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antes y seguí caminando como si no los hubiera visto, y me fui a sentar en el tronco donde siempre tomaba mi lunch, por cierto muy tarde, pues en esta escuela pobre sólo había un receso. Me senté de espaldas a ellos, aun impactada por la vista de sus pajaritos, yo nunca había visto uno hasta ese día. Pronto escuché que se acercaban a mí y cuando levanté la vista los tenía enfrente. - ¿Qué haces aquí? - Comiendo mi almuerzo. - ¿Por qué hasta acá? - Me gusta estar sola. - ¿Cómo te llamas? - Alejandra. - No le vayas a decir a nadie lo que estábamos haciendo ni lo que tenemos. - No sé que tenían, ni me importa lo que estaban haciendo.- Di un trago a mí agua y seguí con lo mío esperando a que se fueran. - Tú eres la hermana de Edward, ¿verdad? - Sí. - Igual de mamoncitos los dos, con razón nadie los quiere. - Para lo que nos importa.- Mi hermano iba en tercero de secundaría, y al igual que a mí, todo el mundo lo odiaba por engreído, y porque como es muy guapo, en cuanto entró todas las muchachas de la secundaría y muchas de la primaria se enamoraron de él. - Sabemos que viste lo que hacíamos. No te hagas la loca, no le vayas a decir a nadie, ni les digas la revista que traemos. - Ya les dije que no vi lo que estaban haciendo, y vi la revista pero no vi de qué es. Además no le hablo a nadie a quién le voy a decir. - ¿Segura que no le vas a decir a nadie? - Segura. - ¿Lo podemos seguir haciendo?- Preguntó el chico guapo que se llamaba Manuel. - Pues a mí que me preguntan. - Pues tú estás aquí, tú nos vas a ver.- Desenrolló la revista y vi a una mujer con unos pechos enormes en la portada.- Pero tienes que prometer que no le vas a decir a nadie si nos quieres ver. Quería seguir con mi actitud de engreída, pero la verdad tenía curiosidad, en mi otra escuela Sabrina decía que ella le había tocado el pajarito a su primo y que se hacía grande, pero ella le llamaba pito. Recuerdo que hablábamos mucho de chicos y que yo les mentí diciéndoles que se lo había visto a mí hermano, para tener algo que contar. Con lentitud, haciendo tiempo para pensar, envolví de nuevo mi emparedado, lo puse en la lonchera, cerré mi termo y lo guardé también. - Está bien.- Dije de mala gana como si no me interesara. - Ven vamos a la cabaña.- Dijo Manuel y me tendió la mano. Me llevaron a la cabaña y me sentaron en una bardita, me pusieron la revista en el regazo y me dijeron que fuera dando vuelta a la hoja cuando ellos me dijeran. Se bajaron los pantalones y se sacaron sus pajaritos y comenzaron a jalárselos, de inmediato les empezaron a crecer, el del otro chico, Oscar, era más grande que el de Manuel, pero tenía una piel que lo cubría, que el de Manuel no tenía, por eso el de Manuel me gustó más, se veía mejor y más limpio. La revista sólo mostraba mujeres desnudas y yo me dedicaba a cambiar de página cada vez que ellos me lo pedían. Me encontraba contenta, porque estaba viendo a dos muchachos hacer eso que Sabrina decía que hacían los hombres, y no recordaba el nombre, pero sabía que era eso; además me daba emoción hacer algo prohibido, y en tercer lugar me sentía muy bien porque por fin estaba haciendo amigos.

- ¿Qué es eso que están haciendo?- Pregunté. - Jalándonosla.-Dijo Oscar. Pero ese no era el nombre que usaba Sabrina. - ¿Para qué hacen eso?- Pregunté. - Todos los hombres lo hacen, se siente rico, tu hermano también lo hace. - ¿Cómo sabes? - Porque todo el mundo se masturba.- Dijo Oscar. Esa era la palabra que usaba Sabrina. - Mi hermano no hace eso, mi papá tampoco. - A tu hermano no lo ves porque lo hace a escondidas, tu papá no se la jala porque tiene a tu mamá para cogérsela. - ¿Para qué? - Para meterle la verga.-Dijo Oscar que se había dado a la tarea de ser mi maestro de sexualidad. - ¿El pajarito? - Sí, pero se llama verga.- Dijo Oscar. - O pene.- Dijo Manuel. - Eso no es cierto mis papás no hacen esas cosas. - Claro que sí, si no, no tendrían hijos. - ¿Meter esa cosa a las mujeres es el sexo?- Pregunté. - Claro. - Cuando te vienes en su panocha, se embarazan.- Dijo Oscar. - ¿En dónde? Pero por toda respuesta Manuel estiró su mano y la paso por debajo de la revista y mi falda hasta que sentí la punta de su dedo entre mis piernas, justo sobre mi rajita. Pegué un brinco por la sorpresa y por lo que sentí cuando ese dedo me tocó. - Esa es tu panocha, ahí es donde se la metemos a las mujeres, pero si te vienes antes de sacársela, se embaraza. - ¿Te vienes? ¿Qué es eso? - ¿Quieres saber que es venirse?- Dijo Oscar. - Sí. - Bueno pues entonces déjanos ver tus calzones para que nos podamos venir. - ¿Por qué tiene que ver mis calzones para venirse? - Porque nos gustan. - No. - Nosotros ya te enseñamos la verga, ándale, deja que te veamos los calzones.Insistió Manuel. - No. - Bueno,-Dijo Oscar.-entonces agárranos la verga y jálanosla. - No, tampoco. - Nosotros ya te dejamos ver, tienes que aceptar una de las dos. O nos dejas verte los calzones o nos jalas la verga a cada uno. ¿Qué prefieres? Lo pensé un par de segundos, y me sonó justo, ellos me dejaban verles el pajarito, o la verga como le decían, así que era justo que yo los dejara verme, pero no quería, me daba mucha pena. - Mejor les jalo la verga a cada uno. - Vale. A mí primero.- Dijo Manuel, luego me tomó de la cintura y me bajó de la bardita donde me había sentado.- Dame tu mano. Me tomó la mano y la puso sobre su pene y me indicó como lo sujetara, luego cerro su mano sobre la mía y me empezó a mostrar el ritmo con el que tenía que moverlo. Me tomó de la espalda y caminamos hasta que se recargó en la bardita en la que yo había estado sentada. El pene se sentía muy duro, pero la piel esa muy suave, se sentía muy rico el contacto, además de que se sentía como si latiera, como cuando uno toma el pulso. Manuel movía mi mano lento, luego más rápido, y cuando lo hacía rápido se paraba de puntitas, luego lo hacía más despacio y se paraba normal. - Así no se puede. ¿Por qué no te arrodillas? - Está sucio.- Dije. Así que él se quito el suéter y lo dobló sobre donde quería que yo me arrodillara.- Pero no me quiero arrodillar. - ¿Qué no te gustó?

- Sí. - Pues hazlo y así me la agarras mejor. Así que me arrodillé y pude ver su pene con lujo de detalle pues este me quedaba a la altura del cuello, ahora doblé el brazo para tomar su pene y de nuevo el puso su mano alrededor de la mía y me marcó de nuevo el ritmo. Era cierto, así era más fácil masturbarlo, y parecía que lo disfrutaba más, pues se la pasaba diciendo que lo hacía muy bien y que sentía riquísimo. Oscar se jalaba la verga junto a nosotros así que también se la podía ver bien, ya que la de él me quedaba a la altura de la cara, pues estaba más alto, pero su verga, era algo fea, con muchas venas cuando la sacaba del pellejo que la cubría. No dejaba de ver el reloj y decirle a Manuel que ya se viniera porque se iba a acabar mi receso. Yo seguía preguntándome que era eso de venirse. Pero como Manuel no se venía Oscar no tuvo más remedio que recargarse junto a él, tomar mi mano izquierda para que tomara su verga y marcarme el ritmo para que lo masturbara. Así que ahí estaba yo, por azares de la vida iniciando mi camino en el sexo aún siendo una niña, arrodillada el suelo mugroso, sujetando dos vergas y masturbándolas, esperando a saber que significaba venirse; a mis once años de edad. - No manches, se siente bien rico, ya me voy a venir.- Dijo Manuel que ya estaba una vez más de puntitas y moviéndome la mano bastante rápido, y yo como tenía ganas de saber que era venirse y no tenía ni la menor idea, me acerqué más a la verga, sin esperar que un chorro de líquido me iba a dar de lleno en la nariz, y que a este seguirían más, en mis mejillas en mi boca y en mi suéter. El semen que me entró a la boca sabía un tanto amargo, salado, no sé, tenía cierto olor a alberca, y por instinto lo que no me tragué lo escupí, porque en esos instantes pensé que se estaba orinando sobre mí, pero me explicaron que no, y me limpiaron. Me dijeron que eso era semen que era el líquido con el que las mujeres se embarazan. Las pregunté si me iba a embarazar, pero se rieron y me dijeron que no, porque sólo te embarazas si te lo echan adentro de tu rajita. Ya más calmada acepté seguir masturbando a Oscar. Lo tomé esta vez con la derecha y empecé el masaje, la piel que le cubría el pene era más suave aún, casi como la que tiene abajo y que le dicen huevos, yo se lo empecé a jalar ya con más confianza de hacerlo bien y no lastimarlo, pero él aun me envolvía mi manita con la suya. Pero con la otra mano me tomó la cabeza y me empezó a acariciar el cabello, lo cual lo dejé hacer porque se sentía bonito, siempre me ha gustado que me acaricien el pelo. Con lo que yo no contaba era que cuando empezó a decir que se iba a venir, y yo me hice para a tras, él iba a presionar mi cabeza contra su verga y me iba a explotar justo en los labios, haciendo que su leche me botara por toda la cara y que tragara más de la que tomé cuando Manuel se vino. A pesar de que yo le decía que me soltara y le gritaba ?Déjame?, lo cual hacía que más leche entrara en mi boca, él me seguía restregando su pene en la cara, y hasta me lo paso por la lengua, lo cual se sintió muy raro, para eso se aprovechó de mis gritos. Todo mientras la campana del receso estaba sonando. Cando me soltó me puse a llorar y les dije que los iba a acusar. Ellos me limpiaron y me consolaron, diciendo que lo había hecho muy bien y que los había hecho gozar mucho, que era una muy buena amiga, eso me calmó un poco, pero no del todo. Pero luego Oscar que estaba más preocupado, me dijo mira te vamos a dar dinero y ambos sacaron dinero de sus bolsas y me lo dieron, lo cual terminó de calmarme, pues por esas épocas mis papás no me daban ni un peso para gastar, apenas y podían con las colegiaturas, pero mi papá seguía diciendo que todo se iba a arreglar. Me fui al salón bastante perturbada, hasta las piernas me temblaban mientras bajaba hacía mi salón, pasé por los salones de secundaría, y vi a mi hermano que se preparaba para salir al receso, pues cuando nosotros entrabamos ellos salían, Manuel y Oscar se estaban volando las clases. Al llegar al salón aproveché el desorden general para terminar mi emparedado, y quitarme ese sabor tan raro, que

a pesar de no ser rico, me llamaba la atención, así que cuando noté que tenía un poco de líquido en la manga, lo tomé con el dedo y me lo metí en la boca. Ese sabor era desagradable y a la vez no, era raro, no me gustaba, pero tenía ganas de probarlo de nuevo. A la salida, mientras todos los niños de primaría se iban yo me senté en las bancas del jardín bajo un árbol para evitar el sol que pegaba muy duro, en eso llego Iris mi hermana menor que iba en tercero de primaria, aventó sus cosas a mi lado y se echó a correr para jugar. Por alguna razón ella no le caí mal a nadie, al contrario, tenía muchos amigos y era bastante popular, la invitaban a fiestas. Cuando algún profesor o maestra, se enteraba de que Iris era hermana de Edward y mía decían con un tono burlón: ?¡Iris Valentina es tú hermana, no lo puedo creer! No se parecen en nada, bueno, es que ella es tan?? y se quedaban callados. Me acomodé en la banca, pues ahí pasaría la próxima hora y media, pues para regresar a casa teníamos que esperar a que Edward saliera de clases. Sentía mucha hambre, pero nunca traía un peso, bueno en la otra escuela tampoco, pero allá no lo necesitaba, pues tus papás simplemente iban a la cafetería y abrían una cuenta a tu nombre, y tú simplemente llegabas a pedir todo lo que querías; acá ni siquiera había cafetería, solamente un horrible puesto de lamina en medio del jardín, al que le decían cooperativa. Fue cuando recordé que Oscar y Manuel me habían dado dinero, así que muy contenta me fui a la cooperativa y me compre unas papas y alguna otra cosa que ya no re cuerdo. Siempre he tenido muy buen apetito, nunca he sido una mujer delgada, aunque jamás he tenido sobre peso, al contrario siempre me han dicho que tengo muy bonito cuerpo, como las mujeres del cine de los 60s que no son delgadísimas como las modelos de ahora, pero que nadie les podría decir gordas. A mis once años, ya me empezaban crecer las caderas y a brotar los senos. Caminaba por el jardín comiendo mis papás cuando Manuel llegó hasta mí y me asustó picándome las costillas. Yo me sentí muy avergonzada cuando lo vi, pues a pesar de todo lo padre y arriesgada de la experiencia del receso, algo me decía que estaba mal, bueno era una sensación que no se definía muy bien. Ven vamos al bosque. Me tomó de la mano y sin esperar respuesta me llevo hasta la choza incendiada y medio derrumbada. Cuando llegamos allá me dijo que le jalara la verga de nuevo, pero yo le dije que no. - ¿Por qué? - Hace rato fueron muy groseros. - Lo mío fue un accidente. ¿Te molestó? - No, lo tuyo no. pero lo de Oscar sí. Me metió el pene hasta en la boca y me tragué su leche. - ¿La mía no te la tragaste? - Sí, pero muy poquita. - Te gustó. Me quede callada y él lo aprovechó para bajarse los pantalones. Me tomó la mano para llevarla hasta a su verga pero yo la puse dura. - Anda, ¿qué pasa? ¿No te gustó lo que hicimos? - Pues sí. - Por favor, que yo sentí increíble, además te voy a dar más dinero, mira.- De su bolsa sacó un billete y me lo enseñó. Yo aflojé la mano.- Pero me vas a enseñar los calzones. - No. - Por favor, sólo a mí. - Y me das el billete. - Claro. - Bueno. Lo curioso de todo ese asunto es que ahí estaba Manuel chantajeándome con dinero, era uno de los muchachos ricos de la escuela, que curiosamente en mi escuela anterior hubiera sido uno de los pobres, ahora yo tenía que aceptar su dinero. Tomé su pene y lo empecé a masturbar, y él me seguía rodeando mi mano con la

suya, pero al tiempo que vio que yo ya podía hacerlo sola, la soltó. Ahora, él y yo solos, de una forma no tan sorpresiva, empecé a sentir algo extrañamente placentero, una especie de cosquillas en la piel, pero a la vez en mi interior, un calor que nacía entre mis piernas e inundaba mi cuerpo, era algo nuevo, algo que parecía un sueño, pero que era real. Manuel me comenzó a enrollar la falda para poder ver mis calzones, me torcía el resorte de la falda, deteniéndose de vez en cuando para persuadirme de que lo dejara subirla más, al final la falda quedó justo al inicio de mis nalgas. Las cuales él empezó a acariciar, y en ese momento sentí un placer tan fuerte, que creí que me iba a caer, las piernas me temblaban por el placer y por los nervios. Mis protestas hacía Manuel fueron tan tenues que ni siquiera me las respondió, sólo siguió pasando sus manos por mis nalgas y mis piernas. Pero se movía mucho, pues si me ponía frente a él, me tocaba bien, pero no me dejaba masturbarlo porque me pegaba mucho a él; si me giraba, yo lo podía masturbar bien, pero él no me podía agarrar los calzones como quería. Yo la verdad ya estaba más tranquila y lo estaba disfrutando mucho. - No me acomodo.- Se quejó - Pues es que no te estás quieto, o me agarras los calzones y las piernas, o me dejas que te jale la verga, las dos cosas no se pueden. Le dije. - Sí se puede, ven. Me tomó de la mano y me sacó de la choza corriendo, nos metimos al bosque, me hizo correr como cinco minutos, con la falda enrollada, seguramente si alguien hubiera ido detrás de nosotros, me hubiera visto los calzones todo el camino, con el movimiento de mi falda al correr.- Aquí.-Dijo. - ¿Qué? - Aquí se puede, no hay nadie que venga, yo me acuesto en el suelo y tú arrodillada me la puedes jalar mientras yo te agarro las nalgas. - Bueno. Dime como. - Por favor Ale, por favor, te lo rego, quítate la falda. Por favor. En su ruego había tanta ternura que yo sólo le pude decir. - Si me la quito, ¿te quitas los pantalones? - Sí. - Me quité la falda, con mucha pena, pues él no me quitaba la vista de encima. Luego él se bajó los pantalones y se quitó los zapatos. Hicimos una cama con nuestra ropa, los suéteres, mi falda y su pantalón. Luego él se acostó bocarriba y me indico que me pusiera como si gateara, así que lo hice me acerqué a él y comencé a masturbarlo una vez más. Él de inmediato empezó a acariciar mis piernas y mis nalgas, y la increíble sensación que me interrumpió en la choza, regresó de inmediato. Pero está niña inexperta no estaba preparada para que Manuel me empezara a pasar la mano por mi rajita, y menos que la dejara ahí haciéndome leves presiones, en círculos, de arriba abajo, con sus dedos sobre mi calzón, la sensación fue tan maravillosa que recargué las cabeza en sus piernas, pero nunca lo dejé de masturbar, bueno creo que ahora nos masturbábamos los dos, pues los dos respirábamos de la misma forma entre cortada y no decíamos nada, no hablábamos, sólo lo gozábamos sin decirnos nada, bueno hasta que Manuel dijo. - -Besamela, pruébala como probaste la de Oscar. No lo dudé, así que me acerqué, al fin, ya tenía la cara a la altura de su pene, paré un poco la masturbación y le di un beso, luego uno más, y al fin lo toqué con la lengua, y así lo hice un buen rato hasta que me decidí a envolver su cabeza con mis labios, y ahí, a los once años, el nueve de abril di mi primera mamada a un hombre, y me gustó mucho. Cuando empezó a gemir como hiciera cuando se vino en el receso, la saqué de mi baca, no por asco, si no para ver como se venía, no me alejé mucho así que el primer chorro me alcanzó el rostro, los demás se fueron escurriendo por su glande y por mis dedos, como un volcán que hace erupción. Me acerqué y le di un beso en la punta llena de semen, me pasé la lengua por los labios y de nuevo ese sabor tan conflictivo, feo y bonito a la vez, pero atrayente, me invadió. Me agaché de nuevo, y con la lengua limpié su pene y mis dedos. Cuando nos levantamos y nos vestimos, Manuel me besó en los labios, ese fue mi primer beso, dado después de mi primera mamada, después de saber el sabor de la leche de los hombres. Me dio el dinero y nos fuimos, cuando llegué al jardín vi a Edward, así que le dije a Manuel que se fuera por otro

lado, pero antes de irse me besó y me apretó las nalgas. Fui hacía donde Edward y Iris de seguro me buscaban y nos fuimos a la casa. [email protected] Envía este relato erotico a tú amigo/a Tu e-mail: E-mail de tu amigo/a: Recibir relato erotico en mi e-mail.

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