Lutereau Luciano - Histeria Y Obsesion

L uciano L utereau Histeria y obsesión Introducción a la clínica de las neurosis ¿'cyivS cretta- Lutereau, Luciano

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L uciano L utereau

Histeria y obsesión Introducción a la clínica de las neurosis

¿'cyivS

cretta-

Lutereau, Luciano

Histeria y obsesión : Introducción a la clínica de las neurosis I o ed. - Buenos Aires - Letra Viva, 2014. - 128 pp.; 20 x 13 cm. ISBN 978-950-649-548-0 1. Psicoánalisis. 1. Título CDD 150.195

Imagen de tapa: Hyuro. Contacto: www.hyuro.es

© 2014, Letra Viva, Librería y Editorial Av. Coronel Díaz 1837, Buenos Aires, Argentina [email protected] www.imagoagenda.com

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en la Argentina - Prínted in Argentina Coordinación editorial: Leandro Salgado

índice

Nota del e d ito r ..................................................................9

¿Qué es la neurosis?........................................ .11 El síntoma neurótico.......................................................14 Una clínica de la pregunta.............................................. 21 La respuesta a la regla analítica..................................... 31

l Qué quiere el sujeto histérico ? ......................39 La histeria en análisis.......................................................45 Transferencia e interpretación en la dirección de la cura..................................................................................59

El laberinto de la neurosis obsesiva.................. 71 Amor, deseo y goce en la obsesión............................75 Transferencia e interpretación en la neurosis obsesiva 86

Dirección de la cura y posición del analista 101 Táctica, estrategia y política del análisis..................103 El falo como operador del deseo............................... 112 El objeto a y el deseo del a n a lis ta ...........................118

..el hilo que permite establecer la fantasía como deseo del Otro. Se encuentran enton­ ces sus dos términos com o hendidos: uno en el obsesivo en la medida en que niega el deseo del O tro al form ar su fantasm a acen­ tuando lo imposible del desvanecimiento del sujeto, el otro en el histérico en la m e­ dida en que el deseo sólo se m antiene por la insatisfacción que aporta allí escabullán­ dose com o objeto.” Jacques Lacan ( 1 9 6 0 ) Subversión del su­ jeto y dialéctica del deseo en el inconscien­ te freudiano.

Nota del editor

Luego de la publicación de Introducción a la clínica psicoanalítica (escrito en colaboración con Lucas Boxaca), este volumen continúa la tarea editorial de ofrecer al lec­ tor textos que, deforma concisa y rigurosa, introduzcan a los más arduos problemas de la práctica del psicoanálisis. El objetivo de este libro es el tratamiento de esas dos formas de la neurosis que son la histeria y la obsesión. En el primer capítulo se expone una reflexión general acerca del ser neurótico. En los dos capítulos siguientes se presentan los elementos capitales para el diagnóstico y el inicio del análisis. En el último capítulo se retoman consideraciones en tomo a la dirección de la cura y la posición del analista. La virtud principal de este libro radica en que no pre­ supone aquello que debe explicar. Por eso es que junto al esclarecimiento de conceptos se presentan diversos frag­ mentos clínicos dirigidos a transmitir la teoría -para no recaer en la especulación o el dogma-. Así, por ejemplo, es que los dos capítulos centrales realizan una relectura de dos célebres casos freudianos (el caso Dora y el Hom­

bre de las ratas) para demostrar el carácter paradigmáti­ co que les corresponde. De este modo, tiene el lector en sus manos un libro de inspiración lacaniana que se caracteriza, entonces, por su retorno a Freud. L e a n d r o Sa l g a d o

¿Qué es la neurosis?

“El sentido del síntom a es lo real, lo real en tanto se pone en cruz para im ­ pedir que las cosas anden en el sentido de dar cuenta de sí mismas de m an e­ ra satisfactoria, satisfactoria al m enos para el am o." Jacques Lacan (1 9 7 4 ) La tercera.

Habitualmente se sostiene que la clínica de la neu­ rosis tiene forma de pregunta. Sin embargo, ¿cómo en­ tender esta afirmación? De manera eventual, suele con­ fundirse este aspecto estructural con una circunstan­ cia más o menos empírica; que quien consulta se üre.gunte algo, que tenga una inquietud, auiera saber algo acerca de sí mismo, etc. No obstante, estas indicacio­ nes no hacen más que apelar al yo como instancia de referencia para la orientación del tratamiento. Al res­ pecto, Freud propuso una advertencia que tiene valor paradigmático:

“Tanto legos com o médicos, que tienden aún a con fu n ­ dir al psicoanálisis con un tratam iento sugestivo, sue­ len atribuir elevado valor a la expectativa co n que el pa­ ciente enfrente el nuevo tratam ien to. A m enudo creen que no les dará m u ch o trabajo cierto paciente por ten er este gran confianza en el psicoanálisis y estar plenam en­ te convencido de su verdad y productividad. Y en cu an ­ to a otro, les parecerá m ás difícil el éxito, pues se m u es­ tra escéptico y no quiere creer nada antes de haber visto el resultado en su persona propia. En realidad, sin em ­ bargo, esta actitud de los pacientes tiene un valor h arto escaso; su confianza o desconfianza provisionales ape­ nas cu entan frente a las resistencias internas que m a n ­ tienen anclada la neurosis.”1

De este modo, la relativa confianza o desconfianza del paciente no es un factor de importancia para Freud, punto en el cual podríamos hablar de una actitud "imaginaria'1 -esto es, variable según el momento de la consulta y sus­ pendida de la mayor o menor empatia que pueda tener­ se con el analista y no de los efectos mismos del disposi­ tivo-. Dicho de otra manera, que quien consulta “tenga ganas” de iniciar un tratamiento no es un indicador en el que el analista pueda apoyarse con firmeza, mucho me­ nos asumir el caso como un interrogante acerca de la po­ sición subjetiva en la causa del padecimiento. De hecho, la referencia freudiana continúa con un esclarecimien­ to suplementario que permite prever todo lo contrario: 1.

Freud, S. (1913) "Sobre la iniciación del tratamiento” en Obras completas, Vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1995, pp. 127-128.

"Es cierto que la actitud confiada del paciente vuelve m uy agradable el prim er trato con él; uno se la agrade­ ce, pese a lo cual se prepara para que su previa to m a de partido favorable se haga pedazos a la prim era dificultad que surja en el tratam iento, Al escéptico se le dice que el análisis no ha m enester que se le tenga confianza, que él tiene derecho a m ostrarse todo lo crítico y desconfia­ do que quiera [...] y que su desconfianza no es m ás que un síntom a entre los otros que él tiene, y no resultará perturbadora siempre que obedezca concienzudam ente a lo que le pide la regla del tratam ien to .”2

En esta última indicación hay tres cuestiones para su­ brayar y que cabe considerar con detalle en este primer capítulo: por un lado, si las actitudes imaginarias pue­ den ser consideradas tan sintomáticas como los síntomas que importan en un análisis, ¿a qué llamamos síntoma y, en particular, cuál es la especificidad del síntoma neu­ rótico (aquel que permitiría circunscribir un diagnóstico y delimitar la especificidad de la dirección de la cura)?;3 por otro lado, si la pregunta como modo de relación con el Otro -que p arecería , según suele decirse, algo propio de la neurosis- no se reconduce a una actitud yoica, ¿no 2. Ibid., p. 128. 3. En este caso, por ejemplo, podría considerarse la "desconfianza" habitual con que el obsesivo se presenta al tratamiento y que se manifiesta en variaciones del escepticismo que encubren el momento de consulta, esto es, por qué requiere de un analista en esta situación. De este modo, la desconfianza implica un modo de relación con el Otro que atribuye a este último un rasgo que, en su propia posición, el desconfiado desconoce: la reticencia.

hay modos concretos de reconocer esta puesta en forma de un interrogante analítico, para no afirmar solamen­ te una posición estructural (que suele enunciarse al de­ cir que el neurótico se pregunta por el deseo del Otro)?;4 por último, ¿cuál es la incidencia de la regla fundamen­ tal para establecer el tipo clínico? Porque, esta será la úl­ tima cuestión a presentar: la neurosis se reconoce como un modo singular de respuesta a la asociación libre -al igual que las psicosis y las perversiones-.

Eí síntoma neurótico La clínica psicoanalítica tiene en su centro el síntoma. De un modo indirecto, aunque certero, lo decía Lacan cuando -en la “Apertura de la sección clínica” (1977)afirmaba que la clínica “consiste en el discernimiento de cosas que importan”,5 por ejemplo, la distinción en­ tre el síntoma y las demás formaciones del inconsciente. Porque no alcanza con sostener que el síntoma sea una realización de deseo más o menos desfigurada (como lo es también el sueño) ni una formación de compromiso o comprometida con una verdad de palabra (como lo es 4. Aquí se condensan los desarrollos lacanianos respecto del grafo del deseo, que no serán tomados en esta ocasión -com o aproximación estructural- para privilegiar una vía de acceso más concreta al modo de formación discursiva que implica la neurosis, dado que la neurosis es -básicamente- un “modo de hablar". 5. Lacan, J. (1977) "Apertura de la sección clínica" en Omicar?, No. 3, Barcelona, Petrel, 1981, p. 39.

también el chiste), sino que encontramos un hilo con­ ductor para aislar su especificidad al interrogar su carác­ ter de satisfacción sustitutiva. Ahora bien, ¿a qué debería su privilegio clínico el sín­ toma? Justamente a esta satisfacción a la que conduce, en la que se fundamenta como el motor pulsión al de un tratamiento y que, paradójicamente, suele manifestar­ se con extrañeza -dado que el analizante no se recono­ ce en esa satisfacción... aunque sabe que eso le concier­ ne de un modo íntimo-. En efecto, es tan extraña esta satisfacción que se la suele vivir como padecimiento. Así lo expresa Freud en una de sus más significativas defini­ ciones clínicas del síntoma: “Los síntom as [...] son actos perjudiciales o, al m enos, inútiles para la vida en su conjunto; a m enudo la persona se queja de que los realiza con tra su voluntad, y conlle­ van displacer o sufrimiento para ella. Su principal perjui­ cio consiste en el gasto aním ico que ellos m ism os cues­ tan y, además, en el que se necesita para com batirlos.”6

Importa subrayar el carácter clínico de esta definición -el alcance que de ella se desprende para la práctica del psicoanálisis y, en particular, para la puesta en marcha del dispositivo- que podría ser vinculada con el "penar de más” de que hablara Lacan en el seminario 11 -y que justifica, de forma perentoria, la intervención del analis­ 6. Freud, S. (1916-17) "231 Conferencia: Los caminos de la formación de síntoma" en Conferencias de introducción al psicoanálisis, en Obras completas, Vol. XVI, op. cit., p. 326.

t a - 7 Dicho de otro modo, se trata de una definición clí­ nica y no metapsicológica, como la que podría extraerse del caso Dora cuando se enlaza el síntoma de la tos con la fantasía sexual respecto del padre. El síntoma como ex­ presión de fantasías inconscientes, en función del con­ cepto de sobredeterminación, he aquí una concepción especulativa y las palabras de Freud en dicho contexto lo demuestran: "D e otra m anera, los requisitos que suelo exigir a una ex­ plicación de síntom a estarían lejos de satisfacerse. Según una regla que yo había podido corroborar u n a y otra vez, pero no m e había atrevido a form ular con validez uni­ versal, un síntom a significa la figuración -realizació n de u n a fantasía de contenido sexu al..."8

No obstante, como habrá de verse en los capítulos si­ guientes, los presupuestos teóricos de Freud acerca de lo que debía encontrar en la experiencia fueron en más de una ocasión motivo de obstáculos. En todo caso, se tra­ ta de interpretar clínicamente esas definiciones metapsicológicas (así tambie'n lo hace Freud cuando, en el mis­ 7.

"Digamos que, para una satisfacción de esta índole, penan demasiado. Hasta cierto punto este penar de más es la única justificación de nuestra intervención. [...] Los analistas nos metemos en el asunto en la medida en que creemos que hay otras vías, más cortas, por ejemplo". Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 174. 8. Freud, S. (1905) "Fragmento de análisis de un caso de histeria ('Caso Dora’)” en Obras completas, Vol. VII, op. cit, p. 42.

mo historial, afirma que los síntomas son la "práctica se­ xual" de los pacientes, punto en el que vuelve a restituir la coordenada clínica capital para pensar el síntoma: el acto). Lo mismo podría decirse del concepto de sobredeterminación. Para dar cuenta de este punto, que remite a la relación entre síntoma y sentido, podría recordarse un breve pasaje de la "Conferencia en Ginebra” de Lacan: “Lean un poeo, estoy seguro que esto no Ies sucede m uy a menudo, la introducción al psicoanálisis. Hay dos c a ­ pítulos sobre el síntom a. Uno se llama ‘Los cam inos de form ación de síntom a', es el capítulo 2 3 , y se p ercata­ rán luego de que hay u n capítulo 17 que se llam a D er Sinn, el sentido de los síntom as. Si Freud aportó algo es eso. Que los síntom as tienen un sentido y que sólo se interpretan correctam en te -co rrectam en te quiere decir que el sujeto deja caer alguno de sus ca b o s- en fu n ción de sus prim eras experiencias, a saber, en la m edida en que encuentre lo que hoy llamaré la realidad sexu al."9

Ya nos hemos referido a la definición de la "23a Con­ ferencia”. Detengámonos ahora en la "17aConferencia”, para despejar posibles malentendidos en tomo a la máxi­ ma de que los síntomas tienen un sentido. En primer lugar, el sentido de un síntoma no debe en­ tenderse como un mero significado (una respuesta a la pregunta: "¿qué quiere decir?”, donde el desciframiento se realizaría de modo exterior o sin implicar la historia 9. Lacan, J. (1975 ) "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma” en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1989, p. 126.

de vida de quien padece). Para explicitar esta cuestión, Freud presenta dos casos, de los cuales tomaremos sólo el primero para introducir algunas distinciones indispensa­ bles para el uso clínico de la noción de síntoma. Se trata de una mujer de 30 años, a la que Freud califica de obse­ siva dado que realizaba la acción siguiente: “C orría de u na habitación, a la habitación contigua, se paraba ahí en determ inado lugar frente a la m esa situa­ da en m edio de ella, tiraba del llam ador para que acu­ diese la m u cam a, le daba algún encargo trivial o aun la despachaba sin dárselo, y de nuevo corría a la habita­ ción prim era.”10

Que no se trata de un mero significado es evidente dado que, toda vez que Freud le preguntara “¿Por qué hace eso?”, ella respondía: “No lo sé”. Dicho dé otro modo, la elaboración de saber a la que invita el síntoma no se desprende en términos de una cuestión hermenéutica.11 Asimismo, es curioso el modo en que el sentido del sín­ toma se recorta en este caso. Hacía más de 10 años se había casado con un hombre mayor que, en la noche de 10. Freud, S. (1916-17) "171 Conferencia: El sentido de los síntomas" en Conferencias de introducción al psicoanálisis, op. cit., p. 239. 11. “La hermenéutica no sólo es contraria a lo que denominé nuestra aventura analítica [...]. Yo sostengo que con el análisis -si es que puede darse un paso más- debe revelarse lo tocante a ese punto nodal por el cual la pulsación del inconsciente está vinculada con la realidad sexual. Este punto nodal se llama el deseo...1'. Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, op. cit., p. 160.

bodas, resultó impotente. Esa noche él corrió de una ha­ bitación a otra con el objetivo de reintentar el acto, pero sin suerte. A la mañana siguiente, dijo: “Es como para que uno tenga que avergonzarse frente a la mucama1'; y volcó un frasco de tinta roja sobre la sábana. El punto en que se entiende el nexo entre la acción de la neurótica y este recuerdo se halló en que, en la segunda habitación, sobre el mantel había una mancha también. Freud inter­ preta el sentido del síntoma del modo siguiente: "Ante todo, se aclara que la paciente se identifica co n su m arido; en verdad representa su papel, puesto que im ita su corrida de u na habitación a otra. [ ...] El núcleo [del sín tom a] es, evidentemente, el llamado a la m u cam a, a quien le pone la m ancha ante los ojos [...]. Vemos, pues, que la m ujer no se limitó a repetir la escena, sino que ia prosiguió, y la hacerlo la corrigió, la rectificó.”12

Volviendo al comienzo, podríamos preguntarnos por qué Freud sostiene que se trata de una neurosis obsesiva, cuando la posición de la mujer bien podría correspon­ der a la de una histérica: interesada en el deseo del Otro, cuya potencia sostiene, se identifica con su partenaire para formular la pregunta por el ser sexuado. Acaso, ¿no po­ dría pensarse que Freud sería un poco susceptible respec­ to del hecho de que se trate de una "acción" compulsi­ va -al faltar la condición conversiva? Del modo que sea,

12. Freud, S. (1916-17) “17a Conferencia: El sentido de los síntomas’' en Conferencias de introducción al psicoanálisis, op. cit, p. 240.

faltan también más detalles para decidir una conjetura semejante. En todo caso, la presencia de la vergüenza de la mujer -aunque ella hace carne de la que corresponde a su marido-, con el carácter corporal que esta suele tener, bien podría orientar la interpretación en otra dirección. Esta última indicación tiene un propósito concreto: desairar cualquier intención de una lectura fenoménica de los síntomas (al sostener que la obsesión es cuestión de “meras ideas” y la histeria de un~“cuerpo desimplicado”). En efecto, lo significativo de este prolegómeno es entre­ ver los síntomas en función de la posición subjetiva que los subtiende. Dicho de otro modo, las neurosis son posi­ ciones sintomáticas del deseo y, en este punto, remiten a sus fantasmas específicos. No obstante, no podríamos en este contexto realizar una justificación más precisa de las relaciones entre síntoma y fantasma (cuya articulación rescatamos, y cuya diferenciación estricta desleímos en este argumento), pero sí recuperar el planteo freudiano de los llamados “síntomas típicos” como una forma de ubicar dichas posiciones privativas de cada tipo clínico: “Es preciso llam arlos síntom as 'típicos’ de la enferm e­ dad; en todos los casos son m ás o m enos semejantes, su diferencias individuales desaparecen o al m enos se re­ ducen ta n to que resulta difícil conectarlos co n el vivenciar individual [...]. N o olvidemos que justam ente m e­ diante estos síntom as típicos nos orientam os para for­ m u lar el diagnóstico.”13

13. ibid., p. 247.

De este modo, los síntomas típicos denotan posicio­ nes fantasmáticas fundamentales (el asco en la histeria, la duda en la obsesión, etc.)14 que son las que un ana­ lista calcula no sólo para esclarecer el diagnóstico, sino también para orientar sus intervenciones.

Una clínica de la pregunta Como hemos indicado en un comienzo, acostumbra­ mos decir que la neurosis está estructurada como una pre­ gunta y, en cierto modo, este es un efecto de la enseñan­ za de Lacan. Así, por ejemplo, es que presentara la distin­ ción entre obsesión e histeria en el seminario 3: "...lo que caracteriza la posición histérica es una pregun­ ta que se relaciona justam ente co n los dos polos signi­ ficantes de lo m asculino y lo femenino. El histérico la form ula co n todo su ser: ¿cóm o se puede ser varón o se puede ser hem bra? Esto implica, efectivamente, que el histérico tiene de todos m odos la referencia. La pregun­ ta es aquello en lo cual se introduce y se conserva tod a 14. “SÍ en un caso de histeria hemos reconducido realmente un síntoma típico a una vivencia o a una cadena de vivencias parecidas, por ejemplo, un vómito histérico a una serie de impresiones de asco, quedaremos desconcertados si, en otro caso de vómito, el análisis nos descubre una serie de vivencias supuestamente eficaces de índole por entero diversa. De pronto parece como si los histéricos, por razones desconocidas, se vieran obligados a manifestar vómitos, y que las ocasiones históricas que el análisis brinda fueran sólo unos pretextos de que se vale esa necesidad interior cuando por azar se presentan”. Ibid., pp. 247-248.

la estructura del histérico, con su identificación funda­ m en tal al individuo del sexo opuesto al suyo, a través de la cual interroga a su propio sexo. A ia m an era histérica de preguntar o ... o ... se opone la respuesta del obsesivo, la denegación, n i... n i... ni varón ni hem bra. Esta dene­ gación se hace patente sobre el fondo de la experiencia m ortal y el escam oteo de su ser a la pregunta, que es u n m odo de quedar suspendido de ella. El obsesivo preci­ sam ente n o es ni uno ni otro.”15

De acuerdo con estos términos, la histeria sería una pregunta acerca de la feminidad y la obsesión acerca de la relación entre la vida y la muerte. En este último caso, eventualmente ha podido decirse que esta inquietud tra­ sunta en la pregunta acerca de la paternidad, v esta in­ dicación es apropiada... aunque parcial: el modo en que la pregunta acerca de qué es un padre se. constituye en la obsesión es a través de la muerte, esto es, se interro­ ga al padre muerto -al que vale como nombre, es decir, como ideal frente al cual la obsesión se apaña como tér­ mino degradado-; y el carácter parcial de esta respuesta radica en que la histeria no está menos orientada hacia la misma pregunta: la histérica también interroga al pa­ dre, pero a partir de su deseo... En definitiva, tanto his­ teria como obsesión son formas de orientación hacia el padre, de servirse del padre como referencia sintomática. Volveremos sobre este aspecto en los capítulos siguientes.

15. Lacan, J. (1955-56) £1 seminario 3: Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984, p. 358.

No obstante, en este contexto importa destacar el ca­ rácter inconsciente de las preguntas en cuestión. Ya he­ mos enfatizado que esas preguntas no pueden ser veri­ ficadas a nivel del discurso yoico. Dicho de otro modo, la pregunta neurótica se descifra de acuerdo con la ela­ boración de saber que se desprende del síntoma -según hemos entrevisto este punto con el comentario de la "17a Conferencia" en el apartado anterior, la pregunta del neurótico se interpreta retroactivamente a partir de esa respuesta que es el sentido del síntoma-. Por lo tan­ to, importa ubicar un modo concreto en que el discur­ so del neurótico asume la forma de una pregunta, pun­ to en el cual es preciso reconducir esta cuestión, una ve¿ más, al modo de respuesta discrecional frente al dispo­ sitivo mismo -antes que a una elaboración psicopatológica-. Para dar cuenta de este tópico cabe servirse de los desarrollos de Lacan en tomo a la “causación del suje­ to" en el seminario 11. ¿Qué quiere decir que el sujeto está “causado"? En primer lugar, aunque parezca algo evidente, esta indica­ ción expone que el sujeto no es un dato de partida en la práctica del psicoanálisis -es decir, quien habla en la con­ sulta es una persona, o algo semejante, pero no un su­ jeto-; en segundo lugar, el sujeto del psicoanálisis no es el sujeto tradicional de la filosofía, es decir, constituyen­ te del sentido, sino que se constituye a través de un sa­ ber que no conoce, pero que en tanto no sabido igual se sabe. Dicho de otro modo, sujeto y saber se-exduyen; en sentido estricto no hay sujeto del inconsciente, por eso

se trata de un sujeto dividido o en falta. No obstante, en tercer lugar, su falta no es sólo respecto del saber, sino también en referencia a la satisfacción, dado que esta úl­ tima se presenta a través del síntoma, de un modo oscu­ ro y extranjero; por lo tanto, un esbozo de aproximación al carácter constituido (o causado) del sujeto podría re­ sumirse en la división entre >aber y goce -a sabiendas de que el saber es un modo de cernir también ese goce per­ dido (y recuperado) sintomáticamente-. He aquí el pun­ to en que las formaciones del inconsciente, como mo­ dos de retorno, tienen un lugar privilegiado en el análi­ sis. Un psicoanálisis que no tenga su hilo conductor en la experiencia del inconsciente difícilrrtente pueda ser lla­ mado un análisis. De acuerdo con lo anterior, el sujeto es una instancia de indeterminación y el análisis avanzaría en la dirección de orientar su-división hacia su determinación... respec­ to del deseo. Así lo afirmaba Lacan en "La dirección de la cura y los principios de su poder": "H acer que se vuelva a en co n trar en él [en el flujo sig­ nificante, en la cadena inconsciente, en la m edida en que este juega co m o saber no sabido] com o deseante, es lo inverso de hacerlo reconocerse allí com o su jeto...”16

De este modo, las formaciones del inconsciente tie­ nen la función de polarizar el análisis respecto del de­ 16. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 603.

seo, en ese punto en que el deseo se presenta a través de un saber enigmático.17 Pensemos, por ejemplo, en el caso del acto fallido, donde el deseo no se expresa a través de la equivocación de la intencionalidad -como si el deseo fuera lo dicho-, sino que en esa fractura del discurso yoico se inaugura una pregunta por el saber respecto del de­ cir: “¿Qué quise decir y qué dije?”, “¿Cuál es el saber que no sé de mi decir?”, “¿Cómo deseo cuando digo lo que digo?71. He aquí el nudo íntimo del análisis de la neuro­ sis, donde el inconsciente retoma al producir la inquietud respecto del decir -articulado al saber y la satisfacción-. Esta última indicación conduce, entonces, a especifi­ car el modo de hablar de la neurosis en el análisis, para lo cual podemos tomar en sentido más estricto la no­ ción de causa en función de las dos operaciones que La­ can llamó “alienación” y “separación”. Por esta vía, refe­ rirse a la causación del sujeto no sería tanto elaborar un mito acerca de la estructura sino formalizar la experien­ cia que el análisis ofrece a propósito de cómo el neuróti­ co se relaciona con el acto de hablar. Las operaciones mencionadas parten de un “dato” básico: la dependencia (significante) del su|eto respecto del Otro, esto es, que la palabra cobra valor significante cuando quien habla recibe de su interlocutor la sanción 17. “...el sujeto que, alternativamente, se muestra y se esconde, según las pulsaciones del inconsciente [...] como tal está en la incertidumbre debido a que está dividido [...] irá encontrando su deseo cada vez más dividido, pulverizado, en la cernida metonimia de la palabra". Lacan,]. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, op. cít, p. 195.

del significado de su decir -circuito de lenguaje que La­ can llamara "poder discrecional del oyente", basado en el corte (función que delimita la estructura del significante, es decir, la decantación de significación a partir del des­ tinatario que defrauda la intención del hablante al esta­ blecer una brecha entre lo que se quiso decir y lo que se dijo/escuchó/entendió)-. Efectuado este valor significan­ te de la palabra, el sujeto se recorta a partir de que cada significante queda referido a otro significante: he aquí el modo lacaniano de esclarecer la noción freudiana de la Otra escena. No se trata de que detrás de lo que se dice hay otra cosa, porque eso sería restablecer la idea de un mensaje oculto, ni de que se está diciendo algo diferen­ te a lo dicho, sino que la efectuación de la palabra como significante implica que siempre se dice más de lo que se dice al decir eso que se dijo y justamente eso que se dijo. La operación de alienación consistiría, entonces, en este efecto de petrificación indefinida que Lacan ilustra median­ te una figura lógica: el vel Sin embargo, no refiere a este motivo en función de sus usos tradicionales: la disyunción inclusiva o excluyente, sino a través de la forma lógica de la reunión (diferente de la suma, ya que implica la valora­ ción de los elementos en común de dos conjuntos) que le permite plantear un tipo específico de circunstancia, elec­ ciones en las que la pérdida sea inevitable:18 18. El ejemplo paradigmático de este tipo de elección alienante es "La bolsa o la vida", donde cualquiera de los dos términos que se elija incurre en la pérdida del otro, pero sin que se trate de la disyunción excluyente ya que en este tipo de elección lo que se conserva también se ve afectado en una parte intrínseca (de ahí el énfasis anterior

"El vel de la alienación se define por u na elección cu ­ yas propiedades dependen de que en la reunión uno de los elem entos en trañe que sea cual fuere la elección, su con secu encia sea ni lo uno ni ¡o otro. La elección sólo consiste en saber si uno se propone conservar u n a de las partes, ya que la otra desaparece de todas form as.”19

Así, la alienación reflejaría esa circunstancia discursiva en la que el hablante no puede decidir el significado de lo que dice, ya que para aclarar lo dicho a (por) su interlo­ cutor debe añadir un nuevo significante y, por lo tanto, indeterminarse más aún. De este modo, lo que se habrá dicho no será ni uno ni lo otro, sino un sentido añadido por lo que escuchó, una vez más, el interlocutor. Asimis­ mo, el ser del sujeto estaría siempre en menos respecto del decir. Esta lógica de inducción constante, como vere­ mos en el apartado siguiente, responde al cumplimien­ to de la asociación libre. En este punto, importa desta­ car que no se trata de una operación aislada, sino que en la neurosis esta forma de desarrollo dialéctico de la sig­ nificación está incardinada en otra operación: la separa­ ción. Porque no sólo la alienación no se entiende en psi­ coanálisis como una forma de determinación del sujeto, cuando se trata de su indeterminación radical, sino que la separación no es una operación posterior (cronológi­ camente) a la alienación, dado que se produce al mismo en la diferencia entre la suma y la reunión): “¡La bolsa o la vida! Si elijo la bolsa, pierdo ambas. Si elijo la vida, me queda la vida sin la bolsa, o sea, una vida cercenada”. Ibid., p. 220. 19. ibid., p. 219.

tiempo (aunque sea analíticamente distinguible). No se trata de dos operaciones sucesivas, sino del cierre de un único movimiento: “Esta operación lleva a su térm ino la circularidad de la relación del sujeto co n el O tro, pero en ella se demues­ tra una torsión esencial.”20

La separación es la operación que polariza el hablar hacia la cuestión del deseo y le da su condición propia de hablar neurótico. Si la alienación se fundamentaba en la lógica de la reunión, la separación recurre a la es­ tructura de la intersección, por la cual la relación con el Otro se establece en función de una comunidad de fal­ tas o, mejor dicho, la posición del sujeto coincide con el deseo del Otro: “El sujeto Encuentra u n a falta en el O tro, en la propia intim ación que ejerce sobre él el O tro co n su discurso. En los intervalos del discurso del O tro surge en la expe­ riencia del niño algo que se puede detectar en ellos ra ­ dicalm ente -m e dice eso, pero ¿qué quiere?”21

En este punto, no era indispensable referirse a la ex­ periencia del niño... cuando habitualmente los neuróti­ cos no hacen otra cosa: el sustrato de su alienación en el significante radica en preguntarse qué (se) dijo cuando (se) dijo, donde la referencia impersonal remite no sólo 20. ibid,, p. 221. 21. Ibid.

a la alteridad que así se introduce en su decir, sino tam­ bién en su condición deseante al descubrir que el deseo es eso que en el acto de hablar resta como punto oscuro de su relación con el Otro: “Este intervalo que corta los significantes, que form a par­ te de la propia estructura del significante, es la guarida de lo que, en otros registros de m i desarrollo, he llam a­ do m etonim ia. Allí se arrastra, allí se desliza, allí se es­ cabulle, com o el anillo del juego, eso que llam am os de­ seo. El sujeto aprehende el deseo del O tro, en lo que no encaja, en las fallas del discurso del O tro, y todos los por qué del n iñ o no surgen de u na avidez por la razón de las cosas -m á s bien constituyen una puesta a prueba del adulto, u n ¿por q u ém e dices eso? re-sucitado siempre de lo m ás h o n d o - que es el enigm a del deseo del ad ulto."22

Por esta vía, no sólo pueden ponerse ambas opera­ ciones en secuencia con las dos figuras retóricas de me­ tonimia y metáfora -y pensar que si la metáfora es un indicador privilegiado de la neurosis el referente de este rasgo no es un análisis objetivo del lenguaje del paciente (no se trata de que este último utilice o no metáforas en su discurso ordinario), sino el hecho de que en el hablar analítico su decir se encabalgue y relance en función de. ese enigma que su propio decir produce-, también podría ponerse en secuencia el modo de hablar que instituye el psicoanálisis con el propio de los niños -en este sentido

22. Ibid., p. 222.

podría hablarse de regresión-. Los "por qué” del lengua­ je infantil son un buen ejemplo de un decir causado por un resto, pero también podría pensarse en el modo que tiene la histérica de interpelar a su partenaire donde la mayor especificidad está en que apunta al deseo del Otro. “¿Por qué me dices eso?” es la pregunta que mejor refle­ ja la situación del había en análisis, donde el destinata­ rio eventual puede ser el analista, pero con mayor énfa­ sis lo es el decir del paciente, quien una vez que introdu­ jo la función de la causa en su hablar queda asociado a la búsqueda de un saber. "¿Qué quiere de mí?”, "¿Qué soy para el Otro?” no son preguntas que sirvan para orientar la puesta en forma del dispositivo, ,y. su permanencia, si no se sostienen desde una actitud de interpelación, situa­ ción en la que podrían parafrasearse de este otro modo: “¿Por qué quiere algo conmigo?”, “¿Desde qué lugar soy este objeto?”, preguntas en las que importa el intento de trasuntar el extrañamiento respecto del hablar a que in­ vita el psicoanálisis. Por otro lado, esta última indicación permite esclare­ cer el motivo de que ciertas orientaciones del hablar sean profundamente anti-analíticas, por ejemplo, instituir ün discurso del estilo "¿Qué hice para merecer esto?”, cuyo carácter culpabilizante -hoy en día asociado a una suer­ te de “hacerse cargo”- sería un detalle menor sino fue­ ra porque hay tipos clínicos, como la obsesión, con una facilidad casi perfecta para instituir ese discurso por sí mismo. Se trata, en definitiva, de un hablar sostenido en la consistencia narcisista ( “Soy esto o lo otro, pero lo

que sea que soy es el motivo de lo que digo”) y esta si­ tuación permite entender por qué es necesaria una histerización para entrar en el dispositivo analítico: si el ob­ sesivo es un practicante obediente del discurso delirante del yo (verificable, por ejemplo, en sus corrientes “autorreproches”), la histeria lleva del narcisismo hacia la re­ lación con el Otro.

La respuesta a la regla analítica El apartado anterior conduce a una conclusión taxa­ tiva: el hablar analítico no es el mismo que el de la con­ versación cotidiana. Este mismo desenlace parafraseaba Freud en los siguientes términos destinados a dar cuen­ ta de esa experiencia: “En un aspecto su relato tiene que diferenciarse de u n a conversación ordinaria. M ientras que en esta usted pro­ cura m an ten er el hilo de la tram a m ientras expone, y re­ chaza todas las ocurrencias perturbadoras y pensam ien­ tos colaterales, a fin de no irse por las ram as, com o sue­ le decirse, aquí debe proceder de otro m od o.”23

Esta circunstancia se debe, por un lado, al hecho de que la posición del analista no es la del oyente ordinario, que se presta empáticamente a reconocer a quien habla,

23. Freud, S. (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento", op. rít, p. 136.

al funcionar como semejante ai yo. El lugar de interlo­ cutor que le corresponde al analista cuando responde se indica, en primer lugar, a partir de destacar los puntos de fractura del discurso y sancionarlos, direccionar el ha­ blar del paciente a través de su puntuación, para que eso extrañamente comprensible funcione como resto causal de la cadena asociativa. A esto se refería Freud cuando, en otro de sus escritos técnicos, sostenía que el analista debía ser una suerte de espejo: “El m édico no debe ser transparente para el analizado, sino, com o la luna de un espejo, m ostrar sólo lo que le es m ostrad o."24

'

Esta afirmación en absoluto cuestiona el papel ac­ tivo del analista, sino que delimita el tipo de respuesta que le concierne. En todo caso, se trata de especificar, una vez más, el modo de hablar que corresponde al aná­ lisis, esto es, la disparidad subjetiva que lo fundamen­ ta: el lugar de sujeto le toca al analizante. Para el ana­ lista, por su parte, sólo hay dos posiciones a-subjetivas posibles: el significante y el objeto. Por eso Freud puede afirmar lo siguiente: “Uno creería de todo punto admisible, y h asta adecuado para superar las resistencias subsistentes e n el enferm o, que el m édico le deje ver sus propios defectos y conflic­

24. Freud, S. (1 9 1 2 ) "Consejos al médico sobre el tratam iento psicoanalítico” en Obras completas, Vol. XII, op. cit., p. 115.

tos anímicos, le posibilite ponerse en u n pie de igual­ dad m ediante unas com unicaciones sobre su vida he­ chas en confianza."25

Sin embargo, el efecto de estas comunicaciones sue­ le ser contraproducente, ya que suelen ser escuchadas desde el Otro de la transferencia. No se trata de negar la presencia.de sentimientos en el analista y su uso posible, sino de incardinar su participación en una determinada dirección de la cura. Volveremos sobre esta cuestión en el último capítulo. De este modo, en segundo lugar, el analista hace cum­ plir la asociación libre. El hablar analítico no se pone en marcha con un simple: "¿Qué se te ocurre con eso?”. La regla fundamental no consiste en decir cualquier cosa (no sistematizar) o en querer decirlo todo (no omitir), sino que la definición positiva de la asociación libre -me­ nos lo que no hay que hacer, que aquello que sí permi­ te reconocer su funcionamiento- apunta a decir eso que preferiría no decirse.26 Por otro lado, en este punto concierne detenerse en una de las afirmaciones freudianas más polémicas de la clínica psicoanalítica: "...el m édico debe ponerse en estado de valorizar para los fines de la interpretación, del discernim iento de lo in­ 25. Ibid., p. 117. 26. Cf. Boxaca, L.; Lutereau, L., “La regla fundamental y el decir analizante" en Introducción a la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Letra Viva, 2012.

consciente escondido, todo cuanto se le com unique, sin sustituir por una censura propia la selección que el enfer­ m o resignó; dicho en u na fórm ula: debe volver hacia el inconsciente em isor del enferm o su propio in con scien ­ te com o órgano receptor, acomodarse al analizado com o el auricular del teléfono se acom oda al m icró fo n o .”27

¿Qué quiere decir esta comunicación de "inconscien­ te a inconsciente”? Por un lado, además de reafirmar la disparidad subjetiva que implica el análisis, en una críti­ ca de cualquier teoría de la comunicación -ya que el lu­ gar de receptor del analista se corresponde con devolver un mensaje invertido y no un mensaje propio-, el valor de esta indicación está en la metáfora que la continúa: se trata de que el analizante se escuche a través del ana­ lista (como el auricular del teléfono se acomoda al mi­ crófono). En este sentido podría hablarse de un “diálo­ go” analítico, si se da a la palabra su sentido etimológi­ co: el analista encarna ese lenguaje (íogos), a través del cual ( dia -), el analizante recupera su propia enuncia­ ción. De este modo, la metáfora en cuestión expone el circuito de una banda de Moebius y, por otro lado, per­ mite cancelar cualquier acepción que restituya que se trata de que el inconsciente del analista participe como recurso para la intervención -motivo que llevaría a ha­ cer consistir una especie de “ser" del analista-. Por cier­ to, de algún modo puede decirse que el analista escucha 27. Freud, S. (1 9 1 2 ) "Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, op, cit, p. 115.

e interpreta con su fantasma, pero a condición de re­ cordar esa sentencia winnicottiana de que se interpre­ ta sólo para demostrar cuán poco se ha comprendido.28 Puede entonces ahora introducirse esa otra afirmación freudiana que podría mover al escándalo si no fuese co­ rrectamente aprehendida: “Lo inconsciente del m édico se habilita para restablecer, desde los retoños a él com unicados de lo inconsciente, esto inconsciente m ism o que h a determ inado las ocu ­ rrencias del enferm o,”29

En todo caso, ese inconsciente del que se habla no se­ ría tanto del médico, sino que trataría del punto en que en su propio análisis un analista avanzó en el convenci­ miento de la existencia del inconsciente y, por lo tanto, accedió al manejo del dispositivo desde un punto de vis­ ta que no es la mera adquisición de la teoría. Para concluir este capítulo, nos detendremos breve­ mente en el modo en que los tipos clínicos que nos ocu­ parán en este libro -histeria y obsesión- se posicionan frente al cumplimiento de la regla fundamental. Una vez más, una afirmación de Freud se corresponde con el punto de partida: 28. "Creo que en lo fundamental interpreto para que el paciente conozca los límites de mi comprensión”. Winnicott, D. W. (1969) “El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones" en Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa, p. 99. 29. Freud, S. (1 9 1 2 ) “Consejos al médico sobre el tratam iento psicoanalítíco”, op. cifc, p. 115.

“M ucho habría para decir sobre las experiencias co n la regla fundam ental del psicoanálisis. En ocasiones uno se topa co n personas que se com portan com o si ellas m is­ m as se hubieran im puesto esa regla. Otras pecan co n ­ tra ella desde el com ienzo m ism o.”30

Podría pensarse aquí, por ejemplo, en las diversas omi­ siones y recaudos con que el obsesivo se sustrae de la re­ gla analítica, muchas veces con un control exhaustivo de cada una de sus palabras, ó bien al calcular la “intromi­ sión” del analista -para decir,, ocasionalmente, “sabía que la sesión iba a terminar cuando dijese eso”-. Después de todo, Freud mismo creó un dispositivo-que requiere de la histerización como paso preliminar -no otra cosa qui­ so decir cuando afirmó que la obsesión era una dialecto de la histeria--, esto es, que destaca la relación entre este tipo clínico y el cumplimiento de la asociación libre... si no fuera porque las histéricas suelen quejarse de sus la­ gunas y olvidos. Dicho de otro modo, el umbral del aná­ lisis que la histerización demuestra es la dirección hacia la pregunta por la causa psíquica del padecimiento, la su­ posición de un saber en la división que implica el sínto­ ma; y si bien la histeria pareciera ser elpartenaire privile­ giado del analista, lo cierto es que una vez iniciado el tra­ tamiento no resulta tan sencillo que avance en la asun­ ción de sus condiciones de satisfacción. En todo caso, si bien la histérica hace su entrada en análisis con mayor 30. Freud, S. (1913) "Sobre la iniciación del tratamiento", op. cit, p. 136.

facilidad -dada su fascinación con el saber-, su punto de detención (o, mejor dicho, de "eternización” en el trata­ miento) es más inmediato; el obsesivo, en cambio, aun­ que resiste inicialmente la cesión de su malestar (al que puede nombrar como "carácter”, al atrincherarse en la desconfianza o la porfía, etc.), una vez iniciado su aná­ lisis, suele avanzar con mayor decisión. Para esclarecer esta última afirmación es preciso detenerse en el estudio de la textura íntima de ambos tipos clínicos. A esta cues­ tión estarán dedicados los próximos dos capítulos. Lue­ go, un último capítulo volverá a la consideración de la dirección de la cura e introducirá ciertas perspectivas en torno al fin de análisis.

¿Qué quiere el sujeto histérico?

“La histérica está sostenida [...] por una armadura, distinta de su consciente, y que es su am or por su padre." Jacques Lacan (1 9 7 6 -7 7 ) I/insu que sait de Yune-bévue s’aile d mourre.

Es un lugar común de la teoría psicoanalítica afirmar que la histeria se define a partir de la insatisfacción del deseo. Sin embargo, esta definición -correcta desde un punto de vista teórico-1es incompleta desde el punto de vista clínico ya que no alcanza para delimitar el carác­ ter sintomático de esta posición subjetiva; dicho de otro 1. Esta orientación, que pone en un primer plano la insatisfacción como rasgo privativo de la histeria (en su carácter diferencial), puede justificarse en diversas afirmaciones de Lacan, especialmente en los primeros seminarios, por ejemplo: "Estas estructuras son distintas según se haga hincapié en la insatisfacción del deseo, y así es como la histérica aborda su campo y su necesidad, o en la dependencia respecto del Otro en el acceso al deseo, y así es como este abordaje se le propone al obsesivo". Lacan, J. (1957-58) El seminario 5: Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 415.

modo, el deseo es insatisfecho por sí mismo -tal es su “esencia”- y dicha condición no es suficiente para sos­ tener que hablemos de un sujeto histérico. En la enseñanza de Lacan este aspecto puede re­ sumirse en la formulación del discurso histérico, que añade un segundo factor a la consideración de la in­ satisfacción: S — ► St a-

S2

Como indica la segunda mitad de la fórmula, la histeria establece una relación específica con el Amo: esta particular posición subjetiva implica dirigirse al Otro en función de una elaboración de saber. Si la primera mitad de la fórmula indica que histérica es la actitud dé quien rechaza su condición de objeto en la satisfacción, al desconocer su posición en el deseo .(que pueda causarlo, así como puede ser el objeto al que ese deseo se dirige), este aspecto se encuentra aso­ ciado a que dicho rechazo está incardinado a una in­ tención de saber. Así lo demuestra, por ejemplo, un síntoma fundamental de la histeria, sin cuyo análisis un tratamiento no puede decir que haya avanzado de­ masiado lejos: los celos. Preguntas propias de los ce­ los histéricos ( “¿Qué le viste?”, “¿Qué tiene que no tenga yo?", etc.) están menos orientadas a la confir­ mación amorosa que a la demostración de ese inter­ cambio por el cual se prefiere un saber sobre el deseo a la realización del mismo.

Esta última indicación permite, a su vez, introducir otro aspecto que -si no fuera matizado- también podría convertirse en una definición parcial: el interrogante de la feminidad. “¿Qué es una mujer?”, se pregunta la histé­ rica. Sin embargo, en el desdoblamiento por el cual bus­ ca responder a esta inquietud, a través de su acoso en al­ guna figura de la Otra, no cabría ver una relación dual. Si la Otra tiene una función propia en la histeria no es a través de una idealización del semejante, sino por su pa­ pel en el sostén del deseo. Así lo demuestra el sueño de esa célebre histérica freudiana: la “Bella carnicera” -que comentaremos en el último capítulo, relativo a la direc­ ción de la cura-. En función de lo anterior, entonces, podría decirse que si “La mujer no existe” es porque la Otra es parte de la interpretación histérica del deseo.2 La histérica interro­ ga el enigma de la feminidad a través de un deseo mas­ culino -o, mejor dicho, fálico—; éste es el núcleo de la llamada “identificación viril”, que no debe confundirse con “hacer de varón" o con una asunción de rasgos ex­ teriores, dado que se trata de una posición respecto del deseo que, por ejemplo, se expresa en que una histérica pueda conocer a la perfección los horarios de su pareja -tanto como le avise que recuerde que tal día tiene tal o cual actividad y que no olvide tal o cual objeto-, quie­ ra saber de qué habla con sus amistades y así, en defini­ tiva, se haga un lugar en su deseo... del cual no tarda en 2. Cf. Verhaeghe, P. ¿Existe la mujer? De la histérica de Freud a lo femenino en Lacan, Buenos Aires, Paidós, 1999.

quejarse. “No soy su madre”, suele reprochar la histéri­ ca, en una acusación que desconoce que el único modo de no ser la madre del otro (o bien la “enfermera”, “se­ cretaria” u otros diversos lugares “asistenciales” que le están facilitados) radica en analizar la posición histérica que la enlaza con su pareja. Por esta vía, luego de esclarecer las relaciones entre saber y deseo, estrechamente vinculados a partir del re­ curso a la identificación como sede de la pregunta por la feminidad, puede presentarse la fórmula del fantas­ ma histérico: (a) O A -cp

En el lado izquierdo de la fórmula, por un lado, se des­ taca la identificación de la histérica con el objeto que le sirve de soporte de su deseo. Por eso Lacan afirma que la histérica está en la escena por “procuración”. Su interés en el objeto de su deseo está subtendido por la segunda parte de la fórmula, es decir, por otro lado, aquello a lo que apunta. Dicho de otro modo, el objeto de deseo tie­ ne valor como signo de lo que vela, el deseo que apun­ ta a la feminidad. En ese lugar del Otro absoluto, enton­ ces, bien podría situarse al falo simbólico, cuyo valor ra­ dica en no aparecer sino en ser la presencia real de un deseo enigmático. De acuerdo con la lectura lacaniana del caso Dora, esta fórmula podría interpretarse en los siguientes tér­ minos: a Dora le cabría el lugar de la falta, al señor K

el lugar de objeto y a la señora ICel lugar de Otro. Que a la histérica le quepa el lugar de procuradora del falo imaginario implica que hace de su división una forma consagrada al deseo -en este sentido es que Lacan des­ taca "la devoción de la histérica, su pasión por identi­ ficarse con todos los dramas sentimentales”- ;3 sin em­ bargo, esta consagración tiene como condición quedar a resguardo, esto es, se convierte en el sostén de algo que “no es asunto suyo”:4 “Ella intercam bia siempre su deseo co n tra este signo, no busquen en ninguna otra parte la razón de lo que se llam a su m itom anía. Es que hay una cosa que prefiere a su deseo -prefiere que su deseo esté insatisfecho a lo si­ guiente, que el O tro conserve la clave de su m isterio.”5

De este modo, la histérica prefiere el signo del deseo a la realización del deseo, con el resultado de la insatisfac­ ción del deseo. De regreso en el caso Dora, el valor del se­ ñor K estaría en el signo (velado y supuesto) de su deseo por la señora K -de ahí que la frase de aquél que acusa el desinterés por su mujer produzca el efecto más estrepito­ so-; dicho de otra manera, ese interés que Dora requiere implicaría que la señora IC“algo tiene”, y en esa relación quedaría suspendido su deseo. Por eso Lacan también puede decir que “en el plano del fantasma no se produ­ 3. Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: la transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 281. 4. Ibid. 5. Ibid.

ce la relación de fading del sujeto con el a minúscula”,6 es decir, no es con el señor K que Dora se divide; al con­ trario, él es el término último de su identificación, el ob­ jeto de su amor... pero no de su deseo, por lo cual queda reducido al requerimiento constante de la prueba amo­ rosa -cuestión que las histéricas suelen denunciar en su queja de que aman a una pareja con la que no se exci­ tan (con la habitual interpretación de frigidez)... mien­ tras que sus parejas acusan de que ellas no hacen más que “hinchar...”-. Asimismo, esta fórmula fantasmática tiene un carác­ ter controversial. Si define lo más elemental de la posi­ ción histérica, ¿no define también el síntoma histérico? ¿Cómo distinguir, entonces, el síntoma del fantasma? En este punto es donde podría recordarse la reflexión freudiana acerca délos “síntomas típicos” -a uno de los cua­ les remitimos implícitamente más arriba cuando men­ cionamos el caso de los celos-, aquellos que Freud consi­ deraba suficientes para el diagnóstico de un tipo clínico. Una posición en la estructura se define a partir del síntoma. No obstante, el síntoma se dice de muchas ma­ neras.7 Para dar cuenta de este aspecto realizaremos una

6. Ibid., p. 280. 7. No es este el lugar para hacer un esclarecimiento de las diferentes definiciones de síntoma en la enseñanza de Lacan: como símbolo (en "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”), metáfora (en el seminario 5) o goce (a partir del seminario 10), etc. Lo que importa aquí es dejar a un lado las definiciones metapsicológicas y apuntar a sus manifestaciones clínicas, esto es, a su modo de aparición en la experiencia analítica.

lectura de los diferentes momentos del tratamiento del caso Dora, con el objetivo de delimitar el valor clínico de sus síntomas respecto del esclarecimiento de su posi­ ción subjetiva. De este modo, el asco, la afonía y la tos serán el hilo conductor para elucidar el nudo íntimo de la histeria en función de su posición respecto del goce, el amor y el deseo. Este relevamiento, a su vez, permitirá comprender por aué Lacan sostenía -en uno de sus últi­ mos seminarios- que lo propio de la histeria radicaba en la "armadura” del amor al padre.

La histeria en análisis Freud escribió el caso Dora con un propósito singu­ lar: poner de relieve el determinismo de los síntomas y el edificio íntimo -ensambladura y causación- de la neuro­ sis, Asimismo, desde un punto de vista técnico, el histo­ rial demuestra la inserción del análisis de los sueños en la cura, de ahí que el núcleo del caso esté en el esclare­ cimiento de dos sueños que ofrecen la clave del padeci­ miento de la joven. ¿De qué modo se presenta Dora a la consulta? En primer lugar, cabe destacar que se trata de una situa­ ción bastante habitual hoy en día, no sólo en la clíni­ ca con niños, sino con adolescentes -después de todo, Dora no era otra cosa con sus 18 años-, es decir, es traí­ da por el padre. Ahora bien, Dora ya conocía de ante­ mano a Freud; o, mejor dicho, su padre se había trata­

do con Freud oportunamente y, entonces, frente a cier­ to malestar de su hija decidió reenviarla con su médi­ co. Esta primera consulta se realizó cuando Dora tenía 16 años, aunque no prosperó porque, sorpresivamen­ te, los síntomas de Dora cejaron. Sin embargo, Freud no dudó en calificar a la joven como neurótica... Aho­ ra bien, ¿cómo llega a esta conclusión? Podría decirse que por la historia del padecimiento (a los 8 años Dora ya presentaba disnea, a los 12 años padecía migrañas y tos, etc.), pero también cabría considerar este proce­ dimiento de sustracción de su síntoma ante la primera consulta como un índice significativo. Asimismo, en este contexto inicial puede realizarse una lectura transferencial del caso, es decir, ¿qué Otro era Freud para Dora? En principio, el médico del padre, cuyos síntomas de índole orgánica aquél había curado sin proponerle un tratamiento analítico. ¿Por qué, en­ tonces, Freud oferta el análisis a Dora? Para dar cuenta de este aspecto, por un lado, cabe tener presente la sintomatología actual de Dora: "Los signos principales de su enfermedad eran ah ora u na desazón y u na alteración del carácter. Era evidente que no estaba satisfecha consigo m ism a ni co n los su­ yos, enfrentaba hostilm ente a su padre

Buscaba evi­

tar el trato social; cuando el cansancio y la dispersión m en tal de que se quejaba se lo perm itían, acudía a c o n ­ ferencias para dam as y cultivaba estudios m ás serios. Un día los padres se horrorizaron al hallar sobre el escrito­ rio de la m u ch ach a, o en uno de sus cajones, u n a car­

ta en la que se despedía de ellos porque ya no podía so­ p ortar m ás la vida."8

Además de esa suerte de llamado dirigido al Otro que instituye el acting out de la carta, es importante desta­ car la hostilidad referida al padre, especialmente porque . hasta entonces Dora había tenido una relación más bien tierna con él y, de algún modo, ese cambio de carácter es lo que motiva que éste decida llevar a su hija con Freud, con el pedido implícito de que vuelva a ponerla en el rec­ to camino. Sin embargo, no sólo se trata de la deman­ da de que su hija deje de causarle problemas (en parti­ cular, en lo relativo a su relación con la señora K) sino que también puede notarse en el padre la actitud de que la cosa fue demasiado lejos, especialmente cuando que­ dó impresionado luego de que su hija sufriera un desma­ yo a partir de una discusión. De este modo, puede entenderse la renuencia de Dora para acceder al tratamiento con Freud. En absoluto la jo­ ven quería iniciar un tratamiento y mucho menos podía estar al tanto de las condiciones de una cura psicoanalítica. Por otro lado, a la consideración de la sintomatología más reciente, se añade un incidente que -I relatado por el padre! - constituye el “anudamiento vital, al menos res­ pecto de la conformación última de la enfermedad”:9lue­ go de un paseo por un lago, en una época en que se reu­ 8. Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria ('Caso Dora’) ” en Obras completas, Vol. VII, op. rit., p. 22. 9. Ibid., p. 24.

nieron en un verano con el matrimonio I