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La película “Los dioses deben estar locos” nos sitúa en el contraste de las sociedades actuales. Primero nos muestra la vida de la tribu de los bosquimianos, una pequeña comunidad familiar que vive en el desierto del Kalahari, que se ha adaptado a las condiciones del medio natural como la escasez del agua. Ésta, escapa de toda la complejidad e institucionalidad del mundo “civilizado”. Al estar en medio del desierto, se encuentran prácticamente aislados de la civilización, por lo que no tienen contacto con otras culturas. Los bosquimianos han construido su mundo en base a su ambiente natural y las relaciones que han ejercido entre su familia, de tal modo que su cosmovisión, en la cual los dioses son los proveedores de todas las cosas que los rodean, se articula estrechamente con su comportamiento humano. Para ellos no existe el sentido de la propiedad, aspecto que es vital en la conformación de su organización y relaciones que establecen entre sí. Pues viven agrupados en pequeñas familias donde su principal actividad es la caza de animales y la recolección de especies, los cuales son concebidos como regalos de los dioses y por ello se comparten, en su vida no existe el concepto de mal, violencia ni mucho menos castigos. Toda su actividad se centra en la supervivencia y la convivencia mutua, fin que se aleja bastante de las concepciones de la sociedad moderna, en el filme representado a través de la ciudad de Botsuana, que a pesar de no estar a una distancia tan grande del desierto, si hay una cultural importante. Resulta relevante esta contraposición de pautas y roles que en el sistema capitalista actual tenemos tan institucionalizado e incorporado, se presentan múltiples ejemplos que para nosotros parecieran ser realidades objetivas, tácitas, pero que en verdad no son más que nuestras propias construcciones, tal es el caso de la forma de ver el tiempo, y organizarlo, en base a calendarios, cuestión que para la tribu no tiene comprensión; lo mismo ocurre con la ropa, si vemos a alguien en la calle desnudo, es algo que escapa de nuestras normas de comportamiento y sería visto como un loco, sin embargo para los habitantes del Kalahari, resulta absurdo, pues no tiene sentido andar cubierto si hace tanto calor. Y es así con un sin fin de rutinas que son propias de una cultura legitimada por un orden social, donde esa simpleza y formas de vida tan desconocida, y “primitiva si se quiere llamar, se enfrenta al orden social que conocemos. Este orden social se encausa en la dialéctica de comprender al hombre como un producto social y asimismo al orden social como un producto humano, en ese sentido la institucionalización presente en la vida humana es trascendental para reflejar las divergencias entre dos culturas representadas en la película a partir del contacto entre ambas, cuando uno de los protagonistas, Xi, un joven bosquimiano, se enfrenta a la civilización, lo que implica, claramente, un choque cultural. Lo particular de este encuentro, es que es Xi el que arbitrariamente se debe ajustar a las pautas ya establecidas por la otra cultura, lo que no hace más que confirmar aquella comodidad que caracteriza al humano occidental, puesto que tiende a no adaptarse al medio (como si lo hacen los bosquimianos), sino que éste se debe adaptar a él. Esto es la mejor ilustración de cómo siempre el ser humano se trata de apegar a su zona de confort, y ante situaciones que escapan de ella, reacciona siempre de forma autoritaria, por ende son los demás los que deben adaptarse a su comportamiento y reglas definidas, y no al contrario, pudiendo abrirse a otras pautas y formas de vida. Otro aspecto relevante del funcionalismo de estas sociedades es como se da el control social como forma de garantizar una “estabilidad”, a partir del establecimiento de una serie de instituciones.

En el filme se muestra la figura de la escuela como una forma de sometimiento de los hijos, meramente, para sobrevivir en el hábitat humano, donde luego se deben abrir paso al mundo laboral, otra institucionalidad representada a partir de la idea del “trabajo” como forma de validación y a la vez estabilidad social. Lo interesante de la obra,es cómo esa complejidad de las invenciones humanas termina por abrumar a las personas, representandolas de tal forma que esas rutinas y cotidianidades, habituadas en la vida moderna, llegan a parecer ridículas, del mismo modo ocurre con ciertas actitudes, que no hacen más que, no sólo reflejar la torpeza de aquel hombre supuestamente “civilizado”, sino también de instar a reflexionar sobre las banalidades de la acción humana, sobre aquellas necesidades que sentimos como fundamentales, pero que en la práctica son simplemente accesorias o superficiales. Además, distingue cómo el simple principio de la posesión puede generar grandes consecuencias, como fue el caso de la botella de Coca-cola que les cayó del cielo a la familia bosquimiana, y que implicó la aparición de violencias y discusiones antes inexistentes, debido a las supuestas necesidades que acarriaba y que terminó por desarticular de tal forma su orden social que fue necesario que la eliminaran de sus vidas. Claro está, que esa botella de vidrio era el reflejo mismo de las implicancias del actual sistema capitalista del cual nuestra sociedad está inmerso, y que muchas veces no vislumbramos, puesto que son parte de nuestro nivel de institucionalización.