No Oyes Ladrar A Los Perros

I.E. “Abel Toro Contreras” 3er. Grado de Educación Secundaria Ficha de Comprensión Lectora No oyes ladrar a los perro

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I.E. “Abel Toro Contreras”

3er. Grado de Educación Secundaria

Ficha de Comprensión Lectora

No oyes ladrar a los perros Plan Lector “LEER PARA APRENDER A PENSAR” Profesor JOSÉ MANUEL DÍAZ PRADO I. ANTES DE LA LECTURA:  ¿Cuentas con el amor incondicional y el apoyo total de tus padres o familiares? Explica.  ¿Hay algo terrible que pudieras hacer que causaría que tus padres dejaran de quererte o apoyarte? Explica.  ¿Crees que las madres son más compasivas y capaces de perdonar que los padres? Explica.  ¿Has estado alguna vez en un desierto? Describe cómo era. Si no has estado, ¿cómo te lo imaginas? II. LEAMOS: No oyes ladrar a los perros (El Llano en llamas, 1953) Autor: Juan Rulfo (México, 1918-1986) —TÚ QUE VAS allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte. —No se ve nada. —Ya debemos estar cerca. —Sí, pero no se oye nada. —Mira bien. —No se ve nada. —Pobre de ti, Ignacio. La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante. La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda. —Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio. —Sí, pero no veo rastro de nada. —Me estoy cansando. —Bájame. El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces. —¿Cómo te sientes? —Mal. Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y

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porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba: —¿Te duele mucho? —Algo —contestaba él. Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra. —No veo ya por dónde voy —decía él. Pero nadie le contestaba. E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo. —¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien. Y el otro se quedaba callado. Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo. —Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio? —Bájame, padre. —¿Te sientes mal? —Sí. —Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean. Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse. —Te llevaré a Tonaya. —Bájame. Su voz se hizo quedita, apenas murmurada: —Quiero acostarme un rato. —Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado. La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo. —Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas. Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar. —Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí está mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”

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—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo. —No veo nada. —Peor para ti, Ignacio. —Tengo sed. —¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy de noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír. —Dame agua. —Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo. —Tengo mucha sed y mucho sueño. —Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces. Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas. Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara. Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas. —¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio? Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado. Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. —¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

III. ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA: 1. El cuento empieza in medias res, o sea, en medio de la trama. Un padre lleva sobre sus hombros a su hijo herido. ¿Qué le pide el padre a Ignacio? ¿Qué lugar están buscando? 2. ¿Por qué no puede el padre oír los perros ladrar? 3. ¿Qué indica el ladrido de los perros? 4. Hace tiempo que el padre lleva al hijo cargado y está muy cansado, pero se niega a bajarlo, ¿por qué? 5. El hijo le sugiere al padre que lo abandone, pero ¿le hace caso el padre? ¿Por qué crees que el padre no abandona a su hijo? ¿En qué estado va Ignacio? 6. A mediados del cuento, el diálogo entre padre e hijo cambia de tema y éstos empiezan a hablar de la relación entre ellos. Según el padre, ¿por qué hace lo que hace por su hijo? 7. Las críticas que le hace el padre al hijo son fuertes. ¿De qué cosas le acusa? 8. ¿Qué ha hecho el hijo, en particular, para que el padre se enojara tanto? 9. ¿Por qué empieza a llorar Ignacio?

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10. El diálogo del cuento es sobrio, directo y lacónico. ¿Cómo es el paisaje por el que caminan? 11. ¿Qué relación hay entre el estilo del diálogo y el paisaje? 12. ¿Cómo describirías la comunicación verbal entre padre e hijo? 13. El pueblo que buscan, Tonaya, y el camino dudoso e inseguro que trazan, parecen tener valor simbólico o alegórico. Explica. 14. La luna es un signo recurrente en el cuento. Busca las veces que aparece y trata de explicar el significante del signo. 15. Algunos críticos han observado que en la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo, la luna hace el papel de la maternidad. ¿Crees que pudiera tener una función semejante en este cuento? Explica. 16. Aunque la madre no aparece en esta narración, su fuerte presencia se hace sentir. Explica. 17. Cuando el padre empieza a reprobar a Ignacio por toda la aflicción que le ha causado, cambia la forma verbal de “tú” a “usted”. ¿Por qué? 18. El padre condena severamente al hijo y hasta le dice “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” ¿Crees que el padre en realidad odia a su hijo? 19. ¿Qué diferencia hay entre lo que dice el padre al hijo y lo que hace el padre por su hijo? 20. ¿Qué parece indicar esta contradicción u oposición respecto al significado del cuento? 21. ¿Qué valor simbólico pudiera tener el hecho de que el padre “carga” a su hijo? 22. En el relato se repiten muchas palabras “negativas” como nada, nadie, ninguno, etc. ¿Cuál podría ser el propósito de esta técnica? 23. Hay en el cuento una oposición de valores: los positivos del padre y los antisociales del hijo. Explica, 24. Ignacio parece haber sido criado con el amor y el cariño de sus padres, y sin embargo ha llevado un mal camino. ¿Crees que la gente es siempre el producto de su crianza, o que a veces la vida le hace llevar por otro camino? 25. La narración contiene un subtexto que no se aclara muy bien. O sea, hay muchas cosas que no se revelan y que el lector tiene que inferir. Así ocurre al final. El padre se descarga del hijo, y después, ¿qué crees que pasa? 26. Completa los recuadros: INICIO NUDO DESENLACE

27. Dibuja una escena que más te haya impresionado del cuento leído. IV. DESPUÉS DE LA LECTURA: a) Actividades de extensión:  Investiga algunos datos biográficos y producción literaria del autor.  Investiga algunas críticas literarias referentes a la obra literaria del autor.  Escribe una historia breve y tramas literarias parecidas al cuento leído en base a un hecho real que haya ocurrido en tu comunidad de Pacanga. b) Reflexiona:  ¿Qué hemos aprendido en esta oportunidad? ¿Cuáles han sido las habilidades cognitivas aprendidas?  ¿Consideras importante el tema estudiado? ¿Por qué?  ¿Cómo podrías aplicar lo aprendido en otras áreas? TEN EN CUENTA: http://www.literatura.us/rulfo/index.html http://www.literatura.us/rulfo/perros.html http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/juanrulfo/sehadicho3.htm