Los Elementos en Polaridad

LOS ELEMENTOS EN POLARIDAD (INTRODUCCIÓN) Alejandro Lodi (Enero 2013 La clasificación por elementos resulta básica en

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LOS ELEMENTOS EN POLARIDAD (INTRODUCCIÓN)

Alejandro Lodi (Enero 2013

La clasificación por elementos resulta básica en la interpretación de una carta natal. Podemos considerar a los cuatro elementos cómo modos de apreciar la realidad, de percibir el mundo, de evaluar la experiencia. El análisis por elementos de una carta natal permite dar cuenta de un tono básico estructural de la personalidad, una modalidad preferencial del individuo para vincularse con el mundo. En lo cotidiano, el hábito de la práctica astrológica tiende a cuantificar la información que brinda un mapa astral respecto a la disposición por elementos, con diversos criterios de puntaje según la categoría de los planetas (luminares, personales, sociales) y excluyendo, en general, a los transpersonales. ¿Podría apreciarse con mayor profundidad la información que nos brinda el mandala de una carta natal considerando el balance de elementos? ¿Resultaría significativo a la práctica astrológica? Aquí vamos a proponer observar la correspondencia entre lo que la tradición astrológica refiere sobre la clasificación de personalidades por elementos (Fuego, Tierra, Aire y Agua) y los tipos psicológicos junguianos (intuitivo, sensorial, pensante y sentimental) valiéndonos de ciertas premisas que Jung establece, de su particular modo de vincular estas funciones de la conciencia entre sí y su incidencia en la organización psicológica de la persona. En principio, vamos a aceptar la relación entre el elemento Fuego y la función intuición, el elemento Tierra y la función sensación, el elemento Aire y la función pensamiento, y el elemento Agua y la función sentimiento. Jung define como antagónicas y excluyentes la percepción de la realidad de la intuición con la sensorial (Fuego-Tierra) y la del pensar y con la del sentir (Aire-Agua). Estos antagonismos entre modos de percepción -que, en principio, tienden a excluirse y negarse mutuamente- se traducen en distancias internas que el desarrollo evolutivo de la conciencia pugna por reparar. Y este es un proceso que, de manera inconsciente, opera preferentemente en el campo vincular y en circunstancias generales de destino. Es decir, Jung nos recuerda que, más allá del énfasis particular de nuestra disposición personal, las cuatro funciones psíquicas con las que apreciamos la realidad (esto es, los cuatro elementos) están siempre presentes en la estructura global, y tienden a vincularse entre sí de modo complementario o antagónico. Aplicado a la astrología, esto significa que aunque en una carta natal prevalezca un elemento por cantidad de planetas en él, los otros tres aparecerán articulados de algún modo en el destino.

De este modo, al aceptar la analogía con la tipología junguiana (y sus criterios de relación entre funciones en la organización psíquica), el balance de elementos aplicado al estudio de una carta natal no puede reducirse ya a una clasificación cuantitativa y estática, sino que sugiere una ponderación cualitativa y dinámica. Según Jung estas funciones perceptivas están en un constante proceso de integración. No se trata de llevar adelante un modo puro y exclusivo de percepción, sino acercar las distancias internas que se viven antagónicas, constituyendo una expresión integrada capaz de oscilar sin polarizarse y sin negar la específica disposición (el tono particular) de la estructura energética. Visto así, integrar el registro por elementos no consiste en lograr una proporción exacta y equilibrada donde cada elemento participe con un 25% de la captación consciente (en un ideal que constituye la épica conquista del inconsciente por parte del yo, de “una luz que no deja nada en sombra”). Integrar por elementos significa participar de una percepción más plena de la realidad, sabiendo moverse (oscilando) entre cada ola perceptiva, expresando el acento peculiar (estilo) del propio color (que resalta ciertas tonalidades y relega otras), sin que eso signifique detenerse (polarizarse) en alguna de ellas. Aceptar esta noción de integración como acercamiento oscilante de distancias que tienden a polarizarse, también implica comprender que, en verdad, aquello que se manifiesta conscientemente y domina la identificación psicológica establece una distancia con su antagónico y lo sumerge en condicionamientos de expresión sombría. Cuanto más autónomo pretenda ser el registro de la realidad representado por el elemento en disposición consciente (elemento dominante), mayor será esa distancia y, por lo tanto, mayor retención, control o negación habrá del registro del elemento alojado en el inconsciente (elemento en sombra). La aspiración a la autonomía exclusiva de un único modo de percibir la realidad reproduce, al entrar en contacto con el mundo, la vigencia de lo polar y posterga cualquier chance integradora. Separatividad y exclusión son condiciones de la polarización y hacen imposible toda síntesis integradora. Nuestra hipótesis es que la conciencia, en la temprana identificación de los primeros años de vida, tiende a adoptar una mirada del mundo y de la realidad que privilegia una de las cuatro cualidades elementales. Podríamos suponer también que, de acuerdo a la particular proporción de cantidad de planetas en ese elemento, esta disposición preferencial aparece indicada en la estructura de la carta natal. Al elemento que ocupa el centro de la organización psíquica en nuestras primeras identificaciones lo llamaremos dominante. Se trata de la función perceptiva más diferenciada por la conciencia. Ahora bien, en este punto vale detenernos en una observación. El elemento dominante está vinculado, antes que con lo que la persona cree que es la realidad, con aquello siente que debe creer. Desde este punto de vista, aunque estemos definiéndola como una disposición consciente, el elemento dominante dice mucho acerca de la mirada superyoica de la realidad, mirada en absoluto deliberada y voluntaria y, por lo tanto, en este sentido “inconsciente”. El grado de objetividad que solemos atribuirle a nuestro discurso consciente (y que creemos diseñar a nuestra voluntad) revela nuestra inconsciencia respecto a los supuestos subjetivos (creencias) sobre los que está sustentado. Y es fundamental establecer esta distinción y tenerla siempre presente en nuestro análisis: aquello que definimos (y creemos) como manifestación consciente, en verdad está sostenido (y predeterminado) por principios

y premisas no conscientes. Aquello que definimos como “voluntario” resulta, en verdad, una acción condicionada en forma inconsciente. Así, aquello que valoramos como expresión autónoma e individual es, en verdad, la manifestación de necesidades y condiciones de un complejo sistema, de una red vincular, que exceden incluso el marco histórico-familiar. Hecha esta aclaración, continuando nuestro análisis podemos deducir que, por lógica, el elemento antagónico al dominante resultará el más distante a la disposición consciente, ya que ambos tienden a polarizarse. En principio (y recordemos que esto es válido como hipótesis de primera identificación histórica), esos modos de percibir la realidad son registrados por la conciencia como mutuamente excluyentes, de modo que la disposición consciente de uno de ellos dará la medida de la sombría manifestación del otro. Así, si al primero lo definimos como dominante (función superior o principal) al otro lo reconoceremos entonces como elemento en sombra (función inferior). El elemento en sombra será percibido por el dominante como una amenaza a su hegemonía y tenderá a vincularse con él negativamente por exclusión o control. Si el elemento dominante presentaba características superyoicas, el elemento en sombra queda emparentado con la cualidad del ello, esto es, un pulso instintivo que se percibe caotizante. Quedando un elemento en posición dominante y su antagónico en sombra, ¿qué ocurre con el otro par? Jung afirma que esas funciones se ubican como auxiliares de la “principal” y la “inferior”. Aplicado a nuestro balance de elementos cualitativo, esto significa que habrá un par de elementos antagónicos que se organizará adaptándose -o resultando funcional- al par que predomina en el registro consciente, conformándose como elementos auxiliares de aquellos que se ubican como dominante y en sombra. Pero dejaremos, por ahora, el análisis de cómo se despliega este par auxiliar para una próxima nota.

En “El Hilo Mágico”, Richard Idemon toma lo que la psicología ha descrito como mecanismos de defensa frente a la manifestación del inconsciente y los aplica a la relación entre funciones que denomina “superiores” e “inferiores”. Tal correspondencia resulta muy oportuna para enriquecer conceptualmente nuestro análisis. En este sentido, la conciencia parece vincularse con el elemento en sombra preferentemente desde dos de esos mecanismos: .- Desde la negación. Aquí la identificación consciente no admite la existencia de ese otro contenido. El modo de percepción asociado al elemento en sombra no forma parte “de lo que resulta posible considerar real” y la tensión excluyente es máxima: ese elemento “no existe” o “no debería existir”. Como a todo lo que se le niega su existencia, este contenido aparecerá como destino, en particular como destino vincular: una fatal atracción por aquellas relaciones que desde la voluntad se pretende (o se cree pretender) evitar. En la práctica astrológica concreta, puede estar asociado con un elemento ausente en la estructura da la carta.

.- Desde la represión/proyección. Aquí la identificación consciente reconoce la existencia de ese contenido, pero le atribuye un carácter negativo en sí mismo (“lo malo afuera”) o se lo adjudica como valor positivo a otros (“lo malo adentro”). Queda enfatizada la relación “bueno-malo”, “adentroafuera”, lo que indica una polarización respecto al contenido en sombra. En la práctica puede vincularse con un elemento presente (incluso destacado) en el balance, pero con el que la persona no puede identificarse; muchas veces esta imposibilidad surge del condicionamiento o la inducción del marco familiar o socio-cultural. Por cierto, este elemento en sombra provocará una inconsciente atracción para la conciencia. En su búsqueda de completarse y manifestarse como totalidad, la conciencia se sentirá atraída por la misma cualidad que deliberadamente posterga. Esta es la paradoja que reflejará el mundo vincular del individuo: una magnética atracción (ya sea que se fascine o aterrorice) por su cualidad en sombra, bajo la forma de actividades, hechos de destino o personas que tengan ese mismo elemento como dominante. Fuego dominando – Tierra en sombra

La disposición consciente orientada al registro del elemento Fuego sugiere una personalidad que expresa vitalidad, búsqueda de sentido y de trascender el mundo de las apariencias para rescatar lo auténtico de la vida. Para estas personas lo genuinamente vital se encuentra aprisionado por lo establecido. Hay una natural atracción por lo que se intuye posible más allá del status quo. Toda forma concreta se percibe como vitalidad atrapada que necesita ser liberada (“fuego encapsulado”) o como la forma que otros supieron darle a la vitalidad en el pasado (“el fuego de otro”) y que ahora debe ser contrarrestada en tanto inhibe la expresión del propio pulso vital. Esta lucha por el Fuego puede llevar a un planteo moral: considerar que la concreción que otros supieron darle a la energía es “perversa”, “dañina” o “reprochable” en su intencionalidad, propósito y aspiración, y sentir que sólo el propio anhelo es verdaderamente puro y auténtico. Como condición de esta autenticidad se privilegia lo espontáneo, generoso y capaz de entregarse al riesgo creativo. Apuestan a lo heroico, a jugarse por aquello que fue intuido como verdadero. Son capaces de contagiar y estimular vitalidad, de ser la chispa que enciende el fuego en otros. De la compleja y contradictoria trama de la realidad material saben obtener una captación sintética de lo global, de lo que trasciende y conecta con la vida, de lo que revela una dirección ascendente, espiritual. El orgullo de ser poseedores de tal capacidad intuitiva puede conducirlos a la paradoja de considerarse a sí mismos elegidos por atributos “personales” para llevar adelante la tarea de superar el “egoísmo” terrenal. La conjugación de búsqueda de significados trascendentes y ligados a la verdad con esta aptitud de entrega y exposición personal los convoca a la pasión y a la épica, tanto como a extremos de dramatismo histriónico. Les es propio el mundo mítico y mágico, el mundo de los juegos infantiles y sus tramas fantásticas. La vida como juego. El amor como juego. La pasión erótica, el despliegue de energía al servicio de la atracción romántica o sexual, los amores únicos y que desbordan toda racionalidad y prudencia, representan experiencias casi irrenunciables, escenarios que permiten protagonizar a las personalidades de Fuego lo que sienten el argumento mismo de la obra vital.

Parece claro que, cuanto más autónomo pretenda ser este modo de apreciar la realidad centrado en la pasión y trascendencia propio de la captación intuitiva (“lo que la realidad podrá ser o será”), más distante del registro consciente estará entonces la percepción de lo concreto y material propia de la captación sensorial (“lo que percibo que es la realidad a través de los sentidos”). Recordando a Jung, en tanto domine el Fuego, la Tierra estará condenada a una manifestación inconsciente, sombría, y será considerada una amenaza que debe ser controlada.

Ahora bien, por ley psicológica, aquello que permanece silenciado en la sombra, retenido y controlado en su expresión, termina por manifestarse en forma compulsiva, desbordada, confirmando así todas las fantasías oscuras que se habían elaborado sobre su expresión. El vínculo del Fuego dominando y polarizando con la Tierra en sombra -desconociéndola, negándole existencia- provocará que inevitablemente lo tan temido ocurra. En algún momento la psique intentará una conversión extrema y la Tierra se manifestará con toda su carga acumulada de retenciones históricas. La Tierra irrumpiendo como sombra desde el inconsciente presentará sus atributos más reprobables, menos virtuosos. Así, el antes idealista deviene en fervoroso defensor del orden y las posesiones, apegado a las raíces y a la sensatez conservadora. El buscador de verdades trascendentes se transforma en un cínico materialista para el que lo real sólo es aquello que sus sentidos son capaces de disfrutar. La generosa entrega mítica de sí mismo a un ideal superior se convierte en hedonismo. La repolarización extrema de la Tierra desde la sombra puede conducir a la convicción de haber descubierto que el único mundo no ilusorio es el material y que se debe ingresar en él sin demora. Acaso se sienta necesario compensar el tiempo perdido en idealizaciones mediante una esforzada constricción al logro concreto y al orden, y un abnegado compromiso con la construcción de formas en el mundo. En esa radicalización se corre el riesgo de una pérdida absoluta de sentido trascendente y de las necesidades internas, a expensas de una adaptación rígida a modelos sociales y culturales ligados al éxito material. En verdad, se trata de polos cristalizados en un vínculo de mutua incomprensión. A lo largo del desarrollo vital y la evolución del destino, la conciencia puede ir descubriendo claves de integración, oscilando entre uno y otro polo -cada vez más rítmicamente y con menos fijeza- sin demorarse en cristalizaciones. Progresivamente, ser consciente de este pulso le permitirá a la naturaleza de Fuego comprender como clave de encuentro con la Tierra que, en verdad, la vitalidad trascendente sólo se revela en los procesos orgánicos y materiales, que lo auténtico y creativo se desarrolla en el mundo, en el presente, y de acuerdo a leyes que, aunque sutiles y acaso excepcionales, armonizan con la sustancia. Tierra dominando – Fuego en sombra

La disposición consciente orientada a la Tierra describe a una persona centrada en lo material, en lo sustancialmente explícito. Valorando el sentido de realidad, se considera a sí misma “realista” y, en efecto, puede demostrar gran capacidad práctica y eficiencia operativa. Este talento para alinearse con las leyes de la materia -y no resistirlas- permite que desarrollen con efectividad su don realizador y de organización. Prevalece lo seguro y estable, lo sólidamente sustentado en el pasado y que debe prolongarse en el tiempo. Anhelan que el futuro coincida con lo ya conocido y establecido como confiable. Esta tendencia a conservar las formas constituidas puede tornar a estas personas refractarias al cambio, al riesgo y a un mañana diferente. Para ellas todo cambio resulta una depreciación de los valores tradicionales y auténticos. En todo caso, las respuestas innovadoras a los dilemas del presente tienen que contar con “riesgo cero”. Esto puede llevar a paradojas como la de buscar propuestas creativas que hayan sido “debidamente probadas alguna vez en algún lugar”. Lo creativo (el futuro) ajustado a lo conocido (el pasado). Naturalmente instaladas en la realidad concreta, estas personas pueden exhibir gran capacidad de sostén material y de solidez estructural. Pueden destacarse por su habilidad para generar sustancia y proveer de lo necesario a los demás. Y al hablar de sustancia también nos referimos -es obvio- al dinero. El talento hacedor, planificador y constructivo puede conducirlos a desarrollar estructuras que reproduzcan y multipliquen el capital, tanto como a cristalizarse adhiriendo a la lógica de la acumulación y la retención. Por cierto, estas dos modalidades de la Tierra (de circulación o de apego) revelan diferentes modos de relacionarse con su antagónico, el Fuego, y marcarán el grado de distancia sombría con él. Asociada a lo orgánico y natural, la Tierra como registro de la realidad dominante se vincula a personalidades que privilegian el contacto y registro de lo corporal. El disfrute sensual y la atención a las necesidades orgánicas del plano físico forman parte de la actividad cotidiana y encuentran un espacio natural en sus rutinas personales. Pero también aquí el miedo a perder esta posibilidad de goce, a no poder satisfacer aquellas necesidades básicas, puede derivar en una actitud de recelo en el contacto con el mundo. Así, la capacidad de disfrutar del placer corporal se diluye en el esfuerzo por la demanda de logros concretos, el cuerpo se sacrifica (se tiraniza) en pos de resguardarse de la imprevisibilidad material del provenir. El temor a lo porvenir y la prevención de las carencias que se proyectan en el futuro anulan el registro del presente.

Precisamente, esta manera extrema de la percepción de Tierra relega al Fuego a la sombra. El Fuego manifestándose como sombra habrá de conducir a la compulsión de vivir “todo el riesgo de una vez y en un sólo instante”. Luego de años de confinamiento inconsciente, cobra vida el “demonio” allí desarrollado capaz de poner todo en juego por una corazonada, de confiar en su hado antes que en su prudencia y desafiar a las leyes más objetivas de la realidad. Estos momentos de crisis compensatoria pueden estar signados por la necesidad de experimentar la audacia en exceso, de expresar la vitalidad individual bajo la forma de un individualismo dramático o un histrionismo exacerbado. El ego, con su necesidad de protagonizar su épica historia y de confirmar su mágica existencia, cree ver ahora la oportunidad de cumplir “el sueño de su vida”. Liberado al fin del realismo, llegó el momento de ser idealista. Así, las fantasías del mundo interior, la dimensión mítica ahogada en años de sensatez racional, copan el centro de la escena consciente. Sentirse seducidos por la aventura, dejar todos los compromisos y ”empezar a vivir de una buena vez”, atreverse a aquello que ha dejado pendiente o que nunca se atrevió a vivir, abandonar los vínculos seguros por las pasiones súbitas, pueden conducir a extremos de frivolidad, de infantil narcisismo o caprichos pasionales. La posibilidad de acercamiento de estas distancias polares, la clave para que una disposición consciente de Tierra no condene al Fuego a la sombra -en definitiva, la oportunidad de comprensión y mutuo reconocimiento de ambos registros de la realidad- requiere la aceptación de que toda plasmación material es animada por una intención, que toda definición de formas en el plano físico y corporal se corresponde con el estímulo de un propósito vital. Esa vitalidad que enciende las formas no se fija en ninguna de ellas, circula y sigue reproduciéndose constantemente en nuevas manifestaciones materiales. En el vínculo Tierra-Fuego (o materia-energía, forma-vitalidad) las concreciones humanas relacionadas con la intuición de un sentido trascendente van desplegando la creatividad de la vida misma, sin detenerse en ningún logro formal. En verdad, la síntesis de la Tierra y el Fuego revela la comprensión de que la realidad material cobra sustancia y se organiza a partir de principios y aspiraciones motivadoras de la acción. La Tierra y el Fuego nos anuncian que el mundo orgánico de la materia es animado por propósitos esenciales del espíritu.

LOS ELEMENTOS EN POLARIDAD: EL AIRE Y EL AGUA Alejandro Lodi (Enero 2013) Aire dominando – Agua en sombra

A las personalidades de Aire tradicionalmente se las reconoce por su capacidad de objetivación. Tomar distancia de la vivencia emocional-subjetiva les permite no reaccionar de un modo temperamental e irreflexivo a las situaciones particulares, sino verlas inscriptas dentro de cierto orden o patrón universal. Percibir este contexto es un ejercicio de abstracción, una tarea de la mente. Esta percepción del mundo desde la cualidad mental habilita la posibilidad de discriminar entre lo subjetivo (el personal modo en que la realidad impacta en mí) y lo objetivo (lo que la realidad es más allá de cuestiones personales). La persona de Aire valora asociar la experiencia cotidiana -específica y singular- a marcos teóricos y encuadres genéricos. Disfruta el placer de descubrir razones lógicas en una realidad que, en principio, se le presentaba azarosa y arbitraria. Por cierto, esta capacidad de evaluación racional de la vida puede cristalizarse en un hábito explicativo, frío, con escaso contacto sensible con la realidad. Y aunque tal déficit le fuera advertido, la personalidad de Aire traducirá esa conducta como un logro de su inteligencia por no quedar adherida al equívoco emocional. Así, paradójicamente, el natural talento de discernimiento del Aire queda opacado al disociarse de su antagónico, el Agua. En esa polarización, el Aire pretenderá excluir al Agua: confundiendo a la inteligencia con lo estrictamente racional y a las emociones con la irracionalidad, la personalidad de Aire negará cualquier posibilidad de vincular al pensamiento con los sentimientos. La naturaleza del Aire resulta asociativa y comunicante. La persona con esta disposición consciente en su modo de percibir la realidad expresará una fluida y espontánea apertura al mundo de las relaciones. Vincularse con otros, tomar contacto con diferentes puntos de vista, experimentar múltiples variables, resultan experiencias naturales donde desarrollarse. La palabra, la comunicación intelectual, la apreciación de la justa proporción, la ponderación racional y equilibrada, la especulación acerca de posibilidades futuras, resultan la sustancia misma en la que se despliega el ejercicio de la mente. Allí se conformarán las ideas, principios y premisas (inteligentes, originales y siempre – pretendidamente- sagaces) que estructuran la lógica de la realidad que la persona con Aire dominante definirá como su percepción natural. Su disposición hacia la experimentación vincula al Aire con lo abierto, libre e incondicionado. Ideas y pensamientos son productos mentales en constante actividad de duda, reformulación y confirmación. El Aire nunca detiene su búsqueda de establecer puentes, distribuirse y relacionarse. Y la persona con este elemento dominante participa de esta sed articuladora, verbal y explicativa, refractaria de todo límite, censura o restricción arbitraria. Llevado a un extremo, el mundo del Agua -el mundo de la sensibilidad emotiva, la magia, la subjetividad personal- no puede dejar de vivirse como atadura y condicionamiento, como aquello que, no sólo interfiere, sino intoxica (bajo formas de irracionalidad, superstición y sentimentalismo) la libre circulación del pensamiento y la exploración racional de lo humano. El mundo del Agua quedará así asociado al misterio, a lo que “aún” no ha podido ser develado. Y aunque pueda reconocer la existencia de esa dimensión de lo desconocido, el Aire no renunciará a su intento de explicarlo: sólo lo admite como una deficiencia del presente que, en un futuro ideal, llegará a ser resuelta por la razón.

Sancionado, descalificado y excluido, ese mundo del Agua queda condicionado entonces a expresarse desde la sombra. Y esto significa que la sensibilidad sentimental se manifestará del modo más temido y menos deseado. En esos momentos de conversión extrema, imprevisiblemente la persona identificada con el Aire mostrará un apego emocional de máxima intensidad dramática. Acaso con agudas justificaciones intelectuales intentará cubrir lo que, en verdad, son caprichos infantiles, arbitrariedades saturadas de subjetividad. Con el Agua manifestándose desde la sombra, temores irracionales podrán –imprevistamente- tomar el centro de la escena. Miedos inexplicables, “sin lógica”, cobran vida, casi como entidades fantasmales. En casos extremos, ante la amenaza de caos emocional o como efecto de hechizos inconscientes a los que resulta vulnerable, la persona que antes elaboraba brillantes argumentaciones racionales (Aire dominante), podrá recurrir al pensamiento mágico como última y única explicación (Agua en sombra). Toda su sensibilidad afectiva retenida se expresa desbordante, con el exceso propio de su carga inconsciente. Así, el brillante intelectual agnóstico deviene en fantasioso místico devocional, el sobrio y armónico esteta en apólogo de la compulsión emocional, el libre y autónomo creativo en expresión del más posesivo sentimentalismo. Una clave de acercamiento del Aire con el Agua, de encuentro entre estos registros que tienden a polarizarse en la conciencia humana, está dada en la posibilidad de que se transparente –de un modo cada vez más evidente- la asociación entre las ideas y los sentimientos. En verdad, toda idea o razonamiento se corresponde con algún tipo de sentimiento o afecto. Incluso el pensamiento más reflexivo es muchas veces provocado por el impacto de un suceso emocional o la conmoción generada por una sutil contemplación a la que nos abrimos desde nuestra sensibilidad. Y si bien el hecho intelectual se diferencia del sentimental (y resulta necesario -y muy saludable- distinguirlos), en absoluto está implicada una disociación entre ambas experiencias. Ser capaces de diferenciar mente y sentimiento, manteniéndolos en contacto como dos dimensiones de una misma realidad, es el desafío a una percepción más plena. Agua dominando – Aire en sombra

La personalidad de Agua dominante está asociada a la sensibilidad, a la capacidad de una respuesta sentimental a los hechos de la vida, a la percepción de una dimensión interna de la realidad. Es el carácter más vinculado al sentimiento y a lo que habitualmente entendemos por “sentir la realidad”. Más allá de la objetividad del mundo social, lo que se percibe como el verdadero escenario es la vida afectiva, íntima, el contacto con lo sensible. De

hecho, el Agua resulta el elemento asociado a lo humano. La realidad es la propia subjetividad emocional. Para estas personas las cualidades de calidez protectiva, cuidado, resguardo y suministro de afecto resultan prioridades vitales. Sentirse incluidos en un marco de amor asegurado se convierte así en un valor. Su búsqueda muchas veces puede llevarlas a evitar toda relación vincular que no confirme aquellas condiciones. Y si bien es propio de la riqueza de los vínculos promover una apertura a lo diferente, disponernos a lo desconocido y expandirnos más allá del clan familiar, para la personalidad de Agua esto será un riesgo, fuente de temor y recelo. Rápidamente intentará –necesitará- que lo novedoso en sus relaciones se reduzca a lo conocido, que el estímulo hacia lo abierto y libre se revierta hacia el compromiso y la fidelidad característica de los lazos familiares. Desde la percepción del Agua, el lugar del afecto (real o imaginario) es el hogar, la memoria, el pasado. Su contacto natural con lo específicamente humano marca la tendencia de las personas con Agua dominante a profundizar tanto en las maravillas como en las contradicciones del alma. Esta capacidad de contacto con la oscura complejidad del interior de la humanidad -y su anhelo de investigarlo y develarlo- pueden convocarlas al arte o a la exploración del mundo psíquico. El dolor, la felicidad, la muerte, el amor, el apego, la compasión, el egoísmo, el sacrificio, resultan la sustancia misma de la realidad, y todo intento de abordarla desde la racionalidad, de explicarla desde lógicas teóricas, es percibido como un esfuerzo absurdo, frío e inhumano. La sensibilidad de resonancia con lo universal, de empatía con lo profundamente humano -más allá de la vivencia individual- y de registrar aquello que excede la realidad manifiesta a los sentidos, activa en estas personalidades la posibilidad de expresar el sentimiento místico devocional. La auténtica capacidad de sentir con el otro, de percibir el mundo interior y los sentimientos de los demás, pueden conducirlos a expresiones de genuina compasión y a sentir la necesidad de reparar el sufrimiento del mundo. En casos extremos, pueden resultar capturados por la fascinación de sentir la revelación de una misión redentora, de entregarse al sacrificio de ser salvadores de la humanidad.

No resulta difícil percibir el ahogo (literalmente, “la falta de aire”) que la polarización de estas cualidades del Agua provoca en el registro de Aire. Si el centro de la identificación consciente tuviera al elemento Agua como dominante, la manifestación de la percepción de Aire tendrá características de conversión extrema. Intentando corregir esa distorsión, la irrupción del Aire -condenado a reclusión inconsciente- mostrará su expresión más arcaica y primitiva: desconexión afectiva máxima, pérdida de contacto con la sensibilidad e hipervaloración de modelos teóricos abstractos, fobia al caos y al apego emocional. El Aire desde la sombra generará conductas de súbita fuga del compromiso emocional al que la persona de Agua ha sido fiel durante tanto tiempo, abriéndose ahora a un mundo vincular numeroso y variado aunque superficial. Su necesidad de elaborar ideas explicativas precisas para liberarse del irracional sentimentalismo del que se ha descubierto prisionera- la volverán dispersa y poco definida. La pesadilla de la sofocación emocional –de la que cree haber despertado- la llevará a rechazar todo cierre que la comprometa con una estabilidad segura, a entregarse a una búsqueda frenética de libertad, a una compulsión por la apertura a lo desconocido. El Agua puede encontrar una clave de equilibro con el Aire desarrollando la comprensión de que el registro sensible de la realidad es, precisamente, el que permite tomar contacto con órdenes más profundos y sutiles. Desarrollar sensibilidad y aplicarla al estudio de lo humano, a la investigación de la realidad material o del pensamiento, en verdad conduce a descubrir patrones más complejos y transpersonales, matrices más profundas y comprensivas. La sensibilidad es lo que nos permite percibir diferencias sin disociarlas, a registrar partes que conforman totalidades. La conciencia de la

dinámica Aire-Agua transparenta la paradoja de un universo que se fragmenta para manifestarse, y se desarrolla y multiplica para reunirse.