Mitologia Cristiana

Walter, Philippe. Mitología Cristiana: fiestas, ritos y mitos de la Edad Media. Buenos Aires: Paidós, 2005. 208p. Traduc

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Walter, Philippe. Mitología Cristiana: fiestas, ritos y mitos de la Edad Media. Buenos Aires: Paidós, 2005. 208p. Traducción de Alcira Bixio. Alejandra Prada Universidad del Rosario

Philippe Walter es profesor de literatura francesa de la Edad Media en la Universidad de Grenoble III. Autor de varias obras sobre este período como Le Grant de verre (1990), Merlin ou le Savoir du monde (2000) y Perceval, le pécheur et le Graal (2004), entre otras. Una de sus obras más recientes, Mythologie chrétienne (2003) fue traducida al español en el 2005. En esta obra el autor pone en perspectiva ciertos problemas hagiográficos hasta hoy evaluados, y cuestiona las lecturas habituales de esos textos que conducen a vastas incertidumbres. Desde esta perspectiva, el autor se limita a proponer marcos de referencia para estudios posteriores de la historia de la religión, en donde el origen de la mitología cristiana medieval debería rastrearse en las tradiciones celtas o precristianas que pueden renovar profundamente la perspectiva con la que se examinan las creencias medievales. El libro se divide temáticamente en nueve capítulos precedidos por la presentación del libro: (i) Carnaval, (ii) Samain, (iii) Navidad y los doce días, (iv) Primero de febrero, (v) El paso de la Pascua, (vi) Beltain, (vii) Las fiestas de San Juan, (viii) Primero de Agosto, (ix) San Miguel y otros santos. Al final del libro se encuentra un pequeño florilegio de los santos y un índice de nombres y conceptos que el autor emplea a lo largo de su desarrollo argumentativo. Para el autor, sobre la base de las creencias paganas y con el fin de controlarlas, el cristianismo tuvo que construirse sobre una mitología típicamente medieval. Esto, por supuesto, partiendo de la base de que la expansión del cristianismo fue el proceso principal que acompañó al desarrollo de la civilización medieval. De ahí, el objetivo del autor es rastrear las celebraciones cristianas, que no poseen ninguna justificación bíblica, en las antiguas creencias celtas e indoeuropeas. El autor emplea un método comparativo explorando puntos de convergencia mitológicos entre dichas culturas. Walter examina cada uno de estos periodos a partir de sus ritos, conmemoraciones y mitos que la Edad Media les confirió. De esta forma, trata de destacar la interdependencia de los ritos y mitos atribuidos a las cuarentenas sagradas del calendario. A través del método, el autor se propone comprender la continuidad, pero también la metamorfosis, de la herencia precristiana en el cristianismo medieval. El tratamiento de las fuentes consistió en examinar documentos eclesiásticos, tales como actas de concilios; los manuales de los confesores, que contienen las preguntas que los sacerdotes formulan cuando los fieles se confiesan; los textos literarios profanos, las novelas del rey Arturo y las canciones de gesta; la inexplorada literatura latina de la Edad Media; la obra historiográfica de Gregorio de Tours, estudiada desde una perspectiva

mitológica e histórica; los textos hagiográficos, encargada de cristianizar los viejos mitos europeos; y finalmente la iconografía medieval, manuscritos y capiteles de las iglesias romanas. Walter señala que el cristianismo debió inscribir su doctrina y sus conmemoraciones en el calendario pagano anterior a él, como un medio de asimilarlo mejor. Para lograrlo debió entablar una auténtica negociación religiosa, en la cual se hizo difícil distinguir la parte correspondiente a la ortodoxia cristiana y la parte procedente de las tradiciones apócrifas. Una de las definiciones teóricas más adecuadas para el desarrollo de la argumentación del autor es la definición de mito en relación con un rito, como el lenguaje de una civilización que se inscribe en los marcos fundamentales del tiempo y del espacio. Desde allí, el autor caracteriza que en el occidente cristiano, los ritos, como los mitos, fueron inseparables de un tiempo y espacio sagrados, incluso cuando el cristianismo realizó algunas modificaciones y transferencias a estos códigos culturales. La sociedad medieval estuvo enmarcada en un gran conjunto festivo. El más importante fue el Carnaval, que se remonta a una antigua memoria celta e indoeuropea. El Carnaval era una religión, contenía toda una explicación coherente del mundo y del hombre, definía las relaciones entre los seres humanos y el Otro mundo –el más allá– dentro de una concepción original de lo sagrado. Walter rastrea el contexto mitológico de palabra en la antigua divinidad itálica, la diosa Carna. A ella se le pidió que conservase el buen estado del hígado, del corazón y de las vísceras del cuerpo. Sus fiestas se celebraron con ofrendas de cerdos y habas. Las habas se convirtieron en el alimento carnavalesco por excelencia. Sin embargo, Carna, la diosa del haba, no pudo encontrar una reencarnación directa en el cristianismo medieval. Así, el término Carnaval tuvo que cristianizarse significándose como «quitar la carne», pues la Iglesia combatía con las creencias y los ritos paganos. En este mismo capítulo, el autor recurre a la novela de la Manekine para explicar que este personaje clave permite comprender el verdadero código hagiográfico construido alrededor de las ocho grandes fechas carnavalescas. A partir del segundo capítulo, el autor explorara una relación que será central en todo el libro. Se trata del puente entre el Otro Mundo y este. La fecha de Samain, que constituyó el 1 de noviembre, en la mitología celta tuvo un valor particular de transición o de paso. Para los celtas, el Otro Mundo constituía el lugar predilecto de las hadas y los seres mágicos. Fue solo hasta el año 998, que se estableció la fecha como el día de conmemoración de los muertos. Así, se consiguió que se asociara una visión del más allá que ofrecía la esperanza de un paraíso junto a la amenaza del infierno. Asimismo, el salvaje fue la forma «folclorizada» de una antigua divinidad celta que sobrevivió durante la Edad Media a través de varios santos como San Blas o San Martín y la figura del mago Merlín. Bajo la figura del santo se asomó la de un dios mago surgido directamente del paganismo celta. Todos los mitos vinculados con las fiestas cuyo ciclo se inició con Samain narran en mayor o menor medida la comunicación entre el mundo humano y el Otro Mundo.

En los capítulos posteriores, el autor discute que la conmemoración del nacimiento de Cristo, el 25 de diciembre, fue el resultado de ciertas obligaciones a la vez estacionales y mitológicas impuestas por las creencias paganas anteriores. La iglesia intentó desviar en su provecho las fuerzas sugestivas que poseían los mitos paganos. Así, la comida de las Parcas, que se trataba de banquetes especiales hechos para las hadas, se convirtió en el peregrinaje de la abundancia organizado alrededor de la figura de la Virgen. Seguidamente el mito de Santa Claus, encontró su origen en la versión benéfica del hombre salvaje, el personaje hechicero relacionado con el Otro Mundo que periódicamente llegó a colmar de presentes a los hombres. Como descendientes de Mikula, Nicolás y Santa Claus fueron distribuidores muy carnavalescos de abundancia en medio del invierno. Así mismo, el rito de la Navidad solo pudo comprenderse a la luz de los ritos que valorizaron los árboles y la vegetación en general, las prácticas navideñas reproducían los ritos de mayo que consistían en plantar árboles delante de las casas. Los ritos del martes de Carnaval como una fiesta de intrusión de los aparecidos, fue el momento en que los seres del Otro Mundo llegaron y se mezclaron por un tiempo en la vida de los vivos. Desde esta reconstrucción, una de las conclusiones que Walter trata de explorar es cómo los santos sucedían a algunas divinidades paganas precristianas y cómo conservaban una parte del halo y de la función mítica que los rodeaba. Las coincidencias mitológicas, rituales, y calendarías reforzaron el dogma según el cual el Carnaval fue la forma folclorizada de una antigua religión indoeuropea. Posteriormente, con la celebración de la Pascua y la prohibición de la carne en estas fechas, la Iglesia trató de desterrar los excesos del festival carnavalesco considerados como impíos. Era necesario que la Iglesia mantuviera una parte de las prácticas paganas para destacar su inanidad, pero también para transmitir mejor el sentido mismo del cristianismo. Otras historias más pintorescas, en las que vale la pena detenerse con detalle, hacen parte del análisis de Philippe Walter. En materia de fiestas y mitología medieval la mayoría de prácticas se transforman o mutan. La Edad Media cristiana heredó el calendario juliano y fijó sus conmemoraciones importantes. El cristianismo sitúo en esas fechas esenciales numerosas festividades antiguas heredades, así como la conmemoración de figuras cristianizadas de las que quería apropiarse. A través de mutaciones y moldeamientos, el cristianismo se apropió de una parte de la religión autóctona refundando ciertas representaciones de divinidades paganas y las adaptó al espíritu y al mensaje evangélico. Se puede anotar, entonces, que la obra de Walter merece ser leída, no solo porque se presenta como un texto entretenido y con excelentes descripciones, sino que, además de ello, propone rastreos históricos que valdrían la pena ser contrastados a la luz de otras fuentes o perspectivas investigativas, distintas a la hagiografía. Sin embargo, considero que el libro está dirigido a un público que conoce las obras anteriores de Walter y que es conocedor de las celebraciones y los santos cristianos principales de Francia. Aunque el texto de Walter intenta abstraerse de un lugar físico concreto, la mayoría de sus casos de estudio, recurren a las fuentes primarias y los escenarios principales de la Francia medieval.

Por otro lado, sin ser este el objetivo del autor, se deja de lado las prácticas concretas y cotidianas de las celebraciones de los días festivos y santificados por la Iglesia. Son muy escasos los retratos concretos que nos brindan una representación sobre cómo la gente vivía estas festividades. Por el contrario, el autor se centra en explorar la metamorfosis de las celebraciones cristianas iluminando sus raíces celtas o indoeuropeas, pero siempre desde una perspectiva conceptual y abstracta, disociada de las vivencias cotidianas de la gente. En parte, se debe al manejo de las fuentes, ya que se cuenta con escasos recursos que no permita esbozar, al menos con fluidez, la experiencia de las gentes de la Alta Edad Media respecto a estas celebraciones. No obstante, el libro cumple con su objetivo y logra iluminar las raíces y las mutaciones a las que se enfrento el cristianismo en aras de inmiscuirse en el tejido cultural y sagrado de la Edad Media.