Mi Cuerpo Es Una Celda

Mi cuerpo es una celda: Una autobiografía por Andrés Caicedo, Dirección y montaje de Alberto Fuguet Javier González Gimb

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Mi cuerpo es una celda: Una autobiografía por Andrés Caicedo, Dirección y montaje de Alberto Fuguet Javier González Gimbernat University of Colorado at Boulder Fuguet, Alberto, ed. Mi cuerpo es una celda: Una autobiografía de Andrés Caicedo. Bogotá: Editorial Norma, 2008. Como las estrellas de rock y del cine que tanto admiraba, la leyenda del autor colombiano Andrés Caicedo (1951-1977) sólo ha crecido desde su suicidio el mismo día que recibió el primer ejemplar de su única novel publicada en vida, ¡Que viva la música!, el 4 de marzo de 1977. La crítica no ha estado exenta al fenómeno de interés en la figura de Caicedo mismo. Esto es evidente dado el enfoque de varios de los artículos publicados en La estela de Caicedo (2009), colección de estudios críticos editada por Juan Duchesne Winter y Felipe Gómez Gutiérrez. El interés en la figura de Caicedo también se hace notar por la editorial Norma de Bogotá que publicó cuatro libros de índole biográfica o autobiográfica para el trigésimo aniversario del suicidio de Caicedo: Mi cuerpo es una celda: Una autobiografía (2008) editada y montada por el renombrado escritor chileno Alberto Fuguet; Andrés Caicedo, El cuento de mi vida: Memorias inéditas (2007) y El libro negro de Andrés Caicedo: La huella de un lector voraz (2008) compilados y editados por María Elvira Bonilla y Andrés Caicedo o La muerte sin sosiego (2007), un texto biográfico de Sandro Romero Rey, crítico colombiano amigo de Caicedo y miembro del Grupo de Cali. Para Romero Rey, los textos de Caicedo son inseparables del ser humano irrepetible que fue en vida, idea que va en directa contradicción a ciertas tendencias críticas como “La Mort de l’auteur” (1967) de Roland Barthes cuya mayor vigencia se experimentaba en la época que Caicedo escribía. Más bien para aproximarse a los textos de Caicedo conviene consignar la idea del escritor mexicano René Avilés Fabila. En su artículo “La autobiografía como género de ficción” Avilés Fabila arguye que toda obra de ficción tiene conexiones autobiográficas y vice versa—punto que puede explorarse críticamente al analizar la obra de Caicedo. La trayectoria crítica del interés en Caicedo pareciera estar en oposición diamétrica a la teoría de Barthes: el autor está más vivo que nunca en todos sus textos y ahora están disponibles los textos como fuentes para comprobarlo. Claro está que Mi cuerpo es una celda nos es una autobiografía tradicional. Fuguet, en su trabajo de montar la obra, la estructuró como un filme biográfico sacado en DVD, mayormente dividiendo los textos en forma cronológica añadiendo una lista de personajes principales al final de los textos compilados como créditos al final de una película; y sus propios comentarios como director en un epílogo explicativo titulado “Cómo se hizo este libro”. También incluye unos “Bonus Tracks”, escrito tal cual en inglés, un texto escrito de índole autobiografíca durante su estadía en la Clínica Psiquiátrica Santo Tomás en 1976, un texto ficcional inédito para un guión de película

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western y la contraportada del libro de cuentos El atravesado (1975) escrito por Caicedo mismo bajo un pseudónimo. Fuguet aclara en su epílogo que: Andrés Caicedo no escribió este libro tal como existe y acaso no lo concibió, al menos de manera consciente, pero es su libro. No se sentó a escribir Mi cuerpo es una celda. Simplemente se sentó todos los días a escribir lo que fuera. Todo lo que está en el libro ha sido escrito por Caicedo. El material base fueron cartas, trozos de papel, diarios a medio terminar, libretas, cuadernos argollados, críticas de cine, artículos de prensa y . (263) Fuguet, al explicar el cómo y el por qué de cómo montó la autobiografía de Caicedo nos propone que en todos los textos de Caicedo, sean críticas de cine, obras de ficción, diarios personales o, puedo añadir al haber investigado El libro negro, comentarios de lecturas: […] lo principal en Caicedo es Caicedo mismo. Es la ida del cinéfilo como mártir, el post-adolescente latinoamericano alienado con Hollywood, el solitario que se comprometió con la pantalla mientras todos solidarizaban con la causa, el hermano mayor de McOndo, el link perdido al siglo XXI, el fan de Vargas Llosa que escribía guiones de westerns y películas de terror y devoraba las cinta [sic] de Rosen y Truffaut en los cines del centro de Cali mientras que por esos mismos días, un compatriota suyo [Gabriel García Márquez] insistía en narrar el pasado como si fuera todo un cuento de hadas. (262) Está claro que Fuguet siente una afinidad hacia Caicedo al referirse a Caicedo como precursor del movimiento McOndo, que Fuguet mismo formó a mediados de los años 90. Establecer el contraste con García Márquez es una clave fundamental, ya que McOndo se formó con la meta de desmentir la noción errónea y estereotipada sobre la literatura latinoamericana que la equiparaba al realismo mágico. Lógicamente, parece que Fuguet también se empeña en montar los textos de Caicedo que nos pinten un retrato que mayormente concuerde con su impresión del difunto escritor, sus preocupaciones estéticas y personales, y que lo liguen al continuum histórico literario vinculable al McOndo. Este tipo de posible acusación de montar una imagen de Caicedo que coincida con sus propias nociones sólo se desmiente al tomarlo en cuenta en conjunto con los otros textos auto/biográficos publicados casi al mismo tiempo que el texto montado por Fuguet. Por el otro lado, el director del texto vincula a Caicedo al McOndo sin reconocer otro precursor de los dos: los escritores de la Onda mexicana de los años 60. Fuguet tampoco se aparta de especular sobre Caicedo y sus males, preguntándose si no habrá sido una figura anacrónica que habría estado más a gusto en el mundo contemporáneo de acceso casi ilimitado a películas y música, y el medio que aparentaría ser la combinación perfecta de expresión pública y privacidad que son los chat rooms virtuales. Pese a estas posibles dudas que pueden surgir al leer las explicaciones de Fuguet, la honestidad brutal de Caicedo respecto a sí mismo, sus estados de ánimo, sus relaciones, su disposición frente a la vida y la muerte, sus valoraciones estéticas y su propia obra se percibe claramente en los textos. Puesto que los textos, salvo las cartas, no fueron ideados con ningún público en mente y fueron escritos como testimonios casi 2

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inmediatos de un momento, las lagunas de la memoria que frecuentemente son ficcionalizados en el género autobiográfico no problematizan lo que presenta el texto mismo. Si bien los textos cumplen con los requisitos inmediatos postulados por distintos teóricos de la autobiografía como Philippe Lejeune y Elizabeth Bruss—que la autobiografía representa un escrito retrospectivo de la historia de una personalidad—el hecho que estén ensamblados por Fuguet nos trae al aspecto problemático del género, resumido por Darío Villanueva en su artículo “Para una pragmática de la autobiografía”: ...la autobiografía como género literario posee una virtualidad creativa, más que referencial. Virtualidad de poeisis antes que de mimesis. Es, por ello, un instrumento fundamental no tanto para la reproducción cuanto para una verdadera construcción de la identidad del yo. (212, énfasis original) Caicedo parece tener esta conciencia innata de poeisis al producir los textos y al construir el yo que es el portavoz de su realidad. Sin la ayuda del director, Caicedo mismo construye un personaje digno de una novela en sus diarios, cartas y, por extensión en sus críticas de cine y valoraciones literarias. Por lo tanto, la distinción entre sus personajes ficcionales y su propia vida parecen desdibujarse de momentos, como muestra el siguiente fragmento de un diario de 1975: He numerado estas páginas partiendo desde el uno, pero creo que son el primer intento de continuar ese libro , al menos como ejercicio, si lograra no hacer otra cosa que atender el cine y tomar notas, muchas notas, y reflexiones, e ir tejiendo la ficción del hombrecito que va al cine hasta que se enloquece. Que se enloquezcan mis personajes, no yo. O que si me acontece (esto ya lo he dicho hace muchos años, cuando estaba muy chiquito), que sea porque el corazón me lo pide, no porque yo lo induzca a ellos por métodos artificiales y tan fáciles. Oh, yo creía antes que el mecanismo de la autodestrucción era una forma de lascivia, ahora voy sabiendo que no más es una forma de comodidad, la mayor de todas, obscena y perversa hasta la médula. (159) Sin embargo, si bien Caicedo ya se había concebido consciente o inconscientemente como suerte de personaje protagonista de sus propios textos, el director Fuguet logra enfatizar el hecho en el montaje de los textos. El fragmento citado nos recalca la impresión inicial de Fuguet sobre Caicedo que había esgrimido de sus críticas de cine reeditadas en el volumen llamado Ojo al cine, también el nombre de la revista co-editada por Caicedo en vida. En su epílogo, Fuguet nos recuerda que Caicedo ya no es de la generación de escritores que sueña con éxito el París mítico que tanto atrajo a generaciones anteriores de escritores latinoamericanos, sino con Hollywood—un ámbito en el que se tramita en su lenguaje estético desliteraturizado. El aspecto de poiesis en los diarios, críticas y cartas de Caicedo se ligan directamente a su obra ficcional. Hay numerosos ejemplos textuales de los diarios y cartas que tienen ecos en la ficción. Las valoraciones estéticas de músicos 3

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(principalmente los Rolling Stones) y escritores, los peligros y deleites de las drogas y el alcohol, los desajustes frente a la sexualidad, los problemas en las relaciones con sus padres, los padecimientos propios y de generación, y la veta nihilista que en última instancia lo condujeron al suicidio están harto presentes en ¡Que viva la música! Aun sin tener un único avatar textual, el personaje Caicedo se distribuye entre tres personajes principales de la novela que sirven como portavoces en el mundo de ficción de todos los temas que tocan los textos personales presentados por Fuguet. Claro está que esta conexión directa sería imposible sin la disponibilidad de obras como Mi cuerpo es una celda que, en conjunto con los otros textos de índole auto/biográfico que ahora permiten aproximarse a la intención y la estética de la obra del autor sin tener que recurrir a la conjetura. También convalida el por qué se le da el grado de importancia a la figura de Caicedo como vía de aproximación a los textos en tanta de la crítica sobre el escritor. Es decir, los diarios, las cartas, las críticas y las notas de lectura les brinda una gran variedad de pistas nuevas a los investigadores del tema Caicedo--punto que hace que textos como el montaje de Fuguet vayan mucho más allá de elevarlo más aún como figura de culto o modelo trágico del joven artista suicida quien quizá no haya llegado a realizar su potencial. En vez, nos presenta claramente las preocupaciones del joven intelectual latinoamericano en los años 70: decepcionado por los fracasos de la izquierda, influenciado por la estética de los medios masivos, apartado de la estética del Boom, abrumado por la velocidad en que se está tranformando la realidad que lo rodea y los recursos estéticos que tiene para convertir esa nueva turbulenta realidad en un arte utilizando una lengua vernácula contemporánea.

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