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Entre los años 60 y 61 de la era común, el apóstol Pablo escribió la carta a los Colosenses. Fue en la misma época en que escribió la carta a los Efesios, de la que hablamos hace poco. Las razones para escribir ambas cartas fueron similares: advertir a los hermanos del ambiente inmoral que los rodeaba y animarlos a luchar contra las debilidades de la carne. Busquemos en nuestra Biblia Colosenses, capítulo 3, y leamos completo el versículo 5. Colosenses 3:5 dice: “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría”. Estas palabras nos transmiten la idea de que debemos borrar por completo este tipo de deseos. Si nos percatamos de que, en la mente o en el corazón, empieza a surgir alguno de estos deseos, tenemos que eliminarlo. Esto es muy importante porque, si no lo hacemos, podríamos dañar gravemente nuestra relación con Jehová, con otras personas, y causarnos muchos problemas. Y vean lo que dice el versículo 6: “Por causa de esas cosas viene la ira de Dios”. Así que también podríamos perder la vida eterna. Queda muy claro que estos deseos son muy peligrosos. Están relacionados con la avidez, o codicia, que es una forma de idolatría. Podemos decir que la codicia es un deseo insaciable, el anhelo de buscar algo que no nos pertenece o no tenemos el derecho de poseer. Por definición, la codicia es cruel y egoísta. Una persona codiciosa, dominada por la avidez, llega a anhelar tanto lo que desea que esto se convierte en su dios. Eso nos recuerda lo que se dice en Filipenses 3:18 y 19, donde Pablo utilizó palabras similares para referirse a ciertos cristianos que antes se relacionaban con él, pero que se habían alejado de Jehová. Y esto había entristecido mucho a Pablo. ¿Qué había pasado con ellos? La Biblia dice que su vientre había llegado a ser su dios y sus deseos habían apagado su amor por Jehová. Hablando sobre la avidez, la codicia y la idolatría, La Atalaya del 1 de septiembre de 1978 dijo lo siguiente: “Cuando un cristiano se da cuenta de que dentro de él se va edificando el deseo incorrecto, hace bien en recordar lo preciosa que es su relación con Dios, y lo insensato que sería perder esto por convertirse en un idólatra”. ¿No les parece que esto es algo en lo que deberíamos meditar? Imagínense: los deseos incorrectos pueden hacer que una persona empiece a adorar otras cosas en lugar de adorar a Jehová. En el antiguo Israel, la idolatría era un pecado tan grave que se castigaba con la muerte. Ahora bien, de acuerdo con los Diez Mandamientos, el adulterio también acarreaba la pena de muerte. Pero ¿qué similitud hay entre la idolatría, que se castigaba con la muerte, y el adulterio, que se castigaba de la misma forma? Al adorar un ídolo, la persona rompe el pacto que ha hecho con Jehová. Y cuando una persona comete adulterio, está rompiendo el voto, o pacto, que le hizo a su cónyuge. ¿Por qué es esto un asunto tan serio a la vista de Jehová? Abramos la Biblia en el Salmo 33, y notemos lo que piensa Jehová sobre sus promesas. Salmo 33; leamos el versículo 4: “Porque la palabra de Jehová es recta, y toda su obra es en fidelidad”. Ahora veamos el versículo 9: “Porque él mismo dijo, y llegó a ser; él mismo mandó, y así procedió a presentarse”. Así que cuando Jehová dice algo, lo dice en serio. Por eso, cuando una persona le promete a Jehová adoración exclusiva y no lo cumple, eso es traición. Y Jehová nunca actúa así. Más bien, la traición es típica del Diablo, que es mentiroso y desleal. ¿Verdad que saber esto refuerza nuestro deseo de nunca caer en ningún tipo de idolatría? El comentario de La Atalaya que estamos analizando —el cual leeremos en breve— se centra en cómo evitar la trampa del adulterio. Por eso, ahora me gustaría que habláramos sobre algunos de los peligros que pueden enfrentar quienes están casados. Y vamos a ver de qué forma podemos poner en práctica el consejo de desarraigar, o eliminar, estos deseos desde el mismo principio para evitar que florezcan y nos causen problemas.

Un principio bíblico en el que podemos meditar se encuentra en Proverbios 22:3. Allí se nos enseña que, cuando veamos un peligro, lo evitemos. ¿Qué cosas podrían ser peligrosas? ¿Cómo podemos identificarlas y eliminarlas antes de que se conviertan en un problema? Obviamente, lo que vemos, escuchamos y leemos llena nuestra mente de cosas buenas o malas. Así que debemos evitar todo lo que pudiera alimentar los malos deseos. Nuestras publicaciones y algunos estudios han señalado que, cuando una persona comete adulterio, no son siempre los deseos sexuales los que la llevan a caer en esta conducta. ¿Entonces cuál es la razón? Una de las funciones más importantes del matrimonio es dar y recibir apoyo emocional. Ambos cónyuges deben sentirse amados, necesitados y valorados de manera especial. Si uno de los dos deja de sentirse así, es posible que intente cubrir su necesidad emocional con otra persona. Puede ser que, al principio, ni siquiera esté pensando en satisfacer un deseo sexual. Por eso, la ¡Despertad! del 8 de enero de 1986 dice: “El buen oyente [...] tiene la capacidad de hacer sentir a la otra persona que la aprecia de manera especial y que lo que dice es de interés e importancia”. Así que es necesario proteger la relación de amistad que tenemos con nuestro cónyuge. La Atalaya del 15 de julio de 1994 enfatizó este mismo punto. Allí se citaron las palabras de un abogado especializado en divorcios, quien dijo que la causa principal de las rupturas matrimoniales era “la incapacidad de los cónyuges de hablar sinceramente, de expresar sus sentimientos más profundos y tratarse el uno al otro como su mejor amigo”. Entonces esa es la causa principal. Y es lo que puede llevar al cónyuge a buscar contacto físico con otra persona. Pero todo suele empezar por tratar de satisfacer una necesidad emocional. Ahora bien, ¿cómo podemos evitar que suceda algo así? Debemos ver el matrimonio como un tesoro. Eso me recuerda lo que se publicó en La Atalaya del 15 de agosto de 2012 sobre un anciano, llamado Daniel, y su esposa; ambos eran precursores. Daniel era uno de esos ancianos que no saben decir que no a ningún privilegio teocrático.Tres jóvenes varones que estudiaban con él llegaron a bautizarse, pero necesitaban mucho apoyo emocional. Como Daniel estaba ocupado con otras asignaciones, su esposa pasaba mucho tiempo con estos hermanos recién bautizados. Daniel había descuidado a su esposa. Ella llegó a sentirse muy unida a uno de esos hermanos, y terminaron cometiendo adulterio. Daniel admitió que, en gran parte, él era responsable de lo ocurrido. De hecho, dijo que aprendió esta lección: “Uno no puede afanarse tanto por atender sus responsabilidades que termine descuidando a su familia”. Necesitamos ser equilibrados al apoyar los intereses del Reino. Por supuesto, tanto el esposo como la esposa deben ser comprensivos y apoyarse. Pero cuando se pierde el equilibrio, puede haber graves problemas. Por lo tanto, si empezamos a tener algún deseo incorrecto, debemos eliminarlo de inmediato. Y hacerlo requiere de mucho esfuerzo y perseverancia, pues mientras seamos imperfectos, los deseos impropios pueden surgir de vez en cuando y nadie puede decir que es inmune a ellos. Nuestro amor por Jehová, por nuestro cónyuge y por nuestros hermanos nos motiva a alejarnos de la codicia y la idolatría, que tanto daño causan. Estamos muy agradecidos por contar con hermanos y hermanas como ustedes, que aman a Jehová, a sus cónyuges y a sus hermanos, y hacen todo lo posible por mantenerse moralmente limpios. ¡Sigan así con la ayuda de Jehová!