Los Heraldos Negros

Los heraldos negros (1918) Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ello

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Los heraldos negros (1918) Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… Yo no sé!

En esta primera estrofa, Vallejo nos habla de las grandes desgracias de la vida. Aquellas tragedias que sólo podrían explicarse como el resultado del odio de Dios. Vallejo no se refiere a las cachetadas que día a día nos brinda la suerte, pues la mención de Dios indica que estos golpes bajos que menciona el poeta parecen más el producto de toda una confabulación del tiempo y espacio en contra de nosotros, algo más organizado y malévolo como el Holocausto Nazi. Son tan fuertes que logran doblegar hasta el más “macho”, a aquél que está acostumbrado a recibir golpes duros soportándolos con estoicismo y perseverancia. Pero estos golpes son tan contundentes que son capaces de pulverizar todo ese estoicismo logrando que la “resaca de todo lo sufrido” se “empoce en el alma” de una vez por todas. “Yo no sé!” dice Vallejo, indicando que estos golpes ocurren con tan poca frecuencia, que nadie, ni el que escribe, puede explicarlos a cabalidad. Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

En esta segunda estrofa, Vallejo nos confirma que estos golpes son pocos. Pocos pero cruciales. Ante ellos, hasta el rostro más fiero se tuerce, hasta el lomo más fuerte se hunde. En consecuencia, no hay nada que podamos hacer para preparanos, pues son tragedias tan escasas y devastadoras, que no podríamos soportarlas jamás: nos destruirán aunque sea temporalmente. Vallejo las compara con potros indomables, o como mensajeros enviados por la Muerte. Esto señala que en todos estos golpes sentimos que perdemos la vida. Aunque también implica que estos golpes no nos causan la muerte. Por lo tanto, son golpes emocionales más que físicos. La muerte de la esposa, de un hijo, la pérdida de la vista por una bala perdida, por ejemplo. El Chele Torrez recibió un golpe de estos cuando el Faro publicó esas llamadas. Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

En el tercer párrafo, Vallejo también nos sorprende al aclararnos que estas tragedias son injustas y que no son consecuencia de malas acciones, aunque talvez sí del descuido y del exceso de optimismo. Hasta los Cristos del alma sufren estas hondas caídas. El Destino, simplemente se burla de su santidad. El poeta también nos informa que estos golpes son precedidos por una gran expectativa y optimismo, como la esperanza de comernos un delicioso pan que ya está casi listo, pero que al final se nos quema en la puerta del horno. Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Aquí Vallejo describe magistralmente la naturaleza del hombre bueno ante las desgracias. Vallejo dice que a pesar de que estos golpes son producto de la mala suerte, “el hombre, pobre, pobre,” se siente culpable, y cree que la tragedia es producto de “todo lo vivido”, de todas sus acciones, y toda “esa culpa se empoza en su mirada.” En conclusión, Vallejo nos habla de esos golpes emocionales que nos causan una profunda y dolorosa melancolía, para los cuales jamás estaremos preparados, y de los que no tenemos mayor culpa, aunque pensemos lo contrario. Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... Yo no sé! Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán talvez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Más que un poema de desolación, es un poema sobre la incertidumbre que padece el ser humano cuando le busca un sentido a su existencia. El título es una evocación de los mensajeros de la muerte, los cuales, obviamente, solo pueden anunciar el dolor. El motivo principal del poema gira en torno al dolor humano incompresible e inexpresable, ese dolor que se levanta desde lo más recóndito del ser humano y se hace visible desde el primer verso del poema a través de la imagen de los «golpes»: «Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no sé!.» De seguido, este dolor tan significativo se equipara, a través de una serie de imágenes sugestivas, con la furia divina, con bárbaros devastadores, con los heraldos negros. Sin lugar a dudas, el sentimiento predominante en el poema es el dolor, que se asemeja a una caída, por eso la imagen de un pozo donde se acumulan el sufrimiento y la culpa. Pero ¿de dónde sale ese dolor? De Dios o del destino, no importa la respuesta, pues el ser humano no puede comprender su origen. De ahí que en la cuarta estrofa se presente la imagen de los «ojos locos» que se vuelven para mirar lo irremediable e incomprensible. El alma es el pozo donde queda el dolor y la mirada es el lugar donde ese dolor se ha vuelto culpa. Vallejo, en este poema, busca la razón de ser del dolor que, a cada instante, ahoga la existencia del ser humano. Y llega a la conclusión de que no hay una respuesta al dilema existencial. El poema revela este círculo vicioso desde su estructura misma. En concreto, podrían resumirse las ideas fundamentales de este poema por medio de tres puntos: 

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La existencia del ser humano conlleva el hecho de tener que sufrir acontecimientos dolorosos que, aunque son pocos, dejan una huella indeleble en todas las personas, incluso en aquellas cuyo ánimo es más fuerte para soportar las adversidades. Estas adversidades que debemos soportar los seres humanos se relacionan con el odio de Dios, la destrucción sin medida, el augurio de la muerte y la decepción de las creencias religiosas y la consecuente pérdida de la fe. Ante esto, el ser humano no encuentra ningún consuelo, pues lo vivido no sirve ni de excusa ni de paliativo para lograr afrontar la adversidad.

En conclusión, «Los heraldos negros» es un poema en que el dilema humano se presenta en toda su magnitud y en que el sentido de la existencia del ser humano es cuestionado brutalmente por el asomo de la duda, la desesperanza y el sinsentido.

Análisis

Los heraldos negros se situa en una etapa relativamente temprana de la producción de César Vallejo. De hecho, este poemario se presenta como una evolución, ya que varios poemas aparecen todavía marcados por la huella del modernismo y ceñidos bajo las formas métricas y estróficas clásicas, mientras que otros aparecen ya más cercanos al lenguaje personal del poeta y en formas más liberadas. Algunos poemas son de evocación hacia lo nativo o indígena (la tierra y la gente), pero abarca también muchos de los temas que serán recurrentes en la obra del poeta: el destino del hombre, la muerte, el dolor, la conciencia de orfandad, el absurdo, la religión o la culpa, todos ellos tratados por el poeta con un acento muy personal, bajo una mirada cercana al existencialismo.