MEDIEVAL

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UNIDAD 1 Goffart: La instalación de bárbaros en el Imperio Romano se remonta a los tiempos de Augusto, y antes. Había muchas formas de asentamiento e involucraban una variedad de métodos legales, sobretodo del siglo V, constituyen un grupo definido por un pequeño corpus documental que apenas alcanza a llenar unas cinco páginas de todo lo impreso en el mundo moderno. Estos aluden a los godos y los burgundios de la Galia, a los vándalos del Norte de África y, para Italia, a Odoacro y su ejército, luego a los godos de Teodorico. La explicación de Gaupp gira en torno a la idea de que la distribución de parcelas de tierra (sortes) a los soldados bárbaros se asociaba al sistema romano de acuartelamiento militar que los autores modernos suelen denominar hospitalitas. Hasta la década de 1920, el esquema de Gaupp fue objeto de numerosos comentarios, algunos de ellos extensos y controvertidos, pero no surgieron cuestionamientos o modificaciones de fondo La conclusión más importante a la que llega el análisis que hace Halsall de los escritos relevantes publicados desde 1980 es negativa pero crucial: que la obra de Gaupp ya no puede tomarse como normativa: “Se acepte o no la detallada tesis de reemplazo [de Goffart], [él] minó irreparablemente la idea de que el sistema romano de hospitalitas tuviera alguna relación con la tierra o la propiedad, y sirviera por lo tanto como base de sustento para el asentamiento territorial”, en breve, “no es posible regresar al status quo ante Goffartum. El objetivo principal del presente artículo es ofrecer una (re)exposición concisa pero completa de la interpretatio Goffartiana de estos asentamientos. Desafortunadamente, mis dos libros no son de fácil lectura. Halsall observa con amabilidad que Barbarians and Romans es “más complejo y sutil de lo que dejan ver muchas críticas” (426). Los lectores han tenido que poner su mejor empeño para seguir los rumbos sinuosos de los argumentos que a veces se vuelven intrincados. Entre los muchos críticos de mi obra, sólo uno, María Cesa, parece haber comprendido cabalmente la línea de razonamiento. Pido disculpas por haber sido tan exigente; no es fácil ser simple cuando se explora un nuevo territorio. Con tiempo y esfuerzo, he podido reducir el esquema a sus rasgos esenciales: mi interpretatio está expuesta a continuación en cinco puntos breves. El propósito de estos cinco puntos es acotar y condensar un argumento elaborado anteriormente a lo largo de varios cientos de páginas. Me ceñiré al uso del mínimo de pruebas necesario para documentar los hallazgos esenciales. 1) Según el argumento central de Gaupp, la ley de Arcadius de 398 D.C. que otorgaba hospedaje al soldado en tránsito (Cth 7.8.5) fue posteriormente adaptada al asentamiento de bárbaros. La idea de Gaupp supone que una ley dictada para impedir pérdidas de propiedad se convirtiera en una ley que expropiaba bienes privados para transferirlos a otra persona. Esta metamorfosis supuestamente legal es inimaginable. Las fuentes muestran claramente que el hospedaje, militar o civil (hospitalitas) proporcionaba únicamente un techo, abrigo y agua a los viajeros; nada más. No conllevaba ninguna transferencia de propiedad, ni teórica ni real. La regla romana de hospitalidad simple perduró; se encuentra en las leyes burgundias y carolingias. Nunca fue un método para desposeer a los terratenientes romanos y repartir su propiedad entre los bárbaros. 2) La tierra no es una entidad simple ni unívoca; se la puede concebir de tres maneras: vivienda o lugar de cultivo; propiedad; valuación gubernamental de una propiedad de la cual se obtiene un ingreso fiscal (tales valuaciones estatales, y con frecuencia la carga impositiva a la que están sujetas, se inscriben en registros públicos conocidos generalmente como registros de catastro, el término aquí empleado) Las tres acepciones del término “tierra” podían acumularse en una sola persona: el dueño de un terreno podía también cultivarlo y ocuparlo, y a la vez el estado podía eximirlo de los impuestos correspondientes (en cuyo caso el dueño recaudaba la renta impositiva para sí mismo). Normalmente, las tres acepciones se distribuían de dos o tres maneras. Según las fuentes, el asentamiento de los bárbaros

afectaba a la tierra únicamente en el tercer sentido, el único que permitía al estado romano valerse de la propiedad territorial de sus provincianos sin confiscarla. 3) Las condiciones que rigieron el asentamiento de los visigodos son un ejemplo sucinto. En primer lugar deben considerarse las tertias Romanorum. Según la Lex Visigothorum 10.1.16, tertia era la tierra que pagaba impuestos al fisco real; los dueños eran romanos y ellos la cultivaban, pero era “real” desde el punto de vista de la recaudación fiscal. 16Lex Visigothorum 10.1.8 confirma que lo que está en juego es “tierra real”. Dicha ley prohibía que un godo tuviera tertia Romanorum a menos que se la hubiese otorgado el rey. Este don (gift) del rey no podía ser tratarse de la propiedad misma, que los romanos retenían, sino de la valuación de la propiedad que generaba un ingreso, es decir, tierra privada en su sentido fiscal, registrada en el catastro y a disposición del rey para otorgar o quitar Tomadas como un conjunto, las tertia y las partes Gothi nos permiten representarnos la imagen del catastro total del territorio que ocupaban los godos: el rey retenía un tercio para sí; los dos tercios restantes se adjudicaban colectivamente a los soldados godos para dividirlos en tenencias hereditarias aproximadamente iguales: las sortes. 4) El mecanismo administrativo de la instalación dividió el catastro; una parte (como puede ser un tercio) la retenía el rey; la otra parte (como pueden ser dos tercios) se otorgaba a los soldados y se adjudicaba a individuos en la forma de sortes hereditarias. Ni las tertia reales ni las sortes Gothorum resultaban de la expropiación y transferencia de propiedad romana. El rey y sus soldados vivían de las sumas (impuestos) que antes se pagaban al estado romano, por lo cual este último cargaba con el costo del asentamiento. Podían hablar de “su tierra” y hasta de “su propiedad”, pero lo que estas tierras producían no era ni cosechas ni alquileres sino impuestos. Es correcto afirmar que los ingresos que percibían estos soldados, al igual que el rey, eran “partes del impuesto”. Constaba de dos etapas: división del catastro entre el rey y las tropas; luego, asignación a las tropas de la fracción del catastro que se les había adjudicado. Cada soldado recibía una lista extraída del catastro de las propiedades romanas cuyos ingresos fiscales le correspondían como bien hereditario; podía referirse a ellas como “su tierra”. De allí en más, el soldado debía cobrar a los propietarios romanos lo adeudado, o un agente podía hacerlo. Es posible que, una vez privatizados, esos ingresos se hayan asimilado pronto a un alquiler. Las sortes eran propiedad hereditaria, otorgada irrevocablemente de una vez y para siempre. Cabe agregar dos puntos de suma importancia: (i) La sors del soldado no era “gratuita”; bajo pena de multa, el dueño de la sors le debía al rey servicio militar no remunerado. Las sortes constituían la base del presupuesto militar y del reclutamiento que hacía el rey; el servicio militar era el “impuesto” (functio publica, deber público) del soldado; (ii) Normalmente, el tamaño de cada sors bárbara debía ser mayor que el de una propiedad romana promedio. 5) Italia ostrogoda: Casiodoro, Variae 2.16. Esta conocida carta describe el reparto de asignaciones (deputatio tertiarum) a los godos. Esta división, cuyos costos fueron enteramente solventados por el estado, puede haber sido tan pacífica y armoniosa como Casiodoro quiere que creamos. En suma, la técnica de asentamiento bárbaro reglamentado era lo suficientemente sencilla como para ser explicada en unas pocas líneas. El catastro de un territorio (como sea que se lo defina) se repartía en alguna proporción entre el gobierno del rey y el ejército, y la parte correspondiente al ejército se fraccionaba en asignaciones individuales hereditarias, idealmente iguales, otorgadas a cada soldado. El soldado recibía un extracto del catastro con la lista de las propiedades y los propietarios que constituían su sors y le adeudaban su carga (fiscal) anual. Los límites de la sors coincidían con los de la propiedad listada en el extracto del catastro que recibía el beneficiario. Sobre la base de dicho extracto, en adelante el soldado cobraba personalmente los ingresos anuales (impuestos) que en la practica habrán pasado a asemejarse muy pronto al pago de una renta anual. 1) Más allá del resumen: La otra parte de la historia del asentamiento regulado Una característica saliente de la reconsideración de la “instalación” en Barbarian Tides es que he descartado la organización básica

de Barbarians and Romans, donde se presenta primero el caso ostrogodo por seguir el orden cronológico. Este reordenamiento del material refleja un cambio importante en mi pensamiento: la evidencia ostrogoda ya no necesita tener prioridad en el argumento; en vez, hay una clara ventaja en enfocarse primero en el caso visigodo. La interpretación de mancipia como tenencias más que como personas también parece estar justificada. Otros problemas aún aguardan su solución. Nuevas mentes deberán llevar adelante la empresa. Hasta ahora, el objetivo de la indagación era decifrar el método que usó la maquinaria gubernamental de Roma para integrar a los soldados bárbaros en el tejido de las provincias. Una nueva cuestión –que los debates han postergado–cobra ahora relevancia: ¿qué significado tuvieron esos asentamientos en las tierras donde ocurrieron, y cuáles fueron sus consecuencias futuras? Se pueden aventurar algunas reflexiones tentativas sobre estas cuestiones. Habrá que meditar más sobre ellas en el futuro; pero han surgido algunas ideas. En todos lados, era el estado quien cargaba con los costos del asentamiento bárbaro reglamentado; una porción muy considerable de sus ingresos por recaudación impositiva se transfería permanentemente a los individuos que integraban los ejércitos bárbaros. La porción de los ingresos catastrales que quedaba para los gobiernos constituía el tesoro real: tierras y sus pobladores que pagaban impuestos fisco. Este sacrificio oficial de los ingresos catastrales del estado, mucho (en Italia) o casi todo (en Galia) es el motivo por el cual no hubo protestas de los terratenientes. Idealmente al menos, el proceso era indoloro para la población afectada; la propiedad y el cultivo seguían como antes, al igual que la carga impositiva, pero de manera privatizada excepto por la fracción que retenían los reyes para sí. Donde antes, al menos en teoría, había recaudadores de impuestos a cargo de unidades territoriales grandes, o distritos fiscales, pasó a haber beneficiarios individuales de sortes en posesión de unidades bastante grandes pero de tamaño personal (distritos fiscales fragmentarios) que les daban derecho a los pagos que antes se abonaban al estado, que mantenía un interés lucrativo en las sortes; sus titulares estaban obligados a prestar servicio militar no remunerado bajo pena de multa; ese era su impuesto, posiblemente una carga pesada, y sabemos, al menos por la evidencia franca, que esta obligación fue duradera. El último regalo que Roma les hizo a los reinos bárbaros fue una conmutación masiva (adaeratio) que convertía una buena porción de los impuestos de los civiles en ingresos para los reservistas sujetos a movilizaciones intermitentes. La noción de remuneraciones provenientes de la propiedad de tierra a cambio de servicio militar real o potencial estaba arraigada en el mismo suelo de los reinos. Este intercambio anticipa o instituye una práctica medieval muy familiar. Los soldados beneficiados estaban obviamente exentos de pagar impuestos en dinero o bienes; el gobierno les aseguraba su ingreso al cederles estos recursos y les imponía un “impuesto” a su estilo militar. Esta misma cancelación del impuesto no puede haberse aplicado al lado romano de este arreglo: los terratenientes y sus arrendatarios. Durante mucho tiempo los terratenientes se habían ocupado de cobrar las exacciones estatales a sus dependientes; esto no iba a terminar. Los dueños mismos, que manejaban sus tierras y gozaban de los variados derechos de propiedad (como la venta y el intercambio), ahora estaban obligados a hacer pagos preestablecidos a los dueños de sors, los cuales con toda probabilidad no eran exactamente equivalentes a los que ellos podían extraer de los que cultivaban sus tierras. El sistema impositivo romano estaba atado a la tierra; lo mismo ocurría con las obligaciones militares de las sortes. A esta altura ya debería ser evidente que la idea de que la “tierra” haya desempeñado un papel en el asentamiento visigodo, que los godos hayan recibido “tierras”, no es en modo alguno incompatible con mi esquema basado en el impuesto o el catastro. La referencia que hacen Filostorgio u Olimpiodoro a la agricultura responde a una arraigada desvaloración de los bárbaros. Estos pobres infelices extranjeros que vivían en tierras espantosas se acercaban al gran padre blanco romano a suplicarle que les otorgara medios de vida, tierra para cultivar. Este es el tipo de discurso acerca de los bárbaros que el público quería oír, porque ponía a los inferiores en su lugar. Olimpiodoro, un diplomático de confianza de la corte de Constantinopla, escribía para “los servidores imperiales encargados de la alta administración del imperio.”Entonces, si se quiere, la fuente tiene razón a medias, aunque no afecta mi argumento a favor o en contra, pero también se equivoca a medias. Los veteranos visigodos de Wallia no se enfrentaban a la

perspectiva de ensuciarse las manos endurecidas en mil batallas escardando el suelo y levantando cosechas. 3) El asentamiento vándalo: Modéran considera que es importante negar que haya existido una “avenencia” pacífica (peaceful accomodation) entre romanos y vándalos en el Norte de África. No tengo nada que decir acerca del espíritu de este asentamiento, lo cual requeriría de otras consideraciones ajenas a la evidencia central sobre este asunto. La técnica de instalación que nos ocupa no prueba prima facie ni cordialidad ni hostilidad; únicamente ilustra los métodos administrativos romanos y su aplicación a este caso particular. El África vándala se distingue por proveer la documentación más clara y menos equívoca en cuanto al procedimiento de reparto basado en el catastro que se describe anteriormente. Lo que “ordena” Genserico coincide de manera precisa con lo que hemos aprendido sobre los pasos que se seguían en la instalación de bárbaros. Primero, dividió el catastro total de la conquista –el registro de valuaciones fiscales, “tierra” en su tercer sentido (el reino en sí quedaba indiviso). Las provincias que se mencionan primero son la porción del catastro total que Genserico se quedó para sí, es decir, para el gobierno o “palacio” y asignó la provincia Proconsular, esto es, sus recursos catastrales, al ejército.49El paso siguiente, que Víctor no distingue como un segundo paso pero distinguible como tal sin distorsiones por nuestra parte, era la partición en lotes hereditarios de la porción del catastro de Proconsularis correspondiente a los soldados. Los límites de cada sors coincidían con los de las fincas romanas que la componían. Los dueños en ejercicio, por no hablar de los agricultores, no sufrieron expropiación ni se les negó la parte que les correspondía de la producción de la provincia. Los vándalos recibieron “tierra” en el tercer sentido, el estado les cedía los recursos fiscales derivados de dicha tierra, mientras que por su lado los terratenientes romanos conservaban la propiedad y los agricultores sus pedazos de suelo. Los agricultores levantaban sus cosechas; los propietarios cobraban sus rentas; y el estado, y luego los beneficiarios de sortes, recaudaban los impuestos que Genserico les cedía por medio de una exención impositiva. Debería ser obvio, aunque no lo ha sido para varios comentaristas, que Víctor y Procopio tienen explicaciones muy divergentes entre sí acerca de los orígenes de las sortes Vandalorum. En el caso de Víctor, las sortes resultan de un fraccionamiento y reparto de recursos públicos, es decir, de la reorganización, dispositio, de un territorio público; en el caso de Procopio, provienen de un “despojo” original, que presumiblemente implica la toma y redistribución de propiedad privada. Aunque Modéran considera que ambas explicaciones se complementan entre sí, solamente una mala comprensión de la legalidad que implican puede armonizar las fuentes. Por otro lado, el final del pasaje de Procopio es inobjetable. Es consistente con lo que informa Víctor en el sentido de que las sortes, y las propiedades de los hijos de Genserico, deben haber estado exentas. El relato de Procopio acerca de una de las causas del motín (536) empieza luego de la derrota vándala (534), cuando los soldados romanos, incluso los guardaespaldas del comandante en jefe y los domésticos, toman como esposas legítimas a las viudas y la hijas huérfanas de los soldados vándalos. Las mujeres estaban en posesión (básicamente, eran las dueñas) de las sortes de sus maridos anteriores. Ellas instaron a sus nuevos maridos a exigir propiedad legal como sucesores de estas tierras a través de sus esposas. El gobierno romano se rehusó, exigiendo la entrega de las tierras en calidad de conquistas del estado llevadas a cabo por soldados cuya remuneración y privilegios eran compensación suficiente. El razonamiento del gobierno era enteramente correcto y legal en lo que atañe al origen de las sortes. En resumen, inducido a error por las condiciones del África de su tiempo, Procopio no es un testigo digno de crédito en cuanto al origen de las sortes vándalas. Debe darse mucha más preferencia al testimonio de Víctor. La forma de instalación que describe Víctor no es necesariamente una señal de armonía entre Genserico y sus nuevos súbditos; simplemente ilustra la aplicación de una técnica romana existente y eficiente que está muy alejada de la noción de una expropiación desordenada, perturbadora y peligrosa de tierras privadas para su redistribución.

Lo que importa aquí es que Víctor no indica en ningún momento que se haya expulsado o desposeído a los terratenientes romanos que no eran nobles. Tras la privatización de sus fracciones del catastro, estos terratenientes permanecieron como administradores de sus tierras y como contribuyentes impositivos para los recaudadores individuales vándalos. La ausencia de convulsiones no es ni paradójica ni sorprendente; había una razón simple para que así fuera. Nadie alzó la voz de protesta porque la instalación se hacía a expensas del estado y de nadie más. El cultivo del suelo siguió a cargo de los agricultores que levantaban las cosechas. La propiedad de la tierra por parte de dueños privados romanos tampoco se vio afectada; aun en el Norte de África no se expropió a los terratenientes laicos comunes. El cambio ocurrió en el estrato más alto de los derechos de propiedad, a saber, en el catastro gubernamental de la propiedad. Dado que el catastro y los ingresos fiscales de él derivados concernían únicamente al gobierno, las pérdidas incurridas se sintieron únicamente en el tesoro público. La población en general no se inmutó. Nadie, a menos que se tratara de un funcionario público, iba a quejarse o manifestar contrariedad si el gobierno afrontaba todo el costo de la instalación de bárbaros. Es un hecho ampliamente conocido que los bárbaros de la Galia recibieron dos tercios (de lo que sea), mientras que los de Italia, bajo Odoacro y luego Teodorico, se contentaron con un tercio. Hans Delbrück propone que esta distinción se relaciona con los gastos militares: “Teodorico también dio a sus guerreros una suma en efectivo… no como paga regular sino como don (gift) anual. La distinción no es teórica. Sabemos por testimonios francos que se daba por sentado que los soldados movilizados debían procurarse equipo y alimentos por sí mismos cuando estaban en campaña. El gobierno no apartaba remesas ni para pagos militares ni para vituallas. Las sortes de los soldados financiaban todo, y los que no comparecían a la convocatoria del rey pagaban multas severas que se deducían de sus asignaciones. Las leyes visigodas hacen referencia a la movilización militar y establecen multas por no comparecencia, pero sobre este asunto queda mucho por aclarar. Las sortes existían como un estipendio de subsistencia; se esperaba que “alimentaran” a los reservistas y sus familias, proveyéndoles de un sustento básico decente. Pero cuando había movilización de godos para servicio activo, el gobierno pagaba a los soldados llamados a servicio remuneraciones por encima de las derivadas de sus asignaciones.El sistema italiano estaba diseñado para un territorio en el cual los mecanismos impositivos, o sea el flujo de impuestos hacia las arcas públicas, todavía tenían la eficiencia suficiente como para permitir al gobierno remunerar a los soldados movilizados cuando estaban en campaña o acuartelados, y retener su recaudación para otros fines cuando no era necesario destinar esos fondos a la guerra. Según Procopio, los líderes de Italia reaccionaron con indignación cuando el ejército exigió un tercio del catastro para sí; presumiblemente se daban buena cuenta de que al conceder este reclamo accedían a la afectación permanente de una porción de la base impositiva a un solo rubro: las fuerzas armadas Es casi seguro, por ejemplo, sin necesidad de documentación, que ya hacía tiempo que el gobierno de Italia dedicaba al menos un tercio de sus recursos al gasto militar. No obstante, el reparto de los catastros en los reinos bárbaros fue un paso irrevocable: el presupuesto militar era inflexible, se asignaba de una vez y para siempre a los tenedores hereditarios de sortes, sujeto a su servicio en la guerra. Algunas leyes se dictan con un propósito especial, pero puede ser provechoso, en principio, considerar la posibilidad de que se hayan dictado con un propósito más general. El rey tenía sus razones para preocuparse por las tertia Romanorum; de estas tierras provenían sus rentas fiscales. De eso no se sigue, sin embargo, que la prescripción a cincuenta años sólo sirviera a sus necesidades y se vinculara con algo como el tratado de 439. También importaban las sortes. Ellas afectaban a todos los godos merecedores de ser investidos de un ingreso sin esfuerzo. Esas asignaciones no garantizaban solamente un estándar de vida; también comprendían una cantidad definida

de propiedad tasada con límites conocidos, cuyos propietarios abonaban pagos al dueño de la sors. Uno puede imaginar un ejemplo de pérdidas posibles: el propietario romano de una finca comprendida en una sors podría vender parte de la finca a un tercero sin notificar al dueño de la sors ni modificar los registros para reflejar la nueva situación, es decir, sin registrar el nombre del nuevo dueño en los registros como el nuevo “contribuyente” en función de la tierra que había comprado. La ley romana para tales situaciones era clara: la venta de tierra no estaba completa en tanto el nombre del nuevo dueño no reemplazara el del antiguo dueño en los registros públicos.Pero esta ley no tenía los instrumentos para obligar a su cumplimiento. El vendedor y el comprador podían olvidarse convenientemente de la sors y pasar desapercibidos. Era mucho lo que el dueño de las sors se arriesgaba a perder con la transgresión más o menos deliberada de sus derechos, y lo que estaba en juego era más abstracto que la propiedad ordinaria de acres cultivados. Esos eran los derechos que necesitaban protección. Es posible que el inventario edilicio en las tierras donde se instalaron los bárbaros fuera amplio como para hacerles algún tipo de lugar a los comparativamente pocos inmigrantes cuando llegaban. Al cabo de un tiempo (aun inmediatamente), estos podían comprar las casas, o podía emprenderse una construcción nueva para alojarlos. Los bárbaros entrantes no carecían de recursos líquidos; presumiblemente habían sido saqueadores exitosos en alguna que otra ocasión; o podían echar mano de sus ingresos por sortes. Una vez que estaban en posesión de sortes territorialmente definidas, tenían la opción de residir cerca del sitio de donde provenían sus ingresos. Alternativamente, podían confiar el cobro de sus ingresos a agentes y vivir adonde les viniera en gana, sobre todo en las ciudades, o dondequiera que el rey considerara deseable que se establecieran. El asentamiento se situaba sobre la frontera de los territorios que todavía gobernaba el Imperio o aun más allá. … Es claro que aun la situación más temprana descrita en las leyes se refería a la división de tierras más que a la división de rentas. Esto es más fácil de comprender. El Imperio tenía menos que perder en aquellas regiones al otorgar dichas tierras y menos capacidad de organizar y administrar la reorientación de rentas fiscales en áreas que igualmente con toda probabilidad no generaban tales rentas circa 440. Aquí la división de tierras aparece como la solución más simple. La manipulación a la ligera de un supuesto saber acerca del poder del imperio en el área del asentamiento burgundio llama la atención. Para poder otorgar tierras privadas a otros, primero hay que quitarles esas tierras a sus propietarios. Esto no es fácil de hacer de manera legal; aún si se hace ilegalmente corre el riesgo de ser una empresa difícil. En el reino burgundio, los nuevos dueños, o ladrones, pueden haber encontrado difícil hacerse amigos de sus vecinos empobrecidos. Los visigodos no se quedaron atrás en esto de las expropiaciones fáciles. Parece que, en 439, “los reyes de los godos empezaron a tener control sobre la distribución de tierras a sus seguidores. … Las tierras se dividieron, o podían dividirse de tal manera que un godo recibía dos tercios y el romano uno. No hay ninguna indicación de que la proporción del reparto haya sido universal a lo ancho del reino, o de que se haya dividido de esta forma la totalidad del patrimonio de un propietario romano en lugar de fincas individuales” Si la terra involucrada en estas transacciones era privada, entonces es inevitable que haya habido despojos masivos y enteramente ilegales a terratenientes. El alcance de estos despojos sólo puede limitarse con atenuantes que carecen de sustento en las fuentes. Y estas expropiaciones despiadadas, aun con esos atenuantes imaginarios, parecen haberse concretado sin un solo gemido de aflicción ni reproche por parte de los perjudicados. La necesidad indispensable de expropiaciones, y la ausencia de protestas, son el defecto fatal de la oposición a una postura “fiscalista”. Conclusiones: 1) Los impuestos y las tierras inscriptas en el catastro formaban un conjunto que se entregaba en forma de sortes a los soldados-beneficiarios.

No había un proceso de dos pasos en momentos diferentes (primero ingresos fiscales, luego tierra). La concesión a los soldados bárbaros se ejecutaba de una vez y para siempre. 2) El derecho del estado sobre la tierra consistía tanto del registro de propiedad demarcada (catastro) como de los impuestos de ella derivados. Al convertir este conjunto en una asignación heredable, irrevocable, demarcada y alienable (sors), el gobierno creó de un plumazo una propiedad bárbara absoluta equivalente a la propiedad romana, no una propiedad derivada de la romana. Un indicio adicional de que esta propiedad era “privada” es que debía al estado la functio publica (impuesto) del servicio militar obligatorio. 3) Un romano que abonaba pagos al dueño de una sors bárbara no se convertía en su arrendatario; ambos eran titulares de una propiedad privada; el romano, de su finca, el bárbaro, de su sors. 4) En mi esquema, los gobiernos tomaron sus tierras catastrales y los cargos impositivos, un conjunto, y, al otorgar la sors, crearon la propiedad privada de los soldados. Explico que cada sors tenía un ingreso, límites, era heredable e incluso tenía functio publica. Le faltan muy pocos derechos de propiedad. Es difícil tener una propiedad más privada que esa. En el caso de los vándalos, muestro que los soldados romanos casados con mujeres vándalas daban por descontado en 536 que las sortes Vandalorum era propiedad privada. Otra instancia aparece en Lex Burgundionum 84, donde se reprende a los burgundios por vender con demasiada facilidad su terra solis titulo, que era obviamente su propiedad privada. También son relevantes mis referencias a la “privatización” (no desviación) del tributo en las sortes: simultáneamente, se privatizaron las tierras catastrales del estado. 5) La creación de la propiedad privada de sortes bárbaras por parte del gobierno no eliminó, ni consistió en, ni suplantó ni excluyó a la propiedadprivada romana. Hay una coexistencia de distintos derechos de propiedad asociados al mismo pedazo de tierra. Así como antes habían coexistido el arrendatario, el dueño y el catastro estatal, cada uno con su serie de derechos, una vez realizada la distribución de sortes empezaron a coexistir el arrendatario, el dueño y el beneficiario de sortes. El gobierno, a quien se adeudaba servicio militar por las sortes y tributos por la porción del catastro que había retenido, siguió siendo parte interesada en este esquema de base territorial.

UNIDAD 2 Sanchez Albornoz: El régimen de la tierra En el reino de León el caso fue distinto. En el país conquistado no había más que ruinas; en la sociedad asturiana no había otra nobleza que la formada por palatinos y funcionarios, del Sur vinieron a poblar mozárabes libres que huían de las persecuciones y de la discordia en busca de paz y de elementos de vida. No hubo pues ni casta militar, ni campesinos que labrasen el suelo. Allí donde llegaba el hacha y el arado, extendía cada familia sus dominios, pero más allá otra familia hendía igualmente la maleza, y roturaba luego. Los que dispusieron de algunos siervos y de algún ganado ocuparían, como ya queda dicho, mayor extensión de campo inculto, pero no formarían nunca latifundios. Como la tierra abundaba los brazos serviles serían siempre pocos para cultivar la que poseyera el señor en el antiguo lugar donde habitaba y sería frecuente abandonar totalmente sus explotaciones tradicionales para ir a correr ventura a la frontera; nadie podría disponer para la repoblación de nuevas comarcas de la totalidad de sus siervos o colonos sino de un número reducido » de ellos y nadie por tanto de primera intención realizar ocupaciones extensísimas. La invasión árabe y la reconquista cristiana interrumpieron como queda probado nuestra marcha por los caminos que seguían los pueblos de la Europa Occidental desde el siglo v. En la monarquía astur-leonesa el sistema de la pequeña y mediana propiedad empezó a transformarse desde el instante mismo en que comenzó la repoblación. La historia económica del siglo x en los reinos cristianos de Asturias y León

permite seguir paso a paso la lenta formación del régimen señorial. El cuadro resulta, como veremos en seguida, enteramente semejante al que trazaron los francos, godos y demás tribus germanas del siglo v al ix. Una fundamental diferencia la separa sin embargo: salvo en contadas regiones la evolución se verificó en aquellos países sin tropiezo. Esta situación favorable a los pequeños libres no fue empero común a todo el reino. Los múltiples fenómenos económicos y políticos que examinaremos después y que condujeron a la formación de los municipios medievales sólo se dieron conjuntamente en las regiones fronterizas; sólo en ellas se organizaron paralela y sincrónicamente los señoríos y los concejos; en las comarcas del interior, las circunstancias fueron muy diferentes; el municipio y más aún el municipio urbano surge tardíamente, y el régimen señorial se desenvuelve en ellas con más facilidad, prende con más brío y tiene una floración exuberante. Galicia, Asturias y en general la faja costera fueron por estas razones países donde el señorío territorial se formó rápidamente y arraigó de modo más hondo. No debieron escasear las concesiones a magnates laicos; tenemos noticias de algunas, y es explicable que no poseamos muchas más porque la documentación de las corporaciones religiosas o de las Iglesias se conservó hasta la invasión napoleónica o hasta la desamortización en lugares seguros, que habían triunfado en la lucha con el tiempo por el esfuerzo humano y que habían sido respetados por los hombres en sus discordias. En cambio los archivos de las familias sufrieron las vicisitudes de éstas, muchas se extinguieron, otras se arruinaron. Ninguna ha llegado a nosotros sin solución de continuidad desde aquellos tiempos y por esta causa no poseemos de ellos otros diplomas que los guardados en las catedrales y en los monasterios. Las donaciones reales a sedes, iglesias o cenobios del valle del Duero, aunque incluyamos entre ellas las que implicaban la exención de la justicia real y las muy importantes que consiguieron la iglesia legionense y el monasterio de Sahagún, fueron inferiores a las que recibieron las instituciones religiosas de Galicia sobre todo. Pueden registrarse en esta región no pocas análogas a las otorgadas a sedes, cenobios e iglesias de León y Castilla pero cabe documentar otras extraordinarias.

UNIDAD 3 Cahen En la época ‘abbasí es cuando surge lo que a grandes rasgos podemos denominar la sociedad y la cultura musulmanas clásicas, resultado del contacto y la mezcla entre los árabes, transformados por sus conquistas, y los autóctonos, que por encima de sus propias tradiciones dejaban sentir el sello del Islam. Ciertamente, y hasta nuestros días, siguieron subsistiendo no-musulmanes; pero, replegados sobre sí mismos como estaban, no constituían más que colectividades locales sin difusión y, en todavía mayor medida, se veían arrastrados en un movimiento común que indiscutiblemente llevaba el sello del régimen dirigente, que aunque hubiese evolucionado mucho desde sus comienzos, no por eso dejaba de ser un régimen musulmán. Objetivos: Examinaremos a continuación algunos aspectos de la vida social comunes al conjunto de la sociedad^y después, por separado, los problemas económicos y sociales propios, por un Jado, de la vida rural y, por otro, de la vida urbana; veremos a raíz de qué evolución llegará a convertirse, a partir del siglo xi, en una sociedad profundamente transformada. Estructuras sociales: Familia: A pesar de las supervivencias matriarcales que el investigador podría descubrir, la familia estaba bajo el dominio de los hombres; la mujer, considerada legalmente como menor de edad a lo largo de toda su vida, gozaba, sin embargo, de garantías materiales de existencia muy precisas. El derecho de tener cuatro esposas, para el que estaba legitimado el hombre musulmán —sin contar las uniones serviles y las

relaciones homosexuales, que las costumbres heredadas de la Antigüedad tenían por un complemento casi normal de las otras—, se acompañaba por frecuentes repudios por parte del hombre y del derecho, por parte de la mujer, de exigirlo ' en ciertos casos; por añadidura, la poligamia no estaba finan cieramente al alcance más que de la aristocracia, y es aritmé- ticamente inconcebible que su práctica estuviese demasiado extendida; todo lo más que se puede suponer que las acusaciones dirigidas periódicamente contra ciertas sectas, de promover la comunidad de mujeres, reflejaban la protesta de éstas contra la carestía de mujeres resultante del acaparamiento por la aristocracia. Pasando ahora a la sociedad considerada en su conjunto, un primer rasgo que distingue a la sociedad musulmana de muchas otras sociedades no-musulmanas es el rechazo jurídico y en gran medida efectivo de toda consideración de colectividades intermedias entre el individuo y la comunidad global de los creyentes, y también, el rechazo de toda desigualdad legal entre creyentes, es decir, de todo «orden» análogo al del «Ancien Régime» europeo e incluso de toda jerarquía. Jerarquías habían existido en Bizancio y, en el Imperio sasánida, auténticas estra- ■ tificaciones sociales, por lo que los odios o la consideración que hubiesen podido engendrar no podían desaparecer de la mente de los autóctonos de la noche a la mañana; pero la orientación del Islam era radicalmente la opuesta, a excepción, comúft a todas las sociedades de esta época, de la esclavitud en la base de la sociedad.

Esclavos: Como todas las sociedades, comprendida la cristiana, en la Alta Edad Media el Islam era una sociedad de esclavos y lo seguirá siendo por más’ tiempo que aquélla. La igualdad de todos los hombres ante Dios, proclamada tanto por el Islam como por la Iglesia, implicaba deberes hacia los esclavos, no la supresión de la esclavitud, si bien cada confesión negaba el derecho a reducir a la esclavitud a un correligionario, la conversión no traía consigo la manumisión obligatoria. La condición del esclavo no era, sin embargo, igual en todas las confesiones. El esclavo era una cosa que podía ser poseída y alienada, y debía una obediencia absoluta a su dueño, pero también era una persona cuya inferioridad de derechos frente a los hombres libres se veía compensada por una inferior responsabilidad. cuando la víctima era un esclavo, el dueño era quien recibía la compensación; el esclavo culpable era castigado, pero en caso de multa era el dueño quien pagaba y, al estar disminuida su responsabilidad, la pena lo era en la misma medida: al menos en términos de derecho. La manumisión era un acto altamente recomendado a los fieles, que la practicaban, lo más a menudo, por medio de testamento, y sobre todo, lo que además era lo mandado, en el caso de que el esclavo se hubiese convertido en musulmán. El esclavo que pudiese hacerlo tenía el derecho de comprar su libertad y el contrato de muqataba se lo reconocía en ciertos casos de antemano. El manumitido seguía estando obligado, naturalmente, a observar una cierta deferencia hacia su antiguo dueño, y nos encontraremos con ellos entre las «clientelas» Los esclavos provenientes de estas regiones no eran dedicados a las mismas tareas; los negros eran empleados, sobre todo, en los trabajos domésticos, y las mujeres como concubinas o nodrizas; los eslavos desempeñaban diversos empleos en tomo a la aristocracia y entre ellos era donde los especialistas elegían a los futuros eunucos; por último, los turcos, de quienes tendremos que volver a hablar, eran apreciados sobre todo como soldados. . Lo esencial es subrayar el carácter fundamentalmente doméstico del esclavo que, de algún modo, era considerado como formando parte de la familia y que, habiendo relegado entre los recuerdos de una lejana infancia los lazos ■ de unión con su país natal, por lo general miserable y atrasado, frecuentemente abrazaba los intereses y los sentimientos de esta familia que terminará por .manumitirlo y hacer de él un miembro de la comunidad musulmana. Las labores agrícolas normales no eran realizadas por esclavos (aun cuando la condición del campesino pueda a veces, de hecho, ser próxima a la del esclavo) y los latifundios a lo Spartacus son excepción. El Islam, que no legaliza, pues, dejando aparte a los esclavos, ninguna distinción social, no legaliza tampoco ninguna distinción étnica por sí misma; pero por fuerza legaliza distinciones confesionales. No había auténtica cohesión nacional en el seno de los territorios sometidos al Islam, aunque hubiese una tra -

dición, un orgullo iraníes, o un cierto sentimiento de lo egipcio; pero había particularismos que podían ser muy fuertes en el seno de ciertas poblaciones como ios kurdos, los dayla- mitas en Irán, los bereberes en Occidente, regionalismos que contribuirían a la formación de dinastías regionales y que se verían reforzados por la desigual penetración de la lengua árabe. La religión, por el contrario, traía consigo una cierta discriminación legal, porque implicaba la aplicación de un derecho privado diferente y de algunas medidas restrictivas. Una apreciación equitativa de la situación exige distinguir los momentos, los lugares y no confundir el derecho con la realidad. Si se hace abstracción de sectas contra las que los mismos miembros de las grandes confesiones ocasionalmente incitaban a sus amos musulmanes, el Islam reconocía a las religiones no-musulmanas en primer lugar al judaismo y al cristianismo, después al zoroastrismo y, de hecho, a algunas otras —en tanto que no ponían en peligro al Islam—. Protección que, sin llegar a la absoluta igualdad de trato, descansaba no sólo sobre la imposibilidad de hecho de perseguir a comunidades a menudo mayoritarias, sino también sobre una justificación de derecho, que no tenía contrapartida de parte de la Iglesia, referente a una cierta participación en la Revelación auténtica. Ya hemos subrayado que no había oposición de los cristianos ni de los zoroastras como tales a la dominación musulmana; hubo, de forma evidente a partir del siglo ix, una polémica interconfesional en que se complacían ambas partes y que se dirigía, desde el punto de vista de cada una de las comunidades, a preparar a sus feligreses contra los peligros de una abjuración más que a convertir a los de la otra; pero si en referencia al enemigo con el que se estaba en discusión todo ello podía ser parte de una «movilización moral», en el interior de la comunidad era producto, esencialmente, de la libre discusión y tendremos más de una ocasión de repetir que la sociedad del Próximo Oriente antes del siglo ix estaba montada sobre la base de una amplia interpenetrabilidad confesional. La discriminación financiera, si bien podía ser pesada para las gentes humildes, no era obstáculo para la formación de grandes fortunas; la discriminación judicial, que era una garantía y no una humillación en todo lo referente a cuestiones de derecho interno, podía hacerse sentir en aquellos casos en que un musulmán se enfrentaba con un no-musulmán, pero no era obstáculo para que los no-musulmanes, a menudo, recurriesen por sí mismos a la justicia musulmana. En cuanto a la vida cotidiana, es cierto que las gentes de una misma confesión tenían tenden cia a agruparse y había oficios en que una u otra estaban especialmente representadas; sin embargo, no hubo, repitámoslo, ni monopolio ni ghetto. Debemos subrayar todo esto porque, al final de la Edad Media y al igual que en, Europa, se producirá una degradación y porque acontecimientos más recientes han hecho que se acusase al Islam de una intolerancia congé- nita de la que la Europa cristiana se vería libre: debemos protestar contra estos falseamientos de la verdad, inocentes o no. La disminución numérica, su parcial separación de los otros Estados en que su confesión estaba representada, la brecha existente entre la lengua eclesiástica tradicional, allí donde- ésta se mantenía, y el árabe convertido en la lengua cultural general; o entre el árabe, en aquellos sitios donde había invadido incluso la literatura eclesiástica, y la tradición ancestral, producía un efecto de contracción, de repliegue sobre sí mismo. Se puede constatar que los cristianos se convirtieron más en las ciudades que en el campo, tanto, que las comunidades cristianas subsistentes toman ún aire más rural y, por consiguiente, de cultura con frecuencia más pobre; por el contrario, los judíos, todavía campesinos en Mesopotamia o en Siria en tiempos del Talmud, pero de todos modos ya minoritarios, no subsistieron más que agrupados en las ciudades y desempeñando ocupaciones ciudadanas. De una confesión u otra, los no-musulmanes, frente a los musulmanes, se esfuerzan por consolidar su posición; de ahí la invención de privilegios concedidos por Mahoma o por los primeros califas, de ahí también la redacción de tratados de Derecho, como el Tratado de Derecho llamado siro-romano, y diversas obras mazdeas. Hemos tenido y tendremos suficientes ocasiones de insistir sobre el hecho de que las relaciones entre los musulmanes de diversas tendencias, a pesar de los contactos que seguían manteniendo, eran a menudo

peores que las que se mantenían con las confesiones exteriores, como para tener que insistir sobre ello ahora Las distinciones sociales o confesionales que hemos enumerado son claras; pero hay otras más vagas de las que, sin embargo, es preciso dar una idea. Ya hemos señalado la importancia que tuvo en los dos primeros siglos de la Hégira la categoría de los mawall; esta categoría desaparece absorbida, pero no así la existencia, bajo formas diferentes, de clientelas, de personas manumitidas y otras cuya importancia, aunque difícil de discernir, siguió siendo considerable a lo largo de toda la historia musulmana, como lo había sido en la Baja Antigüedad. una tribu beduina o de una facción urbana, como las que luego encontraremos, hasta la gran ‘a$a- biya que une entre sí, a pesar de las rupturas, a todos los participantes en la gran comunidad, Vmma, musulmana. Según Ibn Jaldün, es en tales ‘a$abiya donde reside la fuerza de un Estado, y en su degradación la degradación de éste. . La ’XJmma está bajo la protección de la misma 'Umma: nos encontraremos más tarde con algunas consecuencias de esta mentalidad. Los diversos tipos de diferenciación social a los que acabamos de pasar revista son,, en general, independientes de la condición económica; pero naturalmente ésta introduce un nuevo factor de estratificación que se interfiere de forma más o menos compleja con las precedentes. En este caso es preciso distinguir entre la ciudad y el campo no porque la ciudad sea reconocida, como tal, como una institución, sino porque en la realidad todo los opone o, en todo caso, los separa, los distingue. En el dominio de la vida económica y social es donde la carencia casi total de archivos, que ya hemos señalado, es más perjudicial para nuestros conocimientos. Y, en este dominio, el conocimiento de la vida fuera de las ciudades es el que está comprometido más irremediablemente. Cualquiera que fuese el desarrolló del comercio internacional y de las ciudades, la tierra seguía siendo, en la mayor parte del mundo- musulmán así como en Occidente, la principal fuente de riqueza; pero a diferencia de Occidente, como la ciudad es el centro único de la administración y de la cultura, no disponemos prácticamente de otra documentación que la urbana; de ello resulta que los textos no nos hablan de las gentes del campo más que cuando los habitantes de las ciudades tienen relación con ellos, es decir, exclusivamente en función de ellos y de una forma exterior. A pesar de su diversidad, los territorios musulmanes, extendidos por lo general a lo largo de las mismas latitudes, presentan el rasgo de un contraste entre zonas desérticas o subdesérticas y oasis más o menos amplios y ricos. De otro lado, el relieve diferencia a las regiones en susceptibles o no de explotaciones extensas, con cosechas del invierno o de verano o de dos cosechas, en terrenos de cultivos o de gastos; el bosque, menos ausente que hoy, no es denso más que en la orilla del már Caspio (y, cuando se añade la conquista turca del Asia, Menor, del mar Negro). La abundancia de tierras no cultivables predispone a los países musulmanes a la combinación de formas de economía agrícola y pastoral; sin embargo, es un hecho que en la antigüedad las posibilidades de la economía pastoral no habían sido más que parcialmente explotadas. La evolución, de todos modos, había comenzado en el Creciente Fértil antes de la conquista musulmana, precisamente por la emigración de elementos árabes; la conquista musulmana introdujo menos cambios de lo que se podía creer, no porque las tribus. no hubiesen a menudo cambiado de «habitat», como ya hemos dicho que hicieron, sino porque éstas respetaron los terrenos agrícolas y porque muchos árabes, convertidos en soldados y habitantes de ciudades, abandonaron la vida nómada. Algunos beduinos penetraron en la altiplanicie iraní, es decir, en Asia Central, y en Egipto; pero apenas se dejaron notar en Occidente antes del siglo xi. Es preciso distinguir cuidadosamente entre la primera conquista arábigo-musulmana, que en general respetó la precedente estructura económica, y las expansiones de nómadas árabes en Occidente durante el siglo xi, y turco-mongolas en el xiii que no la respetaron, y no atribuir a una, como estuvo tentado de hacer Ibn Jaldün, lo que sólo era propio de las otras.

La agricultura de los sedentarios pudo sufrir, a largo plazo, a causa de la conquista árabe, y por supuesto, debe muy poco técnicamente a los árabes, que no eran agricultores. . Por otro lado, las innovaciones pudieron ser de diverso tipo: raramente hubo cultivos auténticos o técnicas nuevas, pero lo que sí hubo en mucha mayor escala fue importación de cultivos extranjeros, difusión en él marco de los territorios musulmanes de cultivos o técnicas, de regiones que las conocían a otras regiones que no las conocían; por último, pudo darse el simple desarrollo de cultivos conocidos. El problema del agua era agudo en casi todos lados, y las tierras se distinguían esencialmente según que tuviesen o no que ser irrigadas artificialmente y según que lo pudiesen ser o no. Desde la antigüedad se habían desarrollado en Oriente diversos tipos de máquinas elevadoras de agua, que iban desde el balancín que sacaba un pequeño cubo de agua del fondo de un pozo, hasta las norias que subían a las márgenes, el agua de los ríos o de los canales; el Islam es quien los ha extendido en Occidente. El Irán y el Magrib tenían canales subterráneos que preservaban el agua de la evaporación y, quizá, Irán dispusiese de auténticas represas para conservar el agua. En Egipto, el problema era quizá un poco diferente, puesto que se trataba, sobre todo, del control de las periódicas crecidas del Nilo: el famoso nivel de Fustat medía cada año la altura de la crecida, según la cual la administración regulaba la utilización de los depósitos ribere- ños, la puesta en cultivo de los terrenos irrigados y, naturalmente, los impuestos que de ello derivaban. En todas partes, unas disposiciones simples, pero precisas, permitían repartir equitativamente las cuotas de agua entre aquellos que tenían derecho a ella. Las plantas industriales eran producidas en abundancia. Plantas textiles: cáñamo, lino, algodón, .que sumaban sus fibras a la lana de los corderos y a la seda de los gusanos de seda. El lino de Egipto gozaba de una especial reputación, pero el algodón iba comiéndole terreno, y lo mismo pasaba en Siria; Juzistán producía igualmente un lino excelente. El cultivo en jardines se diferenciaba del cultivo en campos abiertos por la importancia de la irrigación, por la disposición. La vid seguía siendo importante a pesar de estar prohibido oficialmente el vino para los musulmanes, pero no para los que no lo eran; se hacía un gran consumo de uvas y de uvas pasas (nuestras «pasas de Corinto»). Por último, el olivo en los países mediterráneos proporcionaba su aceite. La cría de ganado, además de por los nómadas, era practicada por los habitantes sedentarios: bovinos, sobre todo como fuerza de trabajo, corderos, más importantes para carne, leche, queso y lana, asnos y muías para el transporte de cargas y hombres (no de mujeres), cerdos, odiados por los árabes en las regiones donde todavía quedaban algunos. Sin embargo, no se puede decir que la cría de ganado haya sido tan importante para la agricultura como en Europa: la utilización de su fuerza de trabajo (reja y máquinas elevadoras de agua) era menor que en las agriculturas sobre tierras menos fértiles y el abono menos utilizado, salvo en las regiones donde una asociación con los nómadas proporcionaba grandes cantidades. Importante para la alimentación era la cría de aves de corral, que se completaba con la caza y la pesca. ). En las huertas se obtenían corrientemente dos, a veces tres, cosechas anuales, al menos en el caso de plantas tempranas; por el contrario, los campos no irrigados se dejaban, por lo general, en barbecho un año de cada dos (en Egipto, la riqueza de la tierra permite un sistema de rotación de los cultivos mucho más complejo, sistema que tiene su equivalente parcial en algunos otros territorios afortunados) La unidad de explotación correspondía a menudo (como la masa occidental) a la capacidad de trabajo de una familia o de un pequeño grupo de personas. El molino de viento, aparentemente conocido en algunos distritos iraníes y en España, era excepcional; el molino de 'agua, cuya difusión había comenzado en la Baja Antigüedad, era conocido en todos los sitios donde había ríos o pequeños arroyos, y había incluso molinos flotantes sobre el curso de los ríos; éstos eran utilizados más para proporcionar energía a las prensas de azúcar o de aceite. En cuanto a los bienes del Estado, estaban divididos en dos partes: de una parte los que el Estado conservaba para explotarlos más o menos directamente y que dependían, como dijimos, del DTwán, y de otra parte los que concedía bajo ciertas condiciones a beneficiarios privados o, a veces, colectivos. La

antigua Arabia había conocido, conocía todavía, tierras bimá, (es decir, «protegidas») sobre las que no se podía ejercer la apropiación privada, dado que eran utilizadas por una tribu,, entiéndase por todo el mundo, colectivamente; lugares de este género también existían en los países conquistados, en particular en las zonas desérticas, pero el desarrollo de la reflexión hizo que se admitiese que éstos eran bienes del Estado, quien podía o guardarlos o concederlos a particulares o a tribus, mediando un ajuste a tanto alzado. Tierras del Estado, por excelencia, eran a priori los caminos, las grandes arterias de las ciudades, los ríos y canales de interés general, con sus ribazos, etc... Concepciones que eran una continuación de los regímenes anteriores; pero también había auténticos dominios agrícolas del Estado, especialmente en Egipto. kEn este país, a decir verdad, el estrecho control de la administración sobre todas las operaciones agrícolas vaciaba, casi de todo contenido, al concepto de propiedad privada, y ciertos juristas consideraban que allí no había otra cosa que colonos del Estado y que no había ninguna «tierra' de jaray» en el sentido normal de la palabra, ya que el jaray que los campesinos pagaban no era otra cosa que el pago debido por los aparceros al Estado, propietarios de las tierras. Los dominios que el Estado concedía a beneficiarios particulares privados en condiciones parecidas a la propiedad eran llamados qataT (plural de qatTa). Pero es preciso que hagamos algunas aclaraciones a causa de los frecuentes contrasentidos que se han producido sobre esta institución como consecuencia de su confusión con lo que ulteriormente se llamará, ■ derivando de la misma raíz etimológica, iqta.', y de la traducción abusiva de la palabra por «feudo». . La qati’a, como no importa qué otra propiedad, estaba sujeta a todas las intervenciones normales de la administración del Estado, y debía el diezmo de todos los musulmanes. Por otro lado, la qafi'a podía ser lo mismo muy vasta que limitada a un trozo de un pueblo, es decir, a un inmueble urbano, justo para permitir que el beneficiario viviese honorablemente. Vemos, pues, que en poco se parece esto a un «feudo», sobre el que el señor, libre de impuestos, ejerce los poderes de la administración. Si se quiere buscar im equivalente aproximado en el Derecho heredado de la antigua tradición romana, habría que hablar de la enfiteusis. Dada la identidad de cargas financieras, qatTa y propiedades de musulmanes, mulk, estaban sometidas a la administración financiera común del DTwan de las propiedades, diya‘, que era distinto del DTwán del jaray, encargado de las tierras de jaray. El uso, por otra paite, desarrolló bastante rápidamente y con amplitud otra forma de propiedad, el waqf o babas. También en este caso hay que estar atentos para evitar confusiones, ya que la misma palabra sirve para designar diversos objetos. Por regla general, el waqf (traducción literal: fundación permanente) era una, fundación hecha por el propietario de un bien, como obra pía puesta bajo la garantía de la Ley, en beneficio irrevocable de los beneficiarios designados. Estos beneficiarios podían ser de dos categorías: podía tratarse de particulares, por ejemplo, de descendientes del donador, o de una categoría de pobres, etc., y, dado el carácter colectivo del grupo que formaban, era preciso que hübiese un gerente cuya designación se reservaba el donador y que inicialmente podía ser él mismo: el fin del waqf, en este caso, era, por lo general, asegurar contra el desmembramiento subsiguiente a una sucesión y contra el derecho de las hijas (que llevaban consigo su parte a la nueva familia cuando se casaban) la continuidad de un dominio al que, también, se podía desear poner al abrigo de confiscaciones y apetitos del Estado. De una especie o de otra, el waqf, que era una donación absoluta y eterna, no podía versar más que sobre bienes sobre los que se tuviese la absoluta propiedad (a los que el uso asimila aquellos sobre los que se tenía la posesión de hecho, ya que ésta comportaba los mismos derechos de aquélla) y sobre bienes de naturaleza no perecedera o, caso de serlo, de fácil sustitución. En Iraq, los waqfs eran normalmente bienes-fondo rurales, sin que se excluyesen los bienes urbanos; en Egipto, en razón a la naturaleza especial del régimen de la tierra, parece ser que hubo que esperar a la conquista ‘ayyubí (ver infra) en el siglo xii, es decir, a la conquista por gentes habituadas al sistema oriental, para que fuese permitido constituir waqfs con dominios agrícolas. La gestión de los waqfs, que en manos privadas había conducido a abusos, se puso bajo el control de los qádis, y, más tarde, algunas veces incluso, bajo el control de una sección autónoma del Díwan, que en este caso se apropia de algo más que su cuota-parte.

Tanto si se trataba de una u otra forma de propiedad, la explotación podía hacerse o directamente por el mismo propietario, si se trataba de una pequeña explotación, o por intermedio de trabajadores no propietarios, en el caso inverso o en el caso de propietarios que no residían en sus tierras. El Derecho musulmán conocía tres grandes formas de relación entre propietarios y mano de obra campesina: la muzara' a, la musaqdt y la mugar asa; por ser la primera la que, con mucho, estaba más extendida, se llamaba, en general, muzari'(ün) a todos los aparceros. La muzara'a era un contrato de aparcería elemental: el propietario aportaba la tierra y todo aparte de las simientes, animales y útiles necesarios, mientras el muzari1, su trabajo y, algunas veces, una parte del material mobiliario; como consecuencia, los dos se repartían el producto de la explotación en proporción variable según la productividad del suelo y las aportaciones respectivas de los contratantes. La musaqdt era, como lo indica la palabra, un contrato de irrigación : se trataba de plantaciones en las que era preciso mantener la irrigación, y en este caso la máquina elevadora de agua era proporcionada por el propietario así como, a veces, la bestia de trabajo; el producto de la explotación era dividido por mitades, por ser el esfuerzo del aparcero mucho mayor. Por último, la mugar asa era un contrato de plantación, por el que un propietario proporcionaba a la otra parte un terreno, comprometiéndose éste a hacer en él una plantación; cuando esta plantación empiece a rendir normalmente, la propiedad —y no esta vez, el producto— será dividida según una cuota prevista. El Derecho musulmán rechazaba todo contrato de larga du-„ ración porque, dado que las circunstancias podían cambiar, podía resultar inaplicable. El Derecho y el uso conocían también, pero casi solamente en el caso de huertas suburbanas, formas de adquisición de trabajo diferentes de las precedentes y temporales. Con frecuencia propietarios burgueses hacían que sus terrenos fuesen trabajados por asalariados (por no hablar, evidentemente, de su servidumbre ordinaria). También se daba el caso de que un trabajador alquilase por una suma fija (y no por un beneficio proporcional en especie) una propiedad para cultivar, aportando él mismo material necesario; se parecía a un arriendo temporal, pero no parece que haya sido muy frecuente.' Por lo dicho hasta ahora se puede adivinar que el ropaje jurídico cubrió a duras penas una realidad bastante diferente; del mismo modo, el Derecho no nos sirve de gran ayuda para tratar de descifrar algunos problemas de la vida real. Más adelante hablaremos, a propósito de la yizya (capitación), de «fugitivos» buscados por el fisco o, más tarde, dejados en su nuevo domicilio bajo reserva de pagar o de hacer que se paguen los impuestos debidos en el antiguo domicilio; ya hemos visto el aspecto que la cuestión revestía en los primeros tiempos, cuando se trataba de conversos. En este caso nos en contramos con una cierta forma teórica de servidumbre de la gleba, pero que, sin embargo, es una relación de Derecho Público, por causas fiscales, aplicable a pequeños propietarios y no una atadura privada de un aparcero «siervo» a un señor; se trataba de una continuación de una antigua forma de colonato. En la época ‘abbasí, sin embargo, parece ser que la atracción de las ciudades era demasiado fuerte como para que fuese posible mantener en las tierras a todos los «fugitivos» y la mano de obra lo suficientemente abundante como para que le fuese posible a un propietario o a un príncipe, atraer campesinos ofreciendo mejores' condiciones que el vecino. Un segundo problema que los tratados de Derecho no nos ayudan a resolver es el de la proporción entre pequeños y grandes propietarios, entre la pequeña y la gran propiedad, entre campesinos propietarios y aparceros. Se admite comúnmente que cuando hicieron su aparición los árabes, la pequeña propiedad estaba por todos lados en regresión; los propietarios cambiaron, pero no hay ningún indicio de que los antiguos aparceros se hubiesen convertido en propietarios. Pero no debemos exagerar la regresión: a pesar de haber estado siempre en peligro, la propiedad campesina, individual o colectiva, ha resistido en una cierta proporción y en ciertos países hasta nuestros días, y desde luego hasta el siglo x. Es necesario distinguir, «grosso modo», cuatro categorías de propiedad: la pequeña propiedad campesina; por encima de ella, la propiedad de los que en el antiguo régimen sasánida recibían el nombre de dihqan, palabra que, tanto en Jurásán como en el resto de Irán, servía también para designar auténticos pequeños príncipes de distritos enteros y, a medida que avanza el tiempo, sobre todo a pequeños notables rurales apenas distinguibles de sus vecinos campesinos: por término medio se trataba de propietarios que tenían

dominios de una cierta importancia que hacían de ellos, a menudo, cabecillas de un pueblo, pero sin que eso signifique que fuesen propietarios de todo ese pueblo; sin recibir ese nombre, análogas condiciones se daban en los territorios de tradición bizantina. Sobre el sentido de la evolución no hay duda, pero de todos modos se vio obstruida por la movilidad de la tierra resultante del derecho sucesorio de que ya hemos hablado precedentemente; ya veremos en qué condiciones se acelerará, a partir del siglo x; de momento, la inversión de los beneficios, en tierras, es todavía practicada tanto por los mercaderes afortunados como por los directos beneficiarios de la estructura del Estado. Una institución, o más exactamente costumbre, que constituye a la evolución es lo que se denomina la talyi'a, poco conocida por el Derecho, pero en la vida real muy corriente. Ya hemos visto la importancia de ciertos tipos de clientela personal; esta práctica tenía un correspondiente en materia «real» en la talyTa. Se denominaba así (o también ilya'), «recomendación», a la práctica por la que un inferior se colocaba, él y sus tierras, bajo la protección de un superior que, haciendo inscribir estas tierras a su propio nombre, se interponía entre su protegido y el fisco, bien entendido que, como contrapartida, exigía el pago de unos cánones que constituían una auténtica propiedad y se heredaban como tales. Esta práctica, que en suma se hacía en fraude del fisco, no dejaba ningún rastro invocable ante la justicia y, por tanto, permitía que con facilidad la tierra «recomendada» fuese pura y simplemente absorvida por la propiedad del protector. Por lo general, puede ser que el protegido encontrase primariamente ventajas en la combinación, puesto que el notable, que se desenvolvía mejor que él con el fisco, podía acordar con él el pago de una tasa o, más frecuentemente, modalidades de pago en especie sin ffecha fija, más ventajosos que el anterior impuesto; pero también es cierto que había talyi’a impuestas y que era prácticamente imposible salir de una aunque se tuviese el deseo de hacerlo. Los propietarios absentistas hacían que sus dominios fuesen administrados por intendentes, waktl, y eventualmente un cierto número de agentes subalternos que vigilaban el trabajo, recaudaban los cánones, se ocupaban del molino, etc Lo que precede sugiere que en la tierra —y veremos que lo mismo se puede decir de las ciudades— la conquista árabe no introdujo una ruptura brusca con el pasado ni, por consiguiente, introdujo diferencias importantes entre los súbditos del Islam y aquellos que quedaron, por ejemplo, en territorio bizantino. La verdadera diferencia se producirá más tarde, hacia el siglo xi. Dicho esto, hay que admitir, sin embargo, que el progreso comercial y urbano del que volveremos a hablar, tuvo repercusiones en el campo. El comercio exterior y las ventas en el interior, en las ciudades, acrecentaban la demanda tanto de productos propios de la alimentación corriente como de productos más especializados; sin embargo, los cultivos especulativos beneficiaban más a la gran propiedad que al campesino. No había un auténtico círculo de cambios que asegurase al campo beneficios iguales a los de la ciudad: el campo entregaba sus productos, en gran parte, a título de impuestos o de pago de aparerías y no comercialmente; de todos modos la ciudad apenas enviaba otra cosa al campo que el recaudador de impuestos y el policía; en razón a sus cortas necesidades, los pueblos vivían una economía cerrada, fabricando en su seno sus propios útiles, muebles y vestidos, sin hablar de las casas, predominantemente de adobe. A los recursos agrícolas del campo se añaden los del subsuelo, generalmente destinados a la industria urbana. Los países sobre los que se extendió la conquista musulmana no son, por regla general, los que cuentan con mayores recursos mineros; Egipto y los países semitas están casi totalmente desprovistos de ellos. De todos modos, esta relativa carencia incitó a la búsqueda de nuevos yacimientos, a la organización de circuitos comerciales compensadores;- y dado el nivel de las necesidades de entonces, yacimientos que hoy parecerían irrisorios- podían ser suficientes. Como resumen hay que admitir que, desarrollada por las necesidades del comercio en gran escala y del comercio urbano, la producción minera en los países musulmanes realizó progresos al menos cuantitativos. Gomo ya hemos indicado, el Derecho musulmán, que no conocía más que individuos iguales e indiferenciados, ignoraba toda especificidad tanto de la ciudad como colectividad, como del estatuto de los «burgueses». Pero aunque la ciudad no gozaba de ninguna especifidad legal, desempeñaba en la sociedad y en la cultura del Islam medieval un papel tal que es absolutamente legítimo y necesario

estudiarla separadamente bajo todos sus aspectos. A decir verdad, todo aquello sobre lo que versa el Derecho musulmán pertenece al ámbito de la ciudad y es, más bien, al campo al que ignora. La relativa amplitud de la urbanización en los Estados musulmanes, en comparación con la Europa de la misma época, ha sido siempre objeto de asombro, tanto, que a menudo ha conducido a exageraciones. Es un hecho que las conquistas árabes se acompañaron, allí donde no existía una densa urbanización anterior, de la creación de ciudades nuevas, inicialmente simples campamentos, pero convertidos rápidamente en metrópolis activas. Dicho esto, lo cierto es que para los árabes, como para los griegos y los romanos, la ciudad era la base de toda dominación. Todo lo beduinos que hubiesen podido ser sus antepasados, los descendientes se hacían con más facilidad habitantes de las ciudades que campesinos: el trabajo de la tierra era abandonado a las poblaciones sometidas. También es cierto que, frente a una Europa en que apenas algunas1 ciudades pasaban de diez mil habitantes, el mundo musulmán contiene un nú mero considerable de auténticas ciudades y algunas aglomeraciones gigantes: se han dado con frecuencia cifras sobre Bagdad que no parece prudente repetir, ya que no tenemos ninguna base seria para garantizarlas, pero sí .se puede afirmar que allí había, como lo habrá en El Cairo, un hormiguero urbano mayor de lo que su actividad económica podía denunciar y que se puede cifrar, en su mejor época, por centenas de miles: sólo podría compararse con Constantinopla, que precisamente también está en Oriente, y quizá con algunas ciudades de Extremo Oriente. A menudo se han hecho intentos de distinguir en el caso de las ciudades musulmanas, así como en otros casos, entre ciudades «creadas» y ciudades «espontáneas» a las que naturalmente es preciso añadir, en el mundo musulmán, las que eran anteriores al Islam, que son las más numerosas. A decir verdad, estas distinciones, por muy valiosas que sean para establecer el origen de las ciudades, más tarde pierden toda su importan cía. Una ciudad creada podía inspirarse en modelos preexistentes, y, de todos modos, según iban afluyendo gentes de diversas proveniencias y se complicaban las funciones de la ciudad, más motivos tendremos para pensar que cada vez debía parecerse más a sus hermanas «no creadas». Cierto que había ciudades en Arabia que prepararon a los árabes para su adaptación a la vida urbana; pero no hay razón para suponer que el precedente yemení, es decir, La Meca, haya pesado más sobre la ciudad de los países conquistados que la simple tradición de estos países; incluso los am^ir, que respondían a una nueva necesidad, no pudieron ser concebidos sobre un tipo arábigo preexistente. La continuidad de la ciudad del Oriente Próximo, durante los primeros siglos del Islam, respecto a la ciudad de la Antigüedad, aunque sea natural suponerla, dada la continuidad en el tiempo y el carácter pacífico de la conquista . árabe, puede parecer una paradoja al urbanista habituado a contraponer al plan geométrico y a la construcción regular de la antigua ciudad clásica el desbarajuste y la compartimentación de la ciudad musulmana en vísperas de las transformaciones contemporáneas. No menos paradójica puede parecer la idea, al historiador habituado a oponer al espíritu y a la estructura municipales de la ciudad antigua, la ausencia de toda institución autónoma en la ciudad musulmana: oposición que igualmente se extiende al «municipio» del Occidente medieval. Por tanto, lo que los árabes encontraron no fue la ciudad antigua, sino grandes Estados centrali- zadores, hostiles a toda autonomía. En cuanto a los municipios europeos, de base, geográfica y de duración limitada, se crearon precisamente por la carencia de Estados organizados y fueron absorbidos cuando tales Estados surgieron; no tiene ningún sentido comparar realidades que se sitúan en un contexto histórico absolutamente distinto. Si se quieren hacer comparaciones válidas en la medida de lo posible, se deben hacer entre Bagdad y Constantinopla o entre las pequeñas ciudades musulmanas y sus homologas italianas, bastante conocidas de la mitad Norte, y sólo así esa comparación puede conducir a algún lado. En las grandes ciudades «creadas», ciertos barrios habían sido concedidos originalmente a grupos étnicos, tribales, o a militares o notables en qatai‘ y conservaban en su organización topográfica, es decir, étnica, el recuerdo de aquel comienzo. La estructura en barrios, a veces cerrados y hostiles, de muchas ciudades es un hecho cierto, incluso aunque originalmente no se hubiese deseado tal cosa; la tendencia, que no

alcanzará su pleno desarrollo más que poco a poco, a la multiplicación de callejas sin salida alrededor de las únicas grandes arterias que se conservan y que, también ellas, se ven obstruidas, es otro hecho cierto; pero estos mismos caracteres se podían encontrar, guardando las distancias, en la mayor parte de las ciudades cristianas medievales de cierto tamaño; pudo ser que ello estuviese en relación con su com posición étnica, a veces confesional, y con las clientelas. ' Socialmente, la población de las ciudades se componía, eñ proporción variable, en primer lugar, de los elementos que por encima de ella, aunque en ella, representaban al gobierno: por un lado soldados, por otro escribas, sin hablar, en las capitales, de la corte; en los albores de los tiempos de los ‘abbasíes, la diferencia étnica y social entre soldados y escribas no era notable, proveniendo unos y otros de las mismas poblaciones y siendo moderada la paga de los soldados; pero a raíz de las transformaciones étnicas y económicas del ejército de que tendremos que volver a hablar, la separación entre ellos se hará cada vez mayor y los kuttab representarán, frente a la aristocracia militar y a la poco numerosa «nobleza» de sangre, una especie de burguesía en el sentido económico-social (no institucional) del término. Al mismo nivel estaban situados, aunque las carreras fuesen distintas, los hombres de religión (así como los que se dedicaban al Derecho y a la ciencia). Venían después, sin una clara separación, los profesionales de todo tipo de oficios artesanales y los comerciantes, entre los que había toda la escala de fortunas, desde las más altas a las más bajas. Y, por último, la considerable masa de los pobres que no tenían ningún medio de existencia estable y que, en general, no vivían más que de la caridad ocasional o de su pertenencia más o menos orgánica a una clientela. El atraso de los países musulmanes modernos con respecto a Europa ha alimentado la idea de una especie de oposición congénita del Islam al progreso económico; pero esta idea no se ajusta a la verdad. En primer lugar y de un modo muy general, el Islam considera que si Dios ha dado este mundo al hombre, lo normal es que éste se aproveche de el, a condición de hacerlo sin abusos y respetando la primacía de los deberes hacia Dios. Con más exactitud, aunque evidentemente la búsqueda del beneficio material puede conducir a abusos y representad peligros morales, sin embargo, no tiene nada de malo en sí mismo y, por el contrario, es un deber del hombre buscar a través del trabajo los medios para mantenerse a sí mismo y a los suyos y tratar de prosperar tanto como pueda; el Profeta había sido mercader y aunque después de ,1a Revelación se había visto imposibilitado para seguirlo siendo por falta de tiempo, nunca renegó de este pasado ni condenó a los compañeros que con su actividad mercantil contribuían al bienestar de la comunidad. En ciertos medios de tendencia mística, es cierto, se produjo una especie de condena implícita de la actividad mercantil; pero la polémica suscitada contra esta actitud fue muy fuerte y algunos tratados explícitos, tanto en medios burgueses como en los medios hanbalíes, los más relacionados con los sectores humildes del pueblo, no sólo condenaron la ociosidad del místico que vive de la caridad del prójimo, sino que también fundamentaron en textos el derecho y el' deber del trabajo y del beneficio. adquirir mano de obra servil. Pero en este caso se trata de un hecho económico y no de una característica del Islam. Y, aun suponiendo que hubiese sido un obstáculo para la investigación técnica, eso no significa que, en el marco de las técnicas existentes, haya embarazado la actividad económica y la búsqueda del beneficio. Es preciso, por tanto, rechazar deliberadamente las ideas relativamente modernas extendidas por quienes no tenían más que un conocimiento superficial de la materia, y todavía repetidas con frecuencia, acerca de la heterogeneidad del Islam y de su desarrollo económico. No hay ni mayores ni menores problemas que en el caso del cristianismo, que también en diversas fases de su historia ha debido y ha sabido adaptar sus enseñanzas. No significa esto que no se hayan podido producir algunas que a escala de la emulación y de la competencia de entonces hayan tenido su importancia; y esto no significa, en todo caso, que la historia de la difusión de las técnicas no exija saber cuáles estaban o no estaban en uso en los dominios del Islam. Como en el caso de la agricultura, lo cierto es que el mundo musulmán, al menos, conoció una difusión, una amplificación, de ciertas técnicas hasta entonces practicadas solamente en regiones y en proporciones limitadas.

. Las consecuencias de la aparición del papel son difíciles dé precisar, pero considerables. Mucho más práctico que el papiro granuloso, más económico y más liso que el pergamino, espeso y curvado, el papel tuvo mucha importancia, a la vez, para la evolución del papeleo del régimen, que ya hemos señalado, y para la democratización del libro y de la cultura urbana, de la que tendremos que volver a hablar. A este respecto, en la historia de la civilización ocupa un lugar del mismo orden que la imprenta. En la mayor parte de los oficios el trabajo continuaba en el estadio individual, es decir, que cada artesano fabricaba, él solo, un objeto o, en todo caso, un elemento importante de un objeto complejo; las herramientas no. conducían al trabajo orgánico colectivo. No obstante, al menos en los grandes centros, se hace notar una sorprendente división profesional que implica una especialización muy avanzada (en particular en la alimentación); por otra parte, en profesiones como las dedicadas a la industria textil, la confección de un tejido suponía la sucesión de una serie de operaciones efectuadas por distintos artesanos: hilanderos, tejedores, bataneros, tintoreros, sin hablar, después, de los sastres, etc., e, incluso en el caso de aquellos que efectuaban una misma operación individual, en lugar de hacerla cada uno en su casa, con frecuencia se reunían en un grari taller donde se les proporcionaba el material necesario. Nos falta documentación para saber en qué medida, como debía ocurrir un poco más tarde en Occidente en condiciones técnicas parecidas, los artesanos privados textiles estaban bajo la dependencia económica de los mercaderes de paños, bazzdz; frente a ellos, en seguida veremos la organización de los que trabajaban en talleres del Estado. En la mayor parte de los casos había en torno al maestro aprendices y esclavos; sin embargo, el trabajo ■ asalariado era la regla e incluso el esclavo es asalariado si, como ocurría con frecuencia, se trataba del esclavo prestado por otro dueño, quien retenía en este caso una parte del salario. Hecha excepción probablemente del textil, el artesano vendía él mismo su producción y, a menudo, trabajaba en su tienducho a la vista del público. Por supuesto había vendedores que despachaban productos de importación que ellos no habían fabricado, pero casi nunca los mercaderes que. practicaban el comercio en gran escala entraban en el mercado interior de la ciudad. Quiere esto decir que, habitualmente, la división económicosocial no se establecía entre artesanos y mercaderes, sino entre pequeños artesanos-mercaderes de los zocos y grandes mercaderes importadores-exportadores; veremos que la distinción es, incluso, institucionalmente obligatoria. El problema de la exacta naturaleza de la organización profesional tiene, de momento, una difícil solución. Se admite comúnmente, y de manera más o menos implícita, que el Islam conoció siempre y antes que Europa corporaciones profesionales similares a las que se conocieron en los tiempos modernos en la mayor parte de los países. Pero el razonamiento descansa en una asimilación extremadamente superficial de realidades que no se prestan a ello más que imperfectamente y sobre comparaciones- entre períodos y regiones que habría que demostrar que son válidas. La cuestión, ante todo, debe ser formulada con claridad: es cierto que hubo una organización profesional, y cierto que hubo organizaciones de solidaridad colectiva, pero lo que se trata de saber es si la organización era estatal o autónoma, es decir, del tipo romano o del comunal europeo; se trata recíprocamente de saber si las organizaciones de solidaridad colectiva eran de tipo profesional, y si era la profesión lo que ordenaba lo esencial de la vida, incluso extraprofesional. Está abundantemente probado que existía una organización profesional. En primer lugar ya existía una con Bizancio y con los sasánidas, y ya hemos repetido muchas veces que la conquista árabe no introdujo ningún cambio en las estructuras preexistentes. Aun en este caso hubiesen podido desaparecer poco a poco, pero los testimonios en contrario son precisos y numerosos. En las ciudades musulmanas, igual que en las ciudades cristianas medievales, había ün reparto topográfico de los oficios, calle por calle o barrio por barrio, como todavía se puede constatar con frecuencia hoy. Un eminente orientalista ha llegado a sostener que se puede reconstruir la topografía antigua de una ciudad a partir de la disposición moderna de los oficios, a tal punto llega su falta de movilidad; esto,-sin em bargo, no es absolutamente cierto más que en el caso excepcional de que ningún crecimiento o decadencia considerables, ninguna transformación en su naturaleza como consecuencia de cambios políticos, económicos o de otro tipo hayan sido motivo de migración de ciertos oficios de un lugar a otro. En líneas generales, los obreros textiles disponían de un vasto almacén especial cuyo nombre cesáreo, kaysariya, atestigua .su. antiguo origen; generalmente estaba situado en el centro de la ciudad, bastante cerca de la

gran mezquita. Asimismo lo estaban los oficios ricos: negocios, banca, joyería, etc. Los oficios referentes a la alimentación, en el caso de grandes aglomeraciones, podían estar más repartidos por los barrios. Y en los suburbios o en las puertas de las ciudades es donde, naturalmente, se locali zaban los intercambios con el exterior, ya se trate de los campesinos de las inmediaciones o de los grandes mercaderes procedentes de lejanos países. Por lo que respecta a épocas anteriores, además de un opúsculo relativo a un principado zaydí de Tabaristán que revela una economía muy elemental, disponemos, en las obras de fiqh más o menos especializadas de Oriente o de Occidente, de indicaciones al menos acerca de lo que se creía que debía estar controlado bajo la responsabilidad del Estado, y sobre la naturaleza de la hisba o sobre la vigilancia del zoco. Se vigilaba la regularidad de las transacciones comprendida, en particular, la exactitud de los pesos y medidas, y por principio, la buena ley de las monedas; por otro lado, la calidad y honestidad de los productos fabricados, y se sabe que en el caso de algunos de ellos dedicados a la exportación el agente de control fijaba una estampilla oficial garantizando sus características. Controlaba también, en caso de escasez, que no hubiese acaparamiento, y podía entonces tratar de influir sobre los precios por medio de multas contra los que abusaban, lanzando al mercado, eventualmente, mercancías del Estado y, en el límite, fijando autoritariamente los precios; sin embargo, por regla general, se consideraba que el precio era querido por Dios y, por consiguiente, - libre. Vemos aquí un caso en que la Ley expresa claramente los intereses de los mercaderes. Pero no por eso la opinión pública dejó de considerar al soberano como responsable de las buenas condiciones del aprovisionamiento de sus súbditos. Según se’ desprende de nuestra documentación, el muhtasib emanaba de la autoridad directamente o por intermedio del qádi, y no, en principio, de los miembros de la profesión; lo que es evidente es que debía poseer una calificación profesional y un crédito moral suficientes como para ser aceptado por los profesionales; estaba asistido en los grandes centros, al menos en la época en que surgen los manuales de hisba, por subalternos especializados en cada oficio, llamados por lo general amin en Occidente y ‘arif en Oriente: estos auxiliares eran casi necesariamente gentes de la profesión que, sin embargo, eran designados por aquél. Nos encontramos, pues, siempre con un régimen de organización administrativa y no, al menos en sus comienzos, con una verdadera corporación. Las semejanzas señaladas no pasan de lo que es normal en una sociedad dada, en la solución de problemas de vida colectiva, y las contaminaciones tardías no implican una comunidad de origen. Por el contrario, lo que choca en la documentación, por cierto bastante importante, de que disponemos acerca de los conflictos urbanos es el carácter no profesional de las organizaciones que participaron en ellos y la casi completa ausencia de menciones a los oficios de la vida social general; es imposible, por tanto, no tener la impresión de que en la medida en que el Islam tardío ha conocido corporaciones profesionales, se trata de una evolución de la que habría que precisar sus condiciones y modalidades, y que en la Alta Edad Media estamos en presencia - de una organización estatal que era continuación de una tradición antigua, con algunas agrupaciones colectivas presentes en la vida popular, pero que no estaban en relación directa con la profesión. No quiere esto decir que el sentido de la profesión, de la pertenencia profesional, no existiese, sino todo lo contrario. Es preciso señalar no obstante, y desde un cierto punto de vista, el crecimiento de una solidaridad corporativa. El Derecho Penal musulmán, en caso de muerte o herida grave, con frecuencia exige una compensación pecuniaria que se ha de entregar a aquellos de los que formaba parte la víctima: podía ser la tribu, podía ser el fisco, si el interesado pertenecía a uno de los grupos registrados en el Díwán, es decir, en particular al ejército, podía ser también la profesión en el caso de aquellos que no formaban parte de otra comunidad. En buena ley se estima que esta prescripción, aparentemente, apenas tuvo efectividad; sin embargo, se han señalado algunos casos en que la solidaridad de la profesión se produjo, pero se sitúan en Asia Central en el siglo xin, y derivan, pues, de una evolución que ya hemos dicho que era preciso estudiar. Aunque la «clase media» fuese proporcionalmente más grande que la de ciertas sociedades orientales modernas, donde viven frente a frente la riqueza más ontentosa y la más espantosa indigencia, lo cierto es

que en las ciudades medievales del Próximo Oriente había una cantidad bastante grande de hombres que, por falta de una ocupación regular, vivían de pequeños servicios fortuitos o de la simple caridad de los ricos y de los que se dedicaban a reunir una clientela dispuesta a hacer cualquier cosa. No cabe duda de que, a menudo, jugaron un papel difícil de precisar en los conflictos urbanos, especialmente en los tiempos de escasez. Otros conflictos, sin embargo, fueron producidos por gentes con oficio, por ejemplo, cuando el intento del gobernador buyí, a finales del siglo x, de establecer una tasa sobre los tejidos de seda, desencadenó un motín de los «sederos», o cuando el descontento o el temor provocaron el cierre de los zocos, algo parecido a una huelga de los mercaderes.. Pero por lo general la efervescencia popular no se presenta de un modo tan directo y es por eso por lo que se hace necesario hablar de la futuwwa, cuyo nombre ya hemos, citado varias veces. Aunque la «clase media» fuese proporcionalmente más grande que la de ciertas sociedades orientales modernas, donde viven frente a frente la riqueza más ontentosa y la más espantosa indigencia, lo cierto es que en las ciudades medievales del Próximo Oriente había una cantidad bastante grande de hombres que, por falta de una ocupación regular, vivían de pequeños servicios fortuitos o de la simple caridad de los ricos y de los que se dedicaban a reunir una clientela dispuesta a hacer cualquier cosa. No cabe duda de que, a menudo, jugaron un papel difícil de precisar en los conflictos urbanos, especialmente en los tiempos de escasez. Otros conflictos, sin embargo, fueron producidos por gentes con oficio, por ejemplo, cuando el intento del gobernador buyí, a finales del siglo x, de establecer una tasa sobre los tejidos de seda, desencadenó un motín de los «sederos», o cuando el descontento o el temor provocaron el cierre de los zocos, algo parecido a una huelga de los mercaderes.. Pero por lo general la efervescencia popular no se presenta de un modo tan directo y es por eso por lo que se hace necesario hablar de la futuwwa, cuyo nombre ya hemos, citado varias veces. El estudio de la futuwwa se hace difícil a causa de que, como consecuencia de los cambios .que veremos, la documentación que hace referencia a ella parece escindida en dos categorías irreconciliables: por un lado, los relatos de episodios de los desórdenes que contienen las crónicas y, ocasionalmente, otras fuentes narrativas, y por otra parte, exposiciones doctrinales descarnadas, por decirlo de algún modo. El carácter propio de algunos investigadores ha hecho que se abordase su estudio, por lo general, principalmente a partir. de las exposiciones doctrinales y no de las realidades sociales, lo que ha conducido, parece ser y a pesar de toda la documentación con que se cuenta, a un error de óptica. Nosotros podemos resumir lo esencial, así lo creemos, de la manera siguiente. Se llamaba futa’ (plural fityan, literalmente «jóvenes»), en el mundo árabe preislámico y protoislámico, a los «jóvenes» que reunían el conjunto de las virtudes características, o las que deberían serlo según la concepción dominante, de la juventud: bravura, generosidad como actitud personal. ¿Cuáles son las bases, el cuadro sobre el que se agrupan? No se trata de una profesión religiosa en sí misma, ya que en Bagdad hay partidos opuestos al margen de toda doctrina, y es una ilusión creer en una interpenetración de la futuwwa y del isma'ílismo, a la que nada sirve de base; eso sería quizá cierto con el hanbalismo, que en el siglo x se convierte en un elemento ' agitador en alianza con el pueblo más bajo. De una manera general, los fityan representan la hostilidad a las autoridades establecidas, cualquiera que sean éstas. Sin embargo, en las grandes ciudades la futuwwa interfiere con querellas intestinas que son generales, pero que fueron descritas de manera variable, debido a que exteriormente se recubrían de variadas razones: querellas entre quienes profesaban doctrinas religiosas (islámicas) diversas, entre clientelas, entre barrios y, bien entendido, pudiéndo intervenir en todo esto un espíritu de facción denominado por los autores ‘asabiya, una de las aplicaciones de aquella noción de solidaridad extragubernamental de que hemos hablado precedentemente. Antes del siglo xiv, y aun entonces sólo en la región turco-iraní, no hay ningún indicio de que las agrupaciones se hayan montado sobre una base profesional, y probablemente lo contrario es siempre lo cierto; no se pueden confundir los tiempos. Por lo general, en las ciudades donde había una fuerza militar, los fityan terminaban siempre por ser aplastados o, al menos, devueltos a la. oscuridad, de donde, inapresables, salían a la primera oportunidad. Pero en las ciudades donde no había fuerza militar ejercían una influencia que podía ser permanente, a

través de la organización del orden público. Recordemos que éste era asegurado por la policía, surta, pero al ser el reclutamiento de la surta, lo más a menudo, de carácter local, representaba eventualmente tanto una fuerza para el mantenimiento del orden como una fuerza solidaria con la población cuando esta última era hostil al gobierno. En líneas generales se trataba de una especie de contaminación mutua entre místicos y fityán, de una atracción ejercida, por la futuwwa sobre ciertos medios incluso aristocráticos, y de una culturización de los grupos de futuwwa. De ello resultará que empezarán a expresarse literariamente, pero bajo formas, como ya hemos dicho, que ocultaban, en parte, las realidades sociales previas, de donde deriva el equívoco de nuestra documentación. Pero no podremos explicar estas cosas más que en el cuadro de la evolución social y moral general que expondremos más adelante. En los siglos xi y xii, su jefe, el ra'is poderoso por su clientela, será una especie de alcalde reconocido de ciudades como Alepo y Damasco. Aunque en este caso no se pueda hablar de un hábito de luchas entre facciones, pudo ser que hubiese alguna relación entre los ahddt y los «demes» bizantinos que existían en el momento de la conquista árabe en Antioquía y en Alejandría, por ejemplo, los cuales, aunque se los conocía sobre todo como «facciones del circo» eran más exactamente una especie de milicias. Igualmente hubo milicias en la Alta Edad Media en las pequeñas ciudades italianas. Sin hacer en ello demasiado hincapié, no es probablemente ilusorio hablar de una cierta convergencia, por encima de las diferencias de profesión políticas y religiosas, con ciertas orientaciones sociales. Es difícil creer que las ciudades del Occidente musulmán no hayan presentado, a su manera, ningún fenómeno análogo. Pero la investigación no se ha hecho y nosotros no podemos decir nada sobre ello.

La importancia del comercio en gran escala de los países musulmanes entre sí o entre ellos y otros muchos países es un hecho, en líneas generales, bien conocido; pero es preciso decir que ha sido estudiado solamente en algunos detalles ocasionales o con una problemática superficial, tanto, que las exposiciones sobre el tema de que disponemos tienen con frecuencia un carácter semilegendario. Además el asunto, abordado desde el punto de vista de las relaciones con Europa, ha sido tratado en qierta medida unilateralmente o, al menos, sólo ha dado origen a discusiones profundas entre historiadores dedicados a Europa. A pesar de la insuficiencia de la documentación, que no nos permite seguir las etapas de esta resurrección durante la época de los omeyas, no cabe duda de que en su tiempo hubo una actividad capaz de mantener, al menos, la continuidad de las tradiciones. En resumen y como veremos más adelante, es cierto que la actividad mercantil se orientó más en unos sentidos que en otros, y más tarde veremos cuál fue la repercusión de la coyuntura política sobre estas irregularidades; sin embargo, fueron independientes del Islam en cuanto tal. En sentido inverso se ha hecho constar el factor favorable que fue la unidad política del Islam, que venía a sustituir a la división formada por la frontera bizantino-sasánida. Es éste un hecho que no se puede negar, pero que no se puede interpretar abusivamente. Por un lado, el comercio sobrevivirá a la división política de los siglos ix y x; por otro lado, no se puede, pura y simplemente, sacar la conclusión de que había unidad económica en base a que había una unidad política: ya veremos en qué medida se puede hablar de ella realmente, pero de momento podemos decir que de la unidad política no resultó la unidad de pesos y medidas ni la ausencia completa de peajes interiores. Las facilidades derivadas de la unidad lingüística son evidentes, pero esta unidad no se logró de la noche a la mañana y de hecho circuló un gran número de mercaderes que no sabían árabe; en cuanto a la unidad de la Ley, el problema es más bien el contrario, ya que circulaban gentes de diversas confesiones y el Islam, como doctrina, apenas se ocupaba del comercio en gran escala; la unidad, en este caso,

era una unidad consuetudinaria preexistente, que se mantuvo y luego se hizo más firme a medida de las necesidades del desarrollo del comercio; en cierto modo, por otro lado, hubo dos unidades en lugar de una, la del Mediterráneo y la del Océano Indico; quizá incluso una tercera, la de las rutas continentales. A partir de finales del siglo viii, Iraq es el principal centro de comercio. Podemos, pues, sin demasiado artificio, describir a partir de él las principales rutas del comercio. _Un primer núcleo estaba formado por Jas que unían el golfo Pérsico con los otros países ribereños del Océano Indico o incluso más alejados El predominio de los mercaderes del. antiguo territorio sasánida no fue afectado seriamente por el régimen omeya, que no tenía necesidad de enviar mercancías a ninguno de los centros de atracción del Mediterráneo, y, por el contrario, se vio reforzado a partir de la fundación de Bagdad y mientras esta ciudad siguió siendo la indiscutible metrópoli de todo el Oriente Próximo. Entre los marinos que participaban en este comercio pudo haber árabes de Iraq o de Omán, pero no parece que se pueda dudar del predominio persa, incluso cuando el puerto de llegada sea Basra. Los signos de este - predomi nio son claros, no sólo hacia el Indo y aun más allá, sino también hacia el Yemen y Africa oriental, lo que es digno de ser subrayado. Desde el golfo Pérsico, los navios se dirigían hacia los puertos de la India occidental y hacia Ceilán. Muchos se detenían allí y, en todo caso, pocos remontaban el golfo de Bengala; pero también muchos se dirigían directamente hacia la península de Malaca, cuyo principal puerto era Qala, al noroeste de la moderna Singapur. Desde este punto, cuando seguían viaje, frecuentaban los puertos indochinos o remontaban directamente hacia China y alcanzaban Cantón, más allá de la cual, por regla general, nadie se aventuraba. Seguridad y comercio se unían para evitar las travesías puramente oceánicas demasiado largas; sin embargo, los monzones eran conocidos, y, a la vuelta, algunos navios iban a veces directamente de la India a Arabia o el Africa oriental, antes de alcanzar el golfo Pérsico —lo mismo que hacían, más al Sur y en condiciones poco conocidas, los malayos—. Tal era la situación en el siglo ix, pero a finales de aquel siglo la colonia cercano-oriental de Cantón fue exterminada como consecuencia de problemas internos de China; durante largo tiempo la unión directa no fue totalmente restablecida y, a causa de que los chinos llegaban hasta Qala, fue aquí donde se estableció el principal mercado de intercambio entre los habitantes del Próximo y del Lejano Oriente. Aquellos mercaderes que no se contentaban con llevar sus mercancías a Bagdad, o los mercaderes que venían a Bagdad a buscar lo que los precedentes habían traído a ella, difícilmente podían atravesar el norte del desierto arábigo para llegar directamente a Egipto; tanto si querían alcanzar aquél como si querían llegar»a los puertos sirios, lo contorneaban siguiendo el «Creciente Fértil». En la época bizantina, el punto de llegada normal era Antioquía, en el norte de Siria. Pero el crecimiento de Damasco desvió hacia el Sur los itinerarios, que alcanzaban entonces el mar por Tiro o Trípoli, más tarde por Acre y, a fines de la Edad Media, por Beirut. La actividad de los corsarios sirios y cretenses en Grecia, la de los magrebíes y españoles en la península italiana (donde ocuparon durante treinta años Barí) y también en las costas de Francia (donde, partiendo de la madriguera de Garde-Ferinet, en los montes llamados desde entonces «de los Moros», infestaron durante más de un siglo los valles alpinos, llegando hasta Suiza), atestiguan, a la vez, la desaparición del poderío bizantino en Occidente y la debilidad de las resistencias locales frente al Islam así como, en aquella misma época, frente a los normandos y los húngaros. Pero la actividad de los corsarios atestigua, también, la insuficiencia de las relaciones comerciales y en este caso la causa no pudo ser más que económica; nos volveremos a encontrar con esta misma cuestión posteriormente aunque bajó un ángulo distinto. No se puede deducir de ello, sin embargo, la interrupción de las relaciones Este-Oeste por medio de otras vías; las mercancías podían pasar de Constantinopla a Italia del Norte (Venecia) a través de Grecia y del Adriático (a pesar de los piratas dálmatas) y también, se habían anudado relaciones entre el Magrib e Italia del Sur (sobre todo con Amalfi)

No podemos dejar de sentirnos sorprendidos por la ausencia, en este cuadro, de Europa Occidental. Ya hemos dicho que había relaciones entre España . y Francia, pero parece ser que estuvieron exclusivamente en manos de los judíos a uno y otro lado de la frontera. Se ha invocado el antagonismo religioso, pero los musulmanes frecuentaban un gran número de países que no eran musulmanes, entre ellos la cristiana Constantinopla; de todos modos, en la Europa cristiana no hubiese habido lugar a un antago nismo con los cristianos de Oriente ni con los judíos, puesto que estaban representados en los dos bandos. Pudo ser que, como los bizantinos y los chinos, los occidentales hubiesen prohibido a los mercaderes llegados por mar la penetración en su territorio; lo mismo harán los musulmanes más tarde cuando los cristianos de Occidente frecuenten sus puertos; los pueblos de la estepa ruso-asiática y los del Africa sudanesa no pudieron hacer lo mismo por falta de organización. Pero lo cierto es que incluso los puertos mediterráneos de Francia e Italia del Norte fueron prácticamente ignorados por los comerciantes orientales. No hay para ello otra posible explicación que la insuficiencia del atractivo económico y la preferencia, en los intercambios que había, por las rutas terrestres que atravesaban las penínsulas italiana e hispánica o la Europa Central, en manos de los mercaderes de estos países. Fuera lo que fuese, una cosa es cierta: dejando al margen una posible excepción que luego' expondremos, había por un lado los mercaderes del Mediterráneo, y por otro, los mercaderes del Océano Indico, y nunca el mismo hombre penetraba de úna zona en la otra. Tratándose de comercio terrestre, es difícil establecer unas líneas de demarcación tan netas, pero de hecho, parece ser que no hubo comercio directo entre Rusia y China. Es cierto que hacia los siglos xi y xn es posible encontrar hombres que iban desde el Magrib a la India, pero se trataba de súbditos del Islam, nunca de extranjeros y, aun en este caso, es digno de notarse que eran dos viajes sucesivos: nunca se hacía un negocio directamente desde un dominio con el otro Una vez tratada la cuestión de los itinerarios, llega el momento de referirnos a los hombres. Ya hemos mencionado la actividad o la pasividad de determinadas regiones. Otra característica es la interconfesionalidad del comercio. Una documentación original procedente de los siglos xi y xii, cuando habían cambiado las condiciones anteriores, conocida bajo el nombre de Geniza de El Cairo, nos da a conocer el comercio de los judíos magrebíes en Egipto y en el Océano Indico; pero no hace referencia a ninguna de las especifidades de los “Rahdáníes” Lo que es notable es que al margen de las palmeras que no podían ser utilizadas exageradamente puesto que se plantaban principalmente para la producción de dátiles, estas maderas, y sobre todo las de mejor calidad de entre ellas, no crecían casi en ninguna de las regiones del mundo musulmán, y, por tanto, toda la navegación y el comercio marítimo dependían de la importación de una materia prima fundamen tal, ya sea de la India, ya sea del Africa Oriental. Con frecuencia las maderas eran acarreadas, sin haber sido cortadas, flotando detrás de los navios; pero también era frecuente que los navios fuesen construidos según las tradiciones indígenas en los países frecuentados por los marinos de que ahora nos ocupamos, y, en particular, en los archipiélagos de las Laquedivas y Maldivas, ricas en cocoteros de los que sus habitantes extraían todos los productos necesarios para su subsistencia. En el Mediterráneo el problema de la madera de construcción naval era más agudo debido a la escasez de madera (aunque menor que hoy) en los países musulmanes y a su general falta de cualidades necesarias para este uso. Por tierra, el transporte se hacía esencialmente a lomos de bestias, principalmente de camellos. En Oriente no se desconocía la técnica de la construcción de carreteras, pero, por lo general, se encontraba que era más práctico contentarse con pistas. Es por eso también por lo que, aunque se utilizase a veces la rueda, se consideraba más práctico el transporte por medio de animales que por medio de carruajes. Supuesto que se organizase un sistema de repostas, lo que también hubiese sido necesario en el otro caso, los animales eran más útiles puesto que sus pies se .adaptaban mejor a todos los terrenos, a las travesías de vados, etc., y porque cargaban mejor sobre sus espaldas que arrastrando un carromato, jdádo que se desconocía el uso de los aparejos para los animales. Todo esto no quiere decir que no se construyesen caminos sólidos en las montañas, que no se edificasen puentes sobre los ríos, o se montasen puentes de barcos, que se podían abrir, en los grandes ríos navegables. Cada vez más, a medida de. las necesidades

planteadas por el desarrollo del comercio, se fueron organizando en aquellos sitios donde concluían normalmente las etapas de cada viaje sobre todo si esas etapas np terminaban en una ciudad, albergues nocturnos para las bestias, las personas y las mercancías, a las que denominamos, con un nombre turco posterior, «caravan-serrallo» o caravanera. Tanto si se viajaba por mar como si se hacía por tierra, nunca, se viajaba solo. Por mar las estaciones imponían sus exigencias, menos claras en tierra; pero independientemente de esto, la seguridad, la necesidad de ayuda mutua en caso de accidente, exigían la constitución de convoyes colectivos. El control administrativo también se simplificaba en este caso. De ahí que las mercancías llegasen masivamente en un determinado momento, lo que daba lugar a una especie de ferias provisionales. Un caso especial era la peregrinación, a la que acompañaban casi obligatoriamente mercaderes así como tropas militares. Sólo unas palabras es preciso dedicar al comercio intermediario, inter-regíonal, que versaba principalmente sobre el intercambio de productos de consumo habitual, alimenticios o industriales, o en su traslado a los grandes centros de consumo: así, el trigo y ciertos metales de la Alta Mesopotamia se llevaban a Bagdad, y productos alimenticios de todas clases procedentes de todo Egipto se llevaban a El Cairo, en el primer caso por navegación sobre el Tigris, en el segundo por el Nilo. Por lo que respecta al comercio realmente internacional, es preciso distinguir, menos que los productos, las funciones a las que estos productos servían: productos de consumo, productos que servían a la producción artesanal interior, mano de obra, productos de tránsito; su proporción tiene una gran importancia en el equilibrio general de la economía, y pudo variar según los lugares y las épocas. Desde otro punto de vista, es preciso distinguir la importación de la exportación y estudiar su relación. A finales de la Edad Media se hará cierto que el comercio realizado por mercaderes ambulantes tendrá más importancia que la venta de productos indígenas, lo que significará que un cambio en las rutas de los mercaderes, tendría graves consecuencias; pero' en la Alta Edad Media parece que la proporción entre exportación y ventas en tránsito se mantuvo equilibrada.

Una vez dicho esto hay que admitir que no disponemos de ninguna estadística que nos permita medir la importancia respectiva de la importación y de la exportación. Sólo podemos hacer algunas consideraciones generales. Aunque esto pueda parecer extraño a una mentalidad educada en la atmósfera de la economía moderna, ningún Estado medieval pretendía obtener lo que nosotros llamaríamos un balance favorable de las exportaciones. Por el contrario, como se verá más tarde, todo se encaminaba a estimular proporcionalmente más la importación que la exportación. Y es que, dadas las dimensiones limitadas de la producción medieval, nunca se temía no poder vender, sino tener ei^asez de algo; el poderío y la prosperidad consistían en poder adquipr las cantidades necesarias de todo lo que se creía importante, con objeto de evitar aquel riesgo lo máximo posible. Del mismo modo, con variaciones según los países, existen monopolios comerciales. Es lo que se denomina el sistema del matyar, literalmente el comercio, almacén comercial. En Egipto, donde había adquirido un particular desarrollo, versaba sobre la importación de hierro y madera y sobre la exportación de alumbre; a mediados de la Edad Media se utilizará el alumbre para evitar que las importaciones de madera y de hierro, indispensables para la construcción naval y para la fabricación de armas, condujesen a una hemorragia monetaria que el agotamiento de los yacimientos de oro comenzaba a hacer temible; pero nada similar se puede citar con anterioridad. En Iraq, donde las tradiciones eran diferentes, los esfuerzos de los buyíes para introducir un sistema comparable terminaron con el fracaso. Al margen de los monopolios, el Estado tenía prio ridad para comprar, a menudo sobre tarifas oficiales, lo que le convenía, método que producía daños al comercio privado -libre y que suscitaba las protestas de los mercaderes; volveremos a hablar de este problema cuando nos refiramos a los finales de la Edad Media. Los mercaderes que desembarcaban en un puerto o llegaban a una ciudad fronteriza, o simplemente a una gran ciudad incluso del interior del territorio musulmán, no eran libres para desembarcar sus mercancías a voluntad, ni sus eventuales clientes para venir a su encuentro y tratar con ellos directamente de sus asuntos. Este procedimiento, que quizá adquiera un cierto desarrollo en el declinar de la Edad Media,

estaba estrictamente prohibido antes, ya que entonces había una separación absoluta entre el gran comercio exterior y la venta al detalle o el pequeño comercio artesanal en el mercado interior. El sistema empleado era el del funduq (palabra que en italiano se convirtió en «fondaco», y que quizá proceda del griego pandokeion). Consistía en que los mercaderes o los agentes del Estado llevaban todas las mercancías a un almacén donde estaban indicadas de antemano, o donde se cobraban a la entrada, después de un registro detallado, las tasas aduaneras o comerciales que debían pagar ya sea inmediatamente o ya sea después de su venta; era éste un sistema muy ventajoso para el Estado. A continuación, estas mercancías eran vendidas, por lo general por medio de subasta, a los compradores, principalmente detallistas, que deseasen comprarlas. En esto intervenía el corredor, simsdr (sensal en italiano), cuyos servicios eran casi indispensables para los mercaderes extranjeros que no conocían ni los usos, ni la lengua, ni los precios del país. De otra parte, el régimen de los puertos marítimos parece haber sido diferente del régimen de las fronteras terrestres, percibiéndose en ellos un «diezmo» mucho más uniforme indiferentemente sobre los comerciantes de todo género y por todas las mercancías venidas del extranjero; cualquiera que hayan sido las especificaciones teóricas, mal podríamos explicarnos, caso de que los musulmanes hubiesen gozado de un claro privilegio, el que extranjeros en número creciente se hubiesen unido a aquellos para finalmente suplantarlos y sin que exista ningún indicio que nos haga pensar que hubiesen podido pasar sus bienes bajo el nombre de un asociado musulmán. Además, como ya habíamos dicho, el fiqh es sumamente discreto en todo lo referente al comercio en gran escala, lo que significa que éste conservaba unas tradiciones que no debían nada al Islam. Tan delicado era para los mercaderes él problema de adquirir los fondos necesarios, como para el «capitalista» el de hacerlos fructificar. Era excepcional el caso de que un mercader comerciase únicamente con sus propias mercancías, y en general hacia negocios en beneficio de otros. Se practicaban dos formas principales de asociación capital-trabajo. La primera era una asociación, hablando con propiedad, sirka, es decir, que había una copropiedad de un bien y reparto del beneficio según una proporción fijada por los asociados. Más interesante es la muddraba o qirdd, parecida a la «commenda» italiana. Consistía en un adelanto de fondos por el capitalista a un mercader, quedando a cargo de éste el hacerlos fructificar y conservando el primero el derecho a una parte del eventual beneficio. La práctica, en cierta medida, era conocida también en Bizancio y por los judíos, pero se ha llegado a establecer que la adaptación musulmana era más flexible, y garantizaba mejor al mercader viajante contra los riesgos siempre grandes de la empresa. Se ha dicho, por el contrario, que la muddraba estaba menos perfeccionada de lo que iba a estar la commenda italiana; pero la reserva no parece fundada. Descansa sobre el hecho de que el Derecho no permitía más adelanto que en dinero, no en mercancías; pero además de que conocemos casos en que en la práctica no se respetaba esta restricción, ésta se limitaba a estipular, para evitar toda duda, que el montante de lo avan zado debía ser establecido en dinero, pero no prohibía que el mercader convirtiese el dinero recibido, físicamente o no, en mercancías; esto es precisamente lo que hacían los italianos, con la única diferencia de que la escasez de dinero en Occidente hacía que se multiplicasen los casos de adelantos directamente en mercancías, pero siempre a un precio fijo. Teóricamente, como todas las legislaciones antiguas y todas las religiones medievales, el Islam prohibía el préstamo a interés, la usura, la riba. Es difícil saber exactamente qué es lo que los primeros musulmanes entendían prohibir y con qué mentalidad lo hacían, ya que la utilización hecha por la pos teridad de esta prohibición, aplicándola a circunstancias nuevas, falsea un poco el problema como lo falsea también el simple hecho de su traducción a las lenguas europeas. Como ya hemos visto, el Islam no se oponía de ningún modo al principio de la remuneración del capital puesto en explotación. De manera general, es absolutamente cierto que el fiqh, que se interesa por los menores detalles referentes al pequeño comercio con objeto de evitar toda posibilidad no sólo de deshonestidad sino de riesgo, se adaptaba,mal a las exigencias del comercio en gran escala, del que no se pueden separar el .riesgo y la

incertidumbre. Sin embargo, no se pueden cometer exageraciones de sentido contrario; en la práctica de la «com- menda», por ejemplo, se ha llegado a establecer que la muda- raba musulmana cubría mejor los riesgos del mercader que las prácticas similares de bizantinos y judíos, y a menudo, tenemos ejemplos de judíos que precisaban, que utilizaban formas de contrato musulmanas. De ello se deduce que incluso para los contemporáneos la Ley o la práctica musulmanas aparecían, al menos en ciertos casos, como un progreso sobre las leyes o costumbres- anteriores o vecinas. Las operaciones de «banca» que hemos visto no eran hechas por banqueros especializados. Ni en el mundo musulmán ni en el mundo cristiano, hasta el fin de la Edad Media, la divi sión entre banquero y mercader pasaba por las mismas líneas que hoy. Lo único que había era, por un lado, el sayrafi, es decir, el cambista, con - su variante el yahbad, sayrafi dedicado á operaciones de cambio y de control de monedas por cuenta del Estado; por otro lado, el gran mercader que, en razón de sus disponibilidades y a sus garantías, podía recibir depósitos, hacer préstamos, etc. Incluso ciertos notables pertenecientes a otra categoría económica podían hacer operaciones del mismo género. Estas no estaban prohibidas al sayrafi, pero parece que, en lo que concierne, no eran demasiado frecuentes y eran de poca importancia. De otra parte, ya vimos que el Estado se dirigía con frecuencia, a los mercaderes o a otros ricos personajes para el arrendamiento de sus impuestos, o para simples adelantos de dinero, etc. Aunque de ello resultaban una serie de peligros para los mercaderes, demasiado ligados a la ambición y -a la solvencia de los dirigentes, también conseguían el poder disponer de fondos muy superiores a los que les eran propios y el embolsarse los beneficios obtenidos con los negocios hechos manejando estos fondos. Esta unión entre lo privado y lo 'público, que volveremos a encontrar con los grandes banqueros italianos de finales de la Edad Media, caracteriza una cierta etapa del desarrollo de la economía mercantil. Muchas discusiones se han suscitado, en función de modernas preocupaciones, sobre el grado de «capitalismo» del Islam medieval. La respuesta dppende, evidentemente, del sentido, desgraciadamente bastante flexible, que los autores atribuyen a la palabra capitalismo. ,Uno de los que mejor conocen la cuestión, Rodinson, ha dado recientemente una fórmula que creo puede poner de acuerdo a todos: hubo, en el Islam medieval, un importante «sector capitalista» que, sin embargo, no englobaba a la totalidad de la economía. Este sector era esencialmente mercantil, y no industrial como en los orígenes del capitalismo europeo. No se puede subestimarlo, pero tampoco sobreestimarlo. El poderío de los mercaderes no se puede negar, pero tampoco se puede negar que, a lo largo de las luchas de los siglos x y xi fue el elemento militar, en términos económicos principalmente propietario inmobiliario, quien tomó el lugar más importante; los mercaderes continuarían subsistiendo, ciertamente, pero en un segundo plano y al servicio de los primeros, que los despojaron cuantas veces quisieron hacerlo. No debemos quemar las etapas cuando tratemos de examinar el desarrollo de la economía capitalista. García San Juan: Formas de sumisión El presente trabajo consta de dos partes, estrechamente relacionadas entre sí. Por un lado, he tratado de establecer un esquema general sobre los principios del derecho islámico relativos a las formas de conquista y el tratamiento de los vencidos y de sus bienes y propiedades, en especial del estatuto de las tierras. Esta teoría jurídica posee la particularidad de invocar como justificación la experiencia histórica de la expansión del islam y las decisiones atribuidas tanto al propio Mahoma como a los califas ortodoxos. Tomando en consideración la existencia de este vínculo entre la normativa jurídica y el proceso histórico de expansión del islam, en la segunda parte he abordado el debate historiográfico generado a raíz de los problemas que suscita dicho vínculo. Asimismo, dada la temática del Seminario, he prestado especial atención al caso concreto de la península Ibérica, dedicando un apartado específico en el que se revisan las principales aportaciones relativas al problema de la forma de la conquista de dicho territorio por los musulmanes. 1. La noción ofensiva del yihad y las dos formas de sumisión del territorio: La doctrina jurídica relativa a las normas de la guerra y del reparto del botín constituye un apartado de importancia en la mayoría de las obras de derecho islámico clásico. El derecho islámico clásico concibe la guerra en términos de yihád, de forma que es a través de este concepto mediante el cual se expresan las normas sobre la identificación del

enemigo, la sumisión del territorio y el tratamiento de los vencidos. Algunos especialistas señalan que la noción clásica del yihád implica la obligación de combatir a los no musulmanes hasta su completa y total sumisión y el consiguiente y definitivo triunfo del islam, lo que supondría un continuo estado de guerra, latente o activo1 2. En efecto, las afirmaciones de algunos de los principales tratadistas y juristas musulmanes permiten comprobar esta dimensión ofensiva del yihád, entendido como forma de expandir el dominio político y territorial del islam. La doctrina del yihüd exige la obligación de exhortar al enemigo a rendirse antes de empezar las hostilidades, rendición que se materializa en la aceptación del islam mediante conversión o en la sumisión a la autoridad islámica7. Según Averroes, existe unanimidad en considerar esta invocación previa como un requisito de la guerra (sari al-harb), lo cual se justifica en Corán, XVII, 158. Asimismo, el hanafi Abü Yüsuf señala que el Profeta nunca combatía a nadie sin antes exhortarlo a reconocer a Dios y a su Enviado. No obstante, el maliki Ibn Abi Zayd al-Qayrawánl sólo considera la exhortación previa como algo preferible (“ahabb ilay-ná an la. yuqatal al- ‘aduww hattá yad'ü ilá din Alláh”) y añade que la obligación desaparece en caso de que sea el enemigo quien comience las hostilidades. De manera similar, al-Mñwardi afirma que sólo es obligatoria respecto a los musrikün que no han sido alcanzados por la llamada del islam (da 'wat al-islam), los cuales, afirma, son ya poco numerosos9. . Dicha relación se basa en la obligación de combatirlos, al igual que a los demás no musulmanes, aunque dándoles la posibilidad de acatar la sumisión a la autoridad islámica sin aceptar el islam, a cambio de lo cual están obligados al pago de un tributo, layizya10 11. Así pues, en principio esta relación directa y exclusiva establecida por el Corán entre la yizya y la ahí al-kitáb podría ser considerada como una manifestación de la superior dignidad y rango de judíos y cristianos respecto a los demás no musulmanes: la ahí al-kitáb tendría tres opciones (islam, yizya o yihád), mientras que el resto de no musulmanes solo tendría dos (islam o yihádf\ Sin embargo, como veremos más adelante, pese a esta aparente exclusividad de la yizya, los juristas desarrollaron dos tendencias distintas respecto a su aplicación, una restrictiva (más apegada a la letra del texto coránico) y otra universalista. Partiendo de esta noción ofensiva del yihád, las fuentes jurídicas árabes contemplan dos formas de sumisión del territorio, pacífica y violenta, las cuales implican unas consecuencias distintas respecto a los vencidos y sus bienes, en particular las tierras, diferencia expresada mediante el empleo de dos conceptos distintos para referirse al botín, fay’ y gamma. La primera clasificación sistemática procede de al-Máwardi, que señala la existencia de tres categorías de tierras en función de la forma de sumisión del territorio, aunque, en realidad, son cuatro: las conquistadas por la fuerza, las abandonadas por sus ocupantes y las adquiridas mediante pacto, entre las que distingue dos subtipos, las que permanecen en propiedad de sus ocupantes y las que pasan a propiedad de los musulmanes. La sumisión del enemigo lograda mediante victoria militar supone el predominio del derecho de los vencedores, lo que equivale a la disposición de los vencidos y sus bienes como botín a repartir entre los conquistadores. En principio, es preciso distinguir entre el tratamiento dado a los vencidos y a sus propiedades, en particular las tierras. El tratamiento del enemigo vencido El derecho islámico clásico establece con claridad la forma en que debe tratarse al enemigo vencido, si bien es patente la existencia de divergencias de opinión en tomo a puntos diversos. Para ello me remitiré en este apartado a Averroes, que resume con su habitual precisión los términos del asunto. La doctrina del yihad contiene códigos y estipulaciones que afirman con claridad la existencia de límites en el daño que puede causarse al enemigo. En tiempo de guerra es lícito matar a todos los varones, adultos y sanos, e incluso a las mujeres, si son combatientes. En cuanto a los cautivos, el imam tiene la facultad para decidir su destino, pudiendo decidir entre perdonarlos, esclavizarlos, matarlos o liberarlos, sea a cambio de un rescate o del pago de la yzzya, es decir, otorgándoles el estatuto de la dimma.

El referente histórico que estos juristas atribuyen al fay’ es de origen profético y se refiere a los bienes (amwál) de los judíos Banü 1- Nadir de Medina que, según afirma el hadiz, quedaron en exclusiva en manos de Mahoma, quien los empleó para proveer el sustento de su familia durante un año y adquirir caballos y armas para la lucha por mor de Dios (fi sabll Alláh)15. La interpretación que hace de esta tradición al-Máwardi difiere en parte de su contenido originario, ya que, aunque el hadiz alude en términos generales a los bienes, al- Máwardi afirma que fueron las primeras tierras que Dios otorgó a su Enviado (fawwal ard afa’a-há Alláh ‘ala rasúli-hij. Además, señala que, de esos bienes, el Profeta repartió entre los muháyirün los bienes inmuebles, mientras que inmovilizó las tierras en su propio beneficio (fhabbasa al-ardayn ‘ala na/si-hi"), convirtiéndolas en sus sadaqdt, de las cuales disponía a su voluntad y con las que proveía el sustento de sus esposas25 26. Asimismo, los juristas coinciden en afirmar la particularidad del Sawád, al que al-Máwardi atribuye un valor jurídico referencial respecto a la clasificación de las tierras en función del tipo de conquista27. Dicho jurista sostiene que tanto los iraquíes (hanafíes) como los sáfi íes afirman su conquista por la fuerza, pero el califa ‘Umar no lo repartió, dejándolo en manos de sus habitantes e imponiéndoles el pago del jaráy. No obstante, los sáfi íes discrepan entre sí respecto al régimen jurídico (hukm) al que fueron sometidas entonces las tierras, existiendo dos grupos. El mayoritario, encabezado por Abü Sa‘id al-Istajri, afirma que ‘Umar las inmovilizó, convirtiéndolas en waqf de utilidad pública y manteniéndolas en manos de sus ocupantes, a cambio del jaráy percibido a título de alquiler (uyra). El referente histórico que justifica la posibilidad de mantener las tierras indivisas es el ya comentado de ‘Umar b. al-Jattáb respecto al Sawád. Sin embargo, el precedente profético legitima ambas opciones, ya que Mahoma repartió lo conquistado en el oasis de Jaybar. En función de la decisión que adopte el imam, Abü Yüsuf establece una distinción fiscal dual, como vimos antes: el reparto crea tierra de diezmo y la inmovilización, de jaráy. Por debajo de esta explicación meramente doctrinal, sin B embargo, las diferencias jurídicas probablemente constituyan una J manifestación del conflicto por el control de las tierras y el deseo de | los conquistadores de apoderarse de ellas, si bien este conflicto se | produjo mucho antes del desarrollo del derecho musulmán y de la | formación de las escuelas sunníes. Ello significa que la disputa se | verificó en ausencia de una normativa islámica codificada como tal. | Cuando se desarrolló una doctrina jurídica que sistematizaba las I normas de conquista y del reparto del botín, la expansión del islam b había finalizado más de un siglo antes, en el mejor de los casos. El segundo tipo de sumisión es el de índole pacífica, es decir, I

mediante un tratado o pacto. El estatus correspondiente a los

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individuos y las propiedades como consecuencia de una conquista

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pacífica sería el definido en los distintos pactos de capitulación, base

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sobre la que se elaboró, de forma progresiva, el estatuto jurídico de la

I

dimma, que define el marco legal de existencia de los no musulmanes

| que habitan en territorio musulmán. Por debajo de esta explicación meramente doctrinal, sin embargo, las diferencias jurídicas probablemente constituyan una J manifestación del conflicto por el control de las tierras y el deseo de | los conquistadores de apoderarse de ellas, si bien este conflicto se | produjo mucho antes del desarrollo del derecho musulmán y de la | formación de las escuelas sunníes. Ello significa que la disputa se | verificó en ausencia de una normativa islámica codificada como tal. | Cuando se desarrolló una doctrina jurídica que sistematizaba las I normas de conquista y del reparto del botín, la expansión del islam b había finalizado más de un siglo antes, en el mejor de los casos.

La historiografía se ha mostrado tradicionalmente escéptica respecto a la autenticidad histórica de los pactos de capitulación establecidos durante la expansión islámica. Un buen ejemplo al respecto es el de A. Fattal, quien no los cuestiona globalmente, pero afirma que deben utilizarse con reservas y señala que el testimonio de los cronistas es contradictorio e insuficiente, expresando opiniones similares respecto a algunos de ellos en concreto. Así, considera que existe una “incertidumbre desconcertante” en tomo a la capitulación de Hira (año 12/633), que la historia del tratado de Damasco es “extremadamente confusa” y que el de Jerusalén contiene «puntos oscuros

Por su parte, M. R. Cohén interpreta la forma literaria del pacto, consistente en una carta escrita por los cristianos y ratificada por el califa, como una estrategia para justificar la aplicación de estipulaciones no coránicas36 37. Con independencia de las divergencias historiográficas, a mi juicio, lo verdaderamente relevante de este texto es su importancia en la tradición jurídica islámica a la hora de establecer el estatuto de los dünmíes y, a este respecto, su valor es indudable, ya que, como afirma al-Wansarisi, este texto ha servido de base a juristas de todas las escuelas (“i'tamada ‘alay-ha al-fitqahá> min ahí kull madhab fi lahkam al- muta ‘allaqa bi-ahl al-dimma^1. Respecto a la península Ibérica, Chalmeta registró un total de once pactos, ocho relativos a localidades concretas (Ceuta, Écija, Sevilla, Fuente de Cantos, Mérida, Pamplona, Huesca y Lisboa) y tres a zonas o regiones (valle del Cinca y término de Lérida, Tudmir y Yilliqiya)38. De esos once solo se conoce el contenido del llamado “pacto de Tudmir”, único testimonio escrito coetáneo a la conquista musulmana, datado en el año 94/713. La historiografía es unánime a la hora de admitir su autenticidad, aunque en diversos grados, pudiendo distinguirse dos posiciones distintas. La mayoría de los investigadores la aceptan de manera plena. La principal consecuencia de la conquista pacífica radica en el otorgamiento de un estatuto especial a aquellos de los sometidos que no se conviertan al islam, la dimma. embargo la yizya no siempre estaba sujeta a restricciones confesionales. Así pues, podemos considerar que la dimma y la yizya constituyen, en realidad, los dos elementos esenciales que caracterizan la situación de las poblaciones sometidas que se niegan a aceptar la conversión al islam, con independencia de la forma en que fueron sometidas y, asimismo en gran medida, al margen de sus creencias. Pese a que nunca ha existido un único código legal de la dimma de validez universal en todo el conjunto del ámbito musulmán, las normas que rigen la existencia de los no musulmanes en territorio islámico han resultado ser históricamente bastante homogéneas, al menos en sus aspectos fundamentales. Ello obedece a que dichas normas parten de una base común, constituida por los referentes coránicos y proféticos y los pactos de capitulación. En este sentido, el rasgo principal y más defínitorio de la dimma consiste en el establecimiento de una serie de limitaciones a la capacidad de actuar del individuo que posee dicho estatus en comparación con las atribuciones de las que disfruta el musulmán. La relación entre dimma y yizya es un asunto complejo cuyo tratamiento pormenorizado obligaría a partir desde los propios orígenes de las prácticas proféticas. Aunque el término dimma es coránico, no hay definición coránica del mismo y tampoco existe identidad coránica entre dimma y ahí al-kitab ni entre dimma y yizya. Lo que el Corán sí establece es una vinculación directa y, en principio, exclusiva, entre ahí al-kitab y yizya (IX, 29). Asimismo, hay una identidad fiscal de base profética entre ahí al-kitab y mayüs, ya que Mahoma autorizó a que se les aplicara la y/zya42, pero que no se

extiende a otros consumo de alimentos.

dos

aspectos,

fundamentales,

como

el

matrimonio

y

el

No existe, pues, una clara diferencia respecto al destino de los vencidos en caso de conquista violenta o pacífica, ya que su situación quedaría equiparada al aplicárseles en ambos casos la yizya como contrapartida a su permanencia en territorio musulmán. Según el célebre polígrafo andalusí ‘Abd al-Malik b. Habib, la diferencia radicaría en la cuantía de ambas clases de yizya, de forma que, mientras la de la estipulada por pacto se fijaría en función de lo acordado, la de la yizyat al- ‘anwa seguiría la práctica establecida por el califa Umar. Si bien la aplicación de la yizya no depende necesariamente de la forma de sumisión del territorio, tampoco se vincula, al menos en todos los casos, a las creencias del pueblo sometido. En este sentido, se desarrollaron entre los juristas dos tendencias en relación con el pago de la yizya, una restrictiva y otra universalista. La primera establece que solo es lícito aplicar la yizya a la ahí al-kitáb y a los mayüs, en base a los preceptos coránicos y proféticos. Un último aspecto en relación con los pactos de capitulación y el estatuto de la dimma es el de las condiciones de su incumplimiento o ruptura. El pacto de ‘Umar alude a este tema pero no aclara la situación. Los cristianos del §am concluían su solicitud al califa afirmando que, si faltaran a algunas de las cláusulas o garantías estipuladas, cesaría la protección de la dimma, siendo lícito a los musulmanes proceder contra ellos como rebeldes y sediciosos. La cláusula que he calificado de social prohíbe abordar a una mujer musulmana con intención de fornicar (“zmñ”) o de matrimonio. Finalmente, la estipulación de lealtad al Estado islámico, cifrada en la prohibición de ayudar al enemigo o acoger a sus espías. Estas seis cláusulas, afirma, son obligatorias aún cuando no sean explícitamente estipuladas y su incumplimiento supone la ruptura del pacto (“naqd li‘ahdi-him"). No obstante, señala que la ruptura no autoriza a matar a los protegidos, a convertir en botín sus bienes ni a reducir a cautividad a sus mujeres e hijos, salvo en el caso de que se rebelen y combatan con violencia contra los musulmanes. Lo que procede es su expulsión del territorio musulmán hacia el territorio politeísta más cercano (“adnd bilád al- sirk”'), por la fuerza si no se marchan voluntariamente. Asimismo, la normativa máliki relativa a la ruptura del pacto se basa en seis preceptos, muy similares a los estipulados por el tratadista sáfi‘i: luchar contra los musulmanes (salvo en defensa propia), negarse a pagar la yizya, rebelarse contra las leyes (“aZ- tamarrud ala 1-ahkanT), mantener relaciones con mujeres musulmanas o pretender casarse con ellas, espiar para el enemigo e insultar al Profeta. Cualquiera de estas actuaciones supone la condena a muerte del dimmi, salvo que se convierta al islam. El caso de al-Andalus nos suministra tres situaciones históricas concretas vinculadas a actitudes que suponían o podrían haber llegado a suponer, la ruptura del pacto de la dimma. Cada una de esas situaciones se refiere a la violación de alguna de las condiciones inherentes a dicho estatus. La primera es la relativa al episodio de los mártires de Córdoba, en el que se contravino la norma que impide menospreciar los símbolos del islam o a su Profeta, si bien no tenemos constancia de que las autoridades jurídicas y políticas de la época lo interpretasen en el sentido de violación del pacto, tanto desde el punto de vista individual como colectivo. La escasa proyección en las fuentes árabes de este episodio podría indicar que las autoridades cordobesas no le dieron una gran trascendencia social ni política. La primera situación en la que se expresaron voces que denunciaban de forma abierta la ruptura del pacto con los dimmíes se produjo como consecuencia de la preeminencia política alcanzada por los dos visires judíos. Aunque las fuentes jurídicas no mencionan la ocupación de tales puestos o dignidades como causa de ruptura del pacto, dicha denuncia se registra en dos autores, primero en la Refutación de Ibn Hazm contra el anónimo autor judío autor de un tratado de denuesto del Corán (“bara’ati-hi min aí-dimma*)55, y luego en la célebre casida antijudía de Abu Ishñq de Elvira, en la que incita a Bádis a atacar a los judíos

eximiéndolo de toda culpa y negando que se le pueda acusar de cometer una traición, ya que son los propios judíos los que han roto el pacto que garantizaba sus derechos (fnakatü ‘ahda-na 'inda-hum”)56 57. La era de gobierno de los dos visires judíos se cerró con el asesinato del segundo de ellos y el subsiguiente pogromo que supuso la aniquilación de buena parte de la judería granadina, pero no dio lugar a una anulación oficial del pacto de la dimma Es preciso añadir que no solo el comportamiento de los dimmíes llegó a provocar situaciones que las autoridades jurídicas y políticas musulmanas consideraron causa de ruptura de los pactos. Las propias fuentes árabes nos narran episodios de violación de las garantías establecidas otorgadas por parte de las autoridades islámicas. Probablemente uno de los ejemplos más conocidos sea el relativo a la gran mezquita aljama de Damasco, narrado por el andalusí Ibn Yubayr en su relato de viajes y que comentaré a continuación El segundo grupo es el de las tierras adquiridas mediante pacto de capitulación con sus ocupantes, que, según al-Máwardi, se convierten en fay’ sobre el que se percibe el jaray. Dentro de este grupo ambos juristas distinguen, a su vez, dos subespecies, en función de la titularidad de la propiedad. Cuando los ocupantes renuncian a su propiedad y pasa a titularidad de los musulmanes, estas tierras se asimilan al waqf de utilidad pública, igual que las abandonadas. Por este motivo, el ocupante carece del derecho de vender la tierra o donarla, aunque sí tiene preferencia para explotarla mientras cumpla los términos del pacto, tanto si permanece en sus creencias (“&>£”) como si se convierte. El jaray equivale a un alquiler (“uyra”} que no deja de pagarse por conversión al islam. La segunda clase de tierras adquiridas mediante pacto es aquella cuya propiedad permanece en manos de sus ocupantes. En este caso, ambos juristas coinciden en que el jaray equivale a una yizya que se les cobrará mientras mantengan sus creencias (“sirk'j, desapareciendo si se convierten al islam. Así pues, todas las tierras conquistadas sin necesidad de combatir, tanto por huida de sus ocupantes como mediante pacto, son gravadas con el jaráy, tributo del que existen dos clases, uno equivalente a un alquiler (uyrá) que es independiente de la condición religiosa del ocupante, y otro equivalente a la yizya, que desaparece con la conversión al islam. Asimismo, hay una asimilación jurídica entre las tierras conquistadas por la fuerza que no se reparten y las sometidas pacíficamente cuando la propiedad pasa a manos de los musulmanes: en ambos casos, dichas tierras se consideran waqf de la comunidad islámica gravadas con un jaráy equivalente a un alquiler que no desaparece por la conversión al islam de su ocupante. Junto al estatuto de las tierras y la fiscalidad, otro aspecto relevante directamente relacionado con las formas de sumisión del territorio y el estatuto de la dimma es el relativo a los lugares de culto de los no musulmanes. A la hora de abordar esta cuestión, los juristas islámicos parten de las distintas categorías de territorios y asentamientos. Uno de los más completos y exhaustivos en su tratamiento es Ibn Qayyim alYawziyya, quien distingue entre tres ámbitos distintos: los asentamientos fundados por los musulmanes y los existentes antes del islam, divididos, a su vez, entre los conquistados por la fuerza o mediante pacto. La extensa argumentación del alfaquí hanbalí se puede resumir en dos puntos. Primero, la construcción de nuevos lugares de culto es ilícita salvo en el caso de los territorios conquistados de forma pacífica y cuando ello haya sido reconocido en la capitulación, si bien lo recomendable es seguir el ejemplo del tratado de ‘Umar, en el que se permitía el mantenimiento de los templos existentes pero se prohibía construir otros nuevos. Por otro lado, señala que existen discrepancias sobre la licitud de derribar los lugares de culto de los territorios y ciudades conquistados por la fuerza62. La opinión atribuida a Málik es que los dimmíes no tienen derecho a construir templos en territorio musulmán salvo si disponen de autorización para ello En E K

cambio, en pacíficamente consideraban lícita la reparación de los existentes

la si

las zonas construcción de nuevos vivían separados de los

conquistadas templos y musulmanes,

g se les hubiese o no estipulado dicha cláusula; en cambio, si vivían g entre los musulmanes, no debía permitírseles construir nuevos E templos, incluso aunque les hubiese sido autorizado, mientras que sólo B podrían reparar los antiguos si les hubiera sido estipulada esa cláusula E en el tratado de capitulación (“‘ahd sulhi-him*), pero no efectuar ||. ampliaciones, fuesen externas o internas. La opinión de Ibn al-Qásim H era similar, reconociendo el derecho a construir templos en el territorio sometido mediante pacto, pero no en el conquistado por la fuerza, mientras que en las ciudades fundadas por los musulmanes, como al-Fustát y Basora, no tienen derecho, salvo que dispongan de un tratado, en cuyo caso debe respetarse63. Por lo que se refiere de un aspecto que no ha abordado en toda su amplitud.

al caso concreto de sido estudiado a fondo

al-Andalus, se trata y que merecería ser

dividida en dos partes, siendo demolidas las demás iglesias. Al aumentar la población cordobesa, el primer emir omeya, Abderramán I, logró que los cristianos, tras negarse en un principio, le vendieran su parte65. Respecto a la misma época, el siglo IX, una consulta jurídica nos informa que el consejo consultivo de Córdoba (“/¿/ra”) aprobó la demolición de una sinagoga (“sanüga”) recientemente construida, contando con el dictamen de ocho juristas: ‘Ubayd Alláh b. Yahyá, Muhammad b. Lubába, Ibn Gñlib, Ibn Walld, Sa‘d b. Mu'ád, Yahyá b. Abd aPAziz, Ayyüb b. Sulayman y Sa‘id b. Jumayr, los cuales opinaron que las normas del islam no permiten a los dimmíes, cristianos o judíos, construir iglesias ni sinagogas en las ciudades musulmanas67. En tercer lugar, tenemos constancia de la destrucción, por orden del emir almorávide Yüsuf b. Tasfin en el año 492/1099, de una iglesia situada a las afueras de Granada, en dirección a la puerta de Elvira. El ámbito magrebí nos suministra informaciones relevantes respecto a la evolución de esta cuestión, con el empleo de nuevos argumentos dentro del debate jurídico. En efecto, a partir del siglo XII se constata la manifestación de nuevas opiniones, en un contexto caracterizado por la presencia cada vez más amplia de cristianos en el Norte de África, por razones tanto militares como comerciales. Ciertos juristas atribuyen al soberano la potestad de decidir acerca de este asunto, pudiendo otorgar permiso de construir nuevos templos si considera que existen razones que lo justifiquen. La continuidad de este problema, que se planteó desde el momento de la expansión islámica, queda de manifiesto en el conflicto suscitado por la comunidad judía del oasis sahariano de Tuwát a finales del siglo XV, que motivó una amplia controversia jurídica con participación de varios juristas magrebíes, analizada hace años por el norteamericano John O. Hunwick en sendos trabajos. Como indiqué al principio del trabajo, la doctrina jurídica islámica sobre la guerra y las formas de sumisión del territorio presenta la particularidad de basarse en tradiciones relativas al proceso histórico de expansión del islam, tomando como principales referentes decisiones atribuidas tanto al Profeta como a los califas ortodoxos. La expansión del Estado islámico y el proceso de adquisición y conquista de territorios se producen durante el primer siglo de la Hégira, desde la muerte de Mahoma en el año 10/632 hasta la derrota en Poitiers ante los francos en 114/732, que señala el fin de la fase conquistadora del Estado islámico Este desfase plantea el problema de establecer hasta qué punto las circunstancias y los problemas del presente condicionan la visión del pasado y, por lo tanto, interfieren en el proceso de codificación jurídica basado en las decisiones atribuidas al fundador del islam y a los primeros califas. A ello se añade otro problema, ya que los cronistas árabes solían ser miembros del colectivo de hombres de religión,

uniéndose en ellos, por lo tanto, a la vez, las facetas cronística y jurídica. El segundo problema radica en las divergencias en las fuentes, que son de dos tipos. Primero, respecto a las doctrinas jurídicas sobre el destino de las tierras conquistadas por la fuerza, que ya hemos analizado. Segundo, divergencias sobre la forma de sumisión de ciertos países, territorios y poblaciones. En este sentido, por ejemplo, son conocidas las discrepancias en tomo a la conquista de La Meca72 La historiografía ha planteado distintas hipótesis para explicar los problemas que suscita el desfase entre la expansión del islam y su tardía narración cronística y codificación jurídica. Respecto a la dimensión legal, dichas hipótesis consideran que la distinción entre conquistas pacíficas y violentas es una elaboración tardía, al menos en el sentido que presenta en las fuentes jurídicas. Partiendo de esta caracterización, Noth asume dos postulados difíciles de compartir: que la conquista violenta (‘anwaf”) implica que las tierras pasan a propiedad de la comunidad musulmana y que los propietarios anteriores son degradados a una condición próxima a la esclavitud75. Sobre esta base, sostiene que la antítesis sulh-‘anwa refleja el conflicto de intereses entre los viejos derechos de los conquistadores y sus descendientes a sus tierras y las más recientes aspiraciones del gobierno omeya para hacerse con el control de dichas tierras en nombre de la comunidad musulmana. A partir de comienzos del siglo VIII el desarrollo del proceso de conversión crea una creciente masa de neo-musulmanes y pone de manifiesto lo inadecuado del vigente sistema fiscal, exigiendo la creación de uno nuevo que permitiese imponer una tributación generalizada a toda la población. Este nuevo sistema se basa en la teoría del fayen virtud de la cual todos los propietarios de tierras pagarían el jaráy y los no musulmanes estarían sometidos a un impuesto especial. Es el tránsito de un sistema fiscal adaptado a una sociedad “colonial”, basado en la dicotomía conquistadores-conquistados, a otro confesional, basado en la diferencia entre musulmanes y no musulmanes. última parte del trabajo está centrada de forma especifica en la conquista musulmana de la península Ibérica. A este respecto y en relación con las cuestiones tratadas en los apartados precedentes, me propongo plantear dos cuestiones básicas. En primer lugar, la forma en que las fuentes árabes caracterizan la conquista, con especial atención a la distinción entre sumisión violenta y pacífica; en segundo término, las aproximaciones historiográficas más significativas que se han realizado en tomo a esta cuestión y las explicaciones sugeridas respecto a las divergencias que plantean las fuentes. Las narraciones, relatos y tradiciones de las fuentes árabes relativas a la conquista de la península Ibérica se caracterizan, entre otros, por dos elementos. Por un lado, la existencia de ciertas divergencias en relación con la forma de sumisión de determinadas localidades o territorios. En segundo lugar, la amplia unanimidad sobre el destino otorgado a las tierras sometidas por la fuerza, que según todas las fuentes fueron repartidas entre los conquistadores. Las fuentes árabes describen la sumisión de las distintas ciudades y territorios indicando, casi siempre, la forma en que dicha conquista se produjo, ya fuese mediante la victoria militar o mediante un acuerdo pacífico. No obstante, en ocasiones fuentes distintas transmiten tradiciones divergentes respecto a una misma localidad, e incluso a veces una misma fuente se hace eco, al mismo tiempo, de noticias contradictorias sobre la forma de sumisión de tal o cual ciudad. Algo similar sucede en el caso de Córdoba que, según una tradición ampliamente difundida, habría sido tomada al asalto gracias a la ayuda del pastor que indicó a los musulmanes la existencia de una brecha en la muralla, por la que pudieron entrar y apoderarse de la ciudad, tomando como botín todo lo que había en su interior. Sin embargo, según otras tradiciones, Córdoba fue sometida mediante pacto y por ello se les permitió conservar la iglesia de la parte occidental. Finalmente, hay algunos relatos que afirman que fue conquistada de ambas formas Pese a estas sumisión de tal

y o

otras cual

divergencias localidad, las

existentes en tomo fuentes narrativas no

a la contienen

afirmaciones genéricas relativas al predominio de uno u otro sistema de conquista en el conjunto de la Península, de tal forma que en todas días existen relatos y tradiciones tanto de conquistas violentas como de sumisiones pacíficas. Tal vez la única excepción al respecto sea la opinión procedente de Ibn Muzayn, el cual atribuye a ciertos sabios antiguos la opinión de que al-Andalus fue sometido en su mayor parte de forma pacífica81 Así pues, apenas hay alusiones explícitas a la forma en que se produjo la sumisión de al-Andalus y las que se registran no coinciden, de manera que, al igual que respecto a otros países conquistados durante la expansión del islam, como Egipto, no hay unanimidad al respecto. El segundo aspecto que comentaba al inicio del epígrafe es el del destino dado a las tierras, en particular de las sometidas por la fuerza. A este respecto, a diferencia del anterior, sí se constata una amplia unanimidad en las fuentes. El Estado omeya tuvo que aceptar esta realidad, aunque trató de modificarla, intentando, al menos, lograr que se reservara el quinto. Ajbár maymü'a afirma que el califa ‘Umar II designó a al-Samh como gobernador de al-Andalus con la explícita misión de quintear sus tierras e inmuebles, dejando las aldeas (“^ura”) en poder de los conquistadores tras haber extraído el quinto. Cuando al-Samh llegó a la Península en el año 100/719, sólo ocho años después de la conquista, comenzó a realizar averiguaciones que le permitieran distinguir y separar la tierra tomada por la fuerza de la sometida mediante capitulación88. Esta referencia puede ser interpretada en dos sentidos. En primer lugar, como síntoma de la ausencia de una clasificación clara y nítida de los distintos territorios en función de su forma de conquista. Segundo, como expresión de la voluntad del Estado por clarificar esta cuestión, sin duda con una finalidad fiscal. A lo largo de los dos últimos siglos se han formulado distintas caracterizaciones historiográficas de la conquista musulmana de la Península, respecto a las cuales me voy a limitar a mencionar algunas de las más significativas. En la línea de Lévi-Provengal, A. Barbero y M. Vigil señalaron la facilidad de la conquista, la escasa resistencia y la pasividad general con que fueron recibidos los musulmanes, argumentando, sobre esta base, en un trabajo posterior, la continuidad de las relaciones de dependencia y del feudalismo visigodo tras la conquista93 Al margen de este aspecto, gran parte de la argumentación de Manzano se centra en establecer el origen socio-político de ambas tradiciones, que considera vinculados con unos intereses determinados en cada caso, que atribuye a los descendientes de los conquistadores, por un lado, y a la dinastía omeya, por otro, según veremos en el epígrafe siguiente. A este respecto, es preciso advertir que ya Chalmeta había apuntado que el hecho de que las primeras tradiciones históricas sobre la conquista se recopilasen en Egipto no significa que se originasen allí, considerando que el papel de los egipcios fue el de meros “amanuenses” de datos procedentes tanto de los propios conquistadores como de viajeros andalusíes y señalando, asimismo, la existencia de una “tradición siria”, parcialmente aprovechada por al-Waqidi Asimismo, es significativo que se atribuya a al-Rázi, cronista del que considera procede la tradición de la conquista violenta, la sumisión pacífica de tres importantes localidades (Sevilla, Écija y Tudmir), si bien en las dos últimas el pacto se produjo tras resistencia inicial103. Ello permitiría matizar la idea de que al-Rázi presenta la conquista “como fruto pura y simplemente de una conquista militar, de una ocupación realizada por la fuerza de las armas”104, afirmación que refleja el citado esquematismo. En relación con este aspecto, es, de nuevo, la tradición de la conquista pacífica la que cuenta con una argumentación más débil. Manzano reconoce que “en el estado actual de nuestros conocimientos es imposible saber a ciencia cierta en qué círculos ni cómo se gestó esta teoría”. Propone como hipótesis que

se hubiera elaborado “en ’ círculos abiertamente hostiles a las pretensiones de los omeyas”, atribuyéndola, en última instancia, a los descendientes de los conquistadores, siguiendo de nuevo los postulados de Noth107. No obstante, si bien, como queda dicho, afirma que “la mayor parte” de los relatos de la conquista proceden de los medios jurídicos egipcios, Manzano no aclara si la tradición pacífica también obedece a dicha procedencia, aunque se sobreentiende que no, dado que la atribuye a los propios conquistadores. Por otro lado, toma a ‘Arlb b. Sa‘d como el cronista de referencia respecto a dicha tradición, un autor que, al igual que al-Rázi, pertenece a los círculos oficiales de las dinastía omeya. De esta forma, pese a que la propuesta se basa en la atribución un sentido dicotómico a ambas tradiciones, como expresiones de Teses pertenecientes a grupos distintos, sin embargo, al verificar su yección en el registro cronístico las dos aparecen representadas por tavoces de uno de los grupos en litigio, es decir, por cronistas icos vinculados a la dinastía omeya. Aunque Manzano demuestra consciente de esta contradicción, sin embargo no ofrece ninguna )uesta satisfactoria que la explique o justifique108.

El segundo elemento de la argumentación de Manzano consiste en explicar las divergencias de las fuentes en tomo a la conquista islámica como consecuencia de un conflicto de intereses por el control de la tierra entre dos facciones, los descendientes de los conquistadores, por un lado, y la dinastía omeya, por otro. Como ya hemos visto, las fuentes hacen remontar el conflicto por el control de las tierras conquistadas por la fuerza a la decisión de ‘Umar de mantener indiviso el Sawád iraquí, rompiendo, de esta forma, la tradición árabe del reparto del botín. A partir de entonces, en teoría, las tierras no serían consideradas ganima, sino fay'. Aquí radica la primera objeción que cabe plantear a Manzano, la misma que respecto a Noth, es decir, la inexacta afirmación de la existencia de un único principio jurídico según el cual los territorios conquistados por la fuerza constituían un patrimonio indivisible perteneciente a la comunidad musulmana y administrado por el Estado islámico109. En realidad, como hemos visto, los juristas musulmanes no estaban de acuerdo en tomo a este problema. Es cierto, no obstante, que la escuela máliki, predominante en al-Andalus gracias a la promoción de los soberanos omeyas de Córdoba y asociada al gobierno del Estado110, era la que propugnaba de forma más abierta la pertenencia de dichas tierras a la comunidad islámica y su indivisibilidad, aunque sin descartar por completo la posibilidad del reparto. A mi juicio, estos argumentos resultan insuficientes para justificar la hipótesis propuesta. Respecto a la fiscalidad, es dudoso que, en pleno califato, cuando el sistema fiscal estaba ya perfectamente diseñado e implantado, fuese necesario justificar la percepción del diezmo, tributo, además, cuya legitimidad no radica en una u otra forma de conquista, pues está establecido coránicamente, obligando por igual a todos los musulmanes. Por otro lado, en realidad los únicos que recibían un trato fiscal especial durante la fase inicial eran los conquistadores árabes quienes, según Baek Simonsen, estaban exentos de impuestos, lo cual determinó, debido al desarrollo del proceso de conversión, la implantación del nuevo sistema tributario, que comienza a producirse poco tiempo después de la conquista de la Península. Además, la privilegiada situación de los conquistadores finaliza en el momento en el que la fiscalidad islámica se convierte en confesional, lo que, según Baek Simonsen, sucede a comienzos del siglo VIII. A partir de este momento, la forma de sumisión del territorio es indiferente a efectos fiscales y lo que importa es la confesión del propietario. En cuanto a la reserva del quinto, aquí se están mezclando cosas distintas. En efecto, según la teoría málikí, invocada por Manzano como justificación de su tesis, no existe tal reserva del quinto, ya que todas las tierras conquistadas por la fuerza pertenecen a la comunidad como propiedad indivisible e inalienable, a semejanza del waqf En realidad, la reserva del quinto revela el predominio de la teoría de los conquistadores y responde a lo sucedido Si los omeyas hubiesen pretendido aplicar los derechos del Estado en base a la teoría máliki, tendrían que haber reclamado la posesión de todas esas tierras, no sólo del quinto.

En cuanto a la tradición de la conquista pacífica, su argumentación resulta aún menos convincente, debido a dos motivos. En primer lugar, como el propio Manzano afirma112, en caso de conquista pacífica las tierras no se repartían, quedando en manos de los propietarios indígenas, por lo que nada tenían que ganar en ello los conquistadores o sus descendientes. En realidad, lo que beneficiaba los intereses de los árabes era la conquista violenta, única posibilidad de legitimar su posesión como parte del reparto del botín, siendo el origen del conflicto entre los conquistadores y los califas que las fuentes hacen remontar a la conquista del Sawád iraquí por ‘Umar b. al-Jattñb. En segundo lugar y pese a dicho precedente, como ya vimos, las fuentes coinciden en que, en al-Andalus, las tierras adquiridas por la fuerza fueron repartidas y, además, ni siquiera se realizó la reserva del quinto califal. Así pues, no parece coherente afirmar que los conquistadores defendiesen una tradición que era contraria a sus intereses y que supondría deslegitimar su posesión de unas tierras que habían adquirido como botín. Tampoco parece existir ningún argumento que justifique la idea de que los conquistadores actuaron de espaldas al poder central al establecer los pactos con la aristocracia indígena, afirmación que, además, no se acompaña de apoyo documental alguno113. En realidad, a quien beneficiaba la conquista pacífica era a la aristocracia indígena que, merced a los pactos de capitulación, había podido mantener el control de sus tierras. Es cierto que, sin embargo, pronto sus intereses pasaron a coincidir con los de parte del grupo conquistador, ya que, como señala Manzano, sectores de la aristocracia árabe entroncaron con la indígena mediante los matrimonios mixtos. El mejor representante de esta tendencia sería el cronista cordobés Ibn al-Qütiyya, descendiente de un linaje mixto, surgido a raíz del matrimonio entre Sara la Goda, nieta del rey Witiza, y uno de los árabes del yund sirio114. En este sentido, la tradición pacífica podría adscribirse, no a los descendientes de los conquistadores, sino, más bien, a los de la aristocracia indígena que capituló y al sector de los conquistadores que entroncó con ellos. En definitiva, aunque plantea cuestiones de enorme interés, a mi juicio los argumentos de Manzano no aclaran por completo el problema de las divergencias existentes en las fuentes en tomo a la conquista de la Península y, además, suscitan nuevos interrogantes, en particular el porqué de la revitalización, en pleno califato, de un conflicto de intereses que databa de la época de la conquista. Ello obedece, por un lado, a una aplicación mecánica de las tesis de Noth, que parten de la distinción entre dos dimensiones distintas de la dualidad sulh-'anwa y que, además, se refieren al proceso histórico oriental, siendo cuestionable hasta qué punto pueden ser válidas para el ámbito magrebí115. En el caso de la península Ibérica no existe una clara dicotomía entre un registro cronístico y un registro jurídico que, a posteriori, plantee una revisión de las informaciones cronísticas. De hecho, como hemos podido comprobar, las fuentes jurídicas no contienen apenas datos sobre este tema y es significativa la ausencia de tratados administrativos similares a los orientales. Escepticismo historiográfico y crítica textual La compleja problemática que plantea E. Manzano en sus citados trabajos es una manifestación de una cuestión más amplia, relativa a la credibilidad de las narraciones y tradiciones sobre la conquista islámica. Este problema se suscita por igual respecto a todos los ámbitos implicados en dicho proceso y a las fuentes narrativas, literarias, biográficas o cronísticas, que contienen su narración. Desde el punto de vista historiográfico, cabe distinguir la existencia de dos

surgido a raíz del matrimonio entre Sara la Goda, nieta del rey Witiza, y uno de los árabes del yund sirio114. En este sentido, la tradición pacífica podría adscribirse, no a los descendientes de los conquistadores, sino, más bien, a los de la aristocracia indígena que capituló y al sector de los conquistadores que entroncó con ellos. En definitiva, aunque plantea cuestiones de enorme interés, a mi juicio los argumentos de Manzano no aclaran por completo el problema de las divergencias existentes en las fuentes en tomo a la conquista de la Península y, además, suscitan nuevos interrogantes, en particular el porqué de la revitalización, en

pleno califato, de un conflicto de intereses que databa de la época de la conquista. Ello obedece, por un lado, a una aplicación mecánica de las tesis de Noth, que parten de la distinción entre dos dimensiones distintas de la dualidad sulh-'anwa y que, además, se refieren al proceso histórico oriental, siendo cuestionable hasta qué punto pueden ser válidas para el ámbito magrebí115. En el caso de la península Ibérica no existe una clara dicotomía entre un registro cronístico y un registro jurídico que, a posteriori, plantee una revisión de las informaciones cronísticas. De hecho, como hemos podido comprobar, las fuentes jurídicas no contienen apenas datos sobre este tema y es significativa la ausencia de tratados administrativos similares a los orientales. Escepticismo historiográfico y crítica textual La compleja problemática que plantea E. Manzano en sus citados trabajos es una manifestación de una cuestión más amplia, relativa a la credibilidad de las narraciones y tradiciones sobre la conquista islámica. Este problema se suscita por igual respecto a todos los ámbitos implicados en dicho proceso y a las fuentes narrativas, literarias, biográficas o cronísticas, que contienen su narración. Desde el punto de vista historiográfico, cabe distinguir la existencia de dos posiciones a la hora de abordar este problema. De un lado se sitúan los autores que podemos llamar “escépticos”, quienes cuestionan o, incluso, niegan el valor de dichas fuentes para la reconstrucción del proceso histórico; en cambio, otros autores otorgan una mayor fiabilidad a las informaciones y relatos de las fuentes. Entre los segundos cabría incluir a autores como P. Chalmeta o P. Guichard mientras que, sin duda, la postura extrema del escepticismo sería la representada por la célebre obra de I. Olagüe116, que negaba el propio hecho histórico de la conquista musulmana. Sin llegar a tales extremos, el autor más representativo de la tendencia escéptica es J. Vallvé, cuyas ideas respecto a la conquista musulmana son bien conocidas117, si bien la extravagancia de algunos de sus planteamientos ha reducido su alcance historiográfico. Una de las más recientes manifestaciones de esta corriente corresponde a un autor que, desde el punto de vista historiográfico, se sitúa en sus antípodas, como es T. F. Glick, el cual, partiendo del que denomina “paradigma de Guichard” y de la tesis de P. Wexler sobre los orígenes no judíos de los sefardíes, ha postulado la identidad beréber de las comunidades que las fuentes árabes mencionan ejerciendo el papel de guarnición militar en algunas de las ciudades conquistadas, calificando, además, de dudosa la historicidad de Táriq y Tarif118. Sin duda, la conquista islámica de la Península constituye un episodio especialmente abonado para el desarrollo de la corriente escéptica, ya que en los relatos de las fuentes, tanto árabes como latinas, se mezclan mitos y leyendas y, además, aducen la intervención de elementos naturales y sobrenaturales sin distinguir de manera nítida límites de este episodio, manifestándose en relación con otros g- procesos y periodos. Así queda de manifiesto en la controversia J sostenida hace algunos años entre G. MartínezGros y P. Guichard en i tomo al carácter propagandístico de la cronística omeya y el problema * del tribalismo durante el emirato, cuyos términos exactos omito reproducir aquí120. Por su parte, M. Ación cuestionó la caracterización 1 étnica y religiosa de los conflictos de la primera fitna, advirtiendo que » los cronistas que los narran no pretenden ofrecer una explicación coherente de dichos episodios. Sobre esta base, afirmó que dicha caracterización constituye un mero esquema estereotipado y que la fidelidad a las fuentes conduce a la reproducción de su visión ideologizada y de los estereotipos que contienen121. Como hemos visto, la neta distinción entre dos tradiciones divergentes, adscritas a fuentes determinadas en cada caso, no responde a la realidad del registro cronístico andalusí, que presenta una visión mixta de la conquista de la Península, incluyendo conquistas violentas y pacíficas. Las contradicciones y divergencias respecto a la forma de sumisión de ciertas localidades, como Córdoba o Sevilla, representan un problema que sólo puede abordarse a través de un preciso conocimiento del origen y la transmisión de los distintos relatos cronísticos sobre la conquista, algo de lo que actualmente estamos aún lejos, pese a los esfuerzos iniciados en su día por Makkl y parcialmente continuados hoy día por investigadores como L. Molina122. El análisis de A. Noth relativo al caso de Damasco afirma que la contradicción entre conquista violenta y pacífica es una creación de los transmisores tardíos y que originó una historia en la que la ciudad fue conquistada en dos mitades, cada una de una forma si bien a efectos jurídicos se la consideró sometida pacíficamente123.

No obstante, es difícil pensar que los orígenes cronísticos de tales discrepancias puedan llegar a ser desvelados por completo, pues son raras las ocasiones en las que disponemos de toda la cadena de transmisión de un determinado relato y, cuando ocurre, ello tampoco resuelve todas las dudas. En este sentido, es de particular interés la noticia transmitida por al-Rázi a través de al-Wáqidi y de Musa b. ‘Ali b. Rabáh, quien la habría tomado de su padre, ‘Ali b. Rabáh, el segundo en importancia de los tábi ’ün venidos a al-Andalus, después del propio Musa b. Nusayr. En esta narración se menciona la entrada de Musa en la Península, cuando se negó a seguir el mismo itinerario que Táriq, aconsejándole los guías indígenas que lo acompañaban otra ruta alternativa, dirigiéndose a la ciudad de Sadüna, que fue sometida por la fuerza, siendo su primera conquista124. Se trata, pues, de un relato cuyo origen se atribuye a uno de los supuestos participantes en los hechos, si bien, como es sabido, la historiografía tampoco es unánime en tomo a la historicidad de la presencia de los tabi ‘ün en la Península125. En cualquier caso, los argumentos dados a favor de la consideración de dichas contradicciones como consecuencia de un conflicto de intereses en tomo al control de la tierra no resultan convincentes. Es cierto, como ha mostrado Noth, que la estricta distinción entre ambas formas de conquista respondía a una exigencia jurídica y que esta necesidad pudo dar lugar a ciertas reelaboraciones de la información en determinados casos, en relación con la solución de problemas concretos. Sin embargo, no es necesario entender esa exigencia de distinción jurídica como producto de un conflicto de intereses socio-políticos entre grupos de poder, responsables, además, de la elaboración de visiones conscientemente manipuladas del proceso de conquista. Los escasos testimonios existentes, como el ■ texto de ‘Iyád, permiten afirmar que esa necesaria distinción jurídica ’ podía vincularse a problemas que no guardaban relación alguna con dicho conflicto de intereses, sino con otros, relativos al estatus de los protegidos y sus propiedades eclesiásticas. AMIN: CULTURAS Y RELACIONES PERIFERICAS Sobre el mapa de la región considerada, las zonas donde aparece un desarrollo acentuado de las fuerzas productivas que permite la ciara concreción del Estado y de las clases sociales que están aisladas unas de otras. Durante milenios, Egipto, Mesopotamia, luego Persia ’ Cree a ss ocrs*im- ende esta manera, en un aislamiento relativo (más acentuado durante las épocas más antiguas y las civilizaciones más precoces de los valles del Niio y de la Mesopotamia; mucho menos acentuado en el caso de Grecia, que se constituye en el curso del último milenio que precede a la era cristiana). Estas civilizaciones son islas en el océano de la barbarie dominante En primer lugar, esos caracteres son comunes a todos los pueblos (al menos de la región considerada), ya sean bárbaros (celtas, germanos, eslavos, bereberes, árabes) o civilizados (egipcios, asirios y babilonios, fenicios, hititas, persas, griegos). Dicho de otra manera no hay gran distancia cualitativa, en este plano, entre las formas de pensamiento de las sociedades comunitarias y las de las sociedades tributarias en su primera época. Existen por supuesto diferencias cuantitativas más o menos considerables, y aun "brechas” cualitativas parciales, sobre las cuales volveremos. En segundo término, existe una práctica científica empírica, pero no pensamiento científico. La práctica empírica, en los dominios de ia agricultura, la cría del ganado, la navegación, la construcción, el artesanado (textiles, cerámica, metalurgia) es tan antigua como la humanidad. Por supuesto esta práctica está en relación directa con el desarrollo de las fuerzas productivas, dél cual es causa y efecto, éii uña estrecha relación dialéctica. Sin embargo ello rio implica necesariamente, sino hasta mucho después, una sistematización científica abstracta. Evidentemente los préstamos que hace una sociedad a otra son también algo normal. En tercer lugar, la elaboración de mitologías relativas a la constitución del universo, de la humanidad (y singularmente del pueblo al que la mitología se dirige) y del orden social (división dei trabajo, organización de la familia, poderes diversos, etc.) —que es general— queda marcada por la región. No existe pretensión de universalidad. Tampoco una relación sistemática coherente, entre las. mitologías en cuestión y la práctica empírica de la acción, eficaz sobre la naturaleza.

En cuarto lugar, el pensamiento social —que con toda evidencia existe— no tiene pretensiones científicas, ni siquiera la conciencia de que la sociedad pudiera ser objeto de una reflexión que, en nuestra opinión, puede ser calificada de científica. El pensamiento social es justificador del orden existente, concebido como eterno, sin más. La idea de progreso está excluida. No obstante, a pesar del carácter general de esos caracteres comunes a todos, es también necesario señalar los logros que, por aquí y por allá, anuncian las construcciones ideológicas y los. modos de pensamiento ulteriores. Señalaré cuatro. Egipto produce antes que ningún otro pueblo el concepto de la vida eterna y de ¡ajusticia moral inmanente que abrirá la vía al universalismo humanista. En efecto el concepto universalista de justicia -inmanente es compatible con todas las formas de la fe religiosa, incluido por supuesto el panteísmo como lo ilustra, entre otras cosas, la riqueza del pensamiento religioso fiinduista. Eñ"camb»io, el concepto del monoteísmo, que se impondrá en esta región del mundo (pero no en otros lugares) quizá en parte porque responde o "a >• r " nación paralógica, es, en realidad, producto del absolutismo del poder en Egipto, avanzado más que ningún otro en la construcción tributaria. Esto no le impidió seguir siendo primitivo en sus fundamentos esenciales: el judaismo se quedó como una religión sin aspiración universalista (la del “pueblo elegido" exclusivamente), caracterizada por una fidelidad mitológica (a la Biblia) y sin que, de manera cierta, admita la justicia inmanente hasta el grado al que habían llegado los egipcios.' Sin duda más adelante, los judíos (y por tanto el judaismo), gozando primero de los adelantos del helenismo: (en los tiempos de Filón), luego del islam (sobre todo en Andalucía), y posteriormente de la Europa cristiana y luego moderna capitalista, han reinterpretado sus creencias en un sentido menos estrecho. Precisemos que la verdadera dimensión de la aportación de Egipto se sitúa en este logro y no, como con frecuencia sé" ’ha dicho, en la invención del monoteísmo por Akhenaton. Mesopotamia proporcionó primeramente una astronomía que, por descriptiva que haya sido, no por ello es menos correcta y por tanto producida por una observación rigurosa. Esta herencia, retomada por la época helenística, será desarrollada luego, particularmente por los árabes y después por supuesto en los tiempos modernos. Pero eso no es lo esencial en lo que respecta a nuestro tema. Los caldeos producen de igual modo una mitología general del universo en la que los astros están situados eii relación con —-y por encima de— lo que luego se llamará el mundo infralunar. De esta mitología derivará, vinculada de manera vaga con su astronomía científica, una astrología. Ahora bien, la mitología en cuestión y la astrología de ella derivada encontraron ulteriormente su lugar en la ccrnc-ret un. medieval del conjunto. Nuestro tema no tiene que ver con la evolución del pensamiento al este del Indo, sus aportaciones científicas, sus mitologías y la elaboración de su panteísmo, su moral y su con cepción global de la vida. No obstante hay que señalar que también aquí se había producido —tempranamente según parece— un logro en dirección de la conceptualización del "alma”. Ésta está estrechamente vinculada a una filosofía particular que invita al individuo á despojarse dé las presiones de la naturaleza con el fin de obtener la plenitud del qm nocimiento y de la felicidad. Este llamado al ascetismo como medio de liberación franqueará las fronteras de la India para penetrar en Oriente, luego en Occidente desde las primeras etapas de la formación medieval, es decir desde la época helenística, para alcanzar su plenitud en la cristiandad y el islam ulteriores. Por esta razón y porque esta concepción será de igual modo integrada a la concepción medieval, había que señalarla aquí. La segunda relación entre esta concepción de la realización de la plenitud del alma y la mitología particular de la metempsicosis no tendrá, en cambio, más que el destino de una peripecia, finalmente rechazada por su incompatibilidad con las creencias fundamentales del cristianismo y del islam.

Poco a poco, el paso a la forma tributaria exigirá una coherencia más fuerte y hasta la integración de ios elementos de la ciencia abstracta en una metafísica global. En seguida habrá que esperar hasta la época moderna para que la disminución de la transparencia de las relaciones sociales —propias del capitalismo — eche por tierra la dominación ideológica sacralizada para ser sustituida por la economía Por el contrario, la ideología de los modos colectivos, que podemos concebir como la larga transición del coma. ' primitivo a la sociedad de clases v de Estado, es.deuna naturaleza cualitativamente diferente. Aquí el contenido esencial de la ideología está en relación estrecha con la extrema dependencia con respecto a la naturaleza .(escaso desarrollo de las fuerzas productivas) y el carácter todavía embrionario de las clases y del Estado. La ideología comunitaria es una ideología de la naturaleza: el ser humano y la sociedad son asimilados alas demás expresiones de ia naturaleza (animales, vegetales, medio ambiente) concebidas como tales. El predominio del parentesco en la organización de la realidad social y en la concepción de la relación con la naturaleza sufre, en sus formas y contenido, una evolución del comunismo primitivo a las sociedades comunitarias, que se sale dei 'terreno del análisis presentado. El cuadro del pensamiento del oriente antiguo propuesto hace hincapié en la singularidad de la aportación de cada una de las regiones en esta parte del mundo. Esta singularidad no excluye el parentesco de esas culturas diversas que pertenecen a la misma edad del desarrollo general de la sociedad. Por eso, así como las sociedades de la región son capaces de intercambiar en el plano material productos y técnicas y lo reconocen, sus intercambios son igualmente intensos en el plano de las ideas. Evidentemente la singularidad de las aportaciones particulares registradas sólo adquiere sentido en relación con la construcción de la metafísica medieval posterior Esta unificación pone término definitivo a la independencia casi absoluta de los Estados y de los pueblos de ésta vasta región que se convertirá posteriormente en el mundo "euro-árabe” (o los dos mundos eurocristiano y árabe-islámico). No en el sentido de que uno solo o algunos "grandes Estados” hayan dominado en todo momento a toda la región, sino en el sentido de que la fragmentación —llevada al extremo en la época de la feudalidad europea— o más modestamente lápulvSñzácíomsóbre la báse de la cual se constituirán más tarde Iqs Estados modernos europeos y árabes, ya no excluyen la pertenencia a una misma .área.de cuitara,,., así como ya no excluyen la densidad de los intercambios permanentes, “en biplano material y en un plano espiritual. Ahora bien, esta unificación helenística y luego cristiana y/'o árabe-islámica tendrá efectos profundos y continuos. En primer lugar evidentemente en el plano del desarrollo de las fuerzas productivas, facilitando la transferencia de los progresos técnicos y de los conocimientos-científicos, y sobre todo su extensión a los pueblos todavía bárbaros. Pero también en ei piano de la organización social, de las formas políticas, de las comunicaciones lingüísticas, culturales y religiosas, y de las ideas filosóficas. De una manera nueva el sentido de la relatividad, producido por la intensidad de las relaciones, crea un malestar ante el cual las religiones regionales pierden pie poco a poco. Los sincretismos de la época helenística preparan así el terreno al cristianismo y al islam, portadores de un mensaje universalista nuevo. La construcción medieval se desplegará en tres tiempos: un primer tiempo helenístico (tres siglos más < - ' segundo tiempo cristiano que se "désp’egara primare cr Oriente (del siglo i al siglo -vil), y luego, mucho más tarde en Occidente (a partir del siglo XIÍ), y un tercer tiempo islámico (del siglo Vil al XII de la era cristiana). Lo esencial de esta construcción se remonta, como veremos,' á la época helenística. Ei neoplátonicismo servirá de base sobre la cuál se constituirá la primera escolástica cristiana, (de Oriente), luego la escolástica islámica y finalmente la segunda escolástica cristiana (de Occidente), esta última fecundada con creces por el pensamiento islámico. Sin duda cada una de las épocas'conserva también sus especificidades y sus interpretaciones particulares, pero, en nuestra opinión, la comunidad de sus caracteres triunfa con mucho por sobre aquéllas. En realidad, es la oposición —común— a los caracteres del pensamiento antiguo lo que hoy día permite hablar de un pensamiento medieval de manera global. Se observará que lo que la nueva metafísica — que se concretará en escolástica— L ~.c la tazón humana es en .reali- - ' une razón exclusivamente decaem a Per eho se extra viará en el callejón sin salida de la

construcción ad infinitum de silogismos donde la paralógica trata en vano de distinguirse ventajosamente de la lógica. Pero lo que la práctica empírica anterior ya había descubierto (sin que necesaria mente sea apta para formularlo) y lo .que el pensamiento moderno formulará es, por imposible que parezca, que el conocimiento científico procede de la inducción, tanto como de la deducción. La escolástica medieval, por su despreciojia- cia la práctica, ignorará con soberbia a la inducción científica aunque en ciertas prácticas científicas, de manera notable en la medicina, la inducción haya sido siempre practicada por necesidad. Sin embargo, el pensamiento filosófico escolástico persiste en no reconocer su posición. Ello no impide que el triunfo metafísico constituya una invitación permanente al desbordamiento cosmogónico. Por ello entendemos la elaboración de una construcción general que pretende dar cuenta a la vez de la formación del universo astral, de la naturaleza terrestre, de la vida animal y humana, y hasta de la sociedad. No hace falta decir que los elementos del conocimiento científico —siempre relativos— no permiten y no permitirán jamás alcanzar la "perfección definitiva” a la que aspira la cosmogonía. Estos elementos están pues cimentados artificialmente por un gran llamado a lo imaginario, y hasta a la paralógica. Sin duda el llamado de ia cosmogonía —y de la metafísica— es de todas las épocas y no esperó la época medieval para manifestarse. Por lo demás sobrevivirá a ia escolástica medieval. Porque la frontera entre la filosofía de la naturaleza, que modestamente se conforma con la expresión generalizada en una etapa dada —y reconocida como tai— de los conocimientos científicos adquiridos, y la metafísica que pretende abarcarlo todo de un sola vez, no es siempre tan fácil de trazar como podría pa- recerlo teóricamente. La aspiración pues a la formulación de "leyes generales” que rijan toda la naturaleza y la sociedad nos hace deslizamos por la pendiente de la cosmogonía sin que a veces nos demos cuenta. La dialéctica de la naturaleza de Engels y el "dia-mat” (materialismo dialéctico) soviético, me parecen extravíos de ese tipo. Podemos preferir la seguridad de las verdades parciales de los diferentes campos de estudio de la naturaleza y del campo específico y diferente del estudio de la sociedad. Por añadidura las cosmogonías, cuando vienen a reforzar o hasta a "completar” las visiones religiosas, corren el riesgo de despertar la intolerancia y hasta el fanatismo anticientífico. Es este espíritu metafísico, así descrito, el que caracteriza a toda la época medieval: una búsqueda de lo absoluto.que adquiere mayor importancia que diversas preocupaciones que —en la época antigua— estaban mucho menos unificadas por esta a «pi mcm - : que estarán en las escolásticas, medievales. La filosofía de la naturaleza de los primeros griegos —ese "materialismo espontáneo” de las ciencias y la praxis, como la llamarán Marx y Engels— cede lugar a una reconstrucción global del orden del mundo, un orden del mundo fatalmente y en gran medida imaginario como podemos preverlo. Se reúnen todos o casi todos los elementos para permitir la‘síntesis neoplatoniana del helenismo. Plótino (¿203-270?) —hay que hacer notar que es egipcio— produce su expresión' acabada. Esta reúne cuatro conjuntos de proposiciones, que me parece definen lo esencial de la metafísica medieval. En primer término, afirma el predominio de la nueva preocupación'metafísica: la búsqueda de la verdad absoluta, de los principios últimos y de la razón de ser del universo y de la vida. Reduce a ello lo esencial de ia filosofía, la sabiduría. De manera simultánea afirma que el descuc■=- o c_ esta verdad se puede lograr mediante ei uso exclusivo de la razón deductiva, sin recurrir a las mitologías particulares que, a final de cuentas, no constituyen textos sagrados propiamente dichos. En segundo lugar considera que esta verdad absoluta implica necesariamente el reconocimiento de laexistencia del alma, individualizada e inmortal, objeto y sujeto de acciones morales, de naturaleza universal. En tercer lugar, invita a completar la búsqueda de la verdad por la razón dialéctica mediante la práctica del ascetismo. Llegada de la lejana India a través de los persas en los tiempos de Alejandro, esta invitación al sentimiento intuitivo habría podido hacer dudar del poder ilimitado atribuido a la razón humana. Plotino se conforma con tratarla como complemento: la práctica ascética al permitir al alma despojarse de las limitaciones de los cuerpos y del mundo purifica y refuerza la lucidez de la razón.

Destacaremos aquí tres de sus caracteres que parecen los más importantes: Primer carácter „ per—¿rrncn.a accede p.„r——— a un Lürmnitizo m.lvcrsaíista que trasciende las mitologías y las esDemfic.cacies as .os pueblos^ La moralc el individuo y el alma inmortal constituyen los cimientos de este humanismo. 2í e—á entumes preparado para el. éxito de las reli giones de vocación universalista, el cristianismo y el islam. Segundo carácter: el triunfo del espíritu metafísico afirmado en todas sus dimensiones define al espíritu de la escolástica y el uso que ella va a hacer de la razón humana (deductivo). Ün uso abusivo porque se propone un objetivo que uno puede creer (yo lo creo) imposible de lograr: el descubrimiento de los principios últimos. Hoy en día, a la distancia, la escolástica parece haber hecho un uso en gran medida es téril de las capacidades de la razón. La paralógica y el razonamiento por analogía sustituyen al rigor al que obliga la confrontación empírica con la realidad en los diversos dominios de la búsqueda de conocimientos científicos, necesariamente particulares y relativos. El desprecio de estos conocimientos particulares y relativos en beneficio de la pretensión metafísica, así como el dei empirismo v 3e la acción sobré' la naturaleza, inspiran construcciones cosmogónicas gigantescas pero sin gran fundamento. Tercer carácter: la expresión helenística de esta primera fórmula de la escolástica medieval es laica, en el sentido’de que es el producto exclusivo de proposiciones que ni se apoyan en revelaciones sagradas ni tratan de reafirmarlas. En ese sentido la metafísica helenística laica es "suave”, pues admite más fácilmente la contradicción y la diversidad de expresión. Más tarde, cuando esta metafísica se convierte en complemento de las religiones reveladas (cristianismo e islam), será movida por la necesidad de reafirmar los textos sagrados (dándose, es verdad, un margen de interpretación). Al hacerlo la metafísica escolástica se endurecerá. Lo cierto es que el cristianismo halló en su confrontación con el helenismo exactamente los mismos problemas que más tarde el islam. Para empezar habría que conciliar las creencias que se habían vuelto sagradas (y los textos sobre los que se fundan) y la razón, fundamento de la construcción neoplatónica. Esta conciliación implicaba echar mano de la interpretación figurada de los textos, por oposición a su interpretación literal. Por supuesto hacerlo abría el capítulo nuevo de ios debates teológicos, con todas las disputas que iban a ocasionar, sobre todo porque —salvo dar prueba de gran ingenuidad— Por otro lado, la metafísica helenística se prestaba bien a una reinterpretación religiosa (así fuera en el caso cristiano como más tarde en ei islámico). Hasta había preparado el terreno en cuanto al punto esencial de la inmortalidad del alma y ia moral inmanente. La reflexión sobre la responsabilidad individual y ei libre albedrío, en conflicto potencial con ia omnipotencia divina, así como sobre la naturaleza de la intervención de esta omnipotencia en el orden del mundo, condujo en poco tiempo a soluciones que prácticamente definieron la nueva fe religiosa, poniendo ei acento en dos conclusiones: la responsabilidad moral individual ilimitada y la exigencia para el creyente de una convicción íntima, que deje atrás la sumisión formal a los ritos; el reconocimiento de que la creación no excluye la regulación del universo por un orden de leyes que pueden ser descubiertas por la razón científica y, por consiguiente, la condición excepcional del milagro (la intervención divina fuera de esas leyes). Los debates concernientes a las relaciones entre el universo y ia creación se mantuvieron más abiertos y fracasaron. Porque si bien algunas interpretaciones intelectuales admitían la eternidad del mundo coexistente con la de Dios, otras, más próximas a la creencia popular, valorizaban la letra de la mitología del Génesis. Por esto de igual modo las construcciones cosmogónicas podían ser objeto de interminables debates, regularmente estériles a nuestros ojos contemporáneos. .Las circunstancias han establecido una estrecha relación entre la expresión religiosa nueva, el monoteísmo en su forma judaica y la espera mesiánica. Se trata de circunstancias que tienen menos importancia de la que generalmente se les atribuye. En todo caso, por ello había que conciliar ia reali -

zación de la espera mesiánica con el dogma monoteísta. La . teología nueva, propia del cristianismo, se vio enfrentada a ia cuestión de la naturaleza de Cristo (divina y humana), pero también, más allá, de las "cualidades divinas”. Una vez más las escuelas se han enfrentado incesantemente al respecto. El problema de la creación estaba en el centro de los debates que permitieron ir lo más lejos posible en el marco de un peHsamféntó métaf isleo.'' Al afirmar la eternidad del mundo coéxistente con la del Creador, se adherían a las tesis de la metafísica helenística, reduciendo la descripción de la creación a un mito destinado a convencer a las muchedumbres. También allí, eso era tanto como rayar en el sacrilegio. El argumento invocado contra la escolástica de la razón era enorme: la razón no es suficiente y no permite llegar a la verdad absoluta que se busca. La intuición, el corazón, la inspiración divina son aquí irremplazables. El descubrimiento de)losjljmítes del poder de la razón habría podido conducir a dudar de la propia metafísica y su proyecto impo- . _ conocimiento absoluto. No lo hará. Por el contrario, el poner en duda la escolástica de la razón no se Hará para avanzar (y habrá que esperar el Renacimiento europeo para que este rebasamiento se inicie), sino dando un pasd'affás~medlánté'Iá afirmación de una metafísica apoya- as en . azonamientos. En estas condiciones, la utilización de las técnicas del ascetismo, de inspiración hinduista, encóne, resu -va” wt-aroce sd smc expresión misma del fra-, caso de la con.struqciQn metafísica helenística-islárnica

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Y lo mismo ocurrirá en ei dominio de las técnicas de producción y del desarrollo de las fuerzas productivas (sobre todo por la extensión de los métodos de irrigación.), así como en los de las letras y las artes. En todos estos dominios, como en los del pensamiento social (con la percepción excepcional en dirección de una ciencia social) y filosófico, los momentos más brillantes del desarrollo de esta civilización nueva corresponden a aquellos en los que la diversidad, la controversia, la grandeza de espíritu, incluido el escepticismo, son tolerados y aun considerados como naturales y bienvenidos. En segundo lugar, se trata de un pensamiento medieval, .miento medieval, por el predominio de la producción metafísica (llegar al conocimiento supremo) marcado por una fe religiosa que se trata de reforzar, y hasta de “probar” su veracidad. Por el contrario, la ausencia de este desarrollo capitalista explica precisamente el ulterior adormecimiento del pensamiento. En tercer lugar, la escolástica islámica medieval inspiró en gran medida el renacimiento 'de la escolástica cristiana en Occidente. En este Occidente semibárbaro hasta el siglo Xí, incapaz por eso de "f éf ornar "por su’ propia cüehtáTa escolástica helenística y cristiana de Oriente, que por lo demás habían desaparecido sumergidas por la islamización. La exposición anterior ha puesto voluntariamente el acento en la metafísica islámica. Por una parte porque ésta es' poco y mal conocida en Occidente, deformada por el prejuicio eurocéntrico de la oposición islam-cristianismo. Por otra parte y sobre todo porque esta exposición muestra cómoda islámica acaba la obra del helenismo y del cristia- - —c ja 1 y ’mm tri "id ¿o n. se calculará la pobreza de la versión. En el transcurso del primero de estos períodos, la metafísica cristiana, que se constituye en Oriente, se difunde en "Occidente en ma te-ucr’ s m _ ca_a me. eg -c,o Orígenes (en Contre Celse), se encuentra la expresión refinada de la preocupación fundamental: conciliar ia razón y la revelación, el discurso de la racionalidad griega y de la moral humanista de los Evangelios. La inmortalidad del alma y el libre albedrío se fundan tanto en la razón como en la revelación. Por lo demás, Orígenes defiende la autonomía de la Iglesia en relación con el Estado, condición esencial según él para ia protección dei pensamiento contra las vicisitudes de las exigencias del poder. Paralelamente a esos debates fundamentales, se desarrolla una teología de controversias concernientes a la naturaleza de Cristo —divino y humano cuyos maestros (Atanasio, Ario, Cirilo, Néstor) son orientales. Nada de eso ocurrió en Occidente. La aportación de San Jerónimo y de San Ambrosio se limita a las epístolas que recuerdan al Emperador y los Grandes sus deberes, en jas cuales la trivialidad del contenido señala la ausencia de interés por la cuestión de la conciliación entre ia razón y la fe. El be rebere San Agustín (La Ciudad de Dios), considerado con toda razón el espíritu más sofisticado de Occidente, defiende sin embargo la letra de los textos concernientes a la creación, y rechaza la idea filosófica de la eternidad de la materia que está en el centpo del problema de la conciliación razón-fe, Y si San Agustín brilla en el firmamento de ia antología occidental, es probable que sea principalmente porque la Reforma encontró que su alegato en defensa de la separación de la Iglesia del Estado era una defensa elocuente de su rebelión contra las pretensiones papales. La tesis propuesta anteriormente concerniente a la cultura tr b' - a s^.s expresiones centrales y periféricas_¿es_es- pecífica sólo.glel área.del mundo.,euro-árabe-islámico consú derada? El mundo af roasiático.es por excelencia el universo no occidental, no cristiano. Pero es un universo también diversificado en sus'raíces, confucianista-taoísta, budista, hinduista, islámico,,aninrista. A continuación no pretendemos hacer un análisis, de la formación de las ideologías tributarias en cada una de las areas culturares enumeradas. Deseamos solamente demos-

trar, con el ejemplo del área confuciana, parece la hipótesis que hemos desprendido toria euro-árabe-islámica.

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fecunda partir de

que la

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El confucianismo ha sido, por su gran coherencia, la ideología acabada de una sociedad tributaria acabada, la de China. Se trata, pues, de una filosofía civil (y no de una religión) aunque de tono religioso, que atribuye a la jerarquía social el carácter de una necesidad humana permanente fundada en una sociopsicología implícita que, hoy en día, puede parecer bastante ta Zi rara" e acabado de esta ideología, que acompaña al del modo tributario, explica la extremada \ fuerza de resistencia que ha opuesto al cambio, como sucede hoy en Occidente con la ideología de la alienación economis‘ ta. Ha sido necesario esperar,gue...China, ..sacudida fuertemente desde el exterior por el capitalismo, lo rebasara por su revolución socialista para que finalmente, a partir sobre todo de la Revolución cult ' . iciani.smp comenzase a perder terreno contradictorias, como que perdió su cultura nacional, de la cual sólo conservó una envoltura vácía, o por el contrario que yuxtapuso y hasta integró su propio sistema de valores (el paternalismo en la empresa, por ejemplo) a las exigencias de ia ley de la ganancia. En realidad se puede decir que Japón accede directamente a la ideología del capitalismo completamente formada, bajó su forma acabada de alienación mercan-" til, porque no pasó por el período de transición del individualismo burgués expresado en el movimiento de transformación del cristianismo europeo. Sin embargo, el Japón capitalista ' sucede a otra sociedad tributaria no acabada) qe tipo feudali' La ideología de esta sociedad era en parte la de China, madre de la civilización- regional, aunque el carácter del modo tributario japonés se oponía a un préstamo ideológico global. dicho, su naturaleza civil y no religiosa, un poco como lo había sido el helenismo. Pero éste cedió el lugar a formulaciones religiosas —la cristiana y la islámica— porque estas últimas formulaciones satisfacen mejor la aspiración metafísica popular. En China, la necesidad religiosa se expresa a través del taoísmo campesino, especie de chamanismo que proporciona las "recetas” que permiten actuar sobre las fuerzas sobrenaturales. Por el contrario, para la clase ilustrada dirigente, es cuestión de honor no actuar de esta manera. Si las fuerzas sobrenaturales existen (y entonces se sobreentiende que existen) el confucianista perfecto debe renunciar a la vana ambición de creer que puede manipularlas. El confucianismo es pues una metafísica, en el sentido de que no pone en duda la existencia de fuerzas so brenaturales, pero de una especie de sobria nobleza raramente igualada. Mientras que en nuestra región euro-arabe las formulaciones helenísticas y luego religiosas se suceden en el tiempo, en China coexisten repartiéndose su público: a las élites la formulación no religiosa, al pueblo la de la religión. Esta especificidad ha sido quizá un factor complementario de flexibilidad y por lo ta.úo de long^.. ¡dad del sis- ema cu'tura. tributario re~o quiza ha ¡ud.?». .o. im ulterior factor de relativa apertura a las apoi ¡.aciones extranjeras (en Jaaoo a la ~i que recibe el castellano j^ju baiJe (o. sus.bailes); por el otro, la querva al castlá. y a los soldados de ía__guarnición. Básicamente, el sistema es muy simple. Las imprecisiones sólo aparecen cuando tratamos de ir un poco más lejos en el análisis. deduce de los alodios ~¿)üe posee en propiedad en su castellanía. Se trata casi siempre de porciones de la dorninicatura, tanto más extendidas cuánto más elevado es el número de” caballeros «alojados». Con todo, sj de este modo, la_casf/nnia posee una base patrimonial, ello no es un factor esencial. El salario de la guar- mción_consiste, ante todo, en una participación enjos beneficios déTEaricTo. Invirtiendo el mairdáünentwñ~y~ él'"3istri^ium en los hombres de su señorío, el castellano descuenta una parte a su castla —variable, pero siempre importante— de las ganancias (ren- tas propiamente banales y derechos de justicia) que se derivan del ejercicio de sus poderes. A ello hay que añadir, en la mayoría de los casos, una porción de las recaudaciones de la iglesia del castillo y de sus capillas adyacentes. Para consolidar e incrementar su poderío, los magnates se ven, pues, en la obligación de reclutar fieles y éstos, naturalmente, son recompensados mediante la conce’ston de rentas basadas en las castélláníás~que "sé comprometen a proteger. Los magnates más poderosos, los que tienen en sus manos un gran número de forta- ezas'no dudan en infeudar algunas de éstas a castellanos más modestos), y "ide "está manera asegurar los servicios. Por el mismo motivo, Ja mayoría de las convenientiae,establecidas de poder a poder entre los más altos' Iinájes_ del país", son selfáaas'cíon la entrega endeudo de una o varias castellanítrs. De, este modo, a partir _de mediados del siglo XI,""éntre el señor eminente y el castíese Interpone a menudo un tercer personaje que los documentos designan in’distmfáméñté ■fidélis (con respecto al castellano tjfular) o sénior (con respecto, al jsasilá).De acuerdo con Wifre- do II de Cerdanya," quien ya utiliza este término en 1035, llamémosle «feudatario» (fevatarius).Su presencia complica sustancialmente el principio del reparto de ganancias en el seno de Ja castellanía. En efecto, aunque mediatizado, el casita sigue tomando parte en la repartición de los beneficios y, por su parte, el señor eminente no renuncia de ninguna manera, al infeudar el castillo, a hacer valer_sus,derechos. De esta situación emana a veces —en Barbera, por ejemplo— un rcpartóa,tres_ Con mayor frecuencia, las convenientiae se limitan a definir ¡a jmrte, de recaudaciones conservada directamente por el castellano concesor e invitan al feudatario y al castlÁji_repartirse amistosamente el remanente de las ganancias. Con todo, en estos sistemas más complejos de participación, los métodos de distribución de ganancias no se diferencian sus- tancsalmente de las establecidas cuando el castellano y el castlá son los únicos beneficiarios. De manera general, todas Jas rentas son repartidas. Este modo de reparto tripartito de Jos beneficios es susceptible de^muchas adaptaciones. Ello permitirá, más tarde, Eacer un hueco a muchos otros dependientes cuando los progresos de la producción hayan incrementado suficientemente el montante de los censos exigióles a los campesinos. Sin considerar esas perspectivas más o menos lejanas, hay que hacer hincapié en que, a partir de mediados-del siglo XI, las modalidades de reparto de Jas ganancias engendran un desarrollo muy rápido de los lazos de hombre a hombre en el seno de la castellanía.

Sin embargo, cuando la castellanía es infeudada —total_o parcialmente— el asunto se complica. En efecto, el_feudatario no reside en persona, por lo general, en el castillo que se le ha concedido (puesto que é_l mismo posee con Frecuencia uno o varios castillos): se hace representar por.uno_o.varios bailes que defienden sus derechos. Además de las_relaciones de fidelidad que se cer> entre el castlá y él y entre c! mismo y el señor eminente, se crean relaciones de’idéntica natv.mb'?. ¡-ñire sus bailes y el baile o los bailes del señor eminente, l.'e a.b.í un sistema más complejo de lazos de dependencia. Así reconstituido, el edificio aún conserva aquí un carácter de gran simplicidad. En efecto, si el señor eminente es un simple castellano, el entramado de lazos de fidelidad se prolonga más allá de su persona. Hay mil razones para pensar que él_ mismo ha adquirido partes de rentas banales en otros señoríos, prestando fidelidad a un barón más poderoso que él: de ahí los nuevos víncu- I los entre él mismo y este barón, entre sus bailes y los de éste, en- tre los castlans de los castillos recibidos como feudo y él mismo^/ etcétera. Este régimen, en el que las relaciones de dependencia se complican hasta el infinito, tiene un nombre: el de régimen feudal. La explotación del bando y el reparto de los beneficios que engendra constituyen claramente sus fundamentos. En los siglos ix y x el campesinado catalán había padecido numerosos males: el miedo y la miseria habían sido sus compañeros más asiduos. Al menos, como contrapartida, era libre. En el momento en que el peligro se aleja y el progreso económico empieza a dar sus primeros frutos, pierde esta libertad. Y la tiranía a la que se ve sometido no le reporta ni tranquilidad ni bienestar. En cfeclo, sería de un cinismo recalcitrante considerar el seño¿'río banal en Cataluña como una institución de paz. Antes de su implantación, reinaba el orden: la autoridad condal, el respeto por la ley gótica, el prestigio de los tribunales públicos, la auto-, disciplina que se imponían a sí mismas las comunidades rurales, todo ello formaban sus pilares. Ciertamente, a partir de 1020-1030, se desata la violencia, pero ésta es el fruto de aquellos mismos que se hacen retribuir fiara combatirla. Los desórdenes vienen de arriba y la represión se ensaña con sus víctimas. Por otra parte, la imposición de cargas banales interrumpe el proceso de mejora de la condición campesina, vislumbrado claramente a finales del siglo x y principios del XI (en particular, en las ventas cada vez más frecuentes de productos agrícolas que comercializaban en ese entonces los pequeños y medianos campesinos; alodiales). El crecimiento de la producción no beneficia a los cam-¿ pesinos, a quienes exacciones, toltas y demás acaptes sólo dejan i lo imprescindible para subsistir. La parte de los excedentes que¿ nó~és engullida por la expansión demográfica —y, en particular,^ por el consumo de las ciudades— es confiscada por los amos del -, poder. En estas condiciones, cuando sobreviene un año de mala - cosecha (como es el caso, al parecer, del año 1053), el campesina-/ do padece nuevamente la angustia del hambre. Las exacciones banales, en cambio, aseguran la prosperidad a¿. las clases ociosas, cuyos efectivos se inflan más y más. Los viejos £ linajes nobiliarios ya no son los únicos que viven del esfuerzo,:? campesino; para explotar sus señoríos, tuvieron que rodearse de A una multitud de auxiliares —castlans, cabalers, bailes— cuyo vo-=j raz apetito deben saciar compartiendo el botín banal. A medida?/ que va aumentando la influencia de este cuerpo parasitario, las re-p. quisas se hacen-cada vez más intensas y la desazón se vuelve in-.-l soportable. .Al mismo tiempo, las solidaridades que aúnan entre sfú; a los beneficiarios del bando se refuerzan y dan lugar al'naci-.K miento de una densa red de relaciones de hombre a hombre. • -Lri Así pues, el rápido y precoz desarrollo de la évúiivniía catala-ú na trastocó, desde antes de 1060, las relaciones de fuerza en el-ñ seno de la sociedad. También amenaza el equilibrio político del 7? país. Frente a una aristocracia enriquecida, numéricamente más ¿ poderosa y que ha conseguido someter bajo su yugo al campesina-'T do libre, el poder condal se tambalea.

Wickham La crisis del mundo carolingio también ha pasado por algunas de estas trayectorias. Reconocida tradicionalmente como una crisis política de proporciones a gran escala, se ha convertido a finales de los años 70 y principios de los '80 en el foco de una serie de intentos bien argumentados de unirla también con una transformación económica, para justificar la imagen de una «revolución feudal», en [pág. 12] efecto, como ha sido calificada por varios autores, o una «mutación feudal» por otros. (Sigo sin estar seguro de si se supone que «mutación» tiene mayores consecuencias que «revolución» o menos). Más recientemente, la reacción a este tipo de discurso ha comenzado a proponer que no hubo en absoluto una auténtica crisis, incluso en el nivel político. Estos cambios representan una interesante analogía a pequeña escala con la querella sobre la naturaleza de la Revolución Francesa y parecen reflejar las mismas tendencias en el clima intelectual de Francia desde los años 70 a los '80 (porque este debate es, sobre todo, un debate entre franceses). Pero algunos de estos temas pueden ser tomados como un ejemplo valioso de la forma en que los cambios políticos y económicos pueden estar realmente unidos. A través de varios momentos intermedios, que en varios casos duran varios siglos, ofreceré una descripción muy general del asunto para establecer algunas puntualizaciones de este tipo; propondré que, aunque la crisis carolingia fue, sobre todo, una crisis política, tiene raíces económicas profundas. Situémonos en el mundo de Carlomagno o de su hijo y sus nietos: el mundo franco del siglo IX. Era un sistema político de gran escala, mayor que cualquier otra organización política estable posterior en Europa, extendido por Francia, los Países Bajos, Alemania, los países alpinos, la mitad norte de Italia y Cataluña. Estaba basado en una conciencia clara de la naturaleza del poder político público, con una jerarquía de oficios públicos que iba desde el rey hasta los condes y otros oficiales menores como los scabini y los vicarii; el sistema era supervisado por otros oficiales que viajaban enviados a las distintas zonas, los missi regios. La idea de lo «público» fue heredada directamente del Imperio Romano (en efecto, la oposición entre lo público y lo privado presupone la supervivencia de unos conceptos legales romanos, aunque modificados); la ideología de la monarquía carolingia estaba también estrechamente asociada con la jerarquía eclesiástica, aunque una unión ideológica tan próxima entre el rey y los obispos era nueva en Francia en el período carolingio. Lo que hacía básicamente este poder público eran dos cosas: organizaba ejércitos y sustentaba tribunales de justicia. (Bajo la influencia de la Iglesia, también intentaba asegurar la salvación del pueblo cristiano, pero este intento era bastante superficial). Los tribunales emanaban de la justicia regia; representaban la auténtica legitimación del rey como gobernante Pero la sociedad carolingia también estaba basada en la tierra. La tierra era la única fuente importante de riqueza. El comercio existía, pero era relativamente marginal, y el sistema fiscal del Imperio Romano había desaparecido con el propio Imperio o poco después, dejando poco más que una red de telóneos o portazgos. La riqueza procedía de rentas; es decir, del campesinado dependiente. Esto era así también para los reyes, al menos dejando aparte los provechos de victorias militares. Excepto en los casos más evidentes de abusos de la justicia o, más a menudo, en los casos de traición, era muy difícil, inútil de hecho, someter a disciplina a un conde que podía vivir a una distancia que tardara en recorrerse a caballo un mes o más. Las familias aristocráticas veían el oficio condal y, pronto, la herencia en el mismo condado, como su derecho legítimo. Hacia el 900, por todas partes en la Europa franca, la detentación de los oficios estaba patrimonializada en buena medida, relacionada con el poder privado dinástico. Y, naturalmente, estos aristócratas veían ya la opresión del campesinado como su derecho patrimonial, a pesar de toda la retórica de protección y justicia favorecida por los reyes. El siglo X vio el debilitamiento final de la monarquía en todo el mundo franco excepto en Alemania. Virtualmente, la línea carolingia masculina se extinguió, las familias aristocráticas rivales lucharon por el título regio y, mientras tanto, otorgaron derechos locales a perpetuidad a los condes y, menos frecuentemente, a los obispos, que llegaron a convertirse en poderes públicos semiautónomos, gobernando a menudo territorios muy pequeños. Pero las «políticas de la tierra» no se paraban aquí. Actualmente se tiende a datar la «revolución feudal» en las décadas en torno al año mil y representa el momento final de ese proceso de descentralización. Los condes se enfrentaron en sus condados a los

mismos problemas que los reyes habían tenido en sus reinos: las jerarquías locales y el poder local dependían de la posesión de tierras y había una cantidad limitada de tierra; los condes se arriesgaron cediendo demasiado en donaciones y, como resultado, perdieron la lealtad de sus fieles. Esto representa un nuevo sistema político, un mundo esencialmente privado, con lazos de dependencia basados completamente en la relación con la tierra. Los condes y, más tarde, los reyes que intentaron dominarlo, tuvieron que hacerlo, no invocando las viejas estructuras del poder público, sino ganando una posición hegemónica estratégica en las redes de relaciones privadas, como el conde de Anjou hacia 1030 o el conde de Barcelona y el duque de Normandía hacia 1060. La reconstrucción del poder político debía empezar de cero. Hasta aquí, esta caracterización es comúnmente aceptada y resulta conocida para cualquier medievalista. Además, es una caracterización predominantemente francesa y son necesarios más matices regionales antes de que sus aspectos problemáticos puedan ser discutidos. En Inglaterra eso es debido al ímpetu dado por la conquista del país por los reyes de Wessex a principios del siglo X y el subsiguiente gobierno del reino por el rey y la aristocracia, casi de una forma oligárquica. Las instituciones inspiradas en el modelo carolingio y, después de 990, un sistema fiscal rudimentario, mantuvieron unidos al rey y a los nobles hasta la conquista normanda de 1066 e incluso después. En León, la tradición pública era, naturalmente, visigótica y era mucho más fuerte que en Inglaterra o Alemania, pero su supervivencia también estaba basada por completo en las necesidades y posibilidades de una frontera, la frontera con los musulmanes. Si esa tradición pública hizo crisis bastante más tarde, a principios del siglo XII, entonces esa crisis fue provocada, sobre todo, por un fracaso político en la frontera. Pero las «políticas de la tierra» también se desarrollaron aquí, con una aristocracia militar con poderes señoriales formándose firmemente durante el siglo XI a expensas de la tenencia de oficios públicos y también del campesinado independiente. Pero también debe decirse que la «revolución» fue incompleta en Italia. El campesinado libre no fue sometido mayoritariamente por los poderes señoriales italianos y muchos permanecieron como propietarios durante el resto de la Edad Media. He hecho referencia a estas diferencias regionales pero, por supuesto, también había muchas más diferencias regionales. Mi breve caracterización nacional puede servir como guía para otras diferencias regionales: el Languedoc urbanizado, por ejemplo, se parece bastante en su desarrollo al de algunas partes de Italia, a pesar de su situación política franca y de sus leyes visigóticas; los duques normandos conservaron una hegemonía militar que presenta algunos paralelismos con la de los reyes alemanes (y obtuvieron una ayuda financiera con la conquista de Inglaterra, de manera similar a lo que supuso la conquista alemana de Italia); la frontera musulmana y la ley gótica fueron para la Barcelona franca elementos para el desarrollo común con León y, en efecto, pronto derivó hacia un sistema político peninsular en vez de francés; podrían añadirse otros ejemplos. Cuando queremos establecer particularidades es más útil contrastar regiones que reinos: ¿Por qué fracasó el condado de Macón como una unidad política y no el condado de Anjou? ¿Por qué hubo mucha más violencia política y tuvo mucho más éxito la expropiación del campesinado en Cataluña que en el vecino Languedoc? ¿Por qué los castillos y los derechos señoriales se desarrollaron un siglo más tarde en Toscana que en el valle del Po, justo al otro lado de los Apeninos? Podríamos seguir haciéndonos preguntas de este tipo. Éstos son, de hecho, los aspectos importantes de un auténtico debate histórico empírico, o deberían serlo, porque las respuestas a este tipo de preguntas están dirigidas al corazón del funcionamiento real de las estructuras sociales locales. Sin embargo, para esta ponencia, quiero mantener el nivel de una vista general sobre Europa. Aunque esto no es muy difícil, no porque las vistas generales sean imposibles, sino porque es necesario un análisis cuidadoso de los términos del debate. No estoy seguro de que el declive de la esclavitud como una situación legal en los siglos X y XI realmente represente un cambio económico, en vez de simplemente un cambio legal, puesto que casi todos los esclavos habían sido tenentes ya desde hacía muchos siglos, y eso mismo serían sus

descendientes libres. En cuanto al declive del campesinado libre, yo sostendría que la violencia y la rapidez de su nuevo sometimiento señorial y dominical llegaron a un extremo en Cataluña, la zona en la que Bonnassie está especializado (e incluso aquí la rapidez de su sometimiento quizás ha sido exagerada); era mucho menos completo en Castilla y León y el Languedoc, dentro también del campo de interés de Bonnassie, o, como ya he señalado, en buena parte de Italia. Sin [pág. 16] embargo, tan importante como esto, es el hecho de que la nueva aristocracia victoriosa ya habían sido, por supuesto, grandes propietarios en los siglos X y XI, e incluso antes sus campesinos dependientes ya estaban sometido de facto y a menudo veían poca diferencia cuando el señor construía su castillo y organizaba un tribunal de justicia privado con apariencia pública. Si se utiliza la palabra «revolución» como un tipo ideal -en el sentido Weberiano-, como en efecto hace Bonnassie rigurosamente, en vez de usarla como una expresión retórica, entonces las continuidades materiales socavan el argumento sustancialmente. Sería posible retroceder directamente para un análisis empírico y, simplemente, buscar las zonas de Europa donde realmente coincidieron un proceso acusado de privatización de la autoridad pública y el sometimiento de un campesinado que antes era libre. Hay algunas zonas de este tipo. Cataluña todavía podría considerarse una de ellas, si fuera legítimo considerar un proceso de sometimiento del campesinado que duró quizás 150 años, como auténticamente coincidente con la señorialización del sistema político. Otras de esas zonas son los pequeños territorios del este de Inglaterra, en los que aún había un campesinado propietario en 1066, porque esa gente fue rápidamente sometida por la nueva clase de grandes propietarios normandos. Sin duda había otras zonas. Esto nos deja con una concepción mucho más local del cambio revolucionario, aunque siga siendo una revolución. . La Revolución Rusa no fue menos una revolución porque no hubiera otra análoga en Alemania, aunque ciertamente fue menos estable y menos efectiva sin esa otra revolución. Sin embargo, el procedimiento lleva el riesgo de envolvernos en debates inútiles, tales como discutir acerca de qué porcentaje de campesinos libres en una región determinada en, digamos, el 950, sería necesario para justificar el uso del término «revolución», incluso suponiendo que todos estuvieran reducidos a sometimiento señorial hacia 1050; o si no, cómo de fuerte debe ser el poder señorial en una zona determinada para justificar el término «sometimiento». Este tipo de debates se convierten en estériles rápidamente, aun suponiendo que tuviéramos los datos empíricos necesarios para hallar porcentajes, y eso es algo que nunca tenemos en la Edad Media. Por lo tanto, no es sorprendente que los historiadores hayan seguido discutiendo en un nivel más genérico, y el debate en ese nivel sigue siendo interesante. Dominique Barthelémy ha propuesto recientemente que la idea de «mutación» o «revolución» hacia el año mil se apoya en falsas ilusiones: que el Imperio Carolingio nunca había tenido un orden público efectivo, independiente del poder aristocrático, y, a la inversa, que el mundo feudal que le sucedió no carecía de normas que condicionaran el ejercicio arbitrario del poder por los señores. Tiene bastante razón hasta cierto punto. En efecto, la aristocracia era localmente dominante en casi todo el conjunto del Imperio Carolingio; su sistema de valores (sus normas de comportamiento y de estatus, sus lazos de dependencia) era hegemónico sobre el sistema de valores del conjunto de la sociedad, en un sentido Gramsciano estricto, y su riqueza se basaba por completo en la explotación de los campesinos. Una realidad de este tipo ya es feudal bastante antes del año mil, de acuerdo con cualquier definición, excepto con la basada estrictamente en los rituales de las prestaciones militares. A la inversa, la hegemonía aristocrática estaba altamente ritualizada y organizada conforme a ciertas reglas, respetuosa con las normas [pág. 17] consuetudinarias (incluso en ocasiones con las normas consuetudinarias del campesinado) y consciente no sólo de los conflictos, sino también de la resolución de los conflictos, tanto antes como después del año mil. Tomando a Europa en su conjunto, la crisis de los años en torno al año mil, no fue una crisis que marcó la victoria del poder aristocrático sobre el campesinado, porque ese poder ya había vencido antes. Pero Barthelémy va demasiado lejos. Comete el error de aceptar el emparejamiento entre crisis política y económica que proponía Bonnassie y, argumentando contra la crisis económica, termina por negar también la crisis política. Sin embargo, tal y como propone Bisson, en un artículo publicado este año en

Past and Present, hubo una crisis política en torno al año mil. Bisson cataloga un impresionante conjunto de evidencias, procedentes fundamentalmente de Francia, que apoyan su propuesta más importante, una propuesta que vuelve a Bloch y a Duby: que se conservó un auténtico «orden público» hasta el siglo X y que fue reemplazado por un poder aristocrático violento en el siglo XI. El poder aristocrático era, precisamente, privado en el período carolingio: aunque era dominante era informal, ilegal. En el siglo XI, el poder aristocrático procuró legitimarse por medio de las leyes. Como dice Bisson, «la violencia tenía el potencial de construir un nuevo orden de poder». Por supuesto, es posible negar la importancia de las leyes: sostener que sólo son una charada, una forma de legitimación de la fuerza bruta de la clase dominante. Pero creo que eso es un error. Como dijo el lamentablemente desaparecido Edward Thompson, «si la ley es evidentemente parcial e injusta, entonces no encubrirá nada, no legitimará nada, no contribuirá en absoluto a ninguna forma de hegemonía». Ciertamente las leyes carolingias encubrían el poder aristocrático. Tenemos numerosos ejemplos de campesinos pleiteando en los tribunales públicos contra sus señores y, aunque, naturalmente, nunca ganaban, el hecho más sorprendente es que consideraban que merecía la pena intentarlo, estaban convencidos de las posibilidades de la justicia pública. Esto era difícil de creer hacia 1100 en cualquier parte de Europa fuera de Italia. La máscara había caído, la aristocracia tenía todavía sus propias normas de comportamiento, pero su preocupación por la «protección» de los débiles no era más desinteresada que la protección ofrecida por cualquier mafioso de hoy en día. Esta era la crisis política: la extinción de cualquier criterio público que no fuera una ética aristocrática, generada internamente, para juzgar el poder arbitrario de los señores. Al fin y al cabo, el poder señorial era calificado en muchas partes de Europa, incluso por los propios señores, de una forma bastante explícita, malus usus, malas costumbres. El que con el tiempo se convirtiera en consuetudinario, menos arbitrario, más predecible y en la base para un nuevo sistema legal, no cambia su realidad. Y los procesos de este tipo fueron universales en toda Europa, incluso en las zonas con menos cambios desde el gobierno carolingio, como los territorios de las grandes ciudades italianas. En los siglos XI y XII el poder y la legitimidad se construían sobre el terreno, mediante el control militar de facto de la tierra, y no de arriba a abajo, por delegación de los reyes o los príncipes. No llamaría a esto siempre una revolución, pero realmente fue una crisis: la crisis final del sistema de poder público heredado del mundo romano. [Pág. 18] Por lo tanto, fue sobre todo una crisis política y no una transformación socioeconómica, que podría ser denominada «revolución», porque la aristocracia controlaba el poder económico desde mucho antes del año mil. Pero he dicho que quería proponer que, en efecto, la crisis tenía raíces económicas de largo plazo. En el año mil, en Europa había habido un poder aristocrático basado en el campesinado dependiente desde hacía mil años o más. Pero la manera en que este tipo de poder y de extracción de excedente, el modo de producción feudal, se interrelacionaba con otros sistemas económicos varió considerablemente. En los siglos I y II, por ejemplo, la explotación feudal competía en algunas zonas de Europa especialmente en Italia- con el modo de producción esclavista. Tras el final del modo esclavista, sobre todo durante los siglos III, IV y V, la extracción de excedente campesino por los señores estaba acompañada, y competía parcialmente, con la extracción de excedente por el Estado en la forma de impuestos públicos sobre la tierra que debían pagar, no sólo los tenentes, sino también los campesinos independientes. En otro estudio he propuesto que estas distintas relaciones de explotación representan distintos modos de producción, por cuanto tienen una lógica económica diferente: una serie de criterios diferentes para el éxito o el fracaso económico, la expansión y la contracción. La idea procede de una antigua tradición marxista (citaría especialmente a Witold Kula) influida también en mi caso por la antropología económica de autores como Karl Polanyi. Yo describiría la caída del Imperio Romano en Occidente simplemente como la victoria de la aristocracia feudal en su relación competitiva con el Estado: esta aristocracia ya controlaba la fiscalidad del Bajo Imperio; pero, cuando el ejército romano, la principal fuente de gastos del Estado, sucumbió frente a los germanos, la lógica de esta fiscalidad resultó minada fatalmente y la aristocracia prefirió abandonarla, para unirse a los nuevos gobernantes germanos como propietarios de tierras y potentados locales, en vez de cómo administradores públicos. No obstante,

esto sucedió en el siglo V. Si el contexto legal del poder público, la herencia política romana más duradera, permaneció hasta el siglo X, hasta que ese mismo estrato de grandes propietarios decidió abandonarlo, en este caso la crisis económica habría tardado 500 años en activarse, y esa propuesta me parece inadecuada, casi ridícula, como afirmación histórica; unas raíces tan de largo plazo como esas, no pueden ser consideradas en absoluto como raíces. Pero el final del Imperio Romano no tuvo como resultado inmediato la victoria económica de las relaciones sociales feudales. Los siglos VI y VII en Europa muestran evidencias considerables de sociedades campesinas relativamente poco condicionadas por el poder de los grandes propietarios -en efecto, los principales textos normativos, como la Ley Sálica, por ejemplo, hacen muy pocas referencias a la aristocracia. Yo propondría que esta evidencia es la primera prueba documental que tenemos de que el poder aristocrático todavía no había sido capaz de dominar a todos los grupos de campesinos independientes a un nivel local, incluso durante el Imperio Romano. La extinción de la presión del pago de impuestos tuvo como consecuencia que algunos sectores del campesinado lograron establecer un grado considerable de autonomía económica. El cataclismo de las invasiones germánicas supuso, naturalmente, muchos otros problemas. No dudo de que muchos grandes propietarios [pág. 19] bien situados, especialmente algunas iglesias, lograran tomar para sí poderes fiscales locales y extender su dominación sobre sus vecinos; pero hubo otras zonas donde los grandes propietarios no ganaron sino que perdieron capacidad de control y, por supuesto, también había un campesinado perteneciente a una nueva raza, los propios germanos, aunque era numéricamente muy marginal en la mayor parte del Imperio. Ahora quisiera proponer que en el siglo VII, por ejemplo, en la mayor parte del antiguo Imperio coexistían el campesinado independiente y la dominación aristocrática; y que la aristocracia no había logrado establecer una plena hegemonía ni sobre la economía campesina ni sobre el sistema de valores del campesinado. Un argumento de tipo cultural es un texto como la propia Ley Sálica. Este código de leyes procede de un mundo con nobles ricos y poderosos que, según los textos de Gregorio de Tours, tenían un comportamiento levantisco. Sin embargo, la Ley Sálica no refleja ese mundo, sino otro de comunidades campesinas, donde el robo de un cerdo tiene más relevancia inmediata que la guerra y las masacres. Un argumento de tipo económico es la pobreza material de la Alta Edad Media, tal y como ha demostrado un siglo de excavaciones arqueológicas. No puede negarse la existencia de tesoros de oro en manos de los reyes o de los miembros de la aristocracia, pero la acumulación de excedente no fue suficiente como para sostener una infraestructura económica capaz de construir edificios tecnológicamente complejos, o de comprar y vender productos artesanales en grandes cantidades, como cerámica cualquier otra cosa, excepto a una escala relativamente local. Buena parte el excedente estaba en manos del campesinado; la aristocracia todavía no fue capaz de obtener ese excedente, excepto de sus dependientes inmediatos. También aquí las diferencias regionales fueron enormes. No puedo referirme con todo detalle a este asunto en esta ponencia. De todas formas es extremadamente problemático y confuso, en parte porque hay muy pocas fuentes, en parte porque es un campo minado por diferentes teorías, muchas de ellas equivocadas en sus planteamientos iniciales (un ejemplo, entre muchos otros, es la tendencia, todavía popular, a buscar «esclavismo de plantación» en las fuentes para la dependencia servil de la Alta Edad Media, hasta los siglos VII, VIII e incluso hasta el siglo X, sin ninguna justificación documental). A modo de ejemplo, yo diría que es posible encontrar más campesinado independiente en la Italia lombarda del norte, donde la crisis de la gran propiedad había sido considerable, que en las zonas centrales del poder franco, los valles del Sena y del Rhin; y más en las tierras relativamente marginales del norte de la Península Ibérica, que en los centros económicos de la Hispania romana y visigoda en torno a Mérida, el valle del Guadalquivir y la costa oriental. También señalaría que las relaciones entre el campesinado independiente y sus vecinos aristocráticos podían ser muy diversas: algunos miembros de la aristocracia estaban muy interesados en la expropiación material; otros mantenían complejos sistemas clientelares en los que se reconocía la superioridad política de la aristocracia, mientras que dejaban a los campesinos relativamente indemnes; en otras zonas los dos grupos tenían pocas relaciones entre ellos.

Al final todo esto cambiaría. Al fin y al cabo, un aristócrata era individualmente más poderoso que su vecino campesino y el sistema de valores aristocrático de la Alta Edad Media no estaba más inclinado al altruismo que en cualquier otro período histórico. Aunque había una lógica política y económica del campesinado independiente, que ayudó a mantener la estabilidad de este mundo altomedieval que aquí yo [pág. 20] sólo he esbozado, ésta fue socavada constantemente. Las clientelas sobre campesinos podían transformarse fácilmente en una forma de control más organizada; los patronos se transformaron en señores y aumentaron sus exigencias. La aristocracia del siglo VIII en el mundo carolingio parece disponer de más riqueza y hegemonía local que la que había tenido en el siglo anterior. Aunque esto también está relacionado con la propia expansión carolingia, hubo un desarrollo general en toda Europa restringido sólo, quizás, en el norte de la Península Ibérica, con la brusca irrupción de árabes y bereberes en las tierras centrales de la aristocracia en el sur. Las primeras colecciones de transacciones de tierras documentadas, procedentes de algunos de los centros más activos en el siglo VIII, especialmente las tierras del Rhin, Alemania central y la mitad norte de Italia, muestran un campesinado independiente en un fuerte retroceso ante los grandes propietarios laicos y eclesiásticos. En tiempos de Carlomagno, la hegemonía de la aristocracia y un sistema económico dominantemente feudal ya son indudables. Lo más importante de esta caracterización es subrayar que la completa dominación económica feudal en el nivel local de finales del siglo X, no existía todavía en el siglo V. El poder aristocrático coexistió con otras estructuras económicas y políticas durante gran parte de la Alta Edad Media. Para lo que nos interesa aquí, esta coexistencia ayudó al mantenimiento del poder público en cada uno de los reinos romano- germánicos, porque la legitimidad de los reyes procedía, en buena medida, de los lazos directos con los hombres libres. No está claro, cuánta utilidad tuvo esto en realidad, pero incluso Carlomagno llamó en ocasiones a los campesinos para que sirvieran en su ejército, y sus predecesores sin duda también lo hicieron. Es imposible saber si la incompleta feudalización del poder en Francia ayudó a la supervivencia de la monarquía en la segunda mitad del siglo VII, el momento más bajo de la autoridad política merovingia. Pero, ciertamente, las victorias locales de la aristocracia no ayudaron a los, cada vez más débiles, sucesores de Carlomagno. La crisis política final llegó dos siglos después de Carlomagno, pero la autoridad pública se había ido debilitando progresivamente a lo largo de ese período. En el momento en que se puede hablar de una dominación casi completa de la formación social feudal en el mundo carolingio, desde el 800 en adelante, el mantenimiento del poder público estaba amenazado. No declinó en todos los sitios con la misma rapidez o por las mismas razones, incluso en algunos lugares no declinó en absoluto; pero las tendencias subyacentes estaban claras. Igual que iban a estarlo en León y Castilla e Inglaterra aproximadamente un siglo después, con los mismos resultados también aproximadamente un siglo más tarde. Éste es, por lo tanto, el tipo de crisis que representa el final del mundo carolingio: una crisis política que fue la consecuencia, distante pero lógica, de una transformación económica dos siglos anterior. Una «revolución feudal» dividida en dos partes, si se prefiere. En beneficio de la claridad, he procurado ser esquemático: espero haber sido útil para cualquiera que esté interesado en el método comparativo. Yo defendería el interés de estudiar a los carolingios diciendo simplemente lo siguiente: estoy convencido de que las transformaciones políticas y económicas funcionan a menudo, incluso normalmente, como he descrito; nos equivocaríamos si empleáramos demasiado tiempo en establecer hipótesis sobre procesos unidos de una forma más estrecha, en este siglo o en cualquier otro.

Duby: Guerreros y campesinos

Mientras en las fronteras de la cristiandad latina la continuidad y el reforzamiento de las campañas de agresión, cada vez más en dirección hacia el este y el sur, exaltan el vigor de un sistema económico basado en la captura violenta y en el saqueo, aceleran los trasvases de riquezas y preparan de este modo

algunas condiciones favorables al crecimiento, en el interior de Europa se ven aparecer, durante los decenios en torno al año mil, los rasgos de una nueva ordenación de las relaciones humanas: lo que los historiadores han acostumbrado llamar el feudalismo. Simple revelación de un movimiento de gran amplitud que, largo tiempo disimulado, se había iniciado en la época carolingia y cuya evolución precipitaron las invasiones de los siglos tx y x. En las regiones más evolucionadas, es decir, en Galia, llega a su término durante los últimos decenios del siglo xr; no afecta.a Germania, país nuevo, sino con un retraso de más de cien años; en la zona mediterránea de la cristiandad, de modo especial en Italia; se amortigua al contacto de estructuras contrarias cuyos pilares son la vitalidad Urbana y la animación más precoz de Jas corrientes monetarias. Esta mutación de las bases políticas y sociales se acomodaba indiscutiblemente a la situación de una economía agraria dominada por una aristocracia cuya influencia habían reforzado las campañas militares, y a su vez influyó, de manera muy directa, en la evolución económica. El feudalismo sirvió de marco a la evolución económica en Un nuevo orden, cuyos beneficios tuvieron un papel determinante én él desarrollo interno de la economía europea. Los eclesiásticos .fueron especialmente sensibles a dos clases de fenómenos. En primer lugar, a las calamidades, que interpretaban como la expresión de la cólera divina o del mal que mantiene al hombre prisionero y retrasa su marcha hacia la luz. Descubrieron, pues, las grandes oleadas epidémicas que recorrían los campos de Occidente y que sólo podían ser detenidas, a sus ojos, con plegarias, con actos de penitencia colectiva y mediante el recurso al poder tutelar de las reliquias. El desarrollo de las enfermedades —y especialmente del «mal de los ardientes»—■ era favorecido, según todas las evidencias, por carencias alimenticias; no falta el escritor que establece un nexo entre la epidemia que asoló la Francia del norte en 1045 y la escasez de alimentos: «Un fuego artificial se puso a devorar numerosas víctimas...; al mismo tiempo, la po Elación de casi todo el mundo sufrió hambre a causa de la escasez del vino y de trigo» El pueblo al que se refieren estos textos aparece en efecto bajo la amenaza constante del hambre. La malnutrición crónica se agrava de tanto en tanto y determina mortandades catastróficas, como la del «flagelo de penitencia» Segunda señal que los historiadores de la época ins- | criben también en el marco, de un progreso espiritual: la | reconstrucción de iglesias.. «Cuando se aproximaba el tercer año que siguió al año mil, se vio en casi toda la tierra, pero sobre todo en Italia y en la Galia, renovar las basí licas e iglesias. Aunque la mayoría, muy bien construidas, no tuviesen ninguna necesidad, la emulación empujaba a cada comunidad cristiana a tener iglesias más suntuosas que las de las restantes. Era como si el mundo se hubiese sacudido y, liberándose de su vetustez, hubiese vestido por todas partes una blanca ropa de iglesia. Casi todas las iglesias de las sedes episcopales, los santuarios monásticos dedicados a los diferentes santos e incluso los pequeños oratorios de las aldeas fueron reconstruidos, más bellos, por los fieles»4. Evidentemente, estas empresas de construcción sustrajeron al medio rural una parte de las fuerzas productivas para aplicarlas a la extracción, al transporte y al trabajo de una masa considerable de materiales. Es posible que algunos obreros fueran dependientes de los señoríos eclesiásticos, obligados a prestar gratuitamente su colaboración; pero es seguro que muchos eran trabajadores independientes. Había que alimentarlos en 1 los lugares de trabajo y comprar en el exterior complementos alimenticios, ya que los excedentes normales de la producción señorial no' podían soportar esta sobrecarga de consumidores. También había que pagar salarios en dinero. Por tanto, la renovación de los edificios eclesiás- i ticos, se vio favorecida por el aumento de la circulación monetaria, y a su vez aceleró la movilización 3e los metales" preciosos que se habían acumulado _ lentamente en el tesoro de los santuarios y_ de los grandes, porque éstos contribuyeron con sus limosnas en pro y plata a la construí? ción de un decorado más suntuoso en el que pudiera desarrollarse el oficio divino. Indicios dispersos por los textos de ia época suministran la prueba de este movimiento de destesaurización. El feudalismo se caracteriza, en primer lugar, por la descomposición de la autoridad monárquica, y hemos visto que la impotencia de los reyes carolingios para contener las agresiones exteriores había acelerado, en el siglo IX, la dispersión de su poder. La defensa del país, función pri mordial de la realeza, pasó, de manera -irreversible, pero muy rápida, a manos de los principes regionales. Estos se apropiaron de las prerrogativas reales que habían sido delegadas en ellos y las incorporaron al patrimonio de una dinastía

cuyos fundamentos pusieron por este mismo he-¿,' cho. Después, poco a poco, la mayor parte de los grandesV-^d^ p_rmcipados_s_e disgregaron a su vez de lajnisma forma ínV’' que se habían disgregado los reinos. Jefes de menor im- ' portancia, los condes en un primer momento y más tarde, hacia el año mil, lo§,^hombre? que mandabap las fortale- zatq lograron su independencia con respecto a los príncipes. Este movimiento llena todo el siglo :x en. Galla; se extiende a la monarquía inglesa y penetra enaltaba, modi ficándose aquí ligeraitieníq. .a. pausa.. del ..-.vigor de las ciudades. Tarda en introducirse en Germania, donde las es- tructuras políticas carolingias §e mantiene^ vivas, hasta los umbrales del siglo xn. Esta fragmentación del derecho de mandar y de castigar, de asegurar la paz y la justicia, su inscripción en marcos territoriales cada vez más reducidos y que finalmente se ajustaron a las posibilidades concre tas de ejercer una autoridad efectiva y de manifestar permanentemente a los ojos de todos la realidad de un poder en un mundo rural y bárbaro en el que era difícil comunicarse a distancia, esta fragmentación era de hecho una adaptación de la organización política a Iqs estructuras .de la vida material. El desarrollo de la ideplpgía dé la «paz de Dios» acompaña las últimas fases de la feudaiización. Se manifiesta por primera vez pocb antes del año mil en el sur de Galia, allí donde la disolución de la autoridad real había sido más precoz; después, poco a poco, toma consistencia al tiempo que se extiende bajo diversas formas por toda la cristiandad latina. Sus principios son muy sencillos: Dios había delegado en los reyes consagrados la misión de mantener ja pazyja justicia^ los reyes ya no son capaces de hacerlo, y por tanto Dios reasume su poder' de orden y lo concede a sus servidores, a los obispos, apoyados por los príncipes locales. De este modo, en cada provincia, se reúnen concilios convocados por los obispos, y en ellos participan los grandes y sus guerreros. Estas asambleas pretenden disciplinar la violencia e imponer reglas de conducta a quienes llevan armas. Los concilios recurren a sanciones de tipo moral y espiritual; todos los combatientes del país deben comprometerse mediante juramento colectivo a respetar ciertas prohibiciones, bajo pena de excomunión, es decir, bajo pena de la venganza divina. El sistema muestra una eficacia relativa. Los campos de Occidente no dejaron de sufrir, a lo largo de los siglos xi y xil, tumultos militares con su cortejo de depredaciones. Pero, a pesar de todo, la institución de la paz de Dios tuvo una gran influencia en el comportamiento de los hombres y en las estructuras más profundas de la vida económica. Ante todo creó, por primera .vez, una moral, coherente de la guerra; ésta, én~*lás sociedades de la Alta Edad Media, era considerada una actividad normal en la que se ponía de manifiesto del modo más absoluto la libertad jurídica. El espíritu de cruzada, que procede directamente de la nueva ideología de la paz, dirigió a los guerreros hacia frentes de. agresión exteriores, hacía Jas franjas florecientes en las que los combates contribuían poderosamente a poner en circulación las riquezas. Por el contrario, apoderarse por la violencia militar de los bienes de las iglesias y de los pobres apareció cada vez más claramente, a quienes tenían vocación de combatir, como un peligro para la salvación del alma. Esta moral desembocaba en una representación sociológica que vino a ajustarse-estrechamente a la realidad de las relaciones económicas y que, simultáneamente, dio a éstas mayor firmeza. Alrededor del año mil, las prohibiciones aprobadas en los concilios de paz llevaron a la madurez la teoría de los tres órdenes que lentamente se elaboraba en el pequeño mundo de los intelectuales: Dios, desde la creación, ha dado a los hombres tareas específicas; unos tienen la misión de rezar por la salvación de todos, otros están llamados a combatir para proteger al conjunto de la población, y al tercer grupo, con mucho el más numeroso, le corresponde mantener con su trabajo a las gentes de Iglesia y a las gentes de guerra. Este esquema, que se impuso muy rápidamente a la conciencia colectiva, ofrecía una imagen simple, conforme al plan divino y servía para justificar las desigualdades sociales y todas las formas de explotación económica. En este marco mental, rígido y claro, se incluyeron sin dificultad todas las relaciones de subordinación creadas desde tiempo remoto entre los trabajadores y campesinos y los señores de la tierra,

que son las que rigen los mecanismos de un sistema económico que se puede llamar, simplificando, feudal. Una idea de esta naturaleza invitaba por tanto a que prevaleciesen, entre los actos económicos. los de la consagración y el sacrificio, y, efectivamente, su instalación en. la conciencia colectiva coincide con el momento en que la riada de donaciones piadosas en favor de los establecimientos religiosos alcanzó su mayor amplitud: nunca, en la historia de la Iglesia cristianaba- de Occidente, fueron las limosnas tan abundantes como^ durante los cinco o seis decenios que rodean al año mil.óto' Los fieles daban limosnas con cualquier motivo: para ¡a-./ ■ var una írrita que acababan de cometer y que sabían que ponía en peligro su alma; más generosamente todavía, y con evidente riesgo de despojar a sus herederos, en el lecho de muerte, para su sepultura y para atraer el apoyo de los santos tutelares ante el tribunal divino; daban lo que podían, es decir, tierras en primer lugar, consideradas como la riqueza más preciosa, especialmente —y esto sucedía con frecuencia— cuando las tierras iban acompañadas de trabajadores campesinos capaces de cultivarlas. Sin duda, todos los documentos escritos de que disponen los historiadores para conocer esta época proceden de archivos eclesiásticos; en su gran mayoría son actas que garantizan las adquisiciones de las iglesias o monasterios y, en consecuencia, ponen de relieve de un modo especial el fenómeno descrito, por lo que se corre el riesgo de exagerar su alcance. A pesar de todo, este enorme trasvase de bienes raíces, del que.se beneficiaron en primer lugar las abadías benedictinas secrmdariamente las iglesias', y episcopales, puede ser considerado el movimiento más portante entre los que animaron la economía europea delc^< momento. Estos hombres no estaban completamente alejados de la producción. El ele i o rural permaneció en su mayor parte aH}b’el_del_ campesinado, cuya suerte y costumbres compartía. Las iglesias y los oratorios campesinos estaban servidos por sacerdotes que empujaban personalmente el arado y que explotaban con su familia —muchos estaban casados— la parcela que el dueño del santuario les había concedido como retribución de sus servicios, y de la que sacaban lo esencial para subsistir. Por otro lado, las comu nidades de monjes, y: de canónigos reformados, que se difundieron a partir de fines del siglo XI, imponían a sus miembros, por una exigencia de rigor ascético, el trabajo manual, especialmente a quienes, procedentes de un medio rural, no podían participar plenamente en el oficio litúrgico. La misma actitud 'tenían los miembros del segundo orden de la sociedad, los especialistas de la guerra. También gastaban, pero para su propia gloria y en los placeres de la vida. Esta categoría social, que proporcionaba a la Iglesia los equipos dirigentes, que tenía la fuerza y que la utilizaba duramente a pesar í!de las prohibiciones levantadas por la moral de la paz de Dios, debe ser considerada la clase dominante de este tiempo, pese al valor preeminente atribuido a las funciones de los eclesiásticos y pese a las riquezas y a la indudable superioridad numérica de estos últimos. De hecho, la teoría de los tres órdenes y las instituciones de paz fueron elaboradas y forjadas en función del poder del grupo militar, y su situación y su comportamiento rigen en los siglos xi y xil toda la economía feudal. Este grupo posee la tierra, excepto la parte que el temor de la muerte le obliga a ceder a Dios, a sus santos y a quie nes le sirven; vive en la ociosidad y considera las tareas productivas indignas de su rango y de esa libertad eminente cuyo privilegio pretende reservarse. Dado que la disolución de la autoridad monárquica ha terminado por colocar a todos los miembros del grupo en Una situación de independencia y en actitudes mentales que en otro tiempo habían sido características del rey, la clase guerrera no acepta ninguna limitación, ningún servicio, excepto los que libremente ha elegido prestar y que, puesto que no adoptan la forma de contribuciones materiales, no le parecen deshonrosos. En la economía doméstica de los hombres de este grupo, una parte considerable de los ingresos que, según todos los indicios, aumenta durante los siglos xi y xil, está destinada al perfeccionamiento del equipo de los guerreros, a la mejora de las cualidades del caballo, que se convierte en el principal instrumento del combatiente y en el símbolo mismo de su superioridad (en esta época los gue rreros reciben el nombre de «caballeros»), a procurarse mejores armas ofensivas y defensivas. Desde fines del siglo xi la coraza se ha hecho tan compleja que vale tanto como una buena explotación agrícola, y los perfeccionamientos de lqs armas están en la base del desarrollo constante de la metalurgia del hierro,

mientras que el progreso de la arquitectura militar hace que se inicien, en el si glo xil, junto a las obras de las iglesias, las obras de los castillos que es preciso renovar Mientras que se diluyen las últimas formas de la esclavitud, mientras que en la mayor parte de las provincias de Francia se pierde a comienzos del siglo xn el uso de la palabra servtis, el cam pesinado en su conjunto, sobre el que pesa, reforzado, lo que subsiste de coacción del poder, aparece sometido, por su misma actuación, a la explotación de otros. Otros ganan para él su salvación por medio de plegarias; otros están encargados, en principio, de defenderlo contra las agresiones. Como precio de estos favores, las capacidades de producción del campesinado están totalmente presas en el marco del señorío. En el plano económico, el feudalismo no es sólo la jerarquía de las condiciones sociales que aspira a representar el esquema de los tres órdenes; es también —y ante todo, sin duda— la institución, señorial. No es nueva, pero la evolución del poder político la ha remodelado insensiblemente. Evidentemente, la frontera que separa, en la abstracción de las representaciones sociológicas cuya simplicidad se impone después del año 1000, de los trabajadores a las gentes de Iglesia y a las gentes de guerra, no coincide exactamente con la que sitúa de un lado a los señores y del otro a los sometidos a la explotación señorial. Muchos sacerdotes, como hemos visto, formaban parte del personal de un dominio; prestaban, bajo la coerción de un dueño que obtenía beneficios de su especialización profesional, servicios análogos a los de un molinero o a los de un encargado de un horno. Un gran número de caballeros, especialmente en Germania y en las regiones próximas al mar del Norte, permanecieron hasta fines del siglo xil en estado de dependencia doméstica, en la casa del patrón que los empleaba y los alimentaba; al no poseer tierras, participaban de los beneficios de un señorío, pero sin ser los dueños. A la in versa, había campesinos que llegaban a reunir más tierras de las que podían explotar personalmente, que concedían las sobrantes a vecinos menos afortunados y recibían por este hecho una renta de tipo señoría!. Muchos de los servidores de humilde extracción encargados por los jefes de administrar sus dominios se elevaban rápidamente; se apropiaban en parte de los poderes en ellos delegados; los utilizaban para explotar a sus subordinados, para crear a expensas del señorío de sü patrón una red de recaudación cuyos beneficios se reservaban íntegramente y que, en la práctica, formaban su señorío personal. Todo esto no impide que la sociedad feudal se ordene en dos clases, una de las cuales, la de los señores, engloba la categoría de los eclesiásticos y la de los caballeros. Y la conciencia que esta clase adquiere de sí misma hace que se considere escandaloso, si no pecado, el hecho de que un trabajador pueda elevarse por encima de su condición hasta el punto de compartir los privilegios de sacerdotes y guerreros, de vivir en el ocio gracias al trabajo de otro. Y de hecho toda una tensión interna del cuerpo social condujo, en la época en la que las estructuras feudales acabaron de implantarse, es decir, en los años que siguieron al milenio, a consolidar la situación señorial de la Iglesia y de la caballería, y a ampliar el foso que, en el nivel de las relaciones económicas, las separaba del pueblo. El movimiento de consolidación se desarrolló en dos planos diferentes. -r En primer lugar, fue reforzada la coherencia de las for- ,Aoal feria de Occidente lanzarse en todas partes a operaciones agresivas cada vez más profundas, que culminan, en 1095, en la primera cruzada. Así, se ven surgir nuevas,congregaciones monásticas, que reclutan numerosos adeptos en todas las clases sociales; están animadas por una preocupación ascética, por la condena de la riqueza; sólo la toma de conciencia de un deseo —considerado perverso— de ascenso económico, y por consiguiente de las posibilidades de éste, en un medio económico menos estancado puede explicar las exigencias de las nuevas congregaciones. Así, se ve, durante este período, aumentar los intercambios en el campo; ahora, por ejemplo, los documentos redactados en la región de Macón comienzan a precisar el valor respectivo de las diferentes monedas, lo que es prueba al mismo tiempo de una mayor penetración del instrumento monetario en el mundojrural, de la^diversidad de las acuñaciones y, por ultimo, de la percepción de una noción jiueva, Ha del^cambio.^ Por la misma época, los dueños del poder cíe"ban se preocupan por obtener beneficios del paso cada vez más frecuente de traficantes que transportan mercancías más valiosas; se multiplican las alusiones a esta forma de exacción, en plena expansión, que es el peaje: el. papa intenta eximir a los mercaderes de Asti, que cruzaban la Isla de Francia, de las tasas que quería imponerles el rey Felipe I; el abad de Cluny se querella contra un castellano de la vecindad que retenía una caravana comercial procedente de Langres y quería obligarla a pagar el. precio de su protección. Las tarifas del peaje ordenadas por los monjes de SaintAubin de Angers en 1080- 1082, y que se aplican a los hombres de una aldea, muestra bien a las claras que el comercio no era obra exclusiva de profesionales. Los campesinos participaban en los intercambios; vendían, compraban ganado; firmaban contratos de pastoreo con extraños;TIevaban «a hombros», para vender en los mercados de__los alrededores, cera, miel, carne de_cerdo, pieles, lana. En ocasiones llegaban incluso a asociarse a otros para una^ expedición comercial a mayor distancia, a trasladarse a puntos lejanos para cargar en sus acémilas productos alimenticios, y a veces «mercancías extranjeras y de alto precio». También hacia 1075 el abadde Reichenau concede á los «campesinos» de una de sus aldeas

«el derecho de comerciar... de modo que ellos y süs descendientes sean mercaderes». Hacia estos años se hace sentir por primera vez y con carácter general una gran animación que se basa en la lenta habituación a utilizar demanera menos excepcional las monedas cuya acuñación se hace más abundante. Aclimata hasta en el corazón rural del continente occidental actividades cuya ampliación no era perceptible, en el siglo anterior, sino en los límites de la cristiandad, en los lugares eri los que la presencia de la guerra mantenía la movilidad de las riquezas. La efervescencia comercial y monetaria que se percibe deriva de la vitalidad de estructuras económicas más profundas, de las que es la revelación y que, a su vez, contribuye a estimular. En los tres últimos decenios del siglo xi hay que- situar, por tanto, el comienzo de una nueva fase de la historia económica europea: la de un desarrollo general, continuo, acelerado, cuyas modalidades conviene analizar. UNIDAD V Bois: La'racjonalidad'del funcionamientc de la. s;..o:~'j:r:.'a gLg.dieval cons tituyo la rupotesi3~~ge~Dart¡da. Señalemos que ha sido ampliamente verificada. Indices de la vida económica (producción, productividad, poolacibn, precios, salarios, rentas), describen movimientos de larga duracibn entre los que la correspondencía cronológica es notao 1 e. Allí este la prueba ¡Je las estrechas correlaciones entre esos diversos fenómenos que se expresan ya sea a través de simples ^concordancias o paralelismos (pcblacibnproduccibn, productividad-ta3a de tributo), o a través de evoluciones contradictorias (producciónproductividad, precios agricolas-precios industriales, precios- salarios realesj Oe la misma forma la comparación de los Indices económicos recogidos para la Normanda; con los obtenidos para otras regiones de Europa occidental hacen aparecer concordancias y sincronismos no menos notables. Dos coo&loíSnes-sec&n tenidas en cuenta; una relativa a laiproduccibn y la otra a la relación social)(o relacibn de producción)? La forma dS~TrtyaCccibnCSf3Ct&ríSOCa-^-Cíé-LS^ceirid, éS uéCif i3 Que jUcya el rO* dGjTtu'iqílte in¡pfiiiú&ridO a la economía sus ritmos de crecimiento, es la pequefla producción campesina. Una visión exclusivamente institucional ha enmascarado a veces esta evidencia, sobreponiendo el marco Jurídico de la producción (el señorío) a la unidad fundamental de producción (la explotación campesina). Es necesario^vpjver a este punto pues este dato rige el conjunto de los an&lisis ulteriores"(3)J f! O La afirmación 3e apoya sobre la parte de 1a producción campesina dentro | i| W' i; de la producción global Ciertamente una parte desigual: en los antiguos ¡¡centros de población las reservas señoriales jugaron siempre un apreciable rcl; (pero ¡a expansión agraria medieval aseguró a la explotación campesina una' i preponderancia económica abrumadora. De esta manera las inversiones agrícolas ■■¡(semillas, herramientas, mantenimiento de tierras de cultivo), reposan en ; primer lugar sobre las espaldas de los campesinos. Asimismo efse i ■ manifiesta por la jiultiplicacjbn_de estas uigida^es _de pjoducc^bn y^su ¿yteiisjbn 1 en^ei^esBacio^míentras que el decre£imj£fitel (mágico-religiosa) como mundana (política-social 1, llevan a reproducir el corte verfmril de la nobleza: separación de ‘ordo’ laico y 'ordo' clerical (•rbe/ialores», «tnaímet -i. Este ultimo se divide, además, por un lado, en interine/fiarlos para la salvación. i Paralelamente a estas fon ñas de integración y desintegración funcionales, la estructura de hi nobleza esta también determinada por las condiciones de la apropiación del snrplus, por la forma concreui que adquiere este surplus y por las condiciones de consumo. a) La infeudactón (como recompensa por servicios a realizar) implica que el detentador del feudo, en un principio, sólo adquiere el lindo jurídico sobre el revería, teniendo, por lo ramo, que impone! la realización de este revena por cuenta propia o a través de servidores patrimoniales. Esta circunstancia favorece el proceso de independizúCiOfi deí mfeudado, convicuéntifeo en un señor relativamente autónomo, y agrava ía competencia ckíic ambos señores en cuestión, amenazando con ello el poder suprarregional (‘mecanismo’ de la descentralización, N. Elias), b) La forma concreta del revenu rurak su hipancócia munpesma’, sólo sirve limiiadaineníe para el consumo directo de la nobleza Ihia parle no desdeñable ha de ser transformada en bienes de consumo conformes ai suiius nobiliario. Tiene, por lo tanto, que ser enajenada por determinadas sumas de dinero, que sirven a su vez para la adquisición dé aquelkk bienes de consumo, siempre que éstos no sean producidos en el hogar (señorial) ampliado o apropiados directamente de artesanos o mercaderes. La

alternativa a esto es La apropiación directa de sumas de dinero (rema-dinero) de campesinos (y ciudadanos) La dependencia, pomparte de ki nobleza, de tsiós bienes, y la competencia que establece por ellos s estimulan el desarrollo lanío de la división del trabajo en el interior de la sociedad y de las relaciones de intercambio como de la moneiari- znaón de las relaciones de apropiación y de las relaciones sociales en el seno de la misma nobleza: sustitución del servicio por dinero. Hacia ei interior,mete derecho ritichic’nnt> ¡úneteme como sismimi de dan iiwaórt de expectativas económicas y políticas entre ciudadanos formalmente ¡guales; éstos compiten por (el acceso a/y) el control de los órganos más decisivos de la administración autónoma de la ciudad (consejo, colegio de jurados, asamblea ciudadana, cargos- diversos, etc.); la homología —en el marco del oficio— y la diferencia —entre los diferentes oficios— de ios intereses económicos y políticos conduce a la fusión en asociaciones parciales (corporación, guilda, gremio, etc.), 5. En el marco de esta competencia, organizada, en apariencia jurídica, como igualitaria y corporativa, se reproducen las relaciones de poder económico, así como los conflictos que resultan de estas relaciones: una ciudadanía de doble eslraiifictrción económica (W. Ehebrecht), en la cual, como regla, un número reducido de patricios (comerciantes, Verlcger, propietarios de tierras) ocupa la posición de mando (estrato superior relacionado estrechamente con la nobleza [urbana, ‘ministerialidad'J o bien con el patriciado de otras ciudades). Como amplio estrato medio se nos presenta el artesanado organizado en gremios, e! cual lucha, con un éxito diverso, entre si o frente a! patriciado, por una participación en la dirección política, para de este modo asegurar sus intereses económicos. Por último, están los estratos marginados que, en grao medida apartados de la administración intra-ciudadana, sirven corno objeto de impuestos, reserva para Ta demanda (estacional) de trabajo, socios de alianzas puntuales o para la legitimación política v religiosa (política social urbana: limosnas, hospitales, donaciones). La estructura de los conflictos intraurbnnos está determinada por esta compleja situación (de intereses); está determinada, no por luchas «antagónicas», sino por conflictos, tanto porla protección de la posición alcanzada y jurídicarnente fijada, y por el intento de equilibrcir las conhaflicciones entre derecho ‘anticuado' y nueva situación económica de grupos aislados o estamentos enteros, como por la distribución'justa’ de impuestos y contribuciones militares, exigidos por la nobleza o necesa rios para la salvaguarda de los intereses de ía ciudad como tal. A todo lo dicho queda por añadir un punto esencial: al margen del volumen del siirplm rural, es, sobre todo, del grado de disociación de la nobleza de lo que depende la consecución y lá conservación de la parcial autonomía política; de ahí que la nobleza, en su función de señor de (a ciudad, pueda 'intervenir' de forma modificadora en los con flictos señalados y de ahí, también, que la autonomía parcial de la ciudad pueda perderse en su totalidad en el curso ríe la concentración suprnrregional de! poder ' La esiruciura socnü des n. Muchos de estos vasallos del rey, u otros vasallos a su vez de ellos, serán los beneficiarios de los señoríos concedidos por los soberanos —no olvidemos que éstos son titulares de las tierras conquistadas—o de los «honores» y «tenencias» que constituyen el armazón de la administración de los dominios del rey.

Desde la segunda mitad del siglo XII, pero sobre todo en el siglo XIII, asistimos a una modificación_dé las formas jurídico-políticas. Al examinar los poderes del rey encontramos elementos de continuidad coexistiendo con innovaciones, que tienden a reafirmar su posición política de preeminencia, situación a la que sé llega mucho antes de los presuntos albores del «nuevo estado» tardomedieval. La. capacidad regia de concesión de inmunidades —capacidad determinada por el sistema social señorial y no acto volitivo personal de los monarcas. El rey era ya creador de derecho con anterioridad, pero, desde ahora reclama para sí una potestad legislativa que pueda ejercer mediante fórmulas que le permitan prescindir, en principio, de los otros poderes del reino36. Los progresos realizados en este período en la. centralización administrativa están estrechamente relacionados con las mayores capacidades de los reyes sobre la base de la mayor uniformidad jurídica de los códigos y de su potestad legislativa. Se ha ido organizando la administración territorial sobre bases más técnicas mediante funcionarios cómo merinos y adelantados, vinculados a los reyes. Estos, por su parte, han ido reuniendo en la corte expertos juristas, letrados, y en tomo al rey y la Curia funcionan ya en el siglo XIII tribunales de justicia semiprofésioñalizados, donde el grupo de «sabidores dé derecho» tiene ya un peso específico propio. A pesar de estos avances, las limitaciones de esta monarquía, más centralizada y más «autoritaria», son enormes. La unificación jurídica está lejos de verse consuma- da. Las limitaciones directas de los reyes por los poderosos continúan reafirmando la . tradición secular. Pese a que el derecho, romano da. más libertad de actuación a los . reyes .desde el siglo XIII, ésta estará limitada por el papel de los notables y las fuerzas .sociales representadas en cortes y el primitivo Consejo real. Los reyes siguen, además, dictando normas singulares, de excepción, a personas, instituciones o comunidades concretas, y disposiciones de gobierno del mismo modo «autoritario»— «cartas», «albalaes», «cédulas», «provisiones», «instrucciones». Las normas singulares y privilegios..—nuevos o antiguos—, al tener vigencia sobre el derecho común, pueden entrar en colisión con los contenidos de ordenamientos y pragmáticas, y estas últimas pueden entrar en colisión, nd ya sólo cotí privilegios, . sino con los ordenamientos de cortes, aun cuando fueran éstos-dados por estricta iniciativa de los reyes b su Consejo. Las disposiciones de los reyes y sus órganos también pueden contradecir la normativa existente, aunque sea regia, dada anteriormente. En unos y otros casos, existen instrumentos que limitan las facultades del rey ' y sus- órganos, cómo la posibilidad de recurrir por vía, judicial, o de . gobierno en defensa de los privilegios con la posibilidad de dejar en suspensión o sobreseer las disposiciones no deseadas mediante la fórmula «obedézcase pero no se cumpla», institucionalizada en la-segunda mitad del siglo XIV. Junto a limitaciones de este tipo y a la inoperancia práctica de las leyes y disposicio nes regias para someter estatutos privilegiados, principios consuetudinarios o simplemente situaciones de fuerza43, no. debe olvidarse que los progresos de las atribuciones de los reyes no impiden que los aparatos descentralizados continúen ejerciendo funciones .estatales, sobre todo en ei gobierno ordinario, donde los señoríos y los concejos llevan a cabo una actividad considerable, que no desaparecerá después del período medieval. . Sin.embargo, el progresó del autoritarismo regio no es solamente, ni necesariamente, poder personal. Simultáneamente al crecimiento del poder de los reyes se produce el de la centralización administrativa. Los órganos creados, o rejuvenecidos, durante los últimos siglos medievales expresan, por un lado, el ejercicio del poder por los monarcas, quien delega sus capacidades: en los oficiales de jos órganos centrales y de la administración territorial; por otro lado, las fuerzas sociales estarán presentes en estos órganos de forma directa ... y, junto con.los profesionales, serán quienes frecuentemente legislen, gobiernen o juzguen en nombre del rey, quien,, no obstante, no renuncia tampoco al ejercicio personal del. poder, exige lealtad y designa a los oficiales, sanciona sus decisiones e interviene en su elaboración y dictamen, moviéndose á partir de sus propios impulsos y, con frecuencia,.a partir del asesoramiento de los oficiales —técnicos ó estamentales—, según una lógica variable imposible de describir en este momento. Lo cierto es que, desde la óptica del régimen político, el rey interviene personalmente a través de los órganos centrales fie la monarquía.

El mismo proceso de centralización antes señalado debe aplicarse a la organización de la Hacienda regiasiendo el momento clave la segunda mitad del siglo XIV, en que empezará a contar con un sistema muy perfeccionado de tesoreros, contadores, recaudadores y sistemas de arrendamiento, hecho que debe vincularse sobre todo con la instauración de la alcabala como impuesto ordinario principal. La importancia . del aumento de la capacidad extractiva por parte del estado central no radica sólo en permitir organizar institucionalmente la Hacienda regia sino en poder sostener la centralización estatal, en general, no ya sólo en términos .de costo burocrático —órganos, oficiales, etc.— sino también por el drenaje de recursos que necesita la reproducción social de las clases dominantes en un período de ajuste estructural, y que, desde el punto de vista de la problemática del estado, es el auténtico.significado del concepto de centralización política, como veremos. c) La capacidad de control social, en su vertiente simbólica, ideológica, es desempeñada por el estado central de forma integral, versátil, «proteiforme», dado que la ideología que sostiene el orden establecido impregna cada actuación' de los aparatos . centrales, cada texto legal, cada disposición dé él emanada. Prescindiendo, por razones obvias, de éstas cuestiones, interesa resaltar que la monarquía bajomedieval encuentra legitimización a su propia configuración y se dota a sí misma de una doctri- na y una legitimidad, que tienden a resaltar —en pugna con otros principios—los progresos del autoritarismo regio y el robustecimiento de los poderes centrales. . La concepción de que-el rey ejerce un poder supremo sin.limitaciones por los poderes y la leyes del reino, sólo sometido a la ley natural y divina, constituirá la base del concepto doctrinario de soberanía, desarrollado teóricamente con posterioridad al período medieval, pero que ya antes había encontrado formulaciones con la apelación a la «maiestas», «mayoría», «plenitudo potestatis»... y fundamentalmente, én el siglo XV, «poderío real absoluto»52 fórmulas, sobre todo esta última, que transciende el campo de los textos de doctrina para arraigarse en-los-documentos regios. Será, sin embargo,'en el reinado de los Reyes Católicos cuando la idea de los monarcas como superado res de la supuesta dualidad rey-reino se consolide definitivamente54. No debe olvidarse, sin embargo, qué se trata de concepciones doctrinarias que, si bien reflejan el incremento del poder de los reyes y fortalecimiento de las monarquías, no se corresponden con la realidad de las prácticas políticas y, sobre todo, mistifican la figura de los reyes como sujetos políticos, haciendo abstracción del sistema social que- sustenta todo orden político. La capacidad de uso de la fuerza armada, -otra de las funciones estatales, ’ experimenta también durante el período bajómedieval una absorción importante por el estado central. Desde el punto de vista militar, la concentración de poderes en manos del rey venía de antiguo en Castilla, y ya hemos aludido a ello. . A pesar de ello, y de que las. guerras bajomedievales, por su propia lógica, tienden a fortalecer el papel aglutinador de la monarquía, el peso militar de las clases dominantes fue alto durante todo el período medieval; es más, los altos cargos militares dél ejército con los Trastámara —condestable, almirante— fueron detentados por los nobles. La estructura medieval ..del ej ército :—basada en un equilibrio variable entre huestes señoriales, milicias concejiles y de Ordenes, junto con mesnadas reales, bajo la indiscutida dirección-estratégica, política y diplomática de la monarquía, no se. romperá hasta el reinado de los Reyes'Católicos53, coincidiendo además, con un despliegue intenso de los instrumentos de coacción interna en el reino. Al hacer un balance de los fenómenos que se producen en la esfera político institucional durante los siglos XIV y XV parece innegable el proceso de lo que' denominábamos «autoritarismo/regio, .centralización administrativa y burocratiza- v ción». El alcance es, sin embargo, limitado. El pluralismo jurídico no ha sido superando, aunque, sí restringido; el estado central no impone sus medidas a las unidades políticas descentralizadas totalmente, aunque exista una superioridad de la jurisdicción real. Por otra parte, muchas de estas transformaciones vienen de lejos: la superioridad de los.reyes y sus poderes, el prestigio dé la monarquía, no ha de esperar a los siglos finales de la Edad Media para manifestarse, aunque sí experimentará un fuerte impulso en ellos. El período.que comprende el siglo XIII y primera mitad del siglo XTV registra ya avances muy considerable.

- El concepto de centralización que debe emplearse para la caracterización de la forma de estado en una formación social determinada presenta puntos de contacto con el que, bajo la misma denominación, explica, por ejemplo, las transformaciones institucionales, .pero no es asimilable a éste. El primero tiene menos que ver con el aumento de los poderes de los reyes o con la creación de órganos centrales— judiciales, consultivos, administrativos, de gobierno, financieros. Con centralización política, no nos referimos á los fenómenos de autoritarismo regio, centralización administrativa y burocratización, sino a tos fenómenos que afectan a la problemática del estado, que en una dialéctica de mecanismos centralizados y descentralizados, que siempre se han combinado en.el estado feudal, se decanta hacia los primeros sin eliminar los segundos, obedeciendo a una línea de transformación de la relación social que propicia un reajuste de los medios de dominación. Interesa saber, preferiblemente con una referencia de historia comparada, . cuáles son las transformaciones en el sistema y en los intereses y estrategias de las . clases en el seno de las formaciones sociales, como. vía. para conocer qué tipo especificó de evolución estatal,y en generaldé -lassuperestructuras jurídico-políticás, se configura a expensas de las necesidades de las clases en lucha y las necesidades ; generales objetivas de reproducción del sistema; sólo de éste modo podremos explicar por qué se producen las transformaciones de la superestructura y en qué grado y de qué modo responden estas transformaciones a las citadas necesidades. En la Europajnedieval se da una tensión permanente entre posesión campesina y capacidad" de los señores para emplear la coerción. EÍjiivel de cohesión filtrase- norial va a resultar clave en su actuación como clase, dada la separación entre los intereses de los señores individuales —«soberanía, dividida»— sometidos a la presión constante de las luchas campesinas. De esta manera, el modo y el grado de aplicación del poder marcan las características de la clase dominante, pero de igual modo determinan el desarrollo del sistema global de producción y la organización política. Las salidas a la crisis tendrán entonces: mucho ' que ver con la cohesión señorial, el grado de autoorganización de los señores y con el resultado de la lucha de clases que se ha venido produciendo hasta el siglo XIII, antes de los reajustes. . La debilidad de los derechos de los productores, las fuertes reservas y la servidumbre campesina aseguran a los señores ingleses un drenaje denso y fluido de excedentes productivos. Sin entrar en la explicación de la crisis, materia controvertida, podemos afirmar que las reacciones ante la crisis de ingresos obedecen a distinos modelos de los que podemos hacer una abstracción como «Idealtypus» —tomamos el concepto de Weber— siendo tres los tipos de salida para los señores: 1) intensificar los mecanismos de extracción de renta más propiamente «económicos», basados en la rentabilidad de la propiedad y control directo de la tierra por los señores: rentas agrarias; 2) intensificar la sujeción del campesinado mediante la servidumbre; ,3) recurrir al fortalecimiento de los mecanismos centralizados y de las. prerrogativas jurisdiccionales como vía de obtener rentas, pero no tanto rentas del suelo como: rentas fiscales, procedentes de dicha jurisdicción y de los aparatos hacendísticos centrales—nobleza pagada—:, produciéndoseuna incardinación entre nobleza y aparatos centrales del' estado: renta centralizada. Se trata de tipos ideales pero que.responden a realidades históricas desde el punto de vista de desarrollos tendenciales. Las tesis fundamentales que, a nuestro juicio, explican el "tipo, ideal de-modelo castellano, o de desarrollo tendencial de las estructuras de la formación social, castellana, son las siguientes; Partimos dé las escasas-posibilidades de que la clase señorial castellana reprodujera directamente su dominación social por medio de la rentabilidad económica y los beneficios de las rentas agrarias, que pese a todo no siempre fueron descuidadas. Al haber experimentado Castilla un proceso peculiar de conquista y repoblación que impidió el auge de la servidumbre, frenó la expansión de los dominios territoriales y facilitó el control efectivo de los medios de producción por clases no señoriales : —incluido el campesinado—, como salida a la crisis la clase señorial necesitó un estado central fuerte que detrajera los excedentes campesinos y los beneficios resultantes de la expansión económica -— incluyendo una fiscalidad indirecta muy desarrollada, que recogiera los frutos del incremento e intensificación de los intercambios— y los redistribuyera, por diferentes vías, en su favor. Necesitó

también un estado central fuerte, con órganos que detentaran amplias competencias y prerrogativas de creación de medidas de gobierno, legislativas y judiciales, para que transfiriera fluidamente funciones estatales —jurisdicción-—, sancionara jurídicamente desde arriba usurpaciones fraudulentas y protegiera jurídicamente los mecanismos de transmisión familiar de su patrimonio y sus derechos de propiedad, básicamenterentas, ante la imposibilidad de dotarse colectivamente de los medios de control feudal necesarios para su reproducción como clase a partir de los estrictos derechos procedentes de sus escasos dominios territoriales o, lo que es lo mismo, ante la imposibilidad histórica de extraer excedentes y ejercitar las funciones estatales—que les corresponde cri una sociedad feudal.

Ciertamente en la evolución del régimen político intervienen otros agentes específicos: la guerra que fortalece la monarquía, el peso de instituciones de siglos anteriores, etc./pero rio cabe duda que la centralización estatal, según la acepción de la problemática del estado, se armoniza con los desarro llos propios del. régimen político y obedece a los rasgos estruturales de la formación, social antes mencionados. Pero creemos que la evolución castellana podría comprenderse a partir de unas pocas líneas que serían las grandes hipótesis de trabajo para comprender el modelo de desarrollo estructural de la formación social castellana determinante de la centralización política. Sobra decir que estas líneas son interde- . pendientes e inseparables empíricamente, entre otras razones porque no son consecutivas ni segregables, científicamente. En primer lugar, el modeló castellano está marcado por la impronta de los procesos de conquista y colonización del territorio; en segundo lugar, él desarrollo de las fuerzas productivas durante el proceso de expansión de los siglos XI-XIII que, por lo que respecta al aumento de los intercambios, no rémite posteriormente, condicionará las potencialidades de movilización de : recursos en los siglos XIV y XV tendentes a la creación y complejización de la maquinaria estatal, así como a la asignación clasista de los mismos; en tercer lugar, el problema nuclear de la incidencia de la disminución de rentas, con la crisis del siglo XIV, generará un formato castellano de reacción señorial, decantando ésta —aun con todos los matices posibles— hacia un tipo determinado de señorío, ya apuntado antes de la crisis, y hacia una consiguiente modalidad de recuperación de ingresos que fomenta la centralización. . Las exigencias militares de los reinos cristianos hicieron crecer en ellos, desde el siglo XI o algo antes incluso, la autoridad de los reyes. Como titular de las tierras conquistadas, impuso a los posibles beneficiarios de concesiones la necesidad de recurrir a él o, lo que es lo mismo, a asumir una lógica de trasvase de dominios que pasaba por la mediación de la corona y que tendrá, desde la segunda mitad del XIII, su natural continuación, con referente monárquico en el vértice político, én las luchas y apoyos de las fuerzas sociales a distintas facciones políticas, de las que podían depender las concesiones de jurisdicción que nominalménte corresponde otorgar a los reyes. . La atracción deí campesinado en la colonización meridional:no puede garantizarse, sino, en condiciones homologables a las de otras áreas-por lo que respecta a la hegemonía productiva de los campesinos. Independientemente de la condición jurídica y económica del’campesinado, y siirponeren entredicho el.carácter de la propiedad feudal, ni en Andalucía.ni en las Extremaduras hubo pequeños propietarios libres pero sí pequeñas unidades: de producción campesinas, posesión, dominio útil, control directo de la tierra, decisivas y opuestas a las grandes unidades de producción o reservas , señoriales, que proliferaron en otras formaciones sociales69' ... Son dimensiones jurídicas y políticas que comparten con las de otros medios históricos ño castellanos algunos rasgos frecuentes ó universales, pero que, eñ el modeló superesfructural castellano, se ven determinadas, como.hemos señalado, por la colonización y la frontera, el acceso campesino al control de la tierra, el peso de las oligarquías no nobles, la tibieza de la sujeción campesina, la i debilidad de los

dominios territoriales dé la nobleza, en suma, por todo un conjunto de agentes délmismo' proceso que motivan la imperiosa necesidad de utilización de los mecanismos jurídicos y políticos en la reproducción social, y no sólo por la nobleza sino por todas las agrupaciones de clase del bloque hegemónico que han tenido protagonismo histórico y se benefician del empleo de los mecanismos de coerción político-legal. A la altura del siglo XIII se halla ya perfilado el panorama sobre el que se asentará la evolución histórica bájpmedieval y, en concreto , la configuración superestructura!. Por lo que respecta a los concejos; aí agotarse las/posibilidades de expansión física, se produce la reconversión aristocratizante de la fracción caballeresca70, asentándose definitivamente las bases para su oligarquización como rentistas y monopolizadores de los aparatos concejiles; estos últimos, bajo la hegemonía de dicha clase, a la que proporcionan políticas favorables y rentas, funcionan eficazmente como Señoríos colectivos, con un peso decisional considerable en materias tan importantes como la fiscalidad, los 'aprovechamientos agropecuarios , los precios y condiciones de intercambio, etc. Los concejos cuentan con todas las posibilidades :—¡pese al dechve de los fueros y la costumbre !■—para instalarse definitivamente en la panorama polí tico como partes autónomas de los sistemas de aparatos de estado descentralizados. En cuanto a la clase señorial, noble, también ya en el XIII, se halla, preparada- o . acondicionada para afrontar la crisis de una forma determinada. En ése siglo, él señorío jurisdiccional despunta, ante la debilidad de las rentas y volumen de tierra, como el único viable para ejercer el control descentralizado sobre los vasallos. Como la jurisdicción soló puede proceder del poder estatal central; los señores tendrán interés en utilizar éste directamente y, en particular, en obtener las concesiones que formalmente sólo el rey puede otorgar. Estas capas compiejizan la composición del bloque social hegemónico y, al igual que la caballería rural y urbana que obtiene ingresos de la agricultura y ganadería, compiten con la nobleza feudal por la apropiación de excedentes, escalan peldaños de baja nobleza, y controlan, a veces, resortes del poder, municipal, convirtiéndose incluso,' allí donde los beneficios del comercio y del mercado —incluido el mercado de la tierra—les encumbra socialmente, en dirigentes concejiles. Por otro lado, el crecimiento de los excedentes, los procedimientos de comercialización, el incremento de las actividades manufactureras, algo que-continuará durante los.siglos XIV y XV, por encima de las coyunturas, crean las condiciones para el desarrollo de la fiscalidad indirecta. La centralización estatal bajomedieval tiene como telón de fondo la creación de sistemas fiscales adecuados a las posibilidades económicas del sistema, y la racionalización hacendística a la que aludíamos antes —como síntoma del crecimiento de la burocratización y fortalecimiento de la maquinaria del estado central— se ajusta y se ve requerida por esta nueva fiscalidad que hunde sus raíces en la expansión económica; en. ella se fundamentará el sistema fiscal de la Baja Edad Media y la combinación de impuestos directos e indirectos que permite73 bién la situación agraria. Afecta a los cultivos y acelera la caída tendencia! de Jos ingresos feudales. El aumentó de los precios de los productos agrarios sostiene las rentas derivadas.de los excedentes productivos, pero convierte en insignificantes los tributos tradicionales, que son ..fijos, procedentes del dominio señorial, o bien se encuentran con la tradicional pervivencia de la enfiteusis. La situación será particularmente crítica.cuando sobr.evenga la crisis y se vea agravada por la endeblez demográfica del campesinado tributario. Los ingresos • procedentes de las rentas viejas, pagados desdé antiguó en dinero, se desvalorizan paulatinamente, a tenor de las rigideces consuetudinarias combinadas con constantes devaluaciones monetarias. El peso de la economía monetaria, pues, está influyendo en las salidas posibles a la crisis. Pero ésta es precisamente la tercera cuestión. La tercera línea de interpretación para la compréjisión del modelo se refiere a la creación de wformato castellano de reacción señorial, conectado estrechamente con el tipo de recuperación de los ingresos tras lá crisis, cuya fenomenología y causas obviamos en está ocasión73. En rigor, los,señores castellanos utilizaron todo tipo de medios y vías para salir de la crisis: intensificaron las explotaciones'agrarias; innovaron sistemas de arrendamiento,. de tierras, dehesas, etc; introdujeron impuestos sobre el tráfico dé mercancías, el consumo o el ganado; intentaron relanzar tributos obsoletos dé ranciaraigambre altómedieval;. usurparon bienes o rentas comunales y concejiles; recurrieron al pillaje y la violencia feudal.

La constatación de esta realidad no impide, sin embargo, reconocer la orientación general fundamental del señorío castellano en este período. Al concederse señoríos—tengan o.no una dimensión fiscal solariega, territorial, que no afecta a la explotación de la tierra—necesariamente superpuestos sobre núcleos de población preexistentes, organizados, con un campesinado u otras personas e instituciones dueños de las tierras,, sus .titulares no obtienen el dominio territorial, efectivo de las tierras, a pesar de que las. fórmulas de donación incluyen «prados», «montes», «tierras». Como el seño- '■ * rio jurisdiccíonaljimpíica formalmente íá mediación de una: concesión feudal —por parte de los aparatos centrales—que contiene la transacción de funciones estatales, y su salvaguarda jurídica, hacia los enclaves descentralizados y como la participación de los señores en los ingresos de la hacienda regia requiere el desarrollo de la capacidad detractara del estado central, el robustecimiento de éste, el incremento de sus medios y capacidades normativas, extractivas y de legitimación será, no un obstáculo o mal menor con el que se encuentra la clase feudal para recomponerse tras la crisis, sino un auténtico catalizador para la reproducción social, una necesidad histórica objetiva para las clases dominantes. Pero el estado no cumple este papel debido a su carácter exterior, sustantivo ó. dé sencillo instrumento de la clase dominante señorial80, sino en virtud dé su autonomía relativa, tanto entre fraccionés. Por lo que respecta a los aparatos estatales centralizados del período estudiado, comprobamos que la actuación de éstos no obedece sólo a que los miembros que los componen se dejen influir por las posiciones de las clases organizadas a la hora de dictar una u otra medida. La composición y la política emanada de estos aparatos aparecen fraccionados internamente en tantas líneas de contradicción como participación, directa o indirecta, de las fracciones dé clase. La autonomía de los órganos dé la monarquía no vendría dada por su independencia frente a unos poderes del reino que intentaran presionarle, sino por su especificidad de instancia política. Los aparatos desarrollan su capacidad de condensar ó procesar políticamente relaciones conírzzíízcíorzzzs, en el seno del bloque hcgemónico, y contradicciones entre éste y cada una de sus fracciones frente a las clases dominadas, contradicciones que se darían, de no mediar la instancia estatal, de forma directa como conflictos de clase y de poder —poder en general, no sólo poder político—en el seno de la sociedad •. con una clara proyección centrífuga, necesaria pero no suficiente para la reproducción social. Esta capacidad hace que la lucha de clases se desenvuelva en el seno mismo de cada aparato y entre diferentes aparatos según su diferente composición y : compromisos de clase de su personal. ’ Al estudiar el carácter de clase del estado-central; en este caso dLuran.te..el período bajómedieval en Castilla, se hace obligado partir de una distinción analítica fundamental,'que permite-fijar el campo de observación.. Conviene- distinguir entre la estructura de los aparatos y el poder estatal. Ambos aspectos se remiten a la determinación estatal por las relaciones de clase y a la Función del estado. Ambos expresan las relaciones de clase de la misma sociedad y retroactúan sobre ella, pero el primer concepto hace referencia a la cristalización que se produce en el seno de los aparatos tenor de la división social del trabajo político, que se traducé en la composición de ase de los mismos. El poder estatal, que se ejerce a través de los aparatos, se tpresa sin embargo en el contenido de clase de la política que lleva a cabo el estado debe evaluarse por el efecto directo que tiene tanto en las relaciones sociales de producción como en la propia configuración de los aparatos de estado, puesto que muchos de estos contenidos están abocados a la reproducción de la composición de los aparatos. . En síntesis,' durante los siglos XIV y XV, la situación es la í siguiente: los oficios de cuño altomedieval, como alférez, mayordomo, canciller, de la corte, así como oficios de alto rango que’se desarrollan durante la Baja Edad /"* Media, como almirante y condestable85, se reservan a la alta nobleza. En definitiva, oficios honoríficos y «dignidades» son desempeñados por nobles. Por el contrario, los oficios de carácter «público», propiamente bajpmedieyales, creados al amparo de una tecniñcación y profesionalización creciente de las tareas administrativas, como

oidores y alcaldes de corte, otros tipos de alcalde, así como tesoreros, contadores, etc., en definitiva, oficios de la administración de justicia y hacendística, son recluta- , dos entre caballeros, «burgueses», «hidalgos», «hombres buenos» generalmente con capacitación profesional, bachilleres, doctores...86. No es tampoco una regla fija, pero esas son las tendencias. Es de destacar en particular el ascenso de los letrados desde-el-despegue en el siglo XIII de la recepción del nuevo derecho. Femando._III, Alfonso X ya se rodearon de «sabidores de derecho», pero sobre todo la promoción de los letrados fue contundente en los ámbitos cortesanos durante el reinado de Alfonso XI37, y también posteriormente. La estructura del Consejo Real refleja, en este punto un compromiso oscilante entre la representación estamental y la pura profesionalización. En un principio entran en el Consejó representantes de las ciudades, los señores laicos y eclesiásticos; Muy pronto, desde 1387, el estado ciudadano será excluido,, apareciendo posteriormente j su presencia muy esporádica y marginalmente, lo que llevó a los representantes urbanos —coincidiendo en el XV con el declive de las cortes— a reclamar más participación. Los representantes de ciudades fueron, sustituidos por letrados, y este grupo profesional se asentará definitivamente en el Consejo. En consecuencia, a pesar de la exclusión de la nobleza de la administración hacendística y judicial, y dada la enorme importancia política del Consejo Real, donde sí estuvieron presentes, debe afirmarse que los nobles están personalmente integra- dos en los aparatos centrales del estado, pero comparten esta presencia con personal de éxtracción socialidiferente. no noble, profesionales o no, muchos de ellos miembros de capas urbanas. Se abriría la puerta al estado moderno, distinto del estado feudal. Ya hemos hecho mención a éstas concepciones; ciñéndonos a la cuestión del personal del estado, estas tesis clásicas deben ser también puestas en entredicho. Señalábamos más arriba que la autonomía del estado se expresaba por la especificidad del poder político y también del personal estatal. Precisamente, uno de los autores citados, al referirse a. las variaciones de la composición del Consejo Real, constata: «no obstante, el número de sus miembros, así como la proporción entre los diversos grupos (nobles, clérigos y letrados), era cuestión accesoria, que no afectaba a la vida y funcionamiento del Consejo Real»91. Esta afirmación, aun sacándola de su contexto, no puede ser rigurosamente exacta, a nuestro juicio, dado que la composición de los aparatos sí afecta a su funcionamiento y además responde a,situaciones reales, pero sí es significativa, al indicar que no hay correspondencia directa entre composición y actuación de un determinado órgano. La explicación de éste hecho puede variar. Es bien sabido qué en el estado que conocemos, el estado capitalista, la. extrac ción social, de los gobernantes y burócratas rió se corresponde con los contenidos de clase del estado92. En el estado feudal, si se parte de la fusión entre economía y . política y de -una imperfecta separación de poderes y tareas, debería considerarse que la clase dominante es al mismo tiempo élite dirigente93. Esta identificación bási-' camente no se pierde en el feudalismo, sobre todo si atendemos a los aparatos señoriales. Por lo que respecta a los aparatos centrales, al darse una condensación de las ' relaciones sociales en su propio seno, no cumplen necesariamente el requisito de la ■ identificación, dada. la complejidad del bloque social hegemó nico y. la autonomía relativa del estado respecto de cada fracción concreta; esto permite el acceso de personal no noble y también de profesionales, no afectos a úna fracción de clase ' determinada. Pero es que, además, la nobleza cuenta con un poder político fáctico enorme para condicionar —reiteramos, políticamente—, fuera y dentro de los aparatos, su funcionamiento y orientación. .Teniendo en cuenta estas cuestiones y dado que el personal burocrático más que una clase social es una categoría especial en la ; que cuenta más la posición: de clase que la extracción de cíase, es necesario concluir ' que el progreso de la centralización política bajomedieval no se produce-a costa de í ■ ; la pérdida del poder político de la clase dominante noble. Así pues, el estado sigue reflejando durante la Baja Edad Media, con mecanismos más centralizados, el poder político que ejercen desde ' él las clases más poderosas social y económicamente, pero no de modo automático,: sino icón la mediación —término que no debe confundirse con la noción de arbitraje— de órganos y oficiales profesionalizados95, e incluyendo el autoritarismo regio. Incluyendo —reiteramos— el autori- i, tarismo regio96

Aunque algunas de sus concepciones sean discutibles98, en este punto aciertan al rechazar la aplicación de nociones aparentemente uniformes a realidades no homologables y de no caer en los enfoques subjeti- , vistas sobre el papel del rey y la monarquía. El poder político que ejerce el rey ■■—y los ', órganos de la monarquía— no puede entenderse sino como producto de la. condensación de relaciones que caracteriza el estado. Por ún lado, la actuación del rey se mueve sn. los márgenes ds un determ.in2.cl0 sistema."social: el derecho, los problemas económi- ; eos, los intereses sociales, la concepción del mundo... Remiten siempre a una organización de la sociedad cuyas leyes objetivas de funcionamiento y sus valores no son ajenos a los monarcas. Por otro lado, el poder del rey es superior al. de cualquiera de los señores individuales, pero infinitamente inferior al de la clase señorial globalmente considerada, lo que hace que incluso en- enfrentamientos;con la nobleza tenga que > estar respaldado por parte de ella. Pero, dado que la existencia de una determinada organización política no es resultado mecánico de la voluntad de una clase social, el estado-central no es simple instrumento de la nobleza —no lo es, por tanto, tampoco el rey—, puesto que la lucha de clases entre fuerzas antagónicas y entre fracciones del bloque hegemóhicó~ condiciona cualquier orientación o plasmación de poder político en una dirección de clase diversificada. Como ninguna otra instancia, pues, el «autori- . tarismo regio» demuestra al mismo tiempo la justeza de las consideraciones sobre la autonomía del estado y la constatación de la determinación de las superestructuras por las relaciones sociales. Pero lo que, desde la problemática del estado, es autonomía de los aparatos frente a las fracciones de clase adopta la apariencia, en el régimen político, de independencia o autoritarismo del rey frente a otras fuerzas socio-políticas. Dejando por eí momento el poder que la nobleza tuvo siempre en sus dominios 1 —poder político inclusive—, no pueden despreciarse las relaciones factuales que, como fuerza:política, mantiene la nobleza con el poder real durante el período bajo- medieval99 . Mucho podría polemizarse acerca de la importancia his- tórica de la lucha nobleza-monarquía. Desde luego,: quienes consideran, que el estado, o el estado moderno, surge tras la victoria de uno de los dos contendientes han ' de conceder gran transcedencia a estos aspectos de la «historia política», en su acep- . ción tradicional. Aunque no se parta de estos presupuestos, la. cuestión no esi irrele- vante para la problemática del estado, puesto que, dada la combinación no rígida éntre fórmulas estatales centralizadas y descentralizadas, los momentos de fortaleza de las facciones monárquicas pueden afectar negativamente, y. viceversa, a las transferencias dé poder estatah qué es algo continuo j a los señoríos y a la orientación de " cíase de las medidas de gobierno en tina línea no estrictamente señorial. Estás cuestiones no están suficientemente estudiadas, pero quizá pudieran fijarse coyunturas dentro de esta problemática101, que no tendrán que coincidir con los típicos avatares coyunturales del conflicto. En cuanto a los móviles de la nobleza en estas pugnas no , debe haber dudas. Se hace necesario examinar la orientación de los contenidos de la política estatal durante el período bajomedievai, si bien un examen detallado es imposible puesto que se trata de dos siglos de historia castellana. Ahora bien, una evaluación de —digamos— la orientación estratégica de la política estatal central pasa por compro: bar sus efectos en las relaciones sociales. Desde éste punto de vista se puede afirmar . que, en consonancia con las exigencias de centralización que requiere la clase dominante. la política estatal se orienta prioritariamente 'haciala, reproducción de la hege-monta señorial en todos los órdenes. En primer lugar, el estatuto personal privilegiado de que goza la clase señorial por antonomasia no es puesto en entredicho, sino que es refrendado continuamente. Si el papel del poder político en el feudalismo comporta el mantenimiento de la desigualdad jurídica entre las personas y su vértice es la nobleza, vemos cómo el estado central cumple plenamente este requisito durante la Edad Media, y posteriormente.

En segundo lugar, durante toda la Baja Edad Media, se produce un fenómeno de dimensiones extraordinarias: la profunda señórialización de los reinos castellanos. Las tendencias hacia un tipo determinado, basado en la jurisdicción, se habían apuntado ya en el XIII. El propio ordenamiento de Alcalá, que suele considerarse como símbolo de la pujanza monárquica, contiene un favorable tratamiento de los señoríos , al favorecer la complementaron de los señoríos territoriales con la jurisdicción. Pero el despegué se produce desde 1369, con la revolución Trastámara, que habría que relacionar con un intento de la clase séñorial de reorganización de sus filas en el proceso de salida de la crisis, que también ha supuesto una renovación de los contingentes nobiliarios —la nueva nobleza de que habla Moxó. Pero al analizar el carácter de clase del poder estatal central se comprueba que presenta aspectos de una «lógica monárquica» propia, no asimilable rigurosamente a contenidos de . clasel05, pero sobre todo, una orientación hacia posiciones de clase no .nobiliarias, como los intereses concejiles y muy especialmente de los grupos oligárquicos urbanos .■ y rurales, lo que impide hablar del estado como instrumentó de la nobleza. Baste decir que, si ya desde mediados del siglo. XIII los caballeros obtienen privilegios importantes, los siglos siguientes refuerzan esta tendencia y cristaliza su oligarquiza- ción, no por la magnanimidad de los monarcas o los poderes centrales, sino por el ; peso objetivo de estos grupos en la estructura de clases—como ya vimos— que las medidas favorables del estado central, en virtud de su naturaleza específica, plasman .. en contenidos jurídicos y decisipnales en general. El poder social, él poder fáctico de estos grupos es menor que el de la nobleza feudal y en esté' sentido son más vulnera- \ bles, pero no dejan de constituir, sobre todo colectivamente, una fuerza que compite , con los señores y que provoca tensiones dialécticas en el seno del estado central, • produciendo flujos decisionales en la dirección antes indicada; .flujos que, en términos de régimen político, se presentan bajo la apariencia de concesiones de los reyes a los oligarcas o a los concejos; o en otros casos reduciendo cotas dé autonomía o frenando exigencias de los interesados. ) Hemos intentado demostrar que el estado central no es un sujeto exterior a las relaciones de clase, sino que éstas,forman parte de la problemática: estatal. ('i

, Tampoco es el estado instrumento de la nobleza, sino , que la estructura de clase

' I de sus aparatos y la orientación del poder estatal emanado de ellos refleja y reprodu- Ijlj ce la complejidad del bloque social hegemónico. La autonomía del estado central no implica fisión entre estado y sociedad porque no es la autonomía de uña organización política frente a la organización social o las clases, sino frente a las fracciones de : cíase concretas, lo que permite la reproducción del bloque en conjunto. En este punto- era importante íio confundir la problemática de la monarquía y del régimen político con la problemática del estado, al menos desde el punto de vista analítico. . ? Tampoco se podrá afirmar que la mutación de las formas políticas rompe la uni dad del modo de producción por lo que respecta a la naturaleza del estado. El estado central.absorbe, tras ej proceso de centralización, más funciones estatales; pero, por un lado, sigue implicándose políticamente en las relaciones de producción en base al mecanismo clave de la explotación feudal, la renta, ahora con mayor peso de la . renta centralizada; por otro,, reproduce la desigualdad jurídica: el estado central : privilegia, exceptúa a individuos y grupos, impide la homogeneización:jurídica-de la población súbdita, hasta el punto de que la propia detracción feudal centralizada se fundamenta en la existencia de «clases jurídicas» y en el sistema de privilegio. Pero ¿qué ocurre con otra de las características del poder político en el feudalismo? La formación social castellana, que experimenta un proceso de creciente centralización, ¿hace entrar en contradicción dicho proceso con el principio dé fragmentación de la soberanía? Creemos que no ; y ello es debido a que el estado feudal seguirá estando constituido también por unidades políticas señoriales—en especial jos., señoríos nobles y urbanos-—que detentan parcelas de soberanía108. Por 10 tanto, además de las tesis sobre el estado central, otras dos debieran completar, la problemática del, ■estado:,,' \

a) Además de los aparatos centrales, el estado sigue materializándose en una multiplicidad de aparatos, o unidades de poder integrales, que aúnan dominio señorial y poder político y que realizan las funciones estatales de forma descentralizada. a) Con todo, lo específicamente feudal no es tanto la existencia de estas unidades como la fragmentación interna y su articulación global, que se fundamenta en la concurrencia de los diferentes aparatos y sistemas de aparatos estatales en un espacio político en el que se superponen competitivamente. Nos ocuparemos de estás dos últimas tesis en las siguientes páginas. 5. Fragmentación del espacio político y aparatos descentralizados Las distintas unidades jurídico-políticas siguen siendo en la Baja Edad Media i —-cualidad que no desaparecerá en los siglos siguientes— elementos claves del siste- ...; na político. No se puede negar cualidad' estatal a estas unidades, y no considerarlas en consecuencia aparatos del estado ó sistemas de aparatos, cuando realizan las mismas funciones estatales que el estado central y lo hacen soberanamente'09. , FXseñorío nobiliar es una de estas células básicas. No hay lugar aquí para estudiar . la evolución y. taxonomía de los elementos de! régimen ■señorial110.. Baste , decir que en el señorío convencionalmente denominado territorial o solariego, desarrollado desde el siglo XII, a las bases territoriales se une una estructura de autoridad señorial en virtud de la cual su titular desempeña funciones estatales, formalmente por subro. gacióri de la autoridad real, cuya jurisdicción siempre fue de mayor rango. Esta fusión entre dominio señorial, con base territorial, y dominación política permite percibir con claridad los rasgos característicos del sistema feudal —el señorío como unidad económica y unidad de coerción—, por lo que no insistiremos más en ello. Por lo que respecta al característico señorío jurisdiccional generalizado desde los ■.■..'. Trastámara hay un claro precedente, varios siglos antes, con la concesión dé inmunidades, transferencia ai fin y al cabo de funciones estatales en que se concreta la fragmentación feudal de la soberanía. Independientemente del tipo concreto de derechos de sus titulares111 y con independencia de la asociación variable de lo que B. Clavero denomina dominio señorial y dominio eminente, lo cierto es que este tipo de señorío bajomedieval se constituye en centro político, de coerción extraeconómica, y cumple las condiciones del ejercicio del poder político en el feudalismo: se implica directamente en la extracción de excedentes; es, por definición, un poder descentralizado, fragmentado; reproduce y representa al mismo tiempo la desigualdad jurídica. Así, paralelamente al crecimiento de los aparatos centrales en el período bajomedieval, los centros políticos señoriales, de forma discontinua en el espacio112, proyectan poder estatal sobre el territorio y los habitantes de su jurisdicción. Conocer sucintamente cuál es el papel de los señoríos en el ejercicio del poder polí tico permitirá su comparación —que sólo será aquí cualitativa—-113 con el papel del estado central. . En suma, ejercen los señores las mismas funciones que los aparatos centrales, lo que hace aparecer a los señores en sus dominio como una especie de Levia- tán, pero es ésta una falsa impresión tan poco acertada como si se atribuye tal califi cativo ai estado central, incluso en la época convencionalmente caracterizada por las monarquías absolutas de la Edad Moderna. Los equilibrios entre poderes feudales lo impiden. La coincidencia de poderes señoriales y centrales se traduce, más allá de una absorción de funciones asimilable, en un paralelismo institucional, que llega a ser nominal inclusive. Los oficiales concejiles de las villas dé señorío reciben la misma denominación que los de realengo, incluso el corregidor113. Los señores, al igual que los reyes, cuentan con sus procuradores fiscales y promotores de justicia. La capacidad sancioriadorá de los señores respecto a la normativa municipal y su intervención como última instancia judicial, de arbitrio o administrativa, en asuntos no resueltos en instancias de menor rango, es asimilable institucionalmente a la de los reyes y los órganos de la monarquía...115 116. Los señoríos, sobre todo si sé proyectan

■ -sobre ámbitos jurisdiccionales de grandes dimensiones, generan estructuras organizativas y de oficios o microaparatos integrados eñ un sistema personalista-señorial de mando y desconcentración funcional, estructuras de índole militar —agentes militares, caballeros-vasallos, alcaides—hacendística— recaudadores, tesoreros, contadores señoriales—, administrativa-judicial —corregidores, alcaldes mayores, alcaldes, alguaciles—, y entidades interconectadas entre sí, supeditadas a lealtades personales y compuestas por oficiales netamente señoriales —servidores, clientes y vasallos caballerescos o. nobiliares de rango inferior al del titular del señorío—o por personajes notables a nivel local investidos de atribuciones directamente señoriales. Estos conjuntos estructurales organizativos, pesé a su apariencia, no son «estados dentro de un estado», puesto que unos y otro forman parte de un sistema político global, compuesto por partes interdependientes, con flujos políticos- multidireccionales y retroactivos. Si no «estados dentro de un estado», sí hay otro elemento de comparación con los aparatos centrales. En los señoríos la protección y representación de los intereses dé clase señoriales son más nítidos, no pudiendo aquí hablarse del efecto de condensación de relaciones de clase que caracteriza el estado central117. Otro elemento dispar en la comparación es el de la indiscutida superioridad de la jurisdicción real frente a las señoriales; pero superioridad no presupone que la monarquía sea la única fuente de poder político ni que el gobierno señorial sea ejercido por delegación o emanación de aquélla, como piensan algunos autores que no transcienden el enfoque sub] etivista del poder118' Ni hay un sistema jurídico y competencia! unitario ni ios señoríos sé hallan heterodeterminados durante toda la época feu dal por el estado central’19, aunque la autoridad de éste sea reconocida como de rango superior120. Enclaves de soberanía y no heterodeterminados, los señoríos no están aislados, del sistema político, global; son parcialmente intervenidos y sufren injerencias del estado central, El nivel dé injerencia plantea el problema del umbral de ía autoridad señorial. Hay que, señalar al respecto que, salvo én la estricta administración de justicia,' en la que los señoríos ceden terreno considerablemente. Instauración del regimiento y corregidores se consideran ambos generalmente como instrumentos de una misma lógica de pérdida de autonomía municipal e injerencia regia; avalaría esta opinión el hecho de que son los reyes quienes nombran a estas máximas autoridades locales. A nuestro juicio, ambos fenómenos responden a lógicas diferentes,, y hasta contrapuestas. El corregidor es, efectivamente, un instrumento de intervencionismo del poder central, pero no es tan seguro como a veces se cree que ejerza de facto la dirección de los asuntos urbanos, ni mucho menos que la ejerza imperativamente, imponiéndose a otras fuerzas y Oficiales locales123 intervención regia en los municipios no comienza «ex nihilo» en el siglo XTV, puesto que delegados dé la autoridad central,.como el «dominus villae», habían existido varios siglos antes. Además, si el corregidor es un instrumento de interven^ . cionismo regio, lo es sólo en. el realengo, porque el mismo oficio, directamente nombrado y dependiente de los señores, es cauce de intervencionismo dé éstos en sus áreas jurisdiccionales, hecho que avala nuestras tesis de no absorción de las funciones \ estatales por el estado central y de crecimiento, paralelo al de las instituciones de . éste, de los aparatos descentralizados. En cuanto al regimiento, creemos que.es un error considerarlo instrumento de intervencionismo' regio y síntoma, de pérdida de ía autonomía concejil, pues este cargo fue ocupado predominantemente por los grupos más .poderosos de las ciudades y villas, y su instauración supone, básicahiente, la plasmación jurídico-institucional del estado de cosas preexistente, en concreto el reconocimiento del éxito de la reconversión de los caballeros villanos, o «burgueses» en: algunas ciudades, en oligarquías sociopolíticas124, siendo relativamente secundaria la forma de nombramiento y otros aspectos institucionales-125. Hay que aplicar también a los regidores las consideraciones anteriores sobré corregidores, incluyendo en consecuencia las relativas a los regidores de concejos señoriales. En cuánto al declive de la costumbre y fueros —ya tangible en el XHI y corroborado jurídicamente a mediados del XIV— se puede interpretar como síntoma irre-

versible de la pérdida de la capacidad de los municipios como creadores de derecho qcomo consecuencia .lógica fie un jproceso complejo que hace inadecuadas estás fuentes, con respecto a las realidades locales bajomedievales, pero que se sustituyen por otros caucés. Nos inclinamos por esta segunda interpretación y afirmamos; que los concejos mantienen su capacidad política para realizar las funciones estatales126 i- en. sus ámbitos jurisdiccionales. La injerencia en la capacidad decisional de los concejos por parte de otros poderes -—estado central y señores— no impide que de su iniciativa particularista emanaran normas vinculantes para toda la comunidad y procesaran, además, —alterando o incumpliendo— los flujos decisionalés procedentes de instancias extramunicipales. Cualquier monografía sobre algún concejo o el examen directo de acuerdos y orde- . nanzas demuestra que son muy numerosas las áreas en las que las fuerzas sociopolí- . ticas que controlan Jos concejos determinan la política municipal: condiciones de ? mercado, aprovechamientos comunalesj derechos de pastoreo,, fiscálidad, etc. El rango jurisdiccional inferior ocupado pór los aparatos concejiles ño sólo es. coherente con la jerarquización de la sociedad feudal —y no puede confundirse con pérdida de soberanía—, sino que expresa, en el sistema político global, el lugar ocupado por las clases dominantes urbanas no nobles en el bloque social hegemónico, al igual que expresa su peso social y político ia orientación de ciase plural del estado cenital. Lejos detestar especializados funcionalmente, los aparatos descentralizados del estado feudal son aparatos integrales que, con un personal político muy versátil131, se constituyen en unidades normativas, de extracción de renta, ideológicas... Son auténticos sistemas131 globales de poder', estructuras interrelacionadas de coerción física, jurídico-política e ideológica. Inciden en las formas de producción, de distribución, de consumo. Determinan criterios de repárto de la renta social entre los miembros de la comunidad sobre la que se proyectan. Depuran modelos de conducta social e individual, valores, creencias, sensibilidades cotidianas, actitudes. La repro- ducción del sistema social, en todas sus dimensiones, pasa necesariamente por ellos. Al igual que ocurre con el estado central, hay que aplicar a Ios-aparatos descentralizados los mismos criterios sobré su estructura de clase y los contenidos de clase de su poder estatal.. No son, al igual que vimos con el estado central, sujetos políticos exteriores a las clases. Le Roy Ladurie

La aldea de Montaillou mostrada por el autor se ubica en el condado de Foix,2 un territorio caracterizado en la Plena Edad Media por ser feudatario del reino de Francia y por mantener profundas relaciones con el mundo pirenaico y la Corona de Aragón.3 En la segunda mitad del siglo XII, la región vivió un esplendor cultural y comercial que sirvió como caldo de cultivo para la propagación de la herejía cátara o albigense.4 La existencia de esta doctrina en pleno occidente europeo supuso un desafío al poder del papado, provocando que se convocara una cruzada contra ella encabezada por el noble Simón de Montfort con ayuda del rey de Francia. En 1244, con la conquista de la fortaleza cátara de Montségur y la ejecución de la mayor parte de sus resistentes en una hoguera masiva, la herejía fue extirpada.5 Desde esa fecha la doctrina herética sobrevivió con dificultad en zonas rurales, experimentando, gracias a la ardua tarea predicadora de los hermanos Authié, cierto auge a comienzos del siglo XIV en aldeas del Alto Ariege como Prades y Montaillou.6 Le Roy Ladurie utiliza el registro de Inquisición que realizó Jacques Fournier,7 futuro papa Benedicto XII y por entonces obispo e inquisidor de Pamiers, para analizar desde todas las perspectivas la comunidad campesina de Montaillou.8 Dicho registro aúna las declaraciones que el inquisidor tomó a la mayoría de vecinos de esta aldea durante la investigación que emprendió entre 1318 y 1325 con la misión de erradicar los últimos focos de la herejía cátara en Occitania. La exhaustividad con la que se llevaron a

cabo los interrogatorios generó un corpus documental rico en todo tipo de detalles sobre la vida diaria colectiva. La estructura que se ha establecido para analizar el contenido del registro de inquisición de Fournier sigue dos grandes bloques. En el primero, denominado “Ecología de Montaillou: la casa y el pastor” el autor invita al lector a conocer el marco general de Montaillou y la comarca en que se encuentra: sus aspectos materiales, económicos y políticos más representativos, como es el caso de la domus, auténtico motor social de la comunidad, y el complejo e interesante mundo del pastoreo. En el segundo bloque, “Arqueología de Montaillou: del gesto al mito”, Le Roy Ladurie demuestra con extraordinario acierto los resultados del microanálisis realizado a partir de las declaraciones de las veinticinco personas originarias de Montaillou ante la Inquisición. La vida cotidiana de la colectividad se nos muestra en toda su riqueza al conocer todas las conductas sociales y culturales imaginables: desde los rasgos generales que marcan las etapas vitales del ser humano pasando por los diferentes comportamientos de los lugareños en distintas coyunturas como la amistad, el amor, el sexo, la muerte y las creencias. Detrás de los aspectos que hemos señalado se hallan los protagonistas, las personas que con sus acciones jugaron un papel fundamental en este libro, haciéndolo fascinante y ameno para el lector. Hablamos, entre otros, de la licenciosa vida del clérigo Pierre Clergue y su calculada ambigüedad con la doctrina cátara, del borracho Arnaud Gélis y sus visiones donde aparecen las almas corpóreas de los muertos vagando por los montes, de la castellana Béatrice de Planissoles y sus amores o de la azarosa vida del pastor Pierre Maury. A ello le sumamos la existencia de unas luchas de poder por el control de la aldea entre las domus Clergue y Benet, posibilitando el desarrollo de una trama de alianzas y traiciones unidas al apogeo de la herejía y al empuje de la Inquisición. En conclusión, Montaillou, aldea occitana es una obra de referencia para cualquier interesado en la sociedad rural medieval. Además, cuarenta años después de su publicación original en francés, el estudio continúa siendo un digno representante de una corriente historiográfica donde la transversalidad pasó a tener un papel destacado en la investigación histórica con la aplicación de conocimientos de disciplinas tales como la etnografía, la antropología o la sociología. Todo ello con el propósito de lograr una mayor aproximación al individuo mediante el análisis de sus actividades, de su forma de vivir, de pensar y de sentir. Oakley:

De la gran revolución científica que culminó siglo xvn, uno de sus historiadores recientes ha c¡scuco¡ que «eclipsa a toda otra cosa desde el súrgimiento déí cristianismo» y aparece como «el verdadero origen del; mundo moderno y de la mentalidad moderna», no sólo porque erminó, con el desmantelamiento de gran paite de la vieja ciencia de la naturaleza, tanto antigua corno; medieval, sino también porque, finalmente, «cambió el: carácter de las operaciones mentales habituales de los; hombres aun en ciencias no materiales, a la par que transformó todo el esquema del universo físico y la estructura misma de la vida humana» . Lo verdaderamente importante no fue la posesión por los europeos occidentales de los escritos científicos y filosóficos griegos: otros los habían poseído y. a menudo se habían contentado con poco más que repe■tir o desarrollar lo que ellos decían. Lo importanté, en cambio, fue lo que los europeos hicieron con esos textos, lo que aportaron a ellos, lo que tenían en la mente y el hecho de que en la Edad Media tardía, en muchosaspectos fundamentales, difería de lo que tenían en la

mente sus bizantinos o islámicos.

predecesores

romanos

o

sus

contemporáneos

La revolución científica fue un suceso sumamente complejo. . Si' realmente se produjo un. cambio fundamental en el pensamiento de quienes trataban de comprended el mundo de la naturaleza, debe de haberse producid^ después del I aceleramiento, en el siglo xii, del ritmo’ df . la vida intelectual, cuando los filósofos y los .teólogo| occidentales se esforzaban sobre todo por entender^ asimilar las obras filosóficas y científicas recientemente ftá1ducidás''de Aristóteles y sus comentadores mnsnlm^ nes. Se trata' de una reacción interesante, no tanto porque revela la actitud con ^ue se consideraban habitualmente en! algunos círculos /jas actividades intelectuales de la Edad, Media —aunque también tiene ese resultado—, sino sobre todo porque Refleja la creencia de que la teología era la actividad inítelectual y el |pgás característica del medioevo.

teólogo

escolástico

la

-figura

intelectual

Es fácil comprender las razónés de tal creencia. Para ^quienes compartían la vieja visión negativa de la Edad IMediá, era precisamente el predominio de la especulación teológica estéril lo que ayudaba a¡ explicar el sopor ^intelectual. considerado característico de todo el período. Ello es así en virtud del carácter altamente profesionalizado y técnico de ' sus más características actividades intelectuales. En efecto, en el período moderno tanto como en el medieval, es toda la gama de estudios ampliamente humanísticos de las artes liberales la que ha constituido la tradición educativa dominante y la que más persistentemente modeló la vida intelectual europea. . Considerando las turbulentas condiciones políticas del primer período medieval, la desaparición de las instituciones educativas tradicionales y la. concomitante decadencia del saber, reviste aún mayor importancia el hecho de que monjes cultos como San Jerónimo (m. en 620) y Casiodoro (m. c. 575) hayan logrado hacer del estudio de las artes liberales parte integrante de la vida monástica. La educación supone escuelas, las escuelas suponen bibliotecas, las bibliotecas suponen libros y, por entonces, la copia de libros. Todo esto iba a estar íntimamente asociado a los grandes monasterios del Occidente medieval temprano. La independencia, ja autonomía económica y eL fíi cuente aislamiento rural de los grandes monasterios terratenientes los hacia admirablemente adecuados tííÉa ser los principales depositarios del saber durante la 'tffl bulencia de-la temprana Edad Media, y las gscudas« ífJsjJS?8 conservaron su .preeminencia en aguntns.-eQ cacionales hasta cometas ..dcLsiglo..xii. A fines del siglo xii y comienzos del xm, mediante la traducciones hechas del griego mismo, o de traducciones árabes del griego o, no raramente, a través de upas y otras, el mundo latino entró gradualmente., en , contacto por primera vez, no solamente con ía lógica de... Aristóteles, sino también con todos sus escritos y con un vastó" conjunto de comentarios árabes sobre esos es-

critos, Avérroes.

especialmente

los

del

gran

El ascenso de la escolástica también tiempo con'el progreso, primero en luego en otras partes, de las nuevas formas institucionales a las que llamamos • sencillamente a las que los contemporáneos llamaban «universidades^

filósofo

coincidió París

en y

«universidades»,

de maestros o sabios». La diferencia es í nosotros, la ¡palabra universidad denota institución de enseñanza avanzada que ha 'minar .en todas partes nuestros sistemas de educación;

musulmán

'eFtW \ Bolonia,y

pero'-í

reveladora. sencillamente llegado a

&

Para la do-/

superior. Al asegurar a los sabios una posición sumamente privilegiada en la sociedad y un grado razonable de independencia de presiones no aca-^ démicas, crearon también las condiciones (notablemente ausentes, por ejemplo, en el^Islam) en las que tales la- bófés'‘po‘díañ ser 'proseguidas durante largos períodos y con un mínimo de interferencia de personas extrañas no informadas cuyo destino era permanecer en la oscuridad- externa, más allá He las fronteras del gremio. Junto coni la escolástica, que proporcionó una metodología ade-, cuada para hacer compatible lo contradictorio y armonioso ló disonante, las universidades permitieron a Ios- intelectuales medievales acercarse notablemente al logro de lo imposible, a saber, hacer entrar en el ámbito de la; concepción cristiana del mundo la filosofía «naturalista»; y en muchos puntos incompatible con aquélla, del pagano Aristóteles. Si discrepaban en lo concerniente a qué es razonar o sobre la naturaleza Je la relación entre la razón filosófica y la revelación cristiana, no dudaban de. que tal • relación existía ni de ■ que su- forma era la interdependencia, no la mutua exclusión. Y en esto permanecieron fieles a la posición adoptada siglos antes, cuando los primitivos pensadores cristianos tuvieron que enfrentarse por primera vez con las palpables tensiones entre las enseñanzas bíblicas a las que adherían en la fe y las doctrinas filosóficas griegas ■que configuraban el sentido común culto de su época. Los cambios en las condiciones políticas también tuvieron mucho que ver con el cambio...análogo,.en Jas actitudes que tuvo lugar en el mundo...musulmán y puso, terminó a Tas promisorias empresas filosóficas y científicas de los primeros siglos medievales. El ascenso al poder de dinastías beréberes fanáticas en el Norte de Africa y la España Musulmana y él triunfo de los turcos. En la base misma de la creencia y el culto cristiano está la Encamación; es en la persona de Jesucristo donde los cristianos encuentran lo divino: Cristo, el Dios encarnado, la Palabra (Lagos) eterna «que se hizo carne y habitó entre nosotros». En la base-de la creencia musulmana, en cambio, está la ley divina, de la justicia, preexistente en Dios en un arquetipo eterno y que entró en la historia (nos sentimos tentados a decir «que se encarnó») en las revelaciones que Mahoma recibió del ángel Gabriel y puso por escrito en la obra llamada «el Corán». De este modo, si hemos de comparar a Mahoma con alguien, más bien sería con San Pablo, no con Cristo, y el Nuevo Testamento sería más similar a la I Qadtth qué al Corán. El Corán fue una revelación completa §í“jffismo71á fuente —junto con la Hadith— de una (la shafi’d) que modeló no solamente lo que llama-

s lo religioso, la vida de la sociedad islámica.

sino

también

muchos

otros

aspectos

En realidad, ni siquiera es un Dios que actúe directamente sobreel Universo como causa eficiente, sino más bien un Motor Inmóvil, el bien final' y supremo que, puesto que todas las cosas aspiran y tienden incesamente a emular sü per; fección, actúa como causa del movimiento o cambio: en el Universo. Como dice Dante en las palabras profundamente aristotélicas con que concluye la Divina. Comedia, es «el amor que mueve al Sol y las otras es trellas». C~ Formuladas de este modo, las doctrinas de Platón y , de Aristóteles sobre la naturalezade lo divino, el Universo y de la relación entre ambos parecen totalmente f incompatibles con las creencias judaicas y cristianas, pero es que ni Platón ni Aristóteles expresaron estas ideas tan sencillamente. El Timeo y la Metafísica son obras extremadamente difíciles, llenas de ambigüedades y que plantean problemas de interpretación sobre los cuales siguen disputando los eruditos modernos. Por ello, haciendo hincapié en algunos de sus pensamientos más,,que en otros, los filósofos posteriores podían desarrollar, concepciones' platónicas y aristotélicas de una manera .menos difícil de Reconciliar con las ideas bíblicas. Los escolásticos que enseñaban filosofía en las facul tades’de arfes podían llegar a entenderse con ese Aristófelés, aunque al hacerlo se Hicieran vulnerables a la acusación de adherirse á la llamada doctrina averroísta latina; dela dóble verdad. Hacían "la' paz 'con Aristóteles encerrándose en el profesionalismo y separando lo que enseñaban como filósofos, o como comentadores de «eí filósofo», de lo que creían (o afirmaban creer) como cristianos. Pero los teólogos no tenían esa opción. O bien tenían que "volver las espaldas a la metafísica y la filosofía natural de Aristóteles, y por tanto alejarse de las tendencias intelectuales más avanzadas de su época, o bien debían hacerlo aceptable de una u otra manera. Después de ciertas vacilaciones y desacuerdos, la mayuiía de ellos optó por el segundo curso de acción, tratando de penetrar en el velo' de los comentarios y de discernir qué parte del material inquietante debía ser atribuido con certeza al mismo Aristóteles. Más audaz en su racionalismo qué muchos de sus ¡'(.¿^temporáneos, más conservadores, Santo Tomás se dispuso a demostrar sobre fundamentos racionales la vafflde£^dé'idMs tales como, la de la cr eación ...a partir .de, la glula/t&na inmortalidad del aúna individual, de la acti- 7vfdad providencial de Dios y de la. libertad de la voluntad humana. Al mismo tiempo, al conservar las Ideas platónicas en ■ su forma agustiniana, y neoplatónica, como arquetipos Arcadores en la mente de Dios, Santo Tomás pudo afir- | mar que el acto creador no sólo es libre sino también ¿racional, con lo cual reivindicó la racionalidad e inteligibilidad del Universo. Se hizo dominanteen el pensamiento de los filósofos y teólogos que adi¿;\rí rieron a la escuela «nominalista» que llegó a' ejér4 o entre el uso de recursos productivos comunitarios y evolución de las relaciones sociales, los aspectos que comienzan a ser mejor conocidos en directa correspondencia con el mayor conocimiento de la «crisis», son los socio-político-institucionales. Éstos son también más evidentes en las grandes insurrecciones pero se encuentran igualmente presentes en los cotidianos conflictos que salpican la historia de las ciudades y del campo en la baja Edad Media. Es probable que la gente de los siglos XIV y XV fuera más rebelde y «conflictiva», pero si la historiografía económico-social más reciente rechaza la caracterización del período como «crisis» generalizada, las reglas y el tablero de la acción social requiere una perspectiva más sutil y más compleja. La «crisis» bajomedieval emerge, entonces, como una lucha más amplia sobre las consecuencias

de la integración, es decir, sobre los resultados económicos y políticos de la parcelación feudal del poder, tal y como hemos venido argumentando en toda la primera parte. La pugna afectó a señores feudales y a poderosas élites urbanas (con intereses vinculados al status quo) contra alianzas circunstanciales de campesinos, comunidades rurales y estados centralizadores. La pérdida de confianza en la cualidad y eficiencia de leadership de la nobleza, del clero y del patriciado urbano, las tres fuerzas sociales que estructuran el mundo medieval. La debilidad de las élites respecto a sus funciones tradicionales es más patente en el caso de la nobleza y de su fundamento material, el señorío. Es dificil admitir, en la baja Edad Media, una «défaillance» generalizada del señorío, y menos como organismo económico que mantiene su vigor en muchas zonas de Europa". Sin embargo, como organismo de autoridad, de un cierto poder fiscal y de justicia y banalidades o de administración, aparece sin duda más frágil, inquieto y descompuesto debido a los progresos de la centralización monárquica y de la cohesión territorial urbana. Cierto que al hundimiento de las rentas de origen señorial se responde volviéndose hacia la guerra y hacia el estado. Pero la guerra exigía tasación y las tasas requerían la construcción de consenso político, soberanía estatal y formas administrativas que fueran cualitativa y cuantitativamente nuevas. En el mundo urbano, la rápida reestructuración de las élites patricias y, en paralelo, la emergencia del común como elemento identitario de intereses y de proyectos colectivos de los grupos medios e inferiores de la sociedad 6 '. En las nuevas élites urbanas confluyen altos magnates de implantación supralocal, sectores mercantiles a los que las mutaciones del modo de producción con la «crisis » les ha proporcionado oportunidades desconocidas de hegemonía económica y política, profesionales en la recaudación de impuestos, especialistas en las finanzas municipales o estatales.., a los que hay que añadir la incorporación masiva de los hombres de leyes (burocracia judicial). En conjunto, un mundo que ha sido descrito como «patriciado corrupto» 62 al que pertenece el futuro de los negocios y de la economía especulativa, «comunidad delincuente», como llamaba

Haliczer a la burocracia isabelina', o «triple alianza» de mercaderes, financieros y hombres del mundo de la justicia"; un mundo orientado hacia el servicio de intereses personales, propicio para las tensiones internas y abocado al enfrentamiento, a distintos niveles, con la «comunidad». La nueva situación, por tanto, se va a caracterizar, primero, por la falta de cohesión indispensable de las élites urbanas y, segundo, por el espectacular desarrollo de un sentimiento antipatricio que favorece, por primera vez de forma organizada y alternativa, la entrada en escena de las masas populares urbanas y, a la postre, la ruptura definitiva entre las élites patricias y el «común».

La ruptura entre patriciado y comunidad puede observarse, al menos, en tres niveles que señalan, al mismo tiempo, tres áreas generales de conflictividad. En primer lugar, es una ruptura económica. El empatriciamiento aristocrático de la clase dirigente le ha hecho perder, con respecto al patriciado anterior, parte de su dinamismo económico-empresarial como consecuencia de su repliegue en busca de la seguridad del estado. En los territorios peninsulares, castellanos especialmente, el escaso peso del mundo artesanal y asalariado hace que la oposición entre maiores y minores tenga una dimensión fiscal (todos contra nobles y clero por la exención de las tasas), «tumultos de carestía» o de abastecimiento alimentario y difusas subversiones sin una precisa connotación de clase. Al mismo tiempo, la continuidad entre ciudad y campo incrementa la conflictividad por la utilización de los comunales, usurpaciones de términos, ampliación abusiva de privilegios señoriales y, en general, todo aquello que tuviera relación con el control de los recursos externos de la comunidad. En segundo lugar, es una ruptura social entre los grupos urbanos económicamente potentes —y progresivamente conscientes de su papel político— y el mundo del trabajo en su conjunto. A los nuevos mecanismos de pauperización (guerra e impuestos) y a la precarización del trabajo artesanal (niveles de vida, paro parcial, trabajo obligado de aprendices, mujeres y sirvientes) corresponde una violencia latente pero más difusa que la pura conflictividad económica o institucional". Pero la verdadera fractura, en este nivel, se produjo por el control del poder político urbano. Sólo en las mayores

ciudades de la corona de Aragón, las corporaciones lograron modificar parcialmente la base social de los gobiernos municipales mientras que, en Castilla, el fracaso de algunos intentos de las corporaciones por acceder al poder local fue total. En tercer lugar, es una ruptura de tipo institucional que contrapone dos modelos de comportamiento jurídico-político e incluso antropológico. Por una parte, está el modelo de vida patricio como partner de la nobleza urbana en el juego político y orientado hacia un sistema de clientelismo aristocrático en cuyo seno encuentra una forma eficaz de resolución de conflictos 67 . Por otra parte, está el modelo de la sociedad civil, el «común» que defiende ordenamientos e instancias judiciales válidas para todos, reclama la justicia pública administrada por profesionales y trata de extender la autoridad y las instituciones generales a todo el territorio. El campo de conflictividad se produce ante los numerosos casos de desorganización del orden público, la pasividad y mengua de justicia, el deterioro del buen gobierno o sobre la cuestión judía y conversa", un punto más que importante de tensión (institucional además de económica y social) entre comunidad y patriciado hasta llegar al límite de los posicionamientos, a favor o en contra, respecto al establecimiento de la Inquisición. El estado habría nacido entre 1280 y 1360 y sería hijo de la guerra que se volvió tan permanente y costosa como para imponer una maquinaria fiscal cada vez más pesada'°. La afirmación de este «estado moderno», ya en la baja Edad Media, tendría dos corolarios importantes para el tema que nos ocupa. Primero, la tensión del impuesto requiere un diálogo constante entre príncipe y súbditos, entre Corona y país legal, en la medida en que el impuesto sólo es legitimado en tanto en cuanto responda a las necesidades colectivas. Segundo, corremos el riesgo de establecer una relación demasiado estrecha entre la resolución de los conflictos o revueltas de los siglos XIV y XV y la afirmación de las funciones del estado, invocado, cada vez más, por su misión de regulador social y por su capacidad para arbitrar los antagonismos de clase En realidad, fueron los procesos de coordinación de los distintos poderes lo que ayudó a integrar los mercados reduciendo los costes de transacción

internos, aumentando y asegurando la regularidad de los intercambios y la especialización productiva y estimulando el desarrollo económico, lo que representaba, con frecuencia, nuevos ámbitos de competitividad y de conflicto en el ejercicio del poder social. 4. La gran novedad que afectó a toda Europa desde inicios del siglo XIV fue la aparición de las facciones en la vida política y la conflictividad que protagonizan por el control del poder, bien sea del poder local urbano o bien segmentos del poder estatal'''. Facciones y bandos sirven para canalizar tanto la conflictividad interna del grupo patricio urbano como los enfrentamientos políticos partidistas que tienen lugar en el entorno monárquico o entre representantes de las aristocracias regionales. De las múltiples manifestaciones de las luchas de facciones o de bandos hay una serie de elementos comunes a destacar. El primer rasgo común es la amplitud de recursos humanos implicados. nen prioritariamente un carácter político y se fundamentan en estructuras de linaje con diversas posibilidades de actuación, desde el elemental linaje familiar de sangre hasta los linajes artificiales, bandos, particialidades, clientelas, confederaciones y partidos. El segundo rasgo común: la defensa de un orden político distinto al ideario monárquico cuyos recursos institucionales y fiscales, instancias judiciales y procedimientos de resolución de conflictos desean aprovechar en su propio beneficio. Sociedad organizada en clanes familiares que evita y debilita la estructura fuerte de estado, las facciones y bandos muestran escasa confianza en la justicia pública y en su red de servidores, intentan agrupar al conjunto de la sociedad nobiliaria y a las oligarquías urbanas a través de patronazgos y de procedimientos clientelistas y, finalmente, resuelven las tensiones y conflictos mediante la venganza, la composición privada entre partes y el arbitraje". Más difícil es, a mi juicio, ver en las facciones una especie de reacción feudal ante las coyunturas económicas, esto es, ante «la crisis de los ingresos señoriales», o un desquite desesperado, violento y carente de programa político, ante el ascenso de los grupos burgueses en la escena política o de los campesinos en el terreno social. Lo que constituye el centro de la violencia de facciones es la concepción misma y el funcionamiento del estado. Tercera característica común: el lenguaje

o idioma de las luchas de facciones tiene sus propios vehículos expresivos, busca la legitimación de la opinión pública, moviliza a las masas mediante la propaganda y adopta frecuentemente un carácter ritualizado, reglado e invertido, en apariencia, respecto al orden establecido sin diferir, en el fondo, nada de él. Los desarrollos que he descrito apoyan el punto de vista de que el rápido y sostenido declive demográfico del siglo XIV estimuló, en mayor medida que el crecimiento poblacional anterior, cambios positivos en las organizaciones. pena recoger, como se ha hecho recientemente", las viejas discusiones de la historiografía italiana (Doren, Rodolico y, más recientemente, Victor Rutenburg) sobre una interpretación de los movimientos políticos y sociales del siglo XIV motivados por las transformaciones en positivo del modo de producción, por la concentración del capital y, al mismo tiempo, por la formación de una hegemonía económica y política de una nueva clase mercantil". Si la gravedad de la «crisis » se debe menos a bloqueos económicos que al egoísmo y corrupción de las clases dominantes y si los aspectos más relevantes de los conflictos son aquellos socio-políticos-institucionales, se abre paso una renovación de perspectivas no ligadas, prioritariamente, a la coyuntura ni a la depresión. 1. En los grandes movimientos campesinos, la autodefensa ante la defección de la clase dirigente parece esencial. Por derivación, se tiende así a revalorizar el peso que tuvieron las devastaciones provocadas por la guerra, por una presión fiscal intolerable y por el resentimiento hacia los señores que no habían sabido defender el reino y habían abandonado a la población rural sin protección en la más completa desesperación 79. Pero también se resaltan las contradicciones derivadas del desarrollo de una economía de mercado y de la aparición de «elementos capitalistas». Se admite, igualmente, que fueron los movimientos más ligados a las mutaciones de la coyuntura económica y social de los siglos XIV y XV, aunque por su localización, protagonistas y reivindicaciones responden más a revueltas de «campesinos acomodados» que a «revueltas de la miseria». 2. En los pequeños movimientos campesinos, la ingerencia señorial o de las ciudades dominantes en la vida de las comunidades rurales destaca los aspectos

jurídico-institucionales de los conflictos". Estas revueltas tenían, sin embargo, un mínimo común denominador. En su base, siempre existía el establecimiento de condiciones económicas nuevas dictadas por los señores que afectaban directamente a la producción o a los mecanismos institucionales de la distribución. Muchos de estos conflictos trataban de salvaguardar el ordenamiento económico y socio-institucional existente. Aparentemente tenían un sentido restaurador y, bajo este aspecto, se les ha considerado, a veces, «revueltas por la vieja ley». Se distinguen de las revueltas de los siglos XII y XIII porque, produciéndose en formaciones político-territoriales más amplias, tendían a concebir el reino como un territorio homogéneo y más integrado por el estado. La presión señorial reafirmó la coherencia de las comunidades rurales ante las dificultades. A pesar de los juicios opuestos sobre los resultados inmediatos de estos «conflictos antiseñoriales», la acción campesina posibilitó que numerosas comunidades obtuvieran mejoras en el status jurídico de las personas y de la tierra y el debilitamiento del poder señorial". En la evolución del estado hacia una más moderna integración jurisdiccional, las comunidades campesinas no fueron expresión del conservadurismo premoderno, como pretendía la interpretación braudeliana o chayanovista, sino que, con formas de resistencia activa y pasiva, contribuyeron activamente al cambio, a reformar las instituciones de gobierno y a alcanzar compromisos en materia fiscal. El tema de las revueltas, asociado al de la emancipación y al de la autodefensa de las pequeñas comunidades campesinas, conserva así toda su fecundidad. No deriva tanto, como en el pasado, de una carga ideológica (reacción feudal, lucha de clases, aunque éstas hayan existido) cuanto de la posibilidad de reflexionar sobre los comportamientos campesinos, sus contradicciones, sus expectativas políticas, su universo cultural y sus relaciones con el estado. La «pequeña escala» —y si es periférica, mejor— para entender el estado. "En las revueltas urbanas y en la lucha de facciones es donde la expresión social de coyunturas desfavorables presenta más contradicciones. Las ciudades europeas conocieron luchas sociales muy pronto, bastante antes del giro de la coyuntura de «crisis». Durante los siglos XIV y XV no faltaron conflictos y

revueltas puntuales relacionadas con devaluaciones monetarias, desabastecimiento alimentario (inaugurando las «revueltas del pan»), incremento de la presión fiscal, arbitrariedades del «mal gobierno», etc. Pero la gran conflictividad urbana tenía origen en factores bien distintos: en las oposiciones entre aristocraciapatriciado y sectores populares (el «común»), en la difusa fuerza de los oficios y del mundo del trabajo, en las tensiones sociales e institucionales con las autoridades superiores externas. Y lo que es más llamativo: una dinámica incontrolable de movimientos de opinión-propaganda-revueltas fermentaba la conflictividad vinculada a la corrupción de las élites y a la lucha por la hegemonía de poder de las facciones.

Astarita: ¿Tuvo conciencia de clase el campesinado medieval? Indagar acerca de una posible conciencia de clase del campesino medieval supone delimitar, entre las ideas que pueden impregnar su mentalidad, aquellas que hacen referencia a cómo comprende las relaciones de explotación, sus sentimientos de identidad colectiva en oposición a otras clases y el despliegue de esta conciencia en el conflicto social que a su vez promueve. Pero un análisis de este tipo tropieza con tales dificultades, que puede claudicar su plausibilidad como programa de estudio. En principio, no deja de asombrar la débil respuesta campesina ante el señor en comparación con el grado de organización, autonomía ideológica y espíritu combativo que históricamente exhibió el proletariado moderno. Los ejemplos de enfrentamientos entre señores y campesinos, desde el siglo IX hasta la segunda mitad del XIV, indican que no hubo nada que pueda ser catalogado como un conflicto político abierto, y el antagonismo social sólo se muestra en el estudio particular Si la dependencia personal pareciera ser un modus vivendi tolerable, la esfera de la representación social se impone a la atención historiográfica. Rodney Hilton afirma que el reclamo campesino no alcanzaba a un cuestionamiento del sistema, conducta que sólo se modifica con la sublevación inglesa de 1381, aunque ésta fue impulsada por los yeomen, acumuladores en sentido capitalista, cuyos objetivos contradecían los fundamentos del feudalismo3. Sostiene que el campesino ha interiorizado los valores de la clase dominante, adoptando de hecho la categoría de consenso, entendida como coparticipación en representaciones que inducen a una adhesión de voluntades4. Los medievalistas participan de esta perspectiva propiciada por Hilton5. Persuadido del rudimentario nivel intelectual del campesino, el investigador moderno suele desconfiar de la competencia del subalterno precapitalista para autodefinirse en oposición al sistema. En la interpretación de Hilton se reconoce una afinidad con el conocido modelo antropológico de James C. Scott (1976) (basado en el sudeste asiático contemporáneo), que relaciona la conciencia social (una especie de “economía moral”) con los fundamentos de una unidad doméstica limitada a objetivos de consumo fisiológico, originando una ética de subsistencia que sitúa en el centro de las estrategias campesinas. El enfrentamiento contra el régimen imperante sólo se daba cuando se alteraban los niveles de reproducción. Un pequeño artículo de Reyna Pastor (1985), sobre consenso y coerción en la sociedad medieval, expone la complejidad del problema. La premisa de Maurice Godelier, de que el consentimiento de los dominados a su dominación es la fuerza más fuerte del poder, es sometida al juicio de sus propias investigaciones (Pastor, R., (1980)). El resultado es una tensión entre documentos que sólo

exhiben el rechazo campesino al dominio señorial y una aceptación del supuesto de que si no hubiera consenso surgiría un estado de guerra permanente, que imposibilitaría la reproducción social. Los testimonios sobre comunidades campesinas en concejos castellanos de la Baja Edad Media permiten expresar un fundado escepticismo sobre la opinión historiográfica prevaleciente. Los moderados reclamos de las comunidades, con su adhesión al sistema, no emanaron del campesino tipo sometido sino de la elite social aldeana con un rol asignado en el sistema recaudatorio y en la domesticación del conflicto6. Nada indica que los vecinos de la aldea, gravados con tributos, participaran de la cosmovisión de sus representantes, y por el contrario, los enfrentamientos sectoriales fueron frecuentes en la sociabilidad comunal. Esto nos impone el primero de los escollos cognitivos. En la medida en que la conciencia del campesino medio no está representada por la aristocracia comunitaria, esta búsqueda se complica si se debe renunciar a las fuentes discursivas más acabadas y regulares que nos han llegado de las comunidades. No tenemos hoy más que recortes de expresión verbal del campesino medio, poco confiables además como manifestación de su verdadera subjetividad, tanto por la mediación del escriba como por los condicionamientos del que declara7, aunque son, para nuestro propósito, más aprovechables que las descripciones que sólo proporcionan un estereotipo de su mentalidad8. Otro tipo de testimonios nos acercan un poco más al objeto de estudio. Se refieren a sublevaciones o a reacciones por normas abusivas9 Un primer atributo de lo que puede ser considerada una subcultura específica está dado por incidentes de rechazo al señorío con sus obligaciones adheridas10. Es consustancial a esta actitud la no aceptación de las rentas, y posiblemente, el desconocimiento del señor y de las rentas deba ser considerado como una única acción particularmente antinobiliar11. Constituye éste un punto analíticamente delicado, porque muchos documentos indican la negativa del campesino a hacerse cargo de exacciones ilegítimamente situadas fuera del “uso y costumbre”, reclamo en el que se encontraba por lo general apoyado por los miembros de la aristocracia comunal. El señor, cuyos intereses interferían sobre variados aspectos de la existencia comunitaria, desencadenaba calculadas respuestas críticas, como muestran los moradores de Potes en 1505, organizados para boicotear la taberna del monasterio de Santo Toribio de Liébana: ni los hombres consumían ni las mujeres vendían ni tampoco autorizaban que los “foráneos” la proveyeran, conflicto que es una prolongación del uso ilegítimo que los del concejo habían hecho de la dehesa y del prado señorial21. La mera continuidad del “mal uso” no transformaba, por otra parte, las acciones del señor en prácticas aceptadas. En los deslindes de tierras concejiles de la Baja Edad Media, los comunales suelen permanecer durante muchos años apropiados por señores o caballeros sin que el campesino olvide sus derechos, y cuando la oportunidad se presentaba con la presencia de una autoridad enviada por la Corona, el testigo extraía del fondo de la memoria colectiva los argumentos acusatorios contra el apropiador, aun cuando éste pretendiera legitimarlo por Tolosa hacia mediados del siglo XV aceptando el señorío urbano, para defenderse de los señores de la comarca, es sinónimo de consentir la dependencia social, como esos mismos tributarios demuestran negándose a cumplir las gabelas que les exigen sus protectores27. El malhechor feudal, por otra parte, podía encontrar la decidida resistencia de los labradores cuando aparecía por la aldea, como experimentaron los caballeros del duque de Alba hacia 1450 Los campesinos sublevados simplemente no cumplen con las disposiciones que se les imponían, utilizan a su antojo las tierras que el señor se había reservado, y en todo sentido actúan como si hubieran encontrado las condiciones originarias de libertad que buscan en su vida cotidiana30. No es el momento de abundar sobre una encuesta digna de ser continuada, pero desde ya, nos asiste el derecho a desconfiar de expresiones de sumisión logradas bajo presión coactiva31. Aun la más ostentosa aceptación hacia el señor se daba en un marco de simulación ante lo inevitable, incluyendo dramatizaciones, con un cálculo de conveniencias prosaicas32, y en algún caso, la ceremonia de

subordinación se confunde con la sanción degradante como represalia por la muerte de un miembro de la comunidad señorial. Rodney Hilton y James Scott, autores que nos abrieron la revisión del problema, participan del mismo clima cultural, el de los historiadores marxistas ingleses. Comparten con los miembros de la escuela dos premisas sobre el tema: 1) la conciencia de clase es peculiar de la sociedad industrial; 2) otorgan a la experiencia un rol metodológico central para comprender el fenómeno. Cuando Hilton define la conciencia del campesino medieval, como conciencia negativa, la contrapone implícitamente a la conciencia de clase del obrero capitalista36. Por otro lado, esta cualidad del campesino la establece describiendo situaciones en las que éste rechaza los agravios señoriales y aspira a conservar las costumbres heredadas, y sobre esta base actúan los ideólogos de la clase dominante otorgando una forma precisa a la aceptación del sistema. En el relato de Hilton, el campesino se acerca a una conciencia de clase en determinados momentos, cuando siente la injusticia del señor que eleva las rentas y degrada su estatuto social, con lo cual superación del conformismo habitual obedece a un mecanismo puramente vivencial. Eric Hobsbawm mantiene el mismo principio metodológico e indica que la conciencia de clase aparece con el proletariado moderno por experimentación directa36 37. Por su parte, Edward P. Thompson dotó a la historia con las virtudes artísticas del lenguaje para exponer esta tesis en múltiples situaciones del proletariado en formación, logrando el resultado más refinado en esta línea de reflexión. Su obra alcanzó un justificado reconocimiento académico, y por su carácter modélico, en tanto constituye una acabada expresión de la escuela de historiadores marxistas ingleses, impone un examen de su aspecto sustancial. La notable reconstrucción histórica de Thompson es, simultáneamente, una fuente que nos libera del inexpresivo relato institucional y una británica subestimación del asunto teorético implicado en la conciencia de clase. Si logramos sustraernos por un momento de su fascinante narración, aflora el aspecto problemático del concepto de experiencia como único mediador entre ser y conciencia. La objeción se resume en que la situación de vida no necesariamente se elabora como conocimiento real, salvo que se parta del supuesto de que la realidad, con su desarrollo contradictorio, está fijada especularmente en la conciencia. Pero no tratamos aquí de autómatas con reflejos precisos sino de hombres que, por ejemplo, durante siglos “experimentaron” el amanecer y la puesta del sol invirtiendo en su representación el verdadero movimiento planetario. Ellos no se engañaban: el sol escondía en su movimiento sensible su movimiento real, únicamente comprendido en un plano gnoseológico diferenciado40. La comparación sólo en apariencia nos aleja de las ciencias sociales; Marx justifica todavía hoy su trabajo teórico en esta dialéctica de lo real. Con esto se quiere expresar que la conciencia de la clase es un problema cognitivo relacional entre inteligibilidad de la realidad y capacidad reflexiva del agente, posibilidad perceptiva que supera lo meramente vivencial, y por consiguiente, las condiciones en que se desenvuelve la actividad prácticointelectual del individuo son las condiciones de aprehensión situacional en la conciencia. En la existencia social, el grado de visibilidad de la estructura es doblemente lo que las relaciones de producción habilitan comprender y lo que limitan en la comprensión, obteniéndose una noción de sujeto inmerso en una reflexión limitada, que es una impugnación de su sobre dimensión omnisciente, criterio este último que está muy cerca de su opuesto, el de la causalidad mecánica de las relaciones sociales “produciendo” la conciencia de clase en algún nivel subracional o sensorial (cualquiera de las dos opciones puede ser aplicable al patrón analítico de Thompson y de la escuela de historiadores marxistas ingleses).

El combate singular de una comunidad campesina aislada contra su señor, la recursiva circularidad de conflictos reprimidos o la extenuante mutilación señorial de las libres condiciones de existencia, pueden constituir otras tantas determinaciones que fijen un curso subjetivo opuesto a la conciencia de clase. El juicio epistemológico condenatorio sobre la experiencia como exclusiva mediación entre ser y conciencia se fundamenta en estas consideraciones.

La inspiración de esta crítica se encuentra en la metodología y el desarrollo político- sociológico de Georg Luckács, que distingue entre conciencia de clase real y conciencia de clase atribuida, refiriéndose con esta última expresión a la que los trabajadores tendrían si pudieran comprender por completo su situación (Lukács, G. (1968) p. 60 y s). En el capitalismo, la conciencia de situación real no surge por experimentación directa debido a la no transparencia de la explotación en una sociedad donde el salario aparece como pago del trabajo y la ganancia como fruto de los medios de producción42. Sólo es una anomalía si por tal se considera la debilidad de la acción socialista programada, o más bien, las sucesivas represiones y derrotas de los partidos socialista y comunista43. Lo histórico-contingente no establece más que una relación mediada con la causalidad estructural. Lukács consideraba que las sociedades precapitalistas presentan una menor interdependencia entre sus partes y es por esto que la relación de los diversos grupos con el todo no puede tomar en su conciencia una forma económica, asumiendo las luchas de los oprimidos modalidades religioso-naturales o jurídicoestatales. Las bondades que este enfoque proporciona para resolver la conciencia de clase es nuestro punto de partida aprovechable, no tanto por un seguimiento puntual sino por la perspectiva de comprender la conciencia en referencia a la estructura cósica de la sociedad capitalista. Si en esta última la explotación de clases no es una evidencia sino que aparece como una relación contractual libre en la que aparentemente el obrero recibe mediante su salario la totalidad de lo producido por su trabajo, y con este fundamento los ideólogos pueden disimular lo disimulable, en el modo de producción feudal, por el contrario, la explotación es explícita, y nadie se molesta por negarla sino por justificarla. A ello se destina la imagen funcional de los tres órdenes, y el conjunto de operaciones ideológicas de los dominantes (discursos verbales o no verbales, sanciones normativas) iluminan esa visibilidad. En un aspecto central, la sociedad medieval se revela como el reverso de las consideraciones de Lukács, en el sentido de que las prácticas jurídicas e ideológico-políticas están inextricablemente unidas a la categoría económica de la explotación no para ocultarla sino para exhibirla como el derecho de unos pocos a disponer del plustrabajo de la mayoría. Sin embargo, la apreciación subjetiva es una facultad históricamente diferenciada, no sólo por la forma de la objetividad sino también por la situación del agente. Efectivamente, las condiciones en que opera la actividad cognitiva del campesino, en el sentido de su capacidad para descifrar el funcionamiento social, son a su vez instituidas por su actividad prácticointelectual como organizador de su "empresa" y de los nexos con otras unidades de producción, emergiendo, en estas condiciones, una conciencia de autonomía emanada de la acción auto subsistente de la unidad productiva La subjetividad no es pasivamente contemplativa ante el proceso laboral sino dinámicamente educada en dirigir la reproducción social, de la que conoce sus mecanismos íntimos, estableciéndose una vinculación orgánica entre la actividad y el producto del trabajo. Con el capitalismo, los marcos culturales y la variedad de matices ideológico-políticos comienzan a jugar un papel creciente, que se contrapone a la menor variabilidad de las condiciones cognitivas del campesino medieval. Desde otro punto de vista, durante mucho tiempo, las ideas que embellecían el mundo tradicional perdido fueron la romántica respuesta ético-idealista ante una realidad de relaciones cósicas que degradaba la subjetividad del proletariado46. De manera inevitable, el campesino ve entonces la explotación como relación real, como sustracción periódica de una parte de su trabajo (vivo como corvea u objetivado en el excedente), y, en la medida en que no sólo puede reconocer su situación de inferioridad sino también el mecanismo que la genera, una conciencia crítica disidente deviene entonces como consecuencia previsible de la inteligibilidad que ofrece la estructura que él produce en su aspecto celular básico. Si el campesino prescinde del señor cuando determina los modos concretos de su actividad, no se presenta ninguna condición para que lo fije en su conciencia como una necesidad de su existencia sino como un factor que perturba la disponibilidad

del producto obtenido, y esta conciencia de rechazo se actualiza cada vez que el señor extrae parte del producto, con lo cual la actividad cognitiva sobre las relaciones sociales se despliega junto con el antagonismo social. Aun determinados instrumentos, como el horno y el molino, eran componentes orgánicos de la unidad doméstica, que el señor monopoliza como imposición carente de toda funcionalidad económica que se inscriba en la lógica campesina47. Esta autonomía práctico-intelectual supera, en verdad, los marcos de la relación entre señor y campesino estableciendo un esquema de percepción que informa el campo relacional de cada unidad doméstica. Los rasgos de competencia individual en comunidades que, stricto sensu, no estaban configuradas por individuos como tales sino por representantes de unidades de producción domésticas (Toubert, P. (1960) p. 445) se combinan con modalidades cooperativas impuestas por necesidades organizativas. Esta oscilación, vinculada con la dualidad posesión individual - propiedad comunitaria, establece un marco de actividades productivas con exclusión de cualquier presencia externa. En las reglamentaciones aldeanas, como cristalización normativa de la capacidad autónoma del campesino, se manifiestan estas cualidades, con lo cual, una conciencia para sí, en el alcance limitado de conciencia de la individualidad, puede considerarse un producto "natural" de las bases sociales. En cada acto de la vida del campesino se revela esta representación conceptual, y el rechazo a la transferencia de plustrabajo que le exige el señor tiene su paralelo empírico en la aspiración a consolidar el individualismo de su propiedad y la exclusividad de los derechos de su aldea sobre los comunales48. La misma unidad de producción se encuentra afectada por este principio, y la familia termina constituyendo un ambivalente reducto de cohesión y desgarradores conflictos49. La regla del comunismo vulgar, que se constituye como la generalización de la propiedad privada, es el supuesto de esta conciencia de ser para sí5 El comunismo individualista es entonces tanto la conciencia antiseñorial como la conciencia competitiva en el seno de la comunidad, dualidad que responde a un único criterio de exclusión hacia todo factor que altere el ritmo autónomo de la unidad productiva. Un apetito de bienes materiales, derivado del espíritu egoísta de ese “comunismo grosero”, como rechazo de ser para otro, emana como el objetivo fácticamente alcanzable de modo parcial. Como sistema de representación, que se inscribe en la lógica del funcionamiento social, este esquema es tanto una idea fuerza que subyace en la conducta reproductivista del campesino como una ambivalencia que preserva el aislacionismo y potencia la oposición de intereses, irreductibles por naturaleza, con el señor, con el correspondiente desenvolvimiento colectivo trasgresor. La rebelión contra el sistema subyace como una potencialidad contenida en el individualismo, aunque su concreción estará condicionada por la situación histórica. En el conflicto surgen tendencias de asociación que se resuelven como una sumatoria de fuerzas particulares de la comunidad, y aun en los momentos de solidaridad impuesta ante situaciones álgidas, la individuación persiste como la trama indeclinable de la conducta campesina. El estatuto de esta apreciación puede evaluarse comparativamente con la conciencia de clase del obrero moderno, que se concreta como unidad de clase y no en la forma de nexo intraclase, el signo típico de las solidaridades del campesino medieval. Cuando la lucha de clases no es más que una suma contingente de voluntades, la simple agregación de conciencias críticas niega la conciencia de grupo, y toda unidad de clase queda afectada con una irremediable exterioridad, apareciendo como fenómeno circunstancial no orgánico. . El ideal de vida apostólica, que proclama el desprendimiento absoluto convirtiendo la miseria en una virtud, anula la identidad campesina como sujeto social en la misma medida en que la limosna, que obtiene el vagabundo como forma de vida, se enfrenta a la estabilidad reproductiva del tenente, aunque los sentimientos antieclesiásticos, por inorgánicos que sean, introducen una potencial mediación antisistémica. Secundariamente, es posible advertir que un aspecto cuestionable de la teoría de Scott es creer que un objetivo económico de valores de consumo se traduce en un mero objetivo de supervivencia fisiológica. Nada impide que el campesino aspire a obtener acumulaciones propias y a mejorar sus condiciones de vida más allá de lo indispensable, como muestran los segmentos superiores de las comunidades. El presupuesto de que el campesino actúa reactivamente sólo ante el agravamiento de sus condiciones de

existencia, mientras acepta que el recaudador se lleve sólo una parte de lo que produjo, es una seria subestimación de la inteligencia que el agente social ha dejado traslucir en su actividad. Rodney Hilton y muchos medievalistas participan de esta interpretación que Scott ha sistematizado.

En el feudalismo, por el contrario, si por un lado la enajenación del trabajo es percibida en su inmediatez es también indiscernible de su carácter personalizado. La conciencia tiene así un determinante objetivo en la medida en que emerge como la representación de un nexo de subordinación a la voluntad individual del señor. El campesino, que se impregna de una conciencia crítica de oposición al señor particular, en la imposibilidad de transformar esa representación singular en representación de un colectivo, no transmuta la oposición en conciencia de clase. Es por ello que la conciencia crítica individualizada da lugar a una reflexión limitada en su alcance, generando una actitud inconformista contestataria, como si fuera una modalidad adolescente e ingenua de la lucha de clases, y en estas condiciones, el tributario no accede a la autoconciencia, a su verdadero reconocimiento. Su fuerza social permanece en estado fragmentado e intrínsecamente contradictorio afirmándose como conciencia crítica y negándose como conciencia cognitiva de la totalidad, como fuerza intelectual con potencialidad estructurante de una clase "nacional"; su conciencia social se establece como conciencia escindida. Por lo tanto aquí no tiene lugar el concepto marxista de falsa conciencia en el sentido en que se da en el obrero del sistema capitalista, como percepción de una relación laboral en términos de intercambio contractual. La falsa conciencia del obrero capitalista en este aspecto es un producto de la cosificación de las relaciones sociales siendo la realidad la que engaña al individuo, una realidad que oculta, como un sol que no permite ver en su presentación fenoménica el contenido de la explotación, aunque se la experimente. En el feudalismo, esta conciencia, que se da como conciencia de lo real en su aspecto limitado o inmediato, se expresó históricamente en que los campesinos no reaccionaban siguiendo un interés general sino motivaciones específicas que afectaban posiciones de cada comunidad y aprovechando debilidades coyunturales de los dominantes. Es por eso que el panorama de los conflictos exhibe una extrema fragmentación estallando como explosiones incidentales y configurándose una individuación de la lucha de clases que se tradujo en una alteración circunstanciada en el balance de fuerzas antagónicas con cambios limitados en el monto del excedente, que no afectaba a la clase dominante como tal. Sólo a través de renovadas perspectivas intelectuales, que puedan llegar por agentes exógenos, separados de la lógica campesina, es esperable una modificación de este campo cognitivo.

Esta categoría supone, en versiones conservadoras o revolucionarias, un sentido unitario: acatamiento por la mayoría de una dominación que es considerada legítima (Weber) o aceptación del marco normativo por interiorización no traumática de condiciones externas (Durkheim) o bien un instrumento de hegemonía de clase como dirección cultural de la burguesía y subordinación ideológica de las classi subalterni (Gramsci). Pero de ninguna manera se trata de una categoría universal sino de una forma de manipulación social generada por el poder para operar en determinadas condiciones53. Su aplicación descansa en la posibilidad de la cohesión social, de generar una integración de los dominados al sistema ideológico de los dominantes, y como tal, se despliega paradigmáticamente con la igualdad jurídica, específica de la sociedad moderna, cuyo fundamento es la relación de propiedad en el mercado.

La sociedad feudal, en sentido contrario, con su clase estamental dominante y su discriminación institucionalizada, es, en principio, el impedimento de esta posibilidad limitando en teoría el consenso a una esfera socialmente restringida que no trascendía más allá del estrato superior aldeano55. El campesino, segregado por los dominantes, respondía volviendo las espaldas a una sociabilidad en la que sólo participaba como espectador. Se puede evaluar esta indiferencia si observamos comparativamente el grado de compromiso que los pobres ostentaron en la antigua sociedad clásica en concordancia con una riqueza y un patronazgo que los dirigentes ofrecían a la plebe como apoyo de su carrera política (Finley,

M. (1986) p. 39 y s). En el sistema feudal la clase dominante comenzó desde la temprana Edad Media su progresiva separación de las comunidades de base. Si en un período determinado se consumaba una integración entre jerarquías posicionadas de manera desigual, pero regidas por el principio de la reciprocidad, ese principio desaparece con la transformación de la sociedad de status en sociedad de clases. Esto se manifiesta en la metamorfosis del banquete en el tributo de posada y se objetiva en la diferenciación de clase- estamental56. Desde el momento en que el consenso implica compartir determinadas pautas que proporciona la clase dominante, el despliegue de una ideología hegemónica es obstruido por un fundamento de segregación, como lo muestra la cultura nobiliaria por consiguiente, los ámbitos de pertenencia donde el individuo adquiere distintos grados de reconocimiento, como la caballería, la iglesia o la corporación artesanal, son esencialmente limitados. En sentido opuesto a esas esferas, el tributario campesino está por principio excluido de cualquier valor compartido con segmentos dotados de algún privilegio y sujeto a una invariable retórica de descalificación por parte de los señores, exclusión que se revela teológicamente en el sentido penitencial con el que es entendida su actividad cotidiana y apenas corregida por participar en un parentesco. subalterno, que es ostensiblemente separado de un mundo cultural, no puede interiorizar como suyas las representaciones que lo configuran, y que, por el contrario, se erigen en fuerzas impropias de su subjetividad. En consecuencia, la ideología dominante no es la ideología que domina los comportamientos de todos los sectores sociales sino la que domina la conducta de la clase estamental dominante, en primer término, y de los sectores o clases vinculados a ella por dependencias no degradantes en segundo lugar, o, en última instancia, por tributarios enriquecidos ligados a los mecanismos del poder. En el fundamento de este principio se encuentra la ya postulada debilidad de la cohesión social de esta formación económica. De ninguna manera se desconocen los esfuerzos por infundir una ideología de obediencia y resignación mediante la procesión o el sermón ad status, que recordaba las obligaciones sociales57. Pero no siempre alcanza la habilidad del orador para convencer al auditorio, y es analíticamente arriesgado confundir en un solo hecho social el contenido del discurso y su asimilación. Teniendo en cuenta las habilidades escénicas de muchos predicadores, un público masivo tampoco es un indicio seguro para medir los efectos reales de un discurso que puede encerrar una clave de interpretación contradictoria. En la asignación al laborator de un lugar como sostén de guerreros y eclesiásticos está contenida la posibilidad de reconstruir la armoniosa disposición funcionalista de los tres órdenes en oposición binaria. Si esta posibilidad de resignificación de contenidos, derivada de la ambivalencia significante, debe tomarse como una mera hipótesis, se encuentra por el contrario un terreno analítico más firme en los restringidos efectos de las constricciones espirituales. La excomunión, el castigo psíquico espiritual más severo que podía esperarse, era insuficiente para lograr el cobro de los tributos, y contrariando su objetivo, podía constituir un refugio para “non cumplir derecho”. Ante un desprecio tan radical por los mandamientos de la “Sancta Eglesia” sólo la prenda y aun la prisión ejecutada por el brazo secular podían erigirse como procedimientos eficaces para asegurar el plustrabajo58. El significado de esta acción es inseparable de un decurso propio de la religiosidad del pueblo, subsumido sólo de manera tangencial en un rito litúrgico hacia el que consagraba una indiferencia difícil de erradicar. Sin negar la objetiva funcionalidad señorial de la donación post obitum interesa subrayar que este tipo de conducta no expresa necesariamente una asimilación pasiva de la ideología dominante ni tiene que estar exenta de connotaciones antisistémicas. La condición intelectual que presupone la actividad del campesino como organizador de su reproducción social permite suponer que su cabeza no era un recipiente vacío que se podía llenar con cualquier tipo de ideas. El problema que se quiere enfatizar es que la posibilidad del consenso se encuentra, sino impugnada en su totalidad, sí fuertemente restringida. La ideología dominante sólo se infiltraba como una luz tenue entre los resquicios de la cultura popular. El subalterno ostenta en su vida una serie de inorgánicas conductas críticas hacia la esfera sociopolítica y sociocultural que se le impone: la indiferencia, la desconfianza, el sabotaje o la sumisa dramatización que esconde la hostilidad, representan el sustrato subjetivo disidente al que llegan selectivamente algunas pautas de la clase dominante.

En verdad, la violencia justiciera del señor era una amenaza que pendía sobre los campesinos, aunque habitualmente era más invocada que efectivamente realizada. El señor feudal no era un villicus conduciendo diariamente al esclavo al trabajo ni tampoco se asimila al comandante de un campo de prisioneros. La respuesta a este problema, es decir, la adopción de una conducta reproductivista en ausencia de militarización total y de legitimación aceptada, debería buscarse en la forma de articulación social que se daba entre los colectivos de explotadores y de explotados. En la medida en que cada comunidad campesina constituía un mundo económico y cultural relativamente autónomo, la intervención del señor en la aldea era puntual, localizada en el momento de realizarse el excedente. Es allí cuando los mecanismos represivos se ponían en tensión comprometiendo la movilización de fuerzas externas e internas de la comunidad, circunstancia que se fundamenta en la referida debilidad de la cohesión social. Este criterio, el de la falta de cohesión social, que subyace en la totalidad de este análisis, fue oportunamente destacado por Lukács como signo distintivo de las formaciones precapitalistas debido a la escasa circulación mercantil Desde el momento en que la injerencia del señor sobre la comunidad se concreta como intervención temporal y espacial acotada, el comportamiento reproductivo inercial se logra por sí mismo y sus fundamentos están en las necesidades de la vida comunitaria. En su autarquía, la comunidad tomaba decisiones de convivencia con un disciplinamiento cotidiano alentado y controlado por el señor61. Despojado el campesino de derechos políticos, conservaba una esfera de independencia organizacional que se comprende por la disposición de la propiedad. En el imaginario de toda sociedad los espíritus de los muertos siempre tuvieron que arreglar las deudas por sus faltas y fueron acreedores de sus virtudes. Pero no se trata solamente de tradiciones sino de las posibilidades de resignificar los contenidos oficiales sobre el tránsito hacia la nueva vida. . Esta disciplina social permite que el control del trabajo llegue hasta la existencia privada del individuo, algo muy comprensible en la medida en que la observación reproductivista de cada domus era el cimiento del trabajo social. La vigilancia del señor descansaba sobre esta fuerza de policía interna, y es por ello que se permitía una presencia ocasional o meramente representada en símbolos como la horca o la picota. En definitiva, la reproducción social presupone una militarización restringida que se apoya en la autonomía relativa de las comunidades y se corresponde con la debilidad del consenso de los tributarios. Sólo por un equívoco esta afirmación puede ser tildada de paradójica. Las más elevadas expresiones de violencia y consenso se despliegan antitéticamente como formas complementarias en el interior de un único campo de interacción social, y rigen tanto los vínculos de los miembros de la clase dominante feudal como las relaciones entre clases de la sociedad moderna. En términos de ecuación, diríamos que altos grados de consenso se corresponden con las más crueles reacciones de violencia en un medio de elevada interdependencia entre sus miembros, constituyendo la historia contemporánea una dramática ilustración sobre la materia. En la antinómica relación medieval entre señor y campesino, por el contrario, la debilidad del contacto social reduce el campo de conflicto, y el antagonismo social sólo se actualiza como hecho puntual61 62. La compulsión extraeconómica, un requisito de la articulación del sistema feudal, cuya necesidad es recordada en cada instrucción sobre recaudaciones, suele velar esta correlación entre violencia y consenso.

tardo medievales (debido al aumento de la escritura), período en que el esquema comienza a sufrir interferencias que, sin anularlo, lo despliegan sobre otros planos. Se reformula entonces la lucha campesina y se expresa así la doble connotación sistémica y diacrónica de la conciencia social sometida a nuevos procesos constructivos por incidencia de otros sectores y de transitorias crisis de hegemonía. Tanto en Inglaterra en 1381 como en Castilla en 1520-1521, la lucha de clases es conducida por agentes impulsados por una lógica de acumulación capitalista. El mercado de tierras o de manufacturas le revela al empresario capitalista la fuerza anónima del capital dinero y la conexión de su empresa con la economía de la formación social en la que se encuentra, y su conciencia crítica adopta la forma de conciencia general. Las contradicciones en que se encuentra inmerso el sujeto, intercedidas por el poder

impersonal del mercado, le muestran de manera inmediata que su porvenir está ligado al cuestionamiento de una estructura de clases, de una totalidad, que se interpone en su camino de acumulador, y la lucha económica tiene entonces abierto el camino para transformarse en combate político revolucionario63. Este factor se combina con agravamientos coyunturales de las condiciones impuestas y con fisuras emergentes entre los distintas fracciones de las clases dominantes (que incluyen apoyos circunstanciales a las comunidades) por donde los campesinos encuentran otras condiciones para expresarse abiertamente en oposición al sistema señorial64. La interferencia de la fijación conceptual antisistémica restringida del campesino tributario con la agenda programática totalizante del acumulador capitalista de la comunidad, en tanto fenómeno que puede transformar la cualidad no clasista del campesino en cualidad clasista atribuida, aun en el modo restringido de coyuntura revolucionaria, es una situación que requiere de otro estudio. Se desprende de esto que el concepto de determinación no se agota en la relación binaria marxista de base y superestructura, antinomia que no pasa de ser una premisa del análisis social. Si la conciencia de clase real es la desigual comprensión del posicionamiento en el funcionamiento social, cuya determinación fija los límites de la variabilidad empírica de la conciencia, y como tal pasa a ser un momento del proceso histórico dialéctico que justifica su estudio desde una totalidad jerarquizada, la conciencia de clase se configura como una parte especializada de la actividad práctico intelectual conflictiva del grupo, debiendo diferenciarse de cualquier otra rama de la evolución cultural65. Fue la materia de este análisis, que se desplegó como un diálogo entre dos vertientes de la tradición analítica social marxista, la empírico fenomenológica inglesa y la teórico hegeliana centroeuropea. Iradiel: El análisis de las relaciones entre agricultura e industria, y sobre todo el problema del desarrollo de formas rurales de producción industrial en las sociedades europeas preindustriales, ha alcanzado en la actualidad un notable y novedoso interés. Complementario y fundamental, la revolución industrial como mecanismo histórico y objeto de estudio ha relanzado el análisis de los modos de interacción de los sectores primario y secundario, ha propuesto ya algunos modelos de explicación global de la actividad industrial en el marco del proceso de transformación de la sociedad feudal en capitalista1 y ha normalizado el estudio de laprotoindustrialización como objeto de análisis2, término del que conocemos mejor lo que se quiere decir a primera vista que sus contenidos conceptuales y hermenéuticos. Con todo, el concepto, y otras denominaciones más definidas como industria dispersa, industria doméstica o industria a domicilio, son nociones ya básicas que ocupan un lugar estratégico en el aparato conceptual y explicativo de la historia económica europea durante los siglos XIV-XV y la época moderna. El tema ha salpicado ligeramente, y sólo en parte, la atención de la historiografía peninsular: algún ensayo de divulgación sin pretensiones de analizar en su globalidad el fenómeno de la ‘industria antes de la industrialización’3 o los más abundantes estudios referentes a la época moderna, en particular el siglo XVIII4. Y sin embargo, el interés mostrado últimamente por los temas más importantes de la historia baj omedieval y moderna en Castilla —el de los señoríos y el de las ciudades— debería haber provocado una mayor preocupación de los historiadores por los problemas, muy olvidados, de los mercados locales regionales y de la industria de esta época y buscar la novedad no solo en los grandes centros comerciales o industriales que trabajan para mercados lejanos sino también en las pequeñas ciudades y centros rurales. Esporádicamente, y de manera marginal al tema preferente de estudio, la historiografía peninsular aborda el análisis de las formas preindustriales de la industria como resultado de fenómenos de historia demográfica, de las economías señoriales o urbanas, de estudios regionales y, sobre todo, de investigaciones sobre las relaciones existentes entre fenómenos económicos y coyunturas demográficas5. La comprensión de la naturaleza, consistencia, aparición y difusión de las industrias rurales o industrias urbanas se ha visto dificultada, por otra parte, por la divergencia de intereses de los historiadores cuyos métodos, preocupaciones y planteamientos teórico-metodológicos son con frecuencia muy dispares.

Las investigaciones más recientes sobre estos temas permiten ya algunas reflexiones de interés sobre aspectos esenciales de la relación entre industria rural e industria urbana y plantean también una serie de cuestiones de la mayor importancia y de la máxima controversia, cuestiones susceptibles de encuadrar y orientar la investigación futura. En el presente trabajo trataremos, particularmente, de analizar las funciones económicas de la industria textil y no tanto de la descripción de su organización, más conocida por estudios anteriores. La perspectiva que aquí proponemos es distinta, lo que exige algunas aclaraciones. Por una parte, nos obliga a valoraciones comparadas y a ampliar los esquemas de referencia entre la estructura de la industria castellana y la de otros países europeos; por otra, nos obli ga a dirigir nuestra atención fuera del ámbito urbano para observar el campo circundante, las relaciones de producción dominantes en la agricultura y la difusión en el territorio de actividades extraagrícolas. Pretendemos aclarar cómo la situación agraria, en proceso de cambio o de ‘transición’ durante los siglos XIV-XVI y, sobre todo, la reconstrucción agrícola del XV que se manifiesta en numerosas roturaciones y en un incremento de la pequeña producción campesina7, han influido en la condición del artesanado y, en consecuencia, en buena parte de la población de las ciudades. Inversamente, nos damos cuenta de que los procesos de desarrollo y regresión o estancamiento producidos en las ciudades8 debieron ejercer una fuerte influencia en la suerte del campo y en la articulación de la campiña como fuente de productos agrícolas y de ganadería, reserva importante de población artesanal y, al mismo tiempo, mercado de numerosos productos urbanos. La creciente integración campo-ciudad, las numerosas innovaciones técnicas9 y los progresos en la división social del trabajo son las circunstancias favorables para la formación en el campo de una mano de obra cualificada, carente de tierras y de medios de producción industrial, fácilmente adaptable a la economía mercantil y disciplinada a la explotación de los capitales urbanos acumulados por los mercaderes-empresarios. Finalmente, comienzan a establecerse las bases de un nuevo modelo de desarrollo demográfico, de unas nuevas estructuras familiares y de parentesco caracterizadas por la disolución de las solidaridades de los grupos amplios, de las parentelas, el reforzamiento de los vínculos afectivos y de la familia nuclear, el aumento de la tasa de natalidad y la disminución de la edad de matrimonio10. Llama la atención que temas tan importantes hayan motivado tan escaso interés de la historiografía peninsular, sobre todo cuando se dispone ya de numerosas aportaciones parciales y de una masa de conocimientos aislados que permiten una aproximación general al tema.

El orden que será seguido en el siguiente análisis pretende: 1) la reconstrucción de las vicisitudes, principales problemas y adaptaciones de la industria textil urbana en Castilla entre 1350 y 1500; 2) un examen de las transformaciones que intervienen en la demanda de productos del sector secundario durante la Baja Edad Media y de las mutaciones inducidas en la estructura de la industria textil europea; 3) Una valoración del tipo de ‘respuesta’ que la pañería tradicional castellana logró proporcionar a las modificaciones habidas en la estructura del mercado interno e internacional mediante: a) una ampliación de la demanda y mejora de las condiciones del mercado interno junto al mantenimiento de una estructura colonial o dependiente respecto a la penetración de productos extranjeros de calidad superior; b) el desarrollo de dos tendencias complementarias: el progreso del artesanado rural a costa o en complementariedad con los oficios urbanos y la penetración de los mercaderes- fabricantes de la ciudad en el campo, es decir la preeminencia del capital comercial en la organización del trabajo artesanal rural.

La paralización brusca y regresión del potencial expansivo de la economía europea con la crisis del feudalismo va a convulsionar también el mundo de los oficios artesanales. Recesión demográfica, nueva geografía económica comercial y mutaciones monetarias inciden particularmente en las ciudades y afectan a los oficiales y asalariados del artesanado. El fenómeno es particularmente sensible en el terreno de la pañería tradicional. La nueva geografía económica se consolida por la doble emergencia de

clientelas igualmente nuevas, socialmente modestas, con gustos simples y medios limitados, y la aparición de nuevos centros de producción exportable: pequeñas ciudades y burgos rurales. El sector amenazado es el de la producción de los tradicionales paños de lujo. Aunque se mantenga el dominio de las importaciones extranjeras, modificadas ahora también como consecuencia de los cambios estructurales ocurridos en el ámbito europeo, es el momento de la revancha de los pequeños centros textiles, de una pañería más modesta y diversificada y de otras materias primas textiles: lino, algodón, cáñamo y seda. La “nueva pañería”, la sayalería y la lencería hacen la fortuna de los pequeños y medios centros textiles, tanto rurales como urbanos con una estructura de producción doméstica y dispersa, en un proceso singular que analizaremos más detenidamente en el siguiente apartado. Los reequilibrios de las economías regionales y la especialización productiva impulsaron a los artesanos rurales y asalariados urbanos a la emigración. La tendencia alcista parece debida, por una parte, a la regresión que pesaba sobre el mercado de mano de obra y, por otra, a las consecuencias de las mutaciones monetarias que los reyes castellanos utilizaron abundantemente durante los siglos XIV y XV. Se trataba en general de devaluaciones que perjudicaban, a causa del alza de los precios, a los artesanos y asalariados. Pero estos ‘reforzamientos’ de la economía creaban una situación de deflación, cuyos efectos se hacían sentir rápidamente en el mundo laboral y suscitaban, en general, reacciones inmediatas y a veces violentas. Así, los efectos de la coyuntura catastrófica del siglo XIV, en la que el mundo artesanal se vió particularmente afectado, proporcionaron a los conflictos urbanos una masa apreciable de artesanos y pequeños productores, muchos de ellos asalariados, , el siglo XV conoce una especie de ‘subversión subterránea y generalizada’ a base de coaliciones, altercados y reyertas, “escándalos e bollicios” como dicen las fuentes. La subordinación del artesanado independiente al capital comercial era, en primer lugar, económica, no sólo porque el capital comercial mantenía el control de los factores de producción (organización y técnica comercial, volumen del capital circulante y de las tasas de inversión, etc.), sino también porque va a controlar el aprovisionamiento de materias primas y la comercialización del producto acabado. El mantenimiento de la pequeña producción independiente era incompatible con la hegemonía del capital comercial y con la producción de la pañería tradicional de calidad superior, y el resultado necesario fue también la subordinación del trabajo artesanal a la forma de organización dominante constituida por la industria a domicilio de tipo urbano, la paulatina extensión de la manufactura descentralizada o dispersa y la pérdida gradual de los medios de producción de los artesanos en beneficio de algunos maestrosempresarios o del capital comercial. Motivada muchas veces por tratarse de las mismas personas o por la coincidencia entre beneficios fiscales para el municipio y ausencia de trabas para el capital comercial en su intervención en el proceso de la producción, se concretó, especialmente a finales del siglo XV y principios del XVI, en un sinfín de reglamentaciones, muy variadas y dispares localmente, pero que respondían todas ellas a unas mismas líneas de actuación que son bien conocidas26. En el sector de la industria descentralizada urbana y rural se puede seguir, gracias a los ordenamientos gremiales ya publicados o conocidos y a algunos estudios recientes, el proceso que, a lo largo del siglo XV, somete cada vez más los maestros tejedores, tintoreros, bataneros y pelaires a los mercaderes fabricantes de paños que les imponen la compra a altos precios de las materias primas y la venta o bajo coste de los productos elaborados. También aquí, aunque el problema ya había aparecido anteriormente29, se agudiza después de la crisis del XIV y mide la duración de la misma. Los patrones de las medidas estaban bajo el control de los mercaderes que gobernaban las ciudades. La medida o longitud de las piezas que caracterizaba los paños de una ciudad, y tenían casi la función de marca de origen de la misma, era cuidadosamente fijada y controlada. También aquí, como en la mayoría de las ciudades artesanales del norte europeo bastante tiempo antes, los detentadores del poder, en las ciudades y en las villas, estaban poniendo en práctica una nueva medida del tiempo, que ellos imponían a los trabajadores y que les aseguraba su poder de dominio y posibilitaba recortar los salarios ante su incumpli miento. Frente a las campanas de la iglesia que miden un tiempo acorde con la liturgia, las autoridades urbanas crean un

tiempo laico, medido y ritmado por los relojes de la casa consistorial. Racionalización decisiva de la producción en la que el deseo de definir la duración del trabajo ha jugado un papel capital34. Observada con suspicacia por los asalariados textiles y nuevo terreno de la lucha de clases, la medida del tiempo, lo mismo que las medidas de los productos elaborados, serán cuidadosamente defendidas y guardadas por los mercaderes y contratistas pañeros. Todo este conjunto de crisis y de adaptaciones a las crisis se salda con un desarrollo de las desigualdades en el interior del mundo del trabajo y con una generalización de los conflictos entre artesanos y mercaderes-empresarios, por una parte, y entre asalariados y oficiales, por otra. Desarrollo de las desigualdades que revelan, a nivel de las fortunas, los inventarios post mortem o los padrones de caballeros villanos y caballeros de cuantía incorporados de reciente al gobierno municipal de muchas ciudades castellanas.

En resumen, si se considera el conjunto de las corporaciones y oficios urbanos, el denominado sistema de producción a domicilio o industria descentralizada de tipo urbano, la conclusión más evidente es que el modelo de industria urbana, agotado en sus posibilidades y a la defensa corporativa y gremial frente al más dinámico sector rural, no era el que contenía mayores elementos de novedad ni el que conduciría a la moderna industrialización 39. Esta va creando sus bases con la aparición y difusión cada vez más amplia de for mas de industria rural descentralizada. La crisis general y las transformaciones de finales de la Edad Media crearon las condiciones del ascenso del artesanado rural. Este, favorecido por las dificultades del artesanado urbano y por el aumento de la circulación monetaria en el campo, parece en plena expansión desde finales del siglo XV. Sin embargo, la cronología de este fenómeno no es en absoluto uniforme e incluso difiere en cuanto a su naturaleza y características en las distintas áreas, pero sobre estos problemas volveremos en el tercer apartado de nuestro estudio.

En este final de la crisis, no sólo las estructuras sino también la condición social del mundo artesanal aparece bastante contrastada. El artesanado ha visto empeorar frecuentemente su situación objetiva y formal pero, superando el hundimiento demográfico que sigue a la peste, gana numérica y proporcionalmente tanto en la sociedad urbana como en la sociedad rural. El asalariado ha visto cerradas las oportunidades de ascenso social e incluso material pero la coyuntura, comenzando una fase expansiva cuyo arranque y motivaciones conocidas conviene volver a valorar, no le va a ser del todo desfavorable. Un intento de responder a estas cuestiones puede intentarse analizando las modificaciones que intervienen en la demanda de productos extraagrícolas durante los siglos XV-XVI y las transformaciones que tuvieron lugar en la estructura productiva de los diferentes países con el fin de favorecer una adecuación más eficiente del sector secundario a los cambios del mercado. Después de haber precisado estos problemas, trataremos de valorar la respuesta, el ‘modelo’ o los ‘modelos’ castellanos, a la crisis y explicar por qué las cosas evolucionaron de una cierta manera y no de otra. La ampliación de la demanda de productos de calidad inferior y los consecuentes cambios en la estructura productiva de la pañería tradicional han sido señalados como uno de los fenómenos más significativos que afectaron a la economía europea de finales del XIV y principios del XV. Mientras que en los siglos precedentes sólo se producían tejidos de alta calidad en centros especializados para ser vendidos en los mercadas distantes, a partir de una cierta época —más o menos a finales del XIV—, comienzan a aparecer y difundirse ampliamente artículos de precio inferior y de calidad ordinaria destinados a una clientela popular. El fenómeno nuevo, a partir de finales del ’300 y principios del ’400, consiste en el hecho de que los artículos de calidad inferior se van transformando en mercancías cada vez más difundidas en el mercado internacional y se encuentran presentes en zonas cada vez más alejadas de los centros en que habían sido producidos. Las dimensiones del mercado hacia el cual se dirigen las actividades industriales que

elaboran productos inferiores aparecen, en este momento, mucho más amplias de aquellas de épocas precedentes y, por tanto, resultan más enérgicos los estímulos que esta ampliación ejerce en el sentido de un aumento del nivel de productividad y de una mayor división del trabajo social, incluso a escalas regionales. Este cambio significativo en la estructura de la demanda, y con ella de las razones o naturaleza del intercambio desigual no equivalente, había sido explicado por el crecimiento demográfico de los siglos XV-XVI, los progresos en la división del trabajo a escala nacional e internacional, la mejora de las comunicaciones y ampliación de los mercados exteriores que favorecen la especialización regional y, particularmente, por los deslizamientos internos en la estructura de distribución de la renta entre los diversos grupos sociales. En sustancia, según este tipo de argumentación, “durante todo el siglo XIV y buena parte del XV, nos encontramos en presencia de una serie de estímulos económicos favorables al mantenimiento e incluso al desarrollo de una producción de mercancías a bajo precio y, más en particular, de tejidos de calidad media e inferior”42. Las mutaciones en la rentabilidad de los distintos factores de producción —es decir, la caída de la renta feudal y el aumento del nivel del salario real de las clases inferiores— se tradujeron en un declive del nivel de vida de los grupos propietarios y en una mejora, en términos absolutos y relativos, de las condiciones de las clases inferiores.

En primer lugar, la tesis se asienta preferentemente sobre el factor de la demanda en el intento de explicar los cambios que intervinieron durante el siglo XV en el panorama de las actividades industriales43 En segundo lugar, habría que preguntarse hasta qué punto la creciente amplitud del mercado para productos de calidad ordinaria venía favorecida también por la normalización de las comunicaciones y el empleo de medios de transporte más eficientes que produjeron una contracción de los costes y se tradujeron en una mayor proximidad de los mercados, junto a una mejora cualitativa de la cultura mercantil y de las técnicas contables que representan avances decisivos en la economía del saber de la época y factores de producción nuevos. En este caso, las dimensiones de la demanda y los cambios en su estructura podrían aparecer más bien como fenómenos inducidos que como variables independientes que contasen prioritariamente. En tercer y último lugar, habría que preguntarse también cuál fue la influencia de la modificación o decadencia de las relaciones de producción feudales y de la economía señorial en el proceso de expansión de los mercados, especialmente en dos aspectos: por una parte, los progresos de una homologación jurisdiccional de los territorios rurales que dependían económica y administrativamente de los núcleos urbanos; por otra, el grado de liberación y la posibilidad de movilizar el trabajo excedente de las explotaciones campesinas independientes por iniciativa propia, en unos casos, o por iniciativa señorial con el fin de incrementar la renta feudal, en otros. Llegados a este punto, debemos plantearnos cuáles fueron los cambios inducidos por la evolución del mercado en la estructura de las actividades del sector secundario. En otras palabras, cuáles fueron las respuestas que el sector textil en Castilla proporcionó a las transformaciones de la demanda. La valoración del tipo de respuestas que ofrece la economía castellana presenta tres aspectos integrados y sólo discernióles a nivel expositivo: primero, una creciente difusión de artículos a bajo precio, permitiendo, al mismo tiempo, la conquista de mercados exteriores y la existencia de un mercado interno fuertemente dependiente del exterior; segundo, el mantenimiento, al menos durante la segunda mitad del siglo XV y los primeros tres cuartos del XVI, de la capacidad expansiva de la industria urbana tradicional mediante una oferta creciente de productos de lujo y alta calidad y, principal innovación, de productos de seda; tercero, la afirmación de una industria textil rural con una articulación agro-urbana del obraje de los paños que favorece al capital comercial practicante del sistema de producción por encargo. Conviene recordar previamente que el objetivo del presente ensayo es destacar que el movimiento de las formas de organización preindustriales del sector textil en los siglos XV-XVI supuso la coexistencia de diversas

formas de producción diferenciadas por los niveles técnicos alcanzados, pero todavía más por las formas de explotación del trabajo y por su inserción en otros sistemas económicos y, en especial, por sus relaciones con las diversas estructuras agrarias diferenciadas. En concreto, ya en el siglo XV y durante toda la Edad Moderna, la aparición y afianzamiento de nuevas formas de organización, como la industria rural, coexiste con numerosas formas de indus tria urbana que, en numerosas casos, mantienen una posición dominante y obtienen mayores éxitos que la misma industria rural.

De esta manera, el gran comercio de paños ha sido presentado por numerosos historiadores como un potente instrumento de represión social y económica de los países destinatarios. La victoria de la aristocracia —“segunda servidumbre” polaca o “refeudalización” napolitana— provocaría la yugulación de las industrias locales, el fracaso de todas las tentativas de nuevas creaciones. El historiador moderno, con una mentalidad semimercantilis- ta y semiplanificadora, tiende a lamentar que los beneficios de la exportación lanera castellana fueran dilapidados en la importación de productos de lujo, en vez de ser utilizados sobre el lugar como inversión productiva de capitales en el sector secundario y origen de una posible industrialización. Pero, sin la contrapartida de las importaciones. La expansión de la demanda de productos de calidad ordinaria representa el cambio más significativo en la evolución del mercado extraagrícola durante la baja Edad Media y la Moderna. No se debe olvidar, sin embargo, que la producción de artículos de proveniencia urbana todavía contaba, en los siglos XV y XVI, con una demanda amplia y sin duda en aumento. También en este caso, los factores de producción continuaron proporcionando a la ciudad condiciones económicas favorables. Las razones del éxito en el mantenimiento de la actividad de la industria textil urbana, aparentemente menos eficaz que la rural, hay que buscarlas en similares circunstancias que potenciaron el desarrollo de la industria rural, más algunos factores específicos: el carácter irreversible a largo plazo del proceso de creciente urbanización, la disponibilidad de materia prima de calidad superior (lana merina), el flujo de trabajadores del campo hacia las ciudades proporcionando un incremento en la oferta de mano de obra para las industrias urbanas59 y una masa considerable de poten cíales consumidores. Pero también en este sector de la producción tienen lugar, en la época considerada, modificaciones profundas que imponen sustanciales cambios en la tradicional oferta de productos de lujo. Las dos principales modificaciones consistieron en una adaptación a la producción de baja calidad, sobre todo por iniciativa de algunos pequeños productores independientes, —una especie de reconversión industrial que diríamos en la actualidad—, y en la ampliación de la demanda de productos de seda que, en correspondencia con la modificación de la moda de las clases superiores de la sociedad, van compitiendo con los tradicionales paños selectos de lana.

Sin embargo, el mantenimiento de una considerable demanda para los artículos de lujo que va orientándose cada vez más hacia artículos de seda y cubriendo el espacio ocupado precedentemente por los costosos y pesados tejidos de lana, no deja de influir en el panorama de las ‘reconversiones industriales’ de la baja Edad Media. Para la consolidación del mercado pañero de calidad inferior es necesario reducir los costes salariales y los de las materias primas. Para consolidar el mercado de lujo, en cambio, es necesario producir artículos excelentes obtenidos con una mano de obra hábil y cualificada, aunque sea costosa, y con materia prima de superior calidad. La elasticidad de la demanda al movimiento del precio es amplia para los productos de lana y muy reducida para los de la seda. Por estos motivos, la industria sérica conservó durante la época bajomedieval y moderna los caracteres de la tradicional industria urbana orientada hacia el mercado de lujo. Destinos diversos e integraciones sociales dispares sobre las que es necesario preguntarse el porqué. El mantenimiento e incluso la expansión del mercado, la amplia disponibilidad de mano de obra y la estabilidad de los costes de los factores de producción favorecían el aumento de los márgenes de beneficio. La industria urbana, incluso en el marco de su estructura tradicional y con las modificaciones

ya señaladas, continuaba siendo una forma de organización eficiente en el conjunto de la economía preindustrial moderna, los incentivos al cambio radical eran menores y por ello mostró un inmovilismo mayor.

Se puede concluir, por tanto, que la difusión de una nueva industria rural constituyó la respuesta más eficiente a las nuevas orientaciones de la demanda y la forma de organización capaz de ofrecer artículos de calidad inferior a buen precio. Hay que recordar, a propósito del término ‘industria rural’ en la baja Edad Media y en la Moderna, que no aludimos con ello a la presencia en el campo de la producción de tejidos para el autoconsumo personal, familiar o de la comunidad aldeana. En estos casos se puede hablar, al máximo, de manufactura de tipo doméstico o manufactura de tipo artesanal, formas existentes con anterioridad y atestiguadas en la alta y plena Edad Media. Tampoco se alude a la existencia, en el territorio más próximo a la ciudad, de hilaturas ni a la presencia en el campo, cercanos a los cursos de agua, de molinos hidraúlicos en los que se realizaba la batanadura de los paños producidos en la ciudad. En estos casos, las actividades industriales en el campo representan un simple apéndice de una industria concentrada en la ciudad donde precisamente son realizadas todas las fases principales de la producción, desde la preparación de la materia prima hasta la textura y labores de apresto.

La difusión y general aceptación del término exige una delimitación conceptual más precisa. Hablando de industria rural entendemos la presencia en el campo de una actividad industrial coordinada por el mercader-empresario, con frecuencia, aunque no necesariamente, residente en la ciudad y orientada al mercado externo. Los estudiosos del tema están de acuerdo en atribuir al desarrollo de la industria rural dos precondiciones necesarias: en primer lugar, que las actividades vayan dirigidas al abastecimiento de un mercado amplio y lejano; en segundo lugar, la existencia de formas contractuales de trabajo a domicilio. Naturalmente, este último factor presupone la existencia de abundante mano de obra, una re lativa densidad demográfica que permita mayor disponibilidad y poder contractual de los tiempos de trabajo excedentario. Por tanto, la posibilidad de desarrollo de la manufactura textil rural no se va a repartir uniformemente sino que su difusión se basaba, y a la vez las acentuaba, en las diferencias funcionales entre explotaciones campesinas, en la distinta eficacia de las diversas estructuras de explotación y en la diferenciación territorial de la economía rural. De ahí que, solamente en determinadas áreas concretas, los factores de.producción ya señalados constituyeron la base para la expansión del sector rural de la industria textil pañera. En las tierras de la Castilla bajomedieval, la industria textil rural, aunque no tuvo una intensidad y concentración comparables a la de Inglaterra o Países Bajos en esos momentos, sí experimentó una amplia difusión y expansión acelerada logrando superar los límites del mercado local o regional. Pero conviene señalar que las diferencias que emergen entre las distintas zonas, e incluso en el seno de cada región económica, son muchas y es difícil delinear con claridad el movimiento general de la industria textil bajomedieval y moderna en el que la paralización de algunos centros viene compensado por la aparición de otros nuevos o por desarrollos compensatorios del área rural circundante respecto a la tradicional producción urbana. Los datos dispersos, y no completos, son bien elocuentes.

A diferencia del caso murciano, algunas tentativas de difundir la producción de tejidos de calidad inferior en el campo fueron impulsadas por los mismos centros urbanos, por el capital comercial y por los fabricantes-empresarios de la ciudad en complementariedad con la estructura productiva de tipo urbano. Partiendo de estos bloques de distribución y diferenciación geográfica sería necesario desarrollar un detenido análisis de los diferentes tipos de articulación entre negocio y producción prestando especial

atención al sistema de explotación de los productores y al modo de retribución del trabajo artesanal. Probablemente la forma más difundida y conocida pudo ser elputting-out system, sistema de industria a domicilio en el que el proceso productivo era organizado por el mercader-fabricante, que era propietario y distribuidor de las materias primas e incluso de los medios técnicos, y el trabajo, remunerado por operaciones individualizadas, se realizaba en el domicilio de los propios productores. Pero en algunas zonas, el capital comercial, poco consistente y en lucha contra las corporaciones gremiales urbanas o rurales, va a reducir el control de la producción exclusivamente al proceso de comercialización del producto acabado. Los artesanos rurales mantienen su independencia frente a los mercaderes e incluso aumentan sus actividades beneficiándose del escaso o tardío desarrollo de la pañería urbana o mediante promulgación de ordenanzas como en el caso de Los Pedroches. Esta forma de organización de la manufactura rural, o Kaufsystem, caracterizada por la remuneración por piezas y por la independencia laboral y técnica de los artesanos, era muy inestable y fluctuante. Numerosos factores concurren a la pérdida gradual de la independencia económica de los artesanos: en primer lugar, la necesidad de recurrir al capital mercantil para la comercialización de la producción en mercados lejanos, las crisis de liquidez del cam pesinado, y sobre todo, la facilidad de los comerciantes para crear situaciones de “explotación a través del comercio”, aprovechar las crisis recurrentes de tipo agrario, monetario o comercial y agudizar el endeudamiento de los pequeños productores. Esto explica la fragilidad de la industria rural , los avatares y conflictos de la época y la escasa consistencia posterior en un proceso de preindustrialización.

La clave de explicación reside en el sistema agrícola, en el contexto agrario. Ya ha sido señalado cómo la difusión de actividades textiles por el campo en la baja Edad Media y en la Moderna fue debida al aumento de la productividad agrícola que permitió la liberación de fuerza de trabajo para la industria rural y la expansión de la demanda interna. El fenómeno coincide con un período de creciente prosperidad de la agricultura. Para centrar con mayor precisión el tema debemos preguntarnos si la presencia de un determinado tipo de agricultura y de unas específicas relaciones de producción dominantes —precisando en cada zona si se trata de dominio de la pequeña propiedad, de un sistema agrario silvo-pastoril o de un sistema de producción cerealista extensiva o un sistema señorial clásico— favorecía aquel tipo de integración entre actividad agrícola y actividad industrial que representó una de las condiciones básicas para la reducción de los costes del sector textil. Es conocida la expansiva coyuntura secular de la agricultura castellana en la segunda mitad del siglo XV y las últimas décadas del XVI. Los rompimientos de tierra y la subsiguiente extensión de la tierra cultivada constituyen una buena prueba de ello. Interesa señalar que el fenómeno roturador se inicia ya en el siglo XV, aunque no podamos fechar con exactitud el arranque del proceso. La usurpación de baldíos es un hecho ampliamente docu mentado en esta época y aun en la centuria del XIV74 75, pero sus motivaciones y consecuen cias económicas han sido todavía poco estudiadas. La usurpación de baldíos y la ocupación de tierras realengas han de ser entendidas, por una parte, como una manifestación más de la intensa señorialización de los campos y, por otra, como la primacía en la época de los grandes intereses ganaderos frente a los intereses de los pequeños propietarios y los vecinos pobres del término, situación que se vio agravada cuando iba acompañada por el adehesa- miento de los términos usurpados. La ampliación del fenómeno roturador como sistema de extensión de cultivos, junto al asalto a los baldíos en beneficio de la agricultura bajo formas de dependencia señorial son una clara muestra de la ruptura del equilibrio agropecuario y del sistema social de las zonas afectadas. Y ello representó, no cabe duda, nuevas condiciones para la población campesina y los sistemas de utilización del trabajo familiar. De un lado, las dimensiones insuficientes de la explotación hacían necesaria la búsqueda de ingresos complementarios, necesarios también para asegurar la subsistencia y el pago de cánones agravados por la presión de la renta feudal y el aumento de la fiscalidad. De otro lado, la difusión de la explotación ganadera y del pastoreo absorbían

menor mano de obra que el cultivo extensivo cerealista proporcionando amplios márgenes de desocupación encubierta15. Debemos señalar que, si bien un alto nivel de productividad en el sector primario constituye la base indispensable para la afirmación de la industria rural, esta última tendió a concentrarse, en su mayor parte, en áreas pastoriles donde la oferta de trabajo era evidentemente abundante, donde el cultivo, por un motivo u otro, no ofrecía suficientes recompensas monetarias y no podía constituir una ocupación a tiempo pleno. La industria rural tendía, en suma, a difundirse en sistemas agrícolas-ganaderos en los que el nivel de la productividad resultaba suficientemente elevado y a afirmarse sobre todo en zonas donde existía una relativa subocupación, una desocupación encubierta. Donde, como en numerosas zonas de Inglaterra, existía una comunidad amplia de pequeños productores y donde una parte del tiempo de trabajo resultaba excedente respecto a las necesidades de la agricultura, las tendencias ya señaladas del mercado internacional de productos ordinarios podía estimular una más eficiente colocación del factor trabajo y un proceso de acumulación para el mercader-empresario. En resumen, convulsionada por una coyuntura depresiva, en un cuadro de transformaciones y de reconversiones múltiples, también la Castilla de los siglos XIV y XV aportó sus respuestas y ofreció sus salidas a la crisis bajomedieval. Con una industria rural de particular amplitud y en unas condiciones determinadas —relaciones de producción, niveles de productividad, distintos modelos de integración agro-urbana— participó también en los procesos de preindustrialización europea. Razones más profundas del éxito o de los “impulsos sin futuro” pertenecen ya a otra época y a otros temas distintos de los que aquí hemos tratado.

Astarita: Del feudalismo al capitalismo.

En la concepción clásica sobre la génesis de la subsuticíóti del trabajo por el capital (Veilagssyslem). que implica la primera fase de! modo capitalista de producción, la declinación de! feudalismo es considerada como el ineludible prerrequisilo de! nuevo régimen de producción.’ Cuando Marx, por ejemplo, estudia la primera etapa de la manufactura rural en Inglaterra, afirma que el sistema feudal había comenzado su disolución.- En continuidad con esta reflexión, Maurice Dobb postuló, en sus Sludies, que la premisa histórica del nuevo régimen de producción fue la crisis estructura! del feudalismo? El posterior modelo de proto-industria de Kriedte, Medick y Schlumbohm participa de este criterio, al concebir que las relaciones de producción correspondientes a este sistema surgieron no sólo donde el feudalismo se había debilitado o había iniciado su desintegración, sino también en áreas económicamente marginales. El esquema se ha perpetuado, en buena medida conectado con la diferenciación social del campesino.5 6 Todas estas elaboraciones comparten un mismo criterio de base, que consiste en pensar el proceso de transición a partir de lo que podría denominarse una lógica de segregación, en la medida en que la crisis del feudalismo, entendida como un período de no reproducción de las relaciones dominantes o debilidad de! señorío jurisdiccional, fue la condición histórica para el surgimiento de! primer capitalismo. Noobstante: este consenso, muchas investigaciones muestran ..queel nacimiento de las mañufíclüfaáraralés no estuvo en lodos lados condicionado por una previa declinación del señorío? Como se verá en el presente artículo, ésta es la situación del área central castellana entre mediados del siglo xiv y comienzos del xvi. Estas comprobaciones imponen un cambio con referencia a la noción clásica del prerrequisito, ya que presuponen estudiar el mecanismo por el cual,.en.el..prpceso de funcionamiento del feudalismo, se generaba el nuevo régimen económico. Ésta es la matriz teorética que establece Quy B.ois en su estudio sobre la Normandía oriental, desarrollado como una versión sofisticada del conocido modelo demográfico maltusiano. Aun cuando su análisis se contextualiza en la crisis del feudalismo, inaugura un cambio de interpretación estableciendo la génesis capitalista desde el interior de la dinámica feudal.

En el nivel celular del análisis se encuentra no sólo la posibilidad de co nocimiento, sino también la primera dificultad de la investigación. La industria rural a domicilio, originada de rutinarias actividades campesinas que no parecían dignas de ser registradas, está débilmente reflejad;* en los documentos de los siglos xiv y xv, y es por esto que muchas veces los medie- valistas ignoraron la cuestión.7 Pero esta dificultad es más aparente que real, ya que el nacimiento de la industria rural no se resuelve tanto con la descripción del hecho en sí como con la determinación de sus condicionamientos, es decir, con el estudio de los atributos estructurales regionalmente delimitados que, en su funcionamiento, crearon las condiciones de un sistema productivo cualitativamente distinto del tradicional. Este estudio se concentra en la Extremadura Histórica castellana, donde prevalecía la organización social de los concejos. En ese marco se constata desde la Baja Edad Media y principios de la Época Moderna la existencia de la industria rural a domicilió.

. Inaugurado por Postan a comienzos de los años cincuenta, el esquema se basa en una traslación de nociones de Malthus y de Ricardo a las economías agrarias preburguesas. Su lógica es sencilla e ingeniosa. Desde un punto de partida dado por el posicionamiento en las tierras más fértiles, se establece un crecimiento demográfico sostenido. Debido al carácter extensivo de la reproducción social campesina, ese progreso demográfico sólo pudo concretarse mediante la expansión de las economías domésticas. Esta tensión se resolvió por la abrupta caída demográfica: cuando la antinomia entre demografía y recursos se tornaba insostenible, la mortalidad se encargaba de resolver la contradicción con tina fase secular de contracción. Esta última fue a su vez un mecanismo autocorrecti vo. Con el declive de población, la retracción hacia las mejores tierras, y el incremento de la productividad, el sistema estaba en condiciones de recomenzar una nueva expansión.

En sus análisis reconocemos dos avances significativos con respecto a la explicación inaugural de Postan (que en general se repitió sin variantes). En primer término, proporciona una versión refinada de los impulsos iniciales del crecimiento. Estos se justificarían por particularidades del modo de producción feudal en su fase de madurez (sin prestaciones personales de servicio, es decir, con predominio de renta en dinero). En la medida en que el campesino controlaba la producción (el señor sólo ejercía una presión externa), lograba deteriorar la tasa de imposición del señor. En segundo término, Bois pretende superar la dificultad de la escuela maltusiana para explicar la transición. Para ello, incorpora a los mecanismos de autorregulación homeostática del ciclo efectos secundarios conducentes al cambio estructural. .). Este es el aspecto que ahora nos interesa. A pesar de los desacuerdos que aquí se indicarán, esa incorporación de efectos secundarios en el ciclo establece un cambio de perspectivas con referencia a tratamientos tradicionales. Bois sitúa su análisis en la tendencia secular de acumulación feudal, que exhibe dos rasgos originales: su discontinuidad, por una parte, y su despliegue contradictorio, por otra, en tanto el proceso reunió, desde la fase A de crecimiento, un nuevo fenómeno dado por la generación de trabajo asalariado. El exceso de población se plasmaba en un fraccionamiento creciente de las posesiones campesinas, y el productor comenzaba a buscar recursos alternativos de vida vendiendo su fuerza de trabajo por salario. Con la caída demográfica, las posibilidades capitalistas se diluían. Es por ello que, según Bois, sólo a través de nuevas oleadas acumulativas, cuyos efectos se desplegaron cada vez más lejos, se produjo un vuelco de situación pasando a primer plano el trabajo asalariado como motor de la dinámica social, hecho que señalaba el inicio de la producción de valores de cambio.

Notemos que Bois traía de establecer una relación orgánica, profunda, es decir, situada en los fundamentos estructurales, entre dinámica feudal y génesis de trabajo asalariado. Por lo que conozco, esta concepción ha sido altamente original y creativa, aunque no escapa a una crítica inevitable si se la somete al veredicto del cuadro histórico real. La objeción más seria se refiere a la consecuencia estructural del colapso demográfico. Fue en ese período cuando aparece un fenómeno crucial para el nacimiento de la manufactura rural: la extrema fragmentación de la posesión campesina. Esta fragilidad campesina fue coincidente con otro fenómeno, también revelador de inconvenientes para la instalación campesina, como fue el aumento de los vagabundos. La génesis de la industria rural a domicilio fue, en buena medida, un resultado de este proceso, y en cierto modo, el tamaño de la tierra campesina pasaba a ser un aspecto clave, en tanto condicionaba las pautas de reproducción, el vínculo del campesino con e! mercado, y, por último, el tipo y la forma del trabajo. La génesis de la industria rural a domicilio fue, en buena medida, un resultado de este proceso, y en cierto modo, el tamaño de la tierra campesina pasaba a ser un aspecto clave, en tanto condicionaba las pautas de reproducción, el vínculo del campesino con e! mercado, y, por último, el tipo y la forma del trabajo. Estas dos resoluciones son pertinentes si decidimos permanecer en el campo analítico de la dinámica sistémica. La aclaración se refiere a que es posible proceder a una alteración absoluta del objeto, reorientando la explicación hacia otras determinaciones. Este procedimiento ya fue ensayado por el recurso al llamado factor mercado en las interpretaciones que, como las de Sweezy y más tarde las de Wallerstein, estaban inspiradas por los antiguos estudios de Pirenne. La tesis subyacente, tácita o explícita, del modelo de mercado, era la imposibilidad de concebir la autotransformación del sistema feudal. . Otra variante estuvo representada por los influyentes ensayos de Robert Brenner, opuesto tanto al modelo de mercado como al demográfico. Pero Brenner, nuevamente, desplaza el eje problemático. Su preocupación no es el sistema, sino la denuncia de las insuficiencias maltusianas para dar cuenta de la formación del capitalismo, y presenta una alternativa basada en las distintas correlaciones de fuerzas de clase como clave de las transformaciones. El desafío planteado por los maltusianos, y aun más, las evidencias empíricas sobre una relación entre ciclo secular y transición, quedan anuladas. Es necesario, pues, volver a la situación histórica en su complejidad. La lucha rutinaria de los campesinos durante los siglos xiv y xv por ampliar sus labranzas, incluso sobre reservas señoriales, revela que el déficit de espacio se había convertido en una cuestión crítica, circunstancia que se daba independientemente de las oscilaciones demográficas, como atestigua la falta de heredades aun en períodos de alta mortalidad y en un área que nunca se caracterizó por exceso poblacional.'- Lejos de una causalidad maltusiana, esta situación se originaba en la actividad de señores y caballeros urbanos que en el período intensificaron la apropiación de comunales para destinarlos a la ganadería como respuesta a los estímulos del mercado de lana. Tampoco encontramos en este marco una productividad decreciente por avance sobre suelos marginales como consecuencia del ascenso demográfico, como establece la teoría ricardiana: la obtención de un excedente comercial implicaba el abandono de tierras antiguas y la adquisición de otras para la explotación pecuaria, estrategia que incrementaba conjuntamente la productividad y el despoblamiento.15 Observemos también de manera colateral, que la especialización por demanda de mercado es un aspecto que sólo puede descifrarse en relación con las determinaciones heredadas. En estas condiciones, la reproducción campesina se encontraba comprometida tanto en el ámbito cotidiano (reproducción simple) como inlergcneracional (reproducción extensiva) al impedir el desdoblamiento espacial de nuevas unidades productivas,16 De manera inevitable, surgía una creciente pulverización de las tenencias, y el campesino, que por fraccionamiento de sus tierras no reunía una cuantía mínima de bienes, quedaba separado de la tributación, y por lo tanto fuera de las relaciones básicas del sistema, pasan do a constituir una especial categoría de marginado.17 * Privado parcialmente de la subsistencia en la economía doméstica, este campesino se inclinaba al trabajo asalariado en propiedades de caballeros urbanos o de campesinos ricos.,s Un punto analítico clave para las posibilidades de evolución posterior de una nueva forma de producción social, estriba en que el campesino era desposeído de sus medios de subsistencia pero no de sus medios de producción.

Con estas conclusiones preliminares, este análisis se aleja tanto del modelo ricardiano-maltusiano como de sus críticos radicales, que anulan el problema relacional entre demografía, espacio y producción. En el curso del presente estudio, por el contrario, esa relación es el primer aspecto que se ha de resolver, en la medida en que el feudalismo se presenta como un modo de producción estructurado sobre, el espacio, y de su forma específica de reproducción extensiva, surgen sus aspectos disfuncionales. Pero, a diferencia del modelo ricardano, no se entiende aquí esa relación como un flactuante equilibrio y desequilibrio ecosistémico, sino como una cualidad derivada de las formas históricas concretas de propiedad. También este modelo se aleja de la explicación endógena que en su momento había proporcionado Dobb sobre la declinación de] feudalismo. Afirmaba que la sobreexplotación del señor habría agotado al campesino, o, según su gráfica expresión, habría matado a la gallina que ponía los huevos de oro para el castillo, argumento recogido parcialmente por Brenner cuando explicaba incidentalmente la caída demográfica por crisis de productividad, debida a las relaciones de extracción de excedentes. El problema con esta tesis como eje exclusivo de la dinámica estructural es que cuesta comprender cómo la misma relación social, que en un período anterior impulsó procesos de acumulación por movilización de trabajo campesino, era la responsable del hundimiento catastrófico del sistemaEfectivamente, además de la incidencia de las relaciones de propiedad sobre los mecanismos de reproducción de la unidad doméstica, los testimonios revelan cuestiones vinculadas que incidían para que el campesino se empobreciera y cayera en estado de marginación social. En principio, la renta como causa de pauperización es una evidencia, aunque no debe entenderse con abstracción de las relaciones de propiedad, sino como un agravante de la situación de los campesinos faltos de tierras. El señor requería un nivel regular de pagos y ello provocaba que determinados miembros de la comunidad no podían hacer frente a esas exigencias y perdían tierras.23 En conexión con la renta, las prácticas jurídicas y coercitivas también tenían su responsabilidad en este proceso. Usualmente, el agente señorial prendaba los bienes del campesino cuando la renta no se satisfacía, y la confiscación presentaba así una naturaleza dual como mecanismo de reproducción con efectos disfuncionales, aspecto sobre el cual el señor exhibía una lúcida conciencia cuando ordenaba no contar el arado para preservar la fuerza de trabajo.34 Como es esperable, las crisis de subsistencia o las guerras agravarían seriamente estos efectos de orden estructural.23 Cada una de estas coyunturas no debería comprenderse, sin embargo, con independencia de la dinámica estructural, sino como uno de sus momentos particulares, y es por ello que el cambio que aquí se describe no debe atribuirse a una simple fluctuación temporal. En un punto de intersección entre los componentes estructurales y la coyuntura se sitúan las alteraciones en la composición familiar. El sistema tributario incidía negativamnenle sobre Ja reproducción social en una de las fases más difíciles de la unidad doméstica. . En términos generales, toda la problemática del marginal asalariado está imbuida de una dinámica que no permite concebirla como forma estática: por ejemplo, la lucha por la tierra puede cambiar situaciones particulares; o bien, la muerte precoz de un tenenle supone inesperados trueques de situación para los herederos. . De una ti otra manera, en el feudalismo se generaba una franja social con pocos medios de producción que entraba en relación de trabajo con los señores, ya fuera en la forma de prestación personal o como asalariado.11 * En lo que acabamos de ver se revelan cuadros sociales diferenciados entre distintas áreas. Esto se inscribe en una cuestión general, ya que en realidad, lo que ahora tratamos como una tendencia inherente al feudalismo (generación de trabajo asalariado) no era un resultado unívoco de la evolución; se daban en realidad distintas formas sociales de acuerdo con las variantes regionales. Así por ejemplo, en antiguos señoríos del norte hispano la exención tributaria por pobreza no era la regla (inhibiendo, aunque fuera parcialmente, el surgimiento de asalariados), y estas formas diferenciadas deben ser adjudicadas a desiguales condiciones comunitarias tanto en lo que se refiere a la polarización campesina como a la circulación monetaria y a la división social del trabajo.13 Una consideración similar es pertinente en el problema de la herencia. En otros lugares, la división de las herencias llevaba a la muy pequeña

propiedad,34 aunque el reordenamiento por canje o por compra-venta entre herederos no era en principio desechable para reconstruir la unidad productiva. Estas diferencias pueden explicarse por las características originarias de las comunidades, y hasta cierto punto, la fragmentación de tierras de la Extremadura Histórica era un resultado de la sucesión igualitaria y de Id existencia de familias nucleares desde los tiempos primitivos de la comunidad. . En otro aspecto, sin embargo, los sistemas de herencia debieron producir diferentes modos de marginalidad, desde el momento en que el régimen de transmisión con preservación del indiviso inclinaría la balanza hacia una tipología centrífuga (o expulsora de la comunidad), mientras que el caso opuesto daría una tendencia centrípeta por la cual el marginal era retenido en la aldea. El marginal se presenta, efectivamente, en dos versiones que se distinguen por la posesión o no de vivienda con su fracción de tierra.36 Por una parte, el feudalismo segregaba una masa errante, desligada de todo lazo comunal, cuya existencia es cada vez más notoria en los testimonios españoles bajo medievales y modernos?7 Sin medios de subsistencia, los vagabundos lograban una miserable libertad de movimiento alternando el trabajo ocasional con el delito. Resultado de evoluciones estructurales, este marginal tenía consecuencias sociales antes que económicas en sentido riguroso, y es por eso que, a pesar de su espectacula- ridad, tiene ahora para nosotros una importancia secundaria. Pero, por otra parte, la riqueza de determinaciones que proporciona la realidad histórica bajo medieval daba un principio de resolución para el aprovechamiento productivo del marginal. Como muestran los testimonios, el trabajo temporal por salario en diferentes actividades rurales se nutría de aquellos que, habiendo sido excluidos del sistema tributario por pauperización, conservaban su lugar en el interior de las aldeas con residencia, huerta y núcleo familiar. La ambivalencia del asalariado, participando y saliendo de la producción. ganándose la vida de acuerdo con los requerimientos del sistema, pero también contradiciéndolos cuando incurría en el delito, establecía aspectos de continuidad con prácticas consuetudinarias. El marginado vendía su fuerza de trabajo en el mercado local como el campesino comerciaba con los pequeños excedentes de su producción. De la misma manera, los períodos en que regía el contrato laboral, opuestos al cielo de inactividad, eran una maní (estación exacerbada del carácter no continuo de toda ocupación campesina. En un aspecto sustancial, sin embargo, el marginado imponía una diferencia básica con e¡ campesino arquetípico en cuanto perdía su capacidad de reproducción autónoma, y su existencia era una función de otras clases sociales, no sólo por su necesidad de los comunales, sino también por quedar fuertemente subordinado a los segmentos superiores de la comunidad adquiriendo una modalidad informal de dependencia económica. En esta disminución de la autonomía económica es posible que encontremos una causa de la peligrosa exposición de este sector a las crisis de subsistencia. En este proceso subyace un fenómeno clave para la explicación de la génesis del nuevo sistema, que se desplegó en paralelo con la pauperización de una parte de la comunidad. Se trata de la creciente polarización social, que se expresó hacia finales de la Edad Media en un consolidado segmento de labradores ricos.4* Es posible que una precondición de esto se encuentre contenida en la propiedad privada individual de la primitiva comunidad de la Extremadura Histórica, forma que posibilitaba acumulaciones diferenciadas.49 * De esa antigua forma comunitaria deriva también el alto grado de uniformidad jurídica aldeana, que exponía al campesino a una elevada desigualdad económica, situación contrapuesta a las regiones en las que la rígida fijación legal debía reducir la movilidad social. También en épocas de aumento de los precios agrarios por crisis de las cosechas (que estuvieron presentes en los siglos XIV y xv), las posesiones grandes se habrían beneficiado de manera no proporcional con relación a las pequeñas que se quedaban sin excedente para el mercado.” La posesión individual y el origen de! señorío, signado por una primitiva comunidad independiente que establecía con el poder superior relaciones de reciprocidad, se vincularon causalmente con la libertad que tenía el campesino rico para el emprendimiento de distintas iniciativas, como contratar asalariados, comprar tierras de campesinos pobres, ejercer la usura o acaparar tareas burocráticas. Contribuía a consolidar esta relativa libertad de movimiento la legitimación de su autoridad en la aldea por parte del

señor, que se apoyaba en este estamento para efectivizar el cobro de las rentas.34 Pero más allá de los rasgos específicos de la región analizada, en esta actividad del campesino rico subyace el principio estructural general del feudalismo de la debilidad de la cohesión social, o sea, la autonomía relativamente alta de sus distintas esferas socioeconómicas y sociopolíticas, en las que se incluye la comunidad campesina que autodirige sus condiciones de existencia. Se configuraba así un sujeto social que combinaba actividades ganaderas, agrarias, mercantiles y burocráticas. La economía del campesino rico ostenta en este comportamiento una ignorancia sobre el ideal de ganancia monetaria como objeto de su actividad para buscar beneficios socioculturales significativos. Pero por otro lado, y en la medida en que este campesino comercializaba una proporción creciente de excedente, el intercambio alteraba las bases consuetudinarias de su economía doméstica que progesivamente pasaba a depender de la circulación, y la producción para vender se establecía paulatinamente como objetivo. Con los fundamentos de la «economía campesina» (en sentido chayanoviano), comenzaba entonces a convivir un esquema de cálculo encaminado a incrementar el capital dinero, que implicó un principio de variación de la tradicional lógica comunitaria, con lo cual, y a diferencia de la economía doméstica arquetípica donde el comercio sólo surge como un subproducto del auloconsumo, se abre paso aquí de manera paulatina una producción destinada a la obtención de valores de cambio, y se establecen los fundamentos de la acumulación monetaria.57 De esta dualidad de lógicas derivan las dudas de los historiadores para encuadrar estas empresas como formas tradicionales o como innovaciones capitalistas.5* En este campesino rico, la producción mercantil simple, definida por producción para el mercado con un objetivo de consumo, no era más que una forma inestable hacia la producción con objeto de lucro, y se contraponía en este rasgo con el régimen mercantil simple del caballero villano que era, en virtud de los condicionamientos institucionales, una forma inmutable. Entre otras cosas, el beneficio que obtenía el campesino rico no debía ser destinado de manera obligatoria a los expendios del estatus, y quedaba disponible para ampliar la reinversión productiva. Esta actividad estaba a su vez sobredeterminada por el rol político que el señor le asignaba al segmento superior de la aldea. 5' Con este procedimiento, el señor se asegura' ba en la aldea la fidelidad de un segmento social que actuaba tanto en el mecanismo de recaudación como en la domesticación del conflicto, por lo cual, el privilegio que obtenía de pagar proporcionalmente menos rentas era un requisito del sistema de dominación.'"’ Es por esto que esta distribución diferencial tío debe confundirse con una supuesta disminución de la renta; por el contrario, es posible que, con el perfeccionamiento del procedimiento fiscal y las necesidades militares, aumentara su volumen en términos globales.6’ Es así como el dominio señorial sobre la comunidad, lejos de debilitarse, se fortalecía por la intermediación del seguiente superior comunitario, y en la medida en que el señor acentuaba su exacción, se profundizaba la diferenciación social, configurándose un proceso en el cual el protagonismo de las fuerzas comunales endógenas no debería confundirse con un supuesto carácter autónomo del movimiento social.63 De este mecanismo surgía también una especial forma de vinculación entre los miembros superiores de la aldea y el conjunto de los moradores signada por una subordinación política legitimada por el señor. Se comprende la estratégica importancia de este factor para el nacimiento del nuevo régimen de producción si se tiene en cuenta que de este campesino rico surgiría el empresario del paño. . Es decir, se dieron entonces las condiciones para la metamorfosis del dinero en capital y para el nacimiento de una manufactura de paños de baja calidad destinados al consumo popular, con variantes que incluían desde un control meramente externo del mercader sobre productores independientes, hasta el característico Verlagssysiem.64 Como condición coadyuvante debe anotarse la debilidad de la industria urbana tradicional y la ausencia de reglamentaciones gremiales. . Sus vínculos con la aldea eran extensos y múltiples, no limitados a la esfera estricta de su empresa, y su accionar económico se impregnaba de connotaciones culturales y políticas. La convivencia con los moradores pobres, las relaciones de clientela, el control del mercado labora! y la dirección política de la aldea, permitían al «señor del paño» resolver el decisivo problema de la subordinación y la vigilancia del trabajo, cualidades que están lejos de indicar

una disolución de la ancestral interacción comunal legitímente sancionada (asambleas de concejos rurales, elección de autoridades, etc.),66 Es por esto que debe recalcarse la importancia que adquirió ¡a sólida formación del sector marginal asalariado con residencia en la aldea para que se concretara la subordinación capitalista del trabajo. Mientras que las esperanzas del empresario para encauzar al vagabundo bajo una relación económica regular chocaban con su desordenada indolencia, se le ofrecía en compensación, en las aldeas, una opción más favorable, la del asalariado con residencia, que por una parte, ya asimilado como fuerza de trabajo complementaria en la producción agraria, proporcionaba la mano de obra apropiada para la producción textil, y por otra parte, en lanío individuo libre de la dependencia económica señorial, acentuaba su supeditación al segmento superior aldeano. Es por ello de importancia decisiva para el nacimiento de la industria rural el hecho de que la el i te comunitaria dispusiese de autonomía para actuar en la subordinación de la fuerza de trabajo. A pesar de todas estas condiciones favorables para que el empresario ejerciera un estrecho control coercitivo sobre la mano de obra, la disciplina laboral estuvo lejos de resolverse en forma totalmente satisfactoria: el trabajador pobre, que había hecho del hurto un complemento de vida, difícilmente permutaba radicalmente su conducta en el nuevo marco productivo.72 En el período nos limitamos a observar los inicios de un escobo que se interpo nía a la creación de valores de cambio, y que iba a desplegarse como problema económico y social a lo largo de la llamada acumulación originaria de capital. Este análisis remite entonces a una dinámica estructural que se traduce en una compatibilidad originaria entre sistemas de producción diferentes. Esta concurrencia de lógicas diferenciadas se revela por una parte en el interior mismo de la aldea, donde el objetivo de obtención de valores de cambio, que rige ai empresario pañero, coexiste con las formas tradicionales campesinas orientadas hacia la obtención de valores de consumo. Por otra parte, el mismo criterio de articulación entre sistemas diferenciados permite comprender, desde tina doble perspectiva práctica y teórica, la existencia de un sector limitado de producción capitalista en el seno de una totalidad dominada por el régimen feudal de producción. Desde el momento en que el semiproletario del Veríagssystem se originaba en el campesino que por falta de recursos había caído por debajo del mínimo para tributar, su trabajo para el mercader empresario no afectaba a la renta del señor, que aceptaba la nueva forma de producción no cualificada de las aldeas, e incluso la alentaba, ya que recuperaba con el impuesto a la circulación del paño lo que había perdido por exacción directa.7’ Esta circunstancia, que aumenta el volumen de la renta, permite comprender que lugares como Segovia y Cuenca fueran simultáneamente ámbitos de industria rural a domicilio y de tributos señoriales sin encuadrarse en zonas marginales 75 En más de un aspecto, aquí se manifiesta la continuidad de antiguas prácticas de los señores que protegían actividades económicas secundarias y terciarias en busca de mayores rentas.76 En otros aspectos, la industria rural a domicilio se veía favorecida por prácticas consuetudinarias que se combinaban con nuevas formas sociales. Cuando esta manufactura incorporaba de manera creciente la mano de obra femenina para la producción del hilado, es posible que se basara en una tradición general de mujeres campesinas que trabajaban para pequeños mercados locales.” Por su parle, los jóvenes segregados de la unidad doméstica campesina, pero no desplazados a la condición de vagabundos, podían encontrar en estos primeros talleres alternativas de existencia.7S También las aristocracias urbanas aportaron su contribución al nuevo régimen económico mediante un flujo de créditos hacia los empresarios fabricantes,79 con lo cual adquiere una cierta relevancia para la comprensión de los mecanismos específicos que en la región posibilitaron el nacimiento del nuevo sistema, la existencia de un régimen de producción mercantil simple en manos de los caballeros villanos. Otras condiciones eran concurrentes para que se consumara este desarrollo, como el ganado lanar en la aldea o cursos de agua adecuadamente preparados. En el caso que aquí se estudió, la industria rural a domicilifljiasg-oriftina ejija declinación del feudalismo, sino en un contexto de adaptación eco nómica de los señores a las condiciones lardomedievales. El problema consistió en analizar cóiTftrla-reproducción de la relación feudal dominante originaba las

condiciones de génesis del nuevo sistema. Con la producción de excedentes primariosXe.speciaJnie.lite..lana) destinados a tnercados externos, surgía una situación dual,_de..poÍaiizacióü-SociaLen-las-aldeas4L.de.preservación del régimen señorial ,w La creciente privatización del espacio, llevada a cabo por la nobleza y los caballeros urbanos para obtener un excedente primario que se realizaba en el mercado, afectó a los mecanismos de reproducción de la economía doméstica. El empobrecimiento campesino se presenta así como parte del coste social inherente a un reordenamiento productivo, que elevaba el porcentaje de tierras destinadas a generar bienes comerciales frente a los espacios destinados a la subsistencia. A cslos.esuniaban efectos propios del régimenjfeudjahjue.coadyugaron al proctóqde polarización social en las aldeas, como el nivel fijo de la renta señorial contrapuesto a las fluctuaciones de la economía doméstica o el constreñimiento jurisdiccional conducente a una proletarización por medios políticos. En estas condiciones, la reproducción deLleudaUsiiLO„g£j].gró..efectos secundarios disf'uncioiiales .(.no t¡naj;risis_estru£turaL)-de-xténesis_QgpiLaLüila^evidenciándose así una única ra- cionalidad que, afirmando al..se.ño.río,.establece un.principio de su negación. El problema teórico que subyace en este análisis consiste en comprender que los aspectos contradictorios del funcionamiento del modo feudal de producción se originan en la oposición entre la señorialización tendencialmente crecientejle£espacio y los mecanismos de reproducción campesina, con lo cual toda la cuestión estriba en observar la pareja de estabilidad-modificaciones de las relaciones de propiedad sobre la tierra con independencia del esquema maltusiano, en la medida en que la parcelación de la tenencia no se dio en un contexto de sobrepoblación. Este resultado de la dinámica feudal tuvo como presupuesto condiciones especiíkasqiuesedlerOTerTclelermíñadosám5Itos~regionales,en particular, en aquéllos donde la,^élites aldeanas gozaron de una relativa libertad deacumulación y donde el campesino pobre quedaba exento de tributación! Esa libertad no representó, por otra parte, un síntoma de debilidad del señorío sino una de las condiciones de su existencia, desde el momento en que el segmento superior de las comunidades era un factor decisivo para garantizar el control microsocial y con ello la regularidad de la renta. Las nuevas relaciones de producción fueron en parte una consecuencia de efectos no intencionales de las relaciones de coacción y de propiedad del feudalismo, es decir, de una evolución estructural independiente de la fase particular del ciclo demográfico, y en parte una consecuencia de la voluntaria orientación hacia la producción de valores de cambio que adoptó el segmento superior de la aldea como respuesta a las nuevas condiciones estructurales/1 Esta articulación entre el sistema feudal y el nuevo régimen económico no debe entenderse, sin embargo, de manera abstracta y formalista. Esto significa que la compatibilidad inicial entre feudalismo e industria rurallgom- patibilidad que presenta la renta como la razón global del feudalismo) se transforma, ciicl acaecer histórico, eiTunSToposfcióñentréTos ofyetivos de acumulación del empresario y el marco sociopolítico’dómiñáñté. Él régimen tribdtariórerrvtrtud del cual los señoresiaceptarfyestnnuJa'n en un principio la industria rural, se manifiesta, en el mismo proceso, como un condicio- \ namiento negativo para la nueva manufactura.83 De la misma manera fueron , factores contrarios al desarrollo del nuevo sistema, la exportación de lanas o la importación de manufacturas externas. Contra este conjunto de condiciones se pronunciaron ios empresarios del paño, desde comienzos del siglo XV hasta culminar en la revolución de las comunidades castellanas de 1520- I52L81 La derrota de las comunidades decidió la posterior historia económica de Castilla. Con abstracción de otros factores, como la incidencia de los mercados externos, los tributos que gravaban la circulación mercantil (un símbolo elocuente del entorno feudal) fueron un factor de bloqueo de la industria rural a domicilio castellana, y esto se reflejó en la manufactura de paños de Segovia y de Cuenca que, si bien alcanzó un pico de crecimiento hacia la primera mitad del siglo xvt, sufrió desde entonces, y hasta principios del XIX, estancamiento e incluso retroceso.84 La precisión interesa por los problemas interpretativos. El.estudió de la primera transición del feudalismo al capitalismoíha discurrido por dos carriles irreconciliables, que podemos denominar como la dinámica estructural o la lucha.desfases. El primero

está representado por Guy Boiá, y es el que deparó nuestra atención en este estudio, y el segundo por RobertiBrennor. La observación del proceso histórico real en el campo de estudio aqüfdéíimilado permite articular las dos perspectivas. Enunciado el problema como secuencia, obtenemos un cuadro de proposiciones interconectadas que, si por un lado tienen el inconveniente de reiterar ciertos conceptos, por otro lado permiten obtener una visión sintética de conjunto. La explicación del conflicto de clases no es por sí misma evidente. La razón es sobriamente empírica: la lucha de los campesinos medievales tuvo una fase secular deprimida, desde los siglos vm o tx hasta mediados del siglo xiv. La lucha de clases se nos presenta así atada al movimnienlo del feudalismo. Los análisis historiográticos, en especial los de Rodney Hilton, han establecido una circunstancia que mostró también el escenario castellano: los programas de transformación revolucionaria del feudalismo no surgieron del campesino pobre o medio, sino del campesino rico, que era también un acumulador capitalista. El problema consiste entonces en examinar el origen del sujeto transicional, o sea, de una estructura de clases que no puede explicarse, como sostiene Brenner, en sus propios términos.8’ Necesaria mente la atención debe dirigirse hacia el movimiento de la estructura. Liberados de esa prisión conceptúa! por la riqueza dei objeto real en su lacticsdad, constatamos que es la dinámica feudal la que crea el nuevo sistema por una causalidad que hunde sus raíces en relaciones de propiedad y de apropiación del excedente. Ese mismo núcleo problemático permite comprender la crisis de autosubsistencia campesina, que, sumada a factores exógertos como la peste, dio una mortalidad catastrófica. La explicación remite a los fundamentos del modo de producción. El nuevo régimen económico surgía entonces en compatibilidad genético-estructural con el régimen dominante. Con el sujetodejatransición, las condiciones déla lucha_.declases se resuelven en condiciones cualitativamente distintas, en lucha política. Ahora todo se dirime no sólo por la correlación de las fuerzas de clases, sino también por circunstancias accidentales. La historia es el campo de la más estricta necesidad y de la más aleatoria contingencia. Es la negación del indeterminismo irracional y de la determinación ideológica. No es ésta una premisa teórica, sitio una fórmula que conceptúa las divergentes trayectorias históricas. En Inglaterra, los acumuladores capitalistas que se rebelaron en 1381 terminaron por obtener sus reivindicaciones en la centuria siguiente. Inglaterra lograba así una posición excepcional en la marcha al capitalismo, y ello se habría debido al resultado del conflicto, sin incidencia de una crisis de la clase dominante.Sf' Un círculo de explicaciones políticas, que en cierto momento se imaginaron, deberían abandonarse: los señores ingleses no sufrieron pérdidas con la prolongada guerra con Francia ni se empobrecieron con la guerra entre los York y los Lancaster (Thomson, 1995, pp. 70-71). En Castilla, por el contrario, la derrota de los empresarios del paño llevó a un prolongado bloqueo del desarrollo capitalista. Una vez más, comprobamos que la riqueza de las situaciones reales disuelve la rigidez del esquema

Dyer: Inglaterra fue la primera nación industrial y hay en los historiadores una larga tradición de indagar en el período anterior a la Revolución Industrial en busca de las raíces de la economía capitalista. El movimiento de los cercamientos de tierras (endosures) de los siglos XV y XVI, en el que los propietarios de tierras expulsaron a muchos campesinos para ganar terrenos de pastos para las ovejas, siempre ha sido visto como un episodio importante en el nacimiento del capitalismo agrario. Pero este desarrollo parece acomodarse mal con el contexto de una sociedad bastante atrasada, porque la gentry, la baja nobleza inglesa, dedicada a la cría de ovejas, estaba lejos de las grandes ciudades, de los comerciantes sofisticados y de los descubrimientos aventureros de ultramar que se centraban en Italia, el sur de Alemania y la

Península Ibérica. En este artículo examinaré la idea de que los comienzos de la transición de la sociedad feudal a la sociedad capitalista pueden situarse en Inglaterra en el siglo XV. Mostraré que la visión tradicional necesita modificarse, en particular por lo que se refiere al movimiento de las enclosures; pero defenderé, contra las críticas recientes, que el siglo XV debe ser visto como un importante período de transición. Mi artículo refleja cambios recientes en la historiografía medievalista inglesa, que procura establecer una nueva cronología de los cam bios en la estructura social y económica, poniendo más énfasis en los cambios a largo plazo. El término feudal todavía me sigue pareciendo útil para describir la sociedad de la Baja Edad Media. Por supuesto que el feudalismo basado en la obligación de la prestación de servicios a cambio de la tenencia de la tierra había terminado. Hacia 1300 la aristocracia había dejado de realizar prestaciones militares sobre la base tradicional, en vez de ello establecían contratos para luchar por su rey a cambio de dinero; hacia 1400 los campesinos ya no hacían prestaciones de trabajo personal en las reservas de los manors, sino que pagaban rentas en dinero. Pero permanecían muchas de las características esenciales de una sociedad feudal. Los señores, tanto los nobles laicos como los eclesiásticos, ocupaban los primeros rangos de la sociedad y ejercían poder político, tanto mediante su control de la maquinaria del estado como mediante el poder privado de ejercer la justicia y su influencia política. El feuda lismo bastardo, mediante el cual los señores reclutaban a sus clientelas y les recompensaban con pagos en dinero y promesas de favores, lejos de indicar un declive del feudalismo muestra su fuerza y su capacidad de adaptación1. Por medio del dinero y el patronazgo, los grandes señores mantuvieron e incluso aumentaron su control sobre sus aldeas. La aristocracia seguía proporcionando los modelos sociales y el liderazgo cultural al resto de la sociedad. Los comerciantes de Londres estaban fascinados por las armaduras, los romances caballerescos y los torneos y estaban encantados de ser armados caballeros o de emparentar mediante matrimonios con familias de la gentry. Esta hegemonía cultural de la aristocracia de grandes propietarios incluso se extendía hacia los campesinos que construían réplicas en pequeño de las casas de los señores, con salones (halls), habitaciones donde durante las comidas podían imitar a menor escala los rituales de las comidas de los señores. La cultura caballeresca, lejos de declinar, se desarrolló durante el siglo XVI2. El feudalismo en la base de la sociedad no se destruyó por la mayor circulación monetaria, porque el manor, la organización administrativa local para la extracción de rentas y el ejercicio de la jurisdicción, todavía persistía. Algunas rentas, especialmente las que se pagaban por los arrendamientos de tierras, se fijaban por las fuerzas del mercado, aunque la costumbre y el patronazgo algunas veces influían en el nivel de las rentas o en las condiciones de las tenencias. Para concluir este apartado, si por una sociedad feudal entendemos una sociedad basada en la tierra, en la que una élite aristocrática ejercía una dominación social y política, en la que el poder del estado estaba fragmentado y en la que un campesinado dependiente tenía que entregar su excedente de la producción en forma de rentas obtenidas por medios de coerción extraeconómicos, entonces Inglaterra en el siglo XV era todavía una sociedad feudal. El capitalismo no puede definirse de una manera satisfactoria para todo el mundo. Algunos historiadores y científicos sociales ponen el énfasis en la dimensión cultural; era, dicen, una forma de pensar. Pero para un historiador de la economía y de la sociedad esto resulta demasiado impreciso e insuficientemente conectado con el mundo de la producción y el trabajo. Las dimensiones que, en mi opinión, son necesarias para reconocer una economía capitalista incluyen, primero, relaciones de intercambio desarrolladas, en las que el mercado tiene una influencia dominante en la sociedad; segundo, un grupo prominente de empresarios (entrepreneurs) en busca de beneficios económicos a través de su organización de las manufacturas y el comercio; tercero, inversión a una escala considerable en los medios de producción; cuarto, una fuerza de trabajo libre asalariada; y quinto, aunque quizás no tan esencial en la definición, innovación en las técnicas de producción e intercambio. Por supuesto, un sistema capitalista plenamente desarrollado con producción fabril no emergió hasta el siglo XIX, y no tendría sentido buscar un desarrollo como ése en un período muy anterior. Pero sin ser demasiado teleológicos en nuestra aproximación, es decir sin juzgar cada acontecimiento del pasado en

relación a su contribución al mundo moderno, podemos apreciar que la economía y la sociedad del siglo XV crearon algunas de las condiciones necesarias para los desarrollos posteriores. El primer desarrollo pertenece al largo siglo XIII (entre 1180 y 1320 aproximadamente): el crecimiento urbano y la comercialización que afectó al conjunto de la sociedad. Una vieja interpretación de la sociedad inglesa ponía el énfasis en el atraso de sus ciudades y sus comerciantes en relación con el continente. Las ciudades eran pequeñas, se decía, los comerciantes eran poco sofisticados y su comercio parecía el de una colonia moderna, puesto que las principales exportaciones eran materias primas -sobre todo lana-y a cambio se importaban bienes manufacturados y objetos de lujo. Ahora sabemos que, por lo que se refiere a estos aspectos, Inglaterra no era tan diferente a sus vecinos. . La venta de productos agrarios se encuentra en todos los niveles sociales, desde los dominios de los grandes señores que producían grandes cantidades de grano, lana, productos derivados de la leche y ganado para el mercado, hasta los cientos de miles de campesinos que vendían pequeñas cantidades para poder pagar las rentas y tributos en dinero7. Los campesinos también podían comprar bienes, incluyendo alimentos procedentes de otras zonas, como el pescado, y útiles manufacturados, herramientas y ropa. Los campesinos se habían convertido en consumidores además de productores8. El elemento destacable sobre el crecimiento de la vida comercial en esta época era que éste se extendía por todas partes. La tupida red de mercados y pequeñas ciudades y la calidad del sistema de transporte significaban que ninguna parte del país quedaba fuera de la influencia del comercio. En ese mismo sentido, cada casa, no importa lo abajo que estuviera en la escala social, estaba implicada en el uso de dinero y en el intercambio. En efecto, los campesinos más pobres (cottagers) y los jornaleros que dependían de sus salarios y tenían que comprar sus alimentos probablemente manejaban más dinero en efectivo, más monedas, que los campesinos medianos que tenían un mayor grado de autosuficiencia. Aunque todavía seguían realizándose pagos en especie, prestaciones en trabajo, trueques y otras formas de intercambio no monetario, sin embargo podemos estar convencidos del hecho de que las relaciones fundamentales ahora implicaban el pago de dinero; había un auténtico mercado de la tierra y los servicios de todo tipo se recompensaban con pagos en dinero, en vez de ser parte de obligaciones consuetudinarias9. Cuando se hacía un trueque, o cuando se registraba un prestación de trabajo, significativamente, el valor de la transacción era registrado en términos monetarios. La aceptación del dinero y su uso en la vida cotidiana quedó establecido durante un período de expansión comercial, desarrollo urbano y aumento de precios. Con la crisis del siglo XIV, las catastróficas epidemias que comenzaron con la Peste Negra de 1348-1349 y la depresión del siglo XV, cuando la población disminuyó drásticamente, la tierra se hizo relativamente abundante y barata y los precios de muchos productos primarios bajaron, entonces podríamos esperar que la vida comercial sufriera un revés, pero por lo general eso no fue así. Dentro del tema general del ascenso del capitalismo, una generación anterior de historiadores habría dado gran importancia a este cambio. Hace tiempo se pensaba que el desarrollo de las ciudades, el comercio y la circulación monetaria disolvieron las relaciones feudales. El viejo tópico era que la posición de la aristocracia feudal cambió por el ascenso de la clase media. Todavía en los años 70, la frase de que las ciudades eran islas no feudales en un mar feudal podía ser repetida por un historiador eminente10. Ahora no se puede seguir considerando las relaciones entre las ciudades y la aristocracia de grandes propietarios como tan profundamente antagonistas. Las ciudades no fueron un desarrollo tardío, sino que surgieron paralelamente a los señoríos feudales en los siglos X y XI. Los señores promovieron la fundación de ciudades nuevas. En el norte de Europa, como en el sur, los señores vivían en ciudades y se implicaron en la sociedad urbana, enviando a sus hijos como aprendices de los comerciantes, renovando sus fortunas familiares mediante matrimonios con viudas ricas de las ciudades, comprando sus productos de lujo a comerciantes urbanos, e invirtiendo en propiedades urbanas. De manera recíproca, los habitantes de las ciudades admiraban los valores aristocráticos y cultivaban el patronazgo de los aristócratas. Los comerciantes más ricos compraban dominios rurales y aspiraban unirse a la gentry.

La aristocracia de grandes propietarios, lejos de verse perjudicada por el desarrollo de las relaciones comerciales, tuvo capacidad de adaptación para obtener beneficios de ellas. Supieron aprovechar las nuevas oportunidades obteniendo rentas de las ciudades, aumentando sus tierras en explotación directa para producir para el mercado y haciendo que los campesinos pagaran sus rentas en moneda. En el largo siglo XIII su control sobre los campesinos de los manors se reforzó y la servidumbre se hizo más opresiva en la medida en que los señores desarrollaban nuevas exacciones, tales como las elevadas tasas de entrada de los campesinos en las tenencias de tierras, tierras y tenencias para las que cada vez había más demanda a medida que aumentaba la demanda de alimentos. En resumen, el desarrollo urbano y comercial de la Baja Edad Media proporcionó una infraestructura y también un cambio en la mentalidad que contribuyeron a la transición hacia un sistema capitalista. Pero estaba tan incrustado en una sociedad bajo el dominio de la aristocracia que no tuvo su momentum con su propia estructura para transformar la sociedad. En efecto, las ciudades, aunque no decayeron como se decía antes, ciertamente no vivieron una nueva fase de gran desarrollo después de 1400 aproximadamente. El problema de la economía deprimida y, en cierto modo, estancada durante el siglo XV ha sido utilizado por un eminente historiador, Richard Britnell, para rebatir la idea de que ese período hubiera jugado un papel importante en la transición hacia el capitalismo. Utilizando una lista de transformaciones tomada de Marx, examina el período y llega a la conclusión de que estos cambios no se produjeron. No, crecieron muy rápidamente antes de 1300, pero después quedaron estancadas. Durante el período 1200-1525 las ciudades influyeron pero no llegaron a ser dominantes. Las reservas (a menudo de 100 ó 200 hectáreas) que los señores explotaban directamente en el siglo XIII para obtener el máximo beneficio en el mercado de granos, carne, queso y lana, fueron arrendadas hacia 1400 a campesinos, con frecuencia en parcelas más pequeñas, de manera que el tamaño de las unidades agrarias más grandes tendió a disminuir. El trabajo asalariado había crecido considerablemente en los siglos XII y XIII con el fin de la esclavitud y una conmutación a gran escala de las prestaciones en trabajo por rentas en dinero. Después de la Peste Negra muchos jornaleros sin tierra y pequeños propietarios que trabajaban como asalariados a tiempo parcial obtuvieron tierras por la reducción de la población, y así dejaron de depender de los salarios. Hubo un cambio en las estructuras agrarias con un mayor peso de la ganadería y un aumento de los terrenos para pastos, que tuvo implicaciones en la gestión de las explotaciones y en la productividad, pero este cambio fue sólo una adaptación al mercado, no el resultado de alguna nueva filosofía en la gestión de las explotaciones. Un indicador de un sistema racional de control económico, la adopción de registros contables sofisticados, fue también un producto del siglo XIII. El número de siervos disminuyó, en la medida en que mejoraron las posibilidades de negociación de los campesinos por la reducción de la mano de obra campesina después de la Peste Negra, pero los siervos eran una minoría en el siglo XIII, y muchos campesinos permanecían bajo las restricciones de las tenencias consuetudinarias incluso en 1500. Si bien, creció la industria, había más manufacturas textiles, pero era una única actividad industrial que empleaba a un número limitado de gente. Los comerciantes emprendedores pudieron, en ocasiones, dominar a los artesanos que tejían y terminaban los paños en el siglo XIII, e incluso en el siglo XVI los artesanos trabajaban en sus propias casas y, a menudo, conservaron cierta independencia, de manera que no hubo un movimiento de largo plazo hacia una producción a mayor escala. Esta forma de aproximación a la historia garantiza que aparezca como gris y sin novedades. Siempre es posible poner el énfasis en las continuidades, y hacer que las innovaciones parezcan de pequeña escala. En particular, cuando analizamos la economía preindustrial no es probable que podamos ver cambios que se produzcan de la noche a la mañana. Estamos tratando con desarrollos progresivos y con cambios en las conductas que pueden ser importantes acumulativamente. Sostendré que, aunque la economía no se vió sacudida por una transformación repentina y revolucionaria, en este período sí se dieron movimientos significativos que merecen nuestra atención. El campo tenía los recursos necesarios en fuentes de energía, materias primas y en mano de obra. Esta industria rural puede retrotraerse hasta finales del siglo XII, pero se expandió más rápidamente en el siglo

siguiente a la Peste Negra, cuando Inglaterra se convirtió en un exportador importante de paños de lana. Mientras que las ciudades puede que no se desarrollaran mucho, las villas industriales florecían y nuevas proto-ciudades, centros de comercio no oficiales sin ningún estatuto legal formal, crecían para adecuarse . Las actividades agrícolas ede industriales no nos han dejado registroslugar, contables detallados, podría a las necesidades los artesanos rurales. En segundo aunque durante loelque siglo XIIIsugerir hubo un a BritnelIimportante un retroceso respecto a la sofisticada gestión financiera que se desarrolló en el siglo XIII. Sinr»o abandono de la producción para el uso en favor de la producción para el mercado, embargo,debemos los señores necesitaban técnicas contables mantener el control de sus grandes dominios, mientras minimizar la continuación de esapara tendencia después de 1300 y, también, después de 1400. En que los nuevos sectoresprestaciones de arrendatarios y de habían patronos cuidaban directamente de la marcha de sus negocios; 1300 muchas en trabajo sido conmutadas, pero es posible encontrar dominios donde este tipo las de control directo e inmediato no necesitaba mucha burocracia contable, e incluso los comerciantes de en tareas más importantes, como la labranza y la cosecha, se completaban mediante prestaciones Londres más sofisticados gestionaban sus complejos negocios sin demasiados registros escritos. trabajo de siervos campesinos. Hacia 1400 prácticamente todas las prestaciones en trabajo se habían convertido en rentas en dinero y, en consecuencia, muchos campesinos tenían que vender una proporción mayor de sus cosechas en el mercado para obtener el dinero para pagar las rentas. Las reservas hacia 1400 ó 1420 estaban arrendadas a campesinos que normalmente pagaban una renta en dinero. Esto significa que los señores obtenían de sus propios dominios una proporción menor de los alimentos que necesitaban para mantener sus casas y que, por el contrario, tenían que adquirirlos16. En algunas regiones, podemos encontrar durante el siglo XV un número creciente de campesinos y arrendatarios que se orientaban exclusivamente a una explotación ganadera y que, por lo tanto, vendían todos sus productos y dependían del mercado para abastecerse de sus necesidades básicas de cereales. En tercer lugar, el tamaño de las unidades de producción agraria aumentó en el siglo XV. Dando por hecho que algunas reservas fueron subdivididas, de modo que había menos explotaciones de 200 hectáreas o más, sin embargo otras muchas permanecieron intactas en manos de sus arrendatarios quienes continuaron la producción a gran escala que habían comenzado los señores. En cuarto lugar, si la proporción de gente asalariada no cambió mucho, sin embargo la estructura de la fuerza de trabajo era diferente. Había muchos trabajadores a tiempo parcial y otros que se empleaban ocasionalmente y, probablemente, había menos gente ligada por contratos para trabajar a tiempo completo para un único patrono. Sin embargo, en algunas regiones, la fuerza de trabajo tuvo que adaptarse a las necesidades de nuevos patronos, tales como los arrendatarios criadores de ganado que necesitaban servidores a tiempo completo. Algunos arrendatarios y yeomen adquirieron y levantaron cabañas para los jornaleros que se vieron obligados por presiones locales e informales a aceptar trabajos asalariados18. En quinto lugar, hubo innovaciones técnicas. La combinación de la demanda de productos ganaderos por el mercado y la reducción de la mano de obra llevaron a muchos arrendatarios de tierras a especializarse en la ganadería. En efecto, las fuerzas del mercado eran suficientemente fuertes para transformar regiones enteras al pastoreo19. Los campos de cereal tendieron a disminuir, pero esto refleja la falta de mano de obra y la debilidad de los incentivos del mercado. Como en períodos anteriores los agricultores experimentaron con distintas combinaciones de cultivos y barbecho. En la industria podemos ver un aumento del uso de los molinos -para hacer hierro fundido y en la extracción de estaño, por ejemplo-, y se abrieron grandes minas de carbón; todas estas medidas estaban destinadas a hacer más productivo el uso de una fuerza de trabajo muy cara. En sexto lugar, se ganó libertad individual, lo que significa que no sólo los campesinos se liberaron de las cadenas legales de la servidumbre, que debió hacer aumentar la autoestima y las oportunidades de quizás unas 100.000 familias en el período 1348-1448, sino también la existencia de mayores oportunidades para el movimiento de las personas. En séptimo lugar, la expansión de la industria textil tuvo gran importancia, no sólo porque empleara a miles de personas y convirtiera a Inglaterra en un exportador de productos manufacturados, poniendo fin a su modelo colonial de comercio, sino también porque la industria fue organizada por un grupo importante de empresarios, los clothiers, que coordinaban el trabajo de diferentes tipos de operarios y comerciaban a gran escala con materias primas y con los paños ya finalizados. Los comerciantes ingleses pudieron estar atrasados respecto a sus homólogos del continente, pero esto no se puede aplicar a este nuevo grupo de fabricantes rurales de paños24. En su revisión de las tendencias del período, BritnelI no dio suficiente importancia a los innovadores más radicales del siglo XV, los arrendatarios (far- mers). Eran un grupo nuevo porque antes los señores habían organizado por sí mismos el cultivo y la explotación de sus dominios, pero en circunstancias adversas,

tales como la bajada de los precios de cereal y la subida de los salarios, los señores optaron por ceder las tierras de las reservas en arrendamiento. Estos nuevos empresarios agrarios eran a menudo de origen campesino, aunque algunos pertenecían a la gentryo eran comerciantes. Recibían del señor las tierras y los edificios pero debían encontrar, pidiendo préstamos, el capital necesario para invertir en animales y equipamiento y para reparar los edificios o construirlos nuevos. A estas alturas las prestaciones en trabajo de los campesinos dependientes se habían conmutado por rentas en dinero, de manera que los arrendatarios dependían por completo del trabajo asalariado. Buscaban obtener beneficios, tanto para pagar la renta del arrendamiento al señor como para conseguir un beneficio económico para sí mismos, y de esa manera fueron innovadores en las técnicas, reagrupando las parcelas, cercando las tierras y experimentando con nuevos equilibrios entre zonas para pastos y tierras de cultivo. Crearon nuevas formas de explotaciones agrarias, algunas veces uniendo distintas granjas recibidas de diversos señores. Comercializaban sus productos de una manera nueva y algunas veces integraban la producción agraria con la industria, como cuando un fabricante de paños arrendaba terrenos de pastos para ovejas y después usaba la lana para fabricar paños25. Las actividades de los arrendatarios de las reservas parecen concordar con todas las dimensiones del capitalismo, tal y como lo he definido antes. Su llegada marca la transferencia de buena parte de los recursos productivos de los señores a los niveles más bajos de la sociedad, y a menudo la decisión de ceder en arrendamiento una reserva coincidía con otros signos del fin del régimen señorial, tales como la conmutación final de las prestaciones en trabajo. Una vez que la reserva se separaba en su gestión de la comunidad campesina, los controles sociales ejercidos por los señores se debilitaron inevitablemente. Podría decirse que sólo hubo unos pocos miles de arrendatarios y que, por lo tanto, su impacto fue limitado, pero estaban estrechamente conectados con otros grupos que también estaban llevando a cabo cambios significativos en la inversión, la organización de la producción, el uso de la mano de obra y las estrategias comerciales. Estos grupos incluían a algunos miembros de la gentry, la baja nobleza, que se resistían a la tendencia a ceder en arrendamiento las reservas y en algunos casos tomaron en arrendamiento explotaciones de los grandes señores y se les puede encontrar produciendo a gran escala 26. También hemos visto a algunos fabricantes de paños y otros comerciantes actuando como arrendatarios, y se desarrollaron lazos muy estrechos entre los empresarios agrarios y sus homólogos con un interés primario en la industria y el comer. En efecto, a medida que esta gente se hizo cada vez más influyente en sus villas y aldeas, podemos vislumbrar no sólo sus inversiones, sus prácticas de empleo y la orientación hacia el mercado, sino también su mentalidad puritana, adhiriéndose a una ética de vida frugal y de conducta respetable. Desaprobaban la extravagancia de los ricos y la pereza de los pobres27 28. En este punto, debo mencionar la visión ofrecida por otro historiador, porque Robert Brenner ha sugerido un camino completamente distinto para los orígenes del capitalismo inglés, camino que es, por supuesto, una reafirmación del énfasis tradicional en el movimiento de las enclosures2S. Brenner compara las relaciones de propiedad en Francia e Inglaterra y afirma que, mientras los campesinos franceses se hicieron propietarios y, por lo tanto, pudieron continuar en una ineficiente independencia, los campesinos ingleses fueron vulnerables a los señores depredadores. Los grandes propietarios y, especialmente, la gentry lograron expulsar a los campesinos de la tierra y, así, unir las anteriores tenencias pequeñas para formar unidades de explotación más grandes, agrupar las parcelas dispersas, cercarlas y explotar la tierra de una forma capitalista. Hay evidencias empíricas de que esto sucedió así, pero no se puede considerar una tendencia de gran importancia. La teoría de Brenner exagera la importancia de las enclosures como camino hacia la agricultura capitalista y da demasiada importancia a la gentry, muchos de cuyos miembros permanecieron ligados a la exacción tradicional de renta feudal e hicieron poco por cambiar la producción de sus dominios. Brenner también quita importancia a la seguridad en el disfrute de las tenencias que obtuvieron muchos tenentes sujetos a las normas consuetudinarias. La tendencia a la desaparición del campesinado inglés se desarrolló en un período largo de tiempo y se aceleró en momentos más tardíos, como el siglo XVII, mediante una combinación de fuerzas económicas, y no sólo por la iniciativa de los grandes propietarios. Brenner está convencido de que el capitalismo debe haber surgido a partir de la expropiación del campesinado. Mi análisis está basado en la observación de que los campesinos eran tan escasos, que no había necesidad de apropiación, y que la presión para aumen tar el tamaño de las explotaciones vino de los propios campesinos29.

Para concluir con una idea más positiva, sostengo que los orígenes del capitalismo deben mucho a iniciativas del campesinado. Se parecían a los campesinos de otras partes del mundo y de otras épocas en su autosuficiencia, su sentido de solidaridad colectiva y su desconfianza hacia los cambios que supusieran algún riesgo. Una serie de circunstancias aportó, al menos a algunos de ellos, una nueva perspectiva y nuevas oportunidades. Primero respondieron al crecimiento del mercado en el siglo XIII y, aunque se vieron frenados por las restricciones de sus señores, no quedaron completamente imposibilitados de obtener beneficios. Durante el siglo XIV se liberaron de muchas de las fuerzas que los oprimían, y eso no fue sólo debido al cambio en la población y a la reducción del número de tenentes. Aquí Brenner tiene razón, las instituciones sociales jugaron su papel. Los campesinos ingleses, antes los más oprimidos de Europa, fueron capaces de hacerse valer y de obligar a sus señores a hacer concesiones. La crisis del feudalismo, como ha mostrado Hilton, no fue el resultado sólo de fuerzas económicas impersonales, sino también del espíritu de lucha de las personas30. Esto saltó a la vida política en el levantamiento de 1381, pero más tarde tuvo su manifestación económica en los campesinos que aumentaron el tamaño de sus explotaciones, arrendaron las reservas de los señores y se hicieron fabricantes de paños. Muchos campesinos siguieron teniendo explotaciones pequeñas, como sus antepasados, y continuaron con versiones modificadas de las prácticas agrarias antiguas. Pero la crisis de la Baja Edad Media desató las energías de una minoría importante y lanzó el primer paso en la transformación de Inglaterra en una economía capitalista temprana.

30.

HILTON, R.H., Class conflict and the crisis..., pp. 152-164. 19