Pompeya comienza la aventura / nowevolution

.nowevolution. E D I T O R I A L Título Original: Tillbaka Till Pompeji © 1997 Kim M. Kimselius © Traducción 2007 Just

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Título Original: Tillbaka Till Pompeji © 1997 Kim M. Kimselius © Traducción 2007 Justina Sánchez Prieto © Diseño Gráfico: nowevolution Primera Edición Enero 2009 Derechos exclusivos de la edición en castellano © nowevolution 2009 ISBN: 978-84-936258-3-2 Depósito Legal: CO 1785 – 2008 Printed in Spain (Impreso en España)

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados. Más información:

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Unas palabras sobre Kim M. Kimselius A Kim le ha gustado leer y escribir desde que era pequeña. Cuando Kim tenía ocho años decidió ser escritora. Empezó escribiendo obras de teatro de marionetas. Después siguieron revistas ecuestres, relatos cortos y, por fin, verdaderos libros. “A veces, cuando me entran ganas de un libro realmente bueno y apasionante, pues me escribo uno a mí misma. Y así el libro es justo el que quiero”, nos cuenta Kim. Lo que escribe son apasionantes novelas de aventuras, construidas alrededor de un hecho histórico real. En sus obras lleva a sus lectores a un sugerente viaje a épocas pasadas. Cuando Kim no está escribiendo, viaja por Suecia visitando escuelas, para incentivar a niños y jóvenes a que lean y escriban. En su tiempo libre se dedica a la cría de perros de raza berner sennen. Kim vive en Blekinge, región al sudeste de Suecia, en una granja a orillas de un pequeño lago, con su marido, tres perros y cinco gatos. Si deseas conocer más sobre Kim M. Kimselius y sobre sus libros puedes visitar su página web: http:// home.swipnet. se/kimselius. También puedes escribirla una carta y contarle lo que opinas de sus libros a la siguiente dirección: Kim M. Kimselius, Trullebo, Kolshult 28, 370 17 Eringsboda. Al final del libro puedes consultar un glosario, con datos para entender más la vida en la antigua Pompeya.

Capítulo 1

—Señoras y señores, estamos a punto de aterrizar en Roma, por lo que les rogamos se abrochen sus cinturones de seguridad. El capitán y la tripulación les dan las gracias por viajar con nosotros. Esperamos verlos de nuevo. Ulrika se inclinó para poder mirar por la ventanilla del avión —Uy, qué emocionante, déjame ver. Mira, se puede ver el aeropuerto ¡Qué fuerte! —gritó Ulrika. A Ramony no le parecía ni pizca de emocionante. Le parecía desagradable. Era la primera vez que volaba y tenía la impresión de que iba a ser también la última. El vuelo había sido horrible, con un montón de turbulencias y con Ulrika allí al lado que no había parado de decir “¡qué fuerte!” todo el rato. En este momento la odiaba. ¿Por qué a ella no le afectaban las turbulencias? ¿No sentía ella ganas de vomitar cada vez que tenía la impresión que el mundo desaparecía bajo sus pies? Y ahora, justo en ese preciso instante, Ulrika estaba allí, aplastándola contra la ventana, para poder mirar por ella, •7•

con lo que Ramony no podía evitar ver lo lejos que estaba el suelo. Odio esto, pensó Ramony. De no haber sido porque iban a ver las ruinas de Pompeya, habría tomado el primer tren de vuelta a casa en cuanto aterrizasen. —¿Has visto, Ramony, lo enanos que son los coches? ¡Dios, qué fuerte! —exclamó Ulrika. —Disculpe, tiene que abrocharse el cinturón. Vamos a aterrizar. Ramony se volvió y vio a una amable y sonriente azafata que posaba su mano en el brazo de Ulrika. ¡Menos mal!, pensó Ramony cuando Ulrika ocupó de nuevo su asiento y se abrochó el cinturón de seguridad. Por lo menos no me echará por la ventana. Ramony se reclinó en su asiento, exteriormente tranquila, aunque por dentro estaba a punto de estallar. Esperaba el aterrizaje llena de tensión. Ramony sabía que el despegue y el aterrizaje eran siempre lo peor. Era cuando ocurrían la mayoría de los accidentes. ¿Y si chocaban? ¿Y si el piloto no conseguía frenar el avión antes de que se terminase la pista? Nerviosa, esperaba el impacto con el cuerpo en tensión. —Anda, mira, ya vamos a tocar tierra ¡qué fuerte! —chillaba Ulrika. Ulrika se inclinó hacia la ventana todo lo que el cinturón le permitía. Me volveré loca con sus “qué fuerte”. Como no pare, la estrangulo, pensó Ramony. ¡Ay, como no funcionen los frenos, como no... Ramony cerró los ojos y esperó la catástrofe. Un ligero chirrido de los neumáticos confirmó que habían aterrizado, Ramony sintió un rebote. El avión redujo velocidad, Ramony descubrió que sus compañeros de clase estaban sentados a su alrededor, •8•

aplaudiendo alborozados. Abrió los ojos y miró hacia el pasillo. ¿También habían pasado miedo? ¿Por eso reían y aplaudían? Ramony vio que Ulrika la miraba sonriente y le devolvió la sonrisa. —Fue bien —comentó Ramony aliviada—. ¡Superbien! Luego, agotada, se hundió en el asiento. —¡Procurad manteneros juntos! ¡No salgáis corriendo! Ramony oía a su profesora, Elisabeth, llamándoles. Casi le daba pena. Elisabeth gritaba frenética todo el rato, para poder mantener reunida a la clase. Bueno, Elisabeth no estaba sola, había tres padres que la ayudaban, pero la principal responsable era ella. Ramony veía a sus compañeros saltando como locos en la terminal del aeropuerto. Seguro que estaban tan contentos como ella misma de poder abandonar el avión. Pero a ella los pies le pesaban como plomo, no tenía la más mínima gana de correr. —Venga, apresúrate —le gritó Ulrika, quien la agarró con fuerza y se abrió paso entre la marea de pasajeros. —¿Qué te pasa hoy? —le preguntó Ulrika. —Nada, solo es que estoy un poco cansada —contestó Ramony. Tenía el estómago revuelto y las piernas no querían dejar de temblarle. Eran como de gelatina. Por lo demás, todo iba bien, ¡superbien!

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Capítulo 2

—En la vitrina de la derecha, pueden ustedes ver el molde del perro de Primus. Como pueden deducir por la postura del animal, ha luchado sin éxito para conseguir aire, según le iba enterrando la ceniza. El perro estaba atado con una cadena, por eso tiene la cabeza más abajo que el resto del cuerpo. Se puede uno imaginar el dolor del animal en su lucha por la vida. Y a su izquierda... ¡Uf, qué terrible!, pensó Ramony, qué experiencia más horrible tiene que haber sido. Pobre, pobre perro. ¿No podrían haberlo soltado para que tuviera oportunidad de escapar? A algunos amos de perros no debería permitírseles tenerlos. Ramony desearía haber podido salvar a la pobre e indefensa criatura. Estaba rodeada de esculturas que reproducían a las personas que habían perecido por la lluvia de cenizas sobre la ciudad de Pompeya. Ninguno de sus habitantes se había podido imaginar que el apacible monte Vesubio se transformaría en un volcán humeante que lanzaría cenizas sobre ellos. Ramony comprendió por la manera en que se tapaban la •10•

cara con sus manos y brazos que habían intentado protegerse de las cenizas. Muchos parecían que simplemente estaban durmiendo. Otros no se lo habían tomado con la misma tranquilidad. Un hombre estaba sentado en el suelo con las rodillas encogidas hacia el estómago y las manos en la nariz y la boca. Pero de poco le había valido, el aire se le acabó y murió en esa postura. Una embarazada estaba tendida boca abajo, con las manos en la cara y los pies haciendo fuerza contra el suelo. Seguramente había pretendido proteger al bebé. Pero había sido inútil. Alguno extendía desesperado sus manos hacia el cielo. ¿Era un intento de apartar la ceniza o un ruego de ayuda a un poder superior? Otros yacían con las bocas abiertas en un último y desesperado esfuerzo para coger aire. Sus rasgos estaban desencajados. Ramony sentía su horror. Las imágenes de esas personas la hicieron sentirse triste y desolada. ¡Qué horrible manera de morir! ¿Qué pensarían cuando la ceniza empezó a caerles encima? ¿Les había hecho daño cuando la sentían en la boca y la garganta? A esta pregunta no había nadie que pudiera responder, pero Ramony estaba segura de que debía haber sido una experiencia pavorosa. Algo que ella deseaba no tener que vivir nunca. —¡Elisabeth! —llamaba Ulrika moviendo los brazos para conseguir la atención de la profesora—. Elisabeth, recuerdo que leímos que hubo cuatro terremotos antes de que el Vesubio explotase, pero ¿cuánto tiempo pasó entre el último de los terremotos y la propia erupción del volcán? —La erupción sucedió justo el día siguiente al último de los terremotos. Pensé que lo habíais aprendido antes del viaje —la reprendió Elisabeth. —¿Cuál fue la fecha de la erupción del volcán? —susurró •11•

Ulrika al oído de Ramony, pues no se atrevía a plantearle más preguntas a Elisabeth. De hacerlo, seguro que le respondía con otra reprimenda. —El 24 de agosto del año 79 después de Cristo —le informó Ramony, sorprendida de recordarlo con tanta exactitud. Generalmente las cifras no eran su fuerte, pero este año se había fijado en su memoria, debido a todas las cosas terribles que había visto. Ramony pensó en la figura de la mamá que había intentado proteger a su hijo sin conseguirlo. Y pensó en el pobre perro encadenado. Un golpe en la espalda interrumpió sus pensamientos. —¡Ay!, ¿qué haces? —dijo Ramony volviéndose. Allí estaba Mathias sonriéndole. —Parecías estar a años luz de aquí en tus ensoñaciones, por lo que pensé en traerte de vuelta a la realidad —comentó. —Estaba pensando en lo horrible que debió ser para estas gentes lo que ocurrió. Suerte que en Suecia no tenemos volcanes —le comentó Ramony. Ella se sentía deprimida y apesadumbrada por todo lo que había contemplado, pero Mathias opinaba algo distinto: —Por supuesto que fue horrible para ellos. Pero piensa en lo emocionante que es para nosotros ver cómo eran las cosas en esa época, cómo vivían, sus casas, lo que comían, qué herramientas y utensilios utilizaban. Creo que la erupción del volcán nos vino bien, de lo contrario nunca hubiéramos podido ver nada de todo esto —dijo Mathias. —¡Mira que eres asqueroso! —le espetó Ramony y se marchó corriendo de su lado. ¿Cómo había podido creer alguna vez que era majo? ¿Cómo podía decir que era bueno que varios miles de personas •12•

hubieran muerto sólo para que él tuviera la oportunidad de ver cómo era la ciudad antes de la erupción? —Elisabeth, ¿vamos a ir pronto a las excavaciones? Per, como siempre ávido de conocimientos, estaba impaciente por salir hacia las excavaciones. —Sí, enseguida, pero antes vamos a ver el resto del museo, para que os podáis hacer una idea de cómo vivía la gente en Pompeya —le respondió Elisabeth. Ulrika, metiéndose con Per, lo empujó hacia un lado. —Anda, mira el listillo, tan impaciente como siempre de aprender cosas nuevas, ¿verdad? —¡Déjalo ya, Ulrika! Ramony cogió a Ulrika y la apartó de Per. —No te preocupes por él, ven aquí a ver esto. ¡Mira! Ramony señalaba una vitrina con comida que se había hallado en las excavaciones. —Imagínate, se ha conservado durante varios siglos—exclamó Ramony. —¡Bah!, comprenderás que es de mentira. No hay comida que pueda conservarse tanto tiempo, hasta yo sé eso —respondió Ulrika meneando la cabeza, sorprendida de la asombrosa tontería de Ramony. —Pues es de verdad, se conservó en el aluvión de arcilla que cubrió la ciudad. Pero no pudo haber sido en Pompeya porque aquí lo cubrió todo la ceniza. Tiene que haber sido en la otra ciudad, la de al lado ¿Cómo se llamaba? —Herculaneum. Per pasó por su lado y su apunte llegó a su oído justo en el momento preciso. Se volvió hacia él. Es bastante divertido, pensó Ramony. Una pena que todos se metieran con él porque estudiaba tanto. •13•

—Ya lo tengo: se llamaba Herculaneum —repitió Ramony sonriéndole a Ulrika. —Oye, que oí como te lo chivaba Per. Ulrika estaba celosa. Parecía como si a todos les gustara Ramony, con ella todos eran amables. Si alguna vez se metían con ella era solo para llamar su atención, como hacía el guapetón de Mathias. Ya me gustaría que se metiera conmigo, pensó Ulrika. —Y aquí enfrente, en el expositor, pueden ver una bulla de oro. La “bulla” era el símbolo de que uno había nacido libre y la llevaban los niños varones desde bebés hasta que se hacían hombres. El guía señalaba un medallón grande y redondo que había en la vitrina. Tenía que ser pesado cargar con él, pensó Ramony, ¿no podrían haber elegido algo más ligero para mostrar que no eran esclavos? Una cinta en el brazo, por ejemplo. La voz del guía continuaba explicando: Estas pequeñas agujas de marfil con cabezas decorativas las usaban las mujeres para recogerse el pelo. Y aquí delante... Ramony se acercó al expositor para observar los pasadores. ¡Qué bonitos eran! —¡Mira! —Se los señalaba emocionada Ramony a Ulrika—. Ese tiene una cabeza en la punta y ese otro es una figurita femenina. Me pregunto por qué los llevaban ¿crees que sería solo como adorno? —quiso saber Ramony, a la vez que seguía contemplando con interés las hermosas agujas. —Sí, claro, seguro que era solo para estar guapas. Piensa en todas las gomas y pasadores con flores y el montón de otras chorradas que tenemos hoy... —contestó Ulrika. —Ahora entramos en la sección de mobiliario. •14•

La monótona voz del guía continuaba con su bien aprendida historia, mientras todo el grupo deambulaba hacia la sala contigua. —Los habitantes de Pompeya no utilizaban tantos muebles como nosotros, sino que trasladaban mesas y sillas según la necesidad. Una buena manera de ahorrar, en mi opinión —continuó el guía que se volvió y señaló un sofá de madera y cuero. »Este sofá, bien conservado como ven, ha sido hallado en Herculaneum. Como comprenderán, la mayoría de los muebles de madera de Pompeya se destruyeron, pero se han encontrado huellas en la ceniza, de las que se han conseguido moldes de escayola con los que se ha podido reconstruir los muebles. Ahora miren esto... Ramony se aburría mirando los muebles. Eran mucho más apasionantes los vaciados de escayola de las personas muertas, aunque fuese desagradable. Mientras pensaba en ellos como meras esculturas la cosa iba bien, pero cuando pensaba en ellos como gente viva que murió, dejando su rastro en la ceniza, entonces era espantoso. ¡Como si en realidad estuviera mirando cadáveres! Ramony sintió una punzada de mala conciencia por notarse tan fascinada. Realmente había un cierto poso de verdad en lo que Mathias había dicho. Era una suerte para su clase que la catástrofe hubiese arrasado Pompeya; de no ser así nunca hubieran podido ver todo esto. Intentó no pensar eso. ¿Cómo podía siquiera pensarlo? Estas figuras había sido gente de verdad. Gente que había vivido, comido, jugado y tenido familia, exactamente igual que ella. Pero todos morimos, susurró una vocecita en su interior, incluso tú. ¿Qué hay de malo, pues, en ser conservados •15•

para la posteridad, de manera que otros puedan hacerse una idea de cómo se vivía justo en ese siglo? Ramony luchaba con sus pensamientos. Estaba agotada, tanto por las cavilaciones como por las caminatas a través de las grandes salas. Lo notaba en la cabeza y en las piernas. La charla de la gente rebotaba contra las paredes de piedra y se producía eco. Si solo pudiera sentarse un momentito. —Bueno, estamos de nuevo en la entrada, les doy las gracias por haber tenido la ocasión de disfrutar de este momento con su grupo —concluyó el guía ceremoniosa y pomposamente. ¡Qué bien! Ahora, por fin, irían a las ruinas de la propia Pompeya. Una inmersión directa al pasado. La emoción era palpable cuando traspasaban las puertas de la ciudad, Pompeii Scavi, como se llamaba la ciudad en ruinas en italiano. —Elisabeth, ¿no vamos a tomar un helado? Era Ann quien hacía la pregunta. —Sí, por supuesto, los que quieran comprarse un helado pueden hacerlo. Los demás, podéis sentaros en los bancos y descansar los pies. Buena idea, convino Ramony y se sentó en un banco a pleno sol, puesto que no había sitio a la sombra. —¿No quieres un helado? —se asombró Ulrika. —No, creo que no. Quedé bastante saciada en el desayuno —le respondió Ramony. —¡Pero ya hace milenios que desayunamos! ¿Estás segura de que te encuentras bien? Te encanta el helado. Y es helado italiano... Ulrika se la quedó mirando expectante. —Simplemente no me apetece —reiteró Ramony. Sentía como si el viaje en avión de ayer aún anduviera re•16•

volviéndole el cuerpo. El estómago se negaba a trabajar cuando intentaba comer. Estaba segura de que su estómago ni siquiera quería un helado. —Ve tú. Yo me quedo aquí sentada y te espero —le dijo Ramony. —Puedo comprarte un helado si estás cansada para ir —le propuso Ulrika. Qué maja era Ulrika, pensó Ramony, y le sonrió con cariño. —Gracias, pero de veras, ahora no quiero helado. Gracias de todas formas. ¡Anda, vete ya! —le animó Ramony. De pronto, Ramony sintió una sensación cosquilleante por todo el cuerpo. La sensación de encontrarse en medio de un campo eléctrico. Y que el pelo se le ponía de punta. Se llevó la mano despacio a la cabeza para comprobarlo. Intentó que el gesto pareciera natural, como si solo quisiera alisarse el pelo. No, estaba como siempre, pero aun así seguía sintiéndolo erizado. Ramony observó a los demás. Nadie parecía raro, ninguno comprobaba su pelo. ¿Era ella la única que tenía esa sensación? —¿Te sientes bien, Ramony? Ramony notó una mano en el hombro y giró la cabeza. El sol le daba en la cara, entre guiños miró a ver quién le preguntaba. Se trataba de Elisabeth. —Sí, claro, solo que me duele un poco la cabeza y estoy cansada del viaje... Por lo demás, estoy bien. Todo es muy interesante, me alegro de que eligiéramos venir aquí de viaje escolar —le dijo Ramony. Tenía ganas de levantarse y abrazar a Elisabeth para agradecérselo. Siempre le pasaba lo mismo cuando alguien le gustaba. A veces podía ocurrir que abrazaba a alguien que •17•

no conocía demasiado bien. Pero ahora se controló. Ulrika no iba a parar de martirizarla con sus puyas si abrazaba a la profe. —Sí, parece que la mayoría están contentos. Yo, por mi parte, lo estoy. Todo se ha desarrollado mejor de lo que había esperado. Sois todos fantásticos. ¿Estás segura de que te encuentras bien? ¿No vas a tomar un helado? ¿O estás pensando en cuidar la línea? Elisabeth miró inquisitiva a Ramony, algo preocupada. —No, es que ahora mismo no me apetece —respondió Ramony. —Está bien, te dejo aquí pues, porque yo sí me voy a comprar un helado —añadió Elisabeth alegre encaminándose hacia la cola de los helados. —¿De qué iba eso? —preguntó Ulrika dejándose caer en el banco, al lado de Ramony. —Se preguntaba por qué no tomaba helado. Que si era por mantener la línea. Ramony se rió. Nunca necesitaba pensar en su figura. Podía engullir cuanto quisiera que seguía como siempre. Aunque, eso sí, quizás no se sintiera igual de bien después. —Venga, ya vale de estar aquí sentadas, vagueando. Ulrika saltó del banco, asió con firmeza el brazo de Ramony y tiró de ella, luego, le tendió su helado. —Sujétamelo. —¿Qué vas a hacer? —quiso saber Ramony, cogiendo el helado. —Nada, son solo estas condenadas sandalias. Se han vuelto a soltar las correas. Donde estén unas deportivas... —se quejó Ulrika, gesticulando teatralmente con los ojos—. Mi madre, que no tiene arreglo. Se empeñó en que tenía que •18•

traer sandalias para el viaje. Dijo que haría demasiado calor con las deportivas. ¡Madres! —Totalmente de acuerdo contigo —reafirmó Ramony a quien también habían obligado a llevar las sandalias. Miró a Ulrika, que ataba y se enrollaba las sandalias. —Bueno, si estáis todos listos, nos vamos. No hemos venido precisamente a comer helado. Venga, sigamos —les animaba Elisabeth. Ulrika sujetó a Ramony con fuerza, tiró de ella y se fueron. ¡Que siempre tenga que andar tirando de mí así!, pensó Ramony. Y se dio cuenta de que andaba algo quisquillosa. Sería por el dolor de cabeza. O quizá fuese esa extraña sensación de encontrarse en medio de un enorme campo de fuerzas. Ir cogida del brazo era de las cosas que menos le gustaban a Ramony. Se preguntó por qué nunca le había comentado a Ulrika que no le gustaba nada que la arrastraran de aquí para allá. ¿Por qué tenía siempre que conformarse con todo lo que los demás querían? Pero como Ramony no deseaba herir a Ulrika, no le dijo nada. Completamente desprevenida, cruzó las puertas de la ciudad. Sin tener ni la más remota idea de todo lo inexplicable que le aguardaba tras sus muros.

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Capítulo 3

Atravesar las puertas de entrada a la ciudad de Pompeya fue como trasladarse de golpe siglos atrás. Casi se podía sentir el olor de los excrementos que los asnos habían dejado tras de sí cuando se esforzaban en subir el empinado túnel de piedra que llevaba desde las murallas hasta el interior de la ciudad. Cuando Ramony salió a la luz del sol al otro lado del túnel se quedó pasmada por las ruinas que se extendían frente a ella. En el largo y oscuro pasadizo a través del muro las sensaciones habían sido tan vívidas que era como si la ciudad todavía fuese a estar al otro lado intacta y reluciente bajo el aplastante calor. A tan solo un suspiro de mí, pensó Ramony, y, de alguna manera, se sintió muy cerca de las personas que un día habían muerto allí. Como aturdida, siguió al grupo, a través de la larga calle que llevaba al corazón de la ciudad. —Estamos en el Foro —dijo Elisabeth, y leyó lo que decía la guía: “A su alrededor se agrupaban los templos importantes, los juzgados y los mercados. Detrás de estas grandes columnas de piedra, colocaban los comerciantes sus puestos. Aquí se sentaban también los maestros con sus alumnos. Antes, el pórtico de columnas era de dos pisos”. •20•

—Elisabeth mostró con un gesto los pilares que se alzaban formando una larga fila. Ramony intentó imaginarse vida y movimiento en el lugar, pero le era difícil concentrarse. Su dolor de cabeza había empeorado desde que atravesaron las puertas de la ciudad. Tenía el cuerpo si cabe aún más revuelto. Ramony pensó si no habría pillado alguna enfermedad extranjera de esas que enseguida van a más. —Mirad hacia abajo, la calle por la que vamos. —Señaló Elisabeth, deteniéndose—. Ya tenían aceras en esa época, año 79 d. C. Si observáis detenidamente, podéis también ver la canalización del agua que la recorre. Elisabeth salmodiaba sus conocimientos como la más experimentada de las guías. Se había preparado concienzudamente el viaje. Ramony miró las aceras. ¡Era realmente fantástico: aceras y canalización del agua! —Observad ahora la propia calzada, ¿veis esos dos grandes bloques de piedra que están ahí? —Y los señaló—. Pelle, Mats y Tobias, bajad de las piedras para que los demás podamos tener oportunidad de verlas. Muchísimas gracias. Bueno, como podéis ver, hay tres grandes bloques de piedra. Servían para que los viandantes pudieran cruzar la calle sin mojarse los pies. ¿Veis lo nítidas que son las marcas de los carros ahí? Lo son porque todos los carros tenían que pasar exactamente por el mismo sitio: por entre esas piedras. ¿No es asombroso? –exclamaba Elisabeth entusiasmada. —Ven, saltemos por las piedras —dijo Ulrika. —No, salta tú si quieres. No tengo ganas —respondió Ramony cansada. —¡Hija, qué aburrida estás hoy! ¿Qué te ocurre? ¿Estás •21•

enfadada por algo? —tanteó Ulrika. —No, es solo que me duele horrores la cabeza. Déjame tranquila —respondió Ramony. Ramony se extrañó de su tono irritado y de que por fin se hubiese atrevido a llevarle la contraria. —Vale, vale, usted perdone, pues, ¡qué borde! Me las apaño sin ti —le espetó Ulrika y saltó sobre las piedras hacia el otro lado de la calle, donde estaban Ann y Marie, con las que empezó a hablar. Por mí, encantada, pensó Ramony, que se encogió de hombros y le dio la espalda. Al mismo tiempo sintió una punzada en el corazón. Tampoco quería enemistarse con Ulrika. Deambularon a lo largo de la calle empedrada. El aire rielaba por el calor. Una ligera nube de ceniza se arremolinaba por entre sus pies y los tintaba de negro. Elisabeth seguía hablando y mostraba un edificio tras otro. Era interesante, pero cansado bajo el calor que hacía. Lo que Ramony deseaba más que nada en el mundo era sentarse en un lugar fresco y sombreado; solo sentarse y disfrutar. A poder ser, en silencio; pero era totalmente imposible con toda una clase a su alrededor. —La casa que veis ahí delante fue una panadería. Elisabeth señaló una casa con una gran entrada abovedada. Allí dentro vieron un horno grande de piedra. Tan grande que en él cabría sin problemas una persona. La boca del horno era un arco rodeado de ladrillos que sobresalían, de un color distinto al del propio horno. Era muy bonito. En el interior de la panadería Ramony divisó unas piedras con forma cónica. Parecían setas cantarelas puestas boca abajo. En el centro tenían agujeros cuadrados. Elisabeth las señaló y dijo: —Estas piedras se usaban para moler la harina. Por los agu•22•

jeros se introducía un palo de madera del que empujaban, dando vueltas alrededor, dos hombres, uno a cada lado de la piedra, o bien un asno guiado por un niño. Elisabeth apuntó después al precioso horno: —Cuando se excavó la panadería, se encontró un horno en el que aún había pan. Se había conservado durante dieciocho siglos, debido a que la ceniza lo había inundado. Ochenta panes, que, por supuesto, estaban duros como piedras, pero, por lo demás, indemnes. Lo más fantástico de esos panes es que eran exactamente iguales a los que se seguían horneando siglos después, en la época en que se excavó Pompeya. Podéis entrar y mirar. Los panes ya no están ahí, los habéis visto antes en el museo, pero entrad y ved cómo era una panadería de la época —les animó Elisabeth. Ramony contemplaba anhelante el oscuro horno y el banco de piedra que había a su lado. Un lugar perfecto donde poder sentarse a descansar. Se quedó rezagada del grupo que entró en la panadería y mientras los compañeros daban vueltas por allí dentro, ella, despacio, se fue encaminando a un rincón oscuro. Ramony miró alrededor. Nadie parecía fijarse en ella. Rápidamente se inclinó y se metió debajo del banco de piedra. Se estaba oscuro y fresco. Ramony se apoyó contra la fría pared de la casa. ¡Si también pudiera haber un poquito de silencio!, pensó. Me quedaré un rato aquí sentada. Un ratito, luego alcanzaré a los demás. Un momento, para que se me pase el dolor de cabeza, solo hasta que la cabeza deje de...

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Capítulo 4

—¿Qué estás haciendo aquí, muchacha? ¡Arriba, aquí dentro no puedes estar! Ramony se despertó mal, de pronto, porque alguien la zarandeaba y tiraba de ella. Miró hacia arriba y vio a un hombre de piel morena y cabello oscuro que se inclinaba hacia ella. Parecía enfadado, tenía la frente surcada de profundas arrugas y sus ojos la miraban turbios y amenazadores. Había algo raro en él. Al principio, no supo Ramony qué era exactamente, pero luego se dio cuenta de que la impresión se debía a sus ropas. El hombre llevaba puesto algo parecido a una sábana, con un cordón atado a la cintura. Un tipo extraño, pensó Ramony, y se levantó. —¡Vamos, largo! En realidad debería darte unos azotes por andar merodeando por aquí. Pero no tienes pinta de haber pensado robar nada, así que por esta vez lo dejaremos estar. Pero si te vuelvo a ver por aquí una vez más, entonces... —decía el hombre amenazador, mostrándole el puño en la cara a Ramony. Asustada, Ramony se echó hacia atrás y le miró. Se le encogió el estómago del miedo. ¿Quién era este hombre, un vigilante? •24•

Ramony dirigió sus pasos hacia la luz. Tenía una extraña sensación de que las cosas no estaban como debieran. Primero, ese hombre, vestido de forma tan extraña. Y luego, la antes oscura y fresca habitación se había vuelto ahora caliente hasta la asfixia. Todavía oscura, pero muy caliente. Además, había tantos ruidos, a diferencia de la calma y el silencio que reinaban cuando se acurrucó en ella... Ahora sonaba como si hubiesen llegado varios autobuses llenos de turistas que alborotaban fuera. —Oye, vas a tener que darte prisa —le instó el hombre, que cogió con fuerza el brazo de Ramony y empezó a arrastrarla hacia la luz. La soltó, pero solo para empujarla tan fuerte que cayó al suelo de bruces. —¡Vete ya de una vez, y que no se te ocurra volver! Ramony no dijo nada allí donde estaba tendida, con la cara en el suelo. Se escuchaban un montón de voces alrededor y la boca le sabía a tierra. Lo que le hizo reflexionar: antes el suelo había estado cubierto de ceniza. ¡No había tierra alguna! Lentamente, se sentó y miró a su alrededor. Las lágrimas empezaron a caerle despacio por las mejillas. ¿Qué estaba sucediendo? A su alrededor todo era bullicio y movimiento. En donde antes había un enorme espacio vacío, ahora hervía de gente. En unas cuantas mesas la gente amasaba pan, y el banco vacío bajo el que se había escondido estaba ahora lleno de panes ya horneados. La gente parloteaba y reía, y todos vestían esas ropas raras, como las del hombre que la había despertado. ¿Qué había pasado? Un hombre que se acercaba cargado con una larga bandeja con panes le gritó enfadado que se apartase. •25•

Ramony no sabía qué hacer, se sentía muy confusa. ¿Estaba soñando todo esto? —¡Ven aquí, te ayudaré! Le tendían una mano bronceada y sucia de su mismo tamaño. Ramony la agarró y miró hacia arriba. Frente a ella estaba un chico, bronceado por el sol, de su misma edad. Tenía el pelo negro y unos despiertos ojos castaños. Y aunque también llevaba puesta encima una sábana, de algún modo parecía más refinado. ¡Además llevaba una bulla al cuello! Ramony intentó pensar: una bulla, ¿qué significaría? ¿Una bulla...? Entonces, ¿estaba soñando? Sería eso, porque no podía haber otra explicación, era demasiado fantástico para ser cierto. No. Sí claro, estaba soñando. —¡Pellízcame! Creo que estoy soñando —soltó. —¿Qué? —Se extrañó el chico—. ¿Quieres que te pellizque? Con una pícara sonrisa en los labios, le pellizcó fuerte en el brazo. —¡Ay! ¡Qué daño! —chilló Ramony asombrada. —Pues claro, ¿qué esperabas? —le respondió el chico, mirándola provocador. —¿Es una conocida tuya? —le preguntó el hombre que antes había arrastrado a Ramony, sacándola de su sueño. Cuando el hombre vio que el chico asentía con la cabeza, le mostró una amplia sonrisa. El hombre parecía muy amable con el chico. De repente, se volvió zalamero y todavía con la sonrisa en los labios, le dijo: —Bueno, tampoco se acaba el mundo porque haya entrado y estuviese junto al horno. Pensé que era alguien que quería hacer una travesura o robar, pero si es conocida tuya, ya supongo que no era el caso. Espero no haberte hecho daño. •26•

¿No te he hecho daño, verdad? —se volvió hacia Ramony y le preguntó sonriéndole. Ramony negó con la cabeza. Claro que tenía rozaduras en las rodillas, pero tampoco nada grave. Y si ahora el hombre quería ser amable, no iba a ser ella quien dijese nada que le pudiera hacer enfadar de nuevo. —Bien, lo mejor, en cualquier caso, es que te lleves a tu amiga de aquí. Es peligroso jugar cerca del horno. Uno puede quemarse. Además, estáis en medio y molestáis a los que trabajan. Por cierto, ¿quién es? ¡Va vestida tan rara! El hombre señalaba los pantalones cortos y la camiseta de Ramony. —Es... ella viene de... de Roma —dijo el chico, algo indeciso—. Es mi prima de Roma. —¡Bueno!, ahora han empezado a ponerse esa ropa rara allí. Vaya, vaya, realmente vergonzoso. Será mejor que le expliques que aquí en Pompeya tendrá que ocultar sus piernas. Como tienen que hacerlo todas las demás jovencitas, porque si no se armará una buena. Lleva a casa a la chica y ocúpate de que se ponga ropa decente —añadió el hombre lanzando una mirada a las piernas de Ramony. Ramony estaba callada escuchando con ojos como platos, del asombro. ¿Realmente podía ser que... no, sería demasiado increíble. Pero ¿cómo, si no, se explicaba todo esto? —¡Vamos! —la llamó el chico y le hizo un gesto con la mano para indicarle que quería que se marcharan. No hizo como Ulrika, tirar de ella, y fue algo que a Ramony le gustó. Despacio, le siguió hacia la calle, pero, de pronto, se detuvo. Tiene que ser... Todo estaba lleno de gente vestida con sábanas. En el patio fuera de la panadería un asno daba vueltas a una torre pequeña donde se molía harina. •27•

Tal como lo contaba Elisabeth, recordó Ramony. Una mujer con vestido largo pasó con un niño en el regazo. La mujer observó con mirada crítica las piernas desnudas de Ramony. Y ella deseó haber llevado puesta una falda, o pantalones largos. Un hombre salió de la panadería con otra larga bandeja con pan. Cruzó la plaza y entró en una tienda al otro lado. ¡Una tienda! Era una Pompeya “viva” la que estaba viendo. La certeza le golpeó a Ramony como un rayo salido de la nada. De algún modo había viajado en el tiempo cuando se sentó y se quedó dormida en la tahona, y ahora... ahora... ¡estaba en una Pompeya viva! Anterior a la erupción del volcán que devastaría toda la ciudad y mataría a todos sus habitantes. También ella moriría si no se iba de allí. Ramony miró a todos lados, aterrada. No tenía ni la más remota idea de lo pronto o no que entraría en erupción el volcán: si ocurriría dentro de cien años, de diez ¡o en diez minutos!

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Capítulo 5

—¿Quién eres en realidad y por qué vas vestida tan rara? Los horribles pensamientos de Ramony se disiparon con la pregunta del chico. Habría sido extraño que no hubiera planteado esa pregunta, pensó Ramony. Pero en ese momento no tenía ninguna buena respuesta que darle. ¿Qué pensaría si ella contestase: vengo del futuro y me parece que he hecho un viaje en el tiempo. No me preguntes cómo, porque no lo sé. Lo que sí sé es que estoy aquí, pero no sé cómo voy a regresar. Lo más probable es que no la creyese. Ella misma albergaba un montón de preguntas. Preguntas que no quería realizarse porque tenía miedo a las respuestas. Pero sí había una pregunta que era inocua y necesaria. —¿Y tú quién eres? —preguntó Ramony a su vez, para desviar su atención. —Me llamo Theodore, pero mis amigos me llaman Theo. ¿Cómo te llamas tú? —Ramony. —Qué nombre tan bonito, Ramony. Parecía como si Theo saboreara el nombre, como si nunca antes lo hubiera oído. •29•

—Ramony, ven conmigo a un lugar algo más apartado, para que podamos conversar. No debemos quedarnos aquí en mitad de la calle. La gente nos mira — explicó Theo. Ramony miró alrededor. Era verdad, la gente la miraba. Se estiró los pantalones cortos para alargarlos algo y un poquito sí que se alargaron, pues eran de algodón elástico, pero no lo suficiente. Ramony se sentía observada y le dio vergüenza hasta sentir las miradas quemarle las piernas. No le gustaba llamar la atención. Especialmente si era porque había hecho algo indecente. Theo condujo a Ramony hacia las puertas de la ciudad. Las reconocía, pero, a la vez, no. Lo que había visto hacía una media hora habían sido fragmentos de una puerta de un tiempo muy lejano, largo atrás desaparecido. Lo que ahora veía frente a ella era una puerta entera y bien cuidada con dos grandes hojas de madera. El muro también estaba completo, sí, todo entero. Las casas contiguas no estaban ruinosas, desiertas y vacías. En lugar de eso, en los pisos bajos de algunas de ellas se realizaba un colorista y vívido comercio de diversas mercancías. Los postigos de las ventanas se abrían al exterior, pendían jaulas de pájaros colgadas en su exterior y plantas trepadoras añadían a las casas un colorido extra. Los tejados de los edificios estaban perfectos y el rojo de las tejas lucía hermoso al sol. La gente sentada hablaba entre sí. Una madre daba de mamar a su bebé. Más allá algunos chiquillos perseguían a un gato. Realmente, esta no era la misma Pompeya desierta de hacía un rato. Theo y Ramony atravesaron las puertas de la ciudad y caminaron por un estrecho camino de tierra. A su derecha crecía un bosque pequeño, a la izquierda se extendían los campos. Theo guió a Ramony al interior del bosquecillo. •30•

—¿Sabes subir a los árboles? —le preguntó. Ramony asintió en silencio. Estaba muda de asombro por todas las novedades a su alrededor. Una vereda, apenas visible, les llevó hasta un hermoso árbol fácil de escalar. Theo se agarró a la rama inferior y con una voltereta se subió con facilidad a ella. Siguió escalando y se sentó cómodamente en una horquilla del árbol. —Ven —la animó. Ramony también se sujetó a la rama más baja y subió balanceándose. No con la misma facilidad que Theo, pero tampoco se avergonzaba de su forma de subir. Enseguida estaba sentada en la misma rama que él. —En fin, estaba esa pregunta a la que no quisiste contestar —le dijo Theo, mirándola pensativo. Ramony pensaba que había olvidado la pregunta, pero comprendió que debía de tener demasiada curiosidad para olvidarla. ¿Qué hacer? ¿La creería si le decía la verdad o tendría que encontrar una mentira creíble? Ramony deliberó consigo misma y llegó a la conclusión de que lo mejor sería ceñirse a la verdad. —Supongo que te refieres a la pregunta “¿quién eres?” ¿No es así? —tanteó Ramony. Theo asintió repetidamente con la cabeza, expectante ante la respuesta. —No sé cuánta imaginación tienes, pero agárrate porque te voy a contar la verdad. Y me pregunto si de verdad vas a poder creer mi historia —continuó Ramony. Ni yo misma soy capaz de creérmela, pensó con estupor. Respiró hondo y comenzó su relato. —Vengo del futuro. Entiendo que parece increíble, pero es la verdad. Mi clase estaba de viaje de fin de curso en Pom•31•

peya —dijo Ramony, y se quedó callada de repente. ¿Le contaba que lo que habían ido a mirar eran ruinas? Permaneció en silencio, reflexionando. —Vale, ¿y luego? Theo la miraba curioso. —¿Me crees? —preguntó Ramony atónita. —Lo decidiré cuando hayas terminado de contármelo —contestó Theo al que se le veía realmente atento, allí colgado, con las piernas balanceándose en la rama del árbol. Ramony se sujetó con firmeza al tronco. Para sentir la confianza que da algo real. Porque aún parecía estar como en mitad de un sueño, o de una pesadilla. Al instante cogió fuerzas para continuar su relato. —La Pompeya que mirábamos no era exactamente la misma en la que tú vives. Bueno, no sé bien cómo voy a explicarlo... He retrocedido unos dos mil años en el tiempo; quiero decir en este momento. Pero la Pompeya que visitábamos y contemplábamos no es como la que tú y yo vemos ahora a nuestro alrededor. Ramony se escuchaba y notaba que sonaba complicado; así pues, lo intentó de nuevo. —Verás, ¿cómo decirlo? Pompeya es una ciudad en ruinas en nuestra época, avanzando casi dos mil años en el tiempo. ¿Lo entiendes? Theo la contemplaba pensativo y asentía con la cabeza. —Bien, así pues entré en esa ciudad en ruinas para verla con mi clase. Me dolía mucho la cabeza y me cosquilleaba todo el cuerpo... Esa sensación se había esfumado, pensó Ramony, el dolor de cabeza y la agitación del cuerpo habían desaparecido. —Estaba muy cansada, tanto que, de repente, no podía más, no podía escuchar la charla de mis compañeros y las •32•

piernas no me aguantaban más. Fue entonces cuando encontré las ruinas de una panadería. El lugar estaba oscuro y fresco y pensé que si solo me sentaba un rato y descansaba la cabeza y los pies, seguro que me sentiría mejor. Ramony interrumpió su relato para coger aire. Había soltado toda la historia casi sin respirar, porque una vez se había decidido a contárselo, quería contarlo todo. Pensó que Theo era un chico peculiar, con una gran paciencia, que no la invadía con preguntas ni se enfadaba con su charla. —Entiendo —dijo Theo y meneaba la cabeza como un sabio anciano. Lo entendía, pensó Ramony. Era fantástico, más de lo que ella misma podía decir. —Sí, y por lo que parece debo de haberme quedado dormida y los demás se han ido, porque lo siguiente que recuerdo es que alguien me zarandeaba, tiraba de mí y me gritaba; y que estaba en una panadería “de verdad”, que olía a pan recién horneado, donde la gente corría de un lado para otro y estaba enfadada conmigo. Y me sentía tan, tan fuera de lugar. Ramony notó como empezaba a invadirla el pánico e intentó contenerlo. Tragó saliva para quitarse el bolo que notaba en la garganta. Lo último que deseaba era perder el control con Theo. Respiró hondo y se obligó a mostrar una sonrisa llena de confianza. —¡Vaya! ¿Y qué piensas hacer ahora? —preguntó Theo. —No lo sé. ¿Y tú? Mejor dicho, ¿tienes una buena propuesta? ¿Por qué me ayudaste, en realidad, allí en la panadería? —le preguntó a su vez Ramony, observando al chico con interés. Theo alzó los hombros. —No lo sé. Me dio por ahí en ese momento. Parecías tan •33•

sola y desvalida, allí con la boca llena de tierra, y además tienes unas piernas tan estupendas. Bueno, no es que haya visto muchas que digamos... — Theo señaló con la cabeza hacia la ciudad, y Ramony pensó en todas las mujeres con sus largos vestidos— Pero las tuyas son las mejores hasta ahora —continuó él. Lo último lo dijo con una sonrisa provocadora en los labios. ¡Piernas bonitas!, pensó Ramony, está visto que los chicos son igual en todas partes, independientemente del siglo al que una llegue. No pudo evitar hacer una mueca de desagrado. Estaba claro que Theo comprendía cómo se sentía y quería quitarle algo de peso a la situación. Ahora la sonrisa le salió a ella espontáneamente y lo miró comprensiva. Junto a este chico seguro que saldría de alguna manera del problema, aunque no sabía cómo. —Bueno, y querrás, por supuesto, que te ayude. Era más una constatación que una pregunta lo que Theo planteaba. Él era quien mejor conocía de todo y todos en Pompeya. —Lo primero que tenemos que hacer —decía reflexionando— es encontrarte otras ropas. Aunque tengas piernas bonitas, me parece que no es demasiado adecuado ir por ahí enseñándoselas a los demás. Aquí no lo hacemos. Burlón, le guiñó un ojo a Ramony y movió la cabeza divertido. Se sentía aliviada cuando Theo bromeaba. —Entonces, ¿realmente me crees? ¡Crees que es cierto! Si apenas ni yo misma me lo creo. Ramony estaba muy feliz cuando miraba a Theo, sentado junto a ella un poco más alejado en la rama. Él le sonrió y, al tiempo que se alzaba de hombros, le contestó: —Sí, qué remedio me queda. O bien es como dices o quizá •34•

—¿Cómo las conseguirás? —Mi hermana tiene más o menos tu talla —le explicó Theo. Recorrió el cuerpo de Ramony de arriba abajo con la mirada. —Sí, creo que su ropa te valdrá. Lo intentaremos. ¡Espérame aquí! Enseguida vuelvo. Theo descendió ágilmente del árbol. En lugar de sortear a Ramony que estaba sentada cerca del tronco, se volteó simplemente desde la rama y, zas, estaba en el suelo. Justo cuando iba a desaparecer entre los arbustos, le volvió a llamar Ramony. —¡Theo...! —¿Sí? Dio un paso atrás y miró hacia arriba, adonde ella estaba. —Theo, ¿volverás, verdad? —Claro que volveré —respondió él riendo, y desapareció entre los arbustos.

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seas uno de esos locos que suelen andar abajo en el puerto. Theo la escrutaba intensamente. —Pero la verdad es que no pareces una loca. Y tampoco he visto que ninguno de ellos vista como tú, aunque, en realidad... solo una loca podría vestirse de esa forma. Theo cabeceaba señalando la vestimenta de Ramony y paseó su mirada por su cuerpo. A ella le dio la impresión de que se detenía algún segundo más en sus piernas, pero quizá solo fueran imaginaciones suyas. —Pero, ¿realmente de dónde eres? —insistió Theo. —¿Qué quieres decir con “realmente”?—saltó Ramony, temiendo de pronto que, con todo, él no la creyese. Pero cuando Theo al momento explicó lo que quería decir con su pregunta, Ramony se calmó un tanto. —Verás, claro que te creo, pero me pregunto de dónde eres, quiero decir que aunque vengas del... ¿dijiste del dos mil? Dos mil años hacia adelante, tendrás que vivir en algún sitio, vivir, jugar, leer, tendrás familia... Dejó la frase incompleta. La mirada de Ramony vagó por la copa del árbol. Había en ella algo de añoranza y Theo pensó que creía saber lo que estaba pensando: ¿Volvería a ver a su familia algún día? —Lo solucionaremos, no te preocupes —comentó Theo. Deseaba poner la mano en el brazo de Ramony para tranquilizarla, pero no llegaba, porque estaba sentada demasiado lejos. Y al mismo tiempo Theo sentía que quizá Ramony no quisiera que lo hiciera. Le agradó que hubiera entre ellos esa cierta distancia porque de ese modo no tenía que tomar tal decisión. —Bueno, pues voy a buscarte unas ropas decentes —añadió Theo. •35•

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