Los viajes de Gulliver

LtJJ viajeJ de Gulliver Colección dirigida por Francisco Antón Jonathan Swift viajef de Gulliver LtJJ Adaptación

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LtJJ viajeJ de Gulliver

Colección dirigida por Francisco Antón

Jonathan Swift

viajef de Gulliver LtJJ

Adaptación

Martín Jenki n s Ilustraciones

Chris Riddell Versión, notas y actividades

Gabriel Casas

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Vicens Vives

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1 =

Primera edición, 2007 Reimpresiones, 2008, 2008, 2009 2010,20 11,2011,2013,20 13 Novena reim presión, 2015

Depósilo Legal: B. 30.828-2011 ISBN: 978-84-316-8 139-5 i'\úm. de Orden V.V.: HV55 li:l MARTIN JENKJNS Sobre la adaptación. ~

CHRIS RIDIJEI. L

Sobrt~ las ilustraciones. ~GA BRIEL CASAS Sobre la versión espM10la, la~ notas y las actividade:..

© VICENS VIVES PRIMAR IA, S.A. Sobre la p resente edición se¡sú n el art. 8 dd Real Decreto Legislativo 11 1996.

Esta edición ha sido publicada por acuerdo con Walker Books Li mited , Lond on, SEll SHJ. Obra protegida por el RDL 1/ !996, de 12 de abril, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual y pM la normativa vigente que lo modifica. Prohibida la reproducd6n total o parcial pM ..:ualquier medio, incluidos los sistemas electrónico$ de >.

Me vi obligado a aceptar todas estas condiciones, aunque algunas no me entusiasmaban demasiado (las que había sugerido mi enemigo Skyrcsh Bolgolam). Tras obtener mi libertad, lo primero que hice fue visi tar la capital, Mildendo. Anduve con mucho cuidado pa.ra no causar nin gún daño a sus habitantes o a sus casas. Pero me fue imposible llegar al palacio del emperador porque los edificios que lo rodeaban eran demasiado al tos, y si hubiera trepado por ellos los habría dañado. Pasé los tres días siguientes cortando los árboles más altos del parque real. Con ellos fabriqué un par de zancos que utilicé para pasar por encima de aquellos edificios. Luego me tendí en el patio para admi rar, a través de las venlanas, los espléndidos aposentos reales. La emperatriz fue muy amable y me tendió lamano para que se la besara. Unos quince días despu és de obtenida mi libertad, Reldresal acudió a verme en privado. Me contó que las cosas no iban bien en Liliput. La corte estaba dividida entre dos facciones políticas, los Tramecksan y los Slamecksan, que se distinguía11 por la altura de sus tacones y se odiaban mutuamente.x El actual emperador favorecía a los Slamecksan y, como ellos, calzaba zapatos de tacones bajos. Su hijo y heredero al trono parecía de-

cantarse en cambio por los Tramecksan, como lo evidenciaba el hecho de que uno de sus tacones fuera más alto que el otro, lo que lo hacía cojear. Los dos grupos estaban siempre intrigando y enzarzados en luchas intestinas. Para empeorar las cosas, el país estaba en guerra desde hada treinta y seis meses con Blefuscu, el imperio vecino. 9 El factor dcsencadenante habían sido los huevos. Al principio, todos los súbditos de Liliput y Blefuscu cascaban los huevos por su extremo más ancho. Pero cuando era niño, el abuelo del emperador actual se cortó el dedo al tratar de cascar un huevo por ese extremo. Por eso su padre, el emperador de aquella época, ordenó que todo el mundo los cascara por el lado opuesto, bajo pena de severos castigos. Soliviantado por la nueva ley, el pueblo llegó a rebelarse hasta seis veces, en una de las cuales perdió la vida un emperador y, en otra, otro emperador fue derrocado. 10 Se calcula que once mil personas fueron asesinadas por negarse a cascar los huevos por su extremo más estrecho. Otros muchos huyeron a Blefuscu. A los partidarios del extremo ancho se les inhabilitó para desempeñar cargos públicos y se les prohibieron sus libros. El emperador de Blefuscu llegó a acusar al emperador liliputiense de haber creado un cisnia* religioso al quebrantar una ley del gran profeta Lustrog, quien había escrito en el Rrundecal (algo así como su Biblia), que "los verdaderos creyentes deben cascar los huevos por eL

extremo más conveniente'~ Según el emperador de Blefuscu, el extremo correcto era el más ancho, aunque, en opinión de Reldresal, decidir cuál era el «extremo más conveniente" quedaba al arbitrio de cada persuna. 11 Al final, los liliputienses extremo-anchos que habían huido a Blefuscu convencieron al emperador de aquella isla para que declarara la guerra a Liliput. Hasta el momento los liliputienses habían perdido treinta mil soldados y marinos en la guerra, además de cuarenta buques e innumerables barcos pequeños. Blefuscu aún había perdido más, pero había conseguido armar de nuevo una flota y se disponía a atacar Liliput. El emperador me había enviado a Reldresal para que solicitase mi ayuda, y yo, aunque como extranjero no debía interferir en las contiendas de los liliputienses, me mostré dispuesto a arriesgar la vida para defender al emperador y a su país contra los invasores. La isla de Blefuscu se hallaba a unos ochocientos metros de la costa nordeste de Liliput. Toda relació n entre ambos territorios fue prohibida bajo pena de muerte, y, con la amenaza de invasión, yo evité acercarme a aquella

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parte de Lilipul para que ningún blefuscudiano pudiera verme o tener noticia de mi existencia. Maquiné un plan temerario para capturar la flota enemiga. Pedí que me trajeran una gran cantidad de recias sogas y barras de hierro, pero las sogas eran como hilo de envolver y las barras semejaban agujas de tejer. Trencé las

barras de tres en tres y doblé sus extremos para formar ganchos; luego trencé las sogas, las até a los ganchos y, arrollándome las cuerdas al hombro, me di rigi al canal que separa Liliput de Blefuscu. Antes de que subiera la marea vadeé"' el canal, nadé para atravesar la zona más profunda y, al cabo de media hora, llegué a Blefuscu. Los marinos enemigos se asustaron tanto al verme que se lanzaron al agua y huyeron a nado para salvar la vida. Después se reunjeron en la costa y tormaron un grupo muy numeroso; debían de ser unos treinta mil. Cuando alcancé los barcos abandonados por los marinos fui enganchándolos uno a uno y reuní todas las sogas en un haz. Los blefuscudianos trataron de detenerme con una lluvia de flechas, que me picaron una barbaridad, aunque mi temor principal era que pudieran alcanzarme en los ojos y dejarme ciego. Entonces recordé los lentes que había guardado en mi bolsillo secreto, me los puse y proseguí con mi plan.

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En cuanto hube enganchndo todos los barcos di un buen tirón, pero no se moviero n. Los buques estaban bien anclados, así que solté las sogas, saqué mi navaja y corté las cadenas de todas las anclas. Luego emprendí el regreso a Liliput arrastrando cincuenta naves. Cuando los blefuscudianos vieron lo que estaba haciendo, profirieron un ensordecedor grito de dolor y desesperación. En cuanto estuve fuera de su alcance me detuve para sacarme las flechas que tenía clavadas y me froté las heridas con el ungüento que me habían dado al llegar a Liliput. Esperé un poco a que bajara la marea, y proseguí.

A los liliputienses les entró el pánico cuando vieron que la flota enemiga se les acercaba, ya que a mí no podían distinguirme porque iba con el agua al cuello. Dedujeron que me había ahogado y que el enemigo navegaba hacia ellos dispuesto al ataque. Estaban al borde de la desesperación cuando me vieron aparecer. Entonces lanzaron un grito de alegría y, en cuanto llegué a la orilla, el emperador me nombró nardac, que es el mayor título honorífico del país.

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El emperador, exultante* por la victoria, me pidió que regresara y me apoderara del resto de los barcos: había decidido conquistar Blefuscu y convertirlo en provincia de Liliput. Todo el mundo sería obligado a cascar los huevos por el extremo estrecho, y él se declararía emperador de todo el mundo conocido. Traté de disuadirle argumentando que no quería participar en el proyecto de convertir a los valientes blefuscudianos en esclavos, y muchos ministros del gobierno se pusieron de mi parte. 12 Sin embargo, el emperador no me perdonó nunca que me hubiera opuesto a sus deseos, y no tardé en descubrir que se había confabulado con algunos de sus ministros para intrigar contra mi. Ya se ve de qué poco sirve prestar grandes servicios a los príncipes, cuando uno se niega a satisfacer sus peores pasiOnes. Unas tres semanas después de haber capturado la flota, Blefuscu envió a Liliput seis embajadores con una propuesta de paz. Les ayudé un poco en las negociaciones, y cuando finalmente se firmó el tratado de paz, 13 los embajadores vinieron a verme, me agradecieron mis buenos oficios y me invitaron a visitar al emperador de Blefuscu para que le mostrara mi prodigiosa fuerza. Durante mi siguiente audiencia con el emperador de Liliput le pedí permiso para viajar al país vecino, y él me lo concedió, aunque muy a desgana. Yo no comprendía por qué se mostraba tan hosco• conmigo, pero luego supe que Flimnap y Bolgolam le habían dicho que yo andaba maquinando algo contra él con los embajadores

blefuscudianos. Empecé a comprender hasta dónde llegan las insidias* de las cortes y los ministros. Por aquellos días tuve la oportunidad de hacerle un gran favor al emperador, o al menos eso pensé entonces. Cierta noche me despertaron los gritos de cientos de personas ante mi puerta. Algunos miembros de la corte se acercaron a mí para comunicarme que las estancias de la emperatriz estaban en llamas. Me apresuré hacia el palacio, donde los liliputienses trataban inútilmente de apagar el incendio con cubos de agua. Yo podría haber sofocado las llamas con mi abrigo, pero con las prisas me lo había dejado en casa. El fuego iba extendiéndose peligrosamente, y habría arrasado todo el palacio de no ser porque, de repente, se me ocurrió una idea. La tardeanterior yo había ingerido una gran cantidad de un vino muy sabroso llamado glinúgrim, así que tenía la vejiga muy llena. No me lo pensé dos veces: me alivié rápidamente sobre las dependencias de la emperatriz, y acabé con el fuego en tres minutos. Hecho esto, regresé inmediatamente a casa sin esperar las felicitaciones del emperador. Sabía que estaba tajantemente prohibido orinar en el recinto del palacio, pero esperaba que el emperador comprendiese mis motivos para hacerlo y me perdonara. Me consta que pidió clemencia para mí al Tribunal Supremo, pero éste no me la concedió. Es más, la emperatriz se hallaba tan asqueada de lo que había hecho que decidió que los aposentos incendiados no se reparasen jamás, y también ella empezó a intrigar contra mí.

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Antes de seguir adelante con el relato de mis aventuras, debo describir algunos de los aspectos más interesantes de los liliputienses y de su país. En lugar de escribir de izquierda a derecha, como los europeos, o de derecha a izquierda, como los árabes, los liliputienses escriben en diagonal, tal y como lo hacen las señoritas en Inglaterra. Entierran a sus muertos verticalmente y con la cabeza hacia abajo porque creen que a los once mil meses volverán a levantarse, y, como en ese tiempo, la tierra, que consideran plana, se habrá dado la vuelta, los muertos se hallarán de pie al resucitar. (De hecho, los liliputienses cultos piensan que esa creencia es absurda, pero ellos tamb ién entierran a los muertos cabeza abajo). Consideran que engañar a la gente es un del ito peor que el robo, y, al igual que la ingratitud, casi siempre se castiga con la muerte. Si alguien acusa a una persona de haber delinquido contra el gobierno y el acusado se demuestra inocente, el acusador es ejecutado vilmente de inmediato y el acusado recibe una fuerte indemn ización procedente de las posesiones - de quien lo difamó, mientras se difunde públicamente su inacencia. Si alguien puede probar que ha obedecido rigurosamente todas las leyes del país por un periodo de setenta y tres meses, obtiene como recompensa u11a suma procedente de un fondo especial y permiso para añadir a su nombre el título de snilpall, que significa