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BENEDICTO XVI JOSEPH RATZINGER lLa>

Joseph Ratzinger, antes de convertirse en Benedicto XVI, ya se había ganado una reputación excelente como pensador. Estamos ante un verdadero intelectual, en el sentido más clá­ sico de la palabra, ante un filósofo que nunca ha abandonado la búsqueda de la verdad. Sus escritos sobre pensamiento y teología han sido tra­ ducidos a decenas de lenguas y en ellos se encuentran ya las ideas que ahora, como Benedicto XVI, defiende desde el pa­ pado. En esta obra, Benedicto XVI nos presenta los textos, dis­ cursos y homilías fundamentales de su trayectoria. El lector, tanto si es religioso como si no, se sentirá atrapado por el pensamiento de un hombre que, sin duda, es un papa y un intelectual singular.

'Planeta Testimonio

Ratzinger nació en 1927, hijo í U* iii Icial de policía, y estudió en un ( ii rio. En marzo de 1939, el régimen exigió a los seminaristas la afiliación hligatoria a las Juventudes Hitlerianas y a los dieciséis años fue llamado a filas. Desertó en los últimos días de la guerra, pero fue hecho prisionero por soldados aliados. Estudió Teología católica y Filosofía en la Universidad de Teología y Filosofía de Freising, y en las de Munich y Friburgo. Domina cinco idiomas, es miembro de varias academias científicas de Europa y ha recibido ocho doctorados honoris causa de diferentes universidades (entre otras, la de Navarra). Fue nombrado cardenal por el papa Pablo VI en 1977. Fue elegido como el 265.e papa el 19 de abril de 2005 tras el fallecimiento de Juan Pablo II.

O tros títu lo s de la colección:

Alfonso Basallo y Teresa Dn PIJAMA PARA DOS José Ballesteros EL MEJOR LIBRO DE AUTOAYUDA DE TODOS LOS TIEMPOS María Vallejo-Nágera ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA Santiago Martín EL CAMINO DE LA FELICIDAD José Pedro Manglano EL LIBRO DE LA CONFESIÓN Centro de Estudios Judeo Cristianos CATOLICISMO YJUDAÍSMO Padre Roberto Coggi, Instituto Clemente I Papa y Mártir y Carlos Soler Ferran EL TESORO ESCONDIDO

ORAR

Planeta Testimonio

BENEDICTO XVI Joseph Ratzinger

ORAR Introducción y selección de textos de José Pedro Manglano

Planeta

ÍNDICE Introducción

Colección PLANETA TESTIMONIO Dirección: José Pedro M anglano © Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, 1990-2008 © por la selección, José Pedro M anglano, 2008 © Editorial Planeta, S. A., 2008 Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) Textos cedidos por © H erder 1992, 1995, 2005, 2007; © Edicep 1996, 1999, 2001, 2005; © Sígueme 2004, 2005; © Librería Editrice Vaticana; © BAC (Biblioteca de Autores Cristianos); © Cristiandad; © Círculo de Lectores; © E ncuentro; © Eufisa; © La Esfera; © Palabra Composición: Anglofort, S. A. ISBN 13: 978-84-08-07894-4 ISBN 10: 84-08-07894-1 Editorial Planeta Colombiana S. A. Calle 73 No. 7-60, Bogotá ISBN 13: 978-958-42-1990-9 ISBN 10: 958-42-1990-1 Prim era reim presión (Colombia): octubre de 2008 Im presión y encuadem ación: D’Vinni S.A. Im preso en Colombia - Printed in Colombia Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialm ente, sin el previo perm iso escrito del editor. Todos los derechos reservados

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1. ¿Un mundo sin verdad? La enfermedad de nuestro tiempo La muerte de Dios Escoger la vida Búsqueda de Dios y fe

11 11 16 21 26

2. El Dios cristiano ¿Es posible conocerle? ¿Cómo es Dios? ¿De verdad que es poderoso? Dificultades para creer hoy

35 35 40 47 50

3. Seguimiento de Cristo La peculiar felicidad que promete a los suyos Cada vida tiene su código debarras Pecadores que enseñan el arte de vivir El apóstol

59 59 69 79

4. La libertad de Cristo El pecado La liberación deseada

91 91 96

86

Conversión y perdón Domingo, día de libertad 5. Vida cristiana Ser cristiano Vida de piedad Hacerse niños Muerte y vida eterna Vida eucarística 6.

El amor de Cristo Su amor es concreto Revolución del amor cristiano ¿Es posible am ar a cualquiera?

101

107 115 115 121

130 132 144 153 153 156 163

7. El hombre que es Cristo Jesús, Dios y hombre Algunos momentos de su vida Tentaciones de Cristo

169 169 176 184

8.

197 197 206 214

Palabras de Cristo Sus parábolas Las Bienaventuranzas: ¿optimismo o esperanza? El Padrenuestro

9. La cruz de Cristo El misterio del sufrimiento Hágase tu voluntad La hora de Cristo ¡Resurrección! 10 .

La Iglesia de Cristo Esta nave nuestra que no es nuestra El sacerdote

219 219 233 238 246 251 251 259

La divina liturgia Misa El nuevo Templo Arte y música

266 271 278 281

11 . La madre de Cristo

287

Anexo 1: Los signos del pan y el vino Anexo 2: El fútbol Anexo 3: El bautismo: yo pero ya no yo Anexo 4: El celibato

297 302 304 307

Bibliografía índice analítico

310 314

INTRODUCCIÓN Hay que reconocer que Benedicto XVI es un papa singu­ lar. Ha vivido pegado al pensamiento y a la teología du­ rante casi un siglo, y no precisamente un siglo monótono y aburrido. La humanidad de los últimos cien años se ca­ racteriza por una intensa búsqueda de sentido: existencialismo, muerte de Dios, liberación sexual, campos de concentración, amenazas de destrucción del planeta, sis­ temas totalitarios, capitalismo, intervencionismo esta­ tal, grupos marginados, globalización, modelos de fami­ lia, ideología de género, revolución tecnológica, diversas lecturas de la libertad, desigualdades a diversos niveles, escándalos de sacerdotes, liturgias paralelas, cismas, inculturación, planificación familiar, aborto y eutanasia, raíces de Europa... son algunos de los fuegos que han prendido todos estos años. El cardenal Ratzinger, Benedicto XVI, ha estado en el ring de las ideas. Sólo ha tenido una obsesión: la verdad. Habla con todos y para todos. Es un papa singular, decía, pues no le importa pagar el precio que sea con tal de ir desvelando la verdad. Entiende que hay un Logos, una Razón, una Verdad en la entraña de la realidad y de la historia. Ese Logos es Cristo, es Luz y es Vida, y desde él todo adquiere sentido. 9

En este libro recogemos algunas de sus ideas. Pero con una intención: que en el contenido y el enfoque pue­ dan ser tema de conversación con Dios. Orar con algunas de sus sugerencias. Resulta fácil orar con sus palabras, pues su referencia constante es Cristo. Hemos procura­ do que la división de tem as respete su pensam iento «cristocéntrico». Los párrafos escogidos pertenecen a las publicaciones, discursos y homilías de toda su vida, hasta el año 2008. Al final del libro se encuentra la referencia de cada texto. Seguro que estas páginas enriquecen la oración de los que tenemos fe y sugieren pensamientos y reflexiones a cualquiera que sea un «buscador» de buena voluntad. J osé Pedro M anglano

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CAPÍTULO 1

¿UN MUNDO SIN VERDAD? La enfermedad de nuestro tiempo 1 . 1 Un obispo amigo mío me ha contado que, con oca­ sión de un viaje a Rusia, se le dijo que en este país había un 25 por ciento de creyentes y un 13 por ciento de ateos; el resto, es decir la mayor parte, eran «buscadores». Resulta impresionante. Setenta años después de la revo­ lución, que ha definido la religión como superflua y en­ gañosa, existe un 62 por ciento de gente preocupada, que experimentan interiormente la existencia de algo supe­ rior, aunque no lo conozcan todavía. Las cosas terrenas van bien sólo cuando no olvidamos las superiores: no po­ demos perder el camino justo que distingue al hombre. No podemos m irar sólo hacia abajo; debemos levantar­ nos y mirar hacia arriba, sólo entonces viviremos justa­ mente. Debemos insistir en la busca de cosas mayores y convertimos en una ayuda para quienes intentan levan­ tarse y encontrar la verdadera luz, sin la que todo es tiniebla en el mundo. Mirara Cristo, p. 122 2 . 1 Quien intente hoy día hablar de la fe cristiana [...] es probable que en seguida tenga la sensación de que 11

su situación está bastante bien reflejada en el conoci­ do relato parabólico de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas, que Harvey Cox resume brevemente en su libro La ciudad secular. En él se cuenta que, en Dinamarca, un circo fue presa de las llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas llegasen hasta la al­ dea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a los veci­ nos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnífico tru­ co para que asistiesen los más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirles y de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuanto más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fue­ ron pasto de las llamas. Con este relato ilustra Cox la si­ tuación de los teólogos modernos. En el payaso, que no es capaz de lograr que los aldeanos escuchen su mensa­ je, ve Cox una imagen del teólogo, a quien nadie toma en serio si va por ahí vestido con los atuendos de un payaso medieval o de cualquier otra época pasada. Ya puede de­ cir lo que quiera, pues llevará siempre consigo la etique­ ta del papel que desempeña. Y por buenas maneras que muestre y por muy serio que se ponga, todo el mundo sabe ya de antemano lo que es: ni más ni menos que un payaso. Se sabe ya de sobra lo que dice y se sabe tam ­ 12

bién que sus ideas no tienen nada que ver con la reali­ dad. Se le puede escuchar, pues, con toda tranquilidad, sin miedo a que lo que diga cause la más mínima preo­ cupación. Está claro que esta imagen es en cierto modo un reflejo de la agobiante situación en que se encuentra el pensamiento teológico actual, que no es otra que la abrum adora imposibilidad de rom per con los clichés habituales del pensamiento y del lenguaje, y la de hacer ver que la teología es algo sumamente serio en la vida humana. Introducción al cristianismo, pp. 39-40 3 . 1 Yo no dudo en afirm ar que la gran enfermedad de nuestro tiempo es su déficit de verdad. El éxito, el resultado, le ha quitado la primacía en todas partes. La renuncia a la verdad y la huida hacia la conformidad de grupo no son un camino para la paz. Este género de comunidad está construido sobre arena. El dolor de la verdad es el presupuesto para la verdadera com uni­ dad. Este dolor debe aceptarse día a día. Sólo en la pequeña paciencia de la verdad maduramos por den­ tro, nos hacemos libres para nosotros mismos y para Dios. Conversión, penitencia y renovación, p. 193 4. 1 La verdad no destruye, sino que purifica y une. Caminos de Jesucristo, p. 73 5. 1 Las alegrías prohibidas pierden su esplendor en el momento en que ya no están prohibidas. Esas alegrías debían y deben ser radicalizadas y aumentadas cada vez más, apareciendo finalmente insípidas, porque todas ellas son limitadas, mientras que la llama del hambre de lo infinito siempre permanece encendida. Y así hoy ve­ 13

mos frecuentemente en el rostro de los jóvenes una ex­ traña amargura, un conformismo bastante lejano del empuje juvenil hacia lo desconocido. La raíz más pro­ funda de esta tristeza es la falta de una gran esperanza y la imposibilidad de alcanzar el gran amor. Todo lo que se puede esperar ya se conoce y todo amor desemboca en la desilusión por la finitud de un mundo cuyos enormes sustitutos no son sino una mísera cobertura de una de­ sesperación abismal. Y así la verdad de que la tristeza del mundo conduce a la muerte es cada vez más real. Ahora solamente el flirteo con la muerte, el juego cruel de la violencia, es suficientemente excitante como para crear una apariencia de satisfacción. «Si comes de él morirás»: hace mucho tiempo que estas palabras dejaron de ser mitológicas (Gén. 3, 17). Mirara Cristo, pp. 76-77 6. 1 En la historia de Israel, como la cuentan los Libros Sagrados, encontramos con bastante frecuencia este in­ tento: Israel encuentra su elección demasiado pesada, andando continuamente junto a Dios. Se prefiere volver a Egipto, a la normalidad, y ser como todos los otros. Esta rebelión de la pereza humana contra la grandeza de la elección es una imagen de la sublevación contra Dios, que vuelve cíclicamente en la historia y cualifica, de modo particular, precisamente a nuestra época. Con este intento de quitarse de encima la obligación de elegir, el hombre no se rebela contra cualquier cosa. Si para él este ser amado por Dios está demasiado lleno de pretensio­ nes, se convierte en una molestia indeseada, entonces se subleva contra su propia esencia. No quiere ser lo que es como criatura concreta. Mirara Cristo, pp. 78-79 14

7 . 1 El hombre que entiende la libertad como puro arbi­ trio, el simplemente hacer lo que quiere e ir a donde se le antoja, vive en la mentira, pues por su propia naturaleza forma parte de una reciprocidad, su libertad es una li­ bertad que debe compartir con los otros; su misma esen­ cia lleva consigo disciplina y normas; identificarse ínti­ mamente con ellas, eso sería libertad. Así una falsa autonomía conduce a la esclavitud. Jesús de Nazaret, pp. 245-246 8 . 1 Solamente la valentía de reencontrar la dimensión divina en nuestro ser y de acogerla puede dar de nuevo a nuestro espíritu y a nuestra sociedad una nueva e íntima estabilidad. Mirara Cristo, p. 81 9. 1 La religión buscada a la «medida de cada uno» a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte. Ayudad a los hom­ bres a descubrir la verdadera estrella que indica el cami­ no: ¡Jesucristo! 21 de agosto de 2005 10. 1 El hombre es grande sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté pre­ sente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dignidad divina. 15 de agosto de 2005

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La muerte de Dios 11. 1 Una sociedad que hace de lo auténticamente huma­ no un asunto únicamente privado, y que se define a sí misma en una total secularización (que por otra parte se hace inevitable una pseudo-religión y una nueva totali­ dad esclava), una sociedad así se hace melancólica por esencia, se convierte en un lugar propicio para la deses­ peración. Se funda de hecho en una reducción de la ver­ dadera divinidad del hombre. Una sociedad cuyo orden público viene determinado por el agnosticismo no es una sociedad que se ha hecho libre, sino una sociedad deses­ perada, señalada por la tristeza del hombre, que se en­ cuentra huida de Dios y en contradicción consigo misma. Mirar a Cristo, p. 82 12. 1 Dice una antiquísima leyenda judía: el profeta Je­ remías y su hijo consiguieron hacer un día un hombre vivo mediante una correcta combinación de vocablos y letras. El hombre formado por el hombre, el gólem, lle­ vaba escritas en la frente las letras con las que se había descifrado el secreto de la creación: «Yahvé es la ver­ dad.» El gólem se arrancó una de aquellas letras que en hebreo componen esa frase, y entonces la inscripción pasó a decir: «Dios está muerto.» Horrorizados, el profe­ ta y su hijo preguntaron al gólem por qué razón había he­ cho eso, a lo que el nuevo hombre respondió: «Si voso­ tros podéis hacer al hombre, Dios está muerto. Mi vida es la muerte de Dios. Si el hombre tiene todo el poder, Dios no tiene ninguno.» El Dios de los cristianos, pp. 13-14 16

13. 1 Una sociedad que se olvida de Dios, que excluye a Dios precisamente para tener la vida, cae en una cultura de muerte. Por querer tener la vida, se dice «no» al hijo, pues me quita parte de mi vida; se dice «no» al futuro, para tener todo el presente; se dice «no» tanto a la vida que nace como a la vida que sufre, a la que va hacia la muerte. Esta aparente cultura de la vida se transforma en la anticultura de la muerte, donde Dios está ausente, donde está ausente aquel Dios que no ordena el odio, sino que vence al odio. Aquí hacemos la verdadera opción por la vida. Entonces todo está conectado: la opción más pro­ funda por Cristo crucificado está conectada con la op­ ción más completa por la vida, desde el primer momen­ to hasta el último. Creo que, en cierto modo, éste es el núcleo de nuestra pastoral: ayudar a hacer una verdadera opción por la vida, a renovar la relación con Dios como la relación que nos da vida y nos muestra el camino para la vida. 2 de marzo de 2006 14. 1 El hecho de que nuestros primeros padres pensa­ ran lo contrario fue el núcleo del pecado original. Te­ mían que, si Dios era demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que debían apartar a Dios a fin de te­ ner espacio para ellos mismos. Ésta ha sido también la gran tentación de la época moderna, de los últimos tres o cuatro siglos. Cada vez más se ha pensado y dicho: «Este Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vida con todos sus Mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparecer; queremos ser autónomos, inde­ pendientes. Sin este Dios nosotros seremos dioses, y ha­ remos lo que nos plazca.» 15 de agosto de 2005 17

15. 1 Al inicio de este camino estaba el orgullo de «ser como Dios». Era preciso desembarazarse del vigilante Dios para ser libres; hacerse Dios proyectado en el cielo y dominar como Dios sobre toda la creación. Y así surgió una especie de espíritu y voluntad, que estaban y están en contra de la vida, y son dominio de la muerte. Y cuanto más se siente este estado, tanto más el inicial propósito se vuelve en su propio contrario y permanece prisionero del mismo punto de partida: el hombre que quería ser el único creador de sí mismo y subir a la grupa de la creación con una evolución mejor, por él pensada, acaba en la autonegación y en la autodestrucción. Se da cuenta de que sería mejor que no existiese. Esta acidia metafísica es la huida de Dios, el deseo de estar sólo consigo mismo y con la pro­ pia finitud, de no ser molestado por la cercanía de Dios. Mirara Cristo, p. 78 16. 1 El mundo griego, cuya alegría de vivir se refleja tan maravillosamente en las epopeyas de Homero, sabía muy bien que el verdadero pecado del hombre, su mayor peligro, es la hybris, la arrogante autosuficiencia con la que el hombre se erige en divinidad: quiere ser él mismo su propio dios, para ser dueño absoluto de su vida y sa­ car provecho así de todo lo que ella le puede ofrecer. Jesús de Nazaret, pp. 119-120 17. 1 La «muerte de Dios» es un proceso totalmente real, que se instala hoy en el mismo corazón de la Iglesia. Dios muere en la cristiandad, al menos eso es lo que parece. De hecho, allí donde la resurrección pasa de ser un acon­ tecimiento de una misión vivida a una imagen superada, Dios no actúa ya. ¿Porquésoy todavía cristiano?, p. 91 18

18. 1 El ansia fanática de vivir que encontramos hoy en todos los continentes ha originado una anticultura de la muerte que se va convirtiendo en la fisonomía de nuestro tiempo: el desenfreno sexual, la droga y el tráfico de ar­ mas se han convertido en una trinidad profana cuya red mortal se extiende por los continentes. El aborto, el sui­ cidio y la violencia colectiva son las maneras concretas en que opera el sindicato de la muerte. Al mismo tiempo, el sida ha pasado a ser el retrato de la enfermedad íntima de nuestra cultura. [...] La investi­ gación médica busca, movilizando todas sus posibilida­ des, las sustancias inyectables contra la disolución de las fuerzas de inmunización corporal, y es su deber; a pesar de ello, sólo desplazará el campo de las destrucciones, sin detener la campaña triunfal de la anticultura de la muerte, si no reconocemos que la debilidad inmunológica del cuerpo es un grito del ser humano maltratado, una imagen que expresa la verdadera enfermedad: la inde­ fensión de las almas en una cultura que declara nulos los verdaderos valores: Dios y el alma. Jesucristo hoy, pp. 36-37 19. 1 [...] si Dios es, los dioses no son Dios. De ahí que se le deba adorar a Él y a nadie más. Pero ¿no están muer­ tos los dioses hace tiempo?, ¿no está eso claro y, por con­ siguiente, nada dice? Si uno observa atentamente la rea­ lidad, debe responder a esto preguntando a su vez: ¿de veras no se da en nuestro tiempo idolatría alguna?, ¿no hay nada que sea adorado al lado y en contra de Dios?, ¿no surgen otra vez los dioses, después de la muerte de Dios, con un poder tremendo? Lutero, en su catecismo mayor, formuló de manera impresionante esta relación de una cosa con la otra: «¿Qué significa que hay Dios, o qué es eso de Dios? Respuesta: se llama Dios al hallazgo 19

de aquello en lo que uno debe cifrar el hallazgo de todo bien y a lo que recurre en todas las necesidades. Haber Dios es confiar y creer en él con todo el corazón, como he dicho a menudo, que sólo la confianza y la fe del corazón hacen estas dos cosas: Dios e ídolo.» ¿En qué confiamos, pues, y creemos nosotros?, ¿no se han convertido en po­ deres el dinero, la fuerza, el prestigio, la opinión pública, el sexo?, ¿no se inclinan ante ellos los hombres y les sir­ ven como a dioses?, ¿no cambiaría el mundo de aspecto si se arrojase del trono a esos ídolos? El Dios de los cristianos, pp. 26-27 20. 1 La magia es un intento de controlar las fuerzas des­ conocidas, de penetrar en su secreto para no enfrentar­ nos a ellas totalmente inermes. Se ha dicho que la técni­ ca tradujo este conato al plano racional explorando la tram a funcional de la naturaleza para poder disponer de ella. Este proceso estuvo precedido de la desmitificación cristiana del mundo, que libró al hombre de la idea de unas fuerzas divinas misteriosas y le enseñó que vivimos en un mundo creado por Dios con arreglo a unas pautas racionales; él nos confió ese mundo para que conozca­ mos con nuestro entendimiento los pensamientos del suyo y aprendamos a administrar, ordenar y configurar su creación a partir de ellos. Pero de este modo se ha ido imponiendo la idea de que Dios es superfluo, y al final ha resultado ser un estorbo. Para Dios quedó sólo la subje­ tividad, ya que lo objetivo lo hemos conocido sin él. Pero en esta esfera de la subjetividad que le resta, Dios se con­ vierte en mero sentimiento, que significa poco, o apare­ ce como el espía que escucha a la puerta de mi existencia privada y me impide la libertad. Aun siendo tan poca cosa, es el último peligro que me impide el libre desarro­ llo. Así comienza de nuevo, de un modo más sutil, lo que 20

antaño había intentado la magia de la naturaleza: hay que protegerse de Dios, debe desaparecer, hay que desen­ mascararlo para poder combatirlo. El psicoanálisis y la psicoterapia son esta magia del mundo interior donde el hombre se hace con el poder sobre el alma para librarse de la amenaza que representa Dios. Pero el alma escrutable ya no es libre, y el poder adquirido contra Dios se convierte en poder del hombre contra sí mismo. El poder de Dios, esperanza nuestra, pp. 50-51 Escoger la vida 21.1 Un ser es tanto más él mismo cuanto más abierto se encuentra, cuanto más relación es. Escatología. La muerte y la vida eterna, p. 148 2 2 . 1 Pero surge inmediatamente la pregunta: «¿Cómo se escoge la vida?» Reflexionando, me ha venido a la mente que la gran defección del cristianismo que se produjo en Occidente en los últimos cien años se realizó preci­ samente en nombre de la opción por la vida. Se decía —pienso en Nietzsche, pero también en muchos otros— que el cristianismo es una opción contra la vida. Se decía que con la cruz, con todos los Mandamientos, con todos los «no» que nos propone, nos cierra la puerta de la vida; pero nosotros queremos tener la vida y escogemos, opta­ mos, en último término, por la vida liberándonos de la cruz, liberándonos de todos estos Mandamientos y de to­ dos estos «no». Queremos tener la vida en abundancia, nada más que la vida. Aquí de inmediato viene a la mente la palabra del Evan­ gelio de hoy: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará» (Le 9, 24). 21

Ésta es la paradoja que debemos tener presente ante todo en la opción por la vida. No es arrogándonos la vida para nosotros como podemos encontrar la vida, sino dándola; no teniéndola o tomándola, sino dándola. Éste es el sen­ tido último de la cruz: no tom ar para sí, sino dar la vida. 2 de marzo de 2006 23. 1 «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. [...] Hoy cito como testigos contra vo­ sotros al cielo y a la tierra; te pongo delante bendición y maldición. Escoge la vida» (Dt. 30, 15.19). ¡Escoge la vida! ¿Qué significa esto? ¿Cómo se hace? ¿En qué con­ siste la vida? ¿En tener lo máximamente posible, en po­ der lo máximamente posible, permitírselo todo, no co­ nocer más límites que los del propio deseo? ¿Consiste en poder tener todo y poder hacer todo, en gozar la vida sin límite alguno? ¿No parece esto hoy, al igual que en todas las épocas, la única respuesta posible? Pero si contem­ plamos nuestro mundo, vemos que este estilo de vida concluye en el círculo diabólico del alcohol, del sexo y de la droga; que esta aparente elección de la vida debe con­ siderar a los otros como rivales; que siempre experimen­ ta lo propio que posee como poco y esa elección conduce precisamente a la anticultura de la muerte, al fastidio de la vida, el no quererse a sí mismo, cosa que hoy observa­ mos por doquier. El resplandor de esta elección es una imagen engañosa del diablo, porque efectivamente se opone a la verdad, porque presenta al hombre como a un dios, pero como un dios falso que no conoce el amor, sino que sólo se conoce a sí mismo, y lo refiere todo a sí. En este intento de ser un dios, el criterio de referencia para el hombre es el fetiche, no Dios. Caminos de Jesucristo, pp. 96-97 22

24. 1 Esta forma de elegir la vida es una mentira, porque

deja a Dios de lado y así lo deforma todo. «¡Escoge la vida!» Una vez más, ¿qué significa esto? El Deuteronomio nos da una respuesta muy sencilla: escoge la vida, es decir, escoge a Dios, pues Él es la vida. «Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guar­ dando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y cre­ cerás» (Dt. 30, 16). ¡Escoge la vida! ¡Escoge a Dios! Según el Deuteronomio, escoger a Dios significa amarlo, entrar en comunión de pensamiento y de volun­ tad con Él, confiar en Él, encomendarse a Él, seguir sus caminos. Caminos de Jesucristo, p. 97 25. 1 Si la globalización en la tecnología y en la econo­ mía no está acompañada por una nueva apertura de la conciencia hacia Dios, ante quien todos nosotros tene­ mos una responsabilidad, entonces esa globalización concluirá en una catástrofe. Ésta es la gran responsabili­ dad que pesa hoy sobre nosotros los cristianos. Desde sus orígenes, el cristianismo procedente del único Señor, del pan único que busca hacer de nosotros un solo cuer­ po, se aplicó a encarar la unidad de la humanidad. Si nosotros, precisamente en el momento en que la unidad externa de la humanidad, antes impensable, es un hecho, nos negamos como cristianos y creemos que no pode­ mos o no debemos dar más nada, cometemos un pecado grave. En efecto, una unidad que es edificada sin Dios o incluso contra él termina con el experimento de Babilo­ nia: en la confusión total y en la destrucción absoluta, en el odio y en la violencia de todos contra todos. Caminos de Jesucristo, p. 119 23

26. 1 Los santos, como hemos dicho, son los verdaderos

reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa co­ mún fue no esperar nada de Dios, sino tom ar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transfor­ m ar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista humano y parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalita­ rismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dig­ nidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el ga­ rante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revo­ lución verdadera consiste únicamente en m irar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvamos sino el amor? 20 de agosto de 2005 2 7 . 1 Estas opciones corresponden al contenido de las pa­ labras tener y ser. La autorrealización quiere tener la vida, todas las posibilidades, alegrías y bellezas de la vida, pues considera la vida como una posesión que ha de defender contra los demás. La fe y el amor no se ordenan a la pose­ sión. Optan por la reciprocidad del amor, por la grandeza majestuosa de la verdad. In nuce, esta alternativa corres­ ponde a la elección fundamental entre la muerte y la vida: una civilización del tener es una civilización de la muer­ te, de cosas muertas; únicamente una cultura del amor es también cultura de la vida: «Quien quiera salvar su vida, la perderá y quien pierda su vida... la salvará.» El camino pascual, p. 26 24

28. 1 Para una vida feliz es preciso, por tanto, un enten­

dimiento íntimo con Dios. Sólo si esta relación de fondo funciona bien, las otras relaciones podrán ser justas. Por eso es importante aprender a lo largo de toda una vida, y desde la juventud, a pensar con Dios, a sentir con Dios, a querer con Dios, de modo que desde aquí surja el amor. De esa forma el amor se convierte en el elemento de fon­ do de nuestra vida. Estamos hablando del amor del pró­ jimo, por supuesto. Mirara Cristo, p. 115 29. 1 Es importante que Dios sea grande entre nosotros,

y en la vida pública y en la vida privada. En la vida públi­ ca, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté presente en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente tenemos una orientación, un camino común; de lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad común. Engrandez­ camos a Dios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la m añana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No per­ demos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más rico. 15 de agosto de 2005 30- 1 Así- hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convic­ ción, a partir de la experiencia de una larga vida perso­ nal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: «¡No ten­ gáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid 25

26. 1 Los santos, como hemos dicho, son los verdaderos

reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa co­ mún fue no esperar nada de Dios, sino tom ar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transfor­ mar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista humano y parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalita­ rismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dig­ nidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el ga­ rante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revo­ lución verdadera consiste únicamente en m irar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor? 20 de agosto de 2005 2 7 . 1 Estas opciones corresponden al contenido de las pa­ labras tener y ser. La autorrealización quiere tener la vida, todas las posibilidades, alegrías y bellezas de la vida, pues considera la vida como una posesión que ha de defender contra los demás. La fe y el amor no se ordenan a la pose­ sión. Optan por la reciprocidad del amor, por la grandeza majestuosa de la verdad. In nuce, esta alternativa corres­ ponde a la elección fundamental entre la muerte y la vida: una civilización del tener es una civilización de la muer­ te, de cosas muertas; únicamente una cultura del amor es también cultura de la vida: «Quien quiera salvar su vida, la perderá y quien pierda su vida... la salvará.» El camino pascual, p. 26 24

28. 1 Para una vida feliz es preciso, por tanto, un enten­

dimiento íntimo con Dios. Sólo si esta relación de fondo funciona bien, las otras relaciones podrán ser justas. Por eso es importante aprender a lo largo de toda una vida, y desde la juventud, a pensar con Dios, a sentir con Dios, a querer con Dios, de modo que desde aquí surja el amor. De esa forma el amor se convierte en el elemento de fon­ do de nuestra vida. Estamos hablando del amor del pró­ jimo, por supuesto. Mirara Cristo, p. 115 29. 1 Es importante que Dios sea grande entre nosotros, y en la vida pública y en la vida privada. En la vida públi­ ca, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté presente en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente tenemos una orientación, un camino común; de lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad común. Engrandez­ camos a Dios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la m añana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No per­ demos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más rico. 15 de agosto de 2005

30. 1 Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convic­ ción, a partir de la experiencia de una larga vida perso­ nal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: «¡No ten­ gáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid 25

de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la ver­ dadera vida. Amén.» 24 de abril de 2005 31.1 En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mundo, dejándose herir por la corona de espinas de estos peca­ dos, para tom ar la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera ima­ gen de la Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de es­ peranza. Se dirige a nosotros, diciendo: «Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arries­ gar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el co­ razón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás.» 8 de diciembre de 2005 Búsqueda de Dios y fe 32. 1 J.-P. Sartre ha señalado como drama propio del hombre, como su tragedia, el hecho de que está conde­ nado a una libertad que deja en sus manos decidir qué es lo que debe hacer de sí mismo. Pero esto es justamente lo 26

que él no sabe, y con cada decisión se lanza a una aven­ tura de resultado incierto. Me parece que no pocos pen­ sadores y artistas de nuestro tiempo se han alineado con el marxismo únicamente a causa de eso, debido a que el marxismo les proporcionó una respuesta englobadora y, en cierto modo, concluyente a esta cuestión fundamen­ tal de la humanidad, y que parecía poner todas las fuer­ zas de nuestra existencia en el servicio a una gran meta moral: crear una humanidad mejor y un mundo mejor. Pero en realidad, para muchos este marxismo fue sólo un paliativo con el que querían acallar el sentimiento del sinsentido y de la perplejidad que les atormentaba. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 10 33.1 «Ningún hombre puede habitar en la tristeza.» Pero si el fondo del alma es la tristeza, se llega necesariamente a una continua huida del alma de sí misma, a una pro­ funda inquietud. El hombre tiene miedo de estar solo consigo mismo, pierde su centro, se convierte en un va­ gabundo intelectual, que siempre se está alejando de sí mismo. Síntomas de esta inquietud vagabunda del espíri­ tu son la verbosidad y la curiosidad. El hombre al hablar huye del pensamiento. Y puesto que se le ha quitado la vi­ sión hacia lo Infinito, busca insaciablemente sustitutos. Mirara Cristo, p. 81 34 .1 [...] no es verdad que la juventud piense sobre todo en el consumo y en el placer. No es verdad que sea materialista y egoísta. Es verdad lo contrario: los jóvenes quieren co­ sas grandes. Quieren que se detenga la injusticia. Quieren que se superen las desigualdades y que todos participen en los bienes de la tierra. Quieren que los oprimidos obtengan la libertad. Quieren cosas grandes. Quieren cosas buenas. Por eso, los jóvenes —vosotros lo sois— están de nuevo 27

totalmente abiertos a Cristo. Cristo no nos ha prometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad, con él se ha equivocado de camino. Él nos muestra la senda que lleva hacia las cosas grandes, hacia el bien, hacia una vida hu­ mana auténtica. Cuando habla de la cruz que debemos llevar, no se trata del gusto del tormento o de un moralismo mezquino. Es el impulso del amor, que comienza por sí mismo, pero no se busca a sí mismo, sino que impulsa a la persona al servicio de la verdad, la justicia y el bien. Cristo nos muestra a Dios y, de esa forma, la verdadera grandeza del hombre. 25 de abril de 2005 35. 1 [...] en el capítulo 3 de san Marcos, se describe lo que el Señor pensaba que debería ser el significado de un apóstol: estar con él y estar disponible para la misión. Las dos cosas van juntas y sólo estando con él estamos también siempre en movimiento con el Evangelio hacia los demás. Por tanto, es esencial estar con él y así senti­ mos la inquietud y somos capaces de llevar la fuerza y la alegría de la fe a los demás, de dar testimonio con toda nuestra vida y no sólo con las palabras. 13 de mayo de 2005 36. 1 [Cómo empezar a buscar la fe.] Yo diría que nunca con reflexión solamente. Siempre hay que combinar las preguntas con la actuación. Creo que cada cual tiene su propio comienzo. Para muchos la visión de María es, en prim er lugar, una puerta. Para otros el verdadero co­ mienzo es Cristo. Yo diría que leer los Evangelios es siempre un camino de acercamiento, haciendo una lec­ tura proyectada hacia Cristo, que también incluya la oración incesante. Nunca se puede buscar la fe de manera aislada, sino 28

sólo en el encuentro con personas creyentes capaces de entenderte. La fe crece siempre en comunidad. Dios y el mundo, p. 301 37. 1 [...] ¿es posible amar a Dios?; más aún: ¿puede el amor ser algo obligado? ¿No es un sentimiento que se tie­ ne o no se tiene? La respuesta a la primera pregunta es: sí, podemos am ar a Dios, dado que Él no se ha quedado a una distancia inalcanzable sino que ha entrado y entra en nuestra vida. Nos sale al paso de cada uno de nosotros: en los sacramentos a través de los cuales actúa en nuestra existencia; con la fe de la Iglesia, a través de la cual se di­ rige a nosotros; haciéndonos encontrar hombres, tocados por Él, que nos trasmiten su luz; con las disposiciones a través de las cuales interviene en nuestra vida; también con los signos de la creación que nos ha regalado. 7 de febrero de 2006 38. 1 La educación en la fe debe consistir antes que nada en cultivar lo bueno que hay en el hombre. El desarrollo del voluntariado, inspirado por el espíritu del Evangelio, ofrece una gran ocasión educativa. 26 de noviembre de 2005 39. 1 Nuestra fe no es una teoría, sino un acontecimien­ to, un encuentro con el Dios vivo que es nuestro padre, que en su Hijo Jesucristo ha asumido el ser humano, y que en el Espíritu Santo nos incorpora a Él. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 14 40. 1 [...] la fe cristiana, es decir, la fe en Jesús como Cris­ to es verdadera «fe personal». Partiendo de aquí, pode­ mos saber lo que significa. La fe no consiste en aceptar un sistema, sino en aceptar a una persona que es su pa­ 29

labra. La fe es aceptar la palabra como persona y la per­ sona como palabra. Introducción al cristianismo, p. 174 41. 1 La fe es una decisión por la que afirmamos que en lo íntimo de la existencia humana hay un punto que no pue­ de ser sustentado ni sostenido por lo visible y comprensi­ ble, sino que linda de tal modo con lo que no se ve, que esto le afecta y aparece como algo necesario para su existencia. A esta actitud sólo se llega por lo que la Biblia llama «vuel­ ta», «con-versión». La fe no se puede demostrar: es un cambio del ser, y sólo quien cambia la acoge [...] es un cam­ bio que hay que hacer todos los días [...] la fe ha sido un sal­ to sobre el abismo infinito desde el mundo visible e impli­ ca la osadía de ver en lo que no se ve lo auténticamente real. Introducción al cristianismo, p. 48 42. 1 [...] la fe, que nos llega como palabra, debe llegar a ser de nuevo en nosotros mismos palabra, en la que aho­ ra se exprese también nuestra vida. Creer será siempre denominado también «confesar la fe». La fe no es priva­ da sino pública y comunitaria. La fe va en primer lugar de la palabra a la idea, pero tiene siempre que regresar de la idea a la palabra y a la acción. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 25 43. 1 El dogma no era sentido como un vínculo exterior, sino como la fuente vital que en realidad posibilitaba nuevos conocimientos. Mi vida, recuerdos (1927-1977), p. 69 44. 1 En los antiguos edificios monásticos se encontra­ ban la Escuela de Señoritas y el entonces Instituto para la Formación del Niño, llamado «jardín de infancia». Ha 30

quedado particularmente grabado en mi memoria el re­ cuerdo del «Santo Sepulcro», con muchas flores y luces de colores, que se erigía entre el Viernes Santo y el Do­ mingo de Pascua y que nos ayudaba a sentir próximo el misterio de la muerte y resurrección, a percibirlo con nuestros sentidos internos y externos, mucho antes que cualquier intento de comprensión racional. Mi vida, recuerdos (1927-1977), p. 24 45. 1 Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y tam ­ bién a cada uno de nosotros. «Te he creado a mi ima­ gen y semejanza», nos dice. «Yo mismo soy el amor y tú eres mi imagen en la medida en la que brilla en ti el esplendor del amor, en la medida en que me respondes con amor.» Dios nos espera. El quiere que le amemos: un llamamiento así, ¿no debería tocar nuestro corazón? Precisamente en esta hora en la que celebramos la Euca­ ristía [...] nos sale al encuentro, sale para encontrarse conmigo. ¿Encontrará una respuesta? ¿O sucederá con nosotros como con la viña, de la que Dios dice en Isaías: «Esperó a que diese uvas, pero dio agraces»? Nuestra vida cristiana, con frecuencia, ¿no es quizá más vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia? 2 de octubre de 2005 46. 1 Buenaventura. El doctor seráfico dice a sus audito­ res que el movimiento de la esperanza se parece al vuelo de un pájaro, que para volar distiende sus alas todo lo que puede y emplea todas sus fuerzas para moverlas; todo él se hace movimiento y de esta forma va hacia lo alto, vuela. Esperar es volar, dice Buenaventura: la espe­ ranza exige de nosotros un esfuerzo radical; requiere de nosotros que todos nuestros miembros se conviertan en movimiento, para elevarnos sobre la fuerza de la grave­ 31

dad de la Tierra, para llegar a la verdadera altura de nuestro ser, a las promesas de Dios. El doctor francisca­ no desarrolla en ese momento una bellísima síntesis de la doctrina de los sentidos externos e internos. Quien es­ pera —dice— «debe levantar la cabeza, girando hacia lo alto sus propios pensamientos, hacia la altura de nuestra existencia, es decir hacia Dios. Debe alzar sus ojos para recibir todas las dimensiones de la realidad. Debe alzar su corazón disponiendo su sentim iento por el sumo amor y por todos sus reflejos en este mundo. Debe tam ­ bién mover sus manos en el trabajo...». Se habla aquí también de lo esencial de una teología del trabajo, que pertenece al movimiento de la esperanza y, realizado co­ rrectamente, es una de sus dimensiones. Mirara Cristo, pp. 69-70 47. 1 [...] la gran promesa de la fe no destruye nuestro ac­ tuar y no lo hace superfluo, sino que le confiere final­ mente su justa forma, su lugar y su libertad. Un ejemplo significativo lo ofrece la historia monástica. Comienza con la fuga saeculi, la huida de un mundo, que se cerraba en sí mismo, al desierto, al no mundo. Allí domina la es­ peranza que precisamente en el no mundo, en la pobre­ za radical, encontrará el todo de Dios, la verdadera liber­ tad. Pero precisamente esta libertad de la nueva vida ha hecho iniciar en el desierto la nueva ciudad, una nueva posibilidad de vida humana, una cultura de fraternidad, de la que se formarán islas de vida y de supervivencia en la gran decadencia de la cultura antigua. «Buscad pri­ mero que reine su justicia, y todo eso se os dará por aña­ didura», dice el Señor (Mt. 6 , 33). La historia confirma sus palabras: añade a la esperanza teológica un optimis­ mo completamente humano. Mirar a Cristo, pp. 70-71 32

48. 1 La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad es­ perada, y esta realidad presente constituye para nosotros una «prueba» de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro «todavía-no». El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la rea­ lidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras. Spe Salvi, n.° 7 49. 1 El hombre ha sido creado de tal manera que sus ojos sólo pueden ver lo que no es Dios. [...] Dios es esen­ cialmente invisible. Esta expresión de la fe bíblica en Dios que niega la visibilidad de los dioses es ante todo una afirmación sobre el hombre; el hombre es la esencia vidente que parece reducir el espacio de su existencia al espacio de su ver y comprender. [...] Dios no aparece ni puede aparecer por mucho que se ensanche el campo vi­ sual. [...] Dios es aquel que se queda esencialmente fuera de nuestro campo visual, por mucho que se extiendan sus límites. [...] Con esto tenemos ya un primer esbozo de la acti­ tud que se expresa en la palabra credo. [...] La palabra credo entraña una opción fundamental ante la realidad como tal. [...] Es una opción por la que no se ve, no se considera como irreal, sino como lo que sostiene y posi­ bilita toda la realidad restante. Es una opción por la que lo que posibilita toda la realidad otorga también al hom­ bre una existencia auténticamente humana. Lo que se hace posible como hombre y como ser humano. Introducción al cristianismo, p. 48 33

50. 1 Como ejemplo, quisiera recordar sólo un camino

de conversión de nuestro tiempo: Tatiana Goritscheva. Esta mujer había aprendido que la meta de la vida era distinguirse, «ser más listo que los demás, más capaz, más fuerte... Pero nunca me había dicho nadie que lo más elevado de la vida no consistía en alcanzar y vencer a los demás, sino en amar». En el progresivo encuentro con Jesús se va dando cuenta de esto desde dentro, hasta que un día, al rezar el padrenuestro le sobreviene un nuevo nacimiento, y... percibe, «no precisamente con mi ridícu­ lo entendimiento, sino con todo mi ser», un nuevo cono­ cimiento que trastoca todo su ser: «que Él existe». Esto es conocimiento absolutamente real, experiencia, expe­ riencia íntimamente comprensible y, en cuanto tal, com­ probable; comprobable, claro está, no desde la postura del espectador, sino tan sólo desde la entrega al experi­ mento de la vida con Dios. Imágenes de la esperanza, p. 41

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CAPÍTULO 2

EL DIOS CRISTIANO ¿Es posible conocerle? 1 . 2 Sin una cierta cantidad de amor no se encuentra nada. Quien no se compromete un poco para vivir la ex­ periencia de la fe y la experiencia de la Iglesia y no afron­ ta el riesgo de mirarla con ojos de amor, no descubrirá otra cosa que decepciones. El riesgo del amor es condi­ ción preliminar para llegar a la fe. ¿Por qué soy todavía cristiano?, p. 110 2. 2 El Reino de Dios es Dios mismo. Si Jesús dice: «El Reino de Dios está cerca», esto significa, por encima de todo, algo muy sencillo: Dios mismo está cerca. Estáis próximos a Dios y él a vosotros. Y además: Dios es un Dios que actúa. No está expatriado en una esfera «trascenden­ tal» que le separaría de la esfera «categorial» de nuestra vida. Él está presente y actúa. En su aparente ausencia e ineficacia él está propiamente presente y dominante; do­ minando, ciertamente, de un modo muy distinto a como se imaginan los soberanos humanos, o a como imaginan los hombres débiles, pero hambrientos de poder. Evangelio, catequesis, catecismo, pp. 32-33

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3. 2 Rastreamos todavía más y con mayor profundidad

algo de Dios mismo en la bondad de un ser humano que es bueno sin motivo ni causa. Me refirió en cierta oca­ sión un testigo que unas muchachas asiáticas, después de muchísimos padecimientos, habían sido recogidas y asistidas por unas monjas. Las muchachas hablaban a las religiosas como si fuesen Dios, pues decían que sim­ ples mujeres no eran capaces de aquella bondad. El Dios de los cristianos, p. 50 4. 2 Ya desde enero, mi hermano había notado que nues­ tra madre asimilaba peor el alimento. A mediados de agosto, el médico nos confirmó la triste noticia de que se trataba de un cáncer de estómago, que ya avanzaba veloz e inexorablemente por su camino. Hasta fines de octu­ bre, aunque reducida a piel y huesos, continuó haciendo las labores domésticas para mi hermano, hasta que se desmayó en una tienda y desde entonces no pudo aban­ donar más el hospital. Habíamos revivido con ella la misma experiencia de mi padre. Su bondad era cada día más pura y transparente y continuó aumentando en las semanas en que el dolor iba acrecentándose. El día des­ pués del domingo de «Gaudete», el 16 de diciembre de 1963, cerró para siempre los ojos, pero la luz de su bon­ dad permaneció y para mí se convirtió cada vez más en una demostración concreta de la fe por la que se había dejado moldear. No sabría señalar una prueba de la ver­ dad de la fe más convincente que la sincera y franca hu­ manidad que ésta hizo m adurar en mis padres y en otras muchas personas que he tenido ocasión de encontrar. Mi vida, recuerdos (1927-1977), pp. 94-95 5. 2 Yo diría que el catolicismo sólo puede entenderse debidamente poniéndose en camino. Pensarlo y vivirlo 36

tiene que ser una misma cosa; no hay otro modo de en­ tender el catolicismo, creo yo. La sal de la Tierra, p. 22 6 . 2 Dios

no se manifiesta de un modo demasiado visi­ ble... pero, generalmente, Dios no habla demasiado alto, pero sí nos habla una y otra vez. Oírle depende, como es natural, de que el receptor —digamos— y el emisor estén en sintonía. Ahora en nuestro tiempo, con nuestro actual estilo de vida y de forma de pensar, hay demasiadas in­ terferencias entre los dos y sintonizar resulta particular­ mente difícil. Y, por otra parte, estamos tan distanciados de Dios que, aunque oyéramos su voz, tampoco la reco­ noceríamos como suya, así sin más. No obstante, yo di­ ría que a cualquiera de nosotros que esté atento, esté donde esté, puede acontecerle que perciba al Señor, «Dios me habla». Y ésa es la gran oportunidad que tengo para conocerle. La sal de la Tierra, pp. 33-34 7. 2 Yo soy un poco platónico. Con eso quiero decir que creo que hay una especie de memoria, como un recuerdo de Dios grabado en el hombre, y que hay que despertar­ lo en él. El hombre no sabe originariamente qué debe sa­ ber, ni tampoco está originariamente donde debe estar; es un hombre, un ser humano en camino. En la religión bíblica, en el Antiguo y el Nuevo Testa­ mento, se recogen muchas imágenes de un pueblo de Dios nómada, y se hace siempre hincapié en que Israel era un pueblo en el exilio. Y esa imagen significa —exac­ tamente— lo que es la existencia humana. Nos indica que el hombre es un ser que está puesto en un cami­ no que no es ficticio, y que acontecerá algo en su vida que 37

él tiene que buscar y descubrir qué es, y que también se puede equivocar. La sal de la Tierra, pp. 45-46 8 . 2 Dios no es una magnitud determinable según cate­ gorías físico-espaciales. No está a cien mil kilómetros de altura o a una distancia de años luz. En lugar de eso, la cercanía de Dios es una cercanía a categorías del ser. Donde está lo que más le representa, donde está la Ver­ dad y el Bien, ahí rozamos, sobre todo, al Eterno. Dios y el mundo, p. 101 9. 2 En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto. [...] quisiera citar una palabra extraordi­ naria de san Agustín. Interpretando la invocación de la oración del Señor: «Padre nuestro que estás en los cie­ los», él se pregunta: ¿qué es esto del cielo? Y ¿dónde está el cielo? Sigue una respuesta sorprendente: Que estás en los cielos significa: en los santos y en los justos. «En ver­ dad, Dios no se encierra en lugar alguno. Los cielos son ciertam ente los cuerpos más excelentes del mundo, pero, no obstante, son cuerpos, y no pueden ellos existir sino en algún espacio; mas, si uno se imagina que el lu­ gar de Dios está en los cielos, como en regiones superio­ res del mundo, podrá decirse que las aves son de mejor condición que nosotros, porque viven más próximas a Dios. Por otra parte, no está escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o sea de aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito en el Salmo: “El Señor está cerca de los que tienen el corazón atribulado” (Sal. 34 [33], 19), y la tribulación propiamente pertenece a la humildad. Mas así como el pecador fue llamado “tierra”, 38

así, por el contrario, el justo puede llamarse “cielo”» (Serm. in monte II 5, 17). El cielo no pertenece a la geo­ grafía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. 25 de diciembre de 2007 10. 2 [...] el conocimiento de Dios no es una cuestión de pura teoría, sino que es, en primer lugar, una cuestión de praxis vital; depende de la relación que establezca el hombre entre él mismo y el mundo, entre él mismo y su propia vida. El Dios de los cristianos, p. 15 11. 2 [... la fe en Jesucristo (...) ¿También puede enseñar­ nos a vivir mejor? ¿Puede en realidad la fe cristiana ayudar a cada persona?] La fe no sustituye a la propia reflexión o al aprendizaje en compañía de los demás, pero nos pro­ porciona la clave para aprender de nosotros mismos. La persona, en cuanto ser racional, se hace en el otro, y descubre también su sentido en los encuentros con los demás. La fe no es un mero sistema de conocimientos, es, en esencia, el encuentro con Cristo. Dios y el mundo, p. 235 12. 2 Cristo, que es «la belleza de toda belleza», como so­ lía decir san Buenaventura (Sermones dominicales 1, 7 ), se hace presente en el corazón del hombre y lo atrae ha­ cia su vocación, que es el amor. Gracias a esta extraordi­ naria fuerza de atracción, la razón sale de su entorpeci­ miento y se abre al misterio. Así se revela la belleza suprema del amor misericordioso de Dios y, al mismo tiempo, la belleza del hombre que, creado a imagen de 39

Dios, renace por la gracia y está destinado a la gloria eterna. ¿Acaso no ha sido la belleza que la fe ha engendrado en el rostro de los santos la que ha impulsado a tantos hombres y mujeres a seguir sus huellas? 15 de mayo de 2007 ¿Cómo es Dios? 13. 2 ¿Qué significa, entonces, nombre de Dios? Tal vez podamos comprender de la manera más breve de qué se trata, partiendo de lo opuesto. El Apocalipsis habla del adversario de Dios, de la bestia. La bestia, el poder ad­ verso, no lleva un nombre, sino un número: «666 es su número», dice el vidente (13, 18). Es un número y con­ vierte a la persona en un número. Los que hemos vivido el mundo de los campos de concentración sabemos a qué equivale eso: su horror se basa precisamente en que bo­ rra el rostro, en que cancela la historia, en que hace de los hombres números, piezas recambiables de una gran máquina. Uno es lo que es su función, nada más. Hoy hemos de temer que los campos de concentración fuesen solamente un preludio; que el mundo, bajo la ley univer­ sal de la máquina, asuma en su totalidad la estructura de campo de concentración. Pues si sólo existen funciones, entonces el hombre no es tampoco nada más. Las má­ quinas que él ha montado le imponen ahora su propia ley. Debe llegar a ser legible por la computadora, y eso sólo resulta posible si es traducido al lenguaje de los nú­ meros. Todo lo demás carece de sentido en él. Lo que no es función no es nada. La bestia es número y convierte en número. Dios, en cambio, tiene un nombre y nos llama por nuestro nombre. Es persona y busca a la persona. 40

Tiene un rostro y busca nuestro rostro. Tiene un corazón y busca nuestro corazón. Nosotros no somos para él fun­ ción en una m aquinaria cósmica, sino que son justa­ mente los suyos los faltos de función. Nombre equivale a aptitud para ser llamado, equivale a comunidad. Por eso Cristo es el verdadero Moisés, la culminación de la reve­ lación del nombre. No trae una nueva palabra como nombre; hace algo más: él mismo es el rostro de Dios, la invocabilidad de Dios en cuanto tú, en cuanto persona, en cuanto corazón. El Dios de los cristianos, pp. 22-24 14. 2 En la historia religiosa de la humanidad, que coin­ cide con la historia de su espíritu e impregna las grandes culturas, Dios aparece por doquier como el ser cuyos ojos miran en todas direcciones, como la visión sin más. Esta arcaica representación queda estampada en la figu­ ra del ojo de Dios que nos es familiar por el arte cristia­ no: Dios es ojo, Dios es mirada. Detrás de eso se encuen­ tra, de nuevo, una sensación primordial del hombre: éste se sabe conocido. Sabe que no hay un postrer ocultamiento; que en todas partes, sin cobijo ni evasión, su vida está, hasta el fondo, patente a una mirada; sabe que, para él, vivir es ser visto. Lo que formuló como plegaria uno de los salmos más hermosos del Antiguo Testamen­ to (Sal. 139, 1-12) articula una convicción que ha acom­ pañado al hombre a través de toda su historia: Señor, tú me examinas y me conoces, sabes cuándo me siento o me levanto, desde lejos penetras mis pensamientos. Tú adviertes si camino o si descanso, todas mis sendas te son conocidas. No está aún la palabra en mi lengua, 41

y tú, Señor, ya la conoces. Me envuelves por detrás y por delante, y tus manos me protegen. Es un misterio de saber que me supera, una altura que no puedo alcanzar. ¿adonde podré ir lejos de tu espíritu, adonde escaparé de tu presencia? Si subo hasta los cielos, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo sobre las alas de la aurora, y me instalo en el confín del mar, también allí me alcanzará tu mano, y me agarrará tu derecha. Aunque diga: «Que la tiniebla me encubra, y la luz se haga noche en tomo a mí», no es oscura la tiniebla para ti, pues ante ti la noche brilla como el día [...] El Dios de los cristianos, pp. 16-17 15. 2 [...] el hombre puede comprender ese ser visto de las formas más diversas. Puede sentirse al descubierto, y eso le turba. Puede ventear peligros y verse constreñido en su ámbito vital. Y así, esa sensación puede llegar a convertirse en exasperación, agudizarse hasta ser lucha apasionada contra el testigo, al que llega a ver como en­ vidioso de la propia libertad, del propio deseo y acción ilimitados. Pero también puede ocurrir exactamente lo contrario: el hombre, orientado hacia el amor, puede ha­ llar en esta presencia que le rodea por todas partes un co­ bijo por el que clama todo su ser. Ahí puede ver la supe­ ración de la soledad, que nadie puede eliminar del todo y que es, aun así, la contradicción específica de un ser que pide a gritos el tú, el acompañamiento mutuo. Puede en­ contrar en esa secreta presencia el fundamento de la 42

confianza que le permita vivir. Aquí se decide la respues­ ta a la cuestión de Dios. El Dios de los cristianos, pp. 17-18 16. 2 Dios es realmente, es decir, obra, actúa y puede ac­ tuar. No es un remoto origen o una indeterminada meta de nuestra trascendencia. No ha dimitido ante su máqui­ na cósmica; no es disfuncional, pues pone todo en fun­ cionamiento. El mundo es y sigue siendo suyo; su tiem­ po es el presente, no el pasado. Puede actuar y actúa, muy realmente, ahora, en este mundo y en nuestra vida. El Dios de los cristianos, p. 28 17. 2 Dios es concreto y justamente en lo concreto se manifiesta lo divino. Servidor de vuestra alegría, p. 64 18. 2 Tras la pretensión de ser enteramente libre, sin la competencia de otra libertad, sin un «de dónde» y un «para», se esconde no una imagen de Dios, sino una ima­ gen idolátrica. El error fundamental de semejante volun­ tad radical de libertad reside en la idea de una divinidad que está concebida en un sentido puramente egoísta. El dios pensado de esta manera no es Dios, sino un ídolo, más aún, es la imagen de lo que la tradición cristiana de­ nominaría el diablo —el anti-Dios—, porque en él se da precisamente la oposición radical al Dios real: el Dios real es, por su esencia, un total «Ser-para» (el Padre), «Ser-desde» (el Hijo) y «Ser-con» (el Espíritu Santo). Ahora bien, el hombre es precisamente imagen y seme­ janza de Dios porque el «desde», el «con» y el «para» constituyen la figura antropológica fundamental. Fe, verdad y tolerancia, p. 214 43

19. 2 «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno»

(Me. 10, 18). Sólo queda una frontera, un límite realmen­ te válido, el que hay entre Creador y criatura. Ante él, to­ dos los demás se vuelven absolutamente irrelevantes. La fraternidad de los cristianos, p. 79 2 0 . 2 Se sabe que los griegos llamaron «padre» a Zeus. Pero ésa no era para ellos una palabra que invitara a la confian­ za, sino una expresión de la profunda ambigüedad de Dios, de la trágica ambigüedad y terribilidad del mundo. Al decir «padre», querían decir: «Zeus es como los demás padres humanos. A veces es muy bueno, si está de buen talante; pero en el fondo es un egoísta, un tirano; no se puede contar con él, no se ve lo que maquina, es peligroso» [...]. La crítica religiosa del siglo xix afirmó que las religio­ nes surgieron al proyectar los hombres sobre el cielo lo que tenían de mejor y más hermoso, para así hacerse el mundo tolerable. Pero como sólo proyectaban su propio ser, resultó Zeus y se produjo el terror. El Padre bíblico no es un duplicado celeste de la paternidad humana, sino que pone algo nuevo: es la crítica divina a la pater­ nidad humana. El Dios de los cristianos, pp. 32-33 21.2 ¿Confiamos en él? ¿Le miramos como a una realidad en el proyecto de nuestra vida, de nuestro afán cotidiano? ¿Hemos comprendido qué significa la primera tabla de los Mandamientos? Esa tabla es propiamente la interpela­ ción fundamental que se hace a la vida humana; corres­ ponde a las tres primeras peticiones del Padrenuestro, que recogen esa primera tabla y quieren convertirla en la pau­ ta básica de nuestro espíritu, de nuestra vida. El Dios de los cristianos, p. 28 44

2 2 . 2 Él se llama a sí mismo Padre. La paternidad hum a­

na puede dar una idea de lo que él es. Pero donde ya no hay paternidad, donde ya no se siente la paternidad hu­ mana, ni como fenómeno puramente biológico, ni mu­ cho menos como fenómeno humano y espiritual, tam ­ bién resulta vacío lo que diga Dios como Padre. Donde desaparece la paternidad humana, tampoco se puede pensar en Dios ni hablar de él. No es Dios el que está muerto; es el presupuesto para que Dios viva en el hom­ bre lo que ha ido muriendo cada vez más en el hombre. La crisis de paternidad que vivimos forma parte de la cri­ sis de la humanidad que nos amenaza. Dondequiera que la paternidad se muestre sólo como accidente biológi­ co, que no reclama al hombre, o bien como tiranía que hay que sacudir, allí se ha producido una lesión en la cons­ titución básica del ser humano. Para la integridad del ser humano se precisa del padre en el verdadero sentido en que se ha manifestado por la fe: como responsabilidad por el otro; una responsabilidad que no le domina, sino que le libera para él mismo: como amor que no quiere absorber al otro, pero tampoco le confirma en su situa­ ción haciendo que eso pase por libertad, sino que le quie­ re para su verdad más íntima, para aquella que está en su creador. El Dios de los cristianos, p. 29 23. 2 Cuando se difama la existencia de la familia, de la paternidad y maternidad humanas como obstáculo a la libertad, cuando se consideran inventos de los domina­ dores la reverencia, la obediencia, la fidelidad, la pacien­ cia, la bondad, la confianza, y se enseña a los niños el °dio, la desconfianza, la desobediencia como verdaderas virtudes del hombre liberado, entonces entran en juego el creador y la creación. La creación como un todo va a 45

ser relevada entonces por otro mundo que el hombre se construirá. En la lógica de este inicio, sólo el odio puede ser camino para el amor; pero esa misma lógica se apoya previamente en la antilógica de la propia destrucción. Pues allí donde se calumnia la totalidad de lo real, donde se hace mofa del creador, corta el hombre sus propias raí­ ces. Comenzamos a reconocer eso muy palpablemente a un nivel bastante inferior: en la cuestión del medio am ­ biente, donde se demuestra que el hombre no puede vivir en contra de la tierra, sino de ella. Pero no queremos re­ conocer que eso vale a todos los niveles de la realidad. El Dios de los cristianos, pp. 45-46 24. 2 La expresión «Dios es» significa además que todos nosotros somos sus creaturas. Sólo creaturas, pero en cuanto tales, verdaderamente provenientes de Dios. So­ mos creaturas queridas por él y destinadas a la eterni­ dad: creatura es el prójimo, la persona —tal vez antipáti­ ca— que está a mi lado. El hombre no proviene de la casualidad ni de la mera lucha por la existencia que lleva a la victoria del más apto, del que logra imponerse: el hombre proviene del amor creador de Dios. El Dios de los cristianos, p. 27 25. 2 Cuenta Martin Buber en sus leyendas jasídicas que el futuro rabí Leví Isaac hizo un primer viaje, movido por su deseo de saber, y visitó al rabí Schmelke de Nikolsburg, contra la voluntad de su suegro. A su regreso, éste le preguntó con altanería: —¿Y qué has aprendido junto a él? A lo que Leví Isaac respondió: —Aprendí que existe el creador del mundo. El viejo llamó entonces a un criado y le preguntó: 46

—¿Sabías que existe el creador del mundo? —Sí —dijo el criado. —Por supuesto —exclamó Leví Isaac—, todos lo di­ cen, pero ¿lo aprenden, además de decirlo? Intentemos en esta meditación aprender con mayor profundidad lo que significa «Dios es creador» El Dios de los cristianos, p. 37 26. 2 [...] la creación no es meramente objeto de la razón teórica, de la contemplación y de la admiración; es una brújula. Los antiguos hablaban de la ley natural. Actual­ mente se pone en ridículo, y hubo ciertamente mucho abuso en esta cuestión. Pero subsiste un núcleo: existe algo que es lícito a partir de la naturaleza, a partir de la brújula de la creación, que posibilita al mismo tiempo, por encima de las fronteras de las legislaciones estatales, el derecho de gentes. Existe aquello que es justo por na­ turaleza, que precede a nuestra legislación, de suerte que no todo lo que se le ocurre al hombre puede convertirse en derecho. Pueden darse leyes que, aun siendo leyes, no constituyen un derecho sino una injusticia. La naturale­ za, por ser creación, es fuente de derecho. El Dios de los cristianos, pp. 46-47 ¿De verdad que es poderoso? 27. 2 [...] Conrado de Parzham, el santo hermano porte­ ro fue beatificado primero y después canonizado. En este hombre humilde y bondadoso veíamos nosotros en­ carnado lo mejor de nuestra gente, guiada por la fe en la realización de sus más bellas posibilidades. Más tarde, he reflexionado a menudo sobre esta extraordinaria cir­ 47

cunstancia por la cual la Iglesia, en el siglo del progreso y de la fe en las ciencias, se ha visto representada en lo mejor de sí misma en personas muy sencillas como Bernardette de Lourdes o, concretamente, en el hermano Conrado, a las que apenas parecen afectarles las corrien­ tes de la historia: ¿es tal vez esto una señal de que la Igle­ sia ha perdido su capacidad de incidir en la cultura y sólo consigue tom ar asiento fuera del auténtico flujo de la historia? ¿O es un signo de que la capacidad de acoger con inmediatez lo que en verdad importa se da todavía hoy a los más pequeños, a quienes se les ha concedido una mirada que, en cambio, tan a menudo les falta a los «sabios e inteligentes» (cfr. Mt. 11, 25)? Estoy efectiva­ mente convencido de que estos «pequeños» santos son precisamente una gran señal para nuestro tiempo: un tiempo que me conmueve tanto más profundam ente cuanto más vivo en él y con él. Mi vida, recuerdos (1927-1977), p. 23 28. 2 Como niño se nos ha hecho tan cercano que, sin te­ mor, podemos tutearlo, tratarlo de tú en la inmediatez del acceso al corazón del niño. En el Niño Jesús se mani­ fiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transfor­ m ar desde dentro. Si acaso hay algo que pueda vencer al hombre, su arrogancia, su violencia y su codicia, es la in­ defensión del niño. Dios asumió para sí a fin de vencer­ nos y conducimos así a nosotros mismos. La bendición de la Navidad, p. 63 29. 2 El poder de Dios es diferente al poder de los gran­ des del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo imaginamos, y de como quisiéramos imponerle también 48

a Él. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cfr. Mt. 26, 53). Al poder estridente y pomposo de este mundo, Él contrapone el poder inerme del amor, que en la cruz —y después siempre en la historia— su­ cumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divi­ na, que se opone a la injusticia e instaura el Reino de Dios. Dios es diverso; ahora [cuando los Reyes Magos se postran ante el Niño], se dan cuenta de ello. Y eso signi­ fica que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el estilo de Dios. 20 de agosto de 2005 30. 2 ¿Existe un límite contra el cual se estrella la fuerza del mal? Sí, existe, responde el [papa Juan Pablo II] (...) el poder que pone un límite al mal es la misericordia di­ vina. A la violencia, a la ostentación del mal, se opone en la historia —como «el totalmente otro» de Dios, como el poder propio de Dios— la misericordia divina. Podría­ mos decir con el Apocalipsis: el cordero es más fuerte que el dragón. 22 de diciembre de 2005 31. 2 El símbolo del cordero tiene todavía otro aspecto. Era costumbre en el antiguo Oriente que los reyes se llamaran a sí mismos pastores de su pueblo. Era una imagen de su poder, una imagen cínica: para ellos, los pueblos eran como ovejas de las que el pastor podía disponer a su agrado. Por el contrario, el pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho él mismo cordero, se ha puesto de la parte de los corderos, de los que son Pisoteados y sacrificados. Precisamente así se revela Él 49

como el verdadero pastor: «Yo soy el buen pastor [...]. Yo doy mi vida por las ovejas», dice Jesús de sí mismo (Jn. 10, 14s.). No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas ve­ ces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progre­ so y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesi­ tamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la pa­ ciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres. 20 de abril de 2005 Dificultades para creer hoy 32. 2 La cuestión acerca de la verdad es insoluble y que­

da sustituida por la cuestión acerca del efecto sanador y purificador de la religión. [...] Cada uno debe recorrer su propio camino; cada uno será bienaventurado a su ma­ nera, como decía Federico II de Prusia. Así que, a través de las teorías acerca de la salvación, el relativismo vuel­ ve a colarse por la puerta falsa: la cuestión acerca de la verdad queda excluida de la cuestión acerca de las reli­ giones y de la cuestión acerca de la salvación. La verdad queda sustituida por la buena intención; la religión sigue estando en el terreno subjetivo, porque lo que es objeti­ vamente bueno y verdadero, eso no es posible conocerlo. Fe, verdad y tolerancia, pp. 169 y 177 50

33. 2 [•••] Ia pérdida de la imagen de Dios, [...] desde la

época de la Ilustración avanza sin cesar. El deísmo se ha impuesto prácticamente en la conciencia general. No es preciso ya concebir a un Dios que se preocupa de los in­ dividuos y actúa en el mundo. Dios pudo haber origina­ do el estallido inicial del universo, si es que lo hubo, pero no le queda nada más que hacer en un mundo ilustrado. Parece casi ridículo imaginar que nuestras acciones bue­ nas o malas le interesen; tan pequeños somos ante la grandeza del universo. Parece mitológico atribuirle unas acciones en el mundo. Puede haber fenómenos sin acla­ rar, pero se buscan otras causas. La superstición parece más fundamentada que la fe; los dioses —es decir, los po­ deres inexplicados en el curso de nuestra vida, y con los que hay que acabar— son más creíbles que Dios. Cristo y la Iglesia..., pp. 43-44 34. 2 Pero si Dios nada tiene que ver con nosotros, pres­ cribe también la idea de pecado. Que un acto humano pueda ofender a Dios es ya para muchos una idea inima­ ginable. No queda margen para la redención en el senti­ do clásico de la fe cristiana, porque apenas se le ocurre a nadie buscar la causa de los males del mundo y de la pro­ pia existencia en el pecado. Por eso tampoco puede ha­ ber un Hijo de Dios que venga al mundo a redimirnos del pecado y que muera en la cruz por esta causa. Cristo y la Iglesia..., pp. 43-44 35. 2 La cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el in­ dividualismo extremo o en el relativismo, impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos, Perdiendo de vista otros objetivos que no estén cen­ trados en su propio yo, transformado en único criterio 51

de valoración de la realidad y de sus propias opciones. De este modo, el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida los gran­ des ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios. En cam­ bio, el hombre que se supera a sí mismo y no se deja encerrar en los estrechos límites de su propio egoísmo, es capaz de una mirada auténtica hacia los demás y ha­ cia la creación. Así, toma conciencia de su característica esencial de criatura en continuo devenir, llamada a un crecimiento armonioso en todas sus dimensiones, co­ menzando precisamente por la interioridad, para llegar a la realización plena del proyecto que el Creador ha gra­ bado en su ser más profundo. 15 de noviembre de 2005 36. 2 Está [...] el postulado de que en la historia sólo pue­ de ocurrir lo que siempre es posible, el postulado de que el engranaje casual nunca se interrumpe y lo que choca contra estas leyes conocidas es ahistórico. Así, el Jesús de los Evangelios no puede ser el Jesús real; es preciso encontrar otro y excluir de él todo lo que sólo es inteligi­ ble desde Dios. El principio constructivo sobre el que emerge este Jesús excluye por tanto lo divino de él, si­ guiendo el espíritu de la Ilustración: este Jesús histórico no puede ser Cristo ni Hijo. Al hombre de hoy que en la lectura de la Biblia se guía por este tipo de exégesis, no le dice nada el Jesús de los Evangelios, sino el de la Ilustra­ ción, un Jesús «ilustrado». La Iglesia queda así descarta­ da; sólo puede ser una organización humana que intenta utilizar con más o menos habilidad la filantropía de este Jesús. Cristo y la Iglesia..., p. 42 52

[•••] el hombre de hoy no entiende ya la doctrina cristiana de la redención. No encuentra nada parecido en su propia experiencia vital. No puede imaginar nada detrás de términos como expiación, representación y sa­ tisfacción. Lo designado con la palabra de Cristo (mesías), no aparece en su vida y parece una fórmula vacía. La confesión de Jesús como Cristo cae por tierra. A partir de ahí se explica también el enorme éxito de las explicacio­ nes psicológicas del Evangelio [...] La redención es susti­ tuida por la liberación en el sentido moderno de la pala­ bra, que se puede entender con acento en la vertiente psicológico-individual o político-colectiva, y tiende a combinarse con el mito del progreso. Este Jesús no nos ha redimido, pero puede servir de símbolo que guíe nuestra redención o liberación. Si no hay ya un don de redención que dispensar o administrar, la Iglesia en el sentido tradicional es una quimera, incluso un escánda­ lo; no es sujeto de ninguna potestad; su pretendida po­ testad es, en este supuesto, mera presunción. Tendría que convertirse en un espacio de «libertad» en sentido psicológico y político. Cristo y la Iglesia..., p. 43 38. 2 Es también verdad que en nuestra moderna socie­ dad occidental existen muchas falsas situaciones que nos alejan del cristianismo; la fe aparece como algo muy lejano, por lo que también Dios aparece muy lejano [...] En cambio la vida aparece llena de posibilidades y de ob­ jetivos [...] Y tendencialmente el deseo de los jóvenes es el de ser los arquitectos de la propia vida, de vivirla al máximo de sus posibilidades [...] Pienso en el hijo pródi­ go que consideraba su vida en la casa paterna aburrida: «Quiero vivir la vida totalmente, gozármela hasta el fi­ nal.» Y luego se da cuenta de que su vida está vacía, y que 37 2

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en realidad era libre y grande cuando vivía en la casa de su padre. Creo que entre los jóvenes se está difundiendo la sensación de que todas las diversiones que se les ofrecen, todo el mercado construido sobre el tiempo libre, todo aquello que se hace, que se puede hacer, que se puede comprar y vender, al final no puede ser el todo [...] Por al­ gún lado tiene que estar lo mejor. Aquí encontramos la gran pregunta: ¿qué es por lo tanto lo esencial? No pue­ de ser todo aquello que tenemos y que podemos com­ prar. He aquí el llamado mercado de las religiones que de alguna manera ofrece la religión como una mercancía y por lo tanto la degrada. Pero se nos plantea una pregun­ ta, por lo que es necesario reconocer esta duda y no ig­ norarla, no considerar el cristianismo como algo con­ cluido y experimentado suficientemente, sino contribuir para que pueda ser reconocido como aquella posibilidad siempre fresca, justamente porque se origina en Dios, que guarda y revela en sí dimensiones siempre nuevas... En realidad, el Señor nos dice: «El Espíritu Santo os in­ troducirá en cosas que hoy no os puedo decir.» El cris­ tianismo está lleno de dimensiones aún no reveladas y se muestra siempre fresco y nuevo. Radio Vaticana, 15 de agosto de 2005 3 9 . 2 [...] aquello que no encuentra resistencia es que no ha rozado siquiera las necesidades apremiantes de una época. La peor experiencia del cristianismo en nuestro si­ glo actual no es la de su combate público: que regímenes autoritarios persigan, con todos los medios bajo su poder, a una minoría indefensa de creyentes es un signo de la fuerza interior que ellos conceden a la fe que alienta a este pequeño grupo. Por el contrario, es alarmante la in­ diferencia frente al cristianismo, el cual aparentemente no sufre ya ningún tipo de oposición: es visto pública­ 54

mente como una pieza anticuada sin importancia, que se puede dejar desmoronar poco a poco tranquilamente, o incluso puede cuidarse en un museo. Frente a esto, el Ca­ tecismo fue y es un acontecimiento que, muy por encima de las polémicas intraeclesiales, ha afectado a la sociedad secular: una penetración a través del muro silencioso de la indiferencia. Creer vuelve a ser la sal que hiere y sana a la vez; la llamada que reclama una toma de postura. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 30 40. 2 De los dinosaurios se afirma que se extinguieron porque se habían desarrollado erróneamente: mucho ca­ parazón y poco cerebro, muchos músculos y poca inteli­ gencia. ¿No estaremos desarrollándonos también noso­ tros de forma errónea: mucha técnica pero poca alma? ¿Un grueso caparazón de capacidades materiales pero un corazón que se ha vuelto vacío? ¿La pérdida de la ca­ pacidad de percibir en nosotros la voz de Dios, de reco­ nocer lo bueno, lo bello y lo verdadero? La bendición de la Navidad, pp. 76-77 41. 2 «Esto os servirá de señal: encontraréis un niño en­ vuelto en pañales y acostado en un pesebre» [Le 2,12]. Con otras palabras, la señal para los pastores es que no encon­ trarán ninguna señal, sino únicamente al Dios hecho niño, y que tendrán que creer en la cercanía de Dios en medio de este ocultamiento. La señal les pide que aprendan a des­ cubrir a Dios en lo desconocido de su ocultamiento. La señal les pide que reconozcan que no es posible encontrar a Dios en las realidades tangibles de este mundo y que sólo podemos encontrarlo si vamos más allá de ellas. Ciertamente Dios puso una señal también en la graneza y en la fuerza del cosmos, detrás del cual vislumbra­ dos algo del poder del Creador. Pero la auténtica señal 55

elegida por él es el ocultamiento, empezando por el pobre pueblo de Israel y pasando por el niño de Belén, hasta lle­ gar al que muere en la cruz diciendo estas palabras: «Dios mío. Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» [Mt 27,46]. Esta señal del ocultamiento nos muestra que las realidades de la verdad y del amor, las auténticas realida­ des de Dios, no se encuentran en el mundo de las canti­ dades, sino que sólo podemos encontrarlas si vamos más allá de ese mundo y entramos en un nuevo orden. Ser cristiano, pp. 35-36 42. 2 Ah, ya que hay tantas necesidades e indigencias en este mundo, suspendamos por un momento la cuestión de la verdad; preocupémonos primero de realizar de una buena vez las grandes obras sociales de la liberación y luego podremos darnos otra vez el lujo de preguntamos por la verdad. Pero la verdad es ésta: quien deja de lado la cuestión de la verdad y la declara innecesaria, amputa al hombre, le quita el núcleo de su dignidad humana. Si no existe la verdad, entonces todo lo demás es arbitrario. Entonces, el orden social se transforma muy rápidamen­ te en violencia y en participación en la violencia. La ver­ dadera acción liberadora de la Iglesia, que ella nunca puede dejar de lado y que precisamente hoy posee la má­ xima urgencia, consiste en que ella tiende, le alcanza al mundo la verdad, la verdad que Dios existe, que Dios nos conoce, que Dios es así como es Jesucristo, que Dios en Cristo nos ofrece el camino. Solo si esto es real, entonces también existe la conciencia y la capacidad de verdad del hombre, por la que cada uno está inmediatamente fren­ te a Dios y cada uno es más grande que todos los siste­ mas imaginables del mundo. Miremos al traspasado, pp. 161-162 56

43. 2

En la cultura actual se exalta muy a menudo la li­ bertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al m ar­ gen de su relación con los demás y ajeno a su responsa­ bilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la digni­ dad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalie­ nables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social. La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera liber­ tad del ser humano proviene de haber sido creado a ima­ gen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad. «Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo hacemos porque tene­ mos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus cria­ turas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos.» V Encuentro mundial de las familias, pp. 23-24

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CAPÍTULO 3

SEGUIMIENTO DE CRISTO La peculiar felicidad que prom ete a los suyos 1. 3 Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guilloti­ na caería sobre mí, me quedé desconcertado. Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profun­ da convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza total­ mente diferentes. Pero me impactó mucho una breve carta que me escribió un hermano del Colegio cardenali­ cio. Me recordaba que durante la misa por Juan Pablo II yo había centrado la homilía en la palabra del Evangelio que el Señor dirigió a Pedro a orillas del lago de Genesaret: ¡Sígueme! Yo había explicado cómo Karol Wojtyla había recibido siempre de nuevo esta llamada del Señor Y continuamente había debido renunciar a muchas co­ sas, limitándose a decir: sí, te sigo, aunque me lleves a donde no quisiera. Ese hermano cardenal me escribía en su carta: «Si el Señor te dijera ahora “sígueme”, acuér59

date de lo que predicaste. No lo rechaces. Sé obediente, como describiste al gran papa, que ha vuelto a la casa del Padre.» Esto me llegó al corazón. Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien. 25 de abril de 2005 2. 3 [Santidad, ¿cuál es el mensaje específico que usted de­ sea llevar a los jóvenes que desde todas partes de mundo llegan a Colonia? ¿Qué mensaje les quiere transmitir?] Quisiera mostrarles lo bonito que es ser cristianos, ya que existe la idea difundida de que los cristianos deban observar un inmenso número de mandamientos, prohi­ biciones, principios, etcétera, y que por lo tanto el cris­ tianismo es, según esta idea, algo que cansa y oprime la vida y que se es más libre sin todos estos lastres. Quisie­ ra en cambio resaltar que ser sostenidos por un gran Amor y por una revelación no es una carga, sino que son alas, y que es hermoso ser cristianos. Esta experiencia nos da amplitud, pero sobre todo nos da comunidad, el saber que, como cristianos, no estamos jamás solos: en primer lugar encontramos a Dios, que está siempre con nosotros; y después nosotros, entre nosotros, formamos siempre una gran comunidad, una comunidad en cami­ no, que tiene un proyecto de futuro: todo esto hace que vivamos una vida que vale la pena vivir. El gozo de ser cristianos, que es también bello y justo creer. Radio Vaticana, 15 de agosto de 2005 3. 3 Dedicarse especialmente a conseguir una felicidad rápida no encaja con la fe. Y quizá una de las razones de la actual crisis de fe es que queremos recoger en el acto el placer y la felicidad y no nos arriesgamos a una aven­ tura que dura toda la vida —con la enorme confianza de 60

que ese salto no termina en la nada sino que, por su na­ turaleza, es el acto de amor para el que hemos sido crea­ o s Y en realidad es lo único que me proporciona lo que quiero: am ar y ser amado, hallando de ese modo la auténtica felicidad. Dios y el mundo, pp. 37-38 4 . 3 La crisis de nuestro tiempo depende principalmente del hecho de que se nos quiere hacer creer que se puede llegar a ser hombres sin el dominio de sí, sin la paciencia de la renuncia y la fatiga de la superación, que no es ne­ cesario el sacrificio de mantener los compromisos acep­ tados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la tensión de lo que se debería ser y lo que efectivamente se es. ¿Por qué soy todavía cristiano?, p. 109 5. 3 Un hombre que sea privado de toda fatiga y trans­ portado a la tierra prometida de sus sueños pierde su autenticidad y su mismidad. En realidad el hombre no es salvado sino a través de la cruz y la aceptación de los pro­ pios sufrimientos y de los sufrimientos del mundo, que encuentran su sentido liberador en la pasión de Dios. So­ lamente así el hombre llegará a ser libre. Todas las demás ofertas a mejor precio están destinadas al fracaso. ¿Porquésoy todavía cristiano?, p. 109 6 . 3 La verdad de la palabra de Jesús no es exigible teóri­ camente. Sucede lo mismo que en una hipótesis técnica: su certeza sólo se prueba en el ensayo. La verdad de la Palabra divina incluye a todos los seres humanos, al ex­ perimento de la vida. Sólo puede hacerse visible para mí Sl me adentro realmente en la voluntad de Dios tal y c°mo se me manifiesta. En efecto, esta voluntad creado­ ra no es algo ajeno a mí, externo, sino que constituye la 61

base de mí mismo. Y en este experimento vital se percibe de hecho cómo la vida se vuelve correcta. No cómoda, pero sí correcta. No superficial, placentera, pero sí llena de alegría en el sentido profundo. Dios y el mundo, p. 39 7. 3 Pero el Señor nos dijo: «Bienaventurados los que llo­ ran.» Es decir, que al parecer, la doctrina de Cristo sobre la felicidad resulta paradójica, al menos comparada con la idea que nosotros tenemos del concepto de felicidad. Y es que no se trata de una felicidad en el sentido de bienes­ tar. Para entenderlo, tenemos primero que convertimos; tenemos que olvidamos de la escala de valores que gene­ ralmente utilizamos: «felicidad es igual a riqueza, pose­ siones, poder...», porque por el mero hecho de medir estos bienes como grandes valores ya vamos por mal camino. La promesa de felicidad que recibe el católico no es de una felicidad «extrínseca», sino de un estado de felicidad en unión con el Señor. Se le promete que el Señor será un faro de felicidad en su vida, cosa que, en efecto, es así. Sal de la Tierra, p. 33 8 . 3 La cita del fuego: «He venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?», es una de las más grandes que Jesús pronunció sobre la paz, pero al mismo tiempo nos enseña que la verdadera paz es belicosa, que la verdad me­ rece el sufrimiento y también la lucha. Que no puedo acep­ tar la mentira para que haya sosiego. Porque la primera obligación del ciudadano y del cristiano no es el sosiego, sino defender la grandeza que Cristo nos ha regalado, y esto puede convertirse en un sufrimiento, en una lucha hasta llegar al martirio, y precisamente así es pacificador. Dios y el mundo, p. 210 62

9 3 V em os que todo el entramado del mensaje de Jesús e s tá repleto de tensiones, que constituye un gran reto. Siem pre tiene que ver con la cruz. Quien no quiera de­ jarse quemar, quien no esté dispuesto a ello, tampoco se acercará a Él. Pero debemos saber siempre que precisa­ m ente en Él hallaremos la verdadera bondad, que nos ayuda, que nos acepta y que, además de abrigar buenas intenciones hacia nosotros, hace que nos vaya bien. Dios y el mundo, p. 211 10 . 3 Al cuerpo se le pide mucho más que traer y llevar utensilios, o cosas por el estilo. Se le exige un total com­ promiso en el día a día de la vida. Se le exige que se haga «capaz de resucitar», que se oriente hacia la resurrec­ ción, hacia el Reino de Dios, tarea que se resume en la fórmula «hágase tu voluntad, en la tierra como en el cie­ lo». Donde se lleva a cabo la voluntad de Dios, allí está el cielo, la tierra se convierte en el cielo. Adentrarse en la acción de Dios para cooperar con Él: esto es lo que se ini­ cia con la liturgia, para después desarrollarlo más allá de ella. La Encarnación ha de conducirnos, siempre, a la re­ surrección, al señorío del amor, que es el Reino de Dios, pero pasando por la cruz (la transformación de nuestra voluntad en comunión de voluntad con Dios). El cuerpo tiene que ser «entrenado», por así decirlo, de cara a la re­ surrección. Recordemos, a este propósito, que el térmi­ no «ascesis», hoy pasado de moda, se traduce en inglés, sencillamente como training: entrenamiento. Hoy día nos entrenamos con empeño, perseverancia y nuicho sacrificio para fines variados: ¿por qué, entonces, no entrenarse para Dios y para su Reino? Dice san Pablo: «Golpeo mi cuerpo y lo esclavizo» (1 Cor. 9 , 27). [...] Di­ gámoslo con otros términos: se trata de un ejercicio en­ caminado a acoger al otro en su alteridad, de un entre­ 63

namiento para el amor. Un entrenamiento para acoger al totalmente Otro, a Dios, y dejarse moldear y utilizar por Él. El espíritu de la liturgia. Una introducción, p. 200 11. 3 El dominio del dolor... antes se hablaba de ascesis; el término no gusta hoy; nos dice más si lo traducimos del griego al inglés: training. Todos saben que no hay éxi­ to sin entrenamiento y sin esa superación de sí mismo que el entrenamiento lleva consigo. Hoy se entrena todo el mundo con empeño y seriedad para cualquier género de arte, y así vemos en muchos terrenos unos rendi­ mientos punta que antes eran impensables. ¿Por qué nos resulta tan extraño entrenamos para la vida auténtica y verdadera, ejercitarnos en el arte de la renuncia, de la autosuperación, de la libertad interior frente a nuestros deseos? Conversión, penitencia y renovación, p. 191 12. 3 Tomás Moro. Parecía obvio reconocerle al rey la su­ premacía sobre la Iglesia. No había un dogma explícito que lo excluyera de modo inequívoco. Todos los obispos lo habían hecho; ¿por qué iba a exponer su vida él, un lai­ co, y precipitar a su familia en la ruina? Si no quiere pen­ sar en sí mismo, ¿no debe, al ponderar los motivos, dar al menos la prioridad a los suyos en lugar de seguir obsti­ nadamente la voz de su conciencia? En tales casos queda patente a nivel macroscópico, por decirlo así, lo que ocu­ rre constantemente en lo cotidiano de nuestra vida. Pue­ do librarme de un asunto incómodo haciendo una pe­ queña concesión a la mentira. O a la inversa: acercar las consecuencias de la verdad me acarrea un tremendo dis­ gusto. ¡Cuántas veces ocurre esto! ¡Y cuántas veces cede­ mos! La situación en que se encontró Tomás Moro es co­ 64

rriente si la traducimos a lo cotidiano: si muchos lo di­ cen, ¿Por Qué no Y0? ¿Cómo voy a perturbar la paz del grupo? ¿Por qué voy a hacer el ridículo? ¿No está la paz de la comunidad por encima de mi verdad? La armonía del grupo se convierte así en tiranía contra la verdad. Conversión, penitencia y renovación, p. 192 13. 3 Si observamos más en detalle, podemos distinguir tres puntos arduos en la piedad cristiana, fundada en el Nuevo Testamento, respecto a la búsqueda del rostro de Cristo y del rostro de Dios. Fundamental es ante todo el seguimiento, la orientación de toda la existencia al en­ cuentro con Jesús. Al seguimiento pertenece intrínseca­ mente el amor al prójimo, el amor que procedente del Crucificado puede conocer el rostro de Jesús en los po­ bres, en los débiles, en los que sufren. Quien sigue a Je­ sús puede verlo formalmente en ellos; lo ama en el servi­ cio al que está necesitado de ayuda, está cerca de él, lo ve y se preocupa por él (cfr. Mt. 25, 31-46). Pero podemos reconocer siempre a Jesús mismo en los pobres sólo si nos ha sido confiado su mismo rostro, y este rostro se acerca íntegram ente a nosotros en el m isterio de la Eucaristía [...]. Caminos de Jesucristo, p. 30 14. 3 Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el autentico contenido del amor: hacerse uno semejante al °tro, que lleva a un pensar y desear común. La historia e arnor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del Pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la untad de Dios ya no es para mí algo extraño que los 65

Mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío [10]. Crece en­ tonces el abandono en Dios y Dios es nuestra alegría (cfr. Sal. 73 [72], 23-28). Deus Caritas est, n.° 17b 15. 3 Si un gobierno quisiera contentar a todos y evitar cualquier conflicto, si lo hiciera incluso una sola persona, entonces nada funcionaría. Lo mismo sucede en la Iglesia. Si sólo intenta evitar el conflicto para que no se produzcan agitaciones en ninguna parte, el auténtico mensaje no lle­ gará a su destino. Porque este mensaje existe también para pelear con nosotros, para arrancar al ser humano de la mentira y generar claridad, verdad. La verdad no es en absoluto barata. Es exigente, y quema. Y es que el mensa­ je de Jesús también incluye el desafío que encontramos en esa pugna con sus contemporáneos. Aquí no se sigue có­ modamente una modalidad encostrada de fe, una fe vani­ dosa, sino que se entabla la lucha con ella para romper esa costra y que la verdad llegue a su destino. Dios y el mundo, p. 209 16. 3 El primero, es el camino hacia la «madurez de Cris­ to», como dice, simplificando, el texto en italiano. Más en concreto tendríamos que hablar, según el texto griego, de la «medida de la plenitud de Cristo», a la que estamos llamados a llegar para ser realmente adultos en la fe. No deberíamos quedarnos como niños en la fe, en estado de minoría de edad. Y ¿qué significa ser niños en la fe? Res­ ponde san Pablo: significa ser «llevados a la deriva y za­ randeados por cualquier viento de doctrina» (Ef. 4, 14). ¡Una descripción muy actual! 19 de abril de 2005 66

17. 3 Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en es­ tas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas del pensamiento... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se rea­ liza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir en el error (cfr. Ef. 4 , 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundam entalism o. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar «zarandeados por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyen­ do una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas. 19 de abril de 2005 18. 3 Nosotros tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero hum a­ nismo. «Adulta» no es una fe que sigue las olas de la moda y de la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la me­ dida para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. 19 de abril de 2005 19. 3 Pedro reprendió al Señor por aquellas declaraciones- La respuesta de Jesús es de una inusitada dureza: «¡Quítate de mi vista, Satanás!» (Me. 8 , 33). Pedro había 67

tomado la delantera al querer m arcar el camino de Jesús. Seguimiento significa que ya no puede uno elegir su ca­ mino. Significa poner la propia voluntad en manos de la voluntad de Jesús, darle real y verdaderamente la prece­ dencia. Servidor de vuestra alegría, pp. 72-73 20. 3 La posibilidad de pecar pertenece a nuestra situa­ ción natural fundamental, en particular después de la caí­ da [...]. La educación cristiana no puede intentar quitar de las personas toda clase de miedo, pues estaríamos en contradicción con nosotros mismos. Su tarea debe ser la de purificar el miedo, colocarlo en su justo medio e inte­ grarlo en la esperanza y en el amor, de forma que se pue­ da convertir en protección y ayuda. Así podrá crecer la verdadera valentía, de la que el hombre no tendría nece­ sidad si no tuviera razón de tener miedo. Cuando uno se propone eliminar totalmente el miedo y sus consecuen­ cias parece no acordarse de que son reales las amenazas contra nuestra salvación y contra la integridad de nues­ tro ser; el miedo, si no se pone en su justo medio, apare­ ce repetidamente bajo distintos disfraces, como expre­ sión de la angustia fundamental del hombre. Mirara Cristo, p. 87 21. 3 [...] la cruz [...] exige que ponga en manos de Jesús mi propio yo, no para que lo destruya, sino para que en él se haga libre y abierto. El sí de Jesucristo que yo trans­ mito es realmente suyo sólo si es totalmente mío. Por eso esta vía requiere mucha paciencia y humildad, como el mismo Señor tiene paciencia con nosotros: no es un sal­ to mortal en el heroísmo lo que hace santo al hombre, sino el humilde y paciente camino con Jesús, paso a paso. La santidad no consiste en aventurados actos de 68

virtud, sino en amar junto a él. Por eso los santos verda­ deros son hombres completamente humanos y natura­ les seres en quienes lo humano, mediante la transfor­ mación y purificación pascual, llega la luz en toda su original belleza. Mirara Cristo, p. 107 Cada vida tiene su código de barras 22. 3 Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felici­

dad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro «sí» al Dios que quiere entregarse a voso­ tros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi ponti­ ficado: «Quien deja entrar a Cristo [en la propia vida] no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experi­ mentamos lo que es bello y lo que nos libera.» Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felici­ dad de los hombres y la salvación del mundo. 24 de abril de 2005 y 18 de agosto de 2005 23. 3 «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap. 3, 20). Son palabras divinas que egan al fondo del alma y que mueven hasta sus raíces ^ as profundas. En un momento determinado de la vida, 69

Jesús viene y llama, con toques suaves, en el fondo de los corazones bien dispuestos. 12 de mayo de 2007 24. 3 Cada vida entraña su propia vocación. Tiene su pro­ pio código y su propio camino. Recuerda la parábola del criado vago que entierra su talento para que nada le su­ ceda. Él es un hombre que se niega a asumir el riesgo de la existencia, a desplegar toda su originalidad y a expo­ nerla a las amenazas que necesariamente eso conlleva. Dios y el mundo, pp. 261-262 25. 3 Pienso que es importante estar atentos a los gestos del Señor en nuestro camino. Él nos habla a través de acontecimientos, a través de personas, a través de en­ cuentros; y es preciso estar atentos a todo esto. Luego, segundo punto, entrar realmente en amistad con Jesús, en una relación personal con Él; no debemos limitarnos a saber quién es Jesús a través de los demás o de los li­ bros, sino que debemos vivir una relación cada vez más profunda de amistad personal con Él, en la que podemos comenzar a descubrir lo que Él nos pide. Luego, debo prestar atención a lo que soy, a mis posibi­ lidades: por una parte, valentía; y, por otra, humildad, con­ fianza y apertura, también con la ayuda de los amigos, de la autoridad de la Iglesia y también de los sacerdotes, de las familias. ¿Qué quiere el Señor de mí? Ciertamente, eso sigue siendo siempre una gran aventura, pero sólo podemos realizarnos en la vida si tenemos la valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me dejará solo, en que el Señor me acompañará, me ayudará. 6 de abril de 2006

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26. 3 [Sobre su vocación.] No lo vi gracias a un rayo de

luz que, de pronto, me iluminara y me hiciera entender que debía ordenarme sacerdote, no. Fue más bien un lento proceso que iba tomando forma paulatinamente; tenía una vaga idea, siempre la misma, hasta que por fin, tomó forma concreta. No sabría decir la fecha exacta de mi decisión. Lo que sí puedo asegurar es que, esa idea de que Dios quiere algo de cada uno de nosotros —de mí también—, empecé a sentirla desde joven. Sabía que tenía a Dios conmigo y que quería algo de mí; ese sen­ timiento empezó muy pronto. Luego, con el tiempo, comprendí que se relacionaba con mi ordenación de sacerdote. Sal de la Tierra, p. 59 27. 3 Podría recordar el valor de las decisiones definiti­ vas. Los jóvenes son muy generosos, pero ante el riesgo de comprometerse para toda la vida, sea en el matrimo­ nio, sea en el sacerdocio, se tiene miedo. El mundo está en continuo movimiento de manera dramática: ¿puedo disponer ya desde ahora de mi vida entera con todos sus imprevisibles acontecimientos futuros? Con una deci­ sión definitiva, ¿no renuncio yo mismo a mi libertad, pri­ vándome de la posibilidad de cambiar? Conviene fomen­ tar la valentía de tom ar decisiones definitivas, que en realidad son las únicas que permiten crecer, caminar ha­ cia adelante y lograr algo importante en la vida, son las únicas que no destruyen la libertad, sino que le indican la justa dirección en el espacio. Tener el valor de dar este salto por así decir— a algo definitivo, acogiendo así Plenamente la vida, es algo que me alegraría poder comunicar. 5 de agosto de 2006 71

28. 3 Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispues­ tos a difundir el Evangelio por todas partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el mundo —aun sin saberlo— espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialm ente cuando os propone seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fíaos de Él y no quedaréis decepcio­ nados. 9 de abril de 2006 29. 3 En cierto sentido, el Señor desea venir siempre a través de nosotros, y llama a la puerta de nuestro cora­ zón: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Ésta es la voz del Señor, que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca tam bién una m orada viva, nuestra vida personal. Ésta es la venida del Señor. 26 de noviembre de 2005 30. 3 Sólo si tiene una experiencia personal de Cristo, el joven puede comprender en verdad su voluntad y por lo tanto la propia vocación. Cuanto más conoces a Jesús, más te atrae su misterio; cuanto más lo encuentras, más fuerte es el deseo de buscarlo. 20 de agosto de 2005 31. 3 Los Magos m archaron porque tenían un deseo grande que los indujo a dejarlo todo y a ponerse en ca­ mino. Era como si hubieran esperado siempre aquella estrella. Como si aquel viaje hubiera estado siempre ins­ crito en su destino, que ahora finalmente se cumple. 72

Queridos amigos, esto es el misterio de la llamada, de la vocación; misterio que afecta a la vida de todo cristiano, pero que se manifiesta con mayor relieve en los que Cris­ to invita a dejar todo para seguirlo más de cerca. 20 de agosto de 2005 32. 3 Dios da ya en esta vida el ciento por uno, dice san­ ta Teresa de Jesús, resumiendo el contenido de esta sen­ tencia del Señor. Toda renuncia por su am or tendrá como respuesta un premio muchas veces superior. Dios es magnánimo y no se deja vencer en generosidad. For­ ma parte del servicio apostólico comenzar por renun­ ciar; el celibato es una de las maneras sumamente con­ creta en que debe plasmarse esta renuncia. Quien, al cabo de un período de tiempo más o menos largo, echa una mirada retrospectiva a su vida sacerdotal, sabe cuán verdaderas son las palabras de Jesús. Es cierto que pri­ mero hay que atreverse a dar el salto. Y nadie debería in­ tentar resarcirse con calderilla, por así decirlo, por lo que se ha pagado con billetes grandes: el Espíritu Santo no se deja engañar. Servidor de vuestra alegría, pp. 87-88 33. 3 Jesús no rechaza en modo alguno la pregunta de Pedro porque éste espere una recompensa, sino que le da la razón: «En verdad os digo que no hay nadie que, ha­ biendo dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o Padre, o hijos, o campos, por amor de mí y del Evangelio, no reciba el céntuplo ahora en este tiempo en casa, her­ manos, hermanas, madre e hijos y campos, con persecu­ ciones, y la vida eterna en el siglo venidero» (Me. 10, 293°). Dios es magnánimo; si examinamos sinceramente nuestra vida, sabemos bien que cualquier cosa que hayamos abandonado nos la devuelve el Señor acrecentada 73

con el ciento por uno. No deja que le ganemos en gene­ rosidad. No espera a la otra vida para darnos la recom­ pensa, sino que nos da el céntuplo desde ahora mismo, a pesar de que este mundo siga siendo un mundo de per­ secuciones, de dolor, de sufrimiento [...]. El camino pascual, p. 189 34. 3 Santa Teresa de Jesús resume este pensamiento con esta sencilla frase: «Aun en esta vida da Dios ciento por uno.» A nosotros nos corresponde únicamente tener el valor de ser los primeros en dar el uno como Pedro, que, fiado en la palabra del Señor, no duda en bogar mar adentro a la mañana: entrega uno y recibe cien. También hoy nos invita el Señor a bogar m ar adentro, y estoy seguro de que tendremos la misma sorpresa que Pedro; la pesca será abundante, porque el Señor perma­ nece en la barca de Pedro, que ha venido a ser su cátedra y su trono de misericordia. El camino pascual, p. 189 35. 3 El segundo hombre con el que Jesús se encuentra pone algunas objeciones realmente razonables. Desearía esperar hasta la muerte de su padre y gestionar mientras tanto los asuntos para que todo discurra por sus cauces normales, de suerte que pueda dejarlo todo bien dis­ puesto y ordenado antes de partir a otro lugar. Luego se­ guiría a Jesús. Pero ¿quién sabe cuándo ocurrirá esto? ¿Seguirá teniendo entonces la fuerza de voluntad nece­ saria para ponerse en pie y seguir a Jesús? Una cosa ve­ mos claramente: que la respuesta a la llamada de Jesús tiene prioridad y pide la entrega total. Es decir, tiene pre­ ferencia y reclama la totalidad de nuestro ser. No basta con entregar una parte de sí mismo, una parte de su tiempo y de su voluntad. De ser así, no se habría respon­ 74

dido a esta llamada, una llamada tan grande que solicita y llena la vida entera, pero que sólo la llena cuando se mantiene en su totalidad. Servidor de vuestra alegría, pp. 34-35 36. 3 Esto significa también que existe la hora de Jesu­ cristo, el instante que no puede aplazarse, porque no se puede calcular y decir: «Sí quiero, por supuesto, pero ahora me resulta demasiado peligroso. Todavía tengo que hacer esto o lo otro.» Porque así se puede dejar esca­ par el instante de su vida y perder, precisamente por cul­ pa de estas cautelas, lo auténtico de la propia vida, que ya nunca se puede recuperar. Hay la hora de la llamada, que exige una decisión instantánea, una decisión mucho más importante de cuanto podríamos imaginar y de lo que es perfectamente razonable. Tienen preferencia la razón de Jesús y su llamada: llegan primero. Tiene una importancia decisiva —y no sólo en el primer instante, sino para siempre y en todos los tramos del camino— este valor para posponer lo que nos parece tan razonable ante este «más grande» que es él. Sólo así llegamos ver­ daderamente hasta su cercanía. Servidor de vuestra alegría, p. 35 37. 3 [...] el seguimiento exige que tengamos el valor de estar cerca del fuego, que ha venido para incendiar la tie­ rra. Hay en Orígenes una sentencia atribuida a Jesús: «Quien está cerca de mí está cerca del fuego.» Quien no quiera verse quemado, debe alejarse de él. En el sí al se­ guimiento se incluye el valor de dejarse abrasar por el fuego de la pasión de Jesucristo, que es también, al mism° tiempo, el fuego salvador del Espíritu Santo. Sólo si tenemos el valor de estar junto a ese fuego, si nos deja11108 incendiar nosotros mismos, sólo entonces podre­ 75

mos ser también nosotros fuego en esta tierra, el fuego de la vida, de la esperanza y del amor. Servidor de vuestra alegría, pp. 36-37 38. 3 Éste es el fondo y, en definitiva, el núcleo de la lla­ mada: que debemos estar preparados para dejarnos abrasar, para dejarnos incendiar por aquel cuyo corazón arde por la fuerza de su palabra. Si somos tibios y tedio­ sos, no podemos traer el fuego a este mundo, ni aportar ningún poder de transformación. Servidor de vuestra alegría, p. 37 39. 3 Que nuestro ser en el mundo no es un vivir para la muerte, no es un vivir desde la nada y hacia la nada, sino una vida que ha sido requerida desde el principio por un amor infinito hacia el que se encamina, todo esto se ad­ vierte también en el carro de fuego de Jesucristo. Descu­ brimos su alegría cuando tenemos el valor de dejarnos incendiar por el mensaje del Señor. Y cuando lo hemos descubierto, entonces podemos abrasar, porque enton­ ces somos siervos de la alegría en medio de un mundo de muerte. Servidor de vuestra alegría, pp. 37-38 40. 3 Queridos jóvenes amigos, el miedo al fracaso a ve­ ces puede frenar incluso los sueños más hermosos. Pue­ de paralizar la voluntad e impedir creer que pueda exis­ tir una casa construida sobre roca. Puede persuadir de que la nostalgia de la casa es solamente un deseo juvenil y no un proyecto de vida. Como Jesús, decid a este mie­ do: «¡No puede caer una casa fundada sobre roca!» Como san Pedro, decid a la tentación de la duda: «Quien cree en Cristo, no será confundido.» Sed testigos de la es­ peranza, de la esperanza que no teme construir la casa 76

de la propia vida, porque sabe bien que puede apoyarse en el fundamento que le impedirá caer: Jesucristo, nues­ tro Señor. 27 de mayo de 2006 4 1 . 3 En sexto año de estudios de Teología, uno se en­ cuentra frente a cuestiones y problemas muy humanos. ¿Será bueno el celibato para mí? ¿Ser párroco será lo m ejor para mí? Estas preguntas no siempre tienen res­ puesta fácil. En mi caso concreto, nunca dudé de lo fun­ damental, pero tampoco me faltaron pequeñas crisis. Como yo era tímido y nada práctico —no estaba dota­ do para el deporte ni para la organización o el trabajo ad­ ministrativo—, tenía la preocupación de si sabría llegar a las personas, si sabría comunicarme con ellas. Me preocupaba la idea de llegar a ser un buen capellán y di­ rigir a la juventud católica, o dar clases de religión a los pequeños, atender convenientemente a enfermos y an­ cianos, etc. Me preguntaba seriamente si estaba prepa­ rado para vivir toda la vida así, si aquélla era realmente mi vocación. A todo ello iba siempre unida la otra cuestión de si yo sería capaz de vivir el celibato durante toda mi vida. La universidad estaba, por aquel entonces, medio en ruinas y no teníamos local para la facultad de teología. Estuvi­ mos dos años en los edificios del Palacio de Fürstenried, en los alrededores de la ciudad. Aquello hacía que la con­ vivencia —no sólo entre alumnos y profesores, sino tam ­ bién entre alumnos y alumnas— fuera muy estrecha, así que la cuestión de la entrega y de su sentido, se plantea­ ba en términos muy prácticos precisamente por esta convivencia diaria. Solía pensar en estas cosas paseando P°r aquellos espléndidos parques de Fürstenried. Pero, Corn° es natural, también haciendo largas horas de ora­ 77

ción en la Capilla. Hasta que, por fin, en el otoño de 1950 fui ordenado diácono; mi respuesta al sacerdocio fue un rotundo sí, categórico y definitivo. La sal de la Tierra, p. 60

solamente a Él, sino también a la salvación de todo el mundo, de toda la historia. 24 de abril de 2005

42. 3 Los discípulos tuvieron que ser lo bastante flexibles

Pecadores

como para cambiar su vida cotidiana de pescadores por la de acompañantes en un camino todavía abierto y mis­ terioso. [...] Pero al mismo tiempo tuvieron que ser cons­ tantes y fieles a la opción básica y esencial. Así que no de­ beríamos oponer flexibilidad y lealtad. La fidelidad ha de ser acreditarse en situaciones cambiantes. En la situa­ ción actual a menudo sólo cuenta el cambio, la flexibili­ dad. Me gustaría manifestar mi desacuerdo con esto. Hoy necesitamos más que nunca perseverar en la voca­ ción, hoy necesitamos más que nunca personas que se entreguen por entero. Dios y el mundo, p. 241 43. 3 El primer signo es el palio, tejido de lana pura, que

se me pone sobre los hombros. Este signo antiquísimo, que los obispos de Roma llevan desde el siglo iv, puede ser considerado como una imagen del yugo de Cristo, que el obispo de esta ciudad, el Siervo de los Siervos de Dios, toma sobre sus hombros. El yugo de Dios es la vo­ luntad de Dios que nosotros acogemos. Y esta voluntad no es un peso exterior, que nos oprime y nos priva de la libertad. Conocer lo que Dios quiere, conocer cuál es la vía de la vida, era la alegría de Israel, su gran privilegio. Ésta es también nuestra alegría; la voluntad de Dios, en vez de alejarnos de nuestra propia identidad, nos purifi­ ca —quizá a veces de manera dolorosa— y nos hace vol­ ver de este modo a nosotros mismos. Y así, no servimos 78

que enseñan el arte de vivir

4 4 . 3 Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, ense­

ñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cfr. Le. 4, 18). Esto significa: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os m uestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese ca­ mino. La pobreza más profunda es la incapacidad de ale­ gría, el tedio de la vida considerada absurda y contradic­ toria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades material­ mente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, pro­ duce la envidia, la avaricia... Todos los vicios que arrui­ nan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace fal­ ta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona. Nueva evangelización, 10 de diciembre de 2000 45. 3 [...] ¿qué papel juega Dios propiamente en nuestra Predicación?, ¿no nos desviamos casi siempre hacia te­ rnas que nos parecen «más concretos» y urgentes [...]? Jesús nos corrige: Dios es el tema práctico y real para el hombre, entonces y siempre. [...] Pensamos que Dios esta demasiado lejos, que no toma parte en nuestra vida diaria; por ello hablamos de lo próximo, de lo práctico. 79

Jesús nos dice: no; Dios está aquí, en la sed de infinitud. Dios es la primera palabra del Evangelio, aquella que cambia nuestra vida si confiamos en ella; y esto tiene que decirse con una fuerza completamente nueva, desde la plenitud de Jesús, en el interior de nuestro mundo. Evangelio, catequesis, catecismo, pp. 33-34 46.3 [...] me parece muy importante promover, por decir­ lo de algún modo, una cierta curiosidad por el cristianis­ mo, fomentar el deseo de descubrir qué es exactamente. Pero para esto hay que empezar por sacar a la luz del día lo más importante. Es decir, lo ya conocido desde hace mucho tiempo, y —a partir de ahí— fomentar el in­ terés por esa inmensa riqueza que el cristianismo contie­ ne, contemplar su enorme variedad, no como un pesado lastre de métodos y de sistemas, sino como lo que real­ mente es: un tesoro para nuestra vida que bien merece la pena conocer a fondo. La sal de la Tierra, pp. 20-21 47. 3 ¡No tengáis miedo, Cristo puede llenar las aspira­ ciones más íntimas de vuestro corazón! ¿Puede haber sueños irrealizables cuando son suscitados y cultivados en el corazón por el Espíritu de Dios? [...] Dejad que esta tarde os lo repita: cada uno de vosotros, si está unido a Cristo, puede hacer grandes cosas. Por este motivo, que­ ridos amigos, no debéis tener miedo de soñar con los ojos abiertos con grandes proyectos de bien y no tenéis que dejaros desalentar por las dificultades. 2 de septiembre de 2007 48. 3 Considera el poder y los bienes como una m isión para convertirse en sirviente. Creo que en esas palabras sobre el grande que debe ser el servidor, y en los gestos 80

con los que Jesús obra, está la auténtica revolución que podría y debería cambiar el mundo. Dios y el mundo, p. 234 4 9 . 3 Hemos recibido la fe para entregarla a los demás [..]. Y tenemos que llevar un fruto que permanezca. Pero ¿qué queda? El dinero no se queda. Los edificios tampo­ co se quedan, ni los libros. Después de un cierto tiempo, más o menos largo, todo esto desaparece. Lo único que permanece eternamente es el alma humana, el hombre creado por Dios para la eternidad. El fruto que queda, por tanto, es el que hemos sembrado en las almas hum a­ nas, el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Se­ ñor. Entonces, vayamos y pidamos al Señor que nos ayu­ de a llevar fruto, un fruto que permanezca. Sólo así la tie­ rra se transforma de valle de lágrimas en jardín de Dios. 19 de abril de 2005 50. 3 Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia Él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. 21 de agosto de 2005 51. 3 La santa inquietud de Cristo ha de anim ar al pas­ tor: no es indiferente para él que muchas personas va­ guen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor que­ brantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Di°s, del vacío de las almas que ya no tienen concienCla la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han ex­ tendido los desiertos interiores. Por eso, los tesoros de la 81

tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción. 24 de abril de 2005 52. 3 ¿Qué significa, por tanto, «pescar hombres»? Sig­ nifica llevarlos al aire libre, a los amplios espacios de Dios, al elemento vital que les ha sido asignado. Cierto que cuando alguien se ve arrancado de sus hábitos y cos­ tumbres, al principio siempre se revuelve, como ha des­ crito con penetrante pluma Platón en su mito de la ca­ verna. Quien está acostumbrado al mar, piensa en un primer momento que, cuando le sacan a la luz, le arre­ batan la vida. Está enamorado de las tinieblas. Por eso, ser pescadores de hombres dista mucho de ser una em­ presa cómoda, pero es lo más grandioso y humanamen­ te lo más bello que más puede darse. Servidor de vuestra alegría, p. 70 53. 3 Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para convertirlo en alimento del hombre. Pero en la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un m ar de oscuridad, sin luz. La red del Evan­ gelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, si­ guiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. 24 de abril de 2005

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3 Se registran, sin duda, muchas salidas en vano al mar. Pero aun así, sigue siendo una maravillosa tarea acompañar a los hombres por el camino que lleva a la luz, a los amplios espacios, enseñarles a conocer la luz y la infinitud de Dios. Cuando inicié, hace 35 años, esta ac­ tividad, tenía miedo de cómo saldrían las cosas. Pero pude experimentar muy pronto y de manera muchas ve­ ces renovada cuán verdadera es la promesa del Señor de que otorga, ya en este mundo, el ciento por uno, también con aflicciones, sin duda, pero él cumple su palabra (Me. 10, 29s). Servidor de vuestra alegría, p. 71 55. 3 Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, co­ mienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No so­ mos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es am a­ do, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pesca­ dor de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo. 24 de abril de 2005 56. 3 Mirándoos a vosotros, jóvenes aquí presentes, que lrradiáis alegría y entusiasmo, asumo la mirada de Jesús: una mirada de amor y confianza, con la certeza de que vosotros habéis encontrado el verdadero camino. Sois 54

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los jóvenes de la Iglesia. Por eso yo os envío a la gran mi­ sión de evangelizar a los muchachos y muchachas que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes. Invitadlos a caminar con vosotros, a hacer la misma experiencia de fe, de esperan­ za y de amor; a encontrarse con Jesús, para que se sien­ tan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de realizarse. Que también ellos descubran los caminos seguros de los Mandamientos y recorriéndolos lleguen a Dios. 10 de mayo de 2007 57. 3 Dios ha elegido crearnos para que todos mutua­ mente intercedamos unos por otros, y humildemente sólo podemos reconocernos como mensajeros indignos que no se predican a sí mismos sino que con un santo te­ mor hablamos de aquello que no es nuestro sino que pro­ cede de Dios. Caminos de Jesucristo, p. 69 58. 3 Elocuente es [...] el relato que Cipriano de Cartago (muerto en 258 d. C.) ha proporcionado sobre su conver­ sión a la fe cristiana. Nos dice que antes de su conversión y bautismo él no se podía imaginar cómo en general se podía vivir como cristiano y sobreponerse a los hábitos de su tiempo. Aquí ofrece una descripción drástica de esos hábitos [...] pero también permite pensar en el con­ texto en el que hoy tienen que crecer los jóvenes: ¿se pue­ de ser cristiano aquí? ¿No es una forma de vida superada? En realidad, todos aquellos que se preguntan esto tienen razón hablando desde un punto de vista puramente hu­ mano. Pero lo imposible, así nos cuenta Cipriano, se hizo posible por la gracia de Dios y por el sacramento de la re­ generación, que naturalmente está pensado en el lugar 84

ncreto en que puede ser eficaz, es decir, en la comuni­ dad itinerante de los creyentes, que se animan a vivir un cam ino alternativo y lo señalan como posible. Caminos de Jesucristo, pp. 50-51 59 . 3 [•••] l°s cristianos han de estar siempre dispuestos a hacerse esclavos los unos de los otros, y que únicamente

de este modo podrán realizar la revolución cristiana y construir la nueva ciudad. El camino pascual, p. 117 60. 3 En las cuestiones últimas que preocupan al hom­ bre no hay que separar más pensamiento y existencia. La decisión a favor de Dios es una decisión del pensamien­ to y al mismo tiempo de la vida, es decir, ambos se con­ dicionan recíprocamente. Caminos de Jesucristo, p. 65 61. 3 En sus Confesiones, san Agustín [...] habla de la for­ ma de vida errada de una existencia orientada totalmen­ te a lo material, formas que se convierten en hábitos, há­ bitos que se convierten en necesidades y finalmente en cadenas, en ceguera del corazón. Caminos de Jesucristo, p. 65 62.3 [...] la verdad no puede consistir en una posesión, la relación con ella tiene que ser una aceptación humilde, la cual tiene conocimiento de su propia contingencia y acepta el conocimiento como un don, del cual yo puedo llegar a ser indigno, del cual no me puedo gloriar como si fuera asunto mío exclusivamente. Si me es dado, enton­ ces hay una responsabilidad que también me compete frente a los demás. Además, el dogma también afirma que la desemejanza entre lo conocido por nosotros y la 85

realidad auténtica es en sí misma infinitam ente más grande que la semejanza (Conc. Lat. IV, DS § 806). Pero sin embargo, esta desemejanza infinita no convierte al conocimiento en no-conocimiento, es decir, la verdad no se convierte en falsedad. Caminos de Jesucristo, p. 68 El apóstol 63. 3 [...] los discípulos que salen al m ar abierto a pescar algo para Jesús deben, en el fondo, darse a sí mismos. Sólo quien se da a sí mismo descubre que antes le ha sido dado todo, que simplemente da de tuis donis ac datis: de lo que previamente ha recibido. Primero debemos dar­ nos a nosotros mismos, para recibir luego el don de Dios. En definitiva, de Dios procede todo. Y sin embargo, este don de Dios no puede llegar hasta nosotros si primero no damos nosotros. Al final todo es gracia, porque las grandes cosas del universo, la vida, el amor, Dios, no se pueden hacer, sólo se pueden recibir como un don. Servidor de vuestra alegría, p. 57 64. 3 El testigo, pues, debe ser algo antes de hacer algo. Debe ser amigo de Jesús para no transm itir sólo conoci­ mientos de segunda mano, sino para ser testigo verda­ dero. Servidor de vuestra alegría, p. 68 65. 3 Nuestra misión no consiste en decir muchas pala­ bras, sino en hacernos eco y ser portavoces de una sola «Palabra», que es el Verbo de Dios hecho carne por nues­ tra salvación. 13 de mayo de 2005

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3 [•••] en caPÍtul° 3 de san Marcos se describe jo que el Señor pensaba que debería ser el significa­ do de un apóstol: estar con él y estar disponible para la misión. Las dos cosas van juntas y sólo estando con él e s ta m o s también siempre en movimiento con el Evan­ gelio hacia los demás. Por tanto, es esencial estar con ¿¡ y así sentimos la inquietud y somos capaces de lle­ var la fuerza y la alegría de la fe a los demás, de dar testimonio con toda nuestra vida y no sólo con las pa­ labras. 13 de mayo de 2005 67. 3 Pero ahora surge la pregunta: ¿qué debe hacer el testigo? El Evangelio nos da tres respuestas que, en el fondo, se reducen a una. Antes de confiar a Pedro la mi­ sión de pastor, Jesús le pregunta: ¿Me amas? Debe amar a Jesús. A continuación se le encomienda: Apacienta mis corderos. Debe desempeñar las tareas propias del pastor. Y finalmente le dice: Antes elegías tú el camino. Pero ahora lo elige otro por ti y te lleva por él. Ya no es tu vo­ luntad la que establece tu senda, sino la voluntad de otro. Debe ir en pos de otro. El seguimiento forma parte del servicio del discípulo; este servicio es un camino. Amar, apacentar, seguir: con estos tres verbos descri­ be el Evangelio la esencia del apostolado... Servidor de vuestra alegría, p. 68 68 . 3 A la pregunta «¿dónde vives?», su respuesta resue­ na de forma ininterrumpida: «Venid y lo veréis» (Jn. 1, 38s.). De este modo, los discípulos podían dar otra respuesta a la pregunta sobre Jesús, distinta a la que daba «la gente», porque ellos estaban en comunidad de ^da con él. Sólo así, para decirlo con Platón, somos vados desde la «caverna» que consideramos que es 66

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el mundo y que sin embargo sólo es una parte limitada de él. Caminos de Jesucristo, p. 66 69. 3 [...] el camino para conocer a Cristo es un camino de vida. Expresado bíblicamente: para conocer a Cristo es necesario seguirlo, ya que únicamente así experimen­ tamos dónde vive. Caminos de Jesucristo, p. 66 70. 3 Permítasenos [...] una referencia histórica. El ca­

rácter peculiar del ministerio cristiano se ve con especial claridad cuando se com para la figura cristiana del «apóstol» con sus paralelos en la historia de las religio­ nes: el rabbi y el «hombre de Dios» del mundo griego. Para ambos es esencial su propia autoridad. En cambio, para el apóstol lo esencial es el ser permanentemente siervo de Cristo, estar como Cristo bajo el lema siguien­ te: «La doctrina que yo enseño no es mía, sino de aquel que me ha enviado» (Jn. 7, 16). Así pues, la autoconciencia tiene que ver para unos con la conciencia de la mi­ sión, mientras que para el apóstol tiene que ver con la conciencia del servicio. «La meta del discípulo del rabí­ es llegar a ser maestro. Sin embargo, para el discípulo de Jesús, la condición de discípulo no es el principio sino la plenitud de su opción vital. Siempre será discípulo.» Po­ dríamos añadir: aun como «padre» sigue siendo siempre «hermano»: el ministerio de padre que reviste es una for­ ma de servicio fraternal y nada más. La fraternidad de los cristianos, pp. 82-83

llegar a ser libres. Tenemos que nacer de nuevo, deponer el orgullo, llegar a ser niños [...] La bendición de la Navidad, p. 50 72 . 3 [...} el ser humano no sólo debería pensar qué quie­ re sino más bien preguntarse para qué es bueno y qué puede aportar. Entonces comprendería que la realiza­ ción no reside en la comodidad, en la facilidad y en el de­ jarse llevar, sino en aceptar los retos, en el camino duro. Todo lo demás se convierte en cierto modo en aburrido. Sólo la persona que se «expone al fuego», que reconoce en sí una llamada, una vocación, una idea que satisfacer, que asume una misión para el conjunto, llegará a reali­ zarse. Como ya se ha dicho, no nos enriquece el tomar el camino cómodo, sino el dar. Dios y mundo, pp. 242-243

71.3 Debemos ser aceptados y dejamos aceptar. H em os de dejar transformar nuestra dependencia en amor y, asi, 88

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CAPÍTULO 4

LA LIBERTAD DE CRISTO El pecado 1. 4 Después del sínodo de los obispos dedicado al tema de la familia, mientras deliberábamos en un pequeño grupo acerca de los temas que podrían ser tratados en el próximo, recayó nuestra atención en las palabras de Je­ sús en las que Marcos, al comienzo de su Evangelio, re­ sume el mensaje de Aquél: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertios y creed en el Evangelio.» Uno de los obispos, reflexionando sobre ellas, dijo que tenía la impresión de que este resumen del mensaje de Jesús, en realidad, hacía ya mucho tiempo que lo habíamos dividido en dos partes. Hablamos mu­ cho y a gusto de evangelización, de la buena nueva, para hacer atrayente a los hombres el cristianismo. Pero casi nadie —opinaba el obispo— se atreve ya a expresar el mensaje profético: ¡Convertios! Casi nadie se atreve en nuestro tiempo a hacer esta elemental llamada del Evan­ gelio con la que el Señor quiere llevamos a cada uno a re­ conocernos como pecadores, como culpables y a hacer Penitencia, a convertimos en otro. Nuestro colega aña­ día además que la predicación cristiana actual le parecía Sernejante a una banda sonora de una sinfonía de la que 91

se hubiera omitido el comienzo del tema principal, de­ jándola incompleta e incomprensible en su desarrollo. Y con ello tocamos un punto extraordinario de nuestra ac­ tual situación histórico-espiritual. El tema del pecado se ha convertido en uno de los temas silenciados de nuestro tiempo. Pecado y salvación, pp. 87-88 2. 4 [...] la forma más grave del pecado consiste en que el hombre quiere negar el hecho de ser una criatura, por­ que no quiere aceptar la medida ni los límites que trae consigo. No quiere ser criatura porque no quiere ser me­ dido, no quiere ser dependiente. Entiende su dependen­ cia del amor Creador de Dios como una resolución ex­ traña. Pero esta resolución extraña es esclavitud, y de la esclavitud hay que liberarse. De esta manera el hombre pretende ser Dios mismo. Cuando lo intenta se transfor­ ma todo. Se transforma la relación del hombre consigo mismo y la relación con los demás: para el que quiere ser Dios, el otro se convierte también en limitación, en rival, en amenaza. Su trato con él se convertirá en una mutua inculpación y en una lucha, como magistralmente lo re­ presenta la historia del paraíso en la conversación de Dios con Adán y Eva (Gén. 3, 8-13). Pecado y salvación, pp. 96-97 3. 4 No se trata de quitarle al hombre el gusto por la vida, ni de coartársela con prohibiciones y negaciones. Se tra­ ta sencillamente de conducirla hacia la verdad y de esta m anera santificarla. El hombre sólo puede ser santo cuando es realmente él; cuando cesa de relegar y destruir la verdad. [...] El Espíritu Santo convence al mundo y nos convence también a nosotros del pecado, no para re­ 92

b a ja rn o s sino sa lv a rn o s.

para hacernos verdaderos y sanos, para

Pecado y salvación, p. 90 4 4 P recisam ente en la fiesta de la Inmaculada Concep­ ción brota en nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada, en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión dram ática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el bajar a las ti­ nieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma parte del verdadero hecho de ser hombres; que sólo en­ tonces se puede disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hecho de ser hombres, de ser verdade­ ramente nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser real­ mente nosotros mismos. En una palabra, pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al me­ nos un poco, para experimentar la plenitud del ser. En el día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una perso­ na aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios encuen­ tra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su corazón Se despierta verdaderamente y él se transforma en una Persona sensible y, por tanto, benévola y abierta. 8 de diciembre de 2005 93

5. 4 Pensamos que Mefistófeles —el tentador— tiene ra­ zón cuando dice que es la fuerza «que siempre quiere el mal y siempre obra el bien» (Johann Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un poco con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el fondo está bien, e incluso que es necesario. Pero al mi­ rar el mundo que nos rodea, podemos ver que no es así, es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hom­ bre, sino que lo envilece y lo humilla; no lo hace más grande, más puro y más rico, sino que lo daña y lo em­ pequeñece. 8 de diciembre de 2005 6 .4 Como un reflejo de la tentación de Israel coloca la Sa­ grada Escritura la tentación de Adán, en realidad la esencia de la tentación y del pecado de todos los tiempos. La tentación no comienza con la negación de Dios, con la caída en un abierto ateísmo. La serpiente no niega a Dios; al contrario, comienza con una pregunta, aparen­ temente razonable, que solicita información, pero que en realidad contiene una suposición hacia la cual arrastra al hombre, lo lleva de la confianza a la desconfianza: ¿Podéis comer de todos los árboles del jardín? Lo primero no es la negación de Dios sino la sospecha de su Alianza, de la comunidad de la fe, de la oración, de los Manda­ mientos en los que vivimos por el Dios de la Alianza. Pecado y salvación, pp. 92-93 7. 4 Queda muy claro aquí que, cuando se sospecha de la Alianza, se despierta la desconfianza, se conjuga la liber­ tad y la obediencia a la Alianza es denunciada como una cadena que nos separa de las auténticas promesas de la vida. Es tan fácil convencer al hombre de que esta Alian­ za no es un don ni un regalo sino una expresión de envi­ 94

dia frente al hombre, de que le roba su libertad y las cosas más apreciables de la vida. Pecado y salvación, p. 93 g. 4 Pecado, en esencia, es —y ahora está claro— una ne­ gativa a la verdad.

Pecado y salvación, p. 97 9 . 4 «Si coméis de él (es decir, si negáis los límites, si ne­ gáis la medida), entonces moriréis» (cfr. Gén. 3, 3). Sig­ nifica: el hombre que niega los límites del bien y el mal, la medida interna de la Creación, niega y rehúsa la ver­ dad. Vive en la falsedad, en la irrealidad. Su vida será pura apariencia; se encuentra bajo el dominio de la muerte. Nosotros, que además vivimos en este mundo de falsedades, de no-vivir, sabemos bien en qué medida existe este dominio de la muerte que hace de la vida mis­ ma una negación, un ser muerto. Pecado y salvación, pp. 97-98 10. 4 El hombre es relación y tiene su vida, a sí mismo, sólo como relación. Yo sólo no soy nada, sólo en el Tú y para el Tú soy yo-mismo. Verdadero hombre significa: estar en la relación del amor, del por y del para. Y peca­ do significa estorbar la relación o destruirla. El pecado es la negación de la relación porque quiere convertir a los hombres en Dios. El pecado es pérdida de la relación, interrupción de la relación, y por eso ésta no se encuen­ tra únicamente encerrada en el Yo particular. Cuando in­ terrumpo la relación, entonces este fenómeno, el peca­ do, afecta también a los demás, a todo. Por eso, el pecado es siempre una ofensa que afecta también al otro, que transforma el mundo y lo perturba. Pecado y salvación, pp. 99-100 95

1 1 . 4 Jesucristo

recorre a la inversa el camino de Adán. En oposición a Adán, Él es realmente «como Dios». Pero este ser-como-Dios, la divinidad, es ser-hijo y así la rela­ ción es completa. «El hijo no hace nada desde sí mismo.» Por eso la verdadera divinidad no se aferra a su autono­ mía, a la infinitud de su capacidad y de su voluntad. Re­ corre el camino en sentido contrario: se convierte en la total dependencia, en el siervo. Y como no va por el ca­ mino de la fuerza, sino por el del amor, es capaz de des­ cender hasta el engaño de Adán, hasta la muerte y poner en alto allí la verdad y dar la vida. Pecado y salvación, p. 102 12. 4 El rencor es el descontento fundamental del hom­ bre consigo mismo, que se venga, por decirlo así, en el otro, porque del otro no me llega lo que sólo me puede conceder con una apertura de mi alma. Mirar a Cristo, p. 82 13.4 La cruz, el lugar de su obediencia, se convierte en el verdadero árbol de la vida. Cristo se convierte en la ima­ gen opuesta de la serpiente como dice Juan en su Evan­ gelio (Jn. 3, 14). De este árbol viene no la palabra de la tentación, sino la palabra del amor salvador, la palabra de la obediencia, en la que Dios mismo se ha hecho obe­ diente para ofrecernos su obediencia como espacio de la libertad. Pecado y salvación, p. 103 La liberación deseada 14. 4 El último comandante de Auschwitz, Hess, afirm a­

ba en su diario que el campo de exterminio había sido 96

una inesperada conquista técnica. Tener en cuenta el ho­ rario del m in isterio, la capacidad de los crematorios y su fuerza de combustión y el combinar todo esto de mane­ ra que funcionara ininterrumpidamente constituía un program a fascinante y armonioso que se justificaba por sí mismo. Con tales ejemplos es evidente que no se podía continuar mucho tiempo. Todos los productos de la atro­ cidad, de cuyo continuo incremento somos hoy especta­ dores atónitos y en última instancia desamparados, se basan en este único y común fundamento. Como conse­ cuencia de este principio deberíamos hoy finalmente re­ conocer que es un engaño de Satán que quiere destruir al hombre y al universo. Deberíamos comprender que el hombre no puede nunca abandonarse al espacio desnu­ do del arte. En todo lo que hace, se hace a sí mismo. Por eso está siempre presente como medida suya él mismo, la Creación, su bien y su mal y cuando rechaza esta me­ dida, se engaña. No se libera, se coloca contra la verdad. Lo cual quiere decir que se destruye a sí mismo y al uni­ verso. Pecado y salvación, pp. 95-96 15. 4 La libertad nace cuando el «yo» se entrega al «tú», porque entonces se asume la «forma de Dios». El camino pascual, p. 105 16. 4 Una liberación que no tiene en cuenta la verdad, que es ajena a la verdad, no sería liberación, sino engaño, esclavitud y ruina del hombre. Una libertad que prescin­ de de la verdad no puede ser verdadera libertad. Lejos de la verdad, en consecuencia, no hay libertad digna de este nombre. El camino pascual, p. 99 97

17. 4 «Veo lo que es bueno y lo apruebo», dijo Ovidio, el poeta latino, «y sin embargo después hago lo contrario». Y san Pablo también afirmó en el capítulo 7 de la Epísto­ la a los Romanos: «No hago lo que quiero sino lo que abo­ rrezco.» A partir de eso asciende finalmente en san Pablo ese grito: «¡¿Quién me redimirá de esta contradicción in­ terna?!» Y en ese punto san Pablo comprende realmente por primera vez a Cristo, y a partir de ese instante llevó la respuesta redentora de Cristo al mundo pagano. Dios y el mundo, p. 44 18. 4 Básicamente existen tan sólo dos opciones funda­ mentales: por una parte, la autorrealización, en la cual trata el hombre de crearse a sí mismo para adueñarse por completo de su ser y hacerse con la totalidad de la vida exclusivamente para sí y desde sí mismo; y por otra, la opción de la fe y del amor. Esta opción es, al mismo tiempo, un decidirse por la verdad. Siendo como somos criaturas, no está en nuestras manos nuestro ser, no po­ demos realizamos por nosotros mismos; sólo si «perde­ mos» la vida podemos ganarla. El camino pascual, p. 26 19. 4 Los Mandamientos de Dios no son arbitrarios; son sencillamente la explicación concreta de las exigencias del amor. Pero tampoco el amor es una opción arbitra­ ria; el amor es el contenido de ser; el amor es la verdad: «Quien conoce la verdad, la conoce (se refiere a la luz in­ mutable), y quien la conoce, conoce la eternidad. La ca­ ridad la conoce. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y amada eternidad!» dice san Agustín cuando describe e momento en que descubrió al Dios de Jesucristo (Cortfe' siones VII 10,16). El ser no habla únicamente un lengua' je matemático; el ser tiene en sí mismo un contenido m0' 98

ral, y los Mandamientos traducen el lenguaje del ser al lenguaje humano. El camino pascual, p. 45. (En el original, el texto de san Agustín también está en latín.) 20. 4 Sospechando de la Alianza el hombre se pone en el camino de construirse un mundo para sí mismo. Dicho de otro modo: encierra la propuesta de que él no debe aceptar las limitaciones de su ser; de que no debe ni pue­ de considerar como limitaciones las del bien y el mal, las de la moral, en realidad, sino librarse sencillamente de ellas, suprimiéndolas. Pecado y salvación, p. 93 21. 4 Para que el hombre sea libre ha de ser «como Dios». El empeño de llegar a ser como Dios constituye el núcleo central de todo lo que se ha pensado para liberar al hombre. Puesto que el deseo de libertad pertenece a la esencia misma del hombre, este hombre busca necesa­ riamente, desde el principio, el camino que conduce a «ser como Dios»: no se conforma el hombre con menos, nada finito puede satisfacerle. Lo demuestra particular­ mente nuestro tiempo, con su apasionado anhelo de li­ bertad total y anárquica frente a la insuficiencia de las libertades burguesas, por amplias que éstas sean, y tam ­ bién frente a todo libertinaje. De ahí que una antropolo­ gía de la liberación, si quiere responder en profundidad a Problema que ésta plantea, no puede hacer caso omiSo de la pregunta: ¿cómo es posible alcanzar este fin, lle­ gar a ser como Dios, hacerse el hombre divino? El camino pascual, pp. 99-100 p Cuando se habla de la relación de Jesús-Hijo con el re>se toca el punto más sensible del problema de la 99

libertad y de la liberación del hombre, el punto sin el cual todo lo demás acaba por hundirse en el vacío. Una libe­ ración del hombre que deje de lado la transformación en Dios engaña al hombre, traiciona su incoercible deseo de infinito. El camino pascual, p. 101 23. 4 Jesucristo, como hemos visto, abre el camino a lo imposible, a la comunión entre Dios y el hombre, porque él, el Hijo encamado, es esta comunión; en él hallamos realizada esta «alquimia» que transforma al ser humano en el ser divino. Recibir al Señor en la Eucaristía signifi­ ca entrar en el ser de Cristo, entrar en esta alquimia del ser humano, en esta apertura de Dios, que es la condi­ ción de una apertura profunda entre los hombres. El camino pascual, p. 161 24. 4 Aquí se realiza la comunión entre el ser divino y el humano: en la obediencia del Hijo, en el sufrimiento de la obediencia. Intercambio admirable (admirable commercium), alquimia de los seres: aquí se hace realidad la comunión liberadora y conciliadora. Recibir la Eucaris­ tía significa, en su sentido más profundo, entrar en esta permuta de voluntades. En el sufrimiento de este inter­ cambio, y sólo en él, se transforma realmente la esencia hum ana, se transform an las condiciones del mundo, nace la comunidad, nace la Iglesia. El acto supremo de la participación en la obediencia del Hijo es también el úni­ co realmente eficaz para la renovación y transformación de las realidades exteriores del mundo. El camino pascual, p. 163 25. 4 La redención que ofrece el Logos, la Palabra encar nada de Dios, es por su misma esencia liberación de la 100

esclavitud de la apariencia, retorno a la verdad. Pero el paso de lo aparente a la luz de la verdad pasa a través de la cruz. Mirar a Cristo, p. 89 Conversión y perdón 26. 4 «Conversión» (metánoia) significa [...]: salir de la autosuficiencia, descubrir y aceptar la propia indigen­ cia, la necesidad de los demás y la necesidad de Dios, de su perdón, de su amistad. La vida sin conversión es autojustificación (yo no soy peor que los demás); la con­ versión es la humildad de entregarse al amor del Otro, amor que se transforma en medida y criterio de mi pro­ pia vida. Nueva evangelización, 10 de diciembre de 2000 27.4 «Convertirse» significa: seguirá Jesús, acompañar­ le, caminar tras sus pasos. Pero insistamos en el hecho de que es Dios el que nos convierte. La conversión no es una autorrealización del hombre; no es el hombre el ar­ quitecto de su propia vida. La conversión consiste esen­ cialmente en esta decisión: el hombre renuncia a ser su propio creador, deja de buscarse únicamente a sí mismo y de centrarse en su autorrealización, y acepta depender del verdadero Creador, del amor creativo; acepta que en esta dependencia consiste la verdadera libertad y que la ' ertad de la autonomía que pretende emanciparnos del reador no es verdadera libertad, sino ilusión y engaño. El camino pascual, pp. 25-26 2g to *