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EL ESTADO ABSOLUTISTA m

siglo veintiuno editores

perry anderson

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INDICE

siglo ventiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACION COYOACAN. 04310 MÉXICO. D.F.

siglo veintiuno de españa editores, s.a. PRINCIPE DE VERGARA, 78 2° DCHA., MADRID. ESPAÑA

Prólogo PRIMERA PARTE EUROPA

OCCIDENTAL

1. El Estaco absolutista en Occidente 2. Clase y Estado: problemas de periodización 3. España 4. Francia 5. Inglaterra 6. Italia 7. Suecia SEGUNDA PARTE EUROPA

portada de anhelo hernández primera edición en español, 1979 decimoquinta edición en español, 1998 © siglo xxi de españa editores en coedición con © siglo xxi editores, s.a. de c.v isbn 968-23-0946-8 primera edición en inglés, 1974 © nlb título original: lineages of the absolulisl state derechos reservados conforme a la ley impreso y hecho en méxico/printed and made in mexico

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

ORIENTAL

El absolutismo en el Este Nobleza y monarquía: la variante oriental Prusia Polonia Austria Rusia La Casa del Islam

CONCLUSIONES

DOS NOTAS

A. B.

El feudalismo japonés El «modo de producción asiático»

Indice de nombres

PROLOGO

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El objeto de esta obra es intentar un análisis comparado de la naturaleza y desarrollo del Estado absolutista en Europa. Sus límites y su carácter general como meditación acerca del pasado se explican en el prólogo del estudio que le p r e c e d e A h o r a sólo es preciso añadir algunas consideraciones específicas sobre la relación de la investigación emprendida en este volumen con el materialismo histórico. Este libro, concebido como un estudio marxista del absolutismo, se sitúa deliberadamente entre dos planos diferentes del discurso marxista que, con frecuencia, permanecen a considerable distancia el uno del otro. Ha sido un fenómeno general de las últimas décadas que los historiadores marxistas, autores de lo que es ya un impresionante corpus de investigación, no siempre se hayan interesado por las cuestiones teóricas planteadas por los resultados de sus trabajos. Al mismo tiempo, los filósofos marxistas que han intentado clarificar o resolver los problemas teóricos básicos del materialismo histórico se han situado con frecuencia muy lejos de los temas empíricos concretos formulados por los historiadores. Aquí se ha realizado un esfuerzo por explorar un nivel intermedio entre esos dos. Es posible que tal intento sólo sirva como ejemplo de lo que no debe hacerse. Pero, en cualquier caso, la finalidad de este estudio es examinar el absolutismo europeo simultáneamente «en general» y «en particular»; es decir, tanto las estructuras «puras» del Estado absoluto, que lo constituyen como una categoría histórica fundamental, como las variantes «impuras» que presentan las específicas y diversas monarquías de la Europa posmedieval. En buena parte de los escritos marxistas de hoy, estos dos órdenes de realidad están normalmente separados por una gran línea divisoria. Por una parte, se construyen, o presuponen, modelos generales «abstractos», no sólo del Estado absolutista, sino también de la revolución burguesa o del Estado capitalista, sin ninguna preocupación por sus variantes efectivas. Por otra, se exploran casos locales «concretos», sin referencia a sus implicaciones e interconexiones recíprocas. Indudablemente, la dicotomía convencional entre estos 1 Passages from Antiquity to feudalism, Londres, 1974, pp. 7-9. [Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI, 1979, pp. 1-3.]

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Prólogo

procedimientos se deriva de la extendida creencia de que la necesidad inteligible sólo radica en las tendencias más amplias y generales de la historia, que operan, p o r decirlo así, por «encima» de las múltiples circunstancias empíricas de las instituciones y hechos específicos, cuyo curso o f o r m a real es en buena medida y p o r comparación, resultado de la casualidad. Las leyes científicas —en el caso en que tal concepto se acepte—, se mantienen sólo para o b t e n e r categorías universales: los o b j e t o s singulares se consideran como pertenecientes al á m b i t o de lo fortuito. La consecuencia práctica de esta división es que los conceptos generales —tales como Estado absolutista, revolución burguesa o Estado capitalista— se convierten frecuentemente en algo tan lejano de la realidad histórica que d e j a n de tener toda fuerza explicativa, m i e n t r a s que los estudios particulares —confinados a períodos o áreas delimitados— no pueden desarrollar o clarificar ninguna teoría global. La premisa de este t r a b a j o es que no existe en la explicación histórica ninguna línea divisoria entre lo necesario y lo contingente que separe entre sí dos tipos de investigación: la «larga duración» f r e n t e a la «corta duración» o lo «abstracto» f r e n t e a lo «concreto». La división se da tan sólo e n t r e lo que se conoce —verificado p o r la investigación histórica— y lo que se desconoce, pudiendo a b a r c a r esto último t a n t o los mecanismos de los hechos singulares como las leyes de f u n c i o n a m i e n t o de e s t r u c t u r a s completas. En principio, ambos son igualmente susceptibles de u n adecuado conocimiento de su causalidad. (En la práctica, los testimonios históricos que han llegado hasta nosotros pueden ser tan insuficientes o contradictorios que no p e r m i t a n f o r m u l a r juicios definitivos; pero ésta es o t r a cuestión: de documentación y no de inteligibilidad.) Uno de los principales propósitos del estudio aquí e m p r e n d i d o es, p o r tanto, i n t e n t a r mantener s i m u l t á n e a m e n t e en tensión dos planos de reflexión que, de f o r m a injustificable, han estado divorciados en los escritos marxistas, debilitando su capacidad p a r a f o r m u l a r u n a teoría racional y controlable en el campo de la historia. El v e r d a d e r o alcance del estudio que sigue se manifiesta en tres anomalías o discrepancias respecto a los t r a t a m i e n t o s ortodoxos del tema. La p r i m e r a de ellas es que aquí se concede m u c h a m á s antigüedad al absolutismo, como ya estaba implícito en la naturaleza del estudio que ha servido de prólogo a éste. En segundo lugar, y d e n t r o de los límites del continente explorado en estas páginas —Europa—, se ha realizado u n sistemático esfuerzo para d a r un t r a t o equivalente y complementario a sus zonas occidentales y orientales, tal como se hacía

Prólogo

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t a m b i é n en la precedente discusión sobre el feudalismo. E s t o es algo que n o puede darse sin más p o r supuesto, ya que, si bien la división e n t r e E u r o p a occidental y oriental es u n lugar c o m ú n intelectual, r a r a vez ha sido o b j e t o de u n a directa y sostenida reflexión histórica. La producción más reciente de t r a b a j o s serios sobre historia europea ha corregido hasta cierto p u n t o el tradicional desequilibrio geopolítico de la historiografía occidental, con su característico olvido de la mitad oriental del continente. Pero todavía queda un largo camino hasta alcanzar un razonable equilibrio de interés. Con todo, lo u r g e n t e no es t a n t o u n a m e r a paridad en la c o b e r t u r a de a m b a s regiones c u a n t o una explicación c o m p a r a d a de su división, u n análisis de sus diferencias y u n a estimación de la dinámica de sus interconexiones. La historia de E u r o p a oriental n o es u n a m e r a y m á s pobre copia de la de E u r o p a occidental, que podría yuxtaponerse al lado de ésta sin a f e c t a r a su estudio; el desarrollo de las regiones más «atrasadas» del continente a r r o j a u n a insólita luz sobre las regiones más «avanzadas», y con frecuencia saca a la superficie nuevos p r o b l e m a s q u e permanecían ocultos d e n t r o de ella p o r las limitaciones de u n a introspección puram e n t e occidental. Así pues, y al c o n t r a r i o de la práctica normal, la división vertical del continente e n t r e Occidente y Oriente se toma a lo largo de todo el libro como u n principio central q u e organiza los materiales de la discusión. Dentro de cada zona h a n existido siempre, p o r supuesto, grandes diferencias sociales y políticas q u e aquí se c o n t r a s t a n e investigan en su específica entidad. La finalidad de este procedimiento es sugerir u n a tipología regional q u e pueda ayudar a clarificar las divergentes trayectorias de los más i m p o r t a n t e s estados absolutistas de E u r o p a oriental y occidental. Tal tipología podría servir precisamente p a r a indicar, a u n q u e sea sólo en f o r m a de esbozo ese tipo plano conceptual intermedio que se pierde t a n t a s ve ees, y no sólo en los estudios sobre el absolutismo, sino tambiér en otros muchos temas, e n t r e las genéricas construcciones teó ricas y los particulares casos históricos. E n tercer lugar, y p o r último, la selección del objeto de este estudio —el E s t a d o absolutista— ha d e t e r m i n a d o u n a articu lación t e m p o r a l diferente a la de los géneros ortodoxos de his toriografía. Los marcos tradicionales de la producción h i s t ó r i a son países singulares o períodos cerrados. La gran mayoría di la investigación cualificada se lleva a cabo d e n t r o de los confi nes nacionales; y cuando u n t r a b a j o los sobrepasa p a r a alcanza: u n a perspectiva internacional, n o r m a l m e n t e toma c o m o f r o n t e r ; u n a época delimitada. E n a m b o s casos, el t i e m p o histórico n


EL ESTADO ABSOLUTISTA EN OCCIDENTE

La larga crisis de la economía y la sociedad europeas d u r a n t e los siglos xiv y xv puso de manifiesto las dificultades y los límites del m o d o de producción feudal en el p o s t r e r p e r í o d o med i e v a l ¿ C u á l f u e el resultado político final de las convulsiones continentales de esta época? En el t r a n s c u r s o del siglo xvi apareció en Occidente el E s t a d o absolutista. Las m o n a r q u í a s centralizadas de Francia, Inglaterra y E s p a ñ a r e p r e s e n t a r o n u n a r u p t u r a decisiva con la soberanía piramidal y f r a g m e n t a d a de las formaciones sociales medievales, con sus sistemas de feudos y estamentos. La controversia acerca de la naturaleza histórica de estas m o n a r q u í a s persiste desde que Engels, en u n a f r a s e célebre, d e t e r m i n ó que eran el p r o d u c t o de u n equilibrio de clase entre la vieja nobleza feudal y la nueva burguesía u r b a n a : «Sin embargo, p o r excepción, hay períodos en que las clases en lucha están tan equilibradas (Gleichgewicht halten), que el p o d e r del Estado, c o m o m e d i a d o r aparente, adquiere cierta independencia m o m e n t á n e a respecto a u n a y otra. En este caso se halla la m o n a r q u í a absoluta de los siglos x v n y XVIII, q u e m a n t e n í a a nivel la balanza (gegeneinander balanciert) e n t r e la nobleza y el e s t a d o llano» 2 . Las múltiples reservas de este p a s a j e indican cierta inseguridad conceptual p o r p a r t e de Engels. Pero u n detenido examen de las sucesivas formulaciones t a n t o de Marx como de Engels revela que u n a concepción similar del absolutismo fue, de hecho, u n rasgo relativamente perm a n e n t e en sus obras. Engels repitió la m i s m a tesis básica de f o r m a m á s categórica en o t r o lugar, s u b r a y a n d o que «la condición f u n d a m e n t a l de la antigua m o n a r q u í a absoluta» era «el equilibrio (Gleichgewicht) e n t r e la nobleza t e r r a t e n i e n t e y la

' Véase su análisis en Passages from Antiquity to feudalism, Londres, 1974, que precede a este estudio. [Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI, 1979.] ' The origin of the family, prívate property and the State, en K. Marx y F. Engels, Selected Works, Londres, 1968, p. 588 [ E l origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas, Madrid, Akal, 1975, II, p. 339); K. Marx y F. Engels, Werke, volumen 21, p. 167.

Europa occidental

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El Estado absolutista en Occidente

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burguesía» . Evidentemente, la clasificación del absolutismo como m e c a n i s m o de equilibrio político e n t r e la nobleza y la burguesía se desliza a m e n u d o hacia su designación implícita o explícita en lo f u n d a m e n t a l como u n tipo de E s t a d o burgués en cuanto tal. Este deslizamiento es evidente, sobre todo, en el propio Manifiesto comunista, en el que la función política de la burguesía « d u r a n t e el período de la m a n u f a c t u r a » se caracteriza sin ninguna solución de continuidad c o m o «contrapeso (Gegengewicht) de la nobleza en las m o n a r q u í a s feudales o absolutas y, en general, piedra angular (Hauptgrundlage) de las grandes m o n a r q u í a s » 4 . La equívoca transición desde «contrapeso» a «piedra angular» aparece también en otros textos. Engels p u d o referirse a la época del absolutismo como la era en que «la nobleza feudal f u e obligada a c o m p r e n d e r que el período de su dominación social y política había llegado a su fin» 5 . Marx, p o r su parte, a f i r m ó r e p e t i d a m e n t e que las e s t r u c t u r a s administrativas del nuevo E s t a d o absoluto eran un i n s t r u m e n t o específicamente burgués. «Bajo la m o n a r q u í a absoluta», escribió, «la burocracia n o era m á s que el medio p a r a p r e p a r a r la dominación de clase de la burguesía». Y en o t r o lugar a f i r m ó q u e «el p o d e r estatal centralizado, con sus órganos omnipotentes: el ejército p e r m a n e n t e , la policía, la burocracia, el clero y la m a g i s t r a t u r a —órganos creados con arreglo a u n plan de división sistemática y j e r á r q u i c a del t r a b a j o — procede de los tiempos de la m o n a r q u í a absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como u n a r m a poderosa en sus luchas c o n t r a el feudalismo» 6 . Todas estas reflexiones sobre el a b s o l u t i s m o eran m á s o menos f o r t u i t a s y alusivas: ninguno de los f u n d a d o r e s del materialismo histórico hizo j a m á s u n a teorización directa de las nuevas m o n a r q u í a s centralizadas que surgieron en la E u r o p a del Renacimiento. Su exacto significado se d e j ó al juicio de las generaciones siguientes, y, de hecho, los historiadores marxistas 5 Zur Wohnungsfrage, en Werke, vol. 18, p. 258. [Contribución al problema de la vivienda, en Obras escogidas, I, p. 636.] 4 K. Marx y F. Engels, Selected Works, p. 37 [Obras escogidas, I, p. 24]; Werke, vol. 4, p. 464. 5 Vber den Verfall des Feudalismus und das Aufkommen der Bourgeoisie, en Werke, vol. 21, p. 398. En la frase aqui citada, la dominación «política» es expresamente staatliche. 6 La primera formulación procede de The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte, en Selected Works, p. 171 [El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en Obras escogidas, I, p. 340]; la segunda es de The civil war in France, en Selected Works, p. 289 [La guerra civil en Francia, en Obras escogidas, vol. 1, p. 539],

h a n debatido el p r o b l e m a de la naturaleza social del absolutismo h a s t a n u e s t r o s días. Evidentemente, u n a solución correcta de este p r o b l e m a es vital p a r a n u e s t r a comprensión de la transición del feudalismo al capitalismo, y de los sistemas políticos que la caracterizaron. Las m o n a r q u í a s absolutas i n t r o d u j e r o n unos ejércitos y u n a burocracia p e r m a n e n t e s , u n sistema nacional de impuestos, u n derecho codificado y los comienzos de u n m e r c a d o unificado. Todas estas características parecen ser emin e n t e m e n t e capitalistas, y como coinciden con la desaparición de la servidumbre, institución nuclear del primitivo m o d o d e producción feudal en Europa, las descripciones hechas p o r Marx y Engels del a b s o l u t i s m o c o m o u n sistema estatal q u e representa un equilibrio e n t r e la burguesía y la nobleza, o incluso u n dominio abierto del m i s m o capital, h a n p a r e c i d o con m u c h a frecuencia plausibles. Sin embargo, u n estudio m á s detenido de las e s t r u c t u r a s del E s t a d o absolutista en Occidente niega inevitablemente la validez de tales juicios. El fin de la servid u m b r e n o significó p o r sí m i s m o la desaparición de las relaciones feudales en el campo. La identificación de a m b o s fenómenos es u n e r r o r común, p e r o es evidente q u e la coerción privada extraeconómica, la dependencia personal y la combinación del p r o d u c t o r i n m e d i a t o con los i n s t r u m e n t o s de producción, n o desaparecieron necesariamente c u a n d o el excedente r u r a l d e j ó de ser extraído en f o r m a de t r a b a j o o de entregas en especie p a r a convertirse en r e n t a en dinero: m i e n t r a s la p r o p i e d a d agraria aristocrática c e r r ó el p a s o a u n m e r c a d o libre de tierras y a la movilidad real de la m a n o de o b r a —en o t r a s palabras, m i e n t r a s el t r a b a j o n o se separó de las condiciones sociales de su existencia p a r a t r a n s f o r m a r s e en «fuerza de trabajo»—, las relaciones de producción rurales continuaron siendo feudales. En El capital, el m i s m o Marx clarificó este p r o b l e m a en su correcto análisis teórico de la r e n t a del suelo: «La t r a n s f o r m a ción de la r e n t a en t r a b a j o en la r e n t a en p r o d u c t o s n o altera en absoluto, económicamente hablando, la esencia de la r e n t a de la tierra [ . . . ] E n t e n d e m o s aquí p o r r e n t a en d i n e r o [•••] la r e n t a e m a n a d a de u n a m e r a t r a s m u t a c i ó n f o r m a l de la r e n t a en productos, del m i s m o m o d o que esta m i s m a era sólo la r e n t a en t r a b a j o t r a n s f o r m a d a [ . . . ] La b a s e de esta clase de renta, a p e s a r de acercarse a su disolución, sigue siendo la m i s m a q u e en la r e n t a en p r o d u c t o s que constituye el p u n t o de partida. El p r o d u c t o r directo sigue siendo, como antes, poseedor hereditario o, de alguna otra manera, tradicional del suelo, y quien debe tributarle al terrateniente, en c u a n t o p r o p i e t a r i o de la tierra, de su condición de t r a b a j o más esencial, u n t r a b a j o for-

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Europa occidental

zado excedentario, es decir, t r a b a j o impago, efectuado sin equivalente, en la f o r m a de p l u s p r o d u c t o t r a n s f o r m a d o en dinero» 7 . Los señores q u e continuaron siendo propietarios de los medios de producción f u n d a m e n t a l e s en cualquier sociedad preindustrial f u e r o n , desde luego, los nobles terratenientes. Dur a n t e toda la t e m p r a n a edad m o d e r n a , la clase económica y políticamente d o m i n a n t e fue, pues, la misma que en la era medieval: la aristocracia feudal. E s t a nobleza s u f r i ó u n a p r o f u n d a m e t a m o r f o s i s d u r a n t e los siglos siguientes al fin de la E d a d Media, p e r o desde el comienzo h a s t a el final de la historia del absolutismo n u n c a f u e desalojada de su dominio del p o d e r político. Los cambios en las formas de explotación feudal que acaecieron al final de la época medieval n o f u e r o n en absoluto insignificantes; p o r el contrario, son precisamente esos cambios los q u e modifican las f o r m a s del Estado. El absolutismo f u e esencialmente eso: un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal, destinado a m a n t e n e r a las m a s a s campesinas en su posición social tradicional, a p e s a r y en c o n t r a de las m e j o r a s que habían c o n q u i s t a d o p o r medio de la amplia conmutación de las cargas. Dicho de otra f o r m a , el E s t a d o absolutista n u n c a f u e u n á r b i t r o e n t r e la aristocracia y la burguesía ni, m u c h o menos, u n i n s t r u m e n t o de la naciente burguesía c o n t r a la aristocracia: f u e el nuevo caparazón político de u n a nobleza amenazada. Hace veinte años, Hill r e s u m í a así el consenso de u n a generación de historiadores marxistas, ingleses y rusos: «La m o n a r q u í a absoluta f u e u n a f o r m a diferente de m o n a r q u í a feudal, distinta de la m o n a r q u í a de e s t a m e n t o s feudales que la precedió, p e r o la clase d o m i n a n t e continuó siendo la misma, exactamente igual que u n a república, u n a m o n a r q u í a constitucional y u n a dictadura fascista p u e d e n ser todas ellas f o r m a s ' El capital, Madrid, Siglo XXI, 1975-1979, libro n i , vol. 8, pp. 110, 113, 114. La exposición que hace Dobb de este problema fundamental, en su réplica a Sweezy, en el famoso debate de los años cincuenta sobre la transición del feudalismo al capitalismo, es lúcida e incisiva: Science and Society, xiv, 2, primavera de 1950, pp. 157-67, especialmente 163-4 [el conjunto del debate, con algunas aportaciones más actuales, se recoge en Rodney Aitton, comp., The transition from feudalism to capitalism, Londres, NLB, 1976; trad. cast.: La transición del capitalismo al feudalismo, Barcelona, Critica, 1977]. La importancia teórica del problema es evidente. En el caso de un país como Suecia, por ejemplo, los habituales estudios históricos todavía afirman que «no hubo feudalismo», a causa de la ausencia de una servidumbre propiamente dicha. Por supuesto, las relaciones feudales predominaron en el campo sueco, de hecho, durante toda la última era medieval.

El Estado absolutista en Occidente de dominación de la b u r g u e s í a » L a nueva f o r m a del p o d e r nobiliario estuvo determinada, a su vez, p o r el desarrollo de la producción e i n t e r c a m b i o de mercancías en las formaciones sociales de transición de la p r i m e r a época m o d e r n a . Althusser h a especificado c o r r e c t a m e n t e su c a r á c t e r en este sentido: «El régimen político de la m o n a r q u í a absoluta es tan sólo la nueva f o r m a política necesaria p a r a el m a n t e n i m i e n t o del dominio y explotación feudal en u n período de desarrollo de u n a economía de m e r c a d o » 9 . Pero las dimensiones de la t r a n s f o r m a c i ó n histórica que e n t r a ñ a el advenimiento del a b s o l u t i s m o n o deben ser minimizadas de ninguna m a n e r a . Por el contrario, es fundamental c o m p r e n d e r toda la lógica y la i m p o r t a n c i a del cambio decisivo en la e s t r u c t u r a del E s t a d o aristocrático y de la propiedad feudal que p r o d u j o el nuevo f e n ó m e n o del absolutismo. El feudalismo c o m o m o d o de producción se definía originariamente p o r u n a unidad orgánica de economía y política, paradójicamente distribuida en u n a cadena de soberanías fragmentadas a lo largo de toda la f o r m a c i ó n social. La institución de la s e r v i d u m b r e c o m o m e c a n i s m o de extracción del excedente fundía, en el nivel molecular de la aldea, la explotación económica y la coerción político-legal. El señor, a su vez, tenía q u e p r e s t a r h o m e n a j e principal y servicios de caballería a u n señor s u p r e m o que reclamaba el dominio ú l t i m o de la tierra. Con la conmutación generalizada de las cargas p o r u n a r e n t a en dinero, ' Christopher Hill, «Coment», Science and Society, xvn, 4, otoño de 1953, p. 351 [La transición del feudalismo al capitalismo, cit.]. Los términos de esta afirmación deben tratarse con mucho cuidado. El carácter general y caracterizador de una época del absolutismo hace inadecuada cualquier comparación formal entre él y los regímenes locales y excepcionales del fascismo. ' Louis Althusser, Montesquieu, la politique et l'histoire, París, 1969, página 117 [Montesquieu, la política y la historia, Madrid, Ciencia Nueva, 1968, p. 97]. Aquí se selecciona esta formulación por ser reciente y representativa. La creencia en el carácter capitalista o cuasi capitalista del absolutismo puede encontrarse todavía, sin embargo, de forma ocasional. Poulantzas comete la imprudencia de clasificarlo así en su, por otra parte, importante obra Pouvoir politique et classes sociales, París, 1968, páginas 169-80 [Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid, Siglo XXI, 1972, pp. 202-211], aunque sus términos son vagos y ambiguos. El reciente debate sobre el absolutismo ruso en las revistas históricas soviéticas revela algunos ejemplos aislados similares, aunque cronológicamente más matizados; véase, por ejemplo, A. Ya. Avrej, «Russkii absoliutizm i evo rol' v utverzhdenie kapitalizma v Rossii», Istoriya SSSR, febrero de 1968, pp. 83-104, que considera al absolutismo como «el prototipo del Estado burgués» (p. 92). Los puntos de vista de Avrej fueron criticados con dureza en el debate posterior, y no expresan la tendencia general de la discusión.

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la unidad celular de la opresión política y económica del camp e s i n a d o se vio gravemente debilitada y en peligro de disolución (el final de este camino sería el « t r a b a j o libre» y el «cont r a t o salarial»). El p o d e r de clase de los señores feudales quedó, pues, d i r e c t a m e n t e amenazado p o r la desaparición gradual de la servidumbre. El resultado f u e u n desplazamiento de la coerción política en u n sentido ascendente hacia u n a cima centralizada y militarizada: el E s t a d o absolutista. La coerción, diluida en el plano de la aldea, se concentró en el plano «nacional». El resultado de este proceso f u e u n a p a r a t o r e f o r z a d o de p o d e r real, cuya función política p e r m a n e n t e era la represión de las masas campesinas y plebeyas en la base de la j e r a r q u í a social. Esta nueva m a q u i n a r i a de Estado, sin embargo, estaba investida p o r su propia naturaleza de u n a fuerza coactiva capaz de d e s t r u i r o disciplinar a individuos y grupos dentro de la m i s m a nobleza. Como veremos, la llegada del absolutismo n u n c a fue, p a r a la propia clase dominante, u n suave proceso de evolución, sino que estuvo m a r c a d a p o r r u p t u r a s y conflictos extremadam e n t e duros en el seno de la aristocracia feudal, a cuyos intereses colectivos en ú l t i m o t é r m i n o servía. Al m i s m o tiempo, el c o m p l e m e n t o objetivo de la concentración política del p o d e r en la cúspide del o r d e n social, en u n a m o n a r q u í a centralizada, f u e la consolidación, p o r d e b a j o de ésta, de las unidades de propiedad feudal. Con el desarrollo de las relaciones mercantiles, la disolución de los lazos primarios e n t r e la explotación económica y la coerción político-legal c o n d u j o n o sólo a u n a creciente proyección de esta última sobre la cúspide m o n á r q u i c a del sistema social, sino también a u n fortalecimiento compensatorio de los títulos de propiedad que garantizaban aquella explotación. E n o t r a s palabras: con la reorganización del sist e m a político feudal en su totalidad, y la disolución del sistema original de feudos, la propiedad de la tierra tendió a hacerse progresivamente menos «condicional», al t i e m p o que la soberanía se hacía correlativamente m á s «absoluta». El debilitam i e n t o de las concepciones medievales de vasallaje se desarrolló en a m b a s direcciones: m i e n t r a s confería a la m o n a r q u í a unos poderes nuevos y extraordinarios, emancipó las propiedades de la nobleza de sus tradicionales limitaciones. En la nueva época, la propiedad agraria a d o p t ó silenciosamente u n a f o r m a alodial (para u s a r u n t é r m i n o que habría de volverse anacrónico en u n clima jurídico t r a n s f o r m a d o ) . Los m i e m b r o s individuales de la clase aristocrática, que perdieron progresivamente los derechos políticos de representación en la nueva era, registraron avances en la propiedad, como reverso del m i s m o proceso his-

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tórico. El efecto final de esta redistribución del p o d e r social de la nobleza f u e r o n la m a q u i n a r i a de E s t a d o y el o r d e n jurídico absolutistas, cuya coordinación h a b r í a de a u m e n t a r la eficacia del dominio aristocrático al reducir a u n c a m p e s i n a d o n o servil a nuevas f o r m a s de dependencia y explotación. Los estados monárquicos del Renacimiento f u e r o n , ante t o d o y sobre todo, i n s t r u m e n t o s modernizados p a r a el m a n t e n i m i e n t o del dominio nobiliario sobre las m a s a s rurales. Al m i s m o tiempo, sin embargo, la aristocracia tenía que a d a p t a r s e a u n nuevo antagonista: la burguesía mercantil que se había desarrollado en las ciudades medievales. Ya se ha visto que f u e precisamente la intromisión de esta tercera presencia lo que impidió que la nobleza occidental a j u s t a r a cuentas con el campesinado al m o d o oriental, esto es, aniquilando su resistencia y encadenándolo al señorío. La ciudad medieval p u d o desarrollarse gracias a la dispersión j e r á r q u i c a de la soberanía en el m o d o de producción feudal, que había liberado a las economías u r b a n a s de la dominación directa de u n a clase domin a n t e rural 1 0 . E n este sentido, c o m o ya hemos visto, las ciudades n u n c a f u e r o n exógenas al f e u d a l i s m o de Occidente. De 10 El famoso debate entre Sweezy y Dobb, con las contribuciones de Takahashi, Hilton y Hill, en Science and Society, 1950-53 [La transición del feudalismo al capitalismo, cit.], es hasta ahora el único tratamiento marxista sistemático de los problemas fundamentales de la transición del feudalismo al capitalismo. En un importante aspecto, sin embargo, este debate gira en torno a un problema falso. Sweezy argumentó (siguiendo a Pirenne) que el «primer motor» de la transición fue un agente «externo» de disolución, esto es, los enclaves urbanos que destruyeron la economía agraria feudal por la expansión del intercambio mercantil en las ciudades. Dobb replicó que el impulso hacia la transición debe situarse dentro de las contradicciones de la propia economía agraria, generadoras de una diferenciación social del campesinado y de la expansión del pequeño productor. En un ensayo posterior sobre el mismo tema, Vilar formuló explícitamente el problema de la transición como un problema de determinación de la correcta combinación de cambios agrarios «endógenos» y comerciales-urbanos «exógenos», a la vez que insistía por su parte en la importancia de la economía mercantil atlántica del siglo xvi: «Problems in the formation of capitalism», Past and Present, 10, noviembre de 1956, páginas 33-34. [«El problema de la formación del capitalismo», en Crecimiento y desarrollo, Barcelona, Ariel, 1974.] En un importante y reciente estudio, «Town and country in the transition to capitalism» [New Left Review, 93, septiembre-octubre de 1975; incluido también en La transición del feudalismo al capitalismo, cit.], John Merrington ha resuelto esta antinomia demostrando la verdad básica de que el feudalismo europeo —lejos de constituir una economía exclusivamente agraria— es el primer modo de producción de la historia que concede un lugar estructural autónomo a la producción y al comercio urbanos. En este sentido, el crecimiento de las ciudades en el feudalismo de Europa occidental es una evolución tan «interna» como la disolución del señorío.

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hecho, la condición f u n d a m e n t a l de su existencia f u e la «destotalización» única de la soberanía en el m a r c o del p o d e r políticoeconómico del feudalismo. De ahí la resistencia de las ciudades d e Occidente a lo largo de la p e o r crisis del siglo xiv, q u e • r r u i n ó t e m p o r a l m e n t e a t a n t a s familias patricias de las u r b e s mediterráneas. Los Bardi y Peruzzi se h u n d i e r o n en Florencia, m i e n t r a s Siena y Barcelona decaían; p e r o Augsburgo, Génová y Valencia iniciaban precisamente su ascenso. D u r a n t e la depresión feudal se desarrollaron i m p o r t a n t e s industrias u r b a n a s , tales como del hierro, el papel y los textiles. Considerada a distancia, esta vitalidad económica y social actuó como u n a interferencia objetiva y constante en la lucha de clases p o r la tierra, y bloqueó cualquier solución regresiva que p u d i e r a n darle los nobles. Es significativo, en efecto, q u e los años t r a n s c u r r i d o s e n t r e 1450 y 1500, que presenciaron los p r i m e r o s pasos de las m o n a r q u í a s absolutas unificadas de Occidente, f u e r a n t a m b i é n los años en q u e se superó la crisis larga de la economía feudal gracias a u n a nueva combinación de los factores de producción, e n t r e los que, p o r vez p r i m e r a , j u g a r o n u n papel principal los •vanees tecnológicos específicamente urbanos. El c o n j u n t o de inventos q u e coincide con el gozne situado e n t r e las épocas «medieval» y «moderna» es d e m a s i a d o bien conocido p a r a volver a discutirlo aquí. El descubrimiento del proceso seiger p a r a • e p a r a r la plata del mineral de cobre r e a b r i ó las m i n a s de E u r o p a central y provocó u n nuevo f l u j o de metales en la economía internacional; la producción m o n e t a r i a de E u r o p a central se quintuplicó e n t r e 1460 y 1530. El desarrollo de los cañones de bronce convirtió a la pólvora, p o r vez p r i m e r a , en el a r m a de guerra decisiva, y r e d u j o a p u r o a n a c r o n i s m o las defensas de los castillos señoriales. El invento de los tipos móviles p r o d u j o la llegada de la i m p r e n t a . La construcción de galeones de tres mástiles y con timón a p o p a hizo los océanos navegables p a r a las conquistas u l t r a m a r i n a s 1 1 . Todos estos inventos " Sobre cañones y galeones, véase Cario Cipolla, Guns and sails in the early phase of European expansión, 1400-1700, Londres, 1965 [Cañones A " , \ ¿ V a / ? m e r , a fase de la exP™sión europea, 1400-1700, Barcelona Ariel, 1967]. Sobre la imprenta, las reflexiones recientes más audaces aunque dañadas por la monomanía habitual en los historiadores de la tecnología son las de Elizabeth L. Eisenstein, «Some conjectures about the impact of pnnting of Western society and thought: a preliminary report», Journal of Modern History, marzo-diciembre de 1968 pp 1-56 v «The advent of printing and the problem of the Renaissancd», Past and Present, 45, noviembre de 1969, pp. 19-89. Los descubrimientos técnicos más importantes de esta época pueden considerarse, en cierto sentido como variaciones dentro de un mismo campo, el de las comunicaciones' Afectan, respectivamente, al dinero, el lenguaje, los viajes y la guerra'

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técnicos decisivos, q u e echaron los f u n d a m e n t o s del Renacim i e n t o europeo, se c o n c e n t r a r o n en la segunda m i t a d del siglo xv, y f u e entonces, hacia 1470, c u a n d o al fin cedió en Francia e I n g l a t e r r a la secular depresión agrícola. E s t a f u e p r e c i s a m e n t e la época en que acaeció, en u n país t r a s otro, u n r e p e n t i n o y simultáneo resurgimiento de la autoridad y la u n i d a d políticas. Desde lo m á s h o n d o del t r e m e n d o caos feudal y de las convulsiones de las guerras de las Rosas, de la guerra de los Cien Años y de la segunda guerra civil de Castilla, las p r i m e r a s m o n a r q u í a s «nuevas» se irguieron, prácticamente al m i s m o tiempo, d u r a n t e los reinados de Luis XI en Francia, F e r n a n d o e Isabel en España, E n r i q u e VII en Inglaterra y Maximiliano en Austria. Así, c u a n d o los estados absolutistas q u e d a r o n constituidos en Occidente, su e s t r u c t u r a estaba d e t e r m i n a d a f u n d a m e n t a l m e n t e p o r el r e a g r u p a m i e n t o feudal c o n t r a el campesinado, t r a s la disolución de la servidumbre; p e r o estaba sobredeterminada s e c u n d a r i a m e n t e p o r el auge de u n a burguesía u r b a n a que, t r a s u n a serie de avances técnicos y comerciales, estaba d e s a r r o l l a n d o ya las m a n u f a c t u r a s preindustriales en un volumen considerable. Este i m p a c t o sec u n d a r i o de la burguesía u r b a n a sobre las f o r m a s del E s t a d o absolutista f u e lo que Marx y Engels i n t e n t a r o n c a p t a r con los erróneos conceptos de «contrapeso» y «piedra angular». De hecho, Engels expresó la v e r d a d e r a relación de fuerzas con bast a n t e exactitud en m á s de u n a ocasión: al h a b l a r de los nuevos descubrimientos m a r í t i m o s y de las industrias m a n u f a c t u r e r a s del Renacimiento, Engels escribió que «a esta gran transformación de las condiciones económicas vitales de la sociedad n o siguió e m p e r o en el acto u n c a m b i o correspondiente de su articulación política. El orden estatal siguió siendo feudal m i e n t r a s la sociedad se hacía cada vez m á s burguesa» 1 2 . La que serán, en una época posterior, los grandes temas filosóficos de la Ilustración. . . _ . w 12 Anti-Dühring, Moscú, 1947, p. 126 [Anti-Duhring, en Max y Engels, Obras, vol. 35, Barcelona, Crítica, 1977, p. 108]; véanse también las páginas 186-7 [p. 169], donde se mezclan formulaciones correctas e incorrectas Hill cita estas páginas en su «Comentario» para exculpar a Engels de los errores del concepto de «equilibrio». En general, es posible encontrar textos de Marx y Engels en los que se define el absolutismo de forma más adecuada que en los textos citados anteriormente. (Por ejemplo, en el mismo Manifiesto comunista hay una referencia directa al «absolutismo feudal»: Selected Works, p. 56 [Obras escogidas, I, p. 33]; véase también el artículo de Marx «Die moralisierende Kritik und die kntisierende Moral» de 1847, en Werke, vol. 4, pp. 347, 352-3.) Difícilmente podría ser de otra forma, dado que la consecuencia lógica de bautizar a los estados absolutistas como burgueses o semiburgueses serla negar la naturaleza

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amenaza del m a l e s t a r campesino, tácitamente constitutiva del E s t a d o absolutista, se vio así a c o m p a ñ a d a siempre p o r la presión del capital mercantil o m a n u f a c t u r e r o d e n t r o del c o n j u n t o de las economías occidentales, p a r a m o l d e a r los contornos del p o d e r de la clase aristocrática en la nueva era. La f o r m a peculiar del E s t a d o absolutista en Occidente se deriva de esta doble determinación. Las f u e r z a s duales q u e p r o d u j e r o n las nuevas m o n a r q u í a s de la E u r o p a renacentista e n c o n t r a r o n u n a sola condensación jurídica. El resurgimiento del derecho romano, u n o de los grandes movimientos culturales del período, correspondía ambiguam e n t e a las necesidades de las dos clases sociales cuyo p o d e r y categoría desiguales dieron f o r m a a las e s t r u c t u r a s del E s t a d o absolutista en Occidente. En sí mismo, el conocimiento renovado de la j u r i s p r u d e n c i a r o m a n a d a t a b a ya de la B a j a E d a d Media. El e n o r m e desarrollo del derecho c o n s u e t u d i n a r i o n u n c a había s u p r i m i d o el r e c u e r d o y la práctica del derecho civil r o m a n o en la península q u e poseía su m á s larga tradición, Italia. Fue precisamente en Bolonia donde Irnevio, «antorcha del derecho», había comenzado de nuevo el estudio sistemático de las codificaciones de Justiniano, a comienzos del siglo x n . La escuela de glosadores p o r él f u n d a d a r e c o n s t r u y ó y clasificó metódicamente el legado de los j u r i s t a s r o m a n o s p a r a los cien años siguientes. Su o b r a f u e continuada, en los siglos xiv y xv, p o r los «coy la realidad de las propias revoluciones burguesas en Europa occidental Pero no hay duda de que, en medio de una confusión recurrente ei sentido principal de sus comentarios iba en la línea del concepto del «contrapeso», con el deslizamiento concomitante hacia el de la «piedra angular». No hay ninguna necesidad de ocultar este hecho. El inmenso respeto político e intelectual que debemos a Marx y a Engels es incompatible con ninguna piedad hacia ellos. Sus errores —a menudo más reveladores que las verdades de otros— no deben eludirse, sino que deben ser identificados y superados. Hay que hacer, además, otra advertencia. Durante largo tiempo ha estado de moda despreciar la contribución relativa de Engels a la creación del materialismo histórico. Para aquellos que todavía se inclinan a aceptar esta noción recibida, es necesario decir tranquila y escandalosamente: los juicios históricos de Engels son casi siempre superiores a los de Marx; poseía un conocimiento más profundo de la historia europea y una percepción más precisa de sus sucesivas y más notables estructuras. En toda la obra de Engels no hay nada que pueda compararse con las ilusiones y prejuicios de los que en ocasiones fue capaz Marx en el campo de la historia, como en la fantasmagórica Secret diplomatic history of the eighteenth century [La diplomacia secreta Madrid, Taller de Sociología, 1979], (No es necesario insistir en la supremacía de la contribución global de Marx a la teoría general del materialismo histórico.) La estatura de Engels en sus escritos históricos es, precisamente, lo Que hace oportuno llamar la atención sobre sus errores específicos.

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mentaristas», m á s p r e o c u p a d o s p o r la aplicación c o n t e m p o r á n e a de las n o r m a s legales r o m a n a s que p o r el análisis académico de sus principios teóricos, y que, en el proceso de a d a p t a r el derecho r o m a n o a las condiciones d r á s t i c a m e n t e t r a n s f o r m a d a s de su tiempo, c o r r o m p i e r o n su prístina f o r m a limpiándolo a la vez de sus contenidos particularistas B . P a r a d ó j i c a m e n t e , la mism a infidelidad de sus trasposiciones de la j u r i s p r u d e n c i a latina «unlversalizó» a ésta al s u p r i m i r las n u m e r o s a s p a r t e s del derecho civil r o m a n o que e s t a b a n e s t r i c t a m e n t e relacionadas con las condiciones históricas de la Antigüedad (por ejemplo, su exhaustivo t r a t a m i e n t o de la esclavitud) M. A p a r t i r de su prim e r r e d e s c u b r i m i e n t o en el siglo x n , los conceptos legales romanos comenzaron a extenderse g r a d u a l m e n t e hacia el exterior de Italia. A finales de la E d a d Media, ningún país i m p o r t a n t e de E u r o p a occidental e s t a b a al margen de este proceso. Pero la «recepción» decisiva del derecho r o m a n o —su t r i u n f o jurídico general— ocurrió en la era del Renacimiento, correlativam e n t e con la del absolutismo. Las razones económicas de su p r o f u n d o i m p a c t o f u e r o n dobles y r e f l e j a b a n la contradictoria naturaleza del m i s m o legado original r o m a n o . Económicamente, la recuperación e introducción del derecho civil clásico favoreció, f u n d a m e n t a l m e n t e , el desarrollo del capital libre en la ciudad y en el campo, p u e s t o que la gran nota distintiva del derecho civil r o m a n o había sido su concepción de u n a propiedad privada absoluta e incondicional. La concepción clásica de la propiedad quiritaria se había h u n d i d o prácticamente en las oscuras p r o f u n d i d a d e s del p r i m e r feudalismo. Como se h a dicho antes, el m o d o de producción feudal se definía precisamente p o r los principios jurídicos de u n a propiedad «escalonada» o condicional, que servía de c o m p l e m e n t o a su soberanía f r a g m e n t a d a . Este e s t a t u t o de la p r o p i e d a d se a d a p t a b a bien a la economía a b r u m a d o r a m e n t e n a t u r a l q u e u

Véase H. D. Hazeltine, «Román and canon law in the Middle Ages», The Cambridge Mediaeval History, v, Cambridge, 1968, pp. 737-41. El clasicismo renacentista habría de ser muy crítico, consecuentemente con la obra de los comentaristas. 14 «Pero debido a la aplicación de ese derecho a hechos jurídicos enteramente diversos, desconocidos por la Antigüedad, se planteó la^tarea de "construir el hecho jurídicamente, sin contradicción ninguna", y esa preocupación pasó casi de modo absoluto al primer plano y, con ella, apareció la concepción del derecho ahora dominante, como un complejo compacto de "normas", lógicamente exento de contradicción y de l a u nas, que debe ser "aplicado"; y esa concepción resultó ser la única decisiva para el pensamiento jurídico.» Weber, Economy and socicty, II, p. 855 [Economía y sociedad, México, FCE, 1974, I, p. 6¿5],

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emergió en la E d a d Oscura, a u n q u e n u n c a f u e c o m p l e t a m e n t e idónea p a r a el sector u r b a n o q u e se desarrolló en la economía medieval. El resurgir del d e r e c h o r o m a n o d u r a n t e la E d a d Media condujo, pues, a u n esfuerzo de los j u r i s t a s p o r «solidificar» y delimitar los conceptos de propiedad, inspirados p o r los preceptos clásicos a h o r a disponibles. Uno de estos intentos f u e el descubrimiento, a finales del siglo x n , de la distinción e n t r e dominium directum y dominium utile p a r a explicar la existencia de u n a j e r a r q u í a de vasallaje y, p o r tanto, de u n a multiplicidad de derechos sobre la m i s m a tierra 1 5 . O t r o f u e la característica noción medieval de «seisin», concepción intermedia e n t r e la «propiedad» y la «posesión» latinas, que garantizaba la protección de la p r o p i e d a d c o n t r a las apropiaciones casuales y las reclamaciones conflictivas, a la vez q u e m a n t e n í a el principio feudal de los múltiples títulos p a r a el m i s m o objeto; el derecho de «seisin» n u n c a f u e exclusivo ni perpetuo 1 6 . La reaparición plena de la idea de u n a p r o p i e d a d p r i v a d a absoluta de la tierra f u e u n p r o d u c t o de la p r i m e r a época m o d e r n a : hasta q u e la producción y el i n t e r c a m b i o de mercancías n o alcanzaron u n o s niveles s e m e j a n t e s o superiores a los de la Antigüedad — t a n t o en la agricultura c o m o en las m a n u f a c t u r a s — , los conceptos jurídicos creados p a r a codificarlos no p u d i e r o n e n c o n t r a r de nuevo su propia justificación. La m á x i m a de superficies solo cedit —propiedad de la tierra singular e incondicional— volvió a ser p o r segunda vez u n principio operativo (aunque todavía n o dominante) en la propiedad agrícola, precisamente a causa de la expansión de las relaciones mercantiles en el campo, que h a b r í a n de caracterizar la larga transición del feudalismo al capitalismo en Occidente. E n las m i s m a s ciudades, había crecido e s p o n t á n e a m e n t e d u r a n t e la E d a d Media u n derecho comercial relativamente desarrollado. En el seno de la economía u r b a n a , el i n t e r c a m b i o de mercancías había alcanzado u n considerable d i n a m i s m o en la época medieval y, en algunos aspectos i m p o r t a n t e s , sus f o r m a s de expresión legal estaban m á s avanzadas que sus mismos precedentes r o m a n o s : p o r ejemplo, en el derecho p r o t o m e r c a n t i l y en el derecho marítimo.

15 Sobre esta discusión, véase J.-P. Lévy, Histoire de la proprieté, París, 1972, pp. 44-6. Otra consecuencia irónica de los esfuerzos por encontrar una nueva claridad jurídica, inspirada por las investigaciones medievales en los códigos romanos, fue, naturalmente, la aparición de la definición de los siervos como glebae adscripti. 16 Sobre la recepción del concepto de seisin, véase P. Vinogradoff, Román law in mediaeval Europe, Londres, 1909, pp. 74-7, 86, 95-6; Lévy, Histoire de la propriété, pp. 50-2.

20 El Estado absolutista en Occidente 13 Pero n o había aquí t a m p o c o ningún m a r c o u n i f o r m e de teoría ni p r o c e d i m i e n t o legales. La superioridad del derecho r o m a n o p a r a la práctica mercantil en las ciudades radica, pues, n o sólo en sus claras nociones de propiedad absoluta, sino t a m b i é n en sus tradiciones de equidad, sus cánones racionales de p r u e b a y su hincapié en u n a j u d i c a t u r a profesional, v e n t a j a s q u e los tribunales consuetudinarios n o r m a l m e n t e n o eran capaces de p r o p o r c i o n a r 1 7 . La recepción del derecho r o m a n o en la E u r o p a renacentista fue, pues, u n signo de la expansión de las relaciones capitalistas en las ciudades y en el c a m p o : económicamente, respondía a los intereses vitales de la burguesía comercial y m a n u f a c t u r e r a . En Alemania, país en el que el i m p a c t o del derecho r o m a n o f u e m á s dramático, p o r q u e sustituyó a b r u p t a m e n t e a los tribunales locales, en el p r o p i o h o g a r del derecho consuetudinario teutónico, d u r a n t e los siglos xv y xvi, el í m p e t u inicial p a r a su adopción tuvo lugar en las ciudades del s u r y el oeste, y provino desde a b a j o a través de la presión de litigantes u r b a n o s p o r u n derecho j u r í d i c o claro y profesional 1 8 . Sin embargo, este derecho f u e a d o p t a d o m u y p r o n t o p o r los príncipes alemanes, y aplicado en sus territorios en u n a escala m u c h o m a y o r y al servicio de fines m u y diversos. Porque, políticamente, el resurgir del derecho r o m a n o correspondía a las exigencias constitucionales de los E s t a d o s feudales reorganizados de la época. De hecho, n o puede h a b e r ninguna d u d a de que, a escala europea, el d e t e r m i n a n t e principal de la adopción de la j u r i s p r u d e n c i a r o m a n a radica en el giro de los gobiernos m o n á r q u i c o s hacia el i n c r e m e n t o de los p o d e r e s " La relación del anterior derecho medieval con el romano en las ciudades todavía necesita considerable investigación. El relativo avance de las normas legales que rigen las operaciones en commenda y el comercio marítimo en la Edad Media, no es sorprendente: el mundo romano, como ya hemos visto, carecía de compañías empresariales y abarcaba a un Mediterráneo unificado. Por tanto, no había ninguna razón para desarrollar ni las unas ni las otras. Por otra parte, el temprano estudio del derecho romano en las ciudades italianas sugiere que lo que en tiempos del Renacimiento aparecía como práctica contractual «medieval» podría haberse inspirado originariamente en preceptos legales derivados de la Antigüedad. Vinogradoff no tieme ninguna duda de que el derecho contractual romano ejerció una influencia directa en los códigos de negocios de los burgueses urbanos durante la Edad Media: Román law in mediaeval Europe, pp. 79-80, 131. En la Edad Media, la propiedad inmueble urbana, con su «posesión libre», siempre estuvo más cerca de las normas romanas que la propiedad rural, como es obvio. " Wolfgang Kunkell, «The reception of román law in Germany: an interpretation», y Georg Dahm, «On the reception of Román and Italian law in Germany», en G. Strauss, comp., Pre-Reformation Germany, Londres, 1972, pp. 271, 274-6, 278, 284-92.

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centrales. Hay que r e c o r d a r que el sistema legal r o m a n o comp r e n d í a dos sectores distintos y a p a r e n t e m e n t e contrarios: el derecho civil, q u e regulaba las transacciones económicas e n t r e los ciudadanos, y el derecho público, que regía las relaciones políticas entre el E s t a d o y sus súbditos. El p r i m e r o era el jus, el segundo la lex. El c a r á c t e r j u r í d i c a m e n t e incondicional de la propiedad privada, consagrado p o r el primero, e n c o n t r ó su equivalente contradictorio en la naturaleza f o r m a l m e n t e absoluta de la soberanía impe ial ejercida p o r el segundo, al menos desde el Dominado en adelante. Los principios teóricos de este imperium político f u e r o n los que ejercieron u n a influencia y u n a atracción p r o f u n d a s sobre las nuevas m o n a r q u í a s del Renacimiento. Si la revitalización de la noción de propiedad quiritaria traducía y, simultáneamente, promovía el crecimiento general del i n t e r c a m b i o mercantil en las economías de transición de aquella época, el resurgimiento de las prerrogativas a u t o r i t a r i a s del Dominado expresaba y consolidaba la concentración del p o d e r de la clase aristocrática en u n a p a r a t o de Est a d o centralizado que era la reacción noble f r e n t e a aquél. El doble m o v i m i e n t o social inserto en las e s t r u c t u r a s del absolutismo occidental e n c o n t r ó así su concordancia jurídica en la reintroducción del derecho r o m a n o . La f a m o s a máxima de Ulpiano quod principi placuit legis habet vicem, «la voluntad del príncipe tiene fuerza de ley»— se convirtió en u n ideal constitucional en las m o n a r q u í a s renacentistas de todo el Occidente La idea c o m p l e m e n t a r i a de que los reyes y príncipes e s t a b a n ab legibus solutus, o libres de las obligaciones legales anteriores, p r o p o r c i o n ó las bases jurídicas p a r a a n u l a r los privilegios medievales, ignorar los derechos tradicionales y somet e r las libertades privadas. En o t r a s palabras, el auge de la p r o p i e d a d privada desde abajo, se vio equilibrado p o r el a u m e n t o de la a u t o r i d a d pública desde arriba, e n c a r n a d a en el p o d e r discrecional del m o n a r c a . Los estados absolutistas de Occidente apoyaron sus nuevos fines en precedentes clásicos: el derecho r o m a n o era el a r m a intelectual más poderosa que tenían a su disposición p a r a sus característicos p r o g r a m a s de integración territorial y centralism o administrativo. De hecho, n o f u e accidental que la única m o n a r q u í a medieval que lograse u n a completa emancipación de las a t a d u r a s representativas o corporativas fuese el papado, " Un ideal, pero en modo alguno el único: como veremos, la compleja práctica del absolutismo estuvo muy lejos de corresponder a la máxima de Ulpiano.

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p r i m e r sistema político de la E u r o p a feudal que utilizó en s r a n escala la j u r i s p r u d e n c i a r o m a n a con la codificación del derecho canónico en los siglos x n y X I I I . La a f i r m a c i ó n de u n a plenitudo potestatis del p a p a d e n t r o de la Iglesia estableció el precedente p a r a las pretensiones posteriores de los príncipes seculares, realizadas a m e n u d o , precisamente, c o n t r a las desorbitadas aspiraciones religiosas. Por o t r a p a r t e , y del m i s m o m o d o que los abogados canonistas del p a p a d o f u e r o n los que construyeron e hicieron f u n c i o n a r sus amplios controles administrativos sobre la Iglesia, f u e r o n los b u r ó c r a t a s semiprofesionales adiestrados en el derecho r o m a n o quienes p r o p o r c i o n a r o n los servidores ejecutivos f u n d a m e n t a l e s de los nuevos estados monárquicos. De f o r m a característica, las m o n a r q u í a s absolutas de Occidente se a s e n t a r o n en u n cualificado e s t r a t o de legistas que proveían de personal a sus m a q u i n a r i a s administrativas: los letrados en España, los maltres des requétes en Francia, los doctores en Alemania. I m b u i d o s en las doctrinas r o m a n a s de la a u t o r i d a d del príncipe p a r a d e c r e t a r y en las concepciones r o m a n a s de las n o r m a s legales unitarias, estos burócratas-juristas f u e r o n los celosos defensores del centralismo real en el crítico p r i m e r siglo de la construcción del E s t a d o absolutista. La i m p r o n t a de este c u e r p o internacional de legistas, más q u e cualquier o t r a fuerza, f u e la q u e romanizó los sistemas jurídicos de E u r o p a occidental d u r a n t e el Renacimiento. Pues la transformación del derecho r e f l e j a b a inevitablemente la distribución del p o d e r e n t r e las clases poseedoras de la época: el absolutismo, en cuanto a p a r a t o de E s t a d o reorganizado de la dominación nobiliaria, f u e el a r q u i t e c t o central de la recepción del derecho r o m a n o en E u r o p a . Incluso allí donde las ciudades a u t ó n o m a s iniciaron el movimiento, como en Alemania, f u e r o n los príncipes quienes se a p o d e r a r o n de él y lo domesticaron; y allí d o n d e el p o d e r real f u e incapaz de i m p o n e r el derecho civil, como en Inglaterra, éste n o p u d o e c h a r raíces en el m e d i o u r b a n o E n 20 El derecho romano nunca fue adoptado en Inglaterra, a causa, especialmente, de la temprana centralización del Estado anglonormando, cuya unidad administrativa hizo a la monarquía inglesa relativamente indiferente a las ventajas del derecho civil durante su difusión medieval; véanse los pertinentes comentarios de N. Cantor, Mediaeval history, Londres 1963, pp. 345-9. A comienzos de la época moderna, las dinastías Tudór y Éstuardo introdujeron nuevas instituciones jurídicas de derecho civil (Cámara estrellada, Almirantazgo, Cancillería), pero en último termino fueron incapaces de prevalecer sobre el derecho consuetudinario: tras los fuertes conflictos entre ambos a principios del siglo xvn, la revolución inglesa de 1640 selló la victoria del último. Para algunas refle-

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el proceso s o b r e d e t e r m i n a d o de r e n a c i m i e n t o de lo romano, la presión política de los E s t a d o s dinásticos tuvo la primacía: las exigencias de «claridad» m o n á r q u i c a d o m i n a r o n a las de «seguridad» mercantil 2 1 . Aunque todavía e x t r e m a d a m e n t e imperfecto e incompleto, el crecimiento en racionalidad f o r m a l de los sistemas legales de la p r i m e r a E u r o p a m o d e r n a f u e o b r a p r e p o n d e r a n t e m e n t e , del a b s o l u t i s m o aristocrático. El principal efecto de la modernización jurídica fue, pues el r e f o r z a m i e n t o del dominio de la clase feudal tradicional. La a p a r e n t e p a r a d o j a de este f e n ó m e n o q u e d ó r e f l e j a d a en toda la e s t r u c t u r a de las m o n a r q u í a s absolutas, construcciones exóticas e híbridas cuya f a c h a d a «moderna» traicionaba u n a y otra vez u n s u b t e r r á n e o arcaísmo. E s t o puede verse con toda claridad en el estudio de las innovaciones institucionales q u e anunciaron y tipificaron su llegada: ejército, burocracia, impuestos, comercio, diplomacia. Podemos p a s a r revista b r e v e m e n t e a cada u n a de ellas. Se h a señalado con frecuencia que el E s t a d o absolutista echó los cimientos del e j é r c i t o profesional, que creció i n m e n s a m e n t e en t a m a ñ o con la revolución militar introducida en J ° n S ' g l O S X V I y X V n p o r M a u r i c i o de Orange, Gustavo Adolfo y Wallenstein (instrucción y línea de i n f a n t e r í a p o r el holandéscarga de caballería y sistema de pelotones p o r el sueco; m a n d ó único vertical p o r el checo) * Los ejércitos de Felipe II contaban con unos 60.000 h o m b r e s , m i e n t r a s que los de Luis XIV cien anos después, tenían hasta 300.000. Tanto la f o r m a c o m o la función de esas t r o p a s divergía e n o r m e m e n t e de la que más adelante sería característica del m o d e r n o E s t a d o burgués No constituían n o r m a l m e n t e u n e j é r c i t o nacional obligatorio, sino u n a masa mixta en la que los mercenarios e x t r a n j e r o s desemp e ñ a b a n u n papel constante y central. Estos mercenarios se reclutaban, significativamente, en zonas que q u e d a b a n f u e r a del p e r í m e t r o de las nuevas m o n a r q u í a s centralizadas, frecuente-

xiones sobre este proceso, véase W. Holdsworth, A history law, iv, Londres, 1924, pp. 284-5.

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21 Estos son los dos términos utilizados por Weber para señalar los respectivos intereses de las dos fuerzas interesadas en la romanización «Por regla general, los funcionarios aspiran a la "claridad"; las capas burguesas a la segundad" de la aplicación del derecho.» Véase su exce-

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Londr eS aT¡\ , ' 1 9 6 7 ' PP- 195 " 225 es un libró fundamental Gustavus Adolphus: a history of Sweden, 1611-1632, vol. n Londres 1958 páginas 169-89. Roberts quizá sobrevalora el crecimiento cuantitativo dé los ejércitos en esta época.

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mente en regiones m o n t a ñ o s a s que se especializaban en proveerlos- los suizos f u e r o n los gurkas de los p r i m e r o s tiempos de la E u r o p a m o d e r n a . Los ejércitos franceses, holandeses, est a ñ ó l e s austríacos o ingleses incluían a suabos, albaneses, suizos irlandeses, galeses, turcos, h ú n g a r o s o italianos 2 3 . La razón social más obvia del f e n ó m e n o m e r c e n a r i o fue, p o r supuesto, la n a t u r a l negativa de la clase noble a a r m a r en m a s a a sus propios campesinos. «Es p r á c t i c a m e n t e imposible a d i e s t r a r a todos los súbditos de u n a república en las a r t e s de la guerra, V al m i s m o t i e m p o conservarlos obedientes a las leyes y a los magistrados», confesaba Jean Bodin. «Esta fue, quizá, la principal razón p o r la que Francisco I disolvió los siete regimientos, cada u n o de 6.000 infantes, que había creado en este reino» 2 4 . A la inversa, podía confiarse en las t r o p a s mercenarias, desconocedoras incluso de la lengua de la población local, p a r a extirp a r la rebelión social. Los Landsknechten alemanes se enfrentaron con los levantamientos campesinos de 1549 en Inglaterra, en la zona oriental del país, m i e n t r a s los a r c a b u c e r o s italianos aseguraban la liquidación de la rebelión r u r a l en la zona occidental; la guardia suiza ayudó a r e p r i m i r las guerrillas de boloñeses y camisards de 1662 y 1702 en Francia. La i m p o r t a n c i a f u n d a m e n t a l de los mercenarios desde Gales a Polonia, cada vez m á s visible desde finales de la E d a d Media, n o f u e simplemente u n expediente provisional del a b s o l u t i s m o en el desp u n t a r de su existencia, sino que lo m a r c ó hasta el m i s m o mom e n t o de su desaparición en Occidente. A finales del siglo x v m , incluso después de la introducción de la recluta obligatoria en los principales países europeos, h a s t a dos tercios de cualquier ejército «nacional» podían e s t a r f o r m a d o s p o r soldadesca ext r a n j e r a asalariada 2 5 . El e j e m p l o del a b s o l u t i s m o p r u s i a n o —que c o m p r a b a y secuestraba su m a n o de obra f u e r a de sus f r o n t e r a s utilizando la s u b a s t a y la leva p o r la fuerza— es u n r e c u e r d o de que no había necesariamente u n a clara diferencia e n t r e ambos. Al m i s m o tiempo, sin embargo, la función de estas vastas y nuevas masas de soldados era t a m b i é n c l a r a m e n t e diferente de la función de los posteriores ejércitos capitalistas. H a s t a a h o r a " El ensayo de Victor Kiernan, «Foreing mercenaries and absolute monarchy», Past and present, 11, abril de 1957, pp. 66-86 reimpreso en T. Aston (comp.), Crisis in Europe, 1560-1660, Londres, 1965, pp. 117-40, es un estudio incomparable del fenómeno mercenario, al que poco se ha añadido después. 24 Jean Bodin, Les six livres de la République, París, 1578 p. 669. 25 Walter Dorn, Competition for empire, Nueva York, 1940, p. 83.

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n o existe ninguna teoría marxista de las cambiantes funciones sociales de Ja g u e r r a en los diferentes modos de producción. No es éste el lugar p a r a e s t u d i a r ese tema. Con todo, puede a f i r m a r s e que la guerra era, posiblemente, el m o d o más racional y m á s rápido de que disponía cualquier clase d o m i n a n t e en el feudalismo p a r a expandir la extracción de excedente. Es cierto que ni la productividad agrícola ni el volumen del comercio q u e d a r o n estancados d u r a n t e la Edad Media. Para los señores, sin embargo, crecían muy l e n t a m e n t e en comparación con las repentinas y masivas «cosechas» que producían las conquistas territoriales, de las que las invasiones n o r m a n d a s de Inglaterra o Sicilia, la toma angevina de Nápoles o la conquista castellana de Andalucía f u e r o n sólo los ejemplos más espectaculares. E r a lógico, pues, que la definición social de la clase d o m i n a n t e feudal fuese militar. La específica racionalidad económica de la guerra en esa formación social es la maximización de la riqueza, y su papel no puede c o m p a r a r s e al que desempeña en las f o r m a s desarrolladas del m o d o de producción que le sucede, d o m i n a d o p o r el ritmo básico de la acumulación del capital y p o r el «cambio incesante y universal» (Marx) de los f u n d a m e n t e s económicos de toda formación social. La nobleza f u e u n a clase t e r r a t e n i e n t e cuya profesión era la guerra: su vocación social n o era u n m e r o añadido externo, sino u n a función intrínseca a su posición económica. El medio normal de la competencia intercapitalista es económico, y su e s t r u c t u r a es típicamente aditiva: las p a r t e s rivales pueden expandirse y p r o s p e r a r —aunque de f o r m a desigual— a lo largo de u n a misma confrontación, p o r q u e la producción de mercancías m a n u f a c t u r a d a s es ilimitada p o r naturaleza. Por el contrario, el medio típico de la confrontación interfeudal era militar y su e s t r u c t u r a siempre era, potencialmente, la de un conflicto de s u m a nula en el c a m p o de batalla, p o r el que se perdían o ganaban cantidades fijas de tierras. E s t o es así p o r q u e la tierra es un monopolio n a t u r a l : sólo se puede redividir, pero no extender indefinidamente. El o b j e t o categorial de la dominación nobiliaria era el territorio, independientemente de la comunidad que lo habitase. Los perím e t r o s de su p o d e r estaban definidos p o r la tierra como tal, y no p o r el idioma. La clase d o m i n a n t e feudal era, pues, esencialm e n t e móvil en u n sentido en que .a clase d o m i n a n t e capitalista n u n c a p u d o serlo después, p o r q u e el m i s m o capital es par excellence internacionalmente móvil y p e r m i t e que sus propietarios estén fijos nacionalmente; pero la tierra es nacionalmente inmóvil y los nobles tienen que v i a j a r p a r a t o m a r posesión de ella. Cualquier b a r o n í a o dinastía podía, así, t r a n s f e r i r su resi-

El Estado absolutista en Occidente 16 , i a de u n confín a o t r o del continente sin s u f r i r p o r ello nineuna dislocación. Los linajes angevinos podían g o b e r n a r indif e r e n t e m e n t e en Hungría.. Inglaterra o Nápoles; los n o r m a n d o s en Antioquía, Sicilia o Inglaterra; los borgoñones en Portugal o Zelanda; los luxemburgueses en las tierras del Rin o en Bohemia" los flamencos en Artois o Bizancio; los H a b s b u r g o en Austria, los Países B a j o s o España. En esas variadas t i e r r a s no era preciso q u e señores y campesinos c o m p a r t i e r a n u n a lengua común. N o existía solución de continuidad e n t r e los territorios públicos y los dominios privados, y el m e d i o clásico p a r a su adquisición era la guerra, encubierta de f o r m a invariable b a j o reclamaciones de legitimidad religiosa o genealógica. La guerra n o era el «deporte» de los príncipes, sino su destino. Más allá de la limitada diversidad de caracteres e inclinaciones individuales, la guerra les atraía inexorablemente como u n a necesidad social de su estado. Para Maquiavelo, c u a n d o estudia la E u r o p a de comienzos del siglo xvi, la última n o r m a de su ser era u n a verdad tan obvia e inevitable como ta existencia del cielo p o r encima de sus cabezas: «Un príncipe, pues, n o debe tener o t r o o b j e t o ni o t r o pensamiento, ni cultivar o t r o arte m á s q u e la guerra, el o r d e n y la disciplina de los ejércitos, p o r q u e éste es el único a r t e que se espera ver ejercido p o r el que m a n d a » Los estados absolutistas r e f l e j a b a n esa racionalidad arcaica en su m á s íntima e s t r u c t u r a . E r a n m á q u i n a s construidas especialmente p a r a el c a m p o de batalla. Es significativo que el prim e r i m p u e s t o regular de á m b i t o nacional establecido en Francia, la taille royale, se r e c a u d a r a p a r a financiar las p r i m e r a s unidades militares regulares de E u r o p a , las compagnies d'ordonnance de mediados del siglo xv, cuya p r i m e r a u n i d a d estaba compuesta p o r aventureros escoceses. A mediados del siglo XVI, el 80 p o r 100 de las r e n t a s del E s t a d o español se destinaban a gastos militares. Vicens Vives p u d o escribir que: «el impulso hacia la m o n a r q u í a administrativa a la m o d e r n a se inicia en el occidente de E u r o p a con las grandes operaciones navales emprendidas p o r Carlos V c o n t r a los turcos en el Mediterráneo occidental en 1535»27. Hacia mediados del siglo x v n , los desembolsos anuales de los principados del continente, desde Suecia 24 Niccoló Machiavelli, II Principe e Discorsi, Milán, 1960, p. 62 [El Principe, Barcelona, Bruguera, 1978. p. 140], " J. Vicens Vives, «Estructura administrativa estatal en los siglos xvi y xvn», XI Congrés International des Sciences Historiques. Rapports, iv, Gotemburgo, 1960; ahora reimpreso en Vicens Vives, Coyuntura económica y reformismo burgués, Barcelona, Ariel, 1968, p. 116.

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hasta el Piamonte, se dedicaban p r e d o m i n a n t e e invariablemente, en todas partes, a la p r e p a r a c i ó n o sostenimiento de la guerra, i n m e n s a m e n t e más costosa entonces que en el Renacimiento. Un siglo después, en las pacíficas vísperas de 1789, y de a c u e r d o con Necker, dos tercios del gasto del E s t a d o f r a n c é s se dedicaban todavía a las fuerzas militares. Es evidente que esta morfología del E s t a d o no c o r r e s p o n d e a la racionalidad capitalista; r e p r e s e n t a el r e c u e r d o a m p l i a d o de las funciones medievales de la guerra. Por supuesto, los grandiosos a p a r a t o s militares del ú l t i m o E s t a d o feudal n o se m a n t u v i e r o n ociosos. La p e r m a n e n c i a virtual del conflicto internacional a r m a d o es u n a de las notas características de todo el clima del absolutismo: la paz f u e u n a meteórica excepción en los siglos de su dominación en Occidente. Se ha calculado que en todo el siglo xvi sólo h u b o veinticinco años sin operaciones militares de largo alcance en E u r o p a 2 8 ; y que en el siglo x v n sólo t r a n s c u r r i e r o n siete años sin grandes guerras entre estados 2 9 . Esta sucesión de guerras resulta a j e n a al capital, aunque, c o m o veremos, en último t é r m i n o contribuyera a ellas. La burocracia civil y el sistema de impuestos característicos del E s t a d o absolutista n o f u e r o n menos paradójicos. Parecen r e p r e s e n t a r u n a transición hacia la administración legal racional de Weber, en contraste con la jungla de dependencias particularistas de la B a j a E d a d Media. Al m i s m o tiempo, sin embargo, la burocracia del Renacimiento era t r a t a d a como u n a propiedad vendible a individuos privados: i m p o r t a n t e confusión de dos órdenes que el E s t a d o burgués siempre ha m a n t e n i d o diferenciados. Así, el m o d o de integración de la nobleza feudal en el E s t a d o absolutista que prevaleció en Occidente a d o p t ó la f o r m a de adquisición de «cargos» 3 0 . El que c o m p r a b a p r i v a d a m e n t e u n a posición en el a p a r a t o público del E s t a d o la a m o r t i z a b a p o r medio de la corrupción y los privilegios autorizados (sistema de honorarios) en lo que era u n a especie de caricatura monetarizada de la investidura de u n feudo. En efecto, el m a r q u é s del Vasto, g o b e r n a d o r español de Milán en 1544, p u d o solicitar a los poseedores italianos de cargos en esa ciudad que ofrecieran sus " R. Ehrenberg, Das Zeitalter der Fugger, Jena, 1922, i, p. 13. 29 G. N. Clark, The seventeenth century, Londres, 1947, p. 98. Ehrenberg, con una definición ligeramente distinta, ofrece una estimación algo más baja, veintiún años. 30 El mejor estudio de conjunto de este fenómeno internacional es el de K. W. Swart, Sale of offices in the seventeenth century, La Haya, 1949; el estudio nacional más amplio es el de Roland Mousnier, La venalité des offices sous Henri IV at Louis XIII, Ruán, s. f.

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fortunas a Carlos V en su h o r a de necesidad después de la derrota de Ceresole, de a c u e r d o exactamente con el modelo de las tradiciones feudales 3 1 . Esos tenedores de cargos, que prolif e r a r o n en Francia, Italia, España, Gran B r e t a ñ a u Holanda, podían e s p e r a r o b t e n e r u n beneficio de h a s t a el 300 o el 400 por 100 de su compra, y posiblemente m u c h o más. El sistema nació en el siglo xvi y se convirtió en u n soporte financiero f u n d a m e n t a l de los Estados absolutistas d u r a n t e el siglo x v n . Su c a r á c t e r g r o s e r a m e n t e p a r a s i t a r i o es evidente: en situaciones extremas (de la que es u n e j e m p l o Francia en la década de 1630) podía costar al p r e s u p u e s t o real en desembolsos (por arrendamiento de impuestos y exenciones) casi t a n t o como le proporcionaba en remuneraciones. El desarrollo de la venta de cargos fue, desde luego, u n o de los m á s llamativos s u b p r o d u c t o s del i n c r e m e n t o de monetarización de las p r i m e r a s economías modernas y del relativo ascenso, d e n t r o de éstas, de la burguesía mercantil y m a n u f a c t u r e r a . Pero la integración de esta última en el a p a r a t o del Estado, p o r medio de la c o m p r a privada y de la herencia de posiciones y honores públicos, t a m b i é n p o n e de manifiesto su posición s u b o r d i n a d a d e n t r o de u n sistema político feudal en el que la nobleza constituyó siempre, necesariamente, la cima de la j e r a r q u í a social. Los officiers de los parlam e n t o s franceses, que jugaron al republicanismo municipal y a p a d r i n a r o n las m a z a r i n a d a s en la década de 1650, se convirtieron en los m á s acérrimos defensores de la reacción nobiliaria en la de 1780. La burocracia absolutista reflejó, y al m i s m o tiempo frenó, el ascenso del capital mercantil. Si la venta de cargos f u e u n m e d i o indirecto de o b t e n e r rentas de la nobleza y de la burguesía mercantil en t é r m i n o s beneficiosos p a r a ellas, el E s t a d o absolutista gravó también, y sobre todo, n a t u r a l m e n t e , a los pobres. La transición económica de las prestaciones en t r a b a j o a las rentas en dinero vino acompañada, en Occidente, p o r la aparición de impuestos reales p a r a financiar la guerra que, en la larga crisis feudal de finales de la Edad Media, ya f u e r o n u n a de las principales causas de los desesperados levantamientos campesinos de la época. «Una cadena de rebeliones campesinas dirigidas claramente c o n t r a los impuestos estalló en toda E u r o p a [ . . . ] No había m u c h o que elegir e n t r e los saqueadores y los ejércitos amigos o enemigos: unos se llevaban tanto como los otros. Pero entonces apare51 Federico Chabod, Scritti sul Rinascimento, Turin, 1967, p. 617. Los funcionarios milaneses rechazaron la demanda de su gobernador, pero sus homólogos de otros lugares quizá no fueran tan decididos.

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cieron los r e c a u d a d o r e s de impuestos y a r r a m b l a r o n con todo lo q u e pudieron encontrar. Los señores r e c o b r a b a n en último t é r m i n o de sus h o m b r e s el i m p o r t e de la «ayuda» q u e ellos mismos e s t a b a n obligados a p r e s t a r a su soberano. Es indudable q u e de todos los males que afligían a los campesinos, los q u e s u f r í a n con más dolor y menos paciencia eran los que provenían de las cargas de la guerra y de los r e m o t o s impuestos» 32. Prácticamente en todas partes, el t r e m e n d o peso de los i m p u e s t o s —la taille y la gabelle en Francia, los servicios en E s p a ñ a cayó sobre los pobres. No existía ninguna concepción del «ciudadano» jurídico, s u j e t o al fisco p o r el m i s m o hecho de pertenecer a la nación. La clase señorial, en la práctica y en todas partes, estaba r e a l m e n t e exenta del i m p u e s t o directo. Porshnev h a bautizado con razón a las nuevas contribuciones impuestas p o r el E s t a d o absolutista con el n o m b r e de «renta feudal centralizada», p a r a oponerlas a los servicios señoriales q u e formab a n la «renta feudal local» 3 3 : este doble sistema de exacción c o n d u j o a u n a t o r m e n t o s a epidemia de rebeliones de los pobres en la Francia del siglo x v n , en las q u e los nobles provincianos c o n d u j e r o n m u c h a s veces a sus propios campesinos c o n t r a los recaudadores de impuestos c o m o m e j o r m e d i o p a r a extraerles después sus cargas locales. Los funcionarios del fisco tenían q u e ser custodiados p o r unidades de fusileros p a r a c u m p l i r su misión en el c a m p o : reencarnación en f o r m a modernizada de la u n i d a d inmediata e n t r e coerción político-legal y explotación económica constitutiva del m o d o de producción feudal en cuanto tal. Las funciones económicas del a b s o l u t i s m o n o se r e d u j e r o n , sin embargo, a su sistema de impuestos y de cargos. El mercantilismo, doctrina d o m i n a n t e en esta época, p r e s e n t a la m i s m a ambigüedad que la burocracia destinada a realizarlo, con la m i s m a regresión s u b t e r r á n e a hacia u n p r o t o t i p o anterior. Indudablemente, el mercantilismo exigía la supresión de las b a r r e r a s particularistas opuestas al comercio d e n t r o del á m b i t o nacional, esforzándose p o r crear u n m e r c a d o interno unificado p a r a la producción de mercancías. Al p r e t e n d e r a u m e n t a r el p o d e r del Estado en relación con los otros estados, el m e r c a n t i l i s m o alentaba la exportación de bienes a la vez que prohibía la de economy and " D . o « ' Rural country lije in the mediaeval West, Londres, 1968, p. 333 [Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval, Barcelona, Península, 1973]. " B. F. Porshnev, Les soulévements populaires en France de 1623 á 1648, París, 1965, pp. 395-6 [ed. cast. abreviada: Los levantamientos populares en Francia en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1978].

El Estado absolutista en Occidente 18 metales preciosos y de moneda, en la creencia de que existía u n a cantidad f i j a de comercio y de riqueza en el m u n d o . Por decirlo con la f a m o s a f r a s e de Hecksher: «el E s t a d o era a la vez el s u j e t o y el o b j e t o de la política económica mercantilisM t a » . Sus creaciones m á s características f u e r o n , en Francia, las m a n u f a c t u r a s reales y los gremios regulados p o r el Estado, y en Inglaterra, las compañías privilegiadas. La genealogía medieval y corporativista de los p r i m e r o s apenas necesita comentario; la reveladora fusión de los órdenes político y económico en las segundas escandalizó a Adam Smith. El m e r c a n t i l i s m o representaba exactamente las concepciones de u n a clase d o m i n a n t e feudal q u e se había a d a p t a d o a u n m e r c a d o integrado, p e r o preservando su visión esencial sobre la u n i d a d de lo que Francis Bacon llamaba «consideraciones de abundancia» y «consideraciones de poder». La clásica doctrina b u r g u e s a del laissezfaire, con su rigurosa separación f o r m a l de los sistemas políticos y económico, estaría en sus antípodas. El m e r c a n t i l i s m o era, precisamente, u n a teoría de la intervención coherente del E s t a d o político en el f u n c i o n a m i e n t o de la economía, en interés a la vez de la p r o s p e r i d a d de ésta y del p o d e r de aquél. Lógicamente, m i e n t r a s la teoría del laissez faire sería siempre «pacifista», b u s c a n d o q u e los beneficios de la paz e n t r e las naciones i n c r e m e n t a r a n u n comercio internacional m u t u a m e n t e ventajoso, la teoría mercantilista (Montchrétien, Bodin) e r a p r o f u n d a m e n t e «belicista» al h a c e r hincapié en la necesidad y rentabilidad de la guerra 3 S . A la inversa, el objetivo de u n a economía * Hecksher afirma que el objeto del mercantilismo era aumentar el «poder del Estado» antes que «la riqueza de las naciones», y que eso significaba una subordinación, según las palabras de Bacon de las «consideraciones de abundancia» a las «consideraciones de poder» (Bacon alabó a Enrique VII por haber limitado las importaciones de vino en barcos ingleses basándose en esto). Viner, en una eficaz respuesta, no tiene ninguna dificultad en mostrar que la mayoría de los escritores mercantilistas dan a ambos igual importancia y los c o n s i d e r a n compatibles. «Power versus plenty as objectives of foreign policy in the 17th and lBth centuries», World Politics, I, 1, 1948, reimpreso en D. Coleman, comp., Revisions in mercantilism, Londres, 1969, pp. 61-91. Al mismo tiempo Viner subestima claramente la diferencia entre la teoría y la práctica del mercantilismo y las del laissez-faire que le siguió. En realidad, tanto Hecksher como Viner pierden de vista, por razones diferentes, el punto esencial, que es la indistinción de economía y política en la época de transición que produjo las teorías mercantilistas. La discusión en torno a si una de ellas tenía «primacía» sobre la otra es un anacronismo porque en la práctica no existió tal separación rígida de ambas hasta la llegada del te'5» f s'^berner, ^ guerre ¿ans silcle, París, 1939, pp. 7-122.

la pensée économique

du XVI' au

XVIII•

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f u e r t e era la victoriosa prosecución de u n a política exterior de conquista. Colbert d i j o a Luis XIV que las m a n u f a c t u r a s reales eran sus regimientos económicos y los gremios sus reservas El m á s grande de los mercantilistas, que restableció las finanzas del Estado francés en diez milagrosos años de administración, lanzó a su soberano a la desgraciada invasión de Holanda en 1672 con este expresivo consejo: «Si el rey lograra p o n e r a todas las Provincias Unidas b a j o su autoridad, su comercio pasaría a ser el comercio de los súbditos de su m a j e s t a d , y entonces n o habría nada más que pedir» * Cuatro décadas de conflicto europeo iban a seguir a esta m u e s t r a de r a z o n a m i e n t o económico que capta p e r f e c t a m e n t e la lógica social de la agresión absolutista y del mercantilismo d e p r e d a d o r : el comercio de los holandeses era t r a t a d o c o m o la tierra de los anglosajones o las propiedades de los moros, como u n o b j e t o físico que podía tomarse y gozarse p o r la f u e r z a militar como m o d o n a t u r a l de apropiación, y poseerse después de f o r m a p e r m a n e n t e . El e r r o r óptico de este juicio p a r t i c u l a r n o lo hace menos representativoos estados absolutistas se m i r a b a n e n t r e sí con los m i s m o s ojos. Las teorías mercantilistas de la riqueza y de la guerra estaban, p o r supuesto, c o n c e p t u á b a n t e interconectadas: el modelo de suma nula de comercio mundial que inspiraba su proteccionism o económico se derivaba del m o d e l o de s u m a nula de política internacional, inherente a su belicismo. Naturalmente, el comercio y la guerra n o f u e r o n las únicas actividades externas del E s t a d o absolutista en Occidente Su o t r o gran esfuerzo se dirigió a la diplomacia, que f u e u n o de os grandes inventos institucionales de la época, i n a u g u r a d o en la reducida área de Italia en el siglo xv, institucionalizado en el m i s m o país con la paz de Lodi, y a d o p t a d o en España, Francia, Inglaterra, Alemania y toda E u r o p a en el siglo Xvi. La diplomacia fue, de hecho, la indeleble m a r c a de nacimiento del E s t a d o renacentista. Con sus comienzos nació en E u r o p a u n sistema internacional de estados, en el que había u n a p e r p e t u a «explorador, de los puntos débiles en el e n t o r n o de u n E s t a d o o de los peligros que podían e m a n a r contra él desde otros estados» . La E u r o p a medieval n u n c a estuvo c o m p u e s t a p o r u n págtaa^T

G ubert

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Louis

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et

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millions

de frangais,

París, 1966,

" B . F. Porshnev, «Les rapports politiques de l'Europe occidentale et t t ^ Z Z ^ t - á r é p ° q u e d e I a S u e r r e d e s T r e n t e Ans», XI- Congrés H i s t o r i ? Z T ° ? l d e S SCTCeS ^ s , Upsala, 1960, p. 161: incursión ex' w T ^ n . n H SP ? CU a t ¡ V a e n l a g u e r r a d e l o s Treinta Años, que es un buen ejemplo de la fuerza y la debilidad de Porshnev. Al contrario de

El Estado absolutista en Occidente

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r o n i u n t o c l a r a m e n t e delimitado de u n i d a d e s políticas homogees decir, p o r u n sistema internacional de estados. Su m a p a político era inextricablemente c o n f u s o y e n r e d a d o : en el pstaban geográficamente entremezcladas y estratificadas diferentes instancias jurídicas, y a b u n d a b a n las alianzas plurales, las soberanías asimétricas y los enclaves anomalos 38- D e n t r o de este intrincado laberinto n o había ninguna posibilidad de que sureiera u n sistema diplomático formal, p o r q u e no había uniformidad ni p a r i d a d de concurrentes. El concepto de cristiandad latina de la que eran m i e m b r o s todos los h o m b r e s , proporcionaba a los conflictos y las decisiones u n a matriz ideológica universalista que constituía el reverso necesario de la e x t r e m a d a heterogeneidad particularista de las unidades políticas. Asi, las «embajadas» eran simples viajes de salutación, esporádicos y n o retribuidos, que podían ser enviadas t a n t o p o r u n vasallo o subvasallo d e n t r o de d e t e r m i n a d o territorio, como e n t r e principes de diversos territorios, o e n t r e u n príncipe y su soberano. La contracción de la p i r á m i d e feudal en las nuevas m o n a r q u í a s centralizadas de la E u r o p a renacentista p r o d u j o , p o r vez primera, u n sistema f o r m a l i z a d o de presión e i n t e r c a m b i o ínterestatal, con el establecimiento de la nueva institución de las e m b a i a d a s recíprocamente asentadas en el e x t r a n j e r o , cancillerías p e r m a n e n t e s p a r a las relaciones exteriores y comunicaciones e i n f o r m e s diplomáticos secretos, protegidos p o r el nuevo concepto de «extraterritorialidad» 3 9 . El espíritu r e s u e l t a m e n t e secular del egoísmo político que inspiraría en adelante la práctica de la diplomacia f u e expresado con toda nitidez p o r b r molao B a r b a r o , el e m b a j a d o r veneciano que f u e su p r i m e r teórico. «La p r i m e r a obligación de u n e m b a j a d o r es exactamente

lo que han dicho sus colegas occidentales, su fallo niás ™ t a n t e no es un rígido «dogmatismo», sino un «ingenio» superfertil no siempre limkado adecuadamente por la disciplina de las pruebas; claro está que ese mismo rasgo es el que le convierte, en otro aspecto en un historiador original e imaginativo. Las sugerencias al final de su ensayo sobre el concepto de «un sistema internacional de estados._son i n f a n t e s . » A Engels le gustaba citar el ejemplo de Borgona: «Carlos el Calvo, por ejemplo era subdito feudal del emperador por una parte de sus tierras v del rev de Francia por otra; pero, por otra parte, el rey de Francia s u s e ñ o r feudal era al mismo tiempo subdito de Carlos el Calvo, s u p r o p i o vasallo, en algunas regiones.» Véase su importante manuscrito, « t u S postumamente Uber den Verfall des Feudalismus und das Aufkommen der Bourgeoisie, en Werke, vol. 21 p. 396. » Sobre todo este desarrollo de la nueva diplomacia en los albores de la E u r o p a moderna, véase la gran obra de Garrett Mattingly, ^atssance diplomacy, Londres, 1955, passim. La frase de Barbaro se cita en la página 109.

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la m i s m a que la de cualquier o t r o servidor del gobierno, esto es, hacer, decir, a c o n s e j a r y p e n s a r todo lo que sirva m e j o r a la conservación y engrandecimiento de su p r o p i o Estado.» Con todo, estos i n s t r u m e n t o s de la diplomacia —embajadores o secretarios de Estado— no eran todavía a r m a s de un m o d e r n o E s t a d o nacional. Las concepciones ideológicas del «nacionalismo» f u e r o n a j e n a s , como tales, a la naturaleza íntima del absolutismo. Los estados m o n á r q u i c o s de la nueva época n o desdeñaron la movilización de los sentimientos patrióticos de sus súbditos en los conflictos militares y políticos que oponían m u t u a y c o n s t a n t e m e n t e a las diversas m o n a r q u í a s de E u r o p a occidental. Pero la existencia difusa de u n protonacionalismo p o p u l a r en la I n g l a t e r r a de los Tudor, la Francia borbónica o la E s p a ñ a de los H a b s b u r g o fue, básicamente, u n signo de la presencia burguesa en la p o l í t i c a m á s q u e d e j a r s e gob e r n a r p o r ellos, los g r a n d e s y los soberanos siempre manipularon esos sentimientos. La aureola nacional del a b s o l u t i s m o en Occidente —a m e n u d o m u y a p a r e n t e m e n t e p r o n u n c i a d a (Isabel I, Luis X I V ) - era, en realidad, contingente y p r e s t a d a . Las n o r m a s directrices de aquella época radicaban en o t r o lugar: la última instancia cte legitimidad era la dinastía y n o el territorio. El E s t a d o se concebía como p a t r i m o n i o del monarca y, p o r tanto, el título de su propiedad podía a d q u i r i r s e p o r u n a unión de personas: felix Austria. El m e c a n i s m o s u p r e m o de la diplomacia era, pues, el m a t r i m o n i o , e s p e j o pacífico de la guerra, que t a n t a s veces provocó. Las m a n i o b r a s matrimoniales, menos costosas como vía de expansión territorial q u e la agresión a r m a d a , p r o p o r c i o n a b a n resultados menos inmediatos (con frecuencia sólo a la distancia de u n a generación) y estaban s u j e t a s p o r ello a impredecibles azares de m o r t a l i d a d en eí intervalo a n t e r i o r a la consumación de u n pacto nupcial y su goce político. De ahí que el largo r o d e o del m a t r i m o n i o c o n d u j e r a d i r e c t a m e n t e y tan a m e n u d o al corto c a m i n o de la guerra. La historia del absolutismo está plagada de esos conflictos, cuyos n o m b r e s dan fe de ello: guerras de sucesión de España, Austria o Baviera. N a t u r a l m e n t e , su r e s u l t a d o final podía a c e n t u a r la «flotación» de la dinastía sobre el t e r r i t o r i o que

™ r ? l e s y urbanas mostraron, por supuesto, formas espontáneas de xenofobia; pero esta tradicional reacción negativa hacia las n ? , r " ™ ? i e s a j e n a s e s m u y d i s t i n t a d e l a identificación nacional positiva A* 1. a aparecer en los medios literarios burgueses a principios Z , T , e r n a - L a / U S 1 Ó n d e a m b a s P ° d í a Producir1, en situaciones de: crisis, estallidos patrióticos populares de un carácter incontrolado y sedicioso: los comuneros en España o la Liga en Francia.

El Estado absolutista en Occidente 20 había ocasionado. París p u d o ser d e r r o t a d a en Ja ruinosa lucha militar p a r a la sucesión española; p e r o la casa de B o r b ó n heredó Madrid. El índice del p r e d o m i n i o feudal en el E s t a d o absolutista es evidente t a m b i é n en la diplomacia. I n m e n s a m e n t e engrandecido y reorganizado, el E s t a d o feudal del absolutismo estuvo, a pesar de todo, constante y p r o f u n d a m e n t e s o b r e d e t e r m i n a d o p o r el crecimiento del capitalismo en el seno de las formaciones sociales mixtas del p r i m e r p e r í o d o moderno. E s t a s formaciones eran, desde luego, u n a combinación de diferentes modos de producción b a j o el dominio —decadente— de u n o de ellos: el feudalismo. Todas las e s t r u c t u r a s del E s t a d o absolutista revelan la acción a distancia de la nueva economía que se a b r í a p a s o en el m a r c o de u n sistema m á s antiguo: a b u n d a b a n las «capitalizaciones» híbridas de las formas feudales, cuya m i s m a perversión de instituciones f u t u r a s (ejército, burocracia, diplomacia, comercio) era u n a reconversión de o b j e t o s sociales anteriores p a r a repetirlos. A p e s a r de eso, las premoniciones de u n nuevo o r d e n político contenidas d e n t r o de ellas no f u e r o n u n a falsa p r o m e s a . La burguesía de Occidente poseía ya suficiente fuerza p a r a d e j a r su b o r r o s a huella sobre el E s t a d o del absolutismo. La a p a r e n t e p a r a d o j a del a b s o l u t i s m o en Occidente f u e que r e p r e s e n t a b a f u n d a m e n t a l m e n t e u n a p a r a t o p a r a la protección de la propiedad y los privilegios aristocráticos, p e r o que, al m i s m o tiempo, los medios p o r los que se realizaba esta protección podían a s e g u r a r simultáneamente los intereses básicos de las nacientes clases mercantil y m a n u f a c t u r e r a . El E s t a d o absolutista centralizó cada vez m á s el p o d e r político y se movió hacia sistemas legales m á s u n i f o r m e s : las c a m p a ñ a s de Richelieu c o n t r a los reductos de los hugonotes en Francia f u e r o n características. El E s t a d o absolutista s u p r i m i ó u n gran n ú m e r o de b a r r e r a s comerciales internas y p a t r o c i n ó aranceles exteriores c o n t r a los competidores e x t r a n j e r o s : las medidas de Pombal en el Portugal de la Ilustración f u e r o n u n drástico ejemplo. Proporcionó al capital u s u r a r i o inversiones lucrativas, a u n q u e arriesgadas, en la hacienda pública: los b a n q u e r o s de Augsburgo en el siglo xvi y los oligarcas genoveses del siglo XVII hicieron f o r t u n a s con sus p r é s t a m o s al E s t a d o español. Movilizó la propiedad r u r a l p o r medio de la incautación de las tierras eclesiásticas: disolución de los monasterios en Inglaterra. Proporcionó sinecuras rentables en la burocracia: la paulette en Francia reglam e n t a r í a su posesión estable. Patrocinó e m p r e s a s coloniales y compañías comerciales: al m a r Blanco, a las Antillas, a la bahía de Hudson, a Luisiana. E n o t r a s palabras, el E s t a d o absolutista

las

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realizó algunas funciones parciales en la acumulación originaria necesaria p a r a el t r i u n f o final del m o d o de producción capitalista. Las razones p o r las que p u d o llevar a cabo esa función «dual» residen en la naturaleza específica de los capitales mercantil y m a n u f a c t u r e r o : como ninguno de ellos se b a s a b a en la producción en m a s a característica de la industria maquinizada p r o p i a m e n t e dicha, t a m p o c o exigían u n a r u p t u r a radical con el orden agrario feudal que todavía e n c e r r a b a a la vasta mayoría de la población (el f u t u r o t r a b a j o asalariado y mercado de c o n s u m o del capitalismo industrial). Dicho de o t r a forma, esos capitales podían desarrollarse d e n t r o de los límites establecidos p o r el m a r c o feudal reorganizado. E s t o n o quiere decir que siempre ocurriera así: los conflictos políticos, religiosos o económicos podían f u n d i r s e en explosiones revolucionarias contra el absolutismo, en coyunturas específicas, t r a s u n d e t e r m i n a d o p e r í o d o de maduración. En este estadio, sin embargo, había siempre u n potencial terreno de compatibilidad e n t r e la naturaleza y el p r o g r a m a del E s t a d o absolutista y las operaciones del capital mercantil y m a n u f a c t u r e r o . En la competencia internacional e n t r e clases nobles que p r o d u j o el endémico estado de guerra de esa época, la amplitud del sector mercantil d e n t r o de cada p a t r i m o n i o «nacional» tuvo siempre u n a i m p o r t a n c i a decisiva p a r a su relativa fuerza militar y política. E n la lucha c o n t r a sus rivales, todas las m o n a r q u í a s tenían, pues, u n gran interés en a c u m u l a r metales preciosos y p r o m o v e r el comercio b a j o sus propias b a n d e r a s . De ahí el c a r á c t e r «progresista» que los historiadores posteriores h a n a t r i b u i d o tan f r e c u e n t e m e n t e a las políticas oficiales del absolutismo. La centralización económica, el proteccionismo y la expansión u l t r a m a r i n a engrandecieron al ú l t i m o E s t a d o feudal a la vez que beneficiaban a la p r i m e r a burguesía. Incrementaron los ingresos fiscales del p r i m e r o al p r o p o r c i o n a r oportunidades de negocio a la segunda. Las máximas circulares del mercantilismo, p r o c l a m a d a s p o r el E s t a d o absolutista, dieron elocuente expresión a esa coincidencia provisional de intereses. E r a m u y lógico q u e el d u q u e de Choiseul declarase, en las últimas décadas del ancien régime aristocrático en Occidente: «De la a r m a d a dependen las colonias; de las colonias el comercio; del comercio la capacidad de u n E s t a d o p a r a m a n t e n e r n u m e r o s o s ejércitos, p a r a a u m e n t a r su población y p a r a h a c e r posibles las e m p r e s a s m á s gloriosas y m á s útiles» 4 1 . " Citado por Gerald Graham, The politics bridge, 1965, p. 17.

of naval supremacy,

Cam-

El Estado absolutista en Occidente

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de Pombal; los especuladores parisinos

del E s t a d o absolutista f u e la dominación de la nobleza f e u ü * en la éooca de la transición al capitalismo. Su final señalaría L crisis del p o d e r de esa clase: la llegada de las revoluciones burguesas y la aparición del E s t a d o capitalista.

2.

CLASE Y ESTADO: PROBLEMAS DE PERIODIZACION

Dibujadas ya las grandes líneas del c o m p l e j o institucional del E s t a d o absolutista en Occidente, q u e d a n a h o r a p o r esbozar, muy brevemente, algunos aspectos de la trayectoria de esta f o r m a histórica que, n a t u r a l m e n t e , s u f r i ó modificaciones significativas en los tres o c u a t r o siglos de su existencia. Al m i s m o tiempo es preciso o f r e c e r alguna explicación de las relaciones e n t r e la clase noble y el absolutismo, p o r q u e n a d a p u e d e e s t a r menos justificado que d a r p o r s u p u e s t o que se t r a t a b a de u n a relación sin p r o b l e m a s y de a r m o n í a n a t u r a l desde su comienzo Puede a f i r m a r s e , p o r el contrario, que la periodización real del absolutismo en Occidente debe b u s c a r s e p r e c i s a m e n t e en la c a m b i a n t e relación e n t r e la nobleza y la m o n a r q u í a , y en los múltiples y concomitantes virajes políticos que f u e r o n su correlato. En cualquier caso, aquí se p r o p o n d r á u n a periodización provisional del E s t a d o y u n intento p a r a t r a z a r la relación de la clase d o m i n a n t e con él. Como hemos visto, las m o n a r q u í a s medievales f u e r o n u n a a m a l g a m a inestable de soberanos feudales y reyes ungidos Los extraordinarios derechos regios de esta última función eran n a t u r a l m e n t e , un contrapeso necesario f r e n t e a las debilidades y limitaciones estructurales de la p r i m e r a : la contradicción ent r e esos dos principios alternos de realeza f u e la tensión nuclear del E s t a d o feudal en la Edad Media. La función del soberano feudal en la cúspide de u n a j e r a r q u í a vasallática era, en u l t i m o término, la c o m p o n e n t e d o m i n a n t e de este modelo monárquico, c o m o h a b r í a de m o s t r a r la luz retrospectiva arrojada sobre ella p o r la e s t r u c t u r a opuesta del a b s o l u t i s m o En el p r i m e r período medieval, esta función imponía límites muy estrechos a la base económica de la m o n a r q u í a . Efectivamente el soberano feudal de esta época tenía que sacar sus rentas principalmente de sus propias tierras, en su calidad de propietario particular. Las rentas de sus tierras se le entregarían inicialm e n t e en especie, y p o s t e r i o r m e n t e en d i n e r o A p a r t e de estos t J t Z * m ° n a r q U Í a s u e c a r e c i b i ó e n especie gran parte de sus ingresos tanto cargas como impuestos, hasta bien entrada la época moderna.

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ineresos n o r m a l m e n t e gozaría de ciertos privilegios financieros sobre su señorío territorial: sobre todo, las «cargas» feudales v i a s «ayudas» especiales de sus vasallos, s u j e t o s p o r investidura a sus feudos, m á s los p e a j e s señoriales sobre mercados o rutas comerciales, m á s los impuestos procedentes de la Iglesia en situaciones de emergencia, m á s los beneficios de la justicia real en f o r m a de multas y confiscaciones. N a t u r a l m e n t e , estas f o r m a s f r a g m e n t a d a s y restringidas de r e n t a f u e r o n muy p r o n t o inadecuadas incluso p a r a las exiguas obligaciones gubernamentales características del sistema político medieval. Se podía recurrir, p o r supuesto, al crédito de m e r c a d e r e s y b a n q u e r o s residentes en las ciudades, q u e controlaban reservas relativamente amplias de capital líquido: éste f u e el p r i m e r y más extendido expediente de los m o n a r c a s feudales al e n f r e n t a r s e a una insuficiencia de sus r e n t a s p a r a la dirección de los a s u n t o s de Estado. Pero recibir p r é s t a m o s sólo servía p a r a p o s p o n e r el problema, p o r q u e los b a n q u e r o s exigían n o r m a l m e n t e contra sus p r é s t a m o s garantías seguras sobre los f u t u r o s ingresos reales. La necesidad a p r e m i a n t e y p e r m a n e n t e de o b t e n e r s u m a s sustanciales f u e r a del á m b i t o de sus r e n t a s tradicionales cond u j o p r á c t i c a m e n t e a todas las m o n a r q u í a s medievales a convocar a los «Estados» de su reino cada cierto tiempo, con o b j e t o de r e c a u d a r impuestos. Tales convocatorias se hicieron cada vez más f r e c u e n t e s y p r o m i n e n t e s en E u r o p a occidental a partir del siglo X I I I , c u a n d o las tareas del gobierno feudal se hicieron m á s complejas y el nivel de finanzas necesario p a r a ellas se volvió igualmente más exigente 2 . E n ninguna p a r t e llegaron a alcanzar u n a convocatoria regular, independiente de la voluntad del soberano, y de ahí que su periodicidad variara e n o r m e m e n t e de u n país a o t r o e incluso d e n t r o del m i s m o país. Sin embargo, estas instituciones n o deben considerarse J Se necesita con urgencia un estudio completo de los Estados medievales en Europa. Hasta ahora la única obra con alguna información internacional parece ser la de Antonio Marongiu, II Parlamento tn Italia, nel Medio Evo e nell'Etá Moderna: contributo alia storia delle instituziom parlamentan dell'Europa Occidentale, Milán, 1962, traducida recientemente al inglés con el equívoco título de Mediaeval parliaments: a comparative study Londres, 1968. De hecho, el libro de Marongiu —como indica su título' original— se refiere principalmente a Italia, la única región de Europa en la que los Estados no existieron o carecieron de importancia. Sus cortas secciones sobre otros países (Francia, Inglaterra o España) apenas pueden considerarse como una introducción satisfactoria al tema, y además se ignoran los países del norte y el este de Europa. Por otra parte, el libro es un estudio jurídico, carente de toda investigación sociológica.

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como desarrollos contingentes y extrínsecos al cuerpo político medieval. Constituyeron, p o r el contrario, u n m e c a n i s m o interm i t e n t e que era una consecuencia inevitable de la e s t r u c t u r a del p r i m e r E s t a d o feudal en cuanto tal. Y precisamente p o r q u e los órdenes político y económico estaban fundidos en una cadena de obligaciones y deberes personales, n u n c a existió ninguna base legal p a r a recaudaciones económicas generales realizadas p o r el m o n a r c a f u e r a de la j e r a r q u í a de las soberanías intermedias. De hecho, es s o r p r e n d e n t e que la m i s m a idea de u n imp u e s t o universal —tan i m p o r t a n t e p a r a todo el edificio del imperio r o m a n o — faltara p o r completo d u r a n t e la E d a d Media 3 . Así, ningún rey feudal podía decretar impuestos a voluntad. Para a u m e n t a r los impuestos, los soberanos tenían que o b t e n e r el «consentimiento» de organismos reunidos en asambleas especiales— los Estados—, b a j o la rúbrica del principio legal quod omnes tangit 4. Es significativo que la m a y o r p a r t e de los impuestos generales directos que se i n t r o d u j e r o n paulatinamente en E u r o p a occidental, s u j e t o s al asentimiento de los p a r l a m e n t o s medievales, se h u b i e r a n iniciado antes en Italia, donde la p r i m e r a síntesis feudal había e s t a d o más próxima a la herencia r o m a n a y u r b a n a . No f u e sólo la Iglesia quien estableció impuestos generales sobre todos los creyentes p a r a las cruzadas; los gobiernos municipales —sólidos consejos de patricios sin estratificación de rango ni investidura— n o tuvieron grandes dificultades p a r a establecer i m p u e s t o s sobre las poblaciones de sus propias ciudades, y m u c h o menos sobre los contados subyugados. La c o m u n a de Pisa tenía ya impuestos sobre la propiedad. En Italia se i n t r o d u j e r o n también m u c h o s impuestos indirectos: el monopolio de la sal o gabelle tuvo su origen en Sicilia. Muy p r o n t o , u n a abigarrada e s t r u c t u r a fiscal se desarrolló en los principales países de E u r o p a occidental. Los príncipes ingleses, a causa de su situación insular, contaban principalm e n t e con las rentas consuetudinarias; los franceses, con los impuestos sobre el comercio interior y con la taille, y los alem a n e s con la intensificación de los peajes. Esos impuestos n o eran, sin embargo, prestaciones regulares, sino que permanecieron como recaudaciones ocasionales hasta el final de la Edad Media, d u r a n t e la cual pocas as?.mbl-as de Estados cedieron a los m o n a r c a s el derecho de r e c a d a r impuestos generales y p e r m a n e n t e s sin el consentimiento de sus súbditos. Stephenson Mediaeval institutions, Ithaca, 1954, pp. 99-100. °">™bus debet comprobari: lo que a todos afecta, por todos debe ser aprobado.

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N a t u r a l m e n t e , la definición social de «súbditos» era predecible. Los «Estados del reino» r e p r e s e n t a b a n u s u a l m e n t e a la nobleza, al clero y a los burgueses u r b a n o s y estaban organizados bien en u n sencillo sistema de tres curias o en o t r o algo diferente de dos c á m a r a s (de magnates y no m a g n a t e s ) 5 . E s t a s asambleas f u e r o n p r á c t i c a m e n t e universales en toda E u r o p a occidental, con la excepción del n o r t e de Italia, donde la densidad u r b a n a y la ausencia de u n a soberanía feudal impidió n a t u r a l m e n t e su aparición: el Parliament en Inglaterra, los États Généraux en Francia, el Landtag en Alemania, las Cortes en Castilla o Portugal, el Riksdag en Suecia. Aparte de su función esencial como i n s t r u m e n t o fiscal del E s t a d o medieval, esos Estados cumplían otra función crucial en el sistema político feudal. E r a n las representaciones colectivas de u n o de los principios m á s p r o f u n d o s de la j e r a r q u í a feudal d e n t r o de la nobleza: el deber del vasallo de p r e s t a r n o sólo auxilium, sino también consilium a su señor feudal; en o t r a s palabras, el derecho a d a r su consejo solemne en m a t e r i a s graves que afectasen a a m b a s partes. E s t a s consultas no debilitaban necesariamente al soberano feudal; p o r el contrario, podían reforzarle en las crisis internas o externas al proporcionarle u n o p o r t u n o apoyo político. Aparte del vínculo p a r t i c u l a r de las relaciones de homen a j e individuales, la aplicación pública de esta concepción se limitaba inicialmente al p e q u e ñ o n ú m e r o de magnates baroniales q u e eran los lugartenientes del m o n a r c a , f o r m a b a n su séq u i t o y e s p e r a b a n ser consultados p o r él acerca de los a s u n t o s de E s t a d o i m p o r t a n t e s . Con el desarrollo de los Estados prop i a m e n t e dichos en el siglo x i n , a causa de las exigencias fiscales, la prerrogativa baronial de consulta en los ardua negotia regni se f u e extendiendo g r a d u a l m e n t e a estas nuevas asambleas, y llegó a f o r m a r p a r t e i m p o r t a n t e de la tradición política de la clase noble que en todas partes, n a t u r a l m e n t e , las dominaba. La «ramificación» del sistema político feudal en la B a j a E d a d Media, con el desarrollo de la institución de los Estados a p a r t i r del t r o n c o principal, n o t r a n s f o r m ó las relaciones entre la mon a r q u í a y la nobleza en ningún sentido unilateral. Esas instituciones f u e r o n llamadas a la existencia f u n d a m e n t a l m e n t e p a r a 5 Hintze trata de estos diversos modelos en «Typologie der Standischen Verfassungen des Abendlandes», Gesammelte Abhandlungen, vol. I, Leipzig, 1941, pp. 110-29, que es todavía la mejor obra sobre el fenómeno de los Estados feudales en Europa, aunque curiosamente no ofrece conclusiones definitivas en comparación con la mayor parte de los ensayos de Hintze, como si todas las implicaciones de sus hallazgos tuvieran que ser todavía elucidadas por el autor.

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extender la base fiscal de la monarquía, pero, a la vez que cumplían ese objetivo, i n c r e m e n t a r o n t a m b i é n el potencial control colectivo de la nobleza sobre la m o n a r q u í a . N o deben considerarse, pues, ni como m e r o s estorbos ni c o m o simples inst r u m e n t o s del p o d e r real; m á s bien, r e p r o d u j e r o n el equilibrio original entre el soberano feudal y sus vasallos en u n m a r c o más c o m p l e j o y eficaz. E n la práctica, los Estados c o n t i n u a r o n reuniéndose en ocasiones esporádicas y los impuestos recaudados p o r la m o n a r q u í a siguieron siendo relativamente modestos. Una i m p o r t a n t e razón p a r a ello era que todavía n o se interponía e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza u n a vasta burocracia pagada. D u r a n t e toda la E d a d Media el gobierno real descansó en buena medida sobre los servicios de la m u y amplia burocracia clerical de la Iglesia, cuyo alto personal podía dedicarse plenamente a la administración civil sin ninguna carga financiera p a r a el Estado, ya q u e recibían buenos salarios de u n a p a r a t o eclesiástico independiente. El alto clero que, siglo tras siglo, p r o p o r c i o n ó tantos s u p r e m o s a d m i n i s t r a d o r e s al gobierno feudal —desde I n g l a t e r r a a Francia o España— se reclutaba en su m a y o r parte, evidentemente, e n t r e la m i s m a nobleza, p a r a la q u e era u n i m p o r t a n t e privilegio económico y social acceder a posiciones episcopales o abaciales. La o r d e n a d a j e r a r q u í a feudal de h o m e n a j e y lealtad personal, las asambleas de los Estados corporativos ejerciendo sus derechos de votar impuestos y deliberar sobre los a s u n t o s del reino, el c a r á c t e r i n f o r m a l de u n a administración m a n t e n i d a parcialmente p o r la Iglesia —una Iglesia cuyo m á s alto personal se componía f r e c u e n t e m e n t e de magnates—, todo eso f o r m a b a u n lógico y t r a b a d o sistema político que a t a b a a la clase noble a u n E s t a d o con el cual, a pesar y en m e d i o de constantes conflictos con m o n a r c a s específicos, f o r m a b a u n todo. El contraste e n t r e ese modelo de m o n a r q u í a medieval de Estados y el de la p r i m e r a época del absolutismo resulta bast a n t e m a r c a d o p a r a los historiadores de hoy. Para los nobles que lo vivieron, el cambio n o resultó menos d r a m á t i c o : t o d o lo contrario. P o r q u e la gigantesca y silenciosa f u e r z a e s t r u c t u r a l que impulsó la completa reorganización del p o d e r de clase feudal, a sus ojos q u e d ó inevitablemente oculta. El tipo de causalidad histórica provocadora de la disolución de la u n i d a d originaria de explotación extraeconómica en la base de t o d o el sistema social — p o r m e d i o de la expansión de la producción e intercambio de mercancías—, y su nueva centralización en la cúspide, no era visible en el interior de su universo categorial. Para muchos nobles, el c a m b i o significó u n a o p o r t u n i d a d de

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fortuna y de fama, a la q u e se a f e r r a r o n con avidez; p a r a muhcs otros, significó la indignidad o la ruina, contra las q u e L rebelaron; p a r a la mayoría, e n t r a ñ ó u n largo y difícil proceso de adaptación y reconversión, a través de sucesivas generaciones, antes de que se restableciera p r e c a r i a m e n t e u n a nueva armonía e n t r e clase y Estado. En el c u r s o de este proceso, la última aristocracia feudal se vio obligada a a b a n d o n a r viejas tradiciones y a a d q u i r i r m u c h o s nuevos s a b e r e s 6 . Tuvo q u e desprenderse del ejercicio militar de la violencia privada, de los modelos sociales de lealtad vasallática, de los hábitos económicos de despreocupación hereditaria, de los derechos políticos de a u t o n o m í a representativa y de los a t r i b u t o s culturales de ignorancia indocta. Tuvo que a d a p t a r s e a las nuevas ocupaciones de oficial disciplinado, de f u n c i o n a r i o letrado, de cortesano elegante y de p r o p i e t a r i o de tierras más o menos prudente. La historia del a b s o l u t i s m o occidental es, en b u e n a medida, la historia de la lenta reconversión de la clase d o m i n a n t e poseedora de tierras a la f o r m a necesaria de su propio p o d e r político, a p e s a r y en c o n t r a de la mayoría de sus instintos y experiencias anteriores. La época del Renacimiento presenció, pues, la p r i m e r a fase de la consolidación del absolutismo, c u a n d o éste todavía e s t a b a relativamente próximo al m o d e l o m o n á r q u i c o antecedente. Hasta la m i t a d del siglo, los Estados se m a n t u v i e r o n en Francia, Castilla y Holanda, y florecieron en Inglaterra. Los ejércitos eran relativamente pequeños y se componían principalmente de fuerzas m e r c e n a r i a s con u n a capacidad de c a m p a ñ a ú n i c a m e n t e estacional. E s t a b a n dirigidos p e r s o n a l m e n t e p o r aristócratas que eran magnates de p r i m e r í s i m o rango en sus respectivos • El libro de Lawrence Stone, The crisis of Aristocracy 1558-1641, Oxford, 1965, es el estudio más profundo de un caso particular de metamorfosis de una nobleza europea en esta época [ed. cast. abreviada: La crisis de la aristocracia, 1588-1641, Madrid, Revista de Occidente, 1976]. La crítica se ha centrado en su tesis de que la posición económica de la nobleza (peerage) inglesa se deterioró claramente en el siglo analizado. Sin embargo, éste es un tema esencialmente secundario, porque la «crisis» fue mucho más amplia que la de la simple cuestión de la cantidad de feudos poseídos por los señores: fue un constante esfuerzo de adaptación. La aportación de Stone al problema del poder militar aristocrático en este contexto es particularmente valiosa (pp. 199-270). La limitación del libro radica más bien en que sólo trata de la nobleza (peerage) inglesa, una élite muy pequeña dentro de la clase dominante terrateniente. Por otra parte, como veremos después, la aristocracia inglesa fue atípica respecto al conjunto de la Europa occidental. Son muy necesarios otros estudios sobre las noblezas continentales con una riqueza de material comparable a la de Stone.

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reinos (Essex, Alba, Condé o Nassau). El gran auge secular del siglo xvi, provocado tanto p o r el r á p i d o crecimiento demográfico como p o r la llegada de los metales preciosos y el comercio americanos, facilitó el crédito a los príncipes europeos y permitió un gran i n c r e m e n t o de sus desembolsos sin u n a correspondiente y sólida expansión del sistema fiscal, a u n q u e h u b o u n a intensificación general de los impuestos: ésta f u e la edad de oro de los financieros del s u r de Alemania. La administración b u r o c r á t i c a creció rápidamente, p e r o en todas p a r t e s f u e p r e s a de la colonización de las grandes casas que competían p o r los privilegios políticos y los beneficios económicos de los cargos y controlaban clientelas parasitarias de nobles m e n o r e s que se infiltraban en el a p a r a t o del E s t a d o y f o r m a b a n redes rivales de patronazgo d e n t r o de él: versión modernizada del sistema de séquitos de la última época medieval, y de sus conflictos. Las luchas faccionales e n t r e grandes familias, cada u n a con una p a r t e de la m á q u i n a estatal a su disposición, y con u n a base regional sólida d e n t r o de un país débilmente unificado, ocupaban c o n s t a n t e m e n t e el p r i m e r plano de la escena política 7 . Las virulentas rivalidades D u d l e y / S e y m o u r y Leicester/Cecil en Inglaterra, las sanguinarias guerras trilaterales ent r e los Guisa, los Montmorency y los Borbones en Francia, y las crueles y s u b t e r r á n e a s luchas p o r el p o d e r e n t r e los Alba y los Eboli en España, f u e r o n u n signo de los tiempos. Las aristocracias occidentales habían comenzado a a d q u i r i r u n a educación universitaria y u n a fluidez cultural reservada, hasta ese m o m e n t o , a los clérigos 8 . De todas f o r m a s , n o habían desmilitarizado aún su vida privada, ni siquiera en Inglaterra, y no digamos ya en Francia, Italia o España. Los m o n a r c a s reinantes tenían que contar generalmente con sus magnates como fuerza independiente a la que había que conceder posiciones adecuadas a su rango: las huellas de u n a simétrica pirámide medieval todavía eran visibles en el e n t o r n o del soberano. Unicamente en la segunda m i t a d del siglo comenzaron los prim e r o s teóricos del absolutismo a p r o p a g a r las concepciones del derecho divino, que elevaban el p o d e r real m u y p o r encima de la lealtad limitada y recíproca de la soberanía regia medieval. Bodin f u e el p r i m e r o y el m á s riguroso de ellos. Pero el siglo xvi se cerró en los grandes países sin la realización de la 7 Un reciente tratamiento de este tema puede verse en J. H. Elliott, Europe divided, 1559-1598, Londres, 1968, pp. 73-7 [La Europa dividida 1559-1598, Madrid, Siglo XXI, 1976], ' J. H. Hexter, «The education of the aristocracy in the Renaissance», en Reappraisals in history, Londres, 1961, pp. 45-70.

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f o r m a c o n s u m a d a de absolutismo: incluso en España, Felipe II se veía impotente p a r a que sus t r o p a s c r u z a r a n las f r o n t e r a s de Aragón sin el p e r m i s o de sus señores. Efectivamente, el m i s m o t é r m i n o de «absolutismo» era incorrecto. Ninguna m o n a r q u í a occidental ha gozado nunca de u n poder absoluto sobre sus súbditos, en el sentido de u n despotismo carente de t r a b a s 9 . Todas se han visto limitadas, incluso en el cénit de sus prerrogativas, p o r ese e n t r a m a d o de concepciones designadas como derecho «divino» o «natural». La teoría de la soberanía de Bodin, que dominó el p e n s a m i e n t o político europeo d u r a n t e un siglo, encarna de f o r m a elocuente esa contradicción del absolutismo. Bodin f u e el p r i m e r p e n s a d o r que rompió sistemática y resueltamente con la concepción medieval de la a u t o r i d a d como ejercicio de la justicia tradicional f o r m u l a n d o la idea m o d e r n a del p o d e r político como capacidad soberana de crear nuevas leyes e i m p o n e r su obediencia indiscutible. «El signo principal de la m a j e s t a d soberana y del p o d e r absoluto es esencialmente el derecho de i m p o n e r leyes sobre los súbditos, generalmente sin su consentimiento [ . . . ] Hay, efectivamente, u n a distinción e n t r e justicia y ley, p o r q u e la p r i m e r a implica m e r a equidad, m i e n t r a s la segunda implica el mandato. La ley n o es m á s que el m a n d a t o de u n s o b e r a n o en el ejercicio de su poder 1 0 ». Pero m i e n t r a s enunciaba estos revolucionarios axiomas, Bodin sostenía, simultáneamente, las más conservadoras máximas feudales que limitaban los básicos derechos fiscales y económicos de los soberanos sobre sus súbditos. «No es de la competencia de ningún príncipe exigir impuestos a sus súbditos según su voluntad, o t o m a r arbitrariam e n t e los bienes de u n tercero», p o r q u e «al igual que el prín' Roland Mousnier y Fritz Hartung, «Quelques problémes concernant la monarchie absolute», X Congresso Internazionale di Scienze Storici, Relazioni, iv, Florencia, 1955, especialmente pp. 4-15, es la primera y más importante contribución al debate sobre este tema en los últimos años. Algunos escritores anteriores, entre ellos Engels, percibieron la misma verdad, aunque de forma menos sistemática: «La decadencia del feudalismo y el desarrollo de las ciudades constituyeron fuerzas deseentralizadoras, que determinaron precisamente la necesidad de la monarquía absoluta como un poder capaz de unir a las nacionalidades. La monarquía tenía que ser absoluta, precisamente a causa de la presión centrífuga de todos esos elementos. Su absolutismo, sin embargo, no debe entenderse en un sentido vulgar. Estuvo en conflicto permanente con los Estados, con los señores feudales y ciudades rebeldes: en ningún sitio abolió por completo a los Estados.» K. Marx y F. Engels, Werke, vol. 21, página 402. La última frase es, por supuesto, una exageración. 10 Jean Bodin, Les six livres de la République, París, 1578, pp. 103, 114. He traducido droit por «justice» en este caso, para resaltar la distinción a la que se ha aludido más arriba.

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cipe soberano n o tiene p o t e s t a d p a r a t r a n s g r e d i r las leyes de la naturaleza, o r d e n a d a s p o r Dios —cuya imagen en la tierra él es—, t a m p o c o puede t o m a r la p r o p i e d a d de o t r o sin u n a causa j u s t a y razonable» 1 1 . La apasionada exégesis que hace B o d m de la nueva idea de soberanía se combina así con u n a llamada a i n f u n d i r nuevo vigor al sistema feudal de servicios militares, y a u n a reafirmación del valor de los Estados: «La soberanía de u n m o n a r c a n o se altera ni disminuye en m o d o alguno p o r la existencia de los Estados; p o r el contrario, su m a j e s t a d es m á s grande e ilustre c u a n d o su pueblo le reconoce como soberano, incluso si en esas asambleas los príncipes, n o deseosos de enemistarse con sus subditos, conceden y p e r m i t e n m u c h a s cosas a las que n o h a b r í a n consentido sin las peticiones, plegarias y j u s t a s q u e j a s de su p u e b l o . . . » " . Nada revela de f o r m a m á s clara la verdadera naturaleza de la m o n a r q u í a absoluta a finales del Renacimiento que esta autorizada teorización de ella. La práctica del a b s o l u t i s m o correspondió, en efecto, a la teoría de Bodin. Ningún E s t a d o absolutista p u d o disponer nunca a placer de la libertad ni de las tierras de la nobleza, ni de la burguesía, del m o d o en que pudieron hacerlo las tiranías asiáticas coetáneas. T a m p o c o pudieron alcanzar una centralización administrativa ni u n a unificación jurídica completas; los particularismos corporativos y las heterogeneidades regionales h e r e d a d a s de la época medieval caracterizaron a los anciens régimes hasta su d e r r o c a m i e n t o final. La m o n a r q u í a absoluta de Occidente estuvo siempre, de hecho, doblemente limitada: p o r la persistencia de los organismos políticos tradicionales que e s t a b a n p o r d e b a j o de ella y p o r la presencia de la carga excesiva de una ley moral situada p o r encima de ella En o t r a s palabras, el p o d e r del absolutismo operaba, en último término, d e n t r o de los necesarios límites de la clase cuyos intereses afianzaba. E n t r e ambos h a b r í a n de estallar d u r o s conflictos c u a n d o la m o n a r q u í a procediera, en el siglo siguiente al d e s m a n t e l a m i e n t o de m u c h a s destacadas familias nobles. Pero debe recordarse que d u r a n t e todo este tiempo, y del m i s m o m o d o que el E s t a d o absolutista de Occidente nunca ejerció u n p o d e r absoluto, las luchas e n t r e esos estados y sus' aristocracias t a m p o c o pudieron ser nunca absolutas. La unidad social de a m b o s d e t e r m i n a b a el t e r r e n o y la temporalidad de las contradicciones políticas e n t r e ellos. Sin embargo, esas contradicciones h a b r í a n de tener su propia importancia histórica. " Les six livres de la République, Les six livres de la République,

pp. 102, 114 p. 103.

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Los cien años siguientes presenciaron la implantación plena abi E s t a d o absolutista en u n siglo de depresión agrícola y demográfica y de continua b a j a de los precios. Es en este m o m e n t o ruando los efectos de la «revolución militar» se d e j a n sentir decisivamente. Los ejércitos multiplican r á p i d a m e n t e su t a m a ñ o haciéndose a s t r o n ó m i c a m e n t e caros— en u n a s e n e de guerras a u e se extienden sin cesar. Las operaciones de Tilly n o f u e r o n m u c h o mayores que las de Alba, p e r o resultaban enanas comp a r a d a s con las de Turenne. El costo de estas e n o r m e s máquinas militares creó p r o f u n d a s crisis de ingresos en los E s t a d o s absolutistas. Por lo general, se intensificó la presión de los impuestos sobre las masas. S i m u l t á n e a m e n t e , la venta de cargos y honores públicos se convirtió en u n expediente financiero de capital i m p o r t a n c i a p a r a todas las m o n a r q u í a s , siendo sistematizado en u n a f o r m a desconocida en el siglo a n t e r i o r El resultado f u e la integración de u n creciente n ú m e r o de burgueses arrivistes en las filas de los funcionarios del Estado, que se profesionalizaron cada vez más, y la reorganización de los vínculos e n t r e la nobleza y el a p a r a t o de Estado. La venta de cargos n o era u n m e r o i n s t r u m e n t o económico p a r a o b t e n e r ingresos procedentes de las clases propietarias. E s t a b a t a m b i é n al servicio de u n a función política: al convertir la adquisición de posiciones b u r o c r á t i c a s en u n a transacción mercantil y al d o t a r a su propiedad de derechos hereditarios, bloqueó la formación, d e n t r o del Estado, de sistemas de clientela de los grandes, que n o dependían de impersonales contribuciones en metálico, sino de las conexiones y prestigio personales de u n gran señor y de su casa. Richelieu subrayó en su t e s t a m e n t o la i m p o r t a n t í s i m a función «esterilizadora» de la paulette al p o n e r t o d o el sistema administrativo f u e r a del alcance de tentaculares linajes aristocráticos como la casa de Guisa. Evidentemente, t o d o consistía en c a m b i a r u n parasitismo p o r otro: en lugar de patronazgo, venalidad. Pero la mediación del m e r c a d o era m á s segura p a r a la m o n a r q u í a que la de los magnates: los consorcios financieros de París, que avanzaban p r é s t a m o s al Estado, a r r e n d a b a n i m p u e s t o s y a c a p a r a b a n cargos en el siglo XVII, eran m u c h o menos peligrosos p a r a el absol u t i s m o f r a n c é s que las dinastías provinciales del siglo Xvi, q u e n o sólo tenían b a j o su dominio secciones enteras de la administración real, sino que podían movilizar sus propios ejércitos. El a u m e n t o de la burocratización de los cargos p r o d u j o , a su vez nuevos tipos de altos administradores, que se reclutaban n o r m a l m e n t e de la nobleza y e s p e r a b a n los beneficios convencionales del cargo, p e r o que e s t a b a n imbuidos de u n riguroso

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de la nobleza levantaba la b a n d e r a del s e p a r a t i s m o aristocrático y a la que se unían, en u n levantamiento general, la burguesía u r b a n a descontenta y las m u c h e d u m b r e s plebeyas La gran rebelión ú n i c a m e n t e t r i u n f ó en Inglaterra, donde el componente capitalista de la sublevación era p r e p o n d e r a n t e t a n t o en las clases propietarias rurales c o m o en las u r b a n a s . En todos los d e m á s países, en Francia, España, Italia y Austria, las insurrecciones d o m i n a d a s o contagiadas p o r el s e p a r a t i s m o nobiliario f u e r o n aplastadas, y el p o d e r absolutista q u e d ó reforzado Todo ello f u e necesariamente así p o r q u e ninguna clase d o m i n a n t e feudal podía e c h a r p o r la b o r d a los avances alcanzados p o r el absolutismo - q u e eran la expresión de p r o f u n d a s necesidades históricas que se abrían paso p o r sí m i s m a s en todo el continente— sin p o n e r en peligro su propia existencia; de h e c h o ninguna de ellas se p a s ó completa o m a y o r i t a r i a m e n t e a la causa de la rebelión. Pero el carácter parcial o regional de estas luchas n o minimiza su significado: los factores de a u t o n o m i s m o local se limitaban a condensar u n a desafección difusa, que frec u e n t e m e n t e existía en toda la nobleza, y le d a b a n una f o r m a político-militar violenta. Las p r o t e s t a s de Burdeos, Praga Nápoles, E d i m b u r g o , Barcelona o P a l e r m o tuvieron u n a amplia resonancia Su d e r r o t a final f u e u n episodio crítico en los difíciles dolores de p a r t o del c o n j u n t o de la clase d u r a n t e este siglo, a medida que se t r a n s f o r m a b a l e n t a m e n t e p a r a cumplir las nuevas e inusitadas exigencias de su p r o p i o p o d e r de E s t a d o Ninguna clase en la historia c o m p r e n d e de f o r m a i n m e d i a t a la lógica de su propia situación histórica en las épocas de transición: un largo período de desorientación y confusión puede ser necesario p a r a que a p r e n d a las reglas necesarias de su propia soberanía. La nobleza occidental de la tensa era del absolutismo del siglo x v n n o f u e u n a excepción: tuvo que r o m p e r s e en la d u r a e inesperada disciplina de sus propias condiciones de gobierno. Esta es, en lo esencial, la explicación de la a p a r e n t e p a r a d o j a de la trayectoria posterior del absolutismo en Occidente. Porque si el siglo x v n es el mediodía t u m u l t u o s o y confuso de las relaciones e n t r e clase y E s t a d o d e n t r o del sistema total de dominio político de la aristocracia, el siglo x v m es, en comparación, el a t a r d e c e r d o r a d o de su tranquilidad y reconciliación Una nueva estabilidad y a r m o n í a prevalecieron, a medida que cambiaba la coyuntura económica internacional v comenzaban cien anos de relativa p r o s p e r i d a d en la mayor p a r t e de E u r o p a m i e n t r a s la nobleza volvía a ganar confianza en su capacidad p a r a regir los destinos del Estado. En u n país t r a s o t r o tuvo

Clase y Estado: problemas de periodización íuear u n a elegante rearistocratización de la m á s alta burocracia, o cual p o r u n contraste ilusorio, hizo q u e la época a n t e r i o r Careciese plagada de parvenus. La Regencia f r a n c e s a y la oligarquía sueca de los S o m b r e r o s son los e j e m p l o s m á s llamativos de este fenómeno. Pero t a m b i é n puede observarse en la E s p a ñ a de Carlos, en la I n g l a t e r r a de Jorge o en la Holanda de P e n w i g , donde las revoluciones b u r g u e s a s ya h a b í a n convertido al E s t a d o v al m o d o de producción d o m i n a n t e al capitalismo. Los ministros de E s t a d o que simbolizan el período carecen de la energía creadora y la fuerza a u s t e r a de sus predecesores, p e r o viven en u n a paz serena con su clase. Fleury o Choiseul, E n s e n a d a o Aranda, Walpole o Newcastle, son las figuras r e p r e s e n t a t i v a s de esta época. Las realizaciones civiles del E s t a d o absolutista de Occidente en la era de la Ilustración r e f l e j a n ese modelo: hay u n exceso de adornos, u n r e f i n a m i e n t o de las técnicas, u n a i m p r o n t a m á s acusada de las influencias burguesas, a lo q u e se a ñ a d e u n a pérdida general de d i n a m i s m o y creatividad. Las distorsiones extremas generadas p o r la venta de cargos se r e d u j e r o n , y sim u l t á n e a m e n t e la b u r o c r a c i a se hizo m e n o s venal, aunque, a menudo, al precio de i n t r o d u c i r u n sistema de crédito público destinado a obtener ingresos equivalentes, sistema que, i m i t a d o de los países capitalistas m á s avanzados, tendió a anegar al E s t a d o con deudas acumuladas. Todavía se p r e d i c a b a y practicaba el mercantilismo, a u n q u e las nuevas doctrinas económicas «liberales» de los fisiócratas, defensores del comercio libre y de la inversión en la agricultura, hicieron algunos progresos en Francia, en la Toscana y en otros lugares. Pero quizá la más i m p o r t a n t e e interesante evolución de la clase t e r r a t e n i e n t e dominante en los últimos cien años antes de la revolución francesa fuese u n f e n ó m e n o que se situaba f u e r a del a p a r a t o de Estado. Se t r a t a de la expansión europea del vincohsmo, la irrupción de mecanismos aristocráticos p a r a la protección y consolidación de las grandes propiedades agrarias c o n t r a las presiones y riesgos de desintegración p o r el m e r c a d o capitalista . La nobleza inglesa posterior a 1689 f u e u n a de las p r i m e r a s en f o m e n t a r esta tendencia, con la invención del stnct settlement, que prohibía a los propietarios de t i e r r a s la e n a j e n a c i ó n de la » No hav ningún estudio que abarque todo este fenómeno. Se trata de él marginalmente en, Ínter alia, S. J. Woolf. Studi sulla nobxhtá %ZnuTneWepoca delVAssalutismo, Turin. 1963, que sitúa su expansión en el siglo anterior. También lo tocan la mayor parte de las^ c o n d i ciones al libro de A. Goodwin, comp., The European nobihty tn the 18th century, Londres, 1953.

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p r o p i e d a d familiar e investía de derechos ú n i c a m e n t e al h i j o mayor: dos m e d i d a s destinadas a congelar todo el m e r c a d o de la tierra en interés de la s u p r e m a c í a aristocrática. Uno t r a s otro, los principales países de Occidente desarrollaron o perfeccionaron m u y p r o n t o sus propias variantes de esta «vinculación» o sujeción de la tierra a sus propietarios tradicionales. El mayorazgo en España, el morgado en Portugal, el fideicommissum en Italia y Austria y el maiorat en Alemania cumplían todos la m i s m a función: p r e s e r v a r intactos los grandes bloques de p r o p i e d a d e s y los latifundios de los p o t e n t a d o s cont r a los peligros de su f r a g m e n t a c i ó n o venta en u n m e r c a d o comercial abierto 1 6 . I n d u d a b l e m e n t e , gran p a r t e de la estabilidad r e c o b r a d a p o r la nobleza en el siglo X V I I I se debió al apuntalamiento económico que le p r o p o r c i o n a r o n estos m e c a n i s m o s legales. De hecho, en esta época h u b o p r o b a b l e m e n t e menos movimiento social d e n t r o de la clase d o m i n a n t e que en las épocas precedentes, en las q u e familias y f o r t u n a s f l u c t u a r o n m u c h o m á s r á p i d a m e n t e , en m e d i o de las mayores sacudidas políticas y sociales 17'. " El mayorazgo español era con mucho el más antiguo de estos dispositivos, ya que databa de doscientos años antes; pero su número y su alcance aumentaron rápidamente, llegando a incluir finalmente incluso bienes muebles. El strict settlement inglés era, de hecho, algo menos rígido que el modelo general del fideicommissum vigente en el continente, porque formalmente era operativo por una sola generación; pero en la práctica se suponía que los sucesivos herederos lo volverían a aceptar. 17 Todo el problema de la movilidad dentro de la clase noble, desde los albores del feudalismo hasta el final del absolutismo, necesita una investigación mucho mayor. Hasta ahora sólo son posibles algunas conjeturas aproximadas para las sucesivas fases de esta larga historia. Duby muestra su sorpresa al descubrir que la convicción de Bloch acerca de una discontinuidad radical entre las aristocracias carolingia y medieval en Francia estaba equivocada; de hecho, una alta proporción de los linajes que suministraron los vassi dominici del siglo ix sobrevivieron para convertirse en los barones del siglo XII. Véase G. Duby, «Une enquéte á poursuivre: la noblesse dans la France médiévale», Revue Historique, ccxxvi, 1961, pp. 1-22 [«La nobleza en la Francia medieval: una investigación a proseguir», en Hombres y estructuras de la Edad Media, Madrid, Siglo XXI, 1977], Por otra parte, Perroy descubrió un nivel muy alto de movilidad dentro de la nobleza del condado de Forez desde el siglo X I I I en adelante: la duración media de un linaje noble era de 3 4 o, más conservadoramente, de 3-6 generaciones, a causa sobre todo de los azares de la mortalidad. Edouard Perroy, «Social mobility among the French noblesse in the later Middle Ages», Past and Present, 21, abril de 1962, pp. 25-38. En general parece que la Edad Media tardía y los comienzos del Renacimiento fueron períodos de rápida rotación en muchos países, en los que desaparecieron la mayor parte de las grandes familias medievales. Esto es cierto en Inglaterra y Francia, aunque probablemente lo sea menos en España. La reestabilización de los rangos de

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Con esta situación de fondo, se extendió p o r toda E u r o p a una c u l t u r a cosmopolita y elitista de corte y salón, tipificada por la nueva preeminencia del f r a n c é s c o m o idioma internacional del discurso diplomático y político. N a t u r a l m e n t e , d e b a j o de ese barniz esta c u l t u r a estaba m u c h o m á s p r o f u n d a m e n t e p e n e t r a d a q u e n u n c a p o r las ideas de la burguesía ascendente, que a h o r a e n c o n t r a b a n u n a t r i u n f a n t e expresión en la Ilustración. El p e s o específico del capital m e r c a n t i l y m a n u f a c t u r e r o a u m e n t ó en la mayoría de las formaciones sociales de Occidente d u r a n t e este siglo, que presenció la segunda gran ola de expansión comercial y colonial u l t r a m a r i n a . Pero esto sólo d e t e r m i n ó la política del E s t a d o allí donde h a b í a tenido lugar u n a revolución burguesa y el a b s o l u t i s m o e s t a b a derrocado, es decir, en Inglaterra y Holanda. E n los otros países n o h u b o un signo más s o r p r e n d e n t e de la continuidad e s t r u c t u r a l del ú l t i m o Estado feudal en su fase final que la persistencia de sus tradiciones militares. La fuerza real de los ejércitos, en general, se estabilizó o disminuyó en la E u r o p a occidental después del t r a t a d o de Utrecht; la materialidad del a p a r a t o bélico d e j ó de expandirse, al menos en tierra (en el m a r el p r o b l e m a es otro). Pero la frecuencia de las guerras y su i m p o r t a n c i a capital p a r a el sistema estatal internacional no c a m b i ó sustancialmente. De hecho, quizá cambiaron de manos en E u r o p a mayores extensiones geográficas de t e r r i t o r i o — o b j e t o clásico de toda lucha militar aristocrática— d u r a n t e este siglo que en los dos anteriores: Silesia, Nápoles, Lombardía, Bélgica, Cerdeña y Polonia se c o n t a r o n e n t r e las presas. La g u e r r a «funcionó» en este sentido h a s t a el fin del ancien régime. N a t u r a l m e n t e , y manteniendo u n a básica constancia, las c a m p a ñ a s del absolutismo europeo p r e s e n t a n cierta evolución tipológica. El c o m ú n determ i n a n t e de todas ellas f u e la orientación feudal-territorial de la que se h a h a b l a d o antes, cuya f o r m a característica f u e el conflicto dinástico p u r o y simple de comienzos del siglo xvi (la lucha e n t r e los H a b s b u r g o y los Valois p o r Italia). Superpuesto a esta lucha d u r a n t e cien años —de 1550 a 1650— estuvo el conflicto religioso e n t r e las potencias de la R e f o r m a y la C o n t r a r r e f o r m a , q u e n u n c a inició las rivalidades geopolíticas, p e r o f r e c u e n t e m e n t e las intensificó y las exacerbó, a la vez que les p r o p o r c i o n a b a el lenguaje ideológico de la época. La guerra de los Treinta Años f u e la mayor, y la última, de la aristocracia parece igualmente clara a finales del siglo x v n , después de que hubiera llegado a su fin la última y más violenta de todas las reconstrucciones, en la Bohemia de los Habsburgo durante la guerra de los Treinta Años. Pero seguramente este tema nos reserva nuevas sorpresas.

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estas luchas «mixtas» 1S. Fue sucedida m u y p r o n t o p o r u n tipo de conflicto militar c o m p l e t a m e n t e n u e v o en E u r o p a , e n t a b l a d o p o r diferentes motivos y e n u n elemento diferente, las guerras comerciales anglo-holandesas de los años 1650 y 1660, en las q u e p r á c t i c a m e n t e todos los e n f r e n t a m i e n t o s f u e r o n marítimos. E s t a s confrontaciones, sin embargo, se limitaron a los dos Estados europeos que h a b í a n e x p e r i m e n t a d o revoluciones burguesas y f u e r o n contiendas e s t r i c t a m e n t e capitalistas. El intento de Colbert p a r a «adoptar» sus objetivos en Francia f u e u n completo fiasco en la década de 1670. Sin embargo, a p a r t i r de la g u e r r a de la Liga de Augsburgo el comercio f u e casi siempre u n a copresencia auxiliar en las g r a n d e s luchas militares territoriales europeas, a u n q u e sólo fuese p o r la participación de Inglaterra, cuya expansión geográfica u l t r a m a r i n a tenía a h o r a u n c a r á c t e r p l e n a m e n t e comercial, y cuyo objetivo era, efectivamente, u n monopolio colonial mundial. De ahí el c a r á c t e r h í b r i d o de las últimas g u e r r a s del siglo x v m , que c o m b i n a n dos diferentes tiempos y tipos de conflicto en u n a e x t r a ñ a y singular mezcla, cuyo e j e m p l o m á s claro lo o f r e c e la g u e r r a de los Siete Años 19: la p r i m e r a de la historia en q u e se luchó de u n a p a r t e a o t r a del globo, a u n q u e sólo de f o r m a marginal p a r a la mayoría de los participantes, q u e c o n s i d e r a b a n a Manila o Montreal c o m o r e m o t a s escaramuzas c o m p a r a d a s con Leuthen o Kunersdorf. N a d a revela m e j o r la decadente visión feudal del ancien régime en Francia que su incapacidad p a r a percibir lo q u e estaba r e a l m e n t e en juego en estas guerras de naturaleza dual: h a s t a el último m o m e n t o permaneció, j u n t o a sus rivales, b á s i c a m e n t e clavado en la tradicional p u g n a territorial.

El capítulo de H. G. Koenigsberger, «The European civil war», en The Habsburgs in Europe, Ithaca, 1971, pp. 219-85, es una narración sucinta y ejemplar. , " E ' m e i ° r análisis general de la guerra de los Siete Años es todavía el de Dorn, Competition for empire, pp. 318-84.

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Este f u e el c a r á c t e r general del a b s o l u t i s m o en Occidente. Sin embargo, los E s t a d o s territoriales específicos q u e llegaron a la existencia en los diferentes países de la E u r o p a renacentista no p u e d e n asimilarse simplemente a u n t i p o p u r o singular. De hecho, m a n i f e s t a r o n grandes variaciones que h a b r í a n de tener cruciales consecuencias p a r a las historias posteriores de los países afectados, y q u e todavía hoy p u e d e n sentirse. Un análisis de estas variantes es, p o r tanto, u n c o m p l e m e n t o necesario de cualquier consideración sobre la e s t r u c t u r a general del absolutismo en Occidente. E s p a ñ a , la p r i m e r a gran potencia de la E u r o p a m o d e r n a , nos o f r e c e el p u n t o lógico de partida. El auge de la E s p a ñ a de los H a b s b u r g o n o f u e u n m e r o episodio d e n t r o de u n c o n j u n t o de experiencias c o n c u r r e n t e s y equivalentes de construcción del E s t a d o en E u r o p a occidental: f u e t a m b i é n u n d e t e r m i n a n t e auxiliar de todo el c o n j u n t o como tal. Ocupa, pues, u n a posición cualitativamente distinta en el proceso general de absolutización. El alcance y el i m p a c t o del a b s o l u t i s m o español e n t r e las o t r a s m o n a r q u í a s occidentales de esta época fue, en sentido estricto, «desmesurado». Su presión internacional actuó como específica sobredeterminación de los modelos nacionales del r e s t o del continente, a causa del p o d e r y la riqueza desproporcionados que tenía a su disposición: la concentración histórica de este p o d e r y esta riqueza en el E s t a d o español n o p u d o d e j a r de a f e c t a r en su totalidad a la f o r m a y dirección del naciente sistema occidental de Estados. La m o n a r q u í a española debió su preeminencia a la combinación de dos c o n j u n t o s de recursos q u e eran, a su vez, proyecciones inusuales de excepcional magnitud, de los componentes generales del absolutismo ascendente. Por u n a parte, su casa real se benefició m á s que ninguna o t r a famila e u r o p e a de los pactos de política m a t r i m o n i a l dinástica. Las conexiones familiares de los H a b s b u r g o p r o d u j e r o n al E s t a d o español u n volumen de t e r r i t o r i o e influencia q u e ninguna m o n a r q u í a rival p u d o igualar: s u p r e m o f r u t o de los mecanismos feudales de expansión política. Por o t r a parte, la conquista colonial del Nuevo M u n d o le s u m i n i s t r ó u n a s u p e r a b u n d a n c i a de metales preciosos que

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p u s o en sus m a n o s u n tesoro f u e r a del alcance de cualquiera de sus contrarios. Dirigido y organizado d e n t r o de unas estruct u r a s que eran todavía n o t a b l e m e n t e señoriales, el pillaje de las Américas f u e al m i s m o tiempo, y a p e s a r de eso, el acto singular m á s espectacular de la acumulación originaria de capital europeo d u r a n t e el Renacimiento. El absolutismo español derivó su fuerza, pues, t a n t o de la herencia del engrandecimiento feudal en el interior como del botín de la extracción de capital en el exterior. N a t u r a l m e n t e , n u n c a se p l a n t e ó ningún p r o b l e m a acerca de los intereses económicos y sociales a los que respondía principal y p e r m a n e n t e m e n t e el a p a r a t o político de la m o n a r q u í a española. Ningún o t r o de los grandes estados absolutistas de E u r o p a occidental h a b r í a de tener u n c a r á c t e r tan nobiliario o tan enemigo del desarrollo burgués. La m i s m a f o r t u n a de su t e m p r a n o control de las minas de América con su primitiva p e r o lucrativa economía de extracción, le e m p u j ó a n o p r o m o v e r el desarrollo de m a n u f a c t u r a s ni f o m e n t a r la expansión de e m p r e s a s mercantiles d e n t r o de su imperio europeo. E n lugar de eso, d e j ó caer su e n o r m e peso sobre las c o m u n i d a d e s comerciales más activas del continente, al m i s m o tiempo que amenazaba a las o t r a s aristocracias terratenientes en un ciclo de guerras interaristocráticas que d u r a r í a ciento cincuenta años. El poderío español ahogó la vitalidad u r b a n a de la Italia del n o r t e y aplastó las florecientes ciudades de la m i t a d de los Países Bajos, las dos zonas más avanzadas de la economía europea a comienzos del siglo xvi. Holanda escapó f i n a l m e n t e a su control en u n a larga lucha p o r la independencia burguesa. En el m i s m o período, los estados m o n á r q u i c o s del s u r de Italia y de Portugal f u e r o n absorbidos p o r E s p a ñ a Las m o n a r q u í a s de Francia e Inglaterra s u f r i e r o n los a t a q u e s hispánicos. Los principados de Alemania f u e r o n invadidos repetid a m e n t e p o r los tercios de Castilla. Mientras las flotas españolas cruzaban el Atlántico o p a t r u l l a b a n p o r el Mediterráneo los ejercitos españoles cubrían la m a y o r p a r t e de E u r o p a occidental, de Amberes a P a l e r m o y de Ratisbona a Kinsale. Sin embargo, la amenaza del dominio de los H a b s b u r g o precipitó finalmente las reacciones y fortificó las defensas de las dinastías dispuestas en orden de batalla c o n t r a ella. La prioridad española dio a la m o n a r q u í a de los H a b s b u r g o la función de establecer un sistema p a r a el c o n j u n t o del absolutismo occidental. Pero al m i s m o tiempo, c o m o veremos, limitó b á s i c a m e n t e la naturaleza del propio absolutismo español en el interior del sistema que ayudó a originar.

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pi absolutismo español nació de la unión de Castilla y Aragón, p o r el m a t r i m o n i o de Isabel I y F e r n a n d o II en 1469 Comenzó con u n a base económica a p a r e n t e m e n t e f i r m e D u r a n t e la escasez de t r a b a j o p r o d u c i d a p o r la crisis general del feudalismo occidental, n u m e r o s a s áreas de Castilla se convirtieron a u n a lucrativa economía lanera, que hizo de ella la «Australia de la E d a d Media» 1 y u n o de los grandes socios del comercio flamenco. Aragón, p o r su parte, había sido d u r a n t e mucho tiempo u n a potencia territorial y comercial en el Mediterráneo, donde controlaba Sicilia y Cerdeña. El d i n a m i s m o político y militar del nuevo E s t a d o dual se reveló muy p r o n t o de f o r m a d r a m á t i c a en u n a serie de m a j e s t u o s a s conquistas exteriores. El último r e d u c t o m o r o de G r a n a d a f u e destruido y la Reconquista quedó completada; Nápoles f u e anexionado y Navarra absorbida; y, sobre todo, f u e r o n descubiertas y subyugadas las Américas. La vinculación familiar con los Habsburgo añadió m u y p r o n t o Milán, el Franco Condado y los Países Bajos. E s t a repentina avalancha de éxitos convirtió a E s p a ñ a en p r i m e r a potencia de E u r o p a d u r a n t e t o d o el siglo XVI, y la hizo gozar de u n a posición internacional que ningún o t r o absolutismo continental sería n u n c a capaz de emular. Sin embargo, el E s t a d o que presidió este vasto imperio era en sí m i s m o u n m o n t a j e destartalado, u n i d o tan sólo, en ú l t i m o término, p o r la p e r s o n a del m o n a r c a . El absolutismo español, tan i m p o n e n t e para el p r o t e s t a n t i s m o nórdico, f u e de hecho n o t a b l e m e n t e modesto y limitado en su desarrollo interior. Sus articulaciones internas f u e r o n , quizá, las m á s débiles y heteróclitas. Sin duda, hay que b u s c a r las razones de esta p a r a d o j a f u n d a m e n t a l m e n t e en la curiosa relación triangular e n t r e el imperio americano, el imperio europeo y la p a t r i a ibérica.

ffectuada

Los reinos c o n j u n t o s de Castilla y Aragón, unidos p o r Fern a n d o e Isabel, p r e s e n t a b a n u n a base e x t r e m a d a m e n t e diversa p a r a la construcción de la nueva m o n a r q u í a española a finales del siglo xv. Castilla era tierra de u n a aristocracia con e n o r m e s posesiones y de poderosas órdenes militares; tenía también u n considerable n ú m e r o de ciudades, a u n q u e significativamente carecía aún de u n a capital fija. La nobleza castellana había t o m a d o de la m o n a r q u í a grandes extensiones de propiedad agraria dur a n t e las guerras civiles de finales de la E d a d Media. E n t r e un 2 y u n 3 p o r 100 de la población controlaba a h o r a alrededor del 97 p o r 100 del suelo. Más de la mitad de éste era propiedad, 1 La frase es de Vicens. Véase J. Vicens Vives, Manual nómica de España, Barcelona, 1959, pp. 11-12, 231.

de historia

eco-

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a su vez, de u n a s pocas familias de p o t e n t a d o s q u e se elevaban p o r encima de la n u m e r o s a p e q u e ñ a nobleza de hidalgos 2 . E n esas grandes propiedades, la agricultura cerealista cedía const a n t e m e n t e t e r r e n o a la cría de ovejas. La r á p i d a expansión de la lana, que p r o p o r c i o n ó las bases p a r a las f o r t u n a s de t a n t a s casas aristocráticas, estimuló al m i s m o t i e m p o el crecimiento u r b a n o y el comercio exterior. Las ciudades castellanas y la m a r i n a c á n t a b r a se beneficiaron de la p r o s p e r i d a d de la economía pastoril de finales de la E s p a ñ a medieval, que estaba ligada p o r u n c o m p l e j o sistema comercial a la i n d u s t r i a textil de r i a n d e s . El perfil económico y demográfico de Castilla d e n t r o de la Union era, pues, v e n t a j o s o desde el principio: con u n a poblacion calculada e n t r e cinco y siete millones y u n boyante comercio u l t r a m a r i n o con E u r o p a del norte, era sin dificultad el E s t a d o d o m i n a n t e de la península. Políticamente, su constitución era c u r i o s a m e n t e inestable. Castilla-León f u e u n o de los p r i m e r o s reinos medievales de E u r o p a que desarrolló u n sist e m a de E s t a d o s en el siglo x i n ; a mediados del siglo xv la ascendencia fáctica de la nobleza sobre la m o n a r q u í a había llegado a ser, d u r a n t e cierto tiempo, m u y grande. Pero el codicioso p o d e r de la última aristocracia medieval n o había establecido ningún molde jurídico. Las Cortes f u e r o n siempre, de hecho, u n a asamblea ocasional e indefinida; quizá a causa del caracter migratorio del reino castellano, al desplazarse hacia el s u r y a r r a s t r a r en este movimiento su m o d e l o social, n u n c a había desarrollado u n a institucionalización sólida y f i j a del sist e m a de Estados. Así, t a n t o la convocatoria como la composición de las Cortes q u e d a b a n s u j e t a s a la a r b i t r a r i a decisión de la m o n a r q u í a , con el resultado de que las sesiones f u e r a n espasmódicas y n o p u d i e r a surgir de ellas ningún sistema regular de tres curias. Por u n a parte, las Cortes carecían de poderes p a r a iniciar u n a legislatura; p o r otra, la nobleza v el clero gozab a n de i n m u n i d a d fiscal. El resultado era u n sistema de E s t a d o s en el q u e ú n i c a m e n t e las ciudades tenían que p a g a r los impuestos votados p o r las Cortes, i m p u e s t o s que, p o r otra p a r t e recaían p r á c t i c a m e n t e de f o r m a exclusiva sobre las m a s a s La aristocracia n o tenía, p o r tanto, ningún interés económico directo en su representación en los E s t a d o s castellanos, que form a b a n u n a institución relativamente débil y aislada. El corp o r a t i s m o aristocrático e n c o n t r ó u n a expresión a p a r t e en las ricas y poderosas órdenes militares —Calatrava, Alcántara y H S ain Pela - EIH°t,t' ¿mperiaI P • 1469-1716, Londres, 1970, pp. 111-13 [La España imperial, Barcelona, Vicens Vives, 1965],

España

que habían sido creadas p o r las cruzadas; pero ntiago— tas órdenes carecían, p o r naturaleza, de la autoridad colect a de un Estado nobilario p r o p i a m e n t e dicho. El carácter económico y político del reino de Aragón 3 ofrecía m f u e r t e contraste con el de Castilla. El alto Aragón del interior abrigaba el sistema señorial más represivo de la península Ibérica; la aristocracia local estaba investida con todo el repertorio de poderes feudales sobre u n c a m p o estéril en el que aún sobrevivía la servidumbre y donde u n c a m p e s i n a d o morisco esclavizado t r a b a j a b a p e n o s a m e n t e p a r a sus señores cristianos. Cataluña, p o r otra parte, había sido tradicionalmente el c e n t r o de un imperio mercantil en el Mediterráneo: Barcelona era la mayor ciudad de la E s p a ñ a medieval, y su patriciado u r b a n o la clase comercial m á s rica de la región. La p r o s p e r i d a d catalana, sin embargo, había s u f r i d o gravemente d u r a n t e la larga depresión feudal. Las epidemias del siglo xiv golpearon al principado con especial violencia, volviendo u n a y o t r a vez, después de la misma peste negra, a causar estragos en la población, que perdió alrededor de u n tercio entre 1365 y 1497 4. Las bancarrotas comerciales se mezclaron con la agresiva competencia de los genoveses en el Mediterráneo, m i e n t r a s los pequeños comerciantes y los gremios de artesanos se rebelaban c o n t r a los patricios en las ciudades. En el campo, los campesinos se levantaron para d e s t e r r a r los «malos usos» y t o m a r las tierras desiertas, en las rebeliones de los remensas del siglo xv. Finalmente, u n a guerra civil e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, que a r r a s t r ó a los demás grupos sociales, debilitó todavía m á s la economía catalana. Sus bases exteriores en Italia, sin embargo, p e r m a n e c i e r o n intactas. La tercera provincia del reino, Valencia, se situaba socialmente e n t r e Aragón y Cataluña. La nobleza explotaba el t r a b a j o morisco; d u r a n t e el siglo xv se expandió u n a c o m u n i d a d mercantil, a medida que el dominio financiero b a j a b a de Barcelona p o r la costa. El crecimiento de Valencia, sin embargo, no compensó a d e c u a d a m e n t e el declinar de Cataluña. La disparidad económica e n t r e los dos reinos de la unión creada p o r el m a t r i m o n i o de F e r n a n d o e Isabel puede apreciarse en el hecho de que la población de las tres provincias de Aragón sumaba en su totalidad alrededor de un millón de habitantes, mientras Castilla tenía e n t r e cinco y siete millones. Por o t r a parte, el contraste político e n t r e a m b o s reinos no era menos 3 El reino de Aragón era, a su vez, la unión de tres principados: Aragón, Cataluña y Valencia. 4 Elliott, Imperial Spain, p. 37.

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s o r p r e n d e n t e . En Aragón podía encontrarse, quizá, la estruct u r a de Estados m á s compleja y defensiva que existía en E u r o p a Las tres provincias de Cataluña, Valencia y Aragón tenían sus propias Cortes independientes. Cada u n a de ellas disponía, además, de instituciones especiales de control jurídico p e r m a n e n t e y de administración económica derivadas de las Cortes. La Diputado catalana —un comité p e r m a n e n t e de las Cortes— era su ejemplo más eficaz. Por otra parte, cada u n a de las Cortes debía ser convocada e s t a t u t a r i a m e n t e a intervalos regulares y su f u n c i o n a m i e n t o estaba s u j e t o a la regla de la u n a n i m i d a d dispositivo único en toda la E u r o p a occidental. Las Cortes aragonesas tenían el r e f i n a m i e n t o suplementario de u n sistema de c u a t r o curias que r e p r e s e n t a b a n a los potentados, la pequeñ a aristocracia, el clero y los burgueses 5. In toto, este complejo de «libertades» medievales ofrecía un p a n o r a m a singularmente difícil para la construcción de un absolutismo centralizado De hecho, la asimetría de los órdenes institucionales de Castilla y Aragón h a b r í a de determinar, a p a r t i r de entonces, todo el f u t u r o de la m o n a r q u í a española. F e r n a n d o e Isabel t o m a r o n , comprensiblemente, el obvio camino de concentrarse en el establecimiento de u n p o d e r real inconmovible en Castilla, donde las condiciones p a r a ello eran m u c h o más propicias. Aragón p r e s e n t a b a obstáculos políticos m u c h o más graves p a r a la construcción de u n E s t a d o centralizado, y perspectivas m u c h o menos favorables de fiscalización economica. Castilla tenía u n a población cinco o seis veces mayor, y su s u p e r i o r riqueza n o estaba protegida p o r b a r r e r a s constitucionales comparables. Así pues, los dos m o n a r c a s pusieron en práctica un p r o g r a m a metódico de reorganización economica. Las órdenes militares f u e r o n decapitadas, y sus vastas posesiones de tierras y rentas anexionadas. Fueron demolidos castillos de baronías, d e s t e r r a d o s señores fronterizos y prohibidas las guerras privadas. La a u t o n o m í a municipal de las ciudades quedó suprimida p o r la implantación de corregidores oficiales p a r a administrarlas; la justicia real f u e reforzada y extendida. Se conquistó p a r a el E s t a d o el control de los beneficios eclesiásticos, poniendo el a p a r a t o local de la Iglesia f u e r a 5 El espíritu del constitucionalismo aragonés se expresaba en el impresionante juramento de fidelidad atribuido a su nobleza: «Nos, que vaíemos tanto como vos, juramos ante vos, que no valéis más que nos, n? e c r V K ° T / e y y ^ ^ n o señor, con tal de que observéis todas nuestras libertades y derechos; y si no, no». Esta fórmula era quizá legendaria, pero su espíritu estaba enraizado en las instituciones de

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Ae 1 alcance del papado. Las Cortes f u e r o n domesticadas prol e s i v a m e n t e p o r la omisión efectiva de la nobleza y el clero \ sus asambleas desde 1480, y como el principal propósito de L convocatoria era r e c a u d a r impuestos p a r a los gastos militares ¿sobre todo p a r a las g u e r r a s de G r a n a d a e Italia), de los q u e estaban exentos el p r i m e r y segundo estados, poca razón tenían éstos p a r a resistir esa restricción. Las recaudaciones fiscales lamentaron de f o r m a impresionante: las r e n t a s de Castilla subieron de unos 900.000 reales en 1474 a 26.000.000 en 1504 P1 Consejo Real f u e r e f o r m a d o , y la influencia de los grandes excluida de él; el personal del nuevo organismo estaba compuesto por b u r ó c r a t a s - j u r i s t a s o letrados que procedían de la pequeña aristocracia. Los secretarios profesionales t r a b a j a b a n b a j o el control directo de los soberanos en el despacho de los asuntos corrientes. La m á q u i n a de E s t a d o castellana, en o t r a s palabras, f u e racionalizada y modernizada. Pero la nueva monarquía nunca c o n t r a p u s o esta m á q u i n a al c o n j u n t o de la clase aristocrática. Las altas posiciones militares y diplomáticas siempre q u e d a r o n reservadas p a r a los magnates, que conservaron sus grandes virreinatos y gobernadurías m i e n t r a s los nobles m e n o r e s llenaban los rangos de los corregidores. Los dominios reales u s u r p a d o s desde 1454 f u e r o n recobrados p o r la monarquía, p e r o los que se habían a p r o p i a d o antes de esa fecha —la mayoría— se d e j a r o n en m a n o s de la nobleza, a cuyas posesiones se añadieron nuevas tierras de Granada, m i e n t r a s se confirmaba la inamovilidad de la propiedad r u r a l m e d i a n t e el mayorazgo. Además, se concedieron deliberadamente amplios privilegios a los intereses pastoriles de la Mesta en el campo, dominado p o r los latifundistas del sur; mientras, las medidas discriminatorias c o n t r a el cultivo de cereales t e r m i n a r o n p o r fijar los precios de venta del grano. En las ciudades se i m p u s o a la fuerza u n estrecho sistema de gremios sobre la naciente industria u r b a n a , y la persecución religiosa contra los conversos c o n d u j o al éxodo del capital judío. Todas estas políticas se llevaron a cabo en Castilla con gran energía y resolución. En Aragón, p o r otra parte, n u n c a se intentó .un p r o g r a m a político de alcance comparable. Por el contrario, lo único q u e Fernando p u d o conseguir allí f u e la pacificación social y la restauración de la última constitución medieval. A los campesinos r e m e n s a s se les concedió finalmente la remisión de sus obligaciones en 1486, p o r medio de la Sentencia de Guadalupe, 6

Sobre la obra de Fernando e Isabel en Castilla, véase Elliott, Spain, pp. 86-99.

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y el malestar rural disminuyó. El acceso a la Diputació se amplio con la introducción de un sistema de sorteo. Por lo d e m á s las decisiones de F e r n a n d o c o n f i r m a r o n sin ninguna ambigüedad la identidad específica del reino oriental: las libertades catalanas f u e r o n expresamente reconocidas en su totalidad en la Observanga de 1481, y nuevas b a r r e r a s c o n t r a posibles infracciones reales se añadieron al arsenal de a r m a s legales va existente contra cualquier f o r m a de centralización m o n á r q u i c a Fernando, que residió pocas veces en su país natal, instaló en las tres provincias virreyes, que ejercían una a u t o r i d a d delegada p o r el, y creó un Consejo de Aragón, con base principalm e n t e en Castilla, para q u e sirviera de lazo con ellos. Aragón quedo asi, de hecho, prácticamente a b a n d o n a d o a sus propios órganos; incluso los grandes intereses laneros - t o d o p o d e r o s o s allende el Ebro— fueron incapaces de o b t e n e r sanción legal para el paso de sus ovejas p o r tierras destinadas a la agricultura. Desde el m o m e n t o en que F e r n a n d o se vio obligado solemn e m e n t e a r e c o n f i r m a r todos sus espinosos privilegios contractuales, nunca se planteó la cuestión de u n a posible fusión administrativa a ningún nivel e n t r e Aragón y Castilla. Lejos de crear u n r e m o unificado, sus Católicas M a j e s t a d e s ni siquiera consiguieron establecer una m o n e d a ú n i c a ' , p o r n o h a b l a r de u n sistema fiscal o legal común d e n t r o de sus reinos. La Inquisición - c r e a c i ó n única en la E u r o p a de aquel t i e m p o - debe estudiarse en este contexto: f u e la única institución «española» unitaria en la península, y sirvió como t r e m e n d o a p a r a t o ideológico p a r a c o m p e n s a r la división y dispersión administrativa reales del Estado. La subida de Carlos V al t r o n o iba a complicar, p e r o n o a modificar sustancialmente, este modelo; en ú l t i m o t é r m i n o si algo hizo f u e acentuarlo. El resultado m á s i n m e d i a t o de la llegada de un soberano H a b s b u r g o f u e una corte nueva, llena de e x t r a n j e r o s y dominada p o r flamencos, borgoñones e italianos. Las extorsiones financieras del nuevo régimen provocaron muy p r o n t o en Castilla u n a ola de intensa xenofobia p o p u l a r La m a r c h a del m o n a r c a hacia el n o r t e de E u r o p a fue la señal para una amplia rebelión u r b a n a contra lo que se sentía como expolio e x t r a n j e r o de los recursos y las posiciones castellanas La rebelión c o m u n e r a de 1520-1521 consiguió el apoyo inicial de muchos nobles de las ciudades, apelando a u n c o n j u n t o tradi' f j ú n ' c o Paso hacia la unificación monetaria fue la acuñación de tres ^ Cataluña 6 ^ * Y Val°r ec*uivalente Castilla, Aragón

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• n a i de d e m a n d a s constitucionales. Pero su fuerza impulsora fueron las m a s a s artesanas populares de las ciudades, y su íirlerazeo d o m i n a n t e f u e la burguesía u r b a n a del n o r t e y el " ntro de Castilla, cuyos núcleos comerciales y m a n u f a c t u r e r o s habían e x p e r i m e n t a d o u n a f u e r t e alza económica en el periodo " e d e n t e 8 . El movimiento e n c o n t r ó poco o ningún eco en el r a m p o t a n t o entre el campesinado como e n t r e la aristocracia rural V n o afectó seriamente a aquellas regiones cuyas ciudades eran pocas o débiles, Galicia, Andalucía, E x t r e m a d u r a o Guadalaiara El p r o g r a m a «federal» y «protonacional» de la j u n t a revolucionaria que c r e a r o n las comunas castellanas d u r a n t e su insurrección definía con toda claridad a ésta, básicamente, como una sublevación del tercer e s t a d o 9 . Su d e r r o t a ante los ejércitos reales, a los que se había u n i d o el grueso de la aristocracia una vez q u e se hizo evidente el radicalismo potencial de la sublevación, r e p r e s e n t ó pues un m o m e n t o crítico en la consolidación del absolutismo español. El a p l a s t a m i e n t o de la rebelión comunera eliminó realmente los últimos vestigios de u n a constitución contractual en Castilla, y en adelante condeno a las Cortes —para las que habían pedido los c o m u n e r o s sesiones regulares trianuales— a la nulidad. Con todo, f u e m á s significativo el hecho de que la victoria f u n d a m e n t a l de la m o n a r q u í a española sobre u n a resistencia corporativa c o n t r a el absolutismo real en Castilla —en realidad, su única confrontación a r m a d a con u n a oposición en el r e i n o - fuese la d e r r o t a militar de las ciudades y no u n a d e r r o t a de los nobles. E n ninguna otra p a r t e de E u r o p a occidental le ocurrió lo m i s m o al naciente absolutismo: el modelo principal f u e la supresión de las rebeliones aristocráticas, no de las burguesas, incluso cuando a m b a s estaban mezcladas estrechamente. Su t r i u n f o sobre las c o m u n a s castellanas, al comienzo de su existencia, h a b r í a de a p a r t a r en adelante el curso de la m o n a r q u í a española del de sus equivalentes europeos. El desarrollo más espectacular del reinado de Carlos V rué, evidentemente, su vasta ampliación de la órbita internacional de los Habsburgo. Al p a t r i m o n i o personal de los soberanos de España se añadían ahora, en Europa, los Países Bajos, el Franco Condado y Milán, m i e n t r a s se conquistaban México y Perú en las Américas. Durante la vida del e m p e r a d o r , toda Alemania f u e u n gran t e a t r o de operaciones sobre y en t o r n o a estas • Véase J. A. Maravall, Las Comunidades de Castilla: una primera lución moderna,LasMadrid, 1963, pp. ' Maravall, Comunidades de 216-22 Castilla, pp. 44-5, 50-7, 156-7.

revo-

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posesiones hereditarias. E s t a repentina expansión territorial reforzó inevitablemente la a n t e r i o r tendencia del naciente Estado absolutista hacia u n a delegación de poderes p o r m e d i o de consejos y virreyes p a r a las diversas posesiones dinásticas. El canciller piamontés de Carlos V, Mercurino Gattinara, inspirado p o r los ideales universalistas erasmianos, se esforzó p o r conferir a la pesada m a s a del imperio de los H a b s b u r g o u n ejecutivo más sólido y eficaz, c r e a n d o algunas instituciones unitarias de tipo d e p a r t a m e n t a l —especialmente u n Consejo de Finanzas, u n Consejo de Guerra y u n Consejo de E s t a d o (este último, teóricamente, sería la cima de todo el edificio imperial)— con responsabilidades plenas de carácter transregional. Estos consejos se apoyaban en un creciente secretariado perm a n e n t e de funcionarios civiles a disposición del m o n a r c a . Pero, al m i s m o tiempo, se f u e f o r m a n d o progresivamente u n a nueva serie de consejos territoriales, el p r i m e r o de ellos establecido p o r el propio Gattinara p a r a el gobierno de las Indias. A finales de siglo había n o m e n o s de seis consejos territoriales p a r a Aragón, Castilla, las Indias, Italia, Portugal y Flandes. Si se exceptúa a Castilla, ninguno de ellos tuvo sobre el t e r r e n o un c u e r p o a d e c u a d o de funcionarios locales, y la administración se confió a virreyes, q u e q u e d a r o n s u j e t o s al control, t a n t a s veces torpe, y a la lejana dirección de los Consejos 10. A su vez, los poderes de los virreyes eran n o r m a l m e n t e m u y limitados. Sólo en América dirigieron los servicios de su propia burocracia, p e r o incluso allí estaban flanqueados p o r las audiencias, q u e les a r r e b a t a r o n la a u t o r i d a d judicial de la que gozaban en otras partes. "En E u r o p a tuvieron que llegar a u n acuerdo con las aristocracias locales —siciliana, valenciana o napolitana—, que n o r m a l m e n t e reclamaban p o r derecho propio u n monopolio virtual de los cargos públicos. El resultado de todo e s t o f u e el bloqueo de u n a v e r d a d e r a unificación del c o n j u n t o del imperio internacional y de la m i s m a p a t r i a ibérica. Las Américas q u e d a r o n j u r í d i c a m e n t e ligadas al reino de Castilla, y el s u r de Italia a la corona de Aragón. Las economías atlántica y mediterránea, r e p r e s e n t a d a s p o r cada u n o de ellos, n u n c a se fundieron en u n único sistema comercial. La división entre los dos p r i m e r o s reinos de la unión, d e n t r o de España, f u e reforzada en la práctica p o r las posesiones u l t r a m a r i n a s , que ahora se unían a ellos. A fines jurídicos, el e s t a t u t o de Cataluña podría asimilarse simplemente al de Sicilia o al de los Países Bajos.

10

J. L y n c h , Spain under the Habsburgs,

II, O x f o r d ,

[España bajo los Austrias, Barcelona, Península, 1972].

1969, p p .

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presiones fiscales crecieron de f o r m a equivalente: los ingresos de Carlos V se habían triplicado p a r a la fecha de su abdicación en 1556 a u n q u e las deudas reales eran tan grandes que su h e r e d e r o tuvo que declarar f o r m a l m e n t e , u n a ñ o después, la b a n c a r r o t a del Estado. El imperio español del Viejo M u n d o h e r e d a d o p o r Felipe II, siempre a d m i n i s t r a t i v a m e n t e dividido se estaba haciendo económicamente insostenible a mediados de siglo; el Nuevo M u n d o h a b r í a de r e s t a u r a r su tesoro y prolongaría asi su desunión. A p a r t i r de la década de 1560, los múltiples efectos del imperio a m e r i c a n o sobre el absolutismo español d e t e r m i n a r o n de f o r m a creciente su f u t u r o , a u n q u e es preciso n o c o n f u n d i r los diferentes planos de su actuación. El descubrimiento de las minas del Potosí i n c r e m e n t ó e n o r m e m e n t e el f l u j o de metales preciosos coloniales a Sevilla. El s u m i n i s t r o de grandes cantidades de plata desde las Américas se convirtió a p a r t i r de entonces en u n a ayuda decisiva p a r a el E s t a d o español, p o r q u e proporciono al absolutismo hispánico u n a renta extraordinaria copiosa y p e r m a n e n t e que estaba f u e r a p o r completo del ámbito convencional de las r e n t a s estatales de Europa. De esta f o r m a , e absolutismo español p u d o c o n t i n u a r prescindiendo d u r a n t e largo tiempo de la lenta unificación fiscal y administrativa que f u e la condición previa del absolutismo en otros países La tenaz obstinación de Aragón se compensó con la ilimitada condescendencia de Perú. Dicho con otras p a l a b r a s as colonias pudieron a c t u a r como u n s u s t i t u t o e s t r u c t u r a l de las provincias en u n sistema político global en el que las verd a d e r a s provincias f u e r o n sustituidas p o r patrimonios a n á r q u i cos. En este sentido, n a d a es m á s s o r p r e n d e n t e que la falta absoluta de u n a contribución aragonesa, o incluso italiana al e s f u e r z o de guerra español en E u r o p a a finales del siglo xvi y d u r a n t e todo el siglo x v n . Castilla tuvo que s o p o r t a r prácticam e n t e sola la carga fiscal de las interminables c a m p a ñ a s en el e x t r a n j e r o : tras de ella estaban, precisamente, las minas de las Indias. Pero la incidencia total del t r i b u t o americano en los p r e s u p u e s t o s imperiales españoles era, desde luego, m u c h o men o r de lo que se suponía p o p u l a r m e n t e en aquel tiempo En el p u n t o culminante de las flotas p o r t a d o r a s de tesoros, los metales preciosos de las colonias r e p r e s e n t a r o n únicamente el 20 o 25 p o r 100 de sus rentas totales >\ El grueso de los r e s t a n t e s ,he Habsbur n„«t« y n , C h ' Spai" "ldír es, l, Oxford, 1965, p. 128; por supuesto, los precios habían aumentado mucho entre tanto ¡ . „ , « - f'hott, «The decline of Spain», Past and Present, 20, noviembre de 1961, reimpreso en T. Aston, comp.. Crisis in Europe, 1560-1660,

España5657 ineresos

de Felipe II lo p r o p o r c i o n a b a n las cargas domésticas castellanas: el tradicional impuesto sobre las ventas o alcabala, i o s servicios especiales impuestos a los pobres, la cruzada rec a u d a d a al clero y a los laicos con la sanción de la Iglesia y ios bonos públicos o j u r o s vendidos a las clases propietarias. Los metales americanos, sin embargo, d e s e m p e ñ a r o n t a m b i é n su papel al sostener la base impositiva metropolitana del Estado de los H a b s b u r g o : los niveles fiscales e x t r e m a d a m e n t e altos de los sucesivos reinados f u e r o n sostenidos i n d i r e c t a m e n t e por las transferencias privadas de metales preciosos a Castilla, cuyo 1volumen s u p e r a b a en m á s del doble al de la afluencia publica 5 ; el notable éxito de los j u r o s como dispositivo p a r a la obtención de f o n d o s — f u e el p r i m e r u s o que se hizo de estos bonos p o r u n a m o n a r q u í a absoluta en E u r o p a — se explica parcialmente, sin duda, p o r su capacidad p a r a explotar esta n u e v a riqueza monetaria. Por o t r a parte, el i n c r e m e n t o colonial de las rentas reales f u e a b s o l u t a m e n t e decisivo, p o r sí mismo, p a r a la dirección de la política exterior española y p a r a la naturaleza del E s t a d o español, p o r q u e llegaba en f o r m a metálica, susceptible de utilizarse d i r e c t a m e n t e p a r a f i n a n c i a r los movimientos de t r o p a s o las m a n i o b r a s diplomáticas en toda E u r o p a , y porque p r o p o r c i o n a b a excepcionales o p o r t u n i d a d e s de crédito a los m o n a r c a s H a b s b u r g o , que podían o b t e n e r en el m e r c a d o m o n e t a r i o internacional u n a s s u m a s a las que ningún o t r o principe podía aspirar 1 6 . Las grandes operaciones militares y navales de Felipe II, desde el canal de la Mancha al m a r Egeo, y desde Túnez a Amberes, f u e r o n posibles ú n i c a m e n t e a causa de la extraordinaria flexibilidad financiera debida al excedente americano.

Al m i s m o tiempo, sin embargo, el i m p a c t o de los metales americanos sobre la economía española, entendida c o m o algo diferente al Estado castellano, no f u e menos i m p o r t a n t e , a u n q u e en o t r o sentido. En la p r i m e r a m i t a d del siglo xvi, el m o d e r a d o nivel de envíos m a r í t i m o s (con un c o m p o n e n t e m á s alto de oro) estimuló las exportaciones castellanas, que respondieron rápid a m e n t e a la inflación de precios que siguió a la llegada del tesoro colonial. Debido a que el 60-70 p o r 100 de estos metales, página 189 [«La decadencia de España», en C. M. Cipolla comp., La decadencia económica de los imperios, Madrid, Alianza, 1973]; Imperta! SP

™Lynch mita muy bien este tema: Spain

^'"piel-re V ilar, Oro y moneda páginas 78, 165-8.

en la historia,

under

the Habsburgs,

l,

1450-1920, Barcelona, 1969,

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que n o iban d i r e c t a m e n t e a las arcas reales, tenían que comp r a r s e como otra mercancía cualquiera a los e m p r e s a r i o s locales de América, se desarrolló u n floreciente comercio con las colonias, principalmente en textiles, aceite y vino. El control monopolista de este m e r c a d o c e r r a d o benefició inicialmente a los p r o d u c t o r e s castellanos, que p u d i e r o n vender en él a precios inflacionarios, a u n q u e m u y p r o n t o los consumidores del interior h a b r í a n de q u e j a r s e con a m a r g u r a del coste de la vida en Castilla 17. H u b o en este proceso, sin embargo, dos movimientos fatales p a r a el c o n j u n t o de la economía castellana. En prim e r lugar, el i n c r e m e n t o de la d e m a n d a colonial provocó una m a y o r conversión hacia el vino y el olivo de tierras destinadas antes a la producción de cereal. E s t o reforzó la ya desastrosa tendencia, alentada p o r la m o n a r q u í a , hacia u n a contracción de la producción del trigo en benefico de la lana, p o r q u e la i n d u s t r i a lanera española, c o n t r a r i a m e n t e a la inglesa, n o era sedentaria, sino t r a s h u m a n t e , y, p o r tanto, e x t r e m a d a m e n t e d e s t r u c t o r a de las tierras cultivables. El resultado c o n j u n t o de estas fuerzas h a r í a de E s p a ñ a u n o de los p r i m e r o s países importadores de grano, p o r vez p r i m e r a en la década de 1570. La e s t r u c t u r a de la sociedad r u r a l castellana era ya a h o r a comp l e t a m e n t e distinta de cualquier otra de E u r o p a occidental. Los a r r e n d a t a r i o s y pequeños propietarios campesinos constituían u n a minoría. En el siglo xvi, m á s de la m i t a d de la población rural de Castilla la Nueva (quizá incluso hasta u n 60 ó 70 p o r 100) eran t r a b a j a d o r e s agrícolas o jornaleros 1 8 , cuya proporción en Andalucía era p r o b a b l e m e n t e más alta. H a b í a u n desempleo muy grande en los pueblos, y unas pesadas r e n t a s feudales sobre las tierras señoriales. Pero lo m á s s o r p r e n d e n t e de todo es que los censos españoles de 1571 y 1586 revelan la existencia de u n a sociedad en la que sólo u n tercio de la población masculina e s t a b a dedicada a la agricultura, m i e n t r a s que n o menos de sus dos quintas p a r t e s se situaban f u e r a de toda producción económica directa, «sector terciario» p r e m a t u r o e h i n c h a d o de la E s p a ñ a absolutista que p r e f i g u r a b a el f u t u r o e s t a n c a m i e n t o s e c u l a r » . Con todo, el d a ñ o final causado p o r el " Vilar, Oro y moneda, pp. 180-1. " Noel Salomon, La campagne de la Nouvelle Castille á la fin du XVI• stécle, París, 1964, pp. 257-8, 266 [La vida rural castellana en tiempos de Felipe II, Barcelona, Planeta, 1973], Sobre diezmos, servicios y rentas veanse pp. 227, 243-4, 250. " Un historiador portugués ha subrayado las consecuencias de este extraordinario modelo ocupacional, que cree también válido para Portugal: Vitorino Magalháes Godinho, A estrutura na antiga sociedade portuguesa, Lisboa, 1971, pp. 85-9. Como señala Magalháes Godinho, al ser

68 Inglaterra 118 37 nexo colonial n o se limitó a la agricultura, r a m a d o m i n a n t e ¿ e la p r o d u c c i ó n interior en aquel tiempo. El i n f l u j o de los metales preciosos procedentes del Nuevo M u n d o provocó también u n parasitismo que minó y paralizó progresivamente las m a n u f a c t u r a s de Castilla. La inflación acelerada elevó los costos de producción de la industria textil —que o p e r a b a d e n t r o de unos límites técnicos muy rígidos—, hasta tal p u n t o q u e las p r e n d a s castellanas n o pudieron c o m p e t i r f i n a l m e n t e ni en el m e r c a d o colonial ni en el metropolitano. Los comerciantes intrusos holandeses e ingleses comenzaron a llevarse el pastel de la d e m a n d a americana, m i e n t r a s que los artículos e x t r a n j e r o s más b a r a t o s invadían la m i s m a Castilla. Hacia finales de siglo, los textiles castellanos eran víctimas de la plata boliviana. El grito salió ya a la superficie: E s p a ñ a son las Indias del extranjero; E s p a ñ a se h a convertido en la América de E u r o p a , en u n terreno p a r a la competencia de bienes e x t r a n j e r o s . De esta forma, t a n t o la economía agraria como la u r b a n a q u e d a r o n heridas, en ú l t i m o término, p o r el r e s p l a n d o r del2 0tesoro americano, c o m o muchos c o n t e m p o r á n e o s l a m e n t a b a n . El m i s m o imperio que inyectaba recursos en el a p a r a t o militar del E s t a d o p a r a sus insólitas aventuras exteriores estaba a r r u i n a n d o el potencial p r o d u c t i v o de Castilla.

Pero a m b o s efectos e s t a b a n í n t i m a m e n t e ligados. Si el imperio a m e r i c a n o era la perdición de la economía española, el imperio europeo era la r u i n a del E s t a d o de los Habsburgo; el p r i m e r o hacía f i n a n c i e r a m e n t e posible la prolongada lucha p o r el segundo. Sin los e m b a r q u e s de metales preciosos a Sevilla, el colosal esfuerzo bélico de Felipe II h u b i e r a sido impensable. Y f u e p r e c i s a m e n t e este e s f u e r z o lo que h a b r í a de d e r r u m b a r la original e s t r u c t u r a del a b s o l u t i s m o español. El largo reinado del Rey Prudente, que cubrió casi toda la segunda m i t a d del siglo xvi, n o fue exactamente u n a serie u n i f o r m e de fracasos exteriores, a p e s a r del i n m e n s o gasto y de los severos contratiempos q u e s u f r i ó en la arena internacional. De hecho, su p a u t a básica no f u e diferente a la de Carlos V: éxito en el sur, d e r r o t a en el norte. E n el Mediterráneo, la expansión naval t u r c a f u e la agricultura la rama principal de la producción económica en toda sociedad preindustrial, una desviación tan grande de la mano de obra hacia otras actividades tenía como consecuencia inevitable un estancamiento a largo plazo. 20 Sobre las reacciones de los contemporáneos a comienzos del siglo xvn véase el soberbio ensayo de Vilar, «Le temps du Quichotte», Europe, xxxiv, 1956, pp. 3-16 [«El tiempo del Quijote», en Crecimiento y desarrollo, Barcelona, Ariel, 1974].

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bloqueada definitivamente en Lepanto en 1571, con u n a victoria q u e confinó p a r a siempre y de f o r m a eficaz a las flotas otomanas d e n t r o de sus propias aguas. Portugal f u e i n c o r p o r a d o suavemente al bloque Habsburgo, p o r m e d i o de u n a diplomacia dinástica y u n a invasión o p o r t u n a . Su absorción añadió a las colonias hispánicas de las Indias las n u m e r o s a s posesiones lusitanas en Asia, Africa y América. El m i s m o imperio u l t r a m a r i n o español a u m e n t ó con la conquista de las Filipinas en el Pacífico, que, desde el p u n t o de vista logístico y cultural, f u e la más a s o m b r o s a colonización del siglo. El a p a r a t o militar del E s t a d o español se elevó a u n grado m a y o r y m á s f i r m e de pericia y eficacia, y su organización y sistema logísticos se convirtieron en los m á s avanzados de E u r o p a . El tradicional deseo de los hidalgos castellanos de servir en los tercios fortaleció a sus regimientos de infantería 2 1 , m i e n t r a s que las provincias italiana y walona se m o s t r a r o n , p a r a la política internacional de los Habsburgo, como u n a fiable cantera de soldados, ya que no de impuestos. De m o d o significativo, los contingentes multinacionales de los ejércitos de los H a b s b u r g o luchaban m e j o r en t e r r e n o e x t r a n j e r o que en el nativo, y su m i s m a diversidad p e r m i t í a u n grado relativamente m e n o r de dependencia de mercenarios e x t r a n j e r o s . Por p r i m e r a vez en la E u r o p a m o d e r n a , u n amplio ejército regular se m a n t u v o con éxito a gran distancia de la patria imperial d u r a n t e u n a infinidad de décadas. A p a r t i r de la llegada de Alba, el e j é r c i t o de Flandes contó alrededor de 65.000 h o m b r e s d u r a n t e el resto de la guerra de los Ochenta Años con los holandeses, lo que f u e u n hecho sin precedentes 22. Por o t r a parte, la disposición p e r m a n e n t e de estos ejércitos en los Países B a j o s habla p o r sí sola. Los holandeses, que m o s t r a r o n ya un s o r d o descontento p o r las exacciones fiscales y las persecuciones religiosas de Carlos V, explotaron en lo que h a b r í a de convertirse en la p r i m e r a revolución b u r g u e s a de la historia, b a j o la presión del centralismo tridentino de Felipe II. La rebelión de Holanda suponía u n a amenaza directa p a r a los vitales intereses españoles, p o r q u e a m b a s economías — e s t r e c h a m e n t e ligadas desde la E d a d Media— e r a n en gran p a r t e complementarias: E s p a ñ a exportaba lana y metales preciosos a los Países B a j o s e i m p o r t a b a textiles, material de gue" El duque de Alba comentó de forma característica: «En nuestra nación no hay nada más importante que introducir a los hidalgos y otras personas de sustancia en la infantería, de forma que no todo se deje en manos de los jornaleros y lacayos». Parker, The army of Flanders and the Spamsh road, p. 41. Parker, The army of Flanders and the Spanish road, pp. 27-31.

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rra grano y pertrechos navales. Además, Flandes aseguraba el L r c o estratégico de Francia y era, pues, u n p u n t o neurálgico en la hegemonía internacional de los H a b s b u r g o . Pues bien, a pesar de sus inmensos esfuerzos, el p o d e r militar español f u e incapaz de r o m p e r la resistencia de las Provincias Unidas. Por o t r a parte, la intervención a r m a d a de Felipe II en las guerras de religión f r a n c e s a s y su a t a q u e naval a I n g l a t e r r a —dos ampliaciones fatales del teatro bélico original en Flandes— f u e r o n rechazadas: la dispersión de la Armada Invencible y el acceso al trono de E n r i q u e IV m a r c a n la d e r r o t a de su atrevida política en el norte. Con todo, el balance internacional al final de su reinado era todavía a p a r e n t e m e n t e formidable, lo q u e resultó peligroso p a r a sus sucesores, a los que legó u n sentido intacto de su e s t a t u r a continental. El s u r de los Países B a j o s había sido r e c o n q u i s t a d o y fortificado. Las flotas lusohispánicas se reconstituyeron r á p i d a m e n t e después de 1588 y rechazaron con éxito los asaltos ingleses contra las r u t a s atlánticas de metales preciosos. Y la m o n a r q u í a f r a n c e s a f u e salvada, en úlimo término, del p r o t e s t a n t i s m o . E n España, p o r o t r a parte, el legado de Felipe II al comenzar el siglo x v n era más visiblemente sombrío. Castilla tenía ahora p o r vez p r i m e r a u n a capital f i j a en Madrid, lo que facilitaba el gobierno central. El Consejo de Estado, d o m i n a d o por los grandes y que deliberaba sobre los asuntos i m p o r t a n t e s de gobierno, estaba más que c o n t r a b a l a n c e a d o p o r la acrecentada importancia del secretariado del rey, cuyos diligentes funcionarios j u r i s t a s proveían a aquel m o n a r c a , atado a su mesa de despacho, de los i n s t r u m e n t o s burocráticos de gobierno m á s adaptados a su genio. La unificación administrativa de los patrimonios dinásticos n o se prosiguió, sin embargo, con coherencia alguna. Las r e f o r m a s absolutistas se f o r z a r o n en los Países Bajos, donde c o n d u j e r o n al desastre, y en Italia, donde tuvieron u n éxito de m o d e s t a s dimensiones. E n la propia península Ibérica, p o r el contrario, n u n c a se intentó seriamente ningún progreso en esta m i s m a dirección. La a u t o n o m í a constitucional y legal p o r t u g u e s a se respetó escrupulosamente; ninguna interferencia castellana p e r t u r b ó el orden tradicional de esta nueva región occidental. E n las provincias orientales, el particularism o aragonés provocó f r o n t a l m e n t e al rey, protegiendo a su fugitivo secretario Antonio Pérez de la justicia real p o r medio de motines a r m a d o s ; u n a fuerza invasora aplastó en 1591 esta descarada sedición, pero Felipe se abstuvo de cualquier ocupación p e r m a n e n t e de Aragón o de m o d i f i c a r sustancialmente

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su constitución 2 3 . La o p o r t u n i d a d p a r a u n a solución centralista se d e j ó escapar deliberadamente. Mientras tanto, la situación económica de la m o n a r q u í a y del país se f u e d e t e r i o r a n d o omin o s a m e n t e a finales de siglo. Los envíos de plata llegaron a sus niveles m á s altos e n t r e 1590 y 1600, p e r o los costos de guerra habían crecido t a n t o que se i m p u s o en Castilla u n nuevo t r i b u t o sobre el c o n s u m o que afectaba esencialmente a los alim e n t o s —los millones— y que se convirtió en adelante en u n a carga todavía m á s p e s a d a sobre los p o b r e s de los campos y las ciudades Las r e n t a s totales de Felipe II se habían más que cuadruplicado a finales de su reinado 2 4 : a p e s a r de todo le sorprendió u n a b a n c a r r o t a oficial en 1596. Tres años m á s t a r d e a p e o r peste de la época se abatió sobre España, diezmando la poblacion de la península. La subida al t r o n o de Felipe I I I f u e seguida de la paz con Inglaterra (1604), u n a nueva b a n c a r r o t a (1607) y la reticente f i r m a de u n a tregua con Holanda (1609). El nuevo régimen estaba d o m i n a d o p o r el aristócrata valenciano Lerma u n privado frivolo y venal que había i m p u e s t o su ascendiente personal sobre el rey. La paz t r a j o consigo u n a pródiga ostentación cortesana y la multiplicación de los honores; el viejo secretan a d o perdió su influencia política, m i e n t r a s la nobleza castellana se congregaba de nuevo en t o r n o al suavizado c e n t r o del Estado. Las dos únicas y notables medidas gubernativas de Lerma f u e r o n el sistemático u s o de devaluaciones p a r a salvar las finanzas reales, i n u n d a n d o al país con el devaluado vellón de cobre, y la expulsión en m a s a de E s p a ñ a de los moriscos que ú n i c a m e n t e sirvió p a r a debilitar la economía r u r a l a r a g o nesa y valenciana: los resultados inevitables f u e r o n la inflación de precios y la escasez de fuerza de t r a b a j o . Mucho m á s grave a largo plazo, sin embargo, f u e la silenciosa t r a n s f o r m a c i ó n que estaba teniendo lugar en el c o n j u n t o de la relación comercial e n t r e E s p a ñ a y América. Aproximadamente desde 1600 en adelante, las colonias a m e r i c a n a s estaban alcanzando cada vez más la autosuficiencia en los artículos básicos que habían importado tradicionalmente de E s p a ñ a : grano, aceite y vino; se comenzaba también a p r o d u c i r ahora localmente p a ñ o basto- la construcción de barcos se desarrollaba con rapidez y el comercio e n t r e las colonias experimentó u n alza repentina. Estos cambios coincidían con el crecimiento de una aristocracia 1- n „ » e l i p e K Z rx e , l i m i " a / e < ? u c i r l o s poderes de la Diputació local (en d e la unan introdnrir í ' ™ d a d ) y ¿el cargo de justicia, y a introducir en Aragón virreyes no autóctonos Lynch, Spain under the Habsburgs, n , pp. 12-13.

Inglaterra 118 39 rriolla en las colonias, cuya riqueza provenía m á s de la agricultura que de la minería 2 5 . Las propias minas e n t r a r o n en u n a o r o f u n d a crisis desde la segunda década del siglo Xvn. En p a r t e a causa del colapso demográfico de la f u e r z a de t r a b a j o india p r o d u c i d o p o r las epidemias devastadoras y p o r la sobreexplotación en las cuadrillas s u b t e r r á n e a s — y en p a r t e p o r agotamiento del filón, la producción de plata comenzó a b a j a r . El descenso desde el p u n t o más alto del siglo a n t e r i o r f u e inicialmente gradual. Pero la composición y dirección del comercio e n t r e el Viejo y el Nuevo M u n d o estaban t r a n s f o r m á n dose irreversiblemente en d e t r i m e n t o de Castilla. El modelo de importación colonial c a m b i a b a hacia bienes m a n u f a c t u r a d o s más sofisticados, que E s p a ñ a no podía proveer, y que llevaban de c o n t r a b a n d o los comerciantes ingleses u holandeses; el capital local p r e f e r í a la inversión sobre el t e r r e n o antes que la transferencia a Sevilla, y los e m b a r q u e s nativos americanos i n c r e m e n t a r o n su participación en los fletes atlánticos. El resultado neto f u e u n descenso calamitoso del comercio español con sus posesiones americanas, cuyo tonelaje total cayó en u n 60 p o r 100 desde 1606-10 a 1646-50. E n tiempos de Lerma, las consecuencias definitivas de este proceso permanecían a ú n ocultas p a r a el f u t u r o , p e r o el relativo declinar de E s p a ñ a en los m a r e s y el auge a sus expensas de las potencias p r o t e s t a n t e s de Inglaterra y Holanda ya eran visibles. T a n t o la reconquista de la república holandesa como la invasión de Inglaterra habían f r a c a s a d o en el siglo XVI. Pero desde esa fecha, los dos enemigos m a r í t i m o s de E s p a ñ a se habían h e c h o más prósperos y poderosos, m i e n t r a s la R e f o r m a continuaba su avance en la E u r o p a central. El cese de hostilidades d u r a n t e u n a década b a j o el m a n d a t o de L e r m a convenció únicamente a la nueva generación de generales y diplomáticos imperialistas —Zúñiga, Gondomar, Osuna, B e d m a r , F u e n t e s de que E s p a ñ a n o podía permitirse el l u j o de la paz, p o r m á s que la guerra fuese cara. El acceso de Felipe IV al trono, y la subida del a u t o r i t a r i o conde-duque de Olivares al m á s alto poder en Madrid, coincidieron con u n a sublevación en las tierras de Bohemia de la r a m a austríaca de los Habsburgo. Aparecía así ahora la ocasión p a r a aplastar al p r o t e s t a n t i s m o en Alem a n i a y a j u s t a r las cuentas con Holanda, u n objetivo interrelacionado con la necesidad estratégica de dominar el corredor de Renania p a r a los movimientos de t r o p a s e n t r e Italia y Flandes. La guerra europea fue, pues, desencadenada u n a vez más, B

Lynch, Spain

under

the Habsburgs,

n , p. 11.

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p o r i n t e r m e d i o de Viena p e r o p o r iniciativa de Madrid, en la década de 1620. El t r a n s c u r s o de la guerra de los Treinta Años invirtió c u r i o s a m e n t e el modelo de las dos grandes confrontaciones de los ejércitos de los H a b s b u r g o en el siglo anterior. Mientras Carlos V y Felipe II habían conseguido victorias iniciales en el s u r de E u r o p a y s u f r i d o d e r r o t a s finales en el norte, las t r o p a s de Felipe IV alcanzaron éxitos t e m p r a n o s en el n o r t e sólo p a r a e x p e r i m e n t a r desastres definitivos en el sur. El volumen de la movilización española p a r a esta tercera y última confrontación general f u e formidable: en 1625, Felipe IV reunía a 300.000 h o m b r e s b a j o sus órdenes 2 6 . Los Estados de Bohemia f u e r o n aplastados en la batalla de la Montaña Blanca con ayuda de subsidios y veteranos hispánicos, y la causa deí p r o t e s t a n t i s m o f u e d e r r o t a d a p e r m a n e n t e m e n t e en tierras checas. Con la c a p t u r a de Breda, Spínola forzó la r e t i r a d a de los holandeses. El c o n t r a a t a q u e sueco en Alemania, tras d e r r o t a r a los ejércitos de Austria y de la Liga, f u e deshecho en Nordlingen p o r los tercios españoles al m a n d o del Cardenal-Infante. Pero f u e r o n p r e c i s a m e n t e estas victorias las que forzaron finalm e n t e la e n t r a d a de Francia en las hostilidades, inclinando decisivamente la balanza militar contra España. La reacción de París ante Nordlingen, en 1634, f u e la declaración de guerra de Richelieu en 1635. Los resultados se hicieron m u y p r o n t o evidentes. Breda f u e reconquistada p o r los holandeses en 1637. Breisach, n u d o de los caminos a Flandes, cayó u n a ñ o después. Al a ñ o siguiente, el grueso de la flota española f u e enviada al f o n d o del m a r en las Dunas, u n golpe m u c h o p e o r p a r a la m a r i n a de los H a b s b u r g o que el destino de la Armada Invencible. Por último, en 1643, el e j é r c i t o f r a n c é s acabó con la supremacía de los tercios en Rocroi. La intervención militar de la Francia borbónica se había revelado como algo m u y difer e n t e a las confrontaciones con los Valois en el siglo anterior. La nueva naturaleza y el peso del a b s o l u t i s m o f r a n c é s fueron los que h a b r í a n de provocar la caída del poderío imperial español en E u r o p a . Porque m i e n t r a s en el siglo xvi Carlos V y Felipe II se habían aprovechado de la debilidad interna del Est a d o francés, utilizando la desafección provincial p a r a invadir Francia, a h o r a los papeles se habían trastocado: u n absolutismo f r a n c é s más m a d u r o era capaz de explotar la sedición aristocrática y el s e p a r a t i s m o regional d e . l a península Ibérica p a r a invadir la propia España. En la década de 1520 los ejércitos españoles m a r c h a r o n sobre Provenza, en la de 1590 sobre el " Parker, The army of Flanders and the Spanish road, p. 6.

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Languedoc, B r e t a ñ a y la Isla de Francia, con la alianza o la complacencia de los disidentes locales. E n la década de 1640, l o S soldados y b a r c o s franceses luchaban j u n t o a los rebeldes contra los H a b s b u r g o en Cataluña, Portugal y Nápoles: el absolutismo español estaba a c o r r a l a d o en su p r o p i o terreno. Al fin, la prolongada tensión del conflicto internacional en el norte se d e j ó sentir en la propia península Ibérica. Tuvo q u e declararse u n a nueva b a n c a r r o t a de E s t a d o en 1627; el vellón fue devaluado en u n 50 p o r 100 en 1628, a lo que siguió en 1629-31 u n f u e r t e b a j ó n en el comercio transatlántico; la flota de la plata n o p u d o llegar en 164027. Los costes totales de la guerra provocaron nuevos t r i b u t o s sobre el consumo, imposición de contribuciones al clero, confiscación de los intereses de los b o n o s públicos, e m b a r g o de los t r a n s p o r t e s de metales preciosos privados, ventas ilimitadas de honores y —especialmente— de jurisdicciones señoriales a la nobleza. Todas estas medidas n o f u e r o n suficientes, sin embargo, p a r a r e c a u d a r las s u m a s necesarias p a r a la prosecución de la lucha, p o r q u e sus costos eran soportados p r á c t i c a m e n t e p o r Castilla sola. Portugal n o producía a b s o l u t a m e n t e ninguna r e n t a a Madrid, porque los subsidios locales se destinaban a fines defensivos en las colonias portuguesas. Flandes era c r ó n i c a m e n t e deficitario. Nápoles y Sicilia habían contribuido en el siglo anterior con u n a s u m a m o d e s t a p e r o respetable al tesoro central. Ahora, sin embargo, los costos de la defensa de Milán y del mantenim i e n t o de los presidios en Toscana absorbían todas sus rentas, a pesar del i n c r e m e n t o en los impuestos, la venta de cargos y las enajenaciones de tierras. Italia proveía todavía u n a valiosísima contribución h u m a n a a la guerra, p e r o ningún dinero . Navarra, Aragón y Valencia contribuían a lo s u m o con escasas y p e q u e ñ a s ayudas a la dinastía en sus m o m e n t o s de peligro. Cataluña, la región más rica del reino oriental y la provincia más parsimoniosa de todas, n o p e r m i t í a que los impuestos se gastaran ni que las t r o p a s se enviaran f u e r a de sus f r o n t e r a s . El costo histórico del f r a c a s o del E s t a d o de los H a b s b u r g o p a r a armonizar sus reinos ya era evidente al comienzo de la guerra de los Treinta Años. Olivares, que se p e r c a t ó de los graves " Elliott, Imperial Spain, p. 343. a Sobre el comportamiento financiero de las posesiones italianas, v é a « A. Domínguez Ortiz, Política y hacienda de Felipe IV Madrid, 1%0, paginas 161-4. En general, el papel de los componentes italianos del imperio español en Europa se ha estudiado poco, aunque es evidente que no sera posible ningún estudio satisfactorio del conjunto del sistema imperial hasta que esta laguna no se haya colmado.

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peligros que e n t r a ñ a b a p a r a el sistema del E s t a d o la falta de u n a integración central y de la aislada y peligrosa hegemonía de Castilla d e n t r o de ese sistema, p r o p u s o a Felipe IV u n a prof u n d a r e f o r m a de toda la e s t r u c t u r a , en u n m e m o r á n d u m secreto de 1624. Defendía Olivares la equiparación simultánea de las cargas fiscales y las responsabilidades políticas e n t r e los diferentes patrimonios dinásticos, lo que habría p e r m i t i d o el acceso regular de los nobles aragoneses, catalanes e italianos a los más altos puestos del servicio real, a c a m b i o de u n a distribución m á s equitativa de la carga impositiva y la aceptación de leyes u n i f o r m e s modeladas sobre las de Castilla 2 9 . Este anteproyecto era demasiado atrevido p a r a ser d a d o a la publicidad, p o r miedo a la reacción castellana y n o castellana. Pero Olivares elaboró también un segundo proyecto m á s limitado, la «Unión de Armas», p a r a la creación de un ejército c o m ú n de reserva de 140.000 h o m b r e s que se reclutaría y estaría mantenido p o r todas las posesiones españolas p a r a su c o m ú n defensa. Este proyecto, publicado oficialmente en 1626, f u e a t a c a d o en todas p a r t e s debido al p a r t i c u l a r i s m o tradicional. Cataluña, especialmente, se negó a tener n a d a que ver con él, y en la práctica el proyecto se quedó en letra m u e r t a . Pero a medida que t r a n s c u r r í a el conflicto y e m p e o r a b a la posición española, la presión p a r a r e c a b a r alguna asistencia catalana se hizo en Madrid cada vez m á s desesperada. Olivares decidió forzar la e n t r a d a de Cataluña en la guerra a t a c a n d o a Francia a través de su f r o n t e r a sudoriental en 1639, con lo que ponía de facto a la reticente provincia en la p r i m e r a línea de las operaciones españolas. Este juego t e m e r a r i o se volvió contra sus autores de f o r m a desastrosa La nobleza catalana, morosa y de miras estrechas, privada de oficios r e m u n e r a d o r e s y aficionada al b a n d i d a j e de monte, se enfureció a causa de los 29 La mejor exposición de este programa se encuentra en Elliott The revolt of the Catalans, Cambridge, 1963, pp. 199-204 [La rebelión de los catalanes, Madrid, Siglo XXI, 1977], Domínguez afirma que Olivares no tuyo una política interior, al estar ocupado exclusivamente en los asuntos extranjeros: La sociedad española en el siglo XVI, i, Madrid 1963 p 15 Pero tanto sus tempranas reformas interiores como el aliento de sus reC « ^ n C 1 0 n e S e n e I memorándum de 1624 desmienten esta opinión Olivares era consciente del riesgo que iba a correr: «No puede mi cabeza resistir la luz de la vela ni de una ventana [...] A mi corto juicio parece que es el de perderse todo sin remedio o el salvarse la barca Aquí va religión, rey, reino, nación, todo, y si no hubiese fuerzas morir en la demanda, que mejor es morir y más justo que entrar en otro dominio y mas de herejes que si Ies juzgo a franceses. Acábese todo o sea Castilla cabeza del mundo con ser la de la monarquía de V M » Citado en Elliott, The revolt of the Catalans, p 310

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mandos castellanos y de las pérdidas s u f r i d a s c o n t r a los franceses. El b a j o clero azuzó el fervor regionalista. El campesinado, asolado p o r los alojamientos y las requisas, se levantó contra las t r o p a s en u n a insurrección generalizada. Los jornal e r 0 s del c a m p o y los p a r a d o s que pululaban en las ciudades provocaron violentos disturbios en Barcelona y en otras poblaciones 31. La revolución catalana de 1640 f u n d i ó los agravios de todas las clases sociales, excepto u n p u ñ a d o de magnates, en una explosión imparable. El poder de los H a b s b u r g o en Cataluña se desintegró. La nobleza y el p a t r i c i a d o provocaron la ocupación f r a n c e s a con o b j e t o de a t a j a r los peligros del radicalismo p o p u l a r y bloquear u n a reconquista castellana. Cataluña se convirtió, d u r a n t e u n a década, en p r o t e c t o r a d o francés. Mientras tanto, en el o t r o lado de la península, Portugal había organizado su propia sublevación pocos meses después de la rebelión catalana. La aristocracia local, resentida p o r la pérdida de Brasil ante los holandeses, y segura de los sentimientos anticastellanos de las masas, n o tuvo ninguna dificultad en reaf i r m a r su independencia, u n a vez que Olivares cometió el e r r o r garrafal de c o n c e n t r a r los ejércitos reales en el este, muy bien defendido y donde las fuerzas franco-catalanas eran victoriosas, y no en el oeste, relativamente desmilitarizado 3 2 . Olivares cayó en 1643; c u a t r o años después, Nápoles y Sicilia se sacudieron a su vez la dominación española. El conflicto europeo había agotado la hacienda y la economía del imperio de los H a b s b u r g o en el sur, dislocando su sistema político. En el cataclismo de la década de 1640, a medida que E s p a ñ a s u c u m b í a en la guerra de los Treinta Años y la b a n c a r r o t a , la peste, el despoblamiento y la invasión se hacían presentes, f u e inevitable que la c o n f u s a unión de los p a t r i m o n i o s dinásticos se dividiera: las revueltas secesionistas de Portugal, Cataluña y Nápoles constituyeron u n juicio sobre la debilidad del absolutismo español, que se había expandido d e m a s i a d o p r o n t o y con excesiva rapidez, a causa de su f o r t u n a u l t r a m a r i n a , sin h a b e r t e r m i n a d o sus cimientos metropolitanos. Al final, el estallido de la F r o n d a salvó p a r a E s p a ñ a a Cataluña e Italia. Mazarino, p r e o c u p a d o p o r la t e m p e s t a d interior, a b a n d o n ó Cataluña, y después de que los señores napolitanos volvieron a descubrir la lealtad hacia su soberano en Italia, donde había estallado u n a a m e n a z a d o r a revuelta social de po11

Elliott, The revolt of the Catalans, pp. 460-8, 473-6, 486-7 A. Domínguez Ortiz, The golden century of Spain, 1556-1659, Londres, 1971, p. 103. 52

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bres rurales y u r b a n o s , la intervención f r a n c e s a t e r m i n ó Sin embargo, incluso tras la recuperación de la última provincia mediterránea, la guerra se a r r a s t r ó d u r a n t e otros quince años c o n t r a los holandeses, los franceses, los ingleses y los portugueses. En la década de 1650 h u b o m á s pérdidas en Flandes p e r o lo que m á s se prolongó f u e la lenta tentativa de reconq u i s t a r Portugal. Por entonces, la clase de los hidalgos castellanos había p e r d i d o todo apetito p o r el c a m p o de batalla- la desilusión militar era absoluta e n t r e todos los españoles En las ultimas c a m p a ñ a s fronterizas lucharon principalmente reclutas italianos, cuyas deficiencias eran suplidas con mercenarios irlandeses o alemanes 33. Su único resultado f u e la ruina de la m a y o r p a r t e de E x t r e m a d u r a y la reducción de las finanzas g u b e r n a m e n t a l e s a su p u n t o m á s b a j o de manipulación y déficit, fútiles. Hasta 1668 no se aceptó la paz ni la independencia portuguesa Seis años más t a r d e tuvo que cederse a Francia el Franco-Condado. El reinado paralítico de Carlos II presenció la reconquista del p o d e r político central p o r los grandes que se aseguraron la dominación directa del E s t a d o con el golpe aristocrático de 1677, cuando don J u a n José de Austria —su candidato p a r a la regencia— c o n d u j o a Madrid con todo éxito u n ejercito aragonés. Ese m i s m o reinado experimentó la más negra depresión económica del siglo, con cierre de industrias colapso de la moneda, reversión a u n intercambio de t r u e q u e ' escasez de alimentos y disturbios p o r el pan. E n t r e 1600 y 1700 la poblacion total de E s p a ñ a descendió de 8.500.000 a 7 000 000 la p e o r regresión demográfica de Occidente. El E s t a d o de los H a b s b u r g o estaba m o r i b u n d o a finales de siglo: su m u e r t e en la persona de su espectral soberano, Carlos II el Hechizado, era esperada en todas las cancillerías europeas c o m o la señal que convertiría a E s p a ñ a en el botín de E u r o p a . De hecho, el resultado de la g u e r r a de sucesión española renovó el absolutismo en Madrid, al liquidar sus ingobernables responsabilidades exteriores. Los Países B a j o s e Italia quedar o n definitivamente perdidos. Aragón y Cataluña, que habían apoyado al c a n d i d a t o austríaco, f u e r o n d e r r o t a d o s y sometidos en la guerra civil que tuvo lugar d e n t r o de la guerra internacional. Una nueva dinastía f r a n c e s a se instaló en España. La mon a r q u í a borbónica consiguió lo que los H a b s b u r g o habían sido incapaces de hacer. Los grandes - m u c h o s de los cuales se habían p a s a d o al c a m p o angloaustriaco en la guerra de sucesión— Ly pain under the TU" ü f h ' Scentury The golden of Spain, Habsburgs, pp. 39-40. n . pp. 122-3: Domineuez Domínguez Ortir urtiz.

Inglaterra 118 42 fueron sometidos y excluidos del p o d e r central. Por m e d i o de , importación de la experiencia y de las técnicas m u c h o más J n z a d a s del absolutismo francés, los funcionarios civiles exu d a d o s crearon en el siglo x v m u n E s t a d o u n i t a r i o y centralizado 3 4 Los sistemas de Estados de Aragón, Valencia y Cataluña fueron eliminados y su p a r t i c u l a r i s m o quedó suprimido, mientras se introducía el i n s t r u m e n t o f r a n c é s de los intendants reales para el gobierno u n i f o r m e de las provincias. El ejército f u e drásticamente r e f u n d i d o y profesionalizado con u n a base semirreclutad'a y un m a n d o rígidamente aristocrático. La administración colonial f u e reforzada y r e f o r m a d a : libres de sus p o s e s i o nes europeas, los Borbones m o s t r a r o n que E s p a ñ a podía gobernar su imperio a m e r i c a n o de f o r m a competente y rentable. De hecho este f u e el siglo en el que, al fin, emergió g r a d u a l m e n t e una España unida, como algo opuesto a la semiumversal monarquía española de los Habsburgo 3 5 . Con todo la o b r a de la burocracia Carolina que racionalizó el E s t a d o español n o p u d o revitalizar a la sociedad española. Era ya d e m a s i a d o t a r d e p a r a iniciar u n desarrollo c o m p a r a b l e al de Francia o Inglaterra. La o t r o r a dinámica economía castellana había recibido su golpe de gracia b a j o Felipe IV Y aunque se p r o d u j o u n a verdadera recuperación demográfica (la población se elevó de siete a once millones) y el cultivo del cereal se extendió considerablemente en E s p a ñ a , solo el 6U por 100 de la población tenía algún t r a b a j o en la agricultura, mientras que las m a n u f a c t u r a s u r b a n a s habían desaparecido p r á c t i c a m e n t e de la f o r m a c i ó n social metropolitana. Tras el colapso de las minas americanas en el siglo x v n , se p r o d u j o u n nuevo auge de la plata mexicana en el siglo XVIII, que, a falta de u n a i m p o r t a n t e industria nacional, p r o b a b l e m e n t e contribuyó más a la expansión f r a n c e s a que a la española 3 6 . El capital local se desvió, como antes, hacia las rentas públicas o la tierra. La administración del E s t a d o n o era n u m é r i c a m e n t e m u y am» Véase Henry Kamen, The War of Succession in Spain 1700-1715, Londres, 1969, pp. 84-117. El principal arquitecto de la nueva administración fue Bergeyck, un flamenco procedente de Bruselas; pp. 237-40. » Fue en esta época cuando se adoptaron la bandera y el himno nacionales. Estas frases de Domínguez son significativas: «Mas pequeña que el imperio, más grande que Castilla, España creación excelsa de nuestro siglo xvm, surgió de su nebulosa y adquinó una forma sólida y tangible [ ] Antes de la guerra de la Independencia, el ideal plástico y la imagen simbólica de la nación tal como hoy la conocemos ^ esencialmente completos.» Antonio Domínguez Or iz, La sociedad en el siglo XVIII, Madrid, 1955, pp. 41, 43; es el mejor libro sobre este período. . ...,, " Vilar, Oro y moneda, pp. 348-61, J1>1 uno de los errores más desastrosos de una carrera que ya los había cosechado en abundancia.

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él f u e r o n también, proporcionalmente, m u c h o más poderosas Los enérgicos preparativos interiores del reinado de Luis XIV p a r a conseguir el dominio exterior f u e r o n vanos. La h o r a de la supremacía de Versalles, que parecía tan cerca en la E u r o p a de 1660, n u n c a sonó. La llegada de la Regencia en 1715 anunció la reacción social ante este fracaso. La alta nobleza, liberando r e p e n t i n a m e n t e sus r e p r i m i d o s agravios c o n t r a la autocracia real, llevó a cabo u n a inmediata reaparición en escena. El regente obtuvo el acuerdo del Parlement de París para d e j a r a un lado el testam e n t o de Luis XIV a c a m b i o del restablecimiento de su tradicional derecho de protesta: el gobierno pasó a m a n o s de los pares, que t e r m i n a r o n i n m e d i a t a m e n t e con el sistema ministerial del rey d i f u n t o y asumieron directamente el p o d e r en la llamada polysynodi. Tanto la noblesse d'épée como la noblesse de robe fueron rehabilitadas institucionalmente p o r la Regencia. La nueva época iba a a c e n t u a r de hecho el carácter abiert a m e n t e clasista del absolutismo: el siglo x v m presenció u n a regresión de la influencia n o nobiliaria en el a p a r a t o de Estado, y el predominio colectivo de u n a alta aristocracia cada vez m á s unificada. La toma de la Regencia p o r los grandes n o f u e d u r a d e r a : b a j o Fleury y los dos débiles reyes que le sucedieron, el sistema de adopción de decisiones en la cima del Estado volvió al viejo modelo ministerial, que ya no estaba controlado p o r un m o n a r c a dominante. Pero en adelante la nobleza m a n t u v o u n control tenaz de los más altos cargos del gobiernode 1714 a 1789 sólo h u b o tres ministros que carecieran de título aristocrático 3 1 . Asimismo, la m a g i s t r a t u r a judicial de los parlements formaba ahora un e s t r a t o c e r r a d o de nobles —tanto en París como en las provincias— del que eran excluidos radicalmente las personas del común. A su vez, los intendants reales, que en un tiempo f u e r o n el azote de los terratenientes provinciales, se convirtieron en u n a casta prácticamente hereditaria: en el reinado de Luis XVI, 14 de ellos eran hijos de anteriores intendants«. En la Iglesia, todos los arzobispos y obispos eran de origen noble antes de la segunda mitad de siglo, y la mayor p a r t e de las abadías, prioratos y canonjías estab a n controlados p o r la m i s m a ciase En el ejército, los altos m a n d o s militares estaban sólidair_nte ocupados p o r los gran"^ert «The social structure and economic and political altitudes of the Freiich nobility in the 18th century», en Xllth International Congress of Historical Sciences, Rapports i p 361 a n i

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Inglaterra 118 55 des- la c o m p r a de compañías p o r los roturiers f u e prohibida en ía década de 1760, c u a n d o se hizo necesario tener u n a ascendencia inequívocamente nobiliaria p a r a acceder al rango de oficial. La clase aristocrática en su c o n j u n t o conservó u n riguroso e s t a t u t o feudal: constituía u n orden legalmente definido de u n a s 250.000 personas, que estaba exento del grueso de los impuestos y gozaba del monopolio de los más altos rangos de la burocracia, la j u d i c a t u r a , el clero y el ejército. Sus subdivisiones e s t a b a n ahora teóricamente definidas con t o d o detalle, y entre los títulos m á s elevados y los hobereaux rurales m á s b a j o s existía un gran abismo. Pero en la práctica, el lubricante del dinero y el m a t r i m o n i o lo t r a n s f o r m a b a n de mil m a n e r a s a los niveles más altos en u n grupo más flexible y a r t i c u l a d o que antes. La nobleza f r a n c e s a de la era de la Ilustración poseía u n a completa seguridad en su situación d e n t r o de las estruct u r a s del E s t a d o absolutista. Con todo, u n sentimiento irreductible de m a l e s t a r y fricción subsistió e n t r e a m b o s incluso en el último período de unión óptima e n t r e la nobleza y la monarquía, p o r q u e el absolutismo, p o r m u y afín que f u e r a su personal y muy atractivos sus servicios, continuaba siendo u n p o d e r inaccesible e irresponsable que gravitaba sobre las cabezas del c o n j u n t o de la nobleza. La condición de su eficacia como E s t a d o residía en su distancia e s t r u c t u r a l respecto a la clase de la que procedía y cuyos intereses defendía. El a b s o l u t i s m o n u n c a consiguió en Francia la confianza incuestionable y la aceptación de la aristocracia sobre la que descansaba: n o era responsable de sus decisiones ante el orden nobiliario que le daba vida, y esto era necesariamente así, como veremos, debido a la intrínseca naturaleza de la m i s m a clase; p e r o era t a m b i é n peligroso p o r el riesgo de acciones i m p r e m e d i t a d a s o a r b i t r a r i a s t o m a d a s p o r el ejecutivo y que, de rechazo, se volvían contra él. La plenitud del p o d e r real, incluso a u n q u e se ejerciese con suavidad, alimentaba la reserva señorial f r e n t e a él. Montesquieu —presidente del Parlement de Burdeos b a j o el acomodaticio régimen de Fleury— dio u n a expresión incontestable al nuevo tipo de oposicionismo aristocrático característico de este siglo. De hecho, la m o n a r q u í a borbónica del siglo x v m efectuó pocos movimientos de tipo «nivelador» contra los «poderes intermedios», queridos con t a n t a intensidad p o r Montesquieu y sus consortes. El ancien régime preservó en Francia su c o n f u s a jungla de jurisdicciones, divisiones e instituciones heteróclitas —pays d'états, pays d'éléctions, parlements, sénéschaussées, généralités— h a s t a el m o m e n t o de la revolución. Después de Luis XIV apenas h u b o m á s racionalización del sistema político:

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n u n c a se c r e a r o n u n a tarifa a d u a n e r a , ni u n sistema de im puestos, ni u n código legal o u n a administración local u n i f o r m e s El único intento de la m o n a r q u í a p o r i m p o n e r u n a nueva c o n f o r m i d a d sobre u n o r g a n i s m o corporativo f u e su continuado e s f u e r z o p o r a s e g u r a r la obediencia teológica en el clero p 0 r m e d i o de la persecución del jansenismo, que f u e combatido invariable y vigorosamente p o r el Parlement de París en nomb r e del galicanismo tradicional. La anacrónica lucha en torno a este t e m a ideológico se convirtió en el principal p u n t o álgido de las relaciones entre el a b s o l u t i s m o y la noblesse de robe desde la Regencia hasta la época de Choiseul, cuando los jesuítas f u e r o n expulsados f o r m a l m e n t e de Francia p o r los parlements, en u n a simbólica victoria del galicanismo. Mucho más s e n o , sin embargo, h a b r í a de ser el p u n t o m u e r t o financiero I n^UeVTV h m K n t e Í e l l f g Ó £ n t r e 1 3 m o n a r < l u í a y I a m a g i s t r a t u r a . d e j a d o a l E s t a d o car a< ^ a , n g 3 o con u n a masa de deudas; la Regencia las había reducido a la m i t a d p o r medio del sistema de Law; p e r o los costos de la política exterior, desde la guerra de Sucesión de Austria, combinados con el desp i l f a r r o de la corte, m a n t u v i e r o n a la hacienda en u n déficit constante y cada vez más p r o f u n d o . Los sucesivos intentos de r e c a u d a r nuevos impuestos, p e r f o r a n d o la i n m u n i d a d fiscal de la aristocracia, f u e r o n rechazados o saboteados en los parlements y en los Estados provinciales, que se negaron a registrar los edictos o p r e s e n t a r o n indignadas protestas. Las contradicciones objetivas del a b s o l u t i s m o se m a n i f e s t a r o n aquí en su f o r m a mas clara. La m o n a r q u í a p r e t e n d í a gravar con impuestos a riqueza de la nobleza, m i e n t r a s ésta exigía u n control sobre la política de la m o n a r q u í a : la aristocracia, efectivamente se negó a e n a j e n a r sus privilegios económicos sin o b t e n e r derechos políticos sobre la dirección del E s t a d o monárquico. E n su lucha c o n t r a los gobiernos absolutistas en t o r n o a este t e m a la oligarquía judicial de los parlements llegó a utilizar cada vez mas lenguaje radical de los philosophes: las nociones burguesas de libertad y representación comenzaron a infiltrarse en la retorica de u n a de las r a m a s de la aristocracia f r a n c e s a más inveteradamente conservadora y más parecida a u n a casta 3 3 Hacia las decadas de 1770 y 1780 se había p r o d u c i d o en Francia una curiosa contaminación de algunos sectores nobiliarios p o r el e s t a m e n t o inferior. " Sobre las actitudes de los parlements de los últimos años del AnS n ¿ t % p e V S S e J' E g r e t ' fé-révolution f r a n g e , ¡ W - 1 W , Pa-

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El siglo x v n i había presenciado, m i e n t r a s tanto, u n crecimiento rápido de las filas y las f o r t u n a s de la burguesía local. A p a r t i r de la Regencia h u b o en general u n a época de expansión económica, con u n alza secular de precios u n a relativa prosperidad agrícola (por lo menos en el p e r í o d o de 1730 a 1774) y u n a recuperación demográfica: la población de Francia ¿ a s ó de 18-19 millones en 1700 a 25-26 millones en 1789. Mientras la agricultura c o n t i n u a b a siendo la r a m a a b r u m a d o r a m e n t e dominante de la producción, las m a n u f a c t u r a s y el comercio registraron avances notables. El volumen de la i n d u s t r i a francesa a u m e n t ó en t o r n o a u n 60 p o r 100 en el c u r s o del siglo ; en el sector textil comenzaron a a p a r e c e r v e r d a d e r a s fábricas y se echaron los cimientos de las industrias del h i e r r o y el carbón. El progreso del comercio fue, sin embargo, m u c h o m a s rápido, sobre t o d o en las áreas internacional y colonial. El comercio exterior se cuadruplicó e n t r e 1716-20 y 1784-88, con u n superávit p e r m a n e n t e en la exportación. El comercio colonial alcanzó u n crecimiento m á s r á p i d o con el desarrollo de as plantaciones de azúcar, café y algodón en las Antillas: en los últimos años antes de la revolución llegó a alcanzar los dos tercios de todo el comercio exterior francés 3 5 . La expansión comercial estimuló n a t u r a l m e n t e la urbanización; se p r o d u j o u n a ola de nuevas construcciones en las ciudades, y antes del fin de siglo las capitales provinciales de Francia iban m u y p o r delante de las inglesas en n ú m e r o y t a m a ñ o , a p e s a r aei nivel de industrialización m u c h o más alto que existía en Inglat e r r a Por otra parte, con el monopolio aristocrático del apar a t o de E s t a d o había descendido la venta de c a r g o s E n el siglo XVIII, el absolutismo se inclinó cada vez m á s hacia los empréstitos públicos, que n o creaban el m i s m o grado de intimidad con el E s t a d o : los rentiers no obtenían el ennoblecimiento ni la i n m u n i d a d fiscal que habían recibido los offtcters. El grupo más rico d e n t r o de la clase capitalista f r a n c e s a era el de los financiers, cuyas inversiones especulativas cosechaban los grandes beneficios de los contratos militares, los a r r e n d a m i e n t o s de impuestos o los p r é s t a m o s reales. Pero, en general la disminución simultánea del acceso de los plebeyos al E s t a d o feudal, y el desarrollo de u n a economía comercial al margen de este, emanciparon a la burguesía de su dependencia subalterna del absolutismo. Los comerciantes, m a n u f a c t u r e r o s y navieros de M A. Soboul, La révolution frangaise, i, París, 1964, p. 45 [La revolución francesa, Madrid, Tecnos, 1966]. iq«i ná» J. Lough, An introduction to 18th century France, Londres, 1960, paginas 71-3.

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la Ilustración, y los abogados y periodistas que proliferaron j u n t o a ellos, p r o s p e r a r o n de m o d o creciente f u e r a del á m b i t o del Estado, con inevitables consecuencias para la a u t o n o m í a política del c o n j u n t o de la clase burguesa. La monarquía, p o r su parte, se m o s t r ó incapaz de proteger los intereses burgueses, incluso c u a n d o coincidían nominalmente con los del m i s m o absolutismo. Nunca f u e esto tan claro como en la política exterior del último E s t a d o borbónico. Las guerras de este siglo siguieron u n a p a u t a infaliblemente tradicional. Las pequeñas anexiones de tierra en E u r o p a siempre tuvieron en la práctica prioridad sobre la defensa o la adquisición de colonias u l t r a m a r i n a s ; el p o d e r m a r í t i m o y comercial f u e sacrificado al militarismo territorial 3 Ó . Fleury, a m a n t e de la paz, aseguró con éxito la absorción de Lorena en las breves c a m p a ñ a s p o r la sucesión polaca en la década de 1730, de las que Inglaterra se m a n t u v o alejada. Sin embargo, d u r a n t e la guerra de Sucesión austríaca, en la década de 1740, la flota británica castigó a los navios franceses desde el Caribe al océano Indico, infligiendo elevadas pérdidas comerciales a Francia, m i e n t r a s Mauricio de Sajonia conquistaba el sur de los Países B a j o s en u n a c o n s u m a d a pero fútil c a m p a ñ a por tierra: la paz restableció el statu quo ante p o r a m b a s partes, p e r o las lecciones estratégicas eran ya claras p a r a Pitt, en Inglaterra. La guerra de los Siete Años (1756-63), en la que Francia se unió al a t a q u e a u s t r í a c o sobre Prusia contra todo interés dinástico racional, f u e desastrosa p a r a el imperio colonial de los Borbones. En la guerra continental los ejércitos de Francia lucharon esta vez de f o r m a indolente en Westfalia, m i e n t r a s la guerra naval desencadenada p o r Inglaterra le a r r e b a t a b a Canadá, la India, Africa Occidental y las Indias Occidentales. La diplomacia de Choiseul r e c u p e r ó las posesiones borbónicas en las Antillas con la paz de París, pero se había p e r d i d o la posibilidad de que Francia presidiera un imperialismo comercial a escala mundial. La guerra de la Independencia n o r t e a m e r i c a n a permitió que París consiguiera una venganza política p o r pode-res sobre Londres. Pero el papel de Francia en Norteamérica, a u n q u e vital p a r a el éxito de la revolución americana, f u e esencialmente una operación en busca de botín, que no p r o d u j o ninguna ganancia positiva a Francia. Por el contrario, los costos de la intervención borbónica en la guerra de la Independencia 54 El presupuesto naval nunca ascendió a más de la mitad del de Inglaterra: Dorn. Competition for empire, p. 116. Dorn presenta un convincente balance de las deficiencias generales de las flotas francesas en esta época.

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nrteamericana f u e r o n los que provocaron la definitiva crisis t f d e l absolutismo f r a n c é s en el interior. En 1778 la deuda S E s t a d o era tan grande - e l pago de sus mtereses represen. ha cerca del 50 por 100 del gasto c o r r i e n t e - y el déficit p r e W L s t a r i o tan agudo, que los últimos ministros de Luis XVI, s u p u e s t a n o tan agí q d e c i d i e r o n imponer u n a c o n t n C a l o n n e y L o me me de Br & e l c l e r 0 . L o s parlements

0

^

S s ^ ~ e n t e a este proyecto; J a H ó n desesperada, decretó su disolución; despues retroce ^ n d T a n f e el m m u l t o levantado por las clases poseedoras, os

de su formación feudal. La crisis fiscal q u e ™ d e t o n a d o r de la revolución de 1789 f u e P ^ o c a d a p o r su incapacidad jurídica p a r a gravar con i m p u e s t o s a la ciase que r e p r e s e n t a b a . La misma rigidez del vínculo e n t r e el E s t a d o y la nobleza precipitó, en ú l t i m o término, su c o m ú n caída.

flexibilidad c o m o

5.

INGLATERRA

Inglaterra

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la época medieval n u n c a f u e r o n tan n u m e r o s a s m tan fuerc como p a r a discutir ese e s t a t u t o s u b o r d i n a d o L o s señores Mesiásticos t a m p o c o dispusieron n u n c a de enclaves señoriales Solios y consolidados. La m o n a r q u í a feudal inglesa evito asi S diversos peligros p a r a el gobierno u n i t a r i o a los que se Enfrentaron los soberanos feudales de Francia, Italia o Alemania El r e s u l t a d o f u e u n a centralización concurrente del p o d e r " e a i y de la representación nobiliaria d e n t r o del sistema político medieval. En realidad, estos dos procesos n o f u e r o n opuestos, Jno complementarios. E n el m a r c o del sistema de soberanías feudales f r a g m e n t a d a s , el p o d e r m o n á r q u i c o sólo podía sostenerse f u e r a de los límites de su soberanía, gracias al consentimiento de excepcionales asambleas de vasallos, capaces de votar u n apoyo económico y político extraordinario al margen de la jerarquía mediatizada de dependencias personales. Por t a n t o como se ha señalado antes, las asambleas de Estados medievales n o pueden c o n t r a p o n e r s e p r á c t i c a m e n t e n u n c a y de f o r m a directa a la a u t o r i d a d monárquica, sino que con frecuencia son su necesaria condición previa. La administración y la a u t o r i d a d real angevina en I n g l a t e r r a n o tuvieron ningún equivalente exacto en toda la E u r o p a del siglo x n . Pero en este m i s m o proceso, al p o d e r personal del m o n a r c a le siguieron m u y p r o n t o las t e m p r a n a s instituciones colectivas de la clase dominante feudal, dotadas de u n carácter u n i t a r i o excepcional: los parliaments. La existencia de estos p a r l a m e n t o s medievales en Inglaterra a p a r t i r del siglo x m n o f u e de ningún m o d o u n a particularidad nacional. Su n o t a distintiva consistía, m á s bien en que eran a la vez instituciones «únicas» y «entremezcladas» . En otras palabras, sólo había u n a asamblea que coincidía con las f r o n t e r a s del propio país y no varias asambleas p a r a las diferentes provincias, y d e n t r o de la asamblea n o existía la c

En la Edad Media, la m o n a r q u í a feudal de Inglaterra f u e en términos generales, m á s poderosa que la francesa. Las dinas tías n o r m a n d a y angevina crearon u n Estado m o n á r q u i c o de u n a autoridad y eficacia sin comparación posible en toda la E u r o p a occidental. La fuerza de la m o n a r q u í a medieval inglesa fue, precisamente, lo que permitió sus ambiciosas aventuras territoriales en el continente, a costa de Francia. La guerra de los Lien Anos, d u r a n t e la cual varios reyes ingleses y sus respectivas aristocracias i n t e n t a r o n conquistar y d o m i n a r grandes zonas de Francia atravesando u n a peligrosa b a r r e r a m a r í t i m a r e p r e s e n t o una e m p r e s a militar única en la Edad Media y fue el signo agresivo de la superioridad organizativa del Estado insular. A p e s a r de ello, la m o n a r q u í a medieval más f u e r t e de Occidente p r o d u j o finalmente el a b s o l u t i s m o más débil y de m a s corta duración. Mientras Francia se convertía en la patria del E s t a d o absolutista m á s f o r m i d a b l e de E u r o p a occidental Inglaterra experimentó una variante del p o d e r absolutista particularmente limitada en todos los sentidos. La transición de la época medieval a los p r i m e r o s tiempos de la m o d e r n a correspondió en la historia inglesa —a p e s a r de todas las leyendas locales sobre u n a «continuidad» sin r u p t u r a s - a u n cambio p r o f u n d o y radical en la m a y o r p a r t e de los rasgos más característicos de la a n t e r i o r evolución feudal. N a t u r a l m e n t e , algunas p a u t a s medievales de gran importancia se conservaron y heredaron; precisamente, la contradictoria fusión de las fuerzas nuevas y tradicionales f u e lo que definió la peculiar r u p t u r a política que tuvo lugar en la isla d u r a n t e el Renacimiento. La p r i m e r a centralización administrativa del feudalismo n o r m a n d o , dictada p o r la originaria conquista militar y p o r la m o d e s t a extensión del país, había generado - c o m o ya hemos visto u n a clase noble muy reducida y unificada regionalmente, sin magnates territoriales semiindependientes que se pudieran c o m p a r a r a los del continente. De a c u e r d o con las tradiciones anglosajonas, las ciudades f u e r o n desde el principio p a r t e de la Heredad real y, en consecuencia, gozaron de privilegios comerciales sin la a u t o n o m í a política de las ciudades continentales

' Weber en sus análisis de las ciudades medievales inglesas, observa entre otras cosas que es significativo que nunca experimentasen revoluciones gremiales o municipales comparables a las d e l c o n t m e n t e ^ E c o n o m y and society N I pp. 1276-81 [ E c o n o m í a y sociedad, I I , pp. 982-985J. H U D O una breve confúratio insurgente en Londres, en 1263-5, sobre la que puede verse G ^ Williams, Mediaeval London: From Commune tp capital Londres 1963 pp 219-35. Pero éste fue un episodio excepcional, que t u v o lu¿ai en e f más amplio contexto de la rebelión de los barones. ' Las primeras funciones judiciales del Parlamento inglés tampoco eran corrientes- actuaba como tribunal supremo de casación, y a ello ded^cabT a mayor parte de su trabajo a mediados del siglo x m , cuando e s t a b a dominad'o principalmente por funcionarios reales. S o b r e los orígenes y evolución de los parlamentos medievales véase G O. Sayles, The medial* foundations of Englandpp. 448-57; G. A. Holmes, The later Middle Ages, Londres, 1962, pp. 83-8.

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Europa occidental

división t r i p a r t i t a de nobles, clérigos y burgueses q u e preva lecio p o r lo general en el continente. Desde el tiempo de Eduar" do I I I en adelante, los caballeros y las ciudades estaban repre sentados en el Parlamento inglés j u n t a m e n t e con los barones y los Obispos. El sistema bicameral de Lores y Comunes fue una evolucion p o s t e n o r , que no dividió al Parlamento según una linea estamental, sino que básicamente supuso u n a distin S " t r a í 1 S t a d e n t r ° d e l a n o b l e z a - Lna m o n a r q u í a centralizada p r o d u j o una asamblea unificada. Otras dos consecuencias se siguieron de la t e m p r a n a centralización del sistema político feudal inglés. L o s p a r l a m e n t o s unitarios que se reunían en Londres no alcanzaron el 2 7 ¿ meticuloso control fiscal ni los derechos de convocatoria regu a r q u e caracterizaron más tarde a algunos de los sistemas C T " e , m a I P ; S - P e r o a u g u r a r o n una limitación n í g a d ] c i o n a ! del poder legislativo real, que habría de tener una gran importancia en la época del absolutismo: después de E d u a r d o I se aceptó que ningún monarca podía decretar nuevas leyes sin el consentimiento del ParliamentK Desde el p u n t o de vista e s t r u c t u r a l , este veto correspondía estrechamente a las exigencias objetivas del p o d e r de la clase noble. En efecto, debido a que la administración real centralizada fue, geográfica y técnicamente, más fácil desde el principio en Inglaterra que en ninguna otra parte, hubo proporcionalmente menos necesidad

Íva

tra

C n aUt rÍdad para dec?etos e S amn "h T ^ ° ° P r o d u c i r nuevos decretos, a u t o r i d a d que no se podía j u s t i f i c a r p o r peligros intrínsecos de separatismo regional o de a n a r q u í a ducal. Así míenras los verdaderos poderes ejecutivos de los reyes m e d e v á í e s ingleses f u e r o n n o r m a l m e n t e m u c h o mayores que los de los m o n a r c a s franceses, nunca consiguieron, p o r esa m i s m a razón, I " c l a t H a a u t o ™ m i a legislativa de la que finalmente gozaron estos últimos. Un segundo rasgo del feudalismo inglés f u e la n s ó h t a fusión e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza en el plano e n el d a d " i n T r a t Í V , ° l0CaL M k n t r a S continente el sistema judicial estaba significativamente dividido e n t r e jurisdicciones reales y señoriales separadas, en Inglaterra la super-

«DifLnce C sTeTween S En r ,lf, a h d 0 ^ s i g n i f i c a d ° , ú l t i ™ de esta limitación: ¡ Se v e n t e é " ^ " and the Netherlands, Londres, .960 pp 62-Í a S ™ / ? ' ™ señala el autor, esto provocó que cuando aparedó a p ^ c pios d e ' a época moderna, la «nueva monarquía», en Inglaterra estuvo I mitada r t e o ' n í deChl°a ^ ^ f e c h o s divino y S t

¡nglaterra

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vivencia de los tribunales populares prefeudales había prol o r c i o n a d o u n a especie de terreno c o m ú n sobre el que podía edificarse u n a mezcla de ambas. Los shenffs que presidian los tribunales de los condados eran cargos no hereditarios nombrados p o r el rey; pero procedían de la gentry local y no de una burocracia central. Los tribunales, p o r su parte, conservaban algunos vestigios de su carácter original, como asambleas jurídicas populares en las que los h o m b r e s libres de la comuS d a d rural aparecían ante sus iguales. El r e s u l t a d o f u e b oquear t a n t o el desarrollo de u n sistema comprehensivo de baüh, magistrados de u n a justicia real profesionalizada, como el de una haute justice baronial extensiva. En lugar de ello, en los condados apareció u n a autoadministración aristocrática n o pagada que más t a r d e evolucionaría hasta los Justices of the Peac'e de la p r i m e r a época m o d e r n a . En el período medieval, los tribunales de condado coexistían con los tribunales feudales y con algunas franquicias señoriales de tipo feudal ortodoxo, iguales a las que se podían e n c o n t r a r en todo el continente. Al m i s m o tiempo, la nobleza inglesa de la E d a d Media era u n a clase tan militarizada y d e p r e d a d o r a como cualquier otra en E u r o p a . Es más, se distinguía de sus equivalentes p o r la envergadura y la constancia de sus agresiones externas. Ninguna otra aristocracia feudal de la última época medieval se extendió, como tal clase, tan libremente y tan lejos de sus bases territoriales. Los repetidos pillajes de Francia d u r a n t e la guerra de los Cien Años f u e r o n las proezas más espectaculares de este militarismo, pero Escocia y Flandes, Renania y N a v a r r a Portugal y Castilla también f u e r o n recorridas en el siglo xiv p o r expediciones a r m a d a s procedentes de Inglaterra. E n esta era los caballeros ingleses combatieron en el exterior desde el F o r t h hasta el E b r o . La organización militar de estas expediciones r e f l e j a b a el desarrollo local de u n feudalismo «bastardo» monetarizado. La última orden de batalla p r o p i a m e n t e feudal, convocada sobre la base de la posesion de la tierra se dio en 1385 p a r a el ataque de Ricardo II contra Escocia. E n la guerra de los Cien Años lucharon esencialmente compañías contratadas, reclutadas p a r a la m o n a r q u í a por los g a n d e s señores sobre la base de contratos en dinero, y que debían obediencia a sus propios capitanes; las levas de los condados y los mercenarios e x t r a n j e r o s p r o p o r c i o n a r o n las fuerzas complementarias No participó en ella ningún ejército p e r m a n e n t e o profesional y el volumen de las expediciones fue n u m é r i c a m e n t e modesto: los soldados enviados a Francia n u n c a f u e r o n m u c h o s m á s de 10.000. La actitud de los nobles que dirigieron las suce-

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sivas correrías en el t e r r i t o r i o de los Valois f u e básicamente filibustera Los o b j e t o s de su ambición eran el saqueo privado el precio de los rescates y la tierra; y los capitanes que tuvieron más éxito se enriquecieron e n o r m e m e n t e con las guerras en las q u e las fuerzas inglesas resistieron r e p e t i d a m e n t e a ejércitos franceses m u c h o mayores, reunidos p a r a expulsarlos. La supen o n d a d estratégica de los agresores ingleses d u r a n t e la mayor p a r t e de este largo conflicto no residía, como podría sugerirlo una ilusión retrospectiva, en el control del poderío marítimo. Las flotas medievales de los m a r e s del norte eran poco más que improvisados t r a n s p o r t e s de tropas; compuestas sobre todo p o r barcos m e r c a n t e s t e m p o r a l m e n t e incautados, eran incapaces de p a t r u l l a r el océano con regularidad. Los verdaderos bar, i / T ™ S O l ° S e e n c o n t r a b a n todavía en su m a y o r p a r t e en el Mediterráneo, donde la galera de r e m o era el a r m a de la verdadera guerra m a r í t i m a . Por consiguiente, las batallas naS o S . n n . T V , m Í e n t 0 f r a n d e s c o n o c i d a s en las aguas del Atlántico en esta época. Los encuentros navales tenían lugar, de f o r m a característica, en bahías o estuarios poco p r o f u n d o s (Sluys o La Rochelle), donde los barcos que participaban en la contienda podían colocarse j u n t o s p a r a el c o m b a t e cuerpo a c u e r p o e n t r e los soldados que iban en ellos. En esta época n o era posible u n « m a n d o estratégico de los mares». De esta forma, las costas de a m b o s lados del Canal estaban igualmente indefensas contra los desembarcos procedentes del m a r . En 1386, Francia reunió el ejército y la flota más grandes de toda la guerra p a r a u n a invasión en gran escala de Inglaterra. Los planes de defensa de la isla n u n c a contemplaron la posibilidad de detener esta fuerza en el m a r , sino que se b a s a b a n en guard a r la flota inglesa en el Támesis, f u e r a de su alcance, y a t r a e r al enemigo tierra a d e n t r o 1 Al final, la invasión f u e suspendida pero la vulnerabilidad de Inglaterra ante los ataques m a r í t i m o s quedo a m p l i a m e n t e d e m o s t r a d a d u r a n t e la guerra, en la que las d e s t r u c t o r a s incursiones navales j u g a r o n u n papel semej a n t e al de las chevauchées militares en tierra. Las flotas francesas y castellanas, utilizando galeras de tipo meridional, con una movilidad m u c h o mayor, c a p t u r a r o n , saquearon o quemaron u n a t r e m e n d a lista de p u e r t o s ingleses, desde Devon a Essex En el t r a n s c u r s o del conflicto f u e r o n t o m a d a s o saqueadas" e n t r e otras, las ciudades de Plymouth, S o u t h a m p t o n , Port4

and

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Inglaterra gmouth,

Lewes,

Hastings,

Winchelsea,

Rye,

Gravesend

y

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El 1C p h redominio inglés d u r a n t e la m a y o r p a r t e de la guerra ¿ e los Cien Años, que d e t e r m i n ó que el t e r r i t o r i o f r a n c é s fuese ,1 p e r m a n e n t e c a m p o de batalla - c o n todas sus secuelas de Juina y d e s o l a c i ó n - , n o fue, p o r tanto, u n a consecuencia del poderío naval 5 , sino u n p r o d u c t o de la solidez y la integración política m u c h í s i m o mayores de la m o n a r q u í a feudal inglesa. La capacidad administrativa de ésta p a r a explotar su patrimonio V a g r u p a r a su nobleza fue, h a s t a el m i s m o final de la guerra, m u c h o mayor que la de la m o n a r q u í a francesa, hostigada p o r los vasallos desleales de B r e t a ñ a y Borgona, y debilitada por su t e m p r a n a incapacidad p a r a d e s a l o j a r el r e d u c t o inglés de Guyena. La lealtad de la aristocracia inglesa estaba cimentada, p o r su parte, en las victoriosas c a m p a ñ a s exteriores a las que había sido conducida p o r u n a serie de principes guerreros. La suerte n o cambió hasta que Carlos V I I n o reorganizó el sistema político feudal f r a n c é s sobre u n a nueva_ b a s e fiscal y militar. Una vez desaparecidos sus aliados borgonones, las fuerzas inglesas f u e r o n expulsadas relativamente p r o n t o por unos ejércitos f r a n c e s e s m á s amplios y m e j o r equipados. El penoso resultado del colapso final del poderío ingles en Francia f u e el estallido de las guerras de las Rosas en Inglaterra Cuando u n a victoriosa a u t o r i d a d real ya n o p u d o mantener unida a la alta nobleza, la m a q u i n a r i a de guerra bajomedieval se volvió hacia el interior, a medida q u e los usurpadores rivales se destrozaban p o r la sucesión y los grandes señores feudales d a b a n rienda suelta en el c a m p o a sus e m b r u t e c i d o s secuaces y a las b a n d a s de mercenarios. Una generación de guerra civil terminó, finalmente, con la f u n d a c i ó n de la nueva dinastía T u d o r en 1458, e n los campos de Bosworth. El r e m a d o de E n r i q u e IV p r e p a r ó g r a d u a l m e n t e la aparición de u n a «nueva m o n a r q u í a » en Inglaterra. D u r a n t e el u l t i m o régimen lancasteriano, las facciones aristocráticas habían desarrollado y m a n i p u l a d o de f o r m a p r o m i n e n t e los P a r l a m e n t o s p a r a sus propios fines, m i e n t r a s que los soberanos de la Casa de York se habían esforzado, en medio de la a n a r q u í a reinante, por c o n c e n t r a r y r e f o r z a r u n a vez m á s el p o d e r de las instituciones centrales de la m o n a r q u í a . E n r i q u e VII, que era lancas» Véanse los oportunos comentarios de O. F Richmond «The war at t K. V Fowler EVnvW comp mirra The n Hundred Years' 1971, pa sea», en u ^ war, ^ ^Londres, ^ century»,

Sobre este revelador episodio véase J T Palmar Christendom, W7-1399, Londres 1972, 'pp. ü '

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g £ o ¿ 1 7 4 ? f e b r e r o ^ d e l967, diar este tema.

PP.

4-?. Sólo ahora se comienza a estu-

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teriano p o r parentesco, desarrolló esencialmente la práctica administrativa de York. Antes de las guerras de las Rosas, los P a r l a m e n t o s eran p r á c t i c a m e n t e anuales y lo volvieron a ser d u r a n t e la p r i m e r a década de reconstrucción después de Bosworth. Pero c u a n d o a u m e n t ó la seguridad interior y se consolidó el p o d e r de los Tudor, E n r i q u e VII desechó esa institución: desde 1497 a 1509 —los últimos doce años de su reinado— sólo la volvió a r e u n i r una vez más. El gobierno m o n á r q u i c o centralizado se ejercía a través de u n a pequeña camarilla de consejeros personales y de h o m b r e s de confianza del monarca. Su objetivo principal consistía en subyugar el d e s e n f r e n a d o p o d e r señorial del período precedente, con sus séquitos unif o r m a d o s y a r m a d o s , sus sistemáticos sobornos de los j u r a d o s y sus constantes guerra privadas. Este p r o g r a m a f u e aplicado, sin embargo, con continuidad y éxito m u c h o mayores q u e en la fase de York. La s u p r e m a prerrogativa de la justicia f u e reforzada, p o r encima de la nobleza, p o r medio de la Star Chamber, tribunal conciliar que se convirtió en la principal a r m a de la m o n a r q u í a contra las revueltas y las sediciones. La turbulencia regional del n o r t e y oeste (donde los señores fronterizos reclam a b a n derechos de conquista y no el e n f e u d a m i e n t o al monarca) f u e sofocada p o r consejos especiales, delegados p a r a controlar esas áreas in situ. Los extendidos derechos de asilo y las franquicias privadas y semirregalías f u e r o n p a u l a t i n a m e n t e reducidos; las b a n d a s a r m a d a s f u e r o n prohibidas. La administración local f u e reforzada b a j o el control real p o r medio de una cuidadosa selección y supervisión de los Justices of the Peace6. En lugar de u n a policía a r m a d a se creó u n a p e q u e ñ a guardia personal. Los dominios reales se ampliaron en gran medida p o r la recuperación de tierras, y su p r o d u c t o p a r a la m o n a r q u í a se cuadruplicó d u r a n t e el reinado; los privilegios feudales y los derechos de a d u a n a s también se explotaron al máximo. Hacia el final del reinado de E n r i q u e VII, los ingresos totales de la Corona casi se habían triplicado, y el tesoro tenía u n a reserva que oscilaba e n t r e u n o y dos millones de libras 7 . La dinastía Tudor había iniciado a comienzos del siglo Xvi u n camino p r o m e t e d o r hacia la construcción de un absolutismo inglés. E n r i q u e V I I I heredó un poderoso ejecutivo y u n a hacienda p r ó s p e r a . Los p r i m e r o s veinte años del reinado de E n r i q u e V I I I apor6 El libro de T. S. Bindoff, Tudor England, Londres, 1966, pp 56-66 ofrece un buen resumen de todo este proceso. ' G. R. Elton, England under the Tudors, Londres, 1956, pp. 49, 53

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taron pocos cambios a la segura posición interna de la monarquía Tudor. B a j o Wolsey, la administración del E s t a d o n o se vio afectada p o r ningún c a m b i o institucional i m p o r t a n t e ; únicamente, el cardenal concentró poderes sin precedentes p a r a la Iglesia en su propia persona, como legado papal en Inglaterra. Tanto el rey como el ministro estuvieron p r e o c u p a d o s principalmente p o r los asuntos e x t r a n j e r o s . Las limitadas c a m p a n a s bélicas contra Francia, en 1512-14 y 1522-25, f u e r o n los principales acontecimientos de este período. P a r a hacer f r e n t e a los costos de estas operaciones militares en el continente, f u e necesario convocar dos breves sesiones del P a r l a m e n t o 8 . Un intento de i m p o n e r contribuciones arbitrarias, realizado p o r Wolsey, levantó t a n t a oposición de los propietarios que E n r i q u e V I I I tuvo que desautorizarlo. Con todo, no había ningún signo de u n a evolución d r a m á t i c a en la dirección de la política real dent r o de Inglaterra. Pero la crisis m a t r i m o n i a l de 1527-28, provocada p o r la decisión del rey de divorciarse de su esposa española, y el consiguiente p u n t o m u e r t o con el p a p a d o en u n t e m a que afectaba a la sucesión interna, t r a n s f o r m a r o n repent i n a m e n t e toda la situación política. En efecto, p a r a e n f r e n t a r s e a la obstrucción papal —inspirada p o r la hostilidad dinástica del e m p e r a d o r al nuevo proyecto de matrimonio— se necesitaba u n a legislación nueva y radical, y había que conseguir el apoyo político nacional contra Clemente VII y Carlos V. Así pues, E n r i q u e convocó lo que h a b r í a de convertirse en el P a r l a m e n t o más largo de la historia, p a r a movilizar en su favor a la clase t e r r a t e n i e n t e en su d i s p u t a con el p a p a d o y con el imperio y p a r a asegurar su aprobación de la incautación política de la Iglesia p o r el E s t a d o en Inglaterra. E s t a revitalización de u n a institución olvidada no fue, en absoluto, u n a capitulación constitucional de E n r i q u e V I I I o T h o m a s Cromwell, que f u e su planificador político en 1531; n o significó u n debilitamiento del p o d e r real, sino m á s bien u n nuevo impulso p a r a realzarlo. Los P a r l a m e n t o s de la R e f o r m a no sólo increm e n t a r o n en gran medida el patronazgo y la a u t o r i d a d de la monarquía, al transferirle el control de todo el a p a r a t o ecle' C Russell afirma terminantemente en The crisis of Parliaments, Oxford 1971 pp 41, 42, que el Parliament inglés de este periodo, con la brevedad 'de sus asambleas y la poca frecuencia de sus convocatorias, era una fuerza decadente. Por otra parte, Russell insiste correctamente en que el pacto constitucional entre la monarquía y el Parlamento descansaba en la unidad de clase de los dirigentes del país. Sobre la base social del parlamentarismo inglés, véanse las penetrantes observaciones de Penry Williams, «The Tudor State», Past and Present, 24, julio de 1963, páginas 39-58.

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siástico de la Iglesia, sino q u e además, b a j o la guía de Crom well, s u p r i m i e r o n la a u t o n o m í a de las franquicias señoriales al privar a los señores del p o d e r de designar a los Justices of the Peace; integraron a los señoríos fronterizos en los condados e i n c o r p o r a r o n a Gales legal y a d m i n i s t r a t i v a m e n t e al reino de Inglaterra. Más significativo a ú n f u e q u e el E s t a d o disolviera los monasterios y expropiara sus vastas riquezas territoriales u n 1536, la combinación g u b e r n a m e n t a l de centralización política y r e f o r m a religiosa provocó u n levantamiento potencialm e n t e peligroso en el norte, el Peregrinaje de Gracia, reacción regional particularista c o n t r a u n E s t a d o real reforzado, de tino característico en la E u r o p a occidental de esta época». Fue ránil ^ f f a P I a s t a d ° . y se estableció u n nuevo y p e r m a n e n t e Consejo del N o r t e p a r a someter las tierras situadas m á s allá del Trent. Mientras tanto, la burocracia central f u e ampliada y reorganizada p o r Cromwell, que convirtió el cargo de secretario real en el p u e s t o ministerial m á s alto y echó los cimientos de u n consejo p r i v a d o de c a r á c t e r regular'". Poco después de su caída, el Consejo Privado f u e institucionalizado f o r m a l m e n t e como organismo ejecutivo interno de la m o n a r q u í a , y desde ese m o m e n t o p a s ó a ser el centro de la m á q u i n a del E s t a d o Tudor. Un Statute of Proclamations, destinado c l a r a m e n t e a ^ m / n ^ - V l m ° n a , r C ! U Í a P ° d e r e s legislativos extraordinarios, emane pandóla en el f u t u r o de su sujeción al Parlamento, f u e neutralizado f i n a l m e n t e p o r los C o m u n e s » . Este desaire n o . ' sugestivk exposición de las implicaciones del Peregrinaje L o n S s ! a i 9 h 7 1 b l p p ^ ? ^ a l o r a d a s , en J. J. Scarisbricke, H e n r ^ V U I

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La exagerada importancia concedida a la revolución administrativa en idg^3ellpDPO160Eyir'v £n £ n

r°lUtÍOn . La gran m a s a de la población situada p o r d e b a j o de esa élite se p r e o c u p a sólo de su propia seguridad: «la inmensa mayoría de quienes piden libertad, desean m e r a m e n t e vivir con seguridad». Un gobierno con éxito siempre p u e d e s u p r i m i r las libertades tradicionales si deja intactas la propiedad y la familia de sus súbditos; en t o d o caso, t e n d r á q u e p r o m o v e r sus actividades económicas, ya que éstas contrib u i r á n a sus propios recursos. El príncipe «puede m u y bien conseguir ser temido y n o odiado; esto lo conseguirá siempre si se abstiene de r o b a r la hacienda de sus ciudadanos y súbditos, y de r o b a r sus m u j e r e s » 40. E s t a s máximas son ciertas con independencia del sistema político, p r i n c i p a d o o república. Las constituciones republicanas, sin embargo, están a d a p t a d a s únic a m e n t e p a r a p e r d u r a r : pueden p r e s e r v a r el sistema político existente, p e r o n o i n a u g u r a r u n o nuevo 4 1 . Para edificar u n Estado italiano capaz de resistir a los invasores b á r b a r o s de Francia, Suiza y España, es necesaria la voluntad c o n c e n t r a d a y la energía implacable de u n único príncipe. La v e r d a d e r a pasión de Maquiavelo radica aquí. Sus consejos se dirigen esencialm e n t e al f u t u r o a r q u i t e c t o de u n señorío peninsular, necesariam e n t e parvenú. El Príncipe declara a su comienzo que examin a r á los dos tipos de principados, «hereditarios» y «nuevos», y n u n c a pierde de vista esta distinción. Pero la palpitante preocupación del tratado, que domina t o d o su contenido, es f u n d a m e n t a l m e n t e la creación de u n nuevo principado, tarea que Maquiavelo señala como la m a y o r hazaña que puede realizar cualquier gobernante: «Las cosas mencionadas, observadas p r u d e n t e m e n t e , hacen parecer a u n príncipe nuevo, antiguo, y lo aseguran y a f i r m a n más r á p i d a m e n t e en el E s t a d o que sí hubiera sido antiguo. Porque u n príncipe nuevo es m u c h o m á s observado en sus acciones q u e o t r o hereditario; y c u a n d o las

59 Ibid., p. 176. " Ibid., p. 70 [El Principe, p. 149], 41 Ibid., p. 265.

164 Inglaterra11885 juzgamos grandes, a t r a e n m u c h o m á s a los h o m b r e s y se los apegan m u c h o m á s q u e la propia antigüedad de la sangre [ . . . ] Así t e n d r á u n a doble gloria» 4 2 . Este encubierto desequilibrio en el e n f o q u e es evidente a lo largo de todo el libro. Así, Maquiavelo a f i r m a que los dos fund a m e n t o s m á s i m p o r t a n t e s del gobierno son las «buenas leyes» y las «buenas armas»; p e r o a ñ a d e i n m e d i a t a m e n t e que, como la coacción crea la legalidad, y n o viceversa, considerará sólo la coacción. «Los principales f u n d a m e n t o s que p u e d e n t e n e r todos los Estados, t a n t o los nuevos c o m o los antiguos o mixtos, son las b u e n a s leyes y las buenas a r m a s . Y c o m o n o p u e d e h a b e r b u e n a s leyes donde no haya b u e n a s a r m a s , y d o n d e hay b u e n a s a r m a s conviene que haya b u e n a s leyes, d e j a r é p a r a o t r a ocasión el razonar sobre las leyes y h a b l a r é de las armas» 4 3 . En el p a s a j e quizá m á s f a m o s o de El Príncipe, Maquiavelo repite el m i s m o y revelador deslizamiento conceptual. La ley y la fuerza son los modos respectivos de regir a los h o m b r e s y a los animales, y el Príncipe debe ser u n «centauro», u n a mezcla de ambos. Pero en la práctica la «combinación» principesca de la que se ocupa Maquiavelo n o es la del centauro, medio h o m b r e y medio animal, sino —a causa de u n inmediato deslizamiento— la de dos animales, el «león» y la «zorra», la f u e r z a y el f r a u d e . «[...] Hay dos m a n e r a s de c o m b a t i r : u n a con las leyes y otra con la fuerza; la p r i m e r a es propia del hombre, la segunda lo es de los animales; p e r o c o m o m u c h a s veces la p r i m e r a no basta, conviene r e c u r r i r a la segunda. Por tanto, a u n príncipe le es necesario saber h a c e r b u e n u s o de u n a y o t r a . E s t o es lo que con palabras encubiertas enseñaron a los príncipes los antiguos autores, los cuales escribieron q u e Aquiles y m u c h o s otros príncipes de la Antigüedad f u e r o n confiados en su niñez al c e n t a u r o Quirón, p a r a que los custodiara b a j o su disciplina. Tener p o r p r e c e p t o r a u n m a e s t r o m i t a d bestia y m i t a d h o m b r e no quiere decir otra cosa sino que u n príncipe necesita saber u s a r u n a y otra naturaleza, y q u e la u n a sin la o t r a n o es d u r a d e r a . Así pues, viéndose u n príncipe en la necesidad de saber o b r a r c o m p e t e n t e m e n t e según la naturaleza de 42 II Principe e Discorsi, p. 97 [£í Príncipe, p. 176]. Compárese este tono con el de Bodin: «Aquel que por su propia autoridad se hace a sí mismo príncipe soberano, sin elección, derecho hereditario o sorteo, sino únicamente por la guerra o por una llamada divina especial, es un tirano». Un gobernante de este tipo «conculca las leyes de la naturaleza». Les six livres de la République, pp. 218, 211. « II Principe e Discorsi, p. 53 [El Príncipe, p. 131].

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los animales, debe e n t r e ellos i m i t a r a la zorra y al león [ ]» 44 El t e m o r de sus súbditos es preferible siempre a su afectop a r a controlarlos, la violencia y el engaño son superiores a lá legalidad. «Porque de los h o m b r e s en general se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores y disimulados q u e huyen de los peligros y están ansiosos de ganancias [ ] el a m o r se retiene p o r el vínculo de la gratitud, el cual, debido a la perversidad de los h o m b r e s , es r o t o en toda ocasión de propia utilidad; p e r o el t e m o r se m a n t i e n e con un miedo al castigo que no a b a n d o n a a los h o m b r e s nunca» 4 5 . Estos preceptos sumarios eran, en efecto, las recetas caseras de las pequeñas tiranías italianas; estaban m u y lejos de las realidades de las e s t r u c t u r a s ideológicas y políticas m u c h o más complejas del p o d e r de clase de las nuevas m o n a r q u í a s de Europa occidental. Maquiavelo n o entendió la inmensa fuerza histórica de la legitimidad dinástica, en la que estaba a f i n c a d o el nuevo absolutismo. Su m u n d o era el de los aventureros fugaces y el de los tiranos arribistas de las signorie italianassu modelo, César Borgia. El resultado del e s t u d i a d o «ilegitimismo» del e n f o q u e de Maquiavelo f u e su f a m o s o «tecnicismo», la defensa de los medios sin sanción de carácter moral p a r a la obtención de los fines políticos convencionales, disociados de imperativos o límites éticos. La conducta del príncipe sólo puede ser un catálogo de perfidia y crimen, u n a vez que se h a n disuelto todas las bases sociales y jurídicas estables del p o d e r que han desaparecido la solidaridad y la lealtad aristocráticas.' Para las épocas posteriores, esta separación e n t r e la ideología feudal o religiosa y el ejercicio práctico del poder, aparecía como el secreto, y la grandeza, de la m o d e r n i d a d de Maquiavelo 46 . Pero, de hecho, su teoría política, a p a r e n t e m e n t e tan m o d e r n a en su intención de racionalidad clínica, carecía significativamente de un concepto seguro y objetivo del Estado. En sus escritos hay u n a constante vacilación de vocabulario, en el que se alternan con indecisión los t é r m i n o s de cittá, governo, república o stato, p e r o en el que todos tienden a subordinarse al concepto que da n o m b r e a su obra central: el «príncipe», que puede ser señor t a n t o de una «república» como de un «prin'cipa" II Principe e Discorsi, p. 72 [El Príncipe, p. 151]. II Principe e Discorsi, pp. 69, 70 [El Príncipe, pp. 148 1491 Por supuesto, esto es exacto. Precisamente el hecho de oue Maquiavelo no estuviera arraigado en la principal corriente de su nrooia época histórica fue lo que produjo una obra política de importancia más general y perenne, después de que aquella hubiera pasado

166 Inglaterra do» 47 . Maquiavelo n u n c a distinguió p o r completo e n t r e el sob e r a n o personal, que en principio se podía situar en cualquier p a r t e a voluntad (César Borgia y sus equivalentes), y la estruct u r a4 8 impersonal de u n orden político con estabilidad territorial . La interconexión funcional entre a m b o s en la época del absolutismo era b a s t a n t e real, p e r o Maquiavelo, al no c a p t a r el vínculo social necesario e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza que constituía su mediación, tendió a reducir la noción de E s t a d o a la de propiedad pasiva de u n príncipe individual, o r n a m e n t o accesorio de su poder. La consecuencia de este voluntarismo es la curiosa p a r a d o j a central de la o b r a de Maquiavelo: su constante denuncia de los mercenarios y su enérgica defensa de u n a milicia u r b a n a c o m o única organización militar capaz de e j e c u t a r los proyectos de u n príncipe fuerte, que p u d i e r a ser el creador de u n a nueva Italia. Este es el t e m a de la vibrante llamada final de su o b r a más célebre, dirigida a los Médici: «Los mercenarios y las t r o p a s auxiliares son inútiles y peligrosos [ . . . ] c o n d u j e r o n a Italia a la esclavitud y al envilecimiento [ . . . ] Si quiere, pues, Vuestra Ilustre Casa imitar a los insignes varones que libraron sus provincias, es necesario, antes que cualquier cosa, como v e r d a d e r 4o9 f u n d a m e n t o de toda empresa, proveerse de ejércitos propios» . Maquiavelo dedicaría después El arte de la guerra a d e f e n d e r u n a vez m á s su r a z o n a m i e n t o militar a favor de la formación de u n e j é r c i t o de ciudadanos, r a z o n a m i e n t o a d o b a d o con todos los ejemplos de la Antigüedad.

Maquiavelo creía que los mercenarios eran la causa de la debilidad política italiana, y en su calidad de secretario de la república había intentado a r m a r a los campesinos locales p a r a la defensa de Florencia. N a t u r a l m e n t e , los mercenarios f u e r o n « Pueden verse algunos ejemplos en II Principe e Discorsi. pp. 129-31, 309-11 355-7 Véanse los comentarios de Chabod en «Alcum questiom di terminología: Stato, nazione, patria nel linguaggio del cinquecento», L idea di nazione, Bari, 1967, pp. 145-53. " Hay unos pocos y breves pasajes en Maquiavelo que indican una conciencia de los límites de su concepción dominante del Estado: «[ ] los estados que surgen de repente, como todas las demás cosas de la naturaleza que nacen y crecen con prontitud, no pueden tener las raíces y ramificaciones necesarias, de modo que el primer choque de la adversidad los arruina». II Principe e Discorsi, p. 34 [El Principe, p . 1 1 0 ] Procacci, en su valiosa introducción, insiste mucho en los términos barbe e correspondente (raíces y ramificaciones) como prueba de Que Maquiavelo tenía un concepto objetivo del Estado del príncipe («Introduzione» páginas L ss.). Pero lo que realmente llama más la atención acerca de estos términos relacionados es que carecen de consecuencias o de ecos en la totalidad de El Príncipe. „ „ . „ . . _ , _ . . m m 1841 « II Principe e Discorsi, pp. 53, 58, 104 [El Principe, pp. 131, 136, .84],

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la condición previa de los nuevos ejércitos reales m á s allá de los Alpes, mientras que sus milicias neocomunales f u e r o n derrotadas p o r tropas regulares con la m a y o r facilidad 5 0 . La razón de su e r r o r militar procedía, sin embargo, del núcleo de su p e n s a m i e n t o político. En efecto, Maquiavelo c o n f u n d í a el sist e m a e u r o p e o de mercenarios con el sistema italiano de condottieri; la diferencia consistía precisamente en q u e los condottieri italianos poseían sus propios soldados, subastándolos o llevándolos de un sitio a o t r o en las guerras locales, m i e n t r a s que los m o n a r c a s de más allá de los Alpes f o r m a b a n o contrat a b a n a los cuerpos mercenarios directamente b a j o su propio control, p a r a constituir la vanguardia de ejércitos p e r m a n e n t e s y profesionales. La mezcla del concepto de E s t a d o de Maquiavelo, como propiedad adventicia del Príncipe, con su aceptación de los aventureros como príncipes, f u e lo que le c o n d u j o al e r r o r de pensar que los volátiles condottieri eran característicos de la guerra mercenaria en E u r o p a . Lo que Maquiavelo no s u p o apreciar f u e el p o d e r de la a u t o r i d a d dinástica, enraizada en u n a nobleza feudal, que convertía el u s o de t r o p a s mercenarias reales no sólo en algo más seguro, sino superior a cualquier o t r o sistema militar entonces posible. La incongruencia lógica de u n a milicia ciudadana b a j o u n a tiranía u s u r p a d o r a , c o m o f ó r m u l a p a r a la liberación de Italia, es ú n i c a m e n t e el sign o desesperado de la imposibilidad histórica de u n a signoria peninsular. Aparte de eso, sólo q u e d a b a n las recetas banales de engaño y ferocidad a las que se ha llegado a d a r el n o m b r e de maquiavelismo 5 1 . Esos consejos del secretario f l o r e n t i n o eran tan sólo una teoría de la debilidad política: su tecnicismo e r a u n e m p i r i s m o inconsciente, incapaz de d e s c u b r i r las causas sociales más p r o f u n d a s de los hechos que n a r r a b a , y confinado a su vana, superficial, mefistofélica y utópica manipulación. Así pues, la obra de Maquiavelo refleja f u n d a m e n t a l m e n t e , en su e s t r u c t u r a interna, el callejón sin salida de las ciudadesE s t a d o italianas en vísperas de su absorción. Es la m e j o r guía hacia su definitivo final. Como veremos, en Rusia y en Prusia " Sobre este episodio, véase Omán, A history of war in the sixteenth century, pp. 96, 97. 51 En general, este aspecto de la obra ; e Maquiavelo, que dio origen a su sensacional «leyenda» durante Ir siglos posteriores, lo pasan por alto sus comentaristas más serios de hoy, que le conceden poco interés intelectual. De hecho, es conceptualmente inseparable de la estructura teórica de su obra, y no puede ser objeto de una cortés ignorancia- es el residuo necesario y lógico de su pensamiento. Véase el mejor y más poderoso análisis del verdadero significado del «maquiavelismo» en Georges Mounin, Machiavel, París, 1966, pp 202-12.

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aparecía u n s u p e r a b s o l u t i s m o sobre u n vacío de ciudades. E n Italia y en la Alemania situada al oeste del Elba, la densidad de ciudades p r o d u j o u n a especie de «microabsolutismo», u n a proliferación de pequeños principados que cristalizó las divisiones del país. Estos estados en m i n i a t u r a n o e s t a b a n en condiciones de resistir a las vecinas m o n a r q u í a s feudales, y muy p r o n t o la península se vio obligada p o r los conquistadores ext r a n j e r o s a a d o p t a r las n o r m a s europeas. Francia y E s p a ñ a se pusieron de a c u e r d o p a r a su control, en las p r i m e r a s décadas de su respectiva integración política, a finales del siglo xv. Italia, incapaz de p r o d u c i r u n absolutismo nacional desde dentro, se vio condenada a s u f r i r u n o e x t r a n j e r o desde f u e r a . E n el medio siglo que va desde la m a r c h a de Carlos V I I I sobre Nápoles, en 1494, h a s t a la d e r r o t a de E n r i q u e II en San Quintín, en 1557, los Valois f u e r o n tenidos a raya p o r los Habsburgo, y el p r e m i o recayó en España. El dominio español, anclado en Sicilia, Nápoles y Milán, coordinó a la península y domesticó al p a p a d o b a j o la b a n d e r a de la C o n t r a r r e f o r m a . Paradójicamente, el avance económico del n o r t e de Italia la condenó después a u n largo ciclo de a t r a s o político. El r e s u l t a d o final, u n a vez consolidado el p o d e r de los Habsburgo, f u e el retroceso económico: la ruralización de los patriciados u r b a n o s , que en su decadencia a b a n d o n a r o n las finanzas y las m a n u f a c t u r a s p o r las inversiones en tierras. De ahí las «cien ciudades del silencio» a las que Gramsci se refiere u n a y o t r a vez 52 . Por u n a B

Quaderni del carcere, Turín, 1975, pp. 774, 1560, 2035-2036. La frase está tomada del poema de D'Annunzio. Los análisis de Gramsci sobre el problema de la unidad italiana en el Renacimiento —por el que estaba profundamente preocupado— se resienten del punto de partida implícito de que las nuevas monarquías europeas que estaban unificando a Francia Inglaterra y España tenían un carácter burgués (o al menos representaban un equilibrio entre la burguesía y la aristocracia). Así, Gramsci tiende a mezclar de forma ilegítima los dos problemas históricos diferentes de la ausencia de un absolutismo unitario en el Renacimiento y el de la posterior carencia de una revolución democrática radical en el Risorgimento. Ambos se convierten así en la prueba del fracaso de la burguesía italiana; el primero, debido al corporativismo y la involución de las comunas a finales de la época medieval y a comienzos de la moderna- el segundo, a causa de la confabulación de los moderados y los latifundistas del sur en el siglo xix. Sin embargo, como ya hemos visto lo cierto es precisamente lo contrario. La ausencia de una nobleza feudal dominante fue lo que impidió la aparición de un absolutismo peninsular, y de ahí la de un Estado unitario, contemporáneo de los de Francia o España! y la presencia regional de esa nobleza en el Piamonte fue lo que permitió la creación de un Estado que proporcionaría el trampolín para vocación velo como la unificación de prisma Gramscicentral tardía reflejaen a entravés labuena era del del medida cual capitalismo consideró su d e p e industrial. n d eel n c . Renacimiento, a de La Maqu equia-

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curiosa compresión de épocas históricas, sería f i n a l m e n t e la monarquía piamontesa la que conseguiría la unificación nacional en la era de las revoluciones burguesas en Occidente. De hecho, Piamonte aportó la base lógica p a r a esta unificación p o r q u e solo allí había aparecido un a b s o l u t i s m o riguroso y autóctono, directamente basado sobre u n a nobleza feudal en u n a formación social dominada p o r la servidumbre. El E s t a d o construido p o r Manuel Filiberto y Carlos Manuel en Saboya era económicamente rudimentario en comparación con Venecia o Milán, p e r o precisamente p o r esta razón sería el único núcleo territorial capaz de un posterior avance político. Su posición geográfica a caballo de los Alpes f u e decisiva para este destino excepcional. Esa posición significó, en efecto, que Saboya p u d o m a n t e n e r su a u t o n o m í a y a m p l i a r sus fronteras durante tres siglos, aliándose con las dos grandes potencias del continente en la lucha con las otras; p r i m e r o con Francia contra España, y después con Austria contra Francia. En 1460, en vísperas de las invasiones e x t r a n j e r a s que c e r r a r o n el Renacimiento, Piamonte era el único E s t a d o independiente de Italia con un influyente sistema de Estados 5 3 , n a t u r a l m e n t e a causa de que era quizá la formación social m á s feudal de la península. Los Estados estaban organizados en u n sistema tricurial convencional, d o m i n a d o p o r la nobleza. Las rentas de los duques dirigentes e r a n pequeñas, y su a u t o r i d a d limitada, aunque el clero —que poseía u n tercio de la tierra— era normalm e n t e su aliado. Los Estados se negaron a conceder subsidios para un ejército p e r m a n e n t e . Así, en la década de 1530 las tropas francesas y españolas ocuparon las zonas occidental y oriental de Piamonte, respectivamente. En la zona francesa, los Estados se mantuvieron como états provinciales del reino Valois, mientras que en la española f u e r o n suprimidos desde 1555. La administración f r a n c e s a reorganizó y modernizó el arcaico sistema político local; el beneficiario de su obra f u e

y su creencia de que Maquiavelo representaba un «jacobinismo precoz» (vease especialmente Note sul Machiavelli, pp. 6-7, 14-16). Maquiavelo en su propia época, confundió dos tiempos históricos diferentes al imaginar que un príncipe italiano podía crear un poderoso Estado autocrático por medio de la resurrección de las milicias ciudadanas típicas de las ^comunas del siglo xn, muertas desde hacía ya mucho tiempo. Junto con Sicilia, que presumiblemente era la otra región con un poderoso sistema estamental, pero que ya era parte del reino de Aragón: H. G. Koenigsberger, «The parliament of Piedmont during the Renaissance, 1640-1560» Studies presented to the International Commission Re r • tHe"ÁSt0ry°J P esentative and Parliamentary Institutions, ix, Lovama, 1952, p. 70.

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el d u q u e Manuel Filiberto. E d u c a d o en E s p a ñ a y combatiente en Flandes, este aliado de los H a b s b u r g o y vencedor en San Quintín r e c u p e r ó todo su p a t r i m o n i o con el t r a t a d o de CateauCambrésis. El enérgico y autoritario d u q u e —Testa di Ferro p a r a sus contemporáneos— convocó p o r última vez los Estados en 1560, obtuvo u n amplio subsidio p a r a u n e j é r c i t o p e r m a n e n t e de 24.000 h o m b r e s , e i n m e d i a t a m e n t e los disolvió p a r a siempre. A p a r t i r de entonces se conservaron y desarrollaron las innovaciones institucionales de los treinta años de dominio Valois: Consejo de E s t a d o ejecutivo, p a r l a m e n t o s judiciales, lettere di giussione reales (esto es, lits de justice), código legal único, m o n e d a única y reorganización de las finanzas, legislación suntuaria. Manuel Filiberto, que quintuplicó sus ingresos, creó u n a corte nobiliaria, nueva y leal, p o r medio de u n a hábil distribución de títulos y cargos. B a j o el gobierno de u n d u q u e que f u e u n o de los p r i m e r o s soberanos de E u r o p a en p r o c l a m a r s e libre de todas las restricciones legislativas —Noi, come principi, siamo da ogni legge sciolti e liberi—M, Piamonte se dirigió r á p i d a m e n t e hacia u n a t e m p r a n a centralización principesca. E n adelante, la dinastía piamontesa tendió siempre a apropiarse los mecanismos y las f o r m a s políticas del absolutismo francés, a u n q u e resistiendo su absorción territorial en éste. El siglo x v n presenció, sin embargo, recaídas prolongadas en anárquicas guerras civiles y luchas nobiliarias —graves y largos ecos de la Fronda— b a j o varios gobernantes débiles. Los múltiples enclaves y las f r o n t e r a s inciertas del E s t a d o en u n a zona tapón de E u r o p a impidieron u n control ducal f i r m e de las mesetas alpinas. El avance hacia u n absolutismo centralizado f u e r e a n u d a d o decisivamente p o r Víctor Manuel II a principios del siglo x v i n . Un hábil cambio de alianzas en la guerra de sucesión española, de Francia a Austria, aseguró a Piamonte el cond a d o de M o n t f e r r a t y la isla de Cerdeña, y el reconocimiento europeo de su elevación de ducado a m o n a r q u í a . Víctor Manuel, sinuoso en la guerra, aprovechó la paz p a r a instalar u n a administración rígida, según el modelo de Colbert, completada con un sistema de consejos y de intendants. Además, eliminó el carácter feudal de amplias áreas de tierra nobiliaria p o r medio de u n nuevo registro catastral —la perequazione de 1731—, 54 «Nos, como príncipe, estamos exentos y libres de toda ley»: la pretensión ducal era, por supuesto, una traducción directa de la famosa máxima romana. Para un balance de las reformas de Manuel Filiberto en el Piamonte véase Vittorio de Caprariis, «L'Italia nell'Eta della Controriforma», en Niño Valen, comp., Storia d'Italia, II, Turín, 1965, páginas 526-30.

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a u m e n t a n d o así los ingresos fiscales, ya q u e las propiedades alodiales e s t a b a n s u j e t a s a contribución 5 5 ; construyó u n a gran e s t r u c t u r a militar y diplomática en la que se integró la aristocracia; eliminó las i n m u n i d a d e s clericales y sometió a la Iglesia; en fin, llevó a cabo un enérgico mercantilismo proteccionista, que incluía el desarrollo de c a r r e t e r a s y canales, la promoción de m a n u f a c t u r a s p a r a la exportación y la construcción de u n a capital m a y o r en Turín. Su sucesor, Carlos Manuel III, se alió h á b i l m e n t e con Francia c o n t r a Austria en la guerra de sucesión polaca, p a r a conseguir u n a p a r t e de la llanura lombarda, y, p o s t e r i o r m e n t e , con Austria c o n t r a Francia en la guerra de sucesión austríaca, p a r a conservarla. El absolutismo piamontés fue, p o r tanto, u n o de los m á s coherentes y afort u n a d o s de esta época. Como los o t r o s dos experimentos de u n absolutismo f u e r t e y modernizado que tuvieron lugar en el s u r —los regímenes de Tanucci en Nápoles y de Pombal en Portugal— estaba cronológicamente r e t r a s a d o : su cima creadora llegó en el siglo x v m y n o en el x v n . Pero, p o r lo d e m á s su modelo f u e m u y similar a los de sus m á s i m p o r t a n t e s mentores. Efectivamente, en la época de su apogeo el absolutismo piamontés gastaba p r o p o r c i o n a l m e n t e m á s en su ejército — u n c u e r p o profesional bien entrenado— que cualquier o t r o E s t a d o de. E u r o p a occidental 5 6 . Este a p a r a t o militar aristocrático le sería de u n valor inestimable en el f u t u r o .

La perequazione se analiza en S. J. Woolf, Studi sulla nobiltá piemóntese nell época delVassolutismo, Turín, 1963, pp. 69-75. El significado de este hecho para la historia general del absolutismo es claro. En un sistema político medieval, donde no existía un sistema impositivo central el interés económico de un señor consistía en multiplicar el número de feudos - q u e le debían servicios militares y prestacions f e u d a l e s - v en reducir el numero de propiedades alodiales, con su titularidad incondicional y, por tanto, su carencia de obligaciones hacia un superior feudal. Con la llegada de un sistema fiscal centralizado, la situación cambió por completo: los feudos quedaban fuera de las tasaciones de impuestos, porque prestaban unos servicios militares que ahora ya eran meramente simbólicos, mientras que las propiedades alodiales eran susceptibles de tributación como lo eran las propiedades urbanas o campesinas Prácticamente al mismo tiempo, en 1717, Federico Guillermo I introdujo en Prusia una reforma similar para «conmutar» el servicio de caballería por un impuesto, por medio de la conversión de la propiedad feudal en alodial, y terminando así en realidad con la inmunidad fiscal de la nobleza. La medida levantó entre los junkers una tormenta de indignación C L f in '* °™e Piemonte nella prima metd del settecento, M , , " Módena, 1957, pp. 103-6. Quazza piensa que posiblemente sólo Prusia igualó o superó al Piamonte en gastos militares durante este siglo.

7.

SUECIA

El repentino ascenso de u n absolutismo sueco en los p r i m e r o s años del siglo xvi, p a s a n d o p r á c t i c a m e n t e sin transición del p r i m e r tipo «medieval» al p r i m e r tipo «moderno» de E s t a d o feudal, no tuvo ningún equivalente en E u r o p a occidental. La aparición del nuevo E s t a d o f u e precipitada desde el exterior. E n 1520, el nuevo rey danés, Cristián II, m a r c h ó con un ejército sobre Suecia p a r a i m p o n e r allí su autoridad, d e r r o t a n d o y ejec u t a n d o a la facción oligárquica de los Stura, que habían gob e r n a d o de jacto al país como u n a regencia local d u r a n t e los últimos años de la Unión de Kalmar. La perspectiva de u n a f u e r t e m o n a r q u í a e x t r a n j e r a imponiéndose sobre Suecia unió a la aristocracia local y a algunos sectores del campesinado independiente t r a s u n noble u s u r p a d o r , Gustavo Vasa, que se levantó c o n t r a el dominio danés y estableció su propio gobierno sobre el país tres años después, con ayuda de Lübeck, enemigo y rival hanseático de Dinamarca. Gustavo, u n a vez instalado en el poder, procedió rápida y enérgicamente a echar las b a s e s de u n f i r m e E s t a d o m o n á r q u i c o en Suecia, Su p r i m e r y decisivo movimiento f u e p o n e r en m a r c h a la expropiación de la Iglesia, b a j o la o p o r t u n a b a n d e r a de la Ref o r m a . E s t e proceso, iniciado en 1527, f u e c o m p l e t a d o eficazm e n t e en 1544, c u a n d o Suecia se convirtió oficialmente en un país luterano. La R e f o r m a de Vasa fue, sin d u d a alguna, la mej o r operación económica de su clase realizada p o r ninguna dinastía en E u r o p a . Porque, en contraste con los desperdiciados resultados de la confiscación de los monasterios p o r los T u d o r o de la secularización de las tierras eclesiásticas por los príncipes germanos, p r á c t i c a m e n t e todo el aluvión de propiedades eclesiásticas pasó en bloc a la m o n a r q u í a sueca. Gracias a estas confiscaciones, Gustavo quintuplicó las tierras reales, a d e m á s de anexionarse dos tercios de los diezmos previamente i m p u e s t o s p o r los obispos a la población, y de a p o d e r a r s e de inmensos tesoros de plata procedentes de iglesias y monaster i o s P o r m e d i o de la explotación de las minas de plata, del ' Michael Roberts, The early Vasas. Cambridge, 1968, pp. 178-9. El de fengua inglesa tiene la fortuna de disponer de la amplia y dis-

lector

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f o m e n t o de las exportaciones de h i e r r o y de la supervisión minuciosa de las r e n t a s e ingresos de su reino, Gustavo acumuló antes de su m u e r t e u n inmenso excedente, sin u n increm e n t o similar d e los impuestos. Simultáneamente, amplió el a p a r a t o a d m i n i s t r a t i v o real p a r a la dirección del país, triplicando el n ú m e r o de f u n c i o n a r i o s y poniendo a p r u e b a u n a burocracia central d i s e ñ a d a p a r a él p o r consejeros alemanes. Las a u t o n o m í a s regionales de los t u r b u l e n t o s distritos mineros de Dalarna f u e r o n s u p r i m i d a s , y en Estocolmo se estableció una guarnición p e r m a n e n t e . La nobleza, cuya rivalidad económica con el clero se h a b í a utilizado p a r a asociarla a la expropiación de las tierras de la Iglesia, recibió cada vez menos el simple f e u d o de caballero, el viejo lan pá tjanst, y se le confirió cada vez más el nuevo fórlaning, u n a especie de beneficio semiministerial de alcance m á s limitado, que se reducía a la asignación de r e n t a s reales específicas p a r a específicos n o m b r a m i e n t o s administrativos. E s t a medida centralizadora n o enemistó a la aristocracia, q u e m o s t r ó u n a solidaridad de f o n d o con el régim e n a lo largo de todo el gobierno de Gustavo, intensificada con la d e r r o t a de las rebeliones campesinas en Dalarna (1527) y Smáland (1543-44), y con la humillación militar de Lübeck. El tradicional rád de los magnates se m a n t u v o en función de consejo p a r a a s u n t o s de importancia política, pero quedó excluido de la a d m i n i s t r a c i ó n diaria. La innovación f u n d a m e n t a l de la m a q u i n a r i a política de los Vasa f u e el uso constante, en la p r i m e r a p a r t e del reinado de Gustavo, de la Asamblea de Estados o Riksdag, q u e f u e convocada r e p e t i d a m e n t e p a r a legit i m a r los actos d e la nueva dinastía, d a n d o u n sello de aprobación p o p u l a r a la política de la m o n a r q u í a . A este respecto, la hazaña más i m p o r t a n t e de Gustavo fue asegurar en 1544 la aceptación p o r los E s t a d o s reunidos en Vásterás del principio de que la m o n a r q u í a ya n o podía ser electiva p o r más tiempo, sino q u e h a b r í a de ser hereditaria en la casa de los V a s a 2 . Los hijos de Gustavo I, Erik XIV y Juan, heredaron, pues, u n E s t a d o firme, a u n q u e algo primitivo, que había m a n t e n i d o relaciones cordiales con la aristocracia, imponiéndole pocas cartinguida oeuvre de este historiador del primer período de la era moderna en Suecia. 1 La dura personalidad de Gustavo Vasa recuerda inevitablemente la sucesión de dirigentes que construyeron, inmediatamente antes que él, los estados de Europa occidental: Enrique VII, Luis XI y Fernando II, del mismo modo que su extravagante hijo mayor Erik XIV tiene cierto parecido con la llamativa inestabilidad de Enrique VIII y Francisco I. Un estudio sobrio de estos grupos y cambios generacionales quizá tendría más interés que las biografías convencionales.

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n o d a ñ a n d o sus privilegios. E r i k X I V , que sucedió, * G t » 1560 r e f o r m ó v amplió el e j é r c i t o , intensificando las T ü J d o i e s de servicio" militar de la nobleza. Creó también ° n n u e r a sistema de títulos, confiriendo a los magnates los rande c o n d e y barón, e invistiéndolos con los feudos hereditarios clásicos E n el exterior, su r e i n a d o inauguró el expannrúsmo sueco en el n o r t e del Báltico. Con el inminente colapso de la S r d e n de !os Caballeros de Livonia ante el ataque ruso y í ntervención de Polonia p a r a a s e g u r a r su herencia, Suecia o c u p Í R e v a l a, o t r o lado del golfo de Finlandia. A esto siguió una lucha c o n f u s a e intrincada e n t r e las potencias del Báltico ñor controlar Livonia. En 1568, Erik XIV - v í c t i m a de sospec h L P o l e n t a s por p a r t e de los principales denuesto p o r desequilibrado. Su h e r m a n o J u a n I I I , que le s S S prosiguió la guerra de Livonia con mayor éxito gracias a un cambio de alianzas a favor de Polonia contra Rusia^ A finales ^ e la década de 1570, las f u e r z a s polacas e m p u j a r o n a os eiérritos de Iván IV hasta Pskov, m i e n t r a s las t r o p a s suecas c o n q u i s t a b a n Estonia: las bases de u n imperio exterior suec o e s t Z n echadas. En el interior se p r o d u c í a mientras anto una c a r r e r a acelerada tras los beneficios forlaningar, que la m o n a r q u í a confiaba cada vez más a hasta el p u n t o de que en 1590 solo u n tercio H n r p < ¡ arribistas de elloT e s t a b a en m a n o s e e la nobleza> Así(pues y; a pesar de los éxitos de los Vasa en la guerra de Livonia, las fricciones e n t r e la m o n a r q u í a y la aristocracia crecían a ojos vistas hacia fina le s d e s i g l o La subida al trono del h i j o católico de J u a n I I I Segismundo, en 1592, precipitó i n m e d i a t a m e n t e un p e n o d o de conflictos religiosos y políticos agudos, q u e a m e n a z a r o n la esteS a d del E s t a d o real. Segismundo, p a r t i d a r i o devoto dé la C o n t r a r r e f o r m a , había sido elegido - y de Polonia cinco anos antes, a causa, en parte, de los lazos ¿ m á s icos de los Va a p o r m a t r i m o n i o s con la ya extinta lmea de los Jagellón Obli S d o por la nobleza sueca, como condición p a r a ser aceptado a r e s p e t a r el luteranismo en Suecia y a abstenerse de toda unificación administrativa de sus dos reinos, Segismundo res d ó d u r a n t e diez años en Polonia, como m o n a r c a a u s e n t e ^ E n este oeríodo gobernaron Suecia su tío Carlos, d u q u e de Soder m a n l a n d y el rád de los magnates. Segismundo f u e m a n t e n i d o lefos de su reino del norte p o r u n a c u e r d o e n t r e el d u q u e y a n o b l e z a E poder concentrado p o r Carlos, cada vez m á s arbit r a r i o Te enemistó finalmente con la alta aristocracia, que se

eas y g

J p n

' Roberts, The early Vasas,

p. 306.

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unió a Segismundo c u a n d o éste volvió en 1604 p a r a r e c u p e r a r su p a t r i m o n i o de la usurpación de su tío. La confrontación a r m a d a resultante terminó con la victoria del duque, muy favorecido p o r la p r o p a g a n d a antipapal contra Segismundo, a quien se p r e s e n t ó como una amenaza de recatolización de Suecia. La toma del poder p o r el d u q u e —convertido a h o r a en Carlos IX— q u e d ó sellada con la m a t a n z a legal de los magnates constitucionalistas del rád que se habían puesto del lado del contendiente vencido en el conflicto dinástico. La represión y la neutralización del rád por Carlos IX f u e a c o m p a ñ a d a , significativamente, p o r frenéticas convocatorias del Riksdag, que se m o s t r ó una vez más como un i n s t r u m e n t o dócil y manipulable del absolutismo sueco. La nobleza f u e m a n t e n i d a a distancia de la administración central, a la vez que se a u m e n t a b a n sus obligaciones militares. Para calmar el disgusto y el desprecio aristocrático p o r su usurpación, el rey distribuyó a los nobles las tierras confiscadas a los magnates de la oposición que habían a b a n d o n a d o el país con Segismundo, y les concedió u n a más amplia participación en los forláningar4. Pero a su m u e r t e , en 1611, el grado de tensión y de recelo e n t r e la dinastía y la aristocracia, que había crecido a lo largo de los años, se reveló con toda claridad. La nobleza aprovechó i n m e d i a t a m e n t e la o p o r t u n i d a d de una minoría real p a r a imponer en 1612 u n a Carta que condenaba f o r m a l m e n t e las ilegalidades del pasado reino, restablecía el p o d e r del rád sobre los impuestos y los a s u n t o s de Estado, garantizaba la primacía nobiliaria en los n o m b r a m i e n t o s p a r a la burocracia y aseguraba la posesión del cargo y de salarios fijos a los funcionarios del Estado. El reinado de Gustavo Adolfo comenzó, pues, con un pacto constitucional, c u i d a d o s a m e n t e destinado a impedir la repetición de la tiranía de su padre. De hecho, Gustavo Adolfo no m o s t r ó ninguna inclinación de volver a u n a cruda autocracia real. Su gobierno, p o r el contrario, presenció la reconciliación e integración de la m o n a r q u í a y la nobleza: el a p a r a t o de E s t a d o d e j ó de ser un r u d i m e n t a r i o p a t r i m o n i o dinástico, a medida que la aristocracia se alistaba colectivamente en la administración y el ejército, m o d e r n o s y poderosos, construidos ahora en Suecia. El gran canciller de Gustavo Adolfo, Oxenstierna, reorganizó todo el sistema ejecutivo en cinco colegios centrales, dirigidos por b u r ó c r a t a s de la nobleza. El rád se convirtió en u n Consejo Privado de carácter regular p a r a deliberar sobre la política pública. Los procedimientos legislativos y la composición del 4

Roberts, The early Vasas,

p. 440.

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Riksdag se codificaron en 1617; u n a ordenanza dividió legalm e n t e a la aristocracia en tres grados y le concedió u n a c á m a r a especial o Riddarhus, en 1626, que en adelante pasó a ser el foco d o m i n a n t e de la asamblea de los Estados. El país se dividió en 24 unidades provinciales (llamadas f o r m a l m e n t e lan), a cuyo f r e n t e se instaló u n landhóvding o g o b e r n a d o r escogido e n t r e la nobleza 5 . Se impulsó u n sistema educativo modernizado, a la vez que la ideología oficial exaltaba la ascendencia étnica de la clase dirigente sueca, cuyos a n t e p a s a d o s «godos» habían dom i n a d o en o t r o tiempo E u r o p a . Mientras tanto, los gastos de la flota se multiplicaron p o r seis d u r a n t e el reinado de Gustavo Adolfo, y el n ú m e r o de soldados nativos se cuadruplicó 6 . E s t a p r o f u n d a racionalización y este nuevo vigor del absolutism o sueco en el interior p r o p o r c i o n a r o n la p l a t a f o r m a p a r a la expansión militar de Gustavo Adolfo en el exterior. Librándose de la d e s a f o r t u n a d a guerra con Dinamarca, que había h e r e d a d o de Carlos IX, p o r la f i r m a de u n a paz costosa al comienzo de su reinado, el rey concentró sus objetivos iniciales en el t e a t r o del Báltico norte, donde Rusia estaba aún sacudida p o r el «período de trastornos», y su h e r m a n o Carlos Felipe casi se había instalado como zar con el apoyo de los boyardos y de los cosacos. P r o n t o obtuvo ganancias territoriales a expensas de los rusos. Por el t r a t a d o de Stolbova, en 1617, Suecia adquirió Ingria y Karelia, lo que le daba el dominio absoluto del golfo de Finlandia. Cuatro años m á s tarde, Gustavo Adolfo a r r e b a t ó Riga a Polonia. En 1625-26, los ejércitos suecos arrollaron a las fuerzas polacas en Livonia, c o n q u i s t a n d o toda la región. La operación siguiente f u e u n a t a q u e anfibio sobre la m i s m a Polonia, de la que todavía era soberano Segismundo. Fueron t o m a d o s los enclaves estratégicos de acceso a la Prusia oriental, con la anexión de Memel, Pillau y Elbing, y a p a r t i r de entonces se impusieron f u e r t e s p e a j e s sobre el comercio de gran o del Báltico sur. La conclusión de la c a m p a ñ a polaca en 1629 f u e seguida i n m e d i a t a m e n t e por la e n t r a d a sueca en P o m e r a n i a en 1630, con lo que se inauguró la trascendental intervención de Gustavo Adolfo en la lucha p o r Alemania d u r a n t e la guerra de los Treinta Años. En ese m o m e n t o , la fuerza total del apar a t o militar sueco c o m p r e n d í a unos 72.000 h o m b r e s , de los que algo más de la m i t a d eran soldados nativos. Los planes bélicos p a r a 1630 c o n t e m p l a b a n el despliegue de 46.000 hom! Michael Roberts, Gustavus Adolphus; a history of 1632, i, Londres, 1953, pp. 265-78, 293-7, 319-24. 6 Pierre Jeannin, L'Europe du nord-ouest et du nord XVIII' siécles, París, 1969, p. 130.

Sweden, aux

A Vil

1611et

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b r e s p a r a la expedición a Alemania, pero nunca se alcanzó esta m e t a 7 . A pesar de ello, Gustavo Adolfo c o n d u j o victoriosamente a sus ejércitos, en dos cortos años, d i b u j a n d o un gran arco desde B r a n d e m b u r g o hasta Baviera a través de Renania, con lo que hizo saltar las posiciones de los H a b s b u r g o en el imperio. A la m u e r t e del rey, en 1632, en el victorioso campo de batalla de Lutzen, Suecia era el á r b i t r o de Alemania y la potencia d o m i n a n t e en todo el norte de Europa. ¿Qué hizo posible esta subida meteórica del absolutismo sueco? Para e n t e n d e r su naturaleza y su dinámica es necesario volver la m i r a d a hacia los rasgos distintivos de la Escandinavia medieval, más a r r i b a esbozados. La particularidad fundamental de la formación social sueca en vísperas de la época Vasa era la feudalización notablemente incompleta de las relaciones de producción de su economía rural. A principios del siglo xvi ocupaba todavía la mitad de la tierra cultivada u n campesinado de pequeños a r r e n d a t a r i o s de tipo prefeudal. Esto no significa, sin embargo, que Suecia «nunca conoció el feudalismo», como se a f i r m a con f r e c u e n c i a 8 , p o r q u e la otra mitad de la agricultura sueca era un c o m p l e j o real-clerical-nobiliario, en el que se extraía excedente p o r medios feudales convencionales de u n campesinado dependiente. Aunque los a r r e n d a t a r i o s de este sector nunca estuvieron sometidos jurídicamente a la servidumbre, mediante coacción extraeconómica se obtenían de ellos rentas y servicios según los m é t o d o s usuales en toda Europa occidental d u r a n t e este período. El sector predominante en la economía sueca a lo largo de esta época era, pues, la agricultura específicamente feudal, p o r q u e si bien había u n a igualdad aproximada de tierras cultivadas e n t r e los dos sectores, puede darse p o r supuesto con seguridad que la productividad y el p r o d u c t o total eran en general mayores en las grandes propiedades reales y nobiliarias, como ocurría en E u r o p a occidental. Por otra parte, el a t r a s o extremo del c o n j u n t o de la economía era, a p r i m e r a vista, su característica más significativa en u n a perspectiva comparativa. Menos de la mitad del suelo era susceptible de cultivo con arado. La cebada constituía la a b r u m a d o r a mayor p a r t e de la cosecha de grano. La conso' R o b e r t s , Gustavus Adolphus: a history of Sweden, 1611-1632, n ,

Lon-

dres, 1958, pp. 414-5, 444. En realidad el rey comenzó sus campañas alemanas con unos 26.000 soldados. • Véase, por ejemplo, E. Hecksher, An economic historv of Sweden, Cambridge (Massachusetts), 1954, pp. 36-8; M. Roberts, «Introduction» á Ingvar Andersson, A history of Sweden, Londres, 1956, p. 5 (la contradicción con el libro al que sirve de introducción, véanse las pp. 43-4).

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lidación de las reservas señoriales era muy limitada: a mediados del siglo x v n sólo u n 8 p o r 100 de las fincas eran unidades señoriales 9 . Además, la e n o r m e extensión de la pequeña producción en las aldeas significaba que el índice de comercialización en la agricultura era p r o b a b l e m e n t e el más b a j o de todo el continente. Una economía n a t u r a l prevalecía en vastas zonas del país, hasta tal p u n t o q u e en fecha tan tardía como 1570 sólo el 6 p o r 100 de los ingresos reales —impuestos y rentas— se pagaban en moneda, y la mayor p a r t e de los cargos estatales se r e m u n e r a b a n igualmente en especie 10. En estas condiciones, con la t e m p e r a t u r a del intercambio m o n e t a r i o todavía b a j o cero, n o había posibilidad de un florecimiento de la economía u r b a n a . Las ciudades suecas eran pocas y débiles, en su mayor p a r t e f u n d a d a s y pobladas p o r alemanes; el comercio extranj e r o era prácticamente un monopolio de los m e r c a d e r e s hanseáticos. Prima facie, esta configuración parece n o t a b l e m e n t e inapropiada p a r a la repentina y t r i u n f a n t e aparición de u n absolutismo moderno. ¿Cuál es la explicación del éxito histórico del E s t a d o Vasa? La respuesta a esta p r e g u n t a nos lleva al núcleo del carácter específico del absolutismo sueco. La centralización del p o d e r real en los siglos xvi y x v n no f u e u n a respuesta a la crisis de la servidumbre ni a la desintegración del sistema señorial provocadas por el intercambio de mercancías y la diferenciación social en las aldeas. Tampoco f u e u n reflejo indirecto del crecimiento de u n capital mercantil local, ni de u n a economía u r b a n a . Su impulso inicial le llegó desde f u e r a : la amenaza de un riguroso dominio danés f u e lo que movilizó a la nobleza sueca tras Gustavo I, y el capital de Lübeck f u e quien financió su esfuerzo bélico contra Cristián II. Pero la coyuntura de la década de 1520 no constituye la matriz f u n d a m e n t a l del absolutismo sueco, que debe b u s c a r s e en la relación triangular de las fuerzas de clase d e n t r o del propio país. El modelo social básico y d e t e r m i n a n t e que existe t r a s esa relación puede resumirse, para n u e s t r o propósito, en una breve f ó r m u l a : la constelación occidental típica en la p r i m e r a época m o d e r n a f u e un absolutismo aristocrático, edificado sobre los f u n d a m e n t o s sociales de u n campesinado no servil y de unas ciudades ascendentes; la constelación típica en el Este f u e un absolutismo aristocrático erigido sobre los f u n d a m e n t o s de u n campesinado servil y de unas ciudades subyugadas. El absolutismo sueco, p o r el con' R o b e r t s , Gustavus Adolphus, II, p. 152. 10 R o b e r t s , Gustavus Adolphus, II, p. 44.

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trario, se c o n s t r u y ó sobre una base única p o r q u e —a causa de las razones más a r r i b a señaladas— combinó un campesinado libre con unas ciudades insignificantes. En otras palabras, un c o n j u n t o de dos variables «contradictorias», que se cruzan sob r e la principal división del continente. En las sociedades abrum a d o r a m e n t e r u r a l e s de la época, el p r i m e r t é r m i n o de la peculiar constelación sueca —un campesinado p e r s o n a l m e n t e libre— era «dominante», y aseguraba la convergencia fundam e n t a l de la historia sueca, desde un p u n t o de p a r t i d a muy diferente, con la de la E u r o p a occidental y n o con la de la oriental. Pero su segundo t é r m i n o —la insignificancia de las ciudades, corolario a su vez de la pervivencia de un amplio sector campesino n u n c a explotado p o r medio de los mecanismos feudales ortodoxos de extracción de excedente— era suficiente p a r a d a r a la naciente e s t r u c t u r a estatal de la m o n a r q u í a sueca su f o r m a distintiva. En efecto, a u n q u e en cierto sentido la nobleza fuese m u c h o menos p r e p o t e n t e en el c a m p o q u e sus equivalentes de los otros países de E u r o p a occidental, también estaba m u c h o m e n o s limitada o b j e t i v a m e n t e p o r la presencia de u n a burguesía u r b a n a . Había pocas posibilidades de u n a inversión radical de la posición del campesinado, p o r q u e el equilibrio de fuerzas sociales en la economía r u r a l se inclinaba con demasiada f u e r z a c o n t r a la posibilidad de u n a implantación violenta de la servidumbre. Las p r o f u n d a s raíces y la amplia expansión de la propiedad campesina independiente la hacían imposible, especialmente p o r q u e la m i s m a extensión de este sector reducía s i m u l t á n e a m e n t e el n ú m e r o de nobles a u n nivel excepcionalmente b a j o . Debe r e c o r d a r s e que la aristocracia sueca, a lo largo de todo el p r i m e r siglo de la soberanía de los Vasa, era una clase social muy pequeña en comparación con las europeas. En 1611 contaba alrededor de u n a s 400 ó 500 familias sobre u n a población de 1.300.000 habitantes, pero al menos entre la m i t a d y los dos tercios de éstas correspondían a rústicos modestos y bucólicos, o knapar, cuyos ingresos diferían muy poco de los de los campesinos prósperos. Cuando Gustavo Adolfo estableció u n a Riddarhusordning p a r a f i j a r legalmente los límites de todo el estamento, sólo 126 familias cumplieron en el año 1626 los requisitos p a r a ser a d m i t i d a s en é l E n t r e 25 y 30 de estas familias constituían el g r u p o interior de magnates del que salían tradicionalmente los consejeros del rád. La masa

11 Roberts, Gustavus Adolphus, II, p. 57. La población total indicada más arriba incluye a Finlandia; Suecia tenia alrededor de 900.000 habitantes en este período.

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f u n d a m e n t a l de la aristocracia sueca de esta época f u e siempre e s t r u c t u r a l m e n t e inadecuada p a r a u n asalto f r o n t a l c o n t r a el campesinado. Al m i s m o tiempo, n o existía ninguna amenaza burguesa c o n t r a su monopolio del p o d e r político. El o r d e n social sueco fue, pues, insólitamente estable m i e n t r a s no se ejercieron sobre él presiones exteriores. Fueron p r e c i s a m e n t e estas presiones, como ya se ha dicho, las que precipitaron la llegada inicial del régimen de los Vasa. En este m o m e n t o comenzó a ser i m p o r t a n t e u n a nueva característica de la situación sueca. D u r a n t e la E d a d Media nunca había existido u n a j e r a r q u í a feudal articulada d e n t r o de la nobleza, con u n a segmentación completa de la soberanía o cadenas de subinfeudación. El m i s m o sistema de feudos f u e tardío e imperfecto. Nunca se desarrolló, p o r tanto, un s e p a r a t i s m o feudal o de p o t e n t a d o s territoriales del tipo occidental. Y debido precisamente a que el sistema de vasallaje era reciente y poco p r o f u n d o , n u n c a p r o d u j o divisiones regionales f u e r t e s e n t r e la escasa nobleza sueca. La p r i m e r a aparición, v e r d a d e r a de u n p o d e r provincial fue, en realidad, u n a creación posterior de la propia m o n a r q u í a unitaria, y no un obstáculo anterior a ésta: las heredades ducales de Finlandia, Ostergótland y Sodermanland d e j a d a s p o r Gustavo Vasa en su t e s t a m e n t o a sus hijos pequeños, y que desaparecieron en el siglo siguiente 12. La consecuencia de todo lo anterior f u e que m i e n t r a s la necesidad interna de u n a b s o l u t i s m o centralizado no era grande —debido a q u e la presión sobre el c a m p e s i n a d o era imposible y el control de las ciudades n o era difícil—, los obstáculos con q u e tropezó d e n t r o de la clase d o m i n a n t e t e r r a t e n i e n t e t a m p o c o lo f u e r o n . Una nobleza p e q u e ñ a y c o m p a c t a se podía a d a p t a r con relativa facilidad a u n a m o n a r q u í a centralizada. La b a j a presión característica de la e s t r u c t u r a de clase básica q u e subyace al absolutismo sueco y d e t e r m i n a su f o r m a y su evolución, se hizo evidente en el singular papel del sistema de Estados. Por u n a parte, el Riksdag era políticamente único al incluir a u n específico e s t a m e n t o campesino d e n t r o de su sistema de c u a t r o curias, lo q u e carecía de paralelo en cualquier o t r o país de " La división de su país por Gustavo Vasa en su lecho de muerte, por medio de la creación de estos peligrosos infantazgos, después de dedicar toda su vida a la centralización monárquica, revela un rasgo típicamente feudal de muchos pioneros del absolutismo europeo. Puede compararse con las instrucciones testamentarias para el desmembramiento de los dominios de los Hohenzollern, más drásticas, incluso, dictadas por el Gran Elector, arquitecto supremo del Estado prusiano unitario. Para estos soberanos, un patrimonio dinástico siempre era potencialmente divisible.

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E u r o p a . Por otra parte, el Riksdag y, sobre todo, los delegados campesinos, f o r m a r o n un o r g a n i s m o curiosamente pasivo a lo largo de esta época, desprovisto de iniciativa legislativa, y respondiendo complacientemente a todas las peticiones reales. Así, los Vasa r e c u r r i e r o n con tanta frecuencia al Riksdag, que su gobierno se ha descrito sin p a r a d o j a como u n compendio del «absolutismo parlamentario», p o r q u e p r á c t i c a m e n t e todos los incrementos i m p o r t a n t e s del p o d e r real, desde la confiscación de las tierras de la Iglesia p o r Gustavo I en 1527 hasta la proclamación del derecho divino p o r Carlos XI en 1680, f u e r o n legitimados solemnemente por u n a asamblea leal. La resistencia aristocrática a la m o n a r q u í a se c o n c e n t r a b a casi siempre en el rád —descendiente directo de la curia regis medieval— y no en el Riksdag, donde el soberano reinante podía m a n i p u l a r n o r m a l m e n t e a los e s t a m e n t o s no nobiliarios contra la nobleza, en el caso de que surgiese e n t r e a m b o s algún conflicto 1 3 . El Riksdag, que era, a p r i m e r a vista, u n a institución muy audaz p a r a su tiempo, resultó de hecho n o t a b l e m e n t e inocuo. En este período, la m o n a r q u í a nunca tuvo ninguna dificultad p a r a utilizarlo en favor de sus propios objetivos políticos. Otro reflejo c o m p l e m e n t a r i o de la misma situación social básica de docilidad de los Estados p u e d e encontrarse en el ejército, porque, precis a m e n t e a causa de la existencia de un campesinado independiente, sólo el E s t a d o sueco podía m a n t e n e r en la E u r o p a renacentista un ejército con servicio obligatorio. El decreto p o r el que Gustavo Vasa creó el sistema utskrivning de reclutamiento r u r a l en 1544 nunca provocó el riesgo de una posible jacquerie, p o r q u e los soldados así reclutados nunca habían sido siervos; su condición legal y material era compatible con la lealtad en el campo de batalla. Pero aún queda el p r o b l e m a de saber cómo adquirió el absolutismo sueco no sólo los i n s t r u m e n t o s político-ideológicos, sino también los recursos militares necesarios p a r a su proyección europea, con una población que a principios del siglo x v n no pasaba de los 900.000 habitantes. En este punto, no puede eludirse la ley general de que un absolutismo viable p r e s u p o n e un nivel sustancial de monetarización, que u n a economía rural y n a t u r a l parece excluir. En Suecia, sin embargo, existía un enclave crucial de producción mercantil, cuyos beneficios desproporcionados c o m p e n s a r o n la deficiente comercialización de la 11 Toda la tradición y función del rád se examina en el ensayo de Roberts, «On aristocratic constitucionalism in Swedish history, 1520-1720» Essays in Swedish history, pp. 14-55.

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agricultura y s u m i n i s t r a r o n la f o r t u n a del E s t a d o de los Vasa en su fase de expansión exterior. Este enclave lo constituían la riqueza de mineral de hierro y los depósitos cupríferos de Bergslagen. La minería ocupó siempre u n a posición especial en las economías de transición en los albores de la E u r o p a moderna, no sólo p o r q u e representó d u r a n t e largo tiempo la mayor concentración de t r a b a j a d o r e s en u n a sola f o r m a de empresa, sino p o r q u e f u e siempre el p u n t o de apoyo de la economía monetaria p o r su producción de metales preciosos, a u n q u e no implicara p o r sí m i s m a necesariamente u n nivel avanzado del proceso m a n u f a c t u r e r o o de la d e m a n d a del mercado. Por otra parte, la tradición de los derechos regios sobre el subsuelo en la E u r o p a feudal significaba que, a menudo, pertenecían al príncipe de u n a u otra f o r m a . El cobre y el mineral de hierro suecos pueden compararse, p o r tanto, con la plata y el oro españoles p o r su impacto sobre el absolutismo local. Ambos permitieron la combinación de u n E s t a d o poderoso y agresivo con u n a f o r m a social carente de u n a gran riqueza agraria y de dinam i s m o mercantil. N a t u r a l m e n t e , Suecia estaba m á s desprovista de a m b o s que España. La cima de la expansión del cobre en Suecia estuvo directamente ligada al colapso de la m o n e d a de plata en Castilla, p o r q u e la emisión del nuevo vellón de cobre por Lerma, en la devaluación de 1599, f u e lo que creó u n a altísima d e m a n d a internacional de la producción de la K o p p a r b e r g de Falún. Gustavo Adolfo impuso f u e r t e s p e a j e s sobre las minas de cobre, organizó u n a compañía real p a r a la exportación con o b j e t o de a c a p a r a r el suministro y f i j a r los niveles de precios, y obtuvo amplios créditos holandeses p a r a sus guerras, concedidos contra sus activos mineros. Aunque el vellón f u e suprimido en 1626, Suecia continuó poseyendo u n monopolio virtual del cobre en toda E u r o p a . Mientras tanto, la industria del hierro progresó rápidamente, quintuplicando su producción hacia finales del siglo XVII, en que alcanzó la mitad de todas las exportaciones 14. Por otra parte, t a n t o el cobre como el hierro no eran tan sólo f u e n t e s directas de ingresos monetarios para el Estado absolutista; eran también los materiales indispensables p a r a su industria de a r m a s . Los cañones de b r o n c e eran el a r m a de artillería decisiva en esta época, y todos los demás tipos de a r m a m e n t o exigían u n hierro de alta calidad. Con la llegada del legendario e m p r e s a r i o valón Louis de Geer en la década de 1620, Suecia poseyó muy p r o n t o u n o de los mayores complejos de fabricación de a r m a s de E u r o p a . Las minas sumi14

Stewart Oakley, The story

of Sweden,

Londres, 1966, p. 125.

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n i s t r a r o n o p o r t u n a m e n t e al absolutismo sueco las infraestruct u r a s financiera y militar necesarias p a r a su irrupción en el Báltico. Los p e a j e s prusianos, el botín alemán y los subsidios franceses completaron su p r e s u p u e s t o de guerra d u r a n t e toda la guerra de los Treinta Años, e hicieron posible la contratación de u n gran n ú m e r o de mercenarios que f i n a l m e n t e llegaron a s u p e r a r a los m i s m o s ejércitos expedicionarios suecos » Al c o n t r a r i o de lo q u e ocurrió con las posesiones españolas en E u r o p a , el imperio así conquistado se m o s t r ó razonablemente rentable. Las provincias bálticas, especialmente, con sus emb a r q u e s de grano hacia Suecia, p r o d u j e r o n siempre unos notables ingresos fiscales, con un gran superávit neto u n a vez deducidos los gastos locales. La p a r t e que les correspondió en el total de ingresos reales f u e superior a u n tercio en el presupuesto de 1699 «. Además, la nobleza adquirió grandes extensiones de tierras en la conquistada Livonia, donde la agricult u r a estaba m u c h o más cerca del modelo señorial que en la propia Suecia. Las r a m a s exteriores de la aristocracia jugaron, a su vez, u n i m p o r t a n t e papel al o c u p a r los cargos de la costosa m á q u i n a militar de la expansión imperial sueca: a principios del siglo X V I I I , u n o de cada tres oficiales de Carlos X I I en sus c a m p a ñ a s polacas y r u s a s provenía de las provincias bálticas. El absolutismo sueco siempre funcionó con m á s suavidad d u r a n t e las fases de su agresiva expansión en el exterior: la a r m o n í a e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza f u e siempre mayor d u r a n t e los reinados de los generalísimos regios, Gustavo Adolf o y Carlos X, y en los p r i m e r o s años de Carlos XII. Pero el éxito exterior del absolutismo sueco n u n c a liquidó p o r completo sus limitaciones internas: s u f r í a u n a infradeterminación f u n d a m e n t a l a causa de su configuración de clase comparativam e n t e inactiva d e n t r o de la propia Suecia. De esta f o r m a , p a r a la clase noble siempre f u e u n a f o r m a «optativa» de gobierno. En condiciones sociales de apatía, el absolutismo tendía a carecer de la presión que se deriva de las necesidades vitales de u n a clase social. De ahí la curiosa trayectoria p e n d u l a r del absolutismo sueco, sin comparación con ninguna otra de Eu-

11 Gustavo Adolfo comenzó sus campañas en Alemania con un ejército del que sólo una mitad se había reclutado en Suecia. En la época de Breitenfeld, la participación sueca había descendido a un cuarto y en Lutzen a menos de una décima parte (13.000 de los 140.000 hombres) Roberts, Gustavus Adolphus, II, pp. 206-7. El reclutamiento interior no fue suficiente, por tanto, para eximir al absolutismo sueco de las leyes generales del militarismo europeo de esta época. " Jeannin, L'Europe du nord-ouest el du nord, p. 330.

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ropa. E n lugar de u n avance a p a r t i r de graves contradicciones iniciales, hasta la estabilización final y la pacífica integración de la nobleza —que f u e la evolución n o r m a l en los d e m á s países, c o m o ya hemos visto—, en Suecia la m o n a r q u í a absoluta s u f r i r í a retrocesos r e c u r r e n t e s cada vez que se p r o d u j e r a u n a minoría real, y más t a r d e volvería a ganar el t e r r e n o perdido de f o r m a no menos r e c u r r e n t e : las Cartas aristocráticas de 1611, 1632 y 1720, que limitaban el p o d e r real, f u e r o n seguidas p o r u n recrudecimiento del p o d e r absolutista en las décadas de 1620 y 1680 y en el período 1772-89 17. Lo que llama la atención en estas oscilaciones es la relativa facilidad con la que la aristocracia se a d a p t a b a a a m b a s f o r m a s de Estado, «real» o «representativa». D u r a n t e los tres siglos de su existencia, el absolutismo sueco s u f r i ó f r e c u e n t e s recaídas institucionales, p e r o n u n c a u n v e r d a d e r o levantamiento político de la nobleza, c o m p a r a b l e a los de España, Francia o Inglaterra. Precisamente p o r q u e en el interior era, hasta cierto punto, u n E s t a d o optativo p a r a la clase dominante, la aristocracia podía acercarse o alej a r s e de él sin excesiva emoción ni malestar. La historia de Suecia desde la m u e r t e de Gustavo Adolfo en 1632 h a s t a el golpe de E s t a d o de Gustavo I I I en 1789 es, en b u e n a medida, la historia de estos sucesivos r e a j u s t e s . N a t u r a l m e n t e , las divisiones y los conflictos d e n t r o de la m i s m a nobleza f u e r o n u n o de los reguladores f u n d a m e n t a l e s de esta serie de cambios. Así, la f o r m a de gobierno impuesta p o r Oxenstierna siguiendo a Lützen codificó el dominio de los magnates en el rád (lleno ahora con sus propios parientes) d u r a n t e la regencia de 1632-44. El canciller tuvo que e n f r e n t a r s e muy p r o n t o con u n a d e r r o t a estratégica en Alemania: a la victoria imperial de Nordlingen en 1634 siguió la defección de la mayoría de los príncipes p r o t e s t a n t e s en 1635, m i e n t r a s expiraban p o r t r a t a d o los lucrativos p e a j e s de Prusia, f u n d a m e n t a l e s p a r a el esfuerzo bélico de Suecia. Los ingresos fiscales suecos alcanzaban sólo p a r a m a n t e n e r la flota del Báltico —triplicada p o r Gustavo Adolfo hasta llegar a los 90 barcos— y p a r a la defensa interior. Los subsidios franceses se hicieron necesarios p a r a la prosecución de la lucha p o r Estocolmo: en 1641 llegaron a u n tercio del ingreso interior del E s t a d o Las c a m p a ñ a s en Ale" Roberts señala que el constitucionalismo aristocrático nunca consiguió ninguna victoria sobre un rey en su mayoría de edad. La relativa frecuencia de las minorías de edad fue lo que le ofreció posibilidades periódicas de reafirmarse: Essays in Swedish history, p. 33. Roberts, «Sweden and the Baltic, 1611-1654», en The New Cambridge Modern History, IV, p. 401.

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m a m a d u r a n t e la segunda m i t a d de la guerra de los Treinta Anos —en la que lucharon ejércitos m u c h o m á s pequeños que las e n o r m e s huestes reunidas en Breitenfeld o Lützen— f u e r o n financiadas con subvenciones e x t r a n j e r a s o con empréstitos v extorsiones locales implacables, realizadas p o r los c o m a n d a n t e s en el exterior. En 1643, Oxenstierna envió contra Dinamarca a l o r s t e n s s o n - e l m e j o r general s u e c o - , en u n a c a m p a ñ a marginal. El resultado de esta acción fue satisfactorio: conquistas provinciales a lo largo de la f r o n t e r a noruega y establecimiento de bases isleñas en el Báltico que t e r m i n a r o n con el control danés de ambos lados del Sund. En el conflicto principal los ejércitos suecos habían alcanzado Praga cuando se restableció la paz en 1648. El tratado de Westfalia consagró la e s t a t u r a internacional de Suecia como covencedor j u n t o con Francia en la larga contienda con Alemania. El E s t a d o Vasa adquirió la Pomerania occidental y B r e m e n en la propia Alemania continental, y el control de las d e s e m b o c a d u r a s del Elba, el Oder y el Weser, los tres grandes ríos del norte de Alemania Mientras tanto, la subida de Cristina al trono en 1644 había conducido f o r m a l m e n t e a una reafirmación política del p o d e r real, p e r o éste f u e utilizado p o r la irreflexiva reina p a r a derram a r títulos y tierras sobre el estrato superior de la aristocracia y la multitud de aventureros militares-burócratas atraídos al servicio de Suecia en la guerra de los Treinta Años. Cristina sextuplicó el n ú m e r o de condes y b a r o n e s en el rango más alto de la Riddarhus y duplicó el volumen de los dos rangos inferiores. Por vez p r i m e r a , la nobleza sueca adquirió una fuerza numérica apreciable, que en su mayor p a r t e procedía de f u e r a : hacia 1700, más de la mitad de la aristocracia era de origen ext r a n j e r o '». Además, impulsada p o r Oxenstierna, que defendía la conmutación de las tradicionales rentas estatales en especie p o r f l u j o s m o n e t a r i o s seguros, la m o n a r q u í a e n a j e n ó u n a enorm e cantidad de tierras e impuestos reales a su élite de funcionarios y seguidores: el área total de tierra de la nobleza se duplicó en Suecia e n t r e 1611 y 1652, m i e n t r a s que los ingresos estatales cayeron en la misma proporción d u r a n t e el reinado de Cristina 2 0 . Las concesiones a terratenientes privados de los ingresos fiscales procedentes de los campesinos libres amenazó con reducir a éstos a una total dependencia respecto a aquéllos, j' R - M - Hatton, Charles XII of Sweden, Londres, 1968 p 38 Los ingresos totales bajaron en un 40 por 100 en la década' de 1644 a 165o. Sobre todo este episodio, véase el ensayo de Roberts «Oueen Chnstina and the general crisis of the seventeenth century», Essavs in y Swedish history, pp. 111-37. ' '

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v provocó vigorosas reacciones del campesinado. Pero sería la hostilidad de la p e q u e ñ a nobleza - q u e n o se había beneficiado de la prodigalidad gratuita de la r e i n a - lo que h a b r í a de aseg u r a r q u e este t r a s t o r n o en el modelo de propiedad de Suecia d u r a s e muy poco tiempo. Cristina abdicó en 1654 p a r a a b r a z a r el catolicismo, después de disponer la sucesión de su sobrino. El nuevo soberano, Carlos X relanzó i n m e d i a t a m e n t e el expansionismo sueco con u n feroz a t a q u e a Polonia en 1655. C o r t a n d o los avances r u s o s desde el este y destrozando a los ejércitos polacos, las fuerzas expedicionarias suecas t o m a r o n Poznan, Varsovia y Cracovia en r á p i d a sucesión: la Prusia oriental f u e declarada oficialmente f e u d o sueco, y Lituania f u e anexionada a Suecia. El acoso holandés p o r m a r y la recuperación polaca debilitaron la fuerza de esta espectacular ocupación, p e r o f u e u n a t a q u e directo danés a Suecia, en la r e t a g u a r d i a del rey, lo que deshizo la conquista de Polonia. Haciendo r e t r o c e d e r r á p i d a m e n t e al grueso de su ejército hacia Pomerania, Carlos X m a r c h ó sobre Copenhague y p u s o a Dinamarca f u e r a de combate. La victoria en el S u n d p r o d u j o la anexión de Escania. La renovación de las hostilidades p a r a a f i r m a r el control sueco de la e n t r a d a al Báltico f u e f r u s t r a d a p o r la intervención holandesa. La m u e r t e de Carlos X en 1660 t e r m i n ó t a n t o con la a v e n t u r a en Polonia como con el conflicto en Dinamarca. H u b o después o t r a regencia de los m a g n a t e s d u r a n t e la minoría de edad, de 1660 a 1 bll, d o m i n a d a p o r el canciller De la Gardie. Los proyectos reales p a r a la recuperación de las r e n t a s e n a j e n a d a s , contemplados m o m e n t á n e a m e n t e p o r Carlos X antes de sus precipitadas campañas e x t r a n j e r a s , f u e r o n archivados: el gobierno en m a n o s de la alta nobleza, continuó vendiendo las propiedades de la m o n a r q u í a a la vez que m a n t e n í a u n a política exterior poco ambiciosa. Precisamente f u e en esta época cuanlo los códigos señoriales de gárdsratt se hicieron c u m p l i r p o r vez p r i m e r a en la historia sueca, d a n d o a los terratenientes jurisdicción privada sobre su p r o p i o campesinado 2 1 . El estallido de u n a i m p o r t a n t e guerra europea, con el a t a q u e de Luis XIV a Holanda, forzó f i n a l m e n t e a este régimen, p o r ser cliente y aliado de Francia, a u n letárgico conflicto de diversión con B r a n d e m b u r g o en 1674. El f r a c a s o militar en Alemania desacreditó a la camarilla de De la Gardie y p r e p a r ó el camino p a r a u n nuevo y radical domi-

« Fueron abolidos de nuevo en la década de 1670: Jeannin, du nord-ouest et du nord, p. 135.

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nio de la m o n a r q u í a b a j o el nuevo soberano, que había alcanzado la mayoría de edad d u r a n t e las guerras. En 1680, Carlos XI utilizó el Riksdag p a r a abolir los privilegios tradicionales del rád y p a r a recuperar, con el apoyo de la p e q u e ñ a nobleza, las tierras y rentas de la m o n a r q u í a , enaj e n a d a s en el período anterior. Las «reducciones» reales f u e r o n muy amplias: el 80 p o r 100 de todas las propiedades e n a j e n a d a s f u e r o n r e c u p e r a d a s p o r la m o n a r q u í a sin ninguna compensaClon, y la proporción de tierra cultivada de propiedad nobiliaria se r e d u j o a la m i t a d 22. La creación de nuevas propiedades exentas de impuestos f u e prohibida, y se liquidaron los condados y baronías territoriales. Las «reducciones» se impusieron con especial dureza en las posesiones u l t r a m a r i n a s . No a f e c t a r o n a la consolidación señorial d e n t r o de las propiedades de la aristocracia; su objetivo final era el restablecimiento del statu quo ante en la distribución de la propiedad agraria que había prevalecido al principio del siglo 23 . Los ingresos estatales, recup e r a d o s p o r este p r o g r a m a a costa del e s t r a t o de los magnates, se a u m e n t a r o n todavía más p o r medio de mayores impuestos sobre los campesinos. El Riksdag asintió s u m i s a m e n t e al aum e n t o sin precedentes del p o d e r personal de Carlos XI que a c o m p a ñ ó a la reduktion, y abdicó p r á c t i c a m e n t e de todos sus derechos a controlar o bloquear a su gobierno. Carlos XI utilizó las reducciones, véase J. Rosen, «Scandinavia and the Baltic» en The Aew Cambridge Modern History, v, p. 534. En 1655, los nobles poseían dos tercios de las tierras del país. En 1700, las proporciones eran: 33 por 100 la nobleza; 36 por 100 la monarquía y 31 por 100 los campesinos que pagaban impuestos. Al final del reinado, las reducciones habían aumentado los ingresos de la monarquía en unos dos millones de dáleros al ano; de este incremento, las dos terceras partes provenían de las posesiones recuperadas en las provincias extranjeras La dramática peripecia de las enajenaciones y recuperaciones del patrimonio real sueco a mediados del siglo xvn, que en un corto espacio de tiempo transformaron por completo el sistema de propiedad del país se interpreta generalmente como el signo de una profunda lucha social por la tierra, en la que el campesinado sueco sólo pudo librarse de una «servidumbre livonia» por medio de las reducciones. Por muy extendida que este esta opinión, es difícil aceptarla, porque los orígenes de este intervalo estuvieron demasiado claramente ligados a los caprichos subjetivos de Cristina. Sus imprudentes donaciones tuvieron lugar en tiempos de paz y no correspondieron a ninguna necesidad objetiva de la monarquía, ni fueron el resultado de una irresistible demanda o presión colectiva de, la nobleza. Estas posesiones, conquistadas sin esfuerzo por la alta aristocracia, fueron abandonadas sin oponer ninguna resistencia Nunca hubo una confrontación de clase en torno al problema de la tierra de una gravedad equiparable a los riesgos que se corrieron. Debe tenerse en cuenta que para destruir las libertades del campesinado sueco habría hecho falta algo más que esa irreflexiva largueza real.

188 Italia 152 153 su posición p a r a r e f o r m a r el ejército p o r m e d i o del asentamiento de soldados-campesinos en tierras especialmente distribuidas p o r el llamado indelnigsverket o sistema de parcelación, que alivió al tesoro de los pagos en dinero a las tropas del interior. La m a q u i n a r i a militar p e r m a n e n t e se amplió hasta llegar en la década de 1680 a una fuerza de u n o s 63.000 h o m b r e s , de los que alrededor de u n tercio correspondían a unidades profesionales estacionadas en el exterior. La flota f u e ampliada sin interrupción, t a n t o p o r razones comerciales c o m o estratégicas. La burocracia —a la que ahora podía acceder la pequeña nobleza en condiciones de igualdad— f u e adiestrada y perfeccionada. Escania y Livonia q u e d a r o n s u j e t a s a u n a f u e r t e centralización y suecización 2 \ El dominio real llegó a su plenitud en la ú l t i m a década del reinado: en 1693, el Riksdag aprobó u n a resolución excesivamente servil p o r la q u e declaraba el derecho divino del rey a la soberanía absoluta sobre su reino, en cuanto delegado ungido p o r su hacedor. Carlos XI, como Federico Guillermo I de Prusia, u n soberano frugal y precavido en el exterior, no p e r m i t i ó ninguna oposición a su voluntad en el interior. Él m e j o r t e s t a m e n t o de su o b r a f u e el a s o m b r o s o reinado de su h i j o Carlos XII, que superó a su p a d r e en u n p o d e r autocrático que f u e p r e g o n a d o ideológicamente desde el p r i m e r día de su subida al t r o n o en 1697. Carlos XII, ú l t i m o de los reyes-guerreros Vasa, p u d o p a s a r dieciocho años en el extranjero, nueve de ellos en la cautividad turca, sin que la administración civil de su país se viera seriamente desorganizada o detenida p o r su ausencia. Es d u d o s o que cualquier o t r o sob e r a n o de su tiempo p u d i e r a depositar t a n t a confianza en su patrimonio. En efecto, casi todo el reinado de Carlos X I I estuvo ocupado p o r su larga odisea en la E u r o p a del Este, d u r a n t e la gran guerra del norte. Hacia 1700, el sistema imperial sueco en el Báltico se estaba acercando a su m o m e n t o decisivo. A pesar de la rígida revisión administrativa que había s u f r i d o recientemente b a j o Carlos XI, su base demográfica y económica era excesivamente pequeña p a r a sostener su extensión territorial c o n t r a la enemistad c o m b i n a d a de sus vecinos y rivales. La población interior era de 1.500.000 h a b i t a n t e s a p r o x i m a d a m e n t e , y se duplicaba con la de sus posesiones e x t r a n j e r a s hasta llegar a unos 3.000.000; sus reservas h u m a n a s y financieras p e r m i t í a n u n a movilización máxima de unos 110.000 soldados (incluyendo los mercenarios extranjeros) d u r a n t e el reinado de Carlos XII, de los que sólo e s t a b a n disponibles p a r a las i m p o r t a n t e s camx Rosen, «Scandinavia and the Baltic», pp. 535-7.

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pañas exteriores menos de la mitad 2 5 . Por o t r a parte, la centralización de los Vasa había provocado u n a reacción particularista e n t r e la nobleza semigermánica de las provincias bálticas, q u e habían s u f r i d o con especial intensidad los rescates de tierras del reinado precedente. La experiencia de Cataluña y Escocia iba a reeditarse ahora en Livonia. En 1699, Dinamarca, Sajonia, Polonia y Rusia se alinearon c o n t r a Suecia. La señal de la guerra sonó con la rebelión secesionista de Latvia, dirigida p o r nobles locales que se m a n i f e s t a r o n a favor de la incorporación a Polonia. Carlos X I I se dirigió p r i m e r o c o n t r a Dinamarca, a la q u e d e r r o t ó r á p i d a m e n t e con la ayuda naval angloholandesa; después, contra Rusia, donde u n a p e q u e ñ a fuerza sueca aniquiló al e j é r c i t o de P e d r o I en Narva; i n m e d i a t a m e n t e c o n t r a Polonia, donde Augusto II f u e a r r o j a d o del país t r a s d u r a s batallas y se instaló en su lugar u n príncipe n o m b r a d o p o r los suecos; finalmente, contra Sajonia, que f u e o c u p a d a y saqueada sin piedad. Tras este avance militar circular alrededor del Báltico, el ejército sueco se a d e n t r ó p r o f u n d a m e n t e en Ucrania p a r a unirse con los cosacos de Zaporozhe y m a r c h a r sobre Moscú 2 6 . En este m o m e n t o , sin embargo, el absolutismo r u s o de P e d r o I resultó algo m á s q u e u n juego p a r a las columnas de Carlos X I I : en Poltava y Perevolotchna el imperio sueco f u e destrozado el año 1709 en su p u n t o h i s t ó r i c a m e n t e más avanzado de penetración militar hacia el Este. Diez años después, la gran guerra del N o r t e t e r m i n ó con u n a b a n c a r r o t a p a r a Suecia y con el a b a n d o n o de Ingria, Karelia, Livonia, P o m e r a n i a occidental y Bremen. La arrogante autocracia de Carlos X I I desapareció con él. Cuando los desastres de la gran guerra del N o r t e d e s e m b o c a r o n en la m u e r t e del rey, la nobleza, en m e d i o de las disputas p o r la sucesión, construyó hábilmente u n sistema constitucional que d e j a b a a los Estados la supremacía política y reducía tempo" El ataque contra Rusia en 1709 fue desencadenado con unos 44.000 hombres: Hatton, Charles XII of Sweden, p. 233. u El error garrafal que suponía esta aventura es evidente. Hay que recordar que el talento militar del absolutismo sueco estuvo acompañado casi siempre por la miopía política. Sus dirigentes aplicaron constantemente la fuerza con una habilidad consumada sobre objetivos equivocados. Gustavo Adolfo corrió inútilmente por toda Alemania, cuando los intereses a largo plazo de Suecia señalaban la toma de Dinamarca y el dominio del Sund. Carlos XII se lanzó tontamente sobre Ucrania, al dictado de Gran Bretaña, cuando una alianza con Francia y un ataque contra Austria habrían cambiado todo el curso de la guerra de sucesión española y salvado a Suecia de su completo aislamiento al término de la guerra en el Este. La dinastía nunca superó cierto provincianismo en sus perspectivas estratégicas.

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r a í m e n t e a la n a d a a la m o n a r q u í a . La «era de la libertad», de 1720 a 1772, estableció u n régimen de c o r r o m p i d o parlament a r i s m o aristocrático, dividido p o r conflictos faccionales e n t r e los p a r t i d o s de los S o m b r e r o s y de los Bonetes, manipulados a su vez p o r la burocracia nobiliaria y lastrados p o r las recompensas y subvenciones de Inglaterra, Francia y Rusia. El nuevo orden no pertenecía ya a los magnates: la masa de la p e q u e ñ a y m e d i a n a nobleza, que dominaba la burocracia oficial y el ejército, había conseguido sus objetivos. La división en tres rangos d e n t r o del e s t a m e n t o nobiliario f u e abolida. Los privilegios económicos y sociales del c o n j u n t o de la aristocracia f u e r o n celos a m e n t e conservados, prohibiendo el acceso de los plebeyos a las tierras y a los m a t r i m o n i o s nobiliarios. El Riksdag —de cuyo órgano f u n d a m e n t a l , el Comité Secreto, se excluyó a los r e p r e s e n t a n t e s del campesinado— se convirtió en el núcleo f o r m a l del sistema político constitucional, m i e n t r a s que su verd a d e r o c e n t r o radicaba en el Riddarhus27. Finalmente, la creciente agitación social contra los privilegios nobiliarios amenazó con r o m p e r el círculo e n c a n t a d o de las m a n i o b r a s d e n t r o del sistema. El p r o g r a m a del p a r t i d o de los Bonetes Jóvenes, en la década de 1760, a u n q u e c o m b i n a d o con u n a i m p o p u l a r deflación de la economía, expresaba la creciente ola de descontento plebeyo. La a l a r m a aristocrática ante la perspectiva de u n ataque p o r a b a j o p r o d u j o u n a b a n d o n o a b r u p t o y total del parlam e n t a r i s m o . La subida al trono de Gustavo I I I f u e la señal e s p e r a d a p o r la aristocracia p a r a unirse u n a vez m á s tras u n a f ó r m u l a absolutista: se llevó a cabo sin estridencias u n golpe de E s t a d o real con la ayuda de la guardia y la connivencia de la burocracia. El Riksdag, c o m o era de esperar, puso su f i r m a al pie de la nueva Constitución, c o n s a g r a n d o de nuevo la autoridad de la m o n a r q u í a , a u n q u e inicialmente sin u n a vuelta total al absolutismo de Carlos XI o Carlos X I I . Sin embargo, el nuevo m o n a r c a avanzó con energía hacia u n despotismo ilust r a d o del tipo del siglo XVIII, renovando la administración y r e s e r v a n d o p a r a su p e r s o n a un p o d e r cada vez m á s arbitrario. Cuando la nobleza opuso resistencias a esta tendencia, Gustavo I I I forzó la aprobación p o r el Riksdag en 1789 de u n a ley de emergencia de Unión y Seguridad que r e s t a u r a b a un absolut i s m o total. Para conseguir sus fines, el rey tuvo que p r o m e t e r a los e s t a m e n t o s más b a j o s el acceso a la b u r o c r a c i a oficial y " Véase Roberts, Essays in Swedish history, pp. 272-8; la prohibición a los plebeyos de comprar tierras de la nobleza se redujo más tarde únicamente a los campesinos, a la par que se mitigaban también las resunciones matrimoniales.

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a la j u d i c a t u r a , el derecho a c o m p r a r tierras nobiliarias y o t r a s d e m a n d a s socialmente igualitarias. Las últimas horas del absolutismo sueco se vivieron así en u n a extraña a t m ó s f e r a de «posibilidades abiertas a los talentos» y de limitaciones a los privilegios de la nobleza. La racionalidad política de la monarquía absoluta perdió así sus a m a r r a s básicas, señal inequívoca de su cercano final. En u n a última y curiosa p e r m u t a de papeles, el a u t ó c r a t a «radical» se convirtió en el más ferviente campeón europeo de la intervención contrarrevolucionaria f r e n t e a la revolución francesa, m i e n t r a s que ios nobles resentidos a d o p t a b a n los ideales republicanos de la Declaración de Derechos del H o m b r e . En 1792, Gustavo f u e asesinado p o r u n dignatario aristocrático disidente. La «infradeterminación» histórica del a b s o l u t i s m o sueco n u n c a f u e más visible que en este extraño clima. Un E s t a d o optativo acabó en u n a contingencia aparent e m e n t e total.

SEGUNDA PARTE EUROPA ORIENTAL

1.

EL ABSOLUTISMO E N EL E S T E

Es necesario volver a h o r a a la m i t a d oriental de E u r o p a o, m á s exactamente, a la p a r t e de E u r o p a oriental p e r d o n a d a p o r la invasión o t o m a n a que inundó los Balcanes en oleadas sucesivas, s u j e t á n d o l o s a u n a historia local diferente a la del r e s t o del continente. La gran crisis que asoló las economías europeas en los siglos xiv y xv p r o d u j o u n a violenta reacción feudal al este del Elba. La represión señorial desencadenada c o n t r a los campesinos a u m e n t ó en intensidad d u r a n t e todo el siglo xvi. La consecuencia política, en Prusia y en Rusia, f u e u n absolutismo oriental, coetáneo del occidental pero de origen básicam e n t e distinto. El E s t a d o absolutista del Oeste f u e el a p a r a t o político reorganizado de u n a clase feudal que había a c e p t a d o la conmutación de las cargas. Fue una compensación por la desaparición de la servidumbre, en el contexto de u n a economía crecientemente u r b a n a , que n o controlaba p o r completo y a la q u e se tuvo que a d a p t a r . Por el contrario, el E s t a d o absolutista del Este f u e la m á q u i n a represiva de u n a clase feudal que acab a b a de liquidar las tradicionales libertades comunales de los pobres. Fue u n instrumento para la consolidación de la servidumbre, en u n p a i s a j e limpio p o r completo de vida u r b a n a o resistencia a u t ó n o m a s . La reacción feudal en el Este significaba q u e era preciso i m p l a n t a r desde arriba, y p o r la fuerza, u n m u n d o nuevo. La dosis de violencia que se i n t r o d u j o en las relaciones sociales fue, p o r tanto, m u c h o mayor. El E s t a d o absolutista del Este n u n c a p e r d e r í a las m a r c a s de esta experiencia originaria. Pero, al m i s m o tiempo, la lucha de clases interna d e n t r o de las formaciones sociales del Este, y su resultado, la servidumb r e del campesinado, no ofrecen p o r sí m i s m a s u n a explicación exhaustiva de la aparición de u n tipo diferente de absolutismo en esta región. La distancia e n t r e a m b o s puede medirse cronológicamente en Prusia, donde la reacción feudal de la nobleza ya se había i m p u e s t o al c a m p e s i n a d o con la generalización de la Gutsherrschaft en el siglo xvi, cien años antes del establecimiento de u n E s t a d o absolutista en el siglo x v n . En Polonia, tierra clásica de la «segunda servidumbre», n u n c a sur-

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gio u n E s t a d o absolutista, a u n q u e esto constituyera u n f r a c a s o p o r el que la nobleza tendría que pagar finalmente el precio de su existencia nacional. Sin embargo, también aquí el siglo xvi presencio un gobierno feudal descentralizado, dominado por un sistema representativo b a j o el control total de la aristocracia y con una a u t o r i d a d m o n á r q u i c a m u y débil. En Hungría, el proceso de definitivo sometimiento a s e r v i d u m b r e del campesinado tuvo lugar tras la guerra austro-turca, en el paso del siglo xvi al xvii m i e n t r a s la nobleza magiar resistía con éxito la imposición del absolutismo de los H a b s b u r g o ' . En Rusia, la implantación de la s e r v i d u m b r e y la construcción del absolutismo estuvieron m a s e s t r e c h a m e n t e vinculadas, p e r o incluso en este caso la aparición de la p r i m e r a precedió a la consolidación del segundo, y n o siempre se desarrolló pari passu con él. Como las relaciones serviles de producción e n t r a ñ a n u n a fusión inmediata de la propiedad y de la soberanía, del señorío y del dominio de la tierra, no había nada s o r p r e n d e n t e p o r sí m i s m o en unos estados nobiliarios policéntricos, tales como los que existían en Alemania al este del Elba, en Polonia o en Hungría tras la reacción feudal en el Este. Para explicar el posterior ascenso del absolutismo es preciso, ante todo, r e i n s e r t a r la totalidad del proceso de la segunda s e r v i d u m b r e d e n t r o del sist e m a j n t e r n a c i o n a l de estados del último período de la E u r o p a ' Ya hemos visto que la presión ejercida en esta época sobre el Este p o r las economías occidentales m á s avanzadas se ha exagerado con frecuencia, al p r e s e n t a r l a como fuerza única o principal responsable de la reacción señorial en esta región De hecho, a u n q u e el comercio de cereales intensificó indudablem e n t e la explotación servil en la Alemania oriental o en Polonia n o la inauguró en ninguno de estos países, v no jugó ningún pape en su paralelo desarrollo en Bohemia o en Rusia. En o t r a s palabras, si es incorrecto conceder u n a importancia central a los lazos económicos del comercio de exportación e importación entre el Este y el Oeste, la causa es que el m o d o de producción feudal como tal —que n o estaba s u p e r a d o en modo alguno en E u r o p a occidental d u r a n t e los siglos xvi y x v n — no podía crear un sistema económico internacional unificado. Sólo el m e r c a d o mundial del capitalismo industrial realizaría esta tarea irradiando desde los países avanzados p a r a moldear y d o m i n a r el 'Véase Zs. Pach Die ungarische Agrarentwicklung im 16-17 Jahrhundert, Budapest, 1964, pp. 38-41, 53-6, acerca de las etapas de este proc a m p e s i n á . l r n p a c t o d e l a ^ r r a de los Trece Años sobre la condición

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desarrollo de los atrasados. Las economías mixtas occidentales del período de transición —que c o m b i n a b a n u n a agricultura feudal semimonetarizada y postservil 2 , con enclaves de capital mercantil y m a n u f a c t u r e r o — carecían de tan f u e r t e e m p u j e . La inversión exterior era mínima, excepto en los imperios coloniales y hasta cierto punto, en Escandinavia. El comercio exterior representaba todavía un pequeño p o r c e n t a j e del p r o d u c t o nacional de todos los países, excepto Holanda y Venecia. Asi pues, una integración completa de E u r o p a oriental en el circuito económico de E u r o p a occidental —implícita a m e n u d o en la utilización por los historiadores de expresiones tales como «economía colonial» o «empresas de plantación» p a r a referirse al sistema de Gutsherrschaft vigente más allá del Elba— resulta intrínsecamente inverosímil. Esto no quiere decir, sin embargo, que el impacto de la E u r o p a occidental en la oriental no f u e r a d e t e r m i n a n t e de las estructuras estatales que allí aparecieron. En efecto, la interacción trasnacional d e n t r o del feudalismo se p r o d u j o siempre y en p r i m e r lugar en el plano político y no en el economico, precisamente p o r q u e era u n m o d o de producción basado en la coacción extraeconómica: su f o r m a p r i m a r i a de expansión era la conquista y no el comercio. El desarrollo desigual del feudalismo d e n t r o de E u r o p a e n c o n t r a b a su expresión mas característica y directa no en la balanza comercial, sino en la balanza de las a r m a s e n t r e las respectivas regiones del continente. E n o t r a s palabras, la p r i m e r a mediación e n t r e Este y Oeste en estos siglos f u e militar. Fue la presión internacional del absolutismo occidental, a p a r a t o político de u n a aristocracia feudal 2 El índice real de monetarización de las d i f e r e n t e s agriculturas de Europa occidental en los siglos xvi y xvn era probablemente inucho más baio de lo que generalmente se cree. Jean Meuvret afirma que en la Francia del siglo Ivi «el campesinado vivía en un régimen de cuasi autarquía doméstica prácticamente en todas partes», y que «la vida diana de los artesanos, incluyendo a la pequeña burguesía, estaba regu ada de hecho por el mismo principio, a saber, vivir de los alimentos cultivados en las tierras propias y, por lo demás, comprar y vender el mínimo posible» porque «para satisfacer las necesidades ordinarias, no era necesario I n absoluto el uso de monedas de oro o de plata. Para el p e q u e ñ o número de transacciones mercantiles que resultaban indispensables era posible prescindir frecuentemente del dinero». Jean Meuvret «C.rculation monétaire et utilization economique de la monnaie dans la France du ™ et du xvm- siécle», Eludes d'Histoire Moderne et Con tem pora,neI 1947 p 20 Porshnev caracteriza correctamente la situación general de esta época cuando la define por «la contradicción entre la formamonetaria y la base natural de la economía feudal», y comenta que las dificultades fiscales del absolutismo radicaban por doquier en esta contradicción: Les soulévements populaires en France, p. 558.

196 200 Europa oriental m á s poderosa, d o m i n a n t e en sociedades m á s avanzadas, lo que obligó a la nobleza oriental a crear u n a m á q u i n a estatal igualm e n t e centralizada p a r a sobrevivir. De otra f o r m a , la superior fuerza militar de los ejércitos reorganizados y engrandecidos del a b s o l u t i s m o se h a b r í a h e c h o sentir en el medio n o r m a l de la competencia interfeudal: la guerra. La m i s m a modernización de los ejércitos y las tácticas, r e s u l t a d o de «la revolución militar» occidental t r a s 1560, hacía m á s factible que n u n c a la agresión a los vastos espacios del Este, e igualmente a u m e n t a b a los peligros de invasión p a r a las aristocracias locales de estos países. Así, al m i s m o t i e m p o que divergían las relaciones infrae s t r u c t u r a l e s de producción, tuvo lugar en a m b a s zonas u n a p a r a d ó j i c a convergencia de las s u p e r e s t r u c t u r a s (índice, p o r supuesto, de lo q u e en último t é r m i n o era un m o d o de producción común). La f o r m a concreta que a d o p t ó la amenaza militar del a b s o l u t i s m o occidental fue, a f o r t u n a d a m e n t e p a r a la nobleza oriental, indirecta y transitoria. A pesar de todo, es sorprendente h a s t a qué p u n t o sus efectos a c t u a r o n como catalizador del modelo político del Este. El f r e n t e e n t r e a m b a s zonas estaba ocupado, en el sur, p o r el largo duelo austro-turco, que d u r a n t e doscientos cincuenta años concentraría la atención de los H a b s b u r g o sobre sus enemigos o t o m a n o s y sus vasallos húngaros. E n el centro, Alemania era u n l a b e r i n t o de estados p e q u e ñ o s y débiles, divididos y neutralizados p o r los conflictos religiosos. Así, el a t a q u e llegó desde el norte, relativamente primitivo. Suecia —el m á s reciente y s o r p r e n d e n t e de todos los absolutismos occidentales, país nuevo con u n a población m u y limitada y u n a economía r u d i m e n t a r i a — sería el martillo del Este. Su impacto sobre Prusia, Polonia y Rusia en los noventa años que van desde 1630 hasta 1720 puede c o m p a r a r s e con el de E s p a ñ a sobre E u r o p a occidental en u n a época anterior, a u n q u e n u n c a haya recibido la m i s m a atención. A pesar de esto! f u e u n o de los grandes ciclos de expansión militar en la historia del a b s o l u t i s m o europeo. En su p u n t o culminante, la caballería sueca se paseó victoriosa p o r las cinco capitales de Moscú, Varsovia, Berlín, Dresde y Praga, en un gran arco a través del t e r r i t o r i o de la E u r o p a oriental que llegó a s u p e r a r las camp a ñ a s de los tercios españoles en la occidental. Los sistemas estatales de Austria, Prusia, Polonia y Rusia e x p e r i m e n t a r o n su i m p a c t o formativo. La p r i m e r a conquista exterior de Suecia f u e la toma de Estonia, en las largas guerras de Livonia con Rusia d u r a n t e las últimas décadas del siglo xvi. Sin embargo, f u e la guerra de los Treinta Años la que p r o d u j o el p r i m e r sistema internacional

198 El absolutismo en el Este 201 de E s t a d o s c o m p l e t a m e n t e formalizado en E u r o p a y la que señaló el decisivo comienzo de la irrupción sueca en el Este. La espectacular m a r c h a de los ejércitos de Gustavo Adolfo sobre Alemania, arrollando el p o d e r de los H a b s b u r g o p a r a a s o m b r o de E u r o p a , f u e el p u n t o decisivo de la guerra, y los éxitos posteriores de B a n e r y Torstensson hicieron imposible toda recuperación a largo plazo de la causa imperial. Desde 1641, los ejércitos suecos o c u p a r o n de f o r m a p e r m a n e n t e grandes zonas de Moravia 3 , y cuando la guerra terminó, en 1648, estaban a c a m p a d o s en la orilla izquierda del Moldava, en Praga. La intervención de Suecia había a r r u i n a d o definitivamente la perspectiva de u n E s t a d o imperial de los H a b s b u r g o en Alemania. De ahí que la trayectoria y el c a r á c t e r del absolutismo austríaco h a b r í a n de e s t a r d e t e r m i n a d o s p o r esta derrota, que lo privo de la posibilidad de un centro territorial consolidado en las tierras tradicionales del Reich y desplazó, a su costa, todo el centro de gravedad hacia el Este. Al m i s m o tiempo, el impacto del p o d e r sueco en la evolución de Prusia, internacion a l m e n t e menos visible, f u e en el interior m u c h o más p r o f u n d o . Los ejércitos suecos ocuparon B r a n d e m b u r g o desde 1631 y, a pesar de ser técnicamente un aliado en la causa p r o t e s t a n t e , le sometieron i n m e d i a t a m e n t e a requisiciones militares y exacciones fiscales despiadadas, tales como n u n c a antes se habían conocido: los privilegios tradicionales de los Estados de los j u n k e r f u e r o n liquidados de u n plumazo p o r los c o m a n d a n t e s suecos 4 . Al t r a u m a de esta experiencia se añadió la adquisición sueca de la Pomerania occidental p o r el t r a t a d o de Westfalia de 1648, que aseguró a Suecia u n a amplia y p e r m a n e n t e cabeza de playa en las tierras del sur del Báltico. Las guarniciones suecas controlaban ahora el Oder y a m e n a z a b a n directamente a la hasta entonces desmilitarizada y descentralizada clase domin a n t e de B r a n d e m b u r g o , país que p r á c t i c a m e n t e carecía de ejército. La construcción del absolutismo p r u s i a n o por el Gran Elector, desde 1650 en adelante, f u e en b u e n a medida u n a respuesta directa a la inminente amenaza sueca: el ejército permanente, que h a b r í a de ser la piedra angular de la autocracia de los Hohenzollern, y su sistema fiscal, f u e r o n aceptados p o r los j u n k e r s en 1653 p a r a e n f r e n t a r s e a la inminente situación de 5

Véase J. Polisensky, The Thirty Year's War, Londres, 1971, páginas 224-31 4 Carsten, The origins of Prussia, p. 179. Pocos años antes Gustavo Adolfo había tomado las estratégicas fortalezas de Memel y Pillau, en la Prusia oriental, que dominaban el acceso a Koenigsberg, imponiendo en ellas peajes suecos: op. cit., pp. 205-6.

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guerra en el t e a t r o báltico y p a r a resistir a los peligros exteriores. De hecho, la guerra sueco-polaca de 1655-60 se reveló como el p u n t o crucial de la evolución política de Berlín, que evitó lo peor de la agresión sueca p a r t i c i p a n d o al lado de Estocolmo como joven y temeroso aliado. El gran paso siguiente en la construcción del absolutismo p r u s i a n o se dio, u n a vez más, en respuesta al conflicto militar con Suecia. Durante la década de 1670, en medio de la angustia provocada por las c a m p a ñ a s suecas c o n t r a B r a n d e m b u r g o , que abrieron un t e a t r o nórdico en la guerra desencadenada por Francia en el oeste, f u e cuando el célebre Generalkriegscommissariat pasó a o c u p a r las funciones del anterior consejo privado y a d a r f o r m a a toda la estruct u r a del a p a r a t o estatal de los Hohenzollern. El absolutismo p r u s i a n o y su definitiva configuración t o m a r o n f o r m a d u r a n t e la época del expansionismo sueco y b a j o su presión. Mientras tanto, en estas décadas que siguieron a Westfalia, cayó sobre el Este el más d u r o de todos los golpes nórdicos. La invasión sueca de Polonia en 1655 hizo saltar r á p i d a m e n t e la insegura confederación aristocrática de los szlachta. Cayeron Varsovia y Cracovia, y todo el valle del Vístula quedó d e s g a r r a d o p o r las m a r c h a s y c o n t r a m a r c h a s de los ejércitos de Carlos X. La principal consecuencia estratégica de la guerra f u e privar a Polonia de toda soberanía sobre el d u c a d o de Prusia. Pero los resultados sociales del devastador a t a q u e sueco f u e r o n mucho más serios: las p a u t a s demográfica y económica de Polonia q u e d a r o n tan gravemente dañadas que la invasión sueca llegó a ser como u n diluvio que separaría para siempre la anterior p r o s p e r i d a d de la Rzeczpospolita de la crisis y la decadencia irrecuperables en los que se hundió después. La última y breve recuperación de las a r m a s polacas en la década de 1680, c u a n d o Sobieski dirigió la liberación de Viena del cerco turco, f u e seguida muy p r o n t o p o r la segunda ofensiva sueca contra la mancomunidad, d u r a n t e la gran guerra del n o r t e de 1701-21, en la que el principal teatro de destrucción fue, u n a vez más, Polonia. Cuando los últimos soldados suecos a b a n d o n a r o n Varsovia, Polonia había d e j a d o de ser una gran potencia europea. La nobleza polaca, p o r razones de las que se h a b l a r á más adelante, no tuvo éxito en su intento de generar u n absolutismo m i e n t r a s d u r a r o n estas tragedias. Así d e m o s t r ó en la práctica cuáles eran las consecuencias, p a r a una clase feudal del Este, de no seguir este camino; Polonia, incapaz de recuperarse de los golpes mortales infligidos p o r Suecia, dejó finalmente de existir como E s t a d o independiente. Rusia, como siempre, constituye u n caso algo diferente den-

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t r o de u n c a m p o histórico común. El impulso en el seno de la aristocracia hacia u n a m o n a r q u í a militar fue evidente en Rusia mucho antes que en ningún o t r o país del Este europeo. E s t o se debió, en parte, a la prehistoria del E s t a d o de Kiev y a la tradición imperial bizantina que éste t r a n s m i t i ó a través de a caótica Rusia de la Edad Media, utilizando la ideología de la «Tercera Roma»: Iván I I I se había casado con la sobrina de último Paleólogo, e m p e r a d o r de Constantinopla, y se arrogo el título de «zar» o e m p e r a d o r en 1480. Sin embargo, la ideología de la translatio imperii era menos i m p o r t a n t e , indudablemente, que la continua presión material sobre Rusia de los pueblos pastores t á r t a r o s y t u r c o m a n o s del Asia Central. La soberanía política de la H o r d a de Oro d u r ó hasta finales del siglo xv. Sus sucesores los janatos de Kazán y Astracán lanzaron desde el Este constantes incursiones en busca de esclavos, hasta su d e r r o t a y aborción a mediados del siglo xvi. D u r a n t e otros cien años, los t á r t a r o s de Crimea - a h o r a b a j o s e ñ o r í o o t o m a n o asolaron el t e r r i t o r i o ruso desde el sur; sus expediciones en busca de botín y de esclavos mantuvieron a la mayor p a r t e ae Ucrania como un p á r a m o d e s h a b i t a d o 5 . E n los albores de la época m o d e r n a , los jinetes t á r t a r o s carecían de capacidad p a r a la conquista o la ocupación p e r m a n e n t e . Pero Rusia «centme a de Europa», tuvo que s o p o r t a r lo peor de sus ataques, y la consecuencia f u e u n mayor y m á s t e m p r a n o í m p e t u hacia u n E s t a d o centralizado en el ducado de Moscú que en el más protegido electorado de B r a n d e m b u r g o o en la m a n c o m u n i d a d polaca. Sin embargo, a p a r t i r del siglo xvi, la amenaza militar del Oeste fue siempre m u c h o mayor que la del Este, p o r q u e la artillería de c a m p a ñ a y la infantería m o d e r n a eran a h o r a n e t a m e n t e superiores a los a r q u e r o s m o n t a d o s como a r m a de batalla. Así pues, también en Rusia las fases realmente decisivas de la transición hacia el absolutismo tuvieron lugar d u r a n t e las fases sucesivas de la expansión sueca. El crucial reinado de Iván IV a finales del siglo xvi estuvo dominado p o r las largas guerras de Livonia, de las que Suecia resultó vencedor estratégico al anexionar Estonia p o r el t r a t a d o de Yam Zapolsky de 1582: un t r a m p o l í n para su dominio del litoral n o r t e del Báltico. El «período de trastornos», a principios del siglo x v n , que t e r m i n ó con la crítica subida al t r o n o de la dinastía » En vísperas del ataque de Iván IV contra el janato se supone que había allí unos 100.000 esclavos rusos E l n u m e r o t o t a l de esclavos capturados por los tártaros en sus g r e d a s desde Cnmea en la primera mitad del siglo xvn fue supenor a l o s 200.000. G VernaüSKy. The tsardom of Moscow, 1457-1682, I, Yale, 1969, pp. 51-4, 12.

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Románov, presenció el despliegue del p o d e r í o sueco en las prof u n d i d a d e s de Rusia. En m e d i o del creciente caos, u n e j é r c i t o m a n d a d o p o r De la Gardie se abrió p a s o hasta Moscú p a r a sostener al u s u r p a d o r Shuiski. Tres años después, u n candidato sueco —el h e r m a n o de Gustavo Adolfo— estuvo a p u n t o de ser elegido p a r a la m i s m a m o n a r q u í a rusa, a u n q u e se vio bloq u e a d o en el ú l t i m o m o m e n t o p o r la elección de Miguel Románov. El nuevo régimen se vio obligado a ceder i n m e d i a t a m e n t e Carelia e Ingria a los suecos, quienes en el t r a n s c u r s o de o t r a década t o m a r o n toda Livonia a los polacos, lo que les dio u n control p r á c t i c a m e n t e absoluto del Báltico. En los p r i m e r o s años de la dinastía Románov, el i n f l u j o sueco se extendió también al sistema político r u s o 6 . Finalmente, el e n o r m e edificio estatal de Pedro I de principios del siglo x v m se erigió durante, y contra, la s u p r e m a ofensiva militar sueca en Rusia, dirigida p o r Carlos XII, que había comenzado con la destrucción de los ejércitos rusos en Narva y continuaría con un p r o f u n d o avance en Ucrania. El p o d e r zarista d e n t r o de Rusia se f o r j ó y se p u s o a p r u e b a en la lucha internacional c o n t r a el imperio sueco p o r la supremacía en el Báltico. El E s t a d o a u s t r í a c o había sido expulsado de Alemania p o r la expansión sueca; el E s t a d o polaco q u e d ó f r a g m e n t a d o . Por el contrario, los estados r u s o y p r u s i a n o hicieron f r e n t e y d e r r o t a r o n a la expansión sueca, a d q u i r i e n d o su f o r m a desarrollada en el curso de esta contienda. El a b s o l u t i s m o oriental estuvo d e t e r m i n a d o , f u n d a m e n t a l m e n te, p o r tanto, p o r las condiciones i m p u e s t a s p o r el sistema político internacional en cuyo seno e s t a b a n integradas objetivam e n t e las noblezas de toda la región 7 . E s t e f u e el precio de su supervivencia en u n a civilización de i n i n t e r r u m p i d a guerra territorial; el desarrollo desigual del f e u d a l i s m o les obligó a igualar las e s t r u c t u r a s estatales de Occidente antes de h a b e r alcanzado u n estadio c o m p a r a b l e de transición económica hacia el capitalismo. Con todo, este a b s o l u t i s m o también estuvo sobredeterminado, inevitablemente, p o r el desarrollo de la lucha de clases dent r o de las formaciones sociales del Este. Es preciso considerar • J. H. Billington, The icón and the axe, Londres, 1966, p. 110; este tema invita a una mayor investigación. ' Un reconocimiento de esta cuestión por un historiador ruso puede verse en A N. Chistozvonov, «Nekotorye aspekti problemi genezisa absohutizma», Voprosi Istorii, 5, mayo de 1968, pp. 60-1. Aunque contiene algunos juicios disparatados (sobre España, por ejemplo), este ensayo comparativo es probablemente el mejor estudio soviético reciente sobre los orígenes del absolutismo en Europa oriental y occidental

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a h o r a las presiones endógenas que contribuyeron a su aparición. Llama la atención u n a coincidencia inicial. La decisiva consolidación jurídica y económica de la s e r v i d u m b r e en Prusia, Rusia y Bohemia tuvo lugar, precisamente, d u r a n t e las m i s m a s décadas en que se echaron con firmeza las bases políticas del E s t a d o absolutista. Este doble proceso —institucionalización de la servidumbre e inauguración del absolutismo— estuvo, en los tres casos, estrecha y c l a r a m e n t e ligado en la historia de las respectivas formaciones sociales. En B r a n d e m b u r g o , el Gran Elector y los Estados sellaron el f a m o s o acuerdo de 1653, consignado en u n a Carta formal, p o r el q u e la nobleza votaba los impuestos p a r a u n ejército p e r m a n e n t e y el príncipe promulgaba ordenanzas p o r las que ataba irremediablemente a la tierra a la fuerza de t r a b a j o rural. Los impuestos h a b r í a n de cargarse sobre las ciudades y los campesinos, pero no sobre los propios j u n k e r s , m i e n t r a s el ejército h a b r í a de ser el núcleo de todo el E s t a d o prusiano. Fue u n p a c t o que a u m e n t ó t a n t o el p o d e r político de la dinastía sobre la nobleza como el poder de la nobleza sobre el campesinado. La s e r v i d u m b r e de Alemania oriental quedó ahora normalizada y generalizada en todas las tierras de los Hohenzollern situadas más allá del Elba, m i e n t r a s que el sistema de Estados f u e s u p r i m i d o inexorablemente p o r la m o n a r q u í a en una provincia tras otra. E n 1683, los Landtage de B r a n d e m b u r g o y de la Prusia oriental habían perdido- p a r a siempre todo su poder». Al m i s m o tiempo, se había p r o d u c i d o en Rusia u n a coyuntura muy similar. E n 1648, el Zemski Sobor —Asamblea de la Tierra— se había r e u n i d o en Moscú p a r a a p r o b a r el histórico Sobornoe Ulozhenie, que, p o r vez p r i m e r a , codificaba y universalizaba la s e r v i d u m b r e p a r a la población r u r a l instituía u n estricto control estatal sobre las ciudades y sus h a b i t a n t e s y, a la vez, c o n f i r m a b a y r e m a c h a b a la responsabilidad f o r m a l de todas las tierras nobles respecto al servicio militar. El Sobornoe Ulozhenie f u e el p r i m e r código legal global que se p r o m u l g ó en Rusia y su llegada constituyó u n hecho transcendental. En efecto, el código p r o p o r c i o n ó al zarismo el m a r c o jurídico regulador p a r a su solidificación c o m o sistema estatal. La proclamación solemne de la s e r v i d u m b r e del campesinado r u s o f u e seguida aquí también p o r la rápida caída en desuso del sistema de Estados. En el c u r s o de u n a década, el • En esa fecha los nobles reunidos en Brandemburgo dejaron constancia de su melancólica convicción de que los antiguos P™ilegios de los Estados estaban prácticamente «anulados y descoloridos de tal forma que no parecía quedar ni una umbra libertatis*. Citado por Carsten, The origins oj Prussia, p. 200.

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Zemski Sobor había desaparecido realmente, m i e n t r a s que la m o n a r q u í a construía un amplio ejército s e m i p e r m a n e n t e que f i n a l m e n t e sustituyó a todas las viejas levas de la nobleza. El último y simbólico Zemski Sobor pasó al olvido en 1683, cuando ya n o era más que una f a n t a s m a l claque cortesana. El pacto social e n t r e la m o n a r q u í a y la aristocracia rusa fue sellado con el establecimiento del absolutismo a cambio de la aprobación definitiva de la servidumbre. D u r a n t e la mayor p a r t e de este m i s m o período, la evolución de Bohemia tuvo un sincronismo comparable, a u n q u e en el diferente contexto de la guerra de los Treinta Años. El t r a t a d o de Westfalia, que finalizó en 1648 con esta larga lucha militar, consagró la doble victoria de la m o n a r q u í a H a b s b u r g o sobre los Estados de Bohemia y la de los grandes terratenientes sobre el campesinado checo. El grueso de la vieja aristocracia checa había sido eliminado después de la batalla de la Montaña Blanca, y con ella la constitución política que encarnaba su poder local. El Verneuerte Landesordnung, que ahora adquirió un vigor incontestado, concentró todo el p o d e r ejecutivo en Viena. Los Estados, una vez disuelto su tradicional liderazgo social, q u e d a r o n reducidos a u n a simple función ceremonial. La autonomía de las ciudades fue aplastada. En el campo se t o m a r o n implacables medidas para extender la s e r v i d u m b r e en las grandes propiedades. Las grandes prescripciones y confiscaciones s u f r i d a s p o r los anteriores propietarios y nobles checos crearon u n a aristocracia nueva y cosmopolita de aventureros militares y de funcionarios de la corte que controlaban, j u n t o con la Iglesia, cerca de las tres cuartas partes de todas las tierras de Bohemia. Las e n o r m e s pérdidas demográficas tras la guerra de los Treinta Años provocaron u n a aguda escasez de m a n o de obra. Las prestaciones de t r a b a j o del robot llegaron muy p r o n t o a la m i t a d de la semana laboral, m i e n t r a s que los servicios, diezmos y contribuciones feudales podían alcanzar hasta dos tercios de toda la producción c a m p e s i n a 9 . El absolutismo austríaco, d e r r o t a d o en Alemania, t r i u n f ó en Bohemia, y con él se extinguieron las últimas libertades del campesinado checo. Así pues, la consolidación del control señorial sobre el campesinado y la discriminación contra las ciudades estuvieron ligadas, en las tres regiones, a un rápido a u m e n t o de las prerrogativas de la m o n a r q u í a , y f u e r o n seguidas p o r la desaparición de los sistemas estamentales. Como ya hemos visto, las ciudades de E u r o p a del Este ha' Polisensky, The Thirty

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war, p. 245.

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bían sido reducidas y reprimidas d u r a n t e la última depresión medieval. La notable m e j o r í a económica que experimentó el continente en el siglo xvi favoreció u n nuevo, a u n q u e desigual, crecimiento u r b a n o en algunas zonas del Este. A p a r t i r de 1550, las ciudades de Bohemia volvieron a c o n q u i s t a r buena p a r t e de su prosperidad, a u n q u e b a j o la égida de unos patriciados urbanos e s t r e c h a m e n t e unidos a la nobleza p o r la propiedad territorial y municipal, y sin la vitalidad p o p u l a r que las había caracterizado en la época husita. En el este de Prusia, Koenigsberg era todavía u n a f i r m e avanzadilla de la a u t o n o m í a de los burgos. En Rusia, Moscú había r e t o ñ a d o de nuevo t r a s la implantación f o r m a l del zarismo con Iván III, beneficiándose notablemente del comercio de largo recorrido e n t r e E u r o p a y Asia, que cruzaba Rusia y en el q u e también p a r t i c i p a b a n los viejos centros mercantiles de Novgorod y Pskov. La maduración de los estados absolutistas en el siglo x v n propinó el definitivo golpe m o r t a l a la posibilidad de u n renacimiento de la independencia u r b a n a en el Este. Las nuevas m o n a r q u í a s —Hohenzollern, H a b s b u r g o y Románov— aseguraron la inqueb r a n t a b l e supremacía política de la nobleza sobre las ciudades. El único organismo corporativo que resistió al Gleichschaltung del Gran Elector tras la Suspensión de 1653 f u e la ciudad de Koenigsberg en la Prusia oriental: f u e aplastada en 1662-63 y en 1674, ante la pasividad de los j u n k e r s locales 1 0 . En Rusia, el m i s m o Moscú carecía de u n a clase b u r g u e s a fuerte, al e s t a r el comercio a c a p a r a d o p o r los boyardos, los funcionarios y u n p e q u e ñ o grupo de m e r c a d e r e s gosti, cuyo e s t a t u t o y privilegios dependían del gobierno. Había, sin embargo, n u m e r o s o s artesanos, una a n á r q u i c a fuerza de t r a b a j o semirrural, y los truculentos y c o r r o m p i d o s fusileros de la milicia de los streltsi. La causa inmediata de la convocatoria del decisivo Zemski Sobor que p r o m u l g ó el Sobornoe Ulozhenie f u e u n a explosión repentina de estos grupos heterogéneos. Las multitudes a m o t i n a d a s se enfurecieron ante la subida de precios de los artículos básicos que siguió al a u m e n t o de impuestos d e c r e t a d o p o r la administración de Morózov, t o m a r o n Moscú y obligaron al zar a aband o n a r la ciudad, m i e n t r a s el descontento se extendía p o r las provincias rurales hasta Siberia. Una vez r e c u p e r a d o el control de la capital, se convocó al Zemski Sobor y se decretó el Ulozhenie. Novgorod y Pskov se rebelaron contra las exacciones fiscales, p o r lo que f u e r o n definitivamente reprimidas, d e j a n d o de tener en adeiante toda importancia económica. Los últimos " Carsten, The origins

of Prussia,

pp. 212-14, 220-1.

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t u m u l t o s u r b a n o s de Moscú tuvieron lugar en 1683, c u a n d o los a r t e s a n o s rebeldes f u e r o n sometidos con facilidad, y en 1683, c u a n d o Pedro I liquidó p o r fin a los streltsi. A p a r t i r de entonces, las ciudades rusas no crearon ningún problema a la mon a r q u í a ni a la aristocracia. En tierras checas, la guerra de los Treinta Años acabó con el orgullo y el desarrollo de las ciudades de Bohemia y Moravia: los incesantes sitios y devastaciones que s u f r i e r o n d u r a n t e las c a m p a ñ a s de la guerra, j u n t o con la cancelación de las a u t o n o m í a s municipales después de ella, las r e d u j e r o n p a r a siempre a adornos pasivos del imperio de los Habsburgo. La razón interna m á s f u n d a m e n t a l del absolutismo del Este radica, sin embargo, en el campo. Su compleja maquinaria de represión estaba dirigida primordial y esencialmente c o n t r a el campesinado. El siglo x v n f u e u n a época de caída de los precios y disminución de la población en la m a y o r p a r t e de E u r o p a . En el Este, las guerras y los desastres civiles habían creado crisis de m a n o de obra p a r t i c u l a r m e n t e agudas. La guerra de los Treinta Años infligió un golpe b r u t a l al c o n j u n t o de la economía alemana al este del Elba. En muchos distritos de Brand e m b u r g o h u b o pérdidas demográficas superiores al 50 p o r 100". En Bohemia, la población total b a j ó de 1.700.000 habh tantes a menos de 1.000.000 en el m o m e n t o de la f i r m a de la Paz de Westfalia 1 2 . En las tierras rusas, las intolerables tensiones de las guerras de Livonia y de la Oprichnina c o n d u j e r o n a la despoblación y evacuación calamitosas de Rusia central en los últimos años del siglo xvi: e n t r e el 76 y el 96 p o r 100 de todos los núcleos rurales de la provincia de Moscú f u e r o n a b a n d o n a d o s 13. El «período de trastornos», con sus guerras civiles, invasiones e x t r a n j e r a s y rebeliones rurales, p r o d u j o entonces inestabilidad y escasez de la fuerza de t r a b a j o a disposición de la clase terrateniente. El descenso demográfico de esta época creó así, o agravó, una constante escasez de t r a b a j o r u r a l p a r a el cultivo de la tierra. Había, además, un antecedente regional p e r m a n e n t e de este fenómeno: el problema endémico p a r a el feudalismo oriental de la proporción t i e r r a / t r a b a j o , la existencia de demasiado pocos campesinos, dispersos en espacios excesivamente grandes. La siguiente comparación puede d a r u n a idea de la diferencia de condiciones con la E u r o p a occidental: la densidad de población en la Rusia del siglo x v n

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era de tres o c u a t r o p e r s o n a s p o r kilómetro cuadrado, m i e n t r a s q u e la de Francia era de 40, es decir, diez veces mayor 1 4 . E n las fértiles tierras del sudeste de Polonia o de Ucrania occidental, la zona agrícola m á s rica de la Rzeczpospolita, la densidad demográfica no era m u c h o mayor, e n t r e tres y siete personas p o r kilómetro cuadrado 1 5 . La m a y o r p a r t e de la llanura de Hungría central —que entonces eran las tierras fronterizas e n t r e los imperios a u s t r í a c o y turco— estaba igualmente despoblada. El p r i m e r objetivo de la clase t e r r a t e n i e n t e n o era tanto, como en Occidente, f i j a r el nivel de las cargas que debía pagar el campesino, c o m o detener la movilidad del aldeano y atarle a la tierra. Del m i s m o modo, en grandes zonas de E u r o p a oriental, la f o r m a m á s típica y eficaz de la lucha de clases protagonizada por el c a m p e s i n a d o era simplemente huir, esto es, d e s e r t a r colectivamente de la tierra y dirigirse a nuevos espacios deshabitados e inexplorados. Ya se han descrito las medidas t o m a d a s en el ú l t i m o período medieval por la nobleza prusiana, austriaca y checa p a r a impedir esta movilidad tradicional; n a t u r a l m e n t e , estas medidas se intensificaron en la fase inaugural del absolutismo. Más hacia el este, en Rusia y en Polonia, el p r o b l e m a era todavía más serio. En las amplias tierras pónticas situadas e n t r e a m b o s países n o existían límites ni f r o n t e r a s estables de asentamiento; la p r o f u n d a zona forestal del n o r t e de Rusia era tradicionalm e n t e un área de c a m p e s i n a d o de «tierra negra», al margen del control señorial, m i e n t r a s que Siberia occidental y la región del Volga y el Don, en el sudeste, constituían r e m o t a s e impenetrables extensiones todavía en proceso de colonización gradual. La emigración rural en todas esas direcciones ofrecía la posibilidad de liberarse de la explotación señorial y establecer, en las d u r a s condiciones de la f r o n t e r a , colonias campesinas independientes. El interminable proceso de reducción a la servid u m b r e del c a m p e s i n a d o ruso, a lo largo del siglo x v n , debe considerarse en el m a r c o del contexto n a t u r a l a p u n t a d o : existían zonas marginales, grandes y divisibles, alrededor de las propiedades territoriales de la nobleza. Así, es u n a p a r a d o j a histórica que Siberia fuese colonizada p o r pequeños propietarios campesinos, procedentes de las comunidades de «tierra negra» del norte, que buscaban mayor libertad personal y oportunidades económicas, d u r a n t e el m i s m o período en que la gran

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Stoye, Europe unfolding, 1648-1688, p. 31. Polisensky, The Thirty Year's war, p. 245. " R. H. Hellie, Enserfment and miíitary change

14

11

1971, p. 95.

R. Mousnier, Peasant Uprisings, pp. 157, 159. P. Skwarczynski, «Poland and Lithuania», en The New Modern History of Europe, 111, Cambridge, 1968, p. 377. 15

in Muscovy,

Chicago,

Cambridge

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196 Europa oriental

m a s a del c a m p e s i n a d o central se estaba h u n d i e n d o en u n a abyecta esclavitud l é . Esta ausencia de una fijación territorial n o r m a l en Rusia es lo que explica la s o r p r e n d e n t e supervivencia de la esclavitud en u n a escala muy considerable: a finales del siglo xvi, los esclavos todavía cultivaban e n t r e el 9 y el 15 p o r 100 de las propiedades rusas 1 7 . En efecto, como h e m o s dicho repetidas veces, la presencia de esclavitud r u r a l en u n a f o r m a c i ó n social feudal siempre significa que el sistema de serv i d u m b r e n o se ha c e r r a d o aún, y que u n considerable n ú m e r o de p r o d u c t o r e s directos p e r m a n e c e libre en el campo. La posesión de esclavos era u n o de los grandes capitales de la clase boyarda, que daba a sus propiedades u n a v e n t a j a económica f u n d a m e n t a l sobre la más p e q u e ñ a nobleza de servicio 1 8 : d e j ó de ser necesaria sólo c u a n d o la red de la s e r v i d u m b r e h u b o a t r a p a d o con fuerza a casi todo el campesinado ruso en el siglo XVIÍI. Mientras tanto, existió u n a incesante rivalidad interfeudal p o r el control de «almas» p a r a el cultivo de las tierras de la nobleza y el clero: los boyardos y los monasterios con feudos más rentables y racionalizados a d m i t í a n siervos fugitivos, procedentes de fincas más pequeñas, y ponían obstáculos a su recuperación p o r sus antiguos señores, lo que e n f u r e c í a a la clase de pequeños propietarios. Estos conflictos no termin a r o n h a s t a q u e se estableció u n a autocracia central, estable y poderosa, con u n a p a r a t o coercitivo de Estado, capaz de i m p o n e r la adscripción a la tierra en t o d o el t e r r i t o r i o ruso. Así pues, la constante preocupación señorial p o r el p r o b l e m a de la movilidad laboral en el Este es lo que explica, sin d u d a alguna, gran p a r t e de la m a r c h a interior hacia el absolutismo w . Las leyes señoriales q u e ataban al c a m p e s i n a d o a la tierra ya se habían a p r o b a d o en la época precedente. Pero, como ya hemos visto, su cumplimiento era n o r m a l m e n t e m u y imperfec" A. N. Sajarov, «O dialektike istoricheskovo razvitiya russkovo krest'yanstva», Voprosi lstorii, 1, enero de 1970, pp. 26-7, subraya este contraste. 11 Mousnier, Peasant uprisings, pp. 174-5. " Véase la notable ponencia de Vernadsky, «Serfdom in Russia», en X Congresso Internationale di Scienze Storiche, Relazioni, III, Florencia, 1955, pp. 247-72, que señala correctamente la importancia de la esclavitud rural en Rusia como una característica del sistema agrario. " Una idea de la magnitud de este problema para la clase dominante rusa puede deducirse del hecho de que en fecha tan tardía como 1718-9, mucho después de la consolidación legal de la servidumbre, el censo ordenado por Pedro I descubrió no menos de 200.000 siervos fugitivos —alrededor del 3 ó 4 por 100 del total de la población sierva— que fueron devueltos a sus antiguos amos. Véase M. Ya. Volkov, «O stanovlenii absoliutizma v Rossii», Istoriya SSSR, enero de 1970, p. 104.

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to: las v e r d a d e r a s p a u t a s de la m a n o de obra n o correspondían siempre, en m o d o alguno, a las disposiciones de los codigos legales. La misión del absolutismo fue, en todas partes, convertir la teoría jurídica en práctica económica. Un a p a r a t o represivo inexorablemente centralizado y u n i t a r i o constituía u n a necesidad objetiva p a r a la vigilancia y la supresión de la extendida movilidad r u r a l en épocas de depresión económica. Ninguna red de jurisdicciones de señores individuales, p o r muy despóticos q u e f u e r a n , podía e n f r e n t a r s e con este p r o b l e m a de f o r m a adecuada. Las funciones de policía interior necesarias p a r a la segunda s e r v i d u m b r e del Este f u e r o n , en este sentido, m u c h o más exigentes que las necesarias p a r a la p r i m e r a servid u m b r e en el Oeste: el resultado f u e hacer posible u n E s t a d o absolutista más avanzado que las relaciones de producción sob r e las que se asentaba, y c o n t e m p o r á n e o del q u e en el Oeste evolucionaba m á s allá de la servidumbre. Polonia, u n a vez más, f u e la a p a r e n t e excepción en la lógica de este proceso. Pero así como en lo exterior tuvo que pagar el castigo del diluvio sueco p o r n o h a b e r generado u n absolutismo, en el interior el precio de su f r a c a s o f u e la mayor insurrección campesina de esta época, la catástrofe de la revolución u c r a n i a n a de 1648, que le costó u n tercio de su t e r r i t o r i o y que descargó sobre la moral y el valor de la szlachta u n golpe del que n u n c a se h a b r í a de r e c o b r a r plenamente, pues sirvió de preludio i n m e d i a t o a la guerra con Suecia, a la que h a b r í a de ligarse. El carácter peculiar de la revolución u c r a n i a n a f u e consecuencia directa del p r o b l e m a básico de la movilidad y la huida de los campesinos en el Este 2 0 . Fue u n a rebelión iniciada p o r los relativamente privilegiados «cosacos» de la región del Dnieper, que eran en su origen campesinos fugitivos o rutenios, o h a b i t a n t e s de las tierras atlas circasianas, que se habían asentado en las vastas tierras fronterizas e n t r e Polonia, Rusia y el j a n a t o t á r t a r o de Crimea. En estas tierras de nadie habían llegado a a d o p t a r un m o d o de vida seminómada, ecuestre, muy similar al de los t á r t a r o s contra los que n o r m a l m e n t e luchaban. Mucho t i e m p o después se había desarrollado u n a compleja est r u c t u r a social en las comunidades de cosacos. Su centro político y militar era la isla fortificada o sech, situada más a b a j o de los rápidos del Dnieper, creada en 1557, y que constituía un campam e n t o guerrero, organizado en regimientos que elegían delega-

20 Una completa descripción de la estructura social de Ucrania y de la revolución de 1648-54 puede verse en Vernadsky, The tsardom of Moscow, i, pp. 439-81.

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dos p a r a u n consejo de oficiales o starshina, q u e a su vez elegía u n c o m a n d a n t e s u p r e m o o hetmán. Fuera del sech de Zaporozhe, las b a n d a s e r r a n t e s de bandidos y m o n t a ñ e r o s se mezclaban con a s e n t a m i e n t o s aldeanos de agricultores, gobernados p o r sus propios ancianos. La nobleza polaca, c u a n d o e n c o n t r ó estas comunidades en su expansión hacia Ucrania, pensó que era necesario tolerar la f u e r z a a r m a d a de los cosacos zaporozhianos, englobándola en u n n ú m e r o limitado de regimientos técnicamente «registrados» b a j o m a n d o polaco. Las t r o p a s cosacas f u e r o n utilizadas como caballería auxiliar en las c a m p a ñ a s polacas de Moldavia, Livonia y Rusia, y los oficiales t r i u n f a n t e s llegaron a constituir u n a élite de propietarios, q u e d o m i n a r o n al pueblo cosaco y en ocasiones se convirtieron f i n a l m e n t e en nobles polacos. E s t a convergencia social con la szlachta local, q u e había extendido i n i n t e r r u m p i d a m e n t e sus tierras en dirección al Este, n o cambió la anomalía militar de la independencia de los regimientos del sech, con su base en u n filibusterismo semipopular, ni afectó a los grupos de cosacos rurales que vivían e n t r e la población sierva cultivando los latifundios de la aristocracia polaca en esta región. Así, la movilidad campesina había dado origen en las p r a d e r a s pónticas a u n f e n ó m e n o sociológico p r á c t i c a m e n t e desconocido p o r entonces en Occidente: el de u n a s m a s a s rurales capaces de p r e s e n t a r ejércitos organizados c o n t r a u n a aristocracia feudal. El r e p e n t i n o m o t í n de las compañías registradas b a j o su Hetmán Jmelnitski en 1648 f u e profesionalmente capaz de hacer f r e n t e a los ejércitos polacos enviados c o n t r a ellas, y su rebelión desencadenó, a su vez, u n levantamiento general de los siervos de Ucrania, que lucharon codo a codo con los campesinos cosacos pobres p o r a r r o j a r a los señores polacos. Tres años después, los campesinos polacos sp rebelaron en la región de Podhale, en Cracovia, en u n movim i e n t o inspirado p o r el de los cosacos y los siervos ucranianos. Una salvaje guerra social se libró en Galitzia y en Ucrania, en la q u e los ejércitos szlachta f u e r o n d e r r o t a d o s repetidas veces p o r las fuerzas zaporozhianas. E s t a guerra t e r m i n ó con la decisiva transferencia de fidelidad de Polonia a Rusia realizada p o r Jmelnitski con el t r a t a d o de Pereyaslavl de 1654, que p u s o a toda la Ucrania situada más allá del Dnieper b a j o el dominio de los zares, garantizando los intereses del starshina cosaco 2 1 .

" Un relato sucinto de las negociaciones y disposiciones del tratado de Pereyaslavl puede verse en C. B. O'Brien, Muscovy and the Ukraine, Berkeley y Los Angeles, 1963, pp. 21-7.

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Los campesinos ucranianos —cosacos y n o cosacos— f u e r o n las víctimas de esta operación: la «pacificación» de Ucrania con la integración del c u e r p o de oficiales en el E s t a d o r u s o restableció sus a t a d u r a s . Finalmente, t r a s u n a larga evolución, los escuadrones cosacos llegaron a f o r m a r u n c u e r p o de élite de la autocracia zarista. El t r a t a d o de Pereyaslavl simbolizó, en efecto, la respectiva trayectoria de los dos grandes rivales de aquella zona d u r a n t e el siglo XVII. El f r a g m e n t a d o E s t a d o polaco se m o s t r ó incapaz de d e r r o t a r y s o m e t e r a los cosacos, y t a m p o c o p u d o resistir a los suecos. La autocracia zarista centralizada f u e capaz de a m b a s cosas: repelió la amenaza sueca y n o sólo sometió, sino que al final utilizó a los cosacos c o m o dragones encargados de la represión de sus p r o p i a s masas. El levantamiento u c r a n i a n o f u e la guerra campesina m á s imp o r t a n t e de la época en el Este, p e r o n o f u e la única. Todas las grandes noblezas de E u r o p a oriental tuvieron q u e e n f r e n t a r s e , en u n m o m e n t o u o t r o del siglo xvxi, con rebeliones de siervos. En B r a n d e m b u r g o se p r o d u j e r o n repetidos estallidos de violencia r u r a l en el distrito central de Prignitz, d u r a n t e la fase final de la guerra de los Treinta Años y en la década siguiente: 1645, 1646, 1648, 1650 y, de nuevo, en 1656 22. La concentración del poder nobiliario p o r el Gran Elector debe considerarse en el m a r c o del m a l e s t a r y la desesperación de las aldeas. El campesinado de Bohemia, s u j e t o a u n a creciente degradación de su posición económica y legal después del t r a t a d o de Westfalia, se levantó c o n t r a sus señores a lo largo de todo el país en 1680, c u a n d o los ejércitos austríacos tuvieron que ser enviados p a r a s u p r i m i r su alzamiento. Pero, sobre todo, en la m i s m a Rusia h u b o u n n ú m e r o inigualado de insurrecciones rurales que se extendieron desde el «período de trastornos» a comienzos del siglo X V I I hasta la era de la Ilustración en el siglo x v m . E n 1606-07, los campesinos, plebeyos y cosacos de la región del Dnieper tomaron el p o d e r provincial b a j o el m a n d o del ex esclavo Bolótnikov, y sus ejércitos estuvieron a p u n t o de instalar al Falso Dimitri como zar de Moscú. En 1633-34, los siervos y desertores de la zona de guerra de Smolensko se rebelaron b a j o el m a n d o del campesino Balash. En 1670-71, p r á c t i c a m e n t e todo el sudeste, desde Astracán hasta Simbirsk, se sacudió el control señorial a medida que numerosísimos ejércitos de campesinos y cosacos subían por el valle del Volga dirigidos p o r el b a n d i d o Razin. En 1707-08, las m a s a s rurales del B a j o Don siguieron al cosaco Bulavin en u n a violenta rebelión contra el a u m e n t o 22

Stoye, Europe

unfolding,

1648-1688, p. 30.

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de contribuciones y el t r a b a j o obligatorio en los astilleros, impuestos p o r Pedro I. Finalmente, en 1773-74, tuvo lugar la última y más formidable de todas las insurrecciones: la t r e m e n d a rebelión de n u m e r o s a s poblaciones explotadas, desde las estribaciones de los Urales y los desiertos de Bashkiria hasta las orillas del Caspio, al m a n d o de Pugachev, que combinó a cosacos del m o n t e y la estepa, obreros industriales forzados, campesinos de las llanuras y tribus de pastores en u n a serie de sublevaciones que, p a r a ser d e r r o t a d a s , necesitaron el despliegue a gran escala de los ejércitos imperiales rusos. Todas estas rebeliones populares se originaron en las indet e r m i n a d a s zonas fronterizas del t e r r i t o r i o ruso: Galitzia, Bielorrusia, Ucrania, Astracán, Siberia, p o r q u e allí se diluía el p o d e r del E s t a d o central y las escurrizidas m a s a s de bandidos, aventureros y fugitivos se mezclaban con los siervos asentados y las propiedades nobiliarias. Las c u a t r o mayores rebeliones f u e r o n dirigidas p o r elementos cosacos a r m a d o s , que a p o r t a b a n la experiencia militar y la organización que les hacían tan peligrosos p a r a la clase feudal. Con el cierre final de las f r o n t e r a s u c r a n i a n a y siberiana a finales del siglo x v m , después de q u e se completaran los p r o g r a m a s colonizadores de Potemkin, f u e c u a n d o el c a m p e s i n a d o ruso, de f o r m a significativa, q u e d ó som e t i d o a u n a t a c i t u r n a quietud. Así pues, en toda la E u r o p a oriental, la intensidad de la lucha de clases en el campo —siemp r e latente en f o r m a de huidas rurales— f u e también el deton a d o r de explosiones campesinas c o n t r a la servidumbre, en las q u e resultaba f r o n t a l m e n t e amenazado el p o d e r colectivo y la propiedad de la nobleza. La geografía social plana de la m a y o r p a r t e de la región —que la distinguía del espacio m á s segmentado de la E u r o p a occidental— 2 3 podía d a r f o r m a s particularm e n t e serias a esta amenaza. El extendido peligro procedente de sus propios siervos actuó, p o r tanto, como u n a fuerza centrípeta sobre las aristocracias del Este. La ascensión del E s t a d o absolutista en el siglo X V I I respondía, en último término, al miedo social: su a p a r a t o coactivo político-militar era la garantía de la estabilidad de la servidumbre. Había así u n orden i n t e r n o del absolutismo del Este que c o m p l e m e n t a b a su determinación exterior: la función del Estado centralizado consistía en defender la posición de clase de la nobleza feudal contra sus rivales 25 El contraste entre la topografía llana e interminable del Este, que facilitaba las huidas, y el relieve más accidentado y limitado del Oeste, que ayudaba al control de la fuerza de trabajo, es subrayado por Lattimore, «Feudalism in history», pp. 55, 56, y Mousnier, Peasant uprisings, páginas 157, 159.

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del exterior y sus campesinos del interior. La organización y la disciplina de los p r i m e r o s y la fluidez y contumacia de los segundos dictaron la urgencia de la unidad política. El E s t a d o absolutista se reduplicó, pues, al o t r o lado del Elba, hasta llegar a ser u n f e n ó m e n o europeo de carácter general. ¿Cuáles f u e r o n los rasgos específicos de la variante oriental de esta m á q u i n a feudal fortificada? Pueden señalarse dos características básicas e interrelacionadas. En p r i m e r lugar, la influencia de la guerra en su e s t r u c t u r a f u e m á s p r e p o n d e r a n t e incluso que en el Oeste, y t o m ó f o r m a s sin precedentes. Prusia representa quizá el límite extremo alcanzado p o r la militarización en la génesis de este Estado. El hincapié funcional en la guerra r e d u j o en este caso al naciente a p a r a t o de E s t a d o a u n s u b p r o d u c t o de la m á q u i n a militar de la clase dominante. El absolutismo del Gran Elector de B r a n d e m b u r g o había nacido, como ya hemos visto, en m e d i o de la confusión provocada p o r las expediciones suecas a través del Báltico en la década de 1650. Su evolución y articulación internas r e p r e s e n t a r o n u n a expresiva realización de la f r a s e de Treitschke: «La guerra es el p a d r e de la cultura y la m a d r e de la creación», p o r q u e toda la e s t r u c t u r a fiscal, la burocracia central y la administración local del Gran Elector comenzaron su existencia como subdep a r t a m e n t o s técnicos del Generalkriegskommissariat. A p a r t i r de 1679, d u r a n t e la guerra con Suecia, esta institución única se convirtió b a j o el m a n d o de Von G r u m b k o w en el órgano sup r e m o del a b s o l u t i s m o de los Hohenzollern. La burocracia prusiana, en o t r a s palabras, nació como u n a r a m a del ejército. El Generalkriegskommissariat constituía u n ministerio de la guerra y de hacienda omnicompetente, que no sólo m a n t e n í a un ejército p e r m a n e n t e , sino que r e c a u d a b a impuestos, regulab a la industria y s u m i n i s t r a b a el funcionariado provincial del E s t a d o de B r a n d e m b u r g o . El gran historiador p r u s i a n o Otto Hintze describió así el desarrollo de esta e s t r u c t u r a en el siglo siguiente: «Toda la organización del funcionariado estaba ligada a los objetivos militares y destinada a servirlos. Incluso los policías provinciales procedían de los comisariados de la guerra. Todo ministro de E s t a d o se titulaba s i m u l t á n e a m e n t e ministro de la guerra; todo consejero de las c á m a r a s administrativas y fiscales se titulaba s i m u l t á n e a m e n t e c o n s e j e r o de la guerra. Los antiguos oficiales se convertían en consejeros provinciales o, incluso, en presidentes y ministros; los funcionarios de la administración se reclutaban en su mayor p a r t e entre los antiguos interventores y comisarios de los regimientos; las posiciones más b a j a s se llenaban hasta ddnde era posible con

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suboficiales retirados o con inválidos de guerra. Todo el Est a d o adquiría así u n corte militar, y todo el sistema social se ponía al servicio del militarismo. Los nobles, burgueses y campesinos se limitaban a estar allí, cada u n o en su esfera, p a r a servir al Estado y travailler pour le roi de Prusse»24. A finales del siglo X V I I I , el p o r c e n t a j e de la población enrolada en el ejército era quizá c u a t r o veces superior al de la Francia contemporánea y se utilizaban implacables métodos coactivos p a r a reaprovisionarlo con desertores y campesinos e x t r a n j e r o s . El control del m a n d o p o r los j u n k e r s era p r á c t i c a m e n t e absoluto. Esta t r e m e n d a m á q u i n a militar absorbía n o r m a l m e n t e ent r e el 70 y el 80 p o r 100 de los ingresos fiscales del E s t a d o en tiempos de Federico II 2 6 . El absolutismo austríaco, como se verá más adelante, siemp r e tuvo u n a e s t r u c t u r a m u c h o más heteróclita, mezcla imperfecta de rasgos orientales y occidentales que correspondía a su base territorial mixta en E u r o p a central. Ninguna concentración comparable a la de Berlín prevaleció n u n c a en Viena. Con todo, hay que tener en cuenta que, desde la mitad del siglo xvi hasta finales del X V I I I , la tendencia centralizadora y el í m p e t u innovador d e n t r o del ecléctico sistema administrativo del Estado de los H a b s b u r g o provinieron del complejo militar imperial. D u r a n t e m u c h o tiempo, en efecto, sólo este complejo milit a r dio realidad práctica a la u n i d a d dinástica de las dispersas tierras gobernadas p o r los Habsburgo. Así, el Consejo S u p r e m o de la Guerra, o Hofkriegsrat, era el único organismo de gob i e r n o con jurisdicción en todos los territorios de los Habsburgo en el siglo xvi, y el único organismo ejecutivo que los unía b a j o la familia dominante. Aparte de sus deberes de defensa c o n t r a los turcos, el Hofkriegsrat era responsable de la directa administración civil de toda la b a n d a de territorio situada a lo largo de la f r o n t e r a sudoriental de Austria y Hungría, que estaba guarnecida con milicias de Grenzers s u j e t a s a su m a n d o . Su posterior papel en el crecimiento gradual de la centralización de los H a b s b u r g o y en la construcción de un absolutismo desarrollado f u e siempre determinante. «De todos los órganos centrales de gobierno, éste f u e p r o b a b l e m e n t e el que tuvo u n a influencia mayor p a r a p r o m o v e r la unificación de los diversos territorios hereditarios, y todos —incluyendo Bohemia y especialmente Hungría, p a r a cuya protección se había planeado ori-

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ginariamente— aceptaron su control s u p r e m o sobre los asuntos militares» 27. El ejército profesional que apareció t r a s la guerra de los Treinta Años rubricó la victoria de la dinastía sobre los Estados bohemios; sostenido por los impuestos sobre las tierras de Bohemia y de Austria, se convirtió en el p r i m e r a p a r a t o perm a n e n t e de gobierno en a m b o s reinos, y careció d u r a n t e m á s de un siglo de u n verdadero equivalente civil. También en las tierras magiares, la extensión del ejército de los H a b s b u r g o en Hungría a principios del siglo X V I I I provocó finalmente u n a unión política más estrecha con las otras posesiones dinásticas. El p o d e r absolutista, en este caso, residía exclusivamente en la r a m a militar del Estado: a p a r t i r de entonces, Hungría suministró a c a n t o n a m i e n t o s y tropas a los ejércitos de los Habsburgo, que o c u p a b a n un t e r r e n o geográfico situado, p a r a el resto de la administración imperial, más allá de sus f r o n t e r a s . Al m i s m o tiempo, los territorios recién conquistados y situados más hacia el Este, que se habían t o m a d o a los turcos, se pusieron b a j o control del ejército. El Consejo S u p r e m o de la Guerra gobernaba directamente Transilvania y el Banato, organizando y supervisando la colonización sistemática de estas tierras por inmigrantes germanos. La m a q u i n a r i a de guerra f u e siempre el a c o m p a ñ a m i e n t o más constante del desarrollo del absolutismo austríaco. Pero no por eso los ejércitos austríacos alcanzaron nunca la posición de sus equivalentes prusianos: la militarización del E s t a d o se vio bloqueada p o r los límites impuestos a su centralización. La carencia final de u n a unidad política rigurosa en los dominios de los H a b s b u r g o impidió un auge comparable del a p a r a t o militar d e n t r o del absolutismo austríaco. Por otra parte, el papel del a p a r a t o militar en Rusia apenas f u e menos i m p o r t a n t e que en Prusia. En su estudio sobre la especificidad histórica del imperio moscovita, Kliuchevsky com e n t a que «la p r i m e r a de estas peculiaridades era la organización guerrera del Estado. El imperio moscovita era la Gran Rus en armas» 2 8 . Los arquitectos más célebres de este edificio, Iván IV y Pedro I, diseñaron su sistema administrativo básico p a r a a u m e n t a r la capacidad bélica de Rusia. Iván IV intentó r e c o n s t r u i r todo el modelo de tenencia de la tierra en Moscovia p a r a convertirlo en tenencias de servicio, implicando cada vez más a la nobleza en obligaciones militares p e r m a n e n t e s p a r a

24

Hintze, Gesammelte Abhandlungen, I, p. 61. " Dorn, Competition for empire, p. 94. " A. J. P. Taylor, The course of Germán history,

21

Londres, 1961, p. 19.

tury,

21

H. F. Schwarz, The imperial Harvard, 1943, p. 26. V. O. Kliuchevsky, A history

Privy

Council

of Russia,

in the seventeenth

II, Londres, 1912, p. 319.

cen-

196

196 Europa oriental

con el E s t a d o moscovita. «La tierra se convirtió en u n m e d i o económico p a r a asegurar al E s t a d o u n servicio militar suficiente, y la propiedad de la tierra p o r la clase de los oficiales p a s ó a ser la base de u n sistema de defensa nacional» 2 9 . D u r a n t e la m a y o r p a r t e del siglo xvi h u b o u n estado de guerra permanente c o n t r a suecos, polacos, lituanos, t á r t a r o s y otros antagonistas. Finalmente, Iván IV se h u n d i ó en las largas guerras de Livonia, que t e r m i n a r o n en la catástrofe generalizada de la década de 1580. El «período de trastornos» y la posterior consolidación de la dinastía Románov desarrollaron, sin embargo, la tendencia básica a ligar la propiedad de la tierra con la construcción del ejército. Pedro I dio entonces su f o r m a m á s implacable y universal a este sistema. Toda la tierra quedó suj e t a a obligaciones militares y todos los nobles tenían que com e n z a r u n servicio indefinido al E s t a d o a la edad de quince años. Dos tercios de los m i e m b r o s de todas las familias nobles tenían que ingresar en el ejército, y sólo se permitía al tercer h i j o de cada familia c u m p l i r este servicio en la burocracia civil 30 . Los gastos militares y navales de P e d r o en 1724 — u n o de los pocos años de paz de su reinado— ascendieron al 75 p o r 100 de los ingresos del Estado 3 1 . La atención p r e f e r e n t e del E s t a d o absolutista a la guerra n o era gratuita; correspondía a movimientos de conquista y expansión m u c h o mayores que los que tuvieron lugar en Occidente. La cartografía del absolutismo del E s t e corresponde estrecham e n t e a su e s t r u c t u r a dinámica. Moscovia multiplicó unas doce veces su t a m a ñ o d u r a n t e los siglos xv y xvi, absorbiendo Novgorod, Kazán y Astracán. En el siglo XVII, el Estado ruso se expandió i n i n t e r r u m p i d a m e n t e con la anexión de Ucrania occidental y una p a r t e de Bielorrusia, m i e n t r a s que en el siglo X V I I I ocupó las tierras del Báltico, el r e s t o de Ucrania y Crimea. B r a n d e m b u r g o adquirió Pomerania en el siglo Xvn, y el Estado p r u s i a n o dobló después su t a m a ñ o con la conquista de Silesia en el siglo X V I I I . El Estado de los Habsburgo, b a s a d o en Austria, reconquistó Bohemia en el siglo XVII, y en el X V I I I había sometido a Hungría y anexionado Croacia, Transilvania y Oltenia, en los Balcanes. En fin, Rusia, Prusia y Austria se dividieron Polonia, que había sido el E s t a d o más grande de E u r o p a . La racionalidad y la necesidad de u n «superabsolutismo» para la clase feudal del Este recibió en este desenlace " Kliuchevsky, op. cit., p. 120. M. Beloff, «Russia», en Goodwin, comp., The European the 18th century, pp. 174-5. 31 V. O. Kliuchesvsky, A history of Russia, iv, pp. 144-5. 30

nobility

in

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final u n a demostración simétrica, a p a r t i r del e j e m p l o de su ausencia. La reacción feudal de los nobles prusianos y rusos llegó a su plenitud con u n absolutismo perfeccionado. Sus homólogos polacos, t r a s s o m e t e r a los campesinos de u n a form a n o menos feroz, no f u e r o n capaces de generar un absolutismo. Al p r e s e r v a r celosamente los derechos individuales de cada propietario contra todos los demás, y los de todos contra cualquier dinastía, la nobleza polaca cometió u n suicidio colectivo. Su miedo patológico a un p o d e r estatal central institucionalizó la a n a r q u í a nobiliaria. La consecuencia era previsible: Polonia f u e b o r r a d a del m a p a por sus vecinos, que d e m o s t r a r o n en el c a m p o de batalla la más alta necesidad del E s t a d o absolutista. Tanto en Prusia como en Rusia la militarización extrema del E s t a d o estaba ligada e s t r u c t u r a l m e n t e a la segunda característica principal del absolutismo, que radicaba en la naturaleza de la relación funcional e n t r e los propietarios feudales y las m o n a r q u í a s absolutas. La diferencia f u n d a m e n t a l e n t r e las variantes oriental y occidental puede verse en los respectivos modos de integración de la nobleza en la nueva b u r o c r a c i a creada p o r ellas. La venta de cargos n o existió en Prusia ni en Rusia en volumen considerable. Los j u n k e r s del este del Elba se habían caracterizado p o r su rapacidad pública en el siglo xvi, en el que h u b o u n a corrupción generalizada, malversación de fondos estatales, a r r e n d a m i e n t o s de sinec iras y manipulaciones del crédito real 3 2 . Esta f u e la época de dominio incontestado del Herrenstand y el Ritterschaft y de debilitamiento de toda a u t o r i d a d pública central. La llegada del absolutismo de los Hohenzollern en el siglo X V I I cambió radicalmente esta situación. A p a r t i r de entonces, el nuevo E s t a d o prusiano impuso una creciente probidad financiera sobre su administración. No se permitió la compra p o r los nobles de posiciones rentables en la burocracia. Significativamente, sólo en los enclaves de Cleves y Mark, en Renania, que eran socialmente m u c h o más avanzados y en los que había u n a floreciente burguesía u r b a n a , f u e f o r m a l m e n t e sancionada la c o m p r a de cargos p o r Federico Guillermo I y sus sucesores 3 3 . En Prusia, el c o n j u n t o de la burocracia oficial se caracterizaba p o r su concienzudo profesionalismo. En Rusia, p o r o t r a parte, los f r a u d e s y las malversaciones eran males endémicos en las m á q u i n a s del E s t a d o mos»! Hans Rosenberg, «The rise of the junkers in Brandenburg-Prussia 1410-1563», American Historical Review, octubre de 1943, p. 20. 13 Hans Rosenberg, Bureaucracy, aristocracy and autocracy: the Prussian experience, 1680-1815, Cambridge, 1958, p. 78.

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covita y de los Románov, que p e r d í a n de esta l o r m a u n a gran p r o p o r c i ó n de sus ingresos. Pero este f e n ó m e n o n o era m á s que u n a variedad directa y p r i m a r i a del peculado y el robo, a u n q u e en u n a escala e n o r m e y caótica. La venta de cargos p r o p i a m e n t e dicha —en cuanto sistema regulado y legal de r e c l u t a m i e n t o de u n a burocracia— n u n c a llegó a establecerse seriamente en Rusia. T a m p o c o f u e u n a práctica significativa en el E s t a d o austríaco, relativamente m á s avanzado, y que n u n c a poseyó —al c o n t r a r i o de algunos de los principales vecinos de la Alemania del sur— u n a clase «funcionarial» q u e h u b i e r a c o m p r a d o sus posiciones en la administración. Las razones p a r a esta diferencia general e n t r e el Este y el Oeste son evidentes. El completo estudio de S w a r t sobre la distribución del f e n ó m e n o de la venta de cargos hace hincapié c o r r e c t a m e n t e en su conexión con la existencia de u n a clase comercial local 3 4 . En o t r a s palabras, la venta de cargos en Occidente correspondió a la sobredeterminación del ú l t i m o E s t a d o feudal p o r el r á p i d o crecimiento del capital mercantil y m a n u f a c t u r e r o . El vínculo contradictorio que el capital establecía e n t r e el cargo público y las personas privadas r e f l e j a b a las concepciones medievales de soberanía y contrato, en las que todavía no existía u n orden público impersonal; p e r o s i m u l t á n e a m e n t e era un vínculo monetario, que r e f l e j a b a la presencia y la interferencia de u n a economía monetaria y de sus f u t u r o s dueños, la burguesía u r b a n a . Mercaderes, abogados y b a n q u e r o s tenían acceso a la m á q u i n a del E s t a d o si podían pagar las s u m a s necesarias p a r a c o m p r a r su posición en él. La naturaleza mercantil de la transacción era también, p o r supuesto, u n indicio de la relación interclasista establecida e n t r e la aristocracia d o m i n a n t e y su E s t a d o : la unificación p o r m e d i o de la corrupción y no de la coacción p r o d u j o un absolut i s m o más suave y m á s avanzado. En el Este, p o r el contrario, n o había ninguna burguesía u r b a n a que p u d i e r a m o d i f i c a r el c a r á c t e r del E s t a d o absolutista, el cual, p o r tanto, n o f u e a t e m p e r a d o p o r u n sector mercantil. Ya h e m o s h a b l a d o de la sofocante política a n t i u r b a n a de las noblezas p r u s i a n a y polaca. En Rusia, los zares controlaban el comercio — f r e c u e n t e m e n t e a través de sus propias e m p r e s a s monopolistas— y a d m i n i s t r a b a n las ciudades. A menudo, los residentes en las ciudades eran siervos, lo que constituía u n caso único. La consecuencia f u e que el h í b r i d o fenóm e n o de la venta de cargos resultó impracticable. Los principios feudales p u r o s h a b r í a n de dirigir la construcción de la maqui14

K. W. Swart, Sale of offices

in the seventeenth

century,

p. 96.

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El absolutismo en el Este

naria estatal. El m e c a n i s m o de u n a nobleza de servicio f u e en m u c h o s aspectos el correlato oriental de la venta de cargos occidental. La clase de los j u n k e r s prusianos f u e i n c o r p o r a d a d i r e c t a m e n t e al Comisariado de la Guerra y a sus servicios financiero y fiscal p o r medio de su r e c l u t a m i e n t o p a r a el Estado. En la burocracia civil siempre h u b o u n a i m p o r t a n t e dosis de elementos n o aristocráticos que n o r m a l m e n t e eran ennoblecidos u n a vez que habían alcanzado las posiciones superiores 3 5 . En el campo, los j u n k e r s m a n t e n í a n u n control riguroso del Gutsbezirke local y, p o r tanto, estaban investidos con u n a completa panoplia de poderes fiscales, jurídicos, de policía y de reclutam i e n t o p a r a el servicio militar sobre los campesinos. Los órganos burocráticos provinciales de la administración central del siglo xviii, sugerentemente llamados Kriegs - und - Domanen Kammern (Cámaras de la Guerra y los Dominios), también estaban cada vez más dominados p o r ellos. En el m i s m o ejército, el m a n d o de oficiales constituía la reserva profesional de la clase terrateniente. «Sólo los jóvenes nobles eran admitidos en las compañías o escuelas de cadetes que había f u n d a d o [Federico Guillermo I], y los nobles sin n o m b r a m i e n t o de oficial eran incluidos p o r su n o m b r e en los i n f o r m e s trimestrales realizados p a r a su hijo, con lo que se indicaba que los nobles se consideraban, eo ipso, aspirantes a oficiales. Aunque m u c h o s plebeyos ascendieron a oficiales b a j o la presión de la guerra de sucesión española, f u e r o n purgados i n m e d i a t a m e n t e después de su final. La nobleza se convirtió de esta f o r m a en u n a nobleza militar, identificaba sus intereses con los del E s t a d o que le concedía posiciones de h o n o r y de beneficio» 36. En Austria n o había u n a j u s t e tan e s t r e c h o e n t r e el a p a r a t o del E s t a d o absolutista y la nobleza; la heterogeneidad insuperable de las clases terratenientes de los reinos de los Habsburgo lo imposibilitaba. Con todo, t a m b i é n aquí tuvo lugar u n movimiento p r o f u n d o a u n q u e incompleto hacia la creación de u n a nobleza de servicio. A la reconquista de Bohemia p o r los H a b s b u r g o d u r a n t e la guerra de los Treinta Años siguió la sistemática destrucción de la vieja aristocracia checa y g e r m a n a de las tierras de Bohemia, en las que se asentó u n a nobleza nueva y e x t r a n j e r a , de fe católica y orígenes cosmopolitas, que debía p o r completo sus propiedades y f o r t u n a s a la voluntad de la dinastía que la había creado. La nueva aristocracia «bohemia» suministró a p a r t i r de entonces el contingente d o m i n a n t e 35

Rosenberg, Bureaucracy, aristocracy and " Carsten, The origins of Prussia, p. 272.

autocracy,

pp. 139-43.

196

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de c u a d r o s del E s t a d o de los Habsburgo, convirtiéndose así en la m á s i m p o r t a n t e base social del absolutismo austríaco. Pero el radicalismo a b r u p t o de su construcción desde a r r i b a n o se r e p r o d u j o en las f o r m a s subsiguientes de su integración en la m á q u i n a del E s t a d o : el complejo sistema político dinástico dirigido p o r los H a b s b u r g o hacía imposible u n a cooptación burocrática u n i f o r m e y «regulada» de la nobleza p a r a el servicio del absolutismo 3 7 . Las posiciones militares p o r encima de ciertos rangos y tras d e t e r m i n a d o s períodos de servicio conferían títulos nobiliarios de f o r m a automática, p e r o n o surgió ningún vínculo general o institucionalizado e n t r e el servicio al E s t a d o y el o r d e n aristocrático, lo q u e significó la decadencia final de la fuerza internacional del a b s o l u t i s m o austríaco. E n el m á s primitivo m e d i o social de Rusia, los principios de u n a nobleza de servicio h a b r í a n de llegar m u c h o m á s lejos incluso q u e en Prusia. Iván IV p r o m u l g ó en 1556 u n decreto q u e hacía obligatorio p a r a todos los señores el servico militar, y d e t e r m i n a b a el c u p o exacto de soldados que debía suminist r a r cada u n i d a d de tierra, con lo q u e se consolidaba la clase pomeshchik de nobleza media que había comenzado a a p a r e c e r b a j o su predecesor. A la inversa, sólo las p e r s o n a s al servicio del E s t a d o podían poseer legalmente la tierra en Rusia a p a r t i r de este decreto, con excepción de las instituciones religiosas. Este sistema n u n c a alcanzó en la práctica la universalidad ni la eficacia que se le confería en la ley, y n o acabó en absoluto con el p o d e r a u t ó n o m o de la a n t e r i o r clase p o t e n t a d a de los boyardos, que mantuvieron sus tierras como posesión alodial. Pero, a p e s a r de los m u c h o s vaivenes y retrocesos, los sucesores de Iván h e r e d a r o n y desarrollaron la o b r a de éste. Blum hace el siguiente c o m e n t a r i o sobre el p r i m e r soberano Románov: «El E s t a d o que Miguel f u e llamado a gobernar constituía u n tipo único de organización política. E r a u n E s t a d o de servicios, y el zar era su soberano absoluto. Las actividades y obligaciones de todos los súbditos, desde el m á s grande de los señores hasta el m á s í n f i m o de los campesinos, e s t a b a n d e t e r m i n a d a s p o r el E s t a d o de a c u e r d o con sus propios intereses y políticas. Todos los súbditos e s t a b a n obligados a d e t e r m i n a d a s funciones específicas que se p r o g r a m a b a n p a r a p r e s e r v a r y engrandecer el p o d e r y la a u t o r i d a d del Estado. Los señores e s t a b a n obligados a p r e s t a r servicio en el e j é r c i t o y en la burocracia, y los cam37 Schwarz afirma, sin embargo, que la vieja y alta nobleza del Estado de los Habsburgo debía fundamentalmente su poder al servicio en el Consejo Privado imperial durante el siglo xvii: The imperial Privy Council in the seventeenth century, p. 410.

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pesinos e s t a b a n atados a los señores p a r a proporcionarles los medios con los que cumplir su servicio al Estado. Todas las libertades y privilegios de los que u n súbdito podía gozar le correspondían tan sólo en la medida en que el E s t a d o se las p e r m i t í a como p r e r r e q u i s i t o de la función que cumplía a su servicio» 3 8 . Pero esto es u n a evocación retórica de las pretensiones de la autocracia zarista o samoderzhavie, y n o u n a descripción de la verdadera e s t r u c t u r a del Estado: las realidades prácticas de la formación social rusa estaban muy lejos de cor r e s p o n d e r al omnipotente sistema político sugerido en este p á r r a f o . La teoría ideológica del absolutismo r u s o nunca coincidió con sus poderes materiales, que siempre f u e r o n m u c h o m á s limitados de lo que los observadores occidentales —prestos a m e n u d o a las exageraciones propias de los viajeros— tendían a creer. Con todo, si se a d o p t a u n a perspectiva europea comparativa, la peculiaridad del complejo servicio moscovita es innegable. A finales del siglo X V I I y principios del XVIII, P e d r o I radicalizó todavía m á s sus principios normativos. Al mezclar las tierras condicionadas y hereditarias, Pedro I asimiló las clases pomeshchik y boyar. A p a r t i r de entonces, todos los nobles debieron convertirse en servidores p e r m a n e n t e s del zar. La burocracia del E s t a d o se dividió en catorce rangos; los ocho superiores implicaban u n a condición noble hereditaria, y los seis inferiores u n a condición aristocrática n o hereditaria. De esta f o r m a , los rangos feudales y la j e r a r q u í a b u r o c r á t i c a se fundieron orgánicamente: el m e c a n i s m o de la nobleza de servicio convirtió en principio al E s t a d o en un simulacro de la estruct u r a de la clase terrateniente, b a j o el p o d e r centralizado de su delegado «absoluto».

" Jerome Blum, Lord

and peasant

in Russia,

p. 150.

2.

NOBLEZA Y MONARQUIA: LA VARIANTE ORIENTAL

Es preciso d e t e r m i n a r ahora el significado histórico de la nobleza de servicio, y la m e j o r f o r m a de hacerlo es considerar la evolución —esta vez en el Este— de las relaciones e n t r e la clase feudal y su Estado. Ya hemos visto que antes de la expansión del feudalismo occidental hacia el Este, d u r a n t e la Edad Media, las principales formaciones sociales eslavas de E u r o p a oriental n o habían p r o d u c i d o ningún sistema político feudal, plenamente articulado, del tipo q u e había surgido de la síntesis romanogermánica en Occidente. Todas ellas se e n c o n t r a b a n en diferentes estadios de la transición e n t r e las incipientes federaciones tribales de los asentamientos originarios y j e r a r q u í a s sociales estratificadas con e s t r u c t u r a s de E s t a d o estabilizadas. Como se( recordará, el modelo más característico c o m b i n a b a u n a aristocracia guerrera d o m i n a n t e con u n a población heteróclita de campesinos libres, siervos p o r deudas o esclavos capturados, m i e n t r a s que la e s t r u c t u r a del E s t a d o estaba todavía muy cerca del sistema de séquitos a c o m p a ñ a n t e s de los jefes militares tradicionales. Ni siquiera la Rusia de Kiev, que era el sector m á s avanzado de toda la región, había p r o d u c i d o todavía u n a mon a r q u í a hereditaria y unificada. El impacto del feudalismo occidental sobre las formaciones sociales del Este ya se h a discutido en lo que se refiere a sus efectos sobre el m o d o de producción d o m i n a n t e en las tierras y las aldeas, así como sobre la organización de las ciudades. Sin embargo, se ha estudiado menos su influencia sobre la propia nobleza, a pesar de que, como ya hemos visto, d e n t r o de la clase dominante se p r o d u j o u n a evidente y creciente adaptación a las n o r m a s j e r á r q u i c a s occidentales. En Bohemia y Polonia, p o r ejemplo, la alta aristocracia se f u e p e r f i l a n d o precisamente desde mediados del siglo XII hasta principios del xiv, esto es, en el período culmin a n t e de la expansión germana; también fue entonces c u a n d o aparecieron los rytiri y vladky o caballeros checos, j u n t o con los grandes barones, m i e n t r a s que en ambos países se a d o p t a b a el u s o de blasones y títulos procedentes de Alemania en la se-

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g u n d a m i t a d del siglo x i n ' . E n la m a y o r p a r t e de los países orientales, el sistema de títulos se t o m ó del u s o g e r m a n o (y m á s adelante danés): conde, margrave, duque, f u e r o n p a l a b r a s a d o p t a d a s sucesivamente p o r las lenguas eslavas. Sin embargo, t a n t o d u r a n t e la era de expansión económica de los siglos xi y x n , como en la de contracción de los dos siglos siguientes, hay q u e observar dos rasgos f u n d a m e n t a l e s de la clase d o m i n a n t e del Este, que son anteriores a la ausencia de u n a síntesis feudal del tipo occidental. En p r i m e r lugar, la institución de la posesión condicional —esto es, el sistema prop i a m e n t e feudal— n u n c a estuvo r e a l m e n t e a r r a i g a d o más allá del E l b a 2 . Es cierto que este sistema siguió inicialmente el cam i n o de la colonización g e r m a n a y siempre tuvo más fuerza en las tierras al este del Elba, ocupadas p e r m a n e n t e m e n t e p o r los j u n k e r s germanos, que en cualquier o t r a parte. Pero las propiedades g e r m a n a s que estaban obligadas a p r e s t a r servicios de caballería en el Este eran legalmente alodiales en el siglo xiv, a u n q u e tuviesen obligaciones militares 3 . En el siglo xv, las ficciones jurídicas f u e r o n cada vez m á s ignoradas en Brandemburgo, y el Rittergut tendió a convertirse en u n a propiedad patrimonial (proceso que n o era diferente, en este sentido, de lo q u e estaba o c u r r i e n d o en Alemania occidental). T a m p o c o en los o t r o s países p u d o establecerse con firmeza la posesión condicional. En Polonia, las propiedades alodiales f u e r o n más numerosas que los feudos d u r a n t e la E d a d Media, pero, como en Alemania oriental, a m b o s tipos de p r o p i e d a d estaban obligadas a la prestación de servicios militares, a u n q u e esta obligación era más ligera p a r a las p r i m e r a s . A p a r t i r de la segunda m i t a d del siglo xv, la nobleza logró convertir m u c h a s propiedades feudales en alodiales, c o n t r a los esfuerzos de la m o n a r q u í a p o r invertir este proceso. Desde 1561 hasta 1588, la Sejm a p r o b ó u n a serie de decretos que c o n m u t a b a n en todas p a r t e s las pro1 F. Dvornik, The slavs: their early history and civilization, Boston, 1956, p. 324; The Slavs in European history and civilization, New Brunswick, 1962, pp. 121-8. 2 Bloch se percató de esto, aunque ofreciera una explicación engañosamente culturalista, al afirmar que «los eslavos nunca conocieron» la diferencia entre concesiones por servicios y donaciones incondicionales. Véase su nota «Feodalité et noblesse polonaises», Annales, enero de 1939, pp. 53-4. En realidad, la concesión de tierra a cambio de servicios fue conocida en Rusia desde el siglo xiv al xvi y apareció más tarde en el sistema de pomestie. ' Hermann Aubin, «The lands east of the Elbe and Germán colonization eastwards», en The agrarian life of the Middle Ages, p. 476.

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piedades feudales p o r alodiales 4 . En Rusia, como h e m o s visto, la propiedad característica de los boyardos siempre f u e la votchina alodial; la imposición desde a r r i b a del sistema condicional de pomestie f u e o b r a posterior de la autocracia zarista. E n todas estas tierras había pocos o ningún señorío i n t e r m e d i o e n t r e los caballeros y los monarcas, del tipo del tenente in capite q u e tan i m p o r t a n t e papel jugó en las compactas j e r a r q u í a s feudales de Occidente. Las cadenas complejas de subvasallaje o subinfeudación eran p r á c t i c a m e n t e desconocidas. Por otra parte, la a u t o r i d a d pública t a m p o c o estuvo n u n c a tan limitada o dividida j u r í d i c a m e n t e como en el Occidente medieval. Los cargos administrativos locales de todas estas tierras se recibían p o r n o m b r a m i e n t o m á s que p o r herencia, y los soberanos conservaban el derecho f o r m a l de i m p o n e r contribuciones a toda la población campesina, que n o q u e d a b a sustraída del dominio público p o r medio de jurisdicciones e inmunidades privadas, a u n q u e en la práctica los poderes fiscales y legales de los príncipes o los d u q u e s f u e r a n a m e n u d o m u y limitados. El resultado f u e la presencia de u n a red de relaciones intrafeudales m u c h o menos t r a b a d a que en Occidente. No hay d u d a de que este modelo estaba ligado a la implantación espacial del feudalismo del Este. Así como las vastas y > escasamente pobladas extensiones de tierra crearon a la nobleza del Este p r o b l e m a s específicos de explotación del t r a b a j o , a causa de la posibilidad de huidas, t a m b i é n crearon p r o b l e m a s especiales p a r a la integración j e r á r q u i c a de la nobleza p o r los príncipes y señores. El carácter f r o n t e r i z o de las formaciones sociales del Este hacía e x t r e m a d a m e n t e difícil p a r a los soberanos dinásticos i m p o n e r la obediencia ligia a los colonizadores y terratenientes militares, en u n medio sin límites en el que los aventureros a r m a d o s y las veleidades anárquicas eran muy a b u n d a n t e s . Como consecuencia de esto, la solidaridad feudal vertical era m u c h o m á s débil que en Occidente. Había pocos lazos orgánicos que atasen i n t e r n a m e n t e e n t r e sí a las distintas aristocracias. Esta situación no se vio t r a n s f o r m a d a sustancialm e n t e p o r la introducción del sistema señorial d u r a n t e la gran crisis del feudalismo europeo. La agricultura de reservas señoriales y el t r a b a j o servil alinearon a h o r a m á s e s t r e c h a m e n t e la agricultura del Este con las n o r m a s de producción del p r i m e r período medieval de Occidente. Pero la reacción señorial que 4 P. Skwarzynski, «The problem of feudalism in Poland up to the beginning of the 16th century», Slavonic and East European Review, 34, 1955-6, pp. 296-9.

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creó estas nuevas condiciones n o r e p r o d u j o s i m u l t á n e a m e n t e el específico sistema feudal q u e las había acompañado. Una consecuencia de este hecho f u e la concentración del p o d e r señorial sobre el campesinado hasta u n p u n t o desconocido en Occidente, donde la soberanía f r a g m e n t a d a y la p r o p i e d a d escalonada crear o n jurisdicciones plurales sobre los villanos, con confusiones y solapamientos que favorecían o b j e t i v a m e n t e la resistencia campesina. En E u r o p a oriental, p o r el contrario, el señorío territorial, personal y económico se f u n d í a generalmente en u n a sola a u t o r i d a d señorial, que ejercía derechos a c u m u l a d o s sobre sus súbditos siervos 5 . Esta concentración de poderes llegaba tan lejos que en Rusia y en Prusia los siervos podían venderse, p o r s e p a r a d o de las tierras en las que t r a b a j a b a n , a o t r o s propietarios, lo que constituía u n a situación de dependencia personal cercana a la esclavitud. El sistema señorial n o afectó, pues, inicialmente, al tipo p r e d o m i n a n t e de posesión aristocrática de la tierra, a u n q u e lo amplió e n o r m e m e n t e a costa de las tierras comunes de las aldeas y de las p e q u e ñ a s propiedades campesinas. Si algo hizo este sistema f u e a u m e n t a r el p o d e r despótico local d e n t r o de la clase señorial. La doble presión que creó f i n a l m e n t e u n E s t a d o absolutista en el Este se h a esbozado más arriba. Es preciso insistir a h o r a en que la transición hacia el a b s o l u t i s m o n o podía seguir el m i s m o r u m b o que en Occidente, a causa no sólo del aplastamiento de las ciudades o de la s e r v i d u m b r e del campesinado, sino t a m b i é n del c a r á c t e r específico de la nobleza que la llevó a cabo. E s t a nobleza no había e x p e r i m e n t a d o ningún proceso de adaptación secular a u n a j e r a r q u í a feudal relativamente disciplinada que la p r e p a r a s e p a r a su integración en u n absolutismo aristocrático. A p e s a r de esto, al e n f r e n t a r s e con los peligros históricos de la conquista e x t r a n j e r a o de las deserciones campesinas, la nobleza necesitó u n i n s t r u m e n t o capaz de dotarla ex novo de una unidad de hierro. El tipo de integración política realizado p o r el absolutismo en Rusia y en Prusia siempre llevó la m a r c a de esta originaria situación de clase. H e m o s s u b r a y a d o en qué medida la h o r a del absolutismo se adelantó en la E u r o p a oriental; en qué medida era u n a e s t r u c t u r a de Estado situada p o r delante de las formaciones sociales q u e le servían de base, para nivelar a los estados occidentales que estab a n f r e n t e a ellas. Ahora es preciso s u b r a y a r el reverso de esta 5 Skazkin trata correctamente este punto: «Osnovnye problemy tak nazyvaemovo "vtorovo izdaniya krepostnichestva" v srednei i vostochnoi Evrope», pp. 99-100.

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m i s m a relación dialéctica. La construcción del «moderno» edificio absolutista necesitaba precisamente la creación de la relación de servicios «arcaica» que había sido característica del sist e m a feudal de Occidente. Antes, esta relación nunca había arraigado p r o f u n d a m e n t e en el Este, y precisamente c u a n d o estaba desapareciendo en Occidente, p o r la llegada del absolutismo, comenzó a a p a r e c e r en el Este por exigencias del absolutismo. El caso más claro fue, n a t u r a l m e n t e , Rusia. Los siglos medievales, t r a s la caída del E s t a d o de Kiev, habían conocido u n a a u t o r i d a d política mediatizada y u n a relación m u t u a de soberanía y vasallaje entre príncipes y señores, pero a m b a s estab a n disociadas del señorío territorial y de la posesión de la tierra, que seguían b a j o el dominio de la votchina alodial de la clase b o y a r d a 6 . Sin embargo, a p a r t i r de los comienzos de la época m o d e r n a , todos los avances del zarismo se construyeron sobre la conversión de las posesiones alodiales en condicionales, con la implantación del sistema de pomestie en el siglo Xvi, su p r e d o m i n i o sobre la votchina en el x v n y la mezcla final de ambos en el XVIII. Por vez p r i m e r a , la tierra se poseía a h o r a a cambio de servicios caballerescos al gran señor feudal, el zar, en lo que era u n a réplica del feudo del Occidente medieval. E n Prusia no h u b o u n a t r a n s f o r m a c i ó n jurídica tan radical de. la posesión de la tierra, a p a r t e de la recuperación en gran escala de las tierras reales t r a s las enajenaciones del siglo xvi, debido a q u e todavía sobrevivían las huellas del sistema feudal. P e r o t a m b i é n aquí la dispersión horizontal de los j u n k e r s f u e rota p o r una rigurosa integración vertical en el E s t a d o absolutista b a j o el imperativo ideológico de la obligación universal de la clase nobiliaria de servir a su soberano feudal. De hecho, el ethos del servicio militar al E s t a d o h a b r í a de ser m u c h o más p r o f u n d o en Prusia que en Rusia, y al final habría de p r o d u c i r la aristocracia europea p r o b a b l e m e n t e más fiel y disciplinada. Así pues, en Prusia f u e m u c h o menos necesaria la r e f o r m a legal y la coacción material que el zarismo tuvo que aplicar de f o r m a tan implacable en su esfuerzo p a r a forzar a la clase terrateniente rusa al servicio militar al E s t a d o 7 . En a m b o s casos, 6 Hay una excelente delimitación y discusión del modelo histórico aplicable a las tierras rusas en el texto, extremadamente lúcido, de Vernadsky, «Feudalism in Russia», Specitltitn, vol. 14, 1939, pp. 300-23. A la luz del posterior sistema de pomestie, es importante subrayar que las relaciones vasalláticas del período medieval fueron auténticamente contractuales y recíprocas, como puede verse por los homenajes de la época. Una descripción y ejemplos de esto pueden verse en Alexandre Eck, Le Moyen Age russe, pp. 195-212. 7 Debe observarse, sin embargo, que el absolutismo prusiano no des-

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sin embargo, el r e s u r g i m i e n t o de la relación de servicio en Europa i n t r o d u j o , de hecho, u n a drástica modificación en ella, p o r q u e el servicio militar exigido n o se p r e s t a b a simplemente a u n señor principal en la cadena mediatizada de dependencia personal que era la j e r a r q u í a feudal de la época medieval, sino a u n supercentralizado E s t a d o absolutista. Este desplazamiento de la relación p r o d u j o dos consecuencias inevitables. En p r i m e r lugar, el servicio exigido ya no era una ocasional y a u t ó n o m a acción de a r m a s p o r u n caballero a la llamada de su superior feudal, como por e j e m p l o la convencional cabalgada de c u a r e n t a días estipulada en el sistema feudal n o r m a n d o , sino que era la e n t r a d a en u n a p a r a t o burocrático y su carácter tendía a convertirse en algo vocacional y p e r m a n e n t e . En este sentido, el e x t r e m o se alcanzó con los decretos de Pedro I, que hacían a la dvoriantsvo rusa legalmente responsable de p r e s t a r servicio al E s t a d o d u r a n t e toda su vida. Una vez más, la m i s m a ferocidad e irrealismo de este sistema r e f l e j a b a la e n o r m e dificultad de integrar a la nobleza rusa en el a p a r a t o zarista m á s que u n v e r d a d e r o éxito de esta empresa. En Prusia no h u b o ninguna necesidad de estas medidas extremas, p o r q u e la clase de los j u n k e r s f u e desde el principio m á s reducida y m á s dócil. En a m b o s casos, sin embargo, es evidente que el servicio p r o p i a m e n t e b u r o c r á t i c o —fuese militar o civil— contradice u n o de los principios f u n d a m e n t a l e s del c o n t r a t o feudal de la época medieval en Occidente, a saber, su naturaleza recíproca. El sistema de feudos siempre tuvo u n c o m p o n e n t e explícito de reciprocidad: el vasallo n o sólo tenía obligaciones hacia su señor, sino también derechos que el señor estaba obligado a respetar. El derecho medieval incluía expresamente la noción de felonía señorial, esto es, la r u p t u r a ilegal de la relación p o r el superior feudal y n o p o r el inferior. Ahora bien, es evidente que esta reciprocidad personal, con sus garantías legales relativamente estrictas, era incompatible con un absolutismo pleno, que p r e s u p o n í a un p o d e r nuevo y unilateral del a p a r a t o central del Estado. Por eso, el segundo rasgo distintivo de la relación de servicio en el Este fue, de hecho y necesariamente, su heteronomía. El pomeshchik no era u n vasallo que pudiera exigir sus propios derechos c o n t r a el zar; era u n servidor, que recibía tierras de la autocracia y q u e d a b a obligado deñó la coacción cuando la juzgó necesaria. El Rey Sargento prohibió a los junkers ¡os viajes al extranjero, salvo con su expreso permiso, para obligarles a cumplir sus deberes de oficiales en el ejército. A. Goodwin, «Prussia», en Goodwin, comp., The European nobility in the 18th century, página 88.

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a u n a obediencia incondicional. Su sumisión era legalmente directa e inequívoca y n o estaba mediatizada p o r las instancias intermedias de u n a j e r a r q u í a feudal. E s t a extrema concepción zarista n u n c a f u e asimilada p o r Prusia, p e r o también aquí se dio u n a llamativa carencia del f u n d a m e n t a l elemento de reciprocidad en los vínculos entre el j u n k e r y el E s t a d o de los Hohenzollern. El ideal del Rey Sargento se expresa c l a r a m e n t e en esta petición: «Tenéis que servirme con la vida y la m u e r t e , con la casa y la riqueza, con el honor y la conciencia; debéis entregarlo todo, excepto la salvación eterna, que pertenece a Dios. Pero todo lo d e m á s es mío» 8 . E n ninguna otra p a r t e llegó a p e n e t r a r t a n t o en la clase t e r r a t e n i e n t e el culto a la obediencia militar mecánica (la Kadavergehorsamkeit de la b u r o c r a c i a y el e j é r c i t o prusianos). Así pues, en el Este n u n c a se p r o d u j o u n a réplica p e r f e c t a de la síntesis feudal occidental, ni antes ni después de la última crisis medieval. Antes bien, los elementos componentes de este feudalismo f u e r o n reconstruidos en u n a serie de combinaciones asincrónicas, sin que ninguna de ellas llegara a poseer nunca la plenitud ni la u n i d a d de la síntesis originaria. Así, el sistema señorial funcionó t a n t o b a j o la a n a r q u í a nobiliaria como b a j o el absolutismo centralizado; existió soberanía f r a g m e n t a d a , p e r o en épocas de posesión incondicional; las posesiones condicionadas aparecieron, pero con obligaciones de servicio n o recíprocas, y la j e r a r q u í a feudal f u e codificada en el m a r c o de la b u r o c r a c i a estatal. El absolut i s m o representó la m á s p a r a d ó j i c a reconjugación de todos estos elementos; en t é r m i n o s occidentales, u n a extraña mezcla de est r u c t u r a s m o d e r n a s y medievales, consecuencia de la específica t e m p o r a l i d a d «condensada» del Este. La adaptación de los terratenientes de E u r o p a oriental a la implantación del absolutismo no f u e un proceso lineal, sin vicisitudes, como t a m p o c o lo había sido en Occidente. De hecho, la szlachta polaca —caso único en E u r o p a — d e s b a r a t ó todos los esfuerzos p o r crear u n f u e r t e E s t a d o dinástico, p o r razones de las que se h a b l a r á más adelante. En general, sin embargo, la relación e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza siguió en el Este u n a trayectoria similar a la del Oeste, a u n q u e con algunas características propias, regionalmente significativas. Así, d u r a n t e el siglo xvi prevaleció u n a relativa despreocupación aristocrática, seguida en el X V I I p o r conflictos y t u m u l t o s de gran amplitud, q u e d e j a r o n paso en el X V I I I a u n a nueva y confiada • R. A. Dorwart, The administrative reforms of Frederick Prussia, Cambridge (Massachusetts), 1953, p. 226.

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concordia. Pero esta p a u t a política se distinguió de la Occidental en cierto n ú m e r o de i m p o r t a n t e s aspectos. Para empezar, el proceso de construcción del E s t a d o absolutista comenzó en el Este m u c h o m á s tarde. En la E u r o p a oriental del m i s m o siglo n o h u b o ningún equivalente a las m o n a r q u í a s renacentistas de E u r o p a occidental. B r a n d e m b u r g o era todavía u n r e m a n s o provincial sin ningún poder principesco notable; Austria e s t a b a paralizada en el sistema medieval imperial del Reich; Hungría había p e r d i d o su dinastía tradicional y había sido a m p l i a m e n t e d o m i n a d a p o r los turcos; Polonia se m a n t e n í a c o m o u n a manc o m u n i d a d aristocrática; Rusia e x p e r i m e n t a b a u n a autocracia p r e m a t u r a y forzada que m u y p r o n t o sucumbió. El único país que p r o d u j o u n a genuina cultura renacentista f u e Polonia, cuyo sistema estatal era p r á c t i c a m e n t e u n a república nobiliaria. El único país que tuvo u n a poderosa m o n a r q u í a protoabsolutista f u e Rusia, cuya c u l t u r a p e r m a n e c i ó en u n a situación m u c h o m á s primitiva q u e la de cualquier o t r o E s t a d o de la zona. Al estar desunidos, a m b o s fenómenos tuvieron c o r t a duración. Los estados absolutistas d u r a d e r o s sólo pudieron erigirse en el Este d u r a n t e el siglo siguiente, después de la plena integración milit a r y diplomática del continente en u n solo sistema internacional, y de la consiguiente presión occidental q u e le acompañó. El destino de las asambleas de E s t a d o s en esta zona f u e el índice más claro de los avances del absolutismo. Los tres sist e m a s de E s t a d o s m á s f u e r t e s del E s t e eran los de Polonia, Hungría y Bohemia, que reivindicaban p a r a sí el derecho constitucional de elegir a sus respectivos monarcas. La Sejm polaca, asamblea bicameral en la que sólo estaban r e p r e s e n t a d o s los nobles, n o sólo f r u s t r ó la ascensión de u n a a u t o r i d a d monárquica central en la m a n c o m u n i d a d después de sus trascendentales victorias del siglo xvi, sino que i n c r e m e n t ó las prerrogativas anárquicas de la nobleza con la introducción en el siglo X V I I del liberum veto, p o r el q u e cualquier m i e m b r o de la Sejm podía disolverla con u n simple voto negativo. El caso polaco f u e el único en E u r o p a : la posición de la aristocracia era tan i n q u e b r a n t a b l e q u e ni siquiera h u b o en esta época u n conflicto serio e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, p o r q u e ningún rey electivo a c u m u l ó n u n c a el p o d e r suficiente p a r a e n f r e n t a r s e a la szlachta. E n Hungría, p o r otra parte, los tradicionales Estados chocaron f r o n t a l m e n t e con la dinastía H a b s b u r g o c u a n d o ésta procedió a la centralización administrativa desde finales del siglo xvi. La nobleza magiar, alentada p o r u n p a r t i c u l a r i s m o nacionalista y protegida p o r el p o d e r í o turco, resistió al absol u t i s m o con todas sus fuerzas. Ninguna o t r a nobleza europea

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h a b r í a de sostener luchas t a n feroces y persistentes c o n t r a la u s u r p a c i ó n de la m o n a r q u í a . No menos de c u a t r o veces en el espacio de cien años —en 1604-8, 1620-1, 1678-82 y 1701-11, b a j o Bocskay, Bethlen, Tókólli y Rákóczi—, los sectores más importantes de la clase t e r r a t e n i e n t e h ú n g a r a se levantaron en rebelión a r m a d a c o n t r a la Hofburg. Al final de esta prolongada y virulenta contienda, el s e p a r a t i s m o magiar q u e d ó destrozado, y Hungría o c u p a d a p o r los ejércitos absolutistas unificados, m i e n t r a s que los siervos locales eran sometidos a u n a contribución central. Pero en casi todos los otros aspectos se mantuvier o n los privilegios de los Estados, y la soberanía de los Habsb u r g o en Hungría sólo f u e u n a débil s o m b r a de su equivalente en Austria. En Bohemia, por el contrario, la rebelión de los Snem, que precipitó la guerra de los Treinta Años, f u e aplastada en la batalla de la Montaña Blanca en 1620. La victoria del absolutismo austríaco f u e completa y definitiva, liquidando enteram e n t e a la vieja nobleza bohemia. Los sistemas de E s t a d o s sobrevivieron f o r m a l m e n t e en Austria y en Bohemia, pero a p a r t i r de entonces f u e r o n obedientes c a j a s de resonancia de la dinastía. En las dos zonas que dieron origen a los estados absolutistas m á s desarrollados y dominantes de E u r o p a oriental, la' p a u t a histórica f u e diferente. En Prusia y en Rusia no h u b o grandes rebeliones aristocráticas contra la llegada de u n E s t a d o centralizado. Por el contrario, es digno de mención que, en la difícil fase de transición hacia el absolutismo, la nobleza de estos países jugó u n papel menos p r o m i n e n t e en las rebeliones políticas de la época que sus h o m ó n i m o s de Occidente. Los estados de los Hohenzollern o los Románov nunca se enfrent a r o n con ningún v e r d a d e r o equivalente de las guerras de religión, la Fronda, la rebelión catalana y ni siquiera el Peregrinaje de Gracia. En a m b o s países, el sistema medieval de E s t a d o s desapareció hacia finales del siglo x v n sin clamores ni lamentos. El Landtag de B r a n d e m b u r g o asintió pasivamente al creciente absolutismo del Gran Elector tras la suspensión de 1653. La única resistencia seria provino de los burgos de Koenigsberg; los terratenientes de Prusia oriental, p o r el contrario, aceptaron con pocos reparos la supresión sumaria de los antiguos derechos del Ducado. La constante política a n t i u r b a n a seguida p o r las noblezas orientales tuvo su efecto ahora, c u a n d o estaba en camino el proceso de absolutización 9 . A finales del siglo xvii y ' El Landtag prusiano existió formalmente hasta lena, pero en la práctica estaba privado de todas sus funciones, excepto las decorativas, desde

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principios del xviii, las relaciones e n t r e la dinastía y la nobleza p r u s i a n a n o estuvieron en m o d o alguno libres de tensiones y suspicacias: ni el Gran Elector ni el Rey S a r g e n t o f u e r o n dirigentes populares e n t r e su propia clase, que a m e n u d o f u e tratada d u r a m e n t e p o r ambos. Pero d u r a n t e esta época n u n c a se desarrolló en Prusia ninguna división seria e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, ni siquiera de carácter transitorio. En Rusia, la Asamblea de los Estados —el Zemski1 0 Sobor— era u n a institución p a r t i c u l a r m e n t e débil y artificial , creada originariamente en el siglo xvi p o r Iván IV p o r razones tácticas. Su composición y convocatoria eran fácilmente manipuladas p o r las camarillas cortesanas de la capital; el principio de los estados medievales n u n c a adquirió vida independiente en Moscovia y se debilitó todavía m á s a causa de las divisiones sociales en el seno de la clase terrateniente, e n t r e el estrato de los grandes boyardos y la p e q u e ñ a nobleza pomeshchik, cuyo ascenso había sido promovido p o r los zares del siglo xvi.

Así pues, a u n q u e se desencadenaron gigantescas luchas sociales en el curso de la transición hacia el absolutismo, en una escala m u c h o m a y o r que la conocida en E u r o p a occidental, sus protagonistas f u e r o n las clases explotadas r u r a l e s y u r b a n a s , y n o los privilegiados ni los propietarios, que en c o n j u n t o revelaron u n a p r u d e n c i a considerable en sus relaciones con el zarismo. «A lo largo de n u e s t r a historia», escribía el conde Stroganov a Alejandro I en u n m e m o r á n d u m confidencial, «la f u e n t e de todos los disturbios ha sido siempre el campesinado, mientras que la nobleza n u n c a se ha agitado; si el gobierno tiene que t e m e r a alguna fuerza o vigilar a algún grupo, es a los siervos y n o a ninguna otra clase» Los grandes acontecimientos que m a r c a r o n la desaparición del Zemski Sobor y de la Duma boyarda n o f u e r o n rebeliones separatistas nobiliarias, sino las guerras campesinas de Bolótnikov y Razin, los disturbios u r b a n o s de los artesanos de Moscú, el a u m e n t o de los t u m u l t o s cosacos a lo largo del Dnieper y el Don. Estos conflictos p r o p o r c i o n a r o n el contexto histórico en cuyo interior se iban a resolver las contradicciones intrafeudales e n t r e los boyardos y los pomeshchiki, contradicciones q u e desde luego f u e r o n m u c h o m á s agula década de 1680. En el siglo XVII se limitaba a reunirse para rendir homenaje a los nuevos monarcas a su accesión al trono. 10 Véase el agudo análisis de su actividad en J. L. H. Keep, «The decline of the Zemsky Sobor», The Slavonic and East European Review, 36, 1957-8, páginas 100-22. 11 Véase H. Seton-Watson, The Russian empire, 1801-1917, Oxford, 1967, página 77.

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das q u e en Prusia. D u r a n t e la m a y o r p a r t e del siglo x v n , los grupos boyardos controlaron la m a q u i n a r i a central del Estado, en ausencia de zares fuertes, m i e n t r a s la pequeña y media nobleza perdía espacio político; pero los intereses esenciales de a m b a s estaban protegidos p o r las nuevas e s t r u c t u r a s del absolutismo ruso, a medida que éste se iba consolidando. La represión autocrática c o n t r a algunos aristócratas f u e m u c h o más feroz en Rusia q u e en Occidente, debido a la falta de algún equivalente a las tradiciones legales del medievo occidental. Lo s o r p r e n d e n t e , sin embargo, es la estabilidad que p u d o alcanzar la m o n a r q u í a rusa en m e d i o de las luchas febriles emprendidas p o r controlarla p o r los pequeños grupos cortesanos y militares de la nobleza. La fuerza de la función del absolutismo s u p e r ó t a n t o a la de sus regios ocupantes nominales que, después de Pedro I, la vida política p u d o convertirse d u r a n t e cierto tiempo en u n a serie frenética de intrigas y golpes palaciegos sin que p o r ello se modificara el p o d e r del zarismo como tal, o se pusiera en peligro la estabilidad del c o n j u n t o del país. El siglo X V I I I presenció, de hecho, el cénit de la a r m o n í a e n t r e la aristocracia y la m o n a r q u í a en Prusia y en Rusia, como había o c u r r i d o en E u r o p a occidental. En esta época f u e c u a n d p la nobleza de a m b o s países a d o p t ó el f r a n c é s como lengua culta d e la clase dominante, idioma en el q u e Catalina II h a b r í a de declarar con f r a n q u e z a : Je suis une aristocrate, c'est mon metier (lo q u e vale como r e s u m e n de toda la época) 1 2 . La consonancia e n t r e la clase t e r r a t e n i e n t e y el E s t a d o absolutista era m u c h o mayor en las dos grandes m o n a r q u í a s del Este q u e en el Oeste. La debilidad histórica de los elementos contractuales y de reciprocidad del vasallaje feudal en E u r o p a oriental d u r a n t e la época anterior ya se h a n señalado antes. La j e r a r q u í a de servicios del absolutismo p r u s i a n o y ruso n u n c a r e p r o d u j o las obligaciones recíprocas del h o m e n a j e feudal, p o r q u e u n a pirámide b u r o c r á t i c a excluye necesariamente los votos interpersonales de u n a j e r a r q u í a señorial, y sustituye las fidelidades p o r m a n d a t o s . Pero la supresión de las garantías individuales e n t r e señor y vasallo, que aseguraban en principio u n a relación caba12 La propagación del francés entre las clases dirigentes de Prusia, Austria y Rusia en el siglo X V I I I es. ^ -uralmente, una prueba de la ausencia en los estados de Europa ruéntal de la aureola «protonacionalista» adquirida en una época anterior por el absolutismo de Europa occidental, y a su vez estuvo determinada por la falta de una burguesía ascendente en la Europa oriental de este tiempo. La monarquía prusiana mantuvo su reconocida hostilidad hacia los ideales nacionales hasta la víspera de la unificación alemana, y la austríaca hasta el fin de su existencia.

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llerosa e n t r e ambos, n o significaba que los nobles del Este quedasen p o r ello entregados a la tiranía a r b i t r a r i a o implacable de sus m o n a r c a s . La aristocracia como clase f u e ratificada en su p o d e r social p o r la naturaleza objetiva del E s t a d o que se había levantado p o r «encima» de ella. El servicio de la nobleza en la m a q u i n a r i a del absolutismo aseguraba que el E s t a d o absolutista sirviera a los intereses políticos de la nobleza. El vínculo e n t r e a m b o s e n t r a ñ a b a m á s coacción que en Occidente, p e r o también m á s intimidad. Por tanto, y a pesar de las apariencias ideológicas, las n o r m a s generales del a b s o l u t i s m o europeo nunca se infringieron seriamente en los países del Este. La propiedad privada y la seguridad de la clase t e r r a t e n i e n t e f u e r o n siempre el talismán doméstico de los regímenes reales, sin q u e influyera en esto p a r a n a d a el carácter autocrático de sus pretensiones 13. La composición de la nobleza podía ser transform a d a y r e c o n s t r u i d a a la fuerza en las situaciones de crisis agudas, como lo había~sido en el Occidente medieval, p e r o siempre se m a n t u v o su posición e s t r u c t u r a l d e n t r o de la f o r m a c i ó n social. El absolutismo oriental, n o menos que el occidental, se detenía en las p u e r t a s de las propiedades señoriales, y, a la inversa, la nobleza obtenía su riqueza y su p o d e r f u n d a m e n t a l de la posesión estable de la tierra, y n o de su presencia temporal en el Estado. En toda E u r o p a , la gran m a s a de la propiedad agraria siguió siendo j u r í d i c a m e n t e hereditaria e individual d e n t r o de la clase noble. Los grados de la nobleza podían e s t a r coordinados con los rangos en el e j é r c i t o o en la administración, p e r o n u n c a se r e d u j e r o n a éstos: los títulos siempre subsistieron al margen del servicio al Estado, indicando el hon o r antes que el cargo. Por tanto, n o es s o r p r e n d e n t e que a pesar de las grandes diferencias en el c o n j u n t o de la f o r m a c i ó n histórica de las dos mitades de E u r o p a , la trayectoria de la relación e n t r e monar15 La demostración más llamativa de los estrictos limites objetivos del poder absolutista es la prolongada y triunfante resistencia de la nobleza rusa a los planes zaristas de emancipación de los siervos durante el siglo xix. Por entonces, tanto Alejandro I como Nicolás I —dos de los monarcas más poderosos que Rusia ha conocido— consideraban personalmente que la servidumbre era, en principio, un estorbo social, aunque en la práctica acabaran por transferir más campesinos a la esclavitud privada. Incluso cuando Alejandro II decretó por fin la emancipación, en la segunda mitad del siglo xix, la forma de su realización vino determinada en buena medida por los combativos contraataques de la aristocracia. Sobre estos episodios véase Seton-Watson, The Russian empire, páginas 77-8, 227-9, 393-7.

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quía y aristocracia en el Este fuese tan similar a la del Oeste. La imperiosa llegada del absolutismo tropezó con la incomprensión y el rechazo iniciales, p e r o t r a s un período de confusión y resistencia f u e aceptado y abrazado finalmente p o r la clase terrateniente. El siglo X V I I I f u e en toda E u r o p a u n a época de reconciliación e n t r e m o n a r q u í a y nobleza. E n Prusia, Federico II siguió u n a política claramente aristocrática de r e c l u t a m i e n t o y p r o m o c i ó n en el a p a r a t o del E s t a d o absolutista, excluyendo a los e x t r a n j e r o s y a los roturiers de las posiciones que antes habían tenido en el ejército y en la b u r o c r a c i a central. También en Rusia los oficiales profesionales expatriados, que habían sido u n o de los pilares de los regimientos zaristas r e f o r m a d o s del siglo XVII, perdieron sus puestos m i e n t r a s la dvorianstvo entrab a de nuevo en las fuerzas a r m a d a s imperiales y sus privilegios administrativos provinciales eran generosamente ampliados y c o n f i r m a d o s por la carta de la nobleza p r o m u l g a d a p o r Catalina II. En el imperio austríaco, María Teresa consiguió un éxito sin precedentes al disipar la hostilidad de la nobleza húngara hacia la dinastía Habsburgo, vinculando a los grandes magiares con la vida de la corte en Viena y c r e a n d o en la m i s m a capital u n a guardia h ú n g a r a especial p a r a su persona. A mediados de siglo, el p o d e r central de las m o n a r q u í a s era m u c h o mayor que antes, y sin e m b a r g o la relación e n t r e los respectivos soberanos y los terratenientes del Este era más estrecha y r e l a j a d a que en cualquier o t r o tiempo pasado. Además, y c o n t r a r i a m e n t e al del Oeste, el absolutismo t a r d í o del E s t e se e n c o n t r a b a ahora en su apogeo político. El «despot i s m o ilustrado» del siglo X V I I I f u e esencialmente u n f e n ó m e n o de la E u r o p a central y oriental 1 4 , simbolizado p o r los tres mon a r c a s que se r e p a r t i e r o n Polonia: Federico II, Catalina II y José II. El coro de alabanzas a su obra, procedentes de los philosophes burgueses de la Ilustración occidental, a p e s a r de sus frecuentes e irónicos errores, no f u e u n m e r o accidente

14 Esto se deduce con toda claridad del estudio más reciente sobre el tema: Fran?ois Bluche, Le despotisme eclairé, París, 1968. El libro de Bluche ofrece un agudo estudio comparativo de los despotismos ilustrados del siglo XVIII. Sin embargo, su marco explicativo es defectuoso, porque se basa fundamentalmente en una teoría de ejemplos genealógicos, por la que se dice que Luis XIV proporcionó un modelo original de gobierno que inspiró a Federico II, quien a su vez inspiró a los demás soberanos de su época (pp. 344-5). Sin negar la importancia del fenómeno relativamente nuevo, de una consciente imitación internacional entre los estados durante el siglo x v m , los límites de este tipo de genealogías son bastante obvios.

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histórico: la capacidad y la energía dinámica parecían h a b e r p a s a d o a Berlín, Viena y San Petersburgo. Este período f u e el p u n t o culminante del desarrollo del ejército, la burocracia, la diplomacia y la política económica mercantilista del absolutismo en el Este. La partición de Polonia, e j e c u t a d a tranquila y colectivamente en desafío a las impotentes potencias occidentales, en vísperas de la revolución francesa, parecía simbolizar su ascenso internacional. Ansiosos de brillar en el e s p e j o de la civilización occidental, los soberanos absolutos de Prusia y Rusia e m u l a r o n con asiduidad las hazañas de sus iguales de Francia o E s p a ñ a y adularon a los escritores occidentales que llegaban p a r a levantar acta de su esplendor 1 5 . En algunos aspectos limitados, los absolutismos orientales de este siglo f u e r o n c u r i o s a m e n t e m á s avanzados que sus p r o t o t i p o s occidentales del siglo anterior, debido a la evolución general de los tiempos. Mientras Felipe I I I y Luis XIV habían expulsado sin contemplaciones a los moriscos y hugonotes, Federico II n o sólo dio la bienvenida a los refugiados p o r motivos religiosos, sino q u e estableció oficinas de inmigración en el e x t r a n j e r o p a r a p r o m o v e r el crecimiento demográfico de su reino: u n nuevo rasgo de mercantilismo. También se promovieron políticas poblacionistas en Austria y en Rusia, que lanzaron ambiciosos p r o g r a m a s de colonización en el B a n a t o y en Ucrania. La tolerancia oficial y el anticlericalism o se potenciaron en Austria y en Prusia, al c o n t r a r i o de lo que ocurría en E s p a ñ a o Francia I6. Se inició o se extendió la educación pública, alcanzándose notables progresos en las dos " Los comentarios de Bluche sobre la incansable y crédula admiración de los philosophes hacia los monarcas del Este son particularmente sarcásticos y enérgicos: Le despotisme eclairé, pp. 317-40. Voltaire fue el coryphée del absolutismo prusiano en la persona de Federico II, Diderot lo fue del absolutismo ruso en la de Catalina II; mientras que Rousseau reservó sus recomendaciones, de forma significativa, para la aristocracia rural de Polonia, a la que advirtió que no se lanzara intempestivamente a la abolición de la servidumbre. Los fisiócratas Mercier de la Riviére y De Quesnay ensalzaron, por lo general, los méritos del «despotismo patrimonial y legal». 16 José II podía declarar, con los acentos de su época: «La tolerancia es una consecuencia del beneficioso aumento del conocimiento que ahora ilustra a Europa y que se debe a la filosofía y a los esfuerzos de los grandes hombres; es una prueba convincente del perfeccionamiento de la mente humana, que ha vuelto a abrir con audacia por entre los dominios de la superstición un camino recorrido ya hace varios siglos por Zoroastro y Confucio y que, afortunadamente para la humanidad, se ha convertido ahora en la gran ruta de los monarcas». S. K. Padover, The revolutionary Emperor; Joseph II, 1741-1790, Londres, 1934, p. 206.

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m o n a r q u í a s germánicas, especialmente en los reinos de los H a b s b u r g o . La llamada a filas se implantó p o r doquier, con notable éxito en Rusia. Económicamente, se llevaron a la práctica con vigor el proteccionismo y el m e r c a n t i l i s m o absolutistas. Catalina presidió la gran expansión de la industria metalúrgica en los Urales y llevó a cabo u n a i m p o r t a n t e r e f o r m a de la mon e d a rusa. Federico II y José II duplicaron los establecimientos industriales de sus dominios. En Austria, el m e r c a n t i l i s m o tradicional llegó a mezclarse con las influencias m á s m o d e r n a s de la fisiocracia, con su mayor énfasis en la producción agraria y en las virtudes del laissez-faire interno. Con todo, ninguno de estos a p a r e n t e s avances t r a n s f o r m ó r e a l m e n t e el carácter y la posición relativa de los e j e m p l o s orientales del absolutismo europeo en la época de la Ilustración. Las e s t r u c t u r a s subyacentes de estas m o n a r q u í a s contin u a r o n siendo arcaicas y r e t r ó g r a d a s incluso en el m o m e n t o de su m a y o r prestigio. Austria, sacudida p o r la d e r r o t a en la guerra con Prusia, f u e escenario de u n intento m o n á r q u i c o de restablecer la fuerza del E s t a d o p o r m e d i o de la emancipación del camp e s i n a d o 17. Sin embargo, las r e f o r m a s agrarias de José II acab a r o n en el fracaso, inevitable u n a vez q u e la m c n a r q u í a se había aislado de su nobleza circundante. El absolutismo austríaco f u e ya p a r a siempre débil e inferior. El f u t u r o e s t a b a con los absolutismos p r u s i a n o y ruso. Federico II m a n t u v o la servidumbre, y Catalina II la extendió: los f u n d a m e n t o s señoriales del a b s o l u t i s m o oriental p e r m a n e c i e r o n intactos en las potencias d o m i n a n t e s de la región h a s t a el siglo siguiente. Pero entonces, u n a vez más, el i m p a c t o del a t a q u e militar p r o c e d e n t e de Occidente, q u e había contribuido en el p a s a d o a t r a e r a la existencia al absolutismo oriental, p u s o fin a la s e r v i d u m b r e sobre la que éste se asentaba. Ahora el asalto provenía de los estados capitalistas y era imposible resistirlo d u r a n t e m u c h o tiempo. La victoria de Napoleón en Jena c o n d u j o d i r e c t a m e n t e a la emancipación legal del c a m p e s i n a d o p r u s i a n o en 1811. La d e r r o t a de Alejandro II en Crimea precipitó la emancipación f o r m a l de los siervos rusos en 1861. Pero estas r e f o r m a s no " El primer programa oficial para la abolición de las prestaciones de trabajo de los robot y la distribución de la tierra a los campesinos fue esbozado en 1764 por el Hofkriegsrat, con el propósito de aumentar el reclutamiento para el ejército: W. E. Wright, Serf, seigrteur and sovereing: agrarian reform in eighteenth century Bohemia, Minneapolis, 1966, página 56. Todo el programa josefino debe considerarse siempre teniendo en cuenta las humillaciones militares de los Habsburgo en la guerra de sucesión austríaca y en la guerra de los Siete Años.

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significaron en ningún caso el fin del absolutismo en Europa oriental. La duración de la vida de a m b o s , c o n t r a r i a m e n t e a cualquier expectativa lineal, pero en c o n f o r m i d a d con la marcha oblicua de la historia, no coincidió: el E s t a d o absolutista del Este, como veremos m á s adelante, h a b r í a de sobrevivir a la servidumbre.

3.

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Una vez estudiados sus d e t e r m i n a n t e s comunes, es preciso considerar a h o r a la evolución divergente de las específicas formaciones sociales del Este. Prusia p r e s e n t a el caso típico en E u r o p a de u n desarrollo desigual y combinado que p r o d u j o fin a l m e n t e el m a y o r E s t a d o capitalista industrializado del continente a p a r t i r de u n o de los más pequeños y m á s atrasados territorios feudales del Báltico. Los p r o b l e m a s teóricos planteados p o r esta trayectoria f u e r o n a b o r d a d o s específicamente p o r Engels en su f a m o s a carta a Bloch de 1890, en la que t r a t a de la i m p o r t a n c i a irreductible de los sistemas político, legal y cult u r a l en la e s t r u c t u r a de toda determinación histórica: «Según la concepción materialista de la historia, el f a c t o r que en última instancia d e t e r m i n a la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo h e m o s a f i r m a d o n u n c a m á s q u e esto [...] También el E s t a d o p r u s i a n o ha nacido y se ha desarrollado p o r causas históricas que son, en última instancia, causas económicas. Pero apenas p o d r á a f i r m a r s e , sin incur r i r en pedantería, que de los m u c h o s pequeños estados del n o r t e de Alemania fuese p r e c i s a m e n t e B r a n d e m b u r g o , p o r imp e r i o de la necesidad económica, y no t a m b i é n p o r intervención de otros factores (y principalmente su complicación, m e d i a n t e la posesión de Prusia, en los a s u n t o s de Polonia, y a través de esto, en las relaciones políticas internacionales, que f u e r o n t a m b i é n decisivas en la f o r m a c i ó n de la potencia dinástica austríaca), el destinado a convertirse en la gran potencia en que t o m a r o n cuerpo las diferencias económicas, lingüísticas, y desde la R e f o r m a t a m b i é n las religiosas, e n t r e el Norte y el Sur» 1 K. Marx y F. Engels, Selected correspondence, p. 417 [Obras Escogidas, II, pp. 520-1; Correspondencia, Buenos Aires, Cartago, 1973, pp. 379, 380]. Althusser ha seleccionado este pasaje como un documento decisivo en su famoso ensayo «Contradiction and overdetermination», For Marx, Londres, 1969, pp. 111, 112 [«Contradicción y sobredeterminación (notas para una investigación)», La revolución teórica de Marx, México, Siglo XXI, 1967, p. 92], pero se limita a demostrar la importancia teórica general de las formulaciones de Engels, sin proponer ninguna solución a los verdaderos problemas históricos que plantean. El hincapié expresamente hecho por Engels sobre el carácter complejo y sobredeterminado del

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Al m i s m o tiempo, es evidente que las c o m p l e j a s causas del ascenso de B r a n d e m b u r g o contienen también la respuesta al problema central de la historia m o d e r n a de Alemania: p o r q u é la unificación de Alemania en la época de la revolución industrial se alcanzó en último t é r m i n o b a j o la dirección política de los j u n k e r s agrarios de Prusia. Dicho de o t r a f o r m a , el ascenso del E s t a d o de los Hohenzollern concentra de f o r m a particularm e n t e clara algunos de los p r o b l e m a s claves de la naturaleza y función del absolutismo en el desarrollo político de E u r o p a . Sus comienzos no f u e r o n especialmente p r o m e t e d o r e s . En su origen, la casa Hohenzollern f u e t r a n s p l a n t a d a p o r el emp e r a d o r Segismundo, d u r a n t e su lucha c o n t r a la revolución husita en Bohemia, desde el sur de Alemania —donde había sido tradicionalmente u n linaje aristocrático en disputa con la ciudad mercantil de N u r e m b e r g — a B r a n d e m b u r g o , a principios del siglo xv. Federico, p r i m e r margrave Hohenzollern de Brandemburgo, f u e n o m b r a d o elector del imperio en 1415 por sus servicios a S e g i s m u n d o 2 . El siguiente m a r g r a v e s u p r i m i ó la a u t o n o m í a municipal de Berlín, y sus sucesores, a su vez, tomaron a la Liga Hanseática las o t r a s ciudades de la Marca y las sometieron. Como ya hemos señalado, a principios del siglo xvi B r a n d e m b u r g o era u n región desprovista de ciudades libres. Pero en esta r e m o t a zona fronteriza, la d e r r o t a de las ciudades aseguró la supremacía de la nobleza m á s q u e la de la dinastía. La aristocracia local amplió c o n s t a n t e m e n t e sus dominios, cerc a n d o las propiedades comunes de las aldeas, y privó a los pequeños campesinos de sus tierras a medida que los cultivos de exportación se hacían m á s lucrativos. Al m i s m o tiempo, la clase t e r r a t e n i e n t e t o m ó el control de la alta justicia, c o m p r ó auge de Prusia es mucho más llamativo cuando se compara con los comentarios de Marx sobre el mismo tema. Porque Marx redujo precisamente la aparición del Estado Hohenzollern en Brandemburgo a la caricatura de una necesidad meramente económica. En su artículo de 1856, «Das góttliche Recht der Hohenzollern» (Werke, vol. 12, pp. 95-101), Marx atribuyó el auge de la dinastía simplemente a una miserable serie de sobornos: «Los Hohenzollern adquirieron Brandemburgo, Prusia y el título real únicamente gracias al soborno». En la misma fecha, su correspondencia privada con Engels utiliza idéntica fraseología: «Pequeños robos, sobornos, compras directas, tratos bajo cuerda con los herederos, etc.; la historia de Prusia se reduce toda a este ruin negocio» (Selected correspondence, p. 96 [Correspondencia, p. 86]). Este materialismo verdaderamente vulgar es una advertencia sobre los peligros de dar por supuesta cualquier superioridad de Marx sobre Engels en el campo histórico propiamente dicho; hasta es posible que la balanza se incline normalmente del lado contrario en lo que respecta a la unión de ambos. 2 Sobre el contexto de esta acción, véase Barraclough, The origins ot Germany, p. 358.

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las tierras del elector y monopolizó los cargos administrativos, m i e n t r a s que u n a serie de soberanos ineficaces se deslizaba hacia un e n d e u d a m i e n t o y u n a impotencia crecientes. Un f i r m e sistema de Estados, dominado p o r la nobleza, o p u s o su veto al desarrollo de u n ejército p e r m a n e n t e y de toda política exterior, convirtiendo al electorado en u n o de los e j e m p l o s más claros de Alemania de un Standestaat descentralizado en la época de la R e f o r m a . Así, t r a s la crisis económica del ú l t i m o período de la E d a d Media, d u r a n t e la época de la revolución de los precios en Occidente, B r a n d e m b u r g o se c o n f o r m ó con u n a m o d e s t a p r o s p e r i d a d señorial y con u n p o d e r principesco muy débil. Aprovechando los beneficios del comercio de grano, p e r o m o s t r a n d o u n a línea política poco agresiva, la sociedad de los j u n k e r s f u e d u r a n t e todo el siglo xvi u n r e m a n s o d o r m i d o y provinciano 3 . Mientras tanto, la Prusia oriental se había convertido en f e u d o hereditario de o t r a r a m a de la familia Hohenzollern, c u a n d o Alberto Hohenzollern, como último gran maestre, liquidó o p o r t u n a m e n t e la Orden Teutónica, al declararse a favor de la R e f o r m a en 1525 y a d q u i r i r el título secular de duque, concedido p o r su señor polaco. La disolución de la o r d e n militar-clerical dominante, cuya prolongada decadencia databa de la d e r r o t a y sometimiento p o r Polonia en el siglo xv, condujo a la fusión de sus caballeros con los t e r r a t e n i e n t e s seculares, y de ahí a la creación p o r vez p r i m e r a de u n a clase señorial unificada en la Prusia oriental. Una rebelión campesina c o n t r a el nuevo régimen f u e r á p i d a m e n t e aplastada, a la p a r q u e se consolidaba u n a sociedad m u y similar a la de B r a n d e m b u r g o . El desahucio y la s e r v i d u m b r e se i m p l a n t a r o n en el campo, d o n d e los a r r e n d a t a r i o s libres f u e r o n degradados m u y p r o n t o al r a n g o de villanos; sólo sobrevivió u n p e q u e ñ o e s t r a t o de Colmer, q u e habían sido pequeños servidores de los Caballeros Teutónicos. De todas f o r m a s , Polonia ya se había anexionado en el siglo a n t e r i o r p r á c t i c a m e n t e todas las ciudades de alguna importancia, con la excepción de Koenigsberg, la única ciudad relativamente g r a n d e de la región que seguía incólume. Constitucionalmente, el p o d e r del príncipe en el nuevo d u c a d o era m u y frágil y limitado, a u n q u e las tierras ducales fuesen extensas. Los Estados prusianos conservaron quizá privilegios m á s amplios que cualquier otra institución de su tipo en Alemania, incluyendo el de h a c e r n o m b r a m i e n t o s administrativos, los po-

' Hans Rosenberg, «The rise of the junkers in Brandeburg-Prussia, 1410-1653», American Historical Review, octubre de 1943, pp. 1-22, y enero de 1944, pp. 22842.

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deres judiciales y el derecho p e r m a n e n t e a r e c u r r i r a la mon a r q u í a polaca c o n t r a los duques *. El significado internacional de la Prusia oriental era en este m o m e n t o m e n o r incluso que el de B r a n d e m b u r g o . E n 1618, los dos principados —hasta entonces políticamente independientes— se unieron al acceder a la sucesión de Prusia oriental el elector de B r a n d e m b u r g o , p o r medio de u n matrimonio interfamiliar, a u n q u e el d u c a d o continuó siendo u n f e u d o polaco. Cuatro años antes había t e n i d o lugar o t r o avance territorial en la B a j a Renania, c u a n d o los dos pequeños territorios de Cleves y Mark —enclaves d e n s a m e n t e poblados y altamente urbanizados del oeste— q u e d a r o n unidos p o r herencia al pat r i m o n i o de los Hohenzollern. Sin embargo, las nuevas adquisiciones de principios del siglo X V I I carecían de u n c o r r e d o r de tierra que las u n i e r a a B r a n d e m b u r g o ; las tres posesiones del elector estaban dispersas y eran estratégicamente vulnerables. El p r o p i o electorado, según las medidas p a n g e r m a n a s , era todavía u n E s t a d o aislado e indigente, llamado despectivam e n t e p o r sus c o n t e m p o r á n e o s «la salvadera del Sacro Imperio R o m a n o Germánico». «Nada indicaba que B r a n d e m b u r g o o Prusia h u b i e r a n de j u g a r alguna vez u n papel f u n d a m e n t a l en los asuntos germanos o europeos» 5 . Las t e m p e s t a d e s de la guerra de los Treinta Años y de la expansión sueca sacudieron de su inercia al E s t a d o de los Hohenzollern. B r a n d e m b u r g o se situó p o r vez p r i m e r a en el m a p a de la política internacional c u a n d o los ejércitos imperiales de Wallenstein recorrieron vict o r i o s a m e n t e Alemania en dirección al Báltico. El elector Jorge Guillermo, u n luterano hostil a la idea de u n s o b e r a n o calvinista en Praga, se había unido políticamente al e m p e r a d o r Fern a n d o II de H a b s b u r g o d u r a n t e el conflicto originario de Bohemia. Pero cualquier papel militar estaba f u e r a de sus posibilidades, ya que carecía de u n ejército. Su indefenso t e r r i t o r i o f u e o c u p a d o y saqueado, sin embargo, p o r los ejércitos austríacos en 1627, m i e n t r a s Wallenstein se instalaba en Mecklemburgo. Mientras tanto, en la Prusia oriental, Gustavo Adolfo había t o m a d o Memel y Pillau —los dos f u e r t e s q u e d o m i n a b a n Koenigsberg— en la prosecución de su guerra con Polonia, imponiendo a p a r t i r de entonces p e a j e s sobre t o d o el tráfico marít i m o del ducado. E n 1631, el e j é r c i t o expedicionario sueco se instaló en Pomerania e invadió B r a n d e m b u r g o . Jorge Guillermo, q u e había h u i d o d e s a m p a r a d o a la Prusia oriental, f u e

4 5

Carsten, The origins of Prussia, pp. 168, 169. Ibid., p. 174.

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obligado p o r Gustavo Adolfo a c a m b i a r de b a n d o y declararse c o n t r a la causa imperial. C u a t r o años después, desertó p a r a firm a r u n a paz s e p a r a d a con el e m p e r a d o r . Pero d u r a n t e t o d o el resto de la guerra de los Treinta Años, los ejércitos suecos permanecieron siempre acantonados en el electorado, que estuvo así a merced de sus exacciones financieras. N a t u r a l m e n t e , los E s t a d o s locales f u e r o n quitados de en m e d i o p o r la potencia ocupante. B r a n d e m b u r g o t e r m i n ó el largo conflicto tan pasivam e n t e como lo había comenzado, pero, p a r a d ó j i c a m e n t e , obtuvo algunas ganancias con el t r a t a d o de Westfalia. En efecto, d u r a n t e el t r a n s c u r s o de la guerra, Pomerania había vuelto legalmente a la familia Hohenzollern a raíz de la m u e r t e de su último duque. La conquista sueca de Pomerania —la principal base del Báltico p a r a las operaciones nórdicas en la B a j a Sajorna— había impedido que esta herencia surtiera efecto durante la guerra, pero, ante la insistencia de Francia, la m i t a d oriental m á s p o b r e de la provincia f u e concedida de m a l a gana a B r a n d e m b u r g o , q u e también f u e c o m p e n s a d o con o t r a s ganancias m e n o r e s al s u r y al oeste del electorado. El E s t a d o Hohenzollern emergió de la guerra de los Treinta Años con poco crédito político o militar en el exterior, a u n q u e ampliado territorialmente p o r la paz. En el interior, sus instituciones tradicionales habían s u f r i d o f u e r t e s sacudidas, p e r o a ú n n o habían aparecido otras que p u d i e r a n sustituirlas. El nuevo y joven elector, Federico Guillermo I, que se había e d u c a d o en Holanda, recibió su p a t r i m o n i o b a j o condiciones normales, p o r vez p r i m e r a , tras la f i r m a de la paz. La experiencia de las décadas de ocupación e x t r a n j e r a había enseñado dos lecciones indelebles: la necesidad urgente de c o n s t r u i r un e j é r c i t o capaz de o p o n e r resistencia a la expansión imperial sueca en el Báltico y —complementariamente— el e j e m p l o administrativo de la recaudación coactiva de impuestos p o r Suecia en B r a n d e m b u r g o y en Prusia oriental sin tener en cuenta las p r o t e s t a s de los E s t a d o s locales. La preocupación inmediata del elector consistió, p o r tanto, en asegurar u n a base financiera estable con la q u e c r e a r u n a p a r a t o militar p e r m a n e n t e p a r a la defensa e integración de sus reinos. De hecho, las fuerzas de los Vasa n o evacuaron Pomerania oriental hasta 1654. De ahí que e n 1652 el elector convocase u n Landtag general en Brandemburgo, al que llamó a toda la nobleza y a todas las ciudades de la Marca, con el p r o p ó s i t o de establecer u n nuevo sistema financiero que permitiese m a n t e n e r u n ejército real. A esto siguió u n largo p e r í o d o de disputas con los Estados, q u e terminó al a ñ o siguiente con la f a m o s a suspensión de 1653, que

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consagraba los comienzos de u n p a c t o social e n t r e el elector y la aristocracia p o r el que se echaban los f u n d a m e n t o s duraderos del absolutismo prusiano. Los Estados se negaron a conceder u n i m p u e s t o general sobre el comercio interior, p e r o vot a r o n u n subsidio de medio millón de tálezos d u r a n t e seis años p a r a el establecimiento de u n e j é r c i t o que h a b r í a de convertirse en el núcleo del f u t u r o E s t a d o burocrático. A cambio, el elector decretó que en adelante se daría p o r s u p u e s t o que todos los campesinos de B r a n d e m b u r g o eran siervos Leibeigene, a no ser que se p r o b a r a lo contrario; se c o n f i r m a r o n las jurisdicciones señoriales; se impidió a los plebeyos la c o m p r a de propiedades nobiliarias y se m a n t u v o la i n m u n i d a d fiscal de la aristocracia 6 . A los dos años de haberse alcanzado este acuerdo, la guerra estalló de nuevo en el Báltico con el r e p e n t i n o a t a q u e de Suecia c o n t r a Polonia en 1655. Federico Guillermo optó p o r el bando sueco en este conflicto, y en 1656 su inexperto e j é r c i t o e n t r ó en Varsovia al lado de las t r o p a s de Carlos X. La recuperación militar polaca, apoyada p o r la intervención de Rusia y Austria, debilitó m u y p r o n t o la posición sueca, que f u e atacada también en su retaguardia p o r Dinamarca. A la vista de esto, Brandemb u r g o se pasó h á b i l m e n t e de bando, a cambio de u n a f o r m a l renuncia polaca a su señorío sobre la Prusia oriental. El tratado de Labiau de 1657 estableció p o r vez p r i m e r a la soberanía incondicional de los Hohenzollern sobre el ducado. El elector ocupó entonces r á p i d a m e n t e Pomerania occidental con u n a fuerza mixta polaca, austríaca y b r a n d e m b u r g u e s a . Sin embargo, el t r a t a d o de Oliva de 1660, ante la insistencia francesa, devolvió esta provincia a Suecia con el restablecimiento de la paz. La guerra del Báltico de 1656-60 había t r a n s f o r m a d o drástica y a b r u p t a m e n t e , m i e n t r a s tanto, el equilibrio interior de fuerzas d e n t r o de las posesiones de los Hohenzollern. En Brandemburgo, Prusia oriental y Cleves-Mark, el elector había anulado todas las n o r m a s constitucionales en n o m b r e de la emergencia militar, r e c a u d a n d o i m p u e s t o s sin el consentimiento de las asambleas locales y construyendo u n a fuerza de unos 22.000 soldados, que f u e reducida a la mitad, pero n o licenciada, con el cese de las hostilidades. Ahora ya era posible arreglar cuentas con el p a r t i c u l a r i s m o de los E s t a d o s de f o r m a más drástica. Prusia oriental, cuya nobleza estaba a c o s t u m b r a d a a apoyarse en la soberanía polaca p a r a resistir las presiones de los Hohenzollern, y cuyas ciudades habían m o s t r a d o a b i e r t a m e n t e su descontento d u r a n t e la guerra, f u e el p r i m e r t e r r i t o r i o que * Carsten, The origins of Prussia, pp. 185-9.

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experimentó el nuevo p o d e r del electorado. E n 1661-63 f u e convocado u n largo Landstag. La negativa de los burgueses de Koenigsberg a a c e p t a r la plena soberanía de la dinastía sobre el d u c a d o f u e rota con la detención s u m a r i a del cabecilla de la resistencia u r b a n a , y se a r r a n c ó la aprobación de u n imp u e s t o sobre el comercio interior p a r a m a n t e n e r al ejército. El elector tuvo q u e p r o m e t e r la celebración de sesiones trianuales de los Estados y n o r e c a u d a r nuevos impuestos sin su previo consentimiento: p e r o estas concesiones h a b r í a n de mostrarse m e r a m e n t e formales. Mientras tanto, los E s t a d o s de Cleves-Mark habían sido obligados a a c e p t a r el derecho del s o b e r a n o de i n t r o d u c i r t r o p a s y n o m b r a r funcionarios a su voluntad. E n 1672, la guerra franco-holandesa c o n d u j o al E s t a d o de los Hohenzollern —aliado diplomático y cliente financiero de las Provincias Unidas— a u n nuevo conflicto militar, esta vez a escala europea. En 1674, el elector era c o m a n d a n t e t i t u l a r del c o m b i n a d o de fuerzas g e r m a n a s que o p e r a b a c o n t r a Francia en el Palatinado y en Alsacia. Al año siguiente, en ausencia de Federico Guillermo, Suecia invadió B r a n d e m b u r g o c o m o aliado de Francia. En su r á p i d o regreso, Federico Guillermo devolvió el golpe en la batalla de Fehrbellin, en la que p o r vez p r i m e r a los ejércitos de B r a n d e m b u r g o vencieron a los veteranos escandinavos en las tierras p a n t a n o s a s al noroeste de Berlín. En 1678, toda la Pomerania sueca había sido invadida p o r el elector. Pero u n a vez más la intervención f r a n c e s a le privó de sus conquistas: los ejércitos borbónicos m a r c h a r o n hacia Cleves-Marck y a m e n a z a r o n Minden, avanzadilla de los Hohenzollern en el oeste, lo que permitió a Francia exigir la devolución de Pomerania occidental a Suecia en 1679. Sin ningún f r u t o geográfico, la guerra f u e sin e m b a r g o institucionalmente rentable p a r a la construcción de u n absolutismo monárquico. Prusia oriental f u e sometida a la fuerza a u n a recaudación de impuestos sobre la tierra y el comercio sin ningún consentimiento representativo, entre m u r m u l l o s de disidencia nobiliaria y amenazas m á s f u e r t e s de rebelión burguesa. Koenigsberg f u e el centro de la resistencia: en 1674, u n súbito golpe militar t o m ó la ciudad y aplastó p a r a siempre su a u t o n o m í a municipal. A p a r t i r de entonces, los Estados prusianos votaron dócilmente las grandes contribuciones que se les pidieron m i e n t r a s d u r ó la g u e r r a 7 . La f i r m a de la paz no i n t e r r u m p i ó la creciente concentración 7

Carsten, The origins of Prussia, pp. 219-21.

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de p o d e r en m a n o s del elector. E n 1680, las ciudades de Brand e m b u r g o f u e r o n obligadas a pagar u n i m p u e s t o u r b a n o que, deliberadamente, n o se extendió al c a m p o con o b j e t o de enf r e n t a r a la nobleza con las ciudades. Un a ñ o después se introd u j o en Prusia oriental el m i s m o s e p a r a t i s m o fiscal, que hacia el fin del reinado del elector se había extendido a Pomerania, Magdeburgo y Minden. Las cargas rurales recaían

exclusiva-

m e n t e sobre el campesinado en B r a n d e m b u r g o y Cleves-Mark; en Prusia oriental, la nobleza a p o r t a b a u n a ligera contribución, p e r o el g r u e s o de la carga recaía sobre sus a r r e n d a t a r i o s . La división administrativa e n t r e la ciudad y el c a m p o creada p o r este dualismo dividió i r r e m e d i a b l e m e n t e la posible oposición social c o n t r a el naciente absolutismo. Los impuestos q u e d a r o n realmente limitados a las ciudades y los campesinos en u n a proporción de 3/2. La nueva carga fiscal f u e especialmente perjudicial p a r a las ciudades, p o r q u e la libertad de i m p u e s t o s de la q u e gozaban las fábricas de cerveza y otras e m p r e s a s sit u a d a s en sus propiedades p e r m i t i ó a los t e r r a t e n i e n t e s comp e t i r i m p u n e m e n t e con las m a n u f a c t u r a s u r b a n a s . La fuerza económica de las ciudades de B r a n d e m b u r g o y de Prusia oriental, ya seriamente d a ñ a d a p o r la depresión general del siglo

XVII,

se r e d u j o todavía más p o r la política del Estado, y

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cales, convirtiéndose en un organismo provinciano y sin importancia, cuya actividad se paralizó p o r completo d u r a n t e la guer r a de los Treinta Años. Federico Guillermo lo reavivó después de Westfalia, y comenzó a a s u m i r de f o r m a i n t e r m i t e n t e la dirección central del c o n j u n t o de los dominios de los Hohenzollern, a u n q u e su perspectiva de f o n d o siguió siendo localista, y su función administrativa m u y primitiva. Sin embargo, dur a n t e la guerra de 1665-70 se creó u n d e p a r t a m e n t o especializado p a r a la dirección de los a s u n t o s militares en todas las tierras dinásticas, el Generalkriegskommissariat. Con la vuelta de la paz se r e d u j e r o n la función y el personal de este Comisariado que, sin embargo, no f u e abolido, sino que se m a n t u v o b a j o la supervisión f o r m a l del Consejo Privado. H a s t a aquí, la evolución del a b s o l u t i s m o b r a n d e m b u r g u é s siguió una senda administrativa muy parecida a la de las anteriores m o n a r q u í a s occidentales. Pero el comienzo de la guerra de 1672-78 s u p u s o u n c a m b i o de r u m b o a b r u p t o y decisivo. El Generalkriegskommissariat comenzó a dirigir p r á c t i c a m e n t e toda la m a q u i n a r i a del Estado. En 1674 se f o r m ó u n a Generalkriegskasse, que en el plazo de u n a década se había convertido en tesorería central de los Hohenzollern, a medida que se iba confiando a los funcionarios del Comisariado la recaudación de impuestos. En 1679, el Generalkriegskommissariat p u s o a su f r e n t e a u n soldado profesional, el aristócrata de P o m e r a n i a Von G r u m b k o w ; sus filas se ampliaron; en su interior se creó u n a j e r a r q u í a burocrática estable y se diversificaron sus responsabilidades exteriores. D u r a n t e la década siguiente, el comisariado organizó el a s e n t a m i e n t o de los refugiados hugonotes y dirigió la política inmigratoria, controló el sistema de gremios en las ciudades, supervisó el comercio y las m a n u f a c t u r a s e impulsó las empresas navales y coloniales del Estado. En la práctica, el Generalkriegskommisar era s i m u l t á n e a m e n t e jefe de E s t a d o Mayor, m i n i s t r o de la G u e r r a y m i n i s t r o de Hacienda. El Consejo Privado quedó e m p e q u e ñ e c i d o ante este gran crecimiento. La burocracia del comisariado se reclutaba sobre u n a base unitaria e interprovincial, y era utilizada p o r la dinastía como su m e j o r a r m a c o n t r a el p a r t i c u l a r i s m o local y la resistencia de las a s a m b l e a s 9 . Sin embargo, el Generalkriegskommissariat n o era en m o d o alguno u n a r m a c o n t r a la propia nobleza. Por el contrario, sus escalones más altos estaban ocupados p o r nobles, t a n t o en los niveles centrales c o m o provinciales; los plebeyos estaban concentrados en los d e p a r t a m e n t o s relativamente infe-

' Carsten, The origins of Prussia, pp. 259-65.

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riores que se encargaban de la recaudación de los i m p u e s t o s urbanos. La principal función de todo el a p a r a t o tentacular del comisariado consistía, n a t u r a l m e n t e , en asegurar el m a n t e n i m i e n t o y la expansión de las fuerzas a r m a d a s del E s t a d o de los Hohenzollern. Para alcanzar este fin, los ingresos totales se triplicaron e n t r e 1640 y 1688, lo que suponía u n a carga fiscal percápita casi dos veces s u p e r i o r a la de la Francia de Luis XIV, que era u n país m u c h í s i m o m á s rico. A la llegada de Federico Guillermo, B r a n d e m b u r g o sólo tenía 4.000 soldados; al final del reinado de este soberano, al que sus c o n t e m p o r á n e o s llamaban a h o r a «gran elector», existía un ejército p e r m a n e n t e de 30.000 soldados bien entrenados, dirigido p o r u n c u e r p o de oficiales reclutado de e n t r e la clase de los j u n k e r s e i m b u i d o de lealtad marcial hacia la dinastía 10. La m u e r t e del gran elector m o s t r ó lo bien articulada q u e estaba su obra. Su inconsecuente e inútil sucesor, Federico, c o m p r o m e t i ó desde 1688 a la casa Hohenzollern en la coalición europea contra Francia. Los contingentes de B r a n d e m b u r g o se p o r t a r o n de f o r m a competente en las guer r a s de la Liga de Augsburgo y de la sucesión española, mientras el príncipe reinante consumía los subsidios e x t r a n j e r o s en sus despilfarras en el interior, y no era capaz de asegurar ningún avance territorial en su política internacional. La única realización p r o m i n e n t e del reinado f u e la adquisición p o r la dinastía del título de rey de Prusia, concedido diplomáticamente en 1701 p o r el e m p e r a d o r Carlos VI a c a m b i o de u n a alianza f o r m a l Habsburgo-Hohenzollern, y legalmente cubierto p o r el hecho de que Prusia oriental q u e d a b a f u e r a de los límites del Reich, en el que n o se p e r m i t í a ningún título real a p a r t e de la dignidad imperial. Sin embargo, la m o n a r q u í a p r u s i a n a era todavía un E s t a d o p e q u e ñ o y atrasado, clavado en los b o r d e s de la Alemania nororiental. La población total de las tierras de los Hohenzollern n o era superior al millón de h a b i t a n t e s en los últimos años del gran elector: u n o s 270.000 en Brandemburgo, 400.000 en Prusia oriental, 150.000 en Cleves-Mark y quizá otros 180.000 en los dominios más pequeños. A la m u e r t e de Federico I, en 1713, el reino de Prusia n o contenía aún más de 1.600.000 habitantes. Este legado m o d e s t o h a b r í a de ser n o t a b l e m e n t e ampliado p o r el nuevo monarca, Federico Guillermo I. El «Rey Sargento» consagró su c a r r e r a a fortalecer el ejército prusiano, que dobló su tamaño, p a s a n d o de 40.000 a 80.000 h o m b r e s b a j o u n sobe10

Carsten, The origins of Prussia,

pp. 266-71.

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r a n o que, simbólicamente, f u e el p r i m e r príncipe europeo que vistió siempre de u n i f o r m e . La instrucción y el e n t r e n a m i e n t o militar f u e r o n las obsesiones del m o n a r c a ; los p e r t r e c h o s de guerra y las fábricas de paños p a r a a t e n d e r las necesidades militares se promovieron incansablemente; se implantó la llam a d a obligatoria a filas; se f u n d ó u n colegio de cadetes p a r a los jóvenes nobles y se prohibió r i g u r o s a m e n t e el servicio de los oficiales en los ejércitos e x t r a n j e r o s ; el comisariado de guerra f u e reorganizado b a j o la dirección del h i j o de Von G r u m b k o w . La utilización de las nuevas t r o p a s f u e muy prudente: en 1719 se le a r r e b a t ó Pomerania occidental a Suecia, c u a n d o Prusia se alió con Rusia y Dinamarca contra Carlos X I I en las últimas fases de la gran guerra del norte. Pero, por lo demás, el ejército f u e utilizado con prudencia en apoyo de u n a diplomacia pacífica. Mientras tanto, la burocracia f u e perfeccionada y racionalizada. H a s t a entonces, el a p a r a t o de Estado se había dividido en dos columnas, la de los «dominios» y la del «comisariado», es decir, los organismos financieros privados y públicos de la m o n a r q u í a , encargados respectivamente de la administración de las propiedades reales y de la recaudación de los i m p u e s t o s públicos. Estas dos columnas se fundieron a h o r a en u n pilar central, m e m o r a b l e m e n t e llamado General-Ober-Finanz-Kriegs-und-Domanen-Direktorium, responsable de todas las actividades administrativas excepto de los asuntos e x t r a n j e r o s , de justicia y eclesiásticos. Se creó u n c u e r p o de policía secreta o «fiscales» especiales p a r a vigilar a la burocracia c e n t r a l C o n no menos cuidado se atendió a los a s u n t o s económicos. Se financiaron proyectos de diques, d r e n a j e s y colonización del campo, utilizando conocimientos y técnicos holandeses. Se reclutaron inmigrantes franceses y alemanes p a r a las m a n u f a c t u r a s locales establecidas b a j o control del Estado. El mercantilismo real promovió la industria textil y o t r o s productos de exportación. Al m i s m o tiempo, los gastos de la corte se r e d u j e r o n a u n m í n i m o frugal. El resultado f u e que el Rey Sargento disponía al final de su reinado de unos ingresos anuales de siete millones de táleros, d e j a n d o a su sucesor u n superávit de ocho millones en el tesoro. P e r o quizá más imp o r t a n t e era que la población de su reino había crecido h a s t a llegar a los 2.250.000 habitantes, esto es, cerca del 40 p o r ciento 11 Una descripción de la estructura y el funcionamiento del Generaloberdirektorium puede verse en R. A. Dorwart, The administrative reforms of Frederick 1 of Prussia, pp. 170-9. Dentro de la administración, los «fiscales» no eran asalariados, sino que recibían comisiones sobre las multas que resultasen de los juicios iniciados tras sus investigaciones.

Polonia

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en menos de tres décadas

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En el siglo v n d. C., b a j o una fuerte influencia china, se formó en Japón un sistema político imperial centralizado: la ref o r m a Taika del año 646 disolvió las anteriores e imprecisas comunidades de grupos de linaje nobiliarios y de cultivadores independientes e instaló por vez primera un sistema estatal unitario. El nuevo Estado japonés, calcado administrativamente del imperio T'ang de la China de la época y que habría de regularse por los códigos Taiho de principios del siglo V I I I (702), se basaba en un monopolio imperial de la propiedad de la tierra. El suelo se concedía en pequeños lotes, periódicamente redistribuidos, a cultivadores arrendatarios que pagaban impuestos en especie o prestaciones personales al Estado. El sistema de asignación de parcelas, aplicado en un primer momento a las tierras familiares de la casa imperial, se extendió gradualmente durante el siglo siguiente a todo el país. El control político unificado del país se mantenía por medio de una amplia burocracia central, compuesta por una clase aristocrática civil que se reclutaba para los cargos por herencia más que p o r exámenes. El reino fue sistemáticamente dividido en distritos de la capital, provincias, distritos rurales y aldeas b a j o una rígida supervisión gubernamental. También se creó, aunque de forma algo vacilante, un ejército permanente obligatorio. Se contruyeron ciudades imperiales, planeadas simétricamente según las normas chinas. El budismo, sincréticamente mezclado con los cultos indígenas del Shinto, se convirtió en religión oficial, formalmente integrada en el mismo aparato de E s t a d o S i n embargo, a p a r t i r del año 800, aproximadamente, este imperio de influencia china comenzó a disolverse b a j o diversas fuerzas centrífugas. La falta de algo similar al mandarinato dentro de la burocracia favoreció desde el principio su privatización por la nobleza. Las órdenes religiosas budistas consiguieron privilegios 1

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i

Puede verse un lúcido análisis del Estado Taiho en J. W. Hall, Japan prehistory to modern times, Londres, 1970, pp. 43-60.

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especiales sobre las tierras que les habían sido donadas. La recluta militar obligatoria se a b a n d o n ó en el a ñ o 792, y la redistribución de las parcelas, alrededor del 844. Los t e r r e n o s semiprivados o shoen, propiedad de los nobles o los monasterios, se extendieron r á p i d a m e n t e p o r las provincias. Sustraídos desde el principio a la propiedad estatal de la tierra, los shoen consiguieron f i n a l m e n t e la i n m u n i d a d fiscal y la exención de la inspección c a t a s t r a l realizada p o r el gobierno central. Las mayores de estas propiedades —que f r e c u e n t e m e n t e procedían de tierras hechas a p t a s p a r a la labranza en fecha reciente— a b a r c a b a n varios cientos de hectáreas. Los campesinos que cultivaban los shoen debían cargas d i r e c t a m e n t e a sus señores, a la vez que nuevos e s t r a t o s intermedios de capataces o alguaciles iban adquiriendo, d e n t r o de este sistema señorial en formación, ciertos derechos sobre el p r o d u c t o (principalmente arroz). La organización interna de los señoríos japoneses estuvo m u y influida p o r la naturaleza del cultivo del arroz, r a m a básica de la agricultura. No había ningún sistema de rotación trienal, al estilo europeo, y las tierras del c o m ú n carecían de importancia, dada la falta de ganado. Las parcelas de los campesinos eran m u c h o más pequeñas que en E u r o p a y había menos comunidades aldeanas, m i e n t r a s q u e las densidad de la población r u r a l y la escasez de tierra e r a n considerables. Pero, sobre todo, n o existía u n a v e r d a d e r a reserva señorial d e n t r o de la finca: los shiki, o derechos divisibles de apropiación del p r o d u c t o , se recaudaban u n i f o r m e m e n t e sobre la producción total del shoen1. Por o t r a parte, d e n t r o del sistema político, la aristocracia de la corte, o kuge, desarrolló u n a r e f i n a d a c u l t u r a civil en la capital, donde la casa F u j i w a r a consiguió u n a prolongada influencia sobre la propia dinastía imperial. Pero f u e r a de Kyoto, la administración imperial se a b a n d o n ó hasta su desaparición. Al m i s m o tiempo, y u n a vez q u e el r e c l u t a m i e n t o obligatorio h u b o desaparecido, las fuerzas a r m a d a s de las provincias se convirtieron g r a d u a l m e n t e en propiedad de la nueva nobleza militar de guerreros s a m u r a i s o bushi, q u e alcanzaron p o r p r i m e r a vez u n a posición p r e e m i n e n t e en el siglo x i 3 . Tant o los funcionarios públicos del gobierno central c o m o los propietarios locales de los shoen reunieron en t o r n o a sí b a n d a s 2 Puede verse un análisis comparado del shoen en Joüon des Longrais, L'Est et l'Ouest, institutions du Japón et de l'Occident comparées, París, 1958, pp. 92-103. ' Los orígenes de los bushi están esbozados en J. W. Hall, Government and local power in Japan, 500-1700, Princeton, 1966, pp. 131 3.

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personales de estos guerreros, con finalidades de defensa y de ataque. Con la privatización del p o d e r coactivo se intensificaron las luchas serviles a medida que las t r o p a s provinciales de bushi intervenían en las luchas de las camarillas cortesanas p o r el control de la capital imperial y de su m a r c o administrativo. El d e r r u m b a m i e n t o del viejo sistema Taiho culminó, a finales del siglo xil, con la fundación victoriosa del shogunato de K a m a k u r a p o r Minamoto-no-Yoritomo. El nuevo soberano, que se había educado en Kyoto y tenía u n gran respeto hacia su legado, conservó en la m i s m a Kyoto la dinastía y la corte imperiales y la administración civil tradicional 4 . Pero, j u n t o a ellas, se creó u n nuevo a p a r a t o militar de gobierno b a j o el m a n d o del shogun o «generalísimo», dirigido p o r la clase de los bushi y c e n t r a d o en u n a capital diferente, K a m a k u r a . A partir de entonces, esta nueva a u t o r i d a d p á r a i m p e r i a l f u e la q u e ejerció el v e r d a d e r o p o d e r en Japón. El shogunato, que se conocía con el n o m b r e de Bakufu («tienda» o cuartel general militar), controlaba al principio la lealtad de unos 2.000 «hombres de la casa» (gokenin), o vasallos personales de Yoritomo, y se apropió o confiscó p a r a su uso m u c h o s shoen. En las provincias, el shogunato n o m b r ó gobernadores militares o shugo, e intendentes de la tierra o jito, elegidos e n t r e sus seguidores. Los p r i m e r o s p a s a r o n a ser en la práctica el p o d e r local d o m i n a n t e en sus regiones, m i e n t r a s que los segundos, en u n plano inferior, se encargaban de la recaudación de impuestos de las propiedades shoen, sobre las que llegaron a a d q u i r i r paulatinam e n t e derechos shiki, a costa de sus anteriores propietarios 5. La nueva red de shugo y jito, creada p o r el shogunato y responsable sólo ante él, r e p r e s e n t ó u n a f o r m a p r e l i m i n a r del sist e m a de beneficios: las funciones represivas y fiscales f u e r o n delegadas p o r los bushi en sus séquitos a c a m b i o de la concesión de títulos sobre las r e n t a s de la tierra. Por medio de u n a s «cartas de confirmación» formales se concedían derechos a los vasallos locales sobre las rentas de la tierra y los h o m b r e s de a r m a s 6 . Todavía subsistían, sin embargo, la legalidad y la burocracia imperial: el shogun era n o m b r a d o legalmente p o r el e m p e r a d o r , los shoen continuaron sometidos al derecho públi4 M. Shinod.i, The founding of the Kamakura Shogunate, 1180-1185, Nueva York, 1960, pp. 112-3, 141-4. 5 Véase un amplio estudio de los jito en Hall, Government and local power in Japan, pp. 157-8, 182-90. 6 Shinoda, The founding of the Kamakura Shogunate, p. 140.

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co y la m a y o r p a r t e de la tierra y de la población se mantuvieron b a j o la antigua administración civil. El régimen K a m a k u r a , debilitado financiera y militarmente p o r los ataques mogoles a finales del siglo x m , se h u n d i ó finalmente en las luchas civiles. A lo largo de siglo Xiv, durante el shogunato de Ashikaga que sucedió al de K a m a k u r a , se dio el paso decisivo hacia la plena feudalización de la sociedad y el sistema político japonés. El propio shogunato se trasladó a Kyoto y se abolió la prolongada a u t o n o m í a de la corte imperial: la sagrada dinastía y la aristocracia kuge f u e r o n privadas de la m a y o r p a r t e de sus tierras y riquezas y relegadas a funciones p u r a m e n t e ceremoniales. La administración civil de las provincias quedó c o m p l e t a m e n t e eclipsada p o r los gobiernos militares shugo. Al m i s m o tiempo, sin embargo, el shogunato de Ashikaga f u e m u c h o m á s débil que su predecesor de Kam a k u r a ; consiguientemente, los shugo se convirtieron cada vez m á s en señores locales omnipotentes, absorbiendo a los jito, exigiendo prestaciones de t r a b a j o y reteniendo la mitad de los ingresos de los shoen locales a escala provincial; a veces incluso «recibiendo» el shoen directamente de sus propietarios absentistas 7. En este m o m e n t o ya se había desarrollado u n verdadero sistema de feudos o chigyo, que p o r vez p r i m e r a representaba u n a fusión directa de vasallaje y beneficio, de servicio militar y posesión condicional de la tierra; los shugo poseían esos feudos y los distribuían a d e m á s e n t r e sus séquitos. La adopción de la p r i m o g e n i t u r a d e n t r o de la clase aristocrática consolidó la nueva j e r a r q u í a social en el c a m p o 8 . En el nivel inferior, el campesinado s u f r i ó la correspondiente degradación a medida que su movilidad se restringía y sus prestaciones aum e n t a b a n : los pequeños guerreros locales del estrato bushi estab a n en m e j o r e s condiciones que los nobles kuge absentistas p a r a extraer el excedente de los p r o d u c t o r e s directos. H u b o en el c a m p o a d e m á s u n a expansión de la producción mercantil, especialmente en las regiones centrales situadas a l r e d e d o r de Kyoto, donde se concentraba la elaboración del sake, y aumentó el volumen de la circulación m o n e t a r i a . También aumentó la productividad r u r a l con la introducción de m e j o r e s inst r u m e n t o s de cultivo y el mayor uso de la tracción animal, de tal f o r m a que el p r o d u c t o agrícola creció c o n s t a n t e m e n t e en m u c h a s zonas 9 . El comercio exterior se expandió, a la vez q u e ' H. P. Warley, The Onin war, Nueva York, 1967, pp. 38-43. ' Ibid., pp. 76-7. 9 Hall, Japan from prehistory to modern times, p. 121.

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se desarrollaban en las ciudades gremios de artesanos y comerciantes de u n tipo similar a los de la E u r o p a medieval. Pero todavía persistía el arcaico m a r c o imperial, a u n q u e pen e t r a d o p o r todas p a r t e s p o r las nuevas j e r a r q u í a s feudales, situadas b a j o un shogunato central relativamente débil. Las jurisdicciones gubernativas de los shugo c o n t i n u a b a n siendo m u c h o más amplias que sus tierras enfeudadas, y los bushi que vivían en ellas n o eran todos en absoluto sus vasallos personales. El h u n d i m i e n t o final del shogunato de Ashikaga t r a s el comienzo de las guerras Onin (1467-77) completó la disolución de los ú l t i m o s vestigios del legado administrativo Taiho y el proceso de feudalización de todo el país. En m e d i o de u n a oleada de a n a r q u í a en la q u e «los de a b a j o m a n d a b a n sobre los de arriba», los shugo regionales f u e r o n d e r r o c a d o s p o r vasallos u s u r p a d o r e s —a m e n u d o sus antiguos lugartenientes— y con ellos desaparecieron los grupos de shoen y las jurisdicciones provinciales q u e habían presidido. Los a v e n t u r e r o s de la nueva época Sengoku, surgidos de la guerra, se r e p a r t i e r o n sus propios principados que, a p a r t i r de entonces, organizaron y dirigieron c o m o territorios p u r a m e n t e feudales, a la p a r q u e se desintegraba en todo el país cualquier tipo de p o d e r central. Los daimyo o magnates de finales del siglo xv y principios del xvi controlaban dominios sólidos, en los q u e todos los guer r e r o s eran vasallos o subvasallos suyos y toda la tierra pertenecía a su p r o p i e d a d soberana. Los derechos divisibles o shiki se c o n c e n t r a r o n en u n i d a d e s de chigyo. Territorialmente, la feudalización era más completa que en la E u r o p a medieval, p o r q u e se desconocían las parcelas alodiales en el campo. Los samurais j u r a b a n lealtad militar a sus señores y recibían de éstos v e r d a d e r o s feudos, e s t o es, concesiones de tierra j u n t o con derechos jurisdiccionales !0. El e n f e u d a m i e n t o se calculaba en términos de «aldeas» (mura: unidades administrativas m á s que aldeas verdaderas), y los h a b i t a n t e s del f e u d o e s t a b a n sometidos a supervisión directa de los bushi. Las ciudades-castillo y la subinfeudación se desarrollaron en los dominios daimyo, regulados p o r nuevas «leyes domésticas» feudales en las que se codificaban las prerrogativas del señor y la j e r a r q u í a de dependencias personales. El vínculo e n t r e el señor y el vasallo se caracte10 El texto literal del juramento de vasallaje y de la concesión de la tierra en esta época puede verse en Hall, Government and local power in Japan, pp. 2534; en las pp. 245-56 se trazan las líneas generales de la organización feudal en la época Sengoku.

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rizó en el feudalismo japonés p o r dos notas específicas: el lazo personal e n t r e el señor y su servidor era más f u e r t e que el lazo económico e n t r e éste y la tierra, es decir, d e n t r o del nexo feudal el vasallaje tendía a p r e d o m i n a r sobre el beneficio Al m i s m o tiempo, la relación entre el señor y el vasallo era m á s asimétrica que en E u r o p a . El c o m p o n e n t e contractual del hom e n a j e era m u c h o m á s débil; el vasallaje tenía u n carácter semifamiliar y sagrado, m á s que legal. El concepto de «felonía» señorial o r u p t u r a del vínculo p o r el señor era desconocido. T a m p o c o existía el señorío múltiple. Así, la específica relación i n t r a f e u d a l era m á s u n i l a t e r a l m e n t e j e r á r q u i c a ; su terminología f u e t o m a d a de la a u t o r i d a d p a t e r n a y del sistema de parentesco. El feudalismo europeo siempre a b u n d ó en luchas interfamiliares y se caracterizó p o r u n a e x t r e m a a b u n d a n c i a de litigios. El feudalismo japonés, sin e m b a r g o , n o sólo careció de toda inclinación legalista, sino que su f o r m a cuasipatriarcal se hizo a ú n m á s autoritaria con la extensión de los derechos paternos a la adopción y a d e s h e r e d a r a los hijos, que impidieron con eficacia las insubordinaciones filiales, tan comunes en Eur o p a 1J. Por otra p a r t e , el n ú m e r o de guerras feudales, estímulos del valor y la destreza de los caballeros a r m a d o s fue, dur a n t e esta época, t a n alto como en la E u r o p a medieval tardía. E n t r e los principados daimyo rivales f u e r o n constantes las luchas violentas. Además, en los vacíos que d e j ó la fragmentación política de J a p ó n pudieron florecer algunas ciudades mercantiles a u t ó n o m a s análogas a las de la E u r o p a medieval: Sakai, Hakata, Otsu, Ujiyamada y otras. Los viajeros jesuítas calificaron al p u e r t o de Sakai de «Venecia» oriental 1 3 . Las sectas religiosas crearon sus propios enclaves a r m a d o s en Kaga y Noto, en el m a r del Japón. Incluso hicieron también u n a breve aparición las c o m u n a s rurales insurrectas, dirigidas p o r la pequeña nobleza descontenta y b a s a d a s en el c a m p e s i n a d o rebelde. La m á s notable se estableció en la m i s m a región central de 11 Joüon subraya con fuerza esa característica: L'Est et VOuest, páginas 119-20, 164. u Véanse los agudos comentarios de Joüon, L'Est et VOuest, pp. 145-7, 395-6. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que a pesar de la inclinación terminológica del feudalismo japonés hacia las relaciones de pseudoparentesco, en la práctica los señores de esta época consideraban al vasallaje como un vínculo de lealtad más seguro que la consanguinidad; de forma significativa, las ramas familiares de un linaje de magnates se asimilaban normalmente a la condición de vasallos. Véase Hall, Government and local power in Japan, p. 251. 13 Un estudio sobre Sakai puede verse en G. Sansom, A history of Japan, 1334-1615, Londres, 1961, pp. 189, 272-3, 304-5.

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Yamashiro, donde la comercialización había ocasionado u n grave e n d e u d a m i e n t o e n t r e la población rural 1 4 . Los desórdenes de la época se i n c r e m e n t a r o n todavía m á s p o r el impacto de las a r m a s de fuego, las técnicas y las ideas e u r o p e a s t r a s la llegada de los portugueses a Japón en el a ñ o 1543. En la segunda m i t a d del siglo xvi, u n a serie de impresion a n t e s guerras civiles e n t r e los grandes p o t e n t a d o s daimyo cond u j o a la victoriosa reunificación del país b a j o sucesivos com a n d a n t e s militares: Nobunaga, Hideyoshi e Ieyasu. Odo Nob u n a g a f o r j ó la p r i m e r a coalición regional p a r a establecer u n control sobre el J a p ó n central; liquidó el militarismo budista, q u e b r ó la independencia de las ciudades mercantiles y llegó a d o m i n a r sobre u n tercio del país. Esta formidable obra de conquista f u e completada p o r Toyotomi Hideyoshi al m a n d o de grandes ejércitos, equipados con m o s q u e t e s y cañones y compuestos p o r u n bloque de fuerzas de daimyo aliados, a g r u p a d a s en torno a él 1 ! . El s o m e t i m i e n t o de todos los magnates a la a u t o r i d a d de Hideyoshi no condujo, sin embargo, a la restauración del desaparecido E s t a d o centralizado de la tradición Taiho, sino a la reintegración, p o r vez p r i m e r a , del mosaico de señoríos regionales en u n sistema feudal unitario. Los daimyo no f u e r o n desposeídos de sus dominios, p e r o se convirtieron en vasallos del nuevo soberano, del que a p a r t i r de entonces recibieron sus territorios en calidad de feudos y a quien enviaban algunos parientes como rehenes en garantía de su lealtad. La dinastía imperial f u e m a n t e n i d a c o m o símbolo religioso de legitimidad, p o r encima y s e p a r a d a del sistema operativo de la soberanía feudal. Un nuevo registro catastral estabilizó el sist e m a de p r o p i e d a d de la tierra, consolidando sobre su b a s e la reorganizada p i r á m i d e de señoríos. La población se dividió en c u a t r o órdenes cerrados: nobles, campesinos, artesanos y comerciantes. Los bushi f u e r o n alejados de las aldeas y congregados en las ciudades-castillo de sus daimyo en calidad de homb r e s de a r m a s , disciplinados y dispuestos a u n a inmediata intervención militar. Su n ú m e r o q u e d ó oficialmente registrado, y la extensión de la clase s a m u r a i se fijó, a p a r t i r de entonces, e n t r e u n 5 y u n 7 p o r 100 de toda la población, lo q u e daba u n e s t r a t o relativamente amplio de h o m b r e s de espada. Simul14 Las circunstancias que produjeron la comuna de Yamashiro están bosquejadas en Varley, The Onin war, pp. 192-204. 15 «La victoria de Hideyoshi no representó la verdadera unificación de Japón, sino la conquista de todo el país por una sola liga de daimyo»: Hall, Government and local power in Japan, p. 284.

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t á n e a m e n t e , los campesinos f u e r o n privados de a r m a s , vinculados a la tierra y legalmente obligados a e n t r e g a r los dos tercios de su producción a sus señores 16. Las ciudades a u t ó n o m a s de las épocas Ashikaga y Sengoku f u e r o n s u p r i m i d a s y se prohibió a la clase mercantil la c o m p r a de tierra (del m i s m o m o d o q u e los s a m u r a i s q u e d a r o n excluidos del comercio). Por otra parte, las ciudades-castillo de los m a g n a t e s feudales crecieron prodigiosamente en este período. El comercio se desarrolló con rapidez b a j o la protección de los daimyo, cuyos cuarteles generales, instalados en los castillos, constituyeron los núcleos centrales de u n a red e n o r m e m e n t e ampliada de ciudades. A la m u e r t e de Hideyoshi, el p o d e r s u p r e m o f u e conquistado p o r Tokugawa Iesayu, u n daimyo p r o c e d e n t e del primitivo bloque de Toyotomi, que movilizó a u n a nueva coalición de señores para d e r r o t a r a sus rivales en la batalla de Sekigahara, en el año 1600, y se convirtió en shogun en 1603. Ieyasu f u n d ó el E s t a d o Tokugawa, que h a b r í a de d u r a r doscientos cincuenta años, hasta la época de la revolución industrial en E u r o p a . La estabilidad y longevidad del nuevo régimen q u e d a r o n enormem e n t e reforzadas p o r el cierre f o r m a l de J a p ó n a t o d o contacto con el m u n d o exterior, medida inicialmente inspirada p o r el bien f u n d a d o t e m o r de Ieyasu de que las misiones católicas establecidas en J a p ó n f u e r a n u n a p u n t a de lanza ideológica p a r a la infiltración política y militar europea. El efecto del riguroso cierre del país fue, n a t u r a l m e n t e , aislarlo d u r a n t e dos siglos de todo choque o t r a s t o r n o p r o c e d e n t e del exterior y petrificar las e s t r u c t u r a s establecidas p o r Ieyasu t r a s su victoria en Sekigahara. El shogunato Tokugawa i m p u s o en J a p ó n la u n i d a d sin centralismo. En realidad, lo que hizo f u e estabilizar u n a especie de condominio e n t r e el régimen shogunal soberano, b a s a d o en la capital Tokugawa de Edo y los gobiernos a u t ó n o m o s de los daimyo en sus feudos provinciales. Los historiadores japoneses h a n designado p o s t e r i o r m e n t e la época de su dominación como p e r i o d o Baku-han, o combinación del dominio e j e r c i d o p o r el Bakufu —el sistema Tokugawa de gobierno—, y los han, o casas señoriales en sus propios terrenos. Este sistema híbrido se b a s a b a en el doble f u n d a m e n t o del p o d e r shogunal. Por u n a parte, el shogunato poseía sus propios dominios Tokugawa, las tierras llamadas tenryo, que alcanzaban e n t r e el 20 y el 25 " Sansom comenta que la verdadera proporción recaudada se acercaba a los dos quintos, debido a la práctica común de la evasión: A history of Japan, 1334-1615, p. 319.

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p o r 100 de todo el país —un bloque m u c h o m a y o r que el poseído p o r cualquier o t r o linaje feudal— y d o m i n a b a n estratégicamente las llanuras centrales y las costas del J a p ó n oriental. Poco m á s de la m i t a d de esas tierras e s t a b a n administradas directamente p o r el propio a p a r a t o del Bakufu, y el resto se concedían como feudos m e n o r e s a los hatamoto, u «homb r e s de la b a n d e r a » de la casa Tokugawa, de los que en total había unos 5.000 17. Además, el shogunato podía c o n t a r e n prim e r término con las a p r o x i m a d a m e n t e 20 grandes líneas colaterales de los Tokugawa, o señores shimpan, que tenían derecho a d a r sucesores al shogunato, y, en segundo lugar, con los n u m e r o s o s señores de m e n o r i m p o r t a n c i a que habían sido vasallos regionales leales a Ieyasu antes de su ascenso al p o d e r s u p r e m o . Estos ú l t i m o s f o r m a b a n los llamados fudai o daimyo «de la casa»; en el siglo X V I I I había a p r o x i m a d a m e n t e unos 145, y sus tierras a b a r c a b a n o t r o 25 p o r 100 de la superficie de Japón. De los fudai procedía el grueso de los altos funcionarios de la administración del Bakufu, cuyos puestos m á s b a j o s se reclutaban e n t r e los hatamoto. Las g r a n d e s casas colaterales q u e d a b a n excluidas del gobierno shogunal, ya que p o r sí mism a s tenían u n e n o r m e p o d e r potencial, a u n q u e podían interven i r en calidad de consejeros. El propio shogunato s u f r i ó grad u a l m e n t e u n proceso de «simbolización» c o m p a r a b l e al de la m i s m a casa imperial. Tokugawa Ieyasu no desplazó a la dinastía imperial m á s de lo que ya habían h e c h o sus predecesores Nobunaga y Hideyoshi; en realidad, Ieyasu se p r e o c u p ó p o r r e s t a u r a r el a u r a religiosa que la rodeaba, a la vez que apartaba al e m p e r a d o r y a la nobleza cortesana kuge más radicalm e n t e que n u n c a de todo p o d e r secular. El m o n a r c a era u n a a u t o r i d a d divina, relegado en Kyoto a funciones espirituales que estaban c o m p l e t a m e n t e separadas de la dirección de los a s u n t o s políticos. En cierto sentido, la dualidad residual de los sistemas imperial y shogunal ofrecía u n especie de correlato a t e n u a d o de la separación de la Iglesia y el E s t a d o en el f e u d a l i s m o europeo a causa del a u r a religiosa del primero. En el Japón de la época Tokugawa siempre h u b o dos f u e n t e s potenciales de legitimidad. Sin embargo, como el e m p e r a d o r era t a m b i é n u n símbolo político, esta dualidad reproducía la soberanía f r a g m e n t a d a característica de todo feudalismo secular. El shogun gobernaba en n o m b r e del e m p e r a d o r , como delega17 A. Craig, Choshu in the Meiji Restoration, Cambridge ( M a s s a c h u s e t t s ) , 1961, p. 15. A partir de Hideyoshi la tierra se valoraba oficialmente en Japón por su producción de arroz en koku (alrededor de 180 litros).

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do suyo, gracias a u n a ficción oficial que institucionalizaba el «gobierno en la sombra». Sin embargo, la dinastía Tokugawa, de la que salían los sucesivos shogun que controlaban formalm e n t e el a p a r a t o estatal del Bakufu, también dejó de e j e r c e r p o r sí m i s m a u n a a u t o r i d a d personal. Después de varias generaciones, el v e r d a d e r o p o d e r político recayó sobre el consejo shogunal de los roju, c o m p u e s t o p o r nobles que procedían de los linajes medios fudai, en lo que era u n segundo g r a d o de «gobierno en la s o m b r a » 1S. La burocracia shogunal era extensa y a m o r f a , con u n a e n o r m e confusión de funciones y pluralidad de cargos en su interior. Algunas tenebrosas camarillas verticales m a n i o b r a b a n en b u s c a de cargos y de patronazgo en el interior de su misteriosa m a q u i n a r i a . Aproximadamente, la mitad de la b u r o c r a c i a tenía obligaciones civiles y la o t r a m i t a d militares. Teóricamente, el gobierno del Bakufu podía convocar en leva feudal a 80.000 guerreros de a caballo, f o r m a d o s p o r u n o s 20.000 h o m b r e s de la b a n d e r a y h o m b r e s de la casa, a d e m á s de sus subvasallos. En la práctica, su v e r d a d e r o potencial a r m a d o era m u c h o m e n o r , y se b a s a b a en la fuerza de los leales contingentes fudai y shimpan. En tiempos de paz, la fuerza de estas unidades p e r m a n e n t e s de guardia era de u n o s 12.200 homb r e s 19. Los ingresos del shogunato procedían básicamente de las cosechas de arroz de sus propias tierras (que inicialmente r e p r e s e n t a b a n u n a s dos terceras p a r t e s de sus rentas totales) 2 0 , c o m p l e m e n t a d o s con su monopolio de las m i n a s de oro y plata, con los que se a c u ñ a b a m o n e d a (partida en c o n t i n u o descenso desde el siglo xviii). Más adelante, c u a n d o el shogunato e n t r ó en crecientes dificultades financieras, r e c u r r i ó a f r e c u e n t e s depreciaciones de la m o n e d a y a e m p r é s t i t o s obligatorios o confiscaciones de la riqueza mercantil. Por tanto, la i m p o r t a n c i a de su ejército y de su tesoro e s t a b a n d e t e r m i n a d a s p o r los límites de los dominios territoriales de la propia casa Tokugáwa. Al m i s m o tiempo, sin embargo, el shogunato ejercía form a l m e n t e u n o s f u e r t e s controles externos sobre los daimyo situados f u e r a de los límites de su jurisdicción directa. Todos los señores de los dominios han eran de hecho sus tenentes in " Las sucesivas etapas de este proceso dentro del shogunato cuidadosamente trazadas en C. Totman, Politics in the Tokugawa 1600-1843, Cambridge (Massachusetts), 1967, pp. 204-33. " Totman, Politics in the Tokugawa Sakufu, pp. 45, 50. 20 P. Akamatsu, Meiji, 1868: révolution et contre-révolution au París, 1968, p. 30 [Meiji, 1868: revolución y contrarrevolución en Madrid, Siglo XXI, 1977].

están Bakufu, Japón, Japón,

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capite y recibían del shogun, en calidad de vasallos suyos, la investidura de sus feudos. En principio, sus territorios podían ser confiscados o transferidos, a u n q u e esta práctica desapareció en las últimas fases de la época Tokugawa, cuando los dominios han se hicieron v e r d a d e r a m e n t e hereditarios 2 1 . La política m a t r i m o n i a l del shogunato intentó, al m i s m o tiempo, ligar a las grandes casas señoriales con la dinastía Tokugawa. Los daimyo estaban obligados, además, a m a n t e n e r u n a segunda residencia en la capital del Bakufu en Edo, donde tenían que desplazarse cada año o cada seis meses y d e j a r rehenes de su familia c u a n d o volvían a sus feudos. Este sistema, llam a d o sankin-kotai, e s t a b a destinado a asegurar u n a vigilancia p e r m a n e n t e sobre la actividad de los magnates regionales y a evitar cualquier acción independiente q u e p u d i e r a n llevar a cabo en sus baluartes. Se apoyaba este sistema en u n a amplia r e d de i n f o r m a d o r e s e inspectores, que o f r e c í a n al shogunato u n servicio de espionaje. Los movimientos p o r las r u t a s principales e s t a b a n sometidos a estrecha vigilancia m e d i a n t e pasap o r t e s interiores y controles de carreteras. El t r a n s p o r t e marít i m o quedó s u j e t o a regulaciones gubernativas que p r o h i b í a n la construcción de b a r c o s p o r encima de d e t e r m i n a d o s volúmenes. Los daimyo e s t a b a n autorizados a m a n t e n e r u n a sola ciudad-castillo, y en las listas oficiales del shogunato se f i j a b a u n techo a sus séquitos a r m a d o s . No existían impuestos económicos sobre los dominios han, p e r o el Bakufu podía exigir contribuciones irregulares p a r a los gastos extraordinarios. E s t e i m p o n e n t e e inquisitorial sistema de controles parecía d a r al shogunato Tokugawa u n p o d e r político completo; de hecho, su v e r d a d e r o p o d e r siempre f u e m e n o r que su soberanía nominal, y con el t i e m p o la distancia e n t r e a m b o s a u m e n t ó cada vez más. El f u n d a d o r de la dinastía, Ieyasu, había derrot a d o en Sekigahara a los señores rivales del sudoeste, p e r o n o los había destruido. B a j o el shogunato Tokugawa había e n t r e 250 y 300 daimyo. Alrededor del 90 p o r 100 de ellos representab a n casas tozama, o «foráneas», que n u n c a habían sido vasallos de los Tokugawa e incluso muchos de ellos h a b í a n luchado c o n t r a Ieyasu. Las casas tozama eran m i r a d a s como potencial o tradicionalmente hostiles al shogunato y r i g u r o s a m e n t e excluidas de la participación en la m a q u i n a r i a del Bakufu. Estas casas incluían a la m a y o r p a r t e de los dominios m á s extensos y m á s ricos: de los 16 grandes han, n o menos de 11 e r a n toza21

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m a E s t a b a n localizados en las zonas periféricas del país, en el sudoeste y el n o r d e s t e y todos j u n t o s s u m a b a n alrededor del 40 p o r 100 de la tierra de Japón. En la práctica, sin embargo, su riqueza y su p o d e r eran m á s f o r m i d a b l e s de lo q u e revelaban las listas oficiales de los registros del Bakufu. Hacia el final de la época Tokugawa, el han S a t s u m a controlaba a 28.000 s a m u r a i s a r m a d o s , esto es, el doble de lo que le permitían las disposiciones oficiales; el han Choshu reunía a 11.000, que también eran m á s de lo que se suponía que debía tener.' A la vez, las leales casas fudai se situaban, generalmente, p o r d e b a j o de su fuerza nominal, y a principios del siglo X V I I I el m i s m o shogunato sólo podía m a n t e n e r , en la práctica, a unos 30.000 guerreros, m e n o s de la m i t a d de sus levas teóricas 2 3 . Por otra parte, las nuevas tierras de los lejanos dominios tozama contenían m á s superficie potencial p a r a su conversión al cultivo del arroz de la que tenían las viejas tierras tenryo del shogunato en el centro del país. La rica llanura de Kanto, la zona m á s desarrollada del Japón, e s t a b a controlada p o r el Bakufu, pero los nuevos cultivos comerciales que la caracterizaban tendían p r e c i s a m e n t e a eludir las tradicionales recaudaciones fiscales de los Tokugawa, b a s a d a s en unidades de arroz. Así, los ingresos de algunos tozama llegaron a ser más altos q u e los de los dominios shogunales 2 \ Aunque el shogunato f u e r a consciente de la discrepancia e n t r e el p r o d u c t o real de los feudos tozama y su valoración nominal en arroz —discrepancia que en algunos casos se r e m o n t a b a al comienzo del período Baku-han—, la suspensión de su a u t o r i d a d en las f r o n t e r a s de los han impedía a Edo d a r la vuelta a la situación. Por o t r a parte, c u a n d o la agricultura comercializada alcanzó a las regiones lejanas de Japón, los gobiernos han, m á s sólidos y vigorosos, pudieron establecer monopolios locales m u y lucrativos sob r e p r o d u c t o s agrícolas de venta inmediata (tales c o m o el azúc a r o el papel), a u m e n t a n d o así los ingresos de los tozama " Craig, Choshu in the Meiji Restoration, p. 11. C ig • " r Choshu 'he Meiji Restoration, pp. 15-16; Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, pp. 49-50. El origen del número excepcionalmente alto de samurais en los feudos tozama del sudoeste reside en los ajustes efectuados después de Sekigahara, cuando Ieyasu redujo drásticamente los dominios de sus enemigos. El resultado fue la concentración de sus adeptos en areas mucho más pequeñas. Los señores tozama ocultaban por su parte, la verdadera producción de sus tierras, con objeto de minimizar la escala de reducciones ordenada por el Bakufu. " Véanse los cálculos provisionales de W. G. Beasley, «Feudal revenues in Japan at the time of the Meiji Restoration», Journal of Asian Studies xix, 3, mayo de 1960, pp. 255-72.

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m i e n t r a s descendían las r e n t a s del Bakufu procedentes de la minería. La fuerza económica y la f u e r z a militar de los daimyo e s t a b a n í n t i m a m e n t e ligadas, ya q u e los guerreros s a m u r a i s tenían que m a n t e n e r s e con los ingresos procedentes del arroz. La posición material de las grandes casas tozama era, pues, m u c h o más poderosa de lo que parecía a p r i m e r a vista, y su p o d e r a u m e n t ó todavía m á s con el p a s o del tiempo. D e n t r o de sus dominios, todos los daimyo — f u e s e n tozama, shimpan o fudai— disponían de u n a a u t o r i d a d sin límites: el control directo del shogunato se detenía en las f r o n t e r a s de sus feudos. Los daimyo p r o m u l g a b a n leyes, a d m i n i s t r a b a n justicia, recaudaban impuestos y m a n t e n í a n tropas. El centralism o político de los daimyo d e n t r o de sus han era m a y o r q u e el del shogunato en sus tierras tenryo, p o r q u e n o e s t a b a mediatizado p o r la subinfeudación. Inicialmente, los territorios han se dividían en tierras de la casa del daimyo y feudos vasalláticos concedidos a los m i e m b r o s a r m a d o s de su séquito. Sin embargo, en el t r a n s c u r s o de la época Tokugawa se p r o d u j o en todos los han u n a u m e n t o constante del n ú m e r o de samurais pagados con simples estipendios en arroz, sin ser enfeudados con tierras. A finales del siglo Xvm, p r á c t i c a m e n t e todos los bushi que no pertenecían a los territorios shogunales recibían salarios en arroz p r o c e d e n t e de los g r a n e r o s señoriales, y la m a y o r p a r t e de ellos residían en las ciudades-castillo de sus señores. Este c a m b i o se vio facilitado p o r la tradicional preponderancia, d e n t r o de la relación intrafeudal, del vasallaje sobre el beneficio. La separación de la clase s a m u r a i de la producción agrícola f u e a c o m p a ñ a d a p o r su e n t r a d a en la administración burocrática, t a n t o en el Bakufu como en los han. E n efecto, el a p a r a t o de E s t a d o shogunal, con su proliferación de cargos y sus d e p a r t a m e n t o s confusos, se r e p r o d u j o en las tierras de los señores provinciales. Todas las casas daimyo llegaron a tener su p r o p i a burocracia, f o r m a d a p o r los vasallos s a m u r a i s y dirigida p o r u n consejo de los principales miemb r o s del séquito, o kashindan, que, como el c o n s e j o de los roju en el shogunato, ejercía con frecuencia el verdadero pod e r en n o m b r e del señor han, que p o r su p a r t e se convirtió a m e n u d o en u n a figura decorativa 2 5 . La m i s m a clase de los bushi se había estratificado e n u n c o m p l e j o sistema de rangos " Sin embargo, el papel de los daimyo varió enormemente; en el período Bakumatsu, por ejemplo, mientras el señor de Choshu era un cero a la izquierda, los señores de Satsuma o Tosa intervenían a c t i v a m e n t e en la política.

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hereditarios, de cuyos niveles más elevados procedían los funcionarios superiores de los gobiernos de los han. Otro resultado de la burocratización de los s a m u r a i s f u e su conversión en u n a clase culta, con u n a lealtad crecientemente impersonal hacia la totalidad del han más que hacia la p e r s o n a del daimyo, a u n q u e las rebeliones c o n t r a este ú l t i m o fuesen p r á c t i c a m e n t e desconocidas. En la base de todo el sistema feudal, el c a m p e s i n a d o estaba atado j u r í d i c a m e n t e al suelo y n o podía e m i g r a r ni interc a m b i a r sus tierras. Estadísticamente, la parcela media del campesino era e x t r e m a d a m e n t e pequeña —alrededor de una hectárea— y las cargas que debía pagar a su señor ascendían, d u r a n t e la p r i m e r a época Tokugawa, al 40-60 p o r 100 del prod u c t o total. Esta proporción descendió al 30-40 p o r 100 a finales del shogunato 2 6 . Las aldeas eran colectivamente responsables de las cargas, que generalmente se pagaban en especie (aunque en el f u t u r o a u m e n t a r í a n las conversiones en dinero) y eran r e c a u d a d a s p o r los funcionarios fiscales del daimyo. Como los s a m u r a i s ya n o realizaban ninguna función señorial, se eliminó toda relación directa en la tierra e n t r e los caballeros y los campesinos, a p a r t e de la administración rural a cargo de los magistrados del han. La larga paz habida en la época Tokugawa y los métodos impositivos fijos de extracción de excedente que con ella se establecieron p e r m i t i e r o n u n impresion a n t e avance del p r o d u c t o y de la productividad agrícola en el p r i m e r siglo que siguió a la implantación del shogunato. Se hicieron a p t a s p a r a el cultivo i m p o r t a n t e s extensiones de nueva tierra, con aprobación oficial del Bakufu, y se p r o d u j o una creciente difusión de los aperos de hierro. Se intensificó el regadío y se extendió el área de los campos de arroz, los fertilizantes se e m p l e a r o n con m a y o r asiduidad y se multiplicaron las variantes de cultivos. Según las estimaciones oficiales, la superficie destinada al arroz a u m e n t ó en u n 40 p o r 100 d u r a n t e el siglo xvii, pero de hecho estas valoraciones siempre subest i m a b a n la situación real a causa de los ocultamientos, y prob a b l e m e n t e la producción total de cereales llegó a ser el doble d u r a n t e este período 2 7 . La población a u m e n t ó en u n 50 p o r 100, hasta llegar a unos 30 millones en el a ñ o 1721. A p a r t i r de entonces, sin embargo, la población descendió p o r q u e las malas 26 Kohachiro Takahashi, «La place de la révolution de Meiji dans l'histoire agraire du Japón», Revue Historique, octubre-diciembre de 1953, páginas 235-6. 27 Hall, Japan from prehistory to modern times, p. 201.

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cosechas y las h a m b r e s se cebaron en la m a n o de o b r a excedente, y las aldeas comenzaron a p r a c t i c a r controles maltusianos p a r a a l e j a r aquellos peligros. Así, en el siglo X V I I I , el incremento demográfico f u e mínimo. Es posible también que, al m i s m o tiempo, el crecimiento del p r o d u c t o b r u t o se haya reducido considerablemente porque, de a c u e r d o con los cálculos oficiales, las tierras cultivadas a u m e n t a r o n en m e n o s de u n 30 p o r 10028. Por otra parte, el último p e r í o d o Tokugawa se caracterizó p o r u n a comercialización m u c h o más intensa. El cultivo del arroz siguió r e p r e s e n t a n d o h a s t a el final del shogunato las dos terceras p a r t e s de la producción agrícola y se benefició con la introducción de trilladoras perfeccionadas La clase feudal monetarizaba en las ciudades el excedente de arroz extraído p o r medio de las cargas señoriales. Al m i s m o tiempo, d u r a n t e todo el siglo xviii se desarrolló con m u c h a rapidez la especialización regional: los cultivos de venta inmediata, tales como el azúcar, el algodón, el té, el añil y el tabaco, se producían d i r e c t a m e n t e p a r a el mercado, y con frecuencia algunos monopolios mercantiles de los han f o m e n t a b a n su cultivo. Es evidente que, al final del shogunato, u n a proporción b a s t a n t e alta del p r o d u c t o total agrario se comercializaba 3 0 , bien direct a m e n t e p o r medio de la producción campesina p a r a el merca21 Hall, Japan from prehistory to modern times, pp. 201-2. En algunos casos, las habilitaciones de tierras condujeron, como en la Europa feudal o en la China medieval, al deterioro de las tierras más viejas, y el exceso de obras de regadío produjo inundaciones desastrosas. Ver J. W. Hall, Tanuma Okitsugu, 1719-1788, Cambridge (Massachusetts), 1955, páginas 63-5. 29 Las nuevas trilladoras del siglo x v m fueron quizá la única innovación técnica importante en la agricultura japonesa durante este período: T. C. Smith, The agrarian origins of modern Japan, Stanford, 1959, página 102. 30 La extensión exacta de esta comercialización es objeto de una considerable disputa. Crawcour afirma que «se puede decir» que a mediados del siglo xix más de la mitad y, posiblemente, cerca de las tres cuartas partes de la producción bruta llegaban de una forma u otra al mercado: E. S. Crawcour, «The Tokugawa heritage», en W. Lockwood, comp., The State and economic enterprise in Japan, Princeton, 1965, pp. 39-41. Ohkawa y Rozovsky desechan, por su parte, una estimación tan alta, y subrayan que incluso a principios de la década de 1960 sólo el 60 por 100 de la producción agraria japonesa llegaba al mercado. Estos autores consideran que, si se excluyen los impuestos en arroz, el índice de la verdadera comercialización (campesina) probablemente no superaba el 20 por 100 en la década de 1860: «A century of Japanese economic growth», en Lockwood, comp., The State and economic enterprise in Japan, p. 57. Hay que insistir en que la distinción estructural entre las formas nobiliaria y campesina de comercialización es fundamental para la comprensón de la dinámica y los límites de la agricultura Tokugawa.

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do, bien indirectamente p o r medio de la venta de los ingresos feudales en arroz procedentes del sistema fiscal. La invasión de las aldeas p o r u n a economía m o n e t a r i a y las b r u s c a s fluctuaciones coyunturales en los precios del arroz aceleraron inevitablemente la diferenciación social e n t r e el campesinado. Desde el m i s m o comienzo de la época Tokugawa, la tenencia de tierra en las aldeas japonesas siempre había sido m u y desigual. Las familias campesinas ricas poseían tier r a s más amplias de lo n o r m a l y las cultivaban con la ayuda de m a n o de o b r a dependiente e n m a s c a r a d a b a j o varias f o r m a s de relaciones de seudoparentesco o consuetudinarias con campesinos m á s pobres, a la vez q u e d o m i n a b a n los consejos de aldea p o r cuanto f o r m a b a n la élite plebeya tradicional 3 1 . La expansión de la agricultura comercial a u m e n t ó e n o r m e m e n t e el p o d e r y la riqueza de este g r u p o social. Aunque técnicamente era ilegal que c o m p r a r a n o vendieran tierras, en la práctica la desesperación a r r a s t r ó a m u c h o s campesinos p o b r e s a hipotecar sus lotes a los u s u r e r o s de las aldeas cuando, en el siglo XVIII, las cosechas f u e r o n escasas y los precios altos. De esta f o r m a apareció en el seno de la economía r u r a l u n segundo e s t r a t o explotador, en u n a situación i n t e r m e d i a e n t r e el f u n c i o n a r i a d o señorial y los p r o d u c t o r e s inmediatos: los jinushi, o propietarios-usureros, que n o r m a l m e n t e eran, p o r su origen, los campesinos m á s ricos o los caciques (shoya) de las aldeas, y que f r e c u e n t e m e n t e a u m e n t a b a n su riqueza p o r medio de la financiación de nuevos cultivos, e m p r e n d i d o s p o r s u b a r r e n d a t a r i o s dependientes o p o r t r a b a j a d o r e s asalariados. El modelo de tenencia de tierra d e n t r o del mura se c o n c e n t r ó cada vez más, y las ficciones de p a r e n t e s c o e n t r e los h a b i t a n t e s de la aldea d e j a r o n p a s o a las relaciones monetarias. Y así, m i e n t r a s la r e n t a percápita a u m e n t ó p r o b a b l e m e n t e d u r a n t e el ú l t i m o período Tokugawa al detenerse el crecimiento demográfico 3 2 , y m i e n t r a s el e s t r a t o jinushi se expandió y pros31 Smith, The agrarian origins of modern Japan, pp. 5-64, presenta un amplio estudio de este modelo tradicional. 32 El resultado global de la economía agraria del último período Tokugawa es todavía objeto de controversias. Nakamura, en su importante estudio, al revisar las estimaciones oficiales del arroz a partir del comienzo de la época Meiji, desarrolla un conjunto de hipótesis que indican un aumento de un 23 por 100 sobre el período de 1680 a 1870: véase J. Nakamura, Agricultural production and the economic development of Japan, 1873-1922, Princeton, 1966, pp. 75-8, 90, 137. Rozovsky, sin embargo, plantea serias objeciones a estos cálculos, arguyendo que el rendimiento atribuido por Nakamura al cultivo de arroz de la época Tokugawa tiene que ser demasiado alto porque supera al de todos los demás países del

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peró, este m i s m o proceso provocó la r u i n a del ya miserable s u s t e n t o de los campesinos más pobres. Los siglos X V I I I y xix, p u n t u a d o s con ruinosas situaciones de escasez, cont e m p l a r o n u n n ú m e r o creciente de rebeliones populares en el campo. E s t a s rebeliones, que en un p r i m e r m o m e n t o tuvieron u n c a r á c t e r local, tendieron, a medida que p a s a b a el tiempo, a a d q u i r i r u n a incidencia regional, y después casi nacional, p a r a a l a r m a de las a u t o r i d a d e s han y Bakufu33. Las revueltas campesinas de la época Tokugawa e r a n todavía demasiado f o r t u i t a s y desorganizadas c o m o p a r a convertirse en u n a seria amenaza política c o n t r a el sistema Baku-han; constituían, sin embargo, los síntomas de u n a creciente crisis económica en el seno del viejo o r d e n feudal. Mientras tanto, d e n t r o de esta economía agraria se h a b í a n desarrollado, como e n la E u r o p a feudal, i m p o r t a n t e s centros u r b a n o s , dedicados a las operaciones mercantiles y a las manuf a c t u r a s . La a u t o n o m í a municipal de las épocas Ashikaga y Sengoku se había s u p r i m i d o p a r a s i e m p r e a finales del siglo xvi. El s h o g u n a t o Tokugawa n o p e r m i t i ó el autogobierno u r b a n o ; todo lo más, se autorizaron u n o s honoríficos consejos de comerciantes en Osaka y Edo, b a j o el f i r m e control de los magistrados del Bakufu, encargados de la administración de las c i u d a d e s M . N a t u r a l m e n t e , los castillos-ciudades de los han t a m p o c o d e j a r o n ningún espacio p a r a las instituciones municipales. Por o t r a parte, la pacificación del país y el establecim i e n t o del sistema sankin-kotai dio u n i m p u l s o comercial sin precedentes al sector u r b a n o de la economía japonesa. La alta Asia monzónica en el siglo xx: H. Rozovsky, «Rumbles in the rice-fields: Professor Nakamura versus the ofñcial statistics», Journal of Asian Studies, xxvil, 2, febrero de 1968, p. 355. Dos artículos recientes ofrecen unos relatos eufóricos pero impresionistas de la agricultura Baku-han, sin ningún intento de c.uantificación: S. B. Hanley y K. Yamamura, «A quiet transformation in Tokugawa economic history», Journal of Asian Studies, xxx, 2, febrero de 1971, pp. 373-84, y Kee II Choi, «Technological diffusion in agriculture under the Baku-han system», Journal of Asian Studies, xxx, 4, agosto de 1971, pp. 749-59. 33 La investigación moderna ha identificado hasta ahora alrededor de 2.800 revueltas campesinas entre 1590 y 1867; otros 1.000 estallidos populares tuvieron lugar en las ciudades: Kohachiro Takahashi, «La Restauration de Meiji au Japón et la Révolution Frangaise», Recherches Internationales, 62, 1970, p. 78. En el siglo xix aumentó el número de revueltas intercampesinas (por oposición a las antiseñoriales): Akamatsu, Mein, 1868, pp. 44-5. 34 C. D. Sheldon, The rise of the merchant class in Tokugawa Japan, 1600-1868, Locust Valley, 1958, pp. 33-6, comenta que los cabecillas campesinos ejercían un mayor poder efectivo en las aldeas que los comerciantes en las ciudades.

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aristocracia i n c r e m e n t ó r á p i d a m e n t e el c o n s u m o de bienes de lujo, a la vez que la conversión de la clase de caballeros en funcionarios asalariados a u m e n t a b a también la d e m a n d a de comodidades (tanto la b u r o c r a c i a shogunal como la de los han e s t a b a n siempre sobrecargadas a causa de la a m p l i t u d de la clase samurai). Había t a m b i é n u n f u e r t e d r e n a j e de la riqueza de los daimyo hacia las ciudades de E d o y Osaka, provocado p o r la costosa construcción y los itinerarios ostentosos q u e suponían las estancias periódicas de los grandes señores feudales en la capital de los Tokugawa. Se ha e s t i m a d o q u e e n t r e el 60 y el 80 p o r 100 de los desembolsos monetarios de los han se destinaban a los gastos del sankin-kotai35. En E d o había m á s de 600 residencias oficiales, o yashiki, m a n t e n i d a s p o r los daimyo (la m a y o r p a r t e de los grandes señores tenían m á s de tres). E s t a s residencias eran, en realidad, extensas y complej a s propiedades —las mayores podían tener h a s t a 160 hectáreas— que incluían mansiones, oficinas, cuarteles, escuelas, establos, gimnasio», jardines e incluso prisiones. Posiblemente u n sexto de los séquitos de los han e s t a b a n p e r m a n e n t e m e n t e estacionados en ellas. La gran aglomeración u r b a n a de E d o estab a dominada p o r u n sistema concéntrico de estas residencias daimyo, c u i d a d o s a m e n t e distribuidas en t o r n o al vasto palaciofortaleza Chiyoda que el p r o p i o shogunato tenía en el c e n t r o de la ciudad. E n total, la m i t a d de la población de E d o vivía en las casas de los samurais, y n o menos de dos tercios de toda el área de la ciudad e r a n p r o p i e d a d de la clase militar 3 6 . Para sostener el e n o r m e costo de este sistema de c o n s u m o feudal forzoso, los gobiernos de los han e s t a b a n obligados a convertir sus ingresos fiscales, que en su m a y o r p a r t e se extraían en especie del campesinado, en r e n t a s en dinero. El excedente de arroz se llevaba, pues, al m e r c a d o de Osaka, que llegó a ser u n i m p o r t a n t e c e n t r o de distribución, equivalente comercial al centro de c o n s u m o de Edo. En Osaka, los almacenes de los 35 T. G. Tsukahira, Feudal control in Tokugawa Japan: the sankin-kotai system, Cambridge (Massachusetts), 1966, pp. 96-102. Una descripción gráfica de los nuevos estilos de vida urbana adoptados por los nobles y los comerciantes en Edo puede verse en Hall, Tanuma Okitsugu, pp. 107-17. 34 Después de la restauración, el gobierno Meiji publicó los siguientes datos relativos a la propiedad urbana en Edo: el 68,6 por 100 era «tierra militar»; el 15,6 por 100 pertenecia a «templos y santuarios», y sólo el 15,8 por 100 era propiedad de los habitantes de las ciudades o chonin: Tsukahira, Feudal control in Tokugawa Japan, pp. 91, 196; Totman calcula que el tamaño de todo el castillo Chiyoda era de una milla cuadrada, y que sólo el recinto principal ocupaba casi cuatro hectáreas: Politics in the Tokugawa Bakufu, pp. 92, 95.

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han eran a d m i n i s t r a d o s p o r comerciantes especializados que a d e l a n t a b a n créditos a los señores o a sus vasallos c o n t r a los impuestos y estipendios y especulaban con mercancías f u t u r a s . La monetarización obligada de las r e n t a s feudales creó así las condiciones p a r a u n a rápida expansión del capital mercantil en las ciudades. Al m i s m o tiempo, se prohibió legalmente que la clase chonin, c o m p u e s t a p o r los h a b i t a n t e s de las ciudades, p u d i e r a a d q u i r i r tierras agrícolas. De esta f o r m a se impidió que los comerciantes japoneses de la época Tokugawa desviaran su capital hacia la propiedad rural, según el modelo de sus homólogos chinos 3 7 . La m i s m a rigidez del sistema de clases creado p o r Hideyoshi favoreció así, p a r a d ó j i c a m e n t e , el inint e r r u m p i d o crecimiento de f o r t u n a s p u r a m e n t e u r b a n a s . De esta f o r m a se desarrolló en las grandes ciudades, durante los siglos X V N y X V I I I , u n e s t r a t o muy p r ó s p e r o de mercaderes dedicados a u n a amplia gama de actividades comerciales. Las compañías u r b a n a s de los chonin a c u m u l a b a n capital p o r medio de la comercialización del excedente agrícola (comerciando t a n t o en arroz c o m o en los nuevos cultivos del algodón, la seda y el añil); los servicios de t r a n s p o r t e (el t r a n s p o r t e costero se desarrolló intensamente); las transacciones monetarias (en este período había más de t r e i n t a m o n e d a s importantes en circulación, ya que los han emitían papel a p a r t e de las monedas acuñadas en metal p o r el Bakufu); las m a n u f a c t u r a s de textiles, porcelanas y o t r o s artículos (concentradas en talleres u r b a n o s o dispersas en las aldeas p o r medio de u n sistema de t r a b a j o a domicilio); las e m p r e s a s m a d e r e r a s y de la construcción (los f r e c u e n t e s incendios exigían u n a continua reconstrucción en las ciudades), y los p r é s t a m o s a los daimyo y al shogunato. Las grandes casas mercantiles llegaron a c o n t r o l a r ingresos equivalentes a los de los señores territoriales m á s p r o m i n e n t e s , p a r a quienes a c t u a b a n como agentes financieros y f u e n t e s de crédito. La creciente comercialización de la agricultura, a c o m p a ñ a d a de u n a masiva emigración ilegal hacia las ciudades, p e r m i t i ó u n a enorme expansión del m e r c a d o urbano. En el siglo X V I I I , E d o podía t e n e r u n a población de u n millón de h a b i t a n t e s —más que L o n d r e s y París en la mism a época—; Osaka y Kyoto quizá tuvieran 400.000 h a b i t a n t e s cada una, y posiblemente u n a décima p a r t e de la población

37 La clase chonin incluía, legalmente, a los comerciantes (shonin) y a los artesanos (konin). La exposición que sigue se refiere fundamentalmente a los comerciantes.

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total de J a p ó n vivía en ciudades de m á s de 10.000 h a b i t a n t e s M . E s t a r á p i d a oleada de urbanización c o n d u j o a u n efecto de t i j e r a en los precios de los bienes m a n u f a c t u r a d o s y agrícolas, d a d a la relativa rigidez de la o f e r t a en el sector rural, del q u e procedían los ingresos de la nobleza. Como consecuencia se p r o d u j e r o n dificultades p r e s u p u e s t a r i a s crónicas, t a n t o p a r a el gobierno Bakufu c o m o p a r a los han, q u e se convirtieron en deudores p e r m a n e n t e s de los m e r c a d e r e s que les a d e l a n t a b a n p r é s t a m o s c o n t r a sus ingresos fiscales. Los crecientes déficits aristocráticos de la última época Tokugawa n o se r e f l e j a r o n , sin embargo, en u n correlativo ascenso de la c o m u n i d a d chonin d e n t r o del o r d e n social. El shogunato y los daimyo reaccionaron f r e n t e a la crisis de sus ingresos a n u l a n d o sus deudas, extrayendo coercitivamente grandes «regalos» de la clase de los m e r c a d e r e s y reduciendo los estipendios en arroz de sus samurais. Los chonin e s t a b a n jurídicamente a merced de la nobleza a la q u e s u m i n i s t r a b a n crédito, y sus ganancias podían ser a r b i t r a r i a m e n t e liquidadas p o r m e d i o de donaciones obligatorias o de impuestos especiales. El derecho Tokugawa e r a «socialmente superficial y territorialm e n t e limitado»: c u b r í a ú n i c a m e n t e a los dominios tenryo, carecía de u n v e r d a d e r o sistema judicial y estaba principalmente c e n t r a d o en la represión del crimen. El derecho civil resultaba r u d i m e n t a r i o y era a d m i n i s t r a d o de mala gana p o r las a u t o r i d a d e s del Bakufu como u n a simple gracia en los litigios e n t r e p a r t e s privadas 3 9 . Así pues, la seguridad legal p a r a las transaciones de capital siempre f u e precaria, a u n q u e las g r a n d e s ciudades shogunales o f r e c í a n protección a los comerciantes c o n t r a las presiones de los daimyo, si bien n o c o n t r a las del Bakufu. Por o t r a parte, el m a n t e n i m i e n t o del sistema Baku-han bloqueó la aparición de u n m e r c a d o interior unificado y obstaculizó el crecimiento del capital mercantil en el p l a n o nacional, c u a n d o ya se habían alcanzado los límites de los gastos del sankin-kotai. Los puestos de control y los guardias fronterizos de los han impedían el libre p a s o de bienes y personas, a la vez q u e la mayoría de las g r a n d e s casas daimyo seguían u n a política proteccionista de restricciones a la importación. Sin embargo, lo m á s decisivo p a r a el f u t u r o de la clase chonin f u e el aislacionismo Tokugawa. A p a r t i r de la década d e 1630, " Hall, Japan from prehistory to modern times, p. 210. " D. F. Henderson, «The evolution of Tokugawa law», en J. Hall y M. Jansen, comps., Studies in the institutional history of early modern Japan, Princeton, 1968, pp. 207, 214, 225-8.

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y salvo el enclave chino-holandés de Nagasaki, J a p ó n q u e d ó c e r r a d o p a r a los e x t r a n j e r o s y n o se p e r m i t i ó q u e ningún japonés a b a n d o n a s e el país. E s t a s f r o n t e r a s selladas f u e r o n c o m o u n p e r m a n e n t e dogal que impidió el desarrollo del capital mercantil en Japón. Una de las precondiciones f u n d a m e n t a l e s de la acumulación originaria e n la E u r o p a m o d e r n a f u e la drástica internacionalización del comercio y la explotación mercantiles a p a r t i r de la época de los descubrimientos. Lenin subrayó repetida y c o r r e c t a m e n t e q u e «no es posible imaginarse u n a nación capitalista sin comercio exterior, a p a r t e de q u e n o existe» 40. La política shogunal de reclusión b o r r ó t o d a posibilidad de u n a transición hacia el m o d o de p r o d u c c i ó n capitalista dent r o del m a r c o Tokugawa. Privado del comercio exterior, el capital comercial de J a p ó n se vio c o n s t a n t e m e n t e f r e n a d o y r e c o n d u c i d o hacia u n a dependencia p a r a s i t a r i a de la nobleza feudal y de sus sistemas políticos. Su notable crecimiento, a p e s a r de los límites insuperables puestos a su expansión, f u e posible ú n i c a m e n t e p o r la densidad y el volumen de los mercados interiores, a p e s a r de su división; con sus t r e i n t a millones de habitantes, el J a p ó n de m e d i a d o s del siglo x v m e r a m á s populoso que Francia. Pero n o p u e d e existir u n «capitalism o en u n solo país». El aislacionismo Tokugawa condenó a los chonin a u n a existencia f u n d a m e n t a l m e n t e s u b a l t e r n a . La gran explosión u r b a n a provocada p o r el sistema sankinkotai llegó a su finai a principios del siglo x v m , coincidiendo con la disminución del crecimiento demográfico. E n 1721, el shogunato autorizó u n o s restrictivos monopolios oficiales. A p a r t i r de 1735, a p r o x i m a d a m e n t e , se paralizó la construcción y la expansión en las g r a n d e s ciudades del Bakufu41. E n realidad, la vitalidad comercial ya había p a s a d o p a r a entonces de los b a n q u e r o s y comerciantes de Osaka a los m á s m o d e s t o s mayoristas interregionales. Estos, a su vez, consiguieron privilegios monopolistas a finales del siglo x v m , y la iniciativa empresarial se trasladó todavía m á s en dirección a las provincias. A principios del siglo Xix, el e s t r a t o de los propietarios-comerciantes rurales jinushi f u e el que m o s t r ó m á s d i n a m i s m o p a r a los negocios y se aprovechó de la f a l t a de restricciones gremiales en el c a m p o p a r a i m p l a n t a r en las aldeas industrias tales como la elaboración de sake o las m a n u f a c t u r a s de seda (que 40 Lenin, Collected Works, vol. 3, p. 65 [Obras Completas, vol. 3, páginas 56-60]; véanse también vol. 1, pp. 102, 103; vol. 2, pp. 164-5. 41 Sheldon, The rise of the merchant class in Tokugawa Japan, p. 100.

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en esta época e m i g r a r o n de las ciudades) . Se p r o d u j o , pues, u n a progresiva difusión del comercio hacia el exterior de las ciudades, que, a finales de la época Tokugawa, e s t a b a provocando u n a t r a n s f o r m a c i ó n del campo antes que u n a revolución en las ciudades. La actividad m a n u f a c t u r e r a permanecía en u n estado muy primitivo: había poca división de t r a b a j o tanto en las e m p r e s a s u r b a n a s como en las rurales; n o se habían producido innovaciones técnicas importantes, y las concentraciones de t r a b a j a d o r e s asalariados eran relativamente pocas. En realidad, la i n d u s t r i a j a p o n e s a tenía u n carácter a b r u m a d o r a m e n t e artesanal y su e q u i p a m i e n t o era exiguo. El desarrollo extensivo del comercio organizado n u n c a se vio igualado p o r u n avance intensivo en los m é t o d o s de producción. La tecnología industrial era arcaica y su perfeccionamiento resultaba ext r a ñ o a las tradiciones de los chonin. La p r o s p e r i d a d y la vitalidad de la clase mercantil j a p o n e s a había p r o d u c i d o u n a cult u r a u r b a n a diferenciada, de gran sofisticación artística, especialmente en la p i n t u r a y la literatura. Pero no había generado ningún avance en el conocimiento científico ni innovación alguna en el pensamiento político. Dentro del o r d e n Baku-han, la creatividad chonin e s t a b a confinada a los ámbitos de la imaginación y la diversión; nunca se extendió a la investigación ni a la crítica. La c o m u n i d a d mercantil carecía, como tal clase, de a u t o n o m í a intelectual y de dignidad corporativa: h a s t a el final se vio limitada p o r las condiciones históricas de existencia que le i m p u s o la a u t a r q u í a feudal del shogunato. La inmovilidad del Bakufu perpetuó, a su vez, la p a r a d o j a e s t r u c t u r a l del E s t a d o y la sociedad a la que el shogunato había d a d o origen. Porque, al contrario de todas las variantes del feudalismo europeo, el J a p ó n Tokugawa combinó u n a fragmentación de la soberanía n o t a b l e m e n t e rígida y estática con u n a velocidad y u n volumen de circulación mercantil extremad a m e n t e alto. A juicio de u n o de sus principales historiadores modernos 4 3 , el m a r c o social y político del país era s e m e j a n t e al de la Francia del siglo xiv, a u n q u e la m a g n i t u d económica de Edo era superior a la del Londres del siglo X V I I I . Culturalmente, el nivel educativo global de J a p ó n era extraordinario: a mediados del siglo xix quizá supieran leer y escribir el 30 42 Sobre estos sucesivos cambios del centro de gravedad comercial bajo el shogunato, véase E. S. Crawcour, «Changes in Japanese commerce in the Tokugawa period», en Hall y Jansen, comps., Studies in the institutional history of early modern Japan, pp. 193-201. 43 Ciaig, Choshu in the Meiji Restoration, p. 33.

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p o r 100 de la. población adulta y el 40-50 p o r 100 de los hombres 4 4 . Excepto E u r o p a y Norteamérica, ninguna otra área del m u n d o tenía unos mecanismos financieros tan articulados, un comercio t a n avanzado y u n nivel de alfabetización tan alto. La compatibilidad última entre la economía y el sistema político japoneses en la época Tokugawa se basó f u n d a m e n t a l m e n te en la desproporción e n t r e el intercambio y la producción mercantil d e n t r o del país. En efecto, como ya hemos visto, la monetarización del excedente señorial, que era el m o t o r básico del crecimiento u r b a n o , n o correspondía al volumen real de la agricultura comercial del campesinado; siempre f u e u n a t r a n s f o r m a c i ó n «artificial» de las cargas feudales en especie, s o b r e i m p u e s t a a u n a producción p r i m a r i a que, a p e s a r de su creciente orientación hacia el m e r c a d o en las ú l t i m a s fases del shogunato, era todavía p r e d o m i n a n t e m e n t e de subsistencia. E s t a disyunción objetiva, que afectaba a la base del sistema económico, f u e lo que p e r m i t i ó internamente la conservación de la primitiva f r a g m e n t a c i ó n jurídica y territorial del Japón, q u e d a t a b a del r e a j u s t e al que se llegó después de Sekigahara. La precondición externa de la estabilidad Tokugawa —igualmente vital— f u e el cuidadoso aislamiento del J a p ó n respecto al mundo exterior, que le a p a r t ó de los contagios ideológicos, los problemas económicos, las disputas diplomáticas y las contiendas militares de todo tipo. A p e s a r de todo, incluso d e n t r o del enrarecido m u n d o del t o r r e ó n de Chiyoda, las tensiones provocadas p o r el m a n t e n i m i e n t o de u n a a n t i c u a d a m a q u i n a r i a «medieval» de gobierno en u n a dinámica economía «moderna» se hacían cada vez m á s evidentes a principios del siglo xix. Y es que el Bakufu, como la m a y o r p a r t e de los daimyo provinciales, se estaba h u n d i e n d o g r a d u a l m e n t e en u n a progresiva crisis de ingresos. Lógicamente, e n la intersección material de soberanía y productividad, el eslabón más vulnerable del shogunato era su sistema fiscal. El gobierno Tokugawa n o tenía que s o p o r t a r p o r sí mismo, desde luego, los gastos del sist e m a sankin-kotai, que había i m p u e s t o a los han. Pero como toda la justificación social del c o n s u m o ostentoso implícito en este sistema era la de m o s t r a r los grados de j e r a r q u í a y prestigio d e n t r o de la clase aristocrática, los gastos voluntarios de ostentación del p r o p i o shogunato tenían que ser necesariamente superiores a los de los daimyo: sólo la casa palatina, compuesta p o r las m u j e r e s de la corte, absorbía e n el siglo X V I I I 44

R. P. Dore, Education

in Tokugawa

Japan, Berkeley, 1965, pp. 254, 321.

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u n a p a r t e del p r e s u p u e s t o superior al c o n j u n t o del a p a r a t o defensivo de Osaka y Kyoto 4 5 . Por o t r a p a r t e , el Bakufu tenía q u e realizar ciertas funciones de c a r á c t e r casi nacional, en cuanto cima u n i t a r i a de la p i r á m i d e de soberanías feudales, m i e n t r a s q u e disponía t a n sólo de u n q u i n t o de los r e c u r s o s agrícolas del país: siempre existía u n desequilibrio potencial e n t r e sus responsabilidades y su capacidad fiscal. Su extensa b u r o c r a c i a de bushi era, n a t u r a l m e n t e , m u c h o m á s amplia q u e la de cualquier han, y su m a n t e n i m i e n t o r e s u l t a b a extremadam e n t e costoso. El costo total de los estipendios de r a n g o y cargo de sus vasallos ligios a b a r c a b a cerca d e la m i t a d de su p r e s u p u e s t o anual, m i e n t r a s d e n t r o del Bakufu se extendía p o r doquier la c o r r u p c i ó n oficial 4 6 . Al m i s m o tiempo, el p r o d u c t o fiscal de sus tierras familiares tendía a descender en t é r m i n o s reales, p o r q u e n o podía i m p e d i r la creciente c o n m u t a c i ó n en dinero de los i m p u e s t o s en arroz, lo q u e reducía su tesorería, p o r q u e el tipo de conversión e s t a b a n o r m a l m e n t e p o r d e b a j o de los precios de m e r c a d o y el valor de la m o n e d a se depreciab a c o n s t a n t e m e n t e 4 7 . E n la p r i m e r a fase de la época Tokugawa, el monopolio de los metales preciosos p o r el shogunato había constituido u n a p a r t i d a a l t a m e n t e rentable. A principios del siglo X V I I , la producción j a p o n e s a de plata era aproximadamente la mitad de todos los envíos americanos a E u r o p a e n el mom e n t o c u l m i n a n t e de las expediciones españolas 48. Pero e n el siglo X V I I I las minas s u f r i e r o n inundaciones y la producción descendió considerablemente. El Bakufu respondió a este descenso r e c u r r i e n d o a depreciaciones sistemáticas de la m o n e d a existente: e n t r e el a ñ o 1700 y 1854, el volumen nominal de la m o n e d a puesta en circulación p o r el s h o g u n a t o a u m e n t ó e n u n 400 p o r 100 49 . E s t a s devaluaciones llegaron a p r o p o r c i o n a r l e 45

Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, p. 287. Sobre los costes salariales véase Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, p. 82. Sobre la corrupción y la compra de cargos, véase la encantadora franqueza de Tanuma Okitsugu, gran chambelán del Bakufu a finales del siglo x v m : «El oro y la plata son tesoros más preciosos que la misma vida. Si una persona trae ese tesoro junto con la expresión de su deseo de servir en algún puesto público, puedo estar seguro de la seriedad de su deseo. La fuerza del deseo de un hombre aparecerá en la magnitud de su donación». Hall, Tanuma Okitsugu, p. 55. " Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, pp. 78-80. El límite legal para la conversión en dinero era de un tercio del impuesto, pero la media real llegaba a superar los dos quintos. 4 ' Vilar, Oro y moneda en la historia, p. 103. 49 P. Frost, The Bakumatsu currency crisis, Cambridge (Massachusetts), 1970, p. 9. 46

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e n t r e u n c u a r t o y la m i t a d de sus ingresos anuales: c o m o en el país n o e n t r a b a ninguna m o n e d a competitiva y c o m o en el c o n j u n t o de la economía se p r o d u j o u n a expansión de la dem a n d a , la inflación de precios a largo plazo f u e relativamente b a j a . No existía ningún i m p u e s t o regular sobre el comercio, pero a p a r t i r de principios del siglo X V I I I la clase m e r c a n t i l s u f r i ó periódicas e i m p o r t a n t e s confiscaciones c u a n d o el shogunato así lo decidió. A p e s a r de todo, los repetidos déficits presupuestarios y las graves situaciones financieras c o n t i n u a r o n acosando al Bakufu, cuyos déficits anuales f u e r o n m u y superiores a m e d i o millón de ryo oro e n t r e 1837 y 1841 50. Por o t r a parte, las oscilaciones a corto plazo de los precios, provocadas p o r las malas cosechas, podían p r e c i p i t a r situaciones de crisis en el c a m p o y en la capital. Después de casi u n a década de malas cosechas, el f a n t a s m a del h a m b r e cayó sobre la m a y o r parte de J a p ó n en la década d e 1830, m i e n t r a s la camarilla de los roju en el p o d e r luchaba en vano p o r m a n t e n e r los precios y consolidar los ingresos de la casa. E n 1837, Osaka f u e escenario de u n a desesperada tentativa de insurrección plebeya, q u e reveló h a s t a qué p u n t o e s t a b a cargado el clima político del país. Al m i s m o tiempo —y después de dos siglos de paz interior—, el a p a r a t o militar del shogunato e s t a b a p r o f u n d a m e n t e corroído: las arcaicas e incompetentes u n i d a d e s de guardia de los tenryo r e s u l t a r o n incapaces de garantizar la seguridad en la propia E d o d u r a n t e u n a crisis civil 51 ; el Bakufu, además, n o tenía ya ninguna superioridad operativa sobre las fuerzas que podían r e u n i r los han tozama del sudoeste. La evolución milit a r del feudalismo Tokugawa f u e la antítesis de la del absolutismo europeo: su poderío militar s u f r i ó u n a progresiva disminución y dilapidación. A principios del siglo xix, el orden feudal j a p o n é s estaba s u f r i e n d o u n a lenta crisis interna, p e r o si bien la economía mercantil ya había erosionado la estabilidad de la vieja e s t r u c t u r a social e institucional, todavía n o había generado los elementos p a r a u n a solución política que o c u p a r a su lugar. A mediados de siglo, la paz Tokugawa e s t a b a todavía intacta. El impacto exógeno del imperialismo occidental, con la llegada de la escua50

W. G. Beasley, The Meiji Restoration, Londres, 1973, p. 51. Un signo llamativo del arcaísmo militar del shogunato fue el mantenimiento de la primacía oficial de la espada sobre el mosquetón, a pesar de todas las experiencias sobre la superioridad de las armas de fuego durante la época Senkogu. Totman, Politics in the Tokuwava Bakufu, pp. 47-8. 51

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dra del comodo Perry en 1853, f u e lo q u e condensó las múltiples contradicciones latentes del E s t a d o shogunal y provocó u n a explosión revolucionaria c o n t r a él. La agresiva intrusión de los b a r c o s de guerra norteamericanos, rusos, británicos, franceses y otros en las aguas japonesas, exigiendo a p u n t a de cañón el establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales, p l a n t e ó al Bakufu u n ominoso dilema. Durante dos siglos, el Bakufu había inculcado sistemáticamente la xenofobia en todas las clases sociales de J a p ó n como u n o de los elementos más sagrados de la ideología oficial: la exclusión absoluta de los e x t r a n j e r o s había sido, indudablemente, u n o de los e j e s sociológicos de su dominio. Pero a h o r a se e n f r e n t a b a a u n a amenaza militar cuyo p o d e r tecnológico —encarnado en las naves acorazadas que h a b í a n anclado en la bahía de Yokohama— podía a p l a s t a r con toda facilidad, como se hizo inmediatamente evidente, a sus propios ejércitos. El Bakufu, p o r tanto, tuvo que contemporizar y conceder la exigencia occidental de una «apertura» de J a p ó n p a r a conservar su propia supervivencia. Pero, al hacer esto, se volvió i n m e d i a t a m e n t e vulnerable a los a t a q u e s xenófobos procedentes del interior. Algunos importantes linajes colaterales de la m i s m a casa Tokugawa eran rabios a m e n t e hostiles a la presencia de misiones e x t r a n j e r a s en Japón: los p r i m e r o s asesinatos de occidentales en su enclave de Yokohama f u e r o n a m e n u d o o b r a de los s a m u r a i s procedentes del f e u d o de Mito, u n a de las tres m á s i m p o r t a n t e s r a m a s jóvenes de la dinastía Tokugawa. En Kyoto, el e m p e r a d o r —guardián y símbolo de los valores culturales tradicionales— se oponía también ferozmente a los tratos con los intrusos. Con el comienzo de lo que todos los sectores de la clase feudal japonesa sentían c o m o u n peligro nacional, la corte imperial se reactivó r e p e n t i n a m e n t e como u n v e r d a d e r o polo secundario de poder, y la aristocracia kuge de Kyoto se convirtió m u y p r o n t o en u n constante foco de intriga c o n t r a la burocracia shogunal de Edo. El régimen Tokugawa estaba ya, realmente, en una situación imposible. Políticamente, sólo podía j u s t i f i c a r sus progresivas r e t i r a d a s y concesiones ante las exigencias occidentales, explicando a los daimyo la inferioridad militar que las hacía necesarias. Pero hacer esto equivalía a a d m i t i r su propia debilidad y, en consecuencia, a invitar a la subversión y la rebelión a r m a d a c o n t r a el propio régimen. Acorralado p o r el peligro exterior, se volvió cada vez más incapaz de e n f r e n t a r s e al malestar interior provocado p o r sus tácticas dilatorias. Económicamente, este a b r u p o final de la reclusión j a p c n e s a

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t r a s t r o c ó toda la viabilidad del sistema m o n e t a r i o shogunal, p o r q u e como las acuñaciones Tokugawa e r a n esencialmente emisiones arbitrarias, con un contenido en metales preciosos muy inferior al de su valor nominal, los comerciantes extranjeros se negaron a aceptarlas en p a r i d a d con las monedas occidentales, b a s a d a s en su v e r d a d e r o peso de plata. La llegada del comercio exterior en gran escala obligó al Bakufu a devaluar i n i n t e r r u m p i d a m e n t e el contenido de plata de sus monedas y a emitir papel m o n e d a m i e n t r a s subía la d e m a n d a exterior de los p r o d u c t o s locales m á s i m p o r t a n t e s : la seda, el té y el algodón. El r e s u l t a d o f u e u n a catastrófica inflación interna: el precio del arroz se quintuplicó e n t r e 1853 y 1869 52, causando u n p r o f u n d o malestar p o p u l a r en el campo y en las ciudades. La burocracia shogunal, intrincada y dividida, f u e incapaz de reaccionar con u n a política clara y decidida f r e n t e a los peligros que se cernían sobre ella. El lamentable estado de su a p a r a t o de seguridad se p u s o de m a n i f i e s t o cuando en 1860 el único dirigente decidido que p r o d u j o el Bakufu en su última fase, Ii Naosuke, f u e asesinado en Edo p o r s a m u r a i s xenófobos 53. Dos años después, u n nuevo attentat obligó a su sucesor a dimitir. Los feudos tozama del sudoeste —Satsuma, Choshu, Tosa y Saga—, siempre e n f r e n t a d o s al Bakufu p o r su posición e s t r u c t u r a l , se envalentonaron ahora, p a s a n d o a la ofensiva y conspirando p a r a su derrocamiento. Todos sus recursos militares y económicos, a d m i n i s t r a d o s p o r regímenes m á s sólidos y eficaces que el gobierno de Edo, se pusieron en pie de guerra. Los ejércitos han f u e r o n modernizados, ampliados y reequipados con a r m a m e n t o s occidentales, y m i e n t r a s S a t s u m a ya poseía el m a y o r contingente s a m u r a i de Japón, los jefes Choshu reclutaron y e q u i p a r o n a campesinos ricos p a r a crear u n a fuerza plebeya que p u d i e r a utilizarse c o n t r a el shogunato. Las expectativas populares de grandes cambios se extendían de f o r m a supersticiosa e n t r e las multitudes de Nagoya, Osaka y Edo, m i e n t r a s que se conseguía el apoyo tácito de algunos b a n q u e r o s chonin p a r a s u m i n i s t r a r las reservas financieras necesarias p a r a u n a guerra civil. Una constante vinculación con los kuge, descontentos de Kyoto, aseguró a los dirigente tozama la cobertur a ideológica esencial p a r a la proyectada operación: se t r a t a b a n a d a menos que de u n a revolución cuyo objetivo formal consistía en el restablecimiento de la a u t o r i d a d imperial, que ha52

Frost, The Bakumatsu currency crisis, p. 41. " Sobre este episodio fundamental véase Akamatsu, Meiji ginas 165-7.

1868, pa-

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bía sido u s u r p a d a p o r el shogunato. El e m p e r a d o r proporcionaba, pues, u n símbolo trascendental al q u e en teoría podían unirse todas las clases sociales. Un golpe súbito entregó Kyoto a las t r o p a s de S a t s u m a en 1867. El e m p e r a d o r Meiji, con la ciudad b a j o el control militar, leyó u n a proclama r e d a c t a d a p o r su corte p o r la que se ponía fin al shogunato. El Bakufu, subvertido y desmoralizado, se m o s t r ó incapaz de u n a resistencia firme. En pocas semanas, todo J a p ó n había sido t o m a d o pollos insurgentes ejércitos tozama y se había f u n d a d o el E s t a d o Meiji unitario. La caída del shogunato significó el fin del feudalismo japonés. Económica y diplomáticamente socavado desde el exterior — u n a vez q u e h u b o desaparecido la seguridad de su aislamiento— el E s t a d o Tokugawa se h u n d i ó política y m i l i t a r m e n t e desde el interior a causa de la m i s m a parcelación de la soberanía q u e siempre había p r o c u r a d o m a n t e n e r . La falta de u n monopolio de la fuerza a r m a d a y su incapacidad p a r a s u p r i m i r la legitimidad imperial le hicieron i m p o t e n t e en ú l t i m o t é r m i n o ante u n a insurrección bien organizada en el n o m b r e del emper a d o r . El E s t a d o Meiji q u e le sucedió procedió r á p i d a m e n t e a u n a serie de p r o f u n d a s medidas p a r a abolir el f e u d a l i s m o desde arriba, m e d i d a s que constituían el p r o g r a m a m á s radical nunca decretado. El sistema de f e u d o s f u e liquidado, y el o r d e n de c u a t r o estamentos, destruido; se promulgó la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; se r e f o r m ó el calendario y el vestido; se creó u n m e r c a d o u n i f i c a d o y u n a sola moneda, y se promovió sistemáticamente la industrialización y la expansión militar. Una economía y u n sistema político capitalistas surgieron d i r e c t a m e n t e de la eliminación del shogunato. Los complejos mecanismos históricos de la t r a n s f o r m a c i ó n revolucionaria llevada a cabo p o r la restauración Meiji se e x a m i n a r á n en o t r o lugar. Aquí sólo es necesario s u b r a y a r que, contrariam e n t e a la hipótesis de algunos historiadores j a p o n e s e s e l 54 Ver, por ejemplo, el estudio marxista clásico de la Restauración, que fuera de Japón sólo es asequible en ruso: Shigeki Toyama, Meidzi isin, krushenie feodalizma v Yaponii, Moscú, 1959, pp. 183, 217-8, 241, 295. Aquí sólo tenemos espacio para repetir la escueta afirmación hecha antes: es preciso reservar para un osti"i'j posterior la discusión completa del carácter histórico de la restauración Meiji. Sin embargo, es posible apuntar la opinión de Lenin sobre la naturaleza del vencedor en la guerra ruso-japonesa. Lenin creía que la «burguesía japonesa» había infligido «una bochornosa derrota» a la «autocracia feudal» del zarismo: «la Rusia absolutista ha sido ya vencida por el Japón constitucional». Lenin, Collected Works, vol. 8, pp. 52, 53, 28 [Obras Completas, vol. 8, páginas 43, 44, 19].

474 El feudalismo japonés 240 E s t a d o Meiji n o f u e en sentido categórico u n absolutismo. Al orincipio f u e u n a d i c t a d u r a de emergencia del n u e v o bloque dominante, y muy p r o n t o se reveló como u n E s t a d o capitalista autoritario cuyo temple f u e puesto a p r u e b a , en pocas decadas v con todo éxito, c o n t r a u n v e r d a d e r o absolutismo. E n 1905, los descalabros rusos en T s u s h i m a y Mukden revelaron al m u n d o la diferencia que existía e n t r e ambos. El paso del feudalismo al capitalismo se efectuó en Japón, en u n a medida insólita, sin ningún interludio político.

B.

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I

Como ya h e m o s visto, Marx rechazó expresamente la definición como formaciones sociales feudales de la India de los mogoles y, p o r u n a inferencia necesaria, de la Turquía o t o m a n a . Esta delimitación negativa, que reserva el concepto de feudalismo a E u r o p a y Japón, plantea, sin embargo, el p r o b l e m a de la clasificación positiva que Marx .asignaba a los sistemas socioeconómicos de los que India y T u r q u í a ofrecen ejemplos prominentes. Existe u n a c u e r d o creciente a p a r t i r de los años sesenta en que la respuesta es que Marx creía que r e p r e s e n t a b a n un modelo específico, al que llamó «modo de producción asiático». Este concepto se convirtió hace unos años en foco de u n a discusión internacional e n t r e los marxistas, y, a la luz de las conclusiones de este estudio, quizá podría ser útil r e c o r d a r los antecedentes y el m a r c o intelectual en el que Marx escribía. La yuxtaposición y el contraste teórico entre las e s t r u c t u r a s estatales de E u r o p a y Asia constituía u n a vieja tradición desde Maquiavelo y Bodin. Inspirada en la proximidad del poderío turco, esa tradición surgió con el nuevo renacer de la teoría política en la e r a del Renacimiento, y a p a r t i r de entonces a c o m p a ñ ó paso a paso su desarrollo hasta la era de la Ilustración. H e m o s hablado más a r r i b a de las sucesivas y significativas reflexiones de Maquiavelo, Bodin, Bacon, Harrington, Bernier y Montesquieu sobre el imperio otomano, íntimo y enemigo de E u r o p a a p a r t i r del siglo x v S i n embargo, en el siglo XVIII, en la oleada de la exploración y expansión coloniales, la aplicación geográfica de las ideas concebidas inicialmente al contacto con Turquía se extendió sin cesar hacia el Este: p r i m e r o hasta Persia, después a la India y finalmente a China. Con esta extensión geográfica vino también u n a generalización conceptual del c o n j u n t o de rasgos inicialmente atribuidos o limitados a la 1

Véanse pp. 407-11.

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Puerta. Así nació el concepto de «despotismo» político, u n término que hasta entonces faltaba del vocabulario de los comentarios europeos sobre Turquía, a u n q u e su sustancia ya estaba presente desde hacía m u c h o tiempo. En Maquiavelo, Bodin o Harrington, la designación tradicional del sultán osmanli era la de «Gran Señor», proyección anacrónica de la terminología del feudalismo europeo sobre el E s t a d o turco, cuya diferencia respecto a cualquier sistema político europeo se declaraba explícitamente. Hobbes f u e el p r i m e r escritor i m p o r t a n t e del siglo X V I I que habló del p o d e r despótico (recomendándolo, paradójicamente, como la f o r m a n o r m a l y adecuada de soberanía). N a t u r a l m e n t e , esta connotación no volvería a repetirse. Por el contrario, a medida que el siglo avanzaba, el p o d e r despótico f u e e q u i p a r a d o p o r doquier con la tiranía, y en Francia, la «tiranía turca» se atribuyó f r e c u e n t e m e n t e , desde la Fronda, a la dinastía borbónica, en la literatura polémica de sus oponentes. Bayle fue, quizá, el p r i m e r filósofo que empleó el concepto genérico de despotismo en el año 1704 2 ; al plantearse su validez, reconocía implícitamente que se t r a t a b a de u n a idea corriente. La aparición definitiva del concepto de «despotismo» coincidió, además, desde el principio, con su proyección sobre el «Oriente». En efecto, el p a s a j e canónico central en el que podía e n c o n t r a r s e la p a l a b r a original griega (un t é r m i n o poco usual) era u n a célebre afirmación de Aristóteles: «Hay pueblos que, a r r a s t r a d o s p o r u n a tendencia n a t u r a l a la servidumbre, inclinación m u c h o m á s pronunciada e n t r e los b á r b a r o s que entre los griegos, más e n t r e los asiáticos que e n t r e los europeos, soportan el yugo del despotismo sin pena y sin m u r m u r a c i ó n , y he aquí p o r qué los reinados que pesan sobre estos pueblos son tiránicos, si bien descansan, p o r o t r a parte, sobre las bases sólidas de la ley y la sucesión hereditaria» 3. El despotismo, pues, se atribuía expresamente a Asia en la fons et origo de toda la filosofía política europea. La Ilustración, que podía a b a r c a r m e n t a l m e n t e a todo el globo tras los grandes viajes de los descubrimientos y conquistas coloniales, tenía p o r vez p r i m e r a la posibilidad de o f r e c e r una formula2 R. Koebner, «Despot and despotism: vicissitudes of a political term», The Journal of the Warburg and Courtauld Institute, xiv, 1951, P- 300 Este ensayo rastrea también la prehistoria de la palabra en la Edad Media, antes de que fuera proscrita durante el Renacimiento a causa de su impura genealogía filológica. 3 Aristóteles, Política, III, ix, 3 [Madrid, Espasa Calpe, 1978, p.

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ción general y sistemática de esa conexión. Montesquieu f u e quien e m p r e n d i ó esta tarea con su m a d u r a categorización teórica del «despotismo oriental». P r o f u n d a m e n t e influenciado p o r Bodin y a s i d u o lector de Bernier, Montesquieu h e r e d ó de sus predecesores los axiomas básicos de que los estados asiáticos carecían de propiedad privada estable y de nobleza hereditaria y eran, p o r tanto, a r b i t r a r i o s y tiránicos, opiniones que repitió con la fuerza lapidaria q u e le caracterizaba. Además, el despotismo oriental no se b a s a b a ú n i c a m e n t e en el miedo abyecto, sino también en u n a c o n f u s a igualdad e n t r e sus súbditos, ya que todos eran iguales en su común s o m e t i m i e n t o a los letales caprichos del déspota: «El principio del gobierno despótico es el t e m o r [ . . . ] el t e m o r es u n i f o r m e en todas p a r t e s » 4 . Esta u n i f o r m i d a d era la antítesis siniestra de la unidad municipal de la Antigüedad clásica: «Todos los h o m b r e s son iguales en u n E s t a d o republicano; también son iguales en u n E s t a d o despótico. En el primero, p o r q u e lo son todo; en el segundo, p o r q u e no son n a d a » 5 . La falta de u n a nobleza hereditaria, observada desde hacía m u c h o tiempo en Turquía, se convirtió aquí en algo m u c h o más fuerte, en u n a condición de la servid u m b r e d e s n u d a e igualitaria de toda Asia. Montesquieu añadió también dos nuevas nociones a la tradición que había h e r e d a d o y que reflejaban específicamente la doctrina de la Ilustración sobre el secularismo y el progreso. Así, Montesquieu argumentó que las sociedades asiáticas carecían de códigos legales porque la religión actuaba en ellas c o m o un sustituto funcional del derecho: «Hay estados en los que las leyes no son nada, o no son más que la voluntad caprichosa y a r b i t r a r i a del soberano. Si en estos estados las leyes de la religión f u e r a n se4 De Vesprit des lois, i, pp. 64, 69. El discurso de Montesquieu sobre el despotismo no era sólo, naturalmente, una simple teorización sobre Asia. Contenía también una implícita llamada de atención sobre los peligros del absolutismo en Francia que si no era detenido por los «poderes intermedios» de la nobleza y el clero, podía aproximarse en último término —esto era lo que Montesquieu temía— a las normas orientales. Sobre este significado implícito del Esprit des lois véase el análisis por lo general excelente, de L. Althusser, Montesquieu, la politique et Vhistoire, páginas 92-7. Althusser, sin embargo, sobreestima la dimensión propagandística de la teoría de Montesquieu sobre el despotismo al minimizar su demarcación geográfica. Sobrepolitizar el significado del Esprit des lois es reducirlo a una dimensión de campanario. En realidad, está completamente claro que Montesquieu tomó muy en serio sus análisis del Oriente, que no eran ni única ni primariamente meros instrumentos alegóricos, sino un componente integral de su intento de construir una ciencia global de los sistemas políticos en ambos sentidos ' De Vesprit des lois, i, p. 81.

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m e j a n t e s a las leyes de los h o m b r e s , t a m b i é n serían nulas; p e r o c o m o toda sociedad debe tener u n principio de firmeza, es la religión quien lo p r o p o r c i o n a » 6 . Al m i s m o tiempo, Montesquieu creía que estas sociedades eran esencialmente inmóviles: «Las leyes, las c o s t u m b r e s y los hábitos del Oriente —incluso los m á s triviales, c o m o la m o d a del vestir— son hoy idénticos a como e r a n hace mil años» 7 . El principio m a n i f i e s t o de Montesquieu p a r a explicar el dif e r e n t e carácter de los estados de E u r o p a y Asia era, naturalmente, geográfico: el clima y la topografía h a b í a n d e t e r m i n a d o sus divergentes destinos. Montesquieu sintentizó sus opiniones sobre la naturaleza de a m b o s en u n a comparación artísticam e n t e d r a m á t i c a : «Asia siempre h a sido la p a t r i a de grandes imperios que en E u r o p a n u n c a h a n podido subsistir. E s t o es así p o r q u e el Asia q u e conocemos tiene llanuras m á s vastas que E u r o p a ; los m a r e s circundantes la h a n f r a g m e n t a d o en m a s a s m u c h o m á s grandes, y, al e s t a r situada más al sur, sus f u e n t e s se secan con m á s facilidad, sus m o n t a ñ a s n o e s t á n cub i e r t a s con t a n t a nieve, sus ríos son menos caudalosos y form a n b a r r e r a s menos i n f r a n q u e a b l e s . Por tanto, el p o d e r en Asia debe ser siempre despótico, pues si la s e r v i d u m b r e n o fuese extremada, se produciría u n a división en el continente q u e la naturaleza del país n o podría soportar. E n E u r o p a , las dimensiones n a t u r a l e s de la geografía f o r m a n diversos estados de u n a extensión modesta, en los que el gobierno de las leyes n o es incompatible con la supervivencia del Estado, sino que, p o r el contrario, es tan favorable que sin ellas cualquier E s t a d o caería en decadencia y q u e d a r í a en inferioridad respecto a todos los demás. Eso es lo que h a creado aquel espíritu de lib e r t a d q u e hace a cada p a r t e del continente tan resistente a la subyugación o la sumisión ante u n p o d e r e x t r a n j e r o , salvo p o r la ley o p o r la utilidad de su comercio. En Asia reina, p o r el contrario, u n espíritu de s e r v i d u m b r e que n u n c a la ha abandonado, y es imposible e n c o n t r a r en toda la historia del contin e n t e u n solo rasgo que sea indicio de u n alma libre: sólo pod r e m o s ver el h e r o í s m o de la esclavitud» 8 . Este c u a d r o de Montesquieu — a u n q u e impugnado p o r unos pocos críticos de su t i e m p o ' — f u e generalmente aceptado y se • De Vesprit des lois, II, p. 168. 7 De Vesprit des lois, I, p. 244. • De Vesprit des lois, I, pp. 291-2. , ' El más notable de ellos fue Voltaire, que, más preocupado por ios problemas culturales que por los políticos, discutió con vigor el anansis

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convirtió en u n legado f u n d a m e n t a l p a r a toda la filosofía y la economía política. Adam S m i t h f u e quien dio, p r o b a b l e m e n t e , el siguiente paso i m p o r t a n t e en el desarrollo de esta oposición e n t r e Asia y E u r o p a , c u a n d o la redefinió p o r vez p r i m e r a como

de Montesquieu del imperio chino, objeto de la admiración de Voltaire por lo que creía benevolencia racional de su gobierno y sus costumbres. Como ya hemos visto, el «despotismo ilustrado» era un ideal positivo para muchos philosophes burgueses, para quienes representaba la supresión del particularismo feudal, precisamente la razón por la que Montesquieu, un aristócrata nostálgico, lo temía y lo denunciaba. Otro crítico muy diferente de De l'esprit des lois, que ha ganado el favor de escritores recientes, fue Anquetil-Duperron, un estudioso de los textos sagrados de Zoroastro y Veda que pasó algunos años en la India y escribió un volumen titulado Législation orientale (1178), consagrado por completo a negar la existencia del despotismo en Turquía, Persia y la India, y en el que se afirma la presencia en esos países de sistemas legales racionales y propiedad privada. En el libro se ataca específicamente a Montesquieu y Bernier. (pp. 2-9, 12-13, 140-2), por haber mantenido lo contrario. Anquetil-Duperron dedicó su libro a los «desgraciados pueblos de la India», lamentando sus «derechos heridos» y acusando a las teorías europeas del despotismo oriehtal de ser meras coberturas ideológicas para la agresión y la rapiña colonial en el Oriente: «El despotismo es el gobierno de aquellos países en los que el soberano se declara propietario de todos los bienes de sus súbditos; convirtámonos en ese soberano y seremos los dueños de todas las tierras del Indostán. Tal es el razonamiento del avaro codicioso, oculto tras una fachada de pretextos que es preciso demoler» (p. 178). Por la fuerza de estos sentimientos, Anquetil-Duperron ha sido posteriormente saludado como primer y noble campeón del anticolonialismo. Althusser ha afirmado, con cierta ingenuidad, que su Législation orientale ofrece un «admirable» panorama del «verdadero Oriente» al contrario de la imagen que tenía Montesquieu. Dos artículos recientes han repetido su alabanza: F. Venturi, «Despotismo orientale», Rivista Storica Italiana, LXXII, 1. 1960, pp. 117-26, y S. Stelling-Michaud «Le mythe , df.P°t,S*e °™nta1*' Schweizer Beitrage tur Allgemeinen Geschichte, yol 18-19 1960-1961, pp. 344-5 (que en general sigue muy de cerca á Althusser). En realidad, Anquetil-Duperron fue una figura mucho más equívoca y trivial de lo que sugieren esos elogios, como se lo habría revelado a sus autores una investigación un poco más profunda. Más que un auténtico enemigo del colonialismo como tal, Anquetil-Duperron era un desencantado pátriota francés a quien mortificaban los éxitos del colonialismo británico al arrojar a su rival galo del Carnático y de todo el subcontmente. En 1872 escribió otro volumen, Linde en rapport avec l Europe, dedicado esta vez a los «espíritus de Dupleix y Labourdonnais» y que era una violenta requisitoria contra «la audaz Albión que ha usurpado el tridente de los mares y el cetro de la India», y pedía que «la bandera francesa flotase de nuevo con majestad por los mares y las tierras de la India». Publicado en 1789, durante el Directorio, en este libro Anquetil-Duperron afirmaba que «el tigre debía ser atacado en su guarida» y proponía una expedición naval francesa para «tomar Bombay» y arrojar así «al poderío inglés hasta más allá del cabo de Buena Esperanza» (pp. i-ii, xxv-xxvi). Nada de esto podría adivinarse si sólo se tiene en cuenta la inmaculada piedad del artículo del Dictionnaire historique del que parece haberse derivado buena parte de su posterior reputación

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u n c o n t r a s t e e n t r e dos tipos de economías, d o m i n a d a s respectivamente p o r diversas r a m a s de producción: «De la m i s m a m a n e r a en q u e la economía política de las naciones de la Europ a m o d e r n a ha sido más favorable a las m a n u f a c t u r a s y al comercio exterior, es decir, a la actividad industrial de las ciudades, que a la agricultura, que es la actividad industrial del campo, t a m b i é n h a h a b i d o naciones que h a n seguido u n difer e n t e plan y se h a n m o s t r a d o más favorables a la agricultura que a las m a n u f a c t u r a s y al comercio exterior. La política de China favorece la agricultura m á s que el resto de las actividades. Se dice q u e en China la categoría del campesino es m u y superior a la del artesano, al c o n t r a r i o de lo que o c u r r e en la m a y o r p a r t e10 de E u r o p a , d o n d e el a r t e s a n o es muy superior al campesino» . S m i t h postula después u n a nueva correlación ent r e el c a r á c t e r agrario de las sociedades de Asia y Africa y la función que en ellas tenían las obras hidráulicas de regadío y t r a n s p o r t e , p o r q u e en esos países el E s t a d o era p r o p i e t a r i o de t o d a la tierra y e s t a b a d i r e c t a m e n t e interesado en la m e j o r a pública de la agricultura. «Fueron célebres en la Antigüedad las construcciones llevadas a cabo p o r los antiguos soberanos de Egipto p a r a la conveniente distribución de las aguas del Nilo, y los restos ruinosos de algunas de esas o b r a s despiertan todavía la a d m i r a c i ó n de los viajeros. Las construcciones de la m i s m a clase realizadas p o r los antiguos soberanos del I n d o s t á n , con o b j e t o de distribuir a d e c u a d a m e n t e las aguas del Ganges y de o t r o s m u c h o s ríos, parece que f u e r o n igualmente grandiosas, a u n q u e hayan sido m u c h o menos celebradas [ . . . ] En China y en otros varios gobiernos de Asia, el p o d e r ejecutivo t o m a a su cargo t a n t o la reparación de las grandes r u t a s como la conservación de los canales navegables [ . . . ] Se asegura, pues, q u e esta r a m a de la administración pública se e n c u e n t r a muy bien a t e n d i d a en todos estos países, p e r o especialmente en China, d o n d e las grandes r u t a s y m u c h o m á s aún los canales navegables son muy superiores, según estos informes, a todo lo de su clase conocido en Europa» ".

10 An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, Londres, 1778, II, p. 281 [La riqueza de las naciones, Madrid, Aguilar, 1961], 11 An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, II, páginas 283, 340. Smith añade de forma significativa: «Sin embargo, no hay que olvidar que los relatos transmitidos a Europa acerca de tales obras son, por lo general, descripciones hechas por viajeros poco inteligentes y demasiado admirativos, y con frecuencia por misioneros estúpidos y mendaces. Quizá no se nos presentarían como tan maravillosas si hubiesen sido examinadas por unos ojos más inteligentes y si los relatos

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E n el siglo xix, los sucesores de Montesquieu y S m i t h prolongaron la m i s m a línea de pensamiento. Dentro de la filosofía clásica alemana, Hegel estudió p r o f u n d a m e n t e a a m b o s autores y, en La filosofía de la historia, r e a f i r m ó la m a y o r p a r t e de las nociones de Montesquieu sobre el despotismo asiático, sin rangos o poderes intermedios, en su característica terminología. «El despotismo, desarrollado en proporciones asombrosas», f u e en el Oriente «la f o r m a de gobierno e s t r i c t a m e n t e a p r o p i a d a al a m a n e c e r de la Historia» 1 2 . Hegel e n u m e r ó los principales países del continente a los que se aplicaba esta n o r m a : «En la India, p o r tanto, i m p e r a p l e n a m e n t e el despotismo m á s arbitrario, perverso y degradante. China, Persia y Turquía —en realidad, toda Asia— son los escenarios del desp o t i s m o y, en el p e o r sentido, de la tiranía» » El Reino Celeste, que había d e s p e r t a d o sentimientos t a n contradictorios e n t r e los p e n s a d o r e s de la Ilustración, f u e o b j e t o especial del interés de Hegel, c o m o m o d e l o de lo que consideraba u n a autocracia igualitaria. «China es el i m p e r i o de la absoluta igualdad, y todas las diferencias que allí existen son posibles ú n i c a m e n t e en relación con la administración pública, y están en función de los m é r i t o s q u e u n a persona puede a d q u i r i r y que le p e r m i t e n alcanzar los altos puestos en el gobierno. Como en China reina la igualdad, p e r o sin ninguna libertad, el d e s p o t i s m o es n e c e s a r i a m e n t e la f o r m a de gobierno. E n t r e nosotros, los h o m b r e s son iguales ú n i c a m e n t e a n t e la ley y en el r e s p e t o debido a la p r o p i e d a d de cada uno; p e r o si q u e r e m o s tener lo q u e llamamos libertad, es preciso garantizar los m u c h o s intereses y los privilegios particulares q u e t a m b i é n tienen. E n el imperio chino, sin embargo, estos intereses especiales n o gozan p o r sí m i s m o s de ninguna consideración, y el gobierno procede sólo del e m p e r a d o r , que lo hace a c t u a r c o m o u n a jer a r q u í a de funcionarios o mandarines» 14. Hegel, como m u c h o s de sus predecesores, m o s t r ó u n a m o d e r a d a admiración hacia la

procediesen de testigos de mayor fidelidad. La descripción que Bernier nos ofrece de las obras de esa clase en Indostán dista mucho de las que nos han hecho otros viajeros más propensos que él a lo maravilloso » The philosophy of history, Londres, 1878, p. 270. [No existe correspondencia entre esta edición inglesa y la traducción castellana de José Gaos (Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid Revista de Occidente, 4.* ed„ 1974), por haberse realizado a partir de la 3.' y 4* ediciones alemanas, respectivamente, entre las que existen diferencias sustanciales.] u Ibid., p. 168. " Ibid., pp. 130-1.

482 El «modo de producción asiático» 244 civilización china. Su análisis de la civilización india, a u n q u e t a m b i é n era matizado, tenía u n color m u c h o m á s sombrío. Hegel creía que el sistema indio de castas era c o m p l e t a m e n t e dist i n t o de lo que p a s a b a en China y q u e significaba u n avance de la j e r a r q u í a sobre la igualdad, p e r o de tal tipo q u e inmovilizaba y degradaba a toda la e s t r u c t u r a social. «En China rein a b a la igualdad e n t r e todos los individuos que c o m p o n e n el i m p e r i o y, p o r consiguiente, todo el gobierno está a b s o r b i d o e n su centro, el e m p e r a d o r , de tai f o r m a que los m i e m b r o s individuales n o pueden alcanzar la independencia y la libertad subjetivas [ . . . ] En este sentido, en la India ha tenido lugar u n avance esencial, a saber, u n a ramificación en m i e m b r o s independientes a p a r t i r de la u n i d a d del p o d e r despótico. Con todo, las diferencias q u e implican esas ramificaciones se refieren a la Naturaleza. E n lugar de e s t i m u l a r la actividad de u n a l m a c o m o su c e n t r o de unión y de realizar e s p o n t á n e a m e n t e esa alma — c o m o ocurre con la vida orgánica—, se petrifican y se vuelven rígidas, y p o r su carácter estereotipado condenan al p u e b l o indio a la m á s d e g r a d a n t e s e r v i d u m b r e espiritual. Las diferencias a las que nos e s t a m o s r e f i r i e n d o son las castas»15. El r e s u l t a d o es q u e «mientras en China e n c o n t r a m o s u n desp o t i s m o moral, en la India lo q u e p u e d e llamarse reliquia de la vida política es u n despotismo sin ningún principio y sin ninguna n o r m a de m o r a l i d a d o de religión» 1 6 . Hegel caracterizaba la base central del despotismo indio como u n sistema de c o m u n i d a d e s aldeanas inertes, regidas p o r c o s t u m b r e s hereditarias y p o r la distribución de las cosechas m e d i a n t e impuestos, y q u e n o se veían a f e c t a d a s p o r los cambios políticos que tenían lugar en el Estado, situado p o r encima de ellas. «El c o n j u n t o de ingresos q u e c o r r e s p o n d e a cada aldea se divide, como ya se h a dicho, en dos partes, de las que u n a pertenece al r a j á y la o t r a a los cultivadores; p e r o hay q u e e n t r e g a r también p a r t e s proporcionales al jefe del lugar, al juez, al inspect o r de aguas, al b r a h m á n encargado del cultivo divino, al astrólogo (que es t a m b i é n u n b r a h m á n y señala los días fastos y nefastos), al herrero, al carpintero, al alfarero, al lavandera, al médico, a las bailarinas, al músico, al poeta. E s t a s c o s t u m b r e s son f i j a s e i n m u t a b l e s y n o e s t á n s u j e t a s a la voluntad de nadie. Todas las revoluciones políticas pasan, pues, p o r encima de la indiferencia del indio del común, cuya suerte n o cambia nun-

» Ibid., pp. 150-1. " Ibid., p. 168.

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ca» n . E s t a s afirmaciones, c o m o veremos, h a b r í a n de tener larga vida. Hegel t e r m i n a b a repitiendo el ya tradicional t e m a del anquilosamiento histórico, que atribuía a a m b o s países: «Chin a e India p e r m a n e c e n estacionarias y p e r p e t ú a n , incluso hasta el t i e m p o presente, u n a existencia vegetativa natural» 18. Mientras que en la filosofía clásica alemana Hegel seguía m u y de cerca a Montesquieu, en la economía política inglesa los temas de S m i t h f u e r o n a d o p t a d o s i n m e d i a t a m e n t e p o r sus seguidores. E n su estudio sobre la India británica, el viejo Mili añadió poco a los conceptos tradicionales del d e s p o t i s m o asiático 19. El siguiente economista inglés q u e desarrolló u n análisis m á s original de la situación en Oriente f u e Richard Jones, sucesor de Malthus en el East India College, cuyo Essay on the distribution of wealth and the sources of taxation se publicó en Londres en 1831, el m i s m o a ñ o en q u e Hegel dictaba en Berlín sus cursos sobre China y la India. El libro de Jones, cuyo o b j e t o era realizar u n a crítica de Ricardo, incluía el int e n t o p r o b a b l e m e n t e m á s e l a b o r a d o de los realizados h a s t a entonces de analizar c o n c r e t a m e n t e la tenencia de la tierra en Asia. Jones a f i r m a b a desde el comienzo que, «en toda Asia, los soberanos siempre h a n e s t a d o en posesión de u n título exclusivo sobre la tierra de sus dominios y h a n conservado ese derecho en u n e s t a d o de singular e inconveniente integridad, sin ninguna división ni menoscabo. Los individuos siempre son a r r e n d a t a r i o s del soberano, que es el ú n i c o propietario; únicam e n t e las usurpaciones de sus funcionarios p u e d e n r o m p e r dur a n t e algún tiempo los eslabones de esta cadena de dependencia. E s t a universal dependencia del t r o n o p a r a conseguir los medios de vida es el v e r d a d e r o f u n d a m e n t o del i n q u e b r a n t a b l e despotismo del m u n d o oriental, así como de los ingresos del sob e r a n o y de la f o r m a que a d o p t a la sociedad situada b a j o sus pies» 2 0 . Sin embargo, Jones n o se dio p o r satisfecho con las afirmaciones genéricas de sus predecesores e intentó delimitar con alguna precisión las c u a t r o grandes zonas en las que dom i n a b a lo que él llamó rentas de los' ryots —es decir, los impuestos pagados d i r e c t a m e n t e p o r los campesinos al E s t a d o en c u a n t o p r o p i e t a r i o de la tierra que cultivaban—, y que e r a n

" Ibid., p. 161. " Ibid., p. 180. " James Mili, The history of British India, Londres, 1858 (reedición), i, pp. 141, 211. 20 Richard Jones, An essay on the distribution of wealth and the sources of taxation, Londres, 1831, pp. 7-8.

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la India, Persia, T u r q u í a y China. La naturaleza u n i f o r m e del sistema económico y del gobierno político de estas diferentes tierras podía rastrearse, según creía Jones, h a s t a su conquista común p o r las t r i b u s t á r t a r a s de Asia central. «China, la India, Persia y la T u r q u í a asiática, situadas todas ellas en los extremos exteriores de la gran llanura de Asia central, h a n sido sometidas en su m o m e n t o —y algunas en m á s de u n a ocasión— a las invasiones de sus tribus. Incluso en este m o m e n t o parece difícil que China p u e d a librarse del peligro de o t r a subyugación. En todas p a r t e s donde se h a n a s e n t a d o estos invasores escitas h a n establecido u n a f o r m a despótica de gobierno, a la q u e ellos mismos se h a n sometido con p r o n t i t u d m i e n t r a s obligaban a los h a b i t a n t e s de los países conquistados a someterse a ella [ . . . ] Los t á r t a r o s h a n establecido o a d o p t a d o e n todas p a r t e s un sistema político que se adecúa p e r f e c t a m e n t e a sus hábitos nacionales de sumisión p o p u l a r y de p o d e r absoluto de los jefes, y sus conquistas h a n introducido o restablecido este p o d e r desde el m a r Negro al Pacífico y desde Pekín h a s t a el N e r b u d d a . En toda el Asia agrícola (con la excepción de Rusia) reina el m i s m o sistema» 2 1 . La hipótesis general de Jones sobre la conquista n ó m a d a como origen de la p r o p i e d a d estatal de la tierra se c o m b i n a b a con u n n u e v o c o n j u n t o de distinciones en su valoración del g r a d o y los efectos de esa propiedad en los diferentes países q u e f u e r o n o b j e t o de su estudio. Así, Jones escribió q u e el últ i m o período mogol de la India presenció «el fin de todo sistema, de t o d a m o d e r a c i ó n o protección; se r e c a u d a r o n , a p u n t a de lanza, r e n t a s ruinosas, i m p u e s t a s a r b i t r a r i a m e n t e en las frecuentes correrías militares, y los n u m e r o s o s intentos de resistencia desesperada f u e r o n castigados sin piedad p o r el fuego y la matanza» 2 2 . El E s t a d o turco, p o r su parte, m a n t u v o form a l m e n t e niveles m á s m o d e r a d o s de explotación, pero la cor r u p c i ó n de sus agentes hacía ineficaces en la práctica todas las limitaciones. «Comparado con los sistemas de la India o Persia, el de T u r q u í a tiene evidentemente algunas v e n t a j a s . La p e r m a n e n c i a y moderación del miri, o r e n t a de la tierra, es u n a de ellas [ . . . ] Pero su relativa fuerza y moderación se h a n " An essay on the distribution of wealth, pp. 110, 112. La alusión de Jones a los peligros tártaros que amenazan a China es, probablemente, una referencia a las rebeliones de los Khoja en Kashgar el año 1830. Obsérvese su explícita exclusión de Rusia del sistema asiático que se estaba discutiendo. 22 An essay on the distribution of wealth, p. 117.

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vuelto inútiles p a r a sus desgraciados súbditos, debido t a n t o a la indolencia e indiferencia como a la malversación de sus lejanos funcionarios» 2 3 . En Persia, la rapacidad de la monarquía no tenía límites, pero el sistema local de regadío m o d e r a b a su alcance —al c o n t r a r i o de la función que le asignaba Smith— p o r q u e introducía algunas f o r m a s de propiedad privada: «De todos los gobiernos despóticos de Oriente, el de Persia es quizá el m á s codicioso y el más d e s e n f r e n a d a m e n t e cínico; sin embargo, el peculiar suelo de este país h a i n t r o d u c i d o algunas valiosas modificaciones en el sistema general asiático de r e n t a s de los riots [ . . . ] [ p o r q u e ] a todo aquel q u e saque agua a la superficie, donde n u n c a antes la hubo, le garantizan los soberanos la posesión hereditaria de la tierra que h a fertilizado» 2 4 . Por último, Jones vio con t o d a claridad q u e la agricultura chin a constituía u n caso especial que n o podía asimilarse simplem e n t e a la de los otros países q u e h a b í a descrito; su inmensa productividad la colocaba a p a r t e . «Toda la dirección del imperio p r e s e n t a en v e r d a d u n llamativo c o n t r a s t e con las de las vecinas m o n a r q u í a s asiáticas [ . . . ] Mientras q u e aún n o se ha hecho a p t a p a r a el cultivo ni la m i t a d de la India y todavía m e n o s superficie de Persia, China está tan p l e n a m e n t e cultivad a c o m o la mayoría d e las m o n a r q u í a s e u r o p e a s y m á s plenam e n t e poblada q u e ellas» 2 5 . La o b r a de Jones representó, pues, sin d u d a alguna, el p u n t o m á s avanzado que alcanzó la economía política en su discusión sobre Asia d u r a n t e la p r i m e r a mitad del siglo xix. El joven Mili, q u e escribió cerca de dos décadas después, resucitó la c o n j e t u r a de S m i t h de que los estados orientales p a t r o c i n a r o n siempre las o b r a s públicas hidráulicas —«los aljibes, pozos y canales p a r a el riego, sin los q u e difícilmente p o d r í a n desarrollarse los cultivos en los climas m á s tropicales» 2 6 —, pero, p o r lo demás, se limitó a r e p e t i r la caracterización genérica de «las extensas m o n a r q u í a s q u e h a n o c u p a d o las llanuras de Asia desde tiempos inmemoriales» 2 7 , q u e se había convertido ya desde m u c h o antes en f ó r m u l a establecida en E u r o p a occidental. Es f u n d a m e n t a l c o m p r e n d e r , p o r tanto, que las dos principales tradiciones intelectuales q u e contribuyeron decisivamenIbid., pp. 129-30. " Ibid., pp. 119, 122-3. a a

Ibid., p. 133.

" John Stuart Mili, Principies of political economy, Londres, 1848, I, página 15 [Principios de economía política, México, FCE, 1951]. " Principies of political economy, p. 14.

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te a la f o r m a c i ó n de la o b r a de Marx y Engels contenían u n a orevia concepción c o m ú n de los sistemas políticos y sociales de Asia, u n c o n j u n t o de ideas que todos c o m p a r t í a n y que, en último término, se r e m o n t a b a n a la Ilustración. Este c o n j u n t o podría r e s u m i r s e de la siguiente f o r m a 2 8 : Propiedad estatal de la t i e r r a Inexistencia de b a r r e r a s jurídicas Sustitución del derecho p o r la religión Ausencia de nobleza h e r e d i t a r i a Igualdad social servil Comunidades aldeanas aisladas Predominio agrario sobre la i n d u s t r i a Obras públicas hidráulicas Medio climático t ó r r i d o I n m u t a b i l i d a d histórica

H, B 3 M2 J B, B 3 M2 M2 MÍ B 2 M2 M2 H 2 H2 S BJ S M3 M2 M3 M2 H2 J M3

Despotismo oriental Como p u e d e verse, ningún a u t o r combinó t o d a s estas nociones en u n a sola concepción. Sólo Bernier había estudiado directamente los países asiáticos, y sólo Montesquieu había form u l a d o u n a teoría general coherente del despotismo oriental. Los referentes geográficos de los sucesivos escritores se ampliaron desde T u r q u í a h a s t a la India y, finalmente, China, p e r o sólo Hegel y Jones i n t e n t a r o n distinguir las v a n a n t e s regionales del modelo asiático común.

II Podemos volver ahora a los célebres p á r r a f o s de la correspondencia de Marx con Engels, en la que a m b o s discutieron p o r vez p r i m e r a los p r o b l e m a s de Oriente. El 2 de j u m o de 1853, Marx escribió a Engels - q u e había e s t a d o estudiando la historia de Asia y a p r e n d i e n d o algo de p e r s a - p a r a r e c o m e n d a r e el relato de Bernier sobre las ciudades orientales, calificándolo de «brillante, gráfico y sorprendente». A continuación Marx aceptaba la tesis principal del libro de Bernier en u n a f a m o s a e inequívoca afirmación: «Bernier piensa, c o n r a z ó n que m base de todos los fenómenos orientales - s e refiere a Turquía, » H, Harrington; H2, Hegel; B„ Bodin; B„ Bacon; B„ Bernier; M„ Maquiavelo; M2, Montesquieu; M„ Mili; S, Smith; J, Jones.

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Persia e Indostán— reside en la ausencia de propiedad privada de la tierra. Esta es la v e r d a d e r a clave, incluso del cielo oriental» ». E n su respuesta, unos días después, Engels c o n j e t u r a b a que la explicación histórica básica de esta inexistencia de propiedad privada de la tierra debía r a d i c a r en la aridez del suelo n o r t e a f r i c a n o y asiático, que exigía riesgos intensivos y, por tanto, obras hidráulicas acometidas p o r el E s t a d o central y o t r a s a u t o r i d a d e s públicas. «La ausencia de propiedad de la tierra es ciertamente la clave p a r a la comprensión de todo el Oriente. Ahí reside su historia política y religiosa. ¿Pero por q u é los orientales n o llegan a la p r o p i e d a d territorial, ni siquiera en su f o r m a feudal? Creo que se debe p r i n c i p a l m e n t e al clima, j u n t o con la naturaleza del suelo, especialmente en las grandes extensiones del desierto que se extiende desde el Sahara y cruza Arabia, Persia, India y Tartaria, llegando h a s t a la " K. Marx y F. Engels, Selected correspondence, pp. 80-1 [Correspondencia,, p 62], Por su contenido y su tono, merece la pena reproducir aquí el párrafo central de Bernier al que se refería Marx: «Estos tres países, Turquía, Persia e Indostán, no tienen idea de los principios del meum y el tuum, relativos a la tierra o a otras posesiones reales- y habiendo perdido aquel respeto hacia el derecho de propiedad, q u e ' e s la base de todo lo bueno y útil que hay en este mundo, necesariamente se asemejan unos a otros en los puntos esenciales; todos ellos caen en los mismos errores perniciosos y, antes o después, tienen que experimentar sus consecuencias naturales: la tiranía, la ruina y la desolación ¡Cuán felices y agradecidos debíamos sentirnos de que los monarcas de Europa no sean los únicos propietarios de la tierra! Si lo fueran buscaríamos en vano campos bien cultivados y poblados, ciudades bien construidas y prosperas y un pueblo educado y floreciente. Si este principio prevaleciese, muy diferentes serían la verdadera riqueza y el poder de los soberanos de Europa, y la lealtad y libertad con las que son servidosremarían, por el contrario, sobre soledades y desiertos, sobre mendigos y bárbaros. Los reyes de Asia, movidos por una ciega pasión y por la ambición de ser más absolutos de lo que está permitido por las leyes de Dios y de la naturaleza, acaparan todo hasta que al final todo lo pierden; al desear excesivas riquezas, se encuentran sin ninguna o con muchas menos de las ambicionadas por su codicia. Si entre nosotros existiera el mismo gobierno, ¿dónde encontraríamos príncipes prelados o nobles burgueses opulentos y mercaderes prósperos, o ingeniosos artesanos? ¿Donde buscaríamos ciudades como París, Lyon, Toulouse Ruán o si lo preferís, Londres y tantas otras? ¿Dónde podríamos encontrar ese numero infinito de pequeñas ciudades y aldeas, todas esas hermosas casas de campo, esos campos y colinas primorosos, cultivados con tanto carino, arte y trabajo? ¿Qué sería de ¡os grandes ingresos que producen tanto a los súbditos como al soberano? A causa de su aire nocivo nuestras grandes ciudades se harían inhabitables, y caerían en la ruina sin despertar en nadie el deseo de detener su decadencia; nuestras colinas quedarían abandonadas y nuestras llanuras serían invadidas por espinos y malas hierbas o cubiertas por pestilentes cenagales» (Travels in the Moghul empire, pp. 232-3).

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más elevada meseta asiática. El riego artificial es aquí la condición p r i m e r a de la agricultura, y esto es cosa de las comunas, de las provincias o del gobierno central. Y u n gobierno oriental n u n c a tuvo m á s de t r e s d e p a r t a m e n t o s : finanzas (pillaje interno), guerra (pillaje i n t e r n o y en el exterior) y o b r a s públicas (cuidado de la reproducción) [ . . . ] E s t a fertilización artificial de la tierra, que cesó i n m e d i a t a m e n t e c u a n d o cayó en decadencia el sistema de riego, explica el hecho, p o r o t r a p a r t e 1 r-riese, de oue brandes extensiones, otrorr. b r i l l a n t e m ' n ' r tivadas, sean a h o r a desoladas y desnudas (Palmira, Petra, las ruinas del Yemen, distritos de Egipto, Persia e Indostán); explica el h e c h o de que u n a sola guerra devastadora p u d i e r a despoblar d u r a n t e siglos a u n país, despojándolo de toda su civilización» 30. Una s e m a n a después, Marx contestó m o s t r a n d o su acuerdo con la i m p o r t a n c i a de las obras públicas p a r a la sociedad asiática y s u b r a y a n d o la coexistencia con ellas de aldeas autosuficientes: «El carácter estacionario de esta p a r t e de Asia —a pesar de t o d o el m o v i m i e n t o sin sentido en la superficie política— se explica p l e n a m e n t e p o r dos circunstancias interdependientes: 1) las obras públicas eran cosa del gobierno central; 2) además, t o d o el imperio, sin c o n t a r las pocas y grandes ciudades, se dividía en aldeas, cada u n a de las cuales poseía u n a organización c o m p l e t a m e n t e separada y f o r m a b a u n p e q u e ñ o m u n d o c e r r a d o [ . . . ] E n algunas de estas comunidades, las tier r a s de la aldea se cultivan en común, y en la mayoría de los casos cada o c u p a n t e cultiva su p r o p i o predio. En su sociedad existe la esclavitud y el sistema de castas. Las tierras baldías están destinadas al p a s t o r e o común. Las esposas e h i j a s son las encargadas del t e j i d o e hilado domésticos. E s t a s repúblicas idílicas, que sólo g u a r d a b a n celosamente los límites de su aldea en c o n t r a de la aldea vecina, a ú n existen en f o r m a b a s t a n t e perfecta en las p a r t e s noroccidentales de la India, que sólo en fecha reciente cayeron en m a n o s inglesas. No creo que p u d i e r a imaginarse cimiento m á s sólido p a r a el e s t a n c a m i e n t o del desp o t i s m o asiático.» Y Marx añadía, de m o d o significativo: «En todo caso, parecen h a b e r sido los m a h o m e t a n o s los p r i m e r o s en establecer el principio de la "no p r o p i e d a d de la tierra a través de t o d a Asia» 31 . » K. Marx y F. Engels, Selected correspondence, p 82 Correspondencia, p. 62], Obsérvese que Engels habla aquí específicamente de «civin ZaC

>f"selected

correspondence,

pp. 85-6 [Correspondencia, pp. 64-5].

478 478 Dos notas En las m i s m a s fechas, Marx p r e s e n t ó al público sus comunes reflexiones en u n a serie de artículos escritos p a r a el New York Daily Tribune: «El clima y las condiciones del suelo, particularmente en los vastos espacios desérticos que se extienden desde el S a h a r a a través de Arabia, Persia, la India y Tartaria hasta las regiones m á s elevadas de la meseta asiática, convirtieron el sistema de irrigación artificial p o r m e d i o de canales y otras obras de riego en la base de la agricultura oriental. Al igual que en Egipto y en la India, las inundaciones son utilizadas p a r a fertilizar el suelo en Mesopotamia, Persia y o t r o s lugares; el alto nivel de las aguas sirve p a r a llenar los canales de riego. Esta necesidad elemental de u n uso económico y común del agua hizo que en Occidente los e m p r e s a r i o s privados se agrupasen en asociaciones voluntarias, como o c u r r i ó en Flandes e Italia; en Oriente, el b a j o nivel de civilización y lo extenso de los territorios impidieron que surgiesen asociaciones voluntarias e impusieron la intervención del p o d e r centralizad o r del gobierno. De aquí que todos los gobiernos asiáticos tuviesen que d e s e m p e ñ a r esa función económica: la organización de las obras públicas» 3 2 . Marx s u b r a y a b a a continuación que la base social de este gobierno era en la India «la unión patriarcal e n t r e la agricultura y la artesanía» en el «llamado vtllage system [ . . . ] que daba a cada u n a de esas pequeñas agrupaciones su organización a u t ó n o m a y su vida peculiar» 3 3 . El dominio británico había aplastado la s u p e r e s t r u c t u r a política del E s t a d o imperial mogol y ya estaba a t a c a n d o a la infrae s t r u c t u r a socioeconómica en la q u e aquél descansaba p o r medio de la introducción forzosa de la p r o p i e d a d p r i v a d a de la tierra: «Los propios zamindari y ryotwari, p o r execrables que sean, r e p r e s e n t a n dos f o r m a s distintas de propiedad privada de la tierra, tan ansiada p o r la sociedad asiática» 34. En u n pár r a f o dramático, lleno de pasión y elocuencia, Marx analizó las consecuencias históricas de la conquista del suelo asiático p o r Europa, que ya se hacían presentes: « [ . . . ] p o r muy lamentable que sea desde un p u n t o de vista h u m a n o ver c ó m o se desorganizan y disuelven esas decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; p o r triste que sea " Krule in México, 3) On On artículo

Mane y F. Engels, On colonialism, Moscú, 1960, p. 33: «The British India», artículo del 10 de junio de 1853 [Sobre el colonialismo, Pasado y Presente, 1979, p. 38], colonialism, p. 35 [ S o b r e el colonialismo, p 40] colonialism, p. 77: «The future results of British rule in India» del 22 de julio de 1853 [ S o b r e el colonialismo p 79]

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verlas sumidas en u n m a r de dolor, c o n t e m p l a r c ó m o cada u n o de sus m i e m b r o s va p e r d i e n d o a la vez sus viejas f o r m a s de civilización y sus medios tradicionales de subsistencia, no debemos olvidar al m i s m o tiempo que esas idílicas c o m u n i d a d e s rurales, p o r inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base p a r a el despotismo oriental; que restringieron el intelecto h u m a n o a los límites m á s estrechos, convirtiéndolo en u n i n s t r u m e n t o sumiso de la superstición, sometiéndolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica. No debemos olvid a r el b á r b a r o egoísmo que, concentrado en u n mísero pedazo de tierra, contemplaba t r a n q u i l a m e n t e la r u i n a de imperios enteros, la p e r p e t r a c i ó n de crueldades indecibles, el aniquilam i e n t o de la población de grandes ciudades, sin p r e s t a r a t o d o esto m á s atención q u e a los fenómenos de la naturaleza, y convirtiéndose a su vez en presa fácil p a r a cualquier agresor que se dignase f i j a r en él su atención» 3 5 . Marx añadía: «No deb e m o s olvidar que esas p e q u e ñ a s c o m u n i d a d e s e s t a b a n contam i n a d a s p o r las diferencias de casta y p o r la esclavitud, q u e sometían al h o m b r e a las circunstancias exteriores en lugar de hacerlo soberano de dichas circunstancias; q u e convirtieron su e s t a d o social, que se desarrollaba p o r sí solo, en u n destino n a t u r a l e inmutable» 3 6 . La correspondencia privada de Marx y sus artículos periodísticos de 1853 estaban, p o r tanto, m u y cerca de los principales t e m a s del tradicional c o m e n t a r i o e u r o p e o sobre la historia y la sociedad asiática, t a n t o p o r su t o n o como p o r su enfoque. Esta continuidad, reconocida desde el principio p o r la invocación a Bernier, resulta especialmente llamativa en la repetida afirmación de Marx relativa al a n q u i l o s a m i e n t o y a la inmutabilidad d e l m u n d o oriental. «La sociedad h i n d ú carece p o r completo de historia, o p o r lo menos de h i s t o r i a conocida» 37, escribió Marx, y pocos años después se refirió a China diciendo q u e vegetaba «a despecho de la época» 3 8 . Sin embargo, de t o d a su correspondencia con Engels p u e d e n deducirse dos p u n t o s principales, que t a m b i é n h a b í a n sido presagiados p a r c i a l m e n t e p o r la tradición anterior. El p r i m e r o era la noción de que las obras públicas de regadío, exigidas p o r la aridez del clima, ha* On colonialism, p. 36 [Sobre el colonialismo, » Ibid., p. 37 [p. 41]. 17 Ibid., p. 76 [p. 78]. » Ibid., p. 198 [p. 182].

p. 41].

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bían sido un d e t e r m i n a n t e básico de los estados despóticos centralizados de Asia, poseedores del monopolio de la tierra. Esta idea era, en efecto, la fusión de tres t e m a s q u e hasta entonces habían estado relativamente separados: la agricultura hidráulica (Smith), el destino geográfico (Montesquieu) y la propiedad estatal de la tierra (Bernier). A e s t o se añadía un segundo elemento temático con la a f i r m a c i ó n de que las células sociales básicas sobre las que se i m p l a n t a b a el despotism o oriental eran las c o m u n i d a d e s aldeanas autosuficientes que incorporaban la unión de la artesanía y el cultivo domésticos. E s t a concepción t a m b i é n había sido avanzada p o r la tradición a n t e r i o r (Hegel). Marx, cuya información procedía de los i n f o r m e s de la administración colonial británica en la India, le dio una nueva y más p r o m i n e n t e posición d e n t r o del esq u e m a general que había heredado. El E s t a d o hidráulico «por arriba» y la aldea a u t á r q u i c a «por abajo» se unían a h o r a en u n a sola f ó r m u l a , en la que existía u n equilibrio conceptual e n t r e ambos. Sin embargo, c u a t r o o cinco años después, c u a n d o Marx redactó los Grundrisse, esta última noción de «comunidad aldeana autosuficiente» f u e la que a d q u i r i ó u n a inconfundible función predominante en su análisis de lo que h a b r í a de llamar «modo de producción asiático». Pues Marx había llegado a pensar que la propiedad estatal del suelo en Oriente ocultaba la propiedad tribal comunal de aquél p o r las aldeas autosuficientes, que eran la realidad socioeconómica oculta tras la «unidad imaginaria» de los derechos del soberano déspota sobre la tier r a . «La unidad omnicomprensiva que está p o r encima de todas estas p e q u e ñ a s entidades c o m u n i t a r i a s puede a p a r e c e r como el propietario superior o c o m o el único propietario, de tal m o d o que las comunidades efectivas sólo aparecen como poseedores hereditarios [...] El déspota aparece aquí c o m o padre de las m u c h a s entidades comunitarias y realiza de esta f o r m a la c o m ú n u n i d a d de todas ellas. El p l u s p r o d u c t o pertenece entonces de p o r sí a esta u n i d a d s u p r e m a . Por lo tanto, en medio del d e s p o t i s m o oriental y de la carencia de propiedad a la que j u r í d i c a m e n t e parece conducir, existe de hecho, como f u n d a m e n t o , esta p r o p i e d a d c o m u n i t a r i a o tribal, prod u c t o sobre todo de u n a combinación de m a n u f a c t u r a y agricultura d e n t r o de la pequeña comunidad, q u e de ese m o d o se vuelve e n t e r a m e n t e self-sustaining (autosuficiente) y contiene en sí m i s m a todas las condiciones de la producción y de la

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plusproducción» 3 9 . Esta innovación temática venía acompañada de u n a extensión considerable del c a m p o de aplicación de la concepción de Marx de este m o d o de producción, que ya n o se ligaba tan d i r e c t a m e n t e a Asia. Así, Marx escribe a continuación: «Este tipo de propiedad comunitaria, en t a n t o se realiza realmente en el t r a b a j o , p u e d e a su vez a p a r e c e r de dos maneras: p o r u n lado, las p e q u e ñ a s c o m u n i d a d e s p u e d e n vegetar independientemente u n a al lado de la otra, y en ellas el individuo t r a b a j a independientemente, con su familia, en el lote que le h a sido asignado; o, p o r el o t r o lado, la u n i d a d p u e d e extenderse hasta incluir t a m b i é n el c a r á c t e r colectivo del trab a j o mismo, lo cual puede constituir un sistema formalizado, como en México, en especial en Perú, e n t r e los antiguos celtas, y algunas tribus de la India. Además, el carácter colectivo puede e s t a r p r e s e n t e en la t r i b u de m o d o que la u n i d a d esté repres e n t a d a p o r u n jefe de la familia tribal o como la relación recíproca e n t r e los p a d r e s de familia. Según esto, la entidad com u n i t a r i a t e n d r á u n a f o r m a m á s despótica o m á s democrática. E n consecuencia, las condiciones colectivas de la apropiación real a través del t r a b a j o , p o r ejemplo, los sistemas de regadío (muy i m p o r t a n t e s e n t r e los pueblos asiáticos), los sistemas de comunicación, etc., aparecen como o b r a de la u n i d a d superior, del gobierno despótico q u e flota p o r e n c i m a de las p e q u e ñ a s comunidades» 4 0 . Posiblemente, Marx creía que estos gobiernos despóticos reclutaban d e s t a c a m e n t o s de t r a b a j a d o r e s n o cualificados procedentes de sus poblaciones, a lo que llamaba «la «esclavitud general del Oriente» 4 1 (que n o hay q u e c o n f u n d i r , subrayaba Marx, con la esclavitud p r o p i a m e n t e dicha de la Antigüedad clásica en el Mediterráneo). En estas condiciones, en Asia las ciudades eran p o r lo general contingentes y superestructurales: «En estos casos, las ciudades p r o p i a m e n t e dichas surgen j u n t o a estas aldeas sólo en aquel p u n t o que es particul a r m e n t e favorable p a r a el comercio con el exterior o allí donde el g o b e r n a n t e y sus s á t r a p a s i n t e r c a m b i a n sus ingresos (plusproducto) p o r t r a b a j o , gastan esos ingresos como f o n d o s de t r a b a j o [ . . . ] La historia asiática es u n a especie de u n i d a d indiferenciada de ciudad y c a m p o (en este caso las ciudades verd a d e r a m e n t e g r a n d e s deben ser consideradas m e r a m e n t e como 39 Pre-capitalist economic jormations, 473 [Elementos, vol. 1, p. 435]). 40 Precapitalist economic jormations, 474 [Elementos, vol. 1, p. 435]). 41 Ibid., p. 95 (Grundrisse [Elementos,

pp. 69-70 (Grundrisse, pp. 472pp. 70-1 (Grundrisse, pp. 473vol. 1, p. 457]).

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c a m p a m e n t o señorial, c o m o u n a superfetación sobre la estruct u r a p r o p i a m e n t e económica)» 4 2 . En este p u n t o vuelve a ser p e r f e c t a m e n t e audible el eco de Bernier, q u e inspiró las prim e r a s reflexiones de Marx sobre el Oriente en 1853. El elemento nuevo y decisivo en los escritos de Marx de 1857-8 sobre lo q u e u n a ñ o después h a b r í a de designar form a l m e n t e , p o r p r i m e r a y única vez, c o m o «modo de producción asiático» 4 3 era la idea de q u e en Asia y en o t r a s p a r t e s existió u n a p r o p i e d a d tribal o comunal del suelo p o r aldeas autosuficientes, oculta p o r el velo oficial de la p r o p i e d a d estatal de la tier r a . Sin embargo, en sus escritos t e r m i n a d o s y publicados Marx n u n c a c o n f i r m ó explícitamente esta nueva concepción. Al contrario, en El capital volvió sustancialmente a las anteriores posiciones de su correspondencia con Engels, ya que, p o r u n a parte, subrayó u n a vez más, y con m á s fuerza q u e antes, la i m p o r t a n c i a de la peculiar e s t r u c t u r a de las c o m u n i d a d e s aldeanas de la India, que, según a f i r m a b a , e r a n el p r o t o t i p o de toda el Asia. Marx las describió de la siguiente f o r m a : «Esas antiquísimas y pequeñas entidades comunitarias indias, que en p a r t e todavía p e r d u r a n , se f u n d a n en la posesión comunal del suelo, en la asociación directa e n t r e la agricultura y el artes a n a d o y en u n a división f i j a del t r a b a j o [ . . . ] En distintas regiones de la India existen f o r m a s distintas de la entidad comunitaria. En la f o r m a más simple, la comunidad cultiva la tierra colectivamente y distribuye los p r o d u c t o s del suelo e n t r e sus m i e m b r o s , m i e n t r a s que cada familia practica el hilado, el tejido, etc., c o m o industria doméstica subsidiaria. Al lado de esta masa ocupada de m a n e r a s e m e j a n t e , e n c o n t r a m o s al "vecino principal", juez, policía y r e c a u d a d o r de impuestos, t o d o a la vez; el tenedor de libros, que lleva las cuentas acerca de los cultivos y registra y asienta en el c a t a s t r o todo lo relativo a los mismos; u n tercer funcionario, q u e persigue a los delincuentes y protege a los forasteros, a c o m p a ñ á n d o l o s de u n a aldea a la otra; el g u a r d a f r o n t e r a s , que vigila los límites e n t r e la c o m u n i d a d y las comunidades vecinas; el i n s p e c t o r de aguas, que distribuye, p a r a su u s o agrícola, el agua de los depósitos comunales; el b r a h m á n , q u e desempeña las funciones del culto 42 Ibid., pp. 71, 77-8 (Grundrisse, pp. 495, 474, 479 [ E l e m e n t o s , vol. 1 páginas 456, 436, 442]). 43 «A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués». «Preface» a Contribution to the critique of political economy, Londres, 1971 p 21 [Obras Escogidas, I, p. 374].

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asiático»

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religioso; el maestro, q u e enseña a los niños de la c o m u n i d a d a escribir y leer en la arena; el b r a h m á n del calendario, q u e e n su condición de astrólogo indica los m o m e n t o s propicios p a r a la siembra y la cosecha, así como las h o r a s favorables o desfavorables p a r a todos los d e m á s t r a b a j o s agrícolas; u n h e r r e r o y u n carpintero, que construyen y r e p a r a n i n s t r u m e n t o s de labranza; el alfarero, q u e p r o d u c e t o d a s las vasijas de la aldea; el b a r b e r o ; el lavandero, ocupado en la limpieza de las ropas; el platero, y aquí y allá el poeta, que en algunas c o m u n i d a d e s reemplaza al platero, en o t r a s al m a e s t r o . E s t a docena de personas se m a n t i e n e a expensas de toda la c o m u n i d a d . Si la población a u m e n t a , se asienta en tierras baldías u n a nueva comunidad organizada c o n f o r m e al p r o t o t i p o de la antigua» 4 4 . Hay que observar q u e este relato es casi p a l a b r a p o r p a l a b r a (incluso en el m i s m o orden de la lista de ocupaciones rústicas en la aldea, juez, inspector de aguas, b r a h m á n , astrólogo, herrero, carpintero, alfarero, b a r b e r o , lavandero, poeta) idéntico al de Hegel en La filosofía de la historia, antes citado. Los únicos cambios en las dramatis personae son u n a m a y o r extensión d e la lista y la sustitución del «médico, las bailarinas y el músico» de Hegel p o r los m á s prosaicos « g u a r d a f r o n t e r a s , p l a t e r o y maestro» de Marx 4 5 . Las conclusiones políticas q u e Marx d e d u j o de su miniaturizado d i o r a m a social r e c o r d a b a n con idéntica exactitud las q u e Hegel h a b í a p r o p u e s t o t r e i n t a y cinco años antes: la plétora sin f o r m a de aldeas autosuficientes, con su unión de artesanía y agricultura, y el cultivo colectivo e r a la base social de la i n m u t a b i l i d a d asiática, p o r q u e las inalterables comunidades aldeanas q u e d a b a n aisladas de los destinos del E s t a d o sit u a d o p o r encima de ellas. «El sencillo o r g a n i s m o productivo de estas entidades comunitarias autosuficientes, q u e se reproducen s i e m p r e en la m i s m a f o r m a y que c u a n d o son ocasionalm e n t e d e s t r u i d a s se reconstruyen en el m i s m o lugar, con el m i s m o n o m b r e , p r o p o r c i o n a la clave que explica el misterio de la inmutabilidad de las sociedades asiáticas, t a n sorprendentem e n t e c o n t r a s t a d a p o r la constante disolución y f o r m a c i ó n de Estados asiáticos y el c a m b i o incesante de dinastías. Las tem44

Capital, i, pp. 357-8 [El capital, I, pp. 434-36]. Como es obvio, Hegel y Marx utilizaban alguna fuente común. Louis Dumont ha señalado que el paradigma original de estas descripciones estereotipadas era un informe de Munro del año 1806: véase «The "village community" from Munro to Maine», Contributions to Indian Sociology, ix, diciembre de 1966, pp. 70-3. El relato de Munro fue constantemente reiterado y ampliado durante las décadas siguientes. 45

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pestades en la región política de las nubes d e j a n indemne la e s t r u c t u r a de los elementos f u n d a m e n t a l e s económicos de la sociedad» 4 6 . Por o t r a parte, m i e n t r a s Marx sostenía que estas aldeas se caracterizaban p o r la posesión común de la tierra y, a m e n u d o , p o r su cultivo colectivo, ya n o a f i r m a b a que en ellas se e n c a r n a b a la propiedad comunal o tribal del suelo. Por el contrario, ahora volvía a la r e a f i r m a c i ó n abierta e inequívoca de su p r i m e r a posición, según la cual las sociedades asiáticas se definían esencialmente p o r la propiedad estatal de la tierra. «Si n o es el t e r r a t e n i e n t e privado sino, como sucede en Asia, el E s t a d o quien los e n f r e n t a d i r e c t a m e n t e como t e r r a t e n i e n t e y a la vez c o m o soberano, entonces coinciden la r e n t a y el impuesto o, m e j o r dicho, n o existe entonces ningún i m p u e s t o que difiera de esta f o r m a de la r e n t a de la tierra. En estas circunstancias, la relación de dependencia, t a n t o en lo político c o m o en lo económico, n o necesita poseer ninguna f o r m a m á s d u r a que la que le es c o m ú n a cualquier condición de súbditos con respecto a ese Estado. El Estado, en este caso, es el s u p r e m o terrateniente. La soberanía es aquí la propiedad del suelo conc e n t r a d a en escala nacional. Pero, en cambio, no existe la propiedad privada de la tierra, a u n q u e sí la posesión y u s u f r u c t o , t a n t o privados como comunitarios, del suelo» 4 7 . Así pues, el Marx m a d u r o de El capital permanecía sustancialmente fiel a la clásica imagen europea de Asia, que había h e r e d a d o de u n a larga serie de predecesores. Quedan todavía p o r considerar las ú l t i m a s e informales intervenciones de Marx y Engels relacionadas con el t e m a del «despotismo oriental». Puede a f i r m a r s e desde el principio q u e p r á c t i c a m e n t e todas estas f r a s e s posteriores a El capital —la mayor p a r t e de ellas se e n c u e n t r a n en su correspondencia— vuelven de nuevo al t e m a característico de los Grundrisse: vinculan u n a y o t r a vez la propiedad comunal de la tierra p o r las aldeas autosuficientes con el despotismo asiático centralizado y a f i r m a n q u e aquélla es la base socioeconómica de éste. Así Marx, en los b o r r a d o r e s de sus cartas a Zasúlich de 1881, al definir a la c o m u n i d a d del mir r u s o b a j o el z a r i s m o como de u n tipo en el que «la propiedad de la tierra es comunal, p e r o cada campesino cultiva p o r cuenta propia su propia parcela» a f i r m a : «El aislamiento de las comunidades aldeanas, la falta de vínculos e n t r e ellas, e n t r e esos microcosmos ligados " Capital, " Capital,

I, p. 358 [El capital, I, p. 436], III, pp. 771-2 [ £ / capital, III, p. 1006],

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localmente, no es en todas p a r t e s una característica intrínseca del ú l t i m o de los tipos primitivos. Sin embargo, c u a n d o se da p e r m i t e la aparición de u n d e s p o t i s m o central situado p o r encima de las comunidades» 4 8 . Engels, p o r su parte, r e p r o d u j o en dos ocasiones el m i s m o tema. En 1875, m u c h o antes de la correspondencia de Marx con Zasúlich, Engels había escrito en un artículo sobre Rusia: «El completo aislamiento de estas comunidades, que crea en el c a m p o intereses idénticos, p e r o en m o d o alguno comunes, es la base n a t u r a l del despotismo oriental: desde la India h a s t a Rusia, dondequiera que h a pred o m i n a d o esta f o r m a social, ha e n g e n d r a d o a ese E s t a d o como su complemento» 4 9 . En 1882, en u n m a n u s c r i t o n o publicado sobre la época f r a n c a en la historia de E u r o p a occidental, Engels señaló de nuevo: «Allí donde el E s t a d o aparece en u n a época en que la c o m u n i d a d aldeana cultiva su tierra en común o, p o r lo menos, la r e p a r t e t e m p o r a l m e n t e e n t r e las diferentes familias y, p o r consiguiente, donde todavía n o ha aparecido la propiedad privada del suelo —como ocurrió con los pueblos arios de Asia y con los rusos—, el p o d e r estatal a d o p t a la form a de u n despotismo» 5 0 . Finalmente, en la principal de sus obras publicadas de esta época Engels r e a f i r m ó las dos ideas que desde el principio h a b í a n distinguido con m á s fuerza sus comunes reflexiones con Marx. Por u n a p a r t e , Engels r e i t e r a —después de un lapso de dos décadas— la i m p o r t a n c i a de las o b r a s hidráulicas p a r a la f o r m a c i ó n de los estados despóticos de Asia. «Los m u c h o s despotismos que h a n aparecido y desaparecido en Persia y la India sabían siempre muy bien q u e e r a n a n t e todo los e m p r e s a r i o s colectivos de la irrigación de los valles fluviales, sin la cual no es posible la agricultura en esas regiones» 5*. Al m i s m o tiempo, Engels insiste u n a vez más en la típica subsistencia, p o r d e b a j o de los despotismos asiáticos, de las c o m u n i d a d e s de aldea con propiedad colectiva de la tierra. Al c o m e n t a r que «en t o d o el Oriente [ . . . ] la comunidad [ a l d e a n a ] o el E s t a d o son propietarios del suelo» 5 2 , Engels a ñ a d e que la f o r m a m á s antigua de estas c o m u n i d a d e s —precis a m e n t e aquellas a las que atribuye la propiedad comunal de " Estas observaciones están tomadas del segundo borrador de la carta a Zasúlich; se reproducen en los textos complementarios de Pre-capitalist economic formations, p. 143. " Marx-Engels, Werke, vol. 18, p. 563. » Werke, vol. 19, p. 475. 51 Anti-Dühring, Moscú, 1947, p. 215 [Anti-Dühring, Barcelona, Critica, 1977, p. 185]. » Ibid., p. 211 [p. 182].

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la tierra— constituye el f u n d a m e n t o del despotismo: «Las viej a s comunidades primitivas, d o n d e subsistieron a p e s a r de todo, constituyen precisamente desde hace milenios el f u n d a m e n t o de la m á s grosera f o r m a de Estado, el despotismo oriental, desde la India h a s t a Rusia» 5 3 . E s t a a f i r m a c i ó n categórica p u e d e c e r r a r n u e s t r o examen de las opiniones q u e sobre la historia y la sociedad asiática tenían los f u n d a d o r e s del m a t e r i a l i s m o histórico. Para resumirlas, es evidente que la negativa de Marx a generalizar, m á s allá de E u r o p a , el m o d o de producción feudal tenía su c o r r e l a t o en la convicción positiva, c o m p a r t i d a p o r Engels, de q u e existía u n específico «modo de producción asiático», característico del Oriente, q u e le s e p a r a b a histórica y sociológicamente de Occidente. La nota central de este m o d o de producción, que le distinguía i n m e d i a t a m e n t e del feudalismo, era la ausencia de propiedad privada de la tierra. Para Marx, ésta era la p r i m e r a «clave» de toda la e s t r u c t u r a del m o d o de producción asiático. Engels atribuía esta falta de p r o p i e d a d agraria individual a la aridez del clima, q u e exigía grandes o b r a s de regadío y, p o r tanto, la supervisión p o r el E s t a d o de las fuerzas de producción. Marx acarició d u r a n t e u n t i e m p o la hipótesis de q u e había sido i n t r o d u c i d a en Oriente p o r la conquista islámica, p e r o después a d o p t ó t a m b i é n la tesis de Engels de q u e la agric u l t u r a hidráulica era p r o b a b l e m e n t e la base geográfica de la ausencia de propiedad privada de la tierra que distinguía al m o d o de producción asiático. Más tarde, sin embargo, llegó a creer en los Grundrisse q u e la propiedad estatal del suelo ocultaba en el Oriente u n a propiedad tribal-comunal de aquél p o r aldeas autosuficientes. E n El capital, Marx a b a n d o n ó esta idea, rea f i r m a n d o el tradicional axioma e u r o p e o del monopolio estatal de la tierra en Asia, a la p a r q u e m a n t e n í a su convicción sobre la i m p o r t a n c i a de las comunidades r u r a l e s cerradas como base de la sociedad oriental. Sin embargo, en las dos décadas q u e siguen a la publicación de El capital, Marx y Engels volvieron a la idea de que la base social del despotismo oriental era la comunidad aldeana autosuficiente con propiedad agraria comunal. Debido a todas estas oscilaciones, n o es posible deducir de sus escritos ningún análisis coherente o sistemático del «modo de producción asiático». Pero, teniendo e s t o en cuenta, el b o s q u e j o de lo que Marx creía que era el a r q u e t i p o de la f o r m a c i ó n social asiática incluye los siguientes elementos fun-

" Ibid., p. 217 [p. 187],

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damentales: la ausencia de propiedad privada de la tierra, la presencia de grandes sistemas de regadío en la agricultura, la existencia de c o m u n i d a d e s de aldea a u t á r q u i c a s q u e c o m b i n a n la artesanía con el cultivo y la propiedad comunal del suelo, el e s t a n c a m i e n t o de u n a s ciudades pasivamente rentistas o burocráticas y la dominación de u n a despótica m á q u i n a de Estado que a c a p a r a el grueso del excedente y f u n c i o n a n o sólo como a p a r a t o central de represión de la clase dominante, sino como su principal i n s t r u m e n t o de explotación económica. Entre las aldeas que se r e p r o d u c e n a sí m i s m a s «por abajo» y el E s t a d o h i p e r t r o f i a d o «por arriba» n o existe ninguna fuerza intermedia. El i m p a c t o del E s t a d o sobre el mosaico de aldeas situadas b a j o él es p u r a m e n t e externo y t r i b u t a r i o ; t a n t o su consolidación como su destrucción n o afectan p a r a n a d a a la sociedad rural. La historia política de Oriente es, p o r tanto, esencialmente cíclica: n o contiene ningún desarrollo dinámico o acumulativo. El r e s u l t a d o es la inercia e inmutabilidad secular de Asia u n a vez que h a alcanzado su específico nivel de civilización.

III El concepto de «modo de producción asiático» de Marx h a cob r a d o recientemente u n a fuerza notable: m u c h o s escritores, conscientes del callejón sin salida al que conduce u n feudalism o casi universal, lo h a n recibido como la emancipación teórica de u n e s q u e m a excesivamente rígido y lineal del desarrollo histórico. Tras h a b e r caído en el olvido d u r a n t e u n largo período, el «modo de producción asiático» h a alcanzado en la actualidad nueva f o r t u n a 5 4 . P a r a lo que nos p r o p o n e m o s en esta nota, es evidente que la ocupación o t o m a n a de los Balcanes plantea a todo estudio m a r x i s t a de historia incluso puram e n t e europea el p r o b l e m a de saber si ese concepto es u n a guía válida p a r a el E s t a d o t u r c o que existió en el m i s m o continente a la espalda del feudalismo. La función original del concepto de Marx está b a s t a n t e clara: esencialmente está destinado a explicar la incapacidad de las grandes civilizaciones S4 Dos volúmenes ofrecen buena muestra de ello: el amplio simposio de ensayos Sur le «mode de production asiatique», París, 1969, que contiene una bibliografía de otras muchas contribuciones a este tema; y la visión general de G Sofri, II modo de produzione asiatico, Turín, 1969 [El modo de producción asiático, Barcelona, Península, 1971].

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no europeas de su propio tiempo —a p e s a r de su altísimo nivel de realizaciones culturales— p a r a evolucionar hacia el capitalismo, como había hecho E u r o p a . Los despotismos orientales en los que Marx inicialmente p e n s a b a e r a n los imperios asiáticos recientes o c o n t e m p o r á n e o s de Turquía, Persia, India y China, es decir, aquellos que ya habían sido el núcleo del estudio de Jones. En realidad, la m a y o r p a r t e de sus datos están t o m a d o s del único caso de la India mogol, destruida cien años antes p o r los británicos. Sin embargo, en los p á r r a f o s algo posteriores de los Grundrisse, Marx procedió a extender su aplicación del «asiatismo» a u n a gama m u y diferente de sociedades, todas ellas situadas f u e r a de Asia, especialmente a las formaciones sociales a m e r i c a n a s de México y Perú antes de la conquista española e incluso a los celtas y a o t r a s sociedades tribales. La razón de este deslizamiento conceptual es evidente a p a r t i r de los m i s m o s b o r r a d o r e s de los Grundrisse. Marx había llegado a creer que la realidad f u n d a m e n t a l del m o d o de producción «asiático» no era la p r o p i e d a d estatal de la tierra, ni las obras hidráulicas centralizadas o el despotismo político, sino la «propiedad tribal o comunal» de la tierra en aldeas autosuficientes q u e c o m b i n a b a n la artesanía y la agricultura. E n el m a r c o de este e s q u e m a original, todo el hincapié de su interés había p a s a d o del E s t a d o b u r o c r á t i c o a las aldeas autárquicas. Una vez que estas últimas h a b í a n sido definidas como «tribales» y adscritas a u n sistema comunal, m á s o m e n o s igualitario, de producción y propiedad, se abrió la vía p a r a u n a extensión indefinida del concepto de m o d o de producción asiático a sociedades de u n tipo t o t a l m e n t e distinto al de aquellas p a r a las que inicialmente parecía destinado p o r Marx y Engels en su correspondencia, es decir, a sociedades que n o e r a n ni «orientales» en su ubicación ni relativamente «civilizadas» en su desarrollo. E n El capital, Marx d u d ó acerca de la lógica de esta evolución y, en parte, volvió de nuevo a sus concepciones originales. A p a r t i r de entonces, sin embargo, t a n t o Engels c o m o Marx desarrollaron los temas de la propiedad comunal o tribal de las aldeas autosuficientes c o m o f u n d a m e n t o de los Estados despóticos, sin m á s matizaciones. En la actualidad, es evidente q u e la discusión y utilización c o n t e m p o r á n e a s del concepto de m o d o de producción asiático se h a n c e n t r a d o a m p l i a m e n t e en los b o r r a d o r e s de 1857-58 y en sus dispersas secuelas de 1875-82, y al hacerlo así se ha tendido a radicalizar las tendencias c e n t r í f u g a s del concepto que aparecieron p o r vez p r i m e r a en los Grundrisse. Efectiva-

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mente, el concepto se h a extendido en dos direcciones diferentes. Por u n a parte, se h a proyectado hacia atrás, h a s t a incluir a las sociedades antiguas de Oriente Medio y del Mediterráneo, anteriores a la época clásica: la Mesopotamia sumeria, el Egipto faraónico, la Anatolia hitita, la Grecia micénica o la Italia etrusca. Este uso del concepto conserva su hincapié original en u n poderoso E s t a d o centralizado y, a m e n u d o , en la agricultura hidráulica, y se c e n t r a en la «esclavitud generalizada» p o r la presencia de d e s t a c a m e n t o s de t r a b a j a d o r e s forzados y no cualificados, reclutados de e n t r e las primitivas poblaciones rurales p o r u n p o d e r b u r o c r á t i c o superior situado p o r encima de ellas 5 5 . Al m i s m o tiempo, h a tenido lugar u n a segunda ampliación del concepto en u n a dirección diferente. El «modo de producción asiático» t a m b i é n se h a a m p l i a d o p a r a a b a r c a r a las p r i m e r a s organizaciones estatales de formaciones sociales tribales o semitribales, con u n nivel de civilización m u c h o m á s b a j o del que tenía la Antigüedad preclásica: las islas de Polinesia, los cacicazgos africanos, los asentamientos amerindios. E s t a utilización s u p r i m e n o r m a l m e n t e todo hincapié en las grandes o b r a s de regadío o en u n E s t a d o p a r t i c u l a r m e n t e despótico y se c e n t r a esencialmente en la supervivencia de las relaciones de parentesco, de la propiedad r u r a l comunal y de aldeas u n i d a s y autosuficientes. Todo este m o d o de p r o d u c c i ó n se considera como de «transición» e n t r e u n a sociedad sin clases y o t r a clasista pero q u e conserva m u c h o s rasgos de la anterior 5 6 . El r e s u l t a d o de estas dos tendencias h a sido u n a enor55 El mejor ejemplo de esta tendencia es el estudio de Charles Parain, «Proto-histoire mediterranéenne et mode de production asiatique», en Sur le «mode de production asiatique», pp. 169-94, que examina las formaciones sociales megalítica, creto-micénica y etrusca; ensayo lleno de interés, incluso cuando es imposible estar de acuerdo con sus clasificaciones básicas. . . 56 Dentro de esta corriente, la aportación mas importante la constituyen los dos estudios de Maurice Godelier, «La notion de "mode de production asiatique" et les schémas marxistes d'evolution des societes», en Sur le «mode de production asiatique», pp. 47-100, y el largo «Preface» a Sur les sociétés pré-capitalistes: textes choisis de Marx, Engels, Lenine, París 1970 especialmente pp. 105-42 [Sobre el modo de producción asiático Barcelona, Martínez Roca, 1977, y Teoría marxista de las sociedades precapitalistas, Barcelona, Laia 1977], Este último texto contiene también el análisis más escrupuloso y penetrante de la evolución del pensamiento de Marx y Engels sobre el problema de las sociedades «orientales» (paginas 13-104). Las conclusiones taxonómicas de las obras de Godelier son, sin embargo, insostenibles. Al situar el «modo de producción asiatico» como eje de las sociedades tribales en su paso de formas acétalas de organización a formas estatales y, por tanto, al llevar a esta nocion enormemente hacia atrás en el «tiempo», Godelier se ve obligado, paradoji-

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m e inflación del alcance del m o d o de producción asiático; cronológicamente hacia atrás, h a s t a los p r i m e r o s albores de la h u m a n i d a d , y geográficamente hacia el exterior, h a s t a el extrem o m á s lejano de la organización tribal. La consiguiente mezcolanza suprahistórica desafía todos los principios científicos de clasificación. Un «asiatismo» u b i c u o n o r e p r e s e n t a ningún avance sobre u n «feudalismo» universal: en realidad es incluso u n t é r m i n o menos riguroso. ¿Qué u n i d a d histórica seria existe e n t r e la China Ming y la I r l a n d a megalítica, e n t r e el Egipto faraónico y Hawaii? Es p e r f e c t a m e n t e claro que estas formaciones sociales están increíblemente lejos las u n a s de las otras. Las sociedades tribales de Melanesia y Africa, con sus técnicas r u d i m e n t a r i a s de producción, su p r o d u c c i ó n y su excedente mínimos, su ausencia de cultura escrita, son los polos opuestos de las grandes y sofisticadas (Hochkulturen) del Oriente Medio de la Antigüedad. E s t a s r e p r e s e n t a n , a su vez, u n nivel m a n i f i e s t a m e n t e distinto de desarrollo histórico del alcanzado p o r las civilizaciones de Oriente en la p r i m e r a época m o d e r n a , s e p a r a d a s de ellas, en los milenios intermedios, p o r grandes revoluciones en la tecnología, la demografía, la guerra, la religión y la cultura. Mezclar f o r m a s y épocas históricas tan inconmens u r a b l e m e n t e distintas b a j o u n a sola r ú b r i c a 5 7 es a c a b a r en la m i s m a reductio ad absurdum a la que conducía la extensión indefinida del feudalismo: si t a n t a s y tan diferentes formaciones sociales, de niveles de civilización tan opuestos, se concent r a n en u n solo m o d o de producción, las divisiones y cambios f u n d a m e n t a l e s de la historia d e b e r á n deducirse de o t r a f u e n t e ,

camente, a acabar definiendo una vez más las civilizaciones de China y !? , I n d l a e n l a é P ° c a moderna como «feudales», aunque con algunas dudas, para poder distinguirlas de las anteriores. La lógica de su procedimiento impone esta solución, cuya aporía ya se ha señalado antes a pesar de su evidente desconfianza en ella: véase Sur le «mode de production asiatique», pp. 90-1; Sur les sociétés pré-capitalistes, pp. 136137. Por lo demás, y una vez desembarazado de todo el inadecuado marco del «asiatismo», el estudio antropológico de Godelier sobre las diferentes fases y formas de transición de las formaciones sociales tribales hacia las estructuras estatales centralizadas es muy revelador. 57 La forma más extrema de este confusionismo no es, por supuesto obra de ningún marxista, sino de un superviviente más o menos spencenano: K. Wittfogel, Oriental despotism, New Haven 1957 [Despotismo oriental, Madrid. Guadarrama, 1966], En este parloteo vulgar, desprovisto de todo sentido histórico, se mezclan sin orden ni concierto la Roma imperial, la Rusia zarista, la Arizona hopi, la China Sung el Africa onental chaggan, el Egipto mameluco el Perú inca, la Turquía otomana y la Mesopotamia sumeria, por no hablar ya de Bizancio y Babilonia o de Persia y Hawaii.

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que n o t e n d r á n a d a q u e ver con la concepción m a r x i s t a de los modos de producción. La inflación de las ideas, como la d e las monedas, conduce ú n i c a m e n t e a su devaluación. La licencia p a r a la p o s t e r i o r acuñación de asiatismos hay que buscarla, sin embargo, en el propio Marx. Su cambio gradual de acento del E s t a d o oriental despótico a la c o m u n i d a d aldeana autosuficiente f u e lo que hizo posible el descubrimiento del m i s m o m o d o de p r o d u c c i ó n en sociedades no asiáticas, a las que inicialmente Marx n o se había referido. Cuando el peso de su análisis se t r a n s f i r i ó desde la u n i d a d «ideal» del E s t a d o a los f u n d a m e n t o s «reales» de la p r o p i e d a d comunaltribal en las aldeas igualitarias, i m p e r c e p t i b l e m e n t e se hizo nat u r a l la clasificación de las formaciones sociales tribales o de los Estados antiguos, de economía r u r a l relativamente primitiva, en la m i s m a categoría q u e las civilizaciones m o d e r n a s p o r las que Marx y Engels h a b í a n comenzado: el p r o p i o Marx, como ya hemos visto, f u e el p r i m e r o en h a c e r esto. Las posteriores confusiones teóricas e historiográficas a p u n t a n indiscutiblemente a toda la noción de «aldea autosuficiente», con su «propiedad comunal», como principal defecto empírico de la construcción de Marx. E n esta concepción, los elementos fundamentales de la «aldea autosuficiente» eran: unión de artesanía doméstica y agricultura; ausencia de i n t e r c a m b i o de mercancías con el m u n d o exterior y, de ahí, aislamiento y distancia respecto a los a s u n t o s de Estado; p r o p i e d a d c o m ú n de la tierra y en algunos casos cultivo c o m ú n del suelo. La creencia de Marx en la palingénesis de estas c o m u n i d a d e s rurales y en sus igualitarios sistemas de p r o p i e d a d se b a s a b a casi enteram e n t e en su e s t u d i o de la India, desde d o n d e los administradores ingleses h a b í a n i n f o r m a d o de su existencia t r a s la conq u i s t a del subcontinente p o r G r a n Bretaña. E n realidad, sin embargo, n o hay ninguna p r u e b a histórica de q u e la p r o p i e d a d comunal haya existido alguna vez en la India, en el p e r í o d o mogol o después 5 8 . Los relatos ingleses en los q u e Marx se b a s a b a eran p r o d u c t o de e r r o r e s y confusiones coloniales. Además, el cultivo en c o m ú n p o r los h a b i t a n t e s de las aldeas e r a u n a leyenda; en la p r i m e r a época m o d e r n a , el cultivo siempre f u e individual 5 9 . Por o t r a parte, lejos de ser igualitarias, las aldeas indias siempre estuvieron p r o f u n d a m e n t e divididas en » Véase Daniel Thorne, «Marx on India and the asiatic mode of production», Contributions to lndian Sociology, ix, diciembre de lvoo, página 57; un artículo serio y saludable. 59 Thorner, op. cit., p. 57.

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castas, y la posible coposesión de la tierra se limitaba a las castas superiores, q u e explotaban a las inferiores como labradores a r r e n d a t a r i o s 6 0 . En 1853, a raíz de sus p r i m e r o s comentarios sobre el sistema indio de aldeas, Marx había m e n c i o n a d o de p a s a d a que «en ellas existían la esclavitud y el sistema de castas» y que «estaban c o n t a m i n a d a s p o r las diferencias de casta y p o r la esclavitud», p e r o n o parece que concediera nunca demasiada i m p o r t a n c i a a estas «contaminaciones» de lo que en los m i s m o s p á r r a f o s describía como «inofensivos organismos sociales» 6 1 . Después de eso, Marx ignoró casi p o r completo la e s t r u c t u r a del sistema h i n d ú de castas, que era p r e c i s a m e n t e el m e c a n i s m o social básico de la estratificación de clase en la India tradicional. Sus posteriores análisis de estas «comunidades aldeanas autosuficientes» carecen efectivamente de toda referencia a ella. Aunque Marx creía que en estas aldeas de la India o de Rusia existía u n a dirección política hereditaria de tipo «patriarcal», todo en el sentido de su análisis — m a n i f e s t a d o expres a m e n t e en su correspondencia con Zasúlich en la década de 1880, en la que a p r o b ó la idea de u n a transición directa de la c o m u n a aldeana r u s a al socialismo— era que el c a r á c t e r f u n d a m e n t a l de las comunidades rurales autosuficientes e r a u n primitivo igualitarismo económico. E s t a ilusión era, p o r lo menos, extraña, ya que Hegel —a quien Marx seguía tan de cerca en sus análisis de la India— f u e m u c h o m á s consciente que el propio Marx de la b r u t a l omnipresencia de las desigualdades y de la explotación de las castas. La filosofía de la historia consagra u n a vivida sección a un t e m a sobre el que los Grundrisse y El capital g u a r d a n silencio 6 2 . En realidad, el sistema de castas hacía de las aldeas indias —antes y d u r a n t e la vida de Marx— u n a de las más radicales negaciones de la comuni60

Louis Dumont, «The "village community" from Munro to Maine» ? * ' ? 76 : 8 °; irfan Habib, The agrarian system of Mughal India (15561707), Londres, 1963, pp. 119-24. Véanse pp. 489, 491. «The philosophy of history, pp. 160-61. Hegel afirmaba con toda tranquilidad que «en la vida civil la igualdad es algo absolutamente imposible» y que «este principio nos lleva a resignarnos con la variedad de ocupaciones y con las diferencias entre las clases a ias que aquellas se confian», pero, a pesar de esto, no podía contener su repulsa contra el sistema indio de castas en el que «el individuo pertenece a una clase por nacimiento y está atado a ella de por vida. Toda la concreta vitalidad que produce su aparición se hunde de nuevo en la muerte Una cadena aprisiona la vida que precisamente estaba a punto de romper» g na

El «modo de producción asiático» 255 dad «inofensiva» y bucólica y de la igualdad social que p o d r í a n e n c o n t r a r s e en t o d o el m u n d o . Por o t r a parte, las aldeas rurales de la India n u n c a estuvieron r e a l m e n t e «separadas» del Estado ni «aisladas» de su control. El monopolio imperial de la tierra en la India del p e r í o d o mogol se llevaba a la práctica p o r medio de u n sistema fiscal que extraía de los campesinos f u e r t e s i m p u e s t o s p a r a el Estado, la m a y o r p a r t e de ellos pagaderos en d i n e r o o en cultivos comerciales que se revendían p o s t e r i o r m e n t e p o r el Estado, con lo que se limitaba la autarquía «económica» de las m á s humildes c o m u n i d a d e s rurales. Además las aldeas indias s i e m p r e estuvieron administrativam e n t e s u b o r d i n a d a s al E s t a d o central a través del nombramiento de sus cabecillas « Así pues, lejos de ser «indiferentes» al dominio mogol situado p o r encima de él, el c a m p e s i n a d o indio acabó levantándose en grandes jacqueries c o n t r a su opresión y acelerando d i r e c t a m e n t e su caída. La autosuficiencia, la igualdad y el aislamiento de las com u n i d a d e s aldeanas de la India siempre f u e r o n u n mito; el sistema de castas en su interior, y el E s t a d o p o r encima de ellas, los hacían imposibles 6 4 . La falsedad empírica de la imagen que Marx tenía de las comunidades aldeanas de la India podría h a b e r s e adivinado, n a t u r a l m e n t e , a p a r t i r de la contradicción teórica que introducía en la noción de m o d o de producción asiático. E n efecto, d e a c u e r d o con los principios m a s elementales del m a t e r i a l i s m o histórico, la presencia de u n Est a d o p o d e r o s o y centralizado p r e s u p o n e u n a estratificación de clase m u y desarrollada, m i e n t r a s que el p r e d o m i n i o de la propiedad aldeana comunal implica u n a e s t r u c t u r a social practi" «En todo el país, los componentes del grupo superior de las aldeas eran aliados del Estado y cobeneficiarios del sistema de idos todas las aldeas, el estrato inferior se componía de i n t o c a b l e s , exprimidos duramente hasta el mismo punto de subsistencia. La e x p l o t a c i o n extenor a la aldea estaba sancionada por la fuerza militar, y la explotación dentro de la aldea lo estaba por el sistema de castas y por sus sanciones religfosas» Angus Maddison, Economic growth and class structure: India Ind Pakistan since the Moghuls, Londres 1971 p. 27. Véanse los estudios de Dumont, «The "village community" from Munro to Mame», pp. 74-S, 88 y Habib, The agrarian system of mughal India pp. 328-J». « E n realidad, podría decirse que el único elemento e x a c t o de la imagen que Marx tenía de las aldeas indias era su combinación ^ a r t e sanía v cultivo, pero este rasgo es común a la p r a c t i c a totalidad de las comunidades rurales preindustriales del mundo cualquiera » modo de producción, y no revela nada especifico sobre la agncultura a s i á t i c a Además en la India esta combinación no excluía un c o n s i d e r a b l e f n í e r c a m W o mercantU fuera de las aldeas, además del modelo domestico de trabajo.

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c a m e n t e preclasista o sin clases. ¿Cómo podrían combinarse a m b o s en la práctica? Además, la p r i m e r a insistencia de Marx y Engels en la i m p o r t a n c i a de las obras públicas de regadío a cargo del E s t a d o despótico e r a t o t a l m e n t e incompatible con su p o s t e r i o r hincapié en la a u t o n o m í a y la autosuficiencia de las c o m u n i d a d e s de aldea, ya q u e la p r i m e r a implicaba precisam e n t e la intervención directa del E s t a d o central en el ciclo productivo de las aldeas, es decir, la antítesis m á s radical de su aislamiento e independencia económicos 6 5 . Así pues, la combinación de u n E s t a d o f u e r t e y despótico con u n a s c o m u n a s aldeanas igualitarias es i n t r í n s e c a m e n t e improbable; política, social y e c o n ó m i c a m e n t e se excluyen el u n o al otro. Siempre que surge u n poderoso E s t a d o central, existe u n a diferenciación social avanzada y u n a c o m p l e j a m a r a ñ a de explotación y desigualdad que alcanza a las m á s b a j a s unidades de producción. Los dogmas de la «propiedad tribal» o «comunal» y de las «aldeas autosuficientes», que p r e p a r a r o n el camino a la posterior inflación del m o d o de producción asiático, no p u e d e n sobrevivir a u n examen crítico. Su eliminación libera al exam e n de este t e m a de la falsa p r o b l e m á t i c a de las formaciones sociales tribales o antiguas. Volvemos así al núcleo original de los estudios de Marx: los grandes imperios de Asia en la prim e r a época m o d e r n a . Estos f u e r o n los despotismos orientales —caracterizados p o r la ausencia de propiedad privada de la tierra— que constituyeron el p u n t o de p a r t i d a de la correspondencia e n t r e Marx y Engels sobre los p r o b l e m a s de la historia de Asia. Si las «comunidades de aldea» desaparecen b a j o la crítica de la m o d e r n a historiografía, ¿cuál es el veredicto de ésta sobre el « E s t a d o hidráulico»? Pues es preciso r e c o r d a r aquí que las dos n o t a s f u n d a m e n tales del E s t a d o oriental señaladas p o r Engels y Marx eran la ausencia de p r o p i e d a d privada de la tierra y la presencia de o b r a s públicas hidráulicas en gran escala. La u n a p r e s u p o n í a a la o t r a p o r q u e la construcción estatal de grandes sistemas de regadío era lo que hacía posible el monopolio de la tierra p o r el soberano. La interconexión de a m b o s constituía el fun65 Thomer señala una nueva contradicción: Marx creía que la propiedad comunal india era la forma de propiedad rural más antigua del mundo, y la que ofrecía el punto de partida y la clave de todos les tipos posteriores de desarrollo de las aldeas; y, sin embargo, sostenía que las aldeas de la India eran esencialmente inmóviles y carentes de evolución, con lo que cerraba así su propio círculo: «Marx on India and the Asiatic mode of production», p. 66.

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d a m e n t o del c a r á c t e r relativamente estacionario de la historia asiática, al ser el f o n d o c o m ú n de todos los imperios orientales q u e en ella d o m i n a r o n . Pero hay que p r e g u n t a r s e a h o r a si las p r u e b a s históricas hoy disponibles c o n f i r m a n esta hipótesis. La respuesta es no. Al contrario, es preciso decir que los dos fenómenos señalados p o r Marx y Engels c o m o claves de la historia de Asia n o r e p r e s e n t a n , p a r a d ó j i c a m e n t e , principios conjuntos sino alternativos de desarrollo. Dicho c r u d a m e n t e : la evidencia histórica m u e s t r a q u e de los grandes imperios orientales de comienzos de la época m o d e r n a —los p r i m e r o s p o r los que se interesaron Marx y Engels—, aquellos que se caracterizaban p o r la ausencia de propiedad privada de la tierra —Turquía, Persia y la India—, n u n c a poseyeron i m p o r t a n t e s o b r a s públicas de regadío, m i e n t r a s que aquellos q u e poseían grandes sistemas de regadío —China— se caracterizaban p o r la propiedad privada de la tierra 6 6 . Más que coincidir, los dos términos planteados en la combinación de Marx y Engels se oponen. Rusia, a la que asimilaron r e p e t i d a m e n t e al c o n j u n t o del Oriente como e j e m p l o de «despotismo asiático», n u n c a conoció ni los grandes sistemas de regadío ni la ausencia de propiedad privada de la tierra 6 7 . La s e m e j a n z a que Marx y Engels percibieron " Las pruebas se examinarán algo más adelante. " La historia de las sucesivas «localizaciones» de Rusia en el pensamiento político occidental a partir del Renacimiento es un tema por sí mismo significativo y revelador, al que aquí sólo podemos aludir por razones de espacio. Maquiavelo todavía consideraba a Rusia como la «Escitia» clásica de la Antigüedad, «un país frío y pobre, donde hay demasiados hombres para que la tierra pueda alimentarlos, por lo que se ven obligados a emigrar, ya que muchas fuerzas les empujan a salir y ninguna a permanecer». Rusia estaba, pues, fuera de los límites de Europa, que para él se detenían en Alemania, Hungría y Polonia, baluartes contra nuevas invasiones bárbaras del continente: II Principe e Discorsi, página 300. Bodin, por su parte, no incluía a «Moscovia» en Europa, sino que la aislaba como único ejemplo de una «monarquía despótica» en el continente, a diferencia del modelo constitucional del resto de Europa, que, por lo demás, contrastaba con el de Asia y Africa: «Incluso en Europa los príncipes de Tartaria y Moscovia gobiernan sobre súbditos llamados jolopi, es decir, esclavos»; Les six livres de la République, p. 201. Montesquieu, por el contrario, elogiaba dos siglos después al gobierno ruso por haber roto con los hábitos del despotismo: «Mirad con cuanta dedicación el gobierno de Moscovia intenta dejar tras de sí un despotismo que es para él una carga mucho más pesada que para sus propios pueblos». Montesquieu no ponía en duda que Rusia formaba parte del conjunto de Europa: «Pedro I dio las costumbres y modos de ser de Europa a una nación de Europa y, al hacerlo, encontró unos beneficios que él mismo no esperaba». De l'esprit des lois, I, pp. 66, 325-6. Naturalmente, estos debates tuvieron repercusión en la propia Rusia. En 1767, Catalina II declaró oficialmente en su famoso Nakaz: «Rusia es una potencia

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e n t r e todos los estados considerados p o r ellos como asiáticos era engañosa, y en buena medida se debía a su propia e inevitable falta de información, en u n a época en la que p r e c i s a m e n t e estaba comenzando en E u r o p a el estudio del Oriente. En efecto, es muy s o r p r e n d e n t e hasta qué p u n t o a m b o s h e r e d a r o n práctic a m e n t e en bloc la totalidad del discurso europeo sobre Asia y lo r e p r o d u j e r o n con muy pocas variaciones. Sus dos principales innovaciones —ya anticipadas in nuce p o r o t r o s autores— f u e r o n la comunidad aldeana autosuficiente y el E s t a t u t o hidráulico, y, de diferentes f o r m a s , a m b a s se h a n revelado científicamente erróneas. En cierto sentido, puede decirse incluso que, en la tradición de las reflexiones europeas sobre Asia, Marx y Engels se q u e d a r o n a t r á s del p u n t o alcanzado p o r sus predecesores. Jones f u e más consciente de las variantes políticas de los estados de Oriente; Hegel percibió con más claridad la función de las castas de la India; Montesquieu dio p r u e b a s de un interés más p e n e t r a n t e p o r los sistemas religiosos y legales de Asia. Ninguno de estos a u t o r e s identificó a Rusia con el Oriente con t a n t a despreocupación como Marx, y todos ellos m o s t r a r o n u n conocimiento más serio de China.

Los comentarios de Marx sobre China ofrecen, p o r cierto, u n a ilustración final de los límites de su comprensión de la historia asiática. Las principales discusiones e n t r e Marx y Engels sobre el m o d o de producción asiático, que se centraron, sobre todo, en la India y el m u n d o islámico, omitieron a China, que, sin embargo, n o quedó p o r ello eximida de las nociones p r o d u c i d a s p o r a m b o s 6 8 . Marx y Engels se refirieron a China europea». A partir de entonces, pocos pensadores serios cuestionaron esta pretensión. Marx y Engels, sin embargo, profundamente afectados por la contrarrevolucionaria intervención zarista de 1848, se refirieron repetida y anacrónicamente al zarismo llamándolo «despotismo asiático», y amalgamaron a la India con Rusia en la injuria común. El tenor general de las opiniones de Marx sobre la historia y la sociedad rusas carece a menudo de equilibrio y de control. 6! Algunas veces se ha sugerido que el hecho de que Marx omitiera a China de las primeras discusiones de 1853 sobre el despotismo asiático se podría deber a su conocimiento de que en el imperio chino del siglo xix existía propiedad privada de la tierra. En un artículo de 1859, Marx cita un relato inglés que, entre otras cosas, menciona la existencia de la propiedad campesina en China: «Trade with China», Marx on China, Londres, 1968, p. 91; hay también un párrafo en El capital que implica que el sistema de propiedad de las aldeas chinas estaba más avanzado —es decir, era menos comunal— que el de las aldeas indias: Capital, III, página 328 ÍEI capital, III, pp. 426-7], En realidad, sin embargo, como muestran los párrafos antes discutidos, es evidente que Marx no hizo ninguna distinción genérica entre China y el Oriente.

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r e p e t i d a m e n t e en t é r m i n o s indistinguibles de los empleados p a r a la caracterización general del Oriente. En realidad, si algo resalta en sus alusiones es su específica incompetencia. El «imp e r t u r b a b l e Celeste Imperio» era u n b a l u a r t e de la «archirreacción y el archiconservadurismo», la «antítesis de Europa», cer r a d o en «un aislamiento b á r b a r o y hermético del m u n d o civilizado». La «semicivilización podrida» del «imperio m á s antiguo del m u n d o » inculcaba a sus poblaciones la «estupidez hereditaria»; «vegetando c o n t r a la m a r c h a del tiempo», China era un «representante del m u n d o anticuado» que se las ingeniaba «para engañarse a sí m i s m a con ilusiones de perfección celestial» 6 9 . En un artículo muy significativo de 1862, Marx aplicó una vez más al imperio chino su formulación típica del despotismo oriental y del m o d o de producción asiático. Al c o m e n t a r la rebelión de los Taiping, señalaba que China, «ese fósil viviente», s u f r í a las sacudidas de u n a revolución, y añadía: «No hay n a d a extraordinario en este fenómeno, ya que los imperios orientales m a n i f i e s t a n u n a p e r m a n e n t e inmovilidad en sus fund a m e n t o s sociales y u n cambio incesante en las personas y las tribus que se a p o d e r a n del control de su s u p e r e s t r u c t u r a política» 7 0 . Las consecuencias intelectuales de esta concepción son evidentes en los juicios de Marx sobre la m i s m a rebelión de los Taiping, que f u e la m a y o r insurrección de las m a s a s explotadas y oprimidas de todo el m u n d o d u r a n t e el siglo xix. Pero Marx, p a r a d ó j i c a m e n t e , m a n i f e s t ó la m a y o r hostilidad y acrimonia hacia los rebeldes Taiping, a los q u e describió de esta f o r m a : «Para las m a s a s populares son u n a abominación todavía mayor que los antiguos señores. Su destino no parece ser o t r o que el de oponerse al e s t a n c a m i e n t o conservador con u n reino de destrucción grotesca y r e p u g n a n t e en su f o r m a , u n a destrucción en la q u e n o aparece p o r ninguna p a r t e u n núcleo constructivo» 7 1 . Reclutados de e n t r e los «elementos lumpen, los vagabundos y gentes de mala vida», a quienes se d a b a «carta blanca p a r a c o m e t e r todas las violencias concebibles sob r e las m u j e r e s y las jóvenes», los Taiping, después de diez años de r u i d o s a seudoactividad, lo h a n d e s t r u i d o t o d o y n o " K. Marx y F. Engels, On colonialism, pp. 13-16, 111, 188 [ S o b r e el colonialismo, pp. 18-21, 111, 182], 70 «Chinesisches», Werke, vol. 15, p. 514. Este artículo no está incluido en la compilación inglesa Marx on China, y es posterior a los artículos en ella incluidos. . 71 Werke, vol. 15, p. 514. En realidad, el «Reino Celestial» de los laiping contenía un programa utópico de un carácter igualitario.

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h a n p r o d u c i d o nada» n . Este vocabulario, a d o p t a d o sin ninguna crítica de los i n f o r m e s consulares británicos, m u e s t r a con toda claridad el abismo de incomprensión que s e p a r a b a a Marx de las realidades de la sociedad china. En realidad, n o parece q u e ni Marx ni Engels hayan p o d i d o consagrar a la historia china m u c h o estudio o reflexión: sus preocupaciones f u n d a m e n t a l e s estaban en o t r a p a r t e . Los intentos m o d e r n o s de c o n s t r u i r u n a teoría completa del «modo de producción asiático» a p a r t i r del legado disperso dej a d o p o r Marx y Engels —bien sea en la dirección «tribal-comunal» o en la «despótico-hidráulica»— están, pues, radicalm e n t e equivocados. Tales intentos i n f r a v a l o r a n el p e s o de la problemática a n t e r i o r q u e Marx y Engels a c e p t a r o n y la vulnerabilidad de las limitadas modificaciones que ellos aportaron. Incluso desprovisto de los mitos de sus aldeas, el «modo de producción asiático» todavía s u f r i r í a la intrínseca debilidad de f u n c i o n a r esencialmente como una categoría residual y genérica p a r a el desarrollo no europeo 7 3 , y, p o r tanto, descubre mezclas características de diferentes formaciones sociales en u n único y b o r r o s o arquetipo. La distorsión m á s obvia y p r o n u n c i a d a 71 Werke, vol. 15, p. 515. Naturalmente, la disciplina y la abstinencia puritana estaban formalmente impuestas a los militantes Taiping. 73 Ernest Mandel subraya con razón que, para Marx y Engels, su verdadera y original función era la de intentar una explicación del «desarrollo especial del Este en comparación con la Europa occidental y mediterránea»: The formation of the economic thought of Karl Marx, Londres, 1971, p. 128 [La formación del pensamiento económico de Marx, Madrid^ Siglo XXI, 1974], Este libro contiene la crítica marxista más penetrante de las versiones «tribales-comunales» del modo de producción asiático, páginas 124-32. Sufre, sin embargo, de una confianza indebida en las versiones «hidráulicas». Mandel reprocha con razón a Godelier y a otros el «reducir gradualmente las características del modo de producción asiático a aquellas que marcan todas las primeras manifestaciones del Estado y de la clase dominante en una sociedad basada aún esencialmente en la comunidad aldeana», e insiste correctamente en que «en los escritos de Marx y Engels, la idea de un modo de producción asiático no se relaciona precisamente con una sociedad india o china "primitiva", perdida en las brumas del pasado, sino con la sociedad india y china tales como eran cuando el capital industrial europeo las encontró en el siglo x v m en vísperas de la conquista (India) o de la penetración masiva (China) de estos países por ese capital»; una sociedad que «no era en modo alguno "primitiva" en el sentido de que no hubiera clases sociales claramente definidas o constituidas»: pp. 125, 127, 129. Pero Mandel olvida hasta qué punto fue el propio Marx la fuente de esta confusión. Por otra parte, al reafirmar la importancia crucial para el modo de producción asiático del tema de las funciones hidráulicas ejercidas por un Estado altamente desarrollado —y por tanto hipertrofiado—, Mandel no es plenamente consciente de su objetiva fragilidad.

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q u e resultaría de este p r o c e d i m i e n t o sería la persistente atribución de u n c a r á c t e r «estacionario» a las sociedades de Asia. En realidad, la ausencia de u n a dinámica feudal del tipo occidental en los grandes imperios orientales no significó q u e su desarrollo fuese inmóvil o cíclico. La historia de Asia se caracteriza en la p r i m e r a época m o d e r n a p o r la presencia de grandes cambios y avances, incluso a u n q u e éstos n o d e s e m b o c a r a n en el capitalismo. E s t a relativa ignorancia p r o d u j o la ilusión sobre el c a r á c t e r «estacionario» e «idéntico» de los imperios orientales, c u a n d o en realidad lo que hoy llama la atención de los historiadores es su diversidad y su desarrollo. Sin i n t e n t a r otra cosa que u n a sencilla sugerencia, b a s t a r á decir que el cont r a s t e e n t r e los sistemas sociopolíticos del Islam y China, en el Asia p o r la que se i n t e r e s a r o n inicialmente Marx y Engels, es b a s t a n t e elocuente. La expansión t e m p o r a l de a m b o s había sido e n o r m e y se i n t e r r u m p i ó en u n a fecha relativamente reciente. La civilización islámica alcanzó geográficamente su máxima extensión a comienzos del siglo x v n ; había alcanzado el sudeste de Asia, había convertido a la m a y o r p a r t e d e Indonesia y Malaya y, sobre todo, los tres poderosos imperios islámicos de la T u r q u í a o t o m a n a , la Persia safávida y la India de los mogoles coexistían en la m i s m a época, cada u n o de ellos con su gran riqueza económica y su p o d e r í o militar. La civilización china alcanzó su m a y o r expansión y p r o s p e r i d a d durante el siglo x v m , cuando los vastos espacios interiores de Mogolia, Siankiang y el Tibet f u e r o n conquistados p o r la dinastía Ch'ing y la población se duplicó en u n solo siglo, llegando a niveles cinco veces superiores a los de trescientos años antes. Con todo, las características e s t r u c t u r a s socioeconómicas y sist e m a s de E s t a d o eran n o t a b l e m e n t e distintos en sus m u y diferentes contextos geográficos. En las observaciones q u e siguen no se h a r á ningún intento de p l a n t e a r el p r o b l e m a crucial de definir los modos de producción f u n d a m e n t a l e s , y las complej a s combinaciones de éstos, que constituyeron las sucesivas formaciones sociales de la historia islámica o china: el t é r m i n o genérico de «civilización» p u e d e utilizarse aquí s i m p l e m e n t e como u n a n d a m i a j e verbal convencional que oculta estos problemas concretos e irresueltos. Pero incluso a u n q u e n o los a b o r d e m o s directamente, sí p o d r á n hacerse aquí algunos contrastes preliminares, s u j e t o s a u n a necesaria e inevitable corrección posterior.

478 Dos notas IV Los imperios m u s u l m a n e s de comienzos de la época m o d e r n a —de los que el imperio o t o m a n o era el m á s visible p a r a Europa— tenían tras de sí unos largos antecedentes políticos e institucionales. El p r i m e r modelo á r a b e de conquista y conversión había encauzado el c u r s o de la historia islámica d e n t r o de ciertas líneas a las que siempre p e r m a n e c i ó relativamente fiel. Los n ó m a d a s del desierto y los m e r c a d e r e s u r b a n o s f u e r o n los dos grupos sociales que, si bien rechazaron inicialmente a M a h o m a a s e g u r a r o n su éxito en el Hejaz: su enseñanza ofrecía precisam e n t e u n a unificación ideológica y psíquica a u n a sociedad cuya cohesión de clanes y p a r e n t e s c o se estaba rasgando p o r las divisiones de clases en las calles, y las luchas tribales en las arenas, a medida que el intercambio mercantil disolvía las c o s t u m b r e s y los vínculos tradicionales a lo largo de las r u t a s comerciales del n o r t e de la península 7 4 . Las tribus b e d u i n a s de Arabia, c o m o la casi totalidad de los pastores n ó m a d a s , combinaban la propiedad individual de los r e b a ñ o s con el u s o colectivo de la tierra 7 5 : la propiedad privada agrícola era tan a j e n a a los desiertos del n o r t e de Arabia como al Asia central. Por otra parte, los ricos m e r c a d e r e s y b a n q u e r o s de La Meca y Medina poseían tierras en los recintos u r b a n o s y en sus inmediatos entornos rurales 7 6 . Cuando tuvieron lugar las primeras victorias islámicas, en las que p a r t i c i p a r o n a m b o s grupos, el destino del suelo conquistado reflejó en su totalidad las concepciones de los h a b i t a n t e s de las ciudades: M a h o m a sancionó la división del botín —incluyendo la tierra— e n t r e los creyentes. Pero cuando, t r a s la m u e r t e de Mahoma, los ejércitos árabes se expandieron p o r todo el Oriente Medio en los g r a n d e s Jihads islámicos del siglo vil, las tradiciones beduinas volvieron a i m p l a n t a r s e b a j o nuevas f o r m a s . Para empezar, las tier r a s de la m o n a r q u í a —o simplemente enemigas— situadas en los imperios bizantino y persa, cuyos propietarios habían sido sometidos p o r la fuerza de las a r m a s , f u e r o n confiscadas y apropiadas p o r la comunidad islámica o Umma, dirigida p o r

!< Sobre los antecedentes sociales de la aparición del Islam véacp Montgomery Watt, Muhammad at Meca, Oxford, 1953, pp. 16-20, 72-9, 1414, The Arabs w c ' ,Lewis' ard 1950, pp 20 3 2 ' 'SlamÍC

in

history, taXaÜOn

Londres, 1950, p 29 the c l ^ a l period,

in

Copenhague,

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el califa, que había sucedido a la a u t o r i d a d del Profeta. Las tierras pertenecientes a infieles que habían a c e p t a d o u n a rendición negociada q u e d a r o n en posesión de éstos, a u n q u e sujetas al pago de tributos. A los soldados á r a b e s se les concedier o n a r r e n d a m i e n t o s o qatia sobre las tierras confiscadas, o la posibilidad de c o m p r a r su propia tierra f u e r a de Arabia, s u j e t a al pago de diezmos religiosos 7 7 . Sin embargo, a mediados del siglo v m había aparecido ya u n i m p u e s t o sobre la tierra, o jaray, m á s o menos u n i f o r m e , que todos los agricultores tenían que p a g a r al califa cualquiera que fuese su fe, a u n q u e los no creyentes tenían que pagar además u n a capitación discriminatoria o jizya. Al m i s m o tiempo, la categoría de tierra «sometida» experimentó u n a notable extensión a costa de la tierra «negociada» 7 8 . Estos cambios se afianzaron en tiempos de Ornar II (717-20) p o r medio del establecimiento f o r m a l de la doctrina según la cual toda la tierra era p o r derecho de conquista propiedad del soberano, p o r la que todos los súbditos debían pagar r e n t a s al califa. «Esta concepción del fay (botín), en su f o r m a p l e n a m e n t e desarrollada, significa que el E s t a d o se reserva p a r a sí en todos los países sometidos el derecho absoluto sobre toda la tierra» 7 9 . Los vastos territorios del m u n d o m u s u l m á n , recientemente conquistados p a s a b a n a ser así p r o p i e d a d del califato y a p e s a r de las diversas interpretaciones y de las derogaciones locales, el monopolio estatal de la tierra se convirtió a p a r t i r de entonces en u n canon legal y tradicional de los sistemas políticos islámicos, desde los estados omeya y abásida hasta la T u r q u í a o t o m a n a y la Persia safávida 8 0 . La inicial sospecha de Marx de que la difusión de este principio p o r toda Asia se debía en b u e n a medida a la conquista islámica n o estaba, p o r tanto, desprovista de todo f u n d a m e n t o . N a t u r a l m e n t e , su operatividad practica f u e casi siempre débil y deficiente, sobre todo en las prim e r a s épocas de la historia islámica, es decir, en los siglos específicamente á r a b e s que siguen a la Hégira, p o r q u e en este tiempo ninguna m a q u i n a r i a política era capaz de i m p l a n t a r u n control estatal pleno y eficaz sobre toda la propiedad agraria. Además, la m i s m a existencia jurídica de ese monopolio blo" R Mantran, Uexpansion musulmane (VII'-VIII« siécles), París, 1969, páginas 105-6, 108-10; Lewis, The Arabs in history, p. 57. " Lokkegaard, Islamic taxation in the classical period, p. 7/. » R.1 Levy, fhe social structure of Islam, p. 401; X. de Planhol, Les fondements géographiques de Vhistoire de l'Islam, p. 54.

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queaba inevitablemente la aparición de categorías precisas y unívocas de propiedad de la tierra, ya que la noción de «propiedad» siempre implica la pluralidad y la negatividad: la plenitud de u n solo poseedor excluye las necesarias divisiones que dan a la propiedad sus límites y contornos. La posición característica del derecho islámico ante la propiedad territorial era, p o r tanto, de «vacilación» y «caos» endémicos, c o m o a m e n u d o se h a señalado 8 1 . Esta confusión se complica todavía m á s p o r el c a r á c t e r religioso de la jurisprudencia m u s u l m a n a . La ley sagrada o sharia, que se desarrolló d u r a n t e el siglo segundo después de la Hégira y alcanzó su aceptación f o r m a l d u r a n t e el califato abásida, c o m p r e n d í a «un c u e r p o universal de deberes religiosos, la totalidad de los mandamientos de Alá, que regulaban la vida de los m u s u l m a n e s en todos sus aspectos» 8 2 . Precisamente p o r esta razón, su interpretación estaba dividida p o r disputas teológicas e n t r e escuelas rivales. Por otra parte, y a u n q u e sus pretensiones fuesen en principio universales, en la práctica el gobierno secular existía c o m o u n á m b i t o s e p a r a d o y a p a r t e : el soberano gozaba de u n p o d e r discrecional p r á c t i c a m e n t e ilimitado p a r a "«completar» la ley sagrada en p r o b l e m a s q u e afectasen d i r e c t a m e n t e al E s t a d o y, sobre todo, a la guerra, la política, los i m p u e s t o s y el crimen En el Islam clásico existía, pues, u n a b i s m o perm a n e n t e e n t r e la teoría jurídica y la práctica legal, q u e e r a la expresión inevitable de la contradicción existente e n t r e u n sist e m a político secular y u n a c o m u n i d a d religiosa en u n a civilización que carecía de toda distinción e n t r e la Iglesia y el Estado. Así, en la Umma siempre f u n c i o n a r o n «dos justicias». Además, la diversidad de escuelas religiosas de j u r i s p r u d e n c i a hacía imposible t o d a codificación sistemática de la ley sagrada, y en consecuencia se impidió la aparición de u n o r d e n legal preciso y lúcido. Por lo q u e respecta al á m b i t o agrario, la sharia n o desarrollaba p r á c t i c a m e n t e ningún concepto claro y específico de propiedad, m i e n t r a s que la práctica administrativa dictaba f r e c u e n t e m e n t e n o r m a s que no tenían ninguna relación con ella 8 4 . De ahí que, m á s allá de la atribución final al " Véanse las características digresiones de Lokkegaard, Islamic taxation in the classical period, pp. 44, 50. ^ J . Schacht, An introduction to Islamic law, Oxford, 1964, pp. 1-2, u

Ibid.,

pp. 54-5, 84-5.

in T duction '° ^lamic law: «La teoría del derecho islámico ha desarrol ado, pues, tan sólo unos pocos rudimentos de un derecho especial de la propiedad inmobiliaria; en la práctica, las condi-

514 El «modo de producción asiático» 260 soberano de la totalidad del suelo, siempre prevaleciera u n a e x t r e m a indeterminación jurídica sobre la tierra. Después de las p r i m e r a s conquistas á r a b e s en Oriente Medio, el campesin a d o local de las tierras sometidas quedó en posesión de las parcelas q u e ya tenía. Por ser jaray, estas tierras se considerab a n c o m o p a r t e del fay colectivo de los conquistadores y, p o r tanto, eran propiedad f o r m a l del Estado. En la práctica, n o h u b o en la m a y o r p a r t e de las regiones grandes limitaciones —ni t a m p o c o garantías— p a r a q u e los campesinos q u e las cultivaban dispusieran de ellas; p e r o en o t r a s zonas, c o m o Egipto, los 85 derechos de propiedad del E s t a d o se impusieron con todo rigor . Asimismo, las tierras qatia distribuidas a los soldados del I s l a m en la época de los omeyas e r a n en teoría arrendamientos enfitéuticos de dominios públicos, p e r o en la práctica podían t r a n s f o r m a r s e en lazos personales de cuasipropiedad. Por o t r a p a r t e , estos qatia y o t r a s f o r m a s de posesión individual e s t a b a n regidos p o r el principio de herencia divisible, q u e tradicionalmente hacía imposible la consolidación de g r a n d e s propiedades h e r e d i t a r i a s d e n t r o del m a r c o de la ley sagrada. La más a b s o l u t a a m b i g ü e d a d e improvisación perseguía siemp r e a la p r o p i e d a d d e n t r o del m u n d o m u s u l m á n .

El corolario de la ausencia legal de u n a p r o p i e d a d p r i v a d a estable de la t i e r r a f u e la expoliación económica de la agricult u r a en los grandes imperios islámicos. E n su versión m á s ext r e m a , este f e n ó m e n o tan característico t o m ó la f o r m a de «beduinización» de grandes á r e a s de a s e n t a m i e n t o s campesinos q u e volvieron a ser tierras áridas o baldías b a j o el i m p a c t o de las invasiones de p a s t o r e s o del pillaje militar. Las p r i m e r a s conquistas árabes en el Oriente Medio y el n o r t e de Africa parecen h a b e r conservado o r e p a r a d o los modelos agrícolas preexistentes, a u n q u e sin a ñ a d i r n a d a nuevo. Pero las posteriores oleadas de invasiones n ó m a d a s que caracterizaron el desarrollo del Islam p r o d u j e r o n efectos d e s t r u c t o r e s e n su i m p a c t o sobre los a s e n t a m i e n t o s agrícolas. Los dos casos m á s e x t r e m o s f u e r o n la devastación de Túnez p o r los hilalíes y la beduinización de Anatolia p o r los t u r c o m a n o s 8 6 . En este sentido, la curciones de posesión de la tierra eran muy diferentes a la teoría y variaban con el tiempo y el lugar» (p. 142). » Claude Cahen, Vlslam des origins au début de Vempire ottoman, París 1970 p 109: sobre las condiciones generales de la agricultura en este período; véanse pp. 107-13. El libro de Cahen es la síntesis reciente más sólida sobre la época árabe del Islam .m(,ras » Cahen, L'Islam, p. 103, insiste en la diferencia entre las primeras conquistas del siglo v n y las posteriores devastaciones nómadas, y tienae

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va histórica a largo plazo a p u n t ó i n i n t e r r u m p i d a m e n t e hacia abajo. Pero desde el principio se estableció casi en todas p a r t e s u n a división p e r m a n e n t e e n t r e la producción agrícola y la apropiación del excedente u r b a n o , m e d i a d a p o r la e s t r u c t u r a t r i b u t a r i a del Estado. En el c a m p o n o surgió ninguna relación directa e n t r e señor y campesino, sino q u e el E s t a d o concedía a los funcionarios militares o civiles, residentes en las ciudades, d e t e r m i n a d o s derechos de explotación rural, e n t r e ellos princip a l m e n t e la recaudación del jaray o i m p u e s t o sobre la tierra. A consecuencia de ello surgió la iqta árabe, p r e c u r s o r a directa del m á s tardío timar o t o m a n o o del jagir mogol. Las iqtas abasidas eran en realidad concesiones de tierra a los guerreros, que t o m a b a n la f o r m a de concesiones de i m p u e s t o s distribuidas a rentistas u r b a n o s absentistas p a r a exprimir a los pequeños cultivadores campesinos 8 7 . Los estados buida y selyúcida y el p r i m e r E s t a d o osmanli exigieron servicios militares de los titulares de estas rentas o de sus sucesivas versiones, p e r o la tendencia n a t u r a l del sistema f u e la de degenerar en u n arrend a m i e n t o de i m p u e s t o s parasitario, como el iltizam de la últim a época o t o m a n a . Incluso b a j o u n rígido control central, el monopolio estatal de la tierra, f i l t r a d o a través de u n o s dere chos comercializados de explotación absentista, r e p r o d u c í a c o n s t a n t e m e n t e u n clima general de indeterminación legal e impedía la aparición de u n vínculo positivo e n t r e el beneficiario y el cultivador directo del suelo 8 8 . Por consiguiente, las grandes obras hidráulicas de los regímenes anteriores f u e r o n , en el m e j o r de los casos, conservadas o r e p a r a d a s y, en el peor, d a ñ a d a s o a b a n d o n a d a s . Los p r i m e r o s siglos de dominio omeya y abasida presenciaron u n a m e j o r í a general de los canales h e r e d a d o s en Siria y Egipto y cierta extensión del sistema subt e r r á n e o qanat en Persia. Pero ya en el siglo x la red de canales de Mesopotamia estaba en decadencia a causa de la elevación

a atribuir lo peor de estas últimas a las invasiones de los mogoles, no islámicas, en el siglo XIII (p. 247). Planhol es mucho más radical; véase su vivo relato del proceso general de beduinización de la agricultura islámica en Les fondements géographiques de l'histoire de l'lslam, pp. 35-7. " Sobre la cambiante forma y función de la iqta, véase C. Cahen «L'evolution de l'iqta du x r au x i r siécle», Armales ESC, enero-marzo de 1953, 1, pp. 25-52. " Véanse las memorables páginas de Planhol, Les fondements géographiques, pp. 54-7. Con su característico desdén, Ibn Jaldun asimilaba a los campesinos con los pastores en el oprobio común de ser habitantes primitivos del atrasado mundo rural; como señala Goitein, para él «los fellah y los beduinos estaban más allá de los límites de la civilización». A Mediterranean society, I, p. 75.

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del nivel del suelo y al a b a n d o n o de las vías de agua 8 9 . Nunca se construyó ningún nuevo sistema de regadío que p u d i e r a comp a r a r s e al de los p a n t a n o s yemenitas de la Antigüedad, cuya ruina f u e el digno prólogo del nacimiento del Islam en Arabia 9 0 . La única innovación r u r a l i m p o r t a n t e después de la conquista á r a b e del Oriente Medio —la llegada del molino de v i e n t o f u e u n invento persa, nacido en la región de Sistan y que en último t é r m i n o parece h a b e r beneficiado m á s a la agricultura europea que a la islámica. La indiferencia y el desdén hacia la agricultura imposibilitaba incluso la estabilización de la servid u m b r e : la clase explotadora n u n c a consideró tan preciosa la m a n o de o b r a como p a r a que la adscripción del campesinado p a s a r a a ser u n o de sus principales objetivos. E n estas condiciones, la productividad agraria de los países islámicos se estancó u n a y otra vez o incluso retrocedió, d e j a n d o u n panor a m a r u r a l de u n a «desoladora mediocridad» 91. Dos excepciones notables c o n f i r m a n a su m o d o esta n o r m a general de la agricultura. Por u n a parte, el b a j o I r a k d u r a n t e el dominio abasida del siglo V I I I f u e escenario de grandes plantaciones de azúcar, algodón y añil, organizadas como e m p r e s a s comerciales avanzadas en las tierras p a n t a n o s a s desecadas p o r los comerciantes de Basora. La explotación racionalizada de " D. y J. Sourdel, La civilisation de Vlslam classique, París, 1968, páginas 272-87, estudia el papel y el destino de las obras hidráulicas en las épocas omeya y abasida; véanse especialmente las pp. 279, 289. Los autores insisten en que el sistema iraquí de regadíos estaba en completa decadencia mucho antes de las invasiones de los mogoles, a las que posteriormente se atribuyó con frecuencia su colapso. Los qanats subterráneos de Persia eran anteriores a la conquista islámica en más de un milenio ya que habían sido una de las principales características del Estado aqueménida: véase H. Goblot, «Dans l'ancien Irán, les techmques de l'eau et la grande histoire», Annales ESC, mayo-junio de 1963, paginas 510-1. . . . . . . i v 50 La misteriosa caída de los grandes diques de Manb en el Yemen coincidió con el desplazamiento de la vitalidad económica y social del sur al norte de Arabia en el siglo vi d. C. Engels era consciente de la importancia histórica que la regresión del Yemen había tenido para el ascenso del Islam en el Hejaz, aunque la adelantaba indebidamente y la atribuía demasiado exclusivamente a la invasión etíope; K. Marx y F. Engels, Selected Correspondence, pp. 82-3. " La frase es de Planhol: Les fondements géographiques, p. 57. Un balance más optimista puede encontrarse en C. Cahen, « E c o n o m y , society, institutions», The Cambridge History of Islam, II, Cambridge, 1970, paginas 511-2 ss. Planhol asimila de forma acrítica los modelos agrícolas islámicos a los de la Antigüedad clásica, y generaliza indebidamente, pero sus análisis geográficos concretos de las consecuencias ultimas del desdén musulmán hacia la agricultura poseen con frecuencia una tuerza enorme.

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esta economía de plantación —prefiguración de los posteriores complejos azucareros del colonialismo europeo en el Nuevo Mundo— e s t a b a m u y alejada del m o d e l o habitual de fiscalism o indolente, p e r o se b a s a b a p r e c i s a m e n t e en la masiva utilización de esclavos africanos i m p o r t a d o s de Zanzíbar. La esclavitud r u r a l siempre f u e extraña, sin embargo, al c o n j u n t o de la agricultura islámica. Las plantaciones iraquíes constituyer o n u n episodio aislado que pone de m a n i f i e s t o la ausencia en los d e m á s países de u n a capitalización c o m p a r a b l e de la producción 9 2 . Es sabido, p o r o t r a parte, q u e la h o r t i c u l t u r a siemp r e ocupó u n a posición especial en los sistemas agrarios del Islam y q u e desde Andalucía h a s t a Persia alcanzó altos niveles técnicos e inspiró t r a t a d o s especializados sobre plantas y a r b u s t o s 9 3 . La razón es m u y reveladora: los j a r d i n e s y h u e r t o s e s t a b a n n o r m a l m e n t e concentrados en las ciudades o en los s u b u r b i o s y, p o r tanto, e s t a b a n específicamente exentos de la propiedad estatal del suelo p r e s c r i t a p o r la tradición, que siemp r e había p e r m i t i d o la propiedad privada de la tierra u r b a n a . La h o r t i c u l t u r a constituía, pues, el equivalente a u n sector «de lujo» en la industria, p a t r o c i n a d o p o r los ricos y poderosos y q u e p a r t i c i p a b a del prestigio de las p r o p i a s ciudades, a la somb r a de cuyos m i n a r e t e s y palacios crecían sus cuidados jardines. En efecto, a p a r t i r de las p r i m e r a s conquistas árabes, el m u n d o islámico f u e siempre un vasto y e n c a d e n a d o sistema de ciudades separadas p o r u n c a m p o olvidado o desdeñado. La civilización m u s u l m a n a , nacida en La Meca —ciudad de tránsito— y h e r e d e r a del legado m e t r o p o l i t a n o de la t a r d í a Antigüedad m e d i t e r r á n e a y mesopotámica, siempre f u e indefectib l e m e n t e u r b a n a y promovió desde el p r i m e r m o m e n t o la producción mercantil, la e m p r e s a comercial y la circulación monetaria en u n a s ciudades a las q u e unió en u n a m i s m a t r a m a . Inicialmente, los n ó m a d a s á r a b e s que c o n q u i s t a r o n el Oriente Medio f o r m a r o n sus propios c a m p a m e n t o s militares en el desierto, en las a f u e r a s de las capitales preexistentes, c a m p a m e n tos que m á s adelante se convertirían p o r sí m i s m o s en g r a n d e s ciudades: K u f a , Basora, Fostat, Kairuán. Después, con la es" Sobre las plantaciones Zany véase Lewis, The Arabs in history, páginas 1034. " Planhol, Les fondements géographiques, p. 57; André Miquel, L'Islam et sa civilisation, VII'-XX' siécles, París, 1968, pp. 130, 203; Irían Habib, «Potentialities of capitalist development in the economy of Mughal India», The Journal of Economic History, xxix, marzo de 1969, pp. 46-7, 49.

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tabilización del dominio islámico desde el Atlántico h a s t a el golfo Pérsico, tuvo lugar en las regiones m á s privilegiadas del califato u n a expansión u r b a n a de u n a rapidez y u n volumen quizá inigualados. De a c u e r d o con u n cálculo reciente (e indudablemente exagerado) la ciudad de Bagdad llegó a tener u n a población de dos millones en menos de medio siglo, desde el año 762 al 800 94. Esta urbanización, c o n c e n t r a d a en lugares seleccionados, r e f l e j a en p a r t e el «auge del oro» de las épocas omeya y abasida, c u a n d o se pusieron en circulación los tesoros egipcio y persa, se canalizó la producción sudanesa hacia el m u n d o m u s u l m á n y se m e j o r a r o n n o t a b l e m e n t e las técnicas m i n e r a s con el uso de la amalgama de mercurio; en p a r t e f u e t a m b i é n el resultado de la creación de u n a zona comercial de dimensiones intercontinentales. La clase mercantil á r a b e q u e subió a la cresta de esta ola de p r o s p e r i d a d comercial era respetada y h o n r a d a p o r la ley religiosa y la opinión social; la vocación del m e r c a d e r y del m a n u f a c t u r e r o e s t a b a sancionada p o r el Corán, que n u n c a disoció la ganancia de la piedad 95. Los i n s t r u m e n t o s financieros y empresariales del comercio islámico se hicieron enseguida m u y avanzados. En el Oriente Medio f u e donde se i n t r o d u j o p o r vez p r i m e r a , p r o b a b l e m e n t e , la institución de la commenda, que h a b r í a de j u g a r u n papel tan i m p o r t a n t e en la E u r o p a medieval 9 6 . Además, las f o r t u n a s hechas p o r los m e r c a d e r e s á r a b e s ya n o p r o c e d í a n tan sólo de las r u t a s t e r r e s t r e s de caravanas. H u b o pocos aspectos m á s s o r p r e n d e n t e s de la p r i m e r a expansión islámica q u e la rapidez y la facilidad con q u e los á r a b e s del desierto d o m i n a r o n el m a r . El m a r M e d i t e r r á n e o y el océano Indico q u e d a r o n unidos en u n m i s m o sistema m a r í t i m o p o r vez p r i m e r a desde la época helenística, y los b a r c o s m u s u l m a n e s se a v e n t u r a r o n du94 M. Lombard, L'Islam dans sa premiére grandeur (VII'-XI' siécles), París, 1972, p. 121. G. von Grunebaum, Classical Islam, Londres, 1970, página 100, estima, por el contrario, la población de Bagdad en unos 300.000 habitantes. Cahen considera que es imposible hacer un cálculo riguroso del tamaño de ciudades tales como Bagdad en esta época: «Economy, society, institutions», p. 521. Mantran advierte, en L'expansion musulmane, pp. 270-1, contra los cálculos de Lombard sobre la magnitud de la temprana urbanización islámica. " El mejor análisis de este problema es el de Máxime Rodinson, Islam and capitalism, Londres, 1974, pp. 28-55. Rodinson critica también con acierto la pretensión weberiana de que la ideología islámica era enemiga por lo general de la actividad comercial racionalizada (pp. 103-17). 54 Véase el estudio de A. L. Udovitch, «Commercial techniques in early mediaeval Islamic trade», en D. S. Richards, comp., Islam and the trade of Asia, Oxford, 1970, pp. 37-62.

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r a n t e el califato abasida p o r todas las r u t a s que van desde el Atlántico h a s t a el m a r de la China. El m u n d o islámico, situado e n t r e E u r o p a y China, e r a dueño del comercio este-oeste. La riqueza provocada p o r la actividad comercial estimuló en la m i s m a medida las m a n u f a c t u r a s , sobre todo las de textiles, papel y porcelana. Mientras los precios a u m e n t a b a n sin cesar y el c a m p o sufría u n a depresión, la artesanía u r b a n a y el cons u m o ostentoso florecían en las ciudades. Esta configuración n o f u e específica del califato abasida. Los posteriores imperios islámicos siempre se caracterizaron p o r el impresionante crecimiento de sus grandes ciudades: Constantinopla, I s f a h a n y Delhi son los e j e m p l o s m á s famosos. P e r o la m a g n i t u d o la opulencia económica de estas ciudades islámicas n o se vio a c o m p a ñ a d a p o r ninguna a u t o n o m í a municipal u orden cívico. Las ciudades carecían de identidad política corporativa y sus comerciantes tenían poco p o d e r social colectivo. Las cartas o f u e r o s u r b a n o s eran desconocidos, y la vida de la ciudad siempre e s t a b a s u j e t a a la voluntad m á s o menos a r b i t r a r i a de los príncipes o los emires. Los mercaderes podían elevarse individualmente a las m á s altas posiciones políticas en los consejos de las dinastías 97, pero su éxito personal estaba expuesto invariablemente a la intriga y al azar, y los jefes militares s i e m p r e podían confiscar la riqueza de sus casas. La simetría y el o r d e n municipal de las ciudades clásicas del ú l t i m o período q u e habían caído a n t e los ejércitos á r a b e s ejercieron cierta influencia inicial en las ciudades del nuevo sistema imperial que les sucedieron, p e r o ese i n f l u j o se desvaneció m u y p r o n t o y permaneció tan sólo b a j o la f o r m a de algunos pocos c o n j u n t o s privados o palatinos construidos p a r a soberanos posteriores 9 8 . Las ciudades islámicas carecían, pues, de toda e s t r u c t u r a i n t e r n a coherente, ya fuese administrativa o arquitectónica. E r a n laberintos confusos y a m o r f o s de calles y edificios, sin centros ni espacios públicos, c e n t r a d a s únicam e n t e en las mezquitas y en los bazares, con los comerciantes locales a m o n t o n a d o s a su alrededor 9 9 . Y así como ninguna asociación profesional o mercantil organizaba al c o n j u n t o de los " Véanse algunos ejemplos en S. D. Goitein, Studies in Islamic history and institutions, Leiden, 1966, pp. 236-9. " D. y J. Sourdel, La civilisation de l'Islam classique, pp. 424-7. " Planhol, Les fondaments géographiques, pp. 48-52, ofrece un vivo aguafuerte de estas ciudades, aunque quizá adelanta un poco su característico desorden; compárese con Sourdel, La civilisation de l'Islam classique, pp. 397-9, 430-1.

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propietarios, t a m p o c o había en las grandes ciudades árabes gremios artesanos que protegieran o regularan la actividad de los pequeños artífices 10°. En el m e j o r de los casos, algunos grupos vecinales o f r a t e r n i d a d e s religiosas p o r p o r c i o n a b a n u n humilde corazón colectivo a la vida p o p u l a r de aquel m e d i o u r b a n o que se extendía sin ningún orden hasta los s u b u r b i o s o las aldeas rurales. Por d e b a j o de este h o n e s t o a r t e s a n a d o flotaba siempre u n s u b m u n d o de pandillas criminales y m e n d i c a n t e s que procedían de los p a r a d o s y el l u m p e n p r o l e t a r i a d o 101. El único grupo institucional que confería cierto conato de u n i d a d a las ciudades eran los ulemas, cuya a j u s t a d a combinación de funciones clericales y seculares y de voluble celo religioso servía hasta cierto p u n t o como mediación y vínculo e n t r e la población sit u a d a p o r d e b a j o del príncipe y los guardias de éste 102. Con todo, e r a n estos últimos quienes d o m i n a b a n en definitiva el destino de las ciudades. Crecidas en el m a y o r desorden, sin ningún plan ni carta municipal, el f u t u r o de las ciudades islámicas estaba d e t e r m i n a d o n o r m a l m e n t e p o r el del E s t a d o cuya f o r t u n a había provocado su prosperidad. Los estados islámicos, p o r su parte, tenían n o r m a l m e n t e u n a ascendencia n ó m a d a : los sistemas políticos de los omeyas, hamdaníes, selyúcidas, almorávides, almohades, osmanlíes, safávidas y mogoles procedían todos ellos de confederaciones nóm a d a s del desierto. Incluso el califato abasida, cuyos antecedentes e r a n quizá los m á s u r b a n o s , recibió la mayor p a r t e de su f u e r z a a r m a d a inicial de los recientes a s e n t a m i e n t o s tribales del J o r a s á n . Todos estos estados islámicos, como el propio imperio o t o m a n o , e r a n esencialmente guerreros y saqueadores, y t o d a su razón de ser y su e s t r u c t u r a e r a n militares. La administración civil p r o p i a m e n t e dicha, e n c u a n t o esfera funcional a u t ó n o m a , n u n c a llegó a ser d o m i n a n t e d e n t r o de la clase 100 Véase la más reciente reafirmación de la completa ausencia de gremios islámicos antes de finales del siglo xv en G. Baer, «Guilds in Middle Eastern history», en M. A. Cook, comp., Studies in the economic history of the Middle East, Londres, 1970, pp. 11-17. 101 I. M. Lapidus describe estas características en Muslim cities in the later Middle Ages, Cambridge (Massachusetts), 1967, pp. 170-83 (sobre las bandas de criminales y mendigos) y «Muslim cities and Islamic societies», en Lapidus, comp., Middle Eastern cities, Berkeley y Los Angeles, 1969, páginas 60-74 (sobre la ausencia de comunidades urbanas delimitadas o de ciudades independientes). Lapidus protesta contra los contrastes tradicionales entre las ciudades del Islam y de Europa occidental durante la Edad Media, pero sus propios estudios refuerzan gráficamente esas diferencias, aunque las redefinan. m Lapidus, Muslim cities in the later Middle Ages, pp. 107-13.

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dirigente; la burocracia de escribas no se desarrolló m u c h o m á s allá de las exigencias de la recaudación de impuestos. La m a q u i n a r i a de E s t a d o era u n consorcio de soldados profesionales, que e s t a b a n organizados en cuerpos f u e r t e m e n t e centralizados o bien de f o r m a m á s difusa, pero en a m b o s casos se b a s a b a n tradicionalmente en las asignaciones de ingresos procedentes de las tierras públicas. La sabiduría política del característico E s t a d o islámico se condensaba en el expresivo apotegma de sus manuales de gobierno: «El m u n d o es a n t e todo u n j a r d í n de v e r d o r cuyo cerco es el Estado; el E s t a d o es u n gobierno cuya cabeza es el príncipe; el príncipe es u n p a s t o r q u e está asistido p o r el ejército; el ejército es u n c u e r p o de guardias que está m a n t e n i d o p o r el dinero, y el dinero es el recurso indispensable que p r o p o r c i o n a n los súbditos» , 0 3 . La lógica lineal de estos silogismos tuvo curiosas consecuencias estructurales, p o r q u e la combinación de depredación militar y desdén p o r la producción agraria es lo que parece h a b e r d a d o origen al característico f e n ó m e n o de u n a élite de guardias esclavos q u e alcanza r e p e t i d a m e n t e la c u m b r e del propio a p a r a t o de Estado. El devshirme o t o m a n o f u e ú n i c a m e n t e el e j e m p l o m á s desarrollado y sofisticado de este sistema específicamente islámico de r e c l u t a m i e n t o militar, que t a m b i é n p u e d e encont r a r s e en el r e s t o del m u n d o m u s u l m á n Oficiales esclavos turcos procedentes del Asia central f u n d a r o n el E s t a d o gaznauí en J o r a s á n y d o m i n a r o n el califato abasida d u r a n t e su decadencia en el I r a k ; regimientos de esclavos nubios r o d e a r o n al califato fatimita, y esclavos circasianos y turcos procedentes del m a r Negro dirigieron el E s t a d o m a m e l u c o en Egipto; los últimos ejércitos del califato omeya en E s p a ñ a f u e r o n dirigidos p o r esclavos eslavos e italianos, q u e crearon sus propios reinos de taifas en Andalucía c u a n d o cayeron los omeyas; esclavos georgianos y a r m e n i o s p r o p o r c i o n a r o n los regimientos ghulam de choque del E s t a d o safávida de Persia en tiempos de S h a h Abb a s 105. El c a r á c t e r servil y la procedencia e x t r a n j e r a de estos 103

Sourdel, La civilisation de Vlslam classique, p. 327. Véanse algunas observaciones incompletas en Levy, The social structure of Islam, pp. 74-5, 417, 445-50. No hay ningún análisis sistemático de este fenómeno. Cahen observa que los guardas-esclavos eran menos prominentes en el Occidente islámico (España y el norte de Africa), que era una zona políticamente menos desarrollada. L'Islam, p. 149. 105 El último caso citado ofrece un ejemplo particularmente claro y documentado —quizá por ser también el último cronológicamente— de los objetivos políticos a los que generalmente servían estos cuerpos de guardia. Las unidades de caballería ghulam de Georgia fueron creadas espe104

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cuerpos palatinos correspondía a la extraña lógica e s t r u c t u r a l de los sucesivos sistemas políticos islámicos, p o r q u e sus fundadores habituales, los guerreros de la t r i b u s n ó m a d a s , n o podían m a n t e n e r su b e d u i n i s m o m u c h o tiempo después de la conquista: los clanes y la t r a s h u m a n c i a desaparecían con la sedentarización. Por o t r a parte, estos guerreros no podían convertirse fácilmente en u n a nobleza rural, viviendo en tierras hereditarias o en u n a burocracia de escribas, organizada c o m o administración civil. El tradicional desprecio hacia la agricult u r a y las letras impedía a m b a s posibilidades, a la vez que su t u r b u l e n t a independencia les hacía reacios a u n a rígida jerarquía militar. Así pues, las dinastías victoriosas, u n a vez establecidas en el poder, se veían obligadas a crear u n i d a d e s especiales de guardias esclavos como núcleo central de sus ejércitos regulares. Y como la esclavitud agrícola apenas existía, la esclavitud p r e t o r i a n a podía convertirse en u n h o n o r . Los diversos cuerpos de guardia islámicos r e p r e s e n t a b a n , en efecto, la organización m á s cercana a u n a élite p u r a m e n t e militar concebible en aquel tiempo, s e p a r a d a de toda función agraria o pastoril y alejada de cualquier organización de clan y, p o r tanto, teóricamente capaz de u n a lealtad incondicional al soberano, siendo su esclavitud u n a garantía de obediencia militar, a u n q u e en la práctica, n a t u r a l m e n t e , f u e r a n capaces p o r la m i s m a razón de t o m a r p a r a sí m i s m o s el p o d e r s u p r e m o . Su preeminencia f u e u n a señal de la constante ausencia de u n a nobleza territorial en el m u n d o islámico. Las características sociales esbozadas m á s a r r i b a siempre se distribuyeron de f o r m a desigual e n t r e las diversas épocas y regiones de la historia m u s u l m a n a , p e r o en la m a y o r p a r t e de los estados islámicos parece posible discernir prima facie cierto parecido familiar, al menos si se les c o m p a r a con las o t r a s grandes civilizaciones imperiales del Oriente. E s t o n o quiere decir, sin embargo, q u e la historia islámica fuese u n a m e r a repetición cíclica, antes al contrario, parece evidente q u e en ella se da u n desarrollo c l a r a m e n t e periodizable. El E s t a d o omeya, que se establece en el siglo vil en los territorios sometidos del Oriente Medio, r e p r e s e n t a b a a las confederaciones de tribus árabes que habían realizado las conquistas iniciales y en las q u e había a d q u i r i d o u n a posición v e n t a j o s a la oligarquía cíficamente por la dinastía para librarse de la turbulencia de las tribus turcomanas quizilbash, que habían llevado a la casa safávida al poder. Véase R. M. Savory, «Safavid Persia», The Cambridge History of Islam, l, Cambridge, 1970, pp. 407, 419-30.

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mercantil de La Meca. El califato de Damasco coordinaba a los jeques beduinos m á s o menos a u t ó n o m o s y poseedores de tropas propias de las ciudades-campamento situadas f u e r a de las grandes capitales de Siria, Egipto y el I r a k . Las t r o p a s á r a b e s del desierto monopolizaron las pensiones del tesoro central, las exenciones fiscales y los privilegios militares. La burocracia civil se dejó d u r a n t e largo t i e m p o en m a n o s de los antiguos funcionarios bizantinos o persas, que dirigían p a r a sus nuevos señores la administración técnica 106. Los no árabes convertidos al Islam (y los á r a b e s m á s pobres y marginales) e s t a b a n confinados al estatus inferior de mawalis, pagaban f u e r t e s impuestos y servían en los c a m p a m e n t o s tribales como pequeños artesanos, criados y soldados de a pie. El califato omeya estableció, pues, u n a «soberanía política árabe» 107 sobre el Oriente Medio antes que u n a ecumene religiosa islámica. Sin embargo, con la estabilización de las conquistas, la clase dirigente de guerreros árabes se hizo cada vez m á s anacrónica. Su exclusividad étnica y la explotación económica de la m a s a de musulmanes existentes entre la antigua población sometida del imperio provocaron el creciente descontento de sus correligionarios mawalis, que muy p r o n t o llegaron a superarlos e n número 108. Las fricciones tribales e n t r e los grupos del n o r t e y del sur' debilitaron s i m u l t á n e a m e n t e su unidad. Mientras tanto, los colonos fronterizos del extremo m á s lejano de Persia se sentían ofendidos p o r los tradicionales métodos administrativos a los que se veían sometidos. Parece que f u e esta c o m u n i d a d de colonos la que hizo estallar la rebelión final c o n t r a el E s t a d o sirio c e n t r a d o en Damasco, rebelión cuyo éxito p o p u l a r estaba a s e g u r a d o p o r el extendido descontento de los mawalis de Persia y el I r a k . La agitación organizada y secreta contra el dominio de los omeyas, utilizando el fervor religioso heterodoxo de los chiitas y, sobre todo, movilizando la hostilidad de los mawalis c o n t r a el estrecho a r a b i s m o de la dinastía de Damasco, desencadenó la revolución política que llevó al p o d e r a la casa de los abasidas y que, desde su base de Jorasán, se extendió hacia el oeste p o r Persia y el I r a k 109. 108

Lewis, The arabs in History, pp. 65-6. "" La frase es de F. Gabrielli, Muhammed and the conquests of Islam, Londres, 1968, p. 111. "" Lewis, The arabs in History, pp. 70-1. 105 El significado y la composición social exacta de la insurrección abasida han sido objeto de grandes debates. Los estudios tradicionales la han interpretado como una rebelión esencialmente popular y étnica de poblaciones mawali no árabes, aunque siempre se ha admitido la

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El califato abasida señaló el fin de la aristocracia tribal árabe: el nuevo a p a r a t o de E s t a d o creado en Bagdad estaba sostenido p o r a d m i n i s t r a d o r e s p e r s a s y protegido p o r g u a r d a s jorasaníes. La f o r m a c i ó n de u n a b u r o c r a c i a y u n ejército permanentes, con u n a disciplina cosmopolita, convirtió al nuevo califato en u n a autocracia política con u n p o d e r m u c h o m á s centralizado que el de su predecesor 1 1 0 . Despojándose de sus antecedentes heréticos, el califato predicó la ortodoxia religiosa y p r o c l a m ó la a u t o r i d a d divina. El E s t a d o abasida presidió el florecimiento máximo del comercio, la i n d u s t r i a y la ciencia islámica, y en el m o m e n t o de su apogeo, a principios del siglo ix, era la civilización m á s rica y más avanzada del m u n d o m . Mercaderes, b a n q u e r o s , m a n u f a c t u r e r o s , especuladores y recaud a d o r e s de impuestos a c u m u l a r o n e n o r m e s s u m a s en las grandes ciudades; las artesanías u r b a n a s se diversificaron y multiplicaron; en la agricultura apareció u n sector comercial; los navios de largo recorrido c i r c u n d a b a n los océanos; la astronomía, la física y las m a t e m á t i c a s se t r a s p l a n t a r o n de la cultura griega a la árabe. Con todo, los límites del desarrollo abasida se alcanzaron relativamente pronto. A p e s a r de la vertiginosa p r o s p e r i d a d comercial de los siglos v m y ix, se registraron pocas innovaciones productivas en las m a n u f a c t u r a s , y la introducción de los estudios científicos n o provocó grandes progresos tecnológicos. La invención a u t ó c t o n a m á s i m p o r t a n t e f u e la vela latina, u n a m e j o r a en el t r a n s p o r t e que simplemente facilitó el comercio;' p e r o el algodón, el nuevo cultivo comercial m á s significativo de la época, procedía del T u r q u e s t á n

presencia, en medio de ellas, de facciones tribales árabes (de filiación yemení). La importancia que se ha concedido a la heterodoxia religiosa en el movimiento ha sido puesta en duda por Cahen, «Points de vue sur la révolution abbaside», Revue Historique, ccxxx, 1963, pp. 336-7. El estudio más reciente y completo de los orígenes de la rebelión es M. A. Shaban, The Abbasid révolution, Cambridge, 1970, que da una importancia fundamental a los agravios sufridos por los colonos árabes de Jorasán —sometidos al dominio tradicional de los diqhan persas— por la conservadora política administrativa del Estado omeya: pp. 158-60. Está claro, en todo caso, que el ejército insurgente que provocó la caída del califato de Damasco con la toma de Merv se componía en realidad de elementos árabes e iraníes. 110 Lewis, The Arabs in history, pp. 83-5. 111 Goitein ha denominado al período que comienza con la consolidación del poderío abasida como civilización «intermedia» del Islam tjn mundo situado temporalmente entre las épocas helénica y renacentista, espacialmente entre Europa/Africa y la India/China, y cuyo carácter se situaba entre la cultura religiosa y la secular: Studies in Islamic history and institutions, p. 46 ss.

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p r e m u s u l m á n , y la f ó r m u l a p a r a la fabricación del papel, la nueva industria m á s i m p o r t a n t e de la época, se consiguió a través de los prisioneros chinos de guerra m . El m i s m o volumen y el a r d o r de la actividad mercantil, al a l e j a r todo el í m p e t u de la actividad productiva, parecen h a b e r provocado u n a serie de explosivas tensiones sociales y políticas en el califato. La corrupción y la t r a n s f o r m a c i ó n m e r c e n a r i a de la administración t r a j e r o n de la m a n o u n i n c r e m e n t o de la explotación fiscal del campesinado; la inflación generalizada afectó duramente a los pequeños artesanos y tenderos; las plantaciones agrícolas c o n c e n t r a r o n a los t r a b a j a d o r e s esclavos en b a n d a s masivas y desesperadas. A medida que se d e t e r i o r a b a la seguridad int e r n a del régimen, la guardia profesional t u r c a u s u r p a b a u n creciente p o d e r en el a p a r a t o central, en su carácter de baluarte militar c o n t r a la oleada creciente de rebeliones sociales populares. A finales del siglo ix y d u r a n t e todo el siglo x, u n a serie de insurrecciones y conspiraciones sacudió toda la estruct u r a del imperio. Los esclavos zany se rebelaron en el b a j o I r a k y, antes de ser suprimidos, lucharon con éxito d u r a n t e quince años c o n t r a los ejércitos regulares; el movimiento qárm a t a (una secta chiita separatista) creó en Bahrein u n a república esclavista igualitaria; al m i s m o tiempo, los ismailitas, o t r o movimiento chiita, conspiraban y organizaban en todo el Oriente Medio la caída del o r d e n establecido, hasta que finalm e n t e t o m a r o n el p o d e r en Túnez y establecieron en Egipto u n imperio rival, el califato f a t i m i t a 1 U . Por entonces, el I r a k abasida había caído ya en u n a irremediable decadencia económica y política y el c e n t r o de gravedad del m u n d o islámico p a s ó al nuevo E s t a d o fatimita de Egipto, vencedor de las rebeliones sociales de la época y f u n d a d o r de la ciudad de El Cairo. 112

Tras la batalla de Talas en Asia central, en la que los ejércitos árabes derrotaron en el año 751 a una fuerza de contingentes oigures y chinos. Como estudios de carácter general sobre la actividad comercial y manufacturera del Islam en la época abasida véanse: P. K. Hitti, History of the Arabs, Londres, 1956, pp. 345-9; Sourdel, La civilisation de l'Islam classique, pp. 289-311, 317-24; Lombard, L'Islam dans sa premiére grandeur, pp. 161-203 (especialmente informativo sobre el comercio de esclavos, que eran uno de los grandes componentes del comercio abasida, traídos de tierras eslavas, turcas y africanas). Sobre la expansión del algodón véase Miquel, L'Islam et sa civilisation, p. 130. 113 Sobre estas rebeliones, véase el agudo análisis de Lewis, The Arabs in history, pp. 103-12. De su relato se deduce que el régimen qármata del Golfo fue el equivalente islámico más próximo que nunca hubo a la ciudad-Estado de la Antigüedad clásica: una comunidad espartana de ciudadanía igualitaria basada en la esclavitud rural. Este régimen fue liquidado finalmente en Bahrein a finales del siglo XI.

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asiático»

A diferencia de su predecesor, el califato f a t i m i t a no renunció a su heterodoxia tras la conquista del poder, sino que la p r o p a g ó de f o r m a agresiva. En el Egipto f a t i m i t a nunca volvier o n a crearse plantaciones de esclavos y, p o r otra parte, se controló m á s e s t r e c h a m e n t e la movilidad del campesinado. Se revitalizó el comercio internacional en gran escala, t a n t o con la India como con Europa. La p r o s p e r i d a d comercial egipcia de los siglos xi y x n d e m o s t r ó u n a vez más el e m p u j e internacional de la clase mercantil árabe y la tradicional pericia de sus artesanos. Pero el cambio de primacía económica y política en el m u n d o islámico desde el Tigris al Nilo significaba también el e m p u j e de u n a nueva fuerza que h a b r í a de a f e c t a r decisivamente el curso f u t u r o del desarrollo islámico. La preeminencia del Egipto fatimita era consecuencia geográfica de su relativa cercanía al Mediterráneo central y a la E u r o p a medieval. «El i m p a c t o del comercio europeo en el m e r c a d o local fue enorme» 114. La dinastía ya había establecido estrechos contactos con los comerciantes italianos desde el principio de su ascenso en el Túnez del siglo x, cuya p r o s p e r i d a d comercial había p r o p o r c i o n a d o la base p a r a la posterior conquista de Egipto. La influencia del feudalismo occidental f u e desde ese momento u n a constante presencia histórica en el flanco del m u n d o islámico. En u n p r i m e r m o m e n t o , el tráfico m a r í t i m o con las ciudades italianas aceleró el crecimiento económico de El Cairo, p e r o en ú l t i m o t é r m i n o la intrusión de los caballeros francos en el Levante m e d i t e r r á n e o h a b r í a de invertir todo el equilibrio estratégico de la civilización á r a b e en el Oriente Medio. A los beneficios del comercio siguieron m u y p r o n t o los golpes de las cruzadas. E r a inminente u n a gran r u p t u r a en la historia islámica. Ya a mediados del siglo xi los n ó m a d a s t u r c o m a n o s habían invadido Persia e I r a k y t o m a d o Bagdad, m i e n t r a s los beduinos á r a b e s procedentes del Hejaz devastaban el norte de Africa y saqueaban Kairuán. Estas invasiones selyúcidas e hilalíes revelaron la debilidad y vulnerabilidad de grandes regiones del m u n d o m u s u l m á n . Ninguna de ellas creó un orden nuevo y estable ni en el Magreb ni en Oriente Medio. Los ejércitos selyúcidas t o m a r o n Jerusalén y Damasco, p e r o f u e r o n incapaces de consolidar su dominio en Siria o en Palestina. La repentina ofensiva cristiana d u r a n t e el siglo x n en el Levante precipitó 1,4 Goitein, A Mediterranean society, vol. I, Economic keley y Los Angeles, 1967, pp. 44-5.

foundations,

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así u n a crisis estratégica general en Oriente Medio. Las fronter a s del Islam retrocedieron p o r vez p r i m e r a a medida que los f r a g m e n t a d o s principados de las zonas costeras siriopalestinas s u f r í a n d u r a s derrotas. El m i s m o Egipto, núcleo de la riqueza y el poderío á r a b e s en toda la zona, estaba expuesto a un ataque directo. La dinastía fatimita había alcanzado en esta época los últimos niveles de corrupción y decadencia. En el a ñ o 1153, los ejércitos cruzados estaban a las p u e r t a s del Sinaí. Pero ent r e el torbellino y la desorientación de aquella época comenzó a surgir u n nuevo tipo de orden político m u s u l m á n y, con él, u n a nueva fase en el desarrollo de la sociedad islámica. La reacción islámica, e n f r e n t a d a al expansionismo de Occidente, t o m ó desde ese m o m e n t o la f o r m a de u n a militarización extrem a de las e s t r u c t u r a s de E s t a d o dominantes en el Oriente Medio y de u n a correlativa descomercialización de la economía de la región b a j o la égida de nuevos dirigentes de diferente etnia. E n 1154, N u r al-Din Zangi, nieto de u n soldado y esclavo t u r c o y señor de Alepo y Mosul, t o m ó Damasco. A p a r t i r de entonces, la pugna cristiano-musulmana p o r el control de El Cair o sería decisiva p a r a el destino de todo el Levante. La c a r r e r a p o r el delta del Nilo f u e ganada p o r Saladino, u n oficial k u r d o enviado al s u r p o r N u r al-Din, que conquistó Egipto, destrozó el Califato fatimita y f u n d ó en su lugar el régimen ayubí según el modelo turco. Saladino, que t a m b i é n controló rápidam e n t e Siria y Mesopotamia, d e r r o t ó a los cruzados y reconquistó Jerusalén y la m a y o r p a r t e de la costa palestina. Los c o n t r a a t a q u e s m a r í t i m o s europeos restablecieron los enclaves de los cruzados y a principios del siglo x m estas expediciones m a r í t i m a s invadieron p o r dos veces el p r o p i o Egipto y tomaron Damietta en los años 1219 y 1249. P e r o estos golpes n o sirvieron p a r a nada. La presencia cristiana en tierras de Levante f u e liquidada p o r Baybars, u n c o m a n d a n t e que creó el sultan a t o mameluco, ya plenamente turco 1 1 S , y cuyo p o d e r se extendía desde Egipto h a s t a Siria. Hacia el norte, los selyúcidas habían c o n q u i s t a d o m i e n t r a s t a n t o la m a y o r p a r t e de Anatolia y la aparición de los o t o m a n o s h a b r í a de completar su o b r a en Asia Menor. En el I r a k y en Persia, las invasiones de mogoles y timúridas instalaron estados tártaros, y t u r c o m a n o s . Ayudada p o r la crisis general del feudalismo europeo en la última E d a d Media, u n a nueva oleada de expansión islámica se p u s o en movimiento y no h a b r í a de detenerse d u r a n t e o t r o s 115

Goitein, A Mediterranean

society,

i, pp. 35-8.

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c u a t r o siglos. Su manifestación más espectacular fue, desde luego, la conquista de Constantinopla y el avance o t o m a n o en Europa. Pero m á s i m p o r t a n t e s p a r a el desarrollo del c o n j u n t o de las formaciones sociales islámicas f u e r o n las características estructurales genéricas de los nuevos estados turcos de la prim e r a época m o d e r n a . El gran sultanato selyúcida del Irak y, sobre todo, el sultanato m a m e l u c o de Egipto f u e r o n los prototipos medievales de estos regímenes; los tres grandes imperios de la Turquía o t o m a n a , la Persia safávida y la India de los mogoles e j e m p l i f i c a r o n su f o r m a c o n s u m a d a . E n cada u n o de estos casos, la turquización del o r d e n político islámico pareció a c e n t u a r decisivamente el molde militar de los primitivos sistemas á r a b e s a costa de su c o m p o n e n t e mercantil. Los n ó m a d a s t u r c o m a n o s del Asia central que invadieron en sucesivas oleadas el m u n d o m u s u l m á n a p a r t i r del siglo xi tenían u n o s antecedentes sociales y económicos apar e n t e m e n t e m u y similares a los de los b e d u i n o s á r a b e s procedentes del Asia sudoccidental que f u e r o n los p r i m e r o s invasores del Oriente Medio. La congruencia histórica de las dos grandes zonas de pastoreo situadas p o r encima y p o r d e b a j o del Creciente Fértil f u e p r e c i s a m e n t e lo q u e aseguró la contin u i d a d f u n d a m e n t a l de la civilización islámica t r a s las conquistas turcas: p o r su p r o p i o pasado, los recién llegados se encont r a b a n en a r m o n í a con la m a y o r p a r t e de su clima cultural. E n t r e el n o m a d i s m o pastoril de Asia central y Arabia existían, sin embargo, d e t e r m i n a d a s diferencias cruciales que h a b r í a n de i m p r i m i r su sello en el modelo p o s t e r i o r de la sociedad m u s u l m a n a . Mientras la p a t r i a islámica de Arabia había combin a d o desierto y ciudad, m e r c a d e r e s y n ó m a d a s y e r a u n o de los principales h e r e d e r o s residuales de las instituciones urbanas de la Antigüedad, las estepas de Asia central, de las que procedían los pastores q u e conquistaron Turquía, Persia y la India, habían tenido en comparación pocas ciudades y escaso comercio. La fértil región de Transoxiana, e n t r e el Caspio y el Pamir, siempre había e s t a d o d e n s a m e n t e poblada y relativam e n t e u r b a n i z a d a : B u j a r a y S a m a r c a n d a , situadas en las grandes r u t a s comerciales con China, e r a n algo m á s que simples equivalentes de La Meca o Medina. Pero este rico cinturón territorial, que los árabes llamarían M a w a r a n n a h r , tenía u n car á c t e r h i s t ó r i c a m e n t e iraní. Más allá sólo q u e d a b a el inmenso y vacío vórtice de estepas, desiertos, m o n t a ñ a s y bosques que se extendía hasta Mogolia y Siberia, en el que prácticamente n o existía ningún a s e n t a m i e n t o u r b a n o y del que salieron las

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sucesivas t r i b u s de n ó m a d a s altaicos —selyúcidas, danismandfes, ghuzzi, mogoles, oirates, uzbekos, kazakos y k i r g u i s e s cuyas continuas erupciones imposibilitaron toda sedentarización d u r a d e r a del m u n d o t u r c o en Asia central. La península arábiga era relativamente pequeña, estaba cercada p o r el m a r y, rodeada desde el principio p o r el comercio m a r í t i m o , tenía también u n potencial demográfico e s t r i c t a m e n t e limitado. En realidad, después de las p r i m e r a s conquistas de los siglos vil y V I I I , Arabia p r o p i a m e n t e dicha se h u n d i ó en la m á s completa insignificancia política p a r a t o d o el resto de la historia islámica hasta el siglo actual. Asia central r e p r e s e n t a b a , p o r el contrario, u n a e n o r m e m a s a de tierra, aislada del m a r y con u n a reserva c o n s t a n t e m e n t e renovada de pueblos emigrantes y guer r e r o s »«. Desde finales de la E d a d Media, las condiciones del equilibrio e n t r e las tradiciones n ó m a d a y u r b a n a de la civilización clásica del Islam se t r a n s f o r m a r o n inevitablemente con el nuevo p r e d o m i n i o t u r c o d e n t r o de ella. La organización militar se consolidó a medida q u e retrocedía el e m p u j e comercial. Este c a m b i o n u n c a f u e absoluto ni u n i f o r m e , p e r o su dirección general es inconfundible. Por o t r a parte, la lenta alteración en el m e t a b o l i s m o del m u n d o islámico tras las cruzadas n o se debió tan sólo a las f u e r z a s internas; su m a r c o exterior no f u e menos d e t e r m i n a n t e ni p a r a la guerra ni p a r a el comercio. Los n ó m a d a s t u r c o m a n o s de Asia central habían i m p u e s t o inicialmente su supremacía en Oriente Medio gracias al dominio que sus jinetes tenían del tiro con arco, u n a r t e e x t r a ñ o p a r a los beduinos árabes, expertos en el m a n e j o de la lanza. Pero la fuerza militar de los nuevos estados imperiales de la w - L V é a n S e d 0 S c o m P a r a c i ° n e s antropológicas en R. Patai, «Nomadism: Middle Eastern and Central Asian», Southwestern Journal of Anthropology, vol. 7, 4, 1951, pp. 401-14; y E. Bacon, «Types of pastoral nomadism in Central and South-West Asia», Southwestern Journal of Anthropology, vol. 10, 1, 1954, pp. 44-65. Patai propone una serie organizada de contrastes entre el nomadismo turco y el árabe (caballo/camello, cabaña/tienda, arco/espada, exogamia/endogamia, etc.). Bacon lo crítica con razón por falta de una adecuada perspectiva histórica, y señala que Patai ha proyectado injustificadamente hacia atrás el cultivo agrario que practicaban los kazakos en los siglos XVIII y xix, y da por supuesta erróneamente una mayor estratificación de clases sociales en el pastoralismo del Asia central que en el del sudoeste. Pero ambos artículos confirman a su modo las divergencias fundamentales subrayadas más arriba: el nomadismo turco carecía de una simbiosis estable con la agricultura sedentaria (Bacon, pp. 46, 52), y era además la «cultura» predominante en Asia central, mientras que el nomadismo árabe era una «cultura» más subordinada en Asia sudoccidental (Patai, pp. 413-4).

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p r i m e r a época m o d e r n a se b a s a b a en los ejércitos regulares, equipados con a r m a s de fuego y apoyados p o r artillería; la pólvora era esencial p a r a su poderío. A finales del siglo xiv, el Estado m a m e l u c o de Egipto a d o p t ó p o r vez p r i m e r a los cañones pesados p a r a sitiar las ciudades. P e r o las conservadoras tradiciones de caballería del e j é r c i t o m a m e l u c o b l o q u e a r o n el uso de la artillería de c a m p a ñ a o de los mosquetes. La conquista o t o m a n a de Egipto se debió p r e c i s a m e n t e a la superioridad de los arcabuceros turcos sobre la caballería mameluca. A mediados del siglo xvi, la utilización de m o s q u e t e s y cañones p o r los o t o m a n o s se había perfeccionado gracias al e j e m p l o europeo. Los ejércitos safávidas a p r e n d i e r o n muy p r o n t o la i m p o r t a n c i a de las a r m a s de fuego, después de su inicial der r o t a en Caldiran a n t e los cañones otomanos, y se aprovisionaron con artillería m o d e r n a . Las t r o p a s de los mogoles en la India estuvieron a r m a d a s desde el comienzo de la conquista de B a b u r con artillería y con mosquetes 1 1 7 . La generalización de la pólvora en Oriente Medio f u e c i e r t a m e n t e u n a de las razones m á s visibles de la estabilidad y la resistencia notablem e n t e superiores de los nuevos estados turcos sobre los regímenes árabes de la p r i m e r a época islámica. El a p a r a t o militar o t o m a n o podía m a n t e n e r a raya los a t a q u e s europeos incluso m u c h o tiempo después de h a b e r p e r d i d o la iniciativa estratégica en las regiones de los Balcanes y del Ponto. Los ejércitos safávidas y mogoles detuvieron f i n a l m e n t e las nuevas invasiones t u r c o m a n a s de Persia y la India con la d e r r o t a de los n ó m a d a s uzbekos, q u e o c u p a r o n el M a w a r a n n a h r e n el siglo xvi. A p a r t i r de entonces, u n dique estratégico protegió a los tres grandes estados imperiales del Islam f r e n t e a la turbulencia tribal de Asia central 1 1 8 . La superioridad de estos prim e r o s imperios m o d e r n o s n o residía ú n i c a m e n t e en la tecnología militar, sino que era t a m b i é n administrativa y política. El E s t a d o mogol de la época de Gengis Kan y de sus sucesores 117 Véase un análisis del papel de los mosquetes y los cañones en los ejércitos otomanos, safávidas y mogoles en el artículo «Barud» (polvora), en la Encyclopaedia of Islam (nueva edición), Leiden, 1967, vol. i, paginas 1061-9. La incapacidad de los mamelucos para dominar la artillería de campaña y las pistolas es analizada por D. Ayalon, Gunpowder and fire-arms in the Mamluk kingdom, Londres, 1965, pp. 46-7, 61-83. La conquista de Transoxiana por los uzbekos la hizo étnicamente turca por vez primera, y precipitó además su estancamiento y decadencia económica. Las campañas de los mogoles en el siglo xvii para reconquistar el Mawarannahr no tuvieron éxito. La enorme extensión de sus lineas de comunicación condujo casi al desastre a Aurangzeb en los anos 47, desastre que sólo pudo evitar por su superior potencia de tuego.

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ya había sido organizativamente s u p e r i o r a los del m u n d o árabe, y sus conquistas de la m a y o r p a r t e de Oriente Medio quizá d e j a r a n tras de sí algunas d u r a d e r a s lecciones de gobierno. En t o d o caso, los ejércitos otomano, safávida y mogol personificaron en su m o m e n t o de auge u n a disciplina y u n a p r e p a r a c i ó n desconocidas p o r sus predecesores. Su i n f r a e s t r u c t u r a administrativa era también más sólida y estable. La tradicional iqta á r a b e había sido u n i n s t r u m e n t o fiscal parasitario que, en lugar de reforzarla, disolvía la vocación marcial del beneficiario u r b a n o que gozaba de sus ingresos. La nueva concesión del timar o t o m a n o o del jagir mogol e s t a b a ligada, p o r su parte, a obligaciones m u c h o m á s estrictas de servicio militar, y consolidaba la pirámide del m a n d o militar, que ahora estaba organizado en u n a j e r a r q u í a m u c h o m á s formal. Además, en estos sistemas políticos turcos el monopolio estatal de la tierra se llevó a la práctica con u n renovado entusiasmo, p o r q u e en la regulación y en la disposición de la propiedad agraria pred o m i n a b a n ahora u n a s tradiciones n ó m a d a s m u c h o m á s p u r a s q u e antes. Nizam ul-Mulk, el f a m o s o gran visir del p r i m e r sob e r a n o selyúcida de Bagdad, declaró al sultán único d u e ñ o de toda la tierra. La extensión y el rigor de los derechos otomanos sobre el suelo f u e r o n evidentes; los shahs safávidas dieron nueva fuerza a sus pretensiones jurídicas sobre el monopolio de la p r o p i e d a d territorial; los e m p e r a d o r e s mogoles impusier o n u n sistema fiscal implacablemente explotador, b a s a d o en las pretensiones regias sobre todos los cultivos r u r a l e s S o l i mán, Abbas o Akbar poseían en sus reinos u n p o d e r imperial m u y superior al de cualquier califa. Por o t r a parte, la vitalidad comercial de la época á r a b e , q u e había continuado d u r a n t e toda la civilización «intermedia» del Islam clásico, se apagó progresivamente. Este c a m b i o estab a relacionado, evidentemente, con el auge del comercio europeo. La expulsión militar de los cruzados n o vino a c o m p a ñ a d a p o r la recuperación del dominio comercial del Mediterráneo oriental. Antes al contrario, ya desde el siglo x n los navios cristianos habían conquistado u n a posición d o m i n a n t e en las aguas egipcias 12°. La contraofensiva t e r r e s t r e kurdo-turca, simbolizada p o r Saladino y Baybars, se p u d o realizar a costa de Véase A. Lambton, Landlord and tenant in Persia, Oxford, 1953, páginas 61, 66, 105-6 (selyúcidas y safávidas); Gibb y Bowen, Islamic society and the West, i, 1, pp. 236-7 (otomanos); W. H. Moreland, India and the death of Akbar, Londres, 1920, p. 256 (mogoles). 110 Goitein, A Mediterranean society, i, p. 149.

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u n a renuncia deliberada al poderío naval: p a r a b l o q u e a r los nuevos desembarcos europeos, los soberanos ayubíes y mamelucos se vieron obligados a d e s m a n t e l a r los p u e r t o s y a devast a r el litoral de Palestina 1 2 1 . El E s t a d o otomano, p o r el contrario, construyó en el siglo xvi u n a f o r m i d a b l e fuerza naval —con u n a utilización liberal de m a r i n o s griegos— que reconquistó el control del Mediterráneo oriental y que m e r o d e a b a por el occidental desde las guaridas de los corsarios en Africa del Norte. Pero el p o d e r í o m a r í t i m o osmanli f u e artificial y d u r ó relativamente poco; su función siempre estuvo limitada a la guerra y a la piratería, n u n c a desarrolló u n a v e r d a d e r a m a r i n a mercantil y se b a s ó demasiado exclusivamente en los conocimientos y el t r a b a j o de grupos sometidos p a r a p o d e r ser d u r a d e r o . Además, p r e c i s a m e n t e en el m o m e n t o en que el Egipto m a m e l u c o q u e d ó a b s o r b i d o p o r el imperio o t o m a n o , d a n d o a éste p o r vez p r i m e r a u n a salida directa al m a r Rojo, los viajes portugueses de la época de los descubrimientos cercaron a todo el m u n d o islámico al establecer, a principios del siglo xvi, u n a hegemonía estratégica en todo el c o n t o r n o del océano Indico, con bases en Africa oriental, el golfo Pérsico, el subcontinente indio y las islas de Malaya e Indonesia. A part i r de entonces, las r u t a s de navegación internacionales estuvieron d o m i n a d a s de f o r m a p e r m a n e n t e p o r las potencias occidentales, p r i v a n d o así a los imperios islámicos del comercio m a r í t i m o q u e había p r o p o r c i o n a d o la m a y o r p a r t e de las fort u n a s de sus antepasados. E s t a evolución e r a todavía m á s grave p o r q u e las economías á r a b e s de la E d a d Media siempre habían p r o s p e r a d o m á s en la esfera del intercambio que en la de la producción, en el comercio m á s que en las m a n u f a c t u r a s ; la divergencia que existía e n t r e a m b o s f u e u n a de las razones básicas de su crisis a finales de la E d a d Media y del éxito, a costa suya, del avance económico europeo 122. Al m i s m o tiempo, la tradicional estima á r a b e hacia el m e r c a d e r ya n o e r a 121

Véase «Bahriyya», Encyclopaedia of Islam (nueva edición), vol. i, páginas 945-7. 122 Claude Cahen ha sugerido en una importante nota que el superávit en la balanza de pagos alcanzado por el Islam medieval en sus cuentas con el exterior, debido en parte a sus mayores existencias de metales preciosos, era por sí mismo un contraincentivo para el aumento de la producción de manufacturas, ya que rara vez se produjo un déficit comercial semejante a los que estimularon a las economías de Europa occidental en el mismo período a producir más bienes de exportación: «Quelques mots sur le déclin commercial du monde musulmán á la fin du Moyen Age», en Cook, comp., Studies in the economic history of the Middle East, pp. 31-6.

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compartida por sus sucesores turcos: el desprecio p o r el com e r c i o era una característica general de la clase d o m i n a n t e del nuevo Estado, cuya política comercial e r a en el m e j o r de los casos de simple tolerancia y, en el peor, de discriminación c o n t r a las clases mercantiles de las ciudades 1 2 3 . El a m b i e n t e de los negocios en Constantinopla, I s f a h a n y Delhi a comienzos de la época m o d e r n a n u n c a p u d o r e c o r d a r al de las ciudades medievales de Bagdad o El Cairo. Las minorías extranj e r a s —griegos, judíos, armenios o hindúes— a c a p a r a b a n significativamente las funciones comerciales y financieras. Por el contrario, los gremios artesanos hicieron a h o r a p o r vez prim e r a su aparición en el reino o t o m a n o como i n s t r u m e n t o s deliberados de control g u b e r n a m e n t a l sobre la población urban a 124, y n o r m a l m e n t e se hicieron depositarios del o s c u r a n t i s m o teológico y técnico. Los sistemas jurídicos de los últimos imperios también se volvieron a clericalizar, y las doctrinas religiosas conquistaron con el p a s o del tiempo una renovada fuerza administrativa sobre c o s t u m b r e s que, p o r azar, habían sido previamente seculares 1 2 5 . P a r t i c u l a r m e n t e intensa f u e la intolerancia oficial safávida. La rigidez militar, el f a n a t i s m o ideológico y el letargo comercial pasaron a ser, p o r tanto, las n o r m a s habituales de gob i e r n o en Turquía, Persia y la India. La ú l t i m a generación de grandes estados islámicos, antes de que la expansión colonial europea dominara al m u n d o m u s u l m á n , e x p e r i m e n t a r o n ya la doble presión de Occidente. S u p e r a d o s económicamente a partir de los descubrimientos, todavía brillaron d u r a n t e o t r o siglo en la guerra y la conversión religiosa desde los Balcanes a Bengala. Territorialmente, las f r o n t e r a s del Islam c o n t i n u a r o n ampliándose hacia el Oriente. Pero las nuevas conversiones en el sur y el este de Asia ocultaban u n e s t a n c a m i e n t o o u n a recesión demográfica en el c o n j u n t o de las tierras de la civilización m u s u l m a n a clásica. Los cálculos más optimistas indican q u e después de 1600 se p r o d u j o u n descenso lento p e r o real en u n a población total de u n o s 46 millones de h a b i t a n t e s en la gran zona que se extiende desde Marruecos hasta Afganistán m Por ejemplo, los emires mamelucos de Siria se desprendían intencionadamente de sus excedentes de grano en las ciudades a costa de los comerciantes urbanos, u obligaban a éstos a comprar sus existencias a precios más altos, y frecuentemente confiscaban su capital: Lapidus, Muslim cities in the later Middle Ages, pp. 51-7. 114 Baer, «Guilds in Middle eastern history», pp. 27-9. Schacht, An introduction to Islamic law, pp. 4, 89-90, 94- «Law and justice», The Cambridge History of Islam, II, p. 567.

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y del S a h a r a al T u r k e s t á n , descenso que p e r d u r ó d u r a n t e o t r o s dos siglos 126. El proselitismo en la India o Indonesia, que suponía u n a extensión del m u n d o m u s u l m á n , n o podía compensar esta ausencia de vitalidad demográfica. Las diferencias con la E u r o p a o la China de la época son innegables. Los imperios islámicos del siglo x v n estuvieron, incluso en sus m o m e n t o s de fervor o éxito militar, en oculta d e s v e n t a j a respecto a las p a u t a s de población del Viejo M u n d o en su c o n j u n t o . El imperio mogol —del que Marx se ocupó específicamente— p r e s e n t a la m a y o r p a r t e de las características del E s t a d o m u s u l m á n tardío, a u n q u e al e s t a r más a l e j a d o de E u r o p a y g o b e r n a r a u n a población menos islamizada o f r e c e también, en cierto sentido, u n p a n o r a m a m á s variado y vital que el de sus homólogos t u r c o o persa. Su similitud a d m i n i s t r a t i v a con el imperio o t o m a n o ya había s o r p r e n d i d o a Bernier en el siglo x v n . La tierra destinada a la agricultura e s t a b a sometida al exclusivo p o d e r económico y político del e m p e r a d o r . El campesinado indígena tenía garantizada la ocupación p e r m a n e n t e y hereditaria de sus parcelas (como en el sistema turco), p e r o carecía del derecho a disponer de ellas o venderlas. Los labradores que no cultivaban sus tierras podían ser expulsados p o r el Estado 1 2 7 . N o había tierras comunales en las aldeas, q u e a d e m á s e s t a b a n divididas en castas sociales y p o r u n a gran desigualdad económica 1 2 8 . El E s t a d o se a p r o p i a b a siempre de la m i t a d de la producción total del campesinado en concepto de «rentas de la tierra» 129. Estas r e n t a s se p a g a b a n a m e n u d o como impuestos en dinero o m e d i a n t e entregas en especie q u e p o s t e r i o r m e n t e eran vendidas p o r el Estado, lo que c o n d u j o a la extensión de los cultivos comerciales (trigo, algodón, azúcar, añil o tabaco). La tierra era relativamente a b u n d a n t e y la 124

Miquel, L'Islam et sa civilisation, pp. 280-3, cree que alrededor de 1800 pudo haber un descenso hasta llegar a unos 43 millones. Estos números están sujetos a fuertes reservas, como advierte Miquel, por falta de pruebas fidedignas. Pero el balance general no es probable que esté muy equivocado. Habib The agrarian system of Mughal India, pp. 113-18. La ausencia de una verdadera concepción de la propiedad de la tierra fue subrayada por W. Moreland, The agrarian system of Moslem India, Cambridge, 1929, páginas 34, 63, que creía que databa de la anterior época hindú de la historia india. ia Habib, The agrarian system of Mughal India, pp. 119-24. 1M Habib, The agrarian system of Mughal India, pp. 195-6, piensa que el nivel de extracción de excedente por el Estado central era relativamente estable, al contrario de Moreland, que estima que la norma fluctuaba entre un tercio y dos tercios según fuese la política de los respectivos soberanos.

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productividad agraria n o era inferior a la de la India del siglo xx; el regadío p o r m e d i o de canales era insignificante, y el agua de lluvia y los pozos o estanques locales p r o p o r c i o n a b a n toda h u m e d a d del suelo 13°. La e n o r m e presión fiscal del E s t a d o mogol sobre la población r u r a l p r o d u j o , sin embargo, u n a espiral de u s u r a y e n d e u d a m i e n t o en las aldeas, provocando la creciente huida de los campesinos. En la cima del a p a r a t o de E s t a d o se situaba el e s t r a t o elitista de los mansabdars, c o m p u e s t o p o r u n o s 8.000 oficiales militares, escalonados en u n c o m p l e j o sistema de grados y a quienes el e m p e r a d o r concedía el grueso de las rentas de la tierra en f o r m a de jagirs o asignaciones temporales. En el a ñ o 1647, 445 de estos oficiales recibían m á s del 60 p o r 100 de los ingresos totales del Estado; el 37,6 p o r 100 se r e p a r t í a e n t r e sólo 73 oficiales 1 3 1 . Como era de esperar, el c u e r p o de mansabdars tenía u n origen étnico p r e d o m i n a n t e m e n t e e x t r a n j e r o : la m a y o r p a r t e eran persas, turaníes o afganos. Alrededor del 70 p o r 100 de los mansabdars de Akbar eran e x t r a n j e r o s o hijos de ext r a n j e r o s ; el resto e r a n «indios» m u s u l m a n e s locales o r a j p u t s hindúes. En 1700, la proporción de los m u s u l m a n e s nacidos en la India se había elevado posiblemente h a s t a el 30 p o r 100 del total 1 3 2 . El grado de continuidad hereditaria era m u y limitado, ya que los n o m b r a m i e n t o s p a r a el rango de mansabdar quedab a n a la personal discreción del e m p e r a d o r . Este c u e r p o n o poseía la unidad social horizontal que caracteriza al orden aristocrático — a u n q u e a sus m i e m b r o s m á s altos se les concedía el título de «nobles»—, ya que sus dispares c o m p o n e n t e s conservaban siempre la conciencia de sus diversos orígenes étnicos, que lógicamente daban lugar a la f o r m a c i ó n de facciones. La obediencia vertical al m a n d o imperial era lo único Bajo el dominio mogol quizá se regase el 5 por 100 de la tierra cultivada: Maddison, Class structure and economic growth: India and Pakistán since the Moghuls, Londres, 1971, pp. 23-4. Marx creía que la agricultura india se caracterizaba por el riego intensivo, y que el colonialismo británico había destrozado la sociedad india tradicional al industrializarla. Irónicamente, y después del efímero auge provocado por los ferrocarriles a mediados del siglo xix, los efectos del dominio británico fueron diametralmente opuestos. Los británicos implantaron en la India una industria insignificante, y por el contrario buena parte de la agricultura se convirtió por vez primera al regadío. A finales del Raj, la tierra irrigada se había multiplicado por ocho y abarcaba una cuarta parte de la extensión total, incluyendo algunas espectaculares canalizaciones en el Punjab y el Sind. Véase Madison, p. 50. Habib, «Potentialities of capitalistic development» pp. 54-5. 112 P. Spear, «The Mughal "mansabdari" system», en E. Leach y S. N. Mukherjee, comps., Elites in South Asia, Cambridge, 1970, pp. 8-11.

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q u e les m a n t e n í a unidos. Los mansabdars residían en las ciudades y e s t a b a n obligados a m a n t e n e r u n e j é r c i t o del E s t a d o mogol. El costo del m a n t e n i m i e n t o de estas t r o p a s absorbía, a p r o x i m a d a m e n t e , dos tercios de sus ingresos procedentes de las asignaciones de jagirs o de los asalariados del tesoro central. El t é r m i n o medio de la tenencia de u n jagir e r a i n f e r i o r a tres años, y todos eran recuperables p o r el e m p e r a d o r , q u e c a m b i a b a c o n s t a n t e m e n t e a sus titulares con o b j e t o de impedir que echaran raíces en las regiones. Entrelazados p o r todo el país con este sistema e s t a b a n los zamindars autóctonos o p o t e n t a d o s r u r a l e s que disponían de séquitos de infantería y de castillos y a quienes se les p e r m i t í a r e c a u d a r u n t a j a d a m u c h o m á s p e q u e ñ a del excedente p r o d u c i d o p o r los campesinos, a p r o x i m a d a m e n t e u n 10 p o r 100 de las r e n t a s de la tierra que correspondían al E s t a d o en la India del N o r t e 133. Las r e n t a s agrarias se consumían principalísimamente en las ciudades, donde eran suntuosos los gastos del rey y de los mansabdars en palacios, jardines, huertos, criados y o t r o s lujos. E n consecuencia, la urbanización era relativamente alta, alcanzando quizá a u n a décima p a r t e de la población. En diversas ocasiones, los viajeros e s t i m a r o n que las ciudades indias de principios del siglo x v n eran m á s grandes q u e las de Europa. La m a y o r p a r t e de la fuerza de t r a b a j o u r b a n a era musulm a n a y el t r a b a j o artesanal era n u m e r o s o y cualificado. Esas artesanías dieron lugar en algunas zonas a la implantación de u n sistema de t r a b a j o a domicilio b a j o el control del capital mercantil. Pero las únicas grandes m a n u f a c t u r a s que empleab a n t r a b a j o asalariado eran de los karjana reales o de los «nobles», q u e p r o d u c í a n exclusivamente p a r a el c o n s u m o doméstico 134 . Las f o r t u n a s mercantiles siempre estuvieron s u j e t a s a la a r b i t r a r i a confiscación del soberano y n u n c a se desarrolló 1)5 Habib, The agrarian system of Mughal India, pp. 160-7 ss.; «Potentialities of capitalistic development», p. 38. Si se prescinde de sus diferentes orígenes, existe cierta similitud entre las respectivas posiciones estructurales de las clases mansabdar y zamindar dentro del sistema mogol y los sectores devshirme y timariot del aparato otomano de Estado: en ambos casos, una élite militar central se situaba por encima de un estrato local de guerreros. Por lo demás, su composición era diferente: el devshirme turco constituía un cuerpo de esclavos ex cristianos y los timariots eran jinetes musulmanes, mientras que los mansabdars mogoles formaban, por el contrario, una «aristocracia» musulmana, y los zamindars eran explotadores regionales hindúes. Las respectivas funciones honoríficas de cada uno de ellos en el conjunto del sistema político eran, por tanto, muy diferentes. i» Habib, «Potentialities of capitalistic development», pp. 61-//.

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un capital protoindustrial. El E s t a d o mogol, principal instrum e n t o de explotación económica de la clase dominante, d u r ó ciento cincuenta años, hasta que s u c u m b i ó f r e n t e a las rebeliones campesinas, el s e p a r a t i s m o h i n d ú y la invasión británica.

V Aunque m u y resumidos, ésos parecen ser algunos de los elem e n t o s f u n d a m e n t a l e s de la historia social islámica. El carácter y el r u m b o de la civilización china presentan, p o r su parte, u n a serie de rasgos en c o n t r a p u n t o con la evolución islámica. Aquí n o disponemos de espacio p a r a analizar la larga y compleja evolución de la China antigua, desde la época Shang, en la E d a d de Bronce, a p a r t i r del año 1400 a. C., h a s t a el final de la era Chou, en el siglo v a. C., y la f o r m a c i ó n del E s t a d o u n i t a r i o Ch'in, en el siglo n i a. C. B a s t a r á con r e s u m i r brevem e n t e los legados materiales de la presencia continua de u n a civilización con u n a c u l t u r a escrita q u e se r e m o n t a a unos dos mil años antes de la aparición definitiva del sistema estatal imperial que h a b r í a de convertirse en la m a r c a distintiva de toda la historia política china. El núcleo de la civilización china radicaba en la zona noroccidental del país, cuya economía se b a s a b a en u n a agricult u r a de cereales de secano. Los cultivos dominantes de la Chin a antigua siempre f u e r o n el mijo, el trigo y la cebada. Pero en el m a r c o de esta agricultura intensiva y asentada, la civilización china desarrolló muy p r o n t o i m p o r t a n t e s sistemas hidráulicos p a r a el cultivo del g r a n o en las altiplanicies y los valles de loes del noroeste. Los p r i m e r o s grandes canales p a r a desviar el agua de los ríos y regar los campos f u e r o n construidos p o r el E s t a d o Ch'in en el siglo III a. C. 135 . En la cuenca b a j a del río Amarillo, algo m á s hacia el nordeste, el E s t a d o H a n erigió p o s t e r i o r m e n t e u n a i m p o r t a n t e serie de diques, presas y embalses con el o b j e t i v o c o m p l e m e n t a r i o de c o n t r o l a r el f l u j o y regular las entregas de agua p a r a la agricultura 136; se 1JS Sobre los tres tipos principales ue sistemas hidráulicos en China, y su localización regional, véase el análisis original de Chi Ch'ao Ting, Key economic areas in Chínese history, Nueva York, 1963 (reedición), páginas 12-21; y el magistral estudio de J. Needham, Science and civilization in China, vol. iv, 3, Ct'vi/ engineering and nautics, Cambridge, 1971, páginas 217-27, 373-5. 134 Chi Ch'ao Ting, Key economic areas in Chínese history, pp. 89-92.

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diseñaron b o m b a s de cadenas de cangilones c u a d r a d o s I37, y posiblemente en el siglo i a. C. aparecieron p o r vez p r i m e r a , m á s al sur, las terrazas p a r a el cultivo del arroz 1J8. E n esta época, sin embargo, los cultivos de secano de m i j o y trigo todavía eran e n o r m e m e n t e p r e d o m i n a n t e s en la economía rural. Los Estados Ch'in y Han construyeron t a m b i é n i m p o n e n t e s canales de t r a n s p o r t e p a r a e m b a r c a r hasta sus tesorerías los impuestos en grano, canales q u e f u e r o n p r o b a b l e m e n t e los prim e r o s del m u n d o . E n realidad, a lo largo de toda la historia de China, el E s t a d o s i e m p r e h a b r í a de d a r p r i o r i d a d a las vías fluviales de t r a n s p o r t e , con sus funciones fiscales y militares (logísticas), sobre los específicos sistemas de regadío con objetivos agrícolas 139. Con completa independencia de estas o b r a s hidráulicas, t a m b i é n se r e g i s t r a r o n en la agricultura algunos avances técnicos f u n d a m e n t a l e s en u n a época t e m p r a n a , gener a l m e n t e m u c h o antes de su aparición en E u r o p a . El molino de rotación se inventó a p r o x i m a d a m e n t e al m i s m o t i e m p o que en el Occidente r o m a n o , en el siglo II a. C.; la carretilla se descubrió mil años antes que en E u r o p a , en el siglo III d. C.; el estribo se utilizaba n o r m a l m e n t e e n la m i s m a época; la tracción equina experimentó u n a decisiva m e j o r a con la aparición del a r n é s m o d e r n o , en el siglo v d. C.; en el siglo vil d. C. se construyeron p u e n t e s con arco segmentado 1 4 0 . Pero todavía es m á s s o r p r e n d e n t e que las técnicas de fundición del h i e r r o se imp l a n t a r a n en época tan t e m p r a n a como los siglos vi y v a. C., c u a n d o en E u r o p a se utilizaron ú n i c a m e n t e a finales de la E d a d Media. Se p r o d u c í a n piezas de acero ya a p a r t i r del siglo II antes de Cristo 1 4 1 . Así pues, la metalurgia china estaba p o r delante de cualquier otra del m u n d o desde u n a fecha extremadam e n t e t e m p r a n a . S i m u l t á n e a m e n t e , la China antigua t a m b i é n se adelantó en tres i m p o r t a n t e s m a n u f a c t u r a s : la seda se producía desde los m á s r e m o t o s orígenes de su historia; el papel se inventó en los siglos i y n d. C., y la porcelana se perfeccionó en Needham, Science and civilization in China, iv, 2, Mechanical Engineering, Cambridge, 1965, pp. 344, 362. Yi-Fu Tuan, China, Londres, 1970, p. 83. 139 Needham, Science and civilization in .China, iv, 3, p. 225. Needham, Science and civilization in China, iv, 2, pp. 190, 258-65 ss., 312-27; iv, 3, p. 184. 1,1 J. Needham, The development of iron and steel technology in China, Londres, 1958, p. 9; el acero se fabricaba por medio de una mezcla de hierro forjado y hierro fundido, desde una época tan temprana como el siglo vi d. C. (pp. 26, 47).

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el siglo v d. C. 14í . E s t a s o r p r e n d e n t e base de logros tecnológicos p r o p o r c i o n ó los f u n d a m e n t o s materiales p a r a que el prim e r gran imperio dinástico reunificase de f o r m a p e r m a n e n t e a China t r a s las luchas y divisiones regionales de los años 300600 d. C. Esta t a r e a correspondió al E s t a d o T'ang, que generalm e n t e se t o m a c o m o principio coherente y decisivo de la civilización imperial china. El sistema de propiedad de la tierra del imperio T'ang estab a en m u c h o s aspectos c u r i o s a m e n t e cerca del a r q u e t i p o asiático imaginado p o r los posteriores p e n s a d o r e s europeos, incluido Marx. Jurídicamente, el Estado era el único p r o p i e t a r i o del suelo, de a c u e r d o con la regla: «Todo lugar que existe b a j o el cielo es tierra del e m p e r a d o r » 143. El cultivo agrícola se bab a s a b a en el sistema llamado chün-t'ien o de «distribución en parcelas iguales», que procedía del N o r t e del Wei y q u e f u e llevado a la práctica a d m i n i s t r a t i v a m e n t e hasta u n p u n t o que ha s o r p r e n d i d o a los historiadores posteriores. El E s t a d o concedía lotes fijos de tierra, que en principio tenían u n a extensión de 5,3 hectáreas, a los m a t r i m o n i o s campesinos d u r a n t e todo el t i e m p o de su vida laboral y con la obligación de p a g a r impuestos en especie —principalmente grano y telas— y de realizar algunas prestaciones de t r a b a j o . Una q u i n t a p a r t e de estas parcelas, reservada p a r a la producción de seda o cáñamo, podía heredarse, y el resto p a s a b a de nuevo al E s t a d o c u a n d o llegaba el m o m e n t o del retiro 1 4 4 . Los objetivos fundamentales de este sistema eran extender el cultivo agrícola e i m p e d i r la f o r m a c i ó n de grandes propiedades privadas en manos de u n a aristocracia terrateniente. A los funcionarios del E s t a d o se les concedían i m p o r t a n t e s dominios públicos p a r a su p r o p i o mantenimiento. El registro cuidadoso de todas las parcelas y los t r a b a j a d o r e s era p a r t e esencial del sistema. Este meticuloso control administrativo i m p l a n t a d o en el c a m p o se duplicaba o, m e j o r , se intensificaba en el interior de las ciudades, e m p e z a n d o p o r la m i s m a capital imperial de Chang'an, Needham, Science and civilization in China, I, Introductory orientaCambridge, 1954, pp. 111, 129. 143 D. Twitchett, Financial administration under the T'ang dinasty, Cambridge, 1963, pp. 1, 194. 144 Twitchett, Financial administration under the T'ang dinasty, pp. 1-6. En las regiones densamente pobladas, la extensión de las parcelas podía descender hasta más o menos 1 ha: pp. 4, 201. Este sistema nunca estuvo sólidamente implantado en los distritos arroceros del sur, donde era técnicamente inadecuado por la mayor demanda de trabajo del cultivo arrocero de regadío. tions,

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q u e p r o b a b l e m e n t e tenía m á s de u n millón de habitantes. Las ciudades chinas del p r i m e r período T'ang estaban rigurosamente planificadas y vigiladas p o r el E s t a d o imperial. Normalmente, e r a n creaciones geométricas, rodeadas de fosos y murallas y divididas en distritos rectangulares que e s t a b a n separados e n t r e sí p o r unos m u r o s con p u e r t a s vigiladas p a r a el tráfico diurno y cerradas con toque de queda d u r a n t e la noche. Los f u n c i o n a r i o s residían en u n recinto especial, aislado del resto de la ciudad p o r u n doble muro 1 4 5 . La transgresión de estos c o m p a r t i m e n t o s fortificados p o r p a r t e de los h a b i t a n t e s de la ciudad, sin c o n t a r con permiso, era a d e c u a d a m e n t e castigada. La m á q u i n a estatal que ejercía esta vigilancia sobre la ciudad y el c a m p o estaba controlada en u n p r i m e r m o m e n t o p o r u n a aristocracia militar, que había alcanzado su posición gracias a las continuas guerras internas de la época precedente y que todavía era, p o r su tradición y sus actitudes, u n a nobleza hereditaria y caballeresca. De hecho, el p r i m e r siglo de la época T'ang presenció u n a espectacular oleada de conquistas militares chinas en el n o r t e y el oeste. Manchuria y Corea f u e r o n sometidas y Mogolia f u e pacificada m i e n t r a s el poderío chino se extendía p r o f u n d a m e n t e en Asia central h a s t a alcanzar la región de Transoxiana y del Pamir. E s t a gran expansión fue, en su mayor parte, o b r a de la caballería T'ang, creada gracias a u n cuidadoso p r o g r a m a de cría de caballos selectos y dirigida p o r u n a aristocracia belicosa 146. Una vez implantado, el sistema de seguridad del nuevo imperio se confió a colonias de infantería de u n a milicia divisional, a la q u e se concedían tierras p a r a el cultivo y se le exigían deberes de defensa. Pero a partir de finales del siglo vil se hizo necesaria la creación de grandes u n i d a d e s p e r m a n e n t e s p a r a la vigilancia de las fronteras del imperio. El expansionismo estratégico vino acompañ a d o p o r u n cosmopolitismo cultural. Por vez p r i m e r a en la historia china, las influencias e x t r a n j e r a s m o d e l a r o n la ideología oficial con la conversión del b u d i s m o en religión de Estado. Al m i s m o tiempo, sin embargo, u n cambio m u c h o m á s prof u n d o y d u r a d e r o comenzaba a t r a n s f o r m a r toda la e s t r u c t u r a del a p a r a t o de Estado. D u r a n t e la época T'ang nació, efectivamente, la característica burocracia civil de la China imperial. 14i E. Balazs, Chínese civilization and bureaucracy, New Haven, 1967, páginas 68-70. 144 J. Gernet, Le monde chinois, París, 1972, pp. 217-19; este volumen es quizá la mejor síntesis reciente de la historia china escrita en cualquier idioma europeo.

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Desde mediados del siglo v n comenzó a reclutarse p o r vez prim e r a a través de u n sistema de exámenes públicos a la élite del m á s alto personal del a p a r a t o g u b e r n a m e n t a l , a u n q u e la gran mayoría de los puestos todavía se o c u p a b a n p o r privilegio hereditario o p o r recomendaciones de las tradicionales familias nobles. La «censoría» c o m p r e n d í a u n a columna s e p a r a d a de funcionarios civiles cuya tarea consistía en criticar y cont r o l a r el t r a b a j o del principal cuerpo de la burocracia imperial, con o b j e t o de garantizar u n nivel correcto de actividad y conducta 147. A mediados del período T'ang ya e r a innegable el auge político del f u n c i o n a r i a d o civil gracias al sistema de exámenes, cuyo prestigio había comenzado a a t r a e r incluso a candidatos poderosos. La r a m a militar del a p a r a t o de Estado, que m á s t a r d e h a b r í a de p r o d u c i r u n a larga cadena de generales usurpadores, ya n o sería n u n c a f u n c i o n a l m e n t e p r e d o m i n a n t e en el imperio chino. En épocas posteriores, los conquistadores nóm a d a s —turcos, mogoles o manchúes— invadirían China y basarían su p o d e r político en sus propias guarniciones militares. Pero estos ejércitos intrusos p e r m a n e c i e r o n f u e r a del n o r m a l gobierno administrativo del país, que siempre les sobrevivió. Una b u r o c r a c i a culta h a b r í a de ser, p o r el contrario, el sello p e r m a n e n t e del E s t a d o imperial chino. El sistema agrario de los T'ang se desintegró m u y p r o n t o : el vagabundeo campesino hacia tierras desocupadas y n o registradas, j u n t o con los planes de los ricos p a r a habilitar tierras p a r a el cultivo y con el s a b o t a j e de los funcionarios, inclinados a a c u m u l a r tierras p a r a ellos mismos, provocó el f r a c a s o de las regulaciones chün-t'ien. Además, en el a ñ o 756 tuvo lugar la decisiva rebelión del general b á r b a r o An Lu-Shan, precisamente en el m o m e n t o en que el poderío exterior de China ya había sido debilitado p o r las victorias de los árabes y los uiguros en T u r q u e s t á n . La estabilidad dinástica se d e r r u m b ó t e m p o r a l m e n t e ; las f r o n t e r a s retrocedieron a causa de las rebeliones de los pueblos sometidos, y se p r o d u j o u n colapso general del orden interior. La p r o f u n d a crisis de mediados del siglo V I I I desorganizó p o r completo los registros del sistema de distribución de parcelas, y en la práctica acabó realmente con el o r d e n chün-t'ien. A los cinco años de la rebelión de An Lu-Shan, el n ú m e r o de familias registradas había descendido en u n 80 p o r 100 148, y comenzaron a a p a r e c e r grandes fincas 147

R. Dawson, Imperial Twitchett, Financial nas 12-17. 141

China, Londres, 1972, pp. 56-8. administration under the T'ang

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privadas o chang-yuan, cuyos propietarios eran terratenientes, b u r ó c r a t a s u oficiales del ejército. E s t a s fincas n o eran latif u n d i o s consolidados, sino grupos de parcelas cultivadas p o r a r r e n d a t a r i o s campesinos, p o r t r a b a j a d o r e s asalariados o en ocasiones p o r esclavos, b a j o el control de a d m i n i s t r a d o r e s agrícolas. P a r a los a r r e n d a t a r i o s de estas fincas, las r e n t a s ascendían n o r m a l m e n t e a la m i t a d de su producción, lo q u e suponía u n índice de explotación m u c h o más alto que el extraído p o r el E s t a d o a las parcelas chün-t'ien 149. S i m u l t á n e a m e n t e , el sist e m a fiscal cambió las capitaciones f i j a s en especie y las corvéis p o r u n sistema g r a d u a d o de impuestos sobre la propiedad y la extensión de la tierra, pagaderos en metálico y en grano. Los i m p u e s t o s indirectos sobre las mercancías se hicieron cada vez m á s rentables a m e d i d a que se extendían las transacciones comerciales y la economía monetarizada 1 5 0 . La China a n t e r i o r a la época T'ang había tenido u n a economía p r e d o m i n a n t e m e n te de trueque, y la m i s m a economía T'ang, que padeció u n a escasez crónica de cobre p a r a la acuñación de moneda, se basaba p a r c i a l m e n t e en la seda c o m o m e d i o de cambio. Sin embargo, la supresión de los m o n a s t e r i o s budistas, a mediados del siglo ix, destesaurizó grandes cantidades de cobre e hizo m á s fluida la circulación monetaria. A su vez, este movimiento estuvo p a r c i a l m e n t e inspirado p o r la reacción xenófoba q u e caracterizó al último período del dominio T'ang. La recuperación dinástica t r a s la crisis de mediados del siglo v m vino a c o m p a ñ a d a p o r u n a renovada hostilidad c o n t r a las instituciones religiosas e x t r a n j e r a s , que acabó con el dominio del budism o d e n t r o del sistema ideológico del E s t a d o chino. El conserv a d u r i s m o secular del p e n s a m i e n t o confuciano, moralista y antimístico, lo sustituyó como p r i m e r a doctrina oficial del orden imperial. A p a r t i r de entonces, el imperio chino se caracterizó siempre p o r el carácter básicamente laico de su sistema de legitimación. El e m p u j e oculto tras este cambio cultural provenía, a su ve- de los propietarios rurales del sur, que aportab a n los contingentes m á s n u m e r o s o s de la burocracia civil. La r e t i r a d a imperial de Asia central y de Manchuria y Corea cond u j o a u n debilitamiento general de la vieja aristocracia milit a r del noroeste, más receptiva al i n f l u j o e x t r a n j e r o , y a u n r e f o r z a m i e n t o de la posición de los funcionarios cultos d e n t r o del Estado 1 5 1 . Al m i s m o tiempo, la población y la riqueza se 145

dinasty,

pági-

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150 151

Ibid., pp. 18-20. Ibid., pp. 24-65. Gernet, Le monde

chinois,

pp. 255-7.

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desplazan incesantemente hacia el sur, en dirección a los valles del b a j o Yangtsé. El cultivo intensivo del arroz comenzó a a d q u i r i r p o r vez p r i m e r a u n a i m p o r t a n c i a f u n d a m e n t a l con el desarrollo de los lechos de transplante, que eliminaban la necesidad de b a r b e c h o s y, p o r tanto, a u m e n t a b a n e n o r m e m e n t e la producción. En la siguiente época Sung, desde el siglo x al x m , t o d o el o r d e n r u r a l adoptó, pues, u n a nueva configuración. La fase final del dominio de los T'ang, caracterizada p o r la desintegración del p o d e r dinástico central, p o r la proliferación de las rebeliones regionales y p o r las r e c u r r e n t e s invasiones b á r b a r a s del norte, presenció también la desaparición de la tradicional aristocracia militar del noroeste. La clase dirigente china del E s t a d o Sung, cuya composición social era nueva en su m a y o r parte, descendía del f u n c i o n a r i a d o civil de la a n t e r i o r dinastía y se convirtió en u n a clase ampliada y estabilizada de terratenientes letrados. El a p a r a t o de E s t a d o se dividió en tres sectores funcionales— civil, financiero y militar— con c a r r e r a s especializadas en cada u n o de ellos. Asimismo se reorganizó y r e f o r z ó la administración provincial. La burocracia imperial q u e resultó de estos cambios era m u c h o m á s amplia q u e la de la época T'ang, llegando a doblar su volumen d u r a n t e el p r i m e r siglo del dominio Sung. En el siglo x se estableció u n a c a r r e r a b u r o c r á t i c a fija, con u n ingreso controlado p o r m e d i o de exám e n e s y u n a p r o m o c i ó n d e t e r m i n a d a p o r la acumulación de méritos y las recomendaciones de los notables. La p r e p a r a c i ó n p a r a el sistema de grados se hizo m u c h o m á s exigente y la e d a d media de los g r a d u a d o s se elevó de los veinticinco a los treinta y cinco años. Los candidatos examinados llegaban a d o m i n a r muy p r o n t o todos los sectores del Estado, excepto el ejército. Las c a r r e r a s militares poseían f o r m a l m e n t e el m i s m o rango que las civiles, p e r o en la práctica eran m u c h o menos respetadas 152. En el siglo xi, la mayoría de los funcionarios con puestos de responsabilidad eran g r a d u a d o s que residían n o r m a l m e n te en las ciudades y controlaban propiedades rurales dirigidas p o r a d m i n i s t r a d o r e s y cultivadas p o r a r r e n d a t a r i o s dependientes. Las más grandes de estas propiedades se c o n c e n t r a b a n en las nuevas regiones de Kiangsu, Anhwei y Chekiang, lugares de origen de la m a y o r p a r t e de los candidatos al doctorado y de

Twitchett, «Chinese politics and society from the Bronze Age to the Manchus», en A. Toynbee, comp., Half the world, Londres, 1973, p. 69.

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los altos funcionarios del Estado 1 5 3 . Los campesinos que cultivaban las tierras de estos señores e s t a b a n obligados a prestaciones en t r a b a j o y en especie y su movilidad e s t a b a limitada p o r sus contratos de a r r e n d a m i e n t o . No existe ninguna duda acerca de la i m p o r t a n c i a f u n d a m e n t a l de este sistema de propiedad, con su fuerza de t r a b a j o vinculada a la tierra, en la agricultura Sung. E s posible, p o r o t r a parte, que h a s t a el 60 p o r 100 o m á s de la población r u r a l fuesen pequeños propietarios situados f u e r a del p e r í m e t r o de estas grandes fincas 154. Estos e r a n quienes pagaban el grueso de los impuestos rurales. La teoría legal de los Sung m a n t e n í a n o m i n a l m e n t e la p r o p i e d a d estatal de toda la tierra, p e r o en la práctica esa teoría siempre f u e letra muerta 1 5 5 . A p a r t i r de entonces, la p r o p i e d a d privada de la tierra — a u n q u e s u j e t a a ciertos límites i m p o r t a n t e s — h a b r í a de caracterizar a la sociedad imperial china h a s t a su fin. Su p r e p o n d e r a n c i a social coincidió con grandes avances en la agricultura china. El desplazamiento de la población y los cultivos hacia el área p r o d u c t o r a de arroz de valle del b a j o Yangtsé vino a c o m p a ñ a d o p o r el r á p i d o desarrollo de u n tercer tipo de sistema hidráulico: el d r e n a j e de las tierras p a n t a n o s a s aluviales y la recuperación del f o n d o de los lagos. H u b o u n auge espectacular en el volumen total de proyectos de regadío, cuya incidencia media anual d u r a n t e la época Sung f u e m á s de tres veces superior a la de cualquier o t r a dinastía anterior 1 S Ó . Los 151

Twitchett, Land tenure and the social order in T'ang and Sung Londres, 1962, pp. 26-7. 154 Twitchett, Land tenure and the social order, pp. 28-30. El problema de la balanza real dentro de la economía Sung, entre el sector de grandes fincas chang-yuan y la agricultura de pequeñas propiedades, es uno de los más controvertidos en la actual historiografía sobre la época. Elvin, en su importante y reciente obra, afirma que el «señorío» chino, basado en trabajo «servil», dominaba en la mayor parte del campo, aunque concede que el número de campesinos que había fuera de esas propiedades no era pequeño: The pattern of the Chinese past, Londres, 1973, páginas 78-83. Sin embargo, Elvin rechaza las estimaciones cuantitativas basadas en los registros de población de la época sin ofrecer ningún cálculo alternativo, y basa excesivamente su interpretación en dos investigadores japoneses, Kusano y Sudo, cuyas opiniones no parecen gozar de plena aceptación en su propio país. Twitchett, por el contrario, critica el empleo de términos tales como el de «señorío» para designar al changyuan e insiste mucho más en la importancia relativa de los pequeños propietarios en la época Sung. Los datos actuales no parecen permitir una conclusión firme. 155 Twitchett, Land tenure and the social order, p. 25. 154 Véanse los cómputos en Needham, Science and civilization in China, iv, 3, pp. 282-4, depurados sobre la base de cálculos realizados inicialmente por Chi Ch'ao Ting, Key economic areas in Chinese history, p. 36.

China,

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señores de la época Sung invirtieron en las grandes operaciones de habilitación de tierras m u c h o m á s de lo q u e se invirtió en proyectos públicos. E n efecto, la implantación de la propiedad privada de la tierra coincidió con el p r e d o m i n i o del cultivo de riego del arroz d e n t r o del c o n j u n t o de la economía agraria china; a m b o s f u e r o n fenómenos nuevos de la época Sung. A p a r t i r de aquí, la gran m a y o r p a r t e de las obras de regadío tuvieron siempre u n c a r á c t e r local y exigieron poca —o ninguna— intervención central del Estado 1 5 7 : las iniciativas de terratenientes y campesinos i m p u l s a r o n la m a y o r p a r t e de ellas una vez q u e se h u b o i m p l a n t a d o en la región del Yangtsé el ciclo m u c h o m á s productivo de la agricultura de regadío. E n esta época se generalizó el uso de u n a m a q u i n a r i a m á s compleja p a r a la conducción de agua, el bombeo, la molienda y la trilla. Se m e j o r a r o n y d i f u n d i e r o n las h e r r a m i e n t a s de cultivo: el arado, la azada, la hoz y la pala; de Vietnam se i m p o r t ó el arroz de Champa, de m a d u r a c i ó n t e m p r a n a ; se multiplicó la producción del trigo 1 5 8 y se i m p l a n t a r o n cultivos comerciales como el cáñamo, el té y el azúcar. En c o n j u n t o , la productividad agraria y la densidad demográfica a u m e n t a r o n muy r á p i d a m e n t e . La población de China, que desde el siglo n a. C. se había estacionado p r á c t i c a m e n t e en t o r n o a los 50 millones de habitantes, se duplicó quizá e n t r e mediados del siglo V I I I y los siglos X al X I I I , h a s t a alcanzar los 100 millones 159. Mientras tanto, en la minería y la metalurgia se h a b í a exp e r i m e n t a d o u n e n o r m e p r o g r e s o industrial. El siglo xi presenció u n continuo a u m e n t o en la producción de carbón, q u e a t r a j o inversiones en capital y t r a b a j o m u y superiores a las de los combustibles tradicionales y que alcanzó u n impresion a n t e nivel de producción. La d e m a n d a se vio favorecida p o r los decisivos avances en la industria del hierro, cuya tecnología era ya e x t r e m a d a m e n t e c o m p l e j a (los fuelles de pistón constituían u n equipo normal) y cuyas fundiciones f u e r o n quizá las mayores del m u n d o hasta el siglo xix. Se h a calculado q u e en el año 1078 la producción de h i e r r o f u e en el norte de los dominios Sung e n t r e 75.000 y 150.000 toneladas, es decir, 12 veces superior a la de dos siglos antes. Es posible que la producción 157 Dwigth Perkins, Agricultural deveíopment in China, 1368-1968, Edimburgo, 1969, pp. 171-2. El estudio de Perkins se refiere a la China posterior al período Yuan, pero hay muchas razones para creer que sus opiniones son válidas para la época posterior al período T'ang. Twitchett, Land tenure and the social order, pp. 30-1. m Gernet, Le monde chinois, p. 281.

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china de h i e r r o en el siglo xi fuese a p r o x i m a d a m e n t e igual a la producción total de E u r o p a a comienzos del siglo X V I I I . Este r á p i d o crecimiento de la i n d u s t r i a del h i e r r o hizo posible la multiplicación de las h e r r a m i e n t a s agrícolas, q u e se extendieron p o r el campo, así como la ampliación de las manufact u r a s d e a r m a s . E n el m i s m o período se p r o d u j o t a m b i é n u n s o r p r e n d e n t e c o n j u n t o de nuevos inventos: se i n t r o d u j e r o n arm a s de f u e g o p a r a la guerra; se idearon los tipos móviles p a r a la i m p r e n t a ; la b r ú j u l a magnética se utilizó c o m o i n s t r u m e n t o de navegación, y se f a b r i c a r o n relojes mecánicos , 6 1 . Las tres o c u a t r o innovaciones técnicas m á s f a m o s a s de la E u r o p a renacentista habían sido anticipadas desde m u c h o a n t e s p o r China. Las esclusas p a r a la canalización y el timón de p o p a y las r u e d a s de paletas en las embarcaciones m e j o r a r o n todavía m á s los t r a n s p o r t e s 162. La i n d u s t r i a cerámica se desarrolló con mucha rapidez, y posiblemente los o b j e t o s de porcelana superaron p o r vez p r i m e r a a la seda c o m o principal artículo de exportación del imperio. La circulación de m o n e d a s de cobre a u m e n t ó e n o r m e m e n t e , y t a n t o los b a n q u e r o s privados c o m o el E s t a d o comenzaron a emitir billetes de papel. E s t a combinación de p r o g r e s o r u r a l e industrial desencadenó u n a ola trem e n d a de urbanización. Hacia el a ñ o 1100, China tenía quizá h a s t a cinco ciudades con u n a población de m á s de u n millón de habitantes 1 6 3 . Estas grandes aglomeraciones e r a n p r o d u c t o de u n crecimiento económico e s p o n t á n e o antes q u e de u n prog r a m a b u r o c r á t i c o deliberado, y se caracterizaban p o r u n trazado u r b a n o m u c h o m á s libre 164. El t o q u e de q u e d a f u e abolido en el siglo xi en la capital Sung de Kaifeng, y los viejos distritos vigilados de las ciudades imperiales dieron paso a u n sist e m a m á s fluido de calles. Las nuevas c o m u n i d a d e s mercantiles de las ciudades se beneficiaron de la llegada de la agricult u r a comercial, del auge de la minería, del i n c r e m e n t o de las 160

1,0 R. Hartwell, «A revolution in the chinese iron and coal industries during the Northern Sung, 920-1126 A. D.», The Journal of Asian Studies, xxi, 2, febrero de 1962, pp. 155, 160. Needham, Science and civilization in China, I, pp. 134, 231; iv, 2, páginas 446-65; iv, 3, p. 562. En la práctica, los tipos fijos siempre predominaron en la China imperial, porque la escritura ideográfica reducía las ventajas de los tipos móviles para ella: Gernet, Le monde chinois, páginas 292-6. >" Needham, Science and civilization in China, iv, 2, pp. 417-27; iv, 3, páginas 350, 357-60, 641-2. E. Kracke, «Sung society: change within tradition», The Far Eastern Quarterly, xiv, agosto de 1955 , 4, pp. 481-2. 144 Véase Tuan, China, pp. 132-5.

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industrias metalúrgicas y del descubrimiento de nuevos instrum e n t o s financieros y crediticios. El volumen de la m o n e d a de cobre a u m e n t ó hasta 20 veces p o r encima de los niveles alcanzados en la época T'ang. Se p r o d u j o t a m b i é n un creciente dominio del comercio m a r í t i m o de larga distancia, gracias a los n u m e r o s o s avances de la ingeniería naval y a la creación p o r vez p r i m e r a de u n a a r m a d a imperial. Este p r o f u n d o c a m b i o en la configuración global de la economía china en la época Sung se acentuó con la conquista del n o r t e de China p o r los n ó m a d a s churches (Ju-chen) a mediados del siglo XII. El imperio Sung del s u r de China, aislado de las tradicionales zonas interiores de civilización china de Asia central y Mogolia, desplazó hacia el m a r su antigua orientación hacia el interior, lo que era a b s o l u t a m e n t e nuevo en la experiencia china. Simultáneamente, el peso específico del comercio u r b a n o creció en la m i s m a medida. El r e s u l t a d o de todo ello f u e que, p o r vez p r i m e r a en su historia, la agricultura dejó de p r o p o r c i o n a r el grueso de las r e n t a s estatales. Los ingresos imperiales procedentes de los impuestos y los monopolios comerciales ya eran en el siglo xi de u n volumen igual al procedente de los impuestos sobre la tierra, p e r o en el E s t a d o Sung del s u r de finales del siglo x n y del x m las r e n t a s comerciales excedían con holgura a las agrícolas 1 6 5 . Esta nueva balanza fiscal r e f l e j a b a no sólo el crecimiento del comercio interior y exterior, sino t a m b i é n la ampliación de la base m a n u f a c t u r e r a de la economía, la expansión de la minería y la difusión de los cultivos comerciales en la agricultura. El imperio islámico del califato abasida h a b í a sido d u r a n t e cierto t i e m p o —en los siglos V I I I y ix— la civilización más rica y poderosa del m u n d o ; el imperio chino de la época Sung f u e sin d u d a alguna la economía más rica y avanzada del globo en los siglos xi y x n , y su florecimiento tuvo u n a m a y o r solidez al e s t a r b a s a d o en la producción diversificada de su agricultura y su industria m á s que en las transacciones del comercio internacional. El dinam i s m o económico del E s t a d o Sung estaba a c o m p a ñ a d o p o r u n f e r m e n t o intelectual, que c o m b i n a b a la veneración hacia el pasado de la China antigua con nuevas exploraciones en el c a m p o de las m a t e m á t i c a s , la astronomía, la medicina, la cartografía, la arqueología y o t r a s disciplinas 166. Los terratenientes letrados 165

Gernet, Le monde chinois, p. 285. Gernet, entre otros, habla de un «Renacimiento» Sung comparable al de Europa: Le monde chinois, pp. 290-1, 292-302. Pero la analogía es insostenible, porque los eruditos chinos nunca dejaron de estar preocu166

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q u e ahora gobernaban en China se caracterizaban p o r el desdén de los m a n d a r i n e s hacia los deportes físicos y los ejercicios militares y p o r u n culto deliberado hacia los pasatiempos estéticos e intelectuales. E n la cultura de la época Sung se c o m b i n a b a n las especulaciones cósmicas con u n neoconfucionismo sistematizado. La conquista de China p o r los mogoles en el siglo X I I I p u s o a p r u e b a la resistencia del sistema socioeconómico que había m a d u r a d o en esta era feliz. Una zona considerable de la China del Norte q u e d ó inicialmente «pastoralizada» p o r los nuevos dirigentes n ó m a d a s , b a j o cuyo dominio se p r o d u j o u n a decadencia general de la agricultura. Los posteriores esfuerzos de los e m p e r a d o r e s Yuan p o r r e m e d i a r la situación agraria tuvieron poco éxito i 6 7 . Las innovaciones industriales se paralizaron casi p o r completo, y el avance técnico más n o t a b l e de la época mogol parece h a b e r sido, quizá de f o r m a significativa, la fundición de cañones de hierro 1 6 S . La carga t r i b u t a r i a de las masas rurales y u r b a n a s a u m e n t ó a la p a r q u e se introducía el registro hereditario de sus ocupaciones, con o b j e t o de inmovilizar la e s t r u c t u r a de clase del país. Las rentas y las tasas de interés se m a n t u v i e r o n altos y el e n d e u d a m i e n t o campesino a u m e n t ó incesantemente. La dinastía Yuan m o s t r ó poca confianza en los m a n d a r i n e s chinos, pese a q u e los terratenientes del s u r se habían p a s a d o al ejército invasor. El sistema de exámenes f u e abolido a la vez q u e se r e f o r z a b a la a u t o r i d a d imperial central; se reorganizó la administración provincial y la recaudación fiscal se a r r e n d ó a los gremios e x t r a n j e r o s de uiguros, de quienes dependían en b u e n a m e d i d a los dirigentes mogoles p o r su pericia p a r a la administración y los negocios 169. Por o t r a parte, la política de los Yuan favoreció a la e m p r e s a mercantil y estimuló el comercio. La integración de China en el extenso sistema imperial mogol provocó la e n t r a d a de los mercaderes á r a b e s de Asia central y la expansión del comercio marítipados con el pasado antiguo, y no hubo un claro proceso de ruptura cultural tal como el que caracterizó al redescubrimiento renacentista de la Antigüedad clásica en Europa. El propio Gernet advierte con elocuencia en otros lugares de su obra contra la abusiva importación de períodos y conceptos propios de Europa a la historia china, e insiste en la necesidad de forjar nuevos conceptos específicos y adecuados a la experiencia de aquel país: Le monde chinois, pp. 571-2. H. F. Schurmann, Economic structure of the Yuan dynasty, Cambridge (Massacnusetts), 1956, pp. 8-9, ¿9-30, 43-8. Needham, Science and civilization in China, I, p. 142. Schurmann, Economic structure of the Yuan dynasty, pp. 8, 27-8; Dawson, Imperial China, pp. 186, 197.

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m o internacional. Se i n t r o d u j o u n a m o n e d a nacional de papel y se estableció u n t r a n s p o r t e de c a b o t a j e a gran escala p a r a el aprovisionamiento de g r a n o del norte, donde se había f u n d a d o u n a nueva capital en Pekín. S i m u l t á n e a m e n t e , se completó el impresionante Gran Canal, que unía los centros económicos y políticos del país en u n a continua vía fluvial. Pero la discriminación étnica de la dinastía provocó la e n e m i s t a d de la m a y o r p a r t e de los terratenientes, y la intensidad de sus exacciones financieras, la depreciación de sus emisiones fiduciarias y la difusión de u n sistema señorial opresivo e m p u j a r o n al campesinado a la rebelión a r m a d a . El resultado f u e la insurrección social y nacional que acabó con el dominio mogol en el siglo xiv, instalando a la dinastía Ming. El nuevo E s t a d o representaba, con algunas modificaciones significativas, u n a reafirmación de la e s t r u c t u r a política tradicional del dominio de los terratenientes letrados. El sistema de exámenes se r e s t a u r ó inmediatamente, p e r o p a r a evitar el monopolio de cargos p o r el s u r se estableció u n sistema regional de cuotas que reservaba el 40 p o r 100 de los doctorados a los candidatos del norte. Los grandes propietarios del Yangtsé f u e r o n trasladados a la nueva capital Ming de Nanking, d o n d e su residencia forzosa facilitaba el control g u b e r n a m e n t a l . Al m i s m o t i e m p o se abolió el secretariado imperial, que tradicion a l m e n t e constituía u n i m p e d i m e n t o p a r a la voluntad arbitraria del e m p e r a d o r . B a j o el gobierno de los Ming se i n c r e m e n t ó el c a r á c t e r a u t o r i t a r i o del Estado, cuyos sistemas de policía y de vigilancia secreta se hicieron m u c h o m á s amplios e implacables que los de la dinastía Sung 1 7 0 . La política de la corte se vio d o m i n a d a cada vez más p o r u n n u m e r o s o c u e r p o de eunucos (situados p o r definición al m a r g e n de las n o r m a s confucianas de a u t o r i d a d y responsabilidad paternas) y p o r violentas luchas faccionales. La solidaridad de la burocracia letrada se debilitó con la inseguridad de la posesión del cargo y la división de las obligaciones, m i e n t r a s que en el sistema de grados se' r e t r a s a b a c o n t i n u a m e n t e la edad de la graduación final. En un p r i m e r m o m e n t o se creó u n gran ejército de más de tres millones de h o m b r e s , que en su m a y o r p a r t e f u e posteriormente diluido en una red de colonos militares. La principal innovación fiscal del E s t a d o Ming fue la imposición sistemática de prestaciones de t r a b a j o público sobre la población r u r a l y ur170 Dawson, Imperial China, politics and society», pp. 72-3.

pp. 214-15; 218-19; Twitchett,

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baña, q u e f u e organizada p a r a ejecutarlos en u n i d a d e s «comunitarias» c u i d a d o s a m e n t e vigiladas. En el c a m p o tendieron a desaparecer los restrictivos contratos de a r r e n d a m i e n t o de la época Sung 1 7 1 , m i e n t r a s se mantenían, a u n q u e de f o r m a flexible, los registros de ocupaciones hereditarias del régimen Yuan. Con el restablecimiento de la paz civil y la mitigación de los a r r e n d a m i e n t o s , las fuerzas de producción rurales volvieron a conseguir u n a vez m á s prodigiosos avances. El f u n d a d o r de la dinastía Ming, el e m p e r a d o r Hungwu, impulsó oficialmente u n vasto p r o g r a m a de recuperación agraria con o b j e t o de r e m e d i a r las devastaciones del gobierno mogol y las destrucciones causadas p o r los levantamientos que a c a b a r o n con él. Se organizó la habilitación de t i e r r a s p a r a el cultivo, se r e s t a u r a r o n y a m p l i a r o n las obras hidráulicas y, b a j o las instrucciones del E s t a d o imperial, se llevó a cabo u n a reforestación sin precedentes en el país 172. Los resultados f u e r o n rápidos y espectaculares. A los seis años de la caída de los Yuan, el volumen de los impuestos en grano recibidos p o r la tesorería central casi se había triplicado. El í m p e t u inicial q u e esta reconstrucción desde a r r i b a imprimió a la economía rural, puso en m a r c h a p o r a b a j o u n crecimiento agrícola extrem a d a m e n t e rápido. En los valles y llanuras se expandió y mej o r ó sin cesar el cultivo de arroz p o r medio de regadíos, gracias a la difusión, desde el b a j o Yangtsé h a s t a Hopei, H u n a n y Fukien, de las variedades de m a d u r a c i ó n r á p i d a y de la doble cosecha. E n el sudoeste se colonizó Yunan. Las tierras marginales del sur se s e m b r a r o n de trigo, cebada y mijo, a d o p t a d o s del norte. Los cultivos comerciales de añil, azúcar y t a b a c o t o m a r o n u n volumen m u c h o mayor. La población de China, que p r o b a b l e m e n t e había descendido b a j o el dominio de los Ming hasta unos 65-80 millones de habitantes, volvió a crecer r á p i d a m e n t e a consecuencia de este p r o g r e s o hasta alcanzar e n t r e 120 y 200 millones p o r el año 1600 173. En las ciudades e x p e r i m e n t a r o n u n notable desarrollo las telas de seda, las cer á m i c a s y el refinado del azúcar, m i e n t r a s que los textiles de 171 Esta es, al menos, la opinión más corriente. Elvin sitúa el final del sistema de arrendamiento «servil» mucho después, a principios de la época Ch'ing, a la que considera como el primer período en el que se generalizó la pequeña propiedad privada en el campo: The pattern of the Chinese past, pp. 247-50. 171 Gernet, Le monde chinois, pp. 341-2. 173 Ping-Ti Ho, Studies on the population of China, 1368-1953, Cambridge (Massachusetts), 1969, pp. 101, 277; Perkins, Agricultural development •n China, pp. 16, 194-201, 208-9.

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algodón llegaban p o r vez p r i m e r a al u s o popular, sustituyendo a las tradicionales p r e n d a s de cáñamo. La adopción de los nuevos paños p o r el c a m p e s i n a d o hizo posible la creación de imp o r t a n t e s centros m a n u f a c t u r e r o s p a r a la producción de tela. A finales de la era Ming, la región de Singkiang a g r u p a b a quizá a unos 200.000 artesanos de la industrial textil. El comercio interregional unificó progresivamente al país, a la p a r que se p r o d u c í a u n avance notable hacia la implantación de u n nuevo sistema monetario. El papel m o n e d a f u e a b a n d o n a d o poco después de mediados del siglo xv a causa de las sucesivas devaluaciones; finalmente, se i m p o r t ó de América (vía Filipinas) y de J a p ó n u n creciente volumen de plata, que llegó a constituir el medio de intercambio d o m i n a n t e d e n t r o de China hasta que f i n a l m e n t e f u e a d o p t a d o en b u e n a medida p o r el sistema fiscal. El gran auge inicial de la economía Ming n o se mantuvo, sin embargo, en el segundo siglo de dominio de la dinastía. Los p r i m e r o s f r e n o s a su crecimiento se hicieron evidentes en la agricultura: desde el a ñ o 1520 comenzaron a caer los precios de la tierra al descender la rentabilidad de las inversiones rurales p a r a la clase terrateniente 1 7 4 . Es posible que descendiera t a m b i é n el crecimiento de la población. Las ciudades, p o r o t r a parte, m o s t r a b a n todavía e x t e r i o r m e n t e u n a gran p r o s p e r i d a d comercial, con m e j o r a s en los m é t o d o s de producción de algunas de las viejas m a n u f a c t u r a s y con u n a u m e n t o en el sumin i s t r o de metales preciosos. Pero al m i s m o tiempo, y en u n plan o m á s f u n d a m e n t a l , la tecnología industrial dejó de m o s t r a r ningún nuevo dinamismo. B a j o el dominio de los Ming no parece que se p r o d u j e r a ningún invento u r b a n o de importancia, m i e n t r a s que se a b a n d o n a b a n u olvidaban algunos avances anteriores (los relojes y las esclusas) 1 7 5 . El empleo de m a t e r i a s p r i m a s p o r la i n d u s t r i a textil progresó del cáñamo al algodón, p e r o con ello se a b a n d o n a r o n las r u e d a s p a r a el hilado mecánico q u e se utilizaban en la confección de los paños de c á ñ a m o en el siglo xiv, lo que supuso u n a grave regresión técnica. También desde el p u n t o de vista organizativo, las m a n u f a c t u r a s rurales del algodón retrocedieron a la i n d u s t r i a de casa de labor, m i e n t r a s q u e la producción de telas de c á ñ a m o había desarrollado u n sistema de t r a b a j o a don-; a l i o b a j o el control de los mercaderes 1 7 6 . La expansión naval alcanzó su apogeo a principios del siglo xv, cuando los juncos chinos, de tonelaje m u y 174 ,7i 174

Gernet, Le monde chinois, pp. 370-1. Needham, Science and civilization in China, iv, 2, p. 508; iv, 3, p. 360. Elvin, The pattern of the Chínese past, pp. 195-9, 162, 274-6.

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superior a los navios europeos de la época, atravesaban los océanos en dirección a Arabia y Africa. Pero estas expediciones marítimas se a b a n d o n a r o n a mediados del m i s m o siglo, y la a r m a d a imperial f u e c o m p l e t a m e n t e desmantelada en u n contragolpe de los terratenientes y b u r ó c r a t a s que presagiaba u n mayor o s c u r a n t i s m o e involución oficiales 177. El clima indigenista y restauracionista de la c u l t u r a Ming, que procedía de la reacción xenófoba contra el dominio mogol, parece h a b e r conducido a u n «desplazamiento» al campo filológico y literario de la actividad intelectual, a c o m p a ñ a d o de u n interés decreciente p o r la ciencia y la técnica. Políticamente, el E s t a d o imperial Ming r e p r o d u j o enseguida u n a trayectoria más o menos conocida: la ostentación palaciega, la corrupción administrativa y la evasión de i m p u e s t o s p o r los terratenientes agotaron su tesorería y provocaron u n a creciente presión sobre el campesinado, cuyas prestaciones de t r a b a j o f u e r o n c o n m u t a d a s p o r impuestos en dinero, q u e subían sin p a r a r a medida que el régimen era o b j e t o de a t a q u e s desde el exterior. La piratería j a p o n e s a infestaba los mares, c e r r a n d o definitivamente el intervalo de poderío m a r í t i m o de China; las correrías de los mogoles se renovaron en todo el norte, provocando u n a gran destrucción, y, en fin, los a t a q u e s expedicionarios de J a p ó n contra Corea sólo p u d i e r o n ser resistidos gracias a e n o r m e s inversiones en los ejércitos imperiales 178. Así, el crecimiento económico y demográfico del país se detuvo g r a d u a l m e n t e d u r a n t e el siglo xvi, coincidiendo con la decadencia política del gobierno y el precio militar de su incompetencia. A principios del siglo x v n , c u a n d o las p r i m e r a s incursiones m a n c h ú e s alcanzaron el n o r d e s t e de China, la seguridad interior del reino Ming ya se estaba d e s m o r o n a n d o a medida que las h a m b r e s asolaban el c a m p o y las deserciones socavaban el ejército. Las revueltas de los u s u r p a d o r e s y las insurrecciones de los campesinos inundarían muy p r o n t o a todo el país, desde Shensi y Szechuan h a s t a Kiangsu. Así pues, la conquista m a n c h ú ya estaba p r e p a r a d a p o r las condiciones internas de China b a j o los últimos e m p e r a d o r e s Ming: los interminables ataques, que se extendieron d u r a n t e dos generaciones, llevaron las b a n d e r a s tunguses desde Muk177 Needham, Science and civilization in China, iv, 3, pp. 524-7, resume las hipótesis actuales sobre las razones de este cambio repentino. Sobre las vicisitudes de la última época del régimen Ming, véase Dawson, Imperial China, pp. 247-9, 256-7.

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den h a s t a Cantón. E n 1681 ya estaba ocupada toda la China continental. La nueva dinastía Ch'ing, u n a vez en el poder, habría de r e p e t i r en u n a escala ampliada el m i s m o ciclo económico que su predecesora. Políticamente, su gobierno f u e u n a mezcla de tradiciones Yuan y Ming. La clase dirigente m a n c h ú conservó el s e p a r a t i s m o étnico, a c a n t o n ó en el país sus propios regimientos o b a n d e r a s y monopolizó los altos m a n d o s militares del Estado 1 7 9 . Los generales-gobernadores m a n c h ú e s , q u e dirigían dos provincias simultáneamente, e s t a b a n p o r encima de los gobernadores chinos, a cargo de la administración de u n a sola provincia. La clase t e r r a t e n i e n t e china quedó, sin embargo, en posesión de la burocracia civil, y el sistema de exám e n e s se purificó con o b j e t o de e q u i l i b r a r la representación provincial. La tradicional c e n s u r a que ejercía el E s t a d o imperial sobre la c u l t u r a f u e reforzada. D u r a n t e cerca de u n siglo, desde 1683 a 1753, el gobierno m a n c h ú r e d u j o los impuestos, detuvo la corrupción, conservó la paz interior y f o m e n t ó la colonización interior. La expansión de los cultivos p r o c e d e n t e s de América a través de las Filipinas —maíz, patatas, cacahuetes, boniatos— p e r m i t i ó p o r vez p r i m e r a la conquista agrícola de las colinas de suelo poco p r o f u n d o . La emigración campesina hacia las tierras altas forestales, h a b i t a d a s h a s t a entonces p o r pueblos tribales, se propagó con rapidez y p r o d u j o el rescate de grandes zonas de tierra p a r a el cultivo. Las semillas de arroz se m e j o r a r o n todavía m á s h a s t a conseguir cosechas en menos de la m i t a d del t i e m p o r e q u e r i d o p o r las p r i m e r a s variedades de m a d u r a c i ó n rápida de la época Sung. La extensión y la productividad agrícolas volvieron a crecer sin interrupción, p e r m i t i e n d o u n explosivo a u m e n t o demográfico, q u e esta vez superó todas las m a r c a s anteriores. La población de China se duplicó o triplicó e n t r e 1700 y 1850, a ñ o en que alcanzó los 430 millones de h a b i t a n t e s 18°. Mientras que la población total de E u r o p a a u m e n t a b a de 144 a 193 millones de h a b i t a n t e s ent r e 1750 y 1800, se h a calculado que la población de China subió de 143 a 360 millones e n t r e 1741 y 1812. La p r o d u c c i ó n m á s intensiva de arroz, que siempre f u e s u p e r i o r al cultivo de cereales de secano, hizo posible u n a densidad demográfica sin pa-

ralelo en el m u n d o occidental , M . Al m i s m o tiempo, las conquistas militares m a c h ú e s —que pusieron p o r vez p r i m e r a en la historia a Mogolia, Sinkiang y el Tíbet b a j o control de China— a u m e n t a r o n significativamente el t e r r i t o r i o potencial susceptible d e colonización y cultivo. Los soldados y funcionarios de los Ch'ing extendieron hasta las p r o f u n d i d a d e s de Asia central las f r o n t e r a s continentales chinas. En el siglo xix, sin embargo, se p r o d u j o de nuevo u n relativo e s t a n c a m i e n t o económico en la agricultura. La erosión del suelo a r r a s ó la m a y o r p a r t e de los cultivos de las colinas y provocó inundaciones en los sistemas de regadío; la u s u r a y el sistema señorial superexplotador c a m p a b a n p o r sus respetos en las regiones m á s fértiles, y la superpoblación campesina com e n z a b a a hacerse evidente en las aldeas 1W. E n la segunda mitad del siglo X V I I I , d u r a n t e el reinado del e m p e r a d o r Ch'ien Lung, la expansión militar m a n c h ú y el dispendio de la corte ya h a b í a n s i t u a d o de nuevo la presión fiscal a u n o s niveles intolerables. E n el a ñ o 1795 estalló en el noroeste la p r i m e r a gran insurrección campesina, q u e f u e liquidada con dificultad t r a s ocho años de lucha. I n m e d i a t a m e n t e después, las manufact u r a s u r b a n a s e n t r a r o n t a m b i é n en u n p e r í o d o de crisis galopante. D u r a n t e el siglo x v m se había p r o d u c i d o u n renacimient o de la p r o s p e r i d a d comercial en las ciudades. Los textiles, la porcelana, la seda, el papel, el té y el azúcar h a b í a n experiment a d o u n a f u e r t e alza d u r a n t e la paz Ch'ing. El comercio exterior a u m e n t ó considerablemente, i m p u l s a d o p o r la nueva d e m a n d a e u r o p e a de p r o d u c t o s chinos, a u n q u e a finales de siglo producía t a n sólo alrededor de u n a sexta p a r t e de los ingresos fiscales procedentes del comercio interior. P e r o en el m o d e l o d e la i n d u s t r i a china n o se p r o d u j o ningún c a m b i o cualitativo. Los grandes avances en la siderurgia de la época Sung n o f u e r o n seguidos p o r ningún proceso similar en la China m o d e r n a ; n o se p r o d u j o ningún desarrollo de la i n d u s t r i a de bienes de producción. Las industrias de artículos de consumo, que desde la época Ming siempre h a b í a n sido las m á s boyantes, t a m p o c o p r o d u j e r o n ningún avance tecnológico decisivo en la época Ch'ing y ni siquiera se había extendido en ellas de f o r m a sig-

Los soldados chinos de la «bandera verde» formaban un ejército subordinado del Estado Ch'ing. El dualismo que existía entre los regimientos manchúes y chinos se mantuvo hasta los últimos años de la dinastía, a comienzos del siglo xx: V. Purcell, The Boxer uprising, Cambridge, 1963, pp. 20-4. Ping-Ti Ho, Studies on the population of China, pp. 208-15.

1,1 Gernet, Le monde chinois, p. 424. Todavía hoy la productividad internacional media del arroz es superior en un 75 por 100 por ha a la del trigo. Es el siglo xviii, la ventaja del arroz chino sobre el trigo europeo era mucho mayor. 1U Dawson, Imperial China, pp. 301-2; Ho, Studies on the population of China, pp. 217-21.

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nificativa la utilización de t r a b a j o asalariado a principios del siglo xix. La balanza global e n t r e los sectores u r b a n o y r u r a l de la economía b a j o el dominio m a n c h ú se revela en el e n o r m e p r e d o m i n i o en el sistema fiscal de las capitaciones y los impuestos sobre la tierra que, h a s t a finales del siglo X V I I I , ascendieron al 70 y 80 p o r 100 de los ingresos totales del E s t a d o Ch'ing 183 . Por o t r a parte, y desde mediados del siglo xix, la expansión imperialista europea comenzó a a t a c a r p o r vez prim e r a al comercio y las m a n u f a c t u r a s tradicionales de China y a dislocar todo el a p a r a t o defensivo del E s t a d o Ch'ing. La prim e r a f o r m a de presión occidental f u e esencialmente comercial: el ilícito t r á f i c o de opio realizado p o r las compañías inglesas en la China del S u r desde la segunda década del siglo xix ocasionó al gobierno m a n c h ú u n déficit en el comercio exterior al a u m e n t a r las importaciones de narcóticos. La creciente crisis de la balanza de pagos se agravó con la caída de la p l a t a en el m e r c a d o mundial, que c o n d u j o a u n a depreciación de la moneda china y a u n a galopante inflación interior. El intento de los Ch'ing de detener el comercio del opio f u e liquidado p o r la fuerza de las a r m a s en la g u e r r a anglo-china de 1841-2. Estos reveses económicos y militares, a c o m p a ñ a d o s p o r u n a inquietante penetración ideológica del exterior, f u e r o n seguido? p o r el gran t e r r e m o t o social de la rebelión de los Taiping. D u r a n t e quince años, de 1850 hasta 1864, esta e n o r m e insurrección campesina y plebeya —sin d u d a alguna la m a y o r rebelión p o p u l a r que se p r o d u j o en todo el m u n d o d u r a n t e el siglo xix— sacudió los cimientos del imperio. Los soldados del «Reino Celeste», inspirados p o r los ideales igualitarios y p u r i t a n o s de la doctrina Taiping, conquistaron la m a y o r p a r t e de la China central. Mientras tanto, la China del N o r t e era sacudida p o r o t r o s levantamientos r u r a l e s de los rebeldes Nien, y las minorías étnicas y religiosas o p r i m i d a s —sobre t o d o las c o m u n i d a d e s musulmanas— explotaban en diferentes revueltas en Kweichow, Yunan, Shensi, Kansu y Sinkiang. Las feroces guerras de represión desencadenadas p o r el E s t a d o Ch'ing c o n t r a estos sucesivos levantamientos de los p o b r e s se prolongaron d u r a n t e cerca de tres décadas. H a s t a 1878 n o a c a b a r o n las operaciones de los m a n c h ú e s , con la «pacificación» definitiva de Asia central. Las pérdidas totales de estas luchas gigantescas ascendieron quizá a 20 ó 30 millones de personas, y la destrucción agraria f u e del m i s m o orden. La rebelión de los Taiping, j u n t o

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con el r e s t o de las insurrecciones, selló la irreversible decadencia del sistema político m a n c h ú . El E s t a d o imperial intentó levantar sus finanzas p o r m e d i o de nuevos i m p u e s t o s comerciales, cuyo valor global se multiplicó p o r siete e n t r e 1850 y 1910, lo q u e s u p u s o u n a carga q u e debilitó todavía m á s a las industrias interiores, p r e c i s a m e n t e en el m o m e n t o en q u e estab a n siendo d a ñ a d a s p o r u n a i m p r e s i o n a n t e competencia extranj e r a 1M. Los textiles de algodón de I n g l a t e r r a y Norteamérica h u n d i e r o n la producción autóctona; el té de la India y de Ceilán a r r u i n ó las plantaciones locales; las sedas japonesas e italianas se a d u e ñ a r o n de los tradicionales m e r c a d o s de exportación. La presión militar imperialista se hizo c a d a vez m á s d u r a h a s t a c u l m i n a r en la g u e r r a chino-japonesa de 1894-5. Las humillaciones a n t e el e x t r a n j e r o provocaron u n a turbulencia interior (rebelión de los bóxer) que c o n d u j o a nuevas intervenciones e x t r a n j e r a s . El E s t a d o Ch'ing, t a m b a l e á n d o s e b a j o estos múltiples golpes, f u e demolido f i n a l m e n t e p o r la revolución republicana de 1911, en la que u n a vez m á s se mezclaron diversos elementos sociales y nacionales. La agonía final y la m u e r t e del gobierno imperial en China i m p r i m i e r o n en los observadores europeos del siglo xix la idea de q u e se t r a t a b a de u n a sociedad esencialmente estancada, q u e se d e s m o r o n a b a a n t e la irrupción del Occidente dinámico. Pero en u n a perspectiva m á s amplia, el espectáculo del d e r r u m b a m i e n t o del E s t a d o Ch'ing era engañoso. E n efecto, t o d o el curso de la historia imperial china, desde la época Tang h a s t a la Ch'ing, revela en d e t e r m i n a d o s aspectos básicos u n desarrollo p r o f u n d a m e n t e acumulativo. El e n o r m e a u m e n t o de la población del país, q u e pasó de u n o s 65 millones en 1400 a 430 en 1850 — u n avance demográfico que dejó m u y a t r á s al de E u r o p a en el m i s m o período—, testifica p o r sí solo el vol u m e n de la expansión de las fuerzas de producción en China t r a s la época Yuhan. Si se consideran en u n a perspectiva secular, los avances agrícolas experimentados a comienzos de la China m o d e r n a f u e r o n notables. El e n o r m e crecimiento demográfico, q u e multiplicó p o r seis el n ú m e r o de h a b i t a n t e s en el transcurso de cinco siglos, p a r e c e h a b e r sido c o n s t a n t e m e n t e igualado p o r el a u m e n t o en la producción de cereales h a s t a el mism o fin del p r o p i o orden imperial; de hecho, la r e n t a percápita f u e relativamente estable desde 1400 h a s t a 1900 185. El gran au1M

Gernet, Le monde

chinois,

p. 424.

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IB

Gernet, Le monde chinois, pp. 485-6. Perkins, Agricultural development in China, pp. 14-15, 32.

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m e n t ó e x p e r i m e n t a d o p o r la producción total de g r a n o d u r a n t e este medio milenio se h a a t r i b u i d o en p a r t e s a p r o x i m a d a m e n t e iguales a la expansión cuantitativa de la tierra cultivada y a la m e j o r a cualitativa de las cosechas, cada u n a de las cuales parece h a b e r contribuido a la m i t a d a p r o x i m a d a del crecimient o total de la producción 1 8 é . D e n t r o de la p a r t e q u e en este p r o g r e s o c o r r e s p o n d e a las cosechas, la m i t a d de las m e j o r a s registradas se debe p r o b a b l e m e n t e al u s o de m e j o r e s semillas y a la introducción de nuevas p l a n t a s y de la doble cosecha, m i e n t r a s q u e la otra m i t a d se podría d e b e r a la m a y o r utilización del control del agua y de los fertilizantes 187. Al final de esta larga evolución, y a p e s a r de los últimos y desastrosos años del gobierno Ch'ing, los niveles de productividad en el cultivo a r r o c e r o de China se situaban muy p o r encima de los d e o t r o s países asiáticos, tales c o m o la India o Tailandia. Con todo, este modelo de desarrollo agrario estuvo desprovisto casi p o r completo de m e j o r a s tecnológicas i m p o r t a n t e s después de la época Sung 18S. El a u m e n t o en la producción de g r a n o se debió invariablemente a u n cultivo más extensivo de la tierra, a u n a aplicación m á s intensiva del t r a b a j o , a la plantación de semillas m á s variadas y al uso m á s extendido del riego y los fertilizantes. Por lo demás, la tecnología r u r a l p e r m a n e c i ó estacionaria. También es posible que las relaciones de propiedad hayan c a m b i a d o relativamente poco tras la época Sung, a u n q u e en este c a m p o la investigación todavía es f r a g m e n t a r i a e insegura. Se ha calculado recientemente que, desde el siglo xx al xix, el índice global de tenencia en a r r e n d a m i e n t o s p o r los campesinos sin tierra p u e d e situarse, de f o r m a p r á c t i c a m e n t e constante, en t o r n o al 30 p o r 100 189. El E s t a d o Ch'ing d e j ó t r a s d e sí u n a configuración r u r a l que era, en realidad, u n expresivo res u m e n de las tendencias seculares de la historia agrícola de China. En las décadas de 1920 y 1930, p r o b a b l e m e n t e el 50 p o r 100 de los campesinos chinos eran propietarios de las tierras q u e ocupaban, el 30 p o r 100 e r a n a r r e n d a t a r i o s y o t r o 20 por 100 e r a n s i m u l t á n e a m e n t e propietarios y arrendatarios 1 9 0 . La m

Ibid., pp. 33, 37. Ibid., pp. 38-51, 60-73. ,M Ibid., pp. 56-8, 77. Una excepción insólita parece haber sido la introducción del molino de viento, cuyos primeros testimonios datan de principios del siglo xvii. Perkins, Agricultural development in China, pp. 98-102. R. H. Tawney, Land and labour in China, Londres, 1937, p. 34. ln

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u s u r a e s t a b a tan extendida q u e u n propietario nominal era « f r e c u e n t e m e n t e poco m á s que el a r r e n d a t a r i o de u n préstamista» 1 9 1 . Las tres c u a r t a s p a r t e s de la tierra cultivada p o r a r r e n d a t a r i o s estaban a r r e n d a d a s , d u r a n t e la época Ch'ing, p o r r e n t a s fijas en especie o dinero, lo que p e r m i t í a f o r m a l m e n t e las m e j o r a s en la productividad p a r a beneficio del p r o d u c t o r directo. Una c u a r t a p a r t e de la tierra, situada en su mayoría en las regiones más p o b r e s del norte, d o n d e el a r r e n d a m i e n t o era menos i m p o r t a n t e , se regía p o r acuerdos de aparcería m . A finales de la época Ch'ing se comercializaba, a lo sumo, u n 30 ó 40 p o r 100 del p r o d u c t o agrícola 1 9 3 . Las fincas de los terratenientes, c o n c e n t r a d a s en la región del Yangtsé, el s u r y Manchuria, cubrían la m a y o r p a r t e de la tierra m á s productiva. El 10 p o r 100 de la población r u r a l poseía el 53 p o r 100 de la tierra cultivada, y la extensión de la p r o p i e d a d media de los terratenit-ites era 128 veces m a y o r q u e la de la parcela media del campesino 194. Las tres cuartas p a r t e s de los terratenientes eran propietarios absentistas. Las ciudades f o r m a b a n los núcleos de los distintos círculos concéntricos de la p r o p i e d a d y la producción agraria: la tierra s u b u r b a n a e s t a b a monopolizada p o r los comerciantes, los funcionarios y los terratenientes y se destinaba a los cultivos industriales y a la h o r t i c u l t u r a ; más allá se situaban los campos de arroz y trigo, destinados al comercio y dominados p o r los terratenientes; p o r último, e n las regiones m á s altas o m á s inaccesibles e s t a b a n las m í s e r a s parcelas de los campesinos. Las ciudades provinciales se habían multiplicado d u r a n t e la época Ch'ing, pero la sociedad china e s t a b a p r o p o r c i o n a l m e n t e m á s u r b a n i z a d a en la época Sung, m á s de quinientos años antes 195. Porque, en efecto, las fuerzas de p r o d u c c i ó n parecen h a b e r t o m a d o en la China imperial u n a curiosa f o r m a espiral t r a s las grandes revoluciones socioeconómicas de la era Sung en los siglos x-xin. Sus movimientos se repitieron en planos cada vez m á s altos, sin desviarse n u n c a de la línea central, h a s t a que finalmente esta recurrencia dinámica se vio q u e b r a d a y aplastada p o r fuerzas exteriores a su f o r m a c i ó n social y tradiIbid., p. 36. Perkins, Agricultural development in China, pp. 104-6. Ibid., pp. 114-5 136. 194 Ho, Studies on the population of China, p. 222. 195 Elvin, The pattern of the Chinese past, pp. 176-8: el porcentaje de población que vivía durante el siglo x n en ciudades de más de 100.000 habitantes se situaba quizá entre el 6 y el 7,5 por 100, mientras que en el año 1900 era sólo del 4 por 100. 192

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cional. La p a r a d o j a de este movimiento peculiar de la historia china de la época m o d e r n a es que la mayoría de las condiciones previas p u r a m e n t e técnicas p a r a la industrialización capitalista se habían alcanzado m u c h o antes en China que e n Europa. A finales de la E d a d Media, China llevaba u n a amplia y decisiva v e n t a j a tecnológica sobre Occidente, y se había anticipado en varios siglos a p r á c t i c a m e n t e todos los inventos clave de la producción material cuya combinación h a b r í a de liberar el d i n a m i s m o económico de la E u r o p a renacentista. Todo el desarrollo de la civilización imperial china p u e d e considerarse en cierto sentido, efectivamente, c o m o la m á s grandiosa demostración y la m á s p r o f u n d a experiencia del p o d e r y de la impotencia de la técnica en la historia 1%. Los avances e n o r m e s y sin precedentes de la economía Sung —especialmente en la metalurgia— se m a l o g r a r o n en las épocas posteriores: la t r a n s f o r m a c i ó n radical de la industria y de la sociedad que p r o m e t í a n n u n c a tuvo lugar. En este sentido, todo parece indicar que la época Ming es la clave del enigma chino, que f u t u r o s historiadores h a b r á n de resolver, p o r q u e f u e en este m o m e n t o cuando, a p e s a r de los impresionantes avances iniciales p o r m a r y tierra, los mecanismos del crecimiento científico y tecnológico de las ciudades parecen detenerse o d a r m a r c h a a t r á s 197. A p a r t i r de comienzos del siglo xvi, p r e c i s a m e n t e cuan-

do el Renacimiento de las ciudades italianas se extiende h a s t a a b a r c a r a toda la E u r o p a occidental, las ciudades chinas dejaron de s u m i n i s t r a r al imperio impulsos o innovaciones fundamentales. De f o r m a significativa quizá, la ú l t i m a gran creación u r b a n a f u e la construcción de la nueva capital de Pekín p o r los Yuan. La dinastía Ming t r a t ó inútilmente de restablecer el centro político del país en la vieja ciudad de Nanking, pero n o añadió ninguna nueva creación propia. Económicamente, además, las sucesivas etapas de la f o r m i d a b l e expansión agraria tuvieron lugar sin ningún equivalente industrial c o m p a r a b l e y sin recibir ningún impulso tecnológico de la economía u r b a n a , h a s t a que f i n a l m e n t e el propio crecimiento u r b a n o tropezó con los límites insuperables de la superpoblación y de la escasez de tierra. Parece claro, pues, q u e d e n t r o de sus propios límites, la agricultura china tradicional alcanzó su p u n t o c u l m i n a n t e de posibilidades en la p r i m e r a época Ch'ing, c u a n d o sus niveles de productividad eran muy superiores a los de la agricult u r a e u r o p e a contemporánea, y que a p a r t i r de entonces sólo h a b r í a podido m e j o r a r con la introducción de p r o d u c t o s específicamente industriales, c o m o los fertilizantes químicos o la tracción mecánica 198. La incapacidad del sector u r b a n o p a r a generar estos p r o d u c t o s f u e decisiva p a r a el bloqueo de toda la economía china. La presencia de u n vasto m e r c a d o interior,

Esta es, en efecto, la inolvidable lección del magistral y apasionante libro de Needham, cuyo alcance no tiene precedentes en la historiografía moderna. Es preciso decir, sin embargo, que la apresurada clasificación de Needham de la sociedad imperial china como «burocratismo feudal» queda claramente por debajo del nivel científico que tiene el conjunto de su obra. La unión de ambos no hace al término «feudalismo» más aplicable ni al término «burocracia» menos perogrullesco para definir a la formación social china a partir del año 200 a. C. Needham es en realidad demasiado lúcido como para no darse cuenta de esto, y nunca lo utiliza de forma categórica. Véase, por ejemplo, esta reveladora afirmación: «La sociedad china era un burocratismo (o quizá un feudalismo burocrático), es decir, un tipo de sociedad desconocido en Europa». Science an civilization in China, II, p. 377. La última frase es la verdaderamente operativa: el «es decir» reduce implícitamente los predicados antecedentes a su verdadero papel. Needham advierte expresamente en otro lugar contra la identificación del «feudalismo» o el «burocratismo feudal» de China con cualquier otra cosa designada con estas mismas palabras en la experiencia europea (iv, 3, p. 263), con lo que pone radicalmente en cuestión (¿de forma involuntaria?) la utilidad de un concepto común para referirse a ambos. 197 Los avances en campos tales como la medicina y la botánica parecen haber sido una excepción. Véase Needham, Science and civilization in China, III, Mathematics and the Sciences of the heavens and the earth, Cambridge, 1959, pp. 437, 442, 457; iv, 2, p. 508; iv, 3, p. 526.

Elvin ha analizado con la mayor amplitud este callejón sin salida: The pattern of the Chínese past, pp. 306-9 ss. El gran mérito del libro de Elvin es el de haber planteado con más claridad que cualquier otro estudio las paradojas centrales de la economía china a principios de la era moderna, tras el florecimiento de la época Sung. Pero su solución al problema del estancamiento imperial es demasiado estrecha y superficial para ser convincente. La expresión «trampa de alto equilibrio» que utiliza para describir el bloqueo de la economía tras el período Sung no lo explica en realidad, y se limita a replantear el problema con un aire engañosamente técnico. El alto equilibrio sólo se alcanzó en la agricultura, que, a pesar de las apariencias, es todo lo que estudia realmente el análisis final de Elvin. El «equilibrio» en la industria fue, por el contrario, más bien bajo. En otras palabras, el estudio de Elvin elude el problema de por qué no se produjo una revolución industrial en las ciudades que proporcionase inversiones «científicas» en la agricultura. Las observaciones con las que rechaza las explicaciones sociológicas de las limitaciones de la industria china (pp. 286-96) son demasiado tajantes para ser convincentes, y además están en claro desacuerdo con su propio estudio sobre las condiciones de la industria textil (pp. 279-82). En general, The pattern of the Chínese past sufre de una falta de verdadera integración o articulación de sus análisis económicos y sociales, que se desarrollan en niveles separados. La tentativa final de una explicación «puramente» económica del estancamiento chino es claramente inadecuada.

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q u e p e n e t r a b a p r o f u n d a m e n t e en el campo, y de i m p o r t a n t e s acumulaciones de capital mercantil parecían c r e a r las condiciones propicias p a r a la aparición de u n v e r d a d e r o sistema fabril que combinase el equipo mecanizado con el t r a b a j o asalariado. Pero en realidad n u n c a se dio el salto a u n a producción en m a s a de bienes de c o n s u m o p o r m e d i o de m á q u i n a s ni a la t r a n s f o r m a c i ó n de los artesanos u r b a n o s en u n p r o l e t a r i a d o industrial. El crecimiento agrícola alcanzó su plenitud mient r a s se descuidaba el potencial industrial. E s t a p r o f u n d a desproporción puede obedecer, sin duda, a la e s t r u c t u r a de la sociedad y el E s t a d o chinos, porque, como ya h e m o s visto, los m o d o s de producción de toda f o r m a c i ó n social precapitalista son especificados siempre p o r el a p a r a t o político-jurídico de dominación de clase que impone su peculiar coerción extraeconómica. La propiedad privada de la tierra —medio básico de producción— se desarrolló m u c h o m á s en la civilización china que en la islámica, y sus distintas trayectorias se vieron ciertamente m a r c a d a s p o r esa diferencia fundamental. A p e s a r de ello, los conceptos chinos de propiedad se q u e d a r o n todavía m u y p o r d e t r á s de los europeos. La propiedad c o n j u n t a de la familia estaba m u y extendida e n t r e los t e r r a t e n i e n t e s y, además, los derechos de p r i o r i d a d y de reventa limitaban las ventas de tierra 1 9 9 . El capital u r b a n o mercantil se vio a f e c t a d o p o r la falta de toda clase de n o r m a s de p r i m o g e n i t u r a y p o r la monopolización estatal de algunos sectores clave de la producción interior y de las exportaciones al e x t r a n j e r o 200. El arcaísmo de los vínculos de clan —de los que carecían los grandes estados islámicos— reflejaba la falta de u n v e r d a d e r o sistema de derecho civil. La c o s t u m b r e o el parentesco sobrevivieron como p o d e r o s o s conservadores de la tradición ante la falta de u n derecho codificado. Las prescripciones legales del E s t a d o tenían u n c a r á c t e r esencialmente punitivo, se referían ú n i c a m e n t e a la supresión del delito y n o p r o p o r c i o n a b a n ningún m a r c o j u r í d i c o positivo p a r a la dirección de la vida económica 2 0 1 . De m o d o similar, la c u l t u r a china H. F. Schurmann, «Traditional property concepts in China», The Far Eastern Quarterly, xv, 4, agosto de 1956, pp. 507-16, insiste con fuerza en estos límites de los conceptos chinos de propiedad privada agrícola. 200 Balazs, Chinese civilization and bureaucracy, subraya especialmente la función inhibidora de los monopolios estatales y de la propiedad imperial de la mayor parte del suelo urbano (pp. 44-51). 201 En este punto han insistido la mayor parte de los investigadores. Véase, por ejemplo, D. Bodde y C. Morris, Law in imperial China, Cambridge (Massachusetts), 1967, pp. 4-6. «El derecho oficial siempre actuaba

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n o f u e capaz de d e s a r r o l l a r el concepto teórico de leyes de la naturaleza m á s allá del ingenio p r á c t i c o de sus invenciones técnicas o de los r e f i n a m i e n t o s de su a s t r o n o m í a oficialmente patrocinada. Sus ciencias tendían a ser clasificatorias antes que causales y a c e p t a b a n las irregularidades —que a m e n u d o detectaban de f o r m a m á s p e n e t r a n t e q u e las c o n t e m p o r á n e a s ciencias de Occidente— d e n t r o de una cosmología elástica, sin i n t e n t a r e n f r e n t a r s e a ellas y explicarlas. De ahí su peculiar carencia de p a r a d i g m a s determinados, cuya falsación pudiera conducir a revoluciones teóricas d e n t r o de ellas 202. Por o t r a parte, la rígida división social e n t r e letrados y a r t e s a n o s impidió el decisivo e n c u e n t r o e n t r e la teoría m a t e m á t i c a y la experimentación que p r o d u j o en E u r o p a el n a c i m i e n t o de la física m o d e r n a . Por consiguiente, la ciencia china siempre tuvo u n carácter vinciano m á s que galileano, en f r a s e de N e e d h a m 203, n u n c a cruzó la línea divisoria que lleva al «universo de la precisión».

A largo plazo, la ausencia de leyes jurídicas y n a t u r a l e s e n el c o n j u n t o de tradiciones s u p e r e s t r u c t u r a l e s del sistema imperial no podía d e j a r de inhibir sutilmente a las m a n u f a c t u r a s u r b a n a s , situadas en u n a s ciudades q u e n u n c a consiguieron la autonomía cívica. Los m e r c a d e r e s del Yangtsé a c u m u l a r o n con frecuencia grandes f o r t u n a s comerciales, y los b a n q u e r o s de Shensi extendieron sus r a m a s p o r t o d o el país en la época Ch'ing. Pero el capital mercantil o financiero de China n o afectó p a r a n a d a al específico proceso de producción. Con pocas excepciones, el estadio i n t e r m e d i o de u n sistema de t r a b a j o a domicilio no se desarrolló en la economía de las ciudades. Los comerciantes mayoristas t r a t a b a n con contratistas, los cuales c o m p r a b a n d i r e c t a m e n t e a los p r o d u c t o r e s a r t e s a n o s y vendían en un sentido vertical, del Estado a los individuos, antes que en un plano horizontal, entre dos individuos.» Bodde afirma que la cultura china no mantuvo en ninguna época la idea de que el derecho escrito pudiera ser de origen divino, en contraposición con la jurisprudencia islámica, por ejemplo (p. 10). 202 Véase el excelente estudio de S. Nakayama, «Science ana technology in China», Half the world, pp. 1434; las irregularidades astronómicas que trastornaban los cálculos tradicionales eran aceptadas con amable calma, con el dicho que «incluso los cielos se extravían en ocasiones». 201 Needham ha ofrecido algunos análisis elocuentes: Science and civilization in China, II, History of scientific thought, Cambridge, 1956, páginas 542-3, 582-3; u, pp. 150-68; The grand titration, Londres, 1969, páginas 36-7, 39-40, 184-6, 299-330. Needham opina que existía una estrecha conexión entre el atraso sectorial de la física y la heteronomía social de la clase mercantil en la China imperial.

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los p r o d u c t o s sin n i n g u n a intervención directiva en el proceso de su m a n u f a c t u r a . La b a r r e r a e n t r e producción y distribución se institucionalizaba a m e n u d o p o r la concesión oficial de monopolios funcionales 204. Así pues, la inversión de capital comercial en la m e j o r a de la tecnología m a n u f a c t u r e r a era m í n i m a : a m b o s estaban f u n c i o n a l m e n t e separados. Los m e r c a d e r e s y b a n q u e r o s , que n u n c a gozaron de la estima que los comerciantes tenían en el m u n d o árabe, i n t e n t a b a n p o r lo general realizar sus f o r t u n a s p o r m e d i o de la c o m p r a de tierra y, p o s t e r i o r m e n t e , de grados en el sistema de exámenes. Carecían de identidad política corporativa, p e r o n o de movilidad social personal 205. A la inversa, los terratenientes iban a d e s c u b r i r m á s t a r d e las o p o r t u n i d a d e s lucrativas ofrecidas p o r la actividad mercantil. El resultado de todo esto f u e la imposibilidad de u n a cristalización, organización o solidaridad colectiva de la clase comercial u r b a n a , incluso cuando el sector privado de la economía a u m e n t ó cuantitativamente en los m o m e n t o s finales de la época Ch'ing. Las asociaciones mercantiles e r a n p o r lo general del tipo regionalista de las Landsmannschaft 206, cuya función política era m á s de división que de unificación. Como e r a presumible, el papel de la clase mercantil china en la revolución republicana que f i n a m e n t e derrocó al i m p e r i o a principios del siglo xx f u e p r u d e n t e y ambigua 207. La m a q u i n a r i a del E s t a d o imperial, q u e limitaba de esa f o r m a a las ciudades, d e j ó t a m b i é n su i m p r o n t a en los terratenientes. La clase poseedora de China siempre c o n t ó con u n a doble b a s e económica: sus fincas y sus cargos. El volumen total de la b u r o c r a c i a imperial siempre f u e m u y p e q u e ñ o en comparación con la población del país: e n t r e 10.000 y 15.000 funcionarios en la e r a Ming y menos de 25.000 en la época Ch'ing 208. Su eficacia dependía de los vínculos informales que se estable204

Elvin, The pattern of the Chínese past, pp. 278-84. Ping-Ti Ho, The ladder of success in imperial China: aspects of social mobility, 1368-1911, Nueva York, 1962, pp. 46-52; sobre los aspectos generales de la movilidad social en la China de las épocas Ming-Ch'ing, véanse las pp. 54-72. Véase también Balazs, Chínese civilization and bureaucracy, pp. 51-2. 206 Ping-Ti Ho, «Salient aspects of China's heritage», en Ping-Ti Ho y Tang Tsou, comps., China in crisis, 1, Chicago, 1968, pp. 34-5. 207 Véase el amplio y revelador ensayo de M.-C. Bergéres, «The role of the bourgeoisie», en M. Wright, comp.. China in revolution: The first phase, 1900-1913, New Haven, 1968, pp. 229-95. m Gernet, Le monde chinois, pp. 343-4; Chang-Li Chang, The income of the Chínese gentry, Seattle, 1962, pp. 38, 42. La burocracia Ch'ing contaba con un grupo adicional de unos 4.000 funcionarios manchúes.

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cían e n t r e los funcionarios enviados a las provincias y los t e r r a t e n i e n t e s locales que colaboraban con ellos en la realización de las funciones públicas (transporte, regadío, educación, religión, etc.) y el m a n t e n i m i e n t o del o r d e n público (unidades de defensa, etc.), p o r lo q u e recibían lucrativos ingresos en concepto de «servicios» 209. Las extensas familias de los terratenientes incluían tradicionalmente a algunos m i e m b r o s que habían a p r o b a d o los exámenes p a r a o b t e n e r el r a n g o chin-shih y el acceso f o r m a l al a p a r a t o b u r o c r á t i c o del Estado, y otros m i e m b r o s en las ciudades provinciales o en los distritos rurales q u e carecían de esos títulos. Los poseedores de grados ocupab a n p o r lo general las posiciones administrativas locales o centrales, m i e n t r a s que sus parientes se encargaban de las tierras. Pero el e s t r a t o más rico y poderoso de la clase terrateniente siempre estuvo c o m p u e s t o p o r aquellos q u e tenían cargos o vínculos con el Estado, cuyos e m o l u m e n t o s públicos (procedentes de los salarios, la corrupción y los servicios) s u p e r a b a n n o r m a l m e n t e en la época Ch'ing sus ingresos privados agrícolas quizá h a s t a en u n 50 p o r 100 21°. Así, m i e n t r a s que el conj u n t o de la clase t e r r a t e n i e n t e china debía su p o d e r social y político a su control sobre los medios básicos de producción, llevado a cabo p o r su cualificada p r o p i e d a d privada de la tierra, su c a m b i a n t e élite —quizá poco menos del 1 p o r 100 de la población en el siglo xix— e s t a b a d e t e r m i n a d a p o r el sistema de grados q u e le d a b a acceso oficial a la m a y o r riqueza y a la m á s alta a u t o r i d a d del sistema administrativo 2 1 1 . La inversión a g r a r i a era desviada, pues, p o r el a b s o r b e n t e papel del Estado imperial en el seno de la clase dominante. Los repentinos y grandes avances en la productividad de la agricultura china procedieron n o r m a l m e n t e de a b a j o , en las fases de m e n o r presión fiscal y política del E s t a d o sobre el c a m p e s i n a d o que se p r o d u c í a n al comienzo de u n ciclo dinástico. Los consiguientes a u m e n t o s demográficos p r o v o c a b a n entonces n o r m a l m e n t e u n

205

209

Chang, The income of the Chínese gentry, pp. 43-7 ss. Chang, The income of the Chínese gentry, p. 197: los poseedores de grados académicos gozaban también por lo general de amplios ingresos procedentes de actividades mercantiles, que en conjunto, según los cálculos de Chang, debían suponer alrededor de la mitad de los producidos por sus propiedades territoriales. 211 Chang, The Chínese gentry, p. 139, calcula que los titulares de grados y sus familias representaban, antes de la rebelión Taiping, el 1,3 por 100 de la población. Los estudios de Chang limitan arbitrariamente la definición de gentry a este único estrato, pero sus hallazgos no implican la aceptación de este límite. 210

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478 Dos notas

nuevo m a l e s t a r social en el campo, q u e se hacía progresivam e n t e m á s peligroso p a r a los t e r r a t e n i e n t e s a m e d i d a que la población crecía, h a s t a llegar al episodio final del «Reino Celeste» de los Taiping. Al m i s m o tiempo, el a u t o r i t a r i s m o político del E s t a d o imperial tendió a intensificarse después de la época Sung 2 1 2 . El c o n f u c i a n i s m o se f u e haciendo cada vez más represivo y el p o d e r del e m p e r a d o r m á s amplio h a s t a la m i s m a víspera de la caída de la dinastía Ch'ing. Las civilizaciones china e islámica —que en sus diferentes m a r c o s naturales 2 1 3 se extendían a principios de la época mod e r n a p o r la m a y o r p a r t e del continente asiático— comprenden, pues, dos morfologías c l a r a m e n t e divergentes de E s t a d o y sociedad. Las diferencias e n t r e a m b a s p o d r í a n r e f e r i r s e prácticamente a todos sus elementos. Las guardias militares de esclavos q u e constituyeron con t a n t a frecuencia la cima de los sistemas políticos islámicos son la antítesis de los terratenientes letrados de c a r á c t e r civil q u e d o m i n a r o n el E s t a d o imperial chino; el p o d e r adopta, respectivamente, u n a f o r m a p r e t o r i a n a o la de u n m a n d a r i n a t o . La religión s a t u r a b a t o d o el universo ideológico de los sistemas sociales m u s u l m a n e s , m i e n t r a s el p a r e n t e s c o se relegaba o eclipsaba; en China, la m o r a l i d a d y la filosofía secular regían la c u l t u r a oficial, a la vez que permanecía i n c r u s t a d a en la vida civil la organización de clanes. El prestigio social de los m e r c a d e r e s en los imperios á r a b e s n u n c a f u e igualado p o r los h o n o r e s concedidos a los comerciantes en el Reino Celestial, y la a m p l i t u d de su comercio m a r í t i m o superó con m u c h o en el m o m e n t o de su esplendor a lo conseguido p o r sus homólogos chinos. Las ciudades desde las que o p e r a b a n los m e r c a d e r e s e r a n igualmente diferentes. Las ciudades clásicas de China f o r m a b a n redes b u r o c r á t i c a s y !1!

Ho, «Salient aspects of China's heritage», pp. 22-4. Los determinantes estrictamente geográficos de la estructura social fueron exagerados por Montesquieu y su época, en sus intentos de comprender el mundo no europeo. En el siglo xx, los marxistas han compensado exageradamente este legado de la Ilustración, ignorando el significado relativo del medio natural en el conjunto de la historia. A los historiadores modernos como Braudel ha correspondido devolverle un peso más justo. En realidad, ninguna historia verdaderamente materialista puede silenciar las condiciones geográficas, como si se tratara de algo meramente externo a los modos de producción. El mismo Marx insistió en el medio natural como un factor primario e irreductible de toda economía: i-Las condiciones originarias de la producción [...] originariamente no pueden ser ellas mismas producidas, no pueden ser resultado de la producción». Pre-capitalist formations, p. 86 (Grundrisse, p. 389 [Elementos, p. 449]). 211

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segmentadas, m i e n t r a s q u e las ciudades islámicas e r a n laberintos confusos y aleatorios. El apogeo de la agricultura intensiva, con la utilización de las obras hidráulicas m á s desarrolladas del m u n d o , se c o m b i n a b a en China con la p r o p i e d a d privada de la tierra, m i e n t r a s que el m u n d o islámico m o s t r a b a p o r lo general u n monopolio j u r í d i c o de la tierra p o r p a r t e del soberano y u n cultivo irregular o extensivo, sin la introducción de sistemas de regadío de alguna importancia. Ninguna de estas grandes zonas tuvo c o m u n i d a d e s igualitarias de aldea; p e r o en todo caso la productividad r u r a l generalmente e s t a n c a d a del Oriente Medio y del n o r t e de Africa contrasta c l a r a m e n t e con los e n o r m e s progresos agrícolas registrados e n China. Naturalmente, las diferencias de clima y de suelo n o f u e r o n a j e n a s a estos diferentes rendimientos. La población de a m b a s regiones c o r r e s p o n d e n a t u r a l m e n t e a la dinámica de las f u e r z a s de producción en la r a m a principal de toda economía precapitalista: estabilidad en el Islam, multiplicación en China. La tecnología y la ciencia siguieron también direcciones opuestas: la civilización imperial china generó m u c h a s m á s innovaciones técnicas que la E u r o p a medieval, m i e n t r a s que, inversamente, la historia islámica f u e a p a r e n t e m e n t e infértil en comparación con ella 214 . Por último, a u n q u e n o sea lo menos i m p o r t a n t e , el mundo islámico era contiguo a Occidente y estuvo sometido desde m u y p r o n t o a su expansión y, finalmente, a su cerco; m i e n t r a s q u e el reino chino p e r m a n e c i ó aislado, f u e r a del alcance de E u r o p a y quizá t r a n s m i t i e n d o d u r a n t e m u c h o t i e m p o a Occidente m á s de lo q u e recibía de él, m i e n t r a s q u e la civilización

La respectiva habilidad técnica de las civilizaciones china, islámica y europea quedó reflejada en el adagio tradicional que procedente de Samarkanda contaba el embajador castellano ante Timur en el siglo xiv: «los artesanos de Catay son considerados muchísimo más habilidosos que los de cualquier otra nación, y se dice que sólo ellos tienen dos ojos, mientras que los francos sólo tienen uno y los musulmanes son un pueblo ciego». Needham, Science and civilization in China, iv, 2, p. 602. El propio Needham supone que existía un grado de transmisión directa de los inventos chinos a Europa más alto de lo que en general puede demostrarse con testimonios históricos. La mutua ignorancia social prácticamente completa en 1a que permanecieron ambas civilizaciones durante la Antigüedad y la Edad Media —la falta por ambas partes de una información exacta en los documentos escritos, hasta unas fechas muy recientes— es difícil de reconciliar con la presunción de una frecuente intercomunicación técnica entre ambas, por muy informal que fuese y aunque sea imposible de encontrar en los documentos. La instrucción tecnológica de Europa por China no es un corolario necesario de la superioridad china sobre Europa; esto último es lo verdaderamente crucial e incuestionable.

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«intermedia» del Islam se e n f r e n t a b a , en el o t r o e x t r e m o de Eurasia, al ascenso del feudalismo occidental y de su invencible heredero. E s t a s diferencias elementales n o constituyen, p o r supuesto, ni siquiera los comienzos de u n a comparación de los verdaderos modos de producción, cuya c o m p l e j a combinación y sucesión define a las v e r d a d e r a s formaciones sociales de estas grandes regiones situadas f u e r a de E u r o p a . Esas diferencias son el m e r o r e s u m e n de algunos de los m a y o r e s índices de divergencia e n t r e las civilizaciones china e islámica (objetos terminológicos provisionales necesitados de diferenciación y retraducción p a r a cualquier análisis científico) que imposibilitan t o d o i n t e n t o de asimilarlas a simples ejemplos de u n c o m ú n m o d o de producción «asiático». Demos a este ú l t i m o concepto el h o n r o s o e n t i e r r o q u e merece. E s t á p e r f e c t a m e n t e clara la necesidad de u n a investigación histórica m u c h o m á s amplia y p r o f u n d a a n t e s de q u e p u e d a n deducirse v e r d a d e r a s conclusiones científicas de las diversas vías de desarrollo n o europeas en los siglos correspondientes a la época medieval y a los comienzos de la m o d e r n a en Occidente. E n c o m p a r a c i ó n con la p r o f u n d i d a d e intensidad del e s t u d i o académico al que se h a visto sometida la historia de E u r o p a , en la mayoría de los casos sólo se ha a r a ñ a d o h a s t a a h o r a la superficie de vastas zon a s y períodos 2 1 S . Pero u n a lección de procedimiento está abs o l u t a m e n t e clara: la evolución de Asia n o p u e d e reducirse en m o d o alguno a u n a categoría residual u n i f o r m e , construida con los s o b r a n t e s del establecimiento de los cánones de la evolución europea. Toda exploración teórica seria del c a m p o histórico situado f u e r a de la E u r o p a feudal debe t e r m i n a r con las comparaciones tradicionales y genéricas y p r o c e d e r a la construcción de u n a tipología concreta y exacta de las formaciones sociales y los sistemas estatales, r e s p e t a n d o sus e n o r m e s diferencias de e s t r u c t u r a y desarrollo. Unicamente en la noche de n u e s t r a ignorancia a d q u i e r e n el m i s m o color todas las f o r m a s extrañas.

215 Twitchett compara el actual estado de la investigación sobre la China Tang y Sung con el estadio alcanzado por la historiografía medieval inglesa en tiempos de Seebohm y del primer Vinogradoff: Land tenure and the social order, p. 32.

Í S . F . D . 1 / T Mfl««M>

INDICE DE NOMBRES

Aargau, 305 Abásida, dinastía, 371, 376, n. 13, 513, 514, 516, 517, 519 y n. 89, 520522, 524 y n. 109, 525, 548 Abbas, Shah, 522, 532 Adolfo, Carlos Felipe, 177, 202 Adolfo, Gustavo (véase Gustavo II) Abdul Hamid II, 400 Adrianápolis, 373, 403 Adriático, 304, 322 Afghanistán, 534 Afghanos, 536 Africa, 70, 108, 408, 422, 481, 502, n. 57, 515, 527, 533, 553, 567 Africano, 411, 431, 488 Agincourt, batalla de, 122 Ahmed, Feroz, 400, n. 47 Aix, 85, 95 Akamatsu, P., 463, n. 33, 473, n. 53 Akbar, Shah, 532, 536 Alá 514 Alba, duque de, 44, 47, 70 y n. 21, 127 Albania, 399, 404, n. 54 Albaneses, 25 Alberto IV de Bavaria, 255 Alberti, León Bautista, 149 Albertina, dinastía, 259, 260 Alcántara, orden de, 58 Alemanes, 78, 94, 125, 127, 133, 149, n. 12, 153, n. 21, 159, n. 29, 163, 174, 215, 219, 244, 248, 265, 286, 293, 298, 305, 312, 316, 328, 333, n. 40, 334, 342, 392, 443 Alemania, 5, 21 y n. 18, 23, 25, 40, 41, 44, 52, 56, 63, 65, 73, 74, 94, 101, 102, 111, 121, 146, 169, 177, 178, 184 y n. 15, 185-187, 190, n. 26, 196, 198, 199, 202-204, 222, 223, 238-241, 247253 y notas 17 y 18, 255, 256, n. 19, 257 y n. 20, 258, 259 y n. 22, 260 y n. 23, 261, 262 y notas 24 y 25, 263-265, 267, n. 30, 268-271, n. 37, 272, 273, 275-277 y n. 45, 278 y n. 48,

279 y n. 49, 280 y notas 51 y 52, 281, 282, 290, 291, 305, 306, 314, 333, 360, 363, 365, 368, 369, 397, 412, 430, 507, n. 67. Alejandro I, 231, 233, n. 13, 353 y n. 29 Alejandro II, 233, n. 13, 236, 356 Alejandro III, 144 Alepo, 384, n. 24, 528 Alianza (Escocia), 140 Almohades, dinastía, 521 «Allemaynes», 127 Almirantazgo, 23, n. 20, 132, n. 29 Almorávides, dinastía, 412, 521 Alpes, 146, 147, 159 y n. 29, 161, 168, 170, 171, 250 Alsacia, 95, 244 Althusser, 13 y n. 9, 238, n. 1, 478, n. 4, 480, n. 9 Amarillo, río, 538 Amberes, 56, 67, 251 América, 102, 415, 431, 552, 554, 557 Americanos, 44, 67, 73, 79, 102, 302, 383, 413, 470, 472 Américas, las, 56, 57, 63, 64, 66, 6870, 72, 73 Amerindias, sociedades, 431 Amsterdam, 100 Amur, 364 An, Lu-Shan, 542 Ana de Austria, 49, n. 13 Ana de Rusia, 350 Anagni, 142, 144 Anatolia, 370-373, 375, 377, 378, 384386, 389, 390 y n. 30, 392, 393, 396 y n. 40, 398, 501, 515, 528 Andalucía, 26, 63, 68, 320, 518, 522 Andersson, Ingvar, 178, n. 8 Angevinos, 26, 27, 110, 111, 129, 146 y n. 10, 147 Anglo-normandos, 23, 129, 133 Anglo-sajones, 32, 110 Angoumois, 95 Angus, casa de, 135

570 Anhwei, 544 Anjou, 84 Anjou, Enrique de, 290 Ankara, '373 Annekov, 415 Anquetil-Duperron, Abrahan Hyacinthe, 480, n. 9 Anteo, 435 «Anticristo», 144 Antillas, las, 35, 107, 108 Antigüedad, 19 y n. 14, 20, 21, n. 17, 147 y n. 11, 148 y n. 11, 149-155, 165, 412, n. 12, 419, 420, 428, 431, 433, 435, 437442, 478 , 481, 493, 501, 502, 507, n. 67, 517, n. 91, 518, 526, n. 113, 529, 549, 567, n. 214. Antioquía, 27 Antonina, dinastía, 430 Apelles, 149 Apeninos, 160 Apulia, 143, 144 Aqueménida, dinastía, 517, n. 89 Aquiles, 165 Arabia, 412, 488, 490, 512, 513, 517 y n. 90, 529, 530, 553 Arabes, 143, 370, 376, n. 13, 377, 396, 435, 512-518, 524 y notas 106 y 108, 525 y notas 109 y 110, 526, notas 112 y 113, 527, 529, 530 y n. 116, 531-533, 542, 566 Aragón, 45, 57, 59 y n. 3, 60 y n. 5, 61, 62 y n. 7, 64, 66, 71, 72 y n. 23, 75, 78, 79, 170, n. 53, 297, n. 22, 320 Aranda, 51, 80 Argel, 374 Argelia, 417, n. 19 Argyl, casa de, 135 Aristóteles, 477 y n. 3 Aristotelismo, 483 Arizona (hopi), 502, n. 57 Armada Invencible, 71, 74, 128, 132 y n. 28 Armenia, 355 Armenios, 286, 386, 522, 534 Arslan, Alp, 371 Artois 27, 97, 100 Asamblea de Estados (Suecia), 174, 177 Asamblea de 1848 (Austria), 329 Asamblea de la tierra (véase Zemsky Sobor) Ashikaga, dinastía, 450, 451, 454, 463 Asia, 70, 201, 205, 364, 370-372, 384, 389, 408410, 415, 426, 476-568 Asiáticos, 411, 435, 476-568

Indice de nombres Asociación de Príncipes, 272 Asti, 149, n. 13 Aston, T„ 25, 136, n. 25, 139, n. 38 Astracán, 201, 211, 212, 216, 337 Atlántico, 56, 64, 114, 413, 422, 519, 520 Aubin, Hermann, 223 n. 3 Auersperg, familia, 313 Auerstadt, 353 Augsburgo, 16, 35, 249, 252, 253, n. 16 Augsburgo, Liga de, 247 Augusto II de Polonia, 190, 262 , 298, 299 Augusto III de Polonia, 300 y n. 28 Aumale, duque de, 89 Aurangzeberg, emperador, 409, 531, n. 118 Australasia, 431 Australia, 57 Austria, 17, 27, 50, 52, 74, 100-102, 170-172, 198, 214-216, 219, 229, 230, 235, 236, 243, 255, 256, 259, 262, 264 y n. 26, 269, 271, 272, 275, 278, 280, 281, 290, 295, 300, 301, 304-334, 363, 389, 390, 393, 398, 400 Austríacos, 25, 73, 199, 202, 207, 214, 220, 270, 295, 304-334, 353, 354, 368, 387 Austroprusiana, guerra, 281 Austro-turca, guerra, 196, 198 Avignon, 142, 147 Avrej, A. Ya., 13, n. 9, 338, n. 6, 355, n. 32 Avrich, Paul, 341, n. 11, 349, n. 24, 352, n. 27 Ayalon, D„ 531, n. 117 Aygoberry, Pierre, 279, n. 50 Ayliner, G., 139, n. 39 Ayubí, dinastía, 528, 533 Azerbaiján, 355

Babilonia, 502, n. 57 Babur, 531 Bacon, E., 530, n. 116 Bacon, Francis, 31 y n. 34, 128, 408, 476, 487, n. 28 Bactria, 370 Bach, 330 Baer, G., 521, n. 100, 534, n. 124 Bagdad, 371, 377, 519 y n. 94, 525, 527, 532, 534 Bahrein, 526 y n. 113. Balash, Iván, 211 Balazs, E., 541, n. 145, 562, n. 200

Indice de nombres Balcanes, 195, 216, 298, 370, 373, 375, 380-383, 387, 388, 394, 3%, n. 40, 397, 398, 400, 401, 403, 404 y n. 54, 410, 499, 531, 534 Báltico, 175, 177, 184-187, 189, 190, 199, 201, 202, 213, 216, 238, 241, 242, 249, 251, 255, 284-286, 289, 292-295, 304, 339, 349 Báltico, guerra del 177, 243, 312 Banato, 215, 235, 324, 394 Baner, 199 Barbaro, Ermolao, 33, n. 39 Barbarroja, 146 Barcelona, 50, 59, 65, 77 Bardi, 16 Barkan, Omer Lufti, 373, n. 5 , 384, n. 24 Barraclough, G., 144, n. 5, 145, n. 6, 239, n. 2 Bashkir, rebelión, 349 Bashkiria, 212 Basilea, 305 Basilio III de Rusia, 337 Basora, 377, 517, 518 Báthory, Esteban, 291, 292 Baugh, Daniel, 132, n. 29 Baviera, 34, 48, 178, 255-258, 260, 261, 263, 264, 272, 276, 323, 326 Bávaro, 268, 316 Bayaceto, 373 Baybars, 528, 532 Bayle, 477 Béarn, 88 Beasley, W. G„ 471, n. 50 Bedmar, 73 Beduinos, 512, 515, 516, n. 88, 527, 529, 530 Bélgica, 53, 258, 259, 315, 326 Belgorod, línea, 346 Belgrado, 315, 373, 388, 394 Beloff, M., 216, n. 30 Benaerts, Pierre, 278, n. 47 Benevento, batalla de, 146 Bengala, 534 Benjamín, Walter, 253, n. 16 Bergen, 249 Bergéres, M. G., 564, n. 207 Bergeyck, 79, n. 34 Bergslagen, 183 Bérier, 409 Berlín, 198, 200, 214, 235, 239, 262, 269, 272-275, 278, 279, 333, n. 40, 484 Bernard, J., 149, n. 13 Bernier, Fran?ois, 374, n. 7, 410 y n. 7, 476, 478, 480, n. 9, 482, n. 11,

571 478 y n. 28, 488, n. 29, 491, 492, 494, 535 Bernini, Gianlorenzo, 153 Besaravia, 353 Bethlen, Gabor, 230, 322 Betts, R. R., 313, n. 14 Beuth, 278 Bielorrusia, 212, 216 Bielorrusos, 284, 289 Billington, J. H„ 202, n. 6 Bindoff, S. T., 116, n. 6 Bismarck, 276, 279-281 Bizancio, bizantino, 27, 142, 201, 291, 371, 372, 384, 412, 430, n. 30, 502, n. 57, 512, 524 Blanco, mar, 35 Blenheim, batalla de, 102, 258, 323 Bloch, Marc, 52, n. 17, 223, n. 2, 238, 424, n. 28 Bluche, Francois, 234, n. 14, 235, n. 15, 271, n. 36, 234, n. 25 Blum, Jerome, 220, 221, n. 38, 319, n. 21, 328, n. 31, 329, n. 34 Boeskay, 230, 322 Bodde. D„ 562, n. 201, 563, n. 201 Bodin, Jean, 25 y n. 24, 31, 44, 45 y n. 10, 46, 112, n. 3, 165, n. 42, 408, 476, 478, 487, n. 28, 507, n. 67 Boehme, Helmut, 278, n. 48 Bohemia, 27, 49, 53, n. 17, 74, 196, 212, 214-216, 219, 222, 229, 230, 236, n. 17, 239, 241, 254-256 , 268 , 269, 311-313 y n. 13, 314, 316, 318-320, 322-326 y n. 28, 328-331 Bolcheviques, 359, 368 Bolivia, 69 Bolonia, 18, 86 Boloñeses, 25 Bolotnikov, 211, 231, 341 y n. 11, 352, n. 27 Bombay, 480, n. 9 Bonete Jóvenes, partido de los, 191 Borbones, dinastía, 34, 35, 44, 65, n. 11, 74, 78-80, 87, 90, 95, 102, 103, 105, 108, 441, 477 Borgia, César, 166, 167 Borgoña, 33, n. 38, 87, 89, 115 Borgoña, casa de, 81, 308 Borgoñés, 27, 62, 82, 84, 115, 127, 307, 308 Bósforo, 371, 373 Bosnia, 310, 334, 373, 376, n. 12, 381, 399, 400 Boswell, B., 289, n. 16

570 Boswoeth, campos de, 115, 135 Bourges, 89 Boutruche, Robert, 420, n. 21, 424, n. 28 Bowen, H„ 374, n. 8, 378, n. 16, 379, n. 17, 386, n. 28, 395, n. 38, 397, n. 41, 532, n. 119 Boxer, rebelión, 557 Brandemburgo, 178, 187, 199, 200-203 y n. 8, 211, 213, 216, 229, 230, 238245, 247, 255, 256, 258, 259. 261-264, n. 26, 265, n. 27, 266, 269, 270, 273, n. 39, 276, 289, 293, 295 Brasil, 77 Bratislava, 322 Braudel, 566, n. 213 Brecht Bertolt, 253, n. 16 Breda, batalla de, 74 Breisach, 74 Breitenfeld, batalla de, 184, n. 15, 186 Breisgau, 305, 307 Bremen, 186, 190 Breslau, 269, 323 Bretaña, 75, 84, 89, 98, 99, n. 25, 100, 115, 121 Brienne, Loménie de, 109 Bromley, J. J., 112, n. 3 Brujas, 249 Bruselas, 79, n. 34 Buckinham, duque de, 138, 139 Bucquoy, familia, 313 Budismo, 447, 453, 541, 543 Buena Esperanza, cabo de, 480, n. 9 Bug, río, 351, 394 Buida, 516 Bujara, 529 Bula de Oro, 250 Bulavin, 211, 349 Bulgaria, 373, 381, 397, 399, 400, 403, 404 Burdeos, 55, 85, 88, 96, 99, 105 Burghley, 126 Burke, 273 Bursa, 384 Búyidas (o buidas), dinastía, 371, Si 6 Caffa, 373 Cahen, Claude, 371, n. 2, 419, n. 20, 515, notas 85 y 86, 516, n. 87, 517, n. 91, 519, n. 94, 522, n. 104, 525, n. 109, 533, n. 122 Cairo, El, 526-528, 534

Indice de nombres Calais, 125 Calatrava, orden de, 58 Caldirán, batalla de, 531 Calonne, 109 Calvinismo, 88, 241, 256, 310, 321, 322 Cámara de los Comunes, 112, 124, 126 Cámara de la Guerra y los Dominios, 219 Cámara estrellada, 23, n. 20 Camisards, 25, 99 Camphausen, 278 Canadá, 108 Canal de la Mancha, 67, 114 Cancillería, 23, n. 20 Canmore, dinastía, 133 Cantabria, 58 Cantor, N., 23, n. 20 Capeto, dinastía, 81-83, 442 Caprariis, Vittorio de, 171, n. 54 Capua, leyes de, 143 Cardenal Infante, 74 Caribe, 108 Carintia, 318, 328 Carlos V (I de España), 27, 29, 51, 62-66, 69, 70, 74, 117, 121, 252, 261, 374 Carlos II de España, El Hechizado, 78, 102 Carlos VII de Francia, 82, 83, 85, 115 Carlos VIII de Francia, 84, 87, 169 Carlos I de Inglaterra, 136, 138-140, 14| ( n . 41 Carlos II de Inglaterra, 103, n. 30 Carlos VI de Prusia, 247, 268 Carlos IX de Suecia, 175-177 Carlos X de Suecia, 184, 187, 200, 243, 295 Carlos XI de Suecia, 182, 188, 189, 191 Carlos XII de Suecia, 184, 186, n. 19, 189, 190 y n. 25, 191, 202, 248, 262, 299, 349 Carlos Alberto, duque, 268 Carlos Felipe (hermano de Gustavo II), 177, 202 Carlos Manuel III, 170, 172 Carnático, 480, n. 9 Carolina, carolino, 79, 80, 138, 140 Carolingio/a, 58, n. 17, 255, 291, 422, 439 Cárpatos, 322 Cartas aristocráticas, 185 Cartas de Nobleza, 176, 234, 350-352

Indice de nombres Carsten, F. L„ 199, n. 4, 203, n. 8, 205, n. 10, 219, n. 36, 241, n. 4, 243, n. 6, 244, n. 7, 245, n. 8, 246, n. 9, 247, n. 10, 254, n. 18, 256, n. 19, 257, n. 20, 260, n. 23, 262, notas 24 y 25, 272, n. 38 Carr, Raymond, 80, n. 37 Casa de la Guerra, 386-388 Casimiro III de Polonia, 283 Casimiro IV de Polonia, 285 Caspio, 212, 529 Castilla, 17, 26, 41, 43, 48, 57-61 y n. 6, 62 y n. 7, 63 y notas 8 y 9, 64, 66-73, 75, 76 y n. 30, 77, 79 y n. 35, 113, 114, 183, 320 Castilla-León, 58 Castilla, segunda guerra civil de, 17 Catalana, rebelión, 76, notas 29 y 30, 77, 230 Catalina I Je Rusia, 350 Catalina II de Rusia, 232, 234, 235, n. 15, 236, 301, 350-352, 507, n. 67 Catalina de Médicis, 87 Cataluña, 49, 59, n. 30, 60, 62, n. 7, 64, 75-79, 89, 95, 190 Católica, Liga, 256, 316 Catón, 554 Cáucaso, 352, 355, 371, 374, 389 Cecil, familia, 44 Ceilán, 557 Celeste Imperio, 509 Celtas, 493 , 500 Cerdeña, 53, 57, 171 Ceresole, batalla de, 29 Cevennes, 102 Cilicia, 373 Cipolla, Cario, 16, n. 11, 67, n. 14, 131, n. 26, 156, notas 22 y 23, 157, n. 24 Circasia, 355 Circasianos, 209, 522 Ciudad-Estado, 149, 150, 152 y n. 19, 153, 155, 156, 161, 249 Clarendon, 438 Clark, G N„ 28, n. 29, 133, n. 31 Clarke, A., 141, n. 41 Clausewitz, 273, n. 39 Clemente VII, 117 Cleves, 217, 241, 243-245, 247 Cockayne, proyecto de, 37 Colbert, 32, 48, 54, 94, 98-100, 171, 367 Coleman, D. C„ 31, n. 34 Colonia, 101, 252, 253, 255 Colonial, imperio, 197

573 Comisariado de Guerra (Prusia), 219 Comuna de Pisa, 40 College of Heralds, 124 Comnenos, 384 Comuneros, 34, n. 40, 62, 63 Concordato de Bolonia, 86 Condé, 44, 89 Confederación de Bar, 301 Confucianismo, 543, 566 Confucio, 235, n. 16 Congreso de Viena, 353 Consejo de los Dieciséis, 89, n. 10 Constable, Archibald, 410 Constantinopla, 201, 373 y n. 6, 375, 383, n. 21, 520, 529, 534 Constitución de Alemania del Norte (1867), 280 y n. 51 Constitución de Radom, 285 Constitución de Melfi, 143 Constitución Imperial alemana, 280 y n. 52 Constitución prusiana, 279 Consulado, 353 Contrarreforma, 53, 169, 175, 255, 256, 263, 292, 296, 300, 305, 311, 313315 Conversano, 49, n. 14 Cook, M. A., 521, n. 100, 533, n. 122 Cooper, J. P., 112, n. 3 Copenhague, 187 Copérnico, 289, 438 Corán, 519 Corea, 541, 543, 555 Cortes castellanas, 48, 58, 60, 61, 63 Cosacos, 177, 209-212, 231, 292, 294, 295, 341, 345, 349, 490, 393 Cósimo, Piero di, 149 Coulborn, R., 423, n. 26 Cracovia, 187, 200, 210, 285, n. 4, 295 Craig, G., 275, n. 41, 455, n. 17, 458, notas 22 y 23, 468, n. 43 Crawcour, E. S., 461, n. 30, 468, n. 42 Creciente fértil, 529 Crécy, batalla de, 122 Creta, 150, n. 16, 393, 501, n. 55 Crimea, 201 y n. 5, 209, 216, 236, 290, 339, 340, 346, 350, 351, 373, 393, 394 Crimea, guerra de, 356 Cristián II de Dinamarca, 173, 179, 251 Cristiandad latina, 33 Cristianismo, 284 Cristina de Suecia, 186 y n. 20, 187, 188, n. 23 Croacia, 216, 310, n. 8, 333, 403

576 Estambul, 381, 384 y n. 24, 389-394, 399, 402, 403 Estatuto Hidráulico, 508 Estatuto de Piotrkow, 285 Esterhazy, familia, 332 Estiria, 311, 314, 315, 318, 328 Estocolmo, 174, 185, 200, 249 Estonia, 175, 198, 201, 349 Estrasburgo, 101 Estuardo, 23, n. 20, 102, 133-135, 408 Etiopía, 422, 517, n. 90 Etruscos, 501 y n. 55 Eugene, 317 Eugenio de Saboya, 317, 326 Eurasia, 424, 430, 568 Europa, 1-3, 5, 10, 11, 15, n. 10, 1624, 25 y n. 23, 27-33, n. 39, 34, 39 y n. 2, 40, 41 y n. 5, 43, n. 6, 50, 53-60, 62-70, 74, 78, 87, 91, 103, 104, 110-113, 119, 121, 128, 129, 136, 142, 155, 156, 166, 168, 171-173, 174, n. 2, 177-184, 189, 195, 199, 204, 206, 212, 214, 222-231, 233-238, 249, 257, 263, 268-272, 275, 282-290, 292, 298, 300, 303-309, 311, 315, 328, 330-335, 342, 349-355, 358, 360, 361, 370, 381-391, 393, 395, 397-402 y n. 48, 403419, 421, n. 22, 423443, 448, 451, 452, 467470, 476481, 488, 497, 498, 500, 507, n. 67, 510, n. 73, 512, 519-521, n. 101, 525, n. 111, 527, 529, 533, n. 122, 547, 557, 560-563, 567, 568 Extremadura, 63, 78

Falls, C., 130, n. 25 Falún (Kopparberg), 183 Farnesio, 127 Fatimita, dinastía, 371, 522, 526-528 Federico I, 146, 247, 266 Federico II, 48, 142, 143, 146, 159, 214, 234 y n. 14, 235 y n. 15, 236, 249, 265, 268-272 Federico V, 254 Federico de Meissen, 259 Federico Guillermo I (El Gran Elector), 181, 199, 203, 217, 219, 231, 242-249, 264-268 Federico Guillermo I (El Rey Sargento), 172, n. 55, 226, 227 y n. 7, 231, 247, 248, 262, 264, 266-268 Federico Guillermo IV, 279 Fedosov, L. A., 345, n. 16, 348, n. 23, 355, n. 32 Fehrbellin, batalla de, 244

Indice de nombres Feine, H. F„ 307, n. 4 Felipe II de España, 24, 45, 65-67, 6972, n. 23, 74 Felipe III de España, 72 Felipe IV dt Fspaña, 73, 74, 76, 79 Felipe el Hermoso, 142 Fernando I de Austria, 258, 308, 3f¡5 Fernando II de Austria, 125, 241, 256, 311-312 y n. 10, 314-315 Fernando I de España, 17, 59-61 y n. 6, 62 Ficino, Marsilio, 149 Fichte, 273 Filarete, 341, 342 Filiberto Manuel, duque, 170, 171 y n. 54 Filipinas, 70, 552, 554 Finlandia, 180, n. 14, 181, 353, 364 Finlandia, golfo de, 175, 177, 349 Flandes, flamencos, 27, 57, 58, 62, 64, 70 y notas 21 y 22, 71, 73-75, 78, 89, 100, 102, 113, 127, 149, n. 12, 249-251, 490 Fleury, 51, 104, 108 Florencia, 16, 144, 146, 154, 156, n. 22, 157, 158 y n. 26, 160 y n. 30, 161, 167, 253 Focea, 150, n. 16 Forez, condado de, 52, n. 17 Forth, 113 Fostat, 518 Fowler, K„ 115, n. 5 Francés, 4, 25, 28, 40, 47, 78, 144-146, 158, 184, 235, 243, 248, 254, 265, 272, 280, 346, n. 17, 353, 399, 443, 472, 480, n. 9 Francia, 9, 17, 23, 27, 29, 30 y n. 33, 31-33, n. 38, 34 y n. 40, 35, 39, n. 2, 41-44, 49 y n. 14, 50-52, n. 17, 53, 54, 56, 65, 71, 74-79, 81-111, 113-115, 117, 119-122, 124, n. 17, 128, 129, 134, 137, 138, 162, 163 y n. 36, 164, 169 y n. 52, 170-172, 185, 187, 190, n. 26, 191, 197, n. 2, 200, 207, 214, 242, 244, 247, 259, 268-270, 273, 276, 278 y n. 48, 279, 300, 323, 330, 356, 361, 398, 408, 409, 412, 455, 468, 477, 478, n. 4 Francisco I, 25, 86, 119, 125, 174, n. 2 Francisco II, 353, n. 29 Francfort, 252, 279 Franco-Condado, 57, 63, 78, 100, 308 Francos, caballeros, 527 Franco-holandesa, guerra, 244

Indice de nombres Fronda, 49, 77, 78, 82, 95-97, 171, 230, 477 «Fronteras militares», 310 Frost, P„ 470, n. 49, 473, n. 52 Fuentes, 73 Fuggers, 37, 250, 252 Fujiwara, dinastía, 448 Fukien, 551

Gabrieli, F., 524, n. 107 Gales, 25, 118 Galeses, 25 Galicia, 63 Galitzia, 210, 212, 301, 328 Galileo, 153, 438, n. 37, 563 Gallípolis, 373 Gamayunov, L. S., 417, n. 17 Ganges, 481 Gaos, José, 482, n. 12 Gapón, 366 Garrett Mattingly, 33, n. 39, 132, n. 28 Gascuña, 88 Gattinara, Mercurino, 64 Gaznauí, dinastía, 522 Gedymin, de Lituania, 284, 288, n. 11 Geer, Louis de, 183 Genghis, dinastía, 412 Gengis Kan, 531 Génova, 16, 149, n. 13, 150, n. 16, 156, 158, 160, 253, 384 Genoveses, 35, 59, 87 Georgia, 352, 522 y n. 105 Georgianos, 522 Gernet, J„ 541, n. 146, 543, n. 151, 547, n. 161, 548, notas 165 y 166, 549, n. 166, 551, n. 172, 552, n. 174, 555, n. 181, 556, n. 183, 557, n. 184, 564, n. 208 Ghuzzi, 530 Gibb, H. A. R., 374, n. 8, 378, n. 16, 379, n. 17, 386, n. 28, 395, n. 38, 397, n. 41, 532, n. 119 Gibelinos, 144-146 Gierowski, J., 298, n. 25, 299, n. 27 Gieysztor, A., 285, n. 3 Gieysztorova, I., 296, n. 21 Gillis, John, 277, n. 43 Glosadores, escuela, 18 Gneisenau, 273, 274 Goblot, H., 517, n. 89 Godelier, Maurice, 501, n. 56, 502, n. 56, 510, n. 73

577 Godihno, Victorino Magalhaes, 68, n. 19 Godoy, 48, 80 Godunov, Boris, 340 y n. 10, 341 Goitein, S. D., 516, n. 88, 520, n. 97, 525, n. 111, 527, n. 114, 528, n. 115, 532, n. 120 Goldsmith, Raymond, 362, n. 46 Golitsyn, 350, n. 26 Gondomar, 73 Goodwin, Albert, 51, n. 15, 80, n. 37, 104, notas 31 y 32, 227, n. 7, 265, n. 29, 268, n. 33, 289, n. 16, 313, n. 13 Goritzia, 308 Gorski, K„ 287, n. 10 Goubert, Pierre, 32, n. 36, 97, n. 21, 98, notas 22, 23 y 24, 100, n. 26, 102, n. 29 Graham, Gerald, 36, n. 41, 153, n. 21 Gramsci, Antonio, 153, n. 21, 169 y n. 52, 367, n. 53, 368 Granada, 57, 61 Gran Bretaña, 29, 190, n. 26, 270, 275, 276, 398, 503 Gran Canal (China), 550 Gran Elector de Brandemburgo, 213, 230 Gran Mogol, 417 Grande Armée, 353 Gravensend, 115 Graz, 310, 311 Grecia, 373, 397, 400, 404, 420, 501 Grenoble, 85 Grenzers, 310 y n. 8 Griegos, 152, 477, 433, 534 Grocio, Hugo, 438 Grünewald, batalla de, 284 Guadalajara, 73 Guadarrama, 353 Güelfos, 144, 146, 159 Guerra austro-prusiana, 281 Guerra austro-turca, 196, 198 Guerra civil (Inglaterra), 48, 123, 141 Guerras civiles (Francia), 87 Guerras comerciales anglo-holandesas, 54 Guerra chino-japonesa, 557 Guerra de la independencia americana, 108 Guerra de los Cien Años, 17, 82, 84, 85, 110, 113, 115 y n. 5 Guerra del Norte, gran, 189, 190, 200, 248, 262, 299, 349 Guerra de los Ochenta Años, 70

570 Guerra de los Siete Años, 54 y n. 19, 108, 236, n. 17, 270, 272, 324 Guerra de los Trece Años (austroturca), 196, n. 1, 322, 389 Guerra de los Trece Años (prusopolaca), 284, 285 Guerra de los Trece Años (rusopolaca), 345, 346 Guerra de los Treinta Años, 53 y n. 17, 74, 75, 77, 137, n. 36, 140 y n. 40, 177, 184, 186, 198, 204, 206, 211, 215, 219, 230, 241, 242, 246, 254, 256-258, 261, 264, 265, 310-313, 318, 319, 342 Guerra franco-prusiana, 280 Guerra ruso-japonesa, 474, n. 56 Guicciardini, Francesco, 149 Guillermina, dinastía, 132, n. 30, 367 Guillermo III de Inglaterra, 101 Guisa, casa de, 44, 47, 87, 89, 134 Gustavo I (Vasa), 173, 174 y n. 2, 179, 181 y n. 12, 182, 251 Gustavo II (Adolfo), 24 y n. 22, 176, 177 y n. 5, 178 y n. 7, 179 y notas 9 y 10, 180 y n. 11, 183, 184 y n. 15, 190, n. 26, 199 y n. 4, 241, 242 Gustavo III, 185, 191 Guyena, 88, 95, 100, 115

Habib, Irfan, 505, n. 63, 518, n. 93, 535, notas 127, 128 y 129, 536, n. 131, 537, notas 133 y 134 Habsburgo, dinastía, 27, 34, 37, 53, 55-57, 63-65, n. 11, 66, n. 13, 67 y n. 15, 70, 71, 73 y n. 25, 74, 75, 77, 78, n. 33, 79, 87, 121, 169, 178, 196, 198, 199, 204-206, 214, 215, 220 y n. 37, 229, 234, 336, n. 17, 247, 256, 261, 268-270, 275, 290, 292, 301, 304311, 312, 314-331, n. 36, 332 y n. 39, 333, n. 41, 387, 394, 402, 441 Hakata, 452 Halecki, O., 283, n. 2 Hall, J. W„ 448, n. 3, 449, n. 5, 450, n. 9, 451, n. 10, 452, n. 12, 453, n. 15, 457, n. 21, 460, n. 27, 461, n. 28, 464, n. 35, 466, n. 38, 468, n. 42, 470, n. 46 Hamburgo, 252, 273 Hamdaníes, dinastía, 521 Hamerow, Theodore, 274, n. 40, 277, n. 44, 279, n. 49 Hamid, 401, 404, n. 54 Hamilton, casa de, 135

Indice de nombres Han, dinastía, 538, 539 Hanley, S. B„ 463, n. 32 Hannóver, 272, 273, 276 Hanseática, Liga, 179, 239, 249-251 Hansemann, 278 Hardenberg, 273-276, 356 Harrington, 408, 476, 477, 487, n. 28 Harris, G. L., 118, n. 10 Hartung, Fritz, 45, n. 9 Hartwell, R„ 547, n. 160 Harwich, 115 Hastings, 115 Hatton, R. M., 186, n. 20 Haugwitz, canciller, 324 Hawai, 502 y n. 57 Hawkins, 131 Hazeltine, H. D., 19, n. 13 Hecksher, E„ 31 y n. 34, 178, n. 8 Hegel, G. W. F„ 410, 482-484, 487 y n. 28, 492, 495 y n. 45, 504 y n. 62, 508 Hégira, la, 513, 514 Hejaz, 373, 512, 517, n. 90, 527 Hellie, R. H„ 206, n. 13, 336, n. 3, 338, n. 5, 339, n. 8, 343, notas 13 y 14, 344, n. 15, 346, notas 17 y 18, 348, n. 22, 349, n. 24 Henderson, D. F., 466, n. 39 Henriciani Articuli, 290, 291 y n. 17 Herzegovina, 334 Hesse, 276 Hexter, J. H„ 44, n. 8 Hideyoshi, Toyotomi, 453 y n. 15, 454, 455 y n. 17, 465 Highlands, 134 Hilalíes, dinastía, 515, 527 Hill, Christopher, 12, 13, n. 8, 15, n. 10, 17, 137, n. 36 Hilton, Rodney, 15, n. 10 Hindúes, 534, 536, 537, n. 133, 538 Hintze, Otto, 41, n. 5, 132, n. 30, 213, 214 n. 24, 265, n. 28, 421, n. 22, 429, 430 y n. 30, 439, n. 39 Hititas, 501 Hitti, P. K., 526, n. 112 Hobbes, 477 Hobsbawn, E. J„ 136, n. 35 Hohenstaufen, dinastía, 143-146, 159, 162, 412 Hohenzollern, dinastía, 181, n. 12, 199-200, 203, 205, 213, 217, 228, 230, 239 y n. 1, 240-247, 249. 258, 259, 261, 263-265, n. 28, 268-273, 276, 278280, 293, 301, 318, 323 Hohenzollern, duque Alberto de, 240

Indice de nombres Holanda, 20, 29, 32, 43, 51, 53, 54, 56, 70, 72, 73, 100-103, 187, 197, 242, 251, 353 Holandés, 25, 32, 69, 73, 74, 77, 78, 101, 158, 248, 251, 265, 293, 295, 392 Holandesa, revolución, 103 Holborn, H„ 249, notas 12 y 13, 251, n. 15, 254, n. 17, 259, n. 22, 267, n. 30, 271, n. 37 Holdsworth, W., 24, n. 10, 119, n. 11 Holmes, G. A., 111, n. 2 Hopei, 551 Hopi, dinastía, 502, n. 57 Ho, Ping-Ti, 551, n. 171, 554, n. 180, 559, n. 194, 564, notas 205 y 206, 566, n. 212 Horacio, 149 Horda de Oro, 201 Hospodares, 402 Hudson, bahía de, 35 Hugonotes, 35, 87, 88, 90, 99, 102, 235, 246, 265 Humboldt, 274 Hunan, 551 Hung-wu, 551 Húngaros, 25, 198, 234, 287, n. 10, 305, 313, 315, 320, y n. 22, 323, 355, 408 Hungría, 27, 196, 207, 214-216, 229, 230, 290, 308-311, 315, 316, 320 y n. 22, 321, 322, 324, 326-331, notas 37 y 38, 332-334, 368, 373, 394, 404, 507, n. 67 Huntley, casa de, 135 Hurstfield, Joel, 119, n. 12 Husita, 205, 239, 259, 311

Ibérico/a, 57, 59, 64, 71, 74 Ieyasu, Tokugawa, 453-455, n. 18, 457, 458 y n. 23 Iglesia anglicana, 126, 140 Iglesia católica (romana), 23, 39, 40, 42, 60, 89, 104, 117, 118 y n. 11, 122 y n. 13, 126, 135, 136, 138, 139, 182, 187, 204, 252, 255-257, 261, 294, 300, 310, 312, 315, 316, 516 Iglesia ortodoxa, 294, 301 Ilustración, 35, 51, 53, 105, 108, 211, 234, 300, 325, 331, 350, 402, 410, 423, 424, 440, 476-478, 482, 487 Inalcik, Halil, 374, n. 8, 375, n. 12, 377, n. 14, 380, n. 19, 381, n. 20, 383, n. 21, 384, notas 23 y 25, 386,

579 n. 27, 390, notas 31 y 32, 392, n. 34, 393, n. 36, 400, n. 46 Incas, 502, n. 57 India, 108, 374, n. 7, 409, 411, 416, 417 y n. 19, 418, 435, 476, 480, n. 9, 482-490, n. 32, 491-495, n. 45, 497, 498, 500, 502 y n. 56, 503 y n. 58, 504, 505 y notas 63 y 64, 506, n. 65, 507, 508, 510, n. 37, 511, 525, n. 111, 527, 529, 531, 532, n. 119, 533-535, notas 127-129, 536 y n. 130, 537 y n. 133, 557, 558 Indias, las, 64, 66, 70 Indias occidentales, 100, 108 Indico, océano, 108, 392, 519, 533 Indios, 73 Indonesia, 511, 533, 535 Indostán, 374, n. 7, 480, n. 9, 482, n. 11, 488 y n. 29, 489 Inglaterra, 4, 9, 12, 17, 23 y n. 20, 25-27, 31, 32, 34, 35, 41, 42, 43 y n. 8, 44, 48-52, n. 17, 53, 54, 56, 68, 71, 72, 79, 102, 103 y n. 30, 108 y n. 36, 110-141, 169, n. 52, 191, 251, 259, 270, 281, 356, 398, 399, 408, 412, 416, 422, 443, 472, 480, n. 9, 489, 490, 492, 500, 503, 536, n. 130, 538, 556, 557 Inglés, ingleses, 25, 37, 52, n. 16, 69, 73, 78, 82-84, 101, 158, 392 Ingolstadt, 256 Ingria, 177, 190, 202, 295, 349 Inocencio IV, papa, 144 Innsbruck, 307, 308 Inquisición, 62 Investiduras, conflicto de las, 144 Irak, 374, 376, n. 13, 517 y n. 89, 518, 522, 524, 526-529 Irán, 517, n. 89, 525, n. 109, 529 Irlanda, 128 y n. 23, 129, 130 y n. 25, 133, 134, 136, 139 y n. 38, 141 y n. 41, 502 Irlandés, 25, 78, 129, 133, 141 y n. 41, 313 Irnevio, 18 Isabel I de España, 17, 34, 57, 59-61, n. 6 Isabel I de Inglaterra, 34, 123, 125, 127 Isabel de Rusia, 350 Isfahan, 520, 534 Isla de Francia, 75, 81, 88 Islam, Casa del, islámico, 351, 370404, 407, 417, 418, 430 y n. 30, 434, 435, 437, 498, 499-517, n. 91, 518-538, 548, 562, 566, 567 y n. 214, 568

580 Ismailita, 526 Italia, 18, 19, 29, 32, 39 n. 2, 40, 41, 49, 50, 52, 53, 56, 59, 61, 64, 65, 71, 75, 77, 78, 87, 88, 102 111, 120, 121, 142-172, 249, 252, 253 y n. 16, 353, 398, 435, 490, 501 Italianos, 21, notas 17 y 18, 25, 28, 70, 75, n. 28, 78, 125, 127, 142, 172, 252, 253, 313, 316, 443, 522, 527, 557, 561 Itzkowitz, N., 375, n. 10, 394 Iván III de Rusia, 201, 205, 336, 337 Iván IV de Rusia, 175, 201 y n. 5, 215, 216, 230, 231, 292, 338 y n. 4, 339, 340, 352

Jablonowski, H., 293, n. 18 Jacobeo, 135, 138 Jacobinismo, 170, n. 52, 302 Jacobo I de Inglaterra, 133, 135, 139 Jacobo II, 103, n. 30 Jacobo VI, 135 Jagellón, 175, 283, 284, 290, 291, 293, 308, 316 Jaldun, Ibn, 372, n. 4, 516, n. 88 Jansen, M., 466, n. 39, 468, n. 42 Jansenismo, 106 Japón, 277, n. 45, 362, 424 y n. 28, 425431, 433436, 438-440, 447476, 552, 553, 557 Japón, mar del, 452 Japonés, 277, 438 Jászi, O., 334, n. 42 «Jaula de los Principes», 393 Jeannin, Pierre, 177, n. 6, 184, n. 16, 187, n. 21 Jelavich, C. y B„ 374, n. 9 Jena, batalla de, 230, n. 9, 236, 272, 353, 356 Jerusalén, 527, 528 Jesuítas, 106, 315, 452 Jmelnitski, 210, 295 Jones, Richard, 484 y n. 20, 485 y n. 21, 486, 487 y n. 28, 500, 508 Jorasán, 521, 522, 524, 525, n. 109 Jordán, E„ 146, n. 10, 159, n. 27 Jordán, W. K., 125, n. 17 Jorge Guillermo, Elector de Brandenburgo, 241 José II, 234, 235, n. 16, 236, 324-327 y n. 29 Josefina, dinastía, 235, n. 17, 275, 326, 327

Indice de nombres Joüon des Longrais, 424, n. 28, 448, 452, notas 11 y 12 Jóvenes turcos, 400 y n. 47. 401 Juan III de Suecia, 174, 175 Juan Alberto de Polonia, 285 Juan Casimiro de Polonia, 295, 298 Juan José de Austria, 78 Ju-Chen, nómadas churches: 548 Judíos, 61, 286, 386, 534 Julio II, Papa, 160 Justiniano, 18 Justices of the Peace: 135, 139, 266

Kaga, 452 Kaifeng, 547 Kairuán, 518, 527 Kamakura, Shogunato de, 449, 450 Kamen, Henry, 79, n. 34 Kaminski, Al, 298, n. 25, 299, n. 27 Kansu, 556 Kanto, llanura de, 458 Kantorowicz, E., 143, n. 2, 144, n. 4 Karelia, 177, 190, 202, 349 Kashgar, 485, n. 21 Kaunitz, canciller, 269, 270, 324 Kazakos, 530 y n. 116 Kazán, 201 y n. 5, 216, 337 Kee, II Choi, 463, n. 32 Keep, J. L. H., 231, n. 10, 342, n. 12, 347, n. 20 Kemp, T., 361, n. 44 Kerner, R., 312, n. 11, 313, n. 13, 318, n. 19 Khevenhüller, familia, 311 Khoja, rebeliones de los, 485, n. 21 Kiangsú, 544, 553 Kieniewicz, S., 285, notas 3 y 5 Kiernan, Víctor, 25 Kiev, 201, 222, 226, 284, 291, 296, 345 Kildare, dinastía, 129, 130 Király, Bela, 320, n. 22, 331, n. 37 Kinsale, 56 Kirguises, 530 Kliuchevsky, V. O., 215, 216, notas 29 y 31 Koebnen, R., 477, n. 2 Koenigsberg, 199, n. 4, 205, 230, 240, 241, 244 Koenigsberger, H. G., 54, n. 18, 89, n. 10, 170, n. 53 Konopczynski, L., 297, n. 22 Konya, 371 Kóprülü, Mehmet, 393, 394 Koretsky, V. I., 340, n. 10

Indice de nombres Kosciuzsko, 302 Kosovo, 373 Kossman, Ernest, 13 y n. 15, 96, n. 20, 112, n. 13 Kossutth, 329 Kovalevsky, M., 416 y n. 16, 417 y notas 17 y 19, 418 Kracke, E„ 547, n. 163 Kristeller, P. O., 153, n. 20 Kufa, 518 Kula, Witold, 286, n. 7 Kunesdorf, batalla de, 54 Kunkell, Wolfgang, 21, n. 18 Kurdos, 532 Kusano, 545, n. 154 Kweichow, 556 Kyoto, 448450, 455, 465, 470, 472474

Labourdounais, 480, n. 9 Lambton, A., 532, n. 119 La Meca, 512, 518, 524, 529 Lancasteriano, 115, 119, 121 Landes, David, 277, n. 45 Landsknechten, 25 Lañe, F. C., 152, n. 19, 158, n. 25 Languedoc, 75, 88 Larin, 363 Lapidus, I. M., 521, notas 101 y 102, 534, n. 123 Lamer, J., 159, n. 28, 162, n. 33 La Rochelle, 92, 114 Lattimore, Owen, 212, n. 23 Latvia, 190 Laven, P., 156, n. 22 Laúd, 48, 138 Laudun, 317 Law, 37, 106 Leach, E., 536, n. 132 Legnano, batalla de, 146 Leicester, familia, Leinster, 130 Leipzig, 252, 259 Lemosin, 89 Lenin, V. I., 357 y n. 34, 358 y notas 37 y 38, 359, 362, 363, n. 49, 364, 365, 368, n. 54, 467, n. 40, 474, n. 54 Leopoldo I de Austria, 316, 322 Leopoldo II de Austria, 327 Lepanto, batalla de, 70, 387 Lerma, 48, 72, 73, 183 Leslie, Alexandre, 140, n. 40 Leslie, R. F., 286, n. 6, 287, n. 9, 301, n. 30 Lesnodarski, Boguslaw, 283, n. 14

577 Leszcynski, Estanislao, 299, 300 Le Tellier, 98 Leuthen, batalla de, 54 Levante, el, 38, 383, 422, 527, 528 Levy, J. P., 20, notas 15 y 16 Levy, R., 513, n. 80, 522, n. 104 Lewes, 115 Lewis, Bernard, 385, n. 26, 399, 512, n. 75, 513, n. 77, 518, n. 92, 524, notas 106 y 108, 525, n. 110, 526, n. 113 Lewis, M., 131, n. 26 Lewis, P. S., 83, n. 1, 86 Ley Agraria de Septiembre de 1848 (Austria), 329 Líbano, 422 Liberales Nacionales, 280 Liga de Augsburgo, guerra de la, 54, 74, 101 Liguria, 145 Lionne, 98 Lippay, 314 Lituania, 187, 283, 284, 288 y n. 12, 289 y n. 13, 291, 293, n. 18, 297, n. 23, 298, 338, n. 4, 345 Lituanos, 216, 284, 289, n. 13, 295, 342 Liublinskaya, A. D., 91, n. 14 Livet, G., 88, notas 7 y 8 Livonia, 175, 177, 184, 188, n. 23, 189, 190, 202, 210, 216, 249, 284, 292, 295, 298, 339, 349 Livonia, guerras de, 175, 177, 198, 201, 206, 216, 338, 339, 342 Livonia, caballeros de (orden), 175 Lockwood, W. W., 276, n. 45, 461, n. 30 Loira, 88 Lokkegaard, F., 512, n. 76, 513, n. 78, 514, n. 81 Lombard, M„ 519, n. 94 Lombarda, Liga, 146, 147, 159 Lombardía, 53, 142, 144, 145, 147, 149, n. 12, 156, 159 y n. 29, 172, 250, 306, 315, 330 Londres, 103, 108, 111, n. 1, 112, 116, 121, 122, 136, 249, 399, 401, 426, 468, 484, 488, n. 29 López, R., 156, n. 22 «Lords of Articles», 135 Lorena, 87, 89, 108, 313 Lough, J„ 107, n. 35 Louvois, 98 Lowlands, 133, 134, 136 Lübeck, 173, 174, 179, 251 Lublin, 289 y n. 13

570 Lubomirski, gran mariscal, 298 Lucera, 143 Lucerna, 307 Luis I de Hungría, 283 Luis II de Hungría, 308 Luis XI de Francia, 17, 84, 86, 124, 174, n. 2 Luis XII de Francia, 84, 85 Luis XIII de Francia, 91, 137, n. 36 Luis XIV de Francia, 24, 32, 34, 37, 48, 49, n. 13, 82, 97, 98 y notas 2224, 99, 100, n. 27, 101 y n. 28, 102 y n. 29, 103 y n. 30, 104-106, 109, 187, 234, n. 14, 235, 254, 258, 298, 409 Luis XVI de Francia, 109 Luisiana, 35 Lúkacs, Georg, 251, n. 14 Lusacia, 261 Lusitana, 70 Luteranismo, 173, 175, 241, 260, 261, 267, 310 Lützen, batalla de, 178, 184, n. 15. 185, 186 Luxemburgo, 281, 308 Luxemburgueses, 27 Luynes, duque de, 91 Lybyer, A. H., 375, n. 10 Lynch, J., 64, n. 10, 66, n. 13, 67, n, 15, 72, n. 24, 73, n. 25, 78, n. 33 Lyon, 89, 488, n. 29

Maasen, 278 Macartney, 332, n. 39 Mac Curtain, M., 129 Macedonia, 396, n. 40 Mac Farlane, 124, n. 15 Mackensen, 334 Mac Manners, J., 104, n. 32 Mac Neill, W. H„ 323, n. 24, 402, n. 50 Magzak, A., 289, n. 15 Maddison, Angus, 505, n. 63, 536, n. 130 Madrid, 65, 71, 73-76, 78, 80, 311, 315, 320 Magdeburgo, 245 Magreb, el, 374, 527 Magiares, 196, 215, 229, 230, 234, 287, n. 10, 292, 308, 310, 314, 320-323, 326, 327, 329, 331-334, 381 Maguncia, 253 Mahmud II, 399, 401 Mahoma, 512 Main, 131

Indice de nombres Mainz, 272 Major, J. Russell, 83, n. 2, 84, n. 3, 85, n. 4, 86, notas 5 y 6 Makovsky, D. I., 336, n. 2, 340, n. 9 Malaya, 511, 533 Malplaquet, 102 Malthus, 484 Mamatey, V. S., 309, n. 5, 311, n. 9, 321, n. 23, 332, n. 39 Mameluca, dinastía, 502, n. 57, 522, 528, 529, 531, 533 Manchúes, 554 Manchuria, 368, n. 54, 541, 543, 559 Mandel, Ernest, 411, n. 7, 510, n. 73 Manfredo de Italia, 144, 146 Manifiesto Comunista: 10 Manila, batalla de, 54 Mantegna, Andrea, 149 Mantran, R., 513, n. 77, 519, n. 94 Manzikert, batalla de, 371 Maquiavelo, 27 y n. 26, 149, 162, n. 34, 163, notas 35 y 36, 164-166, n. 46, 167, n. 48, 168, n. 51, 407, 438, 476, 477, 487, n. 28, 507, n. 67 Maravall, J. A., 63, notas 8 y 9 Marca, 144. 145, 239, 242, 245, 255, 259 Marcus, G. J., 131, n. 27 Marchfeld, batalla de, 305 Mardin, Serif, 398, n. 44 Mari, 347 Marib, 517, n. 90 María, reina de Inglaterra, 125 María Teresa de Austria, 234, 269, 307, n. 3, 324 Mark, 217, 241, 243, 244, 245, 247 Morongio, Antonio, 39, n. 2 Marruecos, 412, 534 Marsella, 88, n. 7 Martin, W., 307, n. 2 Marx, Karl, 5, 10, 11, 17, 18, 26, 45, n. 9, 65, n. 11, 148, n. 11, 153, n. 21, 238 y n. 1, 281 y notas 53 y 55, 374, n. 1, 413, 415 y n. 14, 416-439, 424, 426, 428 y n. 29, 432, 434, 436 y n. 35, 476, 487, 488, n. 29, 489 y n. 30, 490 y n. 32, 491495, n. 45, 496, 497 y n. 49, 498-501, n. 56, SOSSOS, n. 63, 506 y n. 65, 507, 508 y notas 67 y 68, 509, n. 69, 510 y n. 73, 511, 517, n. 90, 535, 540, 566, n. 203 Masaniello, 49, n. 14 Masson, G., 143, notas 1 y 3 Mattingly, Garrett, 161, n. 32

Indice de nombres Maurer, 417 Mauricio de Sajonia, 108, 260 Mavrokordatos, Constantino, 402 Mawarannahr, 529, 531 y n. 118 Maximiliano I de Austria, 17, 125, 256, 258, 308 Maximiliano Manuel, duque, 256, 258 Mayenne, duque de, 89 Mazarino, 48, 77, 95-98, 101, 103 Mazarinadas, 29 Mazepa, 349 Mazovia, 288, 296, n. 21 Mecklenburgo, 241 Médicis, Cósimo, 160, n. 30 Médicis, familia, 156, n. 22, 160, 167 Medina, 512, 529 Mediterráneo, 21, n. 17, 27, 56, 57, 59, 64, 69, 81, 97, 114, 150, n. 16, 161, 351, 384, 392, 493, 501, 518, 519, 527, 532, 533 Mehmet II, 373, 384, 390, 396 Mehmet, Alí, 399 Meiji, dinastía, 424, 426, 462, n. 32, 464, n. 36, 474 y n. 54, 475 Melanesia, 502 Memel, 177, 199, n. 4, 241 Mencheviques, 363 Mercoeur, duque de, 89 Merrington, John, 15, n. 10 Merv, 525, n. 109 Mesopotamia, 371, 490, 501, 502, n. 57, 516, 518, 528 Mesta, 61 Methuen, sistema de, 37 Metternich, 275, 328 Meuvret, Jean, 197, n. 2 Mevissen, 278 México, 63, 79, 493, 500 Mezzogiorno. 146 Micénicos, 501 y n. 55 Midi, 81 Miguel I de Rusia, 341, 352, 402 Mikoletzky, H. L., 325, n. 26 Milán, 28, 57, 63, 65, 146, 157, 159, 160 y n. 30, 161, 169, 170, 249, 253 Mili, James, 484 y n. 19 Mili, John Stuart, 486 y a. 26, 487, n. 28 Minden, 244 Ming, dinastía, 412, 502, 550-553, n. 178, 554, 555, 560, 564 Minsk, 295 Miquel, André, 518 n. 93, 526, n. 112, 535, n. 126 Miskimin, H., 156, n. 22

583 Mito. 472 Mogol, dinastía, 372, 409, 511, 553 Mogoles, 284, 411, 412, 490, 490, 500, 517, n. 89, 521, 528-531 y n. 117, 532, 537, 538 Mogolia, 368, n. 54, 412, 511, 529, 541, 548, 555 Mohac, batalla de, 308, 316, 321, 388 Moldava, 199 Moldavia, 210, 290, 373, 381, 394, 399, 402 Molho, A., 156, n. 22 Montaigne, 438 Montaña Blanca, batalla de, 74, 204, 230, 256, 312, 316 Montaperti, batalla de, 144, 146 Montchrétien, 31 Monteccucoli, 317 Montenegro, 400 Montesquieu, 13, n. 9, 48, 105, 273, 300, n. 29, 303, 410, 411, 423, 478 y n. 4, 479, 480, n. 9, 482, 484, 487 y n. 28, 492, 507, n. 67, 508, 566, n. 213 Montferrat, 171 Montmorency, casa de, 44, 87 Montreal, batalla de, 54 Moravia, 199, 206, 308, 318, n. 19, 319, 328 Morva, 347 Morea, 373, 394 Morelandt, W. H., 535, n. 129 Morgarten, batalla de, 307 Moriscos, 32, 57, 59, 72, 235 Morozov, 205 Morris, C., 562, n. 201 Mosa, 94 Moscovia, 215, 216, 231, 235-237, 507, n. 67 Moscovita, 216-218, 221, 290, 335-339 Moscú, 190, 198, 201, 202, 205, 206, 211, 231, 292, 336, 339, 341, 342, 344, 346, 347 Mosul, 528 Mounin, Georges, 168, n. 51 Mountjoy, 130 Mousnier, Roland, 28, n. 30, 45, n. 9, 99, n. 25, 119, n. 12, 207, n. 14, 208, n. 17, 212, n. 23, 387, n. 29 Mühlberg, batalla de, 261 Mukden, 475, 553, 554 Mukherjee, S. N„ 536, n. 132 Mundo Antiguo, 434 Munich, 257 , 259, 269 Munster, 130

570 Murad I, 377 Murad III, 391 Murad IV, 391 Musulmán, 143, 375, 389, 396, 404, n. 54, 513, 517, n. 91, 518, 519, 522, 523, 527, 528 Mustafá, Kara, 393 Mutafcieva, V., 396, n. 40

Nafels, batalla de, 307 Nagasaki, 467 Nagoya, 473 Nakamura, J., 462, n. 32 Nakayama, S., 563, n. 202 Nancy, 84 Nanking, 550, 561 Nantes, 88, n. 7 Naosuke Ii, 473 Napoleón, 236, 272. 273, 353 y n. 29 Napoleónicas, guerras, 327 Nápoles, 26, 27, 49, n. 14, 50, 53, 57, 65, 75, 77, 95, 161, 169, 172 Napolitano, 49 y n. 14, 64, 67 Narva, 190, 202, 349 Nassau, 44 Navarra, 57, 75, 81, 113 Neale, J. E., 126, n. 19 Necker, 28 Needham, J., 538, n. 135, 539, notas 137, 139-141, 540, n. 142, 545, n. 156, 547, notas 161 y 162, 549, n. 168, 552, n. 175, 553, n. 177, 560, notas 196 y 197, 563, n. 203, 567, n. 214 Negro, mar, 284, 294, 345, 349, 351, 374, 384, 390, 485, 522 Neoplatonismo, 435, n. 37 Nerbudda, 485 Neva, 290 Newcastle, 51 New York Daily Tribune, 490 Nicea, planicies, 372 Nicolás I de Rusia, 233, n. 13, 354 y n. 30, 355 Nicolás II de Rusia, 362-364 Nicópolis, 373 Nicholas, D., 149, n. 13 Nien, rebeldes, 556 Nilo, 481, 527, 528 Nizam-Ul-Mulk, 532 Nobunaga, Odo, 453 Nórdicos, enclaves, 129 Nordlingen, 74, 85, 185 Normandía, 89, 92, 127, 137, n. 36 Normandos, 26, 27, 110, 143

570 Indice de nombres Norteamérica, 108, 427, 431, 469, 557 Norteamericanos, 472 Norte, mar del, 249 Northumberland, duque de, 125 Noto, 452 Noruega, noruego, 186, 251 Novgorod, 205, 216, 339 Noviembre, revolución de (Alemania), 369 Nowak, F„ 291, n. 17 Nubia, nubios, 522 Nuevo Mundo, 55, 66, 69, 433, 434, 518 Nuremberg, 239, 249

O'Brien, 210, n. 21 O'Neill, 130 Oakley, Stewart, 183, n. 14 Occidente, 3, 9, 37, 38, 46, 49-53, 55, 78, 110, 128, 155, 156, 170, 202, 207, 216, 222, 224-230, 232, 233, 236, 328, 349, 353, 356, 358, 365, 367, 368, 382, 386, 389, 390, 399, 412, 426, 427, 443, 490, 498, 522, n. 104, 528, 534, 539, 557, 560, 563, 567, 568 Octubre, revolución de (Rusia), 369 Odesa, 351 Ohkawa, K., 461, n. 30 Oigures o (uigures), 526, n. 112, 452, 549 Oirates, 530 Oka, 284 Okitsugo, Tanuma, 470, n. 46 Olgerd de Lituania, 284 Olivares, conde-duque de, 48, 73, 75, 76 y notas 29 y 30, 77, 367 Oltenia, 216 Omán, C., 127, n. 20, 168, n. 50 Ornar II, 513 Omeya, dinastía, 412, 513, 517, n. 89, 519, 521, 522, 524 Oñate, 312, n. 10 Onin, guerras, 451 Oprichnina, 206, 337-340, n. 9 Orange, dinastía, 100 Orange, Mauricio de: 24 Oriente, 3, 100, 382, 410, 424, 440, 477, 479, 480, n. 9, 482, 484, 486-488, 490, 492-494, 497499, 502, 507, 508 y n. 68, 509, 523, 534 Oriente Medio, 371, 374, 376, n. 13, 383-385, 422, 501, 502, 512, 515, 518, 519, 523, 524, 526-532, 567 Orleans, 89

Indice de nombres 295 Orvieto, 144 Osaka, 463465, 467, 470, 471, 473 Ostergótland, 181 Osuna, 73 Otetea, A., 402, n. 51, 403, n. 52 Otomana, dinastía, osmanlíes, 195, 198, 290, 309, 321, 350, 351, 372 y n. 4, 373 y n. 5, 374-376 y n. 13, 377 y n. 14, 378-380 y n. 19, 382, 383 y n. 21, 384-388, 392, 396, 401, 404, n. 54, 407, 408 y n. 40, 409411 y n. 11, 412, 418, 476, 477, 502, n. 57, 511, 513, 516, 521, 522, 528, 529, 531 y n. 117, 532-534 Otsu, 452 Ottokar II de Bohemia, 305 Oudenarde, batalla de, 102 Ovidio, 149 Owen, Launcelot, 359, notas 40 y 41 Oxenstierns canciller, 48, 176, 185, 186

Pacífico, 70, 413, 431, 485 Pacta conventa, 290, 291, n. 17, 292, 298 Pach, Zes, 196, n. 1 Padover, S. K„ 235, n. 16 Países Bajos, 4, 5, 27, 56, 57, 63-65, 70 71, 78, 102, 108, 127, 128, 130, n. 25, 137, 251, 258, 259, 272, 308 Países Bajos, rebelión, 251 Palatinado, 254, 256, 257 Palé, 129, 130 Paleólogos, dinastía, 201, 384 Palermo, 50, 56 Palestina, 527, 528, 533 Palgrave, 417 Palmer, J. J., 114, n. 4 Palmira, 489 Pamir, 529, 541 Panofky, E., 147, n. 11 Panonia, 422 Papado, 65, 121, 129, 130, 142, 144-146 París, 35, 47, 74, 81, 89 y n. 10, 90, 95 96, 98, 104, 106, 108, 278, 300, 353, 356, 426, 488 Parker, G„ 65, n. 12, 70, notas 21 y 22, 74, n. 26, 130, n. 25 Parlamento, 41, 48 , 86, 91, 95-97, 104106, 109, 111, 112, 115-117 y n. 8, 118 y n. 11, 119, 126, 135, 138-141, 330 Partido Obrero Social Demócrata R u s o (POSDR), 365

584 Parraín, Charles, 501, n. 55 Parry, V. J., 390, n. 30 Patai, R., 530, n. 116 «Patente 1861» (Austria), 330 «Patrimonio de Pedro», 145 Paulette, 91 Pavlenko, N. I., 343, n. 14 Pavlova-Sil' Vanskaya, M. P„ 361, n. 43 Paz de Lodi, 32 Paz de París, 108 Paz de Passarowitz, 323 Paz de Szatmar, 323 Paz de Thorn, 284 Paz de Utrech, 259, 315 Paz de Westfalia, 48, 95, 108, 200, 206, 246, 258, 261, 270, 275, 276, 312, 314, 443 Pázmány, 314 Pearce, Brian, 88, n. 7 Pedro I de Rusia, 190, 202, 206, 208, n. 19, 212, 215, 216, 221, 227, 232, 293, 298, 299, 347, 349, 350, 355, n. 32, 507, n. 67 Pedro II de Rusia, 350 Pedro III de Rusia, 350 Pekín, 485, 550, 561 Peregrinaje de Gracia, 118 y n. 9, 230 Perevolotchna, 190 Pérez, Antonio, 71 Perigord, 89, 95 «Períodos de trastornos», 176, 201, 206 Periwig de Holanda, 51 Perkins, Dwight, 546, n. 157, 551, n. 173, 557, n. 185, 558, n. 189, 559, n. 192 Perroy, Edouard, 52, n. 17 Perry, Comodoro, 424, 427, 472 Persia, 355, 368, n. 54, 371, 374, 389, 390, 393, 409, 411, 412, 476, 480, n. 9, 482, 485 , 486, 488490, 497, 500, 502, n. 57, 507, 511, 513, 516-519, 522, 524, 527-529, 531, 534, 536 Pérsico, golfo, 377, 519, 533 Perú, 63 , 66, 493, 500, 502, n. 57 Peruzzi, 16, 156, n. 22 Peste negra, 59 Petra, 489 Petrarca, 148, 149 Petrogrado, 364 Piamonte, 28, 99, 169, n. 52, 170, 171 y n. 54, 172, n. 56, 315, n. 16 Piast, monarquía, 283

570 Piccolomini, familia, 313, 317 Pillau, 177, 199, n. 4, 241 Pinzón, K., 280, n. 52 Pirineos, 81, 97, 103 .i'isa, 40 Pitt, William, 108 Planhol, Xavier de, 370, n. 1, 513, n. 80, 516, notas 86 y 88, 517, n. 91, 518, n. 93, 520, n. 99 Plehve, 366 Plotino, 149 Plymouth, 114 Po, 159 Podhale, 210 Podolia, 294, 296, 393, 394 Poitiers, 95 Poitou, 88, 89, 95 Polacos, 177, 184, 187, 202, 210, 216218, 228, 229, 243, 266, 284-303, 316, 320, n. 22, 339, 342, 394 Polinesia, 501 Polisensky, J. V., 199, n. 3, 204, n. 9, 206, n. 12, 312, notas 12 y 14 Polonia, 25, 53, 175, 177, 187, 190, 195, 196, 198, 200, 207, 209, 210, 216, 217, 222, 223, 229, 234, 235, 238, 240, 241, 243, 262, 264, 271, 272, 275, 283303, 321, 341-343, 345, 353, 355, 360, 364, 394, 396, 398, 404, 507, n. 67 Polotsk, 292 Poltava, batalla de, 190, 299, 349 Pombal, marqués de, 35, 37, 172 Pomerania, 177, 186, 187, 190, 199, 216, 241-243, 246, 248, 264, 295 Paniatowski, Estanislao, 301 Póntico, 207, 210, 351, 394, 531 Porshnev, B. F„ 30 y n. 33, 32, n. 37, 94, n. 16, 95, n. 18, 197, n. 2, 422, n. 23 Portsmouth, 114, 115, 131 Portugal, 27, 35, 37, 41, 52, 56, 64, 68, n. 19, 70, 75, 77-99, 113, 172 Portugués, 78, 131 Potemkin, 212, 351 Potocki, familia, 297 y n. 23 Potosí, minas de, 66 Poulantzas, Nikos, 33 y n. 9 Poynings, 129 Poznan, 187 Poznania, 302 Praga, 50, 186, 198, 199, 311 Premíslida, dinastía, 305 Prestwich, Menna, 91, notas 12 y 13, 94, n. 17 Precios, revolución de los, 388

570 Indice de nombres Prignitz, 211 Primera guerra mundial, 333, 334, 358, 360, 361, 368, 400, 401 «Privilegio de Brzéc», 285 «Privilegio de Kósice», 283 «Privilegio de Nieszawa», 285 Probrazhensky, regimiento, 348 Procacci, Giuliano, 145, n. 9, 160, n. 30, 163 Profeta, el, 386, 513 Protestantismo, 57, 73, 88-90, 96, 101, 126, 130, 134, 136, 185, 199, 256, 260, 265, 267, n. 32, 292, 301, 310, 311, 314, 316, 321 Provenza, 74 Provincias Unidas, 32, 71, 100, 128, 251 Prusia, 99, 108, 168, 172, notas 55 y 56, 177, 185, 187, 189, 195, 198, 203, 205 , 213, 216, 217, 220, 225-228, 230, 232, 234, 235, 238-284, 289, 293, 295, 296, 300, 302, 326, 327, 331, 332, 348, 360, 362, 363, 398, 404 Prusianos, 4, 27, 184, 199, 215, 217219, 226, n. 7, 228, 236, 238, 268272, 274, 275, 277, 278, 280-282, 333, 334, 353, 354, 356, 359, 360 Pskov, 175, 205, 337, 345, n. 16 Puerta, la, 322, 351, 370, 376, 377, 379, 380, 384, 387 y n. 29, 388-390, 393395, 397, 401404, 407 , 409, 477 Pugachev, 212, 351, 352, n. 27 Punjab, 536, n. 130 Purcell, V., 554, n. 179 Puritanismo, 126, 139

Qármata, 526 y n. 113 Quazza, 172, n. 56 Quercy, 89 Quiritaria, propiedad, 19, 148, 436 Quirón, 165 Quizilbash, 523, n. 105 Radziwill, familia, 289, 297 y n. 23 Rai, 536, n. 130 Rakóczi, Ferenc, 230, 323 Ramillies, batalla de, 102 Ramsay, G. B., 309, n. 7 Ranger, T., 139, n. 38 Ratisbona, 56 Razin, Stenka, 211, 231, 347 Rebelión de los Estados (Bohemia), 49

Indice de nombres 296 Rebelión, gran (Inglaterra), 49 Reconquista hispánica, 57 Reddaway, N. F., 283, n. 2 Reforma, 53, 65, 73, 87, 117, 121, 130, 134 y n. 32, 240, 250, 260, 290, 300 Reforma de Vasa, 173 Regencia francesa, 51, 104, 106, 107 Reino Celeste, 482, 556, 566 Religión, guerras de (Francia), 82, 87, 96 Renacimiento, 10, 15, 16, n. 10, 17, 19, 21, n. 17, 22, 23, 28, 43, 46, 52, n. 17, 56, 85, 87, 110, 122, 124, n. 16, 127, 142, 147-156, 158, 161, 169, n. 52, 170, 289, 291, 387, 427, 431, 433, 436, 440, 476, 477, n. 2, 507, n. 67, 561 Renania, 73, 113, 149, n. 12, 159, n. 29, 178, 217, 241, 249, 251, 252, 255, 264, 273, 275, 276, 305, 306, 333 Repartos de Polonia, 301, 302, 352 Reval, 175, 249 Revolución francesa, 48, 91, 235, 272, 326, 327 Revolución industrial, 239, 389, 431 Rin, 27, 88, 94, 100, 251, 253, 307, 315 Rin, tierras del, 305 Ricardo, 484 Ricardo II de Inglaterra, 113 Richards, D. S., 519, n. 96 Richelieu, cardenal, 35, 37, 47, 74, 90, 92, 95, 103 Richmond, C. F., 115, n. 5 Riga, 175, 249 Risorgimento, 169, n. 52 Riviere, Mercier de la, 235, n. 15 Roberts, Michael, 24, n. 22, 100, n. 27, 173, n. 1, 175. n. 3, 176, n. 4, 177, n. 5, 178, notas 7 y 8, 179, notas 9 y 10, 180, n. 11, 182, n. 13, 185, notas 17 y 18, 186, n. 20, 191, n. 27 Robinson, Geroid T., 356, n. 33, 359, n. 39, 360, n. 42 Rocroi, batalla de, 74, 94 Ródano, 88 Rodas, 388 Rodinson, Macime, 519, n. 95 Rodolfo I, 305 Rodolfo de Habsburgo, 305 Rodney, Aitton, 12, n. 7 Rojo, mar, 533 Roma, 130, 145, 146, n. 10, 148, 153, n. 21, 160, 161, 164, 416, 417, 420, 429, 430, 502, n. 57

586 Romano, imperio, 40, 371, 430, 431, 435 Románov, dinastía, 201, 202, 205, 216, 218, 220, 230, 292, 301, 318, 341, 342, 346, 351, 394 Románov, Miguel, 202, 220, 341 Romana, 159, 162, n. 33 Rosas, guerra de las, 17, 115 Rosellón, 97 Rosen, J„ 188, n. 22, 189, n. 24 Rosenberg, Hans, 217, notas 32 y 33, 219, n. 35, 240, n. 3, 271, n. 35 Rostworowski, E., 299, n. 26 Rothenburg, Gunther, 318, n. 8 Rother, 278 Rouen, 488, n. 29 Rousseau, 235, n. 15 Rozovsky, H., 461, n. 30, 462, n. 32, 463, n. 32 Rubinstein, N., 160, n. 30 Ruhr, 278, 333 Rum, 371 Rumania, rumano, 381, 394, 400, 401 y n. 48, 402, 403 Rumelia, 377, 378, 381, 383, 386, 387, 390 y n. 30, 392, 393, 396 y n. 40, 398 Rurik, dinastía, 288, n. 11, 341 Rusa, revolución, 369 Rusia, 168, 175, 177, 190, 191, 195, 1%, 198, 200-208 y n. 18, 209-211, 215-218, 220, 222, 223, n. 2, 224-226, 229-231, 232 y n. 12, 233, n. 13, 234236, 243, 248, 251, 262, 269-272, 275, 284, 289, 290, 292, 293, 296-298, 300302, 327, 335-369, 393, 394, 398, 400, 403, 404, 436, 485, 497, 498, 502, n. 57, 504, 507 y n. 67, 508 y n. 67 Rusos, 177, 184, 206-208, 211, 212, 217, 221, 227, 236, 262, 266, 292, 295, 299, 324, 335-369, 383, n. 21, 416, 472, 497 Rutenios, 209, 284, 289 Rye, 115

Saboya, 101, 146, 170, 317, 326 Saco de Roma, 252 Sacro Imperio Romano Germánico, 241, 249 Sadowa, batalla de, 331 Safávida, dinastía, 389, 393, 412, 511, 513, 521-523, n. 105, 529, 531 y n. 117, 532 Saga, 473 Sahara, 488, 490, 535

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Indice de nombres

Indice de nombres

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La naturaleza política del absolutismo ha sido frecuente tema de controversia dentro del materialismo histórico. Prosiguiendo el análisis iniciado en Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Anderson sitúa a los estados absolutistas de los comienzos de la Edad Moderna sobre el telón de fondo del anterior feudalismo europeo. En la primera parte de la obra se analizan las estructuras generales del absolutismo como sistema de estados, en Europa occidental, a partir del Renacimiento; y se discute la difícil cuestión de las relaciones entre monarquía y nobleza que se institucionalizan a través del Estado absolutista, para cuya transformación en el tiempo el autor propone un esquema general de periodización. Se estudian después las trayectorias de los estados absolutistas de España, Francia, Inglaterra y Suecia, comparándolos con el caso italiano, en el que no llegó a formarse un verdadero absolutismo. La segunda parte esboza una perspectiva comparativa del absolutismo en Europa oriental, para tratar de comprender las razones por las que las distintas condiciones sociales de la mitad más atrasada del continente desembocan, no obstante, en formas políticas aparentemente similares a las occidentales. Se estudian las monarquías absolutistas de Prusia, Austria y Rusia; el contraejemplo polaco muestra cuál es el precio histórico de la incapacidad de la nobleza y la monarquía polacas para crear un Estado absolutista; el imperio otomano de los Balcanes se utiliza como contraste para subrayar la singularidad del absolutismo como fenómeno europeo. La obra se cierra con una discusión de la posición especial que ocupa el desarrollo europeo en la historia universal, haciendo hincapié en el significado de la herencia de la Antigüedad clásica. Dos extensos apéndices estudian, por último, la noción de «modo de producción asiático» y la trayectoria histórica del feudalismo japonés, el único feudalismo surgido fuera de Europa. Perry Anderson es bien conocido por su labor como editor y autor en N e w Left Review. Siglo X X I ha publicado también su obra Consideraciones sobre el marxismo occidental.

ISBN 968-23-0946-8

siglo veintiuno editores