Los Caballos de Abdera.

Breve nota a "Los caballos de Abdera" (primera parte) Leopoldo Lugones, escritor argentino, dio un auge tremendo al cue

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Breve nota a "Los caballos de Abdera" (primera parte)

Leopoldo Lugones, escritor argentino, dio un auge tremendo al cuento fantástico y dejo el terreno fértil para que posteriores escritores, como Borges y Bioy Casares, renovarán y ensalzarán el carácter del cuento hispanoamericano, dándole un lenguaje nuevo, extraño y con la cualidad de no pertenecer a un lugar o momento específicos. El cuento analizado es "Los caballos de Abdera" que retoma una antigua leyenda griega y que en la mano de Lugones toma nueva y maravillosa forma. Sobra decir que la interpretación es muy personal y que su veracidad o falsedad radicará en los ojos de quien la conciba.

Abdera era una antigua ciudad que se localizaba en la costa de Tracia, frente a ella se alzaba la isla de Tasos en el que según Herodoto se erigió un templo dedicado a Heracles por obra de los fenicios, todo esto ante la vasta presencia del mar Egeo. La leyenda cuenta que Abdera fue fundada por el gran héroe Heracles (que los romanos llamaron Hércules). Heracles, en su octavo trabajo para Euristeo, fue mandado a Tracia a robar las yeguas antropófagas de Diomedes. Cuando el magnánimo hijo de Zeus logro llegar hasta ellas encargo a su amigo Abdero que las cuidara mientras él luchaba contra los hombres de Diomedes. Al terminar la pequeña batalla, Heracles regreso donde Abdero sólo para descubrir con horror que éste había sido devorado por las yeguas. Leopoldo Lugones crea una ficción a partir de otra ficción, lo que en su trabajo no constituye un hecho único, habrá que rememorar cuentos como “La lluvia de fuego” y “La estatua de sal” ubicadas, ambas historias, en los confines de la leyenda bíblica referente a la destrucción de Sodoma y Gomorra. Al principio Lugones trata sobre la cualidad de una ciudad que para no ser confundida se presenta como un lugar para el portento equino, una ciudad que cría caballos, y no de cualquier clase, sino los mejores y mas refinados, con los cuales los habitantes conviven a veces de manera exagerada.

El hecho de que exista una ciudad dedicada a la crianza de caballos nos hace recordar otra ciudad de igual fama: Rohan. Perteneciente a otro tiempo y a otra circunstancia literaria, la ciudad de Rohan se ubica en la Tierra Media, ese lugar mítico perteneciente a la pluma de Tolkien. También en esa ciudad los caballos son criados hermosos y fuertes, y también ahí se les tiene en gran estima. Los destinos de ambas ciudades son el desastre. Sin embargo ahí terminan las similitudes de este encuentro fortuito, que no deja de ser un hecho curioso y fugaz. El caballo como símbolo de fuerza y animalidad por excelencia presencia una forma inesperada en la trama del cuento de “Los caballos de Abdera”. Los caballos de esta ciudad son criados de tal forma que su inteligencia cobra cada vez más terreno a su antigua condición bestial, poco a poco se empiezan a conocer casos extraños con relación a los contextos hípicos, un caballo que se enamora de una mujer hasta morir por ella, una yegua que exige espejos para poder contemplarse, resultan curiosas exclamaciones de un acontecimiento latente. Así que un día cuando los caballos no acuden al llamado típico del cuerno, a la hora de sus labores, es precisamente cuando la revolución se desata. Los caballos se vuelven contra sus dueños y destrozan la ciudad. Una frase importante para entender lo que sucede en el cuento es la que pronuncia el narrador cuando se refiere a: “Aquella educación persistente, aquel forzado despliegue de condiciones, y para decirlo en una palabra aquella humanización de la raza equina”. En efecto, el problema principal de la trama es la antropomorfización. Hasta cierto punto el humanizar al medio objetal es un fenómeno normal, el hombre sólo es capaz de interactuar con su medio a través de la interpretación de las señales que éste infunde en sus receptores sensitivos. El mundo nunca se presenta como tal, sino como un producto de la percepción, el mundo siempre se representa humanizado. No vemos las cosas como son… vemos las cosas como somos, dice en alguna parte el Talmud. Si bien es cierto que la antropomorfización del medio es algo natural para la especie humana, en ocasiones la proyección de atributos humanos a las cosas se vuelve algo incontrolable, destructivo, se desvía de su senda normal y responde a necesidades perversas, en el sentido de la perturbación de los parámetros estables de cierto momento. Para aclarar este punto hay que detenernos en una cita oscura del Tao te king que dice: “Cuando el Tao se pierde aparecen la benevolencia y la piedad”, es decir cuando el flujo natural de las cosas es trasgredido los hombres intentan equilibrar su situación con valores artificiales, con argucias encaminadas a sustituir lo que han dejado perecer. Así la hermandad sólo aparece en épocas ruines; cuando un pueblo es pacifico no necesita hacer alusión al concepto de paz, la idea únicamente aparece cuando la paz se pierde.