28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas Los Vecinos Mueren En Las Novelas by Sergio Aguirre Cov er Los Ve ci no
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Los Vecinos Mueren En Las Novelas
Los Vecinos Mueren En Las Novelas by Sergio Aguirre Cov er Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas An no ta tion Porque to do comen zará asi: un hom bre que tiene por cos tum bre vis itar a sus nuevos ve ci nos lle ga a la casa de una an ciana ab so lu ta mente de scono ci da. Él mis mo no sabe, has ta que lla ma a la puer ta que ha de ci di do matar la. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas SER GIO AGUIRRE
Los ve ci nos mueren en las nov elas
Nor ma Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas
©2000, Aguirre, Ser gio Ed ito ri al: Nor ma IS BN: 9789879334966 Gen er ado con: Qual ityE book v0.61 Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas “¿Una fic ción? Va mos, no seré yo quien crea eso.” Claude Seignolle \Po bre So nia\ Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas VISI TA DE SPUÉS DE UNA TOR MEN TA Ca da vez que se mud aba de casa, John Bland tenía la cos tum bre de pre sen tarse a sus ve ci nos. Así lo habían he cho siem pre sus padres, y le parecía que si no re al iz aba esa visi ta de cortesía, al go falta ba para ter mi nar de es table cerse en su nue vo hog ar. Aun en Lon dres, cuan do de spués de casarse con Anne ar ren daron el pe queño de par ta men to en Halsey St, no de jó de in ten tar lo en tre los in difer entes habi tantes del ed ifi cio donde vivieron sus primeros años de mat ri mo nio. Sabía que cuan do se mu dasen al cam po, en las afueras de Chip ping Cam pden, su pe queña tarea file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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de rela ciones públi cas sería muy breve, porque só lo tenían un ve ci no: la an ciana que vio en el jardín de la úni ca casa cer cana, la tarde que pasaron por al lí con el em plea do de la in mo bil iaria. Pens aba vis itar la al gunos días de spués de aco modarse, pero no sucedió así. Habían lle ga do hacía un par de ho ras cuan do John se en con tra ba en los fon dos de la casa. Una fuerte tor men ta, en tre otros des man es había ar ro ja do la ra ma de un ár bol so bre la casil la del jardín. John trata ba de re mover la cuan do vio a Anne salir de la casa. En su ex pre sión ad vir tió que al go había suce di do: —Es pa pá, aca ba de lla mar, él... no dur mió bi en. No me gustó el tono de su voz, yo... lo sien to. Real mente lo sien to John, pero nece si to ir a ver lo. John no dis imuló su fas tidio. No había es cucha do el telé fono, y es to lo toma ba de sor pre sa: —Pero Anne, ni siquiera hemos abier to las ca jas de la mu dan za... —Lo sien to —repi tió el la, y ba jan do la cabeza dio me dia vuelta en di rec ción a la casa. John la sigu ió con la mi ra da has ta que de sa pare ció por la puer ta de la coci na y, por lo ba jo, lanzó una maldición. No había pen sa do en el telé fono. Tam poco podía imag inar que él la lla maría tan pron to, el mis mo día de la mu dan za. Ar ras tró la ra ma un os met ros y se de tu vo. De re pente se sen tía de san ima do. Co mo en Lon dres, basta ba una lla ma da para que Anne saliera cor rien do. La en fer medad de su sue gro, que había en vi uda do hacía pocos años, y el he cho de que el la fuese su úni ca hi ja, er an per fec tas ra zones para que su mu jer pasara ca da vez más noches fuera de la casa. Y por lo vis to, vivir en el cam po no iba a cam biar las cosas. El la volvió al ra to. Cam ina ba lenta mente, cuidan do que la tier ra aún húme da no se pe gara en sus za patos. Tam bién se había cam bi ado la fal da, y aho ra ll ev aba rouge en los labios. John la miró. A ve ces, cuan do quería, Anne podía ser real mente her mosa: —Bueno, me voy. ¿Nece si tas al go de Lon dres? —No, na da, gra cias. ¡Ah!, salu dos a tu padre. Se hi zo un si len cio muy breve en el que sus mi radas se cruzaron. Anne había percibido el tono de ironía en las pal abras de John. Pero se lim itó a de cir: —Es taré aquí mañana. Un os se gun dos de spués se oyó el rui do del au to que partía. Cuan do de jó de es cuchar lo, con un gesto de eno jo John ar ro jó la ra ma al costa do de un os breza les, y en tró a la casa. Se sen tía fu rioso. Úl ti ma mente to do parecía salirse de su lu gar, co mo si hu biese em peza do a perder el con trol so bre las cosas. Hacía meses que no se le ocur ría na da para es cribir, eso lo ponía de mal hu mor, ya le había suce di do antes. Y el fra ca so de su úl ti ma nov ela había con tribui do a que to do pare ciese más... incier to. ¿Qué dere chos tenía so bre Anne si aún los man tenía su padre? Sen tía que de bía hac er al go, ¿pero qué? En cendió un cigar ril lo y se ade lan tó ape nas por el pe queño laber in to he cho de mue bles y ca jas de mim bre. Miró a su alrede dor. Los vesti dos de su mu jer habían for ma do una pi la que se der rum ba ba so bre el tele vi sor. El telé fono, un viejo apara to que pertenecía a la casa, per manecía so bre la chime nea; y con tra el la, sus sil lones cu bier tos de ropa y pe queños pa que tes en los que habían guarda do los ob je tos más chicos. Al lí casi no se podía dar un pa so. De re pente sen tía que esa casa, el lu gar con el que había soña do du rante ese úl ti mo tiem po, era un pe queño in fier no. En ese mo men to se le ocur rió lla mar a Dan, tal vez hablar con al guien lo sacaría de su mal hu mor. Es ta ba a pun to de al can zar al telé fono cuan do se acordó de que era viernes. Los viernes Dan da ba clases to do el día. No es taría en su casa has ta la noche. Se sen tó en el apoyabra zos de uno de los sil lones. No tenía ganas de na da. En tonces vio, a través de la ven tana abier ta, que de spués de to do era una es plén di da tarde de otoño. El sol caía re costán dose so bre los arces, ape nas per tur ba dos por una brisa del sur, que se ex tendían al costa do de la casa. De cidió dar un paseo. Sus pe queñas ex plo siones de eno jo no dura ban mu cho, y cam inar un poco lo ayu daría. Buscó su cha que ta en tre unas ropas que asoma ban des de uno de los canas tos, los cigar ril los, que había de ja do en la coci na, y abrió la puer ta. Al hac er lo una cor ri ente de aire hi zo volar un os pa pe les despar ramán do los por to da la sala. Había de ja do abier ta la puer ta de la coci na. Con una pe queña file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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maldición se volvió para cer rar la, y tam bién ase gu rar las ven tanas. Fi nal mente sal ió. Comen zó a recor rer el soli tario sendero cu bier to de ho jas se cas que cor ría en tre los ár boles. Aquel vien to, muy suave, le da ba en el ros tro. El olor del cam po era difer ente. Las cosas serían difer entes al lí. Guardó las llaves en el bol sil lo de su cha que ta, tiró la co lil la del cigar ril lo y lev an tó la vista ha cia el cielo. In spiró pro fun da mente. El cielo era in creíble des de ese lu gar. Y al voltear la cabeza vio, a lo lejos, la colum na de hu mo. De bía ser, era, la chime nea de su veci na. En ese mo men to supo có mo ocu paría la tarde. Cam inó lenta mente. Quería de jarse ll evar por ese paisaje que, a me di da que as cendía has ta la casa de aque lla mu jer, parecía abrirse mostran do el pe queño valle que los bosques habían dis im ula do. Casi lle ga ba al pun to más al to cuan do, ba jo el hon do cielo azul, se de tu vo para ver las som bras de las grandes nubes de splazán dose muy lenta mente por los cam pos que se hundían y se lev anta ban has ta perder se en el hor izonte. Des de donde se en con tra ba podía dom inar to do el valle. Y lo recor rió con la mi ra da para con fir mar lo que suponía: su casa, que aho ra veía pe queña, casi per di da en tre los bosques, y esa vie ja con struc ción que ya em pez aba a en tr ev er en tre las co pas de los ár boles, er an las úni cas en to do el lu gar. Per maneció de pie. Fue en ese mo men to que se le ocur rió aque lla idea. O quizás no. Quizás había apare ci do aque lla tarde, cuan do pasó por al lí y la vio so la, en el jardín. Cruzó el viejo portón de hi er ro. De trás, un os ma ci zos de flo res er an lo úni co que parecía cuida do en el pe queño par que cu bier to por enredaderas que trepa ban, a su vez, los tron cos de los ár boles. Más ade lante, se alz aba la ca sona. Se no ta ba que en al gún tiem po había si do her mosa, pero aho ra era só lo una gran casa vie ja. Tenía una parte cen tral con un te ja do en el que nacían varias buhardil las y ha cia un costa do se pro longa ba en un ala que parecía más an tigua que el resto. Del otro la do, una con struc ción de vidrio evo ca ba lo que de bió ser, en otras épocas, un in ver nadero. John llamó a la puer ta y es peró. De spués de un os se gun dos le pare ció oír un ru mor de pa sos en al gún lu gar, pero no era na da. In sis tió, y mien tras gol pea ba se es cuchó la voz, des de aden tro: —¿Quién es? Percibió el de jo de alar ma en la pre gun ta, y trató de sonar cor dial: —Soy John Bland, seño ra. Su nue vo ve ci no. No hubo re spues ta. —Per done, no quisiera im por tu narla, só lo que hoy ter mi namos de mu darnos y se me ocur rió venir a pre sen tarme. Si ust ed es tá ocu pa da puedo... El rui do de la cer radu ra no lo de jó ter mi nar. De spués de al gún force jeo con la pe sa da puer ta de roble apare ció el ros tro de una an ciana: —¿Ve ci no? No sabía na da de eso. —Con mi es posa hemos com pra do la casa que es tá al lá aba jo- John señaló con el bra zo ha cia el cen tro del valle— y pen sé en pre sen tarme. Le ruego me dis culpe, si soy in opor tuno puedo re gre sar... La mu jer lo in ter rumpió: —No, por fa vor, sé cuál es la casa. Sí, la conoz co, he vis to el le trero de ven ta, pero...—la mu jer soltó una risa sim páti ca— no sabía que ya tenía nuevos dueños. Casi no sal go, lo sien to. Ade lante señor... —Bland, John Bland. John sigu ió a su an fitri ona por un pe queño recibidor has ta la sala. La luz de la tarde en tra ba por dos grandes ven tanas, cuyos cristales em plo ma dos de ja ban ver el pe queño par que que acaba ba de cruzar y, de trás, co mo en un cuadro, una pe queña vista de la campiña. John echó una breve ojea da al lu gar. El am bi ente era cáli do, el egante, y un tan to abi gar ra do de mue bles y adornos. Y de li bros. Parecían dis per sos por to das partes; no só lo en la im por tante bib liote ca que se lev anta ba has ta el techo, al fi nal de la sala. Sin em bar go le pare ció agrad able. Sal vo por ese olor a telas añosas que percibía des de que en tró, y la hilera de fo tografías so bre la repisa de la chime nea, en cuyo cen tro se desta ca ba, con un hor ri ble mar co do ra do, la reina. “Vie jas in gle sas”, pen só, y miró a su an fitri ona. ¿Cuán tos años ten dría?, ¿se ten ta?, ¿ochen ta? Nun ca pu do cal cu lar la edad de la gente an ciana; tam file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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poco le in teresa ba, para él to dos tenían la mis ma edad: er an viejos. Se sen taron en dos sil lones dis puestos frente al hog ar, donde un gran leño ardía pa cien te mente. Hacía un poco de calor al lí. —Creo que es toy muy abri ga do. —John se lev an tó para sacarse la cha que ta. De pie, mien tras lo hacía, vio dos li bros so bre una mesi ta, el canas to con leños, y el ati zador, al la do del sil lón de su an fitri ona. La an ciana, mien tras tan to, se de tu vo un mo men to en el ros tro de su ve ci no. Era ir landés, sin du da. Pero le gusta ba. Tenía un as pec to de scuida do, y parecía ser al guien agrad able. Aunque... ¿siem pre ten dría esa ex pre sión al go id io ta? —Bland... Conocí un os Bland en Bath. Claro, de es to ya hace var ios años. ¿Ha es ta do en Bath, señor Bland? —Me temo que no. Des de que llegué de Ir lan da po dría de cirse que no salí de Lon dres, seño ra... —John se dio cuen ta de que no conocía el nom bre de su veci na. —¡Oh!, ¡lo sien to!, olvidé pre sen tarme. Soy la seño ra Green wold. Em ma Green wold. ¿Decía ust ed que aca ba de mu darse? —Sí, en re al idad aún no hemos ter mi na do de de sem pacar. Mi mu jer tu vo que ir a Lon dres por un asun to... fa mil iar. De cidí... bueno —John parecía no quer er en trar en de talles—, la ver dad es que no quería hac er to do el tra ba jo so lo —son rió— en tonces pen sé en venir. ¿Sabe?, en el norte de Ir lan da se acos tum bra hac er una visi ta a los ve ci nos cuan do uno lle ga a vivir a un lu gar. —Sí, tam bién aquí en Inglater ra, so bre to do en la campiña, claro —tras de cir es to la seño ra Green wold hi zo un gesto de de saprobación con la cabeza—; pero la cortesía, me temo, es tá de sa pare cien do. Tal vez le parez ca al go an tic ua da, pero creo que hoy en día se han per di do muchas cos tum bres que hacían que antes la vi da fuese un tan to más... am able. ¿Una taza de té, Señor Bland? —iOh, sí, me en can taría! La an ciana se di rigió a la coci na. Mien tras John la mira ba de sa pare cer tras una puer ta pen só: “He aquí una abueli ta in gle sa. Fea y abur ri da, co mo cor re sponde a una fiel sub di ta de la reina!’ Sal vo un os pocos, a John no le gusta ban los in gle ses. Se pre gun tó si esa am able seño ra le ofre cería al go para com er. Tenía ham bre. —Es pero que le gusten los scons, señor Bland. La seño ra Green wold re gresa ba con una ban de ja que de jó so bre una pe queña mesa, al costa do de su sil lón. —¡Oh, claro que sí!, es ust ed muy am able. Mien tras toma ban el té la nue va veci na de John comen zó a hablar de sí mis ma, su vo cación por los vi ajes, y la de cisión de vivir so la en Chip ping Cam pden, aunque es tu viese al go ale ja da del pueblo. No pasó más de me dia ho ra. La con ver sación iba de cayen do has ta que fi nal mente se hi zo un si len cio. La seño ra Green wold lo rompió: —¿Y a qué se ded ica ust ed señor Bland? —Soy es critor; bueno, ha go de to do un poco, a ve ces al go de críti ca y he da do clases, tam bién, pero lo que más me gus ta es es cribir nov elas, nov elas poli ciales. Una ex pre sión de ad miración apare ció en el ros tro de la an ciana: —¡Vaya!, ¡eso sí que es in tere sante!— se frotó jovial mente las manos y señaló ha cia la bib liote ca—. Soy bas tante afi ciona da a es os re latos. ¿Ha pub li ca do al go? —Sí, un par de nov elas, pero no me fue muy bi en con el las, a de cir ver dad. Hoy el públi co pre fiere la ac ción, ust ed sabe, cosas más duras y es pec tac ulares. Ya nadie se in tere sa en los mis te rios, el famoso crimen co mo obra de arte pareciera... que pasó de mo da. —Es toy de acuer do con ust ed, aho ra to do es vi olen cia y sexo, sí. Lamentable. Y dígame: ¿ya sabe de qué tratará su próx ima nov ela? John hi zo si len cio. En ese in stante pare ció cruzárse le un pen samien to. Miró fugaz mente a la mu file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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jer, que a su vez lo ob serv aba, y di jo: —No. De nue vo se hi zo un pe queño si len cio. La an ciana ba jó la vista y de spués am bos mi raron ha cia la ven tana. Afuera, un mir lo trin aba apoy ado en una ra ma. En al gún lu gar de la casa un reloj da ba las cin co de la tarde. La seño ra Green wold volvió a llenar las tazas de té, y miró a John a los ojos: —¿Sabe?, no to dos los días una conoce a un es critor de nov elas poli ciales. Eso me re cuer da... mejor di cho, me hace pen sar que a ust ed po dría in tere sar le una his to ria, al go que sucedió real mente hace mu chos años y que tra ta de un crimen. Pero, por supuesto, no quisiera abur rir lo, tal vez ust ed creerá que soy de esas vie jas que es tán es peran do la opor tu nidad de con tar sus his to rias y... John la in ter rumpió: —No, por fa vor, seño ra Green wold, quisiera es cuchar la. La an ciana son rió lev emente y volvió a aco modarse en el sil lón: —Bi en, lo que voy a re latar le me fue referi do por una mu jer con la que com partí un vi aje en tren a Ed im bur go, en una noche que siem pre re cuer do muy larga, en mil nove cien tos cin cuen ta y cu atro. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas ¿VI AJA UST ED SO LA? Comen zaré por el prin ci pio, cuan do llegué a la estación. El tren salía des de King’s Cross, a las diez. Re cuer do que mi reloj se había ro to, de mo do que ape nas in gresé miré la ho ra en el reloj del hall cen tral. Falta ban ocho min utos. Me dirigí a las bo leterías. Un grupo de pasajeros se había agol pa do en una de las taquil las. Al pare cer había al gún prob le ma, porque se de mor aban, y mien tras es per aba sen tí que al guien to ca ba mi bra zo: “¿Siem pre vivas mi la dy?” Era una de esas mu jeres que vendían flo res en la calle. Le di je que no. Fui al go grosera...—co mo si sus úl ti mas pal abras se hu biesen dilu ido, la seño ra Green wold hi zo una pausa— Es ex traño. Lo primero que re cuer do son los de talles. Ca da vez que in ten to recor dar esa noche siem pre apare cen los de talles... yo es ta ba al go mo les ta porque se me había cor ri do una me dia. Sé que le pare cerá una ton tería, pero en esa época, mi joven ami go, en Inglater ra eso só lo era bas tante pare ci do a un es cán da lo sex ual. Quería es tar en el tren cuan to antes. No era la me dia, en ver dad... ése no había si do un buen día para mí. Re cuer do, tam bién, que el tren salía del andén número cin co. Y que en tré a ese com par timien to porque tenía las corti nas cer radas. Co mo aún falta ban un os min utos para salir, su puse que al guien había olvi da do cor rerlas, y es taría vacío. Ape nas puse un pie aden tro, es cuché una voz, casi un susurro, que me di jo: “Por fa vor, no abra las corti nas”. No había al can za do a reparar en esa muchacha, sen ta da al bor de de uno de los asien tos, casi pe ga da al pasil lo. Es ta ba bas tante os curo. Una so la lám para, ape nas ar ro ja ba una luz morteci na en el com par timien to. Me re sultó raro. Las corti nas de la ven tanil la tam bién es ta ban cer radas. “Me parece que hace fal ta un poco más de luz. ¿puedo..?”, di je tratan do de ser agrad able, mien tras en cendía otra lám para. La muchacha, des de el rincón de su asien to, hi zo un gesto de asen timien to con la cabeza. En tonces la vi. Era muy joven. Tenía un ros tro común, más bi en an cho, y ex tremada mente páli do. No era fea, aunque me re sulta ba al go vul gar. Re cuer do que ll ev aba un peina do que hacía furor en esa época, y que no me gusta ba. Pero lo que más llamó mi aten ción fue esa im agen in móvil y crispa da, con los ojos muy abier tos y la mi ra da vacía. Su res piración era muy fuerte. Pen sé que podía es tar en fer ma. Hacía calor, pero el la per manecía en fun da da en un abri go mar rón que lle ga ba has ta el sue lo. Para mis aden tros, comencé a lamen tar que el com par timien to no hu biese es ta do vacío. “¿Vi aja ust ed so la?” No fue la pre gun ta, sino la for ma en que la hi zo lo que me in co modó. Es difí cil de ex plicar, pero file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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me di cuen ta de que no era una pre gun ta de cortesía, ust ed sabe, de las que se ha cen en esas oca siones. Parecía otra cosa. Tal vez quería ini ciar una con ver sación. Le con testé que sí, sin más. Verá, nun ca fue mi cos tum bre rela cion arme con de scono ci dos en los vi ajes, uno... nun ca sabe a quién ten drá que so por tar por kilómet ros. Además, al go en esa muchacha me re sulta ba ex traño, no me gusta ba. Se me había em peza do a ocur rir que tal vez es per aba a al guien, o le sucedía al go y jus ta mente había cer ra do las corti nas para no ser mo lesta da. Al fi nal de cidí irme. No había vis to mucha gente en el tren y es ta ba a tiem po de en con trar un com par timien to des ocu pa do, así que me puse de pie y tomé mi bol so del maletero. Cuan do vio que me disponía a salir se lev an tó de su asien to e hi zo un gesto para de ten erme: “No, por fa vor, no se vaya”. Parecía una sú pli ca. Sin ce ra mente, por el tono había con segui do in qui etarme. “¿Es tá ust ed bi en, queri da?”, no pude de jar de pre gun tar. Me con testó que sí, só lo que no quería vi ajar so la. Dadas las cir cun stan cias pen sé que ya no me podía ir. Le son reí ape nas y volví a mi asien to, pero no sabía qué hac er. Des de afuera aún lle ga ban, ahoga dos, el ru mor de las vo ces y los rui dos de la estación. “Hace un poco de calor aquí”, la es cuché nue va mente, aunque yo me da ba cuen ta de que el co men tario era forza do, só lo una gen tileza por haber acep ta do quedarme. No con testé na da. Gol pearon la puer ta. La cabeza de la muchacha se pegó con tra el respal dar del asien to y, por un mo men to, to da el la pare ció quedar ten sa, casi in móvil. Tam bién sus ojos. Vi que sus ojos se par alizaron mien tras mira ban ha cia la puer ta, has ta que se abrió. Era el guar da. Un hom bre may or, bas tante al to, que ape nas en tró la mi tad de su cuer po y nos pidió los pasajes. Antes de re ti rarse nos dio las bue nas noches. Co mo si esa apari ción le hu biese quita do to do el alien to, mi com pañera de vi aje pare ció de splo marse, aunque per manecía sen ta da. Volví a pre gun tar le: “¿Es tá ust ed se gu ra de que se en cuen tra bi en?”. Me miró in ten tan do de cir al go, pero sus ojos ya es ta ban llenos de lá gri mas y, co mo si al go en el la hu biese es tal la do de re pente, su cara se con tra jo y comen zó a llo rar. Me ac erqué para con so lar la. La abracé co mo si fuera un niño y per manec imos un ra to así, en si len cio, con su ros tro hun di do en mi pe cho. Mien tras de ja ba es capar aque llos sol lo zos que le es tremecían los hom bros, sen tí una súbi ta vergüen za por haber pre tendi do irme. Aque lla muchacha no ten dría más de veinte años. Imag iné un novi az go trun co o al go por el es ti lo cuan do al cancé a es cuchar, en tre los es ter tores del llan to, co mo si saliera de mi pro pio cuer po, su voz: “Un hom bre quiere matarme... no sé si ha subido al tren”. El sil bido de la lo co mo to ra cruzó el aire helán dome la san gre. Es cuché las puer tas cer rarse a lo largo del tren, y el primer tem blor en el vagón nos anun ció que er an las diez de la noche. El vi aje acaba ba de comen zar. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas AL GO ABOM INABLE HA SUCE DI DO EN ESE CUAR TO “¡Por Dios, queri da!, ¿qué es tá ust ed di cien do?” Comencé a oír mi propia voz repi tien do esa pre gun ta en tre el llan to y las pal abras de la muchacha que parecían gol pearme la cabeza. El sil ba to sonó nue va mente. Una re penti na sen sación de ir re al idad me había atur di do, co mo si aque lla frase fuese un sueño. Sus bra zos se habían afer ra do a mí con una fuerza que me asusta ba. Podía sen tir la, ten sa, tem blan do de miedo. No sabía qué hac er: “Por fa vor... lla mare mos al guar da y le ex pli care mos la situación, no se de ses pere...”. Creo que di je al go así, pero el la parecía no es cucharme. Y en medio de mi con fusión supe que cualquier cosa que di jera no serviría de na da. El tren comen za ba a tomar ve loci dad. Fue en ese mo men to que las lám paras comen zaron a titi lar has ta que, fi nal mente, la luz ba jó. Aquel lu gar se con vir tió en un cubícu lo de som bras. Las luces del pasil lo tam bién habían dis minui do y de pron to sen tí que su mano se desliz aba so bre la mía y la apreta ba, ca da file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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vez más fuerte. No podía ver su ros tro. En cam bio, un pen etrante olor a agua de colo nia se de sprendía de su ca bel lo; y ese aro ma dulzón, so fo cante, in und aba to do el com par timien to. Sen tí que me falta ba el aire. Sin soltarme, el la trató de de cirme al gu na cosa; pero no lo hi zo, co mo si al go se lo im pi diera. Fue en ese mo men to que es cuché los pa sos. Al guien cam ina ba por el pasil lo. El la llevó su mano a la bo ca tratan do de con tener un gri to, y co mo si de eso de pendiera su vi da, la vi tomar el pi ca porte con tan ta fuerza que creí que iba a romper lo; lo su jeta ba de man era que no pudier an abrir la puer ta, aunque yo sabía que eso era in útil. Pero los pa sos se ale jaron. Cuan do soltó el pi ca porte quedé mirán dola, vi tam bién que mis manos tem bla ban, que to do mi cuer po es ta ba tem blan do: “¡Por el amor de Dios, dígame qué sucede o voy a volverme lo ca!” Yo comen za ba a gri tar, y co mo un re sorte el la pu so su mano so bre mi bo ca: “¡No!, por fa vor”. Sus ojos me mira ban, parecían fuera de sí. No podía re si stir aque llo. Miré ha cia otro la do, la puer ta. Tuve el im pul so de salir, pero al go me decía que aque llo no era posi ble: “¡Pi damos ayu da! “, le di je. El la tomó las so la pas de mi abri go: “¡No!, eso no, ten go que es con derme, se lo su pli co. Él puede es tar ahí...” Volteé mi cabeza; no quería mi rar la: “¡Qué es tá di cien do...! ¡Eso no tiene sen ti do, debe mos bus car...!” No me de jó ter mi nar: “Ust ed no en tiende seño ra, yo... no puedo salir de aquí, por fa vor, no... no lo ha ga ust ed”. Sen tí que en un in stante había en tra do en una pe sadil la que ocur ría en otro lu gar, a una mu jer que no era yo. “Un hom bre quiere matarme..” Esas pal abras no de ja ban de res onar en mi cabeza. Yo no de bía es tar al lí. Fue lo úni co que pen sé. Quedamos en si len cio, y por un mo men to só lo se es cuchó el rui do del tren so bre las vías. No sé muy bi en cuán to tiem po pasó, pero el la de moró en tran quil izarse. De spués, co mo si hu biese cometi do una fal ta, apartó su mano de la mía y, sin mi rarme, di jo: “Dis cúlpeme seño ra, lo sien to, dis cúlpeme por fa vor”. Su voz parecía ser enarse: “De bo de cir le qué sucedió, es... nece sario que lo sepa”. Es tuve a pun to de de cir le que no. Que se de jara de ton terías y que llamáse mos al guar da in medi ata mente. En ese in stante, co mo si me lo hu biese dic ta do un pre sen timien to, supe que no quería saber na da de to do aque llo. Pero era tarde. Comen zó a hablar en voz ba ja, co mo si al guien más pudiera es cuchar la: “Fue al go que vi en la casa del ve ci no, hace un os mo men tos. Yo tra ba jo en una casa, soy una de las mu ca mas, y mis pa trones, ioh!, ¡el los no es ta ban!, vi ajaron a París ay er. La casa per manecerá cer ra da has ta julio. Y yo de bía de jar to do en or den antes de tomar este tren, por eso... —había comen za do otra vez a de jar es capar aque llos sol lo zos, pero con sigu ió con tener los. Cer ró los ojos, y de spués de tomar aire con tin uó: —Perdóneme seño ra. Decía... co mo el los viv en al lá du rante es tos meses, el señor Gard fíeld nos per mite tomar las va ca ciones en es ta época. Mi fa mil ia es de Ed im bur go, por eso es toy aquí, yo... siem pre sue lo tomar el tren del mediodía, pero había cosas que hac er en la casa, de mo do que me quedé. No me gus ta quedarme so la. Soy muy miedosa, siem pre lo he si do, pero no tenía más reme dio; la seño ra Hock en, la cocin era, de bía tomar un au to bús de spués de al morzar. Er an las ocho de la noche y yo es ta ba ter mi nan do con mis tar eas. De bía cer ciórame de que ca da cosa es tu viera en su lu gar, ust ed sabe, cubrir los mue bles, en fun dar la ropa de ca ma, esas cosas. Fue más o menos a la ho ra del cha parrón, me falta ba ase gu rar las ven tanas de la plan ta al ta y preparar mis propias perte nen cias para el vi aje. Yo había com pra do un os re ga los para mis so bri nos y aún de bía en volver los. Pero de cidí ter mi nar con mis obli ga ciones primero, de mo do que subí. Re visé to das las ven tanas de las habita ciones. Son cin co. Y ya es ta ba por ba jar cuan do pasé frente al cuar to de hués pedes. No pens aba en trar. Esa habitación per manece cer ra da casi siem pre. Es uno de es os cuar tos que se ocu pan en raras oca siones, una sabe que to do es tá en or den al lí. Pero de to das man eras me de cidí a dar le un vis ta zo. No quería que por un de scui do... ust ed sabe, una puede perder el tra ba jo por un de scui do. Ape nas en tré vi una clar idad que en tra ba por la ven tana. En segui da pen sé que de bía ser de un cuar to de la casa veci na. Las casas no es tán muy ale jadas en ese vecin dario, y se gu ra mente la luz de file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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al gu na ven tana había lle ga do has ta la habitación. Le ju ro seño ra, no soy ningu na fisg ona, créame, nun ca fui de las que an dan es piando, eso no, yo... sim ple mente me ac erqué. De to das mo dos tenía que hac er lo, ust ed en tiende, para re vis ar las cer raduras de la ven tana, pero me quedé ahí. Al lí había un hom bre. Era un hom bre ba jo, casi cal vo. No record aba haber lo vis to antes, pero, ust ed sabe, en ese bar rio es común no cono cer a los ve ci nos. Me llamó la aten ción porque su cabeza sub ía y ba ja ba de sa pare cien do de la ven tana. Y cuan do vi su ros tro me dio miedo. Me pre gun té qué cosa podía es tar ha cien do al guien que tu viera esa ex pre sión en el ros tro. Él movía los bra zos, él... es ta ba ha cien do al go, pero no podía ver qué. De spués de un ra to se de tu vo, se pasó la mano por la frente y se pu so de pie, siem pre mi ran do ha cia aba jo. Parecía muy ag ita do. No sé có mo ex pli car lo seño ra, pero sen tí que al go abom inable sucedía en ese cuar to. Ya iba a salir de al lí cuan do sucedió. De re pente se quedó qui eto, co mo cuan do al guien se per ca ta de que es tá sien do ob ser va do. Y giró su cabeza ha cia la ven tana has ta quedar con sus ojos fi jos ha cia donde yo es ta ba. Me había vis to. No nos sep ara ban más de cin co o seis met ros y por un in stante nos quedamos así, mi ran do, los dos, ha cia la ven tana op ues ta. At iné a retro ced er para refu gia rme en la habitación a os curas. Pero él me seguía con la vista. Fue es pan toso. Cer ré las corti nas de un golpe y salí de la habitación. Aba jo comencé a cam inar co mo una lo ca, trata ba de pen sar... pero lo úni co que tenía en la cabeza er an los ojos de aquel hom bre. La policía, tenía que lla mar a la policía. Fui a la coci na y tomé el telé fono. El número. No tenía el número. Lo busqué en unas li bre tas que se hal lan al la do del apara to has ta que aquel pen samien to me de jó sin alien to: ¿Y si aho ra venía por mí? ¿Si sabía que yo es ta ba so la y venía por mí? La puer ta de calle. La seño ra Hock en había si do la úl ti ma en salir, pero el la no tiene llave de la puer ta prin ci pal. No la había cer ra do. Y yo tam poco lo había he cho. ¿En tiende? Aquel hom bre podía es tar en tran do a la casa en ese mo men to. Yo es ta ba para da en medio de la coci na. Sen tí que mis pier nas no me re spondían, co mo en una pe sadil la. Tenía que lla mar a la policía. No. Pen sé en encer rarme, primero tenía que encer rarme. Así es taría a sal vo. No sé có mo llegué a la puer ta de la coci na y la tra bé. De spués volví a bus car el número, has ta que me di cuen ta: la op er ado ra, có mo no se me había ocur ri do antes... Mar qué. “¿Puedo ayu dar la?” es cuché la voz de una mu jer. La oía co mo si es tu viera muy lejos. “¡Por Dios ayúdeme, hay un hom bre en la casa!”. Me di jo que me co mu ni caría con la policía de in medi ato. Yo seguía mi ran do ha cia la puer ta. ¿Es taría al lí? “Policía, dígame qué sucede.” “¡Hay un hom bre en la casa!”, repetí. “Tran quilícese, lle gare mos de in medi ato, pero antes dígame dónde se en cuen tra ust ed, y dónde es tá él...” “Yo es toy en la coci na, me encer ré...” “Bi en, —me in terumpió— ¿y él...?” Abrí la bo ca para re spon der le, pero no pude. Me di cuen ta de que no lo sabía. Fue en ese mo men to que pen sé... —su voz se resque bra jó, y nue va mente aflo raron lá gri mas en sus ojos—. ¡Oh, Dios!, pen sé que to do era una locu ra, en re al idad yo no es ta ba se gu ra, no lo sabía. ¿En tiende?, to do fue tan rápi do que no tuve tiem po de pen sar que no había vis to na da en aquel cuar to, só lo a ese hom bre, eso era to do. Podían ser ideas mías, ¿sabe?, yo siem pre me ate mori zo... ¿Qué podía de cir les?, ¿que un hom bre hacía movimien tos ex traños y al es pi ar lo tuve la im pre sión de que hacía al go ma lo? Era ridícu lo. El au ric ular aún es ta ba en mi mano. Col gué. Tenía que pen sar. Es ta ba muy nerviosa por to da aque lla situación, y lo mejor era ser en arme un poco. Me sen té y traté de imag inar qué pasaría si llam aba a la policía. Se gu ra mente sería un es cán da lo. Tal vez só lo es ta ba ha cien do al go, cualquier cosa, y la mu ca ma del ve ci no lo acus aba de al go que no vio, y de haber en tra do a la casa. Los Garfield no tol er arían eso. Se gu ra mente perdería el em pleo. Además, en una ho ra de bía tomar este tren. Cualquier cosa que hi ciese hu biera sig nifi ca do no vi ajar, y yo no pasaría una noche so la en esa casa, además... lo más prob able era que el po bre hom bre se hu biese sor pen di do, eso creí. Pero mien tras pens aba es tas cosas mira ba ha cia la puer ta. La casa es ta ba en el más ab so lu to si len cio. De to dos mo dos me ac erqué y apoyé mi oí do con tra la madera. No es cuch aba el menor rui do. El rui do. Me acordé de que la puer ta de calle hacía un rui do car ac terís ti co al abrir la. Y yo no lo file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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había es cucha do. Antes de salir de la coci na, en torné ape nas la puer ta para ver. Nadie. Me ac erqué a la en tra da prin ci pal. Es ta ba, co mo lo pen sé, sin llave. Sin em bar go traté de abrir la y no pude. Em pu jé. El cru jir de la madera me pare ció más fuerte que nun ca. Cer ré en segui da. No, por al lí no había en tra do nadie. Y to das las ven tanas es ta ban ase gu radas. Agradecí no haber con clu ido esa lla ma da, y me cul pa ba por ser tan miedosa. Ase guré la puer ta con llave y fui a la bib liote ca. Des de al lí quería ver la casa del ve ci no. No sé por qué lo hice, tal vez para ver al go, al go que me sacase to da du da. Yo tenía que salir de la casa, ¿sabe?, eso no de ja ba de asus tarme. A me di da que me ac er ca ba a la ven tana de la bib liote ca comencé a es cuchar una músi ca. Era una músi ca cono ci da, una tona da de mo da. Char lie Crow ley. Aho ra es cuch aba la voz de Char lie Crow ley. Era la ra dio. En la casa veci na habían en cen di do la ra dio. Y es ta ban es cuchan do ese pro gra ma. Me asomé, aunque no podía ver na da. Había una luz en la sala, pero las corti nas no de ja ban ver el in te ri or. Creo que eso me tran quil izó; los ve ci nos es ta ban es cuchan do la ra dio. No sé por qué, ya pens aba que na da ma lo podía haber suce di do al lí. Sin em bar go, antes de salir a la calle miré para to dos la dos. Me sen tía nerviosa. Pero no vi a nadie, só lo al gunos au tos esta ciona dos. La calle es ta ba mo ja da. Salí por la puer ta prin ci pal. Cam iné con mi male ta has ta la es quina. Es per aba con seguir un taxi ráp ida mente. Tenía menos de una ho ra para lle gar a la estación. Cuan do me ba jé del taxi to davía me en con tra ba un poco in tran quila. Me repetía que era es túpi do, pero no podía sacarme de la cabeza la mi ra da de ese hom bre. Era co mo si aún sigu iera mirán dome... des de al gún lu gar. Me sen tí mejor cuan do subí al tren. En tré a este com par ti men to y me sen té, al la do de la ven tanil la. En tonces sucedió de nue vo. Él es ta ba ahí, en el andén. Ll ev aba un im per me able y un som brero claros. Cam ina ba co mo cualquier otra per sona, pero sus ojos se movían de un la do a otro, co mo si bus case a al guien. El miedo no me de jó cer rar la corti na, me quedé par al iza da, y cuan do quise reac cionar él ya es ta ba mi ran do ha cia donde yo es ta ba. O me pare ció. No lo sé, le ju ro seño ra, por mo men tos sien to que ya no sé lo que veo, pero ten go mu cho miedo, creo que me sigu ió, ¿se da cuen ta?, al go ma lo ha suce di do en esa casa y aho ra es tá por aquí, en al gún la do... ¡Dios mío!, ¡qué voy a hac er! Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas UNA NOCHE EN EL IN FIER NO. Co mo en un es ce nario, de spués de un monól ogo a os curas, la in ten si dad de la luz subió ape nas aque lla muchacha pro nun ció la úl ti ma frase. En un se gun do, las for mas y los col ores, aunque morte ci nos, nos situ aron de nue vo en el com par timien to. Re cuer do que lo primero que vi fueron nue stros za patos so bre el entablon ado, más ar ri ba, las corti nas volvían a tem blar al com pás del tren; las bu ta cas de cuero verde seguían al lí, vacías... Pero al go había cam bi ado. Lejos de re gre sar a la pe sadil la, mis temores parecían diluirse jun to con la os curi dad. Había es cucha do con aten ción ese re la to, y Dios sabe que me aque ja ba una pro fun da com pasión por esa chiquil la... Pero no podía creer le. To do aque llo er an fan tasías, sin du das. No podía ser de otra man era. ¿Quién sabe qué cosa haría ese hom bre en aquel cuar to?, el la mis ma lo había di cho. Y yo es ta ba se gu ra de que lo tenía en su cabeza cuan do vio al su je to en el andén, al guien pare ci do se gu ra mente. De spués de vivir aque llo cualquier hom bre ba jo y cal vo podía ser ese ve ci no. Es lo que pen sé. Que lo úni co re al aque lla noche era su miedo. Por lo demás, es cuch aba el pro duc to de una imag inación vi va en la mente de una muchacha de masi ado asus tadiza. Una vez, en al gún lu gar había leí do que muchas per sonas temerosas ven cosas, y que lle gan, in clu so, a dis tor sion ar la re al idad. ¿Có mo saber lo? “¿Es tá ust ed se gu ra de que el hom bre que vio en la estación es el mis mo hom bre...? “Sí, es toy... casi se gu ra”, me re spondió des vian do su mi ra da ha cia la ven tana. Sus ojos es ta ban, otra vez, llenos de lá gri mas. “No solu cionará na da llo ran do, tran quilícese. Y dé jeme pen sar, por fa vor!’ Mis pal abras file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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sonaron duras. Con la sospecha de que to do era ilu so rio, aque lla situación comen za ba a fas tidiarme. El la con tinu aba al lí, ape nas sen ta da en el bor de de su bu ta ca, pál ida, parecía a pun to de des ma yarse. “¿Cuál es su nom bre, queri da?” “Julie”. “Julie, por fa vor, no quisiera que ma lin ter prete mi pre gun ta, pero a ve ces los nervios nos traicio nan. Ust ed venía de pasar mo men tos muy difí ciles, ¿ver dad?”. “Sí, sé lo que quiere de cir seño ra, pero, créame, es toy se gu ra de lo que vi”. Volví a mi rar la. ¿Y si fuese cier to? Claro que ex istía una posi bil idad. Y aun en el ca so de que fue sen fan tasías, de re pente me per caté de que si no salíamos de la du da aquel vi aje se con ver tiría en un in fier no, el la sim ple mente en lo que cería. No podíamos quedarnos al lí sin hac er al go al re spec to, só lo es peran do. En esa época el noc turno a Ed im bur go era un ex pre so, o sea que has ta su des ti no no hacía ningu na para da. Eso descarta ba ba jar en la próx ima estación. Es taríamos en el tren has ta la mañana sigu iente. Comencé a pen sar... Si el hom bre que vio la muchacha en la estación era real mente su ve ci no había ra zones para no lla mar al guar da. ¿Qué po dría hac er?, ¿de ten er lo aca so?, ¿por qué? ¿Qué po dría de cir Julie de aque lla es ce na de la ven tana? Na da. A cam bio, la posi bil idad de que ese hom bre pud iese ver la era, sin du das, la pe or. El la quedaría ex pues ta, na da más. Imag iné a ese hom bre aducien do que la muchacha es ta ba lo ca, o que lo había con fun di do, cualquier cosa. Además, ¿qué suced ería de spués? Si el la se mostra ba, al fi nal del vi aje comen zaría a cor rer el mis mo peli gro. To do parecía tan difí cil, incier to... Pen sé en trasladarnos a otro com par timien to, al guno donde hu biera más pasajeros; po dríamos vi ajar se guras en tre otras per sonas. Pero deseché esa idea al in stante. Otra vez el la se de jaría ver. Tal vez per maneciese a sal vo du rante el vi aje, pero no de spués. To do nos con ducía a lo mis mo: era nece sario saber si ese hom bre es ta ba o no en el tren. Y había só lo una for ma de saber lo: re visan do to dos los com par timien tos. “Es cuche, va mos a hac er lo sigu iente: sal dremos de aquí jun tas, ust ed se encer rará en el toi let y me es per ará al lí. Yo recor reré el tren. Él no me conoce. Si ese hom bre es tá aquí, si lo veo, hare mos lo que haya que hac er para que ust ed es té se gu ra. Si no es tá, per manecer emos jun tas has ta que llegue mos, y más tran quilas. ¿De acuer do? Acep tó. Antes de salir abrí la puer ta y miré ha cia to dos la dos. No vi a nadie. No nos sep ara ban mu chos met ros del toi let El la en tró y quedamos en que yo gol pearía tres ve ces la puer ta para hac er le saber que había re gre sa do. Volví a nue stro vagón; la búsque da comen zaría por al lí. Los dos com par timien tos ve ci nos al nue stro es ta ban vacíos. En el sigu iente vi a un hom bre ru bio, con as pec to de ex tran jero. Es ta ba so lo. Sen ta do en la bu ta ca que da ba al pasil lo, parecía muy con cen tra do en un li bro que sostenía con las dos manos. Pare ció no ad ver tir mi pres en cia cuan do pasé por al lí. No había más pasajeros has ta el fi nal del vagón. Cuan do abrí la puer ta del próx imo es cuché un os pa sos. Al guien se ac er ca ba. La luz era muy tenue, pero vi que era un hom bre uni for ma do, el guar da. “¿Puedo ayu dar la?”. Al ac er carse vi que no era el mis mo que nos había pe di do los pasajes. Me tomó de sor pre sa, y por un mo men to no supe qué de cir. Por enci ma de su hom bro podía ver que aquel vagón era difer ente; parecía de lit eras, y es ta ba casi en la os curi dad. Una pe queña lam par ita ilu mina ba ape nas una cir cun fer en cia en la mi tad del pasil lo. “¡Oh!, só lo quería es ti rar las pier nas...” “Lo sien to, a par tir de este vagón comien zan las lit eras y ca marotes, seño ra; este sec tor per manecerá cer ra do has ta la mañana; no se puede cam inar por aquí.” “No lo sabía, dis culpe ust ed. ¿Po dría in di carme adonde es tá el coche come dor?” “No hay coche come dor, me temo que ya no se ofre cen es os ser vi cios en este tren. Nadie los usa por la noche.” “Claro.” di je, y volví so bre mis pa sos. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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“Bue nas noches, seño ra”. Al cer rar la puer ta es cuché el rui do de una cer radu ra. Y un tin tin ear de llaves. Me di vuelta. Al cancé a ver có mo su figu ra volvía a atrav es ar el cír cu lo de luz para perder se en la som bras, al fi nal del corre dor. Cuan do se me ocur rió recor rer el tren no pens aba que pudiera en con trar a aquel hom bre, real mente no lo pens aba. Sin em bar go, ape nas me asomé a la puer ta del vagón con tiguo sen tí un ligero escalofrío. A través de un vidrio re pu ja do vi, de esa man era al go mon stru osa en que ve mos a través de los lentes, las for mas de un pasil lo de sier to. Y en ese mo men to, por primera vez, no pude evi tar la idea de que ese hom bre es ta ba ahí, en al gu na parte. Cer ré los ojos. “Él no me conoce. Él no me ha vis to nun ca”, me di je mien tras toma ba la per il la. Ya es ta ba den tro del vagón. Las luces del pasil lo no er an más in ten sas que las del com par timien to; una pe queña lám para, ca da tres o cu atro met ros. A mi derecha, la ven tanil la só lo me mostró la os curi dad de la noche, y en un ex tremo, el re fle jo de mi pro pio ros tro, mirán dome des de el vidrio. El sonido de las vías lle ga ba le jano, co mo ahoga do por el si len cio que parecía reinar en ese lu gar. Y por un mo men to tuve la con cien cia de que para quienes es tu viése mos al lí ar ri ba, ese tren era nue stro úni co mun do esa noche, un pe queño laber in to en penum bras, es tre cho, ame nazante, y afuera só lo frío y ve loci dad. ¿Qué es ta ba ha cien do? Me apoyé en la puer ta del vagón. De nue vo sen tía que me falta ba el aire. Volví a pen sar que to do era una locu ra; la his to ria de aque lla muchacha, recor rer el tren, bus car a ese hom bre... Es os pen samien tos acud ieron a mí en un in stante, y ya es ta ba por irme cuan do al go me de tu vo. De pron to recordé lo ter rores de aque lla chi ca. No volvería a encer rarme con el la. No de nue vo, sin antes acabar con esa du da. “Él no me conoce”, me repetí en voz ba ja, antes de al can zar el primer com par timien to. Es ta ba vacío. Sin em bar go, las luces ilu mina ban ca da una de las bu ta cas. Idén ti co al nue stro, no había male tas ni ras tros de que al guien hu biese es ta do en ese lu gar. Fue cuan do llegué al se gun do que me di cuen ta. Aunque es tu viesen des ocu pa dos, to dos los com par timien tos per manecían con las lám paras en cen di das. Atrás de ca da uno de los asien tos, pro te gi das por una pe queña pan talla col or ocre, no ilu mina ban mu cho más que al gu nas ve las es par ci das, y ese re sp lan dor amar il len to parecía al imen tar las som bras de to do lo que to ca ban. Avancé ha cia el próx imo. Tam poco había nadie en el ter cero. Falta ban dos. ¿Sería posi ble que el vagón en tero es tu viese de sier to? Nadie en el cuar to. Di un os pa sos más y... el quin to tam bién es ta ba vacío. Comen zó a ga narme un ligero de sconcier to. Era posi ble que el vagón es tu viese des ocu pa do por com ple to, pero tam bién era ex traño. En tré al próx imo. En el primer com par timien to no había nadie. Cuan do me ac erqué al se gun do vi a una mu jer. Ll ev aba un niño en bra zos. El niño parecía dormi do. Al es cuchar mis pa sos, el la ape nas me lanzó una breve ojea da. Con tin ué. Dos com par timien tos más ade lante vi a un sac er dote. Era joven, y re cuer do que es ta ba re costa do de una man era muy sin gu lar so bre las bu ta cas. Me pare ció, no sé muy bi en por qué, una pos tu ra ex traña para un sac er dote. Co mo si me adiv inara el pen samien to, al verme se in cor poró para aco modarse ráp ida mente en su asien to. Fin gí que no lo había vis to, y seguí. Falta ba el úl ti mo. Nadie. Cuan do en tré al sigu iente supe que me en con tra ba en los vagones de primera clase. Una al fom bra amor tigua ba mis pa sos y el rít mi co sonido del tren so bre las vías pare ció en mude cer en el mo men to en que la puer ta se cer ró tras de mí. Las lám paras er an de vidrio. Las es ta ba mi ran do, se ase me ja ban a un pim pol lo de rosa a pun to de abrir, cuan do vi que su lu mi nosi dad comen za ba a de bil itarse. Al tiem po es cuché cer rarse una puer ta, en al gún lu gar. Me di vuelta pero ya no puede ver na da. Las luces ter mi naron de apa garse y la os curi dad era ab so lu ta. “Tran quila”, pen sé, pero las pier nas me tem bla ban. “Un hom bre maduro, ba jo, casi cal vo.”. Había repeti do la de scrip ción de ese hom bre to do el tiem po, pero re cién en ese mo men to, en medio de esa es pan tosa ceguera, aque llas pal abras comen zaron a res onar en mi cabeza. Aho ra, aunque lo en con trase, no po dría re cono cer lo. Por un mo men to no me atreví a mover siquiera un bra zo. Sen tí lo que sen tíamos en los bom bardeos... ust ed es muy joven, pero los que vivi mos en Lon dres du rante la guer ra aún teníamos vi vo el re cuer do de los apagones, la in movil idad, el miedo. Esas file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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cosas per manecen para siem pre. ¿Sabe?, sabíamos que to do era in útil, cuan do quedábamos a os curas la muerte podía al can zarnos des de cualquier lu gar. Y me de ses peré. Comencé a ex ten der mis bra zos mien tras gira ba en semicír cu los, has ta que pude to car el vidrio del primer com par timien to. La puer ta es ta ba abier ta. Lo gré en trar y, a tien tas, me sen té. La voz sonó muy cer ca... ín ti ma, co mo si saliese de un con fe sion ario: “Por lo vis to vi ajare mos a os curas es ta noche”. Me par al icé. Su res piración... al lí, muy cer ca de mí. Era un hom bre, un hom bre es ta ba a mi la do. “Por fa vor, no se asuste” La voz era ex traña, al go agu da, no parecía joven. “Maduro, ba jo, casi cal vo..”. Sen tí que se acaba ba el aire, co mo si, fi nal mente, hu biera si do ar ro ja da a un vacío ne gro sin prin ci pio ni fin. LA VOZ: “Las cosas pare cen es tar mal aquí, ¿ver dad?” (Si len cio.) LA VOZ: “Dis culpe, ¿se en cuen tra ust ed bi en?” YO: “Sí...” LA VOZ: “Lamen to haber la asus ta do” YO: “Es tá bi en, es la os curi dad, eso es to do” LA VOZ: “Oh, sí... “ (De nue vo el si len cio. De spués es cuché un roce de telas, y un ligero rui do en el sue lo. Se movía. Se había movi do. Por un mo men to con tuve la res piración, co mo si al go fuera a ocur rir.) YO: “Mi mari do. Él... me es tá es peran do. Se gu ra mente viene por mí aho ra.” LA VOZ: “Si puede ver la... (rió). Es ta os curi dad no habla muy bi en de los trenes in gle ses, ¿ver dad?” YO: “Oh, por supuesto, aunque... no sue lo vi ajar muy segui do, yo...” LA VOZ: “Sí, me di cuen ta”. YO: “¿Có mo?” LA VOZ: “Verá ust ed, yo no pens aba hac er este vi aje. Fue al go pre cip ita do. Sabía que los ca marotes y las lit eras es tarían com ple tos. Al pare cer los que vi ajan en este ho rario ha cen sus reser vas. Nadie quiere vi ajar sen ta do to da la noche, sin em bar go... ust ed es tá aquí”. YO: “Es ver dad, yo... nosotros nun ca tomamos este tren”. (Si len cio.) YO: “Es pero que lo ar reglen pron to. Ya de bo volver a mi com par timien to” (Si len cio.) LA VOZ: “Ust ed tiene miedo.” YO: “¿Por qué dice eso?” LA VOZ: “No puedo ver su ros tro, pero sí la es cu cho. Cuan do es ta mos a os curas las vo ces nos di cen to do, no nos pueden en gañar. ¿Sabe?, hace fal ta al go de luz para en gañar, o para es con der se...” YO: “Es posi ble, pero la ver dad es que no me re sul ta muy có mo do hablar con al guien en la os curi dad.” LA VOZ: “Oh, créame, a mí sí. Es más; le ase guro que si no es tu viése mos a os curas este diál ogo no sería posi ble. Pero ust ed tiene miedo. Y me atre vo a pen sar que es porque me ha vis to... antes”. YO: “¡No!, no es así, yo... ¡no he vis to a nadie!” LA VOZ: “Oh...” En ese pun to del diál ogo ad vertí có mo un tenue re sp lan dor comen za ba a dibu jar el con torno de la puer ta has ta que, en un se gun do, to das las cosas aparecieron níti da mente. Vi que al lí las corti nas er an ro jas. Mira ba las corti nas cuan do me puse de pie: “Bi en, creo que ya puedo irme, es pero no haber le oca sion ado ningu na mo lest...” Cuan do me di vuelta, las pal abras se con ge laron en mi bo ca. En su lu gar, un gemi do de es pan to file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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se es capó mien tras comen za ba a retro ced er. Ante mí, veía una hor ren da care ta de piel tirante y es camosa. Bril lante y sur ca da de es trías ro jas que parecían ten er vi da propia, co mo fi nos gu sanos de splazán dose en una ma te ria pu tre fac ta y san guino len ta. Un os ojos in men sos ba jo dos telas carnosas que ase me ja ban los pár pa dos me mira ban. El hom bre desvió su ros tro ha cia la ven tanil la: “Lo sien to...” Aque lla visión me había atur di do de tal man era que no podía reac cionar, has ta que lo gré ar tic ular unas dis cul pas: “Perdóneme ust ed”. “Es tá bi en, no se pre ocupe. ¿Sabe?, la guer ra de ja es tas cosas...” “De bo... de bo irme ya”. Di je sin mi rar y me abal ancé so bre el pasil lo. Quería volver, ter mi nar con to do aque llo, pero me veía a mí mis ma cam inan do ha cia el fi nal del tren. Parecía una lo ca. Tal vez lo es ta ba. Acel eré mis pa sos, y ya no pens aba en na da. No sabía si quería con tin uar o ale jarme de aquel mon struo, pero seguí. Na da podía ser pe or que aque llo. Llegué al fi nal del vagón: de sier to. Tam bién el próx imo. Aquel hom bre era la úni ca per sona que vi aja ba en primera clase. La úl ti ma puer ta es ta ba cer ra da. Se podía ver, del otro la do, una luz blan ca ilu mi nan do, co mo a un teatro pe queño y es tre cho, las fi las de bu ta cas de sier tas, si len ciosas... Ése era el fi nal del recor ri do. Aho ra de bía re gre sar. Al volver so bre mis pa sos vi el corre dor, vacío. Por al gu na razón me asaltó el temor de que la luz pud iese apa garse nue va mente. Tal vez fue esa idea, no lo sé, pero de re pente sen tí que me in und aba un miedo atroz y tuve la certeza de que él es ta ba al lí, de trás de mí. Fue tan re al co mo si lo hu biese vis to, agaza pa do en tre las bu ta cas, en al gún lu gar. Comencé a cor rer. O al go pare ci do, porque al lí no se podía cor rer. Es os pasil los es tre chos ahoga ban cualquier in ten to, a mí mis ma. Mis bra zos se gol pea ban con tra las puer tas, los movimien tos er an tor pes, y tenía la im pre sión de que el sue lo comen za ba a os cilar aún más con la vi olen cia de mis movimien tos y que las pare des y el techo fluc tu aban y acaba ban con fundién dose. Mi res piración se torn aba más ag ita da. Es capa ba. Pero no oía otro sonido que el de mis pa sos. No podía ser... Me repetía esas pal abras mien tras atrav es aba los pasil los, siem pre con la mi ra da fi ja en la próx ima puer ta, has ta la úl ti ma. Al lle gar al toi let, golpeé, co mo habíamos queda do, tres ve ces. De spués de pre gun tar si era yo, la muchacha abrió lenta mente la puer ta. Le di je que en to do el tren no había ras tros de ese hom bre, que podíamos vi ajar tran quilas. El la se veía ten sa, y me di cuen ta de que había es ta do llo ran do. Tal vez yo mis ma no me veía mu cho mejor que el la, pero al es cucharme el aliv io pare ció marear la, y me abrazó: “¡Oh, gra cias!, tenía tan to miedo... y la luz... volvió a apa garse, ¡pen sé que iba a volverme lo ca!” Re gre samos a nue stro com par timien to. Le di je que no quería volver a hablar del tema, e in ten ta mos char lar de cualquier cosa. Nece sitábamos dis traer nos un poco, aunque fuese difí cil. No pasó mu cho tiem po cuan do le pro puse que tratáse mos de dormir. Am bas nos en con trábamos ex ten uadas; to da aque lla ten sión parecía haberse acu mu la do en mis miem bros y mis pár pa dos. Nos acosta mos ca da una en los tres asien tos de ca da la do. Apagué la luz e hici mos si len cio. Lo re cuer do bi en. A los pocos min utos se oyó el sil ba to del tren y pasamos por un túnel, o un puente. Fue de spués de eso que es cuché su voz: “¿Re cuer da cuan do le di je que en la estación sen tí que ese hom bre seguía mirán dome..?” “Sí queri da, lo re cuer do”, le con testé. “Aún lo sien to”, di jo, y no sospeché que ésas serían sus úl ti mas pal abras. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas PÁNI CO EN LA ESTACIÓN file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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Aho ra viene la parte más ex traña de to da es ta his to ria. El tren ya en tra ba a la ciu dad cuan do me des perté. Miré la ho ra; aún falta ban un os min utos para lle gar, y tenía ur gen cia por ir al toi let. El la es ta ba en la mis ma posi ción en que la vi cuan do se acostó. Pen sé en des per tar la pero me dio al go de lás ti ma, de mo do que de cidí hac er lo cuan do el tren se de tu viese. Parecía pro fun da mente dormi da, y aquél la había si do una noche ter ri ble. Abrí las corti nas de la ven tanil la. Quería ver el día. Recordé las pal abras de mi madre: “el úni co aliv io para una mala noche es ver la luz del día.” Antes de abrir la puer ta tomé mi bol so, y tam bién cor rí las corti nas que da ban al pasil lo. Al salir tuve la im pre sión de es tar en otro lu gar; uno muy difer ente del que vi la noche an te ri or. Crucé a una pare ja de an cianos que no había vis to y a la mu jer con el niño en bra zos. El niño con tinu aba dormi do. A través de los vidrios podían verse las calles de la ciu dad, y el movimien to de la mañana. El sol bril la ba ese día, y, no sé por qué, sen tí una par tic ular ale gría al ver a to das aque llas per sonas cam inan do, tal vez di rigién dose a sus tra ba jos, a sus sim ples que hac eres co tid ianos. “És ta es la vi da re al” pen sé. El cielo era de un azul in ten so, y volví a recor dar a mi madre. Sus piré. Sen tía que las úl ti mas ho ras habían si do só lo una pe sadil la. Antes de en trar al toi let vi có mo del vagón de lit eras comen za ban a salir pasajeros agolpán dose en el pasil lo, cer ca de las puer tas de sal ida. Ter mina ba de higi en izarme cuan do percibí que el tren se de tenía. Me di prisa; aún quería re to carme el maquil la je y ya es tábamos en la estación. Cuan do salí, los pasajeros de los coches ca ma parecían haber in un da do los pasil los del tren. La pare ja de an cianos dis cutía al go so bre el equipa je. A sus pies dos enormes male tas ob struían el pa so. De trás de mí, dos niños se pe lea ban mien tras una mu jer trata ba, en vano, de hac er los callar. Al lev an tar el pie para sortear la male ta casi tropiezo con el hom bre ru bio que salía de su com par timien to. Mas cul ló al go en otro id ioma, parecía una dis cul pa, cuan do re conocí, en tre otras cabezas que es per aban jun to al fi nal del vagón, al sac er dote que había vis to du rante la noche. Nues tras mi radas se cruzaron, e in clinó su cabeza a mo do de salu do. Los niños comen zaron a gri tar nue va mente y llegué, fi nal mente, a la puer ta del com par timien to. Ape nas si lo puedo ex plicar; no me di cuen ta en segui da, pero tal vez ya tenía la sen sación de que al go era difer ente, no en ca ja ba... “Ya bas ta Jim my”. Ese gri to me dis tra jo. Tenía el pi ca porte en mi mano. “¡Fue él, él me las quitó! Uno de los niños chilló, y en ese mo men to las vi: Las corti nas es ta ban cer radas. Fue breve, un in stante en el que al go me decía que no abri era la puer ta, pero no sabía qué. Has ta que aquel pen samien to me al canzó co mo un relám pa go, y aparté mis manos del pi ca porte. Él es ta ba al lí den tro. No podía ser de otra man era. Las corti nas. Las había cer ra do. A ple na luz, sen tí có mo mis miem bros se con traían, y una hor ri ble sen sación de peli gro pare ció adueñarse de mi cuer po. Abrí la bo ca para gri tar, pero só lo es cuché un sonido áspero que salía de mi gar gan ta, yo... creo que hice un ademán seña lan do la puer ta, pero al guien me em pu jó. El tren se había de tenido. Un ru mor de vo ces se alz aba mez clán dose con los sonidos de la estación, y el corre dor se había con ver tido en un atol ladero de per sonas y male tas apre tu ján dose para ba jar. De bía salir de al lí. De re pente, a mi la do, el hom bre del li bro volvía a de cirme al go en su id ioma. En medio de aque lla pe sadil la re cuer do su im agen. Son reía, pero seguía em pu ján dome. Me en con tré frente al com par timien to ve ci no. Aquel tu mul to parecía de splazarse con mi go aden tro, y de re pente me en con tré ba jan do los escalones. Cuan do pisé el andén, el sue lo firme me hi zo sen tir se gu ra por un in stante. Podía cor rer. Cor rer. Pon erme a sal vo. No sé qué pasa ba por mi cabeza en ese mo men to, nun ca sen tí al go pare ci do, pero sí re cuer do es to: tenía que cor rer, sal varme. Me vi en medio de la gente, cam inan do, bus can do la sal ida. Vuelve mi im agen subi en do la ram pa, a la sal ida de la estación. El tem blor de las pier nas casi no me de ja ba cam inar, re cuer do que hacía un es fuer zo para con tro lar las. Al cancé la calle. El sol da ba en mi cara, pero el frío parecía en tu me cer mis sen ti dos y las lá gri mas comen za ban a nublar mi vista. De file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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trás de mí, la estación; ese hom bre no de mor aría en salir, tal vez ya es tu viese en la calle, buscán dome. O quizás, pen sé, ya me había vis to y cam ina ba de trás de mí. Comencé, fi nal mente, a cor rer. Y nun ca, nun ca volví la vista atrás. La seño ra Green wold, sen ta da en el bor de de su sil lón, parecía al go per tur ba da, y per maneció un in stante en si len cio. Los rayos del sol, más dé biles, forma ban una blan ca lu mi nosi dad so bre los ca bel los de la an ciana. Afuera, a través de los ár boles, podían verse los cam pos baña dos por la dulce luz de la tarde. De re pente, co mo si volviese de otro lu gar, miró a John. Y por primera vez en to da la tarde se mostró al go an siosa: —¿Le in tere saría es cribir es ta his to ria? John, ape nas apoy ada la cabeza so bre el respal dar, per manecía ab so lu ta mente qui eto, con una ex pre sión ausente, pero aque llas pal abras parecieron volver lo a la re al idad. Es cribir... Aho ra en tendía. Casi había caí do en la tram pa. La an ciana, co mo mu chos afi ciona dos a las nov elas poli ciales, no había de ja do de in ven tarse una his to ria. Y con el pre tex to de que pertenecía a la vi da re al se las había ar reglado para que él la es cuchase. ¡Qué gran opor tu nidad!, pen só, “el ve ci no es critor de nov elas poli ciales” tal vez se in tere sase en es cribir su his to ria. Des de el prin ci pio al go le había oli do mal, para creer en ese re la to. Mien tras lo es cuch aba no había po di do com pren der por qué esa muchacha no saltó del tren ape nas vio al su je to en la estación. Tam poco había una ver dadera razón para no acud ir al guar da, aunque fue sen só lo sospechas; cualquier cosa era mejor que morir. Y más in creíble aún era que la hu biese aban don ado. Aban donarla por una ex traña certeza de que el as esino es ta ba al lí. No, aque lla his to ria no podía ser cier ta, tenía que ser un in ven to. Pero un in ven to mar avil loso. —¿Señor Bland? —Perdón... me quedé pen san do en su re la to. La seño ra Green wold son rió, al go nerviosa: —Y, ¿qué le parece? —¡Vaya!, por mo men tos tuve la im pre sión de que es cuch aba el capí tu lo de al gu na nov ela... — di jo John sin ex pre sión. La an ciana son rió sin poder ocul tar su sat is fac ción por el co men tario. Parecía en tu si as ma da: —¡Oh!, no lo creo, ya le di je, soy só lo una afi ciona da. Además, es ape nas una parte de la his to ria, só lo una parte. Y ésa es la razón por la que se me ocur rió con társela. Verá, des de aque lla noche siem pre me he pre gun ta do qué fue lo que sucedió, no só lo en el tren, sino antes... y de spués de ese vi aje. To dos es tos años he imag ina do cien tos de his to rias co mo fon do de esa noche ter ri ble, de lo que sucedió —la seño ra Green wold hi zo una pausa y comen zó a hablar lenta mente, co mo si med itase ca da una de las pal abras—. Tal vez le re sulte un poco ex traño, pero nun ca quise saber si real mente se había cometi do un crimen en ese tren. Tam poco hice na da por averiguar si en esa época sucedió al gún he cho des gra ci ado en al gún bar rio de Lon dres, al go que pud iese ten er al gu na relación con lo que vio esa muchacha por la ven tana. ¿Sabe?, al día sigu iente tenía el per iódi co en mis manos, y de cidí no abrir lo. No lo pen sé, sim ple mente no lo hice. Y así fue al otro día, y los que sigu ieron. Sen cil la mente no podía, has ta que me di cuen ta de que no quería hac er lo. Nun ca dudé de ese crimen, pero nece sita ba de jar un mar gen para poder con tin uar mi vi da, ¿lo en tiende? Ust ed pen sará que es una ton tería, o que soy una es pecie de fanáti ca, pero aunque me fasci nen las his to rias de crímenes, si go sien do una in gle sa que ha tenido una ed ucación rig urosa, señor Bland. No me gus taría ten er la certeza de que aquel día pude sal var le la vi da a otro ser hu mano, y esa pe queña du da ha alivi ado mi con cien cia du rante es tos años. Ésa es la ver dad, señor Bland. —¿La ver dad? La seño ra Green wold se mostró al go tur ba da: —Así es —as piró pro fun da mente—, y me temo que uno no puede cam biar los he chos —de pron to se mostró an ima da nue va mente—. Pero lo más im por tante no es saber qué sucedió real mente file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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aque lla noche en esa casa, ¿ver dad? Ni en qué pre ciso lu gar pu do haberse es con di do nue stro as esino en el tren. Tal vez eso no ha ga fal ta pen san do en ust ed, que es es critor —el ros tro de la mu jer se ilu minó con una son risa—. ¡Oh señor Bland!, ust ed tiene una pro fe sión mar avil losa. ¿No le re sul ta una his to ria apa sio nante para una nov ela? Ust ed mis mo di jo que le parecieron los capí tu los de una nov ela. Piénse lo, tal vez al fin con si ga el éx ito y de je atrás los fra ca sos. —Al es cuchar es to John sin tió un re penti no odio ha cia aque lla mu jer, que con tinu aba par lote an do: —¡Sería fan tás ti co!, para mí tam bién, claro, haber lo ayu da do. Sí, po dría ser muy in tere sante, yo mis ma he pen sa do otras cosas, si ust ed quiere... ¿Aca so esa vie ja le había vis to cara de id io ta? No só lo pre tendía hac er le creer el cuen to del tren sino que aho ra “su” his to ria le sal varía la car rera de es critor. Pen só que si la de ja ba hablar un poco más se gu ra mente es cucharía el resto de la nov ela. Co mo si para ten er éx ito nece si tase de las his to rias de una afi ciona da. Pero lo pe or de to do, lo que de re pente lo abrum aba y sen tía que no podía per donarle a esa vie ja, era que tal vez tu viese razón. Aque llas es ce nas del tren er an formidables. Nun ca había es cucha do un re la to tan vivi do, tan pla ga do de in tri gas y posi bil idades. ¿Se le ocur rirían a él cosas así al gu na vez? —Seño ra Green wold... —John, co mo si no hu biese es cucha do aque lla prop ues ta, di jo:— Creo no en ten der muy bi en por qué ust ed sim ple mente se fue. Per mí tame de cir le que me re sul ta un tan to in verosímil.— És tas pal abras sonaron co mo si hu biese di cho: “in fan til” La seño ra Green wod lo miró: —Le haré una pre gun ta, señor Bland: ¿Puede de cir qué sería ca paz de hac er ust ed si siente que la muerte es tá cer ca, que su propia muerte se ha trans for ma do en una posi bil idad conc re ta? Tal vez no sepa lo que es eso, sen tirse ame naza do, per di do... Verá, no es que in tente jus ti fi carme, sé per fec ta mente que mi hui da fue al go co barde, abor reci ble si ust ed quiere; en ese mo men to no lo pen sé, no pude, pero de spués lo en tendí. Era ab so lu ta mente nece sario que huyese. ¿Aca so no lo ve? John frun ció el ceño: —Pues, la ver dad... —John trató de sonar desin tere sa do. —En la estación ac tué por in stin to, no pude hac er otra cosa, co mo un an imal que huye ante el peli gro. Supon go que sim ple mente me de jé con ducir por el miedo y le ase guro que de no ser así tal vez no es taría vi va en este mo men to —en ese pun to hi zo un si len cio. Ade lan tó su cabeza y comen zó a hablar en voz más ba ja—. Es cuche: sé cuán do al guien es tá dur mien do y, créame señor Bland, esa chi ca es ta ba pro fun da mente dormi da cuan do la de jé para ir al toi let. Debe co in cidir con mi go en que nadie, ex cep to ese hom bre, quer ría en trar a un com par timien to donde al guien duerme y cer rar las corti nas cuan do el tren ya ha lle ga do a des ti no. Era el mo men to más ade cua do para matar la. Re cuerde, el tren no tenía paradas. El as esino sabía que no po dría ba jar has ta Ed im bur go. ¿Có mo ex pon erse to das esas ho ras a que al guien de scubri era el cadáver, y con él aún ar ri ba del tren? Lo mejor era hac er lo a ple na luz del día, en medio del al boro to de la lle ga da y... en el úni co mo men to en que su víc ti ma es tu vo so la. ¿En tiende? Ese hom bre había es ta do vig ilán donos to do el tiem po, y por lo tan to me había vis to. Si en tró al com par timien to cuan do fui al toi let es porque me vio salir de al lí esa mañana, y se gu ra mente tam bién la noche an te ri or, cuan do recor ría el tren. No sé có mo, pero él es tu vo ahí, en al gu na parte, acechan do des de al gún lu gar. De bió supon er que la muchacha acaba ba de con tarme to da la his to ria. Una his to ria que podía ser le muy peli grosa, aunque no supiera ex ac ta mente qué vio Julie por la ven tana. No era ex traño que adiv inase mis in ten ciones de saber si es ta ba él al lí. No había otra razón para que yo saliese de nue stro com par timien to para fis gon ear por to dos los com par timien tos. Y al hac er lo, era porque tenía su de scrip ción. ¿Lo com prende? No só lo lo conocía, sino que aho ra para él éramos los úni cos seres que sabían lo que sucedió en esa casa, el día an te ri or. No sé si puede ver cuál era la situación, señor Bland; había otro tes ti go aho ra: yo mis ma. Y tenía que ser su próx ima víc ti ma. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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VIVIR EN EL CAM PO NO CAM BIARÁ LAS COSAS La tarde caía. En la habitación, to davía ale jadas de las ven tanas, las som bras parecían ocu par el es pa cio des de el fon do de la casa, opacan do con la lenti tud del atarde cer los con tornos de los mue bles y los li bros. Afuera se ex tendían dis ci plinadas por los úl ti mos rayos del sol y hacían perder, casi in ad ver tida mente, to dos los con trastes en un verde di fu so, ater ciopela do, ca da vez más os curo. —Tal vez ese vi aje haya si do to da una ex pe ri en cia para ust ed... pero de bo de cir le que es ape nas una anéc do ta.— John di jo es to en un tono va go, im per son al, que reserv aba para su más ve nenosas sen ten cias. —Y per sonal mente no me re sul ta muy atrac ti vo para es cribir al go so bre eso, lo sien to. La an ciana, que has ta ese mo men to le son reía ex pec tante, por un os se gun dos man tu vo la mis ma ex pre sión has ta que, fi nal mente, la de cep ción se dibu jó en su ros tro: —Oh, real mente lo lamen to, yo pen sé... que podía re sul tar le de al gún in terés. John vio que el hu mor de su an fitri ona a to das luces había cam bi ado. Tal vez para dis im ula rlo, el la se lev an tó y en cendió una lám para que se hal la ba en una mesa jus to de trás de John. Lo hi zo en si len cio. De spués, antes de sen tarse nue va mente, colocó otro leño en el hog ar. To do es to duró casi medio min uto, y parecía de spre ocu pa da cuan do di jo: —Sí, claro... es to es ape nas una anéc do ta. Se gu ra mente la idea para su próx ima nov ela es más in tere sante, ¿ver dad? —Eso es pero, al menos ten go la im pre sión de que po dría ser una bue na his to ria —di jo con fal sa mod es tia. Y con la úl ti ma pal abra, John recordó que el la ya le había he cho esa pre gun ta. Y que él había re spon di do que no. Aho ra, muy há bil mente, la hacía de nue vo. Y esa pe queña tram pa lo hi zo quedar co mo un im bé cil. No pu do dis im ular una mi ra da fu riosa. Era una mu jer lista, sin du das... —¡Oh!, sabía que la tenía. Por fa vor, sería un gran hon or para mí es cuchar la, señor Bland —la voz era dulce, co mo siem pre, aunque a John le sonó co mo una or den. Sin em bar go John no se in mutó. Son rió de una man era en que no lo había he cho has ta ese mo men to, y pen só: “¿Quieres la ver dad?, bi en... te diré la ver dad”. Pero antes de pro nun ciar una pal abra, hi zo al go ex traño: se lev an tó, tomó el ati zador que es ta ba a un costa do del hog ar, y re movió casi in nece sari amente la pe queña fo ga ta mien tras decía: —No me gus taría de mor ar la de masi ado. Tal vez ust ed es pera a al guien. —Oh no, temo .que reci bo muy pocas vis itas, yo... La an ciana lo mira ba al go sor pren di da. John colocó otro leño y volvió a su asien to. El ati zador per manecía aún en su mano izquier da: —Comen zaré des de el prin ci pio. ¿Sabe?, la tarde en que vin imos a cono cer la propiedad pasamos por este camino y vi a una mu jer may or en el jardín. Era ust ed, es de cir —hi zo una pe queña pausa—... yo sabía que aquí vivía una mu jer. Y hoy, mien tras sub ía para lle gar has ta aquí, me per caté de que su casa era la úni ca, aparte de la mía, en este lu gar. Y fue en tonces que sucedió. —Le con fieso que des de ese mo men to es toy pre gun tán dome qué his to ria es ésa, que ust ed pre fir ió no con tar. John son rió: —Bueno, es tá bi en. Quiero ad ver tir le que es ape nas la idea cen tral, y se me ocur rió a par tir de nosotros, quiero de cir, un mat ri mo nio joven que tiene co mo úni ca veci na a una an ciana. Claro, no to do se cor re spon derá a es ta situación, ni siquiera a nosotros mis mos, porque al con tar lo nece si taré de for mar muchas cosas, in ven taré otras... Pero por lo pron to dig amos que al gu nas cir cun stan cias de la re al idad me darán una mano para em pezar. Comen zaré di cien do que soy el que soy: un es critor. Supong amos que soy, tam bién, al go mediocre. Un es critor mediocre que sabe que nun ca ga nará file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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mu cho dinero, ya sea porque no tiene el tal en to su fi ciente o porque las his to rias que es cribe pertenecen a un género ago ta do que ya no le in tere sa a nadie. Este es critor, o mejor, yo —John hi zo una pausa, miró a su in ter locu to ra, y sin sacar le los ojos de enci ma, son rió—. Si ust ed me per mite hablaré en primera per sona, ¿sabe?, me re sul tará más fá cil, porque así fue co mo lo pen sé, y mi per son aje... por el mo men to no es otro que yo mis mo. —Oh sí, por supuesto —di jo en tu si as ma da la seño ra Green wold. —Bi en, habría que hac er un poco de his to ria para em pezar... —en cendió un cigar ril lo, y, en tre cer ran do los ojos, comen zó:— dig amos que me casé con una muchacha que en pocos años heredará una for tu na, na da ex or bi tante, pero que me per mi tirá vivir sin la necesi dad de dedi carme a otra cosa. Ust ed sabe, en el mun do re al no se puede vivir con las re galías de un par de nov elas sin éx ito, y real mente lo úni co que sé hac er es es cribir. To do fue bi en du rante el primer año. Nun ca es tuve en am ora do de mi mu jer, pero era una muchacha sim páti ca, que por al gu na razón me ad mira ba. De spués comen zaron al gu nas de save nen cias... in trascen dentes, al prin ci pio. No le di im por tan cia. Pen sé que era lo ha bit ual cuan do una pare ja comien za a con vivir, ust ed sabe. Pero la cosa parecía ir más lejos. El la pasa ba mu cho tiem po fuera de la casa. Esas de sapari ciones, y una cre ciente ir ritación por cualquier cosa que yo pudiera hac er o de cir, me alar maron. No me de ses per aba el he cho de que ya no me amase, por la sen cil la razón de que yo tam poco la am aba. Tam bién podía so por tar la as pereza de nues tra vi da en común, siem pre que yo pudiera seguir es cri bi en do. Pero sus ausen cias er an ca da vez más fre cuentes, y eso só lo podía sig nificar una cosa: había otro hom bre. De cidí dis im ular mis sospechas. Traté de ser más dó cil y am able en la casa, y ya no le pre gunt aba na da cuan do el la salía. Tenía la es per an za de que lo que parecía ser una aven tu ra se muri era en un tiem po más o menos breve, co mo cor re sponde a una aven tu ra. Tol er aría to do lo nece sario para pon er paños fríos en el mat ri mo nio, que era mi úni ca posi bil idad de vivir más que dig na mente el resto de mi vi da aunque no vendiese una so la de mis nov elas. Sabía que en ese mo men to cualquier dis cusión podía pre cip itar en lo úni co que no quería, o que no podía per mi tir: sep ararme de Anne. Mi es trate gia fun cionó por un tiem po. Nues tra vi da en común se hi zo, a mi cos ta, más fá cil. Sin em bar go sus sal idas con tin uaron. De spués en fer mó el padre —un hom bre que, de bo de cir lo, nun ca me quiso— y comen zó a lla mar la para que lo acom pañara cuan do le so brevenían pe queñas cri sis de bidas a una afec ción cardía ca que en no mu cho tiem po —ya lo di jeron los médi cos lo harán de jar este mun do. Así fue co mo Anne comen zó a es tar con él, una o dos noches a la se mana. Fue en una de esas noches, una co mo las otras, que de cidí seguir la. Al go en su mo do de salir de la casa, una cier ta emo ción que yo le conocía, me hi zo saber que no era su padre a quien vería. Era muy fá cil cor rob orar lo; basta ba una lla ma da tele fóni ca para saber si se en con tra ba al lí. Pero eso era jus ta mente lo que yo no quería; verme obli ga do a pedirle ex pli ca ciones, de jar abier ta la posi bil idad de la con fe sión de una mu jer en am ora da y, ust ed sabe, en esas dis cu siones la pal abra di vor cio puede pro nun cia rse muy fá cil mente. Pero tenía que saber lo. La acom pañé has ta la puer ta del ed ifi cio y ni bi en par tió tomé un taxi que la sigu ió has ta el So ho, donde se de tu vo en una es quina. Él la es ta ba es peran do ex ac ta mente al lí. Era un mucha cho al to que se subió al au to y la es trechó en tre sus bra zos. ¿Sabe?, una cosa es sospechar lo con cier ta certeza, más aún, saber lo; y otra muy difer ente es es tar vién do lo con los pro pios ojos. Los dos parecían co mo en lo que ci dos aden tro de ese au to, créame, fue co mo mi rar una trage dia, aque llo que cam biaría el cur so de mi vi da. Me sen tí ab so lu ta mente im po tente y tuve, por primera vez, mu cho miedo. Esa noche cuan do volví a casa no pude dormir. Sabía que cualquier cosa que hiciera para sal var nue stro mat ri mo nio sería in útil. Nun ca, ni en los primeros tiem pos, había vis to a Anne así, co mo esa tarde den tro del au to. Esa chi ca es ta ba per di da mente en am ora da, y me ar ras tra ba a mi propia perdi ción. La idea de vivir en el cam po era un viejo proyec to que teníamos des de que nos casamos. De mo do que de cidí ll evar lo ade lante. No iba a de jar es capar la opor tu nidad de ale jar la de Lon dres. Creí, supon go, lo que creen to dos los mari dos; que la dis tan cia les haría to do más difí cil a los file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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amantes... has ta que to do ter mi nase, o al go, cualquier cosa que pudiera pasar era preferi ble antes de ver có mo mi mat ri mo nio se der rum ba ba. Fui un ilu so. Hoy mis mo, ape nas si acabábamos de en trar a la nue va casa, “su padre” la llamó por telé fono. Atendió el la. Y ésa es la razón por la que es tá en Lon dres aho ra. Se gu ra mente con él. Ni siquiera le im portó que su propia ropa es té en canas tos, por ahí. Na da cam biará. Des de aquí, to do le será más fá cil aún. Aho ra la dis tan cia jus ti fi cará las de mor as, pro lon gará sus ausen cias... y eso ex pli ca por qué acep tó tan fá cil mente mi prop ues ta de mu darnos aquí, a Chip ping Cam pden. Co mo verá, fui un id io ta. John hi zo un pe queño si len cio antes de con tin uar: —Nece sita ba hac er al go que ter mi nase con este asun to para siem pre. Pero no sabía qué. No en con tra ba ningu na sal ida. Pero, co mo sucede siem pre que es ta mos de ses per ados, al go ocurre. Hoy de scubrí que los úni cos seres vivientes en este lu gar en can ta dor so mos nosotros y... ust ed. Y la idea acud ió, por así de cir lo, casi sin bus car la; por pu ra obra de las cir cun stan cias. Mien tras cruz aba su jardín no só lo supe qué era lo que iba a es cribir, sino que esa es ce na, yo mis mo en tran do a su casa con la re penti na fe li ci dad del es critor cuan do en cuen tra una idea, ya era parte de la nov ela; y yo su pro tag onista. Porque to do comen zará así: un hom bre que tiene por cos tum bre vis itar a sus nuevos ve ci nos lle ga a la casa de una an ciana ab so lu ta mente de scono ci da. Él mis mo no sabe, has ta que lla ma a la puer ta, que ha de ci di do matar la. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas UNA NOV ELA HA COMEN ZA DO De bo con fe sar le que la mía es una sen sación ex traña. Co mo sen tir que aque llo que in ven té, de al gu na man era, ya ha comen za do. John mira ba ha cia la ven tana. Al go en su voz son aba difer ente: —Es per aré la noche. Nadie me vio lle gar aquí, y nadie me verá salir. Lle ga do el mo men to la muerte de berá ser vi olen ta. Ten dré que forzar una en tra da, tam bién, y bor rar to das mis huel las, que só lo se en cuen tran en es ta taza... y en el ati zador, claro. Hi zo un pe queño si len cio en el que, de re ojo, miró el ros tro de la an ciana: —Cuan do llegue a mi casa Anne no es tará porque, ust ed lo sabe, se en cuen tra en Lon dres con su ami go. En tonces en sa yaré lo que diré a la policía de lo que sucedió es ta tarde, cuan do me lo pre gun ten: al irse Anne, de spués de un ra to de cidí tomar una sies ta. Me sen tía muy cansa do, y el tra jín de la mu dan za hi zo que me quedase dormi do casi to da la tarde. Yo ten go el sueño pe sa do, mi mu jer lo sabe, y tal vez fue ésa la razón de que no es cuchase los golpes en la puer ta, o el telé fono. Es muy poco prob able que al guien se haya aper son ado en mi casa, o que el telé fono suene mien tras es toy aquí. Só lo un par de per sonas saben el número, y hace ape nas dos días ésa era una casa de shabita da. ¿A qué hu biera queri do ir al guien al lí? Pero de bo tomar las pre cau ciones del ca so. Le hablaré por telé fono a un ami go que vive en Lon dres para recor dar le una ci ta que ten emos pen di ente la próx ima se mana: “Oh, Dan, pen sé que es tarías... llam aba para recor darte la re unión de la se mana próx ima, por fa vor, no te ol vides. Te hablo des de la nue va casa. Ten drías que ver es to, es mar avil loso, y a juz gar por to do lo que dor mí es ta tarde des cansaré muy bi en aquí..”. Será un co men tario ca su al, claro, lo im por tante es que mi ami go de se guro no es tá y ese men saje quedará graba do por un tiem po. Al cadáver lo hal larán al día sigu iente. Du rante la pesquisa, el primer lu gar al que irán es —se gu ra mente— a la casa más próx ima. Es taré es cri bi en do o aco modan do aún los mue bles. Harán to das las pre gun tas y yo les diré que es tuve den tro de la casa to do el día. Só lo de spués de que in sis tan, recor daré que en un mo men to, mien tras es ta ba en la coci na, vi a un hom bre que parecía un jar dinero, cam inan do cues ta ar ri ba. Y el los ten drán un sospe choso mu cho más con fort able que yo: una per sona nor mal y de cente que aca ba de mu darse y ni siquiera la conoce. ¿Qué mo tivos ten dría para matar la? Has ta aquí no habrá may ores di fi cul tades. Bus carán, in útil mente, al hom bre que de scribiré. De spués de un tiem po, ape nas el nece sario para que mi sue gro fi nal mente muera, la víc ti ma será mi es posa. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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Pero en ese tiem po mi relación con el la mejo rará. Seré lo que nun ca he si do: un es poso en am ora do, y ten dré —me en car garé de el lo— tes ti gos del buen mo men to que es tábamos pasan do con Anne. Claro, no du rará mu cho. Só lo has ta el día del as esina to, en que repe tiré lo que se da en lla mar el modus operan di: y será, co mo la suya, una muerte vi olen ta. Pero con una difer en cia: para to do el mun do es taré en Lon dres ese día. Yo ten go una for ma de pro bar eso. Es al go com pli ca da, pero ex iste. Y esa coar ta da es la que me bor rará de to da sospecha. Por un tiem po, claro, bus carán al mis te rioso as esino de Chip ping Cam pden... —se de tu vo un mo men to para en cen der un cigar ril lo. Dio una pita da, miró ha cia el piso y son rió ape nas: —Habrá otros per son ajes, y un de tec tive que de berá com plicar un poco las cosas, claro. ¿Sabe?, lo cu rioso es que en la fic ción el as esina to debe ser al go com pli ca do, y en eso no se parece a la vi da re al. Si yo la as esinase a ust ed es ta tarde, por ejem plo, ¿cree real mente que po drían de scubrirme? ¿Sabe ust ed cuán tos crímenes cuyo au tor se de sconoce hay por año? Le ase guro que la cifra es escalofri ante. Seamos sin ceros, come ter un as esina to no es al go muy difí cil, además... los de tec tives ver daderos no son nue stros ex cén tri cos e hiper in teligentes héroes de las nov elas. No seño ra. La gente no quiere as esinatos reales para leer. Son abur ri dos y nos re cuer dan lo vul ner ables que so mos al crimen de to dos los días, o si no piense en ust ed mis ma es ta tarde. Un ab so lu to de scono ci do lle ga y ust ed lo hace pasar. Él po dría matar la y de spués sim ple mente de sa pare cer. No hay mo ti vo, conex ión al gu na y nadie lo vio lle gar. Eso no parece una nov ela. Eso no di vierte, ¿ver dad? La seño ra Green wold soltó una risa nerviosa y miró ráp ida mente ha cia la puer ta, de spués en di rec ción a la coci na y fi nal mente a su ve ci no: —Creo que hace de masi ado calor aquí... me sien to un poco marea da, me temo. La idea de su nov ela re sul ta un tan to per tur bado ra, ¿no cree? No de ja de ale grarme que se trate de una nov ela. Pero John per maneció en si len cio. La an ciana, en un tono que sug ería el fi nal de la visi ta, di jo: —Es tarde... —Sí, es casi de noche. El la ya es ta ba de pie. Pero John con tin uó: —La ver dad es que no creí pasar una tarde tan agrad able. ¿Sabe?, no to dos los días uno conoce la gente ade cua da para con ver sar so bre es tos temas...—y con tin uó con un tono firme: —Le con fieso que me en can taría tomar otra taza de té. La seño ra Green wold quedó in móvil. No con testó. Una dé bil son risa no parecía bor rarse del ros tro de John: —Por supuesto, si no es una mo les tia —su cuer po parecía clava do al sil lón. —Claro —con testó la an ciana con un tono vac ilante, y con la mi ra da huidiza, co mo si quisiese posar la en al gún lu gar de la es tancia y no supiera dónde— ...de mor aré un min uto. Volvió a de sa pare cer tras la puer ta por donde lo había he cho antes. John se lev an tó ráp ida mente y se ac er có a la ven tana. Vio las úl ti mas luces del día que os curecían las silue tas de los ár boles, y, de trás, la bru ma blan ca que se lev an ta jun to al crepús cu lo y corre en tre los cam pos con la úl ti ma clar idad. Más ar ri ba, el cielo tenía ese azul que pre cede a las primeras es trel las. Una os cu ra son risa pare ció dibu jarse en su ros tro. La seño ra Green wold re gresó con la mis ma ban de ja para apo yarla, otra vez, so bre la mesa. John se en con tra ba aho ra nue va mente sen ta do con fort able mente en su sil lón. Ninguno de los dos di jo na da en ese mo men to. Só lo se es cuch aba, muy dé bil, el cru jir de las ra mas en el fuego. Cuan do lev an tó la tetera de pla ta para servir el té, am bos se vieron re fle ja dos en el la: John, que había de ja do de son reír, la mira ba. Del otro la do, el sem blante de la mu jer se veía al go ten so, re celoso, aunque trata ba de dis im ula rlo: —He pen sa do en su nov ela, señor Bland —la an ciana vio el ati zador y tam bién vio la mano de John, que caía dis traí da mente so bre el man go tornea do.—¿Sabe?, no me ex trañaría que tu viese éx ito, parece una bue na his to ria. —Creo que to do re sul tará bi en. —Sí, yo tam bién lo pien so. Aunque no de jo de creer que aquel episo dio del tren es muy in tere file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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sante, tam bién. ¡Oh!, no se pre ocupe —la mu jer hi zo un gesto con la mano— no le pediré que lo tome en cuen ta, só lo... —cal ló un in stante, co mo si no en con trase las pal abras para seguir: —Es cuche; ust ed se ha sin cer ado con mi go y me ha di cho cuál es la idea de su nov ela. Sien to que de bo hac er lo mis mo, yo... de bo con fe sar le al go. John la miró aten ta mente: —¿Sí? —Mire, si ust ed se mostra ba in tere sa do en aque llo que sucedió en el tren yo pens aba, de spués, con tar le al go que imag iné... so bre aquel día. ¿Re cuer da? Yo di je que me hu biese gus ta do cono cer la his to ria de fon do de aque lla noche es pan tosa, qué había suce di do antes, quién era ese hom bre...— hi zo una pausa—. La ver dad es que yo tam bién in ven té una his to ria. Y bueno, ust ed sabe, se me ocur rió que bi en po dría servir para una nov ela. He es crito al gu nas pági nas sueltas, pero temo que no es tan fá cil co mo pens aba y... —Creyó que sería una bue na idea que yo lo hi ciese. —John le com pletó la frase. —Pues sí, y le pi do dis cul pas. Yo... quisiera que la es cuche, aho ra. Ust ed di jo que aque llo era ape nas una anéc do ta, y que no le había in tere sa do ese re la to. Per mí tame que le cuente to da la his to ria, no só lo aque llo que viví, tam bién lo que imag iné. John la miró al go sor pren di do. —Oh, por fa vor señor Bland, creo que ten emos tiem po. —En tonces no hay prob le ma— John be bió el úl ti mo sor bo de la taza, en cendió un cigar ril lo, y oyó el sigu iente re la to: Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas UN HOM BRE EN QUIEN CON FI AR Imag iné que aque lla his to ria po dría haber comen za do una tarde, una tarde cualquiera, en Lon dres. Er an las cin co, o las seis, una de esas ho ras en que la gente parece apre tu jarse en to dos los lu gares de la ciu dad, las calles, los pubs, el metro... En tre to da esa gente, en tre es os ros tros in difer entes, veo el de una mu jer. No parece muy joven, ni muy dis tin gui da, pero tiene un as pec to nat ural, agrad able. Tra ba ja en una ofic ina, o prob able mente en al gu na tien da de Bond Street. Es un tra ba jo co mo cualquier otro, tal vez al go ruti nario, pero el la no se que ja, quiero de cir, nun ca ha sen ti do que las cosas po drían ser difer entes. Esa mu jer, que imag ino al go soli taria, no tenía mo tivos para sen tirse in fe liz, o na da pare ci do. No porque su vi da fuese al go ex traor di nario, só lo era del tipo de las que ni siquiera pien san en el lo. Pero, a difer en cia de otras, no es per aba cono cer a al guien, casarse, y con el tiem po ten er hi jos. Sen tía que el amor, el ro mance, no er an para el la. Había cono ci do al gunos hom bres en su vi da, pero siem pre una razón hacía que to do in ten to en este sen ti do fra casase: el la no creía en los hom bres. Sen cil la mente no podía con fi ar en el los. Tal vez tenía poderosos mo tivos para que es to fuese así, mo tivos que habría que bus car en su pasa do, pero el ca so es que con el tiem po su his to ria comen zó a pare cerse a la de cualquier mu jer cuyo des ti no fuese la soltería. Has ta esa tarde. Se había sen ta do en una pe queña plaza, en Berke ley St. No es ta ba pen san do en na da en par tic ular, tal vez só lo des cans aba un mo men to antes de tomar el au to bús que la ll evaría a su casa, cuan do ocur rió al go que cam biaría su vi da por com ple to. Un hom bre vi no a sen tarse en el otro ex tremo del ban co. El la no volteó, pero de spués de un os in stantes se per cató de que aquel hom bre la es ta ba mi ran do. Y ya había de ci di do irse, cuan do es cuchó su voz: —Es in creíble. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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El la giró la cabeza. Y lo primero que vio fueron sus ojos. Los ojos de aquel hom bre la con tem pla ban de una man era muy es pe cial. No había na da os curo ni temi ble en el los, al con trario; la mira ba co mo si el la fuese una niña, y percibió, a su vez, que él jamás po dría hac er le daño. Sen tía que al go den tro de sí se movía, una emo ción an tigua, co mo si hu biese reen con tra do al go her moso que no veía hace mu cho tiem po. —¿Perdón? —el la no pu do evi tar una son risa. —Dis cúlpeme, no quiero im por tu narla, só lo decía que es in creíble la luz, a es ta ho ra. ¿Ve ust ed aquel ed ifi cio? Si lo mi rase den tro de, dig amos... veinte min utos, no lo re cono cería. La luz le cam biará las for mas, se nos mostrará mu cho más severo, los bor des ten drán otro re lieve, al gunos or na men tos de sa pare cerán. Y sin em bar go, será el mis mo. —¿La luz? —¡Oh sí!, la luz... la luz no so la mente ilu mi na, ¿sabe? Ac túa to do el tiem po, so bre las for mas, los lu gares, nue stros es ta dos de án imo. De to das las cosas in vis ibles la luz es la que may or in flu en cia tiene so bre nues tras vi das, de eso es toy se guro. —¡Oh!... El hom bre am plió su son risa. Parecía la son risa de un hom bre bueno; fran ca, se duc to ra... cuan do ex tendió una mano ha cia la mu jer: —Per mí tame pre sen tarme: mi nom bre es Barnes, Robert Barnes. El la pare ció titubear, y mien tras alarga ba su mano volvió a mi rar los ojos de aquel hom bre. Sí, tal vez pud iese con fi ar en el los. Des de ese mo men to y en las ho ras que sigu ieron esa tarde, un sen timien to ex traño hi zo que to da la vi da pareciera con cen trarse en aque lla mi ra da, ese ros tro, esa bo ca que son reía... ‘Amor a primera vista”, le había di cho a su tía cuan do le habló por telé fono, una se mana de spués. Pero se ar re pin tió. Aho ra la llam aba to do el tiem po pre gun tán dole por su novi az go. Su novi az go... No podía de cir le que Robert es ta ba casa do, sen cil la mente no podía. No porque fuese un prob le ma, no lo era, no para el los, pero su tía no lo en ten dería. Él se lo había di cho aque lla mis ma tarde, y creía que tam bién por eso lo am aba: “no te ocul taré na da, así son las cosas. Si quieres me voy y hare mos de cuen ta que no nos conoci mos”. To do había si do tan rápi do... sus pal abras, aquel roce en el molin il lo de la tien da que vis itaron, sus ros tros casi pe ga dos cuan do al guien la em pu jó, su res piración... y el be so. ¿Có mo hac er de cuen ta que no se habían cono ci do? Si tenía la im pre sión de que sus trein ta y cin co años só lo habían servi do para cono cer lo a él, esa tarde. Y para ningu na otra cosa. La pasión lo cam bia to do, es ver dad. En primer lu gar, sin tió que comen za ba a vivir; co mo si lo an te ri or hu biese si do un sueño largo y abur ri do del que aho ra des perta ba. Aho ra es ta ba él. Y había lle ga do para que el la supiera ex ac ta mente lo que quería en este mun do; para que to do, fi nal mente, tu viera un sen ti do. ¿Có mo había po di do vivir, antes de Robert? ¿Có mo había si do su vi da sin los bra zos de Robert rodeán dola, mien tras el la sen tía, al fin, que na da ma lo po dría suced er le? Él es taría al lí, pro te gién dola, quer ién dola to do el tiem po. Robert no era, de más es tá de cir lo, fe liz en su mat ri mo nio. Un ro mance de ve ra no en Brighton Rock, hacía ya más de veinte años, lo había lan za do a la prome sa de una vi da de fe li ci dad con aque lla muchacha. La cono ció en un concier to al aire li bre, una her mosa tarde de julio. He len no era boni ta, pero sí era vi vaz, al go atre vi da, y ri ca. Sin em bar go, no fue es to úl ti mo lo que lo llevó al mat ri mo nio. Fue la sen cil la ilusión del en am ora do; só lo eso le hi zo pen sar que con tan tas difer en cias po drían ser fe lices. Po dría de cirse que des de niño Robert era pin tor, y só lo parecía hac er le frente a aque llo que se in ter pusiera en tre él y su vo cación. Por lo demás, siem pre fue un mucha cho in se guro, dó cil y al go tími do. Des de su ju ven tud goz aba de cier ta fama, y al gún tal en to. Pero no el su fi ciente para man ten er a su es posa, no de la man era en que es ta ba acos tum bra da. Y el la lo sabía. Lo había sabido siem pre. Pero se casa ba con un artista. Un artista de renom bre. Y eso era, para la hi ja de un granjero de Llanid loes, al go más que ten er dinero. Com praron una casa en Ham sptead, donde vivían cuan do se file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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en con tra ban en Lon dres. De spués de los primeros años de mat ri mo nio, los vi ajes er an ca da vez más fre cuentes; has ta que no al can zaron a dis im ular el in fier no en el que parecía con ver tirse esa unión. Una ex is ten cia pla ga da de frivol idades y un pro fun do hastío no só lo hicieron de aque lla muchacha ex tro ver ti da una mu jer agria e in sat is fecha, sino que, lenta e im pla ca ble mente, la atra jeron a un nue vo hábito: el whisky. Y en es os mo men tos só lo al guien co mo Robert podía so por tar la. Las pocas ve ces que él había in sin ua do la idea del di vor cio aque llo ter mina ba en un es cán da lo. Por al gu na os cu ra razón el la nece sita ba ten er lo al lí, a mano, para dar rien da suelta a to das sus locuras y an siedades. O tal vez lo am aba, a su man era. El día an te ri or al crimen Robert se en con tró con su amante. Fue el úl ti mo en cuen tro, antes de que se pre cip itaran los he chos. Al lí, tal vez, tu vo lu gar este diál ogo: —Es nece sario que hables con el la. —Tú no la cono ces... —Pero no pode mos seguir así, ¿no lo en tien des? —¡Oh, sí...!, claro que lo en tien do, créeme, nadie más que yo quiere eso, pero... —Robert —lo in ter rumpió— yo con fié en ti, me di jiste que to do se solu cionaría, me prometiste... —Sí queri da... es cier to, pero debe mos es per ar, te repi to, no sabes có mo es el la... —¡No me im por ta có mo es el la!, y tú lo sabes. Él la miró: —Sí, lo sé. —Volvió la vista ha cia otro la do—. Mañana le hablaré. —¿Mañana? —Sí, mañana. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas MU CHO MÁS LO CA QUE TÚ Al día sigu iente llovió du rante to da la mañana. De spués del mediodía las nubes se disi paron mostran do un cielo azul, ab so lu ta mente limpio. Y un calor bo chornoso se ex tendió so bre la ciu dad. Brota ba de las calles, de las ac eras, y parecía adueñarse de to das las casas, de to dos los rin cones donde hu biera al guien que res pi rase. Des de el al muer zo, Robert había per maneci do en su ate lier, sin tra ba jar. No había to ca do un pin cel en to do el día. Cer ca de las seis ba jó a la coci na para prepararse un té. La casa es ta ba en si len cio. He len dor mía. Tenía la taza en la mano cuan do la cam panil la del telé fono lo so bre saltó. —¿Ho la? —Robert. —Queri da... no debes lla marme aquí... —Lo sé, pero nece sita ba saber. ¿Hablaste con el la? —Lo sien to, eso... no es posi ble, no aho ra. —¿Có mo?, Robert, ay er me di jiste... —Lo sé, lo sé, com prén deme... hoy ha es ta do en fer ma, anoche tu vo una de sus noches, ha dormi do casi to do el día. —Robert, el la se em bor racha to das la noches. —Tienes razón, pero aho ra no puedo hac er lo. Te prome to que lo va mos a solu cionar, con fía en mí. En la línea se es cuchó un si len cio. —¡Oh!, quisiera con fi ar pero... tal vez no pue da, tal vez es tés mintién dome y... —¡No! ¡Por fa vor, no di gas eso! ¡Tú eres lo úni co que ten go, mi úni ca es per an za! —Robert —la voz de la mu jer sonó difer ente—, ¿me amas? —Claro que sí. —Es to do lo que nece si to saber. Con fía tú en mí. Al de cir es to úl ti mo se es cuchó un clic del otro la do. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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¿Qué había queri do de cir con eso? La úl ti ma frase de la mu jer le quedó dan do vueltas mien tras toma ba los primeros sor bos de té. Dis traí da mente, a través de la ven tana atis bo el cielo. Unas pe sadas nubes pre sagia ban la tor men ta. Con fía tú m mí. ¿Qué di ab los había queri do de cir con eso? Ca da vez que ll ev aba la taza a la bo ca sen tía que la tran spiración le brota ba de la frente, podía sen tir la, y en la es pal da, con vir tién dose en al go pe ga joso en tre él y la ropa. De pron to sin tió que se so fo ca ba, y un os de seos re penti nos de tomar un tra go. Fue a la sala y abrió las puer tas del bar. Sacó una botel la de scotch, y es ta ba por abrir la cuan do es cuchó un rui do de pa sos, ar ri ba. El la se había lev an ta do. Guardó la botel la nue va mente y cer ró el pe queño mue ble tratan do de que la puer ta no cru jiera. No quería tomar en su pres en cia, no tan tem pra no. —Robert, ¿qué ho ra es? La voz son aba al go cav er nosa, trasnocha da. Robert se dio vuelta y la vio ba jar las es caleras. He len vestía ropa de ca ma, y su ca bel lo es ta ba re vuel to. Antes había si do es belta y muy el egante. Nun ca fue her mosa, pero aho ra parecía una mu jer de mala vi da que en ve je ció de golpe. De scendía muy despa cio, apoyán dose dis im ulada mente en el pasamanos: —Es cuché el telé fono, ¿quién era? —Número equiv oca do. —Lás ti ma. Sería bueno que al guien nos lla ma ra in vitán donos a una fi es ta. —Hace tiem po que ya nadie nos in vi ta a una fi es ta —las pal abras de Robert de jaron oír un leve tono de re proche. El la se de tu vo y lo miró un mo men to antes de de splo marse en un sil lón. —Si tú lo dices... Robert se lev an tó y fue has ta la coci na. Des de al lí se es cuchó la puer ta de la heladera y, un se gun do de spués, su voz: —No has ce na do... ¿Quieres com er al go? —No, gra cias —He len había posa do su mi ra da en el bar. Pero casi al in stante volvió la cabeza ha cia otro la do, co mo si no quisiera ten er esa visión frente a sí. El la tam poco quería em pezar a tomar tan tem pra no. Per maneció sen ta da, pero volvió a gi rar la cabeza. Aho ra de nue vo mira ba el bar. —¡Maldita sea, Robert!, ¡es que aca so no pien sas de cirme la ho ra! Más tarde, ya casi anochecía, la es ce na había cam bi ado. Una lám para al la do de la es calera era, con el úl ti mo re sp lan dor del día que en tra ba por las ven tanas, la úni ca luz en la sala. He len se hal la ba re costa da so bre un pe queño di ván. En el sue lo, un cepil lo que había de ja do caer de spués de un in ten to de peinarse, y en su mano, un va so de whisky. La botel la es ta ba so bre la mesa, al al cance de su bra zo. —¿Sabes?, me gus taría bailar un poco. An da, pon la ra dio, ¿quieres? —No queri da, hace de masi ado calor to davía, así es ta mos bi en. Más tarde, a lo mejor —Robert ho je aba una re vista de bar cos, que no le in teresa ba. —¡No!, ¡así tú es tás bi en, no yo! ¡¿Có mo puedes saber lo que yo sien to?! —su voz era chillona. Robert lev an tó su mi ra da de la re vista y volvió a posar la sin de cir una pal abra. —Te hice una pre gun ta, Robert —He len ar remetió. Pero no hubo tiem po para es cuchar la re spues ta. El lla mador de la en tra da había son ado. En los in stantes pre vios a ese mo men to, el la se ac er ca ba a la casa con pa so de ci di do, aunque al go ten so. Las nubes es ta ban tan ba jas que parecían a pun to de caerse, y en esa calle el olor que pre cede a la llu via se mez cla ba con el que de spedían las madre sel vas de los jar dines. Se de tu vo jus to en la en tra da del jardín y vio una pe queña luz en cen di da en la sala. Las primeras go tas de llu via comen zaron a caer y es cuchó, en al gún la do, una ven tana que se cerra ba. La calle es ta ba de sier ta. Pre sionó el lla mador. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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—¿Tú? —Sí, Robert. —Pero... ¿qué haces aquí? —¿Quién es, Robert? —la voz se es cuchó des de atrás. Robert susurró su pli cante: —Por fa vor, ¡vete! —No. Se lo di re mos jun tos, no pode mos seguir así. —iRobert! —la voz se ac er ca ba ca da vez más en di rec ción a la puer ta. —No es nadie, só lo... —Robert comen za ba a re spon der le cuan do vio que su es posa se había de tenido jus to de trás de él. Y apoy aba una mano en su es pal da. —¡Vaya!, ¿y quién es es ta señori ta? Tras la pre gun ta se hi zo un si len cio en el que nadie parecía saber ex ac ta mente qué de cir. Fue en tonces que la ex pre sión de He len cam bió: —Robert, ¿vas a de cirme quién es es ta mu jer? —Se lo diré yo mis ma, Seño ra Barnes. Yo... he venido a hablar con ust ed. Ten go... ten emos al go que de cir le. —Di cho es to em pu jó la puer ta y sim ple mente en tró. En ese mo men to la llu via comen za ba a descar garse tor ren cial mente. Ante la mi ra da atóni ta de He len, el la se paró en la mi tad de la sala. Ll ev aba un pe queño bol so de mano que apoyó en el sue lo y miró a su an fitri ona. A és ta la bo ca se le abrió para de cir al go, pero ev iden te mente aún no podía reac cionar. Robert cer ró la puer ta lenta mente. —Lo que vine a de cir le es muy breve: Robert y yo nos amamos, y va mos a casarnos. O lo que fuere. Él no quiere las ti mar la, yo tam poco, pero no es con der emos na da, es to no es al go pasajero. He len no podía creer lo que es ta ba es cuchan do. —Y tam bién quiero de cir le —el la con tin uó— que... —¡Oh...! —la ex cla mación la in ter rumpió— ¿Hay al go más? —la voz de He len des ti la ba un tono ma li cioso e iróni co. He len había reac ciona do.— ¡Cuén tanos por fa vor!, Robert y yo es tábamos un poco abur ri dos es ta tarde, ¿ver dad Robert? —se dio vuelta y miró a su es poso. Sus ojos bril la ban de ira, pero son reía. Robert lev an tó su vista del sue lo y sin mi rar la di jo: —Por fa vor, He len... —De spués hablare mos Robert —y se volvió ha cia la re cién lle ga da—. Decías que te re vuel cas con mi mari do y... no sé qué más. —¡No!, ¡yo no di je eso!, ¡di je que nos amamos! —¡Oh, claro...! Lo olvid aba, el amor... —atrav esó la habitación y fue di rec to a la botel la de scotch—. Pues la ver dad es que... —por un mo men to su voz pare ció que brarse mien tras llen aba un va so— no es per aba es to. Con la úl ti ma pal abra se llevó el va so a la bo ca y no lo soltó has ta que es tu vo vacío. —Seño ra Barnes, no he venido aquí a ofend er la, yo só lo... —¡Me im por ta un ble do a qué ha venido ust ed a mi casa! ¡Só lo largúese! —He len, por fa vor... —Robert se ac er có a el la y le tocó lev emente el hom bro. —¡Tú no me to ques! —su ex pre sión volvió a cam biar. De nue vo se mostró de safi ante:— Va mos Robert, ¿aca so no quieres ver có mo dos mu jeres pe lean por ti? Aprovecha, eso no te ha suce di do antes. —Llenó el va so nue va mente y miró a la mu jer; parecía es cu driñar la:—Pero creí que ten drías mejor gus to. Si querías serme in fiel po drías haber con segui do al guien más joven. ¿Cuán tos años tiene ust ed queri da? Ya an da por los cuarenta, ¿ver dad? El la no le re spondió. He len con tin uó sin sacar le los ojos de enci ma: —¿Sabe?, de to dos mo dos me sor prende. Mi mari do nun ca tu vo éx ito con las mu jeres, ni siquiera cuan do era joven, antes de perder el pe lo. ¿Re cuer das cuan do tenías pe lo, Robert?, ¿Re cuer das cuan do eras po bre, Robert?, ¿Re cuer das cuan do no podías pin tar porque tu mis er able tra file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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ba jo en el correo no te lo per mitía, Robert? Pues re cuer da es to, Robert: ¡tú no eres nadie sin mí! ¡Y dile a es ta mu jerzuela que se largue de mi casa aho ra mis mo! Robert, que parecía un niño al que habían re ta do, di jo: —He len, por fa vor... —¿Y tú qué pens abas? —He len se volvió ha cia el la—¿que sería tan fá cil co mo venir y decírme lo? —lanzó una car ca ja da que resonó en to da la casa— ¡Vaya!, ust edes dos sí que me ha cen reír. — Volvió a llenar el va so y be bió un tra go. Robert y la mu jer la mira ban sin de cir na da. —Pues bi en, dé jame de cirte al go de Robert —prosigu ió con la voz ya áspera de al co hol—. He in ver tido mu cho en él para que una ca mar era o lo que seas ven ga a in sul tarme a mi propia casa. No lo puedo tol er ar. Así que hazte un fa vor y vete. No lo po drías man ten er, créeme, los pin tores son caros; además, ya no es joven. Y lo úni co que sabe hac er es pin tar, me temo. Así son los artis tas. Y... hay al go más. —He len, por fa vor —Robert trató de cal mar la. —¿Quieres de jar de de cir “He len, por fa vor” y callarte? —No me im por ta na da de lo que ust ed pue da de cir, —el la miró de re ojo a Robert. —¡Oh sí...!, claro que te im por tará. ¿Sabes?, cuan do vi no la guer ra yo es ta ba en am ora da, y no quería que a mi es poso le sucediese na da. Mi padre se en car gó de el lo, cuan do vivía. Tenía al gunos con tac tos, y fraguaron un in forme médi co. Aún conser vo ese in forme, y créeme, bas ta ver lo para saber que es fal so. ¿Sabes cuál es la pe na para los de ser tores, queri da? —hi zo una pausa, be bió otro tra go, y clavó sus ojos en la mu jer. Su mi ra da era ma ligna:— Por lo que veo creías que el amor lo puede to do, ¿ver dad? Y di cho es to comen zó a cam inar por la habitación de una man era ex ager ada mente lán gui da, co mo si par odi ase a una ac triz rep re sen tan do al gún pa pel. El sar cas mo en su voz ape nas se podía tol er ar: —“La amante de ci di da le hará frente a la per ver sa bru ja que tiene pri sionero a su príncipe...”, — otra car ca ja da brotó de su gar gan ta. El sonido era aho ra más pas toso, el de una al co hóli ca—. Me parece que has leí do muchas nov elas, queri da. —¡Ya bas ta, He len! —Robert trató de su je tar la. El la parecía es tar a pun to de caerse. Mien tras tan to el la la mira ba en si len cio. Su ros tro no mostra ba ex pre sión al gu na. —¡Dé jame! —He len apartó las manos de Robert para ex ten der un bra zo y señalar con un de do a la amante de su mari do, y rugió: —¡Y tú! ¡No ob ten drás na da de aquí! Tal vez ya no ame a este hom bre, ¡pero es mío! ¿Lo en tendiste? La ex pre sión de sus ojos era tri un fante, hor ri ble. El la sos tu vo su mi ra da de una man era ex traña. Se veía ab so lu ta mente ser ena, co mo si se hu biese de ja do ll evar por sus pro pios pen samien tos, aje na a to dos es os gri tos, a to da aque lla es ce na. Sin em bar go, le re spondió: —Temo que te equiv ocas, He len. Yo seré la mu jer de Robert, y tal vez vi va aquí —le echó una mi ra da al lu gar—. Es más, aho ra mis mo voy a us ar tu cuar to de baño. —Y ac to segui do, con la mis ma tran quil idad de sus pal abras, se di rigió a la es calera y comen zó a subir la. —¿Qué...? —He len miró a su mari do— ¿...Qué di jo esa mu jer? Una vez más, no podía creer lo que acaba ba de es cuchar. Tam poco Robert, pero él no tenía la ex pre sión de ab so lu to de sconcier to que veía en el ros tro de su es posa. ¿Qué era to do eso? ¿Qué suced ería aho ra? Es cuchó có mo ar ri ba habían abier to un par de puer tas, y vuel to a cer rar las. Has ta que re cono ció la del cuar to de baño. —Robert, ¿qué sig nifi ca es to? —vio có mo su mu jer cerra ba los puños y su men tón comen za ba a tem blar mien tras lev anta ba su mi ra da ha cia el fi nal de la es calera. Al ver la así se alar mó: —¡He len, por Dios, no ha gas na da! file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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Pero su es posa se dio vuelta has ta quedar cara a cara con él. Sus ojos parecían a pun to de salirse de sus ór bitas: —Por lo que veo, es ta mu jer es tá lo ca. Yo ar reglaré es to... —¡No! —Robert hi zo un gesto para ga nar el pa so a la es calera. —No te atrevas a subir Robert, porque si lo haces soy ca paz de cualquier cosa. —¿Qué harás? El la ya había comen za do a subir las es caleras con la vista siem pre ha cia la di rec ción del cuar to de baño. Aba jo, Robert se toma ba la cabeza, parecía de scom pon erse. He len llegó al piso y sus pa sos fueron ca da vez más ve lo ces has ta que tomó el pi ca porte. Un rugi do pare ció salir de su bo ca cuan do en tró vi olen ta mente y di jo: —¿Es que aca so es tás lo ca? Pero no vio a nadie en el cuar to de baño. Dio un pa so ha cia ade lante cuan do es cuchó un rui do de trás de sí. Y antes de que al can zara a darse vuelta, sin tió que al go la toma ba por las pier nas y la el ev aba del sue lo. El al co hol, y ese súbito vér ti go, le nublaron la vista. Fue un in stante. Cer ró los ojos luchan do con tra esa hor ri ble sen sación, y cuan do volvió a abrir los al canzó a ver que caía, con to do el pe so de su cuer po, so bre el fi lo de la bañera. La fuerza del golpe hi zo que la cabeza re bo tase, ape nas, para volver a caer y ar ras trarse ha cia el fon do, donde fi nal mente quedó qui eta, con los ojos abier tos. Con las pier nas de su víc ti ma en los bra zos, el la lanzó un bu fi do. Agaza pa da tras la puer ta, había abraza do las pier nas de He len para alzarla en vi lo, y de un en vión de jar la caer so bre el arte fac to. Aho ra es cuch aba los pa sos de Robert en la es calera, y sin lev an tarse, con una ex traña son risa, una son risa que tal vez el la mis ma no conocía, ac er có su ros tro al de la muer ta para susurrar le: —Sí, mu cho más lo ca que tú. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas AL GO SE MUEVE EN LA CASA DEL VE CI NO He len yacía bo ca aba jo so bre la bañera. So bre el es malte blan co, la san gre comen za ba a ma nar mar can do un sur co que lenta mente trata ba de al can zar el re sum idero. —¿Qué... es es to? El la se había in cor po ra do y per manecía apoy ada con tra una de las pare des del cuar to de baño. Res pira ba por la bo ca, y sus ojos no podían quedarse qui etos cuan do volvió la vista ha cia Robert. Pero él ya es ta ba de rodil las, al la do de su es posa: —He len... —¡No la to ques! Él la miró. Ser gio Aguirre —Es tá muer ta —el la aún es ta ba ag ita da. —Pero... ¿có mo? —su ros tro se des fig uró en una mue ca de es pan to—. ¡Dios mío! ¿qué hi ciste? —no ter minó de pro nun ciar la frase cuan do llevó una mano al es tó ma go y comen zó a vom itar so bre el piso. El la se ar rodil ló jun to a él y lo abrazó. Una ex traña ex citación hervía ba jo sus pal abras mien tras le pasa ba frenéti ca mente las manos por la cabeza: —Fue nece sario, no teníamos es cap ato ria, tú sabes eso Robert, tú lo sabes, ¿ver dad?. Lo hice por ti, por nosotros... Robert había comen za do a gi motear mien tras pro nun cia ba al gu nas pal abras in in tel igi bles; la con mo ción parecía de for mar to das sus fac ciones. Parecía otro. El la se dio cuen ta de que era in útil hablar le en ese mo men to. Por un in stante, en sus ojos pare ció bril lar un atis bo de com pasión. Pero no pasó más de un min uto antes de que se lev an tara y, con voz firme, di jese: —Hay que limpiar eso, de spués... de spués hablare mos Robert. Él, ya en si len cio, lev an tó su mi ra da del piso para pasear la por to do el lu gar, co mo si no lo hu file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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biese vis to en su vi da. —Es cúchame; lo hice por ti. No puedes aban don arme aho ra, no puedes hac er lo. ¿Lo en tien des? Robert, aún con la mi ra da per di da, la de tu vo en un pun to y de spués de un mo men to as in tió con la cabeza. El la prosigu ió: —Es ta ba bor racha, co mo siem pre. Se gu ra mente cuan do prepara ba el baño res baló y cayó so bre la bañera. Eso es to do, ¿com pren des? Eso es lo que le dirás a la policía. Nadie me vio en trar, de mo do que es ta ban só lo tú y el la. Los lla marás cuan do de je mos las cosas en or den. —Su voz aho ra era ser ena y au tori taria:— Y guardarás las lá gri mas para ese mo men to. Con fío en tí, aho ra mi pelle jo es tá en tus manos. Él no con testó. —¿Lo en tien des Robert? Aún con la mi ra da fi ja, ape nas movien do los labios, le re spondió: —En tien do... —Ten emos que darnos prisa. Por fa vor, limpia eso y no to ques na da. Te es pero aba jo.— Di cho es to sal ió del cuar to y ba jó las es caleras. Ya era la noche. Y la llu via había ce sa do. Había si do ape nas un breve aguacero. En la sala, las ven tanas per manecían abier tas. Cer ró las corti nas y repasó men tal mente sus movimien tos. Pens aba en las huel las. No, no había de ja do huel las en ningu na parte. El si len cio era ago biante. Se le ocur rió en cen der la ra dio. Una ban da to ca ba una músi ca cono ci da. “Es un día nor mal, un día co mo cualquier otro, só lo que... hubo un ac ci dente”, di jo para sí. Se sen tó en uno de los sil lones. De bía pen sar. Re vis ar to dos los de talles... En el cuar to de baño, Robert se in cor poró y fue al lavabo. To do su cuer po es ta ba tem blan do, co mo si hu biese recibido una cor ri ente eléc tri ca. Se sen tía en fer mo. Sin lev an tar la vista ha cia el es pe jo, se mo jó la cara. Per maneció un mo men to de pie, con la cara vuelta ha cia la puer ta. El la es ta ba ahí, de trás de él, pero no quería mi rar la. Fue al pasil lo; y de un ar mario sacó un balde y un fre gador. Volvió, con la cabeza siem pre ha cia el piso, se ar rodil ló, y comen zó a limpiar esa cosa as querosa. Por mo men tos sen tía que la ag itación no lo de jaría ter mi nar, que en cualquier mo men to le daría un ataque al corazón si no se calma ba. Se de tu vo un in stante y respiró pro fun da mente. De re pente se le cruzó que era mejor de jar los in stru men tos de limpieza en el pa tio, de spués. Y ese pen samien to le hi zo saber que había acep ta do el crimen. En al gún lu gar den tro de sí había de sea do esa muerte, y aho ra la acept aba. Tam bién se da ba cuen ta, aun den tro de esa pe sadil la, de que no tenía sal ida. Él era, lo qui sis ese o no, cóm plice de ese crimen, y eso cam bi aba to das las cosas. Sabía que su vi da ya no sería la mis ma; ni el aire que res pira ba volvería a ser igual que antes. Y sin tió una es pecie de vér ti go al saber que él ya era parte de una muerte: la de He len, la que había si do su es posa por veinte años, y que, aun bor racha, jamás le hu biese he cho daño a él. De spués de eso, cualquier hor ror era posi ble. Com prendió que acaba ba de en trar en el in fier no. Ha cien do un es fuer zo para no mi rar el cadáver, de spués de repasar el úl ti mo mo saico, se pu so de pie y se pasó la mano por la frente. Y fue cuan do ba jó la vista, bus can do al gún resto de aque lla sus tan cia, que percibió al go ex traño. ¿Qué era? Lev an tó la cabeza lenta mente para ob ser var el lu gar, y ape nas la giró ha cia un costa do la vio. La ven tana, ex ac ta mente a la al tura de sus ojos. Has ta ese mo men to había si do na da, un cuadra do ne gro, un hue co ciego, pero aho ra mostra ba aquel re fle jo, al go que parecía mo verse del otro la do, en la casa del ve ci no. Al guien lo es ta ba mi ran do. Aho ra aquel ros tro comen za ba a ale jarse, sin sacar le la vista de enci ma. Y en es os ojos percibió el miedo, el de seo de huir. Has ta que cer raron las corti nas de golpe. —¡Por Dios qué sucede! El la es ta ba para da al pie de la es calera. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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—Me... han vis to. —¿Qué dices? —Una muchacha... en la casa de los Gard field. —Robert es ta ba páli do, co mo si acabase de ver un fan tas ma. —Pero, ¿có mo es posi ble? Él no re spondió, parecía aton ta do. —¡Robert, por Dios, con tés tame! —No lo sé, nun ca hay nadie al lí... Tam poco me fi jé en esa ven tana, yo... —¿Des de cuan do?, ¿des de cuán do es ta ba al lí? —la idea de un tes ti go ya toma ba for ma en el la y por un mo men to sin tió que el piso se hundía a sus pies. Trató de con tener una sen sación de páni co. Pero no podía, y el páni co no la ayu daría... —No lo sé, no lo sé... la habitación es ta ba a os curas. ¡Oh, Dios mío! —Robert se tomó la cabeza con las manos. —Tran quilízate —se lo decía a el la mis ma— ¿Cono ces a los ve ci nos?, ¿re cono ciste a la muchacha? —Es la casa de los Gard field, el los... —en ese mo men to abrió los ojos, co mo si acabase de recor dar al go—. Los Gard field no es tán. Sí... me lo di jo He len, ay er. No sé có mo se en teró de que vi aja ban a París, men cionó al go de unas male tas... y que nosotros de bíamos hac er lo mis mo. —En tonces es al guien de la servidum bre... —¡Dios, qué va mos a hac er! —No lo sé. No lo sé, Robert. —El la miró ha cia to dos la dos, nerviosa:— Ten emos que saber quién es tá en esa casa. —Pero ¿có mo? A mo do de re spues ta el la se ac er có a la ven tana. Per maneció un ra to al lí y di jo: —Es posi ble que es té so la.... —¿Có mo lo sabes? —Por supuesto que no lo sé, pero la casa es tá prác ti ca mente a os curas. Además, di jiste que el los es ta ban de vi aje. Tal vez de ba ir al lí. —¿Qué dices? —Di go que si esa muchacha vio al go por la ven tana es ta mos per di dos. ¿Lo com pren des Robert? Tal vez no es ta ba al lí cuan do la maté, pero cualquier cosa ex traña que haya vis to en ti al lá ar ri ba es su fi ciente para una in ves ti gación, o al go, no lo sé. No sé có mo son es tas cosas. De spués de un mo men to, prosigu ió: —Toma lo que He len usa para bañarse y dé ja lo en el cuar to de baño, co mo si el la mis ma lo hu biese prepara do. De spués ve a su habitación y pon un vesti do so bre la ca ma, ex ten di do. La botel la —señaló ha cia la mesa donde se en con tra ba el whisky— tam bién llé vala a la habitación. No de jes huel las. Ha zlo, por fa vor, yo pen saré... Robert obe de ció co mo un niño, y subió las es caleras. Parecía un autó ma ta. El la se quedó al la do de la ven tana. Si aque lla muchacha había vis to al go tal vez en ese mis mo mo men to la policía es tu viese en camino. Cer ró los ojos. Eso no podía es tar sucedién dole. No podía con cluir to do tan rápi do; no la había mata do para ter mi nar en la cár cel. Lo hi zo por el la, para vivir con Robert En ese mo men to le pare ció ver el re fle jo de una luz en la ven tana próx ima donde se en con tra ba. Se cor rió ha cia un costa do y con la pun ta del de do, movió im per cep ti ble mente la corti na para poder mi rar. Era una puer ta que se abría en aque lla casa. Y una silue ta. Al guien había en tra do a uno de los am bi entes sin en cen der la luz. No podía ver muy bi en, pero le pare ció que se ac er ca ba a la ven tana. Con tu vo la res piración, y apoyó la cabeza con tra la pared. Quien fuera que es tu viese en esa casa había percibido al go ex traño, y aho ra quería saber al go más. Se le ocur rió que había he cho bi en en en cen file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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der la ra dio. Robert ya ba ja ba las es caleras. El la di jo en voz ba ja: —Es tá ahí. Es tá mi ran do aho ra. Él se de tu vo en seco, mien tras tan to el la volvió a cor rer la corti na muy lenta mente, de jan do una aber tu ra donde ape nas cabía un ojo. —Ya no... Robert, ¿hay un cuchil lo en la casa? —¿Un cuchil lo? El la lo miró: —No se me ocurre otra cosa. Es esa per sona o nosotros. Robert no con testó. Quedó de pie, mirán dola, co mo si no la re cono ciese: —Pero no sabe mos si real mente vio al go... no lo sabe mos. —Es cúchame Robert: —se ac er có a él y apoyó su mano so bre su mejil la— no nos pode mos quedar con esa du da. —Pero... —¡Mi ra! —el la ac er có nue va mente su ros tro a la aber tu ra de la corti na— Ha apa ga do to das las luces. No hay nadie más en la casa.—di jo con ev idente aliv io- Creo... que es tá por irse. ¡Sí!, al lí sale. Es una muchacha. Robert, trae las llaves del au to, ¡date prisa! Robert metió la mano en el pan talón y sacó un pe queño llavero. El la se di rigió a la ven tana que da ba a la calle y miró ha cia to dos la dos; no había nadie, sal vo la muchacha que cam ina ba en di rec ción a la es quina. Dis tin guió per fec ta mente su figu ra cuan do pasa ba ba jo un farol, una casa más ade lante. Ll ev aba una male ta. —Va mos, ten emos que seguir la. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas UN DOBLE DE SCUBRIM IEN TO La seño ra Green wold, ar rel lana da en su sil lón, parecía muy con cen tra da; co mo si re cu perase, con gran es fuer zo, las pal abras de un tex to leí do hacía mu cho tiem po. Las cam panadas de un reloj, des de los fon dos de la casa, parecieron dis traer la. Le son rió tími da mente a John y volvió a llenar la taza de su ve ci no, que la mira ba con una ex pre sión difí cil de de scribir. Ya ba jo la penum bra de la noche, tras el úl ti mo gong, un vi brante si len cio ocupó nue va mente la es tancia. Y al go le decía a John que no de bía in ter rum pir lo. El la re comen zó: Sigu ieron el taxi has ta King’s Cross. La vieron en trar y, sep ara dos, in gre saron al hall cen tral. Ninguno de los dos sabía ex ac ta mente qué harían. Robert comen zó a pasearse en tre los an denes. Tenía una im agen bor rosa de aque lla muchacha y no creía en con trar la en tre to dos es os ros tros. El la fue a las taquil las. Pens aba que tal vez es tu viese al lí, pero no fue así. No veía a nadie pare ci do a el la por ningún la do. Se gu ra mente ya tenía el bo le to, y aho ra es ta ba subi en do al tren. Aún falta ban ocho min utos para las diez. A esa ho ra de bía par tir el tren de aque lla muchacha, sin du das. Miró en di rec ción a los an denes. ¿Cuán tos trenes había al lí? Le qued aban ocho min utos para en con trar la. Tenía que averiguar qué tren partía a las diez. Un grupo de pasajeros se había agol pa do frente a la taquil la en la que es per aba, la úni ca que per manecía abier ta, y de mor aban... De re pente tu vo la im pre sión de que to do comen za ba a salir mal... “¿Siem pre vivas, mi la dy?” Una mu jer que vendía flo res le to ca ba el bra zo, son rién dole. —¡Dé jeme tran quila, por fa vor! Ape nas le re spondió se dio cuen ta de que es ta ba per di en do el con trol. La mu jer se ale jó presurosa, ru mian do al go en voz ba ja. Falta ban cin co min utos cuan do es tu vo frente al em plea do: —¿Qué trenes es tán por par tir? El hom bre la miró un mo men to, antes de de cir: —El noc turno a Ed im bur go, seño ra. En cin co min utos. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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—Claro... nece si to un pasaje, por fa vor. —Temo que los ca marotes y las lit eras es tán to das ocu padas, seño ra, só lo hay com par timien tos co munes disponibles, o... primera clase, si lo de sea. —En un com par timien to común es tá bi en. —Co mo ust ed quiera —sel ló y le ex tendió un pasaje—. Andén número cin co. Mien tras se dirigía ha cia el tren buscó a Robert en tre to da la gente que parecía mul ti pli carse a me di da que se ac er ca ba al andén. Re cono ció al grupo de pasajeros que había vis to en la taquil la, que aho ra trata ban de subir al mis mo vagón. En la puer ta sigu iente, un hom bre may or, al go obe so, trepa ba al tren. Ll ev aba, en un es tuche ne gro, un vi olon cel lo. Más ade lante, fi nal mente, vio a Robert. —Es tá en este tren. —Sí, acabo de ver la —¿Dónde? —Al lí, en ese vagón, la se gun da ven tanil la. Creo... que el la tam bién me vio. —¡Maldición! —y es tu vo a pun to de de cir le: “¿es que aca so no puedes hac er na da bi en?, pero se con tu vo:—Es cúchame, yo me en car garé de es to. Tú debes volver a la casa y lla mar a la policía. No ten gas miedo, na da puede salir mal. He len era cono ci da por es tar siem pre bor racha, nadie sospechará de esa caí da. Con fia en mí. Te hablaré cuan do to do es to pase. Aho ra debes irte. Pero Robert no se movió. Su ros tro mostra ba sig nos de an gus tia, co mo si hu biese des per ta do de un sueño y no supiese dónde se en con tra ba. Su voz sonó su pli cante: —Em ma, por fa vor... ¿qué es ta mos ha cien do? El la se volvió ha cia él, fu riosa, y le di jo por lo ba jo: —De ja de gi motear id io ta y vuelve a la casa. ¿Quieres que ter minemos en prisión? Era la primera vez que lo in sulta ba, que había sen ti do la necesi dad de hac er lo. Ape nas ter minó de de cir esa frase, el la com prendió que to do había si do un er ror. Robert, el hom bre que la pro te gería, en el que po dría des cansar de to das las mis erias de su ex is ten cia, era un co barde, un dé bil. Y le había men ti do. No podía con fi ar en él. Pero no fue lo úni co que de scubrió. Se dio cuen ta, tam bién, de que al lan zar a He len so bre la bañera la vi olen cia había flu ido de el la nat ural mente. Sim ple mente tenía que hac er lo, y lo hi zo. Ape nas si la había per tur ba do el miedo de ser de scu bier ta, co mo si fuese lo úni co en lo que de bía reparar. Por lo demás, só lo ex per imen tó una os cu ra sat is fac ción, al go que no conocía de el la has ta ese mo men to. Lo abrazó: —Robert, con fía en mí. Cuan do subió al vagón fue di rec ta mente ha cia la puer ta que cor re spondía a la se gun da ven tanil la. Tenía las corti nas cer radas. La abrió, y ape nas pu so un pie aden tro, es cuchó una voz, casi un susurro, que le di jo: “Por fa vor, no abra las corti nas”. Era el la. Había poca luz al lí, pero la su fi ciente para dis tin guir la sen ta da al bor de de uno de los asien tos, casi pe ga da al pasil lo. No había nadie más en el com par timien to. Y las corti nas de la ven tanil la tam bién es ta ban cer radas. La ob servó dis im ulada mente, y en el ac to se dio cuen ta de que aque lla chi ca se en con tra ba pro fun da mente per tur ba da. —Me parece que hace fal ta un poco más de luz, ¿ver dad? —sonó sim páti ca, tal vez de masi ado, pero la muchacha pare ció no darse cuen ta. Hi zo ape nas un gesto con la cabeza. “Lo im por tante es que per manez cas aquí”, pen só, y en cendió una lám para. —¿Vi aja ust ed so la? —Sí... —la muchacha con testó mecáni ca mente, co mo si sus pen samien tos es tu viesen en otro lu gar, y por un mo men to la mu jer tu vo la im pre sión de que tomaría su male ta y abriría la puer ta. Pen só que si había vis to a Robert tal vez tu viese el im pul so de ba jar del tren, o trasladarse a un com par file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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timien to donde hu biera más gente, cualquier lu gar que fuese se guro. Un lu gar se guro... —Dis cúlpeme queri da, ¿es tá ust ed bi en? La muchacha la miró co mo si no supiera qué con tes tar: —Hace un poco de calor aquí... El la se lev an tó de su asien to para sen tarse jus to en frente de la muchacha que per manecía ab so lu ta mente qui eta. Le son rió, y sus pal abras de re pente tomaron un tono con fi den cial: —Pero no es eso lo que le pre ocu pa, ¿ver dad queri da? La muchacha la miró nue va mente, al go de scon cer ta da. El la con tinu aba son rién dole: —Es cúchame, ten go al gunos años más que tú, y sé cuan do al guien es tá en prob le mas. Créeme, he pasa do por muchas cosas so la. Y no es agrad able es tar so la en es os mo men tos. Por lo menos puedes hablar con mi go. De spués de to do vi ajare mos jun tas, ¿no? Los ojos de la muchacha se llenaron de lá gri mas. —La ver dad, no es toy se gu ra, pero... —Va mos... con fía en mí. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas DOS MON STRU OS De re pente, las lá gri mas acud ieron a sus ojos y se deslizaron por su ros tro mien tras comen za ba a gemir, con sol lo zos que le recor daron los de un niño. El la la abrazó in medi ata mente y es cuchó, en tonces, aque llas pal abras: “Un hom bre quiere matarme, no sé si ha subido al tren”. En ese mo men to la atra jo con tra su pe cho y la abrazó aún más fuerte. No la de jaría salir de al lí. Al fin se oyó el1 sil ba to de la lo co mo to ra. La mu jer cer ró los ojos y en su ros tro se dibu jó una son risa casi im per cep ti ble. El vagón, lenta mente, comen zó a mo verse. Er an las diez. Aque lla muchacha ya no podía ba jar del tren. —¡Por Dios, queri da!, ¿qué es tás di cien do? Pero la chi ca parecía in ca paz de con tener el llan to; en su lu gar se afer ró a el la co mo una niña al cuel lo de su madre. Fue en tonces que las luces comen zaron a ba jar. —Es só lo la luz, no te pre ocu pes. Y es cucha; no sé qué te ha suce di do, pero puedes es tar se gu ra aquí. ¿Cuál es tu nom bre queri da? —Julie. —Julie, cuén tame, quién es ese hom bre... En tonces Julie re lató lo que había vis to aque lla mis ma noche en la casa del ve ci no. —...O me pare ció, no lo sé, pero es toy muy asus ta da seño ra, ten go miedo, me sigu ió has ta aquí, ¿se da cuen ta?, al go sucedió en esa casa y aho ra es tá tras de mí. ¡Dios mío!, ¡qué voy a hac er! Pro nun ci ada la úl ti ma frase, las luces del com par timien to re cu per aron su in ten si dad. La mu jer lev an tó la vista del sue lo, miró ha cia la ven tanil la, y de spués de un mo men to, di jo: —¿Es tás se gu ra de que el hom bre que viste en la estación es el mis mo hom bre...? —Sí, es toy... casi se gu ra, —hi zo una pausa mi ran do a la mu jer, co mo si de re pente pen sase que no le creía—¡debe ust ed con fi ar en lo que le di go! Y el la sonó ter mi nante: —Claro que te creo, y no te de jaré so la. De to dos mo dos, aunque te cueste acep tar lo, lo más prob able es que en la estación hayas vis to a al guien pare ci do... se gu ra mente. Pero no tienes de qué pre ocu parte, yo te ayu daré —la miró de re ojo, y prosigu ió: —Dé jame pen sar un mo men to... —aho ra giró la cabeza ha cia la puer ta. Había es ta do pre gun tán dose qué haría cuan do el guar da viniese a pedirles los pasajes. No podía de mor ar de masi ado y... ¿si aque lla muchacha le habla ba so bre el ex traño hom bre del tren?, ¿y si le pedía al gún tipo de pro file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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tec ción?... Sin soltar la mano de la muchacha, volvió a su asien to y di jo: —Creo que es im por tante que no dig amos na da al guar da, él ven drá en cualquier mo men to. ¿Sabes?, lo úni co que con seguirías es ten er que salir de aquí. Y tú no puedes hac er eso, ¿lo en tien des? Si ese hom bre es tá en el tren te vería en tonces, quedarías... ex pues ta. De na da te servirá vi ajar al la do del guar da, no po drías hac er na da para de ten er lo una vez que llegues a Ed im bur go. —Sin tió que le habla ba muy apresurada mente, y temió que no le en tendiese, pero no tenía mu cho tiem po; el guar da podía lle gar en cualquier mo men to:—Tra ta de imag inar la situación, ¿de qué lo acusarías? Si él pien sa que tratas de pro te gerte en tonces con fir mará que sí viste al go que no de bías. En tonces es tarás per di da. Él sabrá que eres su tes ti go. Julie la mira ba con los ojos muy abier tos. Pero no con testó. —¿En tien des lo que te di go? —Sí... tiene ust ed razón. El la ape nas dis imuló un sus piro de aliv io. Esa niña era una ton ta, y es ta ba lo su fi cien te mente ater ror iza da co mo para hac er lo que el la le di jese: —Bi en, cuan do el guar da se vaya hare mos lo sigu iente: sal dremos de aquí jun tas, tú te encer rarás en el toi let y me es per arás al lí. Yo recor reré el tren. Él no me conoce. Si ese hom bre es tá aquí, si lo veo, hare mos lo que haya que hac er para que es tés se gu ra. Pero, por Dios, no puedes per manecer con esa du da to da la noche. —Hi zo una pausa y son rió:— Y si no ha subido al tren nos quedare mos jun tas has ta que llegue mos... y más tran quilas, ¿de acuer do? —Sí... —No te pre ocu pes, to do sal drá bi en. Y acari ció ape nas la mejil la de Julie con el revés de su mano cuan do es cucharon un pe queño golpe en la puer ta. Ac to segui do un hom bre en tró al com par timien to. Era el guar da. Había habla do a tiem po. Era un plan es túpi do. Encer rar la en el toi let y de cir le que el la recor rería to do el tren en bus ca de ese hom bre. Co mo si eso fuese posi ble. Co mo si pudiera me terse en to dos los com par timien tos, las lit eras y los ca marotes para ver si al lí es ta ba el hom bre ba jo, y casi cal vo. Robert... En ese mo men to de bía es tar con la policía, con tán doles có mo en con tró el cuer po al re gre sar a su casa, de spués de que lo de mor ase la llu via. Du rante el vi aje a la estación habían ur di do la coar ta da. Tal vez no fuese per fec ta, pero eso no im porta ba. Era im posi ble pro bar que Robert había mata do a He len. Por la sen cil la razón de que él no lo había he cho. Además no era el tipo del que ma ta a su mu jer. To dos los que lo conocían sabían eso. La eter na bor rachera de He len tam bién es ta ba de su parte. Sí, to do iba a salir bi en, a no ser... que él hablase. No hoy, ni mañana. Al gún día... tal vez no re sistiese la cul pa por la muerte de He len. Podía ser. Hoy había vis to a un hom bre dé bil. No podía con fi ar en él. Sabía que de aho ra en más, cu riosa mente, Robert sería una ame naza. Trató de no pen sar en el lo. Antes de salir abrió la puer ta y miró ha cia to dos la dos. No había nadie en el pasil lo. Miró a la muchacha as in tien do con la cabeza y se di rigieron ha cia el fi nal del vagón. —En tra —le di jo, y cer ró la puer ta del toi let con la muchacha aden tro. Só lo podía abrir la si el la gol pea ba tres ve ces. El la volvió al com par timien to. Es per aría al lí por un tiem po. Tenía que pen sar. To do se había des en ca de na do tan ráp ida mente que por mo men tos se sen tía al bor de de la de ses peración. Nece sita ba un os min utos para med itar las cosas más cuida dosa mente. Sin em bar go, la ver dad era que se sen tía guia da por una es pecie de in stin to, una os cu ra fuerza que le dicta ba sus ac tos, di cién dole en ca da mo men to lo que de bía hac er, de dónde provenía el peli gro. “Lo haré, ten go que hac er lo”, se repetía, y eso fue to do lo que pasó por su cabeza. Los min utos cor rían. De re pente la asaltó la idea de que su víc ti ma pud iese salir de al lí por al gu na file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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razón, un ataque de claus tro fo bia, o cualquier cosa. Pen só que tal vez era de masi ado asus tadiza para per manecer al lí den tro mu cho tiem po. Sal ió al pasil lo. Se dirigía ha cia el toi let cuan do se per cató de que aún no podía bus car la. Era muy pron to. Tal vez tu viese que cam inar un poco... Es ta ba nerviosa. Nece sita ba hac er al go, pero no sabía qué. Volvió so bre sus pa sos y fue ha cia el fi nal del vagón. De scubrió que, aparte del suyo, só lo un com par timien to es ta ba ocu pa do por un hom bre, un hom bre ru bio que no apartó la mi ra da de un li bro cuan do el la cruz aba por al lí. Al lle gar al fi nal, abrió la puer ta y di visó que el próx imo vagón pertenecía a las lit eras. La cer ró nue va mente. Creyó ver a un hom bre uni for ma do que cam ina ba por el pasil lo. Se volvió con pa so presuroso has ta que es tu vo en el otro ex tremo. Abrió la puer ta y se ac er có al toi let. Golpeó tres ve ces. No es peró a que re spondiera, só lo di jo: —Julie, has ta aho ra no lo he vis to... —quería ase gu rarse de que no saliera de al lí— al pare cer no es tá. ¿Me es cuchas? —Sí... —Bi en, aho ra iré ha cia el fi nal del tren, no te muevas de aquí, ¿me en tendiste, queri da? —Sí. Frente a el la es ta ba la puer ta del próx imo vagón. Tal vez de biese en trar. Julie sospecharía si no la es cuch aba abrirse. Y la abrió. Una vez aden tro dio un os pa sos. Una es pecie de pre sen timien to hi zo que sigu iese cam inan do a través de aquel vagón. No se había equiv oca do. No había nadie. Ha cia el fi nal, la ganó un ligero de sconcier to. ¿Có mo era posi ble que es tu viese vacío? No sabía si eso era mejor o pe or. Una re penti na cu riosi dad hi zo que en trase al próx imo vagón. En el primer com par timien to no había nadie. Pero en el se gun do vio a una mu jer que ll ev aba un niño en bra zos. La mu jer ape nas tor ció lig er amente la cabeza cuan do el la pasó por al lí. Sigu ió. En el cuar to, un sac er dote se hal la ba repanti ga do so bre las bu ta cas. Al ver la comen zó a in cor po rarse, pero el la acel eró el pa so. Prefer ía que nadie pud iese mi rar la por mu cho tiem po. Cuan do el guar da les pidió los pasajes, se había cuida do de per manecer jus to atrás de la lám para, al go cabizba ja, de mo do que el re sp lan dor de la luz de jase ver sus fac ciones lo su fi cien te mente bor rosas para el fu turo. Había poca gente en ese tren. Y eso no era bueno. Pocos pasajeros, pocos sospe chosos. En tró al próx imo vagón. Una al fom bra ahoga ba sus pa sos. To do parecía más si len cioso al lí, o más os curo... No al canzó a con cluir ese pen samien to cuan do vio que se trata ba de las lám paras, que comen za ban a de bil itarse, otra vez. Pero la os curi dad, aho ra, era ab so lu ta. Pen só en Julie. ¿Cuán to tiem po so por taría es tar den tro de ese toi let, en la más cer ra da de las ne gruras? Tenía que re gre sar, pero era im posi ble. De bía es per ar a que la luz re tor nase. A tien tas, buscó la puer ta del primer com par timien to. Cuan do al fin la tocó, se deslizó ha cia el in te ri or tratan do de al can zar una de las bu ta cas. Fue en ese mo men to, cuan do acaba ba de sen tarse, que la es cuchó. Son aba muy cer ca de el la, co mo si el alien to de aque lla voz pudiera rozarla: —Por lo vis to vi ajare mos a os curas es ta noche... La mu jer sin tió que su corazón se de tenía. —Por fa vor, no se asuste —la voz trata ba de tran quil izarla, pero aque lla pres en cia in es per ada pare ció con ge lar la en tal sen sación de peli gro que no pu do pro ferir sonido al guno. “De bo salir de aquí”, fue lo úni co que cruzó por la cabeza de la mu jer, co mo otro manda to de los que le había dic ta do su in stin to esa noche. El la no de bía lla mar la aten ción de nadie, hablar con per sona al gu na, por ningu na razón. Pero la os curi dad no le per mitía es capar, no sin ar ries garse a des per tar al gún tipo de sospecha... —Las cosas pare cen es tar mal aquí, ¿ver dad? El la sin tió que aque llas pal abras habían al can za do sus pen samien tos. No pu do, o no quiso con tes tar. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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—Dis culpe, ¿se en cuen tra ust ed bi en? —Sí... —Lamen to haber la asus ta do —Es tá bi en, es la os curi dad, eso es to do. —Oh, sí... Aho ra él sabía que el la era una mu jer. Aquel diál ogo de bía ter mi nar, no podía ser bueno, tenía que de cir al go, cualquier cosa... —Mi mari do, él me es tá es peran do. Se gu ra mente viene por mí... aho ra. —Si puede ver la... —el hom bre de jó es capar una risa. —Es ta os curi dad no habla muy bi en de los trenes in gle ses, ¿ver dad? —Oh, por supuesto, aunque no sue lo vi ajar muy segui do, yo... —Sí, me di cuen ta. —¿Có mo? —Verá, yo no pens aba hac er este vi aje, fue al go... pre cip ita do. Sabía que los ca marotes y las lit eras es tarían com ple tos. Al pare cer los que vi ajan en este ho rario ha cen sus reser vas; nadie quiere vi ajar sen ta do to da la noche, sin em bar go ust ed es tá aquí. La mu jer sin tió que es ta ba comen zan do a tran si tar un ter reno muy peli groso. Su cuer po es ta ba ca da vez más ten so, y en al gu nas partes comen za ba a dol er le. Quería pen sar que só lo er an sus nervios, y la os curi dad; pero aquel hom bre ac tu aba co mo si supiera al go... —Es ver dad, yo... nosotros nun ca tomamos este tren. Se hi zo un si len cio; tras el cual, con una se guri dad que le er izó los pe los de la nu ca, el hom bre afir mó: —Ust ed tiene miedo. Al es cuchar es to, el la sin tió que el páni co comen za ba a in vadirla. Tenía la im pre sión de que aquel diál ogo se trans forma ba en un ex traño in ter roga to rio. Uno donde él ya tenía las re spues tas. —¿Por qué dice eso? —No puedo ver su ros tro, pero sí la es cu cho. Cuan do es ta mos a os curas las vo ces nos di cen to do, no nos pueden en gañar. ¿Sabe?, hace fal ta al go de luz para en gañar, o para es con der se... Aho ra el la se sen tía próx ima a la de ses peración. ¿Quién era ese hom bre?, ¿qué quería de cir con to do eso? —Es prob able, pero la ver dad es que no me re sul ta muy có mo do hablar con al guien en la os curi dad. —Oh, créame, a mí sí. Es más; le ase guro que si no es tu viése mos a os curas este diál ogo no sería posi ble, —hi zo un pe queño si len cio—. Pero ust ed tiene miedo. Y me atre vo a pen sar que es porque me ha vis to... antes. A pe sar de to da aque lla os curi dad, el la, que has ta en tonces había man tenido la cabeza ha cia ade lante, no pu do reprim ir volver la ha cia la di rec ción de la voz. Sin tió que los dos ros tros se en con tra ban ape nas a cen tímet ros. ¿Adonde quería lle gar ese hom bre?, ¿por qué le decía eso? —¡No!, no es así, yo... ¡no he vis to a nadie! —Oh... En ese mo men to, la mu jer vio có mo la luz comen za ba a subir nue va mente. Trataría de guardar al gu na cal ma, pero tenía que salir de al lí de in medi ato: —Bi en, creo que ya puedo irme, es pero no haber le oca sion ado ningu na mo lest... La frase quedó sin ter mi nar. Lo que vio la hi zo retro ced er en medio de un gemi do de ter ror. Aque lla voz nacía de al go hor rip ilante, una más cara abom inable y pu tre fac ta que, in creíble mente, pertenecía al cuer po de un hom bre. Él desvió su ros tro ha cia la ven tanil la: —Lo sien to. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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Aún pre sa de aque lla visión, la mu jer ape nas bal buceó: —Perdóneme ust ed. —Es tá bi en, no se pre ocupe. ¿Sabe?, la guer ra de ja es tas cosas... El la ya tenía la mano en el pi ca porte: —De bo... de bo irme ya —y sin más sal ió dis para da al pasil lo. Le falta ba el aire. Y se vio cor rien do en medio de una con mo ción que hacía que los corre dores fue sen aho ra los pasil los de un in fier no. ¿Aca so era ése un cas ti go por la muerte de He len? Só lo mira ba la próx ima puer ta, co mo si de trás de al gu na pud iese verse li bre del hor ror de aque lla noche. Que aún no de bía ter mi nar. Antes de lle gar al toi let se de tu vo en uno de los com par timien tos vacíos. Se sen tó un os in stantes y se llevó las manos a la cabeza. Aún res pira ba ag itada mente, y sin tió que es ta ba a pun to de vom itar. Tenía que tran quil izarse. No podía de jar que Julie la viese así. Con se guri dad pen saría que sí había vis to al hom bre de la estación. Y no podía per mi tir eso. Si esa chi ca en tra ba en páni co to do es taría per di do. Aquel hom bre casi le había he cho perder el con trol. Co mo lo había he cho He len, co mo siem pre cuan do se sen tía ame naza da. Respiró pro fun da mente y apoyó la cabeza so bre el respal do. Por mo men tos le volvía la im agen de ese mon struo, y su voz... Pero no de bía pre ocu parse. Era só lo un hom bre que quería char lar, era cu rioso, y lis to. Pero no sabía na da. No podía imag inar que él tam bién es ta ba sen ta do al la do de otro mon struo. Golpeó tres ve ces. —¿Quién...? —se es cuchó des de aden tro. —Sí queri da, soy yo. La puer ta se abrió. Julie apare ció con los ojos húme dos de llan to y su ros tro aún se veía des en ca ja do. —No hay de qué pre ocu parse, pode mos vi ajar tran quilas. No hay ras tros de ese hom bre en to do el tren. La muchacha la abrazó: —¡Oh, gra cias!, tenía tan to miedo, y la luz volvió a apa garse... creí que iba a volverme lo ca. —No temas queri da —la mu jer volvió a apre tar la con tra su pe cho, y le susurró, muy cer ca del oí do: —Él no es tá, él no es tá. Con la ex cusa de que había si do una noche abru mado ra, le pro pu so que du rante el resto del vi aje no hablasen más de aquel hom bre, ni de aquel asun to. Pen só que sería mejor así. Tam poco el la quería volver so bre lo mis mo. Es ta ba ago ta da y sen tía que de bía de spe jar su mente de to do eso para lo que seguía. La muchacha acep tó de bue na gana, y no pasó mu cho tiem po antes de que se dis pusier an a dormir. Se acostaron, ca da una ocu pan do las bu ta cas de ca da la do, e hicieron si len cio. Pasaron un os min utos. El sil ba to del tren anun ció que pasarían por un túnel, cuan do la mu jer es cuchó: —¿Re cuer da cuan do le di je que en la estación sen tí que ese hom bre seguía mirán dome? —Sí queri da, lo re cuer do. —Aún lo sien to —di jo. Y fueron sus úl ti mas pal abras. El resto, el fi nal, fue fá cil y hor ri ble. Las primeras luces del día se co la ban a través de las corti nas de la ven tanil la. Falta ba casi una ho ra para lle gar. El la, que ape nas había dor mi ta do, se in cor poró. Tomó su bol so y lo de jó al la do de la puer ta. Sin cor rer las corti nas que da ban al pasil lo, la abrió ape nas y miró ha cia afuera. Nadie. Volvió, y quedó un mo men to de pie al la do de la muchacha. Dor mía bo ca aba jo. Apoyó ape nas am bas manos so bre la nu ca de scu bier ta, y con una fu ria in sospecha da, pre sionó de mo do tal que su pro pio cuer po comen zó a tem blar. Has ta que es cuchó aquel rui do, y al fi nal, un que ji do muy breve. La había mata do. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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Sin mi rar el cuer po, se ac er có nue va mente a la puer ta, con la mano se aco modó el ca bel lo, tomó el bol so, y sal ió. Ráp ida mente se di rigió al vagón con tiguo, que había vis to vacío la noche an te ri or. Sin em bar go, aho ra dos de los com par timien tos es ta ban ocu pa dos. Se per cató de que al gunos pasajeros de las lit eras, de spier tos muy tem pra no, habían comen za do a trasladarse ha cia aquel sec tor del tren. La asaltó el temor de que más gente hi ciese lo mis mo. Y de que al guien in ten tase en trar donde es ta ba el cadáver. Pero se lo sacó de la cabeza. Era muy difí cil, el la había de ja do las corti nas cer radas... y no quiso pen sar más. Ape nas el tren se de tu vo se ba jó, y con pa so firme y sereno cam inó ha cia la ram pa de sal ida de la estación. No de bía cor rer, lla maría la aten ción. ¿Cuán to tiem po pasaría has ta que de scubriesen el cadáver? Con la vista en el sue lo, sin de ten erse en ningún mo men to, vio que tenía una de las me dias cor ri das. Al salir, lo primero que vio fue el castil lo que dom ina ba la ciu dad vie ja y, más ar ri ba, el cielo azul, es plén di do. El sol con tinu aba ilu mi nan do, el mun do no había cam bi ado. Des de al gún lu gar de su memo ria recordó aque llas pal abras que había es cucha do hacía ya mu cho tiem po: “El úni co aliv io para una mala noche es ver la luz del día”. Y volvió so bre ese pen samien to mien tras su silue ta se recorta ba y se perdía has ta trans for marse en al guien más en tre to da la gente que llen aba las calles, esa mañana. Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas UN HOM BRE EN QUIEN NO CON FI AR .La luz de la habitación había adquiri do una tonal idad ro jiza que lan za ba un su cio re sp lan dor ocre so bre la pared. Aho ra to da la es tancia parecía más pe queña, co mo si la os curi dad de los már genes los hu biese encer ra do en ese pe queño cír cu lo alrede dor del fuego. Ya era de noche. A me di da que la mu jer re lata ba aque lla his to ria, John había mostra do una ex pre sión pen sati va; con el ceño frun ci do recor ría los ob je tos más cer canos, volvía una y otra vez la vista so bre la pe queña mesa, las tazas, los cigar ril los... Un nue vo asom bro se había abier to pa so en él mien tras es cuch aba a la an ciana, y por mo men tos, aquel se gun do re la to había con segui do per tur bar lo. Era una mu jer muy in ge niosa. Mu cho más de lo que él había pen sa do. Eso no era obra de una afi ciona da. Además... es ta ba claro que había ju ga do su mis mo juego, y de una man era bril lante. Aque llo era ex traor di nario. En tonces se le ocur rió. Ésa era la idea que nece sita ba para su nov ela: El es critor y su veci na. Él la visi ta y de cide con tar le la idea de su próx ima nov ela, la his to ria de un as esina to des ti na do a en cubrir a otro, el ver dadero. En ese re la to su veci na es la víc ti ma y él el as esino. Pero él de ja en tr ev er que tal vez no se tra ta de una fic ción. Lo hace porque aque lla mu jer lo ir ritó esa tarde, o por la sim ple y per ver sa vo cación de provo car miedo, que tam bién lo había ll eva do a ser un es critor de nov elas de sus pen so. Lo que él no es per aba, es que de spués el la hiciera lo mis mo... Esa idea le gusta ba mu cho más que la an te ri or. La mis ma seño ra Green wold, sin saber lo, se la había da do. Y se pre gun tó nue va mente: ¿aca so aque lla mu jer era una es crito ra? —¡Vaya!, en re al idad comien zo a pen sar que es ust ed una ver dadera es crito ra de nov elas poli ciales —di jo sin dis im ular su en tu si as mo. —Me ale gra saber que se ha di ver tido —di jo el la, tras lo cual se in cor poró, y dan do me dia vuelta, se perdió en las som bras de la sala. —Tomaré lo que ust ed dice co mo un cumpli do —agregó mien tras John veía la silue ta de la an ciana ale jarse un os pa sos y abrir una pe queña vit ri na. Aho ra re gresa ba. En su mano izquier da sostenía dos largas agu jas de acero de las que pendía un breve teji do col or ciru ela unido a su ovil lo; una pe queña pelota de lana que se cayó al sue lo. Rápi do, co mo si es capase de la luz, rodó por la al fom bra has ta de ten erse a un os met ros de donde se en con tra ban. Des de al lí ape nas se dis tin guía su for ma pe queña y re don da. Sus mi radas se cruzaron un se file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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gun do, antes de que él se lev an tase a recoger lo. Ape nas se in cor poró vio a la an ciana con el ati zador en una mano. En la otra, apre tadas con tra su pe cho, del teji do so bre salían las agu jas. El la son reía: —Oh, lo lamen to... —No es na da —él ex tendió su mano al canzán dole el ovil lo, pero el la no lo tomó. En su lu gar le señaló la mesa y di jo: —Dé je lo al lí, yo añadiré al gunos leños a la chime nea. No de jare mos que el fuego muera... —ape nas in cli na da, sin de jar de mi rar lo, agregó un leño al fuego y apartó al go de ceniza ha cia un costa do— La ve jez me ha pro por ciona do plac eres que, en ver dad, de joven nun ca sospeché que serían para mí tan im por tantes. Sen cil la mente no po dría imag inar mi vi da sin el teji do... y las nov elas —di jo, sen tán dose para dar comien zo a su la bor: —Es ex traño... nos pasamos la vi da de se an do cosas im por tantes, aque llo que siem pre re sul ta difí cil con seguir. Pero cuan do so mos viejos só lo nece si ta mos muy poco, pe queños hábitos que para al guien joven serían ape nas ac ce so rios. John, aún ex ci ta do por el re la to de la an ciana, y tam bién por la idea que acaba ba de ocur rírse le para su nov ela, sin tió que tenía que pre gun társe lo: —Ya es tá bi en seño ra Green wold, aho ra dígame lo: ¿es ust ed una es crito ra, ver dad? La an ciana son rió: —Veo que in siste ust ed con eso señor Bland, pero temo que no lo soy. ¿Sabe?, real mente me hu biese gus ta do es cribir esa his to ria. Le ase guro que ten er esa ocu pación no es taría na da mal para una mu jer en los úl ti mos años de su vi da —hi zo una pausa—. Eso me re cuer da que es una pe na que no le hayan in tere sa do mis re latos. —¡Oh!, lamen to haber la de cep ciona do, yo... —de re pente John no sabía qué de cir. La ad miración que la seño ra Green wold le había des per ta do, pero más que na da un re penti no sen timien to de grat itud por ser la artí fice de su nue va his to ria, hacían que su fas tidio aho ra le re sul tase le jano, ab sur do. Tam poco había con segui do ame drentar la de masi ado con tán dole la idea de su as esina to, pen só, pero aho ra sen tía que aque llo había si do al go cru el. El la hi zo un gesto con la cabeza, co mo re stando im por tan cia a la cuestión: —No se pre ocupe, no in si stiré con eso. —Pues dé jeme de cir le que sus re latos han si do ad mirables, yo... es toy im pre sion ado. Tal vez no pue da es cribir los, pero tiene ust ed la imag inación de un es critor, créame. El la pare ció hac er ca so omiso a ese ha la go. En su lu gar lo miró, y de spués de un breve si len cio, di jo: —Aho ra dé jeme a mí hac er le esa pre gun ta señor Bland: ¿es ust ed un es critor? A John aque llo lo tomó de sor pre sa. El la prosigu ió: —Com prén dame, no quiero de cir que no lo sea, pero, de bo de cir lo, temo que ha des per ta do mis du das... Él echó la cabeza ha cia atrás, frun cien do el en tre ce jo: —Pero... ¿por qué le men tiría? —Oh... lo mis mo me pre gun té yo, señor Bland: ¿por qué men tía ust ed? John ad vir tió que al go en la ex pre sión de la an ciana había cam bi ado. No le gusta ba aque llo, y no le gusta ban las pal abras de esa mu jer: —Dis cúlpeme, no sé de qué es tá hablan do —trató de que el tono de su voz fuese nat ural, aunque se sen tía mo lesto:— Pero es cucharé con gus to sus ra zones para pen sar eso. —Le diré. —El la con tin uó dis traí da mente, mien tras re toma ba su la bor:— Cuan do vi no a mi casa hoy y se pre sen tó co mo un es critor, un es critor de nov elas de mis te rio, le con fieso, me en tu si as mé. Ust ed sabe, soy una afi ciona da a es os li bros y, por supuesto, se me ocur rió con tar le aquel vi aje, esa file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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noche en el tren. Era una his to ria fan tás ti ca para al guien que es cribe so bre as esinatos; el re la to de un mis te rio ver dadero, al go re al, con ta do por uno de sus pro tag onistas, aque llo... no de jaría de en tu si as mar le. Es ta ba se gu ra. —Hi zo una pausa, y su ros tro adquir ió una ex pre sión de ex trañeza: —Pero na da de eso sucedió: no mostró ust ed el menor in terés por esa his to ria. ¿Era posi ble al go así? En ver dad no es per aba eso —alzó sus ojos y lo miró. Los ojos de la seño ra Green wold er an muy azules: —¿Sabe?, la con fi an za no es una de mis vir tudes, señor Bland. Fue en tonces que me asaltó aque lla pe queña du da: tai va ust ed no fuese real mente un es critor. John per manecía qui eto, con su cabeza ape nas apoy ada so bre el respal do del sil lón. El la pare ció volver a con cen trarse en el teji do: —Sé que parece una ton tería, pero verá, la du da... la du da ac túa de una man era muy ex traña. Ust ed sabe, no hace fal ta de masi ado, bas ta un de talle... y de re pente uno cae en la cuen ta de que las cosas pueden ser de una man era muy dis tin ta. Pen sé... pen sé en su visi ta en el mis mo día de la mu dan za. Aho ra comen za ba a sonar ex traño. Además... aquí hay mu chos li bros, ust ed los vio al en trar. Para una an ciana que pasa sus días leyen do, un ve ci no que se ded ica a es cribir nov elas po dría re sul tar muy atrac ti vo. Eso no es al go difí cil de imag inar, ¿ver dad? John comen zó a im pa cien tarse: —¿Qué es tá tratan do de de cirme? —Tra to de ex pli car le có mo fun ciona la du da, señor Bland, eso es al go de lo que ust ed sabrá mejor que yo, ¿ver dad? Claro, si es que se ded ica a las nov elas poli ciales. Él de cidió no con tes tar. Aque llo había comen za do a in tri gar lo: —¿Era ust ed un es critor? Y si no lo era, ¿por qué había men ti do? Ésas er an mis du das. Fue en tonces que me vi no su ex pre sión al pre gun tar le si ya tenía la idea de su próx ima nov ela. Ust ed había di cho que no, pero pare ció titubear antes de re spon derme, lo record aba muy bi en. —Fue ust ed muy ob ser vado ra —acotó John, al go iróni ca mente. Claro que record aba aque llo. —No me de tuve en el lo en tonces —el la prosigu ió—, pero aho ra tenía mo tivos para du dar de su re spues ta. Por eso de cidí ten der le esa pe queña tram pa, tal vez fun cionase... “se gu ra mente la idea para su próx ima nov ela es más in tere sante, ¿ver dad?”—hi zo un si len cio—. Y re sultó que había ust ed men ti do. No iba a de jar pasar ese de scui do suyo: por supuesto, le pedí que me con tase el ar gu men to de su nov ela. Aho ra John mira ba las pun tas de las agu jas, bril lantes y ve lo ces, que aparecían y de sa parecían a través del teji do. Esas manos er an ve lo ces. John no se había fi ja do en las manos de la seño ra Green wold: blan cas y gor das, re ple tas de anil los que parecían in crus ta dos en sus de dos. Se pre gun tó por qué aque lla mu jer comen za ba a in qui etar lo. Tam bién ob servó que el ati zador había queda do al la do del sil lón, muy cer ca de su an fitri ona. El la con tin uó hablan do: —Claro, tal vez eso no tu viera im por tan cia. Supon go que hay es critores que pre fieren no hablar de lo que aún no han es crito, sin em bar go... aho ra parecía ust ed dis puesto a hac er lo —sus pal abras se tornaron ca da vez más pau sadas.— Fue en tonces que me pre gun tó si es per aba a al guien. Era una pre gun ta ex traña si só lo iba a con tar ape nas una idea. Tam bién men cionó —y re cién en tonces me en teré— que ust ed ya me había vis to antes, aquí. Y fi nal mente supe que, según el plan de su “nov ela”, al fi nal de es ta visi ta... de bía as esin arme —en ese pun to se de tu vo, lev an tó la vista del teji do y lo miró di rec ta mente a los ojos: —En tonces pen sé... si no era ust ed un es critor, ¿qué otro ar gu men to po dría re latar un as esino, más que su pro pio plan para matarme? Se hi zo un si len cio. En la chime nea, los tron cos se der rum baron es par cien do una llu via de chis pas. Pero el los per manecieron qui etos por un in stante, es crután dose mu tu amente. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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—Dígame señor Bland: ¿qué supone ust ed que yo de ba creer? John sin tió que se qued aba sin pal abras. De pron to, al es cuchar a la an ciana, a él mis mo le re sulta ba ab sur do creer que lo que al lí sucedió había si do só lo un pe queño ac to para asus tar la. Pero lo más ex traño, lo más per tur bador, era de scubrir la man era en que esa mu jer con seguía in tim idar lo. Y esa sen sación parecía con cen trarse en la bo ca de su es tó ma go, co mo si un puño es tu viese cer rán dose lenta mente so bre él. Hi zo un es fuer zo para que sus pal abras sonasen nor males: —Com pren do que se haya ust ed in qui eta do cuan do re laté aque llo, seño ra Green wold, y lo lamen to, créame. A ve ces... temo que soy de masi ado re al ista para con tar mis his to rias —sen tía que era una ex pli cación ab so lu ta mente id io ta—. Ust ed sabe, ése es mi tra ba jo, el ofi cio de es cribir so bre crímenes... —simuló una pe queña car ca ja da, y de re pente se dio cuen ta de que no podía con tin uar. Se había puesto nervioso.— Oh, va mos seño ra Green wold, no creerá que vine para hac er le al gún daño. Es ridícu lo... El la con tin uó mirán do lo, im pa si ble. —¿Aca so parez co un as esino? —agregó John mien tras comen za ba a sen tir un leve hormigueo que sub ía por sus pier nas. —Oh, no... am bos pare ce mos in ca paces de matar una mosca. —Una pe queña mue ca, pare ci da a una son risa, se in sin uó en el ros tro de la an ciana:— Pero no es de las apari en cias de lo que es ta mos hablan do, ¿ver dad? John, vis ible mente in có mo do, mien tras sim ula ba aco modarse en su sil lón, se pasó las manos por las pier nas: —No imag ino adonde quiere ust ed lle gar con to do es to. El la se in clinó lev emente ha cia ade lante: —De bería hac er lo, señor Bland. Imag ine... imag ine ust ed que antes de acostarse ve una araña en su habitación. Tal vez lo muer da, tal vez no... Dígame —ba jó el tono de su voz con vir tién dola en un susurro: —¿Es per aría ust ed la mañana para saber lo? John se quedó en si len cio, co mo si no acabase de en ten der lo que la mu jer ter mina ba de de cir. Al go no es ta ba bi en al lí. Abrió la bo ca con un sen timien to de con fusión, y quiso es bozar una son risa, pero no lo lo gró. Y de re pente supo, co mo quien aca ba de de scubrirse un do lor, que tenía miedo. —No com pren do... —ese hormigueo aho ra sub ía por su es pal da y al can za ba su nu ca. Es ta ba muy ten so. ¿Por qué? De pron to se en con tra ba cal cu lan do la dis tan cia que lo sep ara ba de la seño ra Green wold. Tenía que ser enarse, era es túpi do ten er miedo. ¿Qué podía pasar? —Sin em bar go, yo creo que com prende, señor Bland, que ha em peza do ust ed a com pren der... —el la giró la cabeza ha cia los cristales de la ven tana, que aho ra só lo re fle ja ban la luz de la lám para, y la volvió nue va mente ha cia John. Su ros tro tra sunt aba una cal ma ab so lu ta.— ¿Sabe?, cuan do salí de la estación esa mañana, en Ed im bur go, recordé lo que Robert me había repeti do en el au to, una y otra vez. Que aque lla muchacha era in ofen si va, que no podía haber vis to na da en re al idad. Y la prue ba de el lo era que no había lla ma do a la policía... —hi zo un ligero movimien to, ne gan do con la cabeza—. No en tendía que ese ries go era in acept able. Esa du da, por pe queña que fuese, nos podía costar muy caro si no hacíamos na da. ¿En tiende? —hi zo una pausa— Y no me equiv oqué. Esa mañana me sen tía sat is fecha por el lo. —Pero eso se trata ba de... al go que había ust ed in ven ta do. —John abrió la bo ca para tomar aire. De re pente sen tía una es pecie de náusea. —Oh... re sul ta en can ta dor es cuchar lo de cir que poseo la imag inación de un es critor —son rió—. Pero no sir vo para in ven tar his to rias, créame. Ust ed mis mo se dio cuen ta de que aquel primer re la to no podía ser cier to. No creyó eso. Y yo... tam poco puedo creer le a ust ed, ésa es la ver dad. Des de que llegó es ta tarde, me temo, no me ha da do una so la razón para con fi ar en su per sona —hi zo un si len cio—. Verá, soy una mu jer vie ja, y ust ed es un hom bre joven y fuerte. Es ta mos aquí, so los, ab so file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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lu ta mente ale ja dos de to do. Com pren derá que en es ta situación só lo hay una cosa que puedo hac er, yo... —y agregó de spués de un mo men to, casi sin ex pre sión: —De bo matar lo señor Bland. A John le bastó ver la un in stante para darse cuen ta de que esa mu jer es ta ba di cien do la ver dad. Casi in stin ti va mente comen zó a lev an tarse del sil lón. En el ac to, sin sacar le los ojos de enci ma, el la apoyó su mano so bre el man go del ati zador. Él ob servó ese movimien to y comen zó a cor rerse ha cia un costa do, cuidan do ca da pa so, has ta que se dio cuen ta de que no sabía qué hac er. —No habla en se rio... —di jo lenta mente para con tro lar el temor en su voz. —¿Lo cree?, sin em bar go ten go la im pre sión de que hemos habla do en se rio to da la tarde, ust ed y yo. Al go den tro de John reac cionó súbita mente: —Ust ed... ust ed es tá en un er ror. ¡Las cosas no son así!, yo no vine aquí para matar la, ¿en tiende eso?, yo... só lo pre tendía que ust ed se asus tase, eso fue to do. Pen sé... que aque llo era un in ven to, su his to ria del tren y to do eso —su ros tro se había cu bier to de un su dor fi no, co mo una ca pa de aceite. Se da ba cuen ta del es fuer zo por ex plicar lo que al lí había suce di do. Pero só lo es cuch aba fras es agolpán dose tor pe mente, unas so bre otras: —Me mo lestó que quisiera en gañarme, ésa es la ver dad, no había si do sin cera ust ed con mi go. Su re la to fue formidable... formidable, en ver dad... tam bién eso me ir ritó. —Oh... ¡formidable! —susurró la an ciana con un sar cas mo que no só lo de ja ba traslu cir su in credul idad, sino tam bién una lig era burla. John con tinu aba: —Y de spués... de nue vo hi zo esa pre gun ta, yo sen tí que ust ed quería burlarse de mí, eso... ésa no es la pal abra, ust ed... —en tonces se de tu vo. Veía có mo el la aho ra se lim ita ba a ob ser var lo con una mi ra da pa ciente y al go triste, co mo si es cuchase men tir a un niño. Y com prendió que na da más podía hac er, que cualquier cosa que di jese carecía de sen ti do aho ra. Só lo tenía que irse, salir de al lí. —Lamen to mu cho to do es to señor Bland. —¡Pues es la ver dad! —John gritó mien tras comen za ba a retro ced er en di rec ción a la puer ta. Lev an tó el bra zo señalán dola con un de do:— ¡Y no me im por ta lo que ust ed crea..! —Tiene ust ed razón —replicó el la, tran quil amente—. Temo que ya no im por ta, es larde aho ra. Esas pal abras lo de tu vieron: —¿Qué quiere de cir? —aho ra ese hormigueo era un ejérci to de dé biles pin cha zos movién dose en to do su cuer po. ¿Qué le pasa ba? —Ust ed mis mo me pidió una taza de té. ¿Sabe?, las sales de bario son al go lentas, pero muy efec ti vas lle ga do el mo men to. Lo he vis to. Es nece sario que pase un tiem po, claro, pero pasa do ese tiem po to do se pon drá rígi do muy ráp ida mente. —John sin tió que un hor ror que no conocía se apoder aba de él.— Robert murió así. Ust ed sabe, se había con ver tido en al guien peli groso. Aque llo había si do de masi ado para él, y así me lo di jo una noche, poco tiem po de spués —hi zo un si len cio—. Tam bién tomamos té en esa opor tu nidad, y... aque llo de moró poco menos de una ho ra, por lo que de bo de cir le que ese efec to en ust ed es in mi nente, señor Bland. John miró las tazas de té. La suya es ta ba vacía. A su la do la otra; in tac ta. En tonces recordó que el la ni siquiera la había to ca do mien tras re lata ba la úl ti ma his to ria. Su ros tro palide ció in ten sa mente, y quedó rígi do, co mo si hu biese de ja do de res pi rar por un mo men to: —¿Qué ha he cho...? —No tiene mu cho tiem po para pre gun tas, señor Bland —di jo el la con una cal ma que a John lo hor ror izó aún más—. Lo úni co que debe hac er aho ra es lla mar a un médi co. Al lí es tá el telé fono. Por fa vor... há ga lo. Por un mo men to John pare ció no com pren der. De spués comen zó a gi rar la cabeza mi ran do a su alrede dor has ta que sus ojos en con traron el telé fono, y se lanzó so bre él. Lev an tó el au ric ular. Des de su sil lón, una dé bil son risa cruzó el ros tro de la seño ra Green wold. Y a John se le hela ba la san gre: file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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La línea es ta ba mu da, com ple ta mente muer ta. —Aho ra sabe por qué no puedo creer le, señor Bland —la cal ma de la mu jer parecía in con movi ble ¿Sabe?, ay er por la mañana se aper sonó aquí un mucha cho muy sim páti co. Pertenecía a la em pre sa tele fóni ca. Me co mu ni ca ban que por un par de días aún no po drían reparar la línea que cor re sponde a to da es ta zona. La tor men ta ha daña do un... dis tribuidor, o al go así. No hay telé fonos. En ningu na casa, me temo. Si ust ed fuera mi ve ci no ten dría que saber lo. Co mo verá, lo mío no son só lo con je turas. ¿Com prende? Hi zo un si len cio, y fi nal mente di jo: —Nadie pu do haber lla ma do a su casa es ta tarde. John, aún con el au ric ular en su mano, per maneció de pie, mi ran do ese peda zo de plás ti co hue co e in útil, has ta que comen zó a mo verse de una man era ex traña. De re pente sen tía una in men sa necesi dad de abal an zarse so bre el la y gol pearla: —¡Maldita sea, pues el telé fono sí fun ciona en mi casa..! —¿Oh, de ve ras..?— una mez cla de burla e in credul idad se de ja ba oír en las pal abras de la an ciana. Pero co mo si re cién en ese mo men to John las hu biese es cucha do, aho ra en él res onaron las otras, las an te ri ores: Nadie pu do haber lla ma do a su casa es ta tarde. Esa tarde... “Pa pá aca ba de lla mar..” Aho ra John re co bra ba la im agen de Anne, her mosa, cam inan do ha cia él so bre la gra va: “Pa pá aca ba de lla mar... Lo sien to, de bo ir a Lon dres” el la había di cho. Pero en ningún mo men to él oyó la cam panil la del telé fono esa tarde. Y tam poco antes. En esas pocas ho ras, aho ra se da ba cuen ta, nun ca pro baron la línea de esa casa. De spués el la volvía. Se había cam bi ado la fal da, y ll ev aba rouge en sus labios. Es ta ba pre ciosa esa tarde. ¿Por qué le men tiría Anne so bre esa lla ma da? —¿Para qué vi no hoy a mi casa, señor Bland? —la seño ra Green wold aho ra lo mira ba fi ja mente, pero John parecía no es cuchar la. Un os me chones de pe lo os cure ci dos por el su dor le caían so bre la frente, y su piel parecía de cera. Sen tía que en su cuer po sí sucedía al go, se da ba cuen ta. Es ta ba res pi ran do por la bo ca. Al go le impedía cer rar la. ¿Qué era? Él había in ven ta do esa his to ria del amante y las lla madas. Aque llo no podía ser cier to. Cer ró los ojos tratan do de pen sar con clar idad. El reloj dio la ho ra en los fon dos de la casa. Un hor ri ble sen timien to de ir re al idad se apoderó de él. No podía es tar pasán dole to do es to. La mu jer de bía es tar jugán dole una bro ma. Eso era, un juego, un juego hor ri ble. Eso lo ex pli ca ba to do. Y lo que sen tía en su cuer po só lo era pro duc to del miedo, una reac ción nor mal, eso de bía ser... tenía que ser. Sin tió que sus fuerzas lo aban don aban: —Va mos, ust ed no hi zo eso, ¿ver dad?— di jo casi sin voz. Parecía a pun to de romper en llan to. Notó que sus di entes comen za ban a chocarse, y los apretó. Pero aún percibía el tem blor en su men tón. El la prosigu ió, co mo si hu biese ig no ra do la pre gun ta: —Al prin ci pio só lo sen tirá un malestar en el es tó ma go, y un hormigueo... al go muy mo lesto. De spués ven drán los tem blores. Eso sig nifi ca que ya ha avan za do so bre el sis tema nervioso, y que debe darse prisa. —John cer ró los ojos, co mo si no quisiera oír más— Cuan do sal ga de aquí, y creo que no debe perder más tiem po, tratará de cor rer has ta su casa y eso será pe or porque el ve neno se di fundirá más ráp ida mente, pero ust ed cor rerá de to dos mo dos porque es su úni ca posi bil idad de tomar el telé fono y lla mar a una am bu lan cia. Claro, si el telé fono fun ciona en su casa... —hi zo un breve si len cio: —¿Quién sabe?, quizás sea ver dad lo que ust ed dice, señor Bland, en tonces... en tonces tal vez ten ga una opor tu nidad de sal varse. John ba jó la cabeza lenta mente y se per cató de que tam bién sus manos es ta ban tem blan do. file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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¿Des de cuán do le sucedía eso? Parecían fuera de con trol. Tenía que lle gar a su casa. En su casa fun ciona ba el telé fono, Anne no le mintió. Claro que había ex is ti do esa lla ma da. —Pero tal vez ya sea tarde, y en al gunos días, cuan do llegue la policía, yo seré una vie ja medio sor da y al go es túp ida por los años, pero que nun ca lo vio a ust ed, ni recibió a per sona al gu na hoy. Para el los seré cualquier cosa menos una sospe chosa, ¿ver dad señor Bland? La seño ra Green wold se in cor poró de su sil lón, y lenta mente se di rigió ha cia la puer ta. Tomó el pi ca porte, la abrió, asomó ape nas su cabeza ha cia afuera, y ni siquiera lo miró cuan do di jo: —¿Lo creyó to do, ver dad? Los Ve ci nos Mueren En Las Nov elas FI NAL DE UNA NOV ELA En los sigu ientes diez se gun dos John quedó in móvil, ob ser van do a la an ciana. ¿Qué sig nifi ca ba esa pre gun ta? El la, de pie jun to a la puer ta abier ta, sostenía su mi ra da en per fec to si len cio. —Sí... lo creí to do —re spondió él con te nien do la res piración, co mo si al go es tu viese a pun to de ocur rir. Pero el la só lo di jo: —En tonces es ho ra de que se vaya, ¿no cree? —su tono era seco y al go im pa ciente, co mo si ya no hu biese más que agre gar a lo do aque llo. John quedó de pie un in stante. Bus ca ba en el ros tro de esa mu jer una señal... de cualquier cosa. Pero no hal ló ningu na. Com prendió, fi nal mente, que ya no podía perder más tiem po al lí. Y sal ió. A sus es pal das es cuchó cer rarse la puer ta, y el rui do de un pasador que se cor ría. Afuera el si len cio era abru mador, co mo si el mis mo aire se hu biese de tenido. Pero lo que con fundió a John, al prin ci pio, fue ver las for mas del par que, in creíble mente níti das ba jo aque lla luz blan ca y ex traña. La lu na lo ilu mina ba to do. Su re sp lan dor de ja ba dis tin guir las ru gosi dades de los tron cos y el bril lo del fol la je que aún pendía de los ár boles. Pero por de ba jo, en tre los úl ti mos rayos que al can za ban las ra mas y los ar bus tos de aquel lu gar, las som bras er an de una os curi dad ab so lu ta. Comen zó a cor rer. De lante de él, veía su propia som bra rep tan do en tre las ho jas del sendero mien tras atrav es aba el par que. En la qui etud de la noche, el rui do de la ho jaras ca ba jos los pies y el sonido de su res piración en tra ban a rau dales en sus oí dos has ta atur dir lo. Vio las re jas del portón de en tra da. Antes de al can zar lo es tu vo a pun to de caer y se dio un do loroso golpe con tra uno de los pi lares. Con un breve gemi do, se llevó una mano al hom bro. Abrió el portón, y se lanzó ha cia el camino. Su figu ra era lo úni co que se movía en esa noche. Aparecía y de sa parecía ba jo la som bra de los ár boles. So bre su cabeza, las ra mas se con fundían en tre sí, y a través de el las, in móvil, la lu na parecía perseguir lo. Los tramos donde pen etra ba su luz re lucían con tra las zonas os curas, ca da vez más ex ten sas, que por mo men tos traga ban el camino, de ján do lo con la bor rosa idea del lu gar por el que había cam ina do más tem pra no, ese día. Comen za ba a es cuchar los lati dos de su corazón, ca da vez más fuertes, a la al tura de sus sienes. ¿Cuán to falta ba para lle gar? Un vi olen to do lor crecía en su pe cho a me di da que avan za ba, has ta que sin tió que al go en él iba a es tal lar. Se de tu vo. No podía res pi rar. Per maneció qui eto un in stante, has ta que sin tió que el aire volvía a en trar en su cuer po. Aque llo era só lo su ag itación. Con la mano en el pe cho, se lanzó nue va mente por el sendero, que en ese tramo se hacía más an gos to. Ese do lor no de moró en ame nazar lo otra vez. Pero John sabía que ya no iba a de ten erse. Tenía que seguir cor rien do, al can zar el telé fono... “Pa pá aca ba de lla mar.” No podía fal tar mu cho para lle gar a su casa. Fi nal mente, de trás de un os ma tor rales, lo gró di vis ar la. Al lí es ta ba su casa. Opaca y si len ciosa, ca da vez más grande, más cer ca. Se abal anzó so bre la puer ta y tomó el pi ca porte. Pero la puer ta no cedió. Comen zó a force jear la, a patear la, y de re pente se de tu vo. Antes file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml
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de salir él había cer ra do to da la casa. Las llaves... ¿dónde es ta ban las llaves? En la cha que ta. La cha que ta había queda do en la casa de aque lla mu jer. Un sen timien to de hor ror lo de jó sin alien to. Cor rió ha cia las ven tanas, a uno de los costa dos de la casa. Tenía que haber una for ma de en trar. La primera ven tana es ta ba cer ra da. Fue ha cia la se gun da. En tonces sin tió aque llo. Era una es pecie de ar dor, una sen sación nue va, de scono ci da. De spués, al go que comen za ba a de splazarse por to do su cuer po, rápi do, in va si vo, co mo si se preparase para at acar. Y eso comen za ba a par alizar lo. Sin tió que perdía pie, y se apoyó con las dos manos con tra la ven tana. Fue en ese mo men to que lo vio. Ilu mi na do por la luz de la lu na que en tra ba a través de los cristales, el telé fono per manecía so bre la chime nea. Qui eto, in difer ente, co mo to dos los ob je tos que se en con tra ban en aquel ex traño museo de cosas fa mil iares. Quiso romper el vidrio, pero sus bra zos no le re spondieron. Los miró. Er an sus bra zos, pero ya no le obe decían. In ten tó man ten erse de pie, has ta que fi nal mente se de jó caer apoyán dose con tra el muro. Su cuer po quedó en una posi ción ex traña, y su ros tro mi ran do ha cia el bosque. No in ten tó mo verse. Ape nas lev an tó la mi ra da, y vio los arces que se mecían al la do de la casa, esa tarde. Aho ra er an gris es y es ta ban in móviles. Ya no so portó el re sp lan dor de aque lla noche. Y cer ró los ojos, y rogó que to do aque llo fuese só lo una nov ela.
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