Los Ultimos Dias de Lorien

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LEGADOS DE LORIEN LOS ARCHIVOS PERDIDOS #5 LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LORIEN PITTACUS LORE

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SINOPSIS Descubre qué pasó realmente en los últimos días del planeta condenado a través de los ojos de Sandor, quien luego se convertiría en el cêpan reluctante de Número Nueve. Antes de que Número Cuatro y los otros llegaran a la Tierra, vivían en un planeta llamado Lorien; un planeta poblado de otros que también poseían habilidades extraordinarias. Un planeta pacífico… hasta el día en que atacaron los mogadorianos, y casi aniquilaron a los lorienses. Solo un puñado de lorienses sobrevivió a la batalla. Esta es la historia de Sandor. Sandor estaba cansado de ser adolescente, cansado de ir a la escuela, de obedecer a sus profesores y de seguir las reglas de sus padres. Disfrutaba más quebrantar las reglas que seguirlas. Pero luego de cometer demasiados errores, la vida de Sandor da un giro inesperado que lo obliga a unirse a la Academia de Defensa de Lorien. Sandor nunca había creído en la idea disparatada de que Lorien necesitaba defenderse; Lorien era un planeta pacífico, aparentemente sin enemigos. Pero cuando los mogadorianos atacan repentinamente, Sandor entiende lo real que es la amenaza. Ahora Sandor es uno de los pocos lorienses sobrevivientes, y el destino de Lorien está en sus manos.

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CAPÍTULO 1 Traducido por Jackiejt

Este es Lorien. Es «perfecto», o al menos eso es lo que dicen; tal vez tengan razón. A lo largo de los años, la Oficina de Lorien para la Exploración Interplanetaria ha enviado misiones de reconocimiento a casi cada planeta habitable allí fuera, y todos parecen terribles. Tomen como ejemplo ese lugar llamado Tierra: está contaminado, sobrepoblado, demasiado caliente y cada vez se calienta más. Por como lo describen los exploradores, allí todos son miserables. Todos los terrícolas pasan gran parte de su tiempo intentando matarse unos a otros por nada, y el resto de su tiempo lo pasan intentando que no los maten. Al revisar uno de sus libros de historia (tenemos un montón de esos libros a nuestra disposición en el Gran Depósito de Información de Lorien) nos encontramos con una guerra sin sentido tras otra. Dan ganas de decirles, ¡terrícolas idiotas, únanse! La cosa es que además de Lorien, la Tierra es el mejor lugar que hay allí fuera. Ni siquiera me voy a molestar en mencionar a Mogadore. Hablando de basureros. Aquí en Lorien no hay guerra. Nunca. El clima siempre es perfecto, y hay gran variedad de ecosistemas como para encontrar un lugar que encaje con tus propios estándares de «clima perfecto». La mayor parte del lugar son bosques vírgenes, playas perfectas y montañas con vistas increíbles. Incluso en las pocas ciudades que tenemos, hay un montón de espacio para moverse y no hay delito alguno. La gente ni siquiera discute tanto. ¿Qué hay que discutir? El lugar es perfecto, así que por supuesto todo el mundo es feliz. Siempre. Paseas por la calle en Ciudad Capital y ves a todos sonriendo como un montón de zombis felices. Pero en realidad, no existe lo perfecto, ¿cierto? E incluso si existe, entonces tengo que decir: «perfecto» es bastante aburrido. Odio lo aburrido. Siempre hago mi mejor esfuerzo para encontrar las imperfecciones. Ahí es donde suele estar la diversión. Aunque, ahora que lo pienso, la mayoría de las personas piensa (mis padres entre ellos) que yo soy la más grande imperfección de todas. Definitivamente no loriense.

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El Chimæra estaba lleno la noche en que todo finalmente se me hizo claro. La música estaba a todo volumen, el aire estaba lleno de sudor y (¡sorpresa!), todo el mundo estaba feliz y sonriente mientras rebotaban, giraban y chocaban unos contra otros. Esa noche, yo también estaba feliz. Había estado bailando durante horas, sobre todo solo, pero de vez en cuando me encontraba con una chica y terminábamos bailando juntos durante unos minutos, los dos sonreíamos y reíamos, pero sin tomar nada de eso demasiado en serio, hasta que a uno de los dos lo atrapaba la música y se alejaba bailando. No era gran cosa. Bueno, estaba resultando ser una noche genial. Casi había amanecido antes de que estuviera sin aliento y listo para un descanso, y después de horas de movimiento sin parar, finalmente me dirigí hacia un grupo de pilares cerca del borde de la pista de baile. Cuando levanté la vista me vi de pie junto a Paxton y Teev. No los conocía muy bien, pero eran asiduos al Chimæra, y como yo había venido aquí lo suficiente, nos habían presentado unas cuantas veces. ―Hola ―les dije, asintiendo con la cabeza, sin saber si me iban a recordar. ―Sandor, amigo ―contestó Paxton, dándome un golpe en el hombro―. ¿No pasaste ya tu hora de dormir? Me debería haber molestado que se burlara de mí, pero en cambio, me sentía feliz de que me reconocieran. Paxton pensaba que era cómico como siempre lograra colarme allí a pesar de que, técnicamente, era muy joven. No veía cuál era el gran problema de ser menor de edad, después de todo, el Chimæra era solo un lugar para bailar y escuchar música. Pero en Lorien, las reglas eran las reglas. Paxton era unos pocos años mayor que yo y estudiaba en la Universidad de Lorien. Su novia, Teev, trabajaba en una tienda de moda situada en Creciente Este. Por lo que veía, los dos llevaban el tipo de vida que no me importaría tener algún día: pasaban el rato en cafés durante el día, bailaban toda la noche en lugares como el Chimæra, y nadie les hacía pasar un mal rato por algo de eso. Ya no tenía que esperar tanto, pero sentía que había estado esperando por siempre. Estaba cansado de ser adolescente, cansado de ir a la escuela y obedecer a mis maestros y de seguir las reglas de mis padres. Pronto ya no tendría que fingir ser un adulto; simplemente sería uno, y sería capaz de vivir mi vida de la manera que yo quisiera. Por ahora, el Chimæra era el único lugar en que podía ser yo mismo de verdad. Todo el mundo aquí era como yo en algo: vestían ropa loca, tenían peinados raros,

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cada cual hacía lo suyo. Incluso en un planeta como Lorien, hay personas que no encajan completamente. Esa gente venía aquí. A veces (no a menudo, solo a veces), incluso podías ver a alguien con el ceño fruncido. No porque fueran infelices o algo, solo por diversión, solo para ver cómo se sentía, supongo. Teev me miraba con una expresión divertida, Paxton señaló la pulsera de identidad en mi muñeca. ―¿No se supone que esas cosas son a prueba de tontos? ―preguntó con una sonrisa―. Cada vez que te veo, has encontrado otra forma de entrar. Las puertas del Chimæra escanean a todos los clientes a la entrada, sobre todo para evitar que ingresen lorienses menores de edad como yo. En el pasado, a veces me había colado por la entrada trasera o pasado inadvertido por las puertas con una gran multitud. Sin embargo, esta noche había dado un paso más adelante: había modificado el registro de edad de mi pulsera de identificación para que las máquinas pensaran que era mayor de lo que soy. En realidad estaba muy orgulloso de mí mismo, pero no estaba dispuesto a compartir todos mis secretos. Solo le di un encogimiento de hombros como respuesta a Paxton. ―Ese soy yo: Sandor, Mago Tecnológico y hombre de Misterio. ―Paxton, olvídate del escáner de la puerta ―le dijo Teev―. ¿Qué pasa con el registro de asistencia de su escuela? Todavía vas a la escuela, ¿no? Mejor te das prisa o te van a arrestar. Se está haciendo tarde. ―Querrás decir que se está haciendo temprano ―le corregí. El sol iba a salir en cualquier momento, pero ella tenía razón. O, la tendría. Teev tenía un lunar sobre el labio y una marca de nacimiento de color escarlata en lo alto de la mejilla, que desaparecía hacia la línea del cabello. Una delgada línea de tatuaje rodeaba el lunar y luego se curvaba en una flecha, apuntando a la marca de nacimiento. Era bajita y linda y tenía algo fuera de lo común. Era quien era y no lo iba a ocultar. Le admiraba eso. Estuve tentado de decirle cómo había solucionado el problema del registro de asistencia. En realidad, había sido una solución más fácil que la del problema del escáner en la puerta, o tal vez yo era así de bueno. Todo lo que había hecho había sido tomar prestada la pulsera de identificación de mi amigo Rax, e insertarle una copia de mi propia bio-firma digital. Ahora cada vez que no asistía a clase, en el registro aparecía como «presente», siempre y cuando Rax estuviera ahí. Ideé el truco hace unos meses, después de haberme metido en problemas y de que me obligaran a trabajar unas horas en la oficina principal de la escuela. Allí, había

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descubierto el defecto en el sistema del registro de asistencia: no registra duplicados. Así que cuando asistimos Rax y yo, no salta la alarma. Es perfecto. ―No puedo revelar mis secretos ―les digo, con una pequeña sonrisa. ―Genial, chico ―exclamó Paxton, con sutil admiración por la rebeldía. Me sonrojé. ―Gracias ―le dije, tratando de actuar como si en realidad no me importara. Pero antes de que pudiera pensar en algo más que decir, me quedé congelado, porque a la entrada del club, vi a alguien que conocía, y no alguien de quien quisiera saber. Era Endym, mi profesor de cultura interplanetaria en la Academia de Lorien. Sí, Endym por lo general era un buen tipo, probablemente el único profesor que realmente me agradaba. Pero bueno o no, si me veía en el club, menor de edad y sin esperanza alguna de llegar a la escuela a tiempo, no tendría más remedio que informarlo. Sonreí a la pareja con la que había estado hablando. ―Teev, Paxton, ha sido un placer ―les dije, salí de la línea de visión de Endym y me dirigí a una masa de personas que bailaban a un ritmo suave. Oculto entre la muchedumbre, miré hacia la entrada y vi que a Endym lo abordaba uno de los proveedores del club. Tomó uno de los tragos que le ofrecían y se lo bebió, exploró el club con los ojos, y luego avanzó a la pista de baile. Estaba bastante seguro de que él no me había visto, aún, pero se dirigía justo en mi dirección. Mierda. Me escondí detrás de un pilar. El Chimæra era un lugar grande, pero no lo suficiente. Si me quedaba donde estaba, iba a pasar todo el tiempo tratando de evitarlo; prefería no arriesgarme a que me descubriera. Tenía que salir y aprovechar mi oportunidad de inmediato, mientras Endym estaba distraído: acababa de entablar conversación con una mujer en medio de la pista de baile y le coqueteaba descaradamente mientras ella bailaba. Puse los ojos en blanco. El hecho de que mi profesor estuviera en el Chimæra había logrado que, de repente, el lugar no me pareciera tan interesante. La única forma de salir era adentrarme más. Nunca había estado en el vestidor bajo el escenario, pero los artistas debían venir de alguna parte. El único problema era que, de alguna manera, Endym se había ubicado en el peor lugar posible para mis propósitos: para llegar a la entrada tendría que pasar por su lado, y si decidía ir por la escalera de atrás, él tendía vista directa. Miré alrededor con la esperanza de encontrar una solución a mi dilema, intentando no llamar la atención por parecer frenético. La encontré en cuanto los vi, todavía de pie

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a unos pocos pasos: Teev y Paxton. Ellos me ayudarían; al menos, esperaba que lo hicieran. ―¿Qué dirían… ―les dije, al volver junto a ellos con una sonrisa cómplice estampada en la cara―… si les digo que el tipo de allí es un profesor mío? La pareja miró a Endym y luego a mí. ―Supongo que diría que este lugar va cuesta abajo ―dijo Teev―. ¿Ahora dejan entrar a maestros? ―Mala suerte, amigo ―se rió Paxton―. Todo ese trabajo para entrar aquí y ahora te van a atrapar. ―Vamos, hombre. No te rías. ¿Por qué no me ayudan a salir de aquí? ―Cuando simplemente se miraron con escepticismo, me encogí de hombros avergonzado―. ¿Por favor? Teev sacudió el cabello y puso los ojos en blanco, amistosa. ―Está bien. Lo haremos, amiguito ―me dijo, acariciándome el rostro. Era un poco humillante, pero ¿qué podía hacer?―. Vamos a cuidar de ti ―prometió―. Saca tu trasero de aquí. Observé por un momento mientras Teev y Paxton se acercaban a Endym y la mujer que bailaba con él y se ubicaban entre la pareja. Teev comenzó a bailar con Endym, mientras Paxton bailaba con la pareja de Endym. Cuando estuve seguro de que distraían a Endym, aproveché la oportunidad y me escabullí entre la multitud, con la cabeza baja para evitar que me vieran. Ya estaba a punto de lograrlo, cuando alguien me gritó. ―¡Oye! Miré hacia atrás sorprendido, y vi el rostro furioso de un chico que empujaba a la gente para llegar hasta mí. Había tirado por accidente su trago al pasar junto a él, y el tipo no estaba feliz. Lo último que necesitaba era comenzar una pelea en la pista de baile. Avancé más rápido y corrí hacia el borde del escenario, hacia un rincón oscuro y encontré una puerta pequeña. Por supuesto, estaba cerrada. ―¡Oye! ¡Tú! ―gritó el dueño de la bebida que había derramado; cada vez estaba más cerca―. ¡Vas a comprarme otra! Moví la manilla con furia. Cuando no cedió, dejé de intentar estar tranquilo y empecé a lanzarme contra la puerta, con la esperanza de que con suficiente fuerza y un poco de suerte, se abriera.

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El tipo estaba cada vez más cerca, y seguía gritando. ¡Qué tipo tan idiota! ¿Hacía una escena así por una bebida derramada? Las cabezas comenzaron a girarse hacia mí por todo el lugar. Me iban a atrapar en cualquier momento. Un último intento. Me lancé contra la puerta con toda mi fuerza. Esta vez, cedió.

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CAPÍTULO 2 Traducido por Lauraef

La fuerza de mi peso provocó que cayera a ciegas al cuarto al otro lado de la puerta. Me tambaleé por el suelo, y choqué contra capas y capas de tela. Tropecé, caí y me golpeé la cabeza contra el suelo. Después escuché una voz. Una voz de chica. ―Vaya, eso fue divertido. Mientras estaba allí tumbado, me di cuenta de que había chocado contra un estante lleno de ropa, ropa de mujer, y que ahora estaba tumbado en una pila de esa ropa en el suelo. Parecía que hubiera estado en una explosión de diamantes falsos y lentejuelas. De pie frente a mí un chico con pantalones de un negro metálico y una camisa con cuello estilo mao, se esforzaba por cerrar la puerta que acababa de destrozar. ―Sí, gracioso ―decía con sarcasmo―. Me encanta cuando menores de edad psicópatas irrumpen en el vestidor. Me levanté tímidamente en intenté recoger el montón de vestidos que había tirado. La verdad no era así como me había imaginado que sería mi noche. ―Tan. Tan. Gracioso. Me giré y vi a una chica de cabello blanco eléctrico, sentada en un taburete bajo en la esquina de la habitación. Llevaba unos pantalones diminutos y estaba en cuclillas. Con algún tipo de lápiz de maquillaje, se dibujaba en las pantorrillas desnudas un elaborado diseño de remolinos y florituras. ―No ―dije. Probablemente debería haberme disculpado, o al menos haber dado una explicación. Pero no pude, estaba demasiado deslumbrado. Todo lo que podía decir era no. ―Oh, sí ―dijo ella, todavía dibujándose en la pierna. Se inclinó hacia delante para acercarse a las marcas serpenteantes, frunció los labios, y se sopló la pantorrilla para secar la tinta. No podía ser, pero sí era. Era Devektra. La mayoría de las personas en Lorien probablemente no tendría ni idea de quién era, pero yo no era como la mayoría de las personas; había estado escuchando la música de Devektra durante meses. Para la gente que la conocía, era la intérprete garde más comentada en Lorien. Con su belleza sorprendente, sus letras sabias a pesar

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de su edad (porque era prácticamente una niña, solo un poco mayor que yo), y su inusual legado garde de crear deslumbrantes e hipnóticas exhibiciones de luz durante sus actuaciones, era seguro que iba a ser una gran estrella dentro de poco. Ya estaba bien encaminada. ―¿Qué? ¿Nunca antes has visto a una chica ponerse maquillaje en las piernas? ―preguntó con los ojos brillantes. Intenté recomponerme. ―Debes de ser la artista secreta ―me las arreglé para decir, y prácticamente me enredé con todas las palabras―. Soy, eh, un gran admirador. ―Me encogí al decirlo; soné como un completo perdedor. Devektra se evaluó las piernas, después se levantó y me miró como si no supiera si estar furiosa o reírse. Al final, decidió no hacer ninguna de las dos cosas. ―Gracias ―dijo―. Pero sabes, cierran esas puertas por una razón: para mantener afuera a los grandes admiradores. Dio unos pasos hacia delante, me rodeó los hombros teatralmente con los brazos y me dijo al oído: ―¿Vas a decirme lo que estás haciendo en mi vestidor? ―susurró―. No tengo que llamar a seguridad, ¿verdad? ―Hm ―tartamudeé―. Bueno, mira, esto… ―Busqué una explicación en mi cerebro, pero no pude pensar en ninguna. Supongo que soy mucho mejor hackeando software que hablando con chicas, especialmente con las sexys y famosas. Devektra se alejó y me miró de arriba abajo con un brillo malicioso en los ojos. ―¿Sabes lo que creo, Mirkl? ―preguntó. ―¿Qué? ―preguntó con voz aburrida el chico que casi había olvidado. Honestamente, sonaba como si estuviera un poco harto de Devektra. ―Creo ―dijo ella lentamente― que este amiguito es demasiado joven para estar aquí. Me parece que estaba a punto de echarlo por ser menor, y entró aquí para esconderse. Tenemos a un delincuente en nuestras manos, y sabes lo que pienso de los delincuentes… Miré al suelo. Ahora me habían pillado definitivamente. No sería la primera vez que me metía en problemas por algo así. O la segunda. Sin embargo, esta vez las consecuencias serían más serias, sin duda. Pero Devektra me sorprendió. Una sonrisa se extendió por su rostro y soltó una risilla. Estaba empezando a pensar que esta chica era algo loca.

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―¡Me encanta! ―exclamó. Abrió los ojos y movió un dedo hacia mí para regañarme. Sus uñas brillaban con cada uno de los colores del arco iris―. Qué pequeño cêpan más travieso. Por segunda vez en tan solo unos cuantos segundos, me había cogido por sorpresa. ―¿Cómo sabes que soy cêpan? ―pregunté. Como la mayoría de figuras públicas de Lorien (atletas, artistas, soldados), Devektra era garde; yo era cêpan. Un selecto grupo de cêpan eran cêpan mentores, mentores de los garde, pero la mayoría éramos burócratas, maestros, empresarios, dependientes de tiendas, granjeros. No estaba seguro de en qué me convertiría después de acabar el colegio, pero no creía que alguna mis opciones pareciera demasiado buena. ¿Por qué no podía haber nacido como un garde y haber hecho algo realmente divertido con mi tiempo? Devektra me dio una sonrisa afectada. ―Mi tercer legado, el aburrido que no me gusta mencionar. Siempre puedo diferenciar entre los garde y los cêpan. Como todos los garde, Devektra tenía el poder de la telequinesis. También tenía la habilidad de doblar y manipular las ondas de luz y sonido, habilidad que usaba en sus actuaciones y que la había hecho la estrella en potencia que era. Ese ya era un poder raro, pero el tercer legado que acababa de mencionar, ser capaz de sentir la diferencia entre garde y cêpan, era uno del que nunca antes había escuchado hablar. Por alguna razón, me sentí cohibido. No sabía realmente por qué, no había nada malo en ser cêpan, y aunque a menudo había pensado que parecía ser más divertido ser garde, nunca me había sentido inseguro de lo que era antes. Por un lado, normalmente no era una persona insegura. Por el otro, esa simplemente no era la forma en la que las cosas funcionan por aquí. Aunque los garde eran venerados como colectivo, un «regalo preciado» para nuestro planeta, había una convicción general, compartida por garde y cêpan, de que las increíbles habilidades de los garde no les pertenecían a ellos, sino a todos nosotros. Pero de pie allí, mientras miraba a la chica más bonita que había visto, una chica que estaba a punto de subir al escenario y demostrar sus increíbles talentos a todo el mundo en el Chimæra, me sentí tan común. Y ella podía verlo. Era Devektra, la Devektra, y yo solo era un estúpido cêpan menor de edad sin nada a su favor. Ni siquiera sabía por qué perdía el tiempo conmigo. Me giré para irme. Esto era inútil. Pero Devektra me cogió del codo.

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―Oh, anímate ―dijo―. No me importa si eres cêpan. De todas maneras, solo estoy bromeando, gracias a los Ancianos. Qué tercer legado más aburrido sería. Mi verdadero tercer legado es mucho más emocionante. ―¿Qué es? ―pregunté desconfiado. Comenzaba a sentir que Devektra estaba jugando con mi mente. Los ojos le brillaron. ―¿No es obvio? Hago que los hombres se enamoren de mí. Esa vez, sabía que se estaba quedando conmigo. Me sonrojé y me di cuenta de la verdad de repente. ―Lees la mente ―dije. Devektra sonrió, impresionada, mientras se inclinaba hacia atrás hacia Mirkl, quien parecía menos que entretenido. ―Mirkl ―dijo―, creo que está empezando a pillarlo. Media hora después, me encontraba en el balcón de la segunda planta con vista a todo el club, viendo la actuación de Devektra. Era mejor de lo que pude haber imaginado. Me dejó sin respiración. Cantaba apasionada y melódicamente, pero incluso aunque Devektra era conocida por sus letras, casi no podía escuchar las palabras que decía. Bailaba también, y bailaba bien, pero esa no era la atracción principal tampoco. Y aunque era por mucho la chica más hermosa que había visto alguna vez, tampoco era eso. Todo aquello palidecía en comparación con lo que hacía con sus legados. Movía las manos y modulaba la textura de su voz, y cambiaba el tono de manera escalofriante. Podía girar las muñecas e incrementar el volumen de la voz dramáticamente; podía incluso dirigir y dar forma al volumen de tal manera que el sonido golpeara a los oyentes al fondo del club, mientras que a los que estaban en las primeras filas solo les hacía cosquillas. Con la otra mano, manipulaba el ya sofisticado sistema de luces del club y curvaba los haces de luces multicolores, dándole un habilidoso y deslumbrante contrapunto a los sonidos que salían de su boca. Estaba paralizado. Había oído hablar de sus actuaciones, pero nada podía haber descrito lo que estaba haciendo. Hay algunas cosas que tienes que ver con tus propios ojos. Estaba a punto de terminar. Había estado tan absorto mirando a Devektra desde mi sitio exclusivo en el balcón VIP, que la hora había pasado volando como si fueran minutos, y cuando la música se volvió más lenta y tomó un tono siniestro, y las luces

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cambiaron de explosiones de rosa y naranja a largas y ondulantes ondas de púrpura y verde, supe que estaba terminando. Mantuvo las últimas notas de la canción en un volumen delicado. Movió la mano izquierda suavemente, acarició el aire y giró el sonido a la multitud. Después su voz se volvió un rugido. El sonido me aporreó el pecho, tan fuerte que sentí como si me perforara. Después, repentinamente, Devektra golpeó los puños y las luces del club se volvieron una explosión abrumadora y el sonido desapareció, como si una aspiradora lo hubiera succionado. Me tambaleé contra la baranda, cegado. Mientras mi visión volvía lentamente, vi que las personas en el público se mecían, mareadas. Al igual que yo, estaban aturdidos pero satisfechos. ―Eso fue increíble ―dije, capaz de hablar finalmente. Pero cuando me giré, Mirkl, que había estado viendo el espectáculo conmigo sin decir una palabra, ya no estaba. Me volví hacía el escenario y la pista de baile, y vi a Devektra ya a medio camino de la puerta principal, con Mirkl y el resto de su séquito silencioso detrás. Se iban. Había mencionado que iban a ir a otro club, llamado Kora, para una fiesta postespectáculo. Cuando lo mencionó había parecido una invitación, pero parecía que Devektra se iba sin acordarse de mí. Salí disparado escaleras abajo, pasé el recibidor, y atravesé la multitud, desesperado por no perderla. Me abrí camino entre la gente, escuché que algunas personas protestaban cuando chocaba contra ellas, pero solo me importaba encontrar a Devektra. Por fin la vi mientras llegaba a la entrada. Estaba fuera del Chimæra con su séquito; se giró hacia el club, me vio y me dio una sonrisa misteriosa. No sabía lo que significaba, pero sabía que tenía que averiguarlo. ―Perdonen ―dije, al empujar a una pareja para pasar, haciendo la última evasión hacia la puerta. ―¿Sandor? El corazón me dio un vuelco cuando sentí que alguien me agarraba el brazo. Conocía esa voz. Correr no tenía sentido. Era Endym. ―Creí verte antes ―dijo. ―Vaya espectáculo, ¿no? ―dije, rezando para que Endym me dejara pasar. Después de todo, él estaba aquí también, y sonaba como si hubiera bebido más que unos pocos tragos desde la última vez que lo había visto. ―Increíble ―contestó Endym―. El mejor que le he visto.

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―Entonces ―dije esperanzado―. ¿Hay alguna posibilidad de que olvide que hoy me vio aquí? Endym me devolvió la sonrisa. ―Ninguna.

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CAPÍTULO 3 Traducido por AOMontero

―Si no estuviera tan decepcionada, estaría impresionada. ―La directora Osaria hojeaba unos documentos que esbozaban mis faltas sobre su escritorio, y leía los cargos mientras los pasaba―. Cargo: Alteración del registro de asistencia. Castigo sugerido: expulsión. Cargo: más de diez inasistencias por semestre. Castigo sugerido: expulsión. ―Levantó la vista hacia mí―. Diez es una cifra provisional, por supuesto. Aún tenemos que ordenar la información del registro para obtener una estimación precisa de a cuántas clases has faltado. ―Diez es aproximadamente lo correcto ―admití. ―Más vale que eso no sea sarcasmo ―intervino mi padre con voz cansada desde el monitor en la pared de la oficina de Osaria, donde su rostro crepitaba por la transmisión remota; mi madre estaba sentada en silencio junto a él. Se encontraban en la casa de vacaciones, en las playas de Deloon, y no podían haberse molestado en hacer el viaje de dos horas a la capital para presenciar en persona mi expulsión. ―¿Qué significa esto, exactamente? ―preguntó mi madre, como si no supiera. Me habían advertido anteriormente. Faltar a la escuela y escabullirme en el Chimæra era una cosa, pero esto iba mucho más allá. Osaria giró la silla para hacer frente a la pantalla. ―Significa que mis manos están atadas. Si solo fuera uno u otro de estos cargos, estaría en condiciones de usar mi criterio para imponer un castigo. ―Frunció el ceño profundamente―. Pero además de las reglas que rompió en la escuela, también manipuló los escáneres de identidad en el club Chimæra. No tengo alternativa. ―Oh no ―exclamó mamá. Parecía a punto de llorar. ―¡¿Es una sorpresa para ti?! ―Mi papá se estaba volviendo rojo, casi tan enfadado con mi madre como lo estaba conmigo―. Siempre ha sido así. Era verdad. Siempre había sido un quebrantador de reglas, siempre había encontrado una forma de meterme en problemas. No me avergonzaba de ello; me gustaba eso de mí mismo, pero tendía a desconcertar a la gente a mi alrededor. Lorien era un planeta alegre, próspero y respetuoso de la ley. El hecho de que siempre me metiera en problemas me hacía, prácticamente, una rareza de la naturaleza. La directora Osario se movió en el asiento, incómoda e intimidada por la pelea de mis padres, pero intervino rápidamente antes de que pudieran continuar.

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―Debo decir que voy a lamentar perder a Sandor. ―Se volvió hacia mí―. Dejando los problemas de asistencia a un lado, eres uno de nuestros mejores estudiantes. Tengo que admitir que tu manipulación del sistema de seguridad, aunque ilegal y peligrosa, muestra una cierta cantidad de… ―hizo una pausa― inventiva. Ahora, como yo lo veo, hay dos opciones disponibles para él. Si es que elige permanecer en la capital… ―Sí ―interrumpí―. No voy a dejar la ciudad. ―Entonces podemos hacer arreglos para que lo ubiquen como aprendiz con los munis. El corazón me dio un vuelco. ¿Los munis? Los munis eran los cuerpos de custodia de la fuerza de trabajo de la ciudad. Trabajos de mantenimiento. A la mayoría de los ciudadanos de la capital los reclutaban para servicio de munis por medio de la lotería, por periodos de un año, no más de dos veces en su vida. Realizar un servicio de munis no era algo de lo que avergonzarse en la cultura loriense, pero estaba lejos de mi idea de un buen rato. Y entrar a los munis como un aprendiz, era básicamente inscribirme para acarrear la basura por el resto de mi vida. Para mí, eso era un destino peor que la muerte. Sentí que comenzaba a entrar en pánico. ―Debe haber algo más en la ciudad. ¿Puedo conseguir alguna clase de trabajo en el Kora, o en el Chimæra? ―Sabía que era pasarme de la raya pedir trabajo en uno de los lugares con los que acababa de meterme en problemas por entrar a escondidas, pero estaba abierto a tomar cualquier trabajo en ese lugar, no importaba qué tan baja categoría tuviera. Fregaría los suelos, si tenía que hacerlo. ―Sí, ¿de seguro debe haber mejores opciones? ―Mi madre tomó la palabra. Me sorprendió escucharla salir en mi defensa. Osaria sacudió la cabeza con pesar. ―Desafortunadamente, todas las asignaciones de trabajo distintas a las de aprendiz están reservadas para adultos. Son los munis o una relocalización Kabarak. Pensé que el corazón ya me había llegado al fondo del pecho, pero sentí que se hundía aún más y me quedaba en la boca del estómago. ¿Un Kabarak? Trabajar fuera de la ciudad en uno de los Kabaraks comunales era parte importante de la cultura loriense, sin mencionar lo esencial que resultaba para mantener funcionando sin problemas al planeta, pero definitivamente no era una experiencia muy atractiva: minería de loralita, cría de chimæras, agricultura. Y todo eso a las afueras, en el campo, a kilómetros de cualquier emoción. A menos que sacar maleza y cavar la tierra todo el día sea tu idea de pasar un buen rato.

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Tenía un mal presentimiento. En la pantalla, mi padre asentía, en apariencia casi satisfecho, y supe que mi destino ya estaba prácticamente sellado. El haber pasado un tiempo en un Kabarak se consideraba una credencial noble, y era un prerrequisito para trabajar en el gobierno o en el Consejo de Defensa de Lorien, ayudando a proteger al planeta de un ataque de uno de nuestros enemigos inexistentes. Entre un montón de opciones igualmente terribles, el Kabarak parecía haber logrado obtener la aprobación de mis padres. ―Osaria, creo que unos cuantos años en un Kabarak es justo lo que mi hijo necesita. ―Mi papá sonrió al decirlo, realmente complacido con el resultado de la conversación. Miré hacia la pantalla, pero él evitó mi mirada; tenía que saber exactamente cuán atroz sonaba a mis oídos. Ni siquiera mi madre me iba a salvar esta vez. ―Estoy de acuerdo ―dijo, lanzándome una mirada furtiva de disculpa―. De verdad es la mejor opción. ―Bueno, entonces está arreglado ―dijo Osaria. Justo en ese momento deseé (otra vez) haber nacido garde y tener el legado de retroceder en el tiempo y deshacer todos mis errores de la noche anterior. Por supuesto, si deshiciera la noche anterior, eso significaría no haber conocido nunca a Devektra. Lo que casi hubiera valido la pena. Bueno, casi. Salí de la academia y comencé la larga caminata de regreso a casa, al apartamento vacío de mis padres. El transporte de la escuela al centro de la ciudad pasaría en unas horas más, así que tuve que caminar solo por las calles desoladas. Mis padres regresarían de Deloon en unas cuantas semanas más, y no habían hecho ninguna mención de regresar a la capital para verme marchar. Probablemente, pasaría mis últimos días en la ciudad solo en el apartamento, esperando mi asignación Kabarak y los detalles de transporte, y también era probable que los detalles de transporte llegaran primero y me ofrecieran alguna pista sobre mi destino: si el estado disponía de una nave terrestre, significaría que me habían asignado a una colonia Kabarak cercana, como Malka. Si me apuntaban en un transporte aéreo, entonces me enviarían lejos, muy lejos, a un Kabarak en los territorios exteriores, al otro lado del planeta. No es que supusiera alguna diferencia; exilio era exilio. E incluso después de ello, mi futuro estaría cambiado para siempre. Si bien siempre me había visto en un trabajo fácil y de bajo perfil, como el de Teev y Paxton, o incluso trabajando en un lugar como la Chimæra, la mayoría de las personas de los Kabaraks terminaba con un cargo en el gobierno loriense.

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Me estremecí ante la idea de pasar mis últimos días moviendo papeles como un burócrata en una oficina aburrida como las del Consejo de Defensa de Lorien, y de desperdiciar mi vida intentando evitar una invasión, un ataque extra planetario que todos sabían que nunca llegaría, mientras trataba de animarme fingiendo que realmente hacía algo importante. Era inútil. Por ahora, todo lo que podía hacer era tratar de no pensar en ello, y seguir caminando. La escuela desapareció a mi espalda, y las Torres de Elkin aparecieron al frente, atrayéndome hacia el centro de la ciudad Había considerado quedarme un rato y esperar el transporte; eso me daría la oportunidad de despedirme de mis amigos cuando salieran de clases, pero el pensar en ello me deprimió demasiado como para molestarme. No podía soportar la idea de que se enteraran de cuánto había metido las patas. De todos modos, Adar y Rax y unos cuantos otros chicos de la academia me agradaban lo suficiente, pero no los consideraba mi verdadera gente. Siempre había sido diferente, incluso para ellos. Todos los demás en Lorien parecían estar contentos con lo que tenían. Estaban felices de vivir en el planetita más perfecto de todo el maldito universo. ¿Por qué no podía ser más como ellos? Continuaba revolcándome en mi piscina de autocompasión anti-loriense, cuando escuché mi nombre. ―¿Sandor? ―Me detuve en seco, me di la vuelta y vi a un hombre desconocido, unos cuantos años mayor que yo, que se encontraba junto a un aerodeslizador muni estacionado a pocos pasos detrás de mí―. ¿Eres Sandor? Vestía la túnica azul distintiva de un cêpan mentor, de los cêpan especiales que trabajan para la ADL y están a cargo del entrenamiento de los garde y el seguimiento de sus legados mientras se desarrollan. No tenía idea de cómo sabía mi nombre, y realmente no lo quería averiguar. Había tenido suficientes problemas por el día, y por lo que sabía, este tipo estaba a punto de decirme que había cometido alguna nueva infracción sin siquiera darme cuenta. ―Sí ―contesté―, ése es mi nombre. ―Sin esperar una respuesta, me di la vuelta y reanudé mi caminar. Sin pedir permiso, comenzó a caminar a mi lado. ―Mis disculpas. Quise encontrarte en tu reunión con Osaria, pero llegué demasiado tarde. Continué en silencio. ―Soy Brandon. Soy un cêpan mentor en la Academia de Defensa de Lorien…

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―Lo siento, amigo ―lo interrumpí―. No soy un garde, solo tú típico y aburrido cêpan sin necesidad de un mentor. Y suspendí el examen de aptitudes de la ADL hace años. ―Sí ―dijo Brandon―. Vi tus calificaciones. ―Movió las cejas sugestivamente, como si supiera que había fallado el examen a propósito para evitar que me enviaran a la prestigiosa academia. Por supuesto que, comparado con un Kabarak, el entrenamiento para mentor sonaba bastante bien a este punto. Si hubiera sabido lo que me esperaba, quizá hubiera pensado dos veces antes de fracasar en ese examen todos esos años atrás. ―En la academia nos enteramos de tus pequeñas travesuras ―continuó Brandon. Lo miré con sorpresa. ¿Cómo demonios habían oído las desventuras de un cêpan menor de edad en el Chimæra? Pero Brandon hablaba como si fuese lo más normal del mundo. ―Estamos impresionados ―dijo―. Esa clase de trabajo tecnológico es bastante inusual para alguien de tu edad; especialmente alguien sin entrenamiento académico. Si pusieras tus talentos a trabajar de una forma más seria, podrías hacer una diferencia en los esfuerzos de seguridad de Lorien. Me recordó por qué no me agradaban los tipos de la ADL: se tomaban muy en serio. Lorien nunca había tenido guerra, nunca nos habían atacado. Y aun, así esta gente actuaba como si viviéramos en constante conflicto. Era como si se lo dijeran a sí mismos para poder sentirse importantes. Me despedí de Brandon con la mano. ―Sí, bueno ―le dije―, me voy a un Kabarak. Esperemos que aprecien mis habilidades allí. ―No lo harán ―respondió, encogiéndose de hombros―. Escucha, la ADL podría necesitar sangre fresca y manos nuevas. Tenemos algunos ingenieros y técnicos decentes, pero ni uno con tu don para resolver problemas. Rodé los ojos. ¿Un ingeniero en la ADL? Eso era casi tan malo como unirse a los munis. ―Lo siento, hombre. No estoy interesado. ―Continúe caminando. ―Nuestra reputación no es lo que solía ser, ya veo. ―Brandon me dio una sonrisa irónica; era obvio que le divertía mi esnobismo―. Y es cierto que muchos lorienses han puesto en tela de juicio la necesidad de tener una defensa permanente durante un periodo de paz tan largo. Su error. Pero tenemos recursos, Sandor. Tendrías completo acceso a nuestros laboratorios de ingeniería y de computación. Además, después de seis meses tendrías privilegios de fin de semana. Y se me ha dado autoridad para que

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te invite a unirte a la academia a pesar de tu, eh, desempeño inusualmente pobre en el examen de aptitud. Me detuve en seco. ―Estarías cerca de la ciudad ―agregó―. ¿Quién sabe? Quizá eventualmente, cuando seas un poco mayor, seas capaz de obtener algún tiempo libre para visitar el Chimæra. Evidentemente, Brandon tenía más información sobre mí de lo que se podía extraer de los boletines de seguridad sobre mi proeza en el Chimæra. Estaba presionando los botones con demasiada precisión. ―¿Tienen un perfil sicológico de mí, Brandon? El solo sonrió. ―Solo decide si prefieres pasar los últimos años de tu adolescencia jugando con la tecnología defensiva cerca de la ciudad, utilizando tus habilidades verdaderas, o en los territorios exteriores, paleando mierda de chimæra. ―¿Territorios exteriores? ―Sentí como se me secaba la boca. ¿Por qué lo dijo? ¿Acaso había escuchado algo sobre mi probable designación?―. ¿Qué sabes? ―pregunté. ―No es lo que sé, Sandor. Es lo que puedo hacer. Y con eso, se dio la vuelta y se alejó.

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CAPÍTULO 4 Traducido por AOMontero

Al salir de la furgoneta de transporte unas semanas más tarde, me acerqué a la entrada de la Academia de Defensa de Lorien con cautela y el bolso al hombro. La escuela era un cubo gris sin ventanas en una franja de tierra cubierta de césped al borde de Ciudad Capital. De alguna manera, para un lugar tan prestigioso, había esperado algo un poco más lujoso. En vez de eso, lo único que lo diferenciaba de cualquier otro edificio gubernamental de Lorien, era una solitaria estatua del anciano Pittacus. Cerca de la entrada, a pocos metros de la estatua, unos jóvenes cêpan mentores vestidos con unas amorfas túnicas azules y unos pantalones sueltos de color negro, hablaban en voz baja con un miembro del consejo loriense, a quien identifiqué inmediatamente por su túnica marrón. Tenían tanto estilo como el edificio. Mientras pasaba, el concejal y los cêpan alzaron la vista con reconocimiento neutral. Los saludé con la mano y de inmediato me sentí estúpido. Fue casi un alivio entrar al edificio. El vestíbulo estaba tan escasamente decorado como el exterior, pero al menos estaba ocupado: mentores jóvenes en entrenamiento, aproximadamente de mi edad, marchaban en filas a clases. Había algunos mentores adultos, e incluso un par de niños garde que reían y se perseguían el uno al otro, vestidos con sus trajecitos azules. ―¡Kloutus! ―gritó un mentor. Con una mirada tímida en el rostro, uno de los jóvenes garde desaceleró. Tras reconocer al mentor como Brandon, caminé hacia él. Había sido amable conmigo cuando me había reclutado en la calle, y la visión de un rostro familiar de pronto era bienvenida. Pero si estaba esperando que fuera un nuevo amigo, no debí hacerlo. Brandon me dio una rápida mirada de arriba hacia abajo, como si apenas me conociera y luego fue todo negocios. ―¿Qué es esto? ―Sin una palabra de bienvenida, Brandon cogió el bolso de mis hombros. ―Son mis cosas de casa ―contesté, tratando de aferrarme a ellas. ―Tendremos que confiscarlas ―dijo―. Recibirás todo lo necesario en el procesamiento.

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―¡Esa es mi ropa! ―No sé por qué me importaba; obviamente ahora tenía que usar el uniforme de la ADL, así que no sé de qué me serviría mi ropa. Aun así, la idea de que la confiscaran me deprimió. Mi ropa era parte de lo que me hacía ser yo. Ahora solo me vería como todos los demás. Brandon sacudió la cabeza ante mi estupidez. ―Puedes arreglar que te la envíen de vuelta donde tus padres. Estarán esperándote cuando te gradúes. ―Con un gesto brusco, señaló hacia la oficina de procesamiento y desapareció por un pasillo. Me arrastré hasta el procesamiento sintiéndome peor que nunca, y un administrador de la ADL me entregó tres túnicas verdes idénticas, envueltas en papel. Después de entregármelas, permaneció ahí expectante, y me di cuenta de que esperaba que me cambiara justo en frente de él para que así pudiera coger la ropa que llevaba puesta, probablemente para poder llevarla a un armario de almacenamiento o un incinerador al que el resto de mi ropa ya estaba destinada. ―¿Un poco de privacidad? ―pregunté. Se dio la vuelta y aproveché la oportunidad para desvestirme y ponerme la túnica rápidamente y así esconder mi camiseta Kalvaka preferida dentro de los pliegues de mi áspera ropa nueva. Una sola prenda real era mejor que ninguna. ―Todo listo ―dije y empujé el resto de prendas en las manos del administrador; esperaba que si se las pasaba montón, el tipo no notara que faltaba una. Funcionó. Me dio la asignación de mi dormitorio y me dijo que fuera allí y esperara instrucciones para el resto de mi orientación. Después de haber sido despojado de casi todas mis posesiones mundanas, me adentré más en el edificio, intentando hacerme una idea. Pasé por las salas de seminario,

las

oficinas

administrativas,

gimnasios,

laboratorios,

incluso

un

observatorio de chimæras con paredes de cristal donde unas cuantas de las legendarias bestias de Lorien se perseguían en círculos, gruñendo y resoplando, mientras cambiaban de una forma a otra tan fácilmente como si sus cuerpos fueran líquidos. Por lo menos a ellas se les permitía lucir de la forma que querían. Me detuve a mirar unos minutos antes de continuar. Finalmente, encontré el largo corredor de la sección de dormitorios y arribé al mío, 219. Ese era mi dormitorio. No me habían dado ninguna llave, así que respire profundo, golpee y esperé.

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Un momento después, la puerta se abrió y un chico con ojos pequeños y nerviosos, boca ancha y una nariz protuberante me saludó. Su túnica verde era idéntica a la mía, y estúpidamente me pregunté cómo lo haríamos para recordar de quién era cada cual. ―Debes ser Sandor ―dijo el chico con rigidez―. Yo soy Rapp. Adelante. Entré a la habitación e hice mi mejor esfuerzo por ocultar mi horror al apreciar las literas espartanas, el piso de piedra y la ventana sin cortinas que daba a un patio pequeño y mal iluminado. ―Qué minimalista ―comenté. ―Sí ―replicó Rapp―. La ADL mantiene las cosas bastante simples. Estamos aquí para defender a Lorien, no para dormir cómodamente, supongo. Al menos no sonaba más feliz que yo al respecto. Me dejé caer en la cama de abajo, el colchón era fino y duro. ―Así que somos compañeros, ¿eh? ―le pregunté―. ¿También entrenas para el departamento tecnológico? ―Síp. Nos veremos mucho, supongo. Entre los dos, tienes el programa completo. ―¿Qué? ―Somos todo. Hay un cuerpo de una veintena de ingenieros y unos quince técnicos activos en todo el planeta, pero solo dos aprendices a la vez. Oh, demonios. Este chico parecía bastante agradable, supongo, pero si éramos solo nosotros, él podría ser el chico más genial de Lorien y aun así nos hartaríamos el uno del otro. ―No es tan malo ―continuó, sin registrar mi decepción―. Aunque solo somos aprendices, el cuerpo está tan corto de personal últimamente que nos envían fuera para estudios de redes, trabajos de reparación en los perímetros electrónicos, cosas por el estilo. ―Emocionante. ―No quise sonar tan sarcástico, pero no pude evitarlo. Esta sería mi nueva vida por al menos dos años y ya era un total aburrimiento. Afortunadamente, Rapp era inmune a la ironía. ―Lo es. Saber que estoy jugando un papel pequeño pero significativo en mantener a Lorien a salvo… me hace sentir realmente bendecido. No pude soportarlo. Me levanté de la cama. ―¿A salvo de qué? ―pregunté Rapp me quedó mirando, aturdido. ―¿A qué te refieres? ―¿Mantener a Lorien a salvo de qué? No ha habido un ataque en este planeta desde eones. Por todas nuestras exploraciones y misiones de reconocimiento, no hemos

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tenido ni una comunicación directa de ni una clase con otro planeta por cientos de años. ¿De qué tienes miedo? ¿De una guerra civil? Los lorienses somos todos pacifistas, desde las partes más inseguras del centro de la ciudad hasta las partes más atrasadas de los territorios exteriores. Nada malo sucede. Quiero decir, a mí me consideran un criminal por aquí, ¡y solo me atraparon en un show de Devektra! ―Rapp parecía desilusionado, pero no me importaba―. ¿De verdad crees estar haciendo una diferencia? ―espeté―. Por favor. Todas esas cosas sobre antiguas profecías y ataques que probablemente nunca pasarán: son supersticiones. Rapp no mordió el anzuelo; en vez de responder, caminó solemne hasta la puerta. ―Volveré en un rato para darte un paseo por los jardines. Pero tengo que decir que, si esa es tu actitud en el primer día, vas a tener una estadía bastante miserable por aquí. Sí, pensé. Una mierda.

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CAPÍTULO 5 Traducido por Niyara

Habría sido estupendo si hubiera podido decir que mi primera semana en la ADL pasó como un borrón. En realidad, se prolongó mucho más de lo que había previsto. Resultó que Rapp aún estaba aprendiendo cosas en clase que yo había aprendido por mi cuenta hacía años, así que ni siquiera podía contar con mi trabajo escolar me mantuviera interesado. Claro que podría haberle dicho a la profesora Orkun que sabía todo eso, pero me lo callé. En cambio, mantuve la cabeza baja en las clases de tres personas, mientras asentía y trataba de fingir que todo eso era nuevo para mí. Sabía que me comportaba como estúpido, después de todo, si tenía que estar aquí, tal vez debería intentar aprender algo. Pero, de un modo extraño, creía que sería como dejarles ganar. Si perdía mi tiempo, aún iba a salirme con la mía con algo, ¿no? Las cosas no eran mucho más interesantes en la cafetería de lo que lo eran en clase. Me encerré en mí mismo, igual que hacían los demás estudiantes en la academia. En cuanto a los cêpan mentores que tenían un garde asignado al que entrenar, eran bastante escasos por el campus, y los que comían en la cafetería normalmente tenían las manos demasiado ocupadas con sus propios garde como para mezclarse con alumnos de ingeniería como Rapp y yo. Las únicas personas de la academia que me interesaba eran los niños garde, que estaban descubriendo sus poderes y daban a la escuela el poco sentido que tenía la vida. En Lorien, los abuelos crían a los niños garde hasta los once años, cuando se les envía a un lugar como la ADL para entrenar con su cêpan mentor asignado. Había academias de entrenamiento por todo Lorien, pero la ADL era considerada unas de las mejores; los garde que terminan aquí son de los que se espera se vuelvan muy poderosos. Algunos de esos niños que corrían por los pasillos del ADL solo estaban empezando a manifestar los inicios de sus dones, mientras que otros iban ya por su segundo y tercer legado, pero casi todos estaban encendidos, cargados por la emoción de alcanzar sus poderes, sin contar con vivir fuera de casa por primera vez. Tenían todo un futuro por delante. Prácticamente lo único interesante que pasó en mi primera semana fue que uno de los garde más jóvenes, uno de pelo oscuro, un chico travieso llamado Samil, casi destruyó toda la escuela. Fue bastante divertido; supongo que Samil estaba mostrando

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su legado pirotécnico a algunos chicos mayores en un aula vacía, cuando la cosa se le escapó de las manos. En poco tiempo, el fuego estaba en su apogeo, los pasillos de la escuela llenos de humo, las sirenas sonaban y los cêpan corrían para evacuar a los estudiantes y al personal, mientras los mayores, los garde más experimentados, se dirigían hacia el fuego para intentar contenerlo. El resto nos reunimos en el césped, mientras esperábamos que todo se reorganizara. Durante unos minutos, mientras el humo negro se elevaba desde el edificio hasta el cielo, pareció que tal vez mi estadía en la Academia de Defensa de Lorien sería corta. ―Así que si este sitio se quema desde los cimientos me enviarán a casa, ¿no? ―pregunté a Rapp. ―No pareces decepcionado ni nada ―replicó con desdén. Cuando no respondí, soltó un bufido―. Amigo, ¿crees que esto no sucede siempre? Aquí las paredes son a prueba de fuego, sin mencionar que son a prueba de todo. Esta escuela está construida para soportar casi todo. Debería preocuparte lo que pasa dentro de esa habitación. Ese pobre niño acaba de descubrir que hacer bolas de fuego gigantes no es tan genial como parece. Me sentí culpable al instante por no haberlo considerado siquiera. Cada año, en Lorien se escuchaban historias sobre jóvenes garde que perecían en accidentes espantosos, asesinados por poderes que no sabían cómo controlar o, en algunos casos, que no sabían que poseían. Una chica que controlaba la temperatura había muerto congelada en la bañera por accidente y un niño con vuelo sónico había traspasado la atracción gravitacional de Lorien y quedó atrapado en la atmósfera irrespirable, muchos kilómetros por encima del suelo. El propósito de los cêpan mentores era evitar esos accidentes, pero los accidentes aun ocurrían. ―Lo siento ―le murmuré a Rapp―. Supongo que no estaba pensando. Se encogió de hombros y suavizó la expresión. ―Sí ―dijo―. Lo sé, no te preocupes. Miré a Vatan, el cêpan del niño que había iniciado el fuego. Tenía el rostro pálido y angustiado, y supe que si algo le había pasado a su protegido, nunca sería capaz de perdonarse a sí mismo. Pero unos minutos más tarde, una figura pequeña salió de entre el humo y las llamas: era Samil, completamente ileso. Tenía una expresión en su rostro de vergüenza, terror y orgullo eufórico en partes iguales. Todo el mundo gritó de alegría y alivio, y, en la primera demostración de emoción real que había visto desde que había llegado a la academia, Vatan corrió a por el césped y envolvió a Samil en un fuerte abrazo. La piel del chico, que resultó ser tan

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ignífuga como las paredes de la escuela, aún ardía, pero Vatan ni siquiera lo soltó cuando la tela azul de su túnica se chamuscó. Yo también me sentí aliviado, o sea, por supuesto que me sentí aliviado. No quería que nadie muriera, mucho menos un crío de once años. Pero al menos el fuego había sido algo. Una vez que todo terminó, volvimos a la normalidad, y a esas alturas, ya había tenido suficiente normalidad para el resto de mi vida. Las noches en la ADL no eran demasiado diferentes de los días. Al menos tenía a Rapp para hacerme compañía. Sí, él se lo tomaba demasiado en serio, pero era alguien con quien hablar, y no era tan aburrido como había pensado en un principio, aunque no tenía ni idea de quién era Devektra, pero desde que le había contado mi historia sobre cómo la conocí, había querido escucharlo todo. No solo sobre Devektra, sino también del Chimæra y cómo había logrado entrar a hurtadillas, y si de verdad era un cliente habitual allí. Además, me dejaba copiar su tarea, lo que estaba bien porque, a pesar de que la mayoría era fácil, nos daban un montón. Tal vez si hubiera pensado que hacer la tarea tenía utilidad, habría estado más interesado. En casa, había aprendido yo solo a reparar mecanismos y aparatos electrónicos como un medio para un fin. Era una manera de salir de clase y llegar a lugares como el Chimæra, de ser quien quería ser. Era una forma de engañar al sistema. La academia era el sistema, y era un sistema en el que no tenía fe. Según la leyenda (o la historia, según de quién lo hayas escuchado) los nueve ancianos originales habían creado la Gran Edad Loriense, hacía eones, cuando descubrieron las Piedras Fénix. Fue ese antiguo acontecimiento el que, supuestamente, había despertado los legados de los garde y había llamado a las chimæras cambia formas para que salieran de su escondite, haciendo de Lorien un lugar de prosperidad y paz sin precedentes en todo el universo conocido. A partir de entonces, el ecosistema de Lorien floreció. Una vez los alimentos y los recursos habían escaseado; ahora eran más que suficientes para todos. Lo que el planeta no ofrecía en exceso fácilmente, los poderes variados, extraños, sorprendentes e interminables de los garde lo podían proporcionar. En otros planetas, la gente luchaba con uñas y dientes por cosas como éstas. No aquí. Aquí en Lorien, nosotros solo podíamos vivir. Pero los ancianos también habían anunciado una profecía: un día, cuando estuviéramos menos preparados, llegaría una amenaza para ponernos a prueba… y destruirnos. No sabíamos cuándo se avecinaría esa amenaza, pero podría llegar, y cuando lo hiciera, tendríamos que estar preparados para ello.

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Esa era la razón por la que existía la ADL. Por eso estaba aprendiendo a crear y mantener sistemas de defensa cada vez más complejos contra enemigos de los que estaba seguro, eran una fantasía, por si mañana fuera el día en que despertáramos y nos encontráramos bajo ataque. En casa, todo el mundo sabía del asunto, pero nadie le prestaba demasiada atención. El descubrimiento de las Piedras Fénix solo era una historia, algo que había sucedido hacía tanto tiempo que apenas parecía real. Y la profecía de los ancianos… bien, incluso si se cumplía algún día, no parecía que fuera a suceder a corto plazo. A pesar de que la mayoría de los buenos lorienses comentaba sobre el buen trabajo que realizaba la gente en lugares como la ADL asegurando que Lorien «se mantuviera a salvo durante generaciones», la mayoría de los lorienses en ese grupo no se lo tomaba demasiado en serio. Las cosas eran perfectas, después de todo. ¿Por qué preocuparse por lo que podría suceder algún día? Aquí en la academia era un cuento totalmente diferente. Todo el mundo se paseaba como si la profecía fuera a ocurrir en cinco minutos, como si fueran a atacarnos en unos minutos. Cuando le había dicho a Rapp que la verdad no creía que importara demasiado si la red (el vasto sistema de defensa que escaneaba la línea aérea de Ciudad Capital en busca de posibles intrusos), estaba siempre en perfecto estado de mantenimiento, fue como si lo hubiera insultado. ―A algunos de verdad nos importa lo que hacemos aquí ―dijo. Habló despacio y con cuidado, pero le temblaba la voz. Podría decir que realmente le afectó―. Mientras todos los demás en Lorien viven en su pequeña utopía, dándose palmaditas en la espalda por lo perfecto que es el lugar, es la gente como yo es la que se revienta el culo porque así sea. Sin la red, seríamos un blanco fácil, y la gente solo se ríe de nosotros. ―Cálmate ―le dije, sorprendido por lo enojado que estaba―. Actúas como si hubiera dicho que Pittacus Lore es un idiota, o algo parecido. Él frunció el ceño. ―Sí, bueno ―dijo―. Probablemente pienses eso también, ¿no? Hice una pausa. ―No ―contesté―. Quiero decir, no exactamente. En realidad, no tenía ni idea de cómo era el famoso Pittacus Lore. Nunca lo había visto; ni siquiera la estatua de Pittacus fuera del colegio era la del Pittacus actual, sino de uno de los antiguos, probablemente de hacía mil años o algo así. Los ancianos actuales tenían los mismos nombres que los nueve originales que supuestamente habían descubierto las Piedras Fénix hacía todos esos años, pero por lo

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demás muchas veces los quitaban de aquellos ancianos de leyenda. Los nombres de los ancianos se traspasaban como títulos, junto con las habilidades especiales, a sucesores especialmente escogidos, que asumían el papel de sus antepasados de velar por Lorien, salvaguardar nuestro medio ambiente y proteger nuestras tradiciones y forma de vida. Sabía que hacían viajes ocasiones a la ADL para consultar a los cêpan mentores y a los instructores, pero nunca los había visto. Aparte de estas breves interacciones con el mundo, los ancianos se habían alejado hacía mucho tiempo de las actividades del día a día en Lorien. Incluso su paradero era desconocido: algunos lorienses decían que vivían en las montañas de Feldsmore, mientras que otros decían que vivían en una fortaleza gigante de cristal en lo más profundo del interior del Océano Terrax. Esas eran algunas de las teorías más plausibles. Lo único que sabía era que no parecía que los ancianos hicieran demasiado, y la mayoría de las personas de la ADL, junto con el resto de la operación de defensa de Lorien, se contaban historias sobre profecías que nunca se cumplirían.

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CAPÍTULO 6 Traducido por Niyara

En mi undécimo día en la ADL, me despertó Rapp tirándome del brazo. ―Vamos, Sandor ―dijo―. Llegaremos tarde. ―Tu mamá es fea como un culo de chimæra ―mascullé irritado, lo empujé a un lado y me tapé la cabeza con la sábana. Se había convertido en un pequeño ritual mañanero: él intentaba despertarme recordándome que era mi Solemne Deber Loriense levantarme y brillar, y yo le contestaba de formas cada vez más coloridas para decirle que se fuera al demonio y me dejara tranquilo. Ambos estábamos cansados de la rutina. ―Está bien ―dijo Rapp, y se giró para marcharse―. Iré al centro de la ciudad yo solo. Abrí los ojos y me senté en la cama. ―¿Centro de la ciudad? ―Sí ―contestó―. Vi a Orkun en la cafetería y me dijo que las clases se habían cancelado y que debemos presentarnos en transporte de inmediato. Quiere que ocupemos el tiempo haciéndole mantenimiento a la red. ―¿Por qué no me lo dijiste? ―Salí de la cama, y me puse la túnica con rapidez, emocionado por la oportunidad de ir a la ciudad. Rapp resopló cuando me observé en el espejo pequeño y opaco sobre la cómoda, y traté en vano de aplastar con saliva el remolino en mi pelo. ―Oye ―dijo―, ¿acaso crees que porque te acicales un poco habrá diferencia? Todas las chicas de la ciudad miran a través de nosotros. Nuestras túnicas bien podrían ser capas de invisibilidad. Sabía que tenía razón, pero gemí de todos modos. Le di la espalda a mi reflejo y salí por la puerta; él me siguió. Era difícil estar demasiado molesto. No, hacerle mantenimiento a la red no era tan emocionante ni nada, pero de todas formas íbamos a la ciudad. Llegamos al hangar y tomamos el único transporte de dos asientos disponible de la academia, un vehículo con forma de lágrima al que algunos de los otros estudiantes llamaban el huevo. Observé a Rapp desde el asiento del pasajero mientras hablaba con un receptor en el salpicadero, y programaba nuestro viaje al centro de la ciudad, de acuerdo con la asignación que Orkun le había dado.

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―Sector Tres veintinueve, nódulo de Seguridad H, Parcela Tres. ―Hojeó un cuaderno y agregó algunas coordenadas más―. Sector Dos noventa y siete, nódulo J, Parcela Siete. ―Esbozó una sonrisa arrogante al decirlo, como si eso le hiciera sentir importante o algo parecido. No entendía a Rapp para nada. ¿Cómo podía entusiasmarse con el mantenimiento de la red? Era como si te emocionaras por cepillarte los dientes, salvo que cepillarte los dientes solo te lleva dos minutos y eso es si solo haces un gran trabajo. Al mismo tiempo, me sentí un poco mal porque siempre se lo estaba poniendo difícil. Rapp era como yo, a su manera extraña. Yo estaba en el programa de ingeniería de la ADL porque me había visto obligado, pero él realmente quería estar aquí. Y el que en la clase fuéramos solo nosotros dos, lo hacía aún más raro que yo. Y a él no le importaba; la mayor parte del tiempo no parecía darse cuenta de que se burlaban de él. Casi tenía que admirar al chico. Obviamente, nunca se lo diría, pero por lo menos, pensé, podría decirle que no creía que su madre fuera fea como el culo de una chimæra y que seguramente era bastante sexy. Pero antes de que pudiera formular mi disculpa, introdujo nuestras últimas coordenadas y el huevo despegó y nos alejó del hangar; pasamos el edificio cúbico de la academia y luego atravesamos pastos, chozas de barro y corrales de chimæras del Kabarak Alwon. Alwon era el único Kabarak en Lorien situado dentro de los límites de la ciudad; si me hubieran asignado a uno, ése hubiera sido mi primera elección. Observé a los kabarakianos madrugadores que cuidaban de su tierra vestidos con sus sedas rojas y amuletos ceremoniales, mientras nuestro huevo los pasaba zumbando, sin que ellos se inmutaran por otra intrusión rutinaria de la ADL. Era curioso pensar que hacía solo unas semanas estuve depresivo y atemorizado por la idea de trabajar en un Kabarak. Después de mi paso por la academia, no parecía una mala forma de vivir. Por otra parte, tal vez estaba celoso de sus ropas: me veía mejor con rojo que con verde. El huevo cruzó el margen occidental de Alwon y ganó velocidad al pasar por las zonas industriales despobladas del lado este de la ciudad, en su curso hacia el centro, kilómetros por delante. Las Torres de Elkin brillaban intensamente con los soles de la mañana. Me di cuenta de que nunca había visto el centro de la ciudad desde esta distancia y ángulo en particular. Tal vez era nostalgia, o añoranza, pero se veía más hermosa que nunca. Entonces, más allá de las torres, vi algo extraño. A lo lejos, entre las torres en el horizonte, vi una enorme columna de luz violeta que salía proyectada hasta las nubes. Era una mañana brillante y, sin embargo, los rayos de

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los soles no podían hacer nada para disminuir la densidad de borde sólido y casi tangible de la luz. Era asombroso. ―El Cuarto de Luna es en tres días ―dijo Rapp, sin apenas mirar la luz. De acuerdo con nuestra leyenda, el día que los primeros ancianos encontraron las Piedras Fénix había un cuarto de luna en el cielo y, a lo largo de los años, se había desarrollado una festividad ante la aparición del cuarto de luna en el cielo. En la ciudad, en los asentamientos a las afueras y en los Kabaraks, la gente festejaba hasta la madrugada, bailaba, se reunía en torno a fogatas y encendía fuegos artificiales, celebrando el milagro de la regeneración de nuestro planeta. El gobierno de la ciudad o el Consejo de Ancianos a menudo disponían monumentos temporales y exhibiciones de luz, llamadas Heraldos, para conmemorar nuestra historia y para celebrar el advenimiento del Cuarto de Luna. Este era el Heraldo más grande y más elaborado que jamás había visto, tan alto y majestuoso que probablemente se veía desde muy lejos en la ciudad… si es resplandecía desde la ciudad. Era un poco raro, pero le quité importancia. Si había algo en que los lorienses (sin mencionar a nuestros ancianos) éramos buenos, era en pensar nuevas formas de celebrar lo grandiosos que somos. Personalmente, me parecía que los ancianos debían ocupar su tiempo y sus poderes en cosas mejores, pero, ¿quién era yo para cuestionar su sabiduría ancestral? Cuando el huevo finalmente se detuvo en una esquina de los límites del Parque Eilon, sentí una punzada de sorpresa. ―Espera un minuto ―dije, girándome lentamente hacia Rapp―. ¿Aquí es donde haremos el mantenimiento de la red? Rapp me miró como si estuviera loco. ―Sí, claro ―respondió―. Te dije que íbamos al centro de la ciudad. ¿Por qué? ―Porque ―dije―, ahí está Kora. ―Señalé hacia una puerta mediocre en el lateral de un edificio grande―. Ésa es la entrada trasera. ―¿Ése es el club del que has estado hablando todo este tiempo? ―Rapp abrió la puerta y se bajó del huevo―. Tengo que decirlo, amigo, me había imaginado algo como, no sé, más elegante o lo que sea. Eso parece un almacén grande y sucio. Fruncí el ceño mientras le seguía. ―Es la puerta trasera ―le dije―. De todos modos, se supone que no tiene que parecer especial desde el exterior, eso hace que sea único cuando ves el interior.

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Rapp ladeó la cabeza, me miró con curiosidad y se encogió de hombros, como si dijera «si tú lo dices», y se dirigió hacia un poste que se alzaba por sobre la pendiente del fondo de la colina Eilon. Antes de haber aprendido a manipular mi pulsera de identificación, Kora era el único lugar al que había podido ir a bailar y a pasar el rato por la noche, cuando mis padres estaban fuera de la ciudad. No era tan genial como el Chimæra, y la música, en realidad, era mala la mayor parte del tiempo, además siempre apestaba un poco. Pero debido a que no servían tragos, no había restricción de edad para entrar. Aceptaba lo que podía. Sin embargo, ahora habría dado lo que fuera por regresar a Kora, incluso con la música mala y el olor apestoso. De pronto, eché de menos ese olor. Ahora me encontraba afuera con una túnica verde, fea y arrugada y, bueno, no había nada que pudiera hacer al respecto. Arrastré los pies hacia Rapp, que ya había usado un arnés para elevarse un tercio del poste hasta el panel de control de la red, y me preparé para izarme junto a él. Al menos allí nadie podría reconocerme con mi túnica. Antes de que pudiera comenzar mi ascenso, Rapp me llamó. ―Esta no está demasiado mal, parece trabajo para uno. Le dije a Orkun que podría arreglármelas solo, pero todavía no confía en mí. Me molestó. No es que me gustara la idea de subir con un arnés para jugar con un montón de cables durante horas, pero al menos era hacer algo. ―Entonces ¿qué? ¿Se supone que tengo que quedarme aquí y verte trabajar? Rapp, ya enfrascado en la ejecución de los diagnósticos del panel de control, suspiró y me miró. ―Si quieres ayudar, ve a revisar la siguiente parcela de nuestra lista. Al Sector Dos noventa y siente se puede ir caminando, pero si te da pereza, puedes programar el huevo y nos veremos allí. ―Rapp volvió a su trabajo. Era como si Rapp estuviera intentando burlarse de mí. Él sabía que nunca antes había realizado el mantenimiento y que no tenía ni idea de cómo comenzar. Me estaba forzando a pedirle ayuda. Tal vez me conocía mejor de lo que había creído, pues si hay algo que odio, es pedir ayuda. ―Rapp, sabes que nunca antes he hecho esto. ―Orkun trató cada paso a seguir hace apenas dos días en clase. ¿En serio? Sinceramente, no me acordaba de eso. ―Supongo que me lo perdí ―admití. ―Estaba en las tareas también. Oh, espera… nunca haces las tareas.

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Por un segundo, pensé que de verdad estaba molesto, pero luego comenzó a reír y me lanzó la llave del huevo. ―El kit de repuesto están detrás del asiento del pasajero. El equipo es comprensible, pero si te confundes puedes presionar el botón de ayuda para que te lo explique. ―Volvió a su trabajo―. Confía en mí, no es tan difícil. Si pudiste engañar al escáner de la puerta del Chimæra, lo entenderás todo en poco tiempo. Subí la colina Eilon con el kit a la espalda y el dispositivo de información en la mano, que era un pequeño dispositivo cuadrado que podía determinar mi localización exacta en la ciudad y también me permitía comunicarme con Rapp, o incluso con algún otro cêpan de la academia, si fuera necesario. Aunque conocía esta zona como la palma de mi mano, nunca me había preocupado por aprender las coordenadas oficiales de la ciudad. Al cruzar la colina y entrar al distrito comercial del Parque Eilon, el dispositivo de información me indicó que había llegado al Sector 302, al que la mayoría de la gente llamaba la Medialuna, debido a la forma curva que tenía la calle principal. Miré el dispositivo con una extraña fascinación, mientas todos los barrios que solía frecuentar (el Pozo, Arcadia), se convertían en números munis en mi pantalla: 282, 309, 299. Por fin llegué al 297. Al levantar la vista del localizador, me di cuenta con un sobresalto de que estaba fuera del Chimæra. Suspiré y traté de no pensar demasiado en ello. No importaba fuera de qué edificio estuviera, no estaba aquí para entrar; no podía entrar. Estaba aquí para subir a un poste. Así que me puse el arnés y comencé a subir. Cuando llegué arriba, miré hacia el horizonte. Desde aquí la columna de luz que Rapp y yo habíamos visto parecía aún más impresionante. Bien, tal vez impresionante no era la palabra más adecuada. En realidad, era espeluznante. Vibraba y pulsaba de una forma que no parecía de este mundo. Y era difícil decir de dónde provenía; podría ser desde el bloque de al lado o a cien kilómetros. No era como nada que hubiera visto antes en la celebración del Cuarto de Luna. No era asunto mío, estaba aquí para trabajar en la red, así que abrí la parte frontal del panel de control y encontré un teclado escondido dentro de un denso nido de cables de colores superpuestos. Suspiré de nuevo, un suspiro mucho más largo que el anterior. Esto iba a llevarme tiempo.

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Estaba terminando la mañana, probablemente la única vez del día en que el club no estaba lleno a reventar. La entrada al Chimæra todavía estaba tranquila, pero sabía que en unas horas habría una multitud. Me pregunté por un segundo qué pensarían mis viejos amigos si se tropezaran conmigo, y entonces me di cuenta de que probablemente ni siquiera me reconocerían. Para ellos, ahora, era solo un chico vestido con una túnica verde. El trabajo era sorprendentemente absorbente. Comencé a ejecutar diagnósticos automatizados en cables individuales para comprobar si debía reemplazarlos. El único problema era averiguar cuál cable era cuál. Todos estaban numerados y los cables dañados tenían que ser retirados y reemplazados dentro de una secuencia correcta para no dañar la pieza entera de la red; pero como había dicho Rapp, el sistema de ayuda que venía con el kit me proporcionaba instrucciones muy útiles cuando estaba confundido o cuando tenía problemas para identificar con la vista los cables dañados. Había pasado semanas desde que había jugueteado con la tecnología de mi pulsera de identificación, y había olvidado lo mucho que extrañaba este tipo de arreglos, y también había olvidado lo bueno que era en esto, en mi breve estadía en la ADL. Me gustaba que se pudiera dar un paso a la vez, que todas las piezas encajaran como un rompecabezas, que incluso aunque no tuvieras ni idea de qué estabas haciendo, pudieras entenderlo, siempre y cuando te las arreglaras con los principios básicos. En poco tiempo, dejé de utilizar el sistema de ayuda; identificaba las conexiones de los cables sin ningún problema y los ajustaba fácilmente, más que nada por instinto. Nunca le había dado demasiada importancia a la red o a la función vital que daba a la ciudad. Además de usar sensores sofisticados para monitorear y registrar las ideas y venidas de Ciudad Capital, recopilar información para los munis sobre el flujo de personas y productos (para que todo funcionara sin problemas, perfectamente), la función menos conocida de la red era la de proteger. Los postes simples, tan omnipresentes que ahora apenas los notaba, en realidad extendían un entramado invisible de escudos defensivos y de sistemas de contraataque por sobre la línea del horizonte. La razón de la instalación de la red cientos de años atrás, fue que la ciudad tenía la mayor densidad de población de nuestro planeta y era el hogar de la mayor parte de los miembros importantes de Lorien, además de ser el eje central de la información valiosa y los sistemas de comunicación. Cualquier enemigo que planeara atacar Lorien, probablemente haría de la ciudad su primer objetivo. Seguía sin creer que eso fuera a ocurrir, pero también tenía que admitir a regañadientes que la red era bastante genial. Qué lástima que fuera básicamente inútil.

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Mientras trabajaba con una facilidad casi inconsciente, contemplé la red con interés renovado. Uno de cada cuatro cables necesitaba reemplazo, lo cual me pareció extraño. Revisé mi kit para comprobar la fecha de mantenimiento anterior de este poste y me sorprendió descubrir que había sido solo hacía un par de semanas. Estos cables se estaban gastando a un ritmo acelerado. De todos los cables que estaba utilizando había muy pocos repuestos (cada cable servía para una única función) y una gran parte de ellos estaba en mal estado, lo que significaba que este poste probablemente estaba averiado. Si entendía bien la naturaleza del escudo defensivo de la red, eso significaba que toda la zona de los alrededores era vulnerable a los ataques. Pero ¿por qué, si acababan de repararla? Me pregunté si el panel de control tenía un problema técnico especial que les provocaba cortocircuito a los cables a mayor rapidez. Avivado por la curiosidad, me apresuré con el trabajo, deseoso de volver junto a Rapp y preguntarle si había visto algo similar en los postes que había reparado. Quería saber si esto era una casualidad o si el problema era mayor. No es que me importara. ―¿Qué es eso? ¿Un hombre con vestido? Estaba tan absorto en mi trabajo, que la voz inesperada hizo que el corazón se me saliera por la boca. Sabía exactamente quién era sin necesidad de mirar hacia abajo. Miré hacia abajo de todos modos. Había reemplazado la peluca de blanco eléctrico por una morena estilo pageboy y llevaba un sencillo vestido rojo, de falda corta y acampanada. El vestido y el cabello los tenía cubiertos de lunares blancos e irregulares. No sabía cómo era posible ponerse lunares blancos en el pelo. ¿Era otro de los legados de Devektra? Honestamente, con ella nada podía sorprenderme. ―Hola ―la saludé. La palabra salió de mi boca como un graznido. Ella me miró con una sonrisa de labios fruncidos, mientras se protegía los ojos del sol. ―Nunca se me ocurrió que fueras del tipo de aprendiz de munis. ―ADL, en realidad ―aclaré, decidido a ocultar mi vergüenza―. Aprendiz de ingeniería. ―Entonces, al darme cuenta de lo idiota que sonaba, añadí―: Solo entré por la túnica. Ella soltó una genuina risa cantarina. ―En realidad, no te ves demasiado mal ―admitió―. Simplemente no entiendo por qué los chicos usan esos pantalones de pijama debajo. ¿Para qué usan vestido si no van a mostrar las piernas?

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―No dirías eso si hubieras visto mis piernas ―dije y regresé al trabajo. Hoy no estaba de humor para que la chica más sexy del mundo se burlara de mí. Sin embargo, para mi sorpresa, Devektra no se fue. ―¿Qué estás haciendo ahí arriba, exactamente? ―preguntó―. Siempre me he preguntado para qué son los postes. ―Es la red. ―No quería seguirle la corriente a su actitud boba. Todos sabían lo que era la red, aunque a la mayoría no le importara. ―La red ―repitió―. Así que ¿supongo que eres de los que creen en todo eso? ―¿Qué quieres decir con «todo eso»? ―La profecía de los grandes ancianos, la amenaza a Lorien, la eterna vigilancia, bla, bla, bla. ¡Los alienígenas van a visitarnos mañana y nos llevarán a todos a su planeta para limpiar sus baños a menos que arregles esa caja en este mismo instante! Lo pensé por un segundo. No, no era de esas personas. Obviamente. A pesar de que era lo que le había estado diciendo a Rapp toda la semana, me sorprendí al oponerme a su interpretación. En lugar de reírme con ella, me mordí la lengua, reemplacé el último cable defectuoso y cerré el panel de control antes de prepararme para el descenso hacia el suelo. Devektra no hizo ademán de marcharse. ―¿No tienes ningún espectáculo para el que prepararte? ―pregunté. ―No ―contestó ella; se apoyó contra la puerta y me miró con una sonrisa tenaz y misteriosa―. Vine aquí para una prueba. No voy a volver a tocar hasta el Cuarto de Luna. ―Ah ―dije, lanzándome el kit al hombro. ―Deberías venir. Levanté la vista, sorprendido por la oferta y preguntándome si estaba tomándome el pelo. Se había estado burlando de mi todo este tiempo, ¿no? Su sonrisa se ensanchó. Era como si supiera el efecto que me provocaba. «Por supuesto que sabe ―recordé, dándome patadas mentales―. Me puede leer la mente». Ella me guiñó un ojo, se volvió y se alejó sin decir palabra, y yo me quedé colgado torpemente de mi poste. Incluso si Devektra hablaba en serio, cosa de la que no estaba seguro (leer las mentes debe tener sus ventajas), no había manera de que pudiera aceptar su invitación. Por una parte, porque no se me permitía salir del campus de la ADL por la noche, y también porque no sería capaz de entrar al Chimæra después del desastre de la última vez. Por supuesto, Devektra sabía todas esas cosas. Casi creí que hablaba en serio.

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Capítulo 7 Traducido por Ximena30 Corregido por Pamee

Cuando llegué a la base de la colina Eilon, encontré a Rapp hablando muy seriamente con un cêpan mentor que no había visto antes. ―Este es Daxin. ―Me lo presentó Rapp cuando me acerqué. Aunque el tipo no parecía muy interesado en conocerme, extendí la mano para saludarlo de todas formas. Él la ignoró. ―Necesito usar su transporte lo que queda del día ―dijo Daxin―. Me ha surgido algo y no tengo tiempo para volver a la ADL. ―Claro, llévatelo ―le dije, encogiéndome de hombros―. Terminaremos el mantenimiento de la red a pie y luego caminaremos de regreso. ―Me molestaba la idea de una larga caminata a la academia, pero no iba a dejar que lo vieran. ―No puede llevarse el huevo sin uno de nosotros ―explicó Rapp―. Somos los programados en el manifiesto de hoy, por lo que no andará a menos que uno de los dos esté al volante. Al parecer, Daxin sintió que la situación estaba lo suficientemente explicada, porque se dirigió al huevo y se subió al asiento del pasajero. Rapp pareció darse cuenta de mi confusión. ―Te ofrecí como voluntario para acompañarlo. ―¿Por qué yo y no tú? ―No lo admitiría ante Rapp, pero estaba fastidiado; de verdad había empezado a disfrutar de mi trabajo reparando la red. ―Porque todavía tenemos cinco sectores y ocho parcelas que cubrir, y mi promedio de finalización es más rápido que el tuyo. ―No, yo hice uno y tu hiciste uno… ―negué. Rapp me interrumpió. ―He hecho tres. Solo volví a buscar el huevo y fue entonces cuando vi a Daxin. ¿Había terminado tres? ¿De verdad era tan lento? Tendría que empezar a prestar atención en clases si no quería parecer un idiota. ―De esta forma aún tendremos posibilidades de terminar la lista al final del día. ―Está bien ―dije, sintiéndome extrañamente decepcionado. ―Habrá otros días para hacerle mantenimiento a la red ―me consoló Rapp. ―Sí ―le dije―. Lo sé. La próxima vez seré más rápido.

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Lo dejé y subí al huevo. Ya lo había conducido por el campus de la ADL, pero esta era la primera vez que lo manejaba en realidad, y sentí una curiosa oleada de emoción. Quiero decir, pilotearlo no es la gran cosa, dado que hace casi todo el trabajo por su cuenta, pero de todas formas es emocionante. Es un gran huevo volador, por supuesto que es divertido. Las puertas se cerraron con un silbido. Solo cuando estuve sentado me di cuenta de la actitud extraña de Daxin; se veía desesperado e inquieto, y estoy bastante seguro de que tenía la frente perlada de sudor. ―¿A dónde? ―le pregunté. ―Vamos al oeste del Kabarak malkano ―contestó―. Le puedes indicar al huevo que se detenga allí, luego caminaremos. Le dije nuestras coordenadas al receptor y el huevo despegó. Aceleró una vez que llegó a los límites de la ciudad. Desconcertado por la forma en Daxin se golpeaba la pierna y miraba de reojo a su alrededor con nerviosismo, me quedé mirando fijamente el paisaje que pasaba zumbando, sin hablar. Las polvorientas llanuras que circundaban la ciudad dieron paso a la vegetación cada vez más exuberante del resto de Lorien. Había pasado tan poco tiempo fuera de la ciudad que fue un shock recordar lo verde que era la gran mayoría de nuestro planeta. La columna de luz violeta se seguía viendo sobre las copas de los árboles. ―Los ancianos lo dieron todo este año ―comenté, tratando inútilmente de hacer conversación con Daxin. Él no respondió―. ¿El Heraldo? ―pregunté, señalando por la ventana―. Prepararlo debió haberles tomado por lo menos un mes. Daxin se removió inquieto en su asiento, evitando mi mirada. ―Sí ―contestó. ―¿Qué? ―le pregunté. No me gustaba la vibra que transmitía, y ni siquiera lo conocía, pero Rapp sabía quién era, así que no tenía ninguna razón para no confiar en este tipo. ―Nada ―respondió―. Simplemente no sabemos si es un Heraldo. Misterioso y ominoso. Genial. ―¿Qué dices? ―presioné. ―Los ancianos han estado fuera del planeta por un tiempo, y no se han comunicado en los últimos días. No entendía qué quería decir.

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―Sí, pero eso no es nada, ¿verdad? Creía que estaban fuera del planeta mucho tiempo. ¿Acaso no pasan mucho tiempo haciendo cosas de ancianos que nosotros nunca podríamos entender? ―Seguro ―replicó, pero parecía escéptico. Entonces se me ocurrió algo. ―¿Esto tiene algo que ver con que hoy cancelaran mi clase de ingeniería? Daxin me miró de nuevo. Había adivinado bien. ―Orkun y unos pocos miembros del consejo viajaron a la columna ―admitió―. Para investigar. Probablemente no sea nada. ―¿Por qué estás tan preocupado? Si la luz no es un Heraldo, ¿qué crees que sea? ―Mira, no te preocupes por eso, ¿de acuerdo? Es solo que ha sido un largo día. Me hundí de nuevo en el asiento, un poco molesto. Hacía apenas unos días no me habían importado las idas y venidas de los miembros del consejo, de los cêpan mentores y de las otras figuras de la ADL, pero ahora que realmente mostraba algo de curiosidad me decían que me ocupara de mis asuntos. Era frustrante. El huevo despejó un terreno particularmente denso de bosque, y se detuvo al borde del Kabarak malkano. Daxin bajó inmediatamente y se alejó de la cerca perimetral y del asentamiento. Troté para mantener el ritmo. ―¿Por qué caminamos? ¿Por qué no introdujimos las coordenadas desde un principio, si sabías a dónde íbamos? Daxin respondió sin detenerse. ―Estoy aquí para conocer a un garde. Mi garde. Ah. Si a Daxin lo acababan de ascender a cêpan mentor, entonces tal vez su comportamiento se podía interpretar como meros nervios. La primera reunión de un cêpan mentor con su garde es importante. El vínculo entre el cêpan mentor y su aprendiz garde se considera casi sagrado, casi tan fuerte como la unión entre un padre y su hijo. Y ese vínculo dura toda la vida, incluso después de que el garde haya crecido y ya no esté bajo el cuidado directo de su cêpan. Sin duda podía volver casi loco a una persona conocer a alguien con quien vas a tener ese tipo de relación. Daxin siguió hablando mientras caminábamos por un sendero. ―Al garde lo crio su abuelo y el abuelo vive tan lejos de la ciudad por una razón. Odia la tecnología, las naves con súper velocidades. Ya sabes, todavía le gusta hacer las cosas a la antigua. No quería tomarlo desprevenido con el sonido del motor. Poco a poco, apareció pequeña choza más adelante, seguida de una forma que se aproximaba corriendo rápidamente hacia nosotros. Una chimæra.

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Antes de que supiera lo que estaba pasando, la chimæra saltó sobre mí y me hizo caer de espaldas. La chimæra había tomado la forma de una especie de perro sonriente, bastante grande. Sacó su enorme y áspera lengua de perro y me lamió todo el rostro. En cuestión de segundos, estaba empapado. Las chimæras son bastante comunes en Lorien, pero la mayoría se encuentran fuera de la ciudad. Una de esas criaturas no me había lengüeteado desde que era pequeño, y no lo había disfrutado ni siquiera entonces. ―¡Byscoe! ¡Byscoe! ¡Abajo! ―El animal respondió inmediatamente al sonido de la voz de su dueño, se bajó obedientemente y luego corrió por el camino, hacia donde venía la voz. Daxin me dirigió una mirada irónica mientras me ponía de pie y me sacudía la ropa. Un momento después, Byscoe volvió a nosotros con su amo, un niñito muy sonriente, vestido con el característico traje ajustado de los garde. El niño tenía la piel y el cabello sucios, cubiertos de polvo rojo, por lo que el blanco de sus ojos y dientes resplandecían contra la máscara sucia de su cara. Agarró un mechón de las greñas de Byscoe y se subió sobre la chimæra, sin mostrar temor alguno. Un montón de gente en el campo era así con los animales, al haberse criado con ellos, pero yo seguía pensando que era raro. Incluso cuando asumían formas lindas y adorables, era difícil olvidar exactamente lo poderosos que eran en realidad. ―Hola ―saludó el chico. ―Hola ―contestó Daxin con torpeza. Me di cuenta de que no sabía qué hacer. En ese momento, un hombre fornido salió de la cabaña y se dirigió hacia nosotros, sin ninguna prisa. No estaba tan sucio como el muchacho, llevaba pantalones sueltos de tela, y algunos collares ceremoniales. Tenía la piel curtida, seca y agrietada por el viento. ―Hola ―nos gritó a unos pocos pasos de distancia―. ¿Puedo ayudarlos en algo? Daxin habló. ―Sí. Somos del Consejo de Defensa de Lorien. He sido seleccionado como mentor de su nieto. El hombre ladeó la cabeza. ―Un poco precipitado. El chico tiene unos pocos años para el servicio en la ADL. ―¿Abuelo? ―preguntó el muchacho, aún sobre la chimæra. El abuelo mantuvo los ojos en Daxin e ignoró al niño. Daxin parecía nervioso mientras buscaba a tientas algo dentro de los pliegues de su túnica.

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―No necesitamos nada de usted por el momento, salvo su consentimiento para darle esto al niño. ―Sacó una pulsera de su túnica, muy parecida a la pulsera de identificación del gobierno que había hackeado hace unas semanas, pero más grande―. Un nuevo protocolo de seguridad, nada más. No tenía ni idea de qué hablaba, pues los protocolos entre los garde y sus mentores eran algo que no había estudiado, pero me imaginé que el CDL le estaba haciendo algún tipo de seguimiento al joven garde. El abuelo del muchacho parecía reacio, pero el chico se lanzó al ataque aún sobre Byscoe y le arrebató la pulsera a Daxin de la mano derecha; gritó triunfante desde encima de su chimæra, se deslizó la pulsera hasta el codo, y luego salió despedido por el camino, levantando una nube de polvo rojo a su paso. ―Es un chico de espíritu ―dijo el abuelo del niño. Lo dijo con un poco de tristeza, pero no sabría decir por qué. ―Debe llevar puesta la pulsera en todo momento. ―Daxin parecía ansioso por ello y pude ver su preocupación. Para el niño una cosa era usar la pulsera por diversión, como parte de un juego, otra cosa muy distinta era asegurarse de que la siguiera usando. Daxin necesitaba al abuelo para esto―. Es urgente. ―Entiendo ―dijo el hombre, pero por como sonaba, parecía que no. Unos minutos más tarde, estábamos de regreso en el huevo, de vuelta en nuestros asientos. Esperé a que Daxin me diera nuestra siguiente serie de coordenadas. El día había sido demasiado largo ya, sin mencionar extraño, y de verdad quería regresar a la academia. Pero por el momento, Daxin estaba silencioso. ―¿Y bien? ―pregunté al fin―. ¿Vamos a casa o qué? Antes de que pudiera contestar, el dispositivo de Daxin sonó, y miró hacia abajo para leer lo que decía. Hizo una mueca y se volvió hacia mí. ―Hazme un favor―pidió, extendiendo la muñeca―. El último paso: tengo que sincronizar mi pulsera con la que le acabo de dar al niño. Tomé la muñeca de Daxin y miré la pulsera metálica que se la envolvía. La mayoría de las pulseras de identificación eran solo eso: simples pulseras con circuitos por dentro, por lo que casi parecía una joya corriente. La de Daxin era diferente. Tenía una pequeña interfaz digital con un par de botones. ―Solo tienes que mantener pulsado el botón negro mientras yo inicio la sincronización.

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Mientras yo mantenía pulsado el botón, él empezó a introducir comandos en su dispositivo de comunicación, los cuales seguramente se retransmitían a la pulsera de identificación. ―Cómo pesa ―comenté. ―Ni que lo digas ―dijo Daxin, mientras continuaba tecleando―. Desde que tengo esta pulsera de identificación y localización actualizada, tengo que quitármela todas las noches porque es demasiado grande y pesada para dormir con ella. Miré la pulsera en la muñeca de Daxin desde una nueva perspectiva. No era solo un identificador, o un localizador. Era una llave Esa noche me tumbé en mi litera antes de la cena para procesar los eventos del día. No podía negar que el lugar empezaba a meterse bajo mi piel. Un mes antes, no me hubiera importado que la red estuviera en mal estado. Ya que estamos, hace un mes a duras penas sabía lo que era la red. Pero esta mañana, cuando Devektra me llamó una de «esas personas», yo no la había corregido. De hecho, me había sentido casi insultado. Supongo que este lugar me estaba contagiando. No puedo decir que me gustara. Se suponía que era el tipo de persona que hacía mis cosas y tenía mis opiniones, no era de los que me unía al montón. No se suponía que las cosas tuvieran que contagiarme. ―Buen trabajo hoy ―me felicitó Rapp al aparecer por la habitación para tomar un par de libros de su escritorio antes de la cena. ―Estuve lento ―le dije―. La próxima vez lo haré mejor. Rapp sacudió la cabeza como si no pudiera creerme. ―Oh, como sea ―exclamó―. Actúas como si no te importara, y luego vas y te pones todo competitivo. ¿Cómo fueron las cosas con Daxin? ―Bien ―contesté. Una parte de mí quería descargarse con Rapp, contarle lo extraña que había sido la tarde, pero algo hizo que me contuviera―. ¿Cómo estuvo el resto de mantenimiento? ―Uno de cada tres parcelas en las que trabajé, estaba dañada. Nunca antes la había visto tan mal. Eso me hizo reaccionar. Él también notado el evidente porcentaje de averías. ―¿Vas a hacer algo al respecto? ―le pregunté, tratando de sonar más neutral de lo que me sentía. ―¿Cómo qué? Lo puse en mi informe de trabajo. La academia lo sabe, el consejo lo sabe. Es el resto del planeta el que está decidido a no hacer nada. Los kabarakianos no

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ven el valor en un sistema de defensa que solo cubre la ciudad y deja a los demás expuestos, y la mitad de la ciudad piensa que todos estamos haciendo esto para divertirnos. Me parece recordar que tú eres una de esas personas, ¿cierto? Le resté importancia. ―Si vamos a hacerlo, podríamos hacerlo bien, ¿verdad? De lo contrario, todo esto de verdad es un desperdicio. Rapp salió de la habitación para cenar, pero yo me quedé pensando en el concierto del Cuarto de Luna, en el Chimæra, y en la pulsera de identificación de Daxin junto a su cama, lista para que cualquiera la tomara. Pensé en Devektra, y supe lo que necesitaba para ordenar mis ideas: una fiesta.

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CAPÍTULO 8 Traducido por Ann Dawn

Conforme se iba acercando el Cuarto de Luna, casi comenzaba a disfrutar mi estadía en la academia. Seguía sin haber sido mi primera opción, pero por lo menos ya me estaba acostumbrando. Una vez que dejé de hacerme el tonto en las clases de ingeniería, en realidad eran algo divertidas. Y aunque no estaba seguro de cuándo había sucedido, me estaba dando cuenta de que Rapp y yo éramos algo como amigos. Seguía odiando las túnicas y la seriedad con la que todos se tomaban lo que hacían por aquí, pero ahora lo entendía: tienes que creer en algo. Todavía me sentía atrapado, pero no como si fuera a ser para siempre y eso era porque finalmente tenía algo que esperar: el concierto de Devektra en el Chimæra. Iba a deshacerme de la túnica horrible, saldría de la academia y entraría al club a escondidas. Sí, sabía que si me atrapaban ninguna de mis habilidades técnicas y ninguna cantidad de humillación me salvaría de un destino peor que el Kabarak. También sabía que, en realidad, Devektra no me había invitado. Nada de esto importaba, en primer lugar porque no me iban a atrapar y segundo, porque no importaba si Devektra había sido completamente sincera, porque me había invitado sabiendo que no había forma de que pudiera ir. Me imaginé que si lograba lo imposible, Devektra estaría impresionada. Era una gran misión, pero estaba a la altura. Planear todo había sido mi principal entretenimiento desde que regresé del viaje con Daxin. Incluso había logrado apagar la constante preocupación de que había algo no veía por aquí, de que algo no estaba del todo bien. Lo primero que había hecho era investigar qué tal era la seguridad nocturna en la academia. No fue difícil, porque resultó que básicamente no había. Los estudiantes no tenían permitido abandonar los terrenos una vez que hubiera oscurecido, pero todos los estudiantes de aquí eran tan aburridos y comprometidos, que nadie se preocupaba de hacer cumplir la regla. No había guardias de seguridad, cámaras, sensores de movimiento, ni nada. No lo anuncian exactamente, pero técnicamente todo era un sistema de honor. La parte más complicada de mi plan sería Daxin. Lo había espiado por un tiempo, y había descubierto que tenía un dormitorio individual al final del pasillo, y el hábito de irse a la cama temprano. Me preocupaba levemente que Daxin, como cêpan mentor,

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pudiera tener el privilegio de una cerradura en su dormitorio. Pero la noche anterior al Cuarto de Luna, me escapé de mi habitación, me deslicé por el pasillo, y en silencio traté de girar la perilla de su habitación, que lo hizo sin ninguna resistencia. Después de escuchar sus ronquidos, entré a la habitación y me acerqué a la cama de Daxin. Ahí estaba su pulsera de identificación, junto a su almohada, y él estaba acurrucado a su lado, ajeno a mi presencia. Esto iba a ser demasiado fácil. La noche siguiente, entraría a escondidas para tomar la pulsera de identificación, requisaría el huevo desde el hangar de transporte (ya había programado el tiempo y las coordenadas de mi partida) y me dirigiría al Chimæra para la presentación de Devektra. Luego volvería, regresaría el huevo al hangar, regresaría la pulsera de identificación de Daxin a su almohada, y nadie sabría de mi ausencia. Entrar a escondidas, conspirar, crear intrigas: sería igual que en los viejos tiempos. El sábado de Cuarto de Luna fue el mejor día, medio día de clases seguido por un rápido entrenamiento en el gimnasio y una cena temprana en la cafetería. Un profesor había autorizado que a la hora de la comida se proyectara una transmisión de entretenimiento del planeta Tierra, interceptada vía satélite. En general podía ser un lugar horrible en el que vivir, pero de seguro sabían hacer un buen entretenimiento visual. Aunque la transmisión era solo un video, ya había visto unas cuantas intercepciones de la Tierra, y no tuve ningún problema en seguir la historia. En realidad no era tan complicada. Para nada. Un hombre bien vestido que viajaba por el mundo, salía con mujeres hermosas, recuperaba objetos valiosos, mientras perseguía, o lo perseguían, los tipos malos. Mientras veía la película pensé «algún día quiero ser como él.» Pero luego, al dar otro bocado de mi postre, me di cuenta de que ya lo era. El huevo era como un sueño. A pesar de su nombre tonto, era una máquina elegante y sexy, especialmente detrás del volante, no tan diferente a los transportes de la película terrícola que había visto antes ese mismo día. Había pre-programado mi viaje para que comenzara a mi orden, pero una vez que estuve dentro del vehículo, se me ocurrió que podría crear un registro potencialmente incriminatorio de mi ruta, así que una vez que hube arrancado el motor, borré la ruta pre-programada, y comencé mi viaje a la capital manualmente. Luego de salir zumbando del hangar y atravesar el Kabarak Alwon, me sentí agradecido agradecido por esa decisión: manejar el huevo era mucho más divertido que quedarse sentado y dejar que el vehículo hiciera todo el trabajo.

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Mientras que el campus de la ADL era silencioso a esa hora (como en cualquier otra hora, en realidad) el Kabarak estaba en pleno apogeo de las festividades del Cuarto de Luna al pasar por ahí. Habían soltado a las chimæras de los corrales y retozaban en libertad, mientras los kabarakianos, reunidos entorno a las fogatas en medio de la oscuridad, bailaban, reían y lanzaban fuegos artificiales y bengalas. Sabía que a mis espaldas, desde Alwon a Tarakas, desde Deloon a los territorios exteriores, la gente estaría celebrando hasta el amanecer. Pero las imágenes y los sonidos de las celebraciones disminuyeron cuando crucé la frontera de la ciudad, donde la festividad del Cuarto de Luna se observaba con menos entusiasmo. Con una mano en el volante, me quité la túnica y la dejé en el asiento del copiloto, revelando mi camiseta de contrabando de Kalvaka que llevaba de bajo. Seguía usando lo que Devektra había llamado pantalones de pijama, pero sin la túnica no estaban tan mal. El bulto en mi muñeca de la pulsera de identificación de Daxin era un notable contrapunto a mi conjunto. Con todo y todo, me veía bastante bien. No es que importara realmente cómo me viera, lo que importaba era que había salido. Mi escape había salido tan bien que casi me sentía culpable. Había engañado a todos los de la ADL, ninguno tenía ni una sola razón para sospechar que mi cambio de actitud se debía en gran parte a la planificación y ejecución de este gran truco. Pero antes de que pudiera sucumbir a la culpa o a los remordimientos, me distraje con las Torres de Elkin en el horizonte, que estaban iluminados de rosa por la misteriosa columna de luz que tenían detrás. Esta vez no les presté mucha atención, ya casi llegaba. En el Chimæra la pulsera de identificación funcionó a las mil maravillas. Nadie me miró de reojo al entrar. Casi me sentí ofendido, ¿me habían olvidado tan rápido? Tal vez ya no me reconocían. Me sentía más seguro que nunca, como una persona completamente diferente a la de solo hace unas semanas que, a la primer señal de problemas, hubiera tratado de abrirse paso entre la multitud empujando como un niño asustado. No había pasado mucho tiempo, pero sentía como si hubiera madurado desde ese entonces. El club estaba lleno esta noche, casi el doble que la última vez que estuve ahí, lo que significaba que la presentación de Devektra de hace unas semanas había sido una sorpresa, pero que el espectáculo del Cuarto de Luna había sido bien anunciado, y había atraído a una mayor audiencia. Gran parte de los clientes llevaban camisetas caseras de Devektra. El Chimæra era por mucho el club más grande de todo Lorien, y ella había lo llenado. Sentí una oleada de orgullo. Había sabido que Devektra era algo

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grande, pero no sabía qué tan grande hasta ahora. Y la conocía, casi podía decir que éramos amigos. ―Vaya, vaya, vaya. ―Giré y vi a Paxton y Teev; sostenían tragos a medio terminar y me miraban fijamente con sonrisas divertidas. ―Miren quién no se rinde ―dijo Teev, rodeándome con un brazo como saludo―. Después de que te atraparon la última vez, pensamos que era la última vez que te veíamos. Me encogí de hombros y esbocé mi sonrisa más reservada, y por primera vez, ellos me miraron como si en realidad estuvieran algo impresionados. Estaba a darme unas palmaditas en la espalda, cuando oí una voz familiar. ―Alguien me dijo que podrías haber encontrado una forma de entrar. Me di la vuelta y a mi espalda, con un trago en cada mano estaba Mirkl, la mano derecha perpetuamente irritada de Devektra. Me miró de arriba abajo con unos ojos previsiblemente molestos. ―Hola Mirkl ―saludé en el tono más casual que pude pronunciar. Mi corazón me brincaba en el pecho, sabiendo que si Mirkl me estaba hablando, solo estaba a un paso de ver a Devektra de nuevo, pero me mantuve calmado por Paxton y Teev. Quería que pensaran que para mí no era gran cosa dirigirme por el nombre de pila a un miembro principal del séquito de la artista. Los vi de reojo y vi que me miraban atónitos. Misión cumplida. ―Devektra quiere verte ―dijo. A pesar de lo bien que habían salido las cosas esta noche, no esperaba que fuera así de fácil. ¿Cómo había sabido Devektra que estaba aquí siquiera? Mirkl debió de haber visto la sorpresa en mi rostro. ―Telepatía, ¿recuerdas? Un truco bastante útil. Creo que sabes dónde está el vestidor. Toma, dáselos a ella ―dijo, me pasó los tragos y comenzó a alejarse. ―¿No vienes? ―le pregunte, de repente nervioso de entrar en el vestidor de Devektra sin un acompañante. Parecía demasiado bueno para ser verdad, con Devektra nunca sabías en qué te estabas metiendo. Mirkl se giró, me miró por encima del hombro y se despidió. ―Estoy en un descanso, esos tragos eran mi último encargo hasta la hora de show. ―Sonrió con ironía―. Es toda tuya. Y luego desapareció entre la multitud. Devektra estaba frente a su reflejo, de espaldas de la puerta. Llevaba unos ceñidos pantalones rojo metálico, y un top de un material de aspecto líquido que nunca antes

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había visto. Su blusa caía en ondulantes cascadas que resaltaban las curvas de su cuerpo mientras ella de pie y se masajeaba las sienes con los dedos. No reconoció mi presencia, pero sabía que estaba ahí. La última vez que había estado en este cuarto había tenido que irrumpir con toda mi fuerza; esta vez ni siquiera había tenido que golpear la puerta, porque se abrió al acercarme con los tragos que Mirkl me había dado. De repente, se me ocurrió que tal vez Devektra había usado su telequinesis para ayudarme a entrar o abrir la puerta la vez pasada. Era irónico que me hubiera sentido más cómodo al haber entrado a la fuerza y estrellarme con un estante de ropa, que ahora que entraba por las buenas. Me quede ahí a unos pasos de Devektra sintiéndome muy torpe, mientras ella se miraba al espejo y se masajeaba la frente. ―¿Los trajiste? ―me pregunto sin voltear. ―Sí ―contesté y me acerqué para entregarle una de las bebidas; ella la tomó y la vació de un trago, extendió la mano por la segunda y la vació de la misma forma. Seguía sin mirarme. Cuando arrojó la segunda copa al suelo, entendí cuál era su problema y tuve que contener la risa. Por una vez, era yo el que sabía lo que ella estaba pensando y no al revés. O por lo menos sabía lo que sentía, no necesitaba ser un telépata para saberlo. ―Vaya, de verdad estás nerviosa ―dije. ―¿Y? ―Por fin desvió su atención del espejo y fijó su mirada en la mía. Me dio una mirada dura, pero bajo el acero pude ver una pizca de miedo, de vulnerabilidad―. ¿Quién no lo estaría? ―No estabas nerviosa la vez pasada ―señalé―. No sabía que te pusieras nerviosa; pensaba que era tu especialidad, o algo así. ―La otra vez fue diferente. ―¿Por qué? ―Simplemente lo fue ―contestó―. Era menos gente, no era Cuarto de Luna, solo fue diferente. Además, hay algo sobre esta noche. No sé. Tengo un mal presentimiento, creo, eso es todo. ―Solo son los nervios. ―Lo sé, estaré bien. Entonces fue como si ya no estuviera ahí. Devektra volvió a concentrar en sí misma mientras se pasaba los dedos por el cabello y con cuidado lo comenzaba a amontonar de un rizo a la vez en lo alto de la cabeza. Arregló cada uno para que se quedaran perfectamente en su lugar. Se veía más asustada que nunca.

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No sabía que decir, así que decidí no decir nada, al menos en voz alta. ¿Cómo funciona? ―Pensé―. ¿Puedes oír todo lo que pienso? Qué pasa con la gente de afuera, ¿puedes oírlos? ¿Puedes oír a todo el planeta? Los labios de Devektra no se movieron, pero me contestó de todas formas con una voz que oí en mi cabeza que al mismo tiempo era suya y no lo era. ―Es como estar de pie en medio de un río caudaloso e intentar atrapar miles de hojas diminutas mientras pasan a gran velocidad junto a ti; puedes atrapar algunas, pero no la mayoría. Me invitaste aquí esta noche y me llamaste a este cuarto pero, ¿por qué yo? ―Quise saber―. ¿Quién soy yo para ti? Tú eres Devektra, yo soy un don nadie con una túnica verde. ―No, eres como yo, eres diferente. Ninguno de los dos encaja en este mundo. Lo supe tan pronto te conocí; antes de conocerte lo supe. Te sentí la primera noche en la multitud. Todos los pensamientos de las personas pasaban zumbando junto a mí, menos los tuyos; tus pensamientos brotaban y yo distinguirlos todos, como si cada miedo y esperanza fueran para mí. Era como si estuvieras cantando. Pero ¿qué sobre esta noche? ―Tenía que saber―. ¿Por qué estoy aquí ahora? ―Sabía que me harías sentir menos sola, especialmente esta noche. Siento que va a suceder algo terrible. Levanté la mirada y vi que Devektra me miraba fijamente a través del espejo. Tenía una mirada muy extraña: al mismo tiempo se mostraba sorprendida y tranquila. Algo me decía que nunca había hecho esto antes, que nunca había usado su legado para hablar con alguien sin necesidad de palabra alguna como ahora. Supe entonces, sin entender por qué, que ésta podría ser la única oportunidad que tendría jamás, así que me incline, cerré los ojos y la besé. Sus labios eran suaves y olía a algo que reconocía, pero que no podía describir, ni siquiera para mí mismo. Sus labios sabían a algo que hubiera probado en un sueño, en uno de esos sueños que se olvidan al despertar. Cuando abrí los ojos, ella ya no estaba.

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CAPÍTULO 9 Traducido por Talylak

―Deloon en esta época del año es horrible ―comentó el chico―. No iría ni aunque me pagaran todo el dinero del mundo. ―No te lo discutiré, hermano ―repliqué, aunque nunca había estado en Deloon; de verdad no quería discutir. Estaba en el balcón frente al escenario con Mirkl y el resto de los acompañantes de Devektra, esperando a que comenzara la presentación. Se había retrasado, pero la mayor parte del público estaba borracho y no parecían estar impacientes, mucho menos yo. En lugar de eso, me sentía extraño. Estaba mareado y eufórico. No sabía a dónde se había ido Devektra después de que me dejara, pero aún después de su advertencia («va a suceder algo terrible»), no estaba preocupado por ella. Mi cerebro seguía zumbando, dando brincos y volteretas. Nuestro beso había sido increíble, pero seguía conmocionado por el entendimiento telepático que. Al hablar solo con nuestras mentes, nos habíamos comunicado a un nivel más puro, más real, de lo que hubiera experimentado antes. Ningún beso se podría comparar con eso. Las luces se apagaron finalmente en el club, y al mismo tiempo, apareció una luz en el escenario que fue tomando forma hasta formar un óvalo de luz cegadora. Cada persona en el lugar miraba la luz, conteniendo la respiración en anticipación a lo que pasaría en unos instantes. Luego se produjo un sonido, un sonido finísimo y desgarradoramente frágil. Parecía venir del centro de la luz. Mientras el sonido crecía en intensidad y volumen, sin perder su hermosa fragilidad, el disco de luz empezó a doblarse y girar, como si se quisiera romperse. ¿Dónde estaba Devektra? Sonaba como si estuviera dentro del orbe de luz. La luz seguía alzándose sobre el escenario, y la voz que estaba en el interior empezó a elevarse. El orbe detuvo y quedó flotando en el centro exacto del club, a unos metros de distancia de donde yo estaba al borde del balcón. Era tan brillante que dolía al mirarlo, pero no podía dejar de hacerlo. El volumen siguió subiendo y subiendo. Algunas personas de entre el público se taparon los oídos con las manos para cubrirse de la perforación sónica de Devektra. Pero aun así, nadie se atrevió a alejar la vista del disco de luz. Y entonces explotó.

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De repente había luz en todos lados, no había una sola sombra en el club por lo general sombrío. La gente se dio vuelta, aturdida, y miró a sus compañeros de concierto con nuevos ojos, cada poro de cada rostro quedó al descubierto, iluminado. El sonido de la voz de Devektra también explotó, se rompió en cascadas sonidos tintineantes que se escucharon a igual volumen en cualquier punto del club. ―Ahí está ―dijo una voz en la multitud. Devektra estaba por encima del público, su público. No en el escenario, si no sobre la barra cercana a la entrada. Los sonidos tintineantes desaparecieron como el humo. Había estado dirigiendo la voz para formar ese orbe de luz todo el tiempo, nadie se había dado cuenta de que estaba en otro lugar. Era increíble, y apenas estaba comenzando. Devektra empezó a alejarse de la barra y atravesó la multitud de camino al escenario. En circunstancias normales, las personas habrían estado gritando, dando codazos y corriendo para acercársele, pero dieron un paso atrás para dejarla pasar, aún estupefactos por lo que acababa de suceder. Comenzó a cantar, sin micrófono, sin amplificador y sin la manipulación de su legado; simplemente cantó. Nadie en la audiencia se atrevió a emitir sonido alguno. Su voz era tan clara como una campana. No era uno de sus espectáculos usuales de baile. Era una canción simple, triste. Apenas podía entender sus palabras, pero sabía que era una canción de amor y pérdida. Devektra llegó al escenario y subió sin dejar de cantar y sin desafinar. Cuando se giró hacia la audiencia, en sus ojos brillaban las lágrimas. Yo estaba absorto. Me preguntaba sobre qué estaba cantando, no pude evitar preguntarme si cantaba sobre mí. En realidad, no tenía que preguntármelo: lo sabía. Era sobre mí, pero tampoco lo era. Cantaba para mí. La tristeza de la canción era más grande que uno o dos lorienses, era tan grande como el planeta. Era una canción para Lorien. Estaba tan inmerso, que di un salto cuando algo comenzó a vibrarme en la muñeca. Miré hacia abajo sorprendido, pues había olvidado que llevaba la pulsera de identificación de Daxin, que sonaba y vibraba con urgencia. La silencié y regresé la atención al escenario. Devektra seguía cantando, con los ojos cerrados. La pulsera comenzó a vibrar de nuevo, así que me la quité para inspeccionar por qué sonaba con tanta insistencia. Mientras sostenía la pulsera entre las dos manos, que vibraba contra los huesos de mis dedos, inspeccioné la interfaz digital. La pequeña pantalla rectangular parpadeaba, mostrando una sola palabra: «ALERTA».

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El pánico me inundó el pecho. A lo mejor Daxin se había despertado, y al ver que su pulsera no estaba, encendió una clase de alarma. Quizá me habían atrapado. No, sabía que la alerta señalaba algo mucho peor que eso. Pensé en el panel de control fuera del club apenas unas semanas atrás, sobre el lamentable estado de la red. Pensé en el comportamiento extraño de Daxin cuando estábamos en el huevo, como si estuviera sucediendo algo muy malo. Pensé en la inexplicable columna de luz y también en la profecía de los ancianos, la que ignoré toda mi vida: «Un día, una gran amenaza vendrá…» Y pensé en Devektra: «Va a suceder algo terrible». Empezaron a flaquearme las rodillas. Alcé la vista y oí el final de su hermosa canción. Devektra cerró la boca, la canción terminó. El público se contuvo de aplaudir, temerosos de romper el hechizo. Y entonces, el techo se vino abajo.

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CAPÍTULO 10 Traducido por Lauraef

Al recuperar la conciencia, hice inventario. Oscuridad. Silencio. Y, ahí estaba: dolor. Me alcé en la oscuridad y comencé a palpar a ciegas frente a mí. Sentí piedra triturada, la humedad de mi propia sangre en las palmas y el penetrante olor acre del humo me escocía los ojos, aún ciegos. El sonido volvió más rápido que la visión; era un zumbido perturbador y ensordecedor, todo lo contrario a la hipnótica emoción sin ataduras de la música de Devektra. Me agarré la cabeza para detener el dolor, pero siguió aumentando. Habían bombardeado el club. Comenzaron a emerger más sonidos de entre el zumbido. Gemidos. Gritos. Llantos. Miré a derecha e izquierda, intentando encontrar algo de luz, cualquier cosa que me ayudara a averiguar lo que acababa de pasar. Fue entonces cuando vi el fuego la pared de la entrada; era pequeño, pero se hacía más grande. No fue hasta que intenté ponerme de pie cuando me di cuenta de que estaba en la planta baja del club, no en el balcón. Me giré y vi que el balcón completo se había soltado de los puntales, y estaba destrozado como un plato en el suelo del club. «No ―pensé―. No». No estaba solo en el suelo del club; estaba encima de una masa de asistentes al concierto, ya muertos. El escenario estaba intacto, al igual que la otra mitad de la pista de baile que no había quedado enterrada bajo el balcón, pero la gente allí no se había salvado. La mera fuerza de la explosión, combinada con la metralla del tejado hecho pedazos, había matado a la mayor parte del público que no había quedado aplastado. Los cuerpos estaban esparcidos por el suelo, mientras que los sobrevivientes, aturdidos y ensangrentados, se esforzaban por salir del mar de cadáveres. Tenía la pierna atascada, encajada entre dos trozos de piedra. Temí que estuviera rota, o peor, pero necesitaba levantarme.

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«Devektra» pensé. Necesitaba saber si estaba bien. Empujé los escombros, pero no cedieron. Busqué a mi alrededor algo que pudiera usar para salir de ahí y entonces vi al chico con el que había estado hablando hacía tan solo unos minutos, al que no le gustaba Deloon en esta época del año. Estaba tirado en el suelo, el balcón un rompecabezas bajo él. Tenía los ojos muy abiertos y el cuerpo extrañamente intacto, a excepción de la mandíbula, que la metralla le había arrancado por completo. Alejé la vista de esa espeluznante escena y sentí una mano en el hombro. Mirkl estaba de pie frente a mí, con expresión sorprendida; estaba lleno de polvo, pero aparentemente no había resultado herido por la explosión. ―¿Ayuda? ―dijo. En mi estado de confusión me quedé congelado, incapaz de decidir si estaba pidiendo ayuda u ofreciéndola. Mirkl no esperó a que lo averiguara. Se agachó a mi lado y miró alrededor, decidiendo qué roca levantar para liberarme. Sus brazos delgados parecían débiles, pero cuando cogió el trozo de escombros que aprisionaba mi pierna, lo quitó como si no fuera nada. Me miré la rodilla; la tenía ensangrentada y magullada, pero no quebrada. Iba a estar bien. Aunque no sé de dónde saqué la fuerza, me puse de pie. Primero apoyé mi pierna fuerte y después la débil, y me tambaleé por los escombros desiguales que cubrían el suelo. Me giré para darle las gracias a Mirkl, pero ya había desaparecido entre la masa de supervivientes conmocionados que gemían y gritaban. Miré hacia la entrada. Ya no había entrada. Las puertas y toda la fachada del club ahora no eran nada más que un infierno naranja y violento. Tenía la frente perlada sudor. La salida de incendios era la única manera de salir… o lo había sido, ya que solo se podía acceder a la salida de incendios por el balcón. Sentí que la esperanza se disolvía como el vapor, pero luego vi que unos cuantos supervivientes se apiñaban en la base de la pared bajo la salida. A pesar del derrumbe del balcón todavía quedaban los puntales, unos cuantos trozos de hormigón y unas vigas en la base de la salida. Era suficiente. Apenas. Los supervivientes trepaban arrastrándose por la pared, se agarraban a cualquier asidero que pudieran y se alzaban para salir del club en llamas. Estaba indeciso. Sabía que tenía que correr, salvarme y aun así, no podía. Quería encontrar a Devektra.

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Todavía estaba intentando decidirme cuando vi que sus brillantes pantalones rojos subían por la pared y escapaban por la salida. Después de todo, no se lo había pensado dos veces cuando tuvo la oportunidad de ponerse a salvo. ¿Se le había ocurrido buscarme siquiera? Ya no había nada que me retuviera aquí, así que corrí hacia la multitud en la base de la pared. Intenté resistirme a echar un vistazo al humeante club en ruinas lleno de sangre. No mires atrás. Pero miré atrás y mis ojos fueron directos a él. Era Paxton. Estaba vivo, pero estaba agazapado en el suelo, desesperado, meciéndose adelante y atrás. Sabía que estaba siendo un idiota, pero no me importaba: sin pensármelo dos veces, dejé mi sitio al final de la cola y me apresuré a ayudarle. Al acercarme, entendí por qué se había rendido. A sus pies, aplastada por el hormigón, estaba Teev. Lo cogí de la mano e intenté de llevarlo hacia la salida, pero no se movía. Sus ojos encontraron los míos. ―Está atrapada ―dijo―. Teev. Tenemos que sacarla. No tenía que mirar para saber que Teev estaba muerta. Sin embargo, Paxton no lo entendía. ―Lo siento ―dije―, pero no hay tiempo. Tenemos que irnos ahora. Lentamente, comenzó a alejarse del cadáver de la chica que una vez me había gustado y a la que él había amado. Lo empujé hacia adelante a través de los escombros del balcón, intentando no imaginarme todos los cuerpo lorienses mutilados y ensangrentados bajo las piedras. Fuimos los últimos en subir la pared. Mientras empujaba a Paxton para que saliera, vislumbré la pulsera de Daxin entre los escombros, a unos metros de distancia. Debí haberla dejado caer cuando el tejado se derrumbó y se cayó el balcón. El humo era apabullante, y las llamas casi habían alcanzado la salida, pero tomé un último riesgo de todas maneras. Fui a buscarla. Me volvía a poner la pulsera en la muñeca, subí la pared y salí a la noche. En la calle, una mujer ensangrentada con ropa hecha jirones deambulaba entre los supervivientes. ―¡Devektra intentó matarnos! ―gritaba―. ¡Devektra lo hizo!

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Claramente estaba histérica, y la mayoría de la gente reunida a su alrededor estaba demasiado sorprendida por la explosión para hacerle mucho caso, pero unas pocas personas parecían estar asintiendo de acuerdo. Solo recién estaba entrando en shock. Algo en la tranquilidad y la normalidad de la calle fuera del club, hizo comprender de verdad el horror del que acababa de escapar. La pulsera comenzó a vibrar en mi muñeca otra vez. ALERTA, ALERTA, ALERTA. No veía a Devektra entre los supervivientes. No había dudado ni un segundo, ni tampoco había parado a ayudar a alguien, solo había sacado a su brillante trasero rojo de allí. Sin embargo, a pesar de la mujer que gritaba y los murmullos bajos de la multitud, sabía que Devektra no había sido la causa de la explosión. Ella incluso había intentado advertirme sobre ello, o algo así. A su manera, había intentado advertirnos a todos con aquella canción. Aunque no creo que supiera lo que estaba haciendo. No había sido ella. «Tuvieron razón todo el tiempo» pensé. Todo lo que había aprendido en la ADL: la red, la profecía, nuestro deber sagrado de mantener a salvo a nuestro perfecto planeta; todo se había hecho realidad. Después de todo sí había una fuerza capaz y dispuesta de acabar con nuestro planeta. Este era el primer golpe. Un vehículo munis estaba aparcado en doble fila fuera del club y su conductor se apresuraba a atender a las víctimas. Me subí sobre el camión para tener una mejor vista. Era como me había temido. A donde fuera que mirara en el horizonte podía distinguir otro lugar destruido: la arena norte, mi antiguo colegio; todos estaban ardiendo. Me di la vuelta. No había humo, pero las Torres de Elkin, las estructuras más grandes de Lorien y hogar de casi una tercera parte de la población de la ciudad, habían desaparecido también, dejando un vacío desgarrador en el horizonte. Sin ningún obstáculo, miré la columna de luz violeta que parpadeaba malévola en el horizonte. No era un «Heraldo». Repentinamente lo entendí, lo vi todo con claridad. Si tan solo no hubiera estado tan convencido de que todos en la ADL eran unos tontos engreídos, lo habría visto mucho antes. Era obvio ahora: la columna de luz era la responsable del desgaste de la red. Quienesquiera que fueran los que nos había atacado, debían haber sabido sobre la debilidad en la red, y enviaron esa luz para distorsionar nuestra única forma mecánica de defensa. Había estado acabando con nuestras defensas todo el tiempo.

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Me agarré la cabeza, mi corazón parecía que iba a estallar en mi pecho. Los atacantes habían enviado misiles por los agujeros de la red, teniendo como objetivos estructuras grandes como el Chimæra y las torres. Acababa de reemplazar el cableado en este sector hace unos días, pero las parcelas de seguridad eran independientes y sabía que había cortes por toda la ciudad. Habíamos estado desprotegidos. Era una noche clara como no había visto en bastante tiempo; no había ni una sola nube, solo humo, llamas y la brillante luz azul del Cuarto de Luna. No lo pude soportar más. Salté del vehículo munis y corrí al huevo, que encontré aparcado justo donde lo había dejado. Sorprendentemente, estaba de una pieza. Tenía que volver a la academia, o lo que fuera que quedara de ella. Tenía que explicar mi teoría a quién fuera que me escuchara. De seguro se había notificado al consejo y al profesorado de la academia de los ataques en la ciudad, y Daxin estaría despierto, preguntándose dónde estaba su pulsera de identificación. Mientras abría la puerta del huevo, escuché una voz: ―Sandor. Me giré. Devektra y Mirkl estaban de pie entre las sombras. Nunca antes había visto a Devektra tan perdida, ni siquiera durante su pequeño ataque de pánico antes del espectáculo. Toda la furia y el sentimiento de traición que había sentido hacia ella hacía tan solo unos minutos desaparecieron tan pronto nos estrellamos el uno en los brazos de la otra. Solo un segundo después me alejó, y negó tristemente con la cabeza. ―Solo vine a decir adiós, sé que no nos veremos nunca más. Lo que sea esta cosa, Sandor, es mala. Es de lo que nos han advertido. Voy a encontrar a algunos de mis amigos garde y vamos a hacer lo que podamos para detener esto. Mirkl había estado allí de pie todo el tiempo, pero miraba fijamente hacia delante con la mirada muerta. Cualquier espíritu de lucha que hubiera tenido en su interior, parecía haberlo abandonado. ―Déjame ir contigo ―le pedí―. Puedo ayudar. Devektra negó con la cabeza. ―No. Tenemos que hacerlo nosotros. ―Miró la pulsera en mi muñeca―. Hay gente que te necesita más que yo justo ahora. Tenía razón, pero no estaba preparado, todavía no. Las lágrimas corrían por mi cara, pero contenerlas; no había tiempo para llorar. ―¿Por qué me dejaste allí? ―Sabía la respuesta. No importaba, tenía que preguntar de todas maneras.

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Devektra me puso un dedo en los labios, como si estuviera diciendo «escucha atentamente». ―Te dejé porque estaba asustada, Sandor ―contestó. Al menos, creo que dijo eso―. Nunca fuimos perfectos. No hay nada perfecto. Pero no es demasiado tarde para nosotros, aún podemos ser buenos.

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Capítulo 11 Traducido por Shiiro

Programé el huevo para que me llevase a la ADL en modo automático. En el asiento del conductor, me crucé de brazos y miré hacia delante. No quería ver la devastación mientras pasaba mi escuela carbonizada, o cualquiera de los otros puntos de interés, ahora en ruinas, de mi ciudad natal. Pero incluso con esta trabajada visión túnel, no pude dejar de notar el humo procedente de los Jardines Elder. «Cientos de personas deben de estar muertas», pensé. Cerré los ojos. No quería pensar sobre eso, solo quería regresar a la ADL, hacer algo. Abrí los ojos cuando el huevo pasaba por Alwon. Las chimæras seguían retozando a la luz de las fogatas, y los kabarakianos seguían agrupados en el regocijo. Eran inconscientes de la destrucción a su oeste. No pasaría mucho tiempo antes de que lo vieran. Lo primero que tenía que hacer era asegurarme de que los oficiales de la academia y los miembros del consejo estaban al tanto del ataque a la ciudad. Estaba bastante seguro de que lo sabían, pero incluso si eso era cierto, era muy posible que tuviese información de primera mano que podría ser importante para alguien. Tendría que confesar el haber salido a hurtadillas y hablarles de mi experiencia del ataque. Tendría que compartir mi teoría de que la columna era algún tipo de ataque dirigido a desarmar la red en anticipación a la ola de ataques con misiles que había diezmado nuestra ciudad. Tras cumplir con esto, localizaría a Daxin, me disculparía por tomar su pulsera de identificación, y se la devolvería. Luego tenía que encontrar a Rapp, tenía que asegurarme de que estaba bien. Lo olí antes de verlo: un olor cobrizo y polvoriento en el aire, y tan fuerte como para llegar hasta mí incluso a través de los avanzados filtros de aire del huevo. Lo primero que vi en realidad fue la ausencia: el edificio de la ADL, el hangar, y la cámara del consejo detrás de éste normalmente estaban bañados en luces de seguridad, pero mientras el huevo se acercaba a las coordenadas de la academia, no vi nada excepto oscuridad. La academia había sido bombardeada.

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El huevo se detuvo zumbando en la oscuridad. VIAJE FINALIZADO se leía en la pantalla del monitor. Aturdido, salí a la densa oscuridad de la noche. Mientras mis ojos se ajustaban, empecé a distinguir diminutos fragmentos de luz en el suelo. No había nada, habían arrasado con todo. Habían derrumbado la estructura entera con un arma como las que nunca había imaginado. El campus entero había sido destrozado y fundido a la vez. Los fragmentos de luz teñidos de verdes que veía, eran los bordes fundidos de este panqueque negro y tóxico en la superficie de Lorien. «Cientos más», pensé, mientras me tambaleaba por la negra corteza buscando alguna pieza del campus que no estuviera en ruinas, sin encontrar nada. Mis profesores, los estudiantes de tecnología, los aprendices de mentores y los mentores residentes… todos esos niños garde. Orkun. Daxin. Rapp. Caí de rodillas al suelo, que estaba caliente y lleno de cenizas negras, pero sorprendentemente suave. Por esa vez, me permití llorar. «¿Cómo pude dejar que pasara esto?» pensé. Me ardían la garganta y los ojos por las humaredas ascendentes desde la corteza, que probablemente eran químicos de la bomba mezclados con los escombros que había generado la destrucción de la academia. No me moví. «Que me maten», pensé. No tenía ningún plan, ningún hogar al que regresar. Podría volver con mis padres. Deloon, una pequeña ciudad en el confín del planeta, probablemente era segura. Pero, ¿por cuánto tiempo? E incuso si permaneciese intacta, me enfermaba la idea de programar el huevo para que me llevase allí, de pasar el resto de mi vida con mis padres en su chalé de dos dormitorios en aislamiento burgués. Habían desaparecido las únicas cosas que me habían importado y la peor parte era que nunca había sabido que me importaban. Con la cabeza apoyada contra las rodillas (seguía confusa y me palpitaba por los vapores ascendentes), agudicé el oído: escuchaba que algo se aproximaba, un vehículo. «Los atacantes ―pensé―. Ha comenzado la invasión por tierra». No tenía armas, y tampoco medios de defensa. Los atacantes, quienesquiera que fueran, probablemente veían a asegurarse de que no habían dejado supervivientes en su objetivo. Cuando me encontraran, me matarían. Este había sido mi hogar; no solo la escuela, sino todo el planeta. Había estado tan ocupado queriendo que fuese algo que no era, que nunca me había dado cuenta de todas las maneras en que era mío. Quizá no había nada que pudiera hacer; era tan solo

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una cêpan con una pierna herida, sin legados y sin tan siquiera un arma. Me puse de pie de todas formas, giré para enfrentar a quienquiera que fuera y me preparé para luchar. Los pasos que se me aproximaban eran pesados y decididos, y a medida que cobraban intensidad, la melodía de la canción final de Devektra volvió a mí. Comencé a tararear, pero antes de poder ver a mi enemigo, colapsé.

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CAPÍTULO 12 Traducido por Shiiro

Sentí que me levantaban del suelo y me llevaban a un vehículo. Me lanzaron al interior y aterricé de espalda con un golpe seco. Oí el zumbido de la puerta al cerrarse, y sentí las sacudidas del transporte cuando reanudó con rapidez el curso en piloto automático, tirándome con fuerza contra el fondo. Las luces se encendieron, y el mundo a mi alrededor empezó a aclararse. Intenté distinguir la forma de mi captor. Brandon me devolvió la mirada. ―¿Tú? ―pregunté, conmocionado al no ver ninguna horrible cara alienígena, y aturdido por ver a Brandon con vida. Brandon cayó de rodillas. ―No ―exclamó―. No es posible. ―Lucía tan desolado y perdido como yo. Entonces, se me abalanzó encima y tiró de mi muñeca. Inspeccionó con desconfianza la pulsera de identificación, me agarró de los hombros y empezó a sacudirme con tal fuerza, que pensé que iba a vomitar―. ¿Cómo conseguiste esto? ¡¿Cómo conseguiste esto?! Intenté responder, pero no me dejó; simplemente siguió zarandeándome. Cuando no pude aguantarlo más, finalmente me incliné y vomité sobre el acero corrugado del suelo del vehículo. Brandon reculó, alejándose de mis arcadas. Para cuando me detuve, me miraba como disculpándose. ―Lo siento. ―No es culpa tuya ―dije―. Bueno, no creo que hayas sido tú. Las humaredas de la explosión me dieron náuseas. Me hicieron perder el conocimiento, supongo. Me fui al otro lado del vehículo aún en movimiento, me senté y expliqué cómo había llegado aquí. Le conté que había robado la pulsera de identificación de Daxin para entrar en el Chimæra, y que había vuelto al campus solo para encontrar una masa de alquitrán en el suelo. Cuando acabé, miré a Brandon tímidamente. Él se quedó en silencio durante un minuto, con una expresión ilegible. Finalmente, habló: ―Nunca habría vuelto a la ADL de haber sabido que solo eras tú. Fue un riesgo inútil. Auch.

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―Vine por Daxin. Malgasté horas expuesto en la ciudad, intentando localizar a Daxin, ¿y solo te encuentro a ti? Sentí cómo se me retorcían las entrañas de vergüenza. ―Él podría haber salido. Si hubiese tenido su pulsera de identificación, podría haber sobrevivido ―continuó Brandon, con creciente ira―. Cuando el primer misil mogadoriano impactó en la red, nos enviaron un aviso, a los nueve cêpan mentores de la academia. Tuvimos que evacuar de inmediato cualquier estructura en la que estuviéramos, dirigirnos hasta nuestros garde asignados por medio de sus pulseras de localización, rescatarlos y traerlos de vuelta a la base secreta. Ocho de nosotros lo logramos, pero Daxin debía de estar durmiendo cuando atacaron. Era el plan de evacuación al que Daxin había aludido crípticamente. Había asumido que era solo la paranoica sobre la defensa de Lorien, pero él sabía que esto iba a pasar. ―Lo siento ―dije con voz ronca. Las palabras sonaban tan lamentables y tan insignificantes a la luz de la destrucción y la muerte que había creado, todo para poder ir a un concierto y perder el tiempo con Devektra. Ahora mi ciudad yacía en ruinas, y Daxin había muerto; nunca completaría la misión para la que se había estado preparando toda la vida. ―El anciano Pittacus diseñó el protocolo de evacuación hace muchos años, pero a los cêpan mentores nos dieron muy poca información más allá de nuestra inscripción. Hace semanas, los ancianos se marcharon a una misión diplomática secreta de la que aún no han regresado. Enviaron el protocolo para que fuese activado a modo de prevención si el consejo perdía el contacto con ellos en el transcurso de su ausencia. ―Brandon se agarró la cabeza―. Estaban preocupados. Por lo poco que me he enterado, sé que viene una raza de alienígenas llamados mogadorianos. Ya llegó. La profecía de los ancianos se ha cumplido. Sabíamos de la existencia de los mogadorianos, incluso tuvimos trato con ellos hace mucho tiempo, pero nunca imaginamos que se volverían hostiles contra nosotros. Asentí mientras hablaba, intentando absorber la mayor cantidad posible de lo que decía. ―Lorien tal y como lo conocíamos ya no existe ―dijo―. Y ya fallamos el plan de evacuación ―añadió, recalcando con una amarga carcajada―. Nueve cêpan mentores, nueve jóvenes garde. Al igual que ahora hay nueve ancianos. El número debe ser importante, tiene que ser por una razón. Con Daxin muerto… ―Su voz se apagó. Se volvió hacia la consola en la parte delantera del transporte y suspiró―. Estamos casi en la pista. Tendremos que conformarnos con ocho.

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El vehículo se detuvo, y Brandon salió. Lo seguí al exterior. Estábamos aparcados a casi cincuenta metros de una pequeña pista de aterrizaje, en lo profundo de los territorios exteriores. Una aeronave mediana estaba aparcada en la distancia y distinguí personas congregadas a su alrededor. Sin dirigirme la palabra, Brandon comenzó a dirigirse hacia ellos. ―Espera ―lo llamé. Él se volvió, con expresión de impaciencia―. El niño. ¿Qué pasa con el niño? Ya era responsable en parte (posiblemente del todo responsable) de la muerte de Daxin, pero el niño estaba destinado a sobrevivir y él seguía ahí fuera. Hasta donde yo sabía, los Kabaraks malkanos todavía no habían sido atacados. ―Su mentor cêpan está muerto ―dijo Brandon―. E incluso si no lo estuviera, el viaje de ida y vuelta hasta allí nos llevaría dos horas. Necesitamos salir de este planeta tan pronto como sea posible. Es un gran riesgo, y es un riesgo que ninguno de nosotros, que tenemos nuestros propios garde que proteger, puede arriesgarse a correr. Entonces, ¿el niño estaba condenado? ―No puedo vivir con eso ―dije. ―No tendrás que hacerlo ―replicó Brandon―. No por mucho tiempo, de cualquier modo. El miedo atenazó mi corazón y de repente, lo entendí: no había sitio para mí en la nave de evacuación. Perecería junto al resto del planeta en la siguiente oleada del ataque. ―Así que yo, el niño, y todos los demás en este planeta… Estamos sencillamente jodidos, ¿no? ―Sabía que sonaba patético, pero no podía evitarlo―. ¿Estamos condenados a morir cuando comience la invasión? Brandon no se inmutó. ―Sí ―contestó―. Esto no es sobre salvar vidas individuales, Sandor. Es sobre salvar una raza entera. Así que eso era todo. ―Lo siento, Sandor ―dijo Brandon, suavizándose un poco―. No tengo razones para creer que los mogadorianos dejarán un alma viva en Lorien cuando vengan, pero por tu bien espero… Brandon se calló y dejó la frase sin acabar. No lo necesitaba, lo había entendido a la perfección. La muerte sería mejor que la alternativa. Ya no había más que decir.

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―Muy bien, pues ―dije, con sarcasmo lastimero. Le dije adiós a Brandon con la mano―. ¡Supongo que veré por ahí! Estaba solo otra vez. Caí de rodillas en la tierra junto al vehículo de Brandon. La única iluminación procedía de sus luces interiores, ya que no se había molestado en cerrar la puerta cuando se fue. Supuse que no hacía falta cuando el planeta entero estaba sumido en la destrucción. Retorcí la pulsera de identificación de Daxin alrededor de mi muñeca. Era increíble cuántos problemas había causado este pequeño dispositivo, y qué desastre tan trágico y trivial había creado con ella. Disgustado conmigo mismo y mi dilema, me quité la pulsera y la alcé por sobre la cabeza, preparado para arrojarla a la oscuridad. Vacilé y pensé en Devektra. Me pregunté dónde estaría, si habría hallado algún otro garde que la ayudara. Me pregunté si seguía viva, sabiendo que aunque así fuera, sus posibilidades de sobrevivir, incluso con sus legados, eran casi nulas. Realmente, morir era probablemente lo mejor que podía sucederle, no le importaría una mierda. Éramos muy parecidos en ese sentido. Ella no creía en la perfección, eso sería su fortaleza. Decidí que también sería la mía. Si iba a caer, pensaba hacerlo con tanto lío como me fuera posible. «―Nueve jóvenes garde ―había dicho Brandon―. Tiene que ser por alguna razón». «Sí», pensé, mirando la pulsera de identificación que aún aferraba en mi puño con nudillos blancos. Algo se había puesto en marcha hacía tiempo, algo que me había llevado a este punto, de rodillas en los territorios exteriores, con esta pulsera de identificación y localización en las manos. «Todo es por una razón». Tenían que ser nueve. Nueve cêpan, nueve garde. La había jodido bastante, pero no era demasiado tarde. Aún podía ser bueno.

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CAPÍTULO 13 Traducido por CairAndross

El vehículo retumbaba y anadeaba sobre la tierra sin pavimentar, con el curso fijado hacia el Kabarak malkano. Con la cosa en piloto automático, estaba libre para excavar en la parte trasera en busca de armas. No tenía idea de si la segunda avanzada de los mogadorianos sería otra ronda de misiles o una invasión terrestre, pero pensé que no estaría de más armarme. Desafortunadamente, lo único que logré encontrar fue un cuchillo largo y afilado. No era especialmente poderoso, pero era algo. También agarré un dispositivo de información de repuesto, esperando que, de alguna forma, me diera noticias de otro ataque. Lo puse en funcionamiento sin esperar demasiado, pero aún captaba transmisiones dispersas, irregulares. Las que llegaban, estaban principalmente dedicadas a las comunicaciones munis sobre los efectivos de rescate en la ciudad. Nos habían tomado por sorpresa, como predijeron los ancianos. Incluso ahora, la gente no parecía entenderlo. Ni una sola de las transmisiones que fui capaz de captar, había hecho referencia alguna al hecho que nos habían atacado… o al hecho de que el ataque aún no había terminado. Tal vez, el resto de Lorien estaba aún ajeno. Sin embargo, yo sabía la verdad. Sabía lo que tenía que hacer. Iba a salvar al niño o a morir en el intento. El vehículo se detuvo en el borde del Malka y me abrí camino por el sendero de tierra, en la oscuridad. No podía ver mucho, pero dejé que mi memoria me guiara hacia la cabaña que el muchacho compartía con su abuelo. Cuanto más me acercaba, más vibraba la pulsera localizadora, señal de que iba en la dirección correcta. En la distancia, podía oír el murmullo de la fiesta malkana del Cuarto de Luna. Aún no lo sabían. Por un breve instante, consideré correr hacia el Kabarak y advertirles de la próxima invasión, decirles que se armasen, pero no tenía tiempo para ello y, de todos modos, no haría ninguna diferencia. Tenía que mantener mi enfoque, esto era sobre la supervivencia de toda nuestra raza. Brandon había dicho que tenían que ser nueve. Cuando llegué a la cabaña, el niño, su abuelo y la chimæra juguetona no se veían por ninguna parte, pero la pulsera continuaba vibrando en mi mano. Al moverme en un par de direcciones diferentes y medir la frecuencia de las vibraciones, fui capaz de obtener la señal: estaba más lejos, por el camino.

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Rodeé una elevación que daba a un campo estrecho entre otras colinas. Una gran hoguera ardía cerca y, mientras me acercaba, vi al abuelo del niño acuclillado junto a ésta; levantó la mirada hacia mí. El niño y su chimæra no estaban a la vista. El hombre hizo un gesto hacia el asiento junto a él. Nervioso, avancé y ocupé mi lugar junto a la hoguera del campamento. Lo que fuera que estaba cocinando, olía delicioso. Casi amanecía y no había comido desde el postre de la noche anterior. Espoleado por el aroma, se me hizo agua la boca. El hombre hizo un gesto hacia la olla. ―Come ―ordenó. Hice lo que me dijo; utilicé la cuchara de piedra que sobresalía del recipiente para llenar un pequeño cuenco de arcilla con el sabroso estofado. ―Está delicioso ―dije, asintiendo con gratitud. ―Viniste por mi muchacho ―dijo el abuelo. ―Sí ―afirmé, al darme cuenta de que él supo todo el tiempo por qué estaba allí. ―Es todo lo que tengo ―dijo―. Cualquiera puede ver que tiene algo especial. Mi don me permite vislumbrar raros destellos de los hilos del destino, y siempre supe que este día llegaría. El día en que te conocí, me di cuenta de que no faltaba mucho tiempo. La pulsera de identificación de Daxin no había dejado de vibrar como loca, desde que me había sentado, y ahora el dispositivo estaba enloqueciendo. Aquí, en una fogata, con este hombre fuerte y simple observándome, me sentí como si fuera un idiota cegado por la tecnología. ―Un segundo ―le dije, sintiéndome como un completo imbécil―. Disculpe. Me puse de pie, saqué el dispositivo de mi bolsillo, lo miré y leí la última actualización: APROXIMACIÓN DE LA SEGUNDA OLA CONFIRMADA. ATAQUE DE MISILES, SEGUIDO POR FUERZAS TERRESTRES.

Algún guerrero superviviente de las FDL 1, o tal vez

algún empleado munis, se las había arreglado para llegar a la red de comunicación y hacer sonar la alarma real. Aún me estaba preguntando qué significaba todo eso, cuando sentí que las piernas ya no soportaban mi peso. El dispositivo salió volando de mis manos y aterrizó en el suelo con un ruido sordo. Pero solo era el niño, que se había abalanzado sobre mis piernas y me había derribado al suelo. Era más fuerte de lo que parecía y él lo sabía. Se dejó caer de espalda sobre la hierba y rió con orgullo salvaje; la pulsera metálica en su muñeca brillaba bajo la luz del fuego. 1

Fuerzas Defensivas de Lorien.

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―¡Te atrapé! ―exclamó el niño. Me pregunté si recordaría esta noche y, si lo hacía, si la recordaría con tristeza por lo que estaba a punto de perder, o con alegría por lo que, por unos pocos instantes al menos, aún tenía. Le mostré una sonrisa como respuesta. ―Aún no, amigo. ―Recuperé mi dispositivo de donde había aterrizado en el pasto y me enderecé hasta quedar de rodillas en la tierra, con el fuego a mi espalda. Abrí los brazos y el chico corrió a ellos sin dudar. Lo alcé y me puse de pie, y al hacerlo, miré a su abuelo solo por un momento. Él me devolvió la mirada con gran tristeza. Sabía que tenía que irme. Pero tuve que preguntarle una cosa más. ―Dijo que su legado le permitía ver el destino de las personas―dije―. ¿Puede ver algo ahora? ―Él será importante ―respondió el hombre, con tristeza―. Es todo lo que sé. ―¿Y qué hay conmigo? ―pregunté. El hombre sonrió con tristeza. ―Tú también serás importante ―contestó―. Pero morirás. Sabía que él tenía razón. Sin embargo, estaba bien, todos íbamos a morir. Al menos haría una diferencia. Mientras me alejaba de regreso al vehículo, el niño me rodeó el cuello con los brazos. Miré por encima del hombro por última vez al hombre que lo había criado. Las lágrimas le caían formando profundos surcos en el polvo apelmazado de las mejillas y de la barba. Y entonces, cayó la segunda ola de misiles y explotaron en la distancia.

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CAPÍTULO 14 Traducido por CairAndross

El suelo del camino era irregular mientras corría sendero abajo; las ramas y las zarzas me arañaban mi rostro en la oscuridad. Maldecía en voz baja y tropezaba cada tres pasos. El niño en mis brazos había comenzado a llorar tan pronto como su abuelo desapareció de la vista, pero lo hacía en silencio. ―Está bien ―le dije, frotándole la espalda―. Está bien, pequeño. No estaba bien, pero quizás las cosas serían mejores algún día para el niño en mis brazos, si no para mí. Sin embargo, primero tenía que llevarlo al sitio de evacuación, y lograr que no nos mataran a ambos por el camino. Eso iba a ser más fácil decirlo que hacerlo. Jadeé cuando surgí de entre los árboles, en el claro cerca de la cabaña, y vi el cielo. Estaba tan brillante como si fuera de día, de un azul brillante salpicado de ráfagas de color rosa pastel y púrpura, por encima y por debajo del horizonte. Era como si todo el mundo estuviera en llamas. Quizá lo estaba. Las explosiones se producían más rápido de lo que podía contarlas. No podía detenerme a pensar en ello. El pánico no me haría ningún bien y, más tarde habría tiempo de sobra para el luto. Brandon y la nave de evacuación partirían pronto, si ya no se habían ido. Tenía que haber nueve garde. Brandon lo había dicho y, de alguna manera, yo lo sabía en mi interior. Tenía que llevarlo a la nave antes del despegue. El vehículo estaba justo allí. Un paso a la vez. Cuando aseguré el niño a mi lado y puse en marcha el piloto automático, la pantalla de la consola se iluminó con un mar de rojo. El sistema aún estaba enlazado a un satélite de las FDL que leía las condiciones por todo el planeta, y la devastación que ya se extendía sobre la superficie de Lorien (traducida en manchas rojas parpadeantes en la pantalla), ya ocupaba la mayoría de las rutas de regreso a la pista de evacuación, tornándolas riesgosas en el mejor de los casos. La ruta que había seguido para llegar aquí estaba completamente obstruida. Como ésa ya no era una opción, parecía que mi mejor baza era pasar a través de Malka y, luego, reincorporarme a la ruta original en algún punto intermedio. Encendí el piloto automático, lo puse a la velocidad más alta posible e inspiré hondo. Funcionaría o no. El motor comenzó a zumbar y luego partimos a toda velocidad hacia la noche ardiente.

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Solo entonces me volví hacia el niño, que seguía llorando. No tenía ninguna experiencia con niños, ni siquiera era un aprendiz de cêpan mentor. Una vez que lo depositara en la pista, partiría al gran destino fuera, y dejaría de ser mi problema. Pero odiaba oírlo llorar. Lo miré a los ojos y él sorbió un poco, mientras sus sollozos se hacían más débiles. Era como si no quisiera que yo lo viera así, como si estuviera intentando ser valiente. ―Escucha, niño ―le dije. Cuando hablé, sus sollozos se hicieron aún menos audibles―. Las cosas van a ponerse un poquito riesgosas. Tienes que ser valiente. Eres un garde, ¿sabes? Algún día, vas a tener un montón de poder. Serás capaz de ser quien quieras ser. Pero primero, necesitas mantener la cabeza en alto. Después de todo, eres el futuro de toda la maldita raza de Lorien, ¿no? El niño me miraba fijo ahora, y ya no lloraba. Estaba pendiente de cada una de mis palabras, con los ojos abiertos y su pequeña boca formando una pequeña o. ―¿Lo captas, compañero? ―pregunté―. Te necesitamos. Él me dirigió una mirada seria y agitó su puño frente a mi rostro. ―Tiendo, tiendo ―dijo. ―Sí ―dije sonriendo―. Tiendo, tiendo es correcto. WONNNNKKK. WONNNNK. Instintivamente, alcé las manos para cubrirme los oídos. El niño chilló. Era el sonido de una especie de cuerno, profundo y resonante. Retumbó por las ruedas de la van hasta mis huesos. Tenía la sensación de saber qué era: el sonido de una nave mogadoriana. No podía ser nada más. Esto no era bueno. Revisé la consola. Estábamos por llegar, pero aún nos quedaba camino por recorrer. El camino por delante de nosotros estaba cubierto de escombros, árboles caídos y cadáveres aquí y allá. Traté de no mirarlos. A la derecha había un vacío en el cielo, donde una vez estuvieron las Torres de Elkin. En la distancia, las ruinas humeantes de Ciudad Capital se estaban acercando. Acabábamos de llegar a Parque Eilon, en las afueras de la ciudad, cuando nos golpeó. No estoy seguro de qué nos golpeó. No era un misil o, de lo contrario, estaríamos muertos. Podrían ser los restos voladores de una bomba, podría ser otra cosa. En realidad, no importaba. Fuera lo que fuese, algo enorme chocó contra la van y nos envió volando. Todo quedó a oscuras.

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Volví en mí de espaldas. Me sangraba la cabeza y tenía la visión borrosa. Había un chirrido por encima de mi cabeza. El niño estaba de rodillas sobre mí, mirándome a los ojos con expresión preocupada. ―¿Tiendo, tiendo? ―preguntó. Miré a su espalda y vi el fondo de la van, los asientos y la consola encima. Yacía de espalda contra el techo interior. Estábamos al revés. Adolorido, moví la cabeza y vi la hierba del parque por una ventana recién quebrada. No sabía qué íbamos a hacer. No había forma de que lográramos enderezar la van de nuevo y, mucho menos hacerla funcionar. Salí a rastras por la ventana quebrada, ignorando el vidrio que me rasguñaba los brazos. Cuando ya había salido, me di la vuelta, extendí los brazos y jalé del niño hacia mí. Rodamos juntos sobre la hierba, sin aliento. WONNNKKK. WONNNKKK. Otra vez ese sonido. De repente, junto a mí, el niño abrió mucho los ojos y también la boca. Me di la vuelta y vi al monstruo de pie justo encima de nosotros, tan cerca que podía oler su aliento pestilente. Era la cosa más fea que había visto jamás, probablemente me sacaba dos cabezas en altura, tenía piel blanca muy pálida y una boca llena de dientes pequeños y retorcidos, que eran más puntiagudos y afilados que cuchillos. Sabía cómo eran sus dientes porque estaba sonriendo. A su costado, colgaba una espada curva gigantesca. Eso, supe, era un mogadoriano. Nos gruñó con los ojos entrecerrados. El sonido fue bajo y amenazante, ronco y gutural. La bestia alzó la espada sobre la cabeza. Lo había intentado. Lo había intentado y casi lo habíamos logrado. Ahora, todo terminaba. No tenía sentido fingir que mi cuerpo sería un verdadero escudo para el niño. Ambos moriríamos del mismo golpe. Entonces oí la cosa más extraña. Era como música y la reconocí. Antes de que pudiera reaccionar, hubo un gigantesco destello de luz y la música se hizo más fuerte, tan fuerte que sonaba como si proviniera del interior de mi cráneo. Era la canción de Devektra. Era hermosa. El mogadoriano se tambaleó hacia atrás y dejó caer su espada. Su rostro se contrajo en una horrorosa máscara de dolor. Soltó otro gruñido (en realidad, era más un rugido) y cayó de rodillas.

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Ni siquiera lo pensé, sabía lo que tenía que hacer. Me puse de pie, aferré la espada y, con deslumbrantes luces blancas intermitentes a mi alrededor, la agité con toda la fuerza que tenía. Un géiser de sangre brotó en el aire cuando su cabeza salió volando. Nunca la vi. No sé cómo nos encontró, o por qué no se reveló, probablemente no era el momento. Pero era ella. Devektra me había salvado. Más importante aún, había salvado al niño. Él se levantó, me miró con curiosidad, aparentemente imperturbable por lo que acababa de suceder, y señaló algo que yacía en la hierba, a pocos metros de distancia. ―¿Motocicleta? ―preguntó.

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CAPÍTULO 15 Traducido por CairAndross

Llegamos a la pista de aterrizaje a tiempo. Aparqué la moto, corrí hacia la nave con el niño en brazos para buscar a Brandon y pasé a un grupo de kabarakianos y de garde de las FDL, que creaban caóticamente en un perímetro alrededor de la pista. Los mogadorianos estarían pronto aquí. Estos lorienses serían lo único que protegería la nave cuando despegara. Como yo, ellos iban a quedarse atrás, íbamos a morir, no había manera de evitarlo. Pero, con un poco de suerte, los nueve niños y sus mentores vivirían y, con ellos, sobreviviría la gente de Lorien. Los ocho cêpan mentores permanecían de pie fuera de la nave, esperando la hora de marcharse, mientras ocho niños pequeños, cuyas edades iban desde la más tierna infancia a los seis años, estaban dispuestos en un círculo en el suelo. Otro hombre se inclinaba sobre cada uno de los niños y les tocaba la cabeza. Era el anciano Loridas. Parecía que los estuviera bendiciendo o algo así. Bueno, si iba a morir, al menos podría decir que, por fin, había visto a uno de los ancianos. Cuando Brandon me vio aproximarme, una expresión de asco comenzó a formarse en su rostro, hasta que divisó al niño. ―Éste es el noveno ―dije. Sabía que se marcharían en cualquier momento y, ansioso por establecer mi argumento, las palabras surgieron a borbotones―. No es demasiado tarde. Tienes que… ―Silencio ―ordenó Brandon y tomó al niño. Corrió hacia Loridas, que acababa de finalizar lo que estaba haciendo con los niños. Los observé nervioso, mientras deliberaban, preguntándome cómo había llegado Loridas al planeta. ―Él es el último. ―Me di la vuelta y vi a una mujer con largo cabello oscuro, a principios de la treintena. Ella leyó mi mirada de confusión―. Los otros ancianos se fueron, se sacrificaron por nosotros. ―¿También Pittacus? ―pregunté, sorprendido. En realidad, nunca había pensado mucho en Pittacus Lore, nunca reaccioné a su nombre con la reverencia incondicional de tantos otros lorienses, pero aun así, fue un sobresalto. A pesar de todo lo que había ocurrido esta noche, nunca se me ocurrió que él podría haberse ido. Era casi inimaginable. Un ceño de incertidumbre cruzó el rostro de la mujer. ―Pittacus está… desaparecido ―dijo―. Aún podría estar vivo. No lo sabemos.

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No respondí. ¿Qué podía decir? ―Te ves muy joven para ser un cêpan mentor ―comentó. ―Solo soy un aprendiz ―aclaré, con los ojos clavados en Brandon, Loridas y el niño―. De ingeniero. No de Mentor. ―Podrías haberme engañado ―dijo ella, mirando al niño. Loridas lo tomó de la mano y lo condujo al único lugar libre en el círculo. Los otros niños miraban, mientras Loridas comenzaba a realizar algún tipo de ritual. ―¿Por qué son todos tan jóvenes? ―le pregunté a la mujer―. Son demasiado pequeños para haber sido alumnos de la academia. ―Esos niños fueron identificados por los ancianos como los más poderosos de su generación ―me explicó. Sonaba melancólica mientras hablaba―. Tienen un largo camino por delante. Tendrán que aprender a adaptarse a un nuevo hogar y una nueva forma de vida, que no se parecen a nada de lo que conocemos aquí. Será mejor si tienen tan pocos recuerdos de Lorien como sea posible. Será más fácil para ellos. Asentí con tristeza y volví a mirar el ritual. Estaba ansioso por contemplarlo al completo, pero Brandon me sacó a la orilla de la pista. ―Ha sido admitido. Los ocho ahora son nueve ―dijo―. Lo curioso es que el anciano Loridas no se inmutó en absoluto. Cuando le dije que el noveno había llegado, se giró hacia mí y me miró como si hubiera sabido que venía en camino durante todo el tiempo. Me volví hacia los cêpan mentores congregados, a los garde dispuestos en el suelo, y a la nave que los sacaría de este planeta. Temía lo que mi propio destino me deparaba, pero estaba decidido a no permitir que Brandon viera mi miedo. Quería hacer una salida noble y elegante. ―Vete ―le dije―. Yo me uniré a la guardia perimetral. Los soles estaban comenzando a aparecer, el amanecer estaba coloreado por las llamas y el humo de la destrucción del planeta. ―Buena suerte allí arriba ―dije. ―Detente ―dijo Brandon. Me di la vuelta―. Vendrás con nosotros. ―¿Yo? No hay espacio. ―Sentí que mi corazón se elevaba en mi pecho, pero no podía aceptarlo―. ¿Qué hay con el resto de las personas de este lugar? ¿Los que han estado luchando todo este tiempo? ¿Los que creyeron de verdad? ―El chico necesita un mentor. Tú lo trajiste aquí, él confía en ti. Y el vínculo ya se ha formado… puedo sentirlo. Tienes que ser tú. ―Pero no tengo entrenamiento.

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―Lo único que cualquiera de nosotros saber en realidad, es poner siempre la supervivencia de nuestro garde por sobre la nuestra. ―Brandon echó un vistazo al muchacho―. Y parece que ya pasaste por esa parte. Otra explosión retumbó a un kilómetro de distancia, y atrajo nuestras miradas al cielo por donde se aproximaba una enorme nave mogadoriana. Algo parecido a briznas se lanzaban de la nave en paracaídas y aterrizaban, suave y silenciosamente sobre el sueño. Pero, por supuesto, eso era un truco de la distancia y la perspectiva. No eran briznas: eran tropas terrestres mogadorianas, y no había nada suave en ellas. Mi destino estaba decidido. Nos apresuramos a unirnos al resto del grupo a bordo de la nave y salimos de nuestro amado Lorien, antes de que fuera demasiado tarde.

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CAPÍTULO 16 Traducido por CairAndross

―Uf ―apenas despierto y ya estaba en agonía. El niño acababa de patearme con fuerza las piernas, y ahora saltaba sobre el resto de mi cuerpo, aplastándome el estómago y las costillas. ―Despierta ―dijo, sin dejar de brincar dolorosamente sobre mí. Era una forma infernal de despertar por la mañana, pero estaba empezando a acostumbrarme. ―Despierta ―repitió el niño, a quien todos habíamos empezado a llamar «Nueve». Tenía los ojos brillantes, juguetones, y tan lleno de energía que cinco minutos en su compañía eran suficientes para hacerme rezar por que llegara su hora de acostarse. Nueve y los otros jóvenes garde se habían recuperado rápidamente de los horrores de esa noche espantosa, apenas un mes atrás, cuando Lorien había caído ante los mogadorianos. Los otros cêpan mentores no podían creer la adaptación de los niños. Los envidiábamos. Ninguno de nosotros superaría alguna vez lo que habíamos visto. ―Me estoy levantando ―le dije, bajé las piernas de la cama y saqué mi camiseta Kalvaka del gancho en la pared. Todos los demás cêpan mentores se habían quedado con sus túnicas de la ADL, pero yo solo tenía mis ropas de calle de aquella última noche en Lorien. ―Eres demasiado lento ―se quejó Nueve, jalando mi brazo mientras yo intentaba terminar de vestirme. ―Lo siento, compañero ―dije―. Me acosté tarde anoche. ―¿Qué hay de nuevo? Levanté la mirada para ver a Brandon, sonriendo desde el muro que separaba mi dormitorio del resto de la nave. Brandon siempre se metía conmigo por levantarme tarde, por ser siempre el último cêpan que socializaba a las tantas de la madrugada en la cantina de la nave. Si Brandon se había ido a dormir, siempre estaba Kentra, o cualquiera de los otros. ―Hoy es el primer día de entrenamiento en pre-combate ―dijo―. Me llevaré a Nueve, si no es problema. ―¿Pre-combate? ¿Ya? ―Tenía dificultades para comprender que ya comenzaran a preparar a parte de los garde como guerreros. Brandon y Kentra habían explicado que eran simples ejercicios de calistenia y fortalecimiento en este punto, pero aun así, los niños eran demasiado pequeños.

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Vi a Cuatro, el garde de Brandon, que asomaba la cabeza por detrás de la espalda de Brandon. Estiró la mano tímidamente hacia Nueve, invitándolo a ir juntos a precombate. Al verlo esperaba que Nueve tomara la mano de Cuatro. Era un gesto muy dulce. ―¡Prucawbat! ¡Rawr! ―chilló Nueve y volvió a saltar sobre la cama, ya fuera inconsciente por el gesto de Cuatro, o demasiado excitado para notarlo. Sonreí exhausto y orgulloso al mismo tiempo por la hiperactividad de mi garde. Saqué a Nueve de la cama y lo puse en el suelo. ―Vas a ir con Brandon y Cuatro, ¿de acuerdo? Después te veré en Uno-a-uno. ―Uno-a-uno eran sesiones de entrenamiento y desarrollo entre los cêpan mentores y sus garde. Se había decidido que mi Uno-a-Uno con Nueve estaría supervisado por otro cêpan mentor, debido a mi inexperiencia y falta de entrenamiento. Pero, aún con Brandon o Kater respirando sobre mi nuca, Uno-a-uno era mi momento favorito del día: solo yo y el niño. La gran nave era un espacio abierto, sin paredes, pero atendiendo a nuestra privacidad y cordura, muros holográficos programables separaban las áreas de la cabina en «habitaciones». La cantina era uno de esos espacios, localizada cerca de la cabina de pilotaje de la nave. Estaba casi vacía cuando por fin llegué allí, y las opciones de comida eran escasas: un paquete de fruta karo liofilizada y un plato de grano flurrah blando y tibio. «Ah ―pensé―. Los peligros de dormir demasiado». Me conformé con el karo y me senté junto a Hessu, la único cêpan que se encontraba allí. Hessu era la cêpan de mayor edad y tímida para conversar. Nunca sabía qué decirle, así que solo la saludé con la cabeza y me comí el desayuno en silencio. Como tendía a suceder cada vez que tenía un instante para mí, mis pensamientos vagaron de regreso a lo que había sucedido en Lorien, tanto las cosas que había presenciado (la destrucción de la capital, esas desgarradoras lágrimas lodosas en las mejillas del abuelo de Nueve), como las que solo imaginaba: el chalet de mis padres en Deloon destruido por los misiles de los mogs; Devektra sucumbiendo finalmente a las tropas terrestres mogadorianas, mientras defendía su adorada ciudad con valentía. También recordé el despegue de la nave, y observar por las ventanillas mientras nos elevábamos sobre la pista. El anciano Loridas, quien había insistido en no subir a bordo, se fue difuminando hasta solo ser un punto en el suelo cuando atravesamos la atmósfera del planeta, con las Fuerzas Defensivas de Lorien y los kabarakianos aún allí abajo, conteniendo el avance de las hordas mogs.

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Los primeros días en el espacio habían sido los peores. Los cêpan mentores nos habíamos agrupado en la cantina, con nuestros traumatizados pupilos en el regazo, esperando noticias del piloto de la nave sobre el destino de Lorien. Brandon había explicado que la gran mayoría del consejo, la academia y las FDL habían sido exterminados en la primera ola, pero tendrían que quedar supervivientes, héroes como Devektra, quienes lucharían contra las fuerzas invasoras sin importar las probabilidades en contra. Se había decidido por votación que una vez que alcanzáramos una distancia relativamente segura, la nave se detendría a observar y esperar. Si había alguna señal que la derrota de Lorien no era completa, de que se hubiera formado algún movimiento de resistencia que aún sostuviera la mínima posibilidad de supervivencia, regresaríamos y ayudaríamos en lo que fuera posible. Pero después de muchos días y noches sin dormir, el piloto salió a la cantina desde la parte frontal de la nave y negó con la cabeza. ―A partir de los escáneres de la nave… ―dijo, luchando contra las lágrimas―. No hay nada. No queda nada. De todos los horrores que había sufrido, ése fue el peor, el más devastador. Las cosas fueron mejorando, lento, pero seguro. Y aún con mis pensamientos más oscuros, era difícil deprimirse con cuando teníamos nueve niños enérgicos e incontrolables a nuestro alrededor, cada segundo del día. ―Está enferma ―anunció Hessu. Casi di un respingo: Hessu nunca hablaba si no le hablaban primero. Me tomó un segundo darme cuenta que estaba hablando de su garde, la niña a la que llamábamos «Uno». ―Me desperté en mitad de la noche con un mal presentimiento, así que fui a la habitación de los niños para comprobarla y claro, cuando le toqué la frente, la tenía caliente. Una fiebre fuerte. ―La aversión de Hessu al contacto visual era solo una parte de su personalidad, pero la intensidad con la que evitó mi mirada me hizo temer lo peor. ―¿Dónde está? ―pregunté―. ¿Se encuentra bien? ―Está en el Autodoc. ―Debido a que nadie a bordo tenía conocimientos médicos, la nave había sido equipada con una pequeña área de clima controlado, llamada Autodoc. Ésta supervisaba los signos vitales del paciente y administraba la medicina necesaria a través de las rejillas de ventilación―. La máquina dice que estará bien. ―Pues bien ―dije, aliviado―. Eso es bueno. Hessu simplemente se encogió de hombros. Tenía la boca fruncida y parecía amargada, como si hubiera estado chupando algo ácido.

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―Va a morir ―dijo. Me quedé paralizado en mi asiento, sin habla. Parecía que las palabras de Hessu hubieran succionado todo el oxígeno de la habitación. ―Va a morir, tengo la certeza. ―Hessu, estoy seguro de que ella va a estar bien… Se volvió hacia mí, con una mirada de rabia y desprecio ardiendo en el rostro. ―¡No quise decir ahora, idiota! ―Comenzó a reír con amargura―. ¿No te das cuenta de que todos vamos a morir? Mi sangre se congeló. ¿A dónde quería llegar esta mujer? ―Cierto, cierto ―continuó―. Aún no has sido plenamente informado, ¿cómo ibas a saberlo? Ésta es una misión suicida. Viajamos a un planeta distante para escondernos de los mogadorianos, para escapar de ellos, para hacer cualquier tipo de esfuerzo patético que podamos hacer para sobrevivir, antes de que ellos nos cacen y maten. Es inútil. No sé por qué nos molestamos siquiera. Sus palabras se filtraron en mi cerebro como veneno, pero traté de concentrarme en el tema que nos ocupaba: su histeria. ―Tienes que calmarte. ―Es fácil, para ti, decirlo. Tú eres el último. ¡Tú y tu niño fueron bendecidos últimos por mera suerte, porque llegaron retrasados! ―La risa amarga regresó―. Mientras que mi niña y yo… fuimos las primeras. Primeras en ser bendecidas, primeras en morir. La risa dio lugar a las lágrimas, y Hessu hundió el rostro en las manos. Luché contra mi propio horror y la abracé. Permanecimos allí por un tiempo, yo la mecía en mis brazos, mientras la terrible verdad de nuestra situación me atravesaba el corazón. Más tarde, me dirigí por el pasillo virtual hacia la barraca vacía donde se llevaba a cabo mi Uno-a-uno con Nueve. Me sentía un tonto por mantenerme optimista sobre el plan que los ancianos habían desarrollado para nosotros, por creer que el camino ante nosotros sería más brillante que el que dejábamos atrás. Por lo que había oído de Hessu, éste solo se volvería más sombrío cuando alcanzáramos nuestro destino. Y me sentía como un tonto por no indagar con más profundidad en la naturaleza del ritual que Loridas había realizado sobre Nueve. Había asumido neciamente que era solo algún tipo de bendición de carácter pagano. Pero, de acuerdo a Hessu, era mucho más que eso. Era un hechizo de protección que concedía inmunidad total a los niños. A todos, excepto a Uno.

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Su bendición solo era un enlace a los demás, ella no era invulnerable. Cuando muriera, Dos sería vulnerable. Cuando Dos muriera, Tres sería vulnerable. Una y otra vez en la cadena de sus preciosos jóvenes garde. Puesto en esos términos, ya no se sentía como una bendición, para nada. Parecía una maldición y me hizo sentir enfermo solo el pensar en ello. Hice una pausa ante la puerta de la barraca y miré por la ventana de la nave. Lo único que veía eran estrellas. Aún quedaban muchas galaxias por recorrer, antes de llegar a nuestro destino. Nos dirigíamos a la Tierra, un planeta que estaba lejos de ser perfecto. No se parecía en nada a lo que había sido Lorien. Pero, aún con todas las terribles historias que había oído sobre la miseria de la Tierra (las guerras, la hambruna, la contaminación), lo esperaba con ansias, al menos un poco. Aún recordaba que la transmisión que había visto la noche del Cuarto de Luna, antes de tomar la fatídica decisión de coger la pulsera de Daxin y dejar la academia, y supe que la Tierra no podía ser tan mala. Entré a la barraca y encontré a Nueve esperando sobre el suelo, de espalda a la puerta virtual. Adel, la cêpan mentora de Siete, estaba sentada en una silla en la esquina, cumpliendo su deber como supervisora asignada de ese día. ―Hola, Adel ―la saludé, dándole una sonrisa y un breve saludo. Ella me los regresó. Ante el sonido de mi voz, Nueve se levantó de un salto, se dio la vuelta y corrió hacia mí, aferrándose a mis rodillas. Levantó la vista, con los ojos brillantes. ―¿Sandor? ―preguntó, alargando mi nombre y moviendo la cabeza de atrás hacia delante―. ¿Vamos a jugar hoy? Bajé la mirada hacia él y sonreí. ―Seguro, compañero ―contesté―. Vamos a jugar.

fin

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AGRADECIMIENTOS Moderadora a Cargo • Pamee Traductores • Jackiejt • Lauraef • AOMontero • Niyara • Ximena30 • Ann Dawn • Talylak • Shiiro • CairAndross Diseño y revisión general • Pamee

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