Lo Nombrado y Lo Innombrable - Vejez y Muerte - Maud Mannoni

C olección Freud 0 Lacan Dirigida por Roberto Harari Maud Mannoni LO NOMBRADO Y LO INNOMBRABLE La ùltima palabra de la

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C olección Freud 0 Lacan Dirigida por Roberto Harari

Maud Mannoni

LO NOMBRADO Y LO INNOMBRABLE La ùltima palabra de la vida

Ediciones Nueva Vision Buenos Aires

T ïtu lo dcl original en (rances:

Le nom m é et l'in n o niable. Le dernier m ot de la vie © E d itio n s D e n o ë l, 1991

T rad u cción de Iren e A g o f f

A la m emoria de O ctave

En el éxito recordadme muerto, pues seréis siempre felices. Edipo en C olono

I.S.B.N. 950-602-269-0 © 1992 por Ediciones Nueva Visión S A IC Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Im preso en la Argentina / Printed in Argentina

C a p ítu lo 1 L A V E JE Z E N L A A C T U A L ID A D

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L a v e je z en la actu alidad

i U no se mucre, solía decir Françoise Dolto, cuando ha terminado de vivir. Y , para ella, v iv ir era sinónimo de actividad. Conectada por sondas a tubos de oxígen o, durante los últimos meses de su vida siguió recibiendo a discípulos y colegas mientras temía que el avance de la enfermedad le restara tiem po para transmitir a las generaciones futuras lo esencial de un combate. La carta de los derechos del niño no estaba aún terminada de redactar cuando la muerte sorprendió a D olto en plena actividad, a los ochenta años. También la enfermedad (problemas cardíacos serios) pusieron brusco fin a la vida de Fedor. En 1981 tuvo que jubilarse y esta jubilación resonó com o un tañido fúnebre. Fedor se aisló; el pudor le im pidió compartir el drama de su soledad con quienes lo rodeaban. Por más que parientes y am igos le asegurasen una presencia, había momentos en que Fedor interrumpía el contacto. Identificado con una intensa actividad profesional -sus pacientes, sus alumnos, su sed de leer y aprender-, equiparó la inactividad profesional y el aspecto invalidante de una enfermedad con lo innombrable, es decir, la muer fe“ En esa vida “ descansada” que debía llevar ahora, ya no había sitio para la palábra ñi para el sueño. El único sentido de esta vida e fá T e lo fr a fin á muerte, retomar a ella con alegría. Term inado su ,

último libro, Fedor deseó que sus cenizas, arrojadas al mar, regresasen a su tierra de origen. Pidió a sus am igos que celebraran su partida danzando (sobre un barco) y con una comida bien rociada en Cannes,

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abra de vacaciones eternas (la recobrada dicha de la infancia)? La realización está lejos de adecuarse siempre al principio del placer1 presente al com ienzo en el fantasma. El contraste surgido bajo los rasgos de lo im posible es lo reai (lo que no tiene arreglo) y desde entonces esto no puede ser reconocido com o tal por el sujeto. Ocurre >, así que la persona se aferra a las vías del displacer por no poder poner

de urgencia de un hem atoma subdural), sus secuelas invalidantes, un com a ocasionado por un error m édico (la interrupción de la cortisona y su reem plazo por 150 gotas de Haldol bastaron un día para derribarlo), el regreso a una vida mutilada, la lucha por v o lv e r a situarse com o sujeto y liberarse de la dependencia médica, en todo esto, en este horror cotidiano, O ctave no pensó nunca. Vuelto a la vida tras un com a de d iez días, me dijo: “ Estoy liquidado, llévenm e a un establecim iento de la M .G .E .N .” . “ Acabarás tu vida en casa, rodeado de am igos” , fu e mi respuesta. O ctave recuperó de inmediato los referentes del abuelo de su infancia: “ Eso es, tengo la pipa a mi alcance, falta lumbre deleñ a.” Jamás se habló de la muertesal v o para

en palabras la viven cia de un presente en el que el sujeto ya no encuentra su sitio. La mirada del otro, lejos de ser un soporte, lo

decir, la víspera de su deceso, que “ el diablo no iba a hacerse con é l” . D e hecho, en alguna parte O ctave v o lv ió a hallar un sitio com o ser

en el restaurante preferido de la familia. En 1987, se puede decir que Fedor abandonó París para llegar a Cannes a tiem po de m orir, en esa casa comprada treinta años antes para albergar lo que deb ió ser la v e je z fe liz de un matrimonio rodeado de hijos... ¿Quién de nosotros no soñó alguna v e z con el retiro-retom o a un

fragmenta. Françoise ponía a la vista Iaejempiariclad de la valentía; murió en plena tarea com o mueren los combatientes, oscilando no obstante entre el deseo de n o faltar a una tradición de palabra (enseñante) y el anhelo de reencontrarse con Boris, cuyo duelo fue muy d ifícil de hacer. La muert e de éste 1a dejó amputada de una parte de ell a misma. O ctave Mannoni había anticipado su jubilación com o enseñante para poder consagrarse al psicoanálisis y a su deseo de escribir. Aunque no vacilaba en calificarse de perezoso, la inactividad no form aba parte de su universo. N o hablaba de la vejez, pero de v e z en cuando mencionaba al abuelo corso de su infancia, que le contaba cuentos al calor de la lumbre. N o caminaba, pero su avanzada edad lo convertía en el sabio al que se escucha y cuya presencia era indispensable para todos. El camino de O ctave entre 1975 y 1989 estuvo marcado por actos de renunciamiento sucesivos (el tenis, el autom óvil, el restaurante, los viajes, la sexualidad). M uy pronto sus

inmortal (incluso en mi propia denegación de la muerte). Su estado m ejoró, luego se le declaró una infección viral, y la muerte lo sorprendió el dom ingo 30 d e ju lio de 1989, a ias 20 horas, estando presentes los am igos, su lujo y su nieto. D e todos modos él sabía que iba a morir, por algo la última noche me habló tanto, de amor: “ te he querido tanto, tanto” ..., para asestarme luego un reproche que me dejó petrificada y que después, durante ei duelo, alimentó las autoacusaciones: “ Nunca debiste escupir sobre tu padre a los seis años.” Este reproche m e d ejó sin voz... O ctave no murió resignado sino indignado. La muerte “ se había hecho con é l” . Petrificada por su reproche, no supe oír su confesión de amor (él, que había sido tan secreto y avaro en declaraciones) ni su demanda de que le dijera hasta qué punto también y o lo amaba. M e escuché a m í misma hablarle en un registro completamente distinto: “ T e acom paño hasta el final de tu vida por lo mucho que m e diste.” Pero de la muerte, Octave no quería oír hablar. ¿ N o intentaba tal v e z recuperar un amor con la

salidas se limitaron a las conferencias que pronunciaba en ci C .F.R .P., del que fue miembro fundador en 1982. C om o ya no salía,

forma del que recibiera primero de su madre?2 A l día siguiente, el terreno iba a ser ocupado por la diosa de la muerte, obligando a

sus am igos acudían a él. Fantaseó que su v ejez acabaría alguna v e z

O ctave a renunciar al am or e incluso a rechazarlo. Pues O ctave quería vivir. La última palabra de su vida fue un grito de rebelión

apaciblemente, en un sillón de ruedas. Sin embargo, esta even ­ tualidad no debía privarlo de sus discípulos, colegas y am igos. En una palabra, O ctave se había “ preparado” para la vejez: la de un

conjuratoria, muchas veces repetido: “ el diablo no me tendrá” . L a muerte no fue una elección suya.

sabio, así no pudiese caminar. El horror de la enfermedad (operación 1 J. Lacan, Seminario del 6 de m ayo de 1964 (inédito).

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1 C f. Freud, “ L e thème des trois coffrets” (1 9 ! 3), Essais de psychanalyse appliquée , Gallimard, Idées, pág. 103.

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-jé.

L a muerte de Françoise D olto fue más serena. Tam bién ésta llegaba demasiado pronto, amputando la realización de una obra inacabada.3Pero Françoise, que era creyente, se persuadió de que no tardaría en reencontrarse con Boris. M urió aceptando las cosas tal com o eran. N o es raro que, antes de abandonar una vida que se anhelaba proseguir, el sujeto d eje surgir el sueño de una relación de cum pli­ miento de todos los deseos, satisfacción mágica que se instala en un universo de amenazas permanentes (evolución inexorable de la enferm edad); la resolución de este inmenso espejismo se produce entonces sobre el fondo de una ruptura catastrófica en el vínculo con el ser amado. Se deja entonces la vida con el sentimiento del engaño, pues la maestría perdida remite al sujeto a la certeza de haber sido víctim a de una estafa. L os vivo s pueden, en efecto, asistir al que morirá, pero éste da el último paso en soledad, “ escamoteado” , con gran frecuencia ante las barbas de quienes le rodean. En estos casos .

la muerte se conduce com e un “ gentleman ladrón” . ¿Cuándo nos hacem os viejos?4 Si esel brusco deterioro del estado

( físico lo que revela al sujeto la dependencia a la que se ve proyectado ; (o el p eligro de llegar a serlo), esta desgracia (la enfermedad), que / hace a un lado cualquier esperanza, puede sobrevenir a cualquier ) edad. La repercusión no será la misma a los veinte años que pasados i las ochenta. La “ condena a muerte” está ahí, presente, desde el nacimiento. U no acaba por olvidarla. La v e je z no tiene nada que ver con la edad cronológica. Es un estado de espíritu. H ay “ viejos” de veinte años, jóven es de noventa.

! Es úná cuestión de generasidad del corazón, pero también una manera de conservar dentro de nosotros la suficiente com plicidad con el ni ño que hem os sido. Aquel que ensujuventud se identificó con el señor serio y respetable, aquella que tempranamente quiso encar­ nar a “ la dama” , serán a buen seguro unos abuelos respetables, pero \ el renunciamiento (a un papel) no será para ellos necesariamente más fácil. T od o s quisiéramos dejar.para después, para lo más tarde

fijada arbitrariamente a los 60 65 años con la “ ju b ilación ” , y confundida con el fin de la vida activa, produce a veces en ciertas personas unos e!eetos traumáticos devastadores. Llegad o este m o ­ mento, el obligado abandono de la vida activa marca para el sujeto la entrada en la vejez. N o sucede lo mismo con quienes tienen la suerte de encontrar a esta edad actividades sustituí i vtts. “ Un anciano, decía Sartre,5 jamás se siente un anciano. Com prendo por otros lo que implica la v ejez en aquel que la mira desde fuera, pero yo no siento mi vejez.” Los cam bios fis io ló g icos (disminución progresiva en la eficiencia de las diversas funciones del organism o) son v ivid o s (com o la menopausia en las mujeres) de una manera muy diferettle .deuin indi vidu oa otro. L o s factores económ icos, sociales y culturales no son'ájen o s a l a mejontTpeor áp feciációtrd eféh vejeciriiien k x En efecto, n oasTiH lTslabTeci5réttím ite^itre'foñorm áf y^lo patológico, lo que m ovió a Ajuriaguerra a decir que “ uno envejece corno vi v ió ” , señalando así el impacto de los años que precedieron a la vejez. Una vida rica y plena conduce más fácilm ente a una v e je z serena, pero esto dista mucho de ser la regla. Cuando la pasión de una vida se ha confundido con la acción o la creación en cualquier terreno, no es tan fácil renunciar de un día para otro al lugar que se ocupaba en la sociedad. L os gobernantes, en Francia, la U .R .S.S., Japón o U .S .A ., superaron largamente la edad del retiro impuesto a sus conciudada­ nos. Por otra parte, estudios realizados por Bartley (1977/’ revelan que el ausentismo, así com o los accidentes de trabajo, son mucho menos frecuentes en los trabajadores viejas que en los jóvenes. A s í pues, no salo en el privilegiad o mundo de la jtolítica, de los intelectuales y los creadores el placer de trabajar subsiste com o un placer que desea uno llevar hasta su térm ino (la muerte). Hay también cantidad de trabajadores, en particular artesanos o agricul­ tores, que pueden sentirse aún hasta tal extrem o ligados a su función que, al perderla, abandonan una parte de sí m ism os y desde entonces no tienen más posibilidad que la de esperar la muerte, “ pasando el

' posible, la renuncia a lo que fuimos. D e ahí que la noción de vejez

3 Françoise parlió no obstante, nos dice Catherine, su hija, con el sentimiento de haber concluido su tarea. 4 C f. Brian L. M ish a ra y Robert G. Riedel, Le vieillissement, PUF, 1984.

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5 Le Nouvel Observateur, 1980, citado en Brian M ishara y Robert R. R ied el, Le vieillissement, op. fit . , pag. 17. 6 D. Bartley, Compulsory Retirement: a Re-Evaluation , Personnel, 1977,54, pags. 62-67.

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tiem p o” en el ocio. L os viajes de temporada baja organizados para la tercera y cuarta edad (por iniciativa de la municipalidad o de algunas mutuales), aunque en un principio constituyan un excelente n eg ocio hotelero, pueden ayudar también moralmente a aquellos a quienes el deseo de v ivir mantiene con vida. Una de mis antiguas empleadas domésticas, Marie-France, se jubiló de manera efectiva a los 80 años. D e origen campesino, llegó a París tras el fallecim iento de su m arido alcohólico. D ejó la granja a sus hijos y recibió, a cam bio, un pequeño apartamento en París. Esperó 80 años para perm itirse atender su cuerpo (una catarata que pudo haberse operado mucho antes), y primeramente para posibilitar su recuperación de la vista. Y o asistí a su metamorfosis: se regaló a sí misma (aprove­ chando facilidades que ofrecía su mutual agrícola) el placer de realizar una serie de viajes alojándose en hoteles de lujo. C onoció mujeres de su edad cuyo contacto mantuvo. N o “ v o lv ió al terruño” (a reecontrarse con sus h ijos) hasta diez años después, y allí murió, cuidándose de no molestar a nadie. N o fue éste el caso de Am élie, quien, siendo relativamente jo ve n (70 años), com enzó a perder el uso de la palabra, a no poder vestirse ni ocuparse de su asco personal. Replegad:! sobre sí misma, incontinente, se había vuelto una extraña para su m edio fam iliar. L e quedaba la sonrisa y una mirada interrogadora que parecía estar pidiendo perdón. Vencida por el deterioro que la sumergía y que agobiaba a la familia, A m élie, muda, dejaba ver lo intolerable de un anonadamiento. V iv ió así diez años encerrada en un espacio entre la vida y la muerte. Antes de dejar efectivam ente a los vivos, ya había entrado en el reino d élos muertos.

A s p ec to social d el en vejecim ien to

Una teoría del “ descomprometerse” 7 supone establecido que las personas de edad se retiran por sí solas de toda vida social. N o sobra voluntad para preguntarse si no es la sociedad la que coloca a las

7 C f. Gérard Badou, Les nouveaux vieux. Seuil, 1989, pág. 249.

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personas de edad en situación de tener que retirarse de toda vida activa. Las repercusiones difieren según que se trate de personas solas (viudos, viudas, solteros) o de personas independientes que tienen un fam ilia e intereses culturales o políticos (sin contar los recursos afectivos que puede procurar cierta form a de beneficiencia). Cada v ez que una persona entrada en años sufre de depresión sin saberlo (fijada a la sensación de “ v a c ío ” de la vida), y o intento, con la ayuda del sujeto, instalar en la realidad un marco soportable de vida. Esto obliga al sujeto a nacer proyectos, a verse con gente y muy a menudo le brinda ocasión para recuperar la capacidad de soñar, que había perdido. Si no existe una fam ilia, los am igos pueden sustituirla. Si la fam ilia existe, sabemos que las m ejores relaciones son siempre aquellas donde se mantiene cierta distancia... P or otra parte, los nietos y bisnietos sirven a menudo de nexos entre las generaciones. En la actualidad, sin embargo, jó ven es y viejo s desean ~ no vivir bajo el mismo techo. Y de ese modo, cuando ya no es razonable que el padre anciano v iva solo, si carece de los recursos suficientes y no puede pagar una ayuda a d om icilio, lós hijos lo “ colocan” en una institución (y e llo sin consideración de la edad: a los 70 o a los 90 años...). En la actualidad se estima en un 20 a 25 % la proporción de personas de edad condenadas a acabar sus vidas en una institución. La vejez de un gerente de empresa no será, sin em bargo, la misma que la de su obrero. Ninguno correrá el riesgo de encontrarse con el otro en el mismo tipo de establecimiento (lo que sí podría ocurrir, por ejemplo, en el caso de una operación cardíaca en un hospital de prestigio). En efecto, la gamá de instituciones va del “ m oridero” -reservado a postrados carentes del menor recurso- hasta el cuatro estrellas, pasando por las “ fam ilias de acogida” para personas de edad. En esta variedad de colocaciones lo peor se codea con lo mejor, descubriendo a menudo abismos de inhumanidad y soledad.8 Hay viudas (de ingresos modestos) que viven encerradas desde hace más de veinte años. L o que les falta es calor humano, así com o contactos táctiles. “ Soy -decía una de estas mujeres, universitariauna^jíemoñaT(5petada, pero ¿cuánto hace que nadie m e toma en sus

* C f. Gérard Badou, op. cit., pág. 249.

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brazos? (...) A nuestros hijos, añadía, los criamos mal. Hicieron carrera, vien en a verm e, pero se han olvidado de jugar. S ó lo tengo gente digna a rni alrededor, necesitaría una pizca de locura...” L o que esta mujer pedía al cabo de veinte años de viudez, era no sólo un contacto táctil sino también una mirada. Pero esta búsqueda estaba destinada al fracaso, pues lo que miraba nunca era lo que esperaba ver. En el mismo m ovim iento por el que perseguía una miráda, es decir, un soporte que la ayudase a vivir, desde el lugar en que estaba se sentía com o fotografiada, y una división se producía entresuser ysu falso exterior. En el ju ego de señuelo que se instituía, no estaba entonces segura de poder recuperar el placer del juego. L o que surgía com o “ i m [xxlim enio” en la relación con el otro era el pudor (esconder su profundo desamparo) y la negativa a despertar lástima. El placer de encontrarse con sus hijos y am igos la impulsaba, sin que lo supiese, a un m ovim iento de retirada. L o deseado era un señuelo, o sea el im posible reencuentro con el objeto perdido (en la persona de su esposo). Este duelo im posible de hacer la empujaba, en la obra de vida, a introducir la figura de la muerte. Por lo que se refiere a sus hijos, icios estaban de sospechar que v iv ía su presencia de manera negativa. L o cierto es que su “ colocación” en un establecimiento en las meses que siguieron a la muerte del cónyuge, no ayudó a esta mujer a reinventar su vida/ El aislamiento contribuyó a deslizaría hacia un im aginario regresivo donde, en realidad, sólo el recuerdo del pasado pod ía aportarle alguna satisfacción, mientras que las relacio­ nes con el otro estaban com o destinadas a deteriorarse con el tiem­ po. El sentim iento de extruñeza que invadía todo el espacio relacional la deja aa con una sensación de vacío interior, de rebelión y desorien­ tación. La persona entrada en años, cuando se da cuenta de que ya no puede operar com o antes sobre el mundo ambiente, no tiene más elección, parece, que retirarse (del mundo) a la depresión. La angustia puede traducirse en agitación, en interpretaciones paranoides, mientras asistimos, paralelamente, a una aminoración en el ritmo de las funciones vegetativas. La destrucción del cuerpo, vivida al m odo de un castigo eterno, puede venir asociada entonces a la idea de inmortalidad.

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r deshidratación y desnutrición si no hay nadie que os ayude a com er y a beber, es lo que y o descubrí al visitar a ciertas personas ancianas hospitalizadas. Se marchan en dos o tres meses, sin hacer ruido. Se marchan en una oposición pasiva a lo que podría mantenerlas vivas (una vida vegetativa). “ M orir -señala también L a c a n -,14 es a lg o que os sostiene. Si no creéis en ella, ¿acaso podríais soportar la '/ida que tenéis? Es la certeza de que esto acabará, añade Lacan, lo que os perm ite soportar esta historia (...). La muerte es un acto de fe .” N o escapamos, pues, al ocaso, a los órganos que nos sueltan, a las piernas que ya no nos llevan, al descanso súbitamente requerido. C olctte Audry, evocando la muerte de su bisabuela, escribe: La víspera de esa mañana fue un día como los demás, habías leído los diarios como de costumbre. Ln criada, al no verte bajar, entró en tu cuarto, te encontró en tu cama, absolutamente despierta. Con la mente tan clara como la noche precedente, le significaste tu intención de quedarte ahí, sin comentarios. Corrió la noticia: la señora Doumcrgue no bajó esta mañana. No habías caído al levantarte, no habías pedido ayuda, era como si hubieses decidido que los tiempos estaban cumplidos [...). N o comías casi nada, hablabas de una cosa y de otra, pero muy poco y los dias pasaron. L a bisabuela murió con los ojos cerrados (til ti ma jugada a quien, en la fam ilia, se arrogaba la función decerrar los párpados aún tibios de los moribundos).

tico. Muchas personas han tenido un familiar- que conoció una muerte horrenda (sondas colocadas por la fuerza hasta el agotamien­ to), y en recuerdo de lo que no pudieron hacer por ellos se pusieron lu ego a militar para que otros pacientes tengan el derecho de acabar

1Í \ A

n Asociación A .D .M .D . (A sociación para el derecho de morir con dignidad). 13 J. Lacan, Conferencia en la I Universidad católica de Lovaina , 13-10-1972. 14 Id., ibid.

H a b ía s d e c id id o qu e la hora de tu in e v ita b le derrota n o so n a ría , para e lla , la v ic to ria q u e se preparaba. [...] A q u e lla a q u ie n c o n fia b a s tu c a d á v e r era toda tuya. E n cargad a d e v e la rte , no h aría s in o c o m p le ta r sus cu id a d os, y así, tu m u erte sería tuya hasta e l f in al. T e d o rm iste in v io la d a .

C o lette Audry terminó este libro tres años antes de su propia muerte. Intentó rememorar su “ transferencia” con su bisabuela (la austera protestante del Gard). L o que la “ trabajaba” era el deseo de 1legar a situarse, a “ aprehenderse” a partir de un pasado salpicado de “ habladurías” y de no-dicho, al hilo de tres o cuatro generaciones; interrogando con ello lo que en esta traína significante había podido constituirla com o sujeto de una palabra (en su singularidad). C o m p ru e b o que eres tú qu ien m e prestas h o y el ú ltim o s o c o rro . P en sa r en ti n o m e qu ieb ra, m e h aces c o m p a ñ ía tra n q u ila m en te. S u m e rg id a a m i v e z en la senda d escen d en te, te e n c u e n tro d elan te d e m í, ergu id a c o m o un m o jó n m ilita r d e trazos d esg a sta d o s, y so y ayu d ad a a fran qu ear la gran edad e s c rib ie n d o s o b re t i . 15

Lacan habló de una paciente que una vez. soñó “ con una infinidad de vidas que se sucedían a ella misma sin fin posible. Se despertó - d ic e - casi loca. La vida se sostiene porque alguna v e z acabará’ . En cualquier caso, es lo que esta historia parece evocar. Apresado en un fuera-de-referentes, en un fuera-del-1 imite, el sujeto corre el riesgo de enajenarse en el espejismo que desde ese momento se im pone a él. L e jo s de ser una diosa exaltante, la vida tal corno la encontramos en el drama del paso a la existencia se presenta, repitámoslo, conjunta a la muerte. L o real que se impone es obstáculo al principio del placer, la cosa no tiene arreglo.'6 irse algo de nuevo que surge en determinado momento en la economía del sujeto es un im posible que, en el campo del placer, nunca es reconocido com o tal. L o cual lleva a Lacan a decir que “ el camino del sujeto con respecto al cual puede

C om o hemos visto a lo largo de este libro, el hombre cree que puede prepararse para la muerte. En realidad, cuando la enferm edad surge, nunca se está preparado de veras para ella. Podem os hacerle frente, nada más. En todo deseo hay una parte de i lusión. En el sueño, lo nombrable es el paso a una sim bolización con sus leyes. En la fase terminal hallamos el deseo de dormir, pero también la muerte, del lado de lo innombrable com o tal. Freud mostró que, en el plano del fantasma inconsciente, aparece en ocasiones el deseo de mantener el dormir como tal. Tam bién hallamos esta noción por el rodeo del y o que deviene actividad fantas-mática.“ — Una v ez cumplida la desmitificación, nos hallamos en presencia de la muerte. Sólo resta esperar y contemplarla.13 — Por qué no, responde Lacan; en Edipo en Colono, Edipo dice esto: ‘ ¿Ahora que no soy nada resulta que soy un hombre?’ Cuando está en C olon o -recuerda Lacan- agrega: ‘ sin embargo estaba furioso’ . — El ‘ no soy nada’ no es, necesariamente, la muerte. ¿Acaso lo que puede suplantar a un humanismo no debe pasar entre el ‘ no soy nada’ y la muerte? Entre lo que uno no sabe todavía, y el fin, queda una vida por llenar.” 19 En ciertas enfermedades letales, ese tiem po que queda por llenar se reduce dramáticamente. El sujeto sólo tiene entonces una idea lija: que la vida le deje la posibilidad de llevar a su término la labor emprendida. Pero es también esta lucha por vivirhasta el final lo que le permite “ aguantar” rnásallá desús lím ites y, cuando no puede más, reclamar el descanso y hasta ambicionar un fin. Cuando el anciano advierte que se está volvien d o dependiente, lo más penoso para él es la impresión de perder al mismo tiem po su condición de sujeto. Los médicos lo reducen a la condición de órgano, de un órgano que es preciso arrancar a diversas formas de desorden. Apresado en el engranaje de radiografías y exámenes de laboratorio diversos, el paciente se convierte en algo d é lo que los médicos hablan entre sí, y hasta en objeto de un puro m on ólogo29 del m édico consultado, que sólo conversa ahora con la medicina. Incluso los

situarse el término satisfacción, este camino del sujeto pasa entre dos murallas de lo im posible” .17 15

Colette Audry, Françoise l'ascendante, Gallimard, 1986, págs. 140-142.

16

J. Lacan, Seminario del 6 de m ayo de 1964 (notas personales). J. Lacan, Le Séminaire, livre X I, “ Les quatre concepts fondamentaux de la

17

psychanalyse” , 6 de mayo de 1964, Seuil, pág. 152.

106

18 Intervención de Coiette Audry en el Seminario de Lacan del 12 de m ayo de 1955 (notas personales). 19 Esto es lo que Coiette Audry intentó hacer entender a Lacan el 12 de m ayo de 1955. 20

Pierre Viansson-Ponte, en Scbwartzenberg-Viansson-Ponté, Changer la

morí, op. cit., pág. 169.

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propios hijos del paciente tienen dificultad para enterarse por el cuerpo m édico de lo que ocurre realmente con su progenitor. M u y de a p oco se ios confrontará con la realidad de una enfermedad cuya evolución y efectos invalidantes se les oculta (cáncer, pero también cualquier accidente vascular o cardíaco inherente a la vejez). La solución propuesta después del hospital (cuando se im pone una operación) es generalmente la de otro circuitohospitalario, vía casas de convalecencia, donde la persona anciana perderá cada v e z más sus puntosde referencia. L o q u ee n general desea es v o lv e rá su casa, pero esto supone, en casos invalidantes, la instalación de una estructura asistencia), incivil, y la seguridad de una presencia permanente (que la Seguridad social no ofrece). La mirada del paciente sobre las personas que lo rodean participa de un hacer ver21que nada tiene de apaciguador. El paciente mide en el que lo mira la distancia que desde ahora los separa. Este poder de separación ejercido por el o jo lleva en sí su función mortal. El sujeto se sabe ahora soio en el mundo de sanos que lo rodea. Conocí personas ancianas que al final de sus vidas aceptaron con extraña serenidad su visión totalmente deficiente, y hasta se negaron a que se intentase mejorarla (acoplando lupas a los anteojos); ya no veían nada, centradas com o estaban en el “ mundo del adentro” (corno diría D olto). Su manera de aferrarse aún a la vida era rechazar aquello que podía matarla, interrumpiendo el pcxler m aléfico relacionado con lo que surgía del o jo que las miraba, petrificándolas al mismo tiempo. M o d o también, para ellas, de dejar el mundo de las apariencias por el mundo de las esencias, que les parecía más real y más verdadero. El enfermo, com o d ijo muy bien Schwartzenberg,22 siente perfec­

tal que hay una manera de mentir que dice una verdad? D e lo que se trata no es tanto del discurso que pueda pronunciarse entre doctores com o de las palabras que se ¡e dirán al paciente, en una lengua de lo cotidiano que tome en cuenta el desamparo humano y el lím ite de lo que el sujeto puede querer escuchar. Si en ocasiones el saber m édico queda en ridículo ante el paciente, es porque dicho saber no le sirve para nada a él, sujeto, puesto que se lo excluye a! tratárselo com o un objeto del que los especialistas o las fam iliares conversan entre sí. Los efectos de las palabras sobre un sujeto siguen siendo, hasta su último suspiro, efectos de! significante. Sin em bargo, ¡a cita con la verdad puede resultar para siempre una ci ta fallida, por lo m ism o que lo que se ejerce en el inconsciente del sujeto, en el plano de la repetición, es una voluntad de ocultamiento. Cierta amiga de más de 80 años, sabiéndose condenada, se ingeni ó para terminar rápidamen­ te pero manteniendo el control de los acontecimientos. Abandonó así una vida porque, vivien do ella aún, esa existencia sobre la que ninguna palabra tenía ya influjo había pasado del lado de la muerte. Veinte años antes de morir, Colette Au dry,24 que acababa de perder a sus padres, relató, según hem os comentado, la muerte de su perra haciendo de pantalla a otros duelos: Se tennina mi turno. El turno de su vida y el turno de su muerte. La muerte de su muerte no se completará sino con mi propia vida. |...J M e figuro un departamento todo revuelto del que se llevan los últimos muebles, cubierto de marcas claras de cuadros en las paredes y de globos de pelusa negra en los rincones. Este departa­ mento u otro, y un chiquilh, saca una foto del montón de papeles, libros, cajas y trapos sacrificados. Alguien le dice: “ Esta era Duchka, la perra de mi abuelo cuando era chico". Sin contar estas hojas que estoy escribiendo, y que yo olvidaba.

tamente que quienes lo rodean no son honrados con él y lo engañan, y que hasta se burlan de él (y no sólo en casos de cáncer). Debilitado pero lúcido, siente la angustia y el m iedo en el otro, sabe que es el otro (el cónyuge, el asistente, el am igo) quien busca preservarse bajo el pretexto de preservarlo a él. El paciente espera del m édico que le diga la verdad, pero ai mismo tiem po la experiencia demuestra que la cosa no es tan sencilla: ¿no se ejerce también lo inconsciente en el sentido del engrudo,23en forma

U n o sueña en vida con la muerte tanto más gustosamente cuanto que conserva ia ilusión de que algo de sí perdurará en la descen­ dencia. La persona desaparece, la especie continúa. Entre el duro

deseo de durar,25mencionado por Eluard, y el deseo de dorm irai que Colette Audry, Derrière la baignoire, op. cit., pág. 236. 25 Cf. J. Lacan, Seminario 1969-1970, “ E! reves del psieoanálisis” (notas

24

Cf. J. Lacan, Seminario del 11 de m arzo de ¡964, notas personales. 2 2 C f. L . Schwartzenberg, P. V ianssor.- Ponte, Changarla m orí, op. cit., pág. 188.

21

23

IOS

C f. J. Lacan, Seminario del 29 de enero de 1964 (notas personales).

personales).

alude Freud en La interpretación de los sueños, hay una verdad que escapa en el m om ento en que creemos apresarla. Cuando la muerte se apodera de nosotros siempre es, lo repetimos, por sorpresa y, para efectuar el pasaje, estamos desesperadamente solos. Para el deudo, la posibilidad que se le brinda de acompañar a uno de los suyos hasta el final de su vida facilita el trabajo de duelo. La separación con el objeto amado ocasiona entonces dolor, pero no angustia. El deudo se aferra ai respeto de las palabras pronunciadas poraquel que lodeja. Si lasúltimas palabras son palabras de rebeldía de un condenado a muerte que quería vivir, es posible mantenerlo en vida hablando de él. D e este modo, el “ nunca más” puede convertirse para ei superviviente en la condición necesaria de su propia transfor­ mación. Para un creyente, el adiós es provisional; para el incrédulo, la pérdida de un compañero debe ayudar a hacer v iv ir y amar los “ brotes de hierbas” (D o lto dixit) que sembró aquél durante su vida. Aunque la muerte evoque lo inasimilable del trauma, condensación de lo irrevocable irreparable,26de todas formas nuestra vida sigue estando ligada a la muerte de quienes nos dejan y de esta muerte se puede hacer algo vivo. Sin embargo, el corte entre la nueva vida y la antigua es irreductible: el renacimiento se instala sobre el fondo de una ausencia eterna del ausente. T o d o el valor del trabajo de Maurice A b iv en 27 radica en la importancia que concede a ía calidad de vida reservada a los que se saben condenados a morir a breve plazo. Esta calidad de vida, que inclu ye a la fam ilia, prepara a ésta para separarse de un allegado cu yo inminente duelo es el de un porvenir común. Ciertas parejas, reservadas en su intercambio verbal, se ponen a hablar de veras y a descubrir la calidad de un intercambio a veces desconocido hasta entonces. El desencuentro de dos seres puede sellarse (transformándo­ se), en los días que preceden a la muerte, con una presencia de rara intensidad. Socializar el morir previene entonces los duelos patoló­ gicos, ensanchando la experiencia humana del superviviente. Este intercam bio alrededor del moribundo, que en este caso se etectúa en condiciones hospitalarias de acogida y confort excepcionales, está sostenido por un equipo solidario del trance v ivid o por unos y otros. Condiciones idénticas de confort y tranquilidad deberían existir 26 21

110

V ladim ir Jankélévitch, La mort, op. cit., pág. 338. Dr. M aurice A b iven , Pour une rnon plus humaine, Interéditions, 1990.

también a dom icilio, pero hemos visto a lo largo de este libro cóm o, en la actualidad, “ morir en casa” está reservado solamente a los ricos (diga lo que diga Jean-Marie G om as).28 V olverem os sobre este punto. L o que persiste hasta el último día de la vida es la sensibilidad del sujetoa los efectos de una palabra. Las palabras juegan con todo su peso en los efectos interpretativos producidos. Hasta podemos decir que, gracias al ju ego d ei significante, loineonsciente/;roccí//rí ya por interpretación.29 La persona anciana sabe cuando le faltan el respeto. Ahora bien, muchas veces la fam ilia, por angustia, se conduce con sus viejos tan mal com o pudo conducirse con sus hijos pequeños. Cuando la persona de edad se niega de pronto a alimentarse, quienes la rodean viven al paciente com o “ malo” y lo obligan, creyendo actuar bien pero en detrimento de su salud y de su bienestar. Cuando un asistente encuentra las palabras que autoricen a la fam ilia a dejar al v iejo un poco en paz., las cosas se arreglan, porque el contexto en el que se desenvuelve la enfermedad ha dejado de ser culnabi lizador, aun cuando las allegados al paciente se sientan siem pre culpabilizados a causa de la inminencia de la muerte, y ello más aún cuando, a nivel inconsciente, esta realidad siempre es inris o menos tenida a distancia. L o que el anciano tiene presente cuando está por morir son los “ malos tratos padecidos” , es decir, las imposiciones y los cuidados corporales que le recuerdan lo más arcaico de su infancia. La persona de edad distingue sutilmente a las figuras “ buenas” que la rodean, y a aquellas otras, execradas, de ciertos profesionales o parientes que la tratan com o si fuese un sim ple objeto. En cuanto a los visitantes y amigos, también discrimina perfectamente entre los “ que le hacen bien” y aquellos que pretiere tener lejos. Quienes más aportaron a O ctave fueron los jóven es (sobre todo los extranjeros) y sus ex analizandos. Estaban también los compañeros de siempre y, entre ellos, los que sabían valorizarlo con tacto. En lo que concierne a los especialistas diversos a que acudimos, y o sabía de inmediato a cuál iba él a recusar: “ Dale un libro mío, me decía, en francés o japonés, no importa, y acompáñalo hasta la puerta.” La traducción 28 Dr. Jcan-Marie Gomas, Soigncr d domicile des muladas en fin de vie, ed. C erf, 1988. í9

Cf. J. Latan, Seminario del 15 de abril de 1964 (notas personales).

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de esta demanda era metafóricamente la siguiente: “ M e toma por un im bécil, quítamelo de encima.” Cuando hospitalizaron a Colette Audry, lle v é sus propios libros al hospital para que los asistentes supieran ante quién se encontra­ ban. Esto dice mucho sobre el desamparo que se apodera de nosotros en nuestra propia relación con los asistentes cuando se trata de un ser al que amamos. Hacer saber que tal o cual persona es “ alguien” o “ lo fue” , es pedir que se lo trate con los miramientos a que uno entiende son merecedores. Ahora bien, esta consideración debería ser brinda­ da a todo el mundo, se trate de un obrero, un analfabeto, un [xilitico o un intelectual “ conocido” . La “ enfermedad” y la dependencia tienen, en el plano de la nivelación de las clases sociales, el efecto siguiente: el anonimato para todos. C om o ser hablante, la persona anciana hospitalizada ya no existe, y en muchas fam ilias mal asistidas la carga real representada por un enferm o grave en d om ici­ lio tiene el efecto de v o lv e r “ malas” a ciertas personas. Estas reaccionan com o aquellas madres que se quejan de que su hijo “ les ha hecho” un sarampión (com o si el sarampión estuviese dirigido contra ella, la madre). A q u í, la agresividad de los adultos se tapa fácilm ente con el amor, es verdad, pero ante el menor revelamiento de una situación nos encontraremos con deseos de muerte, y la persona de edad lo percibe. “ L o que gané al cambiar d e hospital, me decía otra amiga, es que aquí nos hablan, no fingen. N o m e dan a hurtadillas medicamentos que me hacen m al” (se trataba de ncurolépticos mayores de efectos secundarios desastrosos). Gracias a la soledad, en un ambiente tranquilizador, Colette Audry se puso a remontar mentalmente el tk'.npo y a decirse que estaría muy bien con terminar. Para mí, cusunto acabado. Y a no tenía presente, pues éste había quedado cortado de su infancia (del deseo d e crear). En cuanto a O ctave, se aferraba a V ictor H ugo para no perder la memoria del tiempo. Pedía que lo divirtieran y me reprochaba que le enviase (a través de am igos) “ M adam e Popol'f” (niñera rusa de Bruno cuando era pequeño). Y o sólo podía estar allí sobre un fondo de ausencia. Se quejó de ello la última noche, sintiéndose morir al tiempo que repudiaba esta idea. Habló de abandono, me d io a entender que en lo sucesivo debería dedicarme a él las veinticuatro horas del día. Tem ía que el diablo se lo llevara... Con todo, no podía tratarse de la muerte. Presa de la fiebre, bajo perfusión, exigía que y o continuara hacién-

ii ii 9 z

doloreír: si no lo lograba se enfurecía, reprochándomehaber sido con mi padre una hija rebelde y con mi h ijo una madre demasiado bien organizada que se proveía de niñeras y de madres de reem plazo (a menudo me acusó de imponerle madres de reem plazo a través del personal de enferm ería). Durante toda una vida casi no m e había reprochado nada. Y sólo en el m om ento de dejar una vida de convivencia me h izo la única escena que me marco (escena relacio­ nada con una situación muy arcaica de vínculo con su madre). L a idea de preparar a un v iv o para su muerte30está lejos, pues, de ser obvia. Según Lacan,31 “ a ¡a vida le es indispensable que algo de irreductible no sepa (...) que estoy muerto. Estoy muerto exacta­ mente por estar destinado a la muerte, pero, justamente, en nombre de escalgo que no lo sabe, y o tampoco quiero saberlo” . El Noquiero saberlo se aborda según la estructura de cada uno. L a fe ayuda: uno se dice que se encontrará en el c ielo con los seres amados que lo dejaron. Algunos deciden por sí m ismos abandonar una vida que ya no tiene sentido, y es su manera propia de librarse de la muerte. Otros, por fin, se empeñan en conjurar a la muerte y no quieren saber nada de la verdad de un pronóstico. “ U n o no se casa con la verdad, d ice Lacan,32con ella no hay contrato y menos aún unión libre. La verdad no soporta nada de todo esto. La verdad es seducción pri mero y para embaucar.” Siguiendo esta lógica del maestro, O ctave nunca creyó a la hora del peligro en ¡a palabra de un médico. Habría con fiado más en un brujo que le garantizara la inmortalidad. N o es tanto al enferm o al que hay que preparar para su muerte com o a quienes lo rodean, pues esto puede ayudarlos a comprender m ejora aquel a quien quisieran ayudar. Quienes tuvieron con O ctave ese don extraordinario de acompañamiento fueron los peruanos, argentinos, brasileños y uruguayos: venían para hacerlo reír, para hablarle de los poetas que él amaba. Donde había sufrimiento, ellos aportaban la vida (no olvidando que el sufrimiento y la muerte son parte de la vida). Esta globalidad de cuidados de enferm ería dispensados en el Hospital internacional de la universidad de París no es, com o vim os, 30

Maurice A biven , Pour une m orí plus humaine , op. c i t pág. 109.

J. Lacan, “ El revés del psicoanálisis” , Seminario del 18 de m arzo de 1970 (notas personales). 31

32

Id., Seminario d el 18 de ju n io de 1970 (notas personales).

inconcebible en dom icilio (pero el Estado, repitámoslo, no proporciona los m edios necesarios). En cuanto una persona se vu elve dependien­ te, es muy importante ocuparse de su cuerpo para que el paciente no le tome aversión. Narcisizar el cuerpo, el aspecto del enferm o, es asegurarle el confort indispensable para su moral y su despertar intelectual. T o d o puede ser hecho con buen humor, siempre y cuando haya gente en la casa que mantenga el dinamismo de una vida social. L a benevolencia existente en el Hospital universitario de París tiene

realiza del asistente al paciente sino de! asistente (o de la fa m ilia ) al médico; el enfermo se convierte en aquel del que se habla, y ya no es escuchado. Italo S v e v o 3.4 describe magistral mente la forma en que necesitó años para reponerse de la bofetada que le aplicó su padre justo antes de caer muerto. El m édico le había prohibido levantarse; el enfermero, la criada y el hijo se turnaban hasta la extenuación para forzarlo a quedarse acostado: M i decisión estaba tomada: para obedecer las órdenes del médico obligaría a mi padre a descansar por lo menos media hora. ¿No era acaso mi deber? En ese mismo momento mi padre intenta llegar al borde de su cama y levantarse. Una vigorosa presión de mi mano sobre su hombro se lo impide, mientras que con voz fuerte e imperiosa le ordeno que no se mueva. Aterrorizado en un principio, obedece, pero casi de inmediato exclama: — ¡Me muero!

el m érito de desfuncionarizar el lugar hospitalario, así com o en el hogar es la diversidad de am igos de todas las edades y de todas las nacionalidades lo que aporta la nota de alegría que cada cual necesita. Ahora bien, en domici lio los asistentes se sienten demasiado aislados y, si ellos mismos se sienten deprimidos, deprimen al enferm o. D e ahí el sistema de “ rotación” existenteen ciertos servicios privados (costosos) a dom icilio. L os enfermeros se “ rotan” de a dos o tres por semana para un mismo paciente, cosa que éste acepta siem pre que se asegure la regularidad de las presencias (transferen­

Y se incorpora. Espantado a mi vez, suelto el brazo y he aquí a mi padre sentado al borde de la cama. Estamos frente a frente. Pienso que su cólera se incrementó pues mi presencia delante de él iba a frustrar, aunque sólo fuese un segundo mas, sus movimientos. Seguramente tuvo la impresión de que, al mantenerme de pie ante él, que estaba sentado, le quitaba hasta el aire que necesitaba. A costa de un esfuerzo supremo consiguió ponerse de pie; levantó la mano lo más alto que pudo, como si hubiese reparado en que no podía transmitirle más fuerza que la de su propio peso, y la dejó caer sobre mi mejilla. Después resbaló sobre la cama, y de la cama al piso. ¡Muerto!

cias). En efecto, el equilibrio de los propios asistentes requiere que subsista para ellos una playa de vida privada. Sin embargo, lo que m e m olestó en la experiencia de Maurice A b iven es la idea de condena a muerte: el servicio sólo está abierto a diez enferm os cuyo “ p rivile g io ” es saber que la duración desús vidas no excederá de dos meses. Es verdad que se trata de cancerosos y que el manejo de antálgicos (reciente, y apenas compartido por el conjunto del cuerpo m édico) constituye una indicación de hospitalización en este lugar id ílico aun cuando atender a dom icilio siga siendo posible, com o lo demuestra .Jean-Marie Gomas.33 Para que el paciente se sienta bien (y seguro en su casa), es necesario sostener en el d om icilio la alegría

Y o no sabía que estaba muerto, pero mi corazón se contrajo dolorosamente bajo el efecto del castigo que, agonizante, había querido él infligirme. Charles me ayudó a ponerlo de nuevo en su cama. Con lloros de niño reprendido, le grité al oído: — ¡No es culpa mía! Es ese maldito doctor que quiere que estés acostado [...]. Tuvieron que emplear la fuerza para sacarme de la habitación. El estaba muerto y yo ya no podía probarle mi inocencia. [...] Creoquesi mi padre no hubiese muerto tendría yoaún esa confianza que me suavizaba tanto la vida. Pero, muerto él, carecía de un “ mañana” en el que proyectar mi resolución.

de vivir. La actitud de la fam ilia y los asistentes está estrechamente ligada a la personalidad del médico: un carisma basado en la modestia induce confianza pn sí, mientras que el autoritarismo pedante (reacción a la ignorancia) genera en la familia una angustia de la que es víctim a el enferm o. Cuando la única prescripción es “ obedecer al doctor” , el paciente desaparece y una violencia ciega (nacida del m iedo a hacer mal las cosas) se ejerce. La transferencia ya no se 34 33

114

Jean-Marie Gom as, Soigner á dom icile des malades en fin de vie, op. cii.

Italo Svevo, La conscience de Zeno (1923), G alüm ard, F olio, pács 46 78

5 3 5 ,5 3 6 .

115

S vevo, que habló de esta muerte en su análisis, produjo mucho después un texto escrito y destinado a su analista en el que relata una vid a d on d eel autorse esfuerza por situarse, arrojando sobre sí m ism o

ninguna ayuda para acompañar a su padre en este final de vida (y para “ redim ir” de ese m odo su culpabilidad por haber sido un mal hijo). Por el contrario, en su relación con su padre fue conm inado a

y sobre el mundo una mirada despiadada:

ocupar una posición de matón, utilizando la fuerza para im pedir que el padre “ agitado” deambulase por la habitación. Esta situación invertida en la que el padre quedaba colocado en el lugar de un hijo, y pesando sobre el h ijo com o adulto la carga de “ mantenerlo a raya” , provocó la ira impotente del padre. Esta relación, descripta por un escritor talentoso, constituye en realidad la relación ordinaria,

La vida se parece un poco a la enfermedad: ella también procede por crisis y depresiones. A diferencia de las otras enfennedades, la vida es siempre mortal. N o tolera ningún tratamiento. Atender la vida sería querer tapar los orificios de nuestro organismo, considerándo­ los como heridas. Apenas curados, nos asfixiaríamos. Y concluirá con una visión apocalíptica del m ejor de los mundos: Tal vez una catástrofe inaudita producida por las máquinas nos abrirá de nuevo el camino de la sal ud. Cuando ya no alcance con los gases asfixiantes, un hombre hecho como los demás inventará, en el secreto de su habitación, un explosivo comparado con el cual todos los que conocemos parecerán juegos de niños. Luego, un hombre hecho a su vez como los otros, pero un poco más enfermo que ellos, robará el explosivo y lo colocará en el centro de la Tierra. Nadie oirá la formidable detonación; y la Tierra, otra vez en estado de nebulosa, continuará su carrera por el cielo, librada de los hombres: sin parásitos, sin enfennedades. En el mito freudiano, el padre muerto mantiene el goce en reserva,35 Evocando la frase de K aram azoff: Si Dios ha muerto, entonces todo está permitido , Lacan añade: “ La conclusión que se im pone en el texto de nuestra experiencia es que a Dios ha muerto

cotidiana del “ tratamiento” de las personas ancianas en d om icilio o en hospital. El primer reflejo de los asistentes es a menudo infantilizar al paciente, tratándolo com o un niño díscolo... R elaciones de fuerza perfectamente inútiles y degradantes se instauran en una situación donde no se toma en cuenta el bienestar del paciente (la necesidad de hacerlo beber, el placer de la comida, que pueda o no com er solo). En las hospitales se deja abandonadas a las personas ancianas (excepto algunos raros establecim ientos geriátri eos). R ápi­ damente se administran fuertes neurolépticos a los pacientes recalcitrantes. L a escandalosa falta d e enferm eros no les perm ite estar disponibles. Ellos mismos se quejan de sus degradantes condi­ ciones de trabajo, verdadero sabotaje de su vocación. Con e llo m ism o se destruye la calidad de su vínculo con el paciente. En cambio, en el Hospital norteamericano el acompañamiento existe, pues a cada paciente difícil se le asigna un enferm ero privado durante las veinticuatro horas: pero el costo es de 2.000 francos diarios a cargo de la familia... además de otros pequeños gastos extra.