Los Traidroes de Eduardo Sacheri

“Ursulina Garay se quería morir” En el preciso momento en que el sobre desaparecía dentro de la urna, Ursulina Garay rec

Views 65 Downloads 2 File size 470KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

“Ursulina Garay se quería morir” En el preciso momento en que el sobre desaparecía dentro de la urna, Ursulina Garay recordó el billete de quinientos mil australes que había dejado dentro del voto doblado en dos. Se quiso morir. Escudriñó la ranura angostísima con la yema de los dedos y a fondo con los ojos, pero ya no había caso. Tomó la urna de pesada y dura madera entre las manos y la inclinó hacia atrás como para ver mejor adentro, pero comprendió que ya no había caso: ni una sola evidencia quedaba en la mesa. El resto de las mujeres la miraban curiosas y con sonrisas barajadas con trampa al centro del grupo. - ¿Qué sucede, señora?- preguntó una de las autoridades de mesa, reteniendo entre sus dedos el documento derruido de la mujer, al que ya había firmado y sellado. - Es que se me quedó algo adentro del sobre, señora. Al voto lo tenía dentro del portasenos, ¿vio?, y como lo saqué doblado me olvidé de…-Ursulina Garay se sonrojó porque sintió que a sus espaldas, entre las damas que hacían cola esperando también votar, algunas rieron y murmuraron. Una especie de desesperación le subió por los brazos ardiéndole la piel y se pasó rápidamente un húmedo pañuelo descolorido por las mejillas y la frente, secándose un sudor inexistente. Sintió que del pecho se le deslizaba una multitud de broncas largamente contenidas y se le instalaba en la boca del estómago. Sus grandes senos se les contrajeron al suspiro más profundo que recordaba. Se quiso morir. - Si se puede abrir la urna, me voy tranquila -dijo atragantada. Una mujer, la más hosca de las que ocupaban la mesa, seguramente la autoridad comicial en ese sitio, la más intensamente maquillada, la que mejor había recogido sus largos cabellos bajo una serie de hebillas multicolores, arqueó las cejas detrás de los anteojos y, mirándola con suma fijeza, dijo: -No se puede, señora. Ursulina Garay sintió que sonrojaba aún más, y que también quería llorar. Tomó su libreta cívica y se alejó un poco de la gente, hacia una puerta que daba al patio de la escuela, donde había árboles, sol, aire fresco. Aquí y allá, grupos de hombres conversaban animadamente sin mirarla, pero de todas maneras a Ursulina Garay le parecía que hablaban de ella. Poco a poco recorrió con los ojos las largas galerías tratando de encontrar el rostro de alguna amiga, de alguna conocida, de quizás una vecina que la atendiera. Recostó la espalda en una descascarada pared y se miró los pies, angustiada con los dedos destrozados por el viejo y duro cuero del mocasín que no usaba no recordaba desde cuándo. Había gendarmes y agentes de policía ordenando las colas de votantes y, de vez en cuando, alguien empujaba. Eran dos filas de hombres y una de mujeres, y esta última era más larga y sinuosa. Ursulina Garay se encontró de pronto mirando sin ver. Recordó a sus hijos, descalzos y rotosos, esperándola en el rancho comunal donde con cada lluvia se inundaba y donde cada peste se detenía. La idea del hambre en los pequeños la enloquecía. Además, desde el día siguiente, una vez terminada la campaña política, ya nadie la visitaría con unos paquetes de mercaderías como en los últimos dos meses. Recordó al hombre que en la calle le había dado el voto doblado con el dinero adentro y salió a la vereda tratando de

localizarlo, pero ya no estaba. Se acercó a un gendarme de rostro adusto y le contó su historia a borbotones, pero éste solo se encogió de hombros. Quinientos mil australes. Se quería morir. Desesperada, se acercó nuevamente a la mesa y mirando fijamente a la de los anteojos, le pregunto: -Si espero hasta la tardecita, ¿me darán el dinero? -Sí, señora -respondió la mujer de las innumerables hebillas -Siempre y cuando nadie más lo reclame. ¿Qué dicen ustedes? Ella recorrió con la mirada los rostros de las fiscales de los distintos partidos políticos que la rodeaban. Todas asintieron, porque seguramente la risa contenida no les dejaba hablar. _Pero su voto será anulado -dijo alguien. _Eso no importa_ contestó Ursulina Garay y volvió a alejarse del lugar. Debía esperar como seis o siete horas, todavía, hasta el escrutinio. Buscó un banco donde sentarse y pensó otra vez en sus hijos. Iría a verlos y volvería, tenía tiempo de sobra, pero primero descansaría un poco. Sintió que muchos la miraban y que era tema generalizado de conversación. Con el pañuelo ahora sumamente húmedo de transpiración, se secó una lágrima de entre los párpados doloridos. Se quería morir. Humberto Hauff Nació en El Colorado, Formosa, en 1960. Es Profesor en Letras, Licenciado en Gestión Educativa y Magíster en la Enseñanza de la Lengua y la Literatura. Ejerce la docencia en la Universidad Nacional de Formosa.