Mochila

MOCHILA 1 Marina Arias 2 X Arias, Marina Mochila. - 1a ed. - La Plata : Club Hem Editores, 2014. 186 p. ; 20x14

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MOCHILA

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Marina Arias

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Arias, Marina Mochila. - 1a ed. - La Plata : Club Hem Editores, 2014. 186 p. ; 20x14 cm. - (Sinfonia Emergente; 4) ISBN en trámite 1. Narrativa Argentina. I. Título CDD A863 Fecha de catalogación en trámite

Este trabajo está registrado bajo la licencia Creative Commons. Por lo tanto, sos libre de compartir, copiar, distribuir, ejecutar y comunicar públicamente esta obra; inclusive podés hacer obras derivadas. Es necesario que cuando reproduzcas de manera parcial o total este trabajo, hagas referencia a los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciante; sin que esto suponga que contás con su apoyo o que compartimos el uso que hacés de la obra. El modelo de licencia prohibe el uso comercial de la obra o sus derivados. A su vez, si modificás o transformás esta obra, sólo podés distribuirla bajo una licencia idéntica a ésta. Construye, comparte y difunde! Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/.

Primera edición junio 2014 La Plata - Argentina - Indoamérica Este es un trabajo impulsado por Club Hem Editorxs Serie Sinfonía Emergente Fotografía de tapa: Matías Adhemar [email protected] // FB: matias.adhemar

Fotografía de solapa: Luciana Demichelis FB: fayutavos C orrección y edición: Francisco Magallanes

Diseño de tapa e interiores: Club Hem Editorxs por Agustina Magallanes [email protected]

Dirigen esta colección: Club Hem Editorxs por Francisco Magallanes y Leonel Arance [email protected] // [email protected]

Agente de prensa: Club Hem Editorxs por Leonel Arance Contacto: (221) (15) 409-9275 Club Hem Editorxs e-mail: [email protected] Facebook Club Hem Editores Calle 124 n 602. La Plata. Argentina Tel.: (221) 424-7389

PRÓLOGO

Fue una tarde de invierno del 2003. Nos encontramos con Marina Arias en la sede del IUNA que quedaba en el edificio de la Aduana. En un cuaderno anillado me pasó una serie de relatos donde se incluía una nouvelle titulada “Para qué sirve un traje de neoprene”. Comencé a leerlo en el Costera que me llevaba de regreso a La Plata. El colectivo estaba lleno. Viajé parado y sin embargo durante esa hora y media me acompañaron Christian y Mariana, esa errática, joven y encantadora pareja ficcional. Fue así que aquellas hojas anilladas se transformaron en el primer libro de una colección de ficción que se publicó en la Editorial de la Universidad de La Plata. Es

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que la escritura de Marina Arias captura, cada frase te lleva a la otra, es de lectura compulsiva. Y lo digo en presente, pese a que la anécdota es de hace once años, porque su habilidad no es circunstancial sino imperecedera. Ahora es el momento de “Mochila”. “Mochila” se iba a titular “La ventaja de una mochila desmontable”. Me gustaba ese título porque invitaba al lector a que se preguntara si realmente hay o no alguna ventaja en llevar una mochila desmontable. Aún por ejemplo no logro tomar una posición precisa en torno a la utilidad de un traje de neoprene. Aquella nouvelle y ésta trabajan en una zona donde las certezas –por suerte– sirven de muy poco. En “Mochila” vuelven a aparecer Christian y Mariana. Ya no tienen la vida por delante o sí, porque se acaban de chocar con su propia vida. Son como fantasmas o mejor aún: imágenes fluctuantes proyectadas en una pared. Es que estos personajes de Marina Arias viven en constante desfasaje. Les pasaba en “Neoprene”, al no animarse a besarse y les pasa, aunque en un sentido distinto, en “Mochila”. El desfasaje aquí se da entre lo que son y lo que quieren ser, entre lo que son y lo que pensaban que iban a ser. Marina Arias sabe retratar mejor que nadie cómo los caminos de cada una de nuestras existencias están llenos de atajos. Si alguna vez nos dijeron que todos los caminos conducen a Roma, “Mochila” nos dice –o

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quizás nos recuerda– que no había chances de que Roma se pareciera en algo a lo que nos habían contado. Hay también en “Mochila” un cuidadoso trabajo de montaje. Marina Arias escribe con palabras, pero crea un sistema de imágenes, de reenvíos visuales que dotan a la novela de tridimensionalidad. El narrador nos lleva de un espacio a otro en un mismo párrafo, viaje textual que se ve acentuado en una especie de desdoblamiento del narrador. Hace poco Marina Arias me comentaba que quería hacer entender a sus estudiantes la importancia de robustecer al narrador, que en algún momento pudieran escribir no solo sin esconder el artificio ficcional, sino sobre todo haciendo explícito que lo que se cuenta es, justamente un artificio. La lectura de “Mochila” es el mejor ejemplo para entender esto y también un relato que interpela sagazmente a los lectores. Lean “Mochila” y entenderán por qué.

Ulises Cremonte

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Nosotros, los de entonces, nunca fuimos los mismos.

PRIMERA PARTE

Uno

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a tercera noche en Los Cayos Christian sueña con Mariana. Con la Mariana de hace quince años. La

última que él vio. Están en su casa de Morón. Ella se ríe y se lleva un cigarrillo a la boca, y se vuelve a reír. Después se levanta la remera, le muestra las tetas y se muerde el labio de abajo. Pero en el sueño mismo Christian se da cuenta de que no es una provocación. Es el gesto de “qué hambre, chabón”, de la Mariana de hace quince años. Christian abre los ojos y espera cinco minutos antes de ir al baño. Desde que la médica le recetó rivotril, Inés no se despierta ni que le bailen un malambo en la cabeza pero Sofi va a abrir los ojos en cualquier momento porque 19

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ya deben ser como las siete. Y lo último que quiere es que desde la camita de al lado su hija le descubra la erección debajo del piyama. El sol recién se está asomando detrás de las palmeras que rodean la zona de las piletas. En un rato los senderos van a ser invadidos por sesentonas envueltas en pareos y parejas de gringos empujando carritos de bebés ultralivianos. Pero por ahora al único ser humano que Christian ve desde la ventana de su habitación es a la gordita de las dos amigas. Tiene puesto un jogging de acetato y de un brazo le cuelga una mochila de mano que parece a punto de explotar. Le está hablando a alguien que a Christian le queda tapado por el quincho en el que se cambian las toallas de la pileta pero que adivina no puede ser nadie más que alguna de sus dos amigas. Ayer cuando Christian estaba pidiendo una pizza para Sofi en la barra de la pileta, la gordita se le acercó desde la punta y le dijo que ella también era argentina. Se lo dijo emocionada, como si fueran los únicos dos compatriotas en todo el hotel. Después le contó que había viajado con dos amigas y señaló con la cabeza hacia una mesa: las amigas resultaron ser dos pendejas divinas que podrían haber estado en una foto de parador de Punta del Este o de Pinamar. Christian se preguntó cómo entraba la gordita en ese cuadro mientras la gordita, sin que él le

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preguntara nada, le contaba que con sus amigas estaban un poco aburridas porque en el hotel no había nada para hacer a la noche. Que igual al día siguiente se iban al mausoleo del Che en Santa Clara. Que el operador turístico que les había tocado había dicho que las excursiones por la isla eran la única manera de conocer la Cuba de verdad. Christian pensó que lo que de verdad necesitaba conocer la gordita era un cubano. O un canadiense. O un argentino que no fuera él. Algún tipo. Con urgencia. Pensó que con esas dos amigas la gordita nunca debía ligar nada. También pensó que tenía que convencer a Inés de hacer una excursión. Christian siempre quiso ver la Cuba verdadera. Por eso cuando Inés le contó que en una agencia de viajes tenían en oferta un paquete diez noches en Los Cayos all inclusive+tres noches en La Habana con desayuno se entusiasmó. Porque además estaba harto de terminar todos los veranos pasando una semana en el mismo apart de la costa repitiendo la misma justificación inverosímil: que de acuerdo a la ecuación precio-calidad era la mejor opción. Aunque a Inés lo único que le dijo fue que le parecía bien. Para Inés lo importante era que el hotel de Los Cayos tenía club kids y que a las cinco de la tarde había clases de acqua gym en la pileta. No tener encima a Sofi todo el día y tener el mismo cuerpo que a los

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veinte son las únicas dos cosas que parecen interesarle a Inés últimamente. La fundación de biotecnología donde trabajan juntos desde que volvieron a Buenos Aires para ella ya no es más que un lugar al que llega con él en el auto pasadas las diez, y del que sale minutos antes de las cuatro para buscar a Sofi en el colegio, dejarla en casa con Rosa y correr al gimnasio. El sexo también parece tomárselo como un trabajo que tiene que cumplir dos veces por semana. A veces Christian se pregunta si Inés se estará tomando ese trabajo con otro. Pero enseguida se responde que no. En el principio, cuando eran dos biólogos recién recibidos y con toda una beca por delante, él creyó que en Holanda había resuelto todo, que por fin había superado lo de Mariana y que esa mujer que milagrosamente correspondía a su enamoramiento siempre le iba a parecer perfecta. Siete años después, cuando decidieron buscar un embarazo, hacía tiempo que ni siquiera se preguntaba si Inés todavía le gustaba. También hacía tiempo que de Mariana se acordaba muy pocas veces. En esa época se levantaba de madrugada y daba vueltas por la casa. Hasta que finalmente prendía la computadora. Siempre terminaba en alguna página porno. Se justificaba pensando que era la única manera de poder responder estoicamente a las demandas del calendario

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de fecundación que Inés le recordaba todas las mañanas. Lo de las páginas porno nunca se lo dijo a nadie. Ni siquiera imagina que pueda estar siendo contado en estas páginas. Tampoco Mariana imagina que en estas páginas se va a contar cómo siguió su vida. Ni que Christian anoche soñó con ella. Ninguno de los dos tiene idea de que dentro de un par de capítulos, después de dieciséis años, van a volver a saber uno del otro. Por ahora Mariana está tomando mate en la casita de Villa Luro en la que vive con sus dos hijos desde que el mayor empezó la secundaria. Está esperando que el padre del menor pase a dejarle algo de la mensualidad antes de irse a ver a Vélez a Rosario. Cualquier otro sábado a esta hora Mariana estaría durmiendo. Pero no quiso arriesgarse a que Dani se gastara la plata o se la prestara a alguno de los amigos. El lunes tiene que pagarle al dueño el alquiler sí o sí. Mientras tanto, a Christian todavía le quedan cinco días en Los Cayos. Ya probó tres veces con meterse en el mar y ahogarse.

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Pero el Caribe es como una pileta: no se pone hondo lo suficientemente rápido. Las tres veces terminó saludando a Sofi que lo miraba desde la orilla y salió del agua lo más rápido que pudo. Caribe de mierda. Y ahora encima soñó con Mariana.

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Dos

E

l animador de rastas reprime un bostezo y sonríe mientras les abre la puerta del salón en el que se

sirve el desayuno continental. Anoche, durante la animación para chicos a la que Sofi lo obliga a acompañarla a diario, Christian lo vio en una mesa apartada del bar de la pileta chamuyándose a dos chicas canadienses que ya debían andar por el cuarto mojito. Se pregunta si el cansancio del tipo será por haber hecho ida y vuelta los setenta kilómetros hasta el pueblo donde viven todos los cubanos que trabajan en el hotel. En seguida se responde cómo puede ser tan pelotudo. Lo saluda con un gesto mínimo de la cabeza, y deja

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pasar a Sofi y a su mujer. El animador de rastas le guiña un ojo a Sofi con simpatía y con carpa le mira el culo a Inés. Inés no se da cuenta. Parece ser la única mujer del hotel que no se da cuenta de esas cosas. El resto de las huéspedes están innegablemente calientes con el animador de rastas. Y con el mozo alto. Y con el gordito que da clases de salsa. Y con el barman bizco. Christian piensa que ése debe ser el secreto de la alegría de los cubanos –“ma´qué socialismo ni socialismo; si hasta el Che Guevara mientras hacía una revolución e intentaba otras dos se las arregló para tener seis hijos, más uno supuesto que no reconoció”–. Esto último Christian lo leyó en internet cuando Inés le confirmó que había pagado el cincuenta por ciento del viaje; entró buscando el tipo de cambio y terminó leyendo La Guerra de Guerrillas en Wikipedia. La isla del bufete está rodeada de gente que se apretuja para servirse fiambre, huevos revueltos y panceta frita. Christian distingue a todos los argentinos: son los que no dicen ni permiso ni gracias; algunos, increíblemente, se sirven cucharadas de un tacho con algo que parece carne guisada. En la punta hay una frappera con una botella de champán. La botella está por la mitad. Christian piensa que debe haber quedado abierta de la cena de anoche. Pero entonces un inglés que más que

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una persona parece una morsa afiebrada se sirve una copa hasta el borde y vuelve a su mesa tratando de mantener el equilibrio con tres platos humeantes. Y Christian piensa que más que por la carga debe ser porque probablemente ésa no sea su primera copa de la mañana. Para tomar alcohol los turistas ingleses no parecen tener límite. Zaida, la mucama que les estaba terminando la habitación cuando llegaron del aeropuerto, entre otras cosas les contó que muchos se orinan en la cama. Que por eso los colchones tienen nylon protector, no porque haya tantas criaturas alojadas. Cuando Zaida se fue de la habitación feliz con sus cinco dólares de propina, Inés hizo que Christian diera vuelta los colchones de las dos camas mientras Sofi insistía en preguntar que quería decir “orinar”. Todas las mañanas después del desayuno, los ingleses se instalan con un vaso térmico lleno de cerveza en alguna reposera lindera a la pileta. Algunos también cargan un libro de la biblioteca del hotel. Inés no dejó que Christian trajera el libro de Paul Auster que estaba leyendo en Buenos Aires; dijo que a la vuelta iban a tener que cargar muchos regalos y no quería pagar sobrepeso en el avión. Por eso el segundo día él fue hasta donde le dijeron que funcionaba la biblioteca. Lo atendió una chica mulata de veintipocos que apoyó

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sobre la mesa una caja llena de libros con las tapas ajadas por el sol y el agua, y se puso a buscar con él. Las tetas de la chica tensaban el logo de la cadena hotelera estampado en la remera; aunque lo único que había en la caja eran bestsellers en inglés de autores absolutamente desconocidos, Christian se hubiera quedado toda la mañana revolviendo con ella. Pero la chica, sin perder la sonrisa, le hizo entender que tenía que cerrar la oficina para ir a abrir el ciber. Entonces Christian manoteó un libro cualquiera y se fue rápido. Todavía no lo abrió, ni lo va a hacer en el resto de su estadía en El Cayo. En Villa Luro, Mariana tampoco va a abrir el Horóscopo Chino que le pasó Jimena la semana pasada. Al menos no ahora: acaba de escuchar la moto de Dani subiendo a la vereda. –Qué hacés –lo saluda a través de la reja de la ventana. Después se pone a buscar las llaves por el comedor, donde todavía no sacó las sábanas del sofá-cama en el que duerme todas las noches. Finalmente las encuentra debajo de la mesita de la computadora. –Otra vez el gato éste del orto –dice mientras gira la llave en la cerradura y forcejea con el picaporte–. ¿Cuándo te lo vas a llevar, chabón? –¿A dónde querés que me lo lleve? Mi vieja no lo quiere

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allá ni en pedo. Además Facu lo adora. ¿No está durmiendo con él ahora? Seguro. Mariana le pasa un mate con cara de resignación: –¿Cuánto tienen hasta Rosario? ¿En la camioneta del Tuca, van? –No, vamos en uno de los bondis de La Pandilla, al final. El Tuca se pegó un palo contra un taxi y la camioneta está en el taller. –Boludo, tengan cuidado, no se metan en ningún bardo, eh. –¿Qué?¿Cuándo me metí en un bardo yo? Mariana frunce la boca. Dani hace ruido con la bombilla y le devuelve el mate: –¿Y vos qué onda hoy? ¿Vas a hacer alguna con Jimena? –No, ayer me llamó Lelé para hacerme acordar que hoy en el salón tenemos un quince. Boludo, hablé con tu vieja para pedirle que se quedara con Facu; lo tiene que ir a buscar directamente al club a las ocho, ¿no te dijo nada? –Sí, me dijo. ¿Pero después vas a hacer alguna? –¿Me estás cargando, boludo? Si me tengo que quedar hasta el desayuno. Dani abre la alacena, saca un paquete de galletitas y empieza a comerse una. –Bueno, ¿conseguiste la guita o no? –le dice Mariana mientras le saca el paquete de la mano y lo vuelve a guardar. 29

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–Sí, tomá. Dani hunde la panza y mete la mano en uno de los bolsillos delanteros del jean. A los tirones saca un puñado de billetes arrugados y se lo da a Mariana. Mariana saca los tres de cien, acomoda el resto en un fajo, lo dobla al medio y lo vuelve a meter en el bolsillo de Dani. –A ver, buscá a ver si no encontrás algo más –dice Dani girando el cuerpo hacia ella. –Qué forro que sos –dice Mariana–. Y mirá que igual todavía me debés dos gambas. Oíme, no podés seguir viviéndola a tu vieja así, Dani. ¿Te pusiste a buscar laburo? –Más bien que estoy buscando, boluda. Dejé mi teléfono en todos los clubes y canchitas de la zona. Pasa que a los pendejos se les empezó a dar por el tenis, por lo de Del Potro y toda esa gilada. Y los que siguen queriendo jugar al fútbol se van a las escuelas grosas como la de Marangoni y esa mano, viste. Las escuelitas de por acá están para atrás. –Capaz tenés que dejarte de joder y no buscar sólo de profe. Trasca ni título tenés. Dani revolea los ojos y Mariana lo descubre: –En serio te lo digo, cualquier día de estos tu vieja te va a poner los puntos. Salen juntos a la vereda, Dani patea la moto y le pregunta:

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–¿Y? ¿Te abriste el facebook, ya? Mariana niega con la cabeza. –No seas boluda, tiene razón Nahuel: el mail ya fue. Decile que te muestre cómo se usa y vas a ver que es una pelotudez. Mariana asiente sin ganas y lo despide con la mano. Dani acelera y baja a la calle por la salida de autos del vecino. Mariana lo sigue con la vista hasta que dobla en la esquina y se va arando. Después se mete en la casa. Guarda la plata en la lata de los aritos y prende la PC. Va a buscar la página de facebook y la va a mirar un rato. Pero no va crear el suyo. Para que se decida faltan unas cuantas páginas. Porque Mariana intuye que el facebook le va traer una mochila de cosas de las que no quiere saber nada.

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Tres

D

e lo que Inés no quiere saber nada es de perderse un día de all inclusive arriba de un micro sólo para

ver la tumba del Che Guevara. Durante la cena, cuando bostece y frunza la cara fastidiada, Christian va a decidir no volver a insistir con la propuesta y le va a decir que vaya a acostarse tranquila, que él se queda acompañando a Sofi en la mini-disco. Piensa que lo único que quiere Inés es clavarse su rivotril y olvidarse del mundo hasta mañana; y él, aunque ni siquiera lo piense, lo único que quiere es no verle la cara a ella hasta mañana. Pero entonces extrañamente Inés va a decir que esta noche se tomaría un mojito en el bar de la pileta. Así que se sientan los dos a unos metros de donde Sofi salta a la par

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de otros nueve chicos instados por una animadora culona que sobre un regaetton les grita: “el último en sentarse es de lúser: el per-de-dor”. Christian mira para otro lado. En una mesa está el canadiense de los tatuajes con el animador gordito y el de rastas jugando a las cartas. El canadiense ése se mueve por el hotel como si estuviera alojado de toda la vida y los animadores lo tratan como si fueran muy amigos. Al principio Christian creyó que lo debían conocer de otra temporada. Hasta que lo vio al canadiense retirando cuatro cervezas del bar del lobby. El animador de rastas y el gordito estaban esperando detrás del giftstore. El gordito estaba diciendo algo por lo bajo y el de rastas asentía con un gesto duro. Cuando el canadiense se les acercó con los cuatro vasos, de golpe sonrieron y lo recibieron con un coro de festejos. El canadiense no pareció darse cuenta de nada. Tampoco ahora parece darse cuenta de que a sus espaldas la mulata tetona de atención al cliente le está diciendo algo por señas al animador de rastas. Pero entonces el canadiense se da vuelta y la agarra de una muñeca. La chica sonríe y lo abraza por la espalda. Después se sienta en la cuarta silla de la mesa y cruza una mirada rápida con el barman. El animador de rastas se levanta. Cuando pasa junto a Christian le palmea un hombro y le

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guiña un ojo a Inés. Inés le sonríe apenas y se mira las uñas. Christian señala los dos vasos vacíos en la mesa y pregunta si quiere otro. Inés contesta que no. Entonces el regaetton se corta de golpe, la culona grita que empieza el show time y los chicos salen corriendo detrás de ella hacia el anfiteatro. Inés se levanta rápido. Pero Christian distingue el solero rayado a la cabeza del grupito: Sofi avanza decidida detrás de la culona. Por un segundo el cuerpo de Christian alcanza a recordar esa euforia infantil. Entonces su mente piensa que el anfiteatro queda ahí nomás. Y que la nena ya tiene seis años. Le dice a Inés que la deje, total ellos van detrás. Inés levanta su pañuelo de seda del respaldo de la silla y se cubre los hombros. Él acerca las dos sillas a la mesa y deja que Inés baje primero los tres escalones hasta el sendero de madera apenas iluminado por las luces instaladas entre las plantas. Christian piensa que la noche sería perfecta si no tuviera al lado a Inés. Aunque no le gustaría estar solo. Y se vuelve a acordar de que después de tantos años, anoche soñó con Mariana. Piensa cómo sería estar ahí con ella. Mariana parodiando al animador en la clase de salsa. Mariana bardeando a los ingleses en la pileta. Mariana borracha noche tras noche. Mariana a los besos con cada

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uno de los animadores. Y con todos. Mariana sonriéndole desde la almohada con el maquillaje de los ojos corrido. Estar con Mariana sería un infierno. El anfiteatro está lleno. Guiados por la culona, los chicos de la mini-disco se están terminando de sentar en las primeras filas. Entonces Christian siente un frío en la boca del estómago: el solero rayado no está. Camina hacia el escenario sin dejar de mirar al grupito, convencido de que de golpe va a distinguir a Sofi cerca de la culona. No está. Sofi no está. Inés lo mira espantada y se abre paso entre la gente que sigue llegando. Un animador anuncia por el micrófono que el show de hoy es un homenaje a Queen y Christian empieza a sentir que es una cámara que está registrando todo eso que no le puede estar pasando a él. Tiene que ver el solero rayado. No puede ser que no lo vea. Pero no lo ve. Avanza y retrocede por los senderos que llevan a las distintas áreas del hotel. Y que no están bien iluminados. All inclusive de mierda. Viaje de mierda. Padre de mierda.

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El frío en la boca del estómago ya le está oprimiendo el pecho. Su mundo explotó. Nada va a volver a tener sentido. Entonces las ve aparecer en la punta del sendero que lleva a la pileta: Inés la trae a upa y le está hablando despacito al oído. Sofi abraza la cintura de su mamá con las piernas y descansa la cabeza contra su cuello. Inés lo mira y le sonríe aliviada. Estar sin Inés sería un infierno.

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Cuatro



Estas medialunas están mortales –dice Mariana con la boca llena mientras con un dedo se saca el delinea-

dor de un lagrimal–. –Guarda que la madre de la nena es re-bicha y capaz que las tiene contadas, nena –Lelé espía por el ojo de buey–. Al final no entendí: te gastaste un montón de plata en esas botas, ¿y ahora qué vas a hacer? –¿No son lo más? –dice Mariana levantando un pie–. Con lo que me dio Dani y lo que saquemos acá voy a re-llegar para lo del alquiler. Espero que se pongan con la propina; hasta me estoy bancando los perros que me tira el baboso de la mesa del fondo. ¿Quién es, el tío de la pendeja? –Es el padre, ¿podés creer? 39

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Mariana abre el horno y saca una asadera con medialunas rellenas: –Cualquiera, Lelé, ¿por qué no está en la mesa principal, entonces? –Debe haber mar de fondo, ¿no viste que en la torta no se quisieron poner juntos para la foto? A Mariana se le cae una medialuna al piso. La levanta, le acomoda el queso más o menos mal y la pone en la fuente. Después se limpia la mano contra el pantalón. –Estoy quemada, Lelé, ¿cuántos pendejos quedan todavía? Lele vuelve a mirar por el ojo de buey: –Siete. –Buen, entonces llevamos esto a la mesa y nos vamos. Avisale a George, que yo voy a saludar a la madre. Medio botoxeada la mina, ¿no? A la hija le hizo una fiestita del orto pero se ve que guita tienen. –Mejor hagamos al revés, nena –dice Lelé y le da una palmadita en la espalda. –Vos andá a hablar con Jorge. Mariana asiente. Abre la puerta de la cocina y camina arrastrando los pies hacia una barra detrás de la que hay un tipo con un peluquín de un color de pelo imposible. –George, Lelé y yo nos queremos ir –dice Mariana mientras se encarama sobre la barra–. En la cocina dejamos todo joya. Quedan sólo las bandejas de la mesa, ¿te copás?

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El tipo se lleva una mano al peluquín: –Bueno, vayan que yo cierro; que se arregle Lita mañana. Mariana le tira un beso y sigue hacia la puerta. Sale a la calle, enciende un cigarrillo y fuma mirando hacia la esquina. Siempre que termina de atender una fiesta siente que lo que tiene que hacer es mandar ese trabajo a la mierda. Odia ser moza. Los únicos recuerdos buenos son de aquella semana en Puerto Pirámides, cuando lo hizo por primera vez en aquel bar. Aunque no está segura de si en realidad aquello le parece lindo sólo por haber estado con Christian. Christian. Estar con Christian. Con el careta de Christian del que no sabe nada hace quince años. ¿O dieciséis? Nahuel tiene quince y la última vez que él llamó por teléfono desde Holanda ella ya estaba embarazada. Así que quince. O dieciséis. Como sea, demasiado tiempo para andar gastando medio segundo en acordarse de él o en resumir aquel viaje inverosímil que emprendieron juntos desde Buenos Aires. Por la puerta de vidrio aparece Lelé. Le da su mochila y un billete. –No lo puedo creer… Garroneros de mierda –dice Mariana y se guarda el billete en un bolsillo. –¿Cómo vas a hacer con lo del alquiler? –Le voy a tener que pedir otra vez al Chavo.

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Cinco

A

los cinco meses de conocer al Chavo en un recital de Los Caballeros de la Quema, a Mariana le dio

positivo un evatest. No había sido un embarazo buscado. Tampoco evitado. El Chavo había insistido con que se podían cuidar con las fechas y con acabar afuera. Mariana protestaba pero siempre accedía a que no usaran forro. Secretamente, y aunque en aquel entonces no lo reconoció ni tampoco lo va a reconocer en esta novela, quería probar si podía quedar embarazada. Tenía la fantasía de ser estéril. Para cuando cumplieron veintiuno Jimena ya se había tenido que hacer dos abortos. Ella se había arriesgado tanto como su amiga. Y sin embargo nunca había sufrido ni un atraso. Eso que siempre ha-

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bía sido una especie de bendición, al conocer al Chavo se había vuelto una sombra. El Chavo trabajaba desde los quince y a los veintiséis estaba por poner con un amigo su propia ferretería. Había superado su rollo con la merca, tenía una familia que lo adoraba y estaba ansioso por fundar la propia. Parecía la posibilidad de tener lo que ella nunca había tenido. Así que de golpe Mariana sospechó que no iba a poder tener hijos. Porque su historia no podía terminar como una novelita. Por eso el embarazo la alegró. Muy en el fondo, porque lo que le dijo entonces a Jimena fue que era un garrón. Lo mismo le dijo a Christian, cuando él la llamó desde Holanda. La respuesta de Christian fue un largo silencio que ella sintió como una trompada en el estómago. Finalmente le dijo que el hermano necesitaba el teléfono y le cortó. Un año después Nahuel era un bebé que la miraba limpiar el departamentito del fondo de la casa de los padres del Chavo desde el bebesit que le había pasado la hermana mayor de Jimena. El Chavo todavía le parecía el marido ideal. Sobre todo porque el dolor por Christian se había ido transformando en el convencimiento de que ese careta no era para ella. Y porque todavía faltaban tres años para que se decidiera a cursar quinto en la nocturna del barrio, donde iba a conocer a Julio. Julio tenía cerca de cuarenta, la titularidad de las horas de Historia de la nocturna y una mujer a la que 44

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adoraba. Aunque de esto último Mariana no se enteró ni se va a enterar nunca; no de que Julio fuera casado, sino de que estaba verdaderamente enamorado de su mujer. Prefirió pensar que era un cagón. A sus veinticinco no podía percibir la ambigüedad de un tipo que estaba atravesando la crisis de la mediana edad. Mucho menos podría haberlo comprendido. Por eso Julio decidió que la única manera de cogérsela era inventando una separación inminente. Y aunque Mariana intuyó desde el primer café que eso no iba a suceder nunca, hizo volar por los aires su proyecto de familia con el Chavo: le pidió perdón llorando y le contó todo. Todavía hoy no puede explicar por qué hizo tamaña pelotudez. De lo que está segura es de tener la culpa del reviente en el que se volvió a convertir entonces la vida del Chavo. Un reviente breve, eso sí: al año y medio su ex conoció a Patri, juró que lo de las drogas esta vez se había terminado, reencauzó su vida con un embarazo nuevo y limitó sus desbordes a alguna que otra gira de cuarenta y ocho horas de las que vuelve jurando que esta vez sí que fue última. Cuando el Chavo se juntó con Patri, Mariana tuvo que alquilar en otro lado y empezó a dejar a Nahuel en un jardín maternal: Jimena le había conseguido un lugar en el grupo de encuestadores en el que ella se ganaba unos 45

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pesos mientras cursaba las últimas materias de Ciencias de la Comunicación. El trabajo consistía en subirse a una camioneta en Constitución y bajarse en alguna localidad del segundo cordón del conurbano para encuestar a los transeúntes sobre la imagen de una lista de políticos. La mayoría de los datos que Mariana y Jimena volcaban en sus planillas eran inventados. Sospechaban que el resto de los pibes del grupo hacía lo mismo y que a la supervisora no le importaba más que entregar diariamente y antes de las cuatro de la tarde un pilón de planillas llenas. Con lo de las encuestas y la cuota que el Chavo le siguió pasando puntualmente Mariana fue tirando. Hasta que Jimena logró entrar como pasante en un canal de televisión y Mariana empezó a bajar de la camioneta sola todas las mañanas. Probablemente la ausencia de la sensatez de Jimena haya sido lo que la hizo descuidarse: una mañana en Rafael Calzada la supervisora la pescó llenando la planilla en una calle desierta con un churro en la boca. Para su sorpresa, la mujer la echó inmediatamente. Durante ese año y medio Mariana había estado absolutamente en negro. Pero ni se le cruzó la idea de consultar a un abogado. Lo que hizo fue mandar a la supervisora a la mierda y volverse a su casa en colectivo. Hasta que unos meses después consiguió el trabajo de moza en el salón fue el Chavo quien pagó el alquiler y le

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prestó plata sabiendo que a pesar de sus promesas nunca se la iba a poder devolver. Por eso ahora Mariana va a volver a su casita de Villa Luro a dormir tranquila. Porque cuando se levante al mediodía lo va llamar al Chavo y está segura de que él le va a dar plata a pesar de que desde hace tiempo le pasa directamente una mensualidad a Nahuel. Como en los últimos dieciséis años, Mariana piensa que el Chavo va a ser quien le saque las papas del fuego. Esta vez se equivoca. Pero parecería que lo intuye. Porque otra vez en las últimas horas, y después de mucho tiempo, se acuerda de Christian y de cómo desapareció de su vida dejándole al Chavo el papel protagónico masculino.

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Seis

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hristian se enteró que Mariana estaba embarazada a los dos días de que su tutor de beca le presentara

a Inés en el comedor del laboratorio de la Universidad de Amsterdam. El tutor era un progresista entusiasta, orgulloso de estar a cargo de los pocos becarios latinos de la facultad y de conocer unos cuantos modismos en español. Los modismos eran fruto de un viaje por México que había hecho a los veinte años, así que Christian no entendía prácticamente ninguno de sus chistes. Pero cada vez que el tutor soltaba un “chinga”, un “pinche” o un “wey” adivinaba el intento de comicidad y le respondía con una risa muda.

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Al notar su desconcierto ante una gracia del tutor, y a lo dos minutos de conocerla, con una mirada había incitado a Inés a hacer lo mismo. Inés le había sonreído agradecida. A Christian esa complicidad le había resultado extrañamente familiar: de golpe se había dado cuenta de cuánto extrañaba a Mariana. Por eso la había estado llamando hasta encontrarla. Pero antes de poder decírselo, Mariana le soltó de un tirón la noticia de su embarazo. Y antes de que pudiera reaccionar, le colgó. Aturdido, soltó el tubo del teléfono y se apoyó en la pared. Entonces apareció Inés por la escalera y le preguntó si no quería tomar un café en la esquina. No es necesario detenerse demasiado en este momento tranquilo y previsible del relato. Baste con decir que Inés guardó una servilleta de aquel café durante años. Que a los tres meses los dos dejaron los cuartos que tenían asignados en la universidad para mudarse a un monoambiente en los suburbios de la ciudad. Que de una pared del PH en el que ahora viven en Colegiales cuelga un primer plano de Inés al pie de la Torre Eiffel en el que le está guiñando sensualmente un ojo a la cámara. Que en un viaje a Buenos Aires consiguieron fecha en el Registro Civil. Que de otra pared del PH cuelga un tríptico de fotos del primer año de Sofi. Que en la terraza tienen deck con parrilla y que desde que tienen un 0 km lo guardan en el garage de la otra cuadra. 50

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Hace años que Christian tiene la certeza de que la historia con Mariana no es más que una precuela de su vida. Alguna vez marcó el número de la casa de la madre pero colgó antes de que alcanzara a llamar. Una tarde se encontró con Jimena en el subte, y cuando después de contarle sobre su trabajo en el canal, Jimena intentó ponerlo al tanto de la vida de Mariana, le dijo que tenía que bajar en esa estación y casi se tiró del vagón. Después tuvo que dejar pasar dos subtes hasta poder volver a subirse. Jimena, la flaquita de morral que había tratado de convencerlo durante toda la secundaria para que se metiera en el centro de estudiantes, ahora era una señora con las uñas hechas por una manicura. La Mariana que él había conocido ya no existía. El Christian que había estado enamorado de Mariana, tampoco. Aunque dentro de algunos capítulos y antes del final de esta historia se va a convencer de lo contrario.

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Siete

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hristian empuña las dos valijas y camina hacia la cola del detector de metales donde Inés lo está es-

perando con Sofi a upa y cara de fastidio, la misma cara que tuvo durante los tres días en La Habana. A Christian también lo saturó el acoso permanente; caminar por la Habana Vieja sin detenerse demasiado a mirar nada para no dar lugar a ofertas de guiarlos, llevarlos a un paladar, mostrarles una tienda con mejores precios, cualquier cosa con tal de sacarles una propina. No se relajaron en ningún momento y Sofi no hizo más que empeorar el humor de ambos. Por eso, para Christian estar en Buenos Aires y tener que ir al laboratorio dentro de ocho horas es un alivio. También es un alivio que Inés haya

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decidido tomarse un par de días más para desarmar las valijas y preparar todo lo que necesita Sofi para empezar las clases. Mañana, cuando le cuente sobre el viaje a Tato, el tesorero de la fundación, se va a sentir un pelotudo por no haberlo pasado mejor. Antes, dentro de tres horas, cuando Sofi por fin esté dormida en su cuarto, va a evocar el sueño con Mariana para acabar lo antes posible; Inés habrá sido la que insista con que necesitan echarse un buen polvo pero él va a intuir que el orgasmo de ella será fingido, entonces para qué gastarse. Quizá por todo esto, aunque de todo esto no le va a contar a Tato ni a nadie, y a pesar de que cuando Tato le insistió con que tenía que abrirse un facebook –“no sabés lo que es, mucho mejor que el msn, mañana me voy a encontrar con una amiga de mi hermana que estaba buenísima, man, si te llama Fabiana no atiendas porque estoy con vos en una reunión”– se limitó a mirarlo con desinterés y hasta con un dejo de desaprobación, a la madrugada, en lugar de masturbarse con las chicas de muyzorras.com va a abrir una cuenta de gmail que no incluya su nombre, se va registrar en facebook y va a incluir en su perfil el nombre de su escuela secundaria. Así va a dar con el grupo “yo fui al Echeverrancho de Morón”, y se va sumar sin demasiado entusiasmo.

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Inmediatamente después del click va a sentir un hormigueo por todo el cuerpo: entre las personas que quizás conozca le va a aparecer Mariana. Y una fotito de su cara junto a la de un adolescente y un nene apenas mayor que Sofi. Pero para eso todavía falta también que Mariana haya abierto su propio facebook, después de hablar con Patri y darse cuenta de que la única que puede hacer que el Chavo se rescate es ella.

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ariana camina las seis cuadras hasta su casa con lo ojos entrecerrados. El cuarto par de anteojos de

sol que se compró en el kiosco de Tita también resultó una garompa: se le desarmó en las manos mientras se despedía de Lelé en la esquina del salón. Lelé se le rió y dijo que eso le pasaba por pijotera, que cuándo iba a entender que era más negocio comprarse lentes en la óptica. Mariana sonrió y le dijo por qué no se iba dos semanitas a la mierda. Después dejó caer los anteojos al lado del cordón y empezó a caminar. Abre tratando de hacer la menor cantidad de ruido posible con la llave. Va hasta la puerta cerrada del dormitorio y comprueba que del otro lado se escuchen los ron57

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quidos de Nahuel. Deja la mochila en el piso, se desliza en el sofá-cama y se tapa como puede con dos camperas. Inmediatamente se queda dormida. Lo que la despierta es “Esa estrella era mi lujo” en la versión desafinada y con los tonos cambiados de la guitarra de Nahuel que suena desde la cocina. Por la luz que entra a través de la persiana supone que ya es mediodía. Cuando Nahuel llega al estribillo del tema se le suma otra voz. Una voz de pibita. Mariana se saca las camperas de encima de un tirón y se levanta. –Qué hacés, má –le dice Nahuel sin levantar la vista de la guitarra. –Hola… –dice Mariana mirando a la pibita que tiene la cabeza apoyada en el hombro de su hijo. –Qué tal… –dice la pibita mientras se incorpora sin apuro y se acomoda el corpiño debajo del pullover. –¿Viene tu viejo a buscarte? –pregunta Mariana buscando la mirada de Nahuel y tratando de sonar lo más canchera posible. –No –dice Nahuel sin dejar de tocar la guitarra. –¿Hoy no ibas a almorzar con él a lo de tus abuelos? ¿Qué, te vas en bondi directamente para allá? –No, má. No arreglé nada al final. Nahuel empieza a probar tonos con la primera frase de “Todo un palo”.

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–¿Pero hablaste con él? –insiste Mariana. –No. Lo estuve llamando ayer y tenía el celular apagado. Al final llamé a la casa y Patri me dijo que está de viaje. –¿Y cuándo vuelve? –Yo qué sé, má. Lo único que me dijo Patri es que está de viaje. –¿De viaje de qué? –Má… –Nahuel revolea los ojos dando la charla por terminada. Se levanta, le da a la pibita un beso en los labios y la arrastra de una mano hacia el comedor. En realidad la pibita no es una pibita: es Vera, la novia de Nahuel desde hace siete meses y medio. Pero Mariana todavía quiere que siga siendo una pibita de la que no quiere saber demasiado. Se frota los ojos y pone la pava al fuego. Después empieza a buscar el inalámbrico y va al comedor. –¿Tu vieja sabe que estás acá? –le pregunta a la pibita sin mirarla y en tono de reproche. –Má, Vera llegó hace un rato –dice Nahuel como si le hablara a alguien más chico que él–. Son las dos. ¿Te comiste que había dormido acá? –mira a la pibita, y Vera se pone apenas colorada. –¿Cómo las dos, ya? ¿Y tu hermano? ¿Dónde está el inalámbrico, me cago en la hostia? –Hablá bien, má, ¿qué te hacés la gallega? Facu llamó

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que se iba con la abuela al shopping. Va a volver tipo seis, relajá. Mariana sigue buscando el inhalámbrico hasta que lo encuentra entre las sábanas de la cucheta de Nahuel. Cuando pasa por la cocina hacia el patiecito donde tiene conectado el lavarropas amaga con pegarle en la cabeza con el aparato. Nahuel se cubre exageradamente con los dos brazos y se ríe. Mariana también se ríe. Y se siente de dieciocho. Como se siente todo el tiempo: una piba de dieciocho a quien el espejo y la mirada de una pibita como esta Vera le recuerdan que está atrapada en el cuerpo de una señora de treinta y nueve. Prende un cigarrillo, lee en su celular el número de la casa del Chavo y lo marca en el teléfono. Al tercer llamado alguien descuelga del otro lado pero no dice nada. –¿Lauti? –Mariana se esfuerza en imitar los modos de adulto dulce–. Habla la mamá de Nahuel, pasame con tu mami. –Gudy… ancucú, gudy –balbucea el nene del otro lado en un claro intento por contar algo. –Ah… Pasame con mami, Lauti. –Ancucú bos… gudy…. jesi –insiste el nene. –Sí, sí, Lauti, ¿tu mami está ahí? Mariana levanta la vista hacia la cocina y dice en voz más alta: 60

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–No puedo creer que está pelotuda deje atender al nene que habla como el orto. –Estoy acá en el otro teléfono, Mariana –dice Patri cortante. Mariana se tapa la boca. –Lauti te estaba contando Toy Storie III, quería terminar de escuchar lo que te decía. En la línea se hace un largo silencio. –¿Qué necesitás, Mariana? –dice finalmente Patri. –Quería hablar un tema con el Chavo, Patri –dice Mariana en el tono más amable del que es capaz–. ¿Está por ahí? –No. Está de viaje, ya le dije a Nahuel ayer cuando llamó. –Sí, me dijo Nahuel, ¿pero no volvió? –No. –¿Y de viaje a dónde se fue? –Mariana, me parece que a esta altura eso no es problema tuyo, ¿no te parece? Que Patri le dé una respuesta tan lógica hace que Mariana desconfíe. Patri no es una persona lógica. Mucho menos alguien que ande poniendo ese tipo de límites con ella. Entró en la vida del Chavo sabiendo que era un personaje secundario. A los treinta y cinco, cuando lo conoció en la tornería en la que trabajaba como administrativa, lo único que parecía importarle era tener un hijo. Para eso el Chavo era un tipo adecuado, y quizás por eso Patri nunca

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pareció molestarse por vivir a la sombra del fantasma de Mariana. En el fondo son como una gran familia. Por eso inmediatamente le dice en tono enérgico: –¿Qué está pasando, Patri? ¿Dónde está el Chavo? Y entonces Patri suelta todo. Una pendeja que hizo un par de promociones para Caterpillar. Menor, sí. Casi seguro. Se la cruzó una vez que lo fue a buscar al Chavo al depósito de Lope de Vega. Pinta de merquera, sí. No, el nombre no lo sabe. Sí, seguro que ya la debe estar buscando alguien. Tres días. El celular lo tiene apagado, obvio. Patri suena más enojada que preocupada. Así es que inmediatamente Mariana prende la computadora y le pide a Nahuel que la ayude a abrir su facebook: el Chavo es un enfermo de las redes sociales y capaz que ahí encuentra alguna punta. Sabe que ella es la única persona que puede hacer que el Chavo se rescate. Ni se imagina que gracias al ciberespacio también va a rescatar a Christian. Lo va a rescatar de la vida serena que él planificó durante los últimos dieciséis años para volver a abducirlo en el caos de la suya.

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Nueve

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uando Christian se recupera del impacto de ver la fotito de Mariana se sonríe. Que Mariana le aparez-

ca como una persona que quizás conozcas le resulta paradojal. ¿La conoce? ¿La conoció realmente alguna vez? En el principio habían sido cuatro años compartiendo una división y un grupo de amigos, hasta que una tarde de febrero en que estaba intentando prepararla para rendir Física y Biología de Tercero para que pasara de año sintió la certeza de estar enamorado de ella. Las dos Matemáticas él las había dado por perdidas cuando en el recuperatorio de diciembre, al recoger las hojas de los bancos, la profesora encontró la caricatura. En la caricatura la profesora estaba en cuatro patas y

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tenía una tabla de logaritmos asomándole del culo. La profesora hizo un bollo con la hoja, la tiró en el cesto y se guardó la pila de exámenes en la cartera. Mariana salió al pasillo y contó muerta de risa que la tipa era tan boluda que no se había dado cuenta de nada. Pero Christian había alcanzado a ver el dibujo desde la ventana que daba al pasillo mientras Mariana, en lugar de terminar de resolver los cuatro problemas planteados, se esmeraba en esa tarea: la melenita lacia era inconfundiblemente la de la profesora y la caligrafía del globito que decía “¡ah… cómo me gusta!” era inconfundiblemente la de Mariana. Por eso nunca había estado del todo convencido de que el No Alcanzó Dedicación Insuficiente (NDI) que Mariana había sacado en el examen se hubiera debido exclusivamente a su catastrófico desempeño curricular. También sospechaba que después de aquella caricatura la profesora no iba a aprobar a Mariana ni el día del arquero. Por eso en febrero la convenció de dejar las dos Matemáticas como previas y dedicarse a full a Biología y a Física. El esfuerzo había sido inútil porque Mariana había terminado reprobando las dos. Pero a él le había servido para darse cuenta de que Mariana le importaba mucho más que cualquier amiga. Y para masturbarse todas las noches recreando a su gusto cada una de las anodinas

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escenas de estudio que fueron protagonizando en casa de Mariana. Mariana repitió, y tres meses después abandonó la escuela. Christian sospechó que el ser una visita en Quinto durante los recreos y el comprobar cómo el grupo se había acostumbrado rápidamente a un nuevo liderazgo, para peor el de Pamela Arcucci, su archienemiga, había sido demasiado para su orgullo. Lo que dijo Mariana era que había decidido empezar a laburar y rendir todo libre para no estar perdiendo más el tiempo en ese colegio de mierda. Textualmente así se lo anunció una mañana en el buffet: con aires de superada y un dejo de desdén hacia sus propios quehaceres como estudiante. Seis años después Mariana seguía sin aprobar ni una sola materia de las que le habían quedado, él se recibía de biólogo, y emprendían juntos aquel viaje hasta Puerto Pirámide al final del que pensó que el tiempo para ellos ya había pasado. Que lo habían perdido leyendo aquel Manual de Física en lugar de coger hasta que les temblaran las piernas. Y en varias películas europeas de las que Mariana salió puteando y que él tampoco terminó de entender. En una pizza de Las Cuartetas. Y en muchas de Ugi’s. Pero sobre todo lo habían perdido en una infinidad de mates infernales en los que Mariana siempre hablaba

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de algún tipo nuevo que había conocido en Cemento y con el que había terminado curtiendo en cualquier lado. Después Christian pensó que todo eso que había pensado al final del viaje a Pirámide habían sido sólo justificaciones de un cagón: sus ganas de acostarse con Mariana seguían intactas. Pero entonces la voz de Mariana a 11.000 kilómetros de distancia le dijo que estaba embarazada y le cortó. Sí, definitivamente persona que quizás conozcas es una gran definición de su relación con Mariana. Cuando clickea para enviar la solicitud siente el mentón de Inés sobre un hombro y la pregunta: –¿Quién es? Christian nunca le contó a Inés su historia con Mariana. Al principio porque le pareció una descortesía hablarle de otra mujer. Después porque pensó que Inés iba a malinterpretar el relato. Con los años la historia pudo haber sido una anécdota inofensiva. Pero para entonces Inés y él ya no se contaban casi nada. Por eso puede contestarle tranquilamente: –Una amiga de Jimena, mi compañera de la secundaria. Y sonreírse con amargura porque, después de todo, ahora ésa es la verdad. Inés no tiene ningún interés en saber más: dice que es

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tardísimo y se vuelve a la cama. Christian apaga la notebook. Cruza el pasillo, se apoya en el marco de la puerta de Sofi y la mira dormir. Mientras tanto, Mariana enciende la computadora y les grita por cuarta vez a Facu y a Nahuel que apaguen la Play y se metan en la cama. Que ya son más de las once de la noche y que mañana no se van a poder levantar ni con un guinche. Facu pregunta qué es un guinche. Mariana le dice que se deje de preguntar pelotudeces y se acueste de una puta vez. Después entra en su facebook: el Chavo no respondió su solicitud de amistad así que lo único que sigue pudiendo ver es el Homero Simpson babeado de Duff que tiene en la foto del perfil. Abre la casilla de mails y le vuelve a mandar uno con el asunto “COMUNICATE URGENTE, CHABÓN”. Entonces en la bandeja de entrada descubre el aviso de la solicitud de amistad de Christian. Mariana sonriendo intrigada y clickeando inmediatamente el link para aceptarlo. Mariana mirando la foto que Christian eligió para su perfil: un plano medio a contra luz en el que sólo puede reconocerlo alguien que lo conozca. Mariana pensando que el boludo sigue siendo el mismo paranoico de siempre. Y sonriéndose de nuevo. Mariana decidiendo que al parecer está más bueno que

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a los veintipico. No como el Chavo, que se volvió medio cónico y tiene los dientes limados por la merca. Mariana dictaminando que Christian debe seguir siendo un careta del orto. Y preguntándose por qué carajo la habrá querido contactar: se acaba de acordar de la última vez que hablaron por teléfono. Entonces busca en todas las ventanas cómo borrar la aceptación que acaba de activar. Se arrepiente de no haber prestado más atención cuando Nahuel le explicó cómo se usa el facebook. Y de haberlo mandado a dormir hace quince minutos. Porque ahora Nahuel ronca y hasta dentro de siete horas Mariana no tiene a quién preguntarle cómo eliminar a Christian de sus amigos. Después de dieciséis años no le queda otra que estar de nuevo ligada a él por una noche. Eso es lo que cree ahora, mientras apaga la compu y se tira en el sofá-cama aunque no tenga sueño. No sabe que el mensaje que le va a mandar Christian mañana desde el laboratorio y que ella va a leer recién cuando vuelva de pagarle el alquiler al dueño la va a hacer cambiar de opinión. Lo único que puede hacer esta noche es repasar la historia entre ambos para volver a convencerse de que es una novela terminada. Aunque no va a poder evitar volver a preguntarse qué hubiera sido de ellos si en lugar

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de gastarse la última noche de aquel viaje hasta Puerto Pirámide en una reflexión nostálgica, imposible entre dos pibes de veintitrés años y absolutamente impostada, hubieran hecho lo que verdaderamente querían: coger hasta que les temblaran las piernas.

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ena! Tantos años! (absolutamente gay)

Delete. Ey! Cómo andás, tanto tiempo? (“¿Ey”? ¿Qué soy, Fito Páez?) Delete. Holaaaaaaa. ¡¡¡Deleeeeeeeete!!!! Christian se agarra la cabeza y apoya los codos en el escritorio. Hace una hora que está intentando escribir un mensaje para Mariana, desde que llegó a la fundación y prendió la máquina. En el escritorio de enfrente, Tato

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toma un sorbo de café y le pregunta en qué anda. Christian abre la boca para mentirle que está redactando el paper nuevo para los alemanes. Pero de golpe se escucha diciendo: –Encontré a una ex en el facebook. Tato se arrastra con la silla hasta quedar hombro a hombro con él. –¿A verla? –se entusiasma–. Uy, está medio castigada pero debe haber estado buenísima. ¿Vos te levantaste a esa mina, man? ¿El de gorrita es el novio? –Es el hijo, pelotudo. Tato lo mira sorprendido: Christian jamás usa palabras como ésa. –Deben ser los dos hijos, calculo –dice Christian incómodo por haber perdido durante un segundo su acostumbrada compostura–. No sé, hace como quince años que no sé nada de ella. –¿La vas a ver? –No. Ayer a la noche no sé por qué le mandé la solicitud de amistad y parece que me aceptó. Ahora no sé qué escribirle. Pero si no le escribo va a pensar que no le quiero escribir. Todo por hacerte caso a vos con esta porquería del facebook. –Dejame a mí, man –dice Tato mientras lo cuerpea un poco con el hombro.

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Christian nunca va a poder explicar por qué pero deja que Tato se instale frente al teclado. Hola, linda. No sé qué pasó que no supimos nunca más nada más del otro. Pero es una alegría haberte encontrado en el ciberespacio. Un beso enorme. –Poné “cariños” en lugar de “un beso enorme”. – “¿Cariños?” ¿Qué sos? ¿Una tía solterona, man? –Y lo de “nunca más nada más” está todo mal redactado. –Uy, dejate de joder, ni que fuera el paper nuevo para los alemanes. –Bueno, dale. Mandáselo así como está.

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ariana le da un beso a Facu en la cabeza y un empujoncito para que se apure a subir la escalina-

ta de la entrada de la escuela. Cuando Facu llega a la puerta, se da vuelta torpemente por culpa de la cantidad de ropa que lleva puesta debajo del guardapolvo y de la mochila gigante, y se vuelve a despedir con la mano. Mariana saluda con una sonrisa a la secretaria que acaba de abrir la puerta. La secretaria la mira y sin responder a su saludo le dice algo a Facu. Algo que por la dureza de sus gestos Mariana adivina como una reprimenda por llegar cuarenta y cinco minutos tarde. Como siempre, la que se quedó dormida fue ella. A las ocho la despertó un golpecito insistente en el hombro: era

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Facu que ya se había lavado los dientes y se había vestido para la escuela. El guardapolvo lo tenía mal prendido. Mariana preguntó qué hora era mientras saltaba del sofá hecho cama; al acostarse había decidido que por una noche quería dormir cómoda. Facu le dijo que no sabía. Mariana pensó una vez más que tenía que comprarle un relojito digital y dejar de insistir con que aprenda a leer las agujas del de la cocina. Después de todo, su hijo tiene sólo siete años. Ella no se acuerda a qué edad aprendió la hora. Viendo lo imposible que le resulta a Facu sospecha que debe haber sido de más grande. Pero como la madre se murió en el 99, con el padre no se habla desde el 2008, y el hermano se tomó el palo a Brasil hace mil años, no tiene a quién preguntarle esas cosas de las que no tiene memoria propia. Con el hermano cada tanto se hablan por teléfono. Una vuelta intentó que la ayudara a reconstruir algo que no puede dictaminar si es un recuerdo, un sueño o el recuerdo de un relato que la madre le repetía cuando era chica: ella decidida a irse de su casa con un bolsito lleno de muñecos y escoltada por su perra Colita, una lenta caminata hasta la esquina y la aparición de la madre desesperada que la había abrazado y la había llevado de vuelta a upa; a veces a Mariana le parece recordar que lo que hizo la madre fue darle un pellizcón en el brazo y llevarla de vuelta a la rastra. Por eso le preguntó

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al hermano si se acordaba cómo había sido esa historia. El hermano se le cagó de risa y le preguntó si se estaba garchando a un psicólogo que andaba perdiendo el tiempo en preguntarse boludeces. Mariana lo mandó a la mierda y el hermano se dedicó a contarle cómo les había tirado huevos desde el balcón a los putos que habían salido a festejar el 3 a 1 de Fluminense contra Boca. Mientras lo escuchaba Mariana se prometió no volver a preguntarle ninguna cuestión trascendental en su puta vida. Antes de que la secretaria termine de cerrar la puerta de la escuela, Mariana se escucha gritar el nombre de su hijo. Facu retrocede desde el hall y la mira intrigado. Mariana le tira un último beso y le grita: –Suerte en la prueba de matemáticas, mi amor. –Fue el viernes, má... –dice Facu y mira a la secretaria avergonzado. –Bueno: suerte en la nota, entonces. Mariana se ríe y busca inútilmente la complicidad de la secretaria. En puntas de pie espía cómo cruza Facu el hall hasta que la secretaria le cierra la puerta en la cara. Si el origen de Nahuel –probar si podía quedar embarazada– es bastante insólito, el de facu lo es aún más. En la tercera cita con Dani, el profesor de la escuelita de fútbol de Nahuel, y cuando ya tenía claro que no sólo

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lo aventajaba en siete años sino también en unas cuantas neuronas, decidió que con ese pibe le iba a dar un hermano a Nahuel. Tenía claro que no podía esperar a enamorarse de alguien para hacerlo. Y tenía más claro todavía que pasara lo que pasara con su vida no quería que Nahuel fuera hijo único. “Para muestra sobra un botón” es una de las pocas máximas con las que Mariana ha adherido siempre. Y siempre pensó que el noventa por ciento de los mambos de aquel joven Christian con una mujer –o sea: ella– fueron culpa de esa condición. Aunque Mariana no lo piensa en estos términos, lo que piensa textualmente es “los hijos únicos son unos egocéntricos del orto”. Christian jamás va reconocerse como un egocéntrico del orto. Entre otras cosas porque ser hijo único lo obligó a preocuparse toda la vida por su madre. Si su padre no se hubiera muerto de un linfoma cuando él tenía diez años tal vez su historia hubiera sido otra. Pero la realidad es que nunca pudo pensar exclusivamente en él: hasta en la seguridad de haberse enamorado de Inés en Ámsterdam a veces sospecha que influyó la seguridad del beneplácito materno cuando la conociera en Buenos Aires. Y así fue: su madre e Inés encajaron a la perfección. Se hablan por teléfono tres veces por semana. Los sábado por medio Sofía duerme con la abuela. Y cada fin

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de año se van los cuatro a la casa de Villa Gesell. Recibir cada año así, con un asado y dos paquetes de estrellitas para Sofi en la casa en la que pasó todos los febreros de su infancia, cuando su padre todavía estaba sano, a Christian lo deprime un poco. Y el que las estadías sean tan cortas, espaciadas y similares además le provoca la sensación de un montaje durativo de su vida. Pero más se deprimió el año en que se quedaron en Buenos Aires y reservaron mesa en un restaurante. Nunca lo atendieron tan rápido en su vida: a las once y media estaban los cuatro subiendo al auto de nuevo. Seguramente los mozos tenían familiones esperándolos para el brindis. El familión de Inés siempre los invita a Tres Arroyos pero en los diez años desde que volvieron de Holanda la madre de Christian siempre encontró una excusa para no ir. Christian sospecha que la verdad es que no podría soportar la certeza de haberse equivocado al pelearse con sus dos hermanas y quedarse sin familia de origen. Haberse quedado sin familia de origen es el otro motivo por el que Mariana quiso tener más de un hijo: egocentrismo del orto. Pero eso no lo va a reconocer nunca. Mucho menos ahora, mientras le hace un fuck you a la secretaria sabiendo que del otro lado de la puerta

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la mujer ya no puede verla y piensa que no va a hacer tiempo a bañarse si quiere llegar a horario a encontrarse con Jimena; mientras le preparaba la leche a Facu arregló por mensajito para tomar un café antes de que su amiga entre al canal. Mariana sabe que Jimena es la otra única persona además del Chavo a quien puede pedirle lo que le falta para llegar a juntar el alquiler. También sabe que reunirse con ella no es ninguna garantía de que lo vaya a conseguir. No porque a Jimena no le guste prestar plata sino porque detrás de su apariencia de productora de televisión palermitana y exitosa, se esconde la hippie que alguna vez soñó con hacer comunicación comunitaria. Con Jimena cualquier cosa es posible: desde que por consejo de alguien del canal acabe de meter todo su sueldo en un plazo fijo y no tenga un peso de efectivo, hasta que se lo haya gastado todo en editar la revista cooperativa de un pibe que conoció en la calle. También es posible que el encuentro se corte abruptamente antes de que logren llegar hasta el cajero electrónico de la vuelta: Jimena sufre algo que Mariana y todo el mundo conoce como ataques de pánico, aunque su amiga le aclaró mil veces que su psicóloga se niega a ponerle un rotulo de ese tipo a su malestar. Mariana se pregunta para qué gasta

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plata Jimena con esa mina desde hace quince años si ni siquiera le sirve para saber cómo carajo se llama lo que le pasa, ni mucho menos para evitar correr a la farmacia más cercana a tomarse la presión cada vez que siente que esta vez sí, esta vez lo que siente es de verdad, esta vez lo que está teniendo es un ataque al corazón. Pero hoy, por suerte para Mariana, Jimena parece tener un buen día y saldo suficiente en la cuenta. Durante los veinte minutos que les lleve tomarse un café antes de ir hasta el cajero va a plantear todo tipo de hipótesis sobre Christian y su aparición en el facebook de Mariana, no porque sea un tema tan importante sino porque es una novedad y el hablar por teléfono a diario hace que entre ellas esas cosas no abunden. Eso es lo que a Mariana más la desorienta: que cuando Jimena está bien le parezca la persona más aplomada del mundo. Y que dos minutos después pueda convertirse en un ser desquiciado. Mariana sostiene que la culpa de todo la tiene el programa en el que su amiga trabaja desde hace diez años. Que Jimena está limada por los chimentos, las planillas de rating y los caprichos de la idiota de la conductora. El otro día, por ejemplo, la llamó por el handie a las cuatro de la mañana para que alguien fuera inmediatamente a buscar los rayban que se acababa de olvidarse en un boliche. Hace bastante que Jimena logró no ocuparse

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personalmente de ese tipo de cuestiones. De lo que tuvo que ocuparse fue de localizar al notero de la ronda nocturna para pedirle que fuera a rescatar los anteojos, y de mandarlos en un taxi a la casa de la conductora. Y de aguantarse las puteadas del pibe, que estaba de guardia en el edificio del gato del momento exactamente en la otra punta de la ciudad. Al día siguiente, cuando la conductora descubrió que no tenían las imágenes del gato entrando a su departamento con uno de los delanteros de San Lorenzo que sí tenía el programa de la competencia, le gritó a Jimena que eran todos una manga de inútiles, y se encerró en el camarín. Jimena le estuvo hablando una hora a través de la puerta para convencerla de que saliera a hacer el programa. Así son los días de Jimena. Todo esto Christian no lo sabe. Aquella vez que se encontró con Jimena en el subte, cuando ella le nombró el programa que estaba produciendo y le preguntó si lo conocía, él asintió enfáticamente: no tenía la menor idea de qué programa era pero tenía la cabeza ocupada en encontrar la manera de huir antes de que le contara cualquier cosa de Mariana. En su defensa hay que decir que en ese entonces la conductora y el programa de Jimena todavía no eran famosísimos como ahora. 82

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Christian e Inés miran poca televisión: series de médicos, documentales de Nacional Geographic, algún programa político de opinión. Hace unos meses Inés se enganchó con Mad Men. Así que contrató HBO para ver la temporada que se está estrenando. A Christian también le gusta esa serie. Aunque a veces le parece que más que una visión crítica sobre la consolidación del american way of life lo que produce la serie es una fascinación estética estupidizante. Mariana ni siquiera sabe de la existencia de Mad Men. Su consumo televisivo se reduce a media hora nocturna de algún canal de aire y a las cosas que le hace ver Nahuel por youtube: algunas veces, peleas entre famosos que pasaron en el programa de Jimena. Christian e Inés nunca perderían el tiempo viendo un programa de chimentos como ése. Así que Christian jamás leerá el nombre de Jimena entre los créditos. Por eso seguirá pensando que Jimena se dedica al periodismo de investigación como soñaba cuando terminaron la secundaria. Hasta dentro de algunas páginas. Hasta que Mariana le escriba por facebook cómo puede ser que siga viviendo en un tupper: “ese programa del orto se ganó una parva de Martín Fierros, uno subió

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a recibirlo Jimena y todo, ¿cómo puede ser que no la hayas visto, nene?”. Después Mariana se va a dar cuenta de que el mensaje se lo escribió en el muro y se va a querer matar porque para entonces Jimena también se habrá hecho amiga de Christian y también lo habrá leído. Pero una vez más no habrá podido evitar la tentación de buscar la complicidad de Christian para destrozar a su mejor amiga; la próxima vez tendrá que chequear con Nahuel que lo que está haciendo es mandar un mensaje privado. Y con Jimena hará lo que hace cada vez que le pasan estas cosas: hacerse la boluda. A veces se pregunta cuántas cagadas más puede aguantar el cariño que Jimena le tiene y se quiere matar. Después siempre se le cruza otra cosa por la cabeza y se olvida. Lo que Christian no va a poder aguantar cuando vea en su muro el comentario de Mariana sobre Jimena va a ser la risa. Para entonces ya habrán pasado cuatro días desde que él le mandó el primer mensaje por facebook, el mensaje que redactó Tato, y dos desde que Mariana le contestó: Boludoooooooo!!!! Cómo andás, tantos añosssssssssssss?

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Habrán pasado todos esos días porque antes de responderle, Mariana se ocupó de hacer volver al Chavo con Patri, de sobrevivir a un cumple de los del colegio de monjas y de conseguirle laburo a Dani, de mandar a la mierda a la madre de Vera en la segunda reunión por el viaje de egresados de Nahuel. Y de pensar cómo contestar ese mensaje raro de Christian.

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Doce

1)

Hacer volver al Chavo con Patri: Después de pasar por el negocio del dueño a pa-

garle el alquiler, Mariana, además del mensaje de Christian (“¿y a éste chabón qué le picó? ¿con los años se puso gavilán?”) encontró un mail del Chavo en el que le decía que estaba en un hotel de San Cristóbal. Que no sabía cómo carajo se había metido en esa caravana. Que se le había terminado la guita y que la pendeja (no aclaraba qué pendeja, por eso Mariana se dio cuenta que suponía que ella ya estaba al tanto de todo) se había tomado el palo. Entonces Mariana marcó el celular del Chavo y él por fin lo atendió: –Soy yo, Chavo.

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–Ya lo sé, flaca, me sale tu número en el identificador. –Ah... Escuchame: agarrás el auto y te volvés ya para tu casa. –No puedo, se me cae la jeta con Patri, flaca. –No seas pelotudo. Yo ahora la llamo y le aviso que estás yendo para ahí. Decime una cosa, ¿la pendeja no es menor, o sí? –No, diecinueve tiene. Mariana siente que le vuelve el alma al cuerpo. Espera que el Chavo termine de decir que es una recontramierda, que si Patri le cambió la cerradura tiene toda la razón, que cómo lo va a mirar a los ojos a Lauti, pobrecito Lauti, Lauti me debe odiar. –Lauti no entiende nada, si tiene dos años, Chavo, no te enrolles –lo corta impaciente–. Andá para tu casa, querés, que está todo bien. Pero tenés que volver con el grupo de la parroquia, chabón, ponete media pila. Si no un día la vas a pudrir posta. –Sí, flaca, ya lo sé. Mariana sabe que el Chavo ya lo sabe, y también sabe que lo único que va a hacer el Chavo es volver a ser un marido y un ex ideal durante unos meses. Varios meses. Y a esta altura con eso le alcanza.

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2) Sobrevivir a un cumple de los del colegio de monjas y conseguirle laburo a Dani: Al día siguiente tiene que trabajar en el salón de cinco a ocho. Nahuel protesta porque por quedarse con Facu va a tener que faltar a una reunión del Centro. Mariana le dice que se deje de hinchar las pelotas, que al Centro no le va a pasar nada por prescindir de su presencia por un día. Nahuel le dice que al Centro no, que al partido, porque justo es una asamblea crucial para cagar a los troskos. Mariana no le contesta. En el trayecto hasta el salón va pensando de dónde le salió un hijo militante, si a ella siempre le chupó un huevo todo. De golpe se acuerda de Jimena convocando a una marcha por el asesinato de Walter Bulacio. Y de que el único de toda la división que finalmente había ido era Christian. Ella a último momento en lugar de subirse al micro se había quedado en la puerta de la escuela apretando con un pibe del vespertino. El colegio de monjas queda sólo a una cuadra y el grupo llega todo junto directo de la escuela diez minutos antes del horario pautado. Los varones empiezan a correr por el salón y las nenas practican una coreografía de un programa de tele. Entonces llama George para avisarle que Pepo le acaba de mandar un sms diciendo que renuncia porque le salió un trabajo como reemplazo en la

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obra de una vedetona para las vacaciones de invierno. “¿Vos podés creer que la gente sea tan cachivache?”, agrega casi desesperado. Mariana le dice que no se preocupe. Que ella va a organizar juegos de varones contra mujeres para zafar. Y que conoce a un pibe que podría llegar a reemplazar a Pepo. Cuando la madre de la del cumpleaños se despida con los brazos llenos de paquetes y sin dejarle un centavo de propina, Mariana además de desearle a la mina una sarta de cosas irreproducibles, va a pensar un momento y después le va a mandar un sms a Dani diciendo que la llame apenas pueda. 3) Mandar a la mierda a la madre de Vera en la segunda reunión por el viaje de egresados de Nahuel: Mariana arranca con mala onda de entrada: la reunión es otra vez en la casa de Vera. Ella no soporta que su hijo esté de novio, cosa que la madre de Vera se encarga de recordarle con cada uno de sus chistosos “consuegra” (“consuegra las pelotas, la concha de tu madre…”). Pero Mariana soporta todavía menos que la madre de Vera tenga la casa impecable, que la vez anterior les haya ofrecido muffins recién horneados (¡y que hasta les hubiera podido pegar granas multicolores con merengue!), que hoy vaya a lucir su melenita impoluta como si

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hubiera llegado recién de la peluquería y el maquillaje impecable… Todo eso habiendo salido del ministerio en el que trabaja como asesora tan sólo tres horas antes de que Mariana toque el timbre del chalet, retroceda hasta la vereda y destroce la colilla de su cigarrillo con el taco de la bota. La madre de Vera se hace llamar “Luli”. Mariana nunca pudo saber cuál es su nombre, si Luciana, Lucila, Luz –a veces se consuela con que en realidad se debe llamar “Luján”– pero no soporta ese apodo en una mujer que evidentemente tiene por lo menos su misma edad. Por eso le dice simplemente “Negri”. Como hace ahora. –Negri… ¿cómo estás? –Mariana le da un beso y encara para el living en el que, apretujados alrededor de una mesa ratona en la que hay dos botellas de seven up casi vacías y un montón de vasos usados, está el resto de los padres. Porque, como siempre, Mariana llegó cincuenta minutos tarde. Por eso, y también como siempre, el resto de los padres la miran con mala cara. –Bueno, llegó mi consuegra –dice Luli mientras entra detrás de Mariana como si fuera necesario anunciarla. Mariana saluda y se sienta en el apoyabrazos de un sofá. –Entonces estamos todos de acuerdo –dice una madre a la que Mariana bardeó en un acto de Tercer Año porque insistía en guardar un lugar libre en las primeras filas.

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“No da para reservar lugares”, habían sido sus palabras mientras levantaba el programa del acto que la mina había puesto sobre el asiento con ese propósito y se ponía a leerlo. –¿De acuerdo con qué? –pregunta Mariana mientras con un gesto de la mano rechaza la bandeja con brownies que le está ofreciendo Luli. –Con contratar el viaje con Travel que incluye el rafting y el hard trekking –le contesta la misma madre y el resto asiente. –¡¿Perdón?! ¿Y cuándo decidieron hacerlo con una empresa? La vez pasada habíamos hablado de llevarlos de campamento al Bolsón más para fin de año, así no hace tanto frío. –Sabés que pasa, Mariana… –dice la madre de Maxi, el mejor amigo de Nahuel hasta que Nahuel se puso de novio con Vera– que los chicos quieren hacer lo que hacen todos los chicos: los boliches, las excursiones, todas esas cosas. Lo del campamento fue una idea que vos tuviste, pero bueno, viste cómo son los chicos con estas cosas. –¿Qué chicos? Yo le conté a Nahuel y está re-copado con hacer un viaje de egresados diferente, hasta estuvimos viendo para alquilar un par de carpas estructurales por internet. –Mariana… –dice Luli en un tono amabilísimo– Nahue me pidió que te explicara que todos quieren contratar el

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viaje con Travel; se ve que a él le da no sé qué decírtelo. Y acá estuvimos pensando que en lugar de medio liberado a Nahue le podemos dar uno. Total, Javier y Romina consiguieron remontar el almacén, así que pueden pagar el viaje de Yani entero –Luli mira al resto buscando aprobación y la consigue. –Primero: no le digas “Nahue” a mi hijo; se llama “Nahuel”, Na-huel, ¿entendés? Le puse Nahuel para que lo llamen Nahuel. Segundo: ¿de dónde sacaron que el padre de Nahuel y yo no se lo podemos pagar? –Mariana enfatiza las palabras “el padre de Nahuel” –. Y tercero… Piensa un segundo y decide no decir “¿vos te pensás que yo me voy a creer que mi hijo te va a andar pidiendo a vos que me digas algo, forra?”. –… y tercero, ¿qué carajo es hard trekking? ¿No se dan cuenta de que les están vendiendo cualquiera? Se hace un silencio incómodo. Una madre se sirve un vaso de seven up. Otro padre carraspea y mira la pantallita de su celular. Alguien pregunta dónde es el baño y sale del living. –Bueno, entonces, si ya tienen todo cocinado, nada –dice Mariana mientras se levanta–. Yo me tengo que ir. Avisen cuándo y adónde hay que ir a llevar la primera cuota. Suelta un saludo general con la mano y encara para la puerta. Luli la sigue agitada: –¿No querés llevarle unos brownies a Facu en una ser93

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villetita? Mariana aprieta el picaporte, mira hacia el living y en voz baja le dice: –¿Sabés qué Luli? ¿Por qué no te vas dos semanitas a la mierda? Y antes de que la otra alcance a decir nada, abre la puerta y se va contenta.

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Trece

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espués de mandar el mensaje redactado por Tato, Christian intentó trabajar en el paper para los

alemanes; la traductora le había avisado que si no se lo mandaba antes del martes no se lo iba a poder terminar para la fecha de presentación. Pero en todo el día no pudo avanzar más que cuatro párrafos: escribía dos palabras y volvía a entrar a su facebook. A las seis de la tarde apagó la máquina contrariado, no por su improductividad textual sino porque Mariana no le había contestado. ¿No habría visto su mensaje o no le habría importado? Por el momento podía quedarse con la primera opción, después de todo habían pasado solamente ocho horas. Si en la Mariana actual quedaba

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algo de la que él había conocido, ocho horas no era una cantidad de tiempo significativo. Siempre lo había exasperado la capacidad de Mariana para ignorar los relojes y dedicarse a cuestiones intrascendentes. Una vuelta se había pasado la tarde del domingo estudiando con una lupa el tatuaje del pecho de Lenny Kravitz en una foto de una revista y copiándolo en un papel. Christian había intentado convencerla para ir al Centro Cultural Recoleta a ver una muestra de fotoperiodismo. Después, de ir hasta la panadería a comprar facturas. Más tarde había propuesto que fueran hasta la pizzería de la avenida a comer una grande de muzza. Finalmente, a las nueve de la noche se había ido a su casa cerrando la puerta con más fuerza de la habitual. Hasta el día de hoy Christian sigue detestando a Lenny Kravitz. Dice que es porque está comprobado que antes de hacerse famoso trabajaba en una sala de ensayo y le robó todo a otros músicos. Pero cuando una vez Tato le preguntó qué músicos, repitió “otros músicos” y cambió de tema. Are you gonna go my way y la puta que lo parió. Se sobresaltó y miró el reloj: por estar pensando pelotudeces iba a llegar tarde a buscar a Inés. La había dejado todo el día sin auto con esa sola condición. Llegó a la puerta del gimnasio después de cruzar la

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ciudad casi como si manejara una ambulancia. Inés estaba charlando en un grupito de gente. Con un gesto hacia el auto le indicó que la esperara un momento. En el grupito Christian distinguió a un tipo alto y entrecano parecido a Pablo Echarri. Cuando Inés finalmente se despidió, el tipo le estampó en la mejilla un beso demasiado afectuoso. A Inés siempre le encantó Pablo Echarri. Así que durante los siguientes tres días Christian se olvidó de Mariana y del facebook.

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Catorce

¿

“Hola, linda”? Mariana no puede despegar los ojos de las palabras

en la pantalla. Christian haciéndose el banana. Increíble. –Dale, má… que tengo que mandar la gacetilla de la toma de mañana –dice Nahuel mientras sale del baño con una toalla en la cintura y secándose la cabeza con otra. Se para detrás de Mariana y se saca la toalla de la cara: –¿Quién es? –pregunta señalando la foto de Christian con el mentón.

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–Un compañero de la secundaria. –¿Qué compañero? La secundaria de Mariana es algo que ocurrió siete años antes de que naciera Nahuel. O sea que para él es la prehistoria. Ni siquiera tiene muy claro que fue ahí, en una escuela pública, que se conocieron Mariana y Jimena. Jimena es la mejor amiga de su mamá y punto. Aunque le resulta raro verla tomando mate en la mesita enclenque de la cocina de su casa: una cheta de Palermo, forrada en plata. No puede imaginarse que alguna vez su mamá y Jimena parecieron iguales, uniformadas por la rebeldía adolescente. Tampoco sabe que tenían proyectos parecidos hasta que la vida se encargó de reencauzarlas de acuerdo a la clase social de la que provenían y que la vagancia de Mariana no hizo más que seguir la corriente natural de su destino. Nahuel insiste: –¿Qué compañero, má? –Nadie, Nahuel, un compañero que no veo hace mil años. Y dejá de leerme por arriba del hombro que sabés que me revienta. Se da vuelta: –Y hablando de cosas que me revientan: ¿qué le estuviste diciendo a la madre de Vera? Cuando vuelvas vamos a hablar vos y yo, eh.

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Nahuel hace como si todo lo último no lo hubiera escuchado y sigue mirando la pantalla. –Qué foto más chota puso en el perfil ¿Se van a juntar? Mariana vuelve a mirar la foto. La pregunta de Nahuel es la que no se quiere hacer. Porque aunque al terminar de leer el mensaje banana de Christian el gesto que hizo fue su característico “qué hambre, chabón”, después se le escapó una sonrisa y se le iluminaron los ojos.

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Quince

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n mes después Christian está esperando a Mariana desde hace cuarenta minutos, como si no hubieran

pasado los dieciséis años que deschavan las pronunciadas entradas de su frente; hace mucho que no se mira tan de cerca en un espejo como lo está haciendo ahora en uno de los aparadores de la Giralda; se quiere matar, mañana mismo va a pedir un turno en el schawnek de la esquina de la fundación. Disimuladamente trata de peinarse todo para adelante. Muchísimo peor: parece San Francisco de Asís. No: es la versión humana de Gargamel de los Pitufos. Con las dos manos se peina rápido todo para atrás de nuevo. Eligió sentarse de frente a la puerta para que la llegada de Mariana no lo tome por

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sorpresa. Eso lo obligó a darse vuelta cuatro veces para llamar al mozo. Al final el tipo se acercó con cara de fastidio, como si fuera la cuarta vez que lo atendía. Christian pensó que el maltrato profesado por los mozos de la Giralda no había cambiado en esos dieciséis años. Esa comprobación, extrañamente, lo hizo sentir bien. Cuando se arriesgó a proponerle a Mariana por qué no se juntaban, después de un inagotable y agotador ida y vuelta de mensajes de facebook que se había convertido en el eje de sus días, no había dudado sobre cuál tenía que ser el lugar. En todos esos años, aunque nunca lo había decidido conscientemente, había evitado volver a pisar La Giralda. Unas vacaciones de invierno, después de llevar a Sofi a ver una obra de títeres en el Complejo La Plaza, Inés había propuesto ir allí a tomar su famoso chocolate con churros. Pero Christian había contestado que a Sofía no le iba a gustar el chocolate –“no es rico como el nesquik, Sofi”– y por lo bajo le había dicho a Inés que era un reducto de fumones. Probablemente lo del chocolate de La Giralda Inés lo habría sacado de la Guía Oleo. Pero al final ella siempre se dejaba llevar por el criterio de Christian. Sobre todo tratándose de una salida por la calle Corrientes, un circuito que tenía entendido que él había frecuentado antes de irse a Holanda por la beca, y al que

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ella sólo había ido dos o tres veces, todas para llevar a Sofi al teatro; por lo demás decía que la zona, llena de espectáculos montados para el público del interior y artesanos de paños ambulantes, le resultaba absolutamente deprimente. Por eso había asentido y había aceptado ir a un Mc Donalds de camino a casa. Como siempre. Claro que Christian había frecuentado la calle Corrientes. Infinidad de veces había acompañado a Mariana a la Giralda en pleno bajón. Siempre bajón de porro, por supuesto: nunca en su vida había visto a Mariana en un estado remotamente parecido a una depresión. Enojada, furibunda, rabiosa y todas las variantes expresivas de la bronca, sí. Pero bajoneada, jamás. Mariana nunca llora delante de otros. No lo hizo ni siquiera en el velorio de su madre. Si hubiera estado acompañada por Christian quizá no podría haberse aguantado. Es que él había sido el testigo incómodo de sus idas y vueltas. La madre poniéndole candado al teléfono y sin hablarle durante semanas cuando se enteró que había repetido. Mariana pidiéndole al padre mudarse a su casa. Y llorando en la falda de su madre cuando finalmente asumió que aunque el padre le decía siempre que por supuesto, cuando quieras mi amor,

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jamás la iba a llevar a vivir con él y su mujer. Mariana imitando burlonamente a una novia de su hermano. Y la madre riéndose compinche. Después, negándose a darle plata para viajar hasta el centro. Mariana con el pelo recién teñido de azul y buscando con una mirada hosca la aprobación de su madre. La madre desaprobando su audacia con un gesto de los labios, pero con un brillo de orgullo en los ojos. Christian siempre se había llevado bien con la madre de Mariana y sabía que en el fondo madre e hija se adoraban. Por eso Mariana no habría podido aguantarse el llanto si lo hubiera visto entrar en aquella casa velatoria. Pero para entonces de Christian ni siquiera sabía si seguía a 11.000 kilómetros de distancia. Ella estaba recién separada del Chavo. Y el Chavo se portó como siempre. La ayudó a atender a los conocidos que se fueron acercando en el transcurso del velorio. Se ocupó de que a la mañana siguiente Nahuel fuera al jardín como si nada. Fue a buscar su hermano a Ezeiza. Y cuando por fin volvieron de dejar el cuerpo de la madre en un nicho del Cementerio de Morón –Mariana hubiera querido enterrarla de una vez pero en ese momento no había lugar– le dio un blister de rohypnol. Mariana piensa que lo mejor que le pudo pasar fue que

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el infarto fulminante de su madre la encontrara cerca del Chavo: el careta de Christian nunca hubiera podido conseguirle pastas sin receta; encima seguro que habría intentado disimular su incapacidad diciéndole que el consumo de sedantes sin control médico era peligroso. Pero toda esta historia para Mariana ahora es una película que no siente haber vivido. Pasaron más de doce años. Nahuel no tiene ni un solo recuerdo de su abuela. A Mariana lo que le hace sentir un nudo en la garganta es ya no poder recordar su voz. Por eso trata de no pensar nunca en eso. Como no pensó en Christian durante todos estos años. Hasta que empezaron con los mensajes en ese puto facebook. Ahora sospecha que cuando termine de caminar esta cuadra que le falta para entrar a la Giralda y se encuentre con los ojos de Christian, el cinismo no va a poder seguir conteniéndole la emoción. Mariana empuja la puerta de vidrio de La Giralda y entra en una escena cumbre de esta historia. Es en cámara lenta y tiene música incidental. “You are beautiful” de James Blunt, por ejemplo. Aunque en la cabeza de Mariana suena “Shoud I stay or shoul I go”. Y en la de Christian, “Loser” de Beck.

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Christian levantando la vista de su pocillo vacío y observando a Mariana antes de que ella lo descubra. Mariana soltando la puerta a sus espaldas e intercambiando una mirada con un morocho de barba sentado junto a la ventana. Christian pensando que es la misma de siempre. Y comprobando que Mariana sigue logrando romper su decisión enunciativa de evitar las malas palabras: porque está más linda que nunca la hija de puta. Un segundo después Mariana le sonríe y avanza hacia su mesa. Durante los próximos siete capítulos y hasta decirle la verdad, Christian se va a preguntar una y otra vez qué lo llevó a hacer lo que está a punto de hacer; tamaña forrada –y de nuevo no va a encontrar una palabra tan precisa en el registro impoluto con el que suele manejarse–. Porque dentro de tres minutos, cuando Mariana le pregunte si se casó, le va a contestar que no y mientras llame al mozo con una mano increíblemente decidida le va a preguntar qué quiere tomar. A Mariana más que la respuesta lo que le va a encantar es el gesto de Christian. “Además de algunas chapas parece que perdió un par de taras”, va a pensar mientras le contesta que una birra bien fría, que eso quiere, y enseguida sonríe y le dice que lo está gastando, que ni en pedo, un cortado en vasito; aunque no puede evitar

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relojear una Quilmes Imperial que el mozo le lleva al morocho de la ventana. Mariana no quiere tomar alcohol en este rencuentro con Christian. No por decisión propia sino porque se lo prometió a Nahuel: –Má… si te interesa ese Christian ponete las pilas. Mirá que si se da cuenta como escabiás va a salir huyendo– le dijo Nahuel sin sacar la vista del monitor de la computadora. A Mariana se le escapó una sonrisa: nadie la había visto tomar tanto y tantas veces como ese Christian. Sobre todo en aquel viaje hasta Puerto Pirámide que podría haber sido el inicio de su vida juntos pero no fue más que el final de una novela. A Nahuel eso no se lo dijo. Lo que hizo fue asentir, darle un coscorrón cariñoso y decirle que no se olvidara de buscar a Facu en el club, que ella antes de las nueve iba a estar de vuelta. Ahora mira otra botella que pasa en una bandeja y siente la boca reseca. Pero Nahuel siempre le saca la ficha. Y ella como madre será un bardo, pero un bardo con palabra. El gesto de Christian para llamar al mozo no fue por decisión sino por urgencia para cambiar de tema. Apenas se escuchó negar la existencia de Inés supo que se estaba

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metiendo en algo que no podía terminar bien. También supo que no podía hacer otra cosa: del otro lado de la mesita de mármol Mariana lo miraba como nadie lo había mirado en dieciséis años. Como nadie más podía mirarlo. Con esa extraña mezcla de complicidad y sadismo que de golpe se le revelaba como lo único auténtico, lo único que podía querer. Mariana empezó a relatarle su vida con una familiaridad que podía prescindir de las explicaciones y los motivos. Aunque no de los detalles. Por eso a las nueve menos cuarto siguen en la Giralda. Por una de las ventanas se logra un ángulo que permite ver las caras de los dos: Mariana gesticulando ampulosamente y soltando una palabra detrás de la otra. Christian asintiendo. Con la sonrisa dibujada y los ojos de un adolescente.

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Dieciséis



Sí, boluda, nos re-colgamos, y en un tiro me fijé la hora y me quise matar.

–....... –No me habla. –....... –Pasa que como yo llegué acá tipo diez no pudo ir a buscar a la pibita a coro. –....... –Habrá ido la madre, Jime, yo qué sé, vos siempre preguntando pelotudeces. Además, ¿qué onda, boluda? ¿Es el guardaespaldas, mi hijo? Que se curta. A la edad de ella vos y yo íbamos y veníamos solas a cualquier hora. Y trasca, en el Sarmiento. Buen, pero pará que te cuento: no se casó, boluda.

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–....... –Un flash: como si nunca nos hubiéramos dejado de ver. –....... –Está… como más chabón, ¿entendés? –....... –No, boluda. Igual a mí no me daba para ir a ningún lado, ¿no te estoy diciendo que tenía que estar acá a las nueve? Christian enrolla un puñado de fideos con el tenedor y se lo lleva a la boca. Mientras mastica, disimuladamente observa a Inés que está tratando de enseñarle por enésima vez a Sofi a usar la cuchara para ayudarse. Sofi trata de morder la bola de fideos pero se le cae en el plato. Las dos se ríen. Sofi lo mira como habilitando a que se burle de su torpeza y él siente un nudo en la garganta. Le acaricia la cabeza y toma un trago de agua sin dejar de mirar a Inés a través de la copa. Desde que llegó, a las diez menos cuarto, ya mencionó tres veces detalles de la mentira que vino repasando en el auto desde el centro: un after office con Tato y un par de amigos suyos que trabajan por Plaza San Martín para despejarse un poco después de la corrida que habían tenido con el paper para los alemanes y antes de meterse a full con la siguiente etapa de la investigación. La mentira la inventó Tato. El otro día, cuando Inés ya se había

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ido a buscar a Sofi, Christian le pidió que lo cubriera. Había decidido no decirle a Inés que se iba a encontrar con Mariana. Aunque todavía no tenía en claro por qué. Tato se tomó su misión con mucho entusiasmo; Christian sospecha que le encantó que de pronto él tampoco fuera un tipo tan honesto. Tato se tomó su misión con tanto entusiasmo que hasta le escribió los nombres de las mujeres y los hijos de sus dos amigos en un papel e insistió con que se los memorizara. Christian leyó el papel un par de veces, después de todo Tato era el que sabía de esas cosas. Hasta que reaccionó, le dijo que era un pelotudo, rompió el papel en pedacitos y los tiró por uno de los inodoros de la fundación. Hoy Tato estuvo todo el día diciéndole a Inés “Ine, la reunión de hoy es de machos, sorry”. Hasta que lo agarró en la cocina y le dijo que la cortara. De todos modos, Inés no pareció sospechar nada. Tampoco preguntó nada las tres veces en que Christian, desde que llegó a la casa, citó fragmentos de una conversación ficticia en un bar irlandés que se encargó de ir a ver ayer cuando salió de la fundación. Christian perdió la cuenta de las veces en que Tato lo usó de coartada con su mujer. Ahora se arrepiente de habérselo contado a Inés todas las veces. Es que la infidelidad de Tato le resultaba algo ajeno e incomprensible.

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Y siempre daba pie a conversaciones con Inés en las que terminaban riéndose de la inmadurez del tesorero de la fundación y de la inagotable capacidad de negación de su mujer. Además, casi siempre después se echaban un buen polvo. Por eso Christian había previsto que Inés intuyera algo raro en esa salida con Tato y lo bombardeara a preguntas. De verse acorralado, había decidido decir que todo era un invento del tesorero para salir con una amante nueva. Que no le había dicho la verdad porque había pensado que el embarazo de siete meses de su mujer iba a hacer que esta vez ella no le encontrara ninguna gracia al asunto. Que había tenido miedo de que increpara a Tato. O peor: que no dijera nada pero empezara a odiarlo y el clima de trabajo que habían logrado en esos cinco años se pudriera. Pero Inés sigue abocada a enseñarle a Sofi a usar la cuchara. Así que Christian puede dedicarse a pensar en Mariana. Y a planear cómo va a hacer para ir a comer a su casa el viernes, tal como quedaron cuando se despidieron en la esquina de la Giralda. Lo único que sabe es que va a ser mejor prescindir de la ayuda de Tato.

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Diecisiete



Cualquiera, Dani. Habíamos quedado los viernes fijos, no me podés salir con esto ahora –Mariana suel-

ta la perilla del horno y el horno se apaga–. Puta madre –dice mientras busca la caja de fósforos arriba del spar que tiene una capa de grasa y pelusa de años. –Boluda, perdoname –dice Dani desde el comedor. Está completando una planilla de excel en la computadora–. Pero cuando el Tuca me avisó que iba a sacar las entradas no me di cuenta que el ocho caía viernes. –Sí, boludo, vos te pensás que yo me voy a creer que hubieras dejado de ir a ver a Maiden porque te tocaba estar con Facu… –dice Mariana mientras enciende un fósforo y lo acerca al mechero del horno. Después grita hacia el dormitorio: 115

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–Facu, apagá la Play ya y andá a bañarte, es la cuarta vez que te lo digo. Desde el domitorio llegan protestas monosilábicas de Facu. –Pero si Jorge ayer me dijo que el salón hoy se lo habían alquilado sin ningún servicio –dice Dani sin dejar de mirar varias veces la pantalla y el teclado antes de apretar alguna letra con uno de sus dos dedos índices–. Así que te podés quedar con Facu lo más bien. –Ese no es el punto, boludo. El punto que si quedamos en algo, quedamos en algo –Mariana vuelve a soltar la perilla y vuelve a putear porque la llamita se volvió a apagar–. Aparte yo hice planes contando con que Nahuel no estaba y Facu se iba con vos. –¿Ah, sí? –de golpe Dani suena interesado–. ¿Qué planes? –Qué carajo te importa, boludo –salta Mariana. Pero como le pasa siempre con Dani, inmediatamente se pone a darle explicaciones: –Va a venir a comer un compañero de la secundaria que me encontré por facebook. –Al final me diste bola y abriste el facebook, forrita… –El facebook lo abrí porque el Chavo andaba de gira y Patri no… –empieza a explicar Mariana. Y como le pasa siempre con Dani, inmediatamente salta:

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–¡Pero qué te tengo que andar dando explicaciones, boludo! Se asoma hacia el dormitorio y grita más fuerte: –¡Dale, Facundo! –Con razón te pusiste a cocinar... ¿Fue tu noviecito este chabón? –Dani sigue completando la planilla a una velocidad que hace que Mariana sienta ganas de pegarle. –¡Qué-teim-por-ta! –silabea mientras frota otro fósforo contra la caja–. ¡Y salí de mi computadora! –Es mía también, ¿o te olvidaste que fue mi vieja la que nos prestó la tarjeta? –Sí, pero las cuotas las terminé de pagar yo, y vos te llevaste el equipo de música, ¿te acordás? ¿Qué es lo que estás haciendo tan concentrado, además? –Las planillas del Gran DT que hacemos entre los pibes. Mariana hace su gesto de “qué hambre”: –Cuándo vas a dejar de perder el tiempo en pelotudeces… –¿“Pelotudeces”? El campeonato anterior el Tuca se ganó nueve gambas con esta pelotudez, querida. –Igual mejor que vayas arrancando, ¿no se te va a hacer tarde para el recital? –No, tengo que ir para lo del Tuca a las nueve, recién. Porque los de la banda soporte parece que son unos muertos así que vamos a ir para ver directo a Maiden. –¡La concha de la lora, esta mierda se apagó otra vez!– Mariana cierra el horno de un portazo. 117

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–A ver, dejame a mí –dice Dani levantándose de la compu–. Che, ¿pero por qué querés meter la carne en el horno tan temprano?

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Dieciocho



Temprano. Si le digo a Mariana que tiene que ser temprano lo puedo manejar perfectamente”, se dio ánimo

Christian aquella noche después del encuentro en la Giralda cuando Inés fue a la cocina a poner los platos en remojo y gritó que se había hecho cualquier hora, “vamos, Sofi, un beso a papá que te leo un capítulo de Dylan Kifki y a dormir”. Lo que no se imaginó fue que el horario iba a resultarle lo más fácil de manejar de la comida en lo de Mariana. Cuando llega, a las siete, Mariana le da un beso rápido en la mejilla, le saca la botella de vino de las manos y mientras lo hace pasar al comedor, en un tono que suena más resignado que culposo, dice: 119

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–Dani: Christian; Christian: Dani. Desde la mesita de la computadora Dani extiende el brazo de una forma extraña que Christian no puede imitar, así que el saludo se trunca a mitad de camino y provoca un silencio incómodo. Christian busca la mirada de Mariana que revolea los ojos hacia el techo sin que Dani la vea. Después grita hacia el dormitorio: –Facundo, apagá ése televisor y vení a saludar. –¿”Televisor”? Boluda, ¿qué es esa palabra del año del orto? –se burla Dani buscando la complicidad de Christian que no puede evitar una sonrisa. Facundo sale del dormitorio en medio de una carcajada. –¿Por qué no se van a cagar los tres? –dice Mariana riéndose a su vez. Entonces Christian piensa que Mariana una vez más y después de dieciséis años se las ingenió para que él no sea el protagonista exclusivo de una escena de su vida. Y lo que es más increíble: una vez más se las ingenió para que a él no le esté molestando del todo. Facundo se estira para que Christian le dé un beso en la mejilla y le dice hola. –Christian es un amigo mío de hace muchos años, Facu– le explica Mariana mientras lo abraza por los hombros. –Ya sé, má. Si estuviste toda la semana hablando con Jimena de él.

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Mariana se ríe nerviosa y le da un golpecito seco en la nuca: –Andá a lavarte las manos que en seguida vamos a comer, mi amor. Después se mete en la cocina. –¿Te ayudo? –pregunta Christian que no sabe dónde ponerse. –No, pero vení, haceme compañía mientras saco la carne. Cuando están juntos frente a la mesada, Mariana le dice por lo bajo: –Este larva de Dani se instaló acá hace como tres horas, pero en un toque se va a ir porque tiene el recital de Maiden. No te jode a vos, ¿no? Christian piensa un segundo qué le conviene contestar para quedar bien. Al final decide no parecer tan comprensivo como a los veinte: –Pensé que íbamos a estar solos... La cara de decepción de Mariana le confirma que se equivocó: –Sí, supuestamente Facu se iba con Dani pero como toca Maiden… Igual pensé que te iba a gustar conocerlo. Pero cierto que a vos nunca te gustaron los chicos, ¿no? Christian la mira. Tiene ganas de gritarle que le encantan los chicos. Sobre todo le encanta Sofi, a la que no sabe por qué carajo decidió ocultar cuando ella en la Giralda le preguntó –y la pregunta fue más una afirmación que otra cosa, quizá

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por eso él sintió que no le quedaba otra que mentirle– si no había tenido hijos en todos esos años. Mariana y la puta que la parió; si se apura todavía puede llegar a tiempo para ir a comer con Sofi a Mc Donalds, en una de esas escapadas padre-hija que le hacen sentir que la vida vale la pena. Entonces Mariana le da la espalda y se inclina a buscar algo en el cajón de la heladera. Y los ojos de Christian ven otra cosa que vale la pena. Dos horas más tarde, cuando Mariana lo acompañe hasta el auto decepcionada porque se esté yendo tan temprano, Christian va a alcanzar a pensar que haberse quedado por su culo fue un error. Porque la inclusión de Dani en la cena finalmente resultó lo menos sorpresivo. Apenas terminaron de acomodarse en la mesa –Dani en la punta del lado de la compu porque insistía con seguir completando su planilla de costado, Mariana en la cabecera del lado de la cocina para poder ir y venir la veces que fueran necesarias, y Christian enfrentado a los ojos curiosos de Facu– se escuchó una llave en la cerradura de la puerta. Y dos voces masculinas en medio de una conversación. –No lo puedo creer –dijo Mariana como para sí mientras

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se asomaba al pasillo–.¿Qué hacen acá ustedes dos? –Hola, má… –dijo una de las voces. Christian sintió un escalofrío: ¿dónde fueron a parar los años que pasaron para que el garrón que le anunció Mariana por teléfono a 11.000 kilómetros de distancia se haya convertido en el dueño de esa voz de barítono? –Flaca… –saludó la otra voz. Christian no necesitó escuchar a Nahuel diciendo “pasá, pá, un toque, dale” para darse cuenta de que no podía tratarse de otro que del Chavo. –¿No te quedabas a dormir allá? –dijo Mariana–. ¿No se quedaba con vos hoy, Chavo? –Sí, flaca, pero habló por teléfono con la novia y entonces se quiso venir para el barrio, viste que un pelo de con… –Chavo… –lo cortó Mariana–. Está Christian, mi compañero de la escuela, ¿te acordás? –Uy, el famoso Christian –dijo el Chavo entrando al comedor –. Un gusto, che –agregó mientras le daba la mano. Que el Chavo hubiera escuchado mucho sobre él a Christian lo hizo sentir una mezcla de alegría y orgullo. Pero eso se le pasó en cuanto vio la manera con la que el Chavo y Mariana se saludaron: con la confianza y el cariño que sólo pueden ser el resultado de haber compartido capítulos de la vida mucho más trascendentes que su novelita con Mariana. 123

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Por eso no le molestó tanto que Nahuel le insistiera a su padre con que se sentara a morfar algo hasta convencerlo. Ni que Mariana pareciera inexplicablemente contenta cuando fue a la cocina a buscar dos platos más. Ni encontrarse de golpe en medio de una acalorada conversación sobre fútbol que le resultó absolutamente incomprensible, ni tratar de ocultar su desconocimiento dándole la razón a Facu para que de paso Mariana pensara que es un tierno, que lo hizo para apoyar al nene. Ni sentirse el convidado de piedra cuando Nahuel empezó a contar sobre la toma de la escuela y terminó discutiendo con su madre, su padre y su ex padrastro. Nada de eso le importa. Porque después de ver el saludo entre el Chavo y Mariana, Christian no puede dejar de pensar que se perdió la parte más importante de la película y que desde donde la está agarrando le va a parecer malísima. Por eso cuando Mariana lo acompaña al auto está convencido de que quedarse por su culo fue un error. Pero entonces, mientras saca la llave del auto del bolsillo, Mariana le dice que la perdone, que ella había planeado otra cosa, que el viernes que viene va a ser distinto. Después lo besa. Y a Christian le gusta que su lengua sea confianzuda pero no cariñosa.

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Diecinueve

I

nés lo esperó para comer. Inés, que cada vez que él por algún motivo vuelve más

tarde de las diez nunca le deja ni siquiera una nota, ni una mísera nota, sólo una fuente dentro del horno o del microondas, y a veces ni siquiera eso, sino que tiene que improvisar algo rápido con lo que encuentra en la heladera, esta noche lo esperó para comer. La puta que lo parió. Christian la ve a través de la puerta vidriada del comedor y mientras vacía sus bolsillos en la mesita del vestíbulo se mete rápido en la boca un beldent polar. El aliento a vino es lo de menos, después de todo las inauguraciones suelen estar patrocinadas por alguna bo-

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dega y ésa es la historia que finalmente inventó con ayuda de Tato: la muestra de esculturas de la nueva mujer de un posible padrino para la fundación en una galería inexistente. Una galería de San Telmo, había completado Christian. “Mejor decile en la Boca, que ahí Inés no va a querer ir ni en pedo”, había corregido Tato, y Christian lo había mirado asombrado: para esas cosas el tesorero era brillante. La Boca había resultado clave: al escuchar el nombre del barrio Inés había dicho que Estela se iba a las siete y que no quería andar llamando a la sobrina de Meche para que cuidara a Sofi un día de semana. Que mejor fuera solo. Por un segundo Christian había sospechado que lo que más le importaba a Inés era no faltar al gimnasio y a su charlita diaria con el falso Pablo Echarri, pero enseguida había hecho a un lado la idea: él era el turro que estaba inventando una historia para poder encontrarse con otra mina. Pobre Inés. Ahora Inés escucha el ruido de las llaves de Christian contra la mesita. Entonces levanta la vista y con la cara iluminada por la televisión, le sonríe. A Christian se le aflojan las piernas. El aliento a vino es lo de menos. Está convencido de que Inés le va sentir en la boca el gusto a Mariana. Siente como si la lengua le latiera; “una versión patética del corazón delator de Poe”,

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alcanza a pensar antes de llegar hasta Inés y darle un beso. Un beso corto. Y cariñoso. Se siente el hijo de puta más grande del mundo. Una hora después, cuando Inés se clava medio rivotril y dice que se va a la cama, y mientras termina de acomodar los platos en la pileta, Christian está pensando de nuevo en Mariana. Y en que vivir sin Inés es algo a lo que podría acostumbrarse. O que podría también acostumbrarse a la corriente alterna de sentirse un hijo de puta. Entonces se asoma al cuarto de Sofi a mirarla dormir. Como todas las noches. Pero esta noche se sienta en el borde de la cama y le acaricia la frente. A los treinta cuando se encontró con Jimena en aquel subte y su primer impulso fue no saludarla, no sólo por no querer enterarse nada de Mariana sino por eso que le pasa con toda la gente que no ve hace mucho –la sospecha de que el otro no se va a acordar de él y el temor a confirmarlo– sentía que tenía toda la vida por delante para resolver el inexplicable sinsabor que hacía que le costara volver a dormir cuando se despertaba de madrugada, y que a la mañana siguiente, mientras desayunaba con Inés y con Sofi, siempre volvía a parecerle el recuerdo de un mal sueño. Ahora que los cuarenta lo esperan

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ahí nomás, a veces siente la extraña seguridad de que en su historia los papeles se repartieron hace rato. Y de que a él sólo le quedó el de tranquilo insatisfecho. Por suerte, existe Sofi. Mariana está acostumbrada a que su vida sea una comedia coral. Por eso para cuando el auto de Christian dio vuelta en la esquina ya estaba interrogando al Chavo sobre qué estaba pasando con Patri que se había quedado a cenar ahí lo más choto y ni siquiera le había mandado un mensajito: –Nada, flaca. Patri se fue con Lauti a la casa de los padres –le contestó el Chavo arrastrando un poco las palabras por la cantidad de vino que había tomado durante la cena. Mariana le hizo un gesto de que esperara y gritó hacia el dormitorio: –Ponete el pijama y acostate que ahora voy darte un beso, Facu. Después acercó su silla a la del Chavo: –¿Cómo que se fue a la casa de los padres? ¿Cuándo? –El día que te atendí el celu cuando volví ya no estaban en casa. Después me mandó un mensaje diciéndome que estaban ahí y que por ahora no la llamara. Desde el pasillo se asomó la cabeza de Nahuel:

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–Ma… me voy a lo de Vera –dijo y siguió hacia la puerta. –Pará, Nahuel, son las diez de la noche, mañana tenés todo el día para verla, dejate de joder. Después preguntó hacia el domitorio: –¿Ya estás en la cama, Facu? –Sí, má –contestó Facu con voz de dormido. –Ahí voy. –No, má, no puedo esperar hasta mañana –dijo Nahuel desde la puerta–. Vuelvo en un rato. –Nahuel… –empezó a protestar Mariana pero el ruido de la llave le hizo asumir que Nahuel ya estaba en la calle. –Este pibe está pelotudo con esa pibita. Después a la mañana no se puede levantar, ¿a vos te parece que vaya a la casa a esta hora? –dijo buscando el apoyo del Chavo. –Dejalo, yo era igual. Y vos también, ¿o qué, eras una carmelita descalza, vos? –le dijo el Chavo con suspicacia. Mariana se lo quedó mirando. Sus dieciséis pasaron hace veintitrés años. Pero se acuerda. Entre otras cosas se acuerda de que cuando tenía esa edad, cualquier cosa que hubiera ocurrido veintitrés años antes, para ella era algo ajeno, algo que sólo podía ser un párrafo de la última unidad del Ibáñez, una unidad que la Fichetti no había llegado a dar pero que ella igual había tenido que estudiar de memoria para rendir

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Historia en diciembre y arañar un cuatro. Y también se acuerda perfectamente de una cuenta que sacaba entonces: “en el dos mil voy a tener veintiocho”. “La vida resuelta”, pensaba los días en que no sabía por qué pero estaba contenta. “La vida acabada”, los días en que lo único que quería hacer era encerrarse a escuchar a The Cure. Ahora tiene diez años más todavía, y no siente ninguna de esas dos cosas. Quizás por eso lo que le contestó al padre de su hijo mayor fue: –No me rompas las pelotas, Chavo; si sabés que yo a esa edad era un bardo. El Chavo soltó una carcajada. Y sacudió la cabeza hasta que se le terminaron las ganas de reírse. –No sé qué voy a hacer si Patri no vuelve –dijo entonces–. ¿Faso no tenés, no? –No, pero si querés hoy quedate que yo me tiro un colchón con los chicos –dijo Mariana. Se levantó y abrió la puerta entornada del dormitorio. –Oia –dijo dándose vuelta de nuevo hacia el Chavo–. El guacho de Facu se durmió sin que yo le dé el beso de las buenas noches, podés creer.

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Veinte

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na hora después Mariana está acostada en el colchón que guardan debajo del de Nahuel y que tiró

al lado de la cama de Facu. No va a dormir bien. No por no hacerlo en su sofá-cama, ni por los ronquidos del Chavo del otro lado de la puerta, ni porque a la mañana la cama de Nahuel siga intacta. No puede dormir porque no puede sacarse a Christian de la cabeza. No puede decidir si lo que le gusta es Christian o la fantasía de volver veinte años para atrás. El viernes que viene se tiene que acostar con él. Sí o sí. Porque si hay algo en lo que ella confía para decidir cosas es en eso. 131

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Además no aguanta más la intriga por saber cómo la tiene. Pero antes de llegar al viernes y tener sexo con Christian de una vez, Mariana va a tener que resolver un par de escenas: 1)Encarnar a una madre furiosa con Luli porque Nahuel durmió en su casa y no le avisó –un papel que disfrutó muchísimo, sobre todo cuando la otra, desconociendo que en realidad a las once y media Nahuel había mandado un sms al celular de Mariana pero que ella lo había encontrado recién a la mañana ya que el aparato se había apagado por falta de batería, se disculpó por tercera vez y dijo que no sabía cómo se le había pasado una cosa tan importante, pero que le juraba que nunca iba a volver a suceder. 2)Componer una desinteresada consejera de Patri e ir a verla con una sorpresita para Lauti, una sorpresita elegida a la apuradas en el kiosco de la esquina de los padres de Patri, sólo para convencerla de que el Chavo es lo mejor que le puede pasar en la vida –la actuación peligró cuando Patri deslizó un “si es tan bueno, vos por qué te separaste” pero entonces Mariana señaló a Lauti que estaba jugando al lado de la mesa y preguntó “quién le corta el pelo que lo tiene tan lindo”, sabiendo perfectamente que lo hace el Chavo con la misma máquina que

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usa él, y Patri dijo “el Chavo, con la misma máquina que usa él”, y se sonrió fascinada con su hijo, y entonces dijo que sí, que se lo deja re-lindo el Chavo, es un genio el Chavo. Y Mariana sintió un coro imaginario vivando su participación. 3) Hacer de moza correcta e insignificante en el salón de George quien para el gusto de Mariana debería dejar de reírse con las ocurrencias insólitas de Dani como animador, como la nueva de poner a todos los chicos a mirarlo a él intentando hacer jueguito con una pelota; ella no tiene más ganas de hacerse cargo de la líneas argumentales de la vida de Dani pero intuye que, como siempre, va a terminar pudriendo todo. 4) Hablar de Christian con Jimena por teléfono durante horas como cuando eran adolescentes y el único pibe del que jamás hablaban era Christian. Christian por su parte va a intentar resolver otra cosa antes del viernes. Serle infiel a Inés con Mariana es salirse del relato que escribió para vivir tranquilo. Pero desde que se metió en esa mierda del facebook no puede conjugar los verbos de la historia con Inés en otro tiempo que no sea el pasado. Pasado perfecto, pero pasado. El siguiente capítulo podría tener los verbos en futuro.

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El problema no es que piense que Mariana no vaya a ser su coprotagonista. Lo que no sabe es en manos de qué género puede caer su vida. Serle infiel a Inés con Mariana puede ser el principio de una comedia indie con final sensato, una romántica pochoclera con final feliz… o un melodrama al mejor estilo de La Película de la Semana, si Sofi queda entramada por el despecho de Inés. Porque si de algo está seguro Christian es de que él es un boludo e Inés va a terminar enterándose de todo. Igual cuando el jueves encuentre el mensaje de Mariana: ¿cómo hacemos al final mañana, Chris? inmediatamente le va a responder: te paso a buscar por tu casa a las siete.

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Veintiuno

C

uando Christian toca el timbre por tercera vez, finalmente la guitarra se detiene y la voz de Nahuel

grita desde el comedor “¿quién es?”. –Christian –dice Christian aguantándose las ganas de subirse al auto e irse. –Ah, ya voy… –dice Nahuel y Christian nota su apuro por llegar a la puerta y abrirle. Enseguida nota también, como notó la otra noche, que cuando se dirige a él el pibe evita el slang y las malas palabras que usa para comunicarse con sus padres y con el resto de su entorno, como si con eso pudiera ocultar la diferencia de clase entre ellos:

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–Pasá, por favor –dice colgándose del picaporte y haciéndose a un lado–. Mi mamá está llegando, me pidió que te avise que la esperes. Christian entra y se queda al lado de la puerta. Nahuel lo mira. Christian nota por primera vez que tiene los mismos ojos de Mariana. Nahuel lo sigue mirando. Entonces se da cuenta de que si no avanza un poco por el pasillo el pibe no puede cerrar la puerta. –Perdón… –dice mientras da dos pasos largos hacia adentro. –Le dije mil veces a mi mamá que hay que cambiar esta puerta por una que abra para el otro lado… –¿Pero de eso no se tiene que hacer cargo el dueño? Bah, digo, ¿porque ustedes alquilan, no? –dice Christian arrepentido de haber sonado tan al tanto de sus vidas. –Sí, por eso, lo que hay que hacer es exigirle al dueño que la cambie. Pero mi mamá siempre se olvida de decirle, viste cómo es… –Un cuelgue, sí –completa Christian la frase. Nahuel se ríe. Para Christian esa complicidad espontánea es una sorpresa. Una sorpresa que le gusta. Por eso cuando Nahuel camina hacia la cocina y le pregunta si quiere un mate, acepta y lo sigue. El mate que le da Nahuel está lavado y frío. Después el

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pibe agarra la guitarra y empieza a probar tonos. –¿Qué bandas te gustan a vos? –pregunta sin levantar los ojos de la guitarra. Christian intuye que su respuesta puede hacer que Nahuel le pierda la simpatía. Y lo que es peor: el respeto. Porque sabe que su consumo musical es bastante polémico: Sabina, Alejandro Sanz, Ismael Serrano... En realidad si lo piensa un poco lo que escucha depende de lo que Inés deja puesto en el auto o el equipo ¿Cuánto hace que no elije un CD suyo? Por eso, trata de evadir la pregunta: –No sé, no escucho mucha música de ahora… –¿Y de tu época? Christian siente las palabras “tu época” como una trompada pero se recupera rápido porque se da cuenta que de ahí puede sacar una respuesta digna para Nahuel. De chico seguía bastante a Fricción –dice, tratando de que se note que está citando a una banda de culto. –Coleman es un bobo… –dice Nahuel frunciendo la nariz y Christian piensa que acaba de entrar en la lista de Nahuel de adultos no interesantes. Pero un segundo después el pibe levanta la vista: –Pero Samalea es re-grosso, la primera formación de Fricción me cabe. El otro día encontré en youtube un video que están en un programa de tele, ¿querés que te lo muestre?

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A lo quince minutos, cuando Mariana llega de la casa de Lelé con el pelo recién teñido de color borravino, Christian y Nahuel están con las caras casi pegadas al monitor de la computadora y siguiendo el ritmo de una canción que satura los parlantitos. Necesita repetir dos veces “hola” antes de que la escuchen y levanten la vista. Entonces en la cara de Christian alcanza a notar fastidio por la interrupción. Un fastidio fugaz que para cualquiera, incluido Christian, es imperceptible, pero que ella conoce perfectamente, y que por primera vez, en lugar de resultarle un indicio de que Christian es un obsesivo de mierda, le resulta encantador. La risa de Nahuel la hace volver a la realidad: –¡Qué te hiciste en la cabeza, má! –dice mientras Christian corre la silla hacia atrás y ella le estampa un beso a cada uno en la mejilla. –La boluda de lelé me hizo la cabeza para probar. Igual con un par de lavados se me va –dice Mariana incómoda mientras se toca el pelo. –Te queda lindo –dice Christian mientras se levanta–. Me hace acordar a cuando te lo teñiste de violeta. –¿Queeé? ¿Usaste el pelo violeta, vos? –dice Nahuel fascinado–. ¿Cuándo? –Nene, yo también fui joven, ¿qué te pensabas? –dice Mariana. 138

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–¿Y vos te dejabas cresta o chapas largas ? –le pregunta Nahuel a Christian. –No –se apura a contestar Mariana–. Éste fue un amargo toda la vida. Christian acusa el golpe con un gesto burlón y le dice a Nahuel: –Lo que pasa es que tu mamá era una viva, no sabés… Una vuelta se le dio por usar jabón para pararse el flequillo; a la madrugada nos agarró un chaparrón y volvió con el sobretodo lleno de lamparones blancos. –Callate, eso fue tu culpa que no quisiste esperar en el centro hasta que parara la lluvia, no me hagas acordar –Mariana cruza los brazos y apoya la cadera en la pared–. Todo porque tu vieja se iba a preocupar si se despertaba y no estabas, mirá si no sería nabo, Nahuel… Nahuel los observa con una sonrisa dibujada mientras se siguen chicaneando usándolo a él como excusa. Hasta que su celular emite el sonido de un nuevo sms. Cuando lo lee se pone serio y se mete en su dormitorio escribiendo un mensaje. Entonces Christian busca los ojos de Mariana y Mariana los de Christian.

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Veintidós

Y

ahora están a medio desvestir en una habitación del hotel alojamiento de la manzanita. Christian dejó

que Tato le mostrara entusiasmado un sinfín de opciones en internet durante todo el día, pero ya tenía decidido que ese hotel alojamiento que a los veinte Mariana y él veían desde el tren, cuando a los dos les resultaba inalcanzable, a Mariana porque era un telo re-careta y a él porque Mariana le resultaba inalcanzable, era la escenografía precisa para estar juntos por primera vez. Se saltearon el capítulo previo en un bar, las insinuaciones y las vueltas de Christian antes de soltar el necesario “¿vamos?”, porque Christian sigue siendo

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Christian, y aunque en la impaciencia de Mariana por primera vez Christian podría haber reconocido un dejo de ternura, Mariana sigue siendo Mariana. Los dos se imaginaron más de una versión de esta escena crucial y se conocen demasiado, por eso el guión al que sienten que tienen que ajustarse por momentos resulta ridículo. Como cuando Christian toma la cara de Mariana entre sus manos y la besa con una solemnidad excesiva para después bajar hasta sus tetas. O como cuando Mariana intenta meter la mano por entre el cierre de la bragueta y el elástico del boxer sin mirar lo que está haciendo y lo único que logra de Christian es un gesto contenido de dolor, entonces retrocede y deja que él se saque el jean mientras ella termina de bajarse el suyo, y los dos miran para abajo porque saben que si cruzan una mirada no van a poder sostener la impostura necesaria para que pase de una vez lo que tiene que pasar. Entonces Mariana se tira rápido boca arriba en la cama para que Christian no alcance a notarle la celulitis, y no puede evitar mirarse en el espejo del techo: su pelo desparramado sobre la sábana como el de las minitas de la tapa de un disco de los setenta que cuando era chica todavía andaba dando vueltas por su casa. Si Christian estuviera mirando lo mismo que Mariana pensaría que lo que parece Mariana es la Venus de Boti-

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celli; en otra situación probablemente se lo diría, y le diría cómo puede ser que ni le suene el cuadro, que es uno de los más lindos del Renacimiento, y Mariana entonces le respondería que si le está diciendo gorda se puede ir dos semanitas a la mierda, y pensaría que es verdad que tiene que aflojar un toque con la birra. Pero Christian sigue de pie y lo que ve en el espejo de la pared es que todavía tiene las medias perfectas hasta la mitad de las pantorrillas, como si hubiera empezado a vestirse para ir a la fundación y en la cabecera de la cama estuviera Inés hojeando el diario. Entonces se desliza sobre Mariana para sacarse de la cabeza ese flashback doméstico y empezar a coger de una vez por todas. “La previa del sexo es un invento del star system. Eso hace que la sobrevaloremos y nadie admita que es un momento espantoso”, es lo último que piensa Christian antes de empezar a moverse dentro de Mariana y dejar de pensar pelotudeces. Veinte minutos después hasta siente ganas de cantar lo que suena en los parlantes de la cabecera de la cama: una canción de Lionel Richie que ya a los doce, cuando todos se la grababan de Radio Horizonte empezada, él catalogó de cursi, comercial y berreta. Pero acaba de acabar con Mariana y eso le hace ver todo color de rosa. Hasta su torso reflejado en el espejo del techo ahora

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no le parece tan insignificante, un torso insignificante que para peor desde hace un tiempo desemboca en una pancita inocultable. En una época Inés le insistió con que saliera a correr o que sacara carnet de pileta en el club al que iban con Sofi a maternatación. Un tiempo después, cuando a él se le ocurrió que podía anotarse en el gimnasio con ella, Inés le dijo que no lo veía haciendo aerosalsa. Eso fue hace dos años, mucho antes de ver al falso Pablo Echarri charlando con ella en la puerta. Christian supone que al falso Pablo Echarri le debe gustar bailar. Eso le hace pensar que puede ser gay. Aunque también le parece recordar que hace rato que Inés decidió cambiar de clase; tiene que empezar a prestar más atención a las cosas que le cuenta Inés. Y lo que tiene que hacer ahora es dejar de pensar en esas cosas y seguir disfrutando del pospolvo con Mariana. “El pospolvo está invisibilizado por culpa del porno. Eso hace que la gente lo subestime”, se escucha diciéndole a Mariana que se ríe mientras se incorpora apenas para apagar el cigarrillo en el cenicero de su lado. Ella también se siente bien. Hace años que no siente ganas de quedarse recostada sobre el brazo del otro después de coger ni las de ir por un segundo polvo en lo inmediato. Cada cambio de ritmo y de posición fueron los justos y necesarios, como si antes de empezar hubieran

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acordado una coreografía efectiva. Siente que coger con Christian fue casi tan bueno como una buena paja. Se acurruca más contra él y le da un beso en el cuello. Pero Christian mira el contador del turno en la pared y susurra: –¿Vamos yendo, Mari? Ahora son las once y Mariana, después de insistirle a Nahuel con que le dijera a qué hora pensaba volver y de recibir un “tarde, má” por toda respuesta, está cerrando la heladera de un portazo porque encima alguien se terminó la botella de cerveza por la mitad en la que viene pensando desde que asumió que la ida del telo era el final de la cita con Christian. Mientras se vestía en el baño se le había ocurrido que lo que le pasaba al boludo era que tenía hambre. Y hasta se había sonreído por haber descubierto el verdadero motivo de tanto apuro: enfermito de la higiene, a Christian jamás se le ocurriría pedir una hamburguesa o una pizzeta en un telo. Pero apenas cruzaron el portón de salida, después de que el conserje le devolviera la tarjeta en una bandejita llena de caramelos de leche, y mientras ella hacía la broma obligada sobre estos últimos, Christian le preguntó si

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le convenía agarrar Juan B. Justo. Entonces ella le contestó que no tenía la más puta idea –“sabés que siempre fui un cuelgue para esas cosas, boludo”– y se dedicó a mirar por la ventanilla; a hacerse la que miraba por la ventanilla, en realidad, esperando a que él le preguntara si le pasaba algo. Pero Christian no le preguntó nada. Lo que hizo fue prender la radio y manejar rápido, pasando entre los autos de un modo que a Mariana le resultó llamativamente arriesgado por tratarse de él. Giró apenas la cabeza y le preguntó si tenía que madrugar. Él asintió y preguntó cómo había terminado lo de Jimena, si se había calentado mucho por lo que ella había escrito en el muro de su facebook sobre el programa. Entonces en un tono para dejarle claro que en ese preciso momento no estaba dispuesta a establecer ninguna complicidad con él, le contestó: –Jime nunca se calienta conmigo, es una amiga de fierro. Eso, además de una chicana para dejar mal parado a Christian, es una verdad: Mariana puede criticar hasta el mínimo detalle de la vida de Jimena a sus espaldas pero sabe que desde hace dieciséis años, cuando Christian dejó de formar parte del elenco estable de su vida, es la única persona que la conoce verdaderamente y la única habilitada para darle consejos –hasta incluso al-

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guna que otra vez los sigue y todo, aunque siempre con delay: su primera reacción infaltablemente es enojarse con Jimena como una nena. Por eso, después de cerrar la heladera de un portazo, lo que va a hacer Mariana es buscar el teléfono. Lo va a buscar con la vista en la cocina. Después, revolviendo en el desorden del living-comedor. Al final va a entrar enfurecida al dormitorio y lo va a encontrar detrás de una de las patas de la cama de Facu. –Qué pendejos… –va a murmurar mientras marca el número de Jimena. Christian en cambio teclea su celular sin murmurar nada. Está mal estacionado a media cuadra de lo de Mariana y con la luz interior encendida porque la calle es muy oscura. No podía dejar pasar más tiempo antes de mandarle un sms a Inés avisándole que se le hizo más tarde de lo que pensaba pero que ya está yendo. Tendría que haberlo hecho en el hotel antes de salir. Pero cuando fue al baño se dio cuenta de que no tenía el celular en el bolsillo derecho del jean como siempre; al llegar a lo de Mariana lo había apagado y cambiado a uno de la campera de cuero, y entonces ese gesto que le había hecho sentir que tenía la situación controlada hizo imposible mandarle un sms a Inés a escondidas. Flor de pelotudo:

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no iba a poder volver a meterse en el baño con la campera sin que Mariana sospechara algo. Y hace diecisiete páginas, cuando después de diecisiete años se dieron el segundo beso de lengua de sus vidas, Christian decidió que por ahora no quiere que Mariana sepa la verdad. No porque haya creído que eso iba a impedir que Mariana se acostara con él: Mariana nunca tuvo problema con esas cosas; al contrario, por momentos Christian piensa que saber de la existencia de Inés le habría provocado todavía más ganas de coger con él, y cada vez que le vuelve esa sospecha trata de pensar en otra cosa. Por lo que Christian no quiere que Mariana se entere de la verdad todavía es porque está convencido de que el haber evitado un final feliz para su historia de hace dieciséis años por considerarlo un lugar común no sólo los dejó sin tener sexo: también les quitó la posibilidad de un epílogo cool al mejor estilo Reality Bites para después poder seguir cada uno con su vida. Por eso, antes de protagonizar con Mariana una película que podría llegar a terminar como El príncipe de las mareas –una película que fueron a ver juntos en el ´91 y que los dos tildaron de mierda lacrimógena inverosímil porque no podía existir un tipo tan cagón como el personaje de Nick Nolte, pero que hace unos meses hizo que a Christian le costara dormirse después de engancharla una noche en el cable–

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necesita revivir el clima de aquel relato en el que el único oponente era la histeria de Mariana, un relato en el que es imposible incluir una mujer y una hija; con la existencia de Facu, Nahuel y dos ex maridos la estructura ya está en el límite de lo que puede soportar sin romper las reglas del género. Christian sabe que no va a poder sostener su engaño más que durante un par de capítulos. Y entonces verá si hay otro tipo de historia esperando a que Mariana y él la protagonicen. Aunque sospecha que una secuela con final esperanzador como Antes del atardecer sólo puede ocurrir en la ficción. Ése es el otro motivo por el que Christian quiere prolongar esta inofensiva comedia de enredos todo lo posible. Pero Christian es un pésimo mentiroso. Por eso en el auto sintió que tenía que dejar a Mariana en su casa lo más rápido posible. También por eso, cuando un sábado a las seis de la tarde Inés le muestre en el resumen de la cuenta corriente los gastos en el hotel alojamiento, mientras piense en la manera más dolorosa de matar a Tato –“en serio, man, te ponen otra cosa en el débito, no te calientes por llevar efectivo”– en lugar de mostrarse tan convencido como ella de que se trata de un error del banco, a lo único que va a atinar es a decir:

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–Me dejé en el auto los papeles para el Ministerio que Albanesi me pidió que mire para el lunes. Sofi, ¿no me acompañás al estacionamiento? Y a continuación va a cometer el acto más irracional de su vida. Pero para eso todavía faltan tres semanas. Ahora Christian todavía piensa que puede pilotear la situación. Ahora está dentro de su auto mal estacionado concentrado en escribir el sms para Inés. Ahora también, lo sobresaltan dos golpecitos en la ventanilla del acompañante. Es Nahuel que levanta una mano como despidiéndolo. Tiene el pelo recién lavado y peinado hacia atrás, y la mirada de un cachorrito abandonado en medio de una ruta. Christian no puede evitar bajar el vidrio y preguntarle si lo puede acercar a algún lado. Mientras Nahuel se acomoda en el asiento, Christian termina de mandarle el sms a Inés tratando de mostrarse despreocupado. Pero se da cuenta de que el chico se dio cuenta. Que esto sea sólo un detalle narrativo trunco en principio es una concesión de un Nahuel agradecido por no haber tenido que tomarse el bondi hasta el local del partido y sin espacio en la cabeza para más preocupaciones que las que están teniendo con Vera. Quince minutos después y gracias a una conversación sobre las inminentes elecciones en la ciudad en la que para los dos fue agrada-

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ble ir desplegando los mismos argumentos en contra del candidato de la derecha, la concesión de Nahuel se habrá transformado en negación. El chabón es copado. Mi vieja está copada. Para qué andar buscándole el pelo al huevo. Por eso antes de bajarse del auto va a abrazarle una mano con la suya y le va a decir: –Pasá por casa cuando quieras, eh. Christian va a asentir con una sonrisa y se va a despedir con dos bocinazos cortos. Para él también el viaje fue revelador. Nahuel y él parecen congeniar tanto que si en aquel viaje a Puerto Pirámide Mariana y él se hubieran acostado, ahora podría sospechar si no es hijo suyo. Pero no es el caso. Y además, aunque políticamente Nahuel esté en las antípodas del Chavo, es su calco físico. Por otra parte este no es un libro de Isabel Allende. Es sólo una novela que en su segunda parte –algo en lo que va a entrar después de gastar 349 caracteres con espacios en mostrar la vanidad insufrible con la que Mariana siempre interpretó e interpretará cualquier actitud de Christian– se va a volver bastante más fortuita. La única explicación para la afinidad entre Christian y Nahuel es y será la fortuna: algo que siempre resulta inverosímil.

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–Es eso, boluda, a ver, ¿por qué va a ser si no? –…. –Pero no, Jimena, Christian no es de esos forros, además si él ya sabía que yo tengo más batallas que Mambrú. –…. –No. Eso ni a ganchos. Christian es incapaz de hacer una cosa así. –…. –Por lo único que se puede haber puesto así es por lo que te digo. Pero ya se va a dar cuenta de que no soy la misma.

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SEGUNDA PARTE

Uno (futuro perfecto y simple)



Entonces Christian, frente a uno de los acantilados de la Península desde el que alcanzaban a ver la caleta,

abrazó a Mariana y decidió dejar a Inés para empezar una vida con ella. De vuelta en Buenos Aires, Inés le confesó que hacía meses que estaba saliendo con el falso Pablo Echarri”. (Fotos del futuro mediato al compás de una cancioncita cantada con desgano por una adolescente globalofóbica y millonaria; títulos mezclados con chistes y tomas fallidas de las escenas)

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Dos (pretérito indefinido e imperfecto)



Entonces, una mañana en que estaba desayunando con Sofi en el comedor del hostel, Christian sospechó

que el amor no le iba a alcanzar contra la seguridad que había alcanzado con Inés, sobre todo al notar la sonrisa con la que Mariana le estaba deseando un buen día al dueño hipón del lugar mientras terminaba de llegar a la mesa”. (Funde a negro; títulos en roll sobre filmación del cumpleaños de dieciocho de Mariana, la imagen se congela en un plano casual de Christian mirándola antes de que apague las velas; suena One de U2)

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Tres (presente del indicativo)

C

hristian sale del cuartito de la estación de servicio donde está la caja y se queda guardando la tarjeta

de débito en la billetera. Levanta la vista y mira la escena como si estuviera en el cine. Facu está provocando a Nahuel para que lo corra alrededor del auto. Pero Nahuel, acodado sobre una de las ventanillas traseras, lo único que hace cada tanto es amagar con tirarle una patada a ciegas sin dejar de acariciar la cabeza de Vera que dentro del auto está recostada contra la puerta. Vera tiene cara de descompuesta y a Sofi sobre las piernas. Contra la otra ventanilla duerme Dani con la boca abierta. A unos metros

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del auto y sentada en un tronquito, Mariana fuma tirando el humo con fuerza hacia el cielo. Empieza a cruzar el playón desierto. Una ráfaga de viento frío le llena los ojos de polvo y le infla la espalda de la camisa. Mete las manos en los bolsillos del jean y apura el paso. No ve la hora de llegar a Viedma para poder comprar ropa de abrigo. Ropa de abrigo para todos. Excepto Facu –quien antes de salir de su casa, y mientras Mariana le gritaba que se apurara, cargó en una bolsa de Coto sus dos buzos de polar y varios de los chalecos de lana que le tejió su abuela– ninguno tiene lo mínimamente necesario para ir a la Patagonia a fines de abril. Apenas tomaron la ruta 3, Christian decidió cederle su sweater a Vera y su campera a Mariana que ahora levanta hacia él una mano tapada por el puño de cuero, y le sonríe. Christian le devuelve la sonrisa levantando las cejas con picardía. A pesar de que sabe que lo que están haciendo es un delirio, y de haber manejado toda la noche casi sin parar, está contento. A las dos de la mañana cuando cargó en una de las entradas de Azul estaban todos dormidos y se sentó a tomar un café contra el ventanal del servicentro. La última llamada perdida de Inés en su celular era de la una y media. La distancia que lo separaba de Buenos

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Aires había empezado a teñir todo de una irrealidad que por fin le permitió marcar el número de su casa: ya no tenía miedo de que escuchar la voz de Inés rompiera el encanto y le hiciera darse cuenta de que lo que tenía que hacer era pegar la vuelta inmediatamente. El tono con el que Inés le preguntó cuándo tenía pensado volver le hizo sospechar que ya se había clavado un rivotril. Tomar pastillas a Inés le da un poco de culpa; además de tranquilizarla le producen un efecto no buscado: se torna excesivamente comprensiva. Así que Christian en lugar de sincerarse, y tratando de sonar como la persona más sensata del mundo, le dijo que en un par de días, y que Sofi estaba chocha con esa escapada padre-hija. Después le mandó un beso y cortó. Más difícil le había resultado explicarle el plan del viaje a Sofi, y sobre todo quién era esa gente que a él lo trataban como a un pariente pero que a ella no sólo no la habían visto nunca sino que ni siquiera parecían haber sabido de su existencia hasta un rato antes. Y además, ¿dónde estaba el huevokinder que le había prometido? Ésa había sido la excusa deforme de Christian para que su hija se subiera al auto –“a los kioscos del barrio se les terminaron, mi amor, vamos a buscar uno más lejos”–. Para Sofi un huevokinder era un huevokinder. Por eso

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había accedido contenta. Lo del faltante en los kioscos no se lo había creído en ningún momento. Y Christian era perfectamente consciente de esto último. Pero con que su hija se dejara llevar a lo de Mariana le alcanzaba. Porque de golpe, ante el inminente descubrimiento de todo por parte de Inés, y por ende de Mariana, necesitaba que ella y Sofi se conocieran. Como si juntar su pasado y su futuro –porque whatever: Mariana nunca dejará de ser el eje de su historia y Sofi el elemento más prometedor de su porvenir– le bajara dos cambios a ese presente que estaba a punto de volverse inmanejable y lo transformara en anecdótico. El huevokinder para Sofi, y otro para Facu, los terminó comprando en la estación de servicio de la autopista.

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Cuatro

D

urante las tres semanas que siguieron a la primera vez que Mariana y él se acostaron, Christian pasó

por la casita de Villa Luro hasta convertirse en una presencia previsible y esperada. Mientras Inés lo creía en un curso intensivo de compresión de textos en alemán –“tengo que entender mínimamente lo que pone la traductora en los papers, amor”– había ayudado a Facu hacer deberes de Matemática y a Nahuel a redactar alguna que otra gacetilla del centro. Varias veces había esperado a Mariana en la puerta del salón de Jorge, hundido en el asiento –porque a pesar de que sabía imposible que alguien de su entorno pasara por esa calle insignificante de Villa Luro no podía evitar

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ponerse paranoico– y tratando al mismo tiempo de disimular la intención de esconderse –porque quienes sí podían aparecer en cualquier momento caminando eran Dani, Nahuel, el Chavo o incluso Facu con la abuela. Apenas estacionaba reclinaba el asiento hacia atrás como si no diera más del cansancio y cerraba los ojos. Pero ante el pálpito tan inexplicable como infalible de que cerca del auto estaba pasando algún ser humano se incorporaba automáticamente para ver. Inmediatamente se decía que era un forro y volvía a apretar los ojos con fuerza. Todas las veces igual. Hasta que una de las veces del otro lado del vidrio reconoce la cara de Jimena. Christian exagera un gesto de sorpresa, abre la puerta y baja del auto rápido. La abraza con demasiada euforia y le pregunta cómo está sin terminar de soltarle las manos. Después se rasca la cabeza y suelta un “qué loco, Jime, venir a encontrarnos acá”. Jimena lo mira divertida. Entonces Christian se da cuenta de que con esa misma expresión estuvo siguiendo todos sus movimientos. Y entiende: Jimena está ahí a instancias de Mariana.

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Por supuesto: avisarle a él, a Mariana no le pareció importante. El gag que acaba de improvisar es ridículo. Tan ridículo que barre con la impostura que los dos hubieran intentado sostener en cualquier otra situación. Y con los veintidós años que pasaron desde aquella tarde en la puerta de la escuela en la que Christian dijo que creía que Mariana le gustaba un poco y Jimena le contestó que un poco no, que estaba hasta las manos. Por eso, después de subirse al auto y de relatarle con lujo de detalles el último ataque de la conductora de su programa, Jimena se sintió habilitada a soltar un monólogo sobre lo que piensa de toda esta historia: “Cuando éramos pendejos vos te enroscabas con boludeces discursivas porque no te animabas a arrinconarla contra una pared. Y eso era lo que tendrías que haber hecho: arrinconarla. Arrinconarla para ver si así se le ordenaban un par de ideas en la cabeza, que era lo que necesitaba. Vos lo que necesitabas era mandar al carajo un par de cosas. Por algo ella te gustaba, ¿no? Todos estábamos seguros de que ustedes iban a terminar juntos. Hasta la perra de Pamela Arcucci, sí. Es que ustedes eran como una parejita de comedia yanki: el nerd y la popular. Y eran lo único que le daba algún sentido a esos cinco años en los que estábamos actuando como

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un grupo inseparable intuyendo que seis meses después de terminar la escuela ni siquiera nos íbamos a saludar cuando nos cruzáramos en el tren. Ahora con la mano ésta del facebook todos simulamos cariño e interés por reencontrarse, pero lo único que queremos saber es si a los otros les fue mejor. Si hasta Pamela Arcucci me mandó una solicitud de amistad con un mensaje super cariñoso. Como si nada. Como si nunca me hubiera puesto a toda la división en contra al final de Quinto. Todo para que vea que se casó, tiene dos pibes y le encanta ser una diseñadora gráfica alternativa. Lo último que hizo fue el logo de unas botas de lluvia que se venden por internet. Obvio que le chusmié todo el facebook, ella debe haber hecho lo mismo con el mío. ¿Sabés cómo le debe haber encantado comprobar que hoy por hoy ni siquiera tengo novio? No nos escribimos nunca más pero yo siempre me fijo lo que sube: el otro día en el muro puso algo sobre que estaba trabajando con la notebook en un Starbucks. Sí, se ve que sigue siendo la misma pelotuda. ¿Te acordás en Tercero, cuando los abuelos le habían traído esas Nike de mierda de Estados Unidos, cómo estaba de agrandada? Qué imbécil, por Dios. Bueno, pero me fui de tema: yo lo que te quería decir es lo que creo sobre vos y Mariana. Me acuerdo que en primer año de la facu un profesor explicó esa cuestión de lo dionisíaco y lo apo-

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lineo y yo pensé en ustedes. Ah, nada, una pavada: lo dionisíaco es el descontrol y lo apolineo es lo armónico, fijate después en Wikipedia. ¿Podés prender el aire un toque? Pero sabés qué: a esta altura no estoy tan segura de que la complementariedad sea buena. Porque es como seguir buscando que un otro te complete. Mejor bajo la ventanilla, ¿es este botón? Nadie te puede completar, ¿entendés? Sí, no sé, me agarró como un sofocón. No es nada, debe ser la presión. Sabés que hace unos años yo estuve por guardar óvulos para que cuando encontrara con quién no fuera tarde, entendés. No debe ser nada, ¿no? Sí, tenés razón es eso: es que el día está pesado. Qué enfermita que soy, ¿no? ¡Já, já! Ahora estoy pensando en una inseminación. Tendría que hacermelá afuera, porque acá si no tenés pareja no podés, ¿viste? El tema es que para eso tendría que viajar en avión. ¿A qué hora terminaba Mariana?¿Habrá alguna farmacia por acá? Me siento mal. A las ocho de la noche Christian deja a una Jimena más avergonzada que agradecida en la puerta de su departamento. Una hora antes le mandó a Mariana un sms que decía: toy c Jimena en la guardia d la Suizo. haceme acordar q te reviente. TQM 167

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“El boludo puso ‘TQM’, como si tuviéramos catorce años”, va a ser la única reflexión de Mariana sobre toda la situación. Pero el mensaje además le va a hacer revivir el malestar que le producía en la escuela el que Christian y Jimena compartieran cierto código del que ella quedaba afuera. No sabrá responderse en qué estaba pensando cuando le pareció que tomar una cerveza los tres juntos para recordar viejos tiempos era una buena idea y nunca más va a promover un cruce entre Jimena y Christian. Además va a estar inconfesablemente molesta con su amiga durante unos cuantos días. Así que el ataque de pánico en el auto de Christian es la última escena de este libro en la que aparecerá alguna mención a Jimena. Christian, por su parte, después de preguntarle un par de veces a Mariana por ella y de recibir como respuesta una evasiva cortante, tampoco va a volver a pensar en ella. Porque lo que le dijo en el auto le resultó sospechosamente epifánico. Y lo último que quiere es alguna revelación de ese tipo: está teniendo sexo con Mariana y por el momento los únicos descubrimientos que le interesan son los de esa clase. Es como un adolescente al acecho del mínimo momento a solas con la novia: tocarle una teta por entre la ropa, apoyarla contra la mesada,

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conseguir tres lamidas detrás de la puerta después de pedir un rato por favor. Cualquier cosa le viene bien. Mariana sobreactúa falsos llamados a la compostura en voz baja. Pero está tan encantada como él con esa urgencia que descargan cada vez que Nahuel, harto de estar haciéndose el distraído en el livingcomedor, se lleva a Facu a jugar a la pelota. Las pocas veces en que tienen la casa para ellos durante algo más que un ratito, hacen el amor despacio, escuchando un cd que Christian armó con temas de los ochenta que bajó de taringa y que al cumplirse una semana del primer encuentro en el telo de la manzanita le llevó a Mariana de regalo junto con un tofi blanco. En un papelito pegado en la tapa había escrito el nombre de las canciones e intérpretes. Mariana leyó la lista con atención. Le dijo que era un cursi y que Spandau Ballet siempre había sido una garcha. Pero después le hizo sexo oral como nunca. Christian siempre llega a lo de Mariana con un paquete que deja en la mesada de la cocina sin decir ni una palabra. Son empanadas, fiambres o alguna comida de rotisería que picotean de parados, sin abrir del todo el envoltorio y que más tarde Nahuel devora frente a la pantalla de la computadora o mientras escucha a Vera del otro lado del teléfono.

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Por esos días Nahuel habla con Vera más aún que lo de costumbre y se ríe bastante menos. Mariana cree que están empezando a dejarse. Christian sospecha que lo que les pasa es otra cosa. Pero no dice nada.

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Cinco

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acu, después de ocho años siendo hijo de Mariana, está acostumbrado a que en cualquier momento

pase cualquier cosa: por eso cuando Christian entró a su habitación con Sofi y le dijo que era su hija, lo único que hizo fue ofrecerle un trago de su coca cola y preguntarle si quería jugar al Mil Millas que el propio Christian le había regalado un par de días antes. Mariana exigió unas cuántas explicaciones más, después de llamarlo a la cocina con un gesto y de entornar un poco la puerta. Christian se abrazó a su cintura, cerró los ojos y dijo que le iba a contar todo. Entonces escucharon la llave girando en la cerradura y vieron entrar a Nahuel con una Vera desencajada por el llanto. 171

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Y la Mariana novia engañada fue desplazada de un codazo por la Mariana madre: –¿Qué pasó, Nahuel? –preguntó avanzando hacia la puerta. –Má… tenemos que hablar con vos –dijo Nahuel en un tono que a Mariana le hizo intuir por dónde venía la cuestión. Un cariñoso “qué hacés, Chris” de Nahuel dejó en claro que él estaba habilitado a escuchar el problema y hasta a participar de la solución. Ahora están todos en su auto a casi mil kilómetros de Buenos Aires. Todos más Dani. Porque cuando Nahuel iba por la parte de la reacción de Luli ante lo mismo que acababan de contarles a Mariana y a Christian, escucharon la moto frenando justo antes de dar contra la puerta. Los cuatro casi saltaron de las sillas. –Y a este pelotudo qué le pasa ahora… –dijo Mariana mientras se levantaba. Antes de abrir se dio vuelta, levantó un dedo y les dijo a Nahuel y Vera: –Ustedes no se preocupen porque va a estar todo bien. Dani entró como una tromba y a los gritos empezó un

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relato en el que Christian alcanzó a entender que venía del salón. Que era un grupo del bilingüe y lo habían estado bardeando desde el principio, pero que el del cumpleaños lo había terminado de sacar cuando se colgó del “feliz cumpleaños” del biombo y le tiró todo al carajo. Que encima el pendejo hijo de puta se le había seguido riendo en la cara y le había gritado que lo levantara, que para eso le pagaban. Que todos se habían reído más fuerte todavía. Y que el pendejo había insistido canchero “dale, juntalo, ¿qué esperás?”. Que entonces a él se le había ido todo a negro, y que cuando reaccionó tenía una mano apretando el cuello de la camisa del pendejo y la otra frenada por algo que resultaron ser los brazos de la madre que le gritaba que parara. Loco de mierda, pará. Que entonces vio que el pendejo temblaba como una hoja y le salía sangre por la nariz. Que por un segundo pensó que todavía podía soltarlo, disculparse y seguir con la animación. –Qué voy a hacer, boluda… –dijo Dani agarrándose la cabeza–. La mina me va a denunciar y cuando mi vieja se entere me va a echar a la mierda. –Sos un enfermo, Dani, cómo podés hacer una cosa así. Y yo soy una imbécil, nunca te tendría que haber llevado a laburar al salón. Nunca. ¿A George lo viste? –No, boluda, si salí cagando al toque, ni la mochila alcan-

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cé a manotear. Pero la mina ésta le debe haber avisado porque ya me llamó tres veces. Mariana buscó su celular en la mesada: ella también tenía una llamada perdida de George. –No sabés lo que fue, boluda, me volvieron loco. –Sí, ya sé –dijo Mariana. Y mirando a Christian, agregó: –Los pendejos del bilingüe son unos demonios, posta. Christian hizo un gesto de no poder creer lo que acaba de escuchar. Vera se sonó la nariz tratando de no hacer ruido. Nahuel la abrazó de atrás y apoyó el mentón en su hombro. Dani se apretó más la cabeza: –Soy un forro, me quiero morir. Mariana llamó a Christian a la cocina con la cabeza. –Yo nunca te conté –dijo tratando de que no la escucharan en el comedor–. Pero Dani está medio detonado. Cuando nos separamos se intentó matar. –¿Cómo que se intentó matar? –Sí, se tomó una parva de pastillas del botiquín de la madre. –¿Y cómo se salvó? –Me llamó al toque y en la salita le hicieron un lavaje de estómago. Igual al final parece que las pastillas eran anticonceptivas. Pero ése no es el tema. El tema es la

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actitud, ¿entendés? Christian la miró entre intrigado y desconfiado. –Si se siente en banda capaz que se manda un moco –dijo Mariana. –Mariana, ¿no te parece que con lo del embarazo ya tenés bastante quilombo? Vos ahora lo que tenés que hacer es llevar a Vera a la casa y hablar con la madre. –La madre de Vera es una forra. ¿Escuchaste que les dijo que no se preocuparan, que ella se iba a ocupar de todo? –¿Y no te parece que eso es lo mejor? –No, no me parece. ¿Vos crees que yo no hice lo mejor con Nahuel? Christian baja la mirada: hace rato que entendió que la existencia de Nahuel no terminó siendo la ruina del proyecto de vida de Mariana, como había dictaminado hace dieciséis años cuando a once mil kilómetros Mariana le dio la noticia del garrón. Todo lo contrario. Y no por algún tipo de altruismo maternal pedorro ni porque Nahuel pueda llegar más lejos en la vida que su madre en una suerte de revancha dinástica: las conclusiones de Christian sobre la historia de Mariana están lejos de un alegato antiabortista y además sospecha que a Nahuel ascender socialmente le va a resultar tan imposible como a ella.

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La existencia de Nahuel produce en Mariana un efecto mucho más importante: entretenerla. Y Christian empieza a sospechar que ése es el secreto de la felicidad. Por eso, esa pregunta de Mariana, más la culpa por haberle ocultado la existencia de Sofi y seguirle ocultando la de Inés –“igual ya me vas a explicar de dónde cazzo salió esta hija y por qué no me dijiste que la tenías, eh”– hicieron que Christian, el mismo Christian que toda su vida colgó el pantalón sobre la silla antes de meterse en la cama, el mismo Christian que a veces no puede dormir pensando en el corralito y en que hoy de nuevo sus ahorros están adentro de un banco, aceptara la propuesta repentina de Mariana de subir a todos al auto e irse a Puerto Pirámide como hicieron los dos solos hace dieciséis años.

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Seis

A

hora Christian está terminando de cruzar el playón desierto de la estación de servicio de Mayor Burato-

vich hasta Mariana. Ella lo abraza y le frota la espalda. Después señala con el mentón hacia el auto y dice: –Es un bombón, la nena. Christian asiente sin abrir los ojos. –Boludo, no puedo más de la intriga –Mariana lo suelta, relojea hacia Facu y Nahuel que siguen tonteando al costado del auto y le dice en voz un poco más baja: –¿Quién es la madre? Contame todo, dale. Christian carraspea. E intenta resumirle sus verdaderos últimos dieciséis

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años con la menor cantidad de adjetivos posible y como si él no fuera más que un narrador omnisciente. La cara de Mariana va pasando de la intriga al desconcierto. –Sos un hijo de puta –es lo único que dice cuando él se calla ante un “papi” de Sofi que encaramada sobre Vera está intentando sacar la cabeza por la ventanilla. Después camina rápido hasta el auto y se mete en el asiento del acompañante. A través del parabrisas Christian la ve ayudando a su hija a pasarse hacia adelante. Sin dejar de hablarle, la peina despacio con los dedos y le pone otro chaleco más de la bolsa de Coto de Facu. Vera baja del auto y empieza a cruzar el playón hacia los baños. Nahuel le patea a Facu por única vez la latita con la que el hermanito estuvo tratando de tentarlo para jugar al fútbol y la alcanza de una corrida. En el asiento de atrás Dani se despierta sobresaltado y pregunta algo. Sofi y Mariana se ríen. Entonces Mariana descubre los ojos de Christian y se vuelve a poner seria. Y Christian sonríe. Porque sabe que en Mariana eso no es indicio de enojo sino de otra cosa: por primera vez, y gracias a engañarla, parece que logró ganarse su respeto.

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Siete

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res horas después, cuando salen de una multitienda de Viedma todos con abrigos nuevos y caminan hacia

la costanera, Dani se le acerca, y tratando de que Mariana no escuche, le dice: –Che, loco, gracias. Y no te enrosques por la cara de orto de Mariana. Se hace la conchudita porque no le blanqueaste antes lo de que tenías una hija, pero vas a ver que al toque se le pasa. Mariana hace detener a Sofi a quien lleva de la mano, y estirando el cuello, dice: –Dejá de boquear, Dani, porque te subo a un micro ya y te mando de vuelta a Villa Luro. Posta. Dani baja la vista y a Christian se le escapa una sonrisa. 179

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–Y vos no sé de qué te reís… –le dice Mariana y se le acerca para que Sofi no la escuche –. ¿Le avisaste a tu mujer por lo menos, o capaz que a vos también te puede estar buscando la yuta? –Má… –dice Nahuel volviendo de la esquina de una corrida–. Vera tiene ganas de vomitar otra vez. Mariana suspira y suelta la mano de Sofi. Acelera el paso y ayuda a Vera a descargar el estómago a los pies de un sauce. Sofi y Facu miran la escena con curiosidad. Nahuel, Dani y Christian, con cara de asco. Cuando Vera termina, Mariana le da una palmadita en la espalda, llama a Nahuel con un gesto impaciente y vuelve hasta Christian: –Si no arrancamos ya, vamos a terminar durmiendo en aquel pueblo del orto, ¿cómo se llamaba? –San Antonio Oeste –contesta Christian. –Cierto… –dice Mariana como haciendo memoria. Christian la interrumpe: –Y el chabón de la camioneta que te garchaste ahí se llamaba Patricio, de eso también me acuerdo. –Boludo, ahora me vas a hacer una escena por esa pelotudez de hace mil años. Vos, que me re-cagaste durante estos últimos meses. ¿Por qué no me dijiste que estabas casado, eh? Christian se la queda mirando.

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Para Mariana el único problema es que él no le haya dicho la verdad. Ni siquiera se le cruza la posibilidad de que esté enamorado de su mujer. Pero por ahora Christian va a tratar de negar la esencia de Mariana para poder seguir adelante con el viaje. Por unos pocos días. Hasta que Nahuel y Vera puedan pensar qué quieren hacer sin que Luli les queme la cabeza. Hasta que Dani se tranquilice para afrontar lo que hizo en el salón. Hasta que Sofi empiece a extrañar a su mamá, y Facu a la play station. Porque la segunda parte de esta historia, además de inverosímil, es corta: una seguidilla de complicaciones inofensivas durante este viaje que termina con Christian sospechando que Mariana se le va a seguir escapando. Tenerla del todo le resulta tan imposible como hace veinte años. Por momentos el tramo de su vida en que Mariana era sólo un recuerdo, y a veces ni siquiera eso, le va a parecer protagonizado por un doble suyo que nunca terminó de creerse el papel. Por momentos va a sentir exactamente lo contrario. De este segundo viaje con ella sólo le quedará alguna que otra anécdota. 181

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Como cuando vieron a tres chicas gringas bajando en la entrada del camping del ACA y a Mariana la impactaron las mochilas gigantes que cargaban. Entonces él le explicó la ventaja de una mochila desmontable: “las partes que no necesitás las llevas adentro desarmadas, ¿entendés?”. Después agregó como para sí que esa frase se podía aplicar para la vida. Mariana le contestó desde cuándo se las daba de filósofo. “Lo único que te faltaba, boludo”, alcanzó a decirle antes de perder el equilibrio por la risa y caerse para atrás del guardarrail. De este segundo viaje a Christian le quedará alguna que otra anécdota como ésa, y un puñado de fotos en el celular: Facu y Sofi haciéndole cuernitos a Dani con un fondo de mar turquesa. La silueta a contraluz de Nahuel y Vera abrazados en la playa. Un primer plano de Mariana tirándole un beso a la cámara. Y otro en el que está haciéndole un fuck you.

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