­ pués de múltiples experimentos tan fiables como poco repli­ cados, aún no sabemos qué ocurrirá mañana. Y lo triste es que la psicología social prosigue su singladura, porque parece ser que más vale u na mala explicación (incompleta, incorrecta o falsa), antes que ningún tipo de explicación. La fascinación por la explicación tiene que ver con el deseo desmesurado por la predicción y ésta se relaciona directamen­ te con la voluntad de control. De todas formas, no estamos diciendo que la preocupación de unas cuantas generaciones La inutilidad de la psicología social • 31

de psicólogos sociales sea deshonesta. Pero, como se sabe, el fin no justifica los medios. Lamentablemente el objetivo loa­ ble, necesario y hasta evidente, que muchos buenos psicólo­ gos sociales tuvieron, como acabar con el fascismo, no se consiguen diciéndole al enemigo que está equivocado, que tiene personalidad autoritaria, que es estereotipo sesgado o que su actitud es negativa o su discurso es intolerante. El fascismo no se rem edia con la educación porque no es u n error. No es una desviación, no es un aparte en el camino de la verdad hacia el progreso. El fascismo es vivir en un mundo homogéneo, ver la realidad de forma totalizadora, creer en la validez de un solo discurso. Y una realidad hegemónica no se suprime con otra igual, sino todo lo contrario. La psicología social ha seguido el camino del totalitarismo cuando ha que­ rido ofrecer el remedio a cualquier mal social por el que haya estado de moda preocuparse en algún momento del siglo xx, sin darse cuenta claro, por ser ante todo una empresa propia de gente con m uy buena voluntad. Es preciso señalar, por si alguien ha tenido la tentación de recurrir a ello, que el conocimiento social no se salva con el culto a la utilidad. No se trata de ver qué es lo que mejor sir­ ve para tal o cual fin. El medio lleva el fin incrustado, no lo sirve sino que es su realización. El experimento no sirve para conocer sino para crear sujetos experimentales, la encuesta no permite saber qué opina la gente, sino qué estipula lo que la gente debe opinar. La entrevista no descubre el sentido oculto de las palabras del entrevistado sino el sentido oculto de las palabras del entrevistador. Gracias a la preocupación por lo útil, la psicología social ha caído en lo rentable. La bús­ queda de la aplicación de la psicología social ha sido útil en la conformación y conformidad de grupos de trabajo; la selec­ ción de personal; las campañas publicitarias,- la investigación de mercado; el control de la agresividad, etcétera. Todos ellos, campos en los cuales se trata de ejercer algún tipo de domina­ ción, de acallar las voces discrepantes o de mantener el orden 32 • Adriana Gil y Joel Feliu

establecido. Y Codo ello, precisam os, no gracias al descubri­ miento de cómo actúa no se sabe qué factor, sino a la propia normalización de subjetividades que genera este tipo de proce­ sos una vez que los psicólogos sociales los difunden e implan­ tan. De modo que se trata m ás bien de profecías que lucharon activamente por su propio cumplimiento, reproduciendo es­ quemas que ya funcionaban y generando nuevos que funcio­ naron porque así se quería ver, porque así eran útiles.

El

h a c e r in ú t il

La pregunta es casi instantánea ¿qué hacer ante tal panoram a cuando el trabajo de uno es pervertido por m uchos? ¿Q ué hacer cuando muchos son los que generan el trabajo de uno? ¿Qué hacer cuando uno, pobrecito, tan sólo quería cambiar el mundo? Nosotros hemos optado por reivindicar lo inútil des­ de una de las disciplinas más inútiles, la psicología social, que nunca es del todo considerada dentro del grupo de las "cien­ cias exactas", ni de las naturales, ni de las sociales, ni siquiera de las humanas. Tan inútil como lo es el que no es nadie. Inútil, además porque cuando lo intenta no consigue sus fines p u es­ to que la reivindicación del conocimiento del mundo social acaba convertida en la reificación de este último, es decir en la naturalización de las desigualdades, en una clara p erv er­ sión de sus objetivos. La m ejora del mundo se convierte en el mantenimiento del mundo tal y como es, precisamente a cau­ sa de trabajar desde el ansia de la utilidad y de la verdad. Conocer desde estos parám etros, aunque sea con la voluntad futura de cambiar el mundo, sólo sirve para confirmar la rea­ lidad del mundo ya hecho, u n mundo que no fue hecho para los psicólogos sociales ni a su medida, pero que pueden cola­ borar a m antener o a desmantelar, mediante una sola opción: reproducir o crear, representar o construir, reflejar o distor­ sionar, naturalizar o subvertir. La inutilidad de la psicología social • 33

Desde este estado de ánimo se nos puede acusar de fo­ mentar el pesimismo, de garantizar el determinismo social, de caer en el escepticismo, del abandono de la posibilidad de conocimiento y, por lo tanto, de la disciplina, de promover la pasividad, de no querer hacer nada para no contribuir más al mantenimiento del statu quo. Pero en realidad, no quere­ mos proponer la inacción, aunque tampoco somos partida­ rios de la actividad frenética y útil que reproduce el sistema tal y como es. Lo que proponem os es u n hacer diferente, sin finalidad predeterm inada ni único método posible, ni única verdad que lo justifique. Para ser claros, insistimos en recla­ m ar un tipo de hacer con garantías de cambiar el mundo, pero sin saber en qué dirección. Proponemos el hacer inútil, es decir, la creación. Lo que sugerimos no tiene que ver con el progreso de la ciencia ni con los criterios de utilidad que le subyacen. Tiene m ás bien algo que ver con la estética, con la elocuencia, con lo bello de la forma, con escribir textos divertidos, agradables, apasionados, con brindar sentido a la gente, con hacer feliz a alguien, al m enos a los autores. Se trata de generar vidas académicas que valgan la pena de ser vividas y narradas, dignas, que nos den la sensación de estar haciendo cosas bonitas. Y para que no haya confusiones, este hacer que proponem os desde y para la psicología social, no debe diferenciarse de ninguna m anera de otros "haceres", debe partirse del reconocimiento de la psicología social como un espacio, con sus taras y sus ventajas, pero sobre todo sin ningún privilegio de tal m anera que si el hacer de la psicolo­ gía social hace algo útil, sea más bien por casualidad y con la condición ineludible de que esta utilidad sea descubierta siempre a posteriori, y después de un gran núm ero de discu­ siones académicas, controversias periodísticas, apelaciones al patriotismo y desgarram ientos de vestiduras, nuevas de ser posible. De hecho, así es como se cuela la inutilidad en la acade­ mia, mediante la creación de debates interminables sobre ni­ 34 * Adriana Gil y Joe) Feliu

miedades que sólo el tiempo y el aburrimiento insoportable que lo acompaña, pueden zanjar. También gracias a la utili­ zación de métodos diversos para todos los gustos y su aplica­ ción en los lugares en los que éstos se elaboran, así como por el uso de técnicas muy renuevas, y no porque lo nuevo sea mejor, sino para variar un poco y por el reconocimiento de otras posibilidades, por el gusto de ver argumentos sólidos retorciéndose bajo el peso de la novedad; y convertirse én frágiles estructuras y que esa sea su gracia. Siempre y cuando no se pretenda que estos debates, mé­ todos y técnicas, son caminos hacia lo verdadero y lo útil. Siempre y cuando no se pretenda tampoco que estos argu­ m entos sean el puro reflejo de la realidad seguirán siendo bellos ya que toda creación lleva inherente la inutilidad, al menos a priori es inútil hasta que alguien diga lo contrario. Pero que no se generen objetos en aras de la utilidad no quie­ re decir que después la gente no los use, lo que se hace es generar desde debates hasta clones, que ltiego la gente puede utilizar. Y no es lo mismo que la gente utilice algo a que este algo haya sido generado pensando únicamente en su utilidad, entre otras cosas porque probablem ente la utilidad para la que se le había pensado sería subvertida y la gente la utilizaría de otra forma -como pasa con las botellas de coca-cola, que sirven para decorar una casa; como sucede con los cuchillos de cocina que se usan para asesinar; como en el caso de los teléfonos celulares cuando se u sa n para convocar a una ma­ nifestación o la televisión cuando se u sa para comunicarse con los demás o las cafeteras m odernas que sirven para pre­ sumir, porque su café es malísimo; las computadoras que se convierten en álbumes de fotos familiares; los automóviles demasiado grandes para una ciudad con callecitas, como las de Barcelona; las redes virtuales que propagan virus y las puer­ tas que se dejan abiertas. No hay posibilidad de control sobre las utilizaciones ni las utilidades de la producción de uno, por supuesto, aunque uno



Ü

La inutilidad de la psicología social * 35

tenga el fútil, pero ético, deber de interesarse en los efectos de su creación. Por todas estas razones, como psicólogos sociales habla­ mos inclusive de la solidaridad, de la adhesión sin ánimo de lucro tan de moda y su correspondiente preocupación por un invento llamado Tercer Mundo. Hablamos de la supuesta inves­ tigación participativa que lleva como presupuesto el imperativo de que los oprimidos por la ignorancia se liberen. Hablamos de la supuesta participación omnipresente a todos nuestros su­ puestos y a todas nuestras actividades que de tan sabida y tan común se olvida de nuestros contextos autoritarios, elitistas y monopolizadores de poder Hablamos de las preguntas que se hace todo estudiante de psicología social que termina la carrera ¿y ahora qué hago? ¿Para qué sirvo? ¿Qué problemas "reales" estoy preparado para solucionar? Y es precisamente esta nece­ sidad de resolver problemas reales, evidentes y urgentes, la que queda sin cuestionar en los habituales profundos cuestionamientos del m undo académico. Jóvenes aunque sobrada­ mente preparados, no cuestionamos nunca quién define, desde dónde y con qué propósitos de utilidad que -como la guerra contra Irak, el Tercer Mundo, la miseria latinoamericana, el paro, la migración, la xenofobia, los gitanos, la tercera edad, etcétera- "los problemas". Parece que la realidad hablara por sí misma. Más aún, cuando supuestamente hacemos labor crítica y queremos cuestionar las complejas problemáticas sociales, en lo que caemos es en hacer una nueva lista de los que "aho­ ra sí de verdad" son los problemas que importan a la población en general y los presentamos como la lista correcta: el interven­ cionismo de Estados Unidos, el papel de la o n u y sus cascos azules, la asunción de que una persona es digna sólo si trabaja, el hecho de que no nos preocupa si migran los alemanes pero sí que lo hagan los marroquíes, el cómo los gitanos de cual­ quier parte generan problemas y no se adaptan a la comunidad donde se les acomoda, nuestra tozuda preocupación porque los ancianos vivan en las residencias destinadas para ellos y 36 • Adriana Gil y Joel Feliu

dejen de estorbar a los que hacemos una vida útil y productiva, etcétera. Parece que reflexionar sobre la lista de problemas es un lujo que nos daremos cuando acabemos con lo urgente, con los verdaderos problemas. Y dado que hay una enorme confusión entre lo que es u r­ gente y lo que es importante, nuestra propuesta es dejar lo urgente para quienes son buenos trabajando bajo presión, para quienes florecen entre el estrés y la competición. Hemos decidido dejar lo urgente p ara quienes son buenos para todo y dejaremos lo inútil para los que somos realmente buenos para nada. Tiene algo de divertido y esto se debe a que en parte es una propuesta bastante lúdica; Pero como todo juego que se precie de serlo, tiene sus reglas, y las nuestras son simples, la primera, es que todo lo que hagamos como psicó­ logos sociales tiene que seguir los criterios de inutilidad; y la segunda, es que hay que pasarla bien haciéndolo: Ambas co­ sas completamente inútiles.

P r im e r

c r it e r io d e in u t il id a d :

e n l u g a r d e r e so l v e r p r o b l e m a s n o s preguntarem os

¿

q u é es u n p r o b l e m a ?

Nuestro primer criterio de inutilidad tiene como objetivo no resolver problemas reales n i urgentes; de hecho no resolver problemas sino más bien cuestionar quién nos los define y para qué sirve considerar que tal o cual fenómeno es proble­ mático. ¿Qué es un problema? ¿Para quién lo es? ¿A quién le apresura que se resuelva? ¿Se puede resolver en múltiples direcciones o sólo en una? ¿Q uién o quiénes son los agentes legitimados para resolverlo? En otras palabras, proponemos dedicarnos a la tarea inútil de reflexionar sobre nuestro que­ hacer académico y a considerar un poco más de cerca cómo es que la ciencia -exacta o inexacta, básica o aplicada, natural o social- no está fuera de las relaciones de poder de nuestra La inutilidad de la psicología social • 37

sociedad. Es decir, que la ciencia sólo es posible cuando hay un determinado poder que pretende conservarse en ese sitio y que decide qué estorbos debe quitar el experto científico de en medio, pero eso sí, con los datos por delante, de manera objetiva, medible y sobre todo cuantificable. De hecho, este primer criterio es muy adecuado para aquellos días en que uno se levanta por la m añana con ansias de destrucción o cuando lo que m enos le apetece a uno es ser constructivo.

Se g u n d o

c r it e r io d e in u t il id a d :

se p u e d e a f ir m a r c u a l q u ie r c o s a s ie m p r e y c u a n d o s e a r g u m e n t e d e m a n e r a v e r o s ím il

Nuestro segundo criterio de inutilidad es dejar de escribir científicamente. En primer lugar, porque consideramos que la opinión del ama de casa con siete hijos a la que aludíamos antes, es tan válida y experta como la del psicólogo social, se­ guram ente incluso más en algunos ámbitos y, por lo tanto, puede opinar, criticar, teorizar y crear tanto como el psicólogo social si así le apetece, no tiene la obligación de hacerlo porque suficiente trabajo tiene con lograr que no se le caiga la casa encima. En segundo lugar, porque ya es hora de que los aca­ démicos empecemos a intentar escribir bien, de manera inteli­ gible, bonita, interesante y tan amena como una revista del corazón o una telenovela. Y que aparte de llenar las páginas con categorías, conceptos, tecnicismos, referencias bibliográfi­ cas y datos, también demos una opinión sobre algo, escrita coherentemente, sin dejarla para los hallazgos de futuras in­ vestigaciones que profundizarán sobre los datos de esta m ues­ tra que tan pequeña se nos quedó. De este modo, en lugar de producir conocimiento científico a partir de la mera acumula­ ción de datos de los cítales borramos sus condiciones de pro­ ducción, proponemos dedicarnos a la tarea inútil de dar una opinión y argumentarla colocándonos en la posición de que 38 • Adriana Gil y Joel Feliu

nuestros argumentos sean cuestionados. Narrar historias, ar­ güir, dialogar, saber qué opina la gente, ser vulnerables a la crítica de todo el que quiera opinar, tener el valor de escribir y desechar las opiniones y argumentos que tantos años de estu­ dio nos costó construir, estos serían nuestros lemas, en caso de necesitar algunos. Hablar con la verdad y dejar claro que sólo hay una verdad y que sólo los profesionales están capaci­ tados para pronunciarla, es algo tan útil que lo dejaremos para aquéllos cuya labor principal sea la de mantener el statu quo.

T er ce r

c r it e r io d e in u t il id a d :

UNO SE DEBE A SU PÚBLICO, PERO NADIE DICE QUE NO PODAMOS CAMBIARLO

Decíamos que hay que dejar de escribir científicamente, es decir, en los canales científicos para los sectores científicos de la socie­ dad por muy sociales que se proclamen, porque creemos que esta disciplina se está dedicando a producir artículos de autoconsurno. Se escribe en los journals de la disciplina de manera que sólo se es leído por los mismos científicos que los escriben, pero se hace o se dice que se hace con el objetivo de resolver proble­ mas reales, de la gente real que no sabemos exactamente en qué momento entra en la película, porque si no es la gente la que de­ fine los problemas, la que los demanda como urgentes y la que pide soluciones específicas, y las critica, y así se sale de su papel de mero objeto de estudio de los expertos, no sabemos dónde queda la verdad y la utilidad del asunto.

C uarto

c r it e r io d e in u t il id a d :

NO HAY NADA MÁS INÚTIL QUE UNA BUENA TEORÍA

La capacidad de una sociedad de pensarse a sí misma, de com versar sobre lo que hace, cómo lo hace y si le gusta lo que hace, : fWf'*! La inutilidad de la psicología social • 39

también llamada más brevemente reflexividad, es nuestro últi. mo criterio de inutilidad. Porque las posibilidades que genera el pensar reflexivamente (nótese la redundancia), aparecen cuan­ do no se vuelve a esgrimir como lo correcto y lo verdadero otro nuevo modo de pensar, de ser, de actuar, de vivir y de sentir. El mejor efecto de haber inventado esto de la reflexividad es que ha puesto en tela de juicio y relativizado lo que hasta ahora considerábamos como natural en unos seres tan avanzados como los académicos: el progreso, la cientificidad, la verdad, la objetividad y la utilidad. Si algo tan sólido como el m uro de Berlín cayó, no vemos por qué no pueden caer también los parámetros en los que hemos venido creyendo dentro de la psicología social como parte de nuestra sociedad moderna. Si bien es cierto que el muro de Berlín lo tiró la gente que luchó por ello durante años, con todos sus intentos de saltarlo que culminaban en muertes objetivas y concretas, también es cier­ to que parte de la lucha consistió, y continúa así ante otros tantos muros, en la crítica y el cuestionamiento de las realida­ des que vivimos. La reflexividad nos permite cuestionar lo que somos ¿por qué lo somos?, en el sentido más concreto del tér­ mino ¿cómo es que nos consideramos profesionales de lo so­ cial? y ¿qué statu quo y aberraciones justificamos en el día a día con ello? Pero no queremos decir que la reflexividad ahora sea lo útil. Por el contrario, reivindicamos su inutilidad contempla­ tiva. Reflexionar, cuestionar, deconstruir todo aquello que da­ mos por hecho y que nos parece tan evidente, nos encanta ante todo por improductivo. El pensamiento reflexivo se construye con el pan de cada día, durante las charlas de bar y en la ciencia más pura, en las peleas callejeras y en el arte, en suma, en la vida cotidiana en todos sus momentos. Por ello, la mejor mane­ ra de plantearlo es como una actividad que siempre ha sido considerada por los más prácticos como inútil: la teorización. ¿Por qué pensar antes de actuar si uno puede equivocarse y volver a empezar? El conocimiento de verdad se produce en la lógica del ensayo y el error, la teorización viene después, en el 40 • Adriana Gil y Joel Feliu

momento del descanso inútil, cuando uno debe confesarse a sí mismo que no sabe por qué razón funciona lo que acaba de in­ ventar. Y dice lo primero que se le ocurre, lo que sea para salir del paso y que otros se convenzan también de que el invento funciona, porque no basta con verlo para creerlo, además hay que estar convencido de ello.

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n tes d e volv er a em pezar

Hemos dicho que la psicología social de tan útil que se ha vuelto ya no nos sirve. Que al ponerse de antem ano como objetivo la utilidad, se ha olvidado del para qué, del para quién y del cómo. Por ello, dejamos de lado muchas buenas inten­ ciones reivindicando que la form a de negarse a ser m oderno con todos sus efectos, no se consigué con salvar a los defini­ dos como necesitados, por m ucha buena voluntad que haya de por medio. Nosotros querem os reivindicar lo inútil porque es bonito hacerlo y porque como no se hace con una finalidad clara de entrada, puede encontrar su utilización en cualquier momento. También reivindicamos lo inútil porque nos agra­ da que cuestionen nuestros argumentos fácilmente, aunque hacerlo implicará, por supuesto, que cada cual, sujeto o co­ lectivo, tenga que tomar s u posición y defender el tipo de mundo, vida y pensamiento que le interese. Tán útil o inútil como quiera. Pero esta vez tendrá que argumentarlo y no será suficiente con decir que se basa en hechos, tendrá que con­ vencernos con palabrería y tendrá que considerar la posibili­ dad de que otras palabras lleguen hasta sus oídos sordos. Hemos ofrecido cuatro criterios para salvarnos de la psi­ cología social: que no resuelva problemas, que deje de escribir sólo para iniciados, que no sea sólo de autoconsumo y que sea reflexiva. El título de nobleza de psicólogo social es inútil y no habla por sí mismo, pero esto es justamente el único valor que reivindicamos para la psicología social: su inutilidad. La inutilidad de la psicología social • 4 1

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Clímax

Ensayos de psicología inútil

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Capítulo 2

El oxígeno y la psicología social César A. Cisneros Puebla*

Hace tiempo un escritor egipcio, amigo de Octavio Paz, de apellido Jabés anotó q u e "[...] se habla para romper la soledad y se escribe para prolongarla, la escritura es el preludio de una aventura solitaria Esa idea me conmovió desde la prim era vez que la tuve en m i mente. En 1989 la incorporé como parte de la presentación del número 3 de la revista Fun­ damentos y Crónicas de Psicología Social Mexicana (C isneros, 1983) que la Sociedad Mexicana de Psicología Social me había encomendado coordinar. A la postre fue el único núm ero que se editó bajo mi responsabilidad, pues fueron tiempos difíci­ les, pero las palabras de Jabés siguieron y no han dejado de resonar en mi interior. Se escribe para prolongar la soledad, es decir, para que ésta tenga duración, para que se prolongue, para que no acabe: para disfrutarla al máximo. En abril de 1990 participé en un congreso de estudiantes en la ciudad de Guadalajara. Y he seguido prolongando mi soledad, a pesar de que aquel congreso cambió mi vida pues conocí allí a quien a la postre sería la madre de mis hijos. Aquí quiero seguir prolongando mi soledad, sin embargo, al hablar y escribir (aunque en realidad estoy hablando lo escrito, estoy murmurando mi soledad extendida en el tiem­ po) sobre psicología social p u es creo que soy psicólogo social, pues estudié y estudio "eso" llamado así, desde 1976 y enseño *U niversidad A utónom a M etropolitana, Iztapalapa.

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en una licenciatura de "eso" llamado así, psicología social des­ de hace 20 años. En ese congreso, abril de 1990, convocado por la Univer­ sidad de Guadalajara el tema fue otro, no lo recordé cuando escribía estas líneas pero debió haber sido la democracia, de eso estoy seguro. Y quiero escribir sobre ello pues en la con­ ferencia inaugural, en una m esa redonda, se pidió mi partici­ pación. Allí presenté un m anuscrito para prolongar mi sole­ dad. El texto se titulaba 54 razones para prevenir el suicidio de América Latina. Y leí esas 12 cuartillas, haciendo mi soledad duradera, pues no me tembló la voz. Al hablar de América Latina, al conceptualizar los cambios de regímenes políticos de ese tiempo, al analizar los temas del desarrollo social y la pobreza económica de los pueblos latinos y al discutir los pro­ cesos de las ciudadanías emergentes y dilemas de la democra­ cia social, política y económica y hacer esas 54 recomendacio­ nes, "en realidad" yo hablaba de mi padre quien había terminado con su vida sólo hacía unos cuantos días, ni siquiera un mes, recuerdo. Y prolongué mi soledad escribiendo sobre América Latina, e hice más duradera mi soledad "ejecutando" mi solilo­ quio frente a un público que gustó de mi análisis sobre la de­ mocracia aunque en mi interior, con mis manos y escritura, yo estaba hablando del suicidio de mi padre. Ese manuscrito ha de estar en algún rincón de mi casa, impreso en papel hoy amarillento, seguramente. No lo publi­ qué y no lo haré nunca, supongo, aunque siguió impregnando casi todo lo que escribí durante la década de los noventa en cuanto a movimientos sociales, memoria colectiva y democra­ cia, por cierto, pues creo que soy psicólogo social, pues estu­ dié "eso" desde 1976 y enseño en una licenciatura de "eso" desde hace 20 años. No pretendo insinuar a alguien hacer alguna lectura psicoanalítica de estas líneas que escribí ayer, o hace unos días o hace unos años, como decia Jabés para tener el preludio a mi aventura solitaria. Y ahora escribo esto a lo que quisimos llamar psicologías inútiles, aunque un título adecuado también pudo haber sido 46 • César A. Cisneros Puebla

Reñexiones sobre la inutilidad de la psicología o La vida inútil de un psicólogo social llamado Pito Pérez o cualquier inútil titulo que se pudiese antojar ahora. ¿Qué papel desem peña el oxígeno en esta intervención, sobre las psicologías inútiles? Sobre eso reflexionaré más ader lante pues ahora necesito escribir sobre lo inútil de mi ex­ periencia como psicólogo p ara prevenir el suicidio de mi padre. Pero no es impotencia de lo que se escribe. Déjenme relatar rápidam ente u n pasaje m ás sobre este punto: creo que fue en mayo de 1990, sólo unos días después de mi inter­ vención en Guadalajara, cuando al acudir a una fiesta, que no fue tal, pues los invitados nunca llegaron, me tocó descubrir en la bañera, el suicidado cuerpo de Fermín Rivero del Pozo, quien fuera profesor de la Facultad de Psicología de la Univer­ sidad Nacional Autónoma de México. La Facultad entera tardó, inútilmente quizás, un tiempo en ser capaz de "hablar" sobre esa experiencia. Pero no es de impotencia de lo que se habla. Es del respiro, quizás, necesario para asimilar incrédulos lo que se presenta como realidad inédita extasiada de sí misma, como un suicidado cuerpo en u n a bañera, en una fiesta sin invitados ni comparsa. Algunos años antes había yo tratado de comprender una conversación que sostuve con u n viejo militante del Partido Comunista Mexicano, quien luego de las tesis enfermas sobre la universidad-fábrica mientras se construían los modelos de lo crítico, democrático y popular, m e había desafiado con la ase­ veración de que "el teatro era u n a experiencia inútil". En esos tiempos mi trabajo era el de ayudante de investigación en el Instituto de Ciencias de la Universidad Autónoma de Sinaloa. "No ha de saber nada del teatro el pobre, o de la animación sociocultural o aun de las teorías de la crueldad a lo Artaud o de la interacción a lo Brecht", solía pensar en esos días en los que lejos estaba de imaginar la importancia iluminadora de los en­ foques dramatúrgicos de Goffman. Aunque la idea de la inutili­ dad de lo teatral me haya inspirado la descripción etnográfica El oxígeno y la psicología social • 47

que hice sobre "los días y las noches de la significación social" en la ciudad de Culiacán, Sinaloa, al abordar a Rodolfo Díaz y Noches (Cisneros, 1981], aquel lunático callejero que man­ tenía a su madre a partir de la venta de sus papeletas esqui­ zofrénicas en las que volcaba su percepción y vivencias personales de los rincones, bardas y lotes baldíos de la coti­ dianidad urb an a de u n espacio inundado por la violencia organizada e institucional que ha creado tantos mitos colec­ tivos como el de Malverde y algunos ritos sociales como los narcocorridos. ¿Qué tal si planteamos que las disidencias, marginales o no, las diversidades, permitidas o no, las rebeldías, aceptadas o no, aseguran el abastecimiento de oxigeno a las sociedades? Preguntarse esto, desde una analogía organicista, no es alevo­ so ni ahistórico; de todas formas se sigue hablando hoy sobre "el cemento de la sociedad" (Elster, 1991], Tos movimientos" sociales, las "vías de circulación" urbanas, entre otras metáfo­ ras. La sociedad sigue pensada como un cuerpo. Embellecido a veces, es cierto, por inversiones millonarias que conducen a pensar en "ciudades globales" conectadas entre sí por canales de telecomunicación y circuitos monetarios que hacen la en­ vidia de los comunicólogos de herencia mcluhiana. El oxígeno es oxígeno al final de cuentas, querámoslo o ho. Y hay sociedades que pueden morir asfixiadas mediante bloqueos o estrategias militares múltiples que interrum pan "el rítmico respirar del cuerpo social". Una ciudad que no respira deja de ser, en esta forma, el emblemático símbolo único de campañas ecologistas. La respiración sana de la sociedad se vincula, por el contrario y siguiendo la analogía organicista, con la vida misma toda de ella. "Dinero fresco", "finanzas lim­ pias", "reforma fiscal sana" y otros términos similares hacen referencia a cómo una sociedad puede respirar tranquila. Las sociedades también tienen yugulares. Nadie podría sostener afirmación alguna sobre la inutili­ dad del oxígeno. Para brindar contexto político a este proble­ 48 • César A. Cisneros Puebla

ma del "oxígeno como experiencia inútil" quisiera recordarles a todos ustedes ese juego infantil, pletórico de desafíos, enso­ ñaciones y recuerdos, consistente en el reto inocente de "dejar de respirar y ver quién aguanta més, ¿va?". Juego peligroso, ciertamente, como peligrosa es la imaginación. ¿Una sociedad que deja de respirar por un m om ento? ¿Cuáles serían sus síntomas de peligro y cuáles los de alivio? ¿Habrá responsa­ bles de la asfixia de cualquier sociedad? Permítanme brindarles otro ejemplo, sobre el "oxígeno como experiencia inútil", ¿podrían ustedes imaginar que los cientos de auditorios y salas de conferencia de las facultades de Psicología del país dejasen de llam arse Sigmund Freud? "¡Muy bien!" podrían decir algunos, ahora llamémosle Burrhus F. Skinner, dirían "para traer oxígeno bueno a esta Facultad" secundarían otros, "pero no perm itan que lo llamen Timothy Leary, como están proponiendo esos psicodélicos que adoran al Galileo de la conciencia", "pues inundaría nuestro campus de oxígeno enrarecido y altamente tóxico" alcanzarían a decir vociferantes algunos otros. Interesante imagen, me parece, hacer un inventario de los nombres que adornan los auditorios y salas de conferencias de las facultades de Psicología para evaluar la "calidad del oxígeno" que se respira en sus aulas. ¿Qué papel desempeña el oxígeno en esta parte del libro? Empiezo a dibujar un gesto de respuesta, "tanteo", "esbozo", "garabateo", "hago borradores" sobre el vínculo, integrando dos propuestas por largo tiempo acum uladas como necesa­ rias. El desarrollo de esas prácticas de reflexión e investiga­ ción en el contexto del llamado giro lingüístico (Flick, 1998), narrativo, hum anista y/o crítico hermenéutico, dependiendo del lugar desde el que se mira y coloca al sujeto pensante, se antoja como una de las vías posibles para brindar más oxíge­ no a nuestra disciplina: 1. El lugar del relato autobiográfico y autoetnográñco como momento cumbre de u n proceso revelador de la con­ El oxígeno y la psicología social • 49

ciencia individual que descubre, en la epifanía de lo revelado, el trabajo crítico de la palabra acuñada desde narrativas alternativas. Aquí puedo mencionar un par de ejemplos de destacados intelectuales y/o profesores universitarios de otras latitudes que son m uestra vi­ viente (resiliencia le llaman algunos hoy) de diversos obstáculos: dependencia a la heroína (Agar, 2003), con­ vivencia con m adres dementes, sobrevivientes de vio­ lencia sexual intrafamiliar, incluso sobrevivientes de incesto (Rambo, 1995), cuyas vidas, libros y ensayos biográficos han transform ado prácticas de discurso privado totalmente anquilosadas. Entre ellos, también destaca Denzin (1987). 2. El papel crítico de las etnografías institucionales (Smith, 2005), que posibilitan la recreación multiforme de to­ dos los actores colectivos involucrados en la cons­ trucción social y simbólica de los espacios de trabajo cotidianos vividos. Cambiar las instituciones y organiza­ ciones ha sido la vocación de todos aquellos que somos modelo 50, ya lo he dicho en otra forma. El asunto es que diversas hipocresías y sentimientos encontrados han obstaculizado la realización de nuestras fantasías. "Querer el mundo y quererlo ahora" es una constante en el llanto de los cincuentones que se emocionan de las manifestaciones callejeras de los nuevos jóvenes parisinos e incluso de los indocumentados e ilegales de Chicago, Los Ángeles, Nueva York, etcétera, que están transform ado algunos "lugares comunes" de nuestro estar plácidos en el mundo. El giro lingüístico no sólo está ocurriendo en las discipli­ nas científicas, por favor, hoy día es un corolario social del planteamiento todo, con sus políticas y sus éticas asociadas. Este giro está en todas partes, permítaseme enunciar esto de la forma siguiente; el fracaso de la versión de Bush sobre el 50 • César A. Cisneros Puebla

septiembre 11 y Osama Bin Laden fue contundente; hay ejem­ plos notables sobre la forma en que asociaciones estadouni­ denses radicales de izquierda cuestionaron y dudaron de ella apenas unos días después. El fracaso del gobierno español de Aznar y el Partido Popular al construir su versión del 11 de m ar­ zo de 2004 culpando a la Euskadi Ta Azkatasuna ( e t a ] fue también estrepitoso. Las "versiones de la realidad" construi­ das desde la diferencia social ahora se m uestran en forma esplendorosa en los debates públicos. El ejemplo regiomontano del "asesino de cumbres” y las versiones diseñadas desde el prejuicio y comparaciones so­ ciales son paradigmas notables de este giro lingüístico que inunda la sociedad en su conjunto. Diego Santoy es una exce­ lente m uestra de las consecuencias éticas del socioconstruccionismo llevadas a su expresión como espectáculo: "denme un crimen y podré hacer de él múltiples realidades posibles". El efecto Rashomon, tan estudiado por los interaccionistas simbólicos estadounidenses m ás destacados e inteligentes de la discusión contem poránea h a sentado sus reales en esta ciudad del cerro de la silla, lugar de psicología social p ara iniciados, no hay duda. El oxígeno que el "asesino de cumbres" está proporcio­ nando a la sociedad regiomontana, a sus ciudadanos y perio­ distas, a sus cámaras, a sus m ujeres y policías, a padres y hermanos, a mujeres e infantes, a psicólogos y grafólogos, a admiradores de pistas y a guionistas de cine, ha de ser eva­ luado, me parece, desde el planteamiento lacónico de la pre­ gunta: ¿oxígeno o toxina? ¿Cómo descifrar su significado? ¿Positivo o negativo? La inutilidad potencial del caso "asesino de cumbres" rae coloca casi al final de esta intervención. ¿De dónde la obsesión por el oxígeno ahora, César? Déjenme asu ­ mir que no es sólo porque m e fascinen todas las palabras esdrújulas, no sólo eso. O porque me haya gustado mucho el juego infantil extremo de "dejar de respirar", tampoco. Voy a tomar "oxígeno" como palabra y puedo hacer con ella lo que El oxígeno y la psicología social • Sf

sea, incluso hasta vincularla, por la falta de conocimiento acumulado hasta hoy, con el "trastorno bipolar" que llevó a mi padre fuera de este mundo o relacionarla con el "déficit de atención dispersa" que generalmente se me ha dicho padecí desde mi tierna infancia aunque en mis días mozos ni siquie­ ra se llamaba así. Oxígeno empieza a volverse u n a palabra problemática si la vinculamos de esta forma libre, con por ejemplo, el dere­ cho internacional al agua -e n detrimento de las compañías embotelladoras de la m ism a-las sustancias carbofosfatadas y el daño a la capa de ozono, y m uchos otros asuntos polé­ micos como el derecho a la vida y a la m uerte dignas. Quizás nunca imaginamos que habría un tiempo en que el agua se vendiera embotellada, pues la máxima cristiana de "no ne­ gar un vaso de agua a nadie", al im pregnar las prácticas sociales, impediría ese tiempo en el que un recurso natural se com ercializase. Igual. Si me atreviese a pen sar que el oxígeno no se comercializa, allí están los ejemplos médicos y hospitales y em presas distribuidoras que me desm entirían inm ediatam ente. ¿De dónde el interés en la inútil palabra "oxígeno" César? Para decirlo rápidamente permítanme recordarles que en un país de diabéticos, ios psicólogos sociales hemos de saber que "[...] la glucosa es la única fuente de energía generalmente disponible para el cerebro. Sin oxígeno o glucosa, las neuro­ nas no pueden sobrevivir [...]". Puedo continuar diciendo que el pensamiento, una de las funciones, se dice, del cerebro, se detiene cuando el aprovi­ sionamiento de glucosa o la falta de oxígeno en el cerebro mismo cae por debajo de límites críticos. El cerebro no puede seguir funcionando si deja de recibir oxígeno por más de dos minutos o si no le damos por lo menos 20 por ciento de todo el oxígeno que cosechan los pulmones. Esa es, en pocas pala­ bras, la química del pensamiento (Cabieses, 2004). Dicho en términos cartesianos: "Si oxigeno, luego existo." 52 • César A. Cisneros Puebla

Podríamos pensar en una quím ica elemental del pensa­ miento individual -si existiese algo que pudiese ser llamado así-, en la que el oxígeno tiene un papel central: entre m ás alcohol, para decirlo a lo Apollinaire, tenga mi cuerpo, de otra forma seré mi inspiración, pues el oxígeno, seré menos, aña­ diría yo; entre más l s d circula en mi sangre y menos oxígeno hay para contener su paso avasallante, para insistir en la figu­ ra retórica del oxígeno "adentro" de mí, mi propia percepción de todo lo que está "allá afuera", "afuera" de mí, será distinta. ¿Qué sucede si del supuesto del pensamiento individual paso al pensamiento colectivo? ¿En qué interior corporal está el oxigeno? ¿Cuál es el cuerpo en el que reside el oxígeno para el pensamiento colectivo? Más radicalmente: ¿en qué se corporeiza el oxígeno del pensamiento colectivo? Voy a concluir aquí ya que u n a imagen aterradora pone en juego mi identidad como psicólogo, pues creo que soy psicó­ logo social, pues estudié "eso" desde 1976 y enseño en u n a licenciatura de "eso" desde hace 20 años es, para volver a la biografía, la de mi madre cuyas "realidades conversacionales" como las llamaría Shotter (1993) se desvanecen instantánea­ mente cuando, como consecuencia de su diabetes y cirrosis hepática, su cerebro deja de tener oxígeno y se llena de am o­ niaco, y entonces ella no existe más, sólo su cuerpo está allí, pero no hay vida conversacionalmente posible. Cuerpo inerte que respira pero no conversa, pues rio tiene pensam iento, pues no oxigena. A despecho de cualquier esfuerzo por m os­ trar y/o defender lo contrario, concluyo afirmando que el giro narrativo está cambiando nuestra forma de ver, cierto, pero a pesar de ello, hay muchas, m uchas formas de ver que, ineluc­ tablemente duelen y dolerán p o r siempre. Oxígeno somos a final de cuentas, aunque resulte "inútil" pensar siquiera en el papel del oxígeno en la formación y mantenimiento de nuestra identidad.

El oxígeno y la psicología social • 53

Capítulo 3

De Jo que deseamos Salvador Arciga Bernal*

Ubicación: en el siglo xix, se desarrolla una psicología que no tiene como principio de explicación al individuo, que es más cercana a la filosofía, a la mitología, al lenguaje, a la religión y a las cosmmbres de la gente común. Elementos alrededor de los cuales, esta psicología considera la evolución espiritual del hom bre, en el entendido de q u e para ésta la colectividad popular es la morada originaria de estas creaciones. Y en la presunción de que todas éstas resultan por el principio de la influencia recíproca, de la vida en común. Estas construcciones se conocen mediante las narracio­ nes, ya sean en forma de cuentos, de mitos o bien de tradi­ ciones las cuales poseen el carácter de las leyendas que tratan de ser fieles a la epopeya, al canto heroico de su ima­ gen social. Habrá que recordar que la psicología colectiva, com prende estas formas de conciencia, y a sus formas de vida enclavadas en la cultura. Y que su psicología se relacio­ na con aquellos productos y fenóm enos mentales que son creados por una comunidad cultural. Es una psicología que se considera casi desaparecida, podríamos decir inútil, y es con la que vamos a desarrollar el presente trabajo. En los últimos dos siglos se ha erigido el mucho interés por lo que hacen y piensan los hombres, por lo que padecen, ^U niversidad A utónom a M etropolitana, Iztapalapa.

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por lo que les inquieta, pero se habla bastante poco de sus deseos.1 Nos referimos a los castillos en el aire, a las esperan­ zas quiméricas, a las alegorías de los mundos internos, a to­ das aquellas manifestaciones que se asientan en la memoria colectiva, en los mitos, en los cuentos, en las leyendas, en aquellas construcciones colectivas que responden a la pre­ gunta de ¿qué sería la existencia del hombre sin sueños? Nos referim os a aquellas manifestaciones de la cultura popular en las que se expresan cosmovisiones basadas en la convicción, de que existen lugares en donde la vida puede ser maravillosa para todos. Aquellas narraciones que se convier­ ten en poderosas ilusiones que estimulan nuestros sueños. Es desde esta perspectiva que podemos considerar que a partir del alba de las civilizaciones, las colectividades han su­ frido siempre el influjo de las ilusiones. Que en tiempos pasa­ dos, fueron míticas, religiosas, y hoy se manifiestan como ilusiones filosóficas y sociales; cualesquiera de las cuales se encuentran siempre en el umbral de todas las civilizaciones que han morado nuestro planeta. En su nombre se han edificado templos, edificios; por ellas ha cambiado la faz de la tierra, y podemos considerar que no existe una sola de nuestras concepciones artísticas, políticas o sociales que no Heve impresa su huella. Éstas, hijas de nuestros sueños, han encauzado a los pueblos a crear todo lo que consti­ tuye el esplendor de las artes y la grandeza de las civilizaciones. Estas construcciones, ofrecen a los hom bres la parte de esperanza y de ilusión, sin la cual no es posible su existencia. La influencia del tiempo es considerable en la génesis de las ilusiones, de sus manifestaciones colectivas. En él nacen, se desarrollan y m ueren todas estas creencias. El tiempo prepara el terreno en que germinan, ya que acumu­ la esos inmensos detritus de creencias y de pensamientos, de ‘Para la elaboración de este trabajo v am o s a to m a r u n a tradición psico­ lógica m ás antigua que la psicoanalítica, con la inten ció n d e n o q u ed ar atra­ pados en su discurso.

56 • Salvador Artiga Bernal

los que brotan las ideas de una época. Sus ralees penetran en un dilatado pasado. En todo caso, son hechos que han sido forjados en el tiempo, y que en su larga trayectoria el hombre ha ido construyendo su sentido de la alegría^ del placer, de la felicidad de todo aquello en lo que se sustenta el sentido de las sociedades. ¿Qué pasa con la ilusión de felicidad? Para nosotros que somos seres racionales, podemos con­ siderar que la cuestión primordial es saber si la consideramos razonable. Si es posible pensar en el paraíso, en la felicidad, en la satisfacción, por el solo hecho de creer en ellos, incluso podemos preguntarnos si se les puede tener fe, sin saber p re­ cisamente lo que significan. En todo caso, podemos suponer que son el producto de lo que el hombre ha venido ansiando, aquello en que se congrega todo lo que constituye sus deseos. Y entonces podemos jugar con la idea, considerando como en las películas de genios, o demonios, que alguien nos ofreciera la felicidad, tal y como la soñamos, y nos dijera que con sólo describirla la obtendremos. Descubriríamos, quizá con asombro, que no estamos seguros de qué pedir, incluso no sabríam os bien a bien qué desear. Emplazados en esta contradicción que parece individual, los más seductores sueños parecen perder su atractivo, se conge­ la nuestra sonrisa, y con ellos n u estra esperanza. H abría que considerar q u e a veces olvidamos que los sueños son el resultado de la convivencia, que estos se en ­ cuentran constituidos por el conjunto de los deseos. Por lo demás, por la terquedad de su manifestación y por la constan­ cia de su aparición, parece claro que no aspiramos a desha­ cernos de esta ilusión colectiva. Pero también instalados en este sendero, nos topamos con el recinto de las ambigüedades, y el de las contradicciones. En la ambigüedad, ya que analizando la noción de felicidad, cae­ mos en la cuenta de que no se sostiene en una lógica racional, que ésta ha sido creada con u n a lógica que embriaga nuestra facultad de imaginar, sentir y significar. De hecho, somos tes­ De lo que deseamos • 57

tigos de que se manifiesta en nuestros sueños cotidianos, en aquellos que están al alcance de todos. En una mirada que transforma por un instante el paisaje cotidiano, en una can­ ción que rompe en nuestros sentidos, en una caricia que nos recuerda el goce del tacto, en una imagen que de pronto ilu­ mina alguna noción largamente acariciada, en la promesa de un nuevo ser. Todo lo que transporta nuestra nostalgia al uni­ verso de las bellas promesas. Aquí cabría preguntarnos, ¿de qué hablamos cuando de­ cimos felicidad? Sabemos que pertenece al universo de las palabras que nos hacen actuar, aquellas que tienen la virtud de convocarnos y que son a menudo las que menos podemos definir, aquellas que nos conmueven gracias a su extraña fa­ cultad de significar mucho y de no revelar nada. Aquellas que están inscritas en el sistem a de nuestras creencias y que parecen representar el cabal cumplimiento de las mitologías que tienen como función social expresar, un cierto aspecto de la conciencia colectiva y seguirla en sus es­ fuerzos por realizar sus aspiraciones. Aquellas que üenen por razón psicosocial ser la esperanza de un sueño. En el plano de las contradicciones, es necesario ubicarnos en el ámbito del mito de la felicidad perdida, en la esfera de una dinámica que está muy documentada, y que actualmente está mujr propagada. Ya que es, quizás por razón del mito de la caída, que podemos com prender por qué el hombre parece estar en desventaja con respecto a sus sueños, por qué perió­ dicamente tiene la sensación de mantener relaciones con un mundo sobrenatural al que ya no pertenece más. En cuanto a la pérdida existen al m enos dos hipótesis convergentes, una antropológica y otra psicosocial. La prime­ ra nos habla del gran tiempo mítico, en el que viven los seres arquetípicos de la condición humana, semidioses, héroes de leyenda, ancestros totémicos, aquellos que se corresponden con el tiempo en el que todas las cosas son posibles, o bien se confunden. En este tiempo, es permisible observar a los 58 • Salvador Arciga Bernal

animales transformándose en hombres y a estos transfigurar­ se en cualquier ser. Su atmósfera nos remite a un universo en el que nadie es prisionero de su condición, donde todo es posible, donde lo sobrenatural es el prototipo de la regla y de lo totalmente incondicionado. En esta cosmología, el condicio­ namiento, el cautiverio de los seres en categorías separadas e inmutables, representa la caída, es decir, el pasaje al mundo natural, en el que ya no todo es posible. Para la psicosociología el frenesí es aquel modo de la m en­ te, aquel estado de la psique en que los objetos tienen lás cualidades del sujeto, y viceversa, de manera que la realidad, incluidos la naturaleza, los utensilios y los acontecimientos, son una entidad psíquica continua con respecto a los hombres y mujeres que participan de este modo de ser. Es un estado de encantamiento en el que el asombro, la extrañeza, el pas­ mo, el susto y la fascinación son el estado común. Hablamos del periodo previo al nacim iento de la modernidad, aquel constituido por m onadas, entidades unitarias que actúan como universos totales y completos, munditos en donde no se distingue entre mente y materia, entre yo y realidad. Por razón de ambas es que podemos considerar a la feli­ cidad perdida, como aquella que está construida con un len­ guaje que nos es familiar, en tanto que tiene la valía de un mundo que habita en la imaginación colectiva y que represen­ ta el mundo que despierta en el adulto el universo de la nos­ talgia, aquel de los cuentos de hadas, aquel que de cuando en cuando, seduce a nuestra imaginación en tanto evoca, el trán­ sito al país de nunca jamás, en el que es posible reencontrar la felicidad perdida. Habrá que recordar también que, "el progreso de la civili­ zación", supone el alejamiento del hombre del mundo de la imaginación, y presum e la mítica separación de la razón y el sentimiento, que supone que soñar es una manifestación de inmadurez. Y en el que nuestro gusto por el ejercicio de la imaginación, supone la conmemoración de aquel mundo fluido De lo que deseamos •5 9

de la quimera, el que nos permite instalarnos en los relatos maravillosos, y le ofrece a nuestro espíritu de hombres mo­ dernos reposo, ya que restringe el fanatismo del progresó de la ciencia al que estamos sometidos. Así, por la vía de las reminiscencias espirituales e impre­ cisas, la nostalgia, atestigua la importancia del valor imagina­ tivo de los conceptos que pertenecen a los mitos. Y la añoran­ za del paraíso perdido revela su mayor riqueza en el dominio de la imaginación, con todo lo que la enraiza en la sensibilidad y la afectividad, y en tanto le proporciona sabor a nuestra existencia, por referencia a toda alegría, a todo instante privi­ legiado que adquiere por éste su virtud. Esto permite entender por qué son tan duraderos aquellos instantes que convocan a la nostalgia, por qué adquieren ma­ yor resonancia en nuestra vida, por qué nos trasladan a un inmenso cuadro de relaciones posibles. Además estas remi­ niscencias le permiten a la imaginación tener la dulce ilusión, de que la dicha presente es justamente aquella por la cual sentía nostalgia, es como si nos supiéramos privados de ella... sin siquiera haberla conocido. Y este instante se hace consustancial a nosotros, como cuando se cree haber encontrado a la mujer amada, y se le dice desde lo más profundo del alma que se la esperaba desde siempre. Y nos comportamos en consecuencia, como si nos supiéramos creados para la felicidad, es lo que se dice de los estados de enamoramiento. Estos hechos se colocan en los confines del universo de la promesa y la desilusión, entre el que recuerda y el que es­ pera. Es el instante en el que consideramos que la desdicha fue sólo una aventura transitoria, ya que nos acechaba a cada instante una felicidad que se nos aparece como fruto, como recuperación del estado que creemos rememorar. Pero, sobre todo, es una imagen en la cual convergen y se asocian muchos sentimientos afines. Cuando pensamos en la felicidad como en algo que era parte nuestra y de la cual con­ 60 • Salvador Arciga Bernal

servamos su esencia, surgen en nosotros un conjunto de evocaciones desconocidas de lo perdido; Es la atmósfera mí­ tica recreada prodigiosamente en nuestros corazones, aquella del sabor de la añoranza, la que se manifiesta sorpresivamen­ te en nosotros, hombres positivos y racionales. Es entonces que logramos ubicar a la felicidad como un vigoroso ideal de la imaginación. Que les otorga a la esperan­ za y a la nostalgia un valor que no tendrían si la afectividad no tuviera a su disposición alguna imagen para hacerlas manifes­ tarse en todo nuestro ser. A sí considerada, la pretendida no­ ción de felicidad es un falso concepto, una falsa explicación si se le juzga como un concepto definible según la lógica, o como una explicación para la razón de la inteligencia. Así que pare­ ce ubicarse más allá de toda contradicción la imagen de la fe­ licidad, en lo que tiene de fecundo, ya que nos recuerda la saludable unificación de todo nuestro ser, tanto en la esperan­ za como en la nostalgia p or esa extraña oposición que se constituye con lo ambiguo. Bien lo decían, Durkheim, Maus y Morín, un mito es más que una explicación y, es por eso que, al razonamiento no le es posible dominar sus contradicciones. De donde la consideración, de que no es bueno intentar captar con la inteligencia lo que en la realidad se le escapa. Al parecer hay dos formas de ser, aquella del plano intelec­ tual que nos demanda hacer una confesión de impotencia ante las contradicciones del mundo y los absurdos de la condición humana. O reconocer que existe otra lógica, que de un modo, poético, nos hace reconsiderar la contradicción y el absurdo. En el plano "creado por la modernidad" entre la afectividad y la razón, ¿cuál es más revelador? ¿cuándo de cultura se trata? En esta primera mirada, la respuesta a ¿qué es la felicidad? la tratamos en esencia como un secreto. Ahora estamos en tiem­ po de revisar el invento de la felicidad en su sustancia política. Si tuviéramos que ensayar una explicación en este instan­ te de ¿para qué vive la gente?, responderíamos sin dudar que para buscar la felicidad, esto nos lo indican las encuestas. Este De lo que deseamos • 6 1

sentido de la vida, que ahora parece una situación natural y una preocupación que hace que los seres humanos se esfuer­ cen y afronten los riesgos que comporta la búsqueda, descu­ brimiento e invención de nuevas formas de ser. Sin embargo, cabe mencionar que la búsqueda de la felicidad como hecho significativo de la vida, nunca antes había sido asumida.8 Y también tenernos suficientes motivos, para aseverar que el sufrimiento, fue el sino de la vida y el destino de los seres humanos, esta quizás puede ser considerada la marca distin­ tiva de la tradición occidental a lo largo de su historia. Ya sea que la idea, de que el sufrimiento tenía un propósito más ele­ vado como la salvación eterna, o como el bienestar colectivo. Así que, durante la mayor parte de la historia humana,a la fe­ licidad no ha sido un propósito manifiesto de la vida, y el su­ frimiento y el dolor fueron considerados como una compañía ineludible. De lo dicho, parece que la felicidad surgía como consecuencia de la terminación de una vida mundana cargada de sufrimiento. Habrá que remarcar que en la historia de la humanidad, el concepto de felicidad como finalidad de la vida es reciente y, en consecuencia, la idea de felicidad como derecho generalizado. Si observamos con detenimiento, en el transcurso de la historia 8Así, por los mismos motivos que en las grandes religiones modernas, los justos pueden esperar el cielo mientras que los malvados son enviados al infierno; por esta misma razón en las sociedades'arcaicas, los muertos no corren la misma suerte. En lugar de ser moral, el criterio es social. Se encuen­ tran creencias según las cuales los muertos ordinarios se van a cualquier comarca lejana donde pasan una vida más triste que la de los vivos, mientras que los jefes, los guerreros son admitidos a una existencia comparable a la de las divinidades. 3Por otro lado, en todas las sociedades, encontramos una gran variedad de concepciones y de mitos concernientes al más allá...en estos no se men­ ciona, no aparece lo que ahora llan>amos paraíso. En lo que creen, es en una especie de infierno sin contrapartida celestial...Esto nos puede hacer pensar que todas las sociedades, sobre todo las más miserables, experimentan la necesidad de elaborar mitos de consuelo para ayudarlos a soportar su vida difícil, con la promesa de una encantadora existencia postuma. Pero no se encuentra nada parecido.

62 • Salvador Artiga Bemal

la gente se ha fijado un gran número de objetivos que no sur­ gieron del deseo de felicidad y, por lo tanto, no exigieron accio­ nes orientadas a ella. Hablamos de los problemas de supervi­ vencia, de la estructura de los grupos sociales, del trabajo y de los procesos de interacción, o de la ideología, en ninguno de los anteriores, la felicidad aparece como centro gravitacional. Habrá que esperar hasta el siglo xvm para que la felicidad como fin de la vida se manifieste. Y, por lo tanto, habrá que celebrar -que como parte de la aparición de la gente común en el ámbito de la sociedad- el hecho de que dejara de ser un privilegio para convertirse en un mito constituye un verdade­ ro hito en la historia. El mito del progreso se erige como el vehículo que conduciría a la humanidad hacia la felicidad; éste pondría fin a los anhelos, el hambre, la miseria, la pobreza. Sus herramientas para conseguirlo la ciencia y la tecnología, artefactos culturales que tendrían por finalidad hacer la vida fácil, segura, descansada. Al desarrollo del mito, se ofrendaba la posesión del desti­ no, primero colectivo y después personal, declarándose la independencia y la autonomía de la humanidad, y postulando que nuestra época descansaba en la posibilidad de construir, por primera vez en la historia, un futuro posible: libertad, igualdad, fraternidad. La misma imprecisión y ambigüedad de la idea de felici­ dad que preocupa e irrita a los filósofos es la que asegura su vitalidad. Eso ocurre en tanto se manifiesta como la esfera que contiene las imágenes de una vida mejor e inigualable a la que alguna vez se haya vivido. En su vaguedad la idea de felicidad proporciona un terri­ torio común, el de la esperanza, en el que se producen las confrontaciones y las negociaciones entre los defensores y detractores de las distintas maneras de entenderla, y se cons­ tituye en el espacio en el que pueden discutirse y negociarse las modalidades de la vida en común. Con el que se inaugura el universo de la política, en el que se crean y propagan un

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sin-número de opciones que constituyen la plataforma desde la cual se crítica la tradición, el folclor de la vida existente. Con la esperanza, la felicidad queda condenada a ser una expectativa, ya que su realización es una promesa perpetua, la que siempre se encuentra persiguiendo la realidad prome­ tida. Así se instituye la renuncia a las satisfacciones del mo­ mento, en la perspectiva de que las satisfacciones futuras serán mayores que cualquiera que pudiera tenerse hoy. Y así, se restituye el reino divino, ahora asentado en la tierra,- tam­ bién se acortan los tiempos de la espera, en tanto siempre estamos cerca de conseguir lo deseado. En el mismo sentido, el universo del progreso exigía creer que se poseía conocimiento infalible de las leyes de la historia y, por lo tanto, la capacidad de prever e intervenir en el futuro. La confianza en esta creencia era sencilla ya que su meta era la felicidad. Esto le confirió sentido a la ecuación progreso + futuro = felicidad. Y así es como se contenía en una fórmula sencilla, el secreto ya no, sino la luz que nos guiaría a esa tierra prometida. Poco a poco esta luz nos ilusiona menos. De a poco vamos entendiendo que el progreso jamás estuvo subordinado a la libertad o al bienestar humano. Y ahora con la globalización, y con el cambio climático, el progreso no aparece más como una manifestación del dominio de la humanidad sobre su propio destino, aparece como el mayor mito, la capacidad de conducir la historia en una dirección seleccionada racional­ mente, capaz de determinar la meta final. Incipientemente reconocemos que el futuro nunca fue el reino de la certidumbre. Que fuimos arrojados al mundo del sinsentido, en el que se exterminaron las construcciones que nos ofrecían seguridad a largo plazo, y en el que se encum­ bran las condiciones de incertidumbre. Y así, en el auge del auto concepto como centro del universo moderno, dejamos de creer que poseemos la magia que nos permite controlar el sentido de la realidad. 64 • Salvador Artiga Bernal

Finalmente, parece que los marcos sociales de la memoria que orientaban los procesos de evocación, y las formas del recuerdo penden de los marcos sociales contemporáneos y, le otorgan una perspectiva a los acontecimientos pasados. En el acto de la memoria se manifiestan los relatos de vida que po­ nen en evidencia nuestra capacidad de poder voltear hacia el pasado para hacer un inventario de los acontecimientos que se consideran significativos en el momento. Esta construcción tiene una función social: al manifestar con frecuencia la nostalgia por un pasado pintado con los colores de los buenos tiempos, con los que hacemos una crí­ tica de nuestra sociedad. El contenido de la narración es un acuerdo entre una cierta representación del pasado y un ho­ rizonte de expectativas. En el discurso de la crisis ya nada es como antes y la teo­ ría de la continuidad resulta una construcción de la memoria basada en la leyenda de una permanencia secular de las prác­ ticas, que embellecen el pasado para poder seguir fabricando nuevas tradiciones, este cambio permanente es signo de la vida en común, es una creencia que debe ser vivida, para que no desaparezca. Gomo habíamos dicho el análisis conceptual parece pro­ fanarlas y por supuesto, las aniquila, por lo que parece nece­ sario abandonarse a las imágenes de felicidad, con un cierto estado de ánimo, mirando en la intimidad colectiva de nues­ tros sueños, esperanzas y de nuestras nostalgias, sin abando­ nar su valor equívoco, para que encuentren cierta grandeza. Miremos nuestra felicidad, aun si hemos perdido la fuerza de creer en ella, ya que más que desacreditar nuestra condi­ ción humana, a veces es cordial dejarse mecer por las voces que nos hablan de un pasado maravilloso o de un futuro noble. Habrá que recordar a Pablo Fernández, que dice: "La caja de Pandora, con todas las calamidades del mundo, contenía las modalidades de la melancolía; una pregunta que no suele formu­ larse es la siguiente: ¿si la caja contenía calamidades, qué hacía allí la esperanza?" De lo que deseamos * 65

Capítulo 4

Epistemologías del corazón en la música de arrabal Jorge Mendoza García*

LO INÚTIL

En el texto de Peirce referido en la introducción de este libro,, se señala la importancia de lo que aparentemente es inútil: el futuro de la raza humana estaba casi temblando en la balanza, pues si la geometría de secciones cónicas no hubiera sido trabajada en gran medida y hubiera prevalecido su opinión de que sólo las ciencias aparentemente útiles debían ser favore­ cidas, el siglo xix no hubiera tenido ninguna de las caracterís­ ticas que la distinguen del anden régime. Lo inútil no es tanto como aparenta. Pero el discurso cientificista, sigue relegando lo que no considera importante, por ejemplo, las sonrisas, los guiños, el coqueteo, cosas que indu­ dablemente, le dan forma y vida a las sociedades. Peirce, como ya se citó, propoma que lo inútil era lo que debía estudiarse y ejemplificaba lo que ocurría con las "deidades" en los centros de saber de su época. En la ex Unión Soviética, esto se veía clara­ mente: todo, desde la psicología hasta la historia, debía estar cubierto, aderezado por el marxismo. Siberia supo de muchos pensadores brillantes que terminaron en el exilio por no pensar ni escribir con terminología marxista porque no hacían ciencia útü para un Estado socialista. Es decir, ideología pura. ■"Universidad Pedagógica Nacional.

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Y así ocurrió en distintos lugares del mundo. Una buena parte del pensamiento filosófico y científico del siglo xx, ensal­ zó la idea de que todo conocimiento que proviniera de la ciencia debía tener alguna aplicación, alguna utilidad; Que lo que se produjera desde el ámbito científico debía solucionar (o al menos aparentar haber solucionado], algún conjunto de problemas específicos, esa era su noción de utilidad, no la pro­ ducción de conocimiento. De allí el desprecio por la producción teórica que fue tachada de especulativa, improductiva e inser­ vible. En consecuencia, se privilegió el método científico y las formas de cómo aplicarlo, cómo construir conocimiento cien­ tífico y el porqué de las cosas. Al estudio de lo trascendente se sumaba la idea de que sus resultados debían utilizarse para algo más allá de simplemen­ te llenar páginas con palabras. El libro producido, en todo caso, debía servir más que para ser leído. De ahí que sean tan exitosos esos libros donde se explica cómo ser feliz en doce pasos. El caso es que la gente, hoy en día, no es feliz, ahí están los altos índices de suicidio. Pero, paradójicamente, encuentra otros satisfactores alejados de la superación y el ser alguien que parecen encontrarse en las maneras ordinarias de vivir la vida. En lo que ocurre todos los días, en eso con fachada de irrelevante para la visión de la ciencia positiva. Eso que ocurre en la vida diaria es lo que parece cobrar relevancia para la gente. Lo irrelevante para unos es lo relevante para otros.

L a s f o r m a s y e l e s t u d io d e l o c o t i d i a n o

El arte, categoría que durante buena parte del siglo xx remitía casi de manera exclusiva a ciertas producciones artísticas, es ahora más amplia e incluye algo más, como ciertas cosas que se encuentran en la vida ordinaria. De hecho, la vida cotidiana puede considerarse una obra de arte. Lo cierto, hoy en día, es que las minúsculas situaciones prácticas pueden verse como 68 • Jorge Mendoza Garda

constituyentes y abono de la cultura, y la civilización. Son importantes para la vida social y dan cuenta de estados men­ tales colectivos, Como dice Maffesoli son una centralidad subterránea. Estas manifestaciones de arte cotidiano, a la luz del pensamiento utilitario y racionalista, carecen de finalidad, pero tienen en su interior algo más de lo que carecen muchas cuestiones útiles, es decir, sentido. Y es justamente ese senti­ do el que permite que la gente no se interrogue ¿para qué? o ¿por qué? hace tal o cual cosa. Fue George Simmel uno de los primeros en plantear el es­ tudio de las formas, donde entraban desde el coqueteo hasta la moda, pasando por las puertas y la comida, hasta las ruinas y las aventuras. Habló de formas de socialización, eso que man­ tiene el contenido, el cual se activa sobre la base de la forma; en la vida diaria las formas de socialización que adquieren los grupos se manifiestan en sus participantes y ellas explican a la sociedad misma más allá de los individuos; Toda forma es una actitud hacia la vida, hacia lo que se hace; se plasma en el hacer. En efecto, las formas tienen manifestaciones empíricas como los gestos, las maneras de andar o de hablar. Aunque Simmel privilegió algunas de ellas como la subordinación, la lucha, los secretos, los círculos sociales, la autocondenación y el espacio. Sin embargo, habló de otras formas cotidianas como la cultura femenina, los "sexos", etcétera. En consecuencia, de lo que se trata es de estudiar las formas de socialización, es decir, las formas de la vida social. Integrar en el conocimiento lo que se encuentra de cerca, resaltando los fragmentos mínimos que al sedimentarse se traducen en lo esencial de la existencia. Desde una mirada fría y calculadora, de bata blanca, dichas formas se ven como triviales, baladís: como diría Simmel, configuran la vida social. Una forma atrapa a quien la mira, lee, siente o es partícipe de ella, por ejemplo, una masa atrapa a sus participan­ tes, una canción de dolor atrapa a quien la escucha y llega a experimentar el dolor que ahí se narra, un buen texto invita a ser leído y así sucesivamente. Epistemologías del corazón en la música de arrabal • 69

El arrabal

En ocasiones, lo consustancial de la vida esté un poco alejado de lo que se considera importante, puede encontrarse, por ejemplo, en la periferia. La memoria de la palabra arrabal, su etimología, a decir de Gómez de Silva, remite a una noción árabe (rabád], de barrio, lo que se encuentra cerca del períme­ tro de una población. Henry Pratt define al arrabal como un barrio situado fuera del recinto de la población a la que perte­ nece, es decir, el lugar que se encuentra en las afueras, en el margen. Por eso puede decirse que lo arrabalero es marginal. El arrabal, remite a la periferia, al barrio marginal, a lo que se encuentra lejos del centro de la ciudad, del interés de la academia y, por supuesto, de las bellas artes. Por eso buena parte del pensamiento universitario se aleja de este tipo de reflexiones, aunque no así de sus vivencias, pues los univer­ sitarios suelen visitar sitios arrabaleros. Es en ellos donde múltiples expresiones cotidianas se manifiestan aunque sean relegadas, pero no por ello son in­ sulsas e importantes. Un dato curioso es que los sitios al margen, en no pocas ocasiones mal vistos, han sido también lugares de pensamiento que crean cultura y promueven re­ vueltas. En siglos pasados las tabernas fueron, como lo indica Peter Burke,1 centros de desarrollo de la cultura popular en Inglaterra desde 1500 hasta 1800. En esos tiempos, la taberna era lo más cercano a una asamblea local de insubordinados.3 ‘ En sus razonamientos propone que: más importantes eran, tanto en la ciudad como en el campo, la posada, la taberna y la cervecería [...] los hoste­ leros y sus parroquianos hacían circular rumores y chismes en los que se criticaba a las autoridades y, durante la Reforma, discutían acerca de los Sa­ cramentos o de las innovaciones religiosas. .Robín el Bueno, sus Jocas travesu­ ras y sus gestas felices, está pintado en una hostería de Kent [Inglaterra] en la que se presenta al hostelero contando la historia al público. En las hosterías incluso podían encontrarse clérigos hablando de religión, aunque en una habitación privada para evitar interrupciones. 2Vemospues que las tabernas, el carnaval y la noche son los elementos que una sübcultura en la disidencia utiliza, trata de aprovechar los eslabones débiles en una cadena de socialización impuesta y que desean deshacer. Será porque la noche, lo oscuro y lo clandestino, por su atmósfera, convocan al desafío.

70 • Jorge Mendoza Garda

Podría pensarse que en la actualidad el equivalente de las tabernas serían las cantinas, no obstante estos espacios se han situado en el centro, en los espacios de lo permitido, incluso de lo bien visto. No de lo tolerado. Lo que no puede presentar­ se a los ojos de todos ni a los oídos de la decencia, ha sido desplazado hacia las zonas de tolerancia. Razón por la cual los sitios denominados del bajo mundo, suelen estar en las afue­ ras de la ciudad. Lo que sucede en México es ilustrativo, en la mayoría de los estados del país los denominados sitios de to­ lerancia o zonas rojas están en las afueras de la ciudad. A un sitio de arrabal corresponde una narrativa de arra­ bal, y si es hecha música mejor. En efecto, hay una música de arrabal que narra las vivencias de sus concurrentes: desespe­ ranza, pobreza, violencia, muerte y, en especial, trágicos desamo­ res. La narrativa de arrabal da cuenta de los escarmientos del mundo al margen, de las experiencias de la periferia que, aunque se asemejen a las experimentadas por otros sectores sociales, siempre hay un dejo de diferencia, ya sea la manera acentuada de recordar lo vivido, el escándalo que por ello se arma, la expre­ sión dolorosa de lo que parece fútil o la exageración de los afectos. Al menos las ganas de gritarlo a los cuatro vientos. En lo que sigue, pueden advertirse narrativas y tonos distintos: "Vendaval sin rumbo, que te llevas tantas cosas de este mun­ do/ llévate la angustia que provoca mi dolor, que es tan pro­ fundo/ llévate de mí las inquietudes que me causan el desvelo/ por vivir soñando como un imposible para el corazón.../ Dile que no vivo desde el día que de mí apartó sus ojos/ llévale un re­ cuerdo envuelto en los antojos de mi corazón" (José Dolores Quiñones, "Vendaval sin rumbo"]. O el "Dejé mi casa por vivir feliz contigo/ y me pagaste como algunas pagan mal/ por tu culpa estoy viviendo donde ahora vivo/ y a esta vida no me puedo acostumbrar./ A veces lloro muy cerca de las botellas, especialmente cuando me acuerdo de ti/, si amanece, no sé mirar las estrellas/ y oscurece y nunca brillan para mí./ Una radiola y dos amigas me acompañan/ mi casa nueva es muy Epistemologías del corazón en la música de arrabal » 71

distinta a las demás/ tiene un letrero de color en la vidriera/ y una cualquiera es la que ocupa tu lugar" (Los Invasores de Nue­ vo León, "Mi casa nueva"). Tonos muy distintos al "Ay amor mío, qué terriblemente absurdo es estar vivo/ sin el alma de tu cuerpo/ sin tu latido/ sin tu latido". Luis Eduardo Aute, "Sin tu latido". O del "Rayando el sol/ desesperación/ es más fácil llegar al sol que a tu corazón". Maná, "Rayando el sol". La música del arrabal narra lo que ahí acontece o, al me­ nos, sus tragedias. Sus sufrimientos amorosos son los más taquilleras, los más cantados, los más sentidos. Sus intérpre­ tes son emblemáticos porque algunos de ellos provienen del margen, han experimentado ese mundo y han logrado plas­ marlo con letras, especialmente aciagas. Un caso emblemáti­ co, el de Agustín Lara y su mundo de cabarets, mostrando su cicatriz en la cara. Ni qué hablar de La Sonora Santanera, de Los Invasores de Nuevo León, de Cuco Sánchez, de José Al­ fredo Jiménez, de Cornelio Reyna y del propio Rigo Tovar. Muchas de sus canciones hacen referencia al corazón, a sus alegrías, a sus vivencias, a sus malestares, pero especial­ mente a sus sufrimientos. Aluden al México plañidero que comparten tanto malos como buenos cruzando decencias, honores y culpas. La derrota personal en estas narrativas amorosas es crucial dice Paco Ignacio Taibo II: son historias de fracasos, desamores, traiciones y frustraciones. Se canta desde la derrota, la pérdida, la imposibilidad de recuperar. En estas canciones del arrabal, al corazón se le trata como una entidad, independiente de la persona, fusionado con ella o encantado por la misma, es decir, como tres realidades distin­ tas. Como tres epistemologías.

E p is t e m o l o g ía s

Hablar de epistemología, necesariamente remite al conoci­ miento y a la realidad, esto es a las maneras en cómo conoce­ 72 • Jorge Mendoza García

mos y qué conocemos. Un supuesto del denominado realismo epistemológico es que la realidad existe independientemente de nosotros, la observemos o no. Y que ésta puede ser conocida por nosotros. Desde esta postura se asume que el conocimien­ to válido es aquel que representa un acceso a la realidad "tal y como es". Pero hay otras perspectivas, asumidas por algunas posiciones denominas posmodernas y/o socioconstruccionistas, que postulan que no hay vía de acceso a la realidad que no cruce por el conocimiento de la realidad que de ella tenemos. No lo sabemos por la sencilla razón de que no tenemos, por un lado, a la realidad y, por el otro, al conocimiento de la reali­ dad misma. Estas posturas señalarán qüe el conocimiento que de la realidad tenemos, edificará, en buena medida, a la reali­ dad misma, como lo señala Tomás Ibáñez. En un sentido estricto, la realidad está hecha de conoci­ miento. Pero, a su vez, éste se configura por tres elementos: el conocedor, lo conocido [o lo que hay que conocer) y la rela­ ción que se establece entre uno y otro. Esto es, entre científico (o sujeto) y realidad (u objeto) hay una relación; entre la gente y su mundo, media una relación. Es decir, el conocimiento implica una relación entre sujeto y objeto, entre alguien que estudia algo y en medio hay una relación. Fernández Ghristlieb (1994) señala que hay tres epistemologías, esto es, tres formas de conocimiento, formas con las que la gente se rela­ ciona con el mundo y con las que el conocedor establece una relación con lo conocido. La primera se denomina "epistemología de la distancia", y es el tipo de visión que, por ejemplo, domina en la ciencia o, al menos, en las denominadas ciencias naturales. Los científi­ cos se dicen neutros, objetivos, toda vez que indican que no se "relacionan con" su objeto de estudio. Lo que podemos llamar "racionalidad científica". Con la pretensión de mostrar su racionalidad son fríos al estudiar la realidad y mostrar que así se hace la ciencia, sin sentir, sin involucrarse con el objeto. En la vida diaria se manifiesta con la gente que se instala en Epistemologías del corazón en la música de arrabal • 73

el poder, que mira al resto como simples mortales. Se mani­ fiesta en aquellos que anhelan, a costa de todo, el triunfo. Esta forma de relación se encuentra presente en la soberbia, pues enseña a ejercer el poder sobre las cosas. Y si uno quiere fincar responsabilidades sobre el actual estado de cosas, bien puede hacerlo sobre esta forma de conocimiento y sus prácti­ cas de la denominada modernidad. Una frase que podría ejemplificar esta idea es la del grupo de rock urbano El Hara­ gán, quien apunta; "en el corazón no hay nada". La segunda sería la "epistemología de la fusión", esta ma­ nera de aproximarse y sentir la realidad puede ilustrarse con las parejas de enamorados, o las madres que están deposita­ das, entregadas a sus hijos, pues en ellas se muestra la fusión en la que se sumergen los actores. Los deseos de uno son los del otro, las sensaciones de uno las experimenta el otro y los dolores que uno tiene el otro los interpreta con gestos. Si en la epistemología anterior quien tenía el dominio de la siniación era el sujeto, en ésta no hay distinción pues ambos se disuel­ ven. Bien el sujeto deviene objeto (en el otro]. Casos opuestos lo constituye la drogadicción, donde el sujeto es mero objeto, es puro estado de enajenación. Y lo mismo ocurre con aque­ llos que caen bajo el dominio del dinero, quienes hacen girar toda su existencia alrededor del capital. Este tipo de epistemo­ logía se presenta también en el fanatismo de las sectas religio­ sas. Y algo similar ocurre con los científicos duros que son creyentes de las ciencias. Una frase que puede ilustrar este tipo de pensamiento (o sentimiento], es una muy conocida que tarareaba el ídolo de México, Pedro Infante, esa que reza: "amorcito corazón, yo tengo tentación de un beso", silbido inmediato, Es una especie de fusión entre la persona y su corazón, los deseos, de él, la persona, son los deseos del cora­ zón. No hay más. La tercera es la "epistemología del encantamiento" y es con la que se ha pensado y actuado en siglos pasados, cuando se creía en las brujas, los hechizos y los bosques encantados sin 74 • Jorge Mendoza García

que se creyera que la gente estaba lista para ingresar al mani­ comio. Esta epistemología permite creer que los objetos tienen vida y sienten, y que, por lo tanto, no hay que tratarlos como cosas. Es la epistemología que aparece cuando se les otorga vida a los objetos, cuando se dice que "la estufa no quiere prender" o cuando en una cantina alguien dice que "la máquina se tragó la moneda". En estos ejemplos lo que está presente és un conocimiento encantado, una manera diferente de relacio­ narse con los objetos, de tratarlos como al prójimo, como si una parte de ellos estuviera en nosotros o a la inversa. Por eso pue­ de decirse: "el día está triste". Una frase que indicaría esta epistemología la dan Los invasores de Nuevo León, cuando cantan: "aguanta corazón, no seas cobarde".

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Del corazón se han dicho gran cantidad de cosas, lo mismo que es sede de la conciencia que de los afectos. Dos entidadés distintas y hasta opuestas. Razón y emoción ocupando el mis­ mo sitio. Aristóteles opinaba que se pensaba con la sangre porque cuando ésta se perdía, se creía que se perdía la con­ ciencia. Pero lo mismo se decía de las sensaciones y las em o­ ciones en torno al multicitado órgano. No hay perspectiva o modo de pensar que no aluda al corazón. Por ejemplo, en el N uevo Testamento el corazón simboliza la relación del hombre consigo mismo, ya sea en el deseo, en la voluntad o en el pensamiento. No obstante, puede advertirse que el uso moderno del término proviene de Pascal quien puso el acento en "las razones del corazón". Así, habló del conocimiento de las relaciones humanas y del conocL miento de los primeros principios de las ciencias. Más cerca­ no a nuestros días, Wundt planteó que la filosofía debía estu­ diar las "necesidades del corazón". Para una parte de la filosofía de la segunda mitad del siglo xix y principio del xx, el Epistemologías del corazón en la música de arrabal • 75

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corazón simbolizó aquellas creencias que reconocen un or­ den providencial en el mundo, es decir, un orden que salva­ guarda los valores humanos y el destino del hombre, como lo ha escrito Abbagnano [1964], Quizá es por eso que se dice de la gente que tiende a mantener ciertos valores y ayudar al prójimo que "tienen buen corazón". Corazón remite probablemente a un latín vulgar corationes, del latín cor, pero también a lo cordial, es decir, a lo afec­ tuoso, que a su vez proviene del latín medieval cordialis y del indoeuropeo krd. De la misma familia es acuerdo, misericor­ dia, pero también recuerdo y recordar, según Gómez de Silva [1985). El escritor Eduardo Galeano escribió: "recordar es volver a pasar por el corazón" y así tituló un trabajo suyo la psicóloga chilena Elizabeth Lira al hablar de los recuerdos fuertes, cuya carga aún en el presente se sienten. En efecto, el corazón tiene que ver con la memoria, pero también, como puede advertirse en el presente trabajo, con la música de arra­ bal que constantemente llama a la memoria y al olvido al lado del corazón. En el habla cotidiana el corazón ha estado presente quizá por herencia, por necesidad o por mera invención. En el pri­ mer caso, puede advertirse a Ricardo Corazón de León, de quien se dice que era valiente, belicoso y feroz en las batallas. Puede ser por eso que cuando se alude a alguien que es va­ liente se le atribuya, justo eso, ser "corazón valiente", como lo escenificó Mel Gibson. En el segundo, el de la necesidad, se busca, por caso, dar nombre orgánico a quien es la contrapar­ te del valiente, el asustadizo, pero no se encuentra por lado alguno, lo más cercano es el corazón sensible y de él se dice que es "corazón de pollo". En el tercer caso, el de la invención, el ingenio mexicano es imparable y, en ocasiones, amable. Cuando se dice, por ejemplo, que alguien tiene "corazón de melón" porque es dulce. Así, en consecuencia, cuando refie­ ren a una persona bondadosa, amable, generosa, se dice que tiene un gran corazón. 76 • Jorge Mendoza García

Así como el habla cotidiana utiliza diferentes metáforas del corazón, la música también lo hace. En efecto, la música suele jugar con la idea del corazón intentándolo hacer pasar por las personas, por una situación, por una condición o por un reci­ piente. Un rockero como El Haragán dice: "me dejó el corazón enfermo". O cuando se canta: "mi pobre corazón tenía una pena muy grande, muy grande". Pero también está la contra­ parte, como si de retórica se tratara: "mi corazón lloró y tam­ bién se alegró, al escuchar la voz que le atendió". Aquí el cora­ zón se comporta como si de una persona se tratara. Y si de vida se trata, acertadamente Tex Tex canta: "no es posible que esté vivo, si le falta el corazón". Sin corazón, literal o metafóri­ camente, no hay vida. Al menos una que valga la pena.

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Parece que en donde más se expresa la idea del corazón, en términos epistemológicos, es en la música, pero de manera especial en la de arrabal. Una canción de éstas, clásica por su permanencia y constante por su contenido, tararea: "mátala, mátala, mátala, no tiene corazón mala mujer", porque, cierta­ mente, entre que esa mujer no lo quiera a uno y que ella muera no hay gran diferencia, porque si hay gente buena que tiene corazones colosales, la gente mala no los tiene. El distanciamiento que puede tomarse aíguien con respecto a su corazón, bien puede encontrarse en entonaciones como las de El chubasco, de Carlos y José que se quejan: "pero mi amigo ¿por qué estás tan triste?/ pues cómo no, si me sobra razón/ porque la joven, que amaba en un tiempo/ ahora es dueña de otro corazón". Puede, en este caso, hablarse del corazón como una entidad aparte, como algo que puede poseerse. De ahí que se pueda expresar fríamente del corazón y sus aditamentos. Asimismo, puede vérsele de manera calculadora como protección cuando se entona: "corazón de roca", a lo que no Epistemologías del corazón en la música de arrabal • 11

correspondería, evidentemente, un pecho de terciopelo sino algo más fuerte, como de metal, y que ya enunciaba el cantan­ te mexicano José Alfredo Jiménez cuando decía: "porque tengo mi pecho de acero". Así es, después de narrar la pérdida de su otra mitad, también canta: "ojalá que mi amor no te duela y te olvides de mí para siempre/ que se llenen de sangre tus venas y te vista la vida de suerte/ yo no sé si tu ausencia me mate, aunque tengo mi pecho de acero/ pero nadie me llame cobarde sin saber hasta dónde la quiero". Al decir "que se llenen de sangre tus venas", no está sino refiriendo, meta­ fóricamente, la carencia de sentimientos y la dureza que la mujer expresa al abandonarlo. En consecuencia, no queda otra que armarse contra futuros desmantelamientos, por eso se blinda y edifica un "pecho de acero" al cual, por supuesto, debe corresponder un cuerpo de metal y una cama de piedra, como la que describe Cuco Sánchez. Y a la inversa, a un pecho de brío pertenece un corazón igual, como el que entona la denominada "chamaca de oro", Sonia López: "desde que tú me engañaste tengo el corazón de acero/ y de mis labios no sale decir ya que te quiero.../ cora­ zón de acero tengo yo, por culpa de tu amor que me engañó/ corazón de acero tengo yo, porque tú amor me olvidó". Y si­ gue, cual si escuela de José Alfredo se tratara: "tengo el pecho como piedra, que no le entran ni puñales/ y la culpa tú la tie­ nes por todas tus falsedades". A.sí que cuidado, las mentiras, la traición y el olvido provocan el surgimiento de corazones metaleros. Esta canción de la Sonora Santanera es emblemá­ tica, símbolo de esta manera de aproximarse al corazón, con­ cibiéndolo como una entidad aparte, incluso para evitar el dolor que en él se experimenta. Corazón de acero, da cuenta de ese estado de distancia magnánimo en el que uno puede encontrarse incluso después del golpe amoroso, La protec­ ción hacia el futuro, al menos discursivamente, es fortalecer­ se, pertrecharse, para evitar asaltos, golpes, heridas. Luego entonces, para ello hay que edifica]' corazones de metal.

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Pero el corazón puede ser expresado no sólo comparado con metales, sino con vasijas y recipientes donde algo puede ser vertido, por ejemplo, sentimientos, sean de amor o de odio. Que es lo que relata Rigo Tovar en su canción Am or sincero.3 "esta tristeza mía, esta pena tan negra/ la llevo dentro de mi alma, dentro de mi corazón/ y es que nadie logrará qui­ tarme de recordar, lo que siempre me decías.../ Búscate un amor sincero.../no busques amor fingido, porque luego sufri­ rás". El corazón es un recipiente de sentimientos, en este caso de la tristeza. Y si el corazón es una entidad separaba, puede ser visto como un objeto y, por tanto, puede venderse lo mismo que regalarse u ofrecerse al mejor postor. Y es lo que hace, nue­ vamente, la Sonora Santanera cuando canta esa canción-tribu­ to de prácticamente todos conocida "Luces de Nueva York"; "fue en un cabaret donde te encontré bailando/ vendiendo tu amor al rnejor postor, soñando/ y con sentimiento noble, yo le brindé como un hombre mi destino y corazón/ y pasado ya algún tiempo/ pagaste mi noble gesto con calumnias y trai­ ción". Am or traicionado, lo cual duele si el espíritu masculino esgrime que se brinden las cosas como hombre. La cultura masculina se ve golpeada, y mucho, ante este tipo de "pago", sobre todo después de que a la mujer se le ha sacado de un sitio de paga. Por eso después le revira: "vuelve al cabaret... vuelve a ser lo que antes eras, en aquel pobre rincón", A un pago cruel corresponde una retribución desalmada. El sentido común dice "por ellas, aunque mal paguen" y al menos eso se ratifica en múltiples canciones del arrabal. Una de ellas, "Pueblito", de Los Cadetes de Linares dice: "pueblito de mis recuerdos, donde perdí mi más grande amor/ por eso lo traigo dentro, dentro, muy dentro de mi corazón/ por eso, aun­ 3En realidad esta es una canción que le compone a su madre, recordan­ do que le dijo qué tipo de amor buscara para evitar los sufrimientos. Y pare­ ce que le hizo caso, porque entre tanto buscar a esa mujer fue dejando hijos por todos lados, algo así como 16 o 17: tuvo tantos hijos, como mujeres, 1

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Epistemologías del corazón en ia música de arrabal • 79 ñi

que yo esté lejos, nunca me olvido de aquel amor/ aquel amor que es tan grande, así lo siente mi corazón.../ voy a pedirle al des­ tino, que se encargue de aquel amor.../ Quisiera gritar su nom­ bre y así decirlo con emoción/ pero no puedo, Dios mío, ya tiene dueño su corazón". Ésta, bien podría denominarse una canción de paso por las epistemologías: va de la distancia (el corazón como depósito], a la fusión (el corazón que siente, que metafóricamente es la persona). Y de nuevo, el corazón de ella, ya tiene otro dueño. El corazón es la persona. El corazón narrado como roca, con pecho de acero y cama de piedra (toda una continuidad narrativa), es expuesto, y no sólo metafóricamente con dureza. Porque en la vida cotidiana se experimentan durezas y rudezas, y desamores. Pero tam­ bién se expone su contraparte porque la vida cotidiana también se mueve en diadas, bueno-malo, arriba-abajo, dulce-amargo, etcétera. Y aunqúe en ocasiones lo dulce termine por amar­ garse, vale la pena expresarlo. La Sonora Santanera dice que brindó con sentimiento noble un corazón. Esa es "actitud ha­ cia la vida", como bien lo señaló Simmel. Y eso también, por supuesto, le da sentido a la existencia. En la epistemología de la fusión, el corazón es práctica­ mente lo mismo que su portador. Pegarle al corazón es pegar­ le a su dueño. Hacer sufrir al corazón es hacerlo al que lo posee. Es lo que se quiso expresar cuando se compuso aque­ lla canción que dice: "no te asombres si te digo lo que fuiste, una ingrata con mi pobre corazón", donde el corazón es la misma persona,4 a quien se le trató mal, según narra Julio Jaramillo, aunque lo cierto es que se oye más desgarradora y rítmica con La Sonora Dinamita, con Margarita de por medio, claro está. Una canción emblemática de la epistemología de la fusión es aquella que lleva por título: "Te extraño mucho", y es espe­ 4"Éramos dos almas, como dos almas en una", canta la Sonora Santane­ ra, que es un ejemplo claro de la epistemología de la fusión. Aquí quítese alma y póngase corazón, y todo encaja.

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cialmente fuerte, inclemente, atormentada y punzante. Es ésta una dé las canciones más dolorosas cuya música, letra, tono y voz son desgarradores. Sufrimiento pleno. No hay cabida para la esperanza cuando se oye: "no quiero ver envejecer mi corazón, lo siento enfermo y está triste como yo/ te extraña mucho, ya no siente tu calor/ lejos de tu amor, se me v a a morir/ si la esperanza es tenerte junto a mi/ te soy sincero y no te podría mentir/ tú mis palabras nunca en cuenta tomarás/ y el viento cruel las llevará./ Camino sin sentido tomaré, cuán­ to vagaré, eso no lo sé/ por esas calles tristes andaré/ y cada amanecer me verán volver./ Tú estás ausente y poco a poco muero yo, porque estoy lejos de tu amor, de tu querer/ esa es la causa de este triste padecer/ y mi corazón muere también". Es evidente que quien se encuentra triste, se siente envejeci­ do y se siente morir. De hecho quien canta no personaliza, más bien lo hace vía el corazón. Así, cuando se anuncia que el corazón se muere, lo que se quiere decir es que úno está feneciendo. Las heridas metafóricas del corazón devienen heridas literales de la gente. Es más o menos lo que quiso decir José Alfredo Jiménez cuando a su manera tarareó: "es inútil dejar de quererte, yo no puedo vivir sin tu amor/ no me digas que voy a perderte, no me quieras matar corazón/ yo que diera por no recordarte, yo que diera por no ser de ti/ pero el día que te dije 'te quiero' te di mi cariño y no supe de m V corazón, corazón, no mé quieras matar corazón / Corazón, corazón". En esta canción, el autor le habla al corazón como si de una persona se tratara. El co­ razón es ella, su interlocutor. Le pide que no lo mate, que no lo abandone y, para ello, hará todo lo posible, hasta componer­ le cánticos. Eso es lo que hace este "filósofo mexicano de las penurias" al entonar: "te vo y a dedicar una canción, a v e r si me devuelves tu cariño/ ya vengo de rezar una oración, a ver si se compone mi destino/ acuérdate que siempre te adoré, no dejes que me pierda en m i pobreza/ ya todo lo que tuve se me fue/ si tú también te vas me lleva la tristeza/ no dejes que Epistemologías del corazón en la música de arrabal • 81

me muera por tu amor, si tienes corazón, enséñalo y regresa" / Si tú también te vas" ,5 Y es que el abandono es recurrente en esta epistemolo­ gía. N o es construcción de relaciones pues se sabe cómo hacerlas. El problema es cómo deshacerlas, ¿qué hacer des­ pués de que a uno lo abandonan? Con causas de por medio, porque no es lo mismo que alguien se quede sólo porque su media naranja ha muerto a que lo depongan por una perfidia, cosa que reclamaba Rigo Tovar cuando cantaba "Besando la cruz": "de qué sirve querer con todo el corazón/ de qué sirve tener el deber respetando un amor/ pa' mi todo eras tú, no hubo nadie jamás.../ pscuridad hoy eres tú)por tu traición". Primero, una mujer que quiso; segundo, le dio todo su amor; tercero, terminó por abandonarlo, y cuarto, el reclamo y la queja vienen. Esa es la tónica en esta mirada: "cobarde, tú no eres otra cosa/ cobarde y mentirosa/ no sabes qué dichosa te pudo hacer mi amor/ Coraje, no sabes tú qué es eso/ coraje al dar un beso, coraje al dar sin miedo completo el corazón/ tú siempre, tú siempre tienes miedo". La Sonora Santanera, "Cobarde y mentirosa". Desde esta perspectiva es evidente que lo que se expresa, lo que se manifiesta es el amotinamiento de emociones, de sensaciones, de imágenes. Tanto que no permite distinguir la sensación de quien la experimenta, sensación y persona son, en los hechos, lo mismo y, en consecuencia, la gente es pura emoción. Estrictamente lo que le pasa a ella le sucede al cora­ zón o a la inversa. Se dice que el corazón está golpeado para expresar que uno está vapuleado. Nótese si no: "conocen to­ dos la dulzura de tus besos/ en cuántas manos, tu cabello se enredó/ muchas imágenes retrata tu mirada y yo adorándote 5La canción continúa en los mismos términos: "si quieres que me arran­ que el corazón, y ponga junto a ti mis sentimientos/ espera que termine mi canción, tú sabes que yo cumplo un juramento/ acuérdate que siempre te ado­ ré, no dejes que me pierda en mi pobreza/ ya todo lo que tuve se me fue/ si tú también te vas, me lleva la tristeza/ no dejes que me muera por tu amor/ si tienes corazón, enséñalo y regresa”.

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con todo el corazón / Me da vergüenza que te miren de mi brazo, pero me muero si a mi lado tú no estás/ me das la vida, me das la muerte, me das la dicha, la mentira y la verdad". Epistemología de la fusión: son una sola entidad, corazón y persona. Y entonces el corazón puede hablar por ella, recla­ marle el despecho y la ambigüedad de sus pasos. Eso se narra en "Me da vergüenza". Y continúa en "Ya te conocí", ambas de la Sonora Santanera: "ya te conocí/ ya sé muy bien que eres toda vanidad/ que nunca diste ni has dado tu querer/ que sólo buscas el placer/ Muere mi ilusión al descubrir que en tu en­ fermo corazón/ has anidado el rencor sin compasión/ espejo de tu mal, mujer". El corazón contaminado, contamina a ella. Lo que de él se diga, que está enfermo, por ejemplo, a ella se le aplica. Y quien canta defiende a su corazón, indefenso como él pretende alejarlo del contaminado órgano para que no tenga los mismos males; "ve que tu traición, ha destrozado mi pe­ cho/ mi alma y todo mi ser/ pues ya te conocí/ quiero arrancar de mi pobre corazón las gratas horas tan falsas como tú/ re­ cuerdos que deben morir". Así de fuerte. Y se puede llegar al extremo de evocar el fin, lo que no se quiere, pero que es inevitable que llegue. Y si es ahora mejor, peor resultará posponerlo. Y de eso sabe José Alfredo Jimé­ nez: "acaba de una vez, de un solo golpe/ por qué quieres matarme poco a poco/ si va a llegar el día que me abandones/ prefiero corazón que sea esta noche./ Diciembre me gustó pa' que te vayas/ que sea tu cruel adiós mi navidad". Si de la navidad se supone que son tiempos dulces, armoniosos y felices, enton­ ces hay que asestarle al espíritu un golpe, pero certero. Para que, como entra el año nuevo con innovadores propósitos, se inicie, asimismo, con un nuevo depositario de la pasión: "no quiero comenzar el año nuevo, con este mismo amor que me hace tanto mal", dirá el guanajuatense. Hasta aquí el corazón en la música es narrado como a la persona y a la inversa. Si el amado termina por traicionar, el corazón es el traicionero, si no se desea que se aleje, se le dice Epistemologías del corazón en la música de arrabal • 83

al corazón que permanezca. Si se le quiere decir o reclamar algo se le dice o se vierte el reclamo al corazón, pero la perso­ na se da como aludida. Eso se entiende. Se sabe que lo narra­ do está dirigido a ella. Las personas, es decir, sus corazones, por aquello del desleimiento, tienen actitudes, comportamientos y prácticas. Y así, sí el corazón se encuentra triste, es que uno lo está. Lo mismo alguien ha de ser ingrata con ese corazón y éste en consecuencia enfermar. Eso sucede en la vida cotidiana, en lo ordinario de la existencia. Pero eso cotidiano, como bien lo se­ ñalaba Maffesoli, es la materia, el cemento de la cultura, de nuestra sociedad. Una sociedad afectiva podría denominarse la nuestra. Es esa sociedad donde hay abandonos de corazo­ nes, es decir, de personas y donde esos mismos corazones abandonadores matan al abandonado. A Maffessoli y a Sim­ mel les faltó poner al lado de las ventanas, las ruinas, los Al­ pes, el ocio, el maquillaje, los paseos y el abandono. La ruptu­ ra como forma de la vida social. En cuanto a la epistemología del encantamiento, se escu­ cha claramente que quien canta parece que reclama, grita, insiste, propone, incita o consiente al corazón. Pues en este caso el corazón tiene vida, la misma vida que tienen las per­ sonas y sufre cuando lo hace la persona, se alegra cuando ésta se encuentra animada. Como cuando Los Invasores de Nuevo León en "Eslabón por eslabón" tararean: "con qué pla­ cer te comparto, este pobre corazón, unidos toda la vida, co­ razón con corazón, unidos como cadena, eslabón por esla­ bón". El encantamiento está presente. Las alegrías o dolencias mundanas tienen sus consecuencias en el corazón. Rigo Tovar lo sabe cuando se queja: "dónde te has ido mujer/ no lo­ grarás encontrar otro cariño como éste/ ven regresa por favor, ya no quieras lastimar tanto más mi corazón/ que lo tengo adolorido de tanto padecer". Y así como hay canciones emblemáticas en las epistemo­ logías de la distancia como en "Corazón de acero", y de la fu­ 84 • Jorge Mendoza Garda

sión como en "Te extraño mucho", en la del encantamiento también la hay. Se titula "Aguanta corazón" y la entonan Los Invasores de Nuevo León. Toda la canción es un diálogo con el corazón. Se le habla, se le intenta convencer, como si pudie­ ra tomar decisiones cual si de gente se tratara, para que se incline a luchar por el amor de una mujer que no caiga en el desánimo o la desesperanza: "aguanta corazón, no seas co­ barde/ si te tienes que ausentar que sea por Dios/ no olvides que por lejos que te vayas no sufres sólo tú sino los dos/ yo sé que te pegaron, y muy fuerte/ yo sé que es muy profundo tu dolor/ quién te manda querer profundamente, ahora pagas el precio del amor./ Si te aguantas, como yo te lo he pedido/ y que nunca la dejes de adorar/ te prometo que ya nunca la dejamos/ donde quiera que he de ir la he de llevar". Nótese el discurso que se esgrime con el corazón. Por un lado, se le solicita armarse de paciencia, que si ha de retirarse hay cau­ sas más fuertes, como las sagradas y que no obstante va a sufrir. Por el otro, lo regaña, cuando le dice "quién te manda querer profundamente" y como si el corazón tomara decisio­ nes por cuenta propia, una de sus consecuencias será pagar "el precio del amor". Al final le ofrece un pacto para permane­ cer con el ser amado y que esté presente, para su regocijo, todo el tiempo por venir. Menos emblemáticas, pero en la misma tesitura, encontra­ mos otras coplas. Fuerte es el relato de Los Cadetes de Lina­ res: "me dicen el asesino por ahí/ y dicen: "te anda buscando la ley"/ porque maté de manera legal, a la que burló mi que­ rer./ En un momento de celos maté, cegado de sentimiento y dolor/ a la que burlaba mi honra y mi ser, mi vida y mi cora­ zón. / Ya está en el cielo, juzgada de Dios/ si allá de lo alto, si acaso me ve, sabrá la ingrata que tuve razón/ sabrá cuánto la adoré / Veinte años que de sentencia me den/ con gusto voy mi delito a pagar/ pero antes quiero vengarme también del que me hizo criminal./ Va la justicia buscándome a mí/ mas no me entrego, hasta ver la ocasión/ de ver al otro que me hizo Epistemologías del corazón en la música de arrabal * 85

infeliz y abrirle su corazón". La tonada es de "El asesino". Aquí la herida metafórica deviene herida literal. Es decir, que sufre igual que uno. El dolor por la traición es equiparable con herir literalmente el corazón de aquel que, de alguna manera, pro­ vocó el dolor que lo llevó a ser verdugo. Al menos así lo narra el propio autor. Con un pie dentro, por eso sufrió, y con otro pie fuera, conciente de lo que hizo. Así es el encantamiento, ni fusión ni distancia. Parecido es el tono que canturrea en "Mi razón", la Sonora Santanera: "aquí estoy, entre botellas/ apagando con el vino mi dolor/ celebrando a mi manera la derrota de mi pobre co­ razón/ y si acaso ya inconsciente, agobiado por los humos del alcohol/ no se burlen si le grito/ si entre lágrimas le llamo, todo tiene su razón". Por lo demás certera y justa que da cuenta de un estado de ánimo y sus razones, el marco racional de los afectos. Las manifestaciones del corazón, sus sentimientos y sufrimientos, tienen causas y lógica, conciencia, aunque los primeros terminen por desbordar a los segundos. Y si la epistemología de la distancia tiene su corazón y pecho de acero, en esta perspectiva se encuentra su símil, el pecho sensible, que alberga un corazón igual. En "Seis pies abajo", el rey del acordeón, Ramón Ayala, canta: "es que nun­ ca en la vida has sentido una flecha en el pecho clavada/ que la sientas que te está matando, poquito a poquito sin verlo sangrar / No te vayas mi amor, te lo ruego/ que te quiero, bien lo sabe Dios/ si tus besos es que son ajenos/ que venga la muerte y nos lleve a los dos". Nada de compartir al ser amado como, en último grado, lo sugiere Pablo Milanés al apuntar "la prefiero compartida/ antes que vaciar mi vida", y que bien revira La Sonora Santanera cuando esgrime: "yo me enfrenté al destino buscando tú cariño/ afortunadamente al destino gané/ ahora me acusa el mundo, porque dice que tú eras/ un fruto de otro huerto, y que yo te robé". Ramón Ayala no hace otra cosa sino recurrir a lo mismo cuando los besos son aje­ nos, el amor lo es también y, en ese caso, es mejor fenecer, 86 • Jorge Mendoza García

sentir una flecha en el pecho incrustada. Duele y el corazón también. Hasta aquí la epistemología encantada del corazón. Esa visión que le brinda posibilidades a este órgano de diálogo, de toma de decisiones, de conflictuarse, de arrugarse, de temer, de desesperanza, de i’egresar a la batalla. En una frase, el corazón se humaniza. Sí, porque son las cualidades humanas las que toman este centro del amor. Y ello porque son las personas quienes así lo caracterizan. Al corazón hay que encontrarle cualidades vitales, de esas que nos movilizan en cada momento; de esas que hacen que la vida cobre sentido; esas formas que sienten y evocan; esos modos que se encuentran en el ambiente, en la atmósfera, en los estados mentales colectivos y que, aunque se encuentren en lo marginal son, como dijera Simmel, consustanciales a la vida. Por eso se solicita no lastimar al corazón, porque puede dolerle o, de igual manera, se le solicitan fuerzas para que ayude a zanjar traspiés amorosos porque él tiene empuje. Caracterizar al corazón de una y otra manera como se trató de argumentar aquí, bien puede ser una epistemología. Las cuales ayudan a entender una parte de la realidad, por ejemplo la del amor y el desamor que se presentan en todo momento. Y dependiendo de la epistemología de que se eche mano se vivenciará la dolencia del desamor que narrán las canciones. Algunas veces desgarradoramente porque es la forma que narra la música del arrabal aquí visitada. Si la canción es pun­ zante, como puede verse páginas atrás, la persona así lo expe­ rimentará. Esa es la relación que se establece entre la música de arrabal y el abandonado. 0 sujeto, objeto y relación.

P u n t o d e l l e g a d a y, o t r a vez , p u n t o d e p a r t id a

La epistemología es usada en las distintas disciplinas para fundamentar sus visiones, aproximaciones y métodos. Las ■ VT

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Epistemologías del corazón en la música de arrabal • 87;

distintas psicologías tienen su cimiento en las diversas episte­ mologías. Así, la denominada psicología experimental, tiene como base la epistemología de la distancia. La psicología de las masas se estructura con la epistemología de la fusión y una parte de la psicología socioconstruccionista viaja en el sentido del encantamiento. En consecuencia, las psicologías pueden analizarse desde las tres epistemologías revisadas y derivar la concepción que de lo humano tienen. Esto es, la psicología, al igual que la vida cotidiana o la música de arrabal, puede ser objeto de disertación epistemológica y, en ese sen­ tido, encontrarse en el mismo nivel que lo ordinario o el arra­ bal. Y probablemente sea porque tanto la psicología como la vida cotidiana y el arrabal están estructurados con el mismo pensamiento social; pues son personas quienes hacen la cien­ cia psicológica y son esas mismas las que se relacionan ordi­ nariamente de manera distante, fusionada o encantada. Es el pensamiento social el que permite configurar las narrativas arrabaleras en un sentido separado, reunido o hechizado. Y no podría ser de otro modo, puesto que tanto la episte­ mología, como la psicología y el arrabal intentan a su manera dar cuenta de lo que cotidianamente ocurre. Y son muchas cosas las que a diario suceden, entre ellas las que valen la pena para la gente, y lo que vale la pena vivir suele rebasar lo ameno, lo alegre, lo feliz, el júbilo o lo útil. Lo útil también es y, a su modo, la pena, el dolor, intenso o mortal, el trago amar­ go, la partida y el regreso sin recibimiento. Como también lo son muchas de estas andanzas que se ponen en las narracio­ nes y en las canciones. Pero hay de canciones a canciones, unas más "pegadoras" que otras. Las rocolas de los arrabales tienen discos con ciertos temas que ya con unos tragos encima son por algunos programados y por muchos más entonados. Parece que con esos temas la gente se identifica, les encuentra sentido. El arrabal narra lo que desde adentro ocurre. Sus en­ tonaciones son comunidades de significados y sentimientos. Parecerá cliché, pero gran parte de las canciones de arrabal 88 « Jorge Mendoza Garda

tienen que ver con el amor y el desamor, ese lugar común que termina con golpes en el pecho y son muchas de esas entona­ ciones las que llegan a "formar" sentimentalmente a la gente. Lo que por cierto también se canta: "nada me han enseñado los años/ siempre caigo en los mismos errores/ otra v e z a brindar con extraños/ y a llorar por los mismos dolores". Lo cual es perfectamente entendible en un mundo consumista y consumible neoliberal donde constantemente surgen cosas sinsentido y donde lo que vale la pena se intenta dejar cada vez más al margen. Los sentimientos son unos de ellos. Pero la gente insistirá, también cada vez más y a su manera, en que en lugar de lo útil el sentido se aloje en su vida de todos los días, con todo y los golpes. Por eso, quizá; cuando Joaquín Sabina susurra que "amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño",6 todo mundo entiende que aunque a uno le vaya mal al final de la partida, siempre valdrá la pena en el amor volver a jugar.

6Letra que por cierto debió ser escrita e interpretada en y desde el arrabal.

Epistemologías del corazón en la música de arrabal * 89

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Capítulo 5 •

De banquetas públicas y rincones del alma Marco Antonio González Pérez* .'11;

En este escrito se presenta una reflexión psicosocial sobre las populares aceras y sus múltiples usos, así como de los enig­ máticos rincones, no sólo aquellos que están conformados por el encuentro inevitable de dos paredes, sino los que se instauran en el alma y la mente del ser humano, Se parte del principio de que este mundo intersubjetivo está construido por interpretaciones diversas de los sujetos sociales y que objetos y conceptos que inundan nuestra cotidianidad responden a un interés fundamentalmente humano; lo que quie­ re decir que las cosas, para ser aprehendidas socialmente deben poseer un lenguaje inteligible a las personas intérpretes. La gran piedra en la que se acostaba José Agustín en sus años mozos, según nos cuenta en su libro De perfil, no era sólo una roca volcánica informe, sino que poseía cualidades de un amigo que le transmitía comprensión, consuelo y cariño. El lugar en el que a diario nos sentamos durante un curso escolar, no es nada más un frío y aislado pupitre, sino que se constituye como un espacio privado que nos proporciona seguridad. Iniciaremos estas reflexiones adentrándpnos en el mundo construido por el ser humano y cómo los espacios, mobiliario, dispositivos, artefactos -entre los que se encuentran banque­ tas y rincones- tienen una existencia material que proporcio­ na utilidad al sujeto social, ; fl ^Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México,

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E l e s p a c io u r b a n o c o m o c o n s t r u c c i ó n p s ic o s o c ia l

El puro desinterés y las preocupaciones de la vida cotidiana hacen que los habitantes de las ciudades reparemos poco en el significado del mundo material por nosotros construido, ade­ más de ignorar la forma en que socialmente inventamos, nom­ bramos y nos apropiamos de los diversos espacios urbanos. Así como los habitantes de la colonia Jardín Balbuena se han acostumbrado a los altos decibeles producidos por el re­ petido despegue y aterrizaje de aviones, y los transeúntes del Eje Central consideran como parte del paisaje urbano la abi­ garrada presencia de miles de ambulantes que ocupan la aceras, de la misma forma pensamos que la arquitectura de la ciudad y sus espacios públicos se generaron de manera "natural" o "casual" y hemos perdido la capacidad para anali­ zar el sentido psicosocial de la disposición de los escenarios edificados para los más diversos usos de los grupos sociales: Un buen ejemplo de la forma en que la gente crea y le otorga sentido psicológico al espacio material construido lo representa la forma en que los comerciantes de Tepito han ajustado la arquitectura de sus vecindades a las necesidades de sus actividades comerciales -muchas de ellas ilícitas. La red de pasadizos, rincones, rutas subterráneas, bodegas fan­ tasmas, etcétera, serían escondites ideales para famosos escapistas como Osama Bin Laden, el "Chapo" Guzmán y Manuel Muñoz Rocha y resultarían del todo inexpugnables para los marines estadounidenses con todo y sus misiles teledirigidos, rayos láser y la sofisticada detección de blancos militares por medio de imágenes satelitales. Las vecindades del céntrico barrio y las que hay en la Colonia Buenos Aires se han inventado o reinventado social­ mente para facilitar no sólo el comercio sino diversas prácti­ cas delincuenciales,- pero otros escenarios como el Parque de los Venados o la Alameda Central se han constituido en sitios de seducción al que acuden sabatinamente trabajadoras do92 « Marco Antonio González Pérez

mésticas y enamorados maestros de obra. Ciertas zonas de los andenes de estaciones del metro corno Hidalgo y Balderas, se han utilizado para ligues gay s fast track, y algunas avenidas donde supuestamente hay poco tránsito, están siendo utiliza­ das por pandillas de prepotentes júniors para realizar sus re­ medos de carreras de fórmula uno de quinta categoría. El significado psicológico de los espacios y estructuras urbanas pasa, pues, desapercibido para nosotros ya que nues­ tras actividades las hacemos dentro de esos contextos físicos y no nos detenemos a reflexionar sobre su importancia y sen­ tido, a menos de que ciertas respuestas psicológicas como el miedo, sean despertadas por las características temibles del lugar, tal como acontece en varios callejones de los barrios "bravos" como la Morelos, Tepito, la Agrícola Oriental o Santa Martha Acatitla. Podemos afirmar que los urbanitas, es decir los habitantes de las ciudades, esperamos congruencia entre los diversos escenarios de la ciudad y el uso que las prácticas sociales les asignan. Para todos nosotros un camellón o paseo es un lugar donde podemos andar sin temor a ser aplastados por un tro­ lebús. Se supondría que si vamos a correr a los Viveros de Coyoacán, no esperaremos, al salir de una curva, toparnos con una carpa de circo. Sé que el inteligente lector podrá argumen­ tar que vivimos en el D.F. y que aquí todo puede suceder, lo cual es verdad, pero no es menos cierto que uno aguarda que cada espacio reciba un uso más o menos correspondiente y coherente con el objetivo para el que fue creado. Las incongruencias producen sorpresa y muchas veces indignación. Lo anterior ocurre cuando leemos en los diarios que un grupo de narcotraficantes se reunía cotidianamente en cierta iglesia no para recibir la comunión sino para hacer mi­ llonarios negocios con el cura, o cuando nos enteramos que los módulos de la policía capitalina son utilizados por los guar­ dianes de la ley para organizar sabrosas francachelas con íable dance incluido. Los conscientes amantes del fútbol que al De banquetas públicas y rincones del alma • 93

mismo tiempo defienden un Estado laico no pueden sino irri­ tarse cuando se enteran que el Estadio Azteca es utilizado por grupos religiosos para hacer misas multitudinarias confun­ diendo "la catedral del fútbol" con la catedral metropolitana.

Y

LAS BANQUETAS... ¿POR Q UÉ?

Acerca de las banquetas podemos decir muchas cosas pero una cualidad psicológica que posee, no tanto por el uso más o menos correcto que les demos, es que éstas son el espacio donde inicia la vida pública y se deja atrás la vida privada. Un ejemplo de ellos es que podemos andar dentro de nuestras casas despreocupadamente en calzoncillos, pero si por alguna razón ya sea un temblor o incendio nos obliga a salir a la calle en esa condición, nos veremos expuestos de forma inmediata a la crítica o al escarnio público. La puerta del domicilio conserva nuestra intimidad personal y nos protege de un ente externo amorfo al que llamamos ciudad. Al poner un pie en la acera, nos convertimos inmediatamente en ciudadanos que debemos mostrar, en teoría, comportamientos basados en normas sociales establecidas tiempo atrás. Todas las mañanas cuando nos incorporamos a la banqueta, sobre todo en la Ciudad de México, iniciamos una aventura pues no sabemos a ciencia cierta lo que nos deparará el futuro. La extensión de la vida privada la traspasamos al automó­ vil ya que en él podemos llevar a cabo comportamientos intraindividuales o interpersonales. Podemos rezar, practicar nuestra clase de inglés, hablar solos, pelearnos con el con­ ductor de algún noticiero radiofónico o continuar con la dis­ cusión que teníamos en el desayuno con nuestra pareja. La cápsula móvil nos aísla psicológicamente de lo público ya que aun no hemos deambulado por la banqueta. Es interesante considerar que hay un símil entre la extensión del hogar que sería el automóvil particular y la de la banqueta que lo repre­ 94 • Marco Antonio González Pérez

sentaría el transporte público ya sean los autobuses, el metro o los mismos taxis. Sobre este último resultan cómicas las situaciones en las que las parejas ignoran la naturaleza social del vehículo y si­ guen llevando a cabo comportamientos sociales privados. En la escena final de la película "Desayuno en Tiífany 's" el conduc­ tor del taxi tiene que mediar y dar consejos en la apasionada discusión de los enamorados protagonistas de la historia. Entre los dispositivos urbanos como edificios, parques, glorietas, camellones, etcétera, las banquetas son las más polifacéticas por los usos que la gente les da, los cuales van, muchas veces, en total contradicción con el objetivo para el que, se presume, fueron construidas. Las aceras, como se ha referido anteriormente, es un lu­ gar de exposición en la cual nos encontramos con personas la mayoría de las veces desconocidas, con las que debemos interactuar de acuerdo a como se haya configurado la situa­ ción, lo que nos hace tener poco control del devenir de los acontecimientos. Por eso los políticos diferencian muy bien entre conferencias de prensa "institucionales" y las llamadas "banqueteras". En las primeras, que son un tanto privadas, los políticos pueden decir y censurar lo que les venga en gana. En las segundas se ven obligados a responder ya que son más públicas y se ven sometidos a la presión social. Por eso hay políticos que se desdicen de sus pronunciamientos con el ar­ gumento de que "fueron expresiones espontáneas de una conferencia de banqueta". Las banquetas, en primera instancia, son el último reduc­ to que tiene el ciudadano para resguardarse de la amenaza del actor dominante de las ciudades: los automóviles. Es el espa­ cio destinado al tránsito de a pie para aquellos que caminan distancias cortas o para los que la crisis les ha golpeado de tal manera que no les alcanza para el transporte público y no se atreven a viajar de "moscas" o ir de colados. Las aceras debe­ rían cumplir también con la importante misión de evitar que De banquetas públicas y rincones del alma;• 95

el agua producida por las lluvias se cuele al interior de las casas o que se empapen nuestros zapatos y valencianas. La realidad es que en la época de lluvias todas las delegaciones del Distrito Federal quieren emular a Xochimilco, y las ban­ quetas salen sobrando. Las banquetas, en su versión ideal, son lugares reserva­ dos para andar. Una banqueta perfecta, como las Ramblas de Barcelona, el Paseo del Prado de Madrid o nuestro Paseo de la Reforma, debe tener bancos para que los tranquilos pasean­ tes puedan tener momentos de reflexión y dediquen una parte de su escaso tiempo a la libre contemplación. Nada más distante de un ser humano que camina por una banqueta dedicada al paseo, que aquel estresado y desdichado capita­ lino que corre agitado tratando de salvar su vida en cada se­ máforo que atraviesa. A diferencia de muchas ciudades de México y del mundo, el Distrito Federal no se planeó como un lugar para disfrutar sus calles ya que, por un lado se la ha dado prioridad a ios automóviles (recordemos cómo bajo la regencia de Carlos Hank. González a la manera de los Países Bajos se demolieron casas para ganar terreno al tráfico rodado con los famosos ejes viales] y, por otro, poco se ha invertido en crear elementos urbanos que acompañen el paseo como serían bares, cafés, mesas, kioscos, espectáculos culturales, etcétera, lo que ha hecho que tanto la delincuencia organizada como la desorga­ nizada ocupen esos espacios para generar sus economías de escala rompiendo, de forma dramática, con el tejido social. Los múltiples usos que se les da a las banquetas van des­ de la pueblerina y relajante tradición de salir con una silla a observar, como diría John Lennon, "a ver como giran y giran las ruedas", hasta ser talleres mecánicos, restaurantes de antojitos, estadios de fútbol, zonas de trabajo del sexo servicio y áreas de socialización de diversos grupos de gente ociosa,- sin embargo, lo que más llama la atención de propios y extraños es el hecho de que pudiéndole dar un uso adecuado, que es 96 • Marco Antonio González Pérez

el caminar sobre ellas, mucha gente prefiere andar por el arroyo vehicular, exponiendo su vida ante los inclementes conductores de automóviles. Hay de cualquier forma, un evidente rechazo psicológico para el uso adecuado de las banquetas en nuestra cultura mexi­ cana. En alguna ocasión yendo a comprar refrescos en un barrio típico de la delegación Iztacalco, fui testigo de un grito que un conductor de automóvil le espetó a un grupo de mucha­ chas que andaban sin preocupación alguna por el pavimento: "¡Las banquetas fueron hechas para que anden los animales, ¿verdad muchachas?!" Las sonrojadas chicas al parecer no advirtieron la cáustica crítica de la que fueron objeto. Tratando de encontrar una razón para entender la arrai­ gada costumbre de caminar por el arroyo vehicular, he encon­ trado tres posibles explicaciones: a] La tesis de la memoria colectiva. No contentos con el hecho de que las primeras carro­ zas que transitaban p or las amplias avenidas fueran suyas, los españoles y primeros criollos se apoderaron también de las banquetas para su exclusivo deambular. En algunos pueblos de México todavía se observa la atávica y racista costumbre generada en el siglo xvi d e­ que los indígenas pobres se obliguen a caminar fuera de las aceras, las cuales estaban destinadas para la clase racial y económicamente dominante. Podríamos pensar, pues, que hay una determinación histórica inconsciente, quizás una suerte de arquetipo que heredamos de nuestro pasado indígena, que al sen­ tirnos discriminados nos obliga a caminar sobre la car­ peta asfáltica, adoquinada o de vil tierra, jugándonos la vida cotidianamente. b] La tesis de la seguridad personal. En muchas ocasiones los andantes recelosos prefieren salvar toreramente las embestidas de los vehículos, a De banquetas públicas y rincones del alma • 97

sufrir, caminando por la acera, una mordida por parte de algún perro bravucón experto en cazar desprevenidos, o experimentar el robo o manoseo de algún delincuentillo que ocupa estratégicamente los zaguanes como espacio para planear sus malosas operaciones. Es asombroso es­ cuchar a muchas madres que cuando mandan a sus hijas por el pan o las tortillas les supliquen: ¡pero no se te ocurra ir por la banqueta, por favor! Para muchas personas las banquetas son poco menos que zonas minadas y representan el peligroso escenario en el que suceden los actos delictivos más agravantes para el ciudadano como la violación, el robo y el ultraje. Las banquetas, como si fueran plantas, necesitan de luz para hacer fotosíntesis y sobrevivir. Sin estar alumbradas las banquetas se transforman en cementerios que provo­ can terror, por lo que muchos andantes deciden que los iluminen los automóviles que circulan por la calle, aun­ que sean patrullas de policía, listas para atracar, c] La tesis de la reactancia psicológica. La psicología social ha demostrado la presencia del fe­ nómeno de la reactancia psicológica, que no es sino el rechazo que la gente manifiesta al presumir que quiere ser controlada por un ente productor de influencia, por lo que exhibe una conducta que va en sentido contrario de la que tal ente busca generar. En 1988, por ejemplo, la mayoría de los .ciudadanos votó por Cárdenas no sólo por su rechazo al p r j , sino por una reacción a la tenden­ ciosa campaña electoral de Carlos Salinas de Gortari. Hace algunos años, cuando el que estas líneas escribe era estudiante de psicología de la u n a m , un grupo de alumnos tomamos por más de media hora la avenida Universidad como protesta por los innumerables atro­ pellados que intentaban librar el imposible cruce de seis carriles -dos de ellos en sentido contrario- para llegar al entonces nuevo comedor universitario. • Marco Antonio González Pérez

Después de algunas negociaciones y varios meses de espera, se logró la construcción del solicitado puente peatonal. La inauguración de la obra la festejamos como si hubiésemos ganado la copa mundial, pero tardó m e­ nos nuestro gusto que la aparición de nuevos atropella­ dos quienes prefirieron seguir muriendo en el intento de ir por sus sagrados alimentos que tomar la sabia decisión de atravesar la avenida subiendo por el puen­ te. Algunos meses después la u n a m decidió cerrar defi­ nitivamente el comedor. Si miramos con atención podremos apreciar cierta actitud de rebeldía a caminar por la banqueta en algunas personas orgullosas de rechazar las aceras construidas por el gobierno. Si se les pregunta por qué lo hacen, son capaces de contestar "¿y por qué debo caminar por ahí? si todo es calle ¿Qué... me van a obligar?" Es muy probable que la razón de por qué la gente no hace uso de las aceras sea una mezcla de los tres motivos arriba explicados, más algún otro de orden psicoanalítióo que pueda explicar con mayor profundidad esta surrealista conducta social del mexicano. Para finalizar con nuestras reflexiones psicosociales sobre las aceras, es importante considerar, en la más pura línea marxista, el uso que en las distintas clases sociales se les da a las banquetas. La tipología que se presenta a continuación no es pura ya que hay muchos casos en los que se sobrepo­ nen características de las diferentes clases sociales. En los barrios proletarios es común observar que las ban­ quetas son lugares de adoración para algún santo o virgen y les construyen nichos monumentales que no permiten el paso del peatón. En las aceras de muchas colonias "bravas" se han instalado pequeñas cruces y ofrendas que recuerdan el lugar en el que murió balaceado "el chafafas" o que sucumbió acu­ chillado "él tiburón". Otro de los usos más importantes que la De banquetas públicas y rincones del alma • 99

gente proletaria le destina a la banqueta es la del comercio de antojitos. Taquerías, pozolerías, venta de pollos asados "estilo Sinaloa", elotes y esquites, etcétera. Esta práctica es centenaria y forma parte del costumbrismo mexicano más arraigado. Por otra parte, en las colonias de clases medias las aceras se constituyen en parques públicos donde los niños juegan escondidillas y fútbol, los jóvenes toman cerveza escondién­ dose de las patrullas y la mayoría de los vecinos estacionan sus autos sobre el paso de los peatones quienes se ven forza­ dos a caminar sobre el arroyo vehicular. Contrario a los dos anteriores, los vecindarios de la clase alta son como auténticos pueblos fantasma, ya que ningún empresario o miembro de su familia sale de su casa a caminar por la acera ya que sienten miedo de ser secuestrados. Hay colonias de clase alta en las que sus aceras están continua­ mente vigiladas por la policía o el barrio está enrejado o bar­ dado en su totalidad. Como conclusión de estas reflexiones sobre el uso psico­ social de las banquetas podríamos argumentar sobre la nece­ sidad de promover la convivencia y rescatar las banquetas como lugares para el paseo, la reflexión, el ligue, el intercam­ bio social, la recreación cultural, entre otras alternativas y no dejar ese espacio a actividades que tienden a la descomposi­ ción social y a evitar el contacto entre la gente.

Los

r in c o n e s : e l á r e a d e l o o c u l t o

Para iniciar con este apartado, verem os que "rincón", de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, es una palabra que proviene del árabe y que significa "1. m. Án­ gulo entrante que se forma en el encuentro de dos paredes o de dos superficies. 2. m. Escondrijo o lugar retirado. 3. m. Espacio pequeño. "Cada aldeano posee un rincón de tierra". 4. m. Residuo de algo que queda en un lugar apartado de la 100 • Marco Antonio González Pérez

vista. "Quedan todavía algunos rincones de correspondencia por repartir". 5. m. coloq. Domicilio o habitación particular de alguien. 6. m. rur. Arg., Col., Hond. y Ur. Porción de terreno, con límites naturales o artificiales, destinada a ciertos usos de la hacienda." A diferencia de las banquetas que son terreno de lo públi- co, los rincones son lugares que han sido arrancados del es­ crutinio de la gente para convertirse en espacios íntimos del olvido o el secreto. Son áreas ignoradas o de difícil acceso en el que habita lo secundario en términos materiales o psicológi­ cos o en los que seres incomprendidos despliegan con espe­ cial fervor sus actividades ocultas o francamente proscritas. Lo que resulta paradójico y no debe pasar inadvertido es que los rincones siempre están disponibles aun en las plazas más abiertas y vigiladas o dentro de los hogares mismos. Los rincones físicos, son ignorados por irrelevantes, sin embargo grandes delitos se han perpetrado desde ahí por los delincuen­ tes que han estudiado previamente el escenario del crimen. En la graciosa película Las fuerzas vivas de Luis Alcoriza podemos ver una escena en la que las hijas de uno de los líderes con­ servadores le revelan a su progenitor que están embarazadas. Al conocer la noticia el padre no se explica cómo pudo darse el hecho ya que "siempre las mantenía encerradas". La escena concluye cuando el padre se da cuenta que los embarazos tu­ vieron su origen por el rincón de los barrotes de la ventana. En muchas ocasiones los rincones son lugares que sien­ do evidentes, no se quieren ver, pero que resultan estratégi­ cos para quien reside en ellos. Ejemplos de esos oscuros habitantes son los trozos de carne aventados por niños ina­ petentes, las migajas del pan, las arañas, el polvo, los recuer­ dos reprimidos y los fracasos de la vida, entre otros. En esos rincones habitan los iguales. En los rincones de las cantinas pululan los resentidos, en los resquicios de las coci­ nas tradicionales se acompañan las creadoras de platillos su­ culentos, en los intersticios de los vagones del metro se iden -' De banquetas públicas y rincones del alma «101

tifican los seductores en busca de pareja, en los rincones del corazón se aglutinan los recuerdos amargos. Al referirse a esos peculiares habitantes, el genial Francis­ co Gabilondo Soler dice en su canción La muñeca fea: Escondida por los rincones. Temerosa de que alguien la vea. Platicaba con los ratones la pobre muñeca fea. Un bracito ya se le rompió. Su carita está llena de hollín. Y al sentirse olvi­ dada lloró, lagrimitas de aserrín. Muñequita le dijo el ratón ya ■no llores tontita no tienes razón. Tus amigos no son los del mundo porque te olvidaron en este rincón. Nosotros no so­ mos así. Te quiere la escoba y el recogedor. Te quiere el plumero y el sacudidor. Te quiere la araña y el viejo veliz. También yo te quiero, y te quiero feliz. Es reveladora la frase "tus amigos no son los del mundo" ya que los habitantes de lo oculto u olvidado se reconocen in­ visibles ante el ojo humano. Son, por decir lo menos, ignorados. La muñeca a la que se hace referencia Crí-Crí alguna vez fue adorada y cuidada, recibía un trato humano entre humanos. Pero la niña creció y la muñeca se deterioró por lo que dejó de tener sentido en el mundo de la dueña. A partir de entonces, el juguete es enviado al rincón del olvido en el que convive con varios seres despreciables: los ratones, la escoba, la araña y el recogedor. El rincón representa también, en el imaginario so­ cial, el lugar en el que se acumula el polvo y la suciedad ya que es el sitio al que, inconscientemente, mandamos al olvido los objetos materiales e inmateriales que nos incomodan. Es el lugar que alimenta la desmemoria, pero que también, a la larga, despierta el recuerdo. En alguna ocasión una amiga chilena me platicó que poco después del plebiscito nacional en el que ganó el "no" para continuar la dictadura de Pinochet, ella comenzó a traer a su memoria muchas cosas que tenía olvidadas desde que era niña, a tal grado que, cuando caminaba con su pareja por la ribera de un río, recordó de repente cómo poco después del golpe de Estado de 1973, había visto flotar varios cuerpos y 102 • Marco Antonio González Pérez

la manera en que su padre la obligó a que no fuera testigo de ese triste hecho. Esos recuerdos permanecieron olvidados para ella en un recóndito rincón de su corazón. El sufrimiento personal habita en los rincones de lo que no puede ser revelado o dicho fácilmente. Alberto Cortez dice en la canción En un rincón del alma lo siguiente: En un rincón del alma donde tengo la pena que me dejó ai adiós En un rincón del alma se aburre aquel poema que nues­ tro amor creó En un rincón del alma me falta tu presencia que el tiempo me robó. Tu cara, tus cabellos que tantas noches nuestras mi mano acarició. En un rincón del alma me duelen los "te quiero" que tu pasión me dio. Seremos muy felices, no te dejaré nunca. Siempre serás mi amor. En un rincón del alma también guardo el fracaso que el tiempo me brindó. Lo condeno en silencio a buscar un consuelo para mi corazón. En esta canción del cantautor argentino-español describe el duelo que urt hombre apasionado experimenta al recordar, con nostalgia, a su amada. Menciona que el dolor se ubica en un rincón inmaterial que es el alma y uno puede suponer que se encuentra allí en un difícil trance hacia el olvido. Uno po­ dría decir que en el rincón del alma referido por Alberto Cortez está ocupado también por recuerdos gratos como las evo­ caciones del cabello, la cara y las frases de cariño; sin embargo, esas presencias resultan dolorosamente nostálgicas dado que, probablemente, no se experimentarán de nuevo. Desde un punto de vista netamente psicológico pode­ mos hablar de rincones del alma, pero podemos referirnos también a los rincones de la mente, espacio develado por la psicología profunda y reflexiva de Sigmund Freud, mediante la cual describe las estructuras y funciones que determinan, muchas veces, el indescifrable comportamiento humano. La perspectiva freudiana nos lleva a comprender que todo comportamiento "normal" o patológico está determinado (por una instancia intrapsíquica que se le denomina inconsciente De banquetas públicas y rincones del alma • 103

y que se halla en algún recoveco de las mentes individuales. Desde las sombras, cuando el yo y el súper yo se encuentran relajados y no pueden imponer del todo un mecanismo de defensa, el inconsciente desde el ello se manifiesta con toda su fuerza en imágenes simbólicas. Un aporte freudiano es mostrar que la psique humana se puede entender desde es­ tructuras funcionales, es decir, espacios -unos más abiertos y otros más sombríos- que definen la dinámica mental. De lo anterior se desprende que los rincones van desde aquellos tangibles y que no observamos o que no queremos ver, hasta los simbólicos, que astán en lugares etéreos como el corazón, el alma o la mente. Para finalizar con los ejemplos haremos mención de que los grupos ocultos como los terroristas, las guerrillas, las sectas y las mafias políticas cocinan sus planes subversivos en rincones clandestinos. Los lugares en los que proyectan sus actividades conspiradoras deben ser invisibles al escrutinio público -espe­ cialmente el de las fuerzas del orden. Eso es lo que les asegura, en última instancia, su permanencia. Podemos concluir, pues, que en rincones conocidos como "casas de seguridad"; "pisos francos", "centro de operación", entre otros, se genera el secre­ to que posibilita las acciones inesperadas llevadas a cabo por los grupos ocultos referidos anteriormente.

R i n c o n e s , b a n q u e t a s y p s ic o l o g ía s o c ia l

Con estas reflexiones se pretende señalar la importancia psi­ cosocial de diversos tipos de espacios como las banquetas y los rincones, aunque esta trascendencia muchas veces pase inadvertida para la mayoría de las personas. Para lograr este fin argumentamos sobre la naturaleza humana del espacio fí­ sico, tanto el construido como el natural. Nuestro compositor de música vernácula Cuco Sánchez, no daba muestras de lo­ cura cuando cantaba: 104 • Marco Antonio González Pérez

Háblenme montes y valles, grítenme piedras del campo; cuándo habían visto en la vida, querer como estoy queriendo, llorar como estoy llorando, morir como estoy muriendo. El extinto cantautor tamaulipeco no deliraba cuando le reclamaba a gritos su opinión a los cerros, pastizales y rocas campiranas acerca de su propio sufrimiento, sino que las ha­ bía naturalizado que es, en palabras del maestro Serge Moscovici, dotarlas de cualidades humanas. Dada su relación con el medio ambiente bucólico, el trovador silvestre sabía que esos objetos del paisaje comprendían sus tristes pesares. Las banquetas y los rincones son, pues, producciones humanas que como todos los conceptos del mundo intersub­ jetivo se llegan a emancipar y adquieren vida propia. Esa libe­ ración de su significado original es determinada por diversos grupos que le otorgan al objeto, en sus prácticas sociales, un sentido diferente al que fue ideado, tal como las diferentes clases sociales le otorgan a las aceras una utilidad diferente, dependiendo de sus actividades cotidianas. Los rincones, por su parte, tanto en su dimensión tangible como en la intangible son espacios que consciente o incons­ cientemente guardan objetos o sentimientos que se han con­ denado al olvido o que se pretende hacer pasar inadvertidos. Estos rincones tienen una expresión simbólica muy fuerte ya que se pueden buscar en el corazón o el alma de aquellos que quieren olvidar los recuerdos que los atormentan. En fin, que la psicología social además de estudiar proce­ sos que podrían interpretarse como "científicamente" más serios como las actitudes, las disonancias cognitivas o la reso­ lución de conflictos sociales, también puede y tiene el derecho de reflexionar sobre diversos objetos -que muchos juzgarían intrascendentes- y sus usos sociales, como en el caso de las cotidianas banquetas y los ignorados rincones.

De banquetas públicas y rincones del alma • 105

Capítulo 6

Apuntes para la configuración de una poética de las divisiones, los linderos y las fronteras: el caso de las paredes Juan Soto Ramírez*

H a s t a l o s c a l l e j o n e s s in s a l i d a . ..

La palabra pared viene del latín paries, palabra que describe, en un sentido general, uná obra de albañilería vertical que cierra o limita un espacio, pero también aplica a la superficie lateral de un cuerpo, así como a una jugada en el fútbol o a la cubierta rígida de los vegetales, incluso de los procariontes. Pero también es tina palabra que tiene un uso coloquial en el habla cotidiana: "darse contra pared'' (encontrarse con una situación que no se esperaba), "las paredes oyen" (para dejar de hablar de lo que se estaba hablando para que alguien no se entere de qué se habla], "hablar con la pared" (cuando no le hacen caso a uno), "detenerse de las paredes" (para dar la idea de que alguien ya estaba ebrio), "estar entre la espada y la pa­ red" (es más complicado de explicar, pero más fácil de enten­ derse, da la idea de estar en una situación difícil o de sentirse acorralado), etcétera. Incluso se utiliza la palabra para descri­ bir ciertas partes del cuerpo como "las paredes del estómago o de los intestinos", etcétera. Las analogías y metáforas que aluden a las paredes, apuntalan cierto modo de ser de la cul­ tura. Las paredes, aunque forman parte de la materialidad de la cultura (en tanto que marcan los límites1internos y externos : !§ ! : ''Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.

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de una habitación, por ejemplo), se utilizan de múltiples for­ mas, pero también tienen funciones simbólicas. Las paredes, por ejemplo, dividen el espacio público del privado, pero tienen una jerarquía distinta que los techos o los pisos que podrían ser concebidos como paredes horizontales-en vez de verticáles. Si se alarga demasiado se convierte en muro o en muralla y con un poco de arte adopta la forma de mural. A determina­ das ausencias de pared se les puede llamar, ventanas, puertas, balcones, etcétera. Si se enrollan, se convierten en torres, pero si se enrollan y se entierran se convierten en pozos. Si se acor­ tan demasiado pueden adoptar la forma de losa, loseta, mosai­ co, lápida, etcétera. Es decir, tienen distintas formas de expre­ sión y presentación. Es preciso comentar pues, que en este texto sólo se analizarán algunos modos de expresión y presen­ tación de las paredes que se remiten a su materialidad más que a sus usos lingüísticos. Y en este sentido podemos comen­ zar diciendo que una pared divide, separa y limita lo que antes no estaba dividido ni separado ni tenía límites. Oculta aquello que estaba a la vista de todos. En conjunto, las paredes "contienen" aquello que no poseía forma ni figura. Una pared es un cúmulo de puntos de contacto, algo sirve para distinguir "lo de afuera" de "lo de adentro", por ejemplo. O "lo de adentro de lo de adentro". A veces, las paredes marcan la contigüidad de dos espacios habitacionales o de dos dormito­ rios o de dos cuartos de hotel. A diferencia de la puerta, la pared es inmóvil. Una de las primeras cosas que se les enseñan a los niños, por ejemplo, incluso antes de hablar, es a no pintar las paredes pues se les enseña cómo deben ser utilizadas. Hay una idea entre la forma de usar la pared, que se asocia a la no des­ trucción. Quizá por ello, los boquetes en las paredes puedan asombrar y, en ocasiones, asustar. Los pequeños agujeros o despostilladuras en las paredes deben ser resanados, no por ser antiestéticos ni por preservar’ la unidad de la pared, sino por contener cualquier atentado en contra de su vulnerabilidad. Un agujerito en la pared, por ejemplo, conecta con aquello que por lo regular no se ve, por ello puede utilizarse par a espiar. 108 • Juan Soto Ramírez

Las paredes, como las tapias, son silenciosas, pero estas últimas son sordas mientras las otras, metafóricamente ha­ blando, poseen la cualidad de oír, no de escuchar. Las lápidas únicamente son solemnes y, además de ser la frontera hacia los restos humanos, guardan secretos y hablan por el muer­ to, llevan datos del difunto sobre cuándo y dónde murió, su nombre, su género, etcétera. Las paredes se construyeron originalmente para sostener techos y es curioso observar esto porque un techo sin paredes se convierte en piso, pero una pared sin techo se convierte en un muro [tal vez decora­ tivo], si no es muy larga, o en una muralla si es muy corta. Las barreras, por su carácter provisional, son una forma ca­ prichosa y lúdica de las paredes porque casi siempre se juega a derribarlas, sortearlas, rom perlas, brincarlas, etcétera. Romper el hielo no es más que romper esa barrera de silencio que se yergue entre dos desconocidos que tendrán la necesi­ dad de interactuar porque no han encontrado otra salida. Es decir, cuando no hay alternativa ante la inminencia de entrar en interacción, lo mejor es eliminar o minimizar aquello que separa del otro. ¿No es curioso que el silencio sea frío y sus barreras de hielo? En este sentido lo que separa, a veces, tiene que romper­ se, no se rompe por sí mismo. En ocasiones lo mejor es dejar­ lo intacto. Es probable que en Berlín se haya suscitado el mejor y más difundido caso de ello. Y si, por ejemplo, uno mira bien la página de cualquier libro, encontrará entre párra­ fo y párrafo, una barrera de silencio. Entre página y página, una pared. Entre capítulo y capítulo, un muro. Entre ese libro y otro, una muralla. Y, entre portada y portada, un mural. No es gratuito que las dos Alemanias fueran dos capítulos de la historia escritos con una misma pluma de diferente manera. En ocasiones, lo que se encuentra separado tiende a unirse y viceversa. Por si fuera poco, los divorcios y los casamientos son muestra de ello aunque [por fortuna o infortunio), no todo mundo se atreve a casarse ni a divorciarse. Apuntes para la configuración de una poética de las divisiones • 109

Las bardas, que tradicionalmente adornaban las tapias con zarzas, sólo representan el carácter preformativo de las paredes. Se asocian más a la alegoría que a la solemnidad de lo concreto. Las grietas de las paredes son un caso específico de su ausencia. Las ausencias redondas de las paredes suelen llamarse agujeros o huecos. Los que sirven para entrar y salir: se llaman puertas. Las hay de muchos tipos: falsas o secretas (que por lo regular están ocultas o no llevan a ningún lado), traseras (que se encuentran en la fachada opuesta a la princi­ pal), francas (utilizadas por cualquiera), etcétera. A ellas se asocian condiciones de lugar: abierto o cerrado. Las negocia­ ciones políticas o amorosas se hacen a puerta cerrada. Cuan­ do a uno se le cierran todas las puertas significa que uno se encuentra falto de recurso. Andar de puerta en puerta actuar como peregrino o mendigo (que para el caso es lo mismo). Abrir las puertas de par en par es como hacer una fiesta en la cual, para asistir, no se necesita invitación, abrir las puertas del corazón, es dar paso libre a quien, previamente, ya se le entregaron las llaves del alma, y así sucesivamente. Cuando uno golpea la puerta, generalmente alguien abre o se toma la molestia de preguntar: ¿quién?, pero cuando uno golpea la pared pueden suceder varias cosas: a) que uno trate de maravillarse con los sonidos provenientes de sus huecos; h) intentar comunicarse con alguien, que se supone está del otro lado, articulando sonidos; o o) que uno simplemente esté enojado y trate de desquitarse con ella. Por las puertas se puede esperar que crucen personas, pero por las paredes sólo que atraviesen los fantasmas. De una puerta se puede esperar demasiado en comparación con las paredes; que esté abierta para ser bien recibido, o cerrada (como en las canciones); que tenga uno o más cerrojos para espiar; que dé seguridad a quien previamente la haya utilizado para entrar o, incluso, se puede esperar que a uno le den un portazo en la nariz como en los melosos filmes franceses. De las puertas casi siempre se espera algo (drama, acción, suspenso o terror: sobre todo N O * Juan Soto Ramírez

si rechina]. Este no es el caso de la desventurada fortuna de las paredes ya que la forma de volverlas divertidas es colgan­ do cosas en ellas (las fotografías enmarcadas están a la cabe­ za: las de las bodas, las de los quince años, las de la infancia o las de algún aniversario en general; le siguen las imitaciones de pinturas hechas por pintores famosos; en un lugar no me­ nos destacado encontramos los títulos universitarios y los diplomas de consultorio, que dicho sea de paso sirven para hacer más creíble todo lo que el médico le tenga que decir a sus pacientes o tienen funciones de exaltación del Yo, a la vez que lo exhiben lo hacen más grande de lo que es; y también sirven para colgar objetos variados como "platos", sí, leyó usted bien, ¡platos!, esos que indican dónde anduvo el dueño de una casa de viaje hace muchos años, y uno no debe olvi­ darse de los relojes, los llaveros de pared, gorras y sombreros, delantales, etcétera). Cuando las paredes se convierten en espacios de memoria, porque ahí se cuelgan recuerdos, y entonces se transforma en una suerte de vitrinas de museo casero improvisado. Para volverlas culturales hay que pintarlas (artísticamente, tal como hacían Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros) y para volverlas patrimonio cultural, hay que hacerlas muy largas (como el caso de la Muralla China). Las paredes, sin algo en ellas, son simples como un mal chiste, aburridas como al­ guien que no cuenta buenos chistes y carentes de movilidad como los que no bailan en las fiestas. Quizá por ello necesiten ser de colores para no fastidiar e ir de acuerdo con el lugar del que forman parte. Las paredes acolchonadas, que están de locura, hay en los internados. Éstas, dicen los psiquiatras, protegen del daño que uno pueda provocarse al estrellarse en repetidas ocasiones contra ellas. Es entendible que las pare­ des no sean agresivas y que por ser tan simples e inmóviles, sean pacíficas. Incluso cuando aparecen, sólo están ahí. No obstante su versión más endurecida tal vez sea aquella que las presenta de manera desarticulada, en forma de laberinto. Apuntes para la configuración de una poética de las divisiones • 1I I

El laberinto de Creta, construido alrededor de 1300 a.C., que no se parecía mucho al de Meris (compuesto por peque­ ñas habitaciones unidas de forma compleja por corredores], antes que servir para otra cosa, fue utilizado para alojar el mito del Minotauro, de Teseo y de Ariadna, uno de los prime­ ros triángulos amorosos más célebres de la historia de la humanidad. De acuerdo con la mitología griega, fue el primer laberinto recorrido con ,1a ayuda de una mujer y un hilo, y el arrojo y la valentía. Los laberintos amorosos no se diferencian mucho del de Creta con todo y sus personajes pues casi siem­ pre están hechos de tres protagonistas y sus enredos. Los enredos amorosos forman laberintos pasionales. Los laberin­ tos de pasiones son aquellas enredadas y complejas situacio­ nes en las que es más fácil perderse que salir intacto. Un la­ berinto es un conjunto de paredes sin techo que no llegan a ser muro ni muralla y mucho menos un mural. Algo que está Heno de caminos falsos o que sólo posee un camino verdade­ ro, es una cosa confusa. Los laberintos, tienen una entrada y una salida que por lo regular no es la misma. Adquieren su complejidad gracias a la desarticulación de sus partes o más bien dicho de la forma desarticulada con la que se acomodan sus paredes. Los laberintos están hechos de forma tal que uno tope con pared y de paso se quiebre la cabeza al tratar de re­ solverlos. Una de las múltiples funciones sociales que tenían los laberintos era la de castigar o hacer sufrir a quien se le condenaba a enfrentarlo. Posteriormente fueron decorativos y dejaron de ser de piedra para ser parte del atuendo de glamoroso jardín. Cuando ya no había minotauros en su interior no se corría el menor peligro al atravesarlos. El único riesgo que tiene un laberinto es que uno puede perderse en él. Casi siem­ pre son construidos de forma que uno se pierda en ellos. Los laberintos poéticos, aunque alojan versos que puedan leerse en diferentes direcciones, sin perder el sentido y la cadencia, están hechos para extraviarse en ese excedente de realidad que se produce con el lenguaje. 112* Juan Soto Ramírez

Un callejón es corno un pedazo de laberinto, por lo regular topa con pared, pero esto no quiere decir que un laberinto pueda reducirse a un conjunto de callejones. Los callejones son un espacio estrecho, algo entre la barrera y la contrabarre­ ra (como en el caso de las plazas de toros), por lo regular os­ curos y ambientados con botes de basura, ratas, alcantarillas mal olientes, gatos y vagabundos, como en el cine. Son algo asociado a lo largo y estrecho a la vez. Su estrechez le sienta bien a los forajidos que se resguardan en ellos y todo parece apuntar a que se prestan para quedar atrapado en ellos por­ que sólo tienen una entrada. Encontrarse en un "callejón sin salida" implica que algo o alguien han obstruido la entrada por donde se llegó al lugar de donde ya no se puede salir. A los callejones es fácil volverlos misteriosos y tenerles miedo, tam­ bién es fácil convertirlos en una parte de la escena de suspen­ so, de violencia o de erotismo subversivo. Algunas escenas románticas ambientadas con música, saben a callejón, medio alumbrado y medio húmedo, incluso resbaloso, sublime. Los callejones estimulan la estrechez así como el paso a través de ellos porque cuando uno aprende a andar entre éstos le sirven para acortar distancias. Son un enlace entre un lugar y otro por donde todavía se puede transitar. Los callejones son poco decorativos y es probable que hayan sido unos de los primeros espacios urbanos en asustar a la burguesía porque alojaron a los vagabundos cuando ya no cabían en las iglesias. Y si nos vamos por mal camino, es pro­ bable que a los callejones sólo les falte el techo para ser casa.

H a s t a l a s t o r r e t a s . ..

Es común que uno esté acostumbrado a ponerle nombre a las ausencias. Al menos a las de pared se les llama agujeros, bo­ quetes, hoyos, etcétera. Pero hay otra forma de verles, dom o las paredes ocultan tanto que a veces lo oscurecen todo, ne­ Apuntes para la configuración de una poética de las divisiones «113

cesitan de ventanas y estas de cortinas, persianas o algo que sirva para detener el paso de los entrometidos, los rayos del sol, el viento, los ladrones, etcétera. Una ventana se abre y se cierra, como las puertas, poro de otra forma. La ventana es como una puerta porque pueden dejar pasar a las personas, pero están hechas para dejar pasar la luz y el aire también. El agua no. Cuando llueve hay que cerrarlas. Las ventanas son lo que se abre no sólo para orear casas, sino también para ventilar situaciones. Abrir las ventanas de una relación es una forma de mantenerla fresca. La ventana es como un cuadro que se cuelga, pero interactiva y divertida, es casi como un agujero institucionalizado por donde se puede mirar con discreción. Tal ve z desde que hay ventanas también hay fisgones. Por la ventana, además de la luz y el viento atra­ viesan las miradas y alguno que otro intruso que la utiliza como puerta. Ventanear es mirar al interior sin ser descubier­ to, es como andar a hurtadillas sobre las paredes. De alguna forma las ventanas son como las puertas, se puede espiar gracias a ellas y hacer públicas las situaciones que no se ven­ tilan, hacer público aquello que se oculta detrás de las pare­ des. Las ausencias de pared cambian de tamaño. Si conside­ ramos que el tamaño de la ausencia de pared es lo que dota de dimensiones a la ventana y no al revés, digamos que mien­ tras más grande, más inmóvil y menos decorativa. La sofis­ ticación de la ventana depende de la sofisticación de la au­ sencia. Poner celosía a la ventana es una forma sutil de lograr ver sin ser visto. Un postigo en ellas es como un conjunto de puertecillas hechas para ventanas por donde uno entra sólo dividiéndose. Y ya que es posible pensar en una ausencia de pared, también es viable pensar en el exceso de ella, pero no en el sentido del despliegue o alargamiento (como el caso de los murales o las murallas], sino en una suerte de retraimiento, como pasa con los balcones que son ventanas con piso y ba­ randal (o pasarela), por donde desfilan los romances y se tiran 114» Juan Soto Ramírez

las macetas. Los balcones, vistos desde adentro de una casa, son como una ventana grande donde se puede tomar el fres­ co, donde sales al encuentro en vez de esperar que algo pase a la casa. Desde fuera no parecen otra cosa más que un exce­ dente de pared, algo que sale o asoma de la casa o el edificio principal del centro de la ciudad. Un balcón es un. hueco de habitación. Balconear es una suerte de mirar con cuidado, y se dice suerte porque si no se tienen las suficientes precau­ ciones uno termina cayéndose o poniéndose en evidencia. A diferencia de ventanear que es algo así como mirar-metiéndose, balconear es algo así como mirar-saliéndose, como ir hacia fuera para ver qué pasa, a pescar elementos de lo público para contarlos en privado mientras que cuando uno ventanea se entromete en algo, pesca elementos de lo privado para hacer­ los públicos. Ventanear es llevar algo de adentro hacia fuera y balconear es llevar algo de afuera hacia dentro. Lo que hace diferentes a las puertas y a los balcones es que por un balcón se llega furtivamente al interior de una casa (de la enamorada cuando los papás duermen], o se escapan los amantes (cuando el marido llega sin avisar], pero cuando algo pasa por ellos, los vientos cambian. A un balcón concurren los enamorados que, en la imposibilidad de llegar al café a altas horas de la noche o algo por el estilo, no les queda otra salida más que la de balconearse ante una audiencia o público que espía en los alrededores. Es común que las envidiosas sean las primeras en asomarse para ver a quién le llevan se­ renata por la noche y curiosamente sea la "afortunada", la última en asomarse, sólo porque así lo marca la tradición y las costumbres. A falta de balcón, la serenata puede llevarse a la ventana del dormitorio. Es una manera de decir a gritos (can­ tando), lo que se siente por la otra persona. Pero quien lleva la serenata y quien la recibe no tienen los mismos privilegios. Quien está dentro de la habitación o del lado más cómodo del balcón tiene que admirar. El que se encuentra debajo y tal vez fuera de sí, pero dentro de la situación, tiene que cantar. Y Apuntes para la configuración de una pqética de las divisiones • 115

cantar (nocturnamente) en este sentido, es decir disimulada­ mente lo que se siente para que todos se enteren. Después de todo, la serenata es una forma romántica (lo digo en el sentido histórico y cultural del término), de enaltecer los sentimientos propios haciéndolos llegar casi al cielo, de hacer que la luz brille de noche mientras se le canta a alguien, de demostrar que los grandes romances se iluminan por luchar en contra de la penumbra. Lo que se quiera decir desde el piso hasta el balcón, tiene que cantarse, esperando algún tipo de respuesta. Finalmente, cuando una habitación se enciende por dentro en correspon­ dencia a lo que se canta, un romance se ilumina por fuera. Salir en ese momento se convierte en entrar, uno sale a ver lo que se siente por dentro y otro entra a ver lo que se siente por fuera. El balcón es una extensión del interior y al no ser como las puertas, no es entrada ni salida sino las dos cosas al mis­ mo tiempo. Mediante ellos no se llega a la estancia, la sala o el comedor, sino a las habitaciones. Al no ser como las venta­ nas se atraviesa por ellos con lo que se siente (por dentro o por fuera) y se llega a los sentimientos. Al ser un exceso de pared uno puede citarse ahí en vez de en un café (sólo por poner un ejemplo). Las atalayas, a diferencia de los balcones, fueron coloca­ das en lugares más altos (sobre todo durante la Edad Media). Algunas sirven para vigilar o descubrir y, al igual que las torres, son como paredes enrolladas. Desde una atalaya se puede ver aire, tierra, mar o fuego. En las atalayas se encuen­ tra cierto tipo de resguardo. En ocasiones, las atalayas tienen ventanas tan estrechas que se parecen a las ranuras de una alcancía y también sirven para espiar o simplemente para observar, pero no a hurtadillas como en otros casos anterior­ mente mencionados. Las atalayas hicieron de la observación, casi un oficio. En este sentido, a las torres de vigilancia se les podría pensar como algún vestigio de las atalayas. No importa que i i 6 • Juan Soto Ramírez

hayan torres cuadradas y circulares. Las torres, que son tam­ bién como paredes enrolladas, son airosas y quizá por ello se adornen con banderitas que el viento mueve cuando se le antoja. Simulando la inmortalidad del movimiento, simulando el mástil de un barco en expedición. Una torreta, que es m ó­ vil, más que para observar sirve para sorprender o defender, o las dos cosas a la vez. En ella se colocaban los cañones y las ametralladoras como en los campos de concentración, las cárceles y las fronteras de algunos países¡ La torreta puede orientarse hacia donde uno quiera, no se necesita mover uno para orientar la mirada sino que con ésta se orienta ese rollito de pared. Desde la torreta se puede defender un espacio para no caer en manos del enemigo y cuando éstas caían du­ rante la guerra o la insurrección, era probable que las eleva­ ciones de los castillos o de las penitenciarías cayeran también, ya que derribarlas implicaba poner en duda o por los suelos, las glorias de los espacios que defendían; Mientras que las atalayas fueron utilizadas para observar, las torretas fueron utilizadas para defender, apagando las ofensas del enemigo con la gloria que aún le quedaban a la fortaleza.

H a s t a l o s f a r o s . ..

Ya que las torretas y las atalayas son pequeños rollitos de historia, semejantes a las historietas, se puede asegurar que las torres, son literalmente, grandes rollos de historia o, en todo caso, una pared que terminó por enrollarse con su propia historia. Antes de la modernidad, las torres solían ser redon­ das, después fueron cuadradas. Durante algún tiempo, en las torres se resguardaba lo más preciado de los reinos, las prin­ cesas y las semillas por ejemplo. Pero hay torres de varios ti­ pos, las inclinadas (como la de Pisa que en realidad es el campanario de una catedral), las inconclusas (como la de Ba­ bel, que nunca llegó al cielo por la soberbia de dios), las de los Apuntes para la configuración de una poética de las divisiones • 1 1 7

cuentos [justo ¿onde una bruja puso a Rapunzel en medio de un bosque), las de juguete (como las que se ponen en un ta­ blero de ajedrez), las monumentales (como le torre Eiffel), o las imperialistas (como las extintas torres gemelas de Nueva York), etcétera. En la denominada "torre del homenaje" (que presumible­ mente era la más fuerte y dominante del reino), el castellano juraba guardar y defender simbólicamente el reino con valor, lo cual era una forma de jurar fidelidad a la reina. No es for­ tuito que el idioma o la lengua oficial en muchos países se llame castellano (la soberanía de un reino vuelto lenguaje). Para escribir una historia de amor baste con un reino, una torre, una princesa, un dragón y un caballero valiente, ¡Ah! y un pueblo que jure fidelidad eterna a la princesa. Por ejemplo, el enroque en el ajedrez es un movimiento simultáneo de la torre y el rey que permite prevenir el jaque. Las torres se colocan (contando las del contrincante), en las cuatro puntas del tablero, marcan los límites de cada reino y de todo el cam­ po de batalla. Los faros son torres iluminadas casi con luz propia. Los primeros faros de los que se tiene registro parecen haberse construido en el Mediterráneo alrededor del siglo vni a.C. El más famoso es, por supuesto, el de Alejandría. Todo parece apuntar a que el nombre de faro proviene del griego Pháros, isla del antiguo Egipto donde se levantó la construcción. El faro era de mármol blanco y su utilidad inmediata era la de descubrir naves a lo lejos. Después sirvieron para guiar a los navegantes durante la noche y el sitio que se les destinó fue la costa. Un faro pues, ilumina o dirige, por ello puede servir de guía. Su brillantez se conserva en lo intermitente, es decir, en lo interrumpido. En esa luminosidad que dibuja la certeza de la existencia de un lugar a lo lejos y que se extingue en las esperanzas cada vez que se apaga. Los faros son como los suspiros (una aspiración un tanto lenta y profunda que deno­ ta una emoción). La emoción de llegada (o el sentido que tiene 118* Juan Soto Ramírez

haber partido de algún lugar para encontrar otro], o la de ex­ tinción (que es parecida al sudor en frío que recorre todo el cuerpo cuando se ve todo perdido). Ya para concluir, digamos que hay una posibilidad más de contemplar paredes enrolladas, pero no cómo elevaciones majestuosas, sino enterradas. Las torres enterradas son po­ zos,- algo que, en estricto, no forma parte de una estructura (como las torres de un castillo o de una catedral). El pozo no formaba parte del castillo, pero sí del reino, de éste se saca el agua. En este sentido podemos considerar que los pozos eran lugares estratégicos. Durante algunas dictaduras (al menos la franquista), los pozos fueron receptáculos de cadáveres, "fo­ sas naturales". Sin embargo tienen una utilización más intere­ sante pues sirvieron como sitios donde se pedían deseos, su versión más corta, no tan profunda, son las fuentes. Cuando los pozos entraron en desuso por el desarrollo de complejos sistemas de administración y distribución del agua, las fuen­ tes comenzaron a "usurpar" sus funciones. Por el momento, aquí termina este recorrido, justo en la orilla del tablero y en el fondo de estas reflexiones. Vuelva a ver las paredes de cual­ quier parre. Espero que no lo haga de la misma forma.

Apuntes para ia configuración de una poética de las divisiones • 1,19

Capítulo 7

La mentalidad de ios barcos falsos Pablo Fernández Christlieb*

De hecho, la mayoría de los barcos no flotan,- es más, sólo lo hacen los peores, los buques mercantes de los negociantes, los acorazados de guerra de los estadounidenses, los cruce­ ros de turistas que van a las Bahamas. Un barco no es algo que flota, aunque tampoco lo que no flota no es barco, porque, si fuera así, "el Titanic" no sería un barco, ni los cientos de galeones hundidos entre España y la Nueva España cargados de tesoros, que para muchos son los más barcos de todos, y que jamás han visto; pero esto no quiere decir que lo que está en el mar pero no flota sea un barco descompuesto, porque entonces la "Venus de Milo", a la que encontraron en el fondo sólo sería un barco descompuesto, aunque de repente da por pensar que la Victoria de Samotracia sí io sería, ya que forma­ ba parte de una proa de navio, y sería el más bonito barco de todos. Los barcos fantasmas sólo flotan en la imaginación, cómo el barco de Loch Awe, que significa Lago del Tem or Reverencial, o ése otro que se ve por el Mar del Norte lleno de gente vestida de fiesta que cruza silencioso en días de calma y bruma: quizá sea falso que es fantasma, pero no que es barco. O tal vez será que los barcos falsos están tan bien fal­ sificados que sí flotan pero no son barcos, pero es difícil que una tina, los lirios acuáticos, las latas vacías de coca cola, o los *Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Psicología, Departamento de Psicología Social. •

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veinte mil patitos de hule que en los años noventa durante una tormenta cayeron de un carguero y que, actualmente, siguen flotando en algún lugar del Atlántico, salvo algunos cientos que alguna mañana, diez años después, aparecieron en las costas de Escocia, sean barcos falsos, porque no lo son ni verdaderos. Tampoco puede decirse que sean falsos los bar­ cos que no llevan tripulantes o carga, porque el mayor núme­ ro de barcos de este mundo no sirve para tales efectos, ya que, por ejemplo, de todos los barquitos de papel que han sido construidos a lo largo de la historia, en promedio uno por cada ser humano, solamente el de Hans Christian Andersen lleva­ ba un soldadito de plomo, quién sabe si como tripulante o como carga, pero en todo caso ya ven qué mal le fue, y así también todos los barcos de juguete, para ricos o pobres, a control remoto o a merced de los vientos, es falso que no sean barcos de modo que no son barcos falsos. En el Museo Marí­ timo de Barcelona, edificado en los antiguos astilleros de la ciudad, hay uno enorme y bonito, una réplica tamaño natural del que capitaneó don Juan de Austria en la Batalla de Lepan­ te, al que a uno no lo dejan subir ni lleva carga y debido a chicos agujerotes que tiene por debajo lo más seguro es que ni flote, pero a los museos no dejan entrar cosas falsas porque si el barco fuera falso lo falso sería el museo, y eso no puede ser, si hasta cobran por entrar Un barco que nunca zarpó no se vuelve falso por eso, sino que es, precisamente, un barco triste porque nunca lo hizo. Ni modo que hubiera un museo de barcos que no son barcos, porque si así fuera, entonces podría afirmarse que el Museo del Louvre es un museo de barcos que no son barcos sino pinturas. Es difícil para la inte­ ligencia imaginarse algo así como barcos que parecen barcos pero no son barcos, es decir, un barco falso no es un barco, sino un conejo, una torre de telecomunicaciones o la mamá del muerto, pero no barco. Hay más barcos que no son falsos en otras galerías y tiendas, como esas réplicas a escala que son perfectas maravillas en materia de ensamblaje, calafateaje y desempeño, que tan reproducen con pelos y señales, 122 • Pablo Fernández Christlieb

mecanismos y velamen a "La Niña", "La Pinta" y "La Santa María" que casi sólo les falta que descubran una América chiquita, a escala; al "Andrea Doria" o al "Cutty Sark", tan bo­ nitos que cuando uno los ve siempre exclama ¡mira ese bar­ co!, y nunca se ha oído que añada ¡y además es falso!, porque si dice eso, nadie se va a molestar en voltear a verlo. El "Cutty Sark", por su parte, todavía existe, y flota muy conveniente­ mente sobre una dársena de concreto. Y así sucesivamente, el barco que hace subir por una montaña Werner Herzog en una película, es un barco terrible, y a nadie se le ocurre que sea falso sólo porque no esté hecho de madera ni de acero, sino de celuloide, y que sólo aparezca cuando se le proyecta en la pantalla, lo mismo que le sucede al "Perla Negra", al acorazado "Potiomkin" y a otros barcos que salen en el cine, y por lo demás, a todos los barcos que salen en fotos, dibujos, pinturas, y que, de repente, es de ahí de donde casi todo el mundo ha sacado los barcos que ha visto y que conoce y que le arrebatan la imaginación cuando alucina con ser pirata, náufrago o magnate. Incluso hay quien ni siquiera los ha visto, sino sólo leído, como el "Pequod" del capitán Achab en el que perseguía a Moby Dick por los siete mares, y que está hecho nada más de letras, eso sí muy bien puestas, y que es uno de los barcos más verdaderos de que se baya tenido noticia. La defi­ nición que da la Real Academia Española de barco es "vehícu­ lo flotante y de forma adecuada para llevar en su interior personas o cosas"; en verdad que es una buena definición, un buen ejercicio de sesos, pero la mayoría de los barcos conoci­ dos no cumplen con ella, así que lo falso es la definición; lástima, porque es muy buena. Tal vez este sea el momento de confesar que seguramente toda esta argumentación es falsa, ya que se trata del plagio de una idea de Georges Lakoff y Marlc Johnson [1980: 162), aun­ que ellos, por su parte, hablan de una pistola falsa, y además, encuentran que sí existe, y ese es su error: quién les manda poner ejemplos belicosos. Como quiera, es un dato curiosísimo el hecho de que el mayor porcentaje de la humanidad, viva o La mentalidad de los barcos falsos • 123

muerta, sepa a ciencia cierta qué es un barco, y no a ciencia falsa, pero que, por simples razones geográficas, ya que casi todos son habitantes de tierra adentro y highlanders, como di­ cen los escoceses, lejos del mar y en los casos más desgracia­ dos sin un triste río que contemplar, o en el más dramático de todos los casos, habitantes de una ciudad a la que le secaron el lago donde se asentaba, jamás haya visto un barco de esos que van por el mar o por ríos navegables, de lo cual es necesario concluir que los barcos verdaderos también navegan en otros medios que no son el agua, tales como los sueños, la imagina­ ción o el celuloide. Además, debe haber algo en la mentalidad profunda de la gente que hace que sea tan afecta a los barcos.

Fo rm as

La conclusión es que lo que hace que un barco sea barco no es la función, el hecho de que flote y acarree, ni el tamaño ni el material, sino una cosa que sí cabe en el conocimiento de la gente pero que no cabe en el diccionario de la Real Acade­ mia, a saber, que un barco lo es cuando tiene forma de barco, aunque el hecho de que esto sea verdad no quiere decir que ya se sabe algo, sino más bien que uno se queda peor que en las mismas. Si un barco falso es lo que no tiene forma de bar­ co, entonces lo es, ni falso ni verdadero, y ya; de otro modo sería como decir que hay gatos que son gatos pero que tienen forma de perro, es decir, que ladran como perros, son pastor alemán como los perros, son el mejor amigo del hombre como los perros, van a escuelas de perros, se llaman Fido como los perros, comen dog chow como los perros, odian la leche como los perros, tienen código genético de perros, persiguen a los gatos como los perros, la gente les dice perros, pero son gatos, y como seguro no va a haber ningún gato que les diga a sus amigos "fíjense que él es un gato, nada más que tiene forma de perro", la pura verdad es que eso es un perro. La forma es lo que más se parece a la realidad. 124 • Pablo Fernández Christlieb

Un barco es aquello que tiene forma de barco. Sin embar­ go, el siguiente dato curioso es que quién sabe cuál sea la forma de los barcos. La forma no tiene como criterio la fun­ ción, pero, en el fondo, tampoco tiene como criterio la aparien­ cia, toda vez que, efectivamente, hay barcos que no tienen apariencia de barcos, como esos gigantescos trasatlánticos que más bien parecen edificios, o tienen apariencia de hoteles, como el "Queen Mary", o de azoteas, como los portaviones, aunque, para abreviar, puede decirse qué los barcos tienen apariencia de barcos, pero su forma es algo más profundo, más entrañable, más abstracto, más personal diríase, es decir, que, en rigor, su forma es la de eso que se puede llamar una nave: la forma de las cosas es algo más interior, más básico y más sólido que la pura apariencia. La forma de las naves es eso que tienen por dentro los barcos aunque no parezcan barcos. La forma es algo que no sólo les viene desde adentro, como si fuera vocación, actitud o carácter, sino también algo que atrae y que junta y contagia a todo lo que está a su alre­ dedor. Una forma no es una apariencia., pero sí es, en cambio, una manera de llevar la vida, un modo de estar en el mundo. Guando en el siglo xvn, Luis Sandoval Zapata (citado por Alatorre, 1979: 184), escribió lo que sigue: quien ve a un pá­ jaro atentamente, con el tinaón en la cola, con la proa en el pico, con las velas en las alas, con el ancla en las uñas, etcé­ tera. Lo que estaba haciendo es ver que los barcos tienen forma de pájaros, o más bien, que la forma de ambos es la de una nave. Antes de decir "nótese la etimología de ambas pa­ labras", cabe decir que las etimologías son las historias que se cuentan de las palabras para que éstas sean más intere­ santes y se pueda jugar mejor con ellas, y ahora sí, nótese la etimología de ambas palabras: parece que el término "nave" es la contracción de la preposición inseparable "en" y la pala­ bra "ave", esto es, que una nave es lo que está "en (el) ave", navis y avis en latín, ya que, efectivamente, tienen la misma forma. Esta construcción de la palabra se da como por ejem­ plo, si, a "enhorabuena" se le quitara la "e" y quedara "norabueLa mentalidad de los barcos falsos * 125

na", que es como ciertamente se pronuncia, o como sucedió con la palabra "enagua", ya más o menos arcaica, que se le decía "nagua". Después de decirlo, ahora cabe decir que se trata de una etimología inventada, pero correcta, por irresis­ tible. Joan Corominas, en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, no consigna ninguna relación, aunque sí dice que "el tono fuertemente culto que hoy tiene nave es perceptible por lo menos desde fines de la Edad Media"; en castellano vulgar se decía "nao", como "La nao de China". De cualquier manera, el invento como método de los etimólogos no es inusual: en los diccionarios de etimologías se pueden encontrar muchas palabras de este tipo, que son las más emocionantes.

Carros Es notorio que en la literatura y en el cine no sea inverosímil la presencia de barcos que vuelan,- en cambio, coches volado­ res sólo son para películas cómicas, como la de El profesor chiflado de Jerry Lewis, que volaba en un Ford Modelo "T", es decir, los coches no están en el aire. Ie s vehículos que tienen forma de nave se distinguen de los que tienen forma de carro, ya sea de coche, o auto, como le dicen los publicistas y los adolescentes afirmativos, de carretil, tráiler, autobús, ferrocarril, de litera, angarilla, palanquín, silla de manos, que son todos esos transportes en que los lacayos llevaban cargando a algún señor o señora, en andas, como camilla, y bueno, también de carrito de supermercado, patineta, tigre o cualquier otro cua­ drúpedo, de diablito, monociclo, u homo sapiens, en suma, todo lo que tenga patas, o ruedas, y que son los que andan por carreteras, carriles, corredores y demás vías con doble erre, y que hacen carreras y en una de ésas de pronto se descarri­ lan o, en ej caso del homo sapiens, se descarrían. Los caballos se usaron por mucho tiempo como vehículos, basta que los sustituyó la bicicleta. 126 • Pablo Fernández Christiieb

Un vehículo es un objeto en el que se desplaza algo más que el objeto y que puede ser una carga, una persona o, como ya se vio, el pensamiento o la imaginación o el sentimiento, aunque algunas veces los vehículos se llevan solamente a sí mismos, como en el caso de que una cucaracha es un vehícu­ lo para llevar una cucaracha, en donde de paso se advierte que no hay diferencia entre la forma y el contenido o entre la forma y la función. Por eso se anota en las medicinas que la píldora es el vehículo para el desplazamiento de la sustancia activa, o, por otra parte, el barniz lo es para el pigmento en las pinturas, o se dice también que el idioma inglés es una lengua vehicular que sirve para transportar nuestras solicitudes o nuestros artículos científicos, es decir, es un vehículo de infor­ mación, porque a pesar de ser un idioma de más de 600,000 palabras, mientras que el castellano tiene menos de 100,000, de ser un idioma bellísimo, tal ve z como todos los demás, la gente del comercio, o sea todo el mundo, solamente lo utiliza con el fin de tramitar sus quehaceres tales como preguntar cuánto cuesta y, por tal motivo, le importa poco si lo sabe mal o lo usa peor; el inglés, como dirían T. S. Eliot o Javier Marías, es capaz de una sutilezas y de unos matices para enunciar sentimientos difíciles que en otros idiomas no es tan fácil; por eso, aparte de la publicidad, el comercio y el turismo, el inglés fructifica para decir cositas que en otros idiomas no quedan como que del todo dichas. En fin, se decía, un coche es un vehículo, y un barco también, pero sus formas son distintas, la de los carros, y la de las naves. Y una forma es una especie de mentalidad; cada forma tiene una forma de pensamiento: moverse en el mundo tam-, bién es una manera de estar pensando, y los pensamientos son parte de este moverse. Alguien que va, viene, sube, baja, hace y torna tiene un pensamiento que también salta de un lugar a otro sin quedarse en ninguno. Las naves son pensa­ mientos aéreos, los carros son pensamientos terrestres; esto es lo interesante de las formas, que son una mentalidad ma­ terial o una materialidad mental. Y, como método, para saber i

La mentalidad de los barcos falsos • 127

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qué o cómo piensa una forma, hay que adoptar esa forma, no como se adopta una mascota, sino como uno se vuelve de esa forma. Gastón Bachelard también lo dice (1957: 271-272), y saca una conclusión que, si no fuera porque ya vamos un poco avanzados, sería el epígrafe de este texto,- Bachelard está hablando de la cualidad psíquica de formas como éstas, y entonces, advierte que el simple psicólogo sólo puede aquí abstenerse porque hay que invertir la perspectiva de la investigación psicológica. No es la percepción la que puede justificar tales imágenes, como las de una nave, así que no es cosa de hacer observa­ ción empírica, ni encuestas, ni de usar la lógica matemática o lingüística, sino usar esta otra cosa que Bergson llama intui­ ción y Bachelard fenomenología, y que, en ambos casos, para ser coche hay que tener patas que reciben el nombre de rue­ das. En efecto, lo que hace la forma de carro, cuyo ejemplo hasta la exasperación son los millones de automóviles que atrancan en horas pico ciudades como París, Nueva York o México, es su contacto directo con el piso, con los pies o llan­ tas bien puestos sobre la tierra, y por lo tanto, se supone, apegados a la realidad, porque por alguna razón más o menos verosímil parece que la realidad es terrestre, y no aérea ni marina, porque a quien se pira de la realidad se le dice que perdió el piso, que despegó. Quien, por el contrario, es alguien que no es realista, sino fantasioso, se le dice que anda en las nubes, flotando. Todos los vehículos que se desplazan sobre ruedas o similares utilizando el piso como apoyo y por ende soportando su propio peso en el movimiento, tienen forma de carro: quiere decir que tienen la forma pesada y, por ello, moverse les cuesta trabajo, necesitan un buen gasto de ener­ gía. Es obvio que un avión, perfecta nave, necesita más, pero no se le nota, de la misma manera que un vagabundo cansado parece que necesita más esfuerzo que una bailarina que da piruetas en el airé, y es justo lo contrario, pero el chiste es que la bailarina parece que no pesa, que es ingrávida, y es que ella, ¡28 • Pablo Fernández Chrlstlieb

como el avión y las demás naves, no desparraman su esfuer­ zo, sino que lo concentran. Los carros se mueven con fuerza, las naves se mueven con gracia. La relación que tienen los coches con el resto del mundo es tangible, empírica, de impac­ to, mecánica, como las que tiene un martillo con un clavo o un codo con la mesa, donde las causas y los efectos son evi­ dentes, se oyen, de una manera bastante primaria. Si se ob­ serva, la forma de la racionalidad occidental es igualmente de este tipo, de vehículos terrestres, no sólo por la utilización principal de ruedas, engranes, máquinas, sino por el pensa­ miento mismo que prefirió como modelo a la mecánica univer­ sal de Newton, de un universo que pesa, que se empuja, que resiste, que forcejea, que cae, alas monadas de Leibniz, que son un universo, por el contrario, constituido por esferitas inmate­ riales que danzan entre sí sin jamás tocarse, como si el uni­ verso fuera una música que se produce sola. Y parece que el hábitat natural de los coches, es decir, el entorno que los ayu­ da a adquirir la forma que tienen, es el tráfico, esto es, que siempre tienen que estar, para ser coches, porque si no dejan de serlo, sobre pistas, caminos, carreteras, cinta asfáltica, como le dicen técnicamente, y ordenados en carriles, siempre delante y detrás de algún otro coche, en paralelo con otros del carril de junto, y entonces, por lo común, metidos dentro de una escenografía ya sea de árboles y señalamientos en las autopistas o de edificios y semáforos en las ciudades, lo cual hace que, junto con su forma terrestre, tengan una forma rá­ pida, que da sensación de rapidez, independientemente de la velocidad objetiva que marque el velocímetro, toda vez que, una vez andando, van dejando tras de sí todos los postes y peatones que rebasan, y dan la impresión de ir hechos la raya, que es una bonita metáfora y que van máximo como a dos­ cientos kilómetros por hora, velocidad más o menos risible para un avión, el cual, paradójicamente, parece que se mueve más lento. Entre la mecánica y la velocidad, frase que parece título de revista automovilística, están configuradas las aspira­ ciones de la racionalidad occidental, a saber, obtener, a fuerza La mentalidad de los barcos falsos • 129

de trabajo, por lo común ruidoso, de actividad que se desarro­ lla con base o en medio de contactos, de fricciones, de choques y de resistencias las cuales vence aplicándose con mayor fuer­ za y acelerándose lo más que pueda, como resultado, que es como la pmeba de su propia razón de ser, cada vez mayor productividad, mayor puntaje, mayor ganancia, mayor lo que sea: más espacio en menos tiempo, en suma, hasta que cho­ que contra algo. Los coches, y de entre ellos los Fórmula i, verdaderas arañitas patonas, y luego los Ferrari y los Porsche, y luego ya si no se puede pues para lo que alcance, algún Chrysler de precio accesible, son la más alta expresión logra­ da de un tipo de forma que está presente en la cultura occi­ dental desde su inicio, que puede decirse que pasó de los dos pies a los caballos, de los caballos a las carretas, y de las carre­ tas a los automóviles. La forma, en fin, de los coches, siem­ pre es un poquito más industrial, menos refinada, ya que siempre requiere de protuberancias que nunca se pueden pulir lo bastante u ocultar lo suficiente, para empezar, y sobre todo, no se puede disimular que tienen cuatro ruedas, de cua­ tro patas redondas, que invariablemente resaltan del resto del vehículo sin acabar nunca de integrarse a su fuselaje, echan­ do a perder las pretensiones de hacer formas con líneas con­ tinuas y suaves, de una pincelada, porque hágase como se haga un coche, la presencia de cuatro salientes como chipotes de la carrocería, siempre va a desentonar con el cuerpo del vehículo y, ciertamente, no se las puede quitar; se le puede quitar a un coche todo menos eso, y eso es sobre todo lo que le da su forma, y no es muy agraciada: por muy aerodinámico u ovoide que se pretenda hacer, siempre le van a salir las pa­ tas por algún lado, además de ciertas líneas, aristas, como las del chasis, que desmienten pretensiones que no le correspon­ den, porque los coches tienen pieles más ceñidas al esqueleto. Todo carro, por necesidad, se desparrama hacia el exterior, se despatarra, para decirlo más precisamente; entonces, lo que tiene forma de carro piensa con las ruedas, o con los pies, o con las patas. Lo que culturalmente se le conoce como "mascu­ 130 • Pablo Fernández Christlieb

lino", tiene en lo profundo, más adentro de las patas, la forma de un coche. Se podrá objetar que éste es un asunto cultural, y efectivamente, de eso se trata, pero el caso es que, tradicio­ nalmente, al género masculino le gustan los: coches, además de otra serie de herramientas y de la utilización presuntuosa de términos técnicos instrumentales, que son como máquinas hechas de palabras. Quién sabe si los hombres sean masculi­ nos, pero los coches sí lo son. En efecto, lo masculino no es una propiedad de los hombres, sino una forma de la cultura, que, según dicen, muchos hombres traen. El género masculi­ no anda a horcajadas y con los brazos en jarra, es decir, con las cuatro extremidades salidas y alejadas del tronco, según se puede comprobar en cualquier foto de un charro, de un terminator o de un triunfador, los tres siempre tenidos por muy varoniles, y se trata de seres obligadamente proyectados hacia el exterior, como si para ser algo o alguien se requiriera el contacto con el afuera, con la tierra, con el piso, con las cosas, y en efecto, los carros, como las herrámientas y como las fuerzas de todo tipo, siempre necesitan de un nexo con lo de afuera: una fuerza que no toca algo no es fuerza, una herra­ mienta que no afecta a algo no es herramienta y, entonces, puede plantearse que un pensamiento que es masculino tam­ bién es aquél que se dirige hacia el exterior, hacia algo que no es él mismo, esto es, es un pensamiento que es ajeno a la reflexión. Y además, a aquello exterior a que se dirige, lo tiene que tocar para cumplirse, por lo que es un pensamiento que se aplica, que se pone sobre las cosas de la realidad, esa terres­ tre, y las mueve, las transforma, las destroza, lo que sea, pero entra en contacto con ellas. Lo masculino es extravertido; y puede notarse: son los que lanzan las miradas, los que levantan la voz, los que interpelan, los que hacen cosas, los que producen. Nota bene: si alguna mujer reclama y dice que ella o ellas también lo hacen, la única respuesta es que bien­ venida al género masculino, porque aquí no se están descri­ biendo hombres ni mujeres, sino formas del pensamiento de la sociedad, y cada quien, hombre, mujer, o lo que sea, pue­ La mentalidad de los barcos falsos • 13 J

de colocarse en el que le guste; al presente texto le da lo mismo y le tiene sin cuidado, así que la señora o señorita de la queja puede sacar credencial del club que prefiera. Lo masculino es eficaz, efectivo, productivo, obvio, y es obvio que sea obvio, porque al proyectarse hacia afuera, como hace un coche, carece obligadamente de proyección interior o de mundo encubierto.

Naves Lo masculino enseña la maquinaria; lo femenino la oculta, ya sea en cuestión de extremidades, como en la idea del recato, que parece consistir básicamente en recoger brazos y piernas hacia la unidad del cuerpo, en que el cuerpo sea una unidad sin accesorios; ya sea en cuestión de pensamientos o de ocurrencias, que es la idea de la discreción; o de intimidades o privacidades, que es la idea del pudor. Es curioso, pero un barco, por ejemplo un modelo de ar­ mar, a pesar de supuestamente tener que estar sobre el agua, si se le coloca suspendido con hilos del techo, como barco volador, se ve bien y evocativo; en cambio, un coche colgado igual parece más bien como si lo hubieran ahorcado, lo cual a su manera también puede ser evocador, pero de un cadáver. Para que haya realmente un coche que flote, como en alguna película de James Bond, tiene que esconder las llantas cuando despega como los aviones, y con eso ya se vuelve nave. Los mismos pájaros, conscientes de su obligación de aeronaves, cuando vuelan encogen las patas para que no los cachen, para dar la impresión de que así son siempre. Mientras que los carros tienen siempre, aunque los ahor­ quen, una forma enraizante, tentacular, como de tener que estar agarrados a algo, las naves, como las aves, como los barcos, los aviones, las estaciones espaciales, los asteroides, los peces, los caracoles, las islas, los espejismos y las escultu­ ras de Bráncusi, aunque no floten, tienen una forma flotante. 132 • Pablo Fernández Christlieb

Las naves de las iglesias, a las que les pusieron este nombre dizque porque parecían barcos, son, de una manera que no se puede decir cuál, flotantes, a lo mejor por el silencio enor­ me que las embarga, que las hace parecer que se levantan suspensas sobre los feligreses y las cosas del mundo y del siglo. Una nave es un vehículo, o ya de plano, sólo su forma, que retrae sus vínculos con el resto y se recoge en sí misma, se encapsula, que es lo que quiere decir cápsula, y está como absorta. Como diría un filósofo, que de joven fue marinero, Michel Serres, las naves tienen algo de monada (2002: 159], y como ya se dijo, las monadas son entidades fundamentales que se le ocurrieron a Gottfried Wilhelm Leibniz poco antes de morirse en 1716, de las que estaba constituido el universo, donde cada monada, una especie de capsulita, de casita her­ mética, contenía todo el universo a la vez que formaba parte de él; las monadas estaban hechas de sustancia mental y la fuerza que las movía era la de la armonía. Como buena monada, y de modo muy importante, una nave, para serlo y para ser percibida como tal, necesita un paisaje especial, que consiste en que no haya nada alrededor que se asocie con ella, sino sólo un horizonte o un fondo como el universo en el caso de la nave Enterprise de Star Trek, o la superficie limpia del agua; si se coloca un barco en medio de la calle con coches y edificios a babor y estribor, la forma del barco desaparece y aparece en su lugar algo así como la forma de una carro alegórico de carnaval o un simple despropósito citadino; en cambio, el mismo barco puesto en un desierto, que debe ser todo lo contrario de su hábitat natural, como el leopardo de Hemingway en Las nieves del Kilimanjaro, sigue conservando su forma de barco, tal vez un poco más miste­ riosa, quizá incluso intensificada, como arrastrando tras de sí una leyenda de mares resecados y tiempos hostiles, que lo hacen todavía ser más nave que un barco normal. En efecto, este paisaje en blanco que acompaña a toda nave y que siem­ pre la presenta aislada hace que tenga sensación de soledad y forma en cierto modo solitario. Sólo es solitario aquello a lo La mentalidad de los barcos falsos • 133

que se le cortan los nexos, los puentes, las ruedas con el ex­ terior, y, curiosamente, el otro nombre que se le da a esto es el de libertad, y cuando eso sucede, el objeto libre y a solas, ya sea para no aburrirse o para valer la pena, se tiene que inventar un mundo propio, porque el mundo ajeno que está a su derredor está vacío, y así, su mundo propio lo tiene que traer, forzosamente, dentro, como el "Arca de Noé" que metió dentro toda la tierra, y seguro que se la pasaron bastante bien mientras llovía allá afuera. Quizá pueda ya advertirse que una nave se empieza a parecer a una mujer, y otra vez, no a una mujer empírica de carne y hueso, sino a un pensamiento de género femenino. Mientras que la parte más vehicular de un carro son las rue­ das que lo vuelven un objeto que entra en contacto con su ambiente mediante cuatro puntitos muy localizados en el cuerpo, en las naves, en cambio, el cuerpo todo es vehículo, el cuerpo todo toca y contacta su ambiente, su aire, como si esto las envolviera, como en el caso de los peces, modelos de naves que flotan, o tal vez se tendría que decir, que vuelan dentro del agua, en donde todo el cuerpo es habitáculo, loco­ moción, flotación y dirección, lo cual los hace tener una forma más integral, más entera, o de mayor entereza, y por eso la figura del cuerpo, que es en sí vehículo, es ya de por sí nave, y necesita la forma que tiene. Puede notarse, por lo demás, que esta forma, como la de los peces, tiene cualidades de monumentalidad: los monumentos, sin importar su tamaño, tienen una forma que se encierra en sí misma, sin fisuras, porque dentro tienen que encerrar algo, les tiene que caber algo que no pueden dejar salir, que es, específicamente, aque­ llo que conmemoran, porque un monumento es una forma que está hecha para guardar una memoria, de la que proba­ blemente ya nadie se acuerde, pero que de todos modos sigue ahí; así de monumentales son, por ejemplo, las urnas donde se ponen las cenizas de los seres queridos, y a los deudos pregúnteseles si no son monumentos: si no lo que contienen estas urnas no es la persona sino su memoria. 134 « Pablo Fernández Christlieb

Por estas razones, las urnas o eajitas donde se guarda el incienso en las iglesias, se les llama "navetas", o navecillas, que también quieren decir gavetas o cajoncillos. Lo femenino, que se retrae y guarda silencio, como urna, como monumento, da la sensación de que contiene una memoria, concretamente, la memoria sui géneris de su género, y es que, ciertamente, como dice el escritor de cuentos Agustín Monsreal, una mujer sin recuerdos es como si le faltase la parte más exacta, el ámbito más esencial del cuerpo. Si se ve, históricamente, los carros, salvo sus cuatro pun­ tos rotativos, han tenido encima de ellos cualquier cantidad de apariencias, con defensas, caballos, asientos, baúles y para­ brisas, mientras que las naves desde su comienzo requieren forma de entre media cáscara si son marítimas y de cáscara completa si son marinas como los peces y los submarinos o si son aéreas como los pájaros y los aviones. La forma del cuerpo es ya la función y el contenido. l|na nave no es un vehículo que se especialice en chocar contra las resistencias a fuerza de puro motor como un bulldozer; como un trascabo, sino que su especialidad, su técnica, casi su arte, es no vencer las resistencias, sino colarse entre ellas como no queriendo la cosa, con sutileza, finura y cara de distraída, para lo cual ne­ cesita un cuerpo con una manera de ser que no entre en conflicto, que no cause fricciones, sino que se deslice, como la letra S, silenciosamente, sin armar escándalo: que les dé el avión; por ello, su forma necesaria es aerodinámica, mientras que en los coches no es necesaria sino superflua, según se puede ver en el hecho de que desde las lanchitas y las canoas primitivas ya la tienen, porque, si no, no avanzan, sino que chocan, se confrontan, y pierden. En efecto, la forma de una nave es redondeada, cóncava hacia fuera, convexa hacia dentro, regordetita, estilizada, sin ángulos que entorpezcan su desliz ni que hagan ruido y, como su nombre lo indica, femenina. Esa redondez de fuera indica cavidad adentro, como cuando uno hace jicarita con las manos, lo que constituye la fabricación espontánea, sin La mentalidad de los tercos falsos • 135

querer, de un espacio interior que, ya que hay un aislamiento flotante de la realidad de afuera, debe y puede ser ocupado con una realidad interna: las naves tienen vida interior, toda vez que, visto desde fuera, ya que hay un espacio adentro, tiene que haber sido hecho para que haya algo ahí y, por ende, se les atribuye, alucina, y al atribuírselos, se les crea por eso, mismo, pero al mismo tiempo, queda la incertidumbre de qué es lo que hay, y eso le otorga un carácter enigmático, de eter­ no femenino, porque ésa es la misma impresión que da el universo femenino; dejando de lado todas las obviedades anatómicas, las naves tienen las cualidades de lo femenino, concretamente, las de un mundo interior que está hecho del mismo cuerpo, como ya lo dice la teoría feminista, que no se tiene un cuerpo femenino, sino que se es un cuerpo femenino, un mundo interior que se calla, cosa que a la mejor ya no di­ cen las feministas, que no avisa, que no anda explicando qué es lo que sucede dentro, que no tiene interés en exteriorizarse' o expresarse, en proyectarse, porque de hacerlo, se vaciaría: una nave es una realidad que se voltea hacia dentro. Este carácter navicular de lo femenino a la mejor lo pue­ den detectar los hombres cuando alguna mujer los hace sufrir con su ninguneo, y como en la queja que hace José Carlos Becerra en un poema: "todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora las luces apagadas", así es el club de los bateados. Por eso se puede decir que la forma naval tiende a la esfericidad, a convertirse en una esfera, cosa que logran mejor los ‘platillos voladores y los satélites artificiales, así como casi lo logran las aves, al menos según el historiador poeta romántico francés Jules Michelet, que dice que "el pája­ ro es casi todo esférico"; esta esfericidad, ciertamente, no es anatómica, y ningún psicólogo científico jamás la podrá en­ contrar, sino que es una completa autosustentabilidad, de total autonomía con el resto del planeta a la hora que se está volan­ do, en donde el punto de gravedad no está allá abajo sino acá dentro. Por eso una nave es básicamente aquello que no tiene los pies sobre la tierra, que es lo mismo que se dice de la en136 • Pablo Fernández Christlieb

soñación y la irrealidad, ambas, acusaciones que gravitan sobre el género femenino. En efecto, la imagen de esfericidad que dan las naves en su mejor momento, y que podría plantearse como la clave de lo femenino entendido como forma, como manera de ser y como modo de estar, como estilo de pensamiento y senti­ miento, es, por una parte, la de desprenderse y dejar de depender del resto de lo que acontece en la vida y, por la otra, volver todos los sentidos, atenciones; intereses, impor­ tancias, sensibilidades, hacia su propio interior, como un cuerpo ensimismado, atendiendo sólo lo que pasa dentro, no como un autista, sino como un displicente, en el entendido de que lo que hay en el interior es más importante, más bo­ nito y más interesante que lo que sucede en el mundo pedes­ tre y terrestre del resto de la humanidad. Por eso las mujeres no leen noticias, pero sí leen novelas. En una investigación sobre rendimiento escolar, cuyo resultado es que las muje­ res tienen mejores notas que los hombres, la explicación que da Nieves Blanco, profesora de la Universidad de Málaga, es la siguiente: "las mujeres están completas en lo que hacen: lo hacen con sentido y lo hacen bien, por el placer de hacerlo, sin esperar recompensa: el sentido está en el propio pla­ cer". En fin, en este mundo dentro, las cosas no son de la misma naturaleza que afuera, como en las navículas llama­ das mónadas. La comunicación o el conocimiento no utiliza las reglas del lenguaje, sino, como decía Michel Tournier, novelista y fi­ lósofo, las de la cadencia, el ritmo, el compás, y asimismo no operan las leyes de la física, de la lógica, de la jerarquía o la clasificación, mucho menos las del mercado. En la esfericidad la forma no está hecha de fuera para dentro, sino de dentro para fuera, de modo que lo que une, lo que mantiene ensam­ blada y junta toda la pieza es su propio centro, como si fuera efectivamente el centro, que en rigor no es tal, sino que se refiere a la parte más interior e íntima, más personal, que es lo mismo que decir más colectiva e inmemorial, lo que le diera La mentalidad de los barcos falsos • 137

su forma y su apariencia al conjunto, como si la presentación al exterior estuviera determinada y dictada desde dentro. En este sentido, una nave no está hecha de materia material, sino de una materia mental: mientras que las cosas físicas tienen determinada su apariencia por las fuerzas que las pre­ sionan desde fuera, las cosas mentales, como lo naval y lo femenino, se desentienden del exterior, desestiman las presio­ nes que se les aplican, y sólo obedecen a las fuerzas que vie­ nen desde dentro. Para ello, frente a tanto estorbo y contra­ tiempo que se atraviesa por ahí, hay que hacer una coraza, o más bien, algo que haga rebotar, o mejor, algo que distraiga las atenciones y los intereses y permita mantener el interior desatendido: tendrán sus fines funcionales que no vienen al caso, pero velas, alas y vuelos en buques, aves y mujeres constituyen esa especie de adorno aleteador que sobresale al fuselaje para atraer la atención y distraerla de la parte sólida de las naves, de lo que verdaderamente importa guardar y ocultar,- es como navegar con bandera de otra cosa; las muje­ res navegan con bandera de bonitas. Lo menos íntimo y lo más espectacular de las naves son esos desplegados que se mueven con el aire, mientras que lo más íntimo e inadvertido es el cargamento que está en medio de las cuadernas del fuselaje. Las velas y las alas de las mu­ jeres son los vuelos del vestido, del peinado, de los accesorios y los ademanes que ciertamente resultan encantadores pero con un tipo de encantamiento que parece dejar claro que más allá del adorno no pasarán aunque se viva con ellas toda la vida, que en el territorio del secreto no se permite el paso, que se puede conocer y fotografiar todo lo que se quiera de la apariencia, a condición de no saber nunca nada de lo que no se ve desde fuera,- que cualquiera puede ser paparazzi, pero ninguno confesor. O como lo decía Hanna Arendt, una de las más entrañables filósofas del siglo xx, en la mujer la necesidad inapelable de la belleza se debe a que le garantiza una defensa frente a lo exterior, una muralla indispensable para construir la esfera subjetiva. 138 • Rabio Fernández Christlieb

Así desentendidas, las naves van plácidas, como si flota­ ran acostadas, como lo hacen las mujeres reclinadas de Henry Moore, y es cierto que son necesariamente horizontales, pero no como una flecha o como un tren bala, que en reali­ dad siempre están sólo de paso, sino horizontales como una isla, que flota estable sobre el mundo circundante, como con­ tenta consigo misma; seguro que las naves se mueven en tanto que son vehículos, pero puede decirse que su actitud fundamental es la del reposo, es decir, que se mueven pero dan la sensación de que no lo hacen, y que es en cambio el medio ambiente el que debe m overse en torno a ellas, como si las naves no lo necesitaran: que pasen las aguas, que pa­ sen las nubes, que venga la montaña, que para eso están, porque las naves, en su monumentalidad serena, están para quedarse, porque no tienen para qué ir a ninguna parte, por­ que desde siempre ya han llegado,- nótese la diferencia con los coches que siempre andan a las carreras por llegar a cualquier lado. En efecto, la forma de la nave es la de la quie­ tud horizontal y contenta, que nunca tiene prisa porque siem­ pre está donde debe. Cualquiera que se encuentre en este estado, recostado, viendo trajinar a los demás, está feliz de la vida, y no. es probable que se quiera levantar para ponerse activo y dinámico; sin embargo, para alcanzar este estado se requiere previamente una especie de tarea cumplida, de logro terminado, de suficiencia segura, de satisfacción genuina, en donde ya todo está hecho y donde ya no hay nada por hacer, y lo único que queda es sólo estar. Se diría que lo femenino tiene la tarea cumplida de antemano. Por el contrario, los vehículos con ruedas y el género masculino nunca podrán cumplir con su tarea, tal vez porque su tarea consiste en nunca cumplirla, y por eso es un género de seres siempre ajetreado, corriendo de aquí para allá, imprimiéndole veloci­ dad a todo lo que toca, no com o rey midas sino como rey Fittípaldi, sin detenerse, a toda hora tarde y con prisa, como si siempre se estuviera en el lugar equivocado. El otro día el radar detectó a un automóvil a 860 kilómetros por hora en las La mentalidad de los barcos falsos • 139

calles de la ciudad: en ese estado lo más probable es que no supiera adonde iba pero de todos modos tuviera que llegar. En cambio, la forma de una nave es siempre lenta, como le corresponde a todo lo que es ingrávido, como planeta por su parte que anda en su mundo muy quitado de la pena: la eti­ mología de planeta, esa de vagabundo astral le queda muy bien,- quien supo mostrar esta característica de lentitud fue Stanley Kubrick en su 2001 Odisea en el espacio, en donde las estaciones y las naves espaciales danzan siguiendo la música de Prokofiev, en escena que a todo el mundo le pareció vero­ símil y maravillosa no obstante el hecho físico de que tales naves se estuvieran moviendo a velocidades vertiginosas. Los aviones Boeing y Airbus que es bonito verlos pasar por­ que parecen suspendidos en la nada, como recostados en el cielo, tienen una velocidad crucero de 900 kilómetros por hora: el medio de transporte puede ser rápido, pero la forma es lenta. El New Horizons, vehículo espacial que va rumbo a Plutón lleva la inconcebible velocidad de 97,500 kilómetros por hora, pero lo mejor dé todo será imaginárselo movién­ dose con desplantes de caracol, que también es otra nave, en mitad de los 6,000 millones de kilómetros y los siete años de su viaje. Quien sabe adonde va, no tiene que apurarse. Para los que ya estamos cansados de ir corriendo hacia quién sabe dónde en el carro de la posmodernidad, en la autopista de la informa­ ción, en el tren del progreso, en la ruta del éxito, porque des­ pués de tanto creer que íbamos manejando resulta que más bien nos llevan entre las patas, es bueno saber que hay naos de China, naves intergalácticas, naves quemadas, naves del olvido, naves de cristal, naves de los locos, naves de la catedral de Notre Dame que se aparecen en el pensamiento cada vez que algo flota sin otras pretensiones que estar ahí nomás.

140 • Pablo Fernández Christlíeb

Capítulo 8

¿Cómo no te voy a querer?: psicología del fútbol de tribuna Valentín Aibarrán Uiloa*

Este trabajo se reserva el derecho de citarlas obras de autores de psicología social y disciplinas afines por considerar dicho ejercicio como un lastre profundamente academicista de la psicología institucionalizada. Cierto es que lo menos que uno puede hacer al abordar un problema académico es ser conse­ cuente con la tradición teórica de la cual provienen sus inter­ pretaciones o gracias a la cual se originaron los planteamien­ tos críticos que desea exponer. Por tal motivó; no se pretende desechar las aportaciones de los grandes teóricos ni igno­ rarlas como parte fundacional del pensamiento psicosocial de nuestro tiempo. Por el contrario, la asunción de los plan­ teamientos de numerosos autores de esta rama es tal, que al que escribe estas líneas, le parece más honesto reconocer que, lejos de considerar en su génesis como propias las ideas que retoma, éstas se han convertido en elementos constitutivos de su propio pensar, de su propia interpretación psicosocial de lo que llaman realidad e incluso, de su propia motivación para escribir al respecto. Además, en tanto que la convocatoria para escribir aquí, suponía una mayor libertad que la que implican los requisitos de la a p a , para entrar al rango d e articulista de investigación psicológica, y en el entendido de que estas líneas son y serán *Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Ac­ tividades Deportivas y Recreativas.

inútiles para la psicología atin dominante, toda vez que no resuelven problemas de ingeniería laboral empresarial ni pro­ ponen tratamientos universales a padecimientos de origen cultural local, ni se abrogan el derecho de hablar a nombre de la naturaleza, ni pretenden emplearse como trampolín político para entrar a una oficina de asesoría gubernamental en contra de los movimientos sociales emergentes, ni mucho menos necesitan de un reconocimiento institucional por carecer de buenos modales, a nadie le importará que las citas se ausen­ ten si lo que está presente es el pensamiento mismo del que escribe moldeado y formado por los principales y más respe­ tados autores que eligió leer, cuyos planteamientos más que ser citados, requieren ser adoptados por los psicólogos. Asimismo, resulta poco ventajoso para los verdaderos pre­ cursores de las teorías psicológicas que un servidor aborda en este caso (aunque también es desventajoso para cualquier au­ tor cuya teoi'ía sea retomada para algún otro aprendiz], la inter­ pretación que uno pueda hacer desde el presente, de aquello •que se dijo en el pasado. Qué culpa tienen los autores originales de las interpretaciones que uno haga de sus planteamientos, difícilmente pueden estar pendientes de todo lo que de ellos se dice, mucho menos podrán corregirnos, la mayoría ya fallecie­ ron, y a los que aún viven, la verdad es que no les interesa. Por ello y a pesar de la ausencia de citas, el lector podrá encontrar claras influencias teóricas y argumentativas que por sí mismas hablarán de la formación académica de un servidor. Dicho lo anterior, es menester del presente hablar del lugar que ocupa el fútbol entre los jóvenes latinoamericanos que par­ ticipan en los estadios como aficionados, mejor conocidos como hinchas, y que integran las llamadas barras, pero que escapan a esa reducida clasificación que les ha adjudicado el viejo aficio­ nado de "bándalos", en tanto que participan de una variedad de significados difíciles de encasillar, y que, no obstante su diversi­ dad, comparten una intencionalidad, la de reivindicar los colo­ res y los logros de sus clubes, es decir, de una colectividad que 142 • Valentín Albarrán Ulloa

los identifica y que paulatinamente han repercutido en otros aficionados con sus formas colectivas, las cuales, presumible­ mente, han conformado entre todos los que así muestran su pasión futbolística, una sociedad que cada día se reconoce más extensa, como lo son. las barras latinoamericanas.

L a t in o a m é r ic a

Sin duda, la mayor y más trascendente herencia que le dejó la conquista a la mayor parte del territorio americano fue el len­ guaje y con él, la cultura occidental. No es que necesariamen­ te haya sido lo mejor que le pudo pasar, pero fue lo más im­ portante. El castellano no sólo es preponderante para nuestras sociedades por su papel utilitario facilitando la comunicación entre una gran cantidad de culturas de diversas latitudes, sino porque el lenguaje per se, construye la realidad. Ha construido desde entonces, una realidad latinoamericana, que sin llegas a ser exactamente la misma en una y otra cultura (porque nunca es idéntica ni de un estado a otro, ni de una ciudad a otra, ni siquiera de un barrio al contiguo) si encuentra circuns­ tancias sociales, políticas y económicas profundamente afi­ nes. Aunque hayan cada vez traductores más sofisticados que pretenden descifrar hasta los vocablos surgidos del caló más local, en el tránsito de una lengua a otra siempre se pierde algo, siempre queda sin ser traducido un matiz cultural que le da un sentido que sólo comparten quienes pertenecen a esa cultura. Esta pérdida no resulta tan grave entre los latinoame­ ricanos, porque aunque uno se quede con la "cara de what" cuando escucha bacán (Colombia y Chile] chévere (Venezuela] chido (México] o fenómeno (Argentina], siempre habrá mayor cercanía entre ellos y el concepto bueno, que entre bueno y fine, good, nice o cool por compararlo con el inglés. Pero no sólo son entendibles los vocablos, lo que es profundamente com­ prensible es el contexto en el que se dan. Es cierto que si dos ¿Cómo no te voy a querer?: psicología del fútbol de tribuna • 143

personas quieren comunicarse hablando idiomas distintos, lograrán hacerlo, si no se quieren comunicar, no lo harán ni aunque hablen el mismo idioma, pero si además de quererse entender, hablan la misma lengua, no sólo lograrán comuni­ carse, sino que además lo harán con una facilidad tal, que sólo seria posible por la similitud de sus contextos. Y es que, aun­ que- parezca perogrullada, esto es así porque fue el mismo lenguaje el que construyó sus realidades. Pero qué sucede si además, abordamos colectivos que com­ parten su gusto por un fenómeno que en la actualidad cruza a todas las culturas, o cuando menos a las del habla hispana, como lo es el fútbol asociación, ¿Qué encuentro de culturas sucede por medio del deporte más practicado del planeta?

E l lug ar

:

Toda sociedad nace de un lugar, su centro. Se presume que incluso así se creó el Universo, desde un punto de radio cero que se expandió hacia todos lados. Y así como el lenguaje construye la realidad, también lo hacen sus espacios, los que # £ li vez, construidos, edificados y ocupados, inspiran más lenguaje y más realidades le resultan. ( Tradicionalmente, al menos desde los romanos, las socie­ dades se han provisto de espacios para juntarse, para cele­ brarse a sí mismas. Las plazas públicas, aunque inauguraron el lugar común, parecían demasiado abiertas como para que la gente se reuniera a "solas", consigo misma. Entonces había que edificar un recinto lo suficientemente amplio para que cupiera toda, pero a la vez cerrado para que nadie la viera desde afuera. La sociedad también ejerce su pudor y su ansia de intimidad. El teatro griego ya había pensado en ello, pero no contaba con que habría comunidades tan numerosas. Na­ cieron los coliseos y los circos y luego los estadios. A todos • ellos la gente acude con un pretexto, las batallas de los gladia144 • Valentín Albarrán Ulloa

dores, los sacrificios, los juegos, sin embargo, su objetivo primordial es juntarse. Atraída por una fuerza centrípeta, la gente se congrega y si no fuera porque tienen que dejai1un espacio al centro lo suficientemente libre para que se lleve a cabo el evento que se inventa para convocarse, la gente mis­ ma ocuparía dicho centro. No obstante, sí lo ocupan con la mirada, con la atención, con la expectativa. Se vuelven entonces espectadores. Esperan que pase algo que los vuelva a reunir, que los fusione en un grito, una exclamación, un suspiro, un aplauso, una rechifla. Y mientras eso sucede se vuelven "público de muchos", utilizan el lenguaje para publicar sus significados. Lo curioso es que no son conversaciones donde lo que impere sea preci­ samente escuchar al otro, sino callarlo y acallarlo. Se trataba de silenciar y contener al otro público que se suele sentar del otro lado del estadio y que, por lo tanto, también demanda un lugar en la vida de esa sociedad. De algunos siglos más para acá, la puesta en escena de esta guerra de públicos, no parece haber cambiado mucho. Los estadios son más modernos, algunos con las butacas nu­ meradas, otros con domos retráctiles, unos más con el esce­ nario central intercambiable. Pero, y esto es un argumento en favor de la influencia de los espacios en la manera en cómo la gente se conduce, cómo esperar que la gente se comporte de manera distinta, si los diseños arquitectónicos son retro, diga­ mos que unos demasiado. Piénsese, por ejemplo, en el estadio olímpico de Los Ángeles, California, cuyo diseño es claramen­ te Romano, o en el estadio olímpico México 68, que se inspira en la forma de un volcán, o bien, el de Beijing, China, para ios Juegos Olímpicos de 2008, en forma de nido de aves. No son espacios que atomicen a los colectivos o que secularicen la forma original por la cual se pensaron y se edificaron. Son diseños que invitan al encuentro de culturas, a la fusión, a la compenetración de la sociedad consigo misma, motivo por el cual, los espectadores preservan el "espíritu" con que se ocu­ ¿Cómo no te voy a querer?: psicología del fútbol de tribuna • 145

pa esos recintos. En el caso del deporte más popular de mun­ do, esta permanencia es muy evidente, pero tiene sus matices como se verá a continuación.

Po r r as

Tradicionalmente, los aficionados al fútbol acudían a los esta­ dios a ver jugar a su equipo favorito, organizaban una que otra porra que repetían intermitentemente, sobre todo en los mo­ mentos en que no se jugaba el balón, es decir, en los saques de banda, en los tiros de esquina, en los saques de meta o, por supuesto, en la celebración del gol propio y en el sufrimiento del ajeno. Con el paso de las jornadas la repetición de la porras se fue haciendo más sistemática hasta llegar a formar grupos bastante estables a cuyos integrantes les daba por ponerse nombre con el que adquirían mucha fama, al grado de llegar a convivir con los directivos del equipo, conseguir un cierto nú­ mero de boletos gratis, viajar con el club a donde fuera y hasta conocer a los jugadores personalmente. Por lo general las porras eran de tipo familiar, no de puras familias pero sí se les veía compuestas por una amplia gama de personas de distintas edades e incluso clases sociales. Bueno, habrá que reconocer que los potentados gustaban más de ocupar sus palcos exclu­ sivos, pero entre las butacas comunes por igual se veían niños bien que zarrapastrosos, mujeres de fino aliento que borra­ chas, abuelitas recatadas que viejas chimiscoleras. Esas eran las famosas porras en todo el continente hasta los años ochen­ ta, década en que empezaron a surgir las barras.

Po r r o s . E ntre las porras y las barras

Para cualquier sistema político resulta más fácil allegarse de militantes que provengan de grupos ya formados, que formar 146 a Valentín Aibarrán Uíloa

individuos y consecuentemente grupos cohesionados. Los regímenes latinoamericanos se valieron en buena medida de los grupos formados a partir de las porras para que trabaja­ ran en pos de sus intereses. Así surgieron los porros: agru­ paciones estables en su mayoría formadas por jóvenes que servían para enfrentar a los grupos políticos opositores al régimen. Cuando el uso de la fuerza militar o policiaca era inviable, cuestionado o riesgoso, los porros podían hacer la veces de granaderos desarticulando manifestaciones, o de infiltrados desprestigiando los movimientos sociales, particu­ larmente los estudiantiles, realizando actos socialmente re­ probables a nombre de éstos, o bien, incitando a los colecti­ vos hechos masa a realizar acciones de abierta provocación al gobierno, para que éste tenga cierta legitimidad ante la sociedad para actuar "con todo el peso de la ley", en contra de los rebeldes, la cual lamentablemente además de tolerarlo, la sociedad suele aplaudirlo. Sin embargo y sin empacho, a pesar de lo laborioso que resultan ser tan indignas andanzas, los porros no dejan de ir a los estadios ni a los espectáculos deportivos. Se mantienen fieles a su equipo y a su odio contra el rival de éste. Si para el barón Pierre de Coubertin, el objetivo del deporte moderno era resolver las pugnas y diferencias entre las nació- i nes de una manera lúdica y constructiva, que en su mejor moniento aspirara reemplazar las guerras y las discriminacio­ nes raciales, los porros son la prueba fiel de su fracaso. Son la personificación grupa! del odio que no se resolvió en la cancha y, por ende, se debe subsanar en las tribunas o en las inmedia­ ciones del recinto deportivo. Cuando los goles no establecieron suficientemente las diferencias, cuando la magia del fútbol no fue suficiente para poner a cada cual en su justo lugar o, me­ jor dicho, para poner a todos en el mismo, cuando el juego bonito brilló por su ausencia, aparecen los insultos, los golpes y los petardos. Se inaugura la necesidad de lastimar al otro. Los porros son eso: el moretón en la cara y en la vida del otro. '

! " V

¿Cómo no te voy a querer?: psicología, del fútbol de tribuna • 14Í:

B arras

En el continente americano las barras comenzaron desde abajo, literal y coloquialmente, a saber, desde el cono sur y desde la clase media, ya para entonces muy pauperizada, cu­ yas fronteras con la baja, hoy son más una diferencia en las preferencias de consumo, mientras el recurso con que se cuenta para hacerlo, prácticamente es el mismo. Presumible­ mente, fueron porras muy estructuradas que paulatinamente cedieron a la influencia de algunos grupos europeos como los hoolligans (Inglaterra), los tiíossi irríducibilli (Italia) o los skinheads (que no son exclusivos del fútbol, sino que obedecen a una lógica racista mucho más extendida, pero que también aparecen en todos los estadios de Europa), sin embargo, no encuentran su significado en aquellos, pues mientras allá se planteaban como una forma de incidir en la realidad, en los medios, en la ciudad, en las luchas raciales, acá es más una alternativa para alejarse de ella. Dice Galeano: Una vez por semana, el hincha huye de su casa y acude al estadio [...] la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo [...] Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar para ver en car­ ne y hueso a sus ángeles batiéndose a duelo contra los de­ monios en tumo [...] Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos [...] Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de su tribuna, celebra su victo­ ria, "qué paliza les dimos", o llora su derrota, "otra vez nos estafaron, juez ladrón". El hincha es la fusión de todos con su club, no se explica sin los otros, sin su equipo, sin sus colores. Es para él un pe­ cado referirse al equipo en tercera persona, va rumbo al esta148 • Valentín Albarrán Ulloa

dio por la calle gritando que hoy "jugamos", sale diciendo que "ganamos", llora profusa pero valientemente mientras digie­ re que "perdimos". Guando la melancolía de no ser más ese "yo que ha sido nosotros" se apodera de la tarde, de las horas, de los lugares y las obligaciones, cuando la estridencia del estadio y los afectos que lo envolvían no son más que el eco que apenas y susurra en la soledad del hincha, entonces, si­ guiendo a Gaicano, aparece el fanático, pero no de inmediato, se incuba una semana, o dos, o quizá más, pero alumbra al momento del silbatazo final de un partido posterior. El miedo de volver a la mazmorra de la individualidad, el temor al destierro de su sociedad, le hace mantenerla unida, fusionado con el res­ to de la hinchada, su vestir jamás renuncia a los colores de su club desde entonces hasta el próximo partido, al cual ya asiste hecho nosotros nuevamente. Continúa el periodista uruguayo: el fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar. En estado de epilepsia vive el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha de otro club constituye una provocación inadmisible. El "bien" no es violento, pero el "mal" lo obliga. El enemigo siempre culpable merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llagar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces, tendrá su merecido. Los fanáticos esperan el final del encuentro para arreme­ ter contra el aficionado rival, y poco les importa si es hincha, ¿Cómo no te voy a querer?: psicología del fútbol de tribuna • 149

porra, porro o de la barra contraria, mientras traiga los colores del enemigo, se convierte en el blanco. En Bogotá, Colombia, por ejemplo, tras un partido entre los equipos archirrivales Millonarios y Santa Fe, ambos de esa ciudad capital, donde los primeros representan (o lo hacían], como su nombre lo indica, a las clases favorecidas, mientras los segundo son los porta­ voces de los jodidos (los del sur de la ciudad), los fanáticos se odian a morir. A pesar de que el dispositivo logístico policial divide la salida, deteniendo la de los de rojo (Santa Fe), que ganaron ese día 3-0, para que los de azul (Millonarios) pudie­ ran salir con 15 minutos de diferencia y evitar un enfrenta­ miento. Los de azul ya esperaban a las afueras del estadio el menor asomo de una playera roja para arremeter en su con­ tra. Lo curioso es que no es una batalla entre clases sociales, porque aun cuando la historia y las raíces de ambos equipos supongan una división de clase, los hinchas actuales de uno y otro pertenecen a la misma, todos estás pobres, todos viven la misma situación, algunos son hasta vecinos o familiares y se matan a palos como si protegieran a los suyos. Y en efecto lo hacen, porque los suyos en esos momentos no son los de casa, no son los de sangre ni los de escuela. Los suyos son los que porten los colores de su club, los que cantan a su lado hasta la afonía y sin quejarse, los que se hacen uno en el gol, porque lo cantan al unísono. Rastreando el fenómeno, uno puede encontrar que la idea de las barras fue traída a México por el equipo Tuzos de Pachuca. Uno de cuyos directivos, de origen argentino, y apoyado por algunos líderes de barras chilenas y costarricenses, promovió la formación de una barra con el objetivo de diversificar el aba­ nico de formas para apoyar al equipo. Las barras han proliferado a tal grado que hoy, cada equipo tiene la suya. El equipo Pumas de la u n a m , tiene su barra, sus fanáticos se auíodenominan "Rebel", y constituyen una barra que sur­ gió hace menos de diez años como una discreta hinchada formada por jóvenes de clase media alta, en su mayoría alum­ 150 • Valentín Albarrán Ulloa

nos del Colegio Madrid de la Ciudad de México, que en sus inicios apenas juntaban veinte muchachos fachosos pero con ropa de marca, que no paraban de gritar en todo el partido a la altura del tiro de esquina derecho del lado del palomar del estadio olímpico de Ciudad Universitaria, único resquicio que las porras les dejaban y desde donde, a pesar de que se podía apreciar muy poco fútbol, hacían malabares para no perder detalle de la cancha, Actualmente es una multitudinaria barra que ocupa medio estadio y que con ello, desplazó y condenó a los hinchas rivales a apoyar a su equipo desde detrás de una portería, la sur. Alguna vez, inmerso en la "Rebel", esquivando cohetes, mantas, banderas y gotas de cerveza, mientras trata­ ba de observar el partido, un alentador de la barra me regañó con una enjundia digna de mejor causa, por atreverme a vol­ tear a la cancha. Me dijo: "Aquí venimos a gritar, el partido lo pueden ver después en la repetición de Deportv",7 La anéc­ dota la comento no por el regaño, que de todas formas no surtió efecto, sino porque ahí entendí que las barras son más que el amor por el fútbol. Son el amor por la barra misma. No es fácil que una práctica aparentemente ajena prolifere por doquier, sobre todo si es el modelo del equipo rival, del adversario. El grado de penetración que las barras han tenido en el fútbol nacional, supone más que la intención de una di­ rectiva aventurada, una necesidad de un sector social crecien­ te en toda América Latina que son los jóvenes de clase media baja, muchos de ellos sin futuro programado que vaya más lejos de la próxima semana, quienes, estudiando o no, saben que la vida es ahora porque el futuro ya se les fue. Su pasión es presencial aunque con cierta nostalgia por el pasado. Luego entonces, la barra es la extensión de la infancia, la atmósfera de la permisividad que habían perdido, esa me­ lancolía por el "todo se vale" que regresa sin la monserga de

■ti,

^Programa deportivo de televisión que pasa los doipingos en la tardenoche. ¿f

¿Cómo no te voy a querer?; psicología del fútbol de tribuna *151

las reuniones familiares y sin máquina del tiempo. La barra es su máquina del tiempo. Entre lo que se permiten, cobijados bajo el multitudinario velo del anonimato, está la oportunidad de conjurar el odio a la policía. Se les grita de todo. .Algunos cánticos son tan creativos que a los oficiales aparentemente inamovibles, estáticos en el lugar del estadio donde su comandante los sembró, se les esca­ pa una sonrisa y la cabeza se les mueve complaciente y aver­ gonzada de un lado al otro. "¡Policía, policía, que amargado se te ve, cuando sales a la cancha, tu mujer se va a coger!" Y qué podría hacer cualquiera, si no reírse, si es elegido como el blan­ co de un coro tan inmenso. Ahora bien, el "poli" se ríe, sí, pero no olvida el momento, los "polis" nunca olvidan. Guardan el recuerdo fiel de aquel humillante momento y lo cobran cuando reciben la orden de disuadir a discreción algún enfrentamiento entre barras. Y como pudo ser cualquiera el que los insultó, pues también es cualquiera el que recibe el escarmiento. Esa táctica de diferir la salida del estadio, de las barras retadas a duelo días antes, como sucede en Colombia, tam­ bién ha encontrado eco entre los responsables de la seguridad en ciudades de diversas latitudes del Nuevo Mundo. Pero no ha sido precisamente el camino de la pacificación de los esta­ dios. En lugar de impedir los enfrentamientos, son los policías quienes los generan. Cuando las manifestaciones políticas escasean o se vuelven más recatadas, las inmediaciones de los estadios son como el diván de los granaderos. Terapia de adre­ nalina para los uniformados y toletazos para los aficionados. Tampoco a ellos les importan si son niños, mujeres, ancianos, hinchas o fanáticos los que tienen enfrente. Atropellan por igual, atropellan a la sociedad en su conjunto. En un continen­ te donde hasta el niño que apenas habla, ya mira con temor al policía, cualquier rostro es el blanco. El miedo hecho mirada es el imán de su macana. Se dice que las barras son violentas y, sin duda, lo son. Sus actos pueden no ser justificables, pero se comprenden a 152 • Valentín Albarrán Ulloa

la luz o, mejor dicho, a la sombra de la violencia que padecen. La sociedad los violenta física y simbólicamente, por medio de sus principales instituciones. En la casa se les golpea y se les humilla, en la escuela no se les enseña, sino que se les moldea y se les castiga, el espacio público Se les niega o se les escatima. La sociedad de los adultos no ha sido capaz de convencerlos de sus valores porque tampoco está convenci­ da. También los transgrede, sólo que tras bambalinas. El ar­ gumento que demuestra la "legitimidad de los valores" siem ­ pre suena a un "porque sí", "porque lo digo yo, que soy tu padre", "porque si no, no sales", "porque tienes que aprender a respetar a tus mayores, a tus maestros o a la autoridá". Cuando ese sonido no convence, porque no tiene cómo ha­ cerlo, el argumento suena como un cinturón, un borrador o un tolete. Y si la letra con sangre entra, pues también con sangre sale. Así las cosas, los jóvenes forman su propia cul­ tura, misma que, aunque regularmente construida por oposi­ ción a aquella, no escapa al ejercicio de la violencia. El tiempo libre es el universo de dicha cultura, o culturas, porque hay una gran gama de opciones para ocuparlo, y es que el tiempo libre no es el que le sobra a uno, es aquel que uno se reserva para sí. Y si para muchos la religión es una forma de ocupar el tiempo libre, el joven fanático de un país en desarrollo, tiene la suya y tiene su templo.

El tem plo

El estadio está pasando de ser un recinto social, a ser uno religioso. En él también se ora, se canta, se da gracias y se profesa un culto, sólo que el dios no es Dios sino el equipo, su cuerpo las uñas, su sangre la cerveza, sus apóstoles los jugadores y sus milagros son los goles. Y si alguien ha entra­ do a una mezquita con zapatos, a una iglesia desnudo o a una sinagoga envuelto en una tela palestina, sabrá lo que es ir a ¿Cómo no te voy a querer?: psicología del fútbol de tribuna * 153

apoyar a un equipo en el campo del rival, sabrá lo que es pa­ gar derecho de piso, o como se dice coloquialmente, "sabrá lo que es amar a dios en tierra de indios". Acudir de visita, es en sí misma, una provocación, es una herejía imperdonable, es un sacrilegio. Pero los jóvenes asisten, asumiendo los riesgos, porque están convencidos que ese es el camino, al menos hacia la dignidad.

La b a r r a : u n p r o d u c t o c u l t u r a l

El equipo de los amores podrá ser campeón, o irse a segunda, podrá jugar "feoperoseguro" o "boni toperoarriesgadopase lo que pase nunca se le abandona, porque uno nunca abandona lo que le da sentido a la vida. Las barras están creciendo en número de clubes y de integrantes. Se están apropiando de espacios cada vez más simbólicos. Se les ve aparecer, por lo menos una vez a la semana, en la nota roja de algún noticiario continental. Quizá no se le entienda, porque, como sus pro­ pios integrantes pregonan, incluso con evidente acento argen­ tino, "Si no lo vivís, no lo entendés". Pero lo insoslayable es que existe, que demanda un lugar de 1a. única manera que sabe y que le dejan, con violencia: ora en las paredes de la ciudad, ora en el rostro del adversario, ora en el insulto a la autoridad. Cuando la sociedad ejerce su lapidaria crítica hacia uno de los grupos que la componen, está criticándose a sí misma. Encuentra defectos en aquellos que ella misma ha esculpido y, si los condena y los reprime sin un mínimo intento de com­ prensión, estará condenado al resto de sus grupos, que even­ tualmente y ante el exterminio de los otrora criticados, se convertirán en el blanco de la intolerancia. Mucho haría la sociedad por sí misma, si en lugar de con­ denar el modus vivendi, de las barras, lo reconoce como lo que es, una cultura, fruto de su creación. i 54 0 Valentín Albarrán Ulloa

Capítulo 9'

La sociedad a dos de tres caídas sin lím ite de tiempo Alfonso Díaz Tovar*

El

a n u n c io

: apertura

La gente poco a poco va llegando, buena parte de ellos marchan en familia, algunos tomados de la mano, otros más muestran el ansia de llegar y adelantan el paso. Los gritos y las imágenes se mezclan, pero aun así se pueden distinguir: máscaras, pepitas, cacahuates, luchadores hechos de plástico, revistas, peluches, fotografías, películas, el programa anunciando a los protagonis­ tas de la contienda, así como la cantidad que se debe pagar para entrar al recinto. Claramente se pueden localizar las taquillas, sitio donde se asoman filas de personas que esperan paciente­ mente, billete en mano, hacer el intercambio por ese trozo de papel que les dará entrada al evento que, hasta ese momento, sólo imaginan. La reventa no falta ni se oculta. Los anfitriones revisan los boletos e indican la localidad que se debe ocupar según lo pagado por éstos. Los acomodadores hacen su traba­ jo y poco a poco las butacas van albergando a los que, en las siguientes dos horas, serán sus huéspedes. Mientras tanto, los vendedores no pierden la oportunidad de ofrecer todo aquel producto que contribuya al disfrute del espectáculo: nueva­ mente aparece el grito de las máscaras, fotografías, trompetas, capas, refrescos, chicharrones, tortas y claro, no podían faltar *Millward Brown de México.

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ias cervezas. Aquellos que ya han ocupado sus butacas expre­ san su impaciencia con silbidos y esporádicos aplausos pues la hora pactada para el inicio ha llegado. Las luces del local se apagan, únicamente quedan encendidos los reflectores que ápuntan al centro, al ring, a ese cuadrilátero de "seis por seis", elevado a poco más de un metro de altura y cercado por tres cuerdas de cada extremo, las miradas se vuelcan hacia él. Des­ filan los gladiadores con el glamour que la vestimenta y la profesión exige, apoderándose de esa atención que se funde entre la admiración, el desprecio y la curiosidad del público. Finalmente llegan al sitio donde se escenificará la batalla. El anunciador, micrófono en mano, exclama: "lucharán a dos de tres caídas sin límite dé tiempo..." Luego, se da continuación a algo que ya ha iniciado desde hace años atrás. Lo que se pretende en las siguientes líneas es hablar de la lucha libre como un fenómeno que se despliega, principalmen­ te, por el argumento colectivo, que más que cuestionarse la veracidad de lo que se ve, se deja envolver en esa atmósfera de disfraces, capas, gritos y olores, emanados y mantenidos por sus mismos actores, espectadores, escenarios y artefactos. No se pretende hacer un recuento histórico, pues además de que ya hay varios que lo han hecho de manera excelsa, resul­ ta interesante ver este fenómeno por medio del mismo grupo, trátese de sus espectadores, empresarios, gladiadores o de todas aquellas personas que se han movido por estos espa­ cios, es decir, no se trata de rastrear los datos de la huella, sino mirar desde donde lo hacen quienes la dejaron, desde quienes han hecho del pancracio lo que ahora es: la afición, las prácticas, los gritos, las miradas, los recorridos y todos esos derro­ teros por los que ha viajado este deporte-espectáculo.

P r im e r a c a í d a : t r á n s it o s y r e c o r r id o s

En México, uno de los clamores populares de mayor arraigo es la llamada lucha libre. Difícilmente se podría definir única­ 156 • Alfonso Díaz Tovar

mente bajo los límites de una tradición, de una costumbre o de un ritual pues, hacerlo, sería como encasillarla o definirla únicamente como un deporte, un espectáculo, una represen­ tación teatral o circense, o como un arte del pancracio. Defini­ tivamente se trata de una mezcla de todas las anteriores. En ésta, se funde una serie de actividades que no están encami­ nadas estrictamente a la diversión. Para muchos es también una manera de vivir, de sentir, de recarga-desahogo, una for­ ma de ser. Se trata de un fenómeno que no sólo ha permane­ cido en las artes escénicas, toda vez que la pintura, pasando por algunas expresiones como el grafftti, la música, el cine y la literatura se han inspirado en las vicisitudes de esta prácti­ ca como temática central. Ciertamente esta actividad constituye una tradición con profunda raigambre en la vida urbana y en menor medida, en la rural. En poco más de un siglo de vida, según cuentan los informados, la lucha libre ha penetrado en la percepción de los ciudadanos sin importar su estrato ni su condición social a tal grado que, cualquiera de ellos, tiene por lo menos una noción o un conocimiento sucinto de este fenómeno, ya sea mediante personajes protagónicos, películas, escenarios don­ de se han saldado grandes batallas o de todos esos artefactos que se han elaborado con la intención de expresar lo que la lucha libre es y ha sido. Y es que no ha sido únicamente ésta la que se ha extendido por los diferentes ámbitos de esa vida compartida, sino que han sido otros los vehículos encargados de comunicar, de una generación a otra, esos derroteros por los que se mueve. Lo estático en definitiva no es algo que ca­ racterice a la lucha libre pues prácticamente se le ha podido ver en los cinco continentes, siendo la mexicana la más valo­ rada, por lo menos así ha sido expresado en las películas y las series importadas. Si hay algo que se le debe reconocer a este deporte-espectáculo es el hecho de moverse por terrenos que no son del todo ajenos a lo que ocurre en los espacios habitados en la vida La sociedad a dos de tres caídas sin límite de tiempo • ¡57

común, por lo menos claramente así en aquellos que tienen que ver con la contienda, la pelea, el combate, el "hacer esfuer­ zos" diría la definición etimológica de luchar. El luchador es el representante de la sociedad en el encordado, es la vida llevada al cuadrilátero. Si se participa del bando técnico, la misión em­ prendida es la lucha contra las injusticias, así como lo hizo Súper Barrio al'participar frente al supuesto fraude electoral, en ia elección presidencial de 1988 o como lo hicieran en su mo­ mento Supermundo, Superanimal y El Ecologista, apoyando al movimiento insurgente zapatlsta. El conocido sacerdote-lucha­ dor Pray Tormenta sostiene un orfanato con las ganancias de sus actuaciones. El Santo, en sus películas y en sus historietas, hizo frente a vampiros, extraterrestres o doctores de no muy buenas intenciones, todos ellos habitantes, de alguna manera, de este peculiar país. El rival es multiforme, bien puede ser representado por los "rudos", por el neoliberalismo, el mal go­ bierno, los seres espaciales, las momias, los monstruos o algu­ na entidad maligna de este calibre. Para el caso poco importa, lo sobresaliente es que se pelea, se emprende una vida para servir al bien, lo que a mucha gente le parece que debe regir el rumbo de la vida en colectivo: lo justo. Se trata de una cuestión que no corresponde únicamente a los hombres, a los que se les ha inculcado socialmente el sentido del heroísmo como símbolo de su masculinidad, sino también a las mujeres quienes lian sido parte de este fenóme­ no. Para ellas también hay un espacio, un lugar donde se pue­ de luchar y, por ello, es tan atractiva una función donde se escenifique un enfrentamiento entre "viejas". Puede ser tan colorido el asunto que lo mismo luchan personas de corta es­ tatura o con distintas preferencias sexuales a los que se les conoce en el argot "luchístico" como "exóticos". En esta escenificación, el réferi desempeña un papel cen­ tral, es el que puede decidir hacia qué lado se inclina la ba­ lanza y es el que se encarga de poner cierto orden y como "buen juez", termina siendo el culpable de todo, empero se 158 • Alfonso Díaz Tovar

puede apelar a esas reglas implícitas -que al parecer son las más importantes- las cuales indican hasta qué extremo se puede llegar. La lucha libre es un deporte de contacto, rude­ za, fuerza, golpes, sangre y el cuerpo del luchador lo expre­ sa, basta con ver las cicatrices dejadas por las operaciones a las que se ha sometido o su frente para convencerse de que lo derramado en el ring ha salido de su propio cuerpo y no de una botella de jugo de tomate como algunos sospechan que ocurre. Como todo espectáculo tiene sus reglas, lo que lo hace peculiar es la manera com o están diseñadas pues permite romperlas, a diferencia de otros deportes escenifica­ dos en cuadriláteros que establecen perfectamente una serie de criterios que difícilmente se pueden transgredir. Por eso se dice que se trata de una representación pues por lo que se ve, de alguna forma, se trata de una actuación, de una esceni­ ficación de ciertos actos: batallas, traiciones, victorias, tram­ pas, derrotas y hasta actos solidarios. De ahí que se le con­ sidere como escenificación teatral. Como toda práctica, tampoco ha permanecido intacta con el paso de los años pues estos episodios hán tenido ciertos cambios desde aquel momento fundacional hasta la manera en que se conoce y se practica en estos días, por lo que tam­ poco falta el espectador que, nostálgico, espete "antes no era así". Y es que para muchos aquella máxima de que "todo tiempo pasado fue m ejor" también puede viajar por estos senderos, pues sin importar el glam our o las arenas como ahora se conocen, con sus respectivas comodidades, se tra­ taba de un suceso del cual la gente se sentía parte, lo que en algunos casos lo llevaban al extremo a tal nivel de involucrar­ se en la contienda, situación que llevó a incluir la modalidad de policía en cada esquina del encordado. Y es que si bien no se trata propiamente de un espectáculo circense, inicialmen­ te se movía como tal -por lo menos dentro de las fronteras de este país- en caravana y de plaza en plaza, de ciudad en ciudad, de feria en feria, con los mismos protagonistas y has­ La sociedad a dos de tres caídas sin límite de tiempo • 159

ta los mismos vendedores. No obstante, esta industria ha crecido y esto no es más de aquella manera. Ahora, uno de los elementos centrales es la fastuosidad. Y aquí también la televisión ha desempeñado un papel importante pues ade­ más de que muchos de esos nuevos elementos se han incor­ porado más para satisfacer los cánones de todo espectáculo digno de proyectarse por la pantalla chica, esos luchadores que antes viajaban con la finalidad de darse a conocer, no lo hacen más, la televisión lo hace por ellos y su proyección puede rebasar las fronteras del país sin tener que poner un pie fuera de él. Sin embargo, todos estos novedosos atracti­ vos no han representado un atentado contra lo que la lucha libre tradicionalmente ha sido: un ring al centro y los aficio­ nados reunidos alrededor de éste, por ello el espectador co­ mún permanece indemne a los cuestionamientos de orden pretérito, al margen de esa búsqueda del pasado remoto o reciente que explique la maternidad o el momento fundacio­ nal de este fenómeno. Ciertamente ha cambiado, desde sus espectadores hasta sus gladiadores. En tiempos remotos estaba dirigido única­ mente al sector masculino de la población y difícilmente, se podía ver alguna mujer o algún niño dentro de un local de esta envergadura, muestra de ello fue la prohibición en los años setenta de contiendas entre mujeres. Ahora se puede observar todo esto, aderezado con toda una experiencia sen­ sorial: luces, música, edecanes, videos, humo y hasta juegos artificiales en los casos de arenas con más esnobismo, afluen­ cia y recursos. Lo que también es claro es que poco importa el tamaño del recinto, bien se puede tratar de una arena que albergue a 16,000 aficionados -com o es el caso de la Arena M éxico- o bien otros cuya capacidad se reduce a unas cuan­ tas decenas de personas -com o ocurre en muchas ciudades pequeñas. En cualquiera de los casos, el fundamento resulta ser el mismo, aunque no haya butacas, gradas, baños o esas mínimas condiciones que las arenas más modernas han ofre­ 160 • Alfonso Díaz Tovar

cido, es la gente la que "le pone sabor al caldo", la que grita y se emociona, la que ordena indultos, la que increpa, la que exige, la que premia o abuchea, ya sea porque considera injusto el combate o bien, porque lo que se ve no está al grado que se esperaba. Es esa misma gente la que decide quiénes tendrán éxito que estarán en las luchas estelares, quié­ nes están destinados a ser siem pre los que "calienten la lona"8 o a enviarlos en busca de otra profesión que esté acor­ de con sus habilidades. Pero el hecho de tomar este camino no está relacionado estrictamente con esas habilidades personales pues, al pare­ cer, el arte del pancracio también ha significado un asunto de familia, de legado y herencia. Son conocidos los casos donde los padres heredan a sus hijos este oficio, junto con su nom­ bre, para que éste haga lo propio con sus descendencia, baste con nombrar al "Santo", "Blue Demon", "Black Shadow", "Hu­ racán Ramírez" o el "Perro Aguayo". 0 bien, que todos los hermanos tomen como apuesta esta forma de vida, como ocurre con "Los Villanos", "Los Mendoza", "Los Dinamita", "Los Bra­ zos", o "Los Casas". Ese nombre tiene mucho que expresar, pues bien puede hacer alusión a esos lazos de sangre o hasta ciertas inclinaciones políticas como "El Nazi", "Los Talibanes", "El Zapatista" o "Tania la Guerrillera". También puede hacer alusión al gusto por personajes fantásticos como "Ultraman", "Kato Kung Lee", "Frankestein", "Flash", "Guliver" o "Goliat". Y es que situarse bajo cierto nombre no es cosa fácil, es éste el que dirá buena parte de lo que se es, de ios gustos, las tenden­ cias, las inclinaciones sexuales y hasta de la personalidad -di­ rían los mismos luchadores- en pocas palabras, será un ele­ mento identitario pues a diferencia de los nombres propios, éstos no son designados por los progenitores y es el mismo personaje el responsable del éxito o fracaso, por lo que nunca podrán decir: "por una maldición de mis padres". aExpresión que se reñere a las primeras luchas de una función.

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S e g u n d a c a í d a : m ir a d a s y c o n s t a n c ia s

Las disputas alrededor de la lucha no han sido pocas y han girado básicamente sobre su veracidad, apelando a lo poco creíble de sus argumentos: los golpes, las rivalidades, la san­ gre y prácticamente todo lo que ocurre en el encordado. No obstante, y sin otorgarle razón a todas esas críticas, hay varios elementos de complicidad, no sólo hacia el interior, donde los gladiadores tienen el acuerdo de no lastimar más allá de lo permitido a un compañero de profesión, sino que también los gustosos de estas funciones entienden dichos límites y no solicitan que se cobre la vida del rival, dejando de lado dichos cuestionamientos para involucrarse en este baile de másca­ ras, capas y lances. Efectivamente, lejos de todos esos ata­ ques, cuando la afición se encuentra en algún recinto de la lucha, lo que viven es una atmósfera de emoción, tradición, disputa, estética, reconocimiento pues en sus propias pala­ bras "los luchadores se juegan la vida". Es la imagen que se mueve en esa mezcla de gritos, humos, golpes, planchas, lla­ ves, trampas, juegos sucios, olores y dolores. Montado en el escenario, que dicho sea de paso, puede ser de cualquier ta­ maño, cerrado o al aire libre, pueden albergar miles o apenas a unas cuantas personas con el único requisito de que el cua­ drilátero y sus proximidades sean el centro de ese montaje. Y bien puede tratarse de un arte, un deporte o un espec­ táculo, para unos no es más qu e simple actuación con arreglo previo, para el caso poco importa, lo sobresaliente es que hasta estos días es el grito de un pueblo, es el clamor de la emoción, es la toma de partido, es la eterna lucha de contra­ rios: el bien y el mal, los buenos y los malos, los rudos y los técnicos. Es un elemento en la cultura mexicana que se ha conservado por no pocos años. En todo caso, el tiempo resul­ ta ser lo menos relevante pues la distancia de esos primeros momentos de clamor popular a lo que es ahora la lucha libre, no parece ser tan grande. Se han mantenido unos, se han ols - .'

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É vidado otros, pero al parecer la esencia sigue siendo la misma: ¿i la vida llevada al ring. Así es, en esta película hay otro personaje fundamental y : que prácticamente es uno de los elementos medulares en la lucha libre: los espectadores que, dicho sea de paso, resulta |j|; ser un sustantivo no muy adecuado para este tipo de perso¡I ñas, toda vez que no se habla únicamente del que asiste al espectáculo y observa de manera pasiva lo que ahí acaece, | sino que forma parte de este montaje, participa, anima y con­ mina a que los luchadores lleven a cabo algunas de sus más | contundentes llaves o lances. El grado de involucramiento puede llegar a tal grado que si a la gente le agrada el espectácu­ lo, lanza monedas y billetes al rin g para recompensar a los protagonistas por su actuación, dinero que recopilan los com­ batientes en un vaso de plástico para posterior reparto o aquel improvisado que siente en carne propia el que su ídolo haya perdido la cabellera y decide que la propia debe caer también. Es un buen espacio de expresión, donde él lenguaje se des­ pliega en su versión menos ortodoxa, basta con escuchar al ama de casa propinando un linchando oral a ese que osa hacer trampa. Para los aficionados de menos edad es un sitio de ins­ trucción, es ahí donde aprenden y ensayan esas palabras que le acompañarán por el resto de sus días pues además también está permitido. Ya sea en coro o bien en esporádicas participa­ ciones, pero estas palabras, calificadas por los ortodoxos de la f lengua como groserías, siempre están presentes. El insulto es parte del espectáculo, es más, la carencia de este lenguaje le quitaría cierto sabor a esa atmósfera de exclamaciones y ba­ rullos. La censura está prohibida, uno se. puede quitar tapujos y gritar libremente para envolverse en la retórica de la Arena^ expresiones que difícilmente se pueden arrojar en la calle sin sp respectiva reprobación y condena. Y aunque los luchadores gocen de cierto glamour y en algunos casos de mucha fama, no parecen ser el ídolo inal­ canzable. El éxito, por el contrario, depende de su contacto

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con el respetable, de su dinámica de interacción con él, que es prácticamente uno de los requisitos de esta escenificación, donde simbólica y materialmente, se rompen las cuatro barre­ ras del cuadrilátero y el protagonista, y el observador se funden una misma forma, donde los límites se vuelven ende­ bles y la participación una necesidad. El luchador increpa y reta no únicamente al contrincante en turno, sino también al respetable, a ese que desde su asiento corresponde al ataque con silbidos, ademanes o palabras, todos ellos en alusión a su progenitora. Todo ello se vale y es lo que alimenta esta característica retórica. Es un gusto que, al parecer, corresponde a los sectores medios y bajos, es ese deleite de un pueblo que diría Carlos Monsiváis, se caracteriza por ser popular, por ello es que difícilmente se podrá ver en las páginas de la Socialité o en la revista Líderes Mexicanos a un luchador, empresario del ramo o aficionado. Es un ambiente festivo lleno de canciones de la "Sonora Santanera'', de "La Mantancera" y todos esos ritmos que bien han animado el distintivo ambiente del cabaret y el arrabal. Es un espectáculo colectivo donde, curiosamente, a diferencia de las clases sociales, mientras más pobre se es, más arriba se está, pero esto tampoco interesa, lo importan­ te es estar ahí pues las ganas de presenciar lo que han ima­ ginado los lleva hasta la arena y aunque