Misericordia

“MISERICORDIA” El lenguaje corriente, influenciado sin duda por el latín de iglesia, identifica la misericordia con la c

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“MISERICORDIA” El lenguaje corriente, influenciado sin duda por el latín de iglesia, identifica la misericordia con la compasión o el perdón. Esta identificación, aunque valedera, podría velar la riqueza concreta que Israel, en virtud de su experiencia, encerraba en la palabra. En efecto, para él la misericordia se halla en la confluencia de dos corrientes de pensamiento, la compasión y la fidelidad. El primer término hebreo (ra'hamim) expresa el apego instintivo de un ser a otro. Según los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno materno (rehem: 1Re 3,26), en las entrañas (rahamim) — nosotros diríamos: el corazón— de un padre Jer 31,20 Sal 103,13, o de un hermano Gen 43,30: es el cariño o la ternura; inmediatamente se traduce por actos: en compasión con ocasión de una situación trágica Sal 106,45, o en perdón de las ofensas Dan 9,9. El segundo término hebreo (hesed), traducido ordinariamente en griego por una palabra que también significa misericordia (eleos), designa de suyo la piedad, relación que une a dos seres e implica fidelidad. Con esto recibe la misericordia una base sólida: no es ya únicamente el eco de un instinto de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior, fidelidad con uno mismo. Las traducciones de las palabras hebreas y griegas oscilan de la misericordia al amor, pasando por la ternura, la piedad o conmiseración, la compasión, la clemencia, la bondad y hasta la gracia (heb. len), que, sin embargo, tiene una acepción más vasta. A pesar de esta variedad, no es, sin embargo, imposible circunscribir el concepto bíblico de la misericordia. Desde el principio hasta el fin manifiesta Dios su ternura con ocasión de la miseria humana; el hombre, a su vez, debe mostrarse misericordioso con el prójimo a imitación de su Creador.

“SED MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE” AÑO DE LA MISERICORDIA 2015 – 2016

Muy pocas celebraciones se han conocido como este Año de la Misericordia que ha inaugurado solemnemente el papa Francisco en Roma este jueves 8 de diciembre. Se trata de un acontecimiento tan inusual como importante en la historia de la Iglesia.

1. ¿Qué es un año jubilar o año santo? Es una celebración de la Iglesia Católica que inauguró el papa Bonifacio VIII en el año 1300 para pedir perdón, hacer penitencia por los pecados personales y obtener una especial ayuda divina. Desde 1475 se convoca un año jubilar ordinario cada 25 años, con la esperanza de que el mayor número de personas puedan experimentarlo al menos una vez en su vida. 2. ¿Por qué se convoca un año jubilar si no estamos a principios de siglo o en año terminado en 25, 50 ó 75? El año santo inaugurado el 8 de diciembre de 2015 es un jubileo extraordinario. El papa quiere que los cristianos sean más conscientes de una dimensión concreta de su fe, en este caso, la misericordia. Desde el 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, debe preguntarse cómo está viviendo la misericordia, cómo puede mejorar en este aspecto, pedir más ayuda a Dios para lograrlo, así como perdón por los propios errores a través del sacramento de la Penitencia (confesión).

4. ¿Por qué se llama jubilar? Existen dos teorías. La palabra júbilo puede venir del latín “iubilum”, que se refiere a un grito de alegría. Otros creen que viene del hebreo “yobel”, que era un cuerno de ciervo utilizado para emitir sonidos propios de fiestas o celebraciones. 5. ¿Por qué Francisco ha escogido la misericordia como tema del año jubilar? Francisco ha repetido en diversas ocasiones que quiere una iglesia que sea testigo de la misericordia de Dios. Convoca el año santo para que los católicos se conviertan, y sean más conscientes de su misión como testigos de la misericordia y el perdón de Dios. “No olvidemos que Dios perdona todo y perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón”, aclaró el Papa cuando anunció la convocatoria del Jubileo.

6. ¿Qué es una puerta santa y por qué se abre en año jubilar? Son unas entradas especiales de las cuatro grandes basílicas romanas y de otros templos en el mundo (por ejemplo, la catedral de Santiago de Compostela o la Basílica de Ars). Permanecen cerradas y sólo se abren en los años jubilares. Los fieles que atraviesan la puerta en año santo ganan una indulgencia plenaria. Es un símbolo del camino hacia la salvación que ofrece el Jubileo.

7. ¿Qué es una indulgencia plenaria? La supresión del castigo que todo hombre merece por los pecados cometidos. Según la doctrina católica, cuando una persona pide perdón por sus pecados en el sacramento de la confesión borra su condición de pecador, se vuelve a reconciliar con Dios y obtiene la ayuda divina para no pecar más. Con la indulgencia plenaria se borra, además, los castigos de los cuales se ha hecho merecedor eh hombre por cometer esos pecados, y que de otro modo sólo se borran en vida mediante la penitencia, o tras la muerte en el purgatorio.

8. ¿Cómo se gana una indulgencia plenaria durante el Año Santo? Aparte de las cuatro puertas santas de las basílicas romanas, el papa puede especificar lugares concretos donde ganar esas indulgencias, como las puertas de las catedrales de las diócesis u otros lugares especialmente significativos. A propósito del año de la misericordia el papa dijo: "Dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo". 9. ¿Sólo se puede ganar indulgencia en años jubilares? No. La Iglesia puede establecer determinadas indulgencia por festividades concretas, aniversarios, que afectan a toda la Iglesia, a diócesis concretas o a determinadas organizaciones por razones justificadas (aniversarios de su fundación por ejemplo). Un católico que quiera ganar una indulgencia plenaria debe confesar todos los pecados mortales y veniales en el sacramento de la Penitencia, rechazar interiormente cualquier inclinación al pecado, comulgar y rezar por las intenciones del Papa. Dispone de 20 días para realizar todas estas acciones antes o después del acto por el que se concede la indulgencia.

Papa Francisco Mensaje para el Jubileo de la Misericordia de los jóvenes Crecer misericordiosos como el Padre

Queridos jóvenes: La Iglesia está viviendo el Año Santo de la Misericordia, un tiempo de gracia, de paz, de conversión y de alegría que cocierne a todos: grandes y pequeños, cercanos y lejanos. No hay fronteras ni distancias que puedan impedir a la misericordia del Padre llegar a nosotros y hacerse presente entre nosotros. Ahora, la Puerta Santa ya está abierta en Roma y en todas las diócesis del mundo. Este tiempo precioso también os atañe a vosotros, queridos jóvenes, y yo me dirijo a vosotros para invitaros a participar en él, a ser protagonistas, descubriendo que sois hijos de Dios (cf. 1 Jn 3,1). Quisiera llamaros uno a uno, quisiera llamaros por vuestro nombre, como hace Jesús todos los días, porque sabéis bien que vuestros nombres están escritos en el cielo (Lc 10,20), están grabados en el corazón del Padre, que es el Corazón Misericordioso del que nace toda reconciliación y toda dulzura. El Jubileo es todo un año en el que cada momento es llamado santo, para que toda nuestra existencia sea santa. Es una ocasión para descubrir que vivir como hermanos es una gran fiesta, la más hermosa que podamos soñar, la celebración sin fin que Jesús nos ha enseñado a cantar a través de su Espíritu. El Jubileo es la fiesta a la que Jesús invita a todos, sin distinciones ni excepciones. Por eso he querido vivir también con vosotros algunas jornadas de oración y de fiesta. Por tanto, os espero el próximo mes de abril. «Crecer misericordiosos como el Padre» es el título de vuestro Jubileo, pero es también la oración que hacemos por todos vosotros, acogiéndoos en el nombre de Jesús. Crecer misericordioso significa aprender a ser valiente en el amor concreto y desinteresado, comporta hacerse mayores tanto física como interiormente. Os estáis preparando para ser cristianos capaces de tomar decisiones y gestos valientes, capaces de construir todos los días, incluso en las pequeñas cosas, un mundo de paz. Vuestra edad es una etapa de cambios increíbles, en la que todo parece posible e imposible al mismo tiempo. Os reitero con insistencia: «Permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y él nos da esta fuerza [...] Con él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales» (Homilía en la Misa de Confirmación, 28 abril 2013). No me olvido de vosotros, chicos y chicas que vivís en situaciones de guerra, de pobreza extrema, de penurias cotidianas, de abandono. No perdáis la esperanza, el Señor tiene un gran sueño que quiere hacer realidad con vosotros. Vuestros amigos y compañeros que viven en condiciones menos dramáticas se acuerdan de vosotros y se comprometen a que la paz y la justicia lleguen a todos. No creáis a las palabras de odio y terror que se repiten a menudo; por el contrario, construid nuevas amistades. Ofreced vuestro tiempo, preocupaos siempre de quienes os piden ayuda. Sed valientes e id contracorriente, sed amigos de Jesús, que es el Príncipe de la Paz (cf. Is 9,6): « En él todo habla de misericordia. Nada en él es falto de compasión» (Misericordiae vultus, 8). Ya sé que no todos podréis venir a Roma, pero el Jubileo es celebrará también en vuestras iglesias locales. Todos estáis alegría. No preparéis sólo mochilas y pancartas, preparad vuestra mente. Meditad bien los deseos que presentaréis a Reconciliación y de la Eucaristía que celebraremos juntos. Santa, recordad que os comprometéis a hacer santa vuestra y la Eucaristía, que son la Palabra y el Pan de la vida, para justo y fraterno.

verdaderamente para todos y se invitados a este momento de especialmente vuestro corazón y Jesús en el sacramento de la Cuando atraveséis la Puerta vida, a alimentaros del Evangelio poder construir un mundo más

Que el Señor bendiga cada uno de vuestros pasos hacia la al Espíritu Santo para que os guíe e ilumine. Que la Virgen sea para vosotros, para vuestras familias y para cuantos os gracia, una verdadera puerta de la Misericordia. Vaticano, 6 de enero de 2016, Solemnidad de la Epifanía

Puerta Santa. Rezo por vosotros María, que es Madre de todos, ayudan a crecer en la bondad y la

“Misericordiosos como el Padre” (Lc. 6, 36) Misericordia: es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado” “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, serenidad y paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado”. (Papa Francisco, “Misericordiae vultus” 2) El Santo Padre nos invita con estas palabras a celebrar el Año Jubilar de la Misericordia que va a comenzar con la apertura de la Puerta Santa en Roma, en las catedrales y santuarios del mundo entero del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016. El Santuario de Lourdes, por decisión de Mons. Brouwet, se hace eco de esta invitación del Papa Francisco y con una alegría inmensa ofrece sus reflexiones relacionadas con la misericordia para ayudar a todos los peregrinos a vivir este Año Jubilar acompañados por Nuestra Señora de Lourdes, Madre de Misericordia, y Bernardita, testigo de la misericordia de Dios.

I - ¿QUÉ ES LA MISERICORDIA? En el lenguaje diario, la misericordia es un sentimiento que inspira una actitud y ciertos gestos. El diccionario da la siguiente definición: “Virtud que hace al hombre compadecerse del dolor o infortunio ajenos”. En efecto, se trata de un corazón que se vuelve sensible a toda situación de miseria por la que pasa nuestro prójimo. La compasión es una manera de expresar la misericordia, consiste en compartir el estado de quien sufre, aunque no se pueda ponerse completamente en el lugar de aquel que sufre. Pero la misericordia también se practica respecto al que no sufre, pero que hace sufrir a los demás. En ese caso, ya no se trata de un sentimiento, sino de un acto de nuestra voluntad que consiste en perdonar. Así, cuando hablamos de misericordia hacemos referencia, al mismo tiempo, al sentimiento de compasión con respecto al que está sufriendo y al acto voluntario de perdonar y de borrar el mal que ha cometido. DIOS ES MISERICORDIA Si Dios es Misericordia esto significa que la misericordia es un don. Don del Padre porque nos entrega a su Unigénito. Porque “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único... (Jn 3, 16). Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17). Don del Hijo, que se entrega a nosotros para revelarnos la misericordia del Padre: “Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: Este mandato he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17). Don del Espíritu Santo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19). “Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16), afirma por primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Papa Francisco, “Misericordiae vultus” 8). LA IGLESIA, SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DE CRISTO “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia «vive un deseo inagotable de brindar misericordia ». Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de mostrar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de procurar siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.” (Papa Francisco, “Misericordiae vultus” 10). “El lenguaje y los gestos de la Iglesia deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. Donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. Dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.” (Papa Francisco, “Misericordiae vultus” 12).

LA MISERICORDIA CREA LA FRATERNIDAD: “LAS OBRAS DE MISERICORDIA” “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Redescubramos las obras de misericordia corporales: Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Vestir al desnudo. Acoger al forastero. Asistir a los enfermos. Visitar a los presos. Enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: Dar consejo al que lo necesita. Enseñar al que no sabe. Corregir al que yerra. Consolar al triste. Perdonar las ofensas. Soportar con paciencia a las personas molestas. Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.” (Papa Francisco, “Misericordiae vultus” 15). En el Evangelio, la Bienaventuranza de la Misericordia: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5, 7), nos enseña que: - es solidaridad y compromiso de amor eficaz hacia los hermanos en la necesidad y en la miseria. - es perdón y reconciliación de las ofensas recibidas y cometidas. El Señor nos enseña que practicar la misericordia es un camino universal que crea lazos de fraternidad entre los hombres. Es el mensaje de la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10, 29-37). Al final de la Parábola, Jesús pregunta: “¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” Esto quiere decir que no todos se comportaron como hermanos del herido. Podrían haberlo sido, pero de hecho el único fue “el que practicó la misericordia con él”. Para Jesús, ser hermano no es algo “automático”, como un derecho adquirido. No somos hermanos mientras no nos hayamos portado como tales y, estamos invitados a serlo practicando la misericordia. El Evangelio nos enseña que, de hecho, no somos hermanos. La experiencia del odio, la división, la injusticia y la violencia nos enseña todos los días que es lo contrario. No somos hermanos, pero estamos invitados a serlo. En efecto, Jesús nos invita y da la fuerza para “convertirnos en hermanos”. Pero eso depende de una opción concreta que nos debemos y que compromete nuestra libertad, la de ser caritativos y misericordiosos. El samaritano se ha convertido en el hermano del herido. No por su religión, por su raza, su nacionalidad o ideología, sino simplemente por la práctica de una acción de misericordia. Así, mi prójimo no es el que comparte mi religión, mi patria, mi familia o mis ideas. Mi prójimo es aquel con quien comparto mi vida porque nos necesitamos unos a otros. Para acercarse al hombre herido, el buen samaritano ha tenido que hacer un esfuerzo para salir de sí mismo, de su raza, de su religión y de sus prejuicios. “... porque los judíos no se tratan con los samaritanos.” (Jn. 4, 9). Ha tenido que dejar de lado su mundo y sus intereses personales. Ha abandonado sus proyectos, ha dado su tiempo y su dinero. En lo que se refiere a los demás personajes de la parábola, el sacerdote y el levita, no quisieron abandonar sus proyectos considerándolos más importantes que la invitación a ser hermanos del herido. Ser hermano de alguien supone salir de “nuestro mundo” para entrar en el “mundo del otro”. Compartir su cultura, su mentalidad, sus necesidades y su pobreza. Hacerse hermano de otro es como un éxodo, una reconciliación. Las “obras de misericordia” son la ocasión que se nos brinda durante la peregrinación de nuestra vida, para ser “misericordiosos como el Padre”, es decir, justos y caritativos para estar en comunión los unos con los otros. LA MISERICORDIA QUE VA MÁS LEJOS QUE LA JUSTICIA: EL PERDÓN La misericordia como perdón de las ofensas es la otra cara del amor fraterno. Si la misericordia como compromiso construye la fraternidad, el perdón mutuo reconstruye y consolida la fraternidad. Evita que la división y el rencor que producen las ofensas paralicen a la comunidad. ¿Qué es la reconciliación cristiana? La reconciliación es la vuelta a la amistad o a la fraternidad entre personas, familias, grupos sociales o países, llamados a ser hermanos que han roto esa fraternidad o esta amistad. La reconciliación es más grande que la “conciliación” (que es un acuerdo, más o menos provisional entre las partes): es la restauración de la fraternidad destruida. Por eso la reconciliación adquiere la forma de un “regreso”, de una reconstrucción, de un reencuentro: “Me pondré en camino a donde está mi padre...” (Lc. 15, 18). “... Se puso en camino a donde estaba su padre...”, en esta parábola, el hijo pródigo trata de volver a la casa del padre. La celebración del sacramento de la reconciliación es el lugar donde la conversión a Dios y la reconciliación con Él y con los demás se convierte un acontecimiento real en nuestras vidas. Ahí, real y sacramentalmente nos arrepentimos de las faltas cometidas y recibimos la presencia de Dios, que nos espera para recibir nuestra conversión y nos da su gracia de amor y misericordia. En la celebración de este sacramento, el encuentro vivificante con Cristo toma la forma del perdón y de la misericordia. Es verdad que estamos invitados a arrepentirnos y pedir perdón, fuera del sacramento de la reconciliación. Pero esos arrepentimientos son como una preparación para el gran encuentro sacramental con Aquel que es la fuente de toda misericordia: Jesucristo. Al mismo tiempo, nuestro arrepentimiento y nuestra conversión son confirmados por la gracia del sacramento y adquieren así una dimensión eclesial, es decir, para el bien de todo el Cuerpo de Cristo, de toda la Iglesia. En conclusión, nuestra auténtica participación en el sacramento de la reconciliación nos introduce en una auténtica experiencia del Espíritu Santo, que nos identifica con la muerte de Cristo, lo que significa morir a nuestros propios pecados, a sus raíces, a las

tendencias profundas del mal que está en nosotros y que tan sólo el Espíritu puede arrancar. La celebración de este sacramento es un comenzar de nuevo perpetuo, un fortalecimiento de nuestro espíritu para ir más allá de nuestras debilidades y tentaciones. Es una experiencia que nos hace encontrarnos con el rostro misericordioso de Cristo.