Occidente Contra Occidente

OCCIDENTE CONTRA OCCIDENTE 12” Addisi, Federico Gastón Occidente contra Occidente / Federico Gastón Addisi ; prefacio

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OCCIDENTE CONTRA OCCIDENTE

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Addisi, Federico Gastón Occidente contra Occidente / Federico Gastón Addisi ; prefacio de Diego Mazzieri. 1a ed revisada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : el autor, 2015. 107 p. ; 13 x 18 cm. ISBN 978-987-33-9218-4 1. Historia. 2. Filosofía. I. Mazzieri, Diego, pref. II. Título. CDD 109

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Este libro fue impreso en: "La Imprenta Digital SRL" www.laimprentadigital.com.ar Calle Melo 3711 Florida, Provincia de Buenos Aires En el mes de DICIEMBRE del año 2015.

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AGRADECIMIENTOS:

Al Doctor Diego Mazzieri que gentilmente prologó la obra. Al Doctor y amigo de FE de las JONS, Jorge Garrido San Román por sus comentarios, correcciones e ideas.

DEDICATORIA:

A mis hijos Juan Ignacio y Juan Manuel. Para ellos, que son la Patria chica y la luz de mi vida, es todo el esfuerzo. A mis padres que hacen de mi lo que soy. A Dios Nuestro Señor que me da fuerzas para librar el buen combate.

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PROLOGO Introducir la obra “Occidente contra Occidente” es de arduo cometido puesto que requiere deber participar de sus dos mejores virtudes, tanto académicas como literales: totalidad de contenido mediante poder de síntesis. Y la obra de Federico Addisi logra ambas cosas en una temática tan compleja que a nivel histórico data de siglos y a nivel filosófico de los más variados y cuantiosos pensadores. La presente obra debería ser material de estudio obligatorio en toda carrera de ciencia humanista, no sólo por reunir todos los requisitos académicos, sino además porque abre una línea de pensamiento que no se estudia ni siquiera en las universidades de derecho y ciencias sociales en algo que debería ser materia introductoria básica: ¿qué es Occidente? Actualmente en los círculos universitarios y/o académicos sólo se identifica la temática mediante una descripción remontada meramente a aspectos geográficos del planisferio o de puntos geográficos; y atento a que estudiar la cuestión de marras desde

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aspectos teológicos,

filosóficos, exhibe

históricos, como

tradicionales,

elocuente

prueba

y/o las

contradicciones derivadas del mundo globalizado en tanto premisas anti filosóficas, anti religiosas y anti culturales, amén de las propuestas geopolíticas, económicas y financieras de lo que se da en llamar como

“Nuevo

Orden

Mundial”,

artífice

de

la

inmanencia, el hedonismo y el materialismo. Todas esas contradicciones de marras, son estudiadas y descriptas cabalmente por el autor, quien no sólo que desdeña centrar el punto neurálgico de descripción de la cuestión en meros puntos geográficos, sino que además para él la esencia occidental no se remonta a cuestiones de latitud y longitud sino en la participación de los valores trascendentes, quid de la cuestión que las dictaduras del pensamiento único no se detienen a estudiar como lo hace Federico Addisi, pensador que contrapone al occidente decadente modernista, con el genuino Occidente Hispano y Católico. La importancia de la obra, radica en que revela las razones de la decadencia de occidente no sólo desde sus

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consecuencias que lo ejemplifican, sino denunciando las causas que las gestan. El autor es artífice no sólo de esta obra que nos compete sino de un sinnúmero de escritos partícipes del “pensamiento nacional”; el cual no es otra cosa que parte del genuino pensamiento “occidental”.

DIEGO CEFERINO MAZZIERI

72”

INTRODUCCION

La quiebra de valores con la consecuente “desaparición” de la ciencia axiológica en nuestra cultura occidental hace trascendental develar si la misma es aún reflejo de la cosmovisión católica, como antaño lo fuere, o si por el contrario, se ha producido un divorcio difícil de subsanar. Y si de valores hablamos resulta evidente contrastar lo que la modernidad entiende por ellos con lo que desde nuestra óptica realmente resulta valorable. Y en este ejercicio intelectual, que obliga a una introspección

en

el

plano

espiritual,

aparecen

claramente las causas y consecuencias que distanciaron al hombre moderno de su parte espiritual, trascendental, en definitiva, de Dios mismo. Y si como afirmamos, el hombre es la composición de cuerpo y alma, es vital entender por qué y cómo éste, para los cenáculos de la ideología imperante, se ha vuelto sólo materia.

82”

Así

está

planteada

la

interpelación,

que

suponemos, de acuciante actualidad y fundamental importancia, iniciamos este ensayo que no busca agotar un tema que nos supera, sino introducir al lector en una aproximación al mismo.

92”

CAPITULO I ¿QUÉ ES OCCIDENTE?

Creemos que lo que ocurre en la modernidad, y por ende, en el hombre que en ella se expresa es un profundo problema espiritual. Y si decimos esto, desde ya que situamos, fundamentalmente, el presente estudio en

lo filosófico-teológico. Y el enfoque teológico,

católico, nos fue llevando en el desarrollo del trabajo a la filosofía perenne que lo sustenta. Los clásicos, la patrística, la escolástica, y allí el enlace con la Antropología Filosófica. La decadencia que ya se nos presenta como evidente, tiene su correlato en hechos concretos, puesto que la ética modernista en la que el relativismo es bandera es reflejo de esta sociedad de la inmanencia, el hedonismo y materialismo. A esta degradación del “ser” nos fue arrastrando lo que hoy se conoce como Occidente. ¿Pero es así realmente? Para desmadejar el asunto tenemos que definir el objeto de estudio. Por lo tanto: ¿Qué es Occidente?

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En una primera aproximación, citamos al filósofo Alberto Buela que sostiene: “Posee según nuestro criterio, los rasgos fundamentales siguientes: a- El indo europeo como sustrato linguistico fundamental irrecusable. Y aunque quiere verse allí cierto matiz oriental, ha sido, en definitiva Occidente que le ha dado el carácter operatorio. b- La noción de ser aportada por la filosofía griega, que como se ha podido con justeza afirmar “el problema de ser-en el sentido” ¿Qué es el ser? Es el menos natural de todos los problemas…aquel

que las tradiciones no

occidentales jamás presintieron ni barruntaron. c- La concepción del ser humano como persona, esto es como un “ser moral libre” como gustaba definirla Max Scheller. Este concepto conjuntamente con aquel de la propiedad privada, como el espacio de expresión de la voluntad libre según la definición de Hegel, son el núcleo de una antropología que nos ha llegado directamente del Imperio Romano a través de su concepción jurídica. d- El Dios uno y trino, personal y redentor, como el aporte más propio del cristianismo.

112”

e- La instrumentación de la razón humana como poder científico y tecnológico que ha dado hasta el presente la primacía a Occidente sobre Oriente”. En la misma línea, podemos tomar una segunda definición, quizás más clara que la primera, extraída del eminente filósofo y pensador del nacionalismo católico argentino, nos referimos a Jordán Bruno Genta - asesinado por la guerrilla marxista del ERP en la década del 70-, quien señalaba los elementos constitutivos de Occidente: “Occidente es aquello que se nutre de tres grandes fuentes. Lo heredado a través de España, la cristiandad, la filosofía clásica de Platón, Sócrates y Aristóteles, cristianizada –si se permite el término- por la patrística y la escolástica, en particular por San Agustin y Santo Tomas, y es finalmente, el derecho romano”. Sin embargo, conviene insistir en que el emérito profesor se refería a los constitutivos; esto es, aquellos elementos que hicieron a Occidente, pero que a nuestro criterio, Reforma Protestante mediante, ya no son los mismos que priman hoy día.

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Es lamentable e inconmensurable el daño de la Reforma de Lutero, que a su vez dio origen a lo que llamamos las tres grandes revoluciones. Todas ellas, hijas de este primer cisma de la fe. Este tema se encuentra muy bien desarrollado por un gran teólogo que posteriormente se terminaría apartando de la recta doctrina en un imprescindible libro “Los Tres Grandes Reformadores”, y nos referimos, claro está, a Jacques Maritain. Allí exponía que dichos reformadores fueron Lutero, Descartes y Rousseau, y en la página número 3 de su libro, ya desnudaba su eje central sosteniendo que: “Tres personas por razones muy diversas dominan el mundo moderno y están a la cabeza de todo lo que lo atormentan, Un reformador religioso, uno filosófico y un reformador moral”. Volviendo a la definición de Genta, creemos entonces, que en esta época no podemos hablar de Cristiandad, como elemento que aún perdura, porque existió una Reforma que quebró dicha unidad y a su vez disparó dos revoluciones que son consecuencia de ella y echó por tierra su cosmovisión. Por lo expresado nosotros preferimos hablar de catolicismo y

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no de cristiandad. Decía el autor argentino Boixaidós en su libro la IV Revolución Mundial: “En este momento estaríamos en la IV Revolución Mundial, la primera, la protestante en 1517, fue anunciada, precedida y preparada por el humanismo renacentista, entierra la sociedad teocéntrica medieval, dando paso al giro antropocéntrico donde se pone como centro de la cosmovisión

al hombre como tal, todo esto se

exacerba en la segunda revolución, la Revolución francesa de 1789, donde claramente Rousseau tiene influencia. En ella toma rasgos anti deísta y teísta y se pone como Dios supremo a “la diosa razón”. Lamentablemente

los

idearios

de

dicha

revolución siguen vigentes hasta hoy. Por supuesto, no nos referimos a los ideales de los “derechos del hombre”, que dicho sea de paso no tenían nada de novedoso porque ellos estaban contemplados en el Derecho Natural, sino por el conocido frontispicio de “igualdad, libertad y fraternidad”. Al respecto decía el filósofo existencialista católico Gabriel Marcel: “Hay que renunciar de una vez por todas a la especie de

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inmotivada, irracional conjunción entre igualdad y fraternidad, vigente desde hace un siglo y medio por obra de espíritus desprovistos de toda potencia reflexiva. Estamos tan acostumbrados a ver acopladas las palabras igualdad y fraternidad que ni siquiera nos preguntamos si hay compatibilidad entre las ideas que esas palabras designan. Pero la reflexión permite justamente reconocer que esas ideas corresponden, para hablar como Rilke, a direcciones del corazón completamente opuestas. La igualdad traduce una suerte de afirmación espontánea que es la de la pretensión y el resentimiento: soy tu igual, no valgo menos que tú. En otros términos, la igualdad está centrada sobre la conciencia reivindicadora del yo. La fraternidad, al contrario, tiene su eje en el otro; tú eres mi hermano. Aquí todo sucede como si la conciencia se proyectara hacia el otro, hacia el prójimo. Esta palabra admirable, el prójimo, es una de esas que la conciencia filosófica desestimó demasiado, dejándola en cierta forma desdeñosamente a los predicadores. Pero cuando pienso con fuerza “mi hermano” o “mi

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prójimo” no me inquieta saber si soy o no soy su igual, precisamente porque mi intención no se constriñe a lo que soy o a lo que puedo valer”. Sobre estas cándidas palabras el liberalismo político en su conjunto y en particular los elementos ligados a la masonería apuntan claramente a la destrucción de nuestras patrias, de la familia y sobre todo de la religión católica y de todo aquello que nosotros como hombres de tradición consideramos como valorable. Con claridad meridiana sentenciaba el mártir poeta; ese caballero de la Hispanidad que fue José Antonio Primo de Rivera: “El Estado Liberal –el Estado sin fe, encogido de hombros– escribió en el frontispicio de su templo tres bellas palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Pero bajo su signo no florece ninguna de las tres. La libertad no puede vivir sin el amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando los principios cambian con los vaivenes de la opinión, sólo hay libertad para los acordes con la mayoría. Las minorías están llamadas a sufrir y callar. Todavía bajo los tiranos medievales quedaba a las víctimas el

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consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría oprimir, pero los materialmente oprimidos no dejaban por eso de tener razón contra el tirano. Sobre las cabezas de tiranos y súbditos estaban escritas palabras eternas, que daban a cada cual su razón. Bajo el Estado democrático, no: la Ley –no el Estado, sino la Ley, voluntad presunta de los más– tiene siempre razón. Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tachado de díscolo peligroso si moteja de injusta la Ley. Ni esa libertad le queda. Por eso ha tachado Duguit de error nefasto la creencia de que un pueblo ha conquistado su libertad el día mismo en que proclama el dogma de la soberanía nacional y acepta la universalidad del sufragio. ¡Cuidado –dice– con sustituir el despotismo de los reyes por el absolutismo democrático! Hay que tomar contra el despotismo de las asambleas populares precauciones más enérgicas quizá que las establecidas contra el despotismo de los reyes. "Una cosa injusta sigue siéndolo aunque sea ordenada por el pueblo y sus representantes, igual que si hubiera sido ordenada por un príncipe. Con el dogma de la soberanía popular

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hay demasiada inclinación a olvidarlo. Así concluye la Libertad bajo el imperio de las mayorías y la Igualdad. Por de pronto, no hay igualdad entre el partido dominante, que legisla a su gusto, y el resto de los ciudadanos que lo soportan. Más todavía: produce el Estado liberal una desigualdad más profunda: la económica. Puestos, teóricamente, el obrero y el capitalista en la misma situación de libertad para contratar el trabajo, el obrero acaba por ser esclavizado al capitalista. Claro que éste no obliga a aquél a aceptar por la fuerza unas condiciones de trabajo, pero le sitia por hambre, le brinda unas ofertas que en teoría el obrero es libre de rechazar, pero si las rechaza no come, y al cabo tiene que aceptarlas. Así trajo el liberalismo la acumulación de capitales y la proletarización de masas enormes. Para defensa de los oprimidos por la tiranía económica de los poderosos hubo de ponerse en movimiento algo tan antiliberal como es el socialismo. Y, por último, se rompe en pedazos la Fraternidad. Como el sistema democrático funciona sobre el régimen de las

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mayorías, es preciso, si se quiere triunfar dentro de él, ganar la mayoría a toda costa. Cualesquiera armas son lícitas para el propósito; si con ello se logra arrancar unos votos al adversario, bien está difamar de mala fe sus palabras. Para que haya minoría y mayoría tiene que haber por necesidad división. Para disgregar el partido contrario tiene que haber por necesidad odio. División y odio son incompatibles con la Fraternidad. Y así los miembros de un mismo pueblo dejan de sentirse de un todo superior, de una alta unidad histórica que a todos los abraza. El patrio solar se convierte en mero campo de lucha, donde procuran desplazarse

dos

–o muchos–

bandos

contendientes, cada uno de los cuales recibe la consigna de una voz sectaria, mientras la voz entrañable de la tierra común, que debiera llamarlos a todos, parece haber enmudecido”. Todo esto es parte de un proceso generado por la revolución francesa pero que tuvo su inicio en la reforma protestante. Pero como si fuera poco faltaba el tercer golpe, siguiendo a Boixadós, la tercer revolución,

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claro está; la revolución bolchevique de 1917. Aquella revolución que terminó con la rusia zarista y que como bien dice el Padre Sáenz en su libro “De Vladimir a la Rusia Soviética”, aparto a Rusia de su deber histórico para sumergirla en las garras del materialismo ateo y apátrida. A esta altura de la digresión ya podemos preguntarnos si efectivamente occidente está compuesto por

las

tres

vertientes

que

mencionamos

precedentemente. Para René Guenon: “Se dice que el Occidente moderno es cristiano, pero eso es un error: el espíritu moderno es anticristiano, porque es esencialmente antireligioso; y es antireligioso porque, más generalmente todavía, es antitradicional; eso es lo que constituye su carácter propio, lo que le hace ser lo que es. Ciertamente, algo del Cristianismo ha pasado hasta la civilización anticristiana de nuestra época, cuyos representantes más «avanzados», como dicen en su lenguaje especial, no pueden evitar haber sufrido y sufrir

todavía,

involuntaria

y

quizás

inconscientemente, una cierta influencia cristiana, al

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menos indirecta; y ello es así porque una ruptura con el pasado, por radical que sea, no puede ser nunca absolutamente completa y tal que suprima toda continuidad. Iremos más lejos incluso, y diremos que todo lo que puede haber de válido en el mundo moderno le ha venido del Cristianismo, o al menos a través del Cristianismo, que ha aportado con él toda la herencia de las tradiciones anteriores, que la ha conservado viva tanto como lo ha permitido el estado de Occidente, y que siempre lleva en sí mismo sus posibilidades latentes; ¿pero quién tiene hoy día, incluso entre aquellos que se afirman cristianos, la consciencia efectiva de esas posibilidades? (…) Por otra parte, como lo indicábamos también más atrás, es muy cierto que es en el Catolicismo únicamente donde se ha mantenido lo que subsiste todavía, a pesar de todo, de espíritu tradicional en Occidente”. Y entonces, para precisar más el concepto deberíamos (en la actualidad) ya no hablar

de

cristiandad, sino de catolicismo. Por ende nuestra definición de occidente será: “La ecúmene que tiene

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como religión y cosmovisión al catolicismo, que se apoya en la filosofía clásica griega interpretada por los padres de la Iglesia, y basa sus normas de conducta en el Derecho romano”. Concordantemente con nuestra tesis, citamos nuevamente a

Guenon: “Es únicamente en el

Cristianismo, decimos más precisamente aún; en el Catolicismo, donde se encuentran, en Occidente, los restos del espíritu tradicional que sobreviven todavía. Toda tentativa «tradicionalista» que no tenga en cuenta este hecho está inevitablemente abocada al fracaso”. Pero si nos ceñimos a esta idea cabe preguntarse entonces qué pasa con países como Inglaterra, como Australia o el mismo EEUU, porque no es novedoso que desde hace varios siglos ya, no ha predominado en ellos la filosofía clásica ni la cosmovisión cristiana ni el culto católico.

Y para remarcar más aún la diferente

concepción que tienen los anglosajones del mundo occidental vamos a citar a dos pensadores liberales. Uno de ellos, exiliado cubano pero anglófilo hasta los

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tuétanos - nos referimos a Armando Ribas - definía Occidente de una manera bastante particular. Luego de afirmar que “decía mi amigo Jorge García Venturini que Occidente era la simbiosis del verbo (judeo-cristiano) y el logos (griego)”; arremete con una categorización que a nuestro juicio está impregnada de Romanticismo secular y que resulta absolutamente imprecisa. Decía Ribas: “Es innegable que el aporte anglosajón al proyecto universalista que representa la democracia liberal no puede ser sobrevalorado. Podría decir, entonces, que la libertad individual se asienta precisamente en la aceptación socrática y cristiana, pero de una manera diferente. El reconocimiento de los límites de la razón (“Sólo sé que no sé nada”) y de la falibilidad del hombre (“El justo peca siete veces”: “El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”) son, a mi juicio, los principios en que se fundamenta Occidente y en el cual el aporte de este lado del Atlántico ha sido decisivo” (…) “No obstante yo me atrevería a coincidir, en este aspecto, una vez más con Popper y decir, en la misma línea de David

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Hume, que Occidente ha sido el proceso de la sociedad abierta, donde los derechos individuales pusieron límite al absolutismo del Estado cualquiera fuese el carácter de éste. Libertad y bienestar individual han sido el carácter del Occidente liberal y democrático que permitió la sociedad plural étnica, religiosa e, inclusive, ideológica”. En la misma línea, y en las antípodas de lo que venimos intentando demostrar, un “think tank” de las usinas del Nuevo Orden Mundial, fallecido en el 2010, nos referimos

a Samuel

Huntington, en su promocionado libro “El choque de las civilizaciones” tenía conceptos esclarecedores sobre lo que es el pensamiento único de estos hombres que pretenden el nuevo orden mundial; que no es orden porque altera el orden natural, que de nuevo no tiene nada, y que de mundial sólo tiene la pretensión de los cenáculos de poder de quedarse con la hegemonía y monopolio del mismo. O dicho a la manera del filólogo Carlos Disandro; estos grupos que pertenecen a la sinarquía internacional. Retomando la exposición; Huntington definía a Occidente en la pág. 35 como: “La

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polarización cultural de oriente y occidente, es en parte una consecuencia más de la práctica universal aunque desafortunada- de llamar a las civilizaciones europeas civilización occidental. En lugar de hablar de oriente y occidente es más apropiado hablar de occidente y el resto del mundo, lo que al menos implica la existencia de muchos no occidentes”. Parece un trabalenguas pero no lo es.

Si es lógico

hablar de varios orientes (porque él habla de varios orientes),

siguiendo

el

hilo

del

razonamiento

introducido por nosotros al principio de nuestra tesis, también sería viable (otorgando lo que nos negamos a otorgar) que haya varios occidentes (al decir de Huntington). Si cabe pensar que en Estados Unidos reina la cosmovisión católica, aun sabiendo de su “Ética Protestante”, de su liberalismo filosófico (presente desde la Constitución y Acta de Independencia de “los padres fundadores” –tan ligados a la masonería por cierto-) y su consumismo, hijo putativo de todo lo anterior; entraríamos en una manifiesta contradicción con todo el desarrollo de la teoría que venimos

252”

sosteniendo. Más aún, ¿es posible creer que Inglaterra pertenezca a occidente, según nuestra definición?, ¿es posible pensar que Australia, forme parte de nuestra ecúmene?

Según

estos

pensadores,

(Huntington,

Fukuyama, Brzezinnki, Ribas, etc) claramente sí, pero la paradoja es que España; más aún hispanoamérica, no es parte de occidente para “estos intelectuales”. En el citado libro de Huntington en la pág 52, el autor se da el lujo de hablar de un occidente (introduciendo en él a todos aquellos países que hemos demostrado su incompatibilidad de valores a los que dicen pertenecer) y varios orientes y dice lo siguiente: “Latinoamérica se podría considerar una o sub-civilización dentro de occidente, o una civilización aparte íntimamente emparentada con occidente y dividida en cuanto a su pertenencia. Para un análisis centrado de las consecuencias civilizaciones,

políticas incluidas

internacionales la

de

relaciones

las de

Latinoamérica por una parte, Norteamérica y Europa por otra, la segunda opción es la más adecuada. Occidente pues incluye Europa y Norteamérica, los

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otros países de colonos europeos como Australia y Nueva Zelanda, pero no Latinoamérica”. Hoy en día el término occidente recalca el pensador norteamericano, se usa universalmente para referirse a lo que se solía denominar cristiandad - y por fin llegamos al talón de Aquiles de la teoría de Samuel Huntington-

cuando después de varias falacias

argumentales e ideológicas termina cayendo en el lugar común de que occidente es la cristiandad. Y así nos da la razón a lo que nosotros sostenemos. Occidente es el catolicismo y para precisar más aún; hoy en día Occidente sobrevive en la Hispanidad. ¿Cómo es posible que España, y ésta va a ser su gloria por los siglos de los siglos -aunque haya movimientos indigenistas que pretendan diluir esta gloria-, haya descubierto para Occidente, y el mundo un nuevo continente ganado para la cristiandad, y aún se ponga en duda su pertenencia (fundacional por cierto) a ése mismo mundo? Por lo tanto Hispanoamérica y no Latinoamérica que va a ser un concepto introducido por Napoleón III, de neto corte francés e imperialista, para

272”

justificar la expansión del imperio en América, que es el legado que España le da a la humanidad, es claramente parte de occidente y por lo tanto de la hispanidad. En forma categórica y análoga a la nuestra se expresaba Alberto Buela: “En cuanto a nuestra distinción de la América del Norte, consideramos que la más lograda es la realizada por un desengañado sajón americano cuando demarcando las diferencias de las dos conciencias que viven en el continente dice: “Vosotros (por los Hispanoamericanos) habéis sido menos zapados por la fea Edad Moderna, menos corrompidos por el falso humanismo y racionalismo. Estás más cerca del sentido de la vida humana, como drama trágico y divino, pues estáis más cerca de la Edad Media Cristiana, en la que todos los valores de Judea, Grecia y Roma, formaron parte de un organismo cósmico. Tenéis valores, mientras que nosotros (los yanquis) tecnológica

sólo y

tenemos

entusiasmo

empresarial)”

(…)

(voluntad “Así,

pues

consideramos la América Hispánica como una unidad geográfica, cultural, lingüística y religiosa indivisible.

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Esta “nación colosal”, este espacio geográfico único en el mundo entero, tiene desde el punto de vista político, también una identidad común. Pero esta identidad común esta forjada, no tanto por los objetivos comunes a realizar como por la naturaleza del enemigo común que siempre la unifica. Se confirma nuevamente la idea del pensador alemán Carl Schmitt, cuando en las primeras líneas de su obra “El concepto de la política” afirma que “la distinción política fundamental es la distinción entre el amigo y el enemigo” (entendido éste como hostis y no como inimicus). Para Hispanoamérica, el enemigo no es otro que el imperialismo anglosajón (…) Nosotros forjamos nuestra identidad asumiendo la fuerza vital y los valores de la Europa anterior a la Revolución Mundial los que han sido transformados por la formidable matriz americana. Es por ello que nosotros nos hemos reconocido en la noción de Occidente y que no era otra cosa, para nosotros americanos, que lo que Europa tenía de mejor. De tal manera que la cuestión queda planteada de la siguiente manera: Si nosotros

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entendemos por Occidente

esta base común que

hemos explicitado en el curso de esta intervención, Hispanoamérica no es solamente el más occidental de los continentes, sino que conserva en su seno la única esperanza de fundar un nuevo arraigo. Porque esa conciencia europea que llegó a la América Hispánica no pasó por los diferentes estadios de la denominada Revolución Mundial; es decir, Reforma, Revolución Francesa, Revolución Bolchevique y Revolución Tecnotrónica sino que, incluso hasta la última ola inmigratoria, posee como “núcleo aglutinado de su conciencia” una cosmovisión que es anterior, en el tiempo, al comienzo de la Revolución Mundial”.

302”

CAPITULO II

LA HISPANIDAD. SUBSTRATUMOCCIDENTAL.

Lo diremos sin rodeos: para nosotros Occidente, hoy día, es la Hispanidad. Por supuesto que esta definición no será del agrado de los cultores del Nuevo Orden Mundial que no sólo buscan la preeminencia en el orbe a través del dinero y el capitalismo financiero usurero, sino que además buscan la hegemonía cultural universal. Pero que no levanten la voz con tantos bríos. Porque si hay un ejemplo que puede sintetizar los valores de Occidente a lo largo de la historia, esa es Hispanoamérica. Y varios pensadores han definido con claridad qué es la hispanidad, por ejemplo Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad, García Morente y tantos otros. Decía Maeztu en las págs 20 y 22 del citado libro “La Hispanidad no es cuestión de raza y sería un absurdo buscar sus características en la etnografía sino que se apoya en dos pilares, la religión

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católica y el régimen de la monarquía católica”. Y sobre el tema escribía y Morente: “Pues bien, yo pienso que todo el espíritu y todo el estilo de la nación española pueden también condensarse y a la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspiración secreta y profunda de las almas españolas, el caballero cristiano. El caballero cristiano -como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del griego- expresa en la breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o el

extracto

último

de

los

ideales

hispánicos.

Caballerosidad y cristiandad en fusión perfecta e identificación radical, pero concretadas en una personalidad absolutamente individual y señera, tal es, según yo lo siento, el fondo mismo de la psicología hispánica”. ¿Ahora bien, estos dichos, ciertos por otra parte, se condicen con la España actual, o más bien se refieren al Imperio Español de Isabel y Fernando, de los Austrias, etc, que tenía vocación de conquista pero también de evangelización?

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Y viene en nuestro auxilio las palabras de un gran líder que tuvo la Argentina y como tal, admirador de España. Decía el Gral. Perón

en un extenso discurso que

pronunció el 12 de octubre de 1947, en Homenaje a Cervantes: “No me consideraría con derecho a levantar mi voz en el solemne día que se festeja la gloria de España, si mis palabras tuvieran que ser tan sólo halago de circunstancias o simple ropaje que vistiera

una

conveniencia

ocasional. Me

veo

impulsado a expresar mis sentimientos porque tengo la firme convicción de que las corrientes de egoísmo y las encrucijadas de odio que parecen disputarse la hegemonía del orbe, serán sobrepasadas por el triunfo del espíritu que ha sido capaz de dar vida cristiana y sabor de eternidad al Nuevo Mundo. No me atrevería a llevar mi voz a los pueblos que, junto con el nuestro, formamos la Comunidad Hispánica, para realizar tan sólo una conmemoración protocolar del Día de la Raza. Únicamente puede justificarse el que rompa mi silencio, la exaltación de nuestro espíritu ante la contemplación reflexiva de la influencia que, para

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sacar al mundo del caos que se debate, puede ejercer el tesoro espiritual que encierra la titánica obra cervantina, suma y compendio apasionado y brillante del inmortal genio de España. Espíritu contra utilitarismo. Al impulso ciego de la fuerza, al impulso frío del dinero, la Argentina, coheredera de la espiritualidad

hispánica,

opone

la

supremacía

vivificante del espíritu. En medio de un mundo en crisis y de una humanidad que vive acongojada por las consecuencias de la última tragedia e inquieta por la hecatombe que presiente; en medio de la confusión de las pasiones que restallan sobre las conciencias, la Argentina,

la

isla

de

paz,

deliberada

y

voluntariamente, se hace presente en este día para rendir cumplido homenaje al hombre cuya figura y obra constituyen la expresión más acabada del genio y la grandeza de la raza. Y a través de la figura y de la obra de Cervantes va el homenaje argentino a la Patria Madre, fecunda, civilizadora, eterna, y a todos los pueblos que han salido de su maternal regazo. Por eso estamos aquí, en esta ceremonia que tiene la

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jerarquía de símbolo. Porque recordar a Cervantes es reverenciar a la madre España; es sentirse más unidos que nunca a los demás pueblos que descienden legítimamente de tan noble tronco; es afirmar la existencia

de

una

comunidad

cultural

hispanoamericana de la que somos parte y de una continuidad histórica que tiene en la raza su expresión objetiva más digna, y en el Quijote la manifestación viva y perenne de sus ideales, de sus virtudes y de su cultura; es expresar el convencimiento de que el alto espíritu señoril y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de los egoísmos. Por eso rendimos aquí el doble homenaje a Cervantes y a la Raza. Homenaje, en primer lugar, al grande hombre que legó a la humanidad una obra inmortal, la más perfecta que en su género haya sido escrita, código del honor y breviario del caballero, pozo de sabiduría y, por los siglos, de los siglos, espejo y paradigma de su raza. Destino maravilloso el de Cervantes que, al escribir El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha,

352”

descubre en el mundo nuevo de su novela, con el gran fondo de la naturaleza filosófica, el encuentro cortés y la unión entrañable de un idealismo que no acaba y de un realismo que se sustenta en la tierra. Y además caridad y amor a la justicia, que entraron en el corazón mismo de América; y son ya los siglos los que muestra, en el laberinto dramático que es esta hora del mundo, que siempre triunfa aquella concepción clara del riesgo por el bien y la ventura de todo afán justiciero. El saber “jugarse entero” de nuestros gauchos es la empresa que ostentan orgullosamente los “quijotes de nuestras pampas”. En segundo lugar, sea nuestro homenaje a la raza a que pertenecemos. Para nosotros, la raza no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ella es lo que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra,

362”

pero a las que con cristiana caridad aspiramos a comprender y respetamos. Para nosotros, la raza constituye nuestro sello personal, indefinible e inconfundible. Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad. Nuestro homenaje a la madre España constituye también una adhesión a la cultura occidental. Porque España aportó al occidente la más valiosa de las contribuciones: el descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo ganado para la causa de la cultura occidental. Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la Historia. Es única en el mundo. Constituye su más calificado blasón y es la mejor ejecutoria de la raza, porque toda la obra civilizadora es un rosario de heroísmos, de sacrificios y de ejemplares renunciamientos. Su empresa tuvo el sino de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto.

372”

Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad el mandato póstumo de la Reina Isabel de “atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios“. Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano… Era un puñado de héroes, de soñadores desbordantes de fe. Venían a enfrentar a lo desconocido; ni el desierto, ni la selva con sus mil especies donde la muerte aguardaba el paso del conquistador en el escenario de una tierra inmensa, misteriosa, ignorada y hostil. Nada los detuvo en su empresa; ni la sed, ni el hambre, ni las epidemias que asolaban sus huestes; ni el desierto con su monótono desamparo, ni la montaña que les cerraba el paso, ni la selva con sus mil especies de oscuras

y

desconocidas

muertes.

A

todo

se

sobrepusieron. Y es ahí, precisamente, en los momentos más difíciles, en los que se los ve más

382”

grandes, más serenamente dueños de sí mismos, más conscientes de su destino, porque en ellos parecía haberse hecho alma y figura la verdad irrefutable de que “es el fuerte el que crea los acontecimientos y el débil el que sufre la suerte que le impone el destino”. Pero en los conquistadores pareciera que el destino era trazado por el impulso de su férrea voluntad. Como no podía ocurrir de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes lo que había sido una empresa de héroes. Todas las armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos. Y todo, con un propósito avieso. Porque la difusión de la leyenda negra, que ha pulverizado la crítica histórica seria y desapasionada, interesaba doblemente a los aprovechados detractores. Por una parte, les servía para echar un baldón a la cultura heredada por la comunidad de los pueblos

392”

hermanos que constituimos Hispanoamérica. Por la otra procuraba fomentar así, en nosotros, una inferioridad

espiritual

propicia

a

sus

fines

imperialistas, cuyas asalariados y encumbradísimos voceros repetían, por encargo, el ominoso estribillo cuya remunerada difusión corría por cuenta de los llamados órganos de información nacional. Este estribillo ha sido el de nuestra incapacidad para manejar

nuestra

economía

e

intereses,

y

la

conveniencia de que nos dirigieran administradores de otra cultura y de otra raza. Doble agravio se nos infería; aparte de ser una mentira, era una indignidad y una ofensa a nuestro decoro de pueblos soberanos y libres. España, nuevo Prometeo, fue así amarrada durante siglos a la roca de la Historia. Pero lo que no se pudo hacer fue silenciar su obra, ni disminuir la magnitud de su empresa que ha quedado como magnífico aporte a la cultura occidental. Allí están, como prueba fehaciente, las cúpulas de las iglesias asomando en las ciudades fundadas por ella; allí sus leyes de Indias, modelo de ecuanimidad, sabiduría y

402”

justicia; sus universidades; su preocupación por la cultura, porque “conviene –según se lee en la Nueva Recopilación– que naturales,

nuestros

tengan

en

vasallos,

los

reinos

súbditos de

y

Indias,

universidades y estudios generales donde sean instruidos y graduados en todas ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia y del error, se crean

Universidades

gozando

los

que

fueren

graduados en ellas de las libertades y franquezas de que gozan en estos reinos los que se gradúan en Salamanca”. Su celo por difundir la verdad revelada porque –como también dice la Recopilación– “teniéndonos por más obligados que ningún otro príncipe del mundo a procurar el servicio de Dios y la gloria de su santo nombre y emplear todas las fuerzas y el poder que nos ha dado, en trabajar que sea conocido y adorado en todo el mundo por verdadero Dios como lo es, felizmente hemos conseguido traer al gremio de la

412”

Santa Iglesia Católica las innumerables gentes y naciones que habitan las Indias occidentales, isla y tierra firme del mar océano”. España levantó, edificó universidades, difundió la cultura, formó hombres, e hizo mucho más; fundió y confundió su sangre con América y signó a sus hijas con un sello que las hace, si bien distintas a la madre en su forma y apariencias, iguales a ella en su esencia y naturaleza. Incorporó a la suya la expresión de un aporte fuerte y desbordante de vida que remozaba a la cultura occidental con el ímpetu de una energía nueva. Y si bien hubo yerros, no olvidemos que esa empresa, cuyo cometido la antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue aquí cumplida por hombres, por un puñado de hombres que no eran dioses aunque los impulsara, es cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados a la imagen y semejanza de Dios. Son hombres y mujeres de esa raza los que en heroica comunión rechazan, en 1806, al extranjero invasor, y el hidalgo jefe que obtenida la victoria amenaza con “pena de la vida al que los insulte”. Es gajo de ese tronco el pueblo

422”

que en mayo de 1810 asume la revolución recién nacida; esa sangre de esa sangre la que vence gloriosamente en Tucumán y Salta y cae con honor en Vilcapugio y Ayohuma; es la que bulle en el espíritu levantisco e indómito de los caudillos; es la que enciende a los hombres que en 1816 proclaman a la faz del mundo nuestra independencia política; es la que agitada corre por las venas de esa raza de titanes que cruzan las ásperas y desoladas montañas de los Andes, conducidas por un héroe en una marcha que tiene la majestad de un friso griego; es la que ordena a los hombres que forjaron la unidad nacional, y la que aliente a los que organizaron la República; es la que se

derramó

generosamente

cuantas

veces

fue

necesario para defender la soberanía y la dignidad del país; es la misma que moviera al pueblo a reaccionar sin jactancia pero con irreductible firmeza cuando cualquiera osó inmiscuirse en asuntos que no le incumbían y que correspondía solamente a la nación resolverlos; de esa raza es el pueblo que lanzó su anatema a quienes no fueron celosos custodios de su

432”

soberanía, y con razón, porque sabe, y la verdad lo asiste, que cuando un Estado no es dueño de sus actos, de sus decisiones, de su futuro y de su destino, la vida no vale la pena de ser allí vivida; de esa raza es ese pueblo, este pueblo nuestro, sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne, heroico y abnegado pueblo, virtuoso y digno, altivo sin alardes y lleno de intuitiva sabiduría, que pacífico y laborioso en su diaria jornada se juega sin alardes la vida con naturalidad de soldado, cuando una causa noble así lo requiere, y lo hace con generosidad de Quijote, ya desde el anónimo y oscuro foso de una trinchera o asumiendo en defensa de sus ideales el papel de primer protagonista en el escena rio turbulento de las calles de una ciudad. Señores: La historia, la religión y el idioma nos sitúan en el mapa de la cultura occidental y latina, a través de su vertiente hispánica, en la que el heroísmo y la nobleza, el ascetismo y la espiritualidad, alcanzan sus más sublimes proporciones. El Día de la Raza, instituido por el Presidente Yrigoyen, perpetúa en magníficos términos el sentido de esta filiación. “La

442”

España descubridora y conquistadora –dice el decreto–, volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento”. Si la América olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo

y

negara

a

España,

quedaría

instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez. Ya lo dijo Menéndez y Pelayo: “Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora”. Y situado en las antípodas de su

452”

pensamiento, Renán afirmó que “el verdadero hombre de progreso es el que tiene los pies enraizados en el pasado”. El sentido misional de la cultura hispánica, que catequistas y guerreros introdujeron en la geografía espiritual del Nuevo Mundo, es valor incorporado y absorbido por nuestra cultura, lo que ha suscitado una comunidad de ideas e ideales, valores y creencias, a la que debemos preservar de cuantos elementos

exóticos

pretenden

mancillarla.

Comprender esta imposición del destino, es el primordial deber de aquellos a quienes la voluntad pública o el prestigio de sus labores intelectuales, les habilita para influir en el proceso mental de las muchedumbres. Por mi parte, me he esforzado en resguardar las formas típicas de la cultura a que pertenecemos, trazándome un plan de acción del que pude decir –el 24 de noviembre de 1944– que “tiene, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por una exaltación de los valores espirituales”. Precisamente esa oposición, esa contraposición entre materialismo y espiritualidad, constituye la ciencia del

462”

Quijote. O más propiamente representa la exaltación del idealismo, refrenado por la realidad del sentido común. De ahí la universalidad de Cervantes, a quien, sin embargo,

es

preciso

identificar

como

genio

auténticamente español, mal que no puede concebirse como no sea en España. Esta solemne sesión, que la Academia Argentina de Letras ha querido poner bajo la advocación del genio máximo del idioma en el IV Centenario de su nacimiento, traduce –a mi modo de ver– la decidida voluntad argentina de reencontrar las rutas tradicionales en las que la concepción del mundo y de la persona humana, se origina en la honda espiritualidad grecolatina y en la ascética grandeza ibérica y cristiana. Para participar en ese acto, he preferido traer, antes que una exposición académica sobre la inmortal figura de Cervantes, palpitación humana, su honda vivencia espiritual y su suprema gracia hispánica. En su vida y en su obra personifica la más alta expresión de las virtudes que nos incumbe resguardar. Mientras unos soñaban y otros seguían

472”

amodorrados en su incredulidad, fue gestándose la tremenda subversión social que hoy vivimos y se preparó

la

crisis

de

las

estructuras

políticas

tradicionales. La revolución social de Eurasia ha ido extendiéndose hacia Occidente, y los cimientos de los países latinos del Oeste europea crujen ante la proximidad de exóticos carros de guerra. Por los Andes asoman su cabeza pretendidos profetas, a sueldo de un mundo que abomina de nuestra civilización, y otra trágica paradoja parece cernirse sobre América al oírse voces que, con la excusa de defender los principios de la Democracia (aunque en el

fondo

quieren

proteger

los

privilegios

del

capitalismo), permitan el entronizamiento de una nueva y sangrienta Tiranía. Como miembros de la comunidad occidental, no podemos substraernos a un problema que de no resolverlo con acierto, puede derrumbar

un

patrimonio

espiritual

acumulado

durante siglos. Hoy, más que nunca, debe resucitar Don Quijote y abrirse el sepulcro del Cid Campeador”.

482”

En tan extensa cita queremos destacar esto de “expresar el convencimiento de que el alto espíritu señoril y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de los egoísmos”, pues nuevamente nos pone en la senda de que los valores cristianos están expresados en la Hispanidad. Sobre todo es muy clara la mención a los dos imperialismos que dominaron el siglo XX, ambos materialistas, tanto el marxismo como el liberalismo; y que terminaron fundiéndose en un poder mundial hegemónico en el siglo XXI. Y es este poder el que atenta desde aquellos países poderosos que Huntington se atreve a colocar dentro del occidente-cristiano los que impulsan teorías que van contra lo más sagrado de nuestra religión. Hay más aún. Creemos importante difundir lo que Eva Perón pensaba y sentía por España, de modo que aquellos “evitistas”, que son los mismos que enarbolan todas las consignas del Nuevo Orden Mundial, vayan revisando sus posiciones. Decía Evita al despedirse de España luego de su gira por Europa:

492”

"Españoles: Habéis arrebatado mi espíritu con un homenaje como no lo tributó jamás España a lo largo de toda su historia. Lo mismo en los pequeños pueblos que en las urbes populosas, se han derramado a mi paso océanos de simpatía. Este homenaje de colosales proporciones, sería exagerado e inexplicable si hubiera sido tributado a una mujer. Pero no; no ha sido rendido tan sólo a una persona, ni siquiera a un país. Esta apoteosis entraña un sentido más recóndito y abismal. Vuestro aplauso saluda al mundo nuevo, promisor de justicia y de paz, que nace de los escombros del antiguo, carcomido por los atropellos sociales. Quienes en Europa y en América no alcanzan a comprender la profunda revolución de esta hora, atribuirán a un fenómeno de psicología multitudinaria o a una sugestión colectiva el homenaje delirante del pueblo español, señorial como ninguno, a una sencilla mujer argentina, nacida en el seno de las clases trabajadoras, y alzada por ellas a la suprema cima espiritual de la República.

502”

Pero no se trata de una sugestión colectiva, ni se trata tampoco de exageraciones y fanatismos. No me adornan atributos personales que no halléis a cada paso en vuestras mujeres, dignas hijas de aquellos que sostuvieron en su coraje el corazón del buen Cid Campeador y de Fernando el Católico. Recojo vuestro aplauso porque revela a las claras el hambre de justicia social arraigado en el pueblo hispánico y el ansia incontenida de sostener el nuevo mundo de pan y de paz, por cuyo afianzamiento luchamos los españoles y los argentinos. No habéis vitoreado algo intranscendente, sino un amanecer de esperanzas y de luminosidades que se alza rutilante como un sol en el horizonte de la hispanidad. Recojo vuestro clamoreo apoteósico porque en mi no se ha glorificado a una mujer, sino a la mujer popular, hasta ahora siempre sojuzgada, siempre excluida y siempre censurada. Os habéis exaltado a vosotras mismas, trabajadoras españolas, quienes reclamáis con todo derecho que no vuelva jamás a implantarse la vieja Sociedad en la que unos seres, por

512”

el mérito de haber nacido en la opulencia, gozaban de todas las inmunidades; y otros seres, por el pecado de haber nacido en la pobreza, habían de padecer todas las obligaciones. El oscuro linaje y la pobreza, no opondrán ya jamás barreras a nadie para que pueda lograr el desarrollo de sus aspiraciones y el triunfo de sus ideales. Recojo vuestras manifestaciones exultantes porque ellas han evidenciado que terminó el tiempo en que la Prensa dirigida, tergiversaba la conciencia de los

pueblos,

sumiéndolos

en

la

confusión

y

conculcando su soberanía. Las muchedumbres con sagaz intuición, han comprendido la verdad de nuestro Movimiento obrerista y han hallado la auténtica libertad en los gobiernos de orden surgidos de los comicios, o del triunfo contra los entregadores de la Patria. Recojo vuestros aplausos, obreros y obreras españoles, porque son la expresión de vuestro repudio hacia aquellos agitadores que soliviantan los pueblos con promesas utópicas para abandonarles luego una vez que han asegurado sus fortunas.

522”

He recibido vuestra adhesión, que recojo emocionada,

porque

al

llegar

a

la

primera

magistratura de mi país, el general Perón, no padecimos el mareo de las alturas, antes supimos conservar bajo las insignias presidenciales nuestro corazón de obreros. El día que triunfó el general Perón en los comicios más limpios de la Historia argentina, como lo pregonaron nuestros mismos adversarios políticos, ese día visitamos a nuestros obreros y celebramos juntos nuestro triunfo. Por eso recojo vuestro aplauso porque no hemos apostatado del pueblo, de los trabajadores, de los "descamisados". ¡Nobles de España! También he recibido vuestro homenaje, no menos cálido que el homenaje popular, precisamente porque sois nobles, porque sois lo que sabéis ser, modelos en vuestra adustez de las clases populares. Amanece una era nueva en la que los bienes de la tierra pertenecen a los hombres y a las mujeres madrugadoras, cuyas manos han encallecido en las

532”

fábricas. Amanece la era nueva, en la que le trabajador vestirá y descansará, trabajará y orará al cielo como persona humana y no como individuo sin razón trascendente de existir. En la hora de la despedida debo deciros que mi viaje a España deja huellas no sólo en mi alma, que necesitaría ser de roca para no hallarse enternecida, sino también en el alma misma de la historia argentina. Daré

a

los

trabajadores

argentinos

la

interpretación auténtica de la madre España. Les diré todo lo hermosa y noble que es; todo lo piadosa y humana; todo lo dulce y justa que ante mis ojos atónitos ha aparecido. Perdonadme, españoles, que haya precisado venir a perderme entre vosotros y confundir con el vuestro mi corazón para llegar a gustar la última delicia de vuestra Patria inmortal. He apurado golosamente esa delicia; y me marcho inundada de un gozo tan intenso que quiero cortar de vuestro jardín espiritual la fragante rosa de un pensamiento insigne

542”

de uno de vuestros españoles: "Amo tanto a España que me duele en el cogollo de mi corazón". Y para terminar, españoles, quiero deciros algo más: He comprendido toda la grandeza del hombre que preside vuestra Patria. A él se debe ese resurgimiento de las viejas virtudes españolas, que señalaba en un discurso mi esposo, el general Perón. A él se debe la exaltación de un puñado de virtudes sencillas y elementales con las que la gente de la hispana estirpe marcha segura hacia un futuro de paz y esplendor. Sois el pueblo que sabe morir por defender una idea y por mantener una afirmación. Pido a Dios que no os sea preciso morir por vuestra afirmación y por vuestra verdad. Parto con el corazón henchido de gozo y también de orgullo y de ternura por tener una madre tan hermosa y tan noble, tan señora de sí misma, tan maternal

y

humana,

profundamente católica.

552”

y

por

sobre

todo,

tan

Parto con la alegría que me sale a los ojos, de contemplar una España tan española y dueña de su más personal estilo. Tendría que pediros el corazón, el corazón que os entregué al llegar. Pero siento que puedo irme con el vuestro en mi pecho, dejándoos para siempre el mío. ¡Adiós España mía! ¡Viva la España inmortal!” Son conmovedoras las palabras que colocan a España a la altura universal que merece. Y es imposible dejar de soslayar que todos aquellos que agitan el odio hacia el legado hispánico; a través de la tan remanida leyenda negra son justamente personeros de aquellos que persiguen el establecimiento de un único gobierno mundial. En otro libro de nuestra autoría (Aportes al Bicentenario) nos hemos referido largamente sobre la leyenda negra. Del mismo hacemos un extracto para introducir en el tema a aquellos que aún no visualizan esta campaña urdida contra lo mejor que tuvo occidente. Decíamos entonces: “Puede decirse, sin temor a exagerar, que la leyenda negra consiste en un juicio

562”

negativo

e “inexorable”, aceptado sin indagar su

origen ni veracidad, según el cual España habría conquistado y gobernado América durante más de tres siglos, haciendo alarde de una sangrienta crueldad y una opresión sin medida, que no encontraría comparación en la historia occidental moderna. La fábula anti-española sostiene que la empresa del Descubrimiento se llevó a cabo por una insaciable codicia y avaricia, cuyo objetivo no sería otro que la sed de oro que tenía el imperio español; para lo cual no se dudó en perpetrar un “genocidio” sobre las poblaciones indígenas, causando 50 millones de muertos. El disparate que acabo de citar encuentra su origen en la figura del padre fray Bartolomé de Las Casas, un fraile dominico nacido en Sevilla en el año 1474. Este clérigo estuvo por vez primera en América acompañando a Ovando, en el 1502. Hacia 1522, Las Casas acentúa una campaña a favor de un mejor trato a los indígenas por parte de los españoles, en quienes pesaba la misión de evangelizar y civilizar en las

572”

tierras recientemente descubiertas. La obra de Las Casas pasa del alegato y de la prédica, al sermón escandaloso y panfletario. A este tenor pertenece su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”; escrita en 1542. Dicha obra fue tomada; sacada de contexto y exagerada por los enemigos de la Hispanidad, que la utilizaron como medio para desprestigiar al Imperio. Así, los países protestantes adversarios de España actuaron en combinación contra ella; principalmente Holanda e Inglaterra, aunque también participaron del infundio Francia y Alemania. Es de esta manera que se comenzó a hablar de España como una nación oscura y decadente, atribuyendo las mencionadas características a la identidad católica de sus monarcas y su cultura. Los países

nombrados

anteriormente

disputaban

el

predominio marítimo y comercial con España, que era la potencia de la época (en el siglo XVI y parte del XVII); y la guerra propagandística y difamatoria que encararon les servía para ganar terreno en Europa (y varios siglos después en el mundo entero)”.

582”

Finalmente, nosotros hemos ensayado una definición de Hispanidad sin ninguna pretensión que la de hacer un aporte a la comprensión de dicha palabra y como único remedio contra la crisis metafísica según la cual se expresaba Marcel de Corte: “La crisis de la civilización es, en efecto, una crisis metafísica pues la esencia del hombre y la del mundo no están solamente conmovidas; están hechas pedazos en piezas separadas de un conjunto orgánico anterior” Así; definimos a la Hispanidad como el estado del espíritu sobre el cual se apoyan los pilares del Derecho Romano, la filosofía clásica y el catolicismo, la supremacía de los valores trascendentales del hombre por sobre todo aquello material e inmanente. A continuación, y como corolario del presente capítulo hemos seleccionado un extenso pero necesario texto de quien acuño el término Hispanidad por vez primera. Se trata de “Origen del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad” cuyo autor es Monseñor Zacarías de Vizcarra: “En varias oportunidades y en diversas revistas he aclarado conceptos inexactos o

592”

confusamente expresados que corren por los libros y la Prensa acerca de los orígenes históricos del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad, por atribuírseme a mí equivocadamente la invención material de ese vocablo, al mismo tiempo que se pasan por alto interesantes circunstancias históricas que señalan el punto de arranque del hermoso movimiento que se distingue con dicho nombre. Fue mi gran amigo D. Ramiro de Maetzu uno de los primeros que me atribuyeron la creación del vocablo «Hispanidad» en su libro Defensa de la Hispanidad, publicado a principios de 1934. El ejemplar que me envió a mi residencia habitual de Buenos Aires lleva esta dedicatoria autógrafa: «Al Rev. P. Zacarías de Vizcarra, creador del vocablo 'Hispanidad' con la admiración y la amistad de Ramiro de Maeztu.» Y en la página 19 de la obra se lee: «La palabra se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside, D. Zacarías de Vizcarra.»

602”

El

inolvidable Cardenal

Gomá,

en

su

famoso discurso del teatro Colón, de Buenos Aires, se refirió en términos parecidos al origen del vocablo: «Ramiro de Maeztu –dijo– acaba de publicar un libro en 'Defensa de la Hispanidad', palabra que dice haber tomado del gran patriota Sr. Vizcarra y que ha merecido el 'placet' del académico D. Julio Casares.» (Juan Gil Prieto, O. S. A., «La Sección Española del XXIII Congreso Eucarístico Internacional», Buenos Aires, 1934, pág. 425.) En el número de febrero de 1936, la revista madrileña «Hispanidad» repetía la misma idea: «Mucho y bueno sabe D. Ramiro de Maeztu –escribía– de la fecunda labor que en la Argentina ha realizado y sigue realizando el autor de la palabra 'Hispanidad'.» Con frase más precavida, por recordar quizá alguna de mis aclaraciones anteriores, escribía así en su obra Ideas para una filosofía de la historia de España el docto catedrático

D. Manuel

García

Morente: «¿Cómo

designaremos eso que vamos a intentar definir y simbolizar?... Existe una palabra –lanzada desde hace

612”

poco a la circulación por monseñor Zacarías de Vizcarra– que, a mi parecer, designa con superlativa propiedad eso precisamente que la filosofía de la historia de España aspira a definir. La palabra aludida es 'Hispanidad'. Nuestro problema puede exactamente expresarse en los términos siguientes: ¿qué es la hispanidad?» (Signo, 23 enero de 1943). Veremos en estas líneas cómo es más aceptable la frase del Dr. García Morente que las demás antes citadas, aunque quizá en alguna de ellas se habrá tomado «crear» en el sentido lato de «lanzar a la circulación», que admite explicación satisfactoria. Antigüedad del vocablo material «Hispanidad» Basta hojear los viejos diccionarios castellanos para encontrar en ellos esta palabra, aunque con diversa significación de la que ha recibido actualmente y con la esquela mortuoria de «anticuada». Así, por ejemplo, la quinta

edición

del Diccionario

de

la

Academia,

publicada en 1817, dice así: «Hispanidad, s. f., ant. Lo

622”

mismo que Hispanismo.» Y a continuación define así esta otra palabra: «Hispanismo, s. m. Modo de hablar peculiar de la lengua española, que se aparta de las reglas comunes de la Gramática. Idiotismus hispanicus.» Tan antigua es esta palabra en su sonido material, que la encontramos

en

el Tractado

de

Ortographia

y

accentos del bachiller Alexo Vanegas, impreso en Toledo, sin paginación, el año 1531 y conservado como preciosidad bibliográfica en la Biblioteca de la Real Academia de la Lengua. «De los oradores –dice Vanegas– M. Tull. y Quinti. son caudillos de la elocuencia, aunque no les faltó un Pollio que hallase hispanidad en Quintiliano», (segunda parte, cap. V). Más aún: es probable que los romanos del siglo primero después de Cristo empleasen la palabra «hispanitas» (hispanidad) para designar los giros hispánicos del latín de Quintiliano, en el mismo sentido que el propio Quintiliano usa la palabra «patavinitas» (paduanidad) al hablar del latín, de Tito Livio. «Pollio –dice– deprehendit in Livio patavinitatem», es decir: «Polión encontró

632”

patavinidad (paduanidad) en Livio.» (De Institutione Oratoria, libro I, cap. V).Pero date o no date del siglo primero la materialidad de la palabra «Hispanidad» lo cierto es que no tenía la significación que luego se le ha dado, y era además inusitada hasta en su acepción gramatical. ¿Cuándo y por qué se desenterró esta palabra y se le infundió vida nueva, para encarnar dos conceptos modernísimos? Esto es lo que tratan de aclarar las presentes líneas. Orígenes del «Día de la Raza» El poeta y periodista argentino Ernesto Mario Barreda, en un largo artículo publicado en La Nación de Buenos Aires el 12 de octubre de 1935, narra sus visitas al puerto de Palos y al convento de La Rábida en 1908, la entrega que hizo de un álbum que la Sociedad Colombina dedicó al presidente de la nación argentina, la fundación de la Casa Argentina de Palos, llevada a cabo por el cónsul de aquella república en Málaga, el entusiasta hispanófilo D. Enrique Martínez Ituño, y la celebrada el día 12 de

642”

octubre de 1915 por primera vez con el nombre de Día de la Raza en dicha Casa Argentina. El documento impreso que cita está encabezado así: «Casa Argentina. –Calle de las Naciones de Indias Occidentales. –Carretera de Palos a La Rábida. –Club Palósfilo. –Hijas de Isabel. –Día de la Raza, 12 de octubre de 1915.» Luego se copian unos versos del mismo poeta Barreda alusivos a las carabelas de Colón y se exponen las razones de la nueva festividad, epilogadas con este apóstrofe a España: «Reunidos en la Casa Argentina los Palósfilos y las Hijas de Isabel en este Día de la Raza, hacemos votos para que con tus hijas las Repúblicas del Nuevo Mundo formes una inteligencia cordial. Y un abrazo fraterno sea el lazo de unión de los defensores de la Ciencia, el Derecho y la Paz.» Esta iniciativa encontró eco en América, y sobre todo en Buenos Aires, aunque no todos los que allí aplaudíamos la sustancia de la fiesta estábamos de acuerdo con el nombre con que se la designaba. Con fecha 4 de octubre de 1917, el Gobierno de la nación argentina, con la firma del presidente y de todos los

652”

ministros, declaró fiesta nacional el 12 de octubre, dando estado oficial a la afortunada iniciativa particular nacida dos años antes en una Casa Argentina. Aunque en el texto del famoso y magnífico Decreto del Gobierno nacional no se habla de Día de la Raza ni se menciona siquiera la palabra «raza», sin embargo, la mayor parte de la Prensa se sirvió de aquella denominación, y se tituló «Himno a la Raza» el que compuso para el 12 de octubre del mismo año el patriota español don Félix Ortiz y San Pelayo, y fue cantado solemnemente en el teatro Colón por cinco masas corales reunidas. Por las razones que luego indicaré no me satisfacía el nombre de Día de la Raza, que iba adquiriendo cada vez mayor difusión. Era necesario encontrar otro nombre que pudiera reemplazarlo con ventaja. Y no hallé otro mejor que el de «Hispanidad», prescindiendo de su anticuada significación

gramatical

y

remozándola

con

dos

acepciones nuevas, que describía yo así en una revista de Buenos Aires que no tengo a mano ahora en Madrid, pero

662”

que

encuentro

citada

en

la

mencionada

revista Hispanidad de Madrid, en el número de 1 de febrero de 1936: «Estoy convencido –decía en ella– de que

no

existe

palabra

que

pueda

sustituir

a

'Hispanidad'... para denominar con un solo vocablo a todos los pueblos de origen hispano y a las cualidades que los distinguen de los demás. Encuentro perfecta analogía entre la palabra 'Hispanidad' y otras dos voces que

usamos

corrientemente:

'Humanidad'

y

'Cristiandad'. Llamamos 'Humanidad' al conjunto de todos los hombres, y 'humanidad' (con minúscula) a la suma de las cualidades propias del hombre. Así decimos, por ejemplo, que toda la Humanidad mira con horror a los que obran sin humanidad. Asimismo llamamos 'Cristiandad' al conjunto de todos los pueblos cristianos y damos también el nombre de 'cristiandad' (con minúscula) a la suma de las cualidades que debe reunir un cristiano. Esto supuesto, nada más fácil que definir las dos acepciones análogas de la palabra 'Hispanidad': significa, en primer, lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánico diseminados por

672”

Europa, América, África y Oceanía; expresa, en segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica.» Estas dos acepciones nuevas de la palabra «Hispanidad» nos podían permitir reemplazar ventajosamente el vocablo «raza» que, como escribía yo en la mima revista, me parecía «poco feliz y algo impropio»; pero no figuraban todavía en los diccionarios. Por eso, en un escrito que publiqué en Buenos Aires en 1926 bajo el título «La Hispanidad y su verbo», y obtuvo amplia difusión en los ambientes hispanistas, elevaba a la Real Academia de la Lengua esta modesta súplica: «Si tuviéramos personalidad para ello, pediríamos a la Real Academia que adoptara estas dos acepciones de la palabra 'Hispanidad' que no figuran en su Diccionario.» En efecto: en la decimaquinta edición del Diccionario de la Academia, publicada en 1925, seguía presentando la palabra «Hispanidad» como anticuada, con el sentido

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gramatical de siempre, en esta forma: «Hispanidad, f., ant. Hispanismo.» Hubo que esperar a la decimasexta edición, divulgada oficialmente en 1939, para encontrar una nueva definición oficial de esta palabra que supone un progreso en la materia, aunque no nos parece todavía suficiente clara ni completa. Dice así: «Hispanidad, f. Carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura española. 2. ant. Hispanismo.» Esperamos que el progreso iniciado se completará en sucesivas ediciones del Diccionario oficial. Impropiedad e inconvenientes de la denominación «Día de la Raza» Absolutamente hablando, puede darse explicación satisfactoria a la denominación Día de la Raza tomando esta palabra en un sentido metafórico, equivalente a «tipo moral» cualquiera que sea la raza fisiológica a que pertenezcan los que lo comparten. Pero como no se puede andar explicando continuamente a todo el mundo la significación impropia y translaticia del vocablo,

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asociamos instintivamente a la palabra su sentido fisiológico, y nos suena como cosa absurda hablar de «nuestra raza» a un conglomerado de pueblos integrados por individuos de muy diversas razas, desde las blancas de los europeos y criollos hasta las negras puras, pasando por los amarillos de Filipinas y los mestizos de todas las naciones hispánicas. En realidad, ni siquiera los habitantes de la Península Ibérica pertenecen a una sola raza. Desde los tiempos prehistóricos viven en España

pueblos

dolicocéfalos,

braquicéfalos

y

mesocéfalos de las más diversas procedencias, que los historiadores no han sido capaces de fijar. A la variedad de las razas prehistóricas se añadió luego la mezcla de fenicios, cartagineses, griegos, romanos, godos, suevos, árabes, que ha hecho cada vez más absurda la pretensión de catalogar racialmente a los mismos españoles peninsulares. Son, pues, inevitables las sonrisas cuando se habla de «nuestra raza» ante un auditorio de blancos, negros y amarillos y aceitunados, sobre todo si no es blanco el orador. Por otra parte, tiene algo de matiz

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peyorativo para las demás razas del mundo el que nuestra supuesta «raza» no se llame «esta» o «aquella» raza determinada, sino precisamente LA RAZA por antonomasia. No es necesario insistir más para ver las razones que me movieron a escribir que me parecía «poco feliz y algo impropio» el nombre puesto originariamente al Día de la Raza. Lo he podido comprobar experimentalmente en varias partes de América durante mi estadía de veinticinco años en ella. Ventajas de la denominación «Fiesta de la Hispanidad» El concepto de la «Hispanidad» no incluye ninguna nota racial que pueda señalar diferencias poco agradables entre los diversos elementos que integran a las naciones hispánicas. Es un nombre de «familia», de una gran familia de veinte naciones hermanas, que constituyen una «unidad» superior a la sangre, al color y a la raza de la misma manera que la 'Cristiandad' expresa la unidad de la familia cristiana, formada por hombres y naciones de todas las razas, y la 'Humanidad' abarca sin

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distinción a todos los hombres de todas las razas, como miembros de una sola familia humana. Es una denominación que a todos honra y a nadie humilla. Todas las naciones hispánicas han heredado un patrimonio

común,

transmitido

por

antepasados

comunes, aunque luego cada una de ellas haya aumentado su herencia con nuevos bienes y nuevas glorias, que constituyen el patrimonio intangible y soberano de cada una de ellas. Pero así como en las varias familias procedentes de un tronco ilustre la existencia de distintos patrimonios privados no impide el amor y culto de las glorias que abrillantan la común prosapia, así también en las naciones, sin menoscabo de las glorias privativas de cada una, cabe el amor y culto del patrimonio común, sobre todo cuando es necesaria la colaboración de todos los herederos para conservarlo y defenderlo. La denominación «Fiesta de la Hispanidad» presenta a todos los pueblos hispánicos este aspecto agradable y

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simpático de nuestra gran familia de naciones y constituye una invitación para el estudio y cultivo del patrimonio común, que a todos enorgullece y a todos aprovecha. Cómo sienten la «Hispanidad» aun aquellos que no sienten la «Raza» El día 13 de octubre de 1935 se inauguró en Buenos Aires la estatua del Cid Campeador, levantada en el centro geográfico de la ciudad, en presencia del señor Presidente de la Nación, del señor embajador de España y de otras altas representaciones. Pronunciaron los obligados discursos oficiales dos oradores que no llevaban apellidos de origen español ni podían sentir el ideal de la Raza, pero que supieron sentir y proclamar el ideal de la Hispanidad. El historiador argentino Dr. Ricardo Levene, al explicar la significación de la presencia del Cid en América la encontró en el concepto espiritual de la «hispanidad», que es común a todos los hispánicos, aunque no hayan heredado sangre española.

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«El pueblo del Cid –dijo–, como entidad ética, fue el creador de una actitud acerca de la fidelidad, acerca de la defensa del desvalido, la dignidad del caballero y el honor del hombre; no sólo el honor exterior, diré así, que nace obligadamente en las relaciones con los demás, sino el honor íntimo o profundo, que tiene por juez supremo a la conciencia individual. Del Cid en adelante, los héroes españoles e hispanoamericanos son de su noble linaje. Es que en América transvasó la desbordante vitalidad de la Edad Media española, corriéndose impetuosamente por el tronco y las ramas la savia de la raíz histórica... La hispanidad no fue nunca la concepción de la raza única e invariable, ni en la Península ni en América, sino, por el contrario, la mezcla de razas de los pueblos diversos que golpeaban en oleadas sobre el depósito subhistórico. La hispanidad ha dejado de ser el mito del imperio geográfico... La hispanidad no es forma que cambia, ni materia que muere, sino espíritu que renace, y es valor de eternidad: mundo moral que aumenta de volumen y se extiende con

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las edades, sector del universo en que sus hombres se sienten unidos por el lado del idioma y de la historia, que es el pasado. Y aspiran a ser solidarios en los ideales comunes a realizar, que es el porvenir.» (El Diario Español, Buenos Aires, 14 de octubre de 1935, página 2.) Después de este discurso, que tuve el gusto de escuchar al pie de la estatua del Cid, fue recibida ésta oficialmente, en nombre del Municipio de Buenos Aires, por el doctor Amílcar Razori, que con breves y sentidas palabras entregó «para la contemplación artística y enseñanza moral de los habitantes la figura legendaria del Cid Campeador, hijo de nuestra dilecta España, duro, recio e indómito como las llanuras de Castilla que le vieron nacer, bravío guerrero de las gestas más mentadas a través de los siglos en los campos de batalla y docto en las Cortes ciudadanas, defensor del débil, paladín de la honra, libertador de pueblos, sostén del derecho y de la justicia, paradigma y síntesis, en fin, de las nobles, de las grandes, de las profundamente

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humanas virtudes españolas.» (El Diario Español, página citada). Misión ecuménica de la Hispanidad en todas las razas del mundo futuro Este mundo nuestro que se derrumba, víctima de luchas raciales y apetitos materialistas, buscará un refugio de paz y fraternidad en las veinte naciones católicas de la Hispanidad, salvadas casi íntegramente del incendio de la guerra y relativamente inmunizadas contra las más peligrosas reacciones de la posguerra. La Hispanidad Católica tiene que prepararse para su futura misión de abnegada nodriza y caritativa samaritana de los infelices de todas las razas que se arrojarán a sus brazos generosos. La Providencia le depara a corto plazo enormes posibilidades para extender en gran escala su acción evangelizadora a todos los pueblos del orbe, poniendo una vez más a prueba su vocación católica y su misión histórica de brazo derecho de la Cristiandad. Por eso es necesario estrechar cada vez más los lazos de

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hermandad y colaboración entre los grupos más selectos de la Hispanidad Católica, prescindiendo de razas y colores mudables, para afianzar más las esencias inmutables del espíritu hispánico. Conclusión Creemos que estas líneas contribuirán a esclarecer más el origen del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad, y a justificar el empleo cada vez más universal de la denominación «Fiesta de la Hispanidad» en sustitución de la anterior, menos expresiva y simpática, de «Día de la Raza»”.

772”

CAPITULO III LA DECADENCIA DE OCCIDENTE.

La decadencia de la que hablamos no debe ser entendida en términos “spenglerianos”. No se pretende hacer aquí un estudio de la llamada “civilización occidental” desde el punto de vista de la cultura. No. Nuestro esfuerzo va dirigido al análisis de la esencia de la que se nutría aquel occidente (la vieja cristiandad), y esto –ya lo hemos dicho- nos coloca en el campo de la filosofía y teología. Materias que, aprovechamos para destacarlo, exceden nuestro conocimiento, por lo que nuestro ensayo tiene la humildad de pretender ser sólo una aproximación al tema. La vocación del hombre es alcanzar la perfección y con ella a Dios; y para ello debe ser ético. Entendiendo la ética como la ciencia de la perfección, de la realización de la persona en cuanto tal. Y dado que nadie se perfecciona fuera de lo suyo, de lo propio, es tarea de esta ciencia marcar el verdadero fin y el camino adecuado para que el hombre se perfeccione, alcance la

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excelencia de acuerdo a lo que realmente es y está llamado a ser. La dignidad del hombre, sus derechos, así como sus deberes, su interioridad sólo se comprende desde este aspecto. La persona es un fin, un bien en sí mismo, no una realidad útil, instrumental. Cada individuo personal tiene un valor insustituible. “No hay nada en la naturaleza, ni en las creaciones humanas, culturales, científicas, técnicas o artísticas, que tenga valor e importancia como la persona. Todo se ordena como medio a fin a cada una de las personas”. Inútil intentar un fundamento serio de los derechos humanos si se le quita al hombre esta dimensión trascendente al puro ámbito de la materia. Pero como señalamos anteriormente, el hombre moderno, que hoy encarna la decadencia de occidente, está lejos de tener conciencia de una ética o de la importancia de los valores. Es más, siguiendo al Padre Sáenz podemos hacer una lista de los “ismos” a los que el hombre se entrega desaprensivamente, a saber:

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- Individualismo: Citamos nuevamente a Rene Guenon: “Lo que entendemos por «individualismo», es la negación de todo principio superior a la individualidad, y, por consiguiente, la reducción de la civilización, en todos los dominios, únicamente a los elementos puramente humanos; así pues, en el fondo, es la misma cosa que lo que, en la época del Renacimiento, se ha designado bajo el nombre de «humanismo», como lo hemos dicho más atrás, y es también lo que caracteriza propiamente a lo que llamábamos hace un momento el «punto de vista profano». Todo eso, en suma, no es más que una sola y misma cosa bajo designaciones diversas; y hemos dicho también que este espíritu «profano» se confunde con el espíritu antitradicional, en el cual se resumen todas las tendencias específicamente modernas. Sin duda, no es que este espíritu sea enteramente nuevo; ha habido ya, en otras épocas, manifestaciones suyas más o menos acentuadas, pero siempre limitadas y aberrantes, y que no se habían extendido nunca a todo el conjunto de una civilización como lo han hecho en

802”

Occidente en el curso de estos últimos siglos. Lo que no se había visto nunca hasta aquí, es una civilización edificada toda entera sobre algo puramente negativo, sobre lo que se podría llamar una ausencia de principio; es eso, precisamente, lo que da al mundo moderno su carácter anormal, lo que hace de él una suerte de monstruosidad explicable solamente si se considera como correspondiendo al fin de un periodo cíclico, según lo que hemos explicado primeramente. Así pues, es efectivamente el individualismo, tal como acabamos de definirle, el que es la causa determinante de la decadencia actual de Occidente, por eso mismo de que es en cierto modo el motor del desarrollo exclusivo de las posibilidades más inferiores de la humanidad, de aquellas cuya expansión no exige la intervención de ningún elemento suprahumano, y que incluso no pueden desplegarse completamente más que en la ausencia de un tal elemento, porque están en el extremo opuesto de toda espiritualidad y de toda intelectualidad verdadera (…) Puesto que hemos hablado de la filosofía, señalaremos todavía, sin entrar

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en todos los detalles, algunas de las consecuencias del individualismo en este dominio: la primera de todas fue, por la negación de la intuición intelectual, poner la razón por encima de todo, hacer de esta facultad puramente humana y relativa la parte superior de la inteligencia, o incluso reducir la inteligencia toda entera a la razón; eso es lo que constituye el «racionalismo»,

cuyo

verdadero

fundador

fue

Descartes. Por lo demás, esta limitación de la inteligencia no era más que una primera etapa; la razón misma no debía tardar en ser rebajada cada vez más a un papel sobre todo práctico, a medida que las aplicaciones le tomaron la delantera a las ciencias que podían tener todavía un cierto carácter especulativo; y, Descartes mismo, ya estaba en el fondo mucho más preocupado de esas aplicaciones que de la ciencia pura. Pero eso no es todo: el individualismo entraña inevitablemente el «naturalismo», puesto que todo lo que está más allá de la naturaleza está, por eso mismo, fuera del alcance del individuo como tal; por lo demás, «naturalismo» o negación de la metafísica, no son más

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que una sola y misma cosa, y, desde que se desconoce la intuición intelectual, ya no hay metafísica posible; pero, mientras que algunos se obstinaron no obstante en edificar una «pseudometafísica» cualquiera, otros reconocían más francamente esta imposibilidad; de ahí el «relativismo» bajo todas sus formas, ya sea el «criticismo» de Kant o el «positivismo» de Augusto Comte;

y,

puesto

completamente

que

relativa

la y

razón

no

puede

misma

es

aplicarse

válidamente más que a un dominio igualmente relativo, es evidentemente cierto que el «relativismo» es la única conclusión lógica del «racionalismo». (…) Quien

dice

individualismo

dice

necesariamente

negación a admitir una autoridad superior al individuo, así como una facultad de conocimiento superior a la razón individual; las dos cosas son inseparables la una de la otra. Por consiguiente, el espíritu moderno debía rechazar toda autoridad espiritual en el verdadero sentido de la palabra, que tiene su fuente en el orden suprahumano, y toda organización tradicional, que se basa esencialmente

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sobre una tal autoridad, cualquiera que sea por lo demás la forma que revista, que difiere naturalmente según las civilizaciones. Eso es lo que ocurrió en efecto: a la autoridad de la organización calificada para interpretar legítimamente la tradición religiosa de Occidente, el Protestantismo pretendió substituirla por lo que llamó el «libre examen», es decir, la interpretación dejada al arbitrio de cada uno, incluso de los ignorantes y de los incompetentes, y fundada únicamente sobre el ejercicio de la razón humana. Era pues, en el dominio religioso, el análogo de lo que iba a ser el «racionalismo» en filosofía; era la puerta abierta

a

todas

las

discusiones,

a

todas

las

divergencias, a todas las desviaciones; y el resultado fue lo que debía ser: la dispersión en una multitud siempre creciente de sectas, cada una de las cuales no representa más que la opinión particular de algunos individuos”. -Feminismo: El ataque a la familia, a la vida, a través, por ejemplo de la doctrina del género es un ejemplo de ello. ¿Pero qué es la doctrina de género y

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por qué decimos que se enfrentan esta cosmovisión materialista, atea, hedonista, mundialista de la cultura de la muerte, contra la cosmovisión católica de la cultura de la vida? Porque la ideología de género recoge la interpretación de Friedrich Engels, expresada en su libro “El origen de la familia”, donde relata la historia de la mujer en relación con la técnica según la cual, la propiedad privada convierte al hombre en propietario de la mujer. En la familia patriarcal fundada sobre la propiedad privada, la mujer es explotada y oprimida por el hombre. Por ende, el proletariado y las mujeres se convierten en dos clases oprimidas. La liberación de la mujer –sostiene Engels- pasa por la destrucción de la familia y su ingreso al mercado del trabajo. Así, ocupará su lugar en la sociedad de producción, ya sin el yugo marital ni la carga de la maternidad. El

feminismo

radicalizado

reinterpreta

la

historia bajo una perspectiva dialéctica neo-marxista, identificando a la mujer con la clase oprimida y al hombre con la opresora. El matrimonio monógamo es la síntesis y expresión del dominio patriarcal y toda

852”

diferencia es entendida como sinónimo de desigualdad, por lo que es preciso acabar con ella. "El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino" (Friedrich Engels, “The origin of the Family, Property and the State") La modernidad nos ofrece un paradigma de mujer cuyo modelo pareciera ser el exhibicionismo desvergonzado

de

un

cuerpo

“armoniosamente

anoréxico”. El culto al físico por un lado, y al desborde sexual por el otro, son caras de una misma moneda. Se trata de vender una imagen de mujer exitosa; moderna y desenvuelta; para alejarla de su papel más importante en la sociedad; como lo es el de madre de familia. Este proceso no es casual y dentro de la lógica del mundialismo es perfectamente entendible. Todo lo que sea tendiente a debilitar a la familia, siendo ésta la comunidad primera y la más próxima a la naturaleza;

862”

son elementos válidos. Es hora de tomar conciencia que el ataque a la familia, es un ataque a la sociedad en su conjunto, ya que es justamente la familia la que debe fomentar de un modo ejemplar aquellos sentimientos y valores que son propios de la vida en comunidad, como son el amor y la fidelidad, el respeto y la confianza. La familia es parte y miembro del estado, y está destinada a formarlo, ya que conserva y engrandece la Nación gracias a su fecundidad. Es una célula de la sociedad aunque antropológica y teológicamente es anterior a ella. Por esto afirmamos que la institución familiar tiene derechos naturales y a su vez, el Estado tiene obligaciones para con ella. El Estado debe respetar y amparar a la familia y sus derechos fundamentales; proteger incondicionalmente los valores que aseguran la misma: el orden, la dignidad humana, la salud y el bienestar, favorecerla de todos los modos que estén a su alcance. El fundamento de estas obligaciones es el carácter natural de la familia y la misión misma del estado de velar por el bien común.

872”

La estrategia de debilitar la figura de la mujer como forma de atacar la estructura familiar, no es nueva. Si se examina la historia se puede ver claramente que en la decadencia de toda civilización cuando se comienza a vislumbrar un cambio de poder y/o modelos, surge el tema de la destrucción de la familia. Para lograr el objetivo se recurre previamente a la degradación de la mujer, se procura despojarla de toda vergüenza, proclamar su “liberación”, el derecho a que ejerzan “el amor libremente”, su igualdad con el hombre en su papel en la vida (violando el orden natural), y la exaltación “del feminismo militante”. En su afán de disociación, el imperialismo y las entidades que responden al Nuevo Orden Mundial, apuntan a hacer estragos en la primera célula social; transformando a la sociedad toda, en un cuerpo enfermo, proclive a todo quebrantamiento. Además del ataque a la mujer, se busca debilitar la célula familiar a través de campañas que promuevan la pornografía, la homosexualidad, etc. Todos estos signos indican una profunda decadencia moral, con el agravante de que estos elementos están al

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servicio de la penetración cultural que proviene del exterior. Los medios de comunicación no son más que usinas de transmisión por las cuales se pretende igualar el concepto de libertad, con el de libertinaje. Se le rinde culto al lema de “prohibido prohibir”, partiendo de la falsa premisa de que el hombre no tiene espíritu y por ende no hay nada que proteger. Este materialismo desemboca en un inhumano permisivismo en el que “todo vale”, aceptando por ejemplo a los sodomitas con el alegre eufemismo de “gays”. De esta manera se llega a la ridiculez de que sea elegida como mujer del año…un travesti!!! Detrás de la manipulación de la sexualidad se esconde, como se ha dicho, un auténtico intento de cambio social y cultural. Esta presencia del homosexualismo desafiante y militante tiene el patético signo del modernismo que; primero negó a la Iglesia, luego a Dios, y ahora intenta destruir al hombre mismo, aunque esto engendre tal vez, su propio final. Ante semejante cuadro, no dudamos en rescatar el concepto cristiano de mujer en su acepción de señora, esposa y madre de familia, sin por esto negarle el correcto

892”

desempeño que puede lograr en las ramas del saber, el comercio, la política, o las instituciones sociales. Reivindicamos el concepto de familia según el cual esta es una primera comunidad social y estable de padres (hombre y mujer) e hijos, de orden natural, sagrado e indisoluble. -Igualitarismo: Creemos que es consecuencia directa de la masificación, del mensaje único y políticamente correcto, que todos repiten para no ser estigmatizados. Creen ser libres pero son esclavos del sistema. -Consumismo: El afán por tener el último producto que salió al mercado, aunque sea banal e innecesario. Si está a la venta hay que comprarlo. Típico de sociedad capitalista de consumo. Como el hombre moderno se encuentra vacío desde lo espiritual, busca llenar ese espacio con la materia. Con objetos de consumo. -Hedonismo: Invoca una corriente filosófica que se caracteriza por postular que el bien, como valor, va de la mano del placer. Esta falsa moral cree que el

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hombre encuentra la felicidad en todo aquello que le genere placer aquí y ahora. -Relativismo: La verdad no existe. Todo es relativo y subjetivo. Lo que para una persona puede ser cierto para otra no. Y sin un absoluto no hay jerarquía, no hay valores, no hay moral. En síntesis, hay anomia. Hay decadencia. Todo puede ser válido y opinable. Así lo expresaba magistralmente ese genio que fue el Padre Castellani: “Opinión es una afirmación no cierta, basada en argumentos válidos, mas no evidentes, opuestos a otros también válidos. Por ejemplo: "Yo opino que las neurosis son psicosomatogénicas, otros doctores opinan que son todas psicogénicas, otros que son todas somatogénicas. Opinión no es cualquier afirmación

lanzada

al

aire

porque

sí,

por

charlatanismo o temeridad de botarate; eso es macaneo. No confundir, pues, el derecho de opinar y el derecho de macanear, que es lo que hizo el liberalismo. ¿Quién tiene derecho a opinar? No todo hombre sobre todo tema, sino los entendidos sobre aquello que entienden. Sólo ellos deben tener una

912”

libertad

de

opinar

que

merezca

consideración

política”. -Inmanentismo: Este hombre moderno aferrado a la materia, aturdido en la razón y nublados sus sentidos no ve más allá que el día de hoy. El pasado lo aburre y el futuro lo espanta. La idea de finitud puede ser disparador de alteraciones psicológicas. No hay otra vida. No existe lo trascendente. No hay nada superior. Todo termina con la muerte. Decía el Padre Sáenz: “A primera vista parece absurdo querer compaginar el espíritu de inmanencia con la Revelación cristiana, porque

si

todo

debe

permanecer

dentro

del

pensamiento y de la propia voluntad autosuficientes, no se ve cómo sería aceptable una verdad que viniese de lo alto, fuera del alcance de cualquier tipo de "verificación" intelectual o empírica. Sin embargo ello se ha intentado, y con resultados nefastos. Porque, como dice Caturelli, si el método de inmanencia, aplicado a la filosofía, conduce fatalmente al ateísmo, si se aplica al orden sobrenatural, negándose la distinción entre naturaleza y gracia, se llega

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inevitablemente a la "muerte" del Dios vivo y a la disolución de la teología. En adelante es el hombre, y no ya Dios, el centro de la reflexión teológica. Se cumple así aquello de Nietzsche de que la muerte de Dios es el hito necesario para que el hombre viva. La teología se vuelve antropología y la conciencia humana

ocupa

el

lugar

del

Verbo”.

-Indigenismo: Es una maniobra de los grandes centros de poder mundial para crear fracturas, crisis de identidad, separatismos y de ser posible, secesión en los países que son de su incumbencia por razones políticas y a los que aspiran a dominar. Se intenta convencer a los hombres que su identidad no es tal, sino que proviene de “pueblos originarios” que fueron víctimas de un genocidio por lo que sus descendientes tienen derecho a la tierra, la autonomía y hasta una reparación material. Entendemos claramente que estos “ismos” a los que señalamos no son otra cosa que la causa directa de un acto voluntario desordenado de la voluntad. La misma sigue a la razón que se aparta de su regla y de la ley divina y persigue un bien temporal. Y de este modo

932”

se produce un desorden como efecto del defecto de dirección de la voluntad. Pero dado que los sentidos pueden inclinar los apetitos sensibles y estos arrastrar a la misma inteligencia y voluntad, entonces se debe decir que también ellos constituyen una causa interna, aunque remota, del pecado. Así Santo Tomás distingue como causas

interiores

del

pecado

la

ignorancia

del

entendimiento, las pasiones del apetito sensitivo y la malicia de la voluntad. Todo pecado es un actuar “contra naturam”, contra la naturaleza humana. El objeto de la voluntad natural es el bien de la razón, por eso el obrar un mal no es conforme a la tendencia natural. El mal es actuar contra la razón. En efecto, dado que el bien es actuar según la propia forma y la forma del hombre es su alma racional, de esto se desprende que el mal sea un ir en contra de la misma razón. El pecado es una conversión y una aversión al mismo tiempo. Conversión a un bien finito, perecedero, y una aversión a Dios, el Bien. El pecado es un acto humano

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malo, es decir, un acto voluntario separado de su regla o medida. La “raíz” del pecado sea considerada la avaricia y la soberbia el “principio”: la primera por la conversión a un bien perecedero en que consiste el pecado, la segunda respecto a la aversión a Dios que conlleva. Frente a esta decadencia, el Occidente Hispano Católico que postulamos propone aquellas viejas y queridas virtudes teologales enseñadas por los padres de la iglesia. Por encima de todas las virtudes naturales, entonces, se dan tres grandes virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, la primera reside en la inteligencia y las otras dos en la voluntad. Estas virtudes infusas provienen de la vida de Dios en el hombre y por lo tanto son proporcionadas a la vida sobrenatural y tienen por objeto a Dios mismo en su vida íntima. Por eso también pueden ser llamadas virtudes divinas. Son infundidas sólo por Dios y sólo son conocidas por la Revelación. -Fe: Es el acto por el cual la inteligencia asiente a verdades que no le son evidentes en base al testimonio de una autoridad fidedigna; la inteligencia es movida

952”

por la voluntad libre en el acto de creer y ésta, a su vez, es movida por Dios. El creer de la fe, al que aquí nos referimos, es algo totalmente distinto. Es afirmar como verdad algo cuya evidencia no nos consta pero con un grado de certeza total. Así lo explica J. Piepper: “ (…) creer significa lo mismo que tomar posición respecto a la verdad de algo dicho y a la real efectividad del contenido a que se refiere lo que se dice; expresado con más exactitud, creer quiere decir que se tiene una afirmación por verdadera y lo afirmado por real, por objetivamente auténtico”. Este acto de asentimiento conlleva, de esta manera, dos elementos fundamentales: La no evidencia de una realidad objetiva para el que cree, el no tener a la vista algo, pero, al mismo tiempo, la incondicional aceptación de que es verdad. El que cree tiene certeza, seguridad en la verdad y realidad de lo creído. -Esperanza: Es la virtud teologal, infundida por la gracia de Dios, que lleva a confiar con plena certeza en la consecución de la vida eterna contando con los

962”

medios necesarios para ello apoyados en el auxilio divino. -Caridad: Virtud teologal que Dios infunde en la voluntad por la cual se ama a Dios por Él mismo sobre todas las cosas y a uno mismo y al prójimo por Dios. Es una virtud teologal ya que el amor al que inclina es motivado por Dios aun cuando se refiere a las creaturas. “Los actos y los hábitos se especifican por los objetos, como está dicho. Es objeto propio del amor el bien, como hemos visto; por eso, donde se encuentra especial razón de bien, allí se da razón especial de amor. Y, pues, el bien divino, en cuanto objeto de bienaventuranza, ofrece razón especial de bien, por tanto, el amor de caridad, que es el amor de este bien, es un amor particular, y así la caridad es especial virtud”. Por la caridad se ama en primer término a Dios, sobre todas las cosas, y en segundo lugar, derivado de este amor, a las creaturas racionales. Hasta aquí la clara contraposición del Occidente decadente modernista en relación al Occidente Hispano Católico.

972”

Lamentablemente

la

decadencia

viene

prevaleciendo y arrastrando a su paso más de dos mil años de tradición. Inconsciente se yergue orgulloso este “homo economicus” pletórico de soberbia sobre las ruinas de lo que él cree que es una sociedad en plena evolución y desarrollo. ¿Será realmente así? ¿La humanidad ha evolucionado o involucionado? Triste sería descubrir, que tras miles de años de existencia, el hombre aún sigue cometiendo el mismo pecado original que nuestros primeros padres. Y esto a pesar del bautismo, que vendría a limpiar nuestra alma de aquel pecado que acarreamos por el simple hecho de ser hombres. “El pecado original fue un pecado de soberbia. El pecado de Adán y Eva es un pecado muy frecuente hoy día. Hombres y mujeres autosuficientes, independientes, rebeldes a toda norma, orden o mandato, aunque venga del Papa. Para ellos sólo vale lo que ellos opinan, y lo que ellos quieren. No se someten a nadie. Quieren ser como dioses. Ése fue el pecado de Adán y Eva”. Es que resulta evidente que la humanidad ha evolucionado (tanto en lo que hace al paso del tiempo;

982”

como a los adelantos en la ciencia, tecnología, comunicación, etc) desde aquellas edades primitivas de la historia hasta la actual civilización postmoderna. Sin embargo, con una simple mirada al hombre –como sujeto de la historia y fundamento de la civilización – estos avances en materia científica no se traducen en un adelanto en lo que hace a lo espiritual, en tanto la persona está constituida por cuerpo y alma. Más por el contrario, podemos afirmar que a la evolución material corresponde simétricamente una involución en materia axiológica. Sobre el particular afirma el Padre Sáenz, “En el Renacimiento, el hombre comenzó el proceso de su autoexaltación. El florecimiento de lo humano no era posible sino en el grado en que el hombre tenía conciencia, en lo más profundo de su ser, de su verdadero lugar en el cosmos, conciencia de que por encima de él había instancias superiores. Su perfeccionamiento humano sólo resultaba factible mientras se mantuviese ligado a las raíces divinas”. Complementariamente, aporta el citado Padre Sáenz

992”

que: “Dos hombres dominan el pensamiento de los tiempos modernos, Nietzsche y Marx, que ilustran con genial acuidad las dos formas concretas de la autonegación y autodestrucción del humanismo. En Nietzsche, el humanismo abdica de sí mismo y se desmorona bajo la forma individualista; en Marx, bajo la forma colectivista. Ambas formas han sido engendradas por una sola y misma causa: la sustracción del hombre a las raíces trascendentes y divinas de la vida”. A todas estas etapas de un mismo proceso (de secularización) y sus protagonistas, agregamos nosotros el importante y clave rol que juega Gramsci, como impulsor de la inmanencia y estratega de la subversión de los valores y cambios en el sentido común a través de la cultura. Bien decía Rene Guenon: “La civilización occidental moderna aparece en la historia como una verdadera anomalía: entre todas aquellas que nos son conocidas

más

o

menos

completamente,

esta

civilización es la única que se ha desarrollado en un

1002”

aspecto

puramente

material,

y

este

desarrollo

monstruoso, cuyo comienzo coincide con lo que se ha convenido

llamar

el

Renacimiento,

ha

sido

acompañado, como debía de serlo fatalmente, de una regresión intelectual correspondiente”. Pero retomando al tema central, el pensador ruso Berdiaeff

sostenía: “A fuerza de atribuir

suficiencia al conocimiento no sólo para autodefinirse y autoafirmarse, sino también para develar la totalidad de los problemas, llega el hombre a la negación y a la autodestrucción de su propia capacidad de inteligir. Perdido su centro espiritual y negado el origen trascendente de su inteligencia, reflejo del Logos divino, el hombre se pierde a sí mismo y renuncia a su capacidad de entender”. Estas reflexiones nos dejan una serie de interrogantes que cada quien responderá de diferente manera (otro signo más del relativismo que caracteriza la modernidad). ¿Acaso son incompatibles la razón con la fe? ¿La humanidad ha sustituido a Dios por la razón? ¿Puede el hombre vivir sin Dios? ¿Existe Occidente, u

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Occidente es la Hispanidad? Y finalmente…¿es posible una restauración a los valores trascendentales que logren re-ligar al hombre con su Creador? Las respuestas a estas preguntas, para nosotros están en Dios uno y trino. La restauración será la vuelta a la tradición, o finalmente, en la parusía, al decir del Padre Castellani.

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COLOFON

La decadencia que ya se nos presenta como evidente, tiene su correlato en hechos concretos, puesto que la ética modernista en la que el relativismo es bandera es el reflejo de esta sociedad de la inmanencia, el hedonismo y materialismo. Por ende nuestra definición del occidente actual será: “La ecúmene que tiene como religión y cosmovisión al catolicismo, que se apoya en la filosofía clásica griega interpretada por los padres de la Iglesia, y basa sus normas de conducta en el Derecho romano”. Y ese Occidente que acabamos de definir es el que vive aún en la Hispanidad. El de los valores trascendentes. La Hispanidad es para nosotros el estado del espíritu sobre el cual se apoyan los pilares del Derecho Romano, la filosofía clásica y el catolicismo, la supremacía de los valores trascendentales del hombre por sobre todo aquello material e inmanente. Pueden pertenecer a ella, desde continentes hasta países enteros;

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desde pequeñas comunidades hasta el individuo de a pie. No se trata de un concepto racial, ni geográfico; mucho menos político. Se trata de un concepto filosófico y teológico. Por eso alzamos la voz diciendo que en cualquier parte del mundo; Norte, Sur, Este u Oeste donde haya una persona con estos valores; allí estará presente la Hispanidad, y con ella la esencia de lo que aun sobrevive de Occidente.

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