PRISLEI Cultura Popular, Cultura Populista.

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02/036/048 - 7 cop (Pensamiento Argentino y Latinoamericano) CULTURA POPULAR, CULTURA POPULISTA. TRAZOS DE UN MAPA INDICIARIO ENTRE LA CRISIS DEL ’30 Y EL PERONISMO Leticia Prislei*

Las ideas mismas de “pueblo” y de “lo popular” son un problema político cultural que debe investigarse. Si se piensa el proceso histórico en términos relacionales podemos discurrir que, en la Argentina de los años ’30 hasta la década del ’50, se configura un campo de fuerzas sociales y culturales que producen, ponen en circulación y reproducen o reformulan representaciones que intervienen activamente en el tejido social. Me propongo delinear un mapa indiciario de las mismas tomando como referencia algunos de los intelectuales más representativos de período situados en distintas vertientes del nacionalismo y del marxismo. Partimos de la hipótesis que la representación del pueblo del populismo, en tanto representación menos conceptual que mítica, implica la construcción de un sujeto privilegiado de la sociedad y de la historia, sujeto homogéneo depositario de valores positivos, igualitaristas y por momentos salvíficos. Reservorio por ello de valores tradicionales que pueden oficiar de potencias regeneracionistas hacia el futuro y de saberes fundamentales emanados del contacto espontáneo con la realidad y alejado de los saberes librescos1. Por ende, cabe plantearse algunas preguntas. ¿Cómo se piensa al pueblo, lo popular y la cultura en sede populista y entre aquéllos que se diferencian de ella?¿ Se puede hablar de una cultura política populista, en el sentido de la forma que hacen política los distintos actores políticos en la Argentina de este período? ¿Se puede considerar una cultura populista con rasgos propios que se diferenciaría de una cultura popular? Esta última ¿no es también un falso problema? ¿ Cómo vincular medios masivos con instituciones, mercancías, actividades simbólicas que producen el pueblo con la producción de una forma determinada de identidad colectiva, un conjunto determinado de actitudes y valores, una clase determinada de reconocimiento, un sentido determinado de pertenencia? En busca de algunas respuestas realicé un itinerario a partir de las interrogaciones y apuestas que se jugaron a lo largo de esos casi treinta años.

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Profesora Asociada ( UBA- UNCOMA) Dra en Filosofía. Directora del proyecto de investigación La cultura populista en la Argentina (2008-2010) 1 Algunas lecturas sugerentes acerca del populismo han sido : Samuel, Raphael (ed.) (1984). Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Crítica; Taguieff, Pierre-André (1996). Populismo Posmoderno, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes; Savarino, Franco (2006.) “Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas”. Espiral. Estudios sobre Estado y Sociedad, México, 37, 75-93; Mackinnon, María Moira y Petrone, Mario Alberto (comp) (1998). Populismo y neopopulismo en América Latina. El problema de la Cenicienta, Buenos Aires, EUDEBA ; Neiburg, Federico (1998). Los intelectuales y la invención del peronismo. Buenos Aires, Alianza Editorial; Terán, Oscar (1993). Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, 1956- 1966, Buenos Aires, El Cielo por Asalto; Venturi, Franco (1981). El populismo ruso, Alianza, Madrid; Zanatta, Loris ( a cura di) (2004). Il populismo: una moda o un concetto?, Bologna, Richerche di storia politica 3 , 329443

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Sondeos exploratorios en la composición del mapa: algunos indicios El nacionalismo neorrepublicano de los Irazusta atraviesa dos momentos de acuerdo a las convicciones que sustentan su concepción de toma del poder, sea a través de las elecciones, sea mediante el golpe de estado. Periodización que transcurre entre 1) la crisis que comienza a apuntar a mediados de los 20 hasta las elecciones de 1928 y 2) el fracaso de sus aspiraciones políticas luego del desencanto producido por el golpe del ’30 hasta el peronismo. El pensamiento político de los neorrepublicanos se construye en tensión entre el principio de soberanía popular y el de soberanía nacional. Si en el primer momento el pueblo lo componen los ciudadanos varones mayores de edad capaces de sufragar, el mismo sería limitado al excluirse tanto a los empleados estatales, cuanto a los “miserables” (“los delincuentes de toda categoría, los analfabetos, a los insolventes, los extranjeros”)2 en un sentido que evoca la contracara del atribuido a los mismos por Benjamin. Dicha exclusión implica una particular concepción del estado que comprendería una base social apolítica decididamente ampliada que reproduce la política gestionada desde las instancias más altas del Ejecutivo gobernante. Completa el cuadro la idea según la cual “lo popular” se identifica con “lo nacional”. En un segundo momento lo nacional y lo popular se subsume en un grande hombre que condensaría ambas dimensiones: Rosas que habría sido derrotado por el resurgimiento de una oligarquía de mentalidad europea facilitadora del triunfante recorrido del imperialismo inglés3. El arribo de Perón al poder, sin embargo, ampliará la condición miserabilista negra del pueblo ciego por su impenitente ignorancia provocando el paradójico remozamiento de la noción ilustrada del mismo. Claro que la razón irazustiana se identificaría con una fuerza militar correctora de los desvíos demagógicos. Dos expresiones diferenciadas del nacionalismo populista se manifiestan en Manuel Gálvez y Arturo Jauretche. Gálvez en los ’30 ha reafirmado su descreimiento en la vía electoral. Tal como resulta evidente en los artículos que componen Este pueblo necesita… su esperanza se deposita en la experiencia iniciada hace una década por el fascismo italiano4. Gálvez considera que la crisis donde están inmersas las sociedades de posguerra puede superarse en la conjunción posible entre un hombre providencial y el pueblo. Formula la síntesis de su apuesta imaginando un fascismo criollo donde confluyera un socialismo con orden y religión erigido sobre el apoyo de las masas guiadas con mano dura por el hombre que supiera poner en práctica la parte social de su doctrina5. El nuevo orden se concibe cimentado en un Estado fuerte que estuviera por encima de los egoísmos de clase y que fuese capaz de imponer las reformas requeridas por la hora presente. El pueblo se identifica con “la masa” conformada centralmente por hombres y mujeres sin partido que no creen en la política. El 17 de octubre de 1945, mirado piadosamente desde el balcón del departamento compartido con su esposa Delfina Bunge en la calle Santa Fe, concreta sus presunciones ante una 2

“El programa de gobierno de La Nueva República “ , 20/ 10/ 1928 en Barbero, María Inés y Devoto, Fernando (1983). Los nacionalistas, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 116 3 Irazusta, Rodolfo y Julio (1934). La Argentina y el imperialismo británico , Buenos Aires, TOR 4 Al respecto ver : Prislei, Leticia(2008). Los orígenes del fascismo argentino, Buenos Aires, Buenos Aires, Edhasa 5 Gálvez, Manuel (1935) “Encuesta sobre el socialismo en Argentina”, Buenos Aires, Noticias gráficas

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visión del evento como una pacífica manifestación de un pueblo en marcha hacia el encuentro con el hombre que transformaría el país. En ese sentido, Delfina escribiría en el diario católico El Pueblo: De todos los puntos suburbanos veíanse llegar grupos de proletarios, de los más pobres de entre los proletarios, y pasaban debajo de nuestros balcones. Era la turba tan temida; era, pensábamos, la gente descontenta. Y ¿cómo no estarlo? Después de habérsele despojado de la esperanza en una vida mejor ¿debía ella continuar en esta vida sometida a los más rudos trabajos y los peor remunerados? Con nuestro antiguo temor, nuestro impulso fue el de cerrar los balcones. Pero al asomarnos a la calle, quedamos en suspenso. Pues he ahí que esas turbas se presentaban a nuestros ojos como trocadas por una milagrosa transformación. Su aspecto era bonachón y tranquilo. No había caras hostiles ni puños levantados, como los vimos hace pocos años. Más aun, nos sorprendieron sus gritos y estribillos: no se pedía la cabeza de nadie 6. Jauretche, a diferencia del populismo olímpico de Gálvez, otorgará estatuto de cultura a lo que produce el pueblo. No sólo afirmará la existencia de una cultura popular sino que la misma será fuente de saberes fundamentales emanados del contacto espontáneo del pueblo con la realidad y diferenciados del saber intelectual basado en libros y citas eruditas. Jauretche cultiva un populismo fraternalista. Aunque se imagina como portavoz del pueblo, colocándose a distancia de aquél, practica una retórica articulada en base al lenguaje popular y comparte la calle con “sus paisanos”. Distinguiéndose de los intelectuales agrupados en Sur, que los contornistas caracterizarían como “los señores del universo”, la figura del intelectual populista, al modo de Jauretche, se asemeja más a la de un hermano mayor del pueblo al que ostenta pertenecer y del que expulsa a la clase media agrupada en “el medio pelo”. Si apela a la vía militar, tal como lo expresara en El Paso de los Libres prologado por Borges, sería con el objetivo de restablecer al gobierno radical surgido de la soberanía popular. Por otra parte, aunque reconoce los liderazgos de Yrigoyen y de Perón, mantiene una relativa autonomía. Desconfía tanto del providencialismo del grande hombre cuanto del demoliberalismo que no es otra cosa que la democracia representativa. En Ezequiel Martínez Estrada, autosituado por entonces a distancia de la izquierda y la derecha, Perón no llega a la Argentina del Facundo, sino a la de Radiografía de la pampa. Es decir, un país atravesado por una serie de invariantes históricos que hacen pivote en la barbarie. Perón revelaría una zona del pueblo que hasta entonces estaba invisibilizada : nuestros hermanos harapientos, nuestros hermanos miserables. Lo que se llama, con una palabra técnica, el Lumpenproletariat. Era asimismo la Mazorca, que salió de los frigoríficos como la otra salió de los saladeros. Eran las mismas huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón. (...) y aparecieron con sus cuchillos de matarifes en la cintura, amenazando con una San Bartolomé del Barrio Norte. Sentimos escalofríos viéndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa con carteles que amenazaban con tomarse una revancha terrible. (…) La clase media libre y la burocracia quedaron detrás o debajo de ellos. Formó una nueva clase, por decirlo así, intermedia entre la superior y la clase media propiamente dicha. 7 Zona del pueblo que se subsume en el genérico común de “resentidos”, representación del pueblo leída desde la orilla antiperonista que difiere tanto del armonioso cuadro narrado por los Gálvez , cuanto del descripto por Jauretche en su Carta a Ernesto Sábato de septiembre de 1956 donde decía :… lamento que usted, que tiene una formación dialéctica, haya recurrido a la interpretación, inaugurada en nuestro país por Ramos Mejía, de querer 6 7

Citado en Padoán, Marcelo, “Manuel Gálvez” ( Inédito) Martínez Estrada, Ezequiel (1956). ¿Qué es esto? Catilinaria, Buenos Aires, Lautaro, , 31- 32

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resolver las ecuaciones de la historia por el camino de las aberraciones mentales y psicológicas. No, amigo Sábato. Lo que movilizó a las masas hacia Perón no fue el resentimiento: fue la esperanza. Recuerde usted aquellas multitudes del '45, dueñas de la ciudad durante dos días, que no rompieron una vidriera, y cuyo mayor crimen fue lavarse los pies en la Plaza de Mayo, provocando la indignación de la señora de Oyuela, rodeada de artefactos sanitarios. Recuerde esas multitudes, aun en circunstancias trágicas y las recordará siempre cantando en coro- cosa absolutamente inusitada entre nosotros- y tan cantores todavía, que les han tenido que prohibir el canto por decreto-ley. No eran resentidos. Eran criollos alegres porque podían tirar las alpargatas para comprar zapatos y hasta libros, discos fonográficos, veranear, concurrir a los restaurantes, tener seguro el pan y el techo y asomarse a formas de vida "occidentales" que hasta entonces les habían sido negadas (…) Deje, pues, eso del resentimiento y haga el trabajo serio de que usted es capaz, y que el país merece. No importa lo que diga de nosotros; pero no eluda el problema de fondo, o no lo mencione sólo incidentalmente. Es usted mucho más que Ghioldi o un Sánchez Viamonte, para usar la técnica que esos intelectuales ya utilizaron contra el otro movimiento de masas, también "resentidas", que acompañó a Yrigoyen, el otro "dictador"(…) Más lógico hubiera sido en Usted señalar la coincidencia entre esas dos épocas, las dos grandes guerras, y el proceso de industrialización y plena ocupación que, al permitir levantar el nivel de vida de las masas, le dio acceso a la acción política.8. En Martínez Estrada el pueblo de los miserables se opone al de la clase media libre y la burocracia estatal alterándose por acción de Perón la jerarquía social existente. Pero la dislocación de la estructura de clases no es el prolegómeno de una revolución social sino la anulación de posibilidad de la misma ante el imperio de un régimen fundado en las huestes del lumpenproletariado. Retórica permeada por un análisis de clase que no admite filiación ideológico partidaria y que en la cáustica lectura realizada respecto de la intelectualidad argentina coincide con otros intelectuales en declararse y declararlos culpables de la década peronista a todos por igual. En la Argentina bárbara que imagina Martínez Estrada no hay proletarios, ni hay cultura, sólo la habitan formas monstruosas e inclasificables. En tanto, el Agosti de estos años intenta diferenciarse respecto de los discursos nacionalistas vigentes hasta ese momento y emprende la tarea de articular un discurso, en sede comunista, que pueda redefinir en clave gramsciana el cruce entre lo nacional y lo popular. En ese sentido practica la relectura de una categoría: comunidad, más específicamente se plantea criticar la posibilidad de una comunidad de cultura. Contrario a la homogenización de la cultura puesto que la misma expresa las contradicciones existentes en la sociedad real, sustenta que el proceso cultural más legítimo está siempre representado por los elementos nacionales- populares que empujan el curso de la historia”9. Se trata de reconocer la lucha por la producción y por la apropiación social del sentido disputando con la intelectualidad deformada de nuestra peculiar burguesía los avances renovadores de la herencia cultural que es el fundamento de nuestra continuidad como nación. De modo que en la confrontación entre tradición y renovación se impone reivindicar la voluntad rivadaviana de constituir una sociedad burguesa, el nacionalismo democrático de Echeverría, la pedagogía avanzada de Sarmiento, el sistema representativo de gobierno, la organización del movimiento obrero, la aparición de las 8 9

Jauretche, Arturo (2004). Los profetas del odio y la yapa, Buenos Aires, Corregidor, 8- 9 Agosti, Héctor (1982). Nación y cultura, Buenos Aires, CEDAL, 113

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ideas socialistas10. Ese lazo de continuidad progresiva se hace necesario particularmente en América latina porque se haya inmersa en un combate mayor: la lucha antiimperialista. Por tanto el pueblo deviene tal en la medida en que se conforma un bloque histórico donde sujetos provenientes de distintos orígenes de clase confluyan en un objetivo común. Pero además, la cultura no se concibe aislada de los cambios que se producen en la sociedad y la mutación de la conciencia social aparece como un fenómeno sociocultural capaz de alterar las relaciones de fuerza en una sociedad. En ese sentido, Agosti considera que el imperialismo pretende abolir los contenidos nacionales específicos de cada pueblo para afianzar la dominación mediante la legitimización de un pensamiento supuestamente universal. Si por un lado, impugna el sesgo paternalista, propio del populismo, de quienes postulan una cultura para las masas ,por otro lado, entiende a la cultura como un proceso unitario rechazando la dicotomía entre las élites y las masas al tiempo que reconoce las tensiones, enfrentamientos y solidaridades que se juegan en el campo diferenciado de las sociedades capitalistas. No obstante, cree que en la Argentina de los ’50 es momento de crear una nueva elite: una nueva capa de intelectuales capaces de instrumentar la hegemonía ideológica de las flamantes clases en ascenso11 que se diferencie con claridad de los viejos mandarines apartados del pueblo- nación. Por otra parte, resulta necesario distinguir cultura popular de cierto “populacherismo” sin carnaduras visibles en la realidad del país que no tendría otro propósito que mantener la servidumbre del pueblo con el pretexto de respetarlo en sus gustos propios. Si la cultura popular es fragmentaria y degradada, también es el fermento de transformaciones sociales. De ahí Agosti expone su tesis sobre el tango en polémica con Juan José Hernández Arregui. Este último había escrito que el tango, la música más popular de Buenos Aires, es a-nacional, configurando un espectro triste del cosmopolitismo porque había nacido en el momento en que la inmigración masiva inundaba la capital desintegrando la sociedad existente y condenando a los nativos a la marginalidad12. Planteo que para Agosti no carece de sugestión dada además la supuesta decadencia del tango ante la emergencia de los cabecitas negras que se acompasa con la creciente popularidad de melodías folklóricas auténticas y falsificadas. Ese desplazamiento, en la lectura de Hernández Arregui, se justificaría en virtud de las resonancias nacionales que evoca y que yacían adormecidas en el hombre del puerto. Sin embargo, Agosti cree que no es la restauración nacionalista en clave de música nativa lo que barre con el tango sino la invasión cosmopolita de los rocks y otras extravagancias, promovidas por los útiles mecanismos imperialistas de las radios en cadena, los cines en cadena y los monopolios de la industria fonográfica13 . El tango, desde su perspectiva y a pesar de disertaciones moralizantes y de denuestos nacionalistas, integra nuestra formación popular como uno de los componentes de la herencia nacional que va constituyendo más allá de nuestras fronteras los rasgos de lo argentino. La cultura popular es la cultura misma que adquiere dimensión nacional, en ese sentido, para Agosti, Shakespeare sería ejemplar. Conclusión que conlleva la necesidad de revincular intelectuales y pueblo. Recurriendo una vez más a Gramsci encontrará que en Argentina, como en Italia, el término “nacional” tiene un significado muy restringido ideológicamente y no tiene coincidencia con “popular”. Las razones de este desencuentro residirían en el divorcio entre intelectuales y pueblo. Los primeros ignoran, y aún repudian, la sensibilidad popular y por ende están impedidos de reelaborarla luego de haberla revivido y haberla transformado en cosa 10

Agosti, Nación y cultura , 119. Ibídem, 129 12 Hernández Arregui, Juan José. (1957) Imperialismo y cultura, Buenos Aires, Amerindia, 128- 133 13 Agosti, Nación y cultura , 132. 11

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propia. Prerrequisito ineludible para que los intelectuales puedan cumplir una función educadora. De manera que una cultura nacional está lejos de ser un proceso concluido y beatificado para siempre jamás, es , por el contrario, un proceso múltiple, variable, confuso y contradictorio sostenido por las innumerables manifestaciones que representan la continuidad histórica de un pueblo. Para Agosti, recurriendo a Lenin, el populismo no hace otra cosa que inventarle al proletariado gustos, sensibilidad e inteligencia para imponerle una cultura pretendidamente adaptada a éstos. Ese populismo no sería más que una forma de la mistificación burguesa de la cultura. No se trataría de ir al pueblo, de acercarse al pueblo, sino de ser pueblo en la integridad de contenidos nacionales y sociales que esa palabra representa. Es decir, estar atento a lo nuevo aunque se presente de modo desmañado, oscuro carente aún de destrezas técnicas y formales puesto que en la Argentina de fines de los’50 se está asistiendo a sus manifestaciones en el terreno de la literatura, de la técnica, del arte, de la universidad. Reflexiones y vías abiertas para seguir El siglo XX recoge el legado de la tensión entre la concepción ilustrada y la concepción romántica de la noción de pueblo. La primera, como se sabe, diferencia el principio de la soberanía popular como fuente de legitimidad del poder político de la concepción del pueblo concreto como conglomerado de pasiones e ignorancia que accederá a la civilización mediante la intervención iluminadora de la razón. En tanto, el romanticismo reconoce en el pueblo la fuente cultural distintiva de una nación. Los nacionalismos del siglo XX tendrán que lidiar con estas herencias. Cuestión que despliega ribetes más complicados en la medida en que comienza a desarrollarse la teorización sobre la democracia y a vivirse la experiencia de traducir el principio de soberanía popular por un lado, en una institución: el sufragio y, por otro, en un valor: la igualdad. Si volvemos a recorrer las intervenciones intelectuales que analizamos se practican diversos modos de inclusión o exclusión bajo el genérico “pueblo” El rasgo común es la imposibilidad de eludir su uso, hasta diría se considera clave para la concepción y la construcción del poder. No obstante, podría precisarse que los modos de la interacción entre pueblo, nación, popular y cultura es la arena de interés y de debate entre el populismo y el marxismo. Claro que depende en qué orilla se sitúe la lectura puede concluirse que el populismo conlleva en sí la posibilidad de cambio del orden social dominante, o bien es la vía que ocluye las transformaciones sociales. Y quizás donde este dilema se plantea con más claridad sea en la práctica de la perspectiva cultural. Sólo investigando la cultura se tornaría inteligible la dinámica que moviliza la contradicción entre el conservadurismo de los contenidos y la rebeldía de las formas, o al revés, esa constante de las culturas populares en las que la rebeldía emerge en nombre de la costumbre. Forma paradójica de defender su identidad y la fuente del arsenal de protesta que yace hasta en sus prácticas más festivas y en sus rituales más tradicionales. Por otro lado, la amplificación del debate sobre el tango, acotado en este trabajo a las diferencias entre Agosti y Hernández Arregui, sugiere un buen acercamiento de foco a la problematización de los modos en que lo popular se apropia de lo masivo al tiempo que se constituye una subjetividad popular en clave sentimental en el cruce entre tango y canción popular con la radio y el cine. Si el acceso a los medios de comunicación desde algunas miradas se interpreta como un modo de democratizar el uso de bienes materiales y simbólicos en una sociedad, no es

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menos cierto que por entonces ya surgen otras posiciones más críticas. Cabe recordar que en 1947 Theodor Adorno y Max Horkheimer habían publicado en Ámsterdam Dialéctica del iluminismo donde se referían a la cultura de masas, término que a fines de los ’50 reemplazarían por el de industria cultural, para analizar los nuevos dispositivos mediáticos que facilitan y refuerzan la dominación. En tanto, Michel De Certeau 14 abre la posibilidad a la indagación de todo aquello que no es pensable desde esa lógica. Es la cara de la cotidianeidad que recorta la de la creatividad dispersa, oculta, sin discurso, la de la producción inserta en el consumo. Se pregunta: ¿Qué hace la gente con lo que cree, con lo que compra, con lo que lee, con lo que ve? Y se sitúa en busca de respuesta allí donde rigen las tácticas que se producen desde el lugar de la resistencia, no en el espacio de las estrategias que sólo pueden delinearse desde las posiciones de dominación. Quizás en esa perspectiva se pueda transitar alguna vía de respuesta a las preguntas abiertas cuando empecé a imaginar los perfiles de este mapa inconcluso.

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Al respecto ver: De Certeau, Michel (1996). La invención de lo cotidiano 1 Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana

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