Pablo Peusner - Huir para Adelante - HOLOFRASE

Pablo Peusner HUIR PARA ADELANTE El deseo del analista que no retrocede ante los niños IV Holofrase Cuando el primer

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Pablo Peusner

HUIR PARA ADELANTE El deseo del analista que no retrocede ante los niños

IV

Holofrase Cuando el primer par de significantes se solidifica, se holofrasea, obtenemos el modelo de toda una serie de casos –si bien hay que advertir que el sujeto no ocupa el mismo lugar en cada caso. JACQUES LACAN, 10 de junio de 1964.

Acerca del concepto de holofrase se ha dicho mucho pero se ha escrito poco. El propio Lacan hizo apenas tres referencias a lo largo de sus primeros once seminarios, antes de abandonarlo para siempre. Sin embargo considero que el término es un buen ordenador a la hora de pensar casos que no se presentan con la transparencia que suelen suponer los manuales y los libros dedicados a los problemas de diagnóstico y tratamiento. No obstante, circula en el ambiente de los psicoanalistas lacanianos una idea intuitiva que la define: se trata de la figura de los “dos significantes pegados”, presentación difícil de sostener y caracterizar. Pero además es frecuente escuchar presentaciones clínicas en las que los analistas plantean la dirección de la cura ordenada por la búsqueda de la holofrase concreta de algún analizante, tanto como otros que la descubren y al momento de informarla no logran diferenciarla en absoluto de un significante nuevo producido mediante una condensación común. A favor de la noción me atrevo a afirmar que la misma permite prescindir de la categoría de los inclasificables, tanto como ordenar todo un campo de fenómenos clínicos que se extiende desde cierta presentación de la debilidad mental, el fenómeno psicosomático y la psicosis infantil, hasta los llamados fenómenos contemporáneos o actuales de la clínica (bulimia, anorexia, autoincisión, etc.). Y que existe un modo de caracterización positiva para la misma, el que exige un trabajo de estudio sobre el término, al que dedicaremos el siguiente capítulo. 89

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El extravío al que conduce la noción intuitiva Si bien Lacan cerró su elaboración de la holofrase en el año 1964, la misma permaneció en cierto descuido hasta la década del ’80. Específicamente en 1983 fue retomada por Jean Guir en su libro titulado Psicosomática y cáncer1. Personalmente pienso que la lectura de la holofrase que Guir desarrolla en el libro en cuestión es la clave para comprender el porqué de la distorsión conceptual que planteaba más arriba, tanto como del modo de incidencia clínica que acarrea. La curiosidad del caso es que el modo en que Guir presentó a la holofrase pasó a convertirse en la doxa psicoanalítica acerca del tema. Su propuesta se reduce a considerar a la holofrase como un fenómeno clínico concreto y particular del analizante. Cito: Se puede decir, al extremo, que la holofrasización de S1-S2 da un significante nuevo (pero esto es diferente de la condensación) que paradójicamente puede entrar en una nueva cadena articulada (por ejemplo Westminster- Où est-ce mystere)2.

Si bien Guir afirma que este fenómeno no debe confundirse con la condensación, no presenta ningún criterio para evitar el equívoco y el ejemplo que ofrece en el texto no es sino... ¡una condensación producida por equívoco entre lenguas! En su escrito tampoco queda clara la articulación de esta formación del inconsciente con el síntoma en cuestión y mucho menos aún, con la posición del sujeto. El autor insiste con una dirección de trabajo analítico orientada por la búsqueda de las holofrases particulares de los analizantes: Lo que discernimos en los análisis de enfermos psicosomáticos, sobre todo en los sueños y en la explicación natural de su enfermedad, es la aparición de holofrases particulares cuyo corte por el analista tendrá lugar de interjección3.

1. Guir, Jean. Psychosomatique et cáncer. Point Hors Ligne, Paris, 1983 [Hay edición argentina: Psicosomática y cáncer. Ed. Catálogos-Paradiso, Buenos Aires, 1984. Desde aquí, citaré la edición en nuestra lengua]. 2. Guir, J. Óp. cit. p. 151. 3. Ibíd. p. 154.

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Cabe destacar que en su libro Guir se apoya en la noción de holofrase lingüística, campo que luego de una serie de desarrollos acerca del término, lo dejó muy cerca de la noción de interjección –algo difícil de sostener si uno ha seguido el desarrollo del tema por Jacques Lacan–. Efectivamente, esta línea de trabajo desconoce los efectos de cierta reinvención del término en el campo analítico, operación reivindicada por otros comentadores a los que daremos la palabra a continuación.

De la holofrase lingüística al concepto lacaniano Probablemente el texto más esforzado y serio acerca de la noción de holofrase en el ámbito psicoanalítico sea el publicado en 1987 por Alexandre Stevens en la revista Ornicar? nº42, con el título “La holofrase, entre psicosis y psicosomática”4. Citado por prácticamente todos los autores que retomaron cualquiera de los tres temas que conforman su título, no fue incluido en ningún libro traducido al español –dato curioso, puesto que muchos títulos publicados en Argentina entre los años ’80 y ’90 a modo de recopilaciones, se nutrieron de textos originalmente aparecidos en diversos números de las revistas de la escuela de Lacan–. El texto de Stevens presenta inicialmente una estructura dividida en tres partes5. En la primera de ellas traza una historia del término “holofrase” en la filosofía del lenguaje –llamar “lingüística” a las disciplinas citadas sería demasiado–, discurso que se ocupó del mismo a la hora de abordar los problemas de las tipologías de las lenguas, del origen del lenguaje y, finalmente, de la ontogenia del lenguaje. Este primer grupo de referencias está justificado puesto que apunta a señalar una maniobra lacaniana que consiste en extraer el término del corpus de la filosofía del lenguaje (o de la lingüística) para darle un uso estrictamente psicoanalítico del que nos ocuparemos a su debido tiempo. 4. El lector encontrará mi versión española del texto, que he traducido con afán de hacer conocer el trabajo en el siguiente sitio http://elpsicoanalistalector.blogspot. com.ar/2010/07/alexandre-stevens-la-holofrase-entre.html 5. Esta breve puntuación no debería en modo alguno ahorrarle al lector el encuentro con el texto original de Alexandre Stevens.

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Así descubrimos que el término entró en la lengua francesa bajo la forma del adjetivo “holofrástico” [holophrastique] en 1866, y que el sustantivo “holofrase” [holophrase] fue un poco más tardío. El primero de los usos del adjetivo remite a la construcción lenguas holofrásticas, que son aquellas “en que la frase entera, sujeto, verbo, régimen, e incluso accidente, se encuentra aglutinada en una sola palabra” (Diccionario Littré de la lengua francesa, 1887). Aquí aparece el primer uso del término que fue el de clasificar las lenguas. Si bien según el enfoque de estudio las lenguas holofrásticas recibieron diversos nombres (aglutinantes, incorporantes, polisintéticas, etc.), todas ellas están apoyadas en la función sobre la que estamos trabajando6. Las tipologías de las lenguas florecieron durante el siglo XIX, su principal exponente fue Wilhelm von Humboldt y su criterio de tripartición en lenguas aislantes (el chino y sus lenguas conexas), lenguas flexionales (indoeuropeas y semíticas) y lenguas aglutinantes (todas las otras, donde se inscribe la holofrase). Esta clasificación presentaba problemas ya que se superponía con otras e incluso favorecía zonas grises en su propia constitución interna. Sin embargo Stevens llama la atención sobre el trabajo de un teórico más contemporáneo que aparentemente ha sido una influencia importante para la concepción lacaniana del fenómeno: se trata de Gustave Guillaume7 y su propuesta de una nueva tipología de las lenguas presentada en su curso del año lectivo 1948-1949, la que se apoya en las nociones de “captura frástica” y “captura lexical” –criterios absolutamente propios y novedosos que resuenan en los analistas–. Se trata de figuras de cierre, donde... ... la captura frástica es la percepción de la unidad de la frase con el cierre de significación que ella comporta (...) y la captura lexical signi6. De las lenguas holofrásticas que aún se mantienen en uso la más cercana a los lectores argentinos es la guaraní, la que se encuentra en uso en el Chaco boliviano (es lengua oficial de Bolivia desde el 2009), el noreste de Argentina (Corrientes, Misiones, Formosa, partes del este de la provincia del Chaco y en puntos aislados de Entre Ríos). En la provincia de Corrientes es lengua oficial junto con el castellano. Además, desde 1992 es una de las dos lenguas oficiales de la república del Paraguay. 7. Gustave Guillaume (1883-1960), fue un lingüista francés discípulo de Antoine Meillet (quien a su vez lo fuera de Ferdinand de Saussure). Guillaume dictó su curso en l’École Pratique des Hautes Études de la Sorbonne, en París, de 1938 a 1960, por lo que podemos considerarlo un autor contemporáneo de Lacan.

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fica que la palabra pertenece al código, es decir que puede exportar su significación cuando es desplazada a otros lugares en el ordenamiento sintáctico8.

Stevens señala la proximidad de estos modos de captura con los términos de “mensaje y código”, tal como Lacan los introduce en el grafo del deseo; pero además sitúa la noción de holofrase en el punto en que ambos tipos de captura se confunden, anulando la lexicalización y situando como lógicamente primera a la captura de la frase como un todo. Y puesto que Guillaume prosiguió con sus elaboraciones, Stevens señala que en el curso de 1956-1957 introdujo una nueva definición de la holofrase, situándola “en un acto de lenguaje donde acto de representación (la lengua) y acto de expresión (el discurso) coinciden”9, definición que anticipa y prefigura la idea del monolito entre el sujeto y el significante que Lacan presentará en su seminario El deseo y su interpretación –volveremos a esta idea cuando revisemos los contextos lacanianos en que apareció el término–. Bastante menos específico ha sido el uso del término “holofrase” a lo largo del siglo XVIII, en el contexto de las discusiones acerca del origen del lenguaje –las que no necesariamente deben considerarse lingüísticas y que convocaron mayormente el interés de los filósofos–. Se inscriben allí como posiciones destacadas las ideas de Condillac y Rousseau –como he señalado, netamente filosóficas– y que contrastan con las primeras elaboraciones del siglo XIX, donde la lingüística histórica y comparativa se encuentra con las teorías evolutivas de los naturalistas Lamarck y Darwin. Cito a Stevens: La primera gran diferencia entre las teorías del siglo XVIII y las del siglo XIX, es que estas últimas se fundan en la estructura de lenguas habladas y en la comparación de diversos elementos de estructura entre esas lenguas (...). La segunda gran diferencia es que las teorías del siglo XIX intentan explicar el paso franqueado de lo animal a lo humano. Se trata (...) de reconstruir el eslabón faltante del evolucionismo. La holofrase toma su aplicación de este hilo conductor (...)10.

8. Stevens, A. Óp. cit., p. 4 de mi traducción. 9. Ibídem. 10. Ibíd. p. 5.

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Diversas teorías se inscriben en esta línea y evocan a la holofrase para intentar dar cuenta del estado intermedio entre el grito expresivo animal y el lenguaje humano. El principio de todas estas teorías es el mismo: suponen un ruido que adquiere significación en la situación de conjunto –justamente la aglutinación, el pegoteo entre dicha situación y el sonido es la que justifica el recurso a la holofrase. Curiosamente esta lógica es cuestionada por algunos de los autores más representativos del período entre los que se destaca Von Humboltd, quien afirma que “al momento del origen, hace falta que el lenguaje esté ya allí, es decir que no haya transición”11. La crítica a esta línea de pensamiento que Lacan presentará en su primer seminario –muy posterior por cierto–, irá en la misma dirección y será mucho más lapidaria aún. El término retorna más contemporáneamente a la hora de establecer los períodos de la ontogenia del lenguaje en el niño, donde se reconoce un momento particular del desarrollo en el que su modo de expresión coincide con un modo de hablar gramaticalmente no estructurado, que consiste a menudo en una sola palabra.

La construcción de la holofrase lacaniana En la segunda parte de su artículo, Alexandre Stevens recorre los contextos lacanianos de trabajo sobre el término, los que se presentan en tres momentos diversos, a intervalos regulares –es curioso, pero Lacan retoma el asunto cada cinco años (Seminarios 1, 6 y 11) –. En el primer contexto es eminentemente crítico con el uso del término para explicar el origen del lenguaje. Más tarde comienza a percibirse cierto alejamiento respecto del uso lingüístico de la noción, en una de sus clásicas maniobras de apropiación de conceptos a las que nos tiene acostumbrados. Finalmente, y mediante un neologismo, introduce lo que desde aquí propongo llamar holofrase lacaniana –la que está muy alejada de sus usos en lingüística y, de alguna manera, anticipa lo que muchos años más tarde será presentado como su lingüistería–. Repasemos a continuación dicho recorrido señalando sus puntos centrales. 11. Ibídem.

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En el seminario sobre Los escritos técnicos de Freud, se trata de desacreditar a los autores que ubicaron a la holofrase como el eslabón que, a la hora de explicar el origen del lenguaje, funciona como nexo entre la comunicación animal y el lenguaje humano. Allí la crítica lacaniana es precisa: nada simbólico puede surgir de lo imaginario, en tanto el pacto de palabra antecede en todos los casos a la invención. Cito a continuación el modo en que presenta Lacan el problema: Quienes especulan sobre el origen del lenguaje e intentan montar transiciones entre la apreciación de la situación total y la fragmentación simbólica siempre se sienten atraídos por las llamadas holofrases. En los usos de algunos pueblos (...) hay frases, expresiones que no pueden descomponerse, y que se refieren a una situación tomada en su conjunto: son las holofrases. Hay quienes creen que en la holofrase puede captarse un punto de unión entre el animal, quien circula sin estructurar las situaciones, y el hombre que vive en un mundo simbólico12.

Luego de citar el ejemplo de una holofrase extraído de un libro editado por Edward J. Payne titulado History of the New World Called America [Oxford University Press, 1892], Lacan destaca la situación en que la misma es producida: estado de inter-mirada entre dos sujetos, donde cada uno espera del otro que se decida a realizar algo que ninguno desea hacer, pero que hay que hacer de a dos. Queda claro en el ejemplo que... ... la holofrase no es intermediaria entre una asunción primitiva de la situación como tal –que sería del registro de la acción animal– y la simbolización. (...) Se trata, por el contrario, de algo donde lo que es del registro de la composición simbólica es definido en el límite, en la periferia (...). Verán que toda holofrase está en relación con situaciones límites, en las que el sujeto está suspendido en una relación especular con el otro13.

De este modo Lacan transmite la idea de que solo es posible otorgarle algún valor a la holofrase en un tejido simbólico ya existente. Entonces, y cito a Stevens, “ se trate exactamente de una 12. Lacan, Jacques. El seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud. Paidós, Buenos Aires, 1992, pp. 328-329. 13. Ibíd. p. 329.

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frase de una sola palabra o de una expresión más compleja, ya están capturadas en una estructura de lenguaje. Lacan prefiere insistir sobre el carácter no descomponible de estas palabras-frase”14. Evidentemente en este primer recorrido la discusión es lingüística y el término “holofrase” es utilizado por Lacan con el mismo valor que tiene en dicho campo teórico. Habrá que esperar cinco años para que comience el proceso de diferenciación y apropiación lacaniana. En el seminario El deseo y su interpretación, Lacan retoma el tema en la segunda (19/11/58) y cuarta sesión (3/12/58), en sendas explicaciones acerca del grafo del deseo y el sueño de la pequeña Anna Freud. Resumiré los puntos salientes de esos desarrollos en vistas a la construcción de la noción de holofrase lacaniana. En primer lugar: sitúa en el piso inferior que es el del enunciado, no a la holofrase sino a algo que participa de su función. La consecuencia de esta idea es importante porque de este modo “ningún enunciado holofrástico se igualará estricta y solamente con la función de la holofrase”15. Y si bien es cierto que en el plano del enunciado la interjección es el ejemplo más preciso de la holofrase, la diferencia que Lacan ubica es con la función de la holofrase: la de hacer coincidir código y mensaje (en términos de los lingüistas), donde “el monolito en cuestión está, en este nivel, constituido por el propio sujeto”16. En segundo lugar y a partir del análisis del sueño de Anna Freud, Lacan se detiene en la nominación que el mismo sitúa, ya que allí el sujeto se cuenta. Luego de un interesante desarrollo acerca de la función del sujeto en el sueño, alcanza la conclusión de que en las formaciones del inconsciente el sujeto se cuenta, pero en la holofrase no, ya que él mismo coincide con el mensaje, está solidificado, convertido en un monolito y dando entrada en la teoría a una modalidad del sujeto no-dividido. Finalmente, la verdadera holofrase lacaniana, la que ya no tendrá ninguna relación con la holofrase lingüística, será introducida de un modo particular en el seminario Los cuatro conceptos fundamen14. Stevens, A. Óp. cit. p. 10. 15. Ibíd. p. 11. 16. Lacan, Jacques. El seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación (1958-1959). Paidós, Buenos Aires, 2014, p. 84.

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tales del psicoanálisis. Lacan afirma que “cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando el primer par de significantes se solidifica, se holofrasea...”17. Detengámonos aquí para analizar el verbo en cuestión. Según Alexandre Stevens el verbo “holofrasearse” no existe en francés y, por lo tanto, es un neologismo de Lacan. ¿Por qué Lacan introduce su noción mediante un neologismo? Para desestimar de este modo... ... toda referencia a cualquier holofrase concreta, a los ejemplos obtenidos de las lenguas holofrásticas o del discurso corriente (...) y a lo que hemos llamado los enunciados holofrásticos (...). De este modo, el acento resulta puesto sobre la estructura particular que dedujo precedentemente a partir de (...) lo que hemos subrayado como función de la holofrase, función de unidad de la frase y monolito a la vez18.

Stevens lee la maniobra lacaniana como un intento de romper con el campo fenoménico de la holofrase lingüística, para situar a la holofrase como un modo de organización del campo del lenguaje que habría que ubicar al mismo nivel que la estructura significante, aunque en oposición radical. Si bien profundizaré esta lectura en lo que seguirá, quisiera adelantar la tesis más importante al respecto: la holofrase es un nombre lacaniano para un modo de organización de la sujeción por el lenguaje radicalmente opuesto a la estructura del significante. Por lo tanto es posible conjeturarla a partir de ciertos indicadores clínicos, pero no se presenta fenoménicamente en modo directo bajo la forma de una holofrase lingüística. Estructura del Significante Ļ

Organización Holofrástica Ļ

Sujeto Dividido

Sujeto Monolítico

Los significantes no se pegan, ni la holofrase produce nuevos significantes. Pero hay una gran cantidad de fenómenos que permiten suponer que el sujeto en cuestión es monolítico y que, por lo tanto, no está estructurado por el significante. 17. Lacan, Jacques. El seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), Paidós, Buenos Aires, 1992, p. 245. 18. Stevens, A. Óp. Cit. pp. 14-15.

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En su libro “La forclusión del Nombre del Padre”, Jean-Claude Maleval abona la misma hipótesis que Stevens. La tesis de una holofrase del par significante primordial (...) supone una innovación, porque trata de circunscribir un mecanismo inherente al inconsciente freudiano y no ya a un fenómeno lingüístico universal (...). La holofrase puede manifestarse mediante fenómenos lingüísticos diversos. Lo que todos ellos tienen en común es que emanan de un sujeto no evanescente, sino petrificado en sus certezas (...). La holofrase producida por el sujeto psicótico es transfenoménica19.

La articulación entre la organización holofrástica y el sujeto monolítico resulta muy valiosa clínicamente. Nos queda pendiente una tarea doble: en primer lugar, ubicar algunos indicadores fenoménicos que permitan deducir una organización holofrástica. Y en segundo lugar, presentar alguna orientación clínica que contribuya a la dirección de la cura en niños sujetos a la holofrase...

Primeras puntuaciones acerca del sujeto monolítico El sujeto del significante es el que conocemos como “sujeto dividido”, representado por un significante para otro. Que su estructura se encuentre articulada de tal modo permite asociarlo a las operaciones del significante (metáfora y metonimia), tanto como con los funcionamientos de imbricaciones recíprocas (anticipación-retroacción) y englobamientos crecientes (función de la cuenta y del rasgo unario) que fundamentan su estructura20. Además, es un sujeto que queda capturado por la lógica del discurso (plantearlo así tiene por objetivo intentar romper con la lectura clásica de considerar en ventaja al sujeto estructurado por el significante, ante otros): duda, es inconstante, le cuesta vulnerar el código, está capturado por los límites del tiempo y el espacio, es tonto (bête) y padece del cuerpo y sus reparos. Por lo demás, 19. Maleval, Jean-Claude. La forclusión del Nombre del Padre. El concepto y su clínica (2000). Paidós, Buenos Aires, 2002, pp. 232-236. 20. V. Lacan, Jacques. “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” (1957), en Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 1984, p. 481.

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la desproporción introducida por el lenguaje lo atormenta y hace que se desconozca ante las formaciones de lo inconsciente. El sujeto de la holofrase es el que Lacan presentó en su Seminario El deseo y su interpretación como “sujeto monolítico” (o sea, es un sujeto que no se divide). Por tratarse de un sujeto organizado por la holofrase, puede darse ciertos lujos21 respecto del sujeto dividido, provocando incluso su sorpresa y malestar: se manifiesta con su certeza, es constante, escapa a los límites del tiempo y el espacio, es libre respecto del código (está “fuera de...” o “flota entre...” los discursos), se muestra como un Uno-discreto-de-goce (no es tonto) y muestra más un organismo que un cuerpo. Si bien no logra escapar a la desproporción introducida por el lenguaje, ésta no lo atormenta ya que puede desconocerla sin mayores esfuerzos. Nada permite entonces suponer un sujeto en desventaja respecto del modo anterior, y hasta incluso es posible que su modo de transcurrir el lenguaje le permita realizar, por ejemplo, complejísimas operaciones matemáticas basado en su capacidad de rechazar el significado a favor del significante puro. Resuenan aquí la pregunta de Lacan acerca de –por ejemplo– la viveza del débil mental, o la sorpresa de Freud porque la teoría de los rayos divinos del Presidente Schreber coincidía con la suya acerca del funcionamiento de la libido. Más de una vez uno puede hallarse preguntándose: ¿y por qué no soy capaz hacer esos cálculos, o no puedo ser constante y no aburrirme, o avanzar hacia el objeto de mi deseo (o de mi capricho, ya que para el caso es lo mismo) como lo hacen ellos? Propongo de este modo rechazar las calificaciones en términos de mayor o menor gravedad a las subjetividades organizadas sobre estas maneras de posicionamiento ante el lenguaje. Claro está que las estructuras clínicas verán favorecida su elección por alguno de tales mecanismos, y que habrá mayor probabilidad en unos que en otros. Quizás partiendo de aquí resulte más comprensible el diagnóstico lacaniano de “totalmente normal” realizado luego de la presentación de una paciente psicótica, y la noción de tontería se aclare un poco, con todo el peso clínico y el valor que Lacan le reclamaba. 21. Entiendo tales “lujos” como modalidades no reprimidas del goce. Lo retomaré más adelante.

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Es el propio Lacan quien introduce el modelo de toda una serie de casos bajo la lógica de la sujeción a la holofrase, dejando bien en claro que “el sujeto no ocupa el mismo lugar en cada caso”22. A los fines de nuestra tarea clínica, propongo entender esta breve cláusula de la manera más llana posible y entender el término “sujeto” como “persona”. De esta manera el sujeto (en el sentido fuerte del psicoanálisis) será monolítico y holofrástico, pero la persona que lo encarne no ocupará el mismo lugar en cada caso, observación obvia para quien haya tenido la experiencia de encontrarse en la clínica, por ejemplo, con un paciente psicótico y algún otro que padezca de un fenómeno psicosomático: ambos están sujetados al lenguaje por la organización holofrástica y dicha organización establecerá el marco de posibilidades y límites para la que resultará luego su posición en la estructura clínica; pero su modo de habitar el mundo, su modo de dirigirse al otro, su relación con el cuerpo y su posición en el discurso, entre otros ítems, será diferente. Puesto que todo este asunto reclama una articulación clínica, comencemos con una observación conocida, susceptible de ser articulada con nuestro eje teórico-clínico: porque si el significante introduce la diferencia en lo real, entonces es bastante lógico que los niños sujetos a la holofrase habiten un mundo indiferenciado –si bien, tal como afirmaba más arriba, en cada caso de la serie dicha falta de diferencias mostrará sus matices. El caso paradigmático acerca del que Lacan realizó sus primeras puntuaciones es el caso Dick de Melanie Klein23. Probablemente, este sea el caso más primitivo para dar cuenta de una posición subjetiva que no reconoce diferencias en el mundo. Lacan afirma que Dick “está enteramente en lo indiferenciado” y se pregunta “¿qué es lo que constituye un mundo humano sino el interés por los objetos en tanto distintos, por los objetos en tanto equivalentes?”24. 22. Lacan, Jacques. El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Óp. Cit. p. 245. 23. V. Klein, Melanie. “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo” (1930), en Obras Completas, Volumen 1, Paidós, Buenos Aires, 1996, p. 224 y ss. 24. Lacan, Jacques. El seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 112.

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El aplanamiento afectivo de Dick es consistente con dicho fenómeno. Si a cada relación de objeto le corresponde un modo de identificación cuya señal es la ansiedad, se comprende que Dick no la manifieste y que Lacan afirme que el niño “vive en la realidad. En el consultorio de Melanie Klein no hay para él ni otro, ni yo: hay una realidad pura y simple”25. Conviene recordar aquí que dicho fenómeno de indiferenciación lo conduce a tratar a personas y cosas como iguales, pero también a no responder al llamado del otro. Le pregunto al lector si acaso ha percibido qué difícil es no responder cuando uno recibe un llamado, tanto como cuánto nos enojamos cuando llamamos a otro y no responde a nuestra llamada. No responder un llamado es un lujo difícil de darse. Lacan le atribuye cierta brutalidad a la posición clínica de Melanie Klein ante Dick. Lo describe del siguiente modo: “¡Hay que ver con qué brutalidad Melanie Klein le enchufa (lui fout) al pequeño Dick el simbolismo!”26. Me sorprende cómo describe Lacan la maniobra kleiniana ante un niño sujeto a la holofrase: enchufar brutamente el simbolismo. Lacan insiste con esta fórmula, lo cito nuevamente: Entonces Melanie Klein con ese instinto de bruto que le permitió alcanzar una suma de conocimientos hasta entonces impenetrables, se atreve a hablarle: hablar a un ser que, sin embargo, se deja aprehender como alguien que, en el sentido simbólico del término, no responde. Está allí como si ella no existiese, como si ella fuese un mueble. Y, sin embargo, ella le habla27.

Es curioso el modo en que Lacan habla de Melanie Klein: se trata de una bruta que finge ignorar la ausencia de respuesta en el niño, que le enchufa (¡la traducción es absolutamente correcta!) el simbolismo – agrego yo: ¡en la primera ocasión en que se encuentran!28 Podríamos decirlo de otro modo: Melanie Klein le enchufa a Dick un par significante (que además no es cualquiera, porque es el par edípico) y con eso lo simbólico todo. Y Lacan, que pone en acto al leer el caso una teoría 25. Ibídem. 26. Ibídem. 27. Ibíd. pp. 113-114. 28. Como no sé cuánto se lee a Melanie Klein en nuestros días, conviene aquí recordar que la famosa intervención de los trenes y la estación fue realizada en la primera ocasión en que Melanie Klein y el pequeño Dick se encontraron.

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del sujeto en psicoanálisis, afirma que “ni siquiera es necesario que la palabra sea suya (del niño)”29. Retorna así la pregunta ética rescatada por Foucault en un texto de Samuel Beckett: ¿Qué importa quién habla? El sujeto no coincide con ninguna persona, ni siquiera cuando se trata de la sujeción a la holofrase. Dick responde porque la intervención toca lo real. Recordemos que Lacan también había afirmado que el “el desarrollo solo se produce en la medida en que el sujeto se integra al sistema simbólico, se ejercita en él”30. Tenemos entonces la afirmación lacaniana de que Melanie Klein es bruta. Pero me atrevería a agregar que, además, es tonta. Es tonta porque se presenta con una disposición particular a sostener el lazo. Ese niño que tiene frente a sí –“niño invisible, dirá Lacan, puesto que sería mirado desde todas partes”31– no es para ella un Uno-discreto-degoce con el que no habría lazo posible. Así lo decía Lacan en el año ’73: Las dimensiones de la tontería son infinitas, pero no están lo suficientemente interrogadas. Creo que, a fin de cuentas, eso es de una gran originalidad... y entonces, para funcionar verdaderamente bien como analista, en el límite, habría que llegar a ser más tonto de lo que naturalmente se es32.

Hablé hace tiempo33 de la relación del analista que no retrocede ante los niños y la tontería, la que presenté con una frase de J-C Milner: se trata de “prestarse a ella, pero no consagrarse a ella”34. Es una tontería propia de la estructura tonta (bête) del significante la de creer que hacemos lazo, que nos comunicamos, que nos entendemos, que dialo29. Ibíd. p. 138. 30. Ibídem. 31. Lacan, Jacques. Topología y tiempo. Sesión del 5 de mayo de 1979 (inédito). [Traducción personal a partir de la estenografía]. 32. Lacan, Jacques. “Excursus a la conferencia de Milán”, 4 de febrero de 1973 (inédito). [Traducción personal a partir del documento alojado en la página de la École Lacanienne de Psychanalyse: http://www.ecole-lacanienne.net/pictures/mynews/7 1439E93BC0D9BB3EDDC83DDF736661F/1973-02-04.pdf] 33. V. mi conferencia “La respuesta tonta del psicoanalista de niños: el dispositivo de presencia de padres y parientes. Un problema ético” (2011) incluida en este libro. 34. Milner, Jean-Claude. Los nombres indistintos, Manantial, Buenos Aires, 1999, p. 131.

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gamos y, fundamentalmente, que nos amamos. Es la tontería necesaria para poder convivir un poco, y maniobrar ante ese carácter de dispersos dispares que tenemos los seres hablantes. No participar de ella es un lujo difícil de darse sin caer en la canallada o convertirse en un desengañado, salvo que la holofrase nos asista... La posición clínica de Melanie Klein sostiene la tontería del intercambio, vía necesaria para inscribir a ese niño en un Edipo ferroviario (si me permiten la expresión). Pero a la vez empuja su tontería con brutalidad, la necesaria como para enchufarle a Dick la estructura simbólica básica del par significante. ¿Acaso no son brutales todos los primeros encuentros con lo simbólico? Nadie entra de a poco allí, todos somos arrojados de cabeza en ese mundo del lenguaje que humaniza. Se perfilan así algunos caracteres necesarios para huir para adelante y sostener ese deseo del analista que no retrocede ante los niños: hay que ser paciente, algo bruto y un poco tonto... *

*

*

Recibo en el consultorio a los padres adoptivos de Lito, quien tiene diez años. Según me dicen, el niño estuvo en tratamiento desde siempre... En esta ocasión, focalizan el motivo de la consulta en dos puntos: en primer lugar, Lito se mete el dedo pulgar en la boca y ese gesto enloquece a su madre. En segundo lugar, hay ciertas dificultades con el rendimiento escolar: a pesar de encontrarse hace dos años en tratamiento psicopedagógico, continúa teniendo inconvenientes en la escuela. Según comentan, la psicopedagoga ha sugerido que hay problemas de tipo afectivo, lo que ha promovido la consulta conmigo. Mi primera intervención apunta a establecer la historia de la adopción: Lito es hijo de una madre bipolar y de su abuelo (tanto él como su hermana, que es dos años mayor). Su madre ha muerto y su padre/ abuelo está preso por un robo que terminó en homicidio. En un primer momento fueron entregados en adopción por separado. Pero un tiempo después, durante la guarda, un juez ordenó que debían ser adoptados juntos. Así es que fueron entregados a una familia que los devolvió al poco tiempo (no es posible establecer la causa de tal situación). Con respecto a la historia de la familia, Marta, la actual madre adoptiva de Lito, cuenta que perdió un embarazo hace muchos años, y 103

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que luego de ese episodio siguieron algunos tratamientos médicos que, al parecer, le resultaron insoportables. Luego de rechazar una oferta para una adopción ilegal en el Paraguay se anotaron en un juzgado de la provincia de Buenos Aires. Tras nueve años de espera recibieron un llamado: en 24 horas adoptarían dos hermanitos que estaban en distintos lugares. Lito, que tenía en ese momento un año y tres meses, se hallaba en un hospital de la provincia de Buenos Aires. Dicen ellos: “cuando lo vimos era una bolsita de papas”. Su padre adoptivo afirmó que estaba hipotónico y mal alimentado. No traía con él ninguna pertenencia, ni ropa ni juguetes. Su hermana, por el contrario, estaba en muy buen estado de salud y cuando fueron a buscarla al Hogar donde se encontraba se la entregaron con un pequeño ajuar. Sigue el relato de las dificultades del niño y de los múltiples tratamientos a los que fue sometido, entre ellos, estimulación temprana, psicoterapias varias y psicopedagogía. Su madre adoptiva no tiene familia y la del padre ha rechazado a los niños por no tener la misma sangre: son ellos cuatro y nadie más. Su padre es una persona sencilla en sus razonamientos. Él cree que Lito es lento pero que algún día va a arrancar; su madre no soporta la lentitud ni el modo en que pierde las adquisiciones logradas día a día. Es dura y me exige condiciones para el tratamiento: que se respete el día y la hora de las sesiones a rajatabla, que no los haga esperar, que no le hable a ella cuando lo traiga a la consulta, etc. Quiere garantizar así la pureza del dispositivo. Más allá de sus exigencias para conmigo, con el niño oscila entre enojos y retos por un lado, y gestos de pegoteo físico que llegan hasta permitirle dormir con ella cuando su padre está de viaje por razones de trabajo. Me dice: “yo soy el socorro de Lito, cuando le pasa algo viene y me abraza. Por suerte siempre entiendo qué es lo que le pasa, el padre no lo entiende, le pregunta y él se bloquea. Allí se pone el dedo en la boca”. Cuando intento establecer ciertos puntos de la historia familiar como por ejemplo por qué luego de perder un embarazo tempranamente decidieron hacer un tratamiento de fertilidad, o dónde está su familia, el discurso de ambos se torna oscuro, dan vueltas y no logran responder. No me esconden la información: no pueden articularla. Incluso citándolos a entrevistas individuales hay puntos a los que no logré acceder. Siempre retornan al impacto que les produjo ver a Lito por primera vez y la idea de que tienen “hijos mellizos de edades dife104

IV. Holofrase

rentes”. Su madre cuenta una escena que la dejó perpleja y que, al parecer, precipitó la consulta conmigo: una noche, luego de cenar, Lito le preguntó “¿por qué vos no tenés hijos?”. El padre dice que él es más compinche con su hijo, pero al pedirle que me cuente algún ejemplo de ese tipo de relación, no puede ubicar nada para ilustrarla. Al comenzar mi tarea con Lito pude notar que su lenguaje está por debajo de la media esperable para su edad. Utiliza frases breves y responde frecuentemente a las preguntas con monosílabos. Suele incluir malas palabras a modo de adjetivos. No obstante es posible mantener un diálogo con él, el que puede trabarse ante determinado tipo de interrogaciones –ya veremos de qué se trata. Su relato presenta alteraciones de la secuencia y confusión entre los personajes. La línea temporal no se respeta del todo y por lo tanto se verifica que la noción de causa opera con complicaciones. Lito cuenta alguna película y su relato se desordena con facilidad, llegando incluso a confundir el argumento con el de otra película. No muestra interés por los materiales de juego simbólico. Su relación con el material de juego de reglas fue inicialmente de curiosidad pero poco a poco se tornó despectiva y, en ocasiones, llegó a ser violenta. Varias veces arrojó los elementos de los juegos de mesa, sin preocuparse por posibles daños ni disculparse. Es probable que tal modificación hubiera sido provocada por sus fracasos en los mismos, puesto que se acentuó en aquellos juegos en los que había perdido partidas previas. Lito me solicitó que le enseñara a jugar a varios de ellos, prestó atención a las indicaciones y en principio parecía haber comprendido las consignas. Sin embargo, pasado un tiempo cometía errores que no consistían en regulaciones intuitivas como las que operan en los intentos por hacer trampa, puesto que al ser interrogados permitían verificar que la adquisición de la regla se había perdido por completo. En ocasiones en que el juego lograba resultar más estable, la adquisición se perdía en el lapso entre nuestros encuentros. En cada ocasión en que le señalé algún error, ya sea en las secuencias narradas o por infringir alguna regla lúdica, Lito respondió negando el señalamiento, tratándolo como no ocurrido: “no me equivoqué, no dije eso”. De modo general podría suponerse que el recurso a la negación funciona como una defensa primitiva. Su desinterés por el juego simbólico resulta concurrente con el que mostró por las consignas gráficas, no hubo manera de hacerlo dibujar. 105

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Una conversación acerca de qué quería ser cuando fuera grande, abrió a la aparición de un fenómeno que había sido anticipado por los padres en las entrevistas iniciales: ese dedo pulgar que Lito se introduce en la boca a la vez que con el resto de la mano cubre su nariz. Ese gesto se acompaña de una mirada perdida y un total retraimiento físico. Se trata de su respuesta habitual a la pregunta que abre la enunciación en el enunciado, y se repite sistemáticamente si acaso la línea asociativa lo lleva por ahí, tanto como si su interlocutor la sugiere. Lejos de un signo de inmadurez emocional o motora, este gesto funciona como un tapón real a toda dimensión del deseo, opera cierto bloqueo de la posible aparición de un asunto en el que pueda presentarse como deseante. Para que ese gesto no aparezca es necesario que solamente intercambiemos enunciados que no habiliten un supuesto deseo en la enunciación. Pero si aparece, su gesto se constituye en un acto de rechazo del lazo. Allí, en ese punto, Lito se da el lujo de no responder, de volverse Uno: un Uno discreto de goce. Si yo le hablo, si le pregunto algo, si lo instigo a deponer esa actitud, no pasa nada: él permanece así, inconmovible. Es necesario que deje de observarlo –casi diría, ignorarlo– o incluso ponerme a hacer alguna otra cosa (ordenar objetos, escribir algo en la computadora o caminar un poco por ahí), para que reaparezca la dimensión de cierto diálogo, con las limitaciones planteadas. En cierta ocasión en que nuestra conversación nos llevó hacia cuestiones relacionadas con las chicas de su curso, él respondió con su gesto habitual. Pero ese día intervine diciéndole: – ¡Qué buena máscara! ¿Te muestro la mía?– y sin esperar respuesta uní mis dedos índices con los pulgares creando una especie de anteojos que apoyé en mis ojos mientras entrelazaba los otros dedos creando algo así como visera–. Soy Pabloman, el superhéroe que ayuda a los chicos. ¿Vos quién sos? –pregunté sin ninguna esperanza de respuesta... –Yo soy Lito– dijo quitándose el dedo de la boca. Desde entonces, cada vez que aparece su máscara, yo hago la mía. Él se quita el dedo de la boca y se sonríe moviendo la cabeza como diciendo “qué estúpido...”. Hasta que un día me preguntó: – ¿Para qué hacés eso? ¿Acaso su pregunta iba más allá de un enunciado? Respondí: – Porque vos lo hacés y yo también quiero ser un superhéroe. 106

IV. Holofrase

A la semana siguiente, vino con la remera del Capitán América... *

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Vengo trabajando hace tiempo con un muchacho de unos trece años que presenta un cuadro de dermatitis atópica desde los 6 años. Dicho cuadro supone unas erupciones bastante agresivas en la piel que se presentan en cualquier lugar del cuerpo. Según entiendo, Miguel (tal su nombre) padece de un fenómeno psicosomático. Sin embargo, llegó a mi consultorio como una condición para que la Escuela a la que asiste le renueve la matrícula. Veamos su historia. Al igual que Dick, Miguel vive en cierta realidad indiferenciada. Por supuesto que su posición subjetiva es bien distinta: él dialoga conmigo, su presentación es mucho más –digamos– normal, pero su asunto (o sujeto) no está estructurado por el significante. ¿Y cómo se manifiesta esa indiferenciación? Todos sus compañeros de la Escuela son unos boludos. Todos. Además, y este fue el problema, Miguel trata a todos los actores de la comunidad escolar como iguales: le habla igual al preceptor que a sus docentes y que a la Rectora: un insulto dirigiéndose a ella desencadenó el problema que terminó con la consulta. Y encima no se calla, se defiende y expone sus argumentos buscando siempre obtener la última palabra. Como si no hubiera un punto que pudiera ponerle final a sus cadenas de palabras. Claro que a simple vista parece un muchachito muy maleducado, pero no es así en absoluto. Al contrario, es un joven cariñoso pero insoportable –incluso pone a prueba la posición de uno en tanto analista en la transferencia. La historia de su trastorno dermatológico se pierde en los mil y un ungüentos que le han puesto en la piel (han llegado a embotellar agua de mar para bañarlo). Pero su primer impacto en el análisis luego de mucho tiempo de siempre lo mismo, fue cuando le dije que su trastorno estaba relacionado con su modo de hablar. Allí por primera vez, él insistió en defender una diferencia que presentó en términos de “piel y palabra”. Curiosamente, habíamos invertido los papeles: yo había sido paciente hasta allí y, a partir de entonces, él se volvió analizante. Considero que esa es la verdadera presentación de la dupla en juego en el análisis.

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Desde entonces, una hoja de papel para cada uno fue nuestro modo de continuar las entrevistas. Si yo decía algo, eso quedaba asentado, escrito. Y si él encontraba alguna idea, no dudaba en graficarla de alguna manera en su hoja. Así, apareció la ortografía y cierta dimensión espacial ofertada por los renglones de nuestros papeles. Esas hojas daban cuenta de la función del secretario35. La relación de Miguel con el lenguaje comenzó a modificarse lentamente. De a poco, no todo era igual. Teníamos listas de boludos, de interesantes, de ñoños inteligentes... Teníamos también un organigrama de su Escuela según la mejor manera de dirigirse a cada uno: al preceptor (con quien se podía decir malas palabras y discutir un poco), los docentes (con los que no se podía decir malas palabras y solo se discutían un poquito las notas) y las autoridades (con los que no se podía decir nada y siempre tenían razón). Hoy que Miguel acaba de invitar a salir por primera vez a una chica, llegó a su última sesión con el siguiente problema: –Invité a salir a Lali, pero no sé cómo hablar con ella. ¿No se habla con una chica como se habla con los pibes, no? Ayudame a pensar cómo hago para no embarrarla... Es importante porque voy a poder ponerme una remera de manga corta: esta semana no tengo granitos en los brazos... * * * Enchufar lo simbólico produce límites. Pero conviene reflexionar un poco acerca de este asunto –asunto clásico que en ocasiones ha sido presentado como intervenciones que apuntan a “acotar el goce”–. Los límites son simbólicos por definición. Pero a veces es posible presentarlos o hacerlos coincidir con elementos de otros registros. Hay ríos o cordones montañosos que funcionan como límites naturales entre provincias o países. Pero basta que un avión se estrelle, por ejemplo, en la cordillera de los Andes o que un buque se hunda en el río de la Plata para que a la hora de establecer diversas cuestiones estratégicas y repartir responsabilidades, sepamos cómo son realmente las cosas: el límite no es la cordillera, sino la línea (imaginaria) que une las altas 35. La función del secretario debe ser remitida al rol paradigmático de la figura del Secretario de la República Florentina en el Siglo XVI, Nicolás Maquiavelo y no al valor que dicho término presenta en el uso de hoy en día, que lo reduce a la mera función de un asistente. Me ocuparé de este asunto en una próxima publicación.

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IV. Holofrase

cumbres (dato simbólico) o la línea (imaginaria) que une los puntos de mayor profundidad en el río (dato simbólico). Se entiende que la idea de “altas cumbres” exige un elemento simbólico, una medida que de cuenta de la diferencia entre las cumbres para saber cuáles son las más altas y entonces poder hacer pasar por allí la imaginaria línea que las une (lo mismo ocurre con los puntos de mayor profundidad en el río). La idea de límite es simbólica pero es posible introducirla con un elemento imaginario o, incluso, uno tan real como una montaña... Lucas tiene 8 años, está cursando tercer grado, y está en tratamiento conmigo debido a ciertas dificultades en la escuela, a partir de las cuales exigieron un tratamiento como condición para su permanencia en la Institución. En primer lugar se niega a realizar las tareas en clase con el argumento de que un fantasma lo inmoviliza y no lo deja trabajar. Además, está muy aislado de sus compañeros y pasa los recreos corriendo palomas en el patio. Las adquisiciones cognitivas logradas un día, desaparecen al siguiente. Escribe en espejo los números y tiene dificultades para organizar la serie numérica, tanto como para contar objetos. En cierta ocasión llegó al consultorio con una bolsita en la que traía algunos Dakis (piezas de encastre). Me propuso que construyéramos unos Transformers y los hiciéramos luchar. Desparramamos las piezas por el piso y comenzamos a armarlos. Durante la tarea, él se iba apropiando de todas dejándome a mí prácticamente sin ninguna. Lo señalé pero no se preocupó mucho por eso. Cuando me dejó sin nada, me dijo: “Bueno, quedate ahí y mirame”. Luego de unos minutos, y para que mi mirada no fuera capturada por su quehacer, anuncié que me pondría a dibujar. Sin ninguna intención particular esbocé la figura de un niño. Cuando me preguntó qué había dibujado, le dije (sin ninguna intención especial) que lo había dibujado a él. Allí dejó su tarea y vino a observar mi dibujo. Dijo que no le gustaba, que ese no era él, que yo había dibujado un bicho y... ¡que me iba a clavar su Transformer en un ojo! Inmediatamente, tomé un marcador y le apunté, diciéndole que mi láser iba a protegerme. Pero él, visiblemente excitado, habiendo cambiado la voz y con una tensión clara en el rostro, insistía en que me iba a matar, que me iba a clavar el Transformer en los ojos y me los iba a sacar. Yo respondía que mi láser 109

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lo impediría, pero la cosa se tornaba cada vez más densa, él estaba cada vez más excitado y enojado, a la vez que sus últimas amenazas ya eran gritos proferidos a escasos centímetros de mis oídos... Entonces dije: ¡Basta, terminamos! ¡No juego más! –pero él siguió y su enojo iba aumentando. Cada palabra mía lo enojaba más. Sus amenazas continuaban. Ahí me di cuenta de que estaba poseído por su personaje y que la situación no tenía ningún componente de juego simbólico36. Me levanté del piso y le dije que iba a ponerme a ordenar porque era tarde. Él siguió igual, pero ahora acompañaba sus amenazas con insultos (cabe aclarar que durante toda esta secuencia nunca llegó a tocarme, ni yo a él). Decidido a poner un fin a la situación y ante la dificultad para que la palabra introdujera alguna cuña entre nosotros, tomé su campera y se la puse: sin mucho forcejeo él lo permitió. Recién allí, me preguntó: “¿Terminamos? ¿Ya me voy?”. Recuperando un poco de aire, le respondí que sí. Fuimos en busca de su padre a la sala de espera y se fue como si nada, despidiéndose como siempre con un beso.

Darse el lujo... Una analizante de 9 años me explicaba sus dificultades para alejarse de su madre de la siguiente manera: –Si mi mamá está en Moreno o Luján, yo no puedo ir más lejos que Castelar o Haedo. –¿Y qué pasa si vas más lejos? –pregunté. –No entendés. No puedo ir. –¿Pero por qué? –insistí. –Porque es como un imán magnético que me trae de vuelta. –Nunca escuché en la vida que eso le pasara a ningún chico o chica... 36. La situación no respondía al clásico fenómeno de personificación soportado por la estructura de la metáfora. No se trataba de un “hagamos de cuenta que...”. A pesar de mis intentos, en dicha situación no había dos niveles en juego como los que puede promover la estructura significante.

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IV. Holofrase

–Es algo único entre mi mamá y yo. No vas a poder explicarlo. –¿Estás segura? –Sí. –¿No te parece que podría explicarse de alguna manera? –No. –¿Y si no fuera así? –Es así. Este modo de explicación se apoya en una certeza absoluta e inconmovible. Se trata de algo único e inexplicable que se le aparece al sujeto como un hecho transparente a su intuición, como una evidencia que resulta inaccesible al Otro. Esto nos conduce a considerar que la puerta abierta al Otro se encuentra siempre entre S1 y S2, el par significante que divide al sujeto. Es la misma puerta por donde se filtra la duda, la vacilación, el to be or not to be que suele acosar al sujeto dividido. Pero entonces, ¿no es acaso un lujo no dudar, mantenerse incólume en la certeza de cualquier idea? Ese lujo, de existir, exige entonces que el asunto en cuestión esté organizado de otro modo que con la estructura significante. Eso que llamé “lujo” es en realidad un modo de goce no reprimido. Bastaría con tensarlo entre al menos dos significantes para que cambiara de estatuto, es decir: para que sufriera el efecto inevitable de resultar atravesado por los significantes del Otro tornándose un lujo ante el cual el sujeto se sentiría impotente o indigno. Se entiende tal vez un poco más ahora por qué solemos considerar como más normal, como más adaptada y hasta como más socializable, a una posición sujeta a la duda. No es por nada que las modalidades del sujeto que suelen darse estos lujos hayan sido definidas por Lacan en cierta relación de exclusión respecto del discurso: ya sea flotando entre discursos o, directamente, fuera de los mismos. Hay incluso una referencia que propone para un sujeto así el lugar de amo en la ciudad del discurso37, mientras que habitualmente el sujeto humano hablante es claramente un siervo o un esclavo del mismo, en tanto queda sometido a los condicionamientos que sus elementos y lugares determinan sobre sí. 37. V. Lacan, Jacques. “El acto psicoanalítico, 1967-1968”, en Reseñas de enseñanza, Manantial, Buenos Aires, 1988, p.53.

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Otro lujo es la constancia... La tensión que el binario significante introduce en el sujeto lo torna inconstante. Y no se trata de una característica personal, como suelen confesar en ocasiones nuestros analizantes. Pongamos como ejemplo dos de las actividades que, según escuchamos, parecieran ser las más difíciles de sostener: asistir al gimnasio y hacer dieta. Podríamos proponer a modo de hipótesis que el problema no radica en la actividad misma, ni en su dificultad (aunque la tenga), sino en lo que introduce el segundo significante de la cadena: la verificación. Si la persona en cuestión asistió al gimnasio o sostuvo la dieta por un tiempo, es probable que tarde o temprano verifique el beneficio o el resultado de su conducta. Podrá pesar su masa corporal o medir ciertas partes de su cuerpo para observar si algo ha cambiado. Así, un estado inicial (que podemos nombrar S1 entra en tensión con otro estado (S2), mediando entre ambos un intervalo (¯). ¿Y que S2 podría recubrir por completo a un S1? O para decirlo de otro modo: ¿qué proporción lograda puede esperarse de dicha maniobra de medida si el único modo de hacerla es con significantes? Un poco más arriba hablé de la tontería necesaria para vivir en el lazo social. Esa tontería es función del significante y está puesta al servicio de ciertos códigos (algunos de ellos escritos y otros no) que regulan nuestros intercambios en la sociedad. Sin embargo, sabemos que muchos niños no sujetos al significante cuestionan dichos códigos porque ignoran los binarios significantes que los estructuran. Por ejemplo: lo íntimo (o privado) y lo público suelen confundirse. Son niños que exhiben su cuerpo o intentan manipular el cuerpo del otro; que revisan carteras, cajones y bolsillos; que suelen ir al baño con la puerta abierta y otro tipo de manifestaciones similares. Pero además, resultan muchas veces inmunes al llamado del Otro y, fundamentalmente, al diálogo –este último por estar organizado a partir de los englobamientos crecientes y las imbricaciones recíprocas del significante: ‘yo digo’ (S1) ‘tú dices’ (S2), y luego ambos significantes quedan subsumidos por un nuevo S1 que los sintetiza (‘yo digo sobre lo que tú respondiste a lo que yo dije’). En suma, son niños que pueden darse el lujo de no responder al llamado o a alguna pregunta, ignorando a su 112

IV. Holofrase

interlocutor como si no existiera o como si no se hubiera dirigido a él. Por otra parte, cuando deciden no darse ese lujo y nos hablan, pueden darse otro: no ocultarnos nada ni mentirnos, borrando esa segunda dimensión del significante que consiste en quedar bajo la barra. No hay que esforzarse mucho en la comprensión de tales fenómenos para descubrir que los mismos suelen convertirse en la pesadilla de la situación escolar. Sin duda, la sujeción por la holofrase impacta sobre los dos ejes que están en juego en dicho ámbito: la disciplina y la instrucción38. Y la institución escolar que conocemos como “escuela común”39, montada sobre la lógica del discurso universitario según Lacan, está organizada tanto en sus currículas de estudio como en sus normas de convivencia, en función del supuesto de que todos sus estudiantes estarán estructurados por el significante. Y así como he descripto algunos de los lujos que los niños sujetos a la holofrase pueden darse respecto de lo que en la escuela podría considerarse el código de disciplina, dicha organización también impacta en la lógica de la construcción de las competencias cognitivas, donde uno de sus primeros indicadores –el que muchas veces es la señal de alarma de que algo no funciona bien en ese niño– es la pronta pérdida de adquisiciones que, supuestamente, habían sido logradas. Quien representa a la posición escolar nos manifiesta: “aprendió a manejar bien tal o cual operación (multiplicar, por ejemplo) el lunes, pero el martes ya no la sabía, la había olvidado por completo...”. Y no se trata precisamente de un olvido, sino de un modo de funcionamiento holofrástico, el que no trabaja con dos lugares de inscripción tal como ocurre en la estructura significante. En el caso de la estructura significante, las cosas suceden de la siguiente manera: en un primer tiempo el niño adquiere una competencia cognitiva cualquiera (S). En un segundo tiempo adquiere otra (S’), que se asienta sobre la anterior. Recién allí podemos numerarlas y articularlas en términos de S1¯S2. Pero lo que se verifica en ese caso es que al momento de trabajar en la segunda 38. V. Kant, Immanuel. Pedagogía (1803), Ed. Akal, Madrid, 1983, p.31 y ss. Si bien se trata de una idea clásica, la misma conserva hoy en día todo su valor y orienta el desarrollo del libro del que Freud tomó en préstamo la idea de las “profesiones imposibles”. 39. Significante que toma su valor por la diferencia con el de “escuela especial”.

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competencia el niño conserva inscripta la primera, dispone de ella, lo que permite suponer operando una estructura de dos posiciones. No es el caso para la holofrase, donde no hay dos posiciones en funcionamiento sino una y, como el lector notará, no hace falta en absoluto caracterizarlas como dos que se encuentran pegadas. En esta situación el niño logra una adquisición (S). Luego, en otro momento diferido en el tiempo, se le intentará transmitir una nueva adquisición que suponga a la anterior en funcionamiento, pero como se trata de una organización de un solo lugar, el menor esfuerzo para intentar comprenderla (aunque sea fallidamente) desalojará a la anterior, lo que escribimos X¯S. Y el resultado final probablemente será una confusión generalizada, ya que lo que estaba logrado vacilará o se perderá por completo, y lo que era nuevo no llegará a inscribirse por falta de lugar simbólico para ello. Esto imposibilita el englobamiento creciente (lo que permitiría que cada adquisición nueva supusiera una mayor cantidad de componentes en la acumulación inscripta previamente, según la función de síntesis del S1) y también la lógica de la anticipación/retroacción significante (que exige dos posiciones en funcionamiento simultáneo). Como el lector imaginará, no hay contenidos de la currícula escolar que no descansen sobre estos procedimientos. Este es uno de los panoramas ante el que se encuentran muchos analistas que en su afán de no retroceder ante los niños trabajan en el dispositivo de Integración Escolar, instalando el cuerpo y su palabra al servicio de reponer esos modos de funcionamiento, encarnando las flechas de la anticipación y la retroacción, promoviendo recursos imaginarios para que esos niños puedan apresar alguno de tales contenidos y generando suplencias para tornar operativo a ese significante de la síntesis que resulta tan valioso en el ámbito de la instrucción escolar.

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