Los Pueblos Barbaros

LOS PUEBLOS BÁRBAROS Introducción. El lenguaje corriente de nuestros días da a la palabra “bárbaros” un significado peyo

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LOS PUEBLOS BÁRBAROS Introducción. El lenguaje corriente de nuestros días da a la palabra “bárbaros” un significado peyorativo, muy diferente del que el vocablo tuvo en su origen. “Bárbaro”, para un romano, no significaba más que “extranjero”. Sin embargo, los historiadores, desde época muy temprana, acuñarán un nuevo concepto basado en una idea equivocada: la de que unos pueblos semisalvajes, súbitamente, en vertiginosa cabalgada desde lejanos países cayeron a finales del siglo IV, como un vendaval, sobre el rico y culto Imperio Romano, destruyéndolo pasando a cuchillo a sus habitantes y no dejando piedra sobre piedra. Pero esta imagen es falsa. La idea catastrófica de las invasiones bárbaras no es sostenida hoy por ningún historiador. Sin embargo, conviene resaltar este hecho porque todavía es una idea latente en la cultura popular. Los pueblos exteriores al Imperio Romano traspasaron las fronteras en una ósmosis continua, a veces acelerada en fulgurantes invasiones frenadas por el ejército de Roma, pero en general pacífica y de acuerdo con los emperadores, hasta que en la segunda mitad del siglo IV el lento transvase de población se convirtió en una verdadera oleada invasora. Pero no hubo ningún choque cultural terrible; una parte verdaderamente importante de los bárbaros estaba completamente latinizada y, además, existía una cierta “barbarización” del mundo romano, que se fue acentuando durante los cien años siguientes, hasta que el Imperio desapareció para dar paso a los diferentes reinos germánicos. Es bien cierto que hubo guerras constantes durante este tiempo, pero la idea de un bando formado por romanos y otro constituido por bárbaros es rudimentaria e ingenua. Convertido el Imperio Romano en un campo de batalla, los bárbaros aparecen formando parte del ejército romano, luchando entre sí muchas veces en defensa de Roma, otras por rivalidades tribales, otras, por supuesto, contra el ejército imperial, que desde hacía muchos años estaba constituido en su mayor parte por bárbaros. Y bárbaros eran también sus mandos militares. Independientemente de la teoría catastrófica de la invasión bárbara, es también corriente la idea de que el período de las grandes invasiones es una época de turbación entre dos grandes etapas de estabilidad: la del Imperio Roma y la nuestra. Esta idea debe ser también rechazada, pues realmente lo que en verdad resulta excepcional no es la época de invasiones, sino la etapa de paz romana, que es sólo un alto en medio de un torbellino de invasiones que, desde los albores de la Prehistoria, se prolonga hasta la Edad Moderna. ¿Es entonces nuestra época otra etapa de descanso? ¿Volverá el mundo a conocer otra larga era de invasiones “bárbaras”? Modernos filósofos e historiadores coinciden en opinar que nuestros días son los últimos de la civilización llamada occidental, que vive hoy la crisis de su desaparición abocada a rápida decadencia; y hoy también se señala una serie de pueblos “exteriores”, que viven más allá de las fronteras de nuestra civilización, no ya desde un punto de vista geográfico, sino social y económico, cultural, en suma. El conocimiento de la historia de las invasiones bárbaras y de la destrucción del Imperio Romano puede servir quizá de respuesta a muchos de los problemas que se plantea el mundo moderno. Roma y los pueblos bárbaros. En el siglo V a.C. nace para la historia un pequeño villorrio sobre unas colinas a orillas del Tíber, en el centro de la Península Itálica. Lenta y trabajosamente los hombres que viven en él van creando una entidad política y cultural más grande, y más potente. Roma se convertirá en un mojón fundamental en el camino de la vida humana desde las más remotas etapas geológicas hasta el estelar mundo del futuro. Durante mil años casi exactos, los hombres de Roma forjarán una cultura, un modo de vida que formará parte, ya para siempre, del acervo espiritual de la especie humana. De un pequeño villorrio nacerá un imperio fabuloso, estable, rico y

organizado que, cumplido su ciclo vital tras una agonía de más de doscientos años, sucumbirá a manos de unos pueblos exteriores, que durante siglos habían permanecido deslumbrados al otro lado de las fronteras, sin atreverse a penetrar. Hasta hace poco tiempo, los historiadores, captando la importancia del hecho, acostumbraban a fijar, con la invasión de Roma, el fin del mundo antiguo y el principio de la Edad Media. Hoy sabemos que, en realidad, las invasiones bárbaras fueron el último episodio de la Edad Antigua y que durante dos o tres siglos la cultura latina y el espíritu germánico se fundieron, al calor de la religión cristiana, hasta producir una nueva civilización directamente entroncada con la de Grecia y Roma. Durante toda la historia de Roma, la presencia de los pueblos bárbaros fue permanente. Unas veces penetraron en el Imperio, como los cimbrios y los teutones (en el siglo II a.C.), no en son de guerra, para ser destruidos por el potente ejército romano; pero, las más de las veces, arrojados de sus tierras por las conquistas romanas, penetraron en calidad de esclavos. Así, la población bárbara en el interior del Imperio siempre fue permanente. Educados en la cultura de Roma, los bárbaros del interior abonaron el campo para las penetraciones futuras. Con la llegada del Imperio, tras la desaparición de la República Romana, los bárbaros fueron adquiriendo una jerarquía cultural dentro de todas las capas sociales; liberados muchos de ellos de la esclavitud, se convirtieron en campesinos y artesanos y, después, fueron formando poco a poco parte de los cuadros del ejército. Olvidados los romanos de cuánto debían a su potencial militar, el ejército fue poco a poco convirtiéndose en mercenario. En el siglo IV d.C. tribus enteras de bárbaros fueron contratadas para guarnecer las fronteras del Rin y del Danubio. No fueron ya contratos a nivel personal, ahora se establecía un pacto (foedus) con un caudillo bárbaro; se le abonaban anualmente las soldadas de todos los guerreros o se le concedían unas tierras para cultivar; a cambio de ello los bárbaros defendían al Imperio de invasiones exteriores. Poco a poco los jefes bárbaros fueron adquiriendo nombramientos militares. Sólo un paso separaba al ejército romano de estar formado por sus propios enemigos. Y este paso fue dado a lo largo del siglo V, casi insensiblemente. Cuando esto ocurrió, los habitantes del Imperio, acostumbrados a las tropas bárbaras, que vivían dentro de las fronteras con sus familias, no se dieron prácticamente cuenta de lo que ocurría. Los bárbaros probablemente tampoco. La ficción de la autoridad imperial se mantuvo durante muchos años. Dividido el Imperio por Teodosio en Occidental y Oriental, cuando el jefecillo hérulo Odoacro depuso en el 476 al último Emperador, Rómulo Augústulo, envió la Corona y el Cetro imperiales al emperador de Oriente, Zenón. Los bárbaros no quisieron conscientemente destruir el Imperio, sino formar parte de él. En realidad, sólo un caudillo bárbaro concibió un imperio diferente del de Roma: Atila, rey de los hunos, logró un efímero reino en las estepas desde el Ural al Rin. Pero, aun así, su capital de casas de troncos procuraba ser un calco de una ciudad romana; Atila construyó termas, tenía en su corte bufones y poetas, celebraba fiestas a la manera de Roma e intentó una rudimentaria organización administrativa. Pero, vencido por un ejército de bárbaros y romanos, aunque logró llegar a las puertas de la Ciudad Eterna, no pudo dar una continuidad a su obra: a su muerte en el 453 el Imperio huno se disolvió. Distribución de los bárbaros en las fronteras del Imperio. Había bárbaros en todas las fronteras del Imperio Romano. Podemos distinguir tres grandes frentes: a) En el Sur y Sudeste, pueblos africanos y árabes, que vivían en arcaicos estadios culturales, con poca densidad de población, fragmentados en débiles tribus enfrascadas en querellas intestinas. No representaron una amenaza para el mundo europeo hasta el siglo VII, unificados por el Islam. b) En el Este, el Imperio Persa. Bajo los Sasánidas, Persia

constituyó una entidad cultural independiente, enfrentada a Roma, pero sin apetencias de invasión. Encerrada en sus fronteras, Persia se bastaba a sí misma y tenía suficiente fuerza para rechazar de sus límites asiáticos a los pueblos nómadas de las estepas siberianas. En gran parte, la resistencia persa empuja a los pueblos amarillos hacia el norte del Caspio para que, atravesando los Urales, impulsen a su vez a los pueblos del Oriente europeo hacia las fronteras del Imperio Romano en el Rin y en el Danubio. c) En el Norte y Nordeste, los pueblos germanos, que sirven de parachoques de Roma frente a los eslavos situados al Este de Europa. En el caso de los germanos se da una mezcla de las dos situaciones anteriores. No hay ni una cultura superior ni una organización política, como en el caso de Persia, pero tampoco se encuentran tan atrasados como los pueblos del sur del Mediterráneo. El número de los germanos es considerable y su organización suficiente. Por otra parte, la extensión de las fronteras con el Imperio es enorme y sólo los separan del mundo romano las estrechas cintas de agua de dos ríos. Los contactos son muy frecuentes, como ya hemos señalado. Cuando en el siglo IV coinciden dos hechos, la debilidad creciente del Imperio y el desplazamiento incontenible hacia Occidente de los pueblos eslavos y particularmente de los hunos, los germanos atraviesan el Imperio por todas las fronteras. La cultura de los germanos y de los latinos proceden, además, de un trono común: el tronco indoeuropeo. Efectivamente, las modernas investigaciones lingüísticas nos hablan de unos pueblos, los indoeuropeos, con un hogar cultural en Europa, desde las islas Británicas al Asia central, que hablaron idiomas hermanos, indicativo de una cultura también gemela. Es éste un descubrimiento de la gramática comparada. Se distinguen asimismo dos grandes grupos: el oriental (indoiranio, armenio y baltoeslavo) y el occidental (italocéltico, germánico y grigo). De este grupo occidental, por tanto, se distinguen históricamente dos formas culturales similares: la latino-helénica y la germánica, es decir, la cultura grecorromana y la de los pueblos germanos que implican también la céltica. La primera evoluciona rápidamente, la segunda queda más atrasada hasta que, tras el torbellino de las invasiones, se funden de nuevo. No debe extrañarnos, por tanto, esta fusión de latinos y germanos, puesto que es común una serie de elementos culturales básicos: la familia patriarcal, el carácter campesino, las concepciones morales, la religión, la mitología y una serie de premisas jurídicas. Incluso los esquemas sociales elementales (sacerdotes, guerreros y productores) nos hablan, no de una diferencia fundamental de concepto, sino más bien de distintas etapas de evolución. Los germanos formaban un mundo relativamente unido del que los romanos tuvieron conciencia desde la época de César. Pero una serie de pueblos diversos, incluso desde el punto de vista antropológico, formaban parte del mundo germánico. Ya los historiadores antiguos vieron en ellos distintos grupos y razas; Plinio y Tácito ensayan varias clasificaciones. Los historiadores modernos tampoco mantienen un criterio único sobre los pueblos germánicos. En general, se habla de “germanos de las estepas”, “germanos de los bosques” y “germanos del mar”. Las formas culturales de estos tres grupos son diferentes entre sí y diferentes a su vez de las de Roma, pero existen una serie de caracteres comunes, fáciles de concretar; cuando se introducen en el Imperio se mezclan una y otra vez. El grupo germano más importante es el de los godos, divididos a su vez en visigodos y ostrogodos, división que encontramos también en los vándalos (asdingos y sillingos), suevos (cuands y marcomanos como ramas principales), francos (salios y ripuarios entre otros) y en general en todos los pueblos germánicos; ello da idea de su fragmentación. Además de los citados, penetran en el Imperio otros muchos pueblos germánicos: burgundios, alamanes, bávaros, lombardos, sajones, frisones, anglos, daneses, en sucesivas oleadas, incluso hasta el siglo VII.

Tras los germanos y empujándolos hacia Occidente, los pueblos de las estepas asiáticas se internan también en el Imperio, pero sin llegar a asentarse en él. En realidad fue la expansión de los nómadas del Asia la que precipitó la destrucción del Imperio Romano, ya que, aun en plena decadencia, no sabemos el tiempo que hubiera podido resistir el Occidente romano a la penetración bárbara; pues no debemos olvidar que la resistencia del Imperio oriental o Bizantino se prolongó casi mil años más. De los pueblos asiáticos (alanos, ávaros e incluso turcos, cuya avanzadilla fueron los búlgaros), el más importante fue le pueblo huno. Los hunos eran un pueblo de rudimentaria cultura, permanentemente a caballo, con el rostro cicatrizado y sin barba, de piernas cortas y baja estatura, cubiertos de pieles de ratas; infundían pavor a los romanos. Bajo el caudillaje de Atila, los hunos crearon un imperio con centro en la llanura panonia y, tras empujar a los germanos ante ellos, invadieron el Imperio Romano de Occidente. En el 451 fueron derrotados frente a los muros de Orleáns por un ejército de romanos y visigodos, pero Atila volvió en el 452 y llegó a Roma como hemos señalado anteriormente, para retirarse a instancias del papa León I. Vida y costumbres. Es tradicional la idea que nos legara César de una Germania cubierta de bosques y lagunas y un sistema de propiedad comunal. Sin embargo, ya Tácito en el siglo I de nuestra Era nos habla, aun señalando la existencia de asociaciones comunales, de propiedad privada e incluso de grandes explotaciones con siervos trabajando la tierra. Este concepto de propiedad privada es, no debemos olvidarlo, el elemento fundamental de la estructura jurídica de Roma. Por otra parte, el nomadismo bárbaro se presenta ya en tiempos del Imperio extraordinariamente atenuado. Y los germanos aparecen viviendo en villas formadas por casas de madera y conocedores de una rudimentaria artesanía y un comercio incipiente. Las agrupaciones políticas de los germanos tienen en general carácter monárquico, pero en todo caso el poder supremo corresponde a una Asamblea general de hombres libres armados, que se reúne los plenilunios y que elige a los reyes o al Consejo que ha de gobernar la comunidad. El ejército estaba formado por todo el pueblo en armas. Cuando había que realizar largas marchas, las familias de los soldados iban en retaguardia en carros que transportaban los enseres domésticos. Los jefes militares eran elegidos y el ejército estaba fundamentalmente formado por infantería, aunque también había soldados a caballo. Como armas defensivas usaban el casco y el escudo y como armas ofensivas, la lanza y, no siempre, la espada. Los germanos creían en la existencia del alma y rendían culto a las fuerzas de la Naturaleza y a los antepasados. En cuanto a los dioses de su mitología pueden parangonarse a los grecorromanos; tenían, no obstante, dioses protectores de la tribu y toda una teoría de seres intermedios entre los hombres y los dioses. Dos elementos culturales originales tendrán marcada repercusión en el futuro: la sippe, palabra que designa al fuerte vínculo familiar formado por los parientes de una persona que se sentían unidos hasta llegar a la venganza de sangre; y la fidelidad, juramente especial que unía hasta la muerte a los soldados y siervos con su señor. Estos dos elementos, particularmente el segundo, tuvo gran importancia en la sociedad de la Alta Edad Media y se integró dentro de la estructura feudal. Cuando los bárbaros empiezan a penetrar en el Imperio, Roma establece dos formas de asentamiento; los letes, verdaderas colonias de guerreros que, a cambio de defender las fronteras, recibían tierras de cultivo; conservaban sus costumbres y su derecho nacional y estaban bajo la autoridad de un prefecto nombrado por el Emperador. Los primeros pueblos que penetraron en el Imperio aceptaron esta modalidad. La segunda forma de asentamiento es la federación. El Rey bárbaro firma un pacto, foedus, con el Emperador por el cual recibe una cantidad anual y, al frente de sus

guerreros, que no reconocen más autoridad que la suya, entra a formar parte del ejército del Emperador ante quien es únicamente responsable. Estos ejércitos aliados se mueven en todas direcciones por el Imperio, comn sus familias; en el 398 los dos emperadores que acababan de recibir de manos del español Teodosio un Imperio dividido (Arcadio y Honorio), promulgan una ley por la cual los ciudadanos debían ceder una tercera parte de su casa y tierras para los federados que se establecieran en la comarca. El edicto se cumplió en muchos lugares, pero bastantes federados exigieron dos terceras partes. Asentamiento en el Imperio. Los pueblos germanos, bajo la presión de los eslavos y especialmente de los hunos, comienzan a penetrar en el Imperio en calidad de federados. En el 376, los visigodos cruzan el Danubio y dos años más tarde vencen al emperador Valente en la batalla de Andrinópolis. El sucesor de Valente, Teodosio, establece como federados en la llanura panonia a los ostrogodos en el 380, y en el 382 a los visigodos. Pero los visigodos aspiran a establecerse en Italia. Aprovechando una primera irrupción de vándalos y alanos, pasan los Alpes en el 401, ponen sitio a Milán y en el 402 se enfrentan el general Estilicón en Pollenza; alejados de Italia, vuelven de nuevo en el 403 y son derrotados en Verona. Pero el ejemplo de los visigodos es seguido por los ostrogodos que entran en la Península en el 405 al mando de Radagaiso, para ser derrotados estrepitosamente al año siguiente en la Toscaza; Estilicón condenó a muerte a Radagaiso. Sin embargo, el Imperio no podía resistir mucho más. El 31 de diciembre de 406, atraviesan el helado Rin hordas de vándalos, alanos y suevos. Los francos, establecidos también por un foedus en esta frontera, son derrotados, y el nuevo emperador Constantino firma otro foedus, esta vez con los burgundios, y los invasores, perseguidos, penetran en la Península Ibérica en el 409. Hasta el 411 vagan por el país sembrando el terror. Suevos y vándalos asdingos se establecen en Galicia, sillingos y alanos en el Sur, sólo la Tarraconense queda libre de bárbaros a cambio de un fuerte tributo. En el 429, bajo el empuje de los visigodos, vándalos y alanos pasan al África. En el 439, el vándalo Genserico forma un reino en Cartago y unos años después, en el 455, saquea Roma. En España quedan los suevos con los visigodos que habían llegado a la Península para combatir a los otros bárbaros. En efecto, en el 408, de nuevo los visigodos, al mando como anteriormente de Alarico, invaden Italia. Esta vez nadie podrá detenerlos. Obrará Alarico a su antojo y dispondrá del Senado y del Emperador que huirá a Rávena. Sitiará Roma tres veces, siempre en demanda de dinero y, en el 410, entrará a saco en la ciudad retirándose con cuantioso botín y numerosos prisioneros, entre ellos la princesa Gala Plácida, hermana del Emperador. Muerto en Italia el mismo año, le sucederá su cuñado Ataúlfo, que en el 412 penetrará en la Galia y en Hispania. Dos años después, Ataúlfo se casará con Gala Plácida, pero muerto en el 415, se sucederán los asesinatos a causa de la Corona visigoda. Triunfador Walia, se establece en un territorio cedido por el Emperador a caballo de los Pirineos con capital en Tolosa. A partir de este momento, los visigodos irán penetrando en la Península Ibérica, empujados por los francos. Los visigodos se irán haciendo cada vez más independientes del poder nominal de Roma. Desde el 418 al 484 consolidarán el reino de Tolosa, pero a partir de esta fecha irán cediendo territorio al norte de los Pirineos a los francos, hasta que éstos los derrotan en el 507 en la batalla de Vouillé, mandados por el gran Rey Clodoveo, que acababa de abrazar el cristianismo. El hecho más importante de estos años de intervención europea de los visigodos es su participación, al lado del romano Aecio, en la lucha contra Atila, el rey de los hunos. Dirigidos por el rey Teodoredo y su hijo Tursimundo, los visigodos contribuirán decisivamente en la victoria sobre el asiático en el 451 (batalla de los Campos

Cataláunicos, frente a Orleáns), pero Teodoredo murió en el combate, siendo sustituido por su hijo, que reinó hasta el 453. A partir del 455, el Imperio estaba acabado. Los burgundios se habían apoderado de todo el valle del Ródano. Britania había pasado a poder de los sajones, anglos y jutos. Los vándalos atacaban Italia por el Sur, en el año 468 el Rey vándalo Genserico se apoderaba de Cerdeña, Córcega, las Baleares y Sicilia, tras derrotar a las escuadras de Roma y Bizancio, que se aliaron ante el poder vándalo en el Mediterráneo. Un suevo, Ricimero, quitaba y ponía emperadores a su antojo; a su muerte, tras disputas entre rivales al trono, el general Orestes sentó en él a su hijo Rómulo Augústulo. Era el 475. Al año siguiente, el jefe hérulo Odoacro le asesinó. Y nadie recogió la diadema imperial que el bárbaro envió a Constantinopla. Pocos años después los ostrogodos, al mando de Teodorico el Grande, fundan en Italia un nuevo reino bárbaro. Dividida así Europa entre los germanos, el Imperio occidental se convierte sólo en un recuerdo permanente que, a lo largo de toda la Edad Media, mantendrá viva la idea, siempre permanente en los pueblos europeos, de una unidad hasta el momento no conseguida. Bibliografía ABADAL Y DE VINYALS, R.: Del reino de Tolosa al reino de Toledo, Madrid, 1960. ALTHEIM, F.: Attila et les Huns, París, 1952. COURCELLE, P.: Histoire littéraire des grandes invasions germaniques, París, 1964. DUMEZIL, G.: Les dieux des Germains, París 1959. HUBERT, J. et al.: La Europa de las invasiones, Madrid 1968. LOT, F. : Les invasions germaniques, París 1953. MUSSET, L.: Les invasions. Les vagues germaniques, París 1965. RICHE, P. : Les invasions barbares, París 1953. THOMSON, E.A. : The visigoths in the time of Ulfil, Oxford 1966. Idem.: The early germans, Oxford 1965. Por A. Montenegro Duque, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

LOS HUNOS Pueblo procedente del Asia y conocido por el nombre griego de jounoi o uno, latín hunni, sánscrito, huna, avesta, huno, chino, hiongnu, aunque en sus distintas fracciones y lugares de asentamiento recibieron otras denominaciones como chionitas, heftalíes, etc. Pertenecen a la familia tuco-mongol, y en su época de expansión europea fueron descritos por Amiano Marcelino (XXXI, 2): “el pueblo de los hunos, poco conocido por las fuentes antiguas, que vive más allá del lago Meótide, cerca del océano Glacial, excede a todo género de barbarie. Porque las mejillas de los niños son heridas profundamente con un hierro, desde su misma niñez, con el fin de impedir el crecimiento del pelo, cuando aparece éste a su debido tiempo; a causa de las arrugas producidas por las cicatrices, envejecen barbilampiños y sin belleza alguna, como los eunucos. Todos tienen miembros compactos y fuertes y cuellos gruesos, y son tan enormemente feos y contrahechos, que se les tomaría por bestias bípedas o por postes decorados burdamente con figuras, que se emplean para marginar los puentes. Aunque tienen forma de hombres, si bien brutos, son tan rudos en su modo de vida que no necesitan del fuego ni de comida condimentada, sino que comen raíces de hierbas silvestres y carne semicruda de cualquier animal, la cual ponen entre sus muslos y la

espalda de sus caballos, calentándola así un poco. Nunca se cubren por edificios hasta el punto que los desprecian como a tumbas, apartadas del uso común. Ni siquiera se encuentra entre ellos una choza cubierta de cañas. Antes bien, vagando por montes y bosques, acostumbran a soportar desde la cuna, las escarchas, el hambre y la sed. Cuando están de marcha no entran bajo techado a no ser en extrema necesidad, pues no se sienten seguros si moran bajo tejado. Se visten de telas de lino o de pieles cosidas de ratones silvestres; no tienen un traje para casa y otro para la vida pública. Pero un vez que se ponen al cuello una túnica descolorida, no la quitan ni la cambian hasta que se les cae a pedazos rota por el uso continuo. Cubren su cabeza con gorros redondos, y sus piernas peludas con pieles de cabra, y sus zapatos, que no se ajustan a plantilla alguna, les impiden marchar con libertad. Por eso se acomodan mal a la lucha a pie, pero pegados casi a los caballos, duros aunque deformes, y sentándose en ellos, a veces a usanza femenina, desempeñan sus funciones normales. Desde ellos todos los de este pueblo, noche y día, compran y venden, comen y beben, e inclinados sobre la estrecha cerviz de la caballería, se quedan dormidos tan profundamente que sueñan toda clase de sueños. Y cuando tienen que deliberar sobre cosas serias, todos dan su opinión en común de esta guisa…”. Sobre su religión no se sabe mucho, pero es posible imaginar los rasgos esenciales que la caracterizan como un conjunto de creencias de tipo chamánico, basadas en el culto al Tángri o cielo divinizado, y en la adoración de ciertas montañas sagradas. Practicaban adivinación por las entrañas de los animales; y en su vida religiosa tuvo mucha importancia el sacrificio de animales, principalmente del caballo, con cuyo sacrificio sellaban los pactos entre tribus. Su organización social es tribal y patriarcal. Se desconocen detalles sobre este pueblo de pastores y guerreros, pero a lo largo de su historia se puede ver un proceso de diferenciación social que conducirá a la rotura de los lazos tribales primitivos. Su organización política también varía con el tiempo. En una etapa primitiva, los hiongnu tenían a su cabeza un jefe llamado chan-ya, que los chinos traducen por “majestad hijo del Cielo”. Por debajo de éste se encontraban dos grandes dignatarios, los reyes de la derecha y de la izquierda. Siendo un pueblo nómada, el chan-yu no tenía residencia fija, pero normalmente vivía en el alto Orjón. Por debajo de estos reyes existía una jerarquía de los generales de la derecha e izquierda, los grandes gobernadores, los jefes de 1.000, de 100 y de 10 hombres. Su economía queda descrita en el texto de Amiano, ya citado. Historia. Se divide en dos grandes momentos: la época en que con el nombre de hiongnu son citados por las fuentes chinas, y el momento en que aparecen en Europa y son conocidos por los escritores griegos y romanos. Creemos que se trata del mismo pueblo. Otros autores les consideran distintos. Los hiongnu aparecen en la historia de China como una potencia amenazante a fines del siglo III a.C. Desde su sede primitiva al norte del río Amarillo, atacaron bajo el chan-yu T´eu-mar a los yue-chi, establecidos en el Kansu occidental (210-209 a.C.). Mao-tuen derrotó a los tonghu, que habitaban hacia Manchuria, y, aprovechando la anarquía china, invadió la provincia de Shansai. Loachang acabó con los yue-chi del Kansu obligándoles a emigrar hacia el Oeste. Cuando llegaron al río Lli cayeron sobre los wu-suen, población emparentada con los alanos posteriores. Estas primeras victorias de los hunos tuvieron como consecuencia el fin de la dominación griega en Afganistán y un aumento de la potencia de los hunos en la Alta Asia, siendo por esta época sus grandes centros de concentración las fuentes del Orjón y el curso inferior del Ongjin. Desde estas posiciones continuaron hostilizando a China, pero el emperador Wu-ti pasó a la contraofensiva aliándose con los yue-chi de Sogdiana (región de Alta Asia) y con los wu-suen. Fracasadas las negociaciones, inició él solo las hostilidades (129 a.C.);

después de una larga guerra, los hunos fueron rechazados a la Alta Mongolia, aunque no perdieron su fuerza militar. Durante el siglo I a.C., hunos y chinos tratan de controlar la ruta de la seda, que al final quedó en poder de los segundos. Después de las derrotas sufridas por el pueblo huno, las guerras civiles enfrentaron a dos caudillos rivales, Hu Han-ye y Tche-tche. El primero se sometió al emperador chino Shi-Humng-ti y, con la protección de éste, quedó como chau-yu. Tche-tche emigró hacia el Oeste llegando al Turquestán ruso en el 44 a.C., sometiendo de paso a los wu-suen del Lli, pero su mando duró poco porque el general chino Tch´eng T´ang le derrotó y le cortó la cabeza (35 a.C.). Su pueblo, llamado hunos occidentales, se estableció en torno al lago Baljash y el mar de Aral. Su historia se pierde porque entonces no están en contacto con ningún imperio que dé noticias de ellos en sus fuentes literarias. Dada su proximidad a Irán, recibieron múltiples elementos culturales. El grupo sometido al Emperador chino también se vio afectado por las luchas intestinas, que dieron por resultado la escisión de un grupo de tribus, establecidas en Mongolia interior, como federadas de China y que se denominan hunos meridionales. El grupo primitivo septentrional fue dominado por los sien-pi hacia el 155 d.C. Los hunos meridionales intervinieron activamente en la política china a finales del siglo II y principios del III y lograron apoderarse por algún tiempo del Imperio chino, pero a mediados del siglo IV fueron sometidos por los mu-jong. Los hunos occidentales, en el 374, por causas no bien conocidas, emprendieron su marcha hacia Occidente bajo el caudillaje de Balamir; vencieron a los alanos y atacaron a los ostrogodos, que se sometieron en su mayoría, mientras que los visigodos huyeron hacia el Imperio Romano. Los hunos quedaban dueños de las estepas entre los Urales y los Cárpatos. Continuando su avance, ocuparon la llanura húngara, dominaron a los gépidos y llegaron a las orillas del Danubio (405). De esta época, se conocen tres caudillos que gobiernan simultáneamente: Ruas, Mundzuk y Okar. Pronto quedaron dos jefes, hijos de Mundzuk: Atila y Bleda; el segundo fue eliminado por el primero, que quedó como soberano único. Atila es el huno típico tanto física como espiritualmente: fuerte, austero, astuto, infatigable, con arrebatos de ira que sabe explotar para sus fines. Pasa el Danubio en el 441, se apodera de Naissus y devasta la Tracia, saquea Philíppopolis y Arcadiópolis. Firma la paz con el Imperio de Oriente en el 448, recibiendo una franja de tierra al sur del Danubio. A los dos años inicia su gran expedición hacia el Rin, penetra en la Galia, y en el 451 es derrotado por el ejército de Aecio, al que se habían unido Teodoredo con sus visigodos, y otros pueblos en la batalla de los Campos Cataláunicos (cerca de Troyes). Detenido el avance huno, Atila sitia Aquilea, Milán y Pavía. Marcha sobre Roma. El papa San León Magno le detiene ofreciéndole un tributo y la mano de Honoria. Atila se retira a Panonia y muere en el 453. Atila. Rey de los hunos (c. 433-453), conocido en Occidente como “el azote de Dios”, llamado Etzel por los alemanes y Ethele por los húngaros. Atila nació hacia el año 405, provenía de la familia gobernante de los hunos, un pueblo nómada de origen asiático que se abalanzó desde las estepas del Caspio, en repetidas correrías, sobre el Imperio Romano. Antes de que él naciera, los hunos alcanzaron el río Danubio en incursiones contra el Imperio Romano de Oriente; en torno al año 432 habían adquirido tal poder, que el tío de Atila, el Rey huno Roas, o Rugilas, recibía un gran tributo anual de Roma. Atila sucedió a su tío en el año 433, en un principio compartiendo el trono con su hermano, Bleda, pero le asesinó en el 445, y se quedó con el trono. En el año 447 Atila avanzó por Iliria y devastó toda la región comprendida entre el mar Negro y el Mediterráneo. Aquellos pueblos conquistados que no fueron destruidos fueron forzados a servir en su ejército. Derrotó al Emperador

bizantino, Teodosio II, y Constantinopla se salvó por la única razón de que el ejército huno, básicamente formado por fuerzas de caballería, carecía de las técnicas de asedio a una gran ciudad. Sin embargo, Teodosio fue obligado a ceder una parte del territorio, al sur del Danubio, y pagar un tributo y un subsidio anual. Su ejército estaba formado por un gran número de ostrogodos, o godos del Este, a los que había sometido, y con él invadió la Galia en el 451 en alianza con Genserico, rey de los vándalos. Se encontró con el general romano Flavio Aecio y fue derrotado ese mismo año en la gran batalla de Châlons-sur-Marne (conocida como de los Campos Cataláunicos), que tuvo lugar cerca de la ciudad francesa de Troyes; según todos los relatos, esta fue una de las más terribles batallas de la Antigüedad. Los romanos fueron ayudados por los visigodos, o godos del Oeste, al mando de su Rey Teodorico I. Los historiadores de la época estiman las pérdidas del ejército de Atila entre 200.000 y 300.000 bajas, un número que en la actualidad se cree altamente exagerado. Aecio, con gran juicio, permitió a los hunos retirarse, siguiéndoles de lejos hasta el Rin. Parcialmente recuperado de la derrota, Atila dirigió al año siguiente su atención hacia Italia, donde arrasó Aquilea, Milán, Padua y otras ciudades, avanzando hacia Roma. Ésta se salvó de la destrucción únicamente gracias a la mediación del papa León I, quien en una entrevista personal se dice que hubo impresionado al Rey huno con su majestuosa presencia. En el año 453 Atila de nuevo diseñó una estrategia para invadir Italia, pero murió antes de poder desempeñarla, por lo que nunca vio cumplido su cometido. (Por Cristina Soria, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991). El fin del reino huno. El imperio de Atila, conglomerado de pueblos con un aglutinante huno, estaba formado por ostrogodos, gépidos, alanos, sármatas y otros que se mantenían unidos por la gran personalidad de Atila. En su corte trashumante figuraban germanos, griegos y romanos en puestos de confianza. La muerte del caudillo provocó sublevaciones. Los ostrogodos y los gépidos se rebelaron al año siguiente del fallecimiento de Atila, liberándose una gran batalla en la que pereció Ellac, hijo de Atila. Los hunos se replegaron hacia la estepa rusa bajo el mando de un hijo de Atila llamado Dengizich. Otros hijos del mismo pidieron tierras a los romanos, quienes establecieron a Ernac en la Dobrudja, y a Emnedzar y a Uzindur en Moesia. Dengizich fue muerto por los romanos en una guerra. El gran imperio se deshacía. Una nueva oleada asiática, las de los ávaros, sometió las estepas. Era el presagio de una nueva invasión, la de los turcos. Arte y cultura. Los hunos experimentaron un proceso de aculturación que empezó en China y terminó en las estepas rusas. De China recibieron la base artística que informara su estilo propio; de los iranios, los elementos de su escritura rúnica. El arte huno es muy característico, representado sobre todo por las placas de cinturón, apliques, ágrafes y botones de equipo o de arneses en bronce, de motivos animalísticos estilizados. Se denomina arte de ordos, nombre de la tribu mongola que ocupó desde el siglo XVI la curva del río Amarillo, región donde los hallazgos han sido particularmente abundantes. Este arte es una provincia del arte animalístico de las estepas, teñido de influencias asirio-iranias y griegas de Rusia meridional. Bibliografía ALTHEIM, F.: Attila et les Huns, París 1952. BRION, M.: La vie d´Attila, París 1958. GROUSSET, R.: L´Empire des Steppes, París 1952. LOT, F.: El fin del mundo antiguo y el comienzo de la Edad Media, México 1956. THOMSON, E.A.: A History of Attila and the Huns, Oxford 1948.

Por F. Presedo Velo, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991. LOS GERMANOS Germania es el nombre que se daba a un territorio comprendido entre el Rin, el Danubio, la tierra de los sármatas y el Océano, y en el que vivían unos pueblos llamados germani en conjunto. El conocimiento de este país empieza a ser algo preciso cuando Pytheas de Marsella reúne informes directos sobre las costas septentrionales de Europa. Más tarde, Posidonio de Apamea (nacido c. 135 a.C.) reunió otros. Los germanos, por otra parte, aparecen en escena, dentro del mundo mediterráneo, cuando la invasión de los cimbrios y teutones que llegan a Italia (113-101 a.C.). Desde entonces puede decirse que hay luchas y presiones de los germanos con los celtas y los romanos; luchas que terminan con las invasiones del 406 d.C. y con la instalación de varios pueblos de este entronque en las provincias del Imperio. Los germanos presionan sobre los celtas y realizan varios movimientos sobre tierras célticas en la época del rey de los suevos, Ariovisto (71 a.C.), según refiere César. Son los autores romanos, con el mismo César a la cabeza, los que pueden decir algo mucho más concreto acerca de la Germania. Desde la época de éste a aquella en que Ptolomeo compone sus tablas, quedan reflejados nuevos conocimientos en las obras de Plinio el Mayor, Tácito y otros autores, dejando aparte trabajos perdidos, como el mapa de Agrippa. Resulta, en suma, que la lucha continua de los germanos con los romanos en las fronteras fluviales del Rin y del Danubio es la que dio origen a la multiplicación de noticias acerca de los primeros y produjo contactos culturales de muy gran significado en la historia de Europa. Marcan el comienzo las campañas de César en los años 55-53 a.C. El resto del siglo está escalonado por otras memorables, que dan como resultado la fundación de colonias con gran vida, no sólo militar, sino también industrial y comercial en las líneas fronterizas. Pero después siguen las luchas a lo largo del siglo I a.C., no sin que los romanos sufran a veces fuertes descalabros. Druso y Tiberio actúan contra los germanos (9-7 a.C.). Siguen luego varias expediciones contra ellos, cruzando el Danubio. En el 9 a.C. acaece la gran derrota de Varo. Las campañas de Germánico (14-16 d.C.) tienen como objeto el restablecimiento del prestigio romano. Después se registran otras, combinadas con acciones diplomáticas y hay, por otra parte, una clara penetración comercial de romanos y galos en el mundo germánico, que hace que algunos pueblos de Germania estén en mejores relaciones con Roma. Así, en tiempos de Domiciano, se pueden constituir dos provincias, una Germania Superior y otra Inferior, con pueblos de la zona renana. Sin embargo, ésta siempre hubo de estar más guarnecida de legiones que la danubiana. En la descripción más sistemática de la Germania y sus pueblos, que es la de Tácito (poco posterior al establecimiento de las provincias fronterizas, pues parece del año 98 d.C.), se distinguen tres grandes áreas étnicas: la del Noroeste, la del Interior y la del Rin. Muchos pueblos, llamados tribus en los textos modernos, aparecen enumerados, con suerte distinta porque luchan entre ellos, forman grandes confederaciones e incluso desaparecen con el tiempo. Durante la época imperial cabe distinguir tres grandes grupos: el de los sajones, el de los francos y el de los alamanes. Atacan éstos en distintas direcciones las fronteras del Imperio, siendo memorables los pasos de los francos por las Galias hasta llegar a la Península Ibérica, y el ataque de los sajones a Britannia. Los emperadores del siglo IV d.C., desde Diocleciano (284-305) hasta Valentiniano (364-375), tuvieron que luchar contra ellos. Por la frontera del Danubio fueron memorables las campañas de Marco Aurelio (m. 180). Después aparecen los

godos en continua marcha sobre este frente que atacan en el 238, con varia fortuna. Pero ya Aureliano tiene que abandonarles la Dacia (270-275), y las guerras defensivas siguen en el siglo IV. La presión hacia el Interior es, pues, una característica esencial en la historia de los pueblos germánicos. En Occidente, la misma división entre Germania Superior e Inferior fue condicionada por la existencia de los legados del ejército: uno para cada parte. En la Noticia dignitatum se distinguirán Germania prima y secunda. La significación de los ejércitos de las fronteras germánicas en la vida interna del Imperio y en la romanización relativa de los germanos es decisiva, sobre todo, cuando éstos dan mayores muestras de pujanza. Las legiones presionan, los emperadores son elegidos en los campamentos y las ciudades fronterizas tienen, dentro de la situación peligrosa, un florecimiento económico progresivo. Los siglos III y IV que, en zonas antiguas del Imperio son siglos de decadencia, en la zona de fricción ofrecen otros rasgos, y los enemigos en contacto se influyen mutuamente. Tácito da una imagen idealizada de los germanos, como representantes de las virtudes primitivas, frente a la corrupción romana. Con todo es una obra esencial desde el punto de vista etnográfico, aunque como la de César contenga pasajes de interpretación difícil, concernientes a la vida económica (nomadismo agrícola-pastoril, comunitarismo, etc.). Tampoco lo referente a la organización gentilicia, la autoridad militar y judicial puede ser objeto de una descripción estática. Las instituciones germánicas cambian bastante, según las épocas y en un momento dado; por ejemplo, aparece la realeza, adscripta a un linaje, dentro del cual eran elegidos los reyes, siempre sometidos a asambleas tumultuosas. Sólo muy tarde los germanos dejan la práctica del Derecho consuetudinario para tener leyes escritas, pero cultivaron brillantemente la literatura oral, sobre todo en un género herocio-mitológico, con paralelos en la literatura griega. Tanto la mitología como la literatura germánica han sido objeto de atención desde la época en que florecen los estudios comparativos de los idiomas y pueblos llamados indoeuropeos o indogermánicos. En la frontera galo-germánica la cristianización se documenta a partir del siglo II y continúa habiendo testimonios hasta el siglo V. La conversión de otros grupos germánicos se realiza de formas y en tiempos distintos. Wulfila o Ulfila convierte a los godos al arraniasmo a fines del siglo IV, mientras que los francos se hacen católicos con Clodoveo a fines del siglo V. Por J. Caro Baroja, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991. EXPANSIÓN E INSTITUCIONES DE LOS GERMANOS La expansión de los puebles germánicos abarca desde el siglo III a.C. al siglo VII d.C., y supone entrar de lleno en el complejo mundo del fenómeno histórico que se conoce con el nombre impreciso de las invasiones, que se suceden en Europa casi ininterrumpidamente desde el siglo II d.C. y que son debidas a movimientos de pueblos de diverso origen y procedencia. Ya en la época de Augusto, los romanos tenían idea clara de la unidad del mundo germánico. Esta unidad viene dada sobre todo por la comunidad lingüística. E. Schwarz ha clasificado los pueblos germánicos, en la época de las invasiones, en tres grandes grupos: el continental (francos, alamanes, bávaros y lombardos), el godo-escandinavo (nórdicos) y el tronco anglosajón y frisón. Aunque no es fácil determinar el asentamiento originario de los germanos, sí se puede decir que establecen contacto con los mediterráneos por el Este (bastarnos), por el Oeste (cimbrios y teutones) y por el Centro, en fecha muy antigua. A partir del siglo III a.C. se nota en el mundo germánico un expansionismo por causas diversas no fácilmente determinables. Se habla de

empeoramiento climático en Escandinavia, de afán aventurero y de botín, del ver sacrum (voto sagrado hecho en primavera) que obligaba a los jóvenes a buscar fortuna en el exterior, etc. Entre el 230 y el 200 a.C., los bastarnos se desplazan hacia el mar Negro; los suevos, mucho más tarde (58 a.C.), penetran en la Galia mandados por Ariovisto. Roma pone límites a esta expansión con la conquista de las Galias por César (58-51 a.C.), y por la organización de la Retia y la Nórica en el 16-15 a.C. El internamiento hacia las Galias se debió al deseo de ganar terreno a costa de la debilidad creciente del mundo celta, que encuentra su única salvación en la sumisión a Roma. El hecho es que, en el reinado de Augusto, los germanos están establecidos a todo lo largo del Danubio, siendo éste su límite a pesar de la derrota de Varo (9 d.C.). Hasta Marco Aurelio hubo una relativa tranquilidad afianzada por la conquista romana del territorio comprendido entre el Danubio y el Alto Rin (agri decumates o campos sometidos a tributo) y por el establecimiento del limes (frontera) en la zona. Es ésta una época de contactos e interconexiones entre romanos y germanos fundamental para comprender la latinización de estos últimos. En la segunda mitad del siglo II d.C. la calma se disipa a causa, por un lado, de la debilitación de las fortificaciones romanas fronterizas y, por otro, del aumento de la población germana. No hay que olvida como tercer factor clave la presión que en el ala oriental del mundo germano ejercen las migraciones de godos. En el año 166 cuados y marcomanos llegan a Venecia; costobocos y bastarnos, un poco más tarde, hasta Acaya. La oposición romana apenas logra contenerlos. En el siglo III la expansión es mucho más violenta; en el 254 cae el limes de Germania Superior; en el 259, tiene lugar la ocupación de Bélgica; entre 268 y 278 se produce la invasión de la Galia y la penetración hasta Hispania; entre 260 y 270, los alamanes se lanzan sobre Italia, y los godos, en el espacio que media entre 258 y 269, saquean Tracia, Grecia y Asia Menor. El emperador Aureliano (270-275) restablece el limes en su anterior trazado. Pero la Dacia es entregada a los godos, y la Galia no se recupera del todo hasta Probo, en el 278. Diocleciano consigue con su extremada dureza y eficacia cerrar el paso a los germanos. En época de Constancio II (351-361), otra vez los germanos invaden las Galias. Juliano el Apóstata, en una serie de inteligentes campañas, rechaza su expansionismo (Argentoratum, 357). Pero su éxito no tiene continuidad. En el siglo IV, contingentes de germanos se establecen en el interior de las fronteras del Imperio en calidad de foederati que, a cambio de defender la frontera frente a invasiones de otras tribus, reciben anualmente las annonae foederatae para su mantenimiento. Para remediar las infiltraciones, la táctica del sistema defensivo del limes ha pasado de estática (época de Diocleciano) a movible, flexible y de intervención rápida. Adrianópolis y el paso del Rin suponen la penetración de visigodos primero, y vándalos, alanos, cuados y suevos después, que se desparraman por el Imperio. Los germanos orientales se convierten en los principales protagonistas del movimiento expansionista que comienza en el 375 (invasión de los hunos) y que termina en el 568 con el asentamiento definitivo en Italia de los lombardos. En el siglo I, los godos se hallan asentados en la desembocadura del Vístula. Durante el siglo II, se desplazan progresivamente hacia el Sur fragmentándose en dos grupos: los visigodos (más occidentales) y los ostrogodos (más hacia Oriente). Los visigodos son admitidos por Valente en el 376 para establecerse en el Imperio, pero sus malas condiciones de vida provocaron la batalla de Andrinópolis (378), magníficamente relatada en los últimos libros de la historia de Amiano Marcelino. Tras algunas concesiones hechas por Teodosio, los visigodos con Alarico al frente buscan nuevos lugares de asentamiento, asolando la península de los Balcanes y el Peloponeso. Tras ello, marchan sobre Roma; rechazados por Estilicón y habiendo puesto sitio a Honorio

en Rabean, toman Roma en el 410. Su sucesor, Ataúlfo, casado con la princesa Gala Plácida, hermanastra de Honorio, funda el reino de Tolosa, desde donde los visigodos llegan a España. Por su parte, los ostrogodos, rechazados por los hunos, llegan a Panonia y luego a Italia, en donde Teodorico funda el reino ostrogodo tras derrotar a Odoacro. Los vándalos, empujados por los godos, cruzan el Rin en el 406 y, unidos a cuados, suevos y alanos, atraviesan la Galia y llegan a Hispania en el 409. Bajo Genserico, en el 429, pasan el estrecho de Gibraltar y organizan en África el reino vándalo. Mientras, los burgundios emigran a la zona comprendida entre el Rin y el Main (400), y fundan un reino con capital en Worms. Este reino es destruido por el general romano Aecio con la ayuda de tropas hunas. Los burgundios emprenden a continuación una nueva migración hacia el Ródano y allí se establecen. Tras esta primera oleada de pueblos germanos avanza otra, más compacta, más numerosa, menos brillante, pero más eficaz. Durará los siglos V y VI y está integrada por francos, alamanes y bávaros. A ésta sigue una tercera formada por lombardos, la última invasión germánica y quizá la más devastadora, y ávaros, ambas en los siglos VI y VII. Al mismo tiempo que se desarrollan estos movimientos expansionistas, cuya tónica predominante es el desplazamiento por vía terrestre, tienen lugar otras migraciones que, partiendo principalmente de Escandinavia meridional, de Alemania marítima y de los Países Bajos, siguen el camino del mar. Su mayor actividad se sitúa en los siglos V y VI, afectan principalmente a zonas costeras y litorales, y se puede decir que hallan su continuidad en la época, posterior, de los vikingos. Son las invasiones de los anglos, sajones, jutos, pictos, escotos y bretones, que dan lugar a la civilización anglosajona. Por lo que respecta a las instituciones de los pueblos germánicos, a pesar de las particularidades individuales, se puede hablar de cierta uniformidad entre todos ellos. Hay que diferenciar, por otro lado, las instituciones de estos pueblos en los períodos posteriores a las invasiones y los estadios anteriores. Intentando, pues, resumir los múltiples y complejos problemas que esto entraña, podemos decir que la sociedad está estructurada en cuatro clases principales: la nobleza, constituida por las familias que hacen remontar su origen hasta los mismos dioses; los libres, encargados de la guerra en un momento dado y poseedores de los derechos civiles; los semilibres, divididos a su vez una especie de libertos y los litos, gentes procedentes de tribus sometidos, y los esclavos cuyo origen se encuentra, como en la mayoría de las sociedades, en los prisioneros de guerra, en los nacidos de esclavos o en los comprometidos con deudas. La agrupación humana fundamental de los pueblos germánicos es la sippe, que posee un sentido comunitario de defensa y protección, y que asume también el derecho de vengar las injurias al honor de uno cualquiera de sus miembros. En cuanto al Derecho, no existe norma escrita, sino el Derecho consuetudinario de transmisión oral. El órgano supremo de cada clan o tribu es la Asamblea militar (Thing o Ding), con poderes propios de un tribunal. Esta Asamblea opone reparos a las decisiones y propuestas del jefe o caudillo, decide ir a la guerra o determina la paz, expulsa a los criminales y dicta la forma de las sentencias. Las tribus de los germanos orientales tienen reyes con atribuciones sagradas y judiciales. Los germanos occidentales adoptan la monarquía más tarde y, en caso de guerra, eligen un caudillo o duque entre la nobleza, con derecho a séquito. Los seguidores guardan fidelidad a su jefe hasta la muerte. Las invasiones germánicas no son sólo, como se vio durante mucho tiempo tópicamente, un fenómeno puramente militar devastador y desastroso. En la mayoría de los casos, se trata de expansionismo. Por otro lado, en el agitado mundo del final de la Antigüedad, se impone cada vez más hablar de metamorfosis (Volt) progresiva y

gradual y no de ruptura, de fin, de corte, conceptos que implican evidentemente un radicalismo que no puede ser aplicado tan tajantemente a los hechos históricos por su misma naturaleza. Bibliografía COURCELLE, P.: Histoire Littéraire des grandes invasions germaniques, París, 1948. LOT, F.: El fin del Mundo antiguo y los comienzos de la Edad Media, México, 1956. MISIEGO, M.: Los orígenes de la civilización anglosajona, Barcelona, 1970. MUSSET, L.: Las invasiones, Barcelona, 1967-68. VOLT, J.: La decadencia de Roma. Metamorfosis de la cultura antigua, Madrid, 1968. VOSSLER, K.: Romania y Germania, Madrid, 1956. Por J. Arce Martínez, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991. LOS OSTROGODOS Historia. Los ostrogodos constituyeron una de las dos ramas en que se dividió el tronco de los godos a raíz de su establecimiento en el Noroeste del mar Negro, hacia mediados del siglo III d.C. Estas dos ramas fueron conocidas primero con los nombres de tervingi y greutungi y después, testimonio de Jordanés, con los de ostrogodi (godos del Este) y visigoti (godos del Oeste). El tronco común de los godos procedía de Escandinavía, donde todavía quedan topónimos, tales como la isla de Gottland, que recuerdan su presencia. De allí emigraron a las regiones de Pomerania, en el actual Litoral polaco, y hacia el último tercio del siglo I d.C. los encontramos en la margen derecha del bajo Vístula. Alrededor del año 230, ya divididos en las dos ramas mencionadas, los godos ocuparon un amplio espacio entre los Cárpatos y los ríos Don y Vístula. No dejaron de inquietar al Imperio Romano y, a mediados del siglo III, saquearon las islas y ciudades del mar Egeo, hasta ser detenidos por el emperador Claudio III el Gótico, que los venció en Naissus. Parece que, en la época del rey Ermanarico, los ostrogodos forman un gran reino desde el mar Negro al Báltico, pero las referencias históricas precisas a este pueblo parten del año 375 en que fue invadido por los hunos. Muerto Ermanarico, los ostrogodos huyeron más allá del Dniéper, siguiendo el curso del Danubio, pero los visigodos fueron admitidos dentro del territorio imperial. Después de la victoria goda de Adrianópolis (378) sobre el emperador Valente, los ostrogodos aparecen divididos en dos grupos: uno de ellos, situado en la Panonia, gravitaba bajo la órbita huna, mientras el otro se estableció en la península balcánica como foederati del Imperio. En el 398, los ostrogodos de los Balcanes se sublevaron y, de acuerdo con un general bizantino, saquearon diversas regiones de Asia Menor y de los Balcanes. Una vez desaparecido el peligro huno, los ostrogodos de Panonia obtuvieron un foedus del Imperio (455) mediante el cual se les entregó la región del lago Balatón. Por estos años, su Rey era Valamiro, que compartía el poder con sus hermanos Teodomiro y Videmiro. Un hijo de Teodomiro fue enviado como rehén a Constantinopla; se trataba de Teodorico, que habría de convertirse en el gran monarca de los ostrogodos. Muerto Valamiro (469), le sucedió su hermano Teodomiro, que combatió a suevos, rugios y marcomanos, mientras Teodorico, ya de regreso de Constantinopla, vencía a los sármatas. Los ostrogodos amenazaban Salónica cuando, en el 473, el emperador León pactó con Teodorico; los ostrogodos se acantonarían en Macedonia y percibirían un tributo. Pero esto no bastó para contenerles y, desde el 473 hasta el 488,

el pueblo ostrogodo se agita por Mesia, Macedonia y Epiro, amenazando finalmente Constantinopla. El emperador Zenón, consciente del peligro que suponía la presencia de los ostrogodos en las mismas puertas de la capital, decidió alejarles hacia el Oeste encargándoles la misión de expulsar a los hérulos de Italia. Reunido así un heterogéneo ejército, los ostrogodos llegaron a las puertas de Italia (489). En el mismo año, Odoacro, rey de los hérulos, fue derrotado junto al río Isonzo, y un poco después, en los alrededores de Verona. Tras estas primeras victorias, los ostrogodos ocuparon la Alta Italia y, especialmente, los grandes centros de Milán y Pavía. Odoacro, sometido a un asedio de dos años y medio en Rávena, capituló en el 493. Se inauguraba así la etapa del dominio ostrogodo sobre Italia, caracterizada, sobre todo, por el largo reinado de Teodorico (493-526), una de las figuras más interesantes del mundo bárbaro. Su época representa el más logrado intento de convivencia entre los elementos germánicos y romanos. Pero fue una hazaña casi exclusivamente personal (no hemos de olvidar los años pasados en Constantinopla) y, a su muerte, la obra de asimilación por él comenzada no tuvo continuidad; los ostrogodos desaparecerían del mapa político de Occidente dejando muy escasa huella. A este intento de cohesión interior, Teodorico unió un firme propósito de confederar bajo su égida a los restantes pueblos germánicos. Mediante sabias alianzas matrimoniales mantuvo cordiales relaciones con los francos de Clodoveo, los visigodos de Alarico II, los burgundios y los vándalos. Su prestigio fue extraordinario y le transformó en un auténtico tutor de los bárbaros occidentales, como lo muestra la huella dejada en las leyendas épicas de estos pueblos. Los años finales del reinado de Teodorico preludian ya la crisis general de la monarquía ostrogoda. Las buenas relaciones con francos y visigodos se rompen y, ante el temor bizantino, la política tradicionalmente tolerante del Rey se endurece, inaugurándose un período de persecuciones contra los presuntos colaboracionistas (entre ellos Boecio y el papa Juan I). A la muerte de Teodorico (526), sucedió en el trono su nieto Atalarico bajo al regencia de su madre Amalasunta. El corto reinado estuvo inspirado por Casiodoro, que intentó volver a la política tradicional de los primeros años de Teodorico; pero los acontecimientos se precipitaron e hicieron inútiles sus buenos deseos. Atalarico murió sin hijos (534) y el trono fue compartido por Amalasunta y su primo Teodato; a raíz del asesinato de Amalasunta en Bolsena, el emperador Justiniano, dispuesto ya a intervenir en Italia, se erigió en defensor de sus derechos. El general bizantino Belisario desembarcó en el Sur de Italia y conquistó Nápoles (536). En el campo ostrogodo Teodato fue depuesto y asesinado, sucediéndole Vitiges, que consiguió derrotar a los bizantinos en Narni. Pero ello no impidió que Belisario entrase en Roma en el 536. Vitigés asedió la ciudad (537-538) pero, al final, hubo de levantar el sitio y marchar al Norte de Italia; dos años más tarde, capituló en Rávena, y Belisario le llevó a Bizancio. Tras los efímeros reinados de Hildibaldo y Erarico, el cetro de los ostrogodos recayó sobre Totila (541) que, durante once años, resistió a los bizantinos por tierra y mar; consiguió recuperar Roma (546) y murió seis años más tarde en un enfrentamiento con el ejército bizantino, entonces al mando del general Narsés. Su sucesor, Teyas, que dio pruebas de una extraordinaria crueldad, sucumbió en la última batalla librada entre bizantinos y ostrogodos (Monte Lettaro, 552). Los últimos ostrogodos capitularon en Conza (555), y los que cayeron en cautividad fueron deportados a Oriente. Trece años después, los lombardos de Alboíno rompían el limes de Friul e iniciaban la ocupación de Italia.

Aspectos socio-económicos de la Italia ostrogoda. El reparto de las tierras entre los ostrogodos y los italorromanos se hizo según el sistema tradicional de la hospitalidad. Fue encargado de esta misión el pretor Liberio y un cierto número de técnicos italorromanos llamados delegatores. La tercera parte de las tierras de los grandes dominios (tertia) fue entregada en usufructo a los godos; dicha parte era llamada sors y, en este sentido, el romano y el godo se designaban consortes. Fue en la Italia ostrogoda donde este régimen de hospitalidad se administró de forma más perfecta; los grandes possessores romanos cedieron la tercera parte de su dominio, pero también los que no eran propietarios de tierras tuvieron que entregar el tercio de sus rentas; esta porción, depositada en una caja pública, servía para el pago de las soldadas. Sin embargo, la aplicación de este sistema no supuso una variación fundamental de la estructura agraria ni limitó la extensión de los grandes latifundia, que incluso siguieron administrados por los villici y técnicos italorromanos. En general, puede decirse que la economía rural no sufrió cambios con la ocupación ostrogoda, sino que continuó la evolución iniciada ya en el Bajo Imperio. Teodorico había previsto un gobierno de base dualista donde coexistiesen godos y romanos, gozando de administraciones paralelas pero separadas. Con ello, el Rey pretendía una pacífica convivencia y no una utópica unificación que, por otra parte, estuvo muy lejos de lograr. Se concedía una cierta primacía a la libertas civil romana pero, de hecho, el reino se apoyaba sobre la fuerza militar goda y, en este sentido, sólo a los godos quedó reservada la facultad de llevar armas. Esta situación provocó una auténtica segregación social entre los dos pueblos. En las ciudades, los godos se agrupaban en torno a sus iglesias arrianas formando, de alguna forma, barrios particulares. En Rávena existía la llamada civitas barbarica alrededor de las seis iglesias arrianas. Instituciones y Derecho. Para la administración provincial existía un rector provinciae que, si bien al principio gozaba de grandes atribuciones (exacción de tributos, juicios de primera instancia, etc.), fue perdiendo importancia a medida que aumentaba el poder central del Rey y del prefecto del pretorio. Del mismo modo, la difusión inusitada del cancellarius, con amplios poderes judiciales, es otra muestra de la injerencia del Rey en las provincias. Se partía de la idea de que todas las magistraturas eran una expresión directa de la voluntad real y que el monarca había recibido de la Providencia una soberanía hereditaria (Casiodoro). La institución típica de los ostrogodos es el comes gothorum colocado al frente de cada uno de los condados en que se dividía el territorio; las órdenes del Rey les eran transmitidas por los saiones. En el seno de la sociedad goda existían las típicas instituciones germánicas (comitatus o séquito militar y aristocrático del Rey), que no difieren demasiado de las que encontramos en los restantes pueblos bárbaros. La ciudad de Roma, en cambio, se regía por el Senado tradicional constituido por los potentes y los individuos pertenecientes al orden senatorial, con los que se entraría en conflicto en los últimos años de Teodorico. Hasta hace poco tiempo, se consideraba el llamado Edictum Theodorici como la gran compilación jurídica de la época ostrogoda. Dividido en 154 artículos, el Edictum habría sido probablemente compuesto durante el primer cuarto del siglo IV. Sin embargo, después de las investigaciones de diversos historiadores del Derecho (especialmente el prof. Vismara), hay razones suficientes para pensar que el Edictum no pertenece a Teodorico, rey de los ostrogodos, sino muy probablemente a Teodorico II, rey de los visigodos de la Galia (453-466). El Rey ostrogodo no tenía la facultad de promulgar leyes, puesto que el Emperador bizantino, que le había enviado a Italia, era la única fuente de Derecho; el propio Teodorico había jurado ante el Senado romano guardar el Derecho emanado del Emperador, del cual el Rey era sólo magíster militum,

sin ninguna prerrogativa jurídica. Por tanto, la actividad legislativa de Teodorico habría de circunscribirse al pueblo godo y no tendería a abarcar en un solo Derecho a germanos e italorromanos. Esta coexistencia, sin mezclarse, del Derecho romano y del nacional godo permitió la supervivencia del primero sin contaminarse precozmente de germanismo. Relaciones de la monarquía ostrogoda con la Iglesia. Los ostrogodos habían abrazado el arrianismo hacia los años 456-472, durante su estancia en Panonia, y no lo abandonarían hasta su extinción. Ello no obstaculizó la tolerante actitud de Teodorico hacia los católicos y la sede romana, cuya jurisdicción y privilegios mantuvo. Si el Rey no intervino durante los pontificados de Gelasio y Anastasio II, lo hizo abiertamente cuando, a la muerte del segundo (498), se produjo el cisma entre Símaco y Lorenzo. Durante su triunfal viaje a Roma en el 500, Teodorico reconoció a Símaco (quizá porque éste representaba la oposición al Senado) y pacificó la ciudad momentáneamente. Pero, a su partida, el cisma continuó; nuevos disturbios conmovieron a Roma, y el Papa fue acusado de transgredir una norma litúrgica. Teodorico le hizo comparecer ante el comitatus pero, cuando Símaco se encontraba en Rímini, regresó a Roma y se refugió en San Pedro. Entonces, el monarca arriano convocó un Concilio para resolver definitivamente el cisma, del cual resultó absuelto Símaco. Al final de su reinado, las relaciones entre Teodorico y los católicos empeoraron notablemente, pero no tanto por la intransigencia religiosa del Rey sino por las supuestas simpatías que el Senado y la élite romana mostraban hacia Bizancio. Es dentro de esta política de represión contra el orden senatorial y contra los potentes donde hay que situar la ejecución de los senadores Boecio y Símaco y la prisión de papa Juan I. A la muerte de este Pontífice y tras cincuenta y ocho días de interregno, se produjo la primera intervención del poder civil en el nombramiento de un Papa, cuando Teodorico designó para sucederle a Félix IV (526). Después de morir el Rey, las relaciones entre la monarquía ostrogoda y la aristocracia romana se volvieron cada vez más tensas, culminando en la gran subversión social alentada por Titila contra la clase de los possessores. Así, pues, la comunidad de una sola fe, que podría haber actuado como elemento aglutinante entre los dos pueblos, tampoco se produjo en la Italia ostrogoda. Aspectos culturales. En el marco cultural, las principales figuras de la Italia ostrogoda nos ofrecen los últimos destellos de la cultura antigua y los primeros brotes de la ciencia medieval. Destaca, entre ellos, Enodio de Arlés (m. 521), fiel representante de las antiguas escuelas de retórica que nos ha dejado un Eucaristicum de vita sua inspirado en las Confesiones agustinianas; pese a su estilo falso y rebuscado, la obra no está exenta de cierta sensibilidad. Dominando por igual el campo de la política y de la cultura, aparece la figura de Flavio Magno Casiodoro (m. 570). Originario de Calabria e hijo de un alto funcionario de Odoacro, el “senador”, como a sí mismo se llamaba Casiodoro, desempeñó el cargo de questor palatii desde el 507 hasta el 534. Quiso adaptar la mentalidad del mundo germánico a la ya decadente civilización romana pero, comprendiendo lo vano de su intento, se retiró a los sesenta años al monasterio de Vivarium con la misión consciente de trabajar allí para la conservación de la cultura antigua. Escribió una historia de los godos, hoy perdida pero que conocemos por el resumen que de ella haría Jordanés. Compuso también una obra de carácter pedagógico, las Instituciones divinarum rerum, cuya segunda parte sobre las artes liberales es un verdadero manual escolástico; y unas Formulae de carácter administrativo muy usadas en toda la Edad Media. Pero su gran obra es el conjunto de las Variae, colección de 468

cartas y documentos, fuente esencial para el conocimiento de la Italia ostrogoda y de la figura del rey Teodorico, aunque muy deformada por la retórica del autor. Con todo, la gran figura de esta época es el “cónsul” Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio (m. ejecutado en el 524). De él se ha dicho que toma principio la cultura de la Edad Media. Con sus traducciones, donde se propuso latinizar lo griego, facilitó los elementos con que trabajó la ciencia y la filosofía medieval hasta el renacer del siglo XII. Tradujo la Lógica de Aristóteles, la Isagogé de Porfirio, la Geometría de Euclides de Alejandría, la Astronomía de Ptolomeo y la Aritmética de Nicómaco de Gerasa. Compuso una De Institutione Musica que, inspirada en Nicómaco, resume todos los conocimientos musicales de la Antigüedad; estableció el sistema alfabético, primer método de notación musical que conoció Occidente, e introdujo diversas consideraciones sobre el valor moral de la Música. Pero su gran creación es De consolatione Philosophiae, escrita mientras se hallaba en la prisión y donde la Filosofía acude para dialogar con él y consolarle en sus últimos momentos; en este sentido, es un representante de la cultura antigua, pero en cuanto su meditación sólo camina hacia la Providencia divina participa ya del ideario medieval. El arte de la Italia ostrogoda. Al fijar el centro de la monarquía en Rávena, Teodorico demostró haber asimilado el concepto romano de la capital. Edificó en la ciudad iglesias, baptisterios y su propio palacio, así como abundantes estatuas. Aunque gran parte de estas obras no han llegado hasta nosotros, hoy pueden admirarse en Rávena el baptisterio de los arrianos, la basílica palatina de San Apolinar nuevo (de estructura semejante a las basílicas romanas del Bajo Imperio) y, sobre todo, el gigantesco mausoleo de Teodorico, de planta decagonal y cubierto con un enorme bloque de piedra ligeramente curvado. Lo inusitado de su cuerpo superior y de su coronamiento ha provocado vivas discusiones; para el prof. Ferri, la ruptura que supone el cuerpo inferior (perfectamente romano) con el superior, que imita las tiendas de pueblos asiáticos tales como los kirguises, está en directa relación con el viraje hacia el goticismo dado por Teodorico al final de su reinado. Del primitivo palacio de Rávena sólo queda la reproducción en un mosaico de San Apolinar, y ello permite comparar su estructura con la del palacio de Diocleciano en Spalato. En el resto de la Italia ostrogoda, la actividad artística se centró preferentemente en la reconstrucción de monumentos antiguos, por ejemplo, en Pavía o Verona. Roma fue particularmente favorecida en este aspecto; durante la estancia de Teorodico en la ciudad, destinó doscientas libras de oro para la reparación del recinto del palacio imperial; también fueron objeto de reconstrucciones el circo y el anfiteatro Flavio. Son de época ostrogoda las iglesias romanas de San Esteban sobre el Celio, Santa Bibiana sobre el Esquilino, y la de los santos Cosme y Damián, decorada con bellos mosaicos confeccionados durante el pontificado de Félix IV. Bibliografía BOECIO, La consolación de la filosofía, trad. de E.M. de Villegas, Barcelona, 1955. CASIODORO, Variae, ed. de Th. Mommsen, en M.G.H., Auct. Antiq., XII, 1892. JORDANÉS, Getica, ed. Th. Mommsen, en M.G.H., Auct. Antiq., V, 1882. PROCOPIO DE CESAREA, La guerra gótica, ed. D. Comparetti, en Fonti per la Storia d’Italia, Roma, 1895. Idem., Chronica Theodoriciana, trad. Y.E. Jasson, en Anales de Historia Antigua y Medieval, Buenos Aires, 1949, pp. 165-178. Por M. Sánchez Martínez, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

LOS LOMBARDOS Orígenes. Lombardos o longobardos, pueblo germano del grupo de los ingevones, junto con los frisios, anglos y sajones. Tuvo por lugar de origen más antiguo el Bajo Elba, donde comenzaron a distinguirse de los otros pueblos germanos; allí se encuentran instalados ya en el siglo I de nuestra Era. Sus comienzos son muy oscuros. Las escasas fuentes clásicas refieren que fueron sometidos por Tiberio, aunque muy pronto debieron caer en poder de los marcomanos. El único historiador que trata este período es Paulo Diácono, que recoge las leyendas tradicionales desde su migración de Escandinavia, hasta que bajo la guía de Guedoc se asentaron en tierras de los rugios. Hacia finales del siglo V la Historia de los lombardos sale de las nebulosas de la leyenda, al avanzar hacia el sudeste y alcanzar a principios del siglo VI el Danubio medio. Aquí adquieren un gran poder venciendo a los hérulos, dominando a los suabos y aliándose con los turingios y visigodos. Las fuentes hacen amplia referencia a un Rey de este pueblo llamado Wacone (510-ca. 540), que quiso alterar las normas de sucesión (no se sabe bien cuáles fueron) a favor de su hijo Waltari. Wacone se aproximó políticamente a Bizancio y aceptó el arrianismo, dando de esta manera al poder real un carácter teocrático. Pero la mayoría de su pueblo no le secundó en la conversión y permaneció pagano. A la muerte de Wacone, su hijo Waltari, todavía niño, quedó bajo la tutela de Audoino, que será coronado Rey, y bajo cuyo gobierno los lombardos pasaron a Panonia (546) como federados de Justiniano. De esta manera el Imperio seguía la política de enfrentar a los bárbaros entre sí. La misión de los lombardos era detener el avance de los gépidos, extendidos después de la muerte de Atila desde el río Theis al curso inferior del Save. La lucha contra los gépidos fue dura, hasta que Alboino, hijo y sucesor de Audoino, se alió a los ávaros. Atacados los gépidos en dos frentes, fueron vencidos (567), su Rey Cunimundo muerto, y su hija Rosamunda obligada a casarse con Alboino. Esta victoria animó a los lombardos a lanzarse sobre la rica llanura del Po y conquistar Italia. Así abandonaron Panonia, donde comenzaba a peligrar su integridad a causa del creciente poder de los ávaros, sus antiguos aliados, y se asentaron en tierras más fértiles. La conquista de Italia. La invasión de Italia acaudillada por Alboino se inició a principios de abril del 568. No fue, como muchos autores han supuesto, una marcha caótica de gente desorganizada, sino una migración preparada metódicamente con un itinerario previsto y unos jefes, aunque la masa se movió con gran lentitud, debido al gran número de mujeres, niños y ancianos. Por invitación de Alboino se habían unido a los lombardos veinte mil sajones, grupos de gépidos, búlgaros, sármatas, etc. El camino seguido fue la antigua vía romana que unía Panonia con la Península Itálica, pasando por el Friul. La ciudad de Forum Julü fue ocupada rápidamente; los lombardos la llamaron la civitas por antonomasia, nombre que todavía recuerda la actual Cividale de Friul. La conquista fue devastadora. Una tras otra cayeron Vicenza, Verona, Milán, Mantua y Pavía, esta última después de un asedio de tres años. La crueldad de los invasores obligó a muchos habitantes a buscar refugio en las tierras pantanosas y lagunas de Venecia, donde poco después surgiría esta ciudad; mientras que muchos milaneses, con su Obispo al frente, huyeron a Génova. Los bizantinos se hicieron fuertes al sur del Po, en tanto que los lombardos consolidaron sus posiciones al norte. Lo irregular de la conquista se acentuó con el asesinato en Verona de Alboino (572), víctima de una conjura palatina, en la que no fueron extraños su esposa la reina Rosamunda y los bizantinos, como lo demuestra el que aquélla buscara refugio en

Rávena (la tradición habla de una venganza personal de Rosamunda obligada por Alboino a beber en el cráneo de su padre). El nuevo Rey elegido, Clefo (572-574), fue pronto asesinado, abriéndose un paréntesis de diez años, en los que los lombardos fueron gobernados por duques, que en número de treinta y cinco dominaron reducidos territorios y prosiguieron anárquicamente la conquista de las ciudades bizantinas. Dos de estos duques, el de Benevento y el de Espoleto, se extendieron hacia el sur, quedando separados por una franja de territorio bizantino de sus compañeros del Norte; de ahí su plena autonomía y posterior aislamiento de la monarquía lombarda. Antes de finalizar el siglo VI, Italia se hallaba repartida en forma muy irregular entre lombardos y bizantinos. Estos últimos, merced a su escuadra, conservaron durante mucho tiempo las zonas costeras: Génova, Venecia, Rávena y su región, que se denominará Romaña (de Romania), frente al territorio ocupado por los lombardos (Lombardía). Rávena mantendrá una dificultosa comunicación con Roma por una estrecha franja de terreno muy insegura a los ataques lombardos de los ducados de Espoleto y Benevento; mientras que en el Sur de la Península, Nápoles y sus inmediaciones, Apulia, Calabria, además de Sicilia, permanecieron bajo dominio bizantino. Apogeo de la monarquía lombarda. Los lombardos, ante las presiones exteriores ejercidas por un contacto entre bizantinos y francos, restauraron la monarquía en la persona de Autario (584-590), hijo de Clefo, con quien la donimación lombarda queda asegurada en el Norte de Italia. Para facilitar más la misión del Rey, los duques decidieron entregarle un patrimonio con los dominios e ingresos necesarios; para ello cada duque, excepto los de Benevento y Espoleto, renunció a la mitad de sus tierras, convirtiéndose de esta manera el Rey en el más rico propietario del reino, a la vez que formaba un ejército adicto a la Corona y no a los duques como hasta entonces. Autario adoptó el título de Flavius a la vez que iniciaba acciones militares contra los bizantinos en la Emilia, y compraba la paz a los francos con un tributo y la cesión de los valles de Aosta y Susa, después de varias peligrosas invasiones francas. En su busca por asegurarse las espaldas, Autario casó en el 589 con Teodelinda, hija del duque Gaubaldo de Baviera y descendiente de la antigua Casa real lombarda de los Letingos. Este matrimonio reforzó la legalidad de su Corona, a la vez que era visto con buenos ojos por los católicos. La inesperada muerte de Autario dejó en el trono a Teodelinda, que casó con Agilulfo (591-616), nuevo Rey elegido por la asamblea general; éste príncipe permitió bautizar católicamente a su hijo Adaloaldo, hecho que muestra la influencia de la católica reina Teodelinda, quien luchaba por la creación de una Iglesia nacional católica, independiente de la bizantina; a la vez que se nota la paciente y diplomática labor del pontífice San Gregorio Magno, que mantuvo correspondencia con la soberana lombarda. También durante el reinado de Agilulfo llegó a Italia el monje irlandés San Columbano, fundador con el permiso real de un monasterio en una posición sumamente estratégica que articulaba las comunicaciones entre Liguria y Lombardía en el corazón de los Apeninos, este nuevo centro de cultura y de fe será Bobbio, en el valle del Trebbia. A pesar de todo, el catolicismo tendrá que sortear difíciles momentos y esperar todavía para consolidar definitivamente su posición con Ariberto. En el aspecto militar, Agilulfo reemprendió la conquista de la Italia bizantina, tomando Padua, Parma y Mantua al Exarcado, que solicitó una tregua (605) a cambio de un tributo. El reinado de Adaloaldo (615-627), hijo y sucesor de Agilulfo, fue crítico, debido a la política filo-bizantina del Rey, que en una situación nada clara fue depuesto, no sabiéndose cómo acabó sus días. Esta deposición colocó en el trono a Ariovaldo (627636), hombre fuerte del partido arriano; su reinado marca el momento de la máxima

depresión cultural, aunque estaba en formación una nueva cultura ítalo-lombarda que florecería en tiempos de su sucesor Rotario (636-652). Este, duque de Brescia, al ser elevado al trono, para legitimar su posición casó con Gundeberga, viuda de su predecesor e hija de la reina Teodelinda y del rey Agilulfo. A pesar de ser arriano, Rotario permitió que se restableciese la jerarquía católica en el reino. Para recompensar a sus partidarios, conquistó Génova a los bizantinos. La fama de Rotario proviene del Edicto que se publicó en el 643, esencialmente germánico, redactado en latín y que constituía la primera codificación sistemática de las leyes lombardas; su fin principal fue garantizar la paz y la justicia evitando los abusos y venganzas privadas, al tiempo que fijaba a los lombardos al país y consolidaba el prestigio de la monarquía. Después del breve reinado de Rodoaldo (653), hijo de Rotario, fue elegido Ariberto (653-661), hijo de Gundoaldo, duque de Asti, hermano de Teodelinda y católico, bajo cuyo gobierno el catolicismo consolidó posiciones. Su muerte dejó vacante el trono ante las pretensiones de sus dos hijos, Bertarito y Godeberto: el primero, católico, sostenido por los católicos y la ciudad de Milán, centro de la tradición católica; mientras que el segundo, arriano, que contaba con las fuerzas tradicionales, eligió como residencia Pavía, capital tradicional del reino lombardo. La división del reino entre los hijos no era tradición entre los lombardos. Godeberto, para consolidar su posición, pidió ayuda al duque de Benevento, Grimoaldo, quien aprovechando la confusa situación se apoderó del reino (662-671). Su misión consistió en rechazar los ataques que conjuntamente llevaron a cabo francos y bizantinos. Grimoaldo defendió Benevento de los ejércitos del emperador Constante II, que se vio obligado a trasladarlos a Sicilia, donde los árabes ya habían desembarcado (663). Los esfuerzos realizados por Grimoaldo para formar una dinastía real no dieron sus frutos, pues a su muerte volvió del exilio Bertario (671-688), que se apoderó del trono y desposeyó al joven Gaulardo, hijo de Grimoaldo, mientras que en el Sur otro hijo de Grimoaldo, Romualdo, quedaba como duque de Benevento. Ambos gobernantes lombardos eran católicos; en la oposición quedaba el arrianismo agonizante; definitivamente, el catolicismo estaba consolidado, aun cuando a la muerte de Bertarito, el duque Alachis de Trento usurpó la Corona ayudado por los arrianos y cismáticos, pero el hijo de Bertarito, Cuniberto (688-700), subió al trono mediante una conjura palatina, ayudado por los obispos católicos y los neustrianos. Esta ascensión supuso la victoria de la realeza sobre el poder de los duques, y del catolicismo sobre los cismáticos; al mismo tiempo que se llegaba a un statu quo con el Imperio Bizantino, que desde entonces reconocía al reino lombardo como una legítima potencia extranjera. La muerte de Cuniberto abrió una crisis dinástica, que duró doce años, tiempo en el que sangrientos episodios marcaron la sucesión al trono, con los monarcas Liutperto (700), Ragimberto (700-701), Ariberto (701-712) y Ansprando (712). La crisis finalizó cuando comenzó a reinar Liutprando (712-744), hijo de Ansprando, hombre prudente que había sido tutor del niño Liutperto a la muerte de Cuniberto. Durante el reinado de Liutprando se pueden distinguir dos períodos: en el primero, de 712 a 726, no hay sucesos notables, pero se realiza una intensa labor legislativa; en el segundo, de 726 a 744, hay una serie de guerras y paces, de tratados con los pontífices, los exarcas y los duques de Espoleto y Benevento, que en su compleja y contradictoria concatenación decidieron la suerte del reino lombardo y de Italia. Las leyes dictadas por el rey Liutprando supusieron un reordenamiento del Estado, que aparece fuertemente centralizado, con un sentido de lo católico y la civilización, ya que el propio Rey en sus leyes se intitula Christianus ac catholicus princeps. Las influencias romanas y de la Iglesia son notables en esta nueva legislación, que por otra parte muestra una vida

económica articulada de manera más compleja y rica de como aparecía en el Edicto de Rotario. En lo político conquistó Bolonia (727) al Exarcado, y Sutri al ducado romano. Los últimos treinta años del reino lombardo. Con la muerte del rey Liutprando, el reino lombardo se desvanece por la desunión interna y la falta de una política coherente. Hildebrando, sobrino de Liutprando y asociado al trono desde el 744, fue depuesto por Rachis (744-749), duque de Friul, que dirigía un partido pacifista y contaba con el apoyo de la Iglesia. Pero pronto éste a su vez fue depuesto por su hermano Astolfo (749-756), soberano de carácter belicoso que conquistó definitivamente Rávena y la Romaña (751). Con ello, a Bizancio sólo le quedaban Venecia, Nápoles, Amalfi y Gaeta, mientras que el Papa era el verdadero señor del ducado de Roma, teóricamente bajo soberanía imperial. El nuevo objetivo de Astolfo, una vez conquistada Rávena, era Roma, y con ello se atrajo la intervención y la conquista franca. El pontífice Esteban II continuó la política de aproximación a los francos, iniciada por su antecesor Zacarías: ungió Rey a Pepino el Breve y le nombró Patricio de los romanos (754). Astolfo, ante las presiones del rey Pepino, cedió al Papa gran parte del exarcado de Rávena, que fue unido a través de Perugia con el ducado de Roma, constituyendo el núcleo del futuro Estado de la Iglesia o Patrimonio de San Pedro, que con diversos cambios perduraría hasta 1870. En el 756 moría el rey Astolfo, al que sucedió Desiderio, duque de Toscaza (756774). Este nuevo soberano, hábil diplomático, centró su política en evitar nuevas intervenciones de los francos y en organizar un partido filolombardo en la Curia romana, al tiempo que emparentaba con la familia real franca por el matrimonio de una de sus hijas con Carlos, hijo mayor del rey Pepino. Esta política permitió mayor arrogancia del lombardo ante la Santa Sede; pero el repudio de la hija del rey Desiderio por Carlos y la muerte de Carlomán dejaba a aquél dueño absoluto de los francos, mientras que la viuda y los desheredados hijos de Carlomán huían a Lombardía, donde contaban con la protección de Desiderio. Este gesto desagradó a Carlos, que invadió Italia por Susa, rindió Verona y al soberano lombardo en Pavía después de sitiarlo por hambre (774). Desiderio fue desterrado a Francia y Carlomagno se coronó Rey de los lombardos, iniciándose con ello la transformación de los ducados lombardos en condados francos.

LOS SUEVOS En el año 409 una serie de pueblos germánicos penetran en la Península Ibérica; son los vándalos, alanos y, con ellos, los suevos. Después de atravesar el Rin, recorren las Galias durante dos años en campañas de saqueo, tras las cuales se introducen en España por el Pirineo occidental. Arrastran consigo a gentes desposeídas y esclavos, habitantes de la región vasca y bagaudas, especie, estos últimos, de bandidos que aprovechan la situación de desconcierto para sus correrías. Durante dos años, como lo hicieron en las Galias, recorren el país devastándolo. En cierto modo, esta oleada de violencias y saqueos termina en el 411, cuando firman un pacto con el Imperio, en virtud del cual ocupan diferentes tierras en la Hispania. Asentamiento suevo: primero tiempos. Los suevos se asientan en el Noroeste de la Península, en el territorio de la provincia de Gallecia. Limitan al norte con los vándalos asdingos, que ocupan el extremo más nordoriental de España, siguiendo la línea Miño-Sil hasta incluir el occidente de Asturias. Los límites por el sur, para los suevos, eran bastante imprecisos, porque se movían con facilidad, al menos en sus primeros momentos. Podemos situarles en Galicia meridional, Norte de Portugal y parte

de las actuales provincias de Salamanca, León y Zamora. Posteriormente, se extienden más al sur, por la Bética incluso, aunque su dominio fue aquí solamente temporal. Comparten las tierras con la población nativa, hispanorromana. El reparto de tierras debió efectuarse de forma similar a como se hizo el de los visigodos, ya que, como éstos, los suevos son aliados de Roma en virtud del pacto de federación firmado en el 411 entre el emperador Honorio y Hermerico, el primer Rey suevo en España. De este modo pasa a sus manos una tercera parte de las tierras; no de las pequeñas explotaciones, sino solamente de los latifundios en régimen de colonato, de los montes y prados, y de las propiedades del Imperio Romano. La monarquía sueva, amparada en la fortaleza natural de Galicia, resiste durante más de siglo y medio (411-585) a visigodos y romanos en medio de la hostilidad de los galaico-romanos. Durante el reinado de Hermerico (409-411) fueron frecuentes las luchas de suevos e hispanorromanos, debido a las depredaciones de que constantemente les hacían objeto. Tres años antes de morir Hermerico le sucede su hijo Requila, hecho que ha inducido a algunos historiadores a pensar que se trate de una asociación al trono; otros, Menéndez Pidal entre ellos, piensan que es una abdicación, por hallarse Hermerico enferomo. En el 411 Requila ocupa el trono como Rey único; su reinado abunda en brillantes campañas militares en la Bética y Cartaginense, a través de las cuales se hace dueño de algunas importantes ciudades, como Mérida y Sevilla, pero sin conseguir el dominio completo de estas regiones, pese a sus éxitos militares. En una de estas campañas, estando el Rey en Mérida, le sorprende la muerte; es el año 448. Plenitud del reino suevo. A Requila le sucede su hijo Requiario (448-457), católico, que arrastra con su conversión a una gran parte del pueblo suevo. Su conversión ha provocado ciertas dudas, en cuanto al momento en que tuvo lugar. Las noticias son confusas a este respecto e incluso contradictorias. Idacio y San Isidro, principales fuentes para el conocimiento de la época, no se muestran muy explícitos en este punto. Así, Idacio dice que al gentil Requila le sucede en el trono su hijo Requiario que “es” católico, mientras que San Isidro dice que a Requila le sucede Requiario, que se “había hecho” católico, lo que parece indicar que su conversión era muy reciente. El reinado de Requiario supone un momento de esplendor militar similar al de su padre. Como él, realiza brillantes expediciones, cuyo objetivo es la pacificación de la Tarraconense. En el curso de estas operaciones saquea Zaragoza y se apodera de Lérida. Estas violencias en la Tarraconense parece que habrían de provocar la inmediata reacción de Roma, que trataría de contener a los suevos utilizando para ello a sus aliados los visigodos. Sin embargo, este hecho no sólo no se produce sino que, a manera de premio a los servicios prestados, Requiario recibe la mano de la hija del Rey visigodo Teodorico. Más aún, San Isidro dice que los visigodos ayudaron al Rey suevo en el saqueo de Zaragoza y en la devastación de la comarca. Este aparente contrasentido se debe a que en esta época la zona estaba dominada por bandas de salteadores, los bagaudos, contra los que con tan poco éxito habían combatido en los años 441 y 443 los generales romanos Asturio y Merobaudes. Este ataque a Zaragoza suponía una ayuda al Imperio. La colaboración de los suevos con el Imperio y el mutuo entendimiento vuelve a sellarse en el 453 por medio de los embajadores Mansuelo y Frontón, que Roma envía al efecto. Pero Requiario no supo detener ahí su ímpetu guerrero y prosiguió las campañas en la Tarraconense, pese a los repetidos avisos por parte de Roma. Esta actitud provocó el enojo de Roma y la ruina del reino suevo. En el 456 es elegido Emperador un galo, Avito, a quien Requiario se niega a reconocer como Emperador y, como muestra de su actitud, procede a nuevos saqueos en la Tarraconense. El nuevo Emperador, cansado del Rey suevo, envía contra él al godo Teodorico, éste entra en la

Península Ibérica en el 456 y, en rápida campaña, desbarata a los suevos cerca de Astorga y les persigue hasta Oporto, donde hace prisionero y da muerte a Requiario. Luego el reino suevo se hunde en una anarquía que señala su declive, aunque por el momento sobrevive el desastre. Una parte del pueblo proclama Rey a Malora (457-460), contra el que surgen numerosos pretendientes, ocasionando una guerra civil complicada por la hostilidad de la población nativa y por las intervenciones de los visigodos y de los legados imperiales. Por fin se alza vencedor Remismundo (460-469), que en el 465 logra hacerse con el gobierno del reino suevo, aunque no consigue eliminar todos los focos rebeldes; permanece entre ellos el de los aunonenses, que provocan la intervención goda de Lusitania. Las relaciones entre Remismundo y los reyes godos Teodorico y Eurico no fueron hostiles, aunque en alguna ocasión hubo escaramuzas, pero sin importancia. Durante su reinado, y por la predicación del gálata Ayax, los suevos se convierten al arrianismo, aunque treinta años más tarde, bajo Teodomiro, vuelven al catolicismo. Últimos reyes suevos. A partir del 469 y hasta el 558 hay una laguna de conocimientos sobre la historia del reino suevo; tenemos solamente noticias basadas en textos dudosos o conjeturas, que poco o nada permiten aventurar. A partir del 559, en los reinados de Teodomiro (559-570) y Miro (570-583), se celebraron los Concilios primero y segundo de Braga. Miro llevó a cabo una expedición contra los rucones (quizá sean los autrigones y se trate de un error de transcripción). Esta campaña fue el augurio del ya próximo fin de la dinastía sueva. El reino suevo se hundía por la hostilidad de la población galaico-romana y por las luchas dinásticas. Leovigildo fue quien dio el golpe de gracia al decrépito reino suevo; bizantinos y suevos no eran peligrosos por sí mismos, pero unidos constituían una seria amenaza para los visigodos. Así lo comprendió el rey Leovigildo y contra ellos inició una campaña en el 576, aunque por entonces no terminara con los suevos. La ayuda de Miro a Hermenilgo frente a su padre determina a éste a acabar con el reino suevo. A Miro le suceden Eborico (583-584) y Andeca (584-585). Éste será el último Rey suevo, luego que fuera derrotado por Leovigildo en Oporto y Braga. Entonces la Gallecia pasa a ser una provincia visigótica. Cultura y creencias. Braga fue la capital de la monarquía sueva; sus reyes, hereditarios, tienen allí su palacio. Gobiernan asistidos por un Consejo, mandan el ejército, son la máxima autoridad religiosa y tienen poder para acuñar moneda. Su religión primitiva concedía gran importancia a la observación de fenómenos naturales. Nada podemos decir de su arte y cultura, pues carecieron de ellos. Su economía fue pobre; conservan la moneda romana, que goza de un gran prestigio. Sólo realizan algunas escasas acuñaciones, de las que conservamos una moneda solamente con la inscripción de Requiario. Sus cecas estaban en Braga, Tuy, Emerita (Mérida), Lamego y Visco. Acuñan en oro el sueldo y el triente; en plata, la silicua. Bibliografía ÁLVAREZ RUBIANO, P.: La crónica de Juan Biclarense, “Analecta Sacro Tarraconsia” XVI (1943), pp. 7-44. BICLARA, Juan de: Chronicon, en Flórez, VI, 1859, pp. 382-395. BOURC-BEREY, L.: Breves notas hipotéticas sobre instituciones suévicas en Gallecia, “Bracara Augusta” (1968), pp. 204-213. CAMPOS, J.: Juan de Biclara, obispo de Gerona, su vida y su obra, Madrid, 1960. IDACIO, Chronicon, trad. L.J. García del Corral, “Rev. de Ciencias Históricas”, IV, Barcelona, 1886, pp. 330-363.

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LOS VÁNDALOS Origen y primeras relaciones con Roma. Antiguo pueblo germánico perteneciente al grupo que los lingüistas suelen denominar óstico u oriental. Su centro originario debe situarse una vez más en el Sur de Escandinavia (¿Gottland?). De allí pasaron a las costas del Báltico, de modo semejante a los godos. Quizá su lugar de asentamiento pueda buscarse en el Norte de Jutlandia y, en una segunda fase, en Silesia. En el siglo I d.C. debían hallarse, según Plinio el Viejo, entre Pomerania y la zona de Poznan. En un momento ulterior se subdividen en dos tribus, los sillingos, establecidos en Silesia según Ptolomero, y los asdingos, que a principios del siglo III se habllaban, según Dión Casio, al pie de los Cárpatos. En el 171 los sillingos atacaron, sin éxito, la frontera romana de Dacia. Entre este momento y la mitad del siglo III sus movimientos no son conocidos, pero en el 248 los asdingos aparecen asentados junto al limes de Panonia y, en el 277, hallamos a los sillingos en Germania, en la zona del curso del Main. Es probable que en esos momentos los sillingos entraran en relaciones con los comerciantes romanos establecidos en la orilla occidental del Rin. A fines del siglo IV, el movimiento de los hunos expulsó a los asdingos de su asentamiento y, siguiendo el curso del Rin, se dirigieron hacia Occidente. Hacia el 400 se establece un cierto acuerdo entre las dos ramas de los vándalos. Tras un ataque infructuoso a la provincia romana de Retia marcharon hacia la frontera romana del Rin. Los vándalos en las Galias y en Hispania. El 31 de diciembre de 406 (fecha tradicional), vándalos, alanos y suevos consiguieron cruzar el Rin aprovechando una fuerte helada. La empresa no debió producirse sin resistencia por parte de las tropas romanas, por cuanto en ella murió el rey de los asdingos Godagisel. Tras saquear las Galias (406-409) y ante un probable ataque conjunto de las tropas de Constantino III, los soldados de Honorio, y quizá también de las fuerzas hispanas del anti-emperador Máximo, a las órdenes de Geroncio, cruzaron los Pirineos por los pasos occidentales entre Aragón y el Cantábrico. Vándalos, alanos y suevos saquearon Hispania, excepto la Tarraconense, durante los años 409-411 hasta llegar con Máximo a un acuerdo en virtud del cual los asdingos

recibieron una parcela en la provincia de Galaecia y los silingos en la Bética; una falsa etimología ha hecho derivar de este acuerdo el nombre de Andalucía. La actuación militar romana a partir del 415 tuvo como consecuencia, en primer lugar, la destrucción de los sillingos (418). Se establece entonces una larga lucha con los asdingos, quienes pasan a la historia como únicos vándalos, y los restos de sillingos y alanos que se les unen en la lucha contra las tropas imperiales. Con éxito (en el 426 atacan las Baleares, y en el 428 Catagena) y derrotas, este grupo de pueblos consigue sostenerse en Hispania hasta el 429, en que se trasladan a África. Lo que hoy sabemos de este reino vándalo de España es muy poco. Desde el punto de vista de las instituciones, no parece que los vándalos se diferenciaran gran cosa de los restantes pueblos germánicos, y su actuación en España parece haber sido exclusivamente militar, sin asentamientos fijos ni otros recursos o medios de vida que los resultantes del saqueo. La historiografía romana interpretó siempre la marcha al África como un recurso obligado, tras agotar las tierras de la Península. La conquista de África y la política mediterránea. Tras embarcar en Tarifa y tocar tierras africanas entre Tánger y Ceuta, los vándalos alcanzaron Hipona, la actual Bona, en la primavera del 430. Tras un pacto con el Imperio Romano, en el 435 fueron reconocidos como aliados, foederati, del mismo. Este pacto implicaba la cesión a los vándalos de: Mauritania, quizá sólo en parte, Numidia y la zona occidental del África proconsular. Tal acuerdo se mantuvo hasta el 439, en el cual el monarca vándalo Genserico atacó Cartago y se adueñó del África proconsular hasta alcanzar la frontera de Tripolitania. Pudiera esperarse que la ofensiva de Genserico aspirara a la ocupación de las tierras de Egipto. Por el contrario, la belicosidad vándala se dirige a partir de entonces hacia las costas del Mediterráneo occidental, alternando la piratería y el saqueo con la ocupación de territorios. En el 440 los vándalos desembarcaron en Sicilia sin conseguir dominarla enteramente hasta el 468. En el 455 ocupan Córcega y Cerdeña y, a poco, las Baleares, que quedaron definitivamente separadas del futuro reino visigodo. Por las mismas fechas (455), atacaron las costas de Italia y saquearon Roma, mientras otras expediciones se dirigían a las costas de España y Grecia. Un poderoso intento para recuperar los territorios insulares y frenar el poder naval vándalo fue dirigido por el emperador Mayoriano, pero una afortunada expedición vándala destruyó la escuadra imperial en la bahía de Alicante. La muerte de Genserico interrumpió esta política encaminada a cortar el cordón umbilical de la existencia de Roma: el suministro del trigo africano. Por esta razón, Sicilia se convirtió en baza obligada en las relaciones entre el reino vándalo y el Imperio Romano de Occidente. Un año antes de la muerte de Genserico, Odoacro recibió Sicilia a cambio de un tributo, si bien en el 491 Teodorico cedió a los vándalos la zona occidental de la isla. Política interior del reino vándalo. La actuación de los vándalos en África tuvo que enfrentarse con la resistencia pasiva que opusieron los grandes propietarios, católicos, y los campesinos pobres, donatistas. De aquí un primer choque entre los vándalos, arrianos, y los indígenas, católicos, a los cuales se sumó la “resistencia romana” de los grandes propietarios. Bajo Genserico, fueron frecuentes algunas formas de persecución, como la deportación de obispos e incluso presbíteros. Este choque con la jerarquía y algunos ensayos de redistribución de la propiedad rural supusieron una momentánea adhesión del campesinado donatista al nuevo estado de cosas introducido por los vándalos, pero a la larga fue inútil, puesto que la reforma de la propiedad agraria se tradujo en la sustitución de los grandes propietarios romanos por otros vándalos. Esta política fue fatal para el reino vándalo, puesto que a las diferencias religiosas sumaba, al contrario que en Italia o en Hispania, las iras de los antiguos propietarios desposeídos de sus bienes. Si bien los sucesores de Genserico restituyeron a aquéllos, generalmente

emigrados, una parte de sus bienes, no consiguieron con ello captarse su apoyo. Añádase a ello que la administración del reino vándalo fue concebida como administración de un territorio ocupado militarmente, poniendo en práctica en él los sistemas de la administración militar romana, sin participación ni beneficio por parte de los grupos romanos e indígenas, a los que no se reconoció otro derecho que el de ser los únicos contribuyentes. En realidad, el sistema de Genserico era el más adecuado para atraer enemistades. A los viejos y numerosos problemas sociales del África romana y a los externos provocados por la expansión de los señoríos beréberes (la pérdida de territorios y retracción de fronteras en ese período parecen evidentes), se sumó la oposición de la jerarquía católica y la resistencia de los grandes propietarios. Territorios como las Baleares, Cerdeña, Córcega y Sicilia pasaron a gravitar de acuerdo con esferas de influencia que no eran las habituales ni las más condicionadas por la geografía. Cuando, tras la muerte de Genserico, los católicos empezaron a vivir con cierta paz, el centro religioso del mundo vándalo africano fue Cartago. En este sentido, el papel del pueblo vándalo merece los juicios negativos de Courtois al considerarlo destructor del sentido occidental en sus territorios africanos e incapaz de ofrecerle otra posibilidad. La llamada talasocracia vándala, aparte de ofrecer una cierta semejanza anacrónica con la cartaginesa, ni se manifestó elaborando un nuevo sentido de concepción cultura africano-germánica, a semejanza de las Galias o de Hispania, ni intentó una colaboración semejante a la realizada por el círculo de Teodorico en Italia. Hay que reconocer, sin embargo, que la emigración o destierro de los sectores intelectuales africanos, fueran laicos o eclesiásticos, hacia Italia o Hispania tuvo consecuencias positivas. Respecto al arte hay que observar que el pueblo vándalo, sin otra tradición artística que la producción de algunas joyas y piezas de adorno dentro de la temática animalística frecuente entres los pueblos germánicos orientales, se limitó en África a aceptar el repertorio, estereotipado y carente de espíritu, de las últimas manifestaciones de la industria artística africana del Bajo Imperio. Es decir, adoptó el repertorio que había sido grato al sector de los latifundistas, intentando sumarse a aquella tradición iconográfica y renunciando a adoptar formas de expresión propias. En el mismo orden cabe observar que si la literatura del África vándala muestras personajes notables, éstos no pertenecen al grupo germánico (y en el reino vándalo lo escrito, al igual que en otros Estados bárbaros, se circunscribió al latín) sino que eran portavoces, ya de la resistencia católica, ya de la oposición de los antiguos latifundistas. El fin del reino vándalo. Sólo es posible comprender la facilidad de la caída del reino vándalo si tenemos en cuenta la desvinculación existente en él, ya que estaba limitado a una ocupación militar y a una explotación de ciertas formas económicas que en África se reducían prácticamente a la agricultura. La piratería vándala fue un obstáculo para toda perspectiva de desarrollo de un comercio vándalo en el Mediterráneo. En cuanto a las posesiones ultramarinas, hay que tener en cuenta que, aparte de Sicilia, valorada exclusivamente desde el punto de vista de la producción triguera, eran consideradas tan sólo en cuanto piezas de intercambio en la política internacional del Estado vándalo. Éste se hundió ante las tropas de Justiniano mandadas por Belisario “como un castillo de naipes” (Musset). Su caída sólo puede ser comparada, en cuanto a rapidez, con la conquista de Genserico favorecido por el conde Bonifacio, de igual modo que la oposición católica apoyó a Belisario frente al último Rey vándalo: Gelimer. Si Genserico necesitó trece años para adueñarse de África, a Belisario le bastaron nueve meses. Tras desembarcar en África el 30 de agosto de 533, ocupó Cartago el 15 de setiembre del mismo año y, en marzo del siguiente, Gelimer y sus tropas se rindieron a los soldados imperiales.

Al contrario de lo que sucedería con los ostrogodos en Italia, los vándalos, vencidos, fueron deportados. Su pasada política africana no era la más adecuada para asegurarles una permanencia pacífica. En general, marcharon con su Rey para incorporarse a los ejércitos bizantinos de Oriente, si bien algunos se refugiaron entre los beréberes. En ambientes tan distintos, unos y otros perdieron su significación como pueblo. Aparte explicar hipotéticamente ciertos fenómenos antropológicos, la presencia vándala se perdió en uno u otro lugar como la lluvia en las arenas del desierto. Bibliografía COURTOIS, Ch.: Les vandales et l’Afrique, París, 1955. Idem. : Victor de Vita et son oeuvre, Argel, 1954 (obra centrada en el problema de la persecución de los católicos africanos). MUSSET, L.: Las invasiones. Las oleadas germánicas, Barcelona, 1967. Por Alberto Ball, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

LOS ALANOS Introducción. La historia de los alanos es la de un pueblo, de estirpe indoeuropea, que va a jugar un papel importante, pero casi desconocido, durante el siglo V d.C., después desaparecerá, diluido entre los invasores bárbaros del Imperio Romano, y la historia no le volverá a incluir entre sus páginas. Sin embargo, antes de la época de las invasiones y destrucción del Imperio, las fuentes históricas romanas empiezan a acusar su presencia. De ellos nos hablan Ptolomeo, Plinio, Flavio Josefo, Ovidio, etc. El gran historiador Amiano Marcelino, que los conoció en su antigua residencia, entre Europa y Asia, nos los describe rubios, arrogantes, esbeltos, de hermosas facciones; relata cómo adoraban una espada clavada en tierra y carecían de templos, nos habla de su amor a la libertad, hasta el punto de desconocer la esclavitud, y señala su carácter guerrero, añadiendo que su gloria mayor era matar a un enemigo; se gobernaban los alanos (siempre siguiendo a Amiano Marcelino) por un Consejo de ancianos elegidos entre los más valientes. Lucharon contra Pompeyo, aliados a Mitrídates, y contra ellos se enfrentaron los emperadores de la dinastía Flavia y también Adriano y Marco Aurelio. Sin embargo, los alanos no lograrían penetrar en el Imperio por Oriente, sino, años más tarde, por las fronteras del Rin y del Danubio, unidos a los invasores germanos. Historia. Por las costas del Azov y del Caspio, al norte del Cáucaso, junto a las riberas del Don y del Ural, una serie de tribus iranias escitas, sármatas, iazygos, etc., dedicadas al pastoreo y a la rapiña, vagan en lucha constante atacando las fronteras del Imperio Romano o, al sur, del reino Parto. Una de estas tribus es la de los alanos, que, cuando en el año 226, el débil Estado parto del sur del Cáucaso es sustitudo por el poderoso Imperio sasánida, mira hacia el Norte. Por un momento parece que los alanos van a constituir un Estado al norte de la cordillera caucásica, pero la llegada de un pueblo feroz y con un formidable espíritu expansivo, los hunos, a fines del siglo IV, destruye toda posibilidad de estabilización, de unidad política. A partir de este momento, bandas de alanos, independientes, dirigidas por diferentes caudillos, recorrerán indecisas Europa e incluso África del Norte. Efectivamente, entre los años 374 y 375, los hunos derrotan a los alanos y éstos optan por abandonar su región de origen; sólo unos pocos se refugian en las estribaciones septentrionales del Cáucaso y toman el nombre, que todavía hoy perdura, de ossetes; la mayoría, sin embargo, se une a

los godos y ambos pueblos, codo a codo, se encaminan hacia Occidente. Después, una parte importante de los alanos aparecerá unida a los vándalos. Sin embargo, los alanos y sus ocasionales aliados caminarán a lo largo del siglo V unidos, pero insolidarios: aparecerán con sus propios caudillos al frente, y los encontraremos junto a los godos o los vándalos, pero también formando parte de los ejércitos romanos, bizantinos e incluso al lado de los hunos. Pese a todo, la cultura de los alanos influirá de forma bastante clara en el pueblo godo, al que transmitieron una serie de elementos que les eran propios, como la técnica del combate a caballo o los trajes de pieles, y sobre todo influirán en el arte. Así sucede que muchos autores de la Antigüedad (Josefa, Ptolomeo, Estrabón, Tácito, etc.) les confundirán con los godos. En el año 377, los alanos, que se habían unido a los godos para hacer frente a los hunos, huyeron derrotados hacia el Oeste. Parece que los alanos llevan al frente a su caudillo Safrac y los godos al suyo, Alatheos. Sin embargo, no todos los alanos emprenden la ruta: unos, como ya hemos indicado, formarán un pequeño Estado en el Norte del Cáucaso y otros se pasarán al ejército de los hunos. La gran masa invasora franquea el Rin en la noche del 31 de diciembre de 406. A partir de este momento comienza una dispersión total del pueblo alano. Un núcleo importante va a permanecer unido a los godos, pero diversas bandas marcharán junto a otros invasores: Respendial lleva tras sí grupos que jugarán un relevante papel los años siguientes, al lado de vándalos y suevos; otro caudillo, Goar, pasará con sus fieles al servicio de Roma. Otros, por último, se convertirán en guerreros bandidos y durante treinta años merodearán por la región del Ródano, al mando de Gambida. Incluso tenemos noticias de cómo en el año 430 un alano, Aspar, intentó administrar el poder en Bizancio, y lo retuvo en su mano cerca de diecisiete años, hasta que el general Taracodisas, jefe de los montañeses del Asia Menor, pasó a cuchillo a todos los alanos de Bizancio e instauró la dinastía Isaúrica, tomando el nombre de Zenón. Los alanos que permanecieron junto a los visigodos, y los que se aliaron al ejército romano, son unidos por Aecio, frente a los hunos. Efectivamente, en la batalla de los Campos Mauriacos (o Cataláunicos) el papel de godos y alanos va a ser decisivo. El 14 de junio de 451, cuando la vanguardia del ejército penetra ya por las calles de Orleáns, godos y alanos al mismo tiempo, agotados por una cabalgada de muchas horas a uña de caballo, se abalanzan sobre los hunos. El combate es feroz y sin tregua. Para muchos historiadores alanos y godos se vengaban de la derrota del año 375 en las lejanas tierras a orillas del Caspio. Nuevamente los alanos se dispersan. Su caudillo Sangiban no puede retenerlos. Unos vagabundean por la Galia; algunos toman tierras como campesinos; otros pasan a las islas Británicas; otros llegan incluso a Escandinavia. Los alanos en España. Los alanos que se unieron a suevos y vándalos aparecen en España c. el año 409. Del 411 al 418 conocemos el nombre de su Rey, Adax, y formaron un efímero e inestable reino en Lusitania y quizá en la Cartaginense. Recibieron tierras para establecerse como sedentarios, pero fueron incapaces de adaptarse. El Rey visigodo Walia, a instancias del emperador Constancio, les expulsó de estas regiones. Un grupo se refugió junto a los suevos en Galicia, pero la mayor parte se unió a los vándalos asdingos y con ellos asoló la Bética, arrasó Sevilla y pasó después al África. Los reyes vándalos llevaron el título de Rex vandalorum et analorum durante muchos años. Con ellos confunden su historia. A partir del siglo VI desaparecen las noticias; su rastro termina por perderse; los alanos, siempre en minoría, acabaron por olvidarse de su lejano origen. Entre los siglos XII y XIII, sabemos que los alanos del Cáucaso se hicieron mahometanos y, sin renunciar a su trágico destino histórico, se unieron a los ejércitos de Gengis Khan y Tamerlán y emprendieron, como sus antepasados, la marcha hacia Occidente.

Bibliografía LAGNEAU, G.: Des Alains… et de quelques autres peuplades..., IV, Bruselas, 1877. LATOUCHE, R.: Les grandes invasions et la crise d’Occident au Véme siécle, París, 1946. LOT, F.: Les invasions germaniques, París, 1935. MUSSET, L.: Les invasions: les vagues germaniques, París, 1965. THOMPSON, E.A.: A History of Attila and the Huns, Oxford, 1948. TORRES LÓPEZ, M. et al.: “España visigoda”, en Historia de España, dir. R. Menéndez Pidal, Madrid, 1963. Por A. Montenegro Duque, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991. LOS VISIGODOS Síntesis histórico-política. Los pueblos godos proceden de Escandinavia; desde los cursos del Vístula y el Oder inician una migración en el siglo II d.C. hacia el mar Negro, comenzando los choques con el Imperio Romano, que se hacen cada vez más frecuentes a lo largo del siglo III. En el 376, obligados por los hunos, atraviesan el Danubio y, mediante un pacto con Roma, se establecen en Tracia. Por primera vez un pueblo bárbaro es admitido oficialmente dentro del Imperio. La facción “nacionalista” visigoda, partidaria del enfrentamiento con Roma, elige como jefe a un miembro de la familia de los Baltos, Alarico, quien después de algunas campañas por Iliria y Grecia vuelve sus miradas hacia Occidente. Tras dos tentativas fracasadas sobre Italia, marcha en un tercer intento sobre Roma, donde entra saqueándola (24 de agosto de 410). En ese mismo año muere Alarico. Es elegio Rey Ataúlfo (410-415), quien seguramente por un pacto con el emperador Honorio para luchar contra el usurpador Jovino marcha a las Galias. El matrimonio de Ataúlfo con la princesa Gala Plácida, hermana del Emperador, provoca la ira de éste, y Ataúlfo se ve obligado a pasar a España, instalándose en la Tarraconense. Inclinado ahora al entendimiento con Roma, porque se siente consciente de la inmadurez de su pueblo, es asesinado por el partido nacionalista, que no ve con buenos ojos el acercamiento al Imperio. Sigerico (415), su sucesor, es un exaltado nacionalista, cuyo breve reinado lo dedica a eliminar a los hijos del primer matrimonio de Ataúlfo y a maltratar a la reina Gala Plácida. Asesinado a se vez, le sucede Walia (415-418), quien inmediatamente se da cuenta de que su situación en la Tarraconense es insostenible, pues los romanos bloquean los puertos. Fracasa también en un intento de pasar a África, y la única salida viable es el acuerdo con Roma. En el 416, un pacto entre romanos y visigodos obliga a éstos a luchar contra suevos, vándalos y alanos, y a devolver a Gala Plácida; a cambio, el Emperador les concede abastecimientos (annonas). En cumplimiento de lo acordado, Walia inicia las campañas contra alanos y vándalos sillingos. El resultado es fulminante: estos pueblos son aniquilados, y sus restos se refugian entre suevos y vándalos asdingos, que ocupan el extremo noroeste de la Península Ibérica. Vuelto a las Galias, recibe del emperador Constancio la provincia de Aquitania, desde el Loira a Burdeos, en calidad de federado del Imperio. Éste es el nacimiento del reino visigodo de Tolosa (Toulouse), así llamado porque en esta ciudad instala su capital Walia en el 418, el mismo año de su muerte. Las luchas en España entre suevos y vándalos asdingos hacen que, aunque vencedores los vándalos, abandonen el extremo noroeste de la Gallecia, pasando a la

Bética (421). Desde ella realizan incursiones sobre Mauritania y las Baleares, y conquistan Sevilla y Cartagena. Pero pronto abandonan la Península y fundan un reino en el Norte de África (429). En España quedan solamente los visigodos y los suevos. Mientras, entre los visigodos, Teodoredo (418-451) ha sucedido a Walia. Intenta Teodoredo independizarse de Roma y apoderarse de tierras del Imperio, como la Narbonense; pero ante la amenaza de los hunos busca de nuevo la alianza con el Imperio. Teodoredo es el principal auxiliar del general romano Aecio en la lucha contra los hunos en los Campos Cataláunicos (451); su Rey, Atila, es vencido, pero también muere Teodoredo. Tampoco la derrota de los hunos es completa porque Aecio, temiendo un excesivo fortalecimiento de los visigodos, permite la huida de Atila. Suceden a Teodoredo sus hijos Tursimundo (451-453) y Teodorico (453-466); éste vence en colaboración con el Imperio a los suevos, haciendo prisionero a su rey Requiario. Muerto Teodrico, sube al trono su hermano Eurico (466-484), auténtico fundador del reino visigodo de Tolosa, pues aunque Walia y Teodoredo habían puesto las bases del reino, es Eurico quien rompe definitivamente con Roma, cuando en el 476 desaparece su último Emperador, Rómulo Augústulo. Eurico extiendo su reino por las Galias y España, y crea un vasto imperio desde el Guadalquivir al Loira; sin embargo, a su muerte en Arlés (484), este imperio que él creara decae. Su hijo y sucesor, Alarico II (484-507), ha de enfrentarse a un poderosísimo enemigo, el rey franco Clodoveo. El enfrentamiento culmina en la batalla de Vouillé (507), que supone un gran desastre para los visigodos, pues allí muere Alarico II. Con el desastre se inicia el abandono de las Galias por los visigodos, que constituyen un reino casi exclusivamente hispánico. Muerto Alarico II, pese a que tenía un hijo legítimo, Amalarico, por tener este príncipe cinco años, fue elegido Rey Gesaleico (507-511), hijo ilegítimo del difunto monarca. Gesaleico pierde ciudades ante el avance franco, entre ellas Narbona. Huye a Barcelona, donde se enfrenta a los partidarios de su hermanastro Amalarico (526-531), cuyos derechos defiende su abuelo materno, el Rey ostrogodo Teodorico. Es derrotado y muerto Gesaleico (511) y le sucede su hermanastro, aunque por ser menor de edad ejerce la tutela su abuelo. Con Amalarico termina lo que podríamos llamar dinastía de los Baltos, familia sobre la que venía recayendo la elección de los reyes visigóticos. Entonces es elegido Rey el ostrogodo Teudis (532-548), que se ve obligado a enfrentarse al emperador de Oriente, deseoso de rehacer el antiguo Imperio Romano, y que ya había destruido al reino vándalo del Norte de África. Teudis muere asesinado, al igual que su sucesor Teudiselo (548-549). La sucesión de Teudiselo está llena de intriga. Triunfa en cierto modo Ágila (549554), pero frente a él surgen otros candidatos. Así, en el 551, es elegido Rey Atanagildo, que para combatir a Ágila llama en su ayuda e instala en la Península a los bizantinos. Derrotado, Ágila se retira a Mérida, donde es asesinado por sus partidarios (554). Desde ese momento, Atanagildo (554-567) trata de expulsar a los bizantinos, pero no lo consigue. Los bizantinos retienen la Bética y la zona del Júcar durante setenta años. Le sucede Liuva (568-573) y luego Leovigildo (573-586), quien establece definitivamente su corte en Toledo. Hasta ese momento, el reino visigótico carece de unidad: de unidad territorial, rota por la presencia de los bizantinos y por la persistencia del reino suevo; de unidad moral, porque lo impide la existencia de dos poblaciones, visigoda e hispanorromana, netamente diferenciadas en su cultura y tradición y, sobre todo, en sus prácticas religiosas: los visigodos son arrianos, católicos los hispanorromanos. La unidad territorial, en gran parte, es obra del rey Leovigildo. Consigue importantes avances frente a los bizantinos (570-572), somete a los vascones y termina con al reino suevo en

otra brillante campaña (584-585). La unidad moral es más costosa; provoca una guerra civil entre Leovigildo y su hijo Hermenegildo, que acaba con la muerte de éste; el problema no queda resuelto. El rey Recaredo I (586-601) tiene que enfrentarse de nuevo con la cuestión religiosa, que soluciona convirtiéndose él y la masa del pueblo visigótico al catolicismo. Desaparece así la valla insalvable que separaba a visigodos de hispanorromanos. La orientación católica de Recaredo y su hijo Liuva II (601-603) es interrumpida por la breve reaparición arriana del rey Viterico (603-610), que termina con su asesinato. En adelante, no habrá problema religioso. En el 612 es elegido Rey Sisebuto, que inicia unas campañas contra los bizantinos y consigue confinarlos en el Algarbe; pero quien logra definitivamente la unidad territorial es Suintila (621-631), que expulsa a los bizantinos. La oposición de magnates y el clero le destrona, pero sin regicidio, lo cual muestra un cambio en la mentalidad visigoda. Le suceden Sisenando (631-636), Khintila (636-639) y Tulga (639-642), cuyos reinados oscuros carecen de acontecimientos destacables. Por fin, una sublevación pone en el trono a un anciano enérgico: Chindasvinto (642-653). Pero precisamente ahora que se ha conseguido la total unidad, cuando era de esperar el máximo esplendor del reino visigótico, paradójicamente se inicia su ruina. Las intrigas por la sucesión al trono son la causa principal. Chindasvinto había seguido una política de represión hacia los nobles, que trata de suavizar su hijo Recesvinto (653-672); pese a todo, a la muerte de éste es elegido Rey Wamba (672-680), que no es de la familia del rey Chindasvinto; la oposición entre las dos familias provocará el fin del reino visigótico. Es depuesto Wamba por una conspiración en el 680 y se abre paso al trono Ervigio (680-687), un nuevo representante de la familia de Chindasvinto. Trata de ganarse la simpatía de los nobles y del pueblo, concediendo favores a los unos y perdonando tributos a los otros. Pero a su muerte reina Égica (687-702), de la familia del rey Wamba. Éste tiene que adoptar una política de dureza, con lo que solamente aumenta la tensión de las familias rivales. Le sucede Witiza (702-710), cuyo oscuro y contradictorio reinado está lleno de conspiraciones y luchas internas. A su muerte, la rivalidad se hace de nuevo patente en la elección de dos reyes: Áquila, hijo de Witiza, apoyado por la familia de Wamba-Égica, y don Rodrigo, pariente de los ChindasvintoErvigio. La leyenda envuelve los hechos posteriores. Vencedor don Rodrigo, los partidarios de Áquila llaman en su ayuda a los árabes. Don Rodrigo les hace frente con un poderoso ejército, pero la traición de los partidarios de Áquila contribuye a su derrota en las proximidades del río Guadalete o de la laguna del Janda en el 711. Muerto el rey don Rodrigo, la población hispana, acostumbrada a las violencias de las guerras civiles, no da importancia a los recién llegados, que en vez de abandonar la Península inician una conquista que completan con rapidez. Es el fin del reino visigótico. Sociedad. Existían marcadas diferencias étnicas y sociales entre los individuos que integraban la sociedad visigótica, causa del asentamiento de una población germánica sobre otra de hispanorromanos, que se encontraban ya en un avanzado estado de romanización. Los hispanorromanos constituía el grupo más importante numérica y culturalmente considerados. Socialmente, la separación entre libres y siervos era notoria. Entre los libres se distinguían las clases nobles y las simplemente libres. Integraban las primeras cuatro grandes grupos: la nobleza visigoda de sangre, los terratenientes hispanorromanos, en gran parte respetados en sus propiedades; los nobles de oficio, es decir los que desempeñan altos cargos palatinos, y la nobleza eclesiástica que, además de poseer grandes propiedades y tener privilegios tales como exención de impuestos y de penas corporales, hecho común a tola la nobleza, añadía su autoridad moral y el fuero eclesiástico o derecho a ser juzgados por un tribunal especial. La

nobleza era la clase menos numerosa, pero también la más poderosa económica y políticamente. Dentro de los no nobles pueden distinguirse varios grupos: artesanos, campesinos libres, encomendados, colonos, libertos y esclavos. Los artesanos estaban incapacitados para cambiar de profesión, se agrupaban en collegia o gremios y estaban sometidos a fuertes impuestos y prestaciones personales, que hicieron que esta clase se redujera considerablemente. Una gran parte de los hombres libres no nobles la componían los campesinos, pequeños propietarios que disminuyeron también bajo la opresión de los grandes propietarios. Otros propietarios con pocas tierras se las otorgaban a un gran señor que, además de darles otras tierras en arriendo, protegía sus vidas y haciendas; eran los encomendados; otro tipo de encomendados cumplían servicios en la casa del señor y formaban parte de su ejército: los bucelarios. Por último, dentro de los libres, se contaban los colonos, con una libertad más teórica que práctica. Cultivaban las tierras del señor, pero estaban adscritos a la tierra y no podían abandonarla; incluso carecían de la protección del señor. Un estrato intermedio entre libres y siervos ocupaban los libertos, esclavos que alcanzaban la libertad por concesión del señor. Su número fue escaso, pues sus hijos eran ya libres. En el último escalón de la sociedad figuraban los siervos, cuya consideración jurídica era la de “cosas”, carentes de todo derecho. Se llegaba a la condición de esclavo por ser hijo de esclavo, por matrimonio con esclavo, deudas, pena legal y por ser prisionero de guerra. Sus condiciones de vida variaban según se dedicaran a tareas domésticas o al campo, o fueran siervos de la Iglesia, que disfrutaban de mejor situación. En cuanto a la vida privada y al carácter visigóticos, existen una serie de equívocos, debidos a algunos escritores antiguos de marcado antigermanismo, que hacen generales entre los visigodos defectos como la gula, la lujuria y la injusticia; pero está probado que el pueblo visigodo, en general, era más austero que el romano en su última fase. En cuanto a su pretendida barbarie, no son exactos tampoco los escritores antiguos, porque en realidad los visigodos eran el pueblo bárbaro más romanizado. Esta romanización se aprecia en la lengua y el Derecho, pero también en las costumbres, vestido y vivienda, que adopta el tipo romano, aunque su mobiliario es más sobrio. Entre sus diversiones favoritas se encuentran los dados y la caza. También hubo circos y espectáculos teatrales, a imitación de los romanos. En sus fiestas y su vida en general tiene un gran papel la superstición, en parte basada en la mitología romana. Economía. La economía visigótica era, en cierto modo, una continuación de la romana, con los mismos sistemas y útiles de cultivo. Gran importancia debió de tener la vid, a juzgar por las leyes para protegerla; fue cuantioso el consumo de vino en la mesa. En los regadíos se cultivaban los productos típicos de huerta, algunos de los cuales como las alcachofas se dice que fueron traídos a España por los visigodos. También se cultivó el lúpulo, debido al elevado consumo de cerveza. Los árboles más abundantes fueron manzanos, olivos y encinas por su madera y su producción de bellotas, alimento de un numeroso ganado de cerda. La caza constituyó un importante complemento de la alimentación. Mantuvo su interés la ganadería, actividad predilecta de los visigodos. Los ganados utilizaban baldíos, rastrojos y prados y montes comunales, también podían pastar en los prados privados no cercados. Los rebaños transhumantes pastaban además en los montes privados, abiertos hasta dos días sin pagar por ello. El caballo no se utilizaba aún en las campañas militares; era sobre todo animal de carga; se empleaban el buey y el asno para el trabajo. Fue importante el cuidado de la abeja y del gusano de seda, necesario éste para abastecer un considerable mercado de finas telas que no podían importarse de Oriente, dado el escaso comercio.

Las minas siguieron siendo propiedad del Estado como en época romana, pero con frecuencia se autorizaban concesiones de explotación particular. El trabajo, muy duro, se realizaba con mano de obra esclava, o mediante condenados. Entre las minas podemos considerar las salinas, de las que destacan las de la Tarraconense. La industria artesana satisfacía las necesidades básicas; la más notable era la metalúrgica de armas y útiles de labranza; a su lado figuraban la orfebrería y la textil. El comercio fue activo en esta época y nada autoriza a suponer una decadencia. Los centros de más activo comercio fueron los puertos mediterráneos, donde se establecieron sirios, griegos, judíos e hispanorromanos; los visigodos rehuyeron esta actividad. Se exportaban sobre todo productos agrícolas y se importaban artículos de lujo. La contratación se realizaba en lonjas. La moneda fue la romana durante mucho tiempo. El rey Leovigildo fue el primero en acuñar moneda con su efigie. Se hacían siempre en oro, aunque fueron degradando su ley paulatinamente, hasta ser casi sólo de plata. Instituciones políticas. La monarquía electiva fue el sistema de gobierno visigótico. En principio, el Rey era un caudillo militar, elegido por la Asamblea de todo su pueblo; sus funciones consistían en mandar el ejército, administrar justicia y distribuir el botín. El crecimiento demográfico y la dispersión de los hombres de raza visigótica hizo imposible la participación de todo el pueblo en la elección del monarca. Intervenía de hecho solamente la aristocracia. Pese a que siempre conservó la monarquía su carácter electivo, fue cada vez más frecuente que un Rey asociara a su hijo al trono en un intento de hacerla hereditaria, empeño que nunca cristalizó de modo duradero. El hecho de que fuese electiva entrañaba el peligro del regicidio, frecuente sobre todo en los primeros reinados. El monarca no estaba por encima de la ley; por el contrario, ésta regulaba la acción del príncipe. Pero este principio fue olvidado por algunos reyes arbitrarios. Para ser Rey se requería ser godo, libre, de moralidad probada y no haber recibido la tonsura clerical; por eso la tonsura se utilizó como medio para destronar a algunos reyes: Wamba, por ejemplo. Al principio, los monarcas visigóticos no llevaban atuendo especial, ni ocupaban un lugar de privilegio en las reuniones. En la época del rey Leovigildo, comienzan a sentarse en trono, usan diadema o corona y manto púrpura, a imitación de los emperadores romanos. El Rey ostenta los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, sin más limitación que la misma ley; es el encargado de la hacienda y el jefe supremo del ejército, con poder de declarar la guerra y ajustar la paz. En el ejercicio de sus funciones, el Rey cuenta al principio con el asesoramiento del pueblo reunido en Asamblea. Después, la dispersión de los visigodos imposibilita tales asambleas y surgen en consecuencia otros organismos asesores que obran en nombre del pueblo: el Senado, el Aula Regia y los Concilios. El Senado o Consejo de nobles lo integran los más ancianos, de ahí su nombre, y se constituye a imitación del romano. Este Consejo se mantiene hasta el siglo VI, en que es sustituido por Aula Regia. Su función es aconsejar al Rey en los asuntos graves. El Aula Regia es una asamblea consultiva más amplia y regular que el Senado, necesaria al complicarse y aumentar las actividades del Rey. La componen los magnates que residen en la Corte como servidores más adictos al monarca y que no tienen una función definida en la administración, sino misiones temporales que el Rey les encomienda. Posteriormente, se suman a ella los nobles que ejercen cargos en provincias y, por fin, con Recaredo pasan a formar parte de ella los obispos. Sus funciones son preparar las leyes, ejercer funciones judiciales y dirigir la hacienda en provincias. Los miembros del Aula Regia tienen la obligación de jurar fidelidad a cada nuevo monarca y presentarse a él; entre sus privilegios figura el derecho a ser juzgados por un tribunal especial de nobles. Los Concilios son otro importante órgano asesor del Rey.

Los celebraba la Iglesia con carácter exclusivamente religioso, pero a partir del III Concilio de Toledo del año 589 adquieren importancia política. Los concilios suponían cierto modo de participación de la Iglesia Católica en los asuntos públicos. Eran convocados por el Rey que, al comienzo de la sesión, leía el Tomus Regius o comunicado real al Concilio. Las deliberaciones tenían dos partes: en la primera se trataban problemas religiosos, mientras que el Rey estaba ausente, y en la segunda se discutían asuntos civiles; en esta última tomaban parte los miembros del Aula Regia. Los acuerdos conciliares eran sancionados por el Rey, adquiriendo entonces fuerza de Ley civil. Pero las transgresiones a estas leyes eran castigadas también con penas espirituales, tales como la excomunión. Los concilios eran la suprema autoridad legislativa y judicial: aprobaban edictos, participaban en la elección del Rey y en la administración pública. Su autoridad comenzó a decaer cuando se convirtieron en un mero instrumento de la voluntad de los reyes, que los utilizaron para legalizar usurpaciones y destronamientos o para anatemizar a los rebeldes. Cultura. Los visigodos alcanzaron en España un gran nivel cultural que se manifiesta tanto en la literatura como en el arte. Fue el resultado de la fusión de lo visigodo con lo hispanorromano. Así, muy pronto, los visigodos adoptaron el latín como lengua propia. El saber de la época, como más tarde en la Edad Media, se encuentra en manos de la Iglesia; al alto clero pertenecen los sabios importantes, como Hidacio, Tajón, San Leandro, San Braulio y San Isidro. Monasterios y catedrales poseyeron bibliotecas bien dotadas; las más famosas eran las episcopales de Zaragoza, Toledo y Sevilla. Algunos reyes tuvieron también bibliotecas; importante fue la de Recesvinto, y también la de Sisebuto “el Rey letrado”. Monasterios y catedrales eran los únicos centros de enseñanza. Las profesiones liberales las enseñaba particularmente cada artesano en su taller. En la cultura visigótica no sólo abundaron obras de carácter religioso o simplemente instructivo, sino que también floreció la poesía, con autores entre los que sobresale San Eugenio. Los temas de esta poesía son como siempre el amor, la paz o los sentimientos íntimos del poeta. En cuanto a su métrica, pervive durante mucho tiempo el hexámetro latino; después aparecen los versos con rima, que evolucionan hasta alcanzar una gran perfección y reglas fijas para su empleo. La música se usa casi exclusivamente para dar realce a las ceremonias religiosas. Religiosidad. A su llegada a España los visigodos practicaban el arrianismo, herejía que les había llegado por las predicaciones del obispo arriano Úlfilas, que había traducido la Biblia al idioma godo. Cuando los visigodos entran en España se encuentran con una población predominantemente católica, pero entre la que circulaban muchas herejías, supersticiones y prácticas paganas, y no sólo entre la gente inculta sino incluso entre el clero. Pese a todo ello y a que el arrianismo era prácticamente la religión oficial, tuvo escasa influencia en los católicos, registrándose muy pocos casos de apostasía. Mientras los monarcas visigóticos fueron arrianos, la Iglesia Católica sufrió algunas persecuciones, pero más bien por motivos políticos que religiosos; otros monarcas la toleraron e incluso intervinieron en sus asuntos. Esta dualidad de creencias provocó no pocos problemas políticos, que terminaron cuando el rey Recaredo se convirtió al catolicismo en el III Concilio de Toledo y con él la masa de la población visigoda; desde entonces el arrianismo, aunque no extinguido todavía, careció de importancia, no tardando demasiado en desaparecer. Conseguida la unidad religiosa, las relaciones entre la Iglesia y el Estado fueron cordiales, colaborando ambos estrechamente, pero sin que existiera intromisión de uno en los asuntos del otro, y si estas intromisiones se dieron en alguna ocasión no eran consideradas como tales en la mentalidad de la época. La Iglesia se organiza en diócesis, la frente de las cuales se sitúa un obispo; de esta época data también la

organización en parroquias, para llevar el Evangelio a los medios rurales. En su liturgia, en el llamado rito mozárabe, conservado hasta nuestros días, se aprecian influencias bizantinas sobre todo. La Iglesia Católica hispana obedeció siempre las órdenes de Roma. No fue una Iglesia nacional, porque nunca fue gobernada por los reyes. Tampoco el Estado visigótico fue teocrático, pese a que se apoyara ordinariamente en la Iglesia. Bibliografía D’ORS, A.: “La territorialidad del Derecho de los visigodos”, en Estudios visigodos, I, Madrid, 1956, pp. 91-127. Idem.: “El Código de Eurico”, en Estudios Visigodos, II, Madrid, 1960. GAMILLSCHES, E.: Historia lingüística de los visigodos, “Rev. de Filología Española”, XIX (1932). GIBERT, R.: “El reino visigodo y el particularismo español”, en Estudios Visigodos, I, Madrid, 1956, pp. 15-49. Idem.: Código de Leovigildo, Granada, 1968. MARAVALL, J.A.: El concepto de España en la Edad Media, Madrid, 1954. MONTEAGUDO, L.: España visigoda, Madrid, 1967. ORLANDIS, J.: “La iglesia visigoda y los problemas de la sucesión al trono en el siglo VII”, en Estudios visigodos, III, Madrid, 1962, p. 47. Idem.: Problemas canónicos en torno a la conversión de los visigodos al catolicismo, “Anuario de Historia del Derecho Español”, XXXII (1962), pp. 301-321. Idem.: “El poder real y la sucesión la trono en la monarquía visigoda”, en Estudios visigodos, III, Madrid, 1962. Idem.: “El cristianismo en la España visigoda”, en Estudios visigodos, I, Madrid, 1956, pp. 1-15. SÁNCHEZ ALBORNOZ, C.: En torno a los orígenes del feudalismo. Fideles y gardingos en la monarquía visigoda. Raíces del vasallaje y del beneficio hispano, Mendoza, 1942. Idem.: El Senátus visigodo. Don Rodrigo, rey legítimo de España, “Cuadernos de Historia de España”, VI (1946), pp. 5-59. VARIOS: “España visigoda”, en Historia de España, III, 1958. VÁZQUEZ DE PARGA, L.: La división de Wamba. Contribución al estudio de la historia y geografía eclesiástica de la Edad Media española, Madrid, 1943. VIVES, J.: Concilios visigodos e hispano-romanos, Madrid, 1963. Idem.: Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda, Barcelona, 1942. Por Á. Montenegro Duque, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

LOS ANGLOS Pueblo germánico establecido desde muy antiguo en Alemania septentrional, concretamente en al zona comprendida entre el Elba y Jutlandia. En los siglos V y VI, aprovechando que Britania había sido abandonada por las legiones romanas, emigraron en masas a aquella isla unidos a sajones y jutos, con quienes formaban una federación. Los invasores tuvieron que vencer una encarnizada resistencia de los primitivos habitantes, pero no es posible dar exactos pormenores de la invasión porque los recuerdos escritos que se han conservado de ellas son muy oscuros o están llenos de

leyendas, como la del famoso rey Arturo, al parecer un jefe bretón. Durante el siglo VI, poco a poco, los invasores fueron organizándose en varios Estados germánicos. Según la tradición, siete: la Heptarquía anglosajona. Concretamente los anglos colonizaron la Northumbria, al norte del río Humber, la East Anglia o Anglia oriental, entre el Wast y el Támesis; y, en la región central, la Mercia. Estos Estados vivieron en una permanente guerra por lo cual los anglos tuvieron que dar a sus jefes un poder mayor; así, tomaron el título y la autoridad de reyes, aunque siguieron siendo electivos. En el siglo VII un Rey anglo de Northumbria, Etelfredo, consiguió una especie de hegemonía sobre los demás reinos germánicos. Al mismo tiempo, logró contener las incursiones de los escotos del Norte en una gran victoria contenida cerca de Carhile, en el año 603. Con su hijo Oswy, el reino fue, sin duda, el más poderoso de la isla. Los northumbrios, al ocupar Chester, Bangor y la isla de Anglesey, cortaron la comunicación entre los bretones de Stratclud y los del país de Gales. Conversión al cristianismo. Este período coincidió con la conversión al cristianismo de los anglos, gracias a los misioneros de Agustín de Canterbury. Al principio, los invasores, que eran paganos, se obstinaron en rechazar todas las tentativas de apostolado de los monjes irlandeses. Su enemistad con los celtas les mantenía refractarios; sin embargo, cuando Roma les envió los primeros predicadores, su actitud cambió. La obra de evangelización no se realizó sin obstáculos, pero al fin logró triunfar y en el año 660 el cristianismo era ya admitido libremente en todos los reinos. La obra decisiva de la organización de la Iglesia corrió a cargo del monje griego Teodoro. Éste, respetando las divisiones históricas de los reinos, duplicó la mayor parte de las sedes episcopales primitivas. Así, en la Anglia oriental las diócesis de Elmhan y de Dunwich recordaban la primitiva independencia de Norfolk y Suffolk. La Northumbria abarcaba dos grandes partes: la Deira y la Bernicia, separadas por el Tees. York fue la capital religiosa de Deira. Lindisfarme y Hexham lo fueron de Bernicia. En Mercia, las sedes de Worcester, de Herford y de Leicester correspondían a los subreinos o reinos menores de Huwiccss, Hecana y Anglia media. Todas estas sedes dependerían del primado residente en Canterbury. La erección más delante de Lichfield en arzobispado, a petición el rey Offa de Mercia (717), fue muy efímera y, aunque York conservó el título arzobispal con tres obispados sufragáneos, la primacía siempre la ejerció Canterbury, a pesar de que estaba en territorio sajón y no anglo. Así, a diferencia de la variedad de reinos y reyes, sólo hubo una Iglesia, sometida al primado y relacionada con Roma. El hecho de la cristianización fue muy importante. Los sacerdotes, únicas personas instruidas y únicos representantes de la justicia y de la moral, ocuparon un lugar preferente en las asambleas del país, llevando a ellas las costumbres de disciplina que su educación eclesiástica les había inculcado. Poco a poco, fueron entrando los anglos, y con ellos los sajones y toda Inglaterra, en la gran familia de las naciones civilizadas. Así abandonaron el alfabeto rúnico que fue reemplazado por el latino. Sin embargo, a diferencia de sus hermanos sajones que consiguieron crear pronto una literatura importante, los anglos apenas aportaron nada en este sentido y sólo nos han quedado de ellos algunos monumentos escritos. La hegemonía de Northumbria terminó en el año 685, cuando el rey Esfredo con las fuerzas del reino agotadas por las continuas luchas contra Escocia fue vencido por los daneses. La supremacía pasó entonces a Mercia, con su rey Offa (m. en el año 794). A fines del siglo VIII, sólo quedaban en pie los reinos de Northumbria y Mercia; los reyes de los Estados pequeños habían desparecido porque su raza se había extinguido en sangre o por haber pasado a la condición de subreyes o simples nobles. La independencia de los anglos y su carácter de pueblo concluyó cuando el Rey sajón de Wessex, Egberto, sometió primero a Mercia, con lo que Anglia oriental reconoció su

superioridad, y ocupó después Northumbria, siendo reconocido señor del territorio en el año 827. A partir de este momento, los anglos y los sajones se confunden. La civilización de los anglos. Entre los anglos, como entre los demás pueblos germánicos, la posesión de la tierra era la base de todo Derecho constitucional. Se repartió el terreno conquistado en lotes de distinta extensión, desde los que sólo podían alimentar a una familia, hasta los de los nobles que podían ocupar todo un distrito. Parte del terreno quedó sin distribuir: era el Folcland, propiedad común de las tribus y, para enajenarlas, se necesitaba el consentimiento de la Asamblea. Su arrendatario debía pagar al Estado una renta o unos servicios, de que estaba exento el propietario del Folcland. El Folcland es una institución privativa de Inglaterra que no se halla con sus caracteres específicos en ningún otro pueblo germánico. La sociedad estaba constituida por las familias de los hombres libres, llamados ceorlas; el cabeza de familia o Mundobora tenía un poder absoluto sobre sus familiares, criados y huéspedes; el matrimonio consistía en la compra de la mujer. Estas familias vivían en pueblos formados por cabañas y se alimentaban de los productos de las tierras; a la muerte del poseedor, las tierras pasaban a sus herederos según el orden de sucesión establecido por el derecho popular o Folcriht. Los anglos tenían esclavos, como los habían tenido en Germania antes de invadir la isla. Estos esclavos eran bretones y otros germanos que habían sido hechos prisioneros y vendidos después. La existencia de esclavos bretones en la parte oriental del país no está exactamente comprobada, mientras que su número aumenta a medida que se avanza hacia el Oeste. Esta circunstancia se ha empleado para medir el grado de exterminio cometido con los indígenas. Por lo demás, todos eran considerados como cosas y no como personas. A medida que algunos reyes fueron haciéndose poderosos, el papel de la Asamblea (Witenagemot) que en un principio, entre otras, tenía la función de elegir y deponer al Rey, fue perdiendo todo su poder efectivo. Se concedió a la Iglesia y a los laicos la propiedad absoluta de las tierras, lo que en el futuro constituyó la base de la sociedad feudal. Como los demás pueblos germánicos, los anglos tenían el derecho de ejercer la falda, es decir, la venganza privada, sustituida más tarde por el guidrigildo, que dejaba la posibilidad de pagar el rescate de la venganza; muy pronto, además, la acción de castigo dejó de estar en manos de los particulares y pasó a ser cuestión del Rey. Antes de su conversión al cristianismo, la religión pagana de los anglos era de base naturalista y politeísta. Veneraban a Thumor, Woden, Tiw y Frig y tenían un culto especial por el destino, personificado en una divinidad inexorable y siniestra llamada Wyrd. Bibliografía CHADWICK, N.K. et al.: Studies in the early British Church, Cambridge, 1958. COLLINGWOOD, R.G. y MYERS, F.N.L.: Roman Britain and the English settlements, en The Oxford History of England, Londres, 1937. HUBERT, H.: Los germanos, Madrid, 1956. STANTON, F.M.: Anglo-Saxon England, Oxford, 1947. THURLOW, E.: The anglo-saxons in England, Uppsala, 1926. Por A. Lazo Díaz, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

LOS ANGLOSAJONES Habitantes de Inglaterra entre los años c. 600 al 1066. Llegada de los sajones. La conquista de Inglaterra por los anglosajones abarca dos procesos diferentes, confundidos a menudo por los historiadores: la transmisión del poder político de un grupo de gobernantes a otro y la transformación profunda de una sociedad a través de sus miembros, religión, idioma, literatura, legislación y estructuras sociopolíticas. La manifestación del primer proceso lo encontramos en tres fuentes narrativas: la homilía De excidio et conquestu Britanniae por Gildas (ca. 550), la Historia eclesiástica de Beda el Venerable (731), que es una historia de la cristiandad en Inglaterra, y la Anglo-Saxon Chronicle (ca. 900), que, los mismo que hace Beda, incorpora tradiciones más antiguas. Los datos de la inmigración de grandes masas de colonos germánicos y de los cambios sociales que resultaron, se basan, sin embargo, más bien en estudios recientes de arqueología, toponimia, filología y fotografía aérea, los cuales aportan los mismos datos. Cuando los romanos conquistaron Britania, 43 a.C. a 84 d.C., dejaron Irlanda y el Norte de Escocia bajo sus jefes celtas; detrás de la muralla de Adriano (ca. 122) la parte Sur de Britania se romanizaba rápidamente y aceptaba el cristianismo. La Britania romana estaba dividida por una línea desde Chester al Humber en la zona de las tierras altas, bajo administración militar, y la más pacífica zona de las tierras bajas (la llanura), bajo administración civil. La muralla de Adriano mantuvo alejados a los hostiles pictos en el Norte y sólo en el siglo IV los escoceses y los sajones atacaron por mar la Britania romana. Cuando Teodosio restableció la paz (ca. 370), reorganizó las defensas. Para defender la zona de las tierras altas contra los pictos, estableció allí, bajo protección imperial, varios reinos autónomos británicos, Strathelyde, Manau Gododdin, Rheged y Elmet; para salvaguardar el Sudeste de los piratas sajones, situó allí una flota, unos fuertes y a los mercenarios sajones y frisones, todo bajo el mando de un Conde sajón. El ejército regular fue trasladado al continente, como también las administraciones imperiales civil y militar ca. 410. Cuando las autoridades apelaron al emperador Honorio en demanda de ayuda, les informó (410) que debían confiar en sus propios recursos. Esto, que parecía una medida temporal, marcó el final del dominio del Imperio Romano en Britania y desde entonces hasta el 597 en la historia británica no hay casi ningún acontecimiento determinado. Los invasores parece ser que irrumpieron por toda la costa, desde el Rin a Jutlandia; se mezclaron durante la fase de inmigración y asentamiento, penetrando en pequeños grupos por calzadas romanas y prehistóricas (por ejemplo, el camino de Icknield), remontando ríos como el Támesis y el Ouse; pero sus cementerios y sufijos toponímicos –ingas– indican que en gran parte se confinaron en la región oriental de una zona desde Humber a Solent, con grandes concentraciones en Kent, Sussex, Norfolk y el valle superior del Támesis, áreas que probablemente llegaron a ser los núcleos de algunos de los pequeños reinos que surgieron en el caos político de los siglos V y VI, pues a mediados del siglo V aumentaron tanto los ataques de piratas sajones como el reclutamiento de mercenarios de este mismo pueblo, que después se rebelaron contra sus amos británicos (ca. 455). Siguieron luchas prolongadas hasta que los británicos derrotaron a los piratas sajones y mercenarios rebeldes en varias batallas, especialmente en la de Mons Badonicus (ca. 486-516). Se reanudaron las guerras y las invasiones con victorias de los sajones en Aylesbury (571) y Dirham (577), por las cuales Ceawlin, rey de Wessex, capturó Bath, Gloucester y Cirencester, separó a los británicos de Gales de los de Devon y Cornualles y comenzó a conquistar a estos últimos.

En el Norte se introdujo a mercenarios germánicos en Yorkshire, en el siglo IV, para defender la costa y la frontera septentrional, pero por lo demás hubo poca población anglosajona en la zona de las tierras altas donde la gran mayoría siguió siendo británica. Aun cuando se establecieron pequeños reinos anglosajones en Bamburgh y York, tenían nombres celtas, Bernicia y Deira, ribeteados por reinos británicos de tipo militar, especialmente Dalriada, Strathclyde y Elmet (que separaban Deira de los reinos sajones al sur del Humber y reforzaban las diferencias entre el Norte y el Sur) hasta que Asthelfrith, rey de Bernicia (ca. 593-616), derrotó a Dalriada (603), venció a los británicos en Chester (ca. 613) y conquistó Deira, antes de sucumbir a Edwin, heredero del reino de Deira, quien se convirtió así en señor desde el Humber al Forth. En el interior, se establecieron también pequeños reinos con población anglosajona y romanobritánica; desaparecieron prácticamente las costumbres romanas, y se impusieron cada vez más tradiciones sajonas, compartidas con otros pueblos: dialectos germánicos, leyes bárbaras y paganismo germánico, etc. Conversión al cristianismo. Hacia el 300 se había extendido el cristianismo por la Britania romana; el santo británico Patricio lo llevó a Irlanda (ca. 432); el santo irlandés Columbano lo predicó en Iona, donde inició la conversión de los pictos (ca. 563); y en el 635 el santo picto Aidan salió de Iona para fundar el monasterio de Lindisfarne y convertir a los habitantes de Northumbria. Así, en el 597 las islas británicas eran en gran parte cristianas, excepto un enclave en el este de la zona de las tierras bajas, donde estaban asentados anglosajones paganos, que gobernaban una población que debía haber olvidado casi todo su cristianismo y el legado céltico romano. Para convertir a los anglosajones, San Gregorio Magno envió algunos monjes romanos al mando de San Agustín. Llegaron a Kent (597), bautizaron a su Rey, Etelberto, y a muchos de sus súbditos, y establecieron un arzobispado en Canterbury y obispados en Londres y Rochester. Procedimientos similares se siguieron en otros sitios con la conversión, primero del Rey y luego de su pueblo. A pesar de algunas apostasías (Kent, 616), todos los reinos se convirtieron formalmente en cosa de un siglo por la intervención de los misioneros. Algunos siguieron las tradiciones romanas, otros las célticas. Eventualmente la práctica romana fue adoptada por los anglosajones en el sínodo de Whitby (663-664) y algo más tarde por las iglesias celtas. Teodoro de Tarso, arzobispo de Canterbury (669-690), creó una organización diocesana completa, con concilios regulares, leyes canónicas y un sistema parroquial. Siglo VIII. Los reinos anglosajones continuaron expandiéndose hacia el Oeste entre los reinos británicos que supervivían en los siglos VII y VIII, combinándose también en agrupaciones mayores. Northumbria, formada por Edwin (ca. 616-632) de la unión de Bernicia y Deira, se anexionó Elmet y otros diminutos reinos británicos, extendiéndose al mar de Irlanda; bajo Osualdo (633-641) y Oswiu (641-670) dominó Inglaterra; pero su supremacía pasó entonces a la unión de reinos del Interior formada con el núcleo de Mercia por los reyes Etelbaldo (716-757) y Offa (757-796). Lient, Lindsey y Sussex fueron suprimidos; Offa construyó un dique para señalar la frontera frente a los británicos en Gales, introdujo la moneda de plata a título permanente, intentó establecer un arzobispado en Lichfield y se tituló rex totius Anglorum patriae. El reino de Wessex conquistó Devon, derrotó a Geraint de Cornualles (710) y con Egberto derrotó a las fuerzas de Mercia en Wroughton (825), llegan a ser así el reino dominante. La consolidación política significaba la paz y el desarrollo cultural. Algunos monasterios presajones, Malmesbury y Glastonbury, habían sobrevivido; fueron fundados otros, anexos a catedrales, como el de Canterbury o independientes como los de Monkwearmouth y Jarrow. Estos crisoles de tradiciones romanas, celtas y germánicas se convirtieron en los más grandes centros culturales de Europa occidental.

San Beda de Jarrow –Beda el Venerable– (ca. 671-735) fue el mayor sabio y quizá el único verdadero historiador de la Alta Edad Media; San Wilibrodo de Rippon, convirtió a los frisones (ca. 695); San Bonifacio de Crediton (ca. 680-755) convirtió la parte occidental de Germania; Alcuino de York educó a Carlomagno e inició el renacimiento carolingio. En resumen, Inglaterra ejerció más influencia en el continente durante el siglo VIII que en ningún otro siglo anterior y quizá posterior. Es también la época del Boewulf, poema épico cristiano, único ejemplar de tiempos germánicos. Alfredo el Grande, los daneses y la unificación. Esta sociedad, políticamente estable y culturalmente brillante, fue derribada por las invasiones vikingas. Los piratas daneses saquearon Lindisfrane (793), Jarrow (794) e Iona (795), e hicieron incursiones esporádicas en busca de botín hasta el 865 en que un gran ejército danés conquistó Anglia oriental, Northumbria y Mercia, destronó las viejas dinastías y dividió el territorio. En el 871 este mismo ejército invadió Wessex, pero fue derrotado por el nieto de Egberto, Alfredo, que subió al trono en 871. Alfredo era un joven príncipe que había visitado Roma (853, 855). Investido Cónsul por el papa León IV, luchó contra los daneses en Mercia (868) y volvió a combatirlos después del 871. En el 878 atacaron por sorpresa; Alfredo huyó y se escondió en las marismas de Athelney; luego reunió secretamente a las milicias, atacó a los daneses en Eddington, sitió su campamento y los obligó a rendirse, a aceptar el bautismo y a abandonar Wessex. Se reanudó la guerra en la década de los 80s, pero Alfredo tomó Londres (886) y firmó la paz con el Rey danés Guthrum, dejándole todo lo situado al este de la vía Watling (el Danelaw), mientras que Mercia occidental se convertía en un protectorado sajón occidental. Wessex pasó a convertirse en el núcleo de una Inglaterra unificada en lugar de una base vikinga para atacar el continente. Para defender Wessex, Alfredo el Grande reorganizó la milicia, creó una flota y fortificó las fronteras, sirviendo de modelo a Enrique I de Alemania. También reorganizó la sociedad inglesa: publicó un nuevo código de leyes, después de un siglo sin labor legislativa; reunió en su corte a sabios e investigadores de muchas naciones, y entre el 892 y el 899 hizo traducir al inglés obras de San Beda, San Gregorio, Boecio y San Agustín, lo que supone una verdadera proeza para un caudillo bárbaro que acababa de aprender a leer. Los sucesores de Alfredo continuaron su obra: Eduardo el Viejo (899-925) conquistó Mercia, el Danelaw y Anglia oriental; Atelstano (925-939) derrotó a una coalición de daneses, irlandeses, escoceses y starthclydenses en Brunanburgh (937); fue reconocido como señor del Norte y de Escocia, y casó a sus hermanas con los monarcas de Francia y Alemania. Edgar (959-975) dispuso del mismo poder y animó el gran resurgimiento monástico, imitando a Cluny, dirigido por los santos Dunstan, Etelwaldo y Oswaldo. Bajo el reinado del hijo de Edgar, Etelredo II (978-1016), comenzaron de nuevo las incursiones de los vikingos, pero a mayor escala y mejor organizadas. Tuvieron éxito en Maldon (991) y en el 994 Etelredo, de escasas dotes, tuvo que entregarle 16.000 libras. Casi todos los años huestes daneses atacaban Inglaterra y se llevaban su correspondiente botín. Los daneses, a partir de 1009, dirigieron sus ataques hacia la conquista y en 1013 su príncipe Swein era ya aceptado en general como Rey por daneses e ingleses. En 1014 murió el rey Etelredo; en 1016, su hijo el rey Edmundo II, y entonces se convirtió en rey de Inglaterra y Dinamarca el hijo del danés Swein, Canuto el Grande (1016-1035). Inglaterra unificada. Los vikingos, los anglosajones y los daneses del Danelaw aceptaron a Canuto el Grande, un vikingo bautizado, que resultó ser un Rey competente y fuerte al estilo tradicional inglés. Liquidó a los vikingos con 82.500 libras; como monarca que era de Inglaterra, Dinamarca (1019) y Noruega, protegió a la primera de nuevos ataques vikingos. Visitó Roma (1027) en peregrinación, ganándose del emperador Conrado II honores y privilegios comerciales. Se vio bien servido por la

Iglesia, conservando las tradiciones políticas y religiosas del monarca Edgar, así como por sus magnates, a los que concedió la administración de señoríos que abarcaban varios condados. La dinastía de Alfredo había unificado Inglaterra y reforzado la monarquía, pero al morir aún jóvenes los hijos del rey Canuto, Haroldo I y Hathcanuto, el hijo del rey Etelredo, San Eduardo el Confesor, regresó de su exilio en el ducado de Normandía, para regir un reino dominado por los grandes condes, especialmente Godwin de Wessex. El rey Eduardo el Confesor reunió una corte muy cosmopolita y en 1051 exilió al conde Godwin y a sus hijos, pero ca. 1052 estaba de nuevo en el poder, con lo que el Rey estuvo prácticamente hasta su muerte bajo su control. Eduardo no tuvo descendencia. Tres fueron los posibles pretendientes al trono: Harald Hadrada, rey de Noruega; Guillermo II, duque de Normandía, y Harold, hijo del conde Godwin. El duque Guillermo capturó al conde Haroldo y le obligó a jurar que le apoyaría en su candidatura (1064); pero cuando murió Eduardo el Confesor (6 de enero de 1066), Haroldo fue coronado Rey. Hadrada (el tercer pretendiente) invadió Inglaterra, pero fue derrotado y muerto por el rey Haroldo II (Stamford Bridge, 25 de setiembre); el 28 de setiembre, Guillermo de Normandía desembarcaba en Pevensey, y el rey Haroldo se dirigió apresuradamente hacia el sur sin esperar refuerzos, siendo derrotado y muerto en Hastings (14 de octubre de 1066). Nominalmente la Inglaterra anglosajona había terminado con esta derrota, pero la mayor parte de sus creaciones sobrevivieron: el reino unificado, la monarquía, el idioma, la literatura, el sistema legislativo, la división territorial y judicial (los shires y los sheriffs), las diócesis, las parroquias, los monasterios y los santuarios; en resumen, toda su estructura económica y social; todo ello fue adaptado a su estilo por los invasores normandos, pero sin alterarlo fundamentalmente. Los normandos habían llegado a un país más rico y más civilizado que el suyo y deseaban disfrutar de él, no transformarlo. Bibliografía The Anglo-Saxon Chronicle, ed. B. Thorpe, 2 vols., Londres 1861. Venerabilis Bedae Opera Historica, ed. C. Plummer, 2 vols., Oxford 1896. Asser’s Life of King Alfred, ed. W.H. Stevenson, Oxford 1904. The Chronicle of Aethelweard, ed. A. Campbell, Edimburgo 1962. The Life of King Edward, ed. F. Barlow, Edimburgo 1962. Anglo-Saxon Wills, ed. D. Whitelock, Cambridge 1930. Anglo-Saxon Charters, ed. A.J. Robertson, Cambridge 1939. Por Derek Lomax, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

LOS SAJONES Pueblo de estirpe germánica que, con otros bárbaros, colaboró en la destrucción del Imperio Romano occidental. Ptolomeo los menciona, por primera vez en la Historia, hacia el 15 d.C.; ocupaban por entonces la costa oeste de la parte meridional de Jutlandia. A fines del siglo III estaban confederados con los chaucos, marsos, queruscos y angivarios, y se habían establecido en el espacio comprendido entre el Rin, el mar del Norte y el Elba. Los sajones en Inglaterra. En el 411, cuando los romanos se retiraron de Britania, los pueblos de la isla entraron en un período de guerras intestinas. Entonces,

un jefe bretón llamó en su auxilio a los sajones. Éstos, al principio, le prestaron ayuda, pero terminaron por hacerse dueños de Britania. Con los sajones, cuya inmensa mayoría había quedado en el continente, iban parte de los jutos, germanos de Jutlandia, y los anglos. Todos ellos, según la tradición, se repartieron el territorio conquistado en siete zonas, Heptarquía anglosajona, correspondiendo a los sajones los reinos de Kent, Sussex, Wessex y Essex. Durante mucho tiempo, los historiadores no han podido decir nada acerca de la invasión sajona de la isla. Sin embargo, ya se conocen algunos datos, que pueden ser objeto de revisión en el futuro. En el 449, un jefe sajón, Hengest, acompañado de su hermano Horsa, desembarcó en la región de Kent llamado por el jefe bretón Vortigern, que deseaba formar un ejército de mercenarios. Los sajones no se consideraron bien pagados y emprendieron la conquista de Kent, que culminaron ca. 489. En el 477 otras bandas de sajones atacaron Sussex. Un caudillo llamado Ael, acompañado de sus tres hijos, desembarcó al sur de Selsy Hills, un lugar hoy cubierto por el mar. El invasor comenzó su acción con una matanza de bretones. A pesar de ello, los bretones no cedieron. Hasta el 491 no pudo Ael y su hijo Assa apoderarse de la fortaleza romana de Anderida. Después, los sajones mataron a los defensores del castillo y a todos los habitantes de la región, lo que explica la escasa toponimia bretona en Sussex y la frecuencia de sufijos en ing entre los South Downs y el mar. La victoria sobre un enemigo tan obstinado debió de dar a Ael tal prestigio que Beda le considera a la cabeza de siete grandes reyes y como soberano de toda la Inglaterra meridional, al sur del Humber. El ataque de los sajones a Wessex es menos conocido que el de Sussex. En el 494, probablemente, un “Rey” sajón llamado Cerdic y su hijo Cynric desembarcaron en Cerdica Ora y lograron después de seis años de lucha someter el interior del país. También ellos se encontraron con la enérgica resistencia de los bretones, cuyo rey Natanleod no pudo ser derrotado y muerto, juntó con todos sus guerreros, hasta el 508. Durante el siglo VI, los invasores, aunque desaparecida la resistencia bretona, continuaron en un permanente estado de guerra entre ellos mismos, por lo cual los sajones tuvieron que dar a sus jefes un poder mayor, tomaron el título y la autoridad de reyes, aunque siguieron siendo electivos. En el siglo VII, los sajones perdieron parte de su independencia cuando un Rey anglo de Northumbria (Etelfredo) consiguió una especie de hegemonía sobre los demás reinos germánicos de Inglaterra. Este período coincidió con la conversión al cristianismo de los sajones, gracias a los misioneros de San Agustín de Canterbury. Al principio, los germanos establecidos en la isla, que eran paganos, se obstinaron en rechazar las tentativas de apostolado de los monjes irlandeses. Su enemistad contra los celtas les mantenía refractarios. Sin embargo, cuando Roma les envió los primeros predicadores, su actitud cambió. La obra de evangelización no se realizó sin obstáculos, pero al fin triunfó; en el 660, el cristianismo era ya admitido libremente en todos los reinos. La independencia y separación de los reinos germánicos terminó cuando en el 827 un Rey sajón de Wessex, Egberto, después de haber sometido los Estados anglos de Mercia, Anglia oriental y Northumbria fue reconocido como Rey de toda la isla. A partir de ese momento, los anglos y los sajones comenzaron su fusión y dieron origen a la historia de Inglaterra propiamente dicha. Los sajones y los francos. En cuanto a los sajones que quedaron en el continente, hacia el 450 sembraron el pánico en la costa de la Galia con sus piraterías, hasta que la fundación del reino de los francos puso una barrera a sus incursiones hacia Occidente. Entonces empezaron las luchas a causa de límites entre sajones y francos. En el siglo VIII se les clasifica, según las regiones en que radicaban, en anglos, westfalianos, ostfalianos y mordalbingos, sin formar ninguna unidad política. Con sus frecuentes incursiones militares, Carlos Martel y su hijo Pepino obligaron a varias tribus sajonas

continentales a pagar tributos; pero el gran enfrentamiento entre sajones y francos tuvo lugar durante el reinado de Carlomagno. En aquel tiempo, los sajones seguían con sus antiguas costumbres germánicas: adoraban a sus dioses en los bosques, junto a las fuentes o en los árboles sagrados; quemaban los cadáveres; se reunían para la guerra bajo las órdenes de duques elegidos entre las familias nobles y parece que celebraban una asamblea general en Marklo, sobre el Weser. Desde el punto de vista social, el pueblo sajón se dividía, aparte de los siervos de la gleba, en tres estamentos: nobles, hombres libres y pecheros. La importancia de la nobleza consistía en su señorío sobre los pecheros (liten), o sea, sobre los ciudadanos personalmente libres, pero obligados a pagar tributos y que cultivaban la tierra. La agricultura dio a la civilización sajona un sello peculiar que siempre conservó. Pero la historia de Sajonia prueba que los germanos, abandonados a sí mismos, no eran capaces de grandes progresos. Fue preciso el ataque de Carlomagno para integrarlos en la civilización que los francos habían recibido de la antigua Roma. Incorporación de los sajones al Imperio carolingio. En el 772, Carlomagno partió hacia las fuentes del Lipo y tomó por asalto la fortaleza de Eheresburgo. El Irminsul, santuario nacional de los sajones, se hallaba próximo y fue demolido. Después de esto, los sajones se rindieron, juraron fidelidad y acordaron no impedir la predicación de los misioneros cristianos. Pero apenas dos años después, aprovechando la ausencia de Carlomagno en Italia, el caudillo Widukind expulsó a las colonias de soldados francos, reconquistó Eheresburgo y saqueó el monasterio de Fritzlar como venganza por la destrucción del Irminsul. La lucha se mantuvo desde el 774 al 777, en que pareció haberse conseguido la sumisión cuando muchos jóvenes sajones se bautizaron. Pero en el 778, aprovechando que el grueso del ejército franco se encontraba en España, Widukind volvió a levantarse. Reunió a los sajones, hasta entonces divididos, acuchilló a los sacerdotes, penetró hasta Coblenza, devastó Hesia y Turingia, y expulsó a los monjes de Fulda. Carlomagno, entonces, se dedicó a sofocar la rebelión. A medida que sus ejércitos avanzaban, fue organizando el país. Lo dividió en condados, al frente de los cuales puso francos y sajones reales. Instituyó seis obispados: Münster y Osnabrück, para los westfalianos; Paderborn y Minden, para los anglos; Verden y Bremen, para los ostfalianos. Los paganos eran bautizados de grado o por fuerza. Ante la resistencia sajona, las medidas de pacificación se endurecieron. Carlomagno mandó ejecutar a 4.500 sajones. Promulgó un edicto en el que prohibía, bajo pena de muerte, el culto pagano, imponía el bautismo, la estricta observancia de las leyes de la Iglesia, y el pago del diezmo (782). La resistencia sajona se hizo más enconada, dirigida siempre por Widukind, pero en el 783 los sajones sufrieron sobre el Hase un desastre sin remedio. Dos años de devastaciones acabaron por hacer imposible la resistencia. Carlomagno recorrió las riberas del Saale y del Elba llevándose como rehenes multitud de hombres, que eran deportados lejos de su patria. El mismo Widukind, comprendiendo que toda resistencia era inútil, se presentó en Atigny, en Champaña, para recibir el bautismo. La gran guerra de Sajonia había terminado, pero la sumisión no era completa. El servicio militar resultaba muy pesado por las largas expediciones contra los musulmanes y los ávaros, y esto fue la causa del descontento. En el 792, todo el Norte de Sajonia se sublevó, se incendiaron las iglesias y los conventos, y se expulsó a los obispos y a los sacerdotes. La guerra duró hasta el 803, durante ella la tercera parte de los habitantes de ciertos cantones fue trasladada a otras comarcas. Las tierras de los rebeldes se confiscaron, repartiéndolas entre los fieles, los condes, los obispos y los abades. Después de la victoria de Carlomagno en Suentana (799) se transportó a diez mil familias, y los obodritas recibieron una parte del país: las costas del Báltico.

Establecida la paz entre sajones y francos, unos y otros no formaban todavía un solo pueblo, pero tenían la misma lengua, una sola fe e idénticas instituciones. Sus destinos siguieron inseparables, y ambos pueblos acabaron por formar una sola nación, de la que surgió Alemania. Bibliografía LOT, F.: Les Invasions Germaniques, París, 1945. Idem. : Les Migrations saxonnes en Gaule et en Grande-Bretagne, París, 1915. Por A. Lazo Díaz, en Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

LOS ALAMANES También conocidos con el nombre de “alamanos”, es un pueblo germano del que han derivado las palabras “Alemania” y el gentilicio “alemán”. Se ha discutido su etimología. Algunos autores estiman que esta voz procede de Alle (todos) y Mann (hombre), o sea, “todos los hombres” o más bien “gente de todas las naciones”. Otros buscan el origen en Allemanney cuyo significado sería “guerreros que defienden el país”. También se ha sostenido que la palabra derivaba de Alah (matorral de los dioses) y de Manu (hombre), esto es, “los hombres del matorral”. Sea cual sea la verdad del origen de este vocablo, lo cierto es que los alamanes formaban una confederación de pueblos muy distintos, procedentes de regiones diversas, como los uspios, teucteros y semnones, con los cuales aún se mezclaron para darles un nuevo nombre: los suevos o suavos (en alemán, Schwaben). El territorio más antiguo que habitaron fue el comprendido entre el Main y el Danubio, desde donde se trasladaron más adelante a orillas del Neckar y del Rin inferior, alcanzando por el norte las márgenes del Lahn y, más tarde, hasta los Alpes y el Jura. Contacto con los romanos. La primera noticia que tenemos de los alamanes se refiere a la época de Caracalla, cuando éste los derrotó en el Alto Rin el año 213. Este primer contacto con Roma fue importante, pues la dureza del trato que les infringió el vencedor hizo nacer en ellos un odio feroz contra los romanos. Once años más tarde, durante el reinado de Alejandro Severo los alamanes atravesaron las fronteras del Imperio, asolando las tierras decumanas y no pudiendo ser rechazados hasta el año 236 por Maximino. Una tercera invasión, en el año 253, fue sin duda la más violenta. Con más de veinte mil guerreros entraron en la Galia, llegando hasta Milán, donde el emperador Galieno consiguió frenarles. En el año 270 volvieron a invadir Italia; lograron derrotar al emperador Aureliano en Milán y en Piacenza, para volver al ataque un año después, hasta que, por fin, Probo les rechazó hasta el río Neckar (275). Durante todas estas luchas los romanos aprendieron cuál era el ímpetu de aquel pueblo. Así, para evitar nuevas incursiones, a partir del año 276 comenzaron a fortificar sus fronteras a lo largo del Rin, desde el Main hasta el lago Constanza, a base de campos atrincherados y una muralla que unía Ratisbona con el Rin. Sin embargo, estas fortalezas no fueron eficaces, porque después de la muerte de Probo, los alamanes volvieron a sus correrías y los choques entre el Imperio Romano y este pueblo llegaron a ser crónicos. De esta manera, Constantino el Grande tuvo que luchar contra ellos en Sangres, Jol y Windisch. Juliano el Apóstata se enfrentó contra ellos en Estrasburgo, después de lo cual logró expulsarlos de la Galia; Valentiniano en la Selva Negra; y Graciano cerca de Colmar. Finalmente, Roma consiguió dominarlos y tenerlos como aliados en sus ejércitos. Hacia

el año 455, los alamanes comenzaron a repoblar la margen izquierda del Rin y el Valle del Mosela, regiones estas que se encontraban en completa ruina a consecuencia de los distintos saqueos germánicos. El establecimiento de los alamanes dio origen a un retroceso de la cultura romana hasta tal punto que, según una carta de Sidonio Apolinar, ya en el año 475 se había dejado de hablar allí el latín. De todas formas, durante mucho tiempo siguió viviendo en las regiones ocupadas por los alamanes una población romanizada que sólo con el transcurso de los años las invasiones pudieron disolver y asimilar. Germanización. Concretamente en Alsacia, los nombres de localidades terminados en Weyler, del latín Villar, hacen pensar que la comarca continuó poblada por una mayoría de campesinos galorromanos. En Suiza oriental y en la Recia, el elemento romano pervivió también durante largo tiempo llegando incluso hasta el siglo IX en el cantón de Saint-Gall y en el de los Grisones. Así, por ejemplo, hacia el año 800 se redactó una ley en el país que lleva el nombre de Lex romana curiensis y que es una fusión entre el Derecho romano y el Derecho alemánico. La germanización se produjo, por tanto, muy tarde, cuando en el año 910 la región se unió al ducado de Suabia. Sin embargo, todavía en nuestra época cerca de cuarenta mil personas al oeste del Coira hablan una lengua románica, el rumanche, hermano del italiano, del francés y del español. Si, aunque lentamente, en Suiza oriental y en la Recia la germanización terminó por triunfar, no ocurrió lo mismo en la Maxima Sequanorum, donde los alamanes siempre fueron una insignificante minoría incapaz de germanizar al resto de la población. Al hundirse el Imperio Romano, los alamanes que en aquellos momentos ocupaban los territorios del Main, Suevda, Suiza y Alsacia, volvieron a sentirse inquietos y penetraron en la zona oriental de la Galia y en el país de los francos ripuarios; pero fueron contenidos por Clodoveo, en la famosa batalla de Tolbiac (496). No sabemos si la batalla fue decisiva o si hubo una segunda guerra; lo único que consta ciertamente es la sumisión de los alamanes. Hay una carta de Teodorico en la que ruega a Clodoveo sustituya al Rey de los vencidos, convirtiéndose en jefe de aquel pueblo y dominando sus territorios. Poco después de este hecho, una parte del antiguo territorio alamán, entre el Main y el Neckar, es completamente franco: el idioma y el Derecho son francos y el país se llama Franconia. El resto será la Alamania. Como ya señalamos antes, cuando Clodoveo venció a los alamanes, éstos, con permiso de Teodorico, entraron en sus dominios siendo asentados en la Recia, donde los empleó el rey de los ostrogodos en las defensas de sus fronteras. Mas después de la muerte de Teodorico, aprovecharon la debilidad de Italia e invadieron la Península, devastándola (533). Los alamanes durante la Edad Media poscarolingia. En la época de Carlomagno, los alamanes formaban parte del imperio franco, aunque siempre conservaron sus leyes y sus costumbres. El tratado de Verdún (843) dividió el antiguo territorio de los alamanes incorporando la Alsacia al reino de Lotario. Los que quedaron en la parte de Luis el Germánico intenaron resistírsele, pero fueron prontamente dominados por éste, que gobernó sobre ellos sin ninguna dificultad. Cuando, en el año 865, repartió Luis sus Estados entre sus tres hijos, la comarca de los alamanes le correspondió a Carlos el Gordo; pero en la Dieta de Tibur, celebrada en noviembre del 887, los alamanes, por boca de algunos de sus nobles, junto con los señores de Baviera, depusieron al Rey y proclamaron soberano a Arnulfo de Carintia. Durante el reinado de Luis el Niño los alamanes ocupaban ambas orillas del Rin desde los Alpes hasta más allá de Estrasburgo: una región que recibía el nombre de Alemania o Suabia. Estaba gobernada por enviados regios o condes palatinos, los hermanos Erchanger y Bertoldo,

que lucharon contra Salomón, obispo de Constanza. En el año 911, el margrave Buchardo, dueño de la vertiente septentrional de los Alpes, tomó el título de duque de Alamania, pero murió poco después en una sublevación. Su mujer y sus hijos fueron despojados de sus bienes y expulsados del país, y Erchanger, también con el título de Duque, pudo por fin apoderarse del territorio. A partir de este momento, Alamania o Suabia constituyó, junto con Baviera, Franconia y Sajonia, uno de los cuatros ducados que integran el reino alemán. Sus duques eran auténticos soberanos y administraban sus dominios investidos de un poder semejante al de Rey. Tenían su corte, su ejército y sus asambles. Cuando Enrique el Cetrero fue proclamado Rey en Fritzlar por los sajones y los francones, los alamanes no lo aceptaron. Por ello, el nuevo monarca marchó resueltamente sobre Alemania, cuyo Duque ni siquiera tuvo tiempo de organizar la resistencia. Desde el 1079, el ducado de Alamania pasó a pertenecer a la dinastía de los Staufen y fue compartido con la de Zahringen en 1096, al recibir ésta la Turgovia, la Argovia, Zurcí y Borgoña, mientras los Staufen tomaban la Suabia propiamente dicha, es decir, la parte situada al este del Rin. En nuestros días, el primitivo territorio de los alamanes comprende la mayor parte del Sur de Alsacia, la meridional del gran ducado de Baden y del reino de Württemberg, la parte de las provincias bávaras de Suabia y Nebur, el Vorarlberg austriaco y la parte alemana de Suiza. Bibliografía BIRLINGER, A.: Rechtsrheinisches Alamannien, Stuttgart 1890. DES MAREZ, G.: Le probléme de la colonization franque et du régime agraire dans la Basse-Belgique, Bruselas 1926. LOT, F. : Les invasions germaniques, París 1945. STALIN, V. : Württembergische Geschichte, Stuttgart 1841. Por A. Lazo Díaz, en Gran Enciclopedia Rialp¸ 1991.