Lynsay Sands - Todo Lo Que Quiero

Prólogo ─Una muñeca igualita a la del aparador de Werster. Eso quiero para Navidad. Prudence sonrió suavemente ante las

Views 166 Downloads 6 File size 863KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

  • Author / Uploaded
  • SUZY
Citation preview

Prólogo ─Una muñeca igualita a la del aparador de Werster. Eso quiero para Navidad. Prudence sonrió suavemente ante las palabras de su hermana, abrazó a la más pequeña de las hijas de su madre, y le dio un beso de buenas noches. Charlotte había estado haciendo sus deseos por semanas, Prudence y su madre habían estado trabajando mucho para hacer una muñeca similar por la mayor parte de ese tiempo. La muñeca en sí estaba terminada, sin embargo, no por completo satisfactoriamente. No eran unas expertas en ese trabajo, pero hicieron todo lo mejor que pudieron. Charlotte era una buena niña, sin duda la amaría sin importar las imperfecciones. Especialmente, dado que ellas le estaban haciendo un pequeño vestido para la muñeca que empataba con uno de los vestidos de la propia niña. ─¡Buenas noches, Pru! Le hizo un gruñido a su joven hermana y se lanzó sobre ella, abrazándola fuertemente antes de girar para salir de la habitación. Prudence miró al pequeño remolino con afecto, entonces observó a su madre, el ceño fruncido por la tristeza en la cara mientras miraba hacia fuera de la ventana. ─¿Qué deseas para navidad, Madre? ─le preguntó después de un momento esperando distraerla de cualquier pensamiento que la afligiera. Meg Prescott permaneció en silencio, así que Prudence se acercó a su lado para observar afuera y ver lo que la distraía. Fuera, dos hombres estaban en el frente agachados discutiendo con Bentley. El último de sus criados, el viejo ejercía de mayordomo, valet, lacayo y cualquier otra que fuera necesario. Su esposa, Alice, era el último sirviente femenino. Los dos hacían lo mejor que podían para que la casa funcionara lo mejor posible, pero si las cosas no cambiaban pronto, incluso ellos tendrían que irse. Prudence observó

tristemente como el anciano movía la cabeza persistentemente y finalmente despedía los dos hombres. ─Acreedores ─murmuró con disgusto mientras los observaba irse, sin embargo no pudo evitar decir con disgusto. No los podía culpar por intentar recuperar lo que se les debía. Si su padre quisiera solo… ─Todo lo que quiero para Navidad es que tu padre dejara de apostar antes de que nos veamos en la prisión de deudores. Prudence observó cómo su madre tensó su cara. Aparentemente ella había escuchado la pregunta después de todo. Su mirada regresó a los dos hombres mientras ellos se acercaban a la puerta de entrada y cerraban con un fuerte sonido. Los acreedores habían empezado a llegar a la puerta todos los días. Y había muchos de ellos. Su padre, por supuesto, nunca estaba disponible. Cuando estaba en casa, estaba dormido por la bebida de la noche anterior. Cuando estaba despierto, él no estaba en casa por salir a tomar y jugar acercándoles la ruina. Bentled se las había ingeniado para alejar a los acreedores, pero pronto ellos no podrían ignorarlos. La prisión de deudores estaba convirtiéndose en una posibilidad muy real. Observó de nuevo a su madre y sintió que su corazón se encogía por la cansada amargura en su cara. Las cosas estaban mal desde que John, el hermano de Pru, muriera en un accidente de carruaje. El había pertenecido al Club Four Horsemen, donde los jóvenes de la nobleza iban en carreras en sus carruajes que no tenían habilidad para conducir. Él había muerto cuando su carruaje perdió una rueda y fue lanzado volando hasta un árbol y se rompió el cuello. Fue cuando su padre, Edward Prescott, empezó a tomar y jugar. Él había tomado muy mal la pérdida de su único hijo y primogénito. ─Eso es todo lo que quiero para Navidad ─su madre dijo además ─y ruego a Dios por eso todos los días. Por un momento Prudence se sintió abatir por la tristeza; entonces enderezó sus hombros con gravedad. Su madre era de la vieja escuela, donde una esposa no cuestionaba a su marido cuando estaba destruyendo su familia, alguien necesitaba alertarlo sobre el asunto. Además, siempre había pensado que Dios ayuda a quién se ayuda a sí mismo. Eso la dejaba a ella ver si podía ayudar a Dios a envolver esta navidad el deseo de su madre.

Capítulo Uno Prudence aceptó la asistencia del conductor del coche de alquiler para descender, le pagó, después se volvió para mirar el frente de Ballard’s. El edificio estaba limpio y lucia majestuoso, con ventanas en cada nivel. Parecía como una casa. Nadie viéndolo podría saber que era un antro de juego donde los hombres aposaban su futuro y el futuro de los miembros de la familia que supuestamente debían amar. Prudence dejó salir un suspiro de irritación, su conciencia le aguijoneaba. Suponía que estar visitando un antro de juego no era del todo justo. Aquí no había un Capitán Sharpes esperando para engañar a los apostantes que frecuentaban el establecimiento. Esta era, a fin de cuentas, una sincera preocupación. Pero este no era un club privado cualquiera. No necesitabas ser miembro para entrar. Sin embargo, solo admitían la mejor calidad de clientes. Un decoro apropiado y la certeza de su forma de vestir eran requeridos para entrar, así como el deseo de permanecer y apostar su futuro. Apretando sus dedos alrededor de la empuñadura de su sombrilla, Prudence miro ceñuda el edificio, después echó una mirada a la puerta principal y a los tres hombres entrando. Dos hombres, se corrigió. El tercero parecía ser el portero. Él saludo con la cabeza, y sostuvo la puerta para los otros dos, después la cerró y se quedó ahí, sus brazos cruzados sobre su pecho parecido a un barril, con una expresión intimidante en su cara. Prudence sintió su corazón hundirse. Realmente sospechaba que el hombre no le permitiría entrar. Este quizá no era un club privado, pero eso no significaba que las mujeres eran bienvenidas. Excepto como trabajadoras, se corrigió. Prudence había escuchado que Lord Stockton, el propietario, había dado el paso innovador de tomar sirvientes femeninos para servir la comida y bebida para persuadir a los clientes a permanecer más tiempo y perder más dinero. Pero estas eran las únicas mujeres bienvenidas dentro.

No, el hombre custodiando la puerta no estaría dispuesto a permitir su entrada. Para ser honesta, Pru no estaba muy entusiasmada sobre su idea. Ciertamente no haría ningún bien a su reputación. No es que hubiera mucho de qué preocuparse. Ella, su madre y su familia entera estaban ya realmente arruinadas, o lo estarían en el momento en que fuese revelada la ruina que las apuestas de su padre les había traído. Sería solo una cuestión de tiempo, pensó tristemente. Los rumores y chismes estaban empezando a fluir. La diferencia en la forma en que la sociedad respondía a la Familia Prescott era realmente notable. Ellos empezaban a distanciarse, no los rehuían abiertamente todavía, tendrían que esperar hasta que los rumores y chismes estuvieran verdaderamente probados, pero las invitaciones a todas las reuniones se habían detenido y nadie les dirigió la palabra en aquellos que habían acudido. Pru suponía que era porque su madre había rogado que su padre parara antes de que ellos estuvieran en la prisión de deudores y no antes de que la familia fuera arruinada. Era demasiado tarde para lo segundo. Aun así, una cosa era que su padre los hubiera arruinado, y otra muy distinta que Prudence arruinara su reputación, que era lo que estaba haciendo con esta visita. Pero esta fue la única forma que ideó para poder llegar a ver a su padre. Hablar con él en casa debería ser fácil, por supuesto, pero Edward Prescott había desarrollado el inconveniente hábito de abandonar la casa al momento de despertar cada día, dejando a su hija poca oportunidad para hablar con él. Quizás por eso lo hacía. El coche de alquiler que había tomado para llegar ahí empezó a alejarse, el clipclop de los cascos de los caballos la alejó de sus pensamientos. De pie frente al edificio, mirándolo temerosa como una boba, no lograría su cometido, se recriminó a sí misma. ¡Actuar era lo que necesitaba! Enderezando sus hombros, se forzó a levantar la barbilla y marchar hacia adelante. Prudence no había considerado realmente como podría lograr pasar al celoso portero que protegía la entrada de Ballard’s, pero tomarlo por sorpresa parecía su mejor oportunidad. Para hacer eso, empezó caminando paralelo al edificio como si ella quisiera pasar caminando. Se movió con un rápido recorte, tan rápido como el resbaloso camino se lo permitió. Había sido excepcionalmente cálido y había llovido más temprano, por ello llevaba una sombrilla. Pero la temperatura bajaba ahora

cuando la noche estaba cayendo y se estaba formando hielo, haciendo difícil la caminata. Esperó hasta el último momento; entonces, cuando estaba directamente frente a la entrada, Prudence viró bruscamente a la derecha y justo en la puerta. Casi sonrió viendo que el hombre estaba distraído hablando a un recién llegado y que su camino estaba despejado. Sintiéndose victoriosa, se apresuró y embistió hacía adelante. Esa velocidad casi la hace caer sobre su trasero cuando repentinamente el portero se interpuso en su camino. Era una sólida pared de carne fresca, y Prudence se estrelló con él, el aire saliendo de ella con un “oomph” entonces salto hacia atrás, asiéndose frenéticamente de algo, cualquier cosa para permanecer de pie. Terminó con una mano aferrando su pechera y la otra ondeando violentamente su sombrilla cerrada mientras luchaba por recuperar el equilibrio. ─Aquí no se permiten mujeres Prudence hizo una mueca ante el gruñido que le advertía cuando se encontró de pie. Soltando su agarre de la pechera del hombre, dio un paso atrás, torciendo su cabeza hacia arriba. Muy arriba. El hombre era enorme. Inusualmente alto, definitivamente su cuello empezó a resentir todo lo que tuvo que forzarlo hacia atrás. Finalmente pudo concentrarse en su rostro, forzando su mejor sonrisa. ─Buenas noches Sus ya pequeños ojos, se achicaron aún más, señal de una desagradable sospecha en su cara de perro de pelea. ─Buenas noches ─Siento molestarle, señor, y soy consciente de que las damas no le es generalmente permitida la entrada. Sin embargo… ─Nunca. ─¿Nunca? ─preguntó cautelosamente. ─Las damas no son nunca admitidas. Nunca jamás. ─¿Nunca jamás? ─repitió lentamente, después frunció el ceño. ─Si, pero vera usted, este es algo así como un asunto urgente, si usted quisiera...

─¿Qué clase de asunto urgente? Prudence hizo una pausa, su boca permaneció abierta y su mente en blanco. Realmente desearía tener a la mano una mentira con la cual responder cualquier pregunta, se dio cuenta abatida. ─No es realmente urgente, ¿no es así? ─Oh, yo… pero... ─sintiendo pánico entendió que sus posibilidades de entrar estaban menguando. Prudence dejó que su bolso de mano cayera al suelo entre ellos. Como había esperado, el portero se inclinó para levantarlo. Viendo su oportunidad Prudence, realmente sin pensarlo, rompió su sombrilla golpeando fuerte sobre su gran y ancha cabeza. Mucho de su alarma, más que derribar a su pretendida víctima, era que su sombrilla estaba partida a la mitad. ─Ahora, ¿porque hace esto? ─pregunto el hombre irritado, mirándola ceñudo mientras se ponía de pie. Prudence miró pasmada del portero a su arruinada sombrilla, realmente agobiada por la vergüenza y horror. Jamás, nunca, había usado violencia física en su vida. Esto solo le había servido ciertamente para que la primera vez que la usaba, hubiera roto su sombrilla. ¡Esto no estaba funcionando en absoluto! No podría nunca convencer a su padre de dejar el juego y la bebida. Ellos podrían estar en la prisión de deudores para Navidad, y probablemente morirían ahí. Se imaginaba a su madre ahí, consumiéndose; a su pequeña y hermosa hermanita marchitarse, sus propias esperanzas de un esposo e hijos muriendo un poco, una muerte miserable y mucho terror, sintió sus ojos llenarse de lágrimas. ─¡Oh no! No empiece a llorar. Eso no funciona conmigo Prudence escuchó el pánico contradiciendo las palabras del hombre, y eso solamente logró que las lágrimas brotaran más rápido. Cuando él se acercó y la acarició torpemente, se movió instintivamente hacia su pecho y sollozó como un bebé. ─Por favor, para. No estoy molesto con usted. Ni siquiera me dolió nada, si es por lo que usted está llorando ─eso simplemente hizo que llorara más fuerte, el portero empezó a murmurar desesperadamente. ─Puede golpearme otra vez si gusta. Le permitiré la entrada. Lo haré. Solo deje de llorar y…

Las lágrimas de Pru murieron abruptamente. Sus ojos brillaron con esperanza y gratitud, levantó la vista hacia él. ─¿Lo hará? ─Ah, demonios ─el hombre suspiró tristemente. ─Va a hacer que pierda un buen trabajo, ¿Lo hará usted? ─¡Plunkett! ¿Qué está pasando aquí? Unas manos golpearon rápidamente su espalda, el portero dio un paso alejándose de Prudence y se giró con cara de culpabilidad hacia el dueño de esa voz autoritaria. Stephen, Lord Stockton. Prudence reconoció al hombre de cuando ella volteó y lo vio bajando de su carruaje. Todo el mundo conocía a Lord Stockton. El elegante hombre o más bien infame, un miembro de la nobleza quien era aceptado solamente a disgusto por la sociedad. Si ellos pudieran, Pru consideraba con seguridad, que la sociedad habría prescindido de él, excluyéndolo de los bailes y soirées más exclusivos. Esto no era porque el nombre no fuera lo suficiente noble, su sangre era quizá más azul que la de los reyes, y su historia podría remontarse más atrás. Desafortunadamente, el hombre había cometido ese terrible pecado: ¡trabajaba para vivir! Si uno pudiera llamar ser propietario de uno de los más exitosos establecimientos de juego en Londres, trabajar para subsistir, reflexionó con irritación. Era su club que lo hacía tan indeseable en lo que concernía a la sociedad, pero también hacía imposible cortar con él. La sociedad difícilmente podría excluirlo y arriesgarse a ser requeridos por los adeudos de la mayoría de ellos. Prudence observó al hombre acercarse y silenciosamente maldijo su suerte. Estaba segura que el portero, Plunkett, como Stockton lo llamó, había estado a punto de dejarla deslizarse hacia dentro. Estaba también totalmente segura que la llegada de Stockton pondría fin a esa posibilidad. Maldito hombre, pensó ahora molesta. ¡Había estado tan cerca! Stephen se aproximó lentamente, sus ojos estrechándose primero sobre su nuevo portero, después sobre la joven dama que había apaleado al musculoso empleado justo momentos antes. La mujer se veía furiosa, pero había rastro de lágrimas en su cara. En cuanto al enorme hombre que él había contratado para

remplazar a su anterior portero, Plunkett permanecía con sus manos escondidas de manera culpable detrás de su espalda, con una expresión de culpa en su rostro. También estaba evitando ver a la mujer. Deteniéndose ante el hombretón, Stephen estalló. ─Explíquese Plunkett. El redondo rostro del portero se tensó con aprehensión, sus ojos llenos de pánico. Lanzaba miradas desatinadas de Stephen a la mujer, después a la puerta del club antes de regresar la mirada a su empleador con expresión acerada. Finalmente sus hombros se desplomaron en derrota, dijo con voz cavernosa: ─Sabía que este trabajo era demasiado bueno para durar. Para más asombro de Stephen, eso pareció molestar a la mujer aún más. Con un gesto de disgusto cubriendo su cara, se volvió sobre él. ─Usted no puede despedir a este pobre hombre. No hizo absolutamente nada incorrecto. ─Fue maltratado a golpes por usted hace unos momentos ─señaló con tranquilidad. ─No. Él estaba intentando reconfortarme. Yo tenía… ─ella pareció debatir brevemente, su mirada bajó hacia el objeto mutilado en su mano antes de visiblemente iluminarse y la sostuvo levantada como si fuera una evidencia. ─¡Mi sombrilla! Yo la había roto y estaba demasiado afligida. Él, gentil caballero que es, estaba intentando ofrecerme ayuda ─una cautelosa sonrisa apareció en su rostro mientras se dirigía al portero y decía: ─Bien, aunque le agradezco su esfuerzo por ayudarme, es completamente innecesario. Ahora, si los caballeros me perdonan, debería seguir mi camino Saludando con la cabeza a cada uno de ellos, la dama echó a andar tranquilamente hacia adelante, la sonrisa placentera en su cara murió abruptamente cuando Stephen le tomo del brazo y tiró de él para detenerla. ─Mis disculpas, mi lady. Pero su breve malestar parece haber afectado su sentido de orientación ─la giró firmemente hacía la puerta de su club, sin

sorprenderse al ver su molestia en su cara cuando ella se encontró de frente a la calle. Por un momento Stephen pensó se iría con sus negocios, pero entonces ella se giró determinadamente frente a él. ─Entiendo que las damas no son generalmente admitidas dentro… ─Jamás ─Plunkett rugió, sacudiendo su cabeza tristemente. La mujer se inclinó un poco, mirando irritada al portero, luego continuo: ─Sin embargo, este es un asunto un tanto urgente y… ─¿Qué clase de asunto urgente? ─preguntó Stephen. ─¿Qué clase? ─repitió, mirándose contrariada. ─Tenga cuidado con su sombrilla ─Plunkett advirtió en un tono bajo, provocando una mirada confusa de Stephen. ─¿Su sombrilla? El gigante asintió solemnemente. ─Si ella deja caer su retículo, tenga cuidado con esa sombrilla. ─No dejaré caer mi retículo ─la mujer dijo a través de sus dientes, haciendo que el hombre se encogiera. ─Lo hizo antes. ─Eso fue puramente accidental ─Pru le contestó firmemente. ─Uh-huh. Y supongo que romper su sombrilla sobre mi cabeza fue un accidente, también ─el hombretón agregó. La acusación pareció angustiar aún más a la mujer, y empezó a retorcer las partes rotas de su sombrilla con inquietud. ─Eso fue un accidente. Se deslizó ─era una pobre mentirosa, decidió Stephen, y casi estuvo a punto de dejar escapar la diversión que se estaba formando dentro de él en una carcajada. La mujer se veía como si deseara golpear a su portero otra vez. También le parecía vagamente familiar. Stephen pasó un momento buscando en su

mente de donde él la conocía, mientras su portero continuaba su discusión con la mujer. ─¿Se deslizó? ─Plunkett dijo dudosamente. ─¿Y se rompió por la mitad sobre mi cabeza? ─Fue ahí donde se deslizó. Eso fue un accidente ─ella insistió. Pero en el brillo de luz desde las linternas en cada lado de la puerta, su cara parecía estar tan roja como una cereza madura. ─Uh-huh ─Plunkett asintió lentamente. ─Igual como usted consiguiendo entrar con un asunto urgente. ─Este es un asunto urgente ─dijo Pru firmemente. Entonces, viéndose infeliz, agregó ─para mí. Decidiendo que había escuchado todo lo que quería, y que Plunkett podría manejar bien la situación el mismo, Stephen sacudió su cabeza y regresó dentro de su establecimiento. Había apenas dado un paso en esa dirección cuando la mujer asió su brazo y tiró de él. Su expresión, cuando el miró impacientemente hacía atrás, era implorante. ─Por favor, Lord Stockton. Se lo ruego. Esto es realmente importante. Stephen vaciló brevemente, entonces, preguntándose incluso porque lo hacía, regresó frente a ella. ─Entonces. ¿Cuál es este asunto urgente? Stephen estaba más irritado que sorprendido cuando ella miro renuente y con inquietud hacía Plunkett, y después hacia el suelo congelado. Abrió su boca para repetir la pregunta, pero se detuvo impacientemente cuando un carruaje se detenía detrás de ellos, descendiendo algunos jóvenes dandis sobre la calle. Como ellos se dirigían a la entrada de Ballard’s, tomo el brazo de la mujer y la urgió a moverse de la puerta. ─Ahora, ¿porque usted desea entrar a mi negocio? ─Yo necesito hablar con mi padre

Stephen parpadeo ante la tranquila declaración. ─¿Su padre está adentro y usted desea hablar con él? Pru asintió, con expresión desolada ─¿Por qué? ─¿Por qué? ─¿Por qué? ─Stephen repitió firmemente ─Mi madre… Cuando ella titubeó de nuevo, Stephen la apremió. ─¿Ella está herida? ¿Enferma? La pregunta pareció asustarla y rápidamente sacudió la cabeza. ─No, ella… ─esta vez, cuando se detuvo, él tuvo la clara impresión que se estaba recriminando por no aferrarse a esa excusa. Aparentemente decidió que era demasiado tarde, y dijo: ─No. Como usted quizá sabe, mi hermano murió el año pasado. ─Siento mucho su perdida ─Stephen dijo tranquilamente, mirando de cerca a la mujer. Sus palabras le aseguraban que esa era la razón que le parecía familiar. Aparentemente el debería saberlo. Desafortunadamente no podía ubicar su nombre o título. Era bastante difícil decir qué ella parecía, también, con ese pequeño y remilgado sombrero que llevaba y la forma en que ella mantenía agachada su cabeza. ─Gracias. Pero verá, es un golpe duro para mi familia. Mi hermano fue el único hijo hombre y tuvo un accidente… inesperado, tan…. ─titubeando, con la cabeza baja, sus ojos clavados en los inquietos movimientos de sus manos. Entonces ella se aventuró. ─Mi padre lo tomó muy mal. El realmente no se ha recobrado. De hecho, está bebiendo en exceso, ve usted, y apostando… ─Siento que su padre no esté manejándose bien con su pérdida ─Stephen la interrumpió. Sabía ahora quién era ella. La parte sobre el accidente de un año atrás y el manejo de su padre con su bebida y apuestas le aclararon la cuestión. Su padre era

Lord Prescott, alguien asiduo en Ballard’s. Al momento de recordar al hombre, el reconoció a su hija. Era Lady Prudence Prescott. ─Pero aún tiene que explicar este asunto urgente que… ─¡Esto es todo lo que ella quiere para Navidad! ─Prudence dijo bruscamente sobre su voz, y Stephen frunció la frente. ─¿Quién? ─Stephen preguntó perplejo. ¿Qué estaba esta dama parloteando? ─Mi madre. Ella ha estado muy afligida por la muerte de John, pero además con este nuevo problema del modo de actuar de mi padre. Él está jugando sin control. Los acreedores están empezando a visitarnos diariamente y él no está nunca despierto… o si lo está, no se preocupa. El insiste en ahogarse en la bebida y… ─Prudence se detuvo, aceptando que Stephen sabía que era incómodo e incluso una expresión en su cara un poco avergonzada al escuchar tales detalles personales, aun así, siguió adelante determinadamente. ─Algunos días atrás le pregunté a mi madre que quería para Navidad. Su respuesta fue “que tu padre deje de beber y apostar nuestro futuro y vuelva a nosotros antes que nos entierre en la prisión de deudores” Y pensé, bueno Dios ayuda a aquellos que se ayudan, y si yo puedo hacer que él vea lo que nos está haciendo a todos, si yo puedo hacer que vea… ¡Pero él no va a permanecer quieto lo suficiente para que me acerque con el tema! Sale por la puerta al momento de levantarse. Se dirige directamente aquí para apostar y… Su voz se fue apagando y Stephen regresó su mirada de mala gana a sus ojos. El realmente no quería conocer todos estos problemas de los Prescotts. Realmente no deseaba verse envuelto en sus problemas y había dejado vagar su mirada, su mente buscando una salida cortés para excusarse. Ahora miraba su expresión desalentada y sentía un pinchazo de culpa. El hombre se estaba jugando el futuro de su familia mientras ellos estaban afuera en el aire frío del invierno. ─¿Dónde está su carruaje? ─preguntó Stephen abruptamente, después se maldijo por su estúpida pregunta cuando sus manos se tensaron sobre su sombrilla arruinada y se ruborizaba. Fue sorprendido por el candor de su respuesta y la forma orgullosa en que ella levantó su cabeza y su digna voz que ella usó para decirle. ─Fue vendido a los acreedores.

Negando, Stephen echó una mirada hacía su carruaje, después la tomo del brazo y la llevó hacia él. ─¿Qué está haciendo, mi Lord? ─preguntó la joven, sonando más asustada que alarmada. ─La estoy enviando a casa ─deteniéndose a un lado cerca de la puerta abierta del carruaje, a continuación trató de ayudarle a subir dentro de él, pero Pru no estaba de acuerdo con esto. Clavando sus talones ahí, se volvió hacia Stephen, sus cejas juntas unidas con desaprobación. ─No deseo ir a casa. Necesito hablar con mi padre. Él… ─Es un hombre grande y cabal. Y él es su padre. Sabe lo que está haciendo. ─No ─replicó Pru rápidamente. ─Eso no es así. Si él supiera las consecuencias que sus apuestas están teniendo… ─El renunciaría y regresaría a casa para sentarse cerca del fuego cantando villancicos como un buen hombre debería ─Stephen terminó con desgana, después miró hacia el semblante afligido sobre su cara. ─Nada que usted diga hará que él se detenga, lo sabe. Usted no puede cambiar su conducta. Él debe hacerlo por sí mismo. ─Debo al menos intentarlo. Los labios de Stephen se tensaron ante su determinación. No se podía razonar con ella. Estaba desesperada. ─Entonces deberá intentarlo en su hogar, Lady Prescott. Ballard’s no es lugar para una mujer. ─Este no es un lugar para un hombre tampoco ─le replicó rápidamente, y él sintió su culpa ser remplazada por disgusto. Stephen fue mucho menos compasivo cuando dijo: ─Las damas no son permitidas dentro de Ballard’s, y no debería ayudarla a arruinar su reputación al hacer con usted la excepción. Ahora, muévase.

Esta vez, cuando Stephen intentó meterla dentro del carruaje, Pru entró. A regañadientes, pero entró. Cerró la puerta inmediatamente al ella entrar, temiendo que pudiera cambiar de opinión, preguntó por su domicilio a través de la ventana. Se la proporcionó respondiendo con voz tan baja que tuvo que esforzarse para escucharla. Inclinando la cabeza, se tocó suavemente el sombrero con los dedos en señal de respeto, a continuación se movió para proporcionar la dirección y sus órdenes al conductor. Un momento después el carruaje se alejó y Stephen estuvo viendo su rostro pálido hacerse más pequeño al alejarse, asomándose por la ventana del carruaje. Stephen estuvo disgustado al encontrarse con esa imagen atormentándolo por el resto de la noche al supervisar su club, socializando, bebiendo y apostando con sus invitados. Prudence sentada sobre la costosa tapicería de los asientos del carruaje de Lord Stockton, con la rabia pulsando a través de ella como una cosa viva. Estaba furiosa y frustrada, y sabía exactamente a quien culpar por esto: solo a Stephen Ballard, Lord Stockton. Él era el único propietario del club donde su padre estaba dilapidando el futuro de su familia. Era él quien no le había permitido hablar con su padre y quizá alejarlo de ese destructivo camino. ─Así que las damas no son permitidas en Ballard´s. Sin excepciones ─se dijo a sí misma cuando el carruaje detenía sus ruedas frente a su hogar. ─Entonces supongo que tendré que ir como un hombre.

Capítulo Dos Tirando de las cortinas laterales del carruaje, Prudence tragó mientras veía que estaban llegando a su destino. Había pensado que era una buena idea cuando ésta había surgido. Enfrentar a su padre en el club tendría que ser lo correcto; Edward Prescott no podría alejarse y dejar a su hija adentro. El no querría un escándalo. Prudence podría finalmente tener la oportunidad de decir lo que necesitaba expresarle. Salvo que cuanto más se acercaba el carruaje a Ballard’s, estaba más segura que ésta era una gran equivocación. Un terrible disparate. Y se preguntó cómo podría ser posible que Ellie le permitiera llegar a esto. Ellie. Eleanore Kindersley. La tensión de Pru se alivió ligeramente al pensar en su mejor amiga. Había tenido la visita de la otra joven para tomar el té esa tarde y procedió a hablar sobre el comportamiento de su padre, su miedo sobre lo que esto le haría a su familia, y su fracaso al intentar entrar en Ballard´s la noche anterior. La otra joven dama había escuchado comprensivamente, ofreciendo a Prudence su ayuda en cualquier cosa que ella pudiera con el problema, y cuando Pru le había revelado sus planes para lograr entrar al club esa noche disfrazada como un hombre, Eleanore había aplaudido la “brillante” idea e incluso se dispuso voluntariamente a acompañarla. Prudence tuvo que rápidamente rechazar esa oferta, reacia a arriesgar la reputación de la otra joven, pero había aceptado el ofrecimiento de usar el coche privado de su amiga. Bueno, era realmente el coche privado del padre de Ellie, admitió, esperando y deseando que Lord Kindersley no se molestara demasiado con su hija por prestárselo para salir. Eleanore siempre estaba haciendo cosas tan generosas como esa. Era una amada amiga. Si, Eleanore es una excelente amiga. Pero realmente, ella debería haberme disuadido de esta locura. Prudence pensó con remordimiento.

Dándose cuenta que estaba terriblemente cerca para darse por vencida y decirle a Jamison, el conductor de los Kindersleys, que regresara a casa, Prudense soltó la cortina y se forzó a inclinarse hacia atrás sobre el afelpado respaldo del asiento para tomar un respiro, calmando su respiración. Desafortunadamente no se sintió mucho mejor cuando finalmente el coche se detuvo. Mirar fuera de la ventana para ver a Plunkett de pie, con aspecto sombrío y los brazos cruzados, delante de la puerta de Ballard’s no fue de mucha ayuda. Sintiendo su coraje menguar aún más, Prudence empujó la puerta abierta y descendió del carruaje, apareciendo repentinamente el cochero de los Kindersleys abruptamente ante ella, con expresión horrorizada. Prue lanzó un suspiro interior, pero le dirigió una sonrisa de disculpa. Eleanore, por supuesto, nunca se apresuraría a bajar del carruaje antes que el hombre pudiera abrir la puerta para ella. Por otro lado, Ellie era siempre una dama perfecta. Prudence no lo era. Las damas perfectas no se visten con ropa de hombre, saliendo a cazar a sus padres en establecimientos de apuestas empeñadas en salvar a sus familias. Ah, bueno, pensó filosóficamente, no todos son perfectos. Por otro lado, tenía más preocupaciones que comportarse como una dama perfecta, especialmente mientras vistiera como un hombre. Apartando esa preocupación, enderezó sus hombros, dio un paso alrededor del desaprobador conductor y se puso en marcha hacia adelante. Prudence había avanzado una media docena de pasos cuando sus pantalones bombachos empezaron a deslizarse de su cadera. Alentando sus pasos, tiró de éste, cubriéndolo bajo el abrigo que llevaba puesto. Ambas prendas eran de su padre, así como la camisa, el chaleco y la corbata que vestía. Desafortunadamente, cuando Prudence había ideado este plan, no había considerado el hecho de que Edward Prescott era un hombre extremadamente pequeño pero dos veces su anchura. Tampoco había recordado que su madre había entregado el vestuario de su hermano para dar a la caridad después de su muerte. No es que la ropa de John le hubiera encajado correctamente tampoco. Ellos, ambos, podrían tener la altura como ella, pero al final ella no podría nadar en ellas, como lo hacía en la ropa de su padre. Prudence había pasado una gran cantidad de tiempo esta noche plegando y prendiendo con alfileres los pantalones en su espalda en un esfuerzo para hacer su

apariencia más presentable, y había tenido éxito en la mayor parte. Bueno, el frente de ellos se veía pasable. Desafortunadamente parecía que su trabajo manual se venía deshaciendo. Al momento de haberse soltado los pantalones ellos empezaron a deslizarse de nuevo. Frunciendo el ceño con irritación, los tiró hacía arriba una vez más, en esta ocasión aferrándolos en su lugar con una mano sobre su cadera bajo su abrigo. Dándose cuenta lo ridículo que debía parecer caminando así, trato de contonearse en sus pasos para parecer más masculino, pero encontró que ésta excesiva actividad hacía que su cabeza bajara, haciendo que el sombrero alto que vestía se desplazara hacia adelante sobre su cabeza. Éste, también, era de su padre y demasiado grande para ella. Al principio, esto había parecido una pequeña bendición, puesto que le había permitido plegar su largo cabello castaño debajo. Ahora Prudence lo encontraba más como un problema. Temía que pudiera deslizarse directamente de su cabeza, desparramando su cabello y revelando su género. Con el viejo bastón de su padre en su mano derecha, y su mano izquierda ocupada para torcer sus pantalones sobre su cadera, estaba más de un poco perdida de qué hacer. Después de un frenético momento, levantó el bastón sosteniéndolo y lo utilizó para empujar el sobrero hacía atrás. Afortunadamente esta acción funcionó, el sombrero se trasladó a su lugar y Prudence fue capaz de continuar hacia adelante. Ella lo hizo mucho más cautelosamente, intentando que permaneciera estable en su cabeza al ella aproximarse a la puerta frontal de Ballard´s, y a Plunkett. Pru realmente no había urdido esta parte de su plan. Supuso justamente asumido que el hombre abriría la puerta y daría un paso a un lado para que ella entrara. Él aparentemente, tenía otra idea. Solamente se mantuvo de pie en el lugar, su expresión tornándose perversa estrechando los ojos al ella aproximarse. ─Pip, pip, hola, ─ella intentó con voz grave, esperando que su elevado pánico no se mostrara cuando intentaba maniobrar alrededor del hombre para alcanzar la puerta. Su corazón se hundió cuando él se detuvo del lado sobre su camino, firmemente bloqueando su entrada. ─Me parece familiar ─retumbó, haciendo que el corazón de Pru se saltara un latido.

─Si, bueno… Indudablemente que podría ser porque soy asiduo en este fino establecimiento ─apremió, siguiendo la mentira con una carcajada tan grave que pudo reunir. Desafortunadamente, el esfuerzo raspó su garganta y le ocasionó un ataque de tos. Los ojos redondos por el susto, Prudence reaccionó rápidamente para sujetar su sombrero en su lugar con la mano que sostenía el bastón, casi golpeando el cráneo de Plunkett en el proceso. El portero lo sorteó para evitar el golpe agachándose rápido e hizo una finta que enorgullecería a un instructor de boxeo, entonces frunciendo el ceño ante Prudence, quien, con ambas manos ocupadas, procediendo a toser rudamente sobre sus brazos cruzados. Aparentemente decidiendo que mantenerla ahí no estaba en su beneficio, Plunkett con prontitud abrió la puerta, usando la acción como una forma de limpiar el paso de su tos húmeda. ─Gracias ─Prudence dijo con voz grave apresurándose hacía enfrente, ansiosa por entrar antes de que el hombre cambiara de opinión. La puerta se cerró detrás de ella con un chasquido, y Prudence apenas empezaba a tomar un respiro de alivio cuando se dio cuenta que haber logrado cruzar la puerta era solamente el primer paso. Ella no estaba en un cuarto de juegos; estaba en un recibidor con un guardarropa. Había otra puerta para alcanzar al fondo, y dos sirvientes entre ella y la puerta. Aplastando el pánico que crecía en ella cuando los dos sirvientes se apresuraban hacía adelante, ansiosos por alcanzar su sombrero y su abrigo. Prudence soltó su sombrero el tiempo suficiente para blandir amenazante su bastón ante ella. ─No estaré aquí el tiempo suficiente para necesitar de sus servicios ─les dijo rápidamente, para después apresurarse entre ellos. Empujando a través de la puerta, levantó su mano para anclar su sombrero como había hecho. Esto funcionó. La primera cosa que golpeo a Prudence como una explosión dentro del área de juegos fue el ruido. Había más de cien hombres en la enorme estancia, y cada uno de ellos parecía estar hablando o riendo, cada voz un poco más fuerte que la de conseguida en un esfuerzo por ser escuchados. Los hombres al parecer eran mucho más ruidosos cuando no había mujeres alrededor. O, mejor dicho, cuando no había

damas alrededor, se corrigió ella misma cuando notó que lo que había escuchando era verdad: Ballard’s tenía sirvientas. Había algunas moviéndose entre la multitud, llevando bandejas con bebidas y varios tipos de alimentos. Prudence miraba a una de esas doncellas distribuir bebidas en una mesa cercana y se detuvo para admirar su vestimenta. La larga falda rojo oscuro y la blusa blanca como la nieve eran realmente bastante atractivos. Por supuesto, no era algo que ella se hubiera atrevido a vestir. La falda era solo un poco corta para ser considerada apropiada. Prudence incluso, alcanzó a vislumbrar los tobillos de la muchacha cuando ella se apresuró alrededor. El escote redondo de su blusa era un poco atrevido, decidió censuradaramente, pero aún con todo, era un atractivo uniforme. Puesto que todas las mujeres presentes vestían así, concluyó que esté debía ser un uniforme. La entrada de nuevas llegadas detrás de ella obligó a Prudence a abandonar sus especulaciones sobre la indumentaria que Lord Stockton había seleccionado para sus empleadas. Alejándose de la puerta, echó a andar a través de la habitación, desplazando su mirada sobre el mar de hombres en busca de su padre. Había llegado a la esquina posterior derecha del club antes de descubrir a Lord Prescott profundamente concentrado en un juego de cartas en una mesa en la esquina opuesta. Observó la pila de dinero en el centro de la superficie redonda, preguntándose amargamente cuanto había aportado su padre a la pila. Esa suma ayudaría mucho a saldar sus cuentas en caso de él ganarla, no podía dejar de pensarlo. Ese era el engaño. Él no ganaría. Ella pondría las probabilidades en eso. Determinando no obstante lo mucho que él ya había apostado, no perdería más, Prudence enderezó sus hombros y se preparó para confrontarlo. Estaba a punto de avanzar cuando un grito de dolor a su lado la hizo titubear y mirar alrededor buscando el lugar de la disputa. Cerca, un hombre beligerante, tomó a una de las doncellas por el brazo y la sacudía muy perversamente cuando el siseaba ante su cara. Frunciendo el ceño, Pru se acercó lo suficiente para escuchar lo que le estaba diciendo. ─¡Estúpida, torpe ramera! ─el hombre decía gruñendo. ─¡Este chaleco cuesta más de lo que tu ganarás en tu vida!

─Lo siento, mi Lord. No tenía intención de derramar cerveza sobre usted, pero usted golpeó mi brazo y… ─¿Estas sugiriendo que esto es por mi culpa? ─gritó enojado el noble, zarandeando tan fuertemente a la doncella que Pru sintió que le dolieron los dientes por compasión. Dejando a un lado el problema de su padre por el momento, se deslizó más cerca de la pareja. ─Yo digo, mi buen hombre ─le dijo suavemente, haciendo la mejor imitación de la voz aduladora de su padre. ─Seguramente el hielo no es… La voz de Pru cesó sobre un chillido alarmado cuando se encontró repentinamente aprisionada por el pañuelo y por poco lanzada al suelo. Sus pies se deslizaron de las grandísimas botas de su padre, de repente estaba parada sobre las puntas de sus pies y nariz a nariz del hombre beligerante. ─¿Te pregunté tu opinión? Sobresaltada por el dolor que él le estaba causando en el cuello y por el aliento a whisky que expelía desde su boca, Prudence pasó su mirada de él hasta la joven doncella, quien estaba tirada en el piso donde la había empujado abruptamente. La doncella parecía más bien aliviada por estar sobre el piso, y Prudence no podría culparla. La superficie de madera le pareció un lugar bastante cómodo para estar en ese momento, reflexionó, después notó conmocionada como el horror ahora cubría la cara de la joven. ─¡Una mujer! La atención de Pru regresó al hombre beligerante ante esta exclamación, solamente entonces notó que en su cabeza se estaba sintiendo un toque helado que tuvo momentos antes. Con el miedo creciendo dentro de ella, se olvidó del bastón que sostenía y subiéndolo instintivamente para sentir que el sombrero estuviera sobre su cabeza, golpeándose ella misma absurdamente en el proceso. Prudence ahora veía estrellas por el dolor explotando a través de su cabeza, pero esto podría ser en parte debido al hecho de que el hombre la había levantado más alto sorprendiéndola y ella estaba ahora suspendida sobre el piso, su pañuelo convertido más bien en una efectiva soga corrediza del verdugo.

Luchando por respirar, Prudence actuó instintivamente y trajo su bastón en ángulo recto sobre la cabeza del hombre. Su torturador la liberó al fin. Aspirando una gran bocanada de aire, Pru tropezó hacía atrás, apenas evitando el vengativo puño que el hombre lanzó en su cara cuando ella caía al piso a un lado de la doncella. No estaba muy sorprendida que el hombre hubiera tratado de golpearla a pesar de saber que era una mujer. Después de todo, no había tratado a la doncella muy bien. Todos estaban sorprendidos, sin embargo, cuando el golpe destinado para ella aterrizó sobre la mandíbula de un gran hombre rubio quien aparentemente había intentado intervenir. El golpe fue suficiente para enviar al hombre y estrellarse en el piso, Prudence mordió su labio e hizo una mueca de condolencia, pero estaba muy agradecida que ella no había conseguido permanecer sobre sus pies para este golpe. El silencio cayó en una ola que se extendió a todos los rincones de la habitación cuando el rubio sacudió su cabeza y se puso de pie. ─Yo no quería golpearlo. Fue… Eso fue lo que consiguió decir el hombre antes que el puño del rubio surcara su cara. Prudence casi aplaude ante el golpe. Odiaba a los cobardes, y cualquier hombre que era cruel con una mujer, y después temblaba cuando se confrontaba con un hombre de su mismo tamaño, era definitivamente un cobarde. Miró con satisfacción al hombre belicoso dar un traspié, después hizo una mueca de dolor cuando se estrelló directamente con una camarera quien justo estaba llegando a través de la puerta contigua con una bandeja de bebidas. La bandeja volteada, lanzó los tragos volando sobre un par de hombres: entonces todo el infierno se desató. Los dos hombres rápidamente se unieron a la refriega y fueron seguidos rápidamente por otros, todos pronto golpeaban a sus vecinos. La violencia se movió en una ola como el silencio unos momentos antes, ondeando sobre la multitud hasta que todos parecían estar involucrados. Pru se empujó hacia arriba para sentarse y quedarse con la boca abierta ante el disturbio desarrollado a su alrededor, entonces se empujó para rescatar el segundo mejor sombrero alto de su padre de en medio de los pies de dos combatientes. Desafortunadamente ella fue demasiado lenta y el sombrero estaba ligeramente abollado y aplastado. Prudence frunció la frente ante el daño en el objeto, después miró a los lados un poco asustada cuando alguien le tiraba de su brazo.

─Vamos ─la doncella gritaba, para después rápidamente alternar sus manos y rodillas y empezar a gatear entre de las piernas alrededor. Pru empezó a moverse después de un momento de asombro, entonces, temerosa de ser dejada para defenderse ella sola en medio de la multitud, alternó sus manos y rodillas y forcejeó detrás de ella. Se puso en marcha intentando gatear mientras sostenía el bastón de su padre en su mano. Fue un esfuerzo doloroso, se encontró ella misma machacando sus dedos entre el duro objeto y el piso con su peso sobre este. Abandonando el objeto de mala gana detrás, encontró más fácil gatear y le permitió moverse más rápido, a pesar de que tenía que detenerse cada pocos pasos para subir sus pantalones, dejando de gatear para con las manos sostener éste, y la actividad se miraba obstaculizada. ─¿No piensas que podríamos movernos más rápido sobre nuestros pies? ─le preguntó sin aliento, esquivando entre los azotes de un par de piernas para alcanzar a la mujer, este camino fue bloqueado por un par de hombres rodando sobre el piso, los puñetazos volando. ─Seguro, si no te importa un puño en la cara ─la doncella le contestó sobre sus hombros mientras cambiaba de dirección para gatear alrededor del par de combatientes. Las palabras sonaron lo bastante lógicas a Prudence, pero no podía evitar pensar que podría preferir un puño en la cara a una patada en esta. Pru apenas había tenido esta idea cuando ella fue alcanzada por una patada en el estómago cuando alguien tropezó sobre ella. Esto fue más un golpe que un patada, pero fue suficiente para soltar un oomph y tomar la decisión de que ella prefería el riesgo de los puños. Deteniéndose, empezó a estirar sus rodillas para levantarse, solamente para encontrarse asistida para levantarse por alguien que la agarro de la parte de atrás de su cuello y la tiró hacia arriba. Cerrando sus ojos instintivamente, Prudence se aferró a su vestimenta plegada y se estremeció contra el golpe que sentía segura que vendría. Ella estaba girando sobre sus pies para enfrentarse al asaltante. ─¡Usted! Abriendo los ojos cautelosamente, Pru casi gimió en voz alta: ─Lord Stockton.

Silenciosamente maldijo su suerte. Entonces, decidiendo que la arrogancia era la mejor opción en esta situación, sonriendo con placer al hombre como si fuera un querido amigo con el que se había topado inesperadamente en medio de un atestado salón de baile. ─¡Oh! ¡Buenas noches, mi lord! Que agradable sorpresa. ¿Cómo está usted esta noche? Mirando su cara enrojecida, oscurecerse, tornarse purpura mientras, su boca se quedaba silenciosa, Prudence consideró que la arrogancia pudo ser la opción equivocada. ─¡Usted! ─esta vez las palabras no eran tanto de asombro como un largo, extendido, sonido de frustración y furia. Sí, definitivamente había tomado una decisión equivocada con la arrogancia. Quizás lanzarse ella misma dentro de sus brazos con alivio y pretendiendo que deseaba su protección contra la horda de hombres alrededor de ellos podría tener una mejor estrategia. Ella casi llevó este pensamiento a la acción, pero perdió la oportunidad cuando un par de combativos combatientes de repente embistieron ante su captor, haciéndolo tambalear. Prudence realmente casi se apresura detrás de él para agarrarlo y ayudarle a recuperar su estabilidad, cuando se dio cuenta que hacerlo difícilmente sería en su favor y decidió que huir era la mejor opción. Prudence se giró y empezó a tratar de forcejear en su paso a través de la multitud, solamente para entender rápidamente lo que la doncella quiso decir. No solamente eran los puños volando, más codos empujando, y cuerpos golpeando. Esto hacía casi imposible que pasara a través de los hombres de pie. Mirando sobre sus hombros en una acción de puro pánico para ver que Stockton había recuperado su estabilidad y estaba ahora andando a golpes hacia ella, Prudence regresó sobre sus manos y rodillas y empezó a gatear hacia adelante, alrededor, y algunas veces, a través de pares de piernas moviéndose y tropezándose alrededor de ella, algunas veces violentamente cuando ella era forzada a tirar de su malditos pantalones. A pesar de eso, era capaz de moverse con mucha más rapidez de esta manera, y estaba ahora felicitándose sobre la maniobra cuando fue cogida del cuello otra vez, poniéndola de pie, después abriendo paso a través de la multitud. Stockton había abierto su paso a través de los hombres peleando mucho más efectivamente de lo que ella había logrado, admitió tristemente cuando era medio

empujada y medio arrastrada a través de la habitación. Encontrándose en una cocina en medio de los cocineros y algunos sirvientes quienes habían conseguido alcanzar una relativa seguridad aquí. Forzando otra sonrisa en su rostro y tratando de voltearse hacia Lord Stockton. No era una tarea fácil, por la forma en que todavía la sujetaba por el cuello de su abrigo. Terminó sonriendo en su cuello en lo que le ofrecía un jovial: ─¡Dios mío! Estoy por siempre en deuda con usted, mi lord. Habría encontrado casi imposible caminar a través de esta turba. Prudence no pensó que fuera una buena señal cuando simplemente hizo rechinar sus dientes algo fuerte que estos estuvieron a punto de ser molidos y la jaló adelante, conduciéndola a través de la cocina a otra habitación. Resultó que se dirigían a una oficina. Suya, supuso cuando la empujó dentro y cerró con fuerza la puerta. Ella miró brevemente a través de la pequeña y pulcra habitación, con sus escasos muebles, una vitrina empotrada y un escritorio con una silla detrás de este y otra enfrente, después dirigió su mirada al hombre que permanecía parado ante la puerta. ─Yo… ─¡No diga eso! ─la interrumpió ásperamente, empezando a pasearse. ─¡Pero usted no sabe aun lo que estaba por decir! ─Prudence protestó. ─No me importa. No diga nada. Ninguna cosa ─estalló ─Oh, pero seguramente… ─sus palabras terminaron en un sobresaltado jadeo cuando él de repente dio la vuelta y avanzó a grandes pasos con una expresión que no presagiaba nada bueno. Con la alarma cruzando a través de ella, Prudence trastabilló hacía atrás, solamente para golpear contra la silla ante su escritorio. Abrió la boca desesperadamente, lista para balbucear que estaba apenada y quedarse en silencio, solamente para verlo bajar su boca sobre la suya cuando se detuvo ante ella. Abriendo mucho los ojos, Pru permaneció completamente quieta cuando su boca se movió sobre la de ella, su corazón aparentemente murió en su pecho por el impacto.

Después sintió el primer zarcillo humeante de pasión agitarse a la vida dentro de ella y se estremeció ante el beso, solamente para dejarla jadeante cuando él repentinamente separó sus labios. Prudence empezó a levantar una mano a sus labios, pero la había agarrado fuertemente por la parte superior de sus brazos y así permanecía. ─Me besó ─le dijo en un jadeo. Su boca se crispó cuando ella empezó a hablar, después se torció cuando agregó: ─¿Por qué? ─Para silenciarla ─le contesto abruptamente. ─Oh ─logró escuchar el disgusto en su voz y casi hizo una mueca de desagrado, definitivamente ahora podría sentir lastima por ella. Prudence no podía dejar de preocuparse por esa gran posibilidad. A pesar de su afirmación de que la había besado para silenciarla, y el hecho de que ella finalmente quedó en silencio, él repentinamente cubrió sus labios de nuevo, su boca moviéndose tibia y firme sobre ellos. Pru intentó resistirse a las sensaciones que el beso agitaba en ella. Bien, bueno, quizá no lo intentó mucho. No fue más que un momento antes de que ella se rindiera con una suave señal y permitió que sus manos se deslizaran arriba alrededor de su cuello cuando ella le regresó el beso. Él tenía su boca abierta sobre la suya, alentándola gentilmente en sus labios con su lengua para incitarlos a separarse, convirtiendo el beso en una tremenda e interesante experiencia para Prudence, cuando un golpe en la puerta les interrumpió. Separándolos. Lord Stockton se movió un par de pasos para alejarse y se volvió para ordenar a la persona que entrara. Pru succionó su labio inferior dentro de su boca, degustándolo en esta cuando vio la puerta abierta revelando a Plunkett. ─Puse fin a la pelea, mi lord, y… ─las palabras del hombretón murieron cuando su mirada se deslizó a Prudence. Viendo la sorpresa en su rostro, Pru hizo una mueca sabiendo que el hombre no dudaba ahora reconocerla y entendió por qué ella le pareció tan familiar. Pero entonces Stephen frunció el ceño y siguió la mirada del hombre, su expresión cambió a una de consternación. Cuando él rápidamente dio un paso frente a ella, cubriéndola a la vista, tuvo la más horrorosa idea que…

Mirando hacia abajo, soltó un grito de horror. Los pantalones de su padre estaban descansando en un charco alrededor de sus pies. Ella había abandonado la sujeción de éstos para poner sus brazos alrededor de su cuello, y aparentemente el beso había sido suficiente distracción que ella no había advertido cuando se habían deslizado de sus piernas. Solamente la gran camisa de su padre le quedaba para cubrirse cuando el abrigo estaba abierto, y ese cubría solamente una parte de sus muslos. Su cara ardió con vergüenza, Prudence se inclinó rápidamente para regresar los pantalones arriba, ni siquiera oyó la excusa murmurada de Stephen. Ella empujó pasando los dos hombres y escapó los más rápido que sus pies podían llevarla. Stephen dio un paso adelante, intentando seguir a Prudence, entonces captó con un suspiro, la pobre muchacha debía estar completamente humillada. Perseguirla podría conseguir nada más que avergonzarla aún más. Por otro lado, ya había probado que no podía ser de confianza con ella alrededor. Había estado furioso cuando la había divisado dentro de su salón de juego, horrorizado de que se hubiera atrevido a entrar, vestida como un hombre nada menos, y enojado de que ella estuviera arriesgando su reputación también. Pero toda esa conmoción y furia habían rápidamente cambiado a un tipo diferente de fuego al momento que había conseguido estar a solas con ella. ¿Y esto no había sido una brillante idea? Se tomó un momento para recriminarse por tratarla más caballerosamente. En ese momento, besarla había parecido una alternativa aceptable a estrangularla como merecía. Obviamente no había estado pensando muy claramente. Una dama no merecía ser tratada tan desconsideradamente como lo había hecho justo ahora. Ella no había luchado, pensó, disfrutando el recuerdo, a continuación se dio una sacudida. La muchacha era obviamente tan inocente como un bebé. Estaba probablemente abrumada por su atención. Demonios, él estaba abrumado. Pero su conducta había sido simplemente inaceptable. Un silencioso movimiento de pies atrajo su atención. Plunkett permanecía de pie justo pasando la puerta, pero su expresión asombrada al divisar a Prudence con sus bombachos sobre el suelo, había cambiado a sombría desaprobación que el hombre estaba dirigiendo directamente sobre su empleador. Stephen se sintió inmediatamente a la defensiva.

─Yo no he tenido nada que ver con sus pantalones abajo ─las palabras llegaron inesperadamente e involuntariamente. Realmente no tenía necesidad de dar explicaciones a sus empleados. Aun así, las palabras salieron, y cuando Plunkett lo miró desconfiado, como cualquiera lo haría después de ver los rojos, hinchados, y obviamente la condición de los labios recién besados de Prudence, Stephen se sintió compelido a explicar además. ─Bueno, yo la bese, pero… esto no es como si nosotros recién nos hubieran presentado. Nosotros hemos coincidido en varios bailes. Esto no era estrictamente la verdad. Stephen había acudido a algunos de esos bailes como los Prescotts y siembre observó la presencia de su hija. Prudence era una mujer adorable. Su belleza era de un tipo que brillaba como una margarita blanca como la nieve entre un arreglo de colores variados. No llamativa con la primera atención como una rosa roja con sus espinas ocultas, pero sutilmente llamando su vista con su suave desamor. Por supuesto, con su precaria situación en la sociedad, no se había nunca aproximado a la mujer hasta justo recientemente. Esto fue solamente cuando los rumores y chismes habían empezado a circular sobre el estado financiero de los Prescotts, cuanto el resto de la sociedad había empezado a alejarse, fue cuando él se había atrevido a solicitar un baile o dos. No había querido mancillarla con su reputación. Pero con la sociedad actuando como eran, esto le había brindado una oportunidad perfecta. Se había aproximada bajo la apariencia de su salvador de convertirse en un florero, algo que había hecho en el pasado con otras tímidas damas jóvenes. Que había sido el trato bajo el que él había hecho su amable solicitud y se había encontrado atraído por la joven con su suave voz y vivaz ingenio. La única razón de no haberla reconocido al instante la primera noche fuera de su club, fue por la oscuridad. Lo inesperado de su presencia ahí, con el ridículo sombrero que había vestido, y la forma en que se había protegido del frío. Consciente que Plunkett había permanecido mirándolo como un padre quien lo había atrapado maltratando a su hija, Stephen se movió impacientemente. ─¿Dices que la pelea ha terminado? Plunkett pasó otro momento mirando bajo la punta de su nariz hacía Stephen cuando dijo lentamente.

─Quedó todo el club despejado, creo. El lugar está vacío y las puertas cerradas. ¿Desea que las abra de nuevo? Desplazándose detrás de su escritorio, Stephen hizo una mueca y movió su cabeza. Se dejó caer con cansancio en su silla. ─No. Esto fue suficiente excitación para una noche. ¿Fue mucho el daño? ─Un par de mesas rotas y una pareja de doncellas recibieron maltratos. Sally recibió un desagradable codazo en el ojo. Lo tiene cerrado debido a lo hinchado y ennegrecido, y creo que Belle quedó con una costilla rota o dos. Stephen frunció el entrecejo. Por todos los años que había estado en el negocio, aún le sorprendía ver cómo un poco de bebida y el juego de cartas podía revelar lo peor de esos supuestos hombres de la nobleza. Algunas noches le avergonzaba ser considerado un miembro de ellos, y esas noches llegaban cada vez más frecuentemente. Stephen siempre había odiado la debilidad que sobresalía a través de las miradas desesperadas de los hombres que apostaron lo poco que ellos tenían, dejándolos con la esperanza de hacer fortuna. Pero con cada vez más y más frecuencia, había también soportado atestiguar la crueldad oculta debajo de algunos finos exteriores de esos hombres. Esto fatigaba su alma y lo hacía pensar que quizá era tiempo de dejar este negocio. Incluso había estudiado algunos negocios alternativos, pero no había acertado sobre alguno tan lucrativo todavía. En cuanto lo hiciera… Estirándose, regresó su atención sobre el problema en sus manos. ─Lleva a Sally y Belle a ser atendidas, después vayan a casa. Toma ─abriendo el cajón de su escritorio, sacó una bolsa y la lanzó a su portero, ─divide esto entre ellas y diles que no regresen hasta estar recuperadas. Moviendo la cabeza, el hombretón giró y lo dejó solo con sus pensamientos, los cuales prontamente regresaron a la mujer que había besado solamente momentos antes. Demonios, se veía bien en pantalones. Aun sueltos, pantalones holgados. Pero, pensó con una pequeña sonrisa, se veía aún mejor con estos desparramados alrededor de sus tobillos.

Capítulo Tres ─Oh, querida ─¡Oh, querida es correcto! ─Prudence dejó de pasearse y se dejó caer tristemente sobre el asiento a un lado de Eleanore. La casa adosada de los Kindersleys fue donde Prudence había usado para cambiar la ropa de su padre antes de intentar su infiltración en Ballard’s. Después de escapar del sitio de su humillación, había sido forzada a regresar ahí para ponerse de nuevo su traje de noche. Hubiera preferido indicar a Jamison que la llevara directa a su hogar, donde podría derramar sus lágrimas por su humillante fracaso en privado, pero, vestida como estaba, ir a su hogar había sido imposible. Meg Prescott no estaba enterada de que su hija tramó esto. Este fue por su deseo por Navidad, después de todo. Por otro lado, probablemente ella no lo hubiera aprobado. Ahora que estaba aquí y había revelado el humillante resultado de su aventura, Prudence se dio cuenta que se estaba sintiendo un poco mejor. La solidaridad de Eleanore era un bálsamo reconfortante. ─¿Qué fue lo que más te gustó? Pru le dirigió una confusa mirada a su amiga. ─¿Qué? Entiende que yo estaba parada ahí con los pantalones de mi padre caídos alrededor de mis tobillos como una… ─No. La otra mujer empezó a sonreír, pero se detuvo rápidamente, Prudence lo advirtió. ─No ─repitió. ─Me refiero al beso. ¿Cómo fue su beso?

Prudence miró a lo lejos, su boca se crispó y torció antes de poder controlarlo. No estaba del todo sorprendida al encontrarse con la curiosidad de su amiga sobre esto. Ellas a menudo hablaban sobre los miembros de la sociedad, intercambiando opiniones de los hombres que ellas encontraban atractivos y eso. Stephen había sido uno de ellos. Él era terriblemente atractivo y elegante. Y ella y Eleanore no eran las únicas quienes pensaban así. Al círculo de más avanzada edad en el seno de la sociedad, podían estar molestándoles tener que admitirlo, pero las damas más jóvenes estaban más que felices de tenerlo alrededor, y ellas con frecuencia competían por su atención. Eleanore y Prudence nunca habían estado entre esas quienes competían, pero habían ciertamente notado al hombre, y podrían no haber dicho no cuando él les pidió un baile, o la oportunidad para ir a buscarles un refresco. No era solo que él fuera atractivo, sino que había mostrado su amabilidad en algunas ocasiones. Era bueno saber que él tenía la tendencia de favorecer a esos que la sociedad miraba escasamente aceptables, y no había un florero si él estaba en la concurrencia. Al asegurarse estuvieran siendo presentadas, y al hacer que se sintieran incluidas. Pru y Ellie ambas habían apreciado esto. Especialmente Prudence, quien últimamente se había encontrado en la necesidad de ser rescatada de convertirse en un florero. Raramente acudía a actos sociales, pero acudió en una o dos ocasiones bajo la presión de Eleanore. Incapaz de proveerse un nuevo vestido de noche, se había visto obligada a vestir diseños de la temporada anterior. Este hecho había sido reconocido de inmediato por todos, y lo que este hecho significaba en la riqueza de su familia era ahora una falta que había tenido que entender. No había nada a lo que la sociedad eludía más rápido, que a aquellos que su riqueza estaba menguando. Prudence se había encontrado en esa desafortunada posición de ser evitada por la mayoría de las personas como si ella tuviera la plaga. Y absolutamente ninguno le había pedido un baile, excepto por Stephen, una vez, en cada uno de los eventos. No, él podría no haber recordado sobre su encuentro, pero ella no había tenido problemas para recordarlo a él. Si era honesta consigo misma, Prudence debía admitir que después de cada evento, ella había pasado algunos minutos tumbada en su cama en la noche, fantaseando que ellos habían compartido más que un baile. Imaginó que había visto algo innegable en sus ojos mientras ellos se movían alrededor de la pista de baile, y que él podría algún día entrar en su vida y salvarla de la embarazosa situación en que

su padre los estaba arrastrando. Pero esto había sido antes de saber que él en realidad regentaba el establecimiento que su padre favoreció para su conducta destructiva. Oh, ella había sabido que el regentaba algún tipo de salón, pero ella no se había dado cuenta que éste era uno donde tenían lugar las apuestas, o que éste era justo donde su padre pasaba la mayor parte de su tiempo. Prudence había detenido sus fantasías acerca del hombre en el momento que entendió eso. Bueno, no había detenido sus fantasías acerca de él, pero había tomado su propia recriminación más firmemente para hacerlo pronto. ─¿Bueno? Pru regreso su atención a Eleanore cuando su impaciente amiga la apremió y se encogió de hombros. ─Fue un beso, Eleanore. Solamente un beso. ─Uh-huh. Solo un beso que te distrajo lo suficiente para que tú no te hubieras enterado que estabas perdiendo tus ropas. Prudence sintió su cara sonrojarse con el recuerdo embarazoso, entonces se movió impacientemente y se levantó para pasearse de nuevo. ─¿No podemos nosotras concentrarnos en mi problema? ¿Qué haré ahora? Plunkett no permitirá entrar mujeres y no será otra vez engañado por mí entrando disfrazada como un hombre. Debo encontrar otra forma para lograr entrar. ─¿No puedes solo confrontar a tu padre en casa, Pru? Seguramente que podría ser más fácil que… ─No. Se ausenta al momento de levantase. ─Atrápalo en su salida entonces. ─He intentado hacer eso, pero me evade continuamente. Ayer lo esperé por fuera de su puerta por dos horas. Lo dejé para visitar el sanitario, por solo un minuto, creo, y se deslizó afuera mientas estaba ausente. Pienso que probablemente me estaba mirando por el hoyo de la cerradura y esperó que yo me fuera. ─Hmmm ─ellas cayeron en silencio mientras Eleanore consideraba esta información, entonces murmuró: ─Quizá podrías intentar una aproximación distinta.

─¿Qué sugieres hacer? ─Prudence detuvo su paseo y dirigió su vista a su amiga con interés. ─Bueno, ¿podrías decir que él bebe primero, y después apuesta? ─cuando ella asintió ante esto, Ellie sugirió: ─Bueno, si tú puedes prevenir que beba, podría parar de apostar. Prudence considero esto brevemente. ─¿Tú piensas que podría realmente funcionar? ─Bueno, lo primero parece seguir a lo otro. ¿No es así? ─Sí. La otra joven se encogió de hombros. ─Si tu impides que beba, quizá el juego parecerá menos atractivo. Una sonrisa suavemente floreció en la cara de Pru ante la lógica de su amiga. Eso le parecía acertado. ─¡Eleanore, eres brillante! ─declaro al fin, haciendo a la otra joven sonrojar de placer. ─¿Pero cómo? ─¿Cómo? ─¿Cómo voy a evitar que beba? El ingiere la mayor parte de su bebida fuera de casa. ─Oh ─Eleanore se preocupó más por el problema brevemente, después rápidamente se puso de pie y de manera apresurada salió del salón. Prudence confusa la observo ir y aun de pie, dudó si seguir a su amiga o no. Pero antes de alcanzar la puerta, Eliie había regresado apurada, con un libro en la mano. ─¿Qué es eso? ─Prudence le preguntó. ─Uno de los libros de mi madre de consejos generales. Incluye un diccionario medicinal. Pienso ver un consejo relativo a las bebidas intoxicantes ─Prudence se dirigió de regreso al sofá, donde Eleanore se había sentado, esperando hasta que

Prudence se hubo acomodado al lado de ella, después colocó el libro entre ellas y empezaron a hojear las páginas, murmurando mientras leía: ─bebidas intoxicantes, bebidas intoxicantes, bebidas intoxi… No hay bebidas intoxicantes, pero si intoxicación ─dijo con una queda excitación, y alzó el libro cerca de su cara para leer. ─Aunque literalmente significa envenenamiento de la sangre por alco… ─Salta sobre esa parte, Ellie, y encuentra como ellos sugieren corregir el problema ─Prudence la urgió impacientemente. ─Sugerencia ─Eleanore buscaba leyendo varias palabras a lo largo de los párrafos en voz alta mientras ella paseaba. ─…imaginación frenética... Síntomas... Delirio… ─frunció el ceño por la impaciencia. ─No, todos estos dicen que “en caso de envenenamiento, el vómito puede ser inducido por una inyección subcutánea de apomorfina”. ─¿Apomorfina? ─Un emético ─le explicó ─Oh. ─Pero tu padre difícilmente tomará él mismo una dosis de veneno. Prudence resopló. ─No. No por sí mismo en nuestra vida ─estuvo callada por un momento, la desdicha haciéndola desplomarse; en ese momento levantó su cabeza lentamente, con una maquinación en su cara. Eleanore la miraba con cautela. ─Conozco esa mirada. Usualmente precede a problemas. Prudence, ¿qué estás pensando? ─¿Tú crees que haya alguna cosa como emético oral? Ellie cerró de golpe el libro, con la alerta en su semblante. ─¡Prudence!

─¡Esto es perfecto! ─exclamó excitadamente. ─¡Una o dos veces bebiéndola lo dejaría sobre el orinal antes de que estar ebrio, podría curarlo de cualquier deseo de beber y consecuentemente de terminar jugando! ─¡Pru! ─Oh, No me mires así, Ellie ─chasqueó con irritación. ─Estoy desesperada. No deseo terminar dentro de la prisión de deudores. Él nos arruinará con su bebida y sus apuestas. Ha estado haciendo ambas sin parar desde la muerte de John. Estoy segura que si nosotros pudiéramos solamente mantenerlo sobrio por un día o dos, podría recuperar lo suficiente de su cordura para darse cuenta de lo que le está haciendo a su familia. ─Pero… ─¿Cómo serían tus sentimientos si este fuera tu padre? Eleanore permaneció callada. Prudence observó algunas expresiones revolotear a través del rostro de su amiga hasta que la resignación se asentó en ella. Dejando el libro sobre el sofá entre ellas, la joven se puso de pie y silenciosamente dejó la habitación. Prudence con prontitud levantó el libro que ella había dejado detrás y lo hojeó, buscando juegos, apuestas y excesos, pero ninguno de esos temas encontró. Este parecía como si fuera para enfermedades del espíritu, no para el cuerpo. Suspirando, apenas había dejado el libro a un lado cuando Eleanore regresó apurada dentro del salón, con un frasco grande apretado fuertemente en sus manos. ─¿Qué es esto? ─Prudence le preguntó con curiosidad cuando su amiga se lo puso en sus manos, su labio inferior apresado entre sus dientes. ─¿Recuerdas cuando Bessy tuvo un problema estomacal? ─¿Bessy? ─Prudence agitó su cabeza confusa ─¿Tu caballo? Eleanore asintió con la cabeza. ─Esa vez el encargado del establo estuvo seguro que ella había comido alguna cosa que no debería comer. Le administró esto para ayudarla a expulsarlo ─cuando

Prudence la miró con sus ojos en blanco, suspiro y le explicó: ─Este brebaje le permitió expulsarlo. Esto es un emético. Los ojos de Prudence se agrandaron incrédulamente. ─¿Piensas que podría darle a mi padre un emético de caballo? La otra joven titubeó, mirando inciertamente. ─Esto podría ser una mala idea. ─¡No! ─Prudence se irguió y moviéndose rápidamente fuera del alcance de Ellie cuando trato de arrebatarle la botella. Cruzando la estancia, entornó los ojos sobre la botella, con embebecimiento. ─Un emético para caballo. ─Prudence. Yo creo que no… ─Eleanore la siguió a través de la estancia ansiosamente. ─Pero esto es perfecto. Esto podría tener resultados similares con papá, ¿No lo crees? ¿Cuánto utilizó el encargado del establo para darle a Bessy? Y ¿cuánto tiempo antes de hacer efecto? Ellie hizo una mueca. ─Un par de cucharadas. Esto hizo efecto inmediatamente, pero un hombre es mucho más pequeño que Bessy. No creo que más de una gota, o algo así, se deba usar. Yo… Oh, Prudence, creo que no deberías usar esto. Está fue una terrible idea. Por favor solo dame esto y olvidemoslo. ─¿Y me visitaras en la prisión de deudores? ─Prudence le pregunto quedamente, volviendo su cara a su amiga. Eleanor hizo una pausa, una lucha se reflejó en su cara, hasta que ella concedió con un suspiro. ─¿Cómo se lo administrarás? Para que tu plan funcione, si esto funciona del todo ─ella agregó secamente, ─debe recibirla mientras está tomando. Hace esto en el club, en su mayor parte. Y me acabas de agasajar con tu última incursión en Ballard’s. Después de anoche Plunkett estará en guardia. Disfrazarte de hombre no funcionará.

─Sí ─Prudence murmuró con aire meditabundo, entonces lentamente sonrió. ─Plunkett nunca me admitirá otra vez en Ballard’s por la puerta de enfrente.

***

Alejándose del barril de cerveza, Prudence dio unos pasos, después hizo una pausa para mirar ceñuda hacía su pecho. Refunfuñando quedamente, equilibró la bandeja en una mano con una sola jarra de cerveza, usando la otra para jalar inútilmente el escote de la blusa blanca que llevaba puesta. Honestamente, esta era tan indecente como podría ser, pensó impacientemente, y esperó un momento anhelando tener puesto uno de sus propios vestidos. Por supuesto, eso era imposible. Había visto por sí misma que todas las mujeres vestían el mismo traje: la falda roja y una blusa blanca con un escote de cuchara. Pero esta parecía extremadamente escotada para Prudence. Sus pezones estaban casi a la vista. Entendiendo que esto era un esfuerzo inútil, Prudence se dio por vencida tirando de su blusa. Tuvo que esforzarse mucho para usar ese vestuario indecente por esa noche. Bueno, no la noche completa. Pru le había asegurado a la chica que necesitaría tomar su lugar por solo cuestión de segundos, solo lo necesario para entregar un mensaje al hombre que amaba. Esto fue lo que le dijo a la chica. Por supuesto, la verdad era que ella necesitaba una manera para administrar el emético a su padre, pero difícilmente podría decirle esto a Lizzy. La gratitud de la sirvienta por la intervención de Pru con el hombre violento se había alargado lo suficiente para aceptar prestarle su ropa y permitirle tomar brevemente su lugar como un sirviente dentro de Ballard’s, pero sospechaba que no lo hubiera querido hacer si conociera las verdaderas intenciones de Pru. Prudence había salvado su conciencia sobre esta mentira diciéndose a sí misma que esto no era completamente una falsedad. Ella amaba a su padre, y el emético era un mensaje… más o menos. Con esto, concluyó que ciertamente era un triste día cuando una mujer empieza a mentirse ella misma, Prudence salió de la cocina, después hizo una pausa entornando los ojos alrededor del propio club. Había esperado afuera en la entrada

trasera del establecimiento la noche anterior, esforzándose para ignorar el hecho de que estaba parada en la oscuridad, en un callejón maloliente, donde había esperado cerca del lugar y los trabajadores empezaron a salir. La mayoría de las mujeres se habían alejado en pares o grupos. Al final Lizzy se había rezagado, a solas y una de las últimas en partir. Cuando Prudence la había reconocido como la doncella que el hombre con cara de halcón había estado maltratando, se le había acercado a escondidas y procedió a seguirla. Tratando de moverse silenciosamente, y permaneciendo en las sombras lo más posible, había seguido el rastro de la muchacha fuera del callejón, dirigiéndose desde la parte trasera del edificio hacia el frente. Había seguido a Lizzy a lo largo de algunas calles, agradecida de saber que el cochero de Eleanor la estaba siguiendo para su protección. Aún más agradecida que su amiga hubiera insistido en que usara el carruaje y el discreto conductor de su familia para la excursión. Una vez lo suficiente lejos del club, con el objeto de que no hubiera ningún testigo del intercambio, se había aproximado a la muchacha con la historia de su verdadero amor obstaculizado por la desaprobación de sus padres y su necesidad de entregar un mensaje a su enamorado. Lizzy se había compadecido, pero la chica era también un poco pragmática y no había estado dispuesta a poner en riesgo su trabajo para asistirla en su aventura. Prudence había sido forzada a recurrir al soborno, haciendo lo mejor para no respingar cuando había canjeado su gargantilla con algún valor sentimental como monetario. Esta había sido un regalo de su abuela cuando aún vivía. Pero si el plan funcionaba, esto podría haber valido el sacrificio, se aseguraba ella misma. Y estaba determinada a que esto funcionara. Por supuesto, Ellie estaba segura de que no. Ella estaba segura de que Prudence sería reconocida y escoltada fuera de la propiedad. Pero Prudence era de la opinión de que ninguna atención se daba a los sirvientes. Ni Stockton ni su padre le darían una segunda mirada, esperaba. No debería estar pensando negativamente ahora, se amonestó ella misma. Hasta ahora, todo había ido sin dificultad. Lizzy se había reunido con ella como prometió, adentrándose en el carruaje prestado de Eleanore, cambió las ropas con Prudence, y le dijo: ─Solo camina como si pertenecieras ahí. Agarra una cerveza, así parecerá que estás trabajando, encuentra a tu amante, entrégale el mensaje y logra salir de ahí

para que yo pueda regresar a trabajar. Y que no te pillen. Podría perder mi trabajo si te descubren. De esta manera Pru había entrado, haciendo lo mejor para parecer como si ella perteneciera ahí, agarrando una jarra vacía, luego retrocedió, donde cuidadosamente le administró un par de gotas del tónico de Bessy de la botella que actualmente estaba amarrada en su muslo. Estaba preocupada por esta parte. La botella que Eleanore le había entregado había sido demasiado grande para transportarla sin ser advertida, por ello tuvo que encontrar una más pequeña para poner el líquido en ella. Entonces se había angustiado con la incertidumbre sobre donde guardarla. Este debía ser un lugar con fácil acceso. Atado apretadamente a su muslo, invertido y cubierto por dos capas de ropa, había parecido un lugar seguro, el cual parecía estar funcionando. Había dopado la jarra vacía, cerró la botella y se deslizó dentro, caminando descaradamente para abrir el barril de cerveza para llenar el jarro con el brebaje de levadura. ─¿Bueno, ahora, que tenemos nosotros aquí? Prudence había en ese momento avistado a su padre en una de las mesas, cuando su vista fue bloqueada por un hombre lascivo bastante grande. Forzando una sonrisa, intento dar un paso alrededor de él, solamente para encontrar su camino bloqueado y ella misma maniobrar contra una pared. ─Eres nueva. No te reconozco Prudence apenas gruñó en voz alta, pero él la agarró. Verdaderamente no necesitaba un patán medio borracho para molestarla. ─Perdóneme, mi lord, pero yo debo entregar esta bebida. ─Ah, pues, no eres muy amigable ─el hombre hizo una sonrisa que Prudence se vio forzada a regresar, pero cuando él se movió y se acercó alrededor para tantearla detrás de un modo demasiado familiar. Un chillido de alarma se deslizó de sus labios, Prudence inmediatamente agarró su mano. ─Lo que me pasa es que estoy necesitando una bebida para mí. Prudence lo miro, su boca se abrió para exigirle que la soltara, cuando ella se dio cuenta que había tomado la jarra de su bandeja y la estaba levantando a sus labios.

─¡Oh, no! No lo haga… Prudence hizo una pausa, con la boca abierta. El irritante cliente había vertido la bebida dentro de su garganta de un trago. ─Mmmm ─él se enjuagó su boca con el torso de su mano y le sonrió. ─Esto fue refrescante. Gracias, amor. Pru hizo crujir sus dientes con exasperación, entonces le arrebató la jarra vacía. ─De nada. Ahora deberé ir a llenar otro ─intentó dar un paso alrededor de él, pero le encontró inmediatamente en su camino de nuevo. ─No, no, nada de eso, Lord Setterington ─una voz profunda dijo suavemente al lado. ─Sabe que a los clientes no se les consiente molestar a las chicas. Reconociendo la voz, Prudence se paralizó. Lord Stockton. El pánico aflorando dentro de ella, rígidamente mantuvo su cara al frente y se movió alrededor del hombre, Stockton lo abordó. Esta vez el odioso hombre no había intentado impedirlo y Pru fue capaz de apresurarse a regresar a la seguridad de la cocina. Una vez ahí, frunció el ceño al notar lo concurrido que estaba el barril de cerveza. Había tres mujeres esperando su turno ante él. Renuente al riesgo de que uno de los otros sirvientes se dieran cuenta que ella no pertenecía a ese lugar, Prudence salió y entorno la puerta para ver a través de ella hacia donde Lord Stockton y Lord Setterington estaban aún conversando. Los dos hombres parecían bastante amistosos, que no molestaba a Prudence tanto como el hecho que Setterington no parecía ni un poco afectado por la tintura que había depositado en la cerveza. Observó por algunos minutos, ocultando su cara y moviéndose ocasionalmente a un lado cuando los sirvientes entraban y salían de la habitación. Los miembros de la nobleza podrían no dignarse a fijarse en los sirvientes, pero los sirvientes seguramente notarían a otros. Después de algunos minutos desistió de esperar que su involuntaria víctima mostrara signos de enfermedad, y echó un vistazo al barril. No había nadie por ahí. Incluso los empleados de la cocina habían salido. Pero, entonces, ellos habían terminado su turno y salieron antes de que ella arribara. Prudence lo había planeado de esta forma, averiguando el horario del personal de la cocina, y acordando reunirse con Lizzy después de esto.

Buscando hacia abajo, tocó a lo largo de la parte superior de su pierna la botella que contenía el emético, después echo una mirada por la puerta de nuevo. Setterington y Stockton estaban todavía hablando, y ninguno parecía voltear hacía la cocina. Ese momento pareció seguro para llenar la jarra de nuevo. Permitiendo que la puerta se cerrara, se volvió y se apresuró al barril de cerveza. Inició con las gotas primero, por el miedo que alguien pudiera interrumpirla si ella lo hacía al revés. Colocando la jarra sobre la mitad de la tapa que había quedado sobre el barril, rápidamente arrugó su falda y sacó la botella. Permitiendo a su falda caer de regreso a su lugar, destapó la botella, sosteniendo la tapa con el dedo pulgar y deslizando los otros tres dedos de su mano para maniobrar con la jarra, levantándola para ponerle un par de gotas de la poción. Vacilando por un momento, después vació un buen chorro del líquido dentro. Las dos gotas que había colocado en la otra bebida se estaban tomando mucho tiempo para funcionar, sí acaso habían funcionado. Obviamente se necesitaba más para afectar un cuerpo apropiadamente. Prudence entonces comenzó a intentar ponerle la tapa sobre el emético, pero con la jarra, la tapa y la botella en una mano, era complicado y terminó tirando la tapa. Chasqueando su lengua disgustada, colocó tanto la jarra como la pequeña botella sobre el barril y se arrodilló para buscar la tapa perdida. Esta, por supuesto, no estaba a la vista. Pensando que podía haber rodado sobre el piso hacia las sombras contra el barril, Prudence alternó sus manos y rodillas y gateó alrededor, entonces barrió con sus manos el piso oscuro entre el barril y la pared. Escuchó una grave voz masculina diciendo algo, pero no estaba realmente captando lo que decían, pero estaba totalmente desprevenida para el repentino golpe en su trasero. Chillando, avanzó dando tumbos a un lado, chocando contra el barril, entonces levantándose sobre sus rodillas y mirando alrededor al tiempo de ver a uno de los sirvientes fanfarronear saliendo de la habitación a través de la puerta que conducía al callejón detrás del edificio. ─¡Hombres! ─murmuró agitada, entonces aferró la tapa del barril para conseguir ponerse de pie. Una vez ahí, vio que aunque la jarra estaba aún en su lugar, la botella de emético no estaba. Miró alrededor brevemente, pero no estaba sobre el suelo. Quizá había rodado a las sombras como la tapa lo había hecho, o el sirviente se había escapado con esta.

Su mirada se deslizó a la puerta que conducía al callejón, y dio un paso en esa dirección, luego cambio de idea. El compañero estaba en un descanso y pensó que le había robado su reserva personal. Estaría indudablemente tragándose el líquido aromático en ese mismo momento. Esperaba que fuera un gran trago, uno sería todo lo que el tomaría probablemente, y Prudence más bien esperaba que esto lo tumbara lo suficiente para terminar con vómitos por horas. ¡Esto se merecía por haberle tocado el trasero! Sonriendo ante este pensamiento, sumergió la jarra adulterada dentro del barril de cerveza, después regresó a la puerta del salón de juegos. Crujiendo al abrir, vio que Stockton y Setterington se habían alejado. De hecho, ninguno de los hombres estaba a la vista. Un excitado exabrupto repentino sobre la mesa central llamó su atención. Un hombre estaba sonriendo alegremente y recogía una gran pila de dinero. Todos los demás en la mesa se miraban realmente infelices, parecía que ellos estaban tratando de esconder esto al darle una palmada al hombre en la espalda en enhorabuena. ─¡Aquí! ─de repente el ganador llamó a un sirviente cercano. ─¡Una ronda de cerveza para todos en el club para celebrar! ¡A mi cuenta! Los ojos de Pru se ensancharon cuando cada uno de los sirvientes en el club hizo un repentino éxodo hacia la puerta de la cocina. Decidiéndose que este era el momento de desplazarse o arriesgarse a ser descubierta como una impostora. Prudence determinadamente salió a toda prisa de la cocina directa a la mesa donde había localizado a su padre jugando a las cartas. Sus ojos volaban nerviosamente alrededor de la habitación con cada paso que ella daba, vigilando cautelosamente por si Stockton, o por cualquiera que pudiera interceptarla y hurtar su preciosa bebida como Setterington había hecho. Estaba cerca de la mesa donde su padre estaba jugando a las cartas cuando ella lo avistó. El compañero de cabello gris quien había estado sentado ante la mesa de cartas próximo a su padre, aparentemente había abandonado y Stockton estaba sentado ahora ahí. Prudence rápidamente regresó sobre sus pies y se escabulló a la cocina de nuevo, pero entonces ella se detuvo y obligó a sus pies a continuar. Stockton no parecía notarla, se aseguró firmemente. Podría mantener su cara desviada,

aproximándose con su frente hacía su padre y su espalda a Stockton. Podría deslizarse cerca, colocar la bebida e irse. El hombre podría ver solamente la parte trasera de su cabeza y su padre nunca miraría hacia ella. Los miembros de la nobleza nunca observaban a los sirvientes, o si ellos lo hacían, raramente los reconocían. Y su padre no era la excepción. Dios querido, por favor no permitas a mi padre ser la excepción, rogaba al regresar a un lado entre los dos hombres, con su espalda hacía Stockton mientras colocaba la bebida ante el codo de su padre. Él no levantó la mirada de sus cartas, al menos no más allá de notar su bebida y chasquear su lengua en contrariedad. ─No ordené esto ─ella escucho su refunfuño mientras rápidamente empezaba a deslizarse fuera de entre las dos sillas, pero continuó, esperando que si se alejaba de ahí, él podría tomar esto de cualquier manera. ─¡Muchacha!

─Todo está bien, Prescott ─Prudence escucho que Stockton decía. ─Yo me tomaré esto. Esto hizo que Prudence hiciera una pausa. Dando la vuelta alarmada, vio al propietario del establecimiento levantar la jarra y tragar una buena cantidad de su contenido. Ella no pudo decir nada, al menos nada comprensible. Más bien ahí llegó un sonido de protesta que se deslizó de sus labios cuando bajó la bebida y vio que más de la mitad de esta se había ido. Esto fue suficiente para que Stockton le lanzara una mirada sobre el borde de la jarra que él había levantado de nuevo hacía sus labios. Prudence casi lo detuvo, pero comprendió que no había realmente necesidad. Él ya había consumido lo suficiente de esto para que hubiera manera de que él pudiera evitar la reacción. Especialmente desde que ella había puesto dentro una cantidad más grande de emético. Oh, él no iba a estar feliz sobre todo esto, Prudence pensó suavemente e inconscientemente dio un paso hacia atrás. Estaba palideciendo y lo supo. Podía sentir la sangre dejar su cara cuando los ojos del hombre se estrechaban sobre ella. Prudence empezó a alejarse rápido, sobresaltándose cuando sus ojos repentinamente se agrandaron al reconocerla. Dio un trago cuando él se excusó del

juego y se puso de pie, y ella giro alejándose, rumbo a las cocinas en una carrera mortal. Había alcanzado las cocinas cuándo la alcanzó. De hecho, ella había corrido pasando una media docena de sirvientes alrededor del barril de cerveza y casi alcanzó a salir por la puerta trasera rumbo al callejón, pero él agarró su mano y la jaló para detenerla. Prudence se giró, abrió la boca para exigirle que la soltará, pero él había ya echado andar para su oficina, jalándola detrás de él. Notando las miradas de los sirvientes curiosos, decidió no causar una escena y le permitió arrastrarla a donde quisiera. Remolcarla dentro de su pequeña y estrecha oficina le había tomado a él poco tiempo, la soltó abruptamente, cerrando fuertemente la puerta, y recargando su espalda sobre ella para mirarla encolerizadamente. ─¿Por qué estás de regreso? ¿A trabajar? ¿Seguramente la situación de tu familia no está deteriorada al punto que ahora debes estar forzada a buscar una posición pagada? Esta forma en que dijo la palabra trabajar súbitamente calmó a Prudence. Esto sonó sarcástico y amargo en sus labios, recordándole a ella el desaire e insultos que él había sufrido por tener que ganarse la vida en el mundo, un tormento que no podría desearle a nadie. Su culpa por que se tomara la poción destinada para su padre estuvo en poco tiempo olvidada y ella le dijo gentilmente: ─No hay nada equivocado con ganarse su vida. Él lanzó una carcajada escéptica. ─Ciertamente es así. Solo pregunta y ellos te dirán esto. Todos ellos piensan que yo estoy por debajo de ellos porque… ─Yo no soy cualquiera ─Prudence lo interrumpió, acortando lo que ella estaba segura de que habría sido un largo discurso hasta el final. Stockton la miro especulativamente por un momento, entonces dijo: ─Yo personalmente escojo a mis empleados. Tú no estás empleada aquí. Y tampoco intentaste hablar con tu padre, esa era tu razón que diste para desear

entrar a Ballard’s. No le dijiste una palabra a él cuando tuviste la oportunidad. Entonces, mi lady, ¿Por qué estás aquí? ─Yo no vine aquí esta noche para hablar con mi padre ─Prudence contestó evasivamente. Él la miró fijamente por otro momento, después dijo: ─¿Quizá viene aquí para verme? Asustada por esa sugerencia, Prudence fue lenta para notar que él se estaba moviendo hacia adelante. Retrocediendo nerviosamente se alejó, agitando su cabeza. ─No, yo… Sus palabras murieron cuando él deslizó la palma de su mano gentilmente contra su mejilla. Su voz estaba enronquecida cuando él habló. ─¿No? Prudence comenzó a sacudir su cabeza, pero hizo una pausa y tragó cuando su otra mano se arrastró suavemente bajando por su brazo. Esto fue como si una de sus fantasías hubiera llegado a su vida. No que ella estuviera siempre fantaseando totalmente con esta situación, pero la mirada en sus ojos era bastante similar. Un poco más ardoroso que cariñoso, quizás, pero… ─Lo siento por este desafortunado incidente de la otra noche. Nunca debería haber engañado a Plunkett para entrar de haber sabido… ─Stockton se censuró e hizo una mueca cuando Prudence de pronto se sonrojó como una rosa brillante ante el recordatorio de su humillación. ─Lo lamento ─él reitero. Entonces ella agrandó sus ojos ante sus labios bajaron sobre los suyos. Ella tomó una respiración en su garganta y sus ojos se deslizaron cerrándose como si esperara por la suave caricia de su boca sobre ellos…y esperó. Y esperó. Él nunca se tomaba tanto tiempo para encontrar sus labios en sus fantasías. Frunciendo el ceño, estalló con sus ojos abiertos. Su rostro estaba a pocas escasas

pulgadas de distancia, pero esto no se estaba acercando. Parecía estar casi congelado, y tenía una extraña expresión en su rostro. ─¿Algo anda mal? Lord Stockton suspiró. Recordando que había ingerido la cerveza medicada de su padre, Prudence observó horrorizada como Stephen palmeaba su boca cerrada. Sus mejillas se hincharon y sus ojos estaban enormes en su rostro cuando se giró alejándose. Después de una corta, pero frenética mirada alrededor, se precipitó hacia la ventana. ─Oh, querido ─Prudence murmuró cuando él se lanzó a abrirla. Al siguiente momento estaba colgando sobre la cornisa, enfermo. Mordiendo su labio, Prudence se trasladó sobre sus pies, insegura de que hacer; entonces se movió acercándose y dando palmaditas en su espalda muy suavemente. Stockton se irguió. ─¿Te sientes mejor? ─ le preguntó esperanzadoramente. Empezó a asentir, cuando se giró de nuevo para colgar fuera de la ventana otra vez. ─Presumo que no ─Prudence murmuró, preguntándose cómo ayudar. Estando ella en casa, y él fuera Charlotte, podría pasar un paño húmedo sobre la frente de su hermana murmurar sonidos tranquilizadores. Dirigiendo su mirada a la puerta de la oficina, ella tuvo una idea. Lo dejó y salió rápidamente a las cocinas. Ahí tenía que haber agua y alguna tela. Esta era una cocina. Desafortunadamente esta era una cocina muy grande, y vacía de nuevo, así que no había quien le indicara donde encontrar lo que ella buscaba. Buscó por algunos minutos antes de encontrar un trapo lo suficiente limpio para satisfacerla, entonces utilizó algunos más buscando el agua. Estaba sacando la humedad de la tela cuando estuvo consciente de una serie de sonidos que venían de la habitación próxima. Estos provenían más bien de sonidos de chirridos de la patas de sillas sobre el suelo de madera y aterrorizados arrastres de pies, y esto la jaló hacia la puerta. Chirriando al abrirla, ella miró hacia afuera curiosamente. Casi todos los hombres en el club estaban de pie, precipitándose alocadamente, algunos caminaban

apresurados, algunos corrían. Prudence se quedó con la boca abierta brevemente ante esta locura; entonces un sonido detrás de ella la hizo volverse. Lord Stockton estaba recargado débilmente de nuevo en el umbral de su oficina. ─¿Se siente mejor? ─preguntó Pru con preocupación. ─Pensé que se había retirado ─fue su respuesta, y no había equivocación de su alivio de que no lo hubiera hecho. Prudence sonrió suavemente y levantó el pedazo de tela húmeda en su mano. ─No. Pensé en buscar un trapo húmedo ─le explicó, entonces miró hacia la puerta con los sonidos en la habitación próxima cambiando a ruidos guturales. ─¿Qué demonios es esto? Prudence dio un paso a un lado cuando Stephen se movió a la puerta y tiró para abrirla. No se había molestado en mirar afuera. Había finalmente deducido que la desquiciada forma de actuar que había estado mirando de cerca. Los sonidos que ella estaba ahora escuchando eran casi ruidos sinfónicos de casi un centenar de hombres enfermos. El club estaba lleno de clientes vomitando. ─¡Querido Dios! ─Stephen dijo débilmente, entonces gritó: ─¡Alto, hombre! ¿Qué demonios está pasando? ─No lo sé, milord ─alguien contestó, probablemente un sirviente. Prudence decidió, ya que la voz sonó sana y sin esfuerzo. ─Todos están vomitando. Un lote malo de la cerveza supongo. ─Bueno, encuéntralo, ¡demonios! ─dijo Stephen en lo que probablemente era un rugido, pero salió un poco débil para ser considerado uno. Prudence mordió su labio culpablemente cuando ella lo miró combarse de nuevo en la jamba de la puerta. Después se giró y gesticuló para que lo siguiera, cuando regresó perplejo hacia su oficina. Pru vaciló, contempló hacia la puerta del salón de juegos, después al barril de cerveza. Entendió lo que había pasado, por supuesto. La botella de emético no había caído sobre el piso, ni fue robada por el sirviente quien la palmeó detrás. Esta debió haber caído dentro de la cerveza, probablemente lo derribó ahí cuando se golpeó contra el barril. Ella era lo que le había sucedido a los clientes de Ballard’s.

Afortunadamente Lord Stockton no parecía consciente de eso. Él había supuesto la culpa en un lote dañado de cerveza. Estaba relativamente a salvo si ella permanecía por unos instantes. Lo cual deseaba hacer, solamente para asistirlo mientras él se sintiera enfermo. Ella se aseguraba. Después de todo, ella era la razón de que estuviera enfermo. Realmente debería hacer lo que pudiera por él. Habiendo razonado el asunto de esa manera, Prudence abandonó su lugar ante la puerta del salón de juegos y siguió a Lord Stockton. Estaba colapsado en la silla detrás de su escritorio cuando ella dio un paso dentro de la oficina. Moviéndose a su lado, miró hacia abajo en sus ojos cerrados, entonces gentilmente empezó a humedecer su rostro con su ahora tibio, pero aún húmedo paño, arrullándolo con ruidos consoladores que ella hacía. Sus ojos se movieron trémulos brevemente ante su toque, pero permanecieron cerrados, su rostro lentamente relajándose. Había empezado a pensar que él había caído en el sueño cuando repentinamente agarró su mano con la suya. Prudence se encontró ruborizada cuando vio sus ojos abiertos y mirando dentro de los suyos. Ella tiró para liberar su mano después de haber transcurrido un momento de silencio, se alejó. ─Yo debería traerle una bebida. ─No de fuera de aquí Pru vaciló ante la puerta y miró desconcertada hacia atrás para verlo gesticular hacia el aparador a lo largo de la pared. ─Hay whisky en ese. Después de un momento, Prudence asintió y se movió hacia el armario. Abriendo la puerta encontró una botella de whisky y dos vasos dentro. Tomó uno y lo llenó, después llevó este cuidadosamente de regreso al escritorio. ─Gracias ─Stephen aceptó el vaso, tomó una bocanada del líquido dorado, agitándola alrededor, después se puso de pie y se movió a la ventana para escupir. Hizo esto dos veces más antes de permitirse tragar el siguiente trago. Después miro a Prudence y sonrió.

─Gracias ─su voz estaba rasposa, pero aún suave cuando levantó una mano para acariciar su mejilla. ─Aprecio tus cuidados. Prudence sintió su rostro sonrojarse. No estaba segura si fue por el placer ante su toque, o por la vergüenza al ser alabada cuando ella había sido la causa de su enfermedad. Se sintió decepcionada cuando alejó su mano de su mejilla y la regresó para levantar su vaso otra vez. Estaba tomando otro trago cuando un golpe sonó en la puerta. Tragando, depositó el vaso sobre su escritorio, después se movió alrededor para ocultar a Prudence de ser vista. ─Entre ─respondió. Prudence escuchó la puerta abrirse; después una voz de hombre que decía: ─Esto fue encontrado flotando en el barril de cerveza. Levantándose de puntillas, Pru fue capaz de apenas ver sobre el hombro de Stephen y atisbar lo que era sostenido por el hombre en la entrada. Su botella, la distinguió con un respingo. El hombre agregó: ─Esto parece un intento deliberado de envenenar a nuestros clientes. ─¿Qué? ─dijo Stephen con un inequívoco desconcierto en su voz. ─¿Por qué alguien podría desear envenenar a nuestros…? Prudence se echó para atrás cuando él repentinamente giró para mirar furiosamente hacía ella. Forzando una sonrisa exclamó: ─Estoy segura que quienquiera que fue no tenía intención de envenenar a sus clientes. Lo más probable era que… ─¿Para envenenar a un cliente en particular? ─Stephen preguntó fríamente. ─Alguien como tu padre, ¿quizás? Esa jarra que bebí estaba pensada para él a fin de cuentas. ¡Envenenaste mi cerveza! Se movió hacia ella, su evidente furia contenida, y Prudence hizo lo única cosa que pudo pensar, salió corriendo de ahí.

─¡No le permitan huir! ─escuchó gritar a Stephen, pero en ese momento el demonio parecía haberla capturado. Impulsada por el miedo, Pru estuvo corriendo tan rápido que no estaba segura si sus pies tocaban el suelo. Estuvo fuera de la puerta y corriendo a lo largo del callejón hacia el frente del edificio en un instante. Jamison, rezaba en su corazón, que escuchara el rápido tap-tap de sus pies, o presenciara su aproximación. Cualquier cosa, él estaba fuera de su asiento y tenía la puerta abierta cuando ella llegó ahí. ─Vámonos de aquí, Jamison. ¡Rápidamente! ─le gritó cuando ella se abalanzó dentro del carruaje. La puerta fue cerrada detrás de ella aun antes de haber conseguido acomodarse sobre el asiento. ─¿Qué pasó? ¿No habéis perdido mi trabajo?, ¿lo hizo? ─Lizzy chillaba cuando el carruaje se movió bajo el peso de Jamison mientras volvía a montar la banca del conductor. Prudence se agarró fuertemente al asiento y esperó hasta que el carruaje dio bandazos adelante antes de contestar.

Capítulo Cuatro ─¿Envenenando el ponche, de verdad? Dejando el cucharon dentro del tazón, Prudence se volvió para encontrar al dueño de esa sedosa voz, mirándolo cautelosamente cuando encontró la mirada burlona de Lord Stockton. No lo había visto desde la noche del pequeño accidente en el club. Bueno, de acuerdo, desde la noche que ella había envenenado a sus clientes. Lo que había sido dos noches atrás. Pru había considerado enviarle una carta de disculpas explicándole la situación, pero había decidido no hacerlo, pensando que seguramente una disculpa realmente debería ser brindada en persona. Pero aquí estaba su oportunidad, y deseó haberle enviado esa carta. O haber rechazado la invitación de Eleanore para acudir esta noche. Obligar a Prudence a asistir al baile de su madre había sido un intento de Ellie para darle ánimos a su amiga y distraerla de las elevadas cuentas de la familia Prescott. Prudence ni estaba distraída, ni animada. Era terriblemente consciente del hecho de que llevaba un vestido de noche prestado, y nada podía hacer que olvidara el sutil desaire que estaba recibiendo, o el hecho de que nadie le había pedido un baile. ─Tiene ahora que responder mi pregunta ─Stephen dijo, atrayendo su atención de regreso a él. ─¿Está envenenando el ponche? Pregunto solamente porque me gustaría saber si usted está atormentando a toda la sociedad por la falta de su padre, ¿o concentra su atención solamente en arruinarme a mí? Percibiendo las miradas sorprendidas que estaban siendo lanzadas sobre ellos y la manera en que las personas alrededor del tazón de ponche estaban repentinamente dejando sus vasos medios vacíos, Prudence forzó una rígida risa entre dientes.

─Oh, milord, es usted algo gracioso. Pero usted no debería bromear con algo así o las personas podrían verdaderamente creer que yo deseo hacer algo como eso. ─Algunos de aquellos quienes sufrieron asquerosamente en mi club la otra noche, gracias a su envenenamiento, podrían no tener problema en creerlo. Prudence lo interrumpió agarrando su brazo, jalándolo para alejarlo de la mesa de refrescos y lo dirigió a las puertas del balcón. No se hizo ilusiones sobre su fuerza. La única razón de que ella lograra tener el control al dirigirlo fuera del salón de baile, era porque él se lo permitió. Puesto que convenía a sus necesidades en ese momento, pudo solamente estar agradecida por su docilidad. Prudence lo empujó hacia afuera, titiritando cuando el frío invierno golpeó su piel, después lo llevó a lo largo de la pared de puertas de vidrio hasta que ellos llegaron a aquellas que conducían dentro de la oficina de Lord Kindersley. Al padre de Ellie no le gustaba que estuviera nadie ahí, pero estaba demasiado frío para estar afuera, y necesitaba privacidad para su encuentro. ─Ahora, ¿qué plan tiene para esta noche? ─Stephen preguntó cuándo ella se adentró en la oscura habitación y se volvió hacía él. ─ Usted ya ha empezado una revuelta y ha envenenado a una gran multitud. Quizá usted intente iniciar un fuego para asar a todos…. ─Por favor deténgase ─dijo Prudence con cansancio. No estaba sorprendida por su irritación, pero con todos los problemas asediándola, no tenía la energía para defenderse. ─Yo no intentaba empezar una revuelta. Intentaba proteger a una de sus doncellas de un muy repugnante cliente de usted. ─Lo sé ─los labios de Stockton eran una línea delgada, pero algo de su tensión había dejado su cuerpo. Prudence sintió un poco de alivio ante esto. Estaba incluso feliz al ver que el resto de esta tensión lo abandonaba cuando ella explicó: ─Tampoco intentaba envenenar a sus clientes. La botella de emético pudo haber caído dentro del barril mientras yo estaba alrededor buscando la tapa sobre el suelo. No me di cuenta de esto o podría haber alertado a alguien… Probablemente ─agregó, porque no está del todo segura de que lo hubiera hecho. Había estado demasiado determinada en ver a su padre salir de Ballard´s. Todavía lo estaba, en todo caso.

─¿Emético? ─Stephen hizo una mueca de disgusto ante la compresión de que lo había obligado a colgarse fuera de la ventana de su oficina. ─¿Tomé ese emético que estaba preparado para su padre? ─Sí. Ellie sugirió que quizá dándoselo, se contendría para beber y podría poner fin al juego igualmente. Esto me pareció plausible, pero… ─Pru se encogió de hombros. ─¿Ellie? ¿Eleanore Kindersley? ─Sí ─ella se animó ligeramente. ─¿La conoce? ─Es la hija de nuestro anfitrión ─apunto gentilmente. ─Y sé que ella es su amiga. ─Oh ─Prudence aceptó la información, entonces, recordando una sugerencia hecha por Eleanore más temprano ese día, haciendo una agradable sonrisa, levantó la mano. ─Bueno, le prometo aquí y ahora, mi lord, que usted no necesita seguir temiendo que perjudique el funcionamiento de Ballard’s. No intentaré entrar otra vez. ─Hmmmmm ─lo consideró con reserva. ─¿Nunca más, eh? ─Nunca jamás ─Prudence bromeó ligeramente, imitando la voz grave de Plunkett, y sintió el optimismo creciendo en ella cuando una sonrisa renuente empezó a salir de las orillas de su boca. Después la forzó a desaparecer, un semblante ceñudo vino en su lugar. ─¿Se da cuenta que usted me causó una buena cantidad de problemas? ─Estoy apenada por eso. ─Puede que sea así. Pero mi clientela disminuyó. Pru miró repentinamente hacía sus pies y esperó, aliviada cuando al fin Stephen señaló ─Bueno, estoy seguro que los negocios mejorarán lo suficiente otra vez muy pronto. Y me doy cuenta que usted no pensó el daño que causaría, al menos no en la escala que alcanzó. Por otro lado, yo intenté una o dos artimañas similares sobre mi propio padre cuando él estaba apostando y arruinándonos. Pero siento que debo

decirle que estas artimañas no funcionarán. Debería utilizar mejor su energía en conseguir un cambio en la ley y que todos los establecimientos de apuestas cierren... ─¿Su padre? ─Prudence lo interrumpió. Su boca se inclinó hacia abajo por el disgusto y se alejó. Al darse cuenta que podía ser un tema sensible, Prudence le dio un momento para recomponer sus pensamientos y observó alrededor de la habitación a oscuras. Los restos de un fuego moribundo ardían en la chimenea. Esta era la única luz. Obviamente los invitados no eran deseados ahí, y se sintió levemente culpable. Sabía que Lord Kindersley era tan celoso de su privacidad que no permitía el acceso a sirvientes en ésta habitación para limpiar. Ellie no le había dicho sobre la capa de polvo y las muchas telarañas que podría haber. Pensando en arañas y estremeciéndose, siguió a Stephen hasta la estatua en la esquina de la habitación. Esta era de un estilo griego, una mujer de unos siete pies en una toga alcanzando el cielo, sus brazos girando dentro de unas ramas de un árbol sobre sus cabezas. Concluyendo que Lord Kindersley tenía gustos atroces, Prudence volvió su atención a Stephen cuando el apartó una telaraña hilada entre las ramas de mármol y finalmente habló. ─Mi padre hizo las mismas cosas que su padre está haciendo. Nos condujo al borde de la ruina con sus apuestas. Él no bebía, en cambio. Solamente apostaba. Y no empezó repentinamente, como un tónico para distraerlo por la muerte de su hijo y heredero; él fue siempre un jugador, pero lo hizo durante más tiempo, lo peor llegó. Yo utilice a… ─se detuvo abruptamente, y Prudence se movió un paso más cerca, descansó su mano gentilmente sobre la suya ahora apuñada en un silencioso esfuerzo para reconfortarlo. Él bajo la vista sorprendido, entonces su expresión se suavizó y su mano se abrió bajo la de ella, moviéndola gentilmente para tomarla. ─¿Cómo hizo usted para convencerlo de parar? ─Prudence preguntó después de un momento de silencio. Una áspera risa brotó de sus labios, y sus dedos temblaron alrededor de los suyos. Pru no pensó que se diera cuenta de que estaba triturando su mano, pero ella dudó en traer su atención a este hecho, porque quería desesperadamente escuchar la respuesta a su pregunta. Si él había logrado hacer que su padre parara, quizá ella podría salvar a su padre de esa misma forma. Esas esperanzas murieron cuando él dijo:

─Se detuvo por el mismo. Apostó cualquier cosa menos las tierras de Stockton. No podía tocar eso. Así que vino a casa esa noche, después de apostar y perder todo, y se disparó. Prudence se sobresaltó ante la fría admisión, horrorizada. Tuvo una rápida visión de su padre tomando uno de las viejas pistolas de duelo de su abuelo y…. ─Esto no está bien. Yo no debería habértelo dicho. Lo lamento. Prudence centrada en su preocupada expresión, solo entonces se dio cuenta de su mano en su mejilla. ─Yo…. Él acalló cualquier cosa que fuera a decir cubriendo su boca con sus labios. Prudence permaneció quieta por un momento bajo el asalto, una especie de respuesta inesperada se precipitó a través de ella, entonces lo beso también. Se dijo a si misma que haría solo lo necesario porque ella estaba ansiosa de borrar la imagen de la muerte de su padre de su mente, pero sabía que se estaba mintiendo. Había deseado que la besara de nuevo desde esa primera vez en su oficina. Quizá ella había deseado sus besos desde antes de eso. Había fantaseado con él recogiéndola en un baile y rescatándola de su angustiosa vida, desde la primera vez que la había salvado de ser un completo florero. Desde la primera vez que ella lo había visto, realmente. Era terriblemente atractivo, y su básica bondad mostrada a través de su apariencia disoluta. Esta, estaba segura, era solamente una defensa en contra del frío rechazo de la sociedad. Siempre se había visto como una especie de mártir, para ella no había nada realmente malo con el hecho de que optara por regentar un establecimiento de apuestas… bueno, hasta que había visto como el vicio afectaba a su familia. ─Oh, Pru, ─Stephen suspiro contra su mejilla. Sorprendida por su familiaridad, pero enternecida por ello, Prudence gimió cuando sus labios descendieron a su garganta, dejando un sendero caliente. Se apoyó en él, sus manos deslizándose sobre sus hombros, después entre sus cabellos. Esto se sintió muy bien para permanecer de esta manera. Para abandonar la constante tensión de sus problemas y permitir que la pasión la hiciera olvidar. Por unos momentos, para solo sentir. Las manos de Stephen tomaron sus senos a través de su ropa, oprimiéndolos suavemente, y por un momento sintió como si todo el aire

hubiera salido de sus pulmones. Pru dejó salir un jadeo y se arqueó, pequeños sonidos de excitación se deslizaron a través de sus labios, mientras él los silenciaba de nuevo con su boca. La besaba casi violentamente, y le deslizó su rodilla entre sus piernas, jalando la tela de su vestido prestado con ella. Vestido prestado. El vestido de Eleanore. La advertencia de Eleanore. Con esto, rápidamente los problemas de Prudence se estrellaron a su alrededor, apagando abruptamente su excitación. Recordando lo que ella debía hacer, apretó con fuerza sus dedos en el cabello de Stephen y tiró con urgencia de ellos, intentando empujarlo. ─Espere, espere, mi lord, yo…. Su suave risa lo hizo vacilar y mirarla a los ojos con incertidumbre, aflojó su abrazo lo suficiente para que ella deslizara sus brazos entre ellos. ─Creo que puede llamarme Stephen ahora, mi lady ─su voz estaba enronquecida por la pasión cuando la miró a los ojos a través de la luz tenue. ─Considero que nosotros estamos más allá de esa formalidad. Prudence le brindó una tensa sonrisa. ─Sí, bueno ─renuente a liberarse de su abrazo, empezó a jugar con el frente de su camisa, manteniéndose cerca de él, lo suficiente lejos para que no la besara de nuevo y confundiera sus pensamientos. ─Yo… Las cejas de Stephen se elevaron ante su vacilación. ─¿Sí? ─Deseo preguntarte… ─Pru se tomó más tiempo antes de flaquear, entonces se obligó a continuar. ─Para peguntar si tu ¿quisieras por favor negarle la admisión? Pru lo dijo al fin con sus ojos cerrado, horrorizada de cómo se escuchó su requerimiento. Esta no había parecido una mala sugerencia cuando Eleanore la había hecho. Si tú no puedes mantenerlo fuera de Baillard´s el propietario si puede. Quizá si le preguntas amablemente, Lord Stockton pudiera hacer esto para ti, ella había dicho. Por supuesto, Prudence supuso que su amiga no había imaginado que ella estaría en sus brazos cuando le hiciera la solicitud. Stephen ciertamente no parecía como si

estuviera reaccionando bien. Sus brazos se tensaron alrededor de ella, su cara inexpresiva. Podía sentir su retirada emocional como un desgarre físico. ─Ya veo. Bueno, imagino que esto podría ser arreglado. Depende. Prudence tragó ante la desagradable connotación de su voz. ─¿Depende de qué? ─¿Cuánto más de esto podría yo obtener si lo hago? Su primera reacción fue echar su cabeza hacia atrás, como si la hubiera abofeteado. Esto no la hubiera lastimado más de lo que lo hizo. Pero su segunda reacción fue vergüenza. ¿Qué esperaba que él pensara? Ciertamente había hecho todo para salvar a su familia, mucho de esto probablemente ilegal. Incuestionablemente todos estos comportamientos impropios para una joven dama bien educada de la sociedad. Y ella tampoco había hecho algún intento por ocultarle su desesperación. No debería sorprenderse que él hubiera llegado a tal conclusión. ─Permitirte que tú me besaras no tiene nada que ver con esto ─le dijo con calmada dignidad. ─Cómo un punto de hecho, yo detuve el beso porque me estaba empezando… poniendo más bien… distraída y temía olvidar hacer la solicitud es todo. ─Pru podía sentir su cara ardiendo con la vergüenza por haber hecho la admisión, y estaba agradecida por ocultarse en la oscuridad. Stephen la consideró por su tristeza, entonces dijo: ─¿Entonces te gustan mis besos? ¿Esto no es alguna nueva estratagema? ¿Esto no es alguna forma de hacerme pagar porque tu padre pierde dinero en mi establecimiento? Prudence frunció el ceño, intentando encontrar un argumento en su mente para probar que disfrutaba de los besos de Lord Stockton, entonces aclaró. ─¿Seguramente puedes decir si una mujer está disfrutando tus besos? ¿No es eso evidente? ─Sí. Desafortunadamente yo estaba muy distraído con mi propio placer y no… ─sus palabras se detuvieron en un sorpresivo jadeo cuando Prudence repentinamente se acercó, se alzó de puntillas y presionó sus labios contra los suyos.

Él no hizo nada al principio para hacer el beso más fácil para ella, pero como sintió aflojar la tensión en sus brazos, sus manos empezaron a moverse sobre su espalda y sus labios se movieron con verdadera pasión, sus dedos se torcieron en sus zapatillas cuando se arqueo contra él, entregando todo en el beso. Siguiendo su guía, ella corrió sus propias manos sobre su espalda, disfrutando el sentir la solidez debajo de sus dedos. Pru se quedó sin aliento y se alzó más sobre sus pies cuando sus manos se deslizaron desde su cintura hasta la punta de sus senos. Entonces Stephen se separó y arrastró sus labios sobre su mejilla. ─Te creo ─le dijo suavemente después de algunos ardorosos momentos. ─Sí ─Prudence besó su oreja con impaciencia cuando esta estuvo a su alcance. ─Deberíamos detenernos, sino no te puedo prometer…. ─No ─Prudence gimió, mordiendo su mentón sugerentemente. ─¿No? ─Sí. Una risa ahogada tronó desde su boca, retumbando contra su garganta y haciéndola apretar sus piernas excitada. ─¿Sí o no? ─él le pregunto, sonando entre divertido y ansioso. ─Oh ─Pru abrió sus ojos a regañadientes, entonces se quedó inmóvil cuando una sombra se movió en la periferia de su visión. No era realmente una sombra muy grande, realmente, una mancha tenebrosa en la oscuridad que los rodeaba, pero se estaba moviendo. Descendiendo de hecho, descendiendo por la cabeza desprevenida de Stephen. ¡Una araña! ¡Descendiendo sobre su sedoso hilo! Consciente de que estaba exagerando, pero incapaz de otra cosa, se sacudió con fuerza en sus brazos y abrió su boca para advertirle, pero repentinamente el arácnido se descolgó el resto a una gran velocidad. Prudence instintivamente levantó su abanico que había estado colgando de su muñeca toda la noche y dejó caer sobre la araña… y sobre la cabeza de Stephen. ─Que… ─soltándola al instante, Lord Stockton se cubrió la coronilla de su cabeza y dio un paso atrás.

─Una araña ─dijo abruptamente, quedándose atrás mientras él se alejaba cautelosamente. ─Realmente, mi lord. Descendió del árbol de mármol y aterrizó sobre su cabeza. Yo estaba justo… ─Pru gesticuló con su abanico, su expresión se alegró cuando localizó la oscura mancha informe que había sido la araña sobre el abanico de color claro que Ellie le había dado. ─¡Vea! La atrapé ─Pru empujó el abanico sobre él y Stephen tropezó y cayó sobre un sofá para esquivarlo. ─Realmente, había una araña sobre su cabeza. ─¿Pru? Prudence dejó que el abanico cayera y giró en torno a esa llamada preocupada. Ellie caminaba a lo largo del balcón, frotando sus brazos y entornado los ojos con incertidumbre dentro de la oscuridad del jardín cubierto de nieve. ─¿Prudence, estas aquí? Padre dice que te vio salir. ─Maldición ─dijo suavemente y se giró hacia Stephen. Viendo la forma en que el hombre se fijaba en ella mientras se ponía de pie, levantó las manos disgustada. El abanico, de nuevo colgando de su muñeca, giró hacia afuera, golpeando limpiamente entre las piernas de él. Prudence se quedó sin aliento horrorizada y dio un paso hacia él cuando se agachaba con un jadeo ─Estás tú… ─¡Estoy bien! ─Sosteniendo una mano levantada en autodefensa, arrastrando los pies lejos de ella. ─Solo ve. Ve. ─Pero… ─¡Pru! Sacudiendo su cabeza frustrada, se volvió y se apresuró hacía afuera para encontrar a Ellie.

***

─Será mejor que eche un vistazo a esto, milord

Stephen levantó la vista del libro de cuentas que estaba revisando para encontrar a Plunkett en la puerta abierta de su oficina. El rostro del portero parecía aún más feroz que de costumbre, lleno de arrugas de preocupación cómo estaba. ─¿Qué cosa? ─Hay un montón de mujeres en la entrada. Frunciendo el ceño ante la vaga información, Stephen se puso de pie y siguió al hombre a través de las cocinas y por el salón de juegos. Su expresión se tensó ante la vista de los pocos clientes sentados alrededor del salón. Los negocios menguaban más y más con cada payasada de Prudence Prescott. Había habido un ligero descenso en el número de clientes la noche siguiente del disturbio que ella había causado, y el número había caído a la mitad después del envenenamiento. La endemoniada mujer le había costado mucho dinero. Si estaba ahí ahora, él retorcería probablemente su encantador cuello. O la besaría sin pensarlo. Extrañamente, pensó más bien, que prefería disfrutar de la segunda opción. Tan exasperantes como sus locuras habían sido, el dolor, agregó como una ocurrencia tardía, pasó mucho tiempo imaginando actividades lujuriosas con ella como castigo. Y el pequeño episodio en la oficina de Kindersley, antes de que ella arrojara el abanico a su ingle, solo había conseguido enardecer su imaginación. La joven mujer verdaderamente lo intrigaba, a pesar de su tendencia a causar descalabros a dondequiera que se dirigiera. Stephen dejó esos pensamientos a un lado cuando Plunkett se detuvo frente a él. Levantando la mirada, vio que habían llegado a la entrada principal. Su portero abrió la puerta y dio un paso afuera, esperando que lo siguiera, Stephen lo hizo y miró boquiabierto la escena ante él. ─¿Qué diantres? ─preguntó, boquiabierto ante la horda de mujeres protestando. ─Hmmmm ─Plunkett rugió. ─Ellas han estado aquí por la última hora, y están afectando el negocio. Muchas de las mujeres afuera son esposas e hijas de clientes regulares. Esto asustará a los hombres completamente. Los carruajes llegan, y después solo se alejan rápidamente cuando las mujeres se mueven hacía ellos. Stephen no necesitaba realmente una explicación. Como él observó, un carruaje con el emblema de Justely sobre este, hizo el alto ante el edificio. Vio al Duque

asomarse por la ventana ante el grupo de mujeres; entonces las protestantes avanzaron hacia el carruaje gritando: ─¡Salve su alma! ¡No más apuestas! ─Justerly se echó abruptamente hacía atrás y dejó caer la cortina, a continuación Stephen escuchó como gritaba a su conductor para que lo sacara de ahí. El coche se tambaleó alejándose y las mujeres se animaron ante su éxito al salvar un alma más. ─¡Demonios! ─dejando a Plunkett ante la puerta, Stephen irrumpió entre la turba. ─Realmente me estás arruinando ¿te das cuenta? Prudence giró lentamente ante esas palabras, no del todo sorprendida por la presencia de Stephen. En realidad lo esperaba más temprano, y pensó que era muy considerado de él esperar tanto tiempo para patearle el trasero por el alboroto. ─Buenas noches, mi lord. ¿Cómo está usted esta noche? ─¿Cómo estoy? ─miró encolerizadamente. ─Estoy sufriendo un revés financiero por una persona, Lady Prudence Prescott. Nadie se atreve a acercarse a este lugar. Tengo un total de diez invitados en el club en este momento, todos éstos clientes quienes están dentro atemorizados de salir por miedo de que su mujer o madre este afuera en este motín. ─¿Es mi padre uno de esos hombres? ─Prudence le preguntó con el ceño fruncido. ─No. Sonrió aliviada ante su airada respuesta. ─Entonces supongo que puedo decirle que su plan está funcionando. Gracias ─¿Mi plan? Prudence asintió con una sonrisa.

─La otra noche, en el baile de Ellie, usted dijo que si yo tenía tan firmes sentimientos contra las apuestas, yo podría protestar y lograr que los establecimientos de apuestas cesaran de operar. ─Yo pensé que usted protestaría en la Cámara de los Comunes y conseguiría cambiar las leyes y… ─Stephen recobró el control de él mismo con algún esfuerzo, entonces dijo muy calmadamente: ─Todo lo que han logrado, mi lady, es otro paso hacia la ruina de mi negocio. Esto no ayudará en su causa. Su padre está apostando esta noche, le garantizo eso. Solo que no en Ballard’s. Prudence lo miró asustada ante esta sugerencia. ─¡Aaarg! Por supuesto que no lo está haciendo. Él tuvo que renunciar a su membresía en los clubs. Él favorece su establecimiento. ─Usted no debe pertenecer a los clubes privados para entrar; simplemente necesita de un amigo que le lleve como su invitado. Su padre pasa la primera parte de muchas noches en White’s. Él… ─Usted está mintiendo. Yo lo seguí aquí al principio de la noche, y en ambas ocasiones estuvo dentro desde entonces, él estaba… ─Ambas veces que usted estuvo dentro de Ballard’s era tarde en la noche ─le precisó firmemente. Prudence frunció el ceño. Lo que Stephen había dicho era bastante cierto. Ella había llegado tarde deliberadamente. Cuando la primera vez había ido disfrazada como un hombre le había tomado una buena parte de la noche para fruncir y prender con alfileres la parte trasera de los pantalones de su padre. Aun con la ayuda de Ellie había sido considerablemente tarde cuando había finalmente partido. Después, la noche que había ido disfrazada de moza de servicio, había salido tarde para evitar al personal de la cocina, pensando que esto sería menos arriesgado. Si lo que él había dicho era verdad, su padre no solamente jugaba aquí, entonces ella estaba desperdiciando su tiempo. ¿Lo hacía? ─Ah, bueno, esto no es de importancia. El asunto importante aquí es que mi padre, igual que el resto de sus clientes, no asistirá aquí esta noche. Mi protesta será un éxito.

La mirada de Stephen refulgió ante ella frustrado, después tomó con fuerza su mano y empezó a arrastrarla a lo largo de la acera hacia su carruaje. ─¿Qué está haciendo? Suélteme, mi lord ─Pru lo comenzó a golpear con el cartel la parte de atrás de la cabeza, pero lo atrapó con su mano libre y lo jaló, tirándolo a un lado con disgusto. ─¿Usted siempre debe llevar cosas para golpear el cráneo de los hombres? ─Yo no llevó cosas con intención de golpear el cráneo de los hombres ─Prudence le contestó agraviada. ─¿Oh? ¿Y sobre ese paraguas que rompió sobre la cabeza de Plunkett? ─Estuvo lloviendo más temprano esa noche. Yo traía el paraguas en caso de que comenzara a llover de nuevo. ─Uh-huh ─Stephen sonó desconfiado. ─¿Y el bastón con que usted golpeó a Mershone cuando se disfrazó como un hombre? ─¿Mershone? ─repitió confusa, después preguntó: ─¿Era el tipo con cara de halcón? ─Sí. ─Es un hombre horrible. Estaba maltratando a una de sus sirvientas y se lo merecía. Pero yo solamente tenía el bastón como parte de mi disfraz, pensé que este sería más efectivo. ─Más efectivo ─lo escuchó murmurar. Prudence hizo una mueca ante la parte trasera de su cabeza. ─Me golpeó sobre mi cabeza con su abanico en el baile de Kinderleys. ─Ya le dije que sentía eso. Tenía una araña muy grande sobre su cabeza y… ─¡Usted estuvo casi por golpearme con ese cartel que llevaba! No teniendo defensa para esa acusación, Prudence simplemente suspiró y se acomodó sobre el asiento acolchonado, después se puso rígida cuando se dio cuenta

que mientras la distraía con sus acusaciones, se había ingeniado para meterla dentro del carruaje. Pru se abalanzó sobre la puerta. ─¡Oh, no, no lo hará! ─Stephen la asió por la cintura y la dejó sobre su regazo, sosteniéndola ahí firmemente con un brazo y con el otro golpeó la pared del carruaje. El carruaje avanzó de inmediato y Prudence se agarró frenéticamente de su brazo para mantener el equilibrio. ─Usted puede soltarme ahora ─le dijo Pru una vez que el carruaje había asentado en un trote constante. ─Pero me gusta bastante sostenerte Prudence sintió derretirse por dentro ante la enronquecida declaración y se permitió el lujo de disfrutar brevemente de su abrazo. Cuando sintió su respiración sobre su cuello, pequeños hormigueos de anticipación corrieron a través de ella; entonces dejó salir un velado suspiro y se entregó a las caricias de sus labios se afirmaban en esa piel sensible. Sin embargo, cuando sus manos se cerraron sobre sus senos a través de su ropa y la temperatura dentro de ella empezó a cambiar al rojo vivo, Pru se obligó a forcejear para salir de sus brazos a la seguridad del asiento opuesto. Stephen se lo permitió. Quien le estaba sonriendo cuando finalmente miró hacia él. ─¿Pensé que le gustaban mis besos? Prudence se ruborizó. ─Así es. Bueno, esto no es correcto… ─Y usted es muy correcta ─bromeó galantemente. Prudence miró a lo lejos, intentando no retorcerse por la vergüenza, y se encogió de hombros. ─Puede ser que no siempre sea correcta, mi lord, pero yo tengo cierto sentido. Y en cuanto yo estuve lejos de su… influencia, entendí que yo realmente no puedo desear llegar a estar involucrada con alguien quien ayuda a mi padre, y a muchos otros, a destruir a sus familias con el juego. Especialmente un hombre quien lo

podría saber mejor. ¡Su propio padre debería haber hecho que usted simpatizara con este sufrimiento! Stephen estuvo en silencio por un momento, su sonrisa desapareció de su rostro. Pru esperó que estuviera enojado y la golpeara verbalmente sobre sus propios defectos, pero se sorprendió porque él tranquilamente replicó. ─Puedo entender sus sentimientos, mi lady. No me sentí muy diferente sobre los antros de juego a los que mi padre acudía o sus propietarios. Tuve que darme cuenta que los propietarios no son los únicos culpables. Lo cual voy a probárselo. Prudence giró su cabeza y miró silenciosamente fuera de la ventana. ─Si no estuviera jugando en Ballard’s, lo haría en cualquier parte ─Stephen dijo tranquilamente, ─yo manejo un establecimiento honesto y pongo un límite de lo que está permitido perder a muchos hombres. Si ellos empiezan a cavar demasiado profundo, los detengo y los envió a casa. Prudence se giró frente a su rostro. ─Esto que haces supuestamente es correcto, que usted los ayude a arruinarse, el hecho de que si usted no toma su dinero, ¿lo haría cualquier otro? La irritación relampagueó a través de su rostro. ─Eso no es lo que yo quiero decir. ─¿Qué quiere decir entonces? Stephen abrió su boca para responder, entonces se detuvo para mirar fuera de la ventana mientras el carruaje reducía la velocidad. ─Estamos aquí. Venga. Verá lo que intento decir. Abriendo la puerta del carruaje, Stephen descendió y se volvió para ayudarle a salir. Prudence ignoró la mano que le ofrecía y miró ante el edificio donde ellos se habían detenido. Cuando ella descendió del carruaje, vio que la había llevado a White´s.

─Después de nuestra discusión en el baile de Kindersley, busqué donde su padre jugaba ─Stephen la impulsó sobre la ventana a un lado de la puerta. Había una mesa ahí con hombres sentados alrededor de esta. Prudence supo que este era considerado el mejor asiento de la casa, donde uno podría ser visto y expuesto. Su padre no era uno de los hombres ante la mesa, vio con alivio. ─Como le he dicho, yo no permito que mis clientes jueguen demasiado fuerte. Pero si él ha perdido una gran cantidad de dinero como ha sugerido, sé que puede estar apostando en cualquier lugar. Yo reparé en esta cuestión. Su padre usualmente viene aquí primero. Después va a uno o dos de los otros clubes privados, dependiendo de su estado de ánimo. Luego va a Ballard´s, donde juega cartas hasta muy después de medianoche. Después de ahí, se dirige a alguno de los establecimientos más pequeños. Él no aparenta apostar grandes cantidades en estas paradas, pero cuando sumas todas, quizá… ─Stephen se encogió de hombres, después repentinamente señaló más allá de la mesa frente a la ventana, hacia una más adentro. ─Él está ahí. Prudence se fijó en el hombre que él estaba señalando. Este era su padre. Y estaba jugando cartas. Sintió su corazón encogerse en su pecho. Esta noche había sido una pérdida de tiempo. Quizá todo lo que había hecho. Y quizá lo había sabido todo el tiempo y ciegamente había hecho todo lo que parecía que podría ayudar, sin importar cuan absurdo fuera. Permaneció en silencio y dócil cuando Stephen la giró para alejarla de la ventana y encaminarla de regreso a su carruaje, moviéndose hacia adentro automáticamente cuando el conductor abrió la puerta. Permaneció en silencio cuando Stephen dio a su conductor el domicilio de ella e instrucciones para que los llevara ahí. Parte de su mente deseaba regresar a la manifestación. Ella la había organizado, después de todo, pero ahora ésta parecía inútil, y ahora no tenía corazón para eso. Ellas parecían todas muy excitadas y animadas por el hecho de que estaban alejando a los clientes de Ballard’s y ella no deseaba ser la que les dijera que eso era para nada. No dudaba que todos sus esposos y padres estaban simplemente apostando en otro lugar. ─Debería darse por vencida en esto, Prudence. Su padre simplemente no desea escuchar. Nada que usted diga influirá en él. Esto es una especie de enfermedad. Créame, yo lo sé.

─Así es, sé que lo haces ─le contestó quedamente. ─Lo cual es precisamente el por qué esto hace más difícil para mí comprender como puede ahora hacer a otros lo que han hecho a su familia. ─Yo no estoy haciendo nada. Administro un establecimiento honesto. No estafo… ─Dices que esto es algún tipo de enfermedad. Una compulsión. ¿No tomas ventaja de esta enfermedad? ─cuando él clavó su vista en su mirada vacía, volteó su cabeza con un suspiro. ─No soy lo suficientemente ingenua para pensar que esto puede hacer que él cambie su rumbo. Nuestra conversación en el baile de Ellie me convenció que no puedo hacer esto. El esfuerzo de esta noche fue un intento de al menos disminuir un poco su pérdida. Quizá yo podría haber podido mantener mi familia intacta solo un poco más de tiempo. Pensé, esperé, mantenernos fuera del asilo para pobres al menos hasta año nuevo. Veo ahora que incluso esto no es posible. Stephen se retiró abruptamente antes sus palabras, con preocupación en su rostro. ─¿Seguramente su situación no esta tan mal? La respuesta de Pru fue un doloroso silencio, y Stephen frunció el ceño, captando su rota expresión. ─Prudence, por favor ─Stephen empezó, acercándose para acariciar su mejilla, pero el carruaje se detuvo. Habían llegado a su casa. Retirándose de su toque cuando el conductor abrió la puerta, Prudence descendió del carruaje y caminó a través de la entrada de su hogar.

Capítulo Cinco Stephen se recostó en el respaldo en su silla, todas las cuentas abiertas ante él pero olvidadas. Su mente no estaba en lo que debería estar haciendo, pero en lugar de eso, estaba ocupada con pensamientos de Prudence. No parecía poder alejar la última visión de ella de su mente. Sus hombros caídos, se veía muy abatida cuando se había alejado caminando. Esta visión lo obsesionaba. Ella lo obsesionaba. Stephen no la había conocido por mucho tiempo, pero había realmente impactado sobre su vida aceleradamente. También había animado su vida. Con ella alrededor, casi cada día había sido una aventura. Esto había alcanzado el punto donde él se había preguntado qué vendría a continuación. La respuesta hasta ahora era, nada. Ella no había intentado ninguna cosa por una semana, no desde que la había llevado a White’s. Empujando su silla con impaciencia se puso de pie, deambuló a través de las cocinas de su establecimiento y dentro del salón de juegos. Los sirvientes estaban ajetreados alrededor, limpiando los restos de los ajetreos de la noche anterior y preparando los de esta noche. Estos se habían recuperado de nuevo ahora que Ballard’s no estaba invadido por los estragos propios de Pru. Él cambiaría todo para disfrutar de ese caos y su presencia de nuevo. Sacudiendo su cabeza ante ese pensamiento, caminó a la puerta principal y la abrió. Plunkett se giró de manera interrogadora al recorrer Stephen la mirada alrededor de la calle deshabitada. Nadie vendría por horas, pero Plunkett empezaba a trabajar cada día tan temprano como Stephen abriera las puertas. Él estaba ahí para prevenir que cualquiera pasara desapercibido para robar cosas mientras los trabajadores estaban ocupados. ─¿Algún problema? ─le preguntó un poco esperanzado. ─Ninguno, milord. Quieto como la muerte.

─Hmmm ─Stephen no podía negar su decepción. La extrañaba. Extrañaba su presencia, su aroma, su sonrisa, su mirada arrepentida cuando ella creaba caos y dejaba destrucción a su estela. ─Quizá usted podría visitarla, milord Sobresaltado por el consejo no solicitado, Stephen le lanzó una mirada a su portero y encontró al musculoso hombre mirándolo abochornado por su propia temeridad al hacerle la sugerencia. Pero, incómodo como él parecía, esto no lo detuvo de proponer más. ─Yo solamente decía esto porque he notado como usted está intranquilo por ella, un poco decaído desde que ella no ha vuelto. Todos lo han notado ─advirtiendo la alama de Stephen, agregó: ─no es que alguien lo pudiera culpar. Ella es como una especie de gusano. ─¿Especie de gusano? ─Stephen repitió con asombro. ─Si. Uno de esos gusanos que se mete bajo la piel por su corazón y se inserta ahí. De un tipo encantador y travieso, bueno y todo al mismo tiempo, así que no sabes si golpearla o besarla. Stephen consideró la analogía solemnemente, entonces asintió. Esto era algo escandaloso para hablarlo con su portero sobre una mujer del rango de Prudence, pero el hombre tenía derecho a hacerlo. ─Así es. Ella es definitivamente uno de esos gusanos ─saliendo del pórtico, dejó la puerta cerrarse detrás de él. ─Posiblemente yo iré a visitar a los Prescott.

***

─¿No vas a patinar? Prudence sonrió ante las mejillas sonrojadas del rostro de Ellie y sacudió su cabeza.

─Sabes que no puedo. ─Sí, pero tú tienes tus patines puestos. Pensé que quizá tú ibas a hacerlo. Mejorarías con la práctica, Pru. ─Eso es lo que decías cuando teníamos diez. ¿Recuerdas o no la vez que me caí y casi muerdo mi lengua? ─Ah, sí ─la otra joven hizo una mueca. ─Bueno, ¿por qué tienes los patines puestos entonces? ─En caso de que Charlotte caiga y se lastime o me necesite. Quiero estar preparada. ─Oh, que sensata. ─No hay necesidad para sonar tan sorprendida de que esté siendo sensata, Ellie. No soy completamente descocada, lo sabes. ─No, por supuesto que no lo eres. No pensé hacer que sonara como si tu… Uh oh. ─ ¿Uh oh qué? ─Bien, es un gusto encontrarlas aquí, señoritas. Pru se puso rígida ante esa alegre voz, después se volvió para mirar sobre su hombro a Stephen cuando se reunió con ellas al borde de la pista de patinaje de hielo. No lo había visto desde que la había llevado a White’s. Y lo había extrañado horriblemente, lo admitía para sí misma, después se recriminaba por ser una idiota. No debería extrañarlo. Él estaba ayudando a arruinar a su familia, ya fuera deliberadamente o no. Debería detestar al hombre. Pero era malditamente apuesto, y tenía esa preciosa sonrisa y dulces ojos y…. ¡Demonios! Sin realmente considerar lo que estaba haciendo, Prudence se impulsó hacia el hielo. Stephen abrió la boca asombrado detrás de Prudence. Había llegado ante el hogar de los Prescott solamente para enterarse que Pru había llevado a su joven hermana a patinar. No era alguien que se rindiese fácilmente, había abandonado la

casa de los Prescott, se dirigió directamente a la tienda para comprarse un par de patines, después había venido a encontrarla. Y la había encontrado, aunque había que preguntarse por el estado de su mente, ya que era evidente que la mujer que perseguía estaba bastante loca. ─¿Qué demonios está haciendo ella? ─se preguntó, mirando su ejecución de algún tipo de danza sobre el hielo. Al menos él pensó que esto era una danza, aunque era una danza que nunca había visto antes. Esta consistía en unas sacudidas repetitivas, derrapes de movimientos de sus pies, unos giros y aleteos de sus brazos. Se tambaleaba a través del hielo. ─Hmmmm ─Eleanore Kindersley se quejó considerablemente a un lado de él. ─Creo que está intentando patinar, mi lord. ─¿Ella está? ─se permitió mirarla a la deriva sobre las otras personas que se deslizaban alrededor de la pista de hielo. ─Nadie parece estar patinando de esa forma. ─Bueno, yo dije que está intentando patinar. Stephen levantó sus cejas ante la amiga de Pru, pero ella no se dio cuenta. Eleanore hizo una mueca ante alguna cosa sobre el hielo. Siguiendo su mirada, Stephen se sorprendió también. Prudence había tenido una caída y ahora estaba intentando levantarse sola. Estaba ingeniándoselas para conseguir levantarse a medias antes de que sus pies se deslizaran por debajo y ella terminó de nuevo sobre su trasero. ─Ella no parece ser muy buena en esto. ─No ─Ellie agregó tranquilamente. ─Pero además a ella no le interesa patinar. De hecho, originalmente no intentaba patinar el día de hoy. Solamente calza sus patines en caso de que Charlotte la necesite. ─Ya veo ─Stephen dijo suavemente, mirando como Prudence lograba permanecer de pie solamente para hacer una especie de malabarismo y caer de nuevo sobre su trasero. Agitando su cabeza, se volvió abruptamente y se movió a un tronco de árbol cercano. Sentándose sobre este, empezó a desabrochar sus botas. ─¿Qué está haciendo?

Stephen levantó la vista hacia Eleanore Kindersley, y continúo con lo que estaba haciendo. ─Poniéndome mis patines. ─Ah. Nunca ha atado los cordones de los patines antes. ¿Verdad? ─No ─Stephen la miro sorprendido. ─¿Cómo lo sabe? ─Usted lo está haciendo mal ─le explicó. Arrodillándose ante él, tomó el cordel. ─Aquí, permítame ayudarle ─apartando sus manos con un golpe repentino, se afanó rápidamente para atar los cordones. ─Dudo en preguntar esto, mi lord ─Ellie dijo y dio un paso atrás cuando él consiguió ponerse de pie. ─Pero ¿usted alguna vez ha patinado? Stephen se detuvo, pareciendo desconcertado, entonces negó. ─Sí. Estoy seguro que lo hice de niño. Al menos, me recuerdo tomando sidra caliente en el frío. ─Oh, Dios me libre. Bueno, quizá usted debería permanecer aquí. Estoy segura que Prudence… ─Ellie se giró y quedó inmóvil mirando hacía el hielo. Siguiendo su mirada de nuevo, Stephen vio como un individuo bastante atractivo se detenía para ayudar a Pru. ─Ahí. Lo ve. No hay necesidad para que usted… Maldiciendo por lo bajo, Stephen no resistió escuchar más. Saltó hacia la pista de hielo en una forma muy similar a la manera en que lo había hecho Prudence momentos antes, y sin duda se veía como un desquiciado al mover en círculo sus brazo y patalear sobre su pies. Esto no le preocupaba. Estaba más concentrado en permanecer de pie sobre la superficie ridículamente resbalosa y rescatar a Prudence del bastardo lujurioso que usaba la excusa de ayudarla para manosearla. El hombre estaba sosteniéndola demasiado cerca de su pecho, en la opinión de Stephen. Y Prudence, agradecida por su ayuda, probablemente era totalmente inconsciente de su indudable propósito lascivo.

─Libertino ─Stephen murmuró en lo bajo cuando Prudence comenzó a deslizarse de nuevo y el hombre rápidamente la acercó hasta que ellos estuvieron pecho con pecho. Cuando él estuviera ahí, podría…. Su pensamiento terminó abruptamente cuando un muchacho joven pasó agitándose, chocando con él. Stephen inmediatamente perdió su precario balance y aterrizó de pleno sobre su trasero. Hizo una mueca ante el dolor en su hueso innominado, se sentó derecho, después miró irritado alrededor ante una risotada estridente. El joven monstruoso que lo había derribado estaba ahora patinando en círculos alrededor de él, riendo escandalosamente. El pequeño demonio solo alcanzaba la cabeza de Stephen sentado en el hielo, pero patinaba como si volara. Decidiendo que si el pequeño golfillo podía patinar de esa manera, él podría, Stephen ignoró al mocoso y se levantó. Estaba a medio levantar cuando su pie se deslizó de nuevo. La segunda vez terminó medio tronchado. Decidiendo que necesitaba algo que le permitiera a su primer patín sostenerse mientras se levantaba, Stephen vaciló, se quitó un guante y lo colocó sobre el hielo bajo su patín derecho, a continuación lo intentó de nuevo. Para su satisfacción, esto funcionó bastante bien. El guante mantuvo al patín en su lugar, permitiéndole levantarse. Pero entonces titubeó, mirando hacia abajo donde el guante permanecía tendido sobre el hielo. Sabía sin dudarlo, que si intentaba recuperarlo, podría terminar cayendo sobre su cabeza. Después de todas las dificultades que había tenido para levantarse, no se arriesgaría a caer nuevamente por un estúpido guante. Solo lo dejaría ahí, decidió al mirar enfurruñado la forma en que el libertino sostenía a Prudence. Era indecente. Si alguien la iba a sostener de esa manera, ¡era él y solo él! Avanzando sobre su guante, se lanzó hacia adelante. Tambaleándose, atravesó el hielo con mucha satisfacción, a una velocidad aterradora, llegando con Prudence y su rescatista en un santiamén. Desafortunadamente cuando se había lanzado adelante, no había pensado en cómo ir más despacio o como detenerse. Iba a chocar contra la pareja. Justo un momento antes del impacto, logró ajustar el ángulo de sus patines, por esa razón, se dirigió a toda velocidad solo sobre el sujeto. ─¡Stephen!

Le hizo bien a su corazón escuchar el grito preocupado de Prudence cuando él se estrellaba sobre su rescatador. Él le brindó una sonrisa reconfortante sobre su hombro, después echó una mirada sobre el sujeto quien había amablemente, si bien accidentalmente, amortiguado su caída. ─Siento mucho esto ─se disculpó, gateó hacía atrás y afirmó su patín contra la pierna del hombre para levantarse. ─Pensaba venir a auxiliar a Pru, sin embargo me estoy acostumbrando a usar los patines de nuevo. Necesito un poco de práctica, creo. ¿Está usted bien? Tomando el gruñido del hombre como un sí, Stephen asintió satisfecho. Volviéndose, tomó las manos de Pru. ─Espera. No creo que él este… ─Él está bien. Lo escuchaste. Vamos. Mejor debemos salir del hielo antes que uno o ambos de nosotros suframos una herida. Gracias de nuevo, joven ─dijo, entonces la apremió a salir, ambos atravesaron la pista de hielo balanceándose y resbalándose ─¿Dónde está tu otro guante? ─¿Hmmm? ¿Qué? ─bajó la mirada hacia su helada mano desnuda que ella estaba agarrando e hizo una mueca. ─Oh, sí. Bueno, parece que lo perdí…─hizo una pausa cuando Prudence repentinamente cayó sobre sus rodillas. Stephen consternado bajó su mirada hacia ella, para tornarse en vergüenza cuando el vio el guante que ella estaba levantando, él que se había enganchado con su patín y la hizo caer. ─Lo encontraste ─tomando el guante cubierto de hielo de sus manos, después la tomó por el codo para ayudarle a ponerse de pie. Se las ingenió para lograrlo sin caer él también, a continuación la condujo al borde de la pista de hielo, notando con algo de orgullo que él estaba realmente más o menos patinando. ─¿Qué estás haciendo aquí? ─Prudence dijo en un siseo, tirando para liberarse de su agarre al instante que ellos dieron un paso fuera del hielo y sobre un suelo nevado más firme. ─Creo que he dejado claro que me siento incómoda viéndolo cuando usted está ayudando en llevar a la ruina…

─Lo sé ─Stephen la interrumpió siguiéndola hacía el tronco donde se había sentado antes para ponerse sus patines. ─Estabas en lo correcto. ─¿Acerca de qué, mi lord? ─Sobre… Realmente no me daba cuenta que… Cuando comencé con Ballard’s, estaba desesperado por recuperar algo del dinero que mi padre había perdido. Él nos dejó a mi madre y a mí muy mal, nosotros necesitábamos ingresos para sobrevivir. Yo descubrí que era bueno en el juego. Irónico, puesto que mi padre no lo era. Después de hacer una pequeña suma, viendo lo que ciertos clubes podían ganar, puse en marcha Ballard’s viendo la manera más rápida para regresar a mi familia los bienes que tenía. Después de eso, yo estaba perdido. Parecía apropiado que el club permaneciera abierto. No consideraba que me estaba aprovechando de los demás justo como mi padre había sido tomado en provecho de otros. Pero estás en lo correcto. Estoy haciendo dinero sacándolo de las debilidades de otros. Pru consideró esto silenciosamente, después preguntó: ─¿Qué piensas hacer ahora que te diste cuenta de esto? Stephen frunció el ceño y deseó poder ver su rostro. Ella estaba agachada hacía adelante, quitándose sus patines, y no podía ver su expresión. No había realmente planeado lo que deseaba decirle. Estaba dando tumbos como un ciego. ─Bueno, supongo que podría expulsar a tu padre del club. ─¿Por qué molestarse? Como tú confirmaste, él solo jugará en otro lugar. Stephen frunció el ceño, su mirada moviéndose distraídamente sobre los patinadores antes de mirar hacia abajo y lamentarse. ─No sé qué otra cosa estoy en posibilidades de hacer. ─No. Por supuesto no lo puedes hacer ─dijo Pru sonando amargada, y Stephen lo sintió como una pérdida mientras ella se enderezaba y agregaba. ─Esto no es sobre mi padre, Stephen. Al menos no sólo sobre mi padre. Esto es sobre ti, como tú te diriges en el mundo. Había tanta pena en sus ojos que hizo que su corazón se estremeciera.

─Yo... ─¡Pru! ¿Adivina qué? Stephen observó sin poder hacer nada, como giraba hacía una muchacha joven quien se apresuraba en dirección a ella. Era una versión más joven de Prudence, con la misma cabellera castaña y facciones de pilluela. Stephen tuvo el fugaz pensamiento que una hija de Prudence podría probablemente verse muy parecida. ─Bueno. Tienes que quitarte tus patines ahora ─Prudence dijo, poniéndose de pie. ─Es hora de regresar a casa. ¿Dónde está Eleanore? ─¡Oh, pero Pru! ─protestó la niña. ─¿Dónde está Eleanore? ─le repitió firmemente. ─Dijo que te avisara que ella regresó a casa. ─¿Regresó a casa? ─Prudence repitió con escepticismo. ─Sí. Dijo que no dudaba que Lord Stockton podría llevarnos a casa, y ella estaba enfriándose. ─Enfriándose, mis ojos ─Stephen escuchó su murmullo irritado cuando él se puso de pie. ─Sería un placer llevarlas ─le dijo. Vio en su cara su lucha interior, pero después su mirada aterrizó sobre su hermana y la resignación surgió. Aun cuando ella aceptó, recibió la clara impresión de que por ella, mejor hubiera caminado que aceptar su oferta, y lo hubiera hecho, si no fuera por la presencia de su hermana. Irónicamente, esto hizo a la joven Charlotte una de las personas favoritas de Stephen, bromeó y conversó con ella fácilmente, escuchando con una sonrisa su parloteo todo el camino al hogar de los Prescott. Cuando el carruaje se detuvo frente a su hogar, el pequeño remolino estuvo fuera del carruaje de inmediato. Pero cuando Prudence quiso seguirla, Stephen la tomó del brazo y la jaló hacia atrás, atrayéndola dentro de sus brazos para besarla antes de que ella pudiera protestar. Era un beso desesperado, el último intento para atraerla hacia él, y al principio, cuando ella le regresó el beso, sintió esperanzas de tener éxito. Pero cuando la sintió ponerse inmóvil y retraerse, y su expresión cuando

él de mala gana la soltó mató su fugaz esperanza. Vio en su rostro que él era uno de los hombres malvados. Justo como él había visto a los propietarios de los antros de juego que su padre había frecuentado, así que ella lo veía… como un buitre. Pru salió del coche sin más palabras. El estado de ánimo de Stephen estaba sombrío cuando regresó a su club. Detectó un tirón de descontento dentro de él mientras miraba alrededor del salón de juegos. Era lo suficientemente tarde y el lugar estaba totalmente lleno, y a donde el observara había miradas desesperadas de hombres arriesgando más de lo que ellos deberían, y hombros caídos de los perdedores. En momentos como estos, todo le parecía terriblemente de mal gusto y desagradable, y seriamente consideró las ocupaciones alternativas. Era también en momentos como este que veía a su padre en todas partes. Justo en este momento, había incluso visto el rostro de su padre en el de Lord Prescott, y la mera presencia del hombre parecía burlarse de él.

***

Prudence rodó sobre su espalda y profirió un suspiro miserable. Conciliar el sueño parecía imposible. Su mente estaba demasiada saturada para permitírselo. Continuaba pensando en Stephen, viendo su atractivo rostro, recordando sus besos, su toque, su esencia, su sonrisa. Tenía unos ojos tan tiernos. Deseó… Impacientemente lanzó la sobrecama a un lado, se sentó y arrastró sus pies fuera de la cama. No había beneficio en estar deseando cosas que no podría tener. Dudaba si el interés de Stephen por ella iba más allá de lo carnal, e incluso, aunque el deseara más, ella no podría, en buena conciencia, tener ningún tipo de matrimonio con un hombre que se ganaba la vida aprovechando las debilidades de las personas como su padre. De pie, encontró su bata y la deslizó sobre ella, a continuación caminó cuidadosamente a través de la oscuridad de la habitación. Era Noche de Navidad. Tenía que abandonar la cama temprano. Estaba toda la familia, excepto por su padre. Él estaba sin duda fuera perdiendo lo último de sus posesiones. Los deudores se habían detenido permitiendo a Bentley, su mayordomo, olvidarse de ellos. El día

anterior, ellos habían empezado a tomar cosas en forma de retención de pago. Por lo que Prudence había llevado a Charlotte a patinar, para impedir que tuviera que presenciar esos desagradables encuentros. Pru había pretendido llevar a su pequeña hermana a otro lugar este día, quizá para visitar a Ellie, pero aparte de dos cobradores de grandes cuentas quienes la habían visitado muy temprano, nadie había venido por allí. El día había empezado bien, ella y su madre habían decidido aprovechar su casa mientras ellas aún la tuvieran, ensartando copos de maíz para terminar la decoración del árbol. Prudence supuso que aún los cobradores tenían corazón, si ellos esperaban mientras pasaba Navidad para vaciar la casa de los Prescott. Pru había caminado a lo largo de la oscura estancia y bajado las escaleras antes de avistar la rutilante luz por debajo de la puerta de la cocina. Sospechando que ahí estaba su madre, y sabiendo que ella podría necesitar ánimo, Prudence forzó una sonrisa en su rostro y se introdujo en la habitación. Dentro se quedó estática. No era su madre; en cambio, su padre estaba sentado ante la mesa, mirando aturdido. ─Padre, ¿qué haces en casa? ─le preguntó sorprendida. ─¿Por qué no estás fuera…? ─Me han vetado en todos lados, por eso. ¿A dónde ha ido todo el licor en esta casa? ─Usted lo bebió ─le contestó distraídamente. ─Dice que usted qué ¿ha sido vetado en todos los lugares? Él asintió de mala manera. ─Alguien pasó por todas partes y pago todas mis deudas, hasta la última. Pero a cambio, los propietarios me vetaron la entrada ─agitó la cabeza miserablemente. ─¡Ni siquiera se me permite entrar a beber! ¿Quién demonios pudo hacer algo como esto? ─Papá, estás sobrio. Él levantó la mirada con una expresión sobresaltada. ─Sí. ¿Por qué esto te sorprende?

─No lo había visto sobrio en un largo tiempo ─le dijo gentilmente. Una sorprendida comprensión cruzó por su rostro; entonces su mirada se movió hacia la puerta cuando su esposa entraba. ─¿De qué se trata esto? ─ella preguntó en voz baja mirando a su esposo. Su rostro mostraba la misma sorpresa ante su presencia que Prudence había sentido. ─Papa ha sido vetado en los clubs. Alguien ha pagado sus deudas, pero a él no se le admite en ellos… ni a beber ─Prudence habló tranquilamente, entonces se apresuró a consolar a su madre cuando ella estalló en lágrimas repentinamente. ─Estas son buenas noticias, mamá. Todo estará bien ahora. ─¡Lo sé! ─la mujer sollozó. ─Es solo que yo he estado tan asustada. Cuando esos acreedores vinieron y tomaron… Yo temí que nosotros estaríamos en la casa de beneficencia para el fin de año, y… ¡Oh, Prudence, nosotros estamos salvados! ─echó sus brazos alrededor de su hija y la abrazó con fuerza, sollozando sobre su hombro, y Prudence miró sobre la mujer hacia su padre, incapaz de reservarse la acusación que salía de sus ojos. Esta no fue suavizada por el asombro y la mirada ligeramente horrorizada en su rostro. Él apartó la mirada de sus enojados ojos por un momento, después se levantó y caminó acercándose para palmear torpemente el hombro de su esposa. ─Ah, ahora, Meg. No te preocupes por eso ─le dijo con nerviosismo. ─Las cosas no han sido tan malas. ─¡¿No han sido malas?! ─Lady Prescott chilló, volviéndose sobre él en la primera muestra de temperamento que Prudence había visto en ella. ─Los acreedores estuvieron aquí ayer y esta mañana. Ellos tomaron el collar de diamantes de mi madre y… ─¿Qué? ─Lord Prescott la interrumpió, sonando atronador. ─¿Por qué nadie me lo dijo? ─¡Porque usted nunca está aquí para decirle! ─Pru rugió. ─Usted ha estado evitándonos por semanas hasta ahora. Retardando su regreso hasta mitad de la noche, perdiendo el conocimiento en la habitación de invitados, escabulléndose al instante en que el camino está libre…

Ruborizándose culpablemente ante la acusación, para después con aire cansado hundirse en su asiento. ─He sido un tonto, ¿no? Las he hecho miserables ─asió la mano de su esposa, la presionó en su frente y cerró sus ojos. ─No sabía cómo salir de esto. John murió y yo solo no quería pensar en eso. Al principio la bebida funcionó, pero después no fue suficiente. Empecé a apostar. Antes sabía esto, yo había llegado tan lejos con las deudas que no podía pagar. Mantenía la esperanza que la siguiente mano podría ser suficiente para sacarme de eso, pero en cambio, yo sólo seguía hundiéndome y hundiéndome… ─él agitó su cabeza, entonces abrió sus ojos y levanto la mirada hacía su esposa. ─Lo siento. Un sollozo salió de sus labios, Lady Prescott se inclinó para abrazar a su esposo fuertemente alrededor de su cuello. ─Sé que fue más difícil la pérdida de Johnny que esto. Aún siento ese dolor. Pero querido Dios, Edward, este peso mientras yo creía que nosotras te habíamos perdido también. ─No ─golpeó su espalda tranquilizadoramente. ─Bueno, quizá por ese tiempo. Pero estoy de regreso ahora ─parpadeó, como si viera el mundo a través de nuevos ojos. Ojos sobrios. ─Gracias, Dios ─Lady Prescott susurró, a continuación agregó con una sonrisa: ─Justo a tiempo para Navidad. ─¿Navidad? ─Lord Prescott se vio impactado, después molesto. ─Demonios, olvide todo sobre Navidad. No tengo regalo para ti. ─Es no importa ─la madre de Prudence soltó una acuosa carcajada, la felicidad esparciéndose sobre su rostro. ─Conseguí todo lo que quería para Navidad. Su esposo se veía francamente confuso. ─¿Qué era eso? ─Recé para que tu pararas de beber y jugar, que nosotros no pasáramos la Navidad en la prisión de deudores. Y yo tengo eso ahora.

─Demonios ─él se veía abatido. ─He sido un asno. Lo siento, amor. Intentaré ser el mejor esposo. Lo intentaré realmente. ─Eso es todo lo que una mujer puede pedir ─Lady Prescott dijo tranquilamente, y le ayudó a ponerse de pie. Prudence los observó subir las escaleras, con una suave sonrisa en su rostro. Sabia quien había hecho esto posible; había aún tiempos difíciles adelante. Habría días que su padre estaría abatido e infeliz deseando licor, pero había finalmente esperanza… y su madre se veía tan feliz. Casi tan feliz como Prudence se sentía. Una idea llegó a ella, se dirigió a su propia habitación, pero no para ir a la cama. Necesitaba vestirse. Debía agradecer a alguien por este milagro. Alguien inesperado.

Capítulo Seis ─¿Mi lord? Stephen levantó la vista del fuego que había estado contemplando distraídamente, y levantó una ceja ante la presencia de su mayordomo. ─Tiene usted una visita, mi lord ─anunció el hombre Stephen comenzó a decir que no deseaba compañía, para despachar a quien estuviera afuera, cuando divisó el rostro de pilluela de Pru asomarse alrededor de la amplia barriga de su mayordomo. Él se tambaleo fuera de su asiento. ─¡Prudence! ¿Qué estás haciendo aquí? ─gritó asombrado, agitando la mano alejó a su mayordomo mientras se apresuraba a saludarla. ─Tenía que hablar contigo. ─Pero podría ser tu ruina si alguien… ─Nadie me vio ─le aseguró rápidamente. ─Y estaré solamente un momento. Su expresión se alivió un poco. Stephen asintió y la guió hacía dos sillas frente al fuego, indicándole para que ella tomara una. Esperó cortésmente mientras ella se sentaba, después se movió para apoyarse contra la chimenea. ─¿Tu hiciste esto, cierto? ─le preguntó al momento que él se acomodó. Stephen se encogió de hombros, sin molestarse en preguntas sobre lo que ella hablaba. Sabía que ella se refería a su padre y sus deudas de juego. ─¿Por qué?

Incómodo bajo su brillante mirada, se giró alejándose, afirmó sus manos sobre la repisa de la chimenea y bajó la mirada hacia las llamas. ─Tenías razón cuando me acusabas de rellenar mis cofres a expensas de otros. Para algunos esto es solo juego. Buena diversión. Pero para otros, como tu padre, ellos están sufriendo una enfermedad. Y, como tú señalaste, yo me estaba aprovechado de esto. Una vez que yo admití esto, descubrí que no puedo pretender por más tiempo que no estaba lastimando a nadie. ─¿Pero tu pagaste las deudas de mi padre? Se encogió de hombros como si esto no tuviera una verdadera importancia; entonces una sonrisa tiró de sus labios cuando admitió. ─Yo me las ingenié para salvar su reputación, pienso. Me serví de una muy astuta explicación de por qué estaba pagando todas las deudas de su padre ─antes de que ella pudiera cuestionarle sobre esto, agregó: ─también me aseguré de que ellos no le permitieran entrar en los antros de juego nunca más. ─¿Estuvieron de acuerdo con esto? Su expresión se tornó sardónica ante su obvia sorpresa. ─Tengo alguna influencia en la ciudad. La mayoría de ellos me deben dinero ─arrastró los pies en la esquina de la alfombra ante el fuego con su bota, entonces agregó. ─Y después vendí Ballard’s. Prudence se inclinó hacia adelante en su asiento. ─¿Tú qué? ─Pues, no será Ballard’s por mucho tiempo. El nuevo propietario lo renombrará ─metiendo sus manos en los bolsillos de su levita, se encogió de hombros nuevamente. ─Estoy analizando otros proyectos. Actualmente tengo algunos en los que podría invertir ─le dio la espalda al fuego. ─¿Puedo estar en lo correcto al suponer que tu padre ésta ahora quejándose como un demonio, pero en casa y sobrio? ─Sí ─cuando ella permaneció en silencio, Stephen lanzó una mirada sobre su hombro para verla morder su labio de forma vacilante, y deslizar la mirada alrededor

de la habitación cálida y confortable en donde estaban. Entonces ella lanzó un pequeño suspiro, y enderezó sus hombros en un hábito que él estaba empezando a reconocer y lo enfrentó para preguntar. ─¿Hiciste esto porque te sientes culpable? Stephen consideró la pregunta solemnemente cuando giró su espalda a la chimenea. ─Eso puede haberme influenciado; sin embargo, había estado considerando salir del negocio por un tiempo. En cuanto a pagar las deudas de tu padre, eso fue por ti. Difícilmente podía permitir que la mujer que amo terminara en la prisión de deudores para Navidad. ─¿Amor? ─ella se miraba como si estuviera conteniendo su respiración. ─Sí. ─¡Oh, Stephen! ─lanzándose fuera de su silla, se arrojó hacia él. Stephen se tambaleó hacia atrás contra la chimenea mientras ella imprimía pequeñísimos besos sobre todo su rostro. ─¡Gracias, gracias, gracias! ─sollozó Pru entre besos a su nariz, sus mejillas, sus ojos, su barbilla y finalmente sobre sus labios. Allí lo llevó a detener la avalancha de besos de mariposa. Tomándola de la parte de atrás de su cabeza la sujetó aun cuando ella quería continuar con su exuberante conducta, y movió su boca sobre la de ella. A Prudence no pareció importarle. No se resistió. En realidad, Stephen sintió su sonrisa contra su boca antes de que ella la abriera para él, una invitación a profundizar el beso. De inmediato tomó ventaja de la invitación, devorándola con una pasión que lo había endurecido en proporciones vergonzosas. Su cuerpo estaba reaccionando como el de un muchacho inexperto, y estaba atendiendo su urgencia lastimera. En un momento tenía a Prudence sobre su espalda en la alfombra de piel frente al fuego, sus manos inquietas por todas partes. Una estaba empujando su falda de su vestido hacia arriba, la otra tirando de la parte superior hacía abajo. Sus labios estaban avanzando hacía la curva de uno de sus pechos, después regresaba, ansioso por probarla toda mientras ella se retorcía, se arqueaba, gemía y suspiraba debajo de él.

─Esto no está bien ─murmuró Stephen, besando un sendero sobre la curva de su pecho. Prudence suspiró ensoñadoramente y se arqueó contra él cuándo tomó un pezón erecto dentro de su boca. ─Esto se siente muy bien para mí ─Pru ronroneó. Stephen sonrió contra su seno. Ella lo sintió, aparentemente, y deslizó su mano dentro de su oscuro cabello. ─Estas sonriendo ─le dijo. ─He estado haciendo mucho eso desde que te conocí ─Stephen admitió, ensanchando su sonrisa. ─Es lo mismo para mí ─Prudence le confesó entre una medía sonrisita y un medio suspiro. Lamiendo su pezón. ─Debo darte las gracias. Stephen levantó su cabeza para mirar hacia ella de manera interrogadora. ─¿Por hacerte sonreír? ─Sí. Por eso, y por…. ─¿Esto? ─le preguntó, tomando la punta de su pecho entre sus dientes y lamiéndolo. Al soltarlo, agregó: ─¿O esto? ─la mano que había estado descansando sobre su muslo subió hasta su centro. ─Oh ─Prudence se presionó contra su toque y agitó su cabeza tocando frenéticamente sobre la piel. ─Sí, esto será mi ruina, pienso que me gusta. Stephen se congeló ante esas palabras, preocupado y cautivado por ella, pero Pru abrió sus ojos y le sonrió tiernamente. ─Te lo ruego, no te detengas. No deseo que te detengas ─vacilando, Pru añadió: ─Sin embargo, quiero agradecerte por darle a mi madre todo lo que ella quería para Navidad. ─Ah ─excitado y agradecido por el bien que le había hecho, Stephen masajeó con el pulgar sobre el pezón húmedo que había estado lamiendo, disfrutando la forma en que ella se arqueaba y ronroneaba en respuesta. ─¿Y que deseas tú para Navidad?

─¿Yo? ─Pru parecía sorprendida ─Sí. Tú ─le dijo. Entonces Stephen se quedó muy quieto cuando comprendió que esta era la Noche de Navidad. No podría comprar un presente hasta que las tiendas reabrieran. Contrariado por no haber pensado en un regalo antes de esta, le advirtió. ─No podré ser capaz de adquirirlo hasta después de que las tiendas reabran, pero… ─Lo que yo quiero no puede ser comprado. Stephen se retiró ante esa suave certeza. ─¿Qué? ─Quiero algo más de esto ─Pru le dijo con voz ronca. Riéndose acercó su cabeza hacia ella misma. Stephen le permitió que lo jalara hacia adelante hasta que su boca estuvo a una pulgada de distancia, entonces se detuvo y murmuró: ─No estoy seguro. ─¿Qué? Stephen no podía decir si ella estaba más agraviada o sorprendida por su negativa a tomar lo que ella ofrecía, y casi sonriendo ante su reacción, pero logrando mantener una conducta solemne. ─Bueno ─corrigió. ─Quizá podría ser persuadido… si tú estás de acuerdo en darme a cambio lo que yo quiero para Navidad. Prudence se vio repentinamente cautelosa. ─¿Qué quieres para Navidad? ─Todo lo que yo más quiero en el mundo para Navidad es que tú me hagas un hombre honesto. Cásate conmigo, Prudence. Pru, tomó su respiración ante la propuesta de Stephen, casi apretándolo. Ella quería gritar: ─Sí ─pero vacilo y empujando su pecho hasta aflojar su abrazo. Solemnemente Pru dijo:

─No tienes que casarte conmigo. Nosotros podemos parar esto ahora mismo. Nadie podría nunca saberlo. He escapado inadvertida por mucho peor. No tienes ni debes sentir tu honor comprometido para casarte conmigo. ─Por otra parte ─dijo Stephen lentamente, ─puedo disfrutarte ahora, esta noche, en esta noche de Navidad, y cada noche mientras ambos vivamos. Podría compartir tu vida, tener niños contigo quienes se verán dulces y serán malditamente tercos como tú. Y yo podré tenerte a ti y tus alocados planes para hacer el resto de mi vida una aventura ─sonrió malintencionadamente. ─Esta no es una difícil opción. ─¿De verdad? ─De verdad ─Stephen le aseguró. ─Por otro lado, la brillante razón de por qué yo pagué por las deudas de tú padre… La confusión cubrió su expresión ante el aparente cambio de tópico. ─¿Sí? ─Yo digo que esto fue porque nosotros nos casaremos y él debe cubrir una gran boda. ─¡Stephen! ─Pru gritó, palmeando su pecho. Él sonrió burlonamente sin arrepentimiento y la jaló aprisionándola en sus brazos. ─Te amo, Pru, y quiero compartir mi vida contigo. ¿Y tú? ─¿Yo? ─sonrió malintencionadamente ante la incertidumbre sobre su rostro cuando él hizo la pregunta, después puso un rostro serio y golpeó su barbilla pensativamente. ─Hmmm, déjame ver. ¿Casarme con mi héroe personal? ¿El hombre quien salvó a mi familia? ─No ─Stephen dijo entonces: ─No deseo que te cases conmigo por lo que yo hice, no deseo que te cases conmigo por simple gratitud. ─Ah ─Prudence asintió con simpatía. ─Entonces ¿es cómo me hacer arder? ¿Crecer mi pasión? ¿Probar mi mente? ¿Me hace sonreír? ¿O porque mi corazón canta cuando estás cerca? ¿Por qué cuándo tú estás lejos pienso en ti y en lo que

estás haciendo, y cuando estás cerca deseo que estés pensando y deseando tocarme? ¿Serán esas razones suficientes? ¿O quizá porque te amo? Pru jadeó cuando Stephen la abrazó fuertemente, y después rodó sobre el piso con ella hasta que reposó sobre él. Jalando su cabeza, la besó hasta que ambos estuvieron doloridos por el deseo; entonces el reposó su frente contra la de ella y la sostuvo muy cerca. Haciéndolo el susurró: ─Te amo. Me haces verdaderamente feliz, Pru. ─Ahhhh ─Prudence suspiró con voz temblorosa. ─He cambiado de idea. ─¿Acerca de qué? ─le preguntó, acomodando su cabello detrás de su oreja, con una sonrisa amorosa en su rostro para ella y solamente para ella. ─Todo lo que quiero para Navidad es que tú digas eso otra vez ─murmuró, con una sonrisa vibrando sobre sus labios. Los labios de Stephen se ensancharon. ─Creo que eso puede arreglarse. De hecho, muchacha afortunada que eres, pienso que puedo darte ambos cosas. Y lo hizo.

Fin