Lispector - La pasión según G. H. Fragmento

Fragmento de la novela La pasión según G.H. de Clarice Lispector “-------estoy buscando, estoy buscando. Estoy intentan

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Fragmento de la novela

La pasión según G.H. de Clarice Lispector “-------estoy buscando, estoy buscando. Estoy intentando comprender. Intentando dar a alguien lo que viví y no sé a quién, no me quiero quedar con lo que viví. No sé qué hacer con eso, le tengo miedo a esta desorganización profunda. No confío en lo que me pasó. ¿Me pasó algo que yo, por el hecho de no saber cómo vivirlo, lo viví como si fuera otra cosa? A eso querría llamarlo desorganización, y tendría la seguridad de aventurarme, porque después sabría a dónde volver: a la organización anterior. A eso prefiero llamarlo desorganización pues no quiero confirmarme en lo que viví –en la confirmación de mí perdería el mundo tal como lo tenía, y sé que no tengo capacidad para otro. Si me confiara y me considerara verdadera, estaría perdida porque no sabría dónde encajar mi nuevo modo de ser –si avanzara en mis visiones fragmentarias, el mundo entero debería transformarse para tener un lugar en él. Perdí algo que me era esencial, y que ya no lo es más. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me imposibilitaba caminar pero que hacía de mí un trípode estable. Perdí esa tercera pierna. Y volví a ser una persona que nunca fui. Volví a tener lo que nunca tuve: sólo dos piernas. Sé que es sólo con dos piernas que puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta, era ella la que hacía de mí algo encontrable por mí misma, y sin ni siquiera tener que buscarme. ¿Estoy desorganizada porque perdí lo que no necesitaba? En ésta mi nueva cobardía –la cobardía es lo que de más nuevo ya me aconteció, es mi mayor aventura, esta mi cobardía es un campo tan amplio, que sólo una gran valentía me permite aceptarla–, en mi nueva cobardía que es como despertar en la mañana en la casa de un desconocido, no sé si tendré el valor de simplemente andar. Es difícil perderse. Es tan difícil que probablemente encontraré rápido un modo de hallarme, aunque hallarme sea de nuevo la mentira de la que vivo. Hasta ahora encontrarme era ya tener una idea de la persona y adherirme a ella: en esa persona organizada me encarnaba, y no sentía el gran esfuerzo de construcción que era vivir. La idea que yo me hacía de la persona provenía de mi tercera pierna, de aquella que me sujetaba al suelo. Pero, ¿y ahora? ¿seré más libre? No. Sé que todavía no estoy sintiendo libremente, que estoy pensando de nuevo porque tengo como objetivo encontrar –y que por seguridad llamaré encontrar al momento en que encuentre una forma de salir. ¿Por qué no tengo el valor de encontrar sólo una forma de entrada? Oh, sé que entré, sí. Pero me asusté porque no sé a dónde conduce esa entrada. Y nunca antes me había dejado llevar, a menos que supiese para qué. Ayer, sin embargo, perdí durante horas y horas mi montaje humano. Si tuviera el valor, me dejaría continuar perdida. Pero tengo miedo de lo que es nuevo y tengo miedo de vivir lo que no entiendo –siempre quiero tener la garantía de por lo menos estar pensando que entiendo, no sé entregarme a la desorientación. ¿Cómo se explica que mi mayor miedo sea precisamente en

relación a ser? y pese a ello no hay otro camino. ¿Cómo se explica que mi mayor miedo sea precisamente ir viviendo lo que vaya sucediendo? ¿Cómo se explica que no tolere ver, sólo porque la vida no es lo que pensaba y sí otra cosa? ¡como si antes hubiese sabido lo que era! ¿Por qué ver es una desorganización semejante? Y una desilusión. Pero una desilusión ¿de qué? ¿Si, sin ni siquiera sentir, yo casi no debía estar tolerando mi organización apenas construida? Tal vez la desilusión sea el miedo de no pertenecer más a un sistema. A pesar de ello, se debería decir así: él está muy feliz porque finalmente fue desilusionado. Lo que yo era antes, no era bueno para mí. Pero era de ese no bueno que había organizado lo mejor: la esperanza. De mi propio mal había creado un bien futuro. ¿El miedo ahora es que mi nuevo modo no tenga sentido? Pero, ¿por qué no me dejo guiar por lo que vaya sucediendo? Tendré que correr el sagrado riesgo del azar. Y sustituiré el destino por la probabilidad. Y sin embargo, ¿en la infancia los descubrimientos habrán sido como en un laboratorio donde se encuentra lo que debía encontrarse? ¿Fue siendo adulta entonces que tuve miedo y creé la tercera pierna? ¿Pero como adulto tendré el arrojo infantil de perderme?; perderse significa ir encontrando y no saber qué hacer con lo que se va encontrando. Las dos piernas que andan, sin tener ya la tercera que agarra. Y yo quiero ser agarrada. No sé qué hacer con la aterradora libertad que me puede destruir. Pero mientras estaba presa, ¿estaba contenta? ¿o había, y había, algo falso e inquietante en mi feliz rutina de prisionera? o había, y había, algo ladrando, a lo que estaba tan habituada, que pensaba que ladrar era ser una persona. ¿Eh? también, también. Me asusto mucho cuando percibo que durante horas perdí mi forma humana. No sé si tendré otra para sustituir la pérdida. Sé que voy a necesitar tener cuidado para no usar subrepticiamente una nueva tercera pierna que en mí renace fácil como la hierba, y llamar a esa pierna protectora “una verdad”. Tampoco sé qué forma dar a lo que me sucedió. Y sin darle una forma, nada me existe. ¿Y –¡¿y si la realidad es que nada existió– tal vez nada me sucedió? Sólo puedo comprender lo que me pasa, pero sólo pasa lo que comprendo –¿qué sé del resto?–, el resto no existió. ¡Quién sabe si algo existió! ¿Quién sabe si me sucedió una gran y lenta disolución? Y que mi lucha contra esa desintegración está siendo esta: ¿la de intentar ahora darle una forma? Una forma limita el caos, una forma construye a la sustancia amorfa –la visión de una carne infinita es la visión de los locos, pero si corto la carne en pedazos y los distribuyo entre los días y el hambre, entonces ella no será más que la perdición y la locura: será de nuevo la vida humanizada. La vida humanizada. Yo había humanizado demasiado mi vida. ¿Pero cómo hago ahora? Debo permanecer con toda la visión, ¿aunque eso signifique tener una verdad incomprensible?, o doy una forma a la nada ¿y ese será mi modo de integrar en mí mi propia desintegración? Pero estoy tan poco preparada para entender. Antes, siempre que lo había intentado, mis límites me producían una sensación física de incomodidad, en mí cualquier comienzo de pensamiento tropieza enseguida con la cabeza. Rápidamente fui obligada a reconocer, sin lamentarlo, los tropiezos de mi pobre inteligencia, y desandaba el camino. Sabía que estaba destinada a pensar poco, razonar me restringía dentro

de mi piel. ¿Cómo entonces inaugurar ahora en mí el pensamiento? y quizá sólo el pensamiento me salve, tengo miedo de la pasión. Ya que tengo que salvar el día de mañana, ya que tengo que tener una forma porque no siento fuerzas para estar desorganizada, ya que fatalmente necesitaré encuadrar la monstruosa carne infinita y cortarla en pedazos asimilables para el tamaño de mi boca y para el tamaño de la visión de mis ojos, ya que fatalmente sucumbiré a la necesidad de forma que proviene de mi pavor de quedar ilimitada –entonces que por lo menos tenga el valor de dejar que esa forma se forme sola como una costra que por sí misma se endurece, la nebulosa de fuego que se enfría en la tierra. Y que tenga el enorme valor de resistir la tentación de inventar una forma. Ese esfuerzo que haré ahora por dejar subir a la superficie un sentido cualquiera, sea cual fuere, ese esfuerzo sería facilitado si fingiese que escribo para alguien. Pero temo comenzar a componer para poder ser entendida por alguien imaginario, temo comenzar a “construir” un sentido, con la misma mansa locura que hasta ayer era mi modo sano de encajar en un sistema. ¿Tendré que tener el valor de usar un corazón desprotegido y de ir hablando para la nada o para nadie? así como un niño piensa para la nada. Y correr el riesgo de ser aplastada por el azar. No comprendo lo que vi. Y ni si quiera sé si lo vi, ya mis ojos terminaron por no diferenciarse de la cosa vista. Sólo por un inesperado temblor de líneas, sólo por una anomalía en la continuidad ininterrumpida de mi civilización, por un instante experimenté la vivificadora muerte. La fina muerte que me hace tocar el prohibido tejido de la vida. Está prohibido decir el nombre de la vida. Y yo casi lo dije. Casi no me puede desembarazar de su tejido, lo que sería la destrucción en mi época. Tal vez lo que me haya pasado sea una comprensión –y que para que yo sea verdadera tenga que continuar sin estar a su altura, tenga que continuar no entendiéndola. Toda comprensión súbita se parece mucho a una aguda incomprensión. No. Toda comprensión súbita es finalmente la revelación de una aguda incomprensión. Todo momento de encontrar es un perderse a sí mismo. Tal vez me haya sucedido una comprensión tan total como la ignorancia, y de ella haya salido intocada e inocente como antes. Cualquier entender mío nunca estará a la altura de esa comprensión, pues vivir es solamente la altura a la que puedo llegar –mi único nivel es vivir. Sólo que ahora, ahora sé un secreto. Que ya estoy olvidando, ah siento que ya estoy olvidando… Para saberlo de nuevo necesitaría ahora volver a morir. Y saber será tal vez el asesinato de mi alma humana. Y no quiero, no quiero. Lo que todavía podría salvarme sería una entrega a la nueva ignorancia, eso sería posible. Pues al mismo tiempo que lucho por saber, mi ignorancia, que es el olvido, se tornó sagrada. Soy la vestal de un secreto que no sé más cuál fue. Y sirvo al peligro olvidado. Supe lo que pude entender, mi boca que sellada y sólo permanecieron los fragmentos incomprensibles de un ritual. Aunque por primera vez sienta que mi olvido está finalmente al nivel del mundo. Ah, y ni siquiera pretendo que me sea explicado aquello que para ser explicado tendría que salir de sí mismo. No quiero

que me sea explicado lo que de nuevo necesitaría de aprobación humana para ser interpretado. Vida y muerte fueron mías, y yo fui monstruosa. Mi valor fue el de un sonámbulo que simplemente va. Durante las horas de perdición tuve le valor de no comprender ni organizar. Y sobre todo, el de no prever. Hasta entonces no había tenido el valor de dejarme guiar por lo que no conocía, y rumbo a lo que no conocía: mis pre-visiones condicionaban de antemano lo que vería. No eran las ante-visiones de la visión: ya tenían el tamaño de mis precauciones. Mis previsiones me cerraban el mundo. Hasta que por algunas horas desistí. Y, por Dios, tuve lo que no hubiera deseado. No caminé a través de un valle fluvial –siempre pensé que encontrar sería fértil y húmedo como los valles fluviales. No esperaba ese gran desencuentro. Para que continúe siendo humana ¿mi sacrificio será olvidar? Ahora sabré reconocer en la cara común de algunas personas que –que ellas olvidaron. Y ya no saben que olvidaron lo que olvidaron. Yo vi. Sé que vi porque no otorgué un sentido a lo que vi. Sé que vi –porque no entiendo. Sé que vi –porque no sirve para nada lo que vi. Escucha, voy a tener que hablar porque no sé qué hacer con lo vivido. Peor todavía: no quiero lo que vi. Lo que vi revienta mi vida cotidiana. Disculpa que te dé esto, hubiese querido ver algo mejor. Toma lo que vi, líbrame de mi inútil visión y de mi inútil pecado.” Clarice Lispector (2010): La pasión según G.H. Buenos Aires, El Cuenco de Plata, pp. 19-25.