Merida Romana

Vía de la Plata, 1 Mérida Carlos Maza Gómez © Carlos Maza Gómez, 2010 Todos los derechos reservados 2 Índice 1 2

Views 126 Downloads 0 File size 13MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Vía de la Plata, 1

Mérida

Carlos Maza Gómez

© Carlos Maza Gómez, 2010 Todos los derechos reservados

2

Índice 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27

La Vía de la Plata ................................ El puente sobre el Guadiana ................ La creación de Augusta Emérita ......... Urbanismo de Emérita ......................... El Teatro .............................................. El Anfiteatro ........................................ El Circo ............................................... El Acueducto de San Lázaro ............... El Acueducto de Los Milagros ............ El Lago de Proserpina ......................... El Foro colonial ................................... El Foro provincial ................................ Esplendor romano: siglos I a III .......... Casa de Mitreo .................................... Columbarios ........................................ Casa del Anfiteatro .............................. Área de la Morería ............................... El Museo romano ................................ Mérida tardorromana: siglo IV ............ Basílica de Santa Eulalia ..................... El Xenodoquio ..................................... Mérida en los siglos V a VII ............... La Colección visigoda ......................... La Alcazaba árabe ............................... La Concatedral de Santa María ........... El Palacio de los Mendoza .................. Algunas iglesias cristianas .................. Despedida en el puente Lusitania ........

3

5 9 15 19 25 31 35 39 43 49 55 59 63 71 77 81 85 91 101 107 113 117 123 127 133 139 143 147

4

Introducción La Vía de la Plata A principios del siglo II a.C. los romanos, habiendo vencido a los cartagineses, se adentran en la Península Ibérica. En la lucha habían comprobado la importancia estratégica del territorio así como la riqueza en minerales que se encontraba en sus tierras. Se encontraron diversas tribus dispersas pero bien organizadas por lo general que opondrán una seria resistencia durante largo tiempo: son los distintos pueblos de raíz celtibérica. En el 193 a.C. el pretor Fulvio Nobilio se enfrenta a una conjunción de pueblos en su toma de Toletum, capital de los carpetanos. En auxilio de estos acuden los vacceos y oretanos pero también otras tribus más lejanas: los vetones y lusitanos. Los primeros ocupaban por entonces la mitad norte de lo que será Extremadura mientras que los segundos se extendían más hacia el oeste, por gran parte de la actual Portugal. La necesidad de someter a estas tribus para concluir el dominio romano sobre la meseta central hispana conduce a las fuerzas romanas a una batalla continua con ellas, particularmente las dos últimas, que se conocerá como las “guerras lusitanas”. Durante sesenta años se registrarán cruentas luchas de las cuales algunos hechos quedarán inscritos para siempre en la historia, como la traición de los pretores Sulpicio Galba y Virgilio Lúculo, mandando degollar a siete mil lusitanos desarmados voluntariamente ante la promesa de reparto de tierras por las autoridades romanas. Este hecho, que la propia sociedad romana verá como vergonzante, motivó la extensión de la lucha y la emergencia del caudillo lusitano Viriato hasta que en el 138 a.C., en tiempos del pretor Servilio Cepión, una nueva traición propicie la muerte de Viriato. 5

Cepión fue un gobernante que no se limitó a combatir a sus oponentes sino que fue creando algunas infraestructuras que tendrán un notable futuro. Asentado generalmente en Urso (Osuna) fue recorriendo toda la costa andaluza creando puestos de vigilancia marítima (como en la actual Chipiona, que toma su nombre) pero, sobre todo, fijó su atención en la zona extremeña. Inició así la construcción de una larga calzada romana que siguiera el antiguo camino por el que los vetones marchaban entre el norte (astures, vacceos y gallaicos) y el sur (turdetanos). De esta forma, se aseguraba un rápido transporte de tropas romanas en la lucha contra los lusitanos de Viriato, así como el aprovisionamiento de las mismas. Para vigilar además este tránsito levantó el primer campamento permanente en Extremadura: “Castra Servilia”, muy cerca de la actual Cáceres. Éste fue el comienzo de la que se llamaría “Vía de la Plata”. La importancia estratégica de Extremadura fue creciendo con la ocupación romana y el estallido posterior de las guerras civiles en Roma. La lucha entre el grupo más enriquecido y conservador, el de los “optimates”, apoyado en su dominio del Senado republicano, y los “populares”, de importante arraigo en las clases bajas, se extendió no sólo a la Península italiana sino también a tierras hispanas. Los “populares”, liderados inicialmente por los hermanos Graco, defendían el reparto de las tierras conquistadas (el “ager publicus”) entre los pequeños agricultores de la campiña romana, los pueblos que gozaban del derecho latino (“ius latii”) y los soldados de baja extracción que se fueran licenciando después de un largo servicio. Tanto los Gracos como el principal dirigente de los “optimates”, Escisión Emiliano, fueron asesinados y ello condujo a unos enfrentamientos en que las legiones, según el jefe que las comandara, tomaron un partido u otro. Surge así la lucha entre Mario, dirigente popular, y Sila, del bando 6

opuesto, para repetirse años después en las figuras de Julio César y Pompeyo. Hacia el año 77 a.C. llegaron a la Península dos enviados del Senado romano, los generales conservadores Quinto Cecilio Metello Pío y el noble patricio Cneo Pompeyo, a fin de vencer a Sartorio, un notable pretor popular que había conseguido controlar gran parte del territorio hispano con una política conciliadora respecto a las tribus autóctonas. Mientras el hijo de Pompeyo el Grande emprendía diversas acciones en Andalucía, Cecilio Metello llevó a cabo su labor en la zona extremeña. Observando la importancia de ese paso entre tierras del sur y el norte así como con la meseta castellana evitando el considerable inconveniente de las sierras centrales, reforzó notablemente la calzada establecida años atrás mediante el levantamiento de distintos campamentos militares: “Castrum Metellinum” (Medellín), junto al río Anas (Guadiana), “Castra Cecilia”, también cerca de Cáceres. Pasando el Tajo, hacia el norte, establecería el “Castrum Cecilium Cauriensis” (Coria) de forma que muy al norte de la región, cerca de Baños de Montemayor y Hervás, construiría el “Cecilio Vico”. El triunfo posterior de Julio César sobre los hijos de Pompeyo, particularmente después de la batalla de Munda (49 a.C.), hizo que el ager publicus conociera un gran reparto tanto entre los pobladores autóctonos, que adquirieron en muchos casos la ciudadanía romana, como entre los soldados licenciados de las distintas legiones combatientes en las guerras civiles, que establecieron nuevos campamentos y poblados. El reconocimiento a esta labor de Julio César y, por extensión, a la gens Claudia de la que procedía, hizo que su gentilicio se asignara a muchos de estos nuevos centros ciudadanos, como fue el caso de la Colonia “Norba Caesarina”, germen de la actual Cáceres. No fue hasta el 25 a.C. cuando el nuevo dictador romano, el jefe del Imperio formado tras la República, 7

Octavio César “Augusto”, creó una nueva colonia en tierras extremeñas para que se ubicaran en ella parte de las legiones que habían combatido a su lado en las guerras cántabras. Se trataba de la Colonia “Augusta Emérita” (Mérida), llamada a ejercer un importante papel en toda la región e incluso más allá, como capital que llegaría a ser de la provincia de la Lusitania. Durante parte del mes de julio de 2007 he recorrido tres de las ciudades que he mencionado: Mérida, Cáceres y Hervás, de distinta historia y ambientes. Mientras la primera conserva una parte importante de los restos romanos que recuerdan su tiempo de esplendor entre los siglos I y III d.C., la segunda ve levantarse múltiples torres, palacios y fortalezas que permiten evocar un tiempo en que la nobleza de origen leonés, cántabro y astur, entre otras, porfió por el dominio de la ciudad durante los siglos XIV y XV. Frente a ellas, el pueblo de Hervás es pequeño, cercano a las estribaciones montañosas de la sierra de Gredos que anuncian la actual provincia de Salamanca. No dispone de grandes construcciones pero sí aparece integrado en la naturaleza que le rodea, cercano como está a otra ciudad importante, Plasencia, de notable influencia en la región durante los tiempos del dominio castellano. Mientras que la última sólo pude visitarla una breve mañana, en las otras tres he permanecido varios días, los suficientes al menos para reconocer sus rincones, pasear sus calles, adentrarme en sus templos y torres, fotografiar sus restos arqueológicos. En suma, tratar de recuperar en su actualidad aquello que el tiempo ha encerrado entre sus muros: el recuerdo de otro tiempo de esplendor. Un tiempo en que las cuatro ciudades estaban unidas por una larga calzada de origen romano que iba desde Mérida hasta Astorga, en León: la “Iter ab Emerita Asturicam”. Los árabes la conocerían como la Vía “Al Balata” o Camino Ancho, nombre que ha llegado hasta nuestros días, por mera transformación lingüística, como “Vía de la Plata”. 8

1 El puente sobre el Guadiana Llegué a Mérida un viernes en que se extendía una considerable ola de calor por la Península. De hecho, varias escenas captadas en la propia Mérida sirvieron para ilustrar los estragos causados por la temperatura en diversas zonas que rebasaron aquel día los cuarenta grados. Así que me cupo el dudoso honor de recorrer los 792 metros del puente sobre el antiguo río Ana, hoy Guadiana, alrededor de las siete de la tarde, cuando los termómetros echaban humo. El hotel se encontraba alejado un par de kilómetros del puente de manera que, tras salir de él y bordear un centro comercial y dos grandes hipermercados, se bajaba lentamente hacia la ciudad en una atmósfera que a esas horas se hacía irrespirable. Sin embargo, la belleza del puente ganaba a cualquier otra consideración hasta el punto de que tardé más de media hora en recorrerlo entero. Estaba ante el enlace entre dos orillas que permitía transitar con rapidez y seguridad por la famosa Vía de la Plata a su paso por la localidad. En algún momento las fuerzas romanas al mando de Augusto comprobaron que las dificultades causadas por el curso del río, la obligación de irlo vadeando pasando de isla en isla (hay varias en ese punto entre las cuales discurre la corriente), todo ello podía verse superado con la construcción de un puente. A partir de la creación de Augusta Emérita hacia el año 25 a.C. las opiniones sobre las distintas fases de construcción del mismo difieren. Es constatable la existencia de tres tramos que fueron unidos con posterioridad a su construcción. El más cercano a la ciudad consta de 10 arcos y enlaza la misma con “La Isla”, un largo y ancho tramo de tierra que en origen permitía vadear con cierta facilidad el curso del agua en uno de los brazos del río llamado Guadianilla. Este tramo acaba en un descendedero, una larga 9

rampa que permite bajar hasta dicha isla. El tramo central cuenta con 26 arcos más y une la Isla con otra lengua de tierra aún más ancha llamada San Antonio. Allí se encuentra un nuevo descendedero que da paso al tercer tramo del puente, de 24 arcos que lleva al puente hasta la otra orilla. Existen distintas hipótesis sobre la secuencia de construcción de estos tres tramos, todos no muy distantes entre sí en el tiempo, ciertamente. Se ha pretendido que los primeros construidos fueron los extremos, dejando el central sin realizar para que fuese vadeado por otros medios. Unos cien metros aguas arriba apenas son visibles los restos de un antiguo y poderoso tajamar en forma de punta de diamante. Construido también en tiempos romanos, su misión parece haber sido la de salvaguardar la fábrica central del puente, cuya cimentación entre isletas era más débil. Sin embargo, los partidarios de la teoría anterior sostienen que el tajamar permitía alejar el curso del río de la parte central para que fuese vadeable. Todo parece indicar, sin embargo, que en aquellos tiempos el río era fácil de atravesar pasando de isla en isla, particularmente en período estival. Sin embargo, en los momentos de crecida los cursos más caudalosos eran el central, luego el llamado Guadianilla y finalmente el más alejado de la ciudad, siempre menos poderoso. En esa lógica, el primer tramo construido del puente debió ser el central. Precisamente por contar con una cimentación más débil por realizarse sobre islas es por lo que pudo considerarse conveniente la realización de ese tajamar pentagonal, al objeto de proteger la parte más importante y débil del puente del curso de las crecidas.

10

El segundo tramo debió ser el más cercano a la ciudad, el que cubre el Guadianilla. He paseado por encima y por debajo de esa parte del puente admirando los sillares de granito, robustos, firmes, de probable origen en las canteras cercanas de Proserpina. Desde la cercana Alcazaba se contempla todo el puente en extensión y, en particular, este tramo que llega desde la ciudad (la plaza de Roma, donde se levanta un monumento que conmemora la creación de Roma con su loba característica) hasta el primer descendedero. El puente conecta con la muralla romana que circunda la ciudad de la cual la parte más expuesta al curso del río es la que discurre desde el mismo puente en torno a la que luego sería Alcazaba árabe. Toda esa parte está reforzada con un poderoso dique de piedra para proteger la base de la muralla del curso del río, tumultuoso en distintos momentos del año. En la parte de debajo de dicho dique se aprecia el agujero de la cloaca que desaguaba en el cauce gran parte de los residuos de la ciudad. Actualmente el monumento guarda una evidente unidad que, a lo largo de los casi ochocientos metros de su recorrido, conducen la mirada y nuestros pasos desde una 11

orilla hasta la otra. Restaurado en tiempos sucesivos en el año 483, reinando el visigodo Eurico, en tiempo de los árabes y, posteriormente, en los siglos XVI, en el XVII tras la histórica riada de diciembre de 1603 y también en el XIX, el puente constituye una gran extensión de la ciudad, un paso de bienvenida para alguien que, como era mi caso, llegaba desde el otro lado del río. En los siguientes días habría de recorrerlo andando varias veces, sea con el calor suave de la mañana o el bochornoso de la tarde, también cuando la temperatura se aliviaba en la última noche. Otras veces el calor y el cansancio eran tan intensos a mediodía que opté por coger un taxi que me conducía por el puente moderno, el de Lusitania, distante del más antiguo un par de kilómetros. Reconfortado por el aire acondicionado podía ver la larga extensión del puente romano, sólido, aparentemente indestructible, del mismo modo que al atravesarlo andando contemplaba el hermoso perfil tan característico del puente de Santiago Calatrava, más allá.

12

Recordaré esa primera tarde asfixiante cuando, ajeno en cierto modo a la alta temperatura y el sudor que empezaba a recorrerme, bajé por el primer descendedero hasta la isla de San Antonio, amplia, cubierta de hierba bien recortada, con bancos donde a la caída de la tarde vería a grupos de jóvenes. La hermosura de sus arcos, la solidez granítica de las dovelas en cada uno de ellos, el pasar de uno a otro lado admirando su esbeltez, al tiempo su maciza corpulencia.

Si Cáceres es atractivo por su conjunto monumental y Hervás por el encanto rural de sus rincones, Mérida tiene otras razones para fijarse en ella. Como ciudad es incontestablemente inferior a la primera, su comercio más escaso, el bullicio de las calles menor, el turismo más omnipresente. Sin embargo, es más fácil describirlo, abarcarlo. Tiene diez o quince lugares y monumentos que recuerdan la importancia que tuvo esta ciudad en otro tiempo. Son sitios bien cuidados actualmente, fáciles de recorrer y que evocan con claridad el tiempo romano, también el visigótico, algo menos el cristiano. 13

El turista que acude a vivir el ambiente de la ciudad, sus mesones, paseos y calles, lugares de cultura o diversión, puede que se sienta decepcionado por Mérida y hable de Cáceres como una mejor ciudad. En ese sentido tendrá razón. Sin embargo, Mérida tiene lugares imborrables, espectaculares si se admite tal término. El puente y el río Guadiana es el primero de ellos que pude vivir. Cierro los ojos y me parece ver la grandeza del teatro y el anfiteatro, la extensión y la soledad casi interminables de ese circo que recorrí en gran parte, la belleza del acueducto de los Milagros. Lugares y momentos fácilmente recordables porque nada en la ciudad, por otra parte con pocos atractivos, distrae de la atención que puede prestarse a estos monumentos que, tantos siglos después de su construcción (dos milenios) aún rinden a la ciudad un gran beneficio económico y social.

14

2 La creación de Augusta Emérita Se ha discutido ampliamente sobre el hecho de si Emérita, como se llamó en origen, o Emérita Augusta, como aparece en distintas monedas de época inmediatamente posterior a la creación de la ciudad, fue o no una creación ex novo de Augusto. El lugar donde se emplazó debía ser conocido desde los tiempos de Julio César, tanto por estar situado en la Vía de la Plata que conectaba norte y sur de la Península como por el importante hecho de que el Guadiana era fácilmente vadeable por aquel lugar. Es por ello que se sostiene la existencia de un campamento militar cesarino aunque lo cierto es que ningún testimonio epigráfico, numismático ni arqueológico en general testimonia esa hipótesis. De manera que lo único comprobable a través de las monedas emitidas y los testimonios escritos de Dión Casio, historiador del siglo III d.C., es que: “Después de la conclusión de esta guerra [refiriéndose a las cántabras] Augusto licenció a los soldados que tenían la edad más avanzada en el servicio y les concedió fundar en Lusitania una ciudad llamada Augusta Emérita”. La secuencia de hechos parece ser la siguiente: En el 31 a.C. se lleva a cabo la célebre batalla naval de Actium en la que Augusto triunfa sobre las fuerzas de Marco Antonio y se hace con el poder en Roma. A partir de ese momento vuelca su atención en un doble objetivo: pacificar el nuevo imperio que le corona como Príncipe y reorganizarlo administrativamente para su mejor gobierno. Todo ello tendrá una importante repercusión en la Hispania romana de la época. Por una parte inicia en el 29 a.C. una lucha contra los vaceos, astures y cántabros que aún se resisten al dominio romano en el norte de la Península. Las guerras cántabras, como serán conocidas, se prolongan debido a la resistencia 15

de estas tribus y lo escarpado del terreno donde se libran los combates. La presencia del propio Augusto al frente de las tropas romanas en el 27 a.C. y el empleo de más medios inclina la balanza a favor de las fuerzas imperiales. En el año 25 a.C. Augusto se retira a su base en Tarraco y puede dar por acabada la contienda. Es en ese contexto cuando su delegado Publio Carisio se encarga de la creación de la nueva colonia Emérita y de la instalación y reparto de tierras entre los veteranos de dos legiones cuyo nombre ha quedado inscrito en series de monedas: la V Alaudae y la X Gemina. Hay que tener en cuenta que los soldados de estas legiones pertenecían a Marco Antonio pero, al ser éste derrotado en Actium (donde no intervinieron por ser batalla naval), habían pasado de forma íntegra al mando del nuevo dueño de la situación. Luego se incorporaron a las guerras cántabras donde llevaban peleando cuatro años. Teniendo en cuenta que el período de reclutamiento era de seis años y llevaban varios al mando de Marco Antonio, es de imaginar que gran parte de sus soldados ya eran bastante veteranos por entonces. Por otro lado, la paz que se extendía bajo el imperio de Augusto no estaba exenta de sobresaltos debido a las rebeliones de algunas de las legiones. Por ello el Príncipe adoptó la táctica de retirar a varias de estas legiones, las más fieles en terreno itálico (para contar con ellas en caso necesario) y aquellas con menos tiempo de fidelidad al nuevo gobernante, fuera de la península italiana. Es el caso de las dos legiones que constituyen la población de Emérita, calculable inicialmente en unos seis mil soldados. Las ventajas estratégicas del lugar eran evidentes por constituir el principal vado del Guadiana. Al tiempo, siendo una colonia alejada de los escenarios bélicos de la Península ibérica, se prestaba a pocos objetivos militares. Se trataba de un lugar con amplísimas tierras a su disposición, sin apenas población autóctona que tuviera que ser desplazada o 16

asimilada. Es cierto que la tierra no era de una gran fertilidad pero no escaseaba el agua en la propia Mérida, tanto por la presencia del río como por las múltiples fuentes de agua subterránea que pozos y aljibes permitían extraer. Por otra parte, la propia división administrativa augustea de aquellos años colocaba a Mérida en un lugar privilegiado. Sólo dos años antes de su creación Augusto había dividido la provincia Hispania Ulterior en dos que aparecían precisamente divididas por el Ana: la Ulterior Baetica con capital en Córdoba y la Ulterior Lusitania que poco después contaría con su capital precisamente en la nueva colonia creada a orillas del río. A partir de ese momento la importancia de Emérita no haría sino crecer desde el punto de vista estratégico y administrativo. Así, la nueva Vía Dalmacia que corta en perpendicular la Vía de la Plata discurriría desde “Olissipo Felicitas Iulia” (Lisboa) hasta “Caesaragusta” (Zaragoza) pasando por “Toletum” (Toledo) en el centro pero también por Emérita que se constituye así en el cruce de los dos caminos más importantes de la Hispania Romana.

17

18

3 Urbanismo de Emérita Inicialmente se pensó que Emérita se había conformado de la forma clásica de los campamentos romanos: Una forma cuadrada atravesada perpendicularmente por el camino principal, el decumanus maximus, y el secundario, el cardo maximus. Sólo con el tiempo y la expansión de la ciudad al crecer el número de sus habitantes llegaría a tomar la forma aproximadamente trapezoidal que ahora muestra. El cuidadoso examen de los restos arqueológicos monumentales y, en particular, del trazado de la muralla romana, hizo que desde el siglo pasado la opinión fuera distinta. Es cierto que el decumanus debía ir desde la puerta del Puente, la única originalmente romana que se conserva aunque modificada por los árabes, hasta una hipotética puerta de la Villa siguiendo las calles Puente, Cava y Santa Eulalia. Realmente, esta secuencia de calles consecutivas siguen siendo actualmente el camino peatonal más transitado por los emeritenses, el lugar donde se encuentran comercios, bares, cafeterías junto a pequeños restos romanos. Al caer la tarde los turistas que circulan por sus calles con monótona regularidad se ven sustituidos en parte por los propios naturales del lugar que pasean y toman un refresco o una cerveza mirando escaparates, charlando con los conocidos o sentándose a un velador. Los jóvenes se agrupan frente a la oficina de Turismo y charlan entre sí sentados en la pequeña plaza que allí se encuentra, una estatua en su mitad, recuerdo de lo que posiblemente fue una puerta importante de la ciudad romana. Resulta más controvertido el trazado del cardo maximo que debía de cortar perpendicularmente al anterior extendiéndose desde la actual plaza de toros (muy cerca de la casa del Mitreo) hasta el acueducto de los Milagros. No hay 19

más que evidencias indirectas de este viario pero resultan significativas.

Calle Cava En todo caso, el trazado murado de la ciudad es plenamente augusteo de manera que su recorrido amurallado proviene de la propia creación de la ciudad. El hecho de que el anfiteatro, por ejemplo, algo periférico respecto del centro ciudadano, obra del primer siglo de nuestra era, se apoye en la muralla significa que ésta lo precedía. La única conclusión que puede extraerse de hechos como éste es que la ciudad, tal vez imaginada por su fundador como futura capital de la provincia lusitana, se constituyó y cercó de una manera amplia, con espacios vacíos en su interior que con el tiempo se irían llenando de casas y monumentos posteriores. De hecho, contando con el decumanus y el cardo, las cuatro partes en que la ciudad quedaba dividida conocieron una disposición de calles y casas en cuadrícula, como se aprecia claramente en el recinto de la Morería, junto al río, donde se asentaron los árabes sobre una disposición urbana plenamente romana. 20

Decumanus y cardo Las calles principales fueron de tierra apisonada pero paulatinamente se transformaron, particularmente las dos vías principales, colocando encima lajas de diorita azulada provenientes del cercano pueblo de La Garrovilla, dándole el aspecto típico de las calzadas romanas de la época. En las esquinas de las casas no eran extraños, como pude comprobar en esa Morería, grandes bolardos de piedra al objeto de evitar que los carruajes dañasen las esquinas de las casas al realizar un giro. No obstante, la anchura de estas calles, entre los cinco y los seis metros, debía ser suficiente para que tal hecho fuera infrecuente. Habitualmente, la intersección del decumanus y el cardo era ocupada por una amplia plaza, el foro de la colonia. No es mucho lo que actualmente se conserva del mismo pero los restos evidencian que sucedió de ese modo también en Mérida, máxime cuando todo indica que la ciudad se levantó como una pequeña Roma, donde el Ana hacía el papel del Tíber, y el foro mostraba algunas semejanzas con el original romano. Así, debía disponer de un amplio pórtico de entrada junto a un templo que actualmente 21

sigue en pie, el de Diana. Luego una plaza amplia, ahora ocupada por la de España, en la que vemos levantarse el ayuntamiento, el palacio de los Mendoza y la concatedral de Santa María, todos edificios muy posteriores, y finalmente una basílica central. De ésta es de la que no parecen quedar rastros abriéndose paso a distintas especulaciones a día de hoy. Por ejemplo, en la cercana calle Holguín se han descubierto los restos de lo que podría ser la cimentación de un templo aunque los expertos se inclinan porque corresponda a un segundo foro de carácter provincial, aledaño al otro colonial. Esto sería debido a la importancia de Emérita, no sólo como colonia sino en su condición de capital de la provincia. Por otro lado, entre la plaza de España y este foro provincial se levanta a nuestro paso el arco de Trajano, una construcción peculiar y atractiva, aunque algo encajonada entre edificios actualmente. Ese arco se tomó al principio como una de las puertas de la ciudad pero las opiniones ahora se inclinan por restarle esa importancia admitiendo que podría ser el pórtico de acceso al foro provincial o un simple arco triunfal de los que se construían para festejar cualquier triunfo del emperador. Así pues, la disposición de la ciudad en tiempo de los romanos debía ser semejante a la actual, aunque mas pequeña, con el teatro y anfiteatro en el borde este de la ciudad, el circo incluso fuera de las murallas, los terrenos de la actual plaza de toros en la parte sur estando la importante casa de Mitreo extramuros. Todo el oeste de la ciudad aparecería bañado por el Ana mientras que al norte quedaría el foro provincial, cerca del colonial, centrado en la intersección del decumanus y el cardo. La ciudad, indudablemente, se expandió con el tiempo y al recibir distintas oleadas de inmigrantes itálicos atraídos por la importancia creciente y el esplendor político y monumental que fue adquiriendo en los tres primeros siglos de nuestra era. Posteriormente, los visigodos y los cristianos 22

desarrollarían dos zonas sobre todo: la de la plaza de España, lugar donde posiblemente se enclavara el foro romano original, con los edificios a que hemos hecho referencia y, extramuros, la zona de Santa Eulalia al este, donde se concentró el culto a esta mártir temprana del cristianismo.

Plaza de España

23

24

4 El Teatro Pude asistir en el teatro romano a una representación de Fedra, interpretada en su papel principal por Ana Belén dentro del Festival de Teatro Clásico que se lleva a cabo todos los veranos. Había visitado el edificio por la mañana pero en la sesión nocturna el espectáculo cobraba una vivacidad desconocida. Si la capacidad del teatro era en origen de hasta seis mil personas, la destrucción de la parte superior reduce el aforo en una cuantía que desconozco. No obstante, el recinto estaba prácticamente lleno. Llegué con bastante antelación y busqué mi entrada. Para ello debía internarme por una de las puertas cercanas al escenario, recorrer un breve pasillo en casi completa oscuridad hasta alcanzar uno de los “vomitoria” o accesos a las diferentes partes de los graderíos.

Las tres caveas del teatro

25

Me encontré sentado en la parte llamada “ima cavea” que en el tiempo romano correspondía a los caballeros (equites). Tiene un total de 22 filas de asientos que rodean semicircularmente el escenario. Me encontraba en la primera de ellas, sentado sobre un cojín, muy cerca de la última fila de sillas móviles que se habían emplazado en el espacio que antiguamente estaba reservado a la “orchestra”, lugar de los músicos y en el que se sentaban también los personajes importantes de la colonia: senadores, pretores y otras autoridades. Detrás de mí se extendía la “media cavea” con sólo cinco filas, dedicada a la plebe libre, y en lo más alto la “summa cavea” que en aquellos tiempos acogía a los esclavos. De esta forma el teatro respondía fielmente a la jerarquización social del mundo romano. Hoy la “summa cavea” está casi destruida por la acción del tiempo y los destrozos ocasionados por otras generaciones que quisieron aprovechar sus piedras de granito. Cuando te sitúas cerca del escenario, como hice por la mañana, extiendes tu vista hacia arriba y puedes observar con facilidad las siete moles de granito y mortero que se han conservado. Las bóvedas que formaban los pasos hacia la “summa cavea” entre cada dos de esos bloques se han derrumbado quedando así expuestos los siete como formas independientes. A partir de ese hecho la población emeritense formuló la leyenda de siete dioses que se reunieron a deliberar en este lugar, siendo cada bloque una de las sillas. De ahí el apelativo de “Siete sillas” con que es conocida la configuración semiderruida de esta parte del teatro. Gran parte de ese graderío, la “ima cavea” en concreto, se apoya en el cerro de San Albín, al objeto de aprovechar la inclinación del terreno. Cuando tras su construcción inicial se quiso aumentar el aforo con las otras dos partes de la cavea éstas (media y summa cavea) se hicieron exentas, de ahí la destrucción ocasionada en la última. 26

Parte de las Siete sillas En líneas generales, el primer teatro estable construido en tiempo de los romanos fue levantado por Pompeyo el Grande en el 55 a.C. en la propia Roma. Hasta entonces se realizaban representaciones de comedias y tragedias de origen griego, para las que se montaban graderíos de madera que, al acabar la representación, se desmontaban. Tras aquel primer teatro estable hubo una sucesión de construcciones en toda la península italiana. El de Emérita fue inaugurado en el 15 a.C., pocos años después de la fundación de la colonia. En la salida de alguno de esos pasillos oscuros que conducían a los graderíos figuraban inscripciones que recuerdan que el teatro fue inaugurado en tal fecha con el patrocinio de Marco Vipsanio Agripa, yerno del emperador Augusto, en el tiempo en que fue cónsul por tercera vez y estuvo a cargo de la colonia. Así, resulta ser el primer teatro construido como tal en la Hispania romana y su ejemplo fue rápidamente seguido por los de Tarraco e Itálica. Para entonces ya era conocida la técnica de construcción de estructura hueca de manera que los graderíos se apoyasen en estructuras de hormigón y 27

granito. Sin embargo, en Hispania se optó por la más antigua de estructura maciza, al modo griego, de forma que se aprovechase una inclinación del terreno tanto para facilitar la construcción gradual como para proteger al público del viento. Seguí la representación con gran atención. Había un ambiente de bullicio inicialmente pero luego el silencio se apoderó de los varios miles de espectadores que se contentaban, como mucho, con abanicarse para refrescarse del calor que aún persistía a las once de la noche. Los intérpretes estuvieron muy bien, fue un buen espectáculo aunque muy distinto del que los romanos llegaron a conocer. Las tragedias griegas por entonces no se representaban enteras, el público exigía algo más ligero y no es descartable que mostraran ante los actores menos silencio que el existente aquella noche en que estuve en el teatro. Los trozos de tragedia fueron sustituidos en el gusto del público por pantomimos y mimos. En los primeros un bailarín danzaba llevando máscaras de boca cerrada de manera que con sus gestos y movimientos interpretaba los distintos papeles trágicos de la obra de que se tratara. Pese a su éxito entre el público era considerablemente mayor el conseguido por el mimo, género que se introdujo en el imperio hacia el siglo I a.C. En este caso no se trataba de tragedia sino de farsa. Los personajes iban sin máscara, tanto los hombres como las mujeres, de forma que no era extraño que estas últimas, en las escenas finales, se desprendieran de toda su ropa para alborozo del público. Este hecho, muy demandado al final del espectáculo, fue el motivo principal del rechazo posterior por el cristianismo a este tipo de espectáculos. En este caso había un recitado tanto en prosa como en verso y un coro de danzantes acompañaba el transcurso del mimo, género por excelencia probablemente durante varios siglos en este teatro. En algunos edificios de este tipo llegaba a inundarse el espacio orquestal para dar lugar a los 28

tetimimos, espectáculos acuáticos dedicados a la diosa Thetis, donde los actores se bañaban desnudos representando mediante el mimo diversos papeles, generalmente licenciosos. No parece que la estructura del teatro romano de Mérida permitiese tales espectáculos debido a su estructura no aislada de la “ima cavea”.

Escenario El escenario mismo del teatro es impresionante en su monumentalidad. Fue una construcción posterior a la “ima cavea”, del tiempo de los Flavios en el siglo I d.C., y dotó al teatro de la belleza con la que ha llegado hasta nosotros. Cuando estuve la visión se veía disminuida por una gran superficie roja que servía de fondo a la representación de Fedra, más bien de carácter minimalista, con muy pocos elementos escénicos, al gusto de los escenógrafos actuales. Sin embargo, las tres puertas por las que ingresaban los actores al escenario podían apreciarse, particularmente las dos de los extremos. También muchas de las estatuas que adornaron el alto escenario, algunos de cuyos originales se 29

exponen en el museo romano frente al teatro, siendo las que permanecen en el escenario copias muy correctas. Aunque la parte más espectacular sea la que se ha descrito, al otro lado del escenario y del alto fondo que la preside, hay varios elementos que vale la pena mencionar. Si se pasan las verjas por las que se accede tanto al teatro (a la derecha) como al anfiteatro (a la izquierda), se observa que frente al primero se extiende un hermoso jardín. Tanto por este lugar como por una especie de peristilo o pasillo cubierto y sostenido por columnas, parte anterior del frente escénico, paseaban los espectadores en el entreacto de los espectáculos observando, entre otras cosas, las estatuas de la familia imperial que dejaban así constancia de su protección a las artes escénicas y de su poder. El jardín es agradable. En uno de los extremos se levanta una construcción amplia y redonda que en principio se tomó por un templo cristiano tardío, por lo que se denominó “Casa Basílica”. Finalmente se ha llegado a la conclusión de que era una casa señorial del período bajoimperial, aproximadamente a finales del siglo IV d.C., cuando la última reconstrucción del teatro de los años 333 a 335 iba quedando en el olvido, así como el esplendor de una época teatral que sólo se recobraría muchos siglos después.

30

5 El Anfiteatro Teatro y anfiteatro están completamente unidos. Tras la entrada principal al complejo un mismo camino conduce a ambos de manera que, hacia la izquierda, el visitante se introduce con facilidad en la parte superior de los graderíos, desde donde puede ver el anfiteatro en toda su amplitud. Antiguamente contaba con hasta dieciséis mil plazas pero hoy la destrucción de siglos anteriores ha acabado con la parte superior del mismo. Me resultó más amplio e impresionante el de Itálica. Éste de Mérida, en cambio, es bonito, resulta más fácil recorrer sus rincones aunque, como en aquel, los graderíos están muy deteriorados por el tiempo.

Tiene poco más de cien metros de largo contando los graderíos que, como en el caso del teatro, están divididos en tres partes, según la clase social que albergara. La arena tiene unos cincuenta metros de largo y en ella se levantaban, en el momento en que lo visité, unas cruces revestidas de camisas blancas y color butano, recordando inmediatamente la 31

situación de los presos de Guantánamo. A pesar de que observé la misma visión de noche, cuando las cruces apenas iluminadas creaban juegos de sombras fantasmagóricos, me pareció una exposición que no cuadraba con ese entorno. Hubiera preferido encontrar el anfiteatro desnudo de artistas contemporáneos.

Vista de la fosa arenaria No me entretuve mucho en esa posición superior. Puedes descender por el camino que conduce a la entrada del teatro de forma que, yendo hacia el otro lado, se llega a la arena a través de una sucesión de arcos que crea una entrada espectacular, la principal entre las dieciséis con que contaba el anfiteatro. Luego recorres la clásica forma elipsoidal del monumento, examinas brevemente la fosa arenaria donde se acumulaban en su momento las jaulas para las fieras y los almacenes. Incluso debió ser utilizada para espectáculos acuáticos en algún espectáculo. En las tribunas se encontró la inscripción “El Emperador Augusto, hijo del Divino César, Pontífice Máximo, cónsul por décimo primera vez, Emperador por 32

décimo cuarta”. Ello permite fechar la construcción inicial del monumento en el año 8 d.C. Inicialmente debió constar de la arena (sin fosa arenaria, que se construyó después, cuando el Coliseo de Roma lo puso de moda), y un podio elevado que la separaba del primer graderío. Con la remodelación de los monumentos emeritenses en el año 70 d.C., tras su proclamación como capital provincial, los graderíos crecieron en altura hasta alcanzar la forma en que ahora es posible imaginarlo.

Inscripción con la inauguración del Anfiteatro Ya por entonces el espectáculo que los autoridades ofrecían al pueblo respondía a una fórmula, el “munus legitimum” que lo dividía en tres partes: las “venationes”, donde un gladiador se enfrentaba a los animales salvajes por la mañana; unas luchas menores al mediodía y a la tarde, como plato fuerte, los combates de gladiadores entre sí. Habitualmente estos luchadores eran de condición servil pero en ocasiones también participaban soldados veteranos necesitados. 33

Luchaban contraponiendo técnicas diferentes. Por ejemplo, el “retiarius” aparecía provisto de una red y un tridente mientras que el “secutor” permanecía pesadamente armado. Su formación en el combate solía ser baja de manera que la muerte de uno de ellos estaba poco menos que garantizada. Ése fue el caso de algunos gladiadores emeritenses cuyo nombre, a través de la epigrafía, ha llegado hasta nosotros, como es el caso del retiarius Cassius Victorinus, muerto a los 35 años, una edad excepcionalmente longeva para este tipo de combatientes. Más usual es el caso del secutor Sperchius que, nacido en Frigia (Asia Menor) murió en esa misma arena que ahora pisaba cuando contaba 24 años. En la visita actual se arremolinaban los turistas bajo el sol inclemente del mes de julio. Algunos se hacían fotos, otros fisgaban (como yo mismo) por los agujeros, rincones y pasillos, pequeños habitáculos junto a la arena, o contemplaban sin demasiado entusiasmo la exposición artística dentro de la fosa arenaria. No es posible imaginar qué sería de este lugar cuando varios miles de gargantas gritaran entusiasmadas jaleando la heroicidad de un ágil retiarius que clavaba su tridente en el cuerpo de un pesado secutor o cuando éste, bien protegido por su armadura, propinara un tremendo sablazo a su oponente. El ambiente es distinto, el destrozo de los graderíos y su vejez, evidentes. En el siglo V, con el predominio cristiano y la presencia de los visigodos, quedó en desuso y sus piedras fueron utilizadas sistemáticamente para nuevas construcciones. Desde entonces no corren animales por esta arena, no hay combates ni espectáculo. Tan sólo, como ahora, grupos de turistas que recorren pacíficamente el lugar y charlan y sonríen hasta hacerse una fotografía como las que yo mismo hice del lugar.

34

6 El Circo El circo romano, uno de los seis que se conservan en la Península, se encuentra en una vaguada cercana al río Barraeca (hoy, Albarregas), en su tiempo alejado de la colonia y de los otros dos monumentos por excelencia: el teatro y el anfiteatro. Se construyó, como estos, en el siglo I d.C. dentro del esfuerzo imperial por dotar a Emérita de los fastos e importancia que merecía como capital de la provincia lusitana, todo ello a imagen y semejanza de Roma, dentro de sus limitaciones.

Panorámica Se eligió para su construcción un camino importante, parte de la Vía Dalmacia que conectaba Emérita con Toletum, cerca del acueducto de San Lázaro, uno de los tres que proporcionaba agua a la colonia. Junto a la extensión vallada hay una puerta por la que se accede a uno de esos centros curiosamente llamados de interpretación del 35

monumento. Establecidos con propósitos de atención turística suelen presentar unos paneles explicativos, algún video de la misma naturaleza, venta de recuerdos y poco más. En este caso se podía acceder a una azotea desde donde se contemplaba toda la extensión de la arena. El circo no es comparable en monumentalidad a los otros dos edificios hermanos, dado su mayor grado de destrucción. Sin embargo, atrapó mi atención como no lo habían hecho aquellos por una razón muy simple: el teatro se veía acondicionado para una obra teatral moderna, como sería la Fedra que vi por la noche. Decorados, cojines, escenario…, todo estaba salpicado de detalles modernos. Del mismo modo, la exposición de cruces en medio de la arena del anfiteatro restaba recuerdos a la vejez del lugar. El circo, en cambio, mostraba descarnado el erosionado paso del tiempo, la aridez del abandono en el que estuvo sumido durante siglos. Con una longitud superior a los 400 metros, una anchura que ronda los cien, los graderíos aparecían casi destruidos, conservándose apenas unas filas de asientos de una capacidad que había albergado en los primeros siglos de nuestra era a treinta mil personas. En medio de la arena se extendía un muro central, la denominada spina, de 223 metros de longitud. Aún hoy se alzan sus cimientos de hormigón, inequívoco recuerdo de las carreras allí efectuadas, aunque mostrando menor altura que en su origen. Bajé y paseé prácticamente solo por el lugar. Era la una de la tarde al menos, caía un sol de justicia, cuando fui andando por entre los hierbajos que crecían desordenados en lo que fue la arena. Me detuve de vez en cuando, transpirando sudor pero aislado del entorno. Era difícil imaginar siquiera cómo sería el lugar en sus mejores días, cuando el lusitano Cayo Apuleyo Diocles, en el siglo II d.C., iba acumulando victoria tras victoria en sus carreras de bigae (dos caballos) o cuadrigae (cuatro caballos) hasta llegar a contar 1.462 a los 42 años, edad en que se retiró a Palestrina, 36

héroe para siempre recordado por la ciudad. La pasión por las carreras de caballos debía ser grande en Hispania, como lo atestiguan el número de circos conservados, el mayor de cualquier región no itálica del imperio romano. La tradición de los caballos hispanos era por entonces importante como se descubre en la correspondencia del aristócrata y literato Quinto Aurelio Símmaco, fechada en el 339 d.C., donde manifiesta su admiración por dichos animales originarios de suelo hispano, su búsqueda y adquisición para las carreras celebradas en Roma.

Spina Apenas se puede evocar a los miles de personas que asistirían con emoción a los Juegos que cualquier autoridad importante celebraba en honor de sus conciudadanos y al objeto de mostrar su poder y munificiencia. Cuando los carros con distintos colores (verdes, blancos, azules y rojos) galopaban entre el graderío y la spina dejando una nube de polvo a su paso. Apenas son visibles las puertas en el lado norte por donde salían los carros, sólo se aprecia una larga extensión cuajada de pequeños arbustos, ortigas y margaritas, rodeada de unos muros que el tiempo ha 37

consumido. Reparados aún en el siglo IV la pasión por las carreras del público emeritense debió ser grande. Siendo el cristianismo la religión preponderante entonces, habiéndose reunido el importante concilio de Elvira en el 310 d.C. con presencia emeritense, donde se anatematizaron unos Juegos que se declararon paganos y disolutos, aún alrededor del 360 un cristiano, Sabiniano, se hacía enterrar en el cementerio cristiano bajo una lápida que muestra orgulloso su condición de auriga triunfador de muchas carreras. Todo, la pasión por la victoria, la sensación de triunfo del auriga, la atención y admiración del público, las apuestas, los gritos, el rugido al alcanzar la meta antes que nadie, todo yace entre el polvo de la arena solitaria cuando se pasea por ella. Retrocedí buscando la puerta de salida, el centro de interpretación más allá. Observé a lo lejos un enorme edificio muy bien construido, un antiguo silo de enorme altura, que parece mirar al circo desde una distancia prudencial, ajeno a su propio abandono ahora. En ningún lugar de Mérida tuve tan intensa sensación de que ese deseo de recordar aquel tiempo tan lejano, se hacía más presente que nunca.

38

7 El Acueducto de San Lázaro La vía actual del tren discurre de forma paralela al río Guadiana pero alejada de él. De hecho, pasa cerca de los restos del circo romano y su curso interrumpe el acceso a esta parte del extrarradio de Mérida, de manera que es habitual contar con pequeños pasos subterráneos para ir de un lado a otro. Al tiempo, se alinean entre uno y otro lado de dicha vía diversos monumentos y lugares dignos de ser recorridos. Tras el circo, el primero son los restos del acueducto de San Lázaro. Más allá hay que pasar al otro lado para admirar los restos del Xenodoquio, un antiguo albergue de época visigótica. Si seguimos avanzando encontramos del lado de la ciudad todo el complejo religioso de Santa Eulalia, la mártir cristiana emeritense más conocida. Aún más lejos, en la misma línea pero de nuevo al otro lado de la vía, los restos del acueducto de Los Milagros. Serpenteando en la misma dirección, el cauce del río Albarregas, apenas un arroyuelo cuando pasé por allí en el mes de julio. Todo ello lo iremos describiendo empezando por los dos restos de conducciones hidráulicas, el primero de los cuales es el acueducto conocido como Rabo de Buey-San Lázaro. Surge a no más de cinco kilómetros de la ciudad constituyéndose por medio de la captación de aguas provenientes de veneros subterráneos. El modelo es completamente diferente de los otros dos acueductos de la ciudad, que captaban agua a partir de presas sobre ríos. En efecto, el de San Lázaro nace como una conducción subterránea de importante grosor, un canal interior hecho de mortero que va recogiendo otras conducciones del mismo tipo pero menor grosor a lo largo de su primera parte, a modo de río subterráneo. Toda esta parte se vio inutilizada varios siglos después de su construcción debido a la acumulación en dicho 39

canal de sales calcáreas de tal dureza que para arrancar los depósitos se necesitaron explosivos en tiempos modernos. Al llegar a un lugar llamado La Godina, el conducto al fin salía a la superficie y ganando cierta altura para salvar el curso del Albarregas llegaba hasta el depósito moderno de Rabo de Buey. Ahora se puede ver el acueducto que conducía el agua como una larga hilera de arcos que se extiende hasta llegar cerca del circo romano pero la sensación es engañosa.

Arcos actuales del acueducto Ese acueducto no es romano, a pesar de su apariencia, sino que fue reconstruido entero en pleno siglo XVI, cuando se deseaba recuperar el suministro de agua que anteriormente había existido. Los restos de cimentación y algunos pilares indican que el acueducto moderno respetó en general el curso de otro más antiguo.

40

Últimos arcos del acueducto Del original romano sólo se conservan realmente los últimos tres arcos que se alzan a cierta altura cercanos a la actual avenida Juan Carlos I, curso del antiguo camino hacia Toletum. Se ha señalado, por una parte, que el acueducto ganaba en espectacularidad en dicho lugar por motivos ornamentales y, por otra parte, se pueden constatar dos órdenes distintos de construcción en dichos arcos. El inferior, de gran potencia y fortaleza, parece realizado en época altoimperial, quizá en tiempos del emperador Claudio. Sin embargo, el orden superior tiene una técnica distinta, inferior en calidad, aprovechando lo que parecen sillarejos anteriores y alternándolos con series de ladrillos rojos. El uso de este ladrillo no se documenta en Hispania hasta la época Flavia, alrededor del 80 d.C. Teniendo en cuenta el terremoto sufrido por la ciudad en el 62 d.C. y el hecho de que los sillares superiores parecen reutilizados todo hace indicar que el orden de arcos correspondería a un tiempo posterior, comienzos del siglo II d.C. aproximadamente. Lo más probable es que el acueducto continuara hasta llegar cerca del anfiteatro desde donde el agua se repartiría 41

en los distintos edificios públicos de la zona incluyendo las termas cuyos restos se han encontrado cerca. Al pasar por la zona, tras atravesar la concurrida avenida, uno se detiene en esos tres arcos. Más allá el acueducto moderno se prolonga hasta perderse de vista. Pero es ese trozo original romano lo que llama poderosamente la atención ya que, pese a la vulgarización que supone en el tipo de construcción, los ladrillos rojos aportan una espectacularidad característica al acueducto que luego, de una manera más amplia, se encontrará en el acueducto de los Milagros, algo menos de dos kilómetros más allá. Bajo estos arcos romanos de San Lázaro se encuentran los restos de unas termas cuyo origen es impreciso y que actualmente se están excavando. Por su cercanía al complejo de Santa Eulalia se llegó a afirmar su origen cristiano pero es posible que, siendo romanas en origen, se reutilizaran varios siglos después de su construcción.

42

8 El Acueducto de Los Milagros En la parte norte de la ciudad se levantan los arcos del último acueducto realizado en la colonia Emérita durante el primer siglo de nuestra era, también el que ha dejado los restos de mayor belleza y espectacularidad. Llegué hasta él la primera tarde de mi estancia en la ciudad, cuando visitaba la plaza de España, antigua sede del foro colonial y luego decidí deambular hacia el provincial, más allá del arco de Trajano. Unas calles me llevaron a otras en la dirección de ese acueducto cuyas fotos en las guías me habían impresionado. El calor, a esas horas de la tarde, era muy intenso. Siempre recordaré que, caminando por la calle que bajaba hacia el curso del Albarregas, hube de detenerme en un bar para refrescarme. Siguiendo un impulso pedí una limonada y el dueño del bar Bocanegra trajo una botella casera llena de refresco que fue vertiendo en mi vaso. Nunca he tomado una limonada más rica que aquella. Le pedí un segundo vaso y tuve la tentación de pagarle la botella completa. Más repuesto y con el agradable sabor en la boca bajé por fin hasta el pequeño río (difícil darle tal categoría al verlo después) y, pasada por debajo la vía del tren, pude contemplar a mis anchas los restos del acueducto de Proserpina-Los Milagros. La primera denominación obedece a una lápida encontrada en el siglo XVII en el lago origen de esta conducción de agua y dedicada a esta diosa lusitana. De ahí que el lago pasara a llamarse de Proserpina, de él hablaré posteriormente. Pero ahora lo que estaba viendo era el de Los Milagros, expresión ciudadana que se ha conservado para denotar el milagro que representa su conservación.

43

Acueducto de Los Milagros La parte más llamativa y la que visitaba en esta ocasión es la serie de arcos que se elevan considerablemente sobre el cauce del Albarregas. Unos dicen que hay cuarenta, cincuenta, tal vez más arcos, depende del grado de conservación que se admita para su conteo. En total, son 73 aunque se reducen a 26 pilares en la parte que pude contemplar. Muchos, los más alejados, apenas son muñones sobre el terreno pero los que se elevan junto a la ciudad son altos, hasta de tres hiladas de arcos, de una gran belleza y elegancia. Con una apariencia similar a los tres conservados del acueducto de San Lázaro, su fábrica sin embargo es mucho más fuerte y bien construida. La misma hilada de arcos en la parte inferior, fuerte y poderosa, la misma sucesión de sillares de granito alternándose con filas de ladrillos rojos. En realidad, el acueducto completaba en origen una longitud de 827 metros y actualmente su altura no supera los 25 metros, suficientes en todo caso para proporcionarle una gran espectacularidad que me recordó, salvadas las diferencias, la que adquiere el de Segovia en su altura 44

máxima de unos 35 metros sobre la plaza del Azoguejo. Su origen se encontraba en el embalse “Albuera de la Carija”, denominado habitualmente como lago de Proserpina, distante cinco kms. al norte de la ciudad. Sin embargo, la conducción tiene un recorrido sinuoso adaptado al terreno hasta llegar a extenderse doce kilómetros. Llega así, tras salvar el obstáculo del curso del Albarregas, a la barriada de Santa Eulalia donde se conservan las ruinas de un depósito de decantación. Paseando por el lugar llegué efectivamente a lo que parecía un depósito en forma de fuente y con letreros explicativos de la importancia del agua en Mérida y de su nombre, la fuente del Calvario. Desconozco si era éste el depósito a que hemos hecho referencia pero, de todos modos, sería alguno similar. Eso sí, adornado por la inevitable escultura moderna, una alta columna llena de botijos, homenaje de dudoso gusto a las conducciones de agua en la ciudad. No puedo evitar la preferencia de dejar lo que es antiguo en la forma en que el tiempo lo ha hecho llegar hasta nosotros antes que adornarla con elementos anacrónicos. Alrededor del lugar se extiende un campo verde sólo interrumpido por el cauce del antiguo río Barraeca que discurre por allí y que el acueducto salva con limpieza. Me entretuve paseando, buscando un buen ángulo para fotografiar el monumento, uno de los más renombrados de Mérida. Para mi desgracia, como sucedería en otros lugares de interés turístico, unos operarios municipales procedían a colocar grandes cartelones entre los arcos para anunciar el festival de teatro clásico. El mal gusto de las autoridades edilicias llega a asombrarme. Si ya el fondo rojo del teatro mataba realmente la hermosura del lugar, estos cartelones inútiles repetían la misma historia con una impunidad y falta de gusto realmente asombrosa.

45

Acueducto y depósito a sus pies Me fui alejando siguiendo el curso del Albarregas. Podemos llamar curso a un montón de charcas aisladas unas de otras, agua estancada salpicada de restos, basuras y desechos. No me gustó nada ni por su aspecto ni por su olor, he de suponer que en invierno y primavera su curso será más caudaloso. Pasé por debajo de su puente y, más allá, me entretuve observando un tren de mercancías que pasaba renqueante sobre el pequeño puente que lleva la vía férrea de un lado a otro del cauce. Había calma en el lugar, un fuerte calor que ahuyentaba probablemente a la mayoría de los visitantes, pero también sombras donde guarecerse. Subí la pequeña cuesta cuyo camino pasa de nuevo por debajo de la vía y seguí contemplando, ahora más de cerca, algunos de los arcos del acueducto. Hice fotografías cercanas, descansé en uno de los bancos que salpican el lugar, contemplé a la cigüeña lejana que había anidado en lo más alto de uno de los arcos y miraba todo a su alrededor con la tranquilidad del vigilante inaccesible. 46

Había barajado la idea anteriormente pero fue entonces cuando me propuse sacar un rato en alguno de los días que allí estuviera para visitar el origen de este acueducto, el lago de Proserpina.

47

48

9 El Lago de Proserpina No sabía qué podía esperar de este lago, origen del acueducto. De hecho, había visto escenas bucólicas en las guías, hombres solitarios pescando en un paraje lleno de luz, sin una casa a la vista. Dudaba de si encontraría un lugar para descansar a la sombra, algún bar o similar. De hecho había leído algunas controversias sobre las construcciones urbanísticas en torno al lago y deduje que una parte al menos estaría urbanizada.

Ermita de Nª Sra. de la Antigua El primer aviso de lo que iba a encontrar fue al esperar el autobús que lleva hasta el lugar en un corto recorrido de algo menos de media hora. Varios grupos de chicos con chanclas, toallas de baño, luciendo directamente su bañador incluso, aguardaban en la parada. Me quedé perplejo. Los jóvenes parecía que iban a bañarse pero no había leído nada de tal posibilidad de baño cosa que, 49

personalmente y con los calores existentes, no me hubiera ido nada mal. Pero bueno, apresté mi cámara y monté en un autobús donde el conductor empezó a comportarse de un modo peculiar. En medio de la ciudad algún joven gritó algo y dicho conductor, ni corto ni perezoso, paró en seco el autobús y, volviéndose, preguntó si alguien quería bajarse ahí. Yo parpadeaba de asombro. Al salir de la ciudad tras pasar rápidamente junto a la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, edificio que no habría de volver a ver pese a mi interés, tomó el camino aumentando su velocidad paulatinamente hasta llegar a una serie de caminos urbanizados, por donde sus giros y maniobras llegaron a asustarme. Finalmente, con cara de satisfacción, paró en medio de una rotonda de tierra. El lago ya se había hecho presente a la derecha desde unos minutos antes. A la izquierda de la estrecha carretera se levantaban algunas casas, un restaurante, pero junto al lago aparecían de forma desordenada varios chiringuitos de precaria estructura, otros de mayor entidad, un puesto de la Cruz Roja. Los grupos de jóvenes bajaron hacia la cercana orilla para mezclarse con distintos grupos de emeritenses que se bañaban con fruición. Grupos familiares sobre todo, sombrillas que volaban, gente tirada sobre la arena, pura playa popular, eso es lo que encontré en el lago Proserpina. Al otro lado del lago se levantaban urbanizaciones por donde el autobús se había internado antes entre revueltas. A la izquierda una iglesia aislada y modernista que desentonaba con el hermoso paisaje. Fui caminando por la orilla haciendo fotos con cierta discreción pero ninguno de los bañistas me prestaba atención, extraño personaje realizando fotos aquí y allá completamente vestido frente a ellos, semidesnudos. Retrocediendo por el borde del lago por el mismo camino por el que el conductor nos había llevado fui llegando hasta el mismo dique romano. Caminé por encima apreciando su 50

solidez. El día era caluroso, polvoriento por el camino recorrido pero también llegaba el frescor del agua. Lago de Proserpina

La longitud de la presa es de 425 metros y cuenta con algo más de 21 metros de altura desde su base, si bien la altura a la que se elevaba respecto al nivel del agua era en ese momento de cuatro o cinco metros como mucho. Se trata de un núcleo de sillería de gran fortaleza que se apoya en un talud de tierra, con nueve contrafuertes de sección rectangular, en alguno de los cuales me detuve para realizar alguna fotografía más. En la base del mismo, ocultos por el agua, hay también varios contrafuertes de forma semicircular. Junto al muro aparecía, en el trayecto que pude recorrer, una construcción cuadrada cubierta por una rejilla de hierro. Se trataba de una torreta de las dos existentes, permitía la bajada al fondo por medio de unas escaleras que pude fotografiar tirándome casi encima de la rejilla en la que no me quise apoyar por precaución. Abajo del todo se 51

encontraban las compuertas de salida del agua, hoy inutilizadas.

La presa de Proserpina Luego volví por la misma orilla hasta sentarme al final en un chiringuito destartalado con cuyo dueño apenas pude entenderme, salvo por el elevado precio que pagué por un refresco. Sin bañador, con el calor existente, sólo procedía volver en el mismo autobús de la ida que aparcó poco después. Había estado en total en el lugar como una hora aproximadamente. Fue un sitio distinto, un lugar inesperado y con un hermoso paisaje que contemplé a mi gusto. Esta vez me pareció que la presencia de los bañistas, los chavales que recorrían como yo el borde de la presa y que me miraron con extrañeza, no eran elementos anacrónicos de aquella presa. Como si los romanos, al construirla, se pudieran sentir satisfechos en dotar a los futuros emeritenses de un lugar donde aliviar el calor y la sequedad de aquella tarde. Volví en el autobús cansado pero satisfecho. Los campos extremeños se extendían a ambos lados de la 52

carretera, muretes de piedra, vacas que alzaban la mirada a nuestro paso, gavillas de paja atadas e inmóviles a la espera de ser retiradas. Al entrar en la ciudad el mismo conductor, que me había visto realizar alguna fotografía desde la ventanilla, me avisó al llegar al acueducto de Los Milagros. No contento con eso y para que lo retratara mejor, detuvo su autobús prácticamente al objeto de que no me saliera una fotografía movida. Me abstuve de decirle que ya lo conocía. Él sonreía por haberme hecho ese servicio. Así me bajé, cansado pero satisfecho, en el paseo de Roma, en la última tarde en que estuve en la ciudad.

53

54

10 El Foro colonial Esta narración rehace un orden de visita seguido por mí, más no el habitual. Consistiría en girar en torno a la ciudad recorriendo la periferia (el río y su puente, los monumentos esenciales de su primer siglo de vida, los acueductos y el lago) lo que permite observar la relación entre lo urbano y su entorno. Como siguiente paso el viaje habría de internarse en las calles céntricas, la plaza mayor, el pulso comercial y turístico de sus tiendas, bares y museos. En la realidad suele hacerse al revés, a fin de cuentas la visita al lago de Proserpina la dejé para el último día, por si no me daba tiempo a visitar todo el centro de la ciudad. Así pues, esta reconstrucción de la visita a Mérida se adentra ahora en el centro ciudadano empezando por el foro colonial o más bien lo poco que queda de él. En este sentido son dos los edificios que recuerdan lo que fue en tiempos romanos: el templo de Diana, sobre todo, y lo que se ha conservado del pórtico, cercano al primero. Ambos se levantan en la calle Sagasta, paralela a la más central y concurrida de la ciudad: La Cava y Santa Eulalia, el antiguo decumanus. La presencia del templo de Diana resulta espectacular e inesperada. Caminas por una calle más bien estrecha de donde salen otras callejuelas, bordeas algunos bares que han sacado a la acera unas cuantas mesas que casi impiden el paso y de repente te encuentras un amplio espacio vallado y en él, sobre un podio de algo más de tres metros de altura, un precioso templo romano, inmenso, imponente. Su planta es rectangular, de unos cuarenta metros de largo por poco más de veinte de ancho. Realizado en granito de las canteras de Proserpina, luego fue estucado. Presenta once columnas a lo largo por seis a lo ancho. 55

Templo de Diana Uno de los aspectos llamativos del edificio es el hecho de que, encajonado hoy entre calles estrechas, ocupa un muy amplio espacio que permite contemplarlo sin más obstáculo (aunque molesto, eso sí) que las vallas metálicas que le rodean y protegen. Pasé dos veces junto a él admirando su elegancia, una de ellas por la mañana pero otra, mi primer encuentro, por la tarde, cuando la luz ya huía y el sol se reflejaba en sus columnas dotándolas de una gran belleza. Una nutrida familia de gatos se guarecía entre sus piedras y en todo el espacio anterior, el “temenos” que en origen estaría ajardinado y que hoy está siendo excavado para mostrar los cimientos de algunas construcciones auxiliares de naturaleza imprecisa. El templo fue supuesto inicialmente como dedicado a la diosa Diana, denominación con que se conoce popularmente, pero estudios posteriores desmintieron este hecho afirmando que estaba dedicado al culto imperial. Construido durante la dinastía julio-claudia, probablemente en tiempos de Tiberio, corresponde tanto al intento de construir un foro colonial de importancia como al 56

movimiento de divinización de Augusto y, por extensión, de su familia y sucesores. Todo ello ha sido confirmado por diversos descubrimientos efectuados no hace mucho tiempo: una inscripción “Flamen Augusti P. Attenius Afer”, como una cabeza identificada como “Genios Augusti”. El templo fue transformado en vivienda particular durante el siglo XVI por la familia de los Corbos pero, adquirida por el Estado en 1972 dentro de su política de recuperación de los restos romanos de Mérida, hoy en día se muestra protegida y realzada en sus características originales. No obstante, lo que no es posible es restituir su antigua forma al foro colonial. La plaza de España, por ejemplo, ha venido a sustituir definitivamente a la plaza de la que el templo de Diana era uno de sus extremos. De hecho, este templo debía mostrar una amplia superficie ajardinada que se extendía más allá de la actual zona protegida del temenos. Al otro extremo del jardín, erigiéndose como entrada al foro debía levantarse el pórtico hace poco descubierto en la propia calle Sagasta. Dentro de mis correrías no tuve la suerte de encontrar el acceso franco a este pórtico y tuve que limitarme a fotografiarlo en malas condiciones, subido a un poyete, tratando de evitar las vallas que impiden el acceso. Sin embargo, parecía estar preparado para algún tipo de acto cultural puesto que mostraba colgaduras, adornos modernos y filas de sillas. Fue suficiente para apreciar que este pórtico era de considerable tamaño y con una decoración profusa de medallones con cabezas de Júpiter y Medusa, entre otras. Su interior, al que no pude llegar, también presenta un gran programa iconográfico dedicado de nuevo al culto imperial y realizado por un escultor renombrado entonces, cuyo nombre ha llegado hasta nosotros: Gaius Aulus. Estas efigies de Augusto, Agripa y sacerdotes importantes de la época, entre 57

otros, dispuestos en hornacinas al efecto dentro del pórtico, las pude admirar en el museo romano poco después.

Pórtico

58

11 El Foro provincial El que se denomina decumanus, la secuencia de calles que lleva desde el puente hasta Santa Eulalia en la actualidad, pasa bordeando la plaza de España, lugar donde se encuentra el Ayuntamiento y es lugar de reunión ciudadana. Pero hacia el norte, poco más allá, se abre otra plaza, la de la Constitución (antiguamente de Santiago) que es más retirada pero igualmente acogedora. Son quizá las dos plazas más amplias de la ciudad junto a la que se abre en la Puerta de la Villa, ya en el entorno de la basílica de la santa emeritense.

Plaza de la Constitución Pues bien, la de la Constitución parece haberse construido sobre los terrenos de un antiguo foro de carácter provincial, según los descubrimientos que se han ido realizando desde 1983. Cuando pasas de una plaza a otra lo primero que uno encuentra como resto romano 59

especialmente llamativo es el arco de Trajano. La denominación es completamente arbitraria y ha tenido éxito popular pero su origen es augusteo, probablemente de los tiempos de Tiberio.

Arco de Trajano El arco es de considerable altura (unos 14 metros) y una anchura casi de seis. Actualmente, además de tener metro y medio de construcción bajo tierra, ha perdido dos vanos laterales más pequeños que presentaba en origen. Si a esto le unimos que ha quedado encajonado entre casas, con los inevitables contenedores de basura delante y un amplio tráfico rodado por la estrella calle donde se levanta, hemos de concluir que su espectacularidad queda notablemente mermada. El arco en sí no es monumental como otros de la misma época pero muestra una enorme elegancia y gracilidad debido a las 23 grandes dovelas que lo conforman. Inicialmente, cuando la arqueología consideraba una Emérita 60

cuadrada y pequeña, se pensó que fuera una puerta de la ciudad en la que terminase el kardo. Cuando se comprobó que no era así se adujo que podía ser un arco triunfal pero, finalmente, desde hace unos veinte años, se ha llegado a la conclusión de que constituía el pórtico para un nuevo foro, esta vez de carácter provincial. El hecho de que, en su base, el arco presenta un suelo de mármol (no de lajas típicas de las calzadas romanas) que desciende en escalera redunda en esta hipótesis. Asimismo, ha constituido una confirmación el descubrimiento en la calle Holguín, poco más allá, al otro lado de la plaza de la Constitución a la que se accede al atravesar el arco, de los restos de un templo amplio. Debo reconocer que hube de deambular por aquellas calles, visitar el antiguo convento de los Descalzos para encontrar casi por casualidad las excavaciones de dicho templo. Rodeados de vallas que garantizan el libre curso de los trabajos, los restos no son espectaculares a la vista pero los datos existentes parecen de gran riqueza. Allí se levantó un enorme templo derruido por el tiempo y el abandono, un templo datado nuevamente de los tiempos de Tiberio y dedicado al culto imperial. Sus dimensiones aproximadas debían de ser de 34 por 32 metros (poco más pequeño que el de Diana), prácticamente de planta cuadrada, y construido sobre grandes bloques de granito que ahora se están explorando en detalle. De manera que el arco de Trajano debía dar paso a un foro de regular tamaño, con una plaza interior, hoy ocupada por la de la Constitución, un templo más allá y jardines presidiendo todo el conjunto. Su visión sería completamente diferente de la existente hoy en día, cuando casas y calles estrechas han venido a ocupar el amplio espacio ciudadano que disfrutaban los emeritenses en su colonia. De todos modos, me resulta curioso que, pese a dichos cambios, los espacios públicos de ambos foros se conserven en cierta medida, pasados dos milenios, en la forma de dos amplias 61

plazas públicas. Los restos de aquel urbanismo, modificados ciertamente, aún persisten.

62

12 Esplendor romano: siglos I a III Todo este programa de construcciones a gran escala asemejaban a la colonia Emérita Augusta a la ciudad de Roma, aunque a nivel provincial. Desde el principio fue concebida por Augusto como capital de la nueva provincia Lusitania que creó en torno a la finalización de las guerras cántabras. A partir de ese momento, fueron numerosos los honores recibidos por la ciudad para destacarla en el conjunto de Hispania. Incluso se ha supuesto que serviría de compensación en el otro extremo geográfico de la importante ciudad de Tarraco, que recibió honores semejantes por el mismo tiempo.

Templo de Diana Así, a su condición de colonia habría de unir en el 19 a.C., como se ha dicho, la de capital de Lusitania. Su condición estratégica dentro de dos de las vías principales por donde circulaba el mundo romano en Hispania habría de 63

suponer un contacto estrecho con la Bética tanto desde el punto de vista político como económico. En algún momento impreciso del primer siglo debió recibir el “ius italicum”, la condición de “suelo itálico” que proporcionaba la ciudadanía romana a sus habitantes así como una serie de derechos sobre la tierra (que podía disfrutarse en propiedad) y puede que alguna exención tributaria que no ha quedado registrada por los historiadores romanos pero que era habitual en esa condición. En todo ello siempre fue por delante en la política de integrar las colonias hispanorromanas en el círculo del imperio romano, actitud que tiene su punto álgido con el edicto de Latinidad de Vespasiano, en el 74 d.C., otorgando la ciudadanía romana a todos los habitantes de la Península de Hispania. Para entonces Emérita había crecido hasta los 26.000 habitantes gracias a su capitalidad, la importancia estratégica y comercial, y la política seguida entre otros por el emperador Otón (59 a 68 d.C.) quien, siendo pretor de Lusitania, había propiciado la llegada e instalación de itálicos en la ciudad, así como la de la legión VI Adiutrix, a su muerte. Aunque con Diocleciano, a comienzos del siglo IV, llegará a ser prácticamente la capital hispana por excelencia, se puede afirmar que alcanza su esplendor comercial y político entre su creación y el siglo III. Las profundas inestabilidades del imperio durante este último siglo no parecen alcanzarla. Tras la dinastía de los Severos (192 a 235) Roma se hunde en un largo período de anarquía militar. Numerosos pronunciamientos de las legiones, que postulan a sus jefes como nuevos augustos, transforman la historia del imperio en una guerra civil permanente. Esta situación, que se prolongará hasta el 268, tiene una importante consecuencia en suelo hispano tras la proclamación de Póstumo como nuevo emperador por las legiones de la Galia. Ello condujo a la invasión de Hispania por francos y 64

alamanes, la destrucción de algunas ciudades y la temporal interrupción del comercio. Los pocos datos existentes de la ciudad de Mérida en ese tiempo no muestran ni destrucción ni alteración de las costumbres políticas y municipales. Se siguen dedicando Juegos, actos religiosos y monumentos a los emperadores vigentes sin que haya señales de lucha entre los diversos órdenes ciudadanos. En todo caso, la llegada de Aureliano en el 270 restauró la autoridad en Roma al tiempo que con Diocleciano, a partir del 284, se conocen nuevas reformas administrativas que encumbrarán definitivamente a Emérita durante un tiempo, antes de que el propio declive del imperio vaya socavando su importancia. ¿Cómo era la vida social en la colonia durante este tiempo? La mayor parte de los ciudadanos (populus) se dedicaba al comercio, la agricultura y tareas manuales de todo tipo. Se distinguía al esclavo del ciudadano libre de manera que el primero, carente de los derechos del segundo, vivía sujeto a su dueño. Se registraban esclavos albañiles, tejedores, dedicados a todo tipo de tareas serviles. Su procedencia era diversa: Inicialmente eran los miembros de tribus derrotadas durante la conquista de Hispania pero este tipo de esclavos pronto desapareció al concluirse la misma, dando paso a la compra de los mismos, el nacimiento dentro de una pareja esclava e incluso la reducción a tal condición por deudas o cargas penales. Existía la forma de perder la esclavitud mediante el recurso de la manumisión por su señor para transformarse en libertos, condición intermedia hacia el ciudadano libre. Esta condición de ciudadano era fundamental en la Hispania romana. Las ciudades y mucho más Emérita, dada su importancia política, disfrutaban de una gran autonomía dentro del imperio. Es cierto que había gobernadores, cónsules y delegados directamente nombrados por Roma pero en general desarrollaban su “cursus honorum” en la propia Roma, con la vista puesta en alcanzar el grado de 65

senador. De hecho, aunque se promocionaron varias familias hispanas para tal condición (los Anneo cordobeses, los Balbo gaditanos, por ejemplo) su presencia y posesiones preferentes se encontraban en suelo itálico. El propio Trajano, por ejemplo, de origen hispano, exigía que todos sus senadores poseyeran al menos un tercio de sus fortunas en dicho suelo. Pues bien, dentro de esa autonomía municipal, existía también un “cursus honorum” desde la condición de ciudadano hasta las más altas magistraturas locales. En primer lugar, el populus integraba a todos estos ciudadanos, de los que se excluía a los esclavos así como aquellos que no hubieran nacido en la localidad. Esta última circunstancia podía superarse en caso de adopción por parte de una familia local o por cooptación del senado local, que otorgaba la ciudadanía a personas reconocidas que no hubieran nacido de familia emeritense. Dado que la ciudadanía romana era habitual en la colonia y en todo el suelo hispano desde el edicto de Latinidad, ello no constituía una condición restrictiva suficiente para subir en la escala social. El mecanismo fundamental para ello era el censitario, es decir, las riquezas que poseyera el ciudadano que aspiraba a participar en las elecciones o en la ratificación popular de ciertas decisiones de los magistrados. De esta forma, todos aquellos que podían ser electores participaban en las elecciones de las magistraturas locales y los decuriones (miembros del ordo decurional). Estos integraban el senado local, la institución fundamental para la dirección y gestión de la ciudad, encargada de las fortificaciones de la ciudad, el abastecimiento de agua, fijación del calendario de fiestas, organización de actos lúdicos y religiosos, etc. El senado se reunía precisamente en la curia, situada en el foro colonial. De manera que la actual presencia del Ayuntamiento en la plaza de España, lugar de dicho foro, no 66

viene sino a refrendar aquella misma organización política ciudadana.

Togado (Museo romano) Pues bien, una cosa es que la mayoría del pueblo pudiera elegir a sus representes y otra cosa es que todos fueran elegibles. Decurión sólo podía ser el ciudadano con un determinado nivel de renta, suficiente para que sólo las élites agrícolas y comerciales más adineradas pudieran aspirar a tales puestos. Ello además provocaba que determinados círculos de familias se perpetuasen en el poder senatorial. Una vía paralela y más ambiciosa para alcanzar una mayor posición social y política la constituía la elección por el pueblo como magistrado. El de menor categoría era el cuestor, encargado de la administración de fondos de la colonia a modo de gerente actual. Un grado superior lo 67

constituían los ediles, encargados de la vigilancia de los edificios públicos garantizando también el abastecimiento y saneamiento de la ciudad.

Agripa, cónsul (Museo romano) El “cursus honorum” local alcanzaba su grado más alto con la elección como duunviro o magistratura suprema, a modo de alcalde actual aunque con más atribuciones. Presidente tanto de las elecciones populares como de las reuniones del senado, era el encargado directo de las milicias que garantizaban la defensa de la ciudad así como de la administración de las rentas generadas por las propiedades públicas. Las posibilidades de acrecentar la propia fortuna eran mayores cuanto más arriba se encontrase el magistrado que venía a constituir una nobleza provinciana de indudable importancia en el imperio. De hecho, el miembro decurional que alcanzaba esta magistratura tenía su mirada puesta en su 68

integración dentro del orden ecuestre e incluso senatorial dentro del imperio. Este orden democrático pero también censitario, donde el pueblo era gobernado por las elites económicas locales, permaneció básicamente incólume durante los siglos en que Mérida fue ciudad romana y capital tanto de Lusitania como, ya en el siglo IV, de toda Hispania probablemente. Los foros cuyos restos hemos descrito contemplaron cada día el tránsito de los ciudadanos, el comercio en tiendas aledañas, las conversaciones en las gradas de los templos y basílicas, verdadero mentidero de la ciudad, las reuniones del senado local, seguido con distinta expectación por el pueblo que paseaba por los alrededores. Estos foros también contemplarían el bullicio de las elecciones, el paso de los altos magistrados, la vida ciudadana, al igual que el decumanus es actualmente lugar de tránsito para los actuales ciudadanos que miran comercios, discuten y se encuentran en torno a mesones y bares, leen en el periódico cada mañana las novedades locales, las disposiciones de la alcaldía, suprema magistratura local, modernos duunviros.

69

70

13 Casa de Mitreo En el extremo sur de la ciudad, más allá de la plaza de toros, se expone un conjunto abigarrado de habitaciones que componen la denominada casa de Mitreo. El nombre es algo caprichoso por cuanto se basa en el descubrimiento, en los terrenos de dicha plaza de toros, de unas estatuas dedicadas al culto oriental del dios Mitra. Es por ello que una primera hipótesis sostuvo sin mayor fundamento que esta casa compleja y llena de riqueza debía ser la que albergara al sumo sacerdote de dicho culto. Nada hay demostrado sobre el particular. Se ha formulado también la hipótesis de que perteneciera a hombres notables y cultos del siglo IV que desarrollaron su cursus honorum en Emérita pero ello haría avanzar la cronología de esta casa en uno o dos siglos respecto a lo más habitual, que consiste en situarla a finales del siglo II o principios del III. En cualquier caso es evidente que esta casa se encontraba extramuros de la ciudad y debió corresponder a un hombre de gran riqueza, posiblemente amante del arte oriental (como indica su decoración en pintura y mosaicos). Aún así, encierra diversas incógnitas en su construcción que están lejos de resolverse. La casa romana más habitual constaba de un vestíbulo inicial, una especie de pasillo de entrada que comunicaba con la puerta principal de acceso. Ello daba lugar a un atrio, un espacio amplio casi cubierto excepto por una abertura en el techo (compluvium) que permitía recoger el agua de la lluvia y almacenarla en una cisterna subterránea. A partir de este atrio se extendía un pasillo que comunicaba con un jardín porticado (peristilo) por el que pasear y que permitía el acceso a las habitaciones más 71

familiares (los dormitorios o cubicula, la sala de reunión o exedra, el comedor o triclinium, cuartos de baño, etc.).

Peristilo Esta sencilla disposición, heredera de la casa griega, aparece representada en la casa de Mitreo con sus elementos principales pero de forma más rica y compleja. Para empezar, presenta hasta tres patios porticados o peristilos mostrando una gran variedad de habitaciones. Es posible incluso que eso conduzca a pensar que la casa conoció sucesivas ampliaciones en vez de realizarse de una sola vez. Es fácil observar todo esto en esta residencia. Se ha dispuesto un corredor elevado en forma de plataformas metálicas que discurre a lo largo de las sucesivas habitaciones. De este modo y a través de amplios carteles explicativos se puede seguir de manera fácil y didáctica el conjunto de espacios que conforman la casa. Por ejemplo, al final del recorrido se puede observar uno de los peristilos, al que se accede desde el atrio por un pequeño pasillo apenas apreciable. Es de reducido tamaño, según comprobé. La casa de Mitreo no tiene grandes 72

habitaciones por lo general pero sí un número considerable de ellas. En el centro de este patio se puede observar un pequeño estanque destinado a recoger las aguas de lluvia que dotaban de cierta autonomía a la residencia en dicho elemento. Diversas habitaciones se abren a este peristilo, siendo la más sobresaliente la llamada “habitación de las pinturas” que el visitante encuentra al comienzo del recorrido guiado de la casa.

Habitación de las pinturas Dentro de los restos observables, con las paredes reducidas a una escasa altura, destaca uno de los patios porticados en torno a un jardín. Se ha tenido el acierto de conservarlo como tal dotándole de una verde vegetación que destaca entre la piedra y el cemento del resto de la casa. Varias habitaciones se abren al mismo, decoradas en sus suelos por mosaicos geométricos de indudable interés, posiblemente dormitorios (cubicula).

73

El jardín Se encuentra también una cisterna a nivel inferior que nuevamente servía para recoger agua de lluvia y almacenarla. Es de gran tamaño y los restos encontrados a nivel del resto de la casa indican que debía estar situada debajo de un comedor o triclinium donde los dueños de la casa recibieran a sus invitados. La complejidad de la residencia se manifiesta también en la presencia de dos dormitorios subterráneos a los que se accede por una estrecha escalera y pasando a través de puertas con arcos. La excelente decoración que presentaban y cierto lujo en su conformación abovedada inducen a pensar que no estaban dedicadas a sirvientes sino que podían constituir dormitorios de verano. Sin embargo, la habitación de mayor riqueza es otra y se encuentra justo al comienzo del recorrido, accesible desde uno de los peristilos. Se trata de la que presenta en su suelo el mosaico “cosmológico”, uno de los ejemplares musivarios más famoso en la Hispania romana. Ello no tanto por su belleza o su conservación, características en las que es superada por otros incluso de la propia Emérita, sino por la importancia del tema escogido por el autor de la obra. 74

Debo decir que, desde mi posición en la plataforma elevada, no conseguí ver con detalle el mosaico, algo alejado. Diversas reproducciones en los libros permiten un mejor examen. El mosaico representa al Cosmos, como su nombre indica, a modo de alegoría que representa a la Naturaleza con sus dioses principales. El mosaico, de arriba abajo, está presidido por el Tiempo, el dios más importante, al que siguen sus hijos, el Cielo y el Caos junto a los Titanes, hijos del Cielo y la Tierra. Alrededor se pueden encontrar el Sol, la Luna, los Vientos y las Nubes. En el centro del mosaico aparece Aion, la Eternidad, junto a la Naturaleza, las Estaciones, el Monte y la Nieve. Sin embargo, es la Aurora, montada en su cuadriga, la que destaca en la parte central del mosaico por su riqueza ornamental. El artista no dudó en mezclar entre las teselas ordinarias algunas transparentes que dejaban ver en su interior laminillas de oro con las que realzar torques, brazaletes y la corona de esta figura. La parte inferior destaca por sus tonalidades azules y verdes que permiten representar personificaciones acuáticas: el Nilo, el Eúfrates, el Puerto, el Faro, el Mar y, finalmente, la Navegación. Todo un conjunto de elementos, dioses y personajes que representan una concepción general del Cosmos tal como venía heredado en parte de la mitología helenística. Dentro de la casa de Mitreo y de forma aledaña se viene excavando actualmente sobre unos baños. No se ha determinado la conexión con el resto de la casa por lo que se ignora si había un acceso aunque por su proximidad se supone. Consta de una sala de baños fríos, otra de agua caliente, así como un vestuario. El baño debía ser abovedado y, por los restos encontrados, decorado con motivos acuáticos.

75

Mosaico cosmológico

76

14 Columbarios Saliendo de la casa de Mitreo se asciende una pequeña cuesta y, tras pasar una doble fila de cipreses se accede al área funeraria de “Los Columbarios”. Este pequeño complejo de tumbas de inhumación se ha conservado excepcionalmente bien hasta su descubrimiento en 1926. Tanto la Alcazaba árabe como una parte de la muralla romana se construyeron en parte con las piedras y lápidas de las antiguas necrópolis de la ciudad, de ahí la importancia de esta conservación que pude contemplar con detalle. Los lugares de enterramiento en Roma siempre estuvieron fuera de las puertas de la ciudad, en concreto en los bordes de los caminos que surgían de ellas, al objeto de asegurar su accesibilidad. Las costumbres funerarias incluían libaciones en honor a los fallecidos, actos honoríficos que, en el caso de los enterramientos comunes, sean familiares o gremiales, resultaban de cierta complejidad y extensión. Todo eso implicaba que las necrópolis debían ser de fácil acceso para los habitantes de la ciudad. Hubo así necrópolis de cremación junto al puente romano, a la salida de la ciudad, también en el sector entre el anfiteatro y el circo romano. De igual forma en este lugar que ha llegado hasta nuestros días. Inicialmente se encuentran algunas tumbas de inhumación pero son posteriores al mundo romano, cuando el cristianismo visigótico predicaba la conservación del cuerpo de cara a la resurrección final. Después, la pequeña extensión muestra lápidas con letreros sencillos: “Argentario Vegetino se encargó de hacer este monumento a la emeritense de 65 años Argentaria Verana, su tía abuela y patrona. Aquí yace. Que la tierra te sea leve”. Sit Tibi Terra Levis, la conocida fórmula que vería repetida en el museo romano a lo largo de las distintas 77

lápidas que presiden una de las salas. También, inolvidable, la escultura que representa a un matrimonio difunto, de dramática belleza. El área de los Columbarios se denomina así porque la mayoría de los enterramientos lo son por cremación, depositándose las urnas cinerarias en una especie de pequeños nichos en forma de palomar, de donde le viene el nombre de paloma (columba) que las denomina. En ese sentido, las tumbas familiares de mayor importancia en este lugar son las de los Julios y, particularmente, de los Voconios. La primera encierra tres nombres: “Cayo Julio Felix, liberto de Cayo. Quinta Cecilia Mauriola, liberta de mujer. Cayo Julio Modesto, de 27 años”.

Tumba de los Voconios

78

Todo parece indicar que corresponde a un matrimonio de libertos dentro de las primeras generaciones de emeritenses: por un lado, el patronímico Cayo es el de su antiguo patrón mientras que el añadido de Julio muestra que la manumisión debió realizarse en los tiempos de la dinastía julio-claudia. El enterramiento se completa con el de su hijo, muerto en la juventud. El deseo de que una familia modesta en origen quede realzada en su posterior importancia a través del enterramiento tiene una demostración más detallada en la tumba de los Voconios, un panteón de medianas dimensiones frente al anterior. Sobre la puerta aparece grabada en piedra la dedicación del edificio: “Cayo Voconio Próculo hizo la tumba para: su padre Cayo Voconio, hijo de Cayo, de la tribu Papiria. Su madre, Cecilia Anus. Su hermana, Voconia María, hija de Cayo”. La mitad superior de esta inscripción representa collares y brazaletes en forma de serpiente, símbolo de protección del hogar. La pieza central es una falera, pieza del atalaje de un caballo, que parece denotar el origen militar del padre allí enterrado. Se ha formulado en este sentido la hipótesis de que el dedicante pretendía honrar a su padre, posiblemente un militar de la primera o segunda generación de habitantes de Emérita. La pertenencia a la tribu Papiria, una de las fundadoras de la colonia, así parece atestiguarlo. Sin embargo, los relativamente modestos orígenes de la familia son realzados por el interior del panteón, sea por los alto relieves del dios Anas (representación del río) como por las pinturas que representan al propio Cayo Voconio Próculo con toga augustea indicando que pudo alcanzar algún cargo local de cierta relevancia.

79

Interior de la tumba de los Julios

80

15 Casa del Anfiteatro Saliendo del anfiteatro y bordeando el Museo romano se accede con facilidad a un conjunto formado por dos casas: la de la “Torre del Agua”, que muestra escasos restos, y la más espléndida del “Anfiteatro”. Tras sellar el vale por los diversos monumentos en taquilla se puede bajar hacia la primera. Presenta dos habitaciones tan sólo que debían abrirse a un patio porticado prácticamente destruido hoy en día. La denominación se debe al hecho de que está situada junto al depósito de conducción del acueducto de San Lázaro que, abriéndose paso en la muralla romana aledaña, termina en un depósito al que el agua llega a través de una fuente con forma de cabeza de león.

Fuente en la Casa del Agua Esta casa parece haber sido construida en el primer siglo de la colonia para resultar abandonada en el III d.C. Todo indica que el propietario diseñó poco más allá una casa 81

más amplia y lujosa que fue abandonada a su vez en el siglo V, como se deduce del hecho de que existiese encima una necrópolis de ese siglo. En este caso la casa del Anfiteatro, considerablemente más grande que la anterior, se ha conservado mucho mejor. Un hermoso peristilo donde ahora crece la hierba y un arbusto de adelfas se ve rodeado por un pasillo formado por un mosaico continuo abriéndose a otras habitaciones que presentan una formación semejante. El carácter de estos mosaicos es distinto en ambas casas por el distinto tiempo de su construcción. Mientras en lo que queda de la primera se aprecia una musivaria de origen itálico con motivos estrictamente geométricos y en blanco y negro, dos siglos después la influencia oriental proporciona unos mosaicos de amplio colorido y con motivos alegóricos, como sucedía en el caso del Cosmológico, o figurativos en sentido amplio, sin que desaparezcan los de tipo geométrico.

Restos de la Casa del Agua

82

Mosaico de la Casa del Anfiteatro Ninguna guía de las consultadas señala el hecho de que, más allá de la última habitación excavada (parecen estarse realizando sondeos en otros lugares del mismo recinto) se acumulan piedras de origen romano: adornos, sillares de granito, pequeños bloques esculpidos, como esperando que alguien resuelva el puzzle que forman. Mientras tanto, depositados junto a la valla, parecen esperar con la paciencia que le dan sus siglos de existencia.

83

84

16 Área de la Morería Durante los años ochenta se empezó a excavar una amplia franja de terreno paralela al río y que se extiende desde el puente romano al moderno de Lusitania, aproximadamente. Una gran extensión de 12.000 metros cuadrados destinados a albergar sedes administrativas de la Junta de Extremadura. Esta zona era conocida como “La Morería” porque, cuando las tropas leonesas conquistaron la ciudad en 1230, fue el lugar donde asignaron a los musulmanes para que vivieran. Sin embargo, las excavaciones realizadas sobre el terreno sacaron a la luz no sólo restos árabes sino visigóticos y, sobre todo, una planificación urbanística típicamente romana que llegaba incluso a los momentos fundacionales de la colonia. De ahí que se cambiara el proyecto a realizar y, conservando y haciendo visibles dichos restos, las oficinas administrativas se construyeran sobre altos pilares que dotan de una especie de techado peculiar las rectilíneas calles de otro tiempo, sus calzadas y casas. En general, éstas no tienen parangón con la de Mitreo o el Anfiteatro. Sus propietarios no fueron en general gente adinerada de forma que, salvo en el caso de la Casa de los Mármoles, los demás restos remiten a casas de humildes comerciantes o particulares que disponían de una vivienda de clase media, como mucho. Además, las fachadas se muestran deterioradas, mal conservadas por el tiempo y por la acción de construcciones posteriores, de manera que no guardan una gran riqueza ornamental ni visual. No obstante, tienen un gran valor por dos motivos: primero, para mostrar la condiciones de vivienda del pueblo llano, tenderos, comerciantes, etc. y segundo, porque se pueden encontrar restos de toda una evolución urbanística a lo largo de varios siglos. 85

Calzada romana En primer lugar y de forma destacada, están las calzadas. Pese a las irregularidades del terreno que baja hacia el río y muestra escalones diversos, el trazado de las calles es rectilíneo, con una cardo minor paralelo al río y como calzada principal atravesada por varios decumanus algo más estrechos que bajan hacia el Guadiana. Se hizo el esfuerzo de igualar y aterrazar el terreno de manera que las calles son rectas y de pendiente uniforme. La calzada impresiona aún por sus cuarcitas, la anchura del cardo (de cinco a seis metros) que permitía el paso simultáneo de dos carros. Las manzanas rectangulares de casas se extienden entre dichas calzadas y a una cierta distancia de la muralla en la que se deja inicialmente un paso exento a efectos defensivos que, con el tiempo, irá desapareciendo. Pero todo en la disposición de las viviendas, el hecho de que se alineen trasera con trasera y se ordenen según una disposición rectilínea de las calles, recuerda la disposición de los campamentos romanos. No es de extrañar porque el trazado urbanístico responde a los primeros tiempos de la colonia, 86

cuando los legionarios retirados del servicio se agrupaban en las primeras casas existentes, bastante rústicas en su construcción y de un solo piso. Ciertamente, es admirable deducir todo esto y lo que comentaré a continuación de los escasos y algo abruptos restos conservados. Estuve paseando por el lugar al que se puede acceder con ciertas limitaciones y, aparentemente, sólo había piedras y más piedras, fachadas derruidas llenas de cascotes envueltos en algún tipo de mortero. Sin embargo, al leer algunos de los estudios realizados sobre el área de la Morería empiezas a darte cuenta de algunos elementos cuya existencia casi pasas por alto.

Casa romana en la Morería Por ejemplo, en el borde de la calzada principal es posible ver todavía restos de columnas. No delimitan dicha calzada, como pensé en mi ignorancia, sino que son restos de columnas del tipo de viviendas construidas sobre las iniciales a lo largo del siglo I d.C. Así, las primitivas edificaciones de los primeros habitantes con abundante empleo de tapial 87

(restos cerámicos y pétreos) sin encalar, fueron pronto sustituidas por potentes muros de argamasa, aunque siguiera predominando el tapial dada la humildad de los habitantes. Las casas, alineadas con las calles circundantes, disponían de un atrio central a partir del cual se distribuían las habitaciones interiores. Su fachada estaba retranqueada respecto a la calzada de manera que el paso de los peatones se garantizaba mediante un pasillo encolumnado y cubierto. A medida que crecía la población de la colonia, se buscaron diversas soluciones habitacionales que quedan reflejadas en estos restos de la Morería. En efecto, ya en el siglo I proliferaron las casas de dos pisos, incluso en ocasiones extendiendo el segundo sobre el pórtico peatonal. Hacia el siglo II el empuje de las viviendas fue tal que se fue ocupando dicho pórtico para el establecimiento de pequeños comercios asociados a los habitantes de cada casa. De esta forma, incluso la distribución interior de las habitaciones fue cambiando de manera que el atrio fue transformándose en un peristilo ajardinado, al modo de las grandes mansiones que los magistrados y terratenientes iban construyendo en las afueras de la ciudad (villae). El hecho de que las familias fueran creciendo y el empeño en albergarlas dentro de la misma vivienda condujo a una ampliación sucesiva y desordenada típica de los siglos III y IV, cuando las casas invaden en ocasiones las calzadas, los pisos superiores a lo largo de las mismas casi van uniéndose a ambos lados de la calle conduciendo a una situación en que el sol no alcanzaba la calzada y ésta se transformaba en un lodazal. Este desorden urbanístico denota también la falta de orden municipal de este tiempo y tuvo como consecuencia una huída sistemática de los más ricos hacia las afueras de la ciudad, movimiento que apenas era visible antes y que se convierte en una verdadera oleada durante estos dos últimos siglos. Ahora quedan solo restos de las antiguas fachadas, trozos de tapial que surgen por doquier como muñones de un 88

tiempo acabado y enterrado por el tiempo, que ahora se abre paso hasta nosotros. Queda la que debió ser hermosa “Casa de los mármoles”, una gran domus con muchos ornamentos, pinturas, suelos en mosaicos geométricos de mármol blanco y pizarra negra e incluso baños privados. No han quedado rastros de sus propietarios, sólo las habitaciones que es posible contemplar antes de seguir el paseo hacia el centro de la ciudad.

Casa de los Mármoles

89

90

17 El Museo romano Amplitud. Lo primero que destaca en el Museo Romano es la considerable amplitud de su nave principal, iluminada con gran suavidad por un lucernario en el techo. Con su inauguración en 1986 culminaba una historia de coleccionismo y conservación de restos arqueológicos romanos que comenzaba en el siglo XVI, cuando un pequeño noble de la época comenzó una importante colección epigráfica. Tras la desamortización de la primera mitad del siglo XIX el ayuntamiento destinó el convento de Santa Clara, entonces vacío, al depósito de piezas extraídas del entorno ciudadano. No fue, sin embargo, hasta la primera mitad del siglo XX cuando se realizaron las primeras excavaciones sistemáticas de los grandes monumentos de la ciudad. La acumulación de piezas en dicho convento, algunas de considerable tamaño como las estatuas, aconsejó en los años setenta del pasado siglo la construcción de un edificio específico que pudiera albergarlas. Surgió así la idea de un museo dedicado al pasado romano de Mérida, un museo cuya mejor ubicación no se dudó en establecerla frente al teatro y el anfiteatro. La nave principal es alargada y muestra hasta nueve veces una reproducción al mismo tamaño del arco de Trajano, uno de los monumentos romanos más llamativos de Mérida. El museo, cuyo diseño es de Rafael Moneo, muestra tres niveles que iremos describiendo junto a lo más llamativo de cada uno. El piso bajo tiene dos partes: a la izquierda se dedica a estatuaria extraída del teatro y anfiteatro, mientras que en la parte derecha se alinean una serie de pequeñas galerías dispuestas de manera perpendicular al eje central de la nave 91

y que pueden recorrerse tanto por el centro de la misma como por el otro extremo.

Nave principal Recorrí primero las salas de la izquierda, donde se alineaban las estatuas. Algunas eran impresionantes por los detalles de su ropaje, la grandeza de esos bustos. Procedentes por lo general del frente escénico del teatro pero también de la casa de Mitreo, se observaban diosas (como era el caso de Ceres o Proserpina), figuras imperiales como la de Agripa o togados, probablemente magistrados que fueron inmortalizados en el desempeño de sus cargos. Varios de ellos se presentan en el fondo de la nave, figuras que uno ve nada más entrar al museo y que parecen esperar tu visita. Cuando se gira hacia la derecha se pueden admirar arquitrabes y múltiples detalles, algunos con hermosos 92

cincelados, de las enormes columnas que en su tiempo sostuvieron los templos de ambos foros.

Proserpina

Esculturas al fondo de la nave 93

Luego pasé a la parte derecha y fui recorriendo en cuidadoso zigzag cada una de las galerías transversales, dedicadas a diversos lugares y costumbres de la colonia romana. Luego una espléndida serie de mosaicos procedentes de una villa alejada de Mérida, la de el Hinojal, en la dehesa de “Las Tiendas” (siglo IV d.C.). Debió ser en extremo lujosa porque algunos de dichos mosaicos se encuentran a lo largo de toda la exposición. De forma paralela a la estatuaria que se levanta al otro lado de la nave se ofrecen testimonios de los ritos funerarios y religiosos de aquel tiempo. Un torso del dios Anas, parecido al que había encontrado en la tumba de los Voconios, lápidas funerarias de mármol de una gran belleza. Al fondo, una serie de estatuas imperiales: Augusto, Tiberio, probablemente Druso. Su belleza, algo rígida como corresponde a su divinización posterior, es llamativa. Pese a su perfección se advierte enseguida que el escultor romano reproduce rostros distintos para cada uno de ellos en un intento de dotarles de cierta verosimilitud que llegaría a alcanzar grados notables como comprobaría en un piso superior del museo. Subí de un tirón hasta la planta superior en un intento de contemplar mejor los mosaicos de gran amplitud que se extendían por las paredes verticales del museo y que desde abajo se apreciaban sólo parcialmente. En la propia escalera se puede admirar el de la caza del jabalí o el de las Nereidas, que se encontró en el área termal, ambos nuevamente procedentes de la dehesa de las Tiendas. En este piso, hay una serie de galerías semejantes a las del piso bajo, alineadas de forma transversal y con pasillos para su acceso tanto a un lado como el otro de las mismas. Pregunté a los encargados del lugar sobre la lápida del auriga cristiano que he mencionado en un párrafo anterior pero nos enzarzamos a discutir sobre todo lo divino y lo humano (nunca mejor dicho) sin llegar a saber dónde buscarla. 94

Mosaico de las Nereidas

Hay salas que conmemoran los movimientos migratorios que hicieron de Mérida una colonia de gran número de habitantes, las distintas profesiones, de nuevo la vida religiosa, la administrativa y, en general, distintos aspectos de la vida social de la colonia. Entre todo ello destacaría la galería de retratos, unas cabezas de un realismo y una belleza que es mejor contemplar antes que describir. Reconozco que ahí me detuve más que en ningún otro lugar. Los mosaicos son de gran belleza y elegancia, las estatuas rivalizan en las mismas características añadiendo majestuosidad, pero los retratos nos conducen hasta aquellos seres humanos que vivieron hace tantos siglos, que levantaron la ciudad: togados, magistrados, soldados. Personas que enarcan las cejas, con el rostro salpicado de arrugas, mujeres bien peinadas, serenas, hombres con la edad marcada en su cara. Me entretuve un rato, hice varias fotografías, algunas bien cercanas.

95

Busto Cuando ya casi iba a descender a la planta intermedia observé, sorprendido, el Missorium de Teodosio I, llamado habitualmente “el Disco” de este emperador, un regalo a la ciudad en plata que servía a efectos religiosos y de culto del emperador al objeto de ofrecerle distintas donaciones. Además de su aspecto lujoso, los 22 kgs de plata brillante a las luces del museo, me llamó la atención por haberlo visto en una exposición temporal sobre el mundo romano tardío celebrada en Madrid hace varios años. Entonces, como ahora, me detuve a contemplarlo con detalle: la figura del emperador Teodosio flanqueado por sus hijos Honorio y Arcadio protegidos por la guardia real en traje de gala. Debajo, la Tierra personificada por una figura femenina recostada semidesnuda entre espigas y flores representando la abundancia de frutos propiciada por el imperio de Teodosio. 96

El Missorium de Teodosio El piso intermedio consta de algunas salas de menor entidad conteniendo testimonios modestos de las pequeñas artes industriales de la ciudad: cerámica, orfebrería, trabajos sobre hueso, vidrio con sus recipientes clásicos de terra sigilata en los que me entretuve especialmente, así como piezas de numismática y las conocidas lucernas romanas. El museo no acaba aquí, si bien ya abandonamos la nave principal de exposición. El edificio sufrió una serie de modificaciones en su diseño original debido a los restos encontrados al excavar los cimientos del mismo. De esta manera se habilitó una especie de cripta subterránea para que el visitante pudiera, tras atravesar un tramo de la calzada que unía Emérita con Córdoba, recorrer entre oscuridades los restos de dos casas, algunos sepulcros que serían de mayor 97

interés si no viniera el visitante de contemplar los tesoros mostrados en la nave principal. Luego está el obligado paso por la tienda del museo, la búsqueda de libros, la guía del museo, colgantes, recuerdos y todo lo típico de la zona. Toda la calle Mélida que discurre desde el conjunto del teatro y anfiteatro, pasando por la puerta del museo, para llegar bastantes metros más allá hasta la Puerta de la Villa, está poblada de tiendas de cerámica con buenas reproducciones, recuerdos, restaurantes económicos en uno de los cuales comí un día entre multitud de turistas, anunciantes que te ofrecen propaganda por la calle. Lo normal en el sitio turístico por excelencia de una ciudad que, en líneas generales, no encontré particularmente cara.

Casa romana en la Cripta 98

El calor, a la hora en que salí del museo, seguía siendo sofocante una vez llegada la hora de la comida. Sin embargo, esa sensación, el hambre que sentía, todo se va olvidando. Quedan en el recuerdo aquellos retratos de gente que un día vivió por calles como ésta, que marcharon al foro a discutir de los asuntos públicos, personas que discutieron con los escultores qué tipo de estatuas erigir en los lugares públicos. La vida de una colonia romana, que queda atrapada en aquel Museo para que, al ver sus restos en piedra, la recordemos.

99

100

18 Mérida tardorromana: siglo IV Durante el siglo IV Mérida parece haber llegado al máximo de su importancia política y administrativa. Sin embargo, como veremos, ya encierra una serie de contradicciones, propias del mismo imperio por entonces, que le harán declinar en su poder. Uno de los momentos fundamentales resulta ser el período de tiempo en que el emperador Diocleciano (284 – 304 d.C.) afrontó dos problemas que tendrán gran trascendencia para la vida emeritense. En primer lugar, la reorganización territorial del imperio. Las 48 provincias de que constaba se dividieron en unidades territoriales menores hasta completar 104 en todo el imperio. Estas unidades se agrupaban a su vez en otras más amplias denominadas “diócesis”. El conjunto peninsular, de esta forma, se transformó en la “Diócesis Hispaniarum” comprendiendo además territorios del norte de África. Un importante documento de finales de siglo (el Laterculus de Polemio Silvio) señala la existencia de siete provincias dentro de esta diócesis (Tarraconensis, Carthaginensis, Baetica, Lusitania, Gallaecia, Baleares, Tingitana). Se ha discutido sobre cuáles eran las capitales de estas provincias y del conjunto de la diócesis. Así, las primeras parecen ser Tarraco, Carthago Nova, Corduba, Emérita, Bracara, Palma y Tingis, respectivamente, pero resulta llamativo que la única que se hace explícita en dicho documento es la que aquí estudiamos (“Lusitania, in qua est Emérita”). Otros testimonios complementarios sugieren lo mismo: en el siglo IV la reforma diocleciana otorgó a Emérita la capitalidad de toda la diócesis y, por tanto, debía ser la residencia de la máxima autoridad de la misma, delegada del emperador, el vicarius de la diócesis. 101

Todo ello será el marco en el que hay que considerar la reforma cristiana propiciada por el concilio de Nicea (325) de manera que la distribución eclesiástica religiosa se hizo coincidir con la civil propiciada por esta reforma. En este siglo se registra un empeño en la reforma y mejora de los monumentos más representativos de la ciudad, probablemente para colocarlos a la altura de la nueva importancia de la misma. Así, las reformas en el teatro, anfiteatro, la completa renovación del circo, bien constatadas. Es un tiempo en que lo oficial (capitalidad, el paganismo como religión romana por excelencia) empieza a distanciarse de lo real (fuga de los terratenientes a villas extramuros, auge creciente del cristianismo). En efecto, la decadencia económica del imperio a finales del siglo III se hacía evidente. La conclusión del período de conquista, la fijación de límites territoriales, habían conducido a una creciente escasez de mano de obra barata por medio de esclavos. Las bases económicas del sistema romano, que se apoyaban en dicho trabajo, empezaron a tambalearse sin ser sustituidos por una mano de obra semejante. El imperio, falto de recursos económicos con los que enfrentarse a las amenazas exteriores (sobre todo en Germania y la Galia) y a la situación interior (tensiones y enfrentamientos en la renovación del puesto de emperador) hubo de cargar la mano en todo tipo de impuestos ciudadanos. Ello condujo a la huída de los más ricos terratenientes a villas lujosas y autosuficientes en la campiña, lejos de los gravámenes y las condiciones restrictivas de la ciudad. Es el momento en que, falto de recursos, el senado local deja hacer a los ciudadanos que construyen sin orden ni tasa. Al tiempo, las villae se conforman como organizaciones productivas donde la autosuficiencia y la relación entre los trabajadores y el patrono son los elementos fundamentales. Este hecho favorece la aparición de casas rurales cuyos mosaicos y pinturas es posible admirar en el museo romano actual. 102

Mosaico de la villa de “Las Tiendas” Por otro lado, la religión pagana oficial empieza a tener un serio oponente: el cristianismo. El paganismo romano se basaba en varios principios generales: por una parte mostraba un fuerte componente político por cuando los sacerdotes eran magistrados electos y se favorecía la vinculación del ciudadano a los dioses de la ciudad. Esto vino pronto complementado por la divinización de la diosa Roma, la tríada capitolina y, sobre todo, la de la familia imperial. Por otro lado, este paganismo se mantuvo frente a los dioses autóctonos de los pueblos conquistados por un flexible procedimiento de asimilación. Por ejemplo, cuando Roma ocupó la Bética encontró un culto de origen fenicio en el dios Melqart de Gades. La identificación de éste con el Hércules romano permitió adaptarse al culto indígena favoreciendo el suyo propio. Algo parecido sucede con los cultos mistéricos orientales, bien diferentes, y que sin embargo terminan por integrarse en el panteón de dioses romanos: Isis y Osiris, de origen egipcio, Mitra de naturaleza mazdeísta. 103

En este sentido el cristianismo no se dejó asimilar de la misma forma. Formó de sus creencias un reducto cerrado que vino de la mano de un rechazo frontal a la existencia de diversos dioses y a su naturaleza. El primer testimonio escrito de la existencia de núcleos cristianos en Hispania se refiere precisamente a Mérida. En el año 250 el emperador Decio promulgó un decreto por el que se obligaba a todos los miembros del imperio a participar en los cultos oficiales paganos. Las autoridades vigilaban este cumplimiento y extendían un documento, llamado “libelo”, en el que se hacía constar su realización. Muchos se negaron a obedecer este mandato sufriendo distintas penas pero otros aceptaron las condiciones a sabiendas de que estaban en desacuerdo con sus creencias y que el libelo así obtenido suponía la apostasía oficial del cristianismo practicado hasta entonces. Ése es el motivo de que un grupo de cristianos emeritentes dirigiese una carta alrededor del 254 al futuro San Cipriano, obispo de Cartago según consta en la misma, denunciando el hecho de que el obispo emeritense Marcial y el de Astorga-León, Basilides, habían apostatado y eran “libeláticos”. Con este documento podemos constatar que la organización eclesial se extendía por diversos núcleos hispanos y que, en concreto, Emérita ostentaba un arzobispado. Ello no obsta para que los grupos cristianos por entonces fueran escasos aunque muy unidos en la defensa de sus creencias y el rechazo explícito a los cultos imperiales y el paganismo en general. A principios del siglo IV la lucha entre el paganismo, aún vigente y oficial, y el cristianismo llegó a endurecerse mucho. El 23 de febrero del 303 el emperador Diocleciano, desde Oriente donde residía, promulgó un edicto por el que se prohibía a los cristianos adorar a su Dios y, como en el caso de Decio, se les obligaba explícitamente a demostrar que estaban de acuerdo con la religión establecida. Las 104

iglesias debían ser destruidas y confiscados los objetos de valor de las mismas. Aunque no se llegó a tanto rigor como estaba contenido en el edicto, en general fue aplicado. Al parecer, una joven llamada Eulalia, se negó en redondo a obedecer en vista de lo cual fue sometida al tormento preceptivo y quemada, tal como dictaban las leyes para aquellos que desobedecían un edicto imperial. Se ignora dónde se llevó a cabo la ejecución. Podría haber sido en el propio anfiteatro pero la tradición lo traslada más allá, aproximadamente cerca de la Puerta de la Villa donde hoy en día se alza una estatua dedicada a la joven mártir. Allí, sigue diciendo la tradición, se levantó un altar o túmulo para albergar las cenizas de Eulalia. Destruido al parecer en el 429 por los bárbaros se levantó con el tiempo una basílica algo más alejada, que he podido visitar.

Inscripción dedicada a Santa Eulalia: “Posee tranquilamente esta casa de tu derecho, mártir Eulalia, de tal manera que, al conocer esta circunstancia, el enemigo huya confuso, y para que, siendo tú propicia, florezca esta casa con todos sus moradores” (s. VII) 105

Fue Prudencio, un importante administrador y gobernante de dos provincias, amante de la literatura y la retórica, quien exaltó casi un siglo después de su muerte, a Eulalia. Hizo lo mismo con otros mártires de Caesareaugusta y Tarraco pero Eulalia, prototipo de la jovencita fuerte al modo de Santa Inés (cuyo modelo reconoce el propio Prudencio a la hora de exaltar a la mártir emeritense), caló en la imaginación ciudadana y en el deseo del cristianismo de contar con modelos de conducta en defensa de su fe. El concilio de Elvira en el 309 fue la respuesta firme y decidida de las autoridades cristianas frente al ataque del paganismo. De esta manera se establecieron normas muy precisas sobre qué aceptaban y sobre todo qué no aceptaban de dicho paganismo. El edicto de Milán por el emperador Constantino en el 313 supuso la admisión final del imperio romano de la nueva religión que, camino de su oficialidad, se organizó de manera simbiótica a la administración civil en diócesis regentadas por vicarios, preparando el terreno para la estrecha relación futura entre las autoridades civiles y eclesiásticas.

106

19 Basílica de Santa Eulalia He llegado a esta basílica por diversos caminos, tanto desde el acueducto de los Milagros como, en dirección contraria, desde el circo romano, tres monumentos que se alinean de forma paralela al río pero alejados de él. Sin embargo, el camino de esta basílica debería empezar quizá en la Puerta de la Villa, donde hoy en día se alza la estatua a la santa mártir emeritense. Uno de los primeros cronistas de Mérida fue Moreno de Vargas, autor de una historia de la ciudad publicada en 1633. Habla en ella de una estatua y trozos antiguos de columnas que se levantaban en el campo de San Juan, el terreno entonces despoblado que se abría tras la citada Puerta de la Villa. La aparición de un ara votiva en mármol blanco en ese lugar hizo crecer la idea de dedicar a la santa un monumento adecuado, como así se hizo en dicho siglo XVII. El origen de esos elementos arquitectónicos es desconocido. Prudencio y Gregorio de Tours mencionan la existencia a finales del siglo IV de un túmulo donde se encontrarían las cenizas de Santa Eulalia pero consta también que en el 429 los bárbaros lo destruyeron, de manera que el origen de esa ara es una incógnita. Del mismo modo, los trozos de columna que sirvieron para elevar la estatua son atribuidos por Moreno de Vargas al atrio del templo de Diana pero resulta extraño que fueran a parar tan lejos. Lo cierto es que dichos elementos sirvieron en aquel siglo XVII para hacer un primer monumento que, desde muy pronto, dio señales de debilidad en la sustentación. Restaurado varias veces finalmente se ha optado por guardar sus elementos principales en el Museo romano sustituyéndolos por réplicas que sí sostienen la estatua que se le dedicó en su tiempo. 107

Estatua a Santa Eulalia Ahora preside una plaza triangular en uno de cuyos vértices se levanta. Por allí he pasado más de una vez. Tomando el camino de la izquierda, la Rambla de Santa Eulalia, se accede directamente a su basílica. Delante de ella se levanta una capilla peculiar, el llamado “Hornito de Santa Eulalia”. En el centro del friso superior una inscripción señala la consagración del templo al dios Marte por Vetila, mujer de Páculo. Ello, junto a la riqueza ornamental de las columnas y medallones con motivos cercanos al paganismo (medusas, elementos florales) permite suponer que este Hornito fue construido con restos de un templo dedicado a Marte, de incierta ubicación. Luego está la basílica. Su parte más moderna apenas pude visitarla debido a que, en el único momento en que la encontré abierta estaba celebrándose un acto religioso y no creí conveniente sino asomarme.

108

Hornito de Santa Eulalia

Convento

109

Al día siguiente pude adentrarme en la parte visitable: las excavaciones de la cripta. Realmente el lugar es fascinante para el turista curioso, es de imaginar cómo resultará para el arqueólogo que encuentra en el lugar restos superpuestos de varias culturas. Los más primitivos son de naturaleza romana y parecen corresponder a una villa que mostraba un importante equipamiento hidráulico. Los restos apenas apreciables de un peristilo así como de mármoles han permitido reconstruir la posible apariencia que debía tener dicha casa anterior al siglo IV. En ese siglo, por motivos desconocidos, la casa había quedado reducida a la cimentación que aún hoy se ha encontrado. Fue entonces cuando se procede a excavar en los mismos diversos enterramientos, alguno de los cuales podría ser el de la propia Santa Eulalia, teniendo en cuenta que la tradición hace de este lugar el de su muerte y enterramiento. Sin embargo, el creciente culto de la santa en Mérida no es coherente con el arrasamiento que se hace de la mayoría de los mausoleos en el siglo V para levantar los cimientos de la primera basílica dedicada a la santa. Es cierto, sin embargo, que el mayor de ellos se conservó en el subsuelo de la misma como enterramiento de quien se estimase oportuno. Así por ejemplo, consta en una lápida que a finales de dicho siglo se abrió una tumba para un varón ilustre llamado Gregorio, del que todavía se conservan restos de mosaicos, aprovechándose posteriormente para los enterramientos de Perpetua y el archidiácono Eleuterio a comienzos del siglo VII. Todo este cúmulo de actuaciones de los primeros siglos se encuentran mezcladas y son difícilmente discernibles para los ojos del profano que lo ve por primera vez entre esa media oscuridad que preside el lugar, con focos diseminados estratégicamente. Impresiona contemplar los comienzos de los enormes pilares en forma de columnas que sostienen previsiblemente la basílica y cuya base puede 110

apreciarse con detalle, bien asentadas en el subsuelo que el visitante recorre serpenteando entre rocas y estrechos pasillos.

Restos de tumbas

111

112

20 El Xenodoquio Había llegado a la basílica a última hora de una mañana repleta de recorridos, desde la Alcazaba hasta el Circo pasando por el teatro, el anfiteatro, la casa de Mitreo, etc. Cuando terminé la visita a Santa Eulalia eran cerca de las dos de la tarde y hacía un sol de justicia. Miraba el plano entre sudores y me decía que el Xenodoquio estaba cerca, que en mis prisas para llegar a tiempo a la basílica me lo había saltado. Sentado en un poyete frente al Hornito, bajo una sombra, revisé el plano y me dije: O lo busco ahora o ya no lo encuentro. De modo que retrocedí de nuevo hasta contemplar al fondo los restos del acueducto de San Lázaro, incluso a lo lejos ver extenderse el Circo romano. Crucé de acera, pasé por uno de los pequeños túneles bajo la vía del tren, miré a diestro y siniestra. Nadie paseaba por la calle bajo ese sol de justicia. Giré la vista hacia unas naves industriales a la izquierda y luego, a la derecha, vi unas columnas. Había llegado. Los Xenodochium de la época eran albergues de peregrinos, pobres y enfermos. Se constituían en torno a basílicas de culto y suponían una acogida para todo tipo de personas sin distinción de creencias ni condición social. Con ello se evitaba que los pobres mendicantes invadieran los atrios de las iglesias y cada recodo de la basílica. Éste, en concreto, fue levantado por un obispo con ciertos aires de santidad debido a su caridad, tal como lo recogen las crónicas religiosas de la época. Parece que fue en el 580 cuando el obispo Masona mandó construir este Xenodoquio que muestra un lujo inusual para este tipo de establecimientos, quizá por el hecho de que la iglesia visigoda emeritense era en el siglo VI muy pujante económicamente. 113

Situado frente a dos columnas de mármol con motivos de racimos que luego vería repetidos en el museo visigótico, donde se conserva otra columna del mismo lugar, está la entrada que conduce a un pequeño pasillo. Poco se conserva tanto de éste como de las dos salas que se extendían simétricamente a cada lado del pasillo, la de la izquierda hoy enterrada bajo la vía del tren. Toda esta planta formaba a cada lado un a modo de peristilo estando las habitaciones en un piso superior hoy desaparecido.

Entrada del Xenodoquio Me gustó el lugar, me produjo satisfacción visitarlo en la soledad calurosa del mediodía, cuando ya casi había renunciado a encontrarlo. Observé sus pocos restos, qué poco levantaban del suelo y en muchos casos debido a un ladrillaje contemporáneo que permite delimitar la división interior del recinto. Luego volví a Santa Eulalia, me encaminé hacia un restaurante en la calle Pontezuelas, un lugar algo recóndito que poco a poco se fue llenando de turistas hasta casi no dejar una mesa libre. Los camareros, sudamericanos, me 114

atendieron con gran corrección y ligereza, que agradecí. Había un ambiente agradable, no tan multitudinario pese a todo como en el restaurante de la calle José Mélida, frente al museo, donde había comido el día anterior, quizá porque el espacio era más amplio. Bebí hasta saciarme. Hacía tiempo que no despachaba botellas de agua o limonada como en Mérida en aquellos calurosos días de julio en que el termómetro rebasaba los cuarenta grados.

115

116

21 Mérida en los siglos V a VII Desde comienzos del siglo V hay dos hechos que destacan en la historia de Mérida: Por una parte, la creciente pérdida del poder por parte del emperador romano hasta que pasara a manos visigodas, situación que se hará efectiva en el siglo VI. El segundo hecho consiste en que, con todas las vicisitudes que produjeron las luchas intestinas entre las distintas tribus invasoras, Mérida conserva bastante estabilidad administrativa y ciudadana, probablemente debido al hecho de que durante bastante tiempo será una ciudad deseada por todas ellas que se abstendrán de destruirla en aras de su conquista. Por lo demás, los hechos son conocidos y no cabe contarlos en detalle debido a las muchas alternativas existentes, particularmente en el siglo V. En el 407 Constantino III es proclamado emperador por sus tropas de Britania iniciándose un enfrentamiento con el legalmente nombrado hasta ese momento, Honorio. Habiendo invadido la Galia, el primero envía a su hijo Constante junto al general Geroncio para la conquista de Hispania que el segundo hace efectiva para proclamarse independiente a continuación. Muerto su padre, Constante busca aliados para recuperar la diócesis de Hispania en manos de Geroncio. Es entonces cuando se alía con algunas de las tribus germanas cuyo empuje en la frontera con la Galia era proverbial. El acuerdo es sencillo: mientras Constante se queda con la provincia Tarraconense (que volvería a manos de Honorio en el 411) entrega a estas tribus la parte occidental de la Península. Es así como en 409 pasan los Pirineos devastando el terreno a su paso las distintas tribus: los suevos y los vándalos hasdingos, que se repartirán Gallaecia, los alanos que se asientan en Lusitania y los vándalos silingios en la 117

Bética. A partir de ese momento se establece una pugna constante, una lucha ininterrumpida entre ellos. Son pocos los datos concretos que han sobrevivido sobre Emérita en aquellos años de poder incierto. Uno de ellos es la presencia del vicario Maurocellus como titular de la diócesis emeritense. No sólo su presencia como tal sino su actuación son significativas: La rivalidad entre vándalos y los suevos del norte era grande, probablemente por el afán expansionista de los segundos. Cuando los vándalos les bloquearon en los montes Erbasios, en Gallaecia, fue enviada a Hispania desde Roma una fuerza militar. Su jefe Astirius consiguió poner en fuga a los vándalos que fueron masacrados por las tropas emeritenses al mando del propio Maurocellus. Esto sucedía al rededor de 420 y quiere decir que el gobierno de Roma todavía existía (el poder formal de Honorio se mantenía) y el gobierno emeritense actuaba a sus órdenes y a favor de los suevos. Es de sospechar por tanto que la pugna entre las tribus germanas dejó grandes vacíos de poder que propiciaron el mantenimiento de la administración romana y su organización política e incluso militar. Cuando en el 418 los alanos sufrieron una severa derrota frente a los nuevos aliados de Roma, los visigodos, y en el 429 los vándalos deciden trasladarse al norte de África, se produjo una expansión incontenible de los suevos hacia el sur, ocupando Emérita en el 439 y posteriormente la Bética en el 441. Durante varios años, del 439 al 448, la ciudad emeritense será precisamente la capital de todo el reino suevo a despecho de Bracara, que lo había sido anteriormente y aún mantendría su importancia un tiempo. El status quo terminó en el 456 cuando las fuerzas visigodas, que ya se habían hecho con el poder en Roma, invadieron la parte sueva derrotando a su último rey, Rechiarius, en diciembre de dicho año. De este modo, el rey visigodo Teodorico, se apoderó de toda la Península. Será uno de sus sucesores, Eurico (466 – 484), quien la separe del 118

Imperio romano, entonces en manos de los ostrogodos, en el 472. Durante este tiempo todo hace indicar que la ciudad fue respetada e incluso, durante grandes períodos de tiempo, dejada en manos de su propia administración local casi sin interferencias. La presencia sueva se reduce a un período concreto y los godos tardaron mucho en asentarse en ella, hasta su abandono político más adelante en beneficio de Toletum. En ese sentido se puede comprender la creciente importancia de la organización eclesiástica cristiana como sustituta del poder civil. Tras la grave crisis sufrida a finales del siglo IV con la herejía priscilianista, una tendencia que pretendía limitar el poder y riqueza de los obispos y, en general, de la jerarquía eclesiástica, la imposición de estos con la ayuda de Roma y la ejecución de Prisciliano, habían dado paso a un poder ejercido sin cortapisas. La ausencia del poder civil en no pocas ocasiones, su debilidad en todo caso, y la coincidencia previa entre las diócesis civil y eclesiástica, propiciaron que la organización que se había conservado más unida en sus intereses, la iglesia cristiana, asumiera poderes no espirituales. La vida religiosa cristiana giraba en torno a la basílica y el culto de Santa Eulalia pero su influencia se extendía a toda la ciudad. Prácticamente, no van quedando restos de paganismo. De hecho, los grandes monumentos romanos van siendo abandonados a partir de finales del siglo V y no se renovarán más. Una muestra de ese poder es la inscripción de 483 sobre las reformas emprendidas en el puente romano y firmadas por el dux Salla, un godo que debía ejercer cierto poder en la ciudad, junto al obispo Zenón, en pie de igualdad.

119

Santa Eulalia Con el reino visigodo viviendo una inestabilidad sucesoria debido a que el cargo de rey era electivo, la importancia de Emérita como capital irá declinando en beneficio de algún lugar más céntrico dentro de la Península. Es probable que con Atanagildo, en el 567, la ciudad que albergara la corte y el tesoro visigodos fuera Toletum. Desde el reinado de Leovigildo, que comienza en el 573, la importancia de Emérita será menor aunque aún conservará su importancia mucho tiempo. Leovigildo comenzará una política unificadora en lo territorial creando un a modo de imperio para el que seguiría el marco del imperio oriental de Justiniano. Buscó además que la monarquía fuera hereditaria en sus hijos, al objeto de dotarla de una mayor estabilidad. En lo que finalmente fracasó fue en la unificación religiosa por la cual pretendió atraer mediante una serie de ventajas a los cristianos para su conversión al arrianismo, religión mayoritaria en la corte. La tensión entre ambas creencias religiosas concluiría con el triunfo de la más fuerte y unida: En el III Concilio de Toledo, su nieto Recaredo, que llevaba sólo un año 120

gobernando en el 587, anunció su conversión al cristianismo. Entre los asistentes a este acto histórico se encontraba el obispo emeritense Masona, al que hemos visto construyendo el Xenodoquio. Hasta la muerte del último rey visigodo, Rodrigo en el 711 a manos de musulmanes, no hubo mayores incidencias en la ciudad emeritense.

121

122

22 La Colección visigoda Me acerqué una mañana, tras visitar la cercana Morería, a la colección visigoda sita en el antiguo convento de Santa Clara. Fue éste el lugar, desalojado tras la desamortización del siglo XIX, escogido para albergar los restos arqueológicos recogidos con el tiempo. Hace no muchos años su parte principal, correspondiente al período romano, se trasladó al Museo construido al efecto. Desde entonces sólo alberga en su reducido espacio diversos restos del tiempo visigodo, entre los siglos V y VII. La iglesia en sí fue fundada en 1602 para las religiosas clarisas y en ella es conocido que trabajó como peón el conocido pícaro Estebanillo González. Tras pasar una reja se accede a la iglesia por su parte oriental donde una bonita portada aparece enmarcada por dos columnas que soportan un frontón. En él, sobre una hornacina, se encuentra una imagen de Nuestra Señora de la Antigua, proveniente del convento del mismo nombre que pude entrever en el viaje al lago de Proserpina. Tras pasar junto a la estatua dedicada al arqueólogo Saenz de Buruaga, uno de los más destacados en el período de las excavaciones y en la formación de esta colección, se accede al pequeño interior. La guía fue amable, me proporcionó un catálogo a reducido precio (la entrada es gratuita) y fue explicándome tanto las partes principales de la exposición como las limitaciones de la misma, necesitada de estudios más rigurosos así como de la atención oficial suficiente para albergarse en un museo específico. El espacio es el de la nave de la pequeña iglesia, reducido pero no estrecho y por ello puede contemplarse la colección a placer. Debo decir que me gustó, están repartidos sus elementos por temática antes que cronológicamente y resulta interesante. Me detuve en los cimacios, partes de la 123

columna a modo de pirámide truncada donde se engarza el capitel. Estas piezas, como casi todas las demás, se reducen a esculturas sobre piedra al modo de las columnas existentes en el Xenodoquio. Una de ellas incluso pude encontrarla allí, como dije en su momento.

Interior Me detuve en las lápidas funerarias, en una de las cuales se lee: “Aréstula, sierva de Dios, vivió 27 años. Descansó en paz el día 26 de julio del año 559 d.C.” Ciertamente joven, como el hijo de los Julios en la necrópolis de los Columbarios. La enfermedad y la muerte no eran prerrogativas de los ancianos en aquella época. Una lauda sepulcral dedicada a Maurilio, al parecer repleta de faltas ortográficas durante el siglo VII, obra de un escultor descuidado. Me llamó la atención un pedestal romano que en tiempos visigodos (siglo V) había sido horadado para 124

transformarlo en arca de reliquias. Luego, como plato fuerte, los pilares labrados en sus cuatro caras, y pilastras que dejan una lisa al menos para incrustarla en una construcción mayor. Hay diversos dibujos geométricos, decoraciones con peces, aves, frutos como en el caso del Xenodoquio (racimos de uvas), flores, etc.

Lápida funeraria Me entretuve fotografiando estos motivos, algo toscos pero que tienen el encanto especial de lo primitivo. Nada comparable a la riqueza romana en sus estatuas y retratos, desde luego, pero con su propio atractivo que me entretuvo durante bastante rato.

125

126

23 La Alcazaba árabe La ocupación musulmana en el siglo VIII, tras la derrota del rey Rodrigo frente a Muza, no supuso una ruptura importante en el modo de vida de los emeritenses. Dotada desde hacía mucho tiempo de un alto grado de autonomía, situada en una región que no era de especial interés para los nuevos conquistadores y bajo la política de tributarles adecuadamente, Mérida (Marada para los musulmanes) llevó una vida sin grandes agitaciones. No obstante, la presencia de un gran componente hispanorromano y visigodo entre sus muros condujo frecuentemente a breves enfrentamientos entre los naturales del lugar y las tribus bereberes marroquíes que ocupaban la Baja Extremadura. La situación de mantenimiento de autonomía empezó a cambiar desde que se proclamó el emirato independiente en 756 que llegaría a durar casi doscientos años hasta la descomposición del reino musulmán en reinos de taifas. El cambio en Mérida fue más acusado durante el mandato de Abd al Ramán II desde el 822 al 852. La presión cristiana en el norte de la Península empezaba a ser fuerte por entonces y convenía asegurar militarmente las poblaciones de Al Garb (zona que comprendía la parte sur de Extremadura y Portugal), particularmente Mérida y Cáceres, donde la presencia cristiana entre sus murallas era además motivo de conflicto y desconfianza respecto a la seguridad de estas ciudades. De esta iniciativa data la construcción de la Alcazaba que se levanta junto al puente romano. Es un edificio amplio, una importante fortaleza cuadrada de unos 130 metros de lado hasta totalizar un perímetro de 538 metros, integradas por murallas de un grosor de 2,70 metros y torres cuadradas 127

que llegaban a alcanzar los 15 metros de altura en determinados lugares. En su tiempo se confió a tribus de “muladíes” de origen hispanorromano convertidos al Islam varias generaciones antes. En concreto, la Alcazaba emeritense estuvo a cargo de los “Banu Yiliqui” sin que llegase a protagonizar el importante papel militar al que por su constitución parecía destinada.

Panorama general de los restos actuales Cuando se entra por una puerta que no es ninguna de las originales, sino una apertura cristiana posterior, hay un sendero de tierra que tuerce a la derecha para bordear después la muralla por su interior. En el primer tramo del sendero, adosada a dicha muralla, aparecen los restos relativamente bien conservados de una casa romana del período bajoimperial que los musulmanes reutilizaron en su día. El centro de la Alcazaba está ocupado por excavaciones que se realizan actualmente y por un espacio acotado donde se levantaba en ese momento un graderío 128

metálico destinado a algunos de los espectáculos del festival de teatro clásico. Eludiendo ese espacio que, en todo caso, permanecía inaccesible a primera hora de la mañana, subí a las murallas.

Restos de la casa romana Desde ella se contempla una excelente panorámica del puente romano. El sol se levantaba por la parte izquierda y el puente, a la derecha del observador, lucía en todo su esplendor, los arcos reflejados en el río, el puente de Lusitania más allá, como un marco moderno del más antiguo, en primer plano. Permanecí en el lugar un buen rato, aún no hacía el calor que llegaría a hacer cuando alcanzara varias horas más tarde el circo romano, mucho menos cuando llegara al Xenodoquio, de manera que disfruté de la mañana en ese mirador privilegiado por el que habrían caminado vigilantes musulmanes, ocupantes cristianos varios siglos después. Debajo de mí se levantaba una especie de casa aislada, uno de los lugares más notables de la Alcazaba. 129

Pasando por entre dos columnas de marcado carácter visigótico (los mismos racimos de vid en sus pilastras) se accede a un breve y oscuro pasillo que atraviesa el pequeño edificio. Ignoro si su antigüedad es mayor que la ocupación musulmana o bien que las pilastras fueron reutilizadas desde otro lugar. De todos modos, digámoslo ya, se trata del aljibe, un depósito de agua que permitía el acceso a la misma desde el interior de la Alcazaba, elemento clave para resistir un asedio. Dos rampas desprovistas de escalones para permitir el paso de caballerías, bajan hacia las frescas profundidades donde se contempla el depósito situado al nivel del Guadiana y, por ello, siempre provisto de agua. Lo que quizá fue un modesto aljibe en origen fue mejorado por los musulmanes con la instalación de hasta tres pisos. El segundo dedica su espacio a una pequeña mezquita pudiéndose acceder a un tercero que serviría de puesto de observación.

Aljibe

130

Bajé hasta el agua que parecía esperar al fondo. Las voces de una familia de turistas que hacía lo mismo inundaba de ecos las centenarias paredes. El depósito del fondo estaba iluminado por luces interiores y el reflejo de una abertura superior por donde se colaba el sol. Permanecí un rato allí. No pensaba en nada, admiraba el extraño lugar, agradecía su accesibilidad y, sobre todo, su frescor en una mañana que prometía todo lo contrario.

131

132

24 La Concatedral de Santa María Uno de los sucesos fundamentales en la historia de Mérida tendría lugar en 1120, cuando la ciudad aún estaba ocupada por los musulmanes. La presión eclesiástica a favor de Santiago de Compostela y la decisión de Alfonso VII indujeron a éste a pedir al Papa Calixto II el traslado del arzobispado desde Mérida hasta la ciudad gallega. Hay que recordar al respecto que Alfonso Raimúndez, el futuro rey Alfonso VII, nació en Galicia en 1105. Frente al segundo matrimonio de su madre, la reina doña Urraca, con el rey aragonés Alfonso I el Batallador, y lo incierto de su futuro dinástico, la alianza con el obispo de Santiago, Gelmírez, el hecho de que éste le proclamara rey en Compostela de manera unilateral frente a su madre, fue decisiva para su coronación posterior como rey de León. El apoyo más tarde del arzobispo toledano don Bernardo, la importancia creciente desde el punto de vista económico y social del Camino de Santiago, hizo que este rey apoyara decididamente los deseos de la Iglesia y, en particular, los del titular del obispado de Santiago. Así se llevó a cabo la autorización papal que permitía a Gelmírez ostentar el grado de arzobispo. Fue el único caso en que una sede que no era tal en tiempos visigodos llegaba al arzobispado, del mismo modo que Mérida sería el único caso en aquel tiempo en que una sede arzobispal visigoda no fuera nunca restaurada como tal. Este hecho está en la base de lo sucedido con la definitiva ocupación de Mérida por las tropas leonesas en 1230, bajo el reinado de Alfonso IX. Un siglo antes Gelmírez había obtenido también del rey leonés la promesa escrita de su dominio de la ciudad de Mérida cuando ésta fuera reconquistada. En los años siguientes y con base en Cáceres llegó a constituirse una fuerza armada a modo de 133

orden religiosa. La Orden de Santiago quedó constituida como tal en 1175 a imagen de la de Calatrava. Pues bien, en el momento de la conquista de Mérida las fuerzas cristianas estaban comandadas por un hijo bastardo del propio rey, don Pedro Alonso, décimotercer maestre de la Orden de Santiago. Además don Bernardo, el arzobispo de Santiago, estaba presente para controlar el proceso e impedir cualquier reclamación para que se restituyera a Mérida el arzobispado que dejó de tener con la ocupación musulmana. De este modo se llegó a un pacto, formalizado el 13 de abril de 1231, por el cual la Orden de Santiago se encargaba de la defensa militar y recibía los tributos de la mitad de Mérida, mientras que el control eclesiástico y los tributos de la otra mitad correspondían al arzobispado de Santiago. Esta jugada maestra permitía a este último no encargarse de las importantes obligaciones militares de defensa de la zona (la actividad musulmana no dejó de ser frecuente durante un tiempo) y al tiempo controlar los tributos para que no fuesen a las arcas de la Iglesia emeritense que quedó así a merced de la de Santiago. Este hecho quebró la posibilidad de recuperación de la importancia eclesiástica (y por tanto política) de la ciudad de Mérida de una manera irreversible. Teniendo en cuenta que las Universidades se fundaban en torno a las escuelas catedralicias de las sedes metropolitanas, este hecho también impidió históricamente la constitución de una Universidad en Mérida, por entonces casi única fuente de la cultura y el saber de la época, por un período que habría de extenderse hasta finales del propio siglo XX. La primera tarde que recorrí la ciudad me detuve en la plaza de España donde varios monumentos me llamaban la atención, además de la vida ciudadana que discurre por el lugar. En una esquina se levantaba una iglesia de cierto tamaño a la que me dirigí con curiosidad. Pregunté a una señora que entraba y me confirmó que era la concatedral de 134

Santa María, el edificio religioso de mayor importancia de Mérida.

Concatedral, fachada a la plaza Las dos veces que entré en el edificio lo hice sin suerte, podríamos decir. En la primera varias personas se sentaban en los bancos esperando un inminente acto litúrgico. Un sacristán paseaba revisando los ornamentos y encendiendo algunos cirios. Procuré no molestar en exceso (siempre fotografío las iglesias sin flash) y pasear sólo por los pasillos laterales. Es una iglesia que presenta tres naves, un buen retablo de 1762, una hermosa talla del Cristo de la O en el lado del Evangelio. Mi interés, no obstante, consistía en acercarme al altar porque allí, a ambos lados, se abrían los sepulcros de Diego de Vera y Mendoza, maestre de la Orden de Santiago, y su esposa Marina Gómez de Figueroa. Teniendo en cuenta que el palacio de los Mendoza (actual hotel) es aledaño a la iglesia, debía suponer la importancia de aquellos personajes. 135

Interior Pude fotografiar el altar de lejos, los sepulcros asomando a la izquierda del mismo. El sacristán me vio junto a una reja y, entre dudas, me permitió pasar para acercarme más. Pero topé con un sacerdote mayor que se estaba vistiendo con sus ropajes litúrgicos y que empezó a gruñir, molesto de la intromisión. Hice fotos deprisa y corriendo que no salieron bien y puse pies en polvorosa. Al día siguiente realicé un nuevo intento. Era media tarde y venía de un poco más abajo, la zona de la Morería. Antes de visitar la colección visigoda decidí asomarme, no por la puerta oriental, la que da a la plaza, sino por la norte, más pequeña al final de la nave principal. Unos niños jugaban al fútbol entre exclamaciones en la plaza frente a dicha puerta. Me asomé y, contrariado, pude darme cuenta de que la iglesia estaba ocupada. Además, por la puerta principal estaban introduciendo un ataúd. Me atreví a hacer una foto desde muy lejos. Salí a la plaza de nuevo. Las campanas empezaron a repicar a muerto. Los niños corrían por las baldosas de la plaza entre gritos, ajenos al acto y el drama que tenía lugar 136

dentro. Fui caminando por aquellas callejas. Luego he pensado que la iglesia es bonita pero modesta. ¿Cómo habría llegado a ser si hubiera recuperado Mérida lo que le correspondía por derecho? ¿Qué ciudad sería entonces ahora? Y esta iglesia ¿sería tan humilde en tamaño y disposición?

137

138

25 El Palacio de los Mendoza El único palacio que se conserva en Mérida se alza junto a la concatedral de Santa María, de la que la separa una estrecha calle nada más. Ya vimos que en esta iglesia se conservan el sepulcro de un maestre de la Orden de Santiago, de nombre Mendoza. El apellido es suficientemente conocido en la historia de la Península pero en Mérida debía ser omnipresente teniendo en cuenta que la jurisdicción de esta Orden sobre la ciudad se extendió nada menos que seiscientos años: de 1255 a 1874, siglos en que Mérida, secundaria en la jerarquía eclesiástica, languideció conociendo un proceso de despoblamiento del que sólo se ha recuperado hace poco tiempo.

Palacio de Mendoza Allá por el siglo XV, Luis de Mendoza levantó este palacio que ahora preside de forma monumental uno de los 139

lados de la plaza. Justo enfrente se sientan los emeritenses y turistas por las noches para tomar una bebida o comer los productos típicos del lugar. En una de ellas pedí algo que vi en muchas mesas: pan del Casar, una tostada recubierta con una especie de queso fundido por encima. Este Mendoza al que hacemos referencia combatió en la guerra de Granada junto a Isabel, reina de Castilla. Ya en los tiempos de la guerra civil entre los partidarios de Juana la Beltraneja o su tía Isabel, se había alineado en el bando de ésta y en contra de la condesa de Medellín, María Pacheco, que en cierto momento controló la ciudad de Mérida hasta la batalla de Albuera, cerca de Proserpina, en 1479. La derrota de la condesa frente a las fuerzas castellanas trajo como una de sus consecuencias el establecimiento y la influencia de los Mendoza en la ciudad, fruto de lo cual es este palacio. Convertido en hotel desde hace unos años presenta un frente sólido formado con sillares romanos reutilizados. Muestra una ventana triple de marcado carácter gótico tardío, fruto del tiempo en que se construyó. La balconada que hoy en día discurre sobre la puerta principal, en cambio, es obra de una remodelación del siglo XVIII al objeto de adaptar la fachada a los gustos imperantes en la época. El interior está profundamente remodelado para adaptarlo a su actual uso. Me senté dos tardes en el patio enclaustrado que aún se conserva. La parte superior corresponde a una ampliación que ha llegado a añadir un piso más de habitaciones al establecimiento. El color no conserva en modo alguno las antiguas trazas del edificio. En general, sólo las columnas y la disposición general recuerdan probablemente en algo al lugar que fue. Sin embargo, se estaba fresco en su interior, sólo algunos huéspedes se sentaban a alguna mesa cuando fui, otros pasaban casi sin mirarme. Un camarero atento me trajo un café colocando una chocolatina junto a la taza. Eché un vistazo al periódico, hice algunas fotos del lugar, descansé en la tranquilidad del lugar. Finalmente, ahora me encuentro lejos pero me es fácil 140

recordar esos momentos de asueto, el silencio que presidía el patio, sólo roto por algunas conversaciones. Me hubiera gustado, pese a su alto precio, haberme alojado allí, tal vez lo haga algún día.

Interior

141

142

26 Algunas iglesias cristianas No tengo especial predilección por las iglesias y conventos pero es indudable que ningún paseo por una ciudad andaluza o extremeña, particularmente la primera, puede sustraerse a su presencia. Todo el florecimiento conventual de las llamadas órdenes mendicantes a partir del siglo XVI se fue traduciendo en el levantamiento de iglesias y en el establecimiento de conventos. La invasión francesa a principios del siglo XIX, el creciente liberalismo y los intereses económicos que subyacían al proceso de desamortización eclesiástica de aquella primera mitad de siglo despoblaron algunos de estos edificios que, con el tiempo, fueron dedicándose a tareas administrativas, políticas o culturales.

Iglesia de Nª Sra. del Carmen 143

Pasado el arco de Trajano se extiende la plaza de la Constitución pero, antes de detenernos en ella, podemos rebasarla por una calle transversal. Allí se encuentran los pocos restos encontrados del foro provincial. Casi enfrente, junto a un edificio destinado a comisaría de policía, se yergue la fachada de la iglesia de Nª Señora del Carmen, fundada por los franciscanos ya en el siglo XVIII. Se mostraba cerrada en el momento en que pasé frente a ella pero pude observar su bonita fachada de orden toscano con una hornacina en la parte superior donde se presentan figuras de la Virgen y el niño. Volviendo a la plaza y a su derecha se levanta el antiguo convento hospital de Jesús Nazareno, construido tardíamente en 1724 para la asistencia a los pobres por la orden terciaria franciscana, hoy Parador de Turismo y como tal, perfectamente conservado.

Actual Parador Entré en cierta ocasión. Me permití de nuevo tomar un café en un bar pequeño donde una mujer vestida con el traje típico de las extremeñas, seria y con cara algo 144

avinagrada, me sirvió casi sin decir una palabra. Al irme recorrí alguna de las habitaciones, la mayoría elegantes, solitarias. No había leído aún que en la huerta del convento, ignoro si ahora es accesible aunque supongo que sí, se conformó en el siglo XVIII el que llamaron “Jardín de Antigüedades”, un lugar donde el doctor Forner, médico de la localidad, y el padre Domingo de Nª Señora, religioso del convento, atesoraron numerosas piezas arqueológicas recogidas en diversos lugares de la ciudad. El Jardín fue desmantelado en su momento y la mayoría de sus piezas conducidas a la iglesia de Santa Clara para terminar en el museo romano, pero al parecer aún queda un número de piezas en el lugar que no conseguí encontrar, caminando al azar como iba. Bajando por la pequeña calle de San Francisco, que desciende de nuevo hacia el centro de la ciudad por la fachada del Parador, se llega a una placita diminuta y silenciosa que ni siquiera llega a la categoría de tal. Me detuve en ella para contemplar el paredón del convento de las Concepcionistas, casi consecutivo al antiguo hospital de Jesús Nazareno. Fundado en 1588 para que fuera habitado por monjas venidas de Llerena, apenas puede verse su fachada con cierta distancia, dada la estrechez de las calles colindantes. Sin embargo, se encontraba abierto y pude pasear por el interior de su iglesia, fotografiar el altar mayor que no tenía aspectos especialmente reseñables.

145

Convento de las Concepcionistas

146

27 Despedida en el puente Lusitania La construcción del moderno puente Lusitania, obra del conocido ingeniero Santiago Calatrava, posibilitó en su momento dejar el puente romano para uso exclusivamente peatonal. Por ello, el par de taxis que tomé en días de intenso calor para volver al hotel al otro lado del río, pasaba por él. Sin embargo, el día que fui al lago de Proserpina, disponiendo de bastante tiempo tras la comida, me permití caminar al borde del río, dejar atrás la plaza de Roma, a la derecha el área de la Morería, e internarme tanto en el puente como por la ribera del río algo más allá.

Puente Luistania El puente me recordó en su forma al de la Barqueta de Sevilla aunque la parte peatonal central, elevada metro y medio sobre el tráfico rodado que discurre a ambos lados, parece un calco del puente del Alamillo de la capital hispalense. Desde allí se disfruta de buenas vistas 147

nuevamente del puente romano, de los propios anclajes construidos para sostener la estructura. No recorrí el total de 512 metros de su longitud habida cuenta del tiempo limitado de que disponía. En cambio, continué el paseo por la orilla del río, bajé por un camino peatonal hasta la isla por cuyo lado discurre el Guadianilla, me entretuve fotografiando una especie de criadero de aves, patos, ocas, que nadaban por un canal aledaño, antigua desviación fluvial para surtir de agua a la ciudad. Después caminé hacia la parada de autobús donde aún habría de esperar un rato. Sin embargo, ahora cierro los ojos y puedo recordar la vista espléndida desde el puente. Aún haciendo memoria me vienen a la cabeza pequeños fogonazos de mi estancia en la ciudad. Es cierto que como tal no es una maravilla de la modernidad. La mayoría de las calles carecen de comercio, son modestas y, salvo el decumanus que va desde el puente hasta Santa Eulalia, ningún turista caminaría por las demás calles si no fuera persiguiendo alguno de los monumentos romanos que desea visitar. Sin embargo, no sé por qué me vienen a la memoria muchos momentos puntuales. Como si algo de esta pequeña ciudad quisiera ser siempre conservado. La grandiosidad del teatro y el anfiteatro, el paseo por la arena del circo, los bustos romanos del museo, los pliegues de ropa en sus estatuas, el subsuelo de Santa Eulalia, la cigüeña que asistía con parsimonia a la vida ciudadana sobre el acueducto de los Milagros, el gesto de Ana Belén en Fedra, su mirada trágica y desgarrada, el café en el antiguo palacio de los Mendoza. Recuerdos de un viaje ya acabado pero repetible. No así la vida que discurrió por estas calles cuando eran calzadas, por estas plazas cuando constituían un foro, en las gradas del teatro cuando eran cavea, en la arena del circo cuando por ella corrían las cuadrigas. Esa vida ya no puede volver pero merece ser recordada porque aunque importe 148

sobre todo el presente y aún el futuro, el pasado lo llevamos dentro y, conociéndolo, es nuestro para siempre. No trates de averiguar, No está permitido saberlo, qué fin para mí, qué fin para ti nos han dado los dioses, Leucónoe, ni tientes los cálculos babilónicos. ¡Cuánto mejor es soportar todo lo que pueda pasar! Ya si Júpiter te concede muchos inviernos, Ya si es el último éste que ahora desgasta el mar Tirreno contra las rocas. Sé sabio, cuela tus vinos y, en este breve espacio de tiempo, suprime toda larga esperanza. Mientras hablamos, terminará de huir el odioso tiempo. Así dice Horacio en una de sus Odas (I. 11), afirmando finalmente: Carpe diem, quam minimun credula postero Aprovecha el día, confiando lo menos posible al día siguiente

149

150