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LUC FER R Y LA SABIDURÍA DE LOS MITOS A P R E N D E R A V I V I R II taurus T ártaro ■ ■ P I a GENERACIÓN DE DIOSE

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LUC FER R Y

LA SABIDURÍA DE LOS MITOS A P R E N D E R A V I V I R II taurus

T ártaro

■ ■

P

I a GENERACIÓN DE DIOSES

U

onto

H i 2' generación de dioses ■ Ia generación olímpica I I 2“ generación olímpica 1 Mortales

rano

Las Erinias, Las ninfas Mellas Los Gigantes,

\ Afrodita________ |

Otras divinidades

1lecatónquiros

Titanes y Titániries

Cíclopes

Coto, Briáreo, Giges

Océano, Ceo, Crío, I liparión, Jápeto, Cronos y Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe, Tetis

Bi untes, Estéropes, Arges

Crono y Fílira

Crono v/ Rea Poseidón, Hades, Zeus, Hostia, Deméter, l lera

Q uim il |

Zeus r

Mnemósine Las nueve musas

Las Horas Las Mniras

Metis

Leto

Mava

lle ra

Deméter

Sémele

Alemena

Dánae

Atenea

Artemis Apolo

Hermes

Hel'esto Ares

Perséfone

Dioniso

Heracles

Perseo

CD Hades

Luc Ferry

La s a b id u r ía DE LOS MITOS A prender a vivir 2 Traducción de Irene Cifuentes

TAURUS PENSAMIENTO

Ín d ic e

Prólogo.

La m it o l o g ía

i.

El n a c im ie n t o

2.

D el

g r ie g a

: ¿p o r

q u é v pa r a q u é ?i i

d e l o s d io s e s y d e l m u n d o

...

n a c im ie n t o d e l o s d io s e s a l d e l o s h o m b r e s

53 ío g

I. Hybris y cosmos: el rey Midas y el «toque dorado»................................... 115 II. De los inmortales a los mortales: ¿por qué y cómo ha sido creada la humanidad?........ 139 3. La s a b id u r ía

de

U

l is e s o l a r e c o n q u is t a

DE LA ARMONÍA P E R D ID A .......................................175

I. Vista en perspectiva. El sentido del viaje y la sabiduría de Ulises: de Troya a Itaca o del caos al cosm os.................................... 176 II. El viaje de Ulises: once etapas hacia una sabiduría de m ortal...................................... 187 4 . H ybris: e l c o s m o s a m e n a z a d o c o n u n a v u e l t a AL CAOS (o CÓMO LA CARENCIA DE SABIDURÍA ECHA A PERDER LA EXISTENCIA DE I.OS M O R T A L E S)____ 2 1 3

I. Historias de hybris: el caso de Asclepio (Escu­ lapio) y Sísifo, «los burladores de la muerte».. 219 II. Resurrecciones fallidas, resurrecciones logra­ das: Orfeo, Demétery los misterios de Eleusis 232

5.

D ik é

y cosm o s.

DE LOS

La m i s i ó n

p r im o r d ia l

h é r o e s : g a r a n t iz a r e l o r d e n d e l c o s m o s

CONTRA EL REGRESO DEL C A O S ........................................25 1

I. Heracles: de cómo el semidiós prosigue la tarea de Zeus eliminando a los seres monstruosos que perturban la armonía del m undo................................................... 252 II. Teseo, o cómo continuar la tarea de Heracles luchando contra la supervivencia de las fuerzas caóticas ....................................................... 283 III. Perseo o el cosmos liberado de la Gorgona Medusa......................................................... 307 IV. Un combate más en nombre de ríiA¿Jasón, el vellocino de oro y el viaje maravilloso de los Argonautas........................................ 319 6.

Las o

d e s g r a c ia s d e

E d ip o

y d e su h ija

A n t íg o n a ,

p o r q u é s e c a s t ig a a m e n u d o a l o s m o r t a l e s

SIN QUE HAYAN P E C A D O ...........................................................3 4 1 C o n c l u s ió n . M it o l o g ía

y f il o s o f ía .

La

DE D lO N IS O Y LA ESPIRITU A LID A D I j u

l e c c ió n c a

..................3 7 1

No t a s ............................................................................... 395 Í n d ic e

a l f a b é t ic o

41 1

La

m it o l o g ía

P rólogo g r ie g a : ¿ p o r

q u é y pa r a q u é ?

C om encem os por lo más importante: ¿cuál es el sentido profundo de los mitos griegos y por qué habría, aún hoy día, tal vez más que nunca, que interesarse por ellos? La respuesta, en mi opinión, se encuentra en un pasaje de una de las obras más conocidas y más antiguas en lengua griega, la Odisea de Homero. De entrada se valora hasta qué punto la mitología no es lo que tan a menudo se cree en nuestros días, una colección de «cuentos y leyendas», una serie de historietas más o menos fantasmagóricas cuyo único objetivo sería distraer. Lejos de ser un simple divertímento literario, en realidad constituye el corazón de la sa­ biduría antigua, el origen primero de lo que pronto la gran tradición de la filosofía griega desarrollará bajo una for­ ma conceptual con vistas a definir los límites de una vida próspera para nosotros los mortales. Dejémonos llevar un instante por el hilo de esta historia que menciono aquí a grandes rasgos, pero sobre la que, desde luego, tendremos ocasión de volver más adelante. Tras diez largos años transcurridos fuera de su casa combatiendo a los troyanos, Ulises, el héroe griego por antonomasia, acaba de lograr la victoria mediante una ar­ timaña —en este caso gracias al famoso caballo de made­ ra que ha abandonado en la playa cerca de las murallas de II

La .sabiduría dk ix>s mitos

la urbe—. Son los propios troyanos los que lo introducen en su ciudad, de otro modo inexpugnable para los grie­ gos. Imaginan que se trata de una ofrenda a los dioses, cuando en realidad es una máquina de guerra cuyos flan­ cos están llenos de soldados. Al caer la noche, los guerre­ ros griegos salen del vientre de la imponente estatua y matan hasta al último troyano dormido, o casi. Es una car­ nicería atroz, y un pillaje sin piedad, tan espantoso que hasta provoca la ira de los dioses. Pero al menos la guerra ha terminado y Ulises se presta a volver a su casa, recobrar Itaca, su isla, reunirse con su esposa, Penélope, y con su hijo, Telémaco; en resumen, a recuperar su lugar tanto en su familia como en el seno de su reino. Se puede ya observar que antes de acabar en la armonía, en la recon­ ciliación apacible con el mundo tal como es, la vida de Ulises comienza, a imagen del universo, por el caos. La terrible guerra en la que acaba de participar y que le ha obligado a abandonar en contra de su voluntad el «lugar natural» que ocupaba al lado de los suyos se lleva a cabo bajo la égida de Eris, la diosa de la discordia. Ella es la causa de la enemistad entre griegos y troyanos, y a partir de este conflicto inicial es cuando el itinerario del héroe1 debe ponerse en perspectiva si se quiere captar su signifi­ cado en términos de sabiduría de vida. El asunto estalla a raíz de una boda, la de los futuros padres de Aquiles2, gran héroe griego él también y uno de los protagonistas más famosos de la guerra de Troya. Como en el cuento de Lm bella durmiente del bosque, se «olvi­ daron» de invitar, si no a la bruja mala, al menos a la que aquí desempeña ese papel, a saber, precisamente Eris. Es que a decir verdad de buena gana prescindirían de ella en ese día de fiesta: todo el mundo sabe con seguridad que allá donde va todo se agria, que el odio y la ira preva­ lecerán sobre el amor y la alegría. Por supuesto, Eris acu­ 12

Prólogo

de a la invitación que no le han hecho con la firme inten­ ción de sembrar el desorden en los esponsales. Ya sabe cómo conseguirlo: sobre la mesa donde los jóvenes espo­ sos festejan su enlace, rodeados para la ocasión de los prin­ cipales dioses del Olimpo, arroja una magnífica manzana de oro en cuya superficie hay grabada una inscripción bien legible: «A la más bella». Como podía esperarse, las muje­ res presentes exclaman a una sola voz: «¡Entonces es para mí!». Y el conflicto se introduce lento pero seguro y aca­ bará desencadenando la guerra de Troya. He aquí de qué manera. Alrededor del banquete toman asiento U'es diosas su­ blimes, las tres muy próximas a Zeus, el rey de los dioses. Primero está Hera (en latín,Juno), su divina esposa, a la que nada puede negar. Pero también está su hija predilec­ ta, Atenea (Minerva), y su tía Afrodita (Venus), la diosa del amor y de la belleza. Desde luego, la previsión de Eris se cumple y las tres mujeres se disputan la hermosa man­ zana. Zeus, como cabeza de familia sagaz, se abstiene de tomar parte en la disputa: sabe demasiado bien que al ele­ gir entre su hija, su esposa y su tía se dejará en ello su tran­ quilidad... Además, debe serjusto y, decida lo que decida, aquellas que haya dejado de lado le acusarán de prejui­ cio. Así pues envía a su fiel mensajero, Hermes, a buscar discretamente a un joven inocente quejuzgue a las tres bel­ dades. A primera vista, se trata de un pastorcillo troyano, pero en realidad este muchacho no es otro que París, uno de los hijos de Príamo, rey de Troya. París fue abando­ nado por sus padres tras su nacimiento porque un orácu­ lo había predicho que provocaría la destrucción de su ciudad. Pero, in extrmis, un pastor se apiada del bebé, lo recoge y lo educa hasta que se convierte en el hermoso ado­ lescente que es ahora. Bajo la apariencia de un joven cam­ pesino se esconde, pues, un príncipe troyano. Con la in­ 13

La sabiduría dk ix>s mitos

genuidad de lajuventud, París acepta desempeñar el papel dejuez. Para atraer sus favores y ganar la célebre «manzana de la discordia», cada una de las mujeres le hace una prome­ sa que corresponde a lo que ella misma es. Hera, que rei­ na al lado de Zeus en el imperio más grandioso, ya que se trata del universo entero, le promete que si la elige dis­ pondrá él también de un reino sin igual en la tierra. Ate­ nea, diosa de la inteligencia, de las artes y de la guerra, le garantiza que si es ella la elegida, saldrá vencedor de to­ das las batallas. En cuanto a Afrodita, le dice al oído que con ella podrá seducir a la mujer más hermosa del mun­ do... Y París, por supuesto, elige a Afrodita. Ahora bien, ocurre que para desgracia de los hombres la criatura más hermosa del mundo es la esposa de un griego, y no de uno cualquiera: se trata de Menelao, el rey de la ciudad de Esparta, ciudad guerrera donde las haya. Esta joven se llama Helena, la famosa «bella Helena» a la que los poe­ tas, compositores y cocineros seguirán rindiendo home­ naje en el transcurso de los siglos... Eris ha logrado su ob­ jetivo: la guerra entre troyanos y griegos se desencadenará unos años más tarde debido a que un príncipe troyano, París, hechizado por Afrodita, le robará la bella Helena a Menelao... Y el pobre Ulises se verá obligado a tomar parte en ella. Los reyes griegos —y Ulises es uno de ellos que, como se ha dicho, reina en ítaca— han prestado juramento de auxilio al que se casara con Helena. Su belleza y su encan­ to son tan grandes que temen la discordia que podría ins­ talarse entre ellos debido a los celos y el odio que conlle­ va. Así pues, han jurado fidelidad al que eligiera Helena. Elegido Menelao, los demás deben, en caso de traición, acudir en su ayuda. Ulises, cuya esposa Penélope acaba de dar a luz al pequeño Telémaco, hace lo posible por librar­ 14

Próloco

se de esta guerra. Finge estar loco, labra su tierra al revés y siembra piedras en lugar de semillas, pero su astucia no engaña al anciano sabio que ha ido a buscarle y, al final, no tiene más remedio que decidirse a partir como los de­ más. Durante diez largos años está alejado de su «lugar natural», de su mundo, de su lugar en el universo, con los suyos, dedicado al conflicto y a la discordia antes que a la armonía y a la paz. Terminada la guerra, sólo tiene una idea en la cabeza: volver a casa. Pero sus dificultades no han hecho más que empezar. Su viaje de regreso durará diez años y estará sembrado de obstáculos, de pruebas casi insuperables que hacen pensar que la vida armonio­ sa, la salvación y la sabiduría no se dan de entrada. Hay que conquistarlas arriesgando a veces la vida. El episo­ dio que aquí nos interesa se sitúa muy al principio de este periplo de la guerra.

Mises a Calipso: una vida de mortal venturosa es preferible a una vida de inmortal malograda Tratando de llegar a ítaca, Ulises debe detenerse en la isla de la arrebatadora Calipso, una divinidad secundaria, no obstante sublime, y dotada de poderes sobrenaturales. Calipso se enamora perdidamente de él. Enseguida se convierte en su amante y decide retenerlo prisionero. En griego, su nombre viene del verbo calyptein, que significa «esconder». Es hermosa como el día, su isla es paradisia­ ca, verde, poblada de animales y de árboles frutales que suministran alimentos de ensueño. El clima es suave, las ninfas que se ocupan de los dos amantes son tan encanta­ doras como serviciales. Está claro que la diosa tiene todas las cartas en la mano. Sin embargo, Ulises se siente atraí­ do como un imán por su rincón del universo, por Itaca. 15

I A SABIDURÍA Dfc I.OS MITOS

Desea a toda costa regresar a su punto de partida y, solo frente al mar, llora cada noche, desesperado por no tener ninguna posibilidad de conseguirlo. Esto sin contar con la intervención de Atenea que, por sus propias razones —entre otras por celos: porque el troyano París no la ha elegido—, ha apoyado a los griegos durante toda la gue­ rra. Viendo a Ulises tan atormentado, pide a su padre, Zeus, que envíe a Hermes, su fiel mensajero, a conminar a Calipso a que le deje partir para que pueda recobrar su lugar natural y vivir al fin en armonía con ese orden cós­ mico del cual el rey de los dioses es autor y garante al mis­ mo tiempo. Pero Calipso no ha dicho su última palabra. En un últi­ mo intento por conservar a su amante, le ofrece lo impo­ sible para un mortal, la oportunidad inaudita de escapar a la muerte, que es el destino común de los humanos, la ocasión inesperada de entrar en la esfera inaccesible de aquellos a quienes los griegos denominan los «bienaven­ turados», es decir, los dioses inmortales. Para darle mayor énfasis, añade a su oferta un complemento que no puede desdeñar: si Ulises acepta le dotará para siempre, además de la inmortalidad, de la belleza y el vigor que sólo confie­ re la juventud. La precisión es a la vez importante y diver­ tida. Si Calipso añade la juventud a la inmortalidad, es que guarda el recuerdo de un infortunio anterior3: el de otra diosa, Aurora, que también se enamoró de un simple humano, un troyano llamado Titono. Al igual que Calip­ so, Aurora quiere hacer inmortal a su enamorado para no separarse nunca de él. Suplica a Zeus, que acaba por acce­ der a su deseo, pero olvida pedir la juventud además de la inmortalidad. Resultado: con el correr de los años, el des­ dichado Titono se reseca y encoge de un modo atroz has­ ta convertirse en un viejo decrépito, una especie de insec­ to inmundo que Aurora termina por abandonar en un 16

Pnúi.o< ¡n

rincón de su palacio antes de decidirse a transformarlo en una cigarra para deshacerse completamente de él. Así pues, Calipso tiene mucho cuidado. Ama de tal manera a Ulises que de ninguna manera quiere verle envejecer ni morir. La contradicción entre el amor y la muerte, como en todas las grandes doctrinas de la salvación o de la sabi­ duría, se halla en el núcleo de^ nuestra historia... La proposición con la que le quiere seducir es sublime, como ella, como su isla, sin parangón para ningún mor­ tal. Ysin embargo, incomprensiblemente, Ulises se queda frío como el mármol. Su desdicha es tanta que declina el ofrecimiento de la diosa, no obstante tan tentador. Digá­ moslo de entrada: el significado de este rechazo es de una profundidad abismal. En él se puede leer entre líneas el mensaje más profundo, sin duda, y el más potente de la mitología griega, aquel que la filosofía4 retomará por su cuenta y que podría formularse fácilmente de la siguiente manera: el objetivo de la existencia humana no es, como pensarán pronto los cristianos, ganar por todos los me­ dios, incluidos los más honestos y los más fastidiosos, la salvación eterna, conseguir la inmortalidad, puesto que una vida de mortal venturosa es muy superior a una vida de inmortal malograda. En otras palabras, Ulises está con­ vencido de que la vida «deslocalizada», la vida fuera de su hogar, sin armonía, fuera de su lugar natural, al margen del cosmos, es peor que la misma muerte. En consecuencia, de manera indirecta, lo que se esbo­ za es la definición de la vida buena, de la existencia ventu­ rosa, donde se empieza a entrever la dimensión filosófica de la mitología: a la manera de Ulises, es preferible una condición de mortal conforme al orden cósmico, antes que una vida de inmortal entregado a lo que los griegos denominan hybris, la desmesura, que nos aleja de la re­ conciliación con el mundo. Es necesario vivir con lucidez, 17

La sabiduría de los mitos

aceptar la muerte, vivir con arreglo tanto a lo que se es en realidad como a lo que está fuera de nosotros, en armo­ nía con los suyos así como con el universo. Eso tiene mu­ cho más valor que ser inmortal en un lugar vacío, falto de sentido, por muy paradisiaco que sea, con una mujer a la que no se ama, por muy sublime que sea, lejos de los su­ yos y de su hogar, en un aislamiento que simbolizan no sólo la isla, sino también la tentación de la divinización y de la eternidad que nos apartan tanto de lo que somos como de lo que nos rodea... Magnífica lección de sabidu­ ría para un mundo laico como es el nuestro hoy día, lec­ ción de vida que rompe con el discurso religioso de los monoteísmos pasados y futuros, mensaje que la filosofía no tendrá, por así decirlo, más que traducir debidamente para elaborar a su manera, que ya no será, desde luego, la de la mitología, doctrinas de salvación sin Dios no menos admirables, de la vida buena para los simples mortales que somos. Evidentemente, tendremos que interrogarnos más a fondo acerca de las motivaciones del rechazo que Ulises opone a su encantadora amante. Veremos también a lo largo de todo el libro cómo, cada uno a su manera, los grandes mitos griegos ilustran, desarrollan y sostienen esta lección de vida magistral, proporcionando de este modo a la filosofía la base misma de su futuro auge. Pero tratemos en primer lugar de extraer algunas ense­ ñanzas de esta primera aproximación con el fin de precisar el sentido y el proyecto que animan este libro. Ypara empe­ zar, ¿cómo se explica que unos mitos inventados hace más de tres mil años, en una lengua y un contexto que apenas tienen vínculos con los que nos rodean actualmente, pue­ dan hablarnos todavía con tanta cercanía? Todos los años aparecen, por todo el mundo, decenas de obras sobre la mitología griega. Desde hace ya mucho tiempo, el cine, los 18

I’RÓIXMX)

dibujos animados y las series de televisión se han adueñado de ciertos temas de la cultura antigua para componer la trama de sus guiones. De este modo, todo el mundo ha po­ dido oír en alguna ocasión hablar de los trabajos de Hércu­ les, de los viajes de Ulises, de los amores de Zeus o de la guerra de Troya. Creo que eso se debe a dos series de razo­ nes, de orden cultural, por supuesto, pero también, y sobre todo, de orden filosófico, cuya legitimidad quisiera com­ partir en este prólogo con mis lectores. Desde este punto de vista, la obra que se disponen a leer se inscribe directa­ mente en la perspectiva iniciada en el primer tomo de Aprender a vivir1. He tratado de narrar en ella de la manera más sencilla y más vivaz posible los principales relatos de la mitología griega. Pero lo he hecho desde un punto de vista filosófico muy especial del que me gustaría decir aquí unas palabras. Con el propósito de destacarlas lecciones de sabi­ duría escondidas en los mitos, he intentado explicar lo que todavía conlleva la infinidad de historias y anécdotas que se reagrupa normalmente de manera más o menos barroca bajo el nombre de «mitología». A fin de subrayar mejor desde el principio lo que puede hablarnos de forma tan actual de esos esplendores pasados, me gustaría precisar, a guisa de prólogo, lo que nuestra cultura, incluso la más co­ mún, pero también la sabiduría filosófica más sofisticada, les deben.

En nombre de la cultura: en qué somos lodos nosotros griegos antiguos... Empecemos por la dimensión cultural de los mitos. Si consideramos por un instante el uso que en el lengua­ je cotidiano hacemos de una multitud de imágenes, metá­ foras y expresiones, es casi evidente que las tomamos pres­ 19

1.Asabiduría de los mitos

tadas directamente sin ni siquiera conocer su sentido y su origen6. Ciertas expresiones convertidas en lugares comu­ nes traen consigo el recuerdo de un episodio fabuloso, ha­ ciendo especial hincapié en las aventuras de un dios o un héroe: partir a la búsqueda del «vellocino de oro», «coger el toro por los cuernos», «huir del fuego y dar en las bra­ sas», introducir en casa del enemigo un «caballo de Troya», limpiar los «establos de Augias», seguir el «hilo de Ariadna», tener un «talón de Aquiles», padecer la nostalgia de «la edad de oro», colocar su empresa bajo «la égida» de al­ guien, observar la «Vía Láctea», participar en los «Juegos Olímpicos»... Otras, aún más numerosas, ponen el acento en un rasgo característico dominante de un personaje cuyo nombre se nos ha hecho familiar sin que sepamos todavía las razones de semejante éxito ni el papel exacto que de­ sempeñaba en el imaginario griego: pronunciar palabras «sibilinas», dar con una «manzana de la discordia», «dárse­ las de Casandra» o vaticinar malos augurios, tener, como Telémaco, un «Mentor», caer en «brazos de Morfeo» o tomar «morfina», «tocar el Pactólo», perderse en un «laberinto», un «Dédalo» de callejuelas, tener un «Sosia» (aquel criado de Anfitrión cuya apariencia tomó Hermes cuando Zeus vino a seducir a Alcmena), una «Egeria» (esa ninfa que, se dice, fue consejera de uno de los primeros reyes de Roma), estar dotado de una fuerza «titánica» o «hercúlea», pade­ cer el «suplicio de Tántalo», pasar por «el lecho de Procus­ to», ser un «Anfitrión», un «Pigmalión» enamorado de su criatura, un «Sibarita» (habitante de la fastuosa ciudad de Sibaris), abrir un «Adas», blasfemar «como un carretero»7, lanzarse a una empresa «prometeica», una tarea infinita como la que consiste en vaciar el «tonel de las Danaidas», hablar con voz «estentórea», cruzarse con «Cerbero» en la escalera, cortar el «nudo gordiano», montar «al estilo de las Amazonas», imaginar «Quimeras», dejar «de piedra», 20

Prólogo

como hacía «Medusa», «descender del muslo de Júpiter»*, chocarse contra una «Harpía», una «Megera», una «Furia», dejarse llevar por el «pánico», abrir «la caja de Pandora», tener «complejo de Edipo», ser «narcisista», estar en com­ pañía de un buen «areópago»... Podría alargarse la lista hasta el infinito. Dentro del mismo orden, ¿somos cons­ cientes de que un hermafrodita es ante todo el hijo de Hermes y de Afrodita, el mensajero de los dioses y la diosa del amor; de que una Gorgona evoca una planta petrificada como si hubiera cruzado la mirada de Medusa; de que el museo y la música son herederos de las nueve musas; de que se considera que un lince posee la vista penetrante de Linceo, el argonauta del que se cree que podía ver a tra­ vés de una tabla de roble; de que los lamentos de Eco, Id hermosa ninfa desconsolada por la marcha de Narciso, aún se pueden oír después de su muerte; de que el laurel es una planta sagrada en recuerdo de Dafne, y el ciprés, que puebla tantos cementerios mediterráneos, un símbolo de duelo en memoria del desdichado Cyparissos, que mató por descuido a un ser querido y nunca logró el consuelo...? Numerosas expresiones recuerdan también los lugares cé­ lebres de la mitología, el «campo de Marte», los «campos Elíseos» o, más secreto, el «Bosforo», que alude literalmente al «vado de la vaca» en recuerdo de lo, la joven ninfa que Hera, la esposa de Zeus, persiguió ciega de odio y celos des­ pués de que su ilustre marido convirtiera a su amante en una ternera para protegerla de las iras de su esposa... En realidad, se necesitaría un capítulo entero para agrupar todas esas alusiones mitológicas registradas y lue­ go olvidadas en el lenguaje habitual, para reavivar el sen­ * El equivalente español de esta expresión sería «descender de la pata del Cid», pero en este caso sólo se puede traducir literalmente. La explicación se halla en el capítulo 1. [N. de la T.]

21

I-A SABIDURÍA d e l o s m ito s

tido de los nombres de Océano, Tifón, Tritón, Pitón y otros seres maravillosos que habitan de incógnito en nuestras conversaciones cotidianas. Charles Perelman, uno de los lingüistas más importantes del siglo pasado, hablaba de las «metáforas dormidas» en las lenguas maternas. ¿Qué fran­ cés recuerda aún que las «gafas» que acaba de extraviar y que busca refunfuñando son «pequeñas lunas»*? Hay que ser ajeno a nuestra lengua para darse cuenta y por eso un japonés o un indio encuentran a veces poéticos un térmi­ no o una expresión que a nosotros nos parecen perfecta­ mente comunes (por la misma razón que nosotros encon­ tramos fascinantes o chistosos los nombres de «perla de rocío», «oso intrépido» y «sol de la mañana» que a veces utilizan para sus hijos...). Este libro propone despertar esas «metáforas dormidas» de la mitología griega narrando las historias maravillosas que constituyen su origen. Aunque no sea más que en nombre de la cultura, vale la pena —o más bien, como veremos, el placer— para estar en condi­ ciones de comprender las innumerables obras de arte o li­ terarias que, en nuestros museos o bibliotecas, extraen su inspiración de estas raíces antiguas y permanecen así com­ pletamente «herméticas» (¡un recuerdo más del dios Hermes!) para quienes ignoran la mitología. Porque este enorme éxito lingüístico de la mitología no está, desde luego, desprovisto de sentido ni de impor­ tancia. Existen razones de fondo para este fenómeno sin­ gular —ninguna doctrina filosófica, ninguna religión, ni siquiera las de la Biblia, puede aspirar a un estatus compa­ rable— que hacen de la mitología una parte inalienable de nuestra cultura común, aun cuando se ignoren por completo sus orígenes reales. Sin duda, esto se debe en * En francés, «gafas» se dice lunettes, que literalmente se traduciría por pequeñas lunas o limitas, ya que luna se dice lurte fN. de la T.].

22

PRÓI.CXX)

primer lugar al hecho de que nos llega por medio de rela­ tos concretos y no, como la filosofía, de manera concep­ tual y reflexiva. Y por eso puede, aún hoy día, dirigirse a todos, apasionar a los niños y a los padres con el mismo entusiasmo, traspasar incluso, siempre que la presenten de manera razonable, no sólo las edades y las clases socia­ les, sino también las generaciones para transmitirse a nuestra época como lo ha sido casi sin interrupción desde hace casi tres milenios. Aunque durante mucho tiempo se la consideró una marca de «distinción», el símbolo de la cultura más elevada, en realidad la mitología no está reservada a una élite, ni siquiera a aquella que habría es­ tudiado latín y griego: Jean-Pierre Vernant, a quien al pa­ recer le gustaba narrársela a su nieto, había observado que todo el mundo podía comprenderla, incluidos los ni­ ños, con los que de manera esencial hay que compartirla lo antes posible. No sólo les aporta infinitamente más que los dibujos animados, de los que por otra parte están satu­ rados, sino que arroja sobre su vida un punto de vista irreemplazable siempre que uno se moleste en compren­ der la prodigiosa riqueza de los mitos con la suficiente profundidad como para ser capaz, a su vez, de narrarlos en unos términos comprensibles y sensatos. Y he aquí el primer objetivo de este libro: hacer que la mitología sea lo bastante accesible a la mayoría de los pa­ dres para que ellos puedan a su vez hacérsela descubrir a sus hijos sin traicionar ni desvirtuaren nada los textos antiguos de los que se extrae. En mi opinión, este punto es crucial y me gustaría insistir sobre él un momento. Por su método y su intención, el trabajo que aquí pre­ sento no se parece a las obras de divulgación, por otra parte agradables, que se reúnen normalmente en colec­ ciones del tipo «cuentos y leyendas». En general, puesto que van destinadas tanto a los niños como al gran públi­ 23

La sabiduría dk los mitos

co, se mezclan alegremente en ellas todas las capas hete­ rogéneas que han foijado poco a poco, en el tiempo como en el espacio y el espíritu, lo que se denomina «la» mitolo­ gía. La mayor parte del tiempo esos fragmentos del saber quedan deslavazados y deformes, ya que se han «arregla­ do» por exigencias de la causa y el momento. El significado y el origen auténticos de los grandes relatos míticos se ha­ llan de este modo ocultos, falsificados incluso, hasta el punto de que acaban por reducirse en nuestra memoria a una colección de anécdotas más o menos razonables que en alguna parte están encasilladas entre los cuentos de hadas y las supersticiones heredadas de las religiones ar­ caicas. Y lo que es peor, su coherencia se pierde bajo di­ versos ornamentos y fiorituras, incluso errores puros y simples —hay muchísimos en este tipo de obras— que en general los autores modernos no pueden evitar desli­ zar de paso en los relatos antiguos y que desvirtúan su al­ cance. Pues es necesario ser consciente de que «la» mito­ logía no es de ningún modo obra de un solo autor. No hay un relato único, ni un texto canónico o sagrado, comparable a la Biblia o el Corán, que se hubiera conser­ vado con esmero a lo largo de los siglos y que en lo suce­ sivo fuera una autoridad. Por el contrario, tenemos que vérnoslas con una multitud de historias que los narrado­ res, filósofos, poetas y mitógrafos (se llaman así los que desde la Antigüedad han recogido y redactado las reco­ pilaciones de relatos míticos) han escrito en el transcur­ so de más de doce siglos (en líneas generales desde el si­ glo vill a.C. hasta el siglo v d.C.), por no hablar de las múltiples tradiciones orales de las que, por definición, sabemos muy poco. Ahora bien, esta diversidad no debe ser reducida ni de­ jada de lado por el hecho de que no se redactaría una obra dedicada sólo al saber académico. Aunque no me 24

PRÓUXSO

dirijo aquí, o en lodo caso no solamente, a especialistas, sino a lectores de todo talante, no he querido confundir­ lo todo de ese modo. Me he esforzado por reconciliar lo que nos enseña la erudición y lo que la divulgación nos impone sin sacrificar en ningún momento la primera a los imperativos de la segunda. Dicho de otro modo, de cada una de las historias que voy a relatar indico las fuen­ tes auténticas, cito los textos originales las veces que sean necesarias y especifico, cuando sea interesante y útil a un tiempo, las principales variantes que han salido a la luz en el transcurso del tiempo. Pretendo que no sólo ese respe­ to a los textos antiguos, a su complejidad y a su heteroge­ neidad, no peijudique en nada la inteligibilidad de los mitos, sino que por el contrario sea la condición necesa­ ria para su comprensión. Percibir las inflexiones que un trágico como Esquilo (siglo vi a.C.) o un filósofo como Platón (siglo IV a.C.) han podido dar al mito de Prometeo tal como lo había contado el poeta Hesíodo, el primero en hacerlo (en el siglo vil a.C.), no es engañoso sino clari­ ficador. Lejos de confundirlo, eso enriquece la compren­ sión y es absurdo privar de ello al lector porque apunte a la divulgación: las reinterpretaciones sucesivas de esas his­ torias no hacen sino volverlas más interesantes todavía. Pero el interés de la mitología no se detiene en su as­ pecto lingüístico o cultural y su éxito no está ligado sola­ mente a las cualidades inherentes a la forma de la narra­ ción que utiliza para dar sus lecciones. El objetivo de mi libro no es, pues, ofrecer solamente unas claves para orientarse en lo que los griegos habrían denominado los «lugares comunes» de la cultura —aunque esto no tenga nada de despreciable ni desdeñable: después de todo, a partir de esta herencia es cuando cada uno de nosotros, se quiera o no, se ha foijado, al menos en parte, una cier­ ta representación del mundo y de los hombres; conocer 25

Ia

sabiduría de los mitos

sus orígenes no puede más que hacernos más libres y más conscientes de nosotros mismos—. Pero más allá de su importancia histórica o estética inestimable, los relatos que vamos a descubrir o redescubrir llevan dentro leccio­ nes de sabiduría de una profundidad filosófica y de una actualidad que desde ahora quisiera hacer vislumbrar.

En nombre de lafilosofía: la mitología como respuesta a los interrogantes de los mortales acerca de la vida buena Centenares, incluso millares de obras y de artículos se han consagrado a la única cuestión del estatus de los mi­ tos griegos: ¿hay que clasificarlos bajo el epígrafe «cuentos y leyendas» o en la sección religiones; al lado de la litera­ tura y la poesía o mejor en las esferas de la política y la so­ ciología? La respuesta que aporto en este libro es muy cla­ ra: en primer lugar y ante todo, la mitología, tradición común a toda una civilización y religión politeísta, no es por ello menos una filosofía hecha relato, un intento grandioso con intención de responder de manera laica9a la cuestión de la vida buena por medio de lecciones de sabiduría vivas y carnales, vestidas de literatura, poesía y epopeyas, y no enunciadas dentro de argumentaciones abstractas. En mi opinión, es esta dimensión indisoluble­ mente tradicional, poética y filosófica de la mitología la que hace que todavía hoy día tenga para nosotros interés y encanto. Esto es lo que la hace singular y preciosa a la luz de la miríada infinita de los demás mitos, cuentos y le­ yendas que, desde un punto de vista únicamente literario, podrían pretender hacerle la competencia. Quisiera ex­ plicarme brevemente, pero no obstante de manera sufi­ ciente, para que se comprenda a un tiempo la organiza­ ción de este libro y el proyecto que lo anima. 26

PRÓI jOGO

En el primer tomo de Aprenderá tñvirpropuse una defi­ nición de la filosofía que da cuenta finalmente de lo que esta última fue y debe en mi opinión seguir siendo: una doctrina de salvación sin dios, una respuesta a la cuestión de la vida buena que no pasa ni por un «ser supremo» ni por la fe, sino por su empeño en pensar y por su razón. Una exigencia de lucidez, en suma, como condición últi­ ma de la serenidad entendida en el sentido más simple y más sólido: como una victoria —sirí duda siempre relativa y frágil— sobre los miedos, en particular a la muerte, que bajo formas tan diversas como insidiosas nos impiden vivir bien. He tratado también de dar una ¡dea de los Uempos duros que han marcado su historia, una visión general de las grandes respuestas que en el transcurso del tiempo se aportaron a lo que, después de todo, sigue siendo la cues­ tión crucial de la filosofía, la de la sabiduría definida como ese estado en el que la lucha contra la angustia permite a los humanos lograr ser más libres y abiertos a los demás, capaces de pensar por sí mismos y de amar. Abordo aquí la mitología desde este mismo punto de vista: como una pre­ historia de esta historia, como el primer momento de la filosofía o, tal vez para mayor precisión, como su matriz que por sí sola explica su nacimiento en Grecia en el si­ glo Vi a.C., acontecimiento singular que por costumbre se ha venido a designar como el «milagro griego». Desde este punto de vista, la mitología nos suministra mensajes de una profundidad sorprendente, perspectivas que abren a los humanos las sendas de una vida buena sin recurrir a las ilusiones del más allá, una manera de afron­ tar la «finitud humana», de plantar cara al destino sin sos­ tenerse en los consuelos que las grandes religiones mono­ teístas pretenden aportar a los hombres apoyándose en la fe. En otras palabras, que mencioné explícitamente en el primer volumen de Aprender a xñvir, la mitología esboza.

l A SABIDURIA DE I.OS MITOS

tal vez por primera vez en la historia de la humanidad, en todo caso de Occidente, los lineamientos de lo que he de­ nominado una «doctrina de la salvación sin Dios», una «espiritualidad laica», o si se quiere decir todavía con más simplicidad, una «sabiduría para los mortales». Represen­ ta de este modo un intento admirable con vistas a ayudar a los hombres a «salvarse» de los miedos que les impiden acceder a una vida buena. La ¡dea podrá parecer paradójica: ¿no están los mitos griegos poblados de una multitud incontable de dioses, empezando por los que residen en el Olimpo? ¿No son, pues, ante todo «religiosos»? A primera vista, desde lue­ go. Pero si se deja atrás la apariencia, se comprende ense­ guida que la pluralidad de los dioses está en las antípodas del Dios único de nuestras religiones de Libro. Si bien en apariencia están más cerca de los hombres, en realidad los moradores del Olimpo son inaccesibles —por lo que les dejan resolver solos, y en este sentido, de manera «lai­ ca», la cuestión del «saber vivir»—. De este modo, por contraste absoluto con los Inmortales, sin esperanza algu­ na de reunirse con ellos y, por eso mismo, con pleno co­ nocimiento de los límites de la condición humana, es por lo que debemos tratar de dar una respuesta. Por lo que la actitud griega es más actual que nunca. Eso es lo que qui­ siera tratar de poner en claro en este prólogo con el fin de que los relatos específicos que encontraremos a conti­ nuación en este libro no aparezcan como un revoltijo de anécdotas desprovistas de hilo conductor, sino por el con­ trario como unas historias llenas de sentido y, más allá de su aparente ligereza poética o literaria, portadoras de una sabiduría profunda y coherente. Para comprender bien esta articulación entre mitolo­ gía y filosofía, para medir el significado y la importancia de las lecciones de vida que van a aportar las dos, cada una 28

Prólogo

a su manera pero ligadas entre ellas, hay que partir de la idea de que a los ojos de los griegos el mundo de los seres conscientes, de las personas, se divide antes que nada en­ tre mortales e Inmortales, entre hombres y dioses. Esto puede parecer obvio, palmario, pero si se piensa un instante se comprenderá que en realidad situar así la cuestión de la muerte en el centro de un género literario no tiene nada de anecdótico. La principal característica de los dioses es que escapan a la muerte: en cuanto nacen (pues no han existido siempre), viven eternamente y lo saben, por lo que según los griegos son «bienaventura­ dos». Por supuesto, de vez en cuando pueden tener pro­ blemas, como ese pobre Hefesto (Vulcano), por ejemplo, cuando descubre que su mujer, la sublime Afrodita, diosa de la belleza y del amor, le engaña con su compañero de guerra, el terrible Ares (Marte). A veces, los bienaventura­ dos son desgraciados. Sufren como los mortales, experi­ mentan pasiones como ellos: amor, celos, odio, ira... Sue­ len incluso mentir y ser castigados por el dueño de todos, Zeus. Pero al menos hay un sufrimiento que desconocen y es sin ninguna duda el más funesto de todos: aquel que está ligado al miedo a la muerte, pues para ellos el tiempo no cuenta, nada es definitivo, irreversible, irremediable­ mente perdido, lo que les permite afrontar las pasiones humanas con una altura de miras y una distancia a las que nosotros no podríamos aspirar. En su esfera todo puede acabar por arreglarse un día u otro... Nuestra principal característica, simples humanos que somos, es la inversa. Al contrario que los dioses y los ani­ males, somos los únicos seres de este mundo que tienen plena conciencia de lo Irremediable, por el hecho de que vamos a morir. No solamente nosotros, sino además tam­ bién los que amamos: nuestros padres, nuestros herma­ nos y hermanas, nuestras mujeres y nuestros maridos, 29

La sabiduría df. Ijos mitos

nuestros hijos, nuestros amigos... Constantemente senti­ mos que el tiempo pasa y que, sin duda, a veces nos aporta mucho —la prueba: amamos la vida—, pero inevitable­ mente también nos quita lo que más queremos. Y aunque parezca mentira somos los únicos en este caso, los únicos que notamos con una intensidad sin igual que en nues­ tras existencias hay, incluso antes del término último que es la muerte propiamente dicha, lo irreversible, lo irrepa­ rable, lo «nunca más». Los dioses no padecen nada de esto, y con razón, ya que son inmortales. En cuanto a los animales, en la medida en que podamos valorarlo, apenas piensan en esos asuntos, y si a veces son conscientes un instante fugaz, es sin duda de forma muy confusa y sólo cuando el fin es inminente. Por el contrario, los humanos son como Prometeo, uno de los personajes más impor­ tantes de esta mitología: piensan «por anticipado», son «seres de las lejanías». Siempre tratan más o menos de anticipar el futuro, reflexionan sobre ello, y como saben que la vida es corta y escaso el tiempo, no pueden evitar preguntarse lo que hay que hacer... En uno de sus libros, Hannah Arendt explica cómo la cultura griega se ha apropiado de esta reflexión sobre la muerte para hacer de ella el centro de sus preocupacio­ nes, cómo ha terminado por concluir que en el fondo ha­ bía dos formas de afrontar los interrogantes que atañen a nuestra finitud para tratar de aportar una respuesta. Se puede, en primer lugar, optar sencillamente por te­ ner hijos o, como se dice con mucha propiedad, una «des­ cendencia». ¿Cuál es la relación con el deseo de eternidad que alumbra en nosotros la contradicción entre la certeza de la muerte y el placer de la vida? En realidad es muy di­ recta, pues sabemos muy bien que a través de nuestros hi­ jos algo de nosotros continúa sobreviviendo más allá de nuestra desaparición. En lo físico y en lo moral: los rasgos 30

PRÓIjOCO

del cuerpo y del rostro, así como los del carácter, se en­ cuentran siempre más o menos en aquellos que hemos criado y amado. 1.a educación es siempre transmisión y toda transmisión es en cierto modo una prolongación de uno mismo que nos rebasa y no muere con nosotros. Di­ cho esto, sean cuales sean la grandeza y las alegrías de la vida de los padres —las preocupaciones también...— sería absurdo pretender que basta con tener hyos para acceder a la vida buena. Menos aún para superar el miedo a la muerte. Todo lo contrario. Pues esta angustia no se apoya por fuerza, ni siquiera principalmente, en uno mismo. Lo más frecuente es que ataña a los que amamos, empezando precisamente por nuestros hijos (como lo atestiguan los es­ fuerzos desesperados de Tetis, la madre de Aquiles, uno de los héroes más importantes de la guerra de Troya, por vol­ ver a su hijo inmortal sumergiéndole en el agua mágica del Estige, el río de los infiernos). Esfuerzos vanos, puesto que el troyano París matará a Aquiles de un (lechazo en ese cé­ lebre talón por el que su madre lo sujetaba cuando lo su­ mergió en el agua divina y que, de ese modo, siguió siendo vulnerable. Y Tetis, como todas las madres, derrama lágri­ mas cuando se entera de la muerte de ese hijo amado del cual había temido toda su vida que sus hazañas heroicas no le expusieran a un final precoz... Así pues, es necesaria otra estrategia y Hannah Arendt muestra cómo va a ocupar un lugar esencial en la cultura griega: el del heroísmo y la gloria que proporciona. He aquí la idea que se esconde detrás de esta convicción sin­ gular: el héroe que lleva a cabo acciones impensables para los simples mortales —como Aquiles, precisamente, y tam­ bién Ulises, Heracles, Jasón...— escapa al olvido que nor­ malmente engulle a los hombres. Se aleja del mundo de lo efímero, de lo que no tiene más que un tiempo, para entrar en una especie, si no de eternidad, al menos de 31

L a s a b id u r ía

d k ijo s

M ms

perennidad que lo asemeja en cierto modo a los dioses. No hay equívoco: esta gloría, en la cultura de los griegos, no es el equivalente de lo que hoy llamaríamos la «noto­ riedad mediática». Se trata de otra cosa, más profunda, que procede de esa convicción que atraviesa toda la Anti­ güedad según la cual los humanos están en competencia permanente, no sólo con la inmortalidad de los dioses, sino también con la de la naturaleza. Intentemos resumir en unas palabras el razonamiento que sirve de base a este pensamiento crucial. En primer lugar, hay que recordar que, en la mitología, al principio, la naturaleza y los dioses son una sola cosa. Gea, por ejemplo, no es sólo la diosa de la tierra, ni Urano el dios del cielo o Poseidón el del mar: son la tierra, el cielo o el mar, y a los ojos de los griegos está claro que estos gran­ des elementos naturales son eternos al igual que los dioses que los personifican. Tratándose de la naturaleza, esta pe­ rennidad está, además, prácticamente demostrada y se puede verificar experimentalmente. ¿Cómo se sabe? Al menos, en una primera aproximación, mediante la simple observación. En efecto, todo en la naturaleza es cíclico. In­ variablemente, el día sucede a la noche y la noche al día; el buen tiempo acaba siempre por llegar después de la tor­ menta, como el verano después de la primavera y el otoño después del verano. Cada año, los árboles pierden las hojas con las primeras escarchas y, también cada año, vuelven a brotar con el buen tiempo, de manera que los principales acontecimientos que marcan el ritmo de la vida del mundo natural evocan, por así decirlo, nuestros recuerdos. Por de­ cirlo aún más simplemente: no hay ninguna posibilidad de que los olvidemos, y si por casualidad ése fuera el caso volverían por sí mismos a nuestra mente. Por el contrario, en el mundo humano, todo pasa, todo es perecedero, la muerte y el olvido terminan por llevárselo todo: las palabras 32

Prólogo

que se pronuncian así como las acciones que se llevan a cabo. Nada es duradero... ¡salvo la escritura! Así es. Los libros se conservan mejor que las palabras, mejor que los hechos y los gestos y si, por sus acciones heroicas, por la gloria que proporcionan, uno de los héroes —Aquiles, Heracles, Ulises u otro— logra convertirse en el protagonista de una obra histórica o literaria, entonces sobrevivirá en cierto modo a su desaparición, aun cuando no fuera más que por el recuerdo que permanece en nuestras mentes. ¿La prue­ ba? Aún hoy día algunas películas se consagran a la guerra de Troya o a los trabajos de Hércules, y somos bastantes los que, cada noche o casi, contamos a nuestros hijos las aven­ turas de Aquiles, de Jasón o de Ulises porque un puñado de poetas y de filósofos, varios siglos antes de Cristo, han plasmado por escrito sus hazañas... Sin embargo, a pesar de la fuerza de la convicción sub­ yacente a esta apología de la gloria hecha perenne me­ diante el Escrito, la cuestión de la salvación, en el sentido etimológico del término —lo que nos puede salvar de la muerte o, al menos, de los miedos que ella suscita— no está todavía zanjada. Por cierto, hace un momento mencionaba el nombre de Aquiles, y algunos dirían quizá que en ese sentido no está del todo muerto... En nuestra memoria, sin duda, pero ¿y en realidad? Bueno, pues preguntemos a su madre, Telis, lo que piensa. Desde luego, es una metáfora, ya que esos personajes no son reales, son sólo legendarios. Pero imagi­ nemos un poco: estoy seguro de que ella daría todos los li­ bros de la Tierra y todas las glorias del mundo por abrazar a su pequeño. Para ella, no cabe duda, su hijo está muerto de verdad, y el hecho de que se «conserve» en forma im­ presa, en las estanterías de nuestras bibliotecas, constituye seguramente un pobre consuelo. ¿Y qué piensa el propio Aquiles? Si creemos a Homero, bien parece que en su opi­ 33

La sabiduría de los mitos

nión la muerte gloriosa durante combates heroicos casi no valía la pena. Esto es al menos lo que muestra un pasaje sorprendente de la Odisea. Detengámonos un momento en este episodio, significativo a más no poder en esta cuestión de la salvación, esencia] entre todas puesto que refleja indi­ rectamente, como de rechazo, la de la vida buena, definida precisamente como una vida de mortal «salvada» al fin de los miedos. A decir verdad, vamos a ver que este pasaje de la Odisea aclara también de manera luminosa el significado de toda la mitología. Helo aquí: tras el valioso consejo de Circe, la hechice­ ra, y gracias a su ayuda divina, Ulises tiene el privilegio in­ signe para un mortal de poder descender a los infiernos, a la morada de Hades y de su esposa Perséfone (hija ado­ rada de Deméter, diosa de las estaciones y de las cosechas) para ir a consultar a un célebre adivino de nombre Tiresias sobre las pruebas que le aguardan durante la conti­ nuación de su viaje. Y en ese lugar donde permanecen los desgraciados humanos después de su muerte, en esa co­ marca siniestra donde no son más que sombras irreconocibles y afligidas, Ulises se cruza con el valeroso Aquiles al lado del cual ha combatido durante la guerra de Troya. Contentísimo de encontrarse con su amigo, profiere en primer lugar estas palabras llenas de optimismo: Antes, cuando vivías, todos nosotros, guerreros de Al gos, te honrábamos igual que a un dios: ahora, en estos lugares, te veo ejercer tu poder sobre los muertos; para ti, Aquiles, ¡hasta la muerte carece de tristeza!

Aquí, Ulises expresa la idea que acabo de exponer, la que anima al heroísmo griego, esa concepción de la glo­ ria salvadora de la que habla Hannah Arendt: aunque haya muerto joven, el héroe, que la celebridad ha sacado 34

Pm 'h.o m i

del anonimato y convertido casi en un dios, no sabría ser nunca desgraciado. ¿Por qué? Porque no se le puede olvi­ dar, precisamente, de modo que escapa al destino terrible del común de los mortales que, una vez muerto, vuelve «sin nombre», y así, al mismo tiempo que la vida, pierde toda clase de individualidad o, en sentido propio, de per­ sonalidad. Por desgracia, la respuesta de Aquiles aniquila las ilusiones vinculadas a la gloria: ¡Oh! ¡No me disfraces la muerte, noble Ulises! Preferiría vivir como un siervo que se ocupa de los bueyes, estar al servi­ cio de un campesino pobre, privado de toda fortuna, antes que reinar sobre los muertos, sobre toda esta muchedum­ bre sin vida.

¡Qué ducha de agua fría para el amigo Ulises! En tres frases, el mito del héroe vencedor de la muerte salta en mil pedazos. Y lo único que aún interesa a Aquiles es tener no­ ticias de su padre y, más aún, de su hijo por el que se preo­ cupa. Y como son excelentes, regresa a las profundidades siniestras del infierno con el corazón un poco menos opri­ mido, como cualquier padre de familia atrapado en la vida cotidiana —en el lado diametralmente opuesto del héroe extraordinario y glorioso que fue en vida—. Eso es tanto como decir que, en lo sucesivo, la gloria y los esplendores pasados le importan, si puede decirse, un bledo...

La sabiduría mítica o la vida buena coma vida en armonía con el orden del mundo De ahí el interrogante fundamental, el interrogante al cual es necesario responder si queremos comprender al mismo tiempo el sentido filosófico y el hilo conductor más 35

I A SABIDURÍA DE U M MITOS

profundo de los mitos griegos: si la descendencia y el he­ roísmo, la filiación y la gloria no permiten afrontar la muerte con más serenidad, si no proporcionan un acceso verdadero a la vida buena, ¿hacia qué sabiduría dirigirse? Ésta es la cuestión más importante, cuestión que la mito­ logía va a legar, por así decirlo, a la filosofía. Por muchos conceptos, esta última no será, al menos al principio, más que una continuación, por otras vías (las de la razón y ya no las del mito), de la primera. Como ella, en efecto, uni­ rá de manera indisoluble las nociones de «vida buena» y sabiduría a la de una existencia humana reconciliada con el universo, con lo que los griegos denominan el «cos­ mos». La vida en armonía con el orden cósmico, he aquí la verdadera sabiduría, la vía auténtica de salvación en el sentido de lo que nos salva de los miedos y nos hace así más libres y más abiertos a los demás. La mitología expon­ drá esta convicción potente entre todas a su manera, míti­ ca y literaria, antes de que la filosofía se apodere de ella para formularla finalmente en términos conceptuales y argumentativos. Como tuve ocasión de explicar en Aprender a vivir 1 —y por esa razón sólo vuelvo brevemente sobre ello para su­ brayar el sentido de la articulación entre mitología y filoso­ fía—, en la mayor parte de la tradición filosófica griega hay que imaginar el mundo antes que nada como un orden magnífico a la vez que armonioso, justo, bello y bueno. Eso es exactamente lo que designa la palabra cosmos. En opi­ nión de los estoicos, por ejemplo, a los que con mucha ra­ zón se refiere el poeta latino Ovidio en sus Metamorfosis cuando reinterpreta a su manera los grandes mitos que tra­ tan del nacimiento del mundo, el universo se asemeja a un organismo vivo magnífico. Para hacerse una idea de ello, puede comparársele casi enteramente con lo que un médi­ co, fisiólogo o biólogo descubre cuando diseca un conejo o 3«

PRÓtXXX)

un ratón. ¿Qué es lo que ve? En primer lugar, que cada ór­ gano está maravillosamente adaptado a su función: ¿hay algo mejor hecho que un ojo para ver, que los pulmones para oxigenar los músculos, que el corazón para irrigarlos de sangre? Todos estos órganos son mil veces más ingenio­ sos, más armoniosos y también más complejos que todas las máquinas concebidas por los hombres. Pero además, nuestro biólogo llega a otra conclusión: ve que el conjunto de esos órganos, que ya considerados por separado son asombrosos, fonna un todo absolutamente coherente, «ló­ gico» —en el sentido de lo que los estoicos denominan precisamente el logos, el ordenamiento coherente del mun­ do tanto como del discurso, infinitamente superior él tam­ bién a todas las invenciones humanas—. Desde ese punto de vista, hay que reconocer que la creación de un animal, siquiera el más humilde, una hormiga, un ratón o una rana, está todavía en nuestros días fuera del alcance de nuestros laboratorios científicos más sofisticados... La idea fundamental, aquí, es que, en ese orden cósmi­ co que más adelante desvelará la teoría filosófica —vere­ mos cómo, según los grandes relatos mitológicos, Zeus acabará por imponer ese orden en el transcurso de las guerras que deberá dirigir contra las fuerzas del caos— cada uno de nosotros posee su sitio, su «lugar natural». Desde ese punto de vista, la justicia y la sabiduría consis­ ten fundamentalmente en el esfuerzo que hacemos para acoplamos en él. Al igual que un lulier dispone una a una las múlüples piezas de madera que componen un instru­ mento de música para que se ensamblen todas en armo­ nía (y si el alma de un instrumento, es decir, la pequeña lista de madera blanca que une el dorso y el anverso del violín, está mal colocada, entonces éste deja de sonar bien, de ser armonioso), debemos, a imagen de Ulises en Itaca, encontrar nuestro lugar de vida y retornar a él so 37

I.A SABIDURÍA DE I X » M1TCXS

pena de no estar en condiciones de cumplir nuestra mi­ sión en el seno del universo y de ser entonces desgracia­ dos: he aquí un mensaje que la filosofía griega, al menos en su mayor parte, va a poder extraer de la mitología. ¿Cuál es, sin embargo, el vínculo con la cuestión de la división cardinal entre mortales e Inmortales? ¿En qué puede ayudarnos esta visión del cosmos a responder a la cuestión de la salvación? ¿Y por qué podría aparecer ella como superior a la que descansa sobre la filiación o sobre la gloria? Detrás de esta voluntad de adaptarse al mundo, de en­ contrar su justo lugar en el seno de todo el orden cósmico, se esconde en realidad una idea más oculta que se acerca a nuestro interrogante sobre el sentido de la vida de los mor­ tales, de los que saben que van a morir: el mensaje de esta gran tradición filosófica heredera de la mitología nos invi­ ta, en efecto, a pensar que el cosmos, el orden del mundo que Zeus va a construir y que la teoría filosófica tratará de desvelarnos para que nos podamos adaptar, es eterno. ¿Qué importa?, se preguntarán tal vez. A los ojos de los griegos mucho, y en una primera aproximación se podría formular simplemente de este modo: una vez incorporado al cosmos, una vez que su vida entra en armonía con el orden cósmi­ co, el saldo comprende que nosotros, hombrecillos mortales, no so­ mos en elfondo más que unfragmento suyo, un átomo de eternidad ftor así decirlo, un elemento de una totalidad que. no podría des­ aparecer, de modo que, en última instancia, la muerte deja de ser un problema para el sabio auténtico porque ya no tiene nada de verdaderamente real. O mejor dicho, no es más que el paso de un estado a otro, un paso que, como tal, no debe asustamos más. De ahí el hecho de que los filósofos griegos recomienden a sus discípulos que no se contenten con palabras, que no se li­ miten a meros discursos abstractos, sino que practiquen concretamente ejercicios que tiendan a ayudar a los morta­ 38

PRÓIjOOO

les a liberarse de los miedos absurdos ligados a la muerte a fin de vivir en «armonía con la armonía», es decir, en con­ sonancia con el cosmos. Está claro que eso no es más que una formulación com­ pletamente abstracta y, por así decirlo, reducida de esta sabiduría antigua. En la realidad de la vida humana, el trabajo que consiste en adaptarse al mundo consta de múltiples facetas. Es, como se verá principalmente con el viaje de Ulises, un trabajo singular en todos los sentidos del término, una tarea fuera de lo común: sólo los que as­ piran a la sabiduría van a comprometerse, y al «común de los mortales», precisamente, le es ajena. Pero también es una empresa «singular» en el sentido de que cada uno de nosotros debe comprometerse por su propia cuenta y a su manera. Se puede contratar a alguien para hacer un tra­ bajo —lavar los platos o arreglar el jardín—, pero ningu­ no puede, en nuestro lugar, recorrer el itinerario que conduce a vencer sus miedos para adaptarse al mundo y encontrar en él su justo lugar. El objetivo último, formula­ do de manera general, es la armonía, pero cada individuo debe buscar su forma de conseguirla: encontrar su senda, que no es la de los otros, puede por lo tanto constituir la tarea de toda una vida.

Cinco interrogantesfundamentales que alientan los mitos Desde esta perspectiva es desde la que quisiera releer y relatar aquí la mitología. En ella veo primero, ya lo ha­ brán captado, una prehistoria de la filosofía cuyo estudio es indispensable para comprender, no sólo su nacimien­ to, sino también su naturaleza más profunda. Pero más allá de este aspecto teórico e intelectual, la mitología, en ese esfuerzo por imaginar la condición de los mortales tal

I.A SABIDURÍA DK LOS MITOS

como son, proporciona lecciones de sabiduría que, al igual que las de la filosofía griega, nos hablan todavía a través de las representaciones del mundo y de nosotros mismos de las que son portadoras. Considerados desde este punto de vista, los mitos griegos más importantes vie­ nen alentados por cinco interrogantes fundamentales que será necesario tener presentes si se quiere compren­ der, más allá de su belleza o su singularidad, el significado de los relatos concretos que siguen a continuación. Me servirán de hilo conductor para organizarlos de manera que el lector no se pierda. £1 primer interrogante atañe en buena lógica al origen del mundo (capítulo 1) y de los hombres (capítulo 2), al nacimiento de ese célebre cosmos con el cual los morta­ les, desde el momento de su creación, deberán encontrar cada uno su manera de ponerse de acuerdo. Toda la mito­ logía comienza así por una narración de los orígenes del cosmos y de los seres humanos, los cuales expone por pri­ mera vez Hesíodo, en el siglo vn a.C., en sus dos poemas matriciales: la Teogonia (término que en griego significa sencillamente el «nacimiento de los dioses») y Los trabajos y los días. Se trata de la primera aparición del mundo, de los dioses y de los hombres. Es un relato muy abstracto, a veces difícil de seguir, y en los dos primeros capítulos voy a tratar de aclararlo lo más posible pues realmente vale la pena: todo se fundamenta en él. Tengo que hacer aquí una precisión a fin de descartar un malentendido que todavía es frecuente: contrariamen­ te a una idea admitida desde hace mucho tiempo, pero del todo errónea, esta reconstrucción de los orígenes, aunque abstracta y a menudo bastante teórica, no tiene ninguna pretensión científica. Numerosos sabios de la ac­ tualidad siguen pensando, sin embargo, que no tiene nada que ver con un «primer enfoque», todavía ingenuo 40

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y «primitivo», por no decir «mágico», de las cuestiones científicas que el «progreso» de nuestros conocimientos «positivos» permitirían superar. La mitología no constitu­ ye la infancia de la humanidad: no dene nada que envi­ diar, en cuanto a profundidad e inteligencia, a la ciencia moderna de la que no es, ni de cerca ni de lejos, una anticipación siquiera aproximada. Sería completamente ab­ surdo, por ejemplo, querer compararla a lo que hoy día nos enseñan los resultados de la invesügación científica sobre el Big Bang y los primeros instantes del universo. Una vez más (nunca se insiste en ello lo bastante por lo afianzada que está la visión cientísta y «progresista»): el proyecto de la mitología es muy distinto del proyecto científico moderno. No es en modo alguno su intuición aproximada. No aspira a la objetividad, ni siquiera al co­ nocimiento de lo real como tal. Su verdadera esencia está en otra parte. Mediante un relato que se pierde en la no­ che de los tiempos y que, a decir verdad, no tiene nada de explicativo en el sentido que entienden los científicos ac­ tuales, trata de ofrecernos a los mortales los medios para dar un sentido al mundo que nos rodea. Dicho de otro modo, aquí el universo no se considera como un objeto por conocer, sino como una realidad por vivir, como el terreno de juego de una existencia humana que, por así decirlo, debe encontrar en él su lugar. Es decir, que el objetivo de estos relatos primordiales no es tanto alcanzar la verdad factual como dar posibles significados a la existencia hu­ mana interrogándose sobre lo que puede ser una vida lo­ grada en un universo ordenado, armonioso yjusto como ese en cuyo seno nos incitan a encontrar nuestra senda. ¿Qué es una vida buena para unos seres, los humanos, que saben que van a morir y que son capaces como nin­ gún otro de hacer daño y descarriarse de forma trágica? ¿Qué es una vida lograda para estos seres efímeros que 41

La sabiduría de los mitos

a diferencia de los árboles, las ostras y los conejos poseen una conciencia clara de lo que más adelante los filósofos denominarán su «finitud»? Esta es la única pregunta váli­ da, la única que en realidad guía los relatos de los oríge­ nes. He aquí también por qué se interesan, en primer lu­ gar y ante todo, por la construcción del «cosmos», por la victoria de las fuerzas del orden contra las del desorden, pues en este cosmos, en el seno de ese orden, es donde va a ser necesario que encontremos, cada uno a su manera, nuestro lugar para alcanzar la vida buena. Este primer relato, tal como lo expone Hesíodo, posee desde entonces una característica del todo asombrosa: está escrito casi enteramente desde el punto de vista de los dioses o, lo que viene a ser lo mismo, de la naturaleza. Los protagonistas de esta historia tan extraña como mag­ nífica son, en primer lugar, fuerzas extrahumanas, entida­ des a la vez divinas y naturales: el caos, la tierra, el mar, el cielo, los bosques y el sol, e incluso cuando se trata de la aparición de la humanidad, se narra también desde el punto de vista global del nacimiento de los dioses y del universo. Pero una vez acabada esta construcción es necesario invertir del todo la perspectiva y dejarse llevar por un se­ gundo interrogante que, en realidad, justifica desde el prin­ cipio todo el edificio: ¿cómo van a entrar los hombres en ese universo de los dioses que no parece a priori hecho para ellos? Después de todo, hay que tener en cuenta que no son los dioses, sino los hombres, evidentemente, los que han inventado y narrado todas estas historias. Y lo han hecho, también evidentemente, para dar sentido a sus vidas, para situarse en el seno del universo que Ies ro­ dea. Lo que no siempre resulta fácil, como lo atestiguan las numerosas dificultades que jalonan el largo viaje de Ulises (capítulo 3), en que proporciona el arquetipo de la 42

Puritano

búsqueda, coronada finalmente con éxito, de una vida bue­ na entendida como la búsqueda, siempre singular para cada uno de nosotros, de su lugar en el seno del orden cósmico edificado por los dioses. A decir verdad, como se verá desde el primer capítulo, son dos caminos que se cruzan. Hay una humanización progresiva de los dioses y una divinización progresiva de los hombres. Con esto quiero decir que los primeros dio­ ses son impersonales, no son, como Caos y Tártaro por ejemplo, más que entidades abstractas, sin rostro, sin ca­ rácter ni personalidad. Sólo representan fuerzas cósmicas que se organizan progresivamente fuera de cualquier proyecto consciente. Pero poco a poco, con la segunda generación de dioses, la de los Olímpicos, van aparecien­ do caracteres, personalidades, funciones distintas. En cierto modo, los dioses se humanizan, son cada vez más conscientes, más inteligentes y se alejan cada vez más de la naturaleza bruta: es que la organización del cosmos su­ pone mucha inteligencia y no solamente fuerza. Hera es celosa; Zeus, su marido, un mujeriego; Hermes, un bella­ co; Afrodita conoce todas las artimañas del amor; Artemis no tiene piedad; Atenea es tremendamente susceptible; Hefesto un poco necio cuando se trata de sentimientos, pero un genio en lo referente a los trabajos manuales, et­ cétera. A la lógica de la relación de fuerzas que domina a los primeros dioses le sustituye poco a poco una lógica más humana, menos natural y más cultural. Aun cuando la cosmología y el orden de la naturaleza ganan, la psico­ logía y el orden de la cultura empiezan a ocupar un lugar cada vez más importante en la conducta de los dioses. Pa­ ralelamente, el camino inverso se impone cada vez más a los humanos: cuanto más reflexionan sobre ello, más de­ ben comprender que lo que más les interesa es adaptarse a ese universo divino que es el orden cósmico. A la huma­ 43

La sabiduría df. los mitos

nización de lo divino responde un proceso de diviniza­ ción de lo humano, nunca acabado, claro está, puesto que somos y seguiremos siendo mortales, pero que indica un camino, una tarea: la reconciliación con el mundo así como con los dioses aparece en lo sucesivo como un ideal de vida. Todo el sentido del viaje de Ulises, que vamos a des­ cubrir o redescubrir en este capítulo, se aclara a partir de ahí: la vida buena es la vida reconciliada con lo que es, la vida en armonía con su lugar natural en el orden cósmi­ co, y es cosa de cada cual encontrar ese lugar y llevar a cabo ese trayecto si un día quiere alcanzar la sabiduría y la serenidad. Nietzsche lo dirá de nuevo, a continuación de los gran­ des griegos, lo que demuestra de paso que su mensaje si­ gue siendo tan actual que puede encontrarse todavía en la filosofía contemporánea: el objetivo último de la vida humana es lo que él denomina amor fati = el amor de su suerte, el amor de lo que es, de lo que nos es destinado, del presente en suma. Esta es la sabiduría más elevada, la úni­ ca que nos permite liberarnos de lo que Spinoza, a quien Nietzsche consideraba como «un hermano», denominará las «pasiones tristes»: el miedo, el odio, la culpabilidad, el remordimiento, esos corruptores del alma que se arrai­ gan en las ilusiones del pasado o del futuro. Sólo esta re­ conciliación con el presente, con el instante —en griego: el kairos—, puede según él, como para lo esencial de la cultura griega, conducir a la verdadera serenidad, a la «ino­ cencia del devenir», es decir, a la salvación entendida no en su acepción religiosa, sino en el sentido de encontrar­ se al fin a salvo de los miedos que «arrinconan» la existen­ cia e impiden su desarrollo. Pero Ulises no es todo el mundo, y la tentación de sus­ traerse a la condición humana para escapar de la muerte es grande. Los hay, y sin duda más de uno, que habrían res­ 44

PRÓlJU f-O

pondido favorablemente a Calipso... Ésta es la razón por la cual el tercerinterroganteque traspasa los mitos griegos atañe a la hybris, la desmesura de vidas que se eligen y se desarro­ llan en la hostilidad al orden divino y cósmico a la vez, de cuyo difícil nacimiento nos habla la Teogonia. Una vez que los mortales están en el mundo e integrados en el cosmos, ¿qué les ocurre a los que, precisamente, a diferencia de Ulises, no se conforman, y que por orgullo, por arrogancia y desmesura, por hybris pues, se rebelan contra el orden cósmico resultante de la guerra de los dioses? Muchos pro­ blemas: las historias de Asclepio (Esculapio), Stsifo, Midas, Tántalo, ícaro y tantos otros dan testimonio de ello... Con­ taremos y analizaremos algunas al detalle (capítulo 4), eli­ giendo por supuesto aquellas que son a la vez las más pro­ fundas y más entretenidas. Pero el mensaje es, desde el principio, bastante claro: si la sabiduría consiste en retor­ nar a su lugar natural en el universo divino y eterno para vivir en él reconciliado al fin con el presente, la locura de la hybris reside en la actitud inversa: la rebelión orgullosa y «caótica» contra su condición de simple mortal. Una gran cantidad de relatos mitológicos giran alrededor de este tema crucial, y es importante no leerlos, como se hace hoy día sin motivo alguno, a la luz de nuestra moral moderna heredada del cristianismo. Cuarto interrogante: entre esos dos caminos posibles, el de la sabiduría de Ulises y el de la locura de los que ceden a la hybris, ¿cómo situar a esos seres fuera de lo común, héroes o semidioses, que pueblan casi todos los grandes mitos griegos? Ni sabios ni locos, vuelven de perseguir en esta tierra de mortales la tarea fundamental que fue al principio la de Zeus: luchar contra las fuerzas del caos que renacen sin cesar para que el orden prevalezca sobre el desorden, y el cosmos y la armonía sobre la discordia. Tendremos que narrar aquí la historia de esos hombres

La sabiduría de los mitos

verdaderamente extraordinarios, combatientes gloriosos de todas las reencarnaciones monstruosas de las fuerzas del desorden (capítulo 5). Así, Teseo, Jasón, Perseo y He­ racles seguirán, a imagen de Zeus luchando contra los Ti­ tanes, persiguiendo y fulminando la raza de los seres ma­ léficos y monstruosos que simbolizan el renacimiento, siempre posible, de las primeras fuerzas del caos o, lo que viene a ser lo mismo, la fragilidad del orden cósmico. Queda, finalmente, un quinto interrogante: por un lado está el cosmos, por otro los que se sitúan en él, como Ulises, los que rechazan su ley y viven en la hybris, los que ayudan a los dioses a restablecer el orden y se convierten en héroes, pero hay también millones de otros seres, sim­ ples humanos como ustedes y yo, que no son ni sabios ni malvados ni héroes y que permanentemente ven abatirse sobre ellos catástrofes imprevisibles, algunos momentos de alegría y felicidad, sin duda, pero también males de todo tipo, enfermedades, accidentes, calamidades natu­ rales, sin comprender cómo ni por qué. ¿Cómo explicar que un mundo con fama de armonioso, un cosmos del que se afirma que es justo y bueno, instaurado y custodiado por unos Olímpicos bellísimos, permita que el mal gol­ pee a los buenos y a los malos sin distinción? A esta pre­ gunta fundamental, imposible de eludir en el contexto de una cosmología cuyos principios son los de la armonía y lajusticia, responden sobre todo los mitos de Edipo y de Antígona (capítulo 6). Por último, veremos, evocando brevemente la figura de Dioniso, cómo prevé la mitología la reconciliación ne­ cesaria de la discordia y el orden, de Caos y del cosmos, antes de interrogarnos, para concluir, sobre lo que aporta la filosofía en relación con el mito y sobre los motivos por los cuales se ha pasado de la religión griega a unas doctri­ nas de salvación más conceptuales. Como se verá, en este 4(5

Prólogo

punto es donde la prehistoria de la filosofía aclara espe­ cialmente toda su historia. Así pues, este libro empieza... por el principio, es decir, por el relato del nacimiento de los dioses, del mundo y de los hombres tal como se expone en el texto más antiguo, más completo y más significativo del que disponemos: el de Hesíodo. Cuando me parece clarificador añado el análi­ sis de algunos complementos y variantes, pero siempre preci­ sando el origen y el significado de tales añadidos para que el lec­ tor, aunque principiante, no se vea inducido a error y poco a poco perdido sino al contrario, aclarado y enriquecido por un saber que no aspira a la erudición sino al sentido. Claro está, en este trabajo, riguroso en lo que atañe al mé­ todo aunque decididamente pedagógico, me he guiado |x>r las obras de mis predecesores. Debo reconocer aquí mi deuda, sobre este punto y otros, hacia el llorado Jean-Pierre Vernant. El libro que escribió para su nieto —El Univer­ so, los dioses, los hombres: el relato de los mitos griegos'— no sólo me ha servido de inspiración, sino de modelo, como lo han sido también el resto de sus libros. Lo mismo en cuanto a los trabajos de Jacqueline de Romilly sobre la tragedia grie­ ga. No hace mucho había recibido en el Ministerio de Edu­ cación a estos dos eruditos inquietos por el declive de las «humanidades clásicas». Yo compartía su preocupación, en todo caso su amor por la Antigüedad, e intenté, me temo que sin éxito, tranquilizarlos, poner en practica «medidas» para poner freno a la caída, real o supuesta, que temían... pero sobre este punto como sobre otros, creo que a veces se es más útil por medio de los libros que por la acción polí­ tica: esta última choca con demasiadas presiones incontro­ lables, con obstáculos y trabas de orígenes tan diversos que sus efectos son siempre aleatorios. También le debo mucho a otras obras, que citaré poco a poco, sobre todo ese clásico que es el Diccionario de la mitolo­ 47

t A SABIDURÍA de los mitos

gía griega y romana, editado por Pierre Grimal. Pero, aparte de los textos originales que he tenido que leer o releer, la obra más valiosa entre todas fue para mí la de Timothy Gantz, Les Mythes de la Crece archaique (Los mitos de la Gre­ cia arcaica)10. Es el trabajo de toda una vida. Gon una pa­ ciencia y una erudición infinitas, Gantz ha sabido llevar con la humildad de un investigador—absteniéndose de in­ terpretar sin medida— los mitos a sus autores, clasificarlos históricamente y distinguir así, para cada relato mitológi­ co, su versión original (o lo que sabemos de ellos) y las va­ riantes que aparecen poco a poco para enriquecerlos, com­ pletarlos o, a veces, contradecirlos. Es esta riqueza, por no decir abundancia, la que Gantz nos ha restituido de una manera al fin ordenada, lo que permite orientarse con se­ guridad en las obras mitológicas antiguas.

Últimos comentarios sobre el estilo, la organización de este libro y sobre la participación que ofrece a los niños... Como en Aprender a vivir 1, he decidido tutear a la per­ sona a la que me dirijo, y eso por dos razones que en mi opinión pueden más que las objeciones que me han he­ cho a este respecto. La primera es que, por así decirlo, he «sometido a prueba» los grandes relatos griegos en mis propios hijos y en algunos otros niños cercanos: es a ellos a quien me dirijo en primer lugar y, a fin de escribir bien para ellos, me es indispensable visualizar con la mente a aquella o aquel a quien me dirijo en cada momento en particular. La segunda razón es que este lector infantil, ideal y real al mismo tiempo, me obliga a abstenerme de toda alusión, a explicarlo todo, a no suponer que mi lector posee un trasfondo de erudición que le permitiría, por ejemplo, saber ya quiénes son Hesíodo, Apolodoro, Nono 48

Pr ó u x io

de Panópolis o Higinio, conocer a priori el significado de palabras tales como «teogonia», «cosmogonía», «mitógrafo», «cosmos», etcétera, palabras que necesito constante­ mente pero que el tuteo me obliga de forma casi automáti­ ca, sin ni siquiera pararme a reflexionar, a definir y explicitar, lo que sin duda no haría de un modo natural si empleara el tratamiento de usted. La convicción que comporta todo este trabajo que me ha tenido ocupado durante tantos años es que, en esta mezcla de consumo frenético y desencanto que caracteri­ za el universo en el que nos encontramos inmersos hoy día, resulta más indispensable que nunca ofrecer a nues­ tros hijos —como por lo demás a nosotros mismos: la mi­ tología se lee a todas las edades— la oportunidad de dar una vuelta por las grandes obras clásicas antes de entrar en el mundo de los adultos y en la vida de la ciudad. La referencia que aquí hago al consumo no tiene nada de soltura ni sudleza retórica. Como tuve la ocasión de expli­ car en mi libro sobre la familia11, la lógica del consumismo, a la cual ninguno de nosotros puede pretender en serio escapar del todo, se parece a la adicción. A imagen del drogado, que no puede evitar aumentar las dosis y acortar los intervalos de las tomas de la sustancia que le ayuda (eso cree él) a vivir, el consumidor ideal haría sus compras cada vez con más frecuencia y comprando siem­ pre más. Ahora bien, basta con ver unos minutos las ca­ denas de televisión reservadas a los niños, con observar que están permanentemente salpicadas de campañas pu­ blicitarias, para comprender que una de sus misiones principales es la de convertirlos lo más posible en consu­ midores perfectos. Esta lógica, en la que entran cada vez más temprano, puede resultar destructiva. Se instala en su cabeza mediante un trabajo de zapa: cuanto menos dis­ ponemos de una vida interior rica en el plano moral, cul49

I Jk SAMOl'IUA UF. LOS MITOS

tural y espiritual, más nos entregamos a la necesidad fre­ nética de comprar y consumir. El tiempo de «alquiler de cerebros vacíos» que ofrece la televisión a los anunciantes es, pues, una ganga. Al interrumpir los programas sin ce­ sar, esas cadenas pretenden literalmente sumir a sus se­ guidores en un estado de carencia. Evitemos un malentendido: no tengo ninguna inten­ ción de entregarme aquí a la enésima diatriba neomarxista contra la «sociedad de consumo». Aún menos de propo­ nerme el ejercicio en adelante ritual de la crítica de la pu­ blicidad. En mi opinión, no es cierto en absoluto que su supresión en las cadenas públicas cambie en algo los datos de fondo del problema. Simplemente, como padre de fa­ milia y antiguo responsable de nuestra Educación, me pa­ recía crucial volver a poner en su sitio el frenesí de comprar y poseer, secundario a pesar de todo, hacer comprender a nuestras hijos que no es el principio ni el fin de su existen­ cia, que para nada dibuja el horizonte último de la vida humana. Para ayudarlos a resistir a las presiones que les impone y permitirles liberarse y distanciarse de él, es esen­ cial, tal vez incluso vital (si se piensa que la adicción es a ve­ ces mortal), dotarles lo antes posible de los elementos de una vida interior rica, profunda y duradera. Para eso es ne­ cesario permanecer fiel al principio fundamental que aca­ bo de mencionar, aquel según el cual cuantos más valores culturales, morales y espirituales posea una persona, me­ nos necesidad de comprar por comprar y de zapear por zapear experimentara. En consecuencia se verá menos de­ bilitado por la insatisfacción crónica que nace inevitable­ mente de la acumulación infinita de deseos artificiales. Di­ cho de otro modo, hay que ayudarles a dar preferencia a la lógica del Ser sobre la del Tener y con esta intención dedi­ co mi libro a todos los padres preocupados por hacer un verdadero regalo a sus hijos, uno de esos regalos que acom­ 50

Prólogo

pañan durante toda la vida y que no se abandonan el día después de Navidad una vez abiertos los paquetes. En este contexto considero crucial volver a los orígenes de la mitología griega para hacer partícipes a nuestros hi­ jos de su contenido esencial. Desde luego, éste no es el úni­ co motivo de este libro que pretende ante todo, como ya he dicho, ilustrar bajo un nuevo aspecto los primeros pasos de la filosofía occidental. Pero hablo aquí de niños por ex­ periencia y no, como se dice, «en teoría»: cuando empecé a narrar los grandes relatos míticos a mis hijos a partir de los cinco años de edad, veía iluminarse sus ojos como nun­ ca. Las preguntas brotaban por doquier y sobre los mil y un aspectos de las aventuras que les refería. Nunca había visto una pasión tal, ni con la literatura juvenil, ni siquiera con los cuentos clásicos, magníficos, de Grimm, Andersen o Perrault —por no hablar de las series de televisión que les di­ vertían, sin duda, pero no les apasionaban de ese modo— Estoy seguro de que los mensajes más profundos que con­ tienen los mitos griegos y que atañen a la formación del mundo, al nacimiento y la muerte, a las turbulencias del amor y de la guerra, pero asimismo a la justicia, el significa­ do del castigo o del valor, la aventura y el amor al riesgo, han contribuido poderosamente a permitirles arrojar so­ bre sí mismos y sobre el mundo que les rodea una luz de una potencia y penetración que no tiene parangón con lo que la cultura que normalmente ofrecen las pantallas les hubiera permitido alcanzar. Tampoco tengo ninguna duda sobre el hecho de que de ahora en adelante estos relatos se han clavado en su memoria para acompañarlos a lo largo de su existencia. Y creo que esto será crucial para ellos den­ tro del contexto consumista que acabo de mencionar. Ni que decir tiene que los mitos que se van a descubrir o re­ descubrir aquí se dirigen tanto a los adultos como a sus hi­ jos —lo que explica que este libro cambie a veces de tono,

L a sabiduría de los mitos

que los registros sean variados: tan pronto me dirijo a los adultos a quienes hablo del nacimiento de la filosofía, como cuento leyendas a los niños, como asimismo inter­ preto ciertos episodios míticos que, en mi opinión, mere­ cen unos comentarios en profundidad—. Soy consciente de que esto confiere algunas veces un aspecto un tanto ba­ rroco a esta obra, como también al primer volumen de Aprender a vivir. Pero es una opción, y finalmente este in­ conveniente me ha parecido menor en relación con laventaja real que tiene tocar diversos registros a la vez, incluido el plano intelectual. Por otra parte, sé que a lo largo de los capítulos el lec­ tor se hará inevitablemente ciertas preguntas reflexivas, históricas, filológicas o hasta metafísicas, a las cuales es imposible responder desde el interior del propio relato so pena de sobrecargarlo hasta el punto de hacerlo ilegi­ ble: ¿cuándo, cómo y por qué han inventado los griegos la mitología? ¿Creían en sus mitos como los actuales creyen­ tes pueden creer en su religión? ¿Tenían estos últimos una función metafísica, por ejemplo consoladora y tran­ quilizadora en relación con la muerte? ¿Se rendían cultos a los dioses del Olimpo, ceremonias comparables a una misa? ¿Cuáles son los vínculos que podían mantener los escritos de los que aún disponemos hoy día con las tradi­ ciones oíales más antiguas? ¿Los padres griegos relataban a sus hijos por la noche las aventuras de Ulises o de Hera­ cles? ¿Las reservaban más bien a los adultos, como se ha­ cía a menudo en la Europa de los trovadores o incluso en la del siglo xvu con los cuentos de hadas? Trataré de vol­ ver sobre estas preguntas legítimas en el transcurso de este libro cuando parezca oportuno. Hablar de ello ahora sería empezar la casa por el tejado, y es preferible seguir primero el relato de los grandes mitos antes de reflexio­ nar más sobre su sentido o su naturaleza.

1. El n a c im ie n t o

d e l o s d io s e s

YDEL MUNDO

E n el principio del mundo una divinidad muy extraña emerge de la nada. Los griegos la denominan «Caos». No es una persona, ni siquiera un personaje. Imagina que esa divinidad primigenia no tiene nada de humano: ni cuer­ po, ni rostro, ni rasgos de carácter. En realidad es un abis­ mo, un agujero negro en cuyo seno no se encuentra nin­ gún ser que pueda identificarse. Ningún objeto, ninguna cosa que se pueda distinguir en las tinieblas absolutas que reinan dentro de lo que no es más que un desorden total. Por lo demás, al comienzo de esta historia todavía no exis­ te nadie para ver las cosas: ni animales, ni hombres, ni si­ quiera dioses. No solamente no hay seres vivos, animados, sino que tampoco hay cielo, sol, montañas, ni mar, ni ríos, ni flores, ni bosques... En una palabra, todo es oscuridad en ese agujero abierto que es el caos. Todo es confusión y desorden. Caos se asemeja a un precipicio oscuro gigan­ tesco. Ocurre como en las pesadillas: si fueras a caer den­ tro, la caída sería infinita... Pero eso es imposible, porque ni tú, ni yo, ni humano alguno somos aún de este mundo. Y luego, de repente, una segunda divinidad surge de ese caos sin que se sepa realmente por qué. Es una espe­ cie de milagro, un acontecimiento primordial y fundador que Hesíodo, el primer poeta que nos narró esta historia

La sabiduría de los mitos

hace mucho tiempo, en el siglo vn a.C., no nos explica, y con razón: no tiene a su disposición, él tampoco, la menor ex­ plicación. Algo aparece, eso es todo, sale de los abismos, y ese algo es una diosa formidable que se llama Gea, lo que en griego significa la tierra. Gea es el suelo firme, sólido, el suelo nutricio sobre el cual pronto van a poder brotar las plantas, fluir los ríos, caminar los animales, los hom­ bres y los dioses. Gea, la tierra, es al mismo tiempo el pri­ mer elemento, el primer fragmento de naturaleza com­ pletamente tangible y fiable, y en este sentido es lo contrario de Gaos: no caemos al infinito porque ella nos sostiene y nos soporta, pero es también la madre por ex­ celencia, la matriz original de la cual todos los seres, o casi, van a salir pronto. Sin embargo, para que un día los ríos, los bosques, las montañas, el cielo, el sol, los animales, los hombres y, so­ bre todo, los demás dioses suijan de Gea, la diosa tierra, o incluso de ese Caos extraño —puesto que de él van a salir también algunas criaturas divinas—, es necesaria aún una tercera divinidad —tercera porque ya tenemos dos: Caos y Gea—. Se trata de Eros, el amor. Al igual que Caos, es un dios auténtico, pero no una persona en realidad. Se trata más bien de una energía de eclosión que hace que los se­ res salgan y se desarrollen. Es, por así decirlo, un principio de vida, una fuerza vital. Sobre todo no hay que confundir este Eros, al que no se puede ver nunca ni está personifica­ do, con otro dios pequeño que aparecerá después y llevará el mismo nombre —aquel al que los romanos llaman tam­ bién Cupido—. Este «segundo» Eros, que a menudo se re­ presenta como un niño mofletudo, provisto de alitas, de un arco y unas flechas cuyo ataque desata las pasiones, es un dios diferente a ese Eros primigenio, principio abs­ tracto que tiene la misión fundamental de hacer pasar a todas las divinidades futuras de las tinieblas a la luz. 54

EL NAOM1KNTO DE LOS DIOSES V DEL MUNDO

Así pues, a partir de estas tres entidades primordiales —Gaos, Gea y Eros— todo va a ponerse en sil sitio, el mundo va a organizarse poco a poco. De ahí la pregunta más importante y fundamental de todas: ¿cómo se pasa del desorden absoluto de los orígenes al mundo armonio­ so y bello que conocemos? En otras palabras, que pronto serán las de la filosofía, ¿cómo se pasa del caos inicial al «cosmos», es decir, al orden perfecto, a la organización cabal de una naturaleza magnífica y generosa donde todo se halla maravillosamente bien dispuesto bajo la suavidad del sol? Ahí está la primera historia, el relato de los oríge­ nes de todas las cosas y todos los seres, de los elementos naturales, de los hombres y los dioses. Es el relato funda­ dor de toda la mitología griega. Por ello es necesario em­ pezar por él. Para entrar en el meollo de la cuestión, debo volver a hablarte de un cuarto «personaje» o, mejor dicho, puesto que él tampoco es realmente un individuo, de un cuarto «protagonista» de esta exüaña historia. En su poema, que de momento nos sirve de guía, Hesíodo menciona, en efecto, otra divinidad situada en los orígenes: se trata de Tártaro. Como he dicho, no es en verdad una persona, al menos en el sentido que nosotros entendemos tomando como modelo a los humanos. En primer lugar y ante todo, es un paraje tenebroso y horrible, lleno de moho y siempre sumido en las tinieblas más completas. Tártaro se sitúa en lo más profundo de Gea, en los fondos más alejados de la tierra. En este lugar —que pronto se identificará con el infierno— es donde se relegará a los muertos, cuando los haya, pero también a los dioses vencidos o castigados. Hesíodo nos da una indicación interesante sobre la locali­ zación de este célebre Tártaro —que es también, por lo tanto, un dios y un lugar al mismo tiempo, una divinidad que será capaz, por ejemplo, de tener hijos y ser también 55

I J i SABIDURÍA DF. LOS MITOS

un fragmento de naturaleza, un rincón del cosmos—. Nos dice que el Tártaro se encuentra oculto en la tierra tan alejado de la superficie del suelo como el cielo lo está de esa superficie, y añade una imagen que tal vez te lo aclare: imagina un yunque pesado (es una especie de tabla grue­ sa de bronce que utilizan los herreros para fabricar obje­ tos de metal con su martillo): según Hesíodo, este trozo de bronce enorme y pesado tardaría nueve noches y nue­ ve días en caer desde el cielo hasta la superficie de la tie­ rra y de nuevo nueve días y nueve noches en caer desde esta superficie hasta el fondo del Tártaro. Esto demuestra lo oculto que está este lugar infernal, que aterrorizará a los humanos pero también a los dioses, en los abismos más profundos de Gea. Volvamos a ella, pues precisamente las cosas serías van a comenzar con ella; no empecemos por el final: no olvi­ des que por el momento no existen todavía ni el cielo ni las montañas, ni los hombres ni los dioses, aparte de estas entidades primigenias que son, para concretar y nom­ brarlas por el orden de su nacimiento: Caos, Gea, Tárta­ ro, Eros. Por el momento, nada más ha nacido todavía*. Pero precisamente, sin duda bajo el impulso de la energía de Eros, Gea va a engendrar ella sola, sin marido ni amante, a partir de sus propias profundidades y de sus propias fuerzas, a un dios formidable: Urano. Urano es el cielo estrellado que, situado por encima de la tierra (a decir verdad desplegado, por no decir tendido sobre ella), es como el doble celeste de Gea. Por dondequiera que se encuentre, por todas partes donde haya tierra, se halla también el Urano, el cielo, situado en voladizo. Un matemático diría que son conjuntos de una extensión idéntica: a todo centímetro cuadrado de Gea le corres­ ponde un centímetro cuadrado de Urano... Lo cierto es que, de nuevo sin unión carnal con ningún otro dios, Gea 56

E l. NACIMIENTO DE 1.0$ DIOSES Y O H. MUNDO

hace otra vez surgir de sus entrañas otros hijos: las monta­ ñas, Oréades, ninfas que las pueblan, jóvenes arrebatado­ ras pero no humanas puesto que son, ellas también, cria­ turas divinas; y finalmente Ponto, el «oleaje marino», es decir, el agua salada del mar. Como ves, el universo, el cosmos, empieza a tomar forma poco a poco, aun cuando está muy lejos de concluirse. Observarás también, insisto en ello de nuevo porque es muy importante para comprender bien la naturaleza de esta historia que habla del nacimiento del mundo y el de los dioses, que todas las regiones del universo que se aca­ ban de mencionar se consideran, dentro de la mitología, «fragmentos de naturaleza» y divinidades al mismo tiempo: lo mismo que la tierra es el suelo sobre el que caminamos, el mantillo sobre el que crecen los árboles, pero también una diosa ingente que lleva como tú y yo un nombre pro­ pio, Gea, asimismo el cielo es un elemento natural, un hermoso cielo azul situado por encima de nuestras cabe­ zas y una entidad divina, ya personal y dotada también de un nombre propio: Urano. Igualmente para las Oréades, las montañas, Ponto, el oleaje marino, o para Tártaro, el abismo infernal oculto en las profundidades de la tierra. Hay que decir que estas divinidades son capaces, llegado el caso, de formar parejas, de unirse entre ellas y tener hi­ jos a su vez. Así es cómo miles de otras criaturas más o menos divinas nacerán de estos primeros dioses. Por el momento dejaremos a la mayoría de ellas de lado para atenemos al hilo principal del relato y a los personajes que ocupan en él un lugar indispensable para la com­ prensión del drama terrible que va a representarse antes de que finalmente se consiga la edificación de un mundo ordenado, de un orden cósmico verdadero, es decir, de un universo armonioso y estable donde los humanos pue­ dan vivir y morir.

La sabiduría de ujs mitos

En este primer relato mítico, el nacimiento del mundo natural y el de los dioses no forman más que un uno, por eso se superponen en el seno de una misma y única histo­ ria. En resumidas cuentas, narrar el nacimiento de la tierra, del cielo o del mar es narrar las aventuras de Gea, Urano, Tártaro o Ponto. Y así todos los demás, como vas a ver. Observa bien que, por esta misma razón, estas primeras divinidades, a pesar del hecho de que llevan un nombre propio como tú y como yo, son más que nada fuerzas pu­ ras de la naturaleza antes que personas dotadas de un ca­ rácter y de una psicología propios. Para organizar el mun­ do, será necesario apoyarse más tarde en otros dioses, más culturales que naturales, que deberán tener mucha más reflexión y conciencia que las primeras fuerzas naturales con las cuales comienza el universo. Además, este progre­ so hacia la inteligencia, la astucia, el cálculo, en una pala­ bra, esta especie de humanización de los dioses griegos, es la que va a suministrar uno de los resortes más intere­ santes de toda esta historia... Pero en todo caso, lo que es seguro es que al principio el nacimiento de los dioses y el de los elementos naturales se confunden. Sé que las pala­ bras que voy a utilizar ahora te parecerán un poco com­ plicadas porque todavía no las conoces: la «teogonia» y la «cosmogonía» son una sola. ¿Qué es lo que quiere esto decir? En realidad, estos viejos términos griegos son muy sencillos y no hay que tenerles miedo. Al contrario, es bueno que los conozcas desde ahora. Simplemente signi­ fican lo que acabo de decir de otra forma: el nacimiento (gonía) del mundo (cosmos) y el nacimiento (gonía) de los dioses (teo) equivalen a lo mismo: la cosmogonía, el nacimiento del cosmos, es una teogonia, una historia del nacimiento de los dioses, y viceversa. Lo que te permite comprender bien y, espero, retener enseguida dos cosas. 58

E l nacimiento de los dioses y del mundo

En primer lugar, que aunque el cosmos es eterno, como los dioses inmortales, no ha existido siempre. Al principio no es el orden lo que reina, sino el caos. No so­ lamente dominan el desorden más completo y la oscuri­ dad más total, sino que como pronto demostraremos, los primeros dioses, lejos de estar llenos de sabiduría como sería de esperar de unos dioses, están por el contrario lle­ nos de odios y de pasiones brutales, zafias, hasta el punto de que guerrean entre ellos de forma terrorífica. Es poco decir que desde el principio no están en armonía, y ésta es la razón por la que el nacimiento del mundo, de un orden cósmico armonioso, tiene una historia bastante lar­ ga que finalmente tomará la forma de una «guerra de los dioses». Una historia terrible, como verás, llena de ruido y de furia, pero también una historia que conlleva un mensaje de sabiduría: la vida en armonía con el orden del mundo, aunque como en el caso de los mortales esté des­ tinada a finalizar un día, es preferible a cualquier otra for­ ma de existencia, incluso a una inmortalidad que sería, si puede decirse, «desordenada» o «deslocalizada». Para que podamos vivir en consonancia con el mundo que nos ro­ dea, hace falta que ese mundo ordenado, ese famoso cos­ mos, exista, lo cual, en la fase en la que nos encontramos, no está todavía formado, ¡ni de lejos! Observa a continuación que en esta época de los oríge­ nes no hay espacio propiamente dicho: entre cielo y tie­ rra, entre Urano y Gea, no hay vacío, ni intersticios, tan pegados están uno a otro. El universo, en consecuencia, no tiene su rostro actual desde el principio, con una tie­ rra y un cielo separados por una gran distancia, la que la historia del yunque de bronce trata de hacer compren­ der. Pero, además, en realidad tampoco hay tiempo, o al menos no un tiempo semejante al que ahora conocemos, pues la sucesión de generaciones —simbolizada y encar­ 59

La sabiduría de l o s

mitos

nada a la vez por el nacimiento de nuevos hijos— no siem­ pre tiene lugar. Por lo demás, los que van a vivir de verdad en el tiempo son, por excelencia, los mortales, y todavía no han nacido. Veamos ahora de qué manera el universo tal como lo conocemos va a emerger poco a poco de estos elementos iniciales.

Im separación doloroso del cielo (Urano) y la tierra (Cea): el nacimiento del espacioy del tiempo Urano, el cielo, no está todavía «arriba», en el firma­ mento, semejante a un techo gigantesco; por el contrario, está adherido a Gea como una segunda piel. I^a toca, la acaricia por todas partes y sin cesar. Está, si puede decirse, pegado al máximo: para ser totalmente claro, Urano no deja de hacer el amor a Gea, de yacer con ella. Es su única actividad. Es «monomaniaco», está obsesionado por una sola y única pasión, la pasión erótica: no deja de cubrir a Gea, de besarla, de fundirse en ella y, consecuencia inevi­ table, le hace una caterva de hijos. Y las cosas verdadera­ mente serias van a empezar con ellos. Pues los hijos de Urano y Gea serán en realidad los pri­ meros «dioses verdaderos», los primeros dioses que no son personajes más o menos abstractos, entidades, para conver­ tirse en verdaderas «personalidades». Como acabo de suge­ rir, vamos a asistir a una humanización de lo divino, a la aparición de nuevos dioses con aspecto de personas autén­ ticas, bien individualizadas y dotadas de una psicología, de pasiones menos brutales, más elaboradas, aunque, como veremos, siguen siendo a veces contradictorias, incluso de­ vastadoras: de nuevo, los dioses griegos, a diferencia, por ejemplo, del Dios de los cristianos, de los musulmanes y de 60

El nacimiento de los dioses y del mundo

los judíos, están lejos, muy lejos, de portarse siempre bien. Así que con esos hijos se podrá plantear, en toda su exten­ sión, el problema director de este relato de los orígenes: el de la formación del orden a partir del desorden, del naci­ miento del cosmos a partir del caos inicial. Y les va a hacer falta carácter, en todos los sentidos del término, valor y cua­ lidades múltiples, para armonizar este universo primordial que no deja de complicarse: eso no podrá hacerse a ciegas, por la sola actuación de las fuerzas naturales, como la grave­ dad de Newton: este orden es tan hermoso y tan complejo que por fuerza depende de personas inteligentes... De ahí esta evolución a la cual va a dar lugar el nacimiento gradual de los dioses que te voy a relatar. ¿Quiénes son exactamente esos primeros descendien­ tes de Urano y de Gea, del Cielo y de la Tierra? ¿Y cuáles serán sus aventuras hasta la aparición plena y total del or­ den cósmico definitivamente equilibrado? En primer lugar son aquellos a los que su propio pa­ dre, Urano, llama los «Titanes»: seis varones y seis hem­ bras —llamadas también «Titanas» o «Tilánides» para di­ ferenciarlas de sus hennanos—. Estos Titanes tienen tres características en común. Primero, como todos los dioses, son inmortales: es imposible, pues, esperar matarlos si ca­ sualmente se arriesga uno a entrar en guerra contra ellos. Además, están dotados de una fuerza colosal, inagotable, absolutamente sobrehumana, que no podemos ni siquie­ ra imaginar. Ese es el motivo por el que aún hoy día, en nuestro lenguaje cotidiano, se habla de una fuerza «titá­ nica», y por la misma razón se le ha dado el nombre de «titanio» a un metal especialmente sólido y resistente. Vale más no provocar a esos dioses. Por último, son todos de una belleza perfecta. En consecuencia, son seres a la vez aterradores y fascinantes, a menudo muy violentos pues conservan en ellos la huella de su origen: han nací-

La SABIDURIA d e LOS m it o s

do de las profundidades de la tierra y proceden de los pa­ rajes del Tártaro, ese lugar infernal muy próximo al caos original del que la propia Gea tal vez haya salido también —Hesíodo nos dice que ella viene «después» del Caos, sin precisar no obstante si sale de él, pero es una hipótesis verosímil—. En todo caso, está claro que los Titanes son más fuerzas del caos que del cosmos, más seres de desor­ den y de destrucción que de orden y de armonía2. Aparte de estos seis Titanes formidables y estas seis Titánides sublimes, Urano engendra con Gea tres seres mons­ truosos, «muy parecidos a dioses» dice Hesíodo, salvo que no tienen más que un ojo enorme en medio de la frente. Son los «Cíclopes», que desempeñarán, ellos también, un papel decisivo en la historia de la constmcción del cosmos, del mundo ordenado y armonioso. Al igual que sus herma­ nos los Titanes, están dotados de una fuerza extraordinaria y son de una violencia sin límite. Su nombre, en griego, lo indica bastante bien, puesto que todos hacen referencia a la tormenta y la tempestad: primero está Brontes, «el atro­ nador» como el trueno, luego Estéropes, el relámpago, y Arges, el rayo. Son ellos los que ofrecerán al futuro rey de todos los dioses, Zeus, sus armas más temibles: precisamen­ te el trueno, el relámpago y el rayo, que Zeus podrá desatar contra sus enemigos para cegarlos y derribarlos. Por último, de los amores del cielo v la tierra nacen asimismo tres seres absolutamente terroríficos, todavía más espantosos si cabe que los doce Titanes y los tres primeros Cíclopes: cada uno tiene cincuenta cabezas y de sus hom­ bros monstruosos salen cien brazos de un vigor inimagina­ ble. Por esta razón se les denomina «Hecatónquiros», lo que en griego quiere decir, sencillamente, «cien brazos». Son tan impresionantes que Hesíodo puntualiza —antes de damos sus nombres— que más vale no nombrarlos para no correr el riesgo de despertar su atención: el primero se 62

E l. NACIMIENTO DE I/MÍ DIOSES V DEL MUNDO

llama Coto, el segundo Briareo y el tercero Giges. Ellos también desempeñarán, junto a los Cíclopes, un papel im­ portante en la edificación del orden cósmico venidero.

Lm guerra de los dioses: el conflicto entre los primeros dioses, los Titanes, y sus hijos, los Olímpicos El orden venidero, porque, como ya te he dicho, esta­ mos todavía lejos del cosmos armonioso y definitivo que Gea, por lo que podemos adivinar de ella a juzgar por su solidez, que contrasta con la brecha abismal de Caos, no puede más que desear. A decir verdad, como te he dado a entender, la guerra, e incluso una guerra terrible, se per­ fila en el horizonte. En efecto, se van a desatar las fuerzas primitivas, próximas al caos inicial, al desorden, y para construir un mundo viable, ordenado, será necesario do­ minarlas, amordazarlas y civilizarlas todo lo posible. ¿De dónde surgirá este conflicto gigantesco? ¿Cómo se termi­ na? Ahí está el propósito de ese relato fundador de la mi­ tología griega que es la cosmogonía/teogonia de Hesíodo, pues en el curso de esta historia es cuando se va a pasar del desorden y la violencia primitivos al orden cós­ mico bien estructurado en el cual los hombres van a po­ der vivir y buscar, mal que bien, su salvación. He aquí cómo empezó el asunto. Urano detesta a sus hijos: tanto a los doce Titanes como a los Cíclopes y a los Cien-Brazos. Les profesa un verdade­ ro odio. ¿Por qué? Sin duda porque teme que uno de ellos ocupe su sitio y le arrebate, no sólo el poder supremo, sino también la que es al mismo tiempo su madre y su es­ posa, a saber, Gea. Por eso Urano cubre tanto y tan bien a (iea que impide salir de ella a sus hijos y ver la luz. No les deja espacio alguno, ni el menor resquicio por el que pu­

La SABIDURÍA DE EOS MITOS

dieran salir del vientre de su madre. Les relega a lo más profundo de la tierra, en las regiones caóticas del Tárta­ ro, y eso es lo que sus hijos no le perdonan. Y tampoco Gea, que con toda esa descendencia comprimida dentro de ella no puede retenerla por más tiempo. Se dirige pues a sus hijos varones y les empuja a la rebelión contra ese padre terrible que les impide emanciparse, levantar el vuelo y crecer. E incluso, tanto en sentido propio como figurado, ver la luz. Crono, el benjamín, oye la llamada de su madre que le propone tender una trampa a Urano, su propio padre: con el metal fundido que hay en lo más profundo de sus entrañas, Gea fabrica una hoz (otros re­ latos dicen que es de sílex, pero yo sigo fiel al de Hesíodo que dice que es de metal gris, es decir, probablemente de hierro). El instrumento es muy cortante y «dentado», pre­ cisa Hesíodo. Gea se lo ofrece a Crono y le invita lisa y lla­ namente a cortarle los genitales a su padre. Y la narración de la castración de Urano es clara y con­ cisa. Cuenta todos los detalles, puesto que estos últimos poseen consecuencias «cósmicas», es decir, efectos decisi­ vos sobre la construcción del mundo: Crono toma la hoz y espera escondido a su padre. Como de costumbre, Ura­ no envuelve a Gea y entra en ella: Crono aprovecha para agarrar con la mano izquierda (una leyenda muy poste­ rior pretende que a partir de ese momento es cuando se volverá «siniestra» y quedara marcada por el sello de la infamia) el sexo de su padre y lo corta de un golpe seco. Siempre con la mano izquierda, tira el desdichado órga­ no aún sanguinolento por encima del hombro. Precisión que no es superflua ni se aporta con la sola intención de añadir picante a la historia mediante algún detalle sádico, porque de esa sangre de Urano que se va a derramar so­ bre la tierra y en los mares van a nacer todavía algunas di­ vinidades terribles o sublimes. 64

E l. NACIMIENTO DE IO S DIOSES Y DEI. MUNDO

De ellas diré unas palabras enseguida, pues nos las en­ contraremos en numerosos relatos mitológicos. Las tres primeras criaturas que nacen del sexo cortado de Urano son las divinidades del odio, de la venganza y de la discordia (eris en griego), puesto que llevan en ellas la huella de la violencia ligada a su nacimiento. La última, en cambio, no pertenece al imperio de Eris, sino al de Eros, el amor: se trata de la diosa de la belleza y de la pasión amorosa, Afrodita. Veamos esto con más detenimiento. Del sexo cortado del infeliz Urano y de la sangre que se derrama sobre la superficie de la tierra, Gea, las prime­ ras en nacer son unas diosas terroríficas, las que los grie­ gos denominan las «Erinias»3. Según el poeta latino Virgi­ lio son tres y se llaman Alecto, Tisífone y Megera. Las Erinias son todo menos amables: son, como he dicho, di­ vinidades de la venganza y del odio que persiguen a los culpables de crímenes cometidos en el seno de las fami­ lias y les inflingen tormentos y torturas abominables. Por así decirlo, están configuradas para eso desde su naci­ miento, ya que su principal destino es vengar a su padre, Urano, del crimen cometido contra él por su hijo peque­ ño, el Titán Crono. Pero más allá de su caso personal, des­ empeñarán un papel muy importante en numerosos rela­ tos míticos en los que ocupan la función de vengadoras terribles de todos los crímenes familiares, e incluso, más ampliamente, de los crímenes cometidos contra la hospi­ talidad, es decir, contra personas a las que habría que asis­ tir, tanto si son extraños como miembros de la propia fa­ milia. Son ellas, por ejemplo, las que hundirán en la tierra al pobre Edipo que, sin saberlo ni desearlo, ha matado a su padre y se ha casado con su madre. También se las lla­ ma aveces las «Euménides», es decir, las «Benévolas», no en el poema de Hesíodo, sino por ejemplo en las trage­ dias de otro gran poeta griego, Esquilo, nacido poco des­ 65

La sabiduría de los mitos

pués, en el siglo vi a.C. De hecho, ese nombre tan agrada­ ble está destinado en cierto modo a engatusarlas. Se utiliza para evitar que descarguen sus iras. En latín se converti­ rán en las «Furias». Hesíodo no nos habla de ellas en de­ talle, pero otros poetas posteriores las describen como unas mujeres de aspecto atroz: se arrastran por el suelo enseñando unas garras espantosas, unas alas que les per­ miten atrapar a sus presas a gran velocidad, unos cabellos entremezclados de serpientes, látigos en las manos, una boca que chorrea sangre... Como ellas encaman el desti­ no, es decir, las leyes del orden cósmico a las cuales están sometidos todos los seres, los propios dioses están más o menos obligados a acatar sus decisiones, de modo que todo el mundo las detesta y las teme... Luego, siempre de la sangre de Urano mezclada con la tierra, Gea, nace una pléyade de ninfas denominadas Melias, lo que en griego significa doncellas nacidas en esos árboles llamados fresnos. Ellas son también divinidades terribles y guerreras, pues precisamente con la madera de los fresnos sobre los cuales extienden su reino es con la que fabrican sus armas más eficaces, sobre todo los arcos y las lanzas que sirven para guerrear. Además de las Erinias y las Melias, la sangre de Urano caída sobre Gea da origen a otros seres terroríficos, los Gigantes, que salen de la tierra armados y acorazados. Es­ tán consagrados a la violencia y las matanzas. Nada les da miedo y lo que les viene mejor son las guerras y las ma­ sacres. Ahí es donde se sienten a gusto, a sus anchas. Hesíodo no nos dice más sobre ellos, pero, de nuevo, ver­ siones posteriores de este mismo relato pretenden que habría habido una rebelión de los Gigantes contra los dioses, rebelión que incluso habría dado lugar a una gue­ rra terrible denominada la «gigantomaquia», lo que en griego quiere decir el «combate de los gigantes». Desde

E l. NACIMIENTO DE U » DIOSES V DEI. MUNDO

luego, los dioses habrían salido victoriosos de este comba­ te, pero para ello habrían necesitado la ayuda que les pro­ porcionaría Heracles4. Volveremos a hablar de esto un poco más tarde. Como ves, hasta ahora, todos los personajes nacidos de la sangre de Urano mezclada con la tierra son seres es­ pantosos, dedicados a la venganza, al odio o a la guerra. En este sentido, las Erinias, las ninfas Melias y los Gigan­ tes van a simbolizar el dominio de esa divinidad que se llama Eris, personificación de la discordia, de todo lo que simboliza conflicto malo. Eris es, por lo demás, una enti­ dad tenebrosa, oscura, una de las hijas que la Noche, Nyx, ha engendrado ella sola, a la manera de Gea, sin necesi­ dad de marido ni amante. Pero de los órganos sexuales del Cielo surgió también otra diosa, que ya no pertenece a Eris, sino por el contra­ rio a Eros, no a la discordia ni al conflicto, sino al amor (la proximidad de las dos palabras en griego parece indi­ car también una proximidad en los hechos: es muy fácil pasar del amor al odio, de Eros a Eris): se trata de Afrodi­ ta, la diosa de la belleza y del amor, precisamente. Recuer­ da que la sangre del sexo de Urano cayó sobre la tierra, pero que Crono tiró lejos ese mismo sexo por encima de su hombro y se perdió en el mar. Pero se mantuvo a flote sobre el agua, en medio de la espuma blanca, espuma que en griego se dice aphros y que mezclándose con otra espu­ ma, la que sale del sexo de Urano, da origen a una joven sublime a más no poder: Afrodita, la más hermosa de to­ das las divinidades. Es la diosa de la dulzura, de la ternu­ ra, de las sonrisas que se intercambian cuando se está ena­ morado. Pero es también la de la sexualidad y la duplicidad de los discursos que se pronuncian para seducir al otro, para agradarle, y que no siempre, es lo menos que puede decirse, son fíeles a la verdad: porque para agradar esta­ 67

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I jA SABIDURÍA DE X S MITOS

mos dispuestos a menudo a emplear todas las mentiras, las estratagemas, bien sea para presentarnos a nosotros mismos bajo un aspecto halagador o para adular a la per­ sona que se quiere embelesar. Afrodita es todo eso: la se­ ducción y la mentira, el encanto y la vanidad, el amor y los celos que nacen de él, la ternura, pero también los arran­ ques de ira y de odio que nacen de las pasiones contraria­ das. Por lo que, de nuevo, Eros no está nunca lejos de Eris, el amor nunca muy alejado de la disputa. Si creemos a Hesíodo, cuando Afrodita sale del agua, en Chipre, está acompañada de otras dos divinidades menores que le sir­ ven en cierto modo de «séquito», de compañeras y de confidentes: Eros, precisamente, pero esta vez se trata del Eros número 2, de ese pequeño personaje del que te ha­ blaba hace un rato y que se representará con frecuencia como un chiquillo mofletudo provisto de un arco y unas flechas (pero esto será mucho después de Hesíodo). Y lue­ go, al lado de Eros está ímeros, el deseo que precede siem­ pre al amor propiamente dicho... Sobre el plan cosmológico, es decir, en lo que atañe a la construcción de nuestro cosmos, del mundo en el que vamos a vivir, la castración de Urano tiene una consecuen­ cia absolutamente crucial de la que debo decirte unas pa­ labras antes de que abordemos el famoso episodio de la guerra entre los dioses. Sencillamente, se trata del naci­ miento del espacio y el tiempo. Del espacio, primero, porque el pobre Urano, bajo los efectos del dolor atroz que le produce su mutilación, huye «hacia arriba», de modo que al término de su recorrido se encuentra, por así decirlo, pegado al techo, liberando así el espacio que separa el cielo y la tierra; y del tiempo, por una razón infinitamente más profunda, que es una de las claves de la mitología: gracias al espacio así liberado, los hijos —en el caso de los Titanes— son los que van a poder salir 68

El. NACIMIENTO DE [.OS DIOSES V DEL MUNDO

finalmente de la tierra. Eso es tanto como decir que es el futuro, hasta hace poco cerrado aún por la presión de Ura­ no sobre Gea, el que se abre. En adelante, las generaciones futuras van a habitar el presente. Los hijos simbolizan aquí la vida y la historia al mismo dempo. Pero esta vida y esta historia que se encaman por primera vez en esos Titanes que pueden por fin salir de las sombras y la fierra, es tam­ bién el movimiento, el desequilibrio e, igualmente, la posi­ bilidad del desorden siempre abierta. Con las nuevas gene­ raciones, son la dinámica más que la estabilidad y lo caótico más que lo cósmico los que entran en escena. De modo que, de ahora en adelante, al menos una cosa está clara: a los padres les conviene desconfiar de sus hijos. Y Crono lo sabe mejor que nadie: él es quien ha mutilado a su padre, Urano, que a su vez fue el primero en comprender la ame­ naza que sus propios hijos podían constituir para el orden, para el mando en plaza, el que ya se detenta. O por decirlo de otra manera: no hay que fiarse del tiempo, factor de vida, por supuesto, pero también dimensión por excelen­ cia de todos los desórdenes, de todas las dificultades y de todos los desequilibrios futuros. Crono se da cuenta de este hecho indiscutible: la historia está llena de peligros y si se quieren conservar los logros, asegurar el poder, mejor sería aboliría para que no cambie nada... No sé si calibras bien la profundidad del problema exis­ tencia! que empieza a dibujarse de manera indirecta a tra­ vés de este primer relato mitológico. Significa que toda exis­ tencia, hasta la de los dioses inmortales, se va a encontrar atrapada en un dilema casi insoluble: o bien se encierra todo, como Urano encierra a sus hijos en el vientre de su esposa/madre, con el fin de evitar que cambien las cosas y corran el riesgo de degradarse, pero entonces es la inmovi­ lidad total y el tedio más aplastante lo que acaba por impo­ nerse a la vida; o bien, para evitarlo, se acepta el movimien­ 69

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to, la historia y el tiempo, pero entonces éstos son los peligros más temibles que os amenazan. Por lo tanto, ¿cómo encon­ trar el equilibrio? En el fondo es la cuestión de la mitología y con ella la cuestión de la existencia en general. Como ves, las respuestas que van a aportar nuestras historias siguen te­ niendo hoy día mucho interés para nosotros. Pero volvamos a ello.

Crono devora a sus hijos... Pero Zeus, el benjamín, se le escapa y a su vez se rebela contra su padre Como ya he dicho, Crono es consciente del peligro que suponen los hijos para sus padres. ¡Y con razón! Así pues libera a sus hermanos y hermanas, Titanes y Titánides, encerrados bajo la tierra por la violencia de Urano, pero en cambio se abstendrá de hacer lo mismo con sus propios hijos. Se casa con su hermana Rea, pero cada vez que está encinta y da a luz un recién nacido, Crono, muy decidido, se apresura a devorarlo para no correr el riesgo de que un día se rebele contra él, como él mismo se rebe­ ló contra su padre, Urano. Sin duda por la misma razón, Crono se abstiene de liberar a los Cíclopes y los Cien-Bra­ zos. Son un poco demasiado violentos, un poco demasia­ do fuertes para que no puedan representar también posi­ bles cambios y por lo tanto una amenaza. Por el momento más vale mantenerlos encadenados en lo más profundo de Cea, en ese célebre Tártaro oscuro, lleno de bruma y moho, donde no es bueno permanecer. Como te imagi­ nas, sentirán un odio insaciable hacia su hermano. Con su hermana, la Titánide Rea que entretanto se ha convertido en su mujer, Crono tendrá seis hijos magnífi­ cos: Hestia, la diosa del hogar, es decir, la que protege a la familia; Deméter, la de las estaciones (en latín se llama 70

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Ceresyde ahí viene la palabra «cereales»); Hera, que pron­ to se convertirá en la esposa de Zeus, el futuro rey de to­ dos los dioses; Poseidón, el dios del mar; Hades, el de los infiernos, y finalmente el propio Zeus, el más pequeño, que llegará a ser el rey de todos los demás... Pero cada vez, en cuanto el recién nacido sale del vientre de Rea y alcan­ za, dice Hesíodo, «las rodillas de su padre», Crono se lo traga entero de una sola vez para ponerlo a buen recaudo en el fondo de su estómago. Hay que decir que los padres de Crono, Gea y Urano, se lo habían anticipado: le predi­ jeron claramente que un día u otro uno de sus hijos le des­ tronaría y le robaría todos sus poderes. Aun así: al igual que Gea, su madre, Rea está abruma­ da por su marido. Gea había acabado por detestar a Ura­ no porque impedía a sus hijos salir de su vientre y ver la luz. Rea empieza a odiar a Crono porque, aún peor si cabe, se come a todos sus hijitos, de modo que cuando el pequeño está a punto de nacer —y te recuerdo que se trata precisamente de Zeus— Rea va a pedir consejo a sus padres, Gea y Urano: ¿cómo hacer para evitar que tam­ bién devore crudo al pequeño Zeus? Sus padres le acon­ sejan que se vaya urgentemente a Creta, concretamente a Lyctos, donde Gea, que está mejor situada que cualquiera para realizar la operación porque ella es sencillamente la tierra, resguarda al recién nacido en una gruta gigantes­ ca, oculta bajo una montaña coronada por un bosque: no hay peligro de que Crono se dé cuenta de la presencia de Zeus. En cambio, si se quiere que no sospeche nada, hay que darle algo que tragar en lugar del bebé. Entonces, Rea envuelve una piedra grande en pañales y Crono, que no parece ser amante de la buena mesa, se lo traga todo sin pestañear ni darse cuenta de nada anormal. A salvo, bien oculto de los ojos de su padre, el pequeño Zeus crece alimentado con la leche de la cabra Amal tea, 71

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de la cual se dice que ni las flechas ni las lanzas pueden traspasar su piel. Con ella Zeus fabricará su famoso escu­ do, la égida, que compartirá en alguna ocasión con su hija Atenea. Por el momento, es un adolescente sublime que pronto se convierte en un adulto resplandeciente de fuer­ za y de belleza. La conspiración forjada por Gea y Rea contra Crono prosigue así su curso. Organizan una estra­ tagema para hacer vomitar a Crono que escupe uno a uno los hijos que había tragado, empezando por el último... es decir, si has seguido bien esta historia, por la piedra que había servido de cebo para sustituir a Zeus. Y durante ese tiempo, Zeus hace algo muy hábil y muy útil siempre aconsejado por Gea, que desea que el cos­ mos se construya con todos sus hijos y nietos, sin exclu­ sión: libera a los Cíclopes que Crono, acuérdate, había dejado encadenados en el fondo de la tierra. Locos de agradecimiento, estos últimos le ofrecen tres regalos mag­ níficos, tres presentes que resultarán muy valiosos porque son los que permitirán que Zeus se convierta en el dios más poderoso y temido de todos. Le regalan el trueno, el relámpago y el rayo que ensordecen, ciegan y fulminan a todos los enemigos. Por la misma razón, Zeus tiene la in­ teligencia de liberar también a los Hecatónquiros, los fa­ mosos Cien-Brazos, hermanos asimismo de los Cíclopes y los Titanes. Eso es tanto como decir que esta liberación le va a proporcionar aliados valiosos e indispensables. En donde también se ve, de paso, todo lo que se gana con esta personalización progresiva de los dioses, que poco a poco les vuelve menos naturales, más astutos, más cons­ cientes de sus responsabilidades: por tanto, sin inteligen­ cia ni sentido de lajusticia, sin cualidades que excedan las naturales, es imposible conseguir la armonía... Como puedes figurarte, la rebelión de Zeus y de sus hermanos y hermanas —Hestia, Hera, Deméter, Posei72

El nacimiento de los dioses v del mundo

dón y Hades— contra Crono y los demás Titanes desata una guerra formidable, un conflicto del que no sabemos nada: todo el universo tiembla, el cosmos incipiente se ve amenazado con volver al caos. Se tiran montañas a la ca­ beza como tú o yo nos tiraríamos una piedra. El universo entero se estremece y amenaza el aniquilamiento. Sin em­ bargo, y esto a nosotros los mortales nos resulta inimagi­ nable, nadie puede morir durante este conflicto porque tiene lugar entre seres absolutamente inmortales. Por tanto, el objetivo no es matar, sino vencer al adversario reduciéndole a la inmovilidad. Lo que está enjuego está muy claro: se trata de evitar que el caos, el desorden ab­ soluto prevalezca sobre la posibilidad del orden, sobre el surgimiento de un verdadero cosmos. Al final, gracias al rayo que le han dado los Cíclopes y gracias también al poderío formidable de los Cien-Brazos, agradecidos a Zeus por su liberación, los dioses de la segunda genera­ ción, los que se llamarán «Olímpicos» porque hacen la guerra desde una montaña llamada Olimpo donde habi­ tarán en lo sucesivo, es decir, Zeus y sus hermanos, aca­ ban por lograr la victoria. Los Titanes caen cegados por los relámpagos y enterrados por las rocas que lanzan los Cien-Brazos, de modo que, finalmente vencidos, son en­ cadenados y encarcelados en el Tártaro oscuro y lleno de moho. Poseidón, uno de los hermanos de Zeus, constru­ ye unas puertas de bronce de gran tamaño imposibles de destruir ni abrir, y los tres Cien-Brazos se encargan de mon­ tar guardia con más celo aún, te recuerdo, que sus her­ manos Titanes cuando ellos mismos no habían tenido ningún escrúpulo en encerrarlos bajo la tierra hasta que Zeus los libera. Ahora, los Olímpicos, al menos los seis primeros, los de la generación de Zeus, están allí y allí se quedan. Pron­ to serán doce para hacer pareja con los doce Titanes y Ti73

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tánides. En efecto, Zeus tiene cinco hermanos: Hestia, la diosa del hogar y de la casa, que protege a las familias; Deméter, diosa de las cosechas y de las estaciones; Hera, la futura emperatriz que se convertirá en la esposa de Zeus; Hades, dios de los infiernos que reinara sobre el Tártaro; y Poseidón, dios de los mares y de los ríos que hace temblar la tierra con su famoso tridente. Entre los Olímpicos, es decir, entre los dioses más importantes, los que dirigen el mundo y se lo reparten entre ellos, figu­ ra también Afrodita, de la generación anterior, diosa de la belleza y del amor que ya conocemos y que nace de la es­ puma procedente del sexo cortado de Urano que se mez­ cla con la espuma del mar. Es eximida del conflicto por­ que no simboliza a Eris, la discordia. Por tanto se la puede considerar como hermana de Crono —es de su misma generación y tienen el mismo padre— y a la vez como una de las tías de Zeus. Por otra parte, en la generación siguiente a la de Zeus y sus hermanos se encuentran, cla­ ro está, los hijos de los dos señores principales del Olim­ po, Hera y Zeus: se llaman Hefesto, dios de los herreros y los artesanos, y Ares, el aterrador dios de la guerra. Luego vendrá Atenea, diosa de la astucia y de las artes, la hija preferida de Zeus que tuvo con su primera esposa, Metis. Ella también residirá en el Olimpo. También se encuen­ tran allí los dos mellizos, Apolo, el más hermoso de los dio­ ses, y Artemis, diosa de la caza, que han nacido de los amores extraconyugales de Zeus y Leto, siendo ésta hija de los dos Titanes Ceo y Febe, lo que hace que Leto sea prima hermana de Zeus. En el Olimpo se halla también Hermes, el mensajero de los dioses, el padrino de los mer­ caderes y los comunicantes, hijo de Zeus y de una ninfa llamada Maya. Y finalmente, Dioniso, el más extraño de todos los Olímpicos, dios del vino y de la fiesta, nacido también de los amores extraconyugales de Zeus con, por 74

E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

si fuera poco, una mortal, Sámele, hija del rey de Tebas, Cadmo. Debes saber que todos estos dioses del Olimpo —pero también numerosos héroes griegos como Heracles, por ejemplo, que en latín se convertirá en Hércules, y ciertos Titanes como Crono que se convierte en Saturno— reci­ birán un nuevo nombre entre los romanos que van a re­ cuperar, adaptar y desarrollar la mitología griega: Zeus se llamará Júpiter, Hestia será Vesta, Deméter = Ceres, Hera =Juno, Hades = Plutón, Poseidón = Neptuno, Afrodita = Venus, Hefesto = Vulcano, Ares = Marte, Atenea = Miner­ va, Apolo = Febo, Artemis * Diana, Hermes = Mercurio y Dioniso = Baco. Esta es la razón por la cual, a menudo hoy día, conocemos mejor a los dioses griegos por su nombre latino que por su nombre original. Pero a pesar de todo, se trata de los mismos personajes y Hércules no es otro que Heracles, así como Venus no es otra que Afrodita, et­ cétera. Por otra parte, es esencial conocer, al menos en griego, sus territorios y sus funciones, ya que ellos son los que se van a repartir el mundo y ese reparto equilibrado del conjunto del universo, reparto garantizado por la su­ premacía de Zeus, es lo que va a constituir los cimientos del orden cósmico. Además, esto permite empezar a com­ prender un poco mejor quiénes son. Con las diferentes tareas aparecen también personalidades distintas: poco a poco se va entrando en el orden de la cultura, de la políti­ ca, de la justicia; en una palabra, en una especie de huma­ nización de lo divino. Brevemente te los señalo sin entrar de momento en detalles, precisando cada vez el nombre griego y el nom­ bre latino del dios para que al menos tengas una idea y puedas seguir mejor el final de este primer relato:

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I.A SABIDURÍA DE LOS MITOS

—Zeus/Júpiter es, claro está, el rey de los dioses, el señor del Olimpo. —Hestia/Vesta, en tanto que diosa del hogar, protege a las familias y las casas. Es la primogénita de Crono y Rea, y por tanto es la primera que Crono se tragó, la última que escupió y, en consecuencia, es también una de las hermanas de Zeus. —Deméter/Ceres, diosa de las estaciones y las cosechas, hace brotar las flores, las plantas y desde luego los «cerea­ les». Tendrá una hija, Perséfone, a la que adora literalmente y que le será arrebatada por Hades antes de convertirla en su esposa. De hecho, Hades y Deméter van a compartir a Persé­ fone: cada uno de ellos la tendrá consigo durante seis meses al año. Esta es la razón por la que nada brota en invierno y otoño: Perséfone está con Hades y su madre, llena de triste­ za, no hace su trabajo. Cuando ella vuelve, en primavera, el sol regresa también y todo revive. —Hera/Juno es la «emperatriz», la esposa de Zeus. El la engaña a menudo y ella, terriblemente celosa, hostiga con odio a las numerosas amantes de su marido, pero también a algunos de sus hijos adulterinos como Heracles, cuyo nom­ bre signiñca «la gloria de Hera»: ella le pedirá, en efecto, que ejecute para gloría suya los famosos «doce trabajos», es­ perando que de paso le maten en el desempeño de una u otra prueba. Heracles no es hijo suyo, sino de Alcmena, de la que Zeus se convierte en amante tomando la apariencia de su marido, Anfitrión, lo que Hera no le perdonarájamás. Sin embargo, será una especie de lugarteniente, de segundo de Zeus en la tierra, con la misión de matar a los monstruos y ayudar así a mantener el orden cósmico. —Poseidón/Neptuno, dios del mar, es quien desata los huracanes y las tempestades golpeando el suelo con su tri­ dente. Es un dios inquietante y tendrá por hijos una canti­ dad impresionante de monstruos turbulentos. Entre ellos fi­ gura Polifemo, el cíclope a quien Ulises dejará ciego... 76

El nacimiento de los dioses y del mundo

■ —Hades/PIutón reina en los infiernos con su mujer Perséfone, la hija de Deméter. Todo el mundo lo teme en mayor o menor medida, hasta en el Olimpo. Se dice que es el más rico (plantos) de los dioses porque reina sobre la masa más nu­ merosa: la de los muertos. —Afrodita/Venus, diosa de la belleza y del amor, que po­ see todos los encantos, pero practica también todos los enga­ ños y las argucias. —Hefesto/Vulcano, dios de los herreros, de una habili­ dad diabólica en su arte, es también el dios cojo (algunos pretenden que fue arrojado desde lo alto del Olimpo por sus padres), el único que es feo, pero se ha casado con la diosa más bella, Afrodita, la cual no deja de engañarlo, entre otros con Ares. —Ares/Marte, brutal, violento, incluso sanguinario, es el dios de la guerra y uno de los principales amantes de Afrodi­ ta (que a pesar de todo tiene muchos otros). —Atenea/Minerva, es la hjja preferida de Zeus, hija de su primera mujer, Metis (diosa de la astucia). La leyenda cuen­ ta que nació directamente de la cabeza de Zeus. En efecto, Zeus decide devorar a Metis cuando se entera de que está embarazada, porque le habían predicho que si alguna vez ella tenía un hijo, éste podía, como Crono con Urano y él mismo con Crono, arrebatarle su sitio. En realidad, Metis es­ taba embarazada de una niña, Atenea, que de este modo se encuentra en el cuerpo de Zeus del que saldrá... por la cabe­ za, lo que finalmente resulta bastante lógico puesto que es la diosa de la inteligencia. Mejor dicho, es también, como su hermano Ares, una divinidad de la guerra, pero a diferencia de éste, ella aborda los conflictos con sutileza, astucia e inte­ ligencia, aunque si es necesario también sabe combadr con las armas de un modo temible. Asimismo es la divinidad de las artes y de las técnicas. Más que la parte brutal de la guerra, lo que ella simboliza es la parte estratégica. En el fondo se pare77

La sabiduría de i.os mitos

ce a su padre, Zeus, y posee, en mujer, todas sus cualidades: fuerza, belleza, inteligencia. —Apolo/Febo, el más hermoso de los dioses (para decir de un hombre que es muy guapo se dice que es un «apolo»), uno de los más inteligentes también y el más dotado de to­ dos para la música. Es el hermano mellizo de Artemis (Diana en latín), diosa de la caza. Los dos son hijos de Zeus y Leto, ella misma hija de dos Titanes (Ceo y Febe) y por tanto pri­ ma hermana de Zeus. Apolo es el dios de la luz, de la inteli­ gencia. Es también el inspirador del oráculo más famoso, el de Delfos, es decir, de esos sacerdotes que pretenden prede­ cir el futuro. En griego, Delfos significa «delfín», porque —si se creen ciertos relatos mitológicos posteriores a Hesíodo— al llegar a Delfos Apolo se transformó en delfín para atraer un barco al puerto con la intención de hacer de sus pasaje­ ros los sacerdotes de su nuevo culto. Ha matado también a un ser monstruoso al que llaman Pitón porque Apolo lo deja pudrir al sol (en griego «pudrir» se dice pythein) después de haberle cortado la cabeza. Esta especie de serpiente aterrori­ zaba a los habitantes de Delfos, y en ese lugar Apolo instalará su oráculo que por esta razón se llama «pida». —Ártemis/Diana es también hija de Zeus y de Leto. Es la hermana melliza de Apolo. Diosa de la caza, puede ser temible y cruel. Por ejemplo, un día que un joven la sorprendió mien­ tras se bañaba en un río completamente desnuda, lo transfor­ mó en ciervo e hizo que sus perros lo devorasen vivo. —Hermes/Mercurio, hijo de Zeus y de una ninfa, Maya, es el más «pillo» de los dioses. Es el mensajero de Zeus, el in­ termediario en todos los sentidos del término, lo que hace de él lo mismo dios de los periodistas que de los comercian­ tes... Muchos periódicos del mundo entero llevan su nombre (Mercure en Francia, Mercurio en Chile, Merkur en Alemania, etcétera). Ha dado su nombre a una ciencia que llaman «hermenéutica», que es la ciencia de la interpretación de los 78

El nacimiento de los dioses y del mundo

textos. Pero es también el dios de ios ladrones: de muy pe­ queño, cuando no tenía más que un día, logró robar a su hermano Apolo un rebaño entero de bueyes. Incluso tuvo la idea de conducirlos marcha atrás para que las huellas de las pezuñas indujeran a error a quienes los buscaran. Cuando Apolo descubre la ratería, el pequeño Hermes le regala un instrumento musical para ablandarlo, una lira que ha cons­ truido con el caparazón de una tortuga y unas cuerdas fabri­ cadas con las tripas de un buey. Ésta será la precursora de la guitarra, y como a Apolo le gusta la música por encima de todo, se deja enternecer por este crío tan singular... —Dioniso/Baco (o a veces también Liber Pater) es el más raro de los dioses. Se dice de él que nació del «muslo de Júpi­ ter», es decir, de Zeus. En efecto, su madre, Sémele, hija del rey de Tebas, Cadmo, y de Harmonía, hija de Ares y de Afrodita, había pedido a Zeus imprudentemente que se mostrara ante ella tal como era en realidad, con su apariencia divina y no con su disfraz de humano. Por desgracia, los humanos no soportan la visión de los dioses, sobre todo de Zeus, que es tremenda­ mente luminoso. Al verlo «de verdad», la pobre Sémele se abrasa aun cuando está embarazada del pequeño Dioniso. En­ tonces Zeus extrae el feto del vientre de su madre salvándole por muy poco antes de que ella acabe de consumirse, después lo cose dentro de su muslo y cuando llega a término sale de él: de ahí la expresión «nacer del muslo deJúpiter».

A lo largo de las páginas siguientes tendremos ocasión de volver muchas veces sobre diversos aspectos de estas leyendas de los Olímpicos. Tal vez hayas observado ya al hacer la cuenta que los doce... ¡son catorce! Esta rareza se debe al hecho de que los mitógrafos antiguos no estaban siempre de acuerdo entre ellos sobre una lista canónica de los dioses, como lo testimonian los monumentos que 79

La sabiduría de los mitos

los arqueólogos han encontrado y las diferentes listas que ellos también dan. De vez en cuando, Deméter, Hades o Dioniso no figuran entre los Olímpicos, de modo que si se cuentan todos los que se mencionan aquí o allá como tales, aunque parezca imposible hay catorce y no doce di­ vinidades. De todos modos esto no es muy grave y no cam­ bia en nada nuestra historia: lo esencial es comprender que hay dioses superiores y divinidades secundarias y que esos catorce dioses —esos de los que te acabo de dar la lista completa— son los principales, los más importantes dentro de la cosmogonía porque son los que, bajo la «égi­ da» de Zeus (es decir, bajo la protección de su famoso es­ cudo mágico de piel de cabra) tendrán bastante carácter y personalidad para repartirse el mundo y estructurar la organización del universo para construir un orden cósmi­ co magnífico. Dicho esto, estoy casi seguro de que debes empezar a sentirte perdido en esa maraña de nombres. Es normal, a mí también me ha llevado un rato acostumbrarme a esta pro­ fusión de personajes. Como en las grandes novelas poli­ ciacas, al principio son demasiado numerosos para rete­ nerlos todos de golpe... Te propongo una tabla que va a ayudarte; y tranquilo, dentro de poco los reconocerás sin la menor dificultad porque voy a contarte sus historias y a señalarte sus rasgos característicos, de modo que te llega­ rán a resultar completamente familiares... Resumamos, pues, nuestra teogonia desde el primer dios, Caos, hasta nuestros Olímpicos, siguiendo el orden cronológico de su aparición. Me ciño, claro está, a las principales divinidades, a las que desempeñan las prime­ ras funciones en la construcción del cosmos que nos inte­ resa aquí:

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E l. NACIMIENTO DE U S DIOSES V DEI. MUNDO

L is t a

d e n a c i m i e n t o d e l o s p r i n c ip a l e s d i o s e s

1. En principio están los seis primeros dioses, de los que descenderán todos los demás Caos, el abismo tenebroso y desordenado. Gea, la madre tierra, sólida y segura. Eros, el amor que hace surgir los seres a la luz. Tártaro, divinidad terrible y lugar infernal situado en la gruta más profunda de Gea, llena de oscuridad y de moho. Urano, el cielo, y Ponto, el mar, a los que Gea crea a partir de sí misma, sin ayuda de un amante o un marido. A excepción de Gea, que empieza a ser un poco una per­ sona, estos primeros dioses no son todavía verdaderos indivi­ duos dotados de conciencia ni capaces de rasgos de carácter, más bien son fuerzas de la naturaleza, elementos naturales del cosmos venidero5.

2. I j )S hijos de Geay Urano Hay tres series: En primer lugar los Titanes y sus hermanas, las Titánides: Océano, Ceo, Crío, Hiperíón, Jápeto y Crono, y en cuanto a las féminas: Tía, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis. Luego los tres Cíclopes, a los que Crono encerrará bayo tierra y que darán el rayo a Zeus cuando éste los libere: Brontes (el trueno), Estéropes (el relámpago) y Arges (el rayo). Finalmente los Cien-Brazos o Hecatónquiros: Coto, Briareo y Giges.

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L a sabiduría de io s mitos

3. I ms hijos nacidos del sexo cortado de Urano al caer, bien sobre la tierra (Cea), bien sobreel mar (Ponto)

Son hermanos y hermanas —o tratándose de Afrodita, medio hermana— de los Titanes, de los Cíclopes y de los Cien-Brazos. De nuevo hay tres linajes a los que, por tanto, añado a Afrodita. I.as Erinias, divinidades de la venganza (quieren vengar a su padre, Urano, de la afrenta que le ha infligido Crono). Sa­ bremos por los poetas latinos que son tres y que la última lleva el nombre de Megera. También se las llama Euménides, es de­ cir, «Benévolas», y los romanos les dan el nombre gráfico de Furias. Las ninfas Melias, divinidades que reinan sobre los fresnos, árboles que suministran la madera con la que, en aquella épo­ ca, se fabricaban las armas de guerra. Ix>s Gigantes, que salen de la tierra con armaduras y armas. Afrodita, diosa de la belleza y del amor que nace del sexo de Urano, pero en este caso mezclado con agua y no con tierra. Fíjate que las tres primeras divinidades —Erinias, Melias y Gigantes— son divinidades de la guerra, de la discordia, de la cual la Teogonia también hace una divinidad, Eris, una hija que Nyx ha concebido sola, sin amante masculino, mien­ tras que Afrodita pertenece al dominio no de Eris, sino de Eros, el amor.

4. Los hijos de Cronoy de su hermana, la Tüánide Rea Después de los Titanes llega la segunda generación de dioses «verdaderos», es decir, la de los primeros Olímpicos: Hestía (o Vesta en latín), diosa del hogar. Deméter (Ceres), diosa de las estaciones y las cosechas. 82

E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

Hera (Juno), la emperatriz, última esposa de Zeus. Poseidón (Neptuno), dios del mar y de los ríos. Hades (Plutón), dios de los infiernos. Zeus (Júpiter), rey de los dioses.

5. Los Olímpicos de la segunda generación Hefesto (Vulcano), dios de los herreros, hijo de Zeus y Hera. Ares (Marte), dios de la guerra, hermano de Hefesto, hijo de Zeus y Hera. Atenea (Minerva), diosa de la guerra, de la astucia, de las artes y de las técnicas, hija de Zeus y Metis. Apolo (Febo) y Ártemis (Diana), los dos mellizos, dios de la belleza y la inteligencia, diosa de la caza, nacidos de los amores de Zeus y Leto. Hermes (Mercurio), hijo y mensajero de Zeus, y cuya ma­ dre es Maya. Dioniso (Saco), dios del vino y de la fiesta, hijo de Zeus y de una mortal, Sámele.

No dudes en remitirte a este pequeño resumen cuan­ do tengas necesidad. Te será útil si has olvidado quién es quién. Ahora retomemos el hilo de nuestra narración.

El reparto original y el nacimiento de la idea del cosmos Finalmente Zeus se casa con Hera, que será para siem­ pre su última y verdadera esposa. No obstante, es necesa­ rio que sepas que él no sólo tiene innumerables aventuras 83

La sabiduría de los mitos

con otras mujeres, mortales o inmortales, sino que ade­ más ha estado casado dos veces con anterioridad. Es im­ portante, porque esos dos matrimonios denen un sentído «cósmico», un significado esencial en la construcción del mundo que nos interesa aquí. En efecto, Zeus se casa pri­ mero con Metis, y después con Temis, es decir, con la dio­ sa de la astucia o, si lo prefieres, de la inteligencia, y luego con la de la justicia. ¿Por qué Metis? Metis, la astucia, la inteligencia, es hija de Tetis, una Titánicle, y de uno de los primeros Titanes, el Océano —es decir, en la visión del mundo que se des­ prende del poema de Hesíodo, el río gigantesco que ro­ dea toda la tierra—. De Metis nos dice Hesíodo que ella sabe más cosas que todos los demás dioses y, por supues­ to, que todos los hombres mortales: es la inteligencia mis­ ma, la astucia personificada. Pronto se queda embaraza­ da: espera una hija de Zeus, la futura Atenea, que será precisamente la diosa de la astucia, la inteligencia, de las artes y de la guerra, todo al mismo tiempo —pero como te he dicho, de la guerra estratégica y táctica antes que de los conflictos brutales y violentos que le estarán reserva­ dos a Ares—. Los abuelos de Zeus, Gea y Urano que, te recuerdo, han evitado que Crono lo devore sugiriendo a Rea, su madre, que lo escondiera en una gruta enorme, advierten de nuevo a Zeus de los peligros que le esperan: si un día Metis tiene un hijo, también destronará a su pa­ dre, como Crono hizo con Urano... y el propio Zeus con Crono. ¿Por qué? Hesíodo no nos lo dice, pero se puede suponer que el hijo de Zeus y Metis estará dotado forzosa­ mente de las cualidades de sus dos progenitores: la fuerza más grande, o sea, la del rayo, y a la vez una inteligencia semejante a la de su madre, es decir, superior a la de los demás Inmortales y mortales. Así pues, desconfía: ese crío puede ser un adversario absolutamente temible, incluso

E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DE1. MUNDO

para el rey de los dioses. De paso, fíjate en que los griegos no son tan misóginos o «antimujeres» como a veces se pre­ tende: con frecuencia es la mujer la que encarna la inteli­ gencia, sin que por ello se vea desprovista de otras cuali­ dades, incluidas las que son signo de capacidades físicas. Sea como fuere, para evitar tener un hijo que lo des­ trone, Zeus decide, sencillamente, devorar a su mujer (decididamente es una manía de familia...), la desdicha­ da Metis. Una leyenda posterior cuenta que, además de la facultad de obrar con astucia, Metis posee la capacidad de cambiar de forma y apariencia a voluntad. Puede trans­ formarse cuando quiera en objeto, en animal. Zeus va a hacer exactamente como el gato con botas frente al ogro: recuerdas que en este cuento de hadas el gato pide al ogro que se transforme en león, lo que le espanta terri­ blemente. Luego, con cara de no haber roto nunca un plato, le invita a transformarse en ratón... para saltarle rá­ pidamente encima y comérselo. Zeus hace lo mismo: pide a Metis que se transforme en una gota de agua... y ense­ guida se la bebe. En cuanto a Atenea, la hija de la que Metis está encinta en el momento en que Zeus se la traga, va a nacer, como te he dicho, directamente de la cabeza del rey de los dioses. Va a salir de su cráneo para ser, a imagen de su padre, la diosa más temible en combate y a la vez la más inteligente. Dicho esto, no olvides un detalle importante en toda esta historia: devorar no quiere decir comer, masticar, despedazar. Lo que se devora no sólo sigue con vida, sino que no se estropea. Lo mismo que los hijos de Crono si­ guen vivos en el vientre de su padre —la prueba: cuando Crono vomita, salen enseguida sanos y salvos—, lo mismo Metis, en cuanto Zeus la devora, sigue tan viva y, si puede decirse, en buen estado. Esta idea se encuentra también en nuestros cuentos, por ejemplo, en Los tres cerditos, o los 85

I jv sabiduría nt: tjos Mrros

siete cabritos que, aunque devorados por el lobo, salen vivos y en absoluto heridos en cuanto se abre el vientre del malvado animal. En este caso, tratándose de Metis, el hecho de devorarla significa, simbólicamente, que Zeus va a dotarse a sí mismo, mediante esta estratagema, de to­ das las cualidades que sin duda habría tenido el hijo que habría nacido de su unión con Metis. Tiene la fuerza que le han otorgado los Cíclopes regalándole el trueno, el re­ lámpago y el rayo, pero asimismo, gracias a Metis oculta en lo más profundo de él, posee en adelante una inteli­ gencia superior a todas las demás de este mundo e inclu­ so fuera del mundo. Este es el motivo por el cual, en lo sucesivo, Zeus es imbatible —porque es el rey de los dioses, porque es a la vez el más fuerte y el más inteligente, el más brutal si es nece­ sario, pero también el más sabio—. Yes precisamente esta sabiduría lo que va a llevarle a practicar, a diferencia de su abuelo Urano y de su padre Crono, la mayorjusticia en la organización deljovencísimo cosmos y en el reparto de los honores y de los cargos que corresponden a cada uno de los que le han ayúdenlo a vencer a la generación de los primeros dioses, la de los Titanes. Este punto es absolutamente crucial en la mitología: la justicia siempre acaba ganando porque en el fondo no es más que una manera de ser fiel al orden cósmico, de ajus­ tarse a él. Siempre que alguien lo olvida, cada vez que va contra el orden, este último acaba levantándose contra él y abatiéndolo. Ya se perfila sutilmente una hermosa lec­ ción de vida: sólo un orden justo es viable, la injusticia siempre es provisional. Esta es la razón por la cual, después de haberse casado con Metis y de habérsela, por así decirlo, incorporado —en sentido propio: puesta a salvo dentro de su propio cuerpo—, Zeus toma una segunda esposa, tan importante 86

El nacimiento de i.os dioses y del mundo

como la primera para ayudarle a conservar el poder en el seno del orden cósmico incipiente: a saber, Temis, lajusticia. Temis es una de las hijas de Urano y de Cea; es, pues, una Titánide. Con ella, Zeus tendrá hijos que simbolizan también a la perfección las virtudes necesarias para cons­ truir y luego mantener un orden cósmico armonioso y equilibrado —lo cual, te recuerdo, es el objetivo de toda esta historia que narra la forma en la que se pasa del caos inicial a un orden cósmico viable y magníficamente bien organizado—. En efecto, entre sus hijos está Eunomia, lo que en griego significa «la buena ley», Diké, es decir, la justicia entendida en el sentido de un reparto justo de las cosas. Están también esas divinidades que se denominan las «Moiras», es decir, las diosas del destino: su tarea es la de repartir los bienes y los males entre los mortales, pero también deciden el tiempo de vida que le corresponde a cada uno6. A menudo se ayudan para realizar este repar­ to según el azar, es decir, según lo que para los griegos es también una forma suprema de justicia: después de lodo, ante un sorteo todos somos iguales, no hay privilegios, ni prebendas, ni enchufes como se dice vulgarmente... Y lue­ go hay también una serie de diosas cuyos nombres evocan la armonía. Son, por ejemplo, las tres Gracias, el Esplen­ dor, el Buen Humor y la Fiesta... Se comprende así bastante bien lo que significa este segundo matrimonio: del mismo modo que no es posilfle ser el rey de fos dioses y el señor del mundo solamente por lafuerza bru­ ta, sin el auxilio de la inteligencia que Metis simboliza, igual­ mente resulta imposible asumir esta tarea sin justicia, en ausen­ cia, pues, de Temis, esta segunda esposa que le va a proporcionar tanta ayuda como la primera. Al contrario que Urano y Crono —su abuelo y su padre respectivamente—, Zeus com­ prende que hay que ser justo para reinar. Incluso antes del fin de la guerra contra los Titanes, ya les ha hecho una 87

La sabiduría de los mitos

promesa a todos los que quieran unirse a él en el combate contra los primeros dioses: el reparto del mundo se hará con toda justicia, de manera armoniosa y equilibrada. Los que ya tengan privilegios los conservarán, y los que no los ten­ gan los recibirán. Hesíodo informa en estos términos de la decisión to­ mada por Zeus: El Olímpico, dueño del relámpago, pidió a todos los dio­ ses inmortales que fueran a las alturas del Olimpo y les dijo que a aquellos que se pusieran de su lado para combatir a los Titanes no les retiraría sus privilegios, cualesquiera que fuesen, sino que, al contrario, cada uno de ellos conservaría como mínimo los honores que ya tenía en propiedad entre los dioses inmortales. Y Zeus añadió que todos los que no tuvieran honores propios ni privilegios a causa de Crono obtendrían honores propios y privilegios como lo manda la justicia (Tetnis). En otras palabras, Zeus propone a todos los dioses re­ partir equitativamente los derechos y las obligaciones, las misiones y los honores que más tarde tendrán que rendir los hombres en forma de cultos y sacrificios —los dioses griegos adoran que les adoren y sobre todo les gusta apre­ ciar el buen olor de la carne asada que los humanos prepa­ ran para ellos en el transcurso de las hermosas «hecatom­ bes» , es decir, los hermosos sacrificios—. En la continuación del texto, Hesíodo cuenta cómo Zeus se plantea recom­ pensar tanto a los Cien-Brazos y a los Cíclopes como a aque­ llos Titanes que, a semejanza de Océano, no se alíen con Crono en su contra. En efecto, Océano ha tenido el acierto de ordenar a su hija Estige, diosa que es también el río de los infiernos (una vez más, una divinidad coincide con un fragmento de orden cósmico), que se acerque al campa88

E l. NACIMIENTO OE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

mentó de Zeus con sus hijos Crato y Bía, el poder y la fuer­ za. Como recompensa, Éstige será venerada eternamente y sus dos hijos tendrán el insigne honor de quedarse en todo momento al lado de Zeus. Sin ahondar en los detalles, esta escena significa que Zeus ha comprendido que para insti­ tuir un orden duradero es necesario que ese orden cósmi­ co se fundamente en lajusticia: hay que atribuirá cada uno su partejusta y sólo a ese precio el equilibrio encontrado será estable. Hace falta justicia e inteligencia para conservar el poder además de la fuerza: no sólo los Cíclopes y los Cien-Brazos, sino también Temis y Metis.

El nacimiento de Tifón y su guerra contra Zeus: una amenaza máxima, pero también una oportunidad de integrar el tiempo y la vida en un orden, alfin equilibrado Podría creerse que se habían acabado las guerras. Nada de eso, por desgracia, y todavía le espera a Zeus un adversario temible: se trata de Tifeo o Tifón (Hesíodo le da los dos nombres), que Gea engendra con el terrible Tártaro. De todos los monstruos es el más espantoso: ima­ gina que de sus hombros brotan cien cabezas de serpien­ te que arrojan fuego por los ojos. Además, posee algo más terrorífico todavía, si cabe, pues de sus cabezas salen soni­ dos increíbles. Puede imitar todas las lenguas, hablar a los dioses con sonidos inteligibles e igualmente emitir el mu­ gido del toro, el rugido del león o, peor todavía (pues el contraste es horroroso), los gañidos adorables de un pe­ rrito. En suma, ese monstruo contiene mil facetas —lo que simbólicamente significa que está próximo al caos— y si, como señala Hesíodo, ganara el combate contra Zeus para el que se prepara, tomara el poder sobre el mundo y se convirtiera en el señor de los mortales y los Inmortales, 89

La

sa b id u r ía

DE LOS MITOS

nunca se podría hacer nada contra él. La catástrofe que se perfila es fácil de adivinar: con Tifón, triunfarían las fuerzas caóticas sobre las del cosmos, el desorden sobre el orden, la violencia sobre la armonía... Dicho esto, ¿por qué Tifón? ¿Cómo explicar que Gea, que siempre tomó partido por Zeus, que lo salvó de su padre Crono, que le advirtió del riesgo de tener un hijo que le destronaría a su vez y le sugirió devorar a Metis, esa misma Gea que le aconsejó además, de manera harto jui­ ciosa, liberar a los Cíclopes y los Cien-Brazos si quería ga­ nar la guerra contra los Titanes, por qué entonces esta simpática abuela querría ahora peijudicar a su nieto lan­ zando contra él a un monstruo espantoso que ella habría fabricado a propósito con el horrible Tártaro? No está claro. Además, Hesíodo no nos dice nada, absolutamente nada de las motivaciones de la tierra. Sin embargo se pueden aventurar dos hipótesis que parecen al menos verosímiles: la primera, la más eviden­ te, es que Gea no está satisfecha de la suerte que Zeus ha reservado a sus primeros hijos, los Titanes, encerrándolos en el Tártaro. Aun cuando no los defiende siempre, al fin y al cabo son hijos suyos y no puede aceptar sin rechistar la suerte terrible que les está reservada. Sin duda, pero esta forma psicologizante de presentar las cosas no es muy satisfactoria: aquí se trata de un asunto serio, de la cons­ trucción del mundo, del cosmos, y a este nivel los estados de ánimo no se tienen en cuenta. Una segunda hipótesis es mucho más creíble: si Gea fabrica a Tifón contra Zeus es porque el equilibrio del cosmos no es perfecto en tanto que las fuerzas del desorden y del caos no estén canali­ zadas. Desatando un nuevo monstruo, en realidad dará a Zeus la oportunidad de integrar definitivamente los elementos caóticos en el orden cósmico. Por lo tanto, en este relato mito­ lógico no se trata sólo de la conquista del poder político, 90

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como se ha dicho con tanta frecuencia, sino de cosmolo­ gía. Lo que Tifón encama es también el tiempo, la gene­ ración, la historia y la vida. Hay que unir cosmos y caos, sin duda es lo que desea Gea, pues si sólo nos atenemos a las «fuerzas del orden», el mundo entero estaría anquilosado y des­ provisto de vida. La narración de Hesíodo del combate que enfrenta a Tifón con los Olímpicos es crucial, aunque bastante bre­ ve y poco detallada: sólo nos enteramos de que el comba­ te es terrorífico, de una violencia inaudita, que la tierra tiembla hasta el Tártaro, de tal modo que el propio Ha­ des, dios de los infiernos que habita en lo más profundo de las tinieblas, siente miedo, así como los Titanes, y Crono el primero, que están encerrados en ese infiemo desde que perdieran la guerra contra los Olímpicos. Nos ente­ ramos también de que bajo el efecto del rayo de Zeus y del fuego escupido por Tifón, la tierra se incendia, se transforma en lava y corre como metal fundido. Desde luego, todo esto tiene un sentido: en opinión del poeta, se trata de sugerir a sus lectores que lo que está enjuego en esta lucha terrible no es otra cosa que el mismísimo cosmos. Con Tifón están amenazados la armonía y el or­ denamiento de todo el universo. Pero al final Zeus es el vencedor gracias a las armas que le han regalado los Cí­ clopes: el trueno, el relámpago y el rayo. Una a una las cabezas de Tifón caen fulminadas y el monstruo infernal es enviado allí donde debe estar: ¡en el infierno! Con toda razón, Jean-Pierre Vernant insiste en que no en vano el breve relato de Hesíodo fue enriquecido y dra­ matizado por los mitógrafos posteriores. Dado que lo que está enjuego en esta úldma etapa de la construcción del mundo es esencial —se trata de saber quién, el caos o el orden, va a salir finalmente victorioso, pero también de comprender cómo puede integrarse la vida al orden y el 91

U SABIDURÍA DF. I jOS m it o s

tiempo al equilibrio eterno—, lo normal era que el tema se enriqueciera en el transcurso de los años. Si Tifón gana, la edificación de un cosmos armonioso y justo toca a su fin. Si por el contrario es Zeus quien obtiene la victoria, la justicia reinará en el universo. Con semejante envite en el punto de mira, hubiera sido verdaderamente sorpren­ dente, e incluso lamentable, no dar una versión más sus­ tanciosa de este conflicto, en cierto modo más anhelante y dramática que la de Hesíodo, un poco anodina (todo hay que decirlo). Los mitógrafos tardíos se lo pasaron en grande y es interesante seguir el resultado de esos enri­ quecimientos sucesivos en dos obras que, cada una en su género, se han esforzado en hacer la síntesis de los relatos mitológicos anteriores. El primero de estos libros se llama la Biblioteca de Apolodoro. Es necesario decir unas palabras acerca de su título y también de su autor, pues tendremos ocasión de encon­ trarlos a menudo y pueden prestarse a confusión. En pri­ mer lugar, estoy seguro de que para ti una «biblioteca» no es un libro... sino más bien el lugar—el mueble o la sala— donde se tienen los libros. Por otra parte, si nos referimos al origen de la palabra, tienes toda la razón: en griego, la palabra théké designa «cofre» o «caja» donde se «guarda» algo, en el caso de los libros (biblios). Sin embargo, en la Antigüedad, el término «biblioteca» se utilizaba con fre­ cuencia en sentido figurado para designar un recopilatorio que, a imagen del mueble, reúne en él todo lo que se pue­ de saber por los libros sobre un mismo tema. Esto es exac­ tamente lo que hace la Biblioteca de Apolodoro: en ella se encuentra una especie de resumen de todo el saber mitoló­ gico disponible en su época. Es, pues, un libro que reúne en él muchos otros libros y por eso lo han equiparado a una «biblioteca». Segunda dificultad: durante mucho tiem­ po se creyó que esta obra, muy útil para conocer mejor los 92

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mitos griegos, había sido escrita en el siglo 11 a.C. por un tal Apolodoro de Atenas, un erudito apasionado de la gramá­ tica y la mitología. Hoy día se sabe que no hay nada de eso, que la Bibliotecafue redactada sin duda hacia el siglo ü, pero no antes, sino después de Cristo, por un autor que no es este Apolodoro y del que en realidad ignoramos todo. Y como no sabemos nada de él y ya nos hemos acostumbra­ do, seguimos, a falta de algo mejor, llamando a este libro la «Biblioteca de Apolodoro»... aun cuando no se trate de una biblioteca ni sea de Apolodoro. Bueno, es un poco compli­ cado pero la historia lo quiere así y yo prefiero decirte las cosas como son. La obra no es por ello menos extraordina­ riamente valiosa para nosotros, ya que su autor, quienquie­ ra que sea, tuvo acceso a unos textos, hoy día perdidos, de los que no guardamos recuerdo más que gracias a él. Pero volvamos a nuestro relato y a la versión que ofrece nuestro «pseudo» (falso) Apolodoro. Este mantiene el sus­ pense mucho más que Hesíodo. Lo que en teatro se deno­ mina la «dramaturgia», es decir, la puesta en escena de la acción, es aquí más intensa porque en un primer momen­ to, al contrario de lo que cuenta Hesíodo, es Tifón el que consigue vencer a Zeus. Por una vez, el desdichado ha «per­ dido los nervios» en el sentido literal del término. En efec­ to, como sabes, Tifón es absolutamente monstruoso, tan espantoso que, al verlo, los propios dioses del Olimpo son presas del pánico. Huyen hacia Egipto y para pasar des­ apercibidos y escapar a los golpes de Tifón se transforman en animales (lo cual, hay que confesarlo, no es especial­ mente glorioso para unos Olímpicos...). Sin embargo, Zeus mantiene el tipo. Valiente como es, ataca a Tifón con su rayo, pero también con una hoz —sin duda la que utilizó su padre, Crono, para cortarle los genitales al pobre de Urano—. Pero Tifón desarma a Zeus y volviendo la hoz contra él logra cortarle los tendones de los brazos y de las 93

La sabiduría ok io s mitos

piernas, de modo que el rey de los dioses, claro está, no muere —eso es imposible porque es inmortal— pero que­ da reducido a un estado vegetal. Incapaz de moverse, yace en el suelo como una auténtica ruina y además bien custo­ diado: Delfine, una mujer-serpiente espantosa al servicio de Tifón, le tiene sometido a una estrecha vigilancia. Por fortuna, Hermes está ahí y, como verás, no en bal­ de es también el dios de los ladrones. Entonces va a con­ tar con la ayuda de un tal Egipán —sin duda otro nombre del dios Pan, uno de los hijos de Hermes conocido como el dios de los pastores y los rebaños—. Se dice también que es el inventor de una flauta hecha de siete cañas, flau­ ta a la que llamó «siringa», por el nombre de una ninfa, Siringe, de la que se había enamorado pero que se trans­ formó en caña para escapar a su acoso... Con la dulce mú­ sica que sale de esta flauta, Pan logra distraer la atención de Tifón, momento que Hermes aprovecha para birlar los divinos tendones y apresurarse a ponerlos en su sitio dentro del cuerpo de Zeus. Puesto de nuevo en pie, este último reanuda el combate y se lanza en persecución de Tifón con su rayo. Pero aún le es indispensable una ayuda exterior. Las tres Moiras —hijas de Zeus y divinidades que controlan el destino de los hombres pero a veces también el de los dioses, pues siendo el destino la ley del mundo, es incluso superior a los Inmortales— tienden una tram­ pa al monstruoso Tifón: le hacen comer unas frutas ase­ gurándole que le harán invencible. En realidad, son dro­ gas que aniquilan sus fuerzas, de modo que al final Zeus vence a un Tifón debilitado que será derrotado y encerra­ do bajo un volcán, el Etna, cuyas erupciones son el signo de los últimos sobresaltos del monstruo terrorífico. Para enseñarte cómo narraban estos mitos en aquella época —siglo ii— voy a citar el texto del propio Apolodoro. Luego veremos cómo, tres siglos después, la misma 04

El nacimiento de los dioses y dfi. mundo

historia contada por otro mitógrafo de nombre Nono se enriquece y desarrolla considerablemente. Tras recordar que Gea está indignada por la forma en que Zeus ha tratado a sus primeros hijos, nuestro falso/ pseudo Apolodoro nos ofrece el siguiente relato (como siempre, pongo mis propios comentarios entre paréntesis y en cursiva): Gea, aún más irritada, se une a Tártaro y en Cilicia da a luz a Tifón, en el que se mezclaban la naturaleza del hom­ bre y la del animal. Por su tamaño y fuerza superaba a todos los hijos de Gea. Hasta los muslos tenía forma humana pero era tal su envergadura que sobrepasaba todas las montañas e incluso a menudo su cabeza tocaba los astros. Sus brazos extendidos alcanzaban uno el poniente y el otro el oriente y de sus brazos salían cien cabezas de serpiente. A partir de los muslos, su cuerpo no era más que un entrelazado de ví­ boras enormes que extendían sus anillos hasta su cabeza y lanzaban potentes silbidos. Sobre su cabeza y sus mejillas flotaban al viento unas crines sucias. Sus ojos lanzaban una mirada de fuego. Tales eran el aspecto y el tamaño de Tifón cuando atacó al mismo cielo lanzando contra él rocas en­ cendidas, en una mezcla de gritos y silbidos, mientras su boca escupía potentes remolinos de fuego. Viéndole alzarse contra el cielo, los dioses se exilaron en Egipto donde, per­ seguidos por él, tomaron la forma de animales. Mientras Ti­ fón estaba lejos, Zeus le lanzaba sus poderosos rayos, pero cuando estuvo cerca lo atacó con la hoz de acero y lo persi­ guió en su huida hasta el monte Casio, que domina Siria. Allí, al verlo cubierto de heridas, entabló el cuerpo a cuer­ po, pero Tifón, enrollando sus anillos a su alrededor, lo in­ movilizó, le arrebató la hoz y le cortó los tendones de las manos y de los pies. Entonces, Tifón levantó a Zeus sobre sus hombros, lo transportó a través del mar hasta Cilicia y al

L a sabiduría de los mitos

llegar a la cueva Coricia (nombre de la gruta donde vivía) allí le depositó. También ocultó allí los tendones escondiéndolos en una piel de oso. Confío la custodia a la dragona Delfíne, mitad animal y mitad mujer. Pero Hermes y Egipán hurta­ ron furtivamente los tendones y se los reajustaron a Zeus sin ser vistos. Cuando hubo recobrado su fuerza, Zeus se lanzó de repente desde el cielo en un carro tirado por caballos alados y con su rayo persiguió a Tifón hasta el monte deno­ minado Nisa (también en este monte nacerá Dioniso, cuyo nombre significa «el dios de Nisa») donde las Moiras engañaron al fu­ gitivo: le convencieron para que comiera los frutos efímeros diciéndole que le fortalecerían. Así pues, de nuevo perse­ guido, llegó a Tracia y en el combate que se entabló cerca del monte Hemo se puso a lanzar montañas enteras. Pero como el rayo las relanzaba sobre él, un raudal de sangre pronto inundó la montaña: se dice que por eso este monte recibió el nombre de Hemo —el «monte sangrante»—. Como Tifón seguía huyendo a través del mar de Sicilia, Zeus le echó encima el monte Etna que está en Sicilia. Es una montaña enorme de donde brotan, todavía hoy, erupciones de fuego que, según se dice, son restos de los rayos lanzados por Zeus7. Este texto te muestra bastante bien cómo debían con­ tarse en aquella época estas historias míticas. Hay, en efec­ to, suficientes detalles «picantes» como para que los narra­ dores —los «aedos», como se les llamaba en Grecia— hayan podido encontrar material para adornar una trama de base con el fin de tener a su público en vilo. Encontramos un texto bastante análogo pero infinita­ mente más desarrollado y enriquecido de anécdotas y múltiples diálogos de nuestro segundo autor, Nono de Panópolis, en una obra mitográfica larga titulada LasDionisiacas, que dedica sus dos primeros cantos al combate 96

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entre Tifeo y Zeus. A Nono se le conoce sobre todo por ser el autor de este poema épico consagrado fundamen­ talmente, como su título indica, a las aventuras de Dioniso. Su obra está redactada en griego, en el siglo v d.C., así pues tres siglos después de la Biblioteca de Apolodoro y doce siglos después de las obras de Hesíodo, lo que te da idea del tiempo que ha sido necesario para constituir lo que hoy día leemos bajo la rúbrica «mitología griega» como si se tratara de una sola obra, cuando se trata de una recopilación de numerosos relatos. Este texto de Nono nos es muy valioso porque constituye una verdadera mina de información sobre los mitos griegos. A pesar de todo, aquí la historia es un poco distinta del relato de Apolodoro. Sobre todo es, como podrás com­ probar por ti mismo, más rica, más intensa y más dramáti­ ca. Porque Nono no deja de subrayar, con un lujo de deta­ lles que nos da información muy útil sobre cómo podrían comprenderse estos mitos en su época, los envites «cósmi­ cos» del conflicto. Con él, está muy claro que la supervi­ vencia del cosmos depende del resultado de la batalla: si vence Tifón, todos los dioses del Olimpo se convertirán definitivamente en esclavos del que ocupe el sitio de Zeus, incluso al lado de su esposa Mera, que Tifón no deja de codiciar y desea arrebatar al actual señor del Olimpo. Veamos más de cerca cómo han ocurrido las cosas se­ gún él. Como cuenta Apolodoro, a la vista de Tifón los dioses del Olimpo fueron presas del pavor y huyeron absoluta­ mente enloquecidos. Y, ahí también, Zeus «pierde los ner­ vios»: Tifón le arranca los tendones y los esconde en un lugar que mantiene en secreto. Pero aquí ya no es a Hermes a quien corresponde desempeñar los primeros pape­ les en la victoria de Zeus. El propio Zeus ideará un plan de batalla y para ponerlo en marcha convocará a Eros, el 97

La sabiduría de los mitos

confidente de Afrodita, y a Cadmo, el rey astuto, funda­ dor legendario de la ciudad de Tebas y hermano de la hermosa Europa, que Zeus acaba de raptar metamorfoseado en toro. Para recompensar a Cadmo por los servi­ cios que le va a prestar, Zeus promete darle en matrimo­ nio a la arrebatadora Harmonía, que no es otra que la hija de Ares, dios de la guerra, y de Afrodita. También le promete, honor supremo entre todos, la asistencia de los dioses del Olimpo a su boda (fíjate de paso cómo se en­ tremezclan todas estas historias: una de las hijas de Cad­ mo y Afrodita, Sémele, se enamorará de Zeus y será la ma­ dre de su hijo Dioniso). La estratagema imaginada por Zeus merece que se le preste atención: es bastante significativa del envite cósmi­ co de su lucha contra Tifón. En efecto, Zeus pide a Cad­ mo que se disfrace de pastor. Provisto de la siringa de Pan, esa flauta fabulosa de donde salen unos sonidos maravi­ llosos, y ayudado por Eros, toca una música tan dulce y cautivadora que Tifón cae bajo su hechizo. Entonces Ti­ fón promete miles de cosas a Cadmo —entre otras la mano de Atenea— para que siga tocando y sea el músico en su futura boda con Hera, la esposa de Zeus, con quien piensa casarse una vez que haya derrotado a su ilustre ma­ rido. Seguro de su jugada, Tifón cae en la trampa y se duerme mecido por los sonidos de la siringa. Cadmo pue­ de entonces recuperar los tendones de Zeus, que los re­ pone y de nuevo está listo para lograr la victoria. Como te he dicho, esta versión está llena de sentido: es especial­ mente notable que sea la música, el arte cósmica entre todas ya que reposa totalmente sobre el ordenamiento de los sonidos que deben, por así decirlo, «rimar» entre ellos, la que salve el cosmos. Lo que subraya el hecho de que el precio de la victoria para Cadmo sea, precisamente, la mano de la propia Harmonía. 98

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Una vez más, prefiero citarte el texto original para que entiendas por ti mismo los términos que Zeus utiliza para invitar a Cadmo y a Eros a ejecutar la trampa que tienden a Tifón: Querido Cadmo, toca la siringa y el cielo volverá a ser se­ reno. Si tardas, el cielo gemirá bajo el látigo, pues Tifón se ha armado con mis flechas celestiales... (además de los tendones de Zeus, Tifón le ha robado el rayo, el relámpago y el trueno y, como sospechas, Zeuspretende recuperarlos también cuanto antes). Hazte vaquero por una sola aurora y mediante la música embelesa­ dora de tu flauta pastoral salva al pastor del cosmos (es decir, Zeus, elseñordel Olimpo que habla aquídesí mismoen terceraperso­ na). Mediante la melodía de tu siringa zalamera, hechiza el espíritu de Tifón. Yo, como precio justo a tus esfuerzos, te daré una doble recompensa: haré de ti conjuntamente el sal­ vador de la armonía universal y el esposo de Harmonía. Ytú, Eros, semilla primera y principio de las uniones fecundas, tiende tu arco y el cosmos no irá más a la deriva (pues Tifón, hechizado no sólopor la música sino también por lasflechas de. Eros, caerá en la trampa que los dos compadres le han tendido, b que per­ mitirá salvar el cosmos). Aunque parezca imposible, Tifón tiene a todo el cos­ mos amenazado de destrucción y se trata de salvarlo, a través de Zeus, mediante la armonía de la música que la diosa Harmonía consagrará casándose con Cadmo. Así pues, Cadmo toca su flauta y Tifón, la bestia enorme, cae bajo el hechizo, como una modistilla cualquiera. Como ya te dije, hace mil promesas a Cadmo para que vaya a cantar su victoria el día de su boda con la esposa de su enemigo. Entonces Cadmo actúa con astucia: afirma que con otro instrumento musical, la lira, un instrumento de cuerda, puede hacerlo mucho mejor todavía que con la 99

La sabiduría de los mitos

flauta de Pan. Incluso logrará superar a Apolo, el dios de los músicos. Sólo necesitaría unas cuerdas a medida, cuer­ das hechas, si fuera posible, de tendones divinos lo bas­ tante resistentes para poder lo que se dice tocar de ver­ dad. La lira es, en efecto, un instrumento armónico: con ella, a diferencia de lo que ocurre con una simple flauta, pueden tocarse varias cuerdas al mismo tiempo y, en con­ secuencia, ejecutar unos acordes que «ensamblan» vanos sonidos distintos. Así pues, la lira parece un instrumento más armonioso y, en este sentido, más «cósmico» de lo que podría ser la flauta, sean cuales sean sus méritos (ve­ rás que encontraremos esta misma oposición entre los instrumentos melódicos y los instrumentos armónicos en el mito de Midas). Desde luego, la estratagema que inven­ ta Cadmo aspira a recuperar los nervios de Zeus: Ycon una señal de sus terribles cejas, Tifón asiente; agita sus bucles y su cabellera, escupiendo veneno de víbora que derrama sobre las montañas. Yenseguida corre a su cueva, coge los nervios de Zeus y entrega al astuto Cadmo, como obsequio de hospitalidad, esos nervios caídos antaño al sue­ lo durante el combate contra Zeus. Yel falso pastor le agra­ dece ese don divino. Palpa con cuidado los nervios y con el pretexto de que hará las cuerdas de su lira más tarde, escon­ de en el hueco de una roca esta provisión que guarda para Zeus, el asesino del Gigante. Luego, con un tono modera­ do, los labios cerrados, y apretando los tubos que forman su flauta, pone una sordina para hacer la música más suave to­ davía. YTifeo aguza la muldtud de sus oídos. Escucha la ar­ monía sin comprender. El Gigante se halla bajo el hechizo: el falso pastor le embauca con su siringa y con ella finge con­ tar la huida de los dioses, pero es la futura victoria de Zeus, muy próxima, lo que celebra. A Tifón, sentado a su lado, le canta la muerte de Tifón. 100

E l. NACIMIENTO DE IO S DIOSES V DEL MUNDO

En cuanto Zeus se pone de pie, la guerra retoma su cur­ so que más que nunca amenaza el orden cósmico entero: Bajo los proyectiles del Gigante, la tierra se agrieta y sus flancos, desnudos, liberan una vena líquida: de la sima entre­ abierta mana el arroyo que brota de los canales subterráneos que vierten el agua retenida en el seno descubierto del suelo. Ylas rocas lanzadas caen en torrentes de piedra desde lo alto del aire. Se hunden en el mar... De estos proyectiles terrestres nacen nuevas islas cuyas canillas se plantan espontáneamente en el mar para echar en él raíces... Entonces, los cimientos inmutables del cosmos vacilan bajo los brazos de Tifón... Los lazos de la armonía indisoluble se disuelven... De manera preciosista para ayudamos a comprender el sentido de este relato, la diosa Victoria, que acompaña a Zeus y que sin embargo es una descendiente directa de los Titanes, declara, espantada, al señor del Olimpo: Aunque me ponen el nombre de Titánide (es decir, hija de Titán) no quiero ver a los Titanes reinar en el Olimpo, sino que quiero que seáis tú y tus hijos. Lo que una vez más indica perfectamente lo que se juega en el conflicto: si gana Tifeo, triunfarán las fuerzas del caos, las que animan los primeros dioses, y el cosmos será aniquilado definitivamente. Por lo demás, Tifón no lo oculta cuando se lanza a la batalla, como se ve por la manera con la que moviliza a «sus tropas», es decir, en este caso los innumerables miembros que forman su pro­ pio cuerpo. No duda en encargarles la destrucción del or­ den e incluso en declarar alto y claro que al terminar el conflicto liberará a los dioses del caos que Zeus encerró 101

LA SABIDURIA DF. LOS MITOS

en el Tártaro, empezando por Adas, uno de los hijos del Titán Jápeto, que se supone lleva sobre su espalda todo el cosmos, así como a Crono: Oh brazos, golpead la morada de Zeus, estremeced los cimientos del cosmos con los Bienaventurados, romped el divino cerrojo del Olimpo que se mueve por sí mismo. Tirad abajo el pilar del Éter; que en esta conmoción Adas escape y abandone el orbe tachonado de estrellas del Olimpo sin te­ mer la trayectoria circular... YCrono, el devorador de carne cruda (no olvides que se come a sus propios hijos...), también es de mi sangre (todos son, en efecto, descendientes de Ceay de divinida­ des «caóticas»): para hacer de él mi aliado lo voy a llevar de nuevo a la luz desde los abismos subterráneos y a desatar las cadenas que lo oprimen (como Zeus lo ha hecho con los Cíclopesy los Hecatónquiros: Tifeo ha comprendido que también él necesita ha­ cerse aliados). Voy a hacer que los Titanes regresen al Éter (es decir, al cielo luminoso que contrasta con las tinieblas del Tártaro); y voy a conducir a los Cíclopes, esos hijos de la tierra, bajo mi techo, en el cielo, y les haré fabricar otras flechas de fuego, pues necesito muchos rayos porque tengo doscientas manos para combatir y no sólo dos como el Crónida (es decir Zeus; crónida significa sencillamente «hijo de Crono»). Observa cómo se ha transformado la historia desde Apolodoro, pero también cuán lógicas y significativas son las transformaciones. Por ejemplo, Pan ya no es el personaje clave, sino Cadmo. Sin embargo, puedes ver que se parecen como hermanos: Pan es el dios de los pastores y el inventor de la siringa. Ahora bien, C^admo se disfraza de pastor y gra­ cias a la siringa triunfará sobre Tifón. Uno puede imaginar bastante bien cómo, a lo largo de los relatos que debían transmitirse más a menudo tanto por vía oral como por es­ crito, fueron posibles tales transformaciones. 102

El nacimiento oe los oioses y dei. mundo

Al final, por supuesto, como en el relato de Hesíodo y el de nuestro falso Apolodoro, la victoria corresponde a Zeus. Aunque dentro del mismo espíritu, Nono insiste más que los otros en la armonía recuperada, en la restauración del orden cósmico que tanto se echó a perder durante el con­ flicto. Los pedazos de tierra así como los astros del cielo re­ cuperarán su lugar y la naturaleza los unirá armoniosamen­ te para formar un auténtico cosmos: Finalmente, la gerente del cosmos, la naturaleza primor­ dial, regenerada, cicatriza los flancos abiertos de la tierra destrozada. Sella de nuevo las cimas de las islas desprendi­ das de sus lechos atándolas con ligaduras indisolubles. Ya no reina el desorden entre los astros: el Sol vuelve a poner cerca de la Virgen de la espiga al León de la espesa melena que había dejado la ruta del zodiaco, la Luna vuelve a traer al Cáncer que se había abalanzado sobre el rostro del León celeste y lo fija en las antípodas del Capricornio helado. En resumen, si se traduce claramente este lenguaje ima­ ginado, significa que todo está en orden otra vez, que los as­ tros han recuperado su lugar inicial, de modo que Zeus puede cumplir su promesa y celebrar la boda de Cadmo y Harmonía... Finalmente, ¿qué queda de Tifón? Dos calamidades para los humanos, y en esto Nono es totalmente fiel a Hesíodo. En el mar los huracanes, las tempestades que se denominan «tifones», es decir, esos malos vientos contra los cuales los desdichados humanos nada pueden hacer... sino morir, precisamente. Y en la tierra, las terribles tormentas que de manera irremediable destrozan los cultivos en los que los hombres han puesto todo su amor. Lo que significa, y esto es importante, que a partir de ahora el cosmos ha consegui­ do una forma de perfección, si no para los hombres, sí esen103

La sabiduría de u k

mitos

chúmente para los dioses. Todas las fuerzas del caos están bajo control y los pequeños desajustes que aún persisten proceden del lado de los humanos. Como subraya JeanPierre Vemant, la victoria sobre Tifón y los restos de sus po­ deres sólo perjudiciales para la tierra significa que se va a enviar el tiempo, el desorden y la muerte hacia el mundo de los mortales, estando el de los dioses en lo sucesivo a res­ guardo de todas las intemperies. Es decir, que a sus ojos las imperfecciones que quedan son menores, sin importancia. Además, si lo piensas bien, ni siquiera es cierto que se trate realmente de imperfecciones: pues si no quedara tiempo ni historia, por tanto un poco de desorden, un poco de inar­ monía y desequilibrio, no sucedería nada más. El cosmos completamente armonioso y equilibrado estaría del todo anquilosado. No se movería más, estaría confinado a la in­ movilidad más absoluta y sería mortalmente aburrido. En este sentido, es una suerte que quede un poco de caos, que Tifón vencido haga oír su voz todavía de vez en cuando: tal es quizá el significado último de esos chorros de humo y de esos soplos intempesdvos que persisten al final de este epi­ sodio postrero de la cosmogonía. Si lo juzgamos según Hesíodo, hemos recorrido ahora las etapas por las que han pasado los dioses del Olimpo para llegar a crear el cosmos. No obstante, según ciertas tradiciones más tardías de las que, como de costumbre, Apolodoro se hace eco, habría habido una etapa más, in­ termediaria entre la titanomaquia y la guerra contra Ti­ fón —a saber, la gigantomaquia, o sea, el «combate contra los Gigantes»—. En efecto, según esta versión, antes de «fabricar» a Tifón con Tártaro, Gea habría defendido a los Gigantes rebelados contra los dioses, y como represalia a que sus hijos hubiesen sido aniquilados por los Olímpicos, ella habría creado a Tifón. Una vez más, no se encuentra ninguna huella de esta «gigantomaquia» en la Antigüedad 104

E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

más lejana, ni en Hesíodo ni en Homero. Sin embargo, la hipótesis no es absurda: cuadra bien con el episodio de Tifón, es decir, con la idea de que es necesario controlar progresivamente todas las fuerzas del caos, luego también las que representan los Gigantes, para lograr equilibrar el cosmos perfectamente. Por esta razón no resulta inútil que te diga unas pala­ bras más sobre esta famosa pelea.

La gigantomaquia: el combate de los dioses y de los Gigantes Seguramente recuerdas de dónde han nacido los Gi­ gantes (si no, vuelve a mirar la tabla recapitulativa que te di hace un rato): de la sangre de Urano derramada sobre la tierra por su hijo Crono. Así pues, pertenecen, como Tifón y como los Titanes, al círculo de divinidades más arcaicas, las que todavía están cerca de Caos y que amena­ zan sin cesar la construcción del orden cósmico armonio­ so, equilibrado y justo que Zeus desea. Para Hesíodo, la edificación de este bello universo concluye manifiesta­ mente con la victoria de Zeus sobre Tifón. Pero como te acabo de decir, ciertos autores posteriores han considera­ do que hubiera sido necesario amordazar de antemano a los Gigantes para conseguir un cosmos perfecto. Sobreco­ gidos por esta arrogancia desmesurada y loca que los grie­ gos denominan hybris, los Gigantes habrían decidido apo­ derarse del Olimpo. El poeta Píndaro alude a ello varias veces8. Pero como ocurre a menudo, hay que esperar a Apolodoro para tener un relato más detallado de esta guerra. No obstante, ya se encuentra este episodio en Ovi­ dio, un gran poeta latino del siglo I cuya obra titulada Me­ tamorfosis es una de las primeras que nos da una versión coherente. Estos dos autores sitúan la gigantomaquia an­ 105

I.A SABIDURÍA DK LOS MITOS

tes del combate contra Tifón. En la obra de Apolodoro, como te acabo de decir, Gea está tan furiosa de que Zeus haya vencido a los Gigantes que concibe a Tifón para pro­ curar que las fuerzas caóticas y titánicas, de las que tam­ bién es madre, no desaparezcan del todo en beneficio de un orden inmutable e inmóvil. Es necesario leer estos dos relatos dentro de esta pers­ pectiva, los dos igualmente interesantes y significativos del problema planteado por la necesidad de integrar to­ das las fuerzas anticósmicas sin excepción alguna. Primero en Ovidio: el combate tiene lugar en una épo­ ca en que la tierra está poblada por una raza humana, la raza de hierro, especialmente corrompida, deshonesta y violenta. Pero, añade Ovidio, las alturas superiores del Eter —es decir, las cumbres del Olimpo donde viven los dioses— no están más favorecidas que las regiones infe­ riores. Tampoco constituyen ya un refugio seguro, pues los Gigantes han decidido hacerse los amos del lugar. Como son realmente gigantescos y tienen una fuerza pro­ digiosa, amontonan pura y simplemente las montañas unas encima de otras con el fin de hacer una especie de escalera que les permita subir hasta el Olimpo y enfren­ tarse a los dioses. Ovidio no nos cuenta mucho sobre la guerra misma, sólo que Zeus se vale de su arma favorita, el rayo, para derrumbar las montañas sobre los Gigantes, que pronto se ven sepultados bajo masas colosales de tie­ rra. Heridos, pierden ríos de sangre y Gea, que quiere evi­ tar que esta raza se extinga por completo, pues a pesar de todo es la de sus hijos, fabrica con la mezcla de sangre y de tierra que se escapa de los escombros una nueva espe­ cie viva que tiene «rostro humano», pero que respira la violencia y el gusto por la matanza ligados a sus orígenes. El relato de Apolodoro está más pormenorizado. Des­ cribe con todo detalle cómo cada uno de los dioses del 106

El. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

Olimpo se adhiere a la tarea de terminar con los Gigan­ tes: Zeus, desde luego, pero también Apolo, Hera, I)ion¡so, Poseidón, Hermes, Ártemis, las Moiras, etcétera. El combate es de una violencia extrema, terriblemente san­ griento. Para que te hagas una idea, Atenea no se conten­ ta, por ejemplo, con matar al Gigante llamado Palas, sino que le desuella vivo para hacer con su piel una especie de escudo que pega sobre su propio cuerpo. En cuanto a Apolo, dispara directamente una de sus flechas en el ojo derecho de uno de sus adversarios mientras que, por su lado, Heracles le coloca una en el ojo izquierdo. Está cla­ ro que no dan cuartel... Sobre todo, conforme a lo que decía Píndaro, para terminar real y definitivamente con los Gigantes es necesario que un semidiós ayude a los Olímpicos en el combate: cada vez que un dios derriba a un Gigante, Heracles va en su ayuda para rematarlo... Pero, como siempre, la fuerza sola no es suficiente. Gea, que desempeña su doble papel habitual —quiere la cons­ trucción de un cosmos equilibrado, pero al mismo tiem­ po no quiere que las fuerzas primigenias, las del caos, sean totalmente eliminadas—, proyecta ayudar a los Gi­ gantes dándoles una hierba que les volverá inmortales. Al fin y al cabo, los Gigantes son sus hijos y es normal que los proteja. Pero como siempre sucede con ella, le anima un motivo más profundo: sin las fuerzas caóticas el inundóse moriría, no ocurriría nada más en él. El equilibrio y el or­ den son sin ninguna duda necesarios, pero si no hubiera nada más que eso, el universo estaría anquilosado. Así pues, hay que conservar también esa fracción de su des­ cendencia que encarna, aun al precio de la violencia, esa parte de movimiento que es indispensable para la vida. Sin embargo, Zeus, que lo sabe todo, la ve venir y —ésta es la prueba de su inteligencia asmta, de su metis— se apre­ sura a ir él mismo a cortar todas las hierbas de la inmortali­ 107

La sabiduría de los mitos

dad que Gea ha hecho brotar, de modo que los Gigantes ya no tienen ninguna oportunidad de ganar el combate... Con esta última peripecia concluye la cosmogonía. Pues esta guerra es el úldmo episodio que marca la histo­ ria de la construcción del mundo. Tras la muerte de los Gigantes y la victoria de Zeus sobre Tifón, las fuerzas caó­ ticas han sido definitivamente amordazadas o, mejor di­ cho, integradas en el conjunto y, en el sentido literal de la expresión, «colocadas en su sitio», bajo la tierra. Al fin el cosmos está instalado sólidamente. Sin duda quedan to­ davía, del lado de los humanos, algunos vientos malos, al­ gunos temblores de tierra acompañados, llegado el caso, de erupciones volcánicas. Pero en líneas generales, por fin el cosmos está edificado sobre bases sólidas. Queda por saber qué lugar van a poder ocupar en él los mortales. Está por ver también cómo y por qué han nacido.

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2. D el nacimiento de los dioses AL DE LOS HOMBRES

Í M término de esta primera visión de conjunto, hemos aprendido muchas cosas. No sólo han entrado en escena los personajes principales de la mitología, los dioses del Olimpo, sino que por fin el cosmos, el universo ordenado y equilibrado que Cea y Zeus deseaban, ha sido instaura­ do. Las fuerzas del desorden y del caos que encarnan al menos una parte de los Titanes, y más aún Tifón y los Gi­ gantes, han sido sometidas, destruidas o devueltas al Tár­ taro y encadenadas en lo más recóndito y profundo de la tierra. Zeus no sólo ha dado pruebas de una fuerza colo­ sal y una inteligencia fuera de lo común durante los dis­ tintos conflictos, sino que además ha repartido el univer­ so de forma equitativa y justa, de modo que cada uno conoce sus privilegios, los honores que se le deben, sus misiones y sus funciones. Y como Zeus es desde ahora el dios más poderoso, el más astuto y el más justo de todos, no hay más que hablar: él es el señor del cosmos, el eterno garante del orden armonioso que ahora debe ser la regla del mundo. De este relato primordial se deducen, en el terreno fi­ losófico, tres ideas fundamentales que debes tener pre­ sente para comprender mejor lo que sigue. Tienen un gran interés en sí mismas y, además, son las que van a ani­

La

sabiduría dk los mitos

mar secretamente la mayoría de los grandes relatos míti­ cos que son escenificaciones sutiles, inspiradas y llenas de imágenes. De modo que en realidad es imposible com­ prender las aventuras de Ulises, Heracles o Jasón y las des­ dichas de Edipo, Sísifo o Midas si no se entiende que, por así decirlo, constituyen el hilo conductor. La primera es que la vida buena, aun para los dioses, puede definirse como una vida en armonía con el orden cósmico. Nada hay superior a una existencia justa, en el sentido que la justicia —en griego diké— es en primer lu­ gar la rectitud, es decir, el hecho de estar en conformidad con el mundo organizado, bien repartido, que a duras pe­ nas ha salido del caos. Tal es desde ahora la ley del univer­ so, una ley tan fundamental que los propios dioses están sometidos a ella, pues, como ya han demostrado en repe­ tidas ocasiones, a menudo son poco razonables. Sucede incluso que se pelean como niños. Cuando ocurre que la discordia, eris, surge entre ellos y que para arreglar sus di­ ferencias uno u otro empieza a mentir, es decir, a proferir palabras que no sonjustas ni se ajustan al orden cósmico, corre un gran riesgo. Entre otras cosas, Zeus puede pedirle que preste juramento sobre el agua del Estige, el río divino que corre por los infiernos. Y si su juramento es contrario a la verdad, al dios se le pone en su sitio, aunque sea olímpi­ co: durante todo un año, según nos cuenta la Teogonia de Hesíodo, se le «priva de aliento», yace en el suelo sin po­ der respirar, sin resuello en el sentido literal del término. Se le prohíbe acercarse al néctar y a la ambrosía, los ali­ mentos divinos reservados exclusivamente a los Inmorta­ les. Un «mal sueño» se apodera de él durante todo ese año y cuando ha terminado con este primer lote de sufri­ mientos, aún se le «priva del Olimpo», tiene prohibido estar en compañía de los demás dioses durante nueve años, durante los cuales debe cumplir con tareas ingratas 110

Del nacimiento de los dioses ai. de los hombres

y penosas. Por ejemplo, según ciertos relatos mitológicos, ocurrió que Apolo se rebeló contra su padre, Zeus, ame­ nazando así con perturbar el orden del mundo al atentar contra su garante. Como castigo, Apolo se ve rebajado a la esclavitud, puesto al servicio de un simple mortal, en este caso un rey de Troya, Laomedonte, cuyos rebaños debe guardar como un pastorcillo cualquiera. Pues Apolo ha pecado de lo que los griegos llaman hybris, término del que ya te he hablado y que puede traducirse de varias ma­ neras —arrogancia, insolencia, orgullo, desmesura—, si bien todas ellas hablan de un aspecto de esta hybris, de este pecado contra el orden cósmico o contra los que son sus artesanos, empezando por Zeus. Caracteriza a quien se malogra o se rebela hasta el punto de dejar de respetar la jerarquía y el reparto del universo instaurados tras la guerra contra Tifón y los Titanes. Y en estas circunstan­ cias, el dios que ha cometido una falta es «llamado al or­ den» como un vulgar mortal y, por así decirlo, reinsertado mediante el castigo que Zeus le inflige. Como ves, no sólo la ley del mundo, la justicia cósmica derivada del reparto original, se aplica a todos los seres, sean divinos o morta­ les, sino que además nada está ganado: el desorden ame­ naza siempre. Puede venir de cualquier sitio, hasta de Apolo o de otro dios que se malogre por pasión, de modo que el trabajo de Zeus y de los distintos héroes que persi­ guen el mismo objetivo no se acaba nunca del todo: por esta razón, los relatos mitológicos son infinitos en poten­ cia. Siempre hay un desorden que arreglar, un monstruo que combatir, una injusticia —una «imperfección»— que corregir... La segunda idea deriva directamente de la primera. Por así decirlo no es más que el reverso: si la edificación del or­ den cósmico es la conquista más preciada de los Olímpi­ cos, entonces ni que decir tiene que la falta más grave que 111

I A SABIDURÍA d e i / »

m it o s

se puede cometer a los ojos de los griegos, y de la que la mitología no deja en el fondo de hablamos, es, precisamen­ te, esa famosa hybris, esa desmesura orgullosa que empuja a los seres, tanto mortales como inmortales, a no saber que­ darse en su sitio en el seno del universo. Si vamos a lo esen­ cial, la hybris no es al final más que un regreso de las fuerzas oscuras del caos, o por hablar como los ecologistas actua­ les, una especie de «crimen contra el cosmos». En contraste, y ésta es la tercera idea, la virtud más grande se denomina diké, la justicia, que se define exacta­ mente a la inversa como una concordancia con el orden cósmico. Se dice que sobre el templo de Delfos —el tem­ plo de Apolo— está inscrito uno de los lemas más céle­ bres de la cultura griega: «Conócete a ti mismo». La frase no significa de ninguna manera, como a veces se cree hoy día, que se deba practicar lo que se llama la introspec­ ción, es decir, tratar de conocer los pensamientos más se­ cretos y procurar, por ejemplo, revelar el inconsciente. No se trata de psicoanálisis. El significado es otro: la ex­ presión quiere decir que se deben conocer los límites. Sa­ ber quién es uno es conocer el propio «lugar natural» en el orden cósmico. El lema nos invita a encontrar ese lugar exacto en el seno del gran Todo y sobre todo a quedar­ nos, a no pecar nunca de hybris, de arrogancia y desmesu­ ra. Además se asocia a menudo a otro, «Nada en exceso» —igualmente inscrito sobre el templo de Delfos—, que tiene el mismo sentido. Para el hombre, la hybris más grande consiste en desafiar a los dioses o, peor que peor, creerse igual a ellos. Numero­ sos relatos mitológicos giran, como vas a ver, alrededor de este tema central. Entre otros lo atestigua esa versión del famoso mito de Tántalo: como se ha acostumbrado a fre­ cuentar a los dioses, a ser invitado a compartir sus comidas en el Olimpo, Tántalo acaba pensando que, después de 112

Oei. nacimiento de los dioses al de los hombres

todo, no es tan distinto como podría imaginarse. Hasta em­ pieza a dudar de que los dioses, empezando por Zeus, sean en verdad tan perspicaces como pretenden y, sobre todo, que sepan en realidad todo sobre todos los mortales. En­ tonces los invita a comer a su casa —lo que ya es de por sí una falta de gusto especial, que podría tolerarse si en últi­ mo extremo fuera una invitación llena de modestia y hu­ mildad—. Pero todo lo contrario: para asegurarse de que no son omniscientes ni más sabios que él, trata de engañarlos de la peor manera que existe, sirviéndoles a su propio hijo Pélope guisado. Mala suerte: los dioses son completamente omniscientes. Saben todo sobre nosotros, desdichados mortales, por lo que Tántalo se ha equivocado más allá de lo que podía imaginar. Se dan cuenta enseguida de la ma­ niobra miserable y se horrorizan. El castigo, como siempre en la mitología, está en consonancia con la desmesura del delito cometido. ¿Tántalo ha pecado por una cuestión de comida? Por ella también será castigado: encadenado a los infiernos, en el Tártaro, será condenado a padecer hambre y sed toda la eternidad, pero también miedo, que le recor­ dará precisamente que no es inmortal, pues una roca enor­ me suspendida sobre su cabeza amenaza con caerse sobre él y aplastarlo... Cosmos, el orden armonioso, diké, la justicia, es decir, la conformidad con este orden cósmico, e hybris, el contras­ te o la desmesura por excelencia, son las tres palabras maestras del mensaje filosófico que comienza poco a poco a desprenderse de la mitología. Sin embargo, estamos lejos, muy lejos, de haber hecho todo el recorrido de este mensaje. No estamos más que en los principios abstractos, tan primitivos todavía y tan rústicos que podrían dar la imagen de que Zeus es un superrepresentante del orden, por no decir un agente de tráfico: cosmos contra caos, armonía contra disonancia, 113

L a sabiduría de los mitos

cultura contra naturaleza, civismo contra fuerza bruta, et­ cétera. Será necesario complicar las cosas poco a poco y por una razón muy sencilla: de momento toda esta histo­ ria se ha contado sólo desde el punto de vista de los dio­ ses. En otras palabras, en la fase en la que nos encontra­ mos, los hombres, al no existir todavía, no denen aún su lugar en este sistema regulado que se ha situado bajo la égida de los Inmortales. Toda la cuesdón que la mitología va a empezar a abordar y luego a legar a la filosofía es do­ ble a este respecto. En primer lugar: ¿por qué hombres? ¿Por qué diablos, y perdón por la expresión, los dioses han sentido la necesidad de crear esta humanidad que con toda seguridad va a introducir inmediatamente una gran cantidad de desorden y de confusión en ese cosmos que tanto les ha costado conquistar? Y luego, si invertimos la perspectiva y lo examinamos desde nuestro punto de vista de mortales —y una vez más hay que tener en cuenta que los que han inventado estas historias, Homero, Hesíodo, Esquilo, Platón, etcétera, son hombres—, ¿cómo va­ mos a situarnos con respecto a la visión del mundo que emana poco a poco de esta construcción grandiosa? ¿Cuál es nuestro sitio en este universo de dioses, en este orden cósmico que parece hecho más para ellos que para noso­ tros, humildes humanos? Y más aún: ¿cómo deberá cada uno de nosotros conducir su existencia, con sus particula­ ridades, sus gustos, sus defectos, su contexto familiar, so­ cial, geográfico, en suma, con todo lo que hace que un individuo sea singular, si quiere encontrar un poco de fe­ licidad y de sabiduría en este universo divino? A estas preguntas van a responder los mitos que voy a narrarte en este capítulo: el de la edad de oro y el de Pro­ meteo, que tuvo una consecuencia fundamental para no­ sotros: la aparición en esta tierra de Pandora, la primera mujer, la que conmocionará nuestras vidas de arriba aba­ 114

Del nacimiento df. io s dioses al de los hombres

jo... Pero antes de llegar a estos grandes relatos y para no quedarnos en las abstracciones, te voy a dar una primera imagen de las tres ideas que acabamos de ver contándote el mito genial de Midas. Después, podremos retomar el hilo principal de nuestro relato y volver a la historia fabu­ losa de la creación de la humanidad. El mito, al menos en apariencia, es francamente cómico. Es uno de esos en los que, sencillamente, la hybris, la desmesura, rivaliza con la estupidez. La mayoría de las obras dedicadas a la mitolo­ gía lo pasan por alto o bien lo consideran tan secundario que lo cuentan de pasada, como una trova sin gran rele­ vancia ni verdadero significado. Como verás, es un error importante: el caso Midas, como se diría en la actualidad, es por el contrario uno de los más profundos que existen, con tal de que nos tomemos la molestia de volver a situar­ lo en el contexto cosmológico que acabo de describirte.

I.

H

y b r is

y cosmos: el rey Midas y el «toque dorado»

Midas es rey. Más exactamente, es uno de los que rei­ nan en una región llamada Frigia. Algunos pretenden que es hijo de una diosa y de un mortal... Es muy posible, pero lo que en cambio es cierto es que Midas no ha inven­ tado la pólvora. Es, todo hay que decirlo, un cretino redo­ mado. Piensa despacio, «con retraso», demasiado tarde. Actúa sin pensar y su estupidez, como vas a ver, le juega a veces muy malas pasadas. El caso que nos interesa comienza con las desventuras de otro personaje importante de la mitología griega, Sileno, un dios de segunda fila, una divinidad secundaria que así y todo es hijo de Hermes1. Además, se denomina «Silenos» a todos los de su raza. Posee dos características nota­ bles. La primera es que tiene una cabeza horripilante y es 115

La sabiduría de los mitos

feísimo: grande, grueso, calvo y barrigudo, muestra una nariz monstruosamente aplastada y unas orejas de caba­ llo, peludas y puntiagudas, que le dan un aspecto espan­ toso. Pero por otro lado es un ser inteligente y sagaz. No en balde Zeus le confío la educación de su hijo Dioniso cuando lo extrajo de su propio muslo. Con el correr del tiempo se hace amigo de quien ha sido su hijo putativo y se inicia en los secretos más profundos que el dios del vino y de la fiesta guarda y, a pesar de las apariencias, es un sabio auténtico... Salvo que, al pertenecer al séquito de juerguistas que acompañan siempre a Dioniso, suele pasarse de rosca con las libaciones y abusar de la botella. Dicho de otro modo, en el momento de empezar nuestra historia Sileno estaba borracho como una cuba o, si lo prefieres, lo bastante ebrio como para no acordarse ni de su nombre. Como dice Ovidio, se tambalea bajo el peso de la edad y el vino, y al ver ebrio a esa especie de mendi­ go de aspecto espantoso, los criados de Midas se apresu­ ran a prenderlo y atarlo con fuertes ligaduras para condu­ cirlo enseguida ante su señor. Pero sucede que Midas reconoce a Sileno, pues él tam­ bién ha participado en algunas orgías y otras fiestas bien regadas. Y como lo sabe todo acerca de sus relaciones pa­ ternales y amistosas con Dioniso —un dios muy poderoso con el que más vale estar a buenas— le hace soltar inme­ diatamente. Además, con la esperanza de granjearse los favores del dios, celebra como es debido la llegada de su huésped con fiestas fastuosas que duran al menos diez días con sus noches, tras lo cual devuelve a su nuevo me­ jo r amigo al joven, aunque muy poderoso, Dioniso. Este último, agradecido, otorga a Midas la gracia de elegir una recompensa a su gusto. «Gracia agradable, pero pernicio­ sa», según la afortunada expresión de Ovidio. Pues Midas, como te he dicho, no es muy listo. Además, es avaro y muy 116

Del nacimiento de io s dioses al de los hombres

ambicioso, de modo que abusará —aquí empieza su hybris— del regalo que le promete Dioniso. Pronuncia un deseo exorbitante, desmesurado: pide al dios que todo lo que toque se convierta en oro. Ahí está el famoso «toque dorado». Imagina un poco lo que esto significa: donde­ quiera que ponga la mano, todo lo que toca, planta, pie­ dra, líquido, animal o ser humano, al instante se transforma en el metal amarillo y precioso. En un primer momento, el imbécil está feliz y hasta loco de alegría. De regreso a su palacio, Midas se divierte como un niño transformando por el camino todo tipo de cosas en un precioso tesoro. Divisa una rama de olivo y, ¡hala!, las hermosas hojas ver­ des se vuelven de un rojizo anaranjado resplandeciente. Coge una piedra, un miserable terrón, corta unas espigas secas y todo se convierte en oro. «Rico, soy rico, el más rico del mundo», exclama sin cesar el desdichado que to­ davía no ve venir lo que le espera. Porque, sin duda ya lo has adivinado, lo que toma por una felicidad absoluta se va a transformar en una desgra­ cia funesta en sentido literal, que trae la muerte y anuncia los funerales de su alegría estúpida. En efecto, en cuanto Midas se instala cómodamente en su palacio suntuoso —es evidente que enseguida se ocupa de transformar en oro fino las paredes, los muebles y los suelos—, pide que le sirvan de comer y beber. Su alegría le ha abierto el ape­ tito. Pero tan pronto como agarra la copa de vino fresco para calmar su sed, lo que corre por su boca es un pol­ vo amarillo asqueroso. El oro no es bueno para beber... Y cuando coge el muslo de pollo que le tiende su criado y empieza a morderlo con entusiasmo, por poco se rompe los dientes. Midas comprende ahora, aunque un poco tar­ de, que si no se desprende de su nuevo don, morirá de hambre y sed. Y empieza a maldecir todo ese oro que le rodea, a odiarlo como odia también la estupidez y la am­ 117

La sabiduría df. los mitos

bición que le han empujado a actuar sin reflexionar. Afor­ tunadamente para él, Dioniso lo tenía todo previsto y es buen príncipe. Acepta quitarle el don que se ha transfor­ mado en maldición. He aquí, según Ovidio, los términos en los que se dirige a él: «No puedes seguir embadurnado de ese oro que con tan­ ta imprudencia has deseado. Ve hacia el vecino río de la gran ciudad de Sardes y, remontando su curso por la orilla, conti­ núa tu camino hasta que llegues al lugar de su nacimiento; entonces, cuando estés delante de su manantial espumoso, allí donde brota en abundantes raudales, hunde tu cabeza bajo las aguas y lava al mismo tiempo tu cuerpo y tu culpa». El rey acata la orden dócilmente y se zambulle en el manantial; la virtud que posee de transformar todo en oro da un color nuevo a las aguas y del cuerpo del hombre pasa al río. Actual­ mente todavía, por haber recibido el germen del antiguo fi­ lón, el suelo de esas campiñas está endurecido por el oro que lanza sus pálidos reflejos sobre la gleba húmeda2. Midas recupera su estado normal bañándose en el río. Bonito símbolo: el agua pura del río, como sugiere Ovi­ dio, le limpia a la vez su oro y su culpa. Pero el curso del agua se ve afectado por ello: se dice que desde aquella época no deja de transportar magníficas pepitas de oro. ¿Ysabes cómo se llama este río? Su nombre es Pactólo. Sin embargo, no estoy seguro de que siempre com­ prendamos el verdadero sentido de este mito. Con nues­ tros ojos modernos, marcados por veinte siglos de cristia­ nismo, tenemos tendencia a pensar que el significado de la fábula, en líneas generales, es que Midas ha pecado ante todo de avaricia y ambición. En nuestra opinión, la lección de historia podría enunciarse poco más o menos de la siguiente manera: Midas ha tomado lo superficial 118

DE!. SALIMIENTO DE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

por lo fundamental, ha creído que la riqueza, el oro, el poder y las posesiones que proporciona constituían el ob­ jetivo último de la vida humana. Por lo que ha confundi­ do el haber y el tener, la apariencia y la verdad. Y se le castiga con mucha razón. Bien está lo que bien acaba. Pero en realidad el mito griego va mucho más lejos. Posee una dimensión cósmica, aunque secreta, y no se reduce de ningún modo a la trivialidad según la cual «el dinero no da la felicidad». Con su toque dorado, Midas se ha convertido en una especie de monstruo. Aunque parezca imposible constitu­ ye una amenaza potencial para todo el orden cósmico: todo lo que toca muere, pues su poder aterrador llega a transformar lo orgánico en inorgánico, lo vivo en materia inanimada. En cierto modo es lo contrario a un creador del mundo, una especie de antidiós, por no decir un de­ monio. Las hojas, las ramas de los árboles, las flores, los pá­ jaros y demás animales que agarra dejdn de ocupar su lugar y su función en el seno del universo con el que un instante antes vivían todavía en perfecta armonía. Basta con que Midas los toque para que su naturaleza cambie; su poder devastador puede ser infinito, no tener límite: nadie sabe hasta dónde puede llegar. En último extremo, todo el cos­ mos podría encontrarse alterado: imagina que Midas viaja, que consigue transformar nuestro planeta en una bola me­ tálica gigantesca, dorada pero muerta, desprovista por completo de las cualidades que los dioses habían logrado conferirle al principio, en el momento del reparto primiti­ vo del mundo que Zeus realiza después de su victoria sobre las fuerzas caóticas de los Titanes, los Gigantes y de Tifón. Eso habría sido el fin de toda vida y toda armonía. Si a pesar de lo anterior se quiere hacer una compara­ ción con el cristianismo, se debe profundizar mucho más de lo que se piensa espontáneamente. Como el mito del 119

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doctor Frankenstein, que se inspira en leyendas antiguas nacidas en la Alemania del siglo xvi, las desventuras del rey Midas nos cuentan en realidad la historia de un desposei­ miento ü'ágico. El doctor Frankenstein querría también ser un igual de los dioses. Sueña con dar la vida, como lo ha hecho el crea­ dor. Pasa toda su existencia buscando cómo lograr reani­ mar a los muertos. Y un buen día lo consigue. Ha hecho acopio de cadáveres que roba del depósito del hospital y, utilizando la electricidad del cielo, logra reavivar al mons­ truo que ha fabricado a partir de los cuerpos en descom­ posición. Al principio todo va bien y Frankenstein se cree un verdadero genio de la medicina. Pero poco a poco el monstruo se independiza y logra escaparse. Como su as­ pecto es abominable, siembra el terror y la desolación allá por donde pasa, de modo que de rebote se vuelve malva­ do y amenaza con destruir la tierra y sus habitantes. Des­ poseimiento trágicct: la criatura ha escapado de su crea­ dor que, por así decirlo, se queda frustrado. Ha perdido el control, lo que, dentro de la perspectiva cristiana que domina este mito, significa que el hombre que se cree Dios está abocado al desastre. El mito de Midas se debe entender en un sentido análo­ go, incluso si el dios, o mejor dicho los dioses griegos de que se trate, no son los de los cristianos. Al igual que Frankenstein, Midas ha querido atribuirse con el toque do­ rado un poder divino, una capacidad que sobrepasa con mucho toda sabiduría humana, empezando por la suya, ya tan reducida de por sí: la de trastornar el orden cósmico. Y lo mismo que el doctor Frankenstein, pronto pierde el control sobre sus nuevas atribuciones. Lo que creía domi­ nar se le escapa por todas partes, de modo que no le queda más remedio que suplicar a la divinidad, en este caso Dioniso, que le devuelva su condición de simple humano. 1 2 0

Del nacimiento de los dioses al de los hombres

De una manera muy significativa, esta misma amenaza de caos a causa de la hybris es la que aparece de nuevo en la segunda parte del mito de Midas, en el transcurso de la cual Apolo casdgará sin piedad a este pobre pánfilo.

De cómo Midas recibe unas orejas de burro: un concurso musical entre laflauta de Pan y la lira de Apolo Continuemos el relato del mito en la versión de Ovi­ dio. Al parecer Midas se ha calmado después de haberse estrellado con su desgraciado toque dorado. Parece que al final se ha vuelto más humilde, casi modesto. Lejos de los fastos y del lujo que esperaba de su oro, vive retirado en el bosque. Alejado de su espléndido palacio, se con­ tenta con una vida rústica y sencilla, en los campos y las praderas que le gusta recorrer solo o a veces en compañía de Pan, el dios de los pastores y de los bosques. Debes sa­ ber que Pan se parece extrañamente a Sileno y a los Sáti­ ros. En efecto, es también un dios de una fealdad horro­ rosa en sentido literal: todo el que lo ve se queda espanta­ do, paralizado por ese miedo denominado «pánico» en honor a su nombre, pero el homenaje que se le rinde es muy negativo. Por su aspecto, Pan es mitad hombre, mi­ tad animal: muy velludo, deforme, posee la cornamenta y las piernas, o mejor dicho las patas, de un macho cabrío. De nariz aplastada, como Sileno, barbilla prominente, orejas enormes y peludas como las de un caballo, el pelo erizado y sucio como el de un mendigo... A veces se afir­ ma que su propia madre, una ninfa, se horrorizó tanto el día de su nacimiento que lo abandonó. Hermes lo habría recogido y conducido al Olimpo para mostrárselo a los demás dioses, que literalmente habrían estallado en car­ 121

La sabiduría i>k ix>s mitos

cajadas, divertidos a más no poder ante tanta fealdad. Sus deformidades seducen a Dioniso, al que por principio le gusta todo lo que es extraño y diferente, por lo que deci­ de que más adelante haría de él uno de sus compañeros de juegos y de viajes... Es un prodigio de fuerza y rapidez, y pasa la mayor parte de su tiempo persiguiendo ninfas, pero también muchachos jóvenes de los que trata por to­ dos los medios de obtener favores. Se afirma incluso que un día que perseguía a una joven ninfa llamada Siringe, ésta prefirió suicidarse tirándose a un río antes que ceder a su acoso... Entonces, Siringe se transformó en una caña ribereña; Pan agarró el tallo todavía tembloroso y lo trans­ formó en flauta, que en adelante será su instrumento feti­ che, la famosa «flauta de Pan» que hoy día todavía se toca. Muchos siglos después, Debussy, uno de nuestros compo­ sitores más importantes, escribirá una obra para este ins­ trumento (en realidad una flauta travesera), obra que lla­ mará precisamente Siringe en recuerdo de la desdichada ninfa... A menudo se ve al dios Pan, como a Sileno y a los Sátiros, en compañía de Dioniso, bailando como un de­ monio, con cara de pocos amigos y bebiendo vino hasta el delirio: hay que decir que este dios no tiene nada de «cós­ mico». No es un artesano del orden, sino más bien un fer­ viente aficionado a todos los desórdenes. Está claro que pertenece a la estirpe de las fuerzas del caos hasta el pun­ to de que ciertos relatos no dudan en afirmar que es hijo de Hybris, la diosa de la desmesura... De ahí la sospecha de que Midas, a juzgar por sus com­ pañías, tal vez no ha sentado tanto la cabeza como podría parecer. Sin contar con que su estupidez y su torpeza mental siguen bien ancladas en su pobre cabeza. Un día que Pan está tocando su famosa flauta con la intención de seducir a unas muchachas, el dios se deja llevar por la so­ berbia, como es normal en este tipo de circunstancias, y de­ 122

Del nacimiento de io s dioses al de los i iombres

clara que su talento para la música supera incluso al de Apolo. Y no pudiendo soportarlo más, en el colmo de la hybris, llega hasta el punto de desafiar a ese señor del Olimpo. Enseguida se organiza un concurso entre la lira de Apolo y la flauta de Pan. Y se elige a Tmolo, una divi­ nidad de la montaña, como juez. Pan empieza a soplar su instrumento: los sonidos que salen de él son roncos, toscos, a imagen de quien lo toca. Está claro que tiene su encanto, pero un encanto bruto por no decir bestial: el sonido que el soplo hace salir de los tubos de caña es idéntico al del viento. En cambio, la lira de Apolo es un instrumento muy sofisticado: explota con exactitud ma­ temática la relación entre la longitud de las cuerdas y sus tensiones respectivas, asegurando una gran precisión de las cuerdas y un rendimiento que es como un símbo­ lo de la armonía, también muy sofisticada, que los dio­ ses han instituido a escala del universo. Es un instru­ mento delicado y a la vez culto: al contrario de la rustici­ dad de la flauta, la seducción que suscita está repleta de dulzura. El público se queda embelesado y elige a Apolo por unanimidad... menos una voz: la de ese gran zoquete de Midas, que eleva una opinión disonante dentro del coro de elogios que rodea a Apolo. Acostumbrado a la vida del bosque y del campo, y amigo de Pan, Midas ha perdido el sentido de la educación y declara alto y cla­ ro que prefiere, con mucho, el sonido gutural de la flauta a las armonías delicadas de la lira. ¡Ay de él! No se desafía a Apolo impunemente, y como siempre en estos casos, el castigo estará en conformidad con la na­ turaleza del «delito» cometido por el infortunado Mi­ das: su pecado es de oído y de inteligencia al mismo tiempo, luego entonces será castigado por las orejas y la mente. 123

La sAanK'RfA oe los mitos

He aquí de qué manera, de nuevo según Ovidio: El dios de Délos (Apolo) no quiere que orejas tan vulgares conserven la forma humana: las alarga, las llena de pelos grises. Hace la raíz flexible y les da la facultad de moverse en todos los sentidos. Midas tiene todo el resto de un hombre. El castigo sólo atañe a esa parte de su cuerpo. Está rematado con las orejas de un burro de paso lento... Con sus nuevas orejas de burro, Midas se muere de ver­ güenza. Ya no sabe qué hacer para disimular a los ojos del mundo la fealdad que desde ahora lo envuelve, fealdad que lo muestra ante los otros no sólo como un ser despro­ visto de oído y de sentido musical, sino también como un imbécil que no tiene más cabeza que un rumiante. Trata de ocultar sus nuevos atributos bajo diferentes tocas, go­ rros y cintas con las que se envuelve la cabeza cuidadosa­ mente. No tiene suerte, su peluquero se da cuenta y no puede evitar hacerle el comentario: «Majestad, ¿pero qué le ocurre? Se diría que tiene usted orejas de burro...». Mi­ das se lo toma a mal, pues tampoco brilla por su simparía: acto seguido le jura que si por casualidad se le ocurre des­ velar a los demás lo que acaba de descubrir, lo torturará y lo matará. El desdichado peluquero hace todo por con­ servar el secreto para sí. Pero al mismo tiempo —ponte en su lugar— se muere de ganas de contárselo a sus ami­ gos, a su familia, y tiembla ante la idea de que un día, sin darse cuenta, se le escape una palabra de más. Para des­ cargarse de ese peso tiene una idea: «Voy a cavar», se dice, «una gran fosa, luego confiaré mi secreto a las profundida­ des de la tierra y la volveré a tapar enseguida. Así me quita­ ré una carga demasiado pesada para mí». Dicho y hecho. Nuestro peluquero encuentra un rincón alejado de la ciu­ dad, cava la tierra y grita y hasta aúlla su mensaje, vuelve a 124

Del nacimiento de los dioses al de t o s

hombres

tapar el agujero con cuidado y regresa a su casa con el cora­ zón al fin ligero. Pero en primavera un tupido bosque de cañas crece sobre la tierra recién removida. Y cuando el viento sopla se oye una voz formidable que se eleva, se ahueca y aúlla a quien quiere oírla: «El rey Midas tiene ore­ jas de buuuurro, el rey Midas tiene orejas de buuuurro...». Y así es cómo Apolo castiga a Midas por su falta de dis­ cernimiento. Tal vez me dirás que esta vez no se compren­ de muy bien en qué amenazaba el pobre Midas el orden del mundo. La verdad es que ha desafiado a un dios, y a uno de los principales, ya que Apolo, que es el dios de la música y de la medicina, es uno de los Olímpicos. Pero en fin, después de todo sólo se trataba de una cuestión de gusto en la que cada uno tiene perfecto derecho a decir lo que piensa, y si Apolo se ha sentido herido ha sido en su amor propio, incluso en su vanidad. Por eso su reac­ ción parece excesiva, por no decir un poco ridicula... Sin embargo, esta impresión sólo se mantiene si no presta­ mos atención a los detalles de la historia y nos conten­ tamos con juzgarla desde un punto de vista moderno. Por­ que si reparamos en esos detalles, se trata aquí, como en la conclusión del combate de Zeus contra Tifón, de una dis­ ciplina, la música, con la cual no se bromea: ella pone en juego directamente nuestra relación con la armonía del mundo. Como te he explicado, la lira es un instrumento armónico, mientras que con la flauta sólo se puede tocar una nota a la vez y por eso es «melódica»: con la lira, como con una guitarra, se puede acompañar un canto, y aun­ que los griegos ignoran la armonía en el sentido en que la entenderán compositores como Rameau o Bach, así y todo empiezan a crear consonancia combinando más o menos sonidos diferentes, mientras que con la flauta esta armonización de la diversidad resulta del todo imposible. Bajo la apariencia de un certamen únicamente musical, i 25

La sabiduría de los mitos

en realidad se representa la oposición frontal entre dos mundos, el de Apolo, culto y armonioso, y el de Dioniso, de quien Pan es muy amigo, caótico y desordenado como una de sus Restas que en un instante puede pasar al ho­ rror. En las famosas bacanales que organizan Dioniso y los suyos—así es como se denominan las fiestas dionisiacas— ocurre que las mujeres que rodean al dios, las «bacantes», se entregan a orgías que sobrepasan el entendimiento: bajo la influencia del delirio dionisiaco, persiguen a ani­ males jóvenes y los despedazan vivos, los devoran crudos y, a veces, no son sólo animales a los que hacen sufrir las peo­ res abominaciones, sino a niños e incluso a adultos como Penteo, rey de Tebas, que acabará destrozado por sus ga­ rras y devorado con sus dientes. Para que calibres lo brutal que puede ser la oposición de esos dos mundos, el cósmico de Apolo y el caótico de Dioniso, sería útil que te contara una versión más dura de este mismo certamen musical: la que representa el suplicio atroz del desdichado Marsias.

Una versión sádica del certamen musical: el suplicio atroz del Sátiro Marsias Un mito análogo al que acabamos de descubrir cuen­ ta, en efecto, una historia muy parecida a la del certamen que enfrenta a Apolo y a Pan. Salvo que aquí se trata de un sátiro, Marsias (o un sileno: a decir verdad, qué más da, pues esos dos tipos de seres que pertenecen al séquito de Dioniso son casi semejantes, los dos se caracterizan por un cuerpo mitad humano, mitad animal, así como por una fealdad que sólo es comparable a su apetito sexual...); Marsias es el que aquí desempeña el papel de competidor de Apolo. Ahora bien, al igual que Pan, pasa también por ser el inventor de un instrumento musical, el «aulos» (una 126

O t l . NAUMIF.NTO DE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

especie de oboe de dos tubos con el que sin embargo no se tocaba más que una sola nota a la vez). Si hemos de creer al poeta griego Píndaro (siglo v a.G), el primero en mencionar esta historia, en realidad fue la diosa Atenea la primera en idear y fabricar este instrumento3. Merece la pena contar la historia de cómo tiene la idea y luego la re­ chaza: indica lo maldito que está el sonido de la flauta a los ojos de la diosa. El asunto comienza con la muerte de Medusa. Según la mitología, existían tres seres extraños y maléficos denomi­ nados Gorgonas. Su aspecto era espantoso, mucho peor que el de Pan, el de los Silenos y el de los Sátiros: su cabelle­ ra estaba hecha de serpientes, unos colmillos enormes de jabalí les salían de la boca, sus manos con garras eran de bronce y sobre la espalda portaban unas alas de oro que les permitían atrapar a sus presas en cualquier circunstancia... Lo peor de todo es que de una sola mirada podían trans­ formar en estatua de piedra a todo aquel que tuviera la des­ gracia de mirarlas a los ojos. Por este motivo, en la actuali­ dad se llanta gorgonas a esas plantas acuáticas que se yerguen muy tiesas en el agua como si la mirada funesta de uno de estos tres monstruos las hubiera petrificado. Ahora bien, es­ tas tres hermanas, si bien terroríficas para los humanos, se querían con ternura. Dos de ellas eran inmortales, pero la tercera, de nombre Medusa, no lo era. El héroe griego Perseo la matará en circunstancias que te contaré más adelan­ te y, según Píndaro, al oír a las hermanas de Medusa aullar de dolor cuando Perseo exhibió la cabeza cortada de la Gorgona fue cuando Atenea tuvo la idea de la flauta. Hay que decir que este instrumento vio la luz en unas circuns­ tancias como mínimo alejadas de la armonía y del civismo que caracterizarán a la lira de Apolo. Conocemos la continuación de la historia a través de otro poeta, también del siglo v a.C., Melanípides de Melos4. 127

La sabiduría de los mitos

Atenea, que como recuerdas no es solamente la diosa de la guerra, sino también la de las artes y las ciencias, está muy orgullosa de su nuevo invento. Y tiene por qué. Des­ pués de todo, no se inventa todos los días un instrumento musical que milenios después se toca todavía en todos los países del mundo. Pero al darse cuenta de que cuando toca su «aulos» sus mejillas se inflan de un modo ridículo y los ojos se le salen de las órbitas —y todos los que tocan el oboe, que me perdonen, conservan hoy todavía los mis­ mos gestos extraños que debía de hacer Atenea— lo tira al suelo y lo pisotea con rabia. Lo que signiñca que este instrumento afea, rompe la armonía del rostro —segun­ do punto en contra—. Hera y Afrodita, que como sabe­ mos no brillan por su caridad y nunca desperdician la ocasión de demostrar sus celos hacia Atenea, observan los ojos desorbitados y las mejillas infladas de la diosa y esta­ llan en carcajadas de manera ostensible. Se burlan de ella y se mofan abiertamente de su aire estúpido cuando sopla por el tubo. Ofendida hasta la médula, Atenea huye lejos para comprobar el efecto que produce. Corre a buscar una fuente clara, un charco o un lago para ver el reflejo de su rostro. Una sola vez, a resguardo de la mirada de las dos malvadas, se inclina sobre el agua y, en efecto, no pue­ de impedir constatar que cuando toca su cara se deforma por completo, hasta el punto de volverse grotesca. No sólo tira el instrumento a lo lejos, sino que lanza un hechi­ zo al que lo encuentre y tuviera la audacia de utilizarlo. Ahora bien, resulta que es Marsias quien encuentra la flauta de Atenea cuando recorría los bosques, como era su costumbre, persiguiendo alguna ninfa. Y por supuesto, cae bajo el hechizo del caramillo que le va de maravilla, a él que es tan poco armonioso. Y lo utiliza tanto y tan bien que acaba por creerse superior al propio Apolo hasta el punto de desafiarlo a un concurso en el que además co­ 128

Del nacimiento de i.os dioses al de io s hombres

mete el craso error de elegir a las Musas como jueces. Apolo aceptará el reto con una condición: el que gane podrá hacer con el vencido lo que quiera. Apolo es, desde luego, el vencedor —continuando la labor de Zeus con­ tra Tifón y todas las fuerzas del caos: con su lira hace triun­ far la armonía frente a la melodía ronca y tosca de la flau­ ta—. Pero esta vez no se contenta, como lo había hecho con Midas, con un castigo leve y proporcionado al hurto cometido. Lo había avisado: el vencedor pocha disponer del vencido a su antojo, gracias a lo cual Apolo sencilla­ mente hace despellejar vivo al desdichado Marsias. La sangre que brota de todas partes se transformará en río y su piel servirá para marcar el emplazamiento de la gruta en la que a partir de ahora nace el curso de agua... En sus fábulas, Higinio resume así el asunto; como de costumbre, cito el texto original para que veas en qué tér­ minos se relataban los mitos en la Antigüedad: Minerva (Atenea), dicen, fue la primera en fabricar una (lauta con un hueso de ciervo y vino a tocar al banquete de los dioses. Como Juno (Hera) y Venus (Afrodita) se burlaban de ella porque tenía los ojos del todo inexpresivos y las meji­ llas hinchadas, Minerva (Atenea), de ese modo afeada y bur­ lada durante su interpretación, se acercó a una fuente, en el bosque del Ida, se miró en el agua mientras tocaba y com­ prendió que con razón se habían burlado de ella. Entonces tiró ahí su flauta yjuró que el que se apoderara de ella sufri­ ría un suplicio horroroso. Uno de los Sátiros, Marsias, pas­ tor, hijo de Olimpo, la encuentra y a fuerza de entrenamien­ to va obteniendo un sonido cada vez más agradable, hasta el punto de retar a Apolo y su cítara a un concurso musical. Cuando llegó Apolo tomaron a las Musas de jueces y como Marsias iba saliendo vencedor, Apolo dio la vuelta a la cítara y el sonido era igual. Pero Marsias no pudo hacer lo mismo 129

La sabiduría de eos mitos

con la flauta. Vencido Marsias, Apolo le envió a un Escites que le despellejó miembro a miembro... y su sangre dio nombre al río Marsias. Si Ovidio viviera en nuestros días le hubiera gustado es­ cribir guiones de películas de terror, pues en estos térmi­ nos relata el suplicio infligido por Apolo (como siempre, indico mis comentarios entre paréntesis y en cursiva): Al Sátiro que él había vencido en el combate de la flauta ideada por la diosa del Tritón (es decir, Atenea, a quien Ovidio nombra asi debido al río Tritón cerca del cual se supone que nació Atenea): «¿Por qué me arrancas de mí mismo?», preguntó (expresión que, claro está, significa que Apolo le arranca la piel al Sátiro y en cierto modo le separa así de si mismo). Y gritaba: «¡Ay, cuánto me arrepiento! ¡Ay, una flauta no merece pagar un precio tan alto!». A pesar de sus gritos le arrancan la piel de todo el cuerpo; no es más que una llaga. Su sangre corre por todas partes; sus músculos desnudos aparecen con toda cla­ ridad; un movimiento convulsivo hace estremecer sus venas, despojadas de la piel; se podrían contar sus visceras palpi­ tantes y las fibras que la luz ilumina en su pecho. Las faunas campestres, divinidades de los bosques, los Sátiros, sus her­ manos, Olimpo (elpadre de Marsias)... y las ninfas lo llorarán. Sus lágrimas, al caer, bañarán la tierra fértil... Así nació un río... al que llaman Marsias, el más límpido de Frigia. Como ves, aquí el castigo es terrible, mil veces peor que el infligido a Midas. Las dos historias, la de Marsias en donde los jueces son unas Musas y la de Pan, en la que Midas y Tmolo ostentan esa función, no son por eso me­ nos cercanas. Al parecer se las confunde a menudo5. En los dos casos, la música, arte cósmico por excelencia, está en el meollo de estos dos mitos, y también en los dos casos 130

DE!. NACIMIENTO DE LOS DIOSÍS AL D£ l o s

hom bres

hay que vérselas con un conflicto entre un dios que ante todo aspira a la armonía, y unos seres caóticos, dotados de instrumentos rústicos que no seducen más que a unas mentes mal desbastadas como las de Tifón y Midas. Por otra parte, Ovidio puntualiza en este sentido que Midas, después de sus desventuras en el Pactólo, sólo vive en los bosques, como Pan, en contacto, pues, con las realidades menos civilizadas: por esta razón prefiere, como un bu­ rro, los sonidos roncos y toscos de la flauta de Pan a los sonidos armoniosos y dulces de la lira de Apolo. Hay que decir que esta lira, de la que se extraen acordes tan armo­ niosos, posee toda una historia. No es un instrumento or­ dinario, sino que, según otro mito narrado sobre todo en los Himnos homéricos, probablemente desde el siglo vi a.C., es en verdad un instrumento divino6: el propio Hermes lo ha inventado, lo ha fabricado y se lo ha regalado a Apolo al término de una aventura bastante singular que ahora te voy a contar...

La invención de la lira, instrumento cósmico, parparte de Hermes, y el contraste entre lo apolíneo y lo dionisiaco Hermes es uno de los hijos predilectos de Zeus. Inclu­ so ha hecho de él su principal embajador, el que envía cuando tiene que transmitir un mensaje muy importante. Su madre es una ninfa bellísima, Maya, una de las siete Pléyades, hijas de una tal Pleíone y del Titán Adas al que Zeus ha castigado obligándole a llevar el mundo sobre sus hombros. Es poco decir que el pequeño Hermes es increí­ blemente precoz. «Nacido por la mañana —nos dice el autor del himno homérico—, tocaba la cítara ya al medio­ día y por la tarde robó las vacas del arquero Apolo...». Un primer día de existencia un tanto cargado: para ser un 131

I J \ SABIDLTÜA DK I.OS MITOS

bebé que apenas tiene unas horas de existencia, Hermes es ya un músico consumado y un ladrón sin par. Figúrate que desde que abre el ojo, recién salido del vientre de su madre, el pequeño Hermes se pone enseguida a buscar las vacas del rebaño de Apolo. De camino, encuentra una tortuga que vive en la montaña y se parte de risa: desde el principio, sólo con ver al desdichado animal, ha com­ prendido todo el partido que le podía sacar. Vuelve ense­ guida a su casa, vacía al pobre animal, mata una vaca, ex­ tiende su piel sobre el contorno del caparazón, fabrica unas cuerdas con sus tripas y unas clavijas para tensarlas con unas cañas. Ha nacido la lira, con la cual puede pro­ ducir sonidos de una gran precisión y más armoniosos que los de la flauta de Pan. No contento con este primer invento, vuelve a salir en busca de las vacas inmortales de su hermano mayor. Al ver el rebaño, se lleva cincuenta animales y para que su robo pase desapercibido los conduce marcha atrás no sin antes haber atado a sus pezuñas una especie de raqueta de hierba que ha confeccionado a toda prisa para camuflar sus pisadas. Conduce los animales a una gruta. Unos minu­ tos más y él solo reinventa el fuego. Sacrifica dos vacas a los dioses y el final de la noche lo pasa dispersando las cenizas del hogar... Luego entra en su propia cueva, donde Maya lo concibió, donde se halla su cuna, y se duerme poniendo cara de recién nacido inocente como un corderillo... Al re­ gañarle su madre, responde sencillamente que está harto de su pobreza y que quiere ser rico. Ya se comprende por qué motivo llegará también a ser el dios de los comercian­ tes, de los periodistas y de los ladrones. Primer día de un bebé divino más bien muy cargado... Apolo, por supuesto, acaba descubriendo el pastel. Cuando encuentra al bebé de Zeus, amenaza con tirarlo al Tártaro si no le devuelve sus vacas. Hermes jura por sus 132

OKI NACIMIENTO DE U K DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

dioses mayores (y nunca mejor dicho) que es ¡nocente. Apolo lo alza para tirarlo a lo lejos, pero Hermes le cuen­ ta una trola para que lo suelte y finalmente el lidgio se lleva ante el tribunal de Zeus... que también estalla en car­ chadas ante tanta precocidad. De hecho está muy orgu­ lloso de su hijo pequeño. El conflicto prosigue entre Apo­ lo y Hermes, pero este último saca el arma definitiva, su lira, y la toca con tanta arte que Apolo, al igual que Zeus, acaba por derretirse y cae literalmente bajo el encanto del chiquillo. Apolo, dios de la música, está atónito y se­ ducido por la belleza de los sonidos que salen de ese ins­ trumento que no conoce todavía. A cambio de la lira, pro­ mete a Hermes que le hará rico y famoso. Pero el pequeño sigue negociando y regateando, y obtiene además la cus­ todia de los rebaños de su hermano mayor. En un rasgo de generosidad, Apolo le regala incluso el látigo de pas­ tor y la varita mágica de la riqueza y la opulencia, la que servirá para crear el emblema de Hermes, el famoso ca­ duceo cuya historia te contaré enseguida... En este contexto es donde aparece la lira como proto­ tipo de instrumento divino, como el atributo por excelen­ cia de Apolo. Para entender el alcance del mito de Midas —que en general se considera secundario, pero sin ra­ zón—, es necesario comprender que Apolo está de parte de Zeus, es decir, de los Olímpicos que luchan constante­ mente a favor de la instauración de un orden cósmico o de su mantenimiento. Este orden es al mismo tiempo jus­ to (pues resulta del reparto original establecido por Zeus después de su victoria sobre los Titanes), espléndido, bue­ no y armonioso. Ahora bien, las fuerzas telúricas de Caos y de sus numerosos y variados descendientes desde Tifón amenazan constantemente esta armonía frágil. Apolo re­ presenta aquí una fuerza olímpica, anticaótica, antititáni­ ca y vinculada al célebre «Conócete a ti mismo» que ador­ 133

L a SABIDURIA DE IOS MITOS

na su templo en Delfos; es decir, como te he explicado: «Entérate de dónde está tu sitio, tu lugar natural, y quéda­ te en él». Sin hybris, sin arrogancia ni desmesura que ven­ gan a perturbar la buena ordenación cósmica. Si a Apolo le gusta la música es porque es una metáfora del cosmos. En muchos aspectos, Dioniso es lo contrario de Apolo. Evidentemente, Dioniso también es un Olímpico, un hijo de Zeus, y más adelante veremos cómo se unen en él el cosmos y el caos, la eternidad y el tiempo, la razón y la lo­ cura. Pero ante todo, lo que choca de él es su lado «acós­ mico»: le gusta la Resta, el vino y el sexo hasta la locura asesina que se apodera de las mujeres que forman su cohor­ te. Dioniso es también, desde luego, un dios de la música, pero la música que le gusta no es la de Apolo: no es dulce ni armoniosa, sino más bien brutal y desenfrenada. Dicho de otro modo, no suaviza las costumbres, al contrario, ex­ presa de una manera voluntariamente indecente el canto de las pasiones más antiguas. Lo que explica que su ins­ trumento fetiche sea la flauta de Pan o de Marsias. He aquí lo que el joven Nietzsche escribió, con mucha precisión y profundidad, sobre la diferencia entre Apolo y Dioniso: Apolo, dios ético, demanda moderación de los suyos y, para poder mantenerla, conocimiento de sí mismos. Es por ello que el «Conócete a ti mismo» y el «Nada en exceso» mar­ chan a la par que la exigencia estética, mientras que el exce­ so de orgullo y la desmesura, demonios entre todos los enemi­ gos de la esfera apolínea, se consideraron atributos propios de los tiempos preapolíneos, de la era de los Titanes o del m undo extraapolíneo, es decir, bárbaro... El griego apolí­ neo debía sentir la acción de lo dionisiaco com o titánica y bárbara, sin poder ocultarse no obstante que en el fondo de su ser él estaba emparentado con esos Titanes... Además,

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l)F.I. NACIMIENTO DE lAJS DIOSES Al. DE IO S HOMBRES

debía comprender que toda su existencia, con su belleza y su moderación, descansaba sobre un fondo velado de sufri­ miento y de conocim iento que lo dionisiaco volvía a poner al descubierto. Y he aquí que Apolo no podía vivir sin Dioniso. El elem ento titánico y bárbaro era en definitiva tan nece­ sario com o lo apolíneo. Imaginemos el efecto que la fiesta dionisiaca, con sus músicas embriagadoras, producía sobre ese mundo protegido artificialmente y edificado sobre la apariencia y la moderación... Imaginemos qué podía signifi­ car, frente a esos cantos populares demoniacos, el artista apolíneo con su salmodia y los sonidos exangües de su arpa... La desmesura se desveló com o verdad, la contradic­ ción, la alegría nacida del dolor hablaban un lenguaje que brotaba del corazón de la naturaleza. De m odo que en to­ dos los lugares conquistados por lo dionisiaco quedó abolido y destruido lo apolíneo7.

Nietzsche es por su parte un buen músico y ha com­ prendido perfectamente tres cosas fundamentales. La primera es que el tema del certamen musical no es anec­ dótico, sino esencial dentro de la mitología, y ello por una razón de fondo: ya que pone en el corazón del arte la ¡dea de armonía, la música es un metáfora, un análogo del cos­ mos o, como él mismo escribió, «una réplica y una se­ gunda versión del universo»8; la segunda es que en el en­ frentamiento entre Apolo y Dioníso —aquí son los representantes de este último, Pan o Marsias, los que sa­ len a escena, pero todo el mundo comprende que se trata de narices postizas, personajes que sólo representan a Dioniso—, de nuevo, como siempre desde los orígenes del mundo, lo que está enjuego es la cuestión del caos y del cosmos, de lo titánico caótico y de lo olímpico cósmi­ co; y la tercera, es que si bien los dos universos divinos, el que simboliza Apolo, armonioso y tranquilo, y el que re­ 135

La sabiduría dk 1.0$ mitos

presenta Dioniso, contradictorio y destrozado, se enfren­ tan al parecer de un modo absoluto, en realidad son inse­ parables: sin la armonía cósmica, el caos triunfa y todo se destruye, pero sin el caos, el orden cósmico se anquilosa y la vida y la historia desaparecen por completo. En la época en la que escribe su libro sobre la tragedia griega, Nietzsche está profundamente influido por un fi­ lósofo, Schopenhauer, al que considera su maestro (y del que más adelante se apartará). Ahora bien, este último acaba de publicar un libro importante cuyo título resulta a primera vista poco comprensible: Del mundo como volun­ tad y como representación. Sin pretender resumirlo aquí—es un libro voluminoso y muy difícil—, puedo sin embargo hacer que comprendas uno de sus principales leitmotivs: la convicción que impulsa a Schopenhauer, y de la que Nietzsche se va a servir para leer a los griegos, es que nues­ tro universo está dividido en dos. De un lado, hay un flujo caótico inmenso, desordenado, destrozado, absurdo y sin sentido, en su mayor parte inconsciente, que Schopenhauer denomina «la voluntad»; del otro, por el contrario, hay un intento desesperado de poner las cosas en claro, de poner orden, de volver a la tranquilidad, a la conciencia, de dar sentido, armonía: es lo que él llama «la representación». Nietzsche abandona esta distinción sobre el mundo grie­ go: al universo de la voluntad, absurdo y destrozado, le corresponde el caos inicial de las fuerzas titánicas, y la di­ vinidad que mejor lo encarna, al menos dentro del Olim­ po, es Dioniso; al mundo de la representación le corres­ ponde el orden cósmico instaurado por Zeus, con su armonía, su calma y su belleza. Está claro que la lira de Apolo pertenece al mundo de la representación en opi­ nión de Schopenhauer, y la flauta, dionisiaca, titánica, caótica, inculta y anticósmica, corresponde al otro mun­ do, al de la voluntad según Schopenhauer. Además, siem­ 136

Del. NACIMIENTO RE 1 « DIOSES AL DE LOS HOMBRES

pre habrá dos músicas enfrentadas: la armónica, dulce, cósmica y culta por una parte, y por otra la música diso­ nante, caótica y ronca que imita las pasiones inconscien­ tes de la voluntad en estado bruto. A decir verdad, toda música lograda, a imagen del cosmos griego, está obliga­ da a mezclar los dos universos... Midas, ser grosero y cer­ cano a la naturaleza, se inclina del lado de lo dionisiaco. No es una casualidad que Dioniso, al igual que Sileno y Pan, sea amigo suyo; tampoco es una casualidad que los miembros del séquito dionisiaco sean a menudo seres mi­ tad animales, mitad hombres, rebosantes de apetito sexual y aficionados a las fiestas delirantes y carentes de moderación... Dicho de otro modo, lo que se interpreta, o más bien se reinterpreta, en la pequeña fábula de Midas es, en aparien­ cia, pero una apariencia anodina del todo, otra vez la victo­ ria de Zeus contra los Titanes, y si Apolo se pone tan furioso no es porque esté «ofendido», como a veces se dice estúpi­ damente —¿qué más le da a él, divinidad sublime, la opi­ nión de ese pobre imbécil de Midas?— sino porque debe luchar, por naturaleza, contra toda forma de hybris. Su mi­ sión divina, olímpica, es combatirla de raíz. Castigo para Mi­ das, que recibe uno acorde con el origen de su pecado, en este caso los oídos, y proporcional a la gravedad de la falta. Suplicio atroz para Marsias: Midas es un cretino, un palur­ do que no ha entendido en absoluto el envite cósmico del concurso musical. Merece que lo pongan en su sitio, el de un animal estúpido, un burro. Un simple castigo es suficien­ te para él. Pero en el caso de Marsias debe ser ejemplar: Marsias es una amenaza, a diferencia de Midas ha desafiado directamente a un dios y no se explica la violencia de su cas­ tigo si no se comprende que un desafío semejante es tanto más insoportable cuanto que el orden cósmico no es más que una conquista frágil, superficial mejor dicho: bajo esta 137

I j i sabiduría de los mitos

superficie aparentemente ordenada y tranquila, el mar del caos amenaza siempre con resurgir. Como no se comprendía la furia de Apolo, ciertos mitógrafos han llegado a inventar que después de haber ma­ tado a Marsias se hábía arrepentido, pero es una inven­ ción personal de estos autores, y no la verdad del mito. Así que ya ves que la historia de Midas, que más bien empezaba de una manera cómica, sorprendentemente acaba en tragedia; después de todo, una de las competen­ cias más seguras y poderosas de la tragedia griega residirá en esta brutalidad con la que el cosmos escarnecido en la persona de los dioses recupera sus derechos contra la hybris humana... Pero no anticipemos demasiado. Como te he dicho, todavía no estamos ahí y a pesar de esta pequeña divaga­ ción a guisa de aperitivo, en la fase en la que nos encon­ tramos todavía no se ha fijado el lugar de los mortales, y sobre todo de los hombres (puesto que también están los animales). Se sabe dónde están los Titanes y Tifón con ellos —en el Tártaro, fuertemente encadenados y custo­ diados por los Hecatónquiros—, pero la amenaza de caos que representan está en adelante bien delimitada. Igual­ mente se conoce el lugar o la misión que corresponde a cada dios en particular: el mar a Poseidón, los infiernos a Hades, la tierra a Gea, el cielo a Urano, el amor y la belle­ za a Afrodita, la violencia y la guerra a Ares, la comunica­ ción a Hermes, la inteligencia, las artes y la astucia a Ate­ nea, el fondo de las tinieblas a Tártaro, etcétera. Pero en este universo organizado bajo la égida de Zeus, ¿cuál es el lugar que les corresponde a los mortales? En esta fase na­ die puede decirlo todavía. Ahora bien, es evidente que la cuestión es fundamental, pues, una vez más, son por supuesto los seres humanos los que han inventado estas historias, todo este dispositivo teo­ 138

Dfj. nacimiento de ix>$dioses al de los hombres

lógico y cosmológico prodigiosamente sofisticado. Y si lo han inventado ellos, seguramente no ha sido en vano, sólo para divertirse, sino para dar sentido al universo que les rodea y a la vida que deben llevar en él, para tratar de com­ prender lo que hacen en esta tierra y tratar de fijar el senti­ do de su existencia. La cultura griega empezará a responder a este interrogante fundamental con tres mitos insepara­ bles entre ellos: el mito de Prometeo, el de Pandora (la pri­ mera mujer) y el famoso mito de la edad de oro. En un poema titulado Los trabajos y los días, Hesíodo se ha ocupa­ do de relacionar estrechamente estos tres relatos llamados a pasar a la posteridad tanto en la literatura como en el arte y la filosofía. Así que ahora te propongo que los sigas. Lue­ go podremos dedicamos a los grandes relatos míticos que se asientan sobre hybris y dihté, sobre las desmesuras locas perpetradas por determinados seres o los actos heroicos y justos realizados por otros, los que generalmente se deno­ minan héroes.

II. De l o s

in m o r t a i .e s a l o s m o r t a l e s :

¿p o r

q u é y cóm o ha

SIDO CREADA LA HUMANIDAD?

En la obra de Hesíodo, la primera en narrarlo, el mito de la edad de oro se confunde con el de las cinco edades o, para ser más exactos y seguir mejor el texto griego, de las «cinco razas» humanas. Porque en primer lugar se trata de eso: Hesíodo nos describe cinco humanidades diferen­ tes, cinco tipos humanos que se habrían sucedido en el transcurso de los tiempos, pero de los que cabría pensar que, por diversas razones, es posible que todavía perma­ nezcan dentro de la humanidad actual. El mito gira por completo alrededor de la cuestión de las relaciones entre hybrisy diké9: traza una división funda­ 139

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mental entre unas vidas humanas en armonía con lajusticia, con el cosmos o, al contrario, unas existencias consa­ gradas a la hybris, al orgullo y a la desmesura. Se dice a veces que este poema de Hesíodo se inspiró en circuns­ tancias reales. Tal vez en parte sea cierto. Hesíodo acaba de sufrir en propia carne una prueba terrible, una discre­ pancia grave con su hermano, Perses, a quien se dirige el poema: a la muerte de su padre, Perses ha reclamado más de lo que le corresponde de la herencia familiar (así pues ha pecado de hybris). Incluso ha sobornado a las autorida­ des encargadas de instruir el proceso para que le den la razón. En estas condiciones es normal que el poema que le dirige su hermano trate de la justicia, de diké. Pero Hesíodo une su asunto particular a la teogonia y a la cos­ mogonía y amplía el propósito, de modo que su obra no se limita a tratar su caso particular. Al contrario, de una manera general aborda, dentro de la perspectiva que es la del orden cósmico organizado bajo la égida de los dioses, la cuestión del contraste entre una vida buena, una vida acorde con diké, y una vida mala, una vida según la hybris. Pero a pesar de que aparenta ser un tratado de moral, el poema de Hesíodo va mucho más allá. Él es el primero que va a abordar la cuestión que ante todo nos interesa después de la cosmogonía y la teogonia, después del naci­ miento del mundo y de los dioses: la del nacimiento de la humanidad tal como la conocemos hoy. El envite funda­ mental, para nosotros los mortales, es comprender por qué estamos ahí y lo que vamos a poder hacer en ese mun­ do divino y ordenado, ciertamente, pero donde nuestra existencia mortal, a diferencia de la de los dioses, no dis­ pone más que de un tiempo muy breve que va a ser nece­ sario ocupar lo mejor que podamos. Voy a empezar por contarte de forma sucinta el mito de las cinco razas; luego nos detendremos con deteni­ 140

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miento en los mitos sublimes de Prometeo y de Pandora, la primera mujer, para tratar de apreciar los significados que poseen estos relatos fundamentales en materia de sa­ biduría de vida para los humanos.

El mito de la edad de oroy las «cinco razas» humanas Así pues, al principio está la edad de oro, una época feliz al máximo porque los hombres viven en una comu­ nidad de buen entendimiento con los dioses. En esa épo­ ca son fieles a diké, son justos. Es decir, se abstienen de esa hybris lamentable que lleva a pedir más que la parte que les corresponde y a infravalorar quiénes son y a la vez en qué consiste el orden del mundo. En aquel tiempo, nos dice también Hesíodo, los hombres se benefician de tres privilegios maravillosos, unos privilegios de los que estoy seguro te gustaría disponer en la actualidad. En primer lu­ gar, no tienen ninguna necesidad de trabajar, de ejercer un oficio, ni de ganarse la vida: la naturaleza es entonces tan generosa que les da —como en el jardín del Edén, el célebre paraíso perdido del mito bíblico de Adán y Eva— todo lo necesario para vivir agradablemente: los frutos de la tierra más deliciosos, numerosos rebaños, manantiales de agua fresca y ríos acogedores, un clima suave y cons­ tante, en suma, todo para comer, beber, vestirse y disfrutar de la vida sin ninguna preocupación. Luego, no conocen el sufrimiento ni la enfermedad ni la vejez y viven al abri­ go de los males que de ordinario echan a perder la exis­ tencia humana, a resguardo de las desgracias que golpean a todos casi a diario en la actualidad. Por último, aunque a pesar de todo sean mortales, podría decirse que mueren «lo menos posible», sin dolor ni angustia, «como si se dur­ mieran», nos dice Hesíodo. Si son «apenas mortales» es 141

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que, sencillamente, no tienen miedo a una muerte que llega en un abrir y cerrar de ojos, sin problemas, de modo que están muy cerca de los dioses con los que además comparten la vida cotidiana. Cuando esta raza termine un día por desaparecer, «oculta por la tierra» según la expresión de Hesíodo, esos hombres no mueren del todo. Se convierten en lo que los griegos llaman «demonios». Atención, la palabra no tiene para ellos el senudo negativo que ha tomado en la tradi­ ción cristiana y al que hoy día estamos acostumbrados: al contrario, aquí se trata de espíritus benévolos y justos —comparables, si se quiere seguir la analogía con la tradi­ ción cristiana, a los ángeles custodios— capaces de distin­ guir la hybris de diké, el bien y el mal, la desmesura y lo justo. Debido a este discernimiento notable, recibirán de Zeus el privilegio insigne de repartir las riquezas en fun­ ción de las buenas y de las malas acciones de los hombres. Y lo que muestra que después de su muerte estos seres continúan viviendo en cierto modo e incluso viviendo bien es que, una vez que son transformados en demonios/ángeles custodios, se quedan con los vivos sobre la tie­ rra y no debajo en las tinieblas, como los malos que han sido castigados por los dioses10. Llega entonces la edad de plata, donde reina una raza de hombres pueriles y malvados, y luego la edad de bron­ ce, también detestable, poblada de seres terroríficos y sanguinarios, a la que sucede la edad de los héroes, gue­ rreros ellos también, pero valientes y nobles, que acaba­ rán sus días en la isla de los bienaventurados donde la vida es similar en todos los sentidos a la de la edad de oro. Dejo de lado su descripción11 para ir directamente a la última edad, la edad de hierro, es decir, nuestra época y nuestra humanidad. Y aquí, por una vez, la descripción de Hesío­ do es, como quien dice, apocalíptica. Sin duda alguna, 142

Dei. nacimiento de ujs dioses ai. de IJOS hombres

este periodo es el peor de todos. En la edad de hierro los hombres no dejan de padecer y sufrir: no hay una sola alegría que, para ellos, no venga pronto acompañada de una pena, ni un bien que no implique, como el reverso de una medalla, un mal. No sólo los hombres envejecen a toda velocidad, sino que deben trabajar duro para ganar­ se la vida. Y todavía no estamos más que al principio de esa era y las cosas pueden empeorar. ¿Por qué? Sencilla­ mente porque esta humanidad vive en la hybris, en una desmesura total, que ya no está limitada a la brutalidad guerrera como la de los hombres de bronce, sino que contamina todas las dimensiones de la existencia huma­ na. En ella anidan los celos, la envidia y la violencia, no respeta ni la amistad ni los juramentos ni ningún tipo de justicia que exista, de modo que se corre el peligro de que los últimos dioses que habitan la tierra y viven todavía al lado de los hombres se vayan definitivamente para incor­ porarse al Olimpo. Estamos aquí en las antípodas de la hermosa edad de oro en la que los seres humanos vivían en comunidad de amistad con los dioses, sin trabajar, sin sufrir y (casi) sin morir. Los hombres de esta edad de de­ cadencia se encaminan hacia la catástrofe: la discrepancia que mantiene con su hermano le hace pensar a Hesíodo que si perseveran en esa vía ya ni siquiera estará el bien en el reverso de la medalla, sólo males y, al final del camino, una muerte sin remedio. Donde se ven los daños definiti­ vos y devastadores de una vida entregada a la hybris, de una vida no conforme con el orden cósmico y de una exis­ tencia sin respeto a los dioses. Este mito ha planteado una y otra vez numerosas cues­ tiones. Ha dado lugar a una pluralidad increíble de inter­ pretaciones. Pero entre todas ellas se desprende un inte­ rrogante con una cierta evidencia: ¿cómo y por qué la humanidad ha pasado de la edad de oro a la edad de hie­ 143

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rro? ¿De dónde viene esta decadencia, este abandono? ¿Cómo explicar, por retomar un lenguaje de un horizon­ te completamente distinto, el de la Biblia —pero que vie­ ne bien aquí—, esta «caída» fuera de un «paraíso» ahora perdido? Son justo éstos los interrogantes a los que res­ ponden directamente los mitos de Prometeo y Pandora, inseparables entre ellos. Dejémonos guiar de nuevo por los dos poemas de Hesíodo, la Teogonia y I ms trabajos y los días, antes de mencionar algunas versiones diferentes y más tardías del mismo relato mítico, sobre todo las de un filósofo, Platón, y un dramaturgo, Esquilo.

E l«crimen» de Prometeoy el envío a la tierra de Pandora como castigo, primera mujery una «gran desgracia para los hombres que trabajan» Cuando se lee bien el poema de Hesíodo, es fácil com­ prender que los mitos de Prometeo y de Pandora inten­ tan explicar los motivos del paso de la edad de oro a la edad de hierro: son ellos los que, dejando a un lado las tres edades intermedias, tratan de mostrar cómo ha pasa­ do la humanidad de un extremo a otro. Está claro que a primera vista este paso parece catastrófico. Y sin embargo, se trata de nosotros, de nuestro lugar singular, original, en el seno del universo de los elementos y de los dioses. Y por este lugar necesitaremos plantear el problema de la existencia humana, de la senda que tendremos que bus­ car y si es posible encontrar en este mundo: así pues, es imposible reflexionar acerca de la sabiduría de los morta­ les sin tomar en cuenta su situación única dentro del cos­ mos, aunque a primera vista fuera desastrosa. Para comprenderlo bien, es necesario que primero te diga unas palabras sobre el personaje que aquí desempe­ 144

Del nacimiento de los dioses al de io s

hombres

ña el papel principal, a saber, Prometeo. A menudo se le presenta como uno de los Titanes. No es cierto del todo, puesto que no pertenece a la generación de Crono. En realidad, no es más que un hijo de Titanes. Para ser exac­ tos, es uno de los hijos dejápeto (uno de los hermanos de Crono) y de Clímene, una encantadora oceánide de «her­ mosos tobillos», es decir, una de las numerosas hijas del mayor de los Titanes, Océano. En griego, el nombre de Prometeo posee un significado muy elocuente: quiere de­ cir «el que piensa de antemano», es decir, el que es astuto, inteligente, en el sentido en el que, por ejemplo, se dice de un jugador de ajedrez que siempre se anticipa a su ad­ versario. Tiene tres hermanos cuyo destino será funesto debido, sin duda, a las secuelas de la guerra de Zeus con­ tra los Titanes, que hacen que sus hijos no estén en olor de santidad: primero está Atlas, condenado por Zeus a llevar el cielo sobre su cabeza ayudándose con sus brazos «infa­ tigables»; luego Menecio, a quien el señor del Olimpo se apresura a fulminar porque lo considera arrogante, ple­ no de hybris y demasiado valiente para que no constituya un peligro, y por último Epimeteo, cuyo nombre posee también un significado, pero exactamente el contrario al de Prometeo. En griego, pro quiere decir «antes» y épi, «después»: Epimeteo es el que comprende «después», el que actúa sin reflexionar y siempre va un paso por detrás, el memo vestido de lo que se llama «espíritu de escalera», es decir, de lentitud y pesadez. Será el instrumento princi­ pal de la venganza de Zeus contra Prometeo y a la vez con­ tra los hombres, venganza que precisamente les hará pa­ sar de la edad de oro a la edad de hierro. Pero no nos anticipemos. En el momento en que empieza la escena que nos inte­ resa, nos encontramos en una vasta llanura donde los hombres viven todavía en perfecta armonía con los dio­ 145

L a sabiduría de los mitos

ses: la llanura de Mecona. Según las propias palabras de Hesíodo, viven allí «protegidos, lejos de las desgracias, sin trabajar duro, sin sufrir tristes enfermedades que hacen que los hombres mueran» y «envejezcan pronto en la des­ gracia». Donde es fácil reconocer la descripción de la edad de oro. Todavía son los buenos tiempos. Aquel día, por un motivo que Hesíodo no nos señala, Zeus decide «zanjar las diferencias entre los hombres y los dioses». En realidad, se trata de continuar la construcción del cos­ mos: así como Zeus ha repartido el mundo entre sus se­ mejantes, los dioses, asignando a cada uno el lugar exacto que le corresponde y, como dirá más adelante el derecho romano, dando «a cada uno lo suyo», así ahora tiene que decidir qué parte del universo corresponde a los huma­ nos, cuál es, por así decirlo, el lote de los mortales. Por­ que ahora se trata de ellos. Y con este propósito, para de­ terminar lo que en el futuro corresponderá a los dioses por una parte y a los hombres por otra, Zeus pide a Pro­ meteo que sacrifique un buey y lo reparta de manera justa para que ese reparto sirva en cierto modo de modelo para sus relaciones futuras. El envite es gigantesco y, creyendo que hacía bien con el propósito de ayudar a los hombres, Prometeo —del que se dice que siempre los ha defendido contra los Olím­ picos, quizá porque él es descendiente de Titanes y como tal no necesariamente amigo de los dioses de la segunda generación— tiende una trampa a Zeus: lo parte en dos, luego pone los trozos buenos de carne, los que querrían comer los hombres, bajo la piel del animal. Desde luego, la piel no es comestible y para asegurarse de que este pri­ mer montón sea repugnante y no quepa la posibilidad de que Zeus lo elija como el destinado a los dioses, lo mete todo en el estómago poco apetitoso del buey sacrificado; por otro lado, reúne los huesos blancos, los limpia con 146

DCI. NACIMIENTO DE IjOS DIOSES AL DE LOS HOMBRES

cuidado (y en consecuencia resultan incomibles para los hombres), y los mete debajo de una hermosa capa de gra­ sa reluciente y muy apetitosa. Te recuerdo que Zeus, que ha devorado a Metis, la astuta, y que es el dios más inteli­ gente de entre los dioses, no puede dejarse engañar por la maniobra de Prometeo. Es evidente que lo ve venir y, ciego de ira ante la idea de que se burlen de él, fingirá caer en la trampa, saboreando la terrible venganza que prepara contra Prometeo y, de paso, contra los humanos que este último cree defender con inteligencia en este asunto. Zeus elige, pues, el montón de huesos blancos di­ simulado bíyo la grasa crujiente y deja los trozos de carne para los humanos... Fíjate de paso que12 Zeus no tiene que esforzarse mu­ cho para dejar la carne a los hombres, y eso por una exce­ lente razón: los dioses del Olimpo no la comen nunca. Sólo comen y beben ambrosía y néctar, el único alimento que conviene a los Inmortales. Es una cuestión fundamen­ tal que ya anuncia en sí misma una parte de las desgracias que padecerá la humanidad, que va a salir de la edad de oro por culpa de Prometeo: sólo los que van a morir necesi­ tan tomar alimentos como carne y pan, destinados a rege­ nerar sus fuerzas. Los dioses se alimentan por placer, para entretenerse y porque sus manjares son deliciosos; los hombres se alimentan, en primer lugar, por necesidad, y si no lo hicieran morirían mucho antes de lo que lo harán de todas formas un día u otro. Guardar la carne para los humanos y dar los huesos a los dioses es en realidad ratifi­ car el hecho de que son mortales, que pronto les cansa el trabajo, siempre en busca de alimento en cuya ausencia se debilitan, sufren, enferman y mueren enseguida de ham­ bre, todo lo que obviamente ignoran los dioses. Pero eso no es óbice: Prometeo ha intentado engañar a Zeus en favor, cree él, de los hombres, y Zeus está furio­ 147

L a SABIDURIA DE IX » MITOS

so. Para castigarlos, deja de darles el fuego que viene del cielo y con el cual los hombres se calientan pero, sobre todo, cuecen los alimentos que les permiten vivir. La coc­ ción es, para los griegos, uno de los signos de la humani­ dad del hombre, lo que los sitúa seguramente a igual dis­ tancia de los dioses que de los animales: pues los dioses no necesitan alimentos, y los animales los comen crudos. Y esta especificidad es lo que pierde la humanidad desde el momento en que Zeus le quita el fuego. Y lo que es más, «Zeus lo ha ocultado», nos dice Hesíodo de un modo algo enigmático. En realidad esto significa lo siguiente: en lugar de que, como en la edad de oro, los frutos de la tierra se ofrezcan a plena luz y en todas las estaciones se­ gún el apetito de los hombres, en lo sucesivo los granos tendrán que enterrarse en ella y habrá que trabajarla para que broten de ella los alimentos comestibles. Habrá que labrar y sembrar para que el trigo germine, luego segarlo, molerlo y cocerlo para fabricar el pan. Así pues —la cues­ tión es fundamental—, con el nacimiento del trabajo, ac­ tividad penosa donde las haya, comienza la caída fuera del mundo paradisiaco. Por esta razón Prometeo cometerá su segundo hurto, un segundo delito de lesa majestad: sencillamente le roba el fuego a Zeus y se lo vuelve a dar a los hombres. Y enton­ ces sí que la furia de Zeus llega a su apogeo, su cólera de­ satada no conoce límites. A astuto, astuto y medio: él tam­ bién va a idear una trampa —¡y qué trampa!— para castigar a los humanos que Prometeo quería proteger. Da orden a Hefesto de fabricar lo más rápido posible, con agua y tierra, la estatua de una joven «digna de amar», una mujer que va a enamorar locamente a esos humanos imbéciles. Toda una pléyade de dioses le dan un talento, una gracia, un atractivo: Atenea le enseña el arle del teji­ do, Afrodita le brinda la belleza absoluta y el don de susci­ 148

Del nacimiento de io s dioses ai. de los hombres

tar el deseo «que hace sufrir» y provoca «los problemas que os dejan destrozados». Dicho de otro modo, Pando­ ra, pues de ella se trata, será la seducción hecha mujer; Hermes, el dios de la comunicación, del comercio, el as­ tuto, también él seductor, un poco tramposo, le pone un «corazón de perra y modales disimulados»: es decir, que esta joven querrá siempre, como dice Hesíodo, «bastante más»; esto es lo que signifíca el «corazón de perra». Será insaciable en todos los planos: comida, dinero, regalos, siempre necesita más, pero también, claro está, en mate­ ria sexual, en la que su apetito tampoco tiene limite. En potencia, su disfrute no se detiene nunca —ahí donde el hombre, pretenda lo que pretenda para hacerse el intere­ sante, enseguida se agota—. En cuanto a sus «modales di­ simulados», significan que puede seducir a cualquiera, porque se le dan bien todos los argumentos, todas las ar­ gucias y todas las mentiras más deliciosas. Para completar este cuadro encantador, Atenea le regala además unos aderezos maravillosos, Hefesto le confecciona una diade­ ma de una sofisticación inimitable, otras divinidades, las Gracias, a las que llaman las Horas y son hijas de Zeus y Temis, o también la diosa de la persuasión, le hacen rega­ los asimismo, de modo que al final, como se dice Zeus con una risa malvada, los desdichados humanos no po­ drán hacer nada, absolutamente nada, contra esa trampa, contra esa «peste para los hombres que trabajan», contra esa mujer sublime en apariencia, en realidad temible, que «alegrará su corazón» hasta el punto de que, «muy con­ tentos», los muy pánfilos «amarán su propia desgracia». Es necesario que aquí te fijes en el parecido que existe entre la artimaña de Prometeo y la de Zeus. Coinciden término a término: como ocurre siempre en el cosmos armonioso, hace falta que el castigo se corresponda con la falta. Prometeo ha tratado de engañar a Zeus jugando 149

La sabiduría de u »

mitos

con las apariencias; ¿ha escondido los huesos incomibles debajo de la rica grasa y, al contrario, disimulado la carne buena dentro del estómago horrible del buey? Por eso que no quede. También Zeusjugará sobre el espejismo de las ilusiones: Pandora tiene todas las apariencias de la feli­ cidad prometida, pero en el fondo es la reina de las zorras y todo menos un regalo. Por lo demás, esta joven arrebatadora e imparable po­ see un nombre —«Pandora»— elocuente y engañoso a la vez. En griego significa «la que tiene todos los dones» —porque, dice Hesíodo, «todos los que tienen su morada en el Olimpo le habían ofrecido un don»— a menos que no signifique, como pretenden algunos, «la que ha sido dada a los hombres por todos los dioses». No importa. El hecho es que las dos lecturas son válidas: Pandora posee en apariencia todas las virtudes posibles e imaginables al menos en materia de seducción (salvo de moral, que como sabes es otro asunto...). Y por otra parte, es enviada a los hombres por el conjunto de los Olímpicos que quie­ ren castigarlos. Así pues, Zeus da la vida a esta criatura sublime y luego pide a Hermes que la lleve hasta Epimeteo, el memo que actúa primero y piensa después, cuando es demasiado tar­ de y el mal ya está hecho. Sin embargo, Prometeo había advertido a su hermano de que bajo ningún pretexto aceptara un regalo de los dioses del Olimpo, pues sabía bien que tratarían de vengarse de él y, a través de él, de los hombres. Pero es evidente que Epimeteo cae en la tram­ pa y se vuelve loco de amor por Pandora. No solamente dará a luz a otras mujeres que, como ella, arruinarán la vida de los hombres en todos los senüdos del término, sino que además agitará una extraña ünaja (que en la mitolo­ gía pronto recibirá el nombre de «la caja de Pandora») en la cual Zeus se ha ocupado de meter todos los males, 150

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e l n a c im ie n t o d e l o s d io s e s a l d e l o s h o m b r e s

todas las desgracias y todos los sufrimientos que se abati­ rán sobre la humanidad. Sólo la esperanza quedará ence­ rrada en el fondo de este recipiente funesto. Esto se pue­ de interpretar de dos maneras. En primer lugar podemos pensar que los humanos no tendrán siquiera una espe­ ranza a la que aferrarse porque esta última no ha salido de la caja. También podemos comprender, y esto me pa­ rece más justo, que sí les queda la esperanza, pero que no es ningún favor que Zeus les haya concedido. En efecto, no te engañes: para los griegos, la esperanza no es un re­ galo. Más bien es una desgracia, una tensión negativa, ya que esperar es estar siempre en falta, es desear lo que no se tiene y, en consecuencia, estar en cierto modo insatisfe­ cho y ser desgraciado. Cuando se espera sanar es que se está enfermo; cuando se espera ser rico es que se es po­ bre, de manera que la esperanza es mucho más un mal que un bien. Sea como fuere, he aquí cómo describe Hesíodo la es­ cena en Los trabajos y los días. Te la reproduzco porque in­ dica claramente los lazos que unen nuestros tres mitos entre sí (hago algunos comentarios entre paréntesis): No obstante Prometeo le había dicho (aEpimeteo) que no aceptara nunca un regalo de Zeus el Olímpico, sino que se los devolviera por miedo a que un mal les ocurriera a los que mueren (a los mortales = a los hombres). Pero él (Epimeteo) aceptó y cuando tuvo su desgracia en las manos compren­ dió (como ves, siempre comprende después, demasiado larde). An­ taño, las tribus de hombres vivían en la tierra protegidos, lejos de las desgracias, sin trabajar duro, sin sufrir tristes en­ fermedades que hacen que los hombres mueran (aquí volve­ mos a encontrar el mito de la edad de oro, y como ves, con la apari­ ción de Pandora los hombres van a salir de ella); los que van a morir envejecen pronto en la desgracia... Entonces la mu­

LA .SABIDURIA DE I.OS MITOS

jer, levantando con sus manos la tapa de la tinaja, propagó el mal entre los hombres, les causó penas crueles (Hesíodo no nos dice de dónde viene ni cómose halla ahí esta tinaja que ensegui­ da se convertirá en lafamosa «caja de Pandora», pero lo que es se­ guro es que Zeus es quien la llena con su contenido detestable). Sólo la esperanza se quedó en su morada indestructible en el in­ terior, sin llegar a los bordes de la tinaja ni escapar fuera; porque en primer lugar la tapa volvió a caer sobre el reci­ piente como lo había querido Zeus en la égida (esta palabra viene del griego aigos, que quiere decir «cabra» y designa el célebre escudo de Zeusfabricado con la piel de la cabra Amallen, del que se dice que era imposible de traspasar con unas flechas...). Y hete aquí que diez mil sufrimientos pululan entre los hombres (pues Zeus había metido en la «caja de Pandora» lodos los males posibles e imaginables para castigar a los hombres: enfermedades de todas clases, dolores diversos, miedo, vejez, muerte, etcétera); la tie­ rra está llena de desgracias y el mar también; las enfermeda­ des viajan entre los hombres a capricho, algunas de día y otras de noche, llevándoles la desgracia sin decir nada pues Zeus, prudente, les ha quitado la voz (todos los males nos caen encima sin que podamos preverlos ni prevenirlos). Así pues, es im­ posible evitar lo que Zeus ha querido (a saber, castigar a los humanos mortales). Y por eso, a causa de Pandora o más bien por ella, sali­ mos de la edad de oro. A este castigo terrible que al parecer atañe a Prometeo sólo de manera indirecta puesto que no le afecta perso­ nalmente, pero sí a los que quería defender y proteger, a saber, los humanos, se añade otro que esta vez sí concier­ ne al hijo de Jápeto: será encadenado mediante unas ata­ duras dolorosas en lo alto de una montaña y Zeus lanzará contra él un águila gigantesca que cada día le devorará el hígado. Porque el hígado de Prometeo es inmortal y cada 152

Dfil. NACIMIENTO DF. IjOS dioses al de mis hombres

noche vuelve a crecer, de modo que el suplicio atroz pue­ de recomenzar en todo momento... Después, mucho des­ pués, Heracles liberará por fin a Prometeo. Una leyenda tardía, muy posterior al texto de Hesíodo, aclara que Zeus había jurado por el Estige —un juramento imposible de deshacer— que nunca soltaría a Prometeo de su roca. Pero Zeus está orgulloso de las hazañas de su hijo Hera­ cles y no quiere desautorizarlo. Para no desdecirse él tam­ poco, Zeus acepta que Prometeo sea liberado a condición de que lleve siempre un trocito de piedra de esa roca ata­ da a un anillo. Se dice que este pequeño acuerdo con el cielo da origen a una de nuestras joyas más comunes: la sortija adornada con una piedra preciosa... Pero volvamos a los humanos y a su nueva condición que el mito de Pandora define con claridad. Conlleva al menos tres lecciones que ahora debes tratar de compren­ der y recordar para apreciar mejor lo que sigue.

Tres leccionesfilosóficas del mito de Prometeo y de Pandora En primer lugar, si es verdad que Pandora es la prime­ ra mujer, como insiste Hesíodo, eso significa que en los tiempos de la edad de oro, antes del famoso reparto del buey que Prometeo lleva a cabo en Mecona, los hombres vivían, por definición, sin mujeres. Desde luego había fe­ minidad en ese mundo, en especial una multitud de divi­ nidades femeninas, pero los mortales eran exclusivamen­ te varones. Lo que implica por consiguiente que no nacen de la unión de un hombre y una mujer, sino sólo por la voluntad de los dioses y los medios que habían elegido (sin duda nacen directamente de la tierra, como sugieren otros relatos mitológicos). El punto es fundamental, ya que este nacimiento a partir de la unión sexual de un 153

L a sabiduría de los mitos

hombre y una mujer es lo que va a hacer que los mortales sean realmente mortales. Acuérdate de que en la edad de oro no mueren del todo o, mejor dicho, lo menos posi­ ble: desaparecen muy tranquilos durante el sueño, sin an­ gustia ni sufrimiento y sin pensar jamás en la muerte. Además, después de su desaparición permanecen vivos en cierto modo, porque se convierten en demonios, unos ángeles custodios encargados de proporcionar riquezas a los hombres según sus méritos. En lo sucesivo, con la apa­ rición de Pandora, los mortales son del todo mortales por una razón muy profunda: y es que el tiempo tal como lo conocemos, con su séquito de males —envejecimiento, enfermedades, muerte...— ha nacido por fin. Recuerdas que Urano y luego Crono no querían que sus hijos vivie­ ran a plena luz del día: Urano los encerraba en el vientre de Gea, su madre; en cuanto a Crono, los devoraba direc­ tamente hasta que la madre de Zeus, Rea, lo engaña y en lugar de su hijo le hace tragar un señuelo, una piedra envuelta en pañales. Aquí aparece la verdadera razón de esta tenacidad en impedir a los hijos que vean la luz: no se trata sólo de prevenir un posible conflicto en el transcur­ so del cual el rey podría perder el poder, destronado por sus propios herederos, sino de algo mucho más profun­ do: obstaculizar el tiempo, el cambio y, por consiguiente, esta forma de muerte que simboliza la sucesión de gene­ raciones. El ideal de cualquier soberano sensato es el cos­ mos ordenado y estable, y la filiación y la concepción su­ ponen siempre, más o menos, la ruina de esa hermosa continuidad. Ahora bien, esta interpretación de la des­ cendencia está ahora bien establecida —donde se obser­ va también que los hijos ocupan una posición cuanto me­ nos ambigua: los queremos, desde luego, pero también simbolizan nuestra perdición—, por eso los griegos pare­ cen menos sentimentales, y tal vez un poco menos sim154

D f.i . nacimiento de los dioses al de los hombres

pies, por no decir simplones, de lo que somos nosotros en la actualidad... En segundo lugar, como en la Biblia, la salida fuera de la edad de oro va acompañada de una calamidad funesta: el trabajo. En efecto, a partir de ahora, los hombres ten­ drán que ganarse el pan con el sudor de su frente, y eso por dos razones al menos. La primera ya te la he dicho: Zeus ha «ocultado todo», ha enterrado los frutos que sir­ ven de alimento a los hombres, sobre todo los cereales con los que se fabrica el pan, de modo que ahora es nece­ sario cultivarlos para alimentarse. Pero también está esa Pandora arrebatadora y, con ella, «la raza y las tribus de mujeres, una gran calamidad para los mortales», como nos dice la Teogonia, de la que te cito un pequeño pasaje: Ellas conviven con los hombres y no hacen de la maldita pobreza su compañera (es decir, no soportan la pobreza): nece­ sitan bastante más. Ocurre como en las colmenas, cuando las al>ejas ceban a los zánganos que no hacen más que daño; todo el día y hasta la puesta de sol, ellas se afanan y hacen blancos panales de cera, mientras que los otros se quedan en las colmenas. Así es cómo recogen en su vientre el esfuer­ zo ajeno. No es muy feminista, te lo concedo, pero la época de Hesíodo no es la nuestra. Sea lo que sea, se acabó esa her­ mosa edad de oro en la que los hombres podían irse todo el día de juerga con los dioses y alimentarse con toda ino­ cencia sin entregarse nunca a las necesidades de un traba­ jo penoso. Pero lo peor, como quien dice, es que la mujer no es, como es evidente, un mal absoluto. Eso sería demasiado sencillo, y ahí está la tercera lección del mito: la vida humana es trágica en el sentido de que no hay bien sin mal. El hombre está totalmente engañado, co­ 155

La sabiduría df. los mitos

gido en la trampa sin salida posible, como dispuso Zeus riéndose sin alegría. Porque si se niega a casarse para que su patrimonio no sea devorado por los zánganos, como el de las abejas a las que Hesíodo le compara (la mujer que siempre quiere bastante más), entonces no hay duda de que trabajando menos puede acumular más riquezas. Pero .¿para qué? ¿Por quién se esforzaría tanto? Sin contar con que a su muerte, como no habrá tenido hijos, descenden­ cia, las riquezas acumuladas acabaran en manos de unos parientes lejanos cualesquiera que no le importan nada. Morirá, por así decirlo, una segunda vez puesto que, al no tener descendencia, nada suyo le sobrevivirá. En cierto modo un mortal al cuadrado. Si quiere herederos tiene que casarse, pero entonces la trampa se cierne de nuevo sobre él, ya que se añade el hecho de que sus hijos pueden ser malos, lo que constituye la peor de las desgracias para un padre. En resumen, en un caso como en otro, el bien se acompaña sin remedio de un mal mayor. Por supuesto, el texto de Hesíodo es terriblemente mi­ sógino, y es bajo este ángulo como lo leen, por ejemplo, en la mayoría de las universidades norteamericanas. En la actualidad, seguro que las asociaciones de mujeres que prosperan en los campus le pondrían un pleito a Hesíodo y sin duda alguna lo condenarían y le prohibirían ense­ ñar. Pero también podemos comprender que los tiempos han cambiado, que nuestra época no es la de Hesíodo y que más allá de los términos que chocan, hay que relacio­ nar sus palabras con la cuestión de la muerte. Pues es evi­ dente que ahí se encuentra la desdicha suprema que gol­ pea a los hombres, que ya no mueren en la edad de hierro (si se me permite la expresión) como en los buenos tiem­ pos de la edad de oro. A la nueva vida que da la mujer cuando se pasa de un nacimiento a partir de la tierra, de­ cidido y arreglado por los dioses, a un nacimiento por 1 5 6

D e i. nacimiento de los dioses al de los hombres

medio de una unión sexual, le corresponde una nueva muerte precedida de sufrimientos, trabajo, enfermeda­ des y de todos los males asociados a la vejez que los seres humanos de la edad de oro no conocían. De nuevo, Hesíodo establece la cuestión fundamental subyacente a todo el universo mitológico tal como lo ve­ mos nosotros: ¿qué es una vida buena para los mortales? Al contrario de lo que harán las grandes religiones, la mi­ tología griega no nos promete la vida eterna ni el paraíso. Sólo trata de ser lúcida, como la filosofía que anuncia, acerca de nuestra condición. ¿Qué hacer sino intentar vi­ vir en armonía con el orden cósmico o, si se quiere evitar la muerte anónima, tratar de ser célebre por la gloría he­ roica? El caso de Ulises nos va a convencer de que esta vida puede incluso ser preferible a la inmortalidad. Pero por el momento veamos el final de la historia tal como la imaginaron, o al menos narraron, después de Hesíodo.

Ims razones de la caída fuera de la edad de oro: el mito de Prometeo visto por Platón y Esquilo Estoy seguro de que con el sentido de la justicia que mueve a los niños, has debido de hacerte la siguiente pre­ gunta: después de todo, ¿por qué habría que castigar a los humanos por un crimen que no han cometido? Ha habido hybris por parte de Prometeo, por supuesto, ya que ha que­ rido desafiar a los dioses y engañarlos ocultando los peda­ zos de carne buenos bajo una apariencia repugnante y los trozos malos bajo un aspecto apetitoso. ¿Pero cuál ha sido el error de los hombres en este asunto? ¿Y por qué es tan necesario volver a ponerlos en su sitio de mortales como lo hace Zeus si no son responsables ni han hecho nada malo?

La sabiduría de los mitos

Al contrario que ciertos mitólogos contemporáneos, siem­ pre tengo algunos escrúpulos en continuar, como si nada, una historia narrada por Hesíodo en el siglo vil a.C. y com­ pletarla con un texto escrito en un contexto muy distinto, más de tres siglos después, en este caso el que Platón consa­ gra al mito de Prometeo en su diálogo titulado Protágoras, nombre de uno de los sofistas más importantes de la épo­ ca. El hecho de dirigirse a un público amplio, niños inclui­ dos, no debe aprovecharse para hacer lo que sea. No sólo se cambia de época —y tres siglos no son nada— sino tam­ bién de registro, puesto que pasamos de la mitología a la filosofía. Dejando esto bien sentado, la mirada filosófica de Platón, si bien muy distinta a la de Hesíodo, ofrece en sus poemas una perspectiva luminosa y al mismo tiempo vero­ símil: Prometeo no sólo ha robado el fuego a Hefesto, tam­ bién, según Platón, ha robado las artes y las técnicas a Ate­ nea, de modo que el hombre corre peligro algún día de creerse igual que los dioses. Y en ese caso, no existe la me­ nor duda de que, a su vez, la humanidad empezará a pecar de hybris. En realidad es muy posible que sea esto lo que se esté jugando en la llanura de Mecona en el momento de repartir el buey sacrificado... En efecto, según Protágoras, al menos tal como lo pre­ senta Platón en su diálogo, la discrepancia entre los hom­ bres y los dioses sólo se comprendería del todo si se re­ cuerda toda la historia, remontándonos para empezar a la época en la que los hombres no existían todavía, a la época en la cual en la tierra no había más que dioses. Un buen día, por una razón que Protágoras no precisa (¿tal vez se aburrían ellos solos?), los dioses deciden crear al conjunto de los mortales, es decir, a los animales y a los hombres. Así pues, se ponen a ello alegremente y con tie­ rra, fuego «y todo lo que se pueda combinar con la tierra y el fuego» fabrican figuritas, estatuillas de diversas formas. 158

Del nacimiento de los dioses al de u >s homares

Antes de darles vida, piden a Epimeteo y a Prometeo que repartan las distintas cualidades entre unas y otras. Epime­ teo suplica a su hermano que le deje empezar el trabajo y primero la emprende con los animales desprovistos de ra­ zón. ¿Cómo actúa? Epimeteo no es tan estúpido como se dice, y la distribución que hace de las cualidades es incluso muy hábil: construye un «cosmos», un sistema muy equili­ brado y viable, procurando que cada especie animal tenga su oportunidad de sobrevivir con respecto a los demás. Por ejemplo, si se trata de animales pequeños como un gorrión o un conejo, entonces a uno le da alas para que pueda huir de los depredadores y al otro, por la misma ra­ zón, la velocidad en la carrera y una madriguera en la que resguardarse en caso de peligro. Así es cómo describe Protágoras el trabajo de Epimeteo: En total, la distribución por su parte consistió en igualar las oportunidades. Yen todo lo que imaginaba, lomaba sus precauciones para evitar que ninguna raza se extinguiera. Pero cuando les proporcionó los medios para evitar las des­ trucciones mutuas, ideó para ellas una defensa cómoda con­ tra las variaciones de temperatura enviadas por Zeus: los cu­ brió con una piel espesa o con caparazones sólidos, aptos para protegerlos del frío y asimismo de los calores ardien­ tes. Sin contar con que al ir a acostarse también constituiría una manta natural y cada una tendría la suya. A una raza la calzaba con cascos, a otra con garras fuertes y sin sangre. Después de esto, eligió alimentos distintos para las diferen­ tes razas: para unas la hierba de la tierra, para otras los fru­ tos de los árboles, para otras las raíces; en algunos casos acordó que sus alimentos fueran la carne de otros animales, pero les concedió una fecundidad escasa, mientras que atri­ buyó una fecundidad abundante a las que así se despobla­ ban y, con eso, aseguraba la salvación de su especie. 159

LA SABIDURIA DE LOS MITOS

En una palabra, como ves, Epimeteo idea y lleva a cabo lo que nuestros ecologistas denominarían hoy una «biosfe­ ra» o un «ecosistema» perfectamente equilibrados, lo que los griegos llaman un cosmos, un orden armonioso, justo y viable, en el cual cada especie animal debe poder sobrevi­ vir al lado de las otras e incluso con ellas. Lo que confirma que la naturaleza —al menos si creemos la mitología— es de verdad un orden admirable. Entonces, tal vez me pre­ guntarás por qué razón Epimeteo merece ser tratado de memo que siempre comprende demasiado tarde. Esta es la respuesta de Protágoras: Pero com o Epimeteo, todos lo saben, no era muy sagaz, no se dio cuenta de que, después de haber despilfarrado así el tesoro de las cualidades en beneficio de los seres privados de razón, todavía le quedaba por dotar a la raza humana; y le inquietaba no saber qué hacer. Mientras se encuentra en este apuro, llega Prometeo para controlar la distribución. Ve a los animales equipados convenientemente en todos los aspectos, mientras que el hombre está desnudo, descalzo, sin abrigo, indefenso... Entonces Prometeo, preocupado por el problema de encontrar un medio de salvar al hom­ bre, roba a Hefesto y a Atenea el genio creador de las artes y con ello el fuego (ya que sin el fuego no habría manera de que nadie adquiriese ese talento o lo utilizase). Y al actuar así le ofrece al hombre su regalo. D on d e se observa que P rom eteo co m ete una d ob le fal­ ta que acarreará el d ob le castigo: en su contra, con el águila horrible q u e le dçvora el h ígad o, pero tam bién contra los hom bres; Zeus les enviará a Pandora y co n ella todos los m ales q u e en lo sucesivo irán unidos a la co n d i­ ción hum ana m ortal. ¿En qué consiste esta d ob le falta?

D e l nacimiento de los oioses ai. de los hombres

En primer lugar, Prometeo ha actuado como un la­ drón: entra sin permiso en el taller que comparten Hefesto y Atenea para robar primero el fuego y después las ar­ tes. Así pues, será castigado por este robo. Pero sobre todo, Prometeo, a espaldas de Zeus, dota a los hombres de un poder nuevo, de un poder de creación casi divino que —más allá del comentario de Platón, que prefiere otros aspectos del mito que aquí no nos interesan directamen­ te— podría entrañar el gran peligro de inducir un día a los humanos, tan prestos a dejarse llevar por la hybris, a creer­ se dioses. Porque, como nos señala Protágoras, gracias a los dones propiamente divinos que Ies proporciona Pro­ meteo, los hombres serán los únicos animales capaces de fabricar objetos «técnicos», artificiales: calzado, ropa de abrigo, vestimenta, alimentos extraídos de la tierra, etcé­ tera. Es decir, que al igual que los dioses, se convierten también en verdaderos creadores. Además, son los únicos que pueden articular sonidos y darles sentido, es decir, los únicos en inventar el lenguaje, lo que los acerca a los dioses de un modo considerable. Como esos dones proceden directa­ mente de los Olímpicos, pues a ellos se los ha robado Pro­ meteo, los humanos serán los únicos seres vivos que saben que hay dioses, que les construyen altares y los honran. Por lo tanto, dado que no dejan de comportarse de mane­ ra injusta los unos con los otros hasta el punto de que co­ rren el riesgo constante de destruirse entre ellos, al con­ trario que los animales que forman desde el principio un sistema equilibrado y viable, la hybris los amenaza en todo momento. Así pues, Prometeo acaba defabricar sin la autoriza­ ción de Zeus una especie muy peligrosa e inquietante para el cos­ mos: por consiguiente, se comprende muy bien por qué está resen­ tido con él, por qué estima que las argucias de Prometeo son detestables y desconsideradas, por qué se plantea castigar no sólo a este hijo de Titán, sino también, a los hombres con elfin, precisa­

L a sabiduría de los mitos

mente, de ponerlos en su sitio e invitarles a no ceder nunca a la hybris. Este es el verdadero envite del mito: procurar que, a pesar de los dones ofrecidos por Prometeo, los mortales no se crean dioses. En el fondo, la lectura de la tragedia que el gran dra­ maturgo Esquilo ha consagrado a Prometeo conduce a la misma idea casi dos siglos antes de que Platón escenifique el mito a través de las palabras de Protágoras. En efecto, en primer lugar nos enteramos de que Zeus ya desconfía de los mortales cuando reparte el mundo y organiza el cosmos después de haberle quitado el poder a su padre, Crono. También en este caso prefiero citarte el texto de Esquilo para que te acostumbres a la forma que tenían los griegos de expresarse cinco siglos antes de nuestra era: En cuanto se hubo sentado en el trono paterno (es decir, el tremo de Crono a quien Zeus acaba de derrocar con la ayuda de los Ciclopes y de los Hecatónquims), repartió los privilegios entre los distintos dioses y fijó las categorías dentro de su imperio (como recuerdas, aquí es donde comienza de verdad la creación del orden cósmico). Pero no prestó ninguna atención a los desdi­ chados humanos. Incluso quiso hacer desaparecer a la raza entera para hacer que naciera una nueva. Y nadie se opuso más que yo, Prometeo. Solo, tuve la osadía y evité que los mor­ tales hechos pedazos descendieran al Hades (a los infiernos que a menudo se denominan con el nombre del dios que reina en él). Por eso estoy doblado bajo el peso de esos dolores difíciles de so­ portar, lamentables de ver (se trata desde luego de las cadenas do­ lorososy del águila devoradora de hígado). Por haberme apiadado de los mortales, he sido considerado indigno de piedad... Sin duda, pero ¿por qué? Más adelante, Prometeo se vanagloria de todos los beneficios que ha aportado a los 162

Del nacimiento de u k

dioses al de los hombres

humanos. Cuando se lee la lista, como en los escritos de Platón, se comprende que Zeus no viera con buenos ojos a esta especie que tiene el peligro —un poco como temen hoy día los ecologistas— de ser en lo sucesivo la única que puede practicar la desmesura hasta el punto de provocar pura y simplemente la destrucción del orden cósmico gracias a las técnicas de las que dispone: Escuchad en su lugar las desdichas de los mortales y cómo de los niños que eran antes he hecho unos seres racionales y reflexivos. Quiero decíroslo no para denigrar a los hombres, sino para mostraros de qué favores los ha colmado mi bon­ dad. Antaño veían sin ver, escuchaban sin oír y, como en los sueños, enredaban todo al azar a lo largo de su vida. No cono­ cían las casas de ladrillos secados al sol. No sabían trabajar la madera. Vivían ocultos como ágiles hormigas en el fondo de cuevas donde no llegaba el sol. No tenían ningún signo segu­ ro del invierno, ni de la primavera florida ni del verano rico en frutos. Lo hacían todo sin utilizar su inteligencia, hasta el día que les enseñé el difícil arte de las salidas y los ocasos de los astros. Inventé para ellos la ciencia más hermosa de todas, la del número y la unión de las letras que conserva el recuer­ do de todas las cosas y favorece la cultura de las artes. Tam­ bién fui el primero en uncir al yugo y a la albarda a los anima­ les esclavizados para que tomaran el lugar de los mortales en los trabajos más penosos y enganché al carro los caballos dó­ ciles a las riendas, un lujo del que hace alarde la opulencia. Nadie más que yo inventó esos vehículos de alas de lino en los que los marinos surcan los mares. Éstos son los inventos que he ideado en favor de los mortales y yo, mísero de mí, no ten­ go medio de librarme de mi actual desgracia. Prometeo es muy amable, pero no se percata del proble­ ma que preocupa a Zeus —problema que, una vez más, re­ 163

I.A SABIDURÍA DE IO S MITOS

surge bajo un aspecto muy cercano a la ecología contem­ poránea—, y no es ningún azar si la imagen de Prometeo es omnipresente. Pues a los ojos de Zeus, la declaración de Prometeo suena como una confesión terrible y lo que el hijo del Titán Jápeto propone en su descarga es desde el punto de vista de los Olímpicos la carga más espantosa. Lo que la mitología griega pone aquí en escena con una clari­ videncia y una profundidad impresionantes es una defini­ ción muy moderna13de una especie humana cuya libertad y creatividad son fundamentalmente antinaturales y anti­ cósmicas. El hombre prometeico es ya el hombre de la téc­ nica, el que puede crear, inventar sin parar y fabricar má­ quinas y artilugios capaces un día de librarse de todas las leyes del cosmos. Esto es exactamente lo que Prometeo le proporciona robando el «genio de las artes», es decir, la fa­ cultad de utilizar, incluso de inventar, toda clase de técni­ cas. Agricultura, aritmética, lenguaje, astronomía: todo le vendrá bien para salir de su condición, para elevarse con arrogancia por encima de los seres de la naturaleza y para perturbar de este modo el nuevo orden cósmico que Zeus ha logrado construir con tanto esfuerzo. En una palabra, a diferencia de las demás especies vivas —a las que Epimeteo ha organizado la vida de manera que forman un sistema equilibrado e inmutable, de todo punto opuesto al que for­ mará la humanidad en cuanto esté dotada de las artes y de las ciencias—, la especie humana es la única entre los mor­ tales que es capaz de hybris, la única que puede desafiar a los dioses y a la vez perturbar, incluso destruir la naturale­ za. Y está claro que esto no lo puede ver Zeus más que con malos ojos a juzgar por los castigos que inflige a Prometeo y asimismo a los hombres. De ahí a pensar en destruir a la humanidad entera sólo hay un paso que algunos relatos mitológicos no han du­ dado en dar. 164

Dki. nacimiento de io s dioses al d i

io s hombres

El diluido y el arca de Deucalión según Ovidio: destrucción y renacimiento de la humanidad A partir de ahora hay un hecho bien establecido: la tendencia a la hybris que caracteriza a la humanidad des­ de que ésta ha sido dotada de nuevos poderes de creativi­ dad vinculados a las técnicas que Prometeo ha robado a los dioses es innegable. Esta tendencia la amenaza cada vez más con caer en el vicio y cometer delitos contra el orden justo. Varios mitógrafos antiguos hacen que a la mención (más o menos deformada con respecto a Hesíodo) del mito de la edad de oro le siga la de otro episodio famoso: el diluvio por el que Zeus habría decidido des­ truir a la humanidad para hacerla renacer —lo mismo que en la Biblia— a partir de dos justos: un hombre, Deu­ calión, hijo de Prometeo, y una mujer, Pirra, hija de Epimeteo y Pandora. Se describe a ambos como seres senci­ llos y rectos que viven según diké, la justicia, y alejados de la hybris que caracteriza al resto de la humanidad en deca­ dencia14. El primer poeta que hace un relato minucioso y completo del diluvio es Ovidio; antes de él no se encuen­ tran más que algunas alusiones aquí o allá, pero no lo bas­ tante completas para extraer de ellas una historia cohe­ rente. Al comienzo de las Metamorfosis nos da una versión verosímil del mito y une el episodio del diluvio a un acon­ tecimiento pardcular que podría haber tenido lugar en nuestra época, es decir, en la edad de hierro, y que sería el resultado directo del abandono al que habría llegado la humanidad en ese periodo: se trata del caso Licaón, un rey griego que ha tratado de engañar a Zeus de una ma­ nera abominable. Ovidio menciona la existencia de una raza que, después o durante la edad de hierro, no se sabe 165

I.A SABIDURÍA DF. IjOS m ito s

bien, Gea habría fabricado con la sangre de los Gigantes abatidos por Zeus con el fin de que la raza de sus hijos no se extinguiera. Habría dado a estos seres un «rostro hu­ mano». Sin embargo, llevarían la huella indeleble de sus orígenes y se caracterizarían ante todo por la violencia, el afán de matar y el desprecio por los dioses. Detengámonos un momento en este relato del diluvio y supongamos que estamos en compañía de la raza de hie­ rro o, aún peor si cabe, de la que resulta de la sangre de los Gigantes abatidos por Zeus, por consiguiente en ple­ na explosión de hybris. Zeus ha sido informado de que las costumbres de los humanos son calamitosas y viene a la tierra a hacer una ronda de inspección para ver hasta dónde ha caído la humanidad. ¿Qué observa entonces? Que la situación es peor todavía de lo que le han descrito. Por todas partes imperan los asesinos, los ladrones, hom­ bres que desprecian el orden del mundo instaurado por los dioses. Para hacer sus observaciones por sí mismo, con toda tranquilidad y sin peligro de falsear los resultados por el hecho de ser reconocido, Zeus toma apariencia hu­ mana y se pasea un poco por toda la tierra. Así llega a Ar­ cadia, donde reina un tirano de nombre Licaón (lo que en griego significa «el lobo»). Revela al pueblo de esta re­ gión que un dios ha bajado a la tierra y la gente, impresio­ nada, se pone a rezar. Pero Licaón estalla en carcajadas. Y según un esquema que encontraremos a menudo y que se asemeja al episodio de Tántalo, decide desafiar a Zeus para comprobar si es de verdad un dios, como pretende, o si, por el contrario, es un simple mortal. Licaón ha decidido matar a Zeus durante su sueño, pero antes de llevar a cabo ese propósito funesto le corta el cuello a un prisionero que el rey de un pueblo, los molosos, le había dejado como rehén, lo hace pedazos, man­ da cocer unos y asar otros, y no encuentra nada mejor 166

OKI. NACIMIENTO DE LOS DIOSES AL DE LOS HOMBRES

que hacer que ofrecérselos a Zeus para cenar. Craso error pues, como en el caso de Tántalo, Zeus se da cuenta de todo con antelación. Zeus lanza su rayo y el palacio de Licaón se derrumba sobre su cabeza. No obstante, el tirano logra escapar, pero Zeus lo convierte en lobo, y se ve a Licaón, siempre tan malvado, siempre impulsado por su pa­ sión sanguinaria, volver ahora su odio contra los demás animales y convertirse en su depredador más feroz... He aquí cómo narra Ovidio la escena al principio de sus Me­ tamorfosis, que cito, siempre con el mismo espíritu, para que veas con qué estilo y vivacidad se narraban los mitos en aquella época. Aquí es Zeus quien habla en primera persona. Está en el Olimpo y ha convocado a todos los demás dioses a un consejo extraordinario. A ellos se diri­ ge para hacerlos partícipes de su experiencia, anunciarles que se dispone a destruir la raza humana y a darles tam­ bién los motivos de su decisión. Como siempre, pongo mis propios comentarios entre paréntesis: Durante la noche, mientras dormía sumido en un sueño profundo, Licaón se dispuso a sorprenderme y matarme: con esta prueba quería conocer la verdad (es decir, saber si Zeus era de verdad o no un dios). Pero esto no era bastante para él. Con su espada le corta el cuello a uno de los rehenes que le había enviado el pueblo de los molosos. Luego, hace co­ cer una parte de sus miembros todavía palpitantes en agua hirviendo para volverlos más tiernos y hace asar la otra parte al fuego. Apenas los había dispuesto sobre la mesa cuando con mi rayo vengador le he echado encima su palacio... So­ brecogido de pavor se salva, y después de llegar a la campiña silenciosa se pone a dar alaridos; todo esfuerzo por hablar es en vano; toda la rabia que anida en su corazón se concen­ tra en su boca: su sed habitual de matar se vuelve ahora contra los rebaños, de modo que sigue complaciéndose en la sangre...

La sabiduría i>f. los mitos

Sus ropas se transforman en pelos, sus brazos se transfor­ man en patas, pero conserva todavía las huellas de su anti­ gua presencia. Sigue teniendo el cabello entrecano, el mis­ mo aspecto malvado, los mismos ojos enfebrecidos y no ha perdido un ápice de su pinta feroz. No he golpeado con mi rayo más que una sola casa, pero más de una merecería la misma suerte. Pues por toda la tierra reina la furiosa Erinia (es decir, recuerda, una de las diosas de la venganza, lo que signifi­ ca que hay crímenes que castigar por todas partes). Se diría una conjura para el crimen. No nos alarguemos. Que todos los hombres padezcan el castigo que se merecen: tal es mi deci­ sión y es irrevocable.

Como has adivinado, el castigo es el diluvio. Por un ins­ tante, Zeus piensa en destruir a la humanidad con su arma favorita, la que ya ha utilizado contra Licaón, el rayo, pero cambia de parecer: la amplitud de la destruc­ ción que se requiere es tan grande —hay que desalojar toda la tierra de género humano corrompido— que la hoguera necesaria correría el peligro de abarcar todo el universo y de quemar el mismísimo Olimpo. Así pues, Zeus recurre al agua y por ella perecerá la humanidad. Zeus se ocupa de encerrar a los vientos que disipan las nubes, los que, como el mistral mediterráneo, traen el buen tiempo seco y cálido. En cambio, como si de unajauría de perros malvados se tratara, suelta los aires húmedos, car­ gados de nubes tenebrosas rebosantes de un agua que empieza a caer en gotas gruesas y pesadas. Para colmo, pide a Poseidón (Neptuno) que golpee el suelo con su tridente para hacer que los ríos salgan de sus lechos y de­ satar también las olas de los océanos. Pronto, toda la tie­ rra está cubierta de agua. Ovidio señala que se ven focas de cuerpos deformes sustituir a los caballos en las prade­ ras, delfines correr en medio de los árboles, lobos nadar

DEL NACIMIENTO DE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

entre ovejas, al lado de leones rojizos que sólo piensan en salvar su piel... Las hijas de Nereo, uno de los dioses mari­ nos, se quedan fascinadas al descubrir ciudades enteras todavía intactas bajo las aguas... En suma, hombres y ani­ males, todo ese pequeño mundo de mortales, acaba sien­ do sepultado. Hasta los pájaros mueren, pues cansados de volar por encima de un mar sin límites terminan por caer y ser engullidos. Y los que de un modo u otro se han salvado de las aguas, el hambre los vencerá un día, ya que es evidente que no queda ningún alimento que lle­ varse a la boca. Todos han muerto... Salvo dos seres, dos humanos que Zeus se ha ocupado de proteger; y de nuevo nos acerca­ mos mucho al mito bíblico, ya que cuando anuncia su de­ cisión de destruir a todo el género humano, en realidad la asamblea de los dioses está dividida. Algunos van en la misma dirección e incluso cargan las tintas en su voluntad exterminadora; pero otros, al contrario, señalan que la derra sin los mortales corre el peligro de ser muy aburri­ da y vacía: ¿vamos a dejar en herencia este lugar maravi­ lloso sólo a las bestias salvajes? Y además, ¿quién se ocupa­ rá de los altares, de hacer los sacrificios, de rendir pleitesía a los dioses, si ya no hay hombres que se preocupen de ello? La verdad —pero soy yo quien lo añade aquí y sólo subyace en el texto de Ovidio— es que, sin los hombres, el cosmos entero está condenado a morir. Y de nuevo se toca uno de los temas más profundos de la mitología: si el orden cósmicofuera perfecto, si se caracteriza­ ra por un equilibrio inmutable y sinfallo, sencillamente el tiempo se detendría, es decir, la vida, el movimiento, la historia, y ni si­ quiera los dioses tendrían nada que ver ni que hacer. De ahí se deduce que el caos primigenio y lasfuerzas que no deja de generar de vez en cuando no pueden ni deben desaparecerpor completo. Y la humanidad, con todos sus vicios y, sobre todo, con la sucesión

La sabiduría df. i.os mitos

infinita degeneraciones que supone desde que Pandora le ha sido enviada y alfinal los hombres mueren «de verdad», es indispen­ sable para la vida. Magnífica paradoja que podría enunciarse de la siguiente manera: no hay vida sin muerte, ni historia sin sucesión degeneraciones, ni orden sin desorden, ni cosmos sin un mínimo de caos. Por eso, frente a las objeciones que le ha­ cen ciertos dioses, Zeus ha optado por salvar a dos huma­ nos. ¿Por qué? Simplemente para que la humanidad pue­ da revivir. ¿Cuáles? Serán dos seres excepcionales, para que esta especie renazca sobre unas bases sólidas y sanas. Excepcionales no significa en modo alguno que sean «grandiosos». Al contrario, son seres sencillos pero, como suele decirse, «honrados». Son puros de corazón, viven alejados de la hybris, según los principios de diké, honran­ do a los dioses y respetando el orden mundial. ¿Quiénes son? Te he dado sus nombres: Deucalión y Pirra. Como te he dicho, el primero es hijo de Prometeo. Hesíodo nunca nos dice quién es su madre; tampoco Ovidio, pero cree­ mos saber por Esquilo que podría tratarse de una hija de Océano, una Oceánide de nombre Hesíone. En cuanto a Pirra, es hija de Epimeteo y de Pandora. En cierto senti­ do, es la continuación de la humanidad de la edad de hie­ rro. Pero vuelve a empezar desde cero a partir de un hom­ bre y de una mujer que, para el futuro que se abre, es decir, para nuestra humanidad actual, pueden considerarse el primer hombre y la primera mujer. ¿Cómo van a poblar la tierra? De una forma muy curio­ sa que recuerda a los primeros tiempos y que no debe nada a Pandora —es preferible, si se quiere, empezar con buen pie—. Después de nueve días de diluvio ininterrum­ pido, solos, asustados y perdidos en el universo gigantes­ co y desierto, Deucalión y Pirra, que habían construido un arca muy sólida, como Noé, alcanzan las cumbres del monte Parnaso, preservadas de las aguas por la voluntad 170

DEL NACIMIENTO DF. I.OS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

de Zeus. Allí encuentran a unas ninfas encantadoras de­ nominadas ninfas coricianas (porque viven en una gruta, el Corición, situada en el (lanco del monte Parnaso, justo encima de Delfos). Entonces se dirigen al santuario de Temis, la otra diosa de la justicia, y le rezan: ¿cómo sobre­ vivir después de la catástrofe y, sobre todo, cómo van a restaurar la humanidad perdida ellos solos? Temis se apia­ da de ellos y he aquí su respuesta, a primera vista muy enigmática como ocurre siempre con los oráculos: Alejaos del templo, cubrios la cabeza, desatad el cintu­ rón de vuestros ropajes y arrojad detrás de vuestra espalda los huesos de vuestra abuela. Hay que reconocerlo, estas recomendaciones parecen muy extrañas y nuestros dos desdichados humanos están desconcertados. ¿Qué ha querido decir exactamente la diosa? Entonces reflexionan y acaban por comprender: cubrirse la cabeza y desatar el cinturón de sus ropajes es adoptar la vestimenta ritual de los sacerdotes que hacen un sacrificio a los dioses. Se trata, pues, de un signo de humildad, de respeto, lo contrario de la hybris que ha lle­ vado a la humanidad a su perdición. En cuanto a los hue­ sos de la abuela, es evidente que no significa que sea nece­ sario, como Deucalión y Pirra se imaginaron al principio, ir a profanar un cementerio. Sin duda, la abuela a la que se refiere es Gea; a decir verdad, y para ser exactos, Gea es la bisabuela de Deucalión y de Pirra, la madre de Jápeto, padre a su vez de Prometeo y Epimeteo, los padres de nuestros dos supervivientes. Y los huesos de Gea, claro está, son las piedras. Bastaba con pensar. Emocionados, y temiendo haber comprendido mal, Deucalión y Pirra re­ cogen piedras de todos modos y las arrojan a su espalda, por encima de sus hombros. ¡Milagro! He aquí que las 171

I j t SABIDURÍA DE I.OS MITOS

piedras se ablandan. Al mezclarse con la tierra se vuelven carne y aparecen venas en su superficie que se hinchan de sangre. Las que ha tirado Pirra se convierten en muje­ res y las de Deucalión en hombres que llevan el sello de su origen: la nueva humanidad será una raza dura para el trabajo, como la piedra que la origina, a prueba de fatiga y sólida como una roca. Quedan los animales, pues también todos ellos han pe­ recido en el diluvio. Por fortuna, la tierra empapada de agua se calienta bajo los rayos del sol y en ese barro tibio, «como en el seno de una madre» dice Ovidio, unos ani­ males comienzan a nacer lentamente, luego salen a la luz y se desarrollan, innumerables, especies antiguas ya cono­ cidas o, al contrario, completamente nuevas. El mundo está de nuevo en marcha. La vida retoma su curso y desde ahora el orden cósmico se libra tle los dos males que lo amenazaban: por un lado, el caos, que podía resurgir a cada instante a causa de una humanidad inmer­ sa en la hybris; por otro, el aburrimiento y la vacuidad si las especies mortales hubieran desaparecido por completo. Como ves, es sólo ahora cuando la cosmogonía, la cons­ trucción del cosmos, ha llegado verdaderamente a su fin. También en este punto es donde por fin se podrá ha­ cer la pregunta fundamental en toda su amplitud, aquella en la cual la mitología contacta con la filosofía: ¿qué es una vida buena para los mortales? Vamos a empezar a res­ ponder en profundidad con Ulises. Pues no basta con si­ tuarse en el punto de vista de los dioses, como lo hemos hecho hasta ahora adhiriéndonos a la lógica de la teogo­ nia. En definitiva, lo que nos interesa a los humanos es saber cómo vamos a situarnos con respecto a toda esta edificación grandiosa. Admitamos el supuesto de que acep­ tamos la visión griega del mundo, que pensamos que el universo es armonioso y ordenado y que nosotros, seres 172

OKI. NACIMIENTO OE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

acabados, estamos condenados sin remedio a morir: ¿cuá­ les son, en estas condiciones, los principios de una vida buena? Por lo demás, estos dos datos de partida son tanto menos absurdos para nosotros, hoy día, cuanto que po­ seen incluso una gran actualidad: bien considerado, es muy posible que el universo esté en efecto ordenado como pensaban los griegos. En este sentido, la ciencia contem­ poránea habla a favor de numerosos aspectos. Cada día más, los descubrimientos de la biología y de la física mo­ dernas nos hacen pensar que de verdad existen ecosiste­ mas, que el universo está organizado, que evoluciona ha­ cia unos seres más y más adaptados, etcétera. En cuanto a la finitud, al desencanto del mundo protector, cada vez somos más numerosos (al menos en los países democráti­ cos) los que pensamos que la noción de inmortalidad prometida por las religiones es cuanto menos dudosa. Por consiguiente, la idea de que la sabiduría consistiría en aceptar la hipótesis de un orden cósmico dentro del cual vivirían unos mortales durante un tiempo es más contemporánea que nunca. He aquí también por qué el viaje de Ulises, que al pasar del punto de vista de los dio­ ses al de simples mortales describe cómo un ser humano en particular puede y debe encontrar su lugar en el cos­ mos para alcanzar la vida buena, es aún hoy día plena­ mente válido. Tratemos de comprender mejor ahora en qué y por qué: lo que aquí está en juego es la cuestión de la sabidu­ ría de los mortales y, créeme, vale la pena.

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3. L a sabiduría de U lises O LA RECONQUISTA DE LA ARMONÍA PERDIDA

P u e s bien, ahora te hablaré del viaje de Ulises, el que Homero nos relata en la Odisea y que durará al menos diez años, tras la terrible guerra de Troya. Si tienes en cuenta que ese conflicto ya ha alejado a nuestro héroe de los su­ yos durante diez largos años, hace al menos veinte años que Ulises no está «en su sitio», cerca de su familia, allí donde debería vivir. Ahora bien, él nunca ha querido esta guerra. Ha hecho todo lo posible para no participar en ella y sólo por obligación abandona su patria, ítaca, la ciu­ dad de la que es rey, a Telémaco, su hijo aún muy peque­ ño, a su padre, Laertes, y a Penélope, su mujer. Se trata de una obligación moral, claro, pero no por eso menos gra­ vosa: a pesar de su deseo de quedarse allí donde está su casa, cerca de los suyos, Ulises no puede por menos que mantener su compromiso con Menelao, rey de Esparta, a quien el joven príncipe París acaba de arrebatarle su es­ posa, la bella Helena. Ulises, en el sentido griego del tér­ mino, está «abatido»: le han desplazado de forma violenta de su sitio natural, del lugar que le pertenece y al que asi­ mismo pertenece, alejado a la fuerza de los que lo rodean y que constituyen su mundo humano. Sólo tiene un de­ seo, volver a casa cuanto antes, recuperar su lugar en el or­ den del mundo que la guerra ha trastornado. Pero por mul­ 175

1a sabiduría de u »

mitos

titud de razones su viaje de vuelta resultará increíblemente arduo y difícil, sembrado de obstáculos y de pruebas casi insuperables —lo que explica la longitud y duración del periplo que el héroe tiene que realizar—. Además, todo se desarrollará en una atmósfera sobrenatural, en un mundo mágico y maravilloso que no es el mundo huma­ no, un universo poblado de seres demoniacos o divinos, benévolos o maléficos, pero que de todas formas no son una muestra de vida normal y, como tales, representan una amenaza: la de no volverjamás a su estado inicial, ni recu­ perar nunca una existencia humana auténtica.

I. V ista en perspectiva. E l sentido del viaje y la sabiduría Ulises: de T roya a Ítaca o del caos al cosmos

de

Está claro que yo podría contarte una a una las diíérentes etapas del viaje, sin indicarte su sentido. Son lo bastan­ te entretenidas en sí mismas como para leerlas aun sin entenderlas, y estoy seguro de que te complacerían. Pero sería una verdadera lástima, te perderías mucho y apenas tendrían significado. Para empezar porque ya existen de­ cenas de obras, entre ellas las dedicadas a los niños, que han contado las peripecias del viaje de Ulises. Después y sobre todo, porque las aventuras del rey de ítaca no ad­ quieren su verdadero relieve más que una vez que se po­ nen en perspectiva a partir de lo que acabamos de ver jun­ tos: la aparición, con la teogonia y la cosmogonía, de una sabiduría cósmica, de una nueva y apasionante definición de la vida buena para los mortales, de una «espiritualidad laica» de la que Ulises es quizá el primer representante en la historia del pensamiento occidental. Si para los que van a morir la vida buena es la vida en armonía con el orden cós­ mico, entonces Ulises es el arquetipo del hombre auténtico, 176

La SABIDURIAde U uses o la reconquista de la armonía peruioa

del hombre sabio que sabe lo que quiere y al mismo tiempo adonde va. Y es por eso por lo que, aunque retrase un poco el momento del relato —pero tranquilo, que llegaremos a ello lo antes posible—, voy a proporcionarte algunas cla­ ves de lectura que te permitirán darle su verdadero senti­ do a esta epopeya y percibir toda su hondura filosófica.

Hilo conductor 1. Hacia la vida buena y la sabiduría de los mor­ tales: un viaje que va, como la teogonia, del caos al cosmos Para empezar, debemos saber que todo comienza por una serie de fracturas, una sucesión de desórdenes que va a ser necesario afrontar y calmar. Como en la teogonia, la historia parte del caos y termina en el cosmos. Ahora bien, ese caos original posee todo upo de rostros distintos. Para empezar1, lo primero que salta a la vista es, evidentemen­ te, la propia guerra, situada bajo la influencia de Eris —como testimonia el episodio de «la manzana de la dis­ cordia» que ya te he relatado al principio del libro—. Este conflicto es terrible, miles de jóvenes perderán en él la vida en combates de una crueldad espantosa. En aquella época, como en nuestros días, la guerra es atroz: no sólo es sanguinaria y brutal, sino que representa un desarraigo sin igual para unos soldados llevados a la fuerza lejos de sus hogares, lejos de toda civilización, de toda dicha, lan­ zados a un universo que no tiene nada que ver con lo que la vida buena, la vida en armonía con los demás, con el mundo, debería ser. Pero una vez ganada por los griegos, gracias en buena medida al ardid de Ulises con su famoso caballo de made­ ra, la guerra se prolonga en un segundo momento de caos total, el saqueo de Troya. Digámoslo claramente: llega muy lejos, demasiado lejos. Es totalmente desmesurado, 177

La sabiduría de io s mitos

marcado con el sello de la hybris más demencial. Los sol­ dados griegos, que han perdido diez años de su vida en unas condiciones tan espantosas que nunca conseguirán reponerse, se han vuelto peores que animales salvajes. Cuando entran en la ciudad asediada, se complacen en matar, violar, torturar, destrozar todo lo que es bello e in­ cluso sagrado. Áyax, uno de los guerreros griegos más va­ lientes, llegará a violentar a Casandra, hija del rey Príamo y hermana de París, en un templo dedicado a Atenea. A la diosa no le hace gracia, pues Casandra es una joven muy amable. La verdad es que ella lleva también una maldi­ ción funesta que le viene de Apolo. El dios de la música se ha enamorado de ella y, para ganar sus favores, le otorga un don maravilloso: el de adivinar el porvenir. Casandra acepta pero, en el último momento, rehúsa ceder a los avances del dios... que se lo toma muy a mal. Para vengar­ se, le lanza un terrible sortilegio: siempre podrá adivinar correctamente el porvenir —lo que está dado está dado, y no se quita— pero nadie la creerá. Y así, Casandra suplica a su padre que no deje entrar el caballo de Troya en la ciudad: en vano, nadie la escucha... Pero de todos modos ésa no es razón para violarla, y mucho menos en un templo de Atenea. Y todos los grie­ gos se comportan de la misma manera, de modo que los Olímpicos, incluso aquellos que como Atenea apoyaron a los griegos contra los troyanos, se sienten asqueados por el nuevo caos que se añade inútilmente al que la guerra por sí misma ya constituye: la grandeza se mide por la ca­ pacidad de mostrarse digno y magnánimo no sólo en la adversidad, sino también en la victoria —y en este caso los griegos se comportan de forma muy mediocre—. Senci­ llamente, se comportan como cerdos. Frente a semejante oleada de hybris, Zeus debe obrar con severidad: desenca­ denará tormentas sobre las naves de los griegos cuando, 178

L a SABIDURIA DE UlJSES O IA RECONQUISTA l)F. LA ARMONÍA PERDIDA

una vez Analizado el saqueo de Troya, quieran volver a sus casas. Además, para escarmentarlos y hacerles reflexio­ nar, sembrará cizaña entre los jefes, sobre todo entre los dos reyes más grandes, los dos hermanos, Agamenón, que ha dirigido los ejércitos durante todo el conflicto, y Menelao, rey de Esparta y marido engañado de la bella Hele­ na enamorada de París... Y he aquí que nos encontramos con no menos de cinco tipos diferentes de caos que se acumulan y se añaden unos a otros: la manzana de la dis­ cordia, la guerra, el saqueo, la tormenta y las rencillas en­ tre generales —los dos últimos explican ya por su parte las primeras dificultades de Ulises para volver a su casa—. Pero en lo que a él atañe, todavía habrá cosas peores: como veremos enseguida, en el transcurso de su viaje atraerá sobre sí el odio eterno de Poseidón al reventar el ojo de uno de sus hijos, un Cíclope llamado Polifemo. Ulises apenas pudo actuar de otro modo: el Cíclope, un monstruo espantoso dotado de un único ojo en medio de la frente, pasaba el rato devorando a sus compañeros. Ha­ bía que dejarlo ciego para poder huir. Pero Poseidón tam­ bién tiene que defender a sus hijos, aunque sean malva­ dos, y nunca le concederá su perdón a Ulises: cada vez que tenga oportunidad, hará todo lo que pueda para amargarle la vida e impedirle regresar a Itaca. Ahora bien, sus poderes son grandes, muy grandes, y los problemas de Ulises van a estar en consonancia... Por último, una forma de caos que Homero menciona desde el principio de esta historia y que Ulises deberá afrontar hasta el final, y que no es desdeñable: en su au­ sencia, los jóvenes de Itaca, su patria querida, han sem­ brado un desorden inimaginable en su palacio. Conven­ cidos de que hace mucho tiempo que Ulises ha muerto, deciden ocupar su lugar no sólo al frente de ítaca, sino también junto a su mujer, que trata desesperadamente de 179

L a SABIDURÍA DE LOS MITOS

permanecer fiel a sil marido. Les llaman los Pretendien­ tes, porque pretenden el trono y a la vez la mano de Penélope. También se comportan un poco como los griegos en Troya, como puercos: cada noche van a festejar a casa de la reina, para su gran desesperación y la de su hijo Telémaco, que es todavía demasiado joven para expulsarlos él solo, pero la cólera y la indignación presiden su vida de la noche a la mañana. Los Pretendientes beben y comen todo lo que encuentran y todo lo que pueden, sin freno, como si estuvieran en su casa. Poco a poco van merman­ do todas las riquezas que Ulises ha acumulado para los suyos. Cuando están borrachos cantan, bailan como dia­ blos y se acuestan con las criadas. Incluso hacen proposi­ ciones deshonestas a Penélope; en resumen, son insopor­ tables y la casa de Ulises, lo que los griegos llaman su oikos, su lugar natural, ha pasado también del orden al caos. Cuando Ulises reinaba allí, era como un pequeño cos­ mos, un microcosmos, un mundo pequeño y armonioso, a imagen del que Zeus había instaurado a escala del uni­ verso. Y hete aquí que, tras su partida, todo se pone patas arriba. Si seguimos la analogía, podemos decir que los Pretendientes se comportan en la ciudad como «mini-Tifones». Para Ulises, la primera finalidad del viaje consiste en llegar a ítaca para volver a poner las cosas en su sitio, para hacer que su oikos, su casa, vuelva a ser un cosmos —por lo que nuestro héroe es en verdad «divino»—. Por otro lado, al hablar de él, le llaman a menudo «el divino Ulises». Al principio del poema de Homero, el propio Zeus afirma que es el más sabio de todos los humanos, porque su principal destino es comportarse en la tierra como el señor de los dioses a nivel del Gran Todo. Aun­ que mortal, es un Zeus pequeño al igual que ítaca es un mundo pequeño, y el objetivo de su viaje tan penoso, como de su vida entera, es hacer que la justicia, es decir la 180

La sabiduría de U ijses o la reconquista DE IA ARMONIA PERDIDA

armonía, reine por las buenas o por las malas si hace falta. Zeus no permanecerá insensible a este proyecto que le recuerda al suyo. Cuando sea necesario, ayudará a Ulises durante su regreso hacia el último y terrible combate con­ tra los portadores de caos y desarmonía que son esos Pre­ tendientes repletos de hybris...

Hilo conductor 2. Los dos acollos: dejar de ser hombre (la tenta­ ción de la inmortalidad), dejar de estar en el mundo (olvidar Itaca y detenerse en el camino) Ahora sabes de dónde viene y adonde va Ulises: del caos al cosmos, a escala suya, claro está, que es humana pero que refleja el orden cósmico. Es un itinerario de sa­ biduría, un camino penoso, tortuoso al máximo, pero cuyo fin, al menos, está perfectamente claro: se trata de alcanzar la vida buena aceptando la condición de mortal que es la de todo ser humano. Ulises, como ya te he di­ cho, no sólo quiere reencontrarse con los suyos, sino tam­ bién volver a poner su ciudad en orden, porque un hom­ bre no es hombre sino en medio de los demás. Aislado y desarraigado, separado de su mundo, no es nada. Esto es lo que Ulises dice claramente cuando se dirige al buen rey de los feacios, el sabio Alcínoo (enseguida veremos con qué motivo), de quien admira el gobierno armonioso y la paz que hace reinar en su isla: El objeto más querido de mis deseos, te lo juro, es esta vida de todo un pueblo en armonía, cuando en las mansio­ nes vemos a los convidados sentados en largas filas para es­ cuchar al aedo (era costumbre que un narrador, que llamaban

«aedo», cantase historias acompañándose de una cítara, costumbre que volveremos a encontraren tiempos de los castillos, con los trova­ 181

La sabiduría de los mitos

dores)cuando el pan y las viandas abundan en las mesas y cuan­ do yendo a la crátera (así llamaban al recipiente donde metían el vino puro para mezclarlo con agua) el escanciador viene a ofre­ cer y verter el vino en las copas. Ésa es, a mi parecer, la más hermosa de las vidas... Nada hay más dulce que la patria y los padres; ¿de qué sirve, en el exilio, la casa más rica en tie­ rra extranjera y lejos de los suyos? (Odisea, canto IX). La vida buena es la vida con los suyos, en su patria, pero esta definición no debe entenderse en un sentido moder­ no, «patriótico» o «nacionalista». No es el famoso «Traba­ jo, Familia, Patria» del mariscal Pétain lo que Ulises ten­ dría, de antemano, en la mente. Su visión del mundo se basa en la cosmología, no en la ideología política: para un mortal, una existencia lograda es la que se ajusta al orden cósmico, donde la familia y la ciudad no son más que los elementos más evidentes. Al armonizar su vida con el or­ den del mundo, hay infinidad de aspectos personales y Ulises va a explorarlos casi todos: por ejemplo, hay que to­ marse tiempo para conocer a los demás, a veces para com­ batirlos, a veces para amarlos, para civilizarse uno mismo, para descubrir culturas diferentes, paisajes infinitamente diversos, conocer el trasfondo del corazón humano en sus aspectos menos evidentes, medir nuestras propias limitacio­ nes en la adversidad: en resumen, uno no se convierte en un ser armonioso sin pasar por una multitud de experien­ cias, que en el caso de Ulises ocuparán un tiempo conside­ rable de su vida. Pero más allá de su dimensión casi iniciática en el plano humano, incluso de los aspectos cosmológicos, esta concepción de la vida buena posee también una di­ mensión propiamente metafísica. Mantiene un lazo muy profundo con cierta representación de la muerte. Para los griegos, lo que caracteriza a la muerte es la pérdida de la identidad. Para empezar, y ante todo, los 182

I.A SABIDURIA DK U lJSFS O LA RECONQUISTA DF. LA ARMONÍA PERDIDA

desaparecidos son los «sin-nombre», incluso «sin-rostro». Todos los que abandonan la vida se convierten en «anóni­ mos», pierden su individualidad, dejan de ser personas. Cuando en el transcurso de su viaje (más adelante te con­ taré en qué circunstancias) Ulises se ve obligado a descen­ der a los infiernos donde moran los que ya no tienen vida, se apodera de él una sorda y terrible angustia. Contempla con horror a toda esa gente que reside en el Hades. Lo que le inquieta por encima de todo es la masa indistinta de esas sombras a las que nada permite identificar. Lo que le aterra es el ruido que hacen: un sonido confuso, una algarabía, una especie de rumor sordo en donde ya no es posible reconocer una voz, y mucho menos una palabra con sentido. Esa despersonalización es lo que, a ojos de los griegos, caracteriza a la muerte, y la vida buena debe ser, en la medida de lo posible y durante el tiempo que se pueda, todo lo contrario a esa grisalla infernal. Ahora bien, la identidad de la persona pasa por tres puntos fundamentales: la pertenencia a una comunidad armoniosa —un cosmos—. Una vez más, el hombre no es en verdad hombre más que entre los hombres y, en el exi­ lio, no es nada —es por lo que, además, el destierro de la ciudad es, en opinión de los griegos, lo mismo que una condena a muerte, el castigo supremo que se inflige a los criminales—. Pero hay una segunda condición: la me­ moria, los recuerdos, sin los cuales uno no sabe quién es. Hay que saber de dónde venimos para saber quiénes so­ mos y adonde tenemos que in a este respecto, el olvido es la peor forma de despersonalización que pueda conocer­ se en la vida. Es una pequeña muerte dentro de la existen­ cia, y el amnésico, el ser más desdichado de la tierra. Hay que aceptar la condición humana, es decir, a pesar de todo, la finitud: un mortal que no acepta la muerte vive en la hybris, en una desmesura y una forma de orgullo que 183

1s mitos

cios con una piedra enorme y no duda un instante en en­ trar por el otro. En la oscuridad más completa, avanza al encuentro del monstruo; cuando éste se lanza sobre él, Heracles lo coge por la garganta y lo aprieta tan fuerte y tanto tiempo entre sus brazos que el león acaba por exha­ lar su último suspiro. Entonces, Heracles lo arrastra fuera de su gruta tirándole de la cola. Y ahí, una vez muerto, consigue desollarlo, luego se confecciona con la piel una especie de manto que le servirá de armadura y con la ca­ beza se hace un yelmo de combate. Cuando Euristeo ve que Heracles regresa victorioso con esa vestimenta, casi se desmaya. Está literalmente ate­ rrorizado: si Heracles es capaz de acabar con el león de Nemea, está claro que más vale desconfiar de él. Paraliza­ do por la angustia, este rey de pacotilla le prohíbe para siempre entrar en la ciudad: en adelante Heracles deberá depositar los trofeos que le traiga —si es que los consigue: no olvides que espera desembarazarse de él un día u otro— al pie de las murallas, fuera de la ciudad. Apolodoro hace incluso la precisión de que, por efecto del miedo, Euristeo manda fabricar y luego instalar bajo tierra una especie de tinaja de bronce grande en la cual planea es­ conderse si alguna vez las cosas le fueran mal7. Si quiere acabar con Heracles, es necesario encontrar otra cosa, una segunda prueba más temible si cabe que la primera. Euristeo pide entonces a Heracles que vaya a ma­ tar a una hidra que vive en la región de Lerna. De nuevo, esta hidra no tiene nada de natural. En realidad, lo que hoy día llamamos hidra es un pólipo pequeño de agua dulce —de alrededor de un centímetro y medio— pareci­ do a las anémonas de mar, dotado de una decena de ten­ táculos que producen urticaria y que cuando se cortan vuel­ ven a crecer. No demasiado malo. Pero esa otra hidra no tiene nada que ver con lo que se encuentra en la naturale­ 270

ü lK f:

V COSMOS. 1-A MISIÓN PRIMORDIAL DE LOS HÉROES

za «normal». Es un verdadero monstruo, gigantesco, pro­ visto de nueve cabezas que vuelven a crecer en cuanto se cortan —incluso reaparecen dos cabezas si se tiene la des­ gracia de cortar una—. Ella también devasta literalmente el país matando a todo lo que se pone a su alcance, sea animal u hombre. En la Teogonia, Hesíodo nos ofrece dos informaciones muy valiosas a propósito de ella. En primer lugar, se trata de nuevo, al igual que el león, de un mons­ truo nacido de los amores de Equidna y Tifón: una vez más, el vínculo con los trabajos de Zeus es evidente. Lue­ go, es Hera quien, iracunda contra Heracles, ha hecho criar a la bestia para que se enfrente a él llegado el día. Apolodoro relata la victoria de Heracles contra la hi­ dra de la siguiente manera: Como segundo trabajo, Euristeo ordenó a Heracles que matara a la hidra de Lerna. Esta hidra, criada en el pantano de Lema, salía a la llanura para devastar los rebaños y el país. Tenía un cuerpo gigantesco y nueve cabezas, de las cuales ocho eran mortales y la última, la del medio, inmor­ tal. Así pues, Heracles se montó en un carro, con Yolao (su sobrino) de cochero, y se fue a Lema. Hizo detener los caba­ llos, encontró a la hidra sobre una especie de colina, cerca de los manantiales de Amimone donde ella tenía su guari­ da. Lanzándole flechas encendidas la obligó a salir, y cuan­ do estuvo fuera la agarró y la sujetó muy fuerte. Pero ella enredó una de sus piernas a su alrededor y se pegó a él. Por más que abatía sus cabezas a mazazos, no conseguía nada, porque por cada cabeza cortada volvían a salir dos. Un can­ grejo gigante vino en auxilio de la hidra y le mordió el pie. Asimismo, después de haber matado al cangrejo, llamó a su vez a Yolao, el cual incendió una parte del bosque vecino y, con unas teas, quemó las cabezas hasta la raíz para impedir que volvieran a salir. Cuando hubo acabado de esta forma 271

La sabioi’rIa de los Mrros

con las cabezas que siempre renacen, cortó la cabeza inmor­ tal y, al borde del camino que va de Lerna a Eleúnte, la ente­ rró y puso encima una roca pesada. En cuanto al cuerpo de la hidra, lo rajó para empapar sus flechas con su veneno. Pero Euristeo declaró que no se debía contar esta prueba como uno de los diez trabaos porque Heracles no había acabado con la hidra él solo, sino con la ayuda de Yolao... Después de estas dos hazañas que le valieron una gran reputación en toda Grecia, Heracles vencerá o al menos dominará de un modo parecido a toda una serie de mons­ truos disfrazados de animales, a pesar de la mala fe de Eu­ risteo. No te cuento todas estas historias cuya trama resul­ ta muy repetitiva y que por lo demás encontrarás casi por todas partes. Están la cierva de Cerinía, el jabalí de En­ manto, las aves del lago Estinfalo, el toro de Creta, las ye­ guas de Diomedes, el perro Cerbero (el de Hades, de tres cabezas y colas de serpiente, que custodia los infiernos), etcétera. Lo que hay que señalar en estos relatos no es tanto la intriga, que es casi siempre la misma —una bestia monstniosa que devasta el país y con la que Heracles lo­ gra acabar siempre—, sino la naturaleza sobrenatural y maléfica de los seres a los que se enfrenta el héroe: salvo el jabalí de Enmanto, que no tiene de particular más que una fuerza excepcional y un carácter agresivo desconoci­ do en el mundo real —los textos arcaicos, los anteriores al siglo v, no hablan de ellos prácticamente nada—, los monstruos son a la vez maléficos y mágicos: la cierva es gigantesca y tiene cuernos de oro; las plumas de las aves son de hierro, punzantes y cortantes como cuchillas de afeitar; en cuanto al toro, los distintos mitógrafos anti­ guos lo asemejan tanto al que Poseidón hace salir del agua para permitir que Minos sea rey, como al que ha ser­ vido para raptar a Europa, la linda ninfa que Zeus quiere 272

D fnii y íxjsmos. L a misión primordial de IjOS héroes

convertir en su amante, como al toro del que Pasifae, la mujer de Minos, se enamora, e incluso asimismo al de Maratón: en todos los casos, se trata de seres sobrenatura­ les cuyos padres no son una vaca ni otro toro como suce­ de siempre en la naturaleza real, sino dioses que quieren divertirse con los hombres. Las yeguas de Diomedes son peores todavía: son caballos que comen carne humana porque los han hechizado —lo que ningún caballo que pertenezca al orden de la naturaleza hace jamás, puesto que es herbívoro—. El perro Cerbero tampoco pertenece al mundo de aquí abajo. Los bueyes de Gerión no tienen nada de monstruosos, pero en cambio su propietario, al que Heracles tiene que enfrentarse para hacerse con los animales, es hijo de Poseidón y de la terrible Medusa. En cuanto al perro Orto, que custodia sus rebaños y al que Heracles debe por supuesto abatir, es una vez más un ser monstruoso que no tiene nada en común con un perro de verdad, ya que tiene dos cabezas y es —sin duda algu­ na, el tema que une a Heracles con Zeus es omnipresen­ te— hijo de Tifón y de Equidna. Dicho de otro modo, las fuerzas que Heracles combate son de verdad sobrenaturales, incluso divinas, a imagen de aquellas a las que el propio Zeus tuvo que hacer frente antes del reparto del mundo y la creación definitiva del cosmos. Divino no quiere decir bueno: hay dioses malos como Caos, como los Titanes, como Tifón. Además, a la hi­ dra de Lema, una de cuyas cabezas es también inmortal, se la reprime exactamente según el esquema que utilizó Zeus para abatir a Tifón: lo mismo que Zeus no logra aniquilar a Tifón matándolo, lo que resulta imposible, sino ente­ rrándolo bajo un volcán enorme, el Etna, asimismo Hera­ cles consigue desembarazar al cosmos de la hidra colocando una roca muy pesada sobre su cabeza inmortal. Añadamos que de vez en cuando se menciona a Hera de manera ex­ 273

La sabiduría de los mitos

plícita como aquella que, si bien no ha fabricado al «ani­ mal», al menos hace todo lo posible para que se cruce en el camino del héroe cuya muerte desea a toda costa. El león de Nemea, la hidra de Lema, el jabalí de En­ manto, la cierva de Cerinía, las aves de Estinfalo, el perro Cerbero, las yeguas de Diomedes, el toro de Creta, los bueyes de Gerión custodiados por el espantoso Orto: ya llevamos nueve trabajos. Los tres restantes, de los que no te he hablado todavía —el cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas, las man­ zanas de oro de las Hespérides y los establos de Augias—, tienen un aspecto diferente. Ya no se trata de acabar con monstmos disfrazados de animales dañinos, sino, senci­ llamente, de llevar a cabo una tarea que se sabe imposi­ ble. En el fondo, en estas hazañas más que en las otras es donde la noción de «trabajos» se aplica verdaderamente: sin duda y antes que nada, se trata de una labor, de una misión imposible y peligrosa en la que lo monstruoso no es el primer y único elemento característico. Se sale del esquema habitual de la lucha victoriosa contra un ser ma­ léfico, heredero directo o indirecto de Tifón. Sin embargo, las fuerzas violentas del caos siguen es­ tando presentes en el trasfondo. Es el caso de las Amazo­ nas, esas guerreras intratables que se comprimen el pe­ cho derecho desde la infancia para que más adelante no les estorbe en el manejo del arco y la jabalina. Esta vez no es Euristeo el que pone una nueva tarea a Heracles, sino Admeto, su hija, que tiene un capricho: desea ferviente­ mente y con suma urgencia el magnífico cinturón de la reina de las Amazonas, Hipólita. Ahora bien, resulta que este adomo se lo ha regalado el mismísimo Ares, dios de la guerra, de modo que todo hace pensar que a Heracles le costará mucho quitárselo a su propietaria. Contra todo pronóstico, cuando llega a los pies de la reina después de 274

OlKÉ YCOSMOS. La misión primordiai. üf. i .os héroes

muchas aventuras que paso por alto, ella le regala el cin­ turón con mucho gusto. Pero Hera hace oídos sordos. Toma la apariencia de una Amazona —los dioses son ca­ paces de cualquier metamorfosis— y extiende el rumor entre las Amazonas de que Heracles es un enemigo que ha venido a raptar a la reina, lo que, por supuesto, es com­ pletamente falso. Debido a eso, estalla un combate entre Heracles y sus compañeros de armas por un lado y las Amazonas por otro, en el transcurso del cual Heracles mata a Hipólita. En cuanto a las famosas manzanas de oro de las Hespérides, se trata una vez más de frutas mágicas —tal vez re­ cuerdes que Eris arrojó una de estas manzanas sobre la mesa nupcial de Tetis y Peleo—, de seres que no se en­ cuentran en el mundo natural. Son manzanas muy espe­ ciales que salen directamente del árbol en metal precioso, y está claro por qué: es el regalo que Gea hizo a Hera el día de su boda con Zeus. La reina de los dioses las encon­ tró tan sublimes que hizo plantar el manzano que las pro­ duce en un jardín situado en los confines del mundo real, en el Atlas, esa montaña que también es un dios, el famo­ so Titán Adas, hermano de Epimeteo y Prometeo sobre cuyos hombros reposa el mundo. Hera teme que vayan a robarle sus manzanas, de modo que pone dos clases de guardianes a la entrada del jardín. En primer lugar hay tres ninfas a las que llaman las Hespérides. Hespérides quiere decir en griego «hijas de Hésperis», que a su vez es hija de Héspero, la tarde. Además, esas divinidades llevan nombres que recuerdan a los colores del final del día: la «Brillante», la «Roja», la «Aretusa de poniente»... Pero, por lo que cuentan, como Hera no está muy segura de sus ninfas, añade un segundo guardián: un dragón inmortal que, faltaría más, es otro hijo de Tifón y Equidna y siem­ pre en medio del camino de Heracles. Por otro lado, en 275

La sabiduría DE I jOS mitos

el curso de esta expedición en busca de las manzanas de oro es cuando Heracles liberará a Prometeo de sus cade­ nas: mata al águila que le devora el hígado, y que también es hija de Tifón y Equidna, a flechazos. Curiosamente, Heracles conseguirá robar las manzanas de Hera —prue­ ba de que de verdad es hijo de Zeus— mediante la astucia y no por la fuerza. Una vez que Heracles lo ha liberado, Prometeo no tiene inconveniente en indicarle lo que busca desde hace más de un año: el lugar exacto donde se encuentra el famoso jar­ dín de las Hespérides. Es fácil, porque está allí donde está su hermano Atías. Prometeo le aconseja que no vaya él mis­ mo a robar las manzanas —sería un hurto imperdonable—, sino que envíe a Atlas a buscarlas por él. Cuando llega don­ de está Adas, Heracles le propone un trato: él sostendrá el mundo sobre sus hombros en lugar del Titán mientras éste va a buscar las manzanas. Adas acepta, pero a su regreso se siente muy ligero; descubre hasta qué punto es agradable vivir sin carga, hasta qué punto está harto de llevar el mun­ do. Es comprensible. Y le dice a Heracles que él mismo lle­ vará las manzanas a Euristeo. No olvides que durante ese dempo Heracles tiene toda la bóveda celeste sobre sus hombros. Tiene que encontrar una solución para volver a ponerla enseguida sobre los de Adas. Muy amablemente, para no llamar su atención, le dice que de acuerdo, sólo que si tuviera la bondad de coger la carga un segundo, eso le permitiría agarrar un cojín que pondría bajo su cabeza para estar un poco más cómodo. Adas es fuerte pero tonto: se deja engañar, vuelve a coger la bóveda y, evidentemente, Heracles le hace una reverencia y regresa a casa de Euris­ teo con las manzanas, dejando al pobre Adas a merced de su desuno ñinesto. El final de la historia es bastante significativo: una vez que Euristeo üene las manzanas en la mano, apenas las 27«

D lK f Y

Ü1KÍ:

Y COSMOS. [.A

m is ió n pr im o r d ia l dk l o s h ír o k s

hermano de Egeo. Enseguida comprenderás porqué: todo el mundo en Atenas sabe que Egeo no tiene hijos. Por eso, sus sobrinos, los hijos de su hermano Palante, se di­ cen: ¡estupendo!, nosotros somos los herederos del trono de Atenas. Y como te imaginas, si por desgracia se entera­ sen de que Egeo tiene un hijo, tratarían sin lugar a dudas de quitarle de en medio para evitar que les arrebate lo que consideran desde ahora como suyo: a saber, la suce­ sión al trono de Atenas. Y como ellos son cincuenta y sin escrúpulos —pues sí, el hermano de Egeo no tuvo menos de cincuenta hijos— el muchacho no tendrá ninguna oportunidad de escapar. Esta es la razón de que Egeo re­ comiende a Etra que se mantenga en silencio, que no diga nada a Teseo acerca de sus orígenes hasta que sea lo bastante mayor y fuerte para poder levantar la roca y va­ lerse del arma que está escondida debajo. Teseo crece muy deprisa... y muy bien. Desde la edad de dieciséis años no sólo es fuerte como un adulto, sino mucho más que todos los de su región. Incluso su fuerza es hercúlea —y se dice que desde su infancia Heracles es su modelo, su héroe: además, son parientes lejanos—. Etra decide entonces revelarle el doble secreto que guarda des­ de hace tanto tiempo: en primer lugar, su padre (en todo caso, el que cuenta en esta tierra, su padre humano...) es Egeo, el rey de Atenas, y, en segundo lugar, ha dejado algo para él, su hijo, escondido bajo una piedra pesada adonde ella lo conduce para ver si ya es lo bastante vigoroso para levantarla. Como te imaginas, Teseo no necesita más de tres segundos para agarrar la piedra y desplazarla como si fuera de plumas. Coge la espada, se calza las sandalias y declara a su madre que partirá de inmediato hacia Atenas para encontrarse con su padre. De nuevo te preguntarás tal vez para qué pueden servir esas sandalias estropeadas: que un padre deje a su hijo un arma estupenda para que 287

La sabiduría dk i.os mitos

pueda defenderse y como símbolo de la entrada en la edad adulta, sea, se comprende. Pero en fin, ¿por qué un objeto tan banal y carente de interés como unas sandalias cuando es evidente que su madre y su abuelo han debido darle ya todo lo necesario a modo de calzado? De hecho, tienen un sentido muy preciso: significan que Teseo debe hacer el viaje de Trezén a Atenas... a pie, y no por mar. ¿Por qué es éste un elemento importante del mito? Porque, como recuerdas, la vida de Teseo está amena­ zada más que nunca por los malvados Palántidas, que quieren quitarle el sitio. Etra y Piteo están muy preocupa­ dos por él y le ruegan que evite a toda costa llegar a Ate­ nas por el camino: es bastante más peligroso. No sólo está la amenaza de los hijos de Palante, sino que además la re­ gión está plagada de malhechores e incluso, todo hay que decirlo, de seres monstruosos desde que Heracles, redu­ cido a la esclavitud, no puede cumplir correctamente con su trabajo de ejecutor de monstruos. Ahora bien, los que pueblan el camino que lleva a Atenas son de una crueldad y de una violencia tales que no son simples bandidos, sino seres casi demoniacos; sería una imprudencia absoluta que un joven aún inexperto pretendiera medirse con ellos. Sí, desde luego, es la voz de la sabiduría, en todo caso de la prudencia. Pero mira tú por dónde, ahí están esas san­ dalias, eso es innegable, que su padre le ha dejado por un motivo válido. Si Egeo ha escondido un calzado, es para que se utilice; así pues, es evidente que hay que llegar a Atenas a pie, y si los monstruos cortan el paso a Teseo en­ contrarán la horma de su zapato, pues es ya casi tan fuerte como Heracles y su espada es temible. Dicho en términos simbólicos, se trata de un viaje iniciáüco, un viaje durante el cual Teseo debe descubrir su ver­ dadera vocación: la de héroe, no sólo excepcional por su fuerza y su valor, sino también por su capacidad para elimi­ 288

D

ir é

y cosmos. La misión primordial de i.os héroes

nar del mundo, del cosmos, el desorden insoportable que los monstruos hacen imperar. Una de dos: o bien Teseo fracasa o bien tiene éxito. Si fracasa, es que no tenía made­ ra de héroe, pero si tiene éxito llegará a ser, como su primo Heracles, uno de los grandes continuadores de la obra em­ prendida por Zeus cuando abatió a los Titanes y luego lo­ gró la victoria contra Tifón: un hombre, cierto, pero un hombre divino por su contribución (a su nivel, claro está, pero a semejanza de los dioses) a la armonía del universo, a la victoria del cosmos contra las fuerzas del caos. Y precisamente, en lo que se refiere a las fuerzas del caos, Teseo irá bien servido. A lo largo de su trayecto ha­ cia Atenas se cruzará con seis seres literalmente abomina­ bles que, además, tienen aterrorizada a toda la región del istmo de Corinto. Al igual que en los trabajos de Heracles, todos esos monstruos, o casi, tienen una ascendencia es­ pantosa o rara. Todos presentan unos rasgos de carácter que se salen por completo de lo común y son sumamente peligrosos y terroríficos. Empezando por Perifetes, que si creemos a Apolodoro, cuyo relato sigo aquí en lo fundamental9, es el primero que se cruza en el camino del joven Teseo en las inmedia­ ciones de la ciudad de Epidauro. Perifetes es un verdadero crápula inmundo. Se dice que es hijo de Hefesto, el dios cojo, el único Olímpico feo. Su hijo tiene, a semejanza del padre, unas piernas muy cortas y torcidas. Como encima son debiluchas, finge apoyarse en un bastón, que en reali­ dad es una especie de maza o de porra de hierro, con el fin de que los viajeros se apiaden y se acerquen a él para ayudarlo, lo que hace Teseo amablemente. Y a modo de agradecimiento, el horrible Perifetes toma su temible arma para matarlo, pero Teseo, mucho más raudo y hábil, lo atraviesa con su espada y lo mata; luego se apodera de la maza de la que no se separará nunca más... 2 8 Í)

I.A SABIDURÍA DK LOS MITOS

Segundo acto: Teseo se encuentra con el ruin Sinis, al que apodan «Pitiocamptes», lo que en griego signiñca «doblador de pinos». Sinis es un gigante de una fuerza inimaginable, propiamente inhumana —en donde se ve ya un signo de su monstruosidad—. Según Apolodoro, es hijo de un tal Polipemon, pero a veces se afirma, sin duda para explicar su fuerza monstruosa, que posee una ascen­ dencia divina, que sería hijo de Poseidón. Para compren­ der bien el jueguecito atroz al que Sinis se entregaba, hay que remontarse a la iconografía de la época, en particular a las imágenes pintadas en vasijas que describen la escena y que a veces son más explícitas que los textos escritos. Si­ nis atrapa a los caminantes que tienen la desgracia de pa­ sar cerca de él pidiéndoles que le ayuden a doblar hasta el suelo dos pinos próximos entre sí. En cuanto el infeliz tie­ ne sujetas lo mejor que puede las cimas de los dos árboles, Sinis ata cada uno de sus pies y de sus brazos a cada una de las dos cimas y lo suelta todo de golpe, de modo que en el momento en que se afloja la presión sobre los pinos y se enderezan con violencia el viajero se rasga literalmente por la mitad, se descuartiza. Y Sinis se ríe burlonamente, es su pasatiempo favorito, eso le divierte de verdad. Nues­ tro héroe finge entrar en su juego, pero en vez de dejarse atar, sujeta los pies del monstruo a los dos árboles, de modo que cuando se enderezan es Sinis quien queda des­ pedazado; padece así la suerte que destinaba con tanto placer a los demás. Tercer acto, peor aún si cabe: la cerda de Cromión, o mejor dicho lajabalina, pues se trata seguramente de una hembra de jabalí. Esta jabalina no es corriente. No tiene nada en común con los demás jabalíes conocidos hasta ahora. Es hija de Tifón y Equidna, ella misma hija de Tár­ taro y madre entre otros de Cerbero, el perro de los in­ fiernos, un monstruo con rostro de mujer cuyo cuerpo no 290

Dnx y cosmos. L a misión primordial de los héroes

termina en unas patas, sino en una cola de serpiente... Como ves, esta cerda tiene a quién salir. Y también tiene el asesinato como pasatiempo: aterroriza la región, mata todo lo que pasa por su lado... hasta que Teseo la elimina de la faz de la tierra a golpes de espada. Sin duda alguna, el joven es tan valiente como hábil en el combate. Teseo encuentra al cuarto monstruo en los alrededores de la ciudad de Megara. Tiene aspecto humano, pero no hay que fiarse. Se trata de un tal Escirón y, de nuevo, algu­ nos dicen que tiene ascendencia divina y que incluso sería hijo de Poseidón. Otros aseguran que es hijo de Pélope, a su vez hijo del famoso Tántalo que muere de hambre en los infiernos. Sea como fuere, es un ser inhumano. Ha esta­ blecido su territorio al borde de la ruta costera, cerca de un cabo llamado precisamente «rocas escironias». Allí espera a los viajeros, y figúrate que cuando coge a uno le obliga a lavarle los pies. Tiene siempre su balde a mano, pero cuan­ do el infeliz se inclina para ejecutar la tarea que el otro le ordena, lo arroja al precipicio donde será la presa de una tortuga gigantesca, asimismo monstruosa, que lo devora todavía vivo... Como ya te imaginas, Teseo no se deja des­ moralizar. Según algunas pinturas, coge el balde de Esci­ rón, le da un buen golpe en la cabeza y lo envía al encuen­ tro de su tortuga en el fondo del mar. Exit Escirón. Y Teseo retoma su peligroso camino. Por supuesto, vuelve a caer en una verdadera peste. Esta vez, la escena ocurre en Eleusis, recuerda, la ciudad de Deméter y sus misterios. Un extraño personaje corta el paso a Teseo. Se trata de un tal Cerción, que tampoco es del todo huma­ no, puesto que de nuevo se dice que es hijo de Poseidón o tal vez de Hefesto, como el espantoso Perifetes. También está dotado de una fuerza sobrehumana y su pasatiempo favorito es hacer el mal por el mal, dañar al prójimo por el placer de dañarlo. Detiene a los caminantes y les obliga 291

I A SABIDURIA DE IO S MITOS

a pelear con él. Es evidente que gana todas las veces. Pero no se contenta con ganar; una vez que su adversario ha caído, se complace en matarlo. Cuando detiene a Teseo, Cerción está seguro de ganar. ¡Ya ves, un muchacho muy joven de apenas dieciséis años! Le hará picadillo. Salvo que Teseo es fuera de lo común y que con sus dieciséis años es veloz como una pantera. Coge a Cerción por un brazo y una pierna, lo alza por encima de su cabeza y sen­ cillamente lo arroja al suelo con toda su fuerza. El coco ha encontrado la horma de su zapato: se estrella contra el suelo con todo su peso... y muere en el acto. Como en todas las buenas historias, se ha guardado lo peor para el final. Y lo peor es un tal Procustes (al que han dado varios nombres y apodos: también se le llama Damastes, Polipemon o Procusto, término que al parecer, en este contexto, significa «el que martillea»; verás por qué den­ tro de un instante). Una vez más, algunos piensan que este hombre tiene un origen no humano: en particular Higinio, que cree que Procusto es hijo de Poseidón —a quien como ves se le achaca un montón de hijos muy poco sim­ páticos—. Procusto tiene dos camas, una grande y otra pe­ queña, en su casa situada asimismo al borde de ese camino que va de Trezén a Atenas. Muy amablemente, como quien no quiere la cosa, Procusto ofrece hospitalidad a los viaje­ ros que pasan cerca de su casa. Pero siempre se toma la molestia de ofrecer la cama grande a los de estatura baja y la cama pequeña a los más altos, de modo que los prime­ ros están muy holgados en su lecho, y en cambio la cabeza y los pies de los segundos sobresalen. En cuanto se duer­ men, el horroroso los ata muy fuerte a su cama... y a los al­ tos les corta todo lo que sobresale, mientras que a los bajos les rompe las piernas con un martillo y literalmente las hace papilla para adaptar con más facilidad lo que queda a las dimensiones de la cama grande. Pero una vez más, Te292

D lK f: V COSMOS. L a m is ió n m u m o r m a i . d e l o s h é r o e s

seo no se deja engañar. Ha visto venir la malvada maniobra de su anfitrión, en quien desde el principio no confía; y capturándolo, le hace sufrir a su vez los suplicios que re­ serva por lo general a sus invitados... Cuando por fin llega a Atenas sano y salvo, a Teseo le precede ya una reputación extraordinaria de ejecutor de monstruos. Todo el mundo lo aclama, le testimonia un agradecimiento infinito por haber limpiado el camino de esos seres demoniacos consagrados al mal por el mal que nadie, hay que reconocerlo, se había atrevido a hacer frente. Sólo Heracles puede compararse a nuestro nuevo héroe. Ahora, Teseo va a tratar de encontrar a su padre, Egeo, el rey de Atenas. Pero todavía le esperan dos obs­ táculos en su camino. Están, recuerda, los Palántidas, sus primos hermanos, los hijos de su tío Palante, que quieren matarlo para evitar que suba al trono en lugar de ellos. Pero también está, más temible si cabe, la hechicera Medea, que se ha convertido en la esposa de Egeo. Bajo una apariencia encantadora —es de una belleza absoluta—, Medea es un ser terrorífico. Para empezar, es sobrina de otra maga, Circe, la que transforma a los compañeros de Ulises en cerdos. Pero también es hija de Eetes, rey de la Cólquide, el que posee el vellocino de oro que Jasón, cuyas aventuras te contaré enseguida, le acaba de arreba­ tar. Y en esa otra historia, ella no dudó en matar a su pro­ pio hermano y despedazarlo para ayudar a su amante, Ja­ són, a huir de la Cólquide con el vellocino de oro (hago esta precisión para situar al personaje y decirte de lo que es capaz...). Por otro lado, el día que Jasón la abandone después de haberle hecho dos hijos, llena de rabia y sed de venganza, ella misma apuñalará a sus dos hijos. Eso es tanto como decir que más vale no fiarse de ella. Sabe con seguridad que Teseo es el hijo de Egeo y se dice que con todos esos dones no puede representar más 293

I.A SABIDURIA DE IO S MITOS

que molestias para ella. Entonces le calienta los cascos a Egeo; le explica que ese Teseo es peligroso, que es nece­ sario eliminarlo. Y te recuerdo que, desde luego, Egeo ig­ nora todavía en ese momento que Teseo es su hijo: sólo lo conoce por su reputación de ejecutor de bandidos y de monstruos. Como la mayoría de los maridos, se deja con­ vencer por su esposa y, si creemos a Apolodoro, trata pri­ mero de eliminar al héroe enviándole a luchar contra un toro terrible, el toro de Maratón, que siembra el terror en esta ciudad matando a los hombres. Por supuesto, Teseo regresa victorioso después de haber aniquilado a la bestia. Aconsejado por Medea, Egeo intenta envenenar a quien sigue ignorando que es su hijo. La hechicera ha prepara­ do una poción de su cosecha, una de sus especialidades de envenenadora. Egeo da una fiesta en su palacio real a la que invita a Teseo. Entonces le tiende la copa llena de ve­ neno, pero en el momento en que Teseo la coge y se dis­ pone a beber, Egeo advierte en su flanco la espada real que él mismo había dejado bajo la roca como signo de re­ conocimiento. Mira los pies del muchacho y enseguida reconoce también las sandalias. Con el revés de la mano aparta la copa envenenada y el líquido venenoso se extien­ de por el suelo. Con lágrimas en los ojos abraza a su hijo. Teseo está a salvo y al instante Egeo expulsa a la terrible Medea de su reino. Quedan los Palántidas: digamos que, llegado el día, después de la muerte de su padre, Teseo no tendrá ninguna dificultad en exterminarlos uno a uno, hasta el último, de modo que por fin tendrá vía libre: po­ drá convertirse en el nuevo rey de Atenas. Pero todavía no hemos llegado ahí, pues le espera una prueba, la más terrible de todas, en el camino de su ascen­ sión al trono real. Será necesario enfrentarse primero a un monstruo al lado del cual los que acabo de mencionar­ te no son más que amables entretenimientos: se trata del 294

DlKÉY COSMOS, I.A MISIÓN PRIMORDIAL DF, I X » HÍ.ROFS

M inotauro, un ser m itad hom bre, m itad toro, que el rey M inos ha h e c h o encerrar en el Laberinto que a este efec­ to construyó u n o d e los arquitectos más fam osos de la época: D édalo. Y esta vez, ni que decir tien e q u e la partida n o está ganada d e antem ano: nadie ha logrado jam ás ven­ cer al m onstruo, en verdad terrorífico, q u e habita ese fa­ m oso Laberinto, y nadie ha logrado tam poco encontrar la salida una vez d en tro d e ese jardín m aléfico. Para com p ren d er bien la con tin u ación d e esta aventu­ ra, ten go que contarte prim ero los o ríg en es d e la historia p o co com ú n d e este m onstruo.

Teseofrente al Minotauro en el laberinto construido por Dédalo Este asunto del toro se remonta lejos, muy lejos aguas arriba. Empecemos por el personaje de Minos. Este rey de Creta no es una persona muy simpática; pasa por ser uno de los numerosos hijos de Zeus, un hijo que habría tenido cuando se transformó... precisamente en toro para raptar a la encantadoia Europa, una muchacha sublime de la que, como de costumbre, se había enamorado. De paso te señalo, para que veas cómo se entremezclan todas estas historias, que Europa es hermana de Cadmo, el que ayudó a Zeus a vencer a Tifón y a quien el rey de los dioses entregó por esposa a Harmonía, una de las hijas de Afro­ dita y Ares. A lo que íbamos. Para seducir a Europa sin que le vea su esposa, Hera, Zeus ha tomado la apariencia de un toro sublime, de una blancura inmaculada y dotado además de cuernos semejantes a medias lunas. Aunque disfraza­ do de animal, es magnífico. Europa está jugando en la playa con otras muchachas y, por lo que cuentan, es la úni­ ca que no sale corriendo ante la aparición del animal. El 295

I.A SABIDURÍA DK U>S MITOS

toro se acerca a ella que, sin embargo, está un poco asus­ tada, pero parece tan agradable, tan poco fiero —está cla­ ro que Zeus hace lo que sea para tener un aspecto ama­ ble— que lo acaricia; él la mira con ternura, se arrodilla ante ella muy gentil. Ella no puede resistirse, monta sobre su lomo... y ¡hala!, Zeus/el toro se levanta y se la lleva a toda velocidad a través de las olas hasta Creta, en donde vuelve a tomar forma humana y le hace, uno tras otro, tres hijos a la moza: Minos, Sarpedón y Radamantis. El que aquí nos interesa es Minos. Si creemos el relato de Apolodoro —y una vez más es el que sigo aquí en lo esencial—, Minos redacta leyes para Creta, el país en el que ha visto la luz, pues quiere ser su rey. Entonces se casa con Pasifae, también de alta cuna, puesto que se afirma que es una de las hijas de Helios, dios del sol. Con ella tendrá varios hijos, entre ellos dos hijas que también se­ rán célebres —te hablaré más de ellas enseguida: Ariadna y Fedra—. A la muerte del rey de Creta, sin descendencia, Minos decide ocupar el sitio vacante y afirma a quien quiere oírle que cuenta con el apoyo de los dioses. ¿La prueba? Si se la piden, es fácil: declara que es capaz de conseguir que Poseidón haga salir de las aguas un toro magnífico. Para obtener los favores del dios del mar, Mi­ nos ha debido sacrificar varios animales en su honor y, sobre todo, le ha prometido que si accedía a su petición, si llegado el día hacía salir un toro del mar, de inmediato lo sacrificaría para él. Ahora bien, no hay nada que les guste más a los dioses que los sacrificios. Adoran la devo­ ción de los hombres, los cultos y los honores que les rin­ den, pero también el delicioso aroma que desprenden las gruesas patas del toro cuando se asan a la brasa... Así pues, Poseidón hace lo que Minos le ha pedido: bajo la mirada atónita del pueblo de Creta reunido para la ocasión, un toro magnífico sale de las aguas y se eleva en el cielo. 2 9 ()

lilK t. Y COSMOS.

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m is ió n pr im o r d ia l df. l o s h é r o e s

Una vez realizado el milagro, Minos se convierte en rey. En efecto, el pueblo no sabría negar cosa alguna a un hombre que posee el favor de los Olímpicos hasta ese punto. Pero como ya te he insinuado, Minos no es lo que se dice un buen tipo. Entre otros defectos, carece de pala­ bra. Y encuentra que el toro de Poseidón es tan hermoso, tan fuerte, que decide quedárselo como semental de sus propios rebaños en lugar de sacrificárselo al dios como prometió. Grave error que a decir verdad limita con la hybtis. No se le toma el pelo impunemente a Poseidón, y el dios, encolerizado como pocas veces, decide castigar al sinvergüenza. Así es cómo Apolodoro narra el episodio: Poseidón, irritado con Minos porque no había sacrificar do al toro, volvió furioso al animal e hizo lo posible para que Pasifae (la esposa de Minos) sintiera deseo por él. Enamorada del toro, pide ayuda a Dédalo, un arquitecto que había sido desterrado de Atenas tras un asesinato. Éste fabricó una vaca de madera, la subió a unas ruedas, la vació por dentro, cosió sobre ella una piel de vaca que había despellejado previa­ mente, y después de haberla dejado en el prado donde el toro tenía la costumbre de pastar, hizo subir a Pasifae en ella. El toro vino y copuló con ella como con una vaca de verdad. Así es cómo Pasifae engendró a Asterión, llamado el Minotauro, que tenía rostro de toro y, por lo demás, cuerpo de hombre. Conforme a los oráculos, Minos le hizo ence­ rrar en el Laberinto que había construido Dédalo. Ese La­ berinto era una morada con unos recodos tortuosos tales que en ella se vagaba sin poder salir nunca. Comentemos un poco este pasaje. En primer lugar, la venganza de Poseidón. Reconoce que es bastante retorcida. Simplemente, decide hacer cor­ 297

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n r i.o s

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nudo a Minos, y lo importante es cómo: con el toro que habría debido sacrificarle. Como siempre, el castigo está en proporción con el delito: Minos ha engañado por cau­ sa del toro y será engañado por él. Poseidón hechiza de este modo a su nrnyer, Pasifae, para que se enamore del animal y engendre con él al Minotauro (lo que literalmen­ te significa «el toro de Minos», el cual, a pesar del nombre, es todo salvo el padre...). Veamos a continuación el papel de ese personaje extra­ ño y genial que es Dédalo. Apolodoro nos dice de pasada que lo expulsaron de Atenas por haber cometido un cri­ men. Sin duda te has preguntado de qué se trataba. He aquí la respuesta, que define a Dédalo como un ser poco agradable, si bien de una inteligencia como ninguna otra. Además de arquitecto, Dédalo es lo que hoy llamaríamos un «inventor». Es el «Ungenio Tarconi» de la mitología griega, una especie de doble de Leonardo da Vinci: se le puede pedir que resuelva cualquier problema y encuentra la solución; que invente cualquier máquina y la fabrica en­ seguida. Nada se le resiste y es de una inteligencia diabóli­ ca. Sólo que está lleno de defectos. Sobre todo, es celoso. No soporta que alguien sea más inteligente que él. Tiene su taller en Atenas. Si creemos a Diodoro de Sicilia, que cuenta esta anécdota con detalle mientras que Apolodoro se contenta con aludir a ella, un día Dédalo toma como aprendiz a su sobrino Talo. Por desgracia para él, Talo está muy dotado, tiene un talento increíble e incluso amaga con superar a su maestro cuando inventa, él solo, sin ayu­ da exterior de ningún tipo, el torno de alfarero —esa má­ quina tan útil con la que se fabrican vasijas magníficas, pero también cuencos, platos, tinajas, etcétera—, y tam­ bién la sierra metálica. Dédalo revienta de celos, y eso le vuelve malo, hasta el punto de que en un ataque de odio mata a su joven sobrino (según Apolodoro tirándolo des­ 298

Diké y cosmos. 1a

misión primordial df. io s iiérofs

de lo alto de la Acrópolis, una de las cumbres de Atenas). Comparecerá ante el célebre tribunal llamado del Areópago (porque en otras circunstancias había servido ya para juzgar al dios de la guerra, Ares). Este prestigioso tribunal le declara culpable y Dédalo es condenado al exilio. Podrá parecerte que esta condena es muy leve: ser ex­ pulsado de su ciudad por haber cometido un crimen tan abominable puede parecemos a nosotros, los modernos, un castigó muy escaso. Pero en aquella época muchos lo consideraban peor que la pena de muerte —y esto es cohe­ rente con la visión griega que se desprende de todo lo que te he contado de esos mitos desde el comienzo de este libro—. Si la vida buena, como demuestra la historia de Ulises, es la vida en armonía con su «lugar natural», con su sitio en el orden cósmico establecido por Zeus, en­ tonces sí, verse expulsado es condenarse a una vida de desdicha. ¿La prueba? Recuerda que Ulises rechaza el ofrecimiento de Calipso cuando, para conservarlo, le pro­ pone la inmortalidad y la juventud... Así pues, Dédalo es expulsado de Atenas y sabe de sobra que desde ahota es un alma maldita, condenada para siempre a la nostalgia. Se dirige entonces a Creta y allí —Dios los cría y ellos se juntan— vuelve al servicio activo al lado de Minos, que le ha acogido. Y como ves, no duda en engañar a su señor fabricando una vaca artificial que le permite a Pasifae co­ pular con el toro de Poseidón. Y como verás también den­ tro de un momento, lo engañará de nuevo al ayudar a Teseo a salir del Laberinto que él mismo ha ideado y construido para que el Minotauro viviera en él. Pero no nos anticipemos. Por ahora, sólo sabemos que Poseidón ha castigado a Minos con crueldad, pero este último tiene además otras preocupaciones. Su hijo Andrógeo había ido a Atenas para participar en una fiesta gigantesca que se denomina fiesta de las «Panateneas». Se trata, un poco 299

L a sabiduría df. los mitos

como en los Juegos Olímpicos, de competiciones en las que los jóvenes de diversas regiones compiten entre ellos en varias disciplinas: jabalina, lanzamiento de disco, ca­ rrera a pie, a caballo, lucha, etcétera. Y por una razón so­ bre la que existen diversas hipótesis, Andrógeo, el hijo de Minos, muere. Según Diodoro, Egeo le manda asesinar porque se ha hecho amigo de los Palántidas y se vuelve una amenaza para Teseo. Según Apolodoro, Egeo envía a Andrógeo a luchar contra el toro de Maratón y resulta muerto. Da igual. Lo principal es que el hijo de Minos encuentra la muerte con motivo de su estancia en Atenas y que, con razón o sin ella, su padre hace responsable a Egeo. Así pues, declara la guerra a los atenienses y el re­ sultado, si creemos a Diodoro (sobre eso Apolodoro es poco elocuente), es un periodo de sequía que amenaza Atenas. Entonces, Egeo pregunta a Apolo qué hay que ha­ cer, a lo que el dios responde que, para salir del atollade­ ro, es necesario someterse a las condiciones que imponga Minos. Ya te he dicho que no es simpático. Para dejar de ase­ diar Atenas pide que cada año le envíen siete mancebos y siete doncellas que introduce en el Laberinto para que sirvan de alimento al Minotauro. Eso es tanto como decir que es un fin atroz. lx>s desdichados tratan por todos los medios de escapar a las garras del monstruo, pero es del todo imposible encontrar la menor salida del antro y, uno a uno, son devorados por la criatura. Según algunos. Teseo sale elegido en el sorteo para formar parte de la si­ guiente expedición. Pero según la mayoría de las demás versiones, es él, con su valor habitual, quien se ofrece vo­ luntario. Lo cierto es que se encuentra en la nave que lle­ va a catorce jóvenes hacia Creta en donde les aguarda un destino terrorífico; a partir de aquí la mayor parte de las versiones concuerdan. He aquí una de las más antiguas, 300

¡)!KÉ y COSMOS. La MISIÓN (ftlM ORM AI. DE IXÍS HÍKOtiS

la de Ferecides10, que ha servido de matriz y modelo a la mayoría de los mitógrafos: Cuando llega (a Creta), Ariadna, hija de Minos, está dis­ puesta a ayudarlo amorosamente; le entrega un ovillo de hilo que había recibido de Dédalo, el arquitecto, y le reco­ mienda que, una vez. dentro, lo ate al cerrojo que hay en lo alto de la puerta, que avance desenrollándolo hasta que lle­ gue al fondo, y que, cuando haya cogido al Minotauro dor­ mido y lo haya vencido, sacrifique los cabellos de su cabeza a Poseidón y luego regrese volviendo a enrollar el orillo... Después de matar al Minotauro, Teseo coge a Ariadna y em­ barca también a los mancebos y las doncellas para quienes no había llegado aún el momento de ser entregados al Mi­ notauro. Hecho esto, parte en mitad de la noche. Llega a la isla de Día, desembarca y se tumba en la playa. Atenea se presenta a su lado y le ordena que abandone a Ariadna y salga para Atenas. Al momento, se levanta y cumple la or­ den. Afrodita se aparece a Ariadna, que se lamenta, y la ex­ horta a que recupere el ánimo: va a ser la esposa de Dioniso y se hará famosa. Luego se le aparece el dios y le da una co­ rona de oro que luego los dioses transformarán en constela­ ción para complacer a Dioniso... Algunos comentarios al respecto. En primer lugar, se ve que una vez más, como en el caso de Pasifae, Dédalo no duda en traicionar a Minos que, no obstante, es su rey y su protector: cuando Ariadna le pide que le dé un medio para ayudar a Teseo, de quien se ha enamorado a primera vista —un auténtico flecha­ zo—, no tiene ningún escrúpulo en proporcionarle la manera de solucionar su asunto amoroso: gracias al ovillo de hilo, Teseo podrá encontrar su camino de vuelta y ser el primero en salir de ese dichoso laberinto (y de ahí vie­ 301

LA SABIDURIA DE LOS MITOS

ne la expresión, seguir el «hilo de Ariadna», que se utiliza sobre todo para designar el hilo conductor principal de una historia complicada). A cambio de hacerle este favor, Teseo promete a Ariadna que si logra matar al Minotauro, la llevará consigo y se casará con ella. Por supuesto, Teseo logra su objetivo. Entra en el Laberinto y sólo con la fuerza de sus puños consigue matar al Minotauro. Advertirás también que, al contrario que otros «litó­ grafos que afirman que Teseo habría «olvidado» a Ariad­ na en la isla donde hace escala, Ferecides nos invita a pen­ sar, y en ello le sigue Apolodoro, que no hay nada de eso. Teseo no es un ingrato, incluso está enamorado de Ariad­ na. Sencillamente, obedece a Atenea y cede su lugar a un dios al que es inútil querer resistirse: Dioniso. Claro está, yo prefiero esta versión que cuadra mucho mejor con lo que es el personaje de Teseo: un hombre valeroso y fiel, que obedece a los dioses y a quien es imposible imaginar com­ portándose como un granuja con una mujer que acaba de salvarle la vida. Así pues, regresa a Atenas con el cora­ zón oprimido y privado de la mujer a la que ya considera­ ba su futura esposa. Lo que explica el drama que supondrá la muerte de su padre. En efecto, cuando deja Atenas para dirigirse a Creta a combatir contra el Minotauro, Teseo embarca en una nave que luce unas velas negras. Entonces Egeo le ofrece un juego de velas blancas y le hace un mego de suma im­ portancia: si regresa con vida después de haber vencido al monsmio, que sobre todo no se olvide de cambiar las velas, de poner las blancas en lugar de las negras. Con ello su an­ ciano padre se tranquilizará cuanto antes: sus vigías, que otean sin cesar las naves que se aproximan, le notificarán que las velas son blancas y que su hijo goza de buena salud. Embargado por la nostalgia debido a la ausencia de Ariad­ na, Teseo olvida cambiar las velas. Desesperado, Egeo se 302

D ik é y cosmos. L a misión primordio, d i los héroes

an eja desde lo alto de la roca que domina el puerto al mar que, desde entonces, se denomina «mar Egeo».

La muerte de Minos y el mitodeícaro, hijo de Dédalo Unas palabras más sobre Dédalo y Minos antes de con­ tinuar con las aventuras de Teseo. Empecemos por Déda­ lo. Al enterarse de la muerte del Minotauro y de la huida de los jóvenes atenienses, y constatar además la desapari­ ción de su hija Ariadna, Minos comienza a estar un poco harto de Dédalo y de sus traiciones. Por decirlo lisa y llana­ mente, está loco de ira y dispuesto a todo para vengarse. Pues no tiene ninguna duda: sólo Dédalo ha podido ayu­ dar a Ariadna y a Teseo a salir del Laberinto. Sólo él era lo bastante inteligente para proporcionarles el medio de en­ contrar una salida. A falta de poder entregar a su arquitec­ to al Minotauro, le hace encerrar junto a su hijo ícaro en el Laberinto, jurándose a sí mismo que nunca le dejará sa­ lir de esta terrible prisión. Eso es no contar con el talento de Dédalo, a quien ningún problema se le resiste. Piensas tal vez que siendo el autor del laberinto saldrá ganando. Desengáñate. Aunque haya ideado ese jardín tortuoso, al no disponer de los planos Dédalo no tiene, como cual­ quier otro, la menor idea de cómo salir de allí. Así pues, necesita inventar algo que los saque de ahí. Y por supues­ to, nuestro «Ungenio Tarconi» da con una solución ge­ nial. Con cera y unas plumas fabrica dos pares de alas mag­ níficas, uno para él y otro para su hijo. Padre e hijo echan a volar por los aires escapando así de su prisión. Antes de despegar, Dédalo ha sermoneado bien a su hijo: «Sobre todo —le dijo— no te acerques demasiado al sol, si no la cera se fundirá y tus alas se desprenderán; tam­ poco te acerques mucho al mar, pues la humedad arranca­ 303

La

sa b id u r ía d e ü o s m it o s

rá las plumas clavadas en la cera y corres peligro de caer». Icaro asiente a su padre, pero una vez en el cielo pierde toda mesura: cede a la hybris. Embriagado por sus nuevos poderes, se toma por un pájaro, tal vez incluso por un dios. Hace caso omiso a las recomendaciones de su padre. No puede resistirse al placer de elevarse en el cielo todo lo que puede. Pero el sol brilla y, a fuerza de acercarse, la cera que mantiene las alas del muchacho empieza a fun­ dirse. De repente, se desprenden y caen al mar. Él tam­ bién, y se ahoga bajo la mirada de su padre que no puede hacer otra cosa que llorar la muerte de su hijo. Desde en­ tonces, este mar tomará, como en el caso de Egeo, el nom­ bre del difunto: se le denomina mar Icaro. Como ya te imaginas, al descubrir la evasión de Dédalo, Minos estalla de nuevo en cólera. Esta vez es la gota que col­ ma el vaso. Hará todo lo posible por encontrar a aquel que le ha traicionado tanto y tan a menudo, el responsable de la infidelidad de su mujer, el cómplice de la huida de Teseo y de su hija, el culpable de la muerte de su monstruo. Por su parte, Dédalo ha conseguido salir sano y salvo y se ha refugiado en Sicilia, en Cárnico. Minos lo persigue por todas partes: si es necesario irá a buscarlo hasta los confi­ nes del mundo. Para encontrar al traidor, Minos ha puesto a punto una argucia de su cosecha: por donde pasa, lleva con él un pequeño molusco, una especie de caracol de mar cuya concha tiene forma espiral, y ofrece una suma considerable a quien sea capaz de pasar un hilo por el in­ terior de lo que, en el fondo, no es más que un minilabe­ rinto. Minos está convencido de que Dédalo es el único lo bastante inteligente para encontrar la solución y también de que, como es vanidoso, el inventor no resistirá el pla­ cer de demostrar que puede con cualquier enigma. Y eso es lo que sucede. Dédalo vive en Sicilia en casa de un tal Cócalo. Un día, Minos pasa por casualidad por su 304

D/Kf. Y COSMOS. L \ misión primordial df. lo s héroes

casa y le expone el problema a resolver. Cócalo se compro­ mete a darle la solución. Propone a Minos que vuelva al día siguiente y entretanto pide a su amigo Dédalo que en­ cuentre la respuesta por él y éste lo hace. Coge una hormi­ ga, le ata un hilo a una pata y le hace entrar en la concha después de haber perforado el vértice. La hormiga vuelve a salir por el agujero y con ella el hilo. Al ver que Cócalo le aporta la solución, a Minos no le cabe ninguna duda: Dé­ dalo debe de estar en su casa. De inmediato pide que se lo entregue para castigarlo como merece. Cócalo finge obe­ decer e invita a Minos a comer en su morada. Antes de la comida le propone un buen baño... y lisa y llanamente lo hace escaldar por una de sus hijas. Una muerte atroz para un personaje poco amable. La leyenda quiere que luego llegue a ser, junto a su hermano Radamantis, uno de los que juzgan a los muertos en el reino de Hades.

Últimas aventuras. Hipólito, Fedray la muerte de Teseo En cuanto a Teseo, después de la muerte de su padre se convierte en el nuevo rey de Atenas. Como te he dicho, ha eliminado a los Palántidas, y no teniendo más obstáculos que salvar ni monstruos que combatir, ejerce el poder con una gran sabiduría. Incluso pasa por ser uno de los principa­ les fundadores de la democracia ateniense, por uno de los primeros en ocuparse de los más débiles y los más pobres. Pero seamos francos: es casi imposible narrar de manera coherente sus últimas aventuras por lo abundante de las anécdotas y la divergencia de las versiones. Si nos creemos la vida de Teseo narrada por Plutarco, nuestro héroe aún parlicipa en una guerra contra las Amazonas, donde lucha con­ tra las famosas guerreras al lado de Heracles. Luego libra otro combate, esta vez en compañía de su mejor amigo, Pirí305

La sabiduría de ia>s mitos

too, contra los Centauros, después de lo cual, como Ulises, desciende a los infiernos para tratar de raptar a Perséfone —tentativa que se salda, claro está, con un fracaso doloro­ so—. Lleva a cabo otro rapto, el de la bella Helena, entonces de doce años, y participa en algunas otras aventuras... Pero en el transcurso de esta vida extraordinaria hay so­ bre todo otro episodio que merece volver a contarse: el mar trimonio de Teseo y Fedra y la pelea con su hijo Hipólito. Tras la guerra contra las Amazonas, Teseo, vencedor, rapta a su reina, o al menos a una de sus jefas, y se la lleva con él a Atenas. Con ella tiene un hijo, Hipólito, al que quiere con pasión. Un poco después se casa con Fedra, hermana de Ariadna y una de las hijas de Minos. Es al mis­ mo tiempo una historia de amor y un signo de reconcilia­ ción con la familia de su antiguo adversario ahora fuera de combate. Teseo ama a Fedra quien, aunque respeta a su marido y sus sentimientos hacia él son sólidos, está loca de amor por Hipólito, el hijo que Teseo tuvo con la Amazona. Hipólito rechaza los avances de su madrastra por dos razo­ nes. En primer lugar, no le gustan las mujeres. Sus únicos pasatiempos son la caza y los juegos de guerra. Todo lo fe­ menino le da horror. Pero además, Hipólito adora literal­ mente a su padre y por nada del mundo se le pasaría por la cabeza la idea de traicionarlo acostándose con su espo­ sa. Fedra se toma muy a mal verse rechazada por el mucha­ cho. Además, empieza a temer que la denuncie y acuse ante su padre. Entonces ella anticipa el drama, toma la de­ lantera. Un buen día que Hipólito anda por los alrededo­ res, Fedra rompe adrede la puerta de su habitación, rasga sus vestidos, luego se pone a dar gritos y afirma que el chi­ co ha intentado violarla. Hipólito está horrorizado. Trata de defenderse ante su padre, pero como sucede a menu­ do Teseo confía en su mujer y, con el corazón destrozado, echa a su hijo de casa. Bajo el efecto de la cólera, comete 306

O/tó YCOSMOS. La misión primordial de los héroes

el error fatal de implorar a Poseidón, ese dios que tal vez sea su padre, que cause la muerte de Hipólito. El joven ya se ha puesto en camino, huye de casa a toda velocidad en su carro tirado por unos caballos veloces. En el momento en que el camino bordea el mar, Poseidón hace salir un toro de las aguas, por segunda vez desde el comienzo de esta historia. Los caballos se asustan y se desbocan, se salen del camino y el carro se rompe en mil pedazos. Hipólito muere en el accidente. Fedra no soporta el drama, confie­ sa la verdad a Teseo y se suicida ahorcándose. Esta tragedia ha inspirado a muchos dramaturgos y la historia, una de las más tristes de toda la mitología, ha quedado grabada en las memorias. Teseo no es más que la sombra de sí mismo. Por múltiples razones que no te cuento aquí, ya no consigue reinar en Atenas y deja el tro­ no para refugiarse en casa de un pariente lejano, un tal Licomedes. Según algunos, Licomedes asesina a Teseo por razones poco claras, quizá por celos o por temor a que le pida tierras. Según otros, Teseo muere en un acci­ dente mientras paseaba por las montañas de la isla. Sea como fuere, su fin es un poco vergonzoso. Como ocurre con frecuencia en esas historias heroicas, no tiene nada de grandioso y no parece digno de un héroe. Lo que que­ da al final es un hombre como los demás, un simple mor­ tal, y que la muerte es siempre algo muy estúpido. No obs­ tante, pasado el tiempo, los atenienses descubrirán su tumba, recuperarán sus restos y le rendirán un culto se­ mejante al que se reserva a los dioses.

III. P erseo o el cosmos liberado de ia G orgona Medusa

Con Perseo nos enfrentamos de nuevo a uno de esos héroes griegos impulsados por la justicia y preocupados 307

La sabiduría de los mitos

por expulsar del mundo de los vivos a los seres capaces de destruir el orden cósmico instaurado por Zeus. El primer relato coherente de las aventuras de Perseo procede de Ferecides. Le sigue Apolodoro con detalles aproximada­ mente iguales, y sobre esta matriz los demás mitógrafos han compuesto algunas variantes. Te voy a contar la histo­ ria siguiendo, en lo fundamental, esa versión original. Eranse una vez dos hermanos gemelos llamados Acrisio y Preto que se entendían tan mal entre ellos que ya re­ ñían en el vientre de su madre. Para evitar que siguieran peleándose cuando llegaran a la edad adulta, acordaron compartir el poder. Preto fue el rey de Tirinte y Acrisio, el que nos va a interesar aquí, reinó en la bella ciudad de Argos (no confundir con otros tres Argos, personajes de la mitología que llevan el mismo nombre que la ciudad de Acrisio: para empezar, está Argos, el perro de Ulises; asi­ mismo es el nombre del monstruo de los cien ojos que Hermes matará cuando Hera lo envía a vigilar a ío, la her­ mosa ninfa que Zeus transforma en vaca, y cuyos ojos se verán impresos en las plumas de los pavos reales; y por úl­ timo, Argos el ingeniero naval, el que construyó el barco dejasón y los Argonautas). Pero volvamos a Acrisio, el rey de la bonita ciudad de Argos. Tiene una hija encantadora, Dánae, pero no un hijo, y en aquella época lejana un rey debe tener un hijo que le suceda en el trono. Como era habitual, Acrisio se dirige a Delfos para consultar al oráculo y saber si algún día tendrá un hijo varón. También como de costumbre, el oráculo responde con evasivas. Sólo le dice que tendrá un nieto, pero que ese nieto lo matará cuando se haga ma­ yor. Acrisio está consternado e incluso aterrorizado: el oráculo de Delfos no se equivoca nunca y lo que acaba de oír de sus labios es su sentencia de muerte. No hay nada que hacer contra el destino pero, a pesar de todo, los hu­ 308

I)!KÍ YCOSMOS. La misión primordial dk ios híroes

manos no pueden dejar de intentarlo todo. Aunque quie­ re a su hija, Acrisio decide encerrarla con un ama de com­ pañía, una sirvienta, en una especie de cárcel de bronce que manda construir en los bajos del patio de su pala­ cio. De hecho, este tipo de cárcel es una imitación de las tumbas que antaño se construían en Mecenas, en las pro­ fundidades de la tierra, y cuyos muros se recubrían de metal dorado. Le pide a su arquitecto que deje una pe­ queña hendidura en el tejado para que pueda pasar un poco de aire y al menos Dánae no muera asfixiada... En cuanto el trabajo está terminado, encierra a su hija con la sirvienta y así se siente un poco menos angustiado. Pero no contaba con la concupiscencia de Zeus quien, desde lo alto del Olimpo, ha reparado en la preciosa Dá­ nae. Y, como de costumbre, ha decidido acostarse con ella. Para lograr sus fines, se metamorfosea en una lluvia de oro fino que cae del cielo y se infiltra en la prisión por la grieta del tejado. Esta lluvia dorada cae sobre el cuerpo de Dánae y de ese único contacto pronto nacerá un niño, Perseo. A menos que las cosas se hayan producido de otro modo y, una vez introducido en la tumba, Zeus se haya metamorfoseado de nuevo en un ser humano para hacer mejor el amor con Dánae. Sea como fuere, el resultado está ahí y nace el pequeño Perseo, que va creciendo en su jaula de oro hasta el día en que Acrisio oye los goijeos del niño. So­ brecogido de pánico, manda abrir enseguida la prisión y descubre con horror la realidad: aunque parezca imposi­ ble y a pesar de todas las precauciones, tiene un nieto, y el oráculo comienza sin prisa pero sin pausa a hacerse reali­ dad. ¿Qué hacer? Lo primero que hace es matar a la infeliz sirvienta que, sin embargo, no tiene absolutamente nada que ver, pero se equivoca al imaginar que es cómplice de este nacimiento funesto. La degüella con sus propias ma­ nos sobre el altar privado de su palacio consagrado a Zeus, 309

La sabiduría de i.os mitos

esperando con ello obtener la protección del rey de los dioses... Luego interroga a su hija: ¿cómo ha hecho para fabricar ese bebé? ¿Quién es el padre? Dánae cuenta la ver­ dad: el papá es Zeus, ha bajado del cielo transformado en lluvia de oro, etcétera. ¡Sí ya, y qué más!, exclama el rey. Ponte un poco en el lugar de Acrisio: no cree una sola pala­ bra de esta historia y piensa que su hija le está contando un cuento chino. Pero a pesar de todo no puede hacerle co­ rrer la misma suerte que a su sirvienta, como tampoco a Perseo: al fin y al cabo se trata de su hija y su nieto y las Erinias podrían venir a atormentarlo; no en vano castigan siempre los asesinatos familiares... Entonces manda llamar a un carpintero muy hábil. Le pide que construya un arca grande, tan bien hecha que pueda navegar en el mar. Hace entrar en ella a su hija y a su nieto, la cierra herméticamente, y ¡hala, que sea lo que Dios quiera! Ahí están, abandonados a su suerte, a merced de las olas. Más adelante, los pintores y los poetas describi­ rán la escena a su manera. Se dice que Dánae es una madre formidable: en esas circunstancias terribles se sigue ocu­ pando de su niño a las mil maravillas. El arca termina por llegar a algún sido, como üene que ser, y en este caso a una isla, la isla de Sérifos, donde un pescador llamado Dictis recoge a los náufragos. Es un hombre bueno, muy genero­ so. Trata a Dánae con el respeto debido a una princesa y cría al pequeño Perseo como si fuera su propio hijo. Pero Dictis tiene un hermano, Polidectes, mucho menos delica­ do y respetuoso que él. Polidectes es el rey de Sérifos y se enamora de Dánae desde el momento en que la ve. Daría cualquier cosa por acostarse con ella, todo hay que decirlo. El único problema es que Dánae no quiere y Perseo se ha hecho mayor: ya es un mozo. Protege a su madre y no es fácil quitarle de en medio. Polidectes tiene una idea, sin duda para desviar la atención de Perseo, tal vez para hacer­ 310

DlKf. Y COSMOS. L a m isión primordial de lo s héroes

le caer en una trampa, quién sabe. En todo caso, trata de apartarlo y anuncia a bombo y platillo que va a dar una fies­ ta a la que invitará a todos los jóvenes de la isla. Entonces les dirá que quiere casarse con una muchacha, Hipodamía, que adora los caballos. Como la costumbre lo requiere, to­ dos esos jóvenes deberán llevarle un regalo. Así pues, cada uno aporta un caballo, el más hermoso que ha podido en­ contrar, para complacer a su rey. Pero Perseo no lleva nada. Es natural: es pobre, como náufrago que es. En compensa­ ción, o tal vez por fanfarronería, dice que se compromete a dar a Polidectes cualquier otra cosa, incluso, si lo desea, la cabeza de Medusa, la terrible Gorgona. Tal vez ha dicho eso para hacerse el interesante (también porque ya siente en él una vocación de héroe. Ix>s relatos no son muy claros a este respecto). Lo cierto es que, desde luego, Polidectes le toma la pa­ labra, muy contento de hallar una ocasión excelente para desembarazarse definitivamente de ese aguafiestas. En efecto, nunca nadie ha logrado acercarse a la Gorgona y regresar vivo. Así pues, tendrá vía libre para casarse con Dánae (o tomarla por la fuerza...). Ya te he hablado de las tres Gorgonas y de su aspecto monstruoso, absolutamente terrorífico. Ahora es necesa­ rio que te diga algo más acerca de ellas. Son tres herma­ nas y, según algunos, en particular Apolodoro, en otro tiempo fueron hermosas, pero habrían cometido la im­ prudencia de afirmar que eran aún más bellas que Ate­ nea. Como ya sabes, este tipo de hybris no se perdona. Para vengarse o, mejor dicho, para ponerlas en su sitio, Atenea las desfigura literalmente. Ahora, sus ojos desorbitados son horripilantes; de su boca brota constantemente una lengua horrible, semejante a la de un cerdo o un cordero, y salen además unos colmillos como de jabalí que les dan un aspecto espantoso. Tienen brazos y manos de bronce 311

La sabiduría df. i.os mitos

y unas alas de oro en la espalda. Y lo peor de todo es que la mirada de sus ojos saltones transforma en piedra a to­ dos los seres vivos, animales, plantas o humanos, en cuan­ to la cruzan. Aquí encontramos una característica análo­ ga, pero peor aún, a lo que vimos con el famoso toque dorado de Midas: en los dos casos, el don mágico que per­ mite transformar lo orgánico en inorgánico, lo vivo en piedra o en metal, representa una amenaza directa para la armonía y la conservación de todo el orden cósmico. En última instancia, semejantes seres podrían aniquilar si quisieran, o les dejaran, el trabajo de Zeus. Por lo tanto, es vital para el cosmos volverlos a poner en su sitio tantas veces como sea necesario. Ahora bien, resulta que de las tres Gorgonas, dos son inmortales y una mortal. Ha llega­ do el momento de eliminar al menos a aquella que es po­ sible aniquilar y Perseo será quien se encargue de ello. El problema es que el infeliz ha hablado demasiado deprisa y no tiene ni la menor idea de cómo proceder. Para empezar, habría que saber dónde se esconde Medu­ sa, pero Perseo no lo sabe. Se dice incluso que las Gorgo­ nas, seres misteriosos y mágicos, no habitan en nuestra tierra, sino en algún sitio de los confines del universo. ¿Dónde exactamente? Nadie parece saberlo y, en todo caso, Perseo tampoco. Luego, admitiendo que las encuen­ tre, ¿cómo matar a Medusa sin que lo transforme en esta­ tua de piedra para toda la eternidad? Imagina que vuela como un pájaro, que sus ojos saltones giran en todos los sentidos y a toda velocidad y que basta una sola mirada para que todo acabe. Ni que decir tiene que hacer frente al reto es difícil y Perseo empieza a pensar que tal vez ha­ bría hecho mejor llevando un caballo a Polidectes como todo el mundo... Pero es un héroe y también, al fin y al cabo, no lo olvides, hijo de Zeus. Como Heracles. Y la prueba de que su tarea en la tierra es divina es que Her312

D in : y cosmos. L a misión primordial df. ió s hírof .s

mes y Atenea, los Olímpicos más poderosos y más cerca­ nos a su padre, acudirán en su ayuda. La primera etapa que Perseo tiene que salvar consiste en visitar a las denominadas «Creas». Se trata de tres her­ manas que también son hermanas de las Gorgonas. Tienen los mismos padres, asimismo espantosos, dos monstruos marinos gigantescos, Forcis y Ceto. Las Greas tienen la mi­ sión de custodiar el camino que lleva a las Gorgonas, y si ellas ignoran quizá el lugar donde habitan, conocen a unas ninfas que sí están al corriente. Si Perseo logra hacer ha­ blar a las Greas podrá, en una segunda etapa de su periplo, ir a consultar a esas ninfas. Pero las Greas no son fáciles, es lo menos que puede decirse. A su manera, son también verdaderos monstruos de los que hay que desconfiar: tie­ nen fama de devorar a losjóvenes cuando les viene en gana. Además, todas esas divinidades, se trate de las Gorgonas inmortales, de sus padres monstruosos o de sus hermanas horripilantes, pertenecen al universo preolímpico: son se­ res del caos y no del cosmos, esas fuerzas primigenias y ar­ caicas de las que siempre hay que desconfiar y que hay que saber dominar si se quiere escapar a la destrucción. Damos como prueba el hecho de que las Greas están dotadas de dos características espantosas. La primera es que han nacido viejas. Figúrate que nunca han sido jóve­ nes, y mucho menos niñas ni bebés. Desde su nacimiento son ancianas de piel muy arrugada, viejas brujas desde el principio. La segunda característica es que no tienen más que un ojo y un diente para las tres. Imagínate un poco la escena: continuamente se pasan el ojo y el diente, que dan vueltas sin parar en un corro infernal. De modo que un poco como Argos, el monstruo de los cien ojos, aunque no tengan más que un órgano visual, están siempre vigilantes porque nunca duermen las tres al mismo tiempo. Asimis­ mo, su diente único está siempre dispuesto para cortar, 313

La sabiduría de los mitos

trocear y rasgar a quienquiera que se les acerque demasia­ do. Así pues, hay que desconfiar de ellas como de la peste. Jean-Pierre Vemant compara la carrera del ojo y el diente de las Creas a la del hurón en el juego que lleva su nombre. La imagen es excelente, pero, no sé por qué, la historia me recuerda más bien al juego del trile. ¿Conoces este juego? Se colocan tres cuencos pequeños boca abajo encima de una mesa. El maestro del juego, a decir verdad una especie de prestidigitador, esconde una moneda (o un billete, una sortija, etcétera) bajo uno de los cuencos. Después la hace pasar hábilmente de un cuenco a otro, levantándolos y volviéndolos a poner a toda velocidad, de modo que al final acabas por no saber b