Memorias y otras confidencias, Mariano Latorre..pdf

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M A R I A N 0 LATBRRE

MEMORIAS Y OTRAS CONFIDENCIAS

MEMORIAS Y

OTRAS

CONFIDENCIAS

ENSAYOS PUBLICADOS EN ESTA COLECCION 1. Universidad. Cinco ensayos para una teoria de la Universidad Latinoa%e?icana, por Anibal BascuAAn Vald6s. 2. El Cautiverio Feliz en la vida politica chilena del siglo X V I l , por Sergio Correa Bello. 3. Eusebio Lillo, 1826-1910,por Ra61 Silva Castro. 4. Los Robots no tienen a Dios en el corazdn, 2a cdicibn, por Arturo Aldnnate Phillips. * 5. Pedro Prado, 1886-1952, por Radl Silva Castro. 6. El Cabildo en Chile colonial, por Julio Alemparte. 7. Don Andrks Bello, 1781-1865, por Ra61 Silva Castro. 8. El Conde de la Conquista, 2” edici6n, por Jaime Eyraguirre. 9. El Naturalismo en la novela chilena, por Yicente Urbistondo. 10. Pierre Teilhard de Chardin y otros ensayos, por Hernlii Briones Toledo. 4 11. R u b & Dario a 10s veinte afios, por Radl Silva Castro. 12. Ensayos politicos y morales, por Justo Artcaga Alemparte. 13. Peregrinajes literarios en Francia, por Salvador Reyes. 14. El Abate Molina, por IIernln Eriones Toledo. 15. Josd Antonio Soffia, por R a d Silva Castro. 16. Estudios de critica ltteraria, por Rbmnlo Mandiola (1848-1881) 17. Diario Politico (1849-1852), de JosC Victorino Lastarria. 18. El Alcalde del afio diez, por Jainie Eyraguirre. ’ 19. El ensayo en Chile desde la Colonia hasta 1900, por Radl Armando Inostroza. 20. Asistentm a1 Cabildo Abierto de 18 de septiembre de 1810, por Ra6l Silva Castro. 21. Jorge Huneeus Zegers, Imagen, Pensnmiento, Accidn, por Mario Corrca Saavedra. 22. Josd Joaquin Vallejo (1811-1858), por R a d Silva Castro. 23. El hrimanismo social de Marx, por Eduardo Kinnen. 24. Pdginas Selectus, Carlos Silva Vild6sola. Recopilacibn ordenada por Radl Silva Castro. ‘t 25. Don Garcia Hurtado de Mendoza en la historia amcricana, por Fernando Campos Harriet. 26. Antologin, Clarence Finlayqon. Seleccih y prblogo de Tomis P. Mac Hale. 27. El Catecismo Politico-Cristiano. Las ideas de la +oca, 1810, por Walter Hanisch Espindola, S. J. Prblogo de TomAs P. Mac Hale. 9 28. Visidn de Ercilla y otros ensayos, por AKonso Bulnes. Prblogo de Ra6l Silva Castro. 29. Docti inn y praxis d? 10s ediicadores representativoc chilenos, por Julio C h a r Jobet. 30. Pedro de Oca. Ensayo de critica e historia, por A u p s t o Iglesias. ~ 3 1 . Hacia la voz del hombre. Ensayos sobre C h a r Vallejo, por Alejandro Lora Risco. 7 32. Memorias y otras confidencias, Mariano Latorre. Seleccibn, pr6logo y notas de Alfonso Calderh.

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Mariano Latorre

c

NCIAS Seleccihn, prblogo y notas

de A L F Q N S OC A L D E R ~ N

EDITORIAL ANDRES

BIELLO

@ Mariano Latorre, 1971 Inscripci6n NP 39.161 EDITORIAL A N D R ~BELLO S Ahumada 131 - Casilla 4256 Santiago de Chile. “Facliltase a la Editorial Jurfdica de Chile para usar indistintamente su propia denominaLi6n o la de Editorial Andrks Bello”. (Art. 76 de la Ley NQ 12.084) Diagram6 Maurkio Anzster.

Impreso en 10s talleres de S. A. EDITORIAL UNIVERSITARIA, San Francisco 454 Santiago de Chile.

N O T A P R E L I M I N A R Casi e n tono de confidencia, con un entusiasmo parpadeante, el maestro Latorre hizo un gran bien a1 Instituto Pedagdgico: Eo desolemnizd. Arrancd 10s cortinajes. Aventd 10s caddveres. Pus0 a buen recaudo el tono oracular. Desplazd, por importuno, el do d e pecho de ciertos avechuchos. L a literatura nunca apabulld a1 hombre total que fue don Mariano. Mds bien le prestd armas, evidencias, mktodos, sentido. L o criollo se iba haciendo sustancial en 61. No una fdrmula, una simonia o una opcidn. N o tuvo vocaciones laterales. En su momento, un estreno teatral, una novela de e'xito, el paladeo de un vocablo derruido, un incierto pipefio, ocupaban espontdneamente el centro de atraccidn. Sobre la marcha, venga meditacidn, doctrina, p u n t o de vista. Era un ser vivo. Respiraba. Amaba. Comia. T a l vez una zona de su ser n o aparecia en las novelas y cuentos que, con objetivos demasiado precisos, hijos de su entendimiento, fue echniido a1 m i ( ~ d o ,por casi medio siglo. Esa parte f u e queddndose en las aulas, en las conversaciones y en revistas, periddicos, prdlogos, publicaciones especialiradas. Irrecuperables 10s que fueron actos orales, jug0 de libros y de clases, nos que& una abundante porcidn de textos que, en su conjunto, ofrecen una imagen cabal de la hondura analitica, agudera sensitiva y finura retrospectiva que fueron rasgos capitales de su quehacer. Nos parecid adecuado, tras un extenso period0 de lectura, ordenar todo este quehacer en dos partes. L a primera pretenderia recoger 10s ensayos memorialisticos de Latorre y sus indagaciones acerca del ser de Chile y el chileno, sus miradas a1 paisaje, a las gentes, a la intrahistoria, que, a veces, parece mds autkntica que la historia oficial. L a segunda parte agrupa sus investigaciones e n el campo de la historia literaria nacional. El dato, la referencia critica se apoyan en 10s muchos libros leidos, pero tambie'n e n la oficializacidn de 7

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firesencia ante sitios y acontecimientos, reencarnando el dnimo cronistico del 9zombre que se bajaba del caballo, e n plena Conquista, para arrimarle e2 hombro a la historia. Hechos, tendencias, personas, se vitalizan ante el imperio del tono de confidencia, la nostalgia cazurra, el humor verbal. A1 Mariano Latorre maulino, desbravador de paisajes, desolemnizador, le dedicamos esta recopilacidn. Algo asi como un trago de sus propios vifiedos, envejecido para mejor paladeo.

ALPONSO CALDER~N

PRIMERA PARTE

AUTOBIOGRAFIA DE UNA VOCACION* Las cosas haccn la pafria tanto o mds que 10s hombres.

M.

DE

UNAMUNO

Creo que el escritor y tambiCn el profesor (ambas disciplinas han constituido mi vocaci6n) deben afrontar la vida con una mAxima simplicidad, sin ambiciones de gloria ni de poder. Si hay un mensaje que expresar, por minimo que sea, es preciso realizarlo lo mejor posible. Siempre he recordado, a lo largo de mi vida y frente a cada instante decisivo, unas palabras de Dickens (Dickens fue una predilecci6n de mi juventud) a un periodista que lo interrogaba sobre su labor: -Mi secret0 no es pensar en el porvenir, sino tratar de resolver lo mejor posible lo que tengo entre manos. Y esto es Io que intento expresar en esta autobiografia de mi doble vocaci6n. Deseo explicar por quC fui escritor y por quC, mris adelante, del escritor surgi6 el maestro. Pienso que ambas realizaciones (me asusta un poco lo presuntuoso de la palabra) estin unidas en mi y son la una product0 de la otra. Dos expresiones del mismo semblante, como diria Conrad. Me siento, puqs, en un clima de intimidad y puedo contar familiarmente mi peripecia espiritual. Medio siglo de tanteos e indecisiones, de aciertos y desaciertos, tan peculiarmente caracteristicos de un intelectual sudainericano en la aurora de este siglo. Es preciso evocar a1 Chile de esos afios, un Chile que vivid una vida apasionada y hasta cierto punto irreflexiva, embriaguez de un holgado instante econ6mico y la 16gica despreocupaci6n del porvenir. Si intentrisemos una definici6n simplista de la sociedad chilena de ese tiempo, podriamos decir que existian dos Chile, casi antitCticos. El Chile primitivo, laborioso, de las provincias y el Chile europeizado +Discurso de incorporacih' a la Facultad de Filosofia y Educacibn, pronunciado en abril de 1953.

Santiago, Editorial Universitaria, 1953, pp. 9-41. 11

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At A

R IAN 0 LAT0R R E

y manirroto de Santiago; sin embargo, la ambici6n del provinciano que se enriquecia era residir en Santiago y la de toclo santiaguino arruinado, ir a reponer su fortuna al n o m o a1 sur, a las salitreras o a 10s campos recign I ozados de la frontera. Sin impucsm de ningum espxie, e1 salitre proveia a todo, Chile xivia entregaclo a una vida fastuom y alegre. kas fiestas de 10s aristcicratas o las de 10s nuevos ricos, sus escbndalos sociales, sus negociaclos y sus crimenes, que tan bien ha decrito Orrego Luco, su cronista Iiterarlo, eran rnirados sin hosquedad por las clases medias y bajas y hasta con cierta bEnevolencia consentidora. Ad, tambih, Blest Gana. fij6 al si6tico de su tiempo, abierta la tarasca de asornbro ant2 un sarao, donde una dama de reluciente peinet6n intentaba tocar un clave ciesxfinado. No es el momtnto de expiicar por que este pais eddnico se hizo s6rdiclo y desconiizdo, ni por qui: In talla oportuna se convirtib en pulla envenenada. Una vicla relativamente c6moda me impidi6, quizi, darme exacta cuenta de la evolucidn del medio y de 10s cambios mAs sutiles del espiritu co!cctivo. Esto quiere decir que el fenbmeno de transicicin apenas me rozb; sin embargo, pude haberlo penetrado agudarnente, porque uno de 10s politicos mbs renombrados de ese tiempo, don Enrique Mac Iver, era de mi tierra, del ;ifauk. Me toc6 conocerlo de cerca. Lo oi muchas veces en la plaza del puerto 10s dorningos o en el muelle, junto a1 rio en las tardes, lopinar con tono doctoral, lejano, sobre politica americana y europea. Falabreria generalizadora y algo jeremiaca, agradable de escuchar, sin embargo. Era un orador nato y lo que le oi, siempre x e produjo la impresicin de un discurso. Por consiguiente, de Ago mis extern0 que profundo, ni2s espectacular que verdadero. Con perfecto domini0 de la sintaxis castellana, brotaba de su boca, de sus labios abdtades y ternblorosos, un torrente de palabras, entibiadas por una poderosa voz de baritono. Cajo, endeble, vestid; pulcramente, sus ojos grises miraban sin mirar. Los velaba el brillo de 10s espejuelos. No tenian mirada en realidad. Lo interesante era su boca, ancha y redonda como la bocina de un fonhgrafo. AIessandri le tom6 este aspecto de su oratoria,

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especialmente 10s efectos de la voz. Pero don Enricjue tenia el don del idioma. Yo le oi una vez a don Enrique Oyarzitn esta frase ingeniosa, despues de un discurso de hlessandri: -Alessandri me da la impresi6n de un Mac Iver sin sintaxis. Conoci a don Enrique, cuando era un hombre de cuarenta a cuarenta y cinco afios. Eo vi siempre solo, atravcsar la calle del mueIle en direcci6n a1 rio, donde 61 s o h sentarse largas horas. Radical de Chile, liberal de Inglaterra, era una actitud acomoclaticia, teatral h2sta cierto p w s " ~p, r o sin acentuar la nota, que se manifestaba en ciertas poses que en 10s portefios maulinos, a pesar del roce con 10s veraneantes de ?'aka y de Santiago, proclucian gran efecto: acornpaiiar a. su sefiora hasta la puerta de la iglesia y esperarla sentado en un banco de la p l a a o no destruir, porque habia pertenecido a su madre, una vieja armaz6n de madera que sirvi6 de watercloset cuando 170 existian 10s water-closets. Recucrdo a don Eiirique en este instante, no tantlo por lo que valia en si, sino por lo que en el puerto significaba la oposici6n a Balmaceda, y mi padre, que habia pertenecido a la guardia civica de la revohcih, continuaba siendo un balmacedista. Deba consignar ' un curioso sucedido que demuestra hasta quC punto se habian envenenado 10s Bnimos de U ~ Q Sy de otros. Lleg6 a ConsLituci6n, como a otros lugares de Chile, una partida considerable de bacinicas de loza, en cuyo fondo se habia pintado un busto del presidente vencido. El alboroto que se arm6 fuc gande. Y mi padre, comerciante a1 fin, resolvi6 el problema de la oferta y la demanda y de su adhesi6n a1 Presiclente, borrando con pinturdel retrato de Balmacda. El puerto, en esos afios, tenia una sorprendente actividad. Recordaba una factoria colonial, por 10s veleros, atracados en el muelle de la isla y por 10s vapores de rueda que entraban y sallan de la ria, con sus fastuosos abanicos de espuma en la p o p o en 10s costados de su casco. Ingleses, franceses, italianos y alemanes Ilegaron atraidos por el aparente florecimiento del puerto mayor. Barbudo trig0 de 10s cerros, lentejas morenas de las tierras bajas, maderas oloroszs en 10s haces o rodelas de lefia, en las rodas y codastes, labrados a filo de hacha en el coraz6n de la selva y que iban a formar, en las arenas de la playa, el esqueleto de IQS buques y lanchones Uuviales.

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En un fondo gris, desvaido como un tel6n de cine, veo desfilar las pequefias carretas carboneras, 10s calafates de 10s astilleros y 10s guanayes semidesnudos, las manos en sus largos remos. Formaban parte de un paisaje que el movimiento comercial, el ajetreo de barcos y de mercaderias, nos impidieron penetrar a fondo. MAS tarde, a1 morir el puerto mayor, bloqueada la barra del rio Maule por las arenas y convertida la costa en un balneario, sucedi6 una cosa semejante. Volvi6 a desaparecer, absorbido por el veraneante de Talca y de Santiago, el autCntico maulino, que vivi6 esta vez de su explotaci6n y adquiri6, finalmente, todos 10s vicios y muy pocas de sus virtudes. Existia un colegia primario en el convent0 de la Inmaculada Concepci6n y unas escuelas, del tiempo de Balmaceda, pomposamente llamadas escuelas modelos. Estuve alghn tiempo en ellas y no recuerdo a mis camaradas de entonces. No he olvidado a mis primos franceses, 10s veia a cada instante, y a 10s gringuitos de mi edad s610 10s conoci en las vacaciones, pues sus padres 10s enviaban a1 colegio Mac Kay de Valparaiso, para colocarlos en las grandes casas comerciales de ese tiempo: Duncan Fox o Rose Innes. Y 10s italianos no se movian de 10s mostradores de sus despachos y 10s alemanes de sus panaderias y fAbricas de cerveza. De 10s profesores del liceo, donde tambiCn estuve.un aiio, no hago memoria sino de un tipo extravagante que se apellidaba Bello, barb6n y triste que, sin que se inmutase su facies de ap6stol de Cristo, nos propinaba reglams en las palmas de las manos, moradas de frio, si IlegAbamos con algunos mintuos de atraso. Es un turbi6n de recuerdos, sin pies ni cabeza, donde se perfila la silueta de una monja de negros hibitos que me ofrece una manzana, o una misa dominical en la iglesita del puerto, oficiada por el cura Albornoz, un anciano de cabellos plateados. En el momento de alzar, se separaban teatralmente dos hojas de madera, que volvian a juntarse con estrgpito, recomponiendo una Inmaculada de Murilla, la del vestido blanco y el manto azul. Y a1 salir a la plaza, en el aire luminoso y sonoro, se oye el rumor de la marea, como si acompaiiase la misa aldeana del cura Albornoz. Me angustia, a1 evocar este instante de mi vida, mi soledad espiritual, mi aislamiento de todas las horas. Ni amigos ni maestros, ni siquiera la dura voz de la cerruca que me cuidaba, alguien, en fin, que nos hablase de la tierra donde viviamos, del rio azul que todas

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las mafianas corria hacia el mar, del secret0 de las mareas o del viento que hinchaba las velas de 10s bergantines y lanchones. Me daba la impresi6n de habitar un mundo desconocido. Ni 10s nativos ni nosotros que recien Ilegzibamos, teniamos conciencia alguna de la que nos rodeaba. Maule nio existia para ellos, sino en funci6n de 10s frutos de la tierra y de la fecundidad de rios y de mares. Mundo inedito que d l o he sentido despues y ha sido, finalmente, la raz6n de mi vida. En ese aiio, 1895, se produjo la crisis de la lenteja, la mAs valiosa de las exportaciones del Maule. Los ingleses pagaban altos precios, porque se extraia de su fecula una substancia aceitosa, a la cual se le encontr6 un substituto mzis barato. Y una tras otra, cerraron sus puertas de roble las viejas bodegas ribereiias y dejaron pudrirse sus embarcaderos, adonde atracaban las lanchas planas con sus grandes remos y sus gritones guanayes. A mi padre, como a muchos otros, lo arruin6 esta baja repentina de la lenteja. Una tarde, mis hermanos y yo nos embarcamos para no volver, en un pequeiio vapor de la Compafiia Sud Americana. En Valparaiso nos esperaba mi padre. Vivimos en un cerro del puerto, callejones adoquinados, en violentos declives, que parecian hechos de arroyos. AI mirar hacia atrzis, nuestra casa daba la impresi6n de empinarse sobre techos y balcones saledizos, para mirar la bahia. Era Chile lo que nos rodeaba y no obstante, nada sabiamos de su entraiia. S610 de s u piel, Aspera, primitiva, hostil. A1 matricularme mi padre en el liceo, mi contact0 con chilenos fue mayor. En un principio, no entendi a mis camaradas chilenos. Influia, sin duda, su aspecto fisico. No me atraian sus rostros aindiados y sus voces estridentes; mis bien me amedrentaban. Y para ellos no era yo sino un gringo, un extranjero, igual a1 hijo del italiano recikn llegado o a1 del pulcro joven ingles o norteamericano que tenia un empleo en una casa importadora. No recuerdo a mis amigos de Valparaiso, y si 10s tuve, se han fundido en la niebla de la memoria. Y a 10s profesores, tampoco. S610 una figura cobra relieve en ese momento de mi vida. Es una mujer del pueblo, morena, de tronco ancho y frente estrecha, pero de boca fuerte y reidora. He olvidado su nombre y lo deploro, pero recuerdo que cuidaba, como niiiera, a un inglesito deslavado, hijo de un empleado de banco.

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En las tardes de verano paseaba a1 nifio por las avenidas del Par que Municipal y en sus instantes de reposo (habia llegado a co brarme cariiio) me contaba mdgicas historias del cerro “La Campa na”, donde, seg6n ella, penaba un fraile, guardirin de un tesoro es condido por 10s jesuitas y donde vivia un culebr6n invisible qu robaba la leche a las madres dormidas y hacia morir de hambre a la criaturas. Fue una especie de mensaje de mi tierra que me llegaba, a trave de las consejas del ama de cria y de sus palabras, tibias como la le the de sus pechos. Se despert6 en mi el deseo de conocer el puerto. Fui un vaga bunclo de 10s cerros y de 10s malecones de la bahia. Me gustaban e m cerros que parecian montones de tierra a punto de deshacers y que, en lugar de Arboles, producian cams y ranchos. Y era una m6sica dspera, que oigo todavfa a travh del tiempo, el rechinar d las gr6as y el rodar de las cadenas, a1 soltarse las anclas de 10s bu ques recien llegados. La bahia, azotada por un temporal de norte, era imponente. Co linas de das, color de greda hhmeda, del mismo matiz de 10s cerros me parecian 10s cerros que se hubieran rebelado para terminar con malecones y muelles. No era extraiio, un barco varado en las roca de la costa. En mis excursiones, solia detenerme frente a 10s dos diques flo tantes, el “Valparaiso” y el “Santiago”, fondeados muy cerca de la Aduana. Tenia a 10s enormes diques casi COMO parientes, porque mi bisa buelo, don Juan Duprat, 10s remold desde Burdeos, en una azarosa travesia occdnica. Mi familia volvib a desunirse en Valparaiso. Mi madre regred a1 Maule con mis hermanos. Yo me quedC con mi padre en Santiago Vivi en una pequeiia colonia de la capital, en la calle San Pablo, frente a1 Mercado Central. No era mi encantada casita del puerto, mirador donde se veia a 10s barcos y la linea gris del horizonte; ahora habitaba en el interior de una agencia de empeiios que, como un barco pirata, se llamaba “La Estrella Negra”. A dos cuadras, otra agencia de otros vascos, “La Estrella Blanca”, y a1 llegar a Bandera, una mds, “La Estrella Roja” Era, como se ve, una escuadrilla corsaria fondeada a la margen de Mapocho, junto a1 mercado y a su fresco coraz6n de verdura.

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Estos vascos de la calle San Pablo se reunian a menudo cn casa de mi tio Emilio Labarca, capitAn retirado de la marina mercante hilbaina, un vasco alto y rubio, de cerrada barba rojiza que cada mafiana daba 10s “buenos dias” a una miniatura de velero, colgada de un list6n del tragaluz, en la puerta del comedor de la casa. La mesa, en 10s mediodias dominicales, era ruidosa y pintoresca como el comedor de un barco que navega en mar tranquilo. Recordaban 10s vascos sus correrias por t‘odos 10s mares o el encanto de sus caserios en el verano. Y 10s cerros de arroz, dorados por el azafrrin o las jugosas tajadas de bacalao noruego, se convertian en palabras a1 desaparecer por SLIS bocas. Mi tia Rufina Elorduy era una vasca temerosa y desconfiada. Sin rebelarse, se daba cuenta de que una agencia no era un milagro, sino un castigo de Dios, y a1 suhstraer algunos c6ndores de la Caja, para repartirlos en limosnas o mantlas, suponia que 10s reintegraba a las pobres gentes que habian empefiado sus rebozos o sus chaquetas en momentos de apuro. Ella, con un viejo manto de espumilla a medio colocar sobre 10s hombros; yo, con una bolsita de gCnero gris, donde tintineaban 10s c6ndores de oro, recorriamos capillas e iglesias de Santiago, dejrindolos en alcancias o en manos oportunas de mendips. Conoci, con ella, casi todas las capillas e iglesias de Santiago. En alguna, fui cofrade de una procesih, con un cirio en la mano, refunfufiando un refran que no recuerdo. Seg6n mi tia, Cste mi sacrificio (dos hioras de olor a cera y pabilos quemados) me alivianaba de pecados posibles y servia para que un pariente, que habia incendiado su tienda, saliese de la cArcel. Una mafiana de invierno, en una minhcula capilla del barrio Recoleta, oi, junto a mi tia, a un cura gordifl6n contar pateticos casos de personas enterradas vivas. Esos cuentos cavaron hondo en su Animo. Desde entonces, cada vez que moria alguien en la colonia espaiiola, corria con su manto viejo y su palabra iluminada, a impedir, y3 por lo menos a poner obstriculo, a la soldadura del fCretro. De Chile, hasta ese momento, no conocia sino a 10s transehntes, a las sirvientes domCsticas que, con su canasto a1 brazo, charloteaban con 10s pacos de punto, a 10s cocheros de victorias y berlinas o a las vendedoras de mote en 10s veranos o en las noches de invierno a 10s pequeneros, con su faro1 lagrimoso, en una oscura bocacalle de barrio.

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Una tarde, en una acera de la calle San Pablo, en las plataformas de 10s tranvias, unos muchachos descalzos gritaban a voz en cuello: -“i La Ley!” ‘ 1 La Ley!” iExcomulgada por el arzobispo Casanova! A pesar de que el diario valia una ficha, una moneda de cobre, no lo comprC, pero algo me dijeron esos gritos de la vida politica de Chile. Mi vida, entregada a si misma, sin guia de ninguna especie, recogia imigenes, hechos callejeros, gritos inexplicables, escenas de arrabal, sin que yo me diese cuenta de lo que significaban, porque mi verdadera vida se escondia en la obscuridad de la agencia de mi tio. Era un espectjculo habitual ver borrachos que dejaban sus chaquetas en el mostrador y mujeres sus rebozos o sus blusas, que tasaba con voz ronca el vasco Larrondo, mientras el riojano Monteavero, de cara aguzada y amarilla como una lonja de bacalao, redactaba las papeletas de empefio. Mi padre me matricul6, a coinienzos del afio 97, en las preparatorias del Instituto Nacional. No recuerdo ni a mis profesores ni a mis compafieros, per0 surge en mi memoria la rechoncha figura de un viejecita franc&, M. Gausselin, que nos hacia leer trozos del libro de Lenz y Diez, recibn editado. Una frase, una pobre frase que repetia el maestro con majadera complacencia: le solei1 brille por son nbsense, tuvo curiosa influencia en mi. El an6nimo pedagogo que la escribi6, adelant6se a su tiempo a1 evocar ese sol que brilla porque n o brilla. Flaubert no pus0 esa boutade ni en 10s labios de Bouvard ni de PCcuchet; sin embargo, him nacer en mi el gusto por la imagen novedosa, rara, que busquC con ansia en mis lecturas. A veces creo ver la figura del rector, don Juan Nepomuceno Es. pejo, barba rispida, voz ronca e imperiosa, con aspecto de guerrero que hubiese dejado en la oficina su yelmo y su peto, para taconear sobre las losas de 10s corredores del colegio, per0 pienso, t a m b i h , que esta imagen puda ser posterior, cuando en 1908 fui inspector del Instituto. Per0 antes o despues, el aspecto de soldado fanfarr6n de don Juan Nepomuceno fue el mismo, menos ronca la wz, menos negra la barba quizi. A1 mediar ese aiio, mi padre consigui6 un puesto p6blim en un pueblo del sur de Chile: Parral. Viajamos hacia el sur en el mes de junio.

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Nunca he olviidado ese largo trayecto en tren ordinario, que se detenia cada med ia hora y luego atravesaba lagunas de agua rojiza, que se partia en abanicos ruidosos en las ruedas de 10s vagones. En el interior Idel tren hacia frio. La lluvia rayaba 10s vidrios con interminables rosa rios de gotitas resbalosas y sucias. Mi espiritu estatba lleno de este paisaje que iba descubriendo. Cornpadecia a 10s cab;dlitos, chorreantes de agua, que soportaban sin rebelarse a 10s jine tes de poncho o a esos bueyes que arrastraban las carretas medio hiindidas en el lodo de 10s caminos. Los rios se enrollaban con furi:1 a 10s machones de 10s puentes y la marcha lenta del tren nos tray)asaba de angustia. PensAbamos que, de improviso, el puente iba a fa llar y tren y pasajeros se hundirian para siempre en ese turbi6n de aguas locas. Los Arboles, deshojados, se sacudian con el viento, mmo si quisieran libertarse de la pegajosa humedad de la Iluvia. Algo nuev 0, sorprendente para mi, surgia de este convulsionado paisaje de 11uvia y de hombres que la resistian y que, sin saber por que, me hac.fan recordar 10s cuentos que me contaba en una plaza de Valparais 0,la nifiera mestiza. No era, precisamente, una emocibn agradable. Tenia algo de morboso, pero, a1 mismo tiempo, de posibilidades de salud, de comprensi6n futura. Se me revelaba por si misma, sin la intervencibn de nadie, la tierra en que it)a a luchar y a vivir, a padecer y a morir. TambiCn era Chile, 16gicaniente, el mar de mi nifiez, per0 su esencia, su respaldo, su reserva la constituia este llano inundado y hostil en ese instante, que ten(Iria, tambikn, verdes primaveras y veranos de oro. Insisto en este lento proceso de descubrimiento, porque fue entonces que me se nti un hombre de Chile y de America y no un europeo, atrincheirado en un hogar vizcaino o bordelks. Y, ademis, porque explica mi. obra literaria y mi actuacibn pedag6gica. Mi vida en Parral no fue sino la compenetracih con un medio primitivo y vulgztr, per0 de intensa originalidad para mi. Primer0 con asombro, luego con agrado, mis tarde con cierta conmiseracibn, obseriraba a esos hombres del pueblo, de la clase media y la de 10s propic:tarios de la tierra, a fin de cuentas la aristocracia colonial, que vest ia del mismo modo, salvo la calidad de las telas y la riqueza de 10s adornos, y que tenian las mismas aficiones. T a c h alto, qiue les daba a1 andar no s4 qu4 de autbmatas, de rigidos movimien tos. En invierno, uniformados por el poncho de

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Castilla; en verano, el poncho, substituido por una manta liviana, plegada a1 hombro izquierdo de su chaqueta blanca. Parados eii las esquinas o jugando en El Club, coiniendo y bebiendo sin tPrmino, chascarro y carcajada, daban la impresi6n de que Vivian en un mundo paradisiaco, donde nadie debia preocuparse sino de vivir bien y satisfacer todos sus deseos. . A veces, en largas caravanas, iban a la estacidn, al paso de 10s trenes del norte y del sur. Era su contact0 con el resto del mundo, su convencimiento quiz& de que no Vivian en una isla solitaria. Pero adquirian extraordinario caricter a1 montar en sus caballos, a1 arrear 10s rebafios del llano a la cordillera y de la cordillera a1 llano y a1 lucir la buena rienda de sus cabalgaduras en las atajadas de la medialuna. Sin embargo, ese pedazo de llanura, regado por el Perquilauquh, tendido a1 pie de las cordilleras, como muchos rincones del valle central, constituye la raiz y esencia de Chile y la actividad de su comcrcio a lo largo de muchas leguas. Patrones e inquilinos eran en el fondo muy semejantes. Como que muchas veces resultaban parientes, liijos o' hermanos. No hay que olvidar el verso de Pezoa, a1 pintar a un gafidn del ~ l l central: e

Porque el niuclincho y rubio como el patrdn.

PS

brnuio

El inquilino no es sino un patrGn desposeido, pero a ambos 10s tine una sola aspiracibn: enriquecerse a todo trance y gastar si1 dinero en diversiones y juergas. Las mujeres poseen, casi siempre, una sensibilidad superior (me refiero a las clases acomodadas) y por sus estudios en colegios de monjas (Y liceos influyen en la cultma de sus padres, hermanos y mariclos. En la escuela piiblica de Parral (no liabia otro colegio en la villa) conoci a mis compatriotas del valle central, pobres y ricos. Eran prirnitivos y chabacanos, pero sin maldad. Me divertian con su pintoresco dialecto: * -iOiga, don! ihlire, don! Y aim m h , con sus ponchos, tejidos en primitivos telares, de colores oscuros, grises o castafios, sobre chaquetas mal cosidas y sus cabe-

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VOCACION

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110s tiesos, donde se encajaban a la fuerza 10s sombreros de las mAs absurdas formas y caracteristicas. Y asi era el hombre del campo, no penetrado a6n por la civilizaci6n moderna. El patr6n evolucion6 hacia la politica, la conservadora o la radical, pero el inquilino, su imagen desdibujada, no hizo sino seguirlo en las elecciones como le obedecia en las faenas de campo Este patr6n o inquilino del interior era la antitesis del costino o del cerruco del Maule, quiz2 porque el &do trabajo de la pesca o de 10s cultivos en tierras pobres, empequefiecian su Animo y mataban su ambici6n. En Parral no era com6n el enganclie; en el Maule se hizo una costumbre, una solucih de las sequias. No tomando en cuenta el pintoresquismo de SLI vida ordinaria, esos patrones y esos inquilinos no podian ser el tema de una interpretaci6n sicol6gica sin ialsificar la realidad; sin embargo, existian, formaban parte de un medio, a6n no conquistado sina minimamente por el hombre de Chile, y el paisaje tenia, como es 16gic0, una significacidn preponderante. Este primer contact0 con una tierra a medio cultivar y con un hombre a6n no realizado sicol6gicamente, qued6 en mi memoria corn0 una semilla que perdi6, primero, su Aspera cuticula y germin6 luego, borrando las influencias europeas de mi temperamento. Fue, en la primera kpoca, una embriaguez sensorial y mis adelante, un razonar de todos 10s momentos, despojando de cortezas adventicias la idea primigenia, germinadora. AI volver a casa de mi abuelo franc&, despues de la muerte de mi padre, esta conquista del medio, no de su espiritu, que s610 entonces comenzaba a advertir, se acentu6 en forma dramjtica. Desde luego, sentianie un extra60 en casa de mi abuelo y el abuelo pareci6 advertirla. Aspero y autoritario, se cercior6 en forma indirecta de lo que ya adivinaba o habia descubierto. Era un verano de la ribera maulina. En ese verano estaba conmigo mi primo Luis Court Libano. Yo terminaba mis humanidades. Lucho era guardiamarina, reciCn egresado de la Escuela Naval. Mi abuelo, es 16gic0, tenia por mi primo mayores consideraciones. El uniforme de marino, con 10s relimpagos de or0 de 10s botones sobre fondo oscuro, tiene en 10s puertos una importancia innegable. LJn mediodia (Clara luz, gratas brisas del mar) mi abuelo habia

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MARIAN0 LATORRE ~

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dejado su caballo de paso en la calle, las riendas en un farol, nos llam6 a mi primo y a mi. Un gobernador, recien llegado (medio pelo de la politica como nos dijo una vez Miguel Luis Rocuant, que habia sido tambien gobernador en una campafia electoral), de apellido Alamos, un vejete regaiibn (le dolian todos 10s huesos), dijo en el Club Social que 10s astilleros de Maule estaban anticuados en la construcci6n de barcos. Sus procedimientos, decia, databan de la Colonia. Se referia, especialmente, a la tecnica de curvar las maderas, codastes, rodas o cuadernas, mediante el vapor de agua. Nos asombr6 que mi abuelo nos hablase en franc&, un franc& suelto del sur, sin nasalidad: -Si vous voulez aller faire votre service militaire B France B Forges et Chantiers de la Mediterrane'e, B Toulon (moi, bien cornpris, vous page vos dCpens) et au retour je vous associerai aux Chantiers, ici, B Maule. Nos miramos un instante mi primo y yo y en su actitud adverti la misma decisi6n que se habia cuajado en mi. Sin hablar, sabiamos que en adelante Pramos de Chile, de una tierra de porvenir. Y sabiamos, sobre todo, que el paisaje nos habia conquistado mds que el hombre. Mis humanidades las curse en el Liceo de Taka. Me toc6 llegar a1 Internado de ese Liceo, al implantarse el sistema condntrico en la vieja educaci6n secundaria. Habia ya algunos profesores del Institutcr Pedagbgico, p r o a6n subsistian 10s abogados y m6dicos que completaban sus rentas dictando clases en cualquier forma. Sobre 10s j6venes maestros tenian, en un principio, su prestigio de profesionales, la pmtecci6n de la Iglesia y la de 10s terratenientes de la regi6n. Sin que penetrdramos la novedad del sistema nos dimos cuenta que el ver las cosas frente a frente, el conocerlas por nosotros mismos era mris provechoso que tragrirnoslas, sin masticaci6n alguna, de memoria, como se zampa un pavo hambriento las nueces, con su criscara y toda. Intuitivamente, sabia que s610 de este modo podia resolver el enigma de un mundo virgen que se nos ofrecia sin mris compensaciones que llegar a PI. Fidel Pinochet Le Brun fue mi profesor de castellana.

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Discipulo de bJercasseau y Morzin, era un virtuoso del buen estilo. No el ampuloso, sino el claro, el precis0 en su trama sintictica. Influia quizis su origen franc& en estas predilecciones, y sus predilecciones fueron, t.ambi&n,las nuestras. Leiamos a Ceimantes y a 10s novelistas picarescos y mis tarde, a Pereda y a Galdcis. Y conocimos, asi, muy bien, a 10s pescadores de Santander y a ICIS burgueses madrileiios, p?ro yo me preguntaba a toda hora, ty Clhile? {No existia Chile?