Libro El Ocaso de Boreal Continuacion de La Saga Amanecer

Esto va dedicado a Stephenie, que logró cautivarme, a mi mejor amiga, por su apoyo incondicional y sin la cual no hubier

Views 90 Downloads 1 File size 2MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Esto va dedicado a Stephenie, que logró cautivarme, a mi mejor amiga, por su apoyo incondicional y sin la cual no hubiera empezado este libro , a Luilli y a Ali de Facebook, por creer en esto, Y a todo aquel que sepa que la inmortalidad solo se alcanza cuando amas para siempre

Libro uno: Renesmee

Prefacio Sola, como estaba en ese lugar, no me hubiera costado para nada volver corriendo a Forks, como la niña tonta que en realidad era. Los días eran difíciles, las noches solitarias. Y era poco lo bueno que podía sacar de esa experiencia en general. Aunque de hecho estaba allí por propia voluntad. Pero todo cambio de repente. En cuando los vi, supe que tal vez algo adquiría sentido. Aunque resultaba completamente extraño su presencia en aquel lugar. Y de hecho, aunque debería haberlo tomado con extremo cuidado, supe que tenía que ser una señal de que debía quedarme en Juneau. Sí, eso es lo que era. La señal que esperaba con toda mi fe, que me haría saber que había tomado la decisión correcta al alejarme de mi hogar, y sobre todo de mi amado.

Nuevo comienzo Desperté sobresaltada.

La luz se filtró en mi habitación y dio por terminado mi sueño. Que inoportuno. Habían pasado días desde la última vez que había dormido. Eso era lo bueno de ser semi-vampiresa y semi-humana, podía estar despierta mucho tiempo, pero luego podía descansar y hundirme en la profundidad de mis sueños. Estiré los brazos y por mi muñeca se deslizo mi anillo quileute de compromiso. Eso me hizo recordar el sueño: corría por la playa a gran velocidad, sobre mí se alzaba un sol increíblemente radiante, esa clase de sol que no es para nada común en mi hogar, Forks, Washington. Entonces, de la nada, apareció un enorme lobo rojizo, muy hermoso. Que venía por mí. Yo sonreía, expectante, esperándole, mientras giraba sobre mi misma y disfrutaba de la luminosidad del paisaje. El lobo se acercó, y de un momento a otro, ya no estaba más allí. En su lugar estaba miJacob, alto, con su hermosa piel cobriza y su deslumbrante sonrisa blanca. Me miraba con sus brillantes ojos oscuros y no pude hacer más que acercarme y acariciarle una mejilla con la punta de los dedos. El se acercó un poco más, todavía sonriente, y cuando entre nuestros rostros solo mediaban centímetros… Volví a la realidad. Intenté continuar durmiendo, pero era en vano, ya no estaba cansada. Luego de un rato decidí que debía levantarme. Abajo todos me esperaban. Ese era un día muy importante en mi vida. Cumplía siete años. Obviamente, aparentaba mucho más que tan solo siete primaveras. Tal vez unas veinte. Carlisle, mi abuelo, había dicho que el crecimiento acelerado ya casi se estaba deteniendo, y que pronto cesaría, según la historia de Nahuel, para siempre. Era realmente incomodo haber crecido tan deprisa. Sin embargo, una de las cosas buenas era que ahora, resguardada por mi apariencia adolescente, podía salir a descubrir cosas nuevas, y nuevas personas. Aunque no en Forks. Allí no podría mostrarme. Mis padres me lo tenían prohibido. Me levante de la cama, y fui directo hacia el tocador, me senté frente al espejo y observe detenidamente lo que me devolvía. Era cierto, hace casi un año los cambios se estaban volviendo completamente

imperceptibles, incluso para la fina visión con la que contábamos todos los miembros de mi familia. Existían veces en las que realmente había lamentado que mi infancia haya sido tan corta. Casi no había tenido tiempo para disfrutarla. Pero luego pensaba en todo el tiempo que tenía por delante. Demasiado. Mi abuelo Carlisle tenía cerca de cuatrocientos setenta años. Aro, Cayo y Marco, esos extraños vampiros italianos que creían que mi existencia podría descubrir el secreto, tenían los tres mil años bien cumplidos. Y entonces, a pesar de aparentar veinte años, me sentí pequeña, inexperta y completamente insignificante. Una niña de solo siete años. Lo bueno de cumplir el 10 de septiembre era que mi hermosa madre cumplía solo tres días después. Por lo que toda la atención lograba disolverse un poco. Solo un poco. Me vestí con un jersey azul y un pantalón blanco que estaban en el fondo de mi armario, dos veces más grande que mi dormitorio. Peiné mis rizos y los abroché con mi prendedor favorito, uno de oro que mi madre me regaló la primera navidad que pasamos juntas. Cuando decidí que estaba presentable, Salí de mi habitación, crucé el corredor y bajé por la escalera de caracol que llegaba a la estancia de mi hogar. Y allí estaban todos. Mis tíos Emmet y Jasper, mis tías Rosalie y Alice, mis abuelos, Esme y Carlisle. También, sonrientes, hermosos e irradiando orgullo y amor, estaban mis padres, Bella y Edward. Se acercaron y me abrazaron juntos. Pude sentir el frío contacto de sus pieles marmóreas y sus intensos aromas a lilas, sol, fresas y miel. Fue entonces cuando me sentí muy feliz, completa. Lo tenía todo. Una familia hermosa y comprensiva, sin la cual no podría vivir. Sentía tanto amor por mis padres que me resultaba difícil no decirlo o demostrarlo. Cada vez que podía le decía a mi padre que era el mejor y lo mucho que lo amaba. El sonreía, me besaba la frente y tarareaba esa hermosa canción de cuna que compuso cuando nací. Abrazaba a mi madre y pensando en todos los recuerdos que resaltaban cuando la adoraba, lograba que llegaran a su mente. Ella reía con esa melodía que sonaba a gloria y decía: – Yo también, mas que a mi propia vida. – Luego de mis padres, sentí otros abrazos, igual de fríos pero acompañados de nuevos aromas. Sus palabras de cariño me

halagaban. También esperaban que dijera algo, pero la verdad es que nunca me gustó mucho hablar. Lo hacía solo cuando era algo completamente necesario. Era mas fácil mostrar a la gente lo que quería que expresarlo en palabras. Sin embargo, a vista de mis planes inmediatos, el habla debería comenzar a ser una práctica frecuente en mi modo de comunicación. Sobre todo si estaría rodeada de humanos. En unas semanas partiría hacía la universidad. Conocía muy poco el pueblo. En los últimos tiempos, las pocas veces que había estado en él era de noche. Cuando mi apariencia dejo de ser la de un bebé mis padres prefirieron que fuera Charlie el que me visitara, para que los humanos de Forks no se percataran de mi sobrenaturalidad. Adoraba a mi abuelo Charlie, no hablaba mucho delante de el, ni de nadie a decir verdad, pero disfrutaba de su compañía, y el era feliz cuando yo estaba a su lado, lo sentía. Muchas veces me hubiera gustado que me lo dijera, pero no podía exigir algo que yo tampoco daba. El era la clase de persona que no suele expresar sus sentimientos, y yo era la clase de semivampiro que solo lo hace con sus dones sobrenaturales, para los cuales no estaba segura si mi abuelo estaba preparado. Volví al presente. – Renesmee que rápido ha pasado el tiempo, mírate, eres ya una mujer, una increíblemente hermosa además. – Dijo mi padre. Puse los ojos en blanco. No era la primera vez que lo decía, ni el único. La cuestión de mi belleza era algo que mi familia me recordaba todo el tiempo. Era un bastante más alta que mi madre, un poco más de un metro setenta y cinco centímetros. Mi piel, blanca como el marfil y dura como el mármol es caliente al tacto humano o de un vampiro. Mi cabello, caía en tirabuzones broncíneos hasta mi cintura. Mi cuerpo era delgado, acentuando las curvas en los lugares correctos. Me parecía mucho a mis padres. No mas a un o al otro, un perfecto equilibrio entre sus bellezas ultraterrenas. Solo en algo era completamente diferente a ellos. Mis ojos era de un chocolate con leche, tal como lo habían sido los de mi madre cuando era humana, o como los eran los de mi abuelo Charlie.

– Vamos Nessie, tienes que ver mi regalo. – Dijo mi tía Rosalie. Salio corriendo escaleras arriba y al cabo de un segundo ya estaba de vuelta, con una pequeña caja forrada en satén en sus manos. La colocó en la palma de mi mano, con una sonrisa radiante, que resaltaba su perfección. La abrí. Era una pulsera de oro, delicada y preciosa. En el medio exacto de la cadena tenía un dije en forma de “R”, también de oro, con una incrustación de diamante. Le devolví la mirada, muy complacida por su obsequio. Estiró su brazo, y de su muñeca colgaba una pulsera exactamente igual, solo que la “R” de su dije tenia un zafiro. – Es realmente hermoso, tía. Sabes que no tendrías que haberte molestado. – – Me alegra que la encuentres bonita. Me pone muy feliz que te haya gustado. – Me contestó palmeándome la espalda. – Vale, vale. Deja darle mi regalo a mi sobrinita. – Dijo Alice aproximándose a nosotras con ese andar danzarín, propio de ella. Sobre sus brazos, había también una caja, pero esta era mucho más grande. No me costó mucho tiempo adivinar que se trataba de ropa. ¡No se cansaba de ir de compras! Me gustaba ir con ella. Pasar horas y horas en los probadores era una verdadera terapia cuando no se te permite alejarte más de un par de kilómetros de tu hogar, sin alguien que te pise constantemente los talones, claro. Realmente había veces en las que pensaba que nuestras tarjetas de crédito se derretirían. Una de las cosas más divertidas era ver la cara de los vendedores. Las mujeres se morían de envidia cuando mis tías Rosalie y Alice junto conmigo cruzábamos la puerta. Y los hombres, eso si que daba risa. Se quedaban embobados, mirando el cuerpo de Rosalie o la perfección de las facciones de Alice. No podía contar con mi madre para esas cosas. Ella odiaba ir de compras. O mejor dicho, cualquier actividad que demande un gasto innecesario o trivial. Y a mi me pasaba exactamente igual. No compartía la filosofía de “usar y tirar” que tenía mi tía con la ropa. O el hecho de que mi abuelo Carlisle cambiara más rápido de auto que de guantes de goma para sus cirugías. A decir verdad, la ropa era mi única debilidad. Y no la desechaba luego de utilizarla una vez. Para todo lo demás era bastante conservadora.

En la caja había un hermoso vestido de seda azul, mi color favorito. Era muy sexy y hermoso. Seguramente me quedaría un poco más arriba de las rodillas. Me encantó. – ¿Te gusta Nessie? Se que no es gran cosa, ¡pero no sabía que regalarte! Especialmente porque no hay muchas cosas que no tengas. Pero vi este vestido y definitivamente es para ti. – – ¡Gracias tía! Es hermoso. Y sabes que no es necesario que me regales nada. Todos ustedes lo saben. – Por descontado Nessie, pero sabes lo mucho que nos gusta verte sonreír. –Dijo mí abuelo. – Sonreiría igual, aunque no tuviera nada, simplemente con que estén a mi lado, abuelo, no es necesario tanto regalo. – Vamos, hija, ya te pareces a tu madre. Son solo unos cuantos regalos, no te matarán. Sonreí, era superior a mis fuerzas. No importaba cuanto les dijera que dejaran de consentirme, que ya no era una niña o que no quería que me regalaran nada. Jamás me harían caso. Y menos ese día. – Hija, hoy es un día de cambio, a partir de hoy todo será diferente. – Dijo mi madre. – Sabes que te amo, y lo que me duele dejarte ir, pero has crecido y es tiempo de que veas el mundo. Tenemos la eternidad para estar juntas. Esa era una de las cosas más difíciles. Las despedidas. Todo cuanto amaba estaba en Forks, y todo cuanto desconocía, más allá. Una sensación de cobardía comenzó a inundar mi pecho, y mi corazón inició un arrítmico palpitar. Todos fueron conscientes de ese cambio emocional, en especial mi tío Jasper. Sentí el aura de paz que hizo que se materializara en la habitación, entonces me pude relajar. – Si nos necesitas, estaremos allí enseguida, no es necesario que te pongas nerviosa. – Dijo el con su voz tan calmada. – Lo sé, pero esto es algo que necesito hacer sola. ¡Es momento de poner en práctica todo lo que me han enseñado! Sonrieron, una vez más demostrando lo mucho que esperaban que me fuera bien en mi nueva aventura. Esta vez, sola. Jamás había hecho algo en solitario, y aunque no quería admitirlo abiertamente, sobre

todo a mis padres, todo el asunto de la universidad me asustaba tenuemente. No sabía bien por qué motivo en especial. – Bueno, Nessie, solo queda un par de regalos más. Espero que puedas darle una buena utilidad al regalo de tu abuela y mío. – Buscó en sus bolsillos, y extrajo un juego de llaves plateadas. Lo miré por un segundo, sin comprender exactamente a que se refería. – Estas llaves son para tu nuevo departamento en Juneau. Me quedé con la boca abierta. Demasiado, solo pude pensar. No era para nada necesario comprar un departamento porque iba a la universidad. Que grupo de vampiros compradores compulsivos que tenía en mi familia. – ¡Abuelo, sabes que dije expresamente que no quería ningún despilfarro innecesario de dinero! – Pero linda, no es ningún gasto innecesario, tú estarás allí una buena temporada, y sabes que el dinero no es ningún problema. Cualquier cosa que haga tu estadía mas cómoda en Juneau, es urgente. – Que parecida a tu madre eres. – Dijo mi padre sonriendo. Le dediqué la mirada más antipática que fui capaz, pero mi madre ya estaba en eso cuando le contesto de forma bastante cortante. – Edward, se que tiene razón, no es un gasto necesario, aun así – Dijo, esta vez mirándome a mí – será mejor que dispongas de un lugar propio, solo por si acaso. Sopesé el asunto por unos instantes. En realidad, ahora no me importaba mucho lo que mis abuelos hayan hecho. En unas semanas tendría que irme, y me resultaba difícil a pesar de que era una decisión que yo había tomado voluntariamente. Ya que a mi madre y padre, y también a mis abuelos, no les apetecía para nada que me fuera de Forks. – ¿Que quieres hacer hoy, Nessie? – Preguntó mi tío Emmett. Como me divertía en su compañía. Las historias de nuestras andanzas eran increíbles. – Mmm… no lo sé. Por ahora pasar el tiempo con ustedes.

– Pero cariño, no te vas a la luna, son solo unos cuantos kilómetros. ¡No es más que un pequeño viaje en avión o una carrera desenfrenada en mi hermoso Porche! – Bromeó mi tía Alice, y el encantador sonido de su risa llenó la habitación. – Pero igual estaré lejos. – Dije melancólicamente. Mi madre me abrazó, sabiendo como me sentía en ese momento. Teníamos mucho en común en ese sentido, ambas amábamos apasionadamente, y nos costaba mucho alejarnos del objeto de nuestro cariño. Sin embargo, nunca había tenido una versión pesimista del mundo, como ella cuando era humana. Creo que no me alcanzaría la eternidad para terminar de conocer a mi madre. Su personalidad siempre fue transparente, pero su modo de pensar era un completo secreto, incluso para mi padre, la persona que mas la conocía y la amaba, y la que era capaz de leer la mente de todo el mundo, menos de ella. En los seis años y medio transcurridos desde que los Vulturis se alejaron de nuestra familia y amigos, todo había sido perfecto. Ese miedo que había sentido cuanto comprendí que mi sola existencia era antinatural, incluso en el mundo mitológico al que pertenecía mi familia, se había esfumado. Conservaba una memoria muy nítida de lo ocurrido en el claro esa víspera de año nuevo. Todo era muy irracional. Nuestra familia con sus testigos, los Vulturis con los suyos. Todos es post de confirmar su verdad. El tiempo que medio entre esa época y el presente fue completamente diferente a ese escenario. Los amigos que había hecho en esa ocasión siguieron formando parte de mi vida. Fueron bastantes las veces que los visité o que ellos decidieron darse una vuelta por Forks. Pero eso era pasado. Ya no me afectaba. En camino que se cernía sobre mí era lo incierto en ese momento. Y eso era lo realmente preocupante ahora. – Por favor hija, no te preocupes, es algo que necesito que me prometas. Si no estas lista, te voy a pedir que me lo hagas saber. Sabes que puedes retrazar la universidad en tiempo que sea necesario. A decir verdad no entiendo porque quieres hacerlo ahora, pero te apoyo, porque es tu decisión. No me gustaría que te arrojes al exterior más por simple curiosidad que porque tienes la seguridad que podrás controlarlo. – Dijo mi padre. – No es eso papá. Sé que estoy lista. No es la sed u otra debilidad lo que me aflige, se que eso es algo que puedo controlar a la perfección.

Lo he hecho prácticamente desde que nací. – Suspiré – No, la sangre humana no me inquieta para nada. Solo una cosa me resulta difícil. Alejarme del lugar donde nací, y de ustedes. Nunca he estado en otro lugar que no sea Forks. Nunca intenté hacer mi hogar a otro sitio. – Entonces no te vayas. Dijo mi abuela, acercándose y acariciándome la mejilla. Solo pude abrazarla con todas mis fuerzas y susurrarle: – No, esto es algo que tengo que hacer. Se que te duele que me marche, pero si lo retraso un tiempo más, la ansiedad será mayor y el miedo también. – Por favor, Esme, déjala tomar sus decisiones. – Dijo Carlisle. Ella me miró preocupada, pero luego, en sus grandes ojos dorados brilló el aliento. Me conocía demasiado bien, La preocupación otra vez intentó nublarme, pero pude salir airosa de mi propia tormenta interior. – Tengo que ponerme en marcha, me quedan dos semanas en Forks. ¡Tengo que disfrutarlas, luego no vendré hasta el receso de navidad! – ¡Entonces está dicho, de compras a Portland! Dijo Alice sonriendo. – Creo que hoy no tía, no tengo ganas de hacer mi equipaje por décimo novena vez. Ni hablar de llevar otra maleta. Se que el dinero no es problema en esta familia, ¡pero gastaré una pequeña fortuna por exceso de equipaje! – Bromeé. Alice puso cara de pocos amigos, pero aceptó mis disculpas, ya que entendía que lo único malo que tenía ir de compras era trasladar tu vestuario de un estado a otro. – ¿Te gustaría ir a ver a tu abuelo Charlie? – Preguntó mi madre. Eso me sorprendió, mis padres no querían que bajara al pueblo. – Creí que considerabas arriesgado que visitara el pueblo. – Creo que dadas las circunstancias, eso ya no tiene mucho sentido. La idea de que la gente de pueblo no te vea, era para que no se percataran de lo rápido que crecías, pero ahora ya nada queda en ti del bebé que alguna vez estuvo en Forks. Corrí a abrazarla nuevamente. A nuestro encuentro fue mi padre, que nos rodeo con sus brazos.

Los amaba con locura. Mis manos, apoyadas sobre sus pieles marmóreas, transmitieron cada uno de los recuerdos dichosos que hacían de mí la persona la persona más feliz del mundo. Sus abrazos se ciñeron más a mi cuerpo. Pero no me lastimaron para nada. Yo también era un ser fuerte, aunque no tanto como ellos. En apariencia parecía mayor que mis padres. Ellos se habían quedado congelados a los diecinueve y diecisiete años, y yo aparentaba unos veinte. Tampoco ayudaba que fuera varios centímetros más alta que mi madre. Parecíamos más bien primos, o incluso hermanos, en vez de padres e hija. Era extraño que fuera el único ser en esa casa que cambiara. Pero bueno, eso terminaría ese día. – Creo que será mejor que te fueras ya, no sería bueno que volvieras muy tarde. Además recuerda que tu abuelo Charlie necesita dormir más que tu. – Dijo mi padre riendo. Puse los ojos en blanco. – Tienes razón papá, será mejor que vaya ahora, de paso podría pasar por La Push y ver a Jacob. De su rostro desapareció todo atisbo de humor. No entendía a ciencia cierta porque a mi padre le disgustaba todavía mi relación con Jacob. A decir verdad ni siquiera se podía llamar relación. Jamás nos habíamos besado, ni estado a solas el suficiente tiempo como para intentarlo siquiera. Mi padre me celaba increíblemente, aunque lo entendí. No había tenido tiempo como para hacerse a la idea, como un padre normal, que su hija ha crecido y ha encontrado el amor de su vida. – ¿Por qué pones esa cara? – Le dije enarcando una ceja. – ¡Por todo lo que acabas de pensar! ¡Ese don de mi padre! Que molesto podía resultar a veces. Estaba en mi mente, y en la de todos, todo el tiempo.

– Podrías intentarlo. – Susurró.

Todos nos miraban, esas conversaciones eran típicas entre nosotros, no lo solo con mi padre. En los últimos años, cuando no tenía mejor cosa que hacer que jugar con mi don, había llegado a tener un control increíble sobre él. Ahora, luego de una gran práctica, podía no solo introducir pensamientos a la gente tocándola, sino también a distancia. No era tan sensacional como lo que hacia Zafrina. Pues me costaba mucho crear una continuidad en la visión, pero se le acercaba bastante. Es más, podía introducir voces en la mente. Cualquier imagen que quisiera. Hacía al don más interesante. – Bueno, ya es suficiente, me iré a lo de mi abuelo. Volveré antes del crepúsculo. Subí a mi habitación a la carrera. Cambié mi ropa por algo más adecuado para bajar al pueblo – un jean y una camiseta sin mangas, azul, claro – y bajé nuevamente a la estancia. – Algo más Nessie, falta el regalo de tu madre y el mío – dijo papá, lanzando unas llaves sobre su hombro. Las agarré en vuelo. Hizo un gesto para que lo siguiera. Nos dirigimos al garaje. Allí estaba el auto más hermoso que jamás hubiera visto. Un convertible largo y reluciente. Con asientos de cuero blanco y el exterior de un brillante color azul. Era un Porche. ¡Como me gustaban los autos hermosos y veloces! Algo en común con los Cullen y no con los Swan. – ¡No podría ser mas perfecto! ¡Gracias! A una velocidad a la que ningún humano podría ver, me deslice detrás del volante. El confort era magnifico. Desde el diseño exterior hasta sus perfectas líneas internas, el auto parecía hecho para mí. Introduje la llave en el contacto. El ruido del motor fue como un suave ronroneo. Música para mis oídos. Saludé con un gesto a mi familia, y dando marcha atrás, me deslice por el camino de tierra que conducía a la autovía. No me costo mucho rato llegar a la única avenida que tenía forks. Me deslicé a una velocidad que mi abuelo hubiera desaprobado completamente, por lo que estuve frente de su casa en un tiempo completamente record. No tarde mucho, tampoco, en situarme en frente de su puerta. Toqué dos veces. En tan solo unos momentos escuché los pesados y atolondrados pasos de mi abuelo dirigirse hacía la entrada. Al abrir la puerta su sonrisa centelleó, encantadora.

– ¡Hola abuelo! – Saludé abrazándolo. – Nessie, niña, que gusto tenerte aquí. ¿Dónde están tus padres? – Dijo, extrañado por no verlos conmigo. – Pero entra, vamos, ¡la lluvia te mojará! ¡Feliz cumpleaños, mi princesa! Si que has crecido rápido… – dijo, destacando la palabra. – Gracias abuelo, es muy dulce de tu parte – le respondí, ignorando su sarcasmo – ¿Cómo has estado, Charlie? – Pregunté. La costumbre de llamarlo por su nombre la había adquirido de tanto escuchar a mi madre. – Todo en orden, mi cielo. – Respondió. Entré a la casa que me resultaba tan acogedora y familiar. Tomé mi lugar de siempre en la cocina. Sue Clearwater se encontraba allí. Ella era la pareja de mi abuelo. Y la madre de los licántropos. Reí en mi fuero interno. La saludé con una sonrisa calida, que ella devolvió. Realmente Sue me caía muy bien, en especial por la dedicación con la que protegía a Charlie. Era una mujer silenciosa, de escasas palabras, pero muy compañera – Sue, ¿Cómo has estado? – Muy bien, Renesmee. Todo por aquí ha estado de lo más tranquilo, doy gracias a Dios por eso. – ¿Cómo están las cosas por la reserva? – Pregunté nuevamente en un intento de ser más comunicativa, no solo con ella, sino con todos en general. – Oh, muy bien niña. Todos allí están tranquilos y felices. – Respondió sonriendo, dejando entrever una sonrisa franca y blanca. Sue no era una mujer hermosa. Pero tenía el encanto propio de su raza. La piel cobriza, el cabello oscuro y completamente lacio, que ahora le llegaba hasta la cintura, el rostro sin edad y las facciones afiladas. No era una persona mayor tampoco, debería tener solo algunos pocos años menos que Charlie. Nunca había preguntado exactamente la edad de ellos pero suponía, por todo lo que me habían contado, que Charlie debería haber pasado ya los cuarenta y cinco años, estando más bien cerca de los cincuenta.

– Me alegra escuchar eso, hace mucho que no veo a Seth, y bastante más a Leah, Jake me dijo que se fue a la universidad. – – Seth se encuentra revoloteando por allí. Sí, Leah se marcho hace unos meses a la universidad. Había decidido no continuar con sus estudios, pero creo que esta más tranquila alejada de La Push, y si esa es la excusa que ha elegido para alejarse de aquí, la apoyo. Pensé en ello. Conocía bien esa parte de la historia. Jacob me lo había contado todo. “No tienes secretos con tu alma gemela” esa frase me vino a la mente. La desdicha de Leah me causaba una sensación de perdida. Era triste ver que no había logrado recuperarse de su amor por Sam, incluso tantos años después. A veces la razón no logra imponerse sobre el corazón, y jamás vuelves a encontrarte a ti mismo. Te vuelves un solitario, que espera la compañía que hace tiempo se fue, y que jamás volverá. El resto de la mañana y la tarde transcurrieron en completa armonía. Converse con ellos acerca de mis planes y les aseguré lo mucho que lo echaría de menos. No hicieron más que desearme buena suerte. Y eso me hizo sentir muy bien. En un momento de la tarde Sue abandonó la cocina, diciendo que debía marcharse al mercado. Pude notar algo de preocupación en la cara de mi abuelo. El generalmente no me preguntaba directamente las cosas que consideraba sobrenaturales. Aunque a estas alturas, pocas cosas lograban sorprenderlo. No es que enterarse que realmente era su nieta, algo que no sabía, iba a escandalizarlo, pero mis padres continuaban pensando que era mejor que ignorara algunas cosas sobre nuestro mundo. Cuando eran cerca de las seis de la tarde y estaba lista para irme camino aLa Push, el abordó el tema que pareció estar ocupando su mente durante la tarde. – Nessie, ¿Dejas que te pregunte una cosa? – Si abuelo, por supuesto. – Contesté un poco consternada. – No sé realmente como abordar el tema, es especial cuando ya hay tantas cosas que decidí dejar pasar, por mantener mi salud mental lo más resguardada posible. – Comenzó sonriendo. – Solo pregúntalo, intentaré ser lo mas sincera posible.

– Bueno, es algo bastante obvio a decir verdad, pero nunca he formulado la respuesta directamente a Bella o a Edward. Hay algo que me llama mucho la atención acerca de su comportamiento. No es que sea exactamente algo malo…– Titubeó – pero bueno, me parece que lo mejor es preguntártelo a ti. He notado que nunca comen en su casa o aquí. Que jamás los he escuchado bostezar o diciendo que estuvieran cansados. Y también algo que es lo más raro que he visto de todo. Los ojos de mi hija, así como los de mi yerno y sus padres y hermanos, cambian de color…– La confusión de mi abuelo era muy grande. No sabía que era lo que tenía que contestarle. No quería mentirle, pero tampoco ser completamente honesta, eso era algo que sabía que él no necesitaba saber, no por lo menos de mis labios. La persona indicada para decírselo era mi madre, y ella todavía no estaba del todo segura de si esto era lo mejor. Sin embargo había que aceptar que estaba muy cerca de averiguarlo todo. Tal vez sería mejor que acabara con ello. – Mira abuelo – Comencé – no sé si debería ser yo la que responda con esas inquietudes. Tienes razón en lo que dices, pero también entiendo que tú fuiste el que pidió no saber nada. – Esa era la mejor forma de abordar el tema, escapando por la tangente. El sonrió. – Tienes razón, pero hay cosas que no puedo ignorar. Esto no es algo que he descubierto recientemente, lo he notado prácticamente desde que naciste. Desde que mi hija cambió tan extrañamente de un mes a otro. No me malinterpretes, ella siempre fue una de las niñas más hermosas que yo haya visto, pero cuando volví a verla, luego de su enfermedad estaba completamente diferente. Era como si hubieran tomado a mi Bella y la hubieran mejorado, volviéndola la cosa más hermosa sobre la tierra. Y también noté algo que me pareció mucho, muchísimo más extraño, ¡hace siete años que no la veo tropezarse con algo o caerse simplemente por nada, como antes! – Reímos, eso era algo que tenía que reconocerle como gracioso. Mi padre me había contado lo patosa y proclive a accidentes que había sido mi madre cuando era humana. – Eso el algo que no puedo pasar por alto, mi chiquita. Conozco a mi hija, y se que ella es una persona completamente diferente a la que le entregué a tu padre hace más de siete años. Sabes… he estado investigando por Internet…– Dijo algo avergonzado.

Y giró la mirada hacía el moderno ordenador que descansaba en la sala. Era un regalo de mis padres. – ¿Y que descubriste? – Le pregunté todavía sonriendo, para inspirarle confianza. – Todavía nada que me esclarezca esto, nada que me resulto un poco lógico, pero bueno solo tenía la curiosidad. Hubiera sido perfecto que mi padre estuviera allí en ese momento, leyendo la mente de Charlie y poniéndonos sobre aviso en lo que sea que sospechaba. – Creo que lo que debes buscar, abuelo, es lo opuesto a lo lógico. Mírame, ¿Acaso no me has visto crecer en siete años el tiempo equivalente a veinte? Eso lo dejó momentáneamente confundido. – Sí, eso es verdad, pero contigo es diferente, siempre has sido así. Siempre que estuve cerca de ti, vi las cosas que te hacen única. – Quizá deba hablar con mamá, ella debería darse una vuelta por aquí, para hablar contigo. Charlie rió. Como si pensara que una charla profunda sobre el mundo sobrenatural con su hija, no fuera a llegar a buen puerto. Creo que era hora de que supiera la verdad. Aunque no tenía el valor de decírselo. “¡Sorpresa! ¡Somos todos vampiros!” No me parecía una buena forma de encarar la situación. Sería mejor que pusiera sobre aviso a mis padres. – Debo irme, abuelo. – Esta bien mi cielo, solo recuerda venir a despedirte antes de marcharte. – Claro que lo haré, de eso no te preocupes. – Afirmé. Lo abracé y me encaminé hacia la puerta. Afuera el día estaba tal cual lo había dejado cuando llegué por la mañana. Subí al coche y activé el techo del descapotable. Las primeras gotas ya empezaban a caer. La lluvia en Forks era algo que no se podía evitar. Ese día había amanecido bastante estable, a pesar de que las nubes cubrían toda la superficie del cielo. El sol no se había dejado ver por una temporada

bastante extensa. Pero eso no era algo que me detuviera. Mi piel no era como la de mi familia. Yo no necesitaba cubrirme del sol los días despejados. El contacto con los rayos del sol no generaba un brillo diamantino sobre mi cuerpo. Era más bien una luminosidad misteriosa. Pero nada que hiciera pensar que no era humana. Igualmente mis padres hacía tiempo que no se dejaban ver por el pueblo. Es que también había algo que no se podía ignorar. El tiempo pasaba y ellos continuaban exactamente igual que cuando pusieron los pies en Forks. Carlisle había dejado de trabajar en el hospital hacía dos años. Necesitaba retirarse de la mirada pública. Mi madre era un caso completamente diferente. Ella tampoco debía ser vista en el pueblo. La gente notaría su transformación inmediatamente. Eran pocas las veces que venía a visitar a su padre. No había tenido mucho contacto con sus amigos del instituto. Solo había podido cruzar unas líneas por correo electrónico con Angela Weber y también alguna que otra con Mike Newton. Sabia que Angela estaba bien y que pronto se casaría con Ben. También estaba al tanto de que Jessica Stanley y Mike ya tenían una preciosa niña de dos años llamada Charlotte. Yo no los conocía personalmente, pero sí había visto algunas fotos. En alguna ocasión me pareció verlos también, cuando estaba en el auto de mi madre manejando por el pueblo. Ellos jamás me habían visto. Los vidrios del coche estaban completamente tintados. No pude dejar de notar que, a pesar de no superar los veinticinco años, habían cambiado sustancialmente. Cosas típicas del paso del tiempo, supongo. Y mi familia estaba exactamente igual que cuando abrí los ojos por primera vez. Era necesario que ninguno de ellos mantuviera el contacto con los Cullen. Los humanos no podían conocer el mundo sobrenatural de vampiros o licántropos. Era demasiado para la sensata Angela Weber, la atolondraba Jessica Stanley o el irritante, según mi padre, Mike Newton. Ellos por su parte creían que su amiga Bella se encontraba en algún lugar lejano de Europa, enfrentando las secuelas de una peste que había contraído en su luna de miel, siete años atrás. Una vez pude escuchar que telefoneó a Angela. Había utilizado un tono de voz completamente diferente a su habitual canto de sirena. Parecía contenta de poder hablar un poco con ella. Angela había la persona que más apreciaba del instituto.

Giré a la derecha, camino a la autovía, y no pude dejar de pensar que pronto deberíamos abandonar Forks. Lo que me dolía era no saber el tiempo exactamente. Claro, yo ahora me estaba yendo por unos meses, pero en menos tiempo del que pensábamos, debíamos abandonar el lugar. Debíamos irnos lejos. Lo suficiente como para que nadie nos pudiera reconocer. Era extraño pensar en la idea de establecerse en otro lugar. El solo hecho de pensar en lo que dejaba atrás me hizo estremecer. Tomé el caminó que conducía hacia La Push, y pensé en Jacob. Cuanto lo extrañaría. Cuanto extrañaría todo. Uno de los motivos por lo que había elegido Juneau para ir a la universidad era porque estaba acostumbrada a las nubes y a la humedad. Siempre había vivido en un clima así, por lo que cambiar a un clima seco y soleado se me hacía raro. Además, un clima como el de Juneau haría posible que mis padres me visitaran. Rosalie había intentado persuadirme de que eligiera un destino calido, como California, o un lugar más concurrido, como Nueva York, pero lo cierto es que no tenía grandes aspiraciones para hacer la universidad por primera vez. Al fin y al cabo, tenía la eternidad para poder recorrer el mundo. Todavía resonaba en mi memoria la primera vez que les dije a mis padres lo que tenía planeado hacer. Obviamente, lo primero fue un rotundo. ¿Que necesidad tenía de embarcarme en esa tarea siendo tan pequeña? O mejor dicho, habiendo recién dejado la niñez. Pero era ese justamente el motivo, había vivido los primeros años de mi vida como una muñeca, protegida de todo, de la menor amenaza, a pesar de que era un vampiro, también. No era una niña mortal, frágil y delicada. No, también era fuerte, rápida y letal. Si no hubieran estado mis padres para guiarme, seguramente sería tan peligrosa como cualquier neófito descontrolado, ávido de sangre. Pero no, había estado siempre al resguardo de mi familia. Y si bien eso me encantaba, crecí con la sensación de que llegado el caso, nunca sería capaz de defenderme a mi misma. Al acercarse la fecha en la que dejaría atrás a la criatura, y sería una mujer oficialmente, más intenso se hizo ese deseo de reafirmar mi propia autonomía. Y ese era el motivo. Una vez alcanzada mi tan ansiada madurez, me sumergiría en el mundo real. Lejos de la familia perfecta a la que pertenecía.

El instituto de Forks me parecía poco práctico. Ninguno de ellos se podía hacer pasar por mis padres, por lo que no podría matricularme sin levantar sospechas. Rennesme Cullen, el nombre ya daba que pensar, y aunque lo hubiera cambiado, quedaban varias cosas sueltas. La piel pálida, y el parecido con todos los miembros de mi familia, en especial con mis padres. No podía concurrir al instituto de Forks, eso era seguro. ¿Entonces que otra opción segura me quedaba para probarme a mi misma? y se me ocurrió ese lugar, Juneau, tan frío y cubierto de nubes que no haría que sintiera que era una intrusa. Cuando expliqué los motivos por los cuales necesitaba vivir esa experiencia, y la imperiosa necesidad de hacerlo sola, pudieron comprender los motivos, y también apoyarme en mi decisión. Esta no iba a ser la única vez que me alejaba. Sin embargo tenía un significado especial, ya que sería algo decisivo en mi vida. Con ello probaría mi capacidad para poder afrontar los problemas sola. Era un comienzo de lo más interesante. Un nuevo comienzo. Solo esperaba que fuera bueno.

Capitulo 2 Primer beso. Manejé deprisa camino a La push, estaba ansiosa por ver a Jacob otra vez. El solo pensar que los momentos con él por ahora estaban contados, hizo que entristeciera. Pero, una vez más, sabía que era algo que quería hacer, y si bien le era difícil, apoyó mi decisión. Una de las cosas que había hecho que tardara en tomar mi resolución fue el hecho de no saber hasta que punto él lo soportaría. No es que para mí fuera a ser fácil, desde luego. Pero para él, yo era el objeto de su imprimación. Lo había visto de primera mano con todos los otros hombres lobo de La Push como para entender lo difícil que podría resultar una separación. Cuando lo planteé en primer momento estuvo “casi” de acuerdo. Tuvo que pensárselo un tiempo lo suficientemente extenso como para decir abiertamente, sin ningún atisbo de amargura en su semblante, que me apoyaba. Aunque claro, yo no era mi padre, y no estaba en su mente continuamente. Tal vez era algo que debería preguntarle. Pero me cohibía increíblemente hacerlo. Si tenía una respuesta afirmativa del dolor de Jacob, seguramente abandonaría mis planes sin ningún tipo de problema. Pero no era egoísmo lo que me impulsaba a no hacerlo. Entendía el dolor que podría infringirle a Jake, pero también sabía que el podría soportarlo, primero porque era fuerte, y segundo, porque no le estaba abandonando. Estaba alejándome un tiempo. Solo eso. No era algo definitivo, y si había algo que era para siempre, aparte de mis padres y mi familia, eso era mi amor por él. Decir que estaba segura de mis sentimientos por Jake era quedarse corta, así que no me importaba la distancia de un modo en que le importa al resto de las parejas. Confiaba ciega y completamente en mi hombre lobo, así como él en mí. Doblé por el camino que me llevaba hasta First Beach, y de camino al hogar de Jake. Esperaba que Billy no estuviera en la casa. No es que me molestara, ni mucho menos. Sino porque no podía asimilar que ya era una mujer, no importaba que hubiera nacido hace siete años. Me seguía viendo como ese bebé de mejillas rosadas. El trayecto, como siempre, me resultó demasiado largo, aunque de hecho, eran unos pocos kilómetros. Cuando llegué, él estaba en la puerta, esperándome. Era el mismo rostro que el sueño de la mañana, moreno y hermoso.

Su sonrisa, blanca y franca, me causó una gran ternura, como siempre. Cuando salí de mi coche, él me dio un abrazo fuerte y cálido, que devolví gustosa. Era ligeramente más fuerte que él, y también mucho más rápida, una cualidad que se la debía a mi padre, el vampiro más veloz que conocía. Las primeras carreras que jugábamos, cuando era una niña, siempre me las había ganado, pero cuando mis piernas se alargaron pude derrotarlo con facilidad. Algo que le caía increíblemente mal. Odiaba que su "novia" lo derrotara en cosas que él consideraba solo de chicos. Vaya mal perdedor. – Cielo, que gusto verte. – Dijo con la voz cargada de dulzura. – Hola amor, he venido a saludar, tengo que aprovechar todo mi tiempo. Su mirada se entristeció de repente. – Oh, jake, hemos hablado de esto, no hagas sentirme más culpable. – Le dije. –No preocupes por mí, es solo que voy a extrañarte mucho. Se me hará difícil no verte todos los días. – Lo sé amor, pero realmente es algo que quiero hacer, amo Forks pero quiero conocer el mundo. Caminamos por el sendero que se dirigía hacia la playa. Íbamos tomados de la mano, como siempre. En la reserva todos me conocían muy bien, y no había nadie allí que me hiciera sentir como una extraña. La push era como mi hogar. Mi segundo hogar. En cuanto llegamos a la playa, nos sentamos en las sobresalidas raíces de uno de los árboles blanquecinos que delimitaban la franja de arena. Uno al lado del otro, todavía tomados de la mano, y mi cabeza descansando sobre sus anchos hombros. – ¿Cómo ha ido todo por la cripta? – Preguntó Jake bromeando. Lo mire de costado. No me gustaba que llamara cripta a mi casa, pero era algo que no tenía corrección. A decir verdad, nada en él tenía corrección. – Todo de maravilla, como siempre, además lo dices como si no estuvieras allí desde hace tiempo y estuviste ayer. – Contesté. – Si, bueno, pero con tu madre allí uno siempre espera que estalle la segunda guerra mundial vampirica, con la mala suerte que suele

tener… Reí ante su comentario. Mi madre nunca había tenido mala suerte, no desde su conversión. – Tu coche es estupendo, debo reconocer que Edward tiene buen gusto con los automóviles. – Sonrió. – Lo mismo digo, es precioso, me gustaría saber cuanta velocidad es capaz de levantar. – Le dije en plan de averiguarlo. – Bueno yo diría que si tenemos suerte estaríamos en Seattle en 15 minutos. ¿Quieres hacerlo ahora o después de ir a lo de Emily? – Creo que será mejor que después, antes de volver a casa. – ¿Hasta que hora te dejó quedarte el “Capitán Toquedequeda”? – bromeó No pude evitar sonreír ante su comentario acerca de mi padre. – Bueno, no hasta muy tarde, ya sabes como se pone si no estoy en la hora del crepúsculo. Jacob suspiró, cada vez le ponía más de los nervios la actitud de papá, pero bueno, tenía que aceptarla, al fin y al cabo, no era mucho lo que pedía. ¡Nada de contacto! Bueno a decir verdad sí era mucho… En realidad nunca había tenido el impulso de besar a Jake hasta esa mañana, cuando desperté de mi sueño, y la súbita interrupción había logrado que realmente me levantara con cierto mal humor. Observé una vez más la perfección de su rostro moreno. La extensión de sus labios, sus ojos oscuros, un profundo y misterioso mar donde zambullirme. El resplandor delicado de su piel cobriza… Todo en él me invitaba a besarlo… El impulso se volvió, ahora, más intenso que nunca. Me acerqué un poco más hacia él, con toda la deliberación de la que era capaz. Desde mi nueva posición, pude captar con demasiada facilidad el dulce y abrasador aroma de su aliento. Aunque estaba entrando en un territorio desconocido, y peligroso... – Creo que deberíamos ir a la casa de Emily. – Interrumpí el momento, antes de que sea demasiado tarde. – Sí, ya… La casa de Sam y Emily, me muero de ir hacía allí… – su voz estaba cargada de una gran ironía. Eso me hizo reír. – ¡No seas tonto, nos divertiremos! – Me levanté de la raíz del árbol y lo arrastré del brazo para que se pusiera de pie. Volvimos al coche aparcado en frente de su casa. Billy ya se

encontraba allí. – Nessie, que bueno verte de nuevo… hace mucho que no te pasabas a visitarme, me tenías abandonado niña… – Lo siento Billy, los preparativos para Juneau a me han tenido de los nervios, casi no he tenido tiempo para nada. – Oh, sí. Jake me han contado. Espero que tengas una estadía muy buena allí. Pero hace realmente frío allá, espero que no te me enfermes pequeña… Reí ante su pensamiento. – Jamás me he enfermando Billy, a decir verdad no se hasta que punto soy vulnerable a ese tipo de cosas. Ignoro que grado de humanidad quedará en mí a partir de ahora. Solo se que tengo un corazón y late y, es decir, a veces necesito dormir, pero la verdad en todo lo demás soy básicamente un vampiro. –Bueno… eso esta bien, supongo… – Rió. Me senté en la pequeña mesa en la cocina de los Black. El televisor estaba prendido, como no. Billy hacía zapping por los canales. No parecía tener un gran interés por ninguno en particular. En cierta forma, estar en la misma habitación con el padre de Jacob era realmente fácil. No era de la clase de personas que necesita llenar los huecos con palabrería innecesaria, y tampoco se generaban incómodos silencios. Eso me gustaba. Jacob entró, luego de darle una buena mirada a mi coche. Estaba fascinado. Me puse de pie, dirigiéndome hacía donde estaba mi hombre lobo. Lo abracé por los hombros, y él me devolvió el abrazo de una manera muy dulce. – ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta por ahí para que veas lo genial que es conducirlo? – Wow… ¡eso estaría muy bien! – ¿Entonces que estamos esperando? – Le susurré al oído. – Nos vemos después, Billy. – dije volviéndome hacia él para despedirme. Solo se limitó a hacer un gesto con la cabeza y sonreír, como hacía siempre. Salimos al patio delantero, donde nos esperaba el hermoso convertible azul. Le pasé las llaves, y las agarró con un ligero movimiento de manos. Me senté en el asiento del copiloto, y él en el

del conductor. Apenas en motor se encendió, pude ver como una hermosa sonrisa se dibujaba aquel rostro moreno que tenía Jacob. Dio la marcha atrás, para poder disponer de un margen mayor para encaminarse al sendero que se dirigía a First Beach. En tan solo unos minutos, nos habíamos alejado lo suficiente de todo. Llegamos a unos acantilados que bordeaban la playa de medialuna, y que se encontraban del todo alejados de la multitud que solía frecuentar la nublada costa. Estacionó el coche lo más cerca que le permitió el desnivelado terreno. La vista era de lo más hermosa. Juraría que desde allí se podía ver toda la península de Oliympe. Salimos del automóvil y nos acercamos al borde del acantilado. La altura podría haber mareado a un humano. A nosotros nos parecía de lo más normal. – Cielos, es realmente espectacular… Le he echado una ojeada al motor y, válgame Dios, que perfección absoluta… Dudo que sea capaz de meter la baza si algún día llegaras a tener algún problema, creo que esta vez me supera… – Claro que podrás, cielo. En cualquier caso, mi tía Rosalie lo hará. Jacob rió con ganas. La relación con el y mi tía no era nada que se pareciera a otra cosa en el mundo entero. Se detestaban el uno al otro, por supuesto. Pero me querían lo suficiente como para no lastimarse entre ellos, a sabiendas que eso me haría daño. Pero no era un odio destructivo, para nada. Solo era competencia, un poco desleal y sucia. Solían reñir por quien me daba más los gustos o cual era el primero en reaccionar cuando necesitaba algo. Era divertido verlo en cierto modo. En los siete años que los conocía, ninguno de los dos había aflojado un ápice. Era figuras realmente antagónicas. – Sí claro, la perfecta y hermosa Rosalie, ¿Acaso habrá algo que ella no pueda hacer? – Dijo irónicamente. – No seas malo. – Le acusé – Ella solo disfruta de la mecánica, ya sabes, lleva haciéndolo cincuenta o sesenta años prácticamente, es la que acondiciona todos los autos de la casa, así que… ¿Por qué negarle un trabajo tan fino como poner en punto este deportivo? – Sí… si… ya…– Puso los ojos en blanco. – ¿Crees que deberíamos ir ya a lo de Sam? La verdad es que no quiero llegar muy tarde a casa. – ¿Se enfriará la cena? – Dijo con un brillo malicioso en sus ojos. – No me causa ninguna gracia, Jacob Black. – Lo miré con toda la sorna

de la que era capaz. – Solo bromeaba Nessie, no es para que te pongas en ese plan… Se acercó para darme un beso en la mejilla. La sangre me subió a la cabeza a una velocidad asombrosa. Él pareció notarlo, por lo que se alejó lo más rápido posible. Jacob no pensaba constantemente en cuando sería tiempo para que nos besáramos, o avancemos en nuestro escaso contacto físico. Él deseaba darme solo aquello que yo quiera que él me dé. No tenía idea de cómo funcionaba ese principio de la imprimación, pues en realidad nunca me había puesto a pensar detenidamente en ello. Solo sabía que amaba a Jake con locura y que me pertenecía tanto como yo a él. Era más bien una necesidad, que no alcanzaba a ser satisfecha con el escaso tiempo con el que solíamos contar. Pero ese día era diferente. Primero, porque en realidad era yo la que quería regresar temprano a casa, mis padres no me habían impuesto ningún toque de queda, y segundo, estaba ahora sola con él, incluso aunque no tuviera idea de cómo plantear la idea de besarlo. Decidí que lo mejor sería posponer todo el asunto y esperar que todo se desenvuelta naturalmente. Soplaba una brisa del este, que despeinaba tanto mis bucles rojizos, como el pelo largo y negro como la tinta de Jake. La calma a esas alturas era absoluta. Abajo, las olas se arremolinaban violentamente. La incesante lluvia caía en delgadas gotas sobre nosotros, y el cielo, de un sutil gris perla, inspiraba una calma mágica. Entonces como si supiera en lo que estaba pensando Jake dijo: – ¿Sabes una cosa? Tu madre conoce bien este acantilado. Se tiró de él hace ya mucho tiempo. – Sonrió. No había en el ni un mínimo dolor ante ese recuerdo. – Sí que estaba loca… – Concluyó. – Ya he escuchado esa historia antes… todavía era humana. Pero no le gusta hablar mucho de los tiempos en los que estuvo separada de papá… – Sí, fue una época muy difícil para ella. Creo que nunca olvidaré esos tiempos. Estaba destruida. Y yo no pude hacer nada para mitigar su dolor. – Pareció como si hubiera querido agregar algo más, pero se calló repentinamente. Tal vez pensó que no era oportuno hablar de eso conmigo. No me molestaba que él hablara de eso. Sabía que Jacob, antes de nacer yo, había estado intensamente enamorado de mi madre. Y solo la magia de la imprimación consiguió que ese sentimiento desapareciera por completo. Ahora se amaban, también, pero como un

amigo ama a una amiga, y viceversa. El corazón de mi Jake estaba sanado, y sabía que el solo guardaba amor para mí. Eso me hacía muy feliz. – ¿Cómo cambiaron la cosas, no lo crees? – Dije, para que el momento de leve tensión de dispersara. – Oh, ya lo creo que si Rennesme… esos fueron momentos muy tristes en la vida de tus padres y en la mía. Tres clases de corazones rotos… aunque a mi no me duele hablar de ello. Tú curaste mis heridas hasta el punto en que es como si jamás hubieran estado ahí. Es distinto con tu madre. Ella sufrió la ausencia, el dolor, la sensación de abandono. Enloqueció. De eso estoy seguro… ella estuvo loca un tiempo de su vida humana. No es mucho lo que te puedo decir de tu padre, ya que él se alejó de Forks, y yo jamás he visto otro lugar que no sea éste. Solo sé que el también estuvo mal, y en el tiempo en el que nuestra historia de amor fue de lo más retorcida, el sufrió tanto como nosotros. – Es realmente asombroso como todo haya encajado en el momento justo, al final… – Dije. –Todo encajó porque en el momento en el que naciste, y te vi a los ojos, el dolor desapareció para siempre. Ya te he contado todo, tenía ganas de matar a la criatura que había rasgado a mi amiga… pero al enfocarme en esos enormes ojos color chocolate, cada una de las células de mi cuerpo perdieron el eje… todo lo que me ataba a la vida y al mundo colapso… pero no perdí el rumbo, sino que todo cobro un nuevo sentido, y el pilar de mi existencia pasaste a ser tú…– me observó detenidamente, de ese modo que tanto me gustaba, que confirmaba que solo era mío. – Siempre seré tu pilar, mi hermoso licántropo… – Sonreí. – Eso lo sé Renesmee…. Me pregunto que nos depara la vida… es decir, yo no envejezco y tú a partir de ahora no lo harás mas… pero, yo soy un humano, aunque forme parte del mundo de lo sobrenatural, también. ¿Cuántos años podré vivir? Las leyendas aseguran que el primer hombre lobo de nuestra tribu vivió lo equivalente a tres hombres… ¿eso que es? ¿Doscientos cincuenta años? Tú estarás aquí por lo menos ciento cincuenta, pero apuesto que eres inmortal, igual que tus padres… estás hecha para durar para siempre… y eso es algo que me alegra mucho. Aunque yo no esté aquí, al menos sabré en algún lugar, que tú sigues viva, tan hermosa como siempre. Y eso ya es gloria, incluso aunque no exista el paraíso. Si puedo verte desde algún lugar lejano, eso ya será suficiente para mí. -¿Y crees que yo podría vivir con eso? No me importa el mundo, y odiaría la inmortalidad si no sabría que tú puedes acompañarme… – Le dije, algo asustada ante la visión pesimista que se me estaba

formando en la cabeza. Nunca me había puesto a pensar en eso. Y tenía razón, lo más probable es que yo fuera inmortal, y dado que él era humano, era sensato esperar que nuestro tiempo fuera limitado. Aunque no tanto como si fuera una persona normal. Si se evaluaba desde la lógica que realmente tenía, doscientos años trascurrirían lentamente. No era algo que realmente fuera un problema en sí en nuestro futuro inmediato. – No sé Jake, la verdad es que me dejas sorprendida sacando este tema ahora, pero ¿Acaso no dicen las leyendas que los hombres lobo solo comienzan a envejecer cuando abandonan el lobo? Si no lo haces nunca…–Dudé, y proseguí, esta vez buscando un rumbo completamente diferente en nuestra conversación – Creo que será mejor que nos apañemos con eso cuando toque… ¿No lo crees? – Sí, la verdad que sí, no se por qué me he puesto a pensar en esto justamente ahora… solo que bueno, no digo esto en plan de hacerte sentir culpable ni nada ¿vale? Solo que ya esta cerca la fecha en la que iniciaras la universidad, y bueno… te irás… – Me miró a los ojos con una increíble intensidad. Había veces en las que creía que Jacob miraba a través de mí. No quería volver a hablar del asunto, pero parecía que el estaba dispuesto a sacar el tema a colación. Los dos seguíamos allí, parados en el borde del acantilado. Me acerqué a él y puse me mano sobre su mejilla, entonces inclinó su rostro, acunando mis dedos entre su rostro y los hombros. – Es tarde, no quiero demorarme mucho en la reunión con Jared, Paul y los otros. Será mejor que nos pongamos en camino ¿no? – Le dije. – Oye… lo siento de verdad Nessie, solo es que no puedo evitar pensar en lo mucho que te extrañaré. ¿Te haces una idea de lo difícil que me resultará? Ni siquiera te has ido y ya te extraño. Pero no soy egoísta. Si te hace feliz hacer esto, te dejaré ser. Tu felicidad esta siempre por encima de todo. No pude evitar ponerme histérica. Soné un poco tajante cuando le contesté. – Ese no es el punto… No tienes que ser así. Solo te pido compresión Jacob, no que sufras… sería mejor que me replanteara viajar. No lo haré si te dejo aquí sufriendo. – No podía dejar a mí prometido en ese estado, si a él le hacía mal, me olvidaría de Juneau, de la universidad y de todo lo demás. – No, Renesmee… dejará de ser así. Solo dame una posibilidad de

demostrar que te apoyo incondicionalmente. Dejaré de ponerme en ese plan, además, en unos meses volverás, o puedo ir a verte, no va a haber ningún problema. Jake se serenó, me pareció bastante sincero, pero eso no dejaba de hacerme sentir increíblemente culpable y egoísta por lo que estaba haciendo. – ¡Ya… ya…! Vamos nos de aquí. Sam y los otros deben haberse terminado toda la comida… – Esta vez sonreía, con todo el esplendor de sus dientes blanquísimos. – démoslos prisa, tengo mucha hambre. Tomamos el auto nuevamente, y recorrimos el conocido camino hacia la pequeña casa con el hermoso jardín. Nos tomó mucho menos tiempo del pensado, y cuando nos dimos cuenta, ya nos encontrábamos en la casa de Sam. Lo primero que vi al adelantarme para pasar por la pequeña puerta, fue a Marie, la hija mayor de Sam y Emily. Tenía cerca de 4 años, y era hermosa como lo fue alguna vez su madre, antes que su rostro quedara desformado por un terrible error. – ¿Cómo esta mi pequeña sobrina? – Pregunté cuando estuve lo suficientemente cerca para que pudiera escucharme. Ella corrió a mi encuentro, para abrazarme estrechamente. Esa niña era un pequeño y hermoso sol. – ¡Nessie, que gusto tenerte en la casa! – Escuché a Sam decir, mientras se asomaba al jardín con Joseau en brazos. El niño tenía unos meses, pero ya se podía observar en magnifico porte que presentaría cuando creciera. Era poco probable que no fuera como su padre o como los demás mientras de las manadas. Extendí las manos hacia Joseau, y su padre respondió poniendo al bebé en mis calidos brazos. Lo observe dormir detenidamente, parecía que no había reaccionado de forma alguna al pase que habíamos hecho. Se quedó completamente quieto, soñando con vaya a saber uno que cosas. Que criatura más tierna que era. Apoyé mi mano sobre su pequeña mejilla. De inmediato, dejé circular por su mente imágenes de muchos colores y figuras graciosas. Una pequeña, pero marcada sonrisa, se fue extendiendo por sus regordetes labios oscuros. En ese momento, Emily salió a nuestro encuentro. – ¡Feliz cumpleaños, niña! ¡Pero mírate eres una mujer! – Gracias, Emy, realmente aprecio tu invitación. – Le respondí con una sonrisa. – Bueno eso no ha sido nada… vamos entra a la casa que hay comida a montones. Su rostro, alguna vez hermoso, se contorsionó en una

sonrisa. Me deslicé por el camino de piedras planas hacia la puerta de la cabaña. Adentro estaban todos mis amigos queliutes. Ninguno de ellos había cambiado, tampoco, desde que los conocía. – ¡Nessie! – Gritó Seth apenas crucé por la abertura. – ¿Como has estado chica? Hace mucho que no te veo. – Bien, Seth, si la verdad, no nos hemos visto en días. – Respondí. Seth era algo así como mi mejor amigo licántropo. Él se levantó y me abrazó estrechamente. – ¡Muy feliz cumpleaños, amiga! – Seth era una persona muy efusiva, y eso era algo que me gustaba, de veras. Siempre había sido así. También estaban allí Paul, Jared, Quil, Embry, Collin y Brady. Todos me saludaron calidamente, e hicieron que me sintiera realmente bien. La cabaña era un lugar adorable, pequeño y completamente acogedor. Contaba de tres pequeñas habitaciones. Una de ellas la cocina, el lugar que más se utilizaba de la casa. Luego estaba la habitación de Sam y Emily, y la de sus pequeños hijos. Esa tarde, la cocina estaba colmada de gente y de comida. Me senté a la mesa, entre Jake, que se unió a mí poco después, y Seth, que parecía realmente contento, aunque en realidad tenía ese aire alegre constantemente. – ¿Qué se siente ser una adulta ya Nessie? – Preguntó Jared. – Es asombroso. En realidad hace tiempo que me siento una adulta, pero bueno, hoy es una verdad oficial. – Respondí. El rió, como todos los presentes. Era realmente gratificante encontrarme en La Push. Era un lugar al que iba bastante seguido. Incluso mi madre y mi padre solían frecuentar la reserva. Algo que hubiera sido completamente anómalo hace una escasa década. Ya que ningún “bebedor de sangre” era bienvenido a la tierra queliute. Eso era antes, cuando yo no era ni siquiera una posibilidad en la vida de mis padres. – La comida esta deliciosa, Emily. – Dije, tomando algo al azar de la mesa. No es que en realidad me gustara comer comida humana, pero lo toleraba. En cierta forma, no era como tomar sangre, pero me daba fuerzas. En una oportunidad estuve todo un mes solo comiendo comida humana, así que no era algo que me resultara extraño o incomodo. – Vamos niña vampiro, ¡no tienes que hacerte la humana para que no nos moleste! – Comenzó de nuevo Paul, con sus bromas. No hacía esos comentarios con maldad, solo eran parte de su sentido del humor. Aunque Jake lo miro de costado de un modo poco

amigable. Yo le di un codazo por lo bajo, para frenar su reacción, ya que no me había ofendido en lo más mínimo. Me carcajeé ante el comentario, y le contesté: – No estoy haciendo tal cosa Paul, si realmente no me apeteciera comer esto, no lo haría. – Venga Nessie, que si te ha molestado, ya nos encargaremos nosotros del tonto de Paul. – Dijo Seth. – Claro que no. Para nada me he sentido molesta, además es verdad, prefiero la sangre… – dije, mostrando mis afilados dientes a Paul mientras le miraba con una actuada mirada de maldad. Él no pudo evitar contener la risa. Todos me conocían demasiado como para poder tomarse en serio mis bromas. Y lo mismo me pasaba a mí con ellos. Simplemente desde que tenía uso de razón, estuve rodeaba de licántropos y queluites. Las bromas era parte normal de nuestra relación, y sobre todo las tocantes a nuestras naturalezas. – No eres la única por aquí con dientes afilados, no lo olvides…– Provocación, el otro rasgo característico del tonto Paul. Esta vez, fue Jake el que reaccionó. – Basta ya Paul o seré yo el que te desgarre esa cabezota de lobezno que tienes. – Sus palabras no sonaron tan amenazadoras como para causarle un miedo al muchacho, pero si para contenerlo por el resto de la noche. Jacob era así de cortante cuando las situaciones le parecían incomodas. La cena continuó en grande, cerca de las siete, telefoneé a mamá para decirle que las cosas se habían alargado más de la cuenta, pero que no tardaría mucho más en regresar. Realmente disfruté cada minuto en aquella pequeña cabaña, llena de todos mis amigos. Cuando no quedaba ni un solo bocado en toda la casa y los hombres lobo parecían haber, si bien no erradicado, controlados sus apetitos, Jake y yo nos despedimos de todos, para luego dirigirnos hacía mi hogar. Por el oscuro trayecto que llevaba de La Push a Forks y de este a mi hogar, estuvimos conversando un poco más. Mi novio parecía algo cansado, y también un poco enojado. Cuando tomamos la ultima curva, esa que conducía al camino de tierra que daba con la casa de mis padres, salimos del auto a disfrutar de la fresca ventisca que soplaba. La noche era típica. Nublada, con esas incesantes gotas cayendo del cielo completamente cubierto. Caminamos unos pasos por esa senda campestre, en cuyo principio se encontraba adornada por una gran cantidad de árboles, plantados deliberadamente para que flanquearan el camino hacia la mansión.

Me apoyé en el tronco de uno de ellos. Jake se puso en frente. – ¿Quieres decirme algo, amor? – Tomé su abrasadora mano y la apreté fuerte. Él respondió el gesto. Despejó la vista del camino solo un segundo, tiempo suficiente para devolverme una mirada llena de un significado que me costo mucho descifrar. – No me pasa nada, solo había algo que tenía ganas de hacer. – Respondió. La voz le temblaba un poco. ¿Estaba asustado? – ¿Qué es? ¿Acaso te querías ir en auto a Seattle? Podemos hacerlo mañana. Ahora es muy tarde, pero te prometo que mañana nos levantaremos temprano y lo haremos. – Le dije. – Claro que no, niña tonta. Eso es algo que no me preocupa en lo más mínimo. – Sonrió nervioso. Era algo raro en él. El nerviosismo no era bajo ningún concepto una característica en la personalidad de mi novio. Para nada. Solo había conocido en él una resolución inescrutable. En muchas ocasiones, tanto al momento de salvarnos a mí, su familia, o su manada. Por eso era de extrañarse, cuando me encontré con ese temeroso Jacob Black cara a cara. Notaba que su pulso, ya de por sí acelerado, era ahora un repicar incesante. Su cuerpo, generalmente abrasador, incluso al estar acostumbrada al calor, resultaba un poco sofocante e incluso incomodo. Fijó una vez más sus ojos negros en los míos. – Hay algo que he querido hacer esta tarde. Pero no me he animado. – Rememoré la visita al acantilado. Claro. Ese momento intimo que tuvimos. En que estuvimos a punto de… Mejor no pensarlo. Mientras la idea no se materializara, no sería una decepción si luego no llegaba a suceder. – Sabes – Prosiguió – Nunca antes se me había ocurrido pensar en ti como una verdadera mujer, hasta hoy, que se convirtió en una verdad oficial. Pero bueno no es eso exactamente de lo que quería hablar. Hay cosas que simplemente me hacen feliz. No importa que sean cosas mínimas. Como verte sonreír, o ver lo mucho que te divierte correr por el bosque o tantas otras cosas que disfrutamos juntos. La cosas es… vaya, me estoy yendo mucho por las ramas. – El timbre de su voz sonaba cada vez más confuso y desvaído. Por un momento sopesé la idea de acudir en su ayuda, rellenar esos huecos que dejaba, como fruto del momento de vergüenza que estaba pasando. Aunque luego de un momento no fue necesario. Consiguió retomar el rumbo de nuevo. – Creo que estas entendiendo lo que quiero decir. Han pasado siete años desde que te conozco, y cada uno de esos días fueron maravillosos. Cada momento lo atesoro como algo único. Haber visto

esa rápida transición de niña a señorita y luego a una mujer hermosa es algo que me dejó pasmado. Pero no fue hasta unos días que la idea de… besarte me ronda la cabeza. – Jake, no es necesario que me expliques todos los motivos. Se cuales fueron siempre tus intensiones. Todos los saben. ¿Crees que mi padre te hubiera permitido estar cerca de mí si alguno de tus pensamientos hubieran sido inapropiados? – reí de buena gana. No creí que fuera necesario aclarar esos puntos. – No sabes lo mucho que me importas Nessie… eres tan importante, ¿que digo? Más importante que el aire que respiro. ¿Cómo podría seguir existiendo de no ser por ti? Si hay algo que deseo febrilmente en este mundo, es tu felicidad. Cada una de sus palabras era una dulce caricia a mi alma. Se acercó más a mí. Su proximidad encendió ese deseo dormido en mi interior. No fue necesario nada. Con un movimiento delicado, acunó mi rostro con sus manos. Se acercó de a poco, muy lento, mientras evaluaba mi reacción. Era de esperar que no opusiera resistencia. Se acercó tanto, que solo una fracción de segundo después de decir su última palabra, su aliento candente comenzó a rondarme la nariz, cosa que disfruté increíblemente. Los últimos centímetros entre nuestros rostros los di yo. Estrechó sus labios contra los míos. Primero con esa ligereza tan dulce que me desarmó en el acto. Luego, sus movimientos se hicieron más rápidos y apasionados. No pude evitar dar una respuesta. También me dejé llevar por los instintos. Saboreé cada parte de esos labios morenos tan dulces y deliciosos. Experimenté una nueva quemazón. Una que no irradiaba de ninguna parte en especial de mi cuerpo. Una que solo se calmaría si Jake no paraba de besarme por el resto de la eternidad. Esa ansia no era fácil de satisfacer. Podría estar horas y horas así. Jamás me aburriría. Recorrió la línea de mi mandíbula, atravesó mi cuello y retornó a mi boca. Ya no intentaba contenerse. Emanaba una fuerza animal que solo logró apasionarme más. Levanté mis brazos. Acaricié sus hombros anchos, recorrí las definidas líneas de su abdomen desnudo y volví a su fuerte pecho, donde me esperaban unos increíbles pectorales. Subí hacia su rostro. Hacia su perfecta mandíbula cuadrada. A su pelo negro y sedoso. Acaricié su cuerpo con desenfreno, como si fuera a desaparecer en cualquier

momento. Él masajeó el contorno de mi cintura, subió por mis brazos y me tomó por los hombros, luego acarició lentamente mi espalda. Enredó sus manos en mi cabello. Y yo hice lo mismo. Un momento después sentí sus caricias de nuevo en la garganta. Sus labios llenos en el hueco de mi cuello. Sus brazos apretándome contra su cuerpo ardiente con esa fuerza arrebatadora, que no me resultaba suficiente. No había fuerza en este mundo que me hiciera sentir lo suficientemente cerca de él. Que fácil resultó olvidarme completamente del mundo. Demasiado sencillo. En el planeta solo estamos él y yo, juntos. Y era lo único que importaba. El fuego interno comenzó a quemarme desde el mismo centro de mi cuerpo. Incineraba mi consciencia, y en cualquier momento lo mismo haría con mi autocontrol. Cuando la situación comenzó a salírseme de las manos, decidí que lo mejor sería frenar. Aunque me dolió en lo más profundo del pecho separarme de sus labios, con una gran fuerza de voluntad, pude hacerlo. Cuando me alejé de la droga que era el perfume de su piel, y pude enfocar nuevamente su mirada, sus ojos reflejaban una dicha suprema. –Te amo Rennesme Cullen, con todo mi ser… con toda mi alma… – Susurró, y en un gesto tan lleno de amor y dulzura, me besó de nuevo. Despacio, sin prisas. Un beso tierno. Que logró que mi corazón enloqueciera. –Yo también te amo, Jacob Black, más que a mi propia vida. Y por primera vez en toda mi existencia, me sentí completamente humana. Como si lo único real en el mundo fuera ese ser tan perfecto que estaba delante de mí. No importaba que fuéramos criaturas míticas. No importaba que él se transformara en lobo y que yo fuera una vampiresa. Lo único importante era que lo amaba, tan solo eso. Y su amor me bastaba. Yo era Nessie y él, Jake. Solo un hombre y una mujer, disfrutando de lo que la vida les depare. Sin ningún misterio, y donde la única magia real, era la del fruto de su amor. No importaba que él fuera fuerte, rápido o letal. Tampoco era necesario que yo lo fuera. Tan solo con él cerca me sentía fuerte. Invencible.

Capitulo 3 La Propuesta – Será mejor que vaya a casa… – Le dije a Jake. Concluimos esa velada de la mejor forma posible. El día de mi cumpleaños había traído más sorpresas de lo esperado, y por suerte ninguna fue desagradable. Por el contrario, cada una fue de lo más gratificante. – Adiós, no olvides que te amo, por favor. – Me susurró. – No lo haré si tú no lo haces… – Contesté. – Eso es imposible… Me acarició el rostro, para luego darse vuelta y correr hacia los arbustos del sotobosque que nos rodeaba. En la oscuridad, que se hacía cada vez más profunda, pude notar como los temblores se apoderaban de su cuerpo. Al desaparecer de mi vista, me sentí ligeramente vacía, como si la razón de mi existencia hubiera desaparecido. Pero rápidamente recordé lo tonto de mis pensamientos. No era para nada una despedida, no por ahora. E incluso cuando esto pasara, no sería para siempre. El amor hacia Jake o hacia mi familia estaría allí. Esperándome. Luego de tan solo unos instantes, un fuerte aullido dominó el ambiente. Pero no era para nada algo atemorizante. El sonido reconfortaba totalmente. Era como una música lobuna. El eco de la felicidad del hombre que amaba. Tomé de nuevo el volante del coche. Aceleré a fondo y en tan solo un minuto, estuvo en la puerta de la casa Cullen. No era tarde. Un poco más de las ocho de la noche. Aunque, obviamente el crepúsculo había pasado hace rato. Mi padre me mataría. Pero la dicha que sentía en ese momento, era incluso una anestesia a la ira a la que seguramente estaba a punto de enfrentarme. No obstante, decidí que lo mejor sería ocultar algunas cosas de lo sucedido esa tarde a mi padre. Había cuestiones que no era necesario, ni propicio, que se enterara. No porque “temiera” en el sentido explicito de la palabra, sino que era mejor que se siguiera engañándose a sí mismo, como alguna vez lo hizo mi abuelo con mi madre.

Me concentré con mucho esfuerzo en todo lo demás que pasó en mi cumpleaños. Los regalos, el deportivo, la cena en la cabaña de Emily, trivialidades que ocultaran la plena felicidad del beso con Jacob. Al cruzar la puerta del garaje, una vez apagado el motor de mi deportivo, me di cuenta que había fracasado terriblemente en ocultar mis pensamientos. Mi padre, ese vampiro tan bien parecido y con su apariencia eterna de adolescente, me observaba parado contra uno los muros de la habitación. Su semblante, frío como el témpano, no denotaba emoción alguna. Pero sabía que en realidad era la fría ira la que lo obligaba a mantener esa expresión. Podía intentar hacerme la tonta, pero era inútil. No serviría de nada. – Hola, papa…– Saludé como una idiota, cuando no pude aplazar mas el momento de hablarle. – Hija… has llegado realmente tarde esta noche. Estuve muy preocupado a decir verdad. Creí haberte dicho que no quería que estuvieras fuera de casa, sola, y en la noche. – Noté lo mucho que se estaba esforzando por mantener la compostura. Pero en cualquier momento fallaría, era algo que se podía ver a simple vista. En tan solo un momento, su mascara de serenidad se rasgaría completamente. Decidí actuar rápido. Sin darle tiempo a que reaccionara. – Oh, le he avisado a mamá que me retrasaría, papá. Además no estuve sola. Jacob estaba conmigo – Le sonreí. Intentando calmarlo. – Claro, Jacob Black estuvo contigo… – Hizo una mueca, que intentó ser una sonrisa. Fue un intento patético. Generalmente era muy bueno actuando. – Papá no es necesario que des tantas vueltas... –. Acabemos rápido con esto – pensé. – Claro que no daré vueltas. He escuchado todo lo que estaban hablando tú y Jacob Black… Aunque claro, hablar es solo una expresión, porque es lo que menos han hecho. – Su respiración se volvió mas pesada, y me miraba como si quisiera asesinarme. Nunca había visto esa expresión en él. Por lo menos no dirigida hacia mí. – ¿Y que es exactamente lo que has oído…? – Mi voz tembló. – No quiero hablar de eso. Tú sabes perfectamente lo que oí, y también sabes lo mucho que me disgusta. – Sus cejas estaban tan juntas por el mal humor que parecía una sola línea oscura, pero

entonces, súbitamente, relajó el ceño – Pero bueno, tal vez tu madre tenga razón. Cuanto más rápido enfrente lo inevitable, más fácil será poder aceptarlo. Ya has crecido, Reneesme – Suspiró. – No tiene sentido que me engañe a mi mismo, ya no eres mi pequeña. Me quedé clavada allí. Lo único que faltaba era que se pusiera a recordar viejos tiempos. Intenté no poner los ojos en blanco. Eso solo lograría enfadarlo de nuevo. – Papá, no creo haber hecho nada malo… así que por favor, solo comprende lo ilógico que es tu punto de vista. Y sabes que siempre seré tu pequeña. Eso no cambiará nunca. – No me acerqué para abrazarlo o algo parecido, el ambiente todavía estaba un poco tenso, y no estaba segura si eso sería lo más correcto. Sin decir más nada, comencé a deslizarme camino a la casa. Pero fue inútil, me bloqueó apenas realicé un pequeño movimiento. – Ya se que no me estoy comportando de la mejor forma, pero no puedo evitarlo, después de todo, soy un padre como cualquier otro. Esta vez sonrió, aunque claro, con mi padre nunca se podía saber. Lo más seguro es que después se desquitara con Jacob, ya que siempre había sido así. Y mi novio se veía obligado a soportar todo, pues no le quedaba otra opción.Igualmente, papá y Jake se llevaban muy bien. En principio porque Jacob era el mejor amigo de mi madre, y segundo, porque en todas las veces en las que la familia Cullen había estado en peligro, Jacob había estado a nuestro lado. Y con eso se había ganado, no sabía si exactamente el cariño de mi padre, pero aunque sea, su respeto. – Espero que por lo menos, el poco tiempo que te queda en Forks, puedas controlar ese impulso que acabas de descubrir Renesmee. – Dijo mi progenitor, y liberó el paso del garaje para que pueda ingresar a la casa. No contesté, no estaba en condiciones de prometer nada. No por lo menos con respecto a lo que él me pedía. Gruñó por lo bajo al escuchar mis pensamientos, pero no me detuvo nuevamente. No perdí la oportunidad, e ingresé en la estancia de la mansión. Aunque la oscuridad se extendía a sus anchas por el horizonte, en la morada Cullen no parecía hacer el menor signo de preparación para ir a la cama, o cualquier otra actividad nocturna. Lo mismo hubiera sido si fueran las tres de la tarde. Mi tía Rosalie jugueteaba con uno de los

mechones de su rubia cabellera. Su esposo, Emmett, se disponía a retar a Jasper a una partida de ajedrez. Mi tía Alice estaba en el pesado y sofisticado escritorio de una de las esquinas de la estancia, diseñando un vestido de noche. Todos sumergidos en sus asuntos. Mi padre todavía estaba en el garaje, seguramente revisando esto y aquello de todos los autos que albergaba el lugar. Sin embargo, el espacio ya resultaba pequeño. Había seis autos en el garaje. El de mi padre, el de mi madre, el de Rosalie, el de Alice, el de mi abuelo y ahora el mío. Eso sin contar el colosal Jeep de Emmet y la moto de Jasper. Sonreí para mis adentros al pensar que tal vez, al ver tanto auto, mi abuela Esme pidiera uno para ella. Pero eso no iba a pasar, no era de ese tipo de persona. Busqué a mi madre por la estancia, mas no se encontraba allí. Fui al tercer piso, donde estaba la habitación de mis padres, pero tampoco logré hallarla. Era poco probable que hubiera ido de caza, pues las dos habíamos salido juntas dos noches atrás. La mayoría de las veces cazaba con ella. O sino con mi padre o Jacob. De vez en cuando, nos alejábamos bastante, en busca de grandes felinos u osos violentos, para cambiar un poco a los aburridos y previsibles alces de las inmediaciones. Seguí buscando, y cuando pasé por la puerta de mi cuarto, sentí el aroma floral que dejaba su piel. Crucé la puerta. Estaba sentada sobre mi cama, y sobre sus manos, tenía uno de los pequeños conjuntos que usaba cuando tenía la apariencia de niña. Ese no era el único. En el desván había cajas y cajas que contenían hasta el último par de medias que utilicé en toda mi existencia. Al verme sonrió, con esa sonrisa perfecta que tenía mi madre. Sus ojos dorados parecían brillar de verdad cuando fijaba su mirada en mí. – Rennesme, ¿Cómo estuvo tu noche? – Preguntó con toda curiosidad. – ¿Qué puedo decir, mamá? Ha sido la noche más perfecta de toda mi existencia. – Sí, he escuchado a tu padre despotricar por el asunto. Perdón, no pude detenerlo para ahorrarte la escenita que te ha hecho. – Sonrió. – Bien se yo que ese no es trabajo para un padre. Aunque créeme, a mi me ha ido peor. Y ahora cuéntame, ¿Qué tal te ha parecido la experiencia?

Corrí hacia la cama, y me recosté, dejando mi cabeza en el regazo de mi madre. Ella comenzó a acariciarme el rostro, y a entrelazar sus delicados dedos sobre mis espesos rizos. – Magnifica, sabes… nunca había sentido una sensación así. Es decir… siempre he amado a Jacob. Pero ahora algo cambió. No sé lo que es tener hermanos, o primos o algo así, pero el amor que compartía con él era algo que se podía comparar a eso. Lo amaba como amo al tío Jasper o Emmet, pero con mucha más intensidad. Pero ahora es diferente, ese amor se consumió, por otro más fuerte y que quema. – Declaré. – Siento el fuego por todas partes de mi cuerpo. Siento que me consumo por dentro... pero no duele, no destruye. Revitaliza. – Reí como una tonta. – Sí, te entiendo a la perfección. A mi me pasó exactamente igual con tu padre... es tanto el amor que sentía y sigo sintiendo por él, que a veces irradia desde cualquier parte del cuerpo. Pero tienes que aprender a controlar ese fuego, hija. En especial si no quieres que tu padre despedace a Jake. – Se carcajeo y el grácil sonido retumbó en toda la habitación. – Nunca me hubiera imaginado que besar a alguien ocasionaría todas esas sensaciones juntas. Pero si casi se me explota el corazón... – Confesé. Mi madre volvió a reír. – Sabes, eso mismo sentía yo... que el corazón me iba a estallar. Besar a un vampiro hermoso cuando eres una frágil humana no es de las cosas más tranquilas que pudieras hacer, hija. – Dijo, recordando. – Pero tu corazón es fuerte, bastante más de lo que era el mío, podrás resistirlo. Disfruta del amor. Es una de las cosas más hermosas que te depara la vida. – ¿Cómo haré para irme, ahora que siento esto tan fuerte por Jake, madre? – Pregunté confundida ante los muchos sentimientos encontrados que sentía en ese momento en mi pecho. – Me encantaría ayudarte con eso, hija, pero es algo que solo puedes resolver tú. Jake es fuerte, bien lo sé yo... – Dudó una fracción de segundo – Lo lastimé muchas veces a lo largo de nuestra amistad, pero siempre encontró la forma de sobrevivir. Pero no puedo asegurarte que estará perfectamente bien. Eso solo lo puedes saber tú.

– Sé que podrá soportarlo, pero... ahora que siento este amor que me quema por dentro, ¿Podré alejarme yo? – Me pregunté. – La cuestión no es si puedes, sino si estas dispuesta a hacerlo, mi niña perfecta... – Me arrulló. Mi madre siguió acariciando mi cabello. Todavía no habíamos puesto un completo fin a todos esos ritos en los que yo me comportaba como si en realidad fuera una pequeña niña. En ocasiones cepillaba mi cabello, o me ayudaba a vestirme. Incluso hubo veces, en las que consumía solo comida humana, en las que ella misma preparaba los platos que le pedía. Tomó un cepillo de mi mesa de noche y lo entrelazó con mi cabellera. Se sentía muy bien. Estuvimos un rato allí, mirándonos a los ojos y sonriéndonos una a la otra. – Te amo, Rennesme… cuanto te amo... – Declaró. Y acarició mi nariz y mi frente de la manera tierna en la que solo ella era capaz. – Yo también, madre, ¿Qué sería de mi vida sin ti? – Dije tocando su rostro, y demostrándole la dicha que sentía solo por estar cerca de ella. No quedamos allí, una en compañía de la otra, disfrutando de estar juntas. Y la noche transcurrió rodeada de tranquilidad. Cuando amaneció en el horizonte, todo parecía tener un significado diferente. Por lo menos para mí. Esta vez, comprendía con mayor seriedad todo lo que tenía, y que era eso a lo que no podía dar la espalda. Sin embargo, todavía estaba dispuesta a realizar esa tarea que yo misma me había encomendado, solo que algo había cambiado esta vez. No lo haría sola. Aunque no sabía bien como encarar la situación. ¿Come pedirle a Jacob que me acompañe a Juneau? Que deje sus raíces y vaya conmigo tantos kilómetros al norte. Lejos de lo que era, lejos de sus hermanos, porque eso es lo que eran los miembros de su manada. Y sobre todo, lejos de su padre. Sabía que era capaz, él se había alejado antes. Hace muchos años. Pero no era el hecho si estaba capacitado para hacerlo, sino el que estuviera dispuesto. Quería tener a Jake a mi lado en esa aventura. Porque ahora que sabía que lo amaba con pasión, el fuego era difícil de controlar. Caminé hacia el armario y me vestí apresuradamente, esta vez sin reparar en si combinaba a la perfección todo.

Bajé las escaleras de caracol. Solo para encontrarme la sala, generalmente concurrida, solo ocupada por Rosalie. – Buenos días, tía. – Saludé, y envié a su cabeza un tierno beso mental. Ella sonrió, como siempre. – ¿Dónde están mi padres? – Le pregunté. – Fueron a Seattle, quería arreglar unas cuantas cosas sobre tu viaje. Al parecer, Bella no quiere que vayas a Juneau sin todo lo necesario. – Parecía que compartía exactamente el mismo modo de pensar que mi madre. Me acerqué a ella, y esta vez tomé su perfecta mano. El dije brilló con el reflejo de las luces que se encontraban por encima de nosotras. – No quieres que me vaya. – No era una pregunta, solo una afirmación. Se dedicó a mirarme, en sus ojos pude ver la preocupación. – Esto no se trata de lo que yo o cualquiera de nosotros quiere, sino de lo que quieres tú. – Vaya respuesta. – Lo único que sé es que te voy a extrañar, porque aunque ahora te veas como una mujer, para mí siempre serás el tierno bebé que nació hace siete años. Suspiré ante su declaración. – Sé que te molesta que te lo recordemos. Pero ¿De verdad no lo ves, aunque sea un poquito, desde nuestro punto de vista? – Sonrió. – Sé lo que quieres decir. Pero crecer rápido es lo que siempre ha sido parte de mí. Como lo de ustedes es no haber envejecido en casi cien años. – Tienes razón. – Me observo de nuevo. – Pero tú rompiste con todas las creencias que teníamos acerca de nuestra naturaleza. Sabes, hace tiempo, cuando Bella y Edward eran solo novios, tu madre me caía bastante mal. – Rió con algo de culpa. – No es algo que pudiera explicar, por lo menos no al principio. Luego se empecinó en ser transformada en vampiro, aun sabiendo que todos nosotros lo éramos porque en su momento, no nos había quedado otra alternativa. Era la muerte, o la transformación. Observó el paisaje a través de la pared de cristal. El día era típico, nubarrones de un gris metálico encapotaban el cielo diurno, y unas

finas gotas caían indiferentes a la persistente ventisca que soplaba desde el este. Continuó hablando, esta vez, con un tono mas animado. – Luego, unas semanas después de la boda recibo un llamado. Era una de las últimas personas que hubiera imaginado. Para ese entonces, tu madre y yo nos entendíamos mejor, aunque no habíamos arreglado del todo nuestras diferencias. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: – Fue lo primero que dijo. – > Me pareció demasiado extraño su llamado. > sonaba demasiado nerviosa. Había escuchado algo acerca de que volverían, pero no estaba en el momento en el que habían telefoneado a Carlisle. Desde luego, me tomó por sorpresa. ¿Como era posible que una humana se embarace de un vampiro? – La frente de su rostro perfecto se pobló de arrugas. – > Tenía la voz tomada, como si hubiera estado llorando durante horas – Imitó la voz de mi madre a la perfección. – Pero ¿Tú que pensaste en ese momento? – Le pregunté, absorta en la historia. – ¿Qué crees que pensé? Me quedé en blanco. Por primera vez en setenta años no tenía idea de cómo actuar ante una situación. Pero, aunque Bella jamás estuvo entre mis mejores relaciones, mi instinto me dijo que tenía que ayudarla. Tener un hijo era todo lo que deseaba cuando era humana. Casarme, ser feliz y formar una familia. – Suspiró. – Y entonces pasó esto. Desde luego que la ayudaría, porque siempre supe que Bella era una buena mujer, aunque de hecho sus decisiones no me parecían las correctas. Estar a su lado durante el embarazo hizo que me diera cuanta de que era mucha mejor persona que cualquiera de nosotros. Y desde entonces, gracias a ti, somos buenas amigas. O cuñadas, como prefieras. – Rió, el sonido a campanillas doradas se expandió por todo la estancia. Sonreí también ante la declaración. – Y por todo eso, por haberte visto crecer desde que eras poco más de un punto minúsculo en el vientre de tu madre, hasta transformarte en la bella persona que eres, me duele verte lejos. – entornó los ojos. – ¿Sabes? Siempre fue demasiadovanidosa. Cuando era humana creía que el mundo giraba en torno a mí. Los años han aplacado un poco ese sentimiento. Y tu llegada me hizo entender muchas cosas. Una de ellas, es que eso que tanto me apremió por años no es importante. – levantó el brazo y acarició mis rosadas mejillas. – y en este momento, aunque no lo creas, hasta puedo aceptar que eres más hermosa que

yo. Y eso no me molesta en lo más mínimo. Porque aprendí a amar más a las otras personas que a mí misma. Aunque claro, sigo siendo igual de perfecta. – Bromeó. Crucé mis brazos sobre sus esbeltos hombros. La estreché fuertemente a mi cuerpo, y ella devolvió el gesto con la misma intensidad. Nos miramos a los ojos al deshacer el abrazo. Medíamos lo misma altura, quizás yo era uno o dos centímetros más alta. – Te amo, Rennesme, como si fueras mi propia hija. – Dijo con esa voz tan dulce. Rosalie no era así con todo el mundo. Solo conmigo. Y bueno, con Emmet, obviamente. Aunque claro, sabía que quería a los demás miembros de nuestra familia. Siempre se mostraba fuerte y un tanto hosca, pero debajo de todo ese narcisismo, había una persona de buen corazón. Y esta era la confirmación. – Yo también te amo, tía Rosalie. Siempre has estado a mi lado. Eso no se olvida jamás. – Me acerqué a besarle una mejilla. En ese momento, se escuchó el ruido de un coche entrando en la autovía. Por la velocidad a la que se dirigía hacia la casa, era fácil suponer que se trataba de mi padre. Me acerqué a la puerta de entrada, esperando aparecer el Volvo plateado. En efecto, unos segundos después, apareció por el camino de tierra que venía desde el pueblo. Frenó justo delante de mí con una precisión absoluta. – Renesmee, pensé que te habías quedado dormida otra vez... – Dijo mi madre al verme levantada. Las puertas del coche se abrieron, y ambos se deslizaron al exterior. – No, mamá, solo estuve pensando en muchas cosas. He llegado a una conclusión. Necesito arreglar todo antes de irnos. – ¡No! – Dijo mi padre al ver mis pensamientos. – Sobre mi cadáver. – ¿Qué pasa, Edward? – Preguntó mi madre, sorprendida por el repentino cambio de humor de su marido. – Tú hija planea irse a Juneau con Jacob Black. – Pronunció el nombre de mi novio como si fuera la más grande de las blasfemias.

– Oh... – Suspiró la vampiresa, luego frunció los labios, como si estuviera pensado en la situación. – ¿Estas segura que eso es lo que quieres? – Preguntó luego. – ¡Bella! – Le advirtió mi padre. – Edward, me parece que esa es su decisión. Confío en ella, y se que Jacob la respeta y la ama. – No voy a discutir, ni negociar nada. – Dijo mi padre. – No iras con Jacob a la universidad. – y dio un portazo tal, que me extraño mucho que la puerta del auto no se hubiera separado del coche. Entró a la casa, con ese paso ligero tan propio de él, y echando humo. Mi madre, mucho más relajada, aunque visiblemente contrariada, se acercó a mí. – Hablaré con él, hija. Pero creo que todavía no deberías decirle nada a Jake. – Me aconsejó. Asistí, era mejor dejar esto en manos de ella. Era la mejor candidata a convencer a mi padre. Entré de nuevo a la casa. Vale, no era bueno haber hecho enojar a mi progenitor en cuanto llegó. Hubiera esperado por lo menos unos minutos. Fui hasta la cocina, generalmente vacía debido al escaso uso que le dábamos. En ella estaban mis tíos Alice y Jasper. Estaban tomados de la mano, conversando en voz muy baja. Al verme, Alice dijo: – ¡Ahí está mi sobrina preferida! – Su sonrisa luego de la afirmación fue deslumbrante. – Soy la única que tienes – Reí por lo bajo. Se puso de pie con su pequeño cuerpo, era casi dos cabezas más alta que ella, y con un andar más propio de un escenario de ballet que de una cocina, se dirigió hacia mí para envolverme en sus minúsculos brazos. – ¡De verdad has hecho enojar a Edward! – Sonrió. – Me gustaría poder ayudarte, para saber como se resolverán las cosas, pero ya sabes. Suspiré. Alice no podía ver mi futuro. Eso si que resultaba un tanto irritante, la mayoría de las veces. Había practicado mucho en estos años, pero no podía atisbar ni la más mínima posibilidad. Por otro

lado, resultaba bueno en contadas situaciones. Siempre podía sorprenderla en las ocasiones cuando celebrábamos los “Cumpleaños”. Aunque todos ellos habían dejado de cumplirlos en el estricto sentido de la palabra, era bueno hacerles regalos. O por ejemplo anoche. Ella no hubiera sido capaz de ver mi beso con Jake. Un alivio. – ¿Tú que crees, tía? ¿Dejará que me marche con Jake? – Le pregunté, aunque no pudiera ver la resolución, por lo menos me podía dar su punto de vista. Hizo una mueca. Mala señal. – Bueno... la verdad es que no tiene un motivo real para oponerse. Él planeaba ir solo a la universidad con Bella antes de que tú nacieras. Y si bien a Charlie casi le agarra un ataque, tuvo que aceptarlo. Aunque claro, esto es diferente, ellos iban a casarse. – No agregó nada más. Bueno, para eso no estaba lista. O por lo menos eso es lo que creía. A decir verdad, nunca me lo había preguntado. ¿Jake y yo? ¿Casados? Una imagen me invadió la mente. Un pasillo largo, y mi enorme novio esperándome al final con un esmoquin negro, sonriendo. Un estado leve de nerviosismo me invadió. Entonces una ola de tranquilidad comenzó a envolverme. Aunque sabía de donde provenía, y no precisamente de mi interior, dejé que Jasper manipulara mis emociones para sentirme momentáneamente, y de modo artificial, claro, despreocupada. – Eso no es justo. Sabes que no me gusta que manipules mis emociones, tío. – Me queje, recién después de disfrutar de la sensación. Sonrió. Las cicatrices de su rostro fueron un poco más visibles. – Te veías un poco alterada, Nessie. – Dijo, escogiéndose de hombros. Atrás nuestro se escuchó un portazo. Caminé hacia la estancia, esta vez vacía. Mi madre bajaba las escaleras a un paso bastante más rápido que un humano. – Rennesme, ven conmigo. Necesito que hablemos. Vamos, caminemos por el bosque. – Me hizo un gesto con la cabeza para que saliéramos afuera.

La seguí, cruzamos la puerta de cristal que daba al patio trasero. Marchamos con dirección al río, que no estaba muy lejos, no más de veinte metros. Durante el trayecto, no me dijo ni una sola palabra. Al estar lo suficientemente lejos de la casa, se detuvo. – Tu padre esta muy enojado con todo esto. Sé que no tiene motivos... – Agregó al ver que estaba por decir algo. – Pero creo que podemos convencerlo. Lo importante ahora es conseguir un lugar para Jake en la universidad. Debemos llamar. Las fechas de admisión están, obviamente, cerradas hace meses. Me hubiera gustado que se te haya ocurrido ese plan con anterioridad, hija. – Lo siento, mamá, es que recién ahora me di cuenta de que existía esa posibilidad.¿Crees que Jacob aceptará? Es decir, tiene a toda su familia aquí. – Él es desdichado ahora, porque tú te vas. – se detuvo un momento para contemplar el río – Creo que si te acompaña, será mejor. No solo para ti, pero Edward no quiere ver esa parte. Si el va contigo, nosotros estaremos mucho más tranquilos. Sabemos que él te protegerá. – Mamá, no es esa la razón por la que quiero que me acompañe. Podemos usarla como excusa, si tú lo quieres. Pero ya me puedo proteger yo sola. – Le dije. Sonrió. – Nessie, que puedas protegerte tú sola, no significa que no tenga que haber nadie cerca que también pueda hacerlo. – su mirada era dulce. – Recuerda que no nos inscribimos todos en Juneau porque tú querías hacer esto sola. Porque sabes mejor que yo que dentro de poco tenemos que abandonar Forks. – Suspiró, ante lo poco que le gustaba la idea – Por lo menos noventa años, hasta que toda la gente a la que conocemos aquí, muera. – Sí, ya lo sé, y de verdad, no quiero irme de casa... – contesté. – Creo que lo mejor es que hablemos con Carlisle. El tiene un amigo que tiene un puesto importante en la universidad. – Dijo mi madre. – No se si es algo seguro que consiga la vacante. – Agregó al ver como mi rostro se encendía de alegría. – Gracias, mamá. ¡Eres la mejor! – Y la abracé una vez más. – Todo cuanto te haga feliz, lo haría con gusto. – Me besó la frente.

Volvimos a la casa. Esta vez, tenía mayores esperanzas de concretar mis planes. Me sentía mal por hacerlo sin el consentimiento de mi padre, pero estaba segura que él, al final, aceptaría mi decisión. Mi madre subió las escaleras, seguramente yendo al despacho de mi abuelo, para resolver el tema de la universidad. Di gracias porque Jake había terminado el instituto hacía dos años. Esa era una buena a nuestro favor. Las cosas se hubieran complicado si tuviéramos que falsificar un titulo de preparatoria. Era temprano como para ir a La Push. Así que todavía tenía un par de horas extras para refinar mi propósito. Deambulé unos cuantos minutos por la planta baja, mi tía Rosalie se había marchado, seguramente al garaje para trabajar en el motor de su nuevo deportivo de colección. Luego de un rato, subí las escaleras hacía mi cuarto. Me resultaba extraño no haber visto aun ni a mi abuela ni a Emmett. Seguramente estaban de caza. Eso me hizo recordar que yo también debería hacerlo. Cuando me alimentaba de comida humana, mi organismo, al ser mitad humano, absorbía solo aquello que necesitase, que era bastante poco. Por lo que si me planteaba vivir solo de ese modo, tenía que ingerir comida con bastante regularidad. En cambio, la sangre me permitía ir de caza solo una vez cada dos semanas. Al cruzar la puerta de mi cuarto, mi corazón casi se detuvo. Mi padre estaba en él. Solo, sentado en mi cama, con un retrato de cuando yo aparentaba seis años. – Renesmee... – Comenzó – Quiero hablar contigo. Estuve escuchando a Bella y a Carlisle diciendo que ya han conseguido un favor del decano de la universidad de Alaska. – Me observó con ojos de padre. – Papá... – balbuceé. – Mira, ya se que estas en contra, pero de verdad ¿No entiendes ni un poco mi punto de vista? – Claro que lo entiendo, más de lo que te imaginas... – Suspiró. – Pero no hay forma de que puedas equilibrar tus nuevas “ansias” por Jacob con todo lo demás. – No se trata de una cuestión física, papá. Sino de amor. Tú sabías mejor que yo que esto algún día pasaría. Entiendes la imprimación mejor que cualquiera, incluso más que lo queluites.

Sonrió, muy a su pesar. – Claro, esa extraña fuerza que te une a la otra persona. Los cielos saben que he tenido tiempo para estudiarla estos siete años... – Puso los ojos en blanco. – Por eso sé que el amor de Jacob es sincero. Que no espera otra cosa de ti más que tu compañía. – Entonces, ¿Cuál es el problema si viaja conmigo a Alaska? – Pregunté. Un rayo de mínima esperanza comenzó a iluminar mi mente. – El problema es, hija, que a pesar de que tienes tu apariencia de joven, eres una niña, y todavía te faltan muchas cosas por ver. Ya sé que eres sumamente inteligente, y fuerte en muchos sentidos, pero... ¿Estás lista para embarcarte en algo así? ¿En una relación como la de Emily y Sam?, por ejemplo. O sin ir más lejos, en una como la de tu madre y la mía. ¿Eres lo suficientemente madura para entender el significado de “Para siempre”? – Me miró a los ojos, esta vez no para intentar convencerme de algo, sino como a la espera de mi respuesta. En ese momento no pude pensar claramente, primero porque el planteo me había tomado por completa sorpresa. Luego pensé en ello. ¿Estaba lista? Quería creer que sí. Que ya sabía lo que quería de la vida. A mi Jacob. Eso es todo lo que necesitaba para ser feliz. Pero también entendía a que se refería. Al verdadero significado de la palabra compromiso. Mi padre lo entendía, el amor entre él y mi madre había sido puesto a prueba innumerables veces, a través del tiempo que estuvieron juntos. Sí, ellos lo sabían, y por eso, querían que estuviera segura de mis decisiones. Entonces que era lo que me guía a actuar: ¿Mi corazón? O ese impulso tan extraño que era la imprimación. Pero entonces, yo era esa mitad de Jake, o ambos encontrábamos en el otro esa parte que nos faltaba para ser felices. Aunque no tenía contestaciones a esos cuestionamientos, solo había una respuesta clara entre todo ese laberinto de incertidumbres: Amaba a Jacob Black. Sea por la magia tan extraña que era la imprimación o porque era simplemente la persona más hermosa que hubiera conocido en mi corta existencia. Mi padre aun me observaba, sea para esperar una contestación a su pregunta, o para observar por si mismo cuales eran los razonamientos de mi mente. – Entiendes a que me refiero – Dijo al ver que no tenía intenciones de contestar.

– Si, lo se perfectamente. Y estoy lista. Se que lo amo, papá. Lo supe anoche al besarlo. – Tensó la mandíbula, pero era necesario que supiera cuales eran mis sentimientos, solo así, tendría posibilidades. – Quiero que él esté conmigo en Juneau. Me estaba comportando como una niña caprichosa, eso lo sabía. Pero no tenía tiempo para andar con rodeos. Si quería que las cosas salieran como quería, sería mejor que me apurara. – ¿De verdad no confías un poco en Jacob, papá? Es decir, no es que pensara que fueran grandes amigos, pero pensé que después de todos estos años... bueno, por lo menos podrías fiarte un poco más de él. – Le pregunté. – No se trata de una cuestión de confianza, hija. Es solo que no quiero que sufras. Si algo malo, por más mínimo que fuera, llegara a pasar allí, nosotros no estaremos para protegerte. – Susurró, tensionado por su declaración. – Jake jamás me lastimaría, papá. – Contesté. – Eso no lo sabes, Renesmee. No digo que lo haga con intención. A veces el amor te lleva a hacer cosas que crees que son las correctas, pero en realidad al hacerlas corres el riesgo de que te destruyan. – Se levantó de la cama, y caminó lentamente hacia mí. – Tu felicidad es lo que más queremos tu madre y yo. Todos en esta casa, a decir verdad. – Ya se que eso es lo que quieren, y también ansío la felicidad de toda mi familia. En este momento, sé que Jake es lo que necesito para lograr eso que todos ustedes esperan para mí. – Mis ojos miraban el suelo, incapaz de observar los de mi padre. Sabía que le estaba causando un malestar. Pero también sabía que estaba equivocado. Por un segundo, me atreví a levantar la vista, y en efecto, me observaba con su dorada mirada refulgente, casi hipnótica. – Entonces creo que será mejor que prepares las cosas de tu... novio... – hizo sonar la ultima palabra como un terrible insulto, aunque su expresión era dulce. Como siempre lo era la voz de mi padre conmigo. Me estrechó en un pecho, frío como el témpano, pero tan especial para mí desde el día que nací. Al vivir esa situación, tuve un deja vu, y no fue difícil darme cuenta de por qué lo sentía así. Al instante, de lo más hondo de mi memoria llegó mi primer recuerdo: el lugar oscuro... donde flotaba a la deriva, y después, la luz blanca, el aire pasando por primera vez a través de mis pequeños pulmones de bebé, y unas manos pétreas y glaciares sujetándome contra su cuerpo.

Mi padre. Al igual que en esa vez, me acunaba contra su pecho, y me daba aquello que quería. Siempre consintiéndome. Sus labios duros se deslizaron por mi frente ardiente, y luego, al separarse, entonó la nana, ese sonido armonioso tan profundo y bello que podría hacerme dormir, aunque de hecho no tuviera el mínimo sueño. – Nunca dudes en hablar conmigo, hija. Se que a veces puedo sonar muy duro, solo que me aterra la idea de que te vayas. No estarás a mi alcance para protegerte. – Me estrechó aun más a su pecho. – Siempre estaré cuando lo necesites, papá. Y este no es más que unos meses. Veras que antes de que te acostumbres a mi ausencia, estaré de vuelta para importunarte. – Sonreí. – Ceo que jamás podré acostumbrarme a que no estas aquí, princesa. – Suspiró. – Bueno, según tengo entendido, Jacob no sabe nada... ¿No sería bueno que le avises? – Preguntó. – Sí, creo que será mejor que hable con él. – Miré hacia arriba, mi progenitor era bastante más alto que yo – Te amo, papá. – Yo también, hija. Eso no lo olvides. – Sonrió, con todo el esplendor de su dentadura blanca. Salimos de mi habitación juntos, aunque encaminándonos para lugares separados. Él hacía su cuarto, para hablar con mi madre acerca de su cambio de opinión, y yo hacia el garaje, para ir a La Push lo más rápido que era capaz en mi deportivo. Corrí a toda velocidad, dejando una ventisca que despeinó a mi tía Alice al pasar. Encendí el coche con toda expectativa. El camino desde la mansión Cullen a la reserva duraba, si conduces a una velocidad normal, cerca de veinte minutos, pero esta vez, demasiado emocionada como para tener paciencia, tarde apenas unos diez. Billy, siempre parte de la decoración de la casa, se encontraba en su habitual lugar. Debía admitir que los años parecían no transcurrir en él. Aunque claro, si bien había pequeños cambios en su rostro, su voz y su temple seguían exactamente igual que siempre. Mi suegro era una gran persona, provista de esa aura propio de los de su clase.

– Hola, Billy... ¿Sabes donde esta Jacob? Necesito hablar con él lo más pronto posible. – Le dije una vez que estuve dentro de la pequeña cabaña. – Hace unos momentos se fue hacia las montañas, al parecer Sam necesitaba el concurso de todos los lobos. – Se escogió de hombros, pues no sabía nada más. – Entonces lo esperaré en la playa... dile por favor que estaré en la parte de atrás de la media luna. ¿Si? – le dije. – Desde luego, Nessie. – contestó con su habitual sonrisa de un blanco perfecto. – En cuanto esté aquí, le diré que te alcance. Caminé de nuevo al coche, un tanto desilusionada por no encontrar a Jake. Pero cuando estuve adentro, me di cuenta de que necesitaba caminar. Bajé de nuevo al camino de tierra, y me dirigí hacia el sendero que guiaba a First Beach. Era un día caluroso, la proximidad del otoño no había hecho cambiar el clima, por lo que todavía se sentía la sensación de verano en el ambiente. La parte de la playa mas cercana al sendero, estaba agarrotaba de gente. No solo nativos de la reserva, sino turistas que corrían y disfrutaban de la arena siempre húmeda debajo de sus pies. La gente corría, reía y bromeaba a mí alrededor. Eran pocas las veces en las que deambulaba sola por La Push, por lo que no me sentía del todo cómoda al ser observada por los visitantes y los habitantes del lugar. No es que me temieran, esas épocas, en la que ningún vampiro podía cruzar esas tierras, había quedado atrás. Llegué al acantilado que bordeaba la playa de un modo inconsciente, ni siquiera me había dado cuenta hasta que lo vi justo en frente de mí. Me senté en una gran piedra gris, y apoyé la espalda en un árbol que la flaqueaba. Allí, se sentía bien disfrutar del paisaje que la península de Olimpyc proporcionaba. Cerré los ojos un segundo, para disfrutar la brisa marina que llegaba suave, arrastrada por las olas que chocaban sin cesar contra la concurrida costa. Por un momento, fue fácil dejarse llevar por el escenario que me envolvía. Comencé a dormitar, todo era demasiado relajante en aquel lugar. Fue entonces cuando un ruido de pasos, constantes y rápidos, se oyeron acercarse. No abrí los ojos, porque a Jake le gustaba sorprenderme, así que tan solo esperé a que pusiera su candente mano en mi mejilla, como era su costumbre.

No tardó demasiado, pero esta vez fue diferente, no fueron sus manos lo que se deslizaron por mi ruborizado rostro, sino sus labios, morenos y llenos, los que acariciaron mi semblante. No despegué mis parpados, porque quería grabar en mi eficaz memoria ese instante dichoso. El aroma dulce de su piel parda, la textura irresistible de sus labios carnosos. Entonces todo resulto natural, nuestras bocas se encontraron en un segundo perfecto, donde todo encajó sin el menor inconveniente. Me besó despacio, procurando ser suave, pero al levantarme de la roca que hasta ese momento era mi lecho, lo hizo con una fuerza increíble, como si pesara lo que un niño de dos años. Me apretó con pasión a su cuerpo esbelto, sujetándome con una rudeza electrizante por la cintura. Levanté mis piernas, para enrollarlas a su cuerpo, dejándolo prisionero, pues sería incapaz de deshacer la jaula en la que lo envolvía. Y ambos perdimos el control. Su reacción fue instintiva, más propia de un animal que de un humano. Un gemido bajo se escapó de su garganta antes de continuar besándome con salvaje y excitante desesperación. Mi cuerpo se convulsionó, prisionero de un deseo hasta ahora desconocido. Pero entonces recordé que no estábamos solos, que estábamos en una playa, inoportunamente demasiado concurrida, y que si seguía con ese comportamiento rayano en lo salvaje, pronto no me quedaría ninguna faceta humana por explorar. Deshice la prisión en la que lo ceñía, y él, entendiendo a la perfección, me apoyó despacio en la arena mojada. Al mirar a sus ojos, pude ver el fuego intenso que los envolvía. Los míos, seguramente, estaría igual de ardientes. – Es increíblemente fácil acostumbrarse a que eres una mujer adulta. – Dijo en un susurro, y rió por lo bajo desvergonzadamente. – Calla, y no seas niño... – Le dije, poniendo un dedo sobre sus labios. – He venido porque necesito preguntarte algo... proponerte, mejor dicho. Me observó confuso con sus ojos negros. Evidentemente, no tenía idea de lo que le estaba hablando.

– Claro, Ness, solo dime lo que quieres... – Me animó, acercándose un poco más a mí, lo cual no fue de ayuda, porque solo lograba que mis pensamientos se dispersaran con mayor facilidad. Le di la espalda, esperando que eso fuera suficiente para poder hablar con claridad, como para que entendiera a la perfección todo lo que tenía que decir. Intentó tomarme de la mano, para girarme de nuevo hacía él, pero evité su contacto con toda la delicadeza de la que era capaz. – Jake... lo que pasó ayer me hizo ver todo desde un nuevo punto de vista... – Comencé – Ahora sé que no puedo dejarte atrás... pero tampoco quiero renunciar a mi aventura. Veras, es algo que necesito hacer, para demostrarme a mí misma que no soy una niña. Sentí sus pasos, próximos a mi espalda, pero súbitamente se detuvieron, aunque ignoraba la razón. – No entiendo que es lo que quieres decirme, mi amor. Por favor, intentar ser mas clara. – Insistió él, luego de ver que no agregaba nada más. – La cuestión de todo esto es que... me gustaría que... vinieras conmigo... – Dije en un susurro casi imperceptible. Y giré de nuevo mi rostro hacía él, para poder ver su expresión, que era mucho más fácil de leer que cualquier otro que jamás hubiera visto. Estaba sorprendido, ante lo inesperado de mi propuesta. Me miró a los ojos, intentando interpretar el ansia que ahora estaba apoderado de ellos. A pesar de ser muy alta, Jake me llevaba muchos centímetros, por lo que nuestras miradas estaban bastante distanciadas una de la otra. – ¿Eso es lo que en verdad quieres...? – Preguntó. – Claro que eso es lo que quiero... amor. Si no lo quieres hacer, lo entenderé, porque aquí tienes a todos, a tu padre, tu hermana, tus hermanos de manada y a tus amigos, también. – Le dije, para que no se sintiera obligado a aceptar, si no quería, no me enfadaría, pues solo él tenía que decidir que era lo que mejor le parecía. – Pero Rennesme, tu estarías allí cursando la universidad y sería solo una molestia para ti... – Comenzó – Te juro que me encantaría ir contigo, pero no sería justo que te interrumpiera en tus cosas solo porque quieres que no me sienta mal cuando tu te vayas... – Eso tiene arreglo, amado mío. – Me acurruqué en su pecho, y levanté la vista de nuevo hacia su rostro. – Mi abuelo te ha conseguido una aceptación. Hoy mismo, ya está todo dispuesto para que nos

marchemos la semana que viene. Solo queda saber si tú quieres hacerlo. – Wow, ¿Voy a ser un estudiante universitario? Seguro que reprobaré todo el primer semestre... – contuvo su risa descarada, esa que tanto me gustaba escuchar en él. – ¿Eso es un sí...? – La emoción revolvió drásticamente mi estomago. – ¿Tú qué crees? – Preguntó, poniendo los ojos en blanco ante mi innecesaria duda. Y me puse en puntas de pie para besarlo, tal cual lo habíamos hecho hace unos momentos.

Capitulo 4 Susto Como era de esperar, la noticia de que Jake me acompañaría a Juneau, logró que alcanzara un grado de felicidad supremo, al que nadie podía pasar por alto, en especial, mi querido tío Jasper. Habían pasado tres días desde que Jacob había aceptado viajar conmigo, por lo que todo lo referente a sus asuntos de Alfa, ya estaba hablado y arreglado, entonces se encontraba capacitado para ausentarse de forma indefinida. Como Leah había abandonado la reserva, y ahora Jake partía conmigo, Seth, Embry y Quil pasarían a formar, provisoriamente, parte de la manada de Sam. En La Push había, hasta el día de la fecha, diecisiete hombres lobo, algunos de ellos convertidos en tales desde el tiempo en el que los Vultiris vinieron a Forks, y los cuales no habían pasado los once años de edad, al momento de su transformación. Ahora, sin embargo, todos aparentaban una edad que rondaba los veintitantos años, y en especial Sam, que en realidad tenía en ese momento unos veintiocho años, parecía menor de lo que en realidad era. La magia Queliute lograba milagros entre su gente. Como mi novio no tenia mucha ropa, especialmente porque la mayoría se destrozaba por sus repentinas transformaciones, y por otro lado siempre estaba vestido solo con un pantalón corto, nos vimos obligados a realizar una visita a un centro comercial, para que Jake dispusiera de las suficientes prendas para nuestro viaje. Como era de esperar, no le agradó para nada nuestra excursión. Mi prometido odiaba ir de compras. No ayudó para nada que nos costara muchísimo encontrar ropa de su talle, ya que las que le quedaba lo suficientemente larga, era extremadamente ancha para su cuerpo esbelto y la que le iba bien en talle, resultaba demasiado corta. Sin embargo, frente a todos estos percances, pudimos, entre los vendedores y yo, armar un vestuario de invierno lo suficientemente extenso para mi Jacob. Volvimos a Forks con muchas bolsas encima. Más de las que él hubiera querido, claro.

Luego preparó las valijas, que quedaron apartadas hasta el día de nuestro viaje. Su ropa nueva no lo emocionó en lo más mínimo El cumpleaños de mi madre pasó sin nada digno que contar. Como en realidad a ella no le gustaba celebrarlo y, al fin y al cabo, tampoco era un cumpleaños real, ninguno de nosotros se sintió desilusionado por no festejar con una gran fiesta el acontecimiento. Teóricamente, tendría que estar cumpliendo veintiséis años, aunque claro, estaba lejos de aparentar esa edad. Sin embargo, la casa estuvo llena ese día. Charlie, Jacob, Seth, Sue, Sam y toda su familia, estuvieron presentes para conmemorar la fecha. Mi padre hizo una excelente comida para agasajar a nuestros invitados, quienes, desde luego, no estaban en nada sorprendidos en que los vampiros no probaran bocado. Al atardecer, los Cullen estábamos nuevamente solos. Jacob hubiera querido quedarse, pero algo en la mirada de mi padre le aconsejó que no era propicio agitar las aguas innecesariamente, por lo que partió con todos los otros miembros de La Push. Como siempre había sido demasiado ansiosa, no tenía mucho para hacer. Las cosas del viaje estaban listas hace semanas, y como ahora tenía un departamento en Juneau, no era necesario que me pusiera a ver cuartos de alquiler ni algo por el estilo. Le pregunté a mi madre, por pura curiosidad, como era el lugar que habían comprado. – Bueno, la verdad es que no se muy bien – Había dicho – Porque en realidad ninguno de nosotros lo vio nunca. Lo compró un agente inmobiliario, conocido de tu abuelo, y él dice que es grande y bonito. Bueno, ese era un tema solucionado. El viaje estaba programado para una semana exacta luego del cumpleaños de mi madre. Tomaríamos un avión desde Seattle hacia el aeropuerto de Juneau. Y luego, confiando en que mi auto llegue antes que nosotros a destino, porque lo enviaríamos un día antes, manejaría el corto trayecto que separaba el aeropuerto de la ubicación de nuestra nueva morada. Jacob se mostraba feliz por acompañarme. Ahora estaba mejor de ánimo, aunque también lamentaba dejar a su padre. No obstante, la idea de nuestra pequeña aventura lo entusiasmaba.

– La verdad, tienes que saber que no era de los más listos en el instituto, eh... – Me dijo cuatro días antes de marcharnos. – No se cuanto tiempo voy a durar en la universidad. – Se carcajeó, con ese sonido tan armonioso que era su risa. – ¡Claro que te irá bien! Vamos a estudiar mucho y vamos a ser los mejores de la clase. – Le respondí. – Vale, si tú lo dices... – Contestó. Estábamos en la playa, disfrutando de lo poco que nos quedaba de tiempo en la reserva. Luego de un momento, a nosotros se unió Quil, acompañado por la pequeña Claire. Aunque claro, tal vez fuera un error llamarla pequeña. Era tres años mayor que yo. La niña de diez años, muy simpática y hermosa, corrió a nuestro encuentro. Había tenido grandes oportunidades de conocerla, pero sobre todo en el ultimo tiempo. Ella estaba al tanto de toda la magia que rodeaba a su tan especial amigo, y también acerca de las demás chicas lobo de La Push. – ¡Nessie! – Me saludó con esa voz tan parecida al canto de un pequeño pájaro. Me abrazó con fuerza, e hice lo mismo, porque de verdad, Claire me caía muy bien. Era extraño haberla conocido cuando tenía 4 años. En ese entonces, yo aparentaba una edad muy próxima a ella. Aunque en realidad mi mente era ya la de una adulta, nos hicimos amigas rápidamente. Ahora, estando yo lejos de una apariencia de diez años, todavía teníamos esa camarería propia de dos grandes amigas. – ¡Clary! Cuanto tiempo sin verte, amiga... – La saludé. Quil se acercó a nosotros, se había quedado atrás ante la repentina carrera que había empezado la niña para alcanzarnos. – ¡Muchachos! – Saludó – Perdón por interrumpirlos, es que Claire quería pasear por la playa. – Se disculpó innecesariamente. – Pero no es necesario que nos des disculpa alguna. – Le dije, sonriendo. – Hace mucho que no veía a mi gran amiga. – Quil me ha dicho que se irán por un tiempo. – Dijo Claire, mirándome. – ¿Es eso cierto, Ness?

Su moreno rostro reflejó gran tristeza. – Sí, eso es cierto. Nos marcharemos a Alaska. A la universidad. – Le contesté, acariciando su mejilla. – ¿La universidad? – Preguntó, de pronto notoriamente interesada. – Claro, algún día tú también podrás ir. – Le prometí, sonriendo. – Sí, me gustaría mucho estudiar en la universidad, quiero ser una gran doctora aquí en la reserva, como el doctor Cullen. Me enterneció completamente lo mucho que esa niña confiaba en mi abuelo. Y que aspirara a ser una profesional como lo era él. Las cosas eran indudablemente diferentes en la reserva de La Push. Como nunca antes lo habían sido. – Entonces eso es lo que serás, Claire... Nunca dudes de ti misma. – Le dije, repentinamente conmovida. – Debemos irnos, Claire. Dejemos a los chicos disfrutar en paz. – Le sugirió Quil a la niña. Ella lo miró, obediente, y se giró por ultima vez hacía Jake y hacía mi, para despedirse efusivamente. – Adiós, chicos. – Saludó el hombre lobo también, antes de encaminarse para otro paraje de la playa de media luna. Los observé marcharse. Quil parecía envuelto por un halo de paz, que irradiaba desde el mismo centro de su cuerpo. Era algo muy diferente a los temblores que tenían antes de transformarse. Más bien, era todo lo contrario. Pero esa paz solo era fruto de la compañía de Claire. Por un momento, sentí con urgencia la necesidad de apretarme al pecho esbelto de Jacob. Lo tomé entre mis brazos, teniendo cuidado de no lastimarlo, porque ciertamente era bastante más fuerte que él. Eso le molestaba más de lo que estaba dispuesto a aceptar. Por un momento, estuvimos los dos, solo pendientes de escuchar el sonido de nuestros corazones, tan alocados, que en conjuntos, sonaban más como un zumbido que como un repicar. – ¿Cómo ha tomado Billy tu partida? – Le pregunté luego de un rato. – Bien, creo yo. No me dijo nada negativo, solo que me cuidara y que no hiciera tonterías. – Jacob sonrió. Bueno, pedir que mi novio no haga tonterías era una batalla perdida antes de empezar. Si tenía

veinticuatro y todavía le gustaba hacer cosas de críos, era de entender que su padre le hiciera tal petición. – Espero que no hayas prometido nada, porque desde luego, sabes que eso es imposible. – Sonreí. Él hizo una especie de puchero con sus hermosos labios llenos, y me costó trabajo no acercarme para besarlo. Aunque en realidad, no era un buen lugar para hacerlo. Nos levantamos de nuestro lugar en la playa, y caminamos por todo el largo de la reserva. Como siempre, íbamos tomados de la mano. Era sorprendente el contraste que había entre nuestras pieles. La mía era pálida, muy blanca. La de él era morena, de un profundo color cobrizo, que también emitía cierto resplandor al contacto con la luz. Esto no era fruto de ninguna anomalía, simplemente, todos en la reservan emitían esa tonalidad dorada de sus pieles rojizas. La reserva era un lugar precioso. Con sus pequeñas casas distribuidas una muy cerca de la otra. Con sus niños corriendo y jugando por toda la extensión húmeda del suelo. Muy pocos de los queluites sabían que sus leyendas ancestrales era en realidad crónicas de un pasado verídico. Enseñanzas para enfrentar a los tan temidos enemigos. Los Fríos. Ese secreto estaba resguardado solo en las personas que formaban parte de la magia. Sam era su líder, y Jacob también. No había enemistad entre ellos, aunque ambos estaban envestidos de tanto poder, que a veces, los choques simplemente no se podían evitar. Los queliutes elegían a quien seguir, incluso los que no tenían idea de que en realidad ellos eran enormes lobos que protegían la tribu. Y aunque el patriarca natural debería de ser mi Jacob, Sam lo hacía igual de bien. Su estilo era más autoritario, y sobre todo, mucho más planificado y sobrio. Sam pensaba cada paso antes de darlo. La meticulosidad era uno de sus fuertes. Sin embargo, subestimaba a todo el mundo. No por arrogancia, porque el líder de la otra manada no era una persona soberbia, pero estaba seguro de que el único que debía enfrentar el peligro era él. El único capacitado para hacerlo. No era por orgullo, sino por temor.

Temor de que aquel que consideraba más débil no pudiera con el cometido que tenían que cargar ellos sobre sus espaldas. Jacob era diferente, no podía decir si mejor o peor, porque sus estilos eran tan diferentes que no era posible compararlos. Mi prometido dejaba que cada uno dejara libre su instinto. Que confiara en lo que le decían sus impulsos. Aunque también evitaba que hicieran tonterías, y se imponía con respeto ganado, no a través de la fuerza que le daba su condición de Alfa. Recordé una de las veces que los acompañe a patrullar por el bosque. Una excepción que los otros lobos habían permitido al no ser yo una débil humana, sino alguien tan rápido y fuerte como ellos. Era muy temprano por la mañana, y era necesario que no se dejaran ver por ningún humano. Desde luego, a nadie le parecería normal la aparición en escena un lobo gigante del tamaño de un caballo. El sol apenas estaba saliendo por el horizonte, y sus colores amorronados todavía se confundían con la vegetación y los tonos tierra de las montañas circundantes. Se deslizaban con un sigilo felino, impropio y en completo contraste con sus voluptuosos cuerpos, avanzando lentamente hacia los picos montañosos, uno de los lugares preferidos de los inmortales para pasar desapercibidos por estas tierras del norte. Eran una unidad coordinada, funcional y, tenía que admitirlo, mortífera. Ningún vampiro estaba a salvo con ellos cerca. No obstante, conocía unas cuantas excepciones. Aunque no había habido mucha emoción en los años trascurridos desde los Vulturis, aún seguían atentos ante cualquier posible invasión masiva de vampiros hambrientos de sangre humana. Sabían que podrían contar con nosotros, los Cullen. Alice vería con anticipación cualquier amenaza que se cerniera sobre nosotros. Era demasiado poderosa como para que alguien pudiera eludirla. – ¿En que piensas? – Preguntó Jacob, cortando el hilo de mis pensamientos. También mi mente era algo fácil de distraer.

– En varias cosas. Ninguna significativa... – Contesté, restándole importancia al asunto. Seguimos caminando por la playa, ese lugar hechizante donde pocas cosas resultaban imposibles. Una cosa sí era segura. El amor en La Push, viviría para siempre. Sin que haya que involucrar la inmortalidad en ello. Ahora que nuestro viaje estaba programado, mi padre había levantado los toques de queda y los horarios. Al fin y al cabo, no tenía sentido restringir nuestros encuentros en Forks, si luego estaríamos juntos varios meses. Igualmente, solo veía a Jacob unas horas al día. El resto del tiempo, lo ocupaba haciendo otros quehaceres. Ayudando a mi tía Rosalie con los coches, cosa que a decir verdad no me gustaba, porque me manchaba el pelo o cualquier otra parte del cuerpo, pero que me hacía sentir bien porque me gustaba estar con ella. También jugaba con mi tío Jasper al ajedrez, luchaba con Emmett, aunque era difícil que me ganara. Era muy rápida para él, y además introducía imágenes en su mente para confundirlo. No paraba de quejarse de que hacía trampa, pero nunca le molestó en lo más mínimo. Varias veces restauraba construcciones con mi abuela, o asistía a mi abuelo en alguno de sus trabajos como doctor. Cosas simples, nada que involucrara sangre. Vivir en la casa Cullen resultaba tan gratificante como formar parte del más fantástico cuento de hadas. Las cosas se sucedían con tanta naturalidad y rodeadas de todo ese amor, que resultaba ilógico sentirse solo. Era imposible. Cada uno de los miembros de esta familia, tenía una cualidad que lo hacía resaltar de los demás. Y no me refería a un don. La bondad de Esme, la compasión infinita de Carlisle, la tenacidad de Rosalie, la mente aguda de Jasper, el aire risueño de Alice, la jocosidad de Emmett, la abnegación de mi madre, y el temple de mi padre. Todos conformábamos un hogar, un lugar donde pertenecíamos, un lugar donde nunca nos sentiríamos aislados o desplazados. Los últimos días en Forks fueron muy hermosos.

Mis padres me prestaban mayor atención, y parecían dispuestos a consentirme a todo, por el tiempo que no estuviera con ellos. Un martes, antes del viaje, me encontraba en la habitación de mis padres. Estaba buscando algo que necesitaría para el viaje. Fotografías. Porque no bastaba con tener una memoria y sentidos completamente agudos para tener presentes a todos los que amas. En las fotografías podía ver plasmados cuando quisiera los hermosos semblantes de mi amada familia. La cabaña en el bosque todavía estaba llenas de muchas cosas, aunque sabía que los álbumes tenían que estar por allí. Nuestra morada del bosque todavía se conservaba tal y cual la recordaba. Sus sillas desiguales, su piso de piedras lisas, como una alfombra. Su techo bajo, su chimenea en forma de colmena. Un lugar precioso pero, vale aclarar, un tanto pequeño. Nos habíamos mudado de nuevo a la casa grande ante la insistencia de Carlisle y Esme, que ampliaron la mansión hasta construir un piso más, para que todos pudiéramos habitarla. Entonces, entre las repisas, atrás de todos esos papeles, que incluían varios documentos con las varias identidades de mis padres, tíos y abuelos, pude encontrar lo que estaba buscando. El álbum del matrimonio de mis padres. Abrí la primera página. En ella había pegada una invitación de la boda. No era la primera vez que la veía, pero siempre lograba entusiasmarme. Seguí a las hojas siguientes, repletas de fotografías hermosas. Una de las primeras mostraba un arco enorme de flores. Abajo, se encontraban mis padres, vestidos tan elegantemente que me causó gracia. Mi padre era simplemente el ser más perfecto sobre la tierra con ese esmoquin negro azabache. Y mi madre, con su traje de novia, blanco e inmaculado, resplandecía desde el mismo centro de su alma. Era extraño verla así.

Claro que la había visto cuando todavía no era un vampiro. Pero ese primer recuerdo estaba lejos de lo que veía en ese momento a través de las fotos. En ellas se la veía hermosa, humana. Pude darme cuenta de las cosas que teníamos en común a través de esas fotografías. No solo los ojos, que eran idénticos hasta el último detalle. Sino también la forma en la que se curvaban los labios al sonreír, la redondez de las mejillas, e incluso la forma de ruborizarse era muy parecida. Suspiré, y elegí de entre ellas, las que más me gustaban. Tome también retratos de Emmett, Jasper, Rosalie, Alice y mis abuelos. De entre mis propias cosas, saqué también una foto en la que Charlie me esta sosteniendo cuando era un bebé. Recaté, también, una foto de mi abuela Renée. Mi mente volvió seis años en el pasado. Cuando el invento de la enfermedad de mi madre no se pudo sostener más con mi abuela materna. Ella estaba desesperada, llamando a diario desde Jacksonville, esperando saber cuando podría ver nuevamente a su hija tan enferma. Esa fue la primera vez que salí de Forks. La mejor forma de explicarle las cosas a Renée era frente a frente, pero ella no se podía dar el lujo de tomarse un avión desde la soleada florida y venir al pequeño y lluvioso pueblo en el que vivíamos. Llegamos al atardecer, cuando del sol solo quedaban unos atisbos rubíes en el horizonte, incapaz de alcanzar las pieles diamantinas de mis padres. La reacción de mi abuela fue muy parecida a la que podía recordar de mi abuelo. En sus rostros, ya de por sí pálidos, escapaba el color, fruto de la sorpresa enorme que causaba el nuevo aspecto de su hija. Pero resultó que Reneé fue incluso más fácil de convencer que Charlie. Se creyó la historia de que mi madre había estado al borde de la muerte, y que para salvarla habían tenido que concurrir a las habilidades más prodigiosas de la medicina. El resultado, era esa transformación. La palidez extrema se debía a las medicaciones constantes que tenía que tomar. El color de los ojos,

una reacción anómala a las gotas que debía usar para esterilizar sus ojos. La no exposición al sol la explicaba con una supuesta sensibilidad a la luz solar que había adquirido la piel durante el tratamiento que había intentado salvarle la vida. Mi abuela no volvió a hacer más preguntas, y procuró que su hija siguiera al pie de la letra las supuestas recomendaciones del medico con respecto a la exposición solar. Le prohibió salir de la casa durante el fin de semana que estuvimos allí. Mi presencia fue bastante más difícil de explicar. Aunque mi abuela pareció quererme desde el primer momento, estaba preocupada cuando mis padres nombraron la supuesta enfermedad que tenía, una muy rara que producía un salto de la niñez a la adolescencia en tan solo unos pocos años. Le dijeron, al igual que a Charlie, que era una sobrina de mi padre, desamparada y huérfana, que no tenía otra familia aparte de Edward Cullen. Todo resultó muy raro, pero era necesario enfrentarse a ello tarde o temprano. Quizás se debió a que ella también lo quiso creer así, porque me cuesta aceptar que exista en el mundo una persona tan ingenua como para tragarse semejantes embustes. Si se analizaba a conciencia lo que mis padres dijeron, hubiera sido muy fácil darse cuenta que lo que decían no tenía ni pies ni cabeza. Pero también pensé en las circunstancias. Carlisle había empezado a preparar a Charlie y a Renée para lo peor, cuando sucedió lo del embarazo. Algo que podría haber pasado. Me estremezco al pensar que podría haber causado la muerte de mi madre. La persona a la que más amaba en el mundo... Entonces, hechos a la idea de que su preciosa hija pudiera morir en cualquier momento, fue más que un alivio recuperarla, por lo menos de esa forma extraña, que no terminaban de entender. La cuestión, sin embargo, ya estaba resuelta. Renée se conformaba con dos llamadas a la semana, un mail diariamente, y una visita una vez al año. Y con eso era completamente manejable.

Recordé los comentarios de mi abuelo. En cuanto viera a mi padre, le contaría lo que Charlie me había dicho. El día de mi cumpleaños se me había pasado por alto decirlo, y luego, con todo el tema de la partida a Juneau se me olvidó por completo. Guardé las últimas cosas que necesitaba durante el transcurso de la tarde, e inicié los preparativos para esa noche, ya estaba invitada a comer a La Push. Másprecisamente a la casa Black. Paul y Rachael, la hermana de Jacob y mi futura cuñada, asistirían también a esa cena. Ellos estaban juntos hace un poco más de siete años. Todavía no se habían casado, como Sam y Emily, pero pronto lo harían. No tenía idea de que ponerme. Sabía que no era nada serio, solo una cena con mi futura familia. Pero aún así, estaba dividida entre lucir simple y práctica o hermosa y delicada. Al final, lo primero ganó sobre lo segundo, e improvisé un conjunto que incluía una blusa azul oscura y unos jeans. Si mi tía Alice me hubiera visto salir, seguramente me hubiera desheredado. Pero esa noche no tenía la necesidad de mostrarme hermosa. Simplemente quería compartir una cena con el hombre que amaba. Con él y con su familia. Nuestra familia. Me despedí apresuradamente de mis padres, que estaban solos en la casa porque todos los demás había salido de caza. – Adiós, papá, mamá... nos vemos cuando vuelva – Dije al marcharme luego de darles un abrazo a cada uno. Corrí en dirección al garaje, y encendí el motor del auto. Llegar a la reserva solo me costó unos minutos, y tan solo unos más acercarme a la casa de mi prometido. Allí estaban todos los demás convenidos, excepto Jake. – ¡Renesmee! Que bueno es verte de nuevo. – Saludó Rachel. No nos veíamos muy seguido, ella había estudiado en la universidad y ahora trabajaba a tiempo completo en Seattle, por lo que tampoco estaba mucho en la reserva. Aunque se hacía el tiempo suficiente para estar con su novio. – Lo mismo digo, Rachel. – Le sonreí.

– ¡Nessie! – Saludó Paul. Y se acercó a estrechar mi mano. Luego del apretón hizo como si se limpiara la mano con la servilleta. – Tonto, Paul... ¿De verdad quieres desafiarme? Soy demasiado rápida y muy peligrosa para un tierno cachorrito como tú. – Le previne, no sin antes sonreír. Ambos reímos, pero en ese momento llegó Jacob, que no era muy partidario de ese tipo de bromas. Al verle, me tiré en sus brazos, y me entregué absolutamente al calor que irradiaba su cuerpo. Por un segundo, nos miramos a los ojos, y hubiera jurado que estábamos solos en toda la tierra. – ¿Dónde estabas? – Pregunté una vez que recuperé el hilo de mis pensamientos. – Solo haciendo una ronda de rutina. – Se encogió de hombros. – Ya sabes... no es que haya mucho que hacer por aquí. – Bueno, esa una señal grandiosa. – Dije. Jacob bufó, pero intentó no poner los ojos en blanco. – No tiene gracia ser hombre lobo si no tienes vampiros asesinos a quienes matar. – Contestó, como quien dice que el tiempo esta fresco. Luego sonrió. Sus palabras no me causaron la mínima gracia. No era bueno que estuviera buscando el peligro. Él tenía que mantenerse a salvo, porque eso era lo correcto. No correr por ahí viendo si hay algún vampiro despiadado a cual haya que borrar del mapa. – Es solo una broma... – Se retractó, al ver que mi rostro se había ensombrecido repentinamente. Suspiré. – Esta bien... no hagas más ese tipo de bromas. – Le dije, en un tono serio, para que entendiera que de verdad no me resultaba divertido. Entramos a la casa, y nos acomodamos en la pequeña estancia, la cual tenía la justa medida para que los cinco comiéramos un poco apretados. Nadie se había esforzado mucho. No era necesario en una cena de familia. Jacob había comprado cinco pizzas grades.

Él y Paul se comieron dos cada uno, y Rachel, Billy y yo, terminamos entre los tres la que quedaba. La noche era fresca, con una llovizna muy fina, pero persistente, que empapaba absolutamente todo. Nos mantuvimos adentro, conversando de puras tonterías, y también un poco del viaje a Juneau. Mi suegro estaba relajado, sentado en un sitio de siempre, con el mando a distancia en su mano. Charlando como todos nosotros, riendo de las anécdotas que contábamos, contando él algunas, echándole una ojeada al televisor, acomodándose en su asiento. Por eso, no hubo ningún signo que nos haya hecho pensar que fuera posible lo que pasó a continuación. Billy apuntaba con el mando a distancia, decidido a cambiar de canal, pero entonces, el artefacto perdió estabilidad en sus manos, y comenzó a caer. Yo, que estaba a su lado, y en un acto completamente reflejo, estiré levemente la mano, y lo tomé. Estaba por dárselo de nuevo, cuando me di cuenta de que no se había caído accidentalmente. Billy estaba tieso, su rostro tenía una palidez enfermiza, completamente diferente a su habitual tono cobrizo. Su cutis estaba cerúleo, desprovisto completamente de toda vida. Levanto la mano derecha para sujetándose con fuerza el brazo izquierdo. Se convulsionó levemente, y cayó con todo el peso de su espalda en el respaldo de la silla de ruedas. Su cabeza colgaba ahora hacia atrás, tenía los ojos cerrados y había perdido por completo el conocimiento. No necesité mucho tiempo para saber que había tenido un infarto. Fui, de nuevo, la primera en reaccionar. – Jacob, debemos llevarlo al hospital... ¡Ha tenido un infarto! – Le dije a mi novio, que todavía estaba con el rostro rígido en dirección a su padre, incapaz de entender que es lo que había pasado. – Papá... – Consiguió titubear Rachel, que parecía haberse pegado a su silla. Su rostro solo denotaba miedo, y miraba a todos lados, como buscando una solución al problema en la casa.

– No, esperen, será mejor que llame a mi abuelo. Solo él podrá decirnos que podremos hacer. Paul, saca de mi bolso el móvil. Busca el nombre de mi abuelo y ponme al auricular. – Dije tan rápido que ni siquiera sabía si lo había entendido bien. Tan solo un segundo después, Paul colocaba el móvil en mi oreja, y este estaba sonando. Al segundo pitido, alguien contestó. – ¿Diga? – Dijo mi abuelo desde el otro lado. – Abuelo, escucha, necesito tu ayuda, creo que Billy ha tenido un infarto. Todavía no hacen dos minutos. Por favor, tienes que ayudarnos. Se escuchó exactamente el momento en el que Carlisle había dejado de respirar. Luego hubo un momento más de silencio, él que luego respondió: – Salgo para allá. Acuéstenlo en la cama. No intenten despertarlo, y si recobra el conocimiento, no dejen que haga ningún esfuerzo. ¡Manténganlo recostado! – Cortó. Mi abuelo llegó tan solo unos minutos después. Había realizado en corto camino que separa la mansión Cullen de La Push en tan solo unos minutos. En la cabaña de Jacob no podía atenderlo como era necesario, y en el hospital era arriesgado presentarse. Mi abuelo había dejado de aparecer en público hace varios años. Tuvimos que transportarlo a casa. Que fue una gran idea porque allí contábamos con todas las cosas necesarias para ayudarlo. – Ha tenido una falla importante a nivel cardiaco. – Dijo mi abuelo una vez que había logrado estabilizarlo, unas horas después. – Lo mejor será mantenerlo inconciente, al menos por ahora. – Carlisle, ¿Puedes decirme si se pondrá bien? – Preguntó Jacob, que estaba demasiado preocupado. Mi abuelo no quería mentirle, por lo que suspiró y dijo: – No lo sé, Jake. Eso depende del daño que haya producido la falta de oxigeno a su sistema. Creo que actuamos con rapidez, y seguramente no habrá ninguna secuela, pero por ahora tiene que descansar.

Billy estaba recostado. Inconciente por efecto de los fármacos que mi abuelo le había proporcionado por vía intravenosa. Su semblante era ahora apacible, aunque seguía muy pálido. No me había dado cuenta lo delgado que estaba. También tenía muchas más arrugas que de costumbres. Siempre lo había considerado como un hombre sin edad. Pero evidentemente la situación me demostraba lo equivocada que estaba. Esa noche podría haber terminado de la peor forma posible. Mis padres estaban en la sala, pendientes ante cualquier cosa que Carlisle podría necesitar ante una recaída de Billy. Jacob tomó asiento al lado de su padre, y yo me acomodé en su regazo, y lo abracé por el cuello. – No te preocupes, se pondrá muy bien. Lo sé. – Le susurré para animarlo. – Eso espero, pobre viejo... – Suspiró – De verdad no me había dado cuenta de que los años sí estaban pasando para él. – Realmente lo siento. Pero él se pondrá bien. Puedo sentirlo, Amor. Estuvimos toda la noche sentados al lado de Billy, que no despertaba y cuyo estado parecía permanecer estable. Mi abuelo se presentó unas veces en la noche para comprobar algunas cosas, pero por otro lado, no se vio obligado a realizar ninguna otra cosa sobre el enfermo. Y el sol asomó detrás de las nubes que cubrían el cielo que se cernía sobre los altos acantilados de la península de Olympic. El firmamento paso de ese color azul oscuro, a un violáceo profundo, para transformase luego en una capa gris perla, que se extendía a sus anchas. El padre de Jake seguía durmiendo, pero su cutis no era tan espectralmente pálido como lo había sido la noche anterior. Nos levantamos de nuestro asiento, y bajamos a la estancia. Estaba vacía, pero la puerta trasera estaba completamente abierta. Nos deslizamos por ella, y caminamos por el césped húmedo. – He estado pensando en el viaje, Nessie. – Comenzó Jake a decir.

– Oh, no pensemos en eso ahora, Jacob. Todavía faltan un par de días, y si Billy no mejora, podremos partir más adelante. Podemos aplazarlo una semana, no creo que haya problema. – Si precisamente de eso quiero hablar. No quiero aplazarlo... no voy a ir a Juneau. Tengo que quedarme aquí, con Billy. Estoy seguro de que lo entiendes. – Claro que lo entiendo. Está bien, no te preocupes. Nos quedaremos los dos, cuidando de tu padre. – Le dije. – No, no es eso lo quería decir... yo no iré, pero tú sí. – Dijo, muy seguro de lo que estaba hablando. – No, Jake. No puedo irme lejos si sé que tú estarás aquí, cuidando de tu padre. – Le contesté. – Sí, eso es lo que harás. Ese era el plan original, y yo lo había aceptado porque tú quería demostrar que no eres una niña. Ve a la universidad, disfruta tu aventura, y luego vuelve a mí... para siempre. – Me miro a los ojos, esos ojos oscuros tan profundos y hermosos que es difícil no perderse en ellos. Negué con la cabeza. No quería irme sin él. – No – Repetí. – Si Billy no podrá valerse por sí mismo, y necesita que te quedes, yo no me iré. – No seas tonta, Renesmee. Tú quieres hacer ese viaje, y yo no voy a estar contigo simplemente porque estaré aquí. No conozco otro lugar que no sea Forks, y estoy contento así. – Miró el horizonte. – Este es el lugar donde pertenezco, y no deseo irme de aquí, a menos que sea completamente necesario. – Tomó fuertemente mi mano. – Pero eso no quiere decir que tú tengas que quedarte conmigo y dejar de vivir tu vida. De eso no trata el amor. Estaría mal que te quedaras si lo que deseas es irte. ¿Acaso las relaciones no se sobreviven haciendo pequeños sacrificios uno por el otro? Bueno, este es él mío. No tienes que cumplir todos mis caprichos y yo tampoco los tuyos. Has ese viaje, yo estaré aquí, esperándote. Nos detuvimos un momento, al borde del río. – ¿De verdad eso es lo que quieres? – Le pregunté. – Eso es lo que me parece lo más correcto. – Contestó, que no era lo que le había preguntado.

– No tienes que ser siempre el más fuerte, Jake. El que resista siempre las adversidades... puedes quebrarte en algún momento, las situaciones pueden superarte, no tienes que fingir conmigo. – No estoy fingiendo, Ness. Solo hago lo que creo que es lo correcto, y si la situación se me va de las manos, serás la primera en enterarte. – Dijo, esta vez intentó sonreír un poco. Tampoco para mí será fácil estar lejos de ti, Jake. – Le dije. Quería que supiera que a mi no me era menos difícil irme sin él a mi lado. Yo lo amaba, y deseaba que él estuviera conmigo, tanto como deseaba mostrarme a mi misma que estaba lista para vivir la realidad. Tal vez se deba a que era una criatura malcriada. Siempre había obtenido lo que quería. Y en ese momento, necesitaba dos cosas que en cierta forma eran incompatibles. Pero mi viaje no era algo menor. ¿Cómo podía amar a Jake como es debido, con toda seguridad y como se lo merece, si no estaba segura de mi misma? Primero, antes de arrojarme al amor eterno, debía afianzar mi autoestima. Porque si sabía algo, era que para amar a una persona pura y desinteresadamente, primero hay que sentir lo mismo por uno mismo. No con vanidad, no con presunción, sino con humildad. El amor es un espejo, la vida es un espejo. En la cual hay situarse adelante y plantarle cara, sintiéndose seguro del reflejo, porque para dar amor, hay que tener amor. ¿Entonces como podía yo quererme a mi misma si ni siquiera sabía si era capaz de sobrevivir por mis propios medios? Ese era mi conflicto interno. Pensar que en realidad era una inútil para todo, y que dependía pura y llanamente de mis padres y Jacob para todo. Era aterrador pensar en ello. Pero sabía que el lugar de mi amado era Forks, y sobre todo La Push. – No pensé ni un solo segundo en todo este tiempo que fuera a ser algo fácil para ti, mi amor. – Contestó Jake. – Lo siento, de verdad. Sé que la mejor solución a todo esto es que olvide ese tonto viaje. Y me quede aquí al lado tuyo. – Esa no sería la mejor solución si te causa daño. – Jake me tomó en sus brazos y me abrazó estrechamente. – De verdad no creo que seas una mala persona por irte. Entiendo tu necesidad de crecer. – él rió. – Estuviste rodeada de todos nosotros desde el primer momento en el que abriste los ojos. ¿Acaso has estado realmente sola algún momento de tu vida?

Reí con él. Nunca había estado sola. Pero no anhelaba la soledad. Solo quería un tiempo para mí misma. – No quiero esto si te lastima. A ti o a cualquiera. – Respondí. Que tampoco era lo que él había preguntado. Vale, no era el único que podía eludir el tema. Soltó una carcajada. La primera que oía después de la noche anterior. Deshizo el abrazo y me miró a los ojos. – Las cosas seguirán como estaban planeadas hasta hace unos días. Tú irás a Juneau, disfrutaras de tu año de universitaria, y luego volverás a mí. Lista para pasar conmigo muchos, muchos años. – Me sonrió. ¿Cómo lograba ser tan buena persona conmigo? ¿Acaso me lo merecía? – ¿De verdad no hay forma de que sea diferente? – Pregunté. Al perecer Jacob ya había tomado todas las decisiones importantes por mí. – No, no la hay. Pero quizás haya una forma de que te sientas menos culpable por irte. – Dijo, sorprendiéndome. – No te entiendo. – Admití, intentando encontrar algún significado especial a lo que acababa de decir. – Te lo iba a preguntar después de la cena... pero bueno, luego pasó lo de mi viejo... y vale, no ha quedado otra oportunidad, quizás ahora sea buena idea. – Otra vez estaba nervioso. Buscó en sus bolsillos. Solo tenía puesto un par de pantalones y una remera de mangas cortas. No hacía calor, el otoño había comenzado a exponer sus primeros vientos. Sacó una pequeña caja negra. Simple y delicada. No quería aventurarme a pensar nada. Pero Jacob, de repente me dedicó una sonrisa encantadora, con todo el brillo de sus dientes blancos. – Bella me ha ayudado a comprarlo. Edward no sabe nada, quizás sea bueno no decírselo todavía. Tu sabes, no es que le tenga miedo... –

Puso los ojos en blanco. – Pero no quiero problemas si se pueden evitar... – Rió. Mi corazón prácticamente había dejado de latir. Ahora solo era un zumbido constante. – ¿Qué es eso, Jake? – Pregunté, con la voz ahogada, incapaz de hablar claramente. Él no contestó, solo se puso de rodillas delante de mí, que estaba parada a lado del lecho del río. El día era bello, con el cielo encapotado, pero con una luminosidad hermosa, con los árboles meciéndose lentamente a nuestro alrededor, como testigos expectantes de lo que estaría por pasar. Las gotas caían ahora lentamente, como pequeñas caricias sobre mi rostro y el de Jacob. Sostuvo la caja en alto, y con un pequeño movimiento, la abrió. El anillo era simple, de oro, delgado y brillante. Y era un regalo de mi Jacob. Por lo que inmediatamente lo vi, me pareció lo más perfecto en toda la tierra. – Renesmee Carlie Cullen, ¿Quieres casarte conmigo? – Preguntó, sonriendo como un ángel moreno. – Claro que sí. – Contesté con un hilo de voz. – Claro que quiero, Si te amo como cada célula de mi cuerpo. Tomó el anillo de la caja, y lo introdujo en mi dedo. Al verlo en mi mano, me sentí tan feliz... tan emocionada. Al escuchar mi respuesta, mi prometido se puso de pie, y como si estuviera hecho de pétalos de rosa, tomó mi rostro entre sus manos, y me acercó lentamente a él. Ese breve transcurso me pareció una eternidad. Pero cuando me encontré con sus labios, todo ese tiempo me pareció justificable. Nos besamos diferente a como lo habíamos hecho hasta ahora. No con pasión. Sino con deliberada lentitud, dándonos tiempo de explorar el sabor del otro. Me rendí ante su amor, tan exhausta por la emoción del momento, que me dejé caer por completo en sus brazos, pero en ningún instante dejamos de besarnos. Eso resultaba demasiado difícil.

Recorrí su rostro, rozando con mi boca cada parte de su perfecto semblante, tan calido al tacto. Besé sus parpados cerrados, sus mejillas ardientes, su mandíbula cuadrada, y terminé de nuevo en sus labios carnosos. Al separarnos, lo primero que hice fue colocar mi rostro sobre su pecho esculpido. – Te amo... – Susurré. – Yo también, Nessie. – Dijo. – Iré a Juneau. – Dije. – Pero luego volveré, lista para casarme contigo, para no abandonarte nunca más. ¿Entiendes? – Le dije. – Eso es exactamente lo que quería oír. – Sonrió. Y nos quedamos allí, contemplando la naturaleza. Pensando en el futuro, esa fuerza caprichosa que no podíamos manejar. Y de la que nadie nos podía advertir. Pero que nos pertenecía, porque Jacob Black y Renesmee Cullen habían nacido para estar juntos. Ese fue el pensamiento que me permitió marcharme sin culpas. Porque nada podría interponerse a un amor tan fuerte. Mis padres era un ejemplo. Y pronto, Jake y yo seríamos otro.

Capitulo 5 Juneau Todos entendieron la nueva resolución a la que habíamos llegado Jake y yo. Mi madre no pareció sorprendida al ver el anillo en mi mano, pero mi padre puso una increíble mala cara, y por un momento me pereció que a él también le estaba dando un infarto. Cosa imposible, desde luego. No emitió comentarios, tal vez mi madre ya le había explicado como venías pasando las cosas. La verdad no lo sé. Pero era lo suficientemente gallina como para esperar que él fuera el que me encarara. Pero a pesar de la mirada algo hostil de mi padre, me encontraba en la cúspide de la dicha. El corazón no me cabía en el pecho, porque estaba inflado de muchas emociones intensas y fuertes, que intentaban dominarlo al mismo tiempo. Amor, pasión, ternura, ansiedad, coraje y, debía admitir, una leve cobardía por lo que luego de mi viaje se me venía encima. Siempre lo desconocido origina miedo, pero no por eso es malo. El día de la partida llegó rápidamente. Y nos encontró tranquilos. Billy había recuperado el conocimiento el mismo día en el que Jacob y yo habíamos reafirmado nuestro compromiso, porque en cierta forma, él y yo ya lo estábamos. El anillo era solo una prueba más de nuestro amor, aparte de la pulsera queliute que tenía en mi muñeca. El cualquier caso, mi suegro se encontraba bastante bien. Mi abuelo no preveía ninguna secuela grave del infarto, pero si le recomendó que estuviera en cama y relajado. Nada de emociones fuertes por un buen tiempo. Al enterarse que Jacob se quedaría con él para intentar cuidarlo lo mejor que pueda, Billy se sintió culpable. – No dejes de hacer tu vida por mí, Jake. Vete, yo me cuidaré solo. Y si no puedo, ya le pediré ayuda a Sue o a Charlie. – Había dicho una vez que le contamos las novedades. Pero los dos sabíamos que desde que mi abuelo materno y la mujer estaban juntos, Billy no se llevaba tan bien con ellos. Pensé un segundo en ello. Tal vez Billy sentía que estaba faltando el respeto a la memoria de Harry Clearwater, a quien no conocí. Como sea, si bien

el padre de Jake y mi abuelo tenían una buena relación, al parecer no era tan buena como antaño. – Nada de nada, papá. Yo me quedaré aquí. Cuidándote. Aunque te aviso que no soy la mejor de las niñeras. – Jake rió. – Tienes todo el derecho de irte, sin que yo interfiera en tus planes. – Repitió mi suegro. – Lo siento, papá. La decisión ya esta tomada, así que no tiene sentido que digas nada. – Replicó el hombre lobo. Al final, Billy se cansó de intentar convencer a su Jake, y se hizo a la idea de que este se quedaría, por lo menos al principio. Mi ultima noche en Forks fue un suceso inolvidable, que superaba con creces todos lo recuerdos que tenía en compañía de Jake. Por una excepción extraordinaria, mi padre había permitido que Jacob pasara la noche en la casa. Algo que en realidad, tampoco hacía muy feliz a mi prometido, porque según decía con frecuencia, el olor a vampiro no era algo a lo que te puedes acostumbrar fácilmente, no importa que las sanguijuelas en cuestión sean amigos. Me molestaba cuando lo decía, en especial porque en cierta forma yo también era una sanguijuela. Él se retractaba inmediatamente al ver la expresión que adoptaba, pero eso no bastaba para quitarme el mal humor que ocasionaba. Mi olor no le molestaba en lo más mínimo. Mi efluvio era una mezcla completamente equilibrada entre el dulce hedor de un vampiro, y la apetitosa esencia de un humano. Había lo suficientemente de humana en mi como para compensar esa quemazón que decían los lobos sentir cuando captaban un efluvio de inmortal. Cuando nos retiramos a mi dormitorio, dejando a mis padres y a todos los demás miembros de mi familia en medio de una conversación que de verdad no me estaba entreteniendo, nos acostamos abrazados en la enorme cama de mi cuarto. El único lecho en toda la casa que en realidad se utilizaba para dormir. La noche ya se había extendido por todo lo largo y ancho del cielo, y la oscuridad predominaba en el ambiente. La luna estaba nueva, por lo que afuera, todo resultaba oscuro, sin la luminosidad del astro salpicando destellos plateados en la naturaleza.

– ¿De verdad estás seguro que no quieres ir conmigo? – Intenté por última vez. Jacob me miró a los ojos, y sonrió a medias. – ¿De verdad quieres desperdiciar tu ultima noche aquí hablando de eso? – Dijo, cerrando el tema en forma definitiva. – No, claro que no. – Contesté. Nos apretamos fuertemente el uno al otro. Dedicándonos a amarnos de un modo silencioso, y completamente tácito. Cada segundo avanzó sin prisa, dándonos el tiempo suficiente para acariciarnos el uno al otro, con tranquilidad, y sobre todo, con la intensidad que deseábamos. En algún punto en la noche, comenzamos a hablar de nuevo. Afuera no se escuchaba ningún ruido más. Todos estaban es sus cuartos ya. – ¿Cómo puede ser posible que te ame con tanta desesperación...? – Preguntó. – No lo sé, pero de verdad me pone muy feliz. – Contesté sonriendo. – Hablo en serio. ¿De verdad crees que todo esto es obra de la magia? – Dijo. – ¿Quién sabe? Hace tiempo que dejé de preguntármelo. – Admití, escogiéndome de hombros. – Solo me limito a vivirlo intensamente. Me acerqué y lo besé. Hice que el momento se hiciera largo, acomodando mis labios de piedra entre los suyos suaves. Recorrí con la lengua la línea de su mandíbula, me hundí en su garganta, besando el hueco que tenía allí. Luego, pasó algo extraño. Hacía poco que había ido de caza, pero la sed arremetió en mi garganta. De repente la sentí seca, irritada. El pulso, corriendo calido debajo la gruesa piel de Jake, de repente se volvió irresistible. Un flujo de saliva se concentró en mi boca, rogando a voces que deslizara mis dientes por la vena palpitante que se encontraba a escasos centímetros, por la cual recorría la sangre cálida de mi novio. Quise morderlo, beber su sangre y luego besarlo toda la noche. La imagen se presentó en mi cabeza, tan concisa que por un segundo dudé si tan solo fuera obra de mi mente y no algo que hubiera pasado.

El hormigueo de mi cuello se hizo más intenso, si es que eso era posible. Aún seguía teniendo mis labios en ese calido rincón de su cuerpo, recorriéndolo, demasiado shockeada como para saber que hacer. El instinto luchaba contra el sentido común, pero la pelea era tan pareja que no podía saber quien estaba ganando. En un segundo decisivo, el instinto retrocedió un centímetro, y entonces pude pensar con la suficiente claridad. Me alejé rápidamente, causando un sobresalto en él, que se extrañó ante lo repentino de mi retirada. – ¿Qué pasa? – Preguntó, agazapándose y mirando para todos lados. – Nada... – Conseguí susurrar, la voz apenas salió entre mis labios. Sentí un repentino escalofrío por la sensación que me había embargado. Jake seguía de frente a mí. Mirándome sin comprender. – ¿Qué fue eso? – Quiso saber, una vez que entendió que no corríamos ningún peligro. Lo miré a los ojos, sin saber si era algo que quería compartir con él. – Renesmee... – Insistió. – Nada. – Repetí, esta vez con mayor seguridad. Pero todavía tenía esa sed insaciable en la garganta. Tragué compulsivamente, para aligerar el peso que sentía, aunque fue inútil. Respiré por la nariz, pero su efluvio, tan cercano y embriagador en tantos sentidos, no me pareció apetecible, no como un alimento, por lo menos. Sin embargo, había sentido esas ansias de beber su sangre, no lo había imaginado. Retomé el hilo de la situación en tan solo unos segundos, ante su mirada inquisidora, que no se había relajado ni un ápice en ese momento que me resultó una eternidad. – Me he sobresaltado por una tontería. –Mentí. – Lo siento. – Cuéntame. – Exigió. – Nunca te había visto tan alterada. Pero no era algo que pudiera confesar. Jacob entendía que la necesidad que tenía de la sangre era simplemente parte de lo que era.

Un vampiro. De lo que no estaba segura, era si podría comprender lo que acababa de pasar. Ni siquiera yo misma podía asimilarlo. – No ha sido nada. Debe ser que estoy nerviosa porque mis padres están en la otra habitación. Lo siento. A veces olvido que ya no soy una niña. – Vaya, esa era la primera vez en la que mentía a Jake, me sentí fatal. El sonrió. Que fácil era engañarle. Se acercó con más sigilo, pendiente de mis reacciones. No tenía idea de que yo también me encontraba en ese mismo momento aguardando una respuesta equivocada por parte de mi cuerpo. Pude saber que esta vez no había peligro. Respiré profundamente una vez más. Y me rendí de nuevo a los besos de Jacob. Aunque todavía tenía miedo de lo que pudiera pasar, luego de tan solo unos segundos logré olvidar lo extraño que acababa de vivir. Seguí exactamente desde el lugar donde me había quedado. Saboreé cada centímetro de su piel cobriza, caliente debajo de mis labios, que la recorrían incansablemente. Mi novio no tenía más ropa que sus acostumbrados pantalones cortos, así que pude deleitarme tocando con mis manos su pecho desnudo, fuerte y seguro como ningún otro. Su estomago liso y definido, sus brazos enormes, sus hombros anchos, su cuello esbelto, su mentón afilado, sus pómulos prominentes, su nariz recta, el hueco de sus ojos y la extensión de su frente. Grabé en mi tacto todos esos detalles de su rostro. Y me sentía capaz de reconocerlo entre miles de personas. Pude sentir también sus labios recorriendo el contorno de mi cuello, descender por el hueco de mi garganta, y entretenerse un momento allí. Su lengua deslizándose por mi piel de granito causaba un temblor que nada tenía que ver con el frío o el miedo. O tal sí era un temor. Pánico a que se vaya y no me ame más de esa forma prodigiosa en la que lo hacía. Pero no pensaba en eso. Solo tenía espacio en mi mente para procesar el hecho de que estaba al lado de ese ser tan maravilloso. Juntos, amándonos de una forma tan especial y única.

El sentimiento era tan embriagador, que sentí como si el mundo a mí alrededor estuviera girando a una velocidad supersónica, y fuera incapaz de frenar, ni siquiera un segundo. Él tampoco se detenía, besaba con pasión cada una de las partes de mi cuerpo. Tomándose su tiempo para memorizar el sabor y la textura. Seguramente era injusto disfrutar de aquello. Tal vez fuera un pecado sentirse tan inmensamente amada. Sentí un gemido bajo queriéndose deslizar desde el fondo de mi garganta, pero lo contuve, sabiendo que si emitíamos un solo sonido, mi padre se materializaría en mi cuarto y sacaría a Jacob a patadas, o peor, a pedazos. Me retiré un segundo, aunque hacerlo me ocasionó un dolor físico. Un malestar generalizado que invadió mi corazón, y se extendía por el torrente sanguíneo como la peor de las enfermedades. – Espera, no quiero que todos se enteren lo que estamos haciendo. – Dije, cuando mi novio puso una increíble mala cara ante mi nueva retirada. – Si supieras lo que están haciendo los demás, ni siquiera te preocuparías. – Respondió. – Dudo que estén prestando atención. Reí por lo bajo. – Eso no tiene nada que ver... – Le dije. – Además ellos son adultos. – Enfatizando un fuerte sarcasmo en la última palabra. Jacob puso los ojos en blanco. – Vamos. – Le dije. – Mi padre no bromea cuando dice que si te pasas de la raya te va a arrancar la cabeza. Suspiró largamente. Al igual que yo, intentaba bajar sus revoluciones. Me recosté a su lado, mucho más relajada, y tomé su mano fuertemente. Apoyé la cabeza en su pecho, acurrucándome a su cuerpo, como si tuviera calor, aunque en realidad no era así. Él me envolvió tiernamente con sus brazos, y eso me hizo sentir bien. – Te voy a extrañar. – Dijo.

– Jake, de verdad, puedo cancelar todo ahora mismo. – Le dije, otra vez apenada por mi novio. – Mis padres no se opondrán, es más creo que se aliviarían si decido no irme. – Niña tonta. No lo decía por eso. Ya lo hablamos. No quiero repetirte las cosas. – Contentó, besándome el pelo. – Toda la manada te ha mandado saludos, en especial Emily y Sam. Esperan que disfrutes del viaje. Sonreí. – Gracias, que considerados han sido al mandarme saludos. – Contesté. Me ponía de muy bien humor que los miembros de las manadas pensaran en mí como una de ellos. En cierta forma, a pesar de ser en parte humana, encarnaba alguien que en realidad era un enemigo natural. Entonces una olvidada pregunta del pasado tomó posesión de mi mente. Aunque hace unos instantes había dicho que de verdad no me tenía preocupada, ahora se instaló de lleno en mi cabeza. – Jacob. – Pregunté. – ¿Qué crees que es lo que origina la imprimación? Mi prometido me miró a los ojos, se hundió en sus propias conjeturas y volvió a la realidad unos segundos después. – En realidad, no lo sé. Los motivos que siempre creímos como ciertos, al pensar en nosotros dos pierden convicción. – Explicó. Claro, las dos teorías que tenían los lobos eran que la imprimación se origina para crear lobos más fuertes, como Jacob o Sam, o para perpetrar el linaje y que la mutación genética que permite la transformación pase a la siguiente generación. Pero eso no tenía sentido para Jake y para mí. Yo no podía tener hijos. Mi cuerpo, a pesar de tener funciones propias de la naturaleza humana, estaba incapacitado para la gestación de un bebé. Además jamás había tenido periodo. Eso solo podía ser una certeza de mi infertilidad. La idea no me atormentaba, primero porque al entender mi origen, una criatura que nació de la unión de un vampiro y una humana, me di cuenta de que mi sola existencia era algo inusual y extraño. Era de suponer que no pudiera gestar en mi vientre una nueva vida, siendo un hibrido.

Los niños me gustaban, en especial los pequeños, como el bebé de Sam, Joseau. Pero el papel de madre me resultaba algo más parecido a un juego que a una realidad. Y también una responsabilidad muy grande. Antes de seguir revolviendo en mi propia mente, contesté a Jake. – Sí, ya lo sé. ¿Crees entonces que no hay un motivo en especial? – Inquirí. – Las leyendas no son muy claras con eso. Solo afirman que son excepciones a la regla. Por ejemplo, en la historia de la tercer esposa, Taha Aki esta imprimado de ella. Esa se conoce como la primera imprimación. – Razonó. – Pero él también tuvo hijos con las otras dos, y todos resultaron ser lobos, no solo los últimos. Y mi padre no pudo haber imprimado a mi madre y tampoco el de Sam a la suya, porque no fueron lobos, por lo que no somos tan enormes por ese motivo. Y eso nos llevó a un callejón si salida. – Tal vez solo tenga que ver con algo que no comprendemos. – Aventuré. – Eso debe ser. – Concluyó. – Ahora mismo no se me ocurren muchos motivos. No teniéndote aquí a mi lado. – De verdad, ¿No cambiaras nunca? – Susurré, y me incorporé un poco para comenzar a besarlo de nuevo. Así transcurrió la noche, mientras nos dedicábamos a explorarnos el uno al otro. Besarnos hasta que nos quedábamos sin aire, y luego descansar un poco, para volver a empezar de nuevo. Al cabo de un tiempo que no supe precisar, el cielo comenzó a aclararse, y el cielo se tiñó de color gris claro. El día era como cualquier otro, aunque todavía no llovía. Pronto se hicieron las siete de la mañana de ese sábado. Jake se había quedado dormido cerca del alba, pero yo era incapaz de hacerlo. Solo pude observar a través de la pared de cristal de mi cuarto como la naturaleza revivía con el nuevo día que comenzaba. Me levanté de la cama, procurando no despertar a mi novio, que roncaba ruidosamente y parecía un niño pequeño, pese a su descomunal tamaño.

Caminé hasta el baño y tomé una ducha, mientras pensaba en que podría ponerme esta vez. Entré en el armario, sin mucha idea de que vestir. El resultado fue una simple camisa de franela negra y unos jeans azul oscuro. No era lo que hubiera elegido generalmente, pero el tema de la partida me tenía más absorta que cualquier otra cosa. Miré mi cuarto, ese lugar en el que había descansado los últimos años. Una especie de templo en el cual podía sumergirme y meditar. Pensar en mi vida, en mi familia, en mi Jacob. Memoricé cada detalle, hasta el último, para tenerlo siempre presente. Me senté en el tocador, y observé mi reflejo. Tenía un poco de ojeras, lo cual no era común en mí. Seguramente se debía a que no dormía bien desde hacía varios días. En un flash back rememoré la noche que acababa de terminar. Más precisamente, el momento de la sed incontrolable. ¿Cómo es que había pasado eso? En ese instante, en el cual sabía que no había pasado nada, y podía recordarlo como un momento de locura limitada, me sentí mucho menos preocupada. Pero, sin embargo, no encontraba lógica a ello. Estuve dándole vueltas al asunto por varios minutos, pero mi mente no parecía predispuesta a cooperar. Cerca de las ocho y media desperté a mi prometido, aunque le costó un poco recuperarse de la modorra. Su mirada todavía estaba un poco desviada cuando volvió a hablar. – ¿Ya es hora de que te vayas? – Preguntó. – Sí, mi amor. En un rato debemos salir hacia Seattle. – Contesté, dulcificando el tono de mi voz. Una vez lista, bajé hacia la estancia. Jacob todavía estaba acostado, medio dormido y medio despierto. Al bajar, mis padres ya estaban cambiados y listos para partir. – Buen día, cielo. – Saludó mi padre, y se acercó a abrazarme. – Papá. – Contesté, respondí al abrazo. Luego mi madre se unió a nosotros. Estuvimos los tres juntos unos momentos. Sin separarnos unos de los otros. Sentí como el amor me inundaba el cuerpo, y se calaba en lo más prefundo de mi corazón desbocado.

Pensé en ese sentimiento tan intenso que me invadió, tan profundo y hermoso, que me hubiera resultado difícil no compartir con ellos. Lo plasmé en sus mentes, y sus brazos se ciñeron más a mi cuerpo. Los minutos transcurrieron lentos en esa despedida silenciosa, cuando los tres nos arrojábamos a lo desconocido. Yo no tenía idea de lo que me esperaba en Juneau, pero igualmente quería arriesgarme a hacerlo. Era necesario para mí. Valerme por mi misma. Sola, pendiente de mis necesidades. Cuando nos separamos, lagrimas comenzaron a deslizarse por mi rostro, y mi madre colocó uno de sus delicados dedos sobre mi mejilla, para tomarla. – No llores, hija. Disfruta de esto, y luego vuelve a nosotros. Mi voz sonó rasposa cuando hable. – Te amo, mamá. Te voy a extrañar. A ti también papá. – Dije, mirándole. Él tomó mi mano y la acunó en su rostro. – Si no encuentras tu lugar en Alaska, puedes volver cuando quieras. No importa el momento. Incluso si llegas y no te gusta, no dudes en dar la vuelta inmediatamente. – Y se acercó una vez más y depositó un tierno beso en mi frente. Tan solo unos segundos después, a mi alrededor se encontraba toda mi familia. Rosalie, tan rubia y perfecta como siempre. Alice, tan minúscula como encantadora, con su andar lleno de gracia. Jasper, con ese paso seguro y sigiloso. Emmett, con su jovialidad inmutable y su sonrisa traviesa. Mis abuelos, con sus miradas piadosas y sus gestos bondadosos. Las despedidas con ellos fueron efusivas, cargadas de sentimientos y promesas de echarnos de menos. Por un momento, pensé en que demonios estaba pensando para alejarme de todos ellos, pero luego deseché la idea. Habías varios motivos que lo justificaban. Jacob descendió a la estancia en el momento justo para irnos. Su rostro había perdido gran parte de la simpatía que había tenido la noche anterior, pero sabía que no era porque estuviera arrepentido de su decisión.

– Ya nos vamos. – Le dije. Tomamos en Volvo y subimos los cuatros. Mis padres adelante, tomados de la mano mientras Jacob y yo viajábamos atrás solo mirando el paisaje y hablando muy poco. Me hubiera gustado asir fuerte la mano de Jacob, para mantener a raya los nervios de los que era presa en ese momento, pero eso era poner a prueba el humor de mi padre, y no quería discutir justo ese día. El aeropuerto de Seattle no estaba demasiado concurrido. La gente caminaba hacia la terminal que le correspondía según el vuelo que abordaría. Lo complicado fue sacar todas mis maletas del auto. Mi padre y mi novio pusieron cara de pocos amigos cuando vieron las seis valijas una arriba de la otra. Bueno, había exagerado un poco. Mi madre no dijo nada, a pesar de que era poco partidaria de la moda. En el control antes de abordar, los miembros de seguridad nos miraban a todos como idiotas. Jacob se había vestido completamente para la ocasión. Primero porque Seattle no era Forks, y no podía caminar por ahí con su acostumbrado pantalón corto como única indumentaria. Debía admitir que estaba adorable con sus pantalones de jean azul y esa camisa blanca. Todo debajo de un impermeable gris claro que le quedaba genial sobre su piel morena. No estaba para nada cómodo, pero por lo menos accedió a darme ese último gusto. – Bueno, creo que esto es un Adiós. – Dijo Jake antes de que cruzara la puerta que me permitiría abordar mi vuelo. Un nudo se hizo en mi garganta, demasiado fuerte y duro, casi imposible de deshacer. Levante mi mano y acaricié su rostro, al mismo tiempo que el cerraba los ojos, como si estuviera disfrutando de ese ultimo momento juntos. – Te amo. – Le dije, y me acerqué a abrazarlo. Me estreché a él, con tanta necesidad que por un momento deseé fusionarme a su cuerpo, y formar un solo ser. En cierta forma, eso es lo que éramos. Una sola entidad, representada en dos cuerpos. Usé mi don y refresqué en su mente todos los recuerdos de esa última noche, mientras mi Jacob sonreía ante la corriente de imagines que llenaba su mente.

– Yo también te amo. Recuerda que siempre será así. Vuelve pronto, y no te vayas nunca más. – Susurró a mi oído. Mis padres estaban observando toda la escena, pero eso no evitó que me despidiera de mi novio como era necesario. Busqué sus labios con los míos, y no sentí el miedo ni cuando escuché cerrarse tensamente la mandíbula de mi padre, ni cuando oí como mi madre tomaba su mano y evitaba su avance. Supongo que había sido un error mostrarle a Jacob los momentos de la noche anterior. Había olvidado que también mi padre podría verlos. Era una idiota. El beso fue breve, delicado como una flor, y tierno. Nos miramos a los ojos por un tiempo indeterminado, en el que pude ver a través de él todos esos sentimientos puros y desinteresados que solo guardaba para mí. Por un fugaz instante visualicé la posibilidad de dejar todo como estaba y volver a Forks, para amarnos como era debido, pero algo en mi mente me dijo que era tarde. No podía estar cambiando de opinión a cada momento, eso no era lo que hacía una persona madura, y eso es lo que justamente quería demostrar que era. Luego me volteé para despedirme también de a mis progenitores. En sus pupilas vi el dolor. Una vez que no quedaba nada más que hacer aparte de marcharme, los miré a los tres. Las personas más importantes de mi vida. Hice un último gesto de despedida y subí al avión, solo con mi chaqueta más gruesa y un bolso de mano. Me senté en mi asiento de primera clase, y miré como el aeroplano maniobraba en la enorme pista para despegar. El viaje no sería largo, pero igualmente me sentí repentinamente cansada. Cerré los ojos y pensé en todos una vez más. No pude evitar que las lágrimas comenzaran a caer, y me dediqué a llorar hasta que la fatiga me venció. Tal vez una aeromoza me preguntó si necesitaba algo, pero para ese momento estaba demasiado desenfocada como para poder afirmarlo. Solo sé que en el momento en el que el avión despegaba sus pesadas ruedas del suelo, me quedé dormida.

En un tiempo que me parecieron muchos años, el vuelo terminó. Mi metabolismo no permitía que se originaran bolsas a causa del llanto, pero mis ojos estaban igualmente irritados. Descendí en medio de una masa indefinida de gente, que se apresuraba a colocarse sus abrigos, ante el cambio repentino entre la temperatura agradable del avión y la baja que seguramente estaría sintiendo en el aeropuerto. Yo también lo hice, más como hábito que porque sintiera frío. Mi cuerpo no lo sentía, pero hubiera sido raro que saliera a la templada Alaska sin algo que me cubriera. Caminé por el lugar, buscando mis maletas, para terminar lo más rápido posible con todo aquello. Hubiera podido cargar perfectamente las seis maletas por mi misma, y con una sola mano, pero tuve que pedir ayuda a alguien. Una chica de veinte años y delgada como yo, no podría cargar con semejantes trastos. Un empleado que estaba por allí se encargó de conseguirme un oportuno carrito con el que podría salir al estacionamiento del lugar, donde debería encontrarse mi auto. El hombre no paró de mirarme en todo momento, y me dio mucha vergüenza. Al retirarme hacia mi destino, lanzó un suspiro resignado. – Espero haber sido de ayuda, hermosa señorita. – Tartamudeó, muy apenado. Le sonreí, pero inmediatamente me arrepentí, porque pude notar como su pulso se detuvo por un instante. – Ha sido de mucha ayuda, caballero, de verdad le agradezco. – Le contesté con la mayor cortesía posible, y me giré nuevamente hacia el estacionamiento. Mi coche estaba en el exacto lugar donde me prometió mi padre que estaría. Coloqué las maletas en los asientos traseros, y me senté en mi sitio. Me autoanalicé, para saber que era lo que sentía en ese momento. Todavía no me era posible saberlo a ciencia cierta. Estaba a mi suerte y mi única responsabilidad era cuidar de mi misma. No tenía a nadie que me protegiera y tampoco a quien recurrir en caso de una emergencia. Por primera vez en toda mi corta existencia estaba sola.

Eso era lo que había estado buscando y lo que pretendía. Ahora lo tenía. Tal vez no lo sentía como algo positivo porque todavía no experimentaba todo los demás. La universidad, la relación con los humanos. Este sería un semestre divertido. Porque seguramente conseguiría amigos, o eso esperaba. Puse en marcha el coche y conduje hacia Juneau. El aeropuerto estaba unos pocos kilómetros alejado del centro de la cuidad. Tomé una autovía, convencida de que era la mejor forma de llegar. Había estudiado muchas guías y buscando mucho en Internet acerca de la nueva cuidad que sería mi hogar por los próximos meses. No me costó mucho encontrar la dirección a la que me estaba dirigiendo. Por el camino, me encontré con pequeñas ciudades, Lemon Creek, Vanderbilt Hills, hasta que llegué a mi destino. La capital era muy hermosa. El asfalto estaba cubierto por una delgada capa de escarcha y los pinos coronados por nieve. Recorrí un poco, a la idea de conocer un poco más el lugar. La brisa en las aceras era constante, y la gente caminaba en las calles, abrigada para resguardarse del frío. En ese momento, el cielo era profundamente azul, pero se divisaban unas grandes nubes, que pronto lo cubrirían por completo. En el horizonte se asomaban los cordones montañosos que bordeaban la cuidad de ese inhóspito estado de Norteamérica. El edificio era muy bonito y estaba muy cerca del centro. Entre las llaves que me había dado mi abuelo, había un pequeño control que accionaba la puerta del garaje. Oprimí el botón señalando a la puerta de hierro, y esta se abrió inmediatamente. Descendí con mi deportivo azul hacia la cochera subterránea, mientras buscaba un sitio para estacionar. Inmediatamente, vi en una de las paredes el número de mi departamento pintado. Ese era el lugar que me correspondía. Caminé un segundo en ese lugar oscuro, solo iluminado por unos esporádicos tubos fluorescentes colgando del techo renegrido, hasta que divisé un ascensor. Me subí en él y marqué en el tablero el tercer piso. La puerta mecánica se abrió en un amplio hall pintado de blanco, decorado con algunos muebles de estilo moderno, como una mesa ratona y un florero, y también un perchero de madera maciza labrada.

El departamento era un piso completo. Desde esa antesala, había una única puerta, que daba a la entrada principal del inmueble. Introduje la llave plateada en la cerradura, y me topé con mi nueva morada. Tenía una estancia amplia, delicadamente amueblada. Había un sofá blanco y enorme, acomodado de costado a una gran ventana que daba a la calle principal. Había un enorme televisor contra la pared, y una estantería llena de libros. Estaba pintada en un delicado color pastel, el piso era de madera muy clara, y las cortinas blancas. Sonreí. El lugar me pareció perfecto. Estaba adecuado exactamente al mismo estilo que mi hogar. Seguí recorriendo el departamento, y en la primera puerta que se cruzó en mi camino, encontré el baño. Era más bien pequeño, pero era suficiente. Tenía una bañera de porcelana, y un espejo muy grande. Los cerámicos eran blancos y el piso negro azabache en baldosones enormes. La cocina estaba al lado, y se comunicaba directamente con la estancia, que funcionaba también de comedor. Dando la vuelta había una puerta doble, y al ingresar, había un estudio. Un pesado escritorio era lo que más destacaba, sobre el cual descansaba un ordenador muy moderno. Todas las paredes estaban cubiertas de estanterías, llenas a su vez con muchos libros, entre los que estaban en su mayoría mis favoritos. Brontë, Shakespeare, Frost, Wilde y muchos otros más. El lugar era calido, en especial porque contaba con una chimenea, que sería muy útil para lo más crudo del invierno en esa región nórdica. Al final del pasillo, estaba la última puerta de mi nuevo hogar. Al abrirla, me encontré con una enorme habitación, pintada con los mismos tonos del resto de la casa. Las paredes eran de un hermoso azul hielo, las cortinas eran de un azul profundo, y la colcha de la colosal cama hacía un perfecto juego con ellas. Las mesas de noche a sus flancos eran blancas, y el tocador también. Un espejo de dimensiones imposibles estaba apoyado arriba de el, haciendo que reflejara la mayoría de la habitación. Había una única ventana, también muy grande, que dejaba entrar toda la luminosidad que otorgaba el clima nublado del exterior. Me senté en la cama, y no se porqué motivo, comencé a llorar. El lugar era perfecto. Hecho a la medida para mí. Quise llamar a mi abuelo y a mis padres y agradecerles por todo lo que habían echo por mi, pero ahora no quería escuchar sus voces. Eso

solo me causaría mayor remordimiento, y aumentaría mis ganas de haberme quedado en Forks. Bajé de nuevo a lúgubre estacionamiento, y tomé mis maletas, que por las ansias de conocer el departamento había olvidado en el coche. Desempaqué lentamente, ordenando a consciencia dentro del armario que había dentro de mi habitación. Si pensabas en las proporciones normales que debería tener un ropero, no estaba del todo mal. Lamentablemente para mí, me resultaba un poco más grande que una caja de zapatos. Apenas pude acomodar todo lo que había traído, y las puertas se quejaron cuando intenté cerrarlas al momento de terminar. Me pregunté porque mi tía Alice no había interferido con ello. Seguramente, si ella hubiera metido baza, me hubiera encontrado con un dormitorio pequeño, y un armario colosal. De cualquier modo, las cosas ya estaban hechas, y no tenía sentido quejarse por una cuestión tan menor como aquella. En fin, el asunto del equipaje estaba resuelto. Saqué las fotos, y comencé a ponerlas dentro de marcos, que coloqué estratégicamente a lo largo de toda la casa. Algunas en las repisas, otras arriba de la chimenea y la de mis padres en su boda sobre mi mesa de noche Al caer la tarde, me instalé en la biblioteca y comencé a hojear mi nueva colección de libros. Leí hasta cerca de las ocho, cuando mi móvil, descansando dentro de mi bolso en mi nueva habitación, comenzó a sonar. Corrí a toda velocidad hacia el, y no le di tiempo para que emitiera un segundo pitido. – Hola. – Saludé. – Renesmee. – Dijo mi madre del otro lado. – ¿Has llegado bien? ¿Por qué no nos llamaste antes? – Inquirió. – Llegué hace unas horas, y no he llamado porque estuve desempacando y ordenando todo, mamá. – Le contesté. – Está bien. – Dijo, relajándose. – ¿Te gusta el lugar? – Es hermoso. Simplemente es demasiado perfecto. Gracias, a todos. – Le dije.

– Sabes que no es nada. Tú debes tener lo mejor. – Respondió, dulcificando el tono de voz. – Te amo, mamá. A los dos. Ya los extraño y solo llevamos unas horas sin vernos. – Sentí el peso de mis sentimientos abatiéndome de a poco. – Solo disfruta. Mañana descansa, y el lunes empieza las clases relajadamente. Vas a ver que conocerás a muchas personas que te adoraran. Eres demasiado hermosa tanto por dentro como por fuera para no caerle bien a alguien. – Me tranquilizó. – De verdad eso espero. Los llamaré en cuanto tenga algo que contar. Los amo. Mándales saludos a todos. En especial a Jacob. – No te preocupes, se lo diré. Billy ha vuelto ya a su casa, y Carlisle cree que no habrá problemas en su recuperación. Jacob fue a preparar todo para que su padre este cómodo. Le dijimos que se puede quedar aquí, pero Billy prefiere estar en La Push, cerca de Rachel y de todos los demás. – Me perece bien. Adiós, mamá. Te llamo mañana. Te quiero. – Me despedí. – Cuídate, hija. Adiós. – Cortó. Afuera hacía frío. Las noches en la cuidad de Juneau eran feroces. El viento se colaba por las calles, deslizando por el suelo todo aquello que no tuviera el suficiente peso para mantenerse quieto. Me hubiera gustado salir a caminar, pero no era el horario adecuado. Antes de que dieran las nueve, alguien tocó a mi puerta. Me sentí repentinamente asustada. ¿Quién podría ser? Acababa de llegar al departamento, y desde luego no conocía a nadie. Me deslicé hacia la puerta, y la abrí. Una mujer de unos cuarenta años, rubia de bote y bastante alta, me sonreía detrás del umbral. – Hola. – Saludó. – siento molestarte a esta hora de la noche. Mi nombre es Elizabeth Roberts. Soy tu vecina, vivo aquí abajo. He visto que te has mudado. Los muebles llegaron hace una semana, y el hombre que los trajo me dijo que pronto llegaría alguien. – Explicó muy pausadamente. – Solo he venido para darte la bienvenida. El piso

de arriba esta desocupado y el primer piso es una oficina, por lo que somos las únicas personas que viven aquí. – Ah... – Dije. – Mi nombre es Renesmee Cullen. Gracias por todo. Espero que nos llevemos muy bien. – Contesté sonriendo. – Eso espero. – Respondió también sonriendo. – Te traje esto. – Y estiró los brazos en los que llevaba un plato cubierto con un repasador. – Son solo unas galletas, acéptalas como gesto de bienvenida, por favor. – Muchas gracias. – Dije tomando el plato. – le agradezco de veras. – No es nada, cariño. Es bueno ver a alguien por aquí. Eres una niña muy hermosa. – Sonrió. El gesto me hizo abochornarme. Mis mejillas enrojecieron rápidamente. – No te avergüences, no es nada malo. – Afirmó. – Creo que ya te he molestado suficiente. Adiós. Y la mujer me dedicó una última mueca de saludo y dio la vuelta hacia el ascensor. Volví sobre mis pasos camino a la cocina. El lugar era pequeño. Contaba con un refrigerador, un calentador con horno, una mesa cuadrada y varias alacenas. Coloqué el plato en la mesada y tomé una galleta distraídamente. Sabían muy bien. Me entretuve un poco más, yendo y viniendo por las habitaciones. Acomodando con total precisión todas las demás cosas del departamento. Alineando la mesa del comedor, enderezando las cortinas. Luego de un rato dejé de hacerlo, todo estaba demasiado limpio y ordenado como para poder hacer algo más. Estaba cansada. La siesta en el avión me había cansado más que lo que hubiera podido reponerme, y aparte de ese momento, no recordaba con certeza cuando había sido la última vez que había dormido. Tomé un camisón y me cambié la ropa. Me recosté en mi nueva cama, que me resultó increíblemente cómoda. No era muy tarde, pero todas las cosas que habían pasado lograron dejarme exhausta. Los parpados me pesaban, y solo deseaba descansar.

Pensé en las cosas que me esperarían ese lunes. Las clases ya habían empezado, pero había decidido incorporarme a ellas luego de que cumpliéramos años mi madre y yo. No podía imaginar la cantidad de personas que estudiaría allí, aunque sabía que no sería muchas, como el cualquier otra universidad. Alaska era uno de los estados con menos población de la nación. Pero algo tenía que servir que Juneau sea su capital. Seguramente me encontraría con una cantidad considerable de personas con la cual pudiera interactuar libremente. ¿Cómo sería relacionarse con una masa desconocida de humanos? ¿Serían ellos más amigables que los vampiros a los que conocía y tanto quería? Pensé en Zafrina, mi buena amiga amazonas, con la que me podía pasar horas y horas jugando con nuestros talentos, mostrándonos esto, aquello. Me sentía muy afortunada con tener el gusto de conocerla. O con Maggie, la pequeña vampira irlandesa a la que no se le podía mentir. Era un ser encantador, minúsculo, comparada con sus otros compañeros, pero tan dulce como transparente. En Carmen, esa mujer morena tan hermosa y amigable, que jamás había dudado de mí, de mi condición, de mi fortaleza. Mis primeras palabras en español las había aprendido con ella. Reí en la oscuridad de mi cuarto. Esperaba que Juneau me proporcionara eso que tanto estaba buscando. Solo necesitaba saber que era, porque ni siquiera yo misma era capaz de descubrirlo. Porque aparte de independencia, había algo más que mi mente me reclamaba. Debía tomarme un tiempo conmigo misma para averiguarlo. Sin embargo, antes de poder adivinarlo en esa noche fría que azotaba en las calles, pero de la cual estaba resguardada dentro de ese pequeño pero acogedor departamento, que era una nueva fortaleza donde guarecerme, el sueño arremetió limpiamente contra mi consciencia, y de un modo casi imperceptible, me quedé dormida.

Capitulo6 Universidad del Sudeste de Alaska El domingo no fue divertido. Solo un día en el cual me relajé y preparé todo para iniciar mis clases. El lunes por la mañana me encontró hecha un manojo de nervios, indecisa y temerosa. No importaba lo mucho que intentara darme valor, lo cierto es que este no aparecía. No dormí, en parte por los mismos nervios y también porque no lo necesitaba. Podía estar hasta tres o cuatro días sin dormir. Al momento de salir, cerca de las siete de la mañana, me encontré desesperada por demás en lo que debía ponerme. Siempre me había importado como vestirme, pero ese día, estaba por cruzar los límites de obsesión normal por cualquier cosa. Respiré profundo. En un absurdo y lamentable intento por recuperar esa calma tan propia de mi persona. Esta nueva faceta, en la que todo me ponía nerviosa e insegura, era del todo desconocida para mí. Completamente diferente a lo que realmente era. O mejor dicho, creía que era. De repente me encontré a mi misma prefiriendo enfrentarme yo solo a los Vulturis, y sin la ayuda de nadie. Patético. En algún momento posterior a ese tropezón de mi mente, recuperé la compostura. Busqué en mi armario un atuendo adecuado, sofisticado pero simple, que me pudiera ayudar a parecer una estudiante común como cualquier otra. Encontré un pantalón de vestir negro y una camisa delicadamente confeccionada de color azul. Arriba me coloqué un tapado negro que llegaba hasta mis rodillas, y que había comprado recientemente. Tomé uno de mis tantos bolsos, y salí al hall. Llamé el ascensor, y bajé al garaje. La salida no me costó nada. Recordé cuando mi tío Emmett me había enseñado a conducir. Para

entonces, era una enana que no aparentaba más de doce años, pero tras suplicarles mucho a mis padres, habían accedido a que me enseñara. Aunque su docencia en ese campo me había dejado un estilo bastante desacatado para tratarse de una chica. Adoraba la velocidad. Cuanto más rápido mejor. Tenía problemas para discernir con total criterio que era demasiado veloz. Por eso nunca había manejado con Charlie cerca. El simplemente creía que no era correcto que siendo una niña pudiera hacerlo. Y si hubiera visto con la ligereza con la que me deslizaba, le habría dado un infarto. Tomé la calle principal de la cuidad, ya que la universidad se encontraba en pleno centro. No era lejos, unos diez minutos al volante. El campus era enorme, y en su comienzo se encontraba una enorme verja de hierro forjado, decorada con rosas de metal soldadas. Al lado, había una pequeña cabina, con guardas de seguridad. Al dejarme el paso, uno de ellos se acercó a mi ventanilla. Tuve que bajar el cristal, porque era tan tintado que le hubiera sido imposible verme a través de él. Al hacerlo, el hombre se quedó petrificado como un tonto. Intenté no poner los ojos en blanco, porque al fin y al cabo, era una autoridad. El guarda se acercó un poco más, esta vez con total cautela. Era un muchacho de unos veinticinco años. – Buenos días, señorita. Mi nombre es David Scarllet, y soy el encargado del ingreso a la universidad. ¿Podría decirme su nombre? Nunca la he visto por aquí, y querría cerciorarme de que sea estudiante. – Dijo con un innecesario aire ceremonioso. – Renesmee Carlie Cullen, señor Scarllet. – Sonreí. La mirada se le desenfocó, pero luego buscó en su planilla y volvió a mirarme. – Las clases para los novatos empezaron hace dos semanas, señorita. – Me informó, aunque ya lo sabía. – Sí, es que decidí venir después de tiempo para festejar mi cumpleaños en casa. – Le confié, en un intento de ser amable. Él no parecía del todo relajado, pero también sonrió, y se acercó hasta poder poner uno de sus codos en la ventanilla. Eso hizo que su efluvio se deslizara adentro del automóvil. Era calido, con un tenue aroma a

madera y agua. Además pude detectar un hedor a cenizas. Ese hombre fumaba mucho. Su aroma no me produjo sed alguna, tal vez porque el olor a alquitrán que despedía su piel, pero igualmente logró un suave cosquilleo en la parte baja de mi garganta. Finalmente él respondió a lo que dije. – Debo felicitarla, ¿Cuántos años ha cumplido, hermosa muchacha? – Bueno, eso era pasarse de amable. – Veinte años. – Contesté, ya sin sonreír. No podía decirle siete, que era en realidad mi verdadera edad. – Muy bien. Puede pasar, debe dirigirse hacia la oficina central, allí le darán los horarios de sus clases y con que profesor las tiene en este semestre. – Asistí una vez, y el se retiró, no sin antes guiñarme un ojo descaradamente, y se dedicó a accionar la reja automática.

Conduje por aquel hermoso camino de pesados adoquines. El suelo estaba completamente cubierto de nieve, pero en algunos espacios había césped, un poco amarillento por la escasa luz solar de la zona. Los árboles que flanqueaban el camino eran en su mayoría pinos enormes, de gran altura y cubiertos con una delgada capa de escarcha. Al cabo de pocos metros, pude divisar un edificio muy grande, rodeado de edificios más pequeños. Todos tenían el mismo estilo sobrio, de paredes blancas y enormes ventanales altos de dos hojas. El edificio más pequeño, ubicado más cerca del pasaje, rezaba “Oficina principal”. Estacioné mi Porche a un costado del camino de piedras, y salí al exterior ventoso del campus. Entré rápidamente al edificio, que contaba con una puerta doble. Al ingresar al lugar, lo primero que vi fue un corredor largo, muy iluminado. Caminé por él, hasta que divisé una pequeña oficina a la derecha. En ella estaba sentada una mujer menuda, con grandes lentes que dejaban ver unos sorprendentes ojos azules. – Disculpe, señora. – Dije. – Mi nombre es Renesmee Cullen, he llegado el sábado a la cuidad y hoy me tengo que incorporar a las clases. La mujer, que estaba prestando atención al monitor del computador, levantó la mirada solo con escuchar mi voz.

Me observó un momento, evaluándome como su fuera algo que pudiera comprar en una tienda. Me causó malestar, y me hizo enfadar, porque al contestar no lo hizo de buena manera. – Las clases empezaron hace dos semanas, señorita. – Dijo, hablando tan lentamente como si le estuviera diciendo algo a una persona con discapacidades mentales. – Eso ya lo sé. – Le dije, con bastante menos educación que la que empleé al saludarla. – Pero el decano Campbell sabe cuales fueron los motivos. Soy prima de un gran amigo suyo. – Aclaré al final. Se supone que yo era la prima de mi abuelo Carlisle. Desde luego, no aparentaba la suficiente edad para ser padre de un adolescente, y mucho menos para que una fuera su nieta. La mujer cambió el gesto inmediatamente. No sabía a ciencia cierta si se había asustado, pero eso es lo que parecía. – Bueno, en ese caso, este es su horario. – Dijo sacando unos papales de debajo de su escritorio. – Y aquí están las listas de libros para cada cátedra y con que profesores se dictaran cada una de las materias. Cruzando el campus esta la librería, allí podrá comprar todos los textos regulares para las clases. – Perfecto, muchas gracias. – Le dediqué una última sonrisa, la más amplia de la que era capaz. – Adiós. Revisé el horario. Había decidido orientarme en Artes, así que mi primera materia sería Estudio de la pintura Universal. Estaba en el primer piso del edificio principal, y empezaba en diez minutos. Volví al coche y manejé unos cuantos metros más. De frente a la universidad había un estacionamiento enorme, que ya estaba ocupado por varios tipos de autos. Vi un Mercedes – Benz color blanco muy hermoso. Si la memoria no me fallaba, y desde luego nunca lo hacía, era un S63. Un coche hermoso, que estaba entre mis favoritos. Lo observé a mi antojo unos segundos, recorriendo las finas y delicadas líneas de su diseño. Adentro los asientos estaban recubiertos de cuero negro, y desde mi ubicación, podía notar lo perfecto de su estado. Pero había también algunos muy viejos y otros normales. Estacioné el Porche al lado del Mercedes, porque era el lugar libre más cercano que tenía.

El viento había cobrado más fuerza, ya que al salir del caluroso ambiente del vehículo, la brisa hizo flamear mi tapado. Corrí un poco para protegerme, y entré al hall principal. Era un lugar enorme, todo revestido de mármol blanco. Había afiches y carteleras por todos lados, en donde colgaban anuncios de clases particulares, de juntas de alumnos, de maestros, fechas de re inscripción, de recuperatorios, y muchas cosas más que no presté atención. Había al costado una ventanilla pequeña y un cartel que indicaba que era la oficina de alumnos. Un muchacho, de cerca de veinte años observó como cruzaba el hall. Permaneció tieso, como si hubiera visto un fantasma, sin sacarme los ojos de encima. Seguí caminando, decidida a no prestarle atención, pero era casi imposible, porque no hacía lo más mínimo para disimular que tenía sus ojos clavados en mí. El lugar desembocaba en un pasillo ancho, donde iniciaban tres escaleras que conducían a los pisos superiores. Al pasar por allí pude ver que a los costados de las escaleras estaban los servicios de chicas y chicos. Tenía mi bolso firmemente apretado a mi costado. En el había solo un cuaderno y nada más que unas cuantas lapiceras. Debería haber adivinado que no era todo lo que necesitaría. El primer piso estaba conformado por una serie de corredores más estrechos, en los cuales había varias puertas cada intervalos regulares. Una mujer barría perezosamente cerca de una puerta, y repitió prácticamente el mismo comportamiento. Sus ojos no abandonaron mi persona en todo el trayecto que recorrí. Caminé un poco más y encontré mi primera clase del día, y de mi vida. Suspiré una vez, y deseé con toda mis fuerzas que todo marchara bien. El salón era el ciento veinticinco, y al acercarme a él, la puerta estaba cerrada. Toqué una vez, y no recibí respuesta alguna. Giré el picaporte e ingresé. Lo primero que pude sentir fue el olor muy fuerte de muchos humanos, aun cuando todavía no había fijado mi atención en nadie en especial. Demasiados efluvios se filtraron a través de mi olfato agudo de predador en guardia, y mi primer gesto, completamente involuntario, fue respirar fuertemente para deleitarme con el olor de esas fragancias deliciosas. Si no hubiera estado preparada, me habría agazapado en ese momento, y no hubiera dudado en saltar, con demasiada facilidad, los cinco metros que me separaban del frágil y

delicado cuello humano más cercano que tenía. Un flujo muy grande de saliva se produjo en mi boca, en reemplazo a la ponzoña de la que no disponía. La diversidad de aromas y sabores era demasiado tentadora, deliciosos fragancias frutales, chocolate, agua cristalina, olor a hojas, pasto recién cortado, diversos perfumes florales, y tantos otros efluvios que atrajeron mi atención. Por un escaso segundo, me sentí débil, incapaz de manejarlo, pero antes de que se me ocurriera siquiera hacer otra cosas más que ingresar a ese lugar lleno de débiles y apetecibles humanos, la claridad regresó a mi cabeza. A pesar de que no me ayudaría en lo más mínimo, respiré profundamente una vez más, y me enfoqué en lo que debía. El lugar era grande. Estaba compuesto por una pared, la del frente, cubierta por tres pizarras blancas. Luego, justo a su lado, había un escritorio alto y muy grande. Sobre él, estaba apoyado un hombre de cerca de cincuenta años, moreno y delgado, que estaba hablando en ese momento sobre la importancia de las pinturas rupestres. Unos metros hacia la parte de atrás del salón, comenzaban las filas de asientos. En su mayoría estaban llenos. Maldición, había llegado tarde. – Buenos días, – Saludé. – Desde la oficina principal me mandaron aquí. Se supone que esta es mi primera clase. – Dije, y pude notar que me estaba sonrojando intensamente. El sonido de mi voz pareció sobresaltar a muchos de los presentes. – La clase empezó hace diez minutos. – Dijo visiblemente irritado. – Tome asiento, por favor, en alguno de los asientos que queden libres. Pese al malestar por haber interrumpido su clase, me dedicó una segunda, y tal vez una tercera mirada mientras me dirigía al último puesto que se encontraba libre. Al caminar por el estrecho pasillo que me llevaba a mi lugar, los estudiantes no me sacaron la vista de encima. Eso me puso incomoda, y al sentarme y volver mi vista hacia el frente, ninguno de los tantos alumnos que todavía tenían sus ojos posados sobre mí, hicieron el menor esfuerzo por disimular nada. – Entonces la Cueva de Altamira es considerada un patrimonio de la humanidad por la cantidad de grabados de pinturas rupestres que se

encuentran en ella. – Prosiguió el hombre. – ¿Alguien sabe por quien fue descubierta? En un intento de enmendar mi pésima entrada en el salón, contesté rápidamente. – Fue descubierta por el naturalista santanderino Marcelino Sanz de Sautuola en 1876. – Dije. – Muy bien. – Aprobó. – ¿Su nombre, señorita? – Renesmee Cullen. – Contesté un poco pagada de mi misma. – Bueno, como bien dijo su compañera, Sanz de Sautuloa fue quien la descubrió... – Y continuó con su lección, ya sin dedicarme ninguna mueca contrariada. Tomé extensos apuntes, aunque en realidad, ya sabía muchas de las cosas que estaba explicando. Cuando no tienes nada más que hacer aparte de crecer y alimentarte, puedes ocupar tu tiempo en muchas cosas. No había un solo libro en toda la mansión Cullen que no hubiera leído. Y eso incluía muchas cosas. Desde libros complejos de medicina hasta novelas, obras de teatro, cuentos, libros de moda, enormes enciclopedias, etcétera, etcétera. En todo momento me encontré hundida en ese mar de esencias prohibidas. Siempre había creído que era mucho más fuerte. Era claro que estar acostumbrada a frecuentar solo humanos como mi abuelo o Sue no me capacitaba para nada en este asunto. Sin embargo no había peligro alguno para esas personas, solo un doloroso ardor en mi garganta, que súbitamente se sintió muy seca. Intenté tragar saliva para suavizar en dolor, pero fue inútil. Cerca de una hora después, el timbre sonó, y todos los estudiantes se levantaron para dirigirse a su próxima clase. Mientras levantaba mis cosas, alguien a mis espaldas esperaba a que le cediera el paso para dejarlo salir. En ese momento, gire sobre mi misma y no me di cuenta que un chico estaba justo atrás. Al levantar la vista lo tenía justo en frente de mí. Tan cerca que los bucles cobrizos de mi flequillo casi le tocaban la cara. Me inundó su efluvio, bastante calido y apetecible. Pude distinguir un aroma profundo a pino, mezclado con menta, o eso me pareció. No pude resistirme a aspirar fuertemente, antes de darme cuenta de que

estaba jugando con fuego, y que ese mortal insignificante estaba en peligro. – Lo siento. – Dije rápidamente antes de retroceder lo máximo posible. – No ha sido nada. – Respondió con una sonrisa. – Por cierto, mi nombre es Steven Collins. – Y levantó su mano, para estrecharla con la mía. Dude una décima de segundo, pues no sabía si debía tocarlo, ya que existía la posibilidad que notara la anormal alta temperatura de mi piel. El chico no se dio cuenta de mi vacilación, y antes de que pudiera hacerlo, levanté mi brazo y estreché su mano. Lo miré detenidamente por primera vez. Era alto, de ojos grises grandes y cabello castaño oscuro. Era delgado, aunque no flacucho, pues se notaba que tenía buena masa muscular. Su piel era clara, pero con una tonalidad rosácea que resaltaba sus rasgos agraciados. En resumen, era un chico apuesto. – Renesmee Cullen. – Repetí. – Sí, ya lo había oído. – Sonrió de nuevo. – ¿Cuál es tu siguiente clase? – Preguntó. Consulté mi cronograma y contesté. – Arte contemporáneo. – Dije. – Ah, que lastima, esa ya la cursé. – Apuntó apenado. – Bueno, quizás nos veamos en otra clase. – Sí, tal vez... – Convine, escogiéndome de hombros. La verdad el chico era apenas un poco más que un extraño, así que no sentí la necesidad de que compartiéramos otra clase. – Hasta luego. Caminé hacía el pasillo, intentando recordar el salón al que tenía que dirigirme porque ya había guardado la planilla de nuevo en el bolso. Tenía que subir al tercer piso. Salón trescientos veinticuatro. Esta vez no llegaba tarde. Tomé un asiento en el medio de entre todas las filas que había. No quería estar ni muy cerca, ni muy lejos. El lugar se fue llenando de a poco, y a medida que fueron entrando personas, más intensas se hicieron las miradas de los concurrentes. Me hubiera gustado que mi padre estuviera allí, para que me confiara el secreto de sus mentes, pero estaba sola, así que eso era imposible.

Al final, entró una mujer de mediana edad, de cabello oscuro y piel muy clara a dar la clase del día. – Bueno días alumnos. – Saludó con voz alegre. – Entonces como les dije la última clase, hoy tomaremos un pequeño examen para ver como vienen incorporando los conocimientos. Era de esperar porque todos mis compañeros estuvieran tan tensos. Me entró un leve estado de pánico. Maldije para mis adentros por no haberme interiorizado antes con respecto a la universidad. Levanté la mano, para capturar la atención de la profesora. Ella me miró, y pude percatarme de que se dio cuenta de que era una estudiante nueva. – Sí, dígame. – Dijo sonriendo. – Mmm... Lo siento, es que me he incorporado hoy a las clases, y no tenía idea de que habría un examen. – Me excusé. La mujer lo meditó un segundo, antes de responder. – Lo siento, pero debo tomarle el examen a toda la clase. Hazlo, si te va muy mal, ya lo discutiremos más adelante con el resto de tus calificaciones. – De verdad pareció apenada. Me frustré. La señora Klee, ese era su apellido, repartió las hojas una a una, y cuando me dio la mía, susurró “Suerte”, cosa que no hizo con todos los demás. En cierta forma, esto era mi culpa, porque nadie me había obligado a empezar dos semanas después. Contemplé el examen. Bueno, podría haber sido peor. Expresionismo, Cubismo, Arte Abstracto. Cosas que sabía y que en algún momento había leído. No era demasiado lo que había que hacer, no más de unas preguntas a desarrollar y unas cuantas afirmaciones en la que había que poner Verdadero o Falso. Hice lo mejor que pude, y entregué el parcial. La profesora Klee lo tomó, esperando encontrarlo vacío, porque en realidad no había estado escribiendo más de quince minutos. – Para no haber estado enterada de nada, señorita – buscó el nombre el la hoja. – Cullen, ha hecho un trabajo magnifico.

– Gracias, siempre me ha gustado el arte. Así que, leo continuamente acerca de él. – Me encogí de hombros. – Si me espera un segundo, puedo corregírselo aquí mismo. – Tomó una lapicera roja de su bolso y comenzó a hacer marcas. Al cabo de un minuto, me lo devolvió. – Excelente, señorita Renesmee. Bienvenida a la universidad. – Había un gran 98 rodeado con un círculo en la parte de arriba de la hoja. – Espero un 100 para el próximo examen. – Y me guiño un ojo en completa camaradería. Le sonreí. – Eso espero yo también. – Dije. – Puede retirarse, por hoy no habrá nada más que hacer en este salón. – Señalo la puerta, y sonrió por última vez. – Hasta la próxima clase. Hice una mueca de despedida, y me dirigí hacia el salón. Esta clase me había resultado mucho más fácil que la primera. Caminé hacia la planta baja, y deslicé mi horario desde la cartera. Según decía, ahora había un intervalo de cuarenta minutos hasta la próxima clase. Así que tomé el coche y manejé hacia el otro lado del campus. Allí estaba una librería muy grande, y también un par de metros antes una cafetería en donde había muchas mesas y varios lugares para sentarse a descansar por un momento. Aparqué justo en frente de la librería y descendí a la calle. Caminé ese corto trayecto que me distanciaba de la puerta, y entré. También ese lugar estaba concurrido de humanos, y esto generó un nuevo ardor profundo en mi garganta. El mostrador estaba ocupado por una mujer de unos cuarenta años, morena y muy bella. – ¿En que puedo ayudarla, señorita? – Preguntó muy amablemente. No sin echarme otra mirada torcida. Era difícil acostumbrarse a algo así. – Buenos días. – Saludé, haciendo caso omiso a su previa reacción. – Estoy buscando La pintura y su evolución a través de los tiempos, de Robert Santigny,Introducción al Arte Contemporáneo de Miranda Hopkins, Arte Paleolítico y Neolítico de John Starkee, La música y su Historia, de Brian Shuster y la biografía de Pablo Piccaso, por favor. – Esos eran los libros que necesitaría para comenzar.

La mujer trajo desde el fondo cuatro enormes tomos de estilo académico. No me preocupaba tener que leerlos, aunque tenía que admitir que nunca había leído libros tan extensos. El quinto, era más bien corto en comparación con los otros. – ¿Algo más? – Preguntó cuando apoyó los textos sobre el mostrador. – No, por ahora nada más. – Le dije. Buscó en el ordenador y calculó lo que le debía. – Son doscientos veintiocho dólares. – Informó, todavía mirando la pantalla. Saqué el dinero de mi bolso y se lo entregué. – Que tenga buen día – Saludó cuando me marchaba. – Gracias, igualmente. – Sonreí. Salí al exterior de nuevo. Teniendo en cuanta mi horario, aun tenía veinte minutos más de tiempo libre antes de entrar de nuevo a clases. Manejé por los caminos de piedra que rodeaban tanto el edificio principal como los auxiliares de la universidad. El campus era enorme. A pesar de que a la intemperie hacía frío, algunas personas, provistas de gruesos impermeables, merodeaban por el lugar, e incluso tomaban asiento alrededor de las mesas que distinguí en un rincón. Me uní a la muchedumbre que caminaba por ese paraíso polar, y descubrí un patio central, muy grande. En el medio estaba una fuente, y a sus costados, muchos bancos. Me senté en ellos, y pensé en lo que me esperaba. El resultado me hizo sonreír. Todo había empezado relativamente bien, a pesar de que había logrado que el señor Preston, mi profesor de Introducción a la pintura universal, se enfadara por mi intrusión a su clase. Los veinte minutos restantes pasaron lentamente. Vi a varios estudiantes fumando en un rincón, aislados de todos los demás. A otros hablando animadamente de varias cosas. Mis oídos me permitían escuchar todas las conversaciones del lugar, y ciertamente no todas eran dignas de oír.

Ensimismada, no fui del todo consciente cuando un grupo de chicos, que estaban a varios metros de donde me encontraban, comenzaron a hablar de mí. – Se llama... no recuerdo el nombre. – Decía una chica. – Era bastante raro. Solo sé que su apellido es Cullen. – ¡Renesmee! – Recordó entonces un muchacho que estaba entre ellos. – ¿Renesmee? – Repitió otro. – Sí que es bien raro. – A mí me gusta. No creo que podamos encontrar otra chica con ese nombre en ningún lado. – Dijo la primera muchacha que había escuchado. – Sí, tampoco creo que encontremos otra tan hermosa. – Habló de nuevo uno de los chicos. – ¿Crees que sea modelo? – Dijo la última chica, la que todavía no había hablado.

– No lo sé, pero ni siquiera me atrevería a hablarle. – Contestó el segundo muchacho, el que había dicho que mi nombre era raro. – Me quedaría mudo con solo acercarme. Todos rieron, y siguieron especulando con respecto a mi origen, y que es lo que hacía allí, en esa universidad del norte de América. Tocó el timbre y me apresuré a mi siguiente clase. Historia de la Música. Casi corrí al observar el reloj y darme cuenta de que estaba llegando tarde. Por suerte, todavía el profesor no había llegando, pero había muchos chicos sentados en sus lugares. Me sentí demasiado observada. De nuevo, nadie hizo un gran esfuerzo por ocultar que me miraban. Era descortés. Pude reconocer a varias personas de la primera clase, pero no recordaba nada más, ya que había estado más ocupada por no chuparles la sangre que por memorizar sus nombres. Ahora que traía la a colación el tema de la sed, pude darme cuenta de que no me sentía incomoda en lo más mínimo. El respirar el aire fresco del patio me había ayudado enormemente, y ahora las ansias no eran más que un débil hormigueo subiendo por mi cuello. Me sentí bien al darme cuenta lo rápido que había superado ese obstáculo. Sabía que la sed no iba a ser el principal problema con el que me encontraría al venir a Juneau. Bueno, en realidad no esperaba encontrarme con algo mucho mayor que un tonto contratiempo. Al cabo de unos minutos, entró el profesor Nicholas Wagner. El hombre, de cerca de treinta y cinco años, se apuró en cerrar la puerta. – Gente. – Dijo a modo de saludo. – Hoy veremos lo que significa la música absoluta. Parecía entusiasta. La clase de persona que disfruta de la docencia. Todavía tenía un destello de la primera juventud en el rostro, en el cual resaltaban unos ojos verdes muy hermosos. – En este tipo de sonido, la música instrumental esta libre de cualquier conexión con un texto, lo que quiere decir, que no se apoya en ideas o asociaciones secundarias para alcanzar que la melodía tenga un sentido ¿Entienden? Su valor depende de la calidad de la idea musical y de la lógica, ingeniosidad o inteligibilidad de la forma musical. – Explicó. – ¿Alguien sabe otra forma en la que se califica a esta forma de interpretación?

Nadie contestó. Así que levanté la mano para contestar. El profesor me miró, deteniéndose con toda intención en mi rostro. Fue incomodo, porque me sentí demasiado invadida, y porque era un adulto. – Dígame. – Dijo, mitad modulando y mitad balbuceando.

– La música absoluta también puede calificarse como abstracta, en cuanto no sea sometida a ningún otro análisis que no sea el de los del sonido o las relaciones tonales. – Perfecto. – Aprobó, sonriéndome. – Las expresiones formales típicas de la música absoluta o abstracta son la fuga, la sonata y la sinfonía. Todas ellas se pueden comprender y explicar sólo en función del enunciado y elaboración de las ideas musicales. Uno de los errores habituales de la divulgación de la música radica en atribuir a los compositores de música absoluta el deseo de expresar significados, reducidos, por lo general, a algo banal o trivial. Todos tomábamos notas. Y el hombre hablaba y hablaba del tema del día. Al final, reuní una buena cantidad de apuntes. El timbre sonó una vez más. Ya era mediodía. Salí con aire tranquilo, no tan desesperada como el resto del alumnado. Supuse que era por ganas de comer algo, o porque a estaban hartos de tantas clases. Como sea, no me di cuenta de que el señor Wagner me estaba mirando. – ¿Cómo es su nombre, señorita? – Me preguntó, y me sacó de la nebulosa de mis pensamientos. – Renesmee Cullen, profesor. – Contesté. – ¿Se ha incorporado recién hoy a las clases? – Preguntó levemente extrañado. – Sí, lo que pasa es que no soy de Alaska, y decidí postergar el ingreso dos semanas. – Le conté. – Espero que eso no me traiga muchos problemas con los estudios. – No lo creo. – Sonrió. – Parece una joven brillante. – Ehhh... gracias. – Le dije. – Debo irme. – Hasta la próxima clase. – Hizo un asentimiento. Caminé rápidamente hacía la puerta. Decidí ir caminando hacia la cafetería, donde pediría algo liviano, porque no tenía hambre. La sangre me mantenía lo suficientemente satisfecha por, al menos, dos semanas. Mucha gente se desplazaba a pie hacia la cafetería, y mientras lo hacía, vi de nuevo a ese chico que me había hablado en Historia de la pintura. Steven Collin.

El se acercó, sonriendo caballerosamente. – Veo que no compartimos clases hoy. – Dijo, cuando estuvo cerca. – ¿Me permites acompañarte? – Desde luego. – Contesté, más por ser cortés que porque quisiera que lo hiciera.

– ¿Como estuvo tu primer día? – Preguntó, lleno de curiosidad. – Bien, creo. – Comencé. – En Arte contemporáneo me pusieron un examen, pero lo aprobé. – ¿Con Klee? – Se extraño. – ¿Ya te lo corrigió? – ¿Por qué te resulta tan extraño? – Inquirí. – Bueno, la tuve el semestre pasado, y créeme, jamás la vi corregir un examen en el momento. Generalmente tarda muchísimo en devolver los resultados. – Explicó. – Debiste haberle caído realmente bien. – Puede ser. – Me encogí de hombros. Él sonrió, mostrando todos los dientes. Llegamos a nuestro destino, la cafetería. El lugar era bonito. Caminé hacia una mesa, y Steven me siguió. – Debo irme a sentar con mis amigos. – Anunció. Parecía culpable por tener que irse, algo que no entendí. – De verdad me gustaría quedarme, pero tenemos cosas que estudiar. – No hay problema. – Le dije. – Ve con tus amigos. – Sonreí para que no se sintiera mal. Al fin y al cabo, acaba de conocerme, no tenía por qué preferirme a sus camaradas. – ¿Podemos almorzar juntos, mañana? – Balbuceó, mirando al suelo y repentinamente sonrojado. Lo consideré un segundo. Estaba visiblemente interesado, pero no parecía mal chico. Es decir, había sido amable y todo eso. Hubiera sido muy descortés negarse sin un motivo contundente. Entonces se me ocurrió una excusa genial. – La verdad es que mañana tengo muchas cosas que hacer en mi departamento, y me iré a almorzar allá. Vivo cerca, así que no tengo problemas con ir y venir. – Pude ver como el desencanto invadía sus ojos grises, por lo que agregué. – Tal vez otro día. – Bien. – Dijo, no tan animadamente como antes. – un gusto conocerte, Renesmee. – Dime Nessie, si lo prefieres. – le recomendé. – No hay problema, Nessie. – Se despidió con un gesto. – Nos vemos por aquí.

Una camarera, de aspecto desaliñado y con un aire pesimista, se acercó para preguntarme que es lo que deseaba comer. Miré el menú, y todo era demasiado pesado para una mitad mortal.

– Una ensalada, por favor. – Le dije. – Sin sal, ni pimienta, ni aceite, ni vinagre. Me miró extrañada, y pensando que estaba loca. – No hay problema. – Contestó, antes de marcharse. Me distraje de nuevo mirando a toda esa parva de muchachos. Allí también había un fuerte olor que podría disipar mi sed, pero estaba mezclado con el de la comida, cosa que lograba mitigar un bastante la atracción. Nuevamente, algunos estudiantes me miraban. Si por lo menos se hubieran acercado a saludar o a intentar hablar, no me molestaría, pero el hecho de que estuvieran observando de lejos como si fuera un bicho raro, me irritaba. Respiré placidamente, y cerré los ojos. Entonces se me ocurrió llamar a mi amor. El hombre lobo de mis sueños. Saqué el celular de mi bolso, marqué el número, y coloqué el auricular en mi oreja. De paso, le dediqué una mirada al anillo dorado que tenía en mi mano izquierda. El corazón se me hinchó de felicidad. Sonó dos veces, antes de que Billy, mi suegro, atendiera. – Diga. – Dijo el anciano del otro lado. – ¡Billy! – Saludé. – ¿Cómo estas? – Ness... – Rió. –Bien, al menos por ahora. Tu abuelo estuvo aquí ayer y cree que en dos semanas ya podré hacer vida normal. – ¡Que bueno! Cuanto me alegro de escuchar eso. – Sonreí. – Deberías estar en la cama... – Aconsejé. – Sí, estaba yendo para allá. – Dijo. – ¿Cómo esta todo por Alaska? – Bueno, todo bien, por suerte. – Le conté. – Es un lugar muy bonito. Este es mi primer día de clases, así que todavía no he conocido a nadie. – Ya los conocerás. – Afirmó. – No te preocupes por eso, niña. Eres una gran persona, nadie se resistirá. – Gracias Billy. Tú también lo eres. – Sus palabras me hicieron enternecer.

– Jacob ha ido para la casa de tus padres. – Anunció.

– Ah... Esta bien. Cualquier cosa lo llamo más tarde, o sino me comunico con mamá o papá. – Contesté. Pero lo cierto era que no quería hablar con mi novio si es que mis padres estaban allí para escuchar. – Adiós, Billy. Espero que te mejores. Nos vemos. Desistí de llamar a Jacob, al menos por ese momento. La camarera llegó con mi seudo ensalada, y la apoyó delicadamente en la mesa. También me entregó un tenedor y un cuchillo. Comencé a comer, ante la mirada atenta de varios adolescentes. No tardé demasiado, el tiempo suficiente como para que la hora del almuerzo pasara y tuviera que ir a mí ultima clase del día. Introducción a la escultura se dictaba en el piso cinco. Era extenuante tener tantas materias. Llegué tarde. Otra vez. No calculé bien y arribé a la clase con cinco minutos de demora. Era algo en lo que debía mejorar si quería evitar que se me quedaran mirando como tontos cuando entraba fuera de horario. Me senté, tan aplicada como siempre, y la profesora, de unos treinta años, continuó con su clase, a pesar de que pude notar que a ella también le estaba costando dejar de observarme. Pensé un segundo en ello. Bueno, era lógico que llamara su atención, al fin y al cabo, era hermosa a sus ojos. Pero todo era una trampa, desde luego. Un vampiro normal estaba hecho para atraerlos, cazarlos. Beber su sangre y disfrutarla. Fue frustrante admitir a mi misma que se me estaba haciendo agua la boca. Pero ese no era el camino que había escogido para mi misma. Yo no era malvada, no quería ser un monstruo. Y si mis padres, que eran vampiros de cabo a rabo, podían alejarse de la tentación, entonces yo también. Mi padre siempre me había explicado su negativa a ser un monstruo. Solo recién en ese momento, encontrándome en una situación un tanto compleja, pude comprender la realidad de sus palabras. Siempre había dado por hecho que la abstinencia no era un problema para mí. Que era fuerte y superior. Pero ahora me daba cuenta de que eso solo era porque mi familia era la que me había inspirado ese sentimiento

falso de auto superación. Había crecido creyendo que era capaz de frenarme ante eso a lo que vampiros como mi tío Jasper temían. La incapacidad de resistirse. Busqué la fuerza, ya que estaba en algún lugar. La fortaleza no me abandonaría. No ahora, no en ese lugar. Aunque no era fácil ignorar esas fragancias rozagantes que jugueteaban en mi nariz, invitándome a agazaparme y reclamar la sangre que mi cuerpo deseaba. Nuevamente me sentí débil, completamente incapaz. No estaba orgullosa de mi misma. Despejé mi mente lo más que pude. Respirando por la boca, evitando que mi olfato se agudizara en esa pequeña aula poblada de deliciosos efluvios humanos. Esto iba a tardar un tiempo en normalizarse, quizás en unos días, una vez inmiscuida en la vida universitaria que deseaba, me sentía más a gusto. No lo sabía. No tomé un solo apunte en toda la clase. No tenía idea de lo que la profesora había dicho en toda esa hora de explicación. Bueno, algo debía de estar en el libro. El timbre de final de clases se no hizo esperar. Todos se pusieron de pie, notoriamente exaltados por el fin del día. Tenía que admitir que no me había nada mal, sacando la sed. Pronto eso también estaría solucionado. Tenía fe en mi misma. Caminé a un paso lento hacía las escaleras, donde un grupo de chicas, de varias edades y estilos, descendían acompasadamente. Las pasé, tenía prisa en llegar a mi departamento. Ellas me observaron extrañadas, e incluso, me pareció que estaban ofendidas. No había sido esa mi intención, pero tampoco tenía ganas de detenerme a explicar nada. Al fin y al cabo, no era más que una desconocida para ellas. Al acercarme a mi auto, una chica alta, de pelo castaño estaba abordando el Mercedes que había llamado mi atención por la mañana. – Bonito auto. – Le dije como un cumplido. Ella sonrió, encantada.

– Lo mismo digo. – Dijo, y deslizó sus ojos al mío. – Este Porche es espectacular ¿Panamena? – Preguntó entonces al observar con detenimiento mi auto. – Panemena Cabriolet. – Corregí suavemente. Ese era el modelo de mi coche. – No tienes idea de lo que rogué para que me compraran uno de esos. – Confió con una nueva sonrisa. – Debo admitir que tiene sus ventajas conducirlo. – Confesé. – Me llamo Renesmee. Renesmee Cullen. – Sí, ya lo he escuchado. Ambas vamos a Arte contemporáneo. – Señaló. – Mi nombre es Michelle White. – Un gusto. – Dije. – Igualmente. – Sonrió de nuevo. – Ahora debo irme, pero espero que nos volvamos a ver por aquí. – Eso espero. Buenas Tardes. – Terminé la conversación. – Adiós. – Se despidió y se metió a su coche. Dejé el campus cuando el sol asomaba levemente por las espesas nubes que coronaban el firmamento. La luminosidad era escasa, debido a lo ártica que era esa región, por lo que los rayos débiles del sol no pudieron colarse por los vidrios tintados de mi automóvil. Al llegar a la verja, el señor Scarllet me saludó, pero no me molesté en bajar la ventanilla. Llegué a casa rápidamente, cansada tras ese largo día. Todavía no sabía que era lo que sentía, y mucho menos si era algo bueno o malo. La experiencia en abstracto había sido buena. No me gustaba haber sido observada de la manera en la que lo fui, pero era algo que esperaba. Mi familia me lo advirtió hasta el cansancio. Hubiera sido ingenua si esperaba una cosa diferente. Aunque claro, que se muestren curiosos era una buena señal. Tenía que serlo. No me hubiera gustado pasar completamente desapercibida. Tampoco es que disfrutara siendo el centro de atención.

Ningún extremo esta bien. Tal vez solo era necesario esperar a que esa especie de exaltación se disipara, para que pudiera relacionarme como una persona normal. Pensé en los únicos chicos con los que había cruzado palabras. Steven Collins y Michelle White. Ambos parecían chicos buenos, aunque de hecho no los conocía en lo más mínimo. Quizás al día siguiente podría hablar con ellos y darme cuenta de verdad que eran una buena compañía. Crucé el comedor y me saqué los zapatos, no eran más de las cuatro de la tarde. Como sea, al recostarme en mi cama, estaba exhausta. No tenía sentido pensar mucho más en el asunto. Mi mente no me lo permitía. Tras unos últimos segundos de meditación, abracé los sueños a gusto, y me quedé dormida.

Capitulo 7 Incidentes. La primera semana de clases pasó rápidamente. Enseguida me encontré cómoda entre toda la gente. Todavía seguían con el mismo comportamiento del primer día, pero había aprendido a ignorarlos. La atención fue un poco menor al día siguiente, y disminuyó conforme pasaba el tiempo. Así llegó un momento en el que solo despertaba curiosidad en pocas personas, y eso hizo que pudiera desempeñarme mejor en mis ocupaciones. Pronto me encontré a mi misma disfrutando levemente de la experiencia. Aunque no podía evitar sentirme sola. Acostumbrada como estaba a mantener relaciones constantes con mi familia, estar allí resultó un poco más difícil de lo que en realidad esperaba. Despertar en soledad, realizar tareas solo por mi misma y no por nadie más, era algo que me resultaba ajeno. Aunque luego pensé en que eso era en realidad lo que había buscado, y el sentimiento se aplacaba un poco. A veces pensaba como había logrado mi abuelo Charlie vivir diecisiete años solo en su pequeña casa de Forks. Eso era algo que difícilmente podría haber logrado. Incluso para nosotros, criaturas eternas, resultaba mucho tiempo. Un caso diferente era el de mi abuelo Carlisle. Había pasado cerca de trescientos cincuenta años sin nadie. La diferencia es que él no estaba alejado de nadie, simplemente no tenía a quien extrañar. Es duro estar lejos de aquellos a quienes amas. Pero a medida que pasaba el tiempo, me pude mimetizar entre la gente, y una vez que me vi sumergida en ese mundo que tanto deseaba, me sentí relajada. Steven Collins me abordó a la salida de Historia de La pintura unas semanas después que llegué a Juneau. Había estado rechazando categóricamente todas sus invitaciones para almorzar, para unirme a su grupo de estudio, para salir de noche a algún pub o ir a bailar a alguna disco. No se rendía, y continuaba dirigiéndose a mí con total cortesía y con esa sonrisa suya tan bonita. No me molestaba que me invitara a tantos lugares, sí que no entendiera que no tenía interés por él. Era un chico muy hermoso y gracioso en muchos sentidos, pero mi corazón ya tenía dueño, lo cual era algo que no quería explicarle. Primero porque apenas lo conocía, y segundo porque no quería hacer el ridículo al decirle que no me gustaba si resultaba estar equivocada.

Al fin y al cabo, no tenía experiencia en esas cosas, porque en realidad nunca nadie había intentado cortejarme. Jacob había estado presente de todas las formas posibles desde que tenía memoria, siendo exactamente del modo en el que esperaba que fuera. Me era ajena otra forma de ser que no fuera esa, pues todos a mi alrededor, todo el tiempo, se habían comportado cariñosamente y con gentileza. Aunque tal vez ese era el error. Esperar que todos se comporten conmigo de esa forma. A veces era difícil darme cuenta de que no estaba en Forks, y que la gente que no rodeaba no era mi familia. Por lo tanto, me era del todo difícil afirmar que la atención que ponía este nuevo chico en mí, fuera algún tipo de segunda intención, quizás su amabilidad se debía a que simplemente era una persona así. – ¡Ness! – Saludó mientras tomaba mis cosas para ir hacía Arte. – ¿Cómo estuvo tu fin de semana? – Preguntó. La verdad nada interesante. Había hablado mucho con mamá y Jacob. Había limpiado superficialmente. También estudié un poco. Nada digno de contar, supuse. – Estuvo normal. – Contesté por fin. – ¿El tuyo? – Inquirí. – Bien, fuimos con los chicos a una discoteca que esta muy buena. El viaje es largo, pero mereció la pena. – Se encogió de hombros. – ¡Bien! – Dije. – Me parece genial que hayas disfrutado tu fin de semana. El sonrió otra vez, tal vez consciente de que en verdad se lo decía más por una cuestión de educación que porque en realidad me importara. Steve me caía muy bien. Era un chico amable, que de vez en cuando me hacía sonreír, pero era demasiado insistente y a veces le costaba ver las cosas que deberían resultarle obvias. – ¿Te puedo acompañar hacía Arte? – Pidió. – Tengo mi siguiente clase en el cuarto piso. Casi pongo los ojos en blanco. Casi. – De acuerdo. – Acepté, y me encaminé hacía el lugar. Él me siguió, notoriamente animado. No paró de hablar hasta que llegamos al tercer piso, y tampoco lo hizo cuando me dejó en la puerta del salón, para que entre a la clase. – Te veo en el almuerzo. – Dijo, antes de darse vuelta y correr hacía las escaleras, porque estaba llegando tarde a su siguiente clase. Arte contemporáneo era una clase muy interesante, por lo menos desde el punto de vista de la profesora Klee. El dadaísmo y el surrealismo resultaban sugestivos en sus explicaciones. Como siempre, lo único que pude hacer es tomar muchos apuntes, intentando no ser demasiado veloz, ya que mi

bolígrafo se deslizaba más rápido por el cuaderno, que la voz de la profesora por el aula. Ella siempre que se acercaba a mi sitio me sonreía, y observaba mis apuntes impecables con admiración. Tenía una letra muy parecida a la de mi padre, así que mi caligrafía era larga y pulcra. Al salir de clase caminé hacía la cafetería, la rutina comenzaba a arraigarse en mi cabeza. Llegué con el tiempo suficiente para pedirme algo. Adentro estaba calido, deliciosamente calido. Tomé asiento en una de las sillas más cercanas a la puerta, y una de las meseras se acercó. – Una ensalada, por favor. – Pedí a la mujer. Me hundí en las musarañas, demasiado perdida como darme cuenta de cualquier cosa. Antes de que pudiera regresar a la realidad, Steven estaba sentado a mi lado. – Hola. – Saludó alegremente. – ¿Puedo almorzar contigo? Bueno, la verdad es que ya estaba sentado en mi mesa, por lo tanto, no tenía mucho sentido rechazarlo. – Claro. – Le dije, también sonriendo. – ¿Cómo estuvo todo hoy? – Preguntó de un modo muy atento. – Bien, casi no me ha resultado complicado incorporarme a las clases. – Contesté. – Eso es genial. – Dijo mirándome el rostro. Tal vez algo lo intimidó, porque bajó la vista, y de repente se enfocó en mi mano izquierda, apoyada sobre la mesa. La observó atentamente, quizás demasiado. Pude saber que es lo que estaba pensando exactamente. No habíamos hablado mucho en esos días que nos conocíamos, por lo que jamás le había dicho que tenía novio, y que seguramente al volver a Forks me casaría. El anillo en mi dedo corazón era una buena prueba de eso. – Renesmee... – Comenzó, dudando. – ¿Tienes novio? – Sí. – Contesté con tono seguro. Hice notar en mi voz que estaba enamorada, y que no me tomaba nada a la ligera. – Estoy comprometida, en realidad. El sonrió nuevamente. Aunque no como siempre. – ¡Bien! – Respondió. – Que chico afortunado. – Ambos lo somos. Jacob es el hombre más hermoso y bueno del mundo. – Mis ojos brillaron ante la mención del amor de mi vida. – Tú seguramente también tienes pareja, siendo un chico tan apuesto. – Agregué. – Lo cierto es que todavía no he encontrado a la indicada. – Contestó. – Aunque quizás este más cerca de lo que imagino.

No sé que fue exactamente lo que vi en su rostro, pero me di cuenta de que estaba entrando en un terreno peligroso. Por eso, bajé el brazo de la mesa, y agradecí que la mesera llegara justo con mi ensalada. – Aquí tiene señorita. – Dijo cortésmente. – ¿Va a comer algo, señor? – Preguntó a Steve, y pude ver que intentaba coquetear con él. Sentí un flujo de gratitud hacia ella. – Un sándwich de pollo, por favor. – Pidió el muchacho, ojeando levemente el pequeño menú que estaba en la mesa. Seguramente se dio cuenta del flirteo de la moza, pero no hizo nada. – Y hace cuanto que estas de novia con el tal Jacob. – Dijo el nombre como si de repente la lengua le pesara cincuenta kilos. Lo dudé un segundo. Decidí decir la verdad. – Siete años. – Respondí tranquilamente. – ¿Siete años? – Repitió asombrado. – ¿Cuántos años tienes, Ness? – Veinte. – Contesté sonriendo. – ¿Sales con él desde los trece años? – Parecía atónito. – Sí, ya hace mucho tiempo que somos una pareja. Podría decirse que era un bebé cuando nos conocimos... – Sonreí de nuevo, ante lo gracioso que me pareció mi pequeño chiste privado. – ¿Y cuantos años tiene él? – Veinticuatro. – Dije. – Aunque no los aparenta. Tal vez en ese momento Steven perdió las esperanzas. Ojala así sea, porque realmente era un chico que me caía bien. No tenía intenciones de que dejara de hablarme, no importaba lo irritante que pudiera ser a veces. Estuvimos callados cerca de un minuto, un silencio incomodo que me hubiera gustado rellenar con algo, pero no se me ocurría nada. Entonces, llegó la orden de Steven, y él comenzó a comer. Almorzamos prácticamente callados, solo hablando en algunas ocasiones, de nada en especial. Me sentí mal por él, porque el cambio entre el chico de hacía quince minutos y el que estaba ahora sentado de frente a mí era muy grande. Al sonar el timbre, se levantó rápido. – Nos vemos más tarde, Renesmee. – Dijo en una voz apenas audible. Una humana definitivamente no lo hubiera oído. Dejó la cafetería en un segundo, y eso, para mi total sorpresa, me hizo sentir culpable. Bueno, no puedes tener todo, me dije a mi misma. No puedes tener un hombre que te ame, una familia que te apoye, una vida prácticamente perfecta, amigos vampiros maravillosos, y a eso sumarle amigos humanos. Entendía perfectamente a mis padres cuando me decían que los humanos eran diferentes a nosotros.

Hasta ese momento, nunca lo había creído, pero ahora me daba cuanta d que tenían razón. Los humanos cambian constantemente, son presos de sus emociones, pasan de la paz a la ira en un segundo, y no hay nada que lo pueda cambiar. Envejecen, y abandonan el mundo, no tienen tiempo para pensar demasiado las cosas. Deben vivir la vida, porque en un segundo todo puede terminar. Sus vidas dan giros demasiado drásticos como para analizar cada paso que dan por el camino que se construyen. Yo estaría aquí, exactamente igual en, por lo menos, ciento cincuenta años más. Entendía a Steven en cierto modo ahora, pero eso no cambiaba nada. No me percaté de que me estaba moviendo hacia la siguiente clase, hasta que estuve sentada en una de las sillas. Historia de la Música no había empezado, como siempre, el profesor Wagner solía llegar un poco tarde. La clase transcurrió delante de mí sin ninguna complicación. Tal vez estuve un poco ida a lo largo de toda la cátedra, porque el nuevo tema, música barroca, era uno que conocía muy bien, por eso cuando el profesor me preguntó como estaba dividido este movimiento, no tardé mucho en contestar. – Barroco primitivo, barroco medio y barroco tardío. – Había dicho cansinamente. Quizás él se dio cuenta de que no estaba prestando gran atención a la clase, pero no agregó nada sobre mi comportamiento en cuanto vio que respondí correctamente a su pregunta. A medida que pasaba el tiempo entre clase y clase, me fui dando cuenta de que muchas cosas ya las sabía, o las había leído en algún momento. Pero igualmente me gustaba oírlas desde la óptica del profesor, pues esto me daba un punto de vista mucho más subjetivo de la información que conocía.

Había pasado ya casi de un mes que me encontraba en Juneau, todo era normal ahora, aunque me seguía resultado nuevo. No tenía amigos, eso tenía que admitirlo, pero sí tenía algunas personas con las que hablaba. Como Steven, o Samantha Stuart, una chica de mi clase de escultura, y varias personas más entre clase y clase. Un viernes por la tarde estaba camino a mi coche, cuando vi venir a esa chica con la que ya había hablado antes. Tenía el cabello castaño

claro y unos bonitos ojos de color verde brillante. Seguramente me reconoció, porque me saludó gentilmente. – Hola Renesmee. – Me dijo. Entonces recordé su nombre. – Hola Michelle. ¿Cómo has estado? – Pregunté amablemente. – Bien, la universidad es un poco demandante. – Contestó. – Estoy algo cansada, menos mal que es viernes. – Sí, yo también. Esto de ir clase a clase cansa mucho. – Dije, aunque en realidad no estaba agotado ni un poco. – ¡Como me gustaría volver a la preparatoria! Todo era mucho más fácil. – Se quejó con una sonrisa. – Exactamente. – Asentí, aunque en toda mi vida no había pisado una. – La vida de porrista era mucho más cómoda. Ella se rió. Algo tenía que inventar para interactuar con la gente. ¿No? Sino todos pensarían que había estado encerrada en una cueva toda mi vida. – Sí, esas fueron buenas épocas. – Confirmó. – Ahora tengo que irme rápido a casa. De verdad eres una persona muy graciosa y simpática. – Añadió. – Nos vemos el lunes. Que pases un buen fin de semana. – Igualmente, nos vemos el lunes. Subió a su coche, arrancó el silencioso motor y condujo hasta la salida. Al cabo de poco tiempo, se perdió de vista. El fin de semana en casa resultaba una rutina mortalmente aburrida. Intentaba ir muy poco de caza. Tomaba comida humana casi siempre, y eso era suficiente para sobrevivir, aunque ni la mitad de satisfactorio. Incluso la sangre del más insulso de los herbívoros hubiera estado mejor. Si quería convivir con humanos, tenía que comportarme como ellos. Además tampoco sabía bien a donde debía ir. Mirase donde mirase, había nieve, bosques templados, y más nieve. Lo único que podría conseguir fácilmente si recorría el norte del estado, sería pingüinos, y la verdad es que no estaba segura de si me simpatizarían, eran demasiado fáciles de atrapar, aunque de hecho no había intentado cazar uno nunca. Pensé en mi sed. Esa sensación que me hacía sentir seca como un hueso. Al principio me había costado adaptarme a la universidad por todos esos aromas distintos, cada uno tentador a su manera. Ahora, varias semanas después, era algo que podía manejar muy bien. Era cuestión de práctica, tal cual había pensado. El hormigueo era constante, y algunos de mis reflejos involuntarios estaban listos y tensos para el menor signo de debilidad. Pero esa no era una opción,

desde luego. El sábado a la tarde llamé a Jacob directamente a su móvil. – Hola, amor. – Saludé una vez que me atendió. – ¡Renesmee! – Contestó inmediatamente. – ¿Cómo estas? Te extraño tanto... – Yo también, Jake. A veces es muy difícil no tenerte a mi lado. – Le dije, apenada. – Eso lo sé. – Rió. – ¿Todo esta en orden? ¿Te has acostumbrado a la vida de la universidad? – Bueno, supongo que sí. La verdad es que no me he hablado con casi nadie desde que llegué, pero las clases son interesantes. – Tal vez pronto te hagas montones de amigos, solo es cuestión de tiempo. – Dijo, muy convencido. – Espero que sí. No es que me moleste no hablar, ya sabes que en realidad nunca me ha gustado mucho, solo que no comunicarme con nadie por ningún medio, me hace sentir rara. – Guarda tus trucos de salón para otro momento. – Se rió calidamente. Pero luego su voz se torno sería, melancólica. – La vida aquí es muy diferente si no estas... – Todo en mí es diferente sin ti. – Respondí en un susurro. – Sabes que no lo digo para que te sientas culpable, pero me gustaría mucho estar contigo ahora. – Se lamentó. – Sé que no es tu intención, amado mío. A mi también me gustaría estar contigo. – El corazón me dolió fuertemente por un instante. Suspiró pesadamente antes de agregar. – No quiero que te pongas mal, Nessie. Cuando vuelvas todo será perfecto. – Su voz cambió de nuevo, a un tono muy parecido al que tenía siempre. – Claro, estaremos juntos... siempre. – Eso era un consuelo enorme. – Solo tienes que disfrutar el momento, Ness. Recuerda que esto es algo que tú querías. – Me recordó. Tenía razón. – Sí, eso ya lo sé. Lo estoy disfrutando, pero tal vez mis expectativas eran un poco diferentes. Creo que no era esto lo que estaba esperando. – ¿Quieres regresar? – Preguntó, y el timbre levemente esperanzado de su voz fue como un ladrillo en el estomago. Un ladrillo enorme de culpa. – No por ahora. Quiero quedarme y ver que puedo sacar en limpio de todo esto. – Respondí, y casi pude sentir como su estado de ánimo

decaía. – Lo siento, Jake. Te amo mucho, y espero que puedas perdonarme por haberme alejado de ti. Soy egoísta. – Claro que no lo eres. – Dijo rápidamente. – Ya hemos hablado de eso. Yo también te amo, mi amor. Eres todo cuanto quiero en la vida. – Eres demasiado bueno para mí. A veces pienso que no te merezco. – Comencé. Él bufó, claramente en desacuerdo. – Ness, de nosotros dos, el que debería alegrarse por su suerte soy yo. Jamás podría ser lo que soy si no fuera por ti. Tú eres la razón por la que mi corazón puede amar con tanta desesperación. Continuamos hablando por horas, diciéndonos cuanto nos amábamos y nos extrañábamos. Al final, nos vimos obligados a cortar. El algún momento del domingo, la señora Roberts subió hasta mi puerta para darme otra tanda de galletas horneadas. La invité a pasar, pero se excusó diciendo que tenía muchas cosas que hacer. – Lo siento querida, hay mucho que ordenar y clasificar en mi casa. La verdad es que no tengo ni la mínima gana de hacerlo, pero bueno... – Dijo. – Te veré otro día, corazón.

El lunes me encontró animada. Quizás fuera porque mi conversación con Jacob había logrado alentarme, o simplemente porque todo comenzaba a encajar en su lugar. No lo sabía. Lo que importaba era que cuando llegué al campus, pude sentir un aura de energía positiva recorriéndome el cuerpo. Las clases se sucedieron como borrones poco definidos, porque en verdad estaba en un estado muy cercano a la somnolencia, en el cual era incapaz de registrar muchas cosas. A la hora del almuerzo comencé a poner los pies sobre la tierra, y ser mucho más consciente de todo. Hacia mucho frío afuera, y caminar se dificultaba porque el frío de Juneau cristalizaba rápidamente la lluvia que caía sobre el suelo. Si bien no había llovido demasiado desde que había llegado a la cuidad, la persistente capa de nubes no había flaqueado en ningún momento. Gracias a ello, pude sentirme como si en realidad estuviera en casa. Al menos en el mas intranscendental de los sentidos. Al entrar en la ya conocida cafetería, no me sentí como un extraño que asiste a una fiesta a la que nadie ha invitado. Las miradas furtivas se habían reducido al mínimo, y hasta se habían vuelto soportables. Steven no había dado acto de presencia en todo el día. Eso era algo

bueno. No habíamos vuelto a hablar desde que le dije que estaba comprometida, y eso hizo hacerme sentir bien. Si había albergado alguna esperanza en esos pocos días que nos conocíamos, seguramente ya las había perdido. Aunque no podía evitar la culpa. ¿Era posible que pudiéramos llegar a tener una relación de amistad sin involucrar otros sentimientos? En una mesa, estaba sentada la chica que mejor me caía entre todos mis nuevos conocidos. Michelle. Me acerqué lentamente, sonriendo, esperando no estar interrumpiéndola. Sobre la mesa tenía un libro de arte, uno que nos habían asignado para leer. – Hola Michelle. – Saludé. – ¡Renesmee! – Respondió sonriendo. – Siéntate, por favor. Hoy no tengo compañera para el almuerzo. Tomé asiento a su lado, animada ante su jovial bienvenida. – ¡Gracias! – Le dije. – Es aburrido almorzar todos los días sola. – Bueno, hoy no va a ser así. – Apuntó divertida. Hablamos todo el almuerzo, y fue divertido estar con ella, aunque sea ese momento. Y los días continuaban pasando... Incluso volviéndose monótonos, aunque intentaba pensar que esa sensación se me pasaría en cualquier momento, cuando estuviera completamente acostumbrada a mi nueva vida. Steven volvió a hablarme unos días después. El cambio en su personalidad fue significativo. Seguía sonriente, amable y todo lo demás, pero tuve la sensación de que ahora era diferente. Un poco más forzado, no lo sabía. Al principio llamó mucha mi atención, pero luego dejé de pensar en eso. Tal vez solo era algo producido por la culpa y mi imaginación desbordada. – ¿Qué tal, Nessie? – Había preguntado la mañana de un miércoles en el que llovía demasiado como para pasar mucho tiempo al descubierto. Se había acercado a mi auto, y dejado el suyo estacionado al lado del mío. Su cara estaba ligeramente ojerosa, como si hubiera estado desvelado. – Stev... – Saludé, sonriéndole. – Todo bien, por suerte. – Respondí. – ¿Qué hay de nuevo? – No mucho, la verdad. – Dijo sin mucho ánimo. Aunque luego, después de vacilar un poco agregó. – Oye, después de clases me gustaría hablar contigo de algo. ¿Te parece bien?

Me sorprendió demasiado su repentina proposición. – ¿De que quieres hablar? – Le pregunté, para que me adelantara algo que me sirviera para saber si debía o no aceptar. – Solo de algunas tonterías. No me he estado comportando bien en estos días. Quisiera aclarar unas cosas. – Respondió lentamente, analizando muy bien cada una de sus palabras. – No hace falta que te disculpes, y no he notado que te hayas comportado mal conmigo en estos días. – Mentí. Sí lo había notado, pero si con eso podía evitar alguna complicación, lo aceptaría con gusto. – Bueno, de todos modos, creo que sería mejor que habláramos de algunas cosas. Sin presión. Si no quieres, no estas obligada. – Dijo al final sonriendo, con una sonrisa muy parecida a la que era habitual en él. Mi naturaleza curiosa entró en acción en ese momento, y aunque tendría que haberme dado cuenta en el acto de la situación, no lo hice, y terminé aceptando su petición. – Esta bien, después de clases te espero aquí. – Le avisé. – Así podemos hablar. – Genial. – Convino, y se fue camino al segundo edificio, donde según creía, tenía una de sus clases. Aseguré el auto y caminé a mi clase.

Ahora, que tenía una buena temporada en Juneau, comenzaba a darme cuenta que las cosas no eran como me las había imaginado. Había planificado en mi mente una situación diferente. Relacionarme con varias personas, poder conversar, llenar los vacíos que había originado al apartarme de mi hogar. No había sido consciente de muchas cosas. Tal vez mis padres lo sabían. Ellos más que nadie entendían que no éramos personas normales. O en el peor de los casos, ni siquiera éramos personas. Había soñado con algo muy diferente... encajar desde el principio, relacionarme con todos, y lograr así eso que buscaba. En esos momentos, realmente pensándolo en frío, ¿Mi vida había sido en verdad tan monótona como para alejarme de mi familia? No, claro que no. Y entonces fui cayendo de a poco en esa sensación mitad culpa y mitad desilusión... En el amargo sabor que me dejaba el desencanto, descubrí la certeza de que lo que estaba buscando, no lo iba a encontrar en Juneau...

¿Pero que era lo que buscaba? ¿Y donde lo encontraría? Primero que nada, intentaba conectarme conmigo misma, hallar a la Renesmee que no era solo una mitad humana, mitad vampiro. Que en realidad no era una tonta niña malcriada, sino una mujer madura, responsable y digna de confianza... también me hubiera gustado que en ese trayecto, que desde luego no sería fácil, pudiera lograr tener amigos humanos, con los cuales pudiera ser yo misma, y mostrarme de una forma agradable. Pero había algo que desde el principio no había estado bien. No podía mostrarme a mi misma. Ese hubiera sido un grave error. Ahora me daba cuenta que no había contado con un factor importante. Yo no era humana. No una como todos los demás, por lo menos. Aunque a veces quería creerlo, y de hecho así era como me sentía la mayoría del tiempo. Mi sobrenaturalidad saltaba a la vista tan solo con echarme un rápido vistazo. Y ese era el motivo por el que nadie se acercara a mí. La piel pálida, la belleza imposible, la suspicacia, la velocidad mental... todo en mí hacía notar que en verdad no era como ellos. Porque no era solo la hermosura lo que los espantaba, gente bella hay en todo el mundo. Era algo más, ese sentido intrínseco en la naturaleza de los hombres, que le hacían ver que nosotros, los vampiros, no éramos la compañía adecuada. Pocas veces me había detenido a pensar en porque mi tía Rosalie estaba tan resentida con su vida. Ahora, quizás podía entenderla un poco mejor. Nunca íbamos a cambiar, ni siquiera en lo más mínimo. El mundo iba a girar a una velocidad vertiginosa a nuestro alrededor, y nosotros estaríamos al margen de los cambios que se producirían en consecuencia. Como si no formáramos parte de él, como si en realidad no existiéramos. Rocas vivientes, ese era el termino que utilizaba mi padre para describirnos. Pero incluso las rocas cambian de vez en cuando. Nosotros ni siquiera teníamos esa oportunidad. Aunque lo cierto es que no deberíamos existir. Y yo mucho menos, porque si los vampiros no tenían que formar parte del mundo, desde luego tampoco yo tenía mucho que hacer. Entonces todo se tornó exiguo, demasiado previsible. Y el tiempo comenzó a transcurrir indiferente a todo, en especial a mí.

Michelle y Steven, que no tenía idea si se conocían, no se mostraban reacios a relacionarse conmigo. Pero eran la excepción a la regla. La mayoría solo tenía el valor, o la descortesía, de mirarme fijamente, sin reparar en que me diera cuenta o no de ello. Evitaban hablarme, y mucho menos conocerme. Quizás solo ellos estaban destinados a ser mis nuevos amigos. Por lo menos tenía que intentarlo. El día no mejoró. La lluvia continuó cayendo fuertemente a lo largo de toda la mañana, y solo dio un poco el brazo a torcer el medio día, cuando las gotas se hicieron un poco más delgadas, pero no menos persistentes. Deambulaba de un lugar a otro como un fantasma. No sabía que tipo de fuerza me llevaba en particular de una clase a la otra. Había adquirido la costumbre de almorzar con Michelle. Solo compartíamos una clase, la del lunes, y por eso estábamos relativamente poco juntas. Nos llevábamos bien, o al menos eso quería creer. Ella tenía otras amigas, pues había hecho cambios en sus horarios para compartir con las demás chicas que había conocido desde el principio del año. Yo no había tenido esa suerte, así que dejé mi horario tal cual me lo habían dado, y me limité a asistir a mis clases. Comos sea, al momento de entrar en la cafetería, ella me esperaba en el lugar de siempre. – Hola, Ness. – Saludó. – Ya he pedido por ti. Ensalada ¿No? – Me miró ceñuda. – Gracias. – Dije, sonriendo. – Siempre como demasiado de noche. Por eso solo pido algo ligero al medio día. Casi no tengo hambre. – No hay problema. Tengo que preguntarte algo. ¿Has hecho ya la tarea de Arte contemporáneo? – Sí, si quieres te la muestro, justamente la terminé ayer a la noche. – Le respondí rápidamente. – Perfecto. – Convino. Estuvimos hablando todo el almuerzo, aunque siempre de la universidad. Al llegar casi el momento de despedirnos y encaminarnos cada una a su siguiente clase, ella me detuvo. – Ten mi número de móvil, Nessie. – Dijo, y lo anotó en una esquina de su cuaderno y lo arrancó para alcanzármelo. – Llámame cuando quieras, podemos salir a tomar algo, o de compras, como quieras. – Sonrió. – Gracias, ahora mismo guardo tu número en la agenda. – Dije, y lo deslicé por mi bolso para hacerlo en cuando pudiera. – Genial. Estoy llegando tarde. – Se despidió Michelle. – ¡Espero tu

llamado! Cuídate. – Luego se fue casi corriendo a clase. Sonreí. Bueno, tal vez las cosas iban a comenzar a salir como lo esperaba. Quizás no necesitaba muchos amigos, ni mucha gente con la que hablar. Tal vez solo esta chica amable era suficiente.

Fue una sorpresa encontrarme en mi coche al final de la tarde. Tampoco había sido capaz de discernir con completo criterio como había pasado nuevamente el tiempo tan rápido. Casi había olvidado mi acuerdo con Steven esa mañana, por lo que me tomó por completa sorpresa cuando golpeó suavemente mi ventana. – Nessie, teníamos que hablar de algo. ¿Lo recuerdas? – Comenzó. Y la curiosidad se hizo presente nuevamente. No tenía idea de que quería decirme. En cierta forma, había sido bueno que no me hablara por unos días. Su persistencia había estado a punto de agotarme, y eso no era bueno. En cualquier momento hubiera perdido la paciencia. Pero ahora, que se mostraba cauteloso y con cierto recelo, tampoco era buena señal. Salí del coche, y subí la capucha de mi tapado. Hacía frío afuera, y aunque no me afectara, eso era el comportamiento esperable. Mis rizos color bronce se escapaban cual largos eran por los costados, y caían en cascada sobre mis hombros, contrastando enormemente con el tapado negro que llevaba. Él se sonrió. – ¿Quieres caminar un poco por el parque? – Preguntó. Dudé. No estaba como para caminar con la lluvia que caía y el viento que se arremolinaba por doquier, pero acepté, para ver a que me llevaba todo esto. Nos desviamos por uno de los caminos que zigzagueaban por el campus, y me condujo hacía en paraje desierto, cubierto de nieve. Era un lugar bonito, y solitario. Se detuvo en una de las mesas que decoraban el lugar, y se apoyó en ella. Me observó atentamente unos segundos. – Entonces, ¿De que querías hablar? – Pregunté tras un momento de silencio incomodo. – De varias cosas, Ness. Lo primero, es que no he comportado bien en estos días. Lo siento, es que lo vi necesario para ordenar mis ideas. – Comenzó. Luego dudó unos segundos, en los cuales mi miró con aprensión – La verdad es que desde te conozco, no he podido pensar en otra chica. No te puedo sacar de mi mente. Anoche no dormí, pensando toda la noche en ti. Creo que estoy enloqueciendo. – Sentí una punzada de culpabilidad en el estomago.

– Lo siento, Stev... nunca fue mi intención que pasaran esas cosas. – Susurré. Sus ojos grises se empequeñecieron, como si dudara de mi palabra. – ¿Estas segura? – Preguntó. – ¿En verdad no querías que suspirara por ti? Me quedé petrificada. Aun sin comprender nada de lo que estaba diciendo. – No entiendo que quieres decir. – Contesté. – ¿En serio? – Compuso una cara irónica. – De verdad no creo que sea muy complicado darse cuenta. – Si es tan obvio, deberías explicármelo. – Respondí algo irritada ante su mordaz respuesta. Se puso de pie y caminó hacía mí. Era más alto que yo, y a primera vista parecía mucho más fuerte. Claro, solo en apariencia. Al llegar justo en frente de mi rostro, sonrió. Aunque su sonrisa no era como la había visto antes. No había franqueza en su rostro, ni encanto, ni inspiraba confianza. Absolutamente nada de eso. Era una sonrisa vacía, la de alguien que intenta verse amable en contra de su voluntad. El tipo de sonrisa que pondría un cazador ante su presa. Una que podría emplear un vampiro ante un humano frágil y acorralado. – Me gustas mucho, Renesmee. – Dijo. – Eres tan hermosa... jamás en toda mi vida he visto a una muchacha más exquisita que tú... – Suspiró pesadamente. – tu belleza no se compara con nada. Te deseo, más que a nada en el mundo... El brillo de sus ojos era demasiado sombrío como para que esa fuera una escena romántica en la que un chico se declara ante su enamorada. Su mirada era glaciar, calculadora. Asustaba. Su respiración candente originaba una pequeña neblina al hacer contacto con el ambiente frío en el que nos encontrábamos, y sus aspiraciones se hacían cada vez más pesadas y profundas. No podía asegurar si tenía miedo. Todo era demasiado confuso como para pensar en otra cosa que no fuera salir rápido de esa situación.

– De verdad lamento no haber puesto a tiempo una barrera entre nosotros... – Susurré, apenada. – Yo no veo en ti más que un amigo... – ¿Estas segura? A veces creo que yo también te gusto. ¿No te sientes atraída, ni siquiera un poco? – Preguntó, avanzando un paso más hacía mí, dejando su rostro, y su aliento, a solo unos centímetros del mío. Levantó una de sus manos y tomó mi muñeca, intentando arrastrarme hacía él. Retrocedí, liberándome, ahora asustada ante su comportamiento. Pero no era miedo por mi seguridad. Sabía que Steven era solo un humano, débil y demasiado estúpido. Solo necesitaría un mínimo de mi fuerza para derribarlo y ponerlo en su lugar. El miedo era originado por algo más profundo. ¿Podía llegar a perder el control? La calma todavía no me había abandonado. – Vamos... – Continuó. – Sé distinguir la mirada de una chica interesada. – Evidentemente, esta vez te falló el instinto. – Dije, alzando la barbilla y utilizando un tono arrogante. Quería que entendiera que se había pasado de la raya. – Porque no me interesas en lo más mínimo. – Le dediqué una mirada de asco. – Me gustan las chicas con carácter, lo hace más interesante... – Utilizó una voz que intentó ser seductora, pero cada segundo que pasaba solo lograba que quisiera salir corriendo de allí. – No me interesa el tipo de chicas que te gustan. – Dije, esta vez elevando la voz considerablemente. Comencé a deslizarme hacía el camino que me llevaría de nuevo hasta mi auto, pero me bloqueó rápidamente. – Si hay algo que detesto, son las negativas. – Musitó. Sus ojos estaban más salvajes que al principio. – Entonces acostúmbrate, porque nunca recibirás más que eso de mi parte. Y ahora apártate, no quiero hacerte daño... – Le advertí, me estaba sacando de mis casillas demasiado rápido. Bufó escandalosamente, como si le hubiera hecho un chiste. – No concibo la forma en la que puedas hacer eso... – Y rió con toda arrogancia. – No tienes idea de con quien estas hablando... – Susurré, consumida por la ira. – Claro que la tengo. Con una tonta niña rica, que cree que puede tener a su disposición a quien quiera y cuando quiera. No tienes idea de lo que es el mundo real... Ahora no están mami y papi para defenderte... Ness. Despierta de tu sueño, vive la realidad. – Se acercó de nuevo, intentando avasallarme con su presencia. – Solo estas diciendo estupideces, Steven. – Mascullé, con la

mandíbula tensa por su comentario. Aunque un rincón de mi mente comenzó a preguntarse si en verdad tenía razón. Se carcajeó taciturnamente. – ¡Vamos! Sabes que te gusta hacer que los hombres estemos pendientes de ti... Esa mascara de niña inocente no es creíble, Renesmee... Te encanta provocar. ¿Acaso en verdad estaba loco? Este no era el chico con el que había conversado varias veces a lo largo del último mes. – No estoy acostumbrado a que una chica me rechace. Y menos que menos tú. Haríamos la pareja perfecta, Renesmee. Tu eres hermosa, y yo también. Todos querrán ser como nosotros... Seremos los reyes de la universidad. – Dijo, contemplando el horizonte que estaba a nuestro alrededor. – No me interesa reinar en ningún lado. Ahora aléjate. – Repetí. – De verdad no sabes con quien te has metido. – Demuéstramelo, entonces. Muero de ganas por saberlo. – Musitó desafiante. Luego deslizó sus manos por mis brazos, y me encontré demasiado shockeada como para hacer algo. Comenzó a acariciarme suavemente los hombros, recorrer mi espalda, y me empujó hacía su cuerpo. Al final, se inclinó hacía mi rostro decidido a besarme. En ese momento comencé a temblar de rabia. Todo se volvió borroso, pero no como antes, cuando no tenía idea de donde estaba, sino que ahora solo podía ver una cosa, todo lo demás era difuso. El rostro de Steven estaba de frente a mí, y por un segundo deseé que nos encontráramos en un lugar incluso menos recurrido que el solitario paraje donde estábamos. Deseé con mucho ahínco deslizar mis manos por su cuello y romperlo con la mínima presión de mis dedos. Tomar su frágil cráneo y despedazarlo... Las convulsiones se hicieron más violentas, y todo mi ser temblaba. Tuve la corazonada de que esa era la sensación que Jake experimentaba antes de transformarse en lobo. – No tengas miedo, Renesmee. – Dijo, al percatarse de mi estremecimiento, mal interpretándolo. – Te va a gustar... a todas les gusta... Y dicho eso, comenzó a inclinarse de nuevo, decidido a apoyar sus labios en los míos. La furia explotó entonces dentro de mi cuerpo, decidida a destruirlo. Una de mis manos se deslizó hacía su cuello, y por un segundo, vi el

brillo triunfal de sus ojos, pues creía que me rendía a sus encantos. Pero desde luego, era todo lo contrario. Y en tan solo un segundo, el cazador se volvió presa... Lo levanté del piso al estirar todo mi brazo, con su suave y suculenta garganta a solo centímetros de mis dientes, ahora desnudos, al estar mis labios contraídos... Un gruñido bajo, pero igualmente salvaje, se deslizó desde el fondo de mi pecho, y como respuesta el rostro de Steven compuso una mueca de terror. Pataleó, con sus pies colgando en el aire, demasiado asustado como para hacer otra cosa. Tomó mi mano, en un intento de deshacer el agarre que lo mantenía prisionero, aunque era inútil. Su fuerza no se comparaba para nada con la mía. Todo estaba teñido de rojo, y no me hubiera costado nada apretar solo un poco más. La arteria aorta le explotaría, su cuello se quebraría fácilmente... Pero no podía. ¿Acaso los Cullen no éramos diferentes? ¿No estábamos comprometidos con la vida humana? ¿No nos jurábamos respetarla, y de ser posible, protegerla? Steven seguía prisionero, y se estaba poniendo cada vez más nervioso. Su rostro comenzó a teñirse de azul, pues lo tenía tan apretado que se estaba quedando sin aire. Lo solté, y cayó al suelo en un gran estruendo. Solo necesité un segundo más para darme cuenta de que había cometido un error. No importaba lo mucho que ese tonto mortal me hubiera apabullado, lo más lógico habría sido salir corriendo, pero lo cierto es que nunca había pasado por una situación así. No había tenido idea de cómo reaccionar, porque jamás en mi corta existencia, alguien había sido así de impetuoso conmigo. Ni siquiera los Vulturis, que había querido matarme, se habían comportado así. Mis ojos estaban clavados en el muchacho, que ahora estaba revolcándose sobre la nieve, recuperando el aire que había perdido. Sus jadeos se volvían más regulares y ligeros conforme pasaba el tiempo. Había perdido en control, y terminado delatándome. Simplemente porque era imposible que fuera más fuerte que Steven. Jamás una muchacha con mi uno setenta y ocho de estatura, y mi peso, hubiera podido levantar a un chico de un metro noventa a treinta centímetros

del suelo y, por si fuera poco, con una sola mano. Stev se levantó, presionando una de sus manos contra la garganta. Me miraba asustado, sorprendido. Había pánico en sus ojos. Repulsión. – Steven... – Comencé a decir, intentando explicarle, mientras me adelantaba un paso hacía él. – ¡Aléjate de mí... fenómeno! – Gritó, retrocediendo al menos un metro con un repentino salto. – Déjame explicarte, no fue mi intención hacerte daño. – Susurré. – ¡No! No quiero escucharte, Renesmee. Eres un fenómeno, y me encargaré de que todos se enteren... Y salió corriendo, sin mirar atrás. Me dejó allí sola, desconcertada. Estaba demasiado confundida como para saber que era lo que tenía que hacer. Una lágrima comenzó a deslizarse sobre mi mejilla, y antes de que pudiera hacer algo, estaba llorando a borbotones, incapaz de detenerme. Todo había sido un error. Venir a este lugar, alejarme de mi familia, y sobre todo de mi Jake. Oh... Jake, que estupidez tan grande fue apartarme de ti. Tenía que venir hacía Juneau para darme cuenta de algo que tendría que haber sabido. No había mejor lugar que aquel en el que estuviera con mi familia. Me senté en la misma mesa en la que Steven se había apoyado unos minutos antes, y descargué mi frustración. Las lágrimas parecían no acabarse jamás. Lloré por mi ingenuidad, al creer que los humanos eran buena compañía para mí. Me había equivocado. Demasiado. Lloré por mi presunción, al creer que encajaría entre ellos. Al pensar que podía mimetizarme con las personas, llegar a conocerlas en profundidad. Lloré por mi egoísmo, al lastimar a mis padres y a mi novio al alejarme... Lloré, simplemente lloré...

Capitulo 8 En compañía Los siguientes días fueron demasiado para mí. Al llegar a mi departamento esa tarde, todo el peso de mi colosal error cayó sobre mis hombros. Había cometido una estupidez tan grande... Simplemente no tenía justificación alguna. No importaba la clase de persona que fuera ese imbecil. Estuve atenta a que nadie me mirara de forma diferente a como lo venían haciendo hasta ahora, pero no había más que el interés de siempre en sus rostros. No pude detectar miedo o repulsión. Había pensado en simplemente empacar y volver corriendo a Forks, pero luego me convencí a mi misma que esa no era la salida, debía quedarme y resolver esto como era necesario. Además, si llegaba a casa de forma tan inesperada y con el estado perturbado que tenía en ese momento, hubiera tenido que dar demasiadas explicaciones, y desde luego, eso era algo que quería evitar si podía hacerlo. Fue la semana más larga de mi vida. Steven no había vuelto a acercarse en ningún momento. Incluso dejé de verlo alrededor del campus. No volvió a aparecer en Historia de La pintura, y eso al principio me dio miedo, pues pensé que, quizás, le hubiera podido provocar algún daño. Pero luego, cinco días después de lo ocurrido en el solitario patio, lo divisé entre la gente que deambulaba por el campus. El también me vio, y cambió de dirección, no sin antes dedicarme una mirada asustada y de aversión. Estuve con el miedo alojado en el pecho durante todo ese tiempo, temiendo que el cualquier momento me citaran ante alguna autoridad a explicar lo insólito de mi comportamiento. Y desde luego, no hubiera podido aclarar nada. No solo la fuerza sobre humana, sino tampoco el rugido. El simple hecho de pensar en eso, hizo que me retorciera de los escalofríos. Visualicé una sala enorme llena de aparatos grandes y demasiado complejos. Y a mí acostada en una cama larga y angosta, de metal. Tan solo al tocarme, y sentir mi piel dura como el mármol, se darían cuenta de que no era una humana... O mis habituales cuarenta y nueve grados. Nadie, absolutamente nadie, que no esté pasando por una gran agonía podría tener esa temperatura corporal. Mi mente ideó mil formas diferentes en la que podrían emboscarme. Mil formas en la que se darían cuenta de todo.

El pánico fue mi gran compañero todo ese tiempo. Sembrándome dudas, desesperanza, y dolor. Comencé a desesperarme, viendo cosas donde no las había. Una mañana de jueves, creí ver a uno de mis compañeros señalándome con un dedo acusador. Luego me di cuenta que en realidad estaba mostrándole a un novato el camino hacía la cafetería, que en ese momento tenía a mis espaldas. También escuché en patio hablar a dos chicos con los que asistía a escultura. Hablaban de vampiros. Antes de que pudiera levantarme e irme corriendo, aterrada, me percaté de que comentaban una serie muy conocida que pasaban por la televisión, la cual había visto, y me había reído de su trama inverosímil, pero que me había gustado mucho. Simplemente estaba enloqueciendo, y todo se me estaba saliendo de las manos. Podía sentir como me faltaba el aire a cada momento. La respiración se me dificultaba. Era espantoso. Jamás me había sentido así de desvalida, y si no fuera porque mi cuerpo estaba hecho de piedra, creo que hubiera colapsado en cuestión de días. Aunque nadie lo percibía. Me había prometido a mi misma no demostrar mi derrumbe interno. Seguía sonriendo, contestando las preguntas que los profesores me hacían, continuaba ignorando las miradas de los estudiantes, los susurros cuando pasaba por su lado. Ignoraba todo. En un afán de que nadie pusiera más atención de la que ya tenían en mí. Luego de pasadas dos semanas, todavía no ocurría nada. El estrés era la única emoción que podía sentir. Y no pude verme capacitada como para hacerle frente como debería, nunca había convivido con él. No les dije nada a mis padres, hubiera sido preocuparlos en vano. Esto lo tenía que resolver por mi cuenta. Si hubiera hablado, estarían en Juneau en cuestión de horas, y me llevarían arrastrándome de los pelos hacía Forks. No, llamarlos no tenía sentido. Steven cambió su horario, y no lo crucé más en la única materia que compartíamos. Eso fue un alivio, porque si además de toda la presión que tenía que soportar, le sumaba a eso tenerlo presente aunque sea en una clase, hubiera sido mucho peor. Al menos, si querías evitar a una persona, el campus era lo suficientemente grande como para hacerlo.

Ahora estaba utilizando una máscara, tal cual me había dicho Steven. Una máscara que demostraba que todo estaba bien. Mi rostro no denotaba nada más que tranquilidad, y cualquiera que me viera, hubiera jurado que no tenía problema alguno. La realidad, sin embargo, era muy diferente. Cada vez que llegaba a casa, comenzaba a llorar. No importaba que me faltaran motivos en ese preciso momento, todo lo que ya había pasado era suficiente para que comenzara a lagrimear. Estaba desvastada, y no porque mis problemas fueran los peores. Hubiera sido estúpida sí creía que era la victima en todo esto. Mis errores me pasaban factura. Esa era la única verdad en todo ese laberinto de incertidumbre. Porque siempre había creído, aunque tal vez no de un modo consciente, que todo debería salirme bien. Mis inicios habían resultado traumáticos, eso era innegable, pero todo lo demás fue demasiado perfecto. Una burbuja. Inmune a la desgracia, al sufrimiento, al rencor, a la ira, a la mentira. Inmune a todo. El mundo real era diferente a mi cuento de hadas. Por lo que tenía que saber que no era una princesa, y Forks no era el país de Nunca Jamás. Eso había creído, y también era lo que sentía. Porque ¿Cómo no sentirse así rodeada de gente como mi familia? Mi casa siempre la había visto como un palacio, y aunque de hecho lo parecía, no me hubiera importado que fuera solo una pequeña choza en medio del más candente de los desiertos. Y mi Jacob, el príncipe de ensueño. Siempre dispuesto a hacerme sonreír. Mis padres eran para mí como dos reyes de cuento. Hermosos, cariñosos, simplemente mucho más de lo que hubiera podido merecerme. ¿Cómo no creer que Edward Cullen era el padre perfecto? Cuando cada vez que podía me decía que me amaba, cuando me arrullaba con ternura. Cuando me abrazaba como si fuera uno de sus tesoros más preciados. Cuando compartía conmigo toda su sabiduría, enseñándome a ser una mejor persona, tan solo con estar cerca de él, sin ni siquiera decir una palabra. Era imposible no pensar en ello. ¿Cómo no creer que Bella Cullen me amaba por sobre todo lo demás? Si había hasta apostado su vida por mí... mil veces. Si había luchada con su ultimo suspiro humano para traerme al mundo. Incluso al saber desde el mismo principio que la estaba matando. ¿Cuan lejos podría llegar el amor de mi madre hacía mí? Podría cruzar el mundo en un

segundo a miles de kilómetros por hora, porque jamás había visto tanta devoción en los ojos de nadie. Cuando me miraba, podía observar su corazón, una ventana abierta que apuntaba directo a su alma, más brillante y pura que su piel al ser iluminada por el sol. Mucho más. Madre, que tonta es la hija que has criado. Que desagradecida. ¿Cómo fue capaz de dejarte cuando tú has dado todo por ella? Y lo único que podía hacer era llorar. Cada lágrima intentaba exorcizar mi culpa, mi desilusión, mi maldita estupidez. Estaba en uno de esos llantos intensos, en los cuales ni siquiera eres capar de ver nada más que tus propias lágrimas, cuando alguien tocó a mi puerta. Me acerqué para abrirla, no antes de intentar secar mis ojos lo mejor que pude. En el hall, estaba la señora Roberts. No era el mejor momento para que me acercara una de sus tandas de galletas caseras. El gesto lo había estado repitiendo semana tras semana desde mi llegada. Inmediatamente se percató de mis ojos irritados. – ¿Qué es lo que te pasa, cariño? – Preguntó con dulzura y preocupación. – No es nada, solo tontas preocupaciones. – Mentí. No tenía ganas de contarle mis problemas a nadie. Mentir nunca me había costado. Llevaba dos semanas haciéndolo muy bien. Cada vez que llamaba a mis padres o a Jacob, fingía lo mejor que podía. Creía que con eso era suficiente. Como sea, ellos no habían notado nada anormal en mi voz, o si lo habían hecho, no me lo dijeron. – Pero cariño, mira tus ojos. – Observó mi vecina. – Llevas horas llorando. – Apuntó. Estaba en lo cierto. Si había calculado bien, tenía cerca de tres horas derramando lágrimas. No había podido contenerme. – Tal vez debas tomar algo caliente, y hablar de tus problemas. Eso siempre hace bien, corazón. – Susurró. Suspiré. Ella tenía razón. Tal vez esa era la clave de todo. Quizás lo único que tenía que hacer era hablar con alguien. Y las personas a las que podía contarles todo con lujo de detalles, mis padres, no podían enterarse. O mejor dicho, yo no quería contárselo.

– Creo que tiene razón... – Contesté por fin. – ¿Quiere acompañarme a tomar el té? – Inquirí. – Desde luego, niña. Sí no te molesta, puedo prepararlo yo. Tú siéntate. – Propuso. Asentí silenciosamente, y le hice un gesto para que avanzara por el pasillo que la llevaría hacía la cocina. Según tenía entendido, los cuatro departamentos de ese edificio eran exactamente iguales, por lo que no debía decirle cual era el camino que debía seguir. Caminé hacía la mesa de la cocina, y tomé asiento en una de las cuatro sillas que tenía el lugar. Al cabo de unos minutos, ella se volvió hacía mí con dos tazas llenas de té, y un plato de galletas. Apoyó todo en la mesa, y tomó asiento a mi lado. – Cuéntame, Renesmee. ¿Qué es eso que te tiene tan mal? – Preguntó amablemente, preocupada realmente por lo que me afectaba. Dudé ahora de mi resolución anterior. ¿Qué era lo que tenía que decirle? ¿Cuanto podía decirle? Muy poco, claro. Así que ahondé por los inicios básicos de mi malestar. – Señora Roberts. – Comencé. – Cariño, dime Lizzie. – Apuntó. – Lizzie, son muchas cosas. – Empecé de nuevo. – Estoy lejos de mis padres, de la familia, de mi novio, de mi hogar... – Eso siempre nos hace sentir vulnerables, corazón. – Tomó mi mano entre una de las suyas. Tal vez se extrañó al sentir la dura textura, y el calor sofocante, pero no hizo ningún gesto, y tampoco dijo nada. Al parecer, ser caliente, es algo con lo que puedes pasar mucho más desapercibido. – Pero recuerda que estas aquí para construir tu futuro. Mi futuro. ¿Qué iba a ser de mi futuro? Nada iba a pasar. Solo la misma secuencia una y otra vez. El único consuelo es que iba a estar siempre con mis padres, con mis tíos, con mi Jacob. Todos íbamos a formar parte de eso. – Sí, creo que con eso debería ser suficiente para apaciguar mi ánimo. ¿No? – Murmuré.

– No te sientas mal, todos pasamos por eso. Recuerdo cuando ingresé a la universidad. Fue hace muchos años. – Evocó. – Pero estaba demasiado nerviosa, y todo era nuevo para mí. Quise dejar los estudios antes de cumplir una semana. – Rió. – No se trata de la universidad en sí... – Balbuceé. – Sino de la gente. – Claro, eso es normal. – Comprendió. – ¿No tienes muchos amigos? – No, ninguno. – Admití. – Y el chico que creí que podía convertirse en uno, bueno, se sobrepasó... – No quería ni siquiera recordar lo que había pasado. – Oh... ¿Qué te han hecho, Renesmee? – Inquirió con la voz llena de compasión, y apretando más mi mano entre las suyas. – Él... intentó besarme a la fuerza, fue muy grosero y denigrante. Cuando me negué, me insultó, y entonces exploté, y lo golpeé. No soy esa clase de persona, nunca lo he sido. – Relaté al fin, ante su mirada preocupada. – Debes defenderte si alguien intenta forzarte a hacer algo que no quieres. – Dijo con la voz firme. Estaba indignada. – No debes preocuparte. Además, ¿De que temes? ¿Qué se lo cuente a alguien? Sí, eso era lo que temía. Exactamente. Pero ella no entendía la magnitud del asunto. Al ver que no contestaba, prosiguió. – No se lo dirá a nadie, cariño. – Dijo muy confiada. – Porque si lo hace tendrá que admitir que intentó hacer cosas que no debería. Y además, jamás nacerá un hombre que admita que una mujer le dio una paliza. Menos una chica como tú, tan delicada y hermosa. En eso, tal vez tenía razón. Habían pasado dos semanas. Dos largas semanas para mí, y todavía parecía que no había dicho nada. Desde luego, Elizabeth conocía a los hombres mejor que yo. Eso me dio un poco de esperanzas. Porque si Steven no decía nada, tal vez podría quedarme aquí, y empezar de nuevo. Hacer como si recién llegara a Juneau e intentar que algo bueno saliera de toda este infortunio. – Eso puede ser, quizás no se lo diga a nadie. No quiero que la gente me vea como un monstruo. – Declaré, muy a mi pesar. Ella sonrió. Manifiestamente en desacuerdo ante la palabra que había usado. Claro, ella no conocía la verdad. – Creo que esa sería la última palabra que cualquiera que te viera utilizaría. – Dijo, todavía entre risas.

Suspiré. – Estás aquí hace tan solo un mes y medio, cariño. – Apuntó. – No es mucho tiempo. Es lógico que todavía estés un poco melancólica. Además, el primer semestre de universidad siempre es el más difícil. Intenté sonreír, muy a mi pesar. – No estés mal, eres una muchacha encantadora y hermosa. Por lo que me cuentas, tienes una familia muy cariñosa. – Dijo. – Todo pasará, todo estará bien. – Tal vez solo deba ser positiva. – Mascullé. Como si solo eso bastara. En ese momento, tenía problemas que ameritaban mucho más que solo pensar positivamente. – Creo que si no hubiera sido de otra forma, yo no estaría aquí. – Dijo en voz baja. Tanto, que hubiera jurado que lo estaba diciendo solo para sí misma. Seguramente tendría que haberme quedado callada, porque si fuera una humana común y corriente, no tendría que haber escuchado lo que susurró. Pero no era una humana, y lo había escuchado. – ¿Por qué dices eso, Lizzie? – Pregunté entonces. Ella me observó. No me había dado cuenta antes que tenía unos ojos color ámbar, muy hermosos. – Yo no he vivido siempre en Alaska, Renesmee. Este lugar es muy hermoso, claro, pero antes vivía en Seattle. Nací allí, también fue donde me crié. Vivía en un apartamento enorme y hermoso con Ronald, mi marido. Llevábamos quince años de casados. Hubiéramos cumplido veintitrés en Julio. – A medida que hablaba sus ojos se cristalizaban, y su mirada se entristecía. – Pero no éramos un matrimonio aburrido. – Agregó con una sonrisa, embargada por sus recuerdos. – Viajábamos mucho, y cenábamos todas las noches afuera. Nos divertíamos tanto, éramos el uno para el otro. Nunca tuvimos hijos. Supongo que eso es algo que lamentaré por el resto de mi vida. – Suspiró. – Ya hacen casi nueve años que no esta conmigo. Desapareció una noche cuando volvía a casa del trabajo. Una lágrima se escapó por la comisura de sus ojos. – Realmente lo siento mucho, Lizz. – Musité. – Ha pasado tanto tiempo... – Continuó. – Fue en esa época en la que Seattle era inhabitable. Moría gente todos los días. Tal vez lo

recuerdes, no creo que hayas sido muy pequeña. Su cuerpo apareció calcinado. Fueron esas bandas. Mataban solo por diversión... – Deslizó la mano por su rostro, y secó la lagrima que le caía sobre la mejilla. Aunque luego me di cuenta de que se equivocaba en algo. Yo no lo recordaba, no porque no haya sido lo suficientemente mayor. Sino que ni siquiera había nacido. Si ella había vivido en Seattle hacía nueve años, y su esposo había sido asesinado de una forma tan misteriosa... Entonces no había mucho que pensar, porque si recordaba correctamente la historia que había escuchado muchas veces... Esta mujer había sido victima de la crueldad de esa vampiresa asesina. Victoria. La mujer que había apostado hasta su vida por vengar a su amor. Ese maldito vampiro sádico que había querido matar a mi madre. James. Jamás se me hubiera ocurrido que algo así podría pasar. ¿Como el pasado de mis padres se conectaba conmigo de esa forma? ¿Cómo esa mujer termina siendo vecina de la hija que tuvieron el vampiro y la humana que eran perseguidos por la causante del asesinato de su esposo? Todo ese razonamiento, tan solo demoró un segundo en ser procesado por mi mente, por lo que Lizzie no se percató de todo lo que había descubierto en esa mínima fracción de tiempo. – Sí, lo recuerdo. Mis padres estuvieron muy preocupados. Vivo en Forks, y esta bastante cerca de Seattle. – Dije por fin. – No te imaginas lo que fue, Renesmee. Toda la cuidad era un caos. Era como si quien sea que cometía esos asesinatos se estuviera burlando de todos. ¡La gente no quería salir a la calle! – Apuntó, alterada. – Era el mismo infierno. Y aunque luego los asesinatos cesaron repentinamente, no tenía la fortaleza suficiente para permanecer en la ciudad. Vendí todo y me mudé lo más lejos que pude. No he pisado Seattle desde entonces... – Meditó un segundo, mientras sus lágrimas de dolor caían, ahora sin cesar. Ya no se esforzaba por disimularlas. – No sabes lo que he llorado, Renesmee. Pero ¿Qué más puedo hacer? Él ya no esta conmigo, y yo sigo aquí. No me queda otro remedio que intentar ser positiva. Por eso te doy este consejo, no dejes que el opinión de los demás distorsione la imagen que tienes de tu misma. Todo pasa, tarde o temprano te recuperarás. A veces simplemente te cansas de sentir dolor, y sigues adelante...

pero no por eso olvidas. Nadie tiene la vida comprada, – Continuó. – Estamos aquí por muy poco tiempo como para sufrir demasiado. Tal vez no todos la tenían comprada. Algunos simplemente éramos dueños de ella. Si es que esto se puede llamar vida. Quería creer que sí. – Nunca fue mi intención que hablaras de esto si no era tu deseo. – Comenté luego de un segundo. Elizabeth estaba muy diferente. Parecía realmente perturbada por lo que me había contado. – Es como te dije en la entrada, cariño. – Dijo suavemente. – A veces no hay mejor remedio para nuestros problemas que hablarlos con alguien. Y entonces me di cuenta de algo. Mis problemas no iban a desaparecer mágicamente. Pero llorar por ellos no ayudaba en nada. Si quería lograr algo, tenía que poner los pies sobre la tierra maduramente. Porque si Lizzie había pasado por todo eso y había sobrevivido, entonces yo era capaz de hacerlo. Pasamos el resto de la tarde juntas. Hablando de temas mucho más agradables. Descubrí que era fácil hablar con ella. No me costaba. Pudimos conversar de muchas cosas. Le conté de mi familia. De mis padres, de mis abuelos, de mis tíos. De Jacob... Hablé mucho de él, hasta el punto en que creí que ella en algún punto me diría, “de acuerdo, hablemos de otra cosa”, pero no fue así, todo parecía fascinarle. Era una mujer encantadora. La semana siguiente transcurrió mucho más tranquila. La charla con mi adorable vecina había resultado del todo bien. Una voz en mi interior ahora me decía que no todo estaba perdido. Quizás solo había sido algo necesario para que me diera cuenta de algunas cosas. Continué con mi rutina, esta vez prescindiendo del llanto diario. Realicé otra promesa conmigo misma. No dejaría que las circunstancias volvieran a superarme, no perdería el control de nuevo de esa forma. Parecía bastante probable que la cumpliera, porque Steven había salido de mi vida tan rápido como había entrado. No volvimos a dirigirnos la palabra, desde luego.

A partir de entonces, tomé el consejo de la señora Roberts. Caminaba indistinta a todos, y aunque era inevitable que me cohibieran un poco, me despreocupaba de esas cosas. Las aceptaba. Aceptaba lo que era. No era un vampiro, no era una humana. Era la extraña unión entre esas dos especies. Con todas sus ventajas, y ninguno de sus defectos. Y aunque antes ya lo sabía, en ese momento ese significado tenía una nueva dirección. Muchas cosas pueden hacerte feliz, y no hacía falta que incluyera a muchas personas en esa ecuación. Ahora estaba sola, lejos de todo y todos. Pero no por eso tenía que sentirme miserable. Más que nunca tenía que invocar a la fortaleza, porque estar sola en Juneau no era lo mismo que estar totalmente sola. Tal vez aprendería de esta experiencia algo valioso. Tal vez no. Pero lo que ahora descubría era que no podía renegar de aquello que me hacía única. Aunque los humanos no quisieran relacionarse conmigo, eso no me afectaría. Tenía que aceptar las cartas que me había tocado, y jugarlas de la mejor forma posible. Ya no tenía tiempo para estar mal. No tenía tiempo para lamentar mis decisiones. Tal vez, si no hubiera ido a Juneau me hubiera ahorrado todos esos problemas que se presentaron. Simplemente hubiera estado en Forks, rodeada de amor y compresión. Pero no hubiese descubierto esas cosas que ahora sabía. Valoraba mucho más todo cuando tenía. Incluso cuando antes había estado eternamente agradecida por ello. Había conseguido darme cuenta de que siempre habrá algo que escapara de mis manos. No importaba lo mucho que lo intentara. Ahora solo tenía que aprender a valerme por mi misma, porque aunque mis padres se cansaran de decirme que era un ser increíblemente inteligente, cosa que en realidad no creía cierto, todavía tenía cosas que hacer en Alaska. Un presentimiento muy fuerte me decía que todo mejoraría en cualquier momento. Y gracias a eso, los días continuaron transcurriendo. Siendo positiva. Amaneció esa mañana de domingo como cualquier otra en mi vida universitaria. El día estaba destinado a ser aburrido, por lo que llamé a mamá por teléfono, y estuvimos conversando cerca de dos horas.

Ella nunca dormía, por lo que la diferencia de horarios en realidad no era un inconveniente para mantenernos comunicadas. Me dediqué a organizar un poco el apartamento, que estaba realmente hecho un desastre. Lo cierto es que desde que me había mudado, no había dedicado un solo día a la limpieza a fondo del lugar. No es que fuera un basurero tampoco, ya que era muy poco el uso que realmente le daba. Solía entrar e ir directamente a la habitación, o al estudio si es que tenía algo que estudiar. Pero era cierto que ya estaba mostrando signos de necesitar una buena organización. Tomé la ropa que ya había usado y la puse en el gran canasto para ropa sucia que había en el lavadero de atrás. Me preocupé por organizar cada una de las habitaciones de la casa. Limpié la estancia, la cocina, el baño, mi habitación y el estudio. Este último se merecía una limpieza ardua. Abrí un poco las ventanas, aunque luego, al entrar una brisa polar, desistí de la idea. Prendí la chimenea, y un calor delicioso se extendió por la habitación. Tomé también el resto de las ropas, y me puse a organizar todas esas cosas que iba dejando tiradas por ahí. Ahora que lo pensaba, tal vez no estaba muy lejos de ser como cualquier chica de veinte años. Por lo menos en ese aspecto tan superficial. Entre el desorden monumental de telas y estampados, encontré el vestido azul que me había regalado mi tía Alice por mi cumpleaños. Lo observé unos segundos, y sonreí al darme cuenta de que era mucho más hermoso de lo que recordaba. Mi tía siempre atinaba con esas cosas. La moda era su segunda naturaleza. Decidí que lo usaría cuando se presentara la oportunidad adecuada, ya que era demasiado elegante para un día común de cursos. Otra vez el bendito closet resultó pequeño. Cuando terminé, cerca de una hora después, pues hice todo a un ritmo completamente humano, las puertas del armario no podían unirse para cerrarse. Pensándolo bien, había cosas adentro del armario que no se podían utilizar con el frío clima que azotaba el estado, pero lo cierto es que siempre había sido propensa a empacar cosas innecesarias. Además, había que sumar las cosas que había comprado en el pequeño centro comercial que había descubierto cerca de mi apartamento. Lo cual me ayudó increíblemente a superar mis distracciones, y algunas de mis preocupaciones más triviales. Era un lugar realmente adorable. Y tenía varias de mis casas de ropa favorita, así que la primera excursión al lugar me había hecho llenar por completo los asientos traseros de mi auto.

Aun así, luego de dejar en perfectas condiciones mi nueva morada, el domingo me estaba resultando demasiado lento. Entonces tuve una idea fabulosa. Busqué en mi bolso el olvidado papel donde Michelle me había anotado su número de móvil. El suceso había transcurrido hacía semanas. Esperaba que no se haya enojado por no haberme comunicado antes. Tomé mi teléfono y marqué esperando que no estuviera ocupada. Al cuarto llamado contestó. – Hola. – Dijo con extrañeza, seguramente al no reconocer el número que la estaba llamando. – Hola Michelle, soy Rennesme, ¿recuerdas? Me pasaste tu número de móvil por si alguna vez quería salir, y lo cierto es que estoy del todo aburrida aquí en casa… – Le conté, pero luego me sentí levemente patética. – Oh… ¡Nessie! Sí, claro. No hay ningún problema, yo tampoco tengo nada que hacer. Mis padres se han ido el fin de semana a casa de mis tíos y me he quedado sola. ¿Qué quieres hacer? Estoy realmente abierta a posibilidades. – Su voz era entusiasta, y eso logró animarme. – No sé, la verdad. Para empezar ¿Quieres venir a casa? Hace frío, tomamos algo y después si quieres podríamos ir al centro comercial que esta a tres calles de aquí. – ¡Eso me suena fantástico! Solo dime como llegar a tu casa y en lo que me lleve lavarme el cabello y cambiarme salgo para allá. – Contestó como si fuera la mejor idea del mundo. Sonreí. – ¡Perfecto! Toma nota por favor… Le indiqué como tenía que hacer para llegar a mi casa. Luego de cortar, pensé que lo mejor seria salir a comprar algo de comida humana, sería descortés invitar a alguien si no tienes nada que ofrecerle. No me tardé casi nada en la pequeña tienda que había cruzando la calle, cerca de la esquina. Cuando regresé, decidí tomar una ducha. Al salir, revolví en mi recién acomodado armario. Tomé lo más casual que tenía, al fin y al cabo era solo una salida de chicas. Una camisa azul, con unos jean negros, me pareció adecuado. Tomé también mis nuevos zapatos azules. Peiné mi cabello y lo dejé caer sobre mis hombros. Cerca del medio día sonó el timbre. Contesté el portero eléctrico. Era Michelle. Presioné el botón para que pudiera subir y al cabo de unos minutos, sentí su presencia en el vestíbulo. Abrí la puerta antes de que ella tocara, y la invité a pasar.

– Hola Nessie, me alegra que me hayas invitado. ¡Estaba realmente aburrida en casa! – ¡No ha sido nada! Yo estaba exactamente igual aquí, sola. He comprado chocolate y galletas, espero que te gusten, sino podemos cruzar a comprar algo más si no te apetece esto – Le dije. – Para nada, ¡galletas y chocolate caliente me parece perfecto! – Bromeó, y luego rió de su propio comentario. Calenté el chocolate y la leche rápidamente, y en tan solo cinco minutos, teníamos en frente una humeante taza cada una. Su rostro estaba ligeramente sorprendido. Claro, en los más de dos meses que nos conocíamos, solo me había visto comer ensalada. Era lógico que se extrañara al verme consumir algo aparte de eso. Seguramente no había estado pensando muy bien de mí con respecto a ese tema tan delicado como lo era mi alimentación. Si íbamos al caso, a ella no le gustaría verme comer como correspondía. Tómanos lentamente, hablando de tonterías. De sus padres, de los míos, – Aunque claro, no dije en ningún momento que mi madre tenía veintiséis años y mi padre casi ciento veinte, pero ambos parecían más jóvenes que yo. Eso la hubiera alterado un poco. – del resto de nuestras familias, de los profesores, de nuestros compañeros, de las chicas que parecían demasiado tontas. De la falta de sentido de la moda de algunas. De los chicos que nos parecían guapos y de los que no. Intenté hablar poco de eso, después de lo ocurrido con Steven, evidentemente no quería que nadie más intentara ningún otro acercamiento hacía mí. Por lo que cuando me preguntó si había alguien que me pareciera guapo, intenté esquivar el tema, pero ante su insistencia, balbuceé el primer nombre que se me ocurrió. No sin antes aclararle que tenía novio. – ¿De verdad? – Dijo. – ¿Y como se llama? – Pregunto interesada. – Jacob. – Le dije, suspirando tiernamente. – Es un lindo nombre. – Opinó. – Créeme, no solo su nombre es hermoso. – Dije sonriendo. Se unión a mis risas. – Eso es normal. Siendo tú tan bella. – Declaró. – Dudo que nadie que no sea como mínimo tan guapo como tú, quiera acercarse siquiera.

Sí, al parecer ese era el asunto, pero estaba solo la mitad de acuerdo con su comentario. Nadie quería acercarse a mí. Punto. – Gracias por el cumplido. – Dije al final. – Pero no es la belleza física lo que te hace enamorar de Jacob Black... – Continué. – Es todo él, su persona, su paz, su sentido del humor, su sonrisa, el brillo de sus dientes, el aroma de su piel... Tuve que detenerme. Había empezado a suspirar. Me avergoncé. – Yo nunca he tenido novio. – Confesó mi amiga para cambiar de tema. – Mis padres son demasiado... estrictos con eso. – Se quejó al final. – Además, de los que se han acercado, muy pocos me gustaron. – Es cuestión de tiempo, Michelle. – La aconsejé. – Eres una chica hermosa. – En verdad lo era. – No tardará en aparecer el indicado. La charla fue superficial, pero pudo hacerme sentir que no era un bicho raro al que nadie quería acercarse. Mi acompañante era entusiasta, y a pesar de que apenas nos conocíamos, los temas de conversación salían fluidamente entre nosotras. Tal vez en alguna ocasión reí como una tonta, tal vez me comporté como una típica chica de veinte años. Pero no podía explicar porque eso lograba que me sintiera bien. Fue una tarde realmente divertida. Cuando dieron cerca de las cinco, ella me recordó las ganas de ir de compras. – Creo que me voy a tener que comprar un pequeño armario también, realmente mi closet no da abasto. – Ella se volteó hacia la puerta que daba a mi habitación. – ¡Eres increíble, Nessie! Me encanta la ropa que usas. Podrías darme unos consejos de moda. Reí ante sus palabras. – En realidad todo lo que sé me lo enseño mi tía, a ella es a quien tienes que recurrir para eso. Aunque no la nombres en voz alta, ¡podría aparecerse atrás tuyo con varios conjuntos! – Nos reímos una vez más. – Solo espérame un segundo, iré por mi bolso, y ya salimos de compras. Me levanté y me dirigí hacía la habitación. Solo me tomó un segundo encontrar mi bolso, por lo que salimos de casa al cabo de cinco minutos. Ella había traído su auto, pero la convencí de que usáramos el mío, ya que el garaje estaba debajo de los apartamentos, y para ir en busca del suyo teníamos que salir a la fría calle. Cuando estuvimos seguras tras los cinturones de seguridad, emprendimos la marcha.

No tardamos nada, por supuesto. Estaba tan cerca que podríamos haber ido caminando, aunque eso ameritaba ponerse una buena cantidad de abrigos. Dentro del centro estaba apetitosamente calido. El aroma a humanos golpeaba de frente, e hizo que me ardiera ligeramente la garganta. Pero claro, era algo que podía manejar bien. Comenzamos nuestra excusión por el primer piso, donde estaba toda la ropa casual que podríamos vestir en la universidad. Arriba, estaban las prendas más apropiadas para una salida nocturna, y en el tercer piso encontramos vestidos elegantes y toda clase de ropa interior, alguna demasiado atrevida para mi gusto. Estuvimos cerca de tres horas probándonos todo, y cuando Michie me hizo recordar la hora, ya llevaba cerca de quince bolsas en las manos. Ella, con solo una menos, me recordó que sus padres estarían preocupados, ya que no había dejado ninguna una nota. Con todas nuestras nuevas prendas nos dirigimos hacia el auto. Al llegar a la puerta de mi hogar, ella se bajó. – Bueno, ¡me lo he pasado genial! Espero que se pueda repetir. No sabes lo bien que me sienta estar contigo, ¡pero si casi no he sido consciente de la hora! Espero que mis padres no me reprendan. Además creo que me matarán por todo el dinero que me he gastado en ropa. – Sonrió. – Sí, la verdad que hemos gastado mucho dinero, pero creo que jamás podré detenerme al momento de comprar ropa. – le confié. – Espero que nos veamos mañana, Michelle. – Cuenta con eso. Nos vemos en Historia de la pintura. – Ella me saludó con una sonrisa radiante y se dirigió hacia su coche, aparcado en frente de la puerta de los apartamentos. La vi alejarse en dirección al norte de la ciudad. Ella vivía en uno de los barrios altos de Juneau. Accioné la puerta automática del garaje. Subí y me concentré en mis demás tareas. Esa tarde había sido muy buena, no solo porque Michelle me caía realmente bien, sino porque al fin, luego de dos meses de soledad, había logrado relacionarme con gente de ese lugar, en las condiciones que había esperado desde el principio. Con total naturalidad, sin presiones, como si en realidad no existiera una barrera entre las demás personas y yo. Era bueno descubrir, a pesar de que había tardado bastante tiempo, que podía tener una vida completamente normal.

Organicé mis nuevas adquisiciones. Y también me planteé la urgencia de un nuevo armario. Tal vez debería contratar a alguien para que ampliara el que ya tenía. La noche avanzó rápidamente y dieron las siete de la mañana en el reloj. Tomé una de las bolsas de ropa recientemente adquirida. Dentro estaba lo que buscaba, una blusa roja que me había gustado mucho. Entre mis cosas encontré también ese pantalón de seda negra que tanto me gustaba. Era impropio para el clima frío del lugar, pero suponía que una gabardina negra encima del conjunto haría que no desentonara tanto. Al fin y al cabo, yo no sentía la frescura del ambiente. Llegué puntual, como siempre. La primera clase la pasé rápidamente, nada del otro mundo. Caminé de prisa hacía el tercer piso para tomar la segunda, que fue, como era costumbre los lunes, la que compartía con Michelle. En ella rememoramos la tarde anterior, entre risas cómplices y más divagaciones. Desde luego, los ejercicios prácticos de ese día los haría después. Eran demasiado fáciles. Al sonar el timbre, me apresuré a dejar mi sitio, camino a la siguiente escala en mi largo día académico. Mich se quedó en el tercer piso, ya que su tercer clase se encontraba unas cuantas aulas al sur. Por mi parte, me apresuré hacia Historia de la música. Llegué temprano, y para mi sorpresa, el profesor ya estaba en el aula. Dijo el tema que veríamos ese día. La clase no prometía ser interesante. Por eso cuando me encontré allí, pronto me vi sumergida en un ensueño realmente profundo. Cuando la clase se volcó de lleno en un tema que conocía demasiado bien, me vencí al delirio y comencé a volar con la imaginación; aunque jamás hubiera pensado que lo que me devolvería a la realidad seria lo que pasó a continuación. Los vi cruzar el umbral del salón con una gracia que no había visto hasta ahora en la universidad. No es que hubiera en ellos algo que me resultara extraño. Sus facciones me eran terriblemente familiares. Increíblemente pálidas y perfectas. Sus cuerpos, completamente esbeltos, se dirigieron hacía la multitud en una especie de danza que me cautivó, incluso al estar acostumbrada a ver los movimientos de gacela de mi tía Alice. Eran un hombre y una mujer. No superaban los veinte años. En apariencia.

Ella era más bien baja y rubia. Tenía una sedosa cabellera que le llegaba hasta la cintura. Un cabello del color del sol, con miles tonos de dorado que resplandecían por si mismos, a pesar de que la luz solar no se filtraba por ningún lugar. Su cuerpo, increíblemente bien formado, era un tributo a la belleza humana, y la razón por la que la mayoría de las adolescentes no confiaban en sí mismas. Su silueta era perfecta, a pesar de ser de tan pequeña estatura. No medía mucho más de un metro sesenta. La magnificencia de su piel era algo que me dejó pasmada, al igual que a todos los que estábamos allí. Él tampoco era muy alto, tenía el cabello bastante más oscuro que su acompañante, pero con una tonalidad rojiza. Su piel era muy pálida, incluso para ser un vampiro. Su rostro era el de un ángel, algo aniñado, pero tan hermoso que incluso resultaba difícil verlo. A través de la ropa se podía ver lo tonificado de los músculos. Tenía un cuerpo increíblemente atlético. Pero a pesar de tanta belleza, eso no era lo que más me asombraba. Sus hermosos rasgos físicos eran opacados por algo más increíble. Sus ojos. No eran de un oscuro escarlata o negros como el carbón. Eran dorados. Como los de toda mi familia. Y eso solo podía significar una cosa. Eran vegetarianos.

Capitulo 9 El encuentro.

De todo lo que me podría haber pasado en aquel sitio tan lejano a mi hogar, eso era realmente lo menos probable. ¿Como era posible que justo en ese lugar, inhóspito y pequeño, fuera a haber vampiros? ¿Acaso tenía algo de lógica? Parecía cosa del destino, pero seguramente mi tía Alice me diría que eso no existe, que el futuro es solo una mera combinación de acciones, que somos nosotros los que en realidad decidimos que va a pasar con nuestras vidas. Cada suceso esta intrínsecamente relacionado al anterior, generando una cadena con miles de eslabones, que devengan en lo que es nuestra vida, nuestro pasado, presente y futuro. Y hasta cierto punto estaba de acuerdo con ella. Pero esa era demasiada coincidencia. ¿Acaso el “destino” me estaba preparando para todo esto? Era algo nuevo para mí. Jamás había estado cerca de otros vampiros que no fueran mi familia o amigos. No sabía si estaba preparada para esto, o si tener contacto con ellos era algo bueno o malo. Estábamos a una increíble proximidad, y cada segundo que pasaba me ponía más y más nerviosa. La imaginación me jugaba malas pasadas, otra vez. Aun así, no podía explicar la sensación que me invadió de solo pensar que ellos era parte de ese lugar. Eso me daba una nueva razón para quedarme. O una oportunidad de olvidar todo esto de la universidad y volver a mi hogar. Estar a salvo de lo que desconocía. Pero jamás había sido de las que le huyen a los contratiempos, mi padre siempre me había dicho que era mejor atacar el problema cuando este no era mas que una molestia, y eso era lo que haría. Hablaban entre ellos, a una voz tan baja, que incluso mis oídos no pudieron captar mucho más que solo cuchicheos incoherentes, por lo que no conseguí oír nada relevante. Noté que eran conscientes de que los estaban mirando, pero eso no parecía molestarlos, incluso vi algo de satisfacción en el chico hermoso de pelo rojizo. El modo del que se movía me hizo percibir la seguridad que emanaba. Desde mi posición pude observarlo con total detenimiento. Su piel de hielo era lisa y perfecta. Blanca como la nieve. Solo había algo que podía distraer la atención de su piel. Su rostro. Los rasgos parecían estar finamente cincelados, como si en realidad hubieran sido esculpidos. La nariz era recta y los labios carnosos. Los ojos, como

grandes faroles centelleantes, invitaban a acercársele. El cabello era un poco largo. Caía completamente lacio, pero estaba levemente revuelto, con un aire de despreocupación que lo hacía más interesante. Su ropa no llamaba mucho la atención, era una camisa blanca, que envolvía su torso definido y unos pantalones de jean azul oscuro. Tenía también un grueso abrigo negro, que estaba apoyado en el respaldo de su silla. De cerca no parecía tan bajo de estatura. Seguramente mediría uno o dos centímetros menos que yo. Ella parecía algo incomoda. Recorría el salón con frecuencia, observando las miradas que estaba cosechando de nuestros compañeros de curso. Toda su perfección impactaba cuando podías observarla con detalle. La tonalidad hueso de su piel, el dorado intenso de sus ojos, y la centellante cabellera que flotaba, salvaje, por debajo de su cintura. Me recordó mucho a mi tía Rosalie, era la representación de la belleza. Lo que decía la profesora realmente me tenía sin cuidado, solo tenía ojos para ellos, que a pesar de que no parecía que estuvieran prestando demasiado atención, escribían aplicadamente en sus cuadernos de anotaciones. Todos los estábamos mirando, no solo yo. Era difícil sacar la vista de dos seres tan hermosos. Pocas veces había visto vampiros tan bellos. Solo mis padres y mi tía Rosalie podían igualarlos en belleza. Desde mi ubicación era muy sencillos verlos pero, al contrario, ellos tenían que voltearse si hubieran querido observarme. Pasé toda la hora sin retirar la mirada de sus rostros, tal vez demasiado pendiente, pero en ningún momento posaron sus pupilas doradas en mi persona. Y entonces, de un momento a otro, el salón comenzó a vaciarse. La hora me había pasado muy deprisa. Giré la cabeza al ver que todos los estudiantes comenzaban a ponerse de pie y arremolinarse hacía las salidas. Fue en ese segundo de distracción, en el que desaparecieron de sus asientos. Lo más rápido que pude, junté mis cosas y salí, también. Deambulé por el pasillo, intentando seguirlos sin parecer demasiado obvia, pero cuando corrí hacia el patio central de la universidad, prestando atención a todo el que pasaba para localizarlos, no pude encontrarlos por ningún lugar cercano a la vista. Tenía que averiguar algo de ellos, sus nombres siquiera. Intenté no desesperarme. Podían engañar a los humanos, pero no a mí. ¿Y que pensarían ellos? Si bien parecía una humana, habían estado lo bastante cerca como para sentir mi raro efluvio o el latido alocado de mi corazón. Y aunque no se habían volteado ni un solo segundo a verme, era más que obvio que habían sentido todo eso. Respiré profundamente, buscando en el aire esos embriagantes

aromas que les pertenecían. Ella olía profundamente a narcisos y orquídeas. La esencia era tan atrayente como deliciosa. Él dejaba un rastro inconfundible, parecido al perfume de la lluvia un día de primavera, cuando se mezcla con otras fragancias, como frutos silvestres y pastizales. Fue algo fácil, con todo el lugar cargado de efluvios humanos, sus suaves aromas resaltaban entre todos los demás. Hacia el oeste de campus encontré lo que estaba buscando. Se habían ido por ese camino. Comencé a caminar a un paso relativamente normal hacía allí. Pero a medida que me acercaba hacía su dirección, menos fuertes se notaban sus efluvios. Se estaban mezclando entre la multitud. Desviándose. ¿Y si habían notado que los estaba siguiendo? Tal vez por eso estaban acelerando gradualmente. A medida que se alejaban del campus y había menos observadores que pudieran verlos deslizarse a una velocidad imposible para un ser humano. Traspasé una de las cercas traseras del campus con un rápido salto. Todo lo que había detrás de esa valla era hielo y campo, pero el rastro, a pesar de que perdía consistencia, era inconfundible. Esa era la dirección que debía tomar. Había una carretera hacía el oeste, y cruzándola comenzaba un pequeño bosque de pinos. Crucé el camino y continué con lo que me proponía. El viento continuaba aumentando, y se estaba preparando una tormenta realmente intensa. Si descargaba con demasiada fuerza, los rastros de estos dos desconocidos se borrarían por completo. Solo había una alternativa. Seguir buscando. La gente era cada vez menos frecuente en el paisaje, por lo que luego de unos cuantos kilómetros, yo también me concentré en la carrera. Aunque ser muy rápida no me ayudaba en lo más mínimo. A medida que me alejaba de la cuidad en la que vivía, todo era demasiado monótono. Solo una cosa dominaba los planos de esa región. Comenzaban a presentarse a intervalos cada vez más regulares, pequeñas elevaciones montañosas. Podía seguir intentando localizarlos, pero no iba a tener mucho éxito. Era una pésima rastreadora. Entonces en algún lugar lejano a la universidad, su rastro desapareció por completo, dejándome en un punto muerto. Me desvié unos cuantos kilómetros más al sudoeste, pero solo encontré un pequeño bosque y en él no había el más mínimo rastro de ellos, por lo que volví sobre mis pasos, lo que logró desorientarme más. No podían estar muy lejos. Incluso con lo inhóspito de la región, no podían darse el lujo de llamar demasiado la atención. Aunque estuvieran de paso, aunque en verdad ni siquiera formaran parte de

este lugar, que por ahora era mi único hogar. Todo era demasiado inusual. No encontraba un motivo lo suficientemente firme que justificara mi gran preocupación. ¿Acaso yo no había elegido ese lugar por los motivos obvios? Había varias razones que explicaban el por que de todo. Juneau era una localidad que tenía el cielo cubierto trescientos veinte días al año, por eso mismo podían moverse con total libertad durante el día, sin llamar la atención sobre su naturaleza. Indudablemente ese era uno de los motivos. Pero en tal caso ¿Por que mi familia nunca los había visto? Si eran vampiros que acostumbraban a viajar por esa zona de escasa luz solar ¿Por qué nunca se habían encontrado con un Cullen? Había algo raro en esto, e iba a averiguarlo. Cuando me di por vencida, inicié la vuelta. Era inútil seguir rondando por allí, se habían escapado de mí. Tenía que volver, me había alejado demasiado. Iba a llegar tarde a una clase. La vuelta me costó un poco, incluso con mis sentidos agudos, el camino me resulto un poco confuso. Realmente la ruta que seguí no tenía lógica. Estaba diseñada para perderme. Cosa que había logrado, desde luego.

Crucé la puerta del salón a una velocidad poco humana, y me senté en el lugar de siempre. Estaba totalmente ida, aunque no como siempre, cuando una clase me parecía aburrida, sino porque me preocupaba realmente lo que acaba de pasar. Había vampiros en la universidad. Otros aparte de mí, que ni siquiera era uno completo. ¿Era eso algo peligroso? Por lo menos no se alimentaban de sangre humana, y eso era un buen comienzo. Recordé cuando mi padre no dejó que mi madre se acercara a mi cuando recién despertó de su conversión. ¿Mí sangre resultaría igual de apetecible para los vampiros de dieta tradicional como lo era la sangre de los humanos? ¿Implicaría mi efluvio un cambio en su estilo de alimentación y de vida? Sopesé tan solo unos segundos esa posibilidad. Era demasiado ilógica. Si mi vida estaba en riesgo, no sería porque fuera a convertirme en presa de estos dos vampiros. Tenían que ser "inofensivos" o por lo menos eso quería creer. No me los imaginaba como seres peligrosos. Tal vez intimidantes, pero no peligrosos. Igualmente no podía confiar en mi criterio, ya que me sentía sola en aquel lugar y cualquier persona que me acercara mas a mi mundo, podría ser una forma de mantener a raya la soledad. Para ser totalmente sincera conmigo misma, necesitaba creer que eran las

personas indicadas con las cuales podía relacionarme. Que tenían que ver con ese sentimiento que había estado sintiendo a lo largo del ultimo tiempo. Ese presentimiento que me decía que todo estaría bien. ¿Y si ellos eran la clave de todo? Cuando ya no tenía que hacer en el campus caminé hacía el estacionamiento. Tomé mi coche y me dirigí hacia mi departamento. La tarde no parecía querer cooperar con mi ansiedad. El ultimo tiempo, en el cual había estado muy tranquila y superado todos mis problemas internos, había tomado el hábito de tomar algo con Lizzie de vez en cuando. Subí al ascensor y bajé un piso. Al tocar a su puerta, me sentí una entrometida. No era cortés interrumpir así. Ella atendió rápidamente, y una sonrisa se dibujó en su bello rostro. – Lamento molestarte, Lizzie, solo que estaba aburrida en casa. ¿Me preguntaba si querías tomar algo conmigo? – Dije. Sonrió de nuevo. Era una mujer muy amable. – No hay problema, cariño. Pasa, ya mismo preparo el té. – Convino. Ingresé a su hogar, delicadamente decorado. Las paredes tenían empapelados que reproducían una y otra vez la misma secuencia. Líneas verticales de color azul, blanco, negro y gris. Los muebles eran modernos, de colores claros y con un diseño sobrio y amplio. Los ventanales eran flanqueados por cortinas de seda blanca. Pasamos el resto de la tarde juntas, disfrutando de la compañía de la otra. Eso redujo la tensión que sentía, aunque no logró que desapareciera. – ¿Estás bien? – Preguntó en un momento mi vecina. Era demasiado observadora. – Te veo muy dispersa. – Todo anda bien, Lizzie. – Mentí, con una sonrisa deslumbrante. – Solo que los exámenes están causando estragos con mi vida. – Claro, es de imaginar que era eso. – Afirmó. – No dejes de dormir o nada por el estilo, cariño. Ante todo debes mantener sana. – Voy a intentar seguir tu consejo. – Dije, asintiendo. – Aunque dudo que esta noche pueda dormir bien. Tengo demasiadas cosas en la cabeza...

Era tarde esa noche, cuando me recosté en mi cama y rememoré todo lo que había pasado. Algo anómalo y extraño que no me permitía pensar en otra cosa. Sentía el miedo, la ansiedad. Muchas emociones que no me dejaban tranquila. Pero la curiosidad era el mas fuerte de todos esos sentimientos albergados en mi pecho.

Estaba cansada, no había dormidos desde hacía dos noches. Además sentía cierta pereza, sin duda fruto de la adrenalina que había conseguido cansarme más de lo acostumbrado. La noche avanzó lenta, inexorable. Hundiéndome más y más en las conjeturas. En las miles de teorías que fui elaborando al respecto. ¿Cuál de todas mis suposiciones eran la correcta? Quizás fuera muy ingenuo pensar que ellos estaban allí por mera casualidad. Pero si otro fuera el motivo, ¿A qué estaban esperando? Porque una vez que los vi, la reacción más lógica fue huir. Esa era la conducta más esperable ante el peligro. Si todo era parte de algún plan misterioso, y su verdadera intención era provocarme algún daño, este valioso tiempo en el cual yo podía pensar en el asunto, era una perdida de incalculable valor. Podría abandonar Juneau en tan solo una hora, como máximo. Pero Renesmee Cullen no huye. Porque si no había salido corriendo cuando pasó lo de Steven, no lo haría ahora que nada malo había pasado. Y quizás no pasara, solo tenía que esperar para ver en que terminaba todo esto. Tal vez era tonto basar toda mi confianza en ellos por el dorado de sus ojos, pero no podía aferrarme de nada más. Cada momento que pasaba en esa noche fría y solitaria, me sumergía con mayor facilidad en la inconciencia. Entonces, de un momento a otro, sucumbí ante el sueño. Lo siguiente que pude recordar fue que me encontraba sola. Estaba en un lugar muy parecido al bosque por el que los había seguido. El cielo estaba nublado, como era de esperar. Sabía, como solo se sabe en los sueños, que algo estaba por suceder, pues el ambiente era demasiado tenso y se podía cortar con tijeras. Una electricidad especial recorría mi cuerpo y lo cargaba de adrenalina, como una posible reacción a la próxima cosa que iba a pasar en ese lugar. Aunque no lo presentía a nivel consciente, la respuesta habría sido muy fácil si solo me hubiera tomado un momento para pensarlo. Pero todo pierde lógica y coherencia cuando estas en un sueño. Por eso, a pesar de que sabía que era lo que esperaba, no hice nada para que no sucediera. Es más, quería que pasara. Caminé un momento por el prado, solo por hacer algo. Los árboles más cercanos se encontraban a, por lo menos, cien metros, por lo que tenía un campo de visión absolutamente perfecto, podría verlos llegar desde cualquier dirección. En el horizonte, comenzó a despejarse, y unos tímidos rayos de sol llegaron hacia donde me encontraba. Al contacto con mi piel, esta solo destelló un poco, juguetonamente, emitiendo una luminosidad casi imperceptible, pero que realmente se encontraba allí. Nada que impactara a nadie.

Entonces, sentí a alguien a mis espaldas. Voltee de a poco, completamente consciente de mis movimientos. Estaban allí, como esperaba desde el principio. Caminaban hacia mi con esa gracia suya, que tanto me hacia recordar a mi familia. Su andar era lento, un poco felino y lleno de gracia. No podría decir si el sueño les hacía justicia por completo, pero en él estaban tan hermosos como los recordaba. De repente la luz solar, ahora a mis espaldas, se hizo más intensa, alcanzándoles a ellos también. Chiscas de arco iris y luz brotaron de sus perfectos cuerpos inmortales. A medida que los rayos del sol bañaban sus agraciadas siluetas, se iban convirtiéndolos en las cosas más hermosas que hubiera visto jamás. Era pilares de luz, demasiado bellos y atemorizantes al mismo tiempo. La forma en la que incidía el sol sobre ellos, hacía que sus rasgos reflejaran sombras largas, que oscurecían la mitad de sus semblantes divinos. Era como ver una obra de arte incompleta. Los miré a los ojos, esperando encontrar algo de seguridad en ellos. Algo que pudiera motivarme a que les hablara. Estaban allí, tan dorados como los había visto esa tarde. Pero no me invitaban a acercarme o a hablarles. Estaban vacíos, como si estuviera intentado recordar algo, desenfocados, como buscando algo que no se encontraba allí. Él pareció percatarse de mi presencia, posicionando sus profundos ojos dorados en los míos. Su fuerza era hipnótica, la mirada de ambos era incluso más hermosa de lo que podía recordar en cualquier vampiro de dieta vegetariana. Y entonces todo ocurrió muy rápido. Sus miradas estuvieron en un segundo cargaban hostilidad. Una ira rayana en la locura se reflejó por sus pupilas de ángeles. No entendía porque mi persona podía hacer que esa faceta se reflejara en sus rostros. Pude notar como el color dorado se apagaba y daba paso al más brillante de los negros. Luego, la claridad volvió lentamente, pero a medida que parecía que sus ojos dejaban de imitar las tinieblas, más fue la confusión y el pánico que comencé a sentir. El brillante color caramelo no volvía a sus pupilas. De pronto, me encontraba de frente a dos vampiros sedientos de sangre. Humana. Las miradas, ahora rojas escarlatas, rayaban el odio y el aborrecimiento. Mi instinto más lógico fue correr, alejarme rápidamente de aquello que me amenazaba. Y de repente todo se volvió borroso, nada a mí alrededor tenía lógica o sentido, lo único que esperaba era ser lo suficientemente rápida para escapar. Movía mis piernas con toda la velocidad que era posible, pero era inútil, pues sentía que me seguían, y no importaba que tan rápido corriera, ellos me alcanzarían…

Lo último que pude recordar fue que sentí como alguien me apretaba por la espalda, haciéndome su prisionera. Grité, y entonces, ahora encontrándome en la comodidad de mi departamento, me permití relajarme y dejar que mis ideas se acomodaran lo mejor posible. Miré el reloj. Tres de la mañana. Despejé mi cabeza en un segundo. Estaba lista para poder enfrentar esa clase de problemas. Necesitaba un momento para centrarme, lo sabía. Pero igualmente, una vez más, no pude evitar preguntarme: ¿Quienes eran esa hermosa chica y ese angelical muchacho? Ya me había hecho esa pregunta muchas veces a lo largo del día, pero no podía conseguir la respuesta acertada. Estaba completamente desorientada en mi búsqueda de la verdad Luego de que mi cabeza ya no funcionara de un modo correcto y el tiempo se hubiera convertido en algo realmente inexistente, amaneció. Entonces, contra todo pronostico, el reloj inició su marcha nuevamente. Tenía ganas de hablan con mamá, pero llamarla ahora solo complicaría las cosas. Querría que volviera y me resguardara de desconocidos. A su entender seguramente serían peligrosos. El tiempo todavía no le había enseñado a ser algo más optimista. Seguía temiendo del destino, como cuando era humana. Pero yo sabía que no eran peligrosos. Sus ojos ambarinos me decían que no. No tenía la menor intención de regresar a Forks, no ahora que había descubierto a esos seres extraordinarios. Cuando no tuviera dudas con respecto a ellos, solo así me iría, en caso de que tuviera que hacerlo.

Siete de la mañana. Ya era tiempo de que me preparara para ir a la universidad. Me dirigí hacía el baño y tomé una ducha helada. Me hizo muy bien, a pesar de que cualquiera que lo supiera en el campus pensaría que estaba loca. El frío estaba estampado en las ventanas. La ventisca persistente y el aguanieve se pegaban a la cara. Me vestí apresuradamente, ese día no había tiempo para repasar meticulosamente mi vestuario, como hacía siempre. Bajé al garaje del edificio y subí a mi coche. Me quedé un momento allí. Cuando cruzaba la rampa para subir a la calle desde el garaje subterráneo, me pareció ver una sombra en la parte de atrás de una columna. Quedé petrificada por la sorpresa y apreté el freno apresuradamente, por lo que me impulsé hacia adelante y el cinturón de seguridad se desgarró. Agudicé el oído, pero no pude captar nada. El silencio era absoluto.

Quedé allí, en medio del camino, pareciendo una idiota. Las puertas que daban a la calle ya estaban completamente abiertas, por lo que toda la gente que pasaba vieron lo que había ocurrido. Todos parecían asustados, no por que me haya pasado algo, sino porque habían supuesto – erróneamente – que era un desastre al volante. Respiré profundamente y apreté nuevamente el acelerador. Salí a la calle y doble hacía el norte, camino a la universidad. El camino era corto, por lo que nunca me había preocupado por salir con demasiado tiempo extra. Estuve en el campus con excesiva rapidez. Salté del auto y me dirigí hacía la primera clase del día. Entré en el salón y me senté al final de todo, como siempre. La clase realmente me interesaba, pero nunca me sentía lo suficientemente cómoda como para poder dar mi opinión en ella. Hasta el profesor se quedaba mirándome cada vez que intentaba expresar mis ideas. El señor Charles, un hombre de mediana edad, delgado y con una creciente calva, entró y no esperó a que los estudiantes se acomodaran. Inició su clase al instante. Ese día la clase trato sobre Bram Stoker. Era un tema extenso, que le hizo tomar gran parte de la hora. Era inevitable que en algún momento los vampiros entraran en su monologo, siendo Drácula en vampiro más conocido de todos los tiempo. Eso me causó gracia. Los humanos tenían preconceptos muy inverosímiles con respecto a nosotros. No pude evitar reír ante su visión descabellada. Mis carcajadas fueron débiles, pero eso no evitó que se escucharan por todo el salón. El señor Charles me miró de reojo y dijo: – Señorita Cullen ¿Podría decirme por qué le parece tan divertido el tema de hoy? Enrojecí al instante. – Oh, lo que pasa es que los vampiros siempre me han parecido criaturas fascinantes. Más que eso, a decir verdad. – ¿Y que es lo más interesante que ve en los vampiros? – ¡Bueno, muchas cosas! Según las leyendas soy criaturas muy complejas: bellas, rápidas, fuertes e inmortales. – Esta muy enterada de la naturaleza vampirica. – Dijo el profesor, su mirada denotaba cierta intriga. – Más que suficiente. – Y reí de nuevo de mi chiste privado. – Pero faltó el rasgo más característico de las criaturas que tanto le apasionan: Asesinos. Sus palabras retumbaron en mi cabeza como si me hubiera golpeado, pero aún así mantuve la compostura lo mejor que pude. No era sensato comenzar a discutir acerca de algo que el solo creía una simple leyenda. Y sin embargo, que cerca estaban los humanos del mundo de fantasía que tanto negaban. Más en ese momento, conmigo

allí sentada. De ser otra clase de vampiresa, ya estarían muertos. – No lo creo así, ellos, como todo ser sobre la tierra, son esclavos de su naturaleza. Asesinos quizá sea un término demasiado fuerte para mencionar. Claro, en el caso que los vampiros existieran. – Su punto es muy interesante señorita Cullen. ¿Cree usted que todos somos prisioneros de nuestra naturaleza? – Desde luego. Si el hombre fuera menos egocéntrico y autodestructivo, el mundo no estaría como lo está. Si pudiera por un momento no ser tan narcisista e idolatrarse con tanto ahínco, podría ver cosas más profundas e importantes. O incluso, percatarse de lo que pasa a su alrededor. La ceguera del hombre es enorme. – Dije. – Parece comprender el mundo de una forma que pocos de su edad pueden. Muy aguda y perceptiva me atrevo a decir. Muy inteligente de su parte. – Gracias, profesor. – Respondí a su cumplido. Siguió con la clase sin decir nada más. No tenía sentido que me enojara con él. Era solo un mortal que temía a aquello que no conocía o no podía comprender. Aunque dudaba que fuera conciente del error que acababa de cometer. Todo lo que siguió en la clase no logró captar mi atención. En uno de esos momentos, era muy fácil distraerme. El timbre de media mañana sonó tan puntual como siempre, por lo que me deslicé por la puerta rumbo al patio central del edificio. Me senté de frente a la fuente que se encontraba en el medio del lugar. Ociosa, como estaba, decidí adelantar algo de la siguiente clase. Tomé un libro de mi bolso y comencé a hojearlo despreocupadamente. La brisa esa fresca y persistente. Arrastrando a su gusto todos esos aromas propios de los humanos que me envolvían. Todavía no podía sacarme de la cabeza todo lo que había pasado el día de ayer. Fue cuando de repente capte nuevamente esos efluvios. Levanté la vista y estaban de frente a mí, justo al otro lado de la fuente. Hoy él estaba vestido con un suéter color rojo sangre, y unos pantalones negros. Ella tenía una camisa negra que resaltaba su piel pálida, con unos pantalones del mismo color, los dos ceñidos a su silueta esbelta. Arriba de ese vestuario llevaba una gabardina de color crudo, que combinaba con su bolso. No percibí amenaza alguna en su mirada, por lo que no era necesario salir huyendo, como me pareció en primer momento que debía hacer. Decidí que lo mejor sería concentrarme nuevamente en el texto que había comenzado. Bajé la vista y comencé de nuevo con la lectura. Desde luego, me resultó imposible concentrarme al menos un segundo en el texto. Unos instantes después, noté como dos personas se sentaban a mi lado. Giré el cuello hacía la izquierda y estaba él. El

pánico me invadió súbitamente, pero luego recordé que no podían hacerme nada allí, el lugar estaba lleno de gente. Observé por un momento cada uno de sus semblantes, reparando en cada detalle de sus segadoras bellezas. Ellos también me observaban con sus ojos dorados llenos de preguntas. Tal vez no entendían que clase de cosa era. Escuchaban mi corazón, por descontado, pero mi apariencia de vampiro no concordaba con ese palpitar incesante. Ellos seguían mirándome, analizando cada uno de los planos de mi rostro. Sus ojos eran enormes, color caramelo y divinos. No podría decir cual de ellos dos era más hermoso, porque ambos parecían simplemente demasiado perfectos. El dorado de sus miradas comenzaba a acerarse conforme pasaban los segundos, y las imágenes de mi pesadilla volvieron en un primer plano estremecedor. El silencio a nuestro alrededor era demasiado tenso, y no parecía que ninguno de ellos fuera a relajarse un poco. Nadie era consciente de lo que estaba pasando. Había actuado demasiado bien a lo largo de las últimas semanas. Nadie se fijaba ya en mí. No podía decir exactamente si mis acompañantes estaban siendo apabullantes, pero lo cierto es que estaba demasiado nerviosa. Ellos no parecían dispuestos a decir nada, y simplemente no podía quedarme a esperar a que alguien dijera algo. Mi reacción más básica fue huir de sus miradas indiferentes, de sus silencios siniestros. Me levanté, y ellos no dijeron nada, solo se limitaron a seguir observándome. Miré una vez más sobre mi hombro, para saber si me estaban siguiendo. No parecían estar haciéndolo. La pregunta siempre era la misma. ¿Qué demonios tenía que hacer? Apreté el paso con decisión, caminando por la calle de piedras que circundaba en edificio principal. Con un último vistazo a mis espaldas, descubrí que ellos ya no estaban sentados en el lugar donde segundos antes sí. Gire mi cuello en todas direcciones, pero no los encontré. No podían haberse ido tan rápido, todo el lugar estaba lleno de personas. De humanos. Era imposible que hubiesen usado sus cualidades de vampiros para adelantarse a mí. La gente estaba indiferente a todo. Los alumnos de la universidad de Alaska transitaban impasibles a su suerte. No sabían que dos vampiros estaban marchando entre ellos. Dos vampiros que de seguro eran muy fuertes y muy rápidos. Sopesé la idea de volver al departamento, pero no podía permitir que supieran donde vivía. Eso hubiera sido empeorar las cosas. El solo hecho de pensarlo me hizo estremecer, porque era algo que seguramente podrían saber a esas alturas. ¿Acaso no había visto una sombra esa mañana? ¿Una sombra en el garaje? ¿Cómo no me había dado cuenta en ese momento? El teléfono comenzó a vibrar en ese

momento en mi bolsillo, pero estaba demasiado concentrada en eludir a estos nuevos personajes que no le di importancia a la llamada que estaba recibiendo. Caminé por el sendero, y este me condujo a uno de los tantos patios secundarios de los que disponía la institución. No podía parar de voltearme una y otra vez, como si fuera una ratera que espera que la policía no la esta siguiendo. Las nubes sobre mi cabeza eran muy espesas, y como el día anterior, se notaba que la lluvia era inminente. El nuevo lugar donde me encontraba no era muy diferente al sitio donde Steven y yo habíamos tenido nuestra última conversación. El viento era demasiado fuerte, y mis bucles volaban alrededor de mi rostro, impulsados por su fuerza. El nerviosismo dificultaba mis sentidos, y ese fue el motivo por el que no percibí todo lo que estaba por suceder. En un segundo, él estaba de frente a mí, observándome completamente interesado. Giré, retomando mi antigua dirección, pero ella estaba también allí, erguida cuanto podía con su pequeño cuerpo de sirena. Estaba en el medio de ambos, y ellos bloqueaban mi paso, porque la muchacha me impedía volver al estacionamiento, y el chico frenaba mi huida por el otro lado. Entonces el miedo dominó por completo mi cuerpo. No era lo suficientemente fuerte como para vencerlos a los dos, si llegado el caso tuviera que enfrentarme en una batalla. Solo un segundo sería suficiente para borrarme del mapa. Comenzaron a caminar hacía mí, sin sacarme los ojos de encima. El instinto me decía que debía encontrar una brecha entre su camino y el mío, pero la razón me advertía que lo mejor era quedarme en donde estaba. No hubiera sido bueno tentar a la suerte con ello, porque si eran peligrosos y querían hacerme daño, al intentar huir les daría la excusa perfecta para hacerlo. Su andar no demostraba preocupación alguna, y no parecían entusiastas. No había apuro en sus semblantes. Se detuvieron a tan solo un metro cada uno de mí. Pude notar, ahora sí, como la curiosidad que envolvía sus rostros. Entonces el chico habló con una profunda voz de arcángel, suave pero igualmente fuerte y cargada de autoridad. – ¿Quién eres joven extraña? ¿Por qué estas aquí? ¿A que se debe tu extraño efluvio? ¿Qué eres? – Exigió. Sus preguntas resonaron en mi mente y me hicieron recordar todas las que yo me había hecho acerca de ellos. Seguramente también tenían miles de interrogantes, pues pensándolo bien, yo era algo mucho mas extraña de lo que resultaban ellos para mi. La voz me había abandonado. No encontré el valor suficiente para

responder esa simple pregunta. Él se mantuvo imperativo, con el rostro relajado, aguardando mi respuesta. Ella estaba a mi lado, tan perfectamente hermosa que parecía un espejismo en ese desierto de hielo. Al final, me vi obligada a contestar. – Es mucho lo que tengo que explicarles, me gustaría saber sus nombres siquiera. Si no es mucho pedir, claro. – Dije en un susurro casi inaudible. – No estas en posición de pedir nada, extraña. Somos nosotros los que queremos respuestas. – Dijo ella con el semblante lleno de hostilidad. Pero a pesar de eso, su voz sonó como un coro de ángeles. Me asusté. Por primera vez comencé a dudar si había escogido bien en ir hacía Juneau a la universidad. Podría haber elegido cualquier lugar del país, pues mi piel no brillaba a la luz del sol, no había nada de lo que me tuviera que ocultar. – No es necesaria la violencia, hermana. Podemos decirle nuestros nombres. Además ella también quiere respuestas, algo perfectamente lógico. –. Dijo él con una tranquilidad intachable. – Me llamo Raphael, y ella es Malenne. La serenidad que desprendía me permitió responder con un tono de voz lo bastante seguro. – Mi nombre es Reneesme. – Confesé. El chico, Raphael, sonrió, supuse que en un intento de inspirarme confianza, algo que desde luego no tenía. – Vamos, – Casi imploró. – Cuéntanos algo más. – No soy de aquí. – Respondí entonces. – Soy de Forks, Washington. Es una historia larga, y dudo que aquí tenga tiempo para contarla. Malenne me miró, su actitud cambió ligeramente, se suavizó la arruga de su frente y dijo: – Tenemos todo el tiempo del mundo, niña. Somos inmortales, ¿A caso nadie te lo ha dicho? – Desde luego que se estaba burlando de mí, pero no le hice caso, y continué mirándolos llena de curiosidad. Cada segundo que pasaba era clave para descubrir algo sobre ellos. – Para mi el tiempo pasó muy rápido, por lo menos los primeros años de mi vida. Aunque pensándolo bien, todavía estoy en ellos. – Me causas una gran curiosidad, Reneesme. Pereces una criatura muy especial, realmente encantadora. Me gustaría escuchar tu historia. – Dijo Raphael, mirándome a los ojos con efusividad. Y aunque todavía estaba asustada me pareció autentico su interés. En ese momento algo en mi mente hizo clic. No sé lo que fue, pero me sentí en mejores condiciones. Si hubieran querido atacarme, ya lo hubieran echo, desde luego. Pero llevábamos unos minutos allí y todavía no daban señal de peligro. – Tenemos todo el día para hablar, y más, si eso es lo que quieren. –

Dije. – Creo que eso es lo mejor ahora. Hablar. – Dijo Raphael. – De verdad me gustaría entender que es lo que eres... – Es más complicado de lo que te imaginas... – Susurré. Lo miré a los ojos nuevamente, esta vez sin miedo. El también me observaba, y ambos nos dimos un segundo como para analizarnos el uno al otro. El empequeñeció su mirada, ante el análisis que seguramente estaba haciendo de mi persona. En ese momento, no había en ese lugar otro sonido que no fuera el del viento, y el de mi loco corazón, más acelerado de lo que ya era normal en mí. Casi sonaba como un único zumbido, constante. Continuábamos observándonos, cuando la chica, Malenne, dijo con esa voz tan encantadora. – Entonces ¿Qué estamos esperando para irnos de este lugar lleno de humanos? Podríamos ir al lugar donde nos dirigíamos cuando nos seguiste ayer. Me sonrojé. Sabía que se habían dado cuenta. El flujo de sangre invadió mis mejillas, pude sentir como se coloraban lentamente, y también pude imaginar el brillante color rojo que seguramente tendrían tras mi pálida piel. – No tienes nada de que avergonzarte, niña. Nosotros hubiéramos hecho lo mismo. – Dijo Raphael sonriendo. Sus dientes blancos destellaron como diamantes, contrastando increíblemente con lo nublado del día. – La curiosidad siempre fue mi talón de Aquiles. – Esa era toda la excusa que tenía. Patético. – No solo la tuya, créeme. – dijo por lo bajo la encantadora chica a mi lado. Malenne me desbloqueó el paso, e hizo un gesto para que avanzara por el camino que nos llevaría de nuevo hacía el patio central. Caminamos lentamente, siguiendo otro de los pequeños caminos que bordeaban el edificio principal. Esa era la única forma de salir disimuladamente del campus. El receso de media mañana estaba por terminar, aunque eso no importaba realmente, pues ninguno de nosotros concurriría a ninguna de las clases siguientes. Marchamos, intentando no llamar la atención, por el estrecho camino que dirigía hacia la parte posterior del gran edificio que se cernía detrás de nosotros. Todavía quedaba un leve rastro de sus aromas. Aunque como siempre, estaba empapado de una fuerte corriente de efluvios humanos. Las miradas de la gente comenzaron a incomodarme. Nuevamente, todos empezaban a mirarme. Pero quizás esta vez no era solo a mí. Ahora los miraban también a ellos. Tan hermosos y perfectos a mi lado. Y esa era la forma en la que todos deberían vernos. Estábamos

diseñados para que nos encontraran atractivos, para que quieran acercarse y así sucumbir. Imaginé por un momento el cuadro que deberíamos estar representando. Una chica alta, castaña, junto a otra pequeña y rubia, acompañadas por un muchacho castaño rojizo, los tres espectralmente pálidos, y sobre todo, hermosos. La curiosidad que despertábamos no era nada bueno, y aunque en las últimas semanas había logrado pasar desapercibida, ahora todo parecía hasta irrelevante. Mis padres ya me habían advertido hasta el cansancio que me concentrara en aparentar la mayor humanidad posible. ¿Pero quien creería que los individuos que me flanqueaban, con sus perfectas facciones y cuerpos, eran simples humanos? Era algo ilógico. Sin embargo, no debíamos poner las cosas más difíciles. Debía concentrarme en no llamar la atención en el campus. En especial ahora, estando mi cobertura pendiendo de un único hilo. Había adquirido muchas esperanzas con respecto a eso. Steven no había hablado, o si no había hecho, quizás nadie le creyó. Eso era algo bueno en todo ese mar de lamentos. Después de todo, guardar el secreto debería ser una tarea más fácil para mí que para el resto de mi familia, que son estatuas frías moviéndose, a diferencia de mí, que soy en parte humana. Cruzamos otro de los edificios en la parte de atrás de los del terreno de la universidad. Recorrimos ese camino, mucho menos concurrido que el anterior, hasta llegar casi al fondo del campus. Traspasamos el frente de la cafetería, y nos deslizamos hasta la parte de atrás, donde había un lavabo lleno de platos y ollas. Ese era el límite de toda la extensión que ocupa el predio. Un único y alto muro bordeaba toda la frontera con el exterior. La chica se trepó por la estructura, y salto llena de gracia sobre el techo de la cantina. Él la imitó, y no tuve más remedio que seguirlos. Saltaron hacía el otro lado, pues esa era la única forma de abandonar el campus. Se colaron por un pequeño espacio que había entre el muro, donde había una grieta lo suficientemente grande como para que una persona pasara. Al atravesarla, ya nos encontrábamos fuera de la universidad. Entonces comenzaron a correr con verdadera rapidez. Hacía tiempo que no me deslizaba a tanta velocidad. A pesar del miedo y de lo tensa de la situación, eso logró relajarme. Había pasado mucho tiempo fingiendo. Ahora que podía sacar esa parte de mi verdadera naturaleza, la rigidez de mi cuerpo se liberó levemente. Nos deslizamos a cientos de kilómetros por hora por ese prado nevado, minado por pinos y rocas pulidas. Juneau fue quedando a nuestras espaldas con demasiada facilidad. Y el nuevo paisaje resultaba cada

vez más estéril, carente de toda vida. No podía escuchar ni el mínimo sonido de alguna criatura que se encontrara en las cercanías. Tal vez simplemente habían enmudecido a nuestro paso. Algo lógico, desde luego. Durante el camino estuve la mayoría del tiempo rezagada, más por voluntad propia que porque fueran más rápidos que yo. Quise analizar cuidadosamente la conversación que acabábamos de tener. No era que hubiese sido muy extensa, pero no había percibido ninguna señal de peligro. Por eso había accedido a alejarme del campus, ya que presentía que todo iba a terminar bien. Otra cuestión atrajo mi atención durante el viaje. Raphael había llamado a Malenne “hermana”. ¿Serían realmente hermanos o era solo una costumbre entre ellos? No eran muy parecidos, pero tampoco demasiado diferentes. Quizás tenían la misma nariz y el mismo mentón, pero por todo lo demás era difícil adivinar. Sus cabellos eran completos contrastes, pues ella era divinamente rubia y el tenía una tonalidad rojiza en sus cabellos oscuros. El resto de sus rasgos eran simplemente parecidos a todos los vampiros que podría conocer. Simétricos, pálidos, y fríos. Lo único realmente idéntico que tenían era su belleza deslumbrante. Solo me atrevía a afirmar una cosa de ese par de personajes: No eran compañeros. No se miraban con el brillo del amor en sus pupilas. En eso sí tenía experiencia, porque cuando un inmortal encuentra el amor, este brilla para siempre en lo más prefunda de sus ojos. Este no era el caso, ellos no respondían a ese comportamiento. Aunque a decir verdad no veía motivo para que eso me importara. Aun así, la pregunta quedó flotando en la nebulosa de mis pensamientos. Nos desviamos mucho del camino que yo había seguido inicialmente, doblamos hacia el Este en un momento, y luego otra vez hacia el Sur. La verdad es que nunca había tenido un sentido de la orientación demasiado agudo, por lo que no me sorprendía que me hayan eludido tan fácilmente. Tardamos más de una hora en llegar. El lugar era hermoso. El suelo estaba totalmente cubierto, no obstante en algunos lugares sobresalían brillantes superficies de roca renegridas, que emitían un brillo oscuro que contrastaba hermosamente con la blancura inmaculada de la nieve. Los pocos árboles que había se erguían imponentes, proyectando débiles sombras sobre el suelo, debido a lo escaso de la luz. A lo lejos se podía vislumbrar una cascada que arrojaba una gran cantidad de agua cristalina. Del Oeste provenía una brisa muy relajante y persistente, que agitaba mi cabello, conviviéndolo en un abanico sutil que lamía cariñosamente mi rostro. Caminamos unos cuantos metros más sobre aquel increíble claro. Era un lugar de ensueño, sacado de una novela romántica.

Se detuvieron en una roca muy grande, que era una especie de mesa. Se sentaron sobre ella y aguardaron a que me les una. Me acomodé en ella un segundo después. Quedamos los tres uno enfrentado al otro. Formando un círculo. En ese momento no se me cruzó nada por la mente como para poder iniciar nuevamente la conversación. Solo sabía que si quería respuestas, ese era el momento indicado, y tal vez el único. Los segundos comenzaron a transcurrir lentamente, mientras nos observábamos con todo el interés que en realidad teníamos, y la misma muda expectación. Entonces Raphael habló. – Bueno, Nessie. Creo que seremos nosotros los que empecemos. Me golpeó un latigazo de sorpresa, confusión y miedo. ¿Había escuchado bien? ¿Había dicho Nessie?

Capitulo 10 Y la leona se enamoró del cordero – ¿Cómo me llamaste? – Le dije algo sobresaltada. – Te llamé Nessie, creí que ese era tu apodo. – Dudó. – Sí, lo es, pero jamás te lo dije. ¿Cómo es que lo sabes? – Lo interrogué de inmediato, demasiado asustado con el asunto. – Bueno, – Admitió. – La verdad es que ya se varias cosas de ti. No me las has dicho, pero tengo un talento natural como para averiguarlo. Eso me apaciguó un poco, pero a decir verdad, no sabía a ciencia cierta que decir o que pensar. Lo único en lo que la poca experiencia que tenía pudo ayudarme, fue para suponer es que era un lector de mentes, como mi padre. Estábamos los tres sentados en esa superficie pulida, observándonos. Él no desviaba su mirada de la mía, y por más que intentaba hacerlo, no podía sacar mis ojos de los suyos. Algo en él me daba miedo y curiosidad al mismo tiempo. Antes de que pudiera sacar más conjeturas con respecto a su don, dijo: – Veo el presente de las personas. Veo sus emociones y un eco de sus pensamientos, aunque no puedo leerlos. Si me concentro lo suficiente, es como si estuviera dentro de su cuerpo, viviendo lo que sea que la otra persona haga. No podía imaginar lo que acababa de decirme. – En cierta forma, es como si mi consciencia se trasportara al cuerpo que quiero observar. Puedo ver donde se encuentra, localizarla. Por eso el otro día cuando nos seguías, ingresé a tu mente, y pude ver unas cosas, pero me resultaba difícil asimilarlas, no es como la mente de un vampiro o un humano, es más compleja, trabaja de una forma diferente. Intentaba entender con profundidad lo que me decía. – ¿Eres una especie de rastreador? – Pregunté. Raphael dudó un segundo, analizando mis palabras. – Creo que sí, pero es algo más complejo. – Dijo al fin. – No es un instinto lo que me hace ver lo que las otras personas. Lo más

dominante es la capacidad con la que percibo sus reacciones. Los recuerdos son complicados de avistar. Los pensamientos no se me presentan en palabras. – Vaya, que don tan interesante. – Solo dije. En verdad no tenía un comentario lo suficientemente bueno como decir. Tal vez era tonta, porque a pesar de eso, no podía terminar de entender la rara naturaleza de su don. ¿Como lograba hacer eso? ¿Acaso había dicho que era capaz de entrar en el cuerpo de otra persona? ¿Qué clase de don era ese? – ¿Tu tienes uno? – Preguntó Malenne. – Sí, también tengo uno. No es gran cosa ahora que me cuenta esto tu hermano. – Ningún don es poca cosa. – Dijo Raphael – Puede que tengas razón. – Dudé, escogiéndome de hombros antes de proseguir. – Puedo introducirles pensamientos en la mente de los demás. No es tan eficiente con una ilusión, porque me cuesta crear una continuidad, y la persona que ve las imágenes, las observa desde mi óptica. También puedo introducir voces en la mente de las personas. Sirve para engañarla durante un tiempo, y es muy útil cuando quiero que vean algo de mi interés. – ¡Es muy interesante! Jamás se me hubiera ocurrido llamar poca cosa a ese poder. – Observó el vampiro. – Gracias, es útil como ya dije. Resulta también divertido en algunas circunstancias. Pero conozco gente con dones realmente magníficos y muy útiles, muchísimos más asombrosos de lo que yo soy capaz de hacer. Mi familia sin ir muy lejos, esta llena de talentos naturales muy poderosos. – Le comenté a Raphael. – Sí, claramente hay algunos entre nuestra gente que posee talentos defensivos y ofensivos realmente brillantes. – El miró de constado a su hermana, ese gesto, despertó mi curiosidad. – ¿Y tu Malenne? ¿Tienes algún don? – Pregunté, aunque me resultaba difícil hablarle directamente, sentía su tensión. Ella sonrió, su perfección me hizo bajar la guardia. – Sí, lo tengo, aunque no lo uso con frecuencia. – Explicó lentamente, como si se estuviera dirigiendo a un niño de dos años. Uno al que un adulto le habla con palabras fáciles y con deliberada lentitud. Desvió

la mirada un poco, observando a su hermano. Parecía que como si le estuviera preguntando algo. Él asistió ligeramente, tal vez demasiado, porque tan solo un segundo después de ver el gesto, dudé si en verdad había existido, o no había sido solo una jugada de mi imaginación. – Si toco a una persona puedo quebrar su voluntad. Durante un momento puede hacer lo que yo quiera. Dura solo un poco más de unos minutos, pero es suficiente para lograr que haga cualquier cosa. Me estremecí de un modo completamente involuntario. El escalofrío que recorrió mi cuerpo fue muy violento, y ella lo notó. Se limitó a mirarme y sonreír aún más. – Por eso te digo que no lo uso con frecuencia, no me gusta la idea de gobernar sobre los demás. Aunque mentiría si te dijera que no es un don poderoso. – Apuntó al final. Que poder de lo más extraño, pensé. Conocía gente que daría cualquier cosa por tener ese singular don. No dudaba para nada de su palabra. Sin duda sería poderosa. Eso me llevó a pensar en las posibilidades que tendría ella con ese talento. Aro estaría impresionado, y seguramente querría que fuera una de sus joyas preciadas. – ¿Nunca has intentado proyectarlo? – Pregunté – ¿Te refieres a si he intentado utilizarlo sin necesidad de contacto físico? – Corroboró antes de responder. – Sí, exactamente eso. – Dije con un poco más de confianza en mi voz, ahora que no parecía ni la mitad de lo enojada que antes. – No, jamás. No lo veo necesario. – Dudó un segundo antes de proseguir. – Solo funciona si toco a la persona, de otra forma es imposible. Nunca intenté hacerlo de otra manera. – Agregó. – Yo si lo he proyectado, practiqué bastante y ahora puedo introducir pensamientos sin tocar a la gente, antes debía hacerlo. Aunque el efecto es más intenso si toco a la persona. Ella me observó durante un momento. Su mirada ya no era hostil, aunque reflejaba alguna que otra emoción que no pude precisar en ese momento.

– Algún día, si quieres, te mostraré de lo que soy capaz. Todavía no he encontrado a nadie apto para resistir. – Una sonrisa relajó por completo sus labios llenos, hermosos hasta lo imposible. Raphael nos observaba, no podía percatarme si me miraba más a mi o a su hermana. Era como si ambas fuéramos estatuas y el un turista en algún museo. Me sentí rara ante su atención, porque era diferente a la mirada de un humano curioso. Entonces recordé que todavía no les había contado lo que era. Tal vez su curiosidad provenía de ello. Antes de que se me ocurriera que decir, habló para nosotras: – Renesmee... ¿Eres un vampiro? – Preguntó con duda. Suspiré fuerte antes de responder. Era hora de dar las explicaciones correspondientes. – ¿Parezco uno? – Dije, en vez de contestar directamente a su pregunta. Ellos dudaron, mirándome de nuevo con el recelo inicial. Mi mano estaba apoyada sobre la piedra pulida que nos servía de trono, y Malenne comenzó a acercar la suya lentamente. Pude darme cuanta que fue lo que quería sentir. Antes de que nuestras pieles hicieran contacto, emprendió la retirada. Había percibido el calor sofocante que irradiaba mi cuerpo sin tener la necesidad de tocarme. Ladeó su cabeza y miró a Raphael, que había comprendido perfectamente el gesto que realizó ella. – No eres humana. – Sentenció Malenne al mirarme de nuevo. – Bueno, entonces creo que ya es momento de que nos cuentes tu historia, Renesmee. – Dijo Raphael. – Tal vez no entiendan mucho al principio, pero manténganse atentos, cerca del final todo cobrará sentido. – Susurré mirándolos. – Esperemos que tu historia sea tan interesante como tú. – Respondió el vampiro. Sonreí, algo intimidada por sus semblantes de ángeles. ¿Cuánto más habían visto ellos del mundo? ¿Cuan antiguos podrían ser? Eso era algo que no podría adivinar. Sus apariencias eran jóvenes. Cerca de mi misma edad. No aparentaban mucho más de veinte años ninguno de los dos. Pero eso era arbitrario al momento de sentar un criterio para descubrir algo.

En un momento, pensé en directamente mostrarles mi historia, pero luego deseché esa idea, no los conocía, y no tenía idea de cual sería su reacción ante el flujo de imágenes que recibirían si utilizaba mi don. Opté por la manera más tradicional para que conocieran mi historia, la cual era tan singular, que hasta podría llegar a creer que les estaba tomando el pelo. Pero eso no iba a pasar, ellos estaba dispuestos a escucharme. Busqué las palabras para empezar con mi relato. Respiré profundo y simplemente salieron solas de mi boca, como si estuvieran contentas de poder contar esa gran historia. “Bueno, como ya dije, soy de Forks, mi familia ha vivido en ella y en estas localidades desde ya mucho tiempo. Se han trasladado por los últimos cien años. Como sabrán, dadas las circunstancias climáticas de estos lugares, podemos tener una vida casi normal, pues es escasa la luz solar. La última vez que se instalaron en Forks, hace casi diez años, mi padre, un vampiro, conoció a mi madre, una humana joven y hermosa...” – Disculpa, ¿Dices tu padre por tu creador? – No, eso es parte de la historia, ya llegaré a eso. Sus rostros reflejaron una gran curiosidad. “Ellos se enamoraron desenfrenadamente, hubo muchos obstáculos en el medio, pero al final, hace ya mas de siete años, se casaron.” – Espera, ¿pero que pasó entonces con tu padre humano? Tú ya eras una adolescente cuando tu madre se casó con un vampiro. Realmente no entiendo. ¿Te convirtió tu padrastro a ti y a tu madre? No me lo parece. Tu corazón late, pero tu piel luce tan impenetrable como la nuestra. – No, Raphael, yo todavía no había nacido cuando mis padres – enfaticé las palabras – se casaron. Y Con toda esa confusión en sus rostros, proseguí con mi relato. “En su luna de miel, mi madre todavía era humana, y pese a que era peligroso que ella y su nuevo esposo intentarán siquiera hacer el amor, lo hicieron, y como fruto de ese amor tan grande que se tenían, me concibió. Al cabo de un mes, yo nací, y casi la maté, pues su condición de mortal la debilitó mucho a lo largo del corto embarazo.

Pero mi padre actuó a tiempo, y en el mismomomento que nací, mordió a mi madre y ella se transformó.” Sus semblantes se quedaron paralizados ante mis últimas confesiones. Las conjeturas dominaron todos los planos de sus bellas caras. “Crecí muy rápido. Soy mitad humana y mitad vampiro, tengo la piel dura pero la sangre caliente, puedo alimentarme tanto de sangre como de comida humana. Estoy viva, hasta donde sabemos, mi corazón seguirá latiendo, por lo menos otros ciento cincuenta años más. Puedo dormir, no necesito hacerlo con tanta regularidad como los humanos, pero mi energía no es inagotable, a veces también estoy exhausta. Hace unos meses cumplí los siete. Se supone que a partir de ahora no envejeceré más. Y hasta ahora, desde ese momento, no he notado cambio alguno. Cuando tenía unos meses, una amiga de la familia nos visitó, me vio de lejos, por lo que no reparó en el latido de mi corazón ni en que fluía sangre por mis venas. Pensó que era una niña inmortal. Huyó, y acusó a mi familia con los Vulturis.” Las caras de Raphael y Malenne se desfiguraron de terror. – Los Vulturis... – Suspiró Malenne. “Ellos llegaron al cabo de un mes, dispuestos a matarnos a todos por el supuesta delito que los Cullen, ese es nuestro apellido, habían cometido. Mi familia había tomado la decisión de reunir testigos, no para luchar, sino para detener a los Vulturis el tiempo suficiente como para que nos escucharan. Pero ellos no venían a razonar o a descubrir nuevas formas de vida, venían a destruir y a conquistar nuevas adquisiciones. Mi madre, que en ese tiempo era una neófita, pudo detenerlos gracias a su gran poder. Es un escudo, por lo que anuló todos sus poderes y ellos se quedaron desnudos ante los dones de nuestra familia y aliados, por lo que tuvieron que huir para salvar el pellejo. El resto solo son recopilaciones de lo buena que ha sido la vida conmigo. Crecí feliz con mis padres, mis tíos y abuelos y varias personas más que tanto amo y respeto. Hasta que se me ocurrió que era tiempo de cambiar un poco de aire. Como ya no tengo por qué estar resguardada en la casa de mis padres, me atreví a venir hasta aquí y conocer el mundo y comenzar a cultivarme un poco.”

Ambos asistieron en silencio. – Eso es todo, chicos. – Dije, asombrada de la naturalidad con la que fui capaz de contarla. – Corta, pero muy interesante, Nessie – Dijo Raphael sonriendo. – La nuestra es mas violenta como ya veras, y no tuvo un final tan agradable. – Dijo en un susurro Malenne. – ¿Acaso pasó hace mucho tiempo? – Pregunté. – Tal vez demasiado... – Susurró el vampiro. Quería que me la contara, pero antes tenía que hacer una pregunta, una que tenía quemándome la lengua desde el mismo momento en el que los vi. – ¿Por qué son vegetarianos? – Solté, entonces. – ¿Vegetarianos? – Se extrañaron ambos. Claro, ese era nuestro chiste privado. El modo en el que los Cullen nos llamábamos a nosotros mismo. Evidentemente no era el término que ellos utilizaban para referirse a este modo de vida. – Vegetarianos... ya saben. ¿Por qué no cazan humanos? – Expliqué. Los dos rieron, seguramente por la doble connotación de la palabra. – ¿Tú de que te alimentas? – Preguntó Malenne. – ¿Cuándo dijiste sangre... a que tipo te referías? – Animal. Todos los Cullen nos alimentamos de sangre animal. Mis ojos son marrones, porque así eran los de mi madre cuando era humana. Pero los de todos ellos también son dorados. Eso logró asombrarlos. – Bueno, la respuesta a tu pregunta, esta en nuestra historia. – Dijo en un tono muy bajo la vampiresa rubia. Raphael se aclaró la voz y empezó con su relato: “Viví en 1806, en Paris. En ese tiempo gobernaba Napoleón, y había mucha incertidumbre, pues existían los que sostenían que se estaba mejor que en la época de Luís XVI, y otros que afirmaban que era mejor que volviera la realeza, pero que se le quiten ciertos privilegios, para no repetir tanta carnicería. Las calles parisinas estaban plagadas

de personas que morían de hambre yvictimas de la peste, pobres que limosneaban centavos para sobrevivir al frío. La revolución que derrocó a la monarquía no había cambiado esencialmente nada. Los menesterosos no tuvieron soluciones a sus problemas, los ricos seguían nadando en toneladas de oro, y aquellos que nos manteníamos al margen, rogábamos porque no se acabara nuestra buena suerte. Mi familia era una de las pocas que no se vio afectada por ese levantamiento, pues nuestro pasar era bueno, y el hambre, la guerra y la muerte eran parte de una realidad lejana, que creíamos que nunca nos iba a alcanzar. Mi padre era un comerciante. Era un buen hombre, trabajador y perseverante, pero terriblemente soberbio. Nunca nos llevamos bien, en principio porque era demasiado parecido a él. Podría afirmar que tengo todas sus virtudes, pero también la mayoría de sus defectos. Discutíamos continuamente, pues yo siempre he tenido un carácter fuerte, pero a pesar de todo, lo amaba, y sé que él me amaba a mí. En esos días Malenne tenía 3 años, y era la menor de nuestra familia. Teníamos dos hermanos, Fillippe y Virgine, eran pequeños, creo que tenían diez y quince años, respectivamente. Esos recuerdos son muy nebulosos, y no puedo estar completamente seguro de ello. Yo era el primogénito, el que debería algún día hacerse cargo de toda esa basta riqueza que le pertenecía a nuestra familia. En esos días, un muchacho de mi edad ya era un hombre, que debía sentar cabeza, responsabilizarse de su vida y comportarse según la clase a la que pertenecía... Nadie tenía en cuenta tus pensamientos. Para los burgueses lo más importante era hacer dinero, nadie se ponía a pensar un segundo en nadie más que no fueran ellos mismos.” Raphael hizo una mueca, demostrando lo en desacuerdo que estaba con ese pensamiento. “Una noche, después de otra violenta discusión con mi padre, abandoné mi hogar y vagabundeé por las calles de Paris. Hacia calor, pues era verano. Fui a una taberna de mala muerte y pedí mucho alcohol, más del que hubiera podido tomar. Era joven, tenía casi veinte años. Me emborraché como nunca antes, bebiendo licores y otras bebidas cuyos nombres ni siquiera conocía, pero que mi cuerpo no estaba en condiciones de soportar. Cerca de las tres de la mañana abandoné ese agujero de perdición y decidí volver a casa. Me había puesto ebrio solo para molestar a mi padre, que odiaba el alcohol, y decía que este era el refugio de los débiles y los fracasados. Estaba y estoy de acuerdo con él en ese pensamiento, pero era inmaduro y tonto, por ese mi comportamiento.

De camino por las calles, escuché un grito. No estaba en condiciones de proteger a nadie, pero igualmente me acerqué hacía el lugar de donde había provenido. Entré en un callejón oscuro y entonces la vi.” El semblante de Raphael se distorsionó, era una mascara de dolor, aunque en sus ojos pude identificar la nostalgia. Estaba allí, aunque escondida. “Era el ser más hermoso que jamás había visto. Tenía la piel increíblemente blanca y, bajo la luna, emitía un resplandor misterioso que resaltaba su magnificencia. Su rostro era perfecto, inimaginablemente hermoso. El cabello le caía en bucles azabaches hasta los hombros. Los ojos brillaban en su semblante pálido, y sobresalían macabramente entre todos los planos de su cara. Era alta, con un cuerpo que parecía una obra de arte. A sus pies yacía un hombre, desangrado y muerto. Me quedé allí clavado. Temeroso de mí destino. Ella se acercó, con esa mirada escarlata que me heló la sangre y logró paralizarme. Cuando dijo que no tuviera miedo, su voz de sirena terminó por devastar mi guardia. Me preguntó mi nombre, cuanta edad tenía y que hacia por las calles a esas horas. En ningún momento pareció que fuera a atacarme. Estaba saciada. Hablamos un tiempo largo, parecía fascinada con las cosas que le contaba, aunque de hecho la vida que llevaba era muy poco emocionante. Cuando me percaté de que no me había matado, el sol ya estaba saliendo por el horizonte y entonces de un momento a otro desapareció. Volví a casa, cuando el sol asomaba por entre las copas de los árboles, deslumbrado por semejante aventura, y deseoso de volver a verla. La noche siguiente, aguarde a que dieran las tres, sentado en mi cama. Cuando el reloj dio tal hora, me deslicé por la puerta, y comencé a caminar por la cuidad. Esa noche no apareció. Pasaron los días, y cuando ya comenzaba a creer que lo había soñado, una noche ella apareció en el umbral de mi ventana. Era la diosa de la perfección, de la belleza. Se acercó a mi cama, y luego de acariciarme el rostro por unos minutos, me besó. Sus labios eran fríos como el hielo y duros como la

piedra, pero me provocaron una pasión sofocante. Todo su cuerpo era duro, pero perfecto. Era como una escultura de hielo tallada por el más habilidoso de los artistas. Y en ese momento era mía. Me contó todo, quien era y su condición. Su nombre era Julia. Nos vimos cada noche desde ese momento. No se cuanto tiempo pasó, ahora no lo recuerdo, todas las imágenes que tengo son solo escenas discontinuas y borrosas que no me sirven de nada... Ella acudía a mi habitación y nos besábamos toda la noche. Una de esas tantas veladas, decidimos pasar al siguiente nivel. Me había explicado que era peligroso, que podía morir si ella perdía el control mientras era prisionera del éxtasis, pero no me importó, fui lo suficientemente tonto para aventarme a lo desconocido, sin saber que era lo que estaba arriesgando. ¿Sabes? No entendía con suficiente profundidad la naturaleza de Julia, porque si lo hubiera hecho, habría pensado en frío... y las cosas hubieran sido muy diferentes... Cuando era humano, conocerla fue algo completamente extraordinario. No comprendía el desafío que es ser un vampiro. Creo que pensaba que era lo mismo que ser mortal... Pensaba que entendía el concepto de la sed, y el de todas las demás cosas que ella me había contado. Quizás estaba demasiado deslumbrado por las ventajas de ser inmortal, y no vi todas esas cosas negativas que ahora conozco. Pero la impulsividad me nubló el razonamiento. Fui estúpido, y estoy pagando por ello. Por precaución, la noche que decidimos hacerlo nos encontramos en un bosque cercano a la cuidad. Comenzamos como siempre, besándonos y acariciándonos lentamente. Luego, cuando hacíamos el amor, al principio solo experimenté placer. Recorrí su cuerpo de mármol con mis manos, demasiado ocupado en hacerla mía como para prestar atención en otra cosa. Pero de un momento a otro, sus dientes estaban clavados en mi cuello. No pudo detenerse a tiempo, y cuando lo hizo, ya había demasiada ponzoña corriendo por mi cuerpo. Hasta el día del hoy sigo pensando que incluso tuve una suerte inmensa en estar vivo, aunque sea de esta forma... pudo controlarse como para no matarme, y eso es algo que siempre agradeceré.

Entonces el fuego comenzó a arder en mí ser. El dolor era terrible, Latigazos de fuego que me quemaban de adentro hacia afuera. Deseé la muerte en cada momento. No se cuando tiempo pasó, si un día o mil, pero de pronto el dolor comenzó a cesar. Mi mente pudo trabajar con más calma. Y cuando mi corazón latió por última vez, pude levantarme. Ella estaba allí. Me miraba con la culpa en el semblante. Me pidió disculpas una y otra vez... me dijo que ella no quería esto para mí. Que no merecía castigo como ese. Yo no sabía que pensar. Por un lado experimenté el poder de mi nueva condición, pero también la sed que me quemaba la garganta. Era algo irreversible. Pero ella no tenía la culpa, era su naturaleza. Pasó la única cosa lógica que puedes esperar cuando un humano y un vampiro están ante tanta proximidad...” Raphael me miró. Claro, mis padres era la excepción a esa lógica que el evocaba. Ellos habían echo el amor cuando mi madre era humana, y había sobrevivido. Aunque había una diferencia, el amor inmenso de mi padre hacía su esposa. El jamás le hubiera hecho daño, porque la amaba, realmente la amaba. Tal vez el caso de Raphael había sido distinto. “No podía volver a casa. Era peligroso y no me recocerían. Ella me dijo que viajara con ella, aunque vi en sus ojos que eso le resultaba un pesar enorme. Desde el primer segundo en el que desperté, mi don me hacía intuir todas esas cosas. Yo era un neófito en ese momento, voluble e inmaduro, y Julia era una vampiresa libre, que recorría el mundo sin tener en cuenta las fronteras o las distancias. Era ese tipo de persona que no puede estar todo el tiempo en un solo lugar. Iba a ser como una piedra en su zapato. Una molestia, incomoda e inmortal. Nunca lo dijo, pero durante los día en los que estuvimos en ese bosque pude darme cuenta que yo no había sido más que otro mortal en su larga vida. A veces me pregunto si no habré sido el primero o el único que terminó así...

Por eso no la acompañé, porque me di cuenta de que ella no quería que lo hiciera. Lo había dicho solo para intentar el error que creyó cometer... aunque de hecho, no había sido su culpa, no toda por lo menos. Era yo el que tenía la responsabilidad de todo lo que había pasado, y de todo lo que pasaría después.... Lo cierto es que la amaba. Tal vez aún lo sigo haciendo. Ha pasado tanto tiempo, que ni siquiera puedo tener el claro eso... Creo que no soy lo suficientemente maduro como para saber que es lo que siento. Tal vez ella también sentía algo por mí, tal vez estaba enamorada de mí. Pero seguramente no era lo suficientemente intenso como para estar conmigo para siempre... un vampiro sabe cuando ama profundamente, porque el sentimiento es tan penetrante que se vuelve insoportable, y este no cambia a través del tiempo. Pero no es lo mismo estar enamorado que amar... El verdadero amor es duradero, y vive para siempre, incluso aunque las personas que lo sienten no lo hagan. El enamoramiento es volátil, espontáneo, demasiado pasional y peligroso, nos puede hacer cometer errores. Ella sabía que lo que sentía por mí no era profundo, por lo que no quería que fuera con ella. Me explicó las reglas que rigen el mundo de las criaturas de la noche y me dijo que tuviera cuidado. Calmó mi temperamento inestable de neófito lo mejor que pudo. Me enseñó todo lo que tenía saber. Luego se fue y jamás he vuelto a verla desde ese momento. Me escondí en aquel bosque, solo, luchando contra la sed, pues era peligroso salir de caza por la cuidad, ya que era un novato. Pude escuchar desde lo profundo del bosque como las noches posteriores a mi desaparición, la gente se adentraba en la espesura de los árboles, llamándome. El oído de un vampiro es mil veces más poderoso que el de un humano, aunque eso ya lo sabes. Mi padre había iniciado una búsqueda, pero yo nada podía hacer. Mi camino estaba ahora lejos del de toda mi familia. Había tomado las decisiones equivocadas, y debía afrontarlo. Me doliera lo que me doliera. Una noche, unos meses después de mi conversión, escuché como alguien se adentraba en mi territorio. En ese tiempo había evitado alimentarme, por temor a que me descubrieran, pero la sed fue más

fuerte, y fracasé en un par de ocasiones. Corrí desesperado por el bosque, oliendo ese aroma que me hacía agua la boca. Estaba ciego por la sed, por lo que apenas vi a la persona que ataqué. Cuando ya estaba saciado, observé a mi victima. Era mi padre.” Contuve el aliento, presa del horror. Las miradas de aquellos dos hermosos ángeles se encontraron, se veía el dolor en sus ojos. Un dolor demasiado fuerte como para siquiera intentar entenderlo, un dolor que traspasaba los limites de lo que conocía. “No podía creerlo. Me desplomé sobre su cuerpo, prácticamente desecho por la fuerza innecesaria que había utilizado al darle caza. Todavía estaba vivo. Sus ojos verdes estaban abiertos. Enfocó su mirada en mí, y me di cuenta de que me había reconocido. Aún después de todos los cambios que había hecho la transformación en mi rostro. En ese momento, me di cuenta de que no importaba lo mucho que hubiera podido aborrecerlo por las muchas discusiones que teníamos. Era mi padre... y lo había asesinado. Sonrió por ultima vez antes de morir, y con sus ultimas fuerzas, susurró:Raphael, cuanto me alegra que estés bien... entonces el brillo de sus ojos desapareció, y se marchó de la mano con la muerte. Me dio asco lo que hice. Pero era tarde, mi padre estaba muerte en el suelo, sin una gota de sangre en sus venas. Corrí, lejos de todo aquello. No me detuve por días. Y cuando ya creí que estaba lo suficientemente lejos, comencé a disminuir la velocidad. Permanecí en España unos años, escondido y en completa soledad. No conocía el idioma y no me encontré con ningún otro vampiro en todo ese tiempo. Estuve alimentándome tan poco que me debilité hasta el límite, pero no moría. Si hay una forma certera de abandonar este mundo sin la ayuda de nadie, no la he descubierto, porque perdí la cuenta de las veces que intenté matarme. Una de esas noches, oí como un animal merodeaba por la cercanía. Fue instintivo, Me abalancé sobre él y lo maté, bebiendo su sangre. Su sabor no era el mismo, desde ya, pero logró controlar mi sed y recuperarme de mi estado lamentable. Comprendí al instante que era lo que tenía que hacer. No he vuelto a probar la sangre humana desde entonces. Haber matado a mi padre fue lo peor que podría haber hecho jamás, y no me alcanzará la eternidad para pagar por mi error. Viajé unos años más, y cuando decidí que ya estaba listo, volví a Paris. Quería ver a mi madre y a mis hermanos. Ya habían pasado más de quince años desde que me hubiera convertido. No podía especificar

el tiempo, porque vivía al margen de cualquier civilización, y cuando deambulas solo y desvalido, no reparas en las fechas. El día estaba nublado cuando entré a la cuidad, había cambiado sustancialmente desde que la abandoné. Caminé por la calles y pude ver como la gente me observaba. Tal vez me reconocían, pero lo cierto es que no me interesó. Estaba muy diferente a mi condición humana para preocuparme. Me escondí en un callejón, a la vuelta del que había sido mi hogar. Vi salir a mi madre y lo único que pude notar es que estaba muy diferente, la vejez y la tristeza, sin duda, habían hecho su trabajo. No podía acercarme a ellos, no importaba que el tiempo hubiera pasado. Comencé a preguntar por la cuidad si alguien conocía a los dueños de la casa Blancquarts, pues me interesaba adquirir la propiedad. Los vecinos, tan amables como entrometidos, me contaron todo lo que necesitaba saber. Nuestros hermanos habían muerto de tuberculosis y la única que quedaba luego de esos 19 años era Malenne. Ya estaba convertida en toda una señorita, muy hermosa, además.” Raphael miró a Malenne y sonrió suavemente. Ella se la devolvió con su rostro perfecto de ángel. Se aclaró la garganta y se preparó para seguir ella misma la historia. “No recuerdo con certeza lo que pasó en esos años, mis recuerdos de humana ha desaparecido casi por completo, solo los últimos han sobrevivido. Y son los más tristes. Por ese tiempo yo tenía veinte dos años, mis hermanos habían muerto y Raphael había desaparecido una noche, hacía ya mucho tiempo. No lo recordaba mucho. Era muy pequeña cuando se fue. Por eso, cuando comenzó a rondar nuestra casa, no le reconocí. Mi madre estaba devastada. La muerte de nuestro padre la había transformado en una muerta en vida. Respiraba, su corazón latía, pero no estaba allí. Una cáscara sin vida, eso es lo que era. Fría y posesiva, recordándome todo el tiempo que jamás sería feliz. Esa era la frase que repetía todo el tiempo. La felicidad solo existe en los cuentos... Se limitó a criarnos lo mejor que pudo, hasta que llegó esa ola de enfermedades, y Fillippe y Virgine murieron. Su alma se quebró de tal forma, que jamás pudo curarse.

No dejaba que saliera, me educó en casa, a su manera. Me enseño a leer, escribir y bordar. Eso era todo lo que necesitaba saber, según ella. Siempre fui una chica hermosa, incluso cuando era humana. No mucho después de que cumpliera quince, los pretendientes comenzaron a tocar a nuestra puerta, pero ella no quería dejarme ir, vivir mi vida. La fortuna de nuestro padre hacía tiempo que había desaparecido, y nos hundíamos en una miseria cada vez mayor. Los inviernos eran fríos, devastadores, rodeados de miedo y desesperanza. Los veranos sofocantes y abrasadores. Pedíamos comida y ropa en la iglesia. Sobrevivíamos. Una noche de invierno, en la que estaba mirando por la ventana de mi cuarto, que antes había pertenecido a Ralph, vi una sombra moverse afuera, en el jardín. La luna brillaba con todo su esplendor, por lo que pude percibir que la piel del extraño era de un blanco marfileño. Observé el mayor tiempo que pude, pero no volvió a aparecer nada. Esa noche no pude dormir bien. A la mañana siguiente, me alisté para mis ocupaciones. Fui al mercado y compré lo poco que podíamos con el escaso dinero con el que contábamos. En el camino todos me miraban, observando mi belleza, algo a lo que estaba acostumbrada. Había hombres en el mercado que me regalaban alimentos extras, tal era nuestra pobreza. Quizás lo hacían como una forma de intentar cortejarme. Lo único que sabía era que estaba eternamente agradecida por ello. Por lo menos podíamos llevarnos comida a la boca. Estaba nublando y no se reflejaba ni el más mínimo rayo de sol. No estaba lejos de casa. A unas cuadras, sentí como me observaban, giré el cuello en la dirección, pero no pude ver nada. Llegué a casa y comencé con los quehaceres, como todos los días. Nuestra casa era enorme. Conservaba algo de su encanto de antaño, pero indudablemente, ese esplendor estaba desapareciendo. Los techos y piso comenzaban a ceder, las alfombras ya acumulaban polillas, todo en la casa estaba seco, sin vida. En los tiempos en los que éramos felices, todo en ella brillaba, papá se encargaba de que todo en casa estuviera perfecto. Luego de todo lo que pasó, mamá no se encargó de nada más. Despidió a la única sirvienta que teníamos y comenzó ella a

encargarse de todo. Con la muerte de mis hermanos, su situación empeoró. Los llamaba en sueños. A ellos y a Raphael. Al final de su vida enloqueció.” Su rostro reflejaba tristeza absoluta. Me dio mucha lastima su dolor. “Mientras me encontraba afuera de la casa, preparando el fuego para cocinar, pude escuchar como alguien caminaba alrededor. Siempre tuve un oído agudo, incluso siendo humana, y cuando me transformé se volvió más aún. Gire la cabeza y estaba allí.” Malenne sonrió. Miró a su hermano. “Él intentó esconderse, pero era tarde, ya lo había visto. Era hermoso, como todos los nuestros. Tenía esa sedosa cabellera rojiza y esos penetrantes ojos ambarinos. Dorados. La palidez de su piel me asombró, al igual que toda su belleza, pero había, además, algo que me resultaba terriblemente familiar. En ese momento no le reconocí, pues era poco lo que yo recordaba de mí hermano, eso sin contar que el había cambiado por haberse convertido. Me habló con su voz de arcángel, y me imploró que no gritara. El sabía que yo era su hermana, desde luego. Se acercó y me observó atentamente, tanto como yo lo hacía con él. No había una sola imperfección en su rostro, todo en él era cautivante. En ese momento mi madre habló desde adentro. El ángel se asustó y salió corriendo a una velocidad imposible. Me dejó allí, soñando despierta con un mundo del cual no tenía idea. El instinto me dijo que eso era algo que no tenía que compartir con mi madre. Ese día permanecí toda la tarde pensando en el chico que había visto. Admiraba su belleza, era para mí la perfección absoluta. Aun así, jamás me sentí atraída por él. Había algo que me lo impedía, seguramente algo en mi inconciente me decía que era mi hermano.” Se carcajeó, y sonó como la más hermosa de las sinfonías, jamás compuestas por el hombre. “Por la noche, soñé que estaba en el bosque, corría descalza entre la arboleda. Brillaba un sol mortecino, que estaba por desaparecer en el horizonte. La poca luz del ambiente, se filtraba con pereza entre los huecos de los árboles, y le daba un matiz fantasmagórico a la escena. Caminaba sin rumbo, en la intemperie, buscando algo, aunque no

sabía exactamente qué. No sabría decir si era consciente del tiempo en el sueño, pero de repente la luna brilló con todo su esplendor plateado, alzándose, majestuosa, sobre mí. A medida que me adentraba en la espesura del bosque, los árboles se acercaban más y más el uno al otro, dificultando mi paso. El silencio de la noche, entonces, se vio interrumpido por un ruido a mis espaldas. Giré, asustada, y ahí estaba él. Su piel brillaba. Me miraba con los ojos cargados de tristeza. Pero no era exactamente como lo había visto esa tarde. Su rostro, en mi sueño, me resultó demasiado conocido, pero no tan perfecto como la primera vez que le vi. Me habló, pero no con aquella voz de arcángel sagrado, sino que sonó como un eco lejano, perdido por la distancia y el tiempo. Y entonces lo comprendí, la barrera del olvido se derrumbó en mi cabeza y lo reconocí de inmediato. Enseguida el sueño terminó y me encontraba en mi lecho. De vuelta en la realidad. Corrí hacia la estancia de mi hogar, con una vela en la mano mientras la oscuridad me envolvía. Sobre la chimenea, ennegrecida por el descuido, estaba el cuadro que buscaba. El de Raphael. Su retrato había sido pintado poco tiempo antes de desaparecer. Cuando era humano también había sido un hombre hermoso. Al igual que nuestro padre o Filippe. Siendo niña acostumbraba ver su pintura. Pero cuando crecí y el dolor era tan fuerte como para afrontarlo, dejé de mirarlo, para que todo el sufrimiento pasara desapercibido, para mí y para mamá. Ahora, que volvía a prestarle atención, pude reparar en las similitudes. Pero había algo que no encajaba. Raphael debería tener en ese momento cerca de cuarenta años. Sin embargo, aquel joven no superaba los veinte. También estaba la cuestión del cambio físico. Raphael había sido precioso en vida, pero la persona que había visto era perfecta, la belleza materializada en un hombre. Me quedé pensando en todo aquello esa noche. Intentando que todo cobrara sentido, pero sin llegar a una conclusión realista.” Su semblante quedó congelado en una mascara de conjeturas. Daba la impresión, que aún hoy, doscientos años después, todavía lamentaba los acontecimientos que la habían llevado a ser lo que era. Pensé instintivamente en mi tía Rosalie.

Raphael la miraba, y sus ojos reflejaban culpa. Como si todo se hubiera originado a partir de su aventura con Julia. Tal vez era verdad. ¿Pero acaso alguien tiene la certeza de como sería la vida si no hubiéramos tomado las mismas decisiones que nos llevan al presente? Era fácil culpar a los demás por los errores que cometieron, pero no tanto reflexionar sobre los propios. Malenne parecía la clase de persona fuerte con la que no te gustaría tener problemas. Todo su ser te intimidaba. No solo por su belleza, sino por su personalidad. – ¿Te gustaría no ser una vampiresa Malenne? – Pregunté algo asustado por su respuesta. – No es eso Reneesme, solo que ya ha pasado tanto tiempo, y sigo igual. No he cambiado en todos estos años y no lo haré por toda la eternidad. Tengo a mi hermano, pero eso es todo que tendré. No quiero separarme de él. Es lo único que conozco, lo único que sé que es seguro. Todo lo demás me es desconocido. No podría abandonarlo para encontrar ese algo que complete mi existencia. Solo me queda conformarme con lo que me ha tocado – ¿Cómo terminaste convirtiéndote? – Pregunté entonces, ya que sabía que esa era la única pregunta importante en toda esa cuestión. – La historia sigue, Nessie, y viene la peor parte. – Dijo Raphael. Malenne continuó. “Esa noche esperé en mi alfeizar. Sabía que iba aparecer. Y cuando dieron las dos, se cumplió mi predicción. Se coló por el hueco de mi ventana con una agilidad increíble. Con la misma velocidad y gracia, se sentó en mi cama. Mi rostro no denotó emoción alguna. Solo me resigné a evaluarlo una vez más. Era él. Raphael. Mi hermano. Dijo mi nombre, se acercó y me tocó la mejilla con su mano fría como un témpano. Su piel era suave y dura. Me abrazó estrechamente, con una gran calidez, pese a su baja temperatura. Me acarició el pelo y comenzó a cantar una canción que me resultó vagamente conocida. Otro eco en los recuerdos de mi infancia. – ¿Raphael? – Susurré confundida, en shock.

– Sí, Malenne soy yo. – No entiendo, ¿que haces aquí? ¿A donde te fuiste? ¿Por qué has cambiado tanto? – Tenía miles de preguntas para hacer, todas salían torpes, perdiendo algo de lógica. – Tranquila, ya habrá tiempo para hablar. – Murmuró en la oscuridad. Hablamos toda la noche, me contó su historia y luego le dije todo lo que había pasado. Cuando me confesó que había sido él quien acabó con la vida de papá me agarró un ataque de histeria, que apenas pude sofocar. Aunque no tenía sentido guardar rencor por eso, ya había pasado mucho tiempo. No podía salir de mi asombro ante la explicación. Los vampiros existían, y mi hermano era uno. No sabía si la idea me resultaba asombrosa o perturbadora. Los sentimientos en mi pecho eran diferentes, y se estaban expandiendo por todo mi cuerpo. De nuevo en sol comenzó a alzarse sobre nosotros, y como no había ya una sola nube en el cielo, la luminosidad del ambiente se deslizó por la ventana. Fue entonces cuando la piel de hielo de Raphael comenzó a brillar. Su belleza se multiplicó por cien. Me dijo que debía irse antes de que nuestra madre lo viera, pero que volvería esa noche para poder conocernos mejor. Era todo lo que teníamos en el mundo, el uno al otro, pues mamá ya no estaba más presente para nosotros. Se alejó una vez más de mí, y desapareció sin dejar rastro. La noche siguiente volvió y me mostró todas sus habilidades. Observaba atónita cada una de sus demostraciones, parecía que no hubiera nada incapaz de hacer. La oscuridad nos dejaba demasiado rápido, y el sol asomaba nuevamente por el horizonte con una velocidad vertiginosa. Comencé a vivir al revés. Dormía de día y despertaba cuando el sol se ocultaba. No cumplía con mis ocupaciones, ni ayudaba a mi madre. Así pasaron unos meses. Un día de primavera desperté alrededor de las tres de la tarde. Estaba sola en casa. Busqué a mi madre por el jardín, pero no la encontré. Corrí al mercado, pero no estaba allí. Me desesperé y no tenía idea de donde estaba Raphael, pues siempre llegaba cuando brillaba la primera estrella.

Eran cerca de las seis cuando no tenía otro lugar para buscarla. Entonces, desesperada, corrí hacía el desván, el único lugar que me faltaba por mirar, y el menos probable donde podría encontrarla, pero allí estaba ella. Fue el peor momento de mi vida. Estaba colgada de la viga de contención de la casa. Se había ahorcado. A sus pies solo había una nota que decía: Sí se puede ser feliz. Inténtalo, aunque yo me haya rendido... Perdón por haberte mantenido presa de mi egoísmo. Te amo. Si tan solo tuviera una oportunidad de hablar con ella, me gustaría preguntarle que la llevó a tan trágico desenlace. ¿Acaso fue un error mío? ¿Merecía la soledad que me había ganado?” No pude evitarlo, las lágrimas comenzaron a brotar desenfrenadamente de mis ojos. No podía imaginar su pena. Si me madre muriera, mi vida terminaría en ese mismo instante, pues no concebía la idea de un mundo sin ella, o sin mi padre. Tan pronto como cruzaran al otro mundo, haría lo posible para acompañarlos. Su dolor llegó a mi pecho, retorciéndolo con saña. La opresión de su mirada me quitó el aliento. Ella observó mis lágrimas, tal vez extrañada de que fuera capaz de llorar. Ella no podía, al igual que todo vampiro. “Abandoné mi hogar. No podía permanecer un segundo más en ese sitio cargado de mala suerte, desdicha y desesperanza. Estar ahí tantos años había sido la peor decisión de mi vida. No haberme marchado cuando tuve la oportunidad, o haberme dejado dominar tan sumisamente por mi madre era lo que me había atado a la casa Blancquarts más de lo necesario. Corrí por el sendero que salía de la cuidad. En el camino todos me observaron, tal vez percibieron mi aire desquiciado cuando les pasé en frente. No había mucha gente en la calle, desde ya. Pero la poca que había no era muy agradable, o por lo menos no lo parecía. Faltaba poco para que anocheciera, Raphael estaría por llegar, pero no me importó, sabía que si quería, podía localizarme con facilidad. Aunque no me encontrara en casa. Me adentré más y más en el

bosque, lo cual fue un error, pues no lo conocía para nada. Jamás hubiera salido de él sin ayuda. Luego de que la luna se hubiera alzado sobre mí, encontré un río. La desesperación todavía me consumía, y la culpa y las lágrimas nublaban mi visión. Fue en ese momento de locura en que tomé la decisión que me condujo a lo que soy. No sé porqué salté hacia el agua sin importarme que no supiera nadar, sin importarme que la corriente era muy fuerte, sin razonar que estaba sola y que nadie podría ayudarme a salir de él. Viva. La fuerza del agua se tornó insoportable, me arrastraba como si fuera de papel, no importaba que, aún consumida por el dolor, intentara resistirme a ser llevada por la corriente. Raphael no aparecía, y no es que contaba con eso particularmente, pero cuando la esperanza de sobrevivir se extinguió en mi pecho, todo en lo que pude pensar es en que hacía tan poco que lo había recuperado y que, indudablemente, ya lo estaba perdiendo nuevamente. En el momento en que ya no pude distinguir las copas de los árboles del cielo que se alzaba sobre mí, comprendí que hacía tiempo que nadaba a la deriva. Tenía los pulmones llenos de agua, el cuerpo entumecido y cada segundo que pasaba la vida se separaba de mí ser. Cerré los ojos y me encomendé a Dios, esperando que mis pecados no fueran lo suficientemente graves como para no permitirme ir al paraíso. Quizás allí me esperarían todos. Quizás papá, mamá, Virgine y Fillippe estuvieran deseosos de que me uniera a ellos... Mi último recuerdo humano fue sentir como la noche fresca arrojaba una brisa sobre mis mejillas, pero no contaba con la fuerza para resistirme más, entonces me dejé llevar por una fuerza mística, o al menos eso fue lo que creí. Lo siguiente fue un dolor agudo, las llamas del infierno dentro de mi cuerpo. Y una agonía que no parecía darme tregua.” Y el recuerdo de la transformación llenó su rostro perfecto. Raphael habló nuevamente, terminado el triste relato: – Esa es toda la historia, Reneesme. La encontré prácticamente muerta en la orilla del río, muy lejos de Paris. La corriente la había arrastrado muchos kilómetros. No sabía que hacer, y reaccioné a lo único que podía salvar su vida. La mordí, y aunque no lo había hecho desde hace años, y era más probable que la matará, funcionó. Cuando

comenzó a retorcerse de dolor, supe que la había salvado. O la había condenado a acompañarme por el resto de la eternidad. – Terminó el vampiro. – Abandonamos la cuidad cuando tuve el autocontrol suficiente como para que podamos viajar. – Prosiguió su hermana – No fui tan fácil de aprender como Raph. Maté a muchas personas hasta que pude dominarme. ¡Incluso su punto de vista me pareció estúpido, una vez que experimenté la sed! ¿Por qué tenía que resistirme al placer que experimentaba al probar la sangre? ¿Por qué conformarme con un puma o un ciervo? ¿Acaso los humanos no se matan entre ellos todo el tiempo? ¿Acaso no había crecido en medio de una guerra donde no había más que muerte y devastación? Una en donde nadie era victorioso, y la única que resistía, implacable, era la muerte. ¿Qué tenía de malo que reclamase unos cuantos mortales para mí? Pero con el tiempo la culpa comenzó a eclipsar mi estado de ánimo, máxime si mi hermano tenía una forma de vida tan diferente a la mía. – Reflexionó un momento – El don que heredé de esta nueva condición comenzó a aparecer. Y a pesar de que no fui consciente desde el principio del poder con el que contaba, en cuanto lo descubrí supe que no era uno común. Ni siquiera en esta vida podía jactarme de ser normal. Siempre tenía que luchar contra lo que no quería ser. El poder de dominar a los demás no me atraía en lo más mínimo, sin embargo estaba ahí. Tal vez se debía a que toda mi vida humana me dejé gobernar por los demás, quizá esta sea mi revancha. Pero no la quiero. Solo he utilizado el poder en ocasiones donde no me ha quedado opción y otras en plan de diversión, pero nunca para lograr objetivos egoístas. – Concluyó Su rostro cincelado estaba confundido. Escucharlos terminar su historia me resultó shockeante, Era una verdadera trama. Dolorosa, confusa. – Es una historia muy triste, chicos. No podía decir nada más. Los entendía, pero ponerme en su lugar solo lograba que les tuviera lástima, y estaba segura que eso no era lo que ellos querían, ni lo que necesitaban. Mi propia vida me pareció algo demasiado simple.

Sí, había enfrentado momentos difíciles, pero mis padres habían estado allí para defenderme, e incluso para morir por mí, si era el caso. Nunca me habían fallado, ni lo harían, de eso estaba más que segura. Cualquier problema o discusión con ellos se me tornó absurda, una broma. No tenía idea del mundo que se cernía más allá de Forks. Era consciente que la maldad podía estar presente en todos lados, pero no tenía la experiencia para entenderla completamente, ni la fortaleza para luchar contra ella. Raphael y Malenne era lo suficientemente mayores para comprender todo eso que ignoraba, tenían también todo su dolor como experiencia. Estaba segura de algo. Eran seres hermosos. No solo físicamente, eso era evidente. Tal vez un poco oscuros, pero buenos. Y con ellos podía ser yo misma. Nada de incógnitas ni ocultamientos. Solo Renesmee, como en Forks.

Capitulo 11 Juego de Dones La tarde transcurrió demasiado rápido. Luego de que cada uno de nosotros terminó de hablar, nos sentimos desnudos, sumamente vulnerables. Su historia había logrado calarme muy hondo en el alma, y de repente, me encontré triste por su causa. Era algo mucho más fuerte de lo que hubiera podido imaginar. Observé sus rostros con deliberada atención. Las palabras que cruzábamos en ese momento eran mínimos, las justas como para no crear silencios incómodos. Tenía miles de preguntas para hacerles. Quería saber todo acerca de ellos. ¿Dónde habían estado, donde vivían, si conocían a otro clan vegetariano? muchas preguntas que se arremolinaban en mi cabeza. El sol se fue deslizando camino al oeste, con una rapidez rayana en la locura. Me pareció, entonces, que las horas pasaban cuan minutos. – ¿Qué han hecho de su vida todo este tiempo? – Pregunté en el algún momento de esa tarde. – Eso es largo de contar, también. – Dijo Malenne, cuya actitud había cambiado desde que llegamos a ese claro. Ahora estaba relajada, e incluso me trataba con delicadeza. – Hemos estado por todos lados, Renesmee. – Contestó luego Raphael. – Conocemos todo el mundo. – Eso es genial. – Convine. – Yo no conozco demasiado ningún lugar. He ido un par de veces a Sudamérica, y también a Europa, pero nada más. Malenne sonrió. – No te pierdes de nada. El mundo no es gran cosa cuando no tienes con quien compartirlo. – Musitó. – La verdad me siento alagado por tu comentario, hermana. – Gruñó Raphael, visiblemente ofendido. Ella sonrió y se acercó para besarle tiernamente la mejilla.

– Sabes, tonto, que no quise ofenderte al decir eso. – Dijo al final. Él también sonrió, y tomó fuertemente la mano de Malenne. Era fácil ver que se querían mucho. – Es bueno que se lleven tan bien. – Comenté ante la escena. – Claro que nos llevamos bien, es todo cuanto tenemos en el mundo. Al otro. – Dijo Raphael. En ese momento, Malenne bajó la vista hacía mi mano. Pude darme cuenta que se percató de lo que todo el mundo veían en ella. – ¿Tienes novio? – Preguntó entonces. Lo que esperaba. – Sí, aunque en realidad estoy comprometida. Por eso el anillo. – Dije. Ella estiró su brazo, ahora con mucha más confianza que antes. Tomó mi mano, y su gélido contacto, algo a lo que estaba infinitamente acostumbrada, impactó en mi calida piel. – Es un anillo muy bonito. – Sentenció al final de su observación. – ¿Él sabe lo que eres? – Inquirió Raphael. – ¿O es uno de nosotros? ¿Debía contarles que Jacob era un hombre lobo? – No es vampiro, pero tampoco es humano. – Susurré entonces, decidida a decir la verdad. Nuevamente sus rostros se confundieron. – Es un hombre lobo... – Confesé. Sus ojos se abrieron hasta lo imposible. – ¿Todavía existen? ¿Aquí en América? – Preguntó Malenne, alterada. – En realidad, no he utilizado la palabra correcta. Es un metamorfo, que se convierte en lobo. – Expliqué. – No se transforma solo en luna llena, sino cuando lo desea. Ambos procesaron lo que acaba de decir. – Se ve que tu vida es mucho más interesante de lo que nos has contado. – Dijo Raphael sonriendo. – Solo un poco. – Contesté.

– En cualquier caso, metamorfo u hombre lobo, ¿Cómo se llama tu novio? – Quiso saber Malenne. – Jacob. Jacob Back. – Dije. – ¿Cómo lo conociste? – Preguntó ella. – Esa es otra historia muy larga... – Comencé. Raphael y Malenne respondían a mis preguntas con total fluidez, y las suyas sonaban tan curiosas y entusiastas como las mías. Terminada esa tertulia, no quedaba mucho que contarnos. O por lo menos, no de mi parte. A medida que se acercaba el momento de marcharnos, me fui poniendo más tensa, pues de verdad estaba a gusto con ellos. Fue difícil despedirme una vez que la luz del sol mortecino desapareció en el horizonte. Luego de esa tarde de confesiones, volvimos con una deliberada lentitud hacia los alrededores de la Universidad de Alaska. Cuando llegamos al campus, la oscuridad era total. Nuestros gestos de despedida fueron más bien muecas que otra cosa. – ¿Volveré a verlos? – Pregunté. – Siempre que tú lo desees, claro. Nosotros somos de aquí, y estamos inscriptos en esta universidad. Por el momento no tenemos motivos para marcharnos. – Contestó Raphael antes de sonreír mostrando los dientes impecables. – Entonces espero verlos mañana. – Dije. – Nosotros también, creo que será fascinante tenerte por aquí, hermosa Reneesme. – Y dicho esto, el vampiro tomó mi mano y la besó como en las viejas películas de época. Tal vez se debía a que él había crecido en una sociedad en la que hacer eso era habitual. El gesto fue bonito, y logró sonrojarme. Luego se dieron vuelta y corrieron hacía el este. Sus siluetas esbeltas se alejaron a una velocidad vertiginosa. Me quedé allí parada unos cuantos minutos. Observando la dirección en la que se habían alejado. Otro día cargado de adrenalina. Otro día en el que terminaba exhausta.

Comencé a caminar por los senderos adoquinados que bordeaban los parques de la universidad. Era algo que necesitaba. A medida que me sumergía en la oscuridad de la noche, más extraordinario me pareció el giro de los acontecimientos. ¿Como terminaba una semivampira de Forks conociendo a dos vampiros como Raphael y Malenne en Juneau? No sabía con exactitud la hora que era, y cuando emergí de mi ensimismamiento, tampoco tenía la certeza de en que parte del campus me encontraba. Con todo y eso, regresé hacia el estacionamiento lo más rápido que me dieron las piernas. La noche era cerrada. Las estrellas no se dejaban ver en cielo. No es que temiera por mi propia seguridad, para nada. Era completamente capaz de defenderme de cualquier humano que intentara atacarme por ese inmenso parque. Pero no hubiera estado bien visto por nadie si me encontraban merodeando por el campus a esas horas de la noche. No necesitaba mala publicidad en aquel lugar. Ningún tipo de publicidad, a decir verdad. Y menos en momentos como aquellos. Me tomó un minuto recordar donde había estacionado mi coche. Y di una corta vuelta por el estacionamiento, hasta que localicé mi descapotable. Enganchado en el limpiaparabrisas, había una nota escrita en papel de cuaderno. Este fue un comienzo de lo más interesante. Realmente espero seguir así en el futuro. No solo yo, también mi hermana. Desde ya, muchas gracias por escucharnos. Esperamos no haberte asustado demasiado hoy al mediodía. Raphael Tuve que sonreír, el detalle me había parecido muy tierno. La letra era impecable. Trazos fuertes y decididos. Tomé el papel de su lugar y lo guardé en el bolsillo de mi bolso. El motor se puso en marcha con el menor esfuerzo de mi mano al girar las llaves. Salí por el gran portón de hierro forjado del campus y

llegué a casa con una velocidad única. Esta vez, decidida a dormir unas cuantas horas. Las necesitaba. Solo por seguridad, cerré todo con llave. Aunque claro, no es que eso pudiera detener a alguien. No por lo menos a quienes podrían atemorizarme. Luego razoné una vez más. Tal y cual lo había hecho la noche anterior. Sin embargo, hoy algo era diferente. Hoy los conocía. Habían dejado de ser del todo desconocidos. Ahora, por lo menos, contaba con algo de información. Y en ese mismo momento me di cuenta de que lo que me había pasado era un golpe de buena suerte. ¿Como no creer en eso, cuando toda mi vida había estado rodeada de circunstancias que me daban la razón? Ahora que había superado mi depresión, me daba cuenta de que siempre después de una tormenta el sol asoma entre las nubes. Ahora podía darme cuenta que tenía suerte de haber tenido los padres que tenía, suerte por tener la familia más cariñosa. Suerte por haber sobrevivido a los Vulturis, suerte por los amigos que había conseguido en el proceso. Y también suerte por tener a mi Jacob. No tenía nada que lamentarme, y los tiempos de tormentas habían quedado atrás, junto con la Renesmee llorosa que se arrepentía de sus decisiones. Tenía que aceptar este giro de acontecimientos como algo bueno. Eso es lo que era. Un regalo. Aunque mi mente tenía ciertas pautas que resolver antes de poder ponerme del todo contenta por los acontecimientos. Dejé a mi cerebro gravitar por el cosmos, hasta que el sueño me alcanzó. Por suerte las pesadillas de la noche anterior no me alcanzaron. Esta vez, los ángeles de mis sueños se mantuvieron inmaculados, tanto en gracia como en bondad. Sabía que no eran máscaras. Que así se iban a quedar. Era tan solo un presentimiento. Pero eso me bastaba. Por ahora. La semana siguiente al encuentro con Malenne y Raphael fue un tanto confusa. Primero porque fue algo que jamás, bajo ningún concepto, me hubiera esperado. Segundo, porque a pesar de ser simplemente vampiros, eran tan distintos a los que conocía, que pensaba en ellos

como seres fantásticos, y tenía miedo de que se evaporaran en mi presencia de un momento a otro. Y tercero, claro, porque me resultó increíblemente fácil comenzar a quererles. Cada uno de ellos era un misterio completamente difícil de descubrir. Por una parte, tenían esa franqueza que tanto me gustaba en las personas, pero también ese dejo de misterio que solo lograba ponerme más ansiosa, y que me producía una verdadera ganas de desentrañar los misterios que los envolvían. Por algún motivo en especial, que desconocía, decidí no informar a mis padres acerca de mis nuevos allegados. No estaba del todo segura acerca de cómo iban a reaccionar, por lo que me pareció más sensato evitar la cuestión. Luego pensé en la rápida aceptación que nos habíamos tenido. Una vez que le expliqué mi historia se mostraron completamente pacíficos. Y la verdad, a mí nunca me habían causado un miedo atroz. Solo estaba preocupada cuando los vi por primera vez. Tal vez las cosas me habían salido demasiado bien. O era otra la cuestión. ¿Era mi otro “Don” lo que había logrado que ellos no sintieran rechazo ante algo con lo que jamás se habían topado? Mi padre tenía la teoría de que yo contaba con dos dones. Que había invertido lo que él era capaz de hacer. Él leía los pensamientos de las personas, los sacaba de su mente. Yo era capaz de introducir mis pensamientos, mis emociones, imágenes que había visto o imaginado, en la mente de quien me rodeara. Mi madre era capaz de protegerse de los poderes mentales de los otros inmortales. No dejaba entrar a nadie. Entonces yo… no los dejaba salir… ¿Qué significaba eso exactamente? ¿Quería decir que nadie se podía resistir a mí una vez que me proponía conquistarlo de alguna manera? ¿Quedaban atrapados en mi “escudo”?. Si la teoría de los dos dones era cierta… ¿Qué otra clase de don poseía? Cuando me percaté de que estaba analizando la situación en exceso, tomé la decisión de relajarme y ver como se desenvolvían las cosas. A esas alturas del partido, consideré que no corría un peligro demasiado grande. Si la situación se me iba de las manos, huiría.

Pero no estaba preocupada. Las cosas iban a marchar excelentemente bien. Pasados los días, fui descubriendo varias cosas sobre Malenne y Raphael, cosas naturales, que se descubren al relacionarse con las personas. Raphael era brillante, sagas y un tanto arrogante. Una persona completamente segura de sus acciones. Las personas no se giraban a mirarlo tan solo porque era hermoso rozando lo imposible, sino porque cada una de sus respuestas era acompañada de un razonamiento impecable y certero. Era difícil llevarle la contra. Una de las razones era porque su voz lograba confundirte cuando se apasionaba con lo que decía. Tampoco podías mirarlo a los ojos, ya que era otra fuente completa de distracción, con ese color dorado brillante. Los profesores lo miraban con admiración, envidia y cierto recelo. Las profesoras lo adoraban y en más de una de esas mujeres mayores, se podía leer el deseo en la expresión. Ciertamente, según parecía, esto último había pasado unas cuantas veces. Las profesoras no podían resistirse al encanto que ese chico destilaba. Aunque claro, Raph manejaba esas situaciones la mar de bien. Con toda la sutileza de la que era capaz. Aunque claro, había ciertas veces, según me contó, en la que la siguiente nota de algún ensayo resultaba ser notoriamente baja. Malenne resultaba encantadora una vez que lograbas conocerla lo necesario. Comenzó a acompañarme a clases, o hablar bastante en las que compartíamos. Me resultó grato saber que no tenía ningún tipo de problema conmigo. En ningún momento siguiente a nuestra conversación del bosque, fue agresiva u hostil. De hecho se portó increíblemente generosa conmigo. Una de las palabras que podía describirla era “Fabulosa”. No solo por su belleza de sirena, sino también porque era una chica típica de 22 años, al menos en los mas superficial de los aspectos. Vestía increíblemente bien. Combinaba cada una de las prendas que vestía. Sus curvas resultaban algo exuberantes para su pequeña talle y su cintura minúscula. El contraste entre esas cualidades de su esbelto cuerpo, conseguían que resultara mareante verla cuando se vestía con conjuntos ceñidos, diseñados para provocar. A partir de que empezó a

cursar, y durante todo el semestre que compartimos como compañeras de clases, jamás la vi repetir una sola prenda de vestir. Las cabezas giraban conforme avanzaba por los corredores. Y se escuchaban los suspiros de los chicos. O tal vez solo nosotras, con nuestros agudos oídos, podíamos. – Deberías sentirte alagada… Mallie, estos chicos estarían deseosos de que clavaras tus colmillos es sus cuellos. – Reímos las dos. Y solo lográbamos más atención de los demás. – Gracias Nessie, pero no creo que solo yo esté atrayendo sus miradas. Me imagino que sabrás que también eres hermosa. Aunque claro, tal vez no tanto como yo. – Rió una vez más, antes de guiñarme un ojo. Estaba bromeando conmigo. El sonido de campanas doradas se expandió por todo el pasillo que recorríamos. Me uní a sus risas. – Estoy mintiendo, Nessie. – Dijo luego de que paramos. – Eres sumamente hermosa. Más que cualquier inmortal que haya visto jamás... – Observó mi rostro con detenimiento. – Llamas increíblemente la atención de todos. – Puede ser… gracias Malenne. – No buscaba atención, eso era claro. Pero igualmente le sonreí, porque me gustaba que nos lleváramos así de bien. Tal vez pensó que no le creía, porque agregó. – Es totalmente cierto lo que digo, Renesmee. Me encantaría ser tan alta como tu, tener ese cabello ondulado perfecto. O por lo menos unos ojos normales, como los tuyos. De ese color marrón tan bonito. Seguimos deambulando por todo el edificio, camino a cumplir con nuestras diversas tareas de universitarias. En esos aspectos, y en algunos otros, Malenne me recordaba a Rosalie. La vampiresa parecía completamente segura de sí misma. Y también, por su manía con respecto a la ropa, me recordó a Alice. Era como si Mallie fuera un equilibrio entre mis tías, esas mujeres que tanto admiraba. Conforme pasaban los días, más estrecho me pareció el vínculo que nos unía. Y eso me hizo sentir muy bien, a gusto. La razón por la que nunca me los había cruzado en el campus hasta ese momento fue porque ellos se encontraban de viaje. Habían partido

hacia Anchorage unos días antes de que yo me incorporara a las clases, y recién había vuelto la noche anterior a nuestro encuentro. Su residencia permanente era en Douglas, cuidad vecina de Juneau, unos cuantos kilómetros al suroeste. Se movilizaban desde la cuidad vecina en auto. Según me contaron, también tenían montones de dinero. Una de las razones era porque la casa que una vez había sido suya en Francia, fue vendida a una gran cantidad varios años después de que la abandonaran. Se habían presentado como los primos de la familia. Conforme pasaban los años, y adquirían oro y joyas, la pequeña fortuna que ganaron con la venta del inmueble, se convirtió en algo más sustentable a principios del siglo XX. Invirtieron el dinero, y los intereses, acumulados luego de casi cien años, habían culminado en una fortuna enorme de cientos de millones de dólares. ¿Es que acaso todos los vampiros de mundo tenían tantas cantidades de dinero? Recordé una de las frases de Raphael: – Las fortunas más grandes de este mundo pertenecen a vampiros, Renesmee. Solo uno de los nuestro puede tener la inteligencia y la paciencia para esperar que los buenos negocios saquen grandes provechos. También, me dijeron que tenían varios intereses en Alaska. Grandes sumas de dineros colocadas en la minería y la pesca. Era complicado para ellos participar de las acciones directas, ya que al tener una apariencia tan joven, rara vez los empresarios querían hacer negocios con ellos. De todos modos, contaban con una cantidad importante de abogados y representantes legales, que se ocupaban de mantener a flote el imperio Blancquerts. Lo cierto es que, también, disponían de varios nombres con los cuales identificarse. Al igual que los Cullen, los Blancquerts debían pasar desapercibidos a como de lugar. Todas esas coincidencias entre nuestras familias me llenaron de dudas. Era extraño, aunque ya me lo había preguntado en el pasado, ¿Cómo era posible esa completa ignorancia por parte nuestra o de ellos, de la existencia de otro clan con tantas similitudes? Incluso era más extraño aún, que no conocieran a Tanya, Kate, Garret, Carmen o Eleazar… estando Douglas y Juneau bastante más cerca de Denali de lo que estaba Forks.

No tardé demasiado en poner en preguntas todas mis dudas, y sus respuestas lograron calmar mis dudas. – Nessie, la razón es que nosotros jamás hemos intentado hacer sociales con nadie. Hemos pasado mucho tiempo en Europa, y desde que la abandonamos, jamás hemos intentado conocer a otros vampiros. – Me había dicho Raph – Quiero decir, llevamos solos doscientos años. Claro, nos hemos encontrado con varios nómadas a lo largo de nuestros viajes y muchas otras cosas más. Hemos vuelto a América hace solo cinco años, y la verdad no recuerdo haberme topado en ningún momento con el rastro de algún otro vampiro por aquí. Y si lo hice, jamás lo seguí. La última vez que estuvimos en Juneau fue hace sesenta y siete años. Nuestra morada en Douglas esta bastante bien escondida, y nunca hemos recibido intrusión alguna. Además no hacemos mucha más vida publica aparte de la de la universidad. – No somos seres malvados, Reneesme. No queríamos hacerte daño cuando eras una desconocida, y mucho menos ahora que sabemos la clase de persona que eres…– Admitió Malenne. La sonrisa seguida de esa afirmación terminó de convencerme. – Además, los vampiros no formamos parte de un club en el que todos nos conocemos. – Agregó Raphael tomándome el pelo. – No me resultaría extraño no saber de alguien de las inmediaciones. Eso solo me hizo llegar a una conclusión. No había peligro alguno en su compañía. Por consiguiente, las semanas pasaron, esta vez con mayor rapidez, y en completa armonía y diversión. Manejaba mis tiempos a consciencia y no descuidé la universidad en ningún momento, aunque también, pasaba mucho tiempo con los hermanos. Todos los mediodías solía almorzar con Michelle, y claro, para que no sospechara, continuaba comiendo mi fiel ensalada, esta vez, inventando la excusa de que estaba a dieta. Era divertido pasar tiempo con ella, en ese mundo humano donde los problemas son, la mayoría de las veces, fáciles de resolver. Aunque cuando estaba con Raphael y Malenne, Miche solo movía tímidamente su mano haciendo un gesto de saludo. No tarde en interrogarla con respecto a su comportamiento taciturno cuando me encontraba con mis nuevos amigos. Estábamos

almorzando, como siempre, en la cafetería del campus. Le pregunté la causa de su indiferencia y solo pudo contestarme una cosa. – Lo siento, Nessie. Lo que pasa es que esos chicos son tan hermosos… quiero decir, ¿Has visto lo que es Raphael Blancquarts? ¡Perfecto! Tal vez tú, que eres igual o más hermosa que ellos, no desentones, pero a mi me resulta intimidante siquiera estar en la misma habitación que ellos. No es nada contra ti, de veras. Sabes lo mucho que me agradas. Y me encanta almorzar contigo. Pero por favor no me pidas que me incluya a su grupo. Me daría un ataque de pánico. – Sus palabras, generalmente firmes, salieron todas atropelladas. Era extraño ver a Michelle en esa posición, ya que me había parecido siempre una persona de lomás seguro. Además, ella había sido la única que desde el primer momento que pisé Alaska, no había elegido simplemente observarme como tonta. Ella había sido amable. Auque claro, estar en presencia de Malenne podía hacer perder varios puntos de autoestima a cualquier chica. A diferencia de mí, la vampiresa no hacía nada por ocultar su belleza. Por el contrario, parecía intentar hacerla resaltar entre todo lo demás. Esa era la forma de ser de mi nueva amiga. Le encantaba su hermosura. A partir de entonces dejé de intentar incluir a Michelle en la ecuación de amigos que intentaba lograr. Les había consultado antes a Raphael y a Malenne que les parecía si la invitaba a formar parte del grupo. Me habían dicho que no tenían problema alguno, lo que igualmente me pareció que lo decían como deferencia a mí, y no tanto porque realmente lo quisieran. Por lo que la próxima vez que estuvimos solos, sentados a la sombra de uno de los árboles del parque universitario, no dudé en preguntarles algo. – ¿Les cuesta relacionarse con humanos? – Las palabras me salieron algo atropelladas, ya que estaba un poco nerviosa al hacer la pregunta. – ¿Por qué lo dices? ¿Acaso no estamos aquí, rodeados de humanos? Nosotros, que somos vampiros. – Respondió Mallie, algo confusa con la pregunta. – Es que me pareció eso, ya que cuando les hablé de Michelle me pareció que aceptaban más por mí, que por la idea de entablar con ella una relación.

– Sí, bueno, es que en realidad lo hacíamos por eso. No nos malinterpretes, no tenemos nada contra los humanos. – Sonrió Raph. – Solo es que no estamos acostumbrados a relacionarnos con ellos. Preferimos poner nuestras energías en no matarlos. – Se carcajeó ante mi cara, en completa complicidad. – Muy gracioso, señor Blancquarts. – Le dije. – No es necesario que seas tan cómico. Solo estaba preguntando porque eran así. – Igualmente, Nessie, si solemos relacionarnos con humanos, solo que no lo hacemos aquí. Con Raphael tenemos un pequeño pasatiempo la mar de divertido. – Me confió Mallie. – Ah, ¿Si? ¿Y de que viene ese pasatiempo? – Pregunté intrigada – ¿Has estado alguna vez en una disco? – Preguntó ella con los ojos entrecerrados, esperando la obvia respuesta. – No. Claro que no. Las he visto en la televisión, pero jamás he estado en una. – Le respondí en el acto. – Bueno, nosotros solemos ir a una que esta muy cerca de aquí. Su nombre es “Eternidad”. – Ya le costaba bastante trabajo contener la risa. Claro, el solo el nombre denotaba toda una broma para nosotros. – ¿Y ese es el lugar que eligen para relacionarse con humanos? – Mi naturaleza curiosa entró en acción al instante. – Cuéntenme, ¿Qué hacen con los humanos allí? – Nada malo, solo jugamos con ellos – Se defendió Raph. – No los lastimamos. – Aclaró al ver como se iba tornando mi expresión. – ¿Y que quieres decir con “Jugar con ellos”? – Me contaba un poco mantener la calma. Y tal vez lo notaron, porque se pusieron completamente a la defensiva. – Solo los atraemos hacia nosotros… los provocamos. Nada malo, Nessie. Te lo prometemos. Puedes venir con nosotros si quieres. Este viernes. Sino quieres que lo hagamos solo podríamos salir a bailar, como adolescentes normales. – ¿Cómo adolescentes normales? – Repetí. – Si... Vale… – Y comencé a reírme con verdaderas ganas. – Bueno… solo era una idea – Los dos se unieron a mis risas. Estuvimos allí sentados hasta bien entrada la tarde.

Esa rutina se tornó una de mis favoritas. Fue demasiado fácil acostumbrarme a Malenne y a Raphael. Cada noche en la que dormía, me despertaba con las ganas de encontrarme con ellos en el campus. Pronto, comenzamos a armar nuestros horarios juntos, para que coincidiéramos en la mayoría de las clases. Obviamente, reserve una cátedra para compartir con mi amiga humana. Con ella disfrutaba, aparte de los almuerzos, los domingos. Tomábamos el té o chocolate caliente y luego partíamos hacia el centro comercial, tal y cual habíamos hecho la primera tarde que pasamos juntas. Las semanas pasaron, y nuestros planes de ir a “Eternidad” se pospusieron por un tiempo indefinido. Una noche de sábado, me encontraba en casa hablando con mi padre. – Sí papá todo marcha bien. Está todo bajo control-. Le decía. – Espero que sí, amor. Ya se acercan las vacaciones de semana santa, imagino que vendrás con nosotros ¿no? – Me decía desde el otro lado del auricular. – Desde luego papá, además no tengo otro lugar a donde ir. – Reí. – Cualquiera estaría contento de recibirte, princesa. – Contesto cariñosamente. – Gracias papá, debo irme, tengo montones de cosas para estudiar. Mándales cariños a todos, en especial a Jacob. – Mi voz se volvió pastosa repentinamente, cargada de toda la culpa que sentía por el dolor de mi prometido. – Jake es fuerte, Nessie, – Dijo al percatarse de mi tono. – Se encuentra bien, aunque claro, ansía tu regreso casi tanto como tu madre y yo. – No falta mucho, papá, pronto estaré en casa, y cuando se quieran dar cuenta, estaremos juntos de nuevo. – Espero que sí, mi niña, así lo ansío. No te molestaré más hija. Te dejo, recuerda llamarnos, por favor, o a tu madre le agarrará un ataque de nervios. Reí de nuevo. – Vale, papá. Adiós. Nos mantendremos en contacto-. Me despedí. Corté. Apoyé el celular en la mesa del salón de estudio.

Había veces en las que el departamento me resultaba demasiado grande. Esta era una de esas ocasiones. Adentro hacía un calor delicioso, en contraste con la ventisca helada que soplaba afuera. Tendría que sacar del armario algunos de los abrigos gruesos que había comprado. No es que los necesitara, pero había que guardar las apariencias. Si salía con una blusa en lo más crudo del invierno, la gente sospecharía que algo iba mal en mí. Concentrada en la lectura del apunte que debía memorizar, tardé un poco más de lo habitual en responder al ruido que escuché en la ventana. En una décima de segundo, me encontraba completamente alerta y agazapada, lista para defenderme de cualquier cosa que quisiera atacarme. Agudicé aun más el oído, para captar con mayor rapidez lo que me acechaba. Lentamente, comencé a recorrer el trayecto del estudio hacia el salón comedor, donde se encontraba la ventana más grande del departamento. Mis sentidos estaban totalmente alertas, pendientes del mínimo cambio en el ambiente. El único ruido que fui capaz de percibir, fue el de mis pasos. Con toda determinación, doble la esquina que separaba la estancia del resto del inmueble. Sobre el sofá, sentados a sus anchas, cada uno en una esquina, se encontraban Raphael y Malenne. Me relajé inmediatamente. – Pero si casi me han matado del susto, chicos, ¿No era más fácil llamar a la puerta? Se miraron uno al otro y respondieron a unísono. – ¡No! Bufé. Nunca iban a parar de sorprenderme. Raphael había tomado el mando a distancia y estaba haciendo zapping con el televisor. Aunque no parecía prestarle mayor importancia a ningún programa en especial. Me miró fijo a los ojos y me dedicó la más brillante de las sonrisas, seguida de un guiño de ojo. – Vamos, Nessie, no te enojes, no queríamos asustarte. – Susurró. – Perdón, Rennie, de verdad que no era nuestra intención. – Dijo Malenne y corrió a darme un fuerte abrazo.

– Vale, vale, están perdonados. – Puse los ojos en blanco. Resultaban tan niños a veces… – Bueno… ¿Y cual es nuestro plan esta noche? – Dijo Raph. – ¿Plan? El mío es estudiar toda la noche, tenemos examen el martes ¿Recuerdan? – ¡Bah! Los exámenes de Stella Smith son la mar de fáciles, Nessie. De verdad no necesitas estudiar. A-C-D-A-C-B-B-C-D-A-A-B… – No quiero las respuestas, Malenne. Puedo arreglármelas bien yo solita. – La frené un tanto irritada. – Bueno entonces salgamos… Anda, vamos a “Eternidad”. Nos divertiremos. – Suplicó la hermosa vampira rubia. Fue difícil resistirse cuando me miró con esa cara de cachorro y con sus profundos ojos dorados. Igualmente me hice un poco la difícil. No quería que supieran que era tan fácil de convencer. – Vamos, Nessie, de verdad, te divertirás…– Me pidió Raphael. – Está bien, está bien. Vamos. Pero tendrán que esperar que me cambie. No puedo ir en estas fachas. Las sonrisas de ambos frente a mi aceptación me encandilaron. Era algo a lo que uno difícilmente podía acostumbrarse. Fui corriendo hacia mi habitación. Ya sabía que podía ponerme. Tomé la olvidada caja que había ordenado en mi armario tantas semanas antes. El vestido azul estaba tal cual lo había dejado. Había olvidado lo hermoso que era. Me tomó un segundo ponérmelo. Analicé mi reflejo en el enorme espejo de mi baño. No estaba para nada mal. Tomé algo de maquillaje. A diferencia de mis tías y mi madre, el maquillaje se quedaba fijo en mi rostro. La diferencia era que yo no tenía ponzoña, por lo que nada en mi cuerpo reaccionaba en forma agresiva contra cosa alguna que le pusiera. Incluso podía ponerme lentes de contacto, si así lo quisiera, pues nada los disolvería. Pero siempre me han gustado mis ojos. Siempre los consideré algo importante de lo que era. Incluso había algo más que podía hacer dado que no tenía veneno. Podía alimentarme de humanos sin la necesidad de matarlos. Podía tomar la suficiente sangre para saciar mi sed y luego dejarlo vivo. Cosa que ningún vampiro podría hacer. Si un inmortal se detenía en

mitad de su caza, el humano se transformaba en vampiro. Y yo no podía crear a otro inmortal. Delineé mis ojos con un lápiz negro, por lo que resaltaban por encima de mi anguloso rostro. Nunca había usado perfume, jamás me gustó. Tomé los zapatos de tacón aguja más alto que tenía. El color azul zafiro combinaba increíblemente bien con el tono azul eléctrico del vestido. Estaba lista. Salí de mi habitación preparada para tan interesante velada, aunque debía admitir que estaba nerviosa. Jamás había estado en algún lugar como al que estaba por dirigirme. Estaba segura que no sería un lugar tranquilo para ir a tomar una copa. Conociendo a los hermanos Blancquarts podía asegurar que estaría lleno de humanos ebrios y mala música a todo volumen. La respuesta de los chicos ante mi atuendo fue satisfactoria. Raphael se quedó pasmado. Me miró durante unos segundos y solo pudo decir que me veía “estupenda”. Vaya cumplido. Malenne sonrió y se acerco para tomarme las manos: “¡No podrías estar más perfecta!” Evalué su atuendo. Ella siempre estaba despampanante. En esta ocasión vestía un corsé de cuero negro que resaltaba lo voluminoso de su escote. Los combinaba con una falda también negra, que le llegaba un poco más arriba de las rodillas. El conjunto resultaba de lo más intimidante. Aunque a ella le quedaba perfecto. Estaba hermosa, como siempre. – Tu también Malenne. Estas esplendida. – Le dije. – Gracias, pero esta es tu noche. Te llevaremos a un lugar realmente divertido. – Creo que ya deberíamos irnos. Se nos hace tarde. – Informo Raph. Él también estaba inalcanzablemente hermoso. Vestía una camisa azul, prácticamente del mismo tono que mi vestido, y unos pantalones blancos que le quedaban fantásticos. – ¿Pero por donde creen que van? – Los interrumpí cuando vi que salían al bacón de la ventana.

– El auto está aquí abajo. – Se quejó Mallie. – Son las dos de la mañana, Nessie. Nadie nos verá, anda… ¿Hace cuando que no saltas edificios o lugares altos…? Te relajará. – Dijo Raph. No se porque les hice caso, pero terminamos saltando por la ventana del edificio. La sensación, tal cual dijo Raphael, fue de lo más vigorizarte. Tomamos su auto, un BMW M6, descapotable, negro e increíblemente hermoso, y partimos hacia “Eternidad”. No nos demoramos mucho, ya que a Malenne, que era la que conducía, le gustaba la velocidad, y pese a encontrarnos a casi cincuenta kilómetros de la discoteca, estuvimos en la puerta en menos de veinte minutos. Como era de esperarse, el lugar estaba atestado de humanos. A la izquierda de una gran puerta negra, estaba una cola de cerca de cien chicos, preparados para entrar. Pegado a la entrada, había dos hombres de una talla inmensa, muy altos y extremadamente anchos. Bajamos del coche, y yo me dirigí hacia el extremo final de la cola, preparada para esperar nuestro turno, pero Malenne me tomó del brazo y me arrastró hacia donde estaban los hombres inmensos. – Señor y Señorita De la Coure que gusto verlos por aquí de nuevo. – Dijo uno de ellos en cuanto vio a Malenne y a Raphael. – Veo que vienen acompañados esta vez. Pero que exquisita doncella. – El hombre me dedicó una mirada evaluativo. Suspiró e hizo una corta reverencia. Luego se movió, dejándonos pasar antes que todos los demás. – No necesitas hacer cola cuando eres un De la Coure. – Dijo Malenne sonriendo y guiñándome un ojo después. Desde luego, a nuestras espaldas dejamos a gente abucheándonos por nuestra colosal colada. Adentro la música sonaba a todo volumen. El lugar estaba completamente lleno. Parecía ser el lugar de moda, pues muchos de mis compañeros de clase se encontraban allí. Reconocí muchos rostros conforme caminábamos entre la multitud. Había gente por todos lados, de a dos, tres o en grupos mucho más numerosos. El ritmo era pegajoso. Y el compás de la música invitaba a bailar. No estaba muy bien iluminado. En algunos lugares las luces de colores giraban a todo momento, reflejando un show multicolor en las paredes del lugar, y los cuerpos de los concurrentes, creando un ambiento de

lo más intenso. Una enorme luz blanca iluminaba y dejaba a oscuras la gran habitación a todo momento. Aunque ni Malenne, Raphael o yo, necesitábamos claridad para poder observar bien en ese ambiente tan tenue. Había también, una gran maquina de humo en una esquina, que convertía la pista de baile en algo nebuloso. En el centro del techo, colgaban dos enormes bolas de espejos, que reflejaban todo el espectáculo de luces producido a su alrededor. Los adolescentes del lugar se encontraban completamente en su salsa. Bailaban, reían y tomaban tragos sin ninguna preocupación. No eran conscientes de que tres vampiros extremadamente fuertes habían ingresado a la disco. Caminamos un poco, apretados entre la gente que se arremolinaba en el centro de la pista, para bailar un tema que acababa de empezar. Por el camino, resultaron evidentes las miradas que empezamos a recibir. Chicos y chicas que se detenían de su baile frenético, y nos observaban con una atención de lo más descortés. Observé entonces a mis amigos. Bajo el juego de luces, sus pieles blancas como el marfil emitían una luminosidad hipnótica. Bajé la mirada hacía mis manos, y yo también estaba brillando como ellos. No era nada que pudiera hacer pensar que no éramos humanos, más bien solo nos confería una atención mayor sobre todos los demás. Malenne y Raphael se detuvieron en un hueco que encontraron entre la multitud danzante y comenzaron a moverse al ritmo de la música. No sabía si ponerme a bailar yo también. La danza siempre me había fascinado, pero la verdad es que bailar en ese lugar me daba algo de vergüenza. Mis amigos parecían completamente ajenos a todos los que nos rodeaban y movían sus cuerpos en una danza exquisitamente llena de gracia, que combinaba poco con los pasos dados por los otros bailarines, pero que no desentonaba del todo. Malenne contorsionaba su esbelta cintura al compás de la música electrónica que sonaba en ese momento. Con sus brazos, revolvía su rubia cabellera, convirtiéndola en una melena dorada y salvaje, de lo más sensual. Los hombres que nos rodeaban comenzaron a observarla, pasmados ante su belleza inigualable. Las mujeres que se encontraban cerca también la miraban, con la ira y la envidia tatuadas en el rostro. No era difícil de suponer que la hermosa vampiresa les estaba robando a sus presas. En algún momento entre las observaciones que estaba haciendo, Malenne me tomó de las manos y me hizo acercarme a ella. De repente, yo también estaba bailando. Debía admitir que se sentía bien. Empecé a moverme al ritmo de la música, relajando mis hombros y mi cintura. Pronto, me encontré a mi misma protagonizando un salvaje baile sensual, junto

con Malenne. Movíamos nuestros graciosos cuerpos, una muy cerca de la otra. Meneando la cintura y revolviéndonos el cabello. Conforme más rápido se volvía el ritmo de la música, más nos movíamos las dos. Cuando observé a mí alrededor, Raphael no se encontraba por ningún lugar. – ¿Dónde está tu hermano? – Susurré al oído de mi amiga. – Seguramente se ha ido a dar una vuelta, no le gusta estar toda la noche en el mismo lugar. – Me contestó sin parar de bailar. El ambiente estaba saturado, calido en exceso, pero ninguna de las dos transpiraba. Desde luego, nuestros cuerpos inmortales jamás nos traicionarían así. La música no cesó en ningún momento, y cuando me quise dar cuenta, me encontraba casi tocando el frío cuerpo de mi amiga. Ambas nos estábamos rozando con los brazos. Nos miramos a los ojos, y nos reímos de nuestra belleza. Ella le dedicó una lujuriosa mirada a un muchacho que nos estaba observando con idéntica intensidad. Así que de eso se trataba, me dije a mi misma. A eso venían a la disco. A despertar pasiones entre los adolescentes y a no hacer nada. Solo dejarlos consumirse por sus hormonas. En otro contexto, eso me hubiera parecido algo malo. Más teniendo en cuenta mi historial. Ni siquiera había intentado despertar algo en Steven, y había reaccionado de esa forma. Pero allí, rodeada de mi mejor amiga, consciente de que ella me apoyaba y no me abandonaría, en ese lugar donde nadie me conocía y pudiera juzgarme, me pareció divertido. Por lo que hice lo mismo con un muchacho del otro lado del círculo que habían formado los observadores, y en cuyo centro, nos encontrábamos nosotras bailando. Le dediqué una mirada de lo más sugerente. Acto seguido, volvimos a mirarnos con Malenne, esta vez cómplices de lo que acabábamos de hacer. Con deliberad intención, volvimos más sensual nuestro baile. Meneando las cinturas y bajando hasta casi tocar el suelo, tocándonos el cuello y la cintura una a la otra. La multitud, en su mayoría conformada por público masculino, parecía estar pasándola la mar de bien. Decididas a atenuarnos, otras dos chicas muy bonitas se posicionaron al lado nuestro y comenzaron un baile muy sexy. Aunque claro, no contaban con que nosotras podíamos hacer poses mucho más elásticas que ellas. Como si fuera posible, aumentamos los movimientos de nuestras caderas, sin exagerar, obviamente. Mallie se

puso de espaldas a mí y empezamos a bajar con deliberada lentitud, para que todos observaran lo elástico de nuestros cuerpos. Me estaba comportando como una chiquilla adolescente de lo más inmadura, pero la verdad, la estaba pasando genial. No sabía por qué, pero me resultaba divertido. Humilladas, las chicas se retiraron, conscientes de que no podrían ganarnos. Dos muchachos estaban caminando hacia nosotras. En ese momento, Malenne se volvió hacia mí y me susurró: – Comienza el juego… – Su sonrisa frente a tal afirmación fue deslumbrante. Nos pusimos de espalda a los chicos que se acercaban con aire tímido, para que les contara un poco más hablarnos. Tan solo un segundo después, sentí que alguien me tocaba el hombro. Hice un giro dramático, para rozarle la cara con mi cabellera ondulada. Al volverme por completo, me encontré con el chico, y pude admirarlo con detenimiento. Era muy lindo. Alto, bastante más que yo. Bajo la luz rojiza de la disco, se adivinaban unos ojos de un azul profundo. El cabello, completamente negro, era ondulado y un poco rebelde. Tenía la tez pálida, algo característico en esas localidades sin mucho luz solar. Bajo su atuendo de camisa blanca y jean negros, se podía ver una complexión atlética, probablemente se ejercitaba en un gimnasio. Se puso de frente a mí, con los brazos tiesos a los costados. Yo no deje de moverme al compás, aunque disminuí la velocidad de los movimientos. Malenne, a quien tenía de espaldas atrás de mí, fue abordada por el otro muchacho. Mi acompañante se acercó un poco más. – ¿Te han dicho que eres la cosa más hermosa de la tierra? – Comenzó. Su voz era bastante bonita también, aunque se podía sentir los nervios en las palabras que decía. Su cumplido me pareció muy tierno, por lo que sonreí abiertamente. El gesto pareció marearlo. Pues mis dientes blancos y brillantes, centellearon frente al juego de luces que nos envolvían. – Lo he escuchado un par de veces antes, aunque gracias. – Le dije. Reí.

– No me sorprende que ya lo hayas oído. Me he olvidado que hay otras chicas aquí en cuanto te vi bailar. Al lado nuestro, Mallie bailaba con su nuevo acompañante. Él no pareció extrañado ante la inusualmente baja temperatura de mi amiga. Se balanceaban lentamente, dado que el chico no parecía ser un buen bailarín. – Tu amigo es pésimo bailando. – Le dije al muchacho. – Sí, el baile no es lo de Jason. – Comentó divertido. – Aunque tal vez se deba al hecho de que tú y tu amiga bailan demasiado bien, cualquiera parecería un descoordinado a su lado. – Sí, puede ser, por cierto, ¿Cómo te llamas? – Le pregunté. – Mi nombre es Alexander Ibsen, soy el hijo del dueño de “Eternidad”. – Me comentó, como si eso fuera a hacer que tuviera más oportunidades. – ¿Cual es el tuyo? ¿O los ángeles no tienen nombre? – Sonrió. – Me llamo Reneesme Cullen, y mi padre no es dueño de nada por aquí cerca, así que no tiene sentido que te diga nada…– Bromeé. Comencé a acelerar mi ritmo de nuevo, esta vez, Alex, un poco más relajado, me tomó de las manos. No me resistí, ya que un baile no significaba nada. A diferencia de Jason, el parecía un buen bailarín. Se movía de una forma muy sensual conforme la música elevaba el ritmo. – ¿Y cuantos años tiene, bella Reneesme? – Preguntó luego. – Por ahora, y espero que por mucho tiempo más, veinte. – Me miró confundido, no había captado el doble sentido de mis palabras. Tampoco me preguntó que había querido decir, por lo que no acoté nada más. Resultó que él tenía veinticinco. También iba a la universidad de Alaska, pero en turnos completamente diferentes a los míos, pues ayudaba a su padre con sus diferentes ocupaciones, y eso hacía que no pudiera ir a las clases de la mañana. Bailamos un rato largo, durante el cual nos hicimos preguntas de todo tipo. Alexander resultó ser un chico de lo más divertido e interesante. A mi lado, Malenne conversaba también con su pareja de baile, aunque este no dejaba de mirarla como si fuera un espejismo. Luego de un rato, Mallie se acercó y me susurró: – Dile que vamos al baño, necesito hablar contigo.

Me excusé con Alex y nos alejamos de ellos diciéndoles que nos esperen, pues no tardaríamos en regresar. Al llegar frente al gran espejo del baño, que estaba claustrofóbicamente lleno, Malenne susurró: – Que tonto que es ese tal Jason, no ha parado de decirme que soy hermosa en toda la noche, resulta demasiado molesto. El que te tocó a ti por lo menos habla. Pero bueno, creo que ya voy a encontrar la forma de divertirme con el pobre chico. – ¿Qué es lo vas a hacer con Jason? – Le pregunté súbitamente preocupada por él. – Nada malo, ya te dije. Solo lo voy a obligar a hacer un par de payasadas para besarme. – Me guiñó un ojo. Miré a mí alrededor, el lugar estaba colmado de chicas. – ¿Sabes? No entiendo por qué todas están aquí. La mayoría no está usando los baños y todavía no se han ido. – No trates de entender. Es una especie de ritual entre las mujeres humanas. Tal vez nosotras no podemos comprenderlo porque no tenemos necesidades de mortal. – Contestó Malenne. – Con necesidades o sin ellas. ¿Por qué si solo una necesita venir, vienen cinco? – Pregunté. Mi amiga sonrió. – Se escapa de nuestra compresión, Nessie... – Puso los ojos en blanco. Volvimos a nuestro lugar en la pista, y ambos amigos nos estaban esperando. Malenne no tardo en poner en práctica su táctica, y pobre niño, comenzó a sacarse la camisa en medio de la pista, quedando desnudo en el torso. Alex lo miró como si estuviera loco, y fue a hablarle. – ¿Pero que estas haciendo tonto? – Le decía. – ¿Acaso te has vuelto loco? – Todo sea porque Angelina me bese…– Respondió con una voz pastosa que intuí no era la que generalmente tenía. Malenne se partía de risa, y no tardó en envolver a Alex en sus redes. A pesar de que no me parecía divertido, me acerqué al círculo formado

por los chicos y mi amiga. Ahora, Alex bailaba con ella, y yo tomé por el brazo a Jason. Este me miró con cara de completo idiota y me susurró al oído: – Otro ángel ha bajado del cielo. – ¿Acaso no se les ocurría otra forma de coquetear? Sea lo que sea que Malenne les estaba haciendo, y a decir verdad sí lo sabía, los muchachos comenzaron a hacer más y más el ridículo. Empezaron a gritar y a saltar como idiotas. Y luego de un rato, Alexander también se deshizo de su camisa. Su torso, completamente definido, quedó al descubierto frente a todas las muchachas, que suspiraron ante el espectáculo. Nosotras no paramos de bailar. Y cuando volví a relajarme lo suficiente, comencé a jugar también. Tomé a los chicos por los hombros y los hice delirar con mis imágenes mentales por unos segundos. Transmití a sus mentes alcoholizadas escenas que nunca habían pasado, pero que seguramente al otro día recordarían como hecho verdaderos. La disco ardiendo. Jason besando a Malenne, una escena en la que pensarían que se habían desnudado complemente en la disco, aunque no era verdad. Pasados unos segundos, el efecto producido por el don de Malenne pareció disolverse. Le susurré al oído lo que les había hecho ver, y se rió aun más de los pobres chicos. Al volver en sí, y percatarse del ridículo que estaban montando, les entró el pánico. – ¿Pero que ha pasado? – Preguntó Jason, un tanto grogui. – Solo se han liberado, chicos, no han hecho nada malo. Bueno, casi nada. Yo en su lugar no me hubiera desnudado delante de todos, pero bueno, tampoco ha sido tan malo. – Les dijo Mallie, con su voz de sirena, que hacía que las palabras sonaran a pura verdad, cuando en realidad no lo eran. Entonces las escenas falsas que había introducido en sus mentes se pusieron en primer plano en sus cabezas. El horror les cruzo los rostros. – Oh por Dios, dime que no he hecho eso… – Dijo Alex a Jason, con la cara desfigurada por la humillación. No podía negar lo mucho que me estaba divirtiendo, viéndolos desconcertados por algo que no había pasado. – Bueno, por lo menos te he besado… – Le dijo Jason a Mallie. Ella me miró y me guiño un ojo.

– Espero que la hayas pasado tan bien como yo. – Le respondió con un tono juguetón, – Debemos irnos, Angelina, tu hermano debe estar buscándonos. – Le dije en voz alta a Malenne para que los otros lo escucharan. – Sí, claro, debe estar preocupado. – Me respondió, siguiéndome la corriente. – ¡Adiós chicos, un placer haberlos conocido! – Dijo y les dedicó un beso volador. Estábamos alejándonos cuando sentí que Alex me tomaba del brazo. – Un momento… ¿A mi no me darás un beso? – Me preguntó del todo ofendido. – Pero si ya te lo he dado. – Le dije tomándolo de la muñeca e introduciendo la escena en su mente. Pestaño dos veces, ante la imagen que se le presentó en la cabeza. Por un momento no pareció muy convencido. Pero luego, encerró mi rostro con sus manos y se acercó con la intensión de besarme. Si hubiera sido una humana común y corriente, no habría sido capaz de resistir. Pero por suerte pude soltarme de su agarre justo a tiempo. Y con demasiado facilidad. – Soy del tipo de chica que solo da un beso la primera noche…– Inventé rápidamente, dándome vuelta y escapando antes de que me sujetara de nuevo. Y nos alejamos dejándolos ahí, completamente confusos. Comenzamos a reírnos por la situación que habíamos originado. Y no paramos por un largo rato. Cuando nuestras carcajadas comenzaron a ahogarse, fuimos concientes de que Raphael se encontraba al lado nuestro. – ¿Dónde has estado toda la noche? – Le pregunté. – Por ahí, ustedes no son las únicas que pueden divertirse, señoritas. Me guiñó un ojo y sonrió. – Debo decir que me impresiona la rapidez con la que entendiste nuestro juego, Nessie. Hasta lo has hecho mejor que Malenne. –Comentó. – ¡Claro que lo ha hecho mejor que yo! Ese don tan perfecto tuyo. Ni siquiera tuve que obligarlos a hacer totalmente el ridículo, ¡Basta que tú los hagas ver que lo hicieron cuando están en el trace y se lo creen!

– Bueno chicos, tengo que admitir que me la he pasado genial. – Esa era la idea Rennesme. – Comentó Raphael. – ¿Y que has hecho tú, hermano? – Preguntó Mallie. – Lo de siempre – Comento carcajeándose – bailé con un par de niñas, y utilice un par de trucos. Todavía ahí una por allí jadeando. Reímos los tres. Paseamos un poco más por la disco, esta vez, solo bailando como chicos normales. Seguramente Alex y Jason se habían marchado, convencidos de que nos habían besado, y que habían hecho el ridículo frente a las mil personas que habría esa noche en “Eternidad”. Desde luego que repetiríamos esa experiencia. Malenne y Raphael me estaban haciendo descubrir cosas que, si bien no eran buenas, tampoco lo eran malas. Pero que me hacían divertir increíblemente. Sacaban a flote a la Renesmee inmadura que se alojaba en mí. A la Renesmee que le gustaba divertirse, que le gustaba simplemente estar una noche de sábado con sus amigos. Bromear, sentirse viva de una nueva forma. Romper las rígidas normas de nuestro mundo, en el que no podíamos relacionarnos con los humanos, quebrar las reglas de una forma tonta y un poco infantil, pero entretenida, sobre todo. La noche continuó avanzando, ahora abandonando nuestro juego, y solo disfrutando de ese lugar. Como tres amigos normales que salieron para disfrutar de su juventud. Terminamos la velada como cualquiera de los otros concurrentes. Solo que para nosotros todo fue más divertido.

Capitulo 12 El tiempo pasa, incluso aunque parezca imposible, incluso a pesar de que cada movimiento de la manecilla del reloj duela como el latido de la sangre al palpitar detras de un cardenal. El tiempo transcurre con saltos extraños y en treguas insoportables, pero pasar, pasa. Incluso para mí.

El despertar/Luna Nueva

La Discusión El domingo amaneció más frío y nublando que nunca. Malenne y Raphael habían vuelto conmigo a casa, ya que no podían partir rumbo a su hogar porque yo no había llevado coche a la disco, y Raph se negó rotundamente a que me tomara un taxi. Los invité a pasar una vez que nos encontrábamos en la puerta, y accedieron de muy buen grado. Terminamos recostados los tres en el sofá de mi sala de estar, riendo como tontos ante las anécdotas que nos anotamos esa noche. Cerca de las nueve, los hermanos Blancquerts se disculparon y dijeron que debían irse. Un poco triste, intenté convencerlos de que podían quedarse un poco más, pues Michelle no llegaría hasta cerca de tres horas después. – Otro día nos quedaremos más tiempo, Nessie. Ahora tenemos que volver a casa, además sería bueno que vayamos de caza. – Me comentó Raphael. En una mirada atenta a sus ojos, pude ver, que si bien todavía no estaban negros, el dorado se estaba oscureciendo. – Resulta evidente nuestra sed ¿No? – Rió – No, bueno, tú sabes, en los vampiros se puede apreciar con todo detalle el hambre. – Me excusé.

– Claro, estos siniestros ojos delatores. – Sonrió. – Pero ese no es tu problema. Tus ojos siguen con ese bonito color todo el tiempo. – Me miró directamente a los ojos, y pesar de que ahora sus ojos no brillaban tanto como de costumbre, me traspasó completamente. Sostuvo la mirada el tiempo suficiente como para lograr que me incomodara. Se acercó unos centímetros, y yo, como acto reflejo, retrocedí la misma cantidad de espacio. – Tranquila Rennesme, no me proponía hacer nada extraño. – Me dedicó la más radiante de las sonrisas. Malenne, que se encontraba en el tocador arreglándose el cabello, cruzó el pasillo y regresó a la estancia, entonces Raphael se puso en movimiento. – Debemos irnos, hermana. Nuestro día es largo. – Claro, Raph…– Contesto obedientemente. Luego se dirigió a mí – Rennie, cuídate ¿Si? Nos veremos el lunes. – Se acercó y me dio un tierno beso en la mejilla. La pequeña vampira se había cambiado el atuendo, ya que ahora, con la luz de la mañana, su conjunto resultaba inadecuado. En consecuencia, llevaba puesto algo de mi ropa. Lo cierto es que me había costado encontrar algo que no le quedara gigante, pues yo media cerca de veinte centímetros más que ella. Por lo que abandonó mi hogar vistiendo una falda que le quedaba un poco larga y una camiseta que le apretada algo el busto. No estaba incomoda ni enfadada por el tema, ya que ella fue la que había querido cambiarse sus ropas de cuero negro. Esta vez, al ser de mañana y rodeados de toda esa claridad, Raphael y Malenne tomaron una vía mas común para llegar a su auto. El ascensor ya estaba en mi piso cuando nos despedimos. – Adiós Rennesme, nos veremos mañana. – Dijeron los dos y bajaron. Volví a casa, para poder ordenar todo antes de que Michelle llegara. Me dirigí a mi habitación. Todavía tenía el vestido azul que me había puesto la madrugada anterior. Lo cambié por unos jean azules y una camisa blanca. Tomé los libros del escritorio y continué estudiando. Durante las dos horas siguientes, solo estuve en parte pendiente de los apuntes que sostenía en mis manos. Entonces el timbre sonó y corrí a atender el portero eléctrico.

Como era de esperar, mi amiga contestó del otro lado. – Nessie, soy Michelle. ¿Me abres? – Preguntó. – Mmmm…– Dudé – No lo sé, tal vez merezcas quedarte bajo la nieve unas cuantas horas – Reí, y apreté el botón para que la puertas de la planta baja se abriera. A los pocos segundos, Michelle estaba en mi departamento. Nos abrazamos, contentas de poder vernos ese día. – Hay Rennesme, tengo tantas cosas para contarte…– Comenzó. – Tenemos toda la tarde, amiga…– Le dije. – ¿Por donde quieres empezar? – Bueno, para empezar, quiero decirte que el próximo domingo no voy a poder venir, tengo una cita. – Anunció. – ¡Cuéntamelo todo! – Ordené, con gran curiosidad. Nos dirigimos hacia la cocina, a realizar nuestra rutina dominical. Chocolate caliente y galletas. – Bueno, ¿Recuerdas en viernes que después de comer te dije que debía irme rápido porque sino me retrasaría para mi clase de Literatura? – Comenzó. – Sí, claro. Parecías una loca corriendo por el campus. – Reí. – Bueno, la cuestión es que nunca llegué a mi clase. En el camino, choqué con Steven Collins, y lo derribé. Se me cayó todo al piso, fue muy humillante. Pensé que me insultaría por haber sido tan tonta, pero fue de lo más amable. Me ayudó a recoger todo del suelo, y me preguntó con una sonrisa a donde iba tan apurada. – Suspiró. – Luego, me dijo que no estuviera tan acelerada, que llegar tarde a una clase, o faltar, no me mataría. Me invitó a tomar un café, y me pareció que era lo más correcto, pues después de todo, lo había hecho hacerse puré contra el piso de concreto del campus. – Se detuvo. Steven Collins. El chico que me había causado demasiados problemas. Un terrible idiota, que solo había logrado que llorara hasta quedarme sin lágrimas. Conocía su juego, hacerse el amable, pero habían pasado meses desde que había dejado de tratarlo. Quizás nuestro último encuentro le enseñó algo acerca de cómo tratar a las mujeres. Ahora bien, ¿Qué tenía que hacer? ¿Contarle como se había comportado

conmigo? ¿O dejarlo ser y esperar a ver como se desenvolvían los acontecimientos? Tal vez solo se había comportado conmigo así ante mi negativa. A lo mejor no era el monstruo que demostró esa tarde. ¿Por qué romperle las esperanzas a mi amiga? Porque las personas siempre pueden cambiar ¿No? Lo más sensato era darle otra oportunidad. Rodeada de toda la contención que tenía hora con mis nuevos amigos, lo que había pasado con Collins quedó rondando en mi cabeza como un fantasma, algo que no debía olvidar, pero que debía superar. Para no entrometerme, decidí que por ahora no diría nada, me dedicaría a observar cuidadosamente. Ya me encargaría yo de vigilar al tonto en cuestión, y ver si había cambiado algo. – Bueno, pero no te detengas, sigue. – La animé. – Es que no hay mucho más. Caminamos por el campus una hora, hablando de puras tonterías y luego entramos a una confitería que esta muy cerca de aquí. Tomamos un café y luego me invitó a salir. Me dijo que el sábado, pero mis padres se irán a Anchorage por unos negocios, y tendré que cuidar a mi hermana. Entonces me propuso para el domingo. Perdona Rennesme, de verdad, no quiero herir tus sentimientos. Pero, sabes, de verdad me parece que esto puede funcionar. – Y en sus ojos había tanta esperanza, que me causó una ternura muy grande. No dejaría que ese imbécil la lastime. – Desde luego que no, Michelle. No te preocupes, ya arreglaré mis propios planes para el fin de semana. Ve tranquila a tu cita, no me he enojado para nada. – Le dije. – Gracias, amiga, de verdad. No sabes lo feliz que me hace esta situación. Hace tiempo que vengo buscando el amor, y lo siento, creo que él es el indicado. – Continuó parloteando acerca de cosas como “destino”, “amor eterno” y todo en ese plan. Hasta ese momento, nunca me había percatado de lo soñadora que era Michelle. Siempre me había parecido una chica de lo más madura. Con los pies sobre la tierra. Ahora, sonaba como una quinceañera tonta que acaba de conocer al primer chico de su vida. No es que estuviera mal, pero era algo que no me esperaba de ella. En cierta forma yo también era igual, solo que estaba segura que lo mío era amor verdadero, y ciertamente tenía muchas posibilidades de ser eterno.

Me tomé un segundo para pensar en mi Jake. Imaginarme abrazada a su cuerpo esbelto, alto, musculoso. Sentir la textura de su piel morena, el aroma exquisito de su esencia. Abandoné el pensamiento, sabedora de que no podría controlar la melancolía. Pensé un segundo, habían pasado algo más de tres meses desde que me encontraba en Juneau. Un tiempo que había sido una montaña rusa emocional. Teñida de pánico al principio, luego de desesperación, de llanto, de pena, de culpa. Casi al final había llegado el temple, la tranquilidad, la estabilidad. Y con ellas, Raphael y Malenne. Era insólito, sin embargo, que estuviera en Alaska para relacionarme con humanos, para abrirme al mundo, y termine conociendo a dos vampiros. Esa era una noción que rondaba mi cabeza, e intentaba sembrarme la idea de que todo lo que necesito para ser feliz, se encuentra en mi mundo. El único mundo que conozco en profundidad, el vampirico. Pero algo me decía que desechara esa idea, Michelle estaba conmigo, y era mi amiga. Las demás personas no eran exactamente amigables, y de hecho solo me miraban como tontos, pero por lo menos no se mostraban hostiles. Eso tenía que contar algo ¿No? La tarde avanzó rápidamente, como siempre. Hablamos de esto, de aquello. De lo nerviosas que estábamos por los exámenes. De lo que haríamos las vacaciones de Navidad, que se encontraba bastante presente alrededor del campus y de todos los sitios a los que generalmente acudía, de ropa, de zapatos, de bolsos. Le mostré mis nuevos Praga, frente a los cuales suspiró excitadamente. Me contó del viaje que tenía pensado hacer a Paris para cuando termináramos el curso. Ese día desistimos de nuestra expedición al centro comercial, como era costumbre entre nosotras. Primero porque el frío del exterior invitaba a quedarse al cubierto, y segundo, porque en nuestro guardarropas no entraba absolutamente nada más. Así que cerca de las siete de la tarde, Michelle abandonó mi hogar con una gran prisa, pues debía llegar a casa para cenar. El resto de la noche me sentí sola. Ansiosa. No tenía nada para hacer. Ya había terminado de estudiar. Y podía decir de memoria los dieciséis capítulos que teníamos que leer para el examen del martes. Tampoco podía ordenar, ya que todo se encontraba inmaculado. Las cortinas corridas, los pisos barridos. La cama hecha, la cocina fregada. Todo.

Cerca de media noche, me decidí a tomar el teléfono y llamar a casa. El tono de marcado solo sonó una vez. – Hola…– Se escuchó a mi abuelo Carlisle del otro lado de la línea. – ¡Abuelo! que gusto escuchar tu voz. – Le saludé. – Nessie, mi niña… pero que sorpresa me has dado… ¿Cómo se encuentra todo en Juneau? – Preguntó. – Un poco aburrido… no tengo nada que hacer. Ya estudié, ya limpié. Estoy aquí sentada como una tonta. Por eso he llamado, para ver como están todos en casa. – Bueno, todo aquí esta como siempre. En este momento tus padres, Emmet, Rosalie, Jasper y Alice están de caza. Hay un problema con unos pumas muy agresivos cerca de una reservación de Hoquiam, y han ido para allá. Nos hemos quedado aquí solo Esme y yo-. Me informó mi abuelo. – Mándale mi cariño a la abuela ¿Si? – Le dije. – Claro, ella también te mando mucho cariño, espera que vuelvas lo más pronto posible. – Aunque no lo estaba viendo, se percibía que sonreía detrás del teléfono. – Sí. Abuelo, para la pronto estaré en casa. Voy a intentar hacer algo productivo de esta noche. Seguramente también vaya de caza, hace mucho que no lo hago. Llamaré más tarde para hablar con papá y mamá. Te mando un gran abrazo abuelo, a ti y a la abuela. Los extraño. – Nosotros también, hija. Sabes que para lo que necesites aquí estaremos. – Sí, lo sé. Los amo... – Nosotros también, cuídate mucho y no te metas en problemas. – Me advirtió. – No es necesario que digas esas cosas. – Reí. – Ya lo sé, pero es solo por las dudas... – Adiós abuelo. – Me despedí. – Adiós, hija. – Cortó.

Así que me encontraba de nuevo sin nada que hacer. Mis padres no regresarían en varias horas de su expedición de caza. Supe que también necesitaba una. Me había empeñado tanto en parecer una humana, que me había estado alimentando con comida por demasiado tiempo. Una buena caza me permitiría distraerme un poco. Me levanté y busqué en el ropero uno de mis pantalones de jean de tela más gruesa, y también una camisa de franela. Estaba segura que unos zapatos de taco de doce centímetros no serían adecuados para correr por las inhóspitas localidades de Alaska. Así que tomé uno de los pocos pares de zapatillas deportivas que tenía. Afuera ya estaba oscuro. La capa de nubes que cubría el cielo era de un color violeta intenso. Encendí el coche y consulté un mapa. Correcto, no estaba en el estado con mayor diversidad de grandes predadores, por lo que tenía que contentarme con lo primero que se me cruzara. Los bosques templados de Alaska eran escasos en las inmediaciones de Juneau, por lo que debía alejarme varios kilómetros de la ciudad. Había olvidado por completo consultar con los Blancquerts algún destino en especial para cazar por las cercanías. Manejé a gran velocidad cerca de una hora, hasta que encontré un lugar que parecía albergar algo de fauna salvaje. Desde luego, adentrarme fue un tanto complicado, con todos los árboles coníferos que me rodeaban. Luego bajé, prestando gran atención a lo que escuchaba a mí alrededor. La oscuridad era absoluta, pero yo distinguía con extrema facilidad todo aquello que me rodeaba. Caminé por el límite, adentrándome más y más. No sentía ningún aroma cercano, por lo que aceleré la carrera y pronto, me vi envuelta por el efluvio de una manada de renos. No estaban muy lejos, tal vez unos dos kilómetros al norte. Me dejé envolver por el aroma de su sangre, poco apetecible, y corrí a su encuentro. Me deslicé a una gran velocidad por ese pequeño bosque nevado, dejando rápidamente a mis espaldas en coche y también la parte civilizada de mí ser. En ese momento, me dejé embargar por el instinto, pareciéndome más a un animal que a una persona. Ahora, que la sed dominaba gran parte de mi mente, la sangre que percibía no era tan desagradable...

Varios corazones latían deliciosamente demasiado cerca de mí, y el vampiro que tenía dentro clamaba por encontrarlos. Eran seis. Estaban del todo indefensos, en una posición en la cual me hubiera resultado demasiado fácil arremeter contra uno de ellos. Me acerqué, ahora, con una lentitud extrema, con tal de evitar que notaran mi presencia. En cuanto estuve lo bastante cerca, me fue imposible pasar desapercibida. Los renos me observaron un segundo, y luego comenzaron a correr. No fue divertido, me cargué a uno incluso antes de que el animal comenzara a levantar verdadera velocidad. Busqué su cuello rápidamente, y se lo quebré para que muriera lo más pronto posible, pues no era para nada necesario hacerlo sufrir más de la cuenta. Bebí la sangre que emanaba de su cuerpo, con una gran ansia, a pesar de que su sabor no me resultaba del todo agradable. Sin embargo, debía admitir que la caza logró relajarme de una manera que no habría sospechado. Una ola de calidez me inundo el cuerpo, cuyo epicentro se encontraba en mi garganta. Una vez que bebí lo suficiente como para satisfacerme, la sed desapareció. Como de costumbre, no me había manchado en absoluto, la camisa y los jeans seguían tan limpios como lo estaban cuando los saqué de mi armario. Volví sobre mis pasos, y en un poco más de un minuto, ya me encontraba de vuelta en mi coche. Hacía frío. Aunque no lo sentía en mi cuerpo, pude notarlo, pues al coche le costó un poco más de lo normal ponerse en marcha. El camino de vuelta fue, si era posible, más rápido que el de ida. Me pareció alcanzar la máxima velocidad que me permitía el motor del deportivo. Llegué a casa cerca de las cuatro y media de la mañana. Aunque no me sentía sucia bajo ningún concepto, me despojé de mis ropas y tomé una ducha. El agua terminó de relajarme. Tomé una de las batas del armario del baño, y me senté en el cómodo sofá de la sala. Contemplé como amanecía por el enorme balcón que tenía en frente. Debía admitir que desde que Malenne y Raphael entraron a mi vida, era sumamente fácil aburrirse cuando no estaba con ellos. Simplemente, estaba muy acostumbrada a su presencia. Aclaró más rápido de lo que hubiera pensado. Entonces se hizo la hora para ir a la universidad. A las siete y media, ya me encontraba traspasando la reja de hierro forjado del campus.

Estacioné el coche al lado del BMW de mis amigos vampiros. Y traspasé la multitud que, ya acostumbrada a la idea, se acercaba para contemplar los coches. No caminé sola mucho tiempo. En cuanto me adentré en el edificio principal, donde cursaba la primera clase de la semana, Mallie y Ralph ya se encontraba cada uno a mi lado. – ¿Cómo estuvo el resto de tu domingo? – Preguntó curioso Raphael. – No estuvo nada mal. Michelle llegó dos horas después de que se fueron, nos divertimos toda la tarde, y se fue cerca del horario de la cena. Luego, como estaba aburrida, tomé el coche y me fui de caza. – Le comenté. – Muy bien, nosotros también nos alejamos bastante para cazar, aunque claro, por aquí solo hay renos y osos polares. – Contó Malenne. – También hay algunos lobos… aunque son muy fáciles de atrapar, y no alcanzan para saciarse. – Continuó Ralph. Me estremecí. Nunca se me hubiera ocurrido en toda mi existencia cazar lobos. No cuando mi Jake, el amor de mi vida, se transformaba en uno. Raphael pareció recordar esa parte de la historia que le había contado, y apresuradamente dijo: – Lo siento, se me olvidó. Me he comportado como un idiota. Discúlpame, de verdad. – Bueno, lo había dicho de una forma completamente inconsciente, y parecía arrepentido. – No hay problema, la tonta soy yo por pensar que porque yo no me alimento de lobos, ustedes tampoco lo harán. – Le dije, sonriendo ante su vergüenza. Entonces recordé las ganas que tenía de hablar con Jacob. – Si me disculpan, debo hacer una llamada. Enseguida entro al salón. Me alejé un poco hacía el patio central. Tomé el móvil de mi bolso y marqué el número que conocía tan bien, que me sería imposible olvidar. Atendieron al tercer tono de marcar. – ¿Hola? – Se escuchó la voz de mi amor del otro lado. – Jake, cariño, que gusto que es escuchar tu voz. – Me relajé. – ¡Amor! – Su voz se cargó de una dulzura en un solo segundo. – Que bueno que has llamado, ya casi estaba por hacerlo yo, hace dos días

que no das señales de vida. – Ahora su tono resultaba un poco molesto. – Sí, y lo ciento mucho, solo que he estado ocupada estudiando, de caza. Perdóname Jake, de verdad. – No hay problema, mi cielo. Cuéntame ¿Cómo ha estado por allá? – Preguntó. – Bien, bueno tú sabes, la vida universitaria no es muy sencilla. Siempre tengo que hacer muchas cosas y aunque cuento con mayor cantidad de tiempo todos mis compañeros de clase, ahí veces que hasta incluso es duro para mí. – Bueno, eres la persona más inteligente que conozco, seguro puede superar cualquier expectativa que tengas tus profesores. – Su voz denotaba tanta confianza… tanto amor. Por un momento me pregunté que es lo que hacia allí, a tantos kilómetros de mi hogar, sin mi Jacob. – Te extraño cielo… te amo…– Le dije. – Yo también Nessie, te extraño muchísimo, cada día se vuelve un poco más difícil, pero me anima saber que pronto estarás aquí por unos días. – Sí, nos veremos. Tengo muchas cosas que contarte…– Había algo importante que no había hablado ni con Jake ni con mis padres. Jamás les había contado de Raph o Mallie. Bueno, no les había dicho que eran vampiros, porque mencioné sus nombres en una que otra conversación. Desde la llegada de los hermanos Blancquarts, el tono de mi voz había cambiado relativamente para mejor, y eso era algo que les había pasado desapercibido. En lo que respecta a mis nuevos vampiros amigos, mis padres solo conocían sus nombres, pues en vez de mentir, simplemente omití. No sabía porque no lo había hecho, simplemente, la primera vez que hablé con ellos luego de nuestro primer encuentro, lo consideré una fracción de segundo y me pareció que lo más correcto era callar. Por lo menos en ese momento. Ahora, luego de haber convivido con los hermanos Blancquerts cerca de un mes, tenía muchas cosas que explicarles a mi prometido y a mi familia. La pregunta era, ¿Cómo hacerlo sin que les agarre un ataque? – ¿Pasa algo, Nessie? – Preguntó Jake. Seguramente ante mi repentino silencio. – ¿Está todo bien por allá?

– Sí, amor. – Contesté, aunque eso no evitó que me sintiera culpable por estar mintiendo. – Eso es bueno, pronto estarás aquí. Y estaremos juntos. – No hay cosa que me guste más que eso. – Sonreí. Continuamos hablando, repitiendo muchas veces cuanto nos amábamos. La charla me pareció demasiado corta, y antes de que decidiera no entrar a la clase para seguir hablando con él, cosa que me pareció muy tentadora, el decano pasó caminando muy cerca de mí. En ese mismo momento, también sonó el timbre que anunciaba el inicio de las clases. Las probabilidades de que nadie me descubriera eran muy bajas. A regañadientes, me despedí de mi amado. – Debo colgar, las clases ya han empezado. – Me lamenté. – Recuerda que te amo. Pronto estaré en Forks. Caminé hacía el salón. No había llegado tarde, pues el profesor todavía no se encontraba allí. Me senté al lado de Malenne, que hablaba con su hermano en voz muy baja. Al llegar, me pareció que discutían. Raphael mostraba una expresión hosca, mal humorada, y ella lo miraba como si lo estuviera reprendiendo, desafiándolo. Me resultó de lo más incomodo sorprenderlo en ese tipo de situaciones, pero en cuanto notaron mi presencia, sus rostros mostraron sus encantadoras sonrisas de costumbre. – Lo siento, chicos, es que recordé que hace tiempo que no hablaba con mi novio. – Dije. – ¿Cómo se encuentra Jacob? – Preguntó Malenne, con su habitual interés y como si conociera mi prometido de toda la vida. – Todo en casa marcha la mar de bien, por suerte. – Respondí sonriendo a mi amiga. – Ah. Eso si que es bueno. Hace mucho tiempo que no estas con él, deberías cuidarlo más, Ness. – Me dijo, pero parecía estar mirando a su hermano.

– Sí eso lo sé… pero bueno, en unas cuantas semanas estaré allí unos días, así que espero poder mimarlo lo suficiente como para que aguante otra ausencia hasta el receso de verano. – Continué. – Navidad está muy cerca, se siente en el ambiente. – ¿Qué haremos nosotros en el receso de navidad, hermano? – Preguntó Malenne, repentinamente interesada en ese asunto. La clase ya había empezado, pero hablábamos tan bajo que nadie en esa habitación podría notarlo. El profesor se explayaba sobre el tema del día, poco consciente de que nosotros estábamos prestándole solo una atención a medias. – No lo sé, Mallie. ¿Qué te parece Europa? Hace mucho que no visitamos Francia, estaría bien que volvamos un poco a nuestras raíces. La vampira rubia puso cara de pocos amigos. – Mmm… no lo sé, siempre que vamos a Francia volvemos con un acento terrible. – Porque somos franceses, hermana. Es lógico que volvamos con más acento al manejar el idioma por una cantidad de tiempo prolongado. – Explicó Ralph, que parecía haberse recuperado de su súbito ataque de mal humor. – Sí, bueno, de todos modos no me apetece ir a casa. Mejor vayamos a alguna isla exótica. A Ibiza, siempre he querido ir allí. – Pero Ibiza es una región completamente tropical, no vas a poder salir de día Malenne, no al menos que quieras encandilar a toda la isla. – Le dije en broma. Ella sonrió con esa dentadura perfecta suya. – Bueno, eso no será un impedimento. ¿Acaso el lugar no es conocido por sus fiestas nocturnas? Saldremos de noche, a jugar con los humanos. A divertirnos. – Miró a Ralph con brillo en sus ojos. Este le devolvió la sonrisa. – No cambias más, hermana. – Puso los ojos en blanco. – Ibiza, ¡Allá voy! – Dijo en un tono muy entusiasta. – Te pediríamos que nos acompañaras Ness, pero sabemos que tú tienes mejores planes. Es decir, quieres ver a tu familia. – Me dijo Ralph.

– Te aseguró que me que gustaría ir, pero hace varios meses que no veo a mis padres, a mis tíos, y tampoco a mi prometido… Debo ir a Forks – Intenté cambiar de tema. – Hablando de planes, ¿Qué piensan hacer este fin de semana? – Nada en especial, creo. – Dijo mi amiga mirando a su hermano, como si estuviera consultándolo – ¿Acaso tu quieres hacer algo? – No, es que Michelle no estará disponible el domingo, y eso me deja todo el fin de semana libre. – Le comenté. – Podemos organizar algo si quieres, Nessie. Nosotros nos íbamos a quedar en casa – Informó Raphael. – Puedes venir con nosotros el viernes después de la última clase, y volveremos los tres juntos el lunes. – Me ofreció Malenne con una sonrisa. La invitación me pareció un gesto muy bonito, y una forma de romper la rutina que tenía hace ya bastante tiempo. Entonces no dudé en aceptarla. – ¡Claro! Gracias muchachos, no se como agradecerles, no hubiera podido soportar otro fin de semana sola en el departamento. – Le dije contenta. – Pero no ha sido nada, amiga. Eres bienvenida a nuestra casa el tiempo que quieras. – Malenne estaba radiante de contenta. Concluimos la charla en ese momento porque el profesor estaba entregando unos textos para trabajar con ellos en la clase. Entonces decidimos que teníamos que ponernos a trabajar. Lo que restó de la clase estuvo lejos de ser interesante, pero por lo menos me sirvió para poder distraerme el tiempo suficiente. Al sonar el timbre me despedí de los hermanos, que se quedaban en ese piso a cursar otra materia, pues compartían todas sus clases. Por mi parte, tenía dos clases que no cursaba con ellos, por deferencia a Michelle. Me encontré en el salón antes de lo que pensaba. Allí estaba ella, tan responsable como siempre. Era la típica chica Diez. Me senté a su lado, dedicándole una sonrisa. Antes de que pudiera decirle siquiera “Hola” comenzó a parlotear. – Nessie, tienes que acompañarme al centro comercial, necesito comprar algo estupendo para el domingo. – Su voz denotaba una completa exaltación.

– De acuerdo, ¿Cuándo quieres ir? – Le dije, para seguirle la corriente. – No lo sé, ¿Que te parece hoy, después de clases? – Me consultó. Lo consideré un segundo y respondí: – No hay problema, nos encontramos en la fuente del patio central a las cuatro, ¿Te parece? – Le ofrecí. – Perfecto, entonces nos vemos esta tarde. – Concluyó con una sonrisa de lo más angelical. Lo siguiente fueron charlas típicas de universitarias. Hablamos de la clase de ese día, y todo lo demás. Al final, luego de una de las clases más aburridas en la que haya estado, salí corriendo hacia la próxima escala. Por el camino hacía el edificio siete, el más alejado del campus, me encontré, sin ni siquiera desearlo, con el tal Steven Collins. No habíamos hablado desde que el imbécil intentó besarme a la fuerza, y desde entonces, había tratado de evitar todas las rutas del campus donde me lo hubiera podido cruzar. Él, al notar que estaba cerca, miró hacia otro lado y fingió no haberme visto. No había olvidado los detalles de la última tarde que fuimos amigos. ¿Sabría que Michelle era una de mis amigas más cercanas? Tal vez no, porque sino no se hubiera arriesgado a que le dijera a Michie la clase de sinvergüenza que era. Llegué a mi destino. El salón estaba vacío, así que decidí escoger el mejor sitio de todos. A los pocos minutos, comenzaron a llegar los demás concurrentes. Entre ellos Raphael y Malenne. Se dirigieron sin vacilación hacia los lugares que les había reservado. Nuevamente, Raphael tenía una cara de pocos amigos, y su hermana, en completo contraste, sonreía con todos sus dientes. – ¿Cuál es el problema, chicos? ¿Acaso han discutido? – Pregunté. Raphael bufó. – El problema es, Nessie, que mi hermana parece no entender que los humanos no están capacitados para relacionarse con nosotros, y ella parece pensar que son solo juguetes. – Dijo. – ¿Qué es lo que has hecho ahora Malenne? – Pregunté, ahora con más noción de lo que me podía esperar. – ¡Nada malo! – Se excusó – lo que pasa es que el capital del equipo de fútbol de la universidad me invitó a salir mañana, y acepté. Pero

Raphael cree que es peligroso para nuestra cobertura aquí en Juneau y en Douglas. Era hora que alguno de estos tontos mortales hiciera algo más que tan solo mirarnos como idiotas – Dijo mirando a su hermano, que no había cambiado ni un ápice su expresión malhumorada. – No pasará nada con William, lo prometo. Solo voy a jugar un poco con él, y lo devolveré sano y salvo a su casa. – Sonrió. Era la criatura más despiadadamente adorable de toda Alaska. – Necesito llevarme el Audi C4 para mi cena con él. Quedamos en que yo pasaría a buscarlo. – Dijo. – Está en el garaje de casa. ¿El negro o el plateado? – Preguntó Ralph, ahora más interesado, y confiando en la palabra de su hermana. ¿El negro o el plateado? Al parecer me había topado con unos vampiros peores que lo de mi familia. – El plateado, porque el BMW ya es negro, y no quiere que se confundan con que es el mismo. – Malenne, BMW y Audi tienen líneas de diseño completamente diferentes, solo un tonto pensaría que son el mismo auto, aunque lo vieran de noche. – Le dije, riendo. – Sí, bueno. No importa, además me compré un vestido gris perla, hermoso, y me combinará mejor con el Audi plateado. – Que manera más graciosa de terminar una pequeña discusión. Una chica común combina el vestido con los zapatos o el bolso, no con el auto... El día llegó a su fin de la manera más divertida posible. Luego de un rato, Ralph pareció olvidar el atolondrado comportamiento de su impulsiva hermana, y pudo distenderse y bromear con nosotras. Nos encontrábamos en el patio del campus, pues nuestra última clase había sido cancelada porque la profesora había tenido un contratiempo. Las últimas dos horas las pasamos allí, disfrutando del aire libre, a pesar de que la temperatura estaba bajando varios grados en los últimos días, y la lluvia comenzaba a convertirse en nieve a toda regla. Cerca de las cuatro, les dije lo que había acordado con Michelle, y ellos dijeron que también pronto tendrían que irse. Cuando el gran reloj del campus dio las cuatro en punto, me despedí de ellos y caminé hacía la fuente. Allí estaba mi amiga. – ¿Qué te parece si pasamos por mi casa, y dejamos mí auto, al fin y al cabo, yo vivo muy cerca del centro comercial? ¿O tú no has traído coche? – Le pregunté.

– Sí, claro que lo he traído. Bueno, vamos una atrás de la otra hasta tu casa, tu dejas el auto. Vamos al centro comercial y luego te alcanzo yo misma – Acordó. Entonces seguimos al pie de la letra nuestro plan. Ella entro en su Mercedes descapotable, y yo en mi Porche. Dejé el auto en el garaje del edificio y salí a su encuentro. Estuvimos dentro de gran recibidor del centro comercial en un tiempo record. Nuestro objetivo esa tarde eran vestidos. Un vestido de día o un conjunto casual y sexy al mismo tiempo. La búsqueda no fue muy larga. En una de las primeras casas que visitamos encontramos un vestido de gasa blanca de lo más hermoso. Era perfecto. Ya que tenía un toque informal que no la haría ver como exagerada o que planeo demasiado el momento, lo cual era cierto, y también el vestido resultaba notiamente sexy. Michelle no dudó en comprarlo una vez que se lo probó, pues le quedaba encantadoramente bien. – Me parece una compra de lo más buena, Michie, ese vestido te queda mas que perfecto – Le dije sonriendo. – Sí, eso creo. Nunca me había puesto algo que me quedara tan bien – Respondió contenta. Entonces terminamos toda la tarde dando vueltas por el lugar. Me compré un par de cosas para el fin de semana. Unos jeans, unas remeras, unas camisas. Dios, mi ropero no lo aguantaría más. Así que cerca de las siete, salimos del centro comercial. – ¿Qué te parece si vienes a comer a casa conmigo, Ness? Hace mucho que les hablo de ti a mis padres, y a ellos les gustaría conocerte – Me propuso mi amiga. Me pareció una buena idea. – Sí, no tengo problema. Si me das unos minutos para poder cambiarme. Además debería llevar mi coche, no me gustaría molestarte después de cenar, para que me alcances hasta aquí. – Me parece bien, vamos a tu casa y te espero en el garaje mientras te cambias y sacas tu coche. Y así fue como lo hicimos, entramos al enorme garaje subterráneo que tenía mi edificio, yo me bajé, corrí al ascensor y entré a mi casa. Tomé

un vestido verde azulado, que me gustaba mucho, y hace tiempo quería usar. Me arreglé un poco el cabello y retoqué con delineador el contorno de mis ojos marrones. Dejé las bolsas con ropa nueva en un apartado, y tomé un pequeño bolso de mano que me combinara con el vestido que había elegido. Bajé en una nueva carrera, y tomé mi coche. Al verme, Michelle puso en marcha el motor y salió hacia la calle, para dejarme el paso libre. Hice lo mismo, una vez que me encontraba en la vereda, ella se bajó y me señaló el camino. – Mira, yo voy a seguir por esta misma calle, luego doblaré a la derecha y después una vez a la izquierda, y por ultimo, una vez más a la derecha. No es para nada difícil, solo sígueme. – Y se marchó hacia su auto. Como prometió, el camino fue demasiado fácil, y en tan solo quince minutos nos encontrábamos en la puerta de su casa. El edificio era hermoso, muy grande y completamente iluminado. Tenía dos pisos, que desde afuera parecían enormes. Toda la fachada de la casa estaba revestida de madera clara, delicadamente barnizada y en un estado impecable. Las ventanas era altas, las de frente se extendías a lo alto de las dos plantas de la morada, y tras ellas se venían unas cortinas rojas. La casa era una mansión imponente. Dejamos los autos estacionados afuera, pues no parecía haber peligro alguno en aquel barrio tan apartado de la cuidad. Al cruzar la puerta, me encontré un pequeño hall. Cruzando este, estaba una estancia colosal, llena de estantes y de sillones de varios cuerpos. Me dijo que la siguiera, y pasando por un pequeño pasillo, entramos al comedor. En el medio de este, estaba la mesa en la que, supuse, cenaríamos. Era de madera oscura, pulida y brillante, rodeada de sillas de igual estilo. La casa era enorme, de cualquier lugar seguían apareciendo puertas que conducían a nuevos lugares. Al final, llegamos a una especie de sale de juego, que tenía una mesa de pool, una de tenis de mesa, y un televisor muy parecido al que teníamos en la estancia de mi hogar, de cerca de cincuenta pulgadas. Allí estaban un señor de unos cincuenta años, que bien podría ser su padre, tanto porque parecía tan alto como lo era mi amiga, y porque tenían el mismo color de ojos verdes. También, se encontraba su madre, obviamente, porque tenían exactamente el mismo rostro.

Viendo la televisión había una niña de unos ocho años, que era una Michelle en miniatura. – Buenas noches, y bienvenida a nuestro hogar-. Dijo el señor White. – Tu debes ser la famosa Reneesme Cullen, mucho gusto de conocerte al fin. – Sonrió. – Es un gusto para mí también, Señor White, mucho gusto señora, es grato saber que soy bienvenida a su casa-. Dije. – Desde luego, cualquier amiga de nuestra hermosa hija es bien recibida. – Contesto la madre de mi amiga con una sonrisa. Del pasillo que habíamos tomado Michelle y yo para llegar a la habitación, vino una mucama, que anunció que la cena estaba servida. – Vayamos al comedor, y ahí seguiremos con nuestra charla – Propuso el padre de Michie. Una vez que nos encontrábamos sentados en la gran mesa, aparecieron dos mucamas más que nos sirvieron a todos la cena. La cena no estaba mal, incluso para mí. No comí demasiado, pues hacía menos de un día que había ido de caza. Use mi viejo y repetitivo libreto para excusarme por mi falta de apetito. Dije que estaba a dieta, frente a lo que la señora White se escandalizó: – Pero niña, ¿A dieta? ¿Con ese cuerpo hermoso y esbelto que tienes? – – Pero Nessie, estas a dieta desde que nos empezamos a hablar hace ya varios meses. ¿Hasta cuando quieres seguir? – Me preguntó mi amiga. – Es que tengo un metabolismo excepcionalmente lento, debo cuidarme mucho para no engordar – Inventé. – ¡Oh, sí! Eso es lo que a mi me pasa. Pero cariño, que tienes, ¿Veinte años? ¿No te parece que no es tiempo para preocuparse por esas cosas? Además con ese rostro de ángel, podrías pesar doscientos kilos y todos los hombres estarían igual pendientes de ti… – Dijo Rachael, la madre de mi amiga. – Anda, como un poco más, no te matará. Vale, ahora perecía una adolescente con problemas... Francamente, Renesmee, podrías haber inventado otra cosa... – Me dije a mi misma.

La conversación siguió, tomando rumbos mucho más agradables y divertidos. Los padres de Michelle eran personas muy buenas y atentas. El señor White era un reconocido abogado de un estudio contable muy famoso en Juneau, y su madre era una profesora de danza clásica. Su hermanita, Diane, que no habló demasiado durante la cena, estudiaba danzas en la escuela que tenía su madre, hacía varios deportes e iba tres veces por semana a estudiar idiomas. Era una familia muy unida y recatada. Cuando me pareció oportuno marcharme, cerca de las diez de la noche, todos se despidieron de mí con un gran abrazo. – Esperamos verte pronto por aquí, hermosa Reneesme. – Había dicho el padre. No me pareció muy apropiado dirigirse así frente a una amiga de su hija, y menos con ella y su esposa presente, pero lo dejé pasar. No era un asunto que me concerniera. Abracé a Michelle y le deseé una buena noche. – Adiós Michie, espero verte mañana, tenemos que organizar todo para tu cita perfecta. – Dije. – Claro Nessie, nos vemos mañana para el almuerzo. Y me senté en el asiento de mi coche mientras ella daba la vuelta y se metía a su hogar. Una vez en casa, repasé todo lo que debía saber para el examen del día siguiente. Organicé el armario, y decidí donar algunas de las cosas a la caridad. Pues no entrarían mis nuevas adquisiciones. Al tocar la media noche, me pareció de lo más oportuno dormir unas cuantas horas. No me harían para nada mal. Así que me duché y me puse unos de los tantos conjuntos de dormir que tenía. Me quedé dormida al instante. Tan puntual como siempre, abrí los ojos en aquel día cubierto de nubes. No era necesario tener despertador, tenía la cualidad de dormir exactamente el tiempo que quisiera. Ese día quería vestir uno de mis nuevos conjuntos. La camisa rosa suave, combinaba perfectamente con unos de los pantalones de color beige de seda que había comprado. Tomé unos puntiagudos zapatos de taco, y bajé al subsuelo por mi coche.

Al llegar al salón, la profesora me dio la hoja para que resolviera el examen en cuestión. Fue demasiado fácil. Lo gracioso del asunto era que las respuestas eran exactamente como lo había dicho Malenne. No tardé más de diez minutos. Atrás de mí salieron los hermanos Blancquerts. – Te dije que eran demasiado fácil, Cullen. – Se burló de mí la vampira. – Tranquila, Blancquarts... – Continué bromeando. – No querrás verme enojada. – Creo que estoy temblando... – la vampiresa rubia sonrió. Ambas reímos. – Bueno, igualmente era necesario estudiar, además ¿De qué te quejas? si igualmente ese día te saliste con la tuya. – Bromeé. Teníamos toda la mañana libre. El examen recién había empezado, e incluso, todavía estaba llegando estudiantes para darlo. – ¿Por qué no vamos al parque? Allí podremos sentarnos en el sol y hablar tranquilamente – Propuso Raphael. – Me parece bien, además podremos planear en fin de semana – Acordó Mallie, mirándome. Y sin discutirlo más, hacía allí nos dirigimos. Una vez sentados en la hierba, sobre la cual habíamos colocado un mantel que siempre cargamos con nosotros porque Malenne y yo odiábamos mancharnos los atuendos, nos pusimos a charlar animadamente. – Creo que sería bueno que diéramos una fiesta en nuestra casa, hermano, eso ampliará nuestra popularidad en el campus – Comentó Mallie. – Desde luego que no, Malenne, ¿Acaso te has vuelto loca? Lo que menos necesitamos nosotros es “popularidad” – dijo utilizando sarcasmo en la ultima palabra. – ¡Que aburrido que eres hermanito… si no fueras porque eres un vampiro, ya estarías arrugado como un viejo decrepito! – Si no fuera vampiro, creo que habría muerto hace muchísimo tiempo, niña boba – Dijo mi amigo, aunque la sonrisa que centellaba en su rostro dejaba a la frase sin un real significado.

– Bueno, ¡la cuestión es que tendremos una invitada en la mansión Blancquarts! ¿Hace cuando que no recibimos invitados, Ralph? Creo realmente que la situación amerita una ocasión especial. – No es necesario que se pongan a organizar nada, chicos – Intervine – solo vamos a pasar un fin de semana entre amigos, no es necesario hacer ni fiestas, ni eventos. Nada. – No lo creo. Además, ya he preparado algo para tu visita a nuestra casa, Nessie, solo que mi hermana es tan entrometida que no le he contado nada. – Dijo Raphael con su habitual buen humor. – ¡Idiota! – Susurró la vampira en cuestión. Fue superior a nuestras fuerzas. Reímos los tres a carcajadas una buena cantidad de tiempo. Los días siguientes se sucedieron sin penas ni glorias. Fueron tan buenos como de costumbre. Incluyeron charlas con mis padres, con mi novio, con mis tíos y abuelos. Con Charlie. Almuerzos con Michelle, salidas con Raphael y Malenne. Nada del otro mundo. El viernes desperté emocionada, cosa que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Mi bolso de viaje ya estaba listo. Lleno con varios conjuntos de ropa, un libro, mi reproductor de música, mi cámara de fotos, etc. Así, llena de gran excitación, partí al campus. No me había percatado de la hora, y lo cierto es que me había adelantado varios minutos. Decidí dar una vuelta por el parque que rodeaba la universidad. Caminé unos pocos pasos entre la arboleda cuando escuché una voz de lo más familiar. – Sí bueno, no es la gran cosa, pero saldré con ella este domingo, sé que solo es una tonta niña rica, pero espero poder hacer algo más que un estúpido beso. Si se me hace la difícil la dejaré caminando sola por la carretera…– Era el idiota de Steven Collins. – Bien me gustaría a mí poder llevarla a un hotel, pero seguro es una estúpida santurrona, aunque claro, no voy a peder la oportunidad si se me presenta. – Y su risa se escuchó muy alta, así también como la de los demás idiotas que lo acompañaban. – ¿Y como se llama la chica? – preguntó uno de los sujetos cuando el estruendo de risas se disipó.

– Michelle White, la muy tonta casi logró romperme el cuello, una vez que me chocó en el campus. – Contestó Steven. – No la conozco, hombre – Respondió otro. – Es la chica de pelo castaño claro, que almuerza siempre con Reneesme Cullen. – Aclaro, entonces, otro de los presentes. – Reneesme Cullen, que chica más hermosa. – Apuntó otro. – Es solo otra estúpida con dinero y autos importados, de las tantas que hay por aquí. – Sentenció el imbecil en cuestión. – Eso lo dices porque seguro te rechazó. – Señaló uno de los que ya había hablado antes, y todos rieron de nuevo. No soporté más la falta de escrúpulos de esos adolescentes infradotados, y me alejé. ¿Cómo es que una persona podía mostrarse tan diferente ante la gente? Ese era el verdadero Steven, un chico que no respetaba a las mujeres, que las consideraba solo objetos que tenía derecho a tomar, sin medir las consecuencias. Actuaba, se comportaba gentilmente con aquella chica a la que quería tener, la usaba, y después la abandonaba. Era dañino, un persona que no le interesaba otra cosa que no fuera el mismo. Pensé en todo lo que había hecho por mí, las veces en las que me había intentado invitarme a tomar algo con él, y la misma cantidad de veces en las que lo había rechazado. Eso no había logrado que se enfadara conmigo. Aunque también me había engañado. Había logrado que pensara que de verdad era una buena persona, cuando ciertamente ni siquiera se acercaba a serlo. Pero recordé el momento en el que su mascara se destrozó. Un segundo fue todo lo que necesité para darme cuenta de cómo era en realidad. Desde entonces, y a partir de que me enteré de que estaba planeando salir con Michelle, había intentado darle el beneficio de la duda, pero ni eso se merecía. Ahora recién me daba cuenta de lo que era capaz ese chico. Conmigo se había comportado mal, claro. Pero pensé, tal vez, que podría haber sido una reacción aislada. Las pruebas me demostraban que estaba equivocada. Era así con todo el mundo.

Una basura. Y claro, de pronto, yo era la estúpida. Él había intentado besarme a la fuerza. El había dicho que lo provocaba. El había dicho que era hermosa rozando lo imposible, para después escupirme en la cara que era una niña tonta. Pero de repente, la que tenía problemas era yo. Sabía que el sujeto no valía la pena. Que solo era una actuación para lastimar a Michelle. Mi amiga no se merecía eso. Volví sobre mis pasos, de nuevo al patio central del campus. Pensé en la situación un segundo. Lo obvio era contárselo a Michelle. Si la quería y la respetaba, eso era lo que tenía que hacer. Y me arrepentí por no haberlo hecho antes. No podía dejar que se relacionara con semejante desalmado. Debía elegir bien mis palabras, pues no quería que sufriera. La mañana pasó apresuradamente, y de seguro Raphael o Malenne se percataron de que estaba extraña, pero no preguntaron nada, seguramente quería esperar a que yo lo dijera, pues no eran entrometidos. Antes de tener lista una buena forma de decirlo, me encontraba almorzando con ella. Estaba muy emocionada, ansiosa por la cita con Steven, hablándome del maquillaje que tenía planeado usar, de lo que tenía pensado hacerse en el cabello. Ella hablaba y hablaba, y fueron pocos mis comentarios. Al ver lo ilusionada que estaba, luego de un rato me pareció que, cuanto antes se lo dijera, mejor iba a ser para ella. – Mira Michelle, hay algo que debo decirte. Se que no te va a caer bien, pero es necesario que lo sepas. Hoy llegué muy temprano al campus. Y fui a caminar por el pequeño bosque que lo rodea, y escuché algo. La confusión se hizo presente en el rostro de mi amiga. – ¿Qué fue lo que escuchaste? – Preguntó. En su fuera interno, seguramente se plantearía que tenía que ver todo aquello con su cita con Collins. – Escuché a Steven diciendo a sus amigos que este domingo tú y él saldrían, a pesar de que eres una tonta niña rica, porque intentará acostarse contigo. – Las palabras me salieron del todo atropelladas.

Entonces en su rostro se encontraron muchas emociones. La confusión, la pena, el dolor, la ira y por último, la resignación. Aunque su respuesta fue algo que jamás hubiera imaginado: – ¿Sabes qué, Reneesme? No te creo. El chico con el que yo charlé varias horas no sería capaz de decir esas cosas que me cuentas. ¿Qué es lo que quieres ganar? ¿Por qué quieres engañarme de esa forma? – Su reacción me dejó pasmada. No entendía porque había llegado a ese razonamiento. Intenté decir algo, pero la propia consternación me detuvo. – ¿Acaso quieres que Steven sea tuyo? ¿No te alcanza con tener a tu disposición a la mitad de los chicos en todo el campus? – Su voz se volvía más histérica conforme seguía hablando. – Estas diciendo algo completamente sin sentido, Michelle. No pretendo robarte a nadie, pues yo ya tengo prometido, y muy pronto me casaré. – Le dije en un afán porque vuelva en sí y me escuche, para que todo vuelva a ser como antes. – ¡Ah…! Claro, la hermosa Reneesme Cullen ya entregó su corazón, Entonces ¡¿Por qué no te mantienes apartada de los chicos de las demás?! –. Gritó, y luego me dedicó una mirada de lo más envenenada. La gente a nuestro alrededor comenzó a mirarnos. Todos iniciaron un cuchicheo completamente descortés. Me dolió. Su falta de criterio fue de lo más cruel. Entendió mi preocupación por ella como envidia. Y descargó sus frustraciones en mí. Enseguida me dio mucha rabia, y sin duda, esa fue la razón por la que le contesté de tan mala manera. –Mira, Michelle White, no tienes idea de las estupideces que estas diciendo. Ahora, puedes sentarte ahí, y escuchar las cosas que tengo para decirte, porque de verdad me importas, o puedes seguir haciendo el ridículo. –-¡Oh! Había olvidado lo sabia que era Nessie Cullen… lo inteligente, lo encantadoramente hermosa. ¡Que tonta que soy por no darme cuenta de que no estoy a tu altura...! – Estalló de nuevo – ¿Sabes? Que las demás no seamos tan hermosas como tú, o tu amiga Malenne Blancquarts, no significa que no podamos ser felices… también tenemos sueños, y deseamos ser admiradas. Ustedes no son las únicas por la que los chicos de la universidad pueden suspirar.

– No metas a Malenne en esta conversación. Ella no tiene nada que ver. Se trata de ti y de mí. Te estoy diciendo que estas por salir con un chico que solo quiere tener sexo contigo, que no le importas en ningún otro sentido, y que cree que eres una santurrona estúpida. – Fui cruel, lo sabía, pero ella logró sacar esa faceta tan hostil de mi persona. – ¡Eso es mentira! – Gritó – Sabes Reneesme… si estuvieras menos tiempo intentando provocar a todos los hombres que se te cruzan por el camino, podrías ver que el mundo no gira en torno a ti. Y esa fue la gota que derramó el vaso. Lo que estaba diciendo era una de las mentiras más nefastas que hubiera escuchado. – Realmente pensé que éramos amigas, Michelle. – Murmuré. – Pero has lo que quieras... Salí corriendo, intentando contener las lágrimas de tristeza y rabia que Michelle había hecho aflorar en mí. Sobre la mesa dejé el dinero de la ensalada. No quería que me viera llorar, ni ella ni nadie. No, ese no era el lugar para hacerlo. No sabía porqué había llegado a esa conclusión. Solo sabía el dolor que me había provocado. De verdad pensé que ella y yo éramos grandes amigas. Que podía orientarla sobre sus decisiones, que podía hacerla ver las cosas que la lastimarían. Me había equivocado. Mucho. Las lágrimas comenzaron a escurrirme por el rostro, dejándome parcialmente ciega. En el camino me encontré a Raphael que, seguramente, se encontraba solo porque su hermana estaba hablando con William. El se percató al instante de mi semblante alterado, y se acercó con cara de preocupación hacía mí. Antes de que alguno de los dos pudiera decir algo, me tiré en sus brazos, desbordada por el llanto que ya no pude controlar. Me abrazó fuerte, y no preguntó nada. Solo dejó que llorara la pena y la rabia.

Capitulo 13 Douglas Lloré sobre su hombro, mientras esperaba que los espasmos de mi cuerpo disminuyeran. La rabia no dejaba que me tranquilizara, y mucho menos permitía que detuviera el llanto. Raphael se comportó de la manera más caballerosa, acariciando los rizos de mi cabellera, y susurrándome al oído que todo estaría bien. Estuvimos parados en esa parte de patio central una buena cantidad de tiempo, y pude escuchar como la gente que circulaba por las inmediaciones, susurraba cosas sobre la situación que contemplaban tan atentamente. Me hubiera gustado decirles que se marcharan, gritárselo, pedírselo, incluso suplicarles que se metieran en sus asuntos, y que por primera vez, dejaran de observarnos como si fuéramos alienígenas. Ni siquiera en un momento como ese, en el que lloraba a lágrima viva, los humanos se compadecían de nosotros. Pero no encontré la fortaleza para hacerlo, y además, si hubiera perdido el control con ellos, luego me hubiera sentido peor de lo que ya estaba en ese momento. No tenían nada que ver con aquello que me acongojaba. Cuando le pareció que estaba lo suficientemente controlada, me tomó de la cintura y me llevó hacia uno de las bancas que se encontraban a los costados de camino de piedra que rodeaba el campus. – ¿Qué es lo que ha pasado, Rennesme? ¿Quién fue el causante de ese llanto tan triste y desolador? – Preguntó compungido, como si mí dolor lo afectara también a él. No respondí inmediatamente, pensé un segundo en todo eso que me amedrentaba. Mi amigo me observaba, pendiente de que contestara de un momento a otro. Finalmente, contesté a su pregunta. – Discutí con Michelle, escuché a su cita del domingo decir cosas muy feas de ella. Me pareció que, como amigas que creí que éramos, debía decírselo. Pero entendió todo mal, y terminó pensando que quería robarle a su chico. – Le conté. – Dijo cosas muy feas sobre mí. Que no tenía derecho a sabotear su relación, que me gustaba provocar a los

hombres y que pensaba que todo el mundo giraba en torno a mí. – Se me quebró la voz. – Eso no es verdad, y tú lo sabes. – Dijo. – No permitas que una humana insignificante te haga llorar. – El problema es, Raph, que yo la quiero. Se convirtió en una gran amiga, tal vez no tanto como tú o Malenne, pero eso no cambia nada. Me dolió que me dijera todas esas cosas. – Y aunque ya había llorado demasiado, se me escapó otra lágrima. – Lo que tienes que entender de los humanos, Rennesme, es que muchas veces son imprevisible. Mutan todo el tiempo, cambian. Lo que hoy es una verdad indiscutible, mañana puede parecerles absurdo. Muchos ni reparan en la pena ajena. No estoy diciendo que no haya personas buenas, pero esa chica en particular... – Colocó la mirada directo en mis ojos – Mira, seré honesto contigo, entré varias veces en la mente de esa niña, para ver cuales eran sus intenciones contigo. Al principio ella parecía una persona tranquila y de buenos propósitos, pero a medida que te conocía, su envidia iba creciendo más y más. Ella envidia todo de tu persona. Tu belleza, tu inteligencia, tu porte, tu ropa, tu cuerpo. – Enumeró. – quizás sea mejor que una persona así salga de tu vida. – Pero dijo muchas veces que le gustaba ser mi amiga y estar conmigo. Que me quería – Balbuceé como una chiquilla en medio de una rabieta. – Sí, ella te quiere, y te admira. Eso es verdad. Estoy seguro que hasta hoy, creía también que eras su gran amiga. Pero también te envidia y eso la nubló, pues eres todo cuanto ella quisiera ser. – Siguió. – No estoy diciendo que sea un monstruo, pero vi muchas veces en su cabeza lo mucho que odia que la conozcan como “la amiga de Rennesme Cullen” y no como Michelle White. Lo que le dijiste la puso en una encrucijada. Esta a punto de salir con Steve Collins, que si bien es un idiota, es un chico apuesto y muy popular aquí en la universidad. Y eso es lo único que les importa a las adolescentes, no a todas pero a gran parte de ellas, la popularidad, salir con chicos guapos, ir de compras. Entonces tenía que decidir entre cumplir el status social o creerle a su amiga. Tal vez no lo entiendas porque no conoces mucho el mundo. – Dijo. – Los humanos están demasiado pendientes de lo que piensan los demás de ellos. A veces solo intentan lograr objetivos para demostrar a los otros lo que han hecho. Algunos son demasiado vanidosos y otros no tienen un ápice de autoestima. Es complicado para ellos quererse a si mismos de una

manera sana y normal. Michelle te quiere, pero toda esa envidia que siente contaminó el afecto... Y al momento de decidir, lo hice de la peor forma. Su razonamiento me pareció muy acertado, pero no disminuyó el dolor. Sin embargo, que bien que me sentía con Raphael a mi lado. Su compañía era diferente a cualquiera que había tenido hasta entonces. No era como cuando estuve con Malenne toda la noche, solas en “Eternidad”, él no era tan alocado como su hermana. Sin embargo, disfruté enteramente su brazo detrás de mi espalda, consolándome. Entonces a lo lejos pude distinguir a Malenne, seguramente vio mis ojos irritados desde por lo menos cien metros antes de acercase a nosotros, pero su andar fue lento, normal. Completamente humano. Al llegar a nosotros, se agachó en frente de mí. – ¿Qué pasó, amiga? – Su rostro se contrajo por la pena un momento – ¿Quién ha osado lastimarte? – y en un gesto que no entendí, miró de costado a su hermano. – Yo no he tenido nada que ver con su llanto, Malenne. Solo ha pasado lo que te dije hace tiempo que pasaría. Michelle White lastimó a Nessie. – Dijo Raphael, con esa voz de Arcángel tan perfecta que tenía. ¿Acaso era tan obvio que eso pasaría? ¿Cómo no pude verlo venir? Malenne volvió su mirada de nuevo hacía mí. – No dejes que esa tonta mortal te haga estar triste. Nosotros no queríamos interferir porque creíamos que era algo que tú tienes que aprender. No todos los humanos son buenos, Nessie. Y en particular tu amiga Michelle, bueno, ya lo has visto por ti misma. Está resentida por muchas cosas contigo, pero aun así se esforzó en ser tu amiga. – Malenne me tomó del mentón y me obligó a fijar mis ojos en los suyos – Creo que ella te quiere, pero tienes que entender, amiga, que es una chica, y como toda chica, quiere que la adoren, que le digan que es hermosa y que no pueden vivir sin ella. Tú llegaste de aquel lugar tan lejano y le arrebataste la etiqueta de “Chica Hermosa”. – Hizo una mueca, y sonrió – Y de repente, ya nadie suspiraba por ella en los corredores, ya nadie la invitaba salir. Toda la atención fue puesta en ti. Y bueno, una vez que yo volví, también todos la pusieron en mí. Y eso también le molestó, pues ahora no tenía una sola competidora, sino dos. – Esta vez sonrió más abiertamente, como si le gustara que las demás la envidiaran – Todo lo que te estoy diciendo no es algo que

haya pensado ella abiertamente, pero Raphael lo vio en su anima… Y el don de Raphael es preciso, indiscutible. Luego se levantó y me abrazó. Fue un abrazo muy tierno, al principio suave, como una caricia, y luego me apretó fuertemente a su cuerpo. – Te quiero Rennesme Cullen, jamás te lastimaré. – Dijo y besó mi coronilla con sus labios de mármol. No se porqué, comencé a llorar de nuevo. – Gracias Malenne, yo también te quiero, y a ti Raphael, ustedes son la razón por la que me he quedado en Juneau tanto tiempo. Si no fuera porque ustedes aparecieron, hace tiempo que hubiera partido hacia Forks nuevamente. – Eres un sol, Nessie. – Susurró – ¿Cómo puede existir gente que tenga ganas de lastimarte? Y dicho eso, deshizo el abrazo y me tendió la mano para que me levantara. – Ya lloraste demasiado, no admitiré una lágrima más. – Se acercó y puso su mano sobre mi corazón – Te ordeno que dejes de llorar. La sensación que sentí a continuación fue algo completamente difícil de describir. Escuché la voz de Malenne con mis oídos, pero su voz de ángel también retumbó dentro de mi cabeza, en un eco que no tenía idea de donde prevenía. Y aunque hubiera intentando resistirme, me fue imposible no obedecer el mandato. De un modo completamente inconsciente, sentí como mis ojos se secaban. Fue extraño. Y entonces, pude percatarme que mis pupilas se refrescaban, y la irritación ocasionada por el llanto desaparecía. – Eso ha sido magnifico... – Susurré atónita ante la demostración de su tremendo poder. – ¿Acaso hay alguien que pueda resistirse? Ella sonrió, tan pagada de si misma como siempre. – Todavía no he encontrado a alguien capaz hacerlo, aunque sigo pendiente de ello. – Y se carcajeó. – Vamos Reneesme, no tenemos nada que hacer aquí. Vayamos a casa. – Dijo Raphael. Y los dos me abrazaron, pasando sus fríos brazos por mis hombros. Al llegar al estacionamiento, nos dimos cuenta de que había un pequeño percance.

– ¿Llevaras tu auto a Douglas o prefieres dejarlo en el campus? – Me preguntó Raphael. – No lo sé, no creo que se buena idea dejarlo aquí, ¿Verdad? – Dije. – La verdad, no lo creo – Dijo Malenne, riendo – Raphael, ¿Porqué no manejas tú el auto de Nessie y nosotras vamos en el nuestro? – Perfecto – Giró hacía mi coche y luego se volvió de nuevo hacía mí – Esto... ¿Me das las llaves, Ness? Busqué en mi bolso, y las arrojé hacía él. Obviamente, las agarró en vuelo. Se adentró en mi coche y lo puso en marcha. – Ven conmigo, amiga... ¡prepárate para una carrera! – Y me guiño con uno de sus encantadores ojos dorados. Nos sentamos en el coche, ella del lado del conductor y yo del acompañante. De verdad que era un auto hermoso, y lo contemplé con total detenimiento recién en ese momento, a pasar de que no era la primera vez que me subía en él. Tal vez porque contemplaba el auto con tal interés,Malenne me dijo: – Te dejaría manejar si tuviera la certeza de que no te agarrará otro ataque de llanto, ya sabes, no es que tenga miedo que choques y nos hagamos daño – Hizo una mueca ante lo absurdo del supuesto – pero este es el auto preferido de mi hermano, y si recibe un solo rasguño, no creo que dude en prender una pira para matarme él mismo. Ambos autos salieron del estacionamiento al mismo tiempo, tomando una curva que ni siquiera sabía que existía. Durante la primer parte del trayecto, me sentí agobiado por la discusión con Michelle, y recién entonces, me di cuenta de la seriedad del asunto. El quiebre no tenía retorno. Las dos habíamos dicho cosas muy feas de la otra. Y eso nuevamente, me dolió. Jamás había sido consciente de las cosas que Raphael y Malenne me había dicho de mi amiga. Nunca había sentido que ella envidiara algo de mí, pues siempre pensé en ella como un igual, pese a que fuera humana. Una parte de mí, escondida, dio la razón a los hermanos Blancquarts.

¿Porque Michelle se tendría que ver amenazada por mí? Si nunca mostré preferencia por ningún chico, y nunca le di razón a alguno de ellos para que pudiera creer que tenía posibilidades. Y entonces comencé a recordar varias situaciones que pudieron originar todo. Una de las primeras veces en las que había ido con Michelle al centro comercial, el vendedor era un hombre muy atractivo, y mi amiga había dicho que le gustaba. Pero entonces, entramos al local y él solo prestó atención a lo que yo decía. En ese momento no le había dado mayor importancia, y luego olvidé el asunto, pero había visto a Michelle poner una mala cara ante la situación. Y también lo más reciente. Cuando visité su hogar. Me pareció que su padre me despidió de una forma inapropiada. Y seguro eso la molesto muchísimo. Tal vez todas esas situaciones en conjunto, había logrado que generara todas esas emociones negativas hacía mí. Aunque tendría que haber entendido que no lo había hecho a propósito bajo ningún concepto. Era mi naturaleza, mi belleza era un arma, una cualidad de predador. Una forma de atraer a mis victimas. Y aunque yo hubiera renunciado a mi natural fuente de alimento, eso no cambiaba nada. El arma seguía allí, lista para actuar ante la menor debilidad de mi sed. Pero yo no le podía explicar eso a Michelle. Y seguramente tampoco cambiaría nada. Incluso, empeorarían las cosas. Entonces Malenne me habló, sacándome de mi burbuja. – No deberías pensar más en el asunto, no por lo menos por ahora. Relájate, disfruta el fin de semana, y luego, si tú amiga quiere hablar, intentaras resolver algo. – Me recomendó, siempre dispuesta a ayudarme. – No lo sé. No estuviste allí Mallie, su rostro se desfiguró de la ira. Nunca me hubiera imaginado que ella era capaz de pensar todas esas cosas tan... – No tenía calificativo. – ¿Tan idiotas? – Finalizó Malenne, doblando a la derecha de la autovía a la que acabábamos de ingresar. – Ya te lo hemos dicho, No es una chica de pensamientos puros. Es materialista, mimada y pedante. Tal vez contigo no se mostró así por la misma intimidación que le daba tu presencia, pero nosotros la hemos visto pavonearse por el campus con sus demás amigas. Jamás la he oído hablar mal de ti, eso debo

reconocérselo, pero al fin al cabo, te hubiera pasado exactamente lo mismo con cualquiera de las niñas tontas que hay por aquí. – Finalizó. – ¿Eso te incluye a ti? – Pregunté bromeando. – Tengo doscientos años, Nessie – Rió – Ya sé que no los aparento y me veo asombrosamente bien – Me guiño un ojo – pero créeme, ya he aprendido a manejar esas tonterías. – ¡Doscientos años! ¡Eres una vieja decrepita! – Esta vez reí de buena gana. Estar en presencia de Malenne, era como una medicina para la tristeza. – Más respeto con tus mayores, ¡chiquilla insolente! – Continuó con la broma. – Además cualquiera se vería viejo al lado tuyo, ¡tienes siete años! Y eso sin contar que eras un bebé cuando naciste. – Mi madre también tiene siete años... de vampiro. – Dije, pensando en lo mucho que la extrañaba. – Tu madre... – Reflexionó sobre el asunto un momento – ¿Sabes? Es extraño escuchar a un vampiro decir esa palabra. La mayoría no podemos aplicarla. En mi caso mi creador fue mi hermano, pero nunca le he dicho padre. – Miró el horizonte y sonrió – Pero tú si puedes, e incluso la connotación es del todo acertada. A veces hasta resulta raro que Raphael y a mí presentarnos como hermanos, pues en el mundo de los inmortales, algo tan tonto como eso puede resultar raro, pero ¿te puedes creer el asombro que nos llevamos nosotros cuando nos contaste tu historia? Al principio nos costó mucho creerla, pero todas las pruebas apuntaban a eso. A que no estabas mintiendo. – Sí, ya se que soy una criatura de lo más rara, incluso en este mundo mítico. – Aseguré – Pero ya he aprendido a vivir con eso. – No es ningún pecado ser diferente, Nessie – y separó una de sus manos perfectas del volante, y me acarició la mejilla. Ese vinculo que habíamos logrado Malenne y yo realmente me gustaba. Era como si yo fuera su hermana menor, y ella estuviera dispuesta a protegerme de todo. De verdad, quería mucho a esa vampira rubia tan hermosa. – ¿Como lo haces? – Le pregunté. – ¿Cómo hago que? – dijo, no entendiendo el significado de mi pregunta.

– ¿Cómo haces para ver todo desde un punto de vista tan madura, tan imparcial? – Bueno, tener doscientos años y no haber dormido buena parte de ese tiempo, te ayuda a reflexionar sobre las cosas de una manera mucho más arbitraria. Pero créeme, también tengo mis cosas de niña tonta. – Respondió con toda franqueza. – Además, he vivido varias situaciones parecidas a las tuyas. – Ah... ¿Si? ¿Cómo cual? – Mi curiosidad creció en un segundo. – Como lo que pasó con Michelle, por ejemplo, me pasó una situación parecida. – Confesó. – No lo dudo, teniendo en cuenta lo hermosa que eres, no deben faltar chicas que se lamenten no ser como tú. – Le respondí. Me sonrió con toda su esplendida dentadura plateada. – Gracias, Reneesme, pero lo que te estoy contando pasó hace mucho años. Todavía era humana. Recordaras la historia que te relatamos con Raphael. Lo que te voy contar ocurrió cuando tenía diecisiete años y como ya he dicho, no tenía más familia que a mi madre. Pero tenía una amiga, su nombre era Ivonne, y era parte de una de las pocas familias no venida a menos de nuestro vecindario. A pesar de que nosotros no teníamos ningún tipo de comodidad que ofrecerle en nuestra casa, ella solía visitarnos, a veces, durante horas. Éramos muy unidas, no solo porque nos conocíamos de toda la vida, sino porque realmente habíamos estado una al lado de la otra siempre. – Hizo un freno, y salió de la autovía en la que nos encontrábamos hacía bastante tiempo, para doblar en una calle más angosta. – Era una chica típica de la Francia revolucionaria, y lo único que pretendía de la vida era encontrar alguien de su clase con quien casarse y ser una dama respetada de nuestra sociedad. Ella estaba completamente enamorada del General Pierre Versace, un hombre de un destacamento muy cerca de nuestros hogares, que según decían, era terriblemente hermoso y muy adinerado. Ivonne solía asistir a las fiestas de etiqueta que daban los acaudalados de nuestra sociedad de antaño. Tenía clase, y había estudiado todas las reglas de etiqueta que se aplicaban en esos días. Debo admitir que pese a eso, la belleza no formaba parte de sus virtudes. No era fea, tampoco, pero siempre me decía que pocos hombres la sacaban a bailar las piezas que se acostumbraban en esa época. Yo jamás concurría a esos eventos, porque no tenía dinero para poder pagar los caros y hermosos vestidos que las mujeres usaban

para asistir, aunque en realidad, me hubiera gustado mucho. – Suspiró – Y en una de esas fiestas fue cuando lo conoció. Según había escuchado, el General era todo un conquistador. Mi amiga quedó flechada al instante. Y desde ese día, no dejó de hablar un segundo de él. Nos pasábamos horas en el jardín de su casa o la mía hablando del “Valiente General Versace”, o mejor dicho ella hablaba y yo escuchaba porque el hombre no me parecía para nada atractivo o siquiera interesante. – Me impresiona la naturalidad con la que lo cuentas Malenne. A mi me resulta la mar de extraño imaginarte a ti en esa época, cuando te veo tan... – Busqué un calificativo – Contemporánea. – Sí, puede ser, pero eso se debe a que tanto Raphael como yo somos bastante permeables a los cambios y a los avances en general. Imagínate, nacimos en medio de la Revolución Francesa, y aunque éramos pequeños fuimos conscientes de todas sus consecuencias a corto y largo plazo. También estuvimos después en la Revolución Industrial, Fuimos testigos de las dos Guerras Mundiales, de la Gran Depresión, del Holocausto judío, de la Caída del Muro de Berlín, de Vietnam. Tu padre y tu abuelo también deben haber visto alguna de estas cosas. – Contestó muy suelta de cuerpo. – Sí, tienes razón, mi padre era humano cuando la primera Guerra Mundial estaba en pleno apogeo, luego la fiebre española azotó Chicago y cayó enfermo. Jamás pudo enlistarse por la gravedad con la que enfermó, y junto antes de morir mi abuelo lo transformó. Aunque su mayor sueño era convertirse en soldado. – Sonreí, imaginando a mi padre con una apariencia humana, piel sonrosada y ojos verdes, vestido de soldado. El amor me llenó el pecho. – pero, por favor, sigue contándome lo de tú y Ivonne. Atrás nuestro, sonó en un bocinazo. Dimos vuelta instantáneamente, Raphael sacaba el brazo por la ventanilla de mi coche, y señalaba una calle que nosotras ya habíamos pasado. Él la tomó, y se perdió de vista. – ¿A dónde va tu hermano, Malenne? – Pregunté un tanto extrañada por ese repentino comportamiento. – Mmm... – Dudó – No tengo idea. Habrá olvidado algo que comprar o algo necesario para el fin de semana. – Entonces recordó continuar con la historia – Bueno, como te decía, el enamoramiento de mi amiga por el General era enorme, y lo cierto es que el hombre parecía corresponder a Ivonne. Una tarde, estábamos en casa. Yo preparaba un guisado para comer esa noche, y mi amiga estaba por partir a su

casa, pues tenía que concurrir a una de esas magnificas fiestas. Terminé rápido lo que tenía que hacer, por lo que me quedé libre de ocupaciones antes de que Ivonne se fuera. Mi madre cenó y se acostó temprano, y eso me dejaba toda una noche sola por delante. Entonces a mi acompañante se le ocurrió una idea que me pareció fabulosa. “¿Por qué no vienes conmigo al baile?” me preguntó mi amiga – Malenne suspiro, como si eso no hubiera resultado de la mejor manera. – Obviamente, me emocioné mucho ante su invitación, pero la ilusión se me fue rápido, pues no contaba con un solo vestido decente para asistir al acontecimiento. Me dijo que ella tenía uno muy bonito, pero que ya lo había usado varias veces. No me importó. Me fui con ella a su casa, con todo cuidado de no despertar a mi madre, pues sabía que no me hubiera dejado ir de ninguna manera. – Ella me miró, y compuso una mueca extraña, mezcla de nostalgia y tristeza – La cuestión es que terminé yendo a esa fiesta, con un vestido muy lindo color marfil, que me quedaba un tanto largo y apretaba en el busto, pero que dentro de todo, me quedaba bastante bien. – No te imaginas al mundo al que ingresé, Nessie – Continuó – era perfecto, es como si la pobreza no existiera tan solo a unas calles de la enorme mansión donde nos encontrábamos. Todos reían, nadie parecía enojado y mucho menos preocupado por la escasez de alimentos, la inestabilidad del gobierno y la ola creciente de enfermedades. Hablaban de sus viajes, de sus fortunas, y tantas otras cosas triviales. Debo admitir que me sentía cómoda en el lugar, a pesar de que los temas de conversación dejaban bastante que desear. Todos me miraban, no porque el atuendo no me quedara del todo bien, sino que me contemplaban a mí. Muchos caballeros mostraron interés por compartir una pieza de baile. Y acepté en más de una ocasión. Todos me decían que era la doncella más hermosa de toda la región, que nunca me habían visto en otro baile y que esperaban contar con mi presencia en los futuros eventos. – Malenne contaba todo aquello como un gran suceso, pero luego, cambió la expresión, y esta se tornó un tanto molesta. – y entonces pasó lo peor. Versace se acercó a mi lugar, dejando sola a mi amiga. Me tomó confiado de la mano, y prácticamente me arrastró hasta la pista de baile. Hubiera sido muy descortés rechazarlo, además era uno de los hombres mas poderosos de toda la cuidad, por lo que bailé una sola pieza. El habló en todo momento, elogiándome y diciendo que era la criatura más hermosa que sus ojos hayan visto. Yo agradecía sus cumplidos, y en cuando pude, me disculpé y me acerqué a mi amiga, que tenía una expresión iracunda. Le dije que no se preocupara, que no me interesaba en lo absoluto su General y que no bailaría ni una pieza

más con él. – De modo que a eso se referían cuando me dijo que le había pasado algo muy parecido a lo mío con Michelle. – Sigue, por favor – la incité. – Básicamente no pasó mucho más esa noche. El General me pidió que bailara y lo rechacé inventando una dolencia. Me quedé sentada en resto de la velada, y mi amiga disfrutó de un momento con el hombre del cual estaba enamorada. Muchos se acercaron, e hicieron exactamente lo mismo que los anteriores. – Mi amiga puso los ojos en blanco – Halagarme, invitarme a bailar, pasar un fin de semana en algunas de sus tantas propiedades. No sé exactamente porqué no dejaba que se acercaran, ¿Sabes? En esa sociedad yo era insignificante, una mujer pobre, incapaz de valerse por si misma en nada. La única arma que tenía era mi belleza. Podría haberla utilizado en ese lugar. Cualquiera de los hombres de esa habitación estaba dispuesto a poner sus fortunas a mi disposición – Soltó una risa de lo más angelical – Pero no lo hice. Incluso hoy me sigo pregunto por qué. Tal vez se debía a que algo en mí esperaba a Raphael. – Sus ojos adquirieron un matiz amoroso que me cautivó. – Los días siguientes transcurrieron en una situación de más incomoda. El General comenzó a enviarme flores y costosos regalos. Yo los rechazaba cortésmente. Mi madre me interrogaba acerca de lo sucedido y no tuve más remedio que mentir. Hasta que un día pasó lo peor de todo. Estaba sentada en el jardín de mi hogar tomando el té con Ivonne. A ella se le había pasado el mal humor por lo acontecido en la fiesta. La razón fue porque no se enteró de la lluvia de regalos del General. Y entonces dobló en la esquina un carruaje de lo más lujoso. De madera oscura tallada y caballos acicalados y hermosos. De su interior salió el señor Versace, caminó hacia nosotras envestido con esa arrogancia que lo caracterizaba. Y lo que pasó a continuación fue de lo más shockeante. Se arrodilló ante mí, como si mi amiga no estuviera ahí, o peor, como si fuera parte del decorado del jardín, sacó un anillo con un enorme diamante y me pidió la mano en matrimonio. – Contuve el aliento, y ella me observó, nada sorprendida ante mi reacción – Bueno, el resto de la historia te la puedes imaginar. Lo rechacé, no solo por mi amiga, sino también porque no podía irme de la casa, mi madre me necesitaba. Pero el episodio, igualmente, me costó la amistad con Ivonne. Nunca más volvió a mi casa después de eso. No volvió a hablarme, y las veces que nos encontrábamos por casualidad, ella disimulaba no haberme visto. – Lo siento de veras, Mallie. Jamás me imagine que podría haberte pasado una cosa así. – Le dije.

– Pero ¿Porqué te disculpas?, tonta. ¿Qué tienes que ver tú con ese episodio? – Sonrió. – Solo te lo he contado para que sepas que soy capaz de entenderte. No fue mi culpa que el General haya intentado cortejarte y no fue tu culpa que Michelle haya reaccionado de la peor forma. La belleza a menudo es más una molestia que otra cosa. – Vaya, realmente lo siento por tu amiga Ivonne. – Dije, pensando en la pobre mortal que vivió hacia tanto tiempo ya. – No te preocupes. En realidad, al final obtuvo lo que quiso. Versace le pidió que sea su esposa unas semanas después de que lo rechacé. Tal vez se dio cuenta de que ya no era un jovencito que podía flirtear con toda doncella que se le cruzara. En ese tiempo no estaba bien visto que un hombre no armara familia. Aunque yo en su lugar no hubiera sido tan insensible, habría esperado un poco más para pedir la mano de mi amiga, luego de que lo rechacé. Por lo que sé, se casaron unos meses después de eso, y hasta que viví en Francia, no escuché rumores de que su matrimonio estuviera camino a la ruina. – Sí, bueno. Yo jamás me hubiera contentado con ser la segunda opción. – Contesté con respecto a su afirmación. – porque eso es lo que fue. Cuando tú lo rechazaste, él recién pidió la mano de tu amiga... – Concluí. – Sí, tienes razón. Pero ella aceptó, al perecer, no le molestó en lo más mínimo ese detalle. Quizá estaba segada. El amor nos obliga a hacer cosas realmente estúpidas, o por lo menos eso creo. – Dijo Malenne. Luego miró alrededor, y apretó el freno delicadamente. – Ya hemos llegado. – Anunció. Me había introducido tanto en la historia que no me había dado cuenta de que estábamos llegando. Frente a mí estaba una casa de lo más imponente. Miré a mí alrededor, y nos encontrábamos en un lugar completamente alejado. Parecía poco probable que mis amigos tuvieran un vecino siquiera. La casa era hermosa. Tenía una arquitectura muy moderna. Las líneas eran rectas, y su fachada era más bien cuadrada. Los ventanales, enormes y rectangulares, tomaban gran parte del frente. El color era un bonito tono pastel, azul muy claro o un gris pálido, que combinaba perfectamente bien con el negro de las ventanas metálicas. Parecía grande. De afuera se podían apreciar tres pisos. El último era un poco más pequeño, pues desde afuera, podía verse la enorme terraza que tenía el edificio en la planta más alta. La puerta principal era una abertura doble, que tenía dos pequeñas ventanillas a sus costados.

Malenne se bajó, y activó la alarma del BMW. Buscó en su bolso y extrajo unas llaves. Buscó rápidamente entre todas ellas y colocó la elegida en la cerradura. – Perdona el desastre, pero nos hemos quedado sin mucama, ya sabes, no podemos tenerlas contratadas mucho tiempo, pues notarían que no envejecemos. – se disculpó antes de dejarme ver siquiera el interior. Pero lo cierto es que no había desorden alguno. Excepto que, quizá, alguna silla estuviera fuera de lugar o cualquier otra tontería. La sala era enorme. Y era tan alta como, por lo menos, dos pisos de la casa. Estaba decorada por pinturas de diversos artistas, y amueblada con muy buen gusto y finura. Había una gran mesa redonda en el mismo centro, y un televisor de vaya uno a saber cuantas pulgadas en frente de un sofá colosal de color negro. Al fondo de la habitación, estaba una escalera que subía a los pisos superiores. – Este lugar es fantástico Malenne. Mi departamento debe haberles parecido una caja de zapatos, viviendo ustedes aquí. – Dije riendo a mi amiga. – Claro que no, tonta. Además este lugar es así porque Raphael dejó salir el arquitecto de su interior. Él hizo los planos de esta casa, y yo la decoré. Pero a ninguno de los dos nos molestaría si el lugar fuera más pequeño. – Contestó, restándole importancia al magnifico lugar en el que vivía. – Claro, debía suponer que ya había estudiado muchas veces en la universidad. – Reí ante lo tonta que había sido. Pero si tenía doscientos años. – Sí, bueno, Raphael es arquitecto, abogado, medico... creo que se me está olvidando algo. –Dudó – Yo estudié muchas cosas, soy diseñadora de modas, psicóloga, odontóloga – Sonrió enseñándome sus dientes, perfectamente derechos y blancos – arqueóloga. – Concluyó. – Vaya, si que son todos unos profesionales. – Sonreí. – Hay que saber de todo un poco para poder mantener nuestras finanzas. Aunque de eso se encarga Raphael. Él es que aumenta nuestra fortuna. – Contestó dirigiéndose hacia la mesa enorme y apoyando sus cosas en ella. – ¿Y tú que haces? ¿La administras? – Me burlé.

– ¡Claro que no! ¡Yo me dedico pura y exclusivamente a gastarla! Es un trabajo a tiempo completo. – Y se carcajeó con tanta naturalidad que el sonido fue armonioso, como si estuviera cantando. – Bueno, vamos arriba, dejemos tus cosas en el cuarto de huéspedes. La seguí hasta el fondo de salón de estar y subimos por la escalera que nos condujo al segundo piso. El corredor que nos guiaba hacia las habitaciones estaba completamente cubierto de espejos. Laminas enormes que cubrían la totalidad de la pared desde abajo hacia lo más alto. Eso seguramente había sido idea de Malenne. Y como respuesta a mi cuestionamiento interno, ella observaba su reflejo y arreglaba su cabello mientras caminábamos. Pasamos una habitación. – Este es mi cuarto, después te lo mostraré, primero me gustaría que acomodemos bien tus cosas. – luego seguimos de largo a la segunda puerta. – La habitación de Raphael, no le gusta mucho que entren a su cuarto, pero supongo que esta vez hará una excepción. – Y finalmente llegamos a la última puerta del corredor. Malenne giró el picaporte y la abrió. – La hemos preparado por si quieres dormir durante el fin de semana. – Dijo, y se corrió a un lado para permitirme el paso. La habitación era magnifica. Las paredes estaban pintadas con un azul profundo, muy relajante a la vista. La cama era enorme, con un acolchado en azul francia y una cabecera colosal de madera oscura, tallada con figuras de ángeles. El piso estaba completamente cubierto con una tupida alfombra de color crudo, en combinación con el techo pintado de blanco. De frente al lecho, había un ventanal enorme, con cortinas de seda blanca en sus costados, que daba a un balcón espacioso. El resto del mobiliario combinaba perfectamente bien con la madera del cabezal. Una mesa pequeña en una esquina, con su correspondiente silla del mismo estilo. Una chimenea encendida en la pared paralela a la cama, que apuntaba directo a la puerta de entrada, y que era una de las primeras cosas que podías ver al ingresar al dormitorio. – Raphael insistió en decorarla a tu gusto, y me he encargado de eso desde que nos confirmaste que vendrías. – Dijo mi amiga, sonriendo ante mi cara de tonta. – Te gusta ¿Verdad? – Claro que si... – Dije, me había quedado sin aire, ese fue uno de los gestos más bonitos que ellos hubieran podido hacer por mí. Redecorar una habitación de su casa a mi gusto solo por un fin de semana. – Es hermosa, pero no era necesario, Malenne.

– Claro que lo era. Si quieres estar en la casa Blancquarts, tienes que tener tu espacio. Bueno, este es el tuyo. – Y abrió los brazos abarcando todo la habitación. – Sé que no has traído mucha ropa, pero el closet esta en esa puerta – Dijo, apuntando hacia la esquina que no era visible desde la entrada a la habitación. – Y el cuarto de baño está pasando el armario. – Finalizó. Me había quedado totalmente sin palabras. Así que me limité a terminar de entrar al cuarto y poner mi maleta sobre la gigante cama. – Raphael debe estar por llegar. Supongo que fue a terminar los detalles de otra de las sorpresas. – Dijo mi amiga, apoyada tranquilamente sobre el marco de la puerta. – ¿Acaso hay más? – Pregunté asombrada – Malenne, por favor, ya ha sido suficiente que me hayan invitado a su casa. No es nada necesario, por favor, háganme caso, aunque sea una vez – Supliqué. – Reneesme, los Blancquarts siempre nos salimos con la nuestra... – Sonrió – Así que lo único que puedes hacer es dejar de quejarte. ¡Este fin de semana será grandioso! Y en ese momento, se escuchó el ruido de un motor dirigiéndose hacia el camino de acceso hacia la mansión Blancquarts. – Justo como dije, Ralph está en casa. – Y la vampira corrió por el pasillo y escaleras abajo para recibir a su hermano. Decidí que sería mejor acomodar todo antes de que abandonara la habitación. Crucé la puerta que Malenne me había señalado como el closet. Y como esperaba a un nivel completamente inconsciente, el armario era más grande que la habitación. Cruzando la monstruosidad de roperos empotrados, perchas y estantes, había una puerta más. Entré en el baño para arreglarme el cabello, y una vez más me maravillé ante la presencia del gusto exquisito de mi amiga. Había una bañera inmensa y redonda en el medio de la habitación. Que estaba completamente cubierta de mosaicos azulados. También, un espejo enfrentado a la puerta, cruzando la bañera. Me acerqué y revisé mi reflejo. Bueno, había tenido mejores días. Tenía todo el delineador corrido, haciendo un camino negruzco por todo el trayecto en el que habían caído mis lágrimas. Así que giré el grifo del lavamanos y mojé mi rostro. El maquillaje terminó de salir. Volví al closet y ordené en menos de un segundo la ropa que había traído al viaje.

Deshice el camino hecho por mi amiga y por mí, llegando a la estancia donde se encontraban los Blancquarts, abrazados como si en realidad hiciera bastante tiempo que no se vieran. Había percibido siempre que ellos eran muy unidos. Malenne parecía la hermana perfecta, esa que siempre vela por la seguridad y el bienestar del otro. Raphael representaba la consciencia, la que siempre te guía hacia el camino correcto, y también la compañía silenciosa que cualquiera necesita de vez en cuando. Como siempre, al verme compusieron sus espectaculares sonrisas, como si tan solo el hecho de mirarme les alegrara completamente el día. – Rennesme, espero que hayas podido instalarte cómodamente, y que disfrutes de la decoración de tu cuarto mientras te encuentres aquí. – Dijo Ralph, haciendo una ligera reverencia al terminar de hablar. – Ha sido fantástico, de verdad les agradezco. – Y me acerqué hacia ellos, ciñéndolos entre mis brazos ardientes. No parecían incómodos ante el sofocante contacto con mi piel. En cambio, devolvieron el gesto con idéntica intensidad. – Te agradecemos nosotros, Rennesme, no tienes idea de lo que has cambiado nuestras vidas. – Comenzó Malenne – Antes, no teníamos rumbo, viajábamos de aquí hacía allá. Tal vez buscábamos algo, tal vez ese algo eras tú. Una amiga, alguien especial, alguien en quien podamos confiar. – Deshizo el abrazo y me dedicó una mirada dulce, cargada de afecto. El gesto me embargó de una manera total. Cuanto cariño les tenía a esos dos extraños vampiros, tan diferentes a todos los que conocía. Eran niños, perdidos en el mundo. Independientes, sí, pero con una visión rayana en lo infantil que les confería un aura misterioso. Las lagrimas comenzaron de nuevo, antes de que siquiera fuera conscientes de ellas. – Por favor, no llores de nuevo. Nos duele verte llorar, pues de verdad te queremos, Reneesme, eres nuestra única amiga, y parte de nuestra vida. – Dijo Raphael, tomándome la mano y apretándola fuerte, en un gesto de compañerismo y aliento. – Estas lágrimas son diferentes a las otras, Ralph. Lloro porque de verdad me ha conmovido lo que me dijeron, y porque siento exactamente lo mismo hacia ustedes. Son mis amigos, yo lo quiero

con toda mi corazón. – y corrí la ultima lagrima que cayó sobre mi mejilla. – Creo que ya han sido muchas escenas emotivas por el día de hoy. – Dijo Malenne – ¿Quieres ver el resto de la casa? – Propuso. – Desde luego. Raphael, Mallie me ha dicho que tú la diseñaste. Es una casa hermosa. – Le dije al vampiro. – Gracias, es genial que te guste. Esta casa tiene bastante tiempo aquí. La mande a construir hace casi cuarenta años, y la habitamos hace ya cinco. Al lado de la puerta de entrada a la casa, había otra un poco más pequeña y bastante más disimulada con la decoración de la casa en general. – Este es el garaje, sale hacía un camino que construimos para que se comunique directamente con la autovía. – Explico Raphael. Abrió la puerta con un suave giro de la muñeca, y encendió la luz a su costado. El lugar era colosal. Era un sueño hecho realidad para cualquier aficionado a los automóviles. Había cinco hileras de autos. Todos te quitaban el sueño, cada uno con un estilo completamente diferente al anterior, pero igual de hipnotizante. Landborgini, Ferrari, Ashton Martin, BMW, Audi, Mercedes Benz y tantas otras marcas renombradas de autos impecables. Incluso vi, como había dicho Malenne hace ya unos días, que algunos modelos se repetían, y solo cambiaba el color. Conforme mi vista se enfocaba en la profundidad de ese garaje, que me pareció interminable, los hermanos Blancquarts sonreían más y más. – Esto es increíble – Dije en un susurro que incluso me pareció bajo a mí. – Sabíamos que te gustaría. – Dijo Malenne. – Igualmente, tengo que agregar otro auto a nuestra colección, hermana. – Dijo Raphael, para luego mirarme a mí – Tu auto es magnifico, Rennesme, en cuanto tenga un tiempo libre voy a ir a Anchorage a comprar uno exactamente igual. – Dijo, sonriendo. – Sí, es un auto increíble, mi padre lo eligió, calculo que también mi tía Rosalie habrá tenido algo que ver en ello, porque le encantan los automóviles. Apuesto que debe tener algún trabajo hecho por ella para que sea tan fácil manejarlo. – Le contesté

– Entonces tendré que despedir a nuestro mecánico actual. – Sonrió de nuevo – Al parecer, Rosalie Cullen es la mejor. – ¿Pero tenemos espacio para un auto más, hermano? – Intervino la vampira rubia poniéndose de puntas de pie, como si estuviera revisando la enorme habitación. – Creo que veo un espacio, allá muy a lo lejos. – Contesté a la pregunta antes que Raphael, entrecerrando los ojos, en plan de broma – Sacarlo podría ser un verdadero fastidio, Ralph. Yo que tu lo pensaría dos veces. – Y los tres reímos al mismo tiempo. – Puede ser, pero ya me he encaprichado con tu auto, así que lo compraré. – Dijo. Estuvimos en el garaje un rato, recorriendo los pasillos que dejaban cada uno de los autos entre sí. Vi un Porche Turbo 911 color amarillo, exactamente igual al que tenía mi tía Alice. Cuando nos hartamos de ver autos tan hermosos, volvimos a la tranquilidad de la estancia. Nos sentamos en el espacioso sofá de cuero negro que se encontraba allí. Durante un momento, estuvimos los tres en silencio, solo mirando el techo o la televisión, cada uno ensimismado en sus asuntos. Luego, Malenne habló: – Rennesme, hay algo que olvidamos decirte. El miércoles, luego de que nos dijiste que vendrías, recibimos una llamada de uno de los accionistas mayoritarios de una de las empresas que tenemos aquí, en Douglas. Dijo que toda la familia Blancquarts – hizo una mueca – debía asistir a una fiesta que se da esta noche en un salón del centro de la cuidad. La cuestión es que no podemos negarnos, ya que se discutirá una decisión muy importante para el directorio. – Oh, claro, entonces no se preocupen, vayan y yo me quedaré aquí. No sería bueno que descuidaran sus negocios por una tontería. – Contesté, aunque me costó trabajo disimular mi desencanto. – No, en realidad, lo que intentábamos decirte, es que nos gustaría que vinieras con nosotros. Es una fiesta pequeña, pero no habrá problema en que vengas, la familia Blancquarts en el segundo accionista importante. – Dijo Raphael. Dudé un segundo. Nunca había ido a ese tipo de fiestas. Además tampoco tenía un atuendo elegante con el que presentarme. – No lo sé, chicos. No tengo nada que ponerme. Si es una fiesta de etiqueta, nada de lo que traje para pasar el fin de semana servirá.

– Eso no es problema, justamente, Raphael acaba de traer del sastre un vestido que diseñé para ti. – Contestó mi amiga. – Bueno, en ese caso, creo que no tengo excusa para negarme ¿No? – dije, y me relajé ante la perspectiva. – Perfecto, entonces ya esta dicho, vamos a la fiesta esta noche. – Concluyó Raphael. Continuamos hablando del evento que se nos venía encima. A medida que transcurría la tarde, el ambiente fue cambiando. Hacía más calor que de costumbre, o mejor dicho menos frío. Se sentía bien estar con ellos de esa forma, sin que estén en las inmediaciones humanos entrometidos. Conversamos de varias hasta que Malenne salió con algo que no me hubiera esperado. – Sabes, tengo muchas ganas de nadar – Dijo en un cambio total de tema, mirando a su hermano. – Si, yo también, ¿vamos a la piscina, Nessie? – Dijo Raph. – ¿Tienen piscina? ¿Aquí, en la casa? – Pregunté extrañada. – Claro, donde debería estar la cocina, hay una. – Contestó la vampira con una sonrisa. – Supongo que tampoco trajiste traje de baño, ¿A que no? – Dijo mi amigo, mirándome y conteniendo la sonrisa que ya se estaba formando en sus labios llenos. – ¿Es que soy tan previsible, acaso? – Puse los ojos en blanco. – Solo un poco – Contestó Raphael, esta vez sin disimular un ápice la sonrisa perfecta que hacia resplandecer su rostro de ángel. – Bueno, eso no importa, vayamos hacia mi cuarto a cambiarnos, Ness. Todavía tenemos unas horas para prepararnos para la fiesta, así que podremos nadar cuanto queramos. – Interrumpió Malenne. – Vale, vayamos a tu cuarto – le contesté, todavía prestándole atención a Raphael, que no había parado de sonreír. Volvimos a subir las escaleras, y esta vez, nos detuvimos en la puerta del medio.

Como era de esperar, el cuarto de Malenne era grandioso. Con unas proporciones un tanto irreales, debía tener el tamaño de una pileta de natación olímpica. Desde luego, estaba finamente decorada, con muebles elegantes y alfombras costosas. Las paredes estaba pintadas de un blanco inmaculado, pero la personalidad estaba plasmada en la cantidad de accesorios multicolor de la habitación. Cortinas azules, una alfombra púrpura, un sillón casi tan grande como el de la estancia, tapizado con un cuero rojo sangre. Un escritorio colosal de color crema, sobre el que descasaban pilas y pilas de hojas con distintos proyectos de mi amiga. El cuarto era magnifico. Para lo que no estaba preparada, bajo ningún concepto, a pesar de haber vivido con Alice Cullen desde que nací, fue para ver el tamaño gigantesco de su armario. Era enorme, incluso podría entrar sin problemas varios de los autos que descasaban abajo en el garaje. Y no solo eso, tenía cientos de prendas perfectas de muchos diseñadores famosos. Valentino, Alexander MC Queen, Dolce & Gabanna, Oscar de la Renta, Dior, Christian Lacroix, Giorgio Armani, todos, menos Versace. Al parecer, no le agradaba ni siquiera el nombre. Buscó entre la multitud de prendas y extrajo dos bikinis diminutos, uno azul y el otro negro. Obviamente, la parte de arriba me quedaba un tanto grande, ya que mi amiga me ganaba tantos centímetros en busto, como yo se los ganaba en altura. Al salir de la habitación, vimos a Raphael apoyando un costado de su cuerpo sobre la pared. Él también llevaba puesto un traje de baño. Un pantalón corto, tal vez un poco ajustado a su cuerpo perfecto, que le llegaba pasando solo unos centímetros la entrepierna. Sería mentir muy descaradamente si dijera que no era un espectáculo digno de ver. Todo su cuerpo de mármol blanco estaba tonificado, y se podía apreciar lo definido las líneas de su abdomen, el contorno de su pecho esbelto, sus bíceps enormes. Sus piernas esculturales. No le di mayor importancia al tema, y seguí pensando en otras cosas. Mi mente voló al acontecimiento nocturno. Nunca había ido a esa clase de fiestas, y lo cierto es que estaba nerviosa. ¿Cuanto más me enseñarían del mundo los hermanos Blancquarts? ¿Cuánto más sabían que yo? Reí internamente al darme cuenta de que no importaba, porque ellos me trataban como su igual.

– ¿Vamos? – Preguntó Malenne. – Claro. – Dije Sonriendo. Luego los tres nos dirigimos hacia la piscina, hablando y bromeando sobre la fiesta que nos esperaba. Mientras algo me decía que esa noche sería memorable por muchos motivos, pero el principal era porque estaba con ellos.

Capitulo 14 La Fiesta La piscina era pequeña, comparándola con las dimisiones de todo lo que había en esa casa. Sin embargo era lo suficientemente espaciosa como para que los tres estuviéramos en ella. Malenne lucía la bikini negra como una diosa, y Raphael parecía sumamente perfecto con aquel pantalón tan breve. Por mi parte, la bikini azul no me quedaba tan mal como había supuesto. Nos sumergimos en las aguas de la pequeña piscina y la temperatura me resultó más que agradable. – El agua está perfecta, chicos – Dije, sumergiéndome totalmente, y emergiendo luego. Mis espesos rizos cedieron un poco a su habitual estado tan tenso, y mi cabello se alisó levemente por el peso del agua. – Sí, tratamos de mantenerla siempre a esta temperatura. – Dijo Raphael – Además que sea pequeña ayuda a eso. No es más grande porque Malenne no quiso, quedó un poco afectada con respecto al agua desde lo que pasó cuando se ahogó. – concluyó con una falsa mueca de maldad en su rostro de ángel. – Eso no es verdad, niño tonto – Dijo la aludida dándole un codazo debido a lo próximo que se encontraban, el vampiro compuso un gesto de dolor. Al parecer, su hermana tenía buen brazo – No quise que sea más grande porque si era por ti tendríamos que comprar la mitad del estado para construir una simple casa. Raphael puso los ojos en blanco, y la salpicó con un torrente importante de agua. Ella sonrió, pero no hizo nada más. Desató la cola de caballo que se había hecho, y dejó que su melena dorada entrara en contacto con el agua, que debido a su baja estatura la cubría hasta los hombros. – Vaya que son terribles ustedes dos... – Dije – A veces son tan niños, Raph... Mallie. – Esa es la parte más grandiosa de la vida, Nessie – Comenzó Malenne – Tener la capacidad de tomar con seriedad las cosas importantes, y a broma las que son irrelevantes. – Sí, y tu amiga Malenne es especialista en tomarse cualquier cosa a broma – dijo Raphael sonriendo.

– De verdad quieres que te golpee fuerte ¿No? – Dijo la aludida girándose a su imponente hermano. – Tranquila, Mallie. No es necesaria la violencia – Dijo calmado, aunque resultaba obvio que intentaba con todas sus fuerzas no reírsele en la cara. Intenté relajarme mientras ellos seguían con su graciosa discusión. Era bueno cerrar los ojos, allí, sumergida en el agua. Me relajó de una forma que no esperaba. En especial porque nunca me había llamado la atención nadar, ni ningún otro tipo de actividad recreativa relacionada con el agua o el mar. – ¿En que piensas, Nessie? ¿Te estas aburriendo? – Preguntó Malenne, al cabo de un rato en el que estuve sin decir una palabra. – Para nada – Respondí, abriendo los ojos y mirándola. – Solo que es realmente relajante estar aquí, en su casa y con ustedes. Es bueno dejar de actuar, aunque solo sea unos días. – Sí, lo mismo pienso yo, en este lugar podemos ser nosotros mismo. – Dijo mi amiga. – Es agradable dejar de convivir con humanos. Ya sabes, no es que tenga algo contra ellos. Ni mucho menos, solo que a veces, es difícil retener todas esas cosas que nos hacen diferentes a ellos. – Convine. – Si fuéramos nosotros mismos, chicas, deberíamos estar cazándolos en vez de convivir con ellos.– Dijo Raphael, en un tono bastante menos alegre al que estaba acostumbrada a oír en él. Su inesperada respuesta me dejó un tanto perturbada. – ¿Por qué dices eso, Raphael? – Preguntó su hermana, que parecía igual de asombrada que yo ante tan inhabitual contestación. – No sé, solo que el hecho de que dijeran “ser uno mismo” me hizo pensar en lo mucho que luchamos contra lo que somos. – Su mirada estaba como perdida, buscando en la escasa profundidad de la piscina. – ¿Acaso dudas de tu estilo de vida, amigo? – Le pregunté. Esperando que la respuesta no sea otra sorpresa. – No, en realidad no. Solo es que a veces me cuesta trabajo creer que nuestro esfuerzo tenga algún merito en algún momento. – Sonrió, pero era completamente diferente a como solía hacerlo. Era una

sonrisa fría, forzada y estática. Que no denotaba bajo ningún concepto felicidad alguna. – Sí, de algo servirá, ya lo veras hermano, incluso aunque vivamos para siempre, sé fervientemente que alguien mira nuestro sacrificio y ve algo bueno en ello. – Dijo Malenne, acercándose y acariciando su mejilla. – No importa lo que eres, Raphael. Importa lo que haces. Así fueras humano, vampiro, hombre lobo, brujo o duende. – Le dije – Lo importante es lo que está en el interior, y como te guías por la vida... o la existencia, como prefieras. Y si de algo estoy segura, es que ustedes son buenas personas. Y nadie será capaz de hacerme cambiar eso. No solo porque no matan humanos. No me refiero a eso. Sino en todo lo demás. – Me acerqué, esta vez tomé su mano sumergida en el agua y la apreté con fuerza. – Conozco a varios vampiros, amigo, que se alimentan con sangre humana e igualmente son grandes personas. ¿Como no lo vas a ser tú, que has renunciado a lo más macabro de tu naturaleza? Me miró a los ojos. Su mirada resultaba triste, pero me hizo estremecer. Por un momento, solo nos dedicamos a mirarnos. Entonces vi algo en su semblante que a había visto antes... Algo que no esperaba encontrar en la mirada de mi amigo. ¿Por qué estaba ahí ese brillo en particular? Era una mirada que me resultaba demasiado familiar. Una mirada que estaba acostumbrada a ver reflejada en otro tipo de ojos. Una mirada que debería haberme detenido el corazón, y que hubiera causado que empezara a jadear de forma entrecortada, de estar plasmada en los ojos negros en la que estaba acostumbrada que estuviera. Pero Raphael no era la persona que me hacía suspirar... Aunque en ese momento, sus ojos eran idénticos a los de Jacob cuando me observaba... Con ese aura de paz y amor infinito, con esa gracia tan grande que te desarmaba. ¿Por qué mi amigo me miraba así? Y caí en la cuenta de muchas cosas en ese momento...

Seguramente era algo que no había querido ver. Las pruebas estaban a la vista de todos. Yo fui la ingenua, la que estaba demasiado emocionada con la perspectiva de estar con ellos como para no darme cuenta de que ese vampiro tan hermoso había fijado algo más que su amistad en mí... Quise creer que estaba equivocada, que lo que estaba viendo en ese momento era solo una ilusión, pero Raphael seguía observándome así. Su mirada seguía tierna, y ese le confería una hermosura fantástica. Lo malo en todo aquello era que no podía hacer nada para evitar que me viera así... Y lo peor de todo, no me disgustaba. Cuando Steven había intentado un acercamiento, esto me sacaba de quicios, pero con Raphael no pasaba. No tenía intenciones de alejarme de él, incluso ahora que me daba cuenta de que mi compañía tal vez representaba algo muy diferente para el vampiro. ¿Por qué esas cosas tenían que pasarme solo a mí? ¿Por qué tenía que ser justo Raphael? Él y Malenne eran las últimas personas a las que quería lastimar, pero si las cosas eran como las estaba contemplando, tal vez eso era inevitable, porque jamás iba a recibir nada más que una negativa de mí. No se cuanto tiempo duró esa conexión entre nosotros, pero de repente, escuche a mi amiga aclararse la garganta de una manera muy ruidosa e innecesaria. Raphael fue el primero en reaccionar. – Gracias, Nessie. No se porque me puse en ese plan, tal vez deba dejar de pensar en esas cosas. Al fin y al cabo, viviremos para siempre. – Concluyó. Su hermana no sacó la vista de encima de él ni un segundo, y no era una mirada amigable, para nada. Su ceño estaba completamente fruncido. – Sí, hermano, no sería bueno que pensaras así, después de todo, estaremos nosotros dos, solos, quien sabe cuanto tiempo más. – Cada palabra estaba cargada de un significado completamente diferente al que expresaban por sí mismas. – Sería bueno que seas optimista hasta que encuentres a la indicada, porque hasta ahora, nadie a quien

conociste es para ti. – Concluyó, esta vez con una nota un tanto afilada en su voz de ángel. – Sí, tienes razón. Ya aparecerá, ¿no? – Dijo, esta vez, con un tono bastante más desanimado, y mirando a su hermana con tristeza. Quise con todas mis fuerzas que ese momento un tan embarazoso se disipara. Y volver de nuevo a nuestra relación habitual. Daba la sensación que a Malenne no se le escapaba nada, y era consciente de que algo rondaba no solo en mi cabeza, sino también en la de Raphael. Pero no podía ser mucho, tan solo una atracción tonta. Solo tenía que ser eso. Porque él no estaba enamorado de mí... ¡Dios, no debía estarlo! – Bueno, me parece que ya he nadado suficiente – Dijo Raphael – Creo que iré a revisar algunas cosas de la reunión de hoy, y si tengo tiempo llamaré a Anchorage para reservar el coche. – Y dicho eso se encaminó a la pequeña escalera y salió de la piscina. Por un momento, fue realmente incomodo estar sola con mi amiga. En primer lugar, porque evidentemente se estaba dando cuenta de que las cosas habían cambiado entre su hermano y yo. ¿Qué debía hacer si me preguntaba algo directamente? ¿Si Malenne me encaraba y me confirmaba lo que acababa de presentir, que debía hacer? Sin embargo, quería seguir creyendo que era tan solo algo pasajero, por el momento íntimo que tuvimos hacía unas horas en el patio de la universidad. Tal vez eso había confundido a mi amigo, tal vez no había nada que aclarar, simplemente porque él no sentía nada por mí... Quizás fue solo el hecho de que me vio vulnerable, algo que nunca antes había presenciado. Por eso me había mirado así. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, y ninguna colaboraba con las demás para que se aclararan rápidamente. En tan solo uno minutos, Malenne volvió a se la misma de siempre. – ¿Sabes? En esta fiesta estará un hombre realmente hermoso. Ya he estado con él. Una vez hace meses, en otra de estas tontas fiestas. Desde luego, no me interesa para nada, pero es divertido jugar con él. Tal vez deba presentártelo. Seguro le encantarás. – Me guiño un ojo.

– No te preocupa que pase lo mismo que lo tuyo e Ivonne – Le dije, y sonreí. Su risa rebotó en las paredes húmedas e hizo un eco, que resaltó el sonido armonioso que era. – ¡Claro que no! – Rió de nuevo – Yo no me enamoro, Nessie. No sé porque será. Amé una vez en mi vida, hace mucho tiempo, pero no fue posible. Su nombre era Fréderic, pero no me correspondía. Nunca dio la minima señal de que yo le interesara. Ese hubiera sido el único hombre por el que hubiera dejado a mi madre sola. – Suspiró – Era muy hermoso, alto, de unos enormes ojos verdes, como lo eran los míos cuando era humana, la piel levemente morena, pues no era nativo. El cabello negro con unos rizos muy perecidos a los tuyos. Pero era un soldado raso del ejército. No tenía fortuna, y no provenía de buena familia. Aún así, – Observó la nada – habría aceptado toda una vida de miserias por estar a su lado. – ¡Que injusto, Malenne! Es terrible que no hayas podido ser feliz… no cuando eres una persona tan buena… – Dije, triste por su causa. – Las cosas se dan así por algo. Aunque siempre fue recia a creer en el destino, hace años que llegué a la conclusión de que todo tiene un porqué. – Respondió rápidamente. – Yo tampoco era de creer mucho en esas cosas... – Coincidí – ¿Sabes? Podría haber ido a cualquier universidad del país. Cualquiera. En cualquier estado, no solo en los que el sol no asoma prácticamente. Mi piel no brilla al sol, no hay nada de lo que tenga que ocultarme cuando el cielo aparece. Pero elegí venir aquí, y resulta que fue una de las mejores decisiones que he tomado. – Sonreí. – Me hace sentir bien que pienses así Reneesme. Tu eres una de las pocas cosas buenas que nos han pasado desde que nos convertimos en vampiros. No exagero al decir que estuvimos doscientos años en soledad. Eres la primera persona con la que interactuamos. ¿Por qué será? – Se preguntó componiendo un gesto que resaltaba su belleza imposible. – Creo que tengo una teoría con respecto a eso – Le dije. – ¿A si? Cuéntame entonces, por favor – Dijo, notoriamente interesada. Seguíamos las dos recostadas en la piscina, una enfrentada a la otra, con los brazos extendidos en los bordes.

– Bueno, les conté lo de mi don, eso lo saben, y ustedes lo experimentaron de primera mano. Tu especialmente, cuando engañamos a aquello chicos en “Eternidad”. – Comencé. Malenne rió ante el recuerdo. – Claro, ¡Que bien que la pasamos esa noche! ¡Todavía tengo muy presente la cara de esos tontos! – Suspiró. – Bueno, este don se debe a que puedo hacer exactamente lo opuesto a lo que mi padre puede hacer. Él es capaz de leer la mente de todo aquel que se encuentre lo suficientemente cerca. – Aclaré. Ella me escuchaba atentamente, y me miraba llena de curiosidad. – Yo soy capaz de introducir pensamientos en todo aquel que se encuentre cerca – Expliqué. Pese a que me miraba con total atención, algo en su rostro me decía que no entendía del todo lo que quería decir. – No te sigo, Ness. – Dijo entonces. – Bueno, también recuerdas que les dije que mi madre es un escudo. – Continué. – Sí, recuerdo eso, y también que nos dijiste que anuló todos los poderes de los Vulturis, pero en ese momento olvidé preguntarte, pues no entiendo mucho el concepto de “escudo”. – Dijo ella, ahora más inmersa en la conversación. – Bueno, al decir “escudo” me refiero a una cualidad, un don, tu sabes. Consiste en una defensa mental, limitada, pero muy poderosa. – Expliqué – Con la cual ella puede, no solo protegerse de los dones de los otros inmortales, sino que también puede proteger a todo aquel que ella quiera. – Estas diciendo que ella, por ejemplo, es capaz de evadir mi don. – Preguntó Malenne, ahora sí del todo sorprendida. – No solo el tuyo, también el de Raphael, o el de Jane y Alec. Incluso el poderoso don de Aro. – Susurré. – Eso es... – Se detuvo un momento para encontrar una forma de describir lo que le acababa de contar – No se que decir, es increíble. – Declaró.

– Sí, lo sé. Hace tiempo que Aro quiere entre sus fuerzas a mis padres y a mi tía Alice. ¿Imaginas el aumento de sus fuerzas que solo ellos tres significan? – Me estremecí. – Pero bueno, a lo que quería llegar es a que si tengo el don de mi padre invertido, es probable que también tenga el de mi madre de la misma forma. Veras, puedo introducir pensamientos en su mente. A pesar de que no hemos conocido a nadie capaz de vencer su guardia. Eso quiere decir que soy una especie de antídoto a su escudo. – Suspiré. – Mi padre dice que no hay escudo en el mundo que me deje a raya, y que si es cierto la teoría de los dos dones... – busqué la mejor forma de concluir con la idea – No hay nadie que se resista a mí una vez que intento perpetrar su guardia. Una vez que intento ganarme su confianza. – Concluí. Pareció que mi amiga se había quedado perpleja. Estuvo lo que me pareció un siglo, mirando el agua cristalina en la que estábamos sumergidas. – Eso es alucinante, Rennesme – Dijo al fin – pero no creo que sea eso lo que en nuestro caso nos hizo ceder ante ti. Eres la personita más hermosa, en todos los sentidos, que hemos conocido jamás. – Y sonrió con todos los dientes, haciendo que su brillo se reflejara en las paredes oscuras que nos rodeaban. Suspiré. Por un momento, había temido abrir la boca innecesariamente, y que Malenne se haya enojado. – Gracias, Malenne. Eso es lo más tierno que cualquiera me haya dicho jamás. Luego, me acerqué hacia donde estaba, caminado entre el agua, para abrazarla. Su pequeña cabeza, apenas si llegaba a mi hombro. Todos los impulsos que me hacían sentir que la adoraba como la mejor amiga que era, fueron transmitidos a través de mis manos hacia su mente. Me miró maravillada. Luego recordé que nunca había usado mi don con ella. – Eso ha sido magnifico. Demasiado sensorial. Muy vivo. Rennesme, es un don inigualable. – Dijo, todavía un tanto sorprendida por el intercambio de imágenes. Luego se escucharon unos pasos, seguidos por la voz de Raphael. – Vaya, vaya, pero que escena mas “sucia”. – Dijo, al ver que todavía estábamos abrazadas. – Y yo sin cámara. ¿Se imaginan la fortuna que pagarían todos los alumnos de la universidad de Alaska para tener esta una fotografía de ustedes así? – Sonrió.

– No creo que más de lo que pagarían las alumnas por una tuya en traje de baño. – Dije rápidamente, pero me arrepentí en el acto, pues su sonrisa se ensancho aún más. A veces Raphael resultaba ser muy vanidoso, y lo que menos necesitaba ahora era halagarlo. – ¿Por qué no hacemos la prueba? – Y desapareció tan rápidamente que ni siquiera lo vi irse. Al instante, volvió con mi cámara en mano. Ni Malenne ni yo habíamos deshecho el abrazo, por lo que Raphael sacó la foto apenas entro el la habitación nuevamente. – La verdad, hermano, para decir que eres él más maduro de los dos, a veces resultas ser un verdadero idiota. – Dijo la vampira. Desenlazando sus pétreos brazos de mí, y dirigiéndose hacia la escalera. Pero no parecía enojada en lo más mínimo. – Vamos, Mallie. ¿Acaso no eres tú la que me dice que tengo que relajarme? – Sonrió descaradamente, y le lanzó la cámara – anda, sácame la foto, y luego veremos quien junta más dinero vendiendo la foto del otro. Ese es el que ganará. – Y dicho eso, se enderezó completamente para que su hermana sacara la foto. – Vale, ya está – Dijo Malenne al devolverle la maquina a su hermano. – Ahora devuelve ese objeto a su lugar y preparémonos para la fiesta. El tiempo ha pasado volando. Son más de las ocho y tenemos que estar allí a las nueve en punto. – Claro, llevas razón. – Dijo entonces el vampiro en cuestión. – Nessie, en ese armario de allá – Señalo a la punta – hay varias toallas. Sécate y ve con Malenne a su habitación. Ahí está tu vestido. – Y desapareció a toda velocidad. Seguramente estaba yendo a cambiarse. Malenne se dirigió hacia el armario en cuestión, y saco dos toallas. Me arrojó una, y comencé a secarme. – Parece que Raphael está teniendo regresiones. – Se quejó, aunque estaba sonriendo – Espero que no le muestre esas fotos a nadie, porque sino me encargaré de arrancarle miembro por miembro. – ¿Pero no eras tú la que quería popularidad en el campus, Mallie? – Le dije, en defensa de su tonto hermano. – Claro, ¡Pero salir en una fotografía medio desnuda abrazándote no es el camino, Ness! – Rió. – Sí, claro, tienes razón. ¡Lo ultimo que necesitamos es eso! Luego le diremos que no haga esa estupidez. – Le contesté.

– No es que me preocupen los rumores que puedan originarse por esa tonta fotografía – Me acarició una mejilla y me guiño un ojo, aun sonriendo – Pero tú sabes, no es necesario. Me uní a sus risas, imaginando lo cómico de la situación. A continuación, dejó de lado la toalla húmeda, y me hizo una seña para que la siguiera. Subimos de vuelta a su cuarto y nos adentramos en el titánico closet. Buscó entre los muchos percheros, y sacó un vestido. Decir que era hermoso era quedarse corto. Era verde oscuro, largo, con un escote muy pronunciado y la espalda descubierta. La tela parecía seda. Increíblemente suave. El diseño era simple, caía levemente acampanado hacía el suelo, aunque sí tenía un largo tajo en un costado, que seguramente dejaría al descubierto mis piernas. – Es... simplemente perfecto... Malenne. – Dije, todavía sorprendida por tan perfecto vestuario. – Me alegra que te guste. – Dijo ella. – Sé que tu color favorito es el azul, pero me pareció que este matiz de verde sería perfecto para la ocasión. Combina impecablemente bien con el tono castaño broncíneo de tu cabello y con el color chocolate de tus ojos. – Sonrió. – No podría gustarme más... – Dije. Me paso la percha en la que estaba colgado y lo observe detenidamente, sin más, corrí al tocador y me lo puse. En frente de la colosal bañadera, había un espejo que ocupaba toda la pared sur del baño. Mi cabello, ahora un tanto húmedo por haber salido recién de la piscina, hacía juego perfecto con el tono verde del vestido. Tal cual Malenne había anunciado. Al instante, mi amiga apareció con un gigante secador de pelo y un cepillo, lista para terminar de secar mis rizos. Una vez que todo estuviera listo con mi cabello, lucía más bonito, si era posible. El color del vestido no solo hacía destacar el color de mis ojos, sino también el tono marfil de mi piel. Inigualable. – Anda, dímelo, ¡Soy genial! – Dijo riendo Malenne. – ¡Más que genial, magnifica! – Sonreí. – Ahora, niña, espérame un segundo mientras me preparo. Mi vestido tiene que estar por aquí en algún lado. –Y se hundió de nuevo entre el mar de prendas.

Salió a la superficie unos segundos después, con un vestido corto. Seguramente le llegaría hasta varios centímetros antes de las rodillas. Como era de esperar con Malenne, también tenía un escote demasiado pronunciado. El color me gustó mucho, un azul muy oscuro, casi marino. Que contrastaba de un modo impecable con el dorado de su cabello. De atrás el vestido tenía solo la parte de arriba descubierta, ya que se cerraba completamente justo debajo de las axilas. Sin embargo, era atrevido, pues se ajustaba fervientemente a cada una de sus curvas. – Te gusta, ¿No? – Dijo, al ver que lo veía con aprobación. – Hoy es mi turno de vestir de azul. He dejado de usarlo desde que vi que era tu color predilecto. – Y en un comportamiento completamente infantil, me sacó la lengua. Me carcajeé ante el gesto tan espontáneo. – No debiste hacer eso, además tienes razón, tal vez debería expandir mi paleta de colores un poco más. Ella se vistió en un segundo. Revolvió su melena para que pareciera casualmente despeinada, lo cual le daba un aspecto que mediaba entre lo increíblemente sexy y lo encantadoramente salvaje. Luego de ponernos nuestros zapatos, nos paramos ambas frente al espejo. Éramos polos opuestos. Lo único que teníamos en común era la piel pálida, aunque mis mejillas estaban siempre con ese tono sonrojado. En todo lo demás, contrastábamos. Aunque esa noche, teníamos algo más en común, ambas estábamos impactantemente hermosas. – Dime si no somos perfectas, Nessie – Dijo mi amiga, poniendo en palabras lo que estaba pensando. – Creo que está mal que lo diga, – Eso era cierto, siempre me había disgustado que la gente me halagara todo el tiempo, pero esos meses que había compartido con mi amiga, me había enseñado a valorar ese aspecto de mi persona – pero tienes razón. Dudo que veamos esta noche alguien más hermoso que nosotras. – Contesté. – Eso es discutible... – Escuché a Raphael detrás de nosotras. – Podría ser verdad si no voy yo a esa fiesta. – Se carcajeó. – Es solo una broma. – Dijo al ver que su hermana ponía los ojos en blanco. Sin embargo, que cerca que estaba de la realidad. Vestía un traje negro azabache que contrastaba exquisitamente con su piel albina. La

camisa, de una seda casi plateada, combinaba muy bien con el dorado de sus grandes ojos. – El auto ya está listo para que partamos. – Anunció. – Solo cinco minutos más, hermano. – Dijo Malenne y se apresuró hacia el armario. De él volvió dos segundos después, con dos bolsos, cada uno combinando perfectamente con nuestros vestidos. – Perfecto, podemos irnos. Entre busqué en el bolso que me había dado, y en efecto, en el estaba todo lo necesario para salir. Documentos, tarjetas de crédito, mi móvil y creo que unos cuantos miles de dólares en efectivo. Bajamos la escalera una vez más, y nos dirigimos hacia en garaje. Tomamos un auto diferente al de siempre, un Ashton Martín hermoso, claro, de color rojo sangre. Como había anunciado Raphael esa tarde, salimos por un camino interno de la propiedad, que comunicaba directamente a la autovía más cercana. Como era de esperar, no tardamos casi nada en llegar, aunque esta vez conducía Raphael, y lo hacía con mayor rapidez que su hermana. El centro de la ciudad era un lugar bonito, tranquilo y de aspecto señorial. Estaba limpio, ni la más mínima basura en las calles. Raphael detuvo el auto justo en frente de lo que parecía ser un muy importante hotel, debido a lo esmerado de su fachada. Había gente en la puerta, un señor alto y extremadamente delgado con un esmoquin, sostenía un cuaderno que parecía contener el nombre de los invitados. Las personas entraban solo cuando él lo autorizaba, entonces nos pusimos en la improvisada fila. Por lo que se podía ver, era una verdadera fiesta de etiqueta. Las mujeres vestían bonitos vestidos de diseñador. Y los hombres sobrios trajes de sastrerías importantes. El recepcionista se dirigió a nosotros. – ¡Señor y Señorita Blancquarts! Pero que gusto es verlos de nuevo. ¿Donde se encuentra su padre? Hace mucho que no lo veo en las juntas del directorio. – Saludó efusivamente en un tono que denotaba un acento francés. – Oh, nuestro padre presenta sus disculpas cordiales, pero no ha podido asistir. Lo delicado de su estado lo tiene permanentemente internado en diversas clínicas europeas. – Dijo Raphael, con un fingido estado de pena.

– Disculpe por mi indiscreción. Lamento mucho oír eso de su buen padre. – Respondió el hombre, ahora también lamentado. – No se disculpe Señor Thompson, confiamos enormemente en que nuestro padre recupere la salud lo más pronto posible. – Intervino Malenne, también actuando una mueca de consternación. – Le presento a nuestra prima, Nessie Swan. – Continuó mi amiga, esta vez señalándome. Habíamos acordado que así era como me presentarían ante todos, pues no quería que el apellido Cullen se vea implicado en este lugar, ya que mis padres y abuelos lo usaban para varios negocios, y no era necesario que se enteraran que había una relación entre los Blancquarts y los miembros de mi familia. – Mucho gusto, Señorita. – Inclinó la cabeza al fijar su mirada en mí – Veo que la belleza es hereditaria en esta encantadora familia. – concluyó. – Es usted muy amable por ese cumplido, Caballero. El gusto es mío. – Saludé. – Pero por favor, dejen de pasar frío, chicos. Entren y acomódense en la mesa numero dos. – Abrió la puerta y nos cedió el paso. Cuando estuve segura de que no nos oiría, pregunté a mis amigos: – ¿Y en que clínica europea esta internado el señor Blancquarts? Me gustaría visitarlo para llevarle flores. Los tres reímos, y el sonido fue algo hermoso. Un coro de querubines. – El señor Blancquarts no es más que un actor al que le pagamos un par de ocasiones para que sea una de las caras visibles de esta empresa. Cuando no es necesario que venga decimos que está enfermo. – Explicó Raphael. – Es solo un señor mayor que conocimos de modo completamente casual en un viaje a Francia. El pobre hombre es un actor frustrado, y cuando le propusimos la idea, aceptó sin detenerse a pensar en por qué se lo estábamos pidiendo. – Continuó su hermana. – Vale, vale. – Dije – He de admitir que es una buena idea, ustedes no parecen dejar nada al azar. – Para nada. – Dijo el vampiro.

El lugar era gigante. Un salón de techo alto y grandes arañas de luz colgando desde lo alto. Las paredes estaban pintadas de un blanco muy relajante, pero también cubiertas en algunas zonas por anchas franjas de tela dorada y en otras por tela escarlata. La combinación quedaba muy bien, y le daba al lugar una gran elegancia. Había gente por todos lados, hablando tranquilamente acerca de diversos temas. Todos parecía relajados, y los mozos, que vestían camisas negras y pantalones negros, caminaban sin cesar entre el gentío llevando bandejas repletas de bocadillos y copas de champagne burbujeante. – Ahí viene el Señor Bauer, es el Presidente designado por el directorio. – Me explicó mi amiga en un susurro. – y también un oportunista, no te fíes de nada de lo que diga. – ¡Pero que grata sorpresa! jóvenes Blancquarts, esperaba la presencia de Charles. – Saludó cuando estuvo lo suficientemente cerca. Era un hombre solo unos pocos centímetros más alto que Malenne. Tal vez de unos cuarenta años. De piel ligeramente morena y cabello ralo y negro. Aunque su vestimenta era sumamente elegante, no me pareció un hombre de negocios. – Ha pasado lo de siempre, Paul, nuestro padre esta enfermo. – explicó de vuelta Raphael. – Oh, sí... – Dudo el hombre. – Bueno, será mejor que me sigas un momento por favor, la junta ya está por empezar, no durará mucho y luego podremos disfrutar de la fiesta. – Me parece bien. – Miró a su hermana y luego dijo: – Malenne, encárgate de saludar a las personas, sabes como se ponen si no lo haces. Y también presenta a nuestra prima, por favor. – Sonrió. – Por cierto, Señor Bauer. Permítame presentarle a Nessie Swan, un miembro de nuestra familia. – Pero que gran placer conocer a tan hermosa beldad – Dijo Bauer, tomando mi mano, y apenas inclinándose para besarla. – Es usted encantador, señor. El placer ha sido todo mío. – Al escuchar mi voz, se sorprendió un poco. Ambos se alejaron, camino hacia la parte de atrás de la enorme sala. – Bueno, Rennesme, aquí no hay nadie que me agrade mucho, así que será mejor que saludemos antes de que empiecen a decir que los Blancquarts somos descorteses. – Vaya, que mal concepto tienen aquí de ustedes. – Reí.

– En realidad tienen un mal concepto de mí. A Raphael solo le tienen envidia porque con sus supuestos veinte años – hizo una mueca – maneja mejor los negocios familiares que muchos de ellos, que ya casi tienen un pie en la tumba. – ¿Y por qué piensan mal de ti? – Pregunté, esta vez interesada de verdad. Ella me miró con ese aire divertido tan propio de ella. – Lo que ocurre es que en una de las reuniones pasadas conocí a un camarero sumamente hermoso, y no me pude resistir y nos encerramos en uno de los baños. Pero la esposa del imbecil de Bauer me vio y se encargó de que todo el directorio se enterara. – Puso lo ojos en blanco. – No es que me preocupe, pero debería ocuparse de sus asuntos. Ves, allí va, la mujer gorda de vestido negro. – La señaló con disimulo – ¡Pero sí que ha estado comiendo! – Se carcajeó. – No me extraña que su esposo la engañe con la perdida de su secretaria. – ¿Como sabes todas esas cosas? – Pregunté extrañada. – Rennesme, cuando tienes un hermano que puede ingresar a la mente de los demás, pocas cosas dejan de ser secretos. Además, créeme, en esta empresa nadie guarda las apariencias. Entonces la tal mujer de Bauer se acercó a nosotras. – Señorita Malenne, que gran sorpresa y felicidad es verla por aquí. – La mujer sonreía, pero era un gesto forzado y completamente falso. Era cierto, el vestido parecía que estuviera a punto de explotar en cualquier momento. Mi amiga, también le sonrió y se dieron un beso en la mejilla. – Deborah, querida, también es un gusto verte por aquí, hace unos instantes tu querido esposo ha secuestrado a mi hermano, y no lo he vuelto a ver. – Malenne sonrió. La señora Bauer también lo hizo, pero en ningún momento me saludó o dirigió una mirada siquiera. – Deben estar con esas cosas complicadas de hombres, tú sabes. Será mejor que no nos metamos en lo que no entendemos. – Y rió de nuevo, escandalosamente. Luego continuó hablando – Debo dejarte, encanto, ahí esta la Señora Kapleau, debo hablar con ellas por unas donaciones de caridad. – Aunque agregó con algo de malicia – Esta noche hay

muchos camareros buen mozos, querida, te pido por favor que controles tus impulsos. Y se marchó al paso más rápido que le permitía su voluminoso cuerpo. Malenne se quedó helada, y su gesto fue del todo indignante, pero se repuso enseguida. – Ya le daré yo impulsos cuando le rompa el cuello de hipopótamo que tiene. – Susurró. Me reí de ella, y eso pareció hacerla enojar un poco. – Vamos Malenne, no irás a dejar de ser tú misma por lo que diga esa mujer. – Pero claro que no, Ness. Esa ballena me tiene sin cuidado, pero mira que descaro al venir a decirme que me controle. – Pero, ¿Porque te has comportado como lo hiciste, si en verdad no la soportas? – Le pregunté. – ¿Qué querías que hiciera? Es la mujer del director, aunque sean dos incompetentes, debo mostrarles respeto. Y si me comporto de mala manera, Raphael me matará, pues yo solo aparezco de vez en cuando. Es él quien tiene que dar la cara después, y escuchar las habladurías. – Sí, vale, tienes razón. ¿Porqué no hacemos algo mejor que estar aquí paradas como tontas? – De acuerdo, caminemos un poco. – Coincidió. Iniciamos nuestra ronda alrededor del salón, Malenne fue saludando a los accionistas, ejecutivos, directores departamentales, y todo aquel que tuviera algún puesto jerárquico en la empresa. También me presentó a todo ellos, y en todos los casos las respuestas fueron similares a las recibidas con el señor Thompson y el Señor Bauer. Nadie nos sacaba la vista de encima. Muchos de los accionistas nos dedicaron formidables halagos, y uno me pidió bailar una pieza en cuanto la música sonara. Acepté, esperando que luego se olvidara, o que no pasaran algo que se pudiera bailar. Nos sentamos en la mesa dos, tal cual nos había indicado el señor delgado de la entrada. En ella solo había una silla más, al parecer para Raphael, a quien no habíamos vuelto a ver desde la entrada.

Pero no tardó mucho más en volver. Al cabo de unos quince minutos, Raphael tomó su asiento entre su hermana y yo. Su rostro denotaba algo de malestar. Al parecer, la reunión no había sido divertida. – ¿Qué ha pasado allí dentro, hermano? – Preguntó Malenne, algo que agradecí porque tenía mucha curiosidad. – Lo de siempre. Dibujaron el balance, e intentaron que no me diera cuenta. Se han perdido cerca de siete millones de dólares, pero es posible recuperarlos si se inicia una nueva política de administración. Así que propuse la única cosa que puede salvar la empresa en este momento. – Hizo una mueca – Destituir de su cargo a Bauer y nombrar a una persona idónea. Pero tú sabes, nadie quiere sacarlo por ser primo del socio mayoritario. – Frunció el ceño. – Así que no tuve más remedio que decir que de no ser destituido, venderíamos nuestras acciones y con ellas se iría todo nuestro financiamiento externo. Su hermana hizo una mueca. Al parecer no le extrañaba que las cosas se desenvolvieran así. – Cuando hay alguna convergencia económica de la empresa, nosotros prestamos dinero. Los cobramos sin intereses, claro, porque los resultados positivos nos afectan también a nosotros. – Explicó Malenne, para que entendiera la situación. Luego miró a su hermano. – Me parece que no era necesario intimarlos de esa forma Raphael, sabes cuan mal les caes, no es de ninguna ayuda empeorar las cosas. – Como sea, si no se acatan a mis órdenes, esta vez no cederé. Al diablo con esta empresa que solo da dolores de cabeza... bueno, eso no lo digo de un modo literal – Puso los ojos en blanco. – No presenta ninguna gran ventaja a nuestro patrimonio, hermana. – Concluyó Raphael, esta vez con mayor relajación. – ¡Así me gusta hermanito! – Sonrió la vampira. – Ahora divirtámonos. La cena no fue muy larga. El señor Bauer se puso de pie e hizo un brindis por la empresa, por sus directivos y por los accionistas. Hubo también un breve discurso por parte de James McGregor, el famoso accionista mayoritario al que todos parecían temer. El hombre era apuesto, eso debía concedérselo. Alto, de piel clara, cabello negro, ojos verdes brillantes y rasgos muy favorecidos. – La razón por la cual mantener al inútil ese como director, – Susurró Malenne en un momento – es porque según dicen, el primo de McGregor sabe algo verdaderamente terrible de él. – Ella rió – Raphael no puede averiguarlo, porque solo detecta lo que las personas sienten

en un determinado momento, pero al parecer tiene mucho que ver con una estafa a gran escala, por la que iría preso sin dudar. – ¡Es una novela este lugar! – Me quejé. Los hermanos rieron. Desde luego tenía razón. Al poco tiempo, los mozos deslizaron las mesas a los costados, al parecer, la gente quería algo de diversión. Hubo una especie de exhibición de un mago que tenía trucos de poca monta. En un momento, el hombre convocó a una asistente entre la audiencia, y de entre todas las mujeres entre la multitud, eligió a Malenne. Ella se dirigió al centro de la sala, donde el hombre se encontraba montando su espectáculo. Las luces la iluminaron, dejando al descubierto toda su belleza. Todos se embobaron ante su presencia, por supuesto. El truco era algo tonto, le pidió que sacara una carta del mazo. Luego, la adivinó, sacándola entre el montón revuelto. La demostración mágica llegó a su fin, por suerte, más rápido de lo inesperado. En tan solo cinco minutos, la pista estaba despejada. Las parejas se paraban para iniciar el baile. Nosotros tres nos quedamos en el medio, riendo y hablando de puras tonterias. En un momento, teníamos a la señora Deborah a nuestras espaldas. Movía su enorme cuerpo al compás de la música, y hablaba con otras mujeres, que parecían igual de frívolas que ella. – Ahí esta tu gran amiga, Malenne. –Dijo Raphael en cuanto la vio. Sonrió con malicia. – Ni me digas, hermano. ¿Puedes creer que en cuanto llegamos se acercó a nosotras y me dijo que me controlara con los mozos? – Esta vez Malenne sonaba indignada, como sí rememorar el suceso, le hiciera ver el verdadero descaro de la mujer. Raphael rió de forma un tanto escandalosa. Aunque eso no pareció molestar a nadie. El sonido era mágico, y todos los que estaban cerca parecían notarlo. – Bueno, ya ves la clase de personas con la que tengo que tratar. Por suerte los veo realmente poco, Dios bendiga a los abogados por encargase de casi todos los detalles. – Explicó Raphael cuando se detuvo.

– Creo que lo mejor va a ser vender. Y también sería bueno que dejáramos de invertir en estas empresas me poca monta. – Dijo su hermana. – No podría estar más de acuerdo contigo. La semana que viene voy a poner manos a la obra con eso. Creo que McGregor quiere ampliar su capital. Ya sabes, si tiene nuestras acciones no habrá quien discuta las decisiones de su director. – Pensó el vampiro. – Aún sigo con la intriga, ¿Cómo puede permitir que ese sujeto pierda tanto dinero, solo porque lo tiene amenazado con algo? – Pregunté. – Eso es algo que nosotros también nos seguimos preguntando, pero al parecer a él no le importa. Debe ser algo realmente malo para que lo deje hacer lo que quiere con el mando de la compañía. Seguramente ni siquiera es dinero que se pierde, sino que va directamente a sus cuentas bancarias. – Raphael suspiró. La fiesta no parecía ser demasiado divertida. Todos los concurrentes eran personas mayores, empresarios y cosas por el estilo. La música no sonaba a gran volumen, más bien se confundía con el fondo. Algunos bailaban, otros simplemente se balanceaban al compás. Todos mantenían conversaciones, de diferentes temas y en diferentes tonos. Unos amigables, otros formales y algún que otro grupo parecía sumergido en una discusión. Los hermanos vampiros no parecían atentos a nada. Más bien estaban allí destilando belleza y encanto. La señora Bauer, aun estaba cerca de nosotros. Pude escucharla reír tan exageradamente como al principio de la velada. Mi agudo oído, me permitió escuchar su conversación sin ningún problema. – Y bueno, cielo, espero que este negocio se concrete, en especial por todos esos chiquillos que no tienen un hogar. –Le decía a la que supuse era la señora Kapleau. – Desde luego, Deborah. Mañana mismo te firmaré el cheque. No dormiría bien sabiendo que hay tantos niños que no cuentan con un techo y un lecho donde descansar. – La mujer hablaba apenada. Al parecer, su pesar era autentico. Era un todo completamente diferente al de su voluminosa acompañante. Luego bajó la voz, con deliberada intención. – Pero que hermosas que son esas chicas. Jamás en toda mi vida he visto mujeres más perfectas.Ni hablar de su hermano, por Dios, ese niño es más hermoso que el David de Miguel Ángel. – Con la visión periférica, pude ver que miraba en nuestra dirección. Su tono no era

desdeñoso, más bien lo decía como un cumplido. Malenne me dirigió una sonrisa y un guiño. Al parecer, no necesitaba gran concertación para poder captar la conversación. Raphael no parecía prestar gran atención a nada. Conforme la gente iba pasando cerca de nuestra posición, él se dedicaba a estrechar manos. Pude escuchar, también, la contestación de Deborah, en un todo acido y de maldad innecesaria. – Sí, son dos chicas muy hermosas. De buena familia, claro. Los Blancquarts tienen el treinta por ciento de las acciones de la compañía. En realidad su padre es quien las posee. – Explicó. – Pero el hombre ya está entrado en años y no puede asistir. Así que ellos vienen en su representación muchas veces, en especial Raphael. La otra chica, la de vestido verde, por lo que pude escuchar es su prima. Encantadora, a diferencia de Malenne. – Y luego entornó los ojos y habló un poco más bajo. – Aunque debe ser igual de perdida que su prima. Imagínate que en una fiesta anterior la muy sinvergüenza casi se acuesta con un mozo aquí mismo. Menos mal que la vi antes de que se armara un terrible escándalo. – Concluyó. Miré a mi amiga, que sonreía ante lo que acaba de escuchar. – ¿Quiere escándalo? Yo le daré escándalo. – Y se puso en movimiento tan pronto terminó la frase. Camino llena de gracia hasta el mismo centro del salón. La música que sonaba en ese momento era una danza de estilo arábigo. Muy sexy. Era de esperar que ninguna de las mujeres del lugar, con sus varios años encima e iguales kilos de más, se pusiera a bailarla como es debido. Comenzó a mover su cintura minúscula conforme al compás. Primero suavemente, sin incitar a la lujuria de los hombres presentes. Sus manos níveas rozaban su cuerpo esbelto, envuelto con aquel vestido azul tan ceñido a su figura divina. Recorrió las curvas de su arrebatadora silueta, deslizando sus manos por su cuello y cabeza, revolviendo aún más su dorado cabello, que la transformaba en la más perfecta de las mujeres allí reunidas. A cada momento la danza se hacía más audaz y con ello, volvía más sensual su baile. – Esta Malenne, nunca cambia. Como me disgusta que no repare en las habladurías. Es ella misma. No le importa lo que digan todos. Simplemente actúa por impulso. – Se quejó su hermano.

Todos los hombres del salón observaban el nuevo show, mucho más digno que ver que el del mago. Ninguno parecía creer que fuera un escándalo. Muy por el contrario, parecía que todos habían olvidado como cerrar la boca. En cambio, el cuchicheo entre el publico femenino se hizo cada vez mas fuerte. Ninguna de esas mujeres aprobaba ese comportamiento. No por parte de una señorita de sociedad. Un mozo muy apuesto caminaba por las cercanías, y le estaba costando un trabajo enorme concentrarse en su tarea en vez de mirar a mi amiga, que no paraba de mover su cuerpo. Ella se acercó donde él estaba ofreciendo bebidas a los invitados. – ¿Qué te parece si tu y yo no vemos un rato después de la fiesta? – Le propuso, en un tono intencionalmente alto. Él pobre chico se quedó helado. Incapaz de pronunciar una sola palabra. Desde luego, jamás se hubiera imaginado que semejante belleza le propusiera una oferta tan tentadora. – No te preocupes, se que estás trabajando. Este es mi número de móvil. – Y buscó en su bolso y sacó una tarjeta blanca. Él la tomó, todavía en shock, y la guardó en su bolsillo. – Espero tu llamado – Le dedicó un beso volador. Se dio la vuelta y caminó de nuevo hacía nuestra ubicación, con una sonrisa enorme que a cada paso se ensanchaba más y más. Aunque decir caminar era un error, más bien desfiló, pues tal era su gracia. Antes de llegar hacia nosotros, se detuvo al lado de la señora Bauer. – Ves, Deborah, esta noche me he controlado. No he hecho nada más que bailar. Y con respecto a los mozos, bueno, los veré afuera en vez de en el baño. – Y con toda picardía le guiñó un ojo. Al estar de nuevo a nuestro lado, dijo a su hermano: – Por favor Raphael, mañana dime todo lo que quieras. Esta noche deja que me divierta – Le suplicó, poniendo un dedo en sus labios, tiesos en una mueca de ira. Al cabo de un momento, su rostro se relajó, pero su voz sonó de lo más extraña. – Perfecto, hermana, mañana cada uno de nosotros se hará responsable de sus actos. Pero hoy, debemos cerrar la boca y no

hacer nada. – su forma de hablar era diferente a como siempre, esta vez, arrastraba las palabras, como si estuviera pensando con extremo cuidado cada cosa que decía. Luego se dirigió hacía mí, con todo el poder abrasador de sus ojos dorados y preguntó. – Rennesme, ¿Quieres bailar? – Por supuesto. –Dije, un poco confundida por su propuesta. Y tomándome de la mano con total suavidad, nos dirigimos hacia la multitud danzante, mientras su hermana lo miraba con el semblante lleno de malestar y hostilidad.

Capitulo 15 Otro Desenlace Desafortunado Me sentía una idiota. ¿Por qué había me había dejado arrastrar por él, cuando lo que menos necesitaba era que estuviéramos solos? – ¿Qué es lo que te propones, Raphael? – Lo interrogué una vez que nos encontrábamos relativamente lejos de la mirada enfurecida de su hermana. – No sé a que te refieres, Rennesme. ¿Yo proponerme algo? ¿Qué? – Su tono inocente no engañaba a nadie. – Deberías saber que no estas hablando con una tonta. Tus palabras tenían un doble significado. Ahora bien, puedes decirme que te propones, o me voy de vuelta con Malenne. Se quedó callado, mirándome a los ojos. Convencida de que no diría nada, le dediqué una última mirada frustrada, y me di la vuelta, haciendo que mi larga cabellera le golpeara la cara. No es que fuera a hacerle daño, pero bueno. Algo es algo. – No, vamos Renesmee, no te enojes. – Dijo, agarrándome del brazo y girándome de nuevo hacia él. – Suéltame, Raphael Blancquarts. Si no eres capaz de decirme que tienes en mente, y por qué tu hermana se puso así, será mejor que terminemos esta conversación. – Las palabras salieron todas juntas. Había pretendido que no sonara enfadada, pero fracasé rotundamente. – Por favor, Nessie. No te pongas en ese plan. Solo quiero que Malenne entienda las estupideces que hace. – Respondió con naturalidad. – ¿Y en que puedo yo serte útil con respecto a eso? – Lo interrogué, cada vez mas enojada. – No te imaginas cuanto... – Suspiró. – De verdad, Raphael, no te sigo. – Estaba contrariada. En parte porque de verdad no era bueno que pasáramos mucho tiempo a solas. No ahora, cuando era probable que mi amigo sintiera algo que yo no

podía retribuirle. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¿Y por qué no me molestaba la idea? ¿Por qué la reacción más lógica, alejarse, no aparecía? ¿Por qué incluso me mostraba más cercana a él? ¿Qué demonios había pasado en la piscina para que esas nuevas emociones me persiguieran? – Es solo una broma, Renesmee. No pretendo usarte de modo alguno, solo quería que Malenne escarmiente. – Sonrió con todo el brillo de sus dientes blancos. – Ella cree saberlo todo, percibirlo todo, pero esta equivocada, auque me gustó la idea de jugar con eso. Mi hermana no es la única que puede causar malestar en el otro. – ¿Y qué es eso que tu hermana piensa con respecto a ti? – Aunque claro, no necesitaba aclaración alguna. – Tal vez deberías preguntárselo tú. No soy la persona indicada para decirlo. – Admitió. – Pero no pensemos en eso ahora. ¿No sería bueno que bailemos un poco? ¿Acaso tenía sentido oponerse cuando al final iba a terminar haciendo lo que él quería? Sin decir nada más, a pesar de que en realidad me sentía enojada, me dejé llevar. Nos deslizamos llenos de gracia entre la gente buscando un buen lugar para poder bailar. Raphael era un bailarín formidable, se movía con garbo y firmeza al mismo tiempo. Me sujetaba fuerte la cintura, apretándome a su cuerpo frío como el témpano. Aunque esto no logró desconcentrarme del momento, mantuve la compostura en todo instante. Era bueno saber que ante un momento tan intimo como lo era ése, no perdía el temple. El hecho de que no parara de mirarme directo a los ojos, hacía que yo estuviera absorta en nuestro baile. Él dirigía la danza, obviamente. Me hacía girar en círculos elegantes, para luego volver a aprisionarme entre sus brazos de mármol. Con el movimiento, la gran abertura del vestido dejaba entre ver parte de mis piernas. En varias ocasiones, el vampiro hizo que lograra un espectacular giro, para que la tela se elevara y mis extremidades se vieran cuan largas eran. Pronto la gente también comenzó a vernos a nosotros. Aunque no con tanta intensidad como lo habían hecho con Malenne, y sin un murmullo de cotilleo. Éramos buenos bailarines. – Es muy agradable bailar contigo, Renesmee. – Dijo luego de un rato mi amigo.

– Lo mismo digo. A mi novio no le gusta mucho bailar, por lo que no solía hacerlo con frecuencia cuando vivía en Forks. – Luego me arrepentí de haberlo dicho, porque en cuanto lo escuchó Raphael dejó de sonreír. – Bueno, conmigo puedes bailar cuanto quieras. – Se escogió de hombros. – Vale. – Contesté, porque si decía algo más iba a arruinar el momento, aunque claro, creo que ya lo había hecho. Intenté cambiar de tema. Y desde luego fue muy poco sutil. Aunque a decir verdad, las sutilezas no eran lo mío. – Raphael, ¿Recuerdas las fotos que nos sacamos en la piscina? – Le pregunté. – Claro, como olvidarlas. – Esta vez sonrió de nuevo. – Bueno, espero que no seas tan tonto como para andar publicándolas por ahí... – Le advertí. Rió con total naturalidad. – ¿Y por qué tendría que hacerte caso? – Me desafió, enarcando una ceja. El gesto me enfadó muchísimo. – Porque en cuanto me entere que lo has hecho, te daré caza como a un tierno ciervo de cola negra. Y créeme que no me rindo hasta no acabar con mis presas. – Lo amenacé con la voz muy contenida, lo cual lograba dar mayor nivel de terror a la afirmación. Él se dedicó a mirarme, esta vez de una muy diferente a como lo hacía siempre. – ¿De verdad me crees capaz de hacer algo que perjudicaría mi hermana, o a ti? – Sonaba serio. Genial, había herido sus sentimientos. – Raphael... yo no quise decir eso... solo que me molestó que te rieras de mí. – Me disculpé. Miró para otro lado, para luego girarse otra vez hacía mí.

– Está bien, Renesmee. Igualmente las fotos las saqué con tu cámara. Así que son tuyas, y tú eres la que decide que hacer con ellas. – Esta vez, su voz se acercaba más a su habitual tono calmo y suave. – Sé que es una tontería que estemos discutiendo por esto. – Le dije, pensando en que de verdad era cierto. – Lo sé, pero no tienes nada de que preocuparte. Además, si lo que hubiera querido es que esas fotos sean vistas, ya lo habría hecho, ¿No lo crees? – Y sonrió como siempre lo hacía. – Desde luego tienes razón. – Respondí. – No pienses más en eso, las borraré en cuanto lleguemos a casa. – Dijo. – No, las fotos pueden quedarse, solo no quiero que las vean los demás. Son las primeras que nos sacamos. Por el contrario, creo que deberíamos tomarnos unas cuantas más. – Contesté. – Me parece bien, a Malenne le gustará. Además será un cambio grato ver fotos en las que no aparezca solo ella. – Rió entre dientes. Me uní a sus risas y ambos nos miramos un instante más a los ojos. – Gracias, Raphael. – Le dije, y hasta para mi propia sorpresa, le di un beso en la mejilla. La sensación fue extraña, porque mis labios, ardientes por mi alta temperatura corporal, se sintieron aún mas calidos luego de estar en contacto con su frío semblante. Mi amigo se encogió ante la demostración de afecto. O ante la febril sensación que mi piel causó en su rostro helado. – Lo siento, Raph, no fue mi intención hacerlo, la verdad es que no me lo explico. – Me excusé. – No hay problema, Ness, solo es que me tomaste por sorpresa. No era algo que estuviera esperando. – Sonrió. Luego levantó la mano y me acarició la mejilla. Me sonrojé. Ahora nos mecíamos lentamente, solo tomándonos de una mano, él con la otra en mi cintura y yo con la mía libre en su hombro. – De verdad me alegra mucho haberte conocido. – Dijo en un susurro, luego de un rato en el que nos movimos en silencio. Se acercó y me dio un beso en uno de mis pómulos. Sus labios, fríos como un

témpano, me hicieron causar un escalofrío. Pero a pesar de eso, lograron que mis mejillas se enrojecieran hasta donde no tenía idea de que fueran capaces. Estaba jugando con fuego... si no me detenía, en cualquier momento me iba a quemar... – Creo que ya no tengo ganas de bailar. – le dije un momento después. Ya había arriesgado demasiado. – Vamos a buscar a Malenne. Espero que ya se le haya pasado el mal humor. – Se carcajeó. Nos alejamos de la pista improvisada, y la buscamos por todos lados. Que el salón fuera tan grande, no nos ayudaba en nuestra tarea. Fui hasta el baño, con la esperanza de encontrarla mirándose en el espejo, ya que era lo único que podría hacer en ese lugar. No estaba allí. La habitación estaba oculta en la especie de pasillo. No era de fácil acceso. Justo antes de entrar al cuarto de baño. Había un enorme sillón, en el que ni siquiera había reparado. Volví sobre mis pasos y me reuní de nuevo con Raphael. Entonces recordé que en bolso tenía el móvil. Busqué entre las cosas que había dentro y lo saqué. Observé la hora. Eran las dos de la madrugada. Al ver lo que planeaba hacer, mi amigo me detuvo con su mano. – Allí está. – y movió el mentón hacía el frente. Su voz me asustó, pero hasta yo hubiera empleado ese tono si fuera mi hermana la que estuviera haciendo eso. Sentada en el sillón de cuero blanco inmaculado, esta su perfecta hermana. Aunque no estaba sola. Sus brazos estaban enredados en un hombre, que me resultó muy conocido. Me tomó un segundo reconocer esos rasgos en la tenue oscuridad que nos envolvía. Pero en un momento, me di cuenta. La piel clara del cuello de McGregor estaba en ese momento siendo sujetada por las manos pálidas de Malenne. Se estaban besando apasionadamente. Indiferentes a la multitud que nos rodeaba. Desde luego, en esa ubicación oculta, no eran visibles. Solo las pocos personas que se dirigían al baño hubieran podido ser

participes de ese intimo momento. Incluso, la oscuridad era tal en ese lugar, que hubiera sido difícil reconocerlos para los humanos. Pero nuestra vista era mucho mejor. Raphael, todavía con el rostro contorsionado por una ira asesina, muy diferente a la anterior, se aclaró la garganta tan ruidosamente, que se escucho a pesar de la música de fondo. Su hermana se volvió, con un brillo diabólico en sus ojos dorados. El hombre, observó a Raphael, y su semblante se torno libido de miedo. Malenne se puso de pie, bajándose un poco el vestido azul oscuro. Antes de comenzar a caminar hacia nosotros, tocó el rostro de McGregor – Olvídate de todo – Susurró. – Ve al auto Malenne. Esta noche has llegado demasiado lejos. – La miró a los ojos. – Fuiste tú el que dijo que esta noche podíamos hacer lo que quisiéramos. – Su rostro estaba más sosegado. Al parecer se había dado cuenta de la estupidez que había hecho. McGregor se puso de pie. Su vista estaba bastante desenfocada y parecía aturdido. Al hablar, no sonaba como al momento de su discurso durante la cena. – Raphael, espero que en el transcurso de las siguientes semanas podamos ponernos de acuerdo con respecto a tu precipitada decisión. Ahora no puedo hablar nada. Creo que he bebido demasiado vino. Ni siquiera se como llegué aquí. Mi amigo miraba a los ojos a su socio, pero sabía que en verdad no le estaba prestando demasiada atención. – No hay problema, James. Ahora, si me disculpas, es excesivamente tarde, y nos estamos yendo. Nos comunicamos en estos días. ¿Si? – No hay problema. Entonces espero tu llamado. Que terminen bien la noche. Señor, señoritas. – Y se retiró hacía en centro del salón. Fuimos detrás de él, pero Raphael caminaba con excesiva rapidez, parecía que se deslizaba por el piso en vez de dar paso por paso. Al salir a la calle, ni siquiera saludó al señor Thompson. Abrió la puerta del auto, y destrabó la del acompañante y una trasera.

– Ve atrás, Malenne. Rennesme, siéntate a mi lado. Dudé. En el camino de ida, ambas habíamos ido atrás. Pero algo me dijo que no era bueno contradecir a mi amigo en ese momento. Me acomodé a su lado, y este encendió el motor. Malenne, atrás nuestro, se encogió en el asiento, sin decir una palabra. Una vez alejados del centro de la cuidad, Raphael aceleró a fondo. El contador de kilometraje dictaba que íbamos a unos doscientos veinte kilómetros por hora. Pero eso no parecía inmutar a ninguno de los hermanos Blancquarts. El trayecto fue muy silencioso. Raphael no despegaba los ojos de la autovía, y su hermana lo observaba a través del espejo retrovisor. Él no devolvía la mirada, tal vez porque todavía estaba muy enojado como para hacer algo. Entramos al camino privado de la casa cerca de las dos y media. Por suerte el incomodo viaje había terminado rápidamente. Una parte de mi mente me hizo pensar si ellos en realidad peleaban tan frecuentemente. O si acaso era siempre mi presencia la que desencadenaba esas reacciones en ellos. Como sea, bajamos del auto solo envueltos por el susurro del viento helado que nos rodeaba. Raphael abrió la puerta principal, que al parecer había quedado sin cerrojo. Ahora la casa parecía lúgubre, pues estaba completamente oscura. El vampiro cruzó en un segundo la enorme estancia, y en otro prendió todas las luces. La brisa que dejó detrás de sí, hizo que mi vestido flameara tenuemente. – Iré a mi habitación a quitarme el vestido. – Anunció Malenne. Su voz ya era como siempre. Al parecer, la culpa por la tontería que había hecho ya se le había ido. No es que para mí representara gran cosa. Al fin y al cabo, había logrado que McGregor no recordase nada. Antes de decir que la acompañaba, ya se encontraba fuera de mi vista. Raphael estaba recostado a lo largo del sofá de la estancia, con una de sus pálidas manos sobre los ojos. Caminé hacia él, esperando que no estuviera tan enojado como para que hablemos. – Creo que no deberías tratar a tu hermana así... – Comencé. Bufó. Era de esperárselo.

– No me pareció tan grave lo que hizo. Al fin y al cabo, James no recordará nada. ¿No? – Continué, dado que no parecía dispuesto a contestarme algo. Se enderezó en el cojín de cuero. – El problema es, Renesmee, que mi hermana nunca me hace caso. Jamás escucha lo que le digo, a pesar de que no son tonterías. Solo quiero que no se exponga. – Tensó la mandíbula. – Que no le dé a esa clase de gente de que hablar. No es lo mismo cuando vamos a “Eternidad”, allí nadie nos conoce, y solo provocamos. No nos arriesgamos a nada más. Pero ¿McGregor? ¿No le acababa de decir que habíamos discutido una separación de capitales? – Suspiró. – No la juzgues por esas cosas menores. ¿Acaso no la has pasado bien en la fiesta? – Intenté razonar con él. – Sí, lo he pasado bien. Por lo menos antes de ver a mí hermana haciendo esas cosas. – Sonrió, aunque no como siempre. Era un gesto casi desganado, pero no por eso menos bello. – Entonces no estés con mala cara. – Tomé su mano, ahora libre. – Anda, ve y dile a Malenne que no estás más enojado. No me gustaría estar aquí estando ustedes dos enemistados. Él me miró a los ojos. Otra vez, como cuando estábamos en la piscina, experimenté una extraña conexión de su parte. Su mirada denotaba todas esas cosas que yo había visto antes en otra mirada. Y por un segundo, sentí que me hundía también en ella. Aunque de hecho, estaba acostumbrada en hacerlo en otra, en unos ojos diferentes. Unos negros, calidos y llenos de amor. Los de un hombre lobo hermoso, que me estaba esperando muchos kilómetros a sur de Douglas. Expectante, y sobre todo fiel. Fiel en todos los sentidos posibles que existen. Me di cuenta en ese momento de que era una mala persona. La peor de todas. Porque permitía que Raphael me mirase de esa forma, dejándolo hacerse esperanzas, las cuales no tenía, porque mi corazón estaba loco por Jacob. Pero por una extraña razón, no encontraba la fuerza para decirle a mi amigo vampiro que se alejara. Si se iba, me iba a doler. Ese instante fue decisivo, porque en ese segundo en el que nuestras miradas estuvieron engarzadas, me di cuenta de que había muchas cosas que no sabía acerca de nada.

El afecto hacía Raphael era fuerte, pero no se comparaba para nada, porque no era un amor pasional, un amor que puede tenerle una mujer a un hombre, era un amor de amigo, tal vez algo posesivo, y levemente irracional. Jacob Black era el amor de mi existencia, esa parte de mí sin la cual no concebía el mundo. Esperaba que pronto estuviéramos unidos para siempre, por eso nos casaríamos. Ese era un consuelo a mi separación con él. Porque aunque ya no pensaba en él tan a menudo como debería, el amor estaba ahí. Comparado con el afecto impulsivo que sentía por mi amigo, no había forma en la que compitieran. Pero eran esos momentos en el que Raphael me tomaba con la guardia baja los que lograban que experimentara todas esas sensaciones que no tenían por qué estar albergadas en mi pecho. Aunque no había duda en ningún momento. Jamás flaqueó el amor hacía mi hombre lobo. Por eso, me prometí a mi misma que esa noche sería la primera y última que dejaría que las cosas se desenvolvieran de eso modo. No era justo para nadie, en especial para Jacob. Y sobre todo para Raphael. No quería lastimarlo. Yo tenía en claro mis sentimientos y que era lo que sentía por mi novio y que por él, solo esperaba que mi amigo no estuviera arriesgando más de lo que estaba dispuesto a peder, porque no ganaría más que lamentos si las cosas se le habían salido de las manos. Rogué para que no fuera lo suficientemente tarde... Todos esos razonamientos transcurrieron en un segundo en mi mente extensa. Mis ojos aun seguían entrelazados con los de Raphael, por lo que desvié la mirada para romper el enlace que nos unía. Tal vez el se dio cuenta de todo. La verdad a estas alturas hubiera sido mejor, porque cuanto más rápido lo habláramos, mejor. Pero cuando volvió a decir algo, se refirió a su hermana. – ¿Te das cuenta de que no se puede razonar con ella? – Dijo entonces Raphael. – Hace lo quiere, cuando quiere. No puedo controlarla. – No se trata de que la controles, Raph. – Dije. Entrecerró sus ojos dorados. – Ella es adulta, y sabe lo que hacer.

– Eso crees tú, Ness. Malenne puede ser sumamente irritante e inmadura. – Dudó un segundo, y suspiró. – Esta mal que te diga estas cosas, no debería hablar mal de mi hermana. – Es bueno desahogarse de vez en cuando. – Murmuré. Ese era un consejo de mi buena amiga Elizabeth. – Simplemente esta noche las cosas te superaron. – No es solo eso, esta rara. – Conjeturó. – ¿A que te refieres? – Pregunté, curiosa. – Es difícil de explicar. – Comenzó. – Ella nunca es tan irracional. Hay algo que la tiene agobiada, y lo peor de todo es que no puedo averiguarlo. – No debes meterte en la mente de tu hermana, Raphael. – Lo reprendí. – Si ella no quiere compartirlo, es porque aún no esta preparada. Él rió. – Siempre me ha contado todo. Nunca hemos tenido secretos, ¿Por qué ahora si? – Expuso. En eso no podía ayudarlo. Aunque sintiera como si los conociera de toda la vida, lo cierto es que formaban parte de mí entorno hacía poco tiempo. – ¿Siempre discuten tanto? – Pregunté. – ¿O esto pasa desde que me conocen? – Me sentí culpable. Mi amigo puso cara de asombro. – No, Renesmee. – Susurró. – No tiene nada que ver contigo. Discutimos porque somos hermanos, y porque somos diferentes. Quizás ahora lo hacemos con un poco más de frecuencia que antes... has de entender que antes nosotros no teníamos otra persona cerca. Por eso si discutíamos, eso era igual a pasar mucho tiempo sin hablar con nadie. – Rió de nuevo. – Ahora, si lo hacemos, te tenemos a ti en el medio, para no estar solos. Eres como el hijo único de un matrimonio divorciado. – Eres un tonto. – Le dije. Aunque el alivio hizo desaparecer la sensación de mi estomago. – Eso me hace sentir mejor. Creí que tal vez, yo generara eso en ustedes. – Confesé.

– Para nada. Simplemente hoy se ha pasado de la raya. ¿Tu no estaría igual de enojada si tu hermana se compara como una mujerzuela cualquiera? Le dediqué una mirada envenenada. – Esa no es la forma de referirte a una señorita. – Musité luego, con un tono complemente serio. Puso los ojos en blanco. – El problema en todo esto, es que eres mujer y eres su amiga. – Dijo. – Te pones de su lado simplemente porque es lo que crees que debes hacer. Es fácil juzgar el comportamiento de los demás, ser juez y verdugo de un desconocido o de alguien a quien no se le tiene estima. – Razonó. – Todo es más complicado cuando la persona que calificas es un allegado. No puedes ver lo mal de su comportamiento simplemente porque la quieres. Incluso algo malo no lo es tanto cuando lo hace un ser querido. – Eso no es cierto, yo soy completamente capaz de ser imparcial. – Le dije. – No juzgo a las personas dependiendo de la cercanía. Raphael negó con la cabeza, sonriendo. – Es lo que piensas, pero muchas personas que dicen eso, son justamente las más propensas a tener ese tipo de conducta. – Aclaró. No tenía ganas de discutir yo también con él, así que opte por quedarme callada y hacerle creer que tenía razón. Luego de un momento de silencio, continué hablando. – ¿Vas a ir a hablar con Malenne? – Insistí. Reflexionó un poco. – No ahora. No esta noche. – Dijo lentamente. – Quizás en la mañana, ¿Por qué no vas a dormir? Tal vez estés cansada, el día de hoy ha sido largo. ¿Te encuentras bien por lo que sucedió en la tarde? Recordé la discusión. Eso logró que se deslizara una sensación extraña por el estomago, pero no estaba mal con ello. Michelle había decidido que quería creer. Me dolía, eso era innegable, porque había llegado a quererla realmente. Un cariño que me impulsaba a protegerla. No entendía de

donde venía exactamente esa emoción, tal vez se debía a que ella era humana, y yo no. Tal vez pensaba que era mi deber resguardarla. Lo había intentado, claro. Había querido advertirla del error que cometería si seguía adelante con sus planes. Fue un error haber dejado que pasara todo ese tiempo para que hablar con ella. Tendría que haberla puesto en aviso en cuanto me dijo que habían cruzado un par de palabras. Fue muy tonto haber creído que Steven Collins podía cambiar, pero eso ya era parte del pasado. Quizás en verdad estaban destinados a estar juntos. Un segundo después de pensar en ello, mi mente me dijo que no me mintiera de esa forma. Collins jugaría con ella, luego la dejaría. Y Michelle era lo suficientemente tonta como para dejarse envolver por su juego. Sufriría mucho, y estaba segura que no se lo merecía, porque ahora, luego de pensar en frío, me daba cuenta de que en realidad, tal vez no había sido del todo su culpa. Seguramente Steven le habló mal de mí. ¿Por qué no? Durante el tiempo en el que él y yo fuimos amigos, no me hablaba demasiado con Michelle. Era probable que hubiese inventado cosas. Además, las palabras con las que me había insultado Michelle, eran casi las mismas que había empleado Steven. Eso no la justificaba, bajo ningún modo, pero siempre me pareció que era una chica un poco influenciable. – No quieres hablar del tema. – Dijo Raphael, al notar mi silencio. – No estás obligada a nada. – No, no es eso. – Contesté. – Solo estuve pensando en todo lo que pasó. ¿Sabes? Tendría que haberle dicho a Michelle todo lo que me pasó con Steven... de haberlo echo, ella hubiera sabido desde el principio que es un imbecil, y nada de esto hubiera pasado. – Pero, ¿Qué fue lo que te pasó con él? – Preguntó Raphael curioso. En ese momento, me di cuenta de que nunca les había contado a mis amigos vampiros el suceso que casi logró que regresara a Forks. Lo cierto es que ellos lograron que me quedara. Dudé un segundo antes de contarle.

– Pasó hace tiempo, cuando recién llegué a Juneau. Steven y yo fuimos amigos los primeros tiempos, cerca de un mes. Era un completo caballero. – Relaté. – Sonreía, era amable, y lo cierto es que intentaba acercarse de un modo un poco... insistente. Raphael alzó una ceja. – Yo lo rechazaba de las formas más sutiles que era posible. Los últimos días, se había vuelvo bastante mas obstinado con respecto a intentar algo conmigo. Le había dicho que tenía novio, y todo lo demás. – Me detuve un segundo, a la espera de la respuesta de mi amigo. Seguía escuchando atentamente, con el semblante congelado. – Una tarde, me dijo que quería hablar conmigo de algo, me condujo hacía uno de los patios de la universidad. Uno muy parecido en el que ustedes me hablaron por primera vez. ¿Recuerdas? Asintió en silencio, e hizo un gesto con la mano para que siguiera hablando. – Bueno, lo que pasó fue que me dijo que le gustaba, que era hermosa, que no podía dormir pensando en mí. – Puse los ojos en blanco. – Intentó besarme a la fuerza, cuando me negué, me insultó, y dijo cosas muy feas. Perdí en control, y lo tomé del cuello con una sola mano. Hubiera sido muy fácil acabar con él... pero me detuve. Las aletas de la nariz de Raphael se agrandaron, y sus ojos se llenaron en un segundo de mucha ira contenida. – ¿Estas hablando en serio, Renesmee? – Dijo en un murmullo casi asesino. – Sí, así pasaron las cosas. – Confesé. – Ese... bastardo... podría ir ahora mismo a matarlo... – Musitó. – ¡No! Raphael... Eso pasó hace meses. No es algo importante ahora. En ese momento me sentí muy mal. – Sí, había estado muy triste durante semanas, pero eso era parte del pasado. – Pero lo dejé atrás. – ¿Por qué nunca nos lo contaste? – Me interrogó. – ¿Para que, Raph? – Le dije encogiéndome de hombros. – ¿Acaso tu reacción hubiera sido diferente? ¿Crees que hubieras podido hacer algo? Ustedes no estaban en Juneau cuando eso pasó. No tenía sentido contárselo. – Eso no tiene nada que ver... – Reflexionó el. – Es decir, sabía que Steven Collins no era un buen chico porque lo vi en su mente, los

pensamientos malos están siempre presentes, sus reacciones son viles y sus emociones violentas, pero nunca creí que fuera esa clase de basura. – Hizo un último gesto de asco. – Muchas veces las personas no son lo que aparentan. – Reí amargamente. Lo había aprendido de la peor forma posible. – ¿Eso nos incluye a Malenne y a mí? – Preguntó. – Tal vez... no son lo que imaginé al principio... – Comencé. – ¿Al principio? – Se extraño. Me carcajeé suavemente, esta vez con mayor autenticidad. – Bueno, al inicio de todo, no se si recuerdas esa primera vez que nos vimos. En la clase de Arte Contemporáneo. – Dije. – Sí, lo recuerdo... fue muy extraño entrar a esa clase... tu corazón se escuchaba desde el pasillo. Y cuando te vimos... Eras como nosotros, pero tu mejillas, tus ojos... parecías mucho más humana que cualquier inmortal. – Caviló un segundo en sus pensamientos. – Era más de lo que podríamos haber comprendido. – Esa noche soñé con ustedes... – Confesé. – ¿En serio? – Compuso una cara mitad confusión, mitad divertida. – Soñé que me perseguían, que se abalanzaban sobre mí... que me cazaban... La cara de mi amigo otra vez se transformó. Una risa se formó con toda picardía en su rostro de piedra. – En serio, Renesmee. Debes dejar de pasar tiempo con humanos, te están trastornando la cabeza... – Si tú hubieras estado en mi lugar, te habría pasado lo mismo. ¿Qué pensarías si dos desconocidos aparecen en la cuidad que casualmente elegiste para alejarte tu familia? – Le pregunté, algo enfadada ante su broma. Dudó un segundo. – Bueno, vale. Esta vez te concedo la razón, pero no seré tan suave la próxima vez. – Enredó sus manos entre su lacio cabello rojizo. – Creo que ya no tenemos mucho que hacer aquí. Ve con Malenne, seguro ella también necesita a alguien con quien descargarse por el compartimiento de su tirano hermano.

Tenía razón, Malenne seguramente me estaría esperando en su habitación, o en la mía, dispuesta a hablar. – Adiós, Raphael. Buenas noches. – Me despedí entonces. El asintió, también saludando. – Buenas noches, Renesmee, nos vemos en la mañana. Crucé la estancia y subí las escaleras en un paso complemente normal. No quería que mi amigo supiera que quería hablar apresuradamente con Malenne. Al llegar a su puerta, toqué despacio. – Adelante. – Dijo, con su voz de sirena. No le causó ninguna sorpresa que fuera yo. Ingresé a esa magnifica habitación. Ella estaba sentada en la cama, que desde luego era solo parte del mobiliario, y no algo que se usara para el fin que debería. Aun así, estaba vestida con un delicado camisón de noche, blanco y algo transparente, bajo el cual se podían ver el resto de su ropa interior. El vestido azul oscuro colgaba de una de las sillas en el escritorio. – ¿Estuviste escuchando? – Aventuré. – Desde luego, Renesmee. Esta casa no es lo suficientemente grande como para que no pueda oír lo que se habla en la planta de abajo. Sobre todo si Raphael en realidad desea que lo oiga, porque no se esforzó en lo más mínimo por bajar la voz. – Tu hermano solo esta enojado. No deberías haber echo eso con McGregor. Eso fue jugar sucio. – Admití. – No soy la única que esta jugando sucio por aquí. – Dijo. Se me detuvo la respiración. – No te sigo... – Murmuré haciéndome la tonta colosalmente. Ella se sonrió. – Si ni tu quieres admitirlo, entonces no tiene sentido que hablemos de nada. – Convino. No quería hablar con Malenne de ello. No todavía. Lo haría cuando todas las ideas cayeran limpiamente en el tablero, y entonces pudiera revertir ese embrollo donde me había metido.

– Si te pregunto algo, ¿Me responderás con honestidad? – Pregunté entonces a mi amiga. – Con toda la honestidad que sea posible. – Afirmó. – ¿Por qué Raphael dice que estas... agobiada, o irracional? – Pregunté en un tono demasiado bajo, para que el vampiro escaleras abajo, no pudiera oír. Ella compuso una mueca extraña. – Mi hermano cree que todo el mundo es extraño e irracional. Lo cierto es que él mismo lo es, solo que prefiere desplazar esas facetas de su personalidad a otro individuo. En este caso, a mí. – Vamos, Malenne. ¿Acaso intentas convencerme de que él ve cosas que no existen? – Reí. Ella se unió a mí, antes de contestar. – No digo que no le doy motivos para que se enfade, ¿Pero que podemos hacer de nuestra vida, entonces? ¿Qué quiere? ¿Que viajemos por el resto de la eternidad de un lugar a otro hasta que el mundo se acabe? ¿Pasando desapercibidos, sin hacer amigos, ni nada? – Murmuró con vehemencia. – Ya se que tuvimos mucha suerte al conocerte, Ness, pero aparte de ti, no hay nada más para nosotros. Y tú tienes familia. Pronto te irás con ellos, y volveremos a estar solos. – Sabes que nunca estarán solos. Yo siempre estaré con ustedes. – Dije, acariciándole el cabello. – No debes hacer eso. Tú tienes un lugar en Forks. Tienes a tus padres, a toda tu familia, tienes alguien que te espera ilusionado. Jamás pienses en renunciar a todo eso. No digo que no me alegra que hayan venido a Juneau, porque de hecho por eso te conocí, pero yo no me hubiera alejado de ellos si fueran mi familia. – Opinó. – No fue fácil hacerlo, al principio tenía motivos que creía lo suficientemente fuertes como para llevar a cabo mi plan. Quería realizarme en algo. Tal vez no lo entiendas, porque fuiste una niña hace mucho tiempo, y tuviste una infancia que fue un proceso lento. – Dije. – Yo pasé todas las etapas que a una persona común le llevan veinte años en tan solo siete. Aunque mi mente fue madura desde el mismo momento en que nací, sentía que dejaba atrás cada ciclo sin haber captado el suficiente conocimiento. Me sentía inútil, una chiquilla. Además había que sumar toda la sobreprotección. Era difícil

que hiciera algo por mí misma en una casa donde a todos les gustaba consentirme. Malenne sonrió. – De verdad, mirándolo desde ese punto, es entendible. Yo siempre fue autosuficiente. Tuve que serlo. Las cosas se dieron de una forma en la que no podía esperar ayuda de nadie más que no fuera mi misma. – Suspiró. – Hasta que llegó mi hermano. Es por él que soporto esta vida... bueno, vida es una forma de decir. Raphael me entiende, y aunque tiene rabietas muchas veces, sé que en verdad va a estar para mí por siempre. – ¿Entonces por qué pelean con tanta frecuencia? – Le pregunté a ella también. – Es como te dijo abajo. Ahora te tenemos a ti, si peleamos, tenemos a otra persona con quien hablar. – Sonrió. – No lo tomes como que te usamos... – Me previno, aunque en realidad no lo había pensado. – Es que estando contigo, uno nunca se siente solo. Eres especial, amiga. Se acercó hacía mi, y besó mi frente con sus labios gélidos. – Prometo que nunca dejaré de quererte, nunca dejaré que te hagan daño. – Dijo. – Seremos amigas para siempre. – Yo también, Malenne. Nunca dejaré de quererte. Nos abrazamos, tan solo como dos amigas más en este mundo. Sin estar en medio la cuestión de que éramos inmortales y que nuestra promesa tenía una connotación mucho más real que para otras personas. Hicimos el juramento que muchas chicas y chicos hacen con sus respectivas camaradas, comprometiéndonos a ser incondicionales por tiempos indefinidos. En ese momento, me sentí realizada, porque no estaba ganando solo una amiga, estaba ganando una hermana. Una persona en la que podía volcar todas mis inquietudes, mis problemas, todo. Alguien que no me quería por ser simplemente Renesmee, su hija, su sobrina, su nieta. El amor de la familia es diferente al de un amigo. La familia te quiere porque te vio crecer, porque al fin de cuentas, es lo debe hacer. No renegaba de eso, obviamente, ya que era todo lo que necesitaba para ser feliz, pero esto sí que era diferente. La familia te ama más allá de todo, muchas veces sin pedirte nada a cambio. Sin pedirte que mejores, a veces, sin pedirte que seas una mejor persona.

Pensándolo desde un punta de vista objetivo, no había obrado bien al venir a Alaska, pero mis padres no se opusieron, porque era lo yo quería. No se habían opuesto porque me amaban, y a pesar de que eso los lastimaba, dejaron que hiciera lo que me pareciera. Su amor no me ayudaba a crecer, no de esa forma, por lo menos. Un amigo te ama porque realmente le gusta como eres, o porque en la balanza, tus virtudes superar tus defectos. Pero tampoco duda en decirte las cosas que desaprueba, porque si realmente te quiere, te detiene cuando haces cosas que no te hacen bien a ti o a los demás. Al deshacer el abrazo, nos miramos a los ojos. – Te quiero, Malenne. – Dije. – Yo también, Renesmee. – Susurró. – No lo olvides. En ese momento, un bostezo subió desde el fondo de mi garganta. Mi amiga observó mi rostro cansado y dijo: – Tal vez es hora de que vayas a la cama. – Sonrió. – Anda, mañana seguimos hablando, el fin de semana esta empezando. – Tienes razón, nos vemos en la mañana. ¿Si? – Desde luego, que descanses. – Se despidió. Me levanté de la cama y salí del cuarto. Atravesé el pasillo y llegué a la habitación que los hermanos habían preparado para mí. Entré al closet, y busqué un camisón para dormir. Cuando me recosté en el lecho, tenía muchas cosas rondando en la cabeza como para pensar en dormir. Faltaban tan solo un mes y medio para que me fuera a Forks. No sabía si me iban a dejar volver cuando llegara, porque tanto mis padres, como Jake y mis abuelos, decían que me extrañaban demasiado. La solución lógica era contarles de Raphael y Malenne. Decirles todo lo que había pasado, tal vez así, pudieran entender porque quería volver y por lo menos terminar el año de curso. Después de eso, a menos que los hermanos Blancquarts se instalaran cerca de Forks o Hoquiam, no sabía por cuanto tiempo no podría verlos. Pensé en Jacob una vez más. Mi amor estaba intacto.

Mi corazón le pertenecía solo a él. Pero eso no pudo evitar que me preguntara algo que había estado evitando. ¿Acaso mi madre no había estado también enamorado Jake cuando sabía que no podía vivir sin mi padre? ¿Y si me había traspasado ese gen? ¿O ese “Algo” relacionado a esa debilidad humana, que ella llamaba? Aunque claro, yo no estaba enamorada de Raphael, ni mucho menos. Era el misterio que representaba. El dolor detrás de su historia lo que me “atraía”. ¿Qué había sido de la vida de Julia? ¿Estaría ella viva todavía? ¿Había una forma de reencontrarlos? Tal vez el todavía la amaba... En ese segundo de meditación, no pude evitar compararlos, aunque tal cosa era imposible. Era obvio quien ganaba... Raphael era hermoso, cariñoso, un buen hermano, y de seguro un buen compañero, pero a pesar de tener todas esas cualidades en su haber, no eran suficientes como para palidecer el amor hacía mi licántropo hermoso de historia de cuento. Me hundí en los recuerdos que tenía de Jacob. La mayoría eran recopilaciones de mi última semana en Forks. Todos los besos, las caricias, el deseo encerrado en nuestros cuerpos. Sus labios recorriendo mi cuello, sus manos masajeando mi cintura... Me dormí en medio de esa nebulosa mágica, deseando que de algún modo irreal, mi prometido se materializara en esa habitación de la cuidad de Douglas. Pero eso era imposible. El sábado, cuando desperté cerca del mediodía, me encontré a mi misma muy animada. Todavía faltaba para que el fin de semana termine, por lo que podía pasar esos días en compañía de mis amigos. Me vestí apresuradamente, con un pantalón de jean y una blusa clara, y bajé por la escalera hacía el comedor. Me encontré a Malenne y a Raphael sentados a la mesa, enfrentados. Sus rostros estaban serenos, y no parecía que hubieran discutido. – Buenos días, chicos. – Saludé, un poco extrañada.

– Buenas días, Renesmee. – Dijeron al mismo tiempo, y el conjunto de sus voces sonó como si en realidad estuvieran cantado. Ambos se rieron al escucharse. Todo estaba bien, habían hecho las paces. – ¿Quieres desayunar? – Preguntó mi amiga. – ¿Tienen comida humana, aquí en la casa? – Pregunté, nuevamente sorprendida. Ambos se rieron de mí. Claro, había echo una pregunta tonta. – No me refería a esa clase de desayuno, Ness. Aunque si eso es lo que deseas, podemos ir al centro a comprar algo. – Respondió Malenne. – No, no hay problema. ¿Quieren ir de caza? – Me cercioré entonces. – La primavera está cerca, y los caribúes están emigrando hacía las tundras, pero todavía han de quedar algunos en los bosques. – Contestó Raphael. En los últimos días, la sed había formado poca importancia en mi vida, debido a los otros conflictos que había atravesado. Analicé mi cuerpo, y no hubiera estado nada mal participar de una buena expedición. – ¡Me parece bien! ¿A dónde iremos? – Pregunté. – Debemos manejar unos cuantos kilómetros al sur, pero valdrá la pena. – Contestó Malenne con una sonrisa. Salimos rumbo a los bosques tan solo media hora después. Raphael manejaba, y nuevamente, Malenne y yo íbamos juntas atrás. Era como si el fuera el padre de alguna de nosotras dos, él que llevaba a todos lados a su hija y a la mejor amiga de esta. Nos reímos los tres de puras tonterías todo el viaje, bromeando una y otra vez acerca de cualquier cosa. Parecíamos tres universitarios comunes y corrientes, disfrutando de una simple salida al aire libre. Estuvimos en el auto, un Audi A5 negro con los vidrios completamente tintados, cerca de una hora y media. Descendimos en medio de un bosque muy diferente al cual yo había cazado la última vez. Este era menos tupido, con la vegetación más dispersa, y con la nieve no tan presente en todos los elementos del boscaje.

– Vamos, creo que los oigo al sur. – Dijo Malenne. Desaparecieron en tan solo un segundo de mi lado. Comencé a caminar hacía el interior del bosque, y entonces escuché la voz de mi amiga. – ¡Renesmee! – Me llamó entusiasta, para que no me quedara atrás. Me entregué a la carrera en un segundo, y mis piernas hicieron por si solas el trabajo. En menos de lo que pudiera imaginar, me encontraba unos pasos por detrás de ellos. – Vaya que eres rápida... – Dijo Raphael frunciendo levemente el seño. Reí. – Y eso que no has visto correr a mi padre. – Le comenté. Nos concentramos los tres en mantener el silencio. Unos kilómetros al sur, como había dicho Raphael, escuché lo que estábamos buscando. Malenne se adelantó, con su minúsculo cuerpo deslizándose entre la nieve como una pequeña liebre llena de gracia y belleza. Apretó aún más el paso, antes detenerse frente a nuestro objetivo. Los caribúes estaban bebiendo agua de un pequeño río que ya se estaba descongelando porque la temperatura era levemente más alta cada día. Se extrañaron al vernos llegar, tan rápidos y hermosos. Comenzaron a correr todos en la misma dirección, los más pequeños quedaban rezagados, y los que parecían más ágiles se adelantaban varios metros a los demás. Mi amiga se deslizó con mayor rapidez que el más ligero de ellos, y se adelantó a toda la masa del grupo, que se asustó de nuevo. Raphael se unió a su hermana y los cercó por el otro lado, para luego introducirse entre ellos y tomar a uno de los más grandes del grupo entre sus fuertes manos, que se convirtieron en una jaula para el pobre animal. Malenne hizo lo mismo, y antes que los sobrevivientes escaparan por completo, me deslicé por el prado y reclamé uno para mi. Lo tomé con decisión y mordí su frágil cuello. Nuevamente, la sangre inundó mi garganta, hasta sofocar esa molestia que siempre estaba presente, pero a la que rara vez le prestaba atención. Mi cuerpo

aumentó un poco más de temperatura, como era de costumbre cada vez que cazaba, y por un segundo, me dejé embargar por ese calor delicioso. Sentí como mis músculos agarrotados se relajaban ante el sabor de la sangre, que si bien no era de mi total agrado, era mejor que la comida humana que había estado consumiendo por tanto tiempo ya. Al levantarme del suelo en el que un segundo antes había estado arrodillada, pude notar que mis amigos ya habían terminado. Sus ojos brillaban con verdadera fuerza, ahora que se habían alimentado. Me acerqué a su sitio. – Siempre es bueno cazar, aunque puedas vivir con comida humana. – Afirmé. – Claro, no entiendo como puedes comer esas cosas todos los días. – Dijo Raphael. – Yo tampoco. – Coincidí. Los tres reímos. El resto del fin de semana fue igual de magnifico. El domingo a la tarde fuimos a la cuidad, Malenne quería ir de compras. Estábamos en el centro comercial, cuando al revisar mi bolso, me di cuenta de que me había olvidado mi teléfono en la casa. Vaya idiota. – Maldición, me olvidé el móvil en su casa. – Me quejé. – Eso no es problema, Ness. En un rato ya volveremos. – Me dijo mi amiga. – Vamos, compremos unas cosas más. La miré a los ojos, y luego descendí hacía sus manos, donde colgaban veintiséis bolsas de ropa. Ella se dio cuenta, y dijo. – Solo una o dos tonterías más. Ambas reímos. No podía creer que Malenne me superara en esas cosas. Yo había comprado mucho también, pero ella se había extralimitado, simplemente.

Raphael iba detrás de nosotras, él había adquirido un par de cosas, pero en cantidades normales. Tenía no más de cuatro o cinco bolsas de ropa que se había probado para sí. Había dicho que no tenía problema en cargar las nuestras, pero a nosotras no nos molestaba. – Malenne, creo que ya es suficiente. – Dijo luego de un rato el vampiro. – De acuerdo. – Terminó por aceptar su hermana, por lo que fuimos derecho al estacionamiento. No tengo idea de cómo logramos meter todas las bolsas en el auto, pero lo cierto es que pudimos. Llegamos a la casa cerca de las diez de la noche, y simplemente me había olvidado por completo del móvil. Pasamos la noche en el comedor, riéndonos de nosotros mismo y de todo aquello que se nos cruzaba por la cabeza. Amaneció demasiado rápido. Para nuestra sorpresa, había algo que no habíamos notado. El cielo estaba completamente despejado. La luz del sol comenzó a deslizarse por toda la casa, e iluminando todo lo que estaba a su paso. Entre esas cosas, nos encontró a nosotros. Mi piel no montó ningún espectáculo digno de ver, simplemente se tornó mas clara, si es que era posible, y brilló levemente, casi sin ganas. No había algo insólito en ello. Sin embargo, Raphael y Malenne emitieron chispas multicolores, evocando todas las gamas del arco iris. La visión de ellos así era algo difícil de olvidar. Su belleza inmortal se volvía cien veces más fuerte. Toda la extensión de sus pieles blancas como el hueso parecía diamante finamente pulido. Sus cabellos, de colores tan diferentes, se aclararon varios tonos al estar en contacto con la luminosidad de sus cuerpos. – Creo que no podremos acompañarte hoy a la universidad. – Dijo Raphael riendo. – Nunca he faltado en todo el tiempo que estoy aquí. – Sopesé. – Además, no tengo con quien estar. Ahora que Michelle y yo no éramos más amigas, las clases sin Raphael y Malenne se me antojaban como remontarme a mi primer día de clases en la universidad. Aunque debía ir, no estaría bien no asistir.

– Eso esta mal. – Dijo mi amiga, riendo. – No debes descuidar tus estudios por eso. Además, según creo, el cielo estará despejado solo por hoy. – De cualquier modo, si quieres puedes volver para aquí unos cuantos días más. Sabes que eres bien recibida, y ya tienes un cuarto, así que no hay nada que arreglar. – Eso sería muy bueno, chicos. Estar sola en mi departamento puede resultar un poco aburrido a veces. – Confesé. – Anda, ve a la universidad, y vuelve para aquí. Quizás te convenga ir por un poco de ropa, así vamos llenando tu armario... – Bromeó Malenne. Sonreí, los quería demasiado. Subí a mi habitación, por donde también entraba una luminosidad inusual por la ventana. Me cambié y tomé mi bolso, sin echar un vistazo al móvil, el cual la noche anterior en el centro comercial, había estado buscando desesperadamente. Bajé en tan solo un segundo, y mis amigos seguían sentados en la mesa del comedor, resplandeciendo como pilares de luz. Los abracé a ambos. – Nos vemos en la tarde, ¿Les parece? – Dije. – Eso es genial, te esperamos. – Dijo Raphael. – Tu coche es el primero de la fila de la derecha. Me despedí con un último gesto, y corrí hacia el garaje de la mansión Blancquarts. Mi Porche estaba estacionado donde había dicho mi amigo. Busqué las llaves y encendí el motor. Manejé por el camino privado que me llevaría hacía la autovía. Douglas era la cuidad vecina de Juneau, por lo que el tiempo de viaje era realmente poco. Busqué entre mis cosas el olvidado móvil, que acababa de recordar. Lo abrí. Cinco llamadas pérdidas y un mensaje de voz. Tenía como hora las diez de la noche del día anterior. Conocía aquel número.

Era el de Michelle. Me causó demasiada extrañeza, no había un motivo para que me llamara. Entonces recordé algo que había olvidado por completo. Ella tenía su cita con Steven el domingo por la tarde. Marqué el número del buzón, para poder escuchar el mensaje. Me quedé petrificada al hacerlo. – “Se que tal vez no quieres hablar conmigo, y por eso no me atiendes, pero Renesmee... de verdad lamento mucho haberte dicho todas esas cosas... –sonaba culpable, asustada y desolada. – Siento mucho haberte lastimado... Steven es todo lo que dijiste... estoy caminando por una calle en Vanderbilt Hills, me dejó en la carretera porque no quise ir a un hotel con él... – Su voz se quebró, había comenzado a llorar. – Espero que puedas perdonarme, fui una tonta, una idiota... demasiado ingenua como para ver la verdad... ” Escuchaba, pero no lo podía creer. – “No hay nada por aquí, ya es tarde... no se como volveré a casa... mis padres van a matarme” Y entonces algo raro se escuchó a su alrededor. Unos pasos, que no cualquiera hubiera sido capaz de captar. Un miedo irracional me invadió. – “¿Quiénes son ustedes?” – Se escuchó preguntar a Michelle. Un grito de mi amiga rompió con fuerza el silencio que se había originado tras la pregunta que hizo a los desconocidos, y a la cual no hubo respuesta alguna. El último ruido que pude escuchar antes de que el mensaje se termine, fue el del móvil golpear contra el suelo.

Capitulo 16 Explicaciones. Fui incapaz de continuar manejando. Me detuve a un costado de la autovía y apagué el motor. El shock era demasiado fuerte, el mensaje muy inesperado y la pena incalculable. Lo peor de todo era que no podía hacer nada. Estaba allí, nueve horas después de que había recibido el mensaje, y el final de este no era nada alentador. Al terminar de escuchar esa grabación, me sentí abatida, demasiado triste y con mucho miedo. ¿Había forma de que todo hubiera podido terminar bien? En un intento desesperado, marqué el número de Michelle, pero como era de imaginar, no obtuve respuesta. Sonaba, sonaba y nadie respondía. Era inútil dejar un mensaje. Ya estaba lejos de la casa de Malenne y Raphael, y de todos modos, ellos no hubieran podido ayudarme, no justo hoy, que el cielo despejado permitía que el sol ilumine todo el ambiente. Ni siquiera podían asomarse al exterior de su propia casa, eso habría sido peligroso, y no quería exponerlos. Intenté calmarme, encontrar algo de paz en ese nuevo acontecimiento, tan perturbador y repentino que logró que sintiera una pena y una tristeza sin limites. Desde luego, no podía quedarme en medio de la carretera, llorando, desesperada. Puse en marcha el motor de nuevo. Tampoco debía ir a la universidad, no en ese estado. No quería volver a la casa de mis amigos. Sentía que tenía que hacer algo, descubrir lo que había pasado. Comencé a conducir otra vez, con la mente demasiado confusa y todos los sentimientos al descubierto. La cabeza me daba vueltas, y aunque nunca había percibido una sensación parecida, hubiera jurado que tenía ganas de vomitar. Algo que jamás había echo. Un presentimiento fuerte me decía que si no quería engañarme a mi misma, tenía que aceptar la realidad. No había escuchado ningún

disparo u otra cosa que me hiciera pensar que la vida de Michelle hubiera terminado, pero ¿Por qué sentía entonces que ya era demasiado tarde para ayudarla? Las lágrimas me azotaban los ojos, y no permitían que pudiera ver nada. Puse mayor atención al volante, porque la carretera estaba levemente concurrida, y no quería chocar y producir otra desgracia. Con otro intento desesperado, marqué el número de la casa de Michelle. – ¡Hola...! – Dijo la voz exasperada del padre de mi amiga. Fue triste contestar, porque de seguro no era mi voz lo que esperaba oír. – Buenos días, señor White, lamento molestarlo. ¿Esta Michelle? – Pregunté, aunque conocía la respuesta. – Soy Renesmee Cullen. – Oh... Renesmee... – Suspiró tristemente. – Ella... no ha vuelto a casa. Ayer nos dijo que se iba de compras a Vanderbilt Hills y no ha regresado... – Se le quebró la voz. – Tendría que haber vuelto a las ocho como demasiado tarde... Claro que no había regresado. ¿Debía contarle lo del mensaje? ¿Mi voz daba a entender que lo que me contaba no me sorprendía? – Lo lamento mucho. No sabe lo mal que me ha caído la noticia. – Dije. Dudé un segundo más y agregué. – He recibido un mensaje de ella, ayer a las diez de la noche. – ¿En serio? – Preguntó el hombre. La esperanza iluminó su voz. Me sentí peor de lo que ya estaba. – ¿Qué te dijo? – Creo que será mejor que lo escuche por si mismo. – Contesté. No era algo que se pudiera decir por teléfono. – Ven a casa, entonces. – Concluyó, perturbado, no esperaba esa contestación. – Estamos todos aquí. Por favor, no tardes. Cortó. Medité un segundo mi decisión. El mensaje de Michelle no era algo que podía dejar pasar por alto, ni para mí, ni para nadie. Ella no había vuelto a casa.

El miedo aumentó varias veces su tamaño anterior. Sus padres ya estaban desesperados sin saber lo que había pasado en realidad. ¿Podía acudir hasta su casa y destruir la única esperanza a la que se había aferrado desesperadamente? ¿Por qué tenía que ser la portadora de malas noticias? En ese momento no había nada que me hubiera gustado más que correr hacia Vanderbilt Hills e intentar, aunque fuera inútil, hacer algo para encontrarla sana y salva. Que todo haya sido un error. Solo una broma de mal gusto. Las calles se desdibujaron en ese estado lamentable en el que me encontraba, y llegar a Juneau fue un poco más difícil de lo que hubiera podido imaginar. Tomé una de las calles paralelas a la de mi departamento, y continué camino hacía el norte. Recordaba muy bien como llegar a la casa White. Lo que encontré no fue de mi agrado, sino otra confirmación del horror. Había un patrullero en la puerta de la mansión. Bajé del coche y caminé hacia la puerta, temblando de pies a cabeza, presa del desasosiego y la desolación. ¿Era inútil conservar las esperanzas en un momento como ese? Toqué a la puerta y pude escuchar como alguien se precipitaba hacía ella, con mucha prisa, esperando a alguien que no era yo. La señora White abrió unos segundos después. Su rostro era el vivo retrato de la devastación, y sus ojos brillaban conteniendo las lágrimas que seguramente ya estaba cansada de derramar. – Renesmee... – Susurró entonces, demasiado preocupada como para disimular el desencanto que le originaba verme a mí y no a su hija en el umbral. – He telefoneado hace un rato. Su esposo me dijo que viniera hacía aquí. – Murmuré. – Creo que deben escuchar algo...

La mujer asistió, comprendiendo a la perfección que era lo que quería decir. Me indicó que pase con un gesto tieso de su cuello, y apartándose para cederme el paso. Caminó por el ya conocido trayecto que nos llevó hacía la estancia, donde su esposo y su otra hija estaban con idénticas caras preocupadas, y en compañía de un oficial de la policía estatal. – Hemos estado revisando toda la zona, señor White. – Decía el oficial. – En cuanto tengamos noticias, nosotros le avisaremos. – Pero ¿No se da cuenta que lleva doce horas perdida? ¡¿Por qué no hacen algo?! – Preguntaba, exasperado. – Entiendo su preocupación, pero no ha pasado tiempo suficiente como para que la demos por desaparecida. Todavía no se han cumplido las veinticuatro horas establecidas. – Explicó. – Se pudo haber escapado con un chico o tan solo estar en algún otro lugar. – No necesito que me de lecciones, solo le estoy pidiendo que haga su trabajo. Michelle es mi hija y la conozco, no se ha escapado ni nada por el estilo. – Discutió entonces el padre de mi amiga, aunque su rostro seguía contrariado y absorto en el pánico. – Algo ha pasado... deben encontrarla antes de que sea demasiado tarde... En ese momento el señor White se percató de mi presencia. – ¡Renesmee! – Casi gritó. – ¡Has venido! Dime, que fue ese mensaje que te dejó Michelle. Lamentablemente, su semblante demostró que estaba concibiendo esperanzas, pero era todo lo contrario lo que venía a darle. – Lo siento mucho... – Susurré, dudé esta vez en dejar que escuchara el mensaje. No comprendía como había sido tan insensible. Hubiera buscado otra forma de hacerlo. Presentarme en la casa de esa manera, y prácticamente escupirle en la cara que algo malo, muy malo, había pasado con su hija, era demasiado cruel. – Creo que no debería escuchar esto... – Susurré entonces. – ¡No! – Gritó. – ¡Debes dejarme, quizás todavía estamos a tiempo...! Comencé a llorar de nuevo, aturdida por la situación en la que me encontraba. El señor White prácticamente arrancó el móvil de mis manos. Otra lágrima calló por mi rostro, y el padre de mi amiga tomó el aparato y

se colocó el auricular en el oído, no sin antes marcar el número del buzón de mensajes. Escucharlo de vuelta fue mil veces peor. Lo fue, porque ahora no solo tenía que enfrentar mi desdicha, sino porque también la del hombre que se encontraba de frente a mí. Su rostro mutó varias veces a medida que la grabación avanzaba, y lo peor de todo fue cuando el grito interrumpió la tensa quietud de la sala de estar, en la que todos guardábamos silencio, a la espera de una reacción por parte del hombre. Incluso el oficial y la madre de Michelle habían sido capaces de oírlo. Había visto llorar a muy pocas personas a lo largo de mi corta vida. La única presencia fuerte que tenía del llanto era la que yo misma me había creado, a través de todas las lágrimas que había derramado en todo ese tiempo. Mi familia no podía hacerlo, mi abuelo Charlie no era esa clase de hombre, y los lobos eran demasiado rígidos como para permitirse ese gesto. Por eso, la imagen de los White consumidos por la pena me partió el alma. Sus lágrimas eran pura desdicha, y caían como una cascada de sufrimiento y devastación, que carcomía con saña cualquier atisbo de luz, y nos hundía en una oscuridad demasiado densa, maligna. En ese momento sentí como si mi tío Jasper me hubiera traspasado su don, porque podía percibir la virulenta ira acompañada de dolor que tenía la familia. No solo la representación en sus semblantes, sino también de un modo tangible, presente en el ambiente como una neblina oscura que avanza dispuesta a cubrirte en ella. El señor White perdió el dominio de sus piernas y cayó de rodillas al piso, derrotado y destruido. Su esposa lo acompañó, no menos abatida. Diane, la hermana de Michelle, observaba a sus padres, confundida. No era muy pequeña como para no entender que era lo que había pasado, pero tampoco lo suficientemente madura para asimilarlo como era necesario. Sus ojos, del mismo color que los de mi amiga y su padre, estaban cristalizados y enrojecidos, y no paraba de mirar hacía la puerta, sin duda esperando que su hermana apareciera de un momento a otro, para correr a abrazarla, algo que sin duda tenía ganas de hacer en aquel momento. Fijó su mirada en mí, lo cual hizo que se me retorciera el estomago ante lo idéntica que era a la de su hermana. Caminó lentamente hacía donde me encontraba y con una voz musical pero teñida de pánico preguntó:

– ¿Tú sabes donde esta Michelle? – Una lágrima cayó silenciosa a lo largo de su sonrojada mejilla. Era una niña adorablemente bella. Me puse de rodillas, nuevamente desbordada por el llanto. – No lo sé, pero pronto volverá... – ¿Era correcto mentirle así? – Cuando lo haga podrás estar con ella... Mi voz era un susurro incierto, casi imperceptible para nadie más que no fuera ella, que tenía su rostro a escasos centímetros del mío. Diane me observó de nuevo, analizando mis palabras. Era una niña de ocho años, pequeña en todos los sentidos. Tal vez hasta entonces no me había dado cuenta de algo. Ella tenía una conexión muy profunda con su hermana. Diane adoraba a Michelle. Pude darme cuenta de ello en los gestos vistos en esa casa, la noche que mi amiga me había invitado a cenar, pero los cuales no había analizado. La niña miraba a su hermana con un aire solemne, casi divino. Besaba el suelo que pisaba... Michelle era el todo de Diane... su unión era muy fuerte, y ahora, comprendía que la muda suplica en el rostro de la niña era incluso más impactante que el llanto de los señores White, porque esta pequeña muñeca, tan frágil y hermosa, necesitaba a su hermana casi tanto como respirar. Ella todavía creía en las hadas y en los príncipes azules, en esos mundos que solo existen en las páginas de los libros de los hermanos Grimm. Era triste que aterrizara en la realidad de una forma tan macabra. Que se diera cuenta que en el mundo la maldad prevalece a la bondad, incluso aunque la mayoría de la gente afirme lo contrario. Que crueldad que se percatara que la generalidad de la personas camina indiferente al dolor de los otros, solo pensando en el propio, sin reparar en otra cosa. Que entendiera que el mundo esta poblado por millones de personas, todas diferentes, que actúan de una forma desigual a nosotros, que algunas disfrutan provocando el mal, que se deleitan incitando desgracias. Pero eso último no era un aprendizaje solo para la pequeña, sino también para mí. Darme cuenta que los monstruos existen de mil formas, con diferentes grados de maldad, y que conviven entre la multitud camuflados tras cientos de máscaras. Monstruos que no tenían nada que ver con el mundo sobrenatural al que yo misma pertenecía, criaturas diabólicas que se engendraban en el mismo seno de la raza humana...

Hombres o mujeres que tenían esa conducta tan autodestructiva que tanto odiaba. ¿Acaso el mundo no era un lugar lo bastante bueno para vivir? ¿Por qué dañar su propio hogar de esa forma? ¿Por qué lastimarse entre ellos? ¿O estaba equivocada? Tal vez alguien relacionado a mi realidad había puesto fin a la existencia de mi amiga humana... Deseché la idea. Era muy poco probable. Los únicos vampiros que conocía en Juneau eran Raphael y Malenne, y ambos estaban conmigo al momento de pasar las cosas. La pequeña no había retirado sus ojos de los míos, y luego hizo algo que terminó de destrozarme. Estiró sus brazos, y se estrechó a mí en un abrazo cálido. Me abrazó de la forma en la que solo los niños son capaces, con ternura, con un amor puro y desinteresado, sintiendo el contacto, disfrutándolo, no teniendo la necesidad de separarse... Sus padres seguían mudos, contemplando la nada. Hundiéndose en la devastación. En ese momento, tan privado, hubiera deseado haberme marchado, porque si bien me dolía lo que estaba pasando, no podía compararse con el sufrimiento de la familia de mi amiga. El oficial seguramente sintió lo mismo, y por eso se alejó un poco, camino a la puerta de entrada. Pero eso no sirvió de nada. El dolor arremetió sin contemplaciones, y los señores White colapsaron nuevamente. No se cuento tiempo más paso hasta que se pudieron controlar, el tiempo no tenía sentido en esa extraña dimensión donde reinaba la incertidumbre. Entonces el padre de mi amiga se puso de pie, no sin cierta dificultad, y realizó la única pregunta que esperaba que formulara. – ¿Quién es Steven? – Dijo, con una autoridad atemorizante. – Un compañero de la universidad, era el chico con el que tenía que salir Michelle ayer. Por eso no fue a mi casa... – Susurré arrodillada y con su otra hija todavía en brazos. – ¿Sabes donde vive? ¿O algún teléfono donde podríamos encontrarlo? – Exigió. Desde luego que no. Jamás había tenido el número de Steven, y mucho menos sabía donde vivía. – No tengo ninguna de esas cosas. – Contesté.

– Dime su nombre completo, averiguaré todo lo que necesite. – Dijo. – Steven Collins... – murmuré. Me devolvió el móvil, con sus manos temblando ligeramente. Lo tomé, y solo deseé marcharme, estar sola por un tiempo antes de volver a Douglas. Resguardarme en compañía de mis amigos. – Puedes irte, si quieres. – Murmuró la señora White. – No queremos molestarte más. – ¡No, mami! Quiero que Renesmee se quede conmigo... – Dijo la pequeña, girándose hacía su madre. – Tal vez ella no pueda hacerlo, Diane. – Le respondió la mujer. A pesar de que en realidad me hubiera gustado marcharme, no podía resistirme a esa niña. Su dolor era tangible, y pude percibir que ya se había dado cuenta de todo. – No tengo inconvenientes en quedarme si usted no tiene problema alguno... – Comenté con la madre de la niña. – Quizás sea lo mejor, seguramente mi esposo y yo tendremos que marcharnos. – Dijo. – Pueden ir tranquilos... – Asentí. – Yo cuidaré de ella. Intentó sonreírme, pero no pudo. Su rostro estaba tieso por la pena, y seguramente intentaba contenerse, para que Diane no fuera testigo nuevamente de otra escena de dolor. El padre de mi amiga tomó su móvil y marco un número. No pude saber a quien era que llamaba, porque antes de que alguien respondiera desde el otro lado, se había marchado de la estancia. Pude escuchar, sin embargo, como repetía el nombre que acaba de facilitarle. La vigilia por el paradero de Michelle no terminó en ese momento. Sus padres se fueron de la casa por unas horas, y durante ese tiempo estuve con su otra hija, que aunque ya no lloraba, estaba triste hasta lo más profundo de su pequeña alma.

Pasó mucho tiempo hasta que pude abandonar la casa, pues los señores White llegaron cerca de las tres de la tarde, más agobiado que aquella mañana. Habían localizado a Steven, y en ese momento estaba arrestado. La única prueba que tenían de que Michelle había estado con él, era el mensaje que había dejado en mi contestador, por lo que unos policías los acompañaron, y me pidieron nuevamente el móvil para sustraer una copia. Me lo devolvieron luego de hacerlo, y después de aquello, me vi incapacitada para seguir un minuto más en esa morada. Me disculpé con ellos, y se mostraron compresivos ante mi necesidad de marcharme. – Gracias por todo, Renesmee. – Dijeron. – Cuando aparezca, serás la primera en enterarte... Y nuevamente, una voz en mi cabeza me dijo que ese momento no llegaría nunca. Casi corrí hacia la puerta principal, todo a mi alrededor se derrumbaba, todas las esperanzas se habían extinguido antes incluso de comenzar a arder. La tarde seguía despejada, y el sol iluminaba el horizonte. Era un día hermoso. La mayoría de las personas de Juneau habrían de salido a disfrutarlo. Nosotros no podíamos. Aunque el astro rey brillara con todo su esplendor, nuestro alrededor era demasiado oscuro... demasiado aterrador. Tomé mi coche y encendí el motor. No quería ir a ningún lado en particular, solo quería manejar por un tiempo, para despejar mi mente. Tomé una carretera poco transitada y aceleré hasta los límites de los que el auto era capaz. La velocidad era abrumadora, y a pesar de que antes me había parecido relajante, ahora no tenía el mínimo efecto en mi estado de ánimo. A esa velocidad suicida a la que estaba manejando, tomé el móvil y marqué el número de Malenne. – Renesmee... – Respondió al atender. – ¿Por qué no has vuelto todavía? – Ha pasado algo grave, Malenne. – Comencé. – Michelle ha desaparecido...

Se escuchó un silencio durante un poco más de un segundo. – No puedo creerlo... – Susurró, aterrada. – ¿Cómo ha pasado algo así? – Ni siquiera yo puedo saberlo con certeza, y he estado en con sus padres y su hermana toda la mañana. – Apunté. – Estoy demasiado perturbada... creo que me quedaré en mi casa esta noche... Ella dudó un momento más antes de responder. – ¿Estas segura? ¿Crees que lo mejor es estar sola? – Comentó. – Al menos estaré en el departamento unas horas, te aseguro que si me siento mejor, iré para allá. – Prometí. – Está bien, Ness. No importa la hora, puedes llegar cuando quieras. Me disgusta la idea de que estés en tu departamento sin ninguna compañía... – Susurró. – Estás demasiado triste... puedo sentirlo en tu voz, amiga. – Simplemente toda la situación me ha superado... pero te lo contaré todo en persona. Es demasiado delicado como para hablarlo por teléfono. – Dije. – He de irme, nos vemos hoy por la noche, o quizás mañana. Te quiero Malenne. Mándale saludos a Raphael. – Adiós, Nessie. ¿Sabes que puedes contar con nosotros para todo, verdad? – Preguntó. Sonreí cansinamente. – Sí que lo sé, amiga. Claro que lo sé. – Afirmé. – Pero ahora estoy muy triste y no quiero estropearles la noche. – Eso jamás pasaría. – Disintió. – Estamos aquí para ti, en cualquier momento. – Gracias, Malenne. – Estaba llegando al departamento. – Mañana hablamos. Lo mejor es que hoy duerma aquí. – Todo se solucionará, Renesmee. – Concluyó. – Espero verte mañana. – Sí. Adiós. – Corté. Hacía solo tres días que no estaba en casa, pero lo cierto es que cuando llegué a ella la sentí extraña. No era el mismo lugar en el que había vivido los últimos meses.

La percibí lúgubre, a pesar de que en ella todo era claridad. Pequeña, a pesar de que el espacio era suficiente para que vivieran tres personas con comodidad, ni hablar de una sola. El cambio se debía a algo que sabía muy bien. La mansión Blancquarts se había vuelto mi nuevo refugio en Alaska. Había dejado varias cosas en la casa de mis amigos, por lo que no tenía mucho que acomodar. Intenté hacer algo más en el departamento, limpiar, arreglar... algo que me permitiera despejarme, pero rápidamente me quedé sin opciones. Todavía no hacía una hora que había vuelto de la casa de los White, y no tenía nada para hacer. Malenne había tenido razón, no era bueno que estuviera sola en ese lugar. Entonces recordé que hacía mucho que no conversaba con mi vecina. Había tenido tantas cosas en la cabeza, que había descuidado esa amistad en particular, y lo cierto es que disfrutaba de ella. Tomé el teléfono, y marqué. – Hola. – Contestó Lizzie del otro lado. – Lizzie, acabo de llegar de Douglas, estuve el fin de semana con unos amigos. ¿Quieres venir a tomar algo? Te he extrañado el fin de semana, y hace mucho que no te invito nada. – Dije. – De acuerdo, Renesmee. Subo enseguida. – Contestó amablemente. Elizabeth subió al cabo de unos minutos, en los cuales me dio tiempo para poner a calentar el agua para tomar el té. – ¿Cómo estuvo tu fin de semana, cariño? – Preguntó mi vecina una vez que estuvimos sentadas a la mesa. – Muy bien, el fin de semana estuvo bien... – Contesté. – Pero hay algo que me tiene demasiado preocupada... – Cuéntame, corazón. – Comenzó. – Una amiga de la universidad ha desaparecido... – Suspiré tristemente. – Y todavía no hay ni la mínima señal de ella... Elizabeth empalideció. Sus ojos ámbar se tornaron turbios, y casi se le cae la taza de té que sostenía en la mano derecha.

– Oh por Dios. – Sollozó. – No me digas eso, Renesmee. Su reacción era esperable, ¿Acaso su esposo no había desaparecido, también? – ¿Cómo ha sucedido algo así? – Inquirió. – Desapareció en Vanderbilt Hills. Estaba allí anoche, y no volvió a casa... – Murmuré. – Pobre niña, pero no estés mal, Nessie. Todavía no debes bajar los brazos... – Me alentó. – Nada esta dicho aún. – Es difícil mantener las esperanzas, cuando sé en concreto que algo malo le pasó. – Objeté con la amargura en los labios. – ¿Pero como es que sabes algo así? – Preguntó shockeada. Le conté lo del mensaje. Su rostro palideció a cada momento que pasaba. No emitió ningún comentario inmediatamente terminé de relatar los sucesos de esa mañana. – Simplemente es demasiado lo que me has contado. – Concluyó. – Lo sé. – Dije. – Pero todo ha pasado así. Ahora solo nos resta esperar. Sus padres siguen haciendo todo cuanto esta a su alcance, lógicamente. Pero por el momento, no hay nada demasiado alentador. Ambas nos mantuvimos en silencio, cada una hundida en la profundidad de su mente. Las palabras que intercambiamos desde ese momento fueron mínimas, pero no porque las cosas nos estuvieran bien entre nosotras, sino porque lo único que necesitábamos era la compañía de otra persona. Elizabeth cenó conmigo. A pesar de que no tenía las mínimas ganas de comer algo. Por suerte, había algo de comida en la nevera, que generalmente se encontraba vacía. Aunque en los últimos tiempos, había comenzado a llenarla un poco por las visitas de Michelle. Antes de que dieran las diez de la noche, mi vecina se retiró a su departamento, deseándome las buenas noches de una forma muy maternal, y besándome la frente. Un flujo de gratitud me recorrió ante su cariñoso gesto. No había querido ir hasta la casa de mis amigos porque ellos solo conocían a la Michelle que me había lastimado.

Se pondrían mal por mi dolor, pero no por ella o su familia. Quería superar esta etapa inicial, en la que todo era sombras, para luego poder reunirme con ellos nuevamente, y así contarles toda la historia. No es que fueran desalmados, sino que el concepto que tenía de mi amiga no era mismo que yo. A pesar de todo, a pesar de sus insultos, y todo lo demás, Michelle era mi amiga. Y todo lo que había pasado era algo que no se merecía. Pero no podía sacarme de la cabeza la idea de encontrar a quienes habían echo eso. Aunque no tenía idea de donde comenzar a buscar... La noche cayó con aplomo en ese día nefasto. Todavía estaba despejado, pero se podía sentir que el clima iba a cambiar de un momento a otro. La temperatura había comenzado a bajar, y las nubes se formarían en un abrir y cerrar de ojos. A pesar de eso, había alguna que otra estrella brillando en el firmamento. Las contemplaba desde la gran ventana de mi cuarto, estando recostada en mi cama. Me hubiera gustado pedirles un deseo, implorarle a las hadas y a todas las criaturas mágicas que me ayudaran a cumplirlo. Habría sido maravilloso que un hada madrina se materializara y convirtiera en realidad mis aspiraciones. Aunque solo tenía una. Que ese día no hubiera existido jamás. Me habría gustado despertar de nuevo esa mañana, y darme cuenta que todo había sido un terrible sueño. Mirar el móvil y no encontrar nada extraño en él. Hubiera preferido un mensaje en el que Michelle me decía que todo había salido perfecto y que yo estaba equivocada. Hubiera pagado con todo cuanto tenía por que las cosas fueran así. Pero la realidad era distinta. En ella, todo ya tenía un cause marcado. Ese día había sido real, y no podía hacer nada para evitarlo. No pude llorar de nuevo, todas mis lágrimas habían desaparecido en esos tres días. El viernes había llorado demasiado, y esa día también. Era extraño darme cuenta de que siempre me había considerado una criatura esencialmente fuerte. No ruda, pero sí con la suficiente

fortaleza como para no derrumbarse ante cualquier adversidad. Algo me decía que me había equivocado en ese juicio de mi misma. Aunque tal vez todo era obra de las circunstancias. Quizás yo no era débil, sino que las situaciones eran simplemente demasiado. Aclaró de nuevo, pero esta vez no brillaba el sol en el horizonte. Las nubes dominaban nuevamente todos los planos del cielo. Me levanté de la cama, preocupada por las cosas que podrían esperarme ese día. Los padres de mi amiga no habían llamado, lo cual significaba que no tenían nada que decir. Ni bueno, ni malo. Encendí el televisor de la estancia, y puse el canal de las noticias. En ese preciso momento, estaban pasando lo que esperaba ver. La mujer del informativo relató: – “La joven Michelle Helen White, de diecinueve años, ha desaparecido en la localidad de Vanderbilt Hills, situada ocho kilómetros al norte de la capital estatal. La última vez que se la vio, fue en compañía de un joven de su misma edad, compañero de la universidad. Según transcurrió ayer por la tarde, White tuvo una discusión con el joven, cuyo nombre sería Steven Collins, y éste la habría dejado a su suerte en el poblado antes mencionado. Sin embargo, el muchacho, que fue detenido ayer cerca del mediodía, pero liberado unas horas después ante la falta de pruebas que lo incriminen, declaró que ella misma abandonó el coche en el que ambos habrían estado volviendo hacía Juneau. Según su versión de los hechos, tuvieron una discusión un poco fuerte, por lo que ella no quería quedarse con él. Collins habría insistido para que entrara nuevamente en el automóvil, pero ante su negativa, el chico retornó hacia su hogar sin ella, que le habría dicho que tenía el suficiente dinero para tomarse un taxi. Por el momento, la única prueba disponible sería una grabación, un mensaje que la muchacha desaparecida dejó en el contestador de una compañera de la universidad, cuyo nombre no ha trascendido por cuestiones de privacidad. No obstante, los investigadores no han podido establecer cual sería la naturaleza de la desaparición, ni siquiera el lugar donde podría haberse efectuado la misma. Por lo que todavía no ha sido descartada la hipótesis de secuestro, ya que es demasiado pronto, y los posibles secuestradores podrían comunicarse de un momento a otro.

Por otra parte, una fuente cercana a la investigación, habría develado que la grabación antes mencionada, no aportaría esperanzas a la causa, ya que en ella se podría oír como alguien estaría sometiendo a la señorita White. Son desconocidas las circunstancias en la que Michelle habría realizado el llamado, sin embargo, esto podría dar una pauta de a donde se encontraba al momento de realizar dicha comunicación. Estando en medio de una situación tan delicada, tampoco ha sido desechada la posibilidad de una huída, pero dicha teoría tendría poco sustento, al menos por ahora. Entretanto, el señor Kevin White, padre de la victima y abogado ilustre de la firma International Lawyers con sede en Alaska, ha difundido que cualquier persona que aportara una pista que permitiera el hallazgo de su hija, recibiría una recompensa de cincuenta mil dólares...” Y entonces una fotografía de Michelle dominó toda la pantalla. Sonreía, y se veía absolutamente bonita en ella. No podía seguir escuchando ni viendo nada más, apagué el televisor tan rápido como lo había encendido, y arrojé el mando a distancia sobre el sofá. Toda la policía la estaba buscando, y los medios ya habían intervenido. La noticia se conocería por todo el país. Era de esperar que sucediera, siendo los White una familia tan reconocida de Alaska. Agradecí que mi nombre no hubiese sido mencionado, ya que mis padres y abuelos miraban continuamente las noticias, no solo las de Washington, sino también las del resto del país. Tomé una ducha, algo que necesitaba. El agua no fue suficiente para purificar mi espíritu. Este seguía demasiado perturbado, pero por lo menos logró reducir algo la tensión de mis hombros. Nunca había pensado realmente en la fragilidad de los humanos. Sabía que lo eran, pero jamás en mis siete años y medio de vida, había entendido como correspondía ese concepto. Un día podían estar, y al otro no. Era una frase muy corta para incluir nociones tan profundas. Pensé en Charlie, mi abuelo humano.

Una de las personas que más quería y a la que adoraba. Era un mortal, que envejecía día a día. ¿Cuánto tiempo más podría acompañarme en ese te camino? En ese momento me di cuenta de algo. La inmortalidad es un don que tiene una doble capacidad de enloquecerte y serte útil. Por un lado, esta ese camino, interminable, en el cual puedes aprender, vivir y disfrutar. Por el otro, están esas personas que solo podrán acompañarte unos pasos, para luego abandonarte, dejando su huella y un dolor que te sofoca, pero que no te destruye, pues la muerte jamás te alcanzará. Cuando llegara el momento en el que esas personas, Charlie, Sue, y todos los queluites que desechen el espíritu lobo, abandonen mi camino interminable, me dolería, lo mismo o más que ahora, que Michelle había salido de mi vida. Y entonces entendí porque Raphael y Malenne no se relacionaban con humanos. No lo hacían, como decían ellos, porque no les gustaran, sino por temor. Ambos ya habían perdido demasiado a lo largo de su existencia. Sus padres, sus hermanos, sus amores. No querían caer ante la tentación de querer a un humano, porque no deseaban experimentar nuevamente esa sensación de perdida. Y tampoco eran lo suficientemente egoístas como para transformar a alguien. Estaban atrapados en un círculo sin principio ni fin. Me hubiera gustado decirles que me acompañaran a Forks, que formaran parte de mi familia, que fueran dos nuevos Cullen, pero eso no iba a pasar. Ya éramos demasiados, y seguramente ellos se negarían. Además, once vampiros vegetarianos viviendo juntos, ¿Funcionaria? Eso sin contar a mi Jacob. Mi hermoso hombre lobo podía soportar, incluso apreciar a mi familia, pero ¿Haría lo mismo con Raphael y Malenne? Algo me decía que no, especialmente a mi amigo vampiro. Estaba segura que no lo querría ni siquiera cerca. Malenne era demasiado adorable, quizás a ella no la rechazaría. Bastaba con cruzar unas palabras con la hermosa rubia como para quererla.

Además el preconcepto de los vampiros que tenían los licántropos había cambiado radicalmente en los últimos años. Antes, se hubieran abalanzado sin dudar un segundo sobre cualquier inmortal que cruzara las tierras cercanas a La Push o a Forks. Ahora no era así. Se cercioraban completamente antes de atacar. Pero eso no cambiaba nada. La ruleta ya estaba girando, solo necesitaba aguardar que número me tocaría. Abandoné el cuarto de baño, y me vestí apresuradamente. Una camisa negra y unos jeans, con unos zapatos también negros. Por la ventana, pude contemplar con detenimiento el clima que reinaba en el ambiente. El frío había vuelto, tal cual supuse la noche anterior. El viento se arremolinaba en las aceras, haciendo moverse las copas de los árboles con brusquedad. El día estaba particularmente inestable. Crucé la puerta de garaje solo unos minutos después. La tranquilidad no había vuelto a mí ser, y no lo haría por un buen tiempo, supuse. Pero esa emoción que sentía, era lo más cercano a ella que podía tener en ese momento. Dentro de ese caos, encontré un pequeño espacio donde situarme, aunque no tenía idea de cuanto duraría. Seguramente, Raphael y Malenne asistirían a clases. No tenían pretexto para ausentarse. Llegué al campus, pero su convertible negro no estaba en el estacionamiento. Al mirar la hora en el móvil, me di cuenta de que en el ansia de salir del departamento, había partido casi veinte minutos antes. Marqué el número de mi amiga, y esperé a que contestara. – Nessie, ¿Cómo estas? Estuve preocupada por ti toda la noche. – Dijo ni bien contestó. – Malenne, estoy bien. Solo que me quedé dormida y no pude llamarlos ni nada. – Contesté. – Deberías haber venido a casa, se nota que no tuviste una buena noche. – ¿Cómo podía saber eso? La razón era simple, me conocía muy bien.

– Eso es cierto, he tenido noches mejores. – Reí amargamente. – De cualquier modo, ya ha pasado. ¿Van a venir a la universidad? – Estamos saliendo para allá. Raphael esta terminando de cambiarse. – Me informó. – Perfecto, hoy ya no tengo la fortaleza para estar sola. – Dije. – No te preocupes, en unos minutos estaremos allí. – Contestó mi amiga. Su respuesta logró que me reconfortara. Era cierto lo que había dicho, ese día no podía estar sola. Necesitaba hablar con alguien. Necesitaba hacerlo en ese momento. Marqué en el móvil el número de Jake. Hace mucho que no lo llamaba. Los acontecimientos me estaba dejando poco marguen para comunicarme con el amor de mi existencia. Atendió, por suerte. – Renesmee, amor. Cuanto tiempo sin escuchar tu voz. – Dijo. – Lo siento, Jake. Todo aquí esta algo revuelto. – Confesé. Había decidido decir algo de la verdad. No era propicio ocultar las cosas que eran demasiado obvias. – Ha desaparecido una chica de la universidad, y todo es confusión. – ¿Pero como ha pasado algo así? – Preguntó. – ¿Acaso Juneau no es un lugar seguro? – El timbre de su voz se tornó levemente asustado. – No ha desaparecido en la cuidad, o en el campus. Es una historia larga, Amor. Según parece. – Dije, aunque era una mentira porque estaba completamente al tanto de todo. – La chica fue hacía Vanderbilt Hills, y alguien le hizo algo allí. – Relaté. Me sentí mal al decir “la chica” como si fuera una desconocida, una más entre la multitud. Pero no quería que supiera que la conocía, eso habría generado una tensión innecesaria entre Jacob y los miembros de mi familia. – Eso es terrible, Renesmee. – Se compadeció. – ¿Crees que sea peligroso estar por esa zona en estos momentos? – Inquirió. – No lo creo, Pienso que es solo una fatalidad, no instituyo que haya algo más detrás de todo esto. La gente desaparece todo el tiempo... –

Murmuré, intentando parecer indiferente, aunque mi estomago se retorció violentamente. – No me gusta la idea de que estés allá si algo malo ronda Juneau. – Musitó mi prometido, preocupado. – Los humanos no pueden lastimarme, tonto. ¿Acaso lo has olvidado? – Le recordé dulcemente. Rió con un sonido casi imperceptible. – Te extraño, amor. Cada día es más difícil. – Confesó. – Pronto estaremos juntos de nuevo, amor. – Lo consolé. – Y antes de que te lo imagines, el año de universidad terminará y no nos separaremos más. – Eso suena fantástico, Nessie. Te amo... demasiado. – Yo también, amado mío. Recuérdalo siempre. – Aunque nunca más de lo que yo a ti. – Dijo. – Eso no es cierto. – Discutí. Ambos reímos. O tal vez rió y yo logré un intento patético de una risa. De cualquier como, no se dio cuenta. Estuvimos hablando largo rato, hasta que me percaté de que estaba llegando tarde a mi clase. – Te llamo más tarde, amor. Ahora tengo que entrar a la clase. – Le comenté. – Te adoro, cuídate mucho. – Adiós, cielo. – Colgó. Caminé con paso firme hacía el edificio dos, y entonces en ese momento vi a la ultima persona que debería haberme cruzado ese día. Steven Collins caminaba por campus con total tranquilidad, como si fuera el dueño del lugar. En ese momento, giró hacía mi dirección, pero en lugar de ignorarme como hacía siempre, me dedicó una mirada de asco. El gesto me sacó de mis casillas. En ese momento, dejé salir toda mi frustración. El dolor, el miedo y la incertidumbre que se habían alojado en mi pecho, se convirtieron en una rabia corrosiva y sumamente destructiva. Sentí ganas de matarlo,

unas ganas mucho más intensas que las que había tenido la ultima vez que estuvimos cara a cara. No había mucha gente en el patio. Nadie para ser exactos. Fue un instante donde no me importó nada más que encarar a esa basura. Me deslicé casi corriendo hacía él, pero manteniendo una velocidad humana. Su rostro se desfiguró en una mueca que ya conocía, pues la había visto antes. – Tú y yo tenemos que hablar. – Dije. Lo tomé del brazo y prácticamente lo arrastré hasta la parte trasera de unos arbustos nevados, que estaban lo suficientemente crecidos como para que nadie nos viera. Lo hice apoyarse contra una de las gruesas ramas, que era lo suficientemente fuertes para soportar su peso. – ¿Qué quieres de mí? – Balbuceó, aterrado. – Lo sabes muy bien. – Murmuré con una voz contenida. – ¿Qué pasó con Michelle? ¿Por qué la dejaste abandonada? – Tú no sabes nada, no tienes idea de lo que pasó. – Dijo con la voz llena de altanería. – Claro que la tengo. Ella me dejó un mensaje en el móvil. ¿Eres consciente de que eres el único culpable de su desaparición? – Yo no le hice nada. – Musitó desafiante, como retándome a que lo contradiga. – La policía fue a mi casa y ya me interrogó. No la dejé abandonada en la carretera, eso es mentira. – No te creo, tienes muchas explicaciones para darme... – Hablé, esta vez con una voz más natural, pero que logró que Steven se asustara más. – Tú no eres nadie, Cullen. Y deberías estar agradecida de que no te haya delatado como el fenómeno que eres. – Intentaba mostrarse confiado, estaba utilizando un tono ácido, que ocultara el miedo que realmente sentía.

– Yo, Steven, soy la amiga de la chica que abandonaste. No me vengas con el cuento de que tú no hiciste nada, porque sé la clase de persona que eres y hasta donde puedes llegar para conseguirlo. – Aclaré. Me miró con sus ojos grises, hundiéndose en los recuerdos. Aún no lo soltaba, tenía la sensación de que lo estaba sujetando con un poco más de fuerza de la que debería, pero no me importaba. Si le dolía, desde luego que se lo merecía. Eso y mucho más. Era bastante mas alto que yo, pero en ese momento estaba sometido. Mis manos lo tenían fuertemente apresado. No se podía mover un solo centímetro del lugar donde lo mantenía parado. – No estabas allí. No tienes idea de de nada. – Susurró. – No quiero más mentiras. Sabes de lo que soy capaz, y te agradezco que no lo hayas difundido, porque en tal caso, hubiera tenido que matarte... – Musité taciturnamente, para que infundirle más temor. – A ti, y a cualquiera al que le hayas contado. Eso hizo que descompusiera el gesto de nuevo. – No eres capaz de hacerlo... – Murmuró. – Eso no lo sabes... – Respondí, con el mismo tono desafiante que él había utilizado antes. – Estuviste muy cerca de morir la otra vez... demasiado. Su rostro y todo su cuerpo comenzaron a temblar con gran violencia, por fin, se daba cuenta de la verdad con las que estaban envestidas mis palabras. Para mi sorpresa, me encontré a mi misma disfrutándolo. Saboreando su debilidad. – No me hagas nada... – Dijo, entonces. Ahora el pánico era completamente palpable en su voz. En ese momento, sentí pasos a mis espaldas. Alguien caminaba hacia nosotros. Volteé, sin soltar a Steven. Malenne y Raphael caminaban hacía mí, cautelosos y expectantes. – Recién hemos llegado, nos retrasamos en la autovia... – Explicó Malenne, que no parecía sorprendida al encontrarme sometiendo a

Stev. Su semblante estaba sereno, lo mismo hubiera sido si nos sorprendiera hablando tranquilamente. – ¿Por qué estas con él aquí? – Por su culpa Michelle desapareció... – Relaté. – La dejó abandonada en la carretera, y por eso alguien le hizo algo malo... – La voz se me quebró. – Lo hemos visto en las noticias de esta mañana. – Dijo Raphael. – Yo no he hecho nada malo... – Repitió por enésima vez Steven. – Estas mintiendo... – Sentenció mi amigo. Su mirada estaba levemente desenfocada. ¿Estaba mirando en su mente? Malenne observó a su hermano atentamente. – ¿Es cierto eso, Raphael? – Preguntó. – Tiene miedo, y no esta diciendo la verdad. – Prosiguió. – La abandonó. La obligó a dejar el coche, y volverse sola a casa, aunque sabía que el lugar era peligroso. El rostro del mortal se contrajo nuevamente. Era un miedo diferente a los anteriores. Uno que calaba mucho mas profundo en su mente. – ¿Cómo fuiste capaz de hacer algo así? – Lo acusó entonces Malenne, indignada. Steven ya no contestó, el pulso de su corazón había comenzado a acelerarse, sin duda por todo lo que había pasado en el último minuto. – ¿Qué son? – Preguntó entonces. – ¿Acaso son fenómenos igual que ella? – Dijo mirándome de nuevo. – Mala elección de palabras... – Murmuró Raphael, adelantándose hacía donde estábamos el chico y yo. Raph era bastante más bajo que Steven, sin embargo, al estar uno en frente del otro, pude percatarme de que el humano estaba completamente aterrorizado. El dorado de los ojos de mi amigo no había cambiado de color, pero su mirada era muy diferente. Más oscura y siniestra de lo que hubiera podido ver antes. – ¿Nadie te ha dicho que a las mujeres hay que respetarlas? – Preguntó entonces el vampiro.

Steven no contestó. Sus ojos estaban clavados en el rostro de mi amigo, pero no de una forma que pudiera dar a entender que le estaba prestando atención. – Eres una mala persona... – Afirmó Raphael. – Nadie merece lo que a esa chica le ha pasado... El vampiro tomó mi mano y la retiró del humano. Él mismo tomó prisionero a Steven. – ¿Tu crees que el mundo esta lleno de gente que vale menos que tú...? Te enseñaré ahora mismo lo poco que significas para nosotros... – Estiró su brazo, y tal cual como yo lo había hecho alguna vez, Stev quedó suspendido en el aire, solo sostenido por la mano derecha de mi amigo. – No eres más que basura, inservible y fácilmente desechable... – Suéltame, imbecil. Suéltame y veremos quien es la basura cuando te golpee tanto que no te vas a reconocer... – Amenazó, forcejeando para liberarse. Malenne, que no había dicho mucho desde que ella y su hermano llegaron, rió ante el comentario. – ¿De verdad crees que puedes contra nosotros? – Preguntó cínicamente. – No te has dado cuenta, mortal, que no estamos a tu alcance... – ¿Mortal? – Inquirió Steven. – He dicho eso... – Confirmó la vampiresa. En ese momento me entró pánico a mí también. Raphael y Malenne estaban revelando más información de la que era necesaria, no estaba bien que lo hicieran, a menos que... Tuvieran intención de matarlo o... ¿Qué? – Chicos... – Susurré entonces. – Creo que ya lo hemos asustado lo suficiente. – Yo creo que no, Nessie. – Me contradijo Raphael. – ¿No te das cuenta de que a pesar de que lo hemos hecho confesar, eso no cambia nada? No tuvo nada que ver con la desaparición de tu amiga, de alguna forma tiene que pagar por su error.

– No debes jugar así con la gente, Steven Collins. – Dijo mi amiga. – Porque algún día, alguien puede llegar y hacerte exactamente lo mismo, o incluso algo peor. – La amenaza estaba implícita en cada una de sus palabras. – Chicos, basta. – Repetí. – No, Nessie. – Respondió Malenne. – Yo le voy a dar la lección de su vida, la que nunca va a olvidar. Le voy a enseñar como debe tratar a una mujer... Y dicho esto, la vampiresa se deslizó hacia el humano, luciendo tan hermosa como aterradora. El dorado de sus ojos, que siempre me había parecido sumamente angelical, se había tornado turbio, incluso diabólico. El gris de la mirada de Steven se empañó, sin duda percibiendo que ese juego no iba a ser tan divertido como los que estaba acostumbrado a jugar.

Capitulo 17 Culpabilidades. Me atemoricé. Malenne caminaba hacía Steven con todo el poder abrasador de su belleza y feminidad. Tan segadoramente hermosa que el sol, algo inusual y digno de ver en esa región, palidecía a su lado. Si no fuera por el hecho de que acaba de asustar al muchacho hasta el límite, seguramente Stev también hubiera estado envuelto por el aura de perfección que mi amiga irradiaba. Raphael todavía lo sostenía entre sus manos, aprisionándolo con fuerza. – Suéltalo, hermano. – Dijo la vampiresa al acercarse. – Es mi turno... Raph le hizo caso, dejando caer al humano con si fuera un trapo sucio, que estaba manchándole sus perfectas manos pálidas y pétreas. Cayó al suelo en un gran estruendo, y se puso de pie muy rápido, sabiendo que estar allí, lo ponía en una situación de mayor desventaja de la que ya estaba... No podía explicar las sensaciones que me invadieron en ese momento. Mis amigos estaban jugando con Steven, humillándolo, tal como él hacía con las muchas chicas que pasaban por su vida. Pero eso no fue capaz que sintiera lastima por él. Se merecía cada una de las cosas que Raphael y Malenne querían hacerle, sin embargo, no podía precisar hasta donde podrían llegar. Mi rubia amiga estaba parada de frente al muchacho, que volvía a temblar fuertemente. – ¿Así que eres de los chicos a los que le gusta ver a las mujeres humilladas? ¿Te gusta tratarlas como objetos? – Preguntó destilando veneno con su voz de sirena. Steven no respondió, atemorizado con el tono acido de la voz de Malenne. – Yo no hago esas cosas... – Susurró. Su voz era prácticamente inaudible, de no ser porque éramos vampiros, nos hubiera resultado imposible percibirla.

– Mientes... – Acusó Malenne. – Tienes que aprender... tienes que respetar a todas las personas que se te cruzan en el camino. Se acercaba más y más a él. Con un andar felino, de predador. Me recordó mucho al momento en el que los tres estuvimos de caza. Pero ella no iba a hacer eso... no se iba a alimentar de él... No, eso no podía pasar. Ella era vegetariana, igual que Raphael y que yo. No iba a hacer eso, bajo ningún concepto. Sin embargo, que cerca que estaba de su cuello. Medía cuarenta centímetros menos que Steven, y su cabeza apenas llegaba al pecho del muchacho, aunque este se encontraba encorvado por el miedo. En otra situación, hubiera sido ilógico que un chico de su porte se asustara con la pequeña talla de mi amiga, sin embargo, todo su poder estaba plasmado en el brillo salvaje de sus ojos. Pero a pesar de tener esa mirada, era incluso más hermosa de lo que podría llegar a ser una criatura sobre la faz de la tierra. Raphael estaba a su lado, mirando a Steven, que también le echaba una que otra mirada cuando podía escapar del abrasador contacto de los ojos de Malenne. – Yo estoy aquí, puedes jugar conmigo todo lo que quieras... – Habló entonces Mallie tras un breve momento de silencio. – No soy tan blanda como las otras chicas a las que has lastimado... Esa frase hizo que los ojos de Steven terminaran de abrirse por completo. – Anda, – Lo sedujo. – He visto como me miras cada vez que te paso por al lado... Veo que tienes ganas de besarme... y muchas otras cosas más – Estaba utilizando toda su belleza para engañarlo. – Eso no es nada malo... Y tú eres un chico tan hermoso. Deslizó sus blancas manos por el torso de Steven. Los cuatro llevábamos impermeables, aunque de hecho ninguno de nosotros tres lo necesitaba, sino solo él. Recorrió con sus dedos el contorno de la frágil cintura del humano. Desabotonó su chaqueta y dejó entrever la camiseta que tenía Stev debajo de su abrigo.

– Eres tal cual me gustan... – Comentó. – Esbeltos y bellos. Con otro movimiento imperceptible para él, y con un leve ruido, desgarró el impermeable y la remera. Eso logró que Steven palideciera de pánico. – ¿Ya te has dado cuenta de con quien te has metido? – Preguntó entonces Raphael, con la voz suave como la seda. Era como si estuviera discutiendo el estado del tiempo, pero la amenaza estaba completamente impregnada en cada silaba que pronunció. – Basta, chicos. – Pronuncié, esperando que esta vez me hicieran caso. Malenne se giró hacía mi. – Te dije que lo iba a hacer pagar por lo que te hizo. – Murmuró. – Y ahora tengo un motivo más para hacerlo. ¿Te das cuenta de que no es solo por ti? Es malvado, la clase de persona que no merece segundas oportunidades... – No esta en nosotros juzgar eso, Mallie. – Le dije. – No somos nadie para impartir castigos a los humanos. Por favor, no le hagas nada... – Permitiendo que siga actuando de mala manera, estaríamos obrando mal, lo mismo sería que hiciéramos lo que él hace... – Opinó Raphael. – Esto debe terminar ahora. Estaba sola. Ambos estaban de acuerdo en hacer justicia. – No lo mataremos, Renesmee. – Dijo entonces Malenne, al ver que estaba callada, y seguramente mi rostro denotaba mi aflicción. – Pero se lo merece... Ha dejado a una chica sola e indefensa en la carretera. Steven seguía callado. Contemplando en silencio nuestro intercambio de palabras. – ¿Qué son? – Preguntó entonces, Malenne lo observó de nuevo. – Somos algo con lo que siempre has soñado... Algo que ha producido tus peores pesadillas... Los peores monstruos que puedas encontrar en este mundo, y los últimos a los que deberías haber molestado... – Mi amiga se deleitaba con su pánico, tal cual yo misma había hecho minutos antes. – Somos algo, que ha marchado entre tu gente desde los mismos principios de los tiempos, y ha formado parte importante de la

historia. Criaturas de la noche... Criaturas que lamentarás haber cruzado en tu camino... – Continuó Raphael, empleando el mismo tono siniestro que su hermana. Cada palabra sumía a Steven en la locura. Su rostro se desfiguraba con cada segundo que pasaba. – Díganme... – Gimoteó, aterrado. – Dile lo que somos, Renesmee... – Susurró Malenne, sin desviar la vista del muchacho, que no le sacaba los ojos de encima. ¿Qué sentido tenía oponerse? ¿Qué sentido tenía callarse si en realidad seguramente ya lo sabía? Porque dos más dos, siempre da cuatro. Era inevitable que no se diera cuenta. Porque si mi madre lo había averiguado en su momento, ¿Que podría llegar a evitar que Steven llegue a la conclusión correcta? – Somos vampiros... – Murmuré, pero lo suficientemente alto para que llegara a sus oídos. Y entonces, el mortal colapsó. Sus piernas se doblaron, y si no hubiera sido por el hecho de que Malenne lo tenía fuertemente agarrado del cuello, habría caído nuevamente sobre frío suelo del campus. – Levántate, aún no hemos terminado contigo... – Exigió Raphael. – ¿Y ahora? ¿Todavía quieres besarme, Steven Collins? ¿Quieres que mis dientes se acerquen a tu delicioso cuello? – Bromeó macabramente Malenne, para luego sonreír ampliamente, y enseñarle por completo su dentadura brillante. Acercó su rostro al de él, que debido al leve desmayo que había tenido, estaba prácticamente a la altura de mi amiga. Él quiso moverse, pero Malenne lo detuvo con la mínima presión de sus dedos, haciendo que sus fríos labios de mármol, se estrecharan con fuerza contra los calidos y humanos de Steven. Comenzó a besarlo, casi con violencia. Él hacía todo lo posible para zafarse, pero era imposible. – ¡Estas helada! – Gimió entonces Stev, una vez que la vampiresa lo soltó, y pudo volver a respirar. – Llevo muerta casi doscientos años, hermoso. – Contestó con sorna. – Claro que estoy fría.

Raphael no hacía nada más que mirar el espectáculo. Todo el alumnado de la universidad se encontraba en clases, y nosotros allí, atrás de ese arbusto, torturando a Steven. – ¿Qué pasa, Stev? – Preguntó Malenne. – Creí que te gustaban las chicas hermosas y predispuestas... – Rió y el trino de su risa se esparció por todo el lugar. – Aquí me tienes, mucho más bella de lo que podrías pedir, y a tu alcance... Lo sujetó de nuevo, obligándolo a tocar su estrecha cintura de sirena. Haciéndolo recorrer todos los planos divinos de su silueta de ensueño. Imaginé la sensación que debería haber sentido Steven en ese momento. La dureza marmórea de su piel albina, la gélida temperatura, la textura suave como la seda, y el perfume intenso a orquídeas y narcisos. Toda una invitación a la tentación. – Tienes un intenso aroma a pinos y menta... – Dijo Malenne entonces, adelantándose otro centímetro para inhalar con fuerza. – Se me hace agua la boca... Stev no había dejado de temblar un solo segundo en los últimos diez minutos. – No te desconcentres, hermana. – Le advirtió Raphael. – Sabes muy bien hasta donde debemos llegar. Céntrate, o esto terminará mal. – No te preocupes, hermano. – Respondió ella. – Jamás, en estos doscientos años, he estado más controlada que ahora. – Aclaró, para luego centrarse de nuevo en su humillada presa. – Entonces, ¿Sigues empecinado en seguir con el mismo comportamiento? – Noo.... – Susurró Steven, su rostro mostraba que estaba al límite de sus fuerzas tanto físicas como mentales. – Nunca más haré eso... – Me parece bien... – Aprobó Malenne. – Por que de verdad, aunque matarte no fuera problema, sería una molestia hacer que todo parezca un accidente. El corazón de Stev se aceleró bruscamente y su carrera aumentó varias veces en velocidad. Estaba sudando a montones, y parecía que no pudiera resistir mucho más.

– ¡No! ¡Por favor no me mates! – Suplicó, arrodillándose ante la pequeña figura de Malenne. – ¡Por favor, no! ¡Haré lo que sea! Puedo servirte para siempre... ser tu esclavo.... – Tu concepto de para siempre no es el mismo que el mío, mortal... – Aclaro la vampiresa. – Pero puede serlo... – Musitó tímidamente. La mente se me detuvo en seco, y seguramente, lo mismo pasó con mis amigos, porque los tres dejamos de respirar durante un segundo, y nos dedicamos a sopesar sus palabras. Malenne se giró hacía mi, echándome una mirada evaluativo, como si me estuviera preguntando que era lo que debía decir. Raphael se mantuvo, tieso como una escoba unos pasos atrás de su perfecta hermana. No entendía, o no quería entender la petición detrás de las palabras del chico. – ¿Qué quieres decir? – Pregunté entonces a Steven para evitar toda duda. – Háganme como ustedes... – Propuso. – vuélvanme vampiro... – No tienes idea de lo que estas diciendo... – Murmuró Malenne, que tras recibir semejante proposición, se había olvidado hasta de seguir con su actuación malvada. – Sí que entiendo... voy a ser inmortal y hermoso, como ustedes... – Afirmó. – Eso solo demuestra lo tonto que eres... – Sentenció Raphael. – La mayoría de los nuestros cambiaría la inmortalidad y la belleza por una vida... – No sabes, Steven, lo que estas pidiendo... – Le dije, mirándolo a los ojos. – ¿Tú también eres como ellos? – Inquirió. Todavía estaba muerto de miedo, pero nuestra reacción a sus palabras lo había hecho tomar un poco de confianza. Sin embargo, su voz seguía teñida de pánico. – Tú no eres fría como el hielo... eres calida... como yo. Miré a Raphael y Malenne. Ambos asistieron, incitándome a contestarle.

– Soy mitad humana, y mitad vampiro. – Confesé, entonces. – Pero mi condición no se adquiere. Se nace con ella. – Transfórmenme, por favor. – Suplicó de nuevo. – ¿Te das cuenta de lo que estas pidiendo? – Preguntó Malenne. – La inmortalidad es más bien un castigo que un don. Y desde luego, no somos tan malvados como para transformarte. – Te serviré para siempre, y te adoraré por el resto de la eternidad, hermosa Malenne. – Dijo Stev. – No me interesa tu adoración, mortal. – Contestó ella. – Ni la de nadie. – Eres lo suficientemente idiota como para creer que esta forma de vida es un regalo... – Repuso Raphael. – Quizás debamos transformarte para que lo vieras por ti mismo. – ¡No! – Casi grité. – Ni se te ocurra hacerlo. – Miré a mi amigo a los ojos. – No pensaba hacerlo... – Comentó él. – Solo quería ver su reacción. Las cosas se nos estaban saliendo de las manos. Steven había manifestado un deseo abierto de convertirse en vampiro, y ninguno de nosotros estaba listo para recibir semejante noticia. Primero porque estaba equivocado con respecto al concepto que tenía de nosotros, o de ellos, en caso de que yo no entre en la categoría de “Vampiro”. No comprendía las consecuencias de una decisión tan apresurada. ¿Quién más que Raphael para hacerlo? Cuando su vida había terminado así por la precipitación de sus actos. – ¡Vamos! – Continuó. – Nadie me extrañará, tienen razón, ¡Soy una basura! Mis padres ni me hablan y mis hermanos huyen de mi compañía, no tengo amigos ni nadie que me apoye jamás... ¿Para que quiero esta vida? Prefiero vagar para siempre como un incógnito, antes de estar rodeado de una familia que no desea que esté con ellos. ¡Nunca me han querido...! ¿Había una lágrima cayendo por su mejilla? ¿Ese era el motivo por el cual Steven Collins era tan malvado con todo el mundo? ¿Porque nadie jamás le había demostrado la mínima cantidad de afecto? ¿Por qué ahora, a pesar de todo lo que había hecho, sentía lastima por él?

Raphael y Malenne lo miraban, preocupados. Nos habíamos extralimitado, habíamos quebrado su muro emocional, y se había derrumbado ante nosotros... A mi amiga le dio pena, y sin duda se sentía tan culpable como yo. – La inmortalidad no te ayudará a limpiar esas heridas... – Dijo Raphael. – Por el contrario, sentirás un dolor mil veces más profundo. Es mucho lo que arriesgas al querer transformarte en esto. El cambio es permanente, no es algo que se prenda y se apague, Steven. Mi hermana y yo llevamos doscientos años sufriendo las consecuencias de un error que cometí en el pasado. – ¿Acaso ser vampiro no es lo mismo que ser humano? – Preguntó entonces Stev. Los hermanos Blancquarts rieron amargamente. – No hay nada que sea más diferente a sentirse humano... – Contestó Malenne. – No podrías imaginar, aunque te lo contara. – De verdad, Steven, medita lo que dices, porque este tipo de vida, o por lo menos como nosotros elegimos llevarla, no es nada fácil. – Aclaró Raph. – ¿Ustedes son diferentes a otros vampiros? – Inquirió. – No nos alimentamos de sangre humana. – Contesté. – Nos nutrimos de animales. Compuso una cara rara. – ¿Por qué? – No eres nadie para que te contemos todo, Steven. – Dijo Malenne. El muchacho asintió, con miedo. – Por favor. – Pidió de vuelta. – Transfórmenme. Es verdad lo que digo, nadie me quiere... mi familia me detesta. – Siento escuchar eso... – Susurró. – En serio. Ahora veo porque eres así... Aunque no es una excusa, Steven Collins. Yo también tuve una infancia y una adolescencia difícil, crecí sin amor y aislada de todo, pero no por eso voy por la vida destruyendo el autoestima de los demás... – Por favor... quiero ser como ustedes... – Suplicó por última vez.

– No seríamos capaces de condenarte así, incluso aunque nos lo pidas. – Dijo Raphael. Malenne se puso de pie, mientras que Stev caía desplomado en el suelo. Ahora preso de las lágrimas. Era tonto que sintiera pena por él después de todo eso. Porque él no era considerado con nadie. Malenne tenía razón, no tenía justificación alguna para su falta de escrúpulos. – ¿Qué vamos a hacer ahora? – Susurré, de nuevo aterrada por el giro de los acontecimientos. – Le hemos develado la verdad. Debemos transformarlo o... matarlo – Susurré con pánico debido a las dos opciones que teníamos. Ninguna era buena para nosotros. – No haremos ninguna de esas cosas, Renesmee. – Me contradijo Raphael. – ¿Entonces que? – Musité – ¿Dejarlo ir y que cuente todo lo que sabe? – Claro que no, amiga. – Rió Malenne. – No somos irresponsables... Los tres estuvimos meditando una pequeña cantidad de tiempo. – Lo mejor será que olvide... – Murmuró entonces mi amiga. – ¿Puedes hacerlo? – Pregunté. – Es mucho lo que debes hacerle olvidar. – Soy capaz de ello. – Susurró entonces. – Pero es probable que no olvide todo por completo. Aunque si logro borrarle los primero recuerdos, seguro creerá que lo demás fue una pesadilla o algo parecido. – ¿Pero porque creería que lo demás fue una pesadilla? – Me extrañé. – No era nuestro intención hacerle nada, solo queríamos asustarlo, Ness. – Dijo Raphael. – ¿Creen que ayudará de algo que le introduzca algunas visiones? – Consulté. – No estaría mal. – Se mostró de acuerdo Raph. – Eso podría incluso ayudar. Tendrá muchas pesadillas y sueños muy vividos. Si a eso le sumamos el poder del don de Malenne, todo debería salir bien. Me mordí el labio.

¿Estaba bien hacer eso? Aunque... ¿Teníamos otra alternativa? No, claro que no... Habíamos abusado de nuestro poder, y habíamos prácticamente torturado a Steven. Malenne caminó una vez más hacía Stev. Se puso de rodillas de frente al muchacho, que estaba medio inconsciente. Luego, la vampiresa colocó su mano en su pecho desnudo y cerró los ojos. – Olvidarás todo lo que te hemos dicho, olvidarás que te confesamos nuestro secreto, olvidarás que hemos mantenido esta conversación. – Murmuraba, mientras los ojos de Steven se desenfocaban más y más con cada nueva orden que ella realizaba. – Renesmee, acércate, y hazlo ver cualquier cosa que lo desoriente. Caminé hacia donde se encontraban, no nos separaban más que unos cinco pasos. Me coloqué al lado de Stev, y como Malenne había hecho unos segundos antes, ubiqué también mi mano sobre él. En ese momento, pensé en varias imágenes inconexas. Imaginé como sería una pesadilla de Steven. Pensé que sería bueno que el corriera, que corriera de alguien, de algo. Creé con total eficacia una imagen en la que lo perseguíamos. No fue difícil lograrla, porque yo había tenido un sueño demasiado parecido cuando conocí a mis amigos vampiros. Se convulsionó ante mis descargas de imágenes. Al terminar, yacía completamente inconsciente en el frío suelo de la universidad. – ¿Y que hacemos ahora? – Pregunté. – Debemos llevarlo a su casa. Que despierte en su cama y que crea que todo fue un sueño. – Opinó Malenne. – No sé donde vive. – Confesé. – Eso podemos averiguarlo, Ness. – Contestó Raphael. – Puedo colarme en la oficina de alumnos y averiguarlo. – Ve, entonces. – Dije. – Te esperamos en el auto de Steven. – Se sacó su chaqueta negra y me la dio. – Póngansela, seguramente tiene mucho frío.

– Sí me parece bien. No tenemos mucho tiempo antes de que despierte nuevamente, hermano. – Anunció Malenne. Raphael asistió secamente una vez antes de desaparecer. Pusimos manos a la obra inmediatamente el vampiro se fue. Tomamos a Stev entre las dos, le sacamos las llaves del bolsillo de su chaqueta destruida y lo arrastramos. Cualquiera de las dos podría haberlo echo sola, porque para nosotros no significaba un peso alguno, pero si alguien nos veía, hubiera sido empeorar las cosas. Por suerte para nosotras, no había ni un alma merodeando por allí. Caminamos con disimulo hacía su auto, un Senda bastante viejo, y lo metimos en el asiento de atrás. Desde luego no fue difícil, no pesaba prácticamente nada para nosotras. Antes de que el motor se pusiera en marcha, en medio de un ruido con el que no estaba familiarizada, Raphael estaba sentado a mi lado, en el asiento del acompañante. Malenne iba atrás, conteniéndolo, para que no se derrumbara en el auto. – Su casa no esta muy lejos de aquí. Sigue por la primera paralela a la universidad, y luego dobla a la derecha. Conozco la zona, te guiaré. – Anunció. Manejamos en silencio. Doblamos varias veces, pero no era lejos de la universidad. Al llegar me sentí desvalida, nuevamente. El hogar de Steven, o quizás sería mejor decir la casa, era un lugar mustio, y carente de vida. Hogar es aquel lugar donde vuelves siempre, donde te sientes contenido, donde están aquellos a los que amas sobre todo lo demás, un lugar donde no importa el lujo o la riqueza, un lugar donde disfrutas estar sin importar las condiciones. Pero no se aplicaba a ese sitio. No podría ser nada más que un lugar donde dormir, solo una escala en la vida de una persona. Nada en el invitaba a relajarse. La construcción no era pequeña, sin embargo, podías sentir que los muros te comprimían el pecho, el ambiente estaba cargado de negatividad y rencor. Pude darme cuenta en ese momento que Steven no había mentido, no esta vez. Todo en ese lugar denotaba que las personas que la habitaban no eran felices. A pesar de que había claridad en el ambiente, las sombras dominaban los planos en los cuales la luz, tras el velo que generaban las nubes, no llegaba para alumbrar. Me invadió una ola de desencanto. La casa no estaba descuidada, por el contrario, era incluso bonita.

Era lo imperceptible a los ojos lo que me decía que el amor nunca estuvo presente entre esas paredes. Raphael salió del coche y abrió una de las puertas traseras. Sacó a Steven en brazos como si éste pesara lo que un niño pequeño, a pesar de que el muchacho medía diez centímetros más que el vampiro. En ese momento, una vecina salió de casa contigua a la morada de Stev. – ¿Pero que ha pasado con él? – Preguntó. Se notaba que lo hacía por entrometida, y no porque fuera algo que le importara. Estaba segura que nos quería sacar información para luego comentarlo por todo el vecindario. – Se ha desmayado en clase. – Contestó Malenne con una completa seguridad en sus palabras. – Lo hemos traído hasta aquí, para que descanse. – No hay nadie en la casa, sus padres trabajan y sus hermanos prácticamente ya no viven con ellos. – Explicó la mujer. – Nos dijeron que debíamos dejarlo en casa, – Explicó Raphael. – Tenemos sus llaves. – Señaló, y señaló el manojo que yo tenía en manos. – Esta bien, entonces. – Se resignó en su análisis de la situación. Se dio la vuelta, y entró de nuevo a su casa. Obviamente, había salido solo para entrometerse. Coloqué la llave en la puerta y entramos. La casa era por dentro tal cual me la imaginaba antes de ingresar a ella. No había en ningún rincón de esa morada algo que hiciera creer que fuera un hogar. El ambiente estaba cargado de efluvios humanos. Cinco, si no me equivocaba. Uno de ellos era el de Steven. Su rastro sobresalía entre todos los demás. Seguramente se debía a que el que pasaba más tiempo en ella era él. La casa era cómoda, pero no lujosa. En ese momento me di cuenta de porqué Steven nos llamaba niñas tontas y ricas a Michelle y a mí. Simplemente porque lo éramos. Su casa no era precaria, sino un ambiente común, que no hubiera sido aprobado bajo ningún concepto bajo los cánones de mi abuela Esme, pero que, sin embargo, estaba bien decorada. Aunque todo en ella era frío, no había amor volcado

entre esas paredes. Era una sensación extraña, como un sexto sentido que me decía que Steven tenía razón. No había amor en esa familia. No pude evitar nuevamente sentir lastima por él. Subimos la escalera, los tres muy pendientes de todo. La casa estaba escasamente iluminada, dado que no había nadie en ella, aunque eso no nos afectaba, nuestras visiones eran lo suficientemente eficaces como permitirnos ver con total claridad. Había un rastro claramente marcada por el efluvio de Steven que conducía hacía la habitación del fondo del pasillo en el que desembocaba la escalera. El cuarto era pequeño. Bueno, tal vez lo era para mí. En él había una cama, un closet en el cual no hubiera entrado ni un cuarto de toda la ropa que tenía, una pequeña televisión, el ordenador sobre un escritorio de segunda mano. No era sucio, pero sí un poco desordenado. Raphael caminó hacía el lecho, y apoyó a Steven en él. El humano se retorció levemente, acomodándose. – Si quieren hacer algo más, este es el momento. – Anunció Raphael. Miré a Malenne a los ojos, intentando ver en ellos si era necesario que nos aseguremos más aún que Steven no diga nada. – Déjanos solas, ya bajamos. – Dijo la vampira. Su hermano la miró un segundo, buscando el motivo oculto detrás de esa petición. – Las espero abajo. – Dijo antes de marcharse. Seguramente, al igual que yo, se preguntaba que era lo que Malenne pretendía. Al escucharse sus pasos deslizarse por la escalera, mi amiga susurró: – ¿Qué tanto estas dispuesta a hacer para resguardarnos? – Preguntó. Dudé. ¿Qué tanto estaba dispuesta a hacer? – No lo sé. – Contesté al fin. – No es algo malo lo que te voy a pedir... – Dijo. – Solo que nunca lo he hecho, así que no se que pueda resultar. No estoy hablando de transformarlo... – Aclaró al ver la mueca en la que se estaba convirtiendo mi rostro.

– Entonces, ¿A que te refieres? – Corroboré. – A que usemos nuestros dones juntas. Si lo hacemos, la sensación que lo obligue a recordar un hecho que no paso, y que tú crearás, será mucho más fuerte. – Explicó. – ¿Pero por qué tanto misterio? – Quise saber. – ¿Por qué querías hablarlo solo conmigo? – Porque eres tú la que tiene que aceptar, solo por eso. – Se escogió de hombros. Aunque luego prosiguió. – La cuestión es que no estoy segura si eso le hará bien a su mente, no en el estado en el que se encuentra ahora. Verás, tu don es muy poderoso, ni hablar del mío, temo que estando juntos, puedan hacerlo colapsar. Verás, es necesario que lo dejemos convencido de que tuvo una pesadilla, y si bien ya hemos hecho bastante, no podemos dejar cabos sueltos. Sabes lo importante que es mantener el secreto, Renesmee. Claro que lo sabía. – Esta bien, hagámoslo. – Murmuré no muy convencida. – Bien, cuando cuente tres, crearás una imagen, una secuencia que lo haga creer que estuvo soñando. Yo lo obligaré a creer que esas imágenes son sueños. ¿Has entendido? Asentí una vez, secamente. Ambas iniciamos un nuevo contacto nuevamente. Rememoré la charla que habíamos tenido unos minutos antes, e imaginé como hubiera sido verla desde el punto de vista de Steven. Modifiqué la escena, oscureciendo y haciendo borrosos los bordes... – A la cuenta de tres... – Susurró Malenne. – Uno... Dos... Tres... Introduje los falsos sueños en su mente en ese momento, mientras mi amiga tocaba el pecho de Steven en el lugar donde estaba su corazón. – Todo fue un sueño – Murmuró. No parecía que estuviéramos provocando mal alguno. Sus parpados temblaban un poco, pero bien podía ser por la cantidad de imágenes que estaban sucediéndose en su cabeza, y que al mismo tiempo Malenne estaba haciendo que parecieran recuerdos de un sueño. Cuando ya estábamos terminando, algo extraño pasó.

Los ojos de Steven se abrieron, tan grises y hermosos como de costumbre, pero no estaban enfocados. Estaban vacíos, carentes de toda emoción o sentimiento. Comenzó a balbucear incoherencias, palabras que no existían, y de repente volvió a cerrar sus ojos y a temblar levemente. – Stev... – Lo sacudí ligeramente, aterrada. – Steven, ¿Me escuchas? No daba señales de entenderme, continuaba temblando y no respondía a ni a mis palabras ni a nada. – Malenne... – Gimoteé. – Ha pasado justo lo que temía. – Se lamentó. Realmente parecía alterada y consternada. – La fuerza de los dos dones ha hecho colapsar su mente... – ¿Qué haremos? – Pregunté, aterrada. – No podemos hacer nada... – Se mordió uno de sus hermosos labios. – Mi don no tiene poder sobre la locura... – Oh por Dios. – Dije, repentinamente asustada. – Malenne, la vecina nos ha visto entrar... ¿Te das cuenta en el problema que nos hemos metido? Me dejé caer en el lecho de nuestro compañero humano, que seguía prácticamente delirando. Sentí que todo se nos había ido de las manos, de nuevo. ¿Por qué demonios no había sido capaz de detenerme al momento de ver a Steven en el campus? ¿Por qué había dejado que Malenne y Raphael se inmiscuyeran en un asunto que solo era mío? ¿Por qué ahora el humano estaba con la mente colapsada, al borde de la locura? Porque se lo merece. Pensó una voz dentro de mí. Porque es la clase de persona que no merece segundas oportunidades. Pero eso no era suficiente para mitigar las emociones que me azuzaban, todo lo que estaba de pie se estaba colapsando a mí alrededor. – Renesmee... – Dijo Malenne. – No te pongas así, por favor. Tal vez en unos días vuelva a la normalidad. Debemos protegernos nosotros. ¿Acaso tú quieres que los Vulturis se enteren que estamos revelando el secreto? Claro que no quería eso...

¿Pero debíamos salvarnos a costas de la salud mental de Steven? – No es eso lo que quiero. – Contesté al fin. – Entonces comprende que debemos hacer lo mejor para protegernos. Tú eres nuestra amiga, Nessie. Y Stev es dañino, no solo te lastimó a ti, sino que mira todo lo que ha pasado con Michelle. ¿Por qué crees que venimos preparados con Raphael? Sabíamos que no ibas a aguantar. – Confesó. – Sabíamos que ibas a querer descargar tu frustración en él. ¿Era tan previsible? Al parecer sí. Bordeó la cama y se sentó a mi lado. – Solo quiero protegerte, amiga. – Susurró a mi oído, para luego pasar su pequeño brazo sobre mi hombro. – Sabes que te quiero mucho. – Yo también, Malenne. – Contesté. – Eres mi mejor y única amiga. – Confía en mí... – Continuó. – Nunca haría nada para lastimarte... Sabía eso. Sabía que ella y Raphael me querían realmente, y deseaban mi bien. – Fue un error que hayas pasado la noche en tu departamento. – Comentó. –Deberías haber vuelto con nosotros. Te hubiéramos ayudado mucho más... Te lo digo por experiencia, a veces la soledad es buena consejera, pero la mayoría de las veces solo hace que aumente la ansiedad, y provoca que no veamos todos los aspectos de una decisión. Tal vez no lo sepas porque eres pequeña, y eso lo digo sin querer ofenderte. – Aclaró. – Pero, Ness, llega un momento en la vida de toda persona en la que debes decir “Esto es suficiente”. No debes soportar siempre las decisiones del destino. No estas atada a las circunstancias. A veces, hay muchas más opciones de las que te imaginas. Tenía razón, en eso y en todo. – ¿Qué haremos con la vecina? – Pregunté. – Ahora debemos borrarle la memoria, también. – Apuntó. – O debo hacerlo yo, mejor dicho. – Ten cuidado, por favor. – Supliqué. – No quiero más problemas. – Esto es simple, solo debo borrarle el recuerdo, nada más... – Explicó. – Quédate aquí, ahora vuelvo.

– ¿Dónde está Raphael? – Pregunté antes de que se marchara. – Está abajo, esperándonos. – Musitó. Y sin decir nada más, se levantó de la cama, y salió de la habitación. Estuve sentada unos minutos, mirando a Steven, cuyos temblores ya había cesado, pero que seguía diciendo incoherencias. Intenté hablarle de nuevo, preguntarle si me entendía, tocándole la punta de sus dedos para ver si sentía el estimulo, pero no respondía. Luego de unos momentos, fue capaz de enfocar nuevamente la mirada, pero seguía tan autista como al principio. Habíamos destruido su mente. Malenne había dicho que podíamos evitar algunas cosas que resultaban inevitables. ¿La locura de Steven entraba en esa situación? Intenté hacer algo, a pesar de que sabía que tal vez eso empeoraría las cosas. Coloqué ambas manos en su cabeza. Había dos fotos en su repisa, una de él, cuando seguramente tendría cinco o seis, y otra de sus padres, en la que también aparecían un bebé y otros dos niños. Me di cuenta de que los quería, y que todos sus comportamientos se debían a que nunca había tenido amor. ¿Cual había sido el error de Steven para que su familia no lo apreciara? ¿O es que no había tenido ninguno? En el retrato familiar había un hombre, muy parecido a él, y una mujer, con los mismos ojos grises. Supe cual era mi compañero, porque era el único que había heredado el color de ojos de la madre. Era el más pequeño de todos. No tendría más de un año en ella. Los otros pequeños seguramente tendrían cinco y ocho años. Vi algo en la fotografía que me llamó la atención. Steven tenía en ella unos escarpines rosados. Me hundí un segundo en las conjeturas, atando cabos dentro de ese desastre... El hogar sin amor, las palabras de Steven. “Mis padres ni me hablan y mis hermanos huyen de mi compañía, no tengo amigos ni nadie que me apoye jamás... ¿Para que quiero esta vida? Prefiero vagar para siempre como un incógnito, antes de estar rodeado de una familia que no desea que esté con ellos. ¡Nunca me han querido...!”

¿Era por eso que no lo querían? ¿Deseaban tener una niña? ¿Por eso lo habían dejado de lado toda su vida? ¿Y porque era notoriamente más hermoso que sus hermanos? No los conocía, ni había fotos de ellos en la habitación, pero se podía adivinar que era el más guapo de los tres. En la imagen, Steven parecía un querubín de mejillas color durazno. Y bueno, a pesar de que me había causado daño no solo a mí, sino también a Michelle, no se podía negar que Steven fuera un humano hermoso. Medité un segundo sobre que tan bello sería si se transformara. La experiencia decía que cualquier vampiro es agradable a la vista, pero cuanto mas bello se es en vida, más hermoso se logra ser al transformarse. Mis padres, mí tía Rosalie y Malenne eran un claro ejemplo. ¿Pero podía limitarse su falta de cariño y compresión a eso? ¿Al hecho de que tuvieron un hijo y no una hija? ¿Había en este mundo gente tan desalmada? Pensé en mi propia historia un segundo. Mi madre me había dicho que al principio de su embarazo, y durante todo su transcurso siempre había visto en su mente un niño. Un Edward Jacob Cullen, “E.J.”. Pero eso no había provocado merma alguna en su amor al momento de saber que no era un varón. Todo su cariño quedó intacto, re direccionado a mí. Renesmee. Entonces sentí mucho más que compasión por el. Sentí su rencor, incluso justifiqué el odio que podría tenerle a sus padres. Pero no, él no los odiaba. Sufría al ver que ellos no lo querían. ¿Cómo no iba a ser un monstruo rodeado de personas como aquellas? Me concentré más aún de lo que ya estaba. Busqué en mi mente nuevas imágenes, un regalo para Steven, que pudiera hacer que su calvario fuera menos doloroso. Tal vez mis amigos dijeran que no se lo merecía, pero era algo que quería hacer. Me sentía culpable, demasiado, porque una acción no justifica la otra. Su falta de corazón no me autorizaba a hacer justicia por mano propia. Y mucho menos a asustarlo hasta enloquecerlo. Observé el retrato, memorizando los rostros de sus padres. Y allí comencé... A inventar recuerdos... Recuerdos en los que lo abrazaban, recuerdos en los que le decían que lo amaban, recuerdos, donde ellos eran feliz al tenerlo cerca,

recuerdos donde lo alentaban a ser mejor persona, imágenes que tenían un trasfondo de amor y felicidad, una que Steven Collins nunca había recibido, una que yo había tenido de sobra, y por la cual era completamente capaz de irradiarla. Podía hacerlo, porque el amor había sido un sentimiento recurrente a lo largo de mi vida. Amor de mis padres, de Jacob, de mis tíos, de mis abuelos, de sus amigos, y ahora de mis amigos. De Malenne, de Raphael... Supe que estaba funcionando cuando una sonrisa se extendió por sus labios, iluminando su rostro, pero era una sonrisa diferente a la que había visto antes. Era menos amplia, pero mucho más sincera. No era forzada, como cuando intentaba ser encantador. También entendí en ese momento todos esos comportamientos. Sus gestos atentos, sus sonrisas tan bellas... Siempre había hecho lo posible para que sus padres lo quisieran... Pobre Steven... Y aunque no era una completa victima de todo, al menos su falta de corazón tenía un motivo concreto. En ese momento, introduje un último pensamiento en su mente, uno que desde hace tiempo guiaba todas mis acciones, y que incluso él había logrado que aprendiera... No hay adversidad que te tumbe definitivamente, solo hay épocas en las cuales luchar se vuelve más difícil... Levántate, porque aunque sea más fácil caer, al final, todo cobrará sentido, y serás feliz... Ahora estaba mucho más tranquilo, parecía dormido. Me levanté y salí de la habitación. Al bajar las escaleras, Raphael y Malenne se encontraban en el umbral de la casa. – Todo esta resuelto, amiga. – Informó la vampiresa. – ¿Quieres venir a casa? ¿O vamos a la universidad? – No tengo ganas de estar en clases. – Informé. – Entonces vayamos para Douglas. – Dijo Raphael. Se acercó a la puerta y cerró con llave. Luego dejó todas las llaves sobre la mesa baja que se encontraba al lado de la puerta. – No podemos salir por el frente. Debemos irnos por la parte de atrás.

Nos deslizamos rápidamente por la ventana de la cocina, y salimos al exterior en cuestión de segundos. Nos dimos cuenta que habíamos ido hasta allí con el auto de Steven, por lo que caminamos las calles que nos separaban del campus. El camino fue silencioso, incluso incomodo. Los tres nos sentíamos mal. Terriblemente culpables. – Raph, ¿Puedes manejar tú? No estoy de ánimo... – Dijo Malenne al llegar de frente a su auto. – ¿Haremos como el otro día? – Me preguntó Raphael. – ¿Manejo tu auto y ustedes dos van en el nuestro? – En realidad, no me importa dejarlo hoy aquí... – Dije, encogiéndome de hombros... La seguridad de mi convertible ya no me parecía algo primordial. – ¿Viajamos los tres en el nuestro entonces? – Consultó Mallie. – Sí, vamos. – Contesté, y abrí la puerta de atrás para sentarme. Mi amiga me siguió solo un segundo después. Raph puso en marcha el auto, y abandonamos el campus. En el camino, nadie tenía mucho para decir. Pude sentir en el pecho como la tensión iba desapareciendo. Me estaba alejando de Juneau, y estaba llegando a Douglas, mi nuevo segundo hogar, luego de Forks. – ¿Qué haremos hoy, Nessie? – Preguntó mi amiga, fingiendo un tono de jovialidad que disminuyera la atmósfera extraña que nos envolvía. – No lo sé, Malenne. ¿Qué quieres hacer tú? – Dije. – Podemos ir de compras... – Murmuró, pero luego vio mi rostro, y me pasó el brazo sobre los hombros. – No te sientas mal, Nessie... No fue nuestra intención hacerle eso... – Ya sé, pero eso no cambia lo que pasó... – Musité. – ¿Sabes? Creo que hasta he entendido porque Steven es así con todo el mundo. Les relaté mis conjeturas, y lo que había hecho con mi don. – Sí esa teoría es bastante probable. – Afirmó Raphael. – la mente humana genera mecanismos de defensa, y todo ese tipo de cosas... – ¿Y dices que sonrió y todo eso? – Preguntó Malenne, extrañada.

– Sí, eso es lo que hizo. No se si se recuperó, pero bueno, al menos mejoró bastante. – Eso es un comienzo... – Musitaron ambos, casi al mismo tiempo. Llegamos a la casa, y como esperaba, me pareció que ese era el lugar al que pertenecía. Al cruzar la puerta, el sentimiento se confirmó. ¿Por qué había pasado eso? No podía saberlo, la transición había sido lenta, casi imperceptible. Era extraño encontrarse en una situación así, hacía tan solo cinco días, todo era normal, tenía a mis amigos vampiros, y a mi amiga humana. Ahora pocas cosas quedaban en pie. Nos sentamos en su sofá, cada uno ensimismado en sus pensamientos, tal vez compartiendo las culpas silenciosamente. – No ha sido todo nuestra culpa... Ness – Murmuró Raphael luego de un rato. Claro, había entrado en mi mente. – Su mente ya estaba dañada, solo era cuestión de tiempo para que colapsara... – Eso no justifica nada. – Contesté tristemente. – Lo único que puede reconfórtame ahora es que al menos pude contribuir un poco a su alivio. – Eso está bien, amiga. – Dijo Malenne. – Fue todo tan rápido, te vimos echa una fiera, parecías dispuesta a despedazarlo... – Recordó. – Nos te culpes por lo que pasó, si hay culpables, somos Raphael y yo. Nos dejamos llevar por la ira que teníamos por lo que te hizo, a ti y a tu amiga. – No intenten sacarme de todo esto, chicos. – Suspiré. – Soy tan, o más responsable que ustedes. Además, él ya sabía que había algo raro en mí, les conté, el sabía que no era humana, o por lo menos no una normal. Fue una estupidez encararlo de nuevo, nerviosa como estaba... – Ya pasó todo, Nessie. – me contuvo Raphael. – Antes de irnos entré en su mente... ya estaba bastante más ordenada. – Eso es un alivio. – Contesté, algo más relajada. Era cerca del mediodía, nuestra aventura en la casa de Steven nos había llevado gran parte de la mañana.

– Subiré a mi cuarto. – Dijo Malenne luego de un rato. – Necesito cambiarme, y despejarme un poco. – Yo también lo necesito. – Agregué. – Está bien, nos vemos en un rato. – Dijo Raphael, quien no se levantó del sofá. Su rostro estaba perturbado, algo en la experiencia del día lo había mortificado, incluso más que a Malenne y a mí, que éramos las que habían cometido los errores más grandes. Subimos con mi amiga las escaleras, recorriendo el pasillo que ya me era familiar, con sus paredes de espejo pulido. Mallie se detuvo en la puerta de su habitación. – Si no tienes mucha ropa, puedo prestarte algo de la mía. – Dijo suavemente. Sonreí. – Tus pantalones me quedarán muy cortos... – Dije en broma. – Claro, la señorita es tan alta... – Convino. – No estés triste, por favor. – Lo intentaré. Aunque estar con ustedes siempre aplaca mis malos sentimientos. – Me alegra mucho escuchar eso... – Musitó. – Anda, cámbiate y luego veremos que hacemos del resto de este mal día. – Sí, estoy de acuerdo. – Murmuré. Entró en su habitación y antes de cerrar la puerta me guiñó un ojo. Continué caminando, rumbo a la habitación que ellos me habían preparado en su casa, y entonces algo llamó mi atención. La puerta de Raphael estaba abierta. Estaba apoyada prácticamente en el marco con lo cual, si mirabas de reojo, parecía cerrada. Recordé el momento en el que Malenne me había dicho que a él no le gustaba que entraran a su habitación. En ese momento la curiosidad fue más fuerte, y no se porqué, caminé hacía la habitación. Deslicé mi mano por el picaporte y abrí la puerta...

Entonces me topé con algo que no hubiera esperado encontrarme.

Capitulo 18 Visita inesperada Entrar en esa habitación fue como viajar en el tiempo. Retroceder un poco más doscientos años en el pasado, y toparme de lleno con la Francia revolucionaria. Su ambientación era la clásica de los principios del siglo diecinueve. Las paredes estaban revestidas con planchas de madera oscura, finamente labrada con detalles de rosas y bajorrelieves de época. Había una cama enorme, también de madera oscura, con un alto dosel que dejaba caer cortinas de un color verde profundo. El resto del mobiliario combinaba perfectamente con el de la decoración. Había una pequeña mesa con su respectiva silla, un pesado escritorio, enorme y de aspecto antiguo, pero envuelto en un gran señorío y esplendor. El techo estaba tapizado con una tela de un color muy parecido al de las cortinas del lecho, y las de las ventanas eran de un tono un poco más claro que el de la cama. Siempre me había preguntado porqué tenían camas en sus habitaciones, y ahora entendía el porqué. Al fin de cuenta, habían pertenecido a la burguesía francesa. Para ellos la etiqueta, el protocolo y todas esas cosas, eran importantes. Y por eso, a pesar de que una cama no significaba nada para ellos a fines prácticos, era necesaria porque esa era la forma en la que un cuarto debía ser amueblado. El piso era de madera, pero no era perfectamente plano. Me dio toda la impresión de que estaba así a propósito, para mantener el encanto de que ese cuarto no pertenecía al siglo veintiuno. Una hermosa y gran araña de luz colgaba desde el techo llegando a casi unos veinte centímetros de mi cabeza, y ésta era la única que poseía algo de tecnología, aunque después de inmiscuirme en ese escenario, me causó mucha extrañeza que el artefacto tuviera focos en vez de velas. Me adentré en él, por la misma impresión que me causaba verlo, y a medida que observaba con mayor detenimiento, más fácil era darse cuenta de que todo en la habitación llamaba al recuerdo, añorando tiempos que se había convertido en pasado hacía mucho. ¿Por eso no quería que nadie entrara? Pensé.

La repuesta me pareció sencilla. Ese era su lugar. Un sitio donde podía convivir sin máscaras con la culpa. Un espacio en el cual solo él ponía las reglas. Donde nadie le decía lo que tenía que hacer, donde sus decisiones no afectaran a nadie más que no fuera él mismo. Algo completamente diferente al pasado, donde uno solo de sus errores, había devengado en todos los acontecimientos que pasaron después... Evidentemente, ese día era uno en el cual sentía los sentimientos de culpas de todos cuanto me rodeaban. Primero de Steven, ahora de Raphael. La habitación era muy grande, cargada con majestuosidad donde se mirara. Parecía los aposentos dignos de un rey. Había pinturas en lienzo con marcos dorados, en las cuales se retrataban diferentes personajes de la época en la que los Blancquarts habían sido humanos. Sin embargo, tres cuadros lograron llamar mi atención sobre los demás. Uno era el de un hombre de unos cuarenta y tantos de años. Pude darme cuenta de quien se trataba. Era manifiestamente humano, desde luego. El cabello era rojizo, aunque no tan pronunciado como el de su hijo. Los ojos verdes brillantes, como seguramente lo habían sido los de su hija cuando era humana. Aunque no era solo eso lo que compartían los chicos con él. Los labios eran los de Raphael, la nariz la de Malenne. El contorno de rostro era el mismo que el de ellos dos. Ese hombre era el antiguo señor Blancquarts. Al principio había pensado que Raphael y Malenne eran demasiado diferentes físicamente como para ser hermanos, sin embargo, ahora que veía a su padre, me daba cuenta de que eran más parecidos de lo que imaginaba. El lienzo y el óleo en él, a pesar de estar muy bien conservado, estaban algo agrietados, como toda pintura que tiene sus buenos doscientos años. Al lado de ese primer retrato había otro. Una mujer impactantemente hermosa, rubia y blanca como la cal. El mismo tono de piel que mi amigo vampiro, aunque tal vez no tan pálido. Sin duda, también una humana. Su porte era muy parecido al de Malenne, aunque sus rostros

eran diferentes, porque mi amiga era mucho más bella. La mujer del cuadro se veía feliz, sonreía con una dentadura blanca perfecta, y el autor de cuadro había sido capaz de darle vida a los ojos, que brillaban a través del lienzo y parecían reales. Como si en verdad me estuvieran viendo a mí. Era extraño el contraste que estos daban con el resto de su rostro, porque eran de un color negro, profundamente negros. Esa era la mujer que había enloquecido, la que había perdido a su esposo y a tres de sus hijos. La que había machacado a Malenne toda su corta vida, la que se había suicidado... ¿Por qué en mi mente la tenía como una mujer vieja, arrugada y desvastada? Como si fuera casi un fantasma, una aparición. Aunque claro, ese retrato seguramente había sido pintado antes de que todo pasara, por eso ese semblante risueño y lleno de vivacidad. Cuando mis amigos me contaron acerca de su madre, la imagen mental que se me había formado había sido muy distinta. Pero claro, los Blancquarts habían sido felices en algún momento. Incluso Malenne lo había dicho,“En los tiempos en los que éramos felices, todo en casa brillaba, papá se encargaba de ello...” Contemplé el último de los cuadros. El único cuya existencia conocía. En él había un muchacho, uno que era obviamente hijo de los personajes de los otros retratos. Era un joven hermoso, muy parecido a su padre, pero con los mismos ojos negros que su madre. La belleza del retratado era muy grande, aunque no se comparaba con el semblante inmortal que había adquirido con su conversión. Esa era la pintura de la que Malenne había hablado al contar su historia. Quise analizar por qué Raphael hacía eso. ¿Por qué había echo de su lugar privado un sitio donde recordar constantemente el ayer? Cuando no había mucho más para ver, en las paredes por lo menos, comencé a deambular por ese magnifico espacio. Estaba tan ensimismada, contemplando la perfección del lugar, que no me di cuenta que alguien estaba atrás mío. – ¿Qué haces aquí, Renesmee? – Susurró tan bajo Raphael a mis espaldas que el sonido casi fue inexistente. Un leve movimiento del viento. Al girarme, su semblante estaba ligeramente irritado, y a escasos centímetros de mi rostro.

Retrocedí, en un salto inconsciente. – ¿Por qué entraste? – Preguntó. No parecía molesto en ese momento. – Lo siento. – Me disculpé, mis mejillas se encendieron, seguramente brillando por la gran vergüenza que tenía. – La puerta estaba abierta y me entró la curiosidad. Me observó un segundo. – Está bien, pero seguramente Malenne te dijo que no me gusta que entren aquí, ni siquiera ella. – Dijo con voz suave. – Realmente lo siento, no quise ser entrometida. – Dije. – No te preocupes, no estoy enfadado. – Continuó. – Solo que este lugar es muy privado para mí, y no me gusta compartirlo con demasiadas personas, incluso Malenne entra poco. – Sonrió levemente. – ¿Por qué no te gusta que entre nadie? – Pregunté, aunque ya creía conocer la respuesta. – ¿De verdad quieres saberlo? – Inquirió Raph. – Eres mi amigo, me preocupa todo lo que te pasa... – Susurré. – Es bueno saber que puedo contar con una persona como tú, Renesmee. – Dijo el vampiro. – Pero dudo que puedas ayudarme. Tampoco mi hermana, prefiero sufrir en soledad. – Sufrir – Repetí. – Es solo una forma de decir las cosas. – Bromeó, aunque en su rostro no había ni siquiera un poco de humor. – Vivir en el pasado no te ayuda a estar bien... – Opiné, aunque luego me arrepentí, no era quien para decirle como debía manejarse en su vida. Él me observó, pendiente de mi rostro. Sus ojos estaban muy dorados, hacía dos días que habíamos salido los tres de caza. Intenté identificar algo en ellos que pudiera darme una pauta. El lunes había sido un día demasiado fuerte, por lo que no me había puesto pensar en otras cosas, pero de repente vino en un primer plano todo esos demás asuntos, también preocupantes. – El pasado es lo único que valió la pena a lo largo de mi vida... – Musitó.

– Estás equivocado... – Le contradije. – Tienes motivos para ser feliz... Tienes a tu hermana, que te ama, me tienes a mí, que soy tu amiga. – Tengo a Malenne porque fui lo suficientemente egoísta para transformarla... – Dijo. – Si no fuera por eso, estaría solo, y de seguro tampoco te hubiera conocido... – El destino tiene muchas vueltas, quizás hubiera pasado lo mismo, eso no lo sabes. – Tal vez tengas razón... – Murmuró. – Generalmente lo hago... – Intenté bromear con él. Me dedicó una sonrisa un poco más parecida a la que era habitual en él. – Pero eso no cambia nada. Las cosas pasaron, y ya no hay nada que pueda hacer, solo desear que no hubiera sido así. – Dijo. – Estar aquí encerrado, pensando que todavía es 1806 no te va a ayudar, Raphael. – Comenté. – El tiempo ha pasado y es hora de que aprendas a perdonarte a ti mismo. – No es tan fácil hacerlo como decirlo... – Respondió con voz cansada. Como si en verdad hubiera intentado en ese tiempo hacer lo que le dije. – llevo más de doscientos años lavando mis culpas... pero eso todavía no ha ayudado a que no me sienta tan mal por ser el único responsable de todas las desgracias de mi familia. – Las cosas se dieron así, no eres el culpable... – Seguíamos uno frente al otro, mirándonos a los ojos. En ese instante recordé todas las escenas de los días anteriores, en las cuales había visto algo que no debería estar en los ojos de mi amigo. Aunque no debería haberlo echo, me acerqué a él, y lo abracé. En ese momento tenía más ganas de consolarlo que de poner barreras a sentimientos que no sabía si tenía. Él reaccionó algo torpe a mi abrazo. En principio porque nunca lo había abrazado así. Se quedó tieso, y luego de un segundo, extendió sus manos y también me enredó entre ellos. Acarició un poco mi cabeza y la parte de debajo de mi espalda, pero luego me liberó y se alejó un poco de mí. – Gracias, Renesmee. – Musitó. – No sabes cuanto me agrada que estés aquí conmigo.

– Podemos hablar de lo que quieras, sabes que estoy aquí para escucharte. – Le dije, para influirle ánimos. – Me pregunto si eso estaría bien... – Reflexionó. – Hay varias cosas de las que he querido hablar contigo últimamente... En ese momento, el estomago se me contrajo de nervios. Bueno, yo había abierto la boca, así que todo era por mi culpa. Ahora Raphael quería hablar conmigo de algo. Algo que yo sabía completamente de que se trataba. Algo que había visto antes en su mirada, pero que me había forzado en ignorar. – ¿De que quieres conversar? – Pregunté en voz baja. Dudó. Al parecer, yo no era la única que había hablado de más. – Me preguntas por qué no puedo hacer nada para evitar sentirme así... – Comenzó. – Pero lo entiendes... has visto este lugar, y has comprendido todo. Los Blancquarts eran personas felices. Has visto los retratos de mis padres. Mi madre era una mujer hermosa. – Se acercó hacía el lienzo y apoyó la nívea mano sobre él. – Y era feliz con su marido... Su belleza era una leyenda en nuestra época, nobles y burgueses deseaban desposarla, hasta había rumores de que el propio Luís XVI la quería, tal era su belleza. Incluso aunque luego, como sabes, se casó con Maria Antonieta. Mi madre, Stefenia De la Roqquette, amaba a Jean Blancquarts, y a él fue a quien entregó su corazón. Luego de dos años de matrimonio llegué yo. Su primer hijo, un varón, todo cuanto ellos deseaba. Y después Dios bendijo su unión con otros tres niños más. ¿Cuánto más podían pedir? Bueno, ciertamente recibieron mucho más que una familia prospera e hijos hermosos. Mi padre no era rico cuando se casaron, pero luego vino la bonanza económica, y el éxito social... muchas personas querían estar rodeadas de los Blancquarts, pues eran un signo de la buena fortuna y la prosperidad en las calles de París. Y el tiempo pasó. Crecimos, y llegó ese último tiempo. Mi padre era muy rico, ganaba mucho dinero e incluso tenía aspiraciones políticas. No se entrometía mucho en esas cosas, la revolución estaba fresca, y no quería que lo tomaran como un exponente en medio de esa masacre, pues quería protegernos a todos de ello.

¿Sabes?, cuando tenía siete años me llevó a ver la ejecución de Luís XVI. Fuimos a la plaza de la Revolución, era temprano. Prácticamente todo el pueblo parisino estaba presente, clamando lo que ellos llamaban “Justicia”. En ese momento yo no comprendía mucho las cosas. Era un niño. La hoja de la guillotina colgaba en lo alto del escenario que habían preparado, y el monarca avanzaba hacía su muerte. La gente reía y disfrutaba de lo que veía... Se detuvo repentinamente. – Lo que quiero decir, es que ni en tiempos como aquellos, el preciso momento en el que el mundo comenzó a cambiar, toda nuestra familia era muy unida, y Malenne fue la última bendición que recibieron mis padres. Era un bebé hermoso. La envidia de toda la región. – Sonrió, ante el recuerdo. – Algunos vampiros dicen que luego de varios años los recuerdos se desvanecen, y es cierto, mucho se han ido... quizás solo puedes conservar los más fuertes, en los que piensas con mayor frecuencia, tal vez paso demasiado tiempo añorando el pasado. Pero es imposible no sentirse como me siento, Renesmee. – Basta, Raphael. Debe dejar de ser así. – Casi le grité. – ¿No te das cuenta de que pierdes el tiempo de esa forma? – Pregunté. – No ganas nada más que lamentos siendo así. – No puedo hacerlo, Ness... – Contestó – ¿Sabes lo difícil que es mirar a la cara a mi hermana todos los días, sabiendo que ella es lo que es, que ambos lo somos, y que toda nuestra familia se destruyó por un error mío? – ¿Acaso eres tan tonto como para darte cuenta de que ella no te guarda rencor por ello? – Le dije. – Malenne no esta enojada contigo por tus errores, amigo. – Eso lo sé... – Intentó sonreír. Fue un intento patético. – Mallie me ama mucho más de lo que merezco. Y eso es peor, si me odiara, si me aborreciera, podría convivir mejor con la culpa... No tenía idea de que hacer. Raphael estaba teniendo una crisis de culpa, y simplemente no tenía idea de cómo contenerlo. – Raph, por favor... – Me acerqué un poco a él. – No estés así, me hace daño verte tan triste... Me observó atentamente, en respuesta a mi anterior afirmación. Pude darme cuenta de que no miraba solo mi rostro, lo analizaba. Pude

percibir como evaluaba cada uno de los planos de mi semblante. Los ojos, la nariz, y por ultimo los labios... Se detuvo demasiado tiempo allí. Estas jugando con fuego, Renesmee Cullen, otra vez... Dijo una voz en la parte de atrás de mi cabeza. Tragué compulsivamente. Ese momento fue suficiente para que todas esas cosas no expresadas en palabras, se materializaran en ideas claras y concisas. Yo sabía que él estaba más que interesado en mí, y él sabia que yo sabía... un silencio incomodo se extendió a sus anchas por toda la habitación, imposibilitándome hablar, mientras Raphael me observaba, y también mientras yo hacía lo mismo con el. – Veo que te has dado cuenta de todo... – Dijo, muy sereno luego de ese momento. Casi con satisfacción. – Lo sé solo hace unos días... – Contesté. – De verdad nunca fue mi intención que pasaras por algo así... Caminó hacía mí muy rápido. El metro de distancia que nos separaba, se había vuelto escasos centímetros. Podía sentir su frío aliento en la nariz. Respiré, tranquila, no había necesidad de estar nerviosa. Solo teníamos que hablar, solo hablar, y resolver todo de una forma madura y razonable. Pasaron unos segundos, y mi propio discurso dejó de tener sentido. Él no quitaba su dorada mirada de la mía, evaluando mis reacciones. – Ya te dije, cuando nos conocimos, lo extraño que nos resultó tu existencia... – Murmuró. Su aliento frío y dulce invadió mi nariz. El ambiente a nuestro alrededor era tenue, las cortinas de color verde oscuro eran demasiado gruesas como para dejar que la escasa luz solar entrara con toda su luminosidad. Por ende, la habitación estaba más oscura que el resto de la casa, donde el diseño arquitectónico permitía que aunque no hubiera sol por toda la región, se pudiera aprovechar al máximo la que sí había. – Sí, me lo dijiste el viernes en la noche... – Contesté. – Bueno, nunca había visto un ser como tú... eres un vampiro, pero también una humana. Un ser intermedio, que despertó mi curiosidad. Por eso te observaba, intentaba analizar todo aquello que te hacía

única. Me sentía como un científico ante un gran descubrimiento... – Rió de si mismo. – Pero luego comencé a conocerte más y más... y todo lo que veía era bueno. Todo lo que veía me gustaba. Entonces el científico me abandonó, y solo quedó un tonto vampiro que se deslumbraba con cada nueva faceta que descubría de ti... Fue como un ladrillo pasando desde mi garganta hacia el estomago, cayendo en medio de un estropicio único y devastador. Las conjeturas se había vuelto hechos, y ahora no había escapatoria alguna. – No se puede negar que eres hermosa, amiga mía... – Continuó ante mi silencio, con su voz de ángel. – pero no hablo de tu belleza física, eso es demasiado obvio... eres una persona interiormente bella. Tan buena, tan delicada, eres todo lo que un hombre podría soñar, e incluso más... la gentil, la noble, la maravillosa Renesmee Cullen. ¿Cómo no van a tenerte envidia todas y cada una de las chicas de la universidad...? Eres perfecta... – Tomó mi mentón entre sus fríos dedos y lo acarició suavemente. – la más sublime mujer que mis ojos hayan podido ver... Su declaración había logrado que mi estomago se revolviera incluso mucho más de lo que sabía que podía. La voz de mi cabeza me acusaba. Estás contenta, ¿no? Me decía. Has logrado lo que querías... el chico está muerto por ti... tal vez Steven y Michelle no estaban tan equivocados después te todo... Pero yo no quería eso. Jamás hubiera deseado que Raphael se me declarara de esa forma tan... ¿Hermosa? Sí, había sido muy hermosa su forma en describirme, y desde luego que estaba equivocado, demasiado. Porque si fuera todo lo que dijo, no hubiera dejado que se metiera en semejante problema... – Di algo, Renesmee. – Suplicó. – Llevo días pensando en como decírtelo, y te quedas callada. Claro, ahora tenía que enfrentar las cosas... – ¿Qué quieres que diga, amigo? – Susurré – ¿Quieres que te diga que no debes sentir eso por mí? Estoy lejos de ser la persona que acabas de describir. Una buena persona, para empezar, habría puesto los límites necesarios para que estas cosas no pasaran... – Es un poco tarde para dar consejos, ¿No te parece? – Murmuró. – Pero no estoy enamorado de ti... creo que todavía no... Tengo

demasiadas cosas en la cabeza. A veces pienso mucho en ti, más de las que debería, más de las que la lógica me dice que son normales. Puede ser que sienta algo, no lo sé. Sería bueno comprobarlo... – ¿Cómo? – Pregunté estúpidamente. Hubiera sido obvio para cualquiera. Se acercó hacía mí, más aun de lo que ya estaba. Y mi mente entró en un dilema demasiado grande. Porque una gran porción de mi mente, la tranquila, la racional y la que amaba con todas sus fuerzas a Jacob Black, decía “Haz algo, no dejes que te bese...”, aunque la otra parte, más pequeña y casi insignificante en comparación con la primera, pero también más bulliciosa, más rebelde y enloquecida, me mantenía inmóvil, incapaz de dar una sola respuesta a todo lo que estaba pasando. Incluso expectante, esperando que el vampiro estreche sus labios con los míos... Imaginé durante un segundo escaso como sería el momento, ¿Cómo sería besar a un vampiro? O más bien, ¿Como sería besar a mi amigo vampiro? Desde luego, algo muy diferente a lo que estaba acostumbrada, porque Jacob me besaba con labios tan candentes como lo eran los míos. Pero ni siquiera eso podía permitirme, imaginar era un lujo que no podía darme, porque no eran mis necesidades, o mejor dicho, las necesidades de una pequeña fracción de mi mente, por las que tenía que velar. Tenía que pesar en alguien que no fuera solo yo, y ese era el momento ideal para hacerlo... No lo dejé avanzar, puse mi mano ardiente sobre su pecho pétreo. No opuso resistencia, se detuvo inmediatamente. Eso me dio una nueva pauta para sentirme peor. No me iba a obligar a hacer nada, no me iba a apabullar con su presencia, ni intentaría persuadirme de hacer algo que no quería hacer... Porque no quería hacerlo, ¿Verdad? Esa era la diferencia entre un caballero, y un imbecil, como Steven. – No quiero lastimarte, Raphael. – Dije, casi sollozando. – No tienes por qué sentirte culpable, Renesmee, tú no has hecho nada para que las cosas sean así... – Exactamente, no hice nada. Nada de nada, ¿No te das cuenta de mi error? Dejé que las cosas se dilataran, ya sea porque no lo percibí desde el primer momento, o por cualquier otro motivo... – Comencé. – Es exactamente lo mismo que si te hubiera engatusado, soy igual de

culpable, porque yo no te puedo entregar mi corazón, ya tiene dueño... Realmente lo siento mucho, Raphael. Jamás hubiera querido que las cosas terminaran así... – No digas eso, Renesmee. En estas cosas no hay culpables... Sabes, creo que todo se debe a que eres muy parecida a ella... bueno, no la conocía demasiado. – Pensó un segundo, en el cual frunció el ceño. – A decir verdad, creo que nada. Pero me recuerdas a ella... – ¿A ella? – Pregunté, a pesar de que sabía a quien se refería, y es que yo había estado pensando en la vampiresa que le robó el corazón unas noches atrás, un tiempo que de repente me parecieron mil años, a pesar de que no habían transcurrido más de dos días. – Sí, a la única mujer por la que he sentido algo intenso... no lo sé, no puedo comparar lo que siento por ti con eso, es demasiado diferente... – Murmuró. Lo hizo tan bajo, que me pregunté si en realidad no lo estaba haciendo para sí mismo. – Por favor, Raphael... – Dije, con la voz teñida de pánico. – Dime que no es demasiado tarde... – Estoy demasiado confundido como para saber que me pasa, Renesmee. Hace dos meses, creía que todo estaba en orden en mi vida... tenía a mi hermana, y creo que no estábamos mal... – Conjeturó. – No me malinterpretes, Ness. – Aclaró igualmente. – No te estoy echando la culpa de nada... solo quiero decir que tu apareciste en mi horizonte, y reviviste al Raphael que alguna vez fui... – ¿Cómo puedo hacer para arreglar esto? – Pregunté. – ¿Quieres que me vaya ahora mismo de tu casa? Partiré hoy mismo de la cuidad si eso es necesario para no lastimarte más... – No quiero eso... – Frunció el ceño nuevamente. – Quiero que te quedes aquí, y estés con nosotros... conmigo, y con Malenne. Yo no soy el mismo tipo de compañía para ella como tú. Mi hermana nunca me lo dijo, pero hace tiempo que necesitaba una amiga. Una mujer, como ella, con la que pueda compartir cosas que conmigo no puede. Tu eres muy importante para ella... y para mí. Era tierno que estuviera pensando en el bienestar de su hermana en vez del propio. Prefería que estuviera con ellos, a pesar de que eso podría lastimarlo, siempre y cuando Malenne no estuviera sola. – Ustedes también lo son para mí. Pero no quiero ser egoísta y lastimarte. Además, si te causo daño a ti, lo mismo le hago a ella, aunque sea indirectamente.

– Ella sabe lo que siento por ti. Es mi hermana, se lo he contado todo... – Suspiró. – Y está enojada conmigo. Bueno, no enojada, disgustada. No me lo ha dicho, pero la conozco. Hubiera preferido que no complicara nuestra relación contigo por esa causa. – Pero eso no es algo que este dentro de tu control, ella no debería molestarse contigo... – Musité. – Debería estarlo conmigo. Me sentí extraña al hablar así, de sus sentimientos, como si estuviéramos hablando del clima. Había dicho que sentía algo profundo por mí, y que había revivido a un Raphael que hace mucho tiempo que no aparecía en escena, y yo me encontraba a mi misma incapaz de decir nada coherente, simplemente tomando la salida fácil. Huir, y dejarlo solo con sus problemas, cuando yo había formado gran parte de ellos. – Te quiero mucho, Raphael. – Dije luego de que ninguno de los dos hablara por un momento. – Pero no de la forma en la que te gustaría... – No es necesario que lo digas, se a quien pertenece tu corazón... – Contestó. – Aunque nunca está de más soñar... los sueños son el alimento que los hombres tienen para nutrir su alma... y bueno, yo soy un vampiro, pero creo que se aplica el mismo principio. – No deseo que me esperes, Raphael. No te ates a mí, no de esa forma... Ambos seguíamos de pie, tan cerca uno del otro, en medio de esa gran habitación. En un segundo de delirio, me imaginé como si fuera una dama francesa de la sociedad en la que mi amigo se había criado. Imaginé el vestido de faldas amplias, el peinado elaborado entretejido en mi cabeza, los guantes de seda en mis manos, y él vestido con un traje de época. Pero eso solo era una escena imaginaria, que no tenía base en nada, solo en la proyección de mi culpa. – Tal vez solo sea mejor que olvidemos que tuvimos esta conversación. – Propuso. Reí por lo bajo, con amargura. – No puedes pedirme eso... – Dije. – Es cruel. – Es la mejor forma de que te quedes con nosotros... – Murmuró. Levantó la mano, que colgaba a su costado, y sujetó de nuevo mi

mentón. – Soy una persona muy complicada, Renesmee... no se lo que quiero, quizás no sea más que alguna confusión... tal vez... no lo sé. No creí esa reacción, seguramente estaba ocultando sus sentimientos. ¿O decía la verdad? Me observó con sus ojos dorados, abiertos completamente. En ese instante, pude ver su alma. Tan dócil y atemorizada, asomando por sus pupilas melancólicas. Suspiré, por mi estupidez, sabedora de que lo correcto era apartarlo de mí. Decirle que no podía hacer eso. – Tus ojos son hermosos... – Sonrió. – Nunca había visto unos iguales. Se inclinó un poco más, y esta vez, no tenía la voluntad de rechazarlo, a pesar de que esas partes de mi mente gritaban como si estuvieran desde los dos extremos de un gran campo de deporte. ¡Aléjalo! No te lo perdonarás nunca si lo haces... Gritaba una. Cierra los ojos, y bésalo de una vez... Alentaba la otra. Al final, bajé los papados, me hundí en mi propia oscuridad, y como la cobarde que era, dejé todo en manos de Raphael. Sentí como su frío semblante se acercaba hacía mí, a pesar de que no veía nada. Su gélido rostro me hacía sentir un hormigueo sobre la superficie caliente de mi piel, a medida que se acercaba más y más hacía mí. Cuando me rendí por completo, y mientras me maldecía a mi misma por ser una chiquilla tonta e inmadura, sus labios se estrecharon a mi mejilla. En el punto exacto donde mi boca y la piel de mi rostro limitaban, convirtiéndose en un punto incierto. El beso fue demasiado inocente, tan solo apoyó sus labios sobre esa parte de mi rostro, pero aún así, estaba cargado de mucha ternura, y aunque no fue uno de esos besos en los cuales desatas la pasión que tienes dentro, la cual muchas veces intenta salir por si sola, sentí como el cariño que ese vampiro me tenía se transmitía por todo mi cuerpo. Inhaló una vez, como queriendo grabar el perfume de mi piel en su memoria, y se alejó. Todo había terminado. No me había besado.

La parte cuerda de mi mente comenzó a relajarse. La otra, la malvada, o mejor dicho, la que no se mentía a sí misma, se quejaba de mi falta de decisión. Había desarrollado un cariño anormal hacía mi amigo, no tenía sentido estar allí, de pie, con nuestros rostros solo distanciados por escasos centímetros. – Gracias por no hacerlo. – Dije, abriendo los ojos, y tomando su mano entre las mías. – Habría sido mucho peor para los dos si algo pasaba. – No te obligaría jamás a nada, Renesmee... – Murmuró en mi oído con dulzura. – Prefería arder en el infierno antes de lastimarte de algún modo. – No hables más así... – Lo miré a los ojos. – No me halagues, no digas que soy buena, ni tampoco que no me preocupe por tus sentimientos... soy malvada, y no te merezco ni siquiera como amiga, eres demasiado bueno, para mí o para cualquiera... tal vez algún día encuentres a esa persona que pueda amarte de la forma en la que yo no puedo. – Apreté su mano. No tenía sentido guardar distancia, las cartas ya estaban todas sobre la mesa. – – Es lo que pienso. – Respondió. – No puedo evitarlo. Llevo doscientos años evitando pensar en cualquier cosa que me haga recordar en ella. Desde que llegaste, no pienso tanto en Julia, la única mujer por la que sentí algo profundo. – Todavía la amas, Raphael. – Dije. – No la puedes sacar de tu cabeza... desde que te conozco, desde que me contaste tu historia supe que nunca la pudiste olvidar. – Sí, eso es cierto... – Admitió. – Cuando un vampiro ama, ese sentimiento no cambia a través del tiempo, pero hay veces en las que incluso el corazón más obstinado debe olvidar... es la única forma en la que podemos sobrevivir al dolor. Aunque los sentimientos no desaparezcan, puedes encontrar una forma de vivir con ellos sin que destruyan. Si hubiera tenido la certeza de que un rayo me habría partido al medio, seguramente hubiera deseado con todas mis fuerzas que cayera sobre mi cabeza. – La vida no se trata de convivir con el dolor... – Le reprendí. – Se trata de disfrutar cada momento, de sentirse bien... Suspiró con suavidad.

– Me alegra mucho que pienses eso, Ness. – Contestó. – Pero hay veces en las que las circunstancias nos muestran otras facetas de la existencia... – Recalcó la palabra, dando a entender que el no consideraba que estuviera vivo. – Hay veces en las que deseas rendirte. – Eso es lo fácil, Raphael... lo simple. Rendirse. – Discutí. – De verdad creí que eras más fuerte que eso. No me había dado cuenta de que en verdad eras un cobarde... No reaccionó ante mi intento de provocación. Quería que me dijera que lo iba a intentar, que iba a ser fuerte. Por él mismo, por su hermana, por mí. – Tú no lo entiendes... – Contestó sin alterarse. – el amor estuvo presente en tu vida desde que abriste los ojos... Has amado y has recibido amor toda tu vida. No comprendes a la perfección el rechazo, el dolor que implica no recibir la misma respuesta que el ser por el das la vida. Quema, Renesmee. Te hace sentir como si estuvieras muriendo con cada segundo que pasa, te hundes en el dolor, y nadas en él como si fuera acido. Deseas que el sufrimiento se vaya, pero es tan caprichoso que se aferra más a ti, y no te deja respirar. Otra vez me demostraba que no conocía nada del mundo, ni de la vida. Tenía razón, ¿Qué sabía yo del rechazo? ¿Qué sabía de las penas de amor? Muy poco, solo lo que había leído en libros románticos, solo la pena de personajes que no existían en la vida real. Ni siquiera conocía la pena que había sentido mi madre cuando papá la dejó por su propio bien. Ella no hablaba mucho de eso. Evidentemente, no podía responder a sus palabras. Tomó mi mano, que todavía estaba en contacto con la suya. – No es que sea cobarde, solo que sé cuanto más puedo soportar... no quiero estar mal, no quiero que Malenne me vea así. Tengo que ser fuerte por los dos. Tal vez pienses que me rindo, pero no es así. – Perdóname, al final, creo que solo les compliqué la vida. – Me disculpe. – Todo hubiera sido mejor para ti si no me hubieras conocido. – Si no te hubiera conocido, jamás habría sabido que tengo la capacidad de amar... creí que la había perdido. Eres especial,

Renesmee. Que suerte que tiene Jacob Black al ser dueño de tu corazón. Lo envidio. Otra vez me había dejado sin palabras. ¿Como podía ser tan romántico? ¿Cómo podía serlo conmigo? Si sabía que no podía corresponderle, si sabía que no cambiaba en nada su hermoso discurso. ¿Cuánto puedes herir a una persona al no sentir lo mismo que ella siente por ti? La sensación en mi pecho era demasiado pesada. La culpa dominaba todos los rincones de mi cuerpo, y deseaba no haber pisado Juneau jamás... Pero luego deseché ese pensamiento. Haber venido a Alaska fue una de las mejores decisiones de mi vida. Había conocido a dos seres tan maravillosos y buenos que no me imaginaba la vida ahora sin ellos. Mis amigos. Mi mente acusó de nuevo. Otra vez estaban pensando en mí. En lo que era mejor para mí, lo queme gustaba, el rumbo que habían tenido mis decisiones... El egoísmo siempre había estado presente en mí... no de una forma mezquina y autoritaria, pero estaba, porque a lo largo del corto tiempo que tenía en este mundo, todos a mí alrededor habían pensado primero en mí que en ellos mismo. A la menor necesidad, esta era satisfecha. Nunca fui privada de nada, y ese era el motivo por el que no comprendía en profundidad los conceptos que Raphael enumeraba. El amor no correspondido, eso sí era algo que no entendía. Las penas de amor, el dolor que puede inflingir amar. Raphael tenía razón en eso. Bueno, en todo. No tenía idea de lo que era amar a una persona que no te ama. Toda mi vida había volcado afectos puros hacía mis padres, mis tíos, mis abuelos, mi Jacob. El amor era un camino de ida y vuelta, había un retorno. Una reciprocidad de sentimientos. Todo estaba construido sobre sólidos cimientos, y era imposible que un amor así se derrumbara. – Es bueno que tú no hayas tenido la mala suerte de pasar por algo así, pero debes entender, Renesmee, que el mundo no es un lugar bueno, no para las personas como tú, con un alma tan pura. – Dijo. – Mira lo que pasó con tus amigos humanos. Steven es un bastardo, y Michelle una desagradecida. No estoy diciendo que se merecen lo que les pasó... bueno, al menos no ella, pero todo lo que haces a lo largo del tiempo tiene una consecuencia, y tarde o temprano te alcanzará. Seguramente ambos pagarán con creces haberte lastimado...

– No necesito, ni quiero que paguen por nada... – Me mordí un labio, nublada por la preocupación que generaban esos acontecimientos tan desafortunados. – Michelle desapareció, y no tengo idea de si la volveré a ver algún día, y Steven esta prácticamente loco, creo que no necesita nada más. – No deseo verte mal, Ness. Todo estará bien... Nosotros estaremos contigo. Se acercó y me abrazó. Era ilógico, e incluso tonto, que él me estuviera consolando a mí... cuando la que complicaba su vida era yo. Lo normal, lo único esperable de toda esa situación, era que me vaya corriendo de Douglas, empacar y correr al aeropuerto. Pero eso no iba a pasar, me conocía demasiado a mí misma como para hacerlo. Deshizo el abrazo y se alejó de nuevo. – Creo que no tenemos mucho más de que hablar... – Finalizó mi amigo, era él el que había estado guiando la conversación los últimos minutos. – Espero que no cambie nada lo que acaba de pasar. Ten presente que eres muy importante para mí, pero sé cuando algo se escapa de mis manos. No te molestaré más. Comenzó a salir de la habitación. Él estaba saliendo de su habitación. – Me parece que soy yo la que tiene que irse... – Dije. – Tal vez no ayude de mucho, pero te quiero, Raphael. No soy la persona que crees, tengo cientos de defectos, y estoy segura de que también los has percibido, pero no quieres admitirlo. – Lo miré a los ojos. – Ya te lo dije, pero lo repito... Mereces algo mucho mejor que una tonta chiquilla inmadura que no conoce nada de la vida. – A veces lo que mereces no es lo que quieres... y lo que es más frecuente aún, lo que quieres no es lo que mereces... – Dijo. – Y no te merezco, desde luego... – No digas más. – Caminé hacía la entrada. – De verdad, me siento un monstruo, Raphael. Créeme, que si estuviera en mis manos mitigar tu dolor, lo haría con gusto. – Está en tus manos hacerlo... – Dijo casi sonriendo. – Solo que no esta en tu corazón. No pude contestar a eso.

– Realmente deseo que seas feliz. Algún día, y sé que será muy pronto, encontrarás esa persona que justifique tantos años de soledad... – Murmuré, con una mano en el picaporte. – Sí, tal vez sea solo cuestión de tiempo. – Contestó, aunque su semblante demostraba que no estaba de acuerdo conmigo. ¿Qué más podía decir? Salí de la habitación, dejándolo solo con su pena de amor y con la carga insoportable de doscientos años de culpa. No besarlo había sido lo mejor. Bueno, él me había besado, pero no una forma que me hubiera echo arrepentir toda la eternidad. Le debía demasiado a Jacob como para engañarlo de esa forma. Pero también había adquirido una deuda con Raphael. Una deuda que me dejaría marcada para el resto de mis días. ¿Cuántas personas podrían amarte a lo largo de la vida sin que uno pueda retribuírselo? Las penas de amor eran tan antiguas como el mismo hombre, como los mismos vampiros. Recorrí en resto del pasillo y entré en la habitación que me pertenecía en esa casa. Me senté en la cama, y por una vez en mi vida, no lloré. Las lágrimas no iban a servir de nada. Solo me pondrían en un papel de victima que no me pertenecía. No, yo era la victimaria, la que infringía dolor en las demás personas. ¿De cuantas formas posibles puedes destruir a alguien? ¿De cuantas formas posibles puedes hacerle daño? Recordé cada segundo de la conversación que acaba de finalizar, y me di cuenta de muchas cosas. La primera, y la más importante de todas. Amaba a Jacob Black. La segunda, Raphael sufría por mi causa. Y también en ese momento me di cuanta de que lo quería. No lo amaba, pero si sentía algo. Una especie de necesidad. No me costó demasiado hallar de que se trataba. Toda mi vida había sido el ser débil, el indefenso, al que todos protegían. Ahora había encontrado a mi amigo, que aparentaba

ser fuerte, al principio, pero luego podías ver si fragilidad, la profundidad de su dolor. Pude darme cuenta de que sentía esos sentimientos porque tenía la necesidad urgente de protegerlo, la necesidad de ayudarlo, de calmar todos esos sentimientos que le quemaban el pecho. Había encontrado a alguien a quien proteger, después de haber pasado una vida siendo protegida. La tercera, no podía hacer nada para ayudarlo, más que alejarme de ahora en adelante. Cualquier cercanía solo serviría para lastimarlo más. Medité en esas tres cuestiones, tan ensimismada que no me di cuenta el momento exacto en el que Malenne tocó a mi puerta, y entró sin esperar respuesta. – ¿Podemos hablar, Renesmee? – Preguntó con su hermosa voz. Sonaba algo preocupada. Bueno, ahora me toca escuchar la otra parte..., Pensé. – Por supuesto. – Dije. Avanzó hacía mí, con toda la gracia con la que disponía, luciendo perfecta mirase por donde la mirase. Se sentó en la cama, tan suavemente como si fuera una aparición. En ese momento, se escuchó como se abría la ventana del cuarto de al lado. Luego a alguien saltar, y correr. – Raphael se ha ido a despejar. – Anunció, ante mi cara de confusión. – ¿Es algo que hace con frecuencia? – Pregunté. – Últimamente más que de costumbre... – Confesó. – No debería preguntar por qué ¿Verdad? – Ya lo sabes... – Anunció. Desvié la mirada de mi amiga. ¿Qué es lo que quería decirme? ¿Quería regañarme? ¿Quería decirme que era una mala persona por herir a su hermano? ¿A la única persona que ella tenía? – Dime, por favor, que no te irás de Juneau por lo que Raphael te ha dicho.... – Susurró luego de un momento. La observé un segundo.

– Eso es lo que debería hacer... – Contesté. – Pero no puedo ni quiero irme. No por ahora... – Me hubiera gustado que se guardara sus sentimientos para sí... – Dudó un segundo. – Ahora todo será diferente. – ¿No te parece que en cuanto más claras estén las cosas, más fácil será prevenir las consecuencias? – Me mostré en desacuerdo. – No en este caso. Tienes razón en lo que dices, pero ¿De que sirve conocer la verdad si, a fin de cuentas, nada cambiará entre ustedes dos? Tú seguirás amando a tu prometido, y él no conseguirá lo que quiere. ¿Para que ponerte en esa situación? ¿Para que ponerse él esa situación? – Visto de esa forma, tiene sentido... – Contesté. – Pero sigo creyendo que es mejor que ambos sepamos que esperar. – No discutiré eso, él y tú son los implicados en este tema... – Finalizó. – ¿Por qué nunca me lo dijiste? – Pregunté, entonces. – ¿Por qué no me advertiste? – ¿Qué querías que te dijera, amiga? – Murmuró. – “Cuidado, mi hermano se esta enamorando de ti...” Era algo bastante obvio, no sé por qué tardaste tanto tiempo en descubrirlo... tal vez simplemente no lo querías ver. Además, no podía traicionar su confianza. – ¿Era tan evidente? – Estaba desconcertada. ¿De verdad tantas cosas pasaban a mi alrededor sin que yo me percatara en lo más mínimo? – Era muy evidente, a veces me pregunto si en verdad hacía algo por disimularlo. – Conjeturó. Con cada una de sus palabras, me sentía más tonta. – Me duele que sufra. – Declaré. – Eso es algo que no puedes evitar, Renesmee. – Su cara se contrajo de pena, por su hermano. – Raphael lleva años siendo así. Intento contenerlo, lo más que puedo, pero a veces se me va de las manos... ¿Sabes? – Me miró a los ojos. – Él cree que me protege a mí, que resguarda mi bienestar y mis sentimientos, pero es al revés. Yo velo por él. Es un ser muy frágil, Renesmee. Todo culpa y romanticismo. Tiene demasiados demonios y melancolías dentro. – Eso esta bien, es bueno que lo cuides... – Pensé un segundo. – Pero tenía que aparecer yo, para complicarlo todo. ¿No?

– No complicaste nada... – Me contradijo suavemente. – El corazón de Raphael esta dañado, Renesmee. La única mujer que amó en su vida lo convirtió en algo que odia y luego lo abandonó. Era lógico que en algún momento volcara todo el amor que siente en alguien. Lo hace conmigo, me ama y estima en mucho más de lo que valgo. Y ahora se enamoró de ti. Eres un ser encantador, amiga. – Opinó. – Cualquier hombre que estuviera lo suficientemente cerca de ti, sentiría algo. Su dolor comenzó a menguar cuando descubrió que ya no pensaba tanto en Julia, por pensar en ti. Y ya casi no me tuve que ver obligada a contener su dolor... Sus últimas palabras despertaron demasiado mi curiosidad. “Ya casi no me tuve que ver obligada a contener su dolor” Esa sola frase, esa sola aclaración, fueron suficientes para que algunas dudas salieran a la superficie. La primera imagen en primer plano fue la de Malenne apoyando su nívea mano sobre el señor James McGreggor. Olvídate de todo, había dicho... Alto. Mi memoria retrocedió en el tiempo... ¿No había dicho que su don solo dudaba unos minutos...? ¿Cómo lograba suprimir un recuerdo si el efecto era temporal? ¿Con James, con Steven, con la vecina? – Tú... – susurré. – ¿Qué quisiste decir con eso? Ella me observó, dedicándome una mirada llena de significado. – Quiero decirte muchas cosas, Renesmee. – Contestó. – La primera, es que he mentido... a ti y a mi hermano. Mi don tiene mucho más alcance del que confesé... es mucho más fuerte de lo que imaginas... – ¿Pero como? – Pregunté. – No necesito tocar a la gente... no necesito realizar una orden directa. – Describió. – Es mucho más fácil de lo que te imaginas. Puede actuar de un modo silencioso, casi imperceptible. – ¿Y por qué me lo dices? – La miré, casi horrorizada. – ¿Por qué me lo cuentas ahora? ¿Qué sentido tiene? – Te lo cuento porque quiero que lo sepas. – Suspiró. No podía evitar que aquello me molestara.

¿Había dicho que gobernaba las emociones de Raphael? – No me juzgues por proteger a mi hermano. Tú harías lo mismo en mi lugar. – No lo sé. Nunca me hubiera imaginado tener semejante poder... – Confesé francamente. – Créeme que no es ningún don, sino una desgracia, una maldición. – Advirtió. – Tal vez no lo entiendas, pero llevo años haciendo esto. Tengo que mantener a raya el dolor de Raphael, obligarlo a estar bien... me parte el corazón verlo mal. Me hace acordar a mi madre... y su locura. No quiero lo mismo para él. Merece mucho más que enloquecer por esa vampiresa ramera que lo convirtió. – Entonces crees que no me ama. – Conjeturé. – Él ama a Julia todavía. – Raphael tiene un afecto muy especial por ti. Lo has escuchado, el no recuerda mucho a la vampiresa que lo convirtió. Pero puedo arriesgar que lo que mas le atrajo de ella fue su singularidad... lo encandiló. No tuvo tiempo para conocer nada más de ella, porque luego se fue. Entonces, hace unos meses te conoció a ti... y lo deslumbraste por tu propia singularidad – Recalcó la palabra. – Pero aquí fue diferente... él te conoce, y le gusta tu forma de ser... él no está deslumbrado por lo te hace única, te quiere por lo que eres. Y puedo asegurarte que no tengo nada que ver en eso. – Aclaró. – pero aparte, sí, creo que todavía siente algo de amor hacia Julia, aunque conocerte lo desestabilizó. – ¿Nunca ha intentado buscarla? – Pregunté. – ¿En todo este tiempo? Malenne dudó un segundo, antes de relatar. – Sí, una vez hace casi un siglo ya, y esa fue la primera que vivimos separados. No fueron más de diez años, igualmente. Eran principios de siglo, y el mundo estaba colmado de nuevas novedades de la tecnología. La gente hablaba del “Nuevo siglo” como si fuera gran cosa. – Me observó con tranquilidad, procurando que su relato tuviera el efecto que buscaba en mí. – Mis poderes no estaban del todo desarrollados, como lo están ahora, por lo que no pude detenerlo a tiempo. En un gran ataque de ansiedad, se dispuso a buscarla. No quise acompañarlo, y entonces partió sólo. Esa fue la única vez que estuvimos separados desde que nos reencontramos en Francia en 1825. Habíamos discutido, porque estaba en desacuerdo con esa búsqueda. A mi entender, él no tenía nada que hacer con ella. Era necesario que

lo superara, No sabía exactamente cuando pasaría eso, pero por su bien esperaba que fuera pronto. Discutimos violentamente antes de que se marchara. Nos herimos de muchas formas antes de separarnos. Los dos dijimos cosas terribles. Aún me arrepiento de haber sido tan impulsiva en esos días. – ¿Qué le dijiste? – Pregunté. – ¿Qué crees que le pude haber dicho? – Se escogió de hombros, culpable. – Le dije que yo era lo que soy por su culpa, que hubiera preferido que me dejara morir antes de obligarme a ser esto. Fui tan estúpida. Jamás lo culpe por ello, pero estaba enfadada, y desesperada porque no se vaya, que no la buscara. Sabía que esa búsqueda le haría peor. Malenne tenía todo el aspecto de alguien que está a punto de llorar, pero no podía, claro. – ¿No pudo encontrarla? ¿O lo rechazó de nuevo? – Pregunté, demasiado curiosa como para permitirme callar. – No la encontró, ni siquiera usando su don. El poder de Raphael no tiene fronteras... no tiene un alcance físico. Como tú dijiste una vez, es una especie de rastreador, mucho más sofisticado. No pudo localizarla esa vez, y nunca lo hará... Su voz denotaba que obviamente sabía algo muy revelador. – ¿Por qué dices eso? – La interrogué. La duda inundó su rostro perfecto. ¿Era algo que quería compartí conmigo? Tras una pausa en la que imaginé muchas cosas, contestó. – Julia esta muerta... – Susurró. Al terminar de decir esas palabras, todo cobró un sentido nuevo. Todas esas pequeñas cosas que no había cerrado antes, ahora tenía un motivo sólido. Pero no sólo eso era lo que me mostraban. La sospecha inundó mi mente, como veneno, contaminado mi juicio. La pregunta salió antes de que pudiera contenerla, y meditarla un segundo. – ¿Tú la mataste?

Malenne suspiró pesadamente. – No, claro que no. Yo no soy una asesina, Renesmee. Pero aún así, me hubiera gustado hacerlo. En ese segundo, entendí a la perfección lo que me decía Malenne. Controlaba las emociones de su hermano con su don porque sabía que si averiguaba que estaba muerta, eso lo iba a destruir a él también. – ¿Cómo sabes que no está viva, entonces? – Quise saber. – Fue en ese tiempo, en esos diez años yo viajé sola por todo el mundo. Conocí muchos lugares y a muchos de los nuestros. Y uno de ellos, fue quien me enseño como ser más poderosa. En ese tiempo yo era capaz de hacer solo lo que tú has visto antes. Sólo por contacto, y emitiendo ordenes directas... – Conjeturó un segundo. – Pero él me enseño a proyectarlo – Utilizó el mismo termino que yo había usado cuando le pregunté sobre su don, tanto tiempo atrás. – Se llamaba Brad. Era un vampiro muy conocedor, y con un talento enorme. Tenía el don de mover objetos sin tocarlos. Cuando me conoció, vio en mí un poder mucho mayor del que yo comprendía, y me entrenó. Consiguió que fuera capaz de lo que soy ahora. Nos llevábamos bien, pero creo que nunca vi en él algo más que una compañía que pudiera llenar el vacío de no estar con mi hermano. De igual modo, estoy segura que él no veía más que un arma en mí, algo que lo ayudaría a realizar sus planes... – Suspiró. Y luego me observó lúgubremente. – ¿Sabes, Renesmee? Sería capaz de hacer que olvidaras a tu novio, Jacob. Sería capaz de hacer que sintieras amor por mi hermano. Podría hacerte olvidar de toda tu familia, de tu madre, de tu padre. Soy capaz de hacerlo... y que olvidaras que alguna vez fuiste una Cullen. Incluso podría obligarte a inventar recuerdos de hechos que no pasaron, que tú misma usaras tu don en ti. Y así hacer que estemos los tres juntos por siempre. Oh... sí que podría... – No es cierto, no podrías hacer eso... – Susurré, asustada. – Ni tu don es capaz de luchar contra el amor... el amor no se olvida fácilmente, Malenne. – Llevo cien años manipulando las emociones de mi hermano. No utilizo todo mi poder en él, por eso lo vez flaquear de vez en cuando. Sí puedo hacer que supere un amor de doscientos años de antigüedad. ¿Qué te hace pensar que no puedo hacer lo mismo, o incluso algo mucho mejor con uno que tiene solo siete años? – Me observaba estática. No me estaba amenazando, ni nada. Solo hablaba, contándome. Era algo obvio que necesitaba contarle a alguien su secreto.

El secreto de su enorme poder. – Pero no lo harás... – Susurré. – Claro que no. Solo querías que supieras de lo que soy capaz, y de que a pesar de que sé que mi hermano te quiere y sería feliz si le dijeras que sí, eso no cambia nada. – Pero no me has dicho como sabes lo de Julia... – Bueno, Brad me instruyó para ser más fuerte, y a cambio, yo utilizaba mis poderes para ayudarlo. Formaba parte de una especie de secta de vampiros, una que estaba dispuesta a derrocar a los Vulturis. – Relató. – Al final, su alianza se disolvió, por los mismos conflictos de intereses que había entre ellos, pues todos querían ser los gobernantes del nuevo régimen que pensaban instaurar. Julia había sido una de ellos, una parte de esa secta. La asesinaron al saber que planeaba traicionarlos, delatarlos con los Vulturis. Me enteré de muchas cosas en esos diez años en los que formé parte de ese grupo. Luego, todo se vino abajo, y me separé de ellos... Brad también murió, y gracias a mi poder, sobreviví. Los que liquidaron a casi todos quisieron que me uniera a esa nueva alianza que pensaban formar, pero no deseaba hacerlo. Lo único que me ataba a ellos era la soledad que sentía al no estar con Raphael. Una vez que me negué, quisieron matarme, pero fue muy fácil escapar, solo tuve que borrarles la memoria a todos. Todavía no deben recordar ni como se llaman... Fue una tarde lluviosa en Roma cuando me volví a encontrar con Raph. Volvió en un estado lamentable, devastado y moribundo anímicamente. Tenía el alma destrozada, me dolía a mí. Su dolor era mi dolor, y la devastación por su pena me derrumbaba a mí también. En ese momento, me juré a mi misma que jamás permitiría que sufriera así de nuevo. Obviamente, no había encontrado ni una sola pista... le llevó bastante tiempo volver a ser él mismo. Y por eso no podía acceder a que eso volviera a pasar. La locura no lo iba a gobernar, no a él. No a mi hermano. Inmediatamente se recuperó, lo obligué a sentirse bien... a luchar, a sobrevivir... – No puedo creerlo. – Musité. – sí Raphael se enterara de la muerte de... – No pude terminar la oración. – Él no lo resistiría, Renesmee. – Sus ojos se mostraron intranquilos, perturbados. – Ha sido el motivo por el cual no se lo he contado. Y creo que nunca podré hacerlo.

– Algún día se enterará, Malenne. ¿Cuanto tiempo más podrás ocultarlo? – Pregunté. – Prométeme, por favor, que no se lo dirás. – Suplicó. – Claro que no, le he causado mucho daño ya, como para agregarle uno más. – Dije. – Gracias, Nessie. – Sonrió a medias. – No sabes lo mucho que me gustaría que amaras a mi hermano, pero eso no esta dentro de tus posibilidades... – Se encogió de hombros. – El amor es tan caprichoso, y a veces tan cruel. – Ojala pudiera hacer algo para evitar que todo esto pasara... – Contesté simplemente, evadiendo a sus palabras. – No estaba dentro de tu control, ya te lo dije. – Suspiró. – Mi hermano y yo nunca fuimos tan felices como cuando te encontramos... Eres mi amiga, y eso no va a cambiar. Raphael tiene que solucionar sus conflictos, quien sabe, quizás tengas razón, y pronto encuentre a alguien que sea bueno para él. – No hay nada que desee más. Su corazón esta destruido. – Dije, pensando en mi amigo. Mi mente agregó algo. Y yo también soy culpable por eso... – Sus heridas aun no cerraron, su manía de pensar tanto en el pasado y culparse constantemente por todo no permiten que se recupere. – Contestó mi amiga. – A veces una herida debe terminar de sangrar para comenzar a curarse, porque mientras haya hiel en ella, nunca dejará de escocer, y lastimarte. Él piensa todo el tiempo en Julia, en mamá, en papá... Yo también lo hago, pero creo que hace años que los dejé ir. – Eso es diferente, tú viviste el infierno de todo lo que pasó. – Fue difícil, no lo niego. – Aceptó Malenne. – Pero preferiría pasar por eso cien veces, antes de luchar todo el tiempo contra la culpa, como él... Raphael no volvió a la casa hasta cerca de la noche, y cuando lo hizo, estaba un poco mejor que cuando habíamos hablado en su habitación. Como tratarlo era un dilema. Por un lado, quería contenerlo, demostrarle lo mucho que lo quería, que era su amiga, y que iba a estar con él siempre.

Por el otro, era necesario que mantuviera la distancia, para que no hubiera ningún motivo que se diera a confusión, suya o mía. En ese momento, no confiaba ni en mi misma. Porque si no nos habíamos besado, era porque él no había querido. Por que yo me había rendido, había cerrado los ojos y dejado todo en sus manos. Suerte que era un caballero, porque sino, no querría ni imaginarme las consecuencias que conllevaría. Pasaron los días, y nos vimos forzados a retomar la rutina. Michelle no aparecía, lo cual lograba que me sintiera cada vez peor. Cuando dormía soñaba con ella, y la necesidad de buscarla aparecía en mi pecho recurrentemente. Sus padres incluso me llamaban de vez en cuando, diciéndome que no habían bajado los brazos, y que estaban seguros de que pronto encontrarían alguna prueba que los condujera hacia ella. Partía el alma escucharlos, tan esperanzados y desilusionados a la vez. El apoyo de mis amigos fue fundamental en ese proceso doloroso. Ya no dormía en el apartamento, me había instalado de forma prácticamente definitiva en la casa de los vampiros. Hasta había pasado a recoger mucha de mi ropa, para llevarla a Douglas. Lo único que lamentaba de ello, era que veía poco a la señora Roberts. Malenne y Raphael entraron conmigo al departamento, y me ayudaron a acomodar todo, por el tiempo indeterminado que no estuviera en él. Al fin y al cabo, faltaban solo unas cuantas semanas para la navidad, no sería mucho el tiempo que estuviera fuera. En esa vorágine de preocupaciones y de todo lo demás, pasaron rápidamente dos semanas. Dos semanas en las cuales mi relación con mi amigo no había mejorado demasiado, porque si bien nos hablábamos, y hasta nos reíamos juntos, siempre tenía que sentir sobre mi cabeza el peso de mi estupidez, y el de su eterna esperanza. Malenne no opinaba nada, era como si no estuviera al tanto de nada. Obviamente, no le había contado nada a Raph de nuestra conversación, ese era un secreto que guardaría para siempre. Aunque debía admitir que me costaba un poco aceptar la forma en la que Mallie cuidaba de él. Mi relación con la vampira no se había modificado, éramos tan amigas como siempre lo fuimos, incluso ahora, estábamos más unidas.

Steven no apareció más por el campus. Hasta donde nos pudimos enterar, la versión oficial era que había sufrido un colapso nervioso, fruto de una fuerte emoción, no determinada por nadie, y desde luego tampoco recordada. Los tres intentábamos sobrellevar las cosas, nuestros errores, nuestros fantasmas, todo. Hablando poco de ello, tal vez fingiendo que nada había pasado, aunque las consecuencias estaban a la vista de todos. Lo que habíamos pasado juntos nos unía, nos vinculaba de una forma especial, y a pesar de que pronto no los vería por varias semanas, sabía que los tendría presentes en mi cabeza y en mi corazón. Incluso se me había ocurrido algo. No sabía si ellos a habían arreglado todo para ir hacia Ibiza, pero había pensado en invitarlos a venir conmigo a Forks. Ahora que entendía que ellos eran como una parte más de mi persona, me daba cuenta de que no tenía mayor sentido ocultarlos de mi familia, al fin de cuentas, estaba orgullosa de ser amiga de Raphael y Malenne Blancquarts. Iba a ser difícil el momento en el que llegara, cruzara la puerta de mi hogar y dijera: “Hola mamá, hola papá. Hay un pequeño detalle que olvidé mencionarles, ¿Se acuerdan de mis amigos? Bueno, son vampiros...” Si no me arrancaban la cabeza, seria porque estaría en un día de suerte. Pero antes de que tomara una decisión en concreto con ese asunto, los días pasaron... Ese lunes me desperté con otro de mis presentimientos. Había comenzado a desconfiar de ellos, porque la mayoría de las veces, todo resultaba mal. Cuando me deslicé hacia el espejo de mi baño, y arreglé mi imagen lo mejor que pude, deseché esa corazonada que me decía que algo pasaría ese día. Bajé a la estancia, como lo venía haciendo las ultimas dos semanas, esperando a que Raphael bajara en primer lugar, y luego, aproximadamente cinco minutos después, su hermana.

– Buenos días, Ness. – Saludó mi amigo cuando finalmente se deslizó escaleras abajo. – ¿Has dormido bien? – Sí, Raph. La noche ha sido magnifica. – Contesté sonriendo. La tensión entre nosotros era demasiado estática. No era incomoda, en el estricto sentido de la palabra, más bien extraña. Él no me trataba diferente, hacía como si nunca hubiera pasado nada, como si jamás hubiera dicho nada de nada. Sabía que lo hacía para que nada cambiara entre nosotros, para que todo sea como antes. Intentaba que no me sintiera culpable, pero eso exactamente tenía el efecto contrario. Hacía que me sintiera peor. – Que bueno. – Respondió por fin. Llegamos a la universidad montados en el auto favorito de Raphael, el mío se encontraba guardado en la cochera de la mansión Blancquarts, esperando que alguien lo manejara. No sabía exactamente cuando llegaría ese momento, porque no tenía intención de llevarlo conmigo a Forks para la navidad, y eso, me daría un motivo para volver, aunque sea trivial, y ver de nuevo a mis amigos, en caso de que ellos no viajaran conmigo a casa. La mañana transcurrió sin incidentes. A la hora del almuerzo, nos dirigimos hacía el patio. Ahora que estaba con ellos, había perdido el hábito de almorzar. Antes, al relacionarme más con humanos, al menos me esforzaba por parecer una. Mucha gente no almorzaba en la universidad, no era como en la preparatoria, donde todos se reunían en un comedor enorme. La gente en el campus podía elegir donde hacerlo. Desde que vivía con ellos, no había vuelto a probar comida humana. Nos encontrábamos bromeando, como cualquier otro día. Reíamos y nos fastidiábamos unos a otros. Fue en ese momento cuando Raphael se tensó... Inspiró fuerte por la nariz, intentando captar un efluvio que de repente se materializó en el ambiente. Solo que no era solo uno, eran varios, y en conjunto, dejaban un embriagador rastro en la intemperie. Giré la cabeza por todos lados, al reconocerlos de inmediato.

Los hermanos hicieron lo mismo, pero desde luego no sabían a quienes pertenecían, solo estaba preocupados por la repentina aparición de esas esencias, manifiestamente pertenecientes a vampiros. En ese momento escuché los pasos que se dirigían hacia nosotros, y más concretamente hacía mí... los miré a los ojos, que de repente se mostraron infinitamente recelosos al ver quienes eran mi compañía... Tuve pánico al reconocer los rostros, aunque no necesitaba verlos, porque conocía esos efluvios demasiado bien, no necesitaba confirmación alguna. La pregunta en toda esa repentina situación era... ¿Qué hacían ellos en Juneau? LIBRO II EDWARD Y BELLA Capítulo Diecinueve: Imprevisible.

Este es un "Nuevo Comienzo" Un Comienzo donde encontramos más cosas que nos produciran incognitas, cosas que nos haran sentir que algo no esta bien...

Muchos acontecimientos! Por eso espero que lo disfruten... Se lo dedico a Mica Yori, y a Armi Viveros Boyd... Gracias a las dos!

Pabli.

Libro Segundo: Bella y Edward Prefacio Algo estaba mal, desde luego que sí. Nuestra hija corría un peligro grave. Otra vez. Pero no entendíamos el por qué. Si esa era una orden directa de ellos, todos ya estaríamos muerto. No, esto era obra de una persona diferente. Podíamos unirnos otra vez, como antes. Pero ¿Había el tiempo suficiente para ello? No. Iniciamos una carrera contra el tiempo. Desde luego, no ayudaba que Alice no pudiera ver nada. Así que actuamos a ciegas, corriendo el riesgo de estar equivocados. No había otra forma de hacerlo, porque había mucho en juego. Renesmee. E incluso aunque el mundo entero sucumbiera, y nosotros con él, ella tenía que sobrevivir. Pero nuestra sorpresa fue grande al darnos cuenta de que no estaba sola. ¿Quiénes eran los que la acompañaban? ¿Por qué se mostraba tan calmada a su lado? No había tiempo para explicaciones. Solo importaba ponerla a salvo.

Imprevisible Edward Cullen La oscuridad daba paso a la luz con una rapidez asombrosa. Tal vez me parecía así porque desde hacía más de cien años que veía ese transcurso constantemente. Como a todo inmortal, me era imposible perderme en el espiral fluctuante de los sueños. Por lo tanto, esa supuesta rapidez, solo podría ser fruto del acostumbramiento que tenía al ver cada día de la eternidad como el sol salía por el este, y se ocultaba por el oeste hasta la próxima vez, donde el ciclo infinito del día y la noche volviera a empezar, o mejor dicho, continuar. Aunque debía admitir que desde que Bella llegó a mi vida, jamás había encontrado algo bueno en no dormir, porque estar despierto a lo largo de cien años no es nada bueno. No tiene absolutamente ninguna ventaja, porque siempre debes estar alerta de cualquier cosa, jamás puedes huir de la realidad, por más terrible que esta sea. Siempre percibes todo, y el cuerpo permanece constantemente en vigilia. Pero algo había cambiado desde hacía años, cuando el amor de mi existencia asomó en el escenario de mi vida, con su rostro de muñeca. Ver sus sueños era como un espectáculo maravilloso, y me producía la idea de que yo también podía acompañarla en ellos. Soñar con que estabamos juntos, de mil formas, amándola con cada célula de mi cuerpo, recorriendo en mundo que Morfeo creara para ella. Fue demasiado gratificante saber que soñaba conmigo, imaginaba que estaba a su lado, y que no era una pesadilla, en la que era un monstruo, un demonio... No, soñaba conmigo, y deseaba que me quedara para siempre... Ahora, unida a la inmortalidad conmigo, cada noche de obligado desvelo era la cúspide de la felicidad. Un tiempo que, si bien no me era suficiente, me dejaba satisfecho para poder aguantar todo un día de ocupaciones humanas. Su piel contra la mía, sus labios suaves recorriendo los míos, besar su cuello, su garganta, cada parte de su glorioso cuerpo. Ella tirando con fuerza mí pelo, rodeándome con sus esbeltos brazos en un ansia

porque nuestros cuerpos estén más cerca el uno del otro. Mi lengua recorriendo cada uno de los centímetros de su perfecta silueta. Deseoso de alimentarme de esa necesidad que era y es ella para mí, más urgente, incluso, que la sangre humana lo es para un vampiro, y a lo que tanto nos negamos los Cullen a sucumbir. Ningún miembro de nuestra familia quería ser un monstruo, por ese nuestro estilo de vida, tan poco común, y muchas veces muy sacrificado. Como lo fue cuando me topé con mi Bella, tan frágil muñeca de porcelana, embestida con su delicadeza mortal, susceptible a ser alcanzada por la muerte de la forma más fortuita. Pero en ese momento, lo único que podía significa su muerte era la abominación antinatural que yo mismo era. Pero incluso el monstruo más desalmado hubiera visto que ella era diferente entre todas las demás, la más sublime criatura creada en la tierra. Ella muchas veces me llamaba su ángel, pero estaba equivocada, ella era mi ángel... consagrada desde el mismo paraíso para sacarme de mis tinieblas. El ángel más perfecto y hermoso, el único capaz de hacer que mis sentimientos humanos revivieran... Mi hermosa Bella, mi ángel... mi todo. Ahora, su mejilla descansaba en mi pecho. Permanecer en silencio después de hacer el amor, era algo que nos permitía conectarnos aún más el uno al otro. Su compañía era la más grata en este mundo, y a menudo pensaba si en verdad la merecía. ¿Qué había hecho yo para lograr que Bella Swan me ame de la forma en la que lo hacía? ¿Qué me ame lo suficiente como para dejar de lado su mortalidad, su familia, sus amigos? Todo eso que la unía a una posibilidad de ser humana, cumplir un ciclo, y luego seguir más allá, sea lo que sea que eso significase, pero que probablemente nosotros jamás averiguaremos. ¿Quién era yo? Solo un estúpido vampiro que intentaba no ser tan malvado, desde luego, nadie que mereciera a tan hermosa doncella. La más perfecta entre todas las mortales, que entregó su vida, su alma, por seguirme... ¿Como no amarla como lo hacía cuando ella había entregado todo por mí? Y no solo amarla, sino protegerla, adorarla, contenerla. Ser simplemente todo lo que ella necesita de mí, que tomara todo lo que precisara... Había pasado tanto tiempo desde el momento que la vi por primera vez.

Estaba apoyada en mi pecho, y aun no levantaba la vista hacía mí, por lo que por ahora, no me miraba con esos enormes ojos dorados, de los que actualmente era dueña. Me hubiera gustado que, al menos, conservara esa característica de su humanidad, pero claro, eso es imposible. La transformación se llevó sus encantadoras pupilas chocolate con leche, ese lecho color café que me recordaba a la vida que hacía tiempo no habitaba mi cuerpo, no hasta que ella llegó... Como una vez me dijo... “El marrón significa calor” y para mí, su mirada significaba el calor de su piel, de su aliento, de su cuerpo, de su alma... Pero no solo eso se había ido con su conversión a inmortal, sino también su habitual sonrojo color durazno y el latido musical de su corazón, acelerado frenéticamente cada vez que la besaba, y que era una de las tantas pruebas de que mi presencia le era placentera, tanto como a mí la suya. Era única de mil formas diferentes, la musa que inspiraba y despertaba todos los sentimientos más puros de mi ánima. La única que podía lograr que mi espíritu esté en paz consigo mismo, la más hermosa y delicada mujer que un hombre pudiera desear. Ahora que era inmortal, me encandilaban tantas otras cosas, como la fuerza con la que nos apretábamos el uno al otro cuando hacíamos el amor, la pasión que ambos podíamos emplear, sin tener miedo a lastimarla. No tenía que controlar cada uno de los impulsos de este cuerpo, demasiado fuerte. Ya no era frágil, y podía amarla con todo el poder arrollador que deseaba, besarla con toda la necesidad de mis labios. Pero no solo eso me fascinaba de su condición. Sus nuevos ojos también me hechizaban, porque pese a ser iguales en color a todos los nuestros, de ese dorado refulgente que reemplazaba al intenso escarlata de los otros vampiros con dieta tradicional, todavía conservaban ese aire distraído y enigmático que solo aparecía en las pupilas de mi esposa. Esposa. Todavía sonreía involuntariamente al decir esa palabra en mi fuero interno. Incluso aunque hubieran pasado siete años desde que era una verdad indiscutible. Cuando el amor de mi existencia había pasado de ser Isabella Swan a ser un miembro más de mi familia. Bella Cullen.

Nada podría sonar mejor. Los recuerdos de la boda inundaron mi mente. Esa tarde nublada en la que la vi caminar hacia mí, ¿Cómo evitar no sentirse feliz? Era tan hermosa, tal angelical. Mi princesa. La reina de mis sueños, la dueña indiscutible de mi corazón ¿Acaso había en este mundo mujer más hermosa que Isabella Swan caminando por ese pequeño pasillo? Con su rostro pálido sonrojado, enmarcado con los cabellos oscuros, los ojos muy abiertos, excitados, mirándome solo a mí entre la multitud, era a mí a quien había elegido, entre todos los que la deseaban, entre todos lo que conspiraban en mi contra, deseando con toda su alma que su corazón ya no suspirara por mi, a que me equivoque, que diera un paso en falso... ¿Alguna vez entendería que el que había tenido más suerte de los dos había sido yo? Ella pensaba que no encajaba a mi lado. Que tontería. Mi belleza, la belleza de un predador, no podía compararse con la suya, con la hermosura de su persona. Ella era la bella, la grácil, su perfección no tenía comparación con nada, porque aunque recorriera el mundo entero, jamás encontraría nada que se acercara a su magnificencia. Si los vampiros vivimos para siempre, no habrá un día en el que no deje de preguntarme porque corrí con tanta suerte. ¿Por qué la persona que amo, también me ama? ¿Y como de ese amor surgieron tantas cosas inesperadas? Cosas que jamás hubiera podido esperar. Renesmee. El estar casi cien años solo, sin otra compañía que la de tres parejas que se aman rozando los limites de lo imposible, te deja la leve sensación de que, quizás, el amor no es para ti. Año tras años, veía a Carlisle y a Esme amarse como el primer día que la encontró. Y lo mismo con Rosalie y Emmett. Al llegar Alice y Jasper a nuestras vidas, pasó exactamente igual. Todos se miraban con ese brillo cegador en los ojos. Y lo más exasperante no era que tuviera que verlos, sino que también tenía que oírlos. Escuchar en sus mentes la sensación bienestar que les daba estar uno cerca del otro. La paz infinita del amor correspondido. Y esa fue la primera vez que sentí envidia desde que me había incorporado a este mundo de inmortalidad. La sentía porque me creía incapaz de amar a alguien como ellos lo hacían. Aunque profesaba

amor por mis hermanas y hermanos, y desde luego por mis padres, en nada se comparaba con el sentimiento puro y desinteresado que ellos irradiaban cuando se hundían en las pupilas de sus compañeros de la eternidad. Entonces, era el bicho raro en la familia donde todo era felicidad y dicha amorosa. Todos evitaban pensar en eso. Preferían creer que en realidad todavía no había encontrada a la indicada, a esa vampiresa que ablandaría mi duro corazón de piedra, frío como mi piel. Aunque de hecho yo creía todo lo contrario, sentía que el amor no era para mí. Así que simplemente me conformaba con estar en esta familia, rodeado de las personas con la que me gustaba estar. Los años pasaban, las décadas pasaban, y nada había cambiado en mí. Seguía tan solitario como desde aquel tiempo que desperté por última vez. Y entonces, a tan solo dos años de habernos instalado en Forks, llegó mi Bella. Una vez que superé las ansias de cobrarme su vida, pude percatarme de lo maravillosa que era. Y estaba ese enigma que representaba su mente. Pero no era solo eso lo que lograba hechizarme. Sino su rostro, su cuerpo... frágil, clamando a los cuatro vientos por un protector. Y ahora estaba aquí... casi nueve años después, convertida en una vampiresa, dispuesta a amarme por el resto de la eternidad. Incluso eso me resultaba poco tiempo. Estar con Bella, en cierta forma era como encontrarme solo. No porque no le prestara atención, ella era todo y mucho más para mí, sino que su silenciosa cabeza lograba que pudiera relajarme y ser yo mismo en un cien por ciento. Ese Edward que a ella le gustaba, y que salió a la superficie, después de tanto tiempo, gracias a ella. Un Edward que reía, que disfrutaba cada segundo en su compañía, y que la amaba con cada una de las congeladas y eternas células de su cuerpo. Sonreí, ante lo maravilloso de la vida... o de la existencia. Otra noche dejada atrás, un nuevo día por empezar. Esta vez, y como muchas veces más, al lado de mi amor. Grabando cada segundo en mi amplia mente, para no olvidar ni uno de aquellos momentos en lo que era dichoso por tenerla conmigo, y esta vez entendiendo las reacciones de cada uno de los miembros de mi familia. Había pasado años contemplándolos amar. Ahora, que yo también lo hacía, entendía que esa fuerza es invencible. Si hubieran intentado

resistirse a quererse de esa forma, no hubieran podido, porque aunque yo no buscaba una forma de amar a Bella con menor intensidad, sabía que, en caso de proponérmelo, no hubiera podido, porque mi corazón, aunque seguía tan frío y duro como un pedazo de hielo, ahora estaba lleno de el intenso sentimiento que lograba que la ame con desesperación, e incluso, de una forma ilógica. De repente, el sol dio de lleno a la pared de cristal de nuestra habitación. Ese era uno de los pocos días soleados de esta parte del estado de Washington. La península era conocida como la zona más lluviosa de Estados Unidos, y la razón por la que nos quedamos aquí. Los incandescentes rayos cruzaron el cuarto y nos impactaron de lleno, haciendo que nuestras pieles pálidas desprendieran ese brillo diamantino, que seguramente lastimaría la delicada vista de un humano promedio. Las chispas centellantes se reflejaban en las restantes paredes, confiriéndonos a nosotros, la tarea de una de esas bolas de espejo que se encuentran en las discotecas. Reí ante el espectáculo. Era agradable reír así, estando Bella a mi lado, apretándose a mí como si fuera todo lo que necesitaba en el universo. Y lo cierto es que eso era lo que yo sentía hacia ella. Mi esposa se incorporó, colocando la punta de su codo contra mi pecho, para poder mirarme a los ojos. En ese momento, ambos estando envueltos por el brillo de nuestras pieles, nos quedamos hipnotizado el uno del otro. Perdí el hilo de los pensamientos, algo que no me pasaba con frecuencia, y solo tuve oportunidad de contemplar la perfección del rostro de mi mujer. En un gesto involuntario, nos aproximamos con lentitud. Todavía era temprano, no más de las seis de la mañana. Así que, con ese poco tiempo extra, nos dedicamos a amarnos de la forma en la que lo habíamos hecho cada una de las noches de los últimos siete años y medio. Hicimos el amor con pasión. Apretándonos con desesperación el uno al otro. Buscándonos, recorriendo hasta el más intimo lugar del cuerpo del otro, conectándonos de una forma en la que jamás podríamos haber soñado. Adorándola de mil formas mientras la poseía, Como si de un momento al otro, fuéramos a desaparecer de la faz de la tierra. Todavía no habíamos conseguido controlar ese impulso tenaz que nos envolvía cuando liberábamos la necesidad del otro. Nuestros labios no

se despegaban por varias horas, inventando nuevas formas de besar, explorando el milagro de su bello cuerpo. Jamás hubiera imaginado que me encontraría con una sensación tan poderosa, ni siquiera cuando tuve que verme con la obligación de beber la sangre de Bella. Ese dulce néctar de la perdición... tan delicioso, tan adictivo. Si no fuera por el hecho de que estaba decidido a mantenerla con vida, hubiera sido muy fácil ignorar todos mis años de autocontrol, y sumergirme de lleno en el placer de su esencia. Pero este placer era diferente a ese. Cuando el sol ya no se escurría en la habitación, pues estaba en lo más alto de cielo, nos separamos, un tanto avergonzados por nuestro comportamiento. Hace tiempo que no habíamos perdido en control así. La partida de Renesmee, si bien nos ponía ansiosos, había ocasionado que no tuviéramos muchas cosas que hacer. Hasta el momento de su ausencia, habíamos dedicado el día para cuidarla y mimarla. Ahora, sin ella, nos era mucho más fácil sucumbir ante necesidades más indecorosas. No ayudaba en nada que el resto de nuestra familia pasara por la puerta de nuestra habitación, pensando en lo que estábamos haciendo allí, para luego arrepentirse y no pecar de entrometidos. Sin embargo, el hecho de que simplemente lo piensen, lograba avergonzarme. Además no solo era eso, seguramente al levantarnos, tendría que aguantar la mirada burlona de Emmett, que si bien no podía hacer chistes con respecto a la vida sexual de mi esposa y la mía, tendría un torrente de bromas mentales con las cuales apabullarme. No me molestaba, pero ciertamente, lograba que tuviera ganas de volver a la cama con Bella. – Creo, señor Cullen, que deberíamos levantarnos. Ya es bastante tarde – Sonrió. – Me parece lo correcto, amor. Creo que nuestro autocontrol no ha avanzado nada en los últimos tiempos... – Reímos, y nos dimos un último beso apasionado, antes de levantarnos de la inmensa cama para vestirnos.

Una vez que estamos presentables, caminamos hacia la estancia. La casa estaba como siempre, concurrida por todos los vampiros que vivíamos en ella. Carlisle estaba en su estudio, leía un libro de anatomía, como era su hábito. Esme se encontraba en su cuarto, diseñando en su escritorio unos planos para la casa que mandaríamos a construir en Hoquiam, nuestra próxima morada. Emmett y Rosalie miraban la televisión, y Jasper y Alice hablaban en voz muy baja de una inmediata visita de Peter y Charlotte. Al entrar a la sala donde se encontraban mis hermanos, sus risas se hicieron presentes... Bella me apretó la mano, señal de que no reaccionara de forma exagerada con ninguno de ellos. La usual mirada de mi robusto hermano no se hizo esperar... “Ah... se levantaron... ¿Qué pasó? ¿Se quedaron dormidos?” Y reía para sí mismo como si acabara de hacer el mejor chiste del mundo. “Bueno, era hora, chicos...” Pensó Rosalie, aunque reprimió la sonrisa maliciosa que se empezó a formar en sus labios. Jasper y Alice se miraron a los ojos, pero no agregaron nada ni verbal ni mentalmente. Nos sentamos con ellos en la estancia, sabedores de que ese día, tampoco, tendríamos mucho que hacer. Los días resultaban monótonos, ahora que Rennesme no estaba con nosotros. Daba conmoción entender como una sola persona puede afectar la vida de toda una familia. Mi hija... Jamás, ni siquiera en el más disparatado de los supuestos, habría soñado, retóricamente, claro, con la idea de poder utilizar esa expresión. Ni siquiera en el sentido más amplio de la palabra, pues nunca me hubiera planteado crear otro vampiro aparte de mi esposa. No, si bien agradecía que Carlisle sea mi padre, y luego me hubiera traído una madre, Esme, que pudiera guiarme, jamás se me planteó en la cabeza la creación de otro inmortal. Sin embargo, el destino da vueltas insólitas, claro. En cuanto Bella supo que estaba embarazada, en nuestra luna de miel en isla Esme, me dio terror, un gran pánico que se arraigó en lo más profundo de mi helado cuerpo inmortal. ¿Qué era eso que estaba creciendo en su vientre?

Jamás hubiera pensado que una mortal podría quedarse encinta por un vampiro. No hubiera podido previsto. Simplemente no lo sabía. Mi mente retrocedió en el tiempo, hundiéndome en la profundidad de los recuerdos. El viaje en el avión fue silencioso, convencido de que Bella estaba completamente resentida conmigo. ¿Cómo podía haberme atrevido a ponerla en semejante situación? Al llegar a casa, me suplicó con lágrimas en sus ojos que entendiera. Ese era su hijo ¿Cómo podía pensar en matarlo? Nuestro hijo, había dicho. Aunque en ese momento no quería que lo dijera, el engendro no tenía nada que ver conmigo. Eso que crecía adentro de su vientre no era más que un asesino. Una cosa desagradable que le consumía la sangre y la vida, día a día que pasaba. Y Rosalie estaba empecinada en ayudarla. En su mente no estaba haciendo nada malo. Solo ayudaba a Bella a cumplir con un sueño que ella también había tenido. Si bien en ese momento mi esposa no estaba entre sus mejores amistades, la ayudó, convencida de que esa era la elección correcta. Y luego, cuando nos decidimos a actuar por la fuerza, Esme se puso de su lado, claro. Para mi madre, la mortal que había decidido acaba con su vida por la muerte de su hijo, era imposible convencerla de ayudarnos con nuestra idea. No, ella no hubiera permitido jamás que sometiéramos a Bella para matar a su bebé. No con su experiencia de vida..., o de muerte. La agonía de ese largo mes fue insoportable. Verla enfermar cada día más, mientras la criatura me sacaba mi razón para vivir, mientras mataba a mi Bella y se alimentaba de sus fuerzas. Era mucho peor no poder hacer nada. Que mi esposa se aferrara a la idea de tener a su hijo, nuestro hijo, a sabiendas de que seguramente moriría. Pero entonces, casi al final de su embarazo, escuché su voz... Había pensado con esa vocecilla tan encantadora, tan musical e hipnótica. Por un momento, pensé que era a Bella a quien estaba escuchando, pero no. Esa no era su voz mental. Entonces tenía que ser la del bebé. Escuché el amor que le tenía. ¡Y ella nos escuchaba a nosotros! Nos entendía. Sabía quien era yo, sabía que era su padre, le gustaba mi voz y también la de su madre. Era extraño sumergirse en una mente así, la de un ser que todavía no ha nacido. Carente de toda experiencia sensorial, prácticamente sin recuerdos, y cuya coherencia es casi nula.

Sin embargo, con que facilidad nos entendía. Nuestro lenguaje no le era ajeno, al parecer, había sido capaz de escucharnos desde el principio. Vaya. ¿Pero podía fiarme de la inteligencia de este ente? Todo ocurrió en un segundo, ese instante en el que me percaté de su presencia mental, y luego en el que pude ver, pero sobre todo oír, la determinación. Intentaba no lastimar al objeto de su completa devoción, la mujer que era su madre. Sus sentimientos, sin embargo, eran puros. El amor era demasiado grande, avasallador. Se sentía terriblemente culpable cada vez que provocaba esos temblores violentos en el cuerpo de Bella. Intentaba con toda sus fuerzas no moverse, pero le era del todo imposible. “Lo siento, mamá. Te amo” Y en ese momento entendí, que si actuábamos de forma correcta y certera, no tendríamos que lamentar ninguna perdida, sino festejar un nacimiento. Aun ahora, varios años después, y sabiendo que todo salió de la mejor manera, siento que me abandonan las fuerzas cuando pienso en lo mal que podría haber resultado todo. Pero no solo tenía a mi esposa para toda la eternidad, sino también una hija, una niña que era mía, una parte de mí, y otra de Bella, lo cual la hacía más especial. – ¿En que piensas, Edward? – Preguntó Alice, al verme tan concentrado. Pude ver en su mente la imagen de la respuesta que decidí darle. – Sí, yo también la extraño... – Y sus ojos se volvieron melancólicos. Alice era especial de muchas maneras, la primera y la más obvia, era su capacidad inmensa para ver el futuro. La segunda, su estado jovial casi constante, que varias veces hasta llega a ponerte nervioso. Y la tercera, su capacidad para resolver problemas. Si no fuera por su poderoso don y su gran inteligencia, hoy no estaríamos ninguno vivo. Fue gracias a ella que nos libramos de una muerte inminente, y seguramente dolorosa.

– Renesmee... – susurró Bella. – Quizá debamos llamarla. – Sugirió Rosalie. En su mente, pude ver lo mucho que la extrañaba. Había que ver como había cambiado mi hermana. No de una forma que se pudiera esperar, sino de una completamente asombrosa. Pero el cambio no era externo, ante nosotros no se mostraba muy diferente, aunque yo podía verlo en su mente. Antes, el pensamiento constante en la mente de Rosalie era ella misma. Su reflejo contra la pared de cristal, en el lago, o contra cualquier superficie reflectante. Lo hermosa que se veía con aquel atuendo, lo mucho que todos los hombres la miraban, y muchas otras banalidades. Estaba contenta, y casi podría decir feliz, de ser el centro de atención, su belleza era la mejor arma con la que siempre había contado. Su mente era aburrida, superficial y demasiado previsible. Luego, con el nacimiento de Renesmee, su orden natural cambió, y todos sus instintos se vieron volcados a mi hija. Su cabeza estaba ocupada con bastante frecuencia en suplir las necesidades de la niña. Y ahora, siendo Ness adulta, buscando formas de que la vida se le presente de la mejor manera. Si bien seguía siendo vanidosa, y se creía con frecuencia la más perfecta entre todas las mujeres del mundo, hacía tiempo que había aceptado algo que todos nosotros ya sabíamos, la belleza no es más que algo relativo, carente de verdadero significado y, generalmente, vacía de otras virtudes. Efímero, aunque ese no era su caso, su belleza, tanto como la de cualquiera en nuestra familia, duraría para siempre. Sentí un poco de lastima por ella, ya que su mayor deseo en toda la vida había sido ser madre. Algo que, dado su condición de vampiresa, jamás podrá cumplir. Me sentí culpable porque eso. Ser padre, era algo que yo jamás había deseado, simplemente porque nunca había pasado por mi mente. Y ahora, yo lo era... y ella no. Sí, Rosalie había cambiado. – Yo hablé con ella ayer. – Anunció Bella, haciéndome volver de nuevo a la realidad. – Dijo que todo marchaba en orden, que espera ansiosa las vacaciones para poder venir. También estaba un poco nerviosa,

porque unos amigos la habían invitado a pasar en fin de semana a su casa, y no sabia bien que debía llevar. – Mi esposa rió. – ¿Amigos? ¿Qué amigos? – Preguntó Emmett luego de un momento. – Unos chicos que conoció en la universidad. Siempre olvido preguntarle los nombres, y como ella nunca los menciona... por lo visto se llevan realmente bien. Eso me agrada, no parecía muy animada cuando recién había llegado allí. – Explicó Bella. – Sí, algo me dijo también... – Dije. – Aunque tienes razón, tampoco me ha dicho los nombres. – No creo que sea más que una coincidencia. – Opinó Jasper. – Al fin y al cabo, ¿Por qué va a ocultar a sus amigos? – Claro, no tiene sentido. – Observó Alice. Mi pequeña hermana intentó, aun sabiendo que no podría lograrlo, hundirse en las neblinas del futuro y buscar algo del porvenir de mi hija. Ahora que Renesmee se había alejado de nosotros, Alice veía todo con mayor definición y claridad. Hasta ese momento, había tenido que aprender a sortear los puntos ciegos que tanto Nessie como Jacob ocasionaban en sus visiones. No obstante, no pudo ver nada. Como había dicho una vez, estaba atada por su propia naturaleza. Al parecer, solo podía ver el porvenir de las personas o de los vampiros. Y eso la frustraba. No ser tan omnipresente como en realidad ella se creía. Muchas veces me había burlado por ello. Siempre, hasta la llegada de los hombres lobo y los híbridos de vampiro, habíamos creído que el don de Alice no tenía límites. Que alcanzaba a toda criatura viva, susceptible de tener un futuro. Luego, todos los sucesos que se desencadenaron nos demostraron lo que ella solo podía ver. Que, sin embargo, no era poco. – Anda, búrlate de mí de nuevo, Edward. – Me dijo convirtiendo sus ya pequeños ojos en dos finas rendijas. – ¿Pero que dices, hermana? ¿Por qué tendría yo que burlarme de ti? – Le pregunté, aunque claro, engañar a Alice era una tarea casi imposible. – El papel de tonto no te queda bien, ¿Sabes? – Dijo, convirtiendo su tono de voz, generalmente musical, en una entonación acida. Reí de nuevo, y todos lo hicieron conmigo, incluso Jasper. No había nada que molestara más a Alice que su ceguera con respecto a futuro.

– Nadie te está poniendo a prueba, Alice. – Dijo su compañero, envolviendo su pequeño cuerpo de duende con sus enormes brazos. Al tenerla tan cerca, le dio un tierno beso en la mejilla. Ella hizo una mueca, todavía enojada por las burlas de todos los miembros de su familia. Bella estaba recostada en mi hombro, en parte presente en Forks, en parte en Juneau, pensando en que podría estar haciendo nuestra hija en ese momento. Era lunes, por lo que seguramente, estaría en una de sus clases en la universidad. Era agradable darnos un tiempo para disfrutar solo nosotros. Al principio, cuando Renesmee había querido irse lejos, la idea nos pareció absurda. Pero leí en su mente su determinación. Era tan terca como su madre, y tan buena manipuladora como yo. Una combinación letal. Por lo tanto, al exhibir su larga, y justificable, lista de motivos por los que creía que tenía que hacerlo, pronto nos vimos obligados a aceptar que tenía razón. Una vez que aceptamos que de verdad era capaz de realizar esa hazaña, todos nos relajamos un poco. Nada malo ocurriría, claro. Juneau era una localidad más bien pequeña, de gente amable. El lugar que había elegido, sin duda a consciencia, nos facilitaba a nosotros, su padres y principales protectores, a poder visitarla si quisiéramos. Pero esa oportunidad no se había presentado, en parte porque no estábamos seguros si eso era lo que ella deseaba, y por otro lado, teníamos ciertas cosas que resolver en Forks. – Tal vez deba visitar a Charlie. ¿No te parece, Edward? – Preguntó Bella, levantando la vista hacía mi rostro, y sujetando mi mano, entrelazada a la suya. – Me parece bien, amor. Hace mucho que no vemos a Charlie. ¿Te parece bien si vamos de caza primero y luego bajamos a verlo? – Le propuse, solo por hacer algo. Nuestros ojos seguían dorados, pero la ansiedad era fácil de canalizar por ese lado. Todavía no habían pasado dos semanas desde la última vez que nos alimentamos. Como si en realidad fuera ella la que pudiera leer mentes en ese cuarto en vez de yo, asistió convincentemente, sabedora de cuales eran los motivos para ausentarnos.

Es difícil pasar siete años de tu vida, aunque seas inmortal, con una personita demasiado especial, para que luego ésta se vaya. Deja un hueco difícil de llenar, no importa lo temporal que sea esa partida. Nos pusimos de pie al mismo tiempo, e hicimos un gesto de despedida a nuestra familia. Corrimos a gran velocidad hacia la puerta trasera, llegando al río en tan solo un segundo. Si bien Bella no era la mas fuerte hace ya varios años, seguía siendo muy rápida. Tal vez no tanto como yo, pero si lo suficiente como para seguirme el ritmo. Saltamos por encima del torrente de agua, elevándonos cerca de diez metros sobre el suelo. En ningún momento nuestras manos se separaron, ya que esta era la forma en la que generalmente corríamos cuando nos íbamos de caza. Al estar lo suficientemente lejos de nuestro hogar, liberamos al predador oculto que no queríamos mostrar. Me dejé envolver por el efluvio poco apetecible que nos envolvía. Ciervos de cola negra, seguramente. Se encontraban unos dos kilómetros al sudeste de nuestra posición. Bella también fue consciente de su presencia, porque comenzó a avanzar hacía el lugar donde se encontraban los animales. Soltamos nuestras manos al mismo tiempo, dejando que el ultimo rastro humano que nos quedaba en ese momento, se consumiera por el fuego que era nuestra sed, que ahora dominaba nuestras amplias, y fáciles de distraer mentes. Corrimos por el campo llano y abierto, mientras las criaturas más pequeñas y débiles buscaban un escondrijo por el cual escabullirse. Los animales eran mucho más conscientes que los hombres. Percibían con total claridad nuestra naturaleza asesina. Corrimos la distancia que nos separaba de nuestra caza, deslizándonos a esa velocidad absurda a la que solo pueden moverse los vampiros. Finalmente, nos encontramos lo suficientemente cerca para observar a las criaturas. Ella se adelantó, completamente agazapada. Como una leona hermosa y mortífera, contemplando a su presa. Avanzaba despacio, intentando tomar por sorpresa a los animales, no era necesario que se llevaran tremendo susto antes de morir. Eran varios, estaban descansando en un irregular prado, en parte elevado y en otra bajo. Todavía no nos veían, una gran mata de juncos enormes nos ocultaba. Mi esposa me miró por última vez, antes de lanzarse de lleno hacía la manada de indefensos ciervos. Corrimos juntos a su encuentro, tomando delicada pero fuertemente un ejemplar cada uno. Mordí el punto palpitante y caliente en su cuello, dejando que su sangre invadiera mi cuerpo por completo, buscando que el calor que irradiaba me calentara. El sabor

era algo aparte, hace años que intentaba contentarme con él. No era lo mismo que un puma enfurecido, pero servía a fines prácticos. Cuando terminé con mi presa, Bella ya había acabado con dos. Se acercó hacía mí, tan hermosa como lo era, si la más mínima señal de enfrentamiento en sus ropas. La camisa de seda blanca y el pantalón de jean estaban limpios. Sus ojos dorados brillaban un poco más que esa mañana, y sus mejillas, generalmente pálidas, estaban levemente sonrojadas. Eso era normal cuando terminábamos de alimentarnos. – Esto no ha servido para disminuir las ansias. – Me dijo. Era increíble como me conocía. – Aun sigo pensando en Renesmee. – Sí, a mi tampoco me ha servido de mucho. – Confesé. Me abrazó fuerte, ocultando el rostro en mi pecho, como era su costumbre. La envolví con mis brazos, y nos quedamos allí parados un tiempo, hasta que el sol, inhabitualmente incandescente, llegó hacía el horizonte y se ocultó tras las montañas. No mantuvimos un paso demasiado rápido para volver a casa. Tampoco pasamos por la estancia, que sabía que seguía tan concurrida como la habíamos dejado al marcharnos. Fuimos directamente hacia el garaje, y tomamos el Volvo. Al encontrarnos de frente a la casa de Charlie, pude escuchar sus pensamientos. “¿Ese ruido? Deben ser Bella y Edward” Pensó. Bajamos del coche, y nos encaminamos hacia la puerta. La casa no había cambiando en nada. Estaba tal cual la recordaba, desde los tiempos en los que me deslizaba por las noches por el tejado, para entrar en el cuarto del segundo piso. Sue, la nueva señora Swan, abrió la puerta y, con su rígida y habitual cortesía, nos dio la bienvenida. – Buenas tardes, chicos. Cuanto tiempo sin verlos por aquí. – Saludó. No es que nos tuviera miedo o mucho menos, simplemente así era su forma de ser. Sin embargo, a través de su mente, había visto lo buena persona que era, y lo mucho que cuidaba de mi suegro. Atrás de ella, apareció Charlie, dispuesto a saludarnos. Abrazó a su hija fuertemente, indiferente a su frío contacto o a la dureza de su piel de granito.

Hace tiempo que Charlie había dejado de estremecerse ante la transformación en el aspecto de Bella. Ahora, aceptaba las singularidades como algo que siempre había formado parte de su hija. La piel pálida, fría y dura ya no tenía el mismo efecto que antes. No obstante, también notaba que intentaba pensar en algo diferente con todas sus fuerzas cuando se encontraba con nosotros. Su mente siempre me había parecido algo difícil de leer. Seguramente, se debía a que era el padre de Bella, y algo tendría que haber heredado ella para ser capaz de tener ese poderoso don. Leer la mente de Charlie no era como hacerlo con otras personas, solo podía captar frases sueltas. Había algo en su modo de pensar que lograba que sus pensamientos se encontraran en relativa privacidad, aunque podía captar varias cosas. – Hija, Edward. – Saludó – ¡Qué gusto tenerlos en casa! Pero anden, pasen al salón, no nos quedemos aquí. – Y nos guió hacia la estancia, donde tomamos asiento en los conocidos sillones. No nos ofreció nada para tomar. Sabía que lo rechazaríamos, así como siempre evitábamos comer algo allí. Sue se quedó en el recibidor, y se encaminó a la cocina a preparar algo de té para ellos, mientras Charlie se unía a nosotros. – Y bien, ¿Cómo está todo por la casa? – Preguntó, una vez que todos estábamos cómodos. – Bien, papá. Tú sabes, sin Nessie nada es como siempre. – Contestó Bella, mirándolo a los ojos e intentando sonreír con ganas. No lo engañó, mi esposa tampoco ahora era capaz de mentir convincentemente. Al observar por primera vez desde nuestra llegada sus ojos, Charlie se percató de algo. Pude ver en su mente como su razonamiento se movía como un engranaje antiguo y algo lento, pero inexorablemente, marchando en camino correcto. “Sus ojos... otra vez cambiaron de color...” Indagué por la mente de mi suegro, pero no pude encontrar nada en la superficie de sus pensamientos inmediatos. No sabía porque se estaba preguntando eso justo ahora. Aunque luego recordé que Renesmee me había dicho que estuviéramos alertas antes de su partida, pero por una cosa u otra, no le habíamos dado mucha importancia al asunto.

Le apreté la mano a Bella, esperando que entendiera, aunque sea algo de mi señal. El jefe de policía me observó también a mí. Hubiera sido demasiado obvio si evitaba el contacto visual, por lo que no desvié la mirada el segundo que nuestros ojos se encontraron. Escuché en su mente la misma afirmación muda que antes. Su rostro se sonrojó ligeramente, sin duda algo avergonzado. Reacomodó sus pensamientos de nuevo, para dejar sus hipótesis en un segundo plano, lejos de mi escrutinio. – Ha tocado un buen día hoy. ¿Qué han hecho? ¿Salieron a disfrutar del sol? – Preguntó, en un intento por disolver el momento intenso que acabábamos de pasar. – Si, papá, hemos salido a caminar por el prado, el día ha estado particularmente bello. – Contestó Bella, también consciente de lo que acababa de pasar, pero sin duda no tan bien informada como yo. – Eso es genial. Nosotros hemos ido a La Push a visitar a Billy. Por suerte ya se recuperó perfectamente bien del ataque al corazón. Si que me dio un susto ese hombre. – Suspiró. La memoria de Charlie voló hacia una primavera pasada, cuando su otro amigo, Harry Clearwater, había muerto en una circunstancia parecida. También recordaba ese episodio, no por eso precisamente, sino porque fue por esa misma muerte, por la que casi muero también, al pensar que el funeral en el que estaba Charlie era en el de Bella. – Sí, Jake nos ha dicho que todo marcha muy bien. – Contesté esta vez, para evitar que Bella siga metiendo la pata con su forma tan patética de mentir. Charlie sonrió. Si bien ahora tampoco estaba entre sus favoritos, con el tiempo me había aceptado como yerno. En los tiempos de noviazgo, el hubiera dado cualquier cosa por que su adorada hija eligiera a Jacob Black en vez de a mí. Intentó dedicarme una mirada disimulada. No era injusto que Charlie hubiera actuado de esa manera en el pasado. Al fin y al cabo, ¿Quien era yo para causarle tanto dolor a su pequeña? No tenía derecho a jugar con ella como él creía que lo había hecho. O a abandonarla como lo hice cuando me fui de Forks por su propio bien...

Una puntada aguda y fría se clavó en mi pecho, tan profunda y dolorosa que pude sentir físicamente el daño que me provocaba. Que error terrible había cometido al dejarla. Sola y sufriendo, desangrándose, esperando a que el daño pasara solo. Que iluso, ¿Cómo una criatura tan frágil como lo era mi Bella se hubiera podido recuperar sola? Que estupidez... Esa culpa me atormentaría para siempre. Aunque ella me exigía que lo olvidara, que eso formaba parte de un pasado lejano y gris, que nunca se repetiría. Claro que no pasaría de nuevo. Divagué entre mis propios pensamientos, hasta que la mente de mi suegro interrumpió mis cavilaciones. “No han envejecido ni un día...” Dejé de respirar. La sorpresa me invadió completamente, y quedé preso de ese pensamiento aislado, que demostraba que nos observaba más de lo que imaginábamos. Claro que no habíamos envejecido. Ni lo haríamos jamás. Bella sabía que pronto tendríamos que abandonar Forks, y que seguramente tendríamos que dejar a su padre atrás, para siempre. Era eso, o quedarnos y que Charlie saque sus propias conclusiones, lo cual ya estaba pasando, y arriesgarlo a que los Vulturis se enteren de que está al corriente del secreto. Esa alternativa nos conduciría a dos últimas opciones: la muerte o la conversión de mi suegro. – ¿Cómo marcha todo con Sue, papá? –Preguntó Bella, indiferente a lo que acaba de descubrir. Charlie rió, más distendido. – Todo perfectamente bien, tú sabes. Han pasado más de seis años. Debo reconocer que al principio Billy no lo aprobaba, pero luego tuvo que aceptar que era lo mejor para ambos. – Contestó en una respuesta inusualmente larga para su costumbre. – Qué tontería, ¿porque no lo aprobaría? – rió Bella, suavizando en ambiente. – Cosas queliutes que no entiendo y nunca voy a entender. Supongo que solo quieren que se emparejen entre ellos, o quizá consideran que Sue no hizo el duelo suficiente. – Charlie se encogió de hombros.

“O tal vez se debe a esas cosas que no quiero saber, que pasan en La Push,..” Algo extraño estaba pasando, jamás había detectado ese deje tan suspicaz en Charlie. Él no era la clase de persona que le presta atención a los detalles. Por eso había sido tan fácil engañarlo, hasta que llegó el momento de mostrar como eran las cosas en el juego. Pero no podía explicar tampoco el comportamiento de Billy. Si bien ahora Bella y yo éramos aceptados en la reserva, nunca me había reparado en si el padre de Jacob pensara algo con respecto a Charlie y Sue Clearwater. Seth no estaba en contra de la relación, eso lo sabía porque el licántropo me lo había dicho. Además el chico era de sentimientos transparentes, sin una pizca de egoísmo o maldad. Estar en su mente era fácil, porque jamás pensaba algo que no pudiera decir en voz alta. – No deberías preocuparte por eso, papá. No creo que tengas que pensar tanto en eso. Lo importante es que ustedes son felices... – Comenzó mi esposa. – Claro que no, hija. Solo me da extrañeza algunas cosas... – Nos miro de costado, evaluando nuestra reacción a su anterior proclamación. Bella me observó, captando también el doble significado de la mirada de su padre. Charlie sospechaba algo. Hubiera sido bueno tomar más en serio las palabras de Renesmee. Sin embargo, no podía ser muy malo, sino ya habría tomado una resolución, que sin duda, la vería soldada en su mente. En ese momento, Sue volvió a entrar a la pequeña sala. Llevaba una bandeja, con dos tazas pequeñas de té. No se molestaron en ofrecernos, sabían la respuesta. Ella también se mostraba un tanto confusa, al parecer, nosotros no éramos los únicos a lo que Charlie hacía preguntas anómalas. Sin embargo, era lo que veía en su mente lo que realmente me estaba preocupando. Entonces escuché la voz de Sue Clearwater dirigida directamente a mi mente: “Charlie está diferente, creo que ya no se contenta con saber lo mínimo e indispensable. Estoy casi segura que quiere más... respuestas. Me ha hecho preguntas extrañas, sin lógica, y que se acercan peligrosamente a la verdad... no se cuanto tiempo más pueda contenerlo”

La miré a los ojos cuando silenció su pausada voz mental. Hizo un asentimiento seco, pero certero. Esa era la confirmación de que necesitaba. Lo sobrenatural lo había desbordado. Era lógico, era solo un humano, y era difícil que no sintiera la curiosidad en algún momento. Aunque sabía que no era peligroso, tampoco era sensato que Charlie conociera todos nuestros secretos. ¿Cuál era la forma más rápida y eficaz para actuar? ¿Por qué nunca había visto en su mente una determinación rapaz? Era algo nuevo esa repentina necesidad de respuestas. Afuera, la humedad se había adueñado nuevamente del ambiente, ocultando el cielo y el sol que tan poco veían los habitantes de Forks. Las gotas de lluvia golpeaban perezosamente contra las ventanas. En el cielo se arremolinaba las nubes, listas para formar una pequeña tormenta, que sin duda descargaría por todo el pueblo. Aunque eso no era nada nuevo. – ¿Saben algo de mi pequeña nieta? – Preguntó, y aparecieron en sus ojos marrones ese brillo que solo asomaba cuando hablaba de Nessie. Bella sonrió al ver lo mismo que yo acababa de notar. – Ella parece estar perfectamente bien. Ha logrado adaptarse y hasta ha hecho amigos. Es más, si bien tengo entendido, este fin de semana lo pasará en la casa de uno de sus nuevos amigos. – Eso es genial – Dijo Charlie. – Una niña como ella debe conocer mucho el mundo... solo que bueno, siendo tan hermosa, me preocupa que esté sola allí en Alaska, ustedes saben, no es por asustarlos... Una imagen terrible inundó la mente de mi suegro, pero la reprimió, borrándola de su cabeza. No quería pensar en algo así. Tuvo un ligero estremecimiento. Bella tomó su mano, y la acarició suavemente. – No te preocupes por eso, papá. Rennesme sabe cuidarse muy bien sola... – Le dijo, y sonrió de nuevo, para infundarle ánimos. Si bien la escena creada por Charlie podría resultarle repulsiva a cualquier padre, me alegraba saber que mi hija no era una humana hermosa y frágil. No como había sido su madre, y como también la hubiera podido perder si no llegaba a tiempo.

Un Latigazo de ira golpeó frente contra mi cabeza. Aun recordaba con clarísima perfección a Lonnie. Ese mal viviente que ahora descansaba en una celda, pudriéndose de por vida por todos los crímenes que había cometido. Pero nuestra hermosa niña no era una mortal cualquiera... era tan fuerte como nosotros, tan rápida, y seguramente, tan letal. No, lo menos los monstruos humanos no podrían lastimarla. Ella podría con ellos. – Lo sé, lo sé... – Dijo Charlie. – Ya... Nessie esta bien, y pronto volverá, solo que bueno, no aguanto tanto tiempo sin verla. Esa niña es tan única y especial. Claro que lo era... pues era nuestra hija. Un fuerte viento golpeo desde el sudeste, y sacudió las ventanas de la pequeña sala de estar donde nos encontrábamos. Era tarde. Cerca de las diez. – Creo que será mejor que nos vayamos, papá. – Comenzó Bella a despedirse. – Oh, pueden quedarse el tiempo que quieran... – Ofreció Charlie. – No, ya es tarde, también nosotros debemos descansar. – Contestó su hija. Mi suegro vaciló, como queriendo agregar algo más, pero al instante se arrepintió, porque lo único que hizo fue hacer un gesto afirmativo con la cabeza. Bueno, era una de primeras mentiras creíbles que había escuchado de mi esposa. Evidentemente, estaba aprendiendo. – Adiós, Charlie, Sue. – Saludé, y me dirigí hacia la puerta, con Bella a mis espaldas, que estaba besando a su padre en la mejilla, y despidiéndose de Sue. – Espero verte pronto por aquí... – Dijo la queliute. – Claro, no hay problema. Que duerman bien. – Se despidió. Cruzamos el umbral, encaminándonos hacia nuestro auto, cuando a mis espaldas, escuché la mente del padre de mi esposa, pensando algo que me dejó pasmado.

“No seas tonto, Charlie... los vampiros no existen...”

Predicción Inconclusa Me detuve, incapaz de dar un paso más hacía adelante. Bella, que tomaba firmemente mi mano con la suya, fue consciente al instante de mi repentino estado de shock. – Edward, ¿Qué sucede? – Preguntó, ciertamente alarmada, y girando la cabeza en todas direcciones, para ver si nos veíamos amenazados por algo a nuestro alrededor. – Lo sabe... – Susurré, tan bajo que ella tuvo que hacer un esfuerzo para escucharlo. – ¿Quién sabe? ¿Qué sabe? – Bella compuso una cara de perplejidad, todavía nerviosa, pero giró la cabeza hacía la puerta cerrada de la casa de su padre. Supe, al mirar en sus ojos, que sabía a lo que me estaba refiriendo, pero lo dije, como si escuchar las palabras en voz alta, le otorgaría un nuevo significado, o una importancia diferente a la que tenía en nuestro fuero interno. – Charlie lo sabe... sabe que somos vampiros... – Todavía estábamos parados en frente de la fachada de la casa. Por lo que corrimos al interior del auto, quizás demasiado rápido como para tratarse de dos humanos. Pero era tarde, la oscuridad envolvía todo el pueblo, y la reciente lluvia nos ayudaba a que todo se vea con menor claridad. Ya adentro, Bella continuó con su interrogatorio. – ¿Qué es lo que has visto, Edward? No olvides ningún detalle. – Parecía asustada, y la entendía. Charlie jamás tendría que haber averiguado nuestro secreto. – Solo ha pasado lo que tarde o temprano tendríamos que enfrentar, Bella. – Le dije, ya más calmado. – Subestimamos a Charlie, y mira lo que pasó. Él solo ha descubierto la verdad. – Eso no puede ser, Edward. ¿Cómo diablos ha llegado a esa conclusión? ¿Acaso tenemos aspecto de vampiros? – Aunque hablaba en susurros, el timbre de su voz fue adquiriendo una nota histérica cada vez mayor. – Tal vez Sue se lo ha terminado confesando. – No lo creo, ella misma me ha advertido que tú padre ha estado inquieto, con ganas de descubrir algo. – Le contesté descartando esa posibilidad.

– ¿Y que hacemos? ¿Debemos enfrentarlo? Negarlo todo... – Dijo mi esposa. – Lo mejor será no hacer nada, si actuamos, solo confirmaremos sus sospechas. Escúchame, ha estado toda la tarde pensando en que nuestros ojos no paran de cambiar de color, y en que no hemos envejecido absolutamente lo más mínimo. Y cuando nos íbamos pensó “No seas tonto, Charlie, los vampiros no existen” – Bella hizo una mueca de terror – Lo mejor es esperar, si las cosas se salen de control, lo mejor será marcharnos, cielo. Para siempre, y no podrás ver nunca más a tu padre. Ella se entristeció. Me dolía tener que ver esa desdicha en sus ojos, pero era lo correcto. Si nos quedábamos, solo nos arriesgábamos a la interferencia de los Vulturis. Y en esta ocasión, estaba seguro de que no iba a haber quórum para la transformación de Charlie. Sería eliminado, sin posibilidad de ser convertido en vampiro. A diferencia de mi esposa, él no era ningún diamante en bruto. Antes de que pudiera emitir palabras para consolar su desdicha, ella respondió. – Sabía que en algún momento esto tendría que pasar, y lo cierto es, que aunque llevo varios años aplazándolo, ya debería haberme hecho a la idea. Porque si no es esto lo que me separará de Charlie, en algún momento lo hará la muerte... – Se le quebró la voz. Estiré los brazos, listos para envolverla en un abrazo. Sin embargo, ella los rechazó, cortésmente, y sonriéndome, para no lastimar mis sentimientos. – No, Edward. Estoy bien, es el orden natural, los hijos sobreviven a sus padres... – su rostro todavía tenía atisbos de tristeza, pero era cierto, estaba bien. – Solo Renesmee estará con nosotros para siempre. – Y pese al momento en el que estábamos, sonrió. Bella siempre había sido la clase de persona que intenta superar las adversidades. Prefería hacerlo sola, sufrir en soledad. Ese era su estilo, no necesitaba público que contemplara su dolor. Pero ahora me tenía a mí, y no solo yo, sino también a toda mi familia, y sobre todo a nuestra hija. Tomé su mano, y la apreté con fuerza, para que entendiera que no la dejaría sola con ese pesar. Abandonar a Charlie no sería una tarea fácil.

Aunque no todo estuviera seguro, lo cierto es que esa idea ya estaba rondando nuestras cabezas. Llevábamos en Forks cerca de diez años. Bastante más de lo que generalmente nos demorábamos en cualquier localidad. Era fácil hacer de este pueblecillo un hogar, con su casi eterno cielo encapotado, con sus bosques colindantes, rodeados de paz, de quietud. Poner en marcha en motor no nos demoró demasiado. Recorrimos el trayecto hacia nuestra morada en un silencio estático, que pronto se acabaría. Al llegar a la puerta de la casa, nos bajamos a toda velocidad, e ingresamos en la estancia, ahora prácticamente vacía, a excepción de Esme, que iba y venía por todo el lugar arreglando las flores de los colosales jarrones que adornaban el espacio. – Carlisle... Rosalie... Emmett... – Susurré. – Alice... Jasper... Esme... – Concluyó Bella. – Tenemos que hablar. Todos los presentes se encontraban frente a nosotros en tan solo un segundo. – Tomen asiento, por favor. – Les ofrecí. Obedecieron, aunque la confusión se adueñó de sus rostros, y en especial de sus mentes. Me percaté, de lo poco que esperaban una situación así. La aventura no había formado, gracias a Dios, parte de nuestras vidas en una cantidad considerable de tiempo. Antes de que pudiéramos explicar algo, varias conclusiones se formaron en la mente de todos. – ¿Qué ha pasado con Renesmee? – Preguntó Rosalie, cuya voz luchaba por esconder el miedo. – Nada ha pasado con Nessie, Rose. – Contestó Bella. Aunque ese apodo seguía irritándola, se había acostumbrado a utilizarlo. – Esto es otra cosa, y perdonen esta súbita reunión, en realidad no es tan urgente como parece. Mi hermana se relajó, esta vez, pudo sentarse cómoda en el sofá blanco, lista para escuchar cualquier cosa que tuviéramos para decir. – Se trata de Charlie. – Comencé. Al ver la completa perplejidad de sus rostros, continué. – Ha descubierto la verdad. Aún no ha confirmado fehacientemente sus sospechas, pero en su mente, ya utiliza la

palabra vampiro. Eso es lo que cree que somos. No tengo idea del motivo que lo haya hecho llegar a esa conclusión, – Todos parecía absortos en mi discurso. – Pero creo que sería mejor tomar una decisión unánime de cual va a ser nuestra mejor forma de actuar. – Sé que debería ser yo la que se encargue de esto, que se trata de mi padre y que la responsabilidad de exponernos se ha debido a mi debilidad de apartarme de él. – Continuó Bella. – Por eso, les pido disculpas. Nunca fue mi intención tener que meterlos en este aprieto. A pesar de que mi esposa estaba exponiendo sus más sinceras disculpas, tanto Emmett como Alice, se echaron a reír. Pude ver en sus mentes el claro motivo. Y por un momento, me costó trabajo disimular una mueca de diversión. – Vaya, claro, Bella, tienes razón. Este problema nos supera. Preferiríamos enfrentar de nuevo a James dándote caza por todo el país... o a Victoria y sus neófitos de Seattle. – Alice rió de nuevo. – Por supuesto, creo que me gustaría enfrentar de nuevo a los Vulturis antes que a Charlie. – Emmett puso los ojos en blanco. Bella, que estaba de pie, en la misma posición que cuando hablo para ellos, sonrió. – Claro, si esto no ha sido nada comparado con todo aquello. – Se relajó instantáneamente. Y al igual que mis hermanos favoritos, se sonrió. – Aún así, existe un percance, Edward. – Me dijo Carlisle. “No podemos irnos sin tener la certeza de lo que sabe” – No creo que por ahora debamos evacuar Forks. –Dije. Él me observó un momento. – Piénsalo de este modo, Carlisle. Charlie sabe que hay algo raro con nosotros, además también le dijimos que cuanto menos estuviera informado, más tiempo podríamos estar cerca de él. Honestamente, no creo que vaya a compartir esto con nadie, salvo con Sue, que ya lo sabe. Si nos vamos ahora, solo confirmaremos sus sospechas. No creo que esa sea la mejor alternativa. – Mi padre asistió, de acuerdo con mis palabras. – Sin embargo, creo que lo más conveniente va a ser marcharnos si, llegado el momento, Charlie nos enfrenta. Todos nos quedamos en silencio, observándonos unos a otros, tal vez a la espera de que alguien ingenie un plan mejor.

– Recuerdas, Edward. Renesmee nos dijo que estuviéramos atentos... – Comenzó mi esposa. – ¿Por qué demonios no le hicimos caso? – Se lamentó. Tomé su manó y la apreté fuertemente. – No te culpes, mi amor. Ya encontraremos la mejor solución a todo este embrollo. – Yo creo que no es necesario hacer nada. – Dijo Alice, sus ojos, estaban por momentos presentes en la realidad de la sala, y por otros en la espesura del porvenir. – Nunca he visto a Charlie contando nada acerca de nosotros. Eso quiere decir que en ningún momento decidió difundir lo que cree que sabe. – Creo que por ahora hay que escuchar a Alice – Reflexionó Carlisle. – Tiene sentido, el sabe que si la situación se escapa de las manos nos iremos, se lo dijo Jacob hace años... y estoy seguro de que no quiere que Bella salga de su vida, y tampoco Renesmee. Dimos por finalizado en consenso. Tal vez fuera razón lo que decía mi hermana, quizás era poco probable que tuviéramos que tomar cartas en el asunto en algún momento. Igualmente, era necesario mantener a Charlie muy bien vigilado. Alice comenzó a velar por su futuro tan pronto terminó la reunión. Como era de esperar, no veía nada relevante. Con el correr de los días, la situación fue adquiriendo una importancia menor. Nuestra vida continuó tal cual como siempre. Los días no eran muy emocionantes, aunque sí los disfrutaba con total deleite. En efecto, y tal como había escuchado días atrás, Peter y Charlotte se hicieron presentes en la morada Cullen cerca de dos semanas después de que Alice tuviera la visión que la puso en aviso de su visita. Su estancia no fue muy larga, al ser nómadas, no se sentían cómodos con la idea de pasar más de unos días en un mismo lugar. Nunca podría entender como lograban ese estilo de vida. El hecho de no tener un lugar propio, un lugar a donde volver, siempre me había resultado desalentador. Aunque los amigos de Jasper tenían tan poco respeto por la vida humana como cualquiera de los Vulturis, tenía que admitir que me caían bien. Quizás se debía al apoyo que habíamos recibido por su parte, años atrás.

Esa noche, discutía con mi esposa el tiempo de su visita. – ¿Cuánto tiempo se quedarán Peter y Charlotte? – Preguntó. – No lo sé, quizás dos días, ellos todavía no lo saben. – Le respondí, dándome cuenta de su notoria preocupación. – ¿Qué es lo que va mal? Bella no contestó inmediatamente, era difícil hablar en ese lugar. Todos teníamos oídos demasiado agudos como para conversar sin que los otros escucharan. Sin embargo, bajó la voz hasta que se convirtió en un susurro prácticamente imperceptible, incluso para mí, que estaba recostado a su lado. – Solo estoy preocupada por la gente del pueblo. – Suspiró. – Todos están allí abajo. No quiero decir que lo harán a propósito, porque saben que no deben cazar por aquí. ¿Pero si alguien les resulta demasiado apetecible? No creo que hayan practicado autocontrol alguna vez en toda su existencia. – No tienes nada que preocuparte, amor. Son vampiros maduros y experimentados. Además, han visitado muchas veces a Forks. Nunca ha pasado nada. Créeme, no hay nada de que alarmarse. – La tranquilicé. Antes de entregarnos a la pasión, agucé mis oídos, solo para escuchar los pensamientos de algunos de los presentes, al parecer estaban todos pendientes de cualquier otra cosa. No había riesgo, tal y como le había dicho a Bella, Peter y Charlotte no eran peligrosos para nada. A la mañana siguiente, luego de vestirnos, partimos hacia Seattle. Renesmee volvería en unas cuantas semanas, y aunque Bella era la primera en oponerse a fiestas sorpresas y cualquier otro tipo de celebración, coincidimos en que lo mejor sería realizar una pequeña recepción de bienvenida, que incluiría a Charlie, Sue, Billy, Sam, Emily, sus hijos, y Jacob, claro. Tomamos el Aston Martin, que tenía recorridos tan pocos kilómetros en estos últimos años, que cualquier conocedor de automóviles nos habría intentado matar, si es que eso fuera posible. Bella simplemente no sentía interés por él. Recordé a Renesmee al ver su Porche azul...

El rostro perfecto de mi hija se iluminó como si fuera capaz de brillar a la luz del sol, como nosotros. Reí para mi interior. Esa era otra cosa en lo que se parecía a mí. El viaje a la cuidad no fue demasiado largo. Ahora que Bella era una inmortal, no le preocupaba el exceso de velocidad. Rememoré nuestro primer viaje en automóvil... La noche en la que me dijo que conocía la verdad de mi naturaleza. Se había aterrorizado porque iba a ciento ochenta, y no porque tenía un vampiro a escasos centímetros. Su sentido de supervivencia había sido prácticamente nulo. Seattle estaba nublado. Llovía levemente, y la gente se arremolinaba en sus calles, transitando indiferente. “Tengo que pagar esa maldita cuenta antes del viernes... ¿De donde sacaré el dinero?” Pensaba una mujer menuda y morena, que caminaba adelante nuestro. Un hombre de unos cuarenta años, miraba nervioso a sus costados. Mientras se nos adelantaba por la concurrida acera. “Demonios, tengo que dejar de encontrarme con Lidsey por aquí, esta muy cerca del trabajo de Beth... si alguno de sus compañeros llegara a verme... no lo quiero imaginar...” Reí por lo bajo ante ese pensamiento. Bella tomó mi mano con más fuerza. – ¿Qué te causa tanta gracia? – Preguntó mi esposa. – Los humanos... son tan previsibles... – Reí de nuevo. – Puede ser. Aunque claro, si le puedes leer la mente a todo el mundo, desde luego que no te va a quedar mucho por averiguar... – Opinó. – No a todo el mundo... hay una mente por aquí cerca que me encantaría poder leer a cada momento... – Sigue soñando con ello... – Me dedicó una sonrisa que por un momento, pudo hacerme olvidar que estaba entre una multitud de personas.

Caminamos hacia las tiendas, intentando llamar lo menos posible la atención. Aunque claro. Éramos vampiros, y eso nos resultaba imposible. Era de ver lo descarados que eran los hombres humanos. Bella tenía su mano fuertemente agarrada a la mía, pero eso no les hizo evitar mirarla de arriba abajo, como si fuera una más de las mercaderías que estaban todos comprando allí. Bella también tuvo su momento de molestia cuando tres niñas adolescentes comenzaron a caminar muy cerca de nosotros, y no pararon de hablar de mí. Era de suponer que esto pasara. Al fin y al cabo, teníamos apariencias demasiado jóvenes como para ser un matrimonio de casi diez años. Aunque claro, ellas no sabían que yo me estaba acercando a los ciento veinte años. Por suerte salíamos poco a la cuidad, así podíamos evitarnos esos percances. Aunque eso no logró evitar que sitiera una ira asesina cuando el maldito vendedor de una casa de regalos, tuvo un serio problema para evitar observar a mi esposa. Fue mas fuerte que yo, la tome con fuerza de la cintura y la apreté contra mi cuerpo, para que entendiera que no estaba disponible bajo ningún concepto. Sin embargo, su mirada era un flirteo infantil, casi desganado, comparado con la naturaleza de sus viles pensamientos. Seguramente Bella se dio cuanta, y esa fue la razón por la que me tomó de la mano para abandonar el lugar tan rápidamente. Nuestras compras no fueron grandes cosas. Simplemente salimos de Forks para tener algo más que hacer. El camino por la autovía fue tranquilo. Aunque la lluvia no impedía a nadie conducir por esa región de los Estados Unidos, había muy poco tráfico. – ¿Cuándo crees que estará todo listo en la nueva casa? – Preguntó Bella en un momento de nuestro viaje. – No lo sé. – Le contesté. – Todo depende del tiempo que le lleve a Esme poner manos a la obra.

– No quiero irme de Forks. No solo por Charlie, es que ya estoy muy acostumbrada a vivir aquí. – Dijo mi esposa, melancólicamente. – Ya lo sé, mi amor. Pero tú sabes como son las cosas. Esa en la forma en la que tenemos que vivir para no correr peligro. Yo también voy a extrañar este magnifico pueblo, me dio más de lo que cualquier inmortal tendría derecho a recibir. – Sonreí, incapaz de contenerme, y la observé. – Claro, Forks es muy generoso. – Concluyó con una sonrisa. Hacía meses que estábamos ocupándonos del traslado a Hoquiam. Antes, teníamos que cerciorarnos de algo. Que toda la gente que habitaba cuando nosotros estuvimos allí, ya estuviera muerta. Desde ese tiempo, ya habían pasado muchos años. Lo más probable es que no tuviéramos problema alguno. Solo quedaban unos detalles menores. A diferencia de cuando nos instalamos en Forks, esta vez éramos nueve. Diez si Jacob decidía viajar con nosotros. Cosa que, por el momento, no me molestaba como debería. Era imposible alejar a Jake un minuto más de Nessie. Se había quedado en Forks por Billy, pero de verdad lamentaba no haber acompañado a Renesmee a la universidad. Bella y yo estábamos pensando en pedirle que no vuelva el año siguiente a Juneau. No justificaba toda la ansiedad que nos daba no tenerla cerca. Ella tenía que entender, ya había logrado su aventura. Ahora tenía que obedecernos. Si había sido difícil y sospechosa la matriculación de cinco adolescentes en el instituto de Forks, sería más aun que fuéramos ocho en Hoquiam. Tal vez Jacob podía no aparentar un estudiante. Pero tampoco estaba envejeciendo. Así que también resultaría extraño para alguien que no supiera la verdad. El y Renesmee eran diferentes a nosotros. Ellos estaban cerca de ser humanos. Podían aparentar con mayor facilidad.

Eso era un tema que todavía no habíamos resuelto, y aunque sonaba tonto, y poco importante, eran cuestiones que teníamos que resolver. Una parte de ser un Cullen implica tener siempre un plan, y sobre todo, una opción B. Carlisle, a través de varios contactos, había descubierto una vacante en el hospital de la localidad. En tal caso, se podía arreglar la disponibilidad de uno. Las posibilidades son ilimitadas cuando dispones de recursos. – Edward... me siento rara ante la perspectiva de hacer el instituto otra vez... – Y mi mujer se echo a reír. – Bueno, Rosalie, Emmett y yo lo hemos hecho cerca de diez veces cada uno... créeme, con el tiempo hasta te acostumbras a que sea tan repetitivo. – Le contesté. – Esta vez es diferente, no son ustedes cinco... – Sus pensamientos iban en el mismo sentido que los míos. – Ahora somos ocho. Ocho estudiantes nuevos en una localidad tan pequeña como lo es Hoquiam, es más atención de la que necesitamos. – Sí, lo sé. Justamente estaba pensando en eso. – Contesté. Intenté buscar nuevas opciones. Otros caminos que pudieran guiarnos hacia un resultado satisfactorio. Llegamos a la casa, donde se encontraban solo Alice y Jasper. – ¿Qué hay, chicos? – Preguntó mi hermana cuando cruzamos la puerta desde el garaje. – Nada nuevo, Alice... solo unas tontas compras. – Contestó mi esposa. – ¿Qué me compraron? – Alice sonrió. Observar la mente de Alice era diez veces más complicado que la de cualquier otra persona, humana o vampiro. Su espaciosa mente estaba constantemente dividida en dos. Parte en el presente y otra el futuro. Cuando quería enfocarse solo en el presente, dirigía hacia el interior de su mente las visiones del futuro, pero cuando quería ver el provenir, esa parte de su mente llenaba toda su cabeza. Las visiones tenías diferentes consistencias. Dependían de lo sólidas que fueran las decisiones que las provocasen. A mayor convencimiento, más solida era la visión, y más nítido era el escenario. Si mi hermana intentaba sondear el futuro, las visiones

eran solo atisbos que captar en la nada..., mucho más complicados de asimilar, y mucho más de interpretar. Rosalie se encontraba en su habitación. Podía escuchar sus pensamientos. Todavía estaba deliberando que ponerse. “El traje rosa... o el azul... Mmm no lo sé. O los jeans negros y el suéter gris...” En ese momento, mientras pensaba en que podría usar, captó su reflejo en el espejo, y se perdió en su propia vanidad. Bueno, en eso Rosalie nunca iba a cambiar. Emmett, Carlisle y Esme estaba de caza. Bella y yo no habíamos salido desde el día que visitamos a Charlie, por lo que nuestros ojos estaban ahora prácticamente negros. La sed era soportable. Incluso más que de costumbre. Hace mucho tiempo que no teníamos más relación con humanos que la de los queliutes o Charlie. Bella tenía miedo de volver a visitar a su padre. No quería saber a ciencia cierta que el lo que él sabía, o creía saber. Estábamos actuando exactamente como Alice había dicho. Ella no preveía problema alguno, por lo que teníamos confianza en que ese pequeño problema pasara sin ninguna gran consecuencia. – Peter y Charlotte acaban de irse. Les han dejado saludos. – Avisó Jasper, acercándose a nuestra posición. – Gracias. De verdad lamentamos no haber estado aquí para despedirnos por nosotros mismos. – Dijo Bella. – No te preocupes, Bella. Además han notado que estabas un poco nerviosa por los habitantes del pueblo. – Añadió Alice. Mi esposa puso cara de vergüenza. – No te preocupes, lo entienden. Pero creo que deberías confiar un poco más en ellos, Bella. – Comentó Jasper, para mitigar la culpa de Bella. – De verdad lo siento. No era mi intención que se fueran así. Solo estaba un poco preocupada. De verdad. Me siento terrible. Ellos nos ayudaron en el pasado y yo no soy capaz de darles un poco de crédito. – Se lamentó.

– No te preocupes, amor. De verdad, no se sintieron molestos. Pero sería bueno que aprendieras a confiar un poco más en los demás. – La alenté. En ese momento, Carlisle y todos los demás que estaban de casa comenzaron a escucharse llegar. Terminamos la pequeña discusión justo en el mismo momento en el que Esme y Emmett cruzaban la puerta trasera y se nos unían en la estancia. Carlisle, el último en entrar, tenía la cara seria, una mala señal. “Nos hemos encontrado con Sam mientras volvíamos de caza... nos ha confirmado que ambas manadas han encontrado un rastro de menos de dos días... un vampiro, y creen que jamás han sentido el efluvio...” El intercambio fue silencioso. Aunque Emmett y Esme ya lo sabían, ambos pusieron mala cara al ver mi asimilación de los hechos. – ¿Qué ha pasado? – Preguntó Bella, exigente. Jasper hizo una rápida inspección de los alrededores, como si una amenaza se cerniera sobre nosotros dentro de la casa. Sin embargo, allí no había nadie que no fuera un miembro de la familia. Aunque el sabía eso, involuntariamente su cuerpo se acercó hacia Alice, que también se puso en pleno estado de alerta. – Los lobos han encontrado un rastro que nunca han sentido antes... – Dije finalmente, y mi esposa termino por perder el control. Siseó, mientras sus hombros se cargaban de tensión. Al igual que Jasper, se acercó hacía mí, se rodeó mi cintura con sus brazos. – Todavía es demasiado pronto para sacar conclusiones... – La previne. – ¿A donde han encontrado el rastro? – Dijeron que a tres kilómetros a sudoeste de la línea del tratado... hace una curva durante dos kilómetros en dirección a la costa, donde desaparece. – Precisó Emmett. – Entonces, vamos. Si el rastro tiene dos días, no pasará mucho más antes de que desaparezca. Me extraña que aún siga sintiéndose. – Los lobos lo han seguido, pero saben que no tienen posibilidad de seguirlo por agua. – Comentó Esme.

Y agregó mentalmente “Edward, ¿Crees que esto sea algo de que preocuparse?” – No lo sé, mamá. – Dije en un susurro. En verdad no lo sabía, no quería sacar conclusiones precipitadas. – Puede que solo sea un nómada. No sería la primera vez que cruzan estas tierra, más si vienen del norte, la península es un lugar perfecto para cruzar el país sin llamar la atención. – Aventuró Carlisle, queriendo creer en su teoría con toda fe. – Tampoco sería la primera vez que la curiosidad de un nómada nos causa más problemas de los que podemos afrontar. – Agregó Emmett, repentinamente excitado ante la mínima posibilidad de lucha. – Será mejor que vayamos rápido, si queremos averiguar algo. – Dijo Bella. Todos asistimos levemente. – Creo que sería mejor que se quedaran ustedes, solo por las dudas. – Dijo mi padre, mirando a Esme, Emmett y Jasper. Era correcto, Carlisle pensaba en que no podíamos dejar la casa desprotegida. – Edward, Bella y Alice, vengan conmigo. Si esto es una emboscada, con ustedes tres será imposible que nos ataquen. Claro que era imposible. Con Alice atenta al futuro, Bella cuidando que ninguno de nosotros sea afectado por algún don sobrenatural, y yo mismo, pendiente de si alguien se encuentra en las cercanías, lo que notaría al oír el mínimo pensamiento cerca. Ese razonamiento se hizo eco en la mente de todos, por lo que corrimos a toda velocidad hacia la puerta trasera. Conocía el lugar a donde teníamos que ir, pues lo había visto en la mente de Carlisle al contarnos todo. Nos deslizamos por el bosque en una formación cerrada, atentos a cualquier cambio sutil en el ambiente. Recorrimos el trayecto que nos guiaría hacia la línea del tratado. Cruzamos un claro enorme, y tras las sombras, nos aguardaba Jacob, transformado en el enorme lobo rojizo que era cuando estaba listo para el ataque. Ya al tanto de todas las novedades. “¿Han encontrado algo más?”

Negué con la cabeza, y Jake se unió en nuestra carrera hacia el lugar donde nos encontraríamos con las novedades. Nos mantuvimos a la cabeza, con Jacob cuidando nuestra retaguardia, pendiente de cualquier posibilidad ante un ataque sorpresivo. Una vez cerca del punto a donde nos dirigimos, empezamos a usar nuestras habilidades. Bella extendió su escudo por todo nuestro contorno. A lo largo de los años, su escudo se había fortalecido sustanciosamente. Ahora adquiría una presencia certera. Antes, era imposible notar cuando ella te cubría con su manto, pero ahora, su don era bastante más fuerte. No era un trabajo fácil escudarnos a todos en ese momento. Si ella estaba en movimiento, el escudo se tornaba un poco inestable, por lo que su concentración debía de ser bastante. Alice, dentro del paraguas mental en el que nos encontrábamos, inició su búsqueda en un futuro inmediato. No podrían sorprendernos si se encontraban cerca. Cualquier decisión que tomasen sería vista por mi hermana. Agucé el oído, cosa que no era necesaria para escuchar con mayor facilidad la voz mental. Lo hice para tener una mayor percepción de los sonidos reales, que podrían hacerse presente de momento a otro. – Presten mucha atención, según lo explicado por Sam, el efluvio debería comenzar a sentirse en unos cuantos segundos. – Comentó Carlisle. Y en efecto, en tan solo un momento, se hizo presente el rastro que estábamos buscando. Era cierto, tenía ya cerca de dos días. Era muy dulce, como lo eran la mayoría de nuestros efluvios. Pude reconocer una fragancia tenue a jazmín. Busqué en mi memoria, pero no pude reconocer el aroma. No era de nadie que yo haya conocido antes. – Jamás he sentido este efluvio antes. – Declaré. – Yo tampoco... la verdad que no tengo idea de a quien podría pertenecer. – Admitió Carlisle, también. – Debemos seguir el rastro. Si desaparece en la costa, es muy probable que se haya sumergido. – Aventuró Bella. “Sam piensa que podría ser una emboscada” Me confió Jacob.

– ¿Por qué tendría que serlo? – Susurré, mirándole. “Porque parte desde la línea del tratado. Es algo muy parecido a lo que hacía esa vampiresa, Victoria... no resulta del todo lógico.” – Tienes razón, es sospechoso, pero Victoria esta muerta. Yo mismo la maté. – Le dije a Jake. “Eso lo sé. Pero su estilo es bastante parecido. No creemos que tenga conexión, pero si el mismo estilo.” – ¿Qué pasa Edward? – Preguntó mi esposa cuando no pudo luchar más con el nerviosismo. Al oír el nombre de Victoria había siseado de forma frenética. – Las manadas no creen que esto sea el simple paso de un nómada por nuestras tierras. – Dije finalmente. Todos se pusieron tensos. – Sigamos buscando. Quizás se les haya pasado un rastro a los lobos. – Propuso Alice. Y allí seguimos. Rastreamos el efluvio hasta el lugar exacto donde nos habían prevenido que terminaría. Nos sumergimos en el mar, para ver si cruzando a la otra orilla podríamos encontrar algo que nos ayudara. Jacob se quedó en la costa, intentado encontrar algo que Sam, Jared y Paul hubieran podido pasar por alto. Una vez del otro lado, pudimos captar una tenue pista. – Está despareciendo. Ha llovido por estos lados y casi no se siente el rastro. – Anunció Carlisle. – Todavía puede sentirse algo. – Agregó Alice – No sabemos por cuanto tiempo. Seguramente más delante se vuelve imperceptible. – Dijo Bella. Tal y como dijo mi esposa, al cabo de tan solo un kilómetro, el rastro se perdió. Sopesamos la posibilidad de dividirnos, para poder encontrar una pista nueva, pero se estaba haciendo tarde, y eso solo preocuparía a los que se habían quedado en la casa. Reemprendimos la vuelta, mucho más desconcertados de lo que habíamos iniciado nuestra travesía. Sin ninguna respuesta certera.

Bella, corriendo a mi lado tomada de mi mano, estaba preocupada. Y no le faltaban motivos. Lo único que podía relajarla en este momento era que Renesmee no se encontraba el Forks, por lo que estaba a “salvo” de eso posible peligro que se cernía sobre nosotros. – No hay nada de que preocuparse... – Le susurré cerca de la costa, antes de sumergirnos de nuevo en el agua. – Eso no lo sabes, Edward. – Dijo, intentando contenerse lo más que podía. – Confía en mí. Esto no es nada peligroso. – Bueno, esperaba que no lo fuera. Entonces algo pasó repentinamente. Siseé, como si el peligro se encontrara a nuestro alrededor, pero lo cierto, es que no era así. La pequeña figura de Alice se detuvo, manteniéndose inmóvil en la sutil oscuridad que nos rodeaba a todos. La imagen que había recibido, no era del presente, sino de un futuro inmediato. Pero no era una imagen producida por mi mente. Para nada. La visión tenía un origen claro y definido. Alice. Su mente se hundió de lleno en esa realidad, todavía incorpórea, pero con una posibilidad tan grande de volverse cierta, que la escena se materializó tan firmemente en su mente como cualquier recuerdo de un hecho pasado. No era algo que se pudiera explicar. La imagen era inconexa. Rodeada de oscuridad, pero a la vez nítida. Se trataba de un bosque. Tan diferente al que nos encontrábamos, que por un momento me sentí tonto al creer que eso había estado pasando entre nosotros. La nieve estaba por todos lados. Las coníferas rodeaban el claro nevado y lograban un paisaje muy bello. Hubiera sido la postal

perfecta de navidad, si un reno de nariz roja estuviera corriendo alegremente alrededor de los árboles. Una figura corría a toda velocidad entre la arboleda y se encontraba de espaldas a la visión. Entonces la luna gobernó sobre el claro, inundado todo con su tonalidad plateada, haciendo que el bosque tuviera colores nuevos. Pero la figura todavía no se dejaba ver. Solo se podía llegar a suponer que era una mujer. Corría muy rápido, tanto, que ni siquiera era visible la tonalidad de su cabello o el color de sus ropas. Pero la velocidad y la sutileza de su andar la delataba. Un vampiro, eso es lo que era. Más adelante, la figura se detuvo, clavándose en la tierra cubierta de nieve, y agazapándose como un felino salvaje, listo para saltar sobre su indefensa presa, pero cuando intenté observar sobre quien quería descargar esa ira asesina... La escena desapareció. La oscuridad la engulló y no dejó el menor atisbo de compresión. Pero la luna no había desaparecido. No tenía nada que ver con la luz de ese claro nevado. La nada se la había tragado, porque esa visión no podía terminar así. Lentamente, caminé hacía la figura pequeña de mi hermana. Ella todavía no había dado la mínima señal de haber recuperado el movimiento. – ¿Qué fue eso, Alice? – Pregunté exigente. – Todavía no lo sé. – Susurró un momento después. – Tienes que averiguarlo. – Supliqué esta vez. – Estoy tratando... pero tú sabes como funcionan mis visiones, quizás esto esté lejos de lo que yo soy capaz de hacer. – Declaró apenada. La tomé del hombro y la obligué a mirarme. Sus ojos estaban irritados, y en su mente pude ver el pánico mudo que ya estaba contaminando mi ánima.

Carlisle y Bella estaban a nuestro lado. Quizás esperando que alguno de los dos nos dignáramos a hacer algo. A explicarles siquiera que era lo que estaba pasando. Pero en ese momento tanto Alice como yo sabíamos que no era lo más importante. Primero teníamos que cerciorarnos. – ¿Cuáles son las posibilidades? – Pregunté de nuevo. “Exactamente las mismas de que sea un ataque a los lobos” – Busca más allá... debe haber algo que nos guíe hacia el origen – La animé. “La visión ha venido sola... Ni siquiera debería ser capaz de tenerla. No lo entiendo. Esto me asombra más que a ti.” – Eso es una buena señal. Si eres capaz de tenerla, significa que has sido capaz de sortear ese obstáculo. Busca Alice, por favor. – Mi voz estaba perdiendo la calma inmutable que generalmente tenía. La desesperación aumentaba a cada segundo de una manera en la que no podría imaginar. Sentí que estaba comenzando a temblar, y que perdía estabilidad. – Edward, por favor... no nos tengas en ascuas así. – Suplicó Carlisle. Bella a su lado, no agregó nada más, pero su rostro estaba palideciendo cada vez más, si eso fuera posible para nosotros, los vampiros. La mente de Alice sondeaba en la oscuridad que repentinamente se había adueñado de ella. Intentó concentrarse en el recuerdo de la visión que ya había tenido, a la espera de poder percatarse de nuevo detalles. La nieve del bosque era compacta. Los árboles eran todos adultos. Y la luna había aparecido detrás de un cielo muy nublado... – Es un lugar del norte... – Susurró Alice. – Juneau... – Dije, con la voz de una persona que esta por morir. – ¡Renesmee! – Dijeron Carlisle y Bella al mismo tiempo.

Y en la voz de ambos solo podía leerse una cosa... Algo que seguramente se podría ver a través del rostro de mi hermana y el mío. Solo una cosa... Pánico.

XXI Ocultamientos Bella Cullen. La noche, de repente, se convirtió en un manto pesado, que intentaba aplastarnos y no dejaba que nos defendiéramos. Demasiado molesta. Insoportable. Un manto que lograba sofocarme, y no me dejaba respirar. A pesar de que no había necesitado la mínima fracción de aire hace más de siete años, sentí en ese momento que me asfixiaba, y mi cuerpo reclamaba una buena bocanada de aire puro. Pero a pesar de que intenté relajarme, y aspirar profundamente, el peso de mi pecho no se fue. Solo se tornaba más intenso a cada segundo, que tenía una duración intolerable. Mil veces más largos que la eternidad. Edward y Alice estaban frente a nosotros, erguidos cuanto eran sus estaturas, tensos, mirando un futuro que no deberían estar viendo, porque según todas las leyes que conocíamos, era imposible. No tenía sentido. Porque a pesar de que yo no era una lectora de mentes, y mucho menos podía ver el futuro, pude entender a la perfección su corto cruce de palabras. La visión era de nuestra hija. Vaya broma me había jugado el destino. Por primera vez en meses, agradecí que Renesmee se haya ido a la universidad. Porque la posible amenaza que se nos venía encima nos encontraría con ella a salvo en otro lugar. Pero resultó que no. Lenta, pero inexorablemente, un miedo mudo se introdujo en lo más profundo de mi alma, fusionándose a ella, y dejando un marco nulo para la esperanza. Porque a pesar de que no tenía idea de cómo venía la cosa, sabía que no era nada bueno. La respuesta estaba grabada en los semblantes de mi esposo y mi cuñada. Mi princesa estaba en peligro. Y de repente, la naturaleza también enmudeció, o por lo menos eso fue lo que me pareció. El viento cesó, las criaturas nocturnas desaparecieron, las olas dejaron de golpear contra la costa donde nos encontrábamos, e incluso, hasta las estrellas se apagaron en el cielo.

Aunque esa oscuridad oprimía, y sobre todo comenzó a doler en lo más profundo de mi corazón helado, no encontré en mi interior la fuerza necesaria para echar a correr, para intentar hacer algo. Revelarme con vehemencia ante lo que ocurría, porque simplemente era demasiado. Las cosas no deberían ser así, me dije a mi misma. Sin embargo, lo eran. El shock era demasiado fuerte. Todavía no tenía ninguna respuesta automática a lo que estaba pasando. Mis pies estaban soldados a la arena de la costa. Incluso Carlisle, que hasta donde recordaba estaba parado a mi lado, había desaparecido de mi visión periférica. Sólo tenía ojos para imaginar lo que sea que estuviera viendo Alice. Algo malo... que probablemente hubiera preferido ignorar, pero que tenía que saber si quería evitar que pasara. Pero cuando todavía no había pasado tres segundos desde que Edward había dicho “Juneau”, mi mente ya había logrado reaccionar en mil formas distintas. Sopesé la posibilidad de emprender ya mismo el viaje que me llevaría hacia mi hija. Correr a lo que me permitieran mis piernas rumbo al norte inhóspito, donde mi bebé estaba intentado demostrar que se podía cuidar sola. Y donde seguramente fracasaría. Si algo se cernía sobre ella, no podría defenderse. No contaba con tanto poder, ni siquiera con la experiencia. Y nosotros, sus padres, nos encontrábamos a cientos de kilómetros, incapaces de protegerla. Confiados en que todo marcharía bien. Que tontos que habíamos sido al creer que podría estar lejos de nosotros sin que nada malo le sucediera. Que irresponsables. Me maldije mil veces a mi misma por semejante estupidez. – Edward... – Susurré. Mi voz era pastosa. Como la de un fumador empedernido, y me vi incapaz de controlarla. – Dime que es lo que está pasando... Pero todavía no estaba listo para darme una respuesta. Al dirigir su rostro hacia Carlisle y hacía mí, me di cuenta de que todos mis temores tenían una completa justificación. No era como había sido siempre en mi fuero interno, cuando mis miedos eran infundados, más relacionados a mi pasada inseguridad o a mi aire siempre pesimista. Esta vez estaban basados en algo concreto, algo aterrador.

Y el pánico aumentó, tan violentamente que me resultó extraño no encontrarme temblando de pies a cabeza. Las rodillas comenzaron a flaquearme, fruto del estrés al que estaba sometida. Era mil veces peor no recibir una respuesta, porque ese silencio era la muda confirmación del horror. – Algo acecha a Renesmee... – Susurró por fin mi esposo. Y todo el paisaje que nos envolvía se quebró. Como si la escena estuviera construida de cristal, como si nosotros también. Cada objeto que nos rodeaba era delicado en grado sumo. Todos nos hicimos pedazos al mismo tiempo, creando una sinfonía de destrucción. Hasta pude escuchar el ruido del cristal tintineando uno con el otro. El primero en recuperar la voz fue Carlisle. Cuando por fin estuvo listo para hablar, lo hizo tranquilo, intentando no mostrar el miedo que nosotros sabíamos que tenía. – Alice... por favor. ¿Estas segura que tu visión es acerca de Renesmee? – Preguntó mi suegro. Ella se giró hacía él. Su semblante era tan diferente al que siempre veíamos, que el cambio resultaba drástico. – No puedo estar segura de eso. Pero dime, Carlisle, la visión vino sola, y me mostró cosas que me pueden hacer creer que sí tienen que ver con mi sobrina. – Su voz de pájaro era ahora tan diferente. Tan fría. – Cuéntame... ¿Qué es lo que han visto? – Insistió mi suegro. – Una figura, tal vez una mujer... una de nosotros, corriendo por un claro nevado a gran velocidad. Entonces se tiesa para atacar y la visión desaparece. – Contestó Edward, al hundirse Alice de nuevo en el mutismo. – Eso no es prueba suficiente para decir que Nessie esta el peligro, Edward. Ella ni siquiera debería haber tenido esa visión. Tú sabes que Alice no puede ver el fututo de tu hija. – Razonó Carlisle. Su voz tenía un deje esperanzado. Su razonamiento era cierto. Hasta donde sabíamos, y la misma Alice nos había confirmado, ella era incapaz de ver el futuro de Renesmee. Cualquier intento de hacerlo derivaba en una negrura que llenaba toda su visión.

– Carlisle... de verdad a mí también me gustaría creer que es una equivocación... pero dime entonces cual es la respuesta a esta imagen. ¿Por qué ha venido así de la nada? – Explicó mi cuñada. La oscuridad aumentó aun más. – Alice estaba buscando pistas con respecto al intruso... – Comenzó Edward, y se cayó repentinamente, atando cabos sueltos. – La visión no ha venido porque sí... – susurré tan bajo que apenas pude escuchar mi propia voz. – Claro que no. – Dijo Edward. – La persona que ha venido aquí es la que probablemente esté ahora yendo hacia Juneau. Si no es que ya esta allí. Y Alice – Se volvió hacia la hermana. – Tuviste la visión porque esa mujer estuvo aquí... la pudiste ver porque se mezcló en nuestro destino. En cuanto decidió mezclar el suyo con Renesmee, se borró de tu vista, pero su intrusión aquí te dejó el tiempo suficiente para que lo pudieras ver... Carlisle, todavía a mi lado, asintió. Entonces era cierto, Nessie estaba en problemas. Ahora sí no había esperanza alguna de donde agarrarse, aunque eso era algo que ya sabía. Una ira asesina arremetió fuerte contra mi pecho. Una ira que no había sentido en más de siete años. Un calor muy diferente al que sentía cuando me alimentaba, comenzó a inundar mi cuerpo, logrando que mis músculos se tensaran y que cada una de las células de mi cuerpo quisiera defender a los que amaba... a mi niña, por sobretodo. – Debemos ir a Juneau... Traerla de nuevo, antes de que eso que vio Alice pase... – Supliqué a Edward. Mire a mi cuñada y le pregunte – ¿Cuánto tiempo tenemos? Ella volvió a desenfocar sus ojos ocres, en parte oscuros por la sed, y también por el pesar que tenía ahora mismo. Navegó poco más de dos segundos en futuro, y luego volvió con nosotros. – No tenemos mucho tiempo... tal vez pase en menos de una semana. La decisión ya esta tomada, y por eso la imagen ha venido tan nítida, pero el tiempo no fue establecido. – Declaró, muy segura de su veredicto. – Entonces todavía tenemos tiempo para interferir. – Dijo Edward, algo más aliviado.

– Creo que tendríamos que partir mañana mismo... hay muchos factores que podría interferir y cambiar la visión, o el tiempo trascurrido para que pase. – Alice se frotaba las sienes, como si tuviera un inmenso dolor de cabeza. – Pero les aviso que a partir de ahora no podré ver nada más. Esta escena ha venido a mí por lo que dijiste Edward... la espía mezcló su destino con el nuestro, pero ahora lo ha hecho con el de Renesmee, y eso si que no podré verlo... Debemos apurarnos. Y el aire cambió sustancialmente ente nosotros. – Creo que solo debemos ir Edward y yo... – Comencé. – No podemos llamar mucho la atención en Juneau. Si lo que sea que la esta acechando nota que estamos allí, podría acelerar sus planes. – No pueden ir ustedes solos... – Dijo Carlisle, preocupado. – No, yo iré con ustedes. – Afirmó Alice. – Me necesitaran, aunque no pueda ver el futuro de Renesmee, puedo ver el nuestro. Si me concentro lo suficiente para eludir los puntos ciegos que produce Nessie, sabré si alguien se percata de nuestra presencia en el norte. – Jasper no te dejará ir sola si sabe que es peligroso. – Explicó Edward. – Él no tiene porque enterarse de los detalles de nuestra partida... – Dijo la vampira, mirando a los ojos a su hermano. – No, Alice. – Interferí de nuevo. – Esto es un asunto de Edward y mío, es nuestra hija la que esta en problemas, y jamás te pediríamos que te expusieras a un peligro así. – Aunque luego rectifiqué – No si existe otra manera de solucionar las cosas. – Te equivocas si crees que me voy a quedar aquí muriendo de preocupación, sin saber si volverán o no. Y te recuerdo que esa niña es también mi sobrina, aparte de tu hija... – Me contestó, un tanto alterada. Entendí en ese momento, que no era la única que estaba muriendo de preocupación. Los cuatro, de pie en esa playa desierta, estábamos al límite de la locura por saber si Renesmee se encontraba bien. – Escúchenme bien... esto no será fácil. Si no queremos llamar la atención, será mejor que solo vayamos nosotros tres. – Comenzó Edward, al que podía ver como refinaba el plan que ya había

comenzado a tranzar en su mente. – Pero probablemente ninguno se querrá quedar atrás, en especial Jasper y Rosalie. Claro, en cuanto Rose supiera que Renesmee corría peligro, seguramente se dispondría a salir corriendo lo más pronto posible. Ambas lo haríamos, juntas, si fuera necesario. Rose, que amaba tanto a mi hija como si fuera de ella. A quien consentía, y por quien había cambiado tanto. ¿Cómo impedir que Rosalie me ayudara, si seguramente estaría igual de angustiada que yo...? – Pero no es eso lo que queremos – Prosiguió mi esposo. – Lo que quiero decir... es que de debemos mentirles a todos. – Miró a su padre. – Carlisle, tú te quedarás aquí. Si vemos que la situación se sale de las manos, recién ahí pediremos la ayuda de ustedes. Igualmente podremos contar con Tanya y los demás, no están muy lejos de Juneau. Mi suegro asistió, conciente de que esta era la mejor forma de rescatar a nuestra hija, sin poner en riesgo a toda la familia. – Alice... – Comencé. – Sí estas decidida a engañar a Jasper, tiene que ser algo realmente bueno. Debes convencerle que no estaremos en peligro en ningún momento, y que la traeremos tan pronto nos sea posible. – No te preocupes, Bella. Se como hacerlo. Y entonces pensé en Jacob, que se encontraba del otro lado de la costa. ¿Qué le diríamos a él? Si nos acompañaba, sería un refuerzo, pero interferiría en las visiones de Alice, un gusto que no podíamos darnos. Como si me estuviera leyendo mi mente, Edward comenzó a hablar. – Jacob tampoco debe saber nada. – Me miró a los ojos. – No es seguro que nos acompañe. Debemos ir la menos cantidad de nosotros posible. – Sí – Asentí. – Yo me encargaré de eso, Edward. A pesar de todo, sentí que estaba traicionando a mi mejor amigo. A él, que lo había dado todo por mí, mil veces, y que me había cuidado cuando estaba indefensa. No solo era mi hija para él. Ella era la razón de su existencia, el único pilar que le permitía seguir vivo. La cura para todo el daño que le causé en es pasado.

¿Cómo podía ahora dejarlo al margen de esto, si mi felicidad y la suya dependían de la misma persona? Yo corría a salvarla, y él haría lo mismo si lo supiera, pero no podía formar parte de esto. Eso sería comprometer más aún la seguridad de Renesmee, y no podíamos permitir que eso pasara. – En cuanto lleguemos a casa, llamaré al aeropuerto. – Dijo Carlisle. – Hijo, por favor, si las cosas se complican, deben comunicarse con nosotros. Ahora no estoy del todo seguro que vayan ustedes solo. – Observaba a Edward como si fuera la última vez que lo vería en su vida. Eso logró aumentar mi ya enorme temor de que no teníamos oportunidad alguna. – Sé que ustedes son muy poderosos, y que es poco probable que los encuentren con la guardia baja, pero no sabemos con que se van a encontrar en Juneau. – No tenemos tiempo para averiguaciones, padre. – Contestó Edward. – Renesmee esta en peligro. Mi esposo tomó fuerte mi mano, afianzando la idea de que solo nosotros podíamos detener lo que sea que estuviera por pasar. – Jasper no objetará nada, pero Rosalie desconfiará... – Anunció Alice. – No podremos engañarla. – Entonces tendrá que quedarse aquí, a pesar de que comprenda la magnitud del asunto. – Dije. A pesar de que nos encontrábamos refinando el plan, en ese momento, cada segundo que pasaba me parecía un desperdicio valioso de nuestro limitado tiempo. – Entonces no olviden... – Repitió Edward. – Les diremos que no pudimos seguir el rastro, pero que solo por precaución traeremos al Renesmee a casa. – Todos asentimos. – No la llamaremos a ella tampoco. Si la están acechando muy de cerca, es probable que esa persona se entere de nuestro plan. Llegaremos a Juneau y volveremos en el primer vuelo que podamos tomar ¿Entendido? Y sin decir más, nos sumergimos de nuevo en el agua fría. Esta vez, sentí que el frío se hundía dentro de mis huesos inmortales. Algo imposible, ya que mi temperatura era más templada que la del mar. Era todo psicológico. No demoramos más de unos minutos llegar al otro lado. Y en efecto, Jacob nos estaba esperando. Tan silencioso y al acecho, tal cual lo habíamos dejado no tenía idea cuanto tiempo antes.

No podría llegar a decir si se percató de nuestros semblantes azotados por el pánico, porque intenté disimular lo más que pude. Aunque claro, yo no era buena con esas cosas, y seguramente Carlisle, Edward y Alice pudieron hacerlo mejor. Ya era muy tarde. La oscuridad dominaba por completo el cielo, y la luna no había salido, porque los nubarrones eran inmensos. Bajo esa oscuridad, en la que a pesar de todo me resultaba muy fácil ver, Jacob tomó su forma de hombre. Lo hizo detrás de unos arbustos, que siendo lobo no lo llegaban a cubrir por completo, pero en el proceso de su transformación a humano, lo fueron ocultando. Salió de detrás de ellos, vistiendo como siempre, su solitario pantalón corto. – ¿Qué es lo que ha pasado? –Preguntó. No sabría decir exactamente a quien. Mi mente estaba demasiado embotada como para percibir esas cosas. Edward fue el que contestó. – No hemos encontrado nada. El rastro se pierde en dirección al norte. No creo que sea más que el paso de un nómada, Jake. – Hablaba con tanta tranquilidad y certeza, que de no ser que sabía la verdad de las cosas, seguramente le hubiera creído. – Además, Alice generalmente tiene visiones cuando los nómadas se acercan, y esta vez no ha visto nada. De verdad creo que no hay nada de que preocuparse. Jacob frunció los labios. Al parecer no esperaba recibir esa respuesta. Sin embargo, tras sopesarlo un segundo, relajó el gesto. – Me parece bien. Aunque claro, con los chicos ya nos habíamos ilusionado ante la posibilidad de matar una sanguijuela. Suspiré pesadamente. Jacob nunca iba a cambiar. – Lo siento, Jake. Pero esta vez no será necesario. – Edward sonrió. No sabía como era capaz de hacerlo. Me costaría años ser tan buena fingiendo como él. Conociéndolo como lo conocía, sabía que se estaba derrumbando de miedo por dentro. – Aunque iremos por Nessie, solo por las dudas. Jacob cambió el gesto. Por un momento, pensé que no habíamos logrado engañarlo. Y que en tan solo una cuestión de segundos, se daría cuenta de que era todo una farsa, que en realidad Renesmee estaba el peligro, y que bajo ningún concepto él se iba a quedar atrás.

Pero su reacción fue diferente a mis conjeturas. Se mostró muy relajado y asistió una vez. – Me parece bien traerla de nuevo. Voy con ustedes. – Dijo, tal convencido, que el temor volvió a invadirme. Edward titubeó lo justo y preciso. – De verdad no creo que sea necesario. Solo estaremos en Juneau el tiempo suficiente para explicarle como vienen las cosas y para cerrar el departamento. – Explicó. – Probablemente estaremos de vuelta en una semana. Quizás tu quieras emplear ese tiempo para preparar la bienvenida. Mi esposo terminó su frase con una nueva sonrisa. Como invitando a Jacob a aceptar su alternativa. Este dudó unos cuantos segundos, pero encontró lógica en la recomendación de Edward, por lo que contestó: – Me parece bien. Me quedaré aquí, y arreglaré todo para su regreso. – Y también sonrió. Experimenté un retortijón violento en mi estomago helado. La culpa se estaba haciendo presente. Miré para otro lado, para que mis ojos no se convirtieran en los delatores de la fachada que acababa de crear mi esposo. – ¿Cuándo partirán? – Continuó mi mejor amigo. – Mañana mismo. – Contestó Alice. – Es mejor que lo hagamos lo antes posible, porque cuanto más rápido esté con nosotros, más fácil será reacostumbrarme a los puntos ciegos que ella y tú crean en mis visiones. Si mi corazón latiera, en ese momento seguramente estaría pasado de revoluciones. Jacob no era ningún tonto, y la verdad es que me costaba mucho trabajo creer que lo estábamos engañando. Era tarde, seguramente más de las diez de la noche. – Deberíamos regresar a la casa, seguramente Esme y los demás están preocupados. – Dijo Carlisle. – Sí, lo mejor será que regresemos. – Dije. Intentando no mirar a Jacob. El hombre lobo asistió por ultima vez, y giró la mirada hacía mí.

– Mañana estaré en tu casa, Bella. Para despedirme, tú sabes. – Dijo. Con todas mis fuerzas, intenté sonreír. – Te espero, Jake. No creo que consigamos vuelo para la mañana, así que pasa. De verdad, no hay nada de que preocuparse. Luego corrió hacia los matorrales nuevamente, y antes de que pudiéramos darnos cuenta, ya se encontraba corriendo en cuatro patas de nuevo, camino a La Push. En cuanto el hombre lobo no era más que un punto intermitente en el horizonte, reemprendimos la vuelta. Al cruzar el umbral, todos estaban esperando por nosotros, en especial Esme y Rosalie, que estaban cruzadas de brazos, visiblemente preocupadas por nuestra tardanza. – ¿Qué es lo que ha pasado? – Exigió mi rubia cuñada, sin esperar que iniciemos nuestra coartada para marcharnos. – La pista se pierde luego de cruzar hacia la otra costa. Es una mujer, he tenido una visión. Una nómada, que ha sentido todos nuestros efluvios y se pregunta porque estamos todos juntos. – Exhibió Alice rápidamente. – ¿Existe algún peligro? – La interrogó Jasper, incluso antes de que su compañera terminada de hablar. – No prevemos ninguna complicación, pero será mejor que estemos todos unidos, por lo que iremos a buscar a Renesmee. – Confirmó Edward. Seguramente leyó una pregunta en la mente de Jasper, porque dijo: – Es solo una precaución. El rastro va camino al norte, pero eso no es señal de nada. Nessie tendrá que entender la situación. Jasper no era como Jacob. Era de esperar que desconfiara. Pero Alice había predicho que la única que nos causaría problemas era Rosalie, y no el vampiro con cabellos del color de la miel. Antes de dar tiempo a la reacción de nadie, Alice habló. – Edward, Bella y yo iremos a buscar a Renesmee. La traeremos ni bien consigamos un vuelo de regreso, y no antes de ponerla al tanto de todo y de cerrar su apartamento. – Explicó pausadamente con su vocecilla de pájaro.

Jasper la observó detenidamente. Casi era palpable el análisis que estaba realizando de la situación. Estaba evaluando las posibilidades de que fuera peligrosa la realización de ese viaje. Me sentí mucho más culpable que al mentirle a Jake. Edward y yo no teníamos derecho a separar a Alice y a Jasper. Lo peor de todo es que ni siquiera era capaz de alimentar mis propias esperanzas. El miedo solo dejaba la fuerza suficiente para pasar ese momento. Que con cada segundo se estaba desdibujando en los contornos. Si no supiera que mi cuerpo inmortal era incapaz de hacer eso, creería que estaba apunto de desmayarme. – No veo ningún problema para este viaje. – Acotó por ultimo mi pequeña cuñada. Al hacerlo, llevó sus delicadas manos a su cabeza, como hacía cuando intentaba ver una visión del futuro. Pero yo sabía que si estaba viendo algo, no sería nada bueno. Aunque su semblante se mantuvo relajado en todo momento. Tuve miedo de que, conociéndome todos los otros miembros de la familia, se empecinaran en acosarme a mí, sabedores de que era tan mala mentirosa como Emmett lo era para las sutilezas. Carlisle, de pie en la estancia, no emitía ningún comentario. No podía hacer otra cosa más que imitarlo, sabedora de que si habría la boca, todos nuestro esfuerzos serían en vano. Dejé que Alice y Edward se encargaran de todo el asunto, despejándonos el camino con unas cuantas mentiras. Era obvio que Carlisle estaba molesto por tener que mentirles a todos los demás, pero no podía negar que esa era la única salida posible. Aunque había quedado claro que dejar partir a Edward le dolía prácticamente lo mismo que si fuera entregar a Esme a los Vulturis. A medida que fue haciéndose más de tarde, el plan de mi esposo y mi cuñada parecía perfeccionarse con cada minuto que pasaba. Emmett no se inmutó en ningún momento y Esme, tan propensa a conservar siempre la fe, se relajó inmediatamente Edward aseguró que todo estaba bien, tanto era lo que confiaba en él. Jasper se retiró un momento con Alice, en el cual, la pequeña vampiresa pareció haberlo convencido. Me hubiera gustado saber que

fue lo que le dijo, porque el semblante de mi cuñado cambió para mejor en esos minutos que estuvieron lejos de nosotros. Solo había una pieza que se estaba oponiendo a encajar. Rosalie. No había parado de mirarme durante toda la noche. Sus ojos, tan oscuro como lo estaban los míos, lograban demostrarme que de verdad ella no caía en nuestro juego. Sin embargo, en ningún momento dijo nada. Solo se dedicaba a seguirme con la mirada en cada paso minúsculo que daba por la estancia. Durante el resto de la noche, cuando nos hallábamos solos, me fue imposible relajarme. Por primera vez en siete años y medio, me encontré incapaz de rendirme ante el fuego de pasión que representaba el cuerpo de Edward. No hicimos el amor. Estábamos los dos demasiado preocupados como para hacerlo. – Tengo miedo. – Le dije, con los ojos irritados ante la incapacidad que tenía de llorar. – No hay nada de que preocuparse. – Me tranquilizó. Pero tanto él como yo sabíamos que no era cierto. No hubiéramos montado tal puesta en escena si las cosas de verdad estaban tan bien. Pero mi miedo no tenía nada que ver con mi propia supervivencia. Para nada. Solo tenía miedo de que le ocurriera algo a ese ser tan perfecto que era mi hija, tan dulce, tan inocente. Estuvimos abrazados hasta que el sol salió. No pude evitar pensar que estábamos perdiendo un tiempo realmente valioso, y que cuando llegáramos ya sería demasiado tarde, pero como me dijo Alice una vez, se viaja más rápido en avión que corriendo. Ambos estábamos tendidos en nuestra cama, y a pesar de que no sacamos la vista el uno del otro, sabía que nuestras mentes no estaban presentes en esa habitación. Ni bien fue posible, mi marido se puso a realizar las reservas necesarias para nuestro viaje. Solo hizo un par de llamadas, y todo terminó listo. – De acuerdo, por favor, anótenos en el vuelo que salga más pronto posible. – Decía, con un tono completamente persuasivo.

Del otro lado, se oía la voz interpersonal de la empleada de la compañía aérea que le contestaba rápidamente. – Señor Smith, el vuelo más próximo al destino deseado sale a hoy a las nueve y media de la mañana. – Sí, de acuerdo. Me parece bien. Le paso el número de mi tarjeta de crédito... – Finalizó Edward y luego cortó. Perfecto, todavía no eran ni las seis. Teníamos tiempo de sobra para prepararnos, y llegar a Juneau acerca del medio día. Edward reservó los pasajes, y de inmediato preparamos algo de equipaje. No teníamos planeado llevar demasiadas cosas, más que una muda de ropa y dinero y los documentos necesarios para movernos por Alaska. En eso estaba, en medio de la preparación de todo eso, cuando alguien tocó a la puerta de mi dormitorio. – Adelante. – Dije, un poco extrañada. Generalmente nadie aparte de Edward, Renesmee o yo entrábamos allí. Rosalie cruzó la puerta con esa belleza tan propia de ella, adelantándose llena de gracia hacia la parte de la habitación donde me encontraba realizando mi tarea. Se detuvo, y me observó una mínima fracción de segundo. Desde luego, su belleza era algo a lo que una nunca termina de acostumbrarse. Al igual que la noche anterior, sus ojos seguían de un negro tan profundo como el carbón, en completo contraste con su piel de mármol y su pálido cabello rubio. Me quedé pasmada una mínima fracción de segundo, antes de recobrar la compostura. – Iré de caza. – Anunció. – ¿Quieres venir conmigo? Emmett fue ayer y yo no tenía ganas en ese momento, pero no quiero ir sola ahora. Suspiré profundamente. Claro que era una trampa. Pero negarme solo serviría para alimentar más sus sospechas. Sopesé durante un segundo rendirme, y directamente dedicarme a soltarle como era todo, pero luego me di cuenta de que ese no era el mejor camino. – Sí me esperas un segundo, termino con esto, y luego partiremos.

Para coronar mi mala suerte, Edward no estaba en la casa. Había salido a terminar sus propios asuntos para irnos. Maldije a Alice en mi fuero interno por no avisarme exactamente el momento en el que me confrontaría. Y la verdad era obvio que lo hiciera conmigo. En esos años, habíamos desarrollado una amistad, que si bien no se comparaba bajo ningún concepto con la que tenía con Alice, era muy cercana. Lo más cercano que se podía estar a una persona como Rosalie. Ella y Edward tenía caracteres demasiado diferente como para llevarse bien, y sus conversaciones acaloradas terminaban generalmente en una discusión, que solo lograba que no se dirigieran la palabra por varios días, para luego reconciliarse, ante la insistencia de mi dulce suegra. Cuando ya no pude posponer más el momento de partir, me deslicé a su lado, y ambas bajamos la escalera hasta la parte de atrás de la casa. Pude sentir como mi escultural cuñada me clavaba la vista en la espalda, y como de un momento a otro, comenzaría a hablar de que sabía la verdad acerca de todo lo que estaba pasando. Nunca había cazado con Rosalie, por lo que no tenía idea cual era su táctica, y mucho menos que tipo de animales prefería, aunque en aquel momento eso debería haberme importado muy poco. Alice no dijo nada al vernos pasar la puerta trasera, y lo único que pude hacer es dedicarle mi mejor cara de odio. Ella por su parte, movió sus labios, gesticulando una patético “Lo siento”. – ¿Te parece bien que vayamos hacia el sudeste? – Dijo, sacándome de mi ensimismamiento. – Hoy no tengo ganas de cazar ciervos. Quizás hallemos un puma o algo mas entretenido. Asentí sin decir una sola palabra, y corrimos a toda velocidad entre la vegetación, que no perdía los contornos ante lo rápido de nuestra carrera. Tal vez se debía al estrés por lo delicada de la situación de mi hija, o a la ansiedad de estar con Rosalie en un momento como ese, pero lo cierto es que, a pesar de saber que era necesario alimentarme, no estaba para nada con ánimos de hacerlo.

En ningún momento me pude dejar dominar por mi instinto de caza. Pero intenté, por lo menos, enfocarme en la necesidad de saciar mi sed. Rosalie se adelantó, más que seguro envuelta por ese efluvio animal que se encontraba adelante nuestro. Mi cuñada se había salido con la suya, había encontrado el puma que deseaba cazar. Se acercó lentamente, como si estuviera dando un paseo por el bosque a la luz de la mañana nublada que se cernía sobre las montañas. Incluso el puma era capaz de apreciar la belleza inhumana de mi acompañante, y eso quedaba demostrado en la forma en la que el animal enfocó sus enormes ojos castaños en la figura esbelta de la vampiresa rubia. Se agazapó, pero era en vano, pues no tenía la mínima posibilidad ante nosotras. Arañó el aire, en un débil intentó de dejar en claro que ese era su territorio. Estaba asustado, y sabía que iba a morir. Ella se adelantó solo un paso más, antes de saltar sobriamente sobre su presa, y colocar sus labios sobre el punto palpitante de su cuello. Me adelanté, dejándola sola un momento mientras finalizaba su caza. Cerré los ojos y busqué una presa fácil y rápida, que me alimentara y me permitiera volver a casa, antes de que a Rosalie se le diera el momento justo para confrontarme. Apenas un kilómetro más al sur, pude encontrar lo que estaba buscando. Un grupo pequeño de ciervos estaban marchando por el bosque. No les di tiempo a nada. Corrí a lo máximo de lo que era capaz, y tomé el más grande que había entre ellos. Los demás, asustados por lo que acababa de ocurrir, se dispersaron, y comenzaron a huir cada uno para un lado distinto, más predispuestos a salvarse a ellos mismo, que a permanecer unidos. Bebí del animal hasta que sentí que ya no podía más. Era una presa grande, y por lo tanto llena de sangre, que me permitió atenuar el ardor que consumía mi reseca garganta. Cuando levanté la vista, Rosalie ya se encontraba cerca. Apoyada con toda su divinidad sobre una roca enorme y plana. Al verla a los ojos de nuevo, el dorado refulgente predominaba sobre todos los demás planos agraciados de su rostro, combinando muy bien con la tonalidad de su magnifica cabellera.

– Creo que tú y yo tenemos que hablar... – Dijo, y frunció los labios levemente. Caminó un poco más hacia mí, y quedamos las dos erguidas, una en frente de la otra, separadas por poco menos de un metro. Suspiré, justo lo que me esperaba. – ¿De verdad quieres saber como son las cosas? – Pregunté, ya que no tenía caso andar con rodeas. – Prefiero la verdad antes de engañarme a mi misma. – Respondió, visiblemente enojada. – La verdad, Rose, es que la situación en más delicada de lo que admitimos. Algo está acechando a Renesmee, y debemos ir a buscarla antes de que la visión que tuvo Alice se vuelva realidad... – Dije rápidamente, y las palabras me sonaron como si estuviera vomitando acido. – No debieron engañarnos, podríamos ser de ayuda. – Explicó. – Las cosas solo se pondrán peor si vamos todos. Edward y yo queríamos ir solos, pero Alice dice que la necesitaremos, pues ella podrá ver si algo pasa a través de los puntos ciegos. – Yo quiero ir, Renesmee es como mi hija, creí que tú mas que nadie lo entendería... – Desvió la mirada hacia el prado, evitando mirarme. Me acerqué, y tomé su mano. Fue una buena señal que no lo impidiera. – Escúchame, Rose. Entiendo como te sientes, pero las cosas no pueden empeorar, ni nosotros arriesgarnos a que lo hagan. – Hablé despacio, procurando no hacer que se moleste. – Sé que quieres a Nessie como si tú misma la hubieras dado a luz, y eso es algo que agradezco enormemente, porque tú fuiste la que me apoyó, cuidó y veló por mí mientras ella estaba en mi vientre. – Entonces, ¿Por qué no permites que vaya con ustedes? – Preguntó. – Porque si vamos todos, eso podría alertar a cualquiera que estuviera vigilándola. Debemos llamar lo menos posible la atención. Lentamente, fui viendo como la lógica ganaba a su enojo.

– Eres una de las primeras personas a las que le confiaría a mi hija, Rosalie. – Le dije, esperando que con eso me entendiera. – Pero esta vez no puedo pedirte que me acompañes y te arrojes a lo desconocido. Volvió la mirada hacía mí, y pude ver el miedo que dilataba sus pupilas doradas. Por un segundo, su rostro, tan diferente y tan parecido al mío al mismo tiempo, me resultaron exactamente iguales. Ambos eran el reflejo del abatimiento. – Solo tráela de vuelta. – Susurró. Y para mi total sorpresa, se acercó y me abrazó. – No dejes que nada malo le pase a Renesmee. El gesto me agarró con la guardia baja, era algo que nunca hubiera esperado de Rosalie. – Eso es lo que haremos, Rose. – Y levanté mi mano para acariciarle la cabeza. No estuvimos mucho más tiempo en el bosque. Luego de un momento, decidimos volver, corriendo a la misma velocidad a la que habíamos llegado. – ¿Le has dicho a alguien lo que sabes? – Le pregunté luego de un rato. Rosalie puso los ojos en blanco. – No, Bella. Ni siquiera a Emmett. No lo haré si eso es lo que quieren. Pero tienes que prometerme que si las cosas se les salen de las manos, nos avisaran. – Dijo. – Eso es lo que tenemos planeado hacer. Pero Alice ha sido bastante clara. Si hacemos las cosas rápido, todo saldrá bien. Al llegar a casa, vi que mi marido ya había terminado con nuestro pequeño equipaje. Tenía los ojos dorados, el también había ido de caza. No se sorprendió en lo más mínimo al verme entrar con Rosalie, al parecer Alice ya le había explicado todo, o simplemente lo había visto en su mente. – Jacob está por llegar. – Anunció, luego de acercarse y besarme. Asentí, y también me preparé mentalmente una vez más para realizar mi farsa. Había que ver lo mucho que habían cambiado las cosas.

Ayer por la mañana estábamos todos sentados en el sofá de la estancia, buscando algo que hacer, extrañando a Renesmee y disfrutando la tranquilidad con la que transcurrían los días. Hoy, menos de veinticuatro horas después, teníamos que volar a Juneau a toda carrera, poner a salvo a nuestra hija y, para colmo, hacerlo sin que sospeche de ello la mitad de nuestra familia y el pobre Jacob. No habían pasado ni dos minutos, cuando el automóvil de mi amigo se escuchó transitar por el camino de tierra de la mansión Cullen. Salí al porche a recibirlo, intentado llevar en mi rostro una sonrisa, que seguramente se parecía más a un dolor de muelas. Sin embargo, en no notó nada. Estaba tan feliz por el hecho de que Renesmee iba a volver, que se había vuelto inmune a las malas percepciones, y ese era el motivo por el que no reparaba en nuestras expresiones. Eso me hizo sentir más culpable. Genial. El hombre lobo nos vio completamente preparados, y sonrió aún más. – Hola, Bella. Menos mal que llegué a tiempo. – Dijo. – No te preocupes, igualmente no nos íbamos a ir sin despedirnos. – Le expliqué. – Esta bien, no hay problema. – Suspiró. – ¿Qué tienes preparado para cuando vuelva Nessie? – Le pregunté, en un afán de mantener un poco la conversación, sin que note que en realidad no quería hablar. – Todavía nada. Pero ya se me ocurrirá algo para recibirla como Dios manda. – Contestó muy alegre. – Estoy segura de eso. Jacob no se demoró demasiado en la casa. Solo el tiempo suficiente para despedirse. Antes de las ocho de la mañana, el auto ya estaba listo, con nuestros bolsos de mano cargados, y los pasaportes y documentos, que rezaban nuestros nombres, pero apellidos diferentes.

La despedida con el resto de nuestra familia no fue muy emotiva, al fin y al cabo, no tenían idea de que nuestra ausencia se podía prolongar por tiempo indeterminado. Mi corazón de madre me decía que Renesmee estaba bien, por ahora. Era un presentimiento fuerte y persistente, pero que estaba rodeado por esa premonición desgraciada que Alice había anunciado. – Adiós a todos. –Dije, antes de subir al auto, en el garaje de la casa. Rosalie, la única que estaba enterada del plan, aparte de Carlisle, me dedicó una última mirada suplicante. Alice y Edward se despidieron con la misma candencia que yo. Ocultando en sus rostros la incertidumbre de saber cuando volveríamos a verlos. El Volvo se puso en marcha inmediatamente mi esposo giró la llave en el contacto. Una última mueca de despedida fue lo que vi de mis seres queridos, antes de que la curva en el camino de tierra girara y ocultara la casa en la que había pasado los mejores siete años de mi existencia. La carretera estaba inhóspita. Era un día de semana, y el tráfico entre Forks y Seattle no era muy recurrido. También era temprano, el verdadero movimiento no empezaba hasta no llegar el mediodía. Edward pudo acelerar todo lo que quiso en ese desierto, mientras las finas gotas de lluvia golpeaban contra el parabrisas. Los primeros minutos de nuestro viaje fueron silenciosos, en donde la tensión ocasionada por las despedidas volvía al ambiente tan rígido que se hubiera podido cortar a punta de cuchillo. Estaba al lado de Edward, sentada en el asiento del acompañante, mientras que mi cuñada estaba atrás, observando el paisaje que dejábamos a nuestras espaldas a una velocidad impresionante. – Alice – Dijo mi esposo finalmente. – ¿Puedes ver algo más? Edward se refería a la atacante, y Alice la entendió, por lo que respondió pausadamente. No sin antes observar el futuro. – Todavía no. Pero llegaremos a Juneau sin ningún inconveniente. – Repasó con sus dorados ojos el horizonte que estaba contemplando en su mente. – Nos veo caminar por un patio enorme, lleno de humanos. Estoy segura de que es la universidad de Alaska. – ¿Ves a Renesmee? – Pregunté.

– Sabes que no puedo hacerlo, Bella. – Dijo ella, frotándose las sienes. Otra vez tenía dolor de cabeza. – Pero la visión termina allí. Seguramente se encuentra en ese lugar. – Perfecto. – Dijo Edward. – Eso quiere decir que llegaremos con tiempo a Juneau. Me relajé un poco. No tenía más remedio que confiar en las visiones de Alice. Dejamos el auto en el aeropuerto. Como siempre, Seattle estaba rodeado de unos nubarrones enormes e inconstantes, pero que lograban camuflarnos entre los humanos. Por las dudas, vestíamos largos impermeables que nos cubrían casi por completo. Llegamos con un poco más de media hora de anticipación, y cuando presentamos los boletos y abordamos el avión, aun tenía al poco de miedo. ¿A dónde no teníamos que dirigir primero? Seguramente al departamento. Aunque conociendo los horarios de mi hija, sería más seguro que fuéramos directamente a la universidad. Eso era una desventaja, porque ninguno de nosotros había estado antes allí, y se nos dificultaría buscarla entre todos esos humanos. Pero la visión de Alice otra vez fue a mi encuentro. Ella había visto que la encontraríamos en un patio enorme. ¿Cuál era la mejor forma de decirle que era lo que estaba pasando? No quería asustarla, y seguramente Edward y mi cuñada tampoco. Pero no contábamos con tiempo para ser sutiles. Mi esposo, sentado a mi lado, tomó mi mano, y la apretó fuertemente, mirándome solo una vez, con sus ojos dorados desbordados por la preocupación. Asentimos el uno al otro, en un intento de darnos coraje mutuamente. En ese momento, el piloto anunció que el aeroplano ya estaba por despegar, y solo pude pensar en algo. “Resiste, Renesmee. Mamá y papá están yendo por ti.”

XXII Sin Rastro El viaje a Juneau fue de lo más estresante. Muchas cosas invadían mi mente y todo me resultaba confuso. Si no fuera porque sabía que soñar era algo imposible para mí, al menos de una forma literal, dado que no era capaz de dormir, hubiera pensado que todo formaba parte de una pesadilla horrible, la más realista de todas, en las cuales confundes ese reino imaginario con la realidad. Esas pesadillas que dan giros insospechados de repente, sumergiéndote de lleno en emociones violetas y exasperantes. Nada tiene sentido en ellas, y lo único que puedes hacer es gritar, aunque el miedo se había llevado esas reacciones reflejas de mi cuerpo, incapacitándome para hacerlo. Pero tenía que asumir que esa no era una pesadilla, todo lo que estaba pasando era verdad, y lo tenía que enfrentar. Lo único que podía hacer, era desear que estuviéramos actuando con el tiempo suficiente para que todo terminara bien. La cabeza no dejaba de darme vueltas, imaginando todas esas cosas que no quería traer a mi mente de un modo consciente. Imágenes que destruían la poca calma que había ido construyendo a lo largo del día, basándome en la esperanza que tanto Edward como Alice intentaban infundirme. ¿Pero como confiar en sus palabras, cuando ellos mismos las expresaban con escasa seguridad? ¿Cómo permitirme a mi misma no tener miedo si todo lo que ellos decían estaba teñido con la nota del pánico que intentaban disimular? A pesar de que en un primer momento me había parecido una buena idea dejar a toda nuestra familia atrás, ahora estaba dudando de mi resolución... ¿Y si todo resultaba ser una treta? ¿Y que tal si en realidad la visión de Alice no había sido más que un señuelo para que nos arrastráramos corriendo por Renesmee? Claramente eso es lo que haríamos, porque preferiría arder mil veces en una pira antes de que alguien le tocara un solo cabello a mi hija... No podíamos llegar tarde, esa no era una opción.

Porque Renesmee tenía que estar bien, esa era la única posibilidad que podía darse, nada la lastimaría, y si alguien lo intentaba, tendría que vérselas con Edward y conmigo. El escenario en el que me encontraba, la primera clase del avión, resultaba turbio y fuera de foco. No porque algo anduviera mal con mi visión, para nada. Sólo que no podía prestarle mayor atención a nada. De vez en cuando, emergía a la realidad, solo porque la incertidumbre me daba una breve tregua, en la cual la esperanza intentaba dominar mi cuerpo. Fracasaba, desde luego. Estábamos sentados los tres en una sola fila. Yo estaba en el medio, y Edward a mi izquierda, enfrentando al pasillo. En las ocasiones en la que no volaba a la deriva, pude ver como la aeromoza no podía parar de mirarlo, e incluso podría decir que intentó coquetearle, pero eso era algo que no me preocupaba en lo más mínimo, dado los otros acontecimientos. Si hubiera sido otra la situación, tal vez me habría molestado, incluso me hubiera puesto de pie para decirle que no sea tan evidente, pero no tenía tiempo para esas estupideces... Toda mi mente, demasiado amplia, estaba concentrada en Juneau, en que el maldito avión se moviera lo suficientemente rápido para poder llegar y abrazar a mi niña hermosa, a la mas poderosas de las razones de mi existir, tenerla entre mis brazos y protegerla de aquellos que osaran hacerle daño. Ante lo difícil que me resultaba mantenerme callada, decidí entablar una conversación con mi cuñada, sentada a mi lado, y quien justo en ese momento, intentaba ver el porvenir. No era mucho lo que podía hacer, sus visiones no nos ayudarían en nada sustancial de ahora en adelante, solo podría captar lo suficiente como para no dar pasos en falso, pero nada que pudiéramos usar para asegurarnos de manera irrevocable que mi hija estaría bien. Al verla tan tiesa, tan concentrada e inmóvil, una sensación de Deja vu azotó mi mente. La escena que me hacía creer que esa situación ya la había vivido, había pasado muchos años atrás, también en un avión. Sucedió cuando nos lanzamos a lo desconocidos con Alice. Dispuestas a llegar a Volterra con el tiempo suficiente. Esa era exactamente la misma situación que ahora. La pena era la misma, el dolor se presentaba de la misma forma, cerniéndose sobre algo que amaba demasiado, y que si desaparecía, también yo debía hacerlo. Porque si algo malo le pasaba a mi pequeña, solo un camino podría seguir, morir justo después de ella.

Aunque el recuerdo que tenía en ese momento estaba envuelto por esa capa molesta que rodeaba toda mi memoria humana, pude asociar la misma sensación de pánico, el mismo dolor, plasmado en esa situación, y también en la que estaba viviendo en ese preciso momento. Por eso, y por los misterios que envolvían todas las cosas que estaban ocurriendo, no pude evitar preguntarme algo. ¿Tenían los Vulturis algo que ver con esto? Ese no parecía su estilo. Aunque hacía mucho que había aprendido que ellos tenían un doble discurso. Se jactaban de protectores de las reglas, pero su forma de actuar demostraba lo contrario. Si había algo que Aro codiciaba era el poder, el poder del clan Cullen. Les temía tanto, que era mucho más fácil verlos plasmados en todas esas cosas que me daban miedo. Después de todo, ¿Quién otro más intentaría desafiar a los Cullen? El aquelarre que en todos esos años se había convertido en una leyenda entre los inmortales. Las palabras viajan más rápido que el viento. Evidentemente. Muchas versiones con respecto a nosotros circulaban por ahí, unas más inverosímiles que otras, pero todas concordaban en que éramos los únicos que habíamos sobrevivido a una condena de los Vulturis. No había en todo el mundo, vampiro o aquelarre que haya sobrevivido una vez que los vampiros italianos se dispusieron a destruirlo. Pero ellos tenían excusas para todo. No actuaban a la ligera. Cada uno de sus pasos estaban completamente justificados con una razón, valedera o no. No se iban a andar con vueltas si lo que querían era a Renesmee. A pesar de que muchas sensaciones humanas habían desaparecido, en ese momento sentí como si estuviera a punto de vomitar, el estomago me daba vueltas, podría jurar que sentía un hormigueo en la garganta, que nada tenía que ver con la sed. Estaba demasiado nerviosa como para poder hacer otra cosa que pensar en todas las posibilidades que podrían ocurrir.

Las imágenes se sucedían una a la otra, con demasiada rapidez y violencia. En esos instantes, en los que sentía que la agonía consumía mi cuerpo, solo pude pensar en mi hija... Mi hermosa bebé... Siete años había estado a mi lado. Había procurado protegerla, mimarla en todos los sentidos, velando porque nada le pasara... amándola como solo una madre puede amar, resguardándola de la maldad del mundo. ¡Era demasiado buena y frágil para resistir a las amenazas! ¿En que estaba pensado cuando la dejé marcharse de mi lado? Eso es lo que ella deseaba. Deseaba probarse a si misma algo. ¿Cómo no concederle ese deseo, cuando habíamos pasado toda su vida dándole lo que quería? Si mis ojos hubieran estado capacitados para llorar, seguramente habría estado haciéndolo a lágrima viva, porque toda la pena y el dolor que sentía en ese momento, estaban instalados en mi pecho, prácticamente apuñalándolo. ¿Cómo podía suceder esto ahora...? El avión avanzaba kilómetro a kilómetro, pero no me parecía que fuera lo suficientemente rápido. Tras esa evaluación, solo pude ponerme más nerviosa, por lo que distraje a Alice, a pesar de que sabía que estaba haciendo algo importante. – Alice... – Pregunté. – ¿Cómo hiciste para engañar a Jasper? – El tema todavía estaba rondando en mi cabeza. Porque Emmett era demasiado relajado, y al final de cuentas, creería lo que Rosalie creyera. Él no había sido una amenaza. Esme, que siempre era la más optimista e intentaba no alarmarse en vano fue, desde luego, con la que más fácil fue hacerlo. Su predisposición a confiar en cada una de las palabras de Edward actuó como una gran ventaja para nosotros. Sin embargo, Jasper era un desafío... De seguro había sentido mi desesperación mientras Edward y Alice montaban toda la puesta en escena. Ellos eran buenos en eso, pero yo no, desde luego que no. Se giró hacía mí y sonrió con suavidad.

– Bueno, tiene más que ver con el hecho de que Jazz confía mucho más de lo que debería en su don. – Dijo, para mi sorpresa. Lo sopesé un segundo, pero no encontré lógica en sus palabras. – No te sigo. – Contesté perpleja. – Veras, Bella. Tanto Jasper como Edward, – Dijo, a lo que mi esposo respondió mirándola. – Confían demasiado en lo extra sensorial de sus dones. No se detienen a pesar en que las emociones o los pensamientos que pueden estar percibiendo puedan ser falsos. Pude comenzar a hacerme una idea de cómo había logrado engañarlo. – Quizás esto se aplique más a Jasper, que no percibe palabras o pensamientos, sino solo emociones. – Continuó. – Ustedes se han dado cuentas las muchas veces en las que testea el clima emocional. – Señaló. – Bueno, él cree que al hacer eso, recibe una buena visión de la cosas, pero lo cierto es que es vulnerable en ese sentido. Si tienes la suficiente convicción, es fácil fingir cualquier emoción, desde el miedo, hasta la paz interior. – Se escogió de hombros. – Él cree que no es posible, que no se pueden ocultar emociones, pues estas se manifiestan inconscientemente en nuestro fuero interno. Ese es su error. En más fácil de lo que se puede llegar a imaginar. – Finalizó. – Entonces ¿Quieres decir que fingiste un estado de jovialidad mientras hablabas con él, para que no creyera que estaremos en peligro? – Susurró Edward. – Básicamente. En realidad, simplemente fingí naturalidad. El me ama, y confía en lo que le digo. No me recriminó nada porque le prometí que todo estaría bien... – Asistió su hermana. – Eres la criatura más peligrosa de todo el planeta. – Señaló mi esposo, aunque no había la mínima pizca de gracia en su hermoso rostro. – Sin embargo, tú fuiste un problema, Bella. – Dijo mi cuñada. – Jasper sintió tu miedo y tu desesperación, eso casi nos cuesta el éxito del plan. No te culpo. – Prosiguió. – Pero por suerte, todo el mundo sabe lo fatalista que eres... Y no me resultó tan difícil convencerlo de que era otro de tus ataques exagerados de preocupación. Al fin de cuentas eres una madre, no importaba lo delicada que fuera la situación, es de imaginar que estuvieras preocupada...

– ¿Pero como eres capaz de esconder el miedo y las dudas? – Le pregunté, ignorando casi por completo su acusación hacía mí. No iba a comenzar una discusión con Alice por eso. – Es fácil cuando no tienes otra alternativa. – Contestó en un susurro. – ¿Recuerdan cuando me fui al tener la visión de los Vulturis? Edward y yo asistimos una vez secamente. A ninguno de los dos le apetecía recordar esas épocas. – Bueno, ahora es lo mismo, Edward. – Dijo la vampira mirando a su hermano. – Tú viste en mi mente la visión en la que me veía dando tumbos por la selva amazónica. – Mi esposo asistió. – Eso quería decir que en el momento en el que decidí que tenía que encontrar una solución, las visiones vienen solas. Veras...visto desde ese punto de vista puede resultar algo lógico, pero si te pones a analizar las cosas, es como un círculo sin principio ni fin. ¿Solemos esperar a que las visiones se originen por las acciones? ¿O actuamos de acuerdo a lo que vemos por mis visiones? Por eso, en ese momento era necesario que ustedes no tuvieran consigo conocimientos del futuro, no más que los necesarios. – Se detuvo un segundo a pensar. – Y aquí es lo mismo. Oculté todo lo que sabía en un intento de salvarnos. Pero esta vez lo oculte de ellos, y no de ustedes. Amaba a Alice, con toda mi alma, y estaba tan próxima en mi corazón como lo estaban Edward, Renesmee y mis padres, pero en ese momento me dio miedo. Su poder me daba pánico. Todo lo que ella era capaz de hacer no tenía comparación con respecto a nosotros. Lo que hacíamos Edward, Jasper, Renesmee o incluso yo, eran trucos infantiles comparándonos con ella. Su don podía ser codiciado por cualquiera, no solo por Aro. Cualquiera en el mundo de los inmortales estaría deseoso de tener en sus manos la llave a los acontecimientos futuros. Tal vez se dio cuenta de que el miedo inundó mis ojos, porque sonrió tiernamente del modo en que solo ella era capaz. – No importa lo que pase, siempre estaré con ustedes. Tal vez piensas que seré capaz de abandonarte de nuevo, si veo que esta vez no haya posibilidad alguna de salvarnos. – Susurró, apenada. – Pero se cual es mi lugar en el mundo, Bella. Está con ustedes. Me sentí mal al hacerla creer que no confiaba en ella. No era cierto, confiaba en Alice con toda mi alma, pero tenía miedo, que en uno de

sus designios secretos, nos estuviera ocultando algo de sustancial importancia. – Solo cuéntanos todo esta vez... – Susurré también, en el murmullo constante del avión. – No hay más nada que decir. – Contestó. El resto del viaje estuvimos en silencio, y hasta que el aeroplano no aterrizó firmemente en la pista del aeropuerto, no volvimos a dirigirnos la palabra. De repente, nos dimos cuenta de que ninguno de nosotros había pensado en que llegados a Juneau, no tendríamos ningún tipo de movilidad. – Podemos correr, no me importa. – Afirmé, frustrada. – Son solo diez kilómetros. Era cierto. No era mucho lo que separaba el aeropuerto de la cuidad. – Vayamos hacía el departamento de Renesmee, después veremos como podemos movilizarnos. – Afirmó mi esposo. – Robemos un coche. – Propuso Alice. – No tenemos tiempo. – Me parece bien, hagámoslo. – Convine. En ese momento, no me interesaba el modo en el que pudiéramos llegar. Solo era importante que estuviera cerca de mi hija dentro de los próximos minutos, sino enloquecería. La gente no paraba de mirarnos. Por lo que se dificultó nuestro intento de robo. Cada vez que Alice y Edward se acercaban lo suficiente a un coche, había alguien que observaba sus semblantes divinos. Eso solo logró irritarme. ¿Acaso la gente no podía simplemente meterse en sus asuntos? En diez minutos, Alice, Edward y yo estábamos a bordo de un viejo Chevrolet, camino a la cuidad. Manejamos a toda la velocidad a la que el viejo automóvil nos lo permitía. – Alice, concéntrate de verdad... – Dijo Edward mientras conducía. – Necesito que me digas que es lo que tenemos que hacer.

Su hermana contemplaba el futuro, inmiscuida en él con total atención. – Hay decisiones que están cambiado, Edward. – Murmuró con los ojos cerrados. – Las cosas no están tan claras como hace un par de horas. – ¿Qué demonios significa eso? – Pregunté, agobiada. – ¿Qué es lo que ves? – No podemos perder tiempo, Alice. – Musitó mi esposo. Aceleró aún más, y el motor se quejó estrepitosamente. Recordaba con total claridad la dirección en que Renesmee tenía su departamento. Edward dio un par de vueltas más sobre la calle, y rápidamente localizamos el edificio. Por suerte, Carlisle había guardado un juego de llaves del que nos hicimos dueños antes de partir de Forks. Bajamos por la rampa que nos conducía al garaje. Sin ni siquiera esperar un segundo, bajé del auto. No había nadie en el lugar, no tenía nada que aparentar. Me deslicé a gran velocidad hacia la puerta del ascensor. Mi corazón, a pesar de no latir, estaba lleno de miedo e incluso frenético, aunque de hecho eso era imposible. Edward y Alice se colocaron a mis espaldas solo un segundo después. Sabía que ellos estaban igual de nerviosos que yo, solo que intentaban mantener la calma, para que mis niveles de histeria no aumentaran más de lo necesario... – Tranquila, Bella. – Susurró Edward, sujetando mi cintura. – Seguro ella esta bien. Debe estar en la universidad ahora. Hemos llegado a tiempo, nada malo le pasará. El ascensor abrió sus puertas, y solo pude entrar con mayor rapidez en él, sin contestar a la afirmación de mi esposo. Alice marcó el tercer piso con rapidez. Las puertas se cerraron, y el artefacto comenzó a elevarse. Para nuestra mala suerte, alguien lo detuvo en el segundo piso.

Una mujer de unos cuarenta años se encontraba en el palier de su apartamento. Nos observó con un gran interés, especialmente a mi marido y a mí. – Disculpe, estamos apurados, necesitamos subir al tercer piso. – Dijo Edward con tu habitual tono cortés. Ella realizó un análisis mas intenso de Edward, lo observaba atentamente. Aunque no había en su mirada el habitual interés que casi todas las mujeres sentían, su evaluación respondía a otra cosa. – Lamento entrometerme, pero si buscan a Renesmee, ella no ha estado aquí por varios días. – Contestó aquella mujer. Claro, era el increíble parecido con Nessie lo que estaba mirando en Edward. – ¿Conoce a Renesmee? – Preguntó Alice. – Sí, yo vivo en este piso, y somos vecinas, una niña adorable. Muy buena y compasiva. – Contestó ella. – Nosotros somos sus primos. – Comentó Edward rápidamente. Había estado bien que inventara algo, el parecido entre mi hija y su padre era demasiado grande como para negar que fueran parientes. La mujer asistió una vez, como mostrándose de acuerdo con las palabras de Edward. – Mi nombre es Elizabeth, mucho gusto. – Se presentó. – Edward es mi nombre, y ellas son Alice y Bella. – Contestó mi marido con la educación que siempre empleaba. – ¿Sabe donde podemos encontrarla? ¿Cómo es que no ha dormido aquí en varios días? Elizabeth dudó un segundo. Al parecer, sentía haber sido indiscreta con respecto a la información que nos dio. El miedo que había conseguido atenuar levemente tras la afirmación de Edward en el garaje, se liberó nuevamente, sumiéndome en la oscuridad. ¿Por qué no se encontraba en su departamento? ¿Qué era eso de que no ha dormido en él por varios días? – Hace ya dos semanas que no vive aquí. – Confesó entonces la mujer. – Al parecer le afectó mucho la desaparición de su amiga. Creo que se encuentra en la casa de unos amigos.

¿Desaparición? Entonces recordé algo que había pasado por alto. Hacía unas semanas algo había salido en CNN. La desaparición de una chica en Juneau. Recordaba el artículo, el nombre era... Michelle White. ¿Esa chica era su amiga? ¿En la casa de quien estaba durmiendo ahora? Edward se mantenía imperturbable, su rostro estaba completamente inexpresivo, y Alice intentaba hacer lo mismo. Era la única de los tres a la que le estaba costando un esfuerzo muy grande controlarse. – ¿Conoce usted el lugar donde mi prima está ahora viviendo? – Preguntó entonces mi esposo, casi en un susurro. – No podría decirle la dirección exacta, solo sé que la casa de sus amigos se encuentra en Douglas. – Informó. El ascensor continuaba parado en el segundo piso, con la mano de Edward apoyada sobre la puerta para que esta no se cerrara. – Si nos disculpa, igual subiremos al apartamento. – Dijo Alice. – Sí la ven díganle que la espero en cualquier momento para que podamos tomar algo. – Sí, se lo diremos... – Susurró Alice, tan bajo y con el gesto tan frío, que tuve mis serias dudas de si sus palabras había sido audibles para la humana. Elizabeth no dijo nada más, y simplemente se limitó a asentir una vez con la cabeza. Nos acomodamos de nuevo en el cubículo para poder subir hacía el tercer piso. Cuando las puertas se abrieron, algo no estaba bien. Algo no encajaba en ese ambiente, y desde luego, eso significaba que había problemas Miré a mi esposo y a mi cuñada, y vi en sus ojos la misma duda que seguramente estaba en los míos. El efluvio de mi hija era nítido, tan dulce y suave como la miel. Se encontraba presente en casi todo esa ante sala que precedía al departamento. Dominaba entro todos los aromas que había en ese

lugar, pero no era el único. Había otros, tan desconocidos como obviamente pertenecientes a vampiros... ¿Vampiros? ¿En el departamento de mi hija? Una profunda cuchillada de dolor se incrustó en mi pecho. – ¿Qué son esos efluvios? – Pregunté, con la voz prácticamente tomada por el terror. – No los conozco, no pertenecen a ninguno de nuestros amigos... ni a ninguno de los Vulturis. – Murmuró Edward, que ahora estaba demasiado asustado como para simular algo de compostura. Respiré profundo, intentado reconocerlos yo también, pero tampoco se parecían al que había aparecido cerca de la casa. Estos eran completamente diferentes a cualquiera que hubiera olido antes. Ninguno de los dos era el que había estado tan cerca de Forks. Ese no tenía ningún parecido a estos. Me sentí inútil al no encontrar una respuesta a todo aquello. ¿Cómo podía ser que no estuviera en el apartamento hace ya dos semanas? Nos había llamado casi a diario y contado que todo marchaba bien, que deseaba volver a casa para pasar unos días porque nos extrañaba... ¿Cómo era que de repente las cosas estaban así de mal? ¿Por qué nos había mentido? ¿Sería prisionera de alguien desde ese tiempo? ¿La estaban obligando a mentirnos para que creyéramos que todo estaría bien? ¿Si no fuera por la visión de Alice, no nos hubiéramos enterado jamás de nada? Mi mente era demasiado amplia, y si bien una parte le decía a mi cuerpo que se calmara, la gran mayoría de ella estaba consumida por el pánico. – Edward... – Conseguí susurrar a pesar de todo. – Lo sé... – Dijo. – Esto es raro. Avanzamos por la antesala, y Alice introdujo la llave en la cerradura. Estaba muy concentrada, atenta seguramente a las posibilidades que nos esperaban en esa excursión. Al entrar al apartamento, vimos que todo estaba apagado. Las persianas bajas, las cortillas corridas, los muebles cubiertos

. La mujer, Elizabeth, tenía razón. La pista más certera de todo eso, era que los efluvios, tanto en el recibidor como dentro de la casa, tenían varios días de antigüedad. El lugar no estaba siendo habitado, ni por Renesmee, ni por nadie. Caminamos un poco más, atentos ante cualquier cosa que pudiera aparecer repentinamente en ese escenario. Entramos a la cocina, la revisamos, todo en busca de alguna pista o señal en todo ese embrollo, Edward registró la sala, y Alice el estudio. Al final, nos dirigimos juntos a la habitación. El closet estaba prácticamente vacío. Se había llevado casi toda su ropa. – ¿Por qué se ha ido de aquí? – Preguntó Alice. – La desaparición que mencionó aquella mujer... – Dijo Edward, pensando. – Salió en las noticias... – Sí, eso mismo pensé yo. – Respondí. – ¿Por qué no nos contó que una de sus amigas había desaparecido? Eso era algo muy grave. Peligroso. El caso todavía era seguido por los noticieros, y no habían encontrado ni la mínima pista que condujera a la policía a la solución de caso, y mucho menos a localizarla. Alice y Edward se miraron el uno al otro, conjeturando acerca de esa información que Renesmee había preferido ocultar. En un segundo comprendí la idea que se estaba formando en su mente. ¿Creían que Nessie tenía algo que ver en ella? – No. – Respondí secamente, enfadada con ellos. – Ella no tiene nada que ver con la desaparición. Seguramente no nos dijo nada para que no nos alarmemos y la hagamos volver a Forks. – Conjeturé yo también. Evaluaron un segundo mi postura. – Tienes razón, cariño. Fuimos unos tontos al desconfiar de ella... ¿Pero porque no esta aquí? – Admitió Edward. – Solo que estoy demasiado preocupado...

Se acercó a mí y me abrazó estrechamente, pegándome a su cuerpo con amor y ternura. Eso no bastó para que todas las sombras que se cernían sobre nosotros disminuyeran su poder sobre mí. – ¿Y que hay de eso que dijo esa tal Elizabeth? ¿Habrá ido realmente a la casa de sus amigos? – Preguntó Alice. – Hemos hablado con ella hace dos días, y todo marchaba bien... – Dijo Edward. – ¿En que otro sitio puede estar si la visión que tuviste se desencadenó recién ayer? – Sí eso es verdad. – Contestó su hermana. – Pero sigue sin tener mucho sentido... Sigue sin explicar por qué dejó el departamento. Algo ha pasado, Edward. Algo no anda bien... Pensamos los tres un segundo la respuesta a esa pregunta. – ¿Qué haremos ahora? – Inquirí. – ¿Dónde la buscamos? – ¿Qué otro lugar tenemos donde ir más que la universidad? – Dijo Alice. – Entonces vayamos, no perdamos el tiempo... – Convino Edward. Revisamos un poco más el departamento, a la espera de encontrar alguna otra cosa que nos guiara hacia una conclusión concreta en ese caos. No había mucho más por descubrir, en él solo estaban esos efluvios pertenecientes a desconocidos, y lo único que podíamos afirmar, era que los vampiros extraños y Renesmee se encontraban todos al mismo tiempo, porque los rastros tenían la misma intensidad, y se disminuían en el ambiente al mismo tiempo. ¿La habían obligado a marcharse con ellos? Nos deslizamos a gran velocidad por las escaleras, dispuestos a llegar al auto lo más rápido posible. Lo abordamos, y salimos a la fría calle nuevamente. La universidad se encontraba en el centro de la cuidad, y Edward condujo lo más rápido que pudo hacía ella. Ciertamente, el auto que habíamos conseguido no era muy veloz, pero tampoco hubiera servido de mucho estando la calle tan concurrida. Por primera vez en toda mi existencia, me lamentaba por no poder conducir con mayor velocidad. La preocupación y el miedo gobernaban cada una de las células de mi cuerpo. Me era imposible pensar con claridad. Todos los espectros

presente en mi mente gritaban en señal de preocupación. Una preocupación que parecía veneno, más ardiente que la ponzoña que corrió por mis venas hacía tantos años. Incluso ese dolor, insoportable y también inolvidable, pues lo tenía grabado en mi mente como si en realidad hubiera soldado el recuerdo a mi cabeza, resultaba leve al compararse con el sufrimiento lacerante que era saber que quizás podría perder a mi Renesmee... ¡No! Ni siquiera debía pensar en eso. La recuperaría, la tendría en mis manos, y la abrazaría por horas, recuperando así todo el tiempo que no estuvo conmigo. Mi hija, mi tesoro más preciado, mi princesa... Los tres estábamos demasiado nerviosos como para hablar, hundido en nuestras propias conjeturas. Si no pasaba algo que nos hiciera descubrir todo lo que estaba pasando, enloqueceríamos. – Alice, intenta ver... – Musitó Edward, apretando con excesiva fuerza el volante del coche, que comenzaba a quejarse por la gran presión que estaba recibiendo. – Inténtalo, a nosotros, a donde nos llevarán nuestras decisiones... – Solo puedo ver la universidad. – Contestó rápidamente cerrando los ojos. – Y oscuridad... ¿Era una buena señal? Seguramente... y era todo lo que teníamos para no estar tan perturbados. Las calles, los árboles que flanqueaban las aceras, las tiendas abiertas en esa hermosa cuidad, las personas que caminabas por ella, todo estaba desdibujado, convirtiéndose en borrones casi imperceptibles, porque mis pensamientos no estaban atentos a nada más. Llegamos al campus, que se encontraba relativamente cerca del departamento de mi hija. No había nadie en la cabina que se encontraba al costado de la verja que tenía como entrada, por lo que la traspasamos sin ningún problema. El lugar era muy bello, pero no tenía ni el tiempo ni las ganas de observarlo, todos mis sentidos estaba orientados a encontrar a mi bebé.

El primer edificio que vimos fue la oficina principal, y no sé porqué, me recordó a mi primer día en el instituto de Forks. Desde ese día habían pasado muchas cosas, y todo había cambiado demasiado. – Creo que deberíamos entrar aquí a preguntar por ella... – Dije entonces, casi susurrando. – Sí, eso es lo mejor. – Convino Edward. Pude ver en la cara de mi esposo una preocupación desmedida. No era el mismo de siempre, el que mantenía la calma, el que confiaba en sí mismo y en sus palabras, ahora estaba tan o más asustado que yo. No perdimos más tiempo y prácticamente corrimos hacia adentro del edificio. Un joven nos atendió inmediatamente. Era poco agraciado, de tez ligeramente oscura y cabello ralo y negro, al verlos entrar en la sala, su mirada se fue dilatando más y más. No fue de gran ayuda el modo en el que nos observaba. Casi se quedó perplejo al ver que avanzábamos hacía él. Por primera vez en años, estaba descontenta con el aspecto que había adquirido tras la transformación. Era molesto que el hombre se quedara mirándonos como idiota, observando nuestra belleza, y sobre todo, haciéndonos perder un tiempo precioso en el cual nos podía decir donde estaba Renesmee. Edward se aclaró ruidosamente la garganta antes de hablar. – Disculpe, estoy buscando a mí... hermana. – Mintió. – Su nombre es Renesmee Cullen, y quisiera saber en que clase podría encontrarla. No respondió, solo siguió observándonos unos segundos más, antes de girarse hacia el monitor del ordenador que tenía a unos metros de él. – Lo siento mucho, pero no puedo suministrarles esa información... – Es que usted no entiende... – Dijo Edward efusivamente. – Hemos venido a verla desde muy lejos, y necesitamos hablar con ella. Su voz sonaba muy convincente. – De verdad, no estoy autorizado para dar información acerca de los estudiantes, y eso incluye datos como horarios de clase, domicilios y todo lo demás.

– Es que venimos de la casa de mi hermana, podría darle la dirección para que la verifique y vea que no soy ningún farsante. – Contestó rápidamente mi marido. – Sepan disculparme, pero en este momento es el horario de almuerzo, por lo tanto, es lo mismo que les diga cual es la clase a la que le corresponde ir, pueden buscarla en el campus, si eso es lo que desean, pero no estoy autorizado a darles ninguna otra cosa más. – De acuerdo, la buscaremos por el campus. – Concluí. – Muchas gracias por todo. – No pude evitar la nota acida de mi voz. Maldito humano. No entendía la desesperación en la que nos estábamos hundiendo. Caminamos un poco por ese lugar. Dejamos el auto en la puerta de la oficina, y de todos modos, no podíamos conducirlo mucho más, seguramente ya lo habían denunciado como robado, y lo ultimo que necesitábamos eran problemas con la ley. El olor a humanos era muy fuerte, y la garganta que ardía tenuemente. Habría sido peor si no hubiera ido de caza, pero por suerte podía manejar la tentación. La sed estaba prácticamente en el último escalón de mis preocupaciones. Todos los adolescentes se deslizaban camino al sur, caminando tranquilamente hacía allí. Lo único que podíamos hacer era seguirlos, caminando a su ritmo, luchando con las ganas casi insoportables de registrar todo el lugar en un segundo, correr a toda la velocidad de la que era capaz para que ningún rincón en todo ese enorme campus quedara sin ser vigilado. En ese momento, mis sentidos agudos me permitieron percibir algo que pudo hacerme concebir algo de esperanzas. El efluvio dulce y refrescante de Renesmee. Estaba fresco, demasiado reciente. Pero no fue todo lo que descubrimos. Observé a Edward de costado, que también se había percatado, al igual que Alice y yo, del rastro de nuestra hija.

No estaba sola. Esos efluvios estaba presentes otra vez. Los mismos que habíamos sentido en el apartamento. Uno era muy dulce, la mezcla equilibrada entre las orquídeas y los narcisos. El otro era más difícil de identificar, como a flores silvestres y lluvia de primavera. Ambos efluvios estaban unidos al de Renesmee, como si los tres hubieran caminado uno al lado del otro. Varias ideas comenzaron a formarse en mi cabeza, pero ninguna tomó una forma concisa, porque mientras nos deslizábamos prácticamente corriendo por aquel patio, el corazón de madre me decía que la encontraría, tenía que hacerlo. – Esta cerca, su rastro es demasiado reciente. – Confirmó Edward a mi lado. Aceleramos el paso, y sobrepasamos a la mayoría de los estudiantes, que caminaban perezosamente hacía el sitio que supuse que sería cafetería. Llegamos entonces hacía un patio muy grande, lleno de sitios donde sentarse, y provisto de una fuente en el mismo centro. El rastro de mi hija era más intenso con cada paso que dábamos, las piernas me temblaban, una sensación que pensé que había desaparecido con mi humanidad, pero lo cierto es que cada segundo estaba más nerviosa. Fue entonces cuando la vi. Un flujo de felicidad inundó todo mi cuerpo, antes de que esta desapareciera al ver las dos personas que la acompañaban. Dos vampiros. Dos de los nuestros se encontraban sentados a su lado, en una postura que denotaba claramente que se conocían hacía tiempo. Ella estaba completamente relajada, e incluso la veía sonreír. La muchacha a su lado era rubia, pequeña y hermosa. El chico era muy pálido y con un rostro perfecto. Ambos eran magníficamente bellos. No pude salir de mi asombro al percatarme de otro detalle. Sus ojos eran dorados. Observé a mi esposo, que miraba la escena con la misma cara de incredulidad que yo.

Al momento de acercarnos, el chico, de cabello castaño y rasgos perfectos, se agazapó levemente, y fijo su mirada en nosotros. La chica también nos miró, para luego enfocar sus ojos nuevamente en Renesmee, que nos observaba atónita, mientras avanzábamos hacía ella.

XXIII Los Blancquarts No daba crédito a lo que mis ojos veían, simplemente eso. No había forma en que las cosas terminaran siendo así. Bueno, claramente sí la había. El sitio estaba lleno de humanos. Molestos humanos que me impidieron salir corriendo hacía mi hija y tomarla del brazo para reprenderla como claramente se merecía... ¿Qué demonios significaba todo aquello? La rodeaban dos desconocidos, dos vampiros que no había visto jamás en todos mis años de vida. Había especulado mucho en esos últimos momentos, en los que esos extraños efluvios aparecieron en el departamento... Un secuestro, por ejemplo. Cosas malas. Que minaban mi esperanza, pero que no había querido que se materializaran, porque una vez que los problemas tienen una forma concreta, es difícil hacer algo para ignorarlos. No había querido decirlo, porque Bella hubiera montado en un ataque de pánico generalizado. Tampoco había pensando en tomarlo completamente en serio, porque había pruebas suficientes para pensar que, al menos, Renesmee no se encontraba mal. Sus llamados y sus comunicaciones habían dejado entre ver que no encontraba en un peligro mayor. Pero, sin embargo, y ahora que las piezas estaban uniéndose en el rompecabezas, que ocultaba algo. Bingo. La podía ver completamente relajada, riendo y bromeando con ellos... Ahora que sabía que estaba completamente a salvo, podía darme el lujo de montar en un ataque de cólera por su irresponsabilidad, por su estupidez... Solo bastó un segundo para que su expresión cambiara. Puedo explicarlo... Fue lo primero que pensó Renesmee cuando nos vio acercarnos hacía ella.

Como si esa no fuera la explicación que toda adolescente daría No sabía en el lío en el que estaba metida En ese momento se había puesto nerviosa, porque nos veía avanzar con total tranquilidad... Una tranquilidad falsa, obviamente. Sus padres... – Pensó la vampiresa rubia. – Nessie es exactamente igual a él... Avanzamos junto con Bella y Alice, indiferentes a los adolescentes que nos observaban como si fuéramos bichos raros. Hacía tiempo que no sentía esa sensación, ya me había desacostumbrado de nuevo a la vida de instituto o de la universidad. ¿Qué no tenían otras cosas que hacer? El torrente de pensamientos, al que desde luego también me había desacostumbrado, inundó mi mente, conviviéndola en un embrollo. La vida tranquila que habíamos tendido esos últimos siete años, había originado que la sensación de tener demasiadas voces en mi cabeza se tornara molesta. “Son igual de hermosos que los Blancquarts...” Pensó una chica, que caminaba en dirección a la cafetería. Pero yo no podía sacar los ojos de mi hija, la hermosa niña de ojos color chocolate que estaba de pie a escasos metros de mí, a la niña de papá, al tesoro más grande que la vida nos había regalado a su madre y a mí... ¿Cómo había ocultado algo como aquello? ¿Quiénes eran esos vampiros que estaban con ella? ¿Por qué se mostraban tan cordiales y amistosos? Finalmente llegamos a ellos, que nos observaban como si fuéramos fantasmas. No avancé mucho más que unos metros, manteniendo la distancia entre nosotros y ese grupo tan particular que tenía de integrante a Nessie. Sabía que si me acercaba, perdería por completo el control. La primera en recuperar la compostura fue la chica, que le dedicó una mirada al otro vampiro...

El chico miró a mi hija una vez, antes de volverse completamente a nosotros. “¿Sus padres?” – Pensó rápidamente. Rememoró una conversación que habían tenido. Vi claramente todo lo que mi hija le había contado. Estaban sentados en un claro, y la tarde caía lentamente sobre ellos, a medida que el sol desparecía por el horizonte, y la noche gobernaba en el cielo cubierto de nubes, más fascinado estaba él con ella. Había un deje de nostalgia en ese recuerdo, él lo veía como un momento en el que todo era fácil, donde las complicaciones que gobernaban su mente, algo atormentada, no había aparecido todavía. Sabían a la perfección quienes éramos, todos nosotros, no solo mi esposa, Alice y yo. Eso me generó una sensación de desventaja. Nosotros no teníamos ningún tipo de datos, y ellos estaban muy bien informados... Renesmee continuaba mirándonos en un estado muy cercado al shock. Nuestra visita era algo completamente inesperado para ella. Temía a nuestra reacción, estaba asustado por lo que nos había ocultado. Había mentido... Nos había ocultado cosas... Renesmee no era así, nunca lo había sido. Bella no pudo contenerse, e intentó acercase a ella. Se separó de mi lado, y quiso correr a sus brazos. La detuve, porque no quería que estuviera cerca de ese par desconocido. Se giró, mirándome a los ojos, como si estuviera suplicándome que la soltara. No podía, simplemente no podía hacerlo. Si la dejaba ir, me arriesgaba a que algo malo pasara. Nuestra hija contempló la escena, y entonces fue ella la que avanzó, dejando a los dos chicos atrás, que también estaban nerviosos. Lo leía en sus mentes. Cuando consideré que no había peligro, liberé a mi esposa, que estrechó a Nessie a su cuerpo con fuerza. Era mucho más baja que nuestra hija, pero eso no evitaba que la escena se viera maternal. Renesmee correspondió al abrazo, y mi esposa la obligó a descender

hacía su altura, para que la cabeza de Nessie descansara sobre su hombro. – ¿Por qué no estas viviendo en el departamento? ¿Te das cuenta del susto enorme que nos has hecho pasar? – Le dijo casi histérica. – Lo... siento, mamá... – Contestó. – No fue mi intención. – Estás metida en un lío enorme. – Dije en un susurro, que sin embargo fue escuchado por todos nosotros. Bella deshizo el abrazo en el que la había encerrado y la miró a los ojos. – Nos debes muchas explicaciones, Renesmee. – Sentenció con el mismo tono severo que yo estaba utilizando. Nunca me había imaginado estar en un rol como aquel. El del padre severo que reprende a una hija que no se comporta como debería. – Puedo explicar todo, por favor. No se enfaden... – Susurró Ness, también. – ¿Qué no nos enfademos, Renesmee? – Dije, perdiendo la calma. Nunca había estado tan asustado en toda mi vida. – ¿Te das cuenta de lo preocupados que hemos estado estas horas? Fuimos al departamento en que se supone que debes vivir y estaba cerrado. – Ya no podía disimular la frustración y el enojo. – Explícame, señorita, a que se debe esto, y quiero una explicación razonable, una que no me obligue a tomarte del brazo y llevarte arrastrando ahora mismo a Forks... Las últimas palabras me salieron todas juntas, demasiado apresuradas. El pecho me subía y bajaba por la efervescencia que había utilizado al hablar. Una estudiante que merodeaba cerca me observaba, y seguramente escuchó todo lo que dije. No era raro que se impresionara, al fin de cuentas, aunque estaba hablándole a mi hija, ella veía a un chico que discutía con una muchacha mayor que él. Que parecía mayor que yo. Pero no fue Renesmee la que contestó, sino la chica, que se adelantó hacía nosotros con total confianza. No tenía miedo de nosotros. – Disculpa, pero no es necesario que te alteres. – ¿Se estaba burlando de mí? – Nosotros fuimos los que le pedimos a Nessie que viniera a casa, no le hacía ningún bien estar sola. – Dijo con una voz completamente relajada. – Y nuestra casa dispone de todas las

comodidades para que ella pueda pasar el tiempo que desee allí... Es bienvenida el tiempo que considere necesario a nuestro hogar. No pude evitar fulminarla con la mirada, cargado de ira y frustración, como estaba. Pero ella no dio señal alguna de retroceder o sentirse cohibida. Me observaba como si acabara de preguntarme la hora y aguardara la respuesta. Entonces pude observarla bien. Era rubia y pequeña, solo unos centímetros más que Alice. Muy hermosa y graciosa. Me recordó bastante a Rosalie. Su voz sonó segura en todo momento, sin una pizca de miedo o nerviosismo. Los humanos caminaban prestándonos demasiada atención. Nos observaban a los seis, de pie en medio de ese enorme lugar. Seguramente presentábamos un cuadro algo hostil. Alice y yo estábamos un poco alejados del grupo, porque Bella se había acercado a Renesmee para abrazarla, y los otros dos, estaban detrás de mi hija. – ¿Quiénes son ustedes? – Preguntó mi esposa entonces. – Mi nombre es Raphael, y ella es mi hermana, Malenne. – Dijo el muchacho pausadamente, observándonos a los tres con total precaución. Su mirada estaba muy dorada, seguramente no se habían alimentado hacía mas de dos o tres días. – Vivimos en Douglas y concurrimos a esta universidad, al igual que su hija. – ¿Por qué no nos contaste de ellos? – Pregunté a Nessie. Ella me observó, con los ojos levemente empañados. ¿Acaso estaba por ponerse a llorar? “Tenía miedo de que no me dejaran quedarme en Juneau si sabían que había vampiros aquí...” Claro, desde luego que no la hubiéramos dejado quedarse... ¿Acaso estaba loca? ¿Mi hija estaba demente? ¿Cómo había sido capaz de ocultarnos semejante cosa? ¿Y si eran peligrosos? ¿Sí eran los que deseaban hacerle daño? ¿No se daba cuenta de que no todos los inmortales éramos tranquilos y pacíficos? Respiré profundamente, intentando recuperar la compostura. Rememoré la visión de Alice. En la escena se podía ver a una vampiresa de espalda. Pero no era la chica que estaba allí... Malenne.

La que corría a toda velocidad en ese claro nevado no era la muchacha rubia que tenía de frente a mí. ¿Quién era entonces, la que intentaba atentar contra vida de mi hija? Todo era un misterio, confuso y opresivo. – Estás en lo correcto, Renesmee Cullen. No tienes idea de lo que esto significa, estarás tanto tiempo castigada que te olvidarás que es lo que has hecho. Y escúchame, ahora mismo nos vamos de aquí... – Murmuré. – Las cosas se han complicado demasiado... – ¡No! – Musitó Renesmee. – No, papá. No puedo irme ahora... debo solucionar muchas cosas antes de volver a Forks. Miré a los ojos a Bella, que la había envuelto nuevamente en un abrazo. La mirada de mi esposa también se mostró confundida ante esa inesperada confesión. ¿Qué había pasado con Renesmee? Esa no era la niña que habíamos dejado partir de Forks, no era la misma que hacía pocos meses, cuando jamás hubiera mentido, y mucho menos ocultado las cosas que estábamos enterando ahora, de una forma completamente imprevisible... Había cambiado, demasiado. Podía verlo en su mente, incluso pensaba de una forma diferente. Antes, todos sus pensamientos tenían un deje infantil, muy leve, pero notorio. No es que pensara como niña pequeña, pues siempre había sido extremadamente inteligente, pero toda su mente encerraba una ternura que solo estaba presente en los niños pequeños. Pero ahora no. Sus razonamientos eran mucho más... maduros. Incluso había perdido toda esa esencia que siempre había estado presente en ellos. Algo había pasado, porque eso no era normal. Conocía el funcionamiento de las mentes, y podía ver como cambiaban constantemente, pero esto era demasiado. No había estado con nosotros poco más de dos meses, era imposible que se haya producido semejante cambio en ella. ¿A que se debía? ¿Era por ellos? Esos dos vampiros... ¿Malenne y Raphael la había hecho cambiar tanto? ¿O era otra cosa? ¿Qué la había hecho dar ese salto tan grande entre la antigua Renesmee y esta?

Sus pensamientos eran los de una persona mayor, que ha vivido cosas graves, debía averiguar que era lo que carcomía de preocupación a mi niña, a mi adorada hija. Tras un solo segundo de silencio, en el cual había sido capaz de procesar toda esa información, Bella respondió a su declaración. – No podemos quedarnos, Renesmee... – Dijo. – Es mucho más grave de lo que crees... no estamos a salvo aquí. Sus pupilas se dilataron en una expresión de terror. Los otros dos vampiros también se tensaron, recorriendo instintivamente el patio donde nos encontrábamos. – El peligro no está aquí. – Dijo Alice al ver su reacción. – Algo ha cambiado, Edward. – Continuó luego. – Y no sé que tanto tengan ellos que ver... – ¿Qué es lo que pasa, entonces? – Inquirió la chica. – Exijo que me digas cual es el peligro del que hablan... A pesar de ser muy baja, colocó una de sus manos en la cintura, en una pose definitivamente autoritaria. Nos observó a mi hermana y a mí, demandando una respuesta a la anterior afirmación de Alice. – No es de tu incumbencia. – Dije entre dientes. – Nosotros nos vamos de aquí. Ahora. Ella me observó, pude notar que le había molestado el tono que había empleado. Su supuesto hermano también me observó. – No es necesario utilizar ese tono... – Contestó con tranquilidad. Me irritó. – Uso el tono que deseo... – Dije, más enojado aún. – Tú no eres nadie para decirme como debo hablar. – Creo que sí, le estas hablando a mi hermana... – Musitó, ya con menos amabilidad. Nos observamos un segundo. Hubiera sido muy fácil golpearlo por su estupidez, ¿Quién se creía que era? Él no tenía intenciones de discutir. Solo pude ver en su mente que le había molestado que le hablara a su hermana así. – Tranquilos. – Murmuró Renesmee, algo asustada. – Estamos en público. Esto es solo un mal entendido, pronto lo aclararemos.

– Eres tú la que tiene que aclarar muchas cosas, hija. – dijo Bella. – Siguen sin decirme que pasa... – Reiteró la vampiresa rubia. – Alguien esta rondando Juneau. – Dijo Alice por fin. – Quieren lastimar a Nessie, y no lo permitiremos. Aunque estaba enojado, no pude evitar avanzar los pocos pasos que me separaban de Renesmee. La tomé y la abracé fuerte. Besé su frente y aspiré su perfume. Sí, mi hija estaba conmigo, mi amor. Que miedo había sentido... Ella también me encerró en sus brazos. – Lo siento, papá. – Dijo casi sollozando. – Perdón, no fue mi intención asustarte. – No llores, hija. – La consolé. – Es solo que no te puedes ni imaginar lo que han sido estas últimas horas. Las peores que he tenido que pasar en mucho tiempo. – Se los iba a contar... Es más, quería que Raphael y Malenne fueran conmigo a Forks para navidad. – Susurró. Los dos vampiros se extrañaron al escuchar su declaración, pero sus rostros se volvieron dulces, y sonrieron. – Eso no va a ser posible, no ahora, por lo menos. – Respondí rápidamente. – ¿Pero por qué no, papá? – Dijo, mirándome. Luego se dirigió hacía Alice. – ¿Tuviste una visión, tía? ¿Cómo es eso posible? – Tampoco yo lo sé, Nessie, pero debemos hacer algo pronto. – Contestó mi hermana. – Necesito que me expliquen, por favor. No entiendo nada. Papá, mamá. – Suplicó. – No es mucho lo que pido. – No estamos en el lugar indicado, Nessie. – Dijo su madre. – Debemos irnos de aquí, a un lugar donde nadie nos pueda escuchar. – Nuestra casa está a pocos kilómetros de aquí. – Dijo Raphael. – Pueden disponer de ella como gusten. Observé su mente. Estaba preocupado... por mi hija.

¿Qué es lo que esta pasando aquí...? ¿Nessie esta en peligro? ¡No! Eso no debe pasar... Pensaba una y otra vez, aunque eso no era lo único en lo que su mente estaba ocupada, había otras cosas, un trasfondo que encerraba muchas emociones. Culpa, miedo, amor, soledad. Todas estaban allí, luchando por tomar el primer puesto y dominar entre los demás. Sus pensamientos eran demasiado protectores. Tenía miedo por lo que acabábamos de decir. Temía que algo malo le pase a Renesmee. La imagen mental de mi hija estaba plasmada en su cabeza, como si ella fuera el mismo centro del mundo... Todo eso me llevaba a un único razonamiento, pero era demasiado pronto para sacar conclusiones. Ya lo averiguaría a su debido tiempo. Él me observó, y me di cuenta de que se percató de mi intrusión a su mente. Nuestras miradas se encontraron un segundo, antes de que la desviara, y observara con un supuesto aire distraído el paisaje que nos envolvía. Inmediatamente creo una capa de pensamientos superficiales, para que no pudiera ver nada más. – ¿Dónde esta su casa? – Preguntó Alice entonces. – En Douglas. – Dijo la chica rubia, Malenne. – Son solo unos minutos en auto. Miré a mi hermana. “¿Tenemos otra alternativa, acaso?” Pensó. “Escucha, si las personas que la quieren lastimar no son ellos, nos servirán de ayuda” Tenía razón. Estos dos “hermanos” parecían lo único que teníamos como aliados. – Nuestro auto se encuentra en el estacionamiento. – Continuó Malenne, como si no se hubiera percatado de nuestro intercambio silencioso, pero me di cuenta de que había sido testigo de todo. La mente de ella era una presencia demasiado fuerte y perspicaz, incluso avasalladora. Había algo muy fuerte en esa vampiresa, un increíble poder. ¿Pero que era? – Guíennos, entonces. – Contesté al final. – Los seguiremos.

Ambos asistieron, y se pusieron en marcha. Caminaron hacía la entrada nuevamente, cerca de donde habíamos dejado el auto que robamos en el aeropuerto. Renesmee iba a mi lado, y Bella sujetaba fuertemente su mano. – ¿Quiénes son ellos? – Le preguntó mi esposa. – Es una historia muy larga, mamá. – Contestó Ness. – Cuando lleguemos a la casa de Raph y Mallie te la contaré. – ¿Por qué no nos dijiste nada, Nessie? – Insistió entonces Alice, que estaba un poco rezagada, ya que quería concentrarse y ver todas las posibilidades que nos podrían sorprender. Renesmee la miró. – No quería que se preocuparan en vano. – Contestó simplemente. – Hubieran reaccionado exactamente igual que ahora, me habrían venido a buscar corriendo. – No esta bien que nos hayas ocultado esas cosas. – La reprendió su madre. – ¿Hace cuanto que los conoces? Dudó un segundo, pero la respuesta se materializó en su mente, antes de que pudiera reprimirla. ¿Un poco más de un mes? ¿Hace tanto que los conocía y nunca había dicho nada? Aspiré fuerte, reprimiendo mis ganas de echarle en cara su inmadurez en ese asunto, y ella lo notó. – Lo siento mucho, de verdad. – Repitió nuevamente, y tomó mi mano con fuerza, en un gesto de disculpa. – ¿Hace cuanto? – Insistió Bella. – No mucho más de un mes... no lo recuerdo con certeza. – Contestó en medio de una evasiva muy evidente. Sus dos amigos, Raphael y Malenne, estaban más adelante que nosotros. Escuchaban toda nuestra conversación, por descontado, pero no emitieron comentarios. No parecían preocupados, y sus mentes estaban tranquilas, mucho más que al principio, en medio de nuestra llegada.

“¿Qué será todo esto? ¿Por qué vinieron de esta forma tan inesperada?” Pensaba la chica. “¿Un peligro? ¿Qué es a lo que se refieren? Si algo malo pasará no puedo permitir que le pase nada a Malenne, debo protegerla, a ella, y a Renesmee...” Cavilaba él. Se detuvieron en frente de un BMW M6, completamente negro. Entraron en el asiento del conductor y del acompañante. Renesmee también se metió en el, con total familiaridad. Observé a Bella, que puso cara contrariada ante el ademán de nuestra hija. Evidentemente confiaba demasiado en ellos. Máxime si se había ido a vivir a su casa. Suspiré, no pude evitarlo. En su rostro claramente se podía ver que no teníamos otro modo de hacer las cosas. Teníamos que confiar en Renesmee, y en su criterio en esta ocasión, pues era lo único de lo que disponíamos. Conducía la chica, que puso en marcha aquel espectacular auto en solo un segundo, y en otro lo hizo deslizarse como una pantera por el camino adoquinado de ese enorme campus. En cuestión de minutos, dejamos atrás la cuidad. Cruzamos una carretera, y luego nos metimos por un camino zigzagueante, muy parecido al que iniciaba antes de encontrar nuestra casa en Forks. “Edward, no puedo ver nada” Pensó Alice, dirigiendo sus pensamientos directamente a mí, como si me hablara en voz alta. “Todo a partir de ahora será demasiado confuso, ni siquiera puedo visualizar el lugar hacia donde vamos” Me concentré en su mente, y en lo que intentaba visualizar. Las imágenes eran mucho más inconexas que de costumbre. Veía la carretera, oscuridad, árboles, oscuridad... ahora todos estábamos envueltos por el futuro de Renesmee. “Intentaré ver a su alrededor, pero esto es más difícil de lo que imaginaba... aún no estoy segura sobre ellos...” Cuando decía “Ellos” se refería a estos nuevos personajes, tan extraños como intrigantes.

Juneau albergaba vampiros... eso sonaba extraño. Nosotros habíamos vivido en Alaska hacía cerca de diez años, pero jamás nos habíamos topado con otras personas aparte de Tanya y sus hermanas. ¿Cómo era posible que algo así pasara? No tardamos mucho en llegar, como había dicho Malenne, la casa estaba muy cerca. Era una mansión de tres pisos, demasiado grande para que la habitaran tres personas. Salieron del auto, y nosotros atrás de ellos. Raphael se dirigió a la puerta, sacando las llaves para abrirla. Nos permitió el paso, y avanzamos por la estancia que aparecía apenas cruzamos el umbral. Había algo en ellos que me hacía desconfiar, a pesar de que quería creer que mi hija no era ilusa. No era nada malo lo que percibía, sus pensamientos estaban plasmados de cariño hacía Renesmee, los de él en particular... Y ella, había algo detrás de ella que me estaba perdiendo, revolvía y revolvía en su mente, pero era demasiado compleja. Había algo en ella que me decía que tuviera cuidado, que me alertaba que no era una simple vampiresa... Raphael, Malenne y Renesmee se mostraron más calmados una vez que nos encontramos en ese lugar. Debía admitir que era un sitio muy hermoso, una construcción elegante, y también un poco ostentosa. No había nada en toda esa habitación que no estuviera impregnado de buen gusto. Pude darme cuenta de la mirada evaluativa Alice. Era muy propio de ella perderse en esas trivialidades durante un momento como aquel. “¿Esa alfombra es persa?” Pensó. Me aclaré la garganta ruidosamente, no sin dirigirle una mirada bastante significativa, para que se centrara. Bella sujetaba fuertemente mi mano, y yo hacía lo mismo, porque si no fuera porque ella estaba a mi lado, jamás hubiera sido capaz de mantener esa calma tan propia de mí. – Bueno, creo que ya nos pueden contar que es lo que los ha traído por aquí. – Dijo Raphael. – ¿Cuál es ese peligro que mencionaron en la universidad? – Preguntó al final.

Antes de darme tiempo a responder, fue Alice la que contestó a su pregunta. – Supongo que ustedes saben de lo que soy capaz. – Dijo, pausadamente. – Renesmee les habrá contado que tengo visiones acerca del futuro, del rumbo que pueden llegar a tomar las decisiones que toman las personas. – Explicó. Los dos chicos asistieron una vez, demostrando que sabían a lo que se estaba refiriendo mi hermana. – Nunca he sido capaz de ver el futuro de Nessie. – Continuó. – Ella siempre fue un punto ciego, la oscuridad envuelve las visiones cuando el rumbo de los demás se mezcla con el provenir de mi sobrina. Pero alguien ha cometido un error, o tal vez sea por completo intencional, no lo sé. La cuestión es que una extraña merodeó por Forks, y seguimos el rastro hasta cruzar la costa de la península. Tuve una visión que terminaba en oscuridad, y eso nos ha hecho viajar hasta aquí. – No hemos localizado ningún rastro extraño por aquí. – Dijo Malenne. – y llegar a esta casa es casi imposible si no conoces el camino que debes tomar. – Tampoco ha habido movimientos extraños en la cuidad, ni muertes misteriosas. – Analizó Raphael. – Eso no significa nada... – Me mostré en desacuerdo con ellos. – Sí vienen en una misión destinada a hacer algo específico, no darán señal alguna. Los dos hermanos se miraron uno al otro, horrorizados. – Papá, – Dijo Renesmee entonces. – Necesito que me cuentes todo. Sí alguien esta en Juneau, dispuesto a hacernos daño, debemos saber todo lo posible. ¿De que trató la visión, tía? – Preguntó luego dirigiéndose a Alice. – Una chica corría por un bosque en la noche, había nieve y pinos por doquier, la luna brillaba, y alumbraba todo el prado con su luz, – Relato mi hermana, en un susurro debido al pavor que le provocaba recordar la precisión de esa escena tan desagradable. – entonces todo cambiaba de repente, la figura se agazapaba de un momento a otro, y saltaba en dirección a una figura indefensa en el suelo... en ese momento, todo se vuelve oscuridad, y la negrura absorbe la visión por completo.

Escuchar la repetición logró que mi cuerpo se estremeciera, y que el impulso de proteger a mi hija creciera mucho más en mi interior. El centro mismo de mi cuerpo de roca tembló, de una manera inimaginable, de una forma en la que jamás pensé que ocurriría. De repente todo era ilógico, hasta que estuviera en ese lugar, un lugar donde jamás pensé que me encontraría. En la casa de los amigos vampiros de mi niña. Mi hija procesó la información que acababa de recibir. Era su destino el que estaba en juego. Se quedó parada, contemplándonos en silencio. Sus ojos se enturbiaron, meditando... “¿Qué significa eso? ¿Alguien viene por mí...? ¿A cazarme...?” – Estarás bien, hija. – Le dije, tomando su mano. – Te lo prometo, nadie te hará daño. Pero no era eso lo que la acongojaba. No era su seguridad... Era la nuestra. La de su madre, la mía, la de Alice. La de ellos... Su mente no estaba concentrada en salvarse a sí misma. Era igual a su madre... En ese momento algo rompió la tensión estática de la habitación. Un móvil comenzó a sonar, y Renesmee observó su bolso. Era el suyo. Se acercó para atenderlo. – Jacob. – Dijo al atender. – Hola, Nessie. – Dijo él. – ¿Han llegado ya tus padres a Juneau? – Preguntó. Mi hija me observó, como preguntándome que era lo que tenía que decir. Jake malinterpretó el silencio que se originó. – ¿Todavía no han llegado? – Quiso saber. – ¿O es que no sabían? Creo que les he arruinado la sorpresa... Asistí, queriéndole decir que podía decirle que estábamos con ella.

– No, amor. – Dijo con un tono de voz tan natural, que entendí como nos había engañado por tanto tiempo. – Ya están aquí. Fue una gran sorpresa. Estoy muy contenta por ello. – Que bueno, entonces. – Respondió su el hombre lobo. – ¿Cuándo volverán? Todos nos observamos, Raphael, Malenne, Bella y Alice. ¿Qué se supone que debía decirle? – No creo que tardemos mucho... – Improvisó. – Tengo que acomodar unas cosas antes de partir hacía casa. Pero pronto nos veremos, te extraño tanto. Los ojos de Renesmee comenzaron a llenarse de lágrimas. “¿Cuándo te volveré a ver, amor mío?” Pensó con miedo y nostalgia. Pero no podía responder a su pregunta. Simplemente no lo sabía. – Creo que será mejor que te deje estar con tus padres, ellos deben estar muy felices de estar allí contigo. Me hubiera gustado acompañarlos, pero creo que soy más útil aquí, preparándote una bienvenida. No puedo esperar a verte de nuevo, mi amor... – Yo tampoco puedo esperar... – Susurró. Su mirada se había tornado tan triste. – Te llamo luego. Te amo, Renesmee. Lo sabes... ¿Verdad? – Yo también te amo, Jake. No tienes idea de cuanto... – Te espero aquí, Ness. Sueño con el momento de tenerte cerca. – Confesó Jacob. – Adiós. – Adiós, amor. – Se despidió ella. No pudo más. Comenzó a llorar con tristeza. Su madre se acercó, y la tomó fuerte de la mano. La contuvo por unos segundos, intentando que no se sintiera desdichada. – Renesmee, cuando estuvimos en tu departamento, una señora nos dijo que te fuiste de allí por la desaparición de una de tus amigas... – Comentó Bella.

“Oh por Dios... ¡Por favor que no pregunte nada con respecto a eso...!” Pensó Nessie. Nuevamente no pudo evitar reprimir sus recuerdos. Una chica, la misma que había salido en las noticias hacía dos semanas. Bonita, de pelo oscuro y ojos verdes. Era su amiga, era cierto. También recordó a una niña, pequeña y muy parecida a la chica desaparecida... Michelle. A dos personas mayores. Sus padres. Pude percibir en dolor que invadía a mi hija al rememorar esa situación, el miedo, el abandono. Había algo muy malo detrás de ese recuerdo, tan triste, que pude sentirme mal por los personajes que componían la escena, el hombre lloraba, la mujer lloraba, y la niña... sufría silenciosamente. – ¿Qué es lo que ha pasado? – Inquirí. Ella me miró a los ojos, con el miedo de nuevo presente en su mirada. – Algo malo, papá. – Confesó entonces. – Algo terrible, ni siquiera puedo recordarlo. Su mente se envolvió en capas de tristeza, unas capas que querían evitar que todos esos malos recuerdos invadieran su mente. Muchas nuevas imágenes pasaban a gran velocidad por su mente, muchas eran recuerdos gratos, pude ver un centro comercial, charlas en la estancia del departamento de mi hija, y entonces acudió a su mente el último recuerdo que tenía con la muchacha humana. Pude ver a través de su memoria una cafetería, y a ella sentada con su amiga. Estaban discutiendo, la chica estaba enloquecida, hecha una fiera, gritaba demasiadas cosas, insultos a mi hija, la denigraba... “Sabes Reneesme… si estuvieras menos tiempo intentando provocar a todos los hombres que se te cruzan por el camino, podrías ver que el mundo no gira en torno a ti.” No pude evitar el gruñido que se materializó en mi pecho. – Basta, papá. – Sollozó entonces, sabiendo a la perfección lo que estaba viendo. – ¡No leas mi mente!

– Debes explicarnos. – Le dije entonces, para luego acercarme y acurrucarla en mis brazos. Ella acomodó su cabeza en mi hombro, y evitó mirarme. – No puedes pedir que no diga nada ante esa imagen. Hija por favor, confían en nosotros, somos tus padres. Cuéntanos que ha pasado. – Claro que confío en ustedes, papá. – Musitó cabizbaja. – Solo que las últimas semanas no han sido fáciles. Michelle desapareció, y Steven está internado... Si no fuera porque Malenne y Raphael estaban a mi lado, hubiera enloquecido... Miré a Bella, que estaba con el rostro surcado por la pena al ver la desolación de nuestra hija. Yo también estaba así. ¿Qué es lo que podía hacer para evitarle a mi precioso bebé tanto pesar? ¿Cómo es que alguien en todo este maldito mundo podía permitir que mi tesoro estuviera de esa forma? Sus lágrimas carcomían profundamente en mi pecho, como veneno, como ácido escurriéndose por mi cuerpo, destruyéndome lentamente. Cada suspiro lastimero que emitía era una daga, clavada en mi congelado corazón. No había nada con sentido en todo aquello. Empezando por los dos vampiros que estaban a tan solo pasos de mi familia. – ¿Cómo es que los has conocido? – Pregunté entonces a Renesmee, a quien no podía mirar, porque estaba recostada sobre mi hombro. Fue una vez más su amiga la que contestó. – Eso podemos contártelo nosotros. – Dijo Malenne. – O creo que ni siquiera deberíamos hablar, puedes verlo todo, ¿No? Ella comenzó a llenar su mente de todo lo que no sabíamos Alice, Bella y yo. Pude ver todo desde su punto de vista. “...Caminaba por el corredor que la llevaba a ella y a su hermano de nuevo al tedio insoportable de la universidad... ¿Por qué tenían que volver a clase? Los negocios de Anchorage les habían quitado una buena parte del primer semestre, pero era bueno relacionarse con alguien, aunque sean humanos que no hacen más que mirarlos como estúpidos... o al menos era mejor que estar todo el día encerrados en la casa.

Fue en ese momento, cuando un ruido extraño comenzó a sentirse en el ambiente. Era un repicar inusual. Un latido de corazón. Pero este era diferente al de los humanos que se encontraban por allí. Ella era capaz de escuchar muchos corazones si se lo permitía, pues sus oídos se agudizarían en un segundo. Éste sonaba de una forma que no era normal, era un palpitar inquieto, frenético, que parecía estar librando una carrera contra reloj, un pequeño colibrí en pleno vuelo. Y entonces ese efluvio apareció de la nada, tan cerca del pasillo que los llevaba a su siguiente clase, tan aburrida como todas las demás... ese aroma era tan extraño... nunca había sentido algo así. Era nuevo, misterioso. Incluso peligroso. Su instinto de supervivencia se disipó ante ese suceso tan extraño... ¿Había una relación entre ese sonido y ese nuevo aroma? Era embriagador, pero al mismo tiempo sutil, dulce como el de un vampiro, pero también delicioso como el de un humano, aunque no le producía sed alguna. Intentó procesar esa comparación, pero no respondía a nada que ella hubiera sentido antes. No tenía familiaridad con algo así. Miró a su hermano, que se había percatado a la perfección de todo lo ella había sentido. – ¿Qué es eso, Raphael? – Preguntó, asustada. – No tengo idea... – Contestó él, alerta. – No parece nada que haya visto en todos estos años... Avanzaron, tan precavidos como pudieron, hasta que llegaron a la puerta, donde la esencia se hacía más fuerte. Se miraron nuevamente a los ojos, sabedores de que se encontrarían con algo nuevo en absoluto. Al cruzar el umbral, actuaron con una falsa naturalidad. Caminaron hacia los únicos asientos vacíos que pudieron visualizar entre la muchedumbre humana, y entonces la vieron... Una muchacha, tan hermosa como un vampiro... pero era ese latido de su corazón el que desentonaba por completo con esa apariencia perfecta. ¿Que clase de criatura era esa chica...?” Malenne saltó la escena, hacía otro recuerdo, más reciente. Iba camino hacia el patio. Raphael la estaría buscando, hacía varios minutos que estaban separados, y la idea de estar mucho tiempo lejos

de su hermano la atemorizaba. Su hermano era la criatura más débil que conocía. Si no fuera porque ella... – Raphael me necesita... – Pensó entonces.Los vio sentados en una banca en el campus, Raphael la estaba abrazando... – ¿Nessie esta llorando? – hubiera querido correr a toda velocidad, pero los estúpidos humanos estaba atestando el lugar, observando a su hermano y a su mejor amiga, casi regocijándose con sus lagrimas...” Al llegar se arrodilló ante ella. Preguntó que era lo que lo había pasado. Claro, Michelle White. – Era cuestión de tiempo – Pensó. Estaba enojada, el comportamiento de la humana había hecho llorar a Renesmee... ¿Cómo alguien podía tener ganas de lastimar a esa hermosa pequeña?...” Otro salto. Más imágenes. “Nessie se había ido por la mañana. Maldito sol, nunca asomaba por Juneau y justo ese día tenía que hacerlo. Era tarde... ¿Por qué no había vuelto todavía? Su móvil sonó. Corrió a atenderlo, y un alivio recorrió su cuerpo cuando reconoció el número. – Renesmee, ¿Por qué no has vuelto a casa? – Preguntó. – Ha pasado algo grave, Malenne. Michelle ha desaparecido... – Dijo entonces, casi llorando.” Y eso fue todo. Malenne dejó de producir imágenes. Me observó a los ojos, y luego habló con pausa, sin inmutarse. – Ya pudiste ver todo lo que pasó, y te habrás dado cuenta de que no queremos hacerle daño. Y a ustedes tampoco. – Eso no responde a todas las preguntas. – Dije. No me había dicho demasiado. No eran motivos lo suficientemente fuertes como para poder confiar en ellos. – Te ha mostrado las cosas más importantes. – Agregó el chico. ¿Cómo sabía que me había mostrado? ¿Acaso el también leía mentes?

Bella y Alice, a mi lado, también se estremecieron ante su comentario. Busqué con la mirada a mi esposa, otra vez. No tenía miedo por mí, para nada. Estaba aterrado por ellas, por mi esposa y mi hija. Por mi hermana. – No tengas miedo, Edward. – Dijo entonces Raphael. – No puedo leerte la mente, no en el sentido estricto de la palabra. Veo cosas, sí, pero ese no es el punto más fuerte de mi poder. – Ellos no son peligrosos, papá. – Agregó Renesmee, mirándome a los ojos. – No debes temer, son tan buenos como nosotros. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Habíamos accedido a viajar hasta esa casa, había permitido que la vampiresa me mostrara todas esas imágenes... Renesmee estaba convencida de que eran buenos. Y no desconfiaba de su palabra, pero ¿Podía yo confiar en ellos? – Creo que lo mejor en todo este embrollo será que nos pongamos de acuerdo en la seguridad. Sí alguien esta por aquí, será mejor que estemos listos. – Propuso Malenne. – No tenemos idea de quien o quienes quieren atacarnos. – Comentó mi esposa. – Eso lo sabremos, pronto. – Dedujo Alice. – No importa que Renesmee cree un punto ciego. Tarde o temprano alguien tomará una decisión, y si nos afecta a nosotros, seré capaz de ver algo... por poco que sea, tendrá que servirnos como ayuda. La visión tenía lugar dentro de una semana, solo queda esperar. – ¿Crees que sea sensato quedarnos aquí esperando, para que nos den caza como a animales? – Preguntó Bella, preocupada. Rodeó la cintura de nuestra hija con sus brazos, asegurándola a su costado. Protegiéndola. – Es la única cosa que podemos hacer si queremos que esto se termine. – La contradijo mi hermana. – Bella, esto no es algo común. – Enfatizó sus palabras. – Nadie puede conocer con tanta exactitud la presencia de mis visiones. – Aro... – Susurró mi esposa. – ¿Crees que son capaces de volver a la carga tan pronto? – Le pregunté. – Solo han pasado siete años... no es nada para ellos. – El tiempo es indistinto cuando solo se quiere adquirir poder, Edward. – Contestó mi hermana. Sujetó su cabeza fuertemente. Tenía migraña

otra vez. – Sí lo que quieren es a nosotros, volverán en cuanto estén seguros que pueden ganar. – Nada ha cambiado desde hace siete años. ¿Qué les puede hacer creer que ahora tienen más posibilidades? – Inquirió Bella. – Es que no las tienen... – Musitó Renesmee. – No están en mejor situación que nosotros, ni tampoco en desventaja. No tiene sentido. Debe ser otra persona. Eso era verdad. Renesmee tenía razón. No estaban mejor que nosotros, pero tampoco en una situación de desventaja. ¿Se arriesgarían de esa forma? ¿Contradecir todas las reglas de su gran civilización? Lo habían hecho antes, desde luego, dos veces. La primera con los neófitos de Victoria, y luego con Irina. Había jugado con todos, poniéndose a ellos mismos en el papel de héroes, pero no lo eran. Conocía como funcionaba la mente de Aro, la codicia y la curiosidad eran demasiado competitivas la una con la otra. El deseaba eso que no tenía, eso que Carlisle poseía. Había miedo en su mente, un pánico que tenía una raíz que había estado presente desde el mismo momento que tomaron las riendas del rumbo de nuestra especie. ¿Cuanto tiempo les duraría el poder? Ese era el temor más profundo de Aro, y también de Cayo. Aunque no paraban de auto halagarse, pensando que nadie podría hacer esa gran tarea mejor que ellos, el miedo estaba presente, temiendo que pronto, alguien surgiera en las filas enemigas con un talento que él no podría contener con su ejército de vampiros asesinos. – Aún así, eso no cambia el hecho de que nos están por caer encima, sea quien sea, hay que estar preparados. – Murmuró Raphael. “Malenne podría irse a Anchorage... no quiero que esté envuelta en estas cosas... es peligroso, y no puedo perderla... Renesmee podría irse con ella, estarían a salvo...” Su mente estaba más concentrada en la seguridad de su hermana y en la de Renesmee que en la suya. Ya estaba planeando que cosas podría hacer para no exponerlas. Era extraña la forma en la que pensaba, estaba tan preocupado por Nessie como por su hermana. Y reconocía esa preocupación, podía darle un nombre, porque también la había sentido, la sentía.

¿Podría ser que él estuviera...? No tenía tiempo para pensar en esas cosas. Ella también pensaba en la seguridad de Renesmee... rebuscando en su mente la forma más confiable de que estemos a salvo. Se conocían hacía tan poco, y sus pensamientos solo dejaban ver una cosa. La querían. Alice había dicho en el avión que se podía mentir con el pensamiento, pero esto no parecía una farsa, detrás de sus rostros, desconocidos, había una sincera preocupación por el bienestar de mi hija. – Pueden permanecer aquí el tiempo que consideren necesario. – Dijo Malenne, al ver que ninguno de nosotros decía nada. – Esta casa es de Renesmee, por lo tanto, ustedes pueden hacer uso de ella. Sonrió a mi hija, y estiró sus pequeños brazos en su dirección. Nessie se separó de nosotros, y la abrazó. Era incluso cómico ver el cuadro, la vampiresa rubia era demasiado baja, y mi niña muy alta. – Son bienvenidos a la mansión Blancquarts. – Dijo Raphael. Hospitalarios, también. Aunque eso no hacía que mi desconfianza desapareciera. No necesité más que una mirada a mi hermana y a mi esposa para concordar que era lo mejor. No teníamos otro lugar aparte del apartamento. Carecíamos de un plan y cualquier otra cosa. Lo más inteligente era quedarse allí, porque no nos íbamos a alejar de Renesmee, y si ese era su hogar ahora, también tendría que ser el nuestro, por el poco tiempo que nos quedaríamos en Juneau. No iban a ser más que uno o dos días, mi hija tenía que entender. Pero sería el tiempo suficiente para poder resolver el misterio de estas nuevas compañías... Descubriría quienes eran los Blancquarts.

XXIVAtracciones. Estábamos decididos en confiar en Renesmee. Nuestra hija era lo único que importaba en todo ese embrollo macabro que alguien estaba creando. Moviendo hilos para arrastrarnos dentro de ese tablero indescifrable. Generaba tensión no saber quien era el o los que estaban detrás de todo. Estresaba en desmedida la falta de conocimiento, asustaba. Cada paso dado por nosotros podía convertirse en el último si no tomábamos las precauciones necesarias, y eso, desde luego, atemorizaba de un modo que antes no había sentido. Siempre, a lo largo de toda mi inmortalidad, había evitado sentir miedo, éste no se había materializado del todo concreto en mi cuerpo, pues en realidad creo que nunca valoré la vida, o mejor dicho, esta vida... No temía perderla, porque en cierta forma, hasta la menospreciaba, siempre en conflicto con ella, jamás viendo el lado positivo, si es que tiene alguno, cosa que pongo en duda, por lo menos cuando no tienes con quien compartirla. El cambio se produjo cuando Bella apareció, de repente todo adquiría un sentido que hasta entonces jamás le había encontrado. Por eso, ahora el miedo atacaba con fiereza, porque en esos momentos sí tenía algo que temer, temía por mi Bella, temía por mi Renesmee... Los regalos más hermosos que los cielos me habían entregado, los más sublimes. Mi esposa y mi hija. Culpar a los Vulturis era lo más lógico, claro. Eran los únicos que podrían plantarnos cara, porque los Cullen éramos una especie de leyenda urbana entre los vampiros. Iba a ser difícil encontrar a otro culpable, igual de temible o avasallador como ellos. Eran las sombras que podrían oscurecer nuestros días, donde la felicidad brillaba como el sol tropical un día de verano. Ellos sabían eso. Y nosotros sabíamos que éramos el único aquelarre que podía desestabilizar sus tres mil años de poderío soberbio y dictatorial. Contábamos con los amigos, con los aliados, y con los dones. Tal vez, si fuéramos otra clase de vampiros, unos a los que el poder les atraiga, ese supuesto se podría dar con más facilidad, pero no nos interesaba. Formar parte de ello no nos llamaba la atención, a ninguno de nosotros...

¿Cómo pueden personas que no desean ser vampiros ser la casta gobernante? Era ilógico, desde luego. Aunque tal vez el mundo de los inmortales estaba listo para que nadie lo gobernara. No. Eso también era ilógico. Problemas como las guerras del sur y la creación de niños inmortales aparecerían de nuevo en un abrir y cerrar de ojos. Se necesitaba una familia que predominara entre las otras, una realeza, por decirlo de alguna forma. Pero los Vulturis estaban abusando de su poder, hacía años que venían haciéndolo, y nadie parecía dispuesto a frenarlos. Nosotros no lo haríamos, esa no era nuestra tarea, a menos que nos amenazaran. De ser así, nos defenderíamos. Pero llegado el caso de que pierdan su poder, tampoco estábamos dispuestos a reemplazarlos. El anonimato de nuestro atacante era una cuestión que no debía pasar inadvertida, porque no importaba lo mucho que estuviéramos preparados, sino sabíamos a que nos enfrentábamos. Era lo mismo que no supiéramos nada, porque el factor sorpresa siempre es fundamental. Jacob tenía razón, era el mismo patrón que Victoria había utilizado, solo que ahora Renesmee implicaba una complicación más. El punto ciego que generaba en las visiones de Alice, conllevaba a que la sincronización debía ser incluso más exacta... ¿O era todo mera coincidencia? Sólo un descuido de nuestro enemigo. Un error que le había costado que mi hermana viera sus decisiones. No era probable que eso pasara. ¿Por qué había ido a Forks y luego se dirigió hacía Juneau? Eso solo podía ser una maniobra, algo que nos atrajera corriendo hacia nuestra hija. Era obvio que nos sumergiríamos de lleno en ello, que no pensaríamos en nada que no sea ella, Renesmee. Pero si había algo bueno en todo aquello, era que mi niña estaba bien. Las peores horas de mi vida ya habían pasado, y aunque el miedo que sentí en ellas ya se había ido, su espectro continuaba rondándome, de solo pensar que las cosas podrían haber tenido un desenlace terrible. La tarde ya había caído serenamente sobre Douglas cuando los hermanos nos presentaron una habitación en la que podíamos instalarnos. Era cómoda, y se encontraba en el tercer piso de su casa.

Estábamos en la habitación. Era grande, bastante impersonal, ya que hasta donde teníamos entendido, nadie la había utilizado jamás. – Lo siento, – Había dicho Malenne cuando abrió la puerta para mostrárnosla. – pero nadie ha dormido aquí jamás. Esta casa nunca ha sido habitada por más de dos personas. Los cuartos están por precaución, solamente. Alice ya no se notaba preocupada, no por ellos por lo menos. Su capacidad para ver el futuro le demostraba que podía confiar, aunque sea un poco. Estaba segura de que si algo se complicaba, podría verlo con el tiempo suficiente como para que podamos hacer algo. Por el momento, los hermanos Blancquarts no representaban una amenaza para ella, y su mente estaba ocupada en otras cosas, demasiado tontas para mi parecer. Pero esa siempre había sido parte de su personalidad. Era muy relajada para algunas cosas. En ese momento, su preocupación era poder ver el cuarto que le tocaría antes que de hecho ellos se lo mostraran. ¡Estaba preocupada por qué no le den un cuarto muy pequeño! E incluso pensaba en donde podría haber un centro comercial para ir de compras. ¿Cómo podía pensar en las compras en un momento así? ¿Cómo podía pensar en ropa, en un momento así? Sabía que mi hermana era un ser increíblemente inteligente, pero en esas ocasiones, era demasiado fácil cuestionar su cordura. Quizás se debía a que no contaba con su talento, a pesar de ver en su mente las visiones que ella percibía del futuro, el don era suyo, yo no veía nada, solo captaba el eco en su memoria. Ella era la que le daba la interpretación, la que podía comprender todas esas resoluciones detrás de la secuencia que presenciaba. También estaba encantada por la decoración, y pensaba en implementar algunos de esos nuevos estilos a la nueva casa que tendríamos en Hoquiam. Bueno, lo haría si es que regresábamos. Quería creer que sí, que volveríamos en unos días a Forks, pero primero teníamos que resolver eso que pendía sobre nuestras cabezas, decidido a atacarnos. A pesar de que se mostraban gentiles, no era de mi agrado molestarlos, y menos hacerlo cuando no terminaba de fiarme de ellos, pero Nessie había insistido en ello, y a ella no podíamos decirle que no.

Si algo estaba mal desde hacía un tiempo, al menos ellos habían estado para resguardarla. Alejando a nuestros enemigos el tiempo suficiente como para que llegáramos, y sí podía comprobar que había sido así, realmente estaría en deuda con ellos para siempre. Porque habían sido capaces de protegerla, cuando su madre y yo no lo habíamos echo. Qué estúpido que me había sentido al ver la visión de Alice, que inservible, incapaz de ayudar a mi niña, a nuestra Renesmee. No lo dudamos, la única salida era salir corriendo hacía aquí, porque no podíamos arriesgarnos a perderla, a ella no. Podíamos morir, sucumbir los dos, pero ella tenía que permanecer en este mundo. Esos chicos eran dos misterios. Dos incógnitas, casi indescifrables. Él tenía un don muy parecido al mío... no leía la mente, pero hacía algo similar. Ella tenía demasiado poder. Es algo que sabía, su mente era una poderosa presencia entre todas las que había visto a lo largo de todos esos años que tenía caminando entre los hombres y los inmortales. Había algo en ella que simplemente no podía identificar, algo que sabía que era importante, pero que de todos modos, se me estaba pasando de largo. Raphael sentía algo por Renesmee. No había pensado abiertamente en eso, no lo había visto plasmado en palabras, pero lo sabía. Reconocía esos sentimientos, porque los conocía demasiado bien. No estaban del todo definidos, pero si se encontraban rondando por su mente, y por su corazón. – ¿Qué es lo que se supone que haremos ahora? – susurró Bella lo suficientemente bajo para que solo yo pudiera escucharla. – No lo sé. – Contesté en un tono igual de inaudible. – Creo que solo podemos esperar a que pase el tiempo, si en dos días no pasa nada, nos marcharemos. – No me gustaría molestar a estos dos... chicos. – Comentó mi esposa. – ¿Crees que podemos confiar en ellos? – Dije entonces, para ver si ella pensaba lo mismo que yo. – Tú eres el que más capacitado para saber si podemos hacerlo o no. – Se escogió de hombros. – Aunque no estoy completamente segura de ello, creo que por el momento, podemos fiarnos, aunque sea un poco. – Luego me observó con sus hermosos ojos dorados. – ¿Qué es lo que crees tú?

– Se están esforzando porque no nos enteremos de algo... – Bella contuvo el aire, con cierto miedo en sus pupilas. – No solo ellos dos, sino también Renesmee. Hay algo que los tres no quieren que sepamos. – ¿Podría tener algo que ver con esa desaparición? – Me consultó. – Puede ser... – Conjeturé. – Pude ver que la ausencia de esa chica la ha afectado Mucho. Discutieron poco antes de que pasara todo. La tal Michelle, la insultó. Mi esposa analizó lo que acaba de decir. – No recuerdo haberla escuchado mal en todo este tiempo. – Dijo al fin. – Creo que nuestra hija no es tan mala mentirosa como tú. – Contesté. Arrugó su hermoso ceño color marfil. – Sí, al parecer ha heredado todo el potencial que tienes tú para los embustes... – Murmuró, pero luego sonrió. – Siempre supe que tenía más de los Cullen que de los Swan... – Opiné antes de descender a los labios de mi esposa y besarlos. Tras horas de tensión, nos relajamos un poco, y solo me dediqué a besarla como me gustaba. Saboreando sus labios, recorriéndolos con delicadeza al principio, deleitándome con el aroma de su aliento, descendiendo por el largo de su cuello, retornando a su rostro. Besarla como si no existiera otra cosa que no fuera ella, besarla como si el mundo dependiera pura y exclusivamente de ello, que no nos detuviéramos, porque si lo hacíamos, todo se acabaría. Si despegaba mis labios de los suyos, de mi Bella, el planeta entero se detendría, y nada más tendría sentido. La acerqué a mi cuerpo, con la misma desesperación que me sofocaba día a día, desde que la conocía. Siempre había querido hacerla mía, desde el mismo momento en que supe que era la razón de mí existir, deseé poder amarla de las miles de formas en las que se puede plasma el amor. Olvidé por unos minutos donde nos encontrábamos. Olvidé que estábamos en la casa de unos vampiros extraños, amigos de mi hija. Olvidé que una amenaza estaba cerca, y solo me concentré en la proximidad del cuerpo de mi esposa al mío. Solo podía registrar el

hecho de que Bella estaba conmigo en esa habitación, y que nuestros cuerpos deseaban entrelazarse de todas las formas posibles. A pesar de que ambos éramos fríos al tacto humano, podía sentir en el ambiente una calidez que irradiaba su cuerpo, como una corriente eléctrica, que se deslizaba también por el mío, queriendo que nos fundiéramos en una sola persona por toda la eternidad, hacer el amor por toda la eternidad. La tensión se convirtió en pasión demasiado rápido, en un giro limpio y conciso, donde expulsamos ese sentimiento ruin y le dimos la bienvenida al deseo. Por un momento, solo nos dedicamos a explorarnos mutuamente. Luego la consciencia volvió a nosotros, y pudimos pensar con claridad nuevamente. – ¿Qué crees que es lo primero que debemos hacer? – Preguntó mi esposa, una vez que habíamos recuperado la candencia regular de nuestras respiraciones. – Investigar un poco. En estos momentos no me fío de ninguno de los tres. – Respondí, analizando bien la situación. Renesmee estaba mintiendo con algunas cosas, y ya no nos había contado varias otras. ¿Por qué? Jacob tampoco lo sabía, porque era tan proclive a los pensamientos involuntarios que hubiera sido muy fácil saber sí le había contado algo. No, tampoco había sido completamente sincera con su prometido. Todavía me daban ganas de despedazarlos a los dos cuando pensaba en ello, pero Bella me había detenido a que interfiera entre ellos. ¿Cómo él va a pretender casarse con mi bebé? Era una niña, no una mujer... Pero mi esposa pensaba todo lo contrario, para ella, nuestra hija ya era toda una muchacha, incluso más madura que nosotros mismos. Aunque yo no pensaba que mi hija fuera inmadura o una chiquilla, sino que no estaba preparada para esas cosas. Era suficiente que intentara vivir sola unos meses, pero ¿Casarse? ¿Con Jacob Black? El asunto casi me había sacado de quicios, y hubiera sido muy fácil olvidar la estima que tenía por el perro y descuartizarlo por osar siquiera besar a mi hija.

No pude evitar reír al recordar que Charlie había pensado exactamente lo mismo casi ocho años atrás. Había tenido una rabieta al darse cuenta de que su hija, su niña, mi Bella, se casaba conmigo. Las cosas cambian cuando te conviertes en padre, eres capaz de ver cosas que antes no podías. Ahora entendía la ira casi asesina de mi suegro cuando aparecimos en la sala de estar de su con un anillo de compromiso y diciendo que nos casábamos ese verano. Había confiado que Renée se interpondría entre nosotros, pero eso no iba a pasar, lo sabía incluso antes de que Bella me confirmara que se casaría conmigo. Mi suegra era muy intuitiva, quizás no de un modo consciente. Entendía las cosas primordiales de las cosas, no los accesorias, y la visita que le hicimos unos meses antes de la boda, cuando Victoria acechaba Forks, fue lo que la hizo terminar de entender algo que yo había tenido que aprender mediante a una separación insoportable de seis meses... Bella y yo nos pertenecíamos el uno al otro, y no hay fuerza en el mundo lo suficientemente poderosa como separarnos de nuevo. Pero esto era diferente. Claro que era diferente, yo no estaba teniendo el berrinche de padre típico, Renesmee era realmente una niña, a pesar de que tenía la apariencia de una mujer hermosa. Ella era muy diferente a su madre, más madura en algunos sentidos, pero también más pequeña en tantos otros. Pero había decidido tomarlo con calma, tener una rabieta no tenía sentido cuando al fin y al cabo todos los demás apoyaban su decisión. Incluso Rosalie no lo veía como algo tan malo... ¡Rosalie! Que estaba más cerca de odiar a Jacob que cualquier otro miembro de nuestra familia. Entonces Bella habló sacándome de mis conjeturas. – No sé que podemos hacer con Renesmee. Ella no está igual que antes. Ha cambiado, puedo sentirlo. Eso era exactamente lo que había visto en su mente. Un cambio grande en su forma de pensar y en su forma de ver la vida. – Sí. – Contesté, uniéndome a su razonamiento. – No es la misma niña que dejó Forks. – ¿Has podido ver otra cosa? – Consultó. – ¿Algo de ellos?

– No, son demasiado inteligentes los dos. Han ocultado sus pensamientos bastante bien, aunque han fallado un par de veces, sobre todo él. Creo que están cubriéndose de algo. No quieren que sepamos algo, porque no quieren exponer e Nessie. – Concluí. – ¿Algo como qué? – Preguntó extrañada. – Todavía no lo sé, pero creo que no tardaré en averiguarlo... – Conjeturé. – No pueden ocultar sus pensamientos todo el tiempo. Tarde o temprano algo se le escapará a alguno de los tres. Los dos estábamos de pie, parados en medio de la habitación. En ese momento, alguien tocó a la puerta. Renesmee apareció en el umbral un segundo después. – ¿Podemos hablar? – Dijo mirándonos. – Por supuesto, hija. – Contestó Bella, avanzando hacia ella y tomándola de la mano para que se aproximara a nosotros. Nuestra hija estaba nerviosa y asustada, como si en realidad fuera una niña pequeña que acudía al dormitorio de sus padres a disculparse por alguna travesura que hizo. “Los siento papá... lo siento mamá.” Pensó, y dirigió también el pensamiento a su madre, que era capaz de recibirlo. – Ya pasó. – Contesté. Era cierto, el enojo y todos lo demás ya se habían ido. – Solo por favor, no vuelvas a hacernos algo así. No tienes idea de lo que fue tomar el primer avión disponible desde Seattle hasta aquí con el corazón en un puño, temiendo que lo peor podría pasar en cualquier momento. – No entiendo esa visión que mi tía Alice ha tenido. – Declaró. – Eso no debería haber pasado. – Como ya te dijo, Nessie. – Dijo Bella. – Ni ella lo entiende. No sabemos que es lo que pasó, solo que la visión apareció y no nos quedaba otra opción. – ¿Pero por qué vinieron solo ustedes tres? – Preguntó. – ¿Por qué no están todos aquí? – Estábamos convencidos de que no nos encontraríamos con algo muy bueno, hija. – Contesté. – No podíamos arriesgar a toda nuestra familia.

– No podíamos obligarlos a acompañarnos. – Continuó Bella. – Los hemos engañado, ellos no saben que algo anda mal. Por lo menos no todos. – ¿Y Jacob? – Su semblante se tornó lleno de preocupación. Había hablado con él, y de seguro se había dado cuenta de que no estaba enterado de lo delicado de la situación. – Él tampoco sabe nada – No podía venir con nosotros. – Le expliqué. – Él hubiera complicado las cosas, Alice no hubiera visto nada de nada si nos acompañaba. Ella se quedó meditando un segundo en su novio. Lo extrañaba, la necesidad de estar cerca de él comenzó a crecer en su pecho. Desde luego no era algo que un padre quisiera ver en la mente de su hija. Siempre había deseado poder leer la mente de Bella, pero tratándose de Renesmee, creía que cuanto menos sabía, mejor iba a ser para mí y para mi tranquilidad. Intenté darle un poco de intimidad, ignorando su voz mental todo lo que pude. – ¿De donde salieron estos vampiros, Renesmee? – Preguntó Bella entonces, en otro susurro casi inexistente. – No es necesario que bajes la voz, mamá. – Comenzó Nessie entonces. – Malenne puede escucharnos, y al fin de cuentas, no es nada del otro mundo. – ¿Cómo los conociste? – Insistí entonces, a pesar de que ya lo sabía. Quería su versión de los hechos. – Ya lo sabes, papá. – Dijo, como si ella también fuera capaz de ver a través de mí. – Fue hace dos meses, más o menos. Estaba en mi clase de Arte Contemporáneo, y de repente los vi, caminando hacía mí. Vi lo que eran, y los seguí... Pude contemplar en su mente como miraba hacía todos lados en el patio grande de la universidad. Luego reconociendo el rastro, y siguiéndolo. – ¿Cómo se te ocurrió hacer eso? – Pregunté entonces, enfadado ante lo ligero de su comportamiento. ¿Cómo fue capaz de seguir a dos desconocidos? – Tranquilo, papá. – Intentó contenerme. – Ves que todo ha salido bien. – Concluyó.

– ¿Cuéntanos que sabes de ellos? Renesmee ¿Sabes con que clase de personas estas viviendo? – Inquirió mi esposa. – ¿Sabes todo sobre ellos? – Sé muchas cosas, mamá. – Contestó muy segura de lo que estaba diciendo. – No soy tonta, no iba a venir a vivir a la casa de dos personas que prácticamente no conozco. No teman, Raphael y Malenne son inofensivos. Son especiales para mí. Por favor, no desconfíen de ellos. – Renesmee, solo estamos preocupados. – Comencé. – No era lo que esperábamos cuando vinimos para aquí. ¿Te das cuenta de que esto es raro, no? Alguien quiere hacerte daño y no pareces preocupada. Mi paciencia se estaba yendo demasiado rápido en esas horas. Estaba teniendo uno de esos ataques de padre que tanto solían darle a Charlie. Aunque claro, comparar madre e hija no era complicado. Ahora podía sentir exactamente lo mismo que mi suegro sintió en esos días. ¿Cual de las dos había sido más extralimitada? ¿Bella saliendo con un vampiro, saltando por los acantilados y andando con hombres lobos jóvenes e inestables? ¿O Renesmee, permitiendo que dos vampiros completamente desconocidos se acerquen a ella y se ganen su confianza, para luego irse a vivir con ellos? Era una lucha muy pareja, pero creía que incluso Renesmee no había superado el record imbatible de su madre. Saltar por un acantilado, solo por diversión. – No es que no me preocupa, papá. – Se defendió, algo ofendida por mi acusación. – Solo es que ahora que están aquí, no veo posibilidad de que algo malo pueda pasar. – No te confíes, Renesmee. – Le advertí. Era necesario que entendiera que las cosas no estaban bien, de que había grandes posibilidades que esto fuera un juego mortal. Ella tenía que saber cuales eran las cosas que debía hacer si no veía posibilidades para nosotros. – No somos garantía de nada. Sí alguien demasiado poderoso nos acecha, debes huir antes de que te pase algo, ¿Entiendes? – No huiré a ningún lado, papá. – Dijo completamente seria. – Ya no soy una niña a la cual pueden mandar a esconderse del peligro. No me iré corriendo. Si algo malo nos acecha, también me alcanzará a mí, porque no los abandonaré.

La observé de nuevo, con mayor atención. Con toda la intención de ver a través de ella. No ocultó sus pensamientos, y mucho menos la fiera determinación que se apoderó de ella. “No me obligarán a irme” Pensó casi con violencia. “Ya no soy un bebé, no puedo hacerme esto” – Pensamos en tu seguridad, hija. – Susurró Bella, acercándose a ella, y acariciándole la mejilla. Renesmee no había solo pensado esas palabras, sino que también las había enviado directamente a la cabeza de su madre. – Tú tampoco puedes pedirnos que dejemos que te quedes. Esto es algo grave, no un juego. – Sé lo que es, mamá. – Tomó la mano de su madre y la apretó a su rostro, al cual ladeó para sentir la caricia que Bella le estaba dando. – Pero somos una familia, y no puedo dejarlos, no de nuevo. Ya fui egoísta una vez al irme de Forks, al lastimarlos de esa forma, a ustedes, a Jake, a mis tíos y abuelos. – Renesmee, solo queremos que estés bien. No nos importa nuestra seguridad. Lo único importante aquí es que tú estés segura. – Le expliqué con toda la determinación de la que era capaz. – No hablemos más de eso, papá. – Concluyó entonces. – No llegaremos a ningún acuerdo. Llegado el momento, cada uno de nosotros sabe cual es su lugar. Eso era exactamente lo que no quería oír, pero ya no guardaba deseo de discutir, no con Renesmee. Ahora solo quería disfrutar de tener a nuestra hija cerca, poder abrazarla y sentirla próxima, algo que hacía meses que no sentía. Bella y yo nos acercamos a ella, que terminó de dar los últimos pasos que nos separaban. Nos abrazamos los tres en un abrazo profundo, sintiendo por primera vez el peso de la separación. Había creído que estar lejos de ella no era tan doloroso, que mi hija había venido hasta aquí por un motivo concreto, y eso debería de haberme resultado suficiente para aceptarlo. Siempre había sido la clase de hombre que aceptaba las decisiones, por más dolorosas que fueran. El tiempo me había demostrado que había veces en las que no importa la resolución que tengas al llevar a cabo una decisión, siempre te dolerá si no estas listo para hacerla, o si no quieres hacerlo. Lo había aprendido al apartar a Bella de mi vida.

Ahora también me daba cuenta de que había sido un error dejar que Renesmee nos dejara atrás de esa forma. Habría sido mejor si nosotros, sus padres, su familia, hubiéramos venido con ella. Estar con nuestra hija, a su lado, para que descubriera muchas cosas que durante esos años en los que la resguardamos del mundo, había desconocido. Ahora había aprendido esas cosas, me daba cuenta de que su estancia en Juneau había sido dura, por lo menos al principio. Ella había estado mal, nos había extrañado, podía verlo en sus recuerdos, que no dejaba que se escondan. También en el deje amargo que invadía su mente. Como lo había percibido al mediodía, me di cuenta de que mi hija era ahora una mujer diferente. Había sufrido muchas cosas, que no eran causadas el desarraigo de su hogar y de la distancia con su familia. Alguien le había echo daño, y lo único que podía asegurar era que no habían sido esos chicos, sus nuevos amigos. – No saben lo mucho que los he extrañado. – Susurró Nessie. – Me han hecho mucha falta, de verdad. Sé que estuve mal al no haberles dicho nada de Raphael y Malenne, pero gracias por haberme dejado venir aquí, ha sido una de las mejores decisiones que he tomado. – Es bueno escuchar eso. – Dijo Bella, apretándola más hacia ella. – Me alegro que hayas conocido a personas a las que puedas considerar amigos. – Murmuró. ¿Mi esposa debía ser tan comprensiva? Había algo extraño en esos dos, no podía dejar de pensar en ello. Ella era un misterio, Malenne. Descubriría el secreto que la envolvía, una persona no puede estar todo el tiempo absteniéndose de no pensar, y menos un vampiro. Podemos pensar en muchas cosas a la vez, en algún momento, que esperaba que se pronto, ella me daría la clave para descubrir quienes eran. Ella o él. Daba igual de cualquier manera. La tarde terminó mientras Renesmee nos contó a su madre y a mí todo lo que no había habido tiempo para contar. Hermanos... sí, ellos eran hermanos. Sin embargo, había cosas que Renesmee evitó contar, cosas que se mantuvieron en lo más profundo de su mente. Solo pensó un nombre... Steven. ¿Quién era Steven? ¿Porque había un deje amargo en su memoria siempre que pensaba en él? solo podía visualizar a un chico, un

muchacho de pelo castaño oscuro y ojos grises. Esa era toda la imagen que mi hija había permitido que viera. Al final, Alice tenía razón, no solo se podía mentir con el pensamiento. Se podía omitir. Una vez que la noche se instaló por completo en la mansión, llamé a Carlisle. – Edward. – Contestó al segundo llamado. – He estado muy preocupado, ¿Qué es lo que ha pasado? – Preguntó, sin la calma habitual que tanto lo representaba. – Han pasado muchas cosas, Carlisle. – Contesté, dudando si debía informarlo con respecto a las nuevas novedades. No pude evitar pensar que me estaba comportando igual que Renesmee al no contarle esas cosas a mi padre. – Casi nos hemos vuelto locos, llegamos y el departamento de Nessie estaba cerrado. Fue un susto muy grande. Pero resulta que ella estaba viviendo con unos amigos por unos días. – Sí, continuar mintiendo era el único camino para salvar al menos una parte de nuestra familia. – Todo está bien. Nos hemos presentado como primos de Ness. Ella está un poco sorprendida, todavía no puede asimilar bien la visión que ha tenido Alice, en especial porque no ha sentido ningún movimiento extraño en torno al departamento o en la universidad. – ¿Cuando creen que estarán en condiciones de regresar? – Consultó entonces, mucho más relajado. Así estaba mejor. Mejor que no sospechara nada. – No creo que sea bueno irnos dejando cabos sueltos. – Comenté, con un tono muy ligero, como si fuera un hecho trivial y desenfadado. – Pero estimo que no tardaremos más de una semana, como acordamos con Jacob, antes de marcharnos. – Perfecto, hijo. – Pude sentir como sonreía. – Que bueno que todo esto no ha sido más que un gran susto. – Claro, solo un susto. – Convine, antes de cortar. – Nos encontraremos en Forks lo más pronto posible. Mándale un gran abrazo a Esme de mi parte, por favor. Había decidido que esa era la mejor forma de hacer las cosas. Todo recaería sobre nuestros hombros. No involucraríamos a Carlisle, Esme y a ninguno de mis otros hermanos en esto. Porque a pesar de que éramos una familia, Bella y Renesmee eran mí familia ahora. Era mi responsabilidad tenerlas a salvo, mi obligación más grande, e incluso

mi mayor deseo, velar por toda la eternidad por su bienestar no era una carga, sino una bendición. Pero eso no tenía porque incluir a lo demás. No podía involucrarlos en eso. Si las cosas terminaban de una mala manera, ellos no tenían por qué pagar con sus vidas. Porque si alguien quería arrebatarme a mi hija, primero tendría que matarme para intentar tocarle un solo rizo suyo. Alice estaba con nosotros por decisión propia, e incluso, intentaría que regresara a casa. Ella no querría, bien lo sabía yo, pero al menos mi consciencia estaría tranquila. Mi hermana no debía tampoco inmiscuirse en esto. Los cielos sabían que estaba eternamente agradecido con ella, no solo esta vez, sino a lo largo de los últimos sesenta años. Muchos sucesos que habían convertidomi vida en algo bueno, fueron originados gracias a sus hazañas. – Podemos quedarnos el tiempo que queramos. – Dijo Renesmee una vez que corté con Carlisle. – Raphael y Malenne no tienen problema alguno en que nos quedemos los cuatro aquí. – No, Renesmee. – La contradijo su madre. – Es demasiado arriesgado, nos iremos el viernes como máximo. – ¿Están completamente seguros que esa visión era por mí? – Preguntó entonces, pensando en ello. “Papá, tu sabes muy bien que esto es imposible...” Pensó. “Realmente estoy intentado entenderlo con todas mis fuerzas... pero no encuentro nada que sea lógico en todo esto...” – No tenemos tiempo para ser lógicos, hija. – Le dije en un susurro. – Todo esto es demasiado arriesgado como para plantearnos pensar mucho tiempo las cosas. – ¿Pero no te das cuenta, papá, de que quizás eso es lo que quiere nuestro enemigo? – Continuó mi hija. Sí, lo había pensado, desde luego. Todo podría ser una trampa, un juego de ajedrez perfectamente dominado por un jugador oculto. – Sí. – Respondí entonces, a pesar de que no quería alarmar a ninguna de las dos. – He considerado que todo pueda ser obra de una persona. Bella, a mi lado, con tuvo el aire, presa del horror. – Edward, ¿Por qué no me lo dijiste antes? – Preguntó mirándome a los ojos.

– ¿Para qué? – Murmuré. – Nada es seguro ahora, solo fueron conjeturas. – Eso quiere decir que vinimos directamente a nuestra perdición. – Afirmó mi esposa, con una voz fantasmal. Meditó un segundo más. – No es un desconocido, desde luego. No es alguien que estuvo merodeando por Juneau y la descubrió de casualidad. – Miró a nuestra hija. – ¿Alguien nos quiere borrar del mapa, otra vez...? ¿Tenía respuesta para esa pregunta? No claro que no. La noche continuó transcurriendo, y estuvimos los tres juntos hasta que el alba comenzó a asomar por el horizonte. La casa tenía orientación norte, por lo que en cuanto el sol se alzó con mayor fuerza, cerca de las diez de la mañana, toda la habitación estaba iluminada. Era una construcción muy bien diseñada, tenía que admitir. Renesmee abandonó el cuarto un rato antes que nosotros, disculpándose, alegando que quería cambiarse de ropa. También hice lo mismo, antes de salir de la habitación que los hermanos nos habían dado en esa casa. Bella prefirió quedarse un momento más, para ordenar todo, antes de bajar hacía la estancia de esa mansión. Mientras tomaba las escaleras que me conducirían al segundo piso, y luego caminaba por ese pasillo de espejos, algo que, la verdad, me parecía una tontería, pude captar la voz mental del chico... Bueno, chico era un modismo, porque si la historia de Renesmee era correcta, Raphael era mayor que yo en todos los sentidos. Tenía más edad que yo al ser transformado, y eso había pasado en el siglo diecinueve. “Se la llevaran... ¿Qué haré si ella se va?” Pensaba. “Sabía que ese momento llegaría, pero contaba con unas semanas más... para prepararme... ¿Cuando te volveré a ver, Renesmee...? Y esa era la completa confirmación que necesitaba. Intentaba con todas sus fuerzas no pensar en ella, pero le era imposible. “¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar esto ahora? Renesmee está enojada conmigo... ¡Maldición! ¿Por qué no cerré la boca? ¿Para que le

dije todo? Malenne tenía razón... decirle lo que siento no era lo correcto...” ¿Renesmee sabía que este chico estaba enamorado de ella? ¿Cómo había pasado algo así? ¿Era eso lo que la tenía mal? Raphael parecía muy seguro de que era así. Él estaba presente en los pensamientos de mi hija, lo había visto durante la noche. Había intentado no pensar demasiado, sabedora de que podría verlo, pero no había podido reprimir todo. Ella también sentía algo por él. Los sentimientos estaban mucho mas definido en Raphael, pero eso no significaba que no estuvieran presentes en Renesmee. ¿Acaso mi hija... quería a ese nuevo vampiro? No, eso era imposible. Ella había pensado en Jacob la noche anterior, y lo extrañaba, es más, lo amaba. Había estado cavilando mucho en él, más que en Raphael. Pero ahí estaba el problema. Su cabeza también estaba pendiente por el bienestar de su amigo. No sabía que pensar. Siempre había creído que los impulsos que generaban la imprimación eran demasiado fuertes como para que pudieran sentir otra cosa por otra persona que no sea aquella a la que se ha imprimado. Creía que entendía esa fuerza, esa dependencia que se creaba entre los dos sujetos que la constituían. Había leído la mente de Jacob todos esos años, entendiendo cada una de las etapas de ese amor que se formaba. Amores que mutaban conforme el tiempo pasaba y Renesmee pasaba de ser un bebé a ser una niña pequeña, luego a ser una muchacha, luego una adolescente, y al final, lo que era ahora, una mujer. Comprendía lo insoluble de esa unión. Lo fuerte que era esa conexión. Su profundidad era parecida al amor que sentíamos Bella y yo uno por el otro. La imprimación generaba una necesidad del otro ser. Una dependencia. Me había llamado mucho la atención lo fuerte que había sido Jacob al dejar que Renesmee viniera sola a Juneau, sin él.

Había visto en su mente el dolor que le provocaba esa decisión, pero lo hacía por ella, porque la amaba. Quería que tuviera esa oportunidad de ser libre de una nueva forma, y por eso lo había hecho. Se había quedado con Billy por su amor hacía ella. Entonces entendí en ese momento que siempre había contemplado el amor de él por ella. Esa había sido mi error. Cuando Renesmee era una niña, su necesidad de Jacob era muy parecida a la que tenía por nosotros, su amor era semejante al que sentía por otro miembro de nuestra familia. Quizás un poco más posesivo y caprichoso, pero no del todo diferente. Luego, al crecer ella, también ese amor se fue transformando, pero la intensidad era diferente. Había algo que hacía que no fuera un autentico espejo con el de Jacob. Y ahí notaba una esa mínima discrepancia con el amor que Bella y yo nos sentíamos... ambos nos amábamos profundamente, sin limites. Incalculablemente. El amor que cada uno sentía por el otro, era el reflejo. No podía precisar que era, pero esa diferencia estaba presente en Jake y en mi hija. Su amor provenía de la adoración que Jacob profesaba por ella, y del vínculo que percibía por parte del hombre lobo. No era algo muy diferente a un enamoramiento común y corriente, por parte de ella por lo menos. Era una vinculación intensa sí, pero no por eso tan fuerte como la que él sentía. En cambio, el amor de Jake provenía de otro lado... vaya uno a saber de donde... ¿Era la magia? Por que si era ella, era de esperar que nunca dudara de ese afecto, tan puro que sentía por Renesmee. Eso debía concedérselo. Él estaba cien por ciento seguro de todo el amor que sentía por ella. Pero el caso de mi hija era diferente. Los sentimientos de una mujer imprimada eran diferentes a los que emanaba el lobo imprimado. Por eso, estos podían “flaquear”. ¿Renesmee no estaba completamente segura de lo que sentía por Jacob? Tampoco era eso.

Había una atracción extraña entre ellos dos. Entre Raphael y Renesmee. Ese era otro secreto que debía desentrañar. ¿Qué es lo que había pasado entre ellos dos? Aun seguía de pie en ese pasillo lleno de espejos. Y podía escuchar que la voz mental de mi anfitrión provenía de una de las habitaciones que se encontraban allí. ¿Y si lo confrontaba? ¿Y si tomaba cartas en este asunto? ¿O era mejor que hablara con Bella? tal vez ella estaba mucho más capacitada que yo para hablar con nuestra hija, y tratar de solucionar este asunto. ¿O no era correcto entrometerse? Estaba seguro de que Renesmee carecía de total experiencia en esas cosas. Era su padre y la conocía. No tenía ninguna vivencia en la que basarse para establecer una distancia cordial entre Raphael y ella. Bien podía entenderla. Habían pasado muchos años desde que Tanya había intentado seducirme, pero aun podía recordar lo incomodo que resultó ponerle en claro que no podría corresponderle jamás. Me había dado mucho pena por ella, y en esos años, en lo que todavía no tenía a Bella a mi lado, y sentía lo que significaba la soledad y el peso que causaba en el cuerpo, hasta hubiera deseado poder ayudarla a mitigar su dolor de alguna forma. Pero eso es imposible. Se ama o no se ama. No hay puntos intermedios o cualquier otra cosa extraña que pueda resolver ese tipo de cuestiones. Sin embargo también cabía la posibilidad de querer a dos personas al mismo tiempo. Bella, mi esposa, era una prueba de ello. Pero eso también había sido completamente diferente a esta nueva situación. Bella había creado de Jacob una necesidad. Una forma de curarse tras recibir las heridas que yo mismo había infligido en ella. Un antídoto al

veneno que había inyectado en sus venas, y que la había salvado a tiempo de morir. Un antídoto al que no le importaba que el veneno luego se haya ido, y en su lugar regresara de nuevo yo. Él la había curado, y esa secuela quedaría para siempre entre los dos. Esa era una huella muy difícil de borrar. E incluso la entendía... claro que la entendía. Si Jacob Black no hubiera estado para protegerla, no tenía idea de con que me hubiera encontrado una vez que regresara a Forks, suplicando que me perdonara. O si, incluso, la hubiera encontrado con vida. ¿Pero que huella podía haber dejado Raphael Blancquarts en Renesmee como para que ella también se fijara en él? En ese momento escuché otra voz mental... “Tengo que descubrir con que han decorado esa habitación, está genial” ¿Qué otra que no sea Alice podría pensar en algo así? – Edward. – Dijo al acercarse hacía a mi, luego de aparecer por las escaleras. – ¿Cómo estuvo la noche? – Bien... creo. – Susurré, aunque era inútil, Raphael, tras los muros, ya se había percatado de que había alguien en el pasillo, y había dejado de pensar en lo que estaba pendiente. – ¿Qué tal la tuya? – Inquirí, a tiempo de que se escuchaba como alguien caminaba desde la habitación del medio, hacía la puerta. Alice se dio cuenta de que estaba leyendo la mente del amigo de mi hija, por lo que continuó con nuestra supuesta conversación matinal. – ¿Qué tal esta Bella, más tranquila? – Quiso saber, antes de agregar mentalmente “¿Has averiguado algo importante?” En ese momento, la puerta se abrió, y como esperábamos mi hermana y yo, Raphael salió hacia el pasillo. – Buenos días. – Saludó con total cordialidad y sonriendo. – Espero que estén cómodos en las habitaciones que les hemos preparado, sepan disculpar lo improvisadas que están, es que como les habrá dicho mi hermana, nunca fueron usadas. – No hay ningún problema con las habitaciones. – Dije también cortésmente. – Hemos podido acomodar todas nuestras pertenecías.

Espero no tengamos que molestarlos por mucho más que dos o tres días. “¿Solo dos o tres días?” El pánico de su voz mental era demasiado obvio. “¿No la veré más en solo tres días?” – Puedes venir a visitarla las veces que quieras... – Dije, aunque sabía que no debía meterme. Alice me observó durante un segundo, para luego hacer lo mismo con el otro vampiro. No le costó mucho entender toda la historia detrás de mi simple comentario. El rostro de Raphael se tornó aún más pálido si eso era posible. – Eso me gustaría mucho. – Contestó serenamente, a pesar de su expresión. – Es bueno saber que los Cullen nos abren las puertas de su casa. – Si Renesmee confía en ustedes, entonces haré lo posible para también hacerlo yo. – Dije con un encogimiento de hombros. – Aunque aún hay cosas que no me cierran del todo. – Solo has las preguntas que te inquietan, y las responderé con gusto. – Dijo de nuevo con tranquilidad. – Ya habrá tiempo para las preguntas... – Susurré. “No me gustan las indirectas, Edward. Me has estado escuchando. Yo también soy capaz de ingresar a tu mente, tal vez no de un modo tan perfecto como tú, pero puedo hacerlo...” Alice nos observaba, expectante. – Es bueno saber eso. Simplifica mucho las cosas, Raphael. – Respondí. – Aunque no cambia nada. Te agradezco, a ti y a tu hermana de todo corazón, que hayan cuidado a mi hija, pero a partir de ahora, es nuestra tarea hacerlo. Me observó un segundo, intentado descifrar algo más que las simples palabras en el mensaje. – ¿Y qué? ¿Se la llevan así por que sí? ¿Sin más? – Preguntó, con sarcasmo. – ¿No les importa que estamos con ella y que sea importante para nosotros? Renesmee tampoco desea irse...

– No entiende la magnitud del problema, entonces... – Comencé. – No es un juego, Raphael. Tú mismo pensaste ayer en la forma de alejarlas de aquí, a ella y a tu hermana. – Claro que lo pensé, pero no quiero que se vayan ninguna de las dos. Son muy importantes para mí. – Admitió. Alice, que se encontraba mirando toda la escena, habló entonces. – Creo que lo que debes entender, Raphael, es que no estamos aquí por sobre protectores. Algoacecha a mi sobrina... y si nos quedamos, ustedes pueden salir perjudicados de esto... Tú y tu hermana, podría perder sus vidas... Mi pequeña hermana abrió su mente. Las visiones eran muy desdibujadas, casi oscuras. Estaba viendo a través del punto ciego que generaba Renesmee. Una escena corta mostró a Malenne corriendo hacía un bosque. Antes de que desapareciera, pude percatarme de que todos estábamos allí... ¿Por qué no la seguíamos? Oscuridad... Me agité... Alice había hablado de salir perjudicados. De perder sus vidas. La imagen que acaba de mostrarme no era precisa, pero ¿Por qué había decidido mostrármela ahora? ¿Con Raphael en frente? ¿Era una predicción? ¿Pero por qué ella corría? ¿De que huía? ¿O hacía donde lo hacía? ¿Por qué su hermano no estaba? ¿O es que ella estaba cazando a alguien? ¿Malenne se estaba alejando de nosotros para atacar a alguien? La visión dejaba un campo demasiado grande para la especulación... Al parecer nosotros estaríamos bien. Al parecer... ¿Pero pasaría lo mismo con los hermanos Blancquarts? ¿Uno de ellos estaba destinado a morir? De ser así, ¿Cual sería? ¿Raphael o Malenne?

XXVConfundida Lo peor ya había pasado. O mejor dicho, la peor de las agonías ya había pasado. Ahora teníamos a nuestra hija con nosotros, y si algo o alguien nos atacaba, nos encontraríamos juntos. Eso debía ser un consuelo en todo ese desastre. Incluso a pesar de que Nessie no quería alejarse de nosotros, en caso de que algo malo pasara. Ya encontraríamos la forma de hacerlo, no importaba lo obstinada que sea, ella estaría a salvo. No pude evitar pensar que era muy parecida a mí en esa forma. Tiempo atrás, cuando era humana, había odiado que me dejaran atrás de esa manera... ahora recién entendía por qué lo hacían. Pero eso también me permitía comprender la frustración de mi hija, y sus deseos de interferir en caso de que algo malo pasara... La necesidad que tenía de proteger a aquellos que amaba. Es extraño el impulso de protección que te invade, consumiendo el miedo y todas esas emociones afines, y reemplazándolos por una determinación indestructible, cuando a pesar de todo, eres un ser débil en comparación con aquellos que te rodean. No tienes ninguna arma para salir en defensa de ellos, nada tangible con lo que podrías ayudarlos, pero igual así, quieres formar parte de ello. No por ansias de nada, sino por amor. Amor por ellos. Me había sentido igual a ella en el momento en el que Victoria me había dado caza. Yo había sido su objetivo, y todos los demás, eran los que plantaban la cara, para salvarme a mí. Comprendía su desesperación, su necesidad de hacer algo, por mínimo que sea. Yo me había sentido exactamente igual. Aunque jamás permitiría que cumpliera con su deseo. Renesmee estaría bien, y a salvo. No guardaba esperanzas de que todo este embrollo pudiera terminar bien. Ya habíamos tenido suerte en el pasado, con los Vulturis. Hubiera sido ilusa si pensaba que esta vez se repetiría. No, eso no pasaría, porque si bien ya no era una humana patosa y débil, era demasiado creer que con mi mortalidad, se hubiera ido mi vasta mala suerte.

Había querido creer que sí, que la inmortalidad me aguardaba expectante, dispuesta a crear una realidad de ensueño para mí, para mi esposo y mi hija, que ingenua que había sido. Las dificultades nunca se pueden erradicar de la vida, y menos cuando vives para siempre. Renesmee estaba segura de sus amigos, y esa era otra cosa que, de todos modos, podía comprender. Al fin de cuentas, yo también había confiado en vampiros cuando era una humana, y todo había resultado bien. Aunque desde luego, no podía evitar sentir cierta desconfianza, en especial porque estos dos personajes eran muy reservados, y Edward no había podido ver demasiado en sus mentes a lo largo del día que estuvimos con ellos. Nada más que ocultamientos. Algo que los tres se empecinaban en que no supiéramos. Un secreto rondaba sus mentes, algo que no debería de ser bueno si era trascendental que no nos enteremos. ¿Pero que sería? ¿Por qué Nessie no nos lo contaba? Debía confiar en el criterio de Edward. Él no haría nada que nos perjudicara, desde luego, y mucho menos actuaría provocándole algún mal a los hermanos Blancquarts. Ahora estaba con él, con él y con Renesmee. Todo estaría bien, éramos una familia, y saldríamos juntos de esto. Quise creer con todas mis fuerzas ese discurso esperanzador, pero no tenía la fortaleza para encontrar lógica en él. Si lo que Edward decía era cierto, y todo era una maniobra montada para que las cosas se sucedieran siguiendo un plan, ¿Entonces que posibilidades teníamos de salir airosos? Era inútil, animarme a mi misma tampoco servía. Para colmo, el comportamiento de mi esposo denotaba que él mismo no tenía muchas esperanzas. Porque si habíamos vuelvo a mentir, eso significaba que Edward creía que algo andaba muy mal, y que no era necesario involucrar a nuestra familia... Al fin de cuantas ¿Para que involucrarnos en una matanza? Pero ahora, a diferencia de antes, el engaño alcazaba también a Carlisle, y por extensión a Rosalie, que seguramente, conociéndola, ya había enfrentado a mi suegro diciéndole que conocía la verdad.

El animo, que se había elevado luego de encontrar a nuestra hija, comenzó a bajar nuevamente. En parte porque era difícil hallar una solución en toda esa incertidumbre. Estaba terminando de ordenar las pocas cosas que habíamos traído de Forks. Rogaba a los cielos que nos sean suficientes, lo cual significaría que no estaríamos en Juneau y en esa casa, mucho más que unos días. Edward acababa de bajar las escaleras, y en cuanto terminara, también haría lo mismo, para reunirme nuevamente con él, no quería estar mucho tiempo sola en aquella casa, que a pesar de que era bonita y cómoda, era desconocida para mí. En ese momento, oí como Alice bajaba hacía la estancia. No tardaría mucho tiempo en estar también con ella. Saque de la maleta las últimas ropas y las puse en el closet que había en esa habitación. Luego sustraje los documentos y las tarjetas de crédito, y las guardé en el bolsillo de atrás de mi pantalón. Si debíamos huir rápido, mejor sería estar preparados. A pesar de que deseaba relajarme, e intentar encontrar algo bueno en toda esa situación, no podía hacerlo. Mis sentidos estaban completamente alerta, e incluso me sentía levemente agazapada. El instinto de supervivencia clamaba silenciosamente el dominio de mi cuerpo. Sentía las piernas agarrotadas, conteniendo las ganas de huir que sentía, y mis oídos estaban expectantes ante cualquier sonido extraño que pudiera percibir. No me gustaba sentirme así, era una sensación incomoda, que consumía cualquier buena emoción con la que pudiera toparse. Por eso mismo, por el estado alerta, fui capaz de oír la conversación que estaba teniendo lugar en el segundo piso. Edward saludaba a Alice, con un tono que conocía muy bien en él. No era el tipo de voz que utilizaba para saludar a su hermana, ni tampoco a nadie. Su voz era suave como el terciopelo, como la de un ángel de un coro celestial. Había algo detrás de ese tono. Tal vez se debía a que lo conocía demasiado bien. Edward era mi todo, lo que necesitaba para ser yo misma. Sin él, nada tenía sentido.

Alice preguntó a mi esposo si yo me encontraba más calmada, a lo que Edward no tuvo tiempo de responder, porque se escuchó como una puerta se abría y a la voz de Raphael dando los buenos días. Presté atención antes de intentar involucrarme. Edward había estado escuchando algo. Por eso su voz sonó tan cerca de donde provenía la del amigo de mi hija. Decía que no nos quedaríamos más de dos días, a lo que no hubo respuesta por parte de Raphael. Luego, mi esposo respondió a algo que seguramente vio en la mente del vampiro. – Puedes venir a visitarla las veces que quieras... – Dijo. Silencio. Una leve discusión siguió a ese raro intercambio de palabras, en el cual Raphael insistía en que Renesmee no quería irse de ciudad, y que ellos, él y su hermana, la apreciaban mucho y era importante para los dos. Pero eso no era lo importante, si nuestra hija no quería irse, tendríamos que obligarla. Luego, al final, mi cuñada habló, con ese tono de voz que solo utilizaba cuando conocía una verdad del porvenir. – Creo que lo que debes entender, Raphael, es que no estamos aquí por sobre protectores. Algoacecha a mi sobrina... y si nos quedamos, ustedes pueden salir perjudicados de esto... Tú y tu hermana, podría perder sus vidas... – Dijo Alice, antes de que todos se quedaran callados, e incluso olvidaran continuar respirando. En ese momento, también yo olvidé como respirar. ¿Alice había tenido otra visión? ¿De qué se trataba? ¿Los hermanos Blancquarts muertos? No podía creer lo que estaba escuchando. Dejé mi ocupación sin terminar y bajé rápidamente. Llegué al pasillo, demasiado concurrido, donde ahora también se encontraba Renesmee, que se hallaba casi al fondo, cerca de la puerta que, supuse, era su habitación en aquella casa. Observaba con mucha atención la significativa mirada que su padre estaba sosteniendo con su amigo, que se encontraba visiblemente alterado. – ¿Qué demonios ha sido eso? – Preguntó Raphael entonces. Pude suponer que él también había visto algo en la mente de Alice, y que por eso, no estaba desinformado con respecto a la visión que ella acababa de tener. – ¿Qué quieres decir? – Preguntó mirándola.

– No estoy queriendo decir nada concreto... – Conjeturó la médium. – Sólo se que todo está demasiado nebuloso... No puedo hacer ninguna predicción certera, porque estamos con Renesmee... – Miró a mi hija. – Si te fueras, cariño, si volvieras a Forks, nosotros podríamos quedarnos aquí, para ver de que se trata todo esto. – No me iré de Douglas, tía. – Respondió rápidamente, mirándola a los ojos. – Al hacerlo nos ayudarías... – Musitó Edward, que seguramente estaba deseoso de tener algún pretexto para que saquemos a nuestra hija del medio de ese escenario. – Al hacerlo los estaría abandonando... – Susurró. Éramos cinco personas, de pie en ese pasillo, observándonos los rostros unos a otros, desconociendo hacia donde nos llevaría todo aquello. – Como ya les dije ayer, – Comenzó a hablar nuevamente Raphael. – pueden quedarse todo el tiempo que deseen. Sea una semana, o hasta el final del semestre. – Luego dirigió una tierna mirada hacia Renesmee. – Sabes Ness que esta es tanto nuestra cosa como tuya ahora, y que todo cuanto podamos darte, será tuyo. – Cambió de dirección su mirada, y la detuvo sobre Edward. – Si algo intenta lastimarla, Malenne y yo también interferiremos. No nos asusta la muerte. Renesmee se acercó a él, con cara preocupada. Y lo miró a los ojos, compungida ante la declaración que el vampiro acaba de hacer. – No, Raph. No digas eso. – Susurró. – Lo mejor será que me vaya... esa es la única forma en la que todos estaremos a salvo. No podría soportar que algo les pasara por mi culpa. El semblante de mi hija estaba impregnado de otro sentimiento, diferente al miedo y a la preocupación por las palabras de su amigo. En ese momento caí en algo que antes no había notado, fruto del estrés y la preocupación que antes me embargaban, pero que ahora, un poco más tranquilla, podía analizar. Los ojos de Raphael eran los de alguien enamorado. Alguien que contempla a la persona que ama. La miraba del mismo modo en la que Edward me miraba a mí. Del mismo modo en el que Jacob la miraba.

Ella sostenía esa conexión, y estaba segura que era consciente de ella. Sabía que Raphael estaba enamorado de ella. Sea porque el ya se lo había confirmado, o porque lo había adivinado. Percibía eso porque era mi hija. Podía saber que era consciente de ello, porque yo había sabido todo el tiempo que Jake estaba enamorado de mí, pero era algo que no había querido ver. Había comprendido que él deseaba mucho más que una amistad, y ahora, esa historia se repetía nuevamente. En mi hija, y en ese muchacho. – Las cosas pasarán como tengan que pasar, Renesmee. – Simplemente dijo Raphael. – Y no hay fuerza lo suficientemente grande para cambiar el destino. – Sí se puede cambiar el destino, amigo... – Lo contradijo ella suavemente. – Nosotros vivimos haciéndolo, luchando contra lo que somos... – Entonces levantó una de sus manos, y acarició su rostro. En ese momento, en el que no necesité mas confirmación que ese gesto, Edward se aclaró ruidosamente la garganta. Renesmee rápidamente se dio cuenta que se había puesto en evidencia, por lo que intentó disimular a como de lugar, mirando para el suelo despistadamente. Ya era tarde para cualquier tipo de simulación. Había visto todo lo que necesitaba ver, y por ende, ahora también sabía a que atenerme. La reunión en el pasillo se disolvió avivadamente, mientras ninguno de los presentes hacía comentario alguno sobre la situación que acaba de pasar. Necesitaba hablar con mi hija, preguntarle acerca de las cosas que pasaban por su mente. Acerca de que era lo que estaba pasando entre ella y su amigo. Era mi niña, y podía hacerle esa clase de preguntas, además no solo la involucraba a ella, sino también a Jacob. A su prometido. A mi mejor amigo.

Renesmee huyó de mi contacto visual. Intentó con todas sus fuerzas que nuestras miradas no se cruzaran, porque sabía tanto como yo, que si la miraba a los ojos no necesitaría nada más. Descubriría absolutamente toda la verdad del asunto. Alice fue la primera en bajar, poniendo como excusa que quería hablar con Malenne acerca de unas cosas de la casa. – Se encuentra en el garaje. – Le anunció Raphael. – Estaba viendo como podemos reorganizar los autos... Quiere más espacio para guardar toda la ropa que no le entra en el armario. Alice dio como respuesta una a esa afirmación una gran sonrisa. Al parecer, la hermana Blancquarts era otra obsesionada con las compras. Caminó con toda su gracia hacia las escaleras que la llevarían al primer piso, incluso antes de que Raphael le dijera donde se encontraba en garaje, y desapareció de nuestra vista. ¿Qué otra cosa podía hacer? La tensión del ambiente era palpable, todas esas cosas que estaban pasando, y las que estaban por pasar, nos estaban trastornando a todos. Volví sobre mis pasos, y Edward conmigo, de modo que entramos de nuevo a la habitación del tercer piso, que minutos antes habíamos abandonados. No tenía paciencia para esperar a que él decidiera decirme de que iba todo, así que una vez que cruzamos el umbral, di media vuelta y le pregunté. – ¿Qué esta pasando entre esos dos? Mi esposo dudó un segundo, no muy convencido de que era lo que tenía que decir. Antes de contestar, suspiró. – Creo que estamos en problemas. – Murmuró. – Ellos... tienen una especie de atracción. Él está enamorado de ella. Se me escapó el aire. Era algo que sabía, algo que había percibido desde el mismo momento en los que los había visto en el campus de la universidad. El modo en el que él la miraba cuando nos acercábamos. La forma en la que le había hablando hacía unos minutos. No es que necesitara la confirmación de Edward, sino que resultaba como algo tangible. Mientras no pones los problemas en palabras, estos son más difíciles de conllevar... mientras sean una nebulosa estática en el aire, incluso puedes ignorarlos.

Ahora, era demasiado tarde. – ¿Qué es lo que se supone que haremos? – Pregunté alarmada. – ¿Qué siente Renesmee por él? – Nessie... lo quiere. Y sabe que él está enamorado de ella. – Continuó suavemente, en un susurro casi inexistente. – Hasta hace unos momentos creí que era algo que podía controlar, pero ese gesto que tuvo... No sé, Bella. ¿Crees que deberíamos hablar con ella? – Sí, la verdad pienso que debería hablar con ella. Edward... creo que tendrías que dejar esto en mis manos... Ness estará incomoda si tu le dices algo... Ya sabes, puedes leer su mente y comprender las cosas mejor que ella, pero creo que va a preferir mantener en privacidad las cosas que pasan por su cabeza. – Le expliqué. No discutió. Sabía que tenía razón. – Entonces creo que deberías hacerlo lo más pronto posible. Está llorando en su habitación. – Murmuró Edward, con la voz tomada por la angustia. Inmediatamente, también me sentí abatida. El dolor de Renesmee era nuestro dolor, y nos afectaba como si nosotros mismos estuviéramos sufriendo. – Se suave, Bella. – Dijo antes de que me marche. – Sé que Jacob es tu mejor amigo, pero creo que eso no es lo que tienes que tener más en cuenta para hablar con ella. Ness se siente mal por todo lo que está pasando... Piensa que es la única responsable... – Sí, Edward. Lo sé. Solo que no me parece justo que Jacob pase por esto... Otra vez. – Todo estará bien, mi Bella. – Convino. – Pronto estaremos el Forks de nuevo. ¿Por qué no podía confiar en sus palabras? ¿Por qué parecía que ni él mismo podía hacerlo? – Sí, Edward. Te amo. – No pude resistirme a la idea de besarlo. Me acerqué a él, y lo envolví en un fuerte abrazo, para luego levantar mis manos y tomar sus hermosos cabellos broncíneos. Lo besé con desesperación, no de un modo infantil y pasional, sino como la necesidad que realmente él era para mí. Lo besé con temor, temor a que esa fuera el último beso de nuestras existencias, y que estuvieras destinados a estar separados dentro de muy poco tiempo.

– Yo también, mi Bella. Mi todo... Si tengo alma, seguro estará contigo para toda la eternidad... – Me dijo al separarnos. – No importa lo que pase... – Luego me abrazó suavemente para murmurarme en el oído. – Ahora ve con Renesmee, creo que en estos momentos te necesita más que yo. Asentí una vez antes de darle la espalda y cruzar la puerta de nuevo. Bajé despacio, intentando que nadie me oyera. Era algo imposible en una casa llena de vampiros, pero al menos tenía que intentarlo. Dejé a mis espaldas el pasillo, y pronto me encontraba frente a la puerta que suponía era la habitación de Renesmee. Toqué una vez, suavemente. – Adelante. – Dijo mi hija con una voz que demostraba que evidentemente estaba llorando. Abrí la puerta e ingresé a esa bonita habitación, donde predominaba el azul, color favorito de mi hija, y que estaba muy buen amueblada. Sin duda era mucho mejor que la que los hermanos nos habían dado a Edward, Alice y a mí, pero sabía, que el motivo real era el que habían expuesto antes. – Que hermoso cuarto. – Dije como al pasar, antes de sentarme sobre la cama y tomar con fuerza la mano de mi hija. Ella intentó sonreír, aunque no lo logró del todo bien. Antes de contestar, deslizó una de sus manos por el rostro, secándose una lagrima que caía sobre su mejilla. – Me duele verte así, hija. – Dije, acercándome para abrazarla. Ella respondió rápidamente al gesto, y me envolvió en sus brazos. – Mamá, ¿Cuántas veces deberé pedirles disculpas por mi egoísmo? – Preguntó entonces. – Princesa, tú no eres egoísta. – Dije de inmediato, acariciando su espalda. Bufó, claramente en desacuerdo. – Sí que lo soy, mamá. – Me contradijo. – Me fui de Forks, a pesar de que sabía que ustedes no lo querían, a pesar de que Jacob me necesitaba...

– Hija, por favor. – Le dije. – Eso ya pasó. ¿Qué sentido tiene que te lamentes por algo que ya no tiene sentido? – Sí que lo tiene, mamá. – Opinó. – Vine aquí... y el primer mes fue horrible. Todo el mundo me miraba como si fuera un bicho raro. Ni siquiera me hablaban. Y después conocí a ese sujeto... Steven. Él intentó besarme a la fuerza y me puse en evidencia... ¿Sabes? Quise matarlo... quise que muriera en mis manos. Fue tan humillante como me trató. No le dijo nada a nadie, pero igualmente estuve aterrada por semanas. – Su voz se estaba volviendo cada vez más histérica. – Los necesité mucho en esos días, pero no podía contarles nada, porque se asustarían. Me merecía lo que me pasaba, por mi estupidez... Luego llegaron Raphael y Malenne. – Sonrió un poco. – Ellos son tan buenos, mamá. No tienes idea de la clase de amigos que son... – Todo estará bien, Renesmee. – Contesté, intentando consolarla en su gran desolación. Su llanto me estaba lastimando. – Nunca pensamos que fueras una mala persona, mi amor. – Quería que supiera eso. – Fuimos nosotros lo que te mantuvimos aislada de todo. Haciéndote creer que el mundo es algo fácil de llevar. Nosotros fuimos egoístas al no dejarte vivir la vida como correspondía... por nuestra culpa, tú has tenido que enfrentar cosas que no conocías... si hubiésemos sido buenos padres, habrías sabido que todos los humanos no con como Charlie, Billy y Sue. Podrías haber entendido por qué no deseábamos que estuvieras sola aquí. Recién ahora entiendo los errores que he cometido como madre... Espero puedas perdonarme. – No, mamá. No te culpes por mi comportamiento y tampoco a papá. Hace tiempo que se que todo esto ha sido mi error. – Me detuvo. – Ahora que están aquí puedo decírselos. Decirles que no hay nada más importante que ustedes. En ese momento no pude contenerme. Necesitaba hacer la pregunta que me estaba rondando por la cabeza. – ¿Y que hay acerca de Jacob? – Pregunté. – ¿Él sigue siendo importante para ti? Renesmee se detuvo en seco. Incluso pude percatarme de que había dejado de respirar por unos segundos. Me miró con sus ojos marrones cargados de varios sentimientos. El que predominaba era la confusión, luego el miedo, la culpa, y finalmente, la aceptación... – Claro que es importante para mí, mamá... – Dijo convencida. – Él es el hombre de mi vida, y será la persona con la que me voy a casar.

– Que bueno es escucharte decir eso, hija. – Suspiré algo más aliviada. Mi hija asintió, todavía observándome. Estaba segura de que sabía que mi pregunta había tenido un trasfondo mucho más profundo que el que las palabras expresaban. – Pero tu padre y yo hemos visto cosas que nos hacen pensar que algo no esta bien entre tú y ese chico, Raphael. – Raph es mi... mejor amigo, mamá. – Contestó rápidamente. – ¿Cuánto lo quieres? – Pregunté entonces. – Me refiero como amigo, ¿Cuánto lo valoras? – Mucho. Es muy importante para mí... – Desvió la mirada. – y Malenne también. Ya te lo dije. Creo que si no hubiera sido por ellos, Juneau hubiera sido el mismo infierno. – ¿Y él te quiere? – Pregunté. Lo mejor era ir sondeando el tema de a poco. No contestó enseguida, como la primera pregunta. – Mamá... creo que sería mucho mejor si no anduvieras con vueltas. – Me miró a los ojos de nuevo. Su mirada denotaba que estaba melancólica. – Él está enamorado de ti, Renesmee. – Dije en un susurro imperceptible. – ¿Eso lo sabes, no? Tu padre lo ha visto en su mente... piensa en ti todo el tiempo. – Sí, eso lo sé... – Respondió mirándose las manos. – Me lo confesó todo hace dos semanas. – ¿Y tú que sientes por él...? – Quise saber... Me estaba acercando a hacerle la pregunta que me confirmaría todo. – Lo quiero mucho... Raphael es... un chico muy especial. Es un gran amigo, un buen hermano, y aunque veas que parece duro, o distante, necesita que lo cuiden. Él es más débil de lo que muestra a los demás. Y a veces tengo la necesidad de abrazarlo y decirle que lo quiero, pero sé que eso no ayudará en nada a nuestra relación. Él es dulce conmigo, y dice que soy prefecta y que nunca ha visto a nadie como yo... Pero se equivoca, soy una basura, por permitir que se haya enamorado de mí... En ese momento entendí que ese chico la quería. No era un capricho, o algo más superficial, porque si Renesmee sufría al verlo mal, era

porque sus sentimientos eran genuinos. Sopesé un segundo lo poco que sabía de ese desconocido. Casi nada, solo que era un vampiro vegetariano, como nosotros, y que al simple viste parecía bueno... ¿Pero que otra cosa tenía? Nada... Nessie estaba agobiada, y parecía que tenía tiempo queriendo decir eso que acababa de expresar. Era como si esas palabras hubieran estado quemando su mente, desesperadas por salir. – ¿Ha pasado algo entre él y tú? – Pregunté entonces. Eso era lo que quería saber. Lo que me diría lo que necesitaba. – ¿Lo besaste? Renesmee no contestó, se quedó callada, observándome. En ese momento, sentí como un flujo de piedad se arremolinaba en mi cuerpo. Sentía también culpa. Por Jacob, por mi mejor amigo. Sentía que estaba destinado a sufrir. ¿Tenía que lastimarlo Ness, también? No bastaba que hubiera sufrido ya suficiente en el pasado, conmigo. ¿Estaba Jacob Black a luchar constantemente por conseguir el amor? Yo había abierto heridas tan profundas en él, que solo la imprimación lo había ayudado a sanar, porque si no fuera por ella, Jake hubiera sufrido mucho tiempo, y todo por mi causa. Y aunque en mi mente, demasiado compleja no todo encajaba perfectamente bien, no pude evitar pensar en esa unión que compartían mi hija y mi amigo.. . La imprimación. ¿No era acaso algo demasiado fuerte? ¿Algo irreversible e irrevocable? ¿Algo contra lo que no se puede luchar? ¿Por qué esa pena y confusión invadían la mente de mi hija? Mi mente voló hacia al pasado, buscando un recuerdo envuelto en las nebulosas telarañas de mi memoria humana, donde los bordes estaban desdibujados, las voces no eran nítidas, y la luz prácticamente no existía... Caminaba por la playa, con Jacob, en esos momentos en los que era duro para ambos ser amigos. Cuando él me amaba y yo le hacía daño... Hablábamos de la imprimación, esa fuerza tan especial que ató a mi mejor amigo a mi hija de una forma en la que jamás podría comprender...

“– Quil será el mejor y más tierno de los hermanos mayores que haya tenido un niño. No habrá criatura más protegida en este mundo más que esa niñita. Luego, cuando crezca, ella necesitará un amigo. Él será el camarada más compresivo, digno de confianza y responsable que cualquier otro que ella pueda conocer. Después, cuando sea adulta, serán tan felices como Emily y Sam...” “– ¿Y Claire no tiene alternativa? – Pregunte.” “– Por supuesto, pero, al fin de cuentas ¿Por qué no iba a elegirle a él? Quil va a ser su compañero perfecto, y va a ser como si lo hubieran creado para ella...” Alternativas. Los lobos no tenían alternativas, ellos estaban atados a la magia y al amor. Pero las mujeres imprimadas si la tienen... Jacob lo había dicho. Al principio Emily se resistía a la devoción de Sam... Pero luego, tras el accidente que le costó su belleza, la queliute comenzó a aceptar esa conexión, y esa fue la solución. Pero se había resistido... eso quería decir que el amor que ella tenía hacía él no era vinculante, no era exactamente el mismo. ¿Eso era lo que estaba pasando con Renesmee? ¿Mi hija había tomado una alternativa a la imprimación? ¿Ella amaba ahora a ese vampiro? No podía pasar eso... Ness se había ido de Forks estando completamente segura de su amor por Jacob. Las cosas no podían pasar así, tan de repente. ¿La historia estaba destinada a repetirse? ¿Las Swan elegíamos siempre al vampiro sobre el hombre lobo? – No, mamá... – Contestó por fin. – Pero no nos besamos porque él es un caballero, no porque yo no hubiera querido. Me rendí al final, y si no fuera porque Raphael sabía que después me arrepentiría, seguramente nos hubiéramos besado. – ¿Qué pasó entonces entre tú y él? ¿Nada? – Quise corroborar, me resultaba poco creíble... no es que no confiara en mi hija, sino que me resultaba extraño después de ver la escena del pasillo. – No mamá... – Confirmó. – Raphael y yo no nos hemos besado... aunque... – Dudó de nuevo. – En ese momento mi mente estaba demasiado dividida. Una parte pequeña quería que lo besara. Soy un monstruo... ¿Cómo pude siquiera pensar en ello? Soy mala, mamá... en

ese momento, Jake estaba completamente presente en mi mente... no es que me dejé llevar por el instinto, ni nada de eso... pensaba en Jacob, pero igualmente algo en mí quería besar a Raphael. – No se trata de eso, Renesmee... – Comencé a confortarla, luego dudé... ¿Quería hablar con mi hija del dolor que me había producido la ausencia de su padre? Eso había pasado hacía tanto tiempo atrás. – Es solo que tu no sabes lo que es vivir sin el amor de tu vida... saber o pensar que se ha ido para siempre... tú amas a Jacob, pero nunca lo has perdido... y perder a un amor, es lo que te hace valorarlo mucho más, porque sabes que si no está el, te desmoronas... un agujero se abre en tu pecho y se empecina en destruirte. – El aire comenzó a faltarme mientras recordaba con demasiada claridad esas escenas nefastas. – Estás confundida... te crees un monstruo porque simplemente te alejaste de él, y porque ahora está Raphael que te que quiere. Quizás no tienes la suficiente experiencia para entender completamente de lo que te estoy hablando... – Creo que tengo una noción de lo que me dices... – Dijo. – Pero tienes razón, ¿Qué se yo de la vida? Solo soy una tonta... – Claro que no. – Negué rápidamente. – Lo que te quiero decir, hija, es que yo viví sin tu padre, y se que es el mismo infierno. Cuando volvió, cuando dijo que en verdad me amaba, y por qué se había ido, nunca más dudé de su amor, en ningún momento... siempre supe que mi camino y el suyo terminarían convirtiéndose en uno solo. A pesar de que también quería a Jacob... – Ese era un tema delicado. Jacob había sufrido por mí, el prometido de mi hija me había amado a mí, y aunque todos esos problemas habían sido suprimidos y erradicados de nuestras vidas, no por eso se tornaban menos incómodos para hablarlos con ella. – Lo que te quiero decir es... que a pesar de que sabía que quería a Jacob... incluso de que lo amaba... siempre supe que el camino de mi destino era Edward, tu padre, y todo lo que ello conllevara. Todo lo demás, a pesar de confundirme, no importaba, porque el amor de mi existencia era Edward, y no había nada que pudiera hacer cambiar eso, ni las distancias que tuvimos durante seis meses, ni el dolor, ni el llanto... porque en cuanto volví a verlo, el agujero de mi pecho desapareció, y fue como si nunca hubiera existido... – Eso es hermoso, mamá. – Susurró. – Saber que tú y papá se aman tanto, es importante para mí. Es un ejemplo a seguir. – ¿Tu también lo sientes igual? ¿Sabes que al volver a ver a Jacob, tu amor estará intacto? Yo lo sabía... el dolor no disminuía con cada día

que pasaba... eso solo significaba que tampoco el amor se había ido... – Me costaba hablar de ello. No quería que Edward escuchara, porque seguramente después el también estaría mal... había pasado tanto tiempo desde esa época, pero aún así, el se seguía sintiendo mal por ello. Solo quería explicarle a nuestra hija lo que necesitaba saber sobre el amor. – Entiendo si nunca lo has sentido, al fin de cuentas, nunca perdiste a Jacob... El nunca te dejará... la imprimación, o el amor no le permite alejarse de ti. Pero yo se que lo amas, Renesmee... Recuerdo cuando se besaron por primera vez, hace solo unos meses. Tú estabas muy feliz, y tu corazón latía con mayor fuerza que antes... Eso solo lo origina el amor. La sensación única que solo un beso con alguien que amas genera. – Yo se que lo amo, mamá. – Convino conmigo. – Y muchas veces me hubiera gustado que él estuviera aquí conmigo, en vez de en Forks. Pienso en él. Y no veo la hora de volver a verlo. Pero todo lo que ha pasado fue demasiado para mí, y Malenne y Raphael estuvieron para ayudarme. Me siento terrible, me siento malvada, por permitir que las cosas se tornaran tan confusas para él, hasta que llegara al punto de quererme de una forma que yo no pueda retribuir, me siento mal por mi amigo, porque no lo amo... ¿Sabes? Cuando estuvimos a punto de besarnos, deseé poder ser capaz de hacerlo. Quise poder quererle de una forma más profunda que en la que lo quiero ahora, pero no está en mi control. Me siento terrible al ser así... Tomé fuerte su mano, entre las mías. Su contacto era muy caluroso, pero era la mano de mi hija, y estaba acostumbrada a sentirla. – No mi niña, no digas eso. – La consolé. – Tú no tienes la culpa de que ese chico se haya enamorado de ti... – Acaricié su rostro perfecto, que a pesar de la pena y el llanto, seguía siendo mucho más hermoso que cualquier que hubiera visto jamás. No había en el mundo criatura más hermosa que Renesmee. – Por favor, mamá. – Suplicó. – Tu también no. Raphael se hecha la culpa por todo, me dice que él es el responsable de las cosas. Malenne me dice que nadie puede resistirse a mí. Todos quieren desligarme de mis responsabilidades. Yo soy la única culpable de todo lo que está pasado. – ¿Y que piensas hacer con Raphael? – Pregunté. Era un desconocido para mí, pero si Renesmee sufría al verlo mal, tenía que preocuparme por ello. – ¿No crees que lo mejor sería... alejarlo de tu vida?

Estaba pidiéndole a mi hija que hiciera exactamente lo que yo no había sido capaz de hacer. Sacar a un amigo enamorado de su vida. Eso que me había costado tanto, y que simplemente no había logrado. ¿Por qué se lo estaba pidiendo? ¿Por qué me dolía que ella estuviera confundida? No podía sacar de mi mente la idea de que Jacob sufriría demasiado si se enteraba de esa situación... – Sí, eso sería lo mejor... – Susurró Ness. – Pero no quiero perderlo... Era demasiado horroroso que algunas situaciones que habían ocurrido en el pasado se repitieran prácticamente de la misma forma en el presente. No era exactamente igual, sin duda porque yo no había sido nunca como Renesmee y porque las opciones eran diferentes, las situaciones también. Sin embargo, el trasfondo, elegir, era el mismo. Por qué aunque tal vez la opción está bastante clara, eso no implica que la el proceso sea menos difícil y doloroso... Aunque en ese aspecto, hablaba por mí misma... ¿La opción correcta estaba igual de clara para Nessie? ¿O estaba muy confundida? – Al final, podrás decidir quien es el dueño de tu corazón, hija. – Susurré, para contenerla. Sea cual sea tu decisión, te apoyaré. – ¿Qué más podía decir? Jacob era mi mejor amigo, pero Renesmee era mi niña, mi sol, la razón por la que vivía... Era su madre, y era mi deber apoyar sus decisiones... por qué si ella era feliz eligiendo a otro, cualquiera, que no sea su prometido, entonces esa era su elección acertada. – Nadie más es dueña de mi corazón... Solo él. – Eso sí lo había dicho muy segura de sus palabras. – No amo a Raphael... ni siquiera estoy enamorada de él... es difícil de explicar lo que siento... es una especie de ganas que tengo de protegerlo... de resguardarlo. – Él no es débil, hija. – Susurré. – No lo conoces, mamá. – Dijo, simplemente. – Hay toda una historia detrás de él, y de Malenne. Demasiado triste, te dolería a ti misma si te la contara... Ellos no tienen a nadie más que yo. Han vagado solos por doscientos años... – No lo entiendo. – Repetí. – Si vagaron solos por tanto tiempo, ¿Por qué de repente les interesa la vida social? ¿Por qué contigo? – Las cosas se dieron así, madre. – Contestó a mis preguntas sin inmutarse. – Mírame... tú sabes mejor que yo que soy diferente.

Tomó la mano que estaba entrelazada a la suya y la apoyó sobre su corazón. – Si no fuera porque soy tu hija, ¿No te resultaría raro encontrarte conmigo? Sí, lo sabes... los Vulturis nos demostraron que me existencia es algo anormal. – Por eso tengo miedo, Renesmee... ¿Y si tus amigos son enviados de ellos? Nessie rió suavemente. – Llevo relacionándome con ellos dos meses. Créeme, que si fueran parte de los Vulturis, hubieran hecho algo mucho antes de que ustedes llegaran. Confía en mí... Se que hay muchas cosas que son confusas, pero todo está bien. – Explícame, por favor. Quiero entenderte... sabes que estoy aquí para ayudarte. – Insistí. – Por favor... quiero entender tu relación con Malenne, tu relación con... Raphael... Suspiró, antes de meditar un segundo y contestar. – Las cosas no son como las estas pensando. – Dijo Renesmee, observándome a los ojos, y recuperando un poco la compostura. – Yo no he dudado de mi amor por Jake ni un solo segundo en estos tres meses que llevo aquí... Tal vez no pensé en él tanto como debería, pero todo lo que siento sigue intacto... – Te creo, hija... pero sabes... creo que hay algunas cosas de las que tenemos que hablar. – Solo dime sobre qué. – Respondió ella. – Tengo miedo de todo lo que se nos viene encima, y me gustaría que me prometieras algo... – No me iré, si eso es lo que intentas pedirme. – Respondió rápidamente, sin que yo terminara de realizar mi petición. – Ya se los dije... Nada permitirá que los abandone. – Es por tu bien, hija. – Respondí, intentando hacerla entrar en razón. Era una batalla perdida, porque había heredado la terquedad tan típica de los Swan. – ¿No entiendes que tu padre y yo no podemos permitir que te hagan daño?

– ¿Y tu mamá no puedes entender que mi vida estaría complemente vacía si los pierdo? ¿Crees que sería feliz dejándolos solos luchando contra alguien que me quiere a mí y no a ustedes? – No quiero que te veas envuelta en algo así... mi amor. – Susurré, y levanté mi mano para acariciarla de nuevo. Sabía que era una mujer, que ya no era un bebé, que era una muchacha madura, y consciente. Aunque nunca dejaría de ver a la hermosa niña de mejillas sonrosadas de mis primero recuerdos como vampiro. Eso es lo que sería para mí por toda la eternidad. – Las cosas serán muy difíciles de ahora en adelante... – Le advertí. Me estaba quedando sin ideas. – No te esfuerces, mamá. – Finalizó Renesmee. – Nada de lo que digas hará que cambie de opinión. – Esto no es un juego. – Rogué a mi hija. – No puedo perderte... – Sé que no es un juego... – Contestó calmada. – Y yo tampoco puedo perderte a ti o a papá... La abracé, mi impulso natural de madre solo me decía que hiciera eso, que la abrazara e intentara fusionarla a mi cuerpo, como cuando era niña e intentaba protegerla de los Vulturis. – Todo saldrá bien, mamá. – Dijo luego de un rato en el que ambas estuvimos en silencio. – La visión de mi tía Alice solo habrá sido un mal entendido... algo que no pasará. Deseé creerle, pero no podía. – Te amo, hija. – Nunca olvides eso, le susurré. – Yo también, mamá. – Convino. – Aunque sea una desagradecida y muchas veces no merezca tu amor. Todavía era de tarde cuando salí de la habitación de mi hija. Ella quería estar un tiempo más sola. Comprendía su confusión, al fin de cuentas, yo había pasado por lo mismo. Pero ahora estaba un poco más relajada, porque había escuchado de sus labios que ella amaba a Jacob, y no a Raphael. Renesmee me había contado la historia de los hermanos Blancquarts, y tenía razón, era triste hasta donde no podía imaginar. Y tal vez, hasta podía entender la culpa de Raphael. Y siendo sincera conmigo misma, también me daba lastima, y podía comprender que era lo que

Renesmee había visto en él, aparte de la belleza tan típica de lo vampiros, aunque este chico no era un vampiro de belleza común y corriente, él y su hermana eran muy hermosos, incluso para ser inmortales. Como Rosalie, o incluso como Edward. Comprendía lo que había visto mi hija, veía a alguien que llevaba doscientos años sin ningún otro cariño que el de su hermana, que si bien era profundo, también necesitaba de otra cosa. Veía a un chico que despertaba sus impulsos de proteger, alguien a quien ella consideraba débil emocionalmente. Pero esos no eran sentimientos genuinos, era compasión. Y seguramente un poco de proyección del amor que sentía por Jacob. No escuchaba a Edward en la habitación que teníamos allí, y tampoco a Alice. Supuse que ambos estaban juntos, porque era raro que estuvieran por su cuenta en un lugar que no conocían. Decidí bajar hacia la estancia, esperando poder encontrarlos allí. Esa casa era muy grande, pero aún así, llegué al lugar que deseaba en tan solo unos segundos. En esos momentos, la morada había dejado de parecerme lúgubre, pero seguía sintiendo la sensación que suele invadirte cuando te encuentras en un lugar que no sientes tu hogar. Descendí por las escaleras, a tiempo que veía que el lugar no estaba desierto, sino que en él estaba uno de los dueños de la casa... Raphael. – Discúlpame. – Dije, mirándolo. – ¿Mi esposo y mi cuñada se encuentran en algún lugar de la casa? Él me observó un segundo antes de contestar. También me dediqué a mirarlo. ¿Y que pasaba si al final, Renesmee lo elegía a él? ¿Qué pasaría si después de todo, el discurso que ella estaba dando dejaba de tener sentido cuando estuviera lejos de su amigo, y se encontrara con Jake, lo viera a los ojos y se diera cuenta de lo que pensó que era amor, solo había sido costumbre? ¿Correría a los brazos de Raphael? – Edward y Alice – Dijo los nombres con total naturalidad, a mí me constaba llamarlo por su nombre. – Han ido con mi hermana hacía el departamento de Renesmee, quieren ver si por los alrededores del edificio pueden encontrar algo que tenga alguna conexión con la visión... No quisieron molestarte porque sabían que estabas hablando con... Nessie.

Desvió la mirada. Obviamente había estado escuchado. En ese momento, tuve que decirle algo, a pesar de que Renesmee estaba mal de ánimo en ese momento, ella decía que todo hubiera sido mucho peor si ellos no hubieran estado acompañándola. – Gracias por cuidarla. – Dije. – De verdad es algo que no olvidaré nunca. Si ella hubiera sufrido algún daño, yo... No quise pensar en lo que ese supuesto conllevaría. El dolor hubiera sido demasiado insoportable. Perturbador. – No fue nada, Bella. – Respondió con una sonrisa encantadora. – Estar con Renesmee estos meses fue lo mejor que podría habernos pasado a mi hermana y a mí... Sí, eso ya lo había escuchado. – Aún así, debo agradecérselos. – Está bien... – Convino. – Pero no te sientas mal, eres una muy buena madre... Esta muy bien la forma en la que guías a tu hija. Edward y tú son excelentes padres, porque Ness no sería tan buena persona de no ser por ustedes. Su voz, la forma en la que hablaba de ella. Todo era demasiado obvio... Ese chico amaba a Renesmee. Me sentí mal por él, aunque eso no hacía que sintiera ninguna otra emoción. Deseaba que Renesmee no dudara de su amor por Jacob nunca, y que al volver a nuestro hogar, todo hubiera sido solo un recuerdo. – ¿Tienes miedo? – Preguntó de pronto Raphael. Su pregunta me extrañó, por que sí, sentía pánico, aunque este no estaba dominando mi mente en ese instante. Sentía un miedo generalizado. Pero una pregunta muda se hizo eco en mi cabeza... ¿Cómo lo sabía? – ¿Puedes entrar a mi mente? – Inquirí, asombrada. – No, no puedo hacerlo. – Contestó tranquilamente. – Pero aunque Renesmee se parezca mucho a tu esposo, sus gestos exactamente iguales a los tuyos. Por eso te pregunté, Ness pone esa misma expresión cuando algo la agobia...

¿Qué responder a esa declaración? Él la conocía, y había prestado atención a esos detalles en los que solo un hombre enamorado puede reparar. – ¿Qué es lo que te preocupa, Bella? – Preguntó con suavidad. Sopesé un segundo mentir, pero no tenía sentido. – Todo esto no nos llevará a ningún buen lugar. – Contesté entonces. – Alice tiene razón, si no quieren salir perjudicados, deberían apartarse de nosotros. Sea lo que sea que nos persiga, si de algo estoy segura, es que nos quiere muertos. No importó la seriedad de mi declaración, el vampiro no se inmutó. – No podemos dejarlos solos, de esa manera. – Respondió con total serenidad. – Malenne y yo no estamos dispuestos a abandonar a Renesmee de esa forma. – No estoy segura del tiempo que mi hija se quede en Juneau... creo que lo mejor sería que se fuera, alejarla de nosotros. En ese momento se me ocurrió algo que podría funcionar. Si lo que sea que acechara la cuidad, y a nosotros, esperaba encontrar a Renesmee sola, eso ya no tenía sentido. A menos que la intrusa en Forks haya cambiado de parecer, y no atacara a mi hija, nada era seguro ahora. ¿Sí Renesmee volvía a Forks con Raphael y Malenne? Nosotros podríamos quedarnos para ver como terminaría todo aquello. O no necesariamente tendrían que irse a Forks. En cualquier caso, eso era una mala idea. No podía imaginar al amigo de mi hija y a su prometido en una misma habitación. La sola imagen prometía violencia. Solo tenían que salir de la cuidad el tiempo suficiente como para que nosotros pudiéramos localizar la amenaza, y de ser posible exterminarla. Ella confiaba en sus amigos, y ni Edward, Alice y yo queríamos que los hermanos interfirieran en esa cuestión, tan delicada.

Sí lograba convencerlos de que eso era lo mejor para ella, seguramente ellos cooperarían con nosotros para que Nessie accediera a marcharse. Era algo que no tenía muchas posibilidades de florecer, porque Renesmee me había aclarado muy bien que no se marcharía, pero a esas alturas y en esas circunstancias, estaba dispuesta a probar cualquier cosa. Raphael no se opondría, porque él la quería, y si le garantizaba que tanto mi hija como su hermana estarían bien, seguramente no pondría ningún pero a ese plan que se estaba engendrando en mi mente... ¿Pero como debía hacer mi petición? El vampiro me observaba con sus ojos dorados, expectante a que continuara diciendo algo. La necesidad de resguardar a mi hija pudo más y entonces hice una pregunta que no debería haber salido de mis labios. – Raphael, ¿Cuánto es lo que quieres a Renesmee?

XXVI Frustraciones. El vampiro no respondió rápidamente. La piel de su rostro, blanca como la nieve, se puso incluso más pálida cuando terminé de formular mi pregunta. En ese momento, deseé no haber sido tan impulsiva, al permitirme realizar esa consulta sobre sus sentimientos. Yo no lo conocía, y por lo tanto, no era nadie para él. No tenía por qué hablar conmigo de esas cuestiones, pero si las cosas salían bien, sabía que al final, no le molestaría a Raphael que lo pusiera en una situación incomoda Sin embargo, que fuera algo obvio que él la quería, no significaba que pudiéramos hablar tranquilamente sobre el asunto. Además, si Renesmee les había contado todo acerca de nosotros, de seguro sabía que Jacob era mi mejor amigo. Y por lo tanto, eso no ayudaría a que expusiera conmigo sus sentimientos. Raphael me miró directamente a los ojos, analizando por completo la intención de mi pregunta. Por más que no pudiera entrar a mi mente con su don, eso no significaba que fuera tonto. Si analizaba correctamente mis palabras, se daría cuenta de que había una petición detrás de esa pregunta. En ese momento, no vi al vampiro que quería arrebatarle la felicidad a Jacob, sino a una persona que amaba a mi hija, porque la sola alusión de Renesmee hizo que sus pupilas brillaran con nostalgia y amor. Sentí lastima nuevamente por él. Supuse que esa era una emoción que no podría evitar percibir por el tiempo que nos quedaríamos en Alaska. Tras ese silencio, el vampiro respondió, y supe que lo hacía sinceramente. – Más de lo que debería. – Dijo con aire melancólico. – Aunque no sé a que viene la pregunta. Eso era exactamente lo que quería oír. ¿Me estaba comportando nuevamente como un monstruo? Al igual que en el momento en el que le pedí a Edward que no me dejara sola en la lucha de los neófitos. Había apelado al amor que me tenía y a la culpa que él sentía por cosas del pasado. Ahora estaba haciendo lo mismo. Estaba

manipulando el amor que Raphael le tenía a Renesmee para logra un objetivo. Que ella estuviera a salvo. Estaba mal, muy mal. Pero no tenía otra alternativa, porque si con utilizar los sentimientos de Raphael a mi favor, con tal de mantener sana y salva a Renesmee, merecía un castigo, sin duda lo aceptaría con gusto. – Entonces, necesito que me ayudes a convencerla de que se vaya... – Le respondí. – Ella no desea irse y no quiere entender razones... Si la quieres, por favor, ayúdame a sacarla de aquí. Él fijó su mirada de nuevo en la mía, meditando cada una de las palabras que acababa de decir. Su rostro perfecto estaba tieso, como una escultura de alabastro delicadamente confeccionada. – Si no has podido tú, que eres la madre, no veo razón para que lo intente yo... – Articuló con lentitud. – Si ella no desea hacerlo porque quiere quedarse a tu lado, deberías permitírselo. – No dejaré que se quede aquí, esperando a que la muerte nos alcance a todos. – Agregué rápidamente. – No estoy diciendo eso. Es lo que menos deseo... – Respondió. – Pero ella se irá y nosotros seremos menos. Malenne y yo nos quedaremos con ustedes. Aún así la pérdida de una persona es valiosa. Sin empezar la lucha, si es que hay una, ya correremos con desventaja. – Razonó. Antes de continuar, observó mi rostro, que se estaba volviendo cada vez más inexpresivo ante la falta de esperanza. – Quiero que Renesmee se vaya y que esté a salvo, pero lo bueno sería que ustedes sobrevivieran, al igual que ella. Si permanece con nosotros, su don es sería una gran ventaja. – No puedo ver a mi hija como un arma. – Convine, desviando la mirada. Sabía que no era eso a lo que se estaba refiriendo, sino que estaba calculando la posibilidades de sobrevivir, todos juntos. Era un buen chico, y eso no lo podía negar, no importaba lo mucho que me disgustara que hubiera fijado su mirada en mi hija. – Desde luego que no. – Afirmó Raphael. – Pero si esto es como dicen, un juego armado por alguien... no importa lo mucho que intentes desviar el objetivo principal. Porque si es a ella a quien buscan, al final, un solo error, o un momento de confianza, podría ser decisivo. Lo mejor es luchar. Todos... Créeme, sé lo que es vivir sin tu familia. Ella se sentirá fatal después si la obligas a abandonarte, a ti y a su

padre. Si las cosas terminan mal, sentirá que fue una cobarde y deseará haber muerto con ustedes... – Finalizó. – No puedo, simplemente, dejar que se quede en Juneau. – Murmuré. – Por eso estoy pidiendo tu ayuda... – Mi voy era baja, pero el tono era urgente, desesperado. Raphael lo notó, porque prestó más atención a mis palabras. – Si la quieres, debes convencerla de que abandone la ciudad... Tú y tu hermana, llévensela lejos, hasta que todo esté seguro. Confía en ustedes, y si hacen lo posible para convencerla, quizás acceda. – Busqué más palabras para intentar persuadirlo a él. – Ella cree que su padre y yo la subestimamos, que simplemente la queremos fuera de todo esto para no arriesgarla. Pero no es eso, esto es peligroso... ustedes pueden hacerlo, por favor. Debes ayudarme, por ese amor que sientes por ella, debes convencerla de que se vaya... – ¿Estás segura de eso? – Preguntó el vampiro. – ¿Quieres que nos la llevemos? ¿Y que hay de ti, de tu vida, de la de tu esposo? – Cuando eres padre, Raphael, tu vida siempre está en un segundo plano... – Intenté explicarle. – No importa lo que pase con ella, porque simplemente tienes algo más importante que cuidar. Sonrió tiernamente, como si al hacer este gesto, demostrara que estaba complemente de acuerdo conmigo. – Supongo que tienes razón. – Convino. – Nunca he sido padre, y desde luego, nunca lo seré, pero siento lo mismo hacia mi hermana. Aunque es diferente, yo no le di la vida, la maldije. Ese pensamiento solo podía demostrarme a lo que Renesmee se refería. Raphael lamentaba ser lo que era, y también haber transformado a su hermana. ¿Por qué yo nunca había sentido lo mismo? ¿Por qué siempre había visto la inmortalidad, la transformación, como un gran momento en mi existencia? Seguramente se debía a mi falta de comprensión con el mundo humano, a todo eso que me hacía pensar que no tenía nada en común con nadie. El hecho de que había amado a un vampiro siendo humana, y por ende había deseado, y conseguido, que me transformara. Pero había una diferencia, y seguramente era el motivo principal con el cual explicar esa diferencia en nuestros puntos de vista. Yo había dado ese paso consciente, expectante. Ellos no.

Y por eso, ninguno podía reconciliarse con la idea de ser esto, un vampiro. Por eso Raphael lo llamaba maldición, por eso Carlisle realizaba la labor que amaba, a la vez como una vocación, y también viéndola como una penitencia, por eso Rosalie se lamentaba por no poder ser capaz de tener una familia, por ese Edward creía que no teníamos alma... ¿Era la única entre todos nosotros que veía esta vida como algo completamente bueno y feliz, sin ninguna desventaba y llena de plenitud? – Si lo entiendes, entonces me ayudarás ¿Verdad? – Continué luego de mi dialogo interno. – Malenne y tú pueden llevársela a Vandervilt Hills o a cualquier cuidad cercana... – Dudé de eso, no, lo mejor sería un destino más alejado. – Tal vez hacia Denali con nuestros amigos más cercanos... Tanya y los demás los recibirán de buena gana... – Bella, veo tu desesperación, y la comprendo... – Comenzó el vampiro. – Pero ustedes tres solos no podrán defenderse, si por ejemplo, el enemigo ha creado un ejército... Estoy de acuerdo en alejar a Renesmee, pero si mi hermana y yo también nos marchamos, quedarán completamente indefensos. – No somos vampiros comunes y corrientes, Raphael. – Le dije, no para alardear, sino para que supiera que no nos encontrarían indefensos, no del todo, por lo menos. – Edward puede leer la mente a kilómetros de distancia, Alice verá cualquier decisión inmediata, y yo podré protegernos a los tres en caso de que alguno de ellos tenga dones sobrenaturales. No serenemos un blanco fácil... – Estás realmente decidida a que todo sea así, ¿Verdad? – Preguntó él. – Es la única forma que veo posible... – Murmuré. El sonrió dulcemente. – Eres una buena madre, Bella Cullen. – Repitió. – Una madre devota, y muy sacrificada. Me recuerdas a la mía... Era una mujer que velaba por todos nosotros, desde mí hasta Malenne, que era la más pequeña de sus hijos... pero bueno, después pasó todo lo que me condujo a esto... – señaló con su brazo, todo el largo de su cuerpo. – Renesmee me ha contado todo lo que sientes con respecto a esta vida. – Comencé. – ¿Sabes? Justamente recién pensaba en eso. Has llamado a lo que eres, y a lo que todos somos, unamaldición, – Le dije. – Pero lo que creo que te pasa es que tú mismo te crees maldecido... – ¿Era correcto que le dijera esas cosas? – No es la vida... eres tú. En

cuanto al pasado, no puedo decirte nada que mejore tus perspectivas, solo puedo aconsejarte con una frase que mi cuñado favorito dijo una vez, “La inmortalidad es un tiempo muy largo para pasarlo con culpa...” Sé que no te estoy diciendo nada nuevo, pero... Raphael, como ya dije, un padre hace absolutamente todo por su hijo, y sobre todo, siempre perdona, no importa cuan grave haya sido el error, siempre, absolutamente siempre, el amor es más fuerte que la falta. Ten por seguro que estén donde estén, ya te han perdonado, y esa es la clave para que te perdones a ti mismo. Se asombró ante lo inesperado de mi consejo, y luego se quedó quieto, observando las musarañas, como si en verdad estuviera pensando en lo que le acababa de decir. – Nunca lo había pensado desde ese punto de vista. – Dijo finalmente después de unos segundos. – Pero tienes razón... Seguro que ellos ya me han perdonado. – Entonces no hay motivo para que tú te encuentres mal por ello... – Le comenté. – No importa lo mal que te sientas por lo que pasó, al final de cuentas, ellos te amaban. Y tú lo sabes, ellos daban cualquier cosa por ti, sin importar que discutieras con tu padre, o cualquier otro problema que pudiste haber tenido con tu madre. Ellos son parte de otra realidad ahora, donde seguramente, tu sufrimiento les duele... Déjalos ir en paz, y la paz se quedará contigo. No sabía porque le decía todas esas cosas. Simplemente no podía evitar ayudarlo en su dolor. Nunca había sido una persona muy piadosa y compasiva, es decir, era consciente del dolor de los demás, pero nunca había hecho más que acompañarlos en ese sentimiento. Raphael sin embargo,despertaba esa sensación en mí. Las ganas de poder hacer o decir algo que ayudara a las personas. Podía comprender por qué Renesmee se sentía así con él. – Gracias, Bella. – Dijo al final. – No solo eres una buena madre, sino también una gran persona. Agradezco mucho tu preocupación... De verdad me has dado muchas cosas en que pensar. – Eso me alegra, porque en cierta forma, entiendo lo que sientes... – Medité un segundo mis palabras. – Yo saldré de la vida de mis padres muy pronto, y no podré verlos nunca más... Sé que eso les dolerá, pero no puedo hacer nada para cambiarlo, si quiero resguardarlos de esto, de esta vida que es demasiado peligrosa para dos humanos, – Suspiré. – tengo que abandonarlos... y sé que les dolerá, pero también estoy segura de que me perdonarán por ello.

– Tu comparación tiene sentido... – Razonó. – tal vez no lo puedo ver así porque llevo mucho tiempo sin ser humano, mis sentimientos afloran a la superficie de una manera diferente, y los que tienen años dentro de mi cuerpo, no cambian con facilidad... a decir verdad, ya olvidé lo que se siente ser humano. Todas esas emociones que logran que en verdad te sientas vivo, ya las he olvidado por completo. Los recuerdos están, pero las sensaciones que sentía en ese momento, no puedo recordarlas para nada. – Puedo recordar lo que se siente... sí. – Comenté, y era cierto. Todavía podía acordarme del flujo de sangre cuando me sonrojaba, de cómo se me erizaban los cabellos de la nuca al sentir un escalofrío, del latido desbocado de mi corazón al ponerme nerviosa. – Solo han pasado siete años. – De verdad, te agradezco mucho todo esto... – Afirmó. – Intentaré ayudarte, intentaré convencer a Renesmee de lo que me has pedido. Debes saber que no será fácil, y que no creo que lo logre, pero lo intentaré. Aunque creo que te equivocas al querer hacerlo de esa manera. – Muchas Gracias a ti. – Convine, algo más esperanzada ante su aceptación. – En cuanto llegue Edward le contaré todo, no se opondrá a esto, él quiere tanto como yo que Nessie se veo alejada de todo esto. Raphael se dedicó a asistir con un gesto corto del cuello. Nos quedamos allí, hablando luego de otras cosas. No pude darme cuanta el momento exacto en el que empecé a confiar en él, y tampoco en que instante de nuestra conversación, pude percibir que me caía realmente bien. Nos dedicamos a hablar de muchas cosas, él me contó algo más sobre su historia, sobre lo que conocía del mundo, y luego nuestra conversación giró en torno a algo que a los dos nos importaba mucho. Renesmee. Hablamos de ella mucho tiempo, casi indiferentes a que se encontraba a un solo piso de distancia. Raphael decía su nombre con total reverencia, como si fuera la diosa más sagrada de un credo pagano. Me contó como fue de extraño verla por primera vez, me relató con detalles cada uno de los minutos que pasaron con ella, y no pude más que percibir que la amaba con profundidad... pude ver a través de sus palabras que él la observaba

como si fuera la cosa más perfecta sobre la tierra, y eso es lo que ella también era para mí... Y para Jacob. En esos momentos de comparaciones, pude darme cuenta de que el amor de Raphael era autentico, completamente puro y natural. Provenía de la misma Renesmee, él la amaba por ser ella, simplemente por eso. Era ese amor que nacía todos los días, esa clase de necesidad que se crea lentamente, pero también de un momento a otro. Era un amor que se basaba en algo en concreto, una mirada, un gesto, una forma de ser o de pensar... Un verdadero amor. Si preguntaba a Raphael que era lo que lo había hecho enamorarse tanto de Renesmee, seguramente podría contestarme sin vacilaciones, porque el sabría que era esa cosa especial que veía en ella y la que la hacía que resalte entre las demás. Sí, Raphael podría decírmelo. Jake la amaba porque... ¿Por qué? Nadie lo sabía, lo único que estaba claro era que lo hacía, y de seguro con mayor profundidad que Raphael, y eso solo confirmaba el hecho de que si Renesmee le rompía el corazón, esta vez, no lo resistiría. Estaba segura de que el amor de Jacob era profundo y perfecto, mirase por donde se mirase. No había dudas en él, no había momentos en los que flaquearía, era constante, y nunca dejaría de brillar. Renesmee siempre sería el objeto perfecto de su devoción... ¿Entonces que importaba de donde provenía? Siempre y cuando la amara como se lo mereciera, ¿Qué importaba que no tuviera una fuente natural? Mi apoyo iba ser siempre para mi mejor amigo, y como Charlie en su momento prefirió que yo eligiera a Jacob, también esa era mi preferencia ahora... Quería que Renesmee lo eligiera nuevamente a él. Ahora que estaba confundida, a pesar de que ella confirmaba que el hombre lobo era dueño de su corazón, eso no podía evitar que yo dudara de cual sería su elección final.

Pero si al final de cuentas, las cosas no eran las esperadas, ¿Qué otra cosa podía hacer más que apoyarla en lo que eligiera? Si elegía al vampiro, era porque lo quería, porque lo amaba, y como su madre, tenía que aceptarlo. No pude evitar pensar que estaba en la misma situación que yo en su momento, salvo que ella no elegiría entre un amor humano y otro inmortal... Ella tendría que elegir entre un amor natural, donde los sentimientos eran originados por algo, y uno mágico, que era más intenso, pero también desconocido... En ese momento, se escuchó como alguien se acercaba sobre la autovía por la que habíamos accedido a la casa de los hermanos. El automóvil se acercaba a gran velocidad hacia la entrada, y desde luego, no pude intuir de quien se trataba, porque tanto Edward, como Alice o Malenne, tenían el habito de manejar excesivamente deprisa. ¿Acaso la velocidad era una manera de canalizar la abstinencia de sangre? Pude escuchar, luego de unos segundos, las voces de las dos vampiresas. – Sí, tienes razón. – Decía Alice. – Creo que la última colección de Christian Dior dejó bastante que desear, no entiendo porque utilizar todos esos estampados... – Desde luego, es decir, ¿Que hay de las pobres mujeres que somos pequeñas como nosotras? Esas cosas son para cuerpos como los de Renesmee, que es alta y puede lucir esas prendas sin parecer una ridícula. – Eso es lo que opino, exactamente lo que dices... – Opinó Alice. – Igualmente, Versace tampoco ha sacado algo digno de mencionar. – Completamente de acuerdo contigo... – Opinó la vampiresa rubia. – Aunque los mini vestidos de la última colección son relativamente decentes. – Exacto, tengo uno en la maleta que es el más bonito que he conseguido, desde luego, tuve que cortarlo bastante, porque los de las pasarelas están hechos para mujeres que miden un metro setenta y cinco.

– Lo mismo tuve que hacer con los dos que compré... – Se la escuchó suspirar. – Tuve que cortarlos veinticinco centímetros... todo el detalle de la falda se perdió. Alice suspiró fuertemente, claramente compungida, como si Malenne acabara de confesarle que se había tenido que cortar una pierna. Pude escuchar como Edward tensaba la mandíbula, seguramente pensando lo tonta que era la conversación entre esas dos mujeres que estaban, al parecer, en completa sincronía. Raphael, que todavía estaba sentado a mi lado, se rió con ganas. – Mi hermana por fin ha encontrado a alguien que también cree que la moda es la razón por la que gira el mundo. – Dijo con una sonrisa en su rostro. – Además por lo que nos contó Renesmee, creo que era fácil de imaginar que se llevaran bien. – Sí, bueno. – Dije, sabiendo que Alice sin duda ya podía escucharme. – Mi cuñada puede ser realmente irritante cuando de ropa se habla. Edward, Alice y Malenne cruzaron la puerta principal de la casa solo unos segundos después de detener el motor del coche. – No hemos encontrado nada que nos sirva de ayuda en el departamento, ni en las calles que se encuentran cerca. – Anunció mi esposo. – Todavía no hay nada decidido por parte de nadie. – Dijo Alice, desenfocando su mirada. – El futuro ha cambiado mucho desde que decidimos interferir. – Eso ya lo has dicho muchas veces desde que estamos aquí. – Intervino Mi esposo. – Debe de haber algo que nos de una señal. Su hermana lo observó, ligeramente irritada por la contestación. – Lo siento, Edward. – Dijo suavemente, no parecía enojada. – Pero no puedo hacer mucho con Renesmee aquí... Ella debe irse. Todos nos miramos. Y luego de cortar mi contacto visual con mi esposo, no pude evitar deslizar mi mirada hacía Raphael, que también me miró durante una fracción casi inexistente de segundo. ¿Él cumpliría con su promesa? Me ayudaría al final de cuentas a salvar a Nessie?

Malenne también miró toda la escena que se había compuesto, y al parecer, no era muy partidaria de esa idea. La vampiresa me observó un segundo, con bastante menos disimulo que su hermano. El dorado de sus ojos se posó en mi rostro con total atención, y a pesar de que hace unos instantes estaba riendo y bromeando con Alice, en ese momento solo pude ver el rostro de una mujer madura y totalmente consciente de todo. No era frívola y superficial, pude entender que esa forma de ser, tan jocosa y un poco aniñada, se debía a que toda su vida humana había sido una condena. Ella había sufrido a lo largo de ese tiempo de privaciones y penurias. Por eso era así ahora... Todo lo que no había tenido a lo largo del principio de su existencia, estaría presente, y con creces, en toda la extensión de su inmortalidad. – ¿Entonces la decisión está tomada? – Preguntó con su voz de sirena. – ¿Nessie se va? – Creo que es lo mejor que podríamos hacer. – Interferí, mirándola. – Si ella está aquí, no podremos anticiparnos a los movimientos de nuestros enemigos. – ¿Y dejaremos que se marche sola? – Dijo la vampiresa. – ¿La acompañamos al aeropuerto y que se vaya en el siguiente vuelo? – Preguntó en un tomo bastante sarcástico. – No es esa la idea, hermana. – Agregó Raphael, que la miró a lo ojos con mucho significado. Edward no pudo evitar observar el cuadro, y conociéndolo como lo hacía, tampoco se privó de mirar en la mente del amigo de nuestra hija. La cara de contrariedad que puso a continuación permitió hacerme saber que no pudo captar nada. Raphael había creado una capa de pensamientos superficiales para que mi esposo no pudiera ver nada que él no quisiera compartir. Supuse que eso debería ser fácil para ellos, que estaban acostumbrados a recibir flujos de pensamientos de los demás. Malenne dejó de hablar, y se dedicó prestar mayor atención. – ¿Cuál es el plan, entonces? – Preguntó Alice, cuya cara de contrariedad demostraba que no podía ver nada. Medité un segundo antes de comenzar a hablar.

Mi idea era acertada. No había nada de malo en ella, solo el contratiempo de que Renesmee se resistiera, cosa que esperaba que no pasara. – Que se vaya con Raphael y Malenne. – Comencé, mirando a mi pequeña hermana. – Pueden ir hacía Denali, allí Tanya y Kate puedo resguardarla el tiempo suficiente como para que nosotros descubramos que hay detrás de todo esto... – Edward me observaba, empequeñeciendo sus hermosos ojos con cada palabra que decía. Seguí dirigiéndome hacía Alice, terminando de explicar lo que decía. – Una vez que ella no éste con nosotros, tu serás capaz de ver, y entonces estaremos listos... – Estaremos listos, pero solo seremos tres... – Puntualizó Alice. Meditó un segundo antes de continuar. – Pero creo que eso es lo mejor. No podemos dejar que se vaya sola, eso sería estúpido y no serviría de nada... – ¿Hay un aquelarre en Denali? – Preguntó Malenne. – Sí. – Respondió Edward. – Son parte de nuestra familia, también. Hemos vivido juntos en el pasado, y podemos confiar en ellos plenamente. – ¿Ellos confiaran en nosotros, o deberemos demostrar quienes somos antes de que nos ayuden a esconder a Ness el tiempo suficiente? – Preguntó la hermana de Raphael. – Sí, claro que lo harán. – Convino Edward, que todavía estaba dudando de la eficacia del plan. – Pero no sé si sea lo más sensato. En ese momento el estomago se me contrajo de pánico. Edward estaba oponiéndose a mí plan, y sabía por qué era. A pesar de todo, él todavía no estaba cien por ciento seguro de los hermanos Blancquarts. Yo sabía que eran nuestra mejor opción. Antes de que pudiera objetar algo a su expresión, mi esposo dio sus motivos. – No es que no confíe en ustedes... – Señaló. – Es que... Seremos pocos. Si son un ejercito, no podremos contenerlos, Bella. ¿Entonces era eso? Pensé. – Yo opino que no se pueden quedar solo ustedes tres... – Dijo Malenne. – Es arriesgarse innecesariamente. Yo me puedo quedar, no tengo problema alguno en ello...

Raphael compuso una mueca de terror, como si la idea que se le acaba de ocurrir a su hermana fuera terrible. Lo cierto es que de seguro lo era para él. Obviamente no querría que su hermana se viera inmiscuida en una cosa como aquella, había pasado doscientos años cuidándola como para que llegáramos nosotros y le pidiéramos que arriesgara la vida del único ser querido que tenía en todo el mundo. – Eso ni pensarlo, Malenne. – Dijo entonces. – Sí alguno de nosotros debe quedarse a ayudar a los Cullen seré yo, tu te irás con Renesmee hacía donde ellos digan y las dos se mantendrán a salvo de todo esto. – Tú no eres un beneficio aquí, hermano. – Le respondió ella. – Yo puedo ayudarlos mucho más de lo que tú podrías. El vampiro la miró como si estuviera enloqueciendo. – No me importa si eres o no de ayuda, no te quedarás aquí... – Susurró, mirando a su hermana a los ojos, con una muda autoridad en su mirada, pero también con suplica, porque de seguro sabía que no podía dominarla. El instinto, a pesar de que hacía poco tiempo que conocía a esa vampiresa, me había hecho percatar varias cosas acerca de ella. La primera, era una fiera indomable. La segunda, No importaba lo que los demás pensaran, ella siempre haría lo que consideraba que estaba bien, y la tercera, esa chica quería a Renesmee, y amaba a su hermano a un nivel que yo, que fui hija única, jamás entendería. Por eso, no importaba si su hermano se oponía a su plan, ella se saldría con la suya si eso era lo que quería realmente. – Raphael, aquí no eres útil... – Comenzó a decir. – Si nos la arreglamos para que Renesmee salga de la cuidad sana y salva, necesitamos que alguien como tú se encuentre con ella. Tú serás capaz de percibir si alguien los sigue o si se están acercando hacía algo peligroso... – Era cierto todo lo que decía, la lógica de su razonamiento era innegable. – mientras tanto, encontrándose con nosotros, Edward puede hacer ese trabajo con total sencillez, evitando que alguien nos ataque en las proximidades de ésta casa, y en caso de que algo se complique, lo sabremos con Alice cerca. Malenne había trazado un plan perfecto e intachable sobre el cual nos podríamos mover.

Tenía razón, había creído que estando todos separados despistaríamos al enemigo, pero estaba equivocada, si nos dispersábamos, y ellos eran un número relativamente superior al nuestro, seríamos una presa demasiado fácil sobre la cual caer. – No está en discusión tu permanencia en Juneau... – Susurró Raphael. –Podrás protegerla mucho mejor que yo si te vas con ella. Y estás al tanto de que peleo mucho mejor que tú, y que en caso de una batalla, será mejor que me quede aquí. Si uno de los dos debía quedarse, ¿Cuál debería hacerlo? Alice había tenido una extraña visión, ella había visto que algo malo podría pasar con uno de ellos. ¿Podría vivir con la consciencia tranquila si Raphael o Malenne morían por nuestra causa? ¿Podría Renesmee hacerlo? No, ella no lo soportaría, por eso me había parecido una gran idea que los hermanos se fueran hacía cualquier lado con ella, siempre y cuando estuviera a salvo. – No pretendemos que ustedes se separen. Son una familia y deben estar juntos... – Dijo Alice. – Sí nos quieren ayudar, pueden hacerlo, pero no están obligados a hacerlo. – No nos sentimos obligados bajo ningún concepto, Alice. – Respondió Malenne. – Los ayudaremos porque eso es lo que queremos, y es lo que nos parece lo más correcto. Edward me miró a los ojos. Nos comunicamos de un modo silencioso, de esa forma en la que solo dos personas que se conocen demasiado pueden hacerlo. Sentí como si estuviera leyendo su mente, pero claro, eso era imposible... Estaba leyendo su mirada. En sus ojos había temor. El mismo temor que yo sentía al saber que podía perderlo. Mi esposo no pensaba en otra cosa que no fuera lo que también invadía mi mente. Los desconocido. – No deseamos que haya una discusión entre ustedes. – Reiteró Edward. – Llegado el momento, resolveremos todas las cosas. – Tiempo es lo que no tenemos. – Lo contradijo Raphael. – Si queremos llegar a algo, ahora es el momento. – Creo que lo mejor es que Renesmee se vaya con los dos... – Dijo Alice, para luego mirar a su hermano. – Creo que no es más que una

persona, Edward. Hubiera visto algo más si detrás de esto hubiera más que un solo individuo. Alguien, actuando solo, puede pasar inadvertido, pero dos, no lo creo posible. Mi esposo dudó, no parecía en absoluto convencido de las palabras de la pequeña vampiresa. – Cuanto más rápido resolvamos las cosas nosotros, más rápido estará obligado a hacerlo la persona que esta detrás de todo esto. – Continuó Alice. En ese momento, se pudo escuchar a mi hija avanzar hacía las escaleras desde el piso superior. Había salido de su habitación, y caminaba hacia nosotros con tranquilidad. Su rostro no denotaba emoción alguna, pero sabía que estaba enfadada. Era mi princesa, y la conocía demasiado bien. Esperó a bajar todos los peldaños que la separaban del primer piso de aquella enorme casa, y no dijo una sola palabra hasta que se encontró de frente a nosotros. – He escuchado suficiente. – Dijo, ya sin ocultar su mal genio, dirigiéndose especialmente hacía su padre y a mí. – Como ya les he dicho, no importa lo mucho que planifiquen mi partida, no me iré... – Fijó sus ojos marrones en Raphael y Malenne. – Ni siquiera con ustedes. No abandonaré a mi familia, y les voy a pedir, amigos, que no se metan en eso. Si alguien viene por mí, me encontrará lista para pelear, pero esta no es su lucha. Los hermanos se miraron uno al otro, y luego sonrieron por lo bajo. – No puedes pedirnos eso. – Contestó Raphael. – Tú eres parte de nosotros, y no dejaremos que nada te pase... – Pude darme cuenta de que ese nosotros era en realidad un mi. – Estaremos aquí para defenderte, como ya te lo dije antes. Malenne continuó hablando, no con menos emotividad. – No dejaré que nadie te toque Renesmee. – Declaró sin preámbulos. – Te dije que siempre estaríamos juntas, y cumpliré con mi promesa. Nessie contrajo el ceño, mostrando su desacuerdo a las palabras de sus amigos. – No me iré. – Repitió. – Debes hacerlo. – Dijo Raphael. – Esa es la única forma de mantenerte a salvo. – Se acercó a ella, ignorando que todos los demás

estuviéramos allí. Si la convencía, si lograba que Renesmee accediera, estaría agradecida con él para toda la eternidad. – Tú más que nadie debería entenderme, Raph... – Dijo mi hija, mirando a los ojos a su amigo. – Tú que has pasado por todo aquello, deberías apoyarme en mi idea de no dejar a mi familia. El vampiro se acercó a ella, hipnotizado por el dolor que irradiaba la mirada de Renesmee. Simplemente era más fuerte que él, no podía contenerse a reconfortarla. Tomó una de las manos de mi hija, y también la observó. – Claro que te entiendo, Nessie. – Susurró, alzando la mano que le quedaba libre y acariciándole el hombro. – Pero esto es diferente. Te irás, y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo. No estaba negociando con ella, no se lo estaba pidiendo. Tampoco imponiéndoselo. Le habló como si se tratara de algo inevitable, y lo cierto es que lo era. Renesmee contempló a su amigo una vez más, mientras una lágrima caía por su rostro. Era extraño verlos a los dos, uno frente del otro, de ese modo. Él la observaba, con los ojos llenos de una suplica diferente a la que había utilizado con su hermana. A Nessie la miraba con el miedo que solo puedes sentir cuando estás por perder a alguien que no es un miembro de la familia. Un miedo que es exactamente igual y completamente diferente al mismo tiempo. No importa cuanto intentes no pensar en él, te somete con la misma facilidad con la que el agua te empuja hacia la profundidad cuando te estas por ahogar. Renesmee negó de nuevo, y Raphael se acercó un poco más a ella. Supe en ese momento, que él ya no intentaba convencerla porque me lo había prometido, no del todo, por lo menos. Él quería que se vaya porque sabía que todo iba a empeorar de un momento a otro, sabía que a partir de ahora nada era seguro. Y no quería, y no soportaría, que algo malo le pasara. Malenne, que se había quedado en silencio, intervino. – Amiga, de verdad no quiero que estés aquí... – Comenzó. – Y no lo voy a permitir. Haré lo que tenga que hacer para evitarlo. Mi hija contuvo el aliento, llena de pánico.

¿Por qué sus palabras le causaban ese terror tan repentino? ¿Qué significado oculto había detrás de ese corto discurso? – No eres capaz de hacerlo. – Dijo Ness, cuyo rostro estaba nuevamente surcado por las lágrimas. Edward observaba a nuestra hija, y también a Malenne. Sus ojos se movían de una a otra. El desconcierto y la sorpresa gobernaban su expresión. Pude adivinar que se debía a que él si podía averiguar que era lo que escondías esas extrañas palabras de la vampiresa rubia... Raphael observó a su hermana, que todavía miraba a Renesmee con total tranquilidad. – No será necesario que hagas esas cosas, hermana. – Dijo el vampiro. – Ella se irá por su propia voluntad... No entendía nada, y nadie parecía dispuesto a explicarme lo que fuera que estaba pasando. Alice tenía la mirada desenfocada, como intentando prever algo. Era obvio que no lo adivinaría. – Vamos, Renesmee. – La animó de nuevo Raphael. – Debes irte... Aquí no hay nada que puedas hacer. Si te quedas, arriesgarás tu vida, y nosotros no podremos concentrarnos lo suficiente como para obtener la victoria. Estando aquí serás una responsabilidad. Lejos, nos ayudarás mucho más de lo que lo harías permaneciendo a nuestro lado. Ness procesó las palabras del vampiro lentamente, recorriendo con sus ojos marrones toda la sala, a tiempo que se daba el suficiente respiro como para mirarnos a cada uno de los presentes, buscando un apoyo en alguno de nosotros, y desde luego, no encontrándolo. Pude percibir que se sentía complemente traicionada por Raphael... Él, que había profesado amor por ella, ahora la estaba desplazando de todo, tratándola exactamente como todos los demás. De esa forma que mi hija odiaba que la trataran... Como una niña tonta, que no sabe lo que hace. Simplemente algo que había que proteger porque no tenía la mínima idea de cómo hacerlo por si misma. Raphael no lo hacía con maldad, ni por creerse superior. Lo hacía estando dentro de su gran desesperación en que Renesmee se

encontrara bien. Por eso, yo entendía lo que estaba haciendo. Por eso nadie en esa habitación podía juzgarlo. Pude darme cuenta de lo herida que estaba mi hija por las palabras de su amigo. Y también el vampiro se había dado cuenta de ello. Ness deshizo el contacto que tenía con Raphael y le dio la espalda. Él se percató del motivo por el que ella lo hacía, y se adelantó, para tenerla de frente de nuevo. – No quiero hablar con ustedes. Tampoco contigo. – Dijo Ness, sin mirar de nuevo a su amigo. – Me iré, han ganado. Si quieren que huya lo haré, y así nunca seré nada más que una estúpida que necesita que todos la vigilen todo el tiempo. Una última lágrima cayó desde sus hermosos ojos y se deliró por su mejilla. Como había hecho en su habitación, se apresuró a secársela con la mano. – No es eso lo que quisimos decir al pedirte que te vayas... – Comenzó Edward, con el semblante lleno de culpa. No era de su agrado hacer sentir a nuestra hija así. Pero Renesmee lo detuvo con un gesto seco. – Basta, papá... – Susurró con suavidad. Tenía la voz de alguien resignado. – Ya han tenido su oportunidad de hablar. Han dejado muy en claro que me creen incapaz de ayudarlos en nada, e incluso de protegerme a mi misma. – Por favor, Ness, no queremos que creas una cosa así... – Repitió Alice, que se adelantó hacia ella. Pero mi hija estaba de un pésimo humor. Nos ignoró a todos y caminó hacía la entrada. – Me iré, pero no antes de que ustedes tengan todo resuelto. – Dijo al final. – Una vez que tengan un plan, los dejaré y volaré a Forks, Denali o donde les plazca... ¿Por qué utilizaba ese tono tan... desilusionado en su voz? Como si pensara que no la valorábamos y no nos fiáramos de ella. ¿Por qué no podía entendernos? Podía comprender su posición. Contaba que Raphael y Malenne, sus amigos, iban a apoyarla en todo aquello de quedarse. Había depositado todas sus esperanzas en que, llegado el momento, ellos

podrían convencernos a Edward, Alice y a mí, para poder permanecer en Juneau. Comenzó a deslizarse hacia la puerta, mostrando una clara intención de marcharse. – ¿A dónde vas? – Preguntó su padre, con un tono evidentemente preocupado. – Saldré un momento. – Anunció ella con poco entusiasmo. – Necesito estar sola. – Lo has estado por horas, hija. – Le dije. Suspiró pesadamente, como si estuviera harta de algo, y antes de contestarme, cerró los ojos con fuerza y se agarró el puente de la nariz con el pulgar y el índice, tal cual hacía su padre cuando estaba muy enfadado con algo. – ¡Quiero estarlo de nuevo! ¿Está bien? ¿O soy tan estúpida que ni siquiera puedo caminar un par de metros sola, sin que alguien intente matarme? – Respondió elevando la voz. Sus palabras me golpearon de lleno en la cara como si me hubiera dado una cachetada. No, dolió mucho más que eso. Fue como si me hubiera clavado un puñal en el pecho. Pero no eran las palabras, sino la frustración detrás de ellas, el mal estar que de seguro sentía, porque sino, no me hubiera contestado jamás así. Nunca, en todos esos años que llevábamos juntas, había empleado ese tono conmigo. Simplemente, jamás habíamos discutido siquiera. Todo había sido siempre prefecto, y la relación con mi hija jamás había flaqueado. Por eso, su contestación, tan típicamente adolescente, pero también inusual en ella, lograban que el pecho me doliera mucho más de lo que hubiera podido esperar. Sin duda, esa sensación de desasosiego se tradujo en mi rostro, tornando mi expresión totalmente desolada. – Esas no son maneras de responderle a tu madre. – La acusó Edward elevando su voz y acercándose hacía ella para tomarla del brazo, intentando reprenderla. Pero nuestra hija volvió a sorprendernos. Se libero del agarre de su padre con una sacudida, antes de dedicarle a él también una mirada cargada de ira. Edward se detuvo en seco, impresionado.

– Tú también. – Lo culpó. – No paras de decirme que soy inteligente, que no deje de confiar nunca en mi misma, que no hay nadie que pueda hacer las cosas mejor que yo, pero a la primera señal de peligro me tratas como si fuera una idiota, solo un bebé... – Gritó. – Ahora, que las cosas se han complicado, simplemente quieren esconderme. ¿Qué clase de confianza es esa? Si no creías que era apta para esto, ¿Por qué demonios me dejaron venir sola hacía aquí? Mi esposo no sabía que contestar. Se quedó meditando las palabras de Renesmee un segundo. – Tú, simplemente no lo entiendes, hija. – Susurró. – Esto se escapa de mis manos o de las tuyas. Raphael, Malenne y Alice estaban quietos, observando nuestra discusión familiar. Al ver que Edward no podía ni quería agregar nada más, Renesmee terminó de darse la vuelta y salió corriendo hacia la puerta. – Ness... ven, por favor. – Dijo Raphael mientras comenzaba a deslizarse por el mismo camino que mi hija había tomado. El ambiente seguía tenso, y podía notar el enojo reprimido de Edward. Estaba enfado por la reacción de Renesmee, estaba conmocionado. De seguro fue esa misma sensación de ira lo que lo guió a hacer lo que pasó a continuación. Tomó a Raphael por el brazo, sujetándolo con evidente fuerza, tal vez demasiada. El vampiro, que estaba más preocupado en seguir a Renesmee que en estar atento a ese repentino y sorpresivo agarre, se quedó sorprendido. – Tú no eres nadie para seguirla. – Le dijo Edward con la voz llena de tensión. – No eres nada de ella como para que interfieras más en esto. – Nosotros estuvimos a su lado mientras ustedes no lo estaban. – Respondió Raphael con los dientes apretados, claramente enfadado. – Ahora suéltame, porque nadie me dice lo que tengo que hacer en mi propia casa. Edward suspiró fuertemente, pero no obedeció a lo que el amigo de nuestra hija decía.

Miré a Alice, que observaba la escena con el rostro tieso por la sorpresa, y a Malenne, que parecía menos perturbada que mi cuñada, pero igualmente inquieta. – Suéltame, Edward Cullen. – Repitió Raphael. No había levantado la voz, pero igualmente sonaba temible. – No lo diré una vez más. El miedo me invadió de nuevo. Los dos vampiros se miraban el uno al otro, con los ojos dorados brillando con intensidad. Como esperando a que el otro hiciera el primer movimiento. Solo eso bastaba, una mínima señal para que toda esa maldita tensión que se había originado tras la huida de Renesmee se convirtiera en una lucha hecha y derecha entre mi esposo y el otro vampiro. La ira centelleaba en sus miradas, mientras dos gruñidos sordos se escapaban entre sus pechos, y se tensaban para atacarse en cualquier momento.

XXVII Secretos. Estaba enojado, demasiado. Renesmee había contestado con ese tono imprudente y mal educado. Bella se había sentido lastimada por ello, y para terminar, nuestra hija no quería entender razones. Había huido como una chiquilla, corriendo hacía afuera de la casa, y encima de todo, su amigo la apañaba. Bueno, no necesariamente lo hacía, pero en el estado en el que me encontraba, era más fácil encontrarlo culpable, simplemente por intentar reconfortarla. Lo tomé por el brazo en cuanto intentó salir a su encuentro. – Tú no eres nadie para seguirla. – Le dije, sujetándolo por el brazo. Quizás fui muy imprudente, y de hecho, utilicé más fuerza de la que debería al detenerlo. – No eres nada de ella como para que interfieras más en esto. Su mente se detuve en seco. Y sus pensamientos, inclinados en animar a Renesmee, que ahora estaba corriendo en dirección a las montañas que estaba cerca de la casa de los Blancquarts, se reordenaron en encontrarle lógica a mis palabras y a mi comportamiento. También pude percibir, a través de lo compleja que era su mente, que con lo que dije lo había herido mucho más de lo que pudo expresar después. Con cada una de las palabras que había utilizado, lo había hecho sentirse miserable. “¿Qué no soy nada? Maldita sea si no soy quien para apoyarla...” – Nosotros estuvimos a su lado mientras ustedes no lo estaban. – Murmuró entre dientes, intentado contener la ira que le había originado mi acusación. – Ahora suéltame, porque nadie me dice lo que tengo que hacer en mi propia casa. Mi reacción lo tomó por sorpresa, pero en ese momento, las emociones poco civilizadas de mi personalidad, esas que evitaba que salieran con frecuencia, dominaba mi cuerpo casi por completo. La cabeza de Raphael estaba concentrada en otra cosa, muy ajenas a nosotros. Solo tenía cabeza para mi hija...

Ella ya se había detenido, se había alejado un poco menos de dos kilómetros, nada, prácticamente. Todavía podía escuchar sus pensamientos... “¿Por qué nunca me entienden? ¿Nunca dejaré de ser un bebé para ellos?” Realmente creí que eso iba a cambiar a partir de ahora... – Su mente cavilaba una y otra vez a los últimos segundos. Ahora se sentía culpable, rememorando el último intercambio de palabras con nosotros. – “No debí haberle gritado a mamá de esa forma. Me siento terrible, pobre papá...” Ella recordó la contestación que le había hecho a su madre, y también la reacción que había tenido conmigo. La repetición sirvió para que mi enojo aumentara. No estaba acostumbrado a esas cosas, menos por parte de Renesmee. Tal vez por eso decidí descargar, no de un modo completamente inconsciente, mi frustración en Raphael. No tenía la culpa de todo, pero era la única persona en la que podía hacerlo. Por primera vez en muchos años, una situación me había superado. Quizás no tenía sentido que fuera esa situación... pero lo cierto es que no me importó en ese momento. Aunque no quería pelear con él, pero el instinto salvaje que dominaba mi cuerpo en ese momento, me guiaba a hacerlo. Sentí, en ese rincón tan escondido de mi mente, como deseaba enfrentarme a él. ¿Por qué? ¿Por qué quería hacerlo, si él no había hecho nada? Era la frustración que sentía al saber que mi hija no era la misma de antes. De saber que ella era diferente. Que había cambiado radicalmente hasta convertirse casi en una insolente. No, ella no era nada de eso. Tal vez simplemente tenía razón. Había reaccionado del mismo modo que lo había hecho con Bella, tantos años atrás, cuando era humana. Sabía que Bella comprendía muy bien la postura de nuestra hija, pero las cosas eran diferentes ahora. La parte cuerda de mi cabeza susurró:

“Claro que es diferente... Renesmee no es humana, ni tan débil como lo fue Bella...” – Dijo. – “¿Tanto cuesta entenderla? ¿Por que no la dejas defenderse?” Pero me rehusaba a darle la razón. Nessie se iría, y no había nada que cambiara eso. Con escena o sin escena, de acuerdo o no de acuerdo, no estaría aquí cuando las cosas pasaran. Raphael me observaba todavía, con los ojos centelleando de ira. Ya había perdido completamente la paciencia. Su mente estaba en llamas. “Suéltame...” – Pensó virulento. – “¿Te has vuelto loco?” Tal vez. Era fácil culparlo, a él y a ella por el cambio de mi hija. Sabía que eso era absurdo, pero en ese momento de confusión, no me importó ser, por primera vez, incoherente. Las mentes de Alice y Malenne se tensaron, sorprendiéndose a todo lo que estaba pasando. Bella se quedó inmóvil, claramente asustada. “Edward... Tranquilízate.” Pensó mi hermana en mi dirección. El instinto protector de Malenne se disparó en un segundo, pero se contuvo de intervenir. Hacía solo unos instantes había descubierto ese gran poder que tenía, ese que había percibido en su mente ni bien la conocí. Esa fuerza terrible de su mente se debía al prodigioso don del que disponía... Tan fuerte como temeroso. Malenne Blancquarts podía doblegar la voluntad de cualquiera que quisiera, tan solo con proponérselo. Renesmee lo había pensado, habían acudido a su mente muchos recuerdos que demostraban que tenía razón... El hombre que ya había visto en la mente de la vampiresa, James McGreggor, una mujer de mediana edad, y por último... Ese joven, Steven Collins. ¿Por qué estaba tan presente en la mente de los tres? ¿Quién era ese chico y que había pasado con él?

Pero lo que estaba en primer plano en mi mente era la habilidad de Malenne. ¿Cómo era posible algo así? ¿Cómo aquella pequeña vampiresa era capaz de realizar esas cosas? – Suéltame, Edward Cullen. – Dijo ahora Raphael en voz alta. – No lo diré una vez más. “Si no lo haces, te juro que te arrepentirás...” – Sus palabras mentales no sonaban tan firmes como las físicas. Desde luego no deseaba hacerme daño y yo tampoco hacérselo a él. Pero la tensión que se había generado provocaba que mi cuerpo tomara las decisiones incluso antes de meditarlo como debería. Mi hermana, mi esposa y Malenne no podían sacar los ojos de nosotros, se quedaron inmóviles, seguramente no teniendo idea de que podrían hacer. La hermana de Raphael todavía estaba a la defensiva, no lo demostraba con sus pensamientos en palabras, pero si en la actitud que envolvía su mente. Nos gruñimos uno al otro al mismo tiempo, contemplándonos con un verdadero odio a los ojos, y entonces... Todo pasó muy rápido. Se soltó de mi agarre con fuerza, y se alejó un metro a gran velocidad. No quería pelear conmigo, pero su enojo estaba a punto de aflorar dentro de su cuerpo. Me adelanté, más por atemorizarlo que por que quisiera hacer algo. Estando en mi propia nube de ira, no me di cuenta de que al acercarme hacía él, también me aproximé mucho a su hermana, que estaba a su lado. Raphael malinterpretó mi gesto, y dentro de esa confusión que se habíamos generado, creyó que deseaba hacerle daño a Malenne. Su reacción fue instintiva, se acercó y me empujó, con toda la intensión de alejarme lo más que pudiera de ella, haciéndome volar por toda la extensión de la sala. Caí de espaldas, chocando contra el enorme televisor que había allí. Se produjo un gran estruendo cuando colisioné con él. Luego, aterrizó conmigo en el suelo, destruyéndose por completo.

Se aproximó de nuevo hacía mí, ahora realmente enojado. No pude evitar responder a sus gestos. Estaba equivocado, desde luego. Creía que había querido lastimar a su hermana, y al igual que Malenne había mostrado su deje protector, Raphael ahora se mostraba violento ante mi supuesta intención de lastimarla. Me agazapé al igual que él, que estaba completamente tenso para atacarme de un segundo a otro. Podría ser más fuerte que yo, pero no más rápido. Me levanté con toda la velocidad de la que fui capaz, y su vista perfecta de vampiro no le fue suficiente para verme con claridad. “Edward, detente...” – Pensaba Alice. – “Son nuestro aliados, no nuestro enemigos...” Pero en ese momento me importó muy poco. Me posicioné a sus espaldas, pero al parecer, era más veloz de lo que parecía. Se alejó de mí con un salto preciso, y se giró para atacarme. Fui a su encuentro, y desvié su atención, mostrándome indeciso ante cual sería mi siguiente paso. Podía escuchar en su mente todas las estrategias que formaba ante mis posibles intentos de ataque. Pero a pesar de ser más antiguo que yo, y de seguramente tener más experiencia, su don no era lo suficientemente invasivo como para ganarme. Mi ventaja, leer el pensamiento, claramente me ponía en una situación mucho más favorecedora que él. Ese segundo que tuvo de duda fue suficiente. Me posicioné detrás de su espalda tan rápido, que no tuvo tiempo de volverse. Con el brazo, envolví su cuello antes de que pudiera hacer otra cosa. Intentó soltarse, pero era inútil. Lo presionaba con toda la fuerza de la era capaz. Bella y Alice no sabía que hacer. Habían perdido la capacidad de hablar, o incluso las del movimiento, de pura sorpresa. No importaba cuanto intentara liberarse, no podría.

No tenía intención de hacer nada más. Ahora mi mente había vuelvo a funcionar de forma clara, me di cuenta de que había reaccionado de forma exagerada. Otra vez. Pero no fue eso lo que me detuvo... No fue mi voluntad lo que me obligó a soltarlo... “Suéltalo ya, Edward Cullen...” susurró la voz de Malenne dentro de mi cabeza. También pude escuchar la voz de la vampiresa en la cabeza de Raphael. “Deja de forcejear, hermano” Le dijo mentalmente. “No te hará daño, lo tengo controlado.” “¿Qué significa todo esto?” – Se preguntó el vampiro, demasiado extrañado ante ese poder tan singular de su hermana. Pude leer en su mente la falta de compresión ante esa demostración. ¿Él no sabia de lo que era capaz su hermana? ¿Cómo podía ser eso? Pero mi mente también estaba pendiente de otra cosa. Mi cuerpo obedeció rápidamente, sin siquiera ofrecer resistencia. En cuanto la voz de Malenne sonó en mi mente, mis brazos se aflojaron del cuello del vampiro. Caí en el piso, completamente rendido, de espaldas al suelo. No había forma de escapar de eso, sentía como si estuviera cayendo en un profundo pozo sin fondo. Era extraña la forma en la que mi voluntad se vio rápidamente forzada, no pude negarme en ningún momento, en tan solo un segundo, toda mi determinación se transformó en obediencia. Era como una fuerza, indefinida pero poderosa, no había nada que pudiera hacer para no obedecer a lo que estaba pidiendo. Pero yo no era el único... Ella estaba usando su poder incluso con su hermano. Raphael también perdió la estabilidad, y cayó en el suelo con la misma facilidad con la que yo había caído segundos antes. Quedó de rodillas, inmóvil como una estatuía. Sus ojos reflejaban por completo la falta de entendimiento acerca de lo que estaba pasando, y su mente analizaba cada segundo transcurrido en el último minuto.

– No quiero ese tipo de comportamientos en esta casa... – Dijo con la voz cargada de una autoridad que incluso llegó a atemorizarme. – Aquí nadie pelea, ¿Escuchaste bien, Edward Cullen? Malenne se notaba incluso más enfadada que su hermano. “Nunca más quiero verte de esa forma... Nunca más intentes lastimarlo, de ningún modo... ¿Me has escuchado bien? Llevo mucho tiempo velando por él como para que tú llegues y le hagas esto.” Pero no podía responder. Había envuelto mi cuerpo por completo en su poder abrasador. Todo el alcance de su don se podía sentir en el ambiente, o tal vez solo yo podía, porque percibía sus pensamientos. Era como un manto, casi imperceptible, muy parecido al de Bella, pero una vez que estas en él, no quedas protegido, sino desamparado, por completo a su merced... lo extendió a lo largo de toda esa enorme sala, no solo cubriéndonos a mí y a su hermano, sino también a Alice, que de repente, se quedó completamente tiesa... “¿Qué pasa...? ¡No puedo moverme...! Edward, ¿Qué significa esto?”Preguntó mi pequeña hermana, pero no estaba capacitado para responderle. Bella no comprendía nada. Solo pude darme cuenta de que ella todavía podía moverse... – Edward... ¿Qué está pasando? – Preguntó. Comenzó a caminar por la estancia, indiferente al don de Malenne, que la miraba con una inmensa sorpresa plasmada en sus ojos. Estaba completamente asombrada de la inmunidad de mi esposa... – Eres tú... – La acusó entonces. – ¡Haz que pare...! Por un segundo, las dos vampiresas se fulminaron con la mirada. Bella hizo lo primero que se le ocurrió. Extendió su escudo, primero en mi dirección, decidida a protegerme. Pude sentir como éste se acercaba hacía mí, lo más rápido que mi esposa era capaz de proyectarlo... Pero el mayor asombro vino cuando, al envolverme en él, nada sucedió. Seguía postrado en el suelo, incapaz de levantarme, con la voz de Malenne palpitando en mi cabeza. Bella se desesperó al darse cuenta de ello.

– No puede ser... – Dijo mirándola. – Si lo que estás haciendo no me afecta a mí, ¿Por qué no los libero al extender mi escudo...? – Por qué mi don no funciona de la misma forma que la mayoría, por eso, Bella. – Contestó muy pagada de si misma. – Funcionará con los demás, pero una vez que ejerzo un dominio sobre una mente, me pertenece como si fuera parte de mí, como si fuera una parte de mi cuerpo, hasta que elija liberarla... – Explicó con total serenidad. – mientras estén bajo mi poder, no podrás resguardarlos... – Detente, Malenne... – Dijo mi esposa. – Edward no quería hacerte daño, ni a ti ni a Raphael... solo que se enfureció por la reacción de Renesmee... – Suplicó – Por favor. La vampiresa rubia volvió a mirarla, reflexionando acerca de sus palabras. No le hizo caso, siguió utilizando su poder en nosotros. – Suéltalos, Malenne... – Repitió mi esposa, ya enfurecida. Las dos estaban enfrentadas, había entre ellas algo de dos metros, y el cuadro que representaban era hasta fantasioso. – Lo haré solo si tengo la certeza de que tu esposo está calmado. – Dijo, con total tranquilidad. – Como ya dije, no quiero violencia en ésta casa. – Malenne, estoy perdiendo la paciencia... – La previno Bella. Era cierto, ese tono de voz solo lo adoptaba cuando algo realmente la exasperaba. – Así que libera a Edward y a Alice, porque de verdad, no tienes idea de lo que soy capaz de hacer para proteger a mi familia... – Tú tampoco sabes de lo que soy capaz, Bella. – Le respondió la mujer rubia alzando la barbilla. – Haría lo que sea para proteger a quien quiero... Y un torrente de pensamientos y recuerdos revolvieron su mente. ¿Julia? ¿Quién era Julia? Estaba muerta, eso era todo lo que podía ver a través de esas escenas inconexas. Brad, también muerto... Ella había hecho lo posible para salvarlo, pero al final, no pudo contener más la determinación de los superiores... Una habitación, llena de vampiros. Todos inmortales, planeando algo importante.

Una lucha por poder, eso era lo que estaban discutiendo, y ella escuchaba atenta a todo... El último recuerdo llegó a su mente. Un lugar en el que no había estado nunca, pero que conocía muy bien... La arquitectura barroca, la fuente de los Cuatro Ríos de Bernini. Era la plaza Navona, en Roma. La lluvia caía con mucha fuerza, y ella se encontraba sentada al borde de la fuente. Vestía la ropa de los años veinte. Collar de perlas, el cabello estaba acomodado en un rodete en la parte de atrás de su cabeza. Ella sabía que pronto llegaría ese momento, porque lo presentía, lo sentía en su corazón, él aparecería, y lo vería después de diez largos años. Recién en ese momento se daba cuento de lo que había extrañado, cuanto lo había necesitado, y todo lo que la había lastimado no estar cerca de él... Los hombres la miraban, como si fuera un fantasma, y apreciaban su belleza. Ella hubiera preferido pasar inadvertida en ese momento. Un hombre de unos veinticinco años se acercó, a pesar de aguacero que caía, incontrolable. – ¿Por qué una señorita tan hermosa como usted está solo bajo ésta tormenta tan intensa? – Preguntó en italiano, con suavidad. – Estoy esperando a alguien... – Dijo con total calma, en el mismo idioma. No estaba de humor, pero tampoco quería ser descortés, ese hombre no tenía la culpa. En verdad esperaba que llegara... “Por favor... Dios, si de verdad merecemos algo de esta vida, has que vuelva, has que regrese a mi lado...” Sus palabras mentales eran demasiado suplicantes. “¿Qué haré ahora con todo lo que sé? ¿Puedo contárselo así nada más?”

Él no contestó, solo se sentó a su lado, con toda la intención de acompañarla. Encendió un cigarrillo, y le enseñó la cajetilla, dando a entender con el gesto si deseaba uno. – No fumo, gracias. – Respondió tensamente. “¿Cómo puede fumar con tanta naturalidad estando al descubierto bajo esta tormenta?” – Mi nombre es Bruno. – Se presentó el humano. – ¿Cómo se llama, señorita? Dudó. Nunca había sido una persona de mucha paciencia. – Francesca. – Fue lo primero que se le ocurrió. – Discúlpeme, pero realmente no estoy de humor para conversar con extraños... esperaré hasta el anochecer si es necesario, y sería mejor que no tuviera compañía. El hombre no parecía haber entendido lo que le decía, porque siguió preguntando como si nada. – ¿Espera a su novio? – Inquirió. – Al parecer la ha dejado plantada bajo la lluvia... – Ese no es asunto suyo. – Respondió, del todo enojada. – Si me puede dejar sola, se lo agradecería. – Es asunto de cualquier hombre que una mujer tan hermosa como usted contraiga alguna enfermedad por estar aquí esperando con esta tormenta... – Dijo con una sonrisa con la que pretendía ser encantador. Malenne bufó. – Tengo muy buena salud, no se preocupe... – Respondió con sarcasmo. – No lo diré de nuevo, váyase antes de que pierda la paciencia. Algo en su tono de voz, le hizo ver al italiano que ella no bromeaba al decir esas cosas. No se había asustado, pero ahora estaba más precavido. El gesto de su rostro decía claramente: “Mujeres hermosas, están todas locas”

No había gente en la plaza, ellos eran los únicos. Estaban cubiertos con tapados, y por eso, el cuerpo de la vampiresa no se veía prácticamente, solo se podía apreciar lo pequeña de su talla. Las gotas que caían creaban un manto que tornaba que todo lo que estuviera más allá de dos metros, fuera casi imperceptible. – Mi casa está a tan solo dos calles de aquí... – Intentó de nuevo el hombre. E hizo algo que no debería haber hecho jamás. Deslizó su mano bajo la gabardina que cubría las piernas de Malenne, y la acarició lentamente. Tuvo el tiempo suficiente como para percatarse de lo helada que estaba, y se hubiera asustado con ello, si no fuera por el hecho de que la mujer rubia lo sujetó con fuerza por el cuello. – Escúchame bien, estúpido. – Dijo en un italiano perfecto y violento. Sujetándolo con demasiado fuerza y hablándole al oído. La escena, baja esa tormenta, podría verse como la de dos enamorados que se acarician bajo la lluvia. – No soy una ramera, ni mucho menos una perdida que se acuesta con el primer idiota que se le aparece. Bruno se asustó ante la reacción. No esperaba que una chica de su estatura y belleza tuviera semejante fuerza. – Ahora, aléjate... – Continuó Malenne, y como gesto final, lo sumergió de lleno en la fuente, que si bien no era muy profunda, bastaba para que le diera un buen susto. Apretó su cabeza el tiempo suficiente como para que el hombre sintiera desesperación por estar ahogándose. Lo soltó luego de unos segundos. Bruno se puso de pie y salió corriendo, perdiéndose en el hermoso paraje de esa bonita plaza. Siguió esperando, hasta que por fin, su instinto le dio la razón. No parecía un vampiro. Era más bien un cadáver caminando, si es que a eso se le podía llamar caminar. Arrastrarse, era el término correcto. Las ojeras bajo sus ojos eran de un violeta demasiado intenso, y sus ojos estaban negros como jamás ella había visto en un vampiro. La miraba asustaba, la propia de alguien que ha sido poseído por la locura. Pero no era solo eso, sino la tristeza bajo esas pupilas. Lo profundamente dañado que se encontraba. Estaba roto, destrozado de mil formas y en miles de fragmentos. Si su cuerpo no hubiera sido de piedra, lo más probable era que no lo habría resistido.

Se acercó a ella, que de repente tenía unas ganas indescriptibles de llorar. Se maldijo por ser una maldita inmortal, que no podía hacerlo. Abrazó a su hermano con toda la fuerza que pudo, intentando no lastimarlo porque estaba débil. Seguramente hacía meses que no se alimentaba. – Malenne, lo siento tanto... – Dijo al tenerla entre sus brazos. – ¿Cuánto más te lastimaré a lo largo de nuestras vidas? – Calla, Raphael. – Contestó ella, lloriqueando. – Lo importante es que has vuelto. Dentro de ese recuerdo, Malenne me permitió ver otro... Uno humano, dado lo borroso que era. Una mujer rubia, muy hermosa y también parecida a ella. “– Madre, mi padre ésta muerto... – Decía ella. – Murió hace años, no lo encontrará, él no ésta en el bosque...” “– Claro que sí. – Contestó la mujer. En el recuerdo se podía apreciar los ojos negros de la mujer. Eran idénticos a los de Raphael en ese momento. Pero no era solo eso. La locura en su rostro, también era la misma. – Lo voy a encontrar, sí. Él no se ha ido, él me ama...” Y la mujer partió hacía la calle, dejando a la Malenne humana llorando, desconsolada... No me dejó ver nada más. Todo lo que siguió fueron escenas cortas. La lenta recuperación de Raphael. El dolor que le causaba verlo así, tan parecido a su madre la noche en la que perdió completamente la cordura. Y la determinación. La cruda y fuerte determinación de que él no pasaría por lo mismo. Ese era el secreto. Las piezas caían una detrás de la otra, y se acomodaban ordenando ese rompecabezas que hasta ese momento había sido incomprensible. Raphael no sabía nada del poder oculto de su hermana, porque si lo supiera, habría sabido que ella era la que lo obligaba a estar bien.

Aunque mi cuerpo seguía inmóvil por el don de la vampiresa, mi mente no lo estaba, y pude entender que ella lo hacía por amor. Simplemente por eso. ¿Pero eso hacía que fuera correcto? Tal vez. La voz de Bella me trajo de nuevo a la realidad. – Por favor, Malenne... de verdad, hazlo por Renesmee. – Continuó. – No debemos pelear, somos aliados en esto. La vampiresa la observó un segundo, y pudo ver la suplica en el rostro de mi esposa. – Lo siento. – Respondió luego de recapacitar por completo. – Es que me dio mucha rabia que ambos reaccionarán así. El salvajismo me altera. Cerró sus ojos, y de repente me di cuenta de que ya podía moverme. Raphael también se puso de pie, pero la expresión de su rostro era incomprensible, más aún sus pensamientos. Por primera vez en toda mi inmortalidad, no pude leerlo con facilidad. Iban en demasiadas direcciones, atando cabos sueltos. Malenne se acercó hacía mí, y extendió su mano. – Lo siento, Edward... – Parecía arrepentida. – Se me salió todo de las manos. La estreché, más por cortesía que por otra cosa. No quería iniciar una nueva tensión. – Lo siento yo también. – Miré a su hermano. – Discúlpame, Raphael... No fue mi intención agredirte de esa forma. Él solo asistió una vez, e hizo un gesto que demostraba que todo era parte del pasado. No estaba atento a nada más que no fueran sus cavilaciones. “Lo descubrirá” – Me dije a mi mismo. – “Es solo cuestión de tiempo...” Malenne también se excusó con Bella y Alice, que aceptaron sin problemas sus disculpas.

– Creo que será mejor que vaya a buscar a Renesmee... – Dijo entonces Bella. – Será mejor que lo haga yo... – Ofrecí rápidamente. –Está un poco alterada todavía y se siente culpable por como te trató. Creo que lo mejor es que hable un poco con ella. Bella asistió una vez, antes de dejarme el paso hacía la puerta principal. No fue demasiado difícil encontrar mi hija, el rastro de su efluvio dejaba un claro camino que seguir alrededor de la cadena montañosa que envolvía la casa de los Blancquarts. Estaba sentada sobre una roca, abrazándose las rodillas, como si tuviera frío. Contemplaba la tarde que caía sobre el paisaje, y el sol, cubierto tras el manto de nubes, que se escondía en el horizonte. – Es hermoso, ¿No? – Me dijo cuando me acercaba hacía ella. – Como la naturaleza se las arregla para crear imágenes tan delicadas como perfectas. – Sí. – Contesté. – Pero creo que la obra maestra de la naturaleza eres tú, no éste lugar... Sonrió. Era bueno señal ¿No? Me senté a su lado, poniéndome en la misma postura que ella. – Lo siento papá. – Se disculpó. – No fue mi intensión ser tan... impertinente. – Ya pasó, hija. – Le respondí. – Solo me hubiera gustado que no emplearas ese tono con tu madre... No voy a negar que me sacara de quicios... Aunque tu amiga Malenne hizo de las suyas para controlarme. Me observó, sin comprender. Claro, ella se había alejado lo suficiente para no escuchar nada de lo que había pasado. Pero luego su rostro mutó en una expresión que solo hubiera podido componer si sabía toda la verdad. – ¿Ella usó su don en ti? – Preguntó. – En todos... En Raphael, en Alice y en mí. – Le conté. – No pudo con Bella, y cuando tu madre intentó liberarnos, no le fue posible.

– ¿El don de mamá, no funciona contra Malenne? – Parecía muy sorprendida. – No, no por lo menos si tu amiga ya ejerce dominio sobre las mentes... – Malenne lo había explicado. Y tenía lógica lo que decía, cuando ella se adueñas de las mentes, es como si fueran parte de la de ella. Si Bella nos hubiera protegido antes de que ella nos atacara, seguramente ahí sí que no habría podido hacer nada. – ¿Y Raphael que dijo? – Quiso saber. Esa pregunta me dio a entender que ella conocía toda la verdad. Absolutamente toda. – ¿Tendría que decir algo en particular? – Responder con otra pregunta siempre funcionaba cuando quieres conocer todas caras del asunto. – No puedo decirte nada, papá. Lo prometí. – Respondió al percatarse de cuales eran mis intenciones. – Ya he visto muchas cosas, Renesmee. – Le dije, no quería forzarla a romper una promesa, pero como venían las cosas, no creía que el secreto se mantuviera de pie mucho más tiempo. Bajé la voz, solo por si acaso, el oído de un vampiro, al fin y al cabo, tampoco era muy potente como para que nos escucharan desde allí. – Malenne ha usado su don con Raphael todos estos años, y no me digas que no es así porque lo sé. El asombro le desfiguró los hermosos rasgos del rostro. – ¿Qué es lo que ha pasado allí que pudiste ver todo eso? Malenne nunca pensaría en esas cosas conscientemente para que las averiguaras... – Tu amigo y yo estuvimos a punto de pelearnos. – Murmuré. – ¿¡Que!? – Ya no podía disimular el asombro. – ¿Por qué ha pasado algo así? – Soy tu padre y me conoces... – Dije simplemente. – Perdí la paciencia, y Raphael quería venir por ti cuando saliste corriendo. Lo tomé del brazo, y la cosa se tornó un poco... violenta. – ¿Se han hecho algún daño? – Preguntó observándome, revisando que no estuviera lastimado. – No, hija. Como ya te dije, Malenne tomó cartas en el asunto demasiado rápido.

– Soy una tonta... en vez de ayudarlos para tranquilizar las cosas, solo las vuelvo un desastre peor de lo que ya son. – Se lamentó. – Ya ha pasado, Ness. – Le dije. – Pero Raphael se dio cuenta de todo, y no es ningún tonto. No falta mucho tiempo para que termine de entender de que viene el asunto. – ¡No! Eso no puede pasar, papá. – Estaba exasperada. – Si Raphael conoce la verdad... si sabe que Julia está muerta... eso lo matará a él también. Otra vez ese nombre. Julia ¿Quién demonios era Julia? Y entonces lo vi. No era la escena real, desde luego. Solo la imaginada por Renesmee. Era una imagen en la cual su amigo, estaba con una vampiresa. Pelo negro, rizos color azabache. Ella lo había transformado y lo había abandonado. Él la amaba, y la había buscado, por eso esa separación entre los hermanos. Por eso esa desolación en la cara de Raphael. Él la había buscado, y desde luego que no había podido encontrarla. Malenne y Renesmee sabían que nunca podría hacerlo. Esa era la mujer que estaba en los pensamientos de Raphael. Ahora podía ver quien era ella. Ahora tenía la imagen exacta. El la había amado, o todavía lo hacía. Claro, si se enteraba que estaba muerta. También el dolor podría matarlo. No fue muy difícil ponerme en su lugar cuando yo mismo había pasado por algo demasiado parecido. – Perdón, papá. – Volvió a disculparse. – Realmente no sabes cuanto me arrepiento por haber reaccionado así. – En realidad, creo que deberías pedirle disculpas a tu madre, ella se sintió muy herida por tus palabras. – Le dije, no queriéndola hacerse sentir culpable, pero sí para que supiera lo que Bella había sentido. Lo había visto en su rostro. Cada una de las palabras de Renesmee la había lastimado demasiado, mucho más de lo que ella estaba dispuesta a aceptar. – Sí, es lo primero que haré en cuanto la vea, papá. – Convino.

Pasé mi brazo por detrás de su espalda, y estuvimos abrazados un largo rato allí. Hacía mucho que no pasaba un grato momento con mi hija, y me daba cuenta de que era algo que necesitaba. Simplemente era un ser demasiado especial para mantenerlo lejos de uno. Contemplamos como anochecía, y el modo en el que la tonalidad gris claro de las nubes se tornaba una oscura seda plateada en algunos sitios o un color morado intenso en otros. – Volvamos. – Dijo Renesmee al final. – Creo que será mejor que terminemos de pensar el plan ¿No? Había renuncia en su voz, pero no la que había demostrado en la tarde, sino que ahora era de un modo maduro. Quizás nuestro momento a solas había podido demostrarle la difícil situación en la que nos encontrábamos su madre y yo. – Realmente espero que algún día entiendas lo difícil que puede resultar ser padre. Uno bueno, por lo menos. – Le comenté. – Nunca seré madre, papá. – Contestó con una media sonrisa. – Así que tal vez nunca lo entienda, y por eso jamás abandonaré el papel de niña caprichosa. – Tú no eres caprichosa, hija. – Discrepé. – Eres testaruda, como tu madre. Ambos reímos. Nos pusimos de pie al mismo tiempo, y comenzamos a caminar a un paso solo un poco más rápido que el de un humano, de regreso a la casa. Estábamos casi llegando a la puerta cuando vimos venir a Bella, que corrió en una rápida carrera el último tramo de espacio y abrazó a Renesmee, que de repente se puso tiesa. – Lo siento, mamá. – Se disculpó. – Jamás debería haberte dicho esas cosas. – Mi princesa, lo siento tanto... – Ella también se estaba excusando. – De verdad nunca quise hacerte sentir así... realmente espero que me perdones algún día. – No tengo nada de que perdonarte, mamá. – Dijo rápidamente mi hija. Lo más extraño fue ver a Alice que se deslizó detrás de mi esposa, con una expresión muy compleja y difícil de interpretar.

– Edward... – Susurró. – Vi que Raphael y Malenne se pelearán en unos pocos segundos... no tengo idea de por qué, pero ésta a punto de pasar. Renesmee escuchó lo que su tía acababa de decir, y nos observó a todos, antes de salir corriendo hacia la mansión, que estaba a unos pocos metros de nosotros. La seguimos. En realidad, nosotros no teníamos mucho que opinar acerca de esa discusión que Alice había visto, pero por su expresión, prometía violencia. Renesmee se deslizó escaleras arriba, y se detuvo en el pasillo, donde Raphael le había impedido el paso a su hermana, que seguramente había querido entrar a su cuarto. Inmediatamente comencé a prestarle atención a sus pensamientos pude percatarme de que todo aquello que temía mi hija que pasara, se había hecho realidad. Ness se detuvo antes de llegar al lugar donde los hermanos se encontraban. Malenne observaba a su hermano con la culpa carcomiendo todos los planos de su rostro. Pude ver en su mente el pánico que la envolvía. Pero no era por ella que sentía miedo. Había visto al igual que todos en esa habitación, lo cerca que estaba su hermano de descubrir eso que ella se había empecinado en ocultar. La muerte de Julia. – Ese poder, Mallie... – Decía conteniendo la voz. Observaba a su hermana con pánico. Como si fuera una completa desconocida. – ¿Hace cuanto que eres capaz de hacer cosas así...? Ella no contestaba, sabedora que cualquier tipo de respuesta la pondría en una situación más comprometida de la que ya estaba. “Maldición, ¿Qué debo hacer? Si le cuento la verdad... sufrirá como nunca ha sufrido en su vida... y me odiará, me odiará para siempre. No puedo, simplemente no puedo...” Pero no era algo que estuviera en su control. La verdad se acercaba, del mismo modo en el que las olas rompen contra la costa. Raphael se sumergía con cada palabra y nuevo razonamiento, en todo ese secreto que su hermana le había negado por tanto tiempo.

– Dímelo, Malenne... – Pidió. – Quiero escucharlo de tus labios... Renesmee observaba el cuadro que sus amigos estaban representando completamente muda, con la misma expresión aturdida que la vampiresa rubia. Bella se encontraba solo un poco más atrás de ella, y Alice y yo permanecíamos en el extremo más cercano que tenía el pasillo a las escaleras. La mujer Blancquarts se rindió. ¿Qué sentido tenía seguir negándose si todo ya estaba encaminado al desastre? Una a una, se fueron acomodando las piezas en la mente de Raphael. – Desde que nos separamos... – Dijo al fin. – Conocí a alguien que me enseñó a... hacer esto. Su voz estaba teñida de arrepentimiento. Y el dolor que le causaba pronunciar esas palabras se materializaba en su mente. ¿Cuánto le costaría relacionar el poder de su hermana a la rápida recuperación que había tenido después de encontrarse...? Al hecho de que ella había realizado todo lo posible para que olvidara a la vampiresa... parecían ideas muy inconexas, pero que sin embargo, dentro de ese trasfondo caótico, tenían una relación estrecha. – Tú... usas ese poder... en mí... – Susurró. Ya se había dado cuenta. Su mente movía engranajes a una velocidad demasiado rápida... Solo faltaban unos segundos... Unos pocos segundos... – Tú me obligaste a superar lo de Julia. – No era una pregunta. Solo la constatación de un hecho. – Raphael, no sigas... por favor. – Suplicó de nuevo su hermana. – No quieres saber nada más... Pero no eso lo que él quería. No se iba a detener, no ahora que el amargo sabor de la verdad comenzaba a sentirse en sus labios, destrozando cada una de las sogas que lo ataba a su inestable quietud. – Tú hiciste eso... porque sabes algo... porque antes de irme, siempre me decías que debía olvidarla, pero cuando volví ya no lo hiciste más... nunca volviste a nombrarla... ¿Y sabes? Creo que lo sabía, pero no quería verlo... ¡Removí cielo y tierra para encontrarla! Corrí a lo largo y ancho de este maldito mundo... – De repente todo su dolor me

golpeó de lleno. La agonía de cada una de sus palabras llegaba a mi mente a través de su voz física y la de su mente. Estaba llegando a la última curva del laberinto, solo que ésta vez no encontraría la salida, sino un precipicio... La mente de su hermana estaba en un estado de shock cada vez mayor. Ella había temido que ese momento llegara de una forma u otro, y ahora estaba materializado, demasiado real, e incluso más terrible de lo que había sospechado. – Sabes algo... me lo has ocultado por cien años... ¿Verdad? – Preguntó. – Basta... basta... Raphael. Basta. – Suplicó Malenne. Cerró sus ojos dorados con fuerza y cubrió se cubrió el rostro con las manos. El rostro del vampiro había mutado a algo completamente sin vida. Sus labios se movían por inercia, y sus ojos estaban carentes de toda vida. Su cabeza estaba ligeramente inclinada, con un ademán de locura que impactaba a la más insensible de las personas. – Dímelo, ya. – Exigió. – Dime eso que sabes... Y aunque esas eran las palabras que hubiera preferido jamás pronunciar en toda su existencia, Malenne lo hizo. Todo estaba perdido, su hermano se había enterado de eso que ella no deseaba que supiera jamás... Se culpaba. Se odiaba a sí misma por su reacción de hace unos momentos. Si no hubiera hecho eso, las cosas habrían continuado como siempre, y hubiera podido evitarle a su hermano todo ese dolor y pesar que ella sabía, y que yo comprobaba, que ahora sentía. – Julia... está... muerta. – La última palabra salió con un quejido angustiado, demasiado profundo y doloroso. Porque entendía que era como una puñalada para él. Raphael, que hasta entonces había tenido una gran dificultad para mantenerse de pie, no pudo más. Cayó al suelo de rodillas, e incluso pareció que su cuerpo se destruía en miles de fragmentos diferentes. Pero no, lo que se había hecho añicos era su mente, su corazón, y todas esas emociones que tenían tanto tiempo dentro de su cuerpo. Liberaron un veneno añejo y maligno, que destruía demasiado rápido todo aquello que tocaba.

– Perdóname, hermano... – Dijo Malenne acercándose a él. Se agachó a su lado e intentó ayudarlo a levantarse. Vi en su mente la necesidad que tenía de abrazarlo, de consolarlo. Pero eso no formaba parte de los planes de él. El roce de las pétreas manos de su hermana lo sintió como una llama ardiente. El fuego de la traición y el dolor. – ¡No me toques...! – Gritó. Intentó ponerse de pie, pero fue patético verlo. Se agarró de la mesa que amueblaba el pasillo y se enderezó. – No tienes idea de lo que ocultaste... ¡No tienes idea de lo que duele! Eres mi hermana, y me mientes... la única persona que ha estado conmigo todo éste tiempo, y me dominas... soy tu estúpido títere... – ¡No, Raphael...! ¡No es así! – Intentó explicarle. Ella seguía arrodillada en el suelo. Parecía una niña dado lo pequeña de su talle. Miraba a su hermano a los ojos, que de repente también tenían un aire desquiciado.Él respondió a la mirada, y en sus ojos no se podía ver otro cosa que no sea turbación y locura. – Lo hice porque te amo... porque no quería que pasaras por esto. No te das cuenta que eres demasiado frágil... Por favor perdóname. No lo hice con intensiones de lastimarte... solo quería protegerte. – Es tarde para pedir perdón... – Murmuró. – Muy tarde. Renesmee se adelantó. Alice, Bella y yo no podíamos hacer nada. Todo el drama de la escena impedía que nos moviéramos. Pero ésta vez, no era Malenne la que nos hacía permanecer así. Ella estaba demasiado absorta en todo el asunto como para prestar atención a otra cosa. No, lo que nos mantenía con los pies fusionados al suelo, era la misma sorpresa. – Por favor, Raphael. – Intervino. Me di cuenta demasiado pronto que eso no ayudaría, pero no podía hacer nada para que mi hija no dijera nada. – No lo hizo de un modo egoísta... ella te ama. Es tu hermana, no puedes odiarla por ello. Lo hizo porque quería que estuvieras bien... Raphael enmudeció. Y observó a Nessie directo a los ojos. Me di cuenta de que observaba con su don los sentimientos detrás de las palabras. – ¿Tú lo sabías? – Preguntó. El silencio fue la mejor afirmación que pudo haber recibido.

Y la sensación de traición aumentó cien veces. Mil veces. Se tornó insoportable, incluso para mí, que luchaba porque sus emociones no me afectaran. Era difícil, todas eran demasiado intensas. “Renesmee, también tú...” Pensó con dolor. La mujer que lo había hecho revivir, la niña hermosa que ahora sentía que amaba, también había formado parte del engaño más grande que había sufrido en su vida... Ahora sentía que odiaba a su hermana. El odio se deslizaba por sus venas secas, carcomiendo todo el amor que sentía por Malenne. No, no era odio... no podría odiarla aunque quisiera. Pero esa misma sensación no aparecía para Nessie. Era peor... igual de intensa, pero peor. Era un vacío, tan asfixiante, como capaz de aplastarlo. La desilusión. La pérdida era mayor. Sentía como si de repente, hubiera perdido a Julia, y también a Renesmee. Las dos juntas, al mismo tiempo. No lo soportaba más. Se tenía que ir, era la única forma de escapar de eso dolor. Debía salir corriendo. Debía hacer algo ya. Se giró, y antes de que ninguno de nosotros pudiera hacer algo más, destrozó la ventana que daba a la parte de atrás de la casa. Los cristales saltaron en todas las direcciones, y rebotaron en el suelo mientras tintineaban sin parar. Saltó con demasiada agilidad, perdiéndose en la intemperie. Todavía lo escuchaba, a pesar de que deseaba que su mente se desconectara de su cuerpo. Correr no le iba a ayudar de nada. Bien lo sabía yo. Podía correr todo lo que quisiera, a la velocidad a la que le de la gana, pero sus problemas no se quedarían atrás. Raphael corría, con una desesperación tan autentica como desoladora. Sin un rumbo, y sin ninguna intención de mirar atrás. – Raphael... – Dijo su hermana. Se puso de pie e intentó seguirlo.

Me adelanté rápido. La detuve de la misma forma en la que había detenido a su hermano cuando Renesmee salió corriendo. No utilicé la fuerza, solo la sostuve, porque ella también se derrumbaría de un momento a otro. No forcejeó, porque sabía por qué lo hacía. Su rostro estaba surcado por la pena y la culpa. “¿Cuanto más podrá pasar en este maldito día...?” Pensó con violencia, aunque el dolor gobernaba sobre todas las emociones que sentía su mente. – No lo sigas... – Le dije lentamente. Solo podía transmitirle el último pensamiento consciente de su hermano, que ahora había dejado que su mente se llenara de todo ese dolor que Malenne ya no contenía. – Él no volverá.

XXVIII Otra Visión. No terminaba de procesar todo lo que estaba pasando.

Las cortinas de la ventana todavía se mecían al compás del viento que ingresaba desde el exterior. Todo estaba destrozado, pues Raphael había reducido los cristales a pequeños fragmentos diamantinos al salir corriendo de su dolor. Las cosas habían pasado demasiado rápido, y la única certeza era la desolación que inundaba el ambiente, y nos poseía uno a uno, sumergiéndonos en ella. El espectro de sufrimiento estaba presente en todos nosotros, que nos esforzábamos en regresar a la realidad, dando manotazos de ahogado. Era difícil, porque no había nada que pudiéramos hacer para evitar que las cosas fueran diferentes. Cada suceso se había relacionado con el otro de una forma tal, que resultó imposible que todo terminara como lo hizo.

Edward había detenido a Malenne, que estaba dispuesta a seguir a su hermano, que ahora corría con desesperación hacía ningún lugar. No había sitio en el mundo donde su dolor fuera menos intenso, no lo encontraría...

Simplemente estaba alejándose de su hermana y de Renesmee. Su pesar había sido tangible a cada segundo, calando muy profundo en mi cuerpo. Comprendía esa sensación, quizás más de lo que estaba dispuesta a aceptar. Todo su mundo, o por lo menos gran parte de él, se había desmoronado en unos minutos. Por fin había despertado de ese largo sueño en el que había estado hundido.

La mentira.

Mi hija se había quedado petrificada en el medio del pasillo, que reflejaba a través de los espejos que envolvían las paredes todo la escena, volviéndola todavía más perturbadora.

Malenne era dueña de un don demasiado poderoso, que podía luchar, incluso contra el mío. Ella no podía someterme, pero sí tenía en su poder a alguien, yo no podría liberarlo, aunque me lo propusiera. ¿Cómo una sola persona podía ser dueña de tanto poder? ¿Cómo esa pequeña vampiresa era capaz de todo aquello? No parecía lógico... Aunque... ¿Había algo de lógica en todo nuestro mundo?

Nada, ni siquiera un poco.

Todo daba vueltas. Muchas cosas habían sido debeladas en pocos segundos... y todo había terminado de la peor forma posible.

Edward había sido testigo del dolor interno de Raphael, lo sabía por la forma en la que movía su cuerpo... en los pequeños gestos que tuvo a lo largo de la conversación que los Blancquarts acaban de tener.

Ella gobernaba a su hermano... utilizaba esa fuerza para que olvidara... para que no sintiera el dolor que producía el abandono. Era difícil entenderlo. Difícil pensar en los motivos que la guiaban a hacerlo. ¿Acaso no era mejor que sufriera lo que debiera y después hacer todo lo necesario para estar bien...?

Aunque yo no era ningún ejemplo a seguir. Y desde luego, tampoco nadie para dar consejos.

Cuando sentí el dolor del abandono, simplemente había dejado que me aplaste. Aún así, siempre había sabido que estaba equivocada, que esa no era la mejor forma de dirigirse. Siempre es mejor luchar contra los fantasmas que dejarse atemorizar por ellos.

Pero lo poco que conocía a Raphael, me hacía pensar que él no se contentaba con sufrir lo suficiente. Nunca había delimitado esa barrera en la cual dices “Esta bien, ya he sufrido bastante”

Era masoquista. Bueno, tal vez esa no era la palabra correcta, pero si la que dejaba ver que él jamás iba a poner un tope. Iba a dejarse consumir por la culpa, el resto de la eternidad.

Todo eso le daba la razón a ella, y seguramente por eso, me encontraba desconcertada.

¿Por qué no la podía encontrar culpable de ello? ¿Por qué me costaba tanto verlo como algo malo? Había hecho todo eso para evitarle el dolor. No daba crédito acerca de la forma. Ese don suyo era demasiado poderoso. Un arma demasiado tentadora.

Había logrado que Edward y Raphael se desplomaran como muñecos de nieve el último día de invierno, y sin un esfuerzo aparente, había dejado inmóvil a Alice, también.

Y ahora estaba destrozada. Con el rostro surcado por la pena y la desesperación. El universo en el que Raphael creía que su amor, Julia, estaba vida había desaparecido, y con él las apariencias de bienestar.

El vampiro había huido, y todos habíamos escuchado de los labios de Edward la última cosa que Malenne hubiera querido saber.

“No volverá...”

¿Sería cierto? Entendía su dolor, su sufrimiento. Había vivido cien años en una mentira. Y para colmo, había tenido que soportar que Renesmee lo supiera todo. Era una traición para él. Que ella lo supiera y no se lo hubiera dicho era como si le hubiese arrancado su congelado corazón. Lo entendía. Claro que lo hacía.

Renesmee se acercó hacía Malenne, que no parecía que se recuperara en largo tiempo. La abrazó, y la acunó en su hombro como si fuera un bebé. Ella se dejó llevar por mi hija, y comenzó a sollozar sin parar en ningún momento. – ¿Qué haré ahora, Ness? – Preguntó con la voz de una muerta. – Me odia, me detesta. – Él no te odia, Mallie. – Dijo Renesmee, consolándola. – Solo esta dolido. Volverá, estoy segura de ello.

Pero el rostro de Edward dejó muy en claro que eso no iba a pasar. Había visto la mente de Raphael, y él sabía que el vampiro no tenía motivos para regresar. – ¿Cómo es que todo terminó siendo así...? – Se quejó Malenne. – ¿Por qué, Renesmee?

El trance comenzaba a pasar, pero ninguno de nosotros tenía una reacción a todo aquello.

– Alice, ¿Quiere acompañarme para buscarlo? – Preguntó Edward entonces. ¿Sería un trabajo inútil? Quizás solo quería hacer lo posible para ayudar a Malenne.

Mi cuñada asistió una vez, y se unió a mi esposo, con el que se adelantó hacía la ventana destrozada. Ambos saltaron, y nos dejaron a las tres en allí.

– No debiste darle a entender que lo sabías... – Murmuró la vampiresa rubia, entonces. – Ahora él también está enojado contigo... Este era mi problema, amiga. Tú no tenías nada que ver...

Renesmee no dudó al contestar.

– No podía, Malenne. Él estaba muy mal, y tú también. Sabes lo mucho que los quiero, simplemente no quería verlos sufrir, pero no he ayudado en nada, solo logré que se fuera más herido de lo que ya estaba. Estoy segura de que piensa que lo traicioné. – Ya no pudo disimular su tristeza, y una lágrima comenzó a deslizarse por su mejilla. – A ti no te odia, eres su hermana, y te ama por sobre todo, tú lo sabes. Pero a mí, no me lo perdonará jamás. – Él te ama, Ness. – Dijo, intentando sonreír. No lo hizo nada bien. – ¿Tan difícil es que des cuenta de eso? Fue un error lo que hice, pero cuando me quise dar cuenta, ya era tarde. No tienes idea de lo que odio éste poder. No tienes idea de lo que lamento haberlo dejado ir hace cien años.

No podía decir nada. Ese momento era tan íntimo entre ellas dos, que incluso me sentí una intrusa.

La noche era cerrada, y las estrellas no aparecieron en el cielo en ningún momento. Pasaron unas horas, y luego de ese tiempo en el que Malenne parecía no recuperar la paz, Alice y Edward volvieron.

No me sorprendió el hecho de que hayan vuelto igual que como se fueron. Desconcertados, y sin Raphael. Esa mínima ventaja de unos cinco minutos, había sido suficiente para que se alejara bastante como para no seguirlo.

Nos encontrábamos ya en la sala, que había sido el primer escenario de todo ese drama que se había desencadenado. Mi hija abrazaba a su amiga, que aunque obviamente no lloraba, sollozaba sin poder detenerse.

– No pudimos encontrarlo. – Anunció Edward. – No sabe hacía donde quiere ir, está cambiando de decisión todo el tiempo. – Agregó Alice. – No sé si es porque sabe que podré verlo, o porque realmente está muy confundido, pero no tiene ninguna intensión de regresar, eso es todo lo que puedo decir.

Malenne gimió de nuevo, con tristeza.

– Debo seguirlo, no importa que no quiera hablar conmigo. – Anunció la vampiresa rubia, poniéndose de pie, y deshaciendo el abrazo que Renesmee le hacía. – No me importa, – Repitió. – Si quiere darme vuelta la cara, y abandonarme, que así sea, pero no antes de hablar con él.

– Eso no cambiará nada... – Dijo Edward. – No entiendes lo profundamente traicionado que se sintió hace un rato. No puedes pedirle que hablen ahora, sin más... Debe tomarse un tiempo para pensar.

– Lo que no tenemos es tiempo... ¿Qué tal si esas personas que vinieron aquí para lastimar a Renesmee se topan con él...? – La vampira no terminó la frase, porque el dolor que suponía su conjetura era demasiado para ella. – ¡No! – Reaccionó Renesmee de inmediato. – ¡Eso no puede, ni debe pasar!

Edward se acercó a las dos, y tomó la mano de nuestra hija, que temblaba ligeramente debido al miedo.

– No se me ocurre otra cosa que hacer, hija. – La contuvo. – Lo hemos seguido durante dos horas. No quiere que lo encontremos, si tú sabes del algún lugar donde podríamos encontrarlo, con gusto iremos todos juntos para ver si podemos lograr que las escuche a las dos. – Renesmee intentó recordar, pero era de suponer que su nerviosismo le jugara malas pasadas. – No se me ocurre nada, papá... – Susurró.

Era más de medianoche. Seguramente estaba bien entrada la madrugada, pero no tenía idea de la hora exacta. No teníamos idea de que hacer, solo concordamos en que si Raphael deseaba volver, lo haría en algún momento. Malenne estaba demasiado perturbada, y seguramente con motivo.

Renesmee la acompañó a su cuarto, para ver si podía lograr que estuviera un poco mejor. Eso no dejó solos a Edward, Alice y a mí.

– ¿Qué haremos ahora? – Preguntó mi cuñada. – Esto ha complicado mucho las cosas. Ahora somos solo cuatro si no contamos a Renesmee. – Parecía contrariada. – No puedo ver nada del futuro de Raphael, está demasiado concentrado en otra cosa como para pensar en que va a hacer...

– Se acaba de enterar de que la persona que lleva amando doscientos años esta muerta, Alice. – Le expliqué. – Lógicamente no esta pensando en otra cosa más que en eso. – Lo entiendo, Bella. – Dijo luego de un segundo. – Pero cuando estábamos fuera he tenido otra visión. No quería decir mucho, porque todavía no la puedo comprender del todo, pero es algo malo. Temo que se haya desencadenado con la partida de Raph, y si es así, estamos en problemas.

Contuve el aliento.

No necesitábamos más problemas, pero estos aparecían cuando menos nos los esperábamos. Así había sido siempre, y sin duda, no había ninguna tendencia a que esto fuera a cambiar.

– ¿De qué es? – Al parecer, yo era la única que no estaba enterada, porque Edward no dijo nada, solo se dedicó a observar a su hermana. – Veo cristales... cristales destrozados, y mucha gente corriendo. Hay sangre por todos lados, y muertos. Mucho muertos.

Contuve el aire, presa de horror. ¿Cómo era posible que esa visión se haya generado de un segundo al otro? Eso significaba que estaríamos allí... Que estaríamos rodeados de gente muerta...

Nuestra misión, de repente, se volvió incluso más aterradora y peligrosa.

– Humanos. – Dije, a pesar de que era un poco obvio. No era una pregunta, solo una confirmación. – Sí, pero como todo es un desastre, no puedo distinguir el lugar. Puede ser el aeropuerto, o un lugar parecido. Aún así, si nos vamos pronto, tendremos que ir hacía allí, no hay otra forma de volver a casa que no sea en avión.

– ¿Puede ser el aeropuerto de Juneau? – Habíamos estado en él, y aunque no le había prestado la mínima atención dado lo preocupada que estaba, podía suponer que tanto Alice como Edward eran mejores observadores que yo. – Puede ser... – Convino. Cerró los ojos una vez más. – Aunque no puedo asegurarlo, todo es muy confuso.

– ¿No hay nadie a quien puedas reconocer? – Preguntó Edward, con la candencia de alguien que ya ha formulado esa pregunta.

– Estaremos con Renesmee. Sabes que tengo suerte de ver esto. – Dijo, extrañada al mismo tiempo de sus propias palabras. – Creo que mi mente se esta reacostumbrando a los puntos ciegos que genera. Estoy siendo afortunada, muy afortunada por poder verlo.

La noche terminó demasiado pronto, sin que nos encontráramos con algo que hacer. Renesmee bajó cerca del amanecer, diciendo que había conseguido que Malenne se tranquilizara un poco, y que la había dejado sola en su cuarto, porque ella se lo había pedido.

– ¿Cómo se supone que continúa todo esto? – Preguntó ella en algún momento posterior a su aparición. – No lo sé... – Dije, solo por contestarle, porque ninguno tenía la menor idea de que hacer. – Raphael no volverá, Renesmee... – Anunció Alice. – Sé que te duele, pero quedarse aquí, esperándole, es lo mismo que perder el tiempo. Y arriesgarse en vano a que todo empeore de un momento a otro.

Mi hija hizo una mueca de dolor.

Sabía por qué, pero no era el momento de hablar de eso. Había cosas que eran más importantes. Nuestra seguridad, en primer lugar. Su seguridad.

– ¿Tienes idea de que es lo que piensa hacer Malenne? – Preguntó Edward. – Creo que lo mejor es que parta con nosotros... – Era consciente de que la vampiresa podía escucharnos, escaleras arriba. – Como ya dijo Alice, no tiene sentido quedarse aquí... – Pero papá... Si eso que nos quiere atacar lo encuentra, si le hace daño. Será por mi culpa. – Todo rastro de cordura había desaparecido del rostro de Renesmee. – No has visto como huyó de nosotras. Tú más que nadie lo entendió todo. Se fue herido, débil. Si lo atacan, no podrá defenderse.

Edward no dijo nada, pero su silencio fue lo mismo que si hubiera aceptado las palabras de Renesmee. – ¿Nos iremos todos juntos? – Preguntó Ness, que retomó el hilo de la conversación anterior. No quería pensar en Raphael. – Creo que lo mejor sigue siendo que tú y Malenne vayan hacía Denali. – Empezó Edward a planear nuevamente. – Pueden ir con Tanya, pasar unos días allá, y luego, cuando nosotros estemos seguros de que no pase nada aquí, nos comunicaremos y nos reuniremos en Forks. – ¿y ustedes tres se quedarán solos aquí? – Consultó mi hija. – Ese era el plan inicial, antes de que supiéramos que tenías amigos vampiros. – Contestó Alice, a lo que Renesmee no pudo objetar nada. – Malenne será la guardiana perfecta, ya sé que todo lo que ha pasado es terrible, pero al demostrarnos todo su poder, – Dije, pues no quería que pensaran que encontraba algo bueno en que el hermano de la vampiresa haya huido, destrozado. – ha manifestado que esta perfectamente calificada para llevarte sana y salva hacía Denali, sin que nosotros estemos preocupados por ello.

Mi esposo y mi cuñada asistieron, mostrándose de acuerdo conmigo. Nessie no agregó nada. Sabía que no estaba de acuerdo con todas esas cosas, pero ahora, que todo había cambiado en cuestión de segundos, no tenía sentido seguir discutiendo.

La paranoia nos había dividido. Habíamos sido tan insistentes con Renesmee con respecto a su partida, que había explotado. Eso había logrado que su padre, tan propenso a reacciones exageradas, bien lo sabía yo, también lo hiciera. Todo había sido como una reacción en cadena, y quien resultó más perjudicado fue el vampiro de cabello rojizo, que había terminado por enterarse algo que jamás había pensado que averiguaría.

– ¿Cuando empezaremos a movernos? – Preguntó mi hija. – Creo que lo mejor sería hacer todo lo más pronto posible... – Pensó un segundo. – Cuanto más rápido termine esto, más pronto podremos concentrarnos en buscar a Raphael.

¿Qué decirle a esa afirmación?

Miré a Edward, que de seguro pensaba lo mismo que yo, y como una decisión unánime y tacita, no respondimos. Ella se dio cuenta de nuestro intercambio silencioso, y suspiró, compungida.

– Quiero verlo antes de volver a Forks. – Declaró. – No deseo que todo esto termine así... – Él se ha ido por propia voluntad... – Comenzó Edward, pero la mirada que le dedicó Renesmee lo hizo enmudecer. – Se fue porque no soportaba más esto... – Lo contradijo ella. – No porque nos estuviera abandonado. – No quise decir eso... – Se disculpó entonces Edward, que no tenía ninguna intención de seguir discutiendo con ella. – Creo que lo mejor es acelerar todo... – Propuso luego de una nueva pausa. – Hablaré con Malenne y le explicaré. Entenderá cuales son los motivos para irnos tan deprisa. Una vez que estemos en la casa de

Tanya, ella volverá con ustedes, y todos juntos, podrán hacer lo que sea necesario.

En su rostro reinaba una concentración inescrutable, que jamás había visto en mi hija hasta entonces. Nos dedicamos a planear, teniendo en cuenta todos y cada uno de los pasos que daríamos. No había tiempo ni margen para cometer errores.

El sol estaba presente detrás de las nubes que envolvían el firmamento. No era consciente de la hora, ni de todas esas cosas que nos ataban a la realidad.

– ¿Entonces estamos de acuerdo? – Dijo Edward luego de que termínanos de deliberar. – ¿Es así como queremos que pasen las cosas? – Es lo mejor que podemos hacer… – Murmuró Alice, que casi no había emitido comentarios. – Llamaré a Tanya, entonces. – Concluyó mi esposo. – Una vez que la hagamos participe de todo esto, no podremos volvernos atrás.

Nadie dijo nada. ¿Acaso teníamos otro camino?

Edward tomó el móvil, que había guardado en sus pantalones desde el momento en el que había llamado a Carlisle. Un suceso que de repente, me pareció que había sucedido hacía tanto tiempo, que incluso me costó recordar por completo la conversación.

El tomo de marcado sonó dos veces, antes de que la hermosa voz de la vampiresa de cabello de color rojizo atendiera.

– Edward. – Dijo a modo de saludo. – Tanto tiempo sin hablar. ¿Cómo esta todo?

– Prima, Que bueno es saludarte. – Contestó él, con aparente naturalidad. – La familia se encuentra bien, pero nosotros estamos en Juneau… – Comenzó a decir. Tenía que elegir bien que sucesos debía contar y cuales no. – Hemos venido a visitar a Renesmee, que como sabes, se encuentra aquí, estudiando. – Sí, Carlisle me lo había comentado hará unos meses. ¿Cómo se encuentra mi pequeña preferida?

Mi esposo sonrió.

– Creo que ella no estaría contenta si escuchara que la llamas así. – Bueno, Renesmee estaba escuchando. – Ya es toda una mujer. – Nunca dejará de ser un bebé para ninguno de nosotros. – Tanya rió, con alegría. – Carmen estaba planeado hace unos días una visita para poder verla, sabes cuando la quiere. Todos la queremos. – De eso quería hablarte, justamente. – Dijo, tomando ventaja de su anterior declaración. – Ha sucedido una pequeña complicación. – ¿Qué es lo que ha pasado? – Quiso saber ella. Su tono de voz cambió completamente, tensándose. – ¿Algo anda mal? – No es que algo ande mal en el estricto sentido de la palabra. – Mintió Edward rápidamente. – Una amiga humana de Renesmee ha desaparecido, y creo que lo mejor será que ella no se encuentre aquí, solo por si acaso. – ¿Desaparecido? – Preguntó entonces ella. Claro, era demasiado lista. – Bueno, eso no lo sabemos. – Confirmó mi esposo. – ¿Vampiros? – Dijo mi prima política. – Eso parece. – Contestó él. – Por eso creo que lo mejor sería que Renesmee fuera unos días hacía su casa, mientras nosotros averiguamos bien aquí que es lo que esta pasando.

Tanya meditó un segundo más sus palabras.

– ¿Eso no es arriesgarse demasiado? – Preguntó luego de una pausa. – Es decir, ¿Por qué no vienen todos? – No queremos que una amenaza quede suelta en Juneau... – Respondió mi esposo. – Ese no es su trabajo, en cualquier caso. – Contestó Tanya. – Puede tratarse de un simple nómada o de cualquier otra cosa. ¿O es que hay más? Y si lo hay, estoy segura de que no es su obligación encargarse de ello. – Continuó. – Para eso están los Vulturis.

Pronunció el nombre con un resentimiento seco. Era de esperarlo, había pasado tan poco tiempo desde que los vampiros italianos habían perturbado la quietud de su familia, que era lógico que no olvidara. Si no lo había hecho cuando mataron a su madre, ¿Por qué iba de hacerlo ahora?

– No hay nada más, lo que prefiero encargarme yo mismo de esto, tu me conoces, prima, soy demasiado precavido.

La vampiresa intento reir, aunque el humor había desaparecido de su voz hacia bastante rato.

– Entonces, ¿Puede ir Renesmee a quedarse con ustedes? – Consultó nuevamente Edward. – Claro que sí, eso no debería ni preguntarlo. – Convino Tanya. – Es parte de nuestra familia y puede estar aquí tanto como desee. ¿Cuando llegará? – Aún no lo hemos programado. Depende del vuelo que salga lo más rápido posible hacía Anchorage. – Avísenme, entonces, y la iremos a buscar en cuanto sepamos cuando arribe al aeropuerto.

Edward dudó un segundo más.

Tenía que decirle que Renesmee no llegaría sola. Que Malenne iría ella.

– Una cosa más... – Continuó. – Ness no llegará sola. Una amiga la acompañará. – ¿Amiga? – Repitió Tanya, extrañada. – ¿Humana? – No. – Mi esposo no continuó explicando. – Es una vampiresa. Una larga historia que ellas mismas podrán contarte.

Tanya dudó. Era casi como si estuviera con nosotros en esa habitación, podía verla fruncir el ceño ante lo que Edward le estaba contando. Estaba casi segura de que sabía que le estábamos mintiendo, pero de todos modos, no agregó nada. Lastima que mi esposo no podía leer la mente por teléfono, eso habría sido de gran ayuda…

– Entonces ni bien sepamos a que hora arribará Renesmee en Anchorage te lo haremos saber. – Continuó Edward ante el silencio que se originó del otro lado. – Por favor, ten la amabilidad de no decirle nada a Carlisle ni a nadie que no sean ustedes.

Más silencio.

– Está bien, Edward. – Dijo por fin la vampiresa. – Respeto tus decisiones, pero cuando esto termine, me debes una gran explicación. – Y te la daré, Tanya. – Convino él. – En unos días nosotros también iremos hacía Denali, y podremos todos juntos contarte todo. – Me parece bien. – Dijo mi prima, – Sólo les pido un favor. No se arriesguen en vano. Somos una familia, y estamos para protegernos, no para ocultarnos cosas y exponerse al peligro en vano.

– No estamos haciendo tal cosa. – Mintió Edward. Que bien se le daban esas cosas. – Sólo no queremos asustarlos con algo que puede no ser grave. – Entiendo. – Finalizó ella. – He de cortar, Tanya. – Se despidió Mi esposo. – No dejaremos que esto pase a mayores. Ni bien pueda, me comunico nuevamente. – Adiós, Edward. – Cortó.

En ese mismo momento Malenne bajaba las escaleras. Había cambiado su expresión. Ya no estaba mal, por lo menos no a simple vista. Quizás tenía la mirada un poco perdida, pero creía que por lo menos, había dominado el estado de shock en el que se había encontrado solo unas horas atrás.

– He escuchado todo. – Anunció con tranquilidad. – Y estoy de acuerdo con ustedes. Raphael no volverá por propia voluntad, no esta vez. Creo que lo mejor sería resolver este problema, antes de que comience a buscarlo.

Renesmee la observó.

– ¿Comiences? – Preguntó, sin duda aludiendo al hecho de que había hablando en singular. – Comience. – Repitió ella. – No dejaré que te involucres en esto. Perdóname, pero no puedo arriesgarte más. El mundo esta lleno de cosas peligrosas, amiga… No sabes cuantas… – Lo prometiste… – La acusó. – Prometiste que estaríamos juntas por siempre. – También hice la promesa de que no dejaría que nada te lastimará… – Susurró. – Y eso es más importante que todo lo demás.

Mi hija desvió la mirada, y no agregó nada más.

– ¿Cuándo partiremos? – Consultó Malenne a Edward. – Ya mismo llamaré al aeropuerto y reservaré dos pasajes. – Contestó él, que miraba a la vampiresa rubia con cautela, incluso con admiración. – Las acompañaremos al aeropuerto y partirán hacia Denali.

Malenne afirmó secamente.

– Subiré de nuevo a preparar unas cosas y a armar la maleta. – Dijo volteándose de nuevo camino a las escaleras del fondo de la estancia. – Sólo avísenme cuando este todo listo para marcharnos.

Nos dejó solos nuevamente, y desapareció por el pasillo que daba hacía su cuarto. Renesmee hizo el amago de seguirla, pero se encontró con la mirada de su padre, que la hizo comprender que no era lo mejor.

– Todavía no esta bien, hija. – Le susurró. – Debes darle su tiempo, no mejorará de un día para el otro. Debes entender… Su hermano se ha ido, y ella esta convencida que la odia. – Es que lo entiendo, papá. – Dijo ella. – Justamente por eso es que quiero estar a su lado. No hace más que culparse, y ella no es la responsable. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Dejarlo consumirse de esa manera? – No estoy diciendo que lo que ha hecho estuviera mal. – Le contestó Edward. – Pero por ahora ella tiene que pensar, y comprender que no es la culpable. Sólo así estará bien, y luego podrá buscarlo, más tranquila y relajada, sin exponerse a los peligros que menciona.

Detuvieron su conversación en ese punto, ya no era necesario seguir hablando de ese tema, porque nadie iba a arreglar nada de ese modo.

– También subiré a mi cuarto. – Dijo Renesmee luego de un segundo. – No sólo Malenne debe prepararse si partiremos pronto.

Edward llamó a la compañía de viajes, y discutió un largo rato por dos pasajes en primera clase hacía Anchorage.

– No importa si es demasiado prematuro. – Decía. – Sí ha surgido un inconveniente hoy mismo, por eso debemos partir hacía allá. – La muchacha de la compañía aérea le decía que los pasajes deben ser reservados con anterioridad. – Costarán el doble, señor McCarthy. – Le informó. – No me importa, cárguelos a la tarjeta de crédito. – Dijo Edward con un estado muy cercano al enfado. – Pasaremos a buscarlos en el momento de abordar. – Que tenga buenos días, entonces. – Se despidió la empleada. – El vuelo sale esta noche, a las ocho. – Anunció al cortar. – Es lo más pronto que pude conseguir. Malditas aerolíneas de Alaska, tienen tan poca frecuencia de vuelo… – Es lo mejor que podemos hacer, Edward. – Le dije acercándome y tomándolo de la mano. – ¿Y que tal si no es suficiente? – Preguntó.

Me sentí extraña.

Siempre yo era la insegura. Era la que temía, la que hacía que un problema menor, pareciera el más grave del mundo. Por eso esa declaración de miedo me descolocó.

– Renesmee estará bien, Malenne estará con ella. – Dije con tranquilidad. – Y nosotros estaremos juntos. Eso es lo importante.

Levanté el rostro, y me encontré el suyo, tan impactantemente hermoso como siempre. Descendió hasta mis labios, y me besó. Me sentí viva cuando comenzó a recorrer su boca todo mi cuello, mientras besaba con sus labios toda la extensión de mi mandíbula. Casi olvidé que Alice se encontraba allí.

Nos separamos demasiado pronto.

Envueltos por esa paz que solo puede generar estar cerca del ser que amas con toda tu alma. No importaba lo que el destino, el futuro o lo que sea nos deparaba. Éramos conscientes de que las cosas eran peligrosas, y de que podían ponerse mucho peor de un momento a otro, pero la fe era lo único que podíamos tener en ese momento. Sin ella no serviría de nada los momentos de planeamiento que habíamos tenido. Sin ella no importaba lo mucho que pudiéramos alejar a nuestra hija de nosotros, o las palabras de aliento que nos diéramos a nosotros mismos. Sólo tendríamos que acurrucarnos con miedo y esperar que lo peor simplemente pase. Pero no era eso lo que quería, y mucho menos lo que necesitábamos.

El resto de la tarde transcurrió como en un sueño, dando saltos incomprensibles que hicieron que el tiempo se transformara en algo abstracto e impreciso. Cuando nos quisimos dar cuenta, eran casi las seis de tarde, tiempo de ir hacía el aeropuerto y realizar el primer paso de nuestro plan.

– Entonces, creo que no tenemos nada más que hacer aquí. – Dijo Alice, que se había encargado junto con Malenne de cerrar la mansión Blancquarts.

El lugar resultaba ahora mucho menos hermoso de lo que me había parecido cuando la luz se filtraba por las ventanas, ahora cerradas, e iluminaba con esos pequeños destellos todo aquello que alcanzaba. Los muebles, los cuatros y todo cuanto estaba en ese lugar, estaba cubierto por trapos y sabana blancas, que les conferían un aspecto

mustio y solitario. El lugar había perdido todo ese esplendor que se podía sentir ni bien entrabas a esa magnifica casa.

Aunque luego de un rato, pude entender que no eran esas cosas las que le daban el brillo a esa casa. Esa sensación de que todo estaba iluminado se había ido con Raphael, que había partido triste hacia la realidad, esa realidad donde Julia estaba muerta. Malenne, que amaba a su hermano, y lo protegía, irradiaba también esa energía que sólo el amor puede generar.

El sitio no brillaba por la elegancia, lo hacía por el sentimiento puro y desinteresado que esos dos hermanos se tenían.

Ahora, con uno corriendo hacia no sabíamos donde, y la otra destrozada por sus errores, toda esa atmósfera de ensueño se había disipado, mostrándonos todo desprovisto de esa gracia que antes percibíamos.

La vampiresa rubia miraba todo con nostalgia, como si en verdad estuviera abandonando su pasado junto con la casa que ahora dejaba atrás. Sabía que era así.

– Este lugar ha sido el primer lugar que sentí mi hogar después de doscientos años de vagar por todo el mundo. – Dijo compungida. Renesmee la estrechó a su cuerpo, pasando uno de sus brazos por la pequeña espalda de su amiga. – Y ahora me voy de él, con las cosas como están, sin Raphael…

Escondió el rostro en el hombro de Renesmee, que comenzó a consolarla acariciándole el cabello dorado.

Nunca hubiera creído que la podría llegar a ver tan vulnerable. Había pensado que Malenne era una chica fuerte, que las cosas que había

vivido, y el poder con el que contaba la había curtido, que era una muchacha simplemente avasalladora y con la cual no quieres tener problemas. El episodio de la noche anterior había servido de ayuda para confirmar mi teoría, pero ahora, que la veía tan triste y desolada, me daba cuenta de la realidad. Ella era sensible, pero había llegado a un punto de su vida en el que había tenido que decir “Alto” no quiero sufrir. Por eso sus motivos. Por eso esa personalidad efervescente, por eso ese animo tan jovial todo el tiempo, con la cual disfrazaba su madurez prematura, la que había alcanzado muchos años antes de lo que hubiera debido. Por eso ese control sobre su hermano, por eso muchas cosas. Ambos, Raphael y Malenne, no eran más que niños perdidos. Dos seres que luchaban en contra del destino que les había tocado, y que intentaban vivir la vida de la mejor forma posible.

Sin lastimar a nadie.

Ahora recién podía entenderlos por completo. Ellos se creían capaces de luchar contra aquello que los perturbaba. Sus conciencias y su pasado.

Pero eso era imposible, porque como le había dicho a Raphael me pareció como un millón de años atrás, el secreto de vivir la eternidad, es hacerlo sin remordimiento.

Malenne recuperó una vez más el dominio de sí misma, demostrando de nuevo que era la clase de persona que odiaba sentirse débil. Su amor propio y su poder no la dejaban mostrarse de esa forma. Sabía que era vanidosa, incluso algo malvada, si esa era la palabra, pero así como no tenía duda de eso, también sabía que quería a mi hija con sinceridad, y por eso, podía dejarla en sus manos.

El tiempo se agotaba y no teníamos nada más que hacer allí. Fuimos al garaje, donde descansaban todos los autos que Raphael y Malenne habían coleccionado a lo largo de ese tiempo. Tomamos dos, el convertible de Renesmee, y el BMW de Ralph, que estaba tal cual lo habían dejado unas horas antes Alice, Malenne y Edward, cuando fueron hacia Juneau para investigar las cercanías del departamento de Renesmee. Abordamos todos, Renesmee, Edward y yo en el Porche, y Alice y Malenne en el otro coche. Queríamos tener el tiempo de viaje para despedirnos de nuestra hija, que se marchaba para estar a salvo. Desconocía el tiempo en el que la volvería a ver, si es que ese encuentro se materializaba alguna vez.

“Sólo es cuestión de fe” Me dije a mí misma, intentado darme ánimos, algo que jamás se me había dado bien.

– Te llamaremos en unas horas. – Dijo Edward, sacándonos a los tres de un gran ensimismamiento. – No deberías tardar demasiado tiempo en llegar con Malenne a Denali. De todas formas, antes me comunicaré con Tanya. – Explicó. – No le digan nada más que lo que yo le he contado, ¿Entiendes? – Renesmee asintió. – No necesitamos que vengan corriendo hacía aquí o que le comuniquen lo que pasa a Carlisle y a los demás. – ¿Cuánto tiempo nos crees capaz de ocultar algo así? Tanya no es tonta, papá. – Dijo nuestra hija. – ¿Por cuánto tiempo creerá que todo esto es fruto de tu obsesión por la seguridad? En algún momento se dará cuenta de que es algo realmente peligroso. – Es tu trabajo hacer que demore la mayor cantidad de tiempo en descubrir lo que hay detrás de todo esto. ¿Está bien? – Propuso Edward. – Bien... – susurró Nessie, asintiendo con un gesto solemne del cuello, aceptando la única misión que le permitiríamos realizar en ese gran asunto en el que estábamos metidos.

Llegar no nos demoró más de unos veinte minutos. Las pequeñas vampiresas, que nos pisaban los talones, estacionaron el auto justo atrás de nosotros.

Habíamos armado un buen plan, o al menos estaba convencida de ello. Renesmee y Malenne tomarían el avión, del todo protegidas por el poder de la vampiresa rubia, Edward, Alice y yo volveríamos al apartamento, nos quedaríamos allí el tiempo que fuera suficiente, y esperaríamos que apareciera alguien, esa maldita intrusa que deseaba cazar a mi hija. Si no pasaba nada, simplemente viajaríamos hacia Denali y nos reuniríamos todos allí, para luego volver a Forks. Pero si todo se complicaba, bueno, era trabajo de mi esposo mi cuñada y mío, resolverlo de la mejor forma posible.

No quisimos perder más tiempo, y luego de que pasamos por los detectores de metales y los guardias nos miraran a todos como idiotas, ingresamos a la plataforma por la que abordarían mi hija y su amiga. Había mucha gente yendo y viniendo por doquier, niños, parejas, madres con sus hijos.

Era miércoles, y de seguro muchos de los viajantes eran hombres de negocios que se deslizaban de aeropuerto en aeropuerto.

Sólo quedaba esperar a que el tablero luminoso anunciara que ya era nuestro turno para que Renesmee se subiera al avión. Poco a poco, los minutos fueron transcurriendo, y la noche cerrada se apreciaba desde la plataforma donde nos encontrábamos. Desde allí, el gran muro de cristal nos permitía ver casi todo el exterior, que se mostraba revuelto por los aviones que maniobraban elegantemente en el frío ártico de esa región.

Quería estar tranquila. Necesitaba estarlo, aunque no estaba segura de poder resistir la presión de alejarme nuevamente de mi niña, pero estaba convencida de que eso era lo más correcto. Malenne y Ness no decían nada. Estaban cada una hundida en sus propios pensamientos, que de seguro estaba focalizados en el mismo tema, en la misma persona. Ambas tenían una gran cara de preocupación, y me hubiera gustado ayudarlas de algún modo, pero si ellas no sabían donde podrían encontrar Raphael, desde luego yo tampoco.

Tal vez fue por esa meditación por la que no reaccioné de inmediato a lo que mis sentidos me estaban mostrando. Inspiré fuerte con la nariz. Ese efluvio, que de repente se había materializado en todo ese ambiente calido y cerrado, era demasiado familiar.

Terrible y espantosamente familiar...

Miré a mi esposo, y también a Alice, que de seguro lo reconocerían.

Malenne y Renesmee también se tensaron un segundo después de recibir esa esencia.

– Ese es el rastro... – Murmuré para que ellas entendieran lo que significaba. – El rastro con aroma a jazmín que apareció en Forks y por el que vinimos corriendo hacía aquí... Está... en este lugar...

Giré el cuello en todas direcciones, para encontrarme con esa mujer que hasta entonces solo había sido un punto en mi imaginación.

Cabello largo y castaño. Alta.

Muy hermosa, como todo inmortal.

Se apoyaba tranquilamente sobre el cristal que nos separaba del exterior, en una pose casual, que si no fuera por el hecho de que sabía que era ella la que había estado a solo unos kilómetros de mi hogar, y sin duda acechando a mi hija, no me hubiera dado cuenta, porque su postura pasaba tan desapercibida como la de todos los demás.

Todavía no nos miraba, pero estaba segura de que era consciente de que nosotros sí. Elevó el rostro, que hasta un segundo antes había estado mirando el suelo, y pude ver unos de los ojos mas rojos que jamás había visto. Era demasiado joven, no podía creer como alguien la había dejado sola en ese lugar... Debería de estar sufriendo por el olor a sangre humana que, ahora me permitía sentir por completo, inundaba todo a nuestro alrededor.

Pero no fue eso lo más sorprendente...

Renesmee se adelantó, casi en shock caminando hacía la intrusa, y Malenne también la observaba, con el rostro desencajado.

– ¿Qué haces, Renesmee? – Preguntó Edward con la voz tensa, deteniéndola, protegiéndola.

Nuestro plan había fracasado.

– ¿No te das cuenta, papá, quien es? – Interrogó nuestra hija con la voz tomada por el miedo.

La observé un segundo más, mientras la desconocida, de repente, se tornaba alguien más cercano...

– No puedo creer que sea ella... – Dijo Malenne, mientras todos nos preparábamos para enfrentar lo desconocido.

Capítulo Veintinueve: Furia

Este es el Comienzo del Final...! Solo Diez capítulos nos separan de la culminación de esta historia...!

Saben que los quiero muchísimo!

Por favor comenten que es lo que les parece el capítulo, Saben que sus opiniones me importan mucho...!

Pabli

Libro tres: Renesmee Prefacio

Y entonces, cuando creía que nada podía ser peor, La realidad se distorsionó. No había en el mundo ser más terrible que el que estaba ahora en frente de mí. Ni tan hermoso. Todo dejó de cobrar sentido en el momento que entendí que tal vez no sobreviviría. Era el fin, y no tendría oportunidad de despedirme de aquellos a los que tanto amaba, y siempre amaré. La venganza brilló en los ojos de mi cazadora. La escena no era muy diferente a la historia que ya había oído antes. Las Swan no parecían estar rodeadas de tranquilidad. Estábamos hechas para no poder defendernos, para no poder luchar sin necesidad de pedir a otros que nos protegieran. Tal vez ese era el momento de cambiar, como lo había hecho mi madre. Ella ya no era débil. No más. Era ahora la más poderosa entre los nuestros. Pero lo había sido, pues ese era mi primer recuerdo. Su fragilidad. Encontró el camino para no serlo más. Esa era la clave. Entonces, otra chispa de intuición se encendió en mi cabeza. Todo estaba dicho, Alguna de las dos no dejaría ese claro en las montañas, pues este se transformaría en la tumba de una. Furia No podía entender lo que mis ojos observaban. Me negaba a aceptar que esa persona que estaba de frente a mí fuera quien yo creía que era. ¡No! Imposible, ¿Por qué eso habría de haber pasado? Carecía por completo de lógica... Pero mis ojos no mentían, y a pesar de que todo aquello no tenía ni pies ni cabeza, reconocía a esa mujer, o tal vez debería decir adolescente, que se apoyaba con tanta tranquilidad en el cristal que nos resguardaba del frío exterior.

Se habían producido grandes cambios en su rostro. Había sido una mortal hermosa, eso nunca lo había tenido en duda, pero ahora, convertida en inmortal, era preciosa, simplemente parecía una diosa griega, irradiando belleza. Su tez, de un tono tan claro como el hueso, resaltaba frente a esa gran pared de cristal, que reflejaba la negra oscuridad de la noche, y sus rasgos estaban tan perfeccionados, que parecía un ángel de cabello castaño. Nunca había visto un par de ojos tan intensamente rojos. Sin contar los de mi madre, cuando recién despertó del sueño agónico de tres días que le dio la inmortalidad que tanto había deseado. ¿Cómo se le ocurría siquiera merodear por ese lugar, tan lleno de humanos, con esa mirada diabólica? No entendía como no había logrado llamar la atención de la gente, que caminaba a su alrededor, pero que por algún motivo en particular, no la observaban, como si en realidad, no estuviera allí... Como si fuera capaz de leerme la mente, buscó en sus bolsillos, y extrajo un par de lentes de sol. Se los colocó, como quien no quiere la cosa, a pesar de que eran completamente innecesarios. La noche gobernaba por completo el cielo, y a pesar de que había grandes nubarrones cubriéndolo casi por completo, de vez en cuando asomaba la luna, que iluminaba todo con su brillo plateado. Tenía sus ojos clavados en nosotros cinco, que no teníamos idea de que hacer ante todo eso. Mis padres estaban tiesos como tablas, simplemente observando. Tal vez intentaban idear algo, pero no encontraban en sus mentes ninguna solución pacifica. La pose relajada de la neófita solo podía causarme miedo, porque no encontraba una razón para que apareciera allí por un motivo pacifico. No estaba en el aeropuerto para desearme buen viaje, desde luego que no. Algo dentro de mí me aseguraba que todo aquello no iba a terminar bien, y que esa presencia, tan inesperada, prometía violencia. No entendía como todo había pasado de esa forma. Intenté recordar algún detalle de la última noche que había tenido noticias de ella...

El recuerdo del mensaje que había dejado en mi móvil llegó a mi mente en un primer plano perturbador. Su voz llorosa, su arrepentimiento, y el grito desesperado que había emitido cuando alguien, ahora podía imaginar que era un vampiro, se acercó a ella y le provocó algún mal. No tenía en la memoria alguna otra cosa que me ayudara a descifrar algo... Solo había pequeños detalles. Esa no era la ropa con la que sabía que había desaparecido. Vestía una chaqueta de color negro, con unos pantalones que sabía que no le gustaban, porque siempre me había dicho que los jeans rasgados no eran su estilo, unos zapatos bajos que tampoco eran de su agrado, porque a pesar de ser alta, amaba usar tacos altos. No, vestía el vestido de gasa blanca. Había ido conmigo a comprarlo, y sabía que ese era el que finalmente había terminado usando porque era mi amiga, y la conocía... Más de dos semanas habían pasado, en las cuales no había tenido una sola noticia de ella, pensando y volviendo a pensar en las cosas terribles que podría haber sufrido... Pero jamás, bajo ningún concepto, había imaginado esto. ¿Qué había pasado con Michelle? ¿Qué demonios significaba que mi mejor amiga humana estuviera ahora, a escasos metros de mi y mí familia, transformada en una vampiresa? El tiempo se detuvo con demasiada brusquedad. Mi mente solo podía remembrar los buenos momentos que había pasado con Michelle, que ahora rondaban mi cabeza, buscando un sentido dentro de todo ese remolino de incertidumbre. Nadie hacía nada. Todos nos mirábamos unos a otros. Malenne la había reconocido, desde luego. La había visto muchas veces conmigo, y también por todo el campus, como para no darse cuenta de quien se trataba. Mi padre la había podido percibir en mi mente varias veces, y mi madre había dicho que vio su fotografía en la televisión... No había ni el mínimo margen de error. Esa neófita era Michelle.

El sonido a mí alrededor se había transformado en un zumbido de fondo, en el cual era incapaz de escuchar algo nítido, todo había mutado en la parte de otra cosa. Nada sobresalía por si misma... Era como el ruido que emite un televisor cuando se queda sin señal. Monocorde e insoportable. Su inactividad me provocaba terror, pero sabía con una certeza que no tenía base en nada, que si hacía algo, sería algo espantoso. ¿Cómo se atrevía a merodear por ahí con tanta impunidad? ¿Portando esos terribles ojos rojos, y también, a pesar de todos los cambios físicos que había sufrido, siendo la persona más buscada del estado de Alaska en esos momentos...? Sus padres no habían bajado los brazos en ningún momento, con la esperanza de encontrarla con vida. Bueno, estaba viva, eso era lo bueno, lo que dentro de todo eso podría llegar a causarme algo de alivio, pero ¿Tenía que estarlo de esa forma? Yo no consideraba la condición de vampiro como una condena. Era completamente natural para mí. Así como aceptaba que Charlie era un humano, o Jacob un hombre lobo. Mis padres eran vampiros, y no podría estar más feliz por ello. Eso significaba que no estaba destinada a despedirme de ellos, como sí pasaría con mis abuelos humanos, o el resto de la manada... Intenté pensar en que incluso Jacob podía contarse dentro de ese esquema, pero mi mente se negaba a materializar la idea. El solo supuesto me daba pánico. Pero, ¿Michelle? Mi tía Rosalie siempre decía que ser vampiresa era para ella como una maldición, un castigo. Que su final como humana habría sido afortunado si hubiera terminado muerta, y no convertida. Casi del mismo modo pensaba mi padre. Al igual que mi abuelo. Ellos eran los tres miembros de mi familia que estaban en una especie de conflicto interno por su condición, aunque de hecho estaban contentos con lo que la inmortalidad les había dado. Los amores de sus existencias.

¿Cómo percibía mi amiga los cambios en sí misma? ¿Para ella eran un regalo, o una maldición? Me asombraba el autocontrol. Nunca había visto a un neófitotradicional. Mi madre había sido el contraejemplo perfecto, por lo que todo lo que sabía acerca de ellos, eran experiencias del resto de mi familia y relatos de la guerra que habían combatido tiempo antes de mi nacimiento. Entendía que el rasgo característico era la sed y la falta de control del nuevo cuerpo que se posee, pero esto no parecía presente en Michelle. Su pose era relajada, como la de cualquier otra persona que esperaba a que su vuelo despegara. Según todo lo que sabía, esto no era natural. – No puedo creer esto. – Dijo mi madre, tras esos segundos que me parecieron eternos. – Yo tampoco... – Susurré, atónita. – ¿Qué hacemos? – Preguntó mi tía Alice, de pie inmóvil a solo unos pasos de donde me encontraba. – No lo sé... – Murmuré. – Realmente no lo entiendo... ¿Cómo pasó esto? – Edward, ¿Puedes leer sus pensamientos...? – Consultó Malenne con mi padre, que de repente compuso una cara de concentración. – Tiene la mente tranquila... – Anunció con el rostro tenso. – Ella me conoce, sabe lo que puedo hacer. Alguien la ha prevenido muy bien con respecto a nosotros. – ¿Cómo es capaz de ese autocontrol...? – Preguntó mi amiga rubia, que no podía creer, al igual que yo, y evidentemente el resto de mi familia, como Michelle estaba en ese estado de tranquilidad. – Esto no tiene lógica, no debe tener más de dos semanas, no debería ser capaz de caminar por aquí sin tener la necesidad de acabar con todos los humanos... Mis padres y mi tía asistieron, mostrándose de acuerdo con ella, pero no emitieron ningún comentario con respecto a ello. Simplemente no tenían respuesta alguna.

Había recuperado la capacidad de oír, y en ese momento, una mujer anunció a través de lo megáfonos que el próximo vuelo en despegar era el que deberíamos con mi amiga. Me quedé de pie, sin moverme un solo centímetro. Lo mismo hicieron los demás, que de seguro se habían olvidado por completo de nuestra resolución. De repente el viaje a Denali se borró por completo de nuestra lista de opciones, porque por primera vez en todos esos días de desconcierto, alguien había movido las piezas del juego, que nos encerraban de una forma completamente inesperada, porque no era mucho lo que podíamos hacer allí, con Michelle esperando a hacer no teníamos idea de qué. Algo me decía que tenía que acercarme. Me decía que caminara hacia ella y habláramos, pero sabía que no me lo permitirían. Ni siquiera en el más liberal de los días de mis padres, algo así pasaría. Aún así, de un modo inconsciente, me adelanté solo un paso. No sabía en que podría ayudar, pero igualmente lo hice. El segundo salió con naturalidad, pero no pude marchar más, porque inmediatamente la fría y dura mano de Malenne me impidió seguir. – No, Renesmee. – Dijo. No era una orden, solo un consejo. – No te das cuenta de que no tenemos idea de lo que esta haciendo aquí... En ese segundo, mi tía Alice emitió un largo jadeo. – La visión... – Murmuró con la voz de una persona moribunda. – Los cristales... Pero no hubo tiempo para ninguna otra conjetura, porque en ese segundo que desviamos la vista de ella, Michelle realizó esa misma escena que sabía que se había materializado en la mente de mi tía. Reinó la confusión por unos cuantos segundos. Lo hizo tan rápido, y con tanta eficacia, que sabíamos que no había posibilidad de que los humanos lo hayan visto. Para ellos, seguramente fue una explosión como cualquier otra, que podría pasar en cualquier lugar. Aunque no en ese lugar... Se acercó al enorme ventanal, y como si estuviera hecho de papel, le propinó un gran puñetazo. La enorme pared de cristal tembló una mínima fracción de segundo, antes de que las grietas comenzaran a formarse desde el mismo centro donde Michelle había estampado su

puño de piedra. Unos cuantos fragmentos del tamaño de un grano cayeron al suelo, antes de que el ruido rasgara el aire, y los vidrios de tamaños enormes fueran expulsados hacia adentro por la fuerza misma del golpe y el viento que azotaba en el exterior. No hubo tiempo para que nadie se girara a ver el origen del ruido que destrozó el muro cristalino, porque todo se volvió un caos demasiado rápido. Los pedazos de vidrio roto rebotaban en el suelo, creando un sonido agudo, y un eco un poco menos intenso cuando los pequeños fragmentos en lo que se partían chocaban también contra la superficie plana del piso. La gente comenzó a correr hacía cualquier dirección, sin tener idea de que demonios había pasado. Nadie había prestado atención a la hermosa muchacha que había originado todo aquello. El griterío comenzó de un segundo a otro, y nadie parecía reparar en nosotros, que nos mantuvimos inmóviles por un momento, procesando todo aquello. La enorme pared de cristal, que tenía como diez metros de alto, continuó destrozándose, mientras todos corrían. Mis instintos más básicos se direccionaron a salvar a la mayor cantidad de gente que pude. Corrí, no me importó qué, para salvar a dos pequeños niños que estuvieron a punto de ser aplastados por una gigantesca plancha de vidrio. No sabía si alguien me había visto, pero lo cierto es que había sido demasiado rápida. Pero no importaba lo mucho que hiciéramos. Llovían cristales filosos y puntiagudos, y ese lugar estaba abarrotado. Mis padres, mi tía y Malenne también intentaron salvar a algunas personas, resguardándolas de esa lluvia mortífera. Pero no éramos suficientes como salvarlos a todos. De repente, hacía donde quisiera que mirara, había cuerpos. Una punzada de dolor me perforó el corazón cuando vi a unos niños pequeños con enormes cortes por todo el cuerpo, tirados en el suelo como pequeñas marionetas abandonadas. No respiraban.

Más allá, una pareja de unos treinta años. Ni en la muerte habían querido separarse. Sus cuerpos estaban deshechos, pero sus manos se mantenían juntas, como un signo de que ni la muerte puede destruir al amor. Y eso era todo lo que podía ver, no importaba hacia donde girara. Muerte, muerte, muerte... La tristeza era demasiado fuerte para mí. No entendía por qué había hecho una cosa así... ¿Qué culpa tenían las personas de ese lugar? ¿Por qué ellas tenían que pagar con sus vidas? Si era a mí a quien quería aquel o aquellos que habían trasformado a mi mejor amiga humana en esa maquina asesina. ¿Por qué no simplemente venir directamente? No veía otra cosa que no fuera maldad en esa acción despiadada. El caos no duró más de unos segundos, pero al final, mucha gente yacía muerta, en el suelo. No tuve el valor de contar los cuerpos, porque eso me habría hecho un mal terrible. Comencé a llorar, sin poder detenerme. Nos habíamos movido a tanta velocidad, en ese espacio donde reinó la confusión, que nadie se había percatado de nada. No tenía un solo rasguño en las ropas, y mucho menos en mi piel de acero, que ahora la percibía fría, y no caliente como siempre. Sentía como si mi corazón quisiera salirse de mi pecho, renunciando a esta vida maligna y a este mundo calamitoso. Pero no hubo tiempo más tiempo para lamentarme. En cuanto el miedo desapareció, pude ser consiente de otra cosa. Todos pudimos serlo. Los sobrevivientes se arremolinaban a las salidas, con el pánico de que todo se volviera a repetir. Los pocos guardias de seguridad que se encontraban allí, y que habían sobrevivido, tomaron el mando de la situación, gritando que nadie perdiera la calma. Como si eso fuera posible... Busqué con la mirada a la causante de todo.

Michelle había desaparecido en cuanto realizó la hazaña que sin duda alguien le había encomendado. Pero no fue eso lo más exasperante ni lo más aterrador. Sino el fuerte olor a sangre que comenzamos a sentir todos, una vez que todas las demás emociones desaparecieron. Una certeza de que yo misma, y mi familia, podíamos convertirnos en una nueva fuente de terror entre los humanos que agonizaban en el suelo, y los que estaban desesperados por escapar. Era demasiado fuerte, demasiado embriagador. Demasiado todo. Quemaba en mi garganta con furia, y la saliva en mi boca se produjo en un solo segundo. Podía controlarme a la perfección si se trataba de humanos. Pues había estado rodeada de ellos por meses, sin que nada perturbara mi autocontrol. Pero ahora... El olor a sangre fresca flotaba en el aire, tan asquerosamente adictivo que mi cuerpo se puso rígido. Entendía porque había escapado corriendo Michelle. Las órdenes que le habían dado eran esas. Provocar el daño y huir, porque al final de cuentas, era una neófita. No hubiera podido soportarlo. Por eso había corrido, incluso antes de que el primero de los cristales tocara a uno de los humanos. No pude pensar mucho más en eso, porque las esencias prohibidas se arremolinaban en mi nariz, tentándome como nunca. Las fragancias levitaban en el aire, y esos dulces aromas me llamaban, cantaban... Miré a mi alrededor, pero fue una mala idea, la visión de la sangre en los cuerpos produjo un revoltijo en mi estomago, por el asco. Pero ni ese panorama macabro podía atenuar el ardor de mi sed... Me maldije en ese momento por ser un vampiro. Mi mano voló hacia mi reseca garganta, como si de alguna extraña forma, ese contacto pudiera mitigar el dolor y sobre todo la culpa.

No funcionó, desde luego. Sentí mi cuerpo convulsionarse de pura sed, de puro dolor. Mi corazón, esa parte humana de mi ser, me decía que sea fuerte, pero mi naturaleza de vampiro gritaba a todo volumen que me rindiera, que no era lo suficientemente fuerte como para resistir todo aquello. “Deja de respirar” Me dije a mi misma, pero era fácil decirlo, mas no hacerlo. Cada bocanada que tomaba en ese aire saturado era una delicia para mi cuerpo, que se tensaba más y más a cada momento para saltar sobre el cuerpo más caliente y cercano. – ¡Dios...! ¡Ayúdame...! – Susurré para mi misma. – no puedo yo sola con esto... No se cuanto tiempo pasé deliberando acerca de aquello, solo sabía que de un momento a otro, estaba en manos de Malenne, que me sujetaba con fuerza a su pequeño cuerpo de sirena. – Camina, Renesmee... – Murmuró con urgencia. – No podemos estar aquí por mucho tiempo más. – ¿Cómo puedes soportarlo...? – Le pregunté con urgencia, mientras mi cuerpo se doblaba solo por el dolor que me causaba la sed. – Deja de respirar... – Dijo en voz baja, y pude percatarme que se estaba quedando sin aire. No respiraba. Giré el cuello, y mi padre sostenía a mi madre a su costado, atrás los seguía mí tía, que se tapaba la boca con la mano. Mi madre tenía oculto el rostro en el pecho de su esposo, intentando no ver el escenario en el que nos deslizábamos. Un guardia de seguridad nos interrumpió el paso. Intenté no mirarlo a la cara, porque tenía un corte muy profundo en el rostro, que le iba desde el nacimiento de la ceja derecha hasta casi llegarle al mentón. El olor de su sangre, con un gusto muy parecido a café y chocolate, me golpeó de lleno al momento en el que se aproximó a nosotros para decirnos algo. – Deben ir al estacionamiento. – Ordenó. – Allí estamos colocando a los evacuados y a los sobrevivientes con heridas leves. Si alguno ha sufrido algún daño háganmelo saber ahora mismo, porque las ambulancias no tardaran mucho en llegar, y los heridos son demasiado.

– No hemos sufrido mal alguno. – Dijo mi amiga en voz baja. – Entonces sigan hacía donde les he indicado. – Determinó. – Manténganse unidos y no vuelvan a ingresar al edificio, la policía no tardará en llegar, tampoco. Malenne me arrastró, porque no tenía la coordinación suficiente para moverme por mi propia voluntad, estaba tiesa, de pie, sin dar ningún tipo de señal de movimiento, o incluso de vida. Una vez afuera, donde el viento era frío y perseverante, pude inhalar algo de aire fresco. Eso mitigó bastante el dolor de mi garganta, pero no logró relajarme del todo, el aroma a sangre estaba presente en todos lados, aunque no tan fuerte en ese lugar. Nos alejamos de la multitud de personas que se encontraban allí, algunas heridas levemente, otras con cortes delgados que ya no sangraban. Todos estaban con el rostro perturbado, mirando con desconfianza el edificio que nosotros acabábamos de dejar a nuestras espaldas. El miedo se sentía en el ambiente, tan presente como si fuera una persona, un invitado indeseable y persistente. Caminamos unos cuantos pasos hacia un lugar despejado, donde soplaba una brisa polar refrescante y sanadora para mis ansias ocultas. Me sentía humillada, terriblemente enferma. – ¿Cómo pudieron resistirlo...? – Pregunté a todos, no quería sentirme como la única débil. – No fue algo fácil, créeme. – Contestó rápidamente mi tía Alice. – Nunca he estado tan cerca de flaquear como ahora... – Mamá, ¿Estas bien? – Quise saber. Ella era un vampiro joven, tanto como yo, por lo que en ese momento, que tenía la mente despejada, pude darme cuenta de que mi padre la sostenía a su costado, era porque ella no quería sentir el olor. – Sí, hija. – Musitó entonces. – Creo que sí. Todo ha sido demasiado fuerte... Se acercó a mí, y me abrazó con fuerza, respondí al gesto con igual intensidad, y así estuvimos unos segundos, para luego hablar acerca de lo inevitable. – Era tú amiga... – Dijo mi padre. No lo estaba preguntando, solo era la constatación de un hecho. – La que desapareció.

– Sí. – Respondí. – Esa vampiresa era Michelle... – Esto es mucho, mucho más grave de lo que previmos... – Dijo mi tía. – Si alguien se tomó la libertad de convertir humanos... ¿Se das cuenta de lo que esto significa...? – ¿Humanos? – Pregunté. – No, no puede ser que hayan transformado más que a ella. – Pensé un segundo en las noticias y en algún informe que haya podido leer en los últimos días. – No ha habido desapariciones, ni nada... – Pero no entiendo... – Comenzó mi madre. – No es lógico que el rastro de Michelle apareciera en Forks. No le encuentro nada de sensato. – Yo tampoco... – Convino Malenne. – Es decir... La transformaron en Vandebilt Hills y la llevaron hasta la península de Olympic... ¿Para qué? – Parece ser que todo es como pensamos al principio. – Opinó mi padre. – Fue un simple señuelo para que viniéramos corriendo hacía aquí... Pero hay algo que no entiendo... Se quedó meditando por unos segundos, antes de seguir hablando. – No eligieron al azar. – Murmuró. – Convirtieron a una persona que te conocía, que sabía cosas de ti. Alguien que supiera tus movimientos y tu forma de ser. La idea comenzó a formarse en su cabeza muy rápido. Era una verdad que todos ya sabíamos, pero que ahora, que veíamos a Michelle transformada en una de nosotros se convertía en algo indiscutible. El objetivo era yo. Nadie más. – Se tomaron el trabajo de hacerla vampiresa para que yo no la reconociera. – Dijo mi tía Alice. – Claro... jamás hubiera podido verla, porque era amiga de Renesmee, así como tampoco vi nada de Raphael y Malenne hasta que estuvimos aquí... – Comenzó a conectar ideas muy rápido. – El o ellos, saben que eres un punto ciego para mí, saben que la única forma de que yo no los viera, sería involucrando a un tercero. Sus palabras me resultaron terriblemente certeras. Ahora que todo estaba en movimiento, era imposible escapar de mi destino.

Algo que desde luego, no tenía intención de hacer. Había accedido a viajar con Malenne solo para darles el gusto, pero ya tenía organizado un plan, uno en el que no pensaba de modo consciente, porque sabía que mi padre podría verlo. Pero mi intención, desde el mismo momento en que dije que sí a volar a Denali, había sido volver a Juneau lo más pronto posible, no me importaba que tuviera que hacer para lograrlo. En ese momento, como una contestación a mis intenciones, el megáfono sonó de nuevo. No lo hizo en el estacionamiento, sino adentro, donde había unas pocas personas, entre ellas heridos, personal del aeropuerto, policías y médicos, pero que nosotros, con nuestro desarrollado sentido del oído, pudimos escuchar con facilidad. – Todos los vuelos han sido cancelados hasta nuevo aviso. Repito. Todos los vuelos han sido cancelados hasta nuevo aviso. – Decía la mujer con voz monocorde. – Maldición... – Casi gritó mi padre, que de repente se mostró increíblemente enojado. – Esto es lo último que necesitábamos. – Se quejó también mi madre. – Nos han ganado de mano... – Debemos hacer algo, no podemos quedarnos quietos. – Opinó Malenne. – Michelle ha salido corriendo, su rastro no debe estar muy lejos de aquí... – No podemos seguirlo todos. – Se mostró mi padre en desacuerdo. – La idea de que ustedes dos se vayan era para no ponerlas en peligro, ir en busca de la neófita con Renesmee es lo mismo a que la entreguemos sin oponer resistencia. – Te olvidas que estas conmigo... – Respondió mi amiga rápidamente. – Tengo el poder suficiente para detener a quien se nos acerque... Tú serás capaz de escuchar si nos acechan, y yo haré mi trabajo antes de que el peligro sea mayor. Mi padre dudó. Malenne había diagramado un buen plan. Uno que me mantenía cerca de la línea de fuego. Me parecía bien, no tenía intenciones de volver a la mansión, y esperar de nuevo a que alguien se digne a aparecer y realizar otra maniobra malvada y asesina, que involucrara la muerte de inocentes.

Si queríamos que esto acabara, teníamos que hacer algo pronto. – No tenemos otra alternativa, papá. – Dije, intentando convencerlo. – Has visto lo que han hecho esta vez... ¿Cuántos muertos crees que hay allá adentro? ¿Cien? ¿Doscientos? – Me puse histérica de solo pensar en el número de victimas. – ¿De verdad me crees capaz de quedarme aquí sentaba, viendo como gente que no tiene idea de que los vampiros existen mueran por mí? No contestó, solo se dedicó a mirarme. Comencé a llorar, incapaz de detenerme. Era muy propio de mí hacer esas cosas. Era una niña, ¿A quien quería engañar? Solo una tonta semi humana que se creía capaz de defenderse sola. Las circunstancias me mostraban que no estaba preparada para ver algo como lo que acababa de pasar. Simplemente ese tipo de maldad y manipulación me había superado. Michelle no era malvada. Demonios. La conocía demasiado bien. ¿Cómo había sido capaz de hacer algo así? Habían muerto niños de la edad de Diane... ¿Cómo no se había opuesto a realizar esa carnicería humana? Sabía que la personalidad se alteraba con la conversión, pero eso era demasiado. La inmortalidad no se gana vendiendo el alma, y con ella los sentimientos puros de una persona. La Michelle buena, que amaba a los niños pequeños y que deseaba el bien a cuan persona se cruzaba en su camino, no podía ser capaz de eso. De tanta destrucción. Me negaba a aceptarlo, pero lo había visto. Había percibido con mis propios ojos como ella destruía el cristal que le había originado la muerte a tantas personas. La odié, la odié más de lo que pude haberlo hecho en el pasado con Steven, cuando se propasó. Eso, en perspectiva, me pareció tan estúpido, incluso infantil. Pero ella no tenía perdón alguno.

Una furia asesina me carcomía por dentro, y lo peor de todo es que me sentía inútil, porque nada podía hacer para remediar lo que había pasado. La muerte no se iría sola, muchas personas ya estaban lejos de este mundo, y eso no tenía solución alguna. Mi padre se acercó y me abrazó, consolándome. Me acurruqué en su pecho y por unos minutos, no pude hacer nada más que llorar. Derramé lágrimas por los muertos inocentes, por las familias que se acaban de destruir, por los sobrevivientes que lloraban a sus victimas, por esas persona que ahora se quedaban para sufrir la ausencia de los que se habían ido de esa forma tan cruel. – Vayámonos de aquí... – Susurró mi madre. – No tenemos ya nada que hacer... Comenzamos a caminar hacía los autos, que se encontraba a unas cuantas hileras al sur. Entramos en ellos en completo silencio, esta vez viajé con Malenne, que parecía estar al borde del colapso. – ¿Qué esta mal, amiga? – Le pregunté ya estando solas en la cabina. No contestó rápidamente, desvió la mirada hacía la ventanilla, que tenía a su izquierda. – No es nada, Renesmee. – Murmuró. No me engañaba, y de hecho, tampoco es que estuviera siendo muy buena fingiendo. – Me estas mintiendo. – La acusé. – ¿Tanto se me nota? – Preguntó intentado componer una sonrisa. No lo logró. – Demasiado. – Convine. Dudó un segundo más, antes de decidir decirme la verdad, aunque ya la sabía, claro que la sabía. – Me preocupa mi hermano. – Dijo por fin. – No tengo idea de donde está y ahora estas cosas han pasado. Tu viste como se fue, debe estar deshecho caminado por las montañas, y así como encontraron a Michelle para transformarla... No quiso terminar de decir aquello que su mente estaba formando. – ¡No...! – Casi grité, desesperada, pero la imagen mental ya se había formado en mi cabeza.

Raphael, consumido por el dolor, topándose con un grupo de vampiros desconocidos, desalmado, sin compasión por nadie. Si sabían que Michelle era mi amiga, desde luego también sabrían que él lo era... y no tenía fe en que fueran a ser amables... porque ellos me buscaban a mí... le ocasionarían daño a todo aquel que estuviera relacionado conmigo... Comencé a llorar de nuevo, incapaz de detenerme... Raphael no podía sufrir ningún daño más... Las cosas no podían seguir en ese curso, simplemente estaba decidida a que no lo harían. Porque ¿Por cuando tiempo podría correr? Raphael había tenido razón, no importaba cuanto nos alejáramos, al final, yo era el objetivo, y un solo error o el mínimo descuido lograrían eso que los desconocidos querían... Destruirme. ¿Por qué tenía que dejar que en el camino hacía a mí destruyeran todo lo que encontraran a su paso...? – Debemos buscarlo... Ahora, toma el próximo desvío, y volvamos a la mansión, el rastro no debe haber desaparecido por completo... – Murmuré lo suficientemente bajo. No importaba que mi padre estuviera en el auto de atrás y que el viento soplara con especial fuerza esa noche. No quería tener el mínimo error, no esta vez. Pero vi la duda en su rostro, y me di cuenta de que esto podría ser más difícil de lo que esperaba. – Malenne, por favor, hazme caso, aunque solo sea una vez... Mi amiga me observó a los ojos. Su mirada dorada reflejaba una tristeza tan grande que creo que no estaba lista para entenderla por completo. – No puedo exponerte así... – Contestó con tristeza. – No puedo separarte de tus padres, que están aquí arriesgándose por nosotras. Eso no estaría bien... No entendía como era capaz de esa reacción... – Es tu hermano... ¡Maldita sea...! – La acusé. – ¡Estás dejando de lado a la persona que más te quiere en este mundo...! ¡Por mí...! – No se trata de dejar de lado a nadie. – Ella manejaba, y fingía prestarle atención a la carretera, pero solo lo hacía para no mirarme a

los ojos, que en ese momento de seguro resplandecían de la ira que sentía por ella... por Michelle, por todos.... Estaba enfurecida con el mundo en general. – Entonces... ¿De que se trata...? – Quise saber. Mi voz no reflejaba la frustración que sentía por dentro, ni la desilusión que me daba escuchar esas palabras de la boca de mí amiga... Siempre había creído que ella amaba a su hermano con total entrega, pero ahora, lo que veía era completamente diferente. – Se trata de las decisiones, Renesmee. – Comenzó. Era un manojo de nervios, y de desolación, pero intentaba mantenerse fuerte. La conocía demasiado bien como para saber que estaba actuando para no mostrar esa parte débil de su persona. – Raphael ha decidido actuar así... Obvio que me duele verlo irse de mi lado, pero aunque hemos estado juntos doscientos años... somos personas separadas, y muy distintas. – Dudó un segundo. – Hice todo lo que pude por alejarlo del dolor, y aunque mis métodos no fueron buenos, intenté ayudarlo... Ahora se ha ido, y no sé si volverá. Él ha decidido marcharse, ser masoquista... sufrir. Yo ya no tengo fuerzas para luchar contra todo... podré ser inmortal, amiga... pero a veces me siento tan cansada... tan derrotada. – Suspiró con tanto pesar, que me dolió. – Cuando era humana, contenía la locura de mi madre, ahora, siendo vampiresa, contengo a Raphael de muchas formas... No puedo seguir luchando con esto, Renesmee... Tal vez pienses que soy egoísta, pero no es cierto. Amo y siempre amaré a mi hermano. Si el destino nos vuelve a reunir, todo será exactamente como siempre, pero ya no tengo más fuerza para perseguirlo... él ha decidido sufrir y nada puedo hacer para cambiarlo... No encontré palabras para responder a lo que había dicho. Tenía razón... Me quedé en silencio, mientras Malenne manejaba destino al único lugar que parecía seguro. Dobló en la conocida esquina de mi departamento. Maniobró unos metros hasta llegar a la verja automática, que se abrió rápidamente en el momento en el que la apunté con el pequeño mando a distancia de mi llavero. Descendió por el garaje y estacionó su automóvil en el espacio que me correspondía.

Atrás, mis padres y mi tía caminaban hacia nosotros. – ¿Estás mejor, hija? – Preguntó mi madre, acercándose y abrazándome. – No lo sé... – Fui sincera, mentir no serviría de nada. – Estoy demasiado confundida, todo me da vueltas. Me observó a los ojos. Nos miramos un pequeño momento una a la otra, como si estuviéramos trasmitiéndonos el amor mutuo que nos sentíamos. – Quisiera poder decir que todo va a estar bien... – Susurró. – Pero no puedo... porque no lo sé. – Sea lo que sea, nos encontrará juntos... – Musité. – Eso es lo importante. La abracé, casi desplomándome en su hombro. “Ya basta” me decía a mi misma. “¡No puedo soportar más estas cosas...!” Pero lo que no sabía, era que lo peor ni siquiera había empezado.

XXX Escape. No había nada claro en mi mente en ese momento. Sufría por lo que me había dicho Malenne. Me dolía su determinación, pero la entendía, porque analizándolo desde su punto de vista, tenía razón. Pero eso no cambiaba el hecho de que quisiera correr a buscar a su hermano, y ponerlo a salvo de todo aquello que había imaginado que podría llegar a pasarle. Pero ningún dolor o sufrimiento que pudiera sentir, cambiaba los hechos que se estaban sucediendo. Las cosas pasaban y me sentía inútil. El camino para solucionarlas parecía fácil, simple. Un mero trámite molesto, que estaba ansiosa por realizar. Pero el sendero que debía seguir para lograrlo todavía no estaba marcado en mi horizonte. Tampoco era una verdad absoluta, el plan que refinaba mi mente segundo a segundo no garantizaba que aquellos seres que amaba estarían bien, ¿Pero que otra cosa podía hacer? Subimos al apartamento, vacío desde hacía semanas. Al ingresar los cinco en el ascensor, cosa que no deberíamos haber hecho, sentí la mano de Malenne en mi espalda, consolándome. No importaba lo que hiciera, no era eso lo que buscaba. No era piedad, entendimiento o cualquier otra emoción de aliento. Lo que necesitaba era ayuda para poder realizar mi cometido, y estaba claro que ella no me secundaría con lo que deseaba hacer. Nos distribuimos por el espacio, que en comparación con la mansión de mis amigos, me pareció pequeño y sofocante. La falta de privacidad me irritaba, me ponía de mal humor, estado de ánimo que intentaba disimular. Estábamos los cinco en la estancia, que era el ambiente más grande de todo el departamento. Tomé asiento en el gran sofá blanco, y Malenne se sentó a mi lado. Mi tía Alice se quedó de pie, y mis padres se apoyaron en la pared que daba a la cocina. – Ya es tarde... – Dijo mi padre. – Maldición... quedamos atrapados en la línea de fuego. Mi madre lo observó, con esa mirada que les daban las esposas a sus maridos cuando han dicho algo que no deberían delante de los niños.

El gesto me molestó, pero no dije nada. No tenía ánimos para discutir, no con ellos. Con nadie, en realidad. Se había acabado el tiempo de darle vueltas al mismo asunto a cada momento, quería que todo pasara de una maldita vez. Actuar, hacer algo para que todo termine, bien o mal, ya no me importaba. Había logrado en esos meses cosas que esperaba que se fueran desarrollando en el trascurso de varios años. Tener amigos, madurar de una forma nueva y vivir la vida de un modo diferente al que había estado acostumbrada. En mi balanza, había muchas cosas de verdadero valor, y por eso, me daba miedo perderlas, o que sufrieran daño. Debía ser inteligente, los arranques de niña malcriada que había tenido hasta ese momento no me servirían de nada. Si mantenía la calma y el temple, podría hacer todas esas cosas que quería. Disimular no me resultaba fácil con mi padre en ese lugar. Cada uno de mis pensamientos estaba completamente controlado. Era buena en ello, los meses de tensión en Juneau me habían enseñado a parecer relajada incluso en ese momento. De seguro, la desesperación que tenía por hacer algo también ayudó a que mi mente no me traicionara, y me delatara ante la única persona que podría complicarme todo. La noche no parecía transcurrir de la manera en la que debería, cada segundo avanzaba lentamente, como queriéndome decir que lo que buscaba no sería tan fácil de conseguir. Retándome a que hiciera algo para cambiar mí destino. No me inmuté, sabía que al final de cuentas, todo saldría como lo esperaba. – Estoy exhausta. – Dije cerca de las once de la noche. – Creo que necesito dormir un poco. – Esta bien, hija. – Contestó mi madre, sin ninguna duda en su semblante. – Ve a tu cuarto, ya te avisaremos si algo nuevo pasa. Mi padre no dio signos de alarma. Buena señal. Dejé a los cuatro, tensionados y alertas, en la estancia. Sabía que esa parte de mi plan era el eslabón más débil en mi intento de hacer algo para que todo termine, pero era lo mejor que tenía, con todos ellos estándome encima como si fuera un bebé enfermo.

No disponía de muchas opciones, y tenía que hacer lo mejor que podía con lo que contaba. Entré en el cuarto, y me desmoroné en la cama. Debía esperar un poco antes de escaparme, porque no serviría de nada hacerlo ahora, con todos los incidentes tan frescos. Primero, tenía que pesar cuales podrían ser los próximos pasos a seguir de mis enemigos, adelantarme a ellos. Sólo así podría triunfar. Era difícil no pensar de un modo consciente en todo. La mente es una extraña herramienta de la que disponen los vampiros, o los medios vampiros, como yo. Con mi padre en esa peligrosa proximidad, cada uno de mis propósitos tenía que ser pensado en la parte baja de mi cabeza, ese lugar que había aprendido a construir tras años de vivir con él. Supuse que había sido siempre más fácil para mí, que había madurado a lo largo de todos esos años. Aprender siempre es más sencillo cuando eres pequeño, y tu mente puede adaptarse a circunstancias externas. Medité. Eso fue todo lo que hice durante esas horas de oscuridad. Cuando faltaban poco más de diez minutos para las dos de la mañana, escuché las palabras que sabía que serían mi boleto a la salida. – Iré a dar una vuelta, necesito saber que todo esta bajo control. – Dijo mi padre. – Quedarnos quietos no nos ayudará para nada. – No puedes ir solo. – Lo contradijo mi madre. – No quiero que nos separemos. Lo mejor es irnos... volver a Forks. – No podemos salir de la cuidad en medio de éste caos. – Opinó mi tía Alice. – Viajar solos por la carretera nos convierte en un blanco demasiado fácil. Todos se quedaron callados un momento, meditando acerca de las palabras de la pequeña vampiresa acaba de decir. Era cierto, viajar por esa región, inhóspita, por los caminos que zigzagueaban una y otra vez, sólo nos perjudicaría, porque la nada domina cientos y cientos de kilómetros a la redonda. Las montañas eran el mejor lugar para esconderse, y también para generar una emboscada. Pensé nuevamente en mi amigo. No pude evitar que un nudo fuerte y casi insoportable se generara en mi garganta. Tenía tanto miedo por él…

Tras ese momento en silencio, todos retomaron el hilo de la conversación. – En cualquier caso, ¿Qué es lo que nos conviene hacer? – Quiso saber mi madre. – Estoy de acuerdo en que lo mejor es irnos, pero… – Malenne dudó. – Lo que pasó hace unas horas ha cambiado demasiado el panorama. No podemos confiarnos más… – Sí, hemos cometido demasiados errores… – Convino mi tía. – Lo mejor es que abandonemos la cuidad juntos… y que permanezcamos unidos hasta que sea necesario. La charla giró, entonces, sobre algo que ya había pensado, pero sobre lo que no había querido dar muchas vueltas. Mi padre hizo la pregunta que yo no había querido realizar. – ¿Qué piensas hacer tú, Malenne? – Quiso saber él. Ella seguramente sabía a que se refería, pero igualmente preguntó. – ¿Acerca de qué? – Cuando todo esto pase... – Dijo mi madre. – Cuando estemos seguros de que el peligro ha pasado. O incluso ahora, ¿Hacía donde irás? Mi amiga no contestó rápidamente. Estaba segura que debía de sentirse muy incomoda, porque a ella no le gustaba que la gente le tuviera compasión. Titubeó, antes de dar una respuesta contundente. – Todavía no me he tomado el tiempo para pensar en ello. – Contestó por fin. – Tengo en claro que mi hermano no volverá, por lo menos por un buen tiempo... así pasó la última vez que nos peleamos. Tardó diez años en volver a mi lado. Esta vez fue mucho peor... No sé cuanto tiempo pueda tardar en perdonarme, en cualquier caso, creo que es mejor así. Tal vez lo mejor sea estar separados un par de años... creo que lo mejor es que viaje hasta entonces... – Dudó. – La verdad no tengo idea... – Puedes quedarte con nosotros. Partir hacía Forks todos juntos al momento de volver. – Ofreció mi tía. – Creo que es lo mejor por el momento, por tu propia seguridad, y también por Renesmee. Ella te quiere mucho, y no creo que resista no saber que es lo que te podría pasar... Mis padres demostraron estar de acuerdo con las palabras de Alice.

Silencio. Me hubiera gustado poder leer la mente en ese momento, para saber cual eran las cavilaciones de mi amiga. – Realmente agradezco su propuesta. – Dijo lentamente. – Pero como ya dije... Estoy con la cabeza en otro lado, y ahora no me puedo ocupar de todo aquello. – Sólo piénsalo. – Murmuró mi madre. – Pero realmente nos gustaría que estuvieras con nosotros, por lo menos hasta que puedas volver a reunirte con tu hermano. – Prometo que lo pensaré seriamente. – Convino Malenne antes de quedarse en silencio nuevamente. Luego se dirigió a mi padre. – En cualquier caso, si ahora quieres salir a dar una vuelta, puedo acompañarte, no podrán atacarnos si estoy contigo… Ya has visto de lo que soy capaz. – Me parece bien. – Se mostró de acuerdo. – Alice, ¿Puedes venir también con nosotros? Nos ayudarás... O tal vez lo mejor es que te quedes con Bella y Renesmee... – No, estaré más tranquila sabiendo que ella esta con ustedes... – dijo mi madre. – Aquí no pasará nada. Alice, ve con ellos. – De acuerdo. – Aceptó ella sin dudar. – Bella, quédate aquí, no hemos de tardar. Estarán seguras, porque solo recorreremos el perímetro, no habrá forma de que ingresen… He de estar vigilando tu futuro, sólo por si acaso. – Estaremos aquí en una hora, tal vez un poco más… – Murmuró mi padre, y supe que se acercó a mi madre para abrazarla. – Mi amor, no te preocupes… creo que ya hemos tenido suficiente por esta noche. Seguramente pensaron, por lo poco que había estado respirando, y por lo pausadamente que lo hacía, que estaba durmiendo, porque no dijeron nada sobre mí al salir por la puerta. Esperé unos minutos más, hasta estar segura de que mi padre se haya alejado lo suficiente del apartamento, o por lo menos hasta que estuviera lo bastante lejos como para que mi mente no fuera un blanco fácil dentro de su campo de percepción. Mi madre cruzó la puerta de la habitación unos momentos después. No tenía ganas de hablar con ella, porque sabía lo que quería hacer. Consolarme, eso era lo único que deseaba en ese momento, lo sabía.

Querría hacerme sentir bien conmigo misma, para que el peso de la muerte de tantas personas y la destrucción de tantas familias, empezando por la de Michelle y terminando por la de las pobres victimas del aeropuerto, no me afectara como de hecho lo estaba haciendo ahora. – ¿Se puede pasar? – Preguntó. – Claro, aunque no veo el motivo de la pregunta, porque ya estas adentro. – Bromeé, no quería que averiguara mi verdadero estado de ánimo. – Lo siento, – Se disculpó. – No fue mi intención molestarte. – No es nada. – Me encogí de hombros. – Escuché que se han ido… – Sí… – Afirmó mi madre. – Han de revisar la zona, o esa es su intención, por lo menos. – Me parece bien… – ¿Qué más podía decir? Dudó de mi afirmación al ver mi rostro, que de seguro mostraba muy poca emoción. – ¿tú estás bien? – Preguntó entonces. Era una pregunta un poco tonta, porque no había forma de que los estuviera con todo lo que había pasado, pero sabía que venía a consolarme, y esa cuestión no podía pasarla por alto si quería hacerlo. ¿Debía contestar con la verdad? ¿O mentir? Al fin de cuentas… ¿Importaba como me sentía, o no era algo trascendental? – No lo sé… – Dije finalmente. – Tengo tantas cosas en la cabeza en este momento, que no encuentro mis sentimientos entre todo el revuelo que hay… – Es lógico, hija. – tomó mi mano y la acarició, tal cual hacía siempre que quería animarme. – Todo lo que ha pasado hoy ha sido demasiado. – Sí, creo que esa es la palabra… Demasiado. – Murmuré. – Pero no es tu culpa… – Comenzó con el mismo discurso de siempre. – Entonces, ¿De quien es? ¿A la amiga de quien transformaron para que desatara ese caos? ¿A quien atacaban en la visión de mi tía Alice? Dime quien es el culpable de todo esto si no lo soy yo… No contestó. Por supuesto, no tenía respuesta para todo eso.

Ambas desviamos la mirada hacia otro lado. – No se trata de un único culpable, hija. – Dijo luego de un momento de silencio. – Estoy segura de que te persiguen porque saben que eres lo más preciado que tenemos en la familia... saben que no dudaríamos un segundo en resguardarte. No eres necesariamente a quien quieres, pero sí el camino más fácil para conseguirlo. Sus palabras sonaron por completo lógicas. – ¿Quién quiere hacernos daño? – Pregunté. – Lo que daría por saberlo, hija mía. – Respondió rápidamente. – Existen muchas personas que podría estar involucradas. Pero desconfío de los Vulturis... Ellos nunca fueron dueños de mi confianza, y sé de lo que son capaces de hacer Aro y Cayo por conseguir lo que quieren. Los Vulturis. No estaba completamente negada a la idea, pero tampoco es que tuviera presente todo el tiempo al clan italiano. Al fin de cuentas, si nos querían caer encima, ¿Por qué tanto misterio? Ellos eran los reyes, los supremos. No necesitaban excusas, o de hecho, podrían inventar un sin fin de traiciones de las cuales los Cullen fuéramos culpables, sólo por el hecho de querer para ellos nuestros dones. Eso era lo único que importaba a Aro. El poder. – En cualquier caso... – Continuó mi madre, sin esperar que de respuesta a sus especulaciones. – Sólo quiero que sepas que todo lo que esta pasando no es para nada tu responsabilidad. – Dile eso a los padres de Michelle, que están buscando a su hija desesperados... Díselo a Diana, su hermana, que está destrozada porque su hermana no ha vuelto a casa... – La rabia salía a través de mis labios, quemándome. – Díselo a las familias de los muertos de hoy a la noche... Porque yo no te puedo creer esas palabras. Odiaba la facilidad con la que comenzaba a llorar, pero en ese momento no pude hacer otra cosa. Me sentía estúpida y débil, una niña tonta que no puede evitar sollozar ante cualquier cosa. Que mi madre se haya acercado para abrazarme solamente logró que la sensación se intensificara.

– Los niños pequeños... la pareja de humanos... – Murmuré cuando me estreché a su pecho para encontrar algo de consuelo en él. Poner en palabras mi pena sirvió para mitigar un poco la candencia del dolor interno que tenía en ese momento. – Todos estaban muertos. – No llores, mi amor... – Me contuvo, pero no había palabras que pudiera emplear, ni aunque fuera mi madre, para evitarme ese sentimiento atroz que poseía a mi ser. – No importa lo que tenga que hacer, te salvaré de esto... Pero no entendía que no era eso lo que yo buscaba. Mi intención era salvarlos, no ser salvada. Estaba cansada de que corrieran detrás de mí, preocupados. Ellos merecían ser felices, y si entregándome, podía conseguirlo, lo haría con gusto. Tal vez tuviera suerte, y solo se tratara de los Vulturis. Quizás era Aro, que deseaba que me uniera a su estrafalaria y poderosa guardia. Sabía que estaba fascinado con mi condición, y estudiarme sería uno de sus mayores sueños. Si estar lejos de ellos, con tal de que estuvieran a salvo serviría de algo, entonces aceptaría. Pensé en Jacob, hacía tanto que no lo veía. No tendría la posibilidad de despedirme de él como debería. Pero al fin de cuentas, mi resolución también lo alcazaba a él, si lo amaba, tenía que poder librarlo del peso que era mi presencia en su vida. No importaba el hecho que me amara por sobre todo lo demás, y que estuviera dispuesto a morir por mí para defenderme… Yo no estaba dispuesta a que eso pasara. Tal vez le provocaría un daño demasiado grande, pero su vida era muy importante para mí, y no podía permitir que se extinguiera por culpa de mis enemigos. Pero me estaba adelantando. No importaba quien fuera el que me quisiera muerta, cautiva o lo que sea. Lo importante era que aceptaría lo que sea que esa persona o personas quisieran de mí. – ¿Qué haremos ahora? – Pregunté, aunque sabía la respuesta. – Esperaremos esta noche, y en la mañana veremos que es lo mejor que podremos hacer. Alice tiene dudas, teme que si viajamos por la carretera nos transformemos en un blanco fácil, pero como están las cosas, no veo que tengamos muchas alternativas. Su rostro hizo una mueca de contrariedad que logró darme más pena por ella.

Al parecer sólo había venido a este mundo para complicarle la existencia. Primero al momento del embarazo, debilitándola, y destrozándola por dentro, luego en mi nacimiento, más tarde con las personas que querían eliminarme por ser un ser a medias, y ahora, que lo desconocido había tocado a nuestra puerta. – Te amo, mamá... – Dije, secando mis lagrimas con la manga del suéter que tenía puesto. – ¿Qué sería de mí sin ti? La respuesta era obvia. No sería nada sin ella. Sólo un ente incapaz de nada. Mi madre me daba todo con solo sonreírme. Era un ser tan importante para mí. Ahora, luego de solo unas horas, entendía lo que Malenne había intentado decirme acerca de las decisiones. Cada uno toma las riendas de la vida que desea para sí. Los demás podemos intentar guiarlos, darles nuestro punto de vista más imparcial, apoyarlos, pero nunca obligarlos a nada. Malenne había cometido un error al creer que podía dominar la vida de su hermano. Yo no quería tener en mi consciencia la culpa de saber que mis padres, mi tía y mi mejor amiga podrían llegar a desaparecer por mi causa. Por eso había adoptado esa medida, y ellos no podrían hacer nada para evitarlo. Mi decisión estaba tomada, y con ella todas las consecuencias que la acompañaban. La abracé. Le di ese último gesto de despedida, antes de iniciar todos los pasos de mi plan. – Prométeme que siempre te cuidarás, mamá. – Le dije. – Prométeme que tú y papá estarán bien. – Claro, hija. – Contestó sin darse cuenta que en realidad le estaba diciendo adiós. – Los tres estaremos siempre juntos y a salvo. No contesté. Hacerlo sería igual a mentir, y ya no estaba de ánimos para hacerlo. – ¿Puedes dejarme sola, por favor? – Le pregunté. – Necesito un poco de privacidad.

– Claro, princesa. – Dijo sin dudar. – Solo llámame si me necesitas... – Lo haré, no te preocupes... – Desvié la mirada hacía la ventana, que estaba baja y cerrada. – ¿Puedes abrir la ventana antes de irte...? Creo que necesito algo de aire fresco, todavía no puedo sacarme de la cabeza todo ese olor a sangre del aeropuerto. – Está bien. – Murmuró. – No hay problema. Se levantó de la cama y la abrió. Hacía semanas, sino meses, que nadie la utilizaba. La brisa fresca del exterior comenzó a invadir la habitación, y en efecto, logró despejar mi mente, aunque ese no era su cometido. Salió de la habitación sin decir nada más. Esperé unos momentos antes de deslizarme hacia la abertura, que sería mi forma de escape. Le había pedido a ella que la abriera, porque si lo hacía yo misma, estando sola, llamaría su atención. Así, ganaría unos preciados segundos, e incluso unos minutos, antes de que se diera cuenta de que en realidad, me estaba escapando. Respiré profundo el viento que soplaba. El paso que estaba por dar no tenía retorno alguno. Si deseaba que todo acabara, esa era la única forma que veía posible. No pensé de nuevo el asunto. Levanté una pierna y me apoyé sobre la ventana, antes de tomar impulso y saltar hacia la oscuridad. Rogué porque mi madre estuviera distraída el tiempo suficiente... no tardaría más de unos cuantos minutos en entrar a buscarme. Comencé a correr, entre todas esas azoteas de los edificios que bordeaban mi apartamento. La noche todavía no se había despedido, y faltaba para que el sol asomara en el horizonte. Pensé de nuevo en todas esas cosas que me obligaban a alejarme de mis padres, para resguardarlos. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de que ese rastro del que tanto hablaban podría haberse tratarse de Michelle...? Conocía su efluvio, maldita sea, era mi amiga. Pero cuando era humana ese aroma a jazmín no había sido tan intenso. Tal vez por eso se me había pasado por alto. No había imaginado que ese efluvio del que hablaban podría pertenecerle.

Me di cuenta de que desde que desapareció hasta que la volví a ver la había dado por muerta. Ahora era tarde para eso, como para tantas otras cosas. Seguía corriendo, mientras todo a mí alrededor se desdibujaba. Me sentí mal por mí madre, dejarla de esa forma, engañarla como lo había hecho, pero era lo mejor. Lo sabía. No podía captar el camino que mi padre, Malenne y mi tía habían realizado. Eso era buena señal. Si no me encontraba con sus rastros, era menos probable que lo hiciera con ellos. Me deslicé camino a las montañas. Esa iba a ser mi primera parada. Quería buscar a Raphael. Mi culpa por todo lo que había pasado era demasiada como para dejar que estuviera solo por allí. Si alguien le hacía daño por mi causa, eso sí que sería demasiado. No podía garantizar tener éxito, porque si había decidido irse, ya tenía más de un día de ventaja. Corría a todo lo que las piernas me permitían. Hacía tanto tiempo que mis instintos más básicos no eran liberados. Esa sensación de poder al deslizarme a una velocidad imposible para un ser humano, permitir que mis sentidos se agudizaran por completo... todas las cualidades que me hacían diferente a las personas que habían estado rodeándome, exceptuando a mis mejores amigos. Ya alejada lo suficiente, comencé a caminar por la acera. No estaba lejos de la mansión de mis amigos. Allí era el mejor lugar para comenzar a buscar a Raph. Un taxi pasó por la esquina en ese momento, como una señal que me alentaba a realizar mis intenciones. Palpé mis bolsillos, tenía algo de dinero, por suerte. Hice señas, y para mi buena suerte, o tal vez solo se debió a mi aspecto, el hombre que conducía se detuvo. Entré, para toparme con un humano de unos cuarenta años, casi completamente calvo, ojos pequeños y nariz prominente. Me sentí incomoda cuando me observó con evidente descaro. – ¿A dónde la llevo, hermosa señorita? – Preguntó con intenciones de hacerse el galán.

Le indiqué la dirección, y se resistió un poco cuando le dije que tendría que tomar un camino privado. – Lo siento, pero no me gusta meterme por esos lugares. Nunca se sabe de donde pueden salir ladrones. – Realmente necesito llegar allí... – Dije mirándolo a través del espejo retrovisor que tenía en frente. Compuse una cara compungida que al mismo tiempo intentó ser persuasiva. No sabía si funcionaría, pero tenía que intentarlo. – Esta bien, señorita. – Dijo por fin. – No se preocupe, la llevaré. – Muchas Gracias. – Convine. No tardó mucho en llegar al camino que nos llevaría a la puerta de la mansión Blancquarts. Lo transitó sin problemas. Me bajé rápidamente, no antes de darle el dinero por el viaje. El hombre observó la mansión, con las luces apagadas y el aspecto desocupado. – Parece que no hay nadie en casa, hermosura. – Dijo. – no hay problema, en todo caso, tengo llaves. – Contesté. – ¿En serio se va a quedar sola en ese lugar tan grande? – Preguntó. – No parece muy acogedor. Me dediqué a mirarla con la misma dedicación con la que el taxista lo hacía. Tuve que darle la razón. No había nada en ella que invitara a quedarse. Sin los hermanos habitándola, con ese amor tan especial que se tenían, esa casa no era más que paredes sin otra cosa que no fuera abandono. – Me quedaré de todos modos. – Le dije. – Lo que diga, preciosa. – Contestó él. – Cualquier cosa, puede llamarme. Trabajo toda la noche. Estiró su mano hacía fuera de la ventanilla y me entregó una tarjeta con su nombre y su número de móvil. – Bien, Thomas. – Dije luego de mirarla. – Si veo que quiero volver a casa, te llamaré.

No hubiera sido posible, en todo caso, porque no tenía mi móvil encima. Lo había dejado en el bolso, que reposaba cómodamente en el sofá del departamento. – Eso espero, encanto. – Sonrió como un pervertido. – Espero que nos volvamos a ver pronto. – Adiós. – Me despedí y me di vuelta para entrar a la casa. El hombre arrancó, y mientras caminaba hacía la puerta, pude percibir que había girado de nuevo hacia la carretera principal. No tenía intenciones de entrar a la casa, hacerlo equivaldría a revivir recuerdos muy bellos por un lado, y luego también los últimos, eso que no deseaba recordar, pero que de todos modos, estaban muy presentes en mi mente. Bordeé la enorme propiedad, haciéndome camino hacía mi objetivo. Desde la parte de atrás, tenía una perfecta visión de la ventana que Raphael había destrozado para escapar. Todavía las cortinas sobresalían entre los vidrios quebrados y el marco roto, confiriéndole un aspecto siniestro a la imagen. Respiré profundo, buscando el efluvio que le pertenecía mi me mejor y único amigo. No sabía por qué la desesperación por encontrarlo era tan fuerte, lo único con sentido era que debía hacerlo, porque sino jamás podría estar en paz conmigo misma. El rastro era leve, pero notorio. A decir verdad, si mi padre y mi tía Alice no lo había podido localizar cuando el efluvio estaba fresco… ¿Qué posibilidades tenía yo de hacerlo? Otra cosa que no había tenido en cuenta, era el hecho de que Raphael era un rastreador, y que podía no solo localizar a la persona que deseara… sino también huir de aquella que intentaban encontrarlo. Sí él no quería verme, si no quería que lo encuentre, todo era inútil. Podría buscarlo el resto de la eternidad y no hallaría nada más que silencio y vacío. Estaba segura de que estaba dolido por mi causa. Lo había percibido en su mirada cuando le dije que sabía lo de Julia. El hecho de no habérselo dicho, equivalía a una traición para él. En ese momento no me importaron las escasas posibilidades que tenía de conseguir el éxito en esa tarea, obedecía mi instinto, por lo que comencé a caminar por aquel paisaje de hielo. La brisa se había hecho mucho más intensa, y la temperatura había bajado varios grados.

No había a la vista ningún camino que seguir, solo pastizales congelados que ascendían en dirección a las montañas, que se alzaban imponentes sobre todo el paisaje. Comencé a correr nuevamente, siguiendo el rastro de mi amigo, teniendo miedo que desapareciera de un momento a otro, dejándome sin la menor idea de cómo seguir. – ¿Dónde estás, Raphael? – Pregunté en voz alta, como si alguien, o incluso él, fuera a responderme. La determinación me obligó a seguir con mi propósito. Si no encontraba a Raph, por lo menos estaba segura de que las personas que me buscaban me encontrarían a mí, de eso era lo único sobre lo que no tenía dudas. Quizás ya sabían que estaba sola, quizás ya me estaban buscando, y solo faltaban unos minutos o unas pocas horas para que cayeran sobre mí. Mis padres deberían de estar desesperados, pero era casi imposible que me encontraran. Al entrar al taxi, mi rastro se desvaneció de repente, y no podrían tener la certeza de hacia donde me dirigía. Tal vez era obvio, si te ponías a pensar un poco, pero al final de cuentas, no me preocupaba. Lo único importante era que pronto todo acabaría. El presentimiento era fuerte y persistente. Avancé, a pesar de mi ensimismamiento, varios kilómetros al norte. La isla de Douglas era una de las más extensas de Alaska, y también la que disponía de mayor superficie helada. Los pies se me hundían casi constantemente en la gruesa capa de nieve que cubría la superficie rocosa. La parte cuerda de mi mente me decía que saliera corriendo de ese lugar. Que no conseguiría nada más que matar a mis padres de preocupación y dolor si seguía haciendo esas cosas. Pero su voz no era lo suficientemente fuerte para atenuar las otras emociones violentas, como la pena, la culpa y la miseria. No podía competir contra ellas, porque eran demasiado intensas. Un olor dulzón invadió mi nariz de un momento a otro. Levanté la mirada y observé hacía el cielo, de un color gris oscuro, intentando adivinar de donde procedía. Una lengua de humo purpúreo se elevaba

desde suelo a unos pocos kilómetros al norte. No contrastaba mucho con el, pero igualmente lo podía percibir desde mi ubicación. Me invadió el miedo, porque sabía que ese no era un humo común y corriente. No podía ser otra cosa más que un vampiro ardiendo en llamas. Muriendo. Todos mis instintos se dispararon. Algunos clamándome que saliera corriendo en dirección opuesta, otros debatiéndose por continuar, y llegar al fondo de todo aquello. Un mal presentimiento comenzó a oprimir mi pecho, porque, después de todo, ¿Por qué esas cosas pasaban justo ahora? No quería apresurarme, y toparte con aquello que temía, porque sabía que si descubría que mi sospecha era realidad, no lo toleraría. Comencé a caminar hacía allí, temblando, y cada paso costaba más que el anterior. Se formó rápidamente un nuevo nudo en mi garganta, que parecía que no se aflojaría jamás. Al pasar unos segundos, la tensión se convirtió en desesperación, porque la humareda no disminuía, lo que sea que estuviera consumiéndose en ese lugar, todavía lo estaba haciendo. Me dejé vencer por la maldita curiosidad, aquella que siempre lograba que me pasaran tantas cosas buenas como malas. Comencé a correr, sin otra determinación que no sea la de averiguar quien era la persona que acababa de morir. Dejé atrás demasiado rápido los grandes tumultos de nieve que se erguían por doquier. A pesar de la oscuridad, era capaz de verlo todo, sin el mínimo problema, y en el horizonte que se encontraba solo un poco más delante de mí, pude distinguir el montículo humeante que causaba mi pánico. En efecto, y como sabía desde el primer segundo que lo vi, se trataba de un vampiro. No quedaba nada con lo que se pudiera adivinar la identidad de la desafortunada persona. Todo estaba reducido a cenizas… Me acerqué al montón, preocupada, deseando no reconocer nada entre los restos carbonizados. Era inútil…

No había nada que no fuera negro y amorfo. Envuelta en mi preocupación, me adentré en ese claro en las montañas sin cerciorarme si alguien se encontraba cerca. Pero la persona que me acechaba no tardó en marcarme ese error, porque tan pronto como giré la cabeza en todas las direcciones, pude verla. Michelle se acercó hacia mí con aire relajado. No había en su rostro nada que me recordara a la expresión que había vislumbrado horas antes, cuando había realizado la hazaña que había acabo con la vida de tantas personas. Caminó como si estuviera dando un paseo los casi cien metros que nos separaban, luciendo hermosa y diabólica al mismo tiempo. Recién ahora podía reparar en completo detalle lo perfecta que se había vuelto tras la transformación. Había sido una humana preciosa, pese a los complejos que sabía que había tenido. Su nueva piel de alabastro casi brillaba en la oscuridad, tal era el contraste que generaba con la noche cerrada en la que nos encontrábamos. Sus rasgos vampiricos eran arrebatadores, y su porte era completamente diferente. Se erguía por completo cuan larga era, caminando con un andar que podría calificarse como danzarín, pero que era un poco más brusco e incluso sensual. – Michelle... – Susurré cuando todavía faltaban varios metros para que se acercara a mí. Sabía que me escuchaba. Sus oídos eran ahora miles de veces más sensibles a los sonidos. – Renesmee. – Contestó con una nueva voz, suave como la seda. – Cuanto tiempo sin verte, amiga... – ¿Qué te ha pasado...? – Pregunté para entender las cosas que me atormentaban. – ¿Por qué te has transformado en esto...? Rió con petulancia y descaro, como si mis palabras hubieran sido graciosas. – Tú sabes en lo que me he transformado, ahora soy como tú... – Contestó una vez que terminó de burlarse. – O como tus padres y tus amigos, mejor dicho. – No me refería a eso... – Dije con tranquilidad. – Sino a tu esencia... ¿Como fuiste capaz de matar a todas esas personas...? ¿Por qué?

– Tuve que hacerlo... – Murmuró, enfocando sus enormes ojos rojos en mí. – No tenía opción... – Siempre hay otra opción... Tú no eres así. – No entendía por qué era capaz de conversar con tanta calma, al fin y al cabo, estaba segura de que no estaría sola, y que pronto llegaría el verdadero culpable detrás de todo ese gran desastre. – No tiene idea de lo que soy capaz... – Contestó. – Nunca la has tenido. Creías que era una tonta muchacha mal criada de buen pasar económico. – Nunca se me pasó por la cabeza esa idea. – La contradije. – Siempre te consideré una buena persona, de sentimientos puros.... Hasta esta noche. Su expresión se desfiguró de la rabia. – Estaba equivocada, entonces. – Casi gritó. – Ahora soy alguien totalmente distinta. He experimentado lo que es ser como tú... y también puedo entender muchas cosas en estos momentos. – ¿Quien te hizo esto...? ¿Quien te ha transformado...? – Quise saber. – Ellos no quieren que te lo diga. – Contestó. – Pero supongo que no tardarás mucho en saberlo. Vienen hacía aquí, para matarte. La noticia no me alteró, al final de cuentas eso era lo que esperaba. Continué hablando, como si en realidad no hubiera dicho nada sobre eso. – Creí que éramos amigas... – Murmuré. – Que podías contar conmigo para lo que sea. Si eres capaz de desplazarte de un lugar a otro... de ir hasta Forks sola, ¿Por qué no viniste hacía mí? Te hubiera podido ayudar... Sé que los primeros tiempos en esta vida son difíciles. Si hubieras recurrido a mí no te habrías transformado en una asesina... – Ellos me obligaron a ir hacía ese lugar... – Dijo para sí misma. No podía estar segura de si en verdad había querido compartirlo conmigo. – Me dijeron que si no lo hacía cosas malas me pasarían. – ¿Qué pasó esa noche...? – Entendió a la perfección que me estaba refiriendo al día en el que desapareció. – Todo fue tan confuso... – Comentó. – Se acercaron todos a mí.... Eran tan hermosos que me asusté. – Rió con amargura. – Como tú o como tus amigos... los Blancquarts. Ella me mordió, y susurró algo. Ahora no puedo recordar que fue lo que dijo... Algo de que era la opción

perfecta. – Entornó los ojos. Sabía que buscaba entre sus recuerdos humanos, esos que a un vampiro le costaba tanto encontrar en la profundidad de su memoria. – Luego vino el dolor... Me dejaron tirada en una especie de galpón, hasta que la quemazón se fue. Después me explicaron todo. Me dijeron lo que eras, y en lo que yo me había transformado. Me dijeron que ahora estaba maldita por tu culpa... ¿De eso se trataba? ¿Le habían lavado el cerebro? – Eso es mentira... – Bueno, en cierta forma no. Sí la habían convertido para capturarme, entonces sí era mi responsabilidad. – Las personas que te han hecho esto son malas. – Eso ya lo sé... – Convino conmigo. – Pero no puedo hacer nada contra eso, debo destruirte de todos modos. – Puedo ayudarte... – Dije rápidamente. – Solo dame una oportunidad para hacerlo, esto no tiene que terminar así, ya mucha gente ha salido lastimada... Han muerto personas, Michelle. – Y lo seguirán haciendo. – Musitó sin la mínima fracción de culpa. – Todo aquel que intente protegerte, terminará muerto. Observó las cenizas, ya consumidas, que apenas lanzaban pequeñas lenguas de humo violáceo. Me giré para seguir su mirada, y contemplar por mi misma los restos. – Era un chico hermoso... – Dijo de repente tras el silencio que se generó. El miedo invadió mis venas. – Lo encontramos vagando por las montañas hace unas horas. – Continuó al ver que me había quedado paralizada por el terror. – Les dije que no le mataran, que lo quería para mí, pero no me escucharon. Él no se resistió, de verdad que estaba perturbado. Tendrías que haber visto su mirada… – Entornó los ojos, recordando. – Creo que nunca vi una expresión tan herida en una persona. El dolor apuñaló mi pecho con fuerza. No quería preguntar, no quería saber la verdad... Pero tenía que hacerlo. – ¿De… quien estas… hablando...? – Mi voz tembló.

– De Raphael Blancquarts... – Dijo como si estuviera comentando que se había muerto una planta. – Me hubiera gustado que lo dejaran vivo. Ellos le dijeron que no lo matarían si colaboraba, pero al parecer, estuvo dispuesto a morir antes de decirles a donde te encontrabas... No pude resistir sus palabras un segundo más, perdí el equilibrio y caí de rodillas sobre la nieve, mientras las capas de dolor me sumergían en una miseria que aumentaba a cada segundo y me aplastaba.

XXXI La caza El dolor quemaba por dentro como si alguien hubiera apretado un trozo de hierro ardiente en mi pecho. El aire en mis pulmones abandonó tan súbitamente mi cuerpo, que de repente todo dio vueltas, la estabilidad se había ido a un lugar muy apartado de mi persona. Quise gritar, llorar, incluso patalear, pero las acciones que hubieran podido demostrar mi pena, no aparecían por ningún lado. Se habían ido, y me habían dejado muda, simplemente sufriendo. En ese momento, en el que me sentía tan sola en el mundo, incluso esas muestras habrían sido una compañía. Michelle me observaba, indiferente a mi angustia, o al menos eso era lo que parecía. No le importaba el hecho de que mi amigo, una de las personas por las que había hecho todo eso, entregarme, ya no perteneciera a este mundo. Raphael estaba… muerto. Ponerlo en palabras solo sirvió para que mi horizonte terminara de colapsar. Todo se volvía más oscuro con cada segundo que pasaba. Las sensaciones de tristeza y malestar redoblaron su intensidad, volviéndose más profundas, calando cada uno de los rincones de mi cuerpo. Ahora ya no era una emoción física, era mucho peor, porque si lo hubiera sido, al menos habría sabido de donde provenía… tal vez hacer algo para que se detuviera. Éste era un sufrimiento que emanaba de todos lados y de ningún lugar al mismo tiempo. Me dolía el alma, y como no podía situarla dentro de mi persona, tampoco podía ubicar esa llama malvada que me consumía. No había forma de que todos esos espectros se fueran. Ni aunque me arrancara el corazón, se irían de mí ser. Incluso aunque yo también muriera en ese mismo momento, seguirían conmigo más allá… – ¿Cómo pudieron ser capaces de matarlo…? – Conseguí susurrar luego de unos minutos. – ¿Cómo se atrevieron? – Ya te lo dije… – Ahora sí parecía algo compungida. – Fue demasiado fácil. Ellos solo tuvieron que inmovilizarlo una vez que se negó a colaborar. Lo rodearon, le arrancaron la cabeza y…

– ¡Detente! – Grité, pero era tarde, la sombría imagen mental ya estaba formada en mi cabeza. Me arrastré por la nieve hacía el lugar donde reposaban las cenizas, que ya no emitían ningún tipo de combustión. Eso era todo lo que quedaba de mi amigo… Nada, solo un montón de nada... No había más rastro que esas asquerosas cenizas del muchacho que sabía que me había amado demasiado, que había muerto intentado protegerme, y ahora reposaban ante mí... El dolor empeoró de un modo insoportable, llegando a límites que no tenía idea que podría soportar. En mi pecho no cabía el odio que tenía hacia mi misma. Esto era mi culpa, mi entera y completa responsabilidad. No merecía nada más que la muerte después de todo aquello, pero eso hubiera sido un fin demasiado limpio para mí… necesitaba sufrir por largo tiempo las consecuencias de mi error. La muerte hubiera sido una salida fácil, incluso algo ansiado comparado con lo que era estar viva sabiendo que la vida de Raphael se había extinguido por mi causa. Pero aún así, no encontraba las fuerzas para levantarme. No podía juntar la suficiente voluntad como para continuar. Era como si se hubiera muerte alguien de mi familia, como si se hubiera muerto una parte de mí. El sufrimiento no disminuyó cuando las lágrimas comenzaron a aflorar desde mis ojos. No sirvieron para mitigar nada en mi fuero interno. Todo se caía en mi interior, y los recuerdos que tenía con mi amigo se encontraban en un primer plano. La primera vez que lo vi, el momento en el que escuché su voz, las risas compartidas, los momentos en los que me consolaba, su mirada enterneciéndose al posarse en mi rostro, la forma en la que me sonreía, la noche en la que bailamos juntos, el día en el que me dijo que me amaba… Esa conversación volvió a mi cabeza como si la estuviera viviendo en ese preciso momento, rememorando con dolorosa exactitud cada una de sus palabras... Me sentí maldecida, como un talismán de mala suerte...

Como si todo aquel que me amaba estaba destinado a morir. La respiración se volvió más irregular, como si estuviera sufriendo un ataque de asma. Grabé en mi mente la tarde en la que ese hermoso vampiro utilizó esas palabras tan bellas conmigo, como si en realidad las hubiera merecido en algún momento. Su amor hacía mí lo había matado, había acabado el trabajo que Julia no pudo terminar doscientos años atrás. Esos recuerdos eran lo más preciado que tenía ahora, lo único que demostraba que Raphael había sido real. Pero tenía otra prueba, el dolor profundo y sordo que carcomía hasta el ultimo rincón de mi cuerpo de piedra, acompañado con el acido implacable de la culpa. Pensé en Malenne… Ella no podría resistirlo. Solo pensar en como decírselo aumentaba mi congola. A pesar de que se hacía la fuerte, en esos momentos, cuando pensaba que en algún momento Raphael volvería a ella. La verdad la destruiría… estaba segura de que enloquecería, porque había pasado los últimos años de su existencia cuidándolo, velando por él, hasta el momento en el que llegué a sus vidas, y no solo me encargué de dañarle en corazón más de lo que ya estaba, sino que por mi causa, lo conduje al sendero maldito de la muerte... ¿Qué haría con ella? ¿Cómo se supone que podría poner en palabras esa noticia tan grave? Solo pensar en el hecho de volver a verla a los ojos me producía un escalofrío tan grande que no podía pensar en otra cosa. Me odiaría, me odiaría por el resto de la eternidad, y tendría razón, claro que la tendría. – Realmente lo siento... – Dijo entonces Michelle, que había contemplado mi dolor en silencio. No sabía cuanto tiempo había pasado llorando a mi amigo. Observé el cielo, que ahora estaba tornándose más claro a cada momento, si bien seguía siendo de noche. Era irónico que ella, justamente ella, me dijera que lo sentía, porque había colaborado con los malditos que lo habían matado.

– No mientas, Michelle. – Le dije mirándola a los ojos. Ya no me importaba nada. No me importaba que las personas que me acechaban se encontraran cerca, no me importaba que incluso ella, con su fuerza demoledora de neófita, pudiera borrarme del mapa. Yo no sabía luchar, no lo suficiente, por lo menos. Había jugado con mi tío Emmett muchas veces, pero eso no era real. – Si lo sintieras no estarías aquí, haciendo todo lo que haces... Realmente no comprendo como una persona puede cambiar tanto. – Tú no lo entiendes... – ¿Era miedo lo que había en sus ojos? Casi reí con amargura. “Tú no lo entiendes...” Esa era la frase que todo el mundo usaba conmigo. ¿Realmente era tan estúpida? – Me basta entender que te convertiste de una excelente persona a un monstruo que asesina gente inocente. – La acusé. Me di cuenta que mis palabras la estaban perturbando, y que ya no se veía tan confiada como al principio, ni tan amenazadora. Su máscara estaba cayéndose demasiado rápido. – ¿Qué te han hecho...? – Repetí. – Créeme que se un vampiro no esta relacionado a ser lo que eres ahora, una desalmada... – Si no lo hago, me matarán. – Confesó por fin. – Preferiría estar muerta antes que hacer todo aquello. – Murmuré. – Murieron niños, Michelle... niños de la edad de Diane. ¿No pensaste en eso? Esas criaturas podrían ser ella, y no te ha importado. – ¡Cállate! – Me gritó, levantando su voz de sirena. – ¿Tú que sabes de la vida Renesmee? ¿Crees que porque has tenido principios sólidos, llegado el momento harás siempre lo correcto? ¿No te has puesto a pensar en que hay muchas otras cosas que pueden afectar tu forma de ser...? ¿O las acciones que al final de cuentas realizas? ¿Qué quería decir con eso...? Lo único que pude entender era que la estaba obligando a comportarse así. Tal vez, si seguía provocándola, podría llegar al final de todo, y hacer el tiempo suficiente. – Tus principios no han de estar muy sólidos si fuiste capaz de hacer lo que hiciste... – Ataqué de nuevo. – No me provoques, Renesmee. – Musitó. – Sé que eres mitad humana y mitad vampiro, y que puedo matarte con mayor facilidad con la que han matado al estúpido de tu amigo.

Sus palabras me hirieron mucho más de lo que podría haber imaginado, pero por primera vez en todos esos momentos, no me debilitaron, solo me alentaron a luchar con ella. – Adelante, mátame. – Me puse de pie, a pesar de que conllevó un gran esfuerzo. Los espasmos de mi cuerpo todavía no se habían detenido. – Pero no te atrevas a insultar a Raphael. – Las ansias de golpearla comenzaron a crecer dentro de mi cuerpo. – Lloras como si él hubiera representado algo para ti... – Me acusó. – Si lo hubiera hecho, no habrías dejado que se enamorado de esa forma... – ¿Tú como sabes eso? Pasó después de que desaparecieras... – Me tomó por sorpresa que lo supiera. – No hacía falta mucho sentido común para darse cuenta que estaba interesado en ti. Siempre lo estuvo, incluso antes de que todo esto pasara. Me daba rabia lo mucho que te miraran todos. Yo estaba a tu lado, pero nadie se fijaba en mí… No solo tenías que tener pendiente de ti a todos los hombres de la universidad, sino que también al más hermoso. – Convino. – Pero estar enamorado de ti le costó un precio muy alto. Hoy quedó claro en cuanto se negó a entregarte... Ignoré la última parte de su discurso para evitar caer en el dolor de nuevo. Ya tendría tiempo para eso. En ese momento solo quería juntar la suficiente rabia, el suficiente valor para pelear con ella. – Entonces Raphael y Malenne tenía razón… – Musité. – No eres más que una estúpida chica superficial. Ahora que eres hermosa como nunca lo has sido, ¿Estás contenta? ¿Eso es todo lo que esperas de la vida…? Rió nuevamente con arrogancia. – Raphael y Malenne… ¿Qué no sabes decir otra cosa? ¿Por qué tanta adoración, Renesmee? – Preguntó. – No han hecho nada por ti. – Claro que lo han hecho. Estuvieron conmigo siempre, me apoyaron cuando desapareciste, cuando enfrenté a Steven por haberte dejado sola. – Enumeré. – Tú no tienes idea de la clase de personas que son. – Ya me encargaré de Steven a su debido tiempo… – Murmuró, casi como si lo dijera para sí misma. – No planeo que este tranquilo por más. – Está internado… – Dije, sacándola de su ensimismamiento. – Por mi culpa, y la de Malenne.

Entornó sus ardientes ojos rojos hacía mi rostro. – Sí, lo sé. – Asistió. – No me he perdido uno solo de sus pasos desde que tengo el control suficiente como para moverme sola. Lo he estado asustando. – Sonrió. – No sé que le hicieron, pero créanme que funcionó muy bien. Si dices que no eres malvada, después de hacer eso, Renesmee, no tienes cara. – Fue un accidente… – Me defendí. – Un accidente muy oportuno… – Sonrió con sarcasmo. – Se te fue la mano atemorizándolo ¿No? No contesté. ¿Cómo era capaz de saber todas esas cosas? El mudo desconcierto de mi mente se debía haber trasladado a mi rostro, porque Michelle respondió a mi inquietud. – Hace unos días fui a visitarlo al psiquiátrico. – Sonrió. – Para la gente del lugar yo soy su novia. Estaba durmiendo, lo sedaron como a un caballo. La enfermera me dijo que había tenido una crisis muy fuerte, y que en el medio del delirio dijo “¡Me atraparán, si no corro, ellos me atraparán… sus ojos dorados me persiguen…!” Claro, eso explicaba todo. – De modo que no hay que ser muy inteligente, Renesmee. – Dijo luego ella. – Tus amigos te ayudaron a lastimarlo. Debo agradecerte que hayas hecho eso por mí, en serio. – ¿Cómo puede ser tan cínica? – La acusé. – No me digas eso. – Se defendió. – En serio, no tengo alternativa. – Cuéntame. – La alenté. – Estoy segura de que puedo ayudarte. – No puedo, ya te lo dije. – El pánico tiñó auténticamente su voz por primera vez desde que la escuchaba. – No es mi vida lo que temo perder, es mucho peor. Llevan obligándome a hacer todo esto desde hace dos semanas. En ese momento mi mente procesó algo que ya había tenido en cuenta. Era demasiado joven para pensar de esa forma. Demasiado. Sencillamente, debería encontrarse desesperada por sangre, no pudiendo pensar en otra cosa, como la venganza contra Steven Collins, el chico que la había dejado sola y por la culpa de cual la

habían transformado. Tal vez, si no hubiera salido con un cretino cobarde, su vida no hubiera terminado de esa forma. – ¿Cómo eres capaz de controlar tus impulsos de esa forma…? – La interrogué. – No es natural, deberías ser salvaje, indomable. Su rostro se envaró. – ¡No puedo decirte! – Gritó. – ¡Me dijeron que ni mis pensamientos eran seguros… ella es mala, es cruel…! – ¿Ella? – Le pregunté en mi desesperación por conocer algo de la verdad. – ¿Cómo es ella? ¿Fue la que te transformó? – No te lo diré… – Finalizó. – Mi única tarea es mantenerte aquí el tiempo suficiente hasta que ellos lleguen, una vez que estés con ellos, me dejarán libre, y no me amenazarán más. – No dejaré que lo logres. – Susurré enfadada. – Eres una neófita, no lo olvides, y yo tengo más experiencia que tu en la lucha. – No era cierto lo que estaba diciendo, pero quizás pudiera asustarla lo suficiente como para que su determinación flaqueara. Rió con evidente regocijo. – ¿Por qué eres una gran combatiente tus padres vinieron corriendo en cuanto sintieron mi olor por Forks? No me hagas reír, por favor. No contesté de nuevo. No tenía palabras para hacerlo. – Ellos tienen razón, Renesmee. – Me miraba a los ojos, con todo ese brillo escarlata concentrado en mí. – ¿Por qué te esfuerzas en hacerte la fuerte? Aceptar que eres un bebé tonto sería mucho más fácil. Si lo hubieras hecho antes, tal vez tu amigo no sería un puñado de cenizas en este momento… De nuevo su indiferencia a mi dolor quemó como una llama ardiente en mi pecho, pero no se comparaba con la sensación horrorosa de saber que tenía razón. – ¿Por qué tardaron tanto en actuar? – Le pregunté. – ¿Por qué nos tuvieron tanto tiempo en ascuas? – La desesperación es el peor de los defectos que tienen las personas. – Comenzó. – En su inútil esfuerzo por ponerte a salvo, cargados de toda esa tensión, iban a cometer un error, eso lo sabíamos. Actuaron desesperados y no hicieron caso a las evidentes señales. Cuanto más tardáramos en hacer algo, más inseguros estarían, y en el momento

en el que creían que todo terminaría bien, por lo menos para ti, ese fue el mejor momento para hacer lo que hicimos. Tenían todo planeado. Conocían nuestras reacciones más básicas. La razón me decía que hiciera algo, que escapara. La única forma que veía posible era luchando con Michelle, derrotándola. Matándola. ¿Era capaz de hacerlo? ¿Era capaz de transformarme en una asesina? Algo dentro mío me decía que no, ni aunque se tratara de mi propia supervivencia podría ser capaz de algo así. Sabía que mi padre, tíos y abuelos lo habían hecho en el pasado, cuando se encontraba cerniéndose sobre ellos una masa furiosa e inestable de neófitos. Pero yo no era capaz de tomar la vida de una persona, por más malvada que fuera, incluso aunque ahora deseara matar a Michelle por ser así. Por transformarse no solo en vampiro, eso era lo de menos, sino en alguien que no valía la pena. Retomó el tema de la muerte de Raphael, sin duda para que me doliera. Introdujo tan hondo el dedo en la llaga, que el sufrimiento aumentaba cada segundo que trascurría. – Realmente no entiendo que es lo que te duele tanto… – Dijo. – Lo rechazaste, al igual que a todo aquel que intentó acercarte a ti. Bueno, el único que lo hizo aparte de él fue Steven… Se mantuvo callada un segundo, para luego proseguir. – Es decir, Steven es un cretino, pero Raphael Blancquarts… – Abrió los ojos rojos todo cuanto podía. – No imagino persona en este mundo que pudiera no quererlo. Se veía tan triste cuando nos lo cruzamos. Esa expresión era por ti, ¿Verdad? Te declaró lo que sentía y lo rechazaste, ¿No es cierto? – Eso no te importa… – Murmuré. Quise mirar hacia otro lado, para que su mirada y la mía no volvieran a cruzarse, pero si lo hacía, iba a encontrarme con las cenizas que reposaban sobre la nieve, y de verdad no deseaba hacerlo.

– Quiero saber, porque... ¿Para que lastimar tanto a una persona? Es decir, tú tienes a ese tal Jacob, que ahora que lo pienso, ¿Es humano o vampiro? No entiendo tu desesperación por alguien que no significó nada para ti. – ¡No te atrevas a decir que él no significó nada para mí! ¡No tienes idea de lo que estas hablando! – ¿Cómo puede significar algo si dejabas que estuviera cerca de pesar de que amabas a otro? – Preguntó. Era ilógico que ella me estuviera dando clases de ética, cuando acaba de matar gente inocente. – No opines sobre algo que no sabes... – Solo pude decir. – En serio, Renesmee. – Se acercó a mí. – Cuando éramos amigas quería evitar pensarlo, pero, ¿En realidad eres tan inmadura? No es que yo no lo haya sido, porque me comporté realmente mal, y eso he de aceptarlo, pero tú… ¿Cuántos años tienes? Intenté reír amargamente, pero ningún sonido salió de mi boca. – ¿Eso no te lo dijeron ellos? – Enfaticé el pronombre, porque así era como los había estado llamando desde que los nombraba, evitando minuciosamente pronunciar un nombre o una descripción, aparte de cuando dijo “ella”, lo cual tampoco me daba muchas pistas. Desvió la mirada, demostrando la poca información de la que disponía. – ¿Estás obedeciendo ordenes de personas que ni siquiera te cuentan toda la verdad? – Continué diciendo. – Veo que no soy la única estúpida en éste lugar. Me gruñó, mostrándome los dientes blancos y perfectos. El rugido fue salvaje, y mi instinto vampírico, ese que no salía a la superficie hacía bastante tiempo, emergió, devolviendo el gruñido, y agazapándome. – Soy lo suficientemente inteligente, y sé lo bastante como para estar segura de que tengo mucha más fuerza que tú, y que a diferencia de un vampiro completo, si te destrozo, morirás sin necesidad de que incinere los restos. – Contestó a mi acusación, también contorsionando su cuerpo en una pose claramente ofensiva. – Me destrozarás sólo si logras atraparme… – Murmuré. No entendía de donde provenían esas ganas de luchar, que ahora emanaban de mi cuerpo. Minutos antes, había admitido que no era capaz de matar a Michelle, y aunque ahora tampoco lo sentía esas

ansias, percibía la urgencia de detenerla, de hacer lo posible para que ella y las personas que perseguían a mi familia, sucumbieran en el intento. Podía ser más fuerte, pero no más rápida que yo, lo sabía. No había heredado esa prodigiosa forma de correr de mi padre en vano. Me deslicé en una fracción de segundo por el escaso espacio que, debido al avance que habíamos tenido las dos, ya estaba reducido a poco más de unos metros. La empujé con toda la fuerza que era capaz, y voló unos cincuenta metros por el camino por el que había venido. Se puso de pie rápidamente, y retomó la guardia, mientras observaba a su alrededor cualquier posible acercamiento de mi parte, que ahora me encontraba a unos cien metros al sur, evaluando mi próximo paso. – Esto no es un juego, Renesmee. – Dijo – Puedes empujarme y correr, pero al final, tendrás que entregarte y hacer lo que ellos digan. – Si debo morir luchando, evitando que me capturen, lo haré. No me interesa ser esclava de nadie – Musité. Y sin decir más, me adelanté, camino a enfrentarla de nuevo. No podía luchar contra mi velocidad. Describí un arco hacía norte, encerrándola dentro de un circulo que la mantenía atrapada dentro del radio que recorría. Reduje el perímetro paulatinamente, y cuando estuve lo suficientemente cerca, cerré mi mano en un puño y se lo estrellé secamente en la cara. El aullido de dolor me sonó como un coro de ángeles. Cayó en el suelo, por la sorpresa y la fuerza del golpe, y me detuve enfrente de ella, mientras se frotaba la mejilla izquierda, donde había recibido el golpe. – Adelante... – La desafié nuevamente. – Creí que eras más fuerte que yo... – No me provoques, o terminarás humeando como ese estúpido en un abrir y cerrar de ojos. – Respondió. – Basta de hablar... – Casi grité. No sabía de donde salía el valor para retarla de esa forma. – Vamos, quiero verte luchar. Se puso de pie muy rápido, volviéndose hacía mí con gran velocidad.

Corrió a mi encuentro, pero no estaba lista para reaccionar ante la rapidez de mis piernas. Giré, realizando un nuevo arco, esta vez hacía el sur. Antes de que se diera cuenta de lo que había hecho, estaba a sus espaldas. Hubiera sido maravilloso matarla en ese momento, pero no podía hacerlo. Solo me conformé con agarrarla del cuello, y con el brazo que me quedaba libre, propinarle un gran golpe en la parte baja de su retaguardia. Gritó de dolor una vez más. – ¿Así que el bebé sabe algo de combate? – Se burló. Me dio un golpe muy fuerte con su codo, para el cual no estaba prevenida. La punta se hundió profunda y dolorosamente en el estomago. La solté involuntariamente, por el dolor. Antes de que me diera cuenta, era yo la prisionera. Su agarre era salvaje, extremadamente fuerte. Se denotaba que era una recién convertida, porque nunca había sentido tanta fuerza en una persona. – Eres una tonta, amiga. – La palabra final destilaba sarcasmo. – Un minuto de ventaja, y lo pierdes en un descuido. Se acercó a mi cuello con sus labios tiesos y hacía arriba. Su aliento frío hormigueó en mi piel, y me estremecí de miedo. – ¿Qué pasaría si te muerdo? – Se preguntó. – ¿Te transformarías en un vampiro completo, o morirías...? – No lo sé... – Respondí, presa de pánico. – Nunca lo hemos sabido. – Tal vez sea momento de averiguarlo. – Sonrió con maldad. – Aunque el olor de tu sangre no me causa sed alguna, va a ser un placer morderte... Comenzó a inclinarse, y cerré los ojos, esperando la punzada de dolor que me indicaría que, en efecto, ya lo había hecho. Lo siguiente pasó demasiado rápido.

Se escuchó una carrera. Alguien deslizándose a una velocidad sorprendente hacía nosotras. Sentí el frío que irradiaba la piel de la persona recién llegada, y como apartaba la boca de Michelle de mi cuello. Luego me agarró fuertemente de la cintura, abrazándome a su cuerpo, y me alejó de ella, a la cual también pude percibir que empujó fuertemente hacía un lado. Temí estar soñando, porque reconocía ese efluvio, una vez que me tomé el tiempo para respirar, luego que la sorpresa por todo lo que había pasado me permitió retomar el ritmo de mis inspiraciones. – Abre los ojos, Renesmee. – Murmuró la voz. Su voz. No podía hacerlo, porque si los abría, y no era él, el dolor volvería con mayor poder, del todo decidido a destruirme. – Háblame, por favor. – Suplicó. – Dime que estas bien. – ¿Raphael? – Pregunté con un hilo de voz y los ojos todavía cerrados. – Sí, Nessie. Soy yo. – Confirmó. – Mírame, me estas asustando. Lentamente, comencé a abrirlos. No quise apresurarme, porque tal vez un movimiento repentino rompería el hechizo en el que creía estar sumergida. Su rostro perfecto fue lo primero que pude ver al enfocar los ojos en lo que tenía en frente. Mi visión periférica me permitió darme cuenta que Michelle observaba todo, de pie a unos veinte metros de nosotros. Estaba inmóvil, dándose cuenta que su mentira había caído. – Estas vivo… – Conseguí susurrar. – Claro que lo estoy. – Dijo, enfocando sus ojos dorados en los míos, que no podían creer que él estuviera ahí, conmigo. – ¿Por qué habría de estar muerto? – Ella… me dijo que los restos de ceniza que están allá… eras tuyos. Que te habían asesinado las personas que me perseguían. – Como ves, eso no es cierto. – Contestó. – ¿Qué haces sola aquí? – Preguntó. – ¿Estás loca? ¿Cómo te atreviste a separarte de tus padres? – Era lo mejor, acabar con esto. – Le dije mirándolo a los ojos, temiendo que fuera un espejismo.

– ¿Cómo se te ocurrió hacer esa estupidez tan grande...? – Me reprochó. Puso sus manos en mis hombros, y me zamarreó con delicadeza. Pero no tenía la cabeza para dar muchas explicaciones, ya habría tiempo para eso. O tal vez no, pero en ese momento no me importaba. Lo abracé con toda la fuerza que tenía. Comencé a llorar porque mi amigo estaba bien. Raphael estaba vivo. Un impulso recorrió mi cuerpo a continuación. No sabía si era la mismafelicidad que sentía por verlo, de frente a mí, en estado perfecto, o porque realmente había querido hacerlo desde hacía tiempo, y recién ahora, cuando había percibido la sensación de perdida, podía notarlo como correspondía, pero lo cierto es que no pude contenerme, y de nuevo, como había hecho siempre a lo largo de todo ese tiempo, solo pensé en mí. No importaba si estaba lastimando a las dos personas que más me amaban en este mundo. No me importó si Jacob sufriría al enterarse lo que iba a hacer o si Raphael se ilusionaba. Al final de cuentas, hacía años que había hecho mi elección, y no iba a cambiar por lo que pasaría a continuación. Deshice el abrazo, y tomé su rostro. Lo miré a los ojos y él entendió en el acto lo que iba a hacer. Tal vez no se resistió porque deseaba hacía mucho que lo hiciera, o porque estaba débil emocionalmente por todo lo que le había pasado el último día y solo necesitaba algo de amor. No importaba el motivo, solo la acción. Mi aliento caliente generaba vapor al entrar en contacto con el frío ambiente que nos envolvía, el suyo producía una sensación extraña en mi rostro. En ningún momento dejamos de mirarnos, y experimenté esa extraña conexión que ya había percibido antes, cuando me daba cuenta que Raphael me miraba con algo más que un cariño de amigo. Pero esta vez, no era solo él el que la que la sentía. Ahora éramos los dos los que se rendían ante ella. Comencé a acercarme a su rostro pálido y perfecto, todavía no sabiendo que era lo que me guiaba a hacerlo. Lo que sí sabía era que Raph no era lo bastante fuerte como para salvarme dos veces de mi inmadurez, esta vez no posaría sus labios a un costado de mi rostro, esta vez, se rendiría. Pude ver su tensión, el miedo que le ocasionaba mi repentina reacción. Vi por primera vez, la debilidad absoluta en la personalidad

de Raphael, y lo hermoso y perfecto que era, no físicamente, sino en su ser. Tal vez, en una realidad paralela, él y yo hubiéramos sido felices. Habríamos pasado horas y horas juntos, porque reconocía en mi mejor amigo todas esas cosas que me gustaban de las personas. Enamorarse de él, si no hubiera sentido esto tan profundo por el hombre de mi vida, habría sido demasiado fácil. Pero no era el caso. Mi vida no podía estar llena de supuestos, sino de cosas que fueran tangibles y reales. Ahora obedecía a otra cosa, a otro impulso, más alocado, y tal vez, más fiel a mi misma. No lo sabía. Solo faltaban segundos, y el arrepentimiento no aparecía. Cerré los ojos lentamente, hundiéndome en esa oscuridad intencionada, y guié mis labios hacia los suyos, que como sabía, no opusieron resistencia alguna. Se rindió a mis intenciones con un gemido bajo. Comencé a besarlo con suavidad, la misma que él estaba utilizando conmigo. Nuestros labios se recorrían unos a otros, descubriendo el sabor oculto, escondido detrás de ellos. Levanté mis manos, y las deslicé a través de su torso helado. Sentía mi estomago revuelto por todas las emociones que me embargaron en ese momento. Por fin podía aceptar que Raphael no era el único que sentía algo. En ese momento, me di cuenta que a pesar de estar completamente enamorada de Jacob, un sentimiento parecido al amor había nacido hacía Raphael. Esa certeza, me guió a reconocer lo idiota que siempre había sido, y no importaba lo mucho que negara que no era una niña. Simplemente lo era. Esa revelación, me hizo perder la calma, y sabiendo que Raphael no era igual de suave que Jacob, fui subiendo por su cuerpo perfecto hacia su rostro inmaculado, donde enredé mis brazos a su cuello, apretándome con una fuerza que jamás había utilizado con mi prometido, porque a pesar de ser un ser sobrenatural, también era humano. Perdí constancia en la respiración, porque mis jadeos se estaban volviendo cada vez más irregulares. Tomé su cabello rojizo y tiré fuerte, en un intento de expulsar no solo la pasión, sino también la vergüenza que sentía por jugar con mi amigo de esa forma. Raphael también perdió la tranquilidad, y no solo comenzó a devolver el beso con una violencia deliciosa, sino que me apretó a hacía el con locura, como deseando que nos fusionáramos en una sola persona.

Incliné la cabeza hacía atrás, y deslizó sus labios de mármol por todo el largo de mi cuello, saboreándolo con la punta de la lengua, para luego volver a mi boca, donde ese beso prohibido continuó desarrollándose. Su aliento frío era el perfecto antídoto al aire caliente que despedía mi cuerpo. Perdí un poco más el control, y mordí uno de sus labios de piedra, el reaccionó con mayor pasión, y deslizó sus manos pétreas sobre mi espalda, provocándome un placentero escalofrío por todo el cuerpo. Al principio recorrió todos los contornos de mi figura con una suavidad inimaginable, como si estuviera hecha de pétalos de rosa. Después depositó sus manos firmes en mi cintura, y me presionó a su cuerpo con nuevas ansias, unas que también nacieron dentro de mí. El deseo no parecía acabarse jamás. Bajé desde sus labios llenos hacía la perfecta forma cuadrada de su mandíbula, y recorrí con los boca todo el largo que me llevaba hacia su cuello helado. El gimió con deseo y eso logró impulsarme más por ese camino prohibido en el que yo sola me había metido. Nuestras bocas se juntaron una vez más antes de separarnos. Presionó con suavidad, recorrió con la lengua en contorno de mis labios, y posó los suyos por última vez en los míos antes de retirarse de forma definitiva. – Te amo, Renesmee. – Dijo con ternura, mirándome a los ojos. – En todos estos años que me he maldecido por todo, jamás estuve tan feliz por ser esto, un vampiro. Porque si hubiera muerto en 1806, jamás habría sabido lo que es el amor. En ese momento llegó la culpa por jugar con sus sentimientos. Desvié la mirada, no pudiendo contestar a esas palabras tan bellas. Él tomó mi rostro con sus dedos y me obligó a mirarlo. Por un segundo, pensé que quería que nos besemos de nuevo, pero no era eso lo que deseaba. – No tienes que aclarar nada... – Murmuró. – Sé por qué lo hiciste, y no te preocupes, yo estoy bien. Esta estúpido decir que lo sentía, pero aún así, el habito pudo por encima de todo lo demás.

– Realmente, lo siento mucho. – Musité. – No diré que no quería hacerlo, porque sería mentir. Lo deseaba mucho más de lo que estaba dispuesta a aceptar. – No digas más. – Sus dedos se trasladaron a mis labios, silenciándolos. – Entiendo perfectamente. La sensación de ver que estaba bien te nubló el razonamiento, y actuaste por impulso. – Dijo. – Perdóname por no detenerte a pesar de saberlo, pero es que simplemente no pude. – Bajó la mirada, avergonzado. – Soñaba con el momento de besarte prácticamente desde que te conocí, y una vez pude contenerme, pero ahora fue imposible. ¿Él estaba avergonzado? Realmente no podía creer lo que estaba escuchando. – No te eches la culpa, por favor. – Pedí. – Al menos por una vez, deja que me haga cargo por completo de mis responsabilidades. Pero no hubo tiempo para eso, porque Michelle, a pesar de haber pasado a un segundo plano en mi mente, y de seguro también en la de Raphael, todavía se encontraba allí. No nos había atacado, porque ahora éramos dos. Raph estaba a mi lado, y él, a diferencia de mí, era un vampiro maduro y experimentado, con el que no podría jugar con intentó hacer conmigo. – Bueno, bueno, bueno... – Dijo ella con la voz destilando ironía. – Pero que escena más conmovedora. La parte en la que la semi vampiresaidiota se da cuenta de que siente algo por el perdedor de su amigo, que la ama a pesar de que ella no lo elegirá... Me adelanté un paso, con la intensión de ir hacía donde estaba y comenzar a golpearla por sus palabras, pero Raphael, que estaba más pendiente de nuestra seguridad que de sus provocaciones, me detuvo antes de que pudiera hacerlo. – No me sorprende que sigas siendo una estúpida, Michelle White. – Comentó mi amigo. – La conversión a vampiro da muchas ventajas, lastima por ti que no otorga un cerebro. Ella entrecerró los ojos y gruño, ofendida. – No necesito un cerebro para mantenerme viva. – Declaró. – Todo lo que tengo que hacer es entregarla, y dejarán de molestarme. Dejarán de amenazarme.

– A ella no la tocarán, primero deberán pasar por encima de mí. – Le dijo Raphael, mirándola a los ojos. En un gesto instintivo, me colocó detrás de él, y con el brazo, me aferró a su cuerpo en un además claramente defensivo. – Me da igual que te maten a ti o no, siempre y cuando pueda salir ya de esto. – Declaró Michelle entonces. – Ellos son temibles, y no descansarán hasta verlos a todos muertos. – ¿Quiénes son ellos? – Preguntó Raphael, esperando conseguir una respuesta. – Ya lo verás por ti mismo, están viviendo hacía aquí... – Afirmó ella. Pero no era como las otras veces que lo había dicho, cuando en realidad no era nadie el que se acercaba hacia nosotros. Esta vez, pude sentirlo. Todavía los efluvios no eran perceptibles desde nuestra ubicación, pero si se podía notar la carrera de alguien que se aproximaba desde el sur. No era una sola persona, mis sentidos pudieron hacerme notar que se trataba de cuatro personas. Dos vampiros se acercaban a toda velocidad hacia nosotros, que estábamos del todo indefensos. En ese segundo, todo se vino abajo nuevamente, porque Raphael estaba conmigo, y no podía soportar la idea de que lo lastimaran a él por mi causa. – Vete... – Le dije. – Huye, no es a ti a quien quieren. Me miró como si hubiera enloquecido. – No te dejaré. Fui un idiota al irme ayer. Un cobarde. ¿Cómo iba a dejarte sola con todas las cosas que estaban pasando? – Tenías razón. No debí ocultarte eso. Malenne esta muy arrepentida por todo lo que ha pasado. Ella se siente fatal. – Confesé. – Eso ya es parte del pasado, Renesmee... – Musitó. – He estado pensando, y tengo que agradecerles a ustedes dos muchas cosas. En ese momento, Michelle se deslizó hasta la parte sur del claro, mientras nosotros nos alejamos un poco en dirección al norte. No tenía sentido hacerlo, porque la casa de mis amigos se encontraba exactamente siguiendo el trayecto desde donde venían mis perseguidores.

– Por favor, vete. Lo digo en serio. – Repetí a Raphael. – No tienes por qué morir por mí. No merezco eso, no merezco nada de ti, solo tu indiferencia. – Escúchame, pero hazlo bien. ¿Entiendes? – Dijo mirándome a los ojos. Los segundos se terminaban, porque podía sentir que las personas que se acercaban se encontraban prácticamente en ese claro en las montañas. – No hay nada de mí que tú no merezcas. Aunque no puedas amarme como yo a ti, todo lo que soy es tuyo. Si debo morir por salvarte, no me importa. – Morirás por salvarla. – Afirmó Michelle. – Que de eso no te queden dudas. Y cuando ella dejó de hablar, en efecto, mis cazadores aparecieron en escena. No sabía si sorprenderme o no. Nos observamos unos a otros, y mi ex amiga humana se reunió con ellos como lo hace un perro que camina hacia sus amos. Se colocó detrás de sus espaldas, como si quisiera protegerse de la ira que ellos podrían descargar sobre mí. Al final de cuentas, era algo que esperaba. Algo que sabía que podría llegar a pasar. Sus ojos escarlatas, los de un vampiro que ha superado hace mucho tiempo la etapa de neófito, se posaron en mí con un ademán codicioso. Ese era el final de todo. La espera había terminado por fin, ahora entendía el por qué de muchas cosas, pero también surgía la incógnita de saber que era lo que ellos querían, porque su modo de actuar había sido completamente distinto en el pasado. Tal vez esta vez había cambiado el hecho de que no tenían excusa alguna, porque en verdad, no había un motivo aparente para que ellos me persiguieran. – Jane. – Murmuré. – Renesmee Cullen, por fin estamos frente a frente. – Dijo con su voz de niña y su sonrisa petulante. Sabia que detrás de esas palabras había un rencor oculto. Su hermano, Alec, nos observaba con el rostro sereno. Sabía que no tomaría cartas en el asunto, porque su hermana era la que llevaba el mando cuando estaba de excursión.

Raphael se interpuso entre ellos y yo, protegiéndome, pero no sabía que era inútil, ambos estábamos condenados.

XXXII Verdades. La verdad, por fin la verdad. Todo adquiría un nuevo sentido en esa tormenta de incertidumbre. Hacía unos momentos, me sentía en el ojo del huracán, ese lapso de tiempo donde todo parece amansarse súbitamente. Se había calmado la tempestad y todo lo que me rodeaba parecía haberse estabilizado. Me había equivocado, ahora, con la amenaza frente a frente, el viento de la desgracia volvía a soplar con fuerza, sin contemplación alguna. Decidido a arrástranos con él hacía el mismo infierno. La pequeña Jane me observaba con sus ojos carmesí, sabiendo que no tendría oportunidad contra ella. Resultaba irónico que la última vez que la había visto yo era un bebé, con una apariencia no mucho mayor a tres o cuatro años, y ahora me encontrara del todo desarrollada, siendo una mujer, o pareciéndolo, por lo menos. En esas pocas horas me había dado cuenta que no basta tener la apariencia para ser considerada una, detrás de esa palabra, tan simple, había ocultos millones de significados más, y definitivamente, el titulo me quedaba grande, muy grande. Mi último recuerdo de la vampiresa, a pesar de la distancia que nos separaba en ese claro en el bosque, era en el que la veía como una criatura mayor que yo, incluso me había parecido alta, a pesar de que siempre había estado rodeada de personas como mi padre o Jacob, que eran personas de estatura. Ahora, en ese tiempo presente, pude darme cuenta de que era tan pequeña como Malenne o mi tía Alice, pero sin un rastro alguno de feminidad en su cuerpo. Una niña, que seguramente estaba en la preadolescencia cuando fue convertida. Vestía exactamente igual a como la recordaba, con esa capa de un gris tan oscuro que casi podría llamarse negro. Ese era un símbolo de su estatus en la guardia de Aro. Solo teniendo un poder tan útil podría desempeñar el papel que mantenía. Por eso era una de las joyas más apreciadas por el antiguo vampiro, que solo codiciaba poder, rarezas y belleza. Raphael continuaba sosteniéndome a su cuerpo. En una pose que dejaba muy en claro que me estaba protegiendo. Me resguardaba de los recién llegados anteponiendo su cuerpo al mío, mostrando ligeramente los dientes y en una pose levemente agazapada.

Temí nuevamente por él. Sentía miedo por el hecho de que su amor lo llevaría a una inevitable destrucción, y desde luego, no merecía que muriera por mí. Los sentimientos que se manifestaron en mi cuerpo cuando pensaba que estaba muerto fueron la prueba que necesitaba para confirmarlo. Pero él no me soltaba, cubriéndome como si fuera un escudo que me resguardara de esas dos pequeñas figuras que nos miraban con detenimiento, incluso con algo de amabilidad. La expresión imperturbable de esos dos hermanos vampiros era solo una señal de alerta, que disparaba mi instinto más básico de supervivencia. Ellos confiaban en que sus dones tanto como Malenne confiaba en el de ella. – Así que la hibrida ha decidido entregarse. – Preguntó Jane a Michelle, sin ni siquiera tomarse la molestia de mirarla. – Bien por ti, neófita. La última palabra la mencionó como si ser un recién convertido fuera algo denigrante. Un insulto. ¿En verdad era tan soberbia y petulante? – Sí, gracias, Ama. – Respondió ella con obediencia. ¿Ama? ¿Ella se hacía llamar Ama? Quise reír con amargura, mostrarme irónica ante esa demostración. Hacerle saber que ella no era ama de nadie, solo otra marioneta más en una guardia llena de gente malvada. Porque si en verdad era tan poderosa e imprescindible, ¿Por que no era un miembro de la familia? Simplemente no lo merecía, no era lo suficientemente buena para ellos. Los ojos de la vampiresa italiana se situaron en Raphael, que la observaba, esperando que hiciera algún movimiento. – Por fin nos conocemos, Raphael Blancquarts. – Dijo ella con voz monocorde, no había nada que pareciera entusiasmarla, aunque estaba observando a mi amigo con un leve interés. – Veo que no hay vampiro en esta tierra que se le resista a este engendro. ¿En serio estás dispuesto a morir por ella? Raph gruño, demostrando su descontento ante sus palabras. – Eres digna hija de tus padres... – Evaluó Jane. – Exactamente igual a Edward. Aunque los ojos son los de tu madre. Y evidentemente eres tan tonta como ella. ¿Crees que al sacrificarte íbamos a dejarlos vivos a ellos también?

La tensión estaba en el aire, y sus palabras amenazantes solo sirvieron para que tuviera más miedo. – Ni se te ocurra tocarlos. – Dije antes de poder detenerme. Enfrentarla no serviría de nada, nos aplastaría con su poder en cualquier momento. – No sabes lo que disfrutaría destrozar a tu madre... – Sonrió ante la idea. – Esa estúpida me lo debe. Era imprudente contestarle, pero me era inevitable. – Solo te da rabia que no puedas usar ese asqueroso don con ella. – Le dije entre dientes. – ¡Ella es más fuerte y poderosa que tú...! Pude darme cuenta que mis palabras le desagradaron completamente. – Te demostraré lo poderosa que puedo ser, asquerosa hibrida. – Dijo con la voz impregnada de veneno. Cerré los ojos, esperando que el dolor que me pudiera producir, apareciera. Pero no era a mí a quien deseaba lastimar. Raphael me soltó, y calló al suelo, convulsionándose de sufrimiento. Cuando enfoqué los ojos en Jane, me di cuenta que ella lo observaba con esa sonrisa angelical que solo reservaba para demostrar su dotes. Mi amigo intentaba no gritar, para no demostrar el dolor que estaba sintiendo, pero le era inevitable en algunas ocasiones. Arqueaba la espalda en un ángulo anormal, y los brazos estaban tiesos, como también sus manos, que las tenía convertidas en puños. – ¡Detente! – Grité. – ¡Para! ¡Él no tiene nada que ver con esto! – No... Tal vez él no, pero sí su hermana. – Dijo Alec, para mi sorpresa. Su voz era muy parecida a la de Jane, solo un poco menos infantil y aguda. La mente se me detuvo en seco. ¿Qué Malenne tenía algo que ver con que ellos quisieran cazarme y matarme? Raphael detuvo los jadeos de sufrimiento, lo que significaba que había dejado de torturarlo. Se puso de pie rápidamente, mirando a la vampiresa y a su hermano con la misma sorpresa con la que seguramente yo también los miraba.

– Ellos son la razón por la que estamos aquí. – Musitó Jane. – Ellos son la razón por la que morirás. No entendía nada. No podía comprender por qué estaban diciendo eso. Buscaba una razón, algo en mi memoria que concordara con lo que estaban diciendo, pero simplemente no localizaba nada con sentido. Tal vez se debía a lo nerviosa y asustada que estaba, no lo sabía. – Dimitri y Félix están viniendo hacía aquí. – Anunció Alec. – Puedo escucharlos. El miedo aumentó de nuevo. Era lógico que ellos dos no estarían solos, Jane y Alec no eran guerreros, eran solo armas, que a pesar de todo, no tenían madera de luchadores. Los otros dos, en cambio, estaban preparados para ello, y nos matarían antes de que nos diéramos cuenta, así como habían hecho con Irina, solo necesitarían un segundo, y ya no seríamos parte de este mundo. Los pasos, como la entada en escena de los hermanos, eran perceptibles. Dos personas se acercaban a toda velocidad. ¿Por qué ellos se habían separado? ¿Estarían ellos al acecho de mis padres? El miedo hizo que se me estremeciera el interior de mi cuerpo de una forma insospechada. Había tantas cosas que no tenían sentido, tanto que explicar. ¿Moría antes de enterarme de todo? Los pasos se acercaron con total ligereza, no había apuro en sus movimientos, porque sabían que ya estábamos controlados. ¿Qué caso tendría intentar huir si Jane y Alec nos detendrían en un parpadeo? En efecto, solo pasaron unos segundos antes de que esas dos figuras se volvieran una realidad en la noche de luna que nos envolvía. La oscuridad había desaparecido gradualmente en los últimos momentos, como si quisiera que nuestros momentos finales estuvieran lo más claro posible. Las espesas nubes habían retirado su mando grisáceo del satélite, y éste brillaba con una tonalidad plateada que salpicaba todo con su luz incandescente. La enorme figura de Félix asomó en el claro junto con la otra, más pequeña, de Dimitri.

Ambos me observaron con una mirada extraña. Una mezcla entre diversión, sarcasmo y soberbia. También miraron a Raphael, que en ese momento había vuelto a interponerse entre ellos y yo. La mirada evaluativa que hicieron de él, como analizando lo rápido o fuerte que podría ser, no me gustó para nada. Me espantó. Estaban calculando cuan rápido podrían matarlo, estaba segura. – Vaya, así que la neófita sirvió para algo al final de cuentas. – Dijo Félix. Luego miró a Michelle como si fuera un perro sarnoso. – Tampoco de mucho. – Dijo Jane con desgano. – La idiota Cullen se ha entregado sola. Los recién llegados rieron sonoramente. – No me extraña, son todos tan estúpidos. – Musitó Dimitri. Sus risas y sus palabras despectivas me dieron una ira que nunca había sentido hasta el momento. Sabía que no era contrincante para ellos. Mi fuerza y mi velocidad de vampiresa no me servirían de nada. Félix era enorme, Demitri era un rastreador experto y Jane me torturaría hasta el cansancio, sería su juguete por horas antes de que decidiera darme por fin la muerte. Su sadismo no tenía límites. Aún así, sabiendo que era estúpido desafiarlos siquiera, no pude evitar que el rugido saliera de entre mis dientes, demostrando mi descontento. – A mi no me gruñe nadie, mocosa. – Musitó Félix, y se adelantó hacía mi, con la mirada escarlata chispeando. Raphael se adelantó también, hacía él. – Le tocas un solo cabello y te juro que arderás cien veces en el infierno antes de que te arrepientas. – Lo amenazó, para luego gruñirle de un modo que me asustó incluso a mí, mientras se tensaba para saltar sobre él. Ambos estaban de frente el uno al otro. El contraste era perturbador. Raphael era alto, como yo, y también musculoso, pero ese monstruo era solo un digno oponente de mi tío Emmett. La punzada de pánico

me pincho de nuevo en el pecho, sabiendo, temiendo, cual podría ser el resultado de esa contienda. – Tranquilo, Demitri. – Dijo entonces Jane, con su voz aguda y desganada. – Ya habrá tiempo para destrozarlos. Primero habrá que explicarles un poco acerca de viene el asunto, y por qué van a morir. Recuerda que nosotros no hacemos nada sin un motivo. El vampiro se retiró – Eso díselo a alguien que este dispuesto a creerte. – Le dije, relajada, para no empezar otra disputa. – Los Vulturis no hacemos falsas acusaciones, hibrida. – Me contradijo, sin ni siquiera tomarse la molestia de mirarme. – No somos farsantes. Reí amargamente, en una obvia señal de desacuerdo. Pero no tenía ganas de hablar, hacerlo sólo serviría para darles un nuevo motivo para torturar a Raphael. Pero fue él el que interrogó esta vez, retomando el hilo de las palabras que los vampiros habían utilizado unos minutos antes. – ¿Qué tiene que ver Malenne con todo esto? – Preguntó entonces. Jane lo observó, absorta nuevamente en mi amigo. – Tú hermana es un diamante demasiado codiciado por mi amo... – Respondió. Las palabras le habían brotado de la boca como si le causaran arcadas. Vi lo mortalmente ofendida que estaba por no ser, una vez más, el don que Aro más deseara para sí mismo. – Y recién hace un par de meses pudimos comenzar a seguirles el rastro. Todo, absolutamente todo, cobró sentido en ese momento. Aquello que me había mantenido ofuscada por las últimas semanas en general, y por los últimos días en particular, tornaron el horizonte algo completamente transparente, algo demasiado fácil de entender. – ¡Ella no es un objeto de colección! ¡Nunca les pertenecerá...! – Contestó Raphael. – No se trata de elecciones. – Musitó ella, de nuevo con desgano. ¿En realidad todo le causaba lo mismo? ¿Todo era aburrido, o falto de emoción? ¿O solo era una mascara que utilizaba para evitar traslucir emociones más fuertes? Sabía que era demasiado engreída, y que sentirse débil la enfurecía, porque ese medio día en el claro, al darse cuenta que mi madre la superaba en poder, casi pierde el control por

completo. Si su hermano no la hubiera detenido, se habría arrojado hacia nosotros para atacarnos. – ¿Entonces de que se trata? – Preguntó una vez más mi amigo. – Tiene que ver con el hecho de que ella debe ser una Vulturi. – Respondió Alec esta vez. – La hemos estado rastreando desde que pertenecía al grupo de los vampiros alemanes. Muchos han muerto, y los que quedaron no la recordaban, pero logramos hacer que su memoria volviera… Sonrió con descaro. Su rostro perfecto de ángel se volvió incluso más agraciado. – Diez horas de tortura continua le refrescaron las ideas… – Anunció Jane, esta vez con una gran sonrisa en su rostro. No había remedio para ella. Todo lo que no fuera maligno y sádico no la contentaba. Raphael, a mi lado, se tensó. Él acaba de experimentar de primera mano el dolor que provocaba por el talento de Jane. – ¿Qué le hace pensar que ella se entregará por propia voluntad? – Raphael intentó sonreír, mostrándose escéptico y sarcástico. – Con el poder de su don los destrozará en un segundo, y no se darán cuenta de nada. – Se entregará si algo que ama esta en peligro… Ustedes que no se alimentan de sangre humana siempre dicen que los vínculos son más estrechos ¿No? – Dijo como si se estuviera burlando. – Veamos que hace si le decimos que su hermano y su amiga morirán si no hace lo que queremos… Los otros tres observaban el cuadro con expectativa, sabiendo que tenían todas las de ganar. Calculé mentalmente cuanto hacía que había abandonado mi hogar. No más de treinta o cuarenta minutos. Mis padres ya estrían buscándome, desesperados. Una parte de mí, la que todavía era una niña, deseó con intensidad que llegaran a tiempo para salvarnos; la otra, quizás más madura, imploraba que no se les ocurriera ir hacía la mansión, porque eso los traería hacía mí, y hacía nuestros cazadores. – Sí es a Malenne a quien quieren, entonces tómenme a mí. Dejen ir a Renesmee y a su familia, ellos no tienen nada que ver con esto, entonces. – Dijo Raphael tras la declaración de la vampiresa rubia. – Ellos no les sirven de nada.

Pero era obvio que eso no estaba, ni como la mínima y remota posibilidad. – Raphael... – Susurré, mirándolo a los ojos. – No te dejaré aquí solo. – No hace falta que aclares nada, hibrida. – Dijo Dimitri como confirmación absoluta de mi pensamiento. – No te dejaremos ir. – Se creen mucho porque tienen a esos asquerosos niños de parte de ustedes. – Declaró mi amigo. – No son nada sin esos poderes, solo un grupo de imbéciles que tienen un delirio de superioridad. – ¡Nuestra superioridad no es ningún delirio, idiota…! – Casi gritó Félix, mortalmente ofendido. – Te demostraré una vez más nuestro poderío sobre todos los inmortales. – Convino Jane. Nuevamente comenzó a sonreír, utilizando todo el poder abrazador de su don. Raphael, esta vez preparado para lo que haría, intentó no caer en el suelo. Se dobló de sufrimiento, y nuevamente adoptó una postura completamente antinatural, manteniendo un silencio intencionado, que seguramente lo hacía para no darle el placer de escucharlo gritar de agonía. Sus rodillas vencieron un poco y perdió altura por los retorcijones que Jane estaba produciéndole. Mi cuerpo se tensó por si mismo, sin que yo le diera señal alguna. Tenía que hacer algo, no podía dejar que le hiciera eso a mi amigo. No pensé, y me enfoqué en ella, que se encontraba a tan solo un par de metros más al sur que yo. Utilicé mi don en ella, sabiendo que no podría producirle daño alguno, pero que, de igual modo, podría despistarla para que parara de lastimar a Raphael. Incrusté en su mente un manto negro que la cegó por completo, a ella y a Alec. Sus ojos carmesí se desenfocaron súbitamente, dándose cuenta de lo que estaba pasando. No contaba con suficiente poder o practica como para hacerlo también a Dimitri y a Félix, yo no era Zafrina, y el simple hecho de mantener esa constante oscuridad en sus mentes era todo un logro para mí. Mi mejor amigo, a mi lado, dejó de retorcerse de dolor. Mi improvisado plan había dado resultados, pero no pude seguir realizando la hazaña por mucho tiempo más, en tan solo unos segundos después, los gemelos brujos, como alguna vez los habían llamado los vampiros rumanos, recuperaron la visión.

– Lindo truco de salón… – Musitó Alec. – Lastima que no sirve de mucho a fines prácticos. No entiendo que es lo que quiere Aro de ti, no sirves para nada. – Acaban de decir que voy a morir. ¿No creen que se están contradiciendo? – De nuevo el valor salía de algún lugar ilocalizable de mi ser. – Digamos que hay un conflicto de intereses entre lo que mi amo quiere, y lo que nosotros queremos… – Agregó Jane. – No estamos dispuestos a que la basura Cullen contamine nuestro hogar. Y eso incluye a tusqueridos padres y a la asquerosa de Alice. – Cuanto nos odias, pequeña Jane. – Contesté con pedantería. – Cualquiera diría que nos tienes miedo. ¿Qué es lo que más te preocupa? ¿Qué Alice y mi madre te quiten ese lugar tan privilegiado en el que crees que estas? El futuro es algo mucho más digno que admirar antes que tus modos de tortura, créeme. Y hace más de siete años Bella Cullen te demostró que incluso puede contrarrestar tus fuerzas… Así que todo se reduce a algo. Ya no eres importante para Aro. Dejaste de ser el diamante tan perfecto que siempre te creíste para él. Sonreí con sarcasmo, a pesar de todo. A pesar de que estaba rodeada, y que seguramente me mataría. Pero mi lógica la golpeó en la cara como si le hubiera propinado el mismo cachetazo que le había dado a Michelle no sabía cuanto tiempo atrás. No pudo sonreír, como hacía siempre, la certeza absoluta de mis palabras la habían dejado muda, consumiéndola en su propia rabia y rencor. Explotó de la forma obvia en lo que la haría. El dolor llegó tan rápido que no pude tener idea de donde provenía. No era una sensación que se pudiera comparar con algo en particular. Era como si todo mi cuerpo fuera incendiado, aplastado, mancillado, cortado y vuelto a quemar. El dolor invadió cada centímetro de mi cuerpo, arrasando con las sensaciones placenteras, obligándome a retorcerme del mismo modo en el que lo había hecho Raphael. No grité. Tampoco quería que se regocijara conmigo. Me mantuve erguida, aunque las sensaciones eran insoportables, demasiado reales, a pesar de que sabía que no eran más que una ilusión que ella producía en mi mente. Todo ese martirio solo se produjo en un segundo, porque cuando Raphael había comenzado a adelantarse para detenerla, cesó.

Ella era inteligente. Muy inteligente. Tal vez no nos quería a nosotros, mis padres, Alice y yo no éramos importantes. Pero si en verdad buscaban a Malenne, debía mantener a Raphael con vida, porque sabía que esa sería la única razón por la que ella se entregaría. Tomé a Raphael de la mano, impidiendo su avance, ni bien pude dominar mi cuerpo por completo. Él se detuvo, tan consciente como yo de que si querríamos tener una oportunidad, esa no era la mejor forma de actuar. Jane miró el gesto, levantando levemente una ceja. – Creí que te gustaban los perros. – Comentó en voz baja. Casi gruñí, molesta por sus palabras. Antes de que pudiera preguntarme por qué sabía algo como eso, la compresión refrescó mi memoria. Aro había leído todos los pensamientos de mi padre en el pasado. Allí, estaba completamente segura de ello, había descubierto el concepto de la imprimación, y como esta nos enlazaba a Jacob y a mí. Era de esperar que todo aquello llegara a los oídos de la vampiresa. – Ese no es asunto tuyo. – Respondí por fin. – Todo lo referente a hombres lobo, es asunto de los Vulturis. – Dijo con tranquilidad. Me asusté, porque sabía por donde venían sus intenciones. Quería tener una excusa para matarlos. – Él y su manada no son hombres lobo. ¿Eres idiota, o qué? ¿No escuchaste a tú amo decir que en realidad el nombre correcto es metamorfo? – Una cosa o la otra, siguen siendo peligrosos para los vampiros. Aunque no para ti obviamente. Ni siquiera mereces ser llamada vampiresa. Eres una asquerosa alteración natural, que solo demuestra el modo de vida retorcido de los Cullen. – Hizo un gesto final de asco. Podía insultarme a mí, no me importaba. Pero que dijera todas esas cosas de mi familia era algo que realmente me sacaba de quicio. – ¿Tú nos llamas retorcidos? – Pregunté, realmente asqueada por su hipocresía. – Los únicos enfermos que conozco son tú y tus amos, junto con todos aquellos que los siguen y los adoran como si fueran

santos. – Comencé a gritar. – No son más que dementes que se creen dioses… – Da igual lo que digas Renesmee Cullen, al final de cuentas, nuestra palabra es la que siempre vale por encima de cualquier otra, y lo que decimos es siempre ley. – Explicó, como si lo que decía ella en comparación conmigo no valiera nada. – ¡Quiero la verdad...! – Pedí con urgencia. – ¿Qué es lo que planean? Rieron por mi suplica, pero de igual modo, contestaron. – Hace unos meses, llegó a nuestros oídos que la tal Malenne Blancquarts se encontraba en América. – Explicó Jane, entonces. – Mi amo deseaba que nos encargáramos de que ella llegara a Volterra, pues deseaba conocerla. Los Vulturis nos enteramos de todo, hibrida. No hay nada que no llegue a nuestros oídos. Así como esa asquerosa vegetariana los delató al momento de tu nacimiento, del mismo modo hay otros cientos de vampiros alrededor de mundo que están contentos con informarnos de todo. – Eso sigue sin explicar por qué involucraron a mi familia en todo esto...– Musité. – No es muy difícil de entender. – Se burló. – Sabíamos que tanto Malenne como Raphael Blancquarts disponían de dones muy útiles para nuestra guardia. – Lo dijo como si no estuviera completamente de acuerdo. – Y tanto Aro como Cayo estaban de acuerdo en que la adquisición de nuevos poderes nos vendrían más que bien para en un futuro, resolver un asunto pendiente... Sabía que ese asunto pendiente éramos nosotros. No perdonaban el hecho de haber perdido, de haber sido humillados frente a cientos de vampiros. Así que al final de cuentas, eso aclaraba muchas cosas. Su presencia en Juneau. No había sido consciente de todo aquello, pero en retrospectiva, los incidentes habían comenzado desde unas semanas después de que Raphael y Malenne llegaran a mi vida. Sí ellos los estaban siguiendo, al llegar a Douglas se encontraron no solo con los hermanos, sino también conmigo. Bingo. Por fin todos los detalles encajaron de una manera súbita y perfecta.

– En efecto, al llegar aquí, nuestra prioridad era hablar con ellos. Cualquier vampiro estaría contento y fuera de sí por pertenecer a nuestro selecto grupo. – Continuó Alec, mientras Raphael y yo bufábamos al mismo tiempo. – Pero nos encontramos con una sorpresa... – Al parecer, las coincidencias existen, porque en cuento te vimos, supimos quien eras. No había mucho margen para el error, eres exactamente igual al lector de mentes. – Dijo Dimitri. – En cualquier caso, tu aparición en escena significó una sorpresa. – Dijo Jane. – Tuvimos que reorganizarnos, y decidimos matar dos pájaros de un solo tiro. Obtendríamos lo que queríamos de todos los modos posibles. Ellos estaban dispuestos a explicarme todo para darme a entender su superioridad sobre nosotros. Me contarían su plan, y luego nos matarían a ambos. – Nos comunicamos con nuestro amo, y le hicimos saber las novedades. Él, más que nadie, sabría que era lo que tendríamos que hacer ante esta interesante novedad. – Continuó Jane. – Nos llamó la atención que estuvieras sola, no le encontrábamos sentido. No nos demoramos en entender que solo de mujer tenías la apariencia. Que fueras una tonta nos ayudó demasiado a convertir en realidad nuestros planes. Llegamos a Juneau al día siguiente que ellos, y te seguimos. Conocimos tu apartamento y todo aquello que te rodeaba en unos escasos días. Tus amigos serán más antiguos, pero son igual de idiotas que tú. Ella, tan confiada en que nadie podría tomarla por sorpresa, no supo ver las pistas que indicaban que la estaba siguiendo. He de agradecerle eso, porque fue la clave para conseguir todo esto. Si ella es tan arrogante como para percatarse de estas cosas, entonces querrá ser una Vulturis tanto como nosotros quisimos en su momento. Raphael bufó nuevamente, en otra evidente señal de desacuerdo. – Estas completamente equivocada. – Dijo entonces. – Ella no es arrogante, ni querrá unirse a ustedes. ¿Acaso creen que todo vampiro sobre la faz de la tierra los adora? Déjenme decirles que no es así. Lamento la decepción, pero hace poco aprendí que no hay que vivir engañándose a uno mismo. A veces la verdad es más evidente de lo que uno esta dispuesto a aceptar. – Respiró. – Cuanto más pronto la admites, mejor para uno mismo.

– Bonito discurso. – Convino Jane con sarcasmo. – Lastima que no te servirá para nada. Mi amo también tiene gran interés en ti, hemos sabido que posees un gran talento. Dimitri apretó los dientes con fuerza. Claramente ofendido. Jane sonrió, sin duda intentando ser encantadora. Su tono pedante y sus ojos se direccionaron a su compañero de guardia. Era de esperar que ni con ellos mostrara camaradería, era un monstruo que no quería a nadie. Incluso dudaba que quisiera a su hermano. Recordé, en ese mismo momento, que el vampiro de la guardia era también un rastreador, como Raphael. Aunque siempre había entendido que el poder de mi mejor amigo era mucho más complejo que el de simplemente rastrear. Él también podía ver lo que hacía la otra persona al meterse en su cuerpo. Sentir. Era obvio que era un don mucho más preciado que el del mismo Dimitri, que ahora temía por su permanencia en la guardia, y por lo importante que sería, en comparación con Raphael, a los ojos de Aro, Cayo y Marco. ¿Estaban los dos hermanos Blancquarts destinados a convertirse en nuevas piezas de Aro? ¿Todos los estábamos? – Me siento alagado por ello. – Contestó por fin mi amigo a la anterior afirmación de Jane, utilizando un tono de caballero tan irónico que le causó malestar incluso a la vampiresa. – Pero prefiero cualquier otra cosa antes que estar rodeado de idiotas como ustedes. – No tienes idea de lo mucho que te arrepentirás. – Musitó Félix. – Habrás de rogar hasta que ardas en la hoguera en la que te quemaremos por idiota. – Prefiero arder por toda la eternidad antes de traicionarme a mi mismo, y a las personas que amo. – El amor… – Musitó entonces Jane. – Que concepto tan vacío, tan… trillado. – Eso es lo que tú crees. – Respondió rápidamente mi amigo, antes de que yo pudiera darle una respuesta con la que cerrara la boca. – Eres un ser tan asquerosamente desagradable que renuncias al amor porque nadie será capaz de amarte jamás. Tu hermano dice que te ama, pero en realidad te teme. Tu señor no ve nada más en ti que un arma, y ahora que han aparecido nuevas propuestas, más interesantes, ya no brillas tanto para él. Claro que no crees en el

amor. – Rió con el mismo cinismo y petulancia que ella empleaba con nosotros. – No lo conoces, y jamás lo conocerás. La verdad la golpeó mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir. Esperé a que comenzara a utilizar su don de modo violento nuevamente, torturándonos hasta que estuviera dispuesta a matarnos, pero no lo hizo. – No me interesan las cosas que has dicho. – Declaró por fin. – Yo se cual es mi lugar en la guardia, y lo que debo hacer para mantenerlo. Si he de matar a todos los Cullen para conseguirlo, lo haré. Si tengo que matarte a ti y a tu hermana, no lo dudaré un segundo, pero por el momento, ustedes son el nuevo interés de mi amo. No puedo hacerlo. Sin embargo, sí cuento con el permiso de proteger mi vida si esta en peligro.A toda costa. Entendí perfectamente lo que quería decir. – Él sabrá que nos mataste porque querías y no porque estuvieras en peligro. ¿Subestimas a tu propio amo, Jane? – Pregunté entonces. – No es ningún tonto, y se dará cuenta que esto tiene más que ver con tu ego lastimado que con la supervivencia de su guardia. – Llegado el momento entenderá que no necesita a nadie más que a mípara ser lo que es. Los Vulturis no necesitan nuevas conquistas, ya somos los reyes de nuestra especie. – Me miró de tal forma que me pareció que quería que la contradiga. Raphael no me dio tiempo para hacerlo. – Según tengo entendido hace siete años tuvieron que huir corriendo para salvar la cara, Jane. – Dijo mi mejor amigo. – Eso demuestra que no son tan fuertes como crees. Y tu amo lo sabe, sabe que en cualquier momento todo su imperio – remarcó con sarcasmo la palabra. – caerá solo. Si no hacen algo para fortalecerse, pronto los vampiros más reacios a ser sometidos por su dominio se levantarán, y los Vulturis se transformarán en un recuerdo antes de lo que piensan. Créeme, Jane. No intentes pesar de una forma individual. Deberías seguir los consejos de tu amo. – Se burló. – No eres más que una estúpida que cree que esta en la gracia de alguien. Sólo te ve como un arma, nada más, y tú lo sabes, no te engañes. No te auto convenzas que tienes madera de líder. Todos aquí sabemos que no. – He trazado un plan que los ha dividido de tal forma, que ahora ustedes están aquí a punto de morir. – Se defendió. Nuevamente estaba afectada por las palabras que Raphael había utilizado.

– Eso no quiere decir que seas buena, solo que conoces bien a las personas que sigues. – Contra atacó Raphael. – Vamos a ver cuanto te dura tu supremacía. Sígueme contando, que más pasó en cuento llegaste a Juneau. La soberbia de Jane pudo más. ¿De verdad estaba tan desesperada por demostrarle a Aro que todavía valía mucho más de lo que él pensaba ahora? ¿La fijación de los Vulturis por nuevos talentos había hecho que la pequeña vampiresa rubia enloqueciera de rabia, y se arriesgara a tal punto? Al parecer estaba hasta dispuesta a desobedecer órdenes directas de su amo… Algo que todos sabíamos que podía ser fatal. Para ella, y desde luego para nosotros. Pero Raphael parecía dispuesto a distraerla, y ella no se percataba de ello. – Llegamos a Juneau y vimos todo lo que había pasado. – Continuó relatando, entonces. – Al principio pensamos que lo simple, lo más rápido, era raptarte, y llevarte ante nuestro amo, que arde en deseo de conocerte, hibrida. – Pronunciaba mi condición con tanto asco, que lograba que se me encendieran las venas de rabia, pero yo era más inteligente que eso. No podía permitir que me afectara con sus insultos, si lo hacía, solo estaría demostrando que era igual a ella. – Pero luego ideé este plan. Sí hacía que tus padres vinieran corriendo a Forks, sí lograba que ellos solos se separan de toda la familia, serían una presa fácil. Y en efecto, actuaron tal cual lo pensé. Ese amor que tanto ustedes adulan, fue la clave de su perdición, por protegerse unos a otros, se separaron, y ahora están así. Desprotegidos. – Eso no explica por qué a todo lo demás. – Dije. – ¿Por qué Michelle? La miré, y ella desvió su mirada de mí. Quizás estaba mal hablar como si ella no estuviera allí, pero quería la verdad. Sólo eso, nada más. – Por qué sabíamos que ella era importante para ti. Supimos de la discusión que tuvieron. No tienes idea de lo fácil que fue espiarte, Renesmee Cullen. Eres tan idiota, tan presumida e infantil. Al principio queríamos que desconfiaras de tus amigos, que pensaras que fueron ellos. Pero esa parte del plan salió mal. Estabas con ellos cuando la transformé. – Continuó. – Hubiera sido genial que te alejaras de los Blancquarts, y si ellos comenzaran a dudar de ti, también sería fácil contactarnos con ellos y reclutarlos, pero no. Las cosas salieron así, y

al final, fue mejor. Tus padres llegaron y desconfiaron de ellos, lo cual fue una nueva arma para usar a nuestro favor... ¿Cómo sabían todo aquello? ¿De verdad estaban más cerca de lo que hubiera podido imaginar jamás? – Al final, la neófita nos sirvió más de lo que hubiéramos podido prever. – Dijo, como si se lo repitiera a ella misma. – La mandamos a Forks, cuando ya estábamos segura que su dominio era bueno. – Rió con maldad. – No fue difícil instruirla en autocontrol... – Se carcajeó, y Michelle tembló por completo fruto del pánico que le provocaron las palabras de la pequeña vampiresa rubia. – Y todo pasó tal cual lo pensamos. Tus padres vinieron corriendo, solos. Sabíamos que era lo que teníamos que hacer para que solo vieran a la neófita. Un acercamiento, solo eso. Lo mostramos estrictamente que zonas tenía que evitar para no toparse con los lobos... La línea exacta del tratado, el límite que mi señor vio en la mente de Edward Cullen. – Pronunció el nombre de mi padre como si estuviera diciendo una blasfemia. Comprendía ahora el por qué de todo. Ellos habían usado el conocimiento trasmitido años atrás a su favor. – Comprender la mente de la médium no es difícil, si sabes desde donde posicionarte. – Musitó. – Ella no verá aquello que se genera por parte de alguien que no se relaciona directamente con ustedes. Simplemente porque no esta velando por ello. Verá solamente las acciones que los afecten de un modo directo. El punto ciego que generas, condiciona todo lo que pudiera ver. No nos vio partir de Italia al venir hacía aquí, porque buscábamos a tus amigos, no a ti. Y cuando comenzamos a hacerlo, tú no los conocías... por eso tampoco pudo verlo. Al final, cuando la neófita fue a Forks, no iba a buscarlos a ellos, solo iba para plantar la pista, desconociendo el propósito. Por eso todo pasó como pasó... porque son idiota, y en realidad, no valen lo que mi amo esta seguro que valen. Raphael y yo terminamos de escuchar toda su explicación. Al fin entendíamos, comprendíamos por completo todo. Todo había comenzado como una caza a mis mejores amigos. Buscándolos para que ayudaran a destruirnos a nosotros, a los Cullen. La idea siempre había sido volverse más fuertes para destruirnos llegado el momento, porque todavía estaban resentidos por como habían sido avasallados tiempo atrás.

– Eso se reduce a solo una decisión. – Dijo entonces Jane. Su hermano y el resto de su pequeña guardia seguían en silencio. Se dirigía a Raphael. – O tú y tu hermana se deciden a estar con nosotros, o están muertos igual que ellos. Puedes elegir, continuar con vida, o morir por una causa perdida. – Morir por alguien que amas no es una causa perdida... – Contestó Raphael. – Es la mejor forma de abandonar este mundo. Y dicho eso, se adelantó, y me protegió de nuevo de nuestros enemigos. Los cuatro rieron. – Mala elección. – Dijo Félix, que comenzó a moverse hacía nosotros. Mi mejor amigo le gruño, y se agazapó. – No la tocarás. – Le dijo. – Pones una sola de tus asquerosas manos sobre ella, y serás tu el que no tendrá tiempo de arrepentirse. – Detenme si puedes. – Le desafió. Todo se volvió borroso. Los hermanos Vulturis desaparecieron de mi margen de visión. Ya no se encontraban de frente a mí, sino que comenzaron a correr, rodeándonos. Se había acabado el momento de las explicaciones, y había llegado el tiempo de luchar. Quería pelear, pero Raphael me sujetaba con fuerza, y rotaba su posición en torno a mi cuerpo conforme ellos se deslizaban por el claro. Michelle se había quedado quieta, fue la única que no se movió de su sitio. Los gruñidos aumentaron en volumen y frecuencia, a medida que ellos se acercaron más a nosotros. No teníamos posibilidades de salir vivos de esta. – Quédate quieta, no te muevas, por ahora. – Susurró Raphael. Dimitri se acercó peligrosamente a nuestra ubicación, y se abrió al ver lo cerca que estuvieron los brazos de mi mejor amigo de su cuello. Hubiera podido decapitarlo en un segundo. – Eres rápida, Renesmee. Si puedo matar al vampiro enorme, podrás correr hacía la mansión. Los pequeños no te alcanzarán, y Michelle no te detendrá, esta muy asustada como para hacer cualquier cosa. Tus padres y Malenne no están muy lejos, pero temo que no lleven a tiempo.

– No te dejaré aquí solo. – Contesté, aforrándome más a él. – No seas tonta... – Giró sobre sí mismo, en ese espiral mortífero que estaban creando los vampiros que nos rodeaban. Iban a jugar con nosotros por un tiempo todavía. – Has de irte, cuando te de la señal. Una vez más comencé a llorar. No porque fuera a abandonarlo, eso no lo haría aunque me obligara. Me sentía tan firme en mi decisión, que ni siquiera el poder de Malenne podría detenerme en ese momento. No iba a dejarlo solo en ese lugar, muriendo por mí. Dimitri se acercó, una vez más, esta vez, con toda la intención de atacar, esta vez en serio. Raphael se adelantó lo más que pudo, intentando no alejarse de mí. No quería dejarme expuesta. Lo tomó por el cuello, y lo empujó casi doscientos metros. Un pino enorme detuvo la trayectoria del vampiro, antes de romperse por el medio exacto. – Yo también sé jugar esos juegos. – Dijo, antes de sacarse su capa gris oscura. Quedó en prendas de ropa completamente comunes. Modernas y blancas. Corrió hacía mi amigo una vez más, que dio un giro y se posicionó en su espalda y lo tomó por atrás. – Evidentemente no tan bien como yo. – Le murmuró al oído. Un sonido metálico rasgó el aire. Cerré los ojos para evitar la escena. Un aullido de dolor le siguió al sonido desgarrante, que pude reconocer que provenía del rastreador de la guardia. Al mirar nuevamente, no tenía uno de sus brazos, que ahora reposaba sobre la hierba, mitad congelada del suelo. – Morirás, asqueroso bastado. – Musitó Dimitri, que tenía el rostro poblado de dolor que le producía la falta de uno de sus miembros. – No antes que tú... – Raphael rió ante la escena. – Ven, todavía te queda el otro. Félix corrió hacia su espalda, pero Raph fue más rápido y mucho más inteligente.

– No eres más que músculos sin cerebro. – Le dijo antes de escapar de la emboscada que seguramente planeaba hacerle. El brazo de Dimitri comenzaba a palpitar en el suelo, clamando regresar al lugar que le correspondía en el cuerpo del vampiro. La lucha comenzó de nuevo, pero esta vez, Raphael combatía contra dos adversarios. Ambos comenzaron a rodearlo nuevamente. Y él, no paraba de mirar hacía donde me encontraba, sola, sin moverme por el mismo pánico y la misma sorpresa. Logré localizar a Jane y Alec en un lugar apartado del prado. Ambos se habían alejado de la zona de combate. Sabía que eran dos cobardes. Pude precisar, en ese instante de lucidez, la expresión que gobernaba el rostro de Alec. Estaba sonriendo, serenamente, mirando en nuestra dirección. Al darme cuenta de eso, también pude distinguir esa niebla densa que se aproximaba hacía nosotros, pero en especial a Raphael, que luchaba sin ser consciente de ello. – ¡Ten cuidado! – Grité. – Él esta usando su don, te dejará inmóvil en cualquier momento, ¡Aléjate de la niebla que se aproxima! Raphael reaccionó, y esquivó justo a tiempo una de las embestidas que Félix estuvo a punto de propinarle. Pude darme cuenta de que también se percató de la niebla, que avanzaba perezosamente hacía él. Pero no pude hacer nada más, porque las punzadas de dolor comenzaron a recorrer mi cuerpo nuevamente... No aguanté, y caí al piso. El dolor era insoportable... Sencillamente insoportable. Si el poder de Alec alcazaba a Raphael, todo estaría perdido. Luchaba contra Félix y Dimitri, estaba segura de que eran dos combatientes curtidos. Más dolor. Era inaguantable. Me retorcía, comencé a gritar, incapaz de evitarlo.

– ¡Renesmee! – Gritó mi amigo. El chico que me amaba, y que estaba muriendo por mí. Escuché su carrera hacía donde me encontraba. Me tomó en sus brazos. Los Vulturis nos rodearon de nuevo, y supe que no tenía escapatoria alguna. Jane seguía produciéndome dolor. Era como si me estuviera aplastando el mismo mundo. Como si estuviera ardiendo desde adentro hacía afuera, sin que el fuego estuviera visible en ningún lugar. Corrían a nuestro alrededor. Raphael se debatía entre dejarme sola e intentar luchar para salvarnos. Esa decisión lo llevaría a la muerte. Otra ola insoportable de sufrimiento. Sí elegía luchar, tal vez, tuviera una oportunidad de salvarse. Si corría hacía Jane para detenerla, se arriesgaba a que me hicieran daño. No merecía su amor. Él iba a morir por mi culpa. En ese momento de oscuridad, solo algo pudo darme un poco de esperanza. De un momento a otro, sentí una presencia que renovó mis expectativas, y también que me dio un nuevo motivo para temer. La repentina ausencia de dolor fue la confirmación absoluta de quien se trataba. – ¡Deja de usar tu asqueroso don en mi hija...! – Gritó mi madre con furia, mirando a Jane con una ira asesina.

XXXIII Fuego Vs. Hielo Escuchar la voz de mi madre fue algo que consiguió que mis esperanzas renacieran. Estaba en los brazos de Raphael, que hasta el último momento que estuvimos solos, se empeñó en protegerme, a costas de su propia seguridad. Pude ver a la mujer que me dio la vida erguida cuan larga era, con el rostro desencajado por la ira. Ahora que el dolor había desaparecido por completo, pude percatarme también del manto casi imperceptible que me cubría, y que me resguardaba del don de Jane. – ¿Cómo osas torturar a mi hija? – La acusó. Se adelantó, y a pesar de que era mi madre, su actitud me dio pánico, incluso a mí. Me puse de pie con la ayuda de Raphael, que ahora se encontraba algo menos asustado por la aparición de aliados. Me di cuenta que mi madre no estaba sola. Tras ella se encontraban mi padre y mi tía Alice, posando en posturas agazapadas ante nuestros enemigos, defendiéndonos de todo aquello. Malenne aparecía solo unos cientos de metros más atrás, con el rostro poblado de asombro, porque estaba segura que no esperaba ver a su hermano en ese lugar. Mi madre se acercó hacía mí con una rápida carrera. En tan sólo un segundo estaba de frente a mí. Me adelanté hacía ella, dejando a mi amigo a mis espaldas. Quise abrazarla, pero ella no tenía esos planes. Me hubiera sido imposible verlo venir, era algo que simplemente jamás hubiera esperado, pero que, tal vez, estaba del todo justificado. Me dio una bofetada tan fuerte, que mi rostro de piedra se ladeó siguiendo la dirección del golpe. Sonó muy alto el choque entre su piel yla mía. Me dolió, eso no podía negarlo. El golpe continuó ardiendo incluso después de que su pétrea mano se posara al costado de su cuerpo, pero eso no era nada comparado con la sensación lacerante de saber que merecía eso, incluso mucho más. Aún así, eso no pude evitarme la humillación que sentí en ese momento, mi mano voló involuntariamente hacía mi mejilla, acariciándome el lugar donde había impactado la suya.

– ¿Cómo se te ocurrió hacerme algo así? – Gritó con desesperación. – ¿Cómo te atreviste a abandonarme así? ¡Me dejaste en el departamento! ¡Huiste a enfrentarte sola al peligro! Tal vez, si su condición de vampiresa no se lo hubiera impedido, habría llorado. Había sido desconsiderada, lo sabía, pero en ese momento, me había parecido lo mejor. Sabía que la desesperación la había obligado a actuar de esa forma. Nunca me habían pegado, ni ella, ni ningún miembro de mi familia. Por eso me afectó más de lo que estaba dispuesta a aceptar. No estaba acostumbrada a esas cosas, aunque ahora que podía tomarme el tiempo de pensarlo, de seguro algún tipo de límite a mis inagotables ansias de más, habrían hecho de mí una persona mucho más madura de lo que era en ese momento. Luego me abrazó con fuerza a su cuerpo, como si no quisiera dejarme ir jamás. Sabía que estaba arrepentida por su ataque de violencia, pero una vez más, me dije a mi misma que lo merecía, y el dolor de mi ego disminuyó tan rápido como había llegado tras su cachetada. – Lo siento. – Murmuré, ciñéndome a su abrazo e inclinando la cabeza hacía abajo para murmurarle al oído. – Nunca más hagas algo así… – Pidió con la voz marcada por la agonía. – No tienes idea de lo que he sufrido en estos últimos minutos. Pero no hubo tiempo para mayores disculpas. Mis padres, mi tía y mi mejor amiga, habían entrado en escena, lo cual no significaba que todo estuviera bien, solo que habían crecido las esperanzas. Estábamos todos dispersos en ese enorme lugar. El claro en las montañas era extenso, por lo que la vista estaba completamente despejada. Nuevamente, todo se volvió un caos. Solo que ahora, era mucho mayor. Malenne, que hasta el momento había estado callada, sólo contemplando de un modo silencioso el recuentro entre mis padres y yo, asombrada por la presencia de Raphael, y ligeramente perturbada por los Vulturis, cayó al suelo, gritando de agonía. Miré a Jane, que sonreía como siempre hacía cuando torturaba a alguien. Félix comenzó a correr a mi hacía mi madre y hacía mí, intentando atacarnos. Raphael se interpuso antes de que alguna de nosotras pudiera hacer algo. El vampiro de la guardia era enorme,

pero pudo embestirlo y alejarlo antes de que su ataque se materializara.Demetri, a pesar de contar con un brazo menos, comenzó a atacar a mitía Alice, que zigzagueaba sobre el suelo para evitar el puño de piedra que el intenta incrustarle en el rostro y en el cuerpo. Mi padre se acercó a nuestra ubicación, y al igual que Raphael, describió un arco que nos dejaba a nosotras en el medio, y junto con mi mejor amigo, hacían lo posible para dejarnos protegidas y lejos de la violencia. Jane continuaba torturando a Malenne, que seguía gritando de dolor, sonido que desgarraba mi corazón. Mi mejor amiga estaba sufriendo. – Ve, yo podré hacerlo solo. – Dijo mi padre en ese momento. Estaba segura que Raphael había dicho mentalmente a mi padre que le cubriera la guardia para poder hacer algo por su hermana. Raph salió de la orbita de protección, al mismo tiempo que Félix provocaba otra embestida hacía nuestra ubicación. Debíamos movernos todo el tiempo, porque nunca atacaba dos veces desde el mismo lugar. – Edward, no puedo proteger a Malenne si estoy moviéndome todo el tiempo. – Declaró mi madre. – Necesito estar el tiempo suficiente quieta para poder resguardarla. Jane sabía lo que hacía. La había subestimado. Lo primero que había hecho al llegar Malenne al claro era comenzar a torturarla, sabiendo que no tendría oportunidad de hacer nada si mi amiga utilizaba su don en ella. Félix no dejaba de atacarnos con toda la imponente contundencia de su cuerpo, lo cual evitaba que mi madre tuviera la suficiente concentración para fijar su escudo sobre Malenne, que estaba cerca de cien metros al sur de nuestra ubicación. El constante movimiento de mi madre, generaba también una alteración en la extensión de su escudo, el cual, podía percibir por la presencia que estaba en el ambiente, lo dilataba cada vez más, pero al estar alerta de nuestro atacante, dificultaba su avance por el claro. Mi madre me sostenía con fuerza, mientras mi padre y el vampiro corpulento se bloqueaban el uno al otro en su avance. Mi padre contaba con la ventaja de leerle el

pensamiento, pero Félix tenía siglos y siglos de experiencia encima, que en cierta forma contrarrestaban el don de papá. Raphael se había lanzado como una flecha en busca de su hermana, pero al igual que Jane velaba porque Malenne no tuviera oportunidad, también Alec intentaba inmovilizar a mi mejor amigo con su don. Habían tenido todo planeado desde el principio, por eso se habían tomado la molestia de contarnos todo. Sólo estaba haciendo tiempo para que llegaran mis padres a intentar rescatarnos. Maldije por su asquerosa y retorcida inteligencia. Raphael, mucho más consciente que su hermana, percibió inmediatamente la neblina desganada que lo acechaba desde abajo. Alec se adelantó a su diabólica hermana, y generó que su don proyectara un arco que los envolviera a ambos. Encerrados en su poder, nadie podría tocarlos sin ser envueltos por el don del vampiro rubio, lo cual conllevaría a la perdida de una persona en ese combate. Sí mi amigo se acercaba a los dos vampiros, perdería todos sus sentidos, así como la capacidad de moverse. Estaría muerto antes de que nosotros pudiéramos hacer algo para salvaguardarlo. En ese segundo, la niebla comenzó a formar una pared, que nos separaba a todos de los hermanos Blancquarts, ahora Raphael también estaba encerrado, pues no podría salir de allí, sin embargo, Alec no deseaba dejarlo sin sus sentidos, todavía esperaba otra señal de su hermana. Un grito más agudo que antes, comenzó a proceder de mi mejor amiga. Jane no estaba teniendo piedad alguna con ella. Descargaba su maldita frustración sobre la chica Blancquarts, así como seguro hubiera querido hacerlo en mi madre o en mi tía Alice, por ser más valoradas que ella por su señor. La nube perezosa cubría a Jane y a Alec, y Raphael parecía desesperado, porque no encontraba forma de ayudar a su hermana. Si avanzaba hacia ellos, no importaba lo pequeños que fueran, lo destrozarían en un segundo al perder por completo el dominio de su cuerpo. Se acercó a su hermana, y acarició su rostro. – Resiste, Malenne. – Susurró con dulzura. – No te rindas, por favor.

Mi visión permitió ver, a pesar de los cien metros que nos separaban, que el rostro el Malenne, surcado por la agonía, adoptó una nueva mueca de suplica. Su voz salió como un lamento, no imaginaba como podía hablar en un momento como ese. Me sentí orgullosa al darme cuenta de que mi amiga era una persona muy fuerte. – Perdóname. – Se disculpó entre quejido y quejido. – Creí que hacía lo mejor, nunca fue mi intención mentirte. Lo siento tanto, Raphael. Te amo, hermano, eres lo mejor que la inmortalidad me dio… Otro grito de dolor. – Yo también, Malenne. – Respondió Raphael, acariciándole el rostro perfecto, estando arrodillado a su lado. – Perdóname tú… Nunca voy a madurar, hermana. Siempre seré el idiota que te causa problemas. No había nada que no fuera un caos a mí alrededor. Demetri, que continuaba sin uno de sus brazos, atacaba constantemente a mi tía Alice, que gracias a su figura menuda, se deslizaba con toda rapidez a su alrededor. Él era ligeramente más rápido, pero ella contaba con sus visiones, que la ayudaban a saber que era lo que planeaba hacer incluso antes de que el mismo Demetri lo supiera. – Mamá, suéltame. – Dije entonces, cansada de ser la observadora. – Déjame pelear por mi misma. No puedes concentrarte lo suficiente. Debes liberar a Malenne del dolor si quieres que tengamos oportunidad de ganar. – Eso estoy intentando hacer… – Convino. – Pero es imposible con ellos a mí alrededor, al acecho. Debo protegerte a ti. Es mi prioridad. En ese momento, Félix describió un arco intentando cercanos nuevamente a ambas. Ella era la primera a la que tenían que neutralizar, el poder de Malenne nunca estaría disponible si Jane no dejaba de torturarla, y eso no pasaría si mi madre no utilizaba su don en ella. Era como un enorme juego de dominó, si caía una pieza, caerían todas las demás que se encontraban a su lado. Mi padre continuaba de guarda, evitando que el enorme vampiro italiano se acerque más de lo que debería a nosotras.

– Madre... – Imploré de nuevo. – Tienes que dejarme, esto no nos llevará a ningún lado... Moriremos todos si no eres capaz de abrigar a Malenne. ¿No te das cuenta de que Jane la tortura porque sabe que si ella es capaz de ponerse en pie, morirán en un segundo? Pero no me respondió. Su concentración seguía direccionada en resguardarnos a mi padre y a mí, mientras todos los demás luchaban su propia batalla, intentando hacer lo mejor que podían con lo que tenían. Podría intentar liberarme de su vigilia y hacer algo porque todo termine. Ella era tan terca como yo, lo sabía, y aunque hubiera estado suplicando durante horas, nada iba a cambiar. Michelle se mantenía quieta, también observando, pero pude darme cuenta lo asustada que estaba, y lo indefensa que se sentía por la violencia que percibía a su alrededor. Me di cuenta, a pesar de la preocupación que gobernaba mi cuerpo, que todavía sentía lástima por ella, y no tenía idea de donde provenía ese sentimiento. Mi mente, la parte racional de mi persona, me decía que no merecía mi consideración, porque era una asesina, como ellos. Pero mi corazón, en completa contracción, me guiaba a creer que todo lo que había hecho, no lo había realizado por maldad, sino por desconocimiento, por temor a lo que Jane, Alec y los otros dos podrían haberle hecho. Había visto minutos antes de la aparición de mis padres en el claro, que ella les temía, Jane la espantaba, y ese autocontrol tan prodigioso que Michelle había logrado, no se debía a otra cosa que no fuera la tortura. La habían tratado como a un perro en adiestramiento. Error, castigo. Error, castigo. Claro que iba a ser todo lo posible para dominarse, cualquier neófito lo haría si el precio a pagar por una falta era tan solo un segundo de ese dolor insoportable. Una sesión interminable de martirio. Sentí pena, mucha pena por ella. No se merecía ese fin que había tenido, porque que hubiera sido malvada conmigo no justificaba su desaparición, y su transformación no solo en vampiro, sino en un monstruo. Ahora, a pesar de que el caos me envolvía y me arrastraba hacía no tenía idea donde, no pude echarle la culpa por todas esas cosas. Quizás estaba equivocada, pero había vivido mucho tiempo con Carlisle Cullen, y esa parte que había heredado, o que me había

inculcado, me decía que el perdón era algo muy sagrado como para evitar dárselo a cualquiera. Incluso a una asesina, como la había calificado hacía unos momentos. La gobernaba la ignorancia, y su nuevo cuerpo era demasiado para ella. Todas las características de predador que poseía ahora, la confundían. No podía entenderlo completamente, nunca había sido sólo una humana o sólo un vampiro, lo que era, había venido conmigo desde mi nacimiento, por eso, al escuchar descripciones de lo extraño que puede ser abrir los ojos al nuevo mundo que te muestra la inmortalidad, solo podía intentar asimilar esa novedad de la mejor forma posible. Nadie es capaz de comprender en profundidad una experiencia sin haberla vivido. No se me ocurría nada más que hacer. Mi madre era más fuerte que yo. Era una vampiresa, no podía comparar mi fortaleza a la de ella. Por eso mismo, intentar liberarme era una completa y llana estupidez, solo lograría que me diera otro cachetazo. Entonces, algo vino a mi mente de un modo completamente descabellado. No sabía si funcionaría, al final de cuentas ¿Por qué iba a hacerme caso? No hacía más de media hora, había intentado matarme. – Michelle, ayúdanos. – Supliqué desde mi ubicación, unos cincuenta metros más al norte que ella. – No los escuches, lo que sea que te hayan dicho, o te hayan hecho, ya es parte del pasado. Son malvados, se creen que porque son más antiguos, tienen el derecho a gobernar por sobre todos nosotros. – Estaba dando muchas vueltas. – Ayúdanos, mi familia y yo haremos todo lo posible para que seas feliz, la vida que te han mostrado no es la única opción que tenemos los vampiros. Nosotros no te haremos daño, pero por favor, busca en tu corazón. – ¿Qué otra cosa podía decirle? – Que ya no este latiendo, no significa que lo hayas perdido… Me observó a los ojos, y enfoqué los míos en los de ella. A pesar de que sus facciones eran claramente las de un vampiro, aún veía a la humana que había sido mi amiga, con sus mejillas rosadas, y esas pequeñas imperfecciones en su rostro que generan la verdadera belleza de una persona. La hermosura no se plasma en planos de rostro perfectos, sino en sutiles diferencias que te hacen único, eso era algo que ella no entendía, porque había sido una chica superficial.

– Por favor... – Supliqué de nuevo. – Por favor... Pero negó con la cabeza, mostrando que no iba a hacer lo que le pedía. Me sentí vacía nuevamente, como si las oportunidades se hubieran evaporado en el aire, como si todo se volviera oscuro nuevamente. Ya estaba amaneciendo. Una brecha de color gris perla estaba apareciendo en el horizonte, y todo se iluminaba sutilmente. La batalla no cesaba, transformándose en idas y vueltas infinitas. Nadie quería ceder un solo centímetro de dominio, pero era cuestión de tiempo, el error de alguno, sería decisivo. Otro grito agudo. Malenne no paraba de sufrir. Su único crimen había sido poseer un don demasiado poderoso, más poderoso que cualquier otro que podría llegar a existir sobre la faz de la tierra. Un talento tan eficaz como destructivo, un arma invaluable para aquellos que creían que no era más que un objeto que podían usar para afianzar su superioridad por sobre todos los demás... Raphael se mantenía a su lado, cuidándola de que nadie se acercara a ella. No podía separarse de su hermana, dejarla equivalía a desprotegerla, con Demetri dando vueltas por doquier, no importaba que solo tuviera un brazo, Malenne era tan pequeña, que no importaba que fuera dura como el granito, podría destruirla y volverla cenizas en un segundo... Pero la locura inundó los ojos de mi amigo en el preciso instante en el que Mallie no pudo evitar contener otro agonizante grito... Jane la seguía mirando, sonriendo de esa forma tan asquerosa que realmente sentí nauseas, no era algo de mi imaginación. Raphael se puso de pie, y se acercó a Alec, que todavía envolvía a ella y a su hermana con su don. – ¡Pelea como hombre, asquerosa basura! – Gritó. – ¡Dejen de hacer sufrir a mi hermana...! ¡Juro que morirán por hacerlo! Pero ellos solo sonrieron aún más.

– ¡Ven a luchar...! – Lo provocó de nuevo al pequeño vampiro. – ¡Vamos! No uses ese truco, y demuéstrame que es lo que sabes hacer... No lo iban a escuchar, porque ellos no peleaban, sólo utilizaban sus poderes. No servía para el combate. – Vamos, bastarda asquerosa... – Dijo, esta vez mirando a Jane. – Sé que te gustó torturarme, puedes hacerlo de nuevo... Peleas por una causa que ni siquiera te importa. Nada que no tenga que ver con la tortura y la humillación te hace feliz... Tu señor no te ama, te miente. Tú lo sabes... ¿Por qué te entregas con tanta convicción a él? ¿No has entendido mis palabras anteriores? Él no ve nada más que un objeto... Sus palabras son vacías... Lo amas en vano... Él ya tiene a Sulpicia. ¿Qué te hace pensar que sus promesas tienen valor? Cuando has visto que ha matado a tantas personas sin la mínima culpa... En cuanto ya no le seas útil, te desechará, como aquellas rameras que estuvieron antes que tú... No eres la primera a quien le hace juramentos de amor eterno... ha vivido miles de años más que tú. Raphael rió con arrogancia. ¿Cómo era capaz de percibir todo eso? Jane gruñó, pero no cesó con su tortura. Sus ojos carmesí se empañaron de pura ira, como si le estuviera doliendo cada una de las aclamaciones de mi amigo. Pude ver como sus pequeñas manos se fruncían en puños, deseosos por despedazarlo. – No lo escuches, hermana. – Murmuró Alec con su voz tan parecida a la risa de un bebé. – Él solo te esta provocando. Sabes que nuestro Amo te adora, y que sus palabras son ciertas... En ese momento, mí tía esquivó otro mortal golpe de Demetri, que se esforzaba cada vez más por sujetarla para destruirla. La pasividad, fruto del encierro que provocaba por mi madre, que seguía desfilando por el claro, evitando los golpes de Félix, me estaban enervando. Mi padre no podía solo contra él, ese vampiro era una maquina de matar, con sus enorme brazos y sus movimientos de cobra. Él hacía todo lo que podía, pero la distracción incipiente de saber como estábamos nosotras dos, lo distraía de su cometido. – Suéltame, mamá. – Repetí. – Basta, esta también es mi lucha. Nuevamente no respondió. Todo empeoró un segundo después.

Demetri acorraló a mi tía casi doscientos metros al norte de donde estábamos. En ese momento no pude pensar en otra persona más que en Jasper, mi tío, que me quería tanto, y que si no hacía nada, por mi culpa no volvería a ver a la mujer de su existencia. Busqué la fortaleza desde un lugar desconocido de mi cuerpo. Esa fuerza, logró que con una sacudida, me liberara de la fuerza arrebatadora que mi madre estaba ejerciendo en mi brazo. Sólo en el momento en el que ya no la tenía reteniéndome, pude darme cuenta que su agarre me había estado produciendo daño. Mi piel blanca como la nieve, tenía un cardenal. Corrí, a toda la velocidad a la que era capaz rumbo hacía mi tía, que no encontraba modo alguno de escapar. No podía permitir que un miembro de mi familia sufriera daño alguno. Estuve a su lado en un tiempo que casi podría calificarse de inexistente. – ¡Renesmee! – Gritaron mis padres a mis espaldas, pero no eran importantes sus súplicas ahora. Debía hacer algo para salvarla. – ¡Ni se te ocurra tocarla! – Le grité al vampiro antes de arrojarme sobre él. Lo empujé con fuerza, alejándolo de mi adorada Alice. – ¿Estás bien? – Pregunté. – Sí, Nessie... – Susurró ella. – Gracias. No hubo tiempo para nada más. Demetri se arrojó sobre ambas nuevamente, pero ahora era él el que corría con desventaja. Me adelanté solo un paso, desafiándolo. – Eres estúpida si crees que me ganarás... – Amenazó. – El estúpido eres tú, que ha perdido un brazo... – Sonreí con maldad. Corrí a enfrentarlo de frente, algo que sabía que esperaba, como un comportamiento del todo lógico, y que mostraba mi aparente falta de conocimientos en el combate. Pero no había sido criada para ser una ignorante en esas cosas, describí un círculo en torno a él, que ya había comenzado a sonreír al ver lo directo de mi ataque,

regocijándose por mi aparente inexperiencia. Lo golpeé tan fuerte, al impactar mi puño en una de sus costillas, que estaba segura de que le había producido un debilitamiento de su guardia. Tal vez sola no podría vencerlo, pero con Alice allí, las cosas cambiaban. Comenzamos a acorralarlo, del mismo como en el él y Félix habían hecho minutos antes. Ahora era Demetri el que corría con la desventaja. La adrenalina corría por mis venas, incendiando mi miedo y mis preocupaciones. Era el tiempo de transformarme en mujer. La niña debía morir, junto con mis caprichos y mi inmadurez. Podía percibir su miedo, por primera vez en siglos y siglos, el vampiro se sentía en una situación de desventaja. También sabía, que él se daba cuenta que no podría contar con nadie. Esa era la lógica consecuencia de relacionarse con basuras. Nadie velaba por él, mas que el propio Demetri. Los demás lo dejarían morir, y seguramente no desperdiciarían un solo segundo en verlo perecer. Me adelanté una vez más, sólo para tener el placer de golpearlo. Mis manos sujetaron fuertemente la que le quedaba, y en un giro certero, la desprendieron del resto de su brazo. Gritó de dolor, y eso me produjo un placer inimaginable. Mi tía lo rodeó de nuevo, tan pequeña y grácil solo como ella podía hacerlo. Lo encerró, ambas lo hicimos, y supe en ese momento, que todo había acabado para él. Lo vi nuevamente en su mirada. Corrí a su encuentro, con Alice describiendo un nuevo arco que lo confinó en una prisión imaginaria. Sin su mano, ya no podía sujetarme, y al correr lo que quedaba de su desecho brazo a un costado, utilicé la presión suficiente para arrancarlo. Ninguno de sus compañeros lo observaron morir.

Dirigí mis dientes hacía su cuello indefenso, al mismo tiempo en el que lo mordí con verdadera violencia. La sensación fue de dureza, pero mis dientes estaban preparados para despedazarlo... El chasquido fue incluso más violento que todos los anteriores. Un momento después, su cabeza estaba separada del resto de su cuerpo. Trabajé deprisa, mientras que con Alice desmembramos los restos, transformándolos en solo trozos de repugnantes piedras. Uno menos. Giré, lista para poder hacer algo, para percatarme, que Michelle había tomado parte en la batalla. Félix continuaba atacando a mis padres, y estaba lista para ir a su encuentro cuando escuché la voz de la neófita. – ¡Cuidado! – Le gritó a mi padre cuando este giró repentinamente para proteger a su esposa. – ¡Traidora! – La acusó el enorme vampiro antes de correr hacía ella. Mis palabras habían tenido efecto. Sabía que no era un monstruo. Me deslicé hacia mi posición anterior, para socorrerlos a los tres, al mismo tiempo que Alice hacía lo mismo. – ¡Alice! – Gritó Raphael entonces. – ¡Cuida a mi hermana, yo me encargaré de esto! Corrió varios metros al costado de su posición, y se deslizó al margen de la pared que lo envolvía Escuché su avance desenfrenado hacía nosotros, y por alguna extraña razón, esta vez fue más rápido que yo. Se acercó a Félix con una determinación inescrutable. Sin Demetri, ellos solo eran tres, y solo faltaba que cayera un guerrero. – ¡Ven aquí...! – Gritó mi amigo. – Tú pagarás tan caro como todos los demás. Mi padre también se adelantó y ambos lo rodearon. El juego macabro empezó de nuevo.

Michelle intentó hacer de lo suyo también, pero su inexperiencia le jugaba en contra. Intentó atacar al vampiro de la forma obvia en la que todos lo harían. De frente. Él la tomó en brazos, y comenzó a utilizarla de escudo, anteponiéndola a mi padre y a mi mejor amigo. Era un cobarde. La encarceló en sus brazos, y pude escuchar que la fuerza demoledora con la que lo estaba haciendo comenzaba a destrozar su piel de piedra. Mi tía Alice protegía a mi amiga, que no había parado de gritar en ningún momento. Jane y Alec estaba indiferentes a todo. Todavía albergaban alguna posibilidad de sobrevivir. Estaban equivocados. Raphael se acercó una vez más a Félix, y este le arrojó a Michelle, para detener su avance. Raphael la sujetó, y la depositó rápidamente en el suelo. Ella estaba sufriendo también, el dolor se percibía en su rostro. Mi padre hizo lo mismo, y antes de que cualquier pudiera hacer algo, Félix también terminó acorralado. Ellos no fueron tan sutiles como Alice y yo. En perfecta coordinación, sujetaron al vampiro, y mirándose a los ojos por primera vez en mucho tiempo, ambos tiraron para lados opuestos. Otro chasquido desgarrante. No hubo tiempo para cantar victoria, porque antes de que pudiera siquiera sentirme aliviada, en medio de esa desesperación porque todo termine, los hermanos de la guardia cambiaron de planes. Mis sentidos estaban embotados, y no percibí la presencia de Alec a mis espaldas, que se había deslizado sigilosamente hacía mí. Su pequeña talla le daba una rapidez asombrosa. – ¡Cuidado! – Gritaron todos, pero fue muy tarde para que pudiera hacer algo para defenderme. Lo tenía a mis espaldas antes de pudiera reaccionar.

Saltó sobre mí, y sin ningún tipo de advertencia, me mordió. – ¡Libera el escudo, mamá! – Grité, al ver que Jane estaba desprotegida. Sentí la presencia de su don expandirse camino hacía mi mejor amiga, y como sus gritos se detuvieron un momento después. La punzada de dolor por el ataque no me dolía, era como si hubiera aplicado anestesia sobre la zona, y eso causó más asombre en Alec que en mí. Todo se detuvo por un tiempo indeterminado. Raphael, mis padres, e incluso Alice corrieron hacía mí. – ¡Hija! – Gritó mi padre, y se acercó hacía mí. – ¡Por favor, dime que estas bien! – Sí. – Afirmé. Era cierto, no me sentía mal, solo que había una sensación muy fresca en la mordedura. – Acaben con ellos. ¡Ahora! – ¡Tú, morirás! – Escuché a Malenne, que ahora estaba resguardada por el escudo de mi madre. Todos lo estábamos. Ella corrió hacía mi. – ¿Estas bien, Renesmee? – Preguntó también, con la desesperación impregnada en la voz. – ¡Mátala! – Supliqué. Asintió. Se giró hacía Jane, y caminó hacía ella. – ¿De verdad creíste que tenías una posibilidad? – Preguntó. – ¿De verdad creíste que nosotros éramos tan bastardos como ustedes? ¿Qué éramos basuras que dejaríamos morir a los demás sin hacer nada? La vampiresa italiana la observaba, inmóvil. Estaba bajo el poder de su don. Sus ojos reflejaban aborrecimiento. Ira. – Te enseñaré lo que es poder. – Dijo Malenne. – Y pagarás por cada segundo que me torturaste.

El brazo de Jane se torció en un ángulo anormal. Mallie le estaba dando un poco de su propia medicina. Mientras tanto, mi cuerpo comenzó a percibir cambios. La sensación de frescura se estaba transformando en un frío incipiente, que disminuía mi temperatura. Toqué la mordedura. Estaba helada. No dije nada, no era el momento, y me auto convencí de que pasaría pronto, no era ese el momento para montar un escándalo. Debes ser fuerte, Renesmee. Me dije a mi misma. Ya pasará, de seguro pasará... Nuevos gritos comenzaron a escucharse en el claro. Pero esta vez no procedían de ninguno de nosotros, sino de Jane, sino de Alec. – Ven aquí... – Ordenó Malenne al vampiro en voz alta. Él no pudo hacer otra cosa más que obedecer. Caminó hacía ella con el pánico tatuado en el rostro. – Más rápido. – Dictaminó. Alec avanzó a toda velocidad hacía ella, y se posicionó de frente a su hermana y a mi amiga. – Han de entender, que no se metieron solo conmigo, sino con mi hermano, con mi mejor y única amiga. – Dijo. – Con su familia, con la humana. Con personas inocentes. – Su voz atemorizaba. – El precio que deberán pagar, será sus vidas. La humillación estaba presente en las facciones de Jane. Por primera vez, seguramente, desde que despertó hacía tanto tiempo atrás. El frío comenzó a extenderse en mi hombro, pude sentirlo. Seguí en silencio. – Adórenme. – Decretó Malenne. En contra de su voluntad, ellos cayeron de rodillas, y como si fueran marionetas, dominadas por ella, haciendo exactamente lo que les pidió. – ¿Te das cuenta, Jane, de que esto será lo último que hagas en tu vida? – Malenne sonrió. Todos la mirábamos. Mis padres con el

semblante tenso. Su poder los atemorizaba. Alice contemplaba la escena con asombro, y Raphael con una emoción difícil de descifra... ¿Era miedo? Michelle no decía nada, se había hundido en el mutismo, y estaba segura de que ahora que veía a su torturadora caer tan fácil ante Mallie, un nuevo pánico surgía en ella. En ese momento temía por Malenne. La sensación de frío continuó avanzando por mi cuerpo. Respiré. Relájate, me dije. Ya pasará. Tiene que pasar. – Tú serás la primera, Jane. – Musitó. – Te veré en el infierno... Sí es que algún día iré. Por primera vez, había temor en los ojos de la vampiresa. – Ponte de pie, hermosa Jane. – Ordenó. Medían lo mismo. Incluso eran parecidas, pero toda la feminidad que no estaba presente en una, estaba por demás en la otra. Las curvas de Malenne contrastaban asombrosamente con las inexistentes de Jane. – Alec... – Dijo entonces mi amiga. – ¿Sí, Ama? – Murmuró este. Sabía que lo hacía en contra de su voluntad, que Malenne lo estaba haciendo para humillarlos hasta el último segundo. – ¿Me quieres hacer un favor? – Dijo con dulzura. Le sonrió con todo el brillo de su perfecta dentadura. – Desde luego que sí. – Él estaba evitando que sus labios se movieran, pero le era inútil. Los ojos de Jane reflejaban pavor, pero eso no bastó para que me conmoviera. Sabía lo que iba a pasar, y a pesar de que era cruel, deseaba verlo. – Mata a tu hermana... – Ordenó Malenne con simplicidad, como si le estuviera pidiendo que sacara la basura. Un gemido agonizante escapó de la boca de él, pero sabía, al verlo avanzar hacía ella, que no podía detenerse.

– Que sea rápido, no la hagas sufrir demasiado. – Agregó mi amiga. Más frío, ahora podía sentirlo por mi rostro. Jane recuperó la capacidad del habla de repente. – ¡No lo hagas Alec! – Gritó, suplicó. – ¡Soy tu hermana! ¡Soy tu hermana! Pero el continuó avanzado hacía ella, sin señal alguna de oponerse. – ¡Puedes detenerte! ¡Ella no es nada comparada con nosotros! ¡Somos poderosos! ¡Haz algo! ¡No lo hagas! Sus gritos agónicos sólo demostraban su miedo a la muerte. – ¡No puedo, hermana, no puedo! – Balbuceó él. También sufría por lo que haría. – ¡Su voz está en mi cabeza! – ¡No lo hagas! ¡Alec, no lo hagas! – Gritó nuevamente. Comenzó a gimotear, aterrorizada. Un grito estridente salió de sus labios cuando las manos de Alec se posicionaron en su cuello. Cerré los ojos. Un segundo después, el alarido de dolor fue reemplazo con el perturbable chasquido ya demasiado familiar. Los abrí nuevamente cuando el sonido a metal desgarrándose se detuvo, momentos después. Los restos de la vampiresa yacían en el suelo, completamente destrozados. Alec aún sostenía algunos en sus manos. – Buen trabajo, niño. – Lo felicitó Malenne. – Ahora ven aquí, te mereces un premio. El rostro de Alec era la representación de la demencia. Malenne terminó de dar los pasos que los separaban. Tomó su rostro entre sus manos, y lo acunó con ternura. – No tengas miedo ni culpas. – Le susurró. – Pronto estarás con ella, quemándote en el mismo infierno eterno. Mi temperatura bajaba, cada segundo más y más.

Mis padres me sostenían en brazos, pero estaban tan impactados observando aquello, como yo, que no se daban cuenta. Comencé a perder estabilidad, pero me esforzaba por mantenerme erguida. La mordida no había sido inofensiva. Malenne acercó su rostro al del vampiro rubio. – Adiós... – Se despidió. Lo besó en los labios, y entonces, sus manos se deslizaron a su cuello. El último sonido de la muerte se escuchó en el claro, al tiempo que alguien, no pude ser consciente de quien, sacaba de su bolsillo un encendedor. Todos los restos estaban ardiendo antes de que me diera cuanta. Pero ni eso alejaba al frío que envolvía mi cuerpo... Ya no pude más... Las fuerzas me fallaron. – ¡Renesmee! – Gritó Raphael, el primero en darse cuenta de todo. – ¿Qué te pasa, hija? – Escuché a mi madre. – ¡La mordida! – Exclamó mi padre. – ¡No fue inofensiva! – ¡Pero no esta ardiendo! – Gritó Malenne, que ahora se acercó hacía mí. – Renesmee, escúchame... ¡Mejora! – Era una orden. – ¡Ponte bien! Pero su poder no tenía dominio sobre aquello. Pude sentir como el hielo se esparcía por mi cuerpo, luchando contra el fuego natural que ardía en mí ser... Estaba muriendo... Los ojos se me cerraban solos, y mi visión se desenfocaba demasiado rápido. – ¡Renesmee, resiste! – Me imploró alguien, tal vez mi madre, los sonidos ya no eran perceptibles claramente. Otro latigazo helado me azotó la espalda. Todos se acercaban a mí, intentando hacer algo, pero era inútil, estábamos solos en el medio de la nada. No entendían lo que yo ya había comprendido.

La vida me abandonaba. El fuego se estaba apagando, perdiendo la batalla. – Escúchenme. – Dije, mi voz era débil. – Todo estará bien, siempre estaré con ustedes, nunca los abandonaré. – ¡No hables así...! – Dijo mi padre. – ¡Por favor, Renesmee! ¡Dime que te mejorarás! – Todo estará bien. – Repetí. Se sentía helado. Nunca en toda mí vida había sentido frío, esa era la primera vez. – Papá, mamá... – Dije. – Los amo... Gracias por todo. Todos me miraban. ¿Quién dijo que las lágrimas eran la fiel imagen del dolor? Esos cinco pares de ojos no las derraban, pero estaban tan súbitamente tristes, que me partieron el alma. – No me abandones, hija... – Musitó mi madre, desesperada. – Prometimos estar juntas para siempre ¿Recuerdas? ¿Por qué ahora, de repente, todo me parecía tan lógico? – Y lo estaremos, mamá. – Dije, el sonido fue etéreo, casi inexistente. – Prometo que te cuidaré cada segundo de la eternidad. Me abrazó, con fuerza. – Cuídense... – Dije mirando a mi padre. Su expresión era tan arrebatadoramente triste, tan hiriente. – Te amo, papá... Eres el mejor. Negó con la cabeza. – No me abandones, mi princesa... – Su voz era agonizante. – Te necesito para que mi vida tenga sentido. Todos te necesitamos. Los parpados me resultaban tan pesados, pero hice el esfuerzo por mantenerlos abiertos. Más frío, era insoportable, helaba cada centímetro de mi ser, y me hundía en la nada.

– Diles a mis abuelos que los extrañaré... – Quería que todos supieran que los amaba. – Dile a mi tío Emmett que se puede quedar con mis cosas de lucha, él las usará bien... – Todo es tuyo, y lo usarás de nuevo, estarás bien... – Musitó él – No te vayas, hija, por favor... Te amo, mi hermosa princesa. Se inclinó hacía mí, y besó mi frente. Incluso su beso, que siempre me había parecido helado, pero cargado de amor, fue una ráfaga de calor. Giré el cuello. – Tía, dile al tío Jasper que también lo amo, y que lamento no poder ayudarlo con las reparaciones de la motocicleta que le prometí. Ella asistió. Gimió de dolor, y acarició mi rostro. El hielo estaba consumiéndolo todo. Mi corazón ya estaba diminuyendo sus ritmos alocados. – Mamá... – La voz no me daba para más, pero tenía unas últimas cosas que decir. – Dile a Jacob que cuidaré de él desde donde esté... que lo amo, a pesar de que demostré todo lo contrario al irme de su lado... Ojala me perdone. A tía Rosalie, dile que me duele mucho abandonarla, estará tan mal, espero que ella también pueda perdonarme, dile que la amo con todo mi corazón. Te amo, mamá, eres todo, y mucho más para mí... Un gemido salió de mis labios en ese momento, y ellos sufrieron conmigo. – Se lo diré, hija. – Musitó. Su rostro estaba al borde de la locura. – No estés triste, no estés mal... Estaremos eternamente juntas, estaré para siempre viviendo en tu corazón... Perdía la voz con cada segundo que pasaba. – Malenne... – Susurré. – Aquí estoy, amiga. – Dijo ella, y se arrodilló a mi lado. – Gracias por darme tu amistad. – Dije. – Es uno de los tesoros más preciados que tengo. Lloriqueó, tomó mi mano y la apretó con fuerza. Quemaba...

– Te amo, amiga... – Balbuceó. – gracias a ti por demostrarme que la vida no es una condena. No te vayas, por favor. – Suplicó. Le sonreí. – ¿Raphael? – Pregunté. – ¡Renesmee...! – Su susurro sonaba tan doloroso, tan apremiantemente lastimando, que me desconcertó. ¿No podía parar de lastimarlo, ni siquiera en ese momento? – Perdóname, por todo, por ser una idiota... por permitir que cada segundo que estuvimos juntos generaran una confusión en ti... Te amo, pero no de la forma en la que te gustaría, o en la que me gustaría, también. – No te vayas, te necesito, Renesmee... – Se inclinó hacía mi y besó mi frente, al igual que había hecho mi padre, solo que en sus labios, había un amor por completo diferente. – No podré tolerarlo, por favor... – ¿Puedes hacer una última cosa por mí? – Pregunté. – ¡Lo que sea! – Dijo, estaba sufriendo tanto... – Cuida de Michelle, ella no se merece todo lo que le pasó. – Lo prometo. – Susurró, y un gemido desgarrador se le escapó de los labios. – Te amo... En ese momento, el hielo triunfó, apagando la última llama que alimentaba mi errante corazón...

XXXIV Comprensiones. Sentía el cuerpo entumecido, como si fuera un ente distinto y separado de mi mente, como si me hubiera petrificado. No podía ejercer el mínimo dominio sobre él, no me pertenecía en absoluto. Los parpados me pasaban, y levantarlos, estaba segura, conllevaría un esfuerzo titánico. Opté por no hacerlo, ni siquiera intentarlo, porque no tenía idea de si mi cuerpo respondería a mis ordenes, además, tampoco tenía la menor noción de donde me encontraba, y abrir los ojos equivaldría a ver, y comprender que había pasado.

Si estaba muerta, y ese lugar era el más allá, sería la confirmación total de que los había abandonado para siempre. Intenté hacerme un análisis clínico, con los vagos conocimientos que tenía de medicina, aunque de hecho fuera inútil intentarlo, porque la presencia de mi propio ser la percibía como algo amorfo, indefinido, inexistente. La memoria, sin embargo, estaba intacta, porque recordaba con perfecta precisión todo lo que había pasado en los últimos momentos de consciencia. Las miradas tristes, las despedidas, las promesas de cuidarlos eternamente… Había sido tan tonta esos últimos segundos. ¿Por qué había bajado la guardia? Si hubiera prestado atención, Alec no me habría mordido, y nada de esto habría pasado. Si hubiera… Si hubiera, tantas cosas. Era tarde para crear realidades alternativas en mi mente, por lo tanto, debía conformarme con la que me había tocado. Sea lo que sea, era lo que tendría que soportar, no sabía por cuanto tiempo. No había forma de cambiarlo, aunque quisiera. Todo se había sucedido de esa forma, tan extraña, tan triste. El frío se había ido a otra parte, y también el calor. Una de las cosas que me hacía desconocer este cuerpo, era que la familiar presencia del fuego había disminuido, mas no desaparecido. Todavía estaba presente, pero no de la misma forma que antes, cuando todo a mí alrededor producía un cosquilleo extraño, al percibir mi ardiente piel. La lucha incontrolable entre el fuego y el hielo se había detenido, y al parecer, ambos se habían rendido. Ninguno clamaba el dominio absoluto de mi cuerpo. Coexistían de forma armoniosa, equiparados en fuerza. Me resultó muy fácil comenzar a meditar acerca de ello, en especial, porque no tenía la absoluta idea de en que lugar flotaba a la deriva. Podría incluso estar ardiendo en una incesante pira, y no lo notaría, porque mi ensimismamiento era tal, que si ni siquiera podía afirmar si estaba viva o muerta. La realidad, o lo que creía que era lo que estaba transcurriendo alrededor de mis ojos cerrados, continuaba su curso, indiferente a mi

estado indefinido. Notaba que todo continuaba moviéndose, notaba que el mundo no se había detenido tras mi caída. Era tonto pensar que así sucediera, y no es que lo hiciera por vanidad, ni mucho menos. Pensaba en ello porque deseaba que así fuera. Deseaba que todos aquellos que dejaba atrás pudieran continuar con su vida, sin sufrir. Tal vez eso era imposible desde varios puntos de vista, porque cuando un ser amado te abandona, es absurdo no sentir el dolor, la sensación de perdida… Me había pasado al creer muerto a Raphael, y entonces, solo en esa situación límite, había podido entenderlo. Comprendía que no había vivido, en esos siete años de mi vida, muchas emociones fuertes. Sí las felices, las que causan regocijo, pero no las malas, que también son importantes. La vida no puede tratarse de solo felicidad, en algunos momentos, el camino debe tomar callejones oscuros y desolados, porque eso hace valorar aún más los momentos de luz… Mi familia, mis amigos, todos mi seres queridos volvieron a ocupar mi mente en ese segundo. Mis padres… ¿Qué sería de ellos? Había prometido que los cuidaría para siempre, pero no los veía, sea cual fuera el lugar donde me encontraba, no los veía por ningún lugar. Tía Alice, ¿Dónde te encuentras? No podría protegerlos si no sabía donde se encontraban. Malenne, mi mejor amiga, una de las personas que más quiero en el mundo, con quien puedo hablar, alguien que me enseña como ser más fuerte, como resistir las in contemplaciones de la vida… ¿Por qué no te siento cerca para cuidarte? Raphael… mi amigo, mi único y mejor amigo. ¿Dónde estas? Aparece, por favor. A ti es a quien más quiero proteger… quiero arreglar tu destino, cuidarte y conseguirtea alguien que pueda darte todo aquello que yo jamás pude… Te quiero tanto amigo, sé que si las circunstancias hubieran sido otras, todo habría sido diferente, pero ahora solo quiero tu bien, sé feliz, encuentra ese alguien que te haga sanar todas las heridas de tu alma, yo haré lo posible por ayudarte en tu búsqueda, pero rodeada de toda esta oscuridad ¿Cómo demonios voy a hacerlo? Jacob… mi amor. ¿Cuan terriblemente malvada he sido contigo? ¿Cuan egoísta? Tal vez que no te vea es un castigo… uno muy merecido, porque cuando podría haber estado eternamente contigo, decidí hacer otras cosas. Te amo, Jacob Black, cuanto te amo. Y no merezco tu amor, eres demasiado para mí…

Me desesperé, pero mi cuerpo no fue consciente de ello. No materializaba las enervantes reacciones de mi mente, su repentina preocupación, la desdicha… no había nada que mostrara la menor señal de ello, y me sentí triste porque eso solo podía decir que ya no era dueña de mi propio ser… Tal vez era el momento de pensar que realmente había muerto. Pero si eso era la muerte, no parecía tan malo, ni tan bueno. Era algo completamente inexplicable, porque algo me decía que todavía estaba viva. El tiempo era indiferente a mi pesar, a mi repentina soledad. Comenzó a transcurrir sin molestarse en que su transcurso me pusiera increíblemente ansiosa. Las ideas, los supuestos, gobernaron absolutamente todo, y en ese lapso indescriptible, ingenié no una, sino cientos de teorías de donde podría encontrarme. Basta, Renesmee, me dije a mi misma en un momento, porque la sensación de pánico aumento de nuevo, volviéndose insoportable, más aún que el dolor que Jane me había producido, no sabía cuanto tiempo atrás... Podría haber pasado millones de años y no me habría dado cuenta, porque nadaba a la deriva... Un segundo marcó la diferencia cuando menos lo esperaba. Como si estuviera emergiendo desde una profundidad incalculable, las divagaciones disminuyeron, y mis pensamientos, indescriptiblemente dispersos, adquirieron coherencia nuevamente... El frío se iba, dejándome de nuevo solo la sensación de calor tan familiar. Los brazos, ahora eran consciente de donde se encontraban, volvieron a pertenecerme, luego las piernas... Y entonces encontré mi corazón. Latiendo a un ritmo cada vez más acelerado, como siempre lo había hecho, desde que tenía memoria. Allí estaba, situado en mi pecho, el lugar que le correspondería. Las sensaciones volvían, una a una, como si estuviera aprendiéndolas de nuevo, el reflejo involuntario de respirar, el aire pasando a través de mi nariz, y luego por mi garganta...

¡Respiraba! Eso solo podía significar una cosa... Estaba viva... ¡Estaba viva! Quise abrir los ojos, pero todavía era demasiado pronto, temía perder el escaso control que había adquirido. Me enfoqué de nuevo en todo lo demás, en las acciones inconcientes que me dominaban, concentrándome en lo que sentía, en lo que podía captar. El tacto volvió casi dos minutos después de que apareciera el primer signo de cambio. Desconocía las texturas suaves que envolvían la totalidad de mi cuerpo, no me resultaban familiares para nada. Me encontraba recostada en algún lugar, pero no era mi cama en el departamento, ni la de la casa de Raphael y Malenne. No, para nada. Ese no era un lecho conocido. Expiré fuerte, una vez que las sensaciones de mi rostro volvieron por completo. Era agradable sentirse nuevamente como un ser vivo. Las privaciones sensoriales eran aterradoras, más incluso que el dolor. Era familiar, el aroma que me envolvía era demasiado familiar, pero mi mente todavía no cooperaba para darme la respuesta. Las ideas, si bien estaba mucho más ordenada que hace tan solo cinco minutos, todavía no recuperaban la candencia habitual. El frío abandonó por completo mi cuerpo en ese momento, y como un reflejo involuntario, todo mi cuerpo se retorció ante la sensación magnifica de saber que no había nada más extraño. No necesitaba confirmación alguna para saber que estaba viva. Ninguna más. Abrí los ojos, y entonces, también pude darme cuenta de donde me encontraba. El techo del dosel de la cama estaba completamente tapizado de un verde oscuro, las cortinas estaban del todo corridas, dejando entrar la luz por la enorme ventana que se posicionaba a mi izquierda. Había un leve sol en el exterior, hacía mucho que no veía a la cuidad de Douglas despejada. Juneau no estaría muy diferente. El cuarto de Raphael no había cambiado nada desde mi anterior visita, ¿Cuánto tiempo había pasado desde aquello? En perspectiva me parecía tanto tiempo… como si perteneciera a otra vida. En mi embotamiento, no había sido consciente de que había más personas en el cuarto, que no era la única que había pertenecido

inmóvil. Ellos de seguro estuvieron más confundidos que yo en todo ese tiempo… ¿Qué había pasado? No entendía por qué estaba viva. Viva… Porque, hasta donde tenía entendido, la ponzoña solo podía darme dos caminos. La muerte o la completa transformación. Pero ahora que todo lo extraño había pasado, no me sentía diferente. Me despabilé, tomando asiento en la cama, al mismo tiempo en que todos se percataban de que había despertado. – ¡Renesmee! – Dijo mi madre con un jadeo que fue al mismo tiempo un suspiro de tranquilidad y paz. Ya había pasado lo peor de todo ¿No? Estaba sentada exactamente a mi lado, en la cabecera de la cama, ubicada en la silla que hacía juego con la pequeña mesa, en la que pude ver, estaba apoyado mi padre. Me percaté de que esos gestos, tan humanos, los había realizado en un intento por no perder la calma. ¿Cuánto tiempo había estado inconciente? Mi progenitora me abrazó, tan estrechamente que en ese momento fui consciente de que todavía no había recuperado por completo la normalidad. Sentía los músculos adoloridos, algo completamente nuevo. Jamás me había pasado. – ¡Mama! – Gemí. Escuché mi voz, no era como siempre. Era algo más pastosa, no tan musical como de costumbre. – ¿Cómo te sientes? – Preguntó mi madre algo más alterada ahora. – ¡Renesmee! ¡Debes decirnos la verdad! – Estoy bien… – Susurré, ahora sí analizándome a la perfección. Peroluego rectifiqué. – Pero me siento algo adolorida, y mi voz, esta diferente. Asintieron, como si esperaran que dijera eso. – ¿Cuánto tiempo estuve así? – Pregunté entonces. – Casi diez horas… – Respondió mi padre. – El sol acaba de salir de entre las nubes, justo para ponerse.

– No entiendo nada. – Dije, poniendo en palabras mi creciente confusión. – Nosotros no lo hacemos mucho más que tú… – Dijo mi madre. – Hemos estado sufriendo estas últimas horas. Caíste inconsciente, tu corazón se detuvo unos segundos, y luego comenzó a latir de nuevo. – El miedo que generaba en sus ojos el recuerdo era palpable. – Te trajimos aquí, porque era como si… estuvieras delirando. Pero estaba helada, incluso para nosotros… Recordaba eso, podía ver el momento en el que había percibido que sus pieles de mármol me provocaban calor, una idea que dentro de nuestra realidad sonaba del todo imposible. ¿Ellos produciéndome calor a mí? Era absurdo, completa y llanamente absurdo, porque tendría que haber tenido una temperatura sumamente baja. Anormalmente baja, incluso para ellos, que estaban tan fríos como cadáveres... Buscaba y buscaba a través de las capas de lógica en mi mente, pero todo era un sin sentido, enorme, colosal. Mi condición, hibrida, como se había cansado de llamarme Jane, era algo anormal y extraño, por eso, todas las posibles explicaciones a lo que había pasado me tenían pasmada. Debía ser, a esa altura un vampiro completo... O estar muerta. Pero no, todavía estaba vida, en el sentido estricto de la palabra. No era como mis padres. Y si me hubiera transformado, no tendría que haber pasado solo diez horas... la conversión, hasta donde tenía entendido, duraba tres días. Pero... Yo ya era mitad vampiro, tal vez por eso duró menos. – ¿Dónde están Raphael y Malenne? – Pregunté entonces, para ganar tiempo. Mi mente no me permitía ahora pensar en algo tan complejo como mi insólita supervivencia. Recorrí la habitación, y no los encontré, ni a ellos, ni a mi tía.

– Están terminando de revisar el perímetro... – Informó mi madre. – No creemos que vaya a pasar nada más, pero Michelle nos dijo que hasta donde sabía habían creado dos vampiros más aparte de ella... Razoné un segundo. Las cenizas del claro, eran de vampiro, desde luego. – ¿Uno esta muerto? – Pregunté. – Los restos que ya estaban allí, los que ella me dijo que eran de Raphael... – Sí, eso parece. – Informó mi padre. – Pero aún queda uno más, y tú amiga no esta segura de lo que pasó con él, tal vez lo mataron, tal vez no... – ¿Qué ha pasado en todo este tiempo? – Pregunté – ¿Qué pasó en el claro cuando me... desmayé? – Utilicé esa palabra, a falta de una más específica. – Bueno, – Dijo mi progenitor. – Estábamos preparados, cargaba conmigo un encendedor, lo llevo encima desde que llegamos a Juneau. Incendiamos los restos de Jane, Alec, Feliz y Demetri, y nos fuimos, el olor se volvió insoportable al cabo de unos minutos... – No puedo creer que estén muertos... – Murmuré. – Que todo el tiempo hayan sido ellos. – Nadie podía preverlo, – Comentó mi madre. – Es decir, siempre sospechamos acerca de que estuvieran involucrados, pero... – Dudó. – Siempre tuvieron una excusa para hacer cualquier cosa. Aro debe estar desesperado para permitir esa falta de criterio... – Jane nos dijo a Raphael y a mí que lo que estaba haciendo lo hacía por cuenta propia... – Recordé. – Nos dio a entender que las ordenes eran que nos llevaran a Malenne, Raphael y a mí ante él, y de ser posible a ustedes y a mi tía Alice... – Pero eso es absurdo... – Musitó mi padre. – ¿Cómo creía capaz de que los seis viajáramos a Italia a su merced? No tiene ni la mínima lógica... – Ellos contaban con el hecho de que podrían reclutar a Raphael y a Malenne, a pesar de verlos conmigo... – Les dije. – Trasformaron a Michelle creyendo que yo desconfiaría de ellos, pero cometieron un error. – Relaté. – Porque ese día estaba en su casa, y habíamos estado juntos todo el día. No había forma de que fueran los responsables. Al final, decidieron tomar el riesgo de quedarse, por pura venganza, y bueno... – Dudé. – Se equivocaron demasiado, pensando que Raph y

Mallie también podrían desconfiar de mí por ello. Contaban que al final, ellos se les unirían, y así, Malenne nos llevaría a todos a Italia. No lo dijeron textualmente, pero no tengo la menor duda de que sea así. – De cualquier modo, estaban muy lejos de la verdad, tus amigos se han comportado mejor de lo que podríamos hacer esperado. – Dijo mi madre. – No dudé de ellos ni por un segundo. – Convine, la sola idea me daba risa, que ellos fueran enemigos, era más probable que mi tía Rosalie se convirtiera en una mujer humilde… – ¿Cómo es que llegó Raphael a estar contigo? – Preguntó mi padre, entonces. – ¿No se los dijo? – Me cercioré. – No tuvimos mucho tiempo para la explicaciones, en cuanto llegó al claro, Jane y los demás aparecieron… – Pero si tuvieron tiempo para besarse… – Musitó mi padre, alzando una ceja. Maldito lector de mentes… No contesté, no sabía que decir, y de todos modos, no tenía una excusa. – ¿Cómo es que lo sabes? – Me quedé petrificada nuevamente. – Él ha intentado no pensar en ello, pero su mente es más débil ahora que su hermana no la controla. – Se escogió de hombros. – Simplemente lo vi. – ¿Lo besaste? – Preguntó mi madre, la leve nota de indignación en su voz fue de lo más irritante. – Todo… pasó muy rápido… – Patético pretexto. Desvié la mirada, no quería encontrarme con los ojos de ninguno de los dos. Me acomodé un poco más en la cama de Raphael, que tenía unas suaves sabanas de seda de un color apergaminado muy hermoso. El cubrecamas era verde intenso, y todos los detalles en madera de la cabecera eran de hermosos ángeles alados. – Eso no es una respuesta… – Dijo mi madre, luego suspiró. – Debo dejar de intentar controlar esa parte de tu vida, Renesmee. Te pido disculpas, realmente lo siento. No quiero que hagas algo solo basado en que yo lo crea correcto o no. No me entrometeré más…

– ¿Qué demonios significa eso? – Quise saber. No entendía a que se refería exactamente. – Que yo soy tu madre, y que debo aconsejarte, pero no decidir por ti. – Ahora estaba más confundida, que antes. Ella debería tener en consideración que estaba hablando con una persona que recibió una mordedura ponzoñosa. – Mis errores del pasado no tienen por qué afectarte a ti, y menos las consecuencias de ellos. Si crees que amas a Raphael, no debo pensar en el mal que podría producirle a Jacob, solo porque ya lo he visto sufrir antes, por mi causa… Perdí la paciencia. – Espera, mamá- – La frené. – Ya hemos tenido esta conversación, y no quiero repetirla. Sé lo que siento por cada uno de ellos, y nunca he dudado de a quien elegir. Lo que hice ayer, como todo lo demás, fue en un momento de locura, o no sé como quieras llamarlo. No mentiré diciendo que lo hice porque no estaba consciente, o porque él se haya aprovechado de las circunstancias. – Me estaba quedando sin aire, genial… – Lo hice porque en ese momento lo quise así, y no lo veo como un error. Se lo contaré a Jacob en cuanto llegue el momento, porque no puede haber secretos entre nosotros. Si él me perdona, confirmaré que estoy comprometida con una de las mejores personas que pudieron haberse cruzado por mi camino, y si no lo hace, me lo merezco, por tonta. Ambos me observaron como si estuviera loca. – No se trata de eso, de que te perdone o no Jacob, que estoy seguro de que lo hará, si decides que debe saberlo, solo te estamos diciendo que no nos meteremos más en tu vida con respecto a ese tema, hija. – Dijo mi padre entonces. – Lo único que queremos es que no te lastimes, y que tampoco le hagas eso a los demás. Recuerda que ya hemos pasado por ello. – Sí, lo sé… – Murmuré. – Pero no es el momento de hablar de eso, perdónanos por sacar el tema, solo que todo ha pasado tan rápido. Es decir, no sé que podría pasar ahora. – Habló mi madre. – ¿Se dan cuenta de que las joyas perfectas de Aro están muertas? Las hemos matado nosotros, eso traerá consecuencias, antes de que nos demos cuenta. – Se lo buscaron, no tenían derecho a atacarnos. Si Aro quiere levantarse, entonces todos los vampiros del mundo sabrán que es un

pedante, un tirano. – Dije. – Él no quiere eso, quiere estar envuelto por ese manto de divinidad que él mismo se ha creado… – Además, se ha quedado sin armas… – Razonó mi padre. – Jamás, en tantos años, han estado tan indefensos. Incluso los vampiros rumanos, Vladimir y Stefan, podrían ahora atacarlos, y de seguro los destrozarían. Ha cometido un error enorme, nunca se recuperará de esto… Mi mente, que ya se encontraba recuperada, se deslizaba hacía una teoría que jamás hubiera querido tener en un primer plano en mi mente. – Y eso nos convierte a nosotros en… – Murmuré, pero no pude terminar la frase, porque alguien, desde la puerta lo hizo por mí. – La familia de vampiros más poderosa del mundo. – Concluyó Raphael. Lo observé a los ojos. Él me sonrió con dulzura, sus pupilas estaban todavía doradas, desde la última vez que habíamos ido de caza. Era increíble pensar, que todo ese remolino extraño había empezado hacía solo tres días. Tres días que habían marcado la diferencia absoluta de mi vida. Mis vivencias, mis modos de percibir la realidad. Aparte del brillo del color del sol en los ojos de mi amigo, pude ver, de nuevo, todas esas emociones difíciles de explicar, pero que tienen como nombre genérico “Amor”. Había tantos modos de amar a una persona, que era imposible darles forma y etiquetarlos a todos. Amaba a Raphael, no del modo en el que él hubiera querido, pero aún así, lo amaba. – Has despertado. – Dijo él, tan contento por ello, su voz sonaba tan llena de felicidad por el solo hecho de verme a los ojos. – Sí. – Dije. – Pero aún no entiendo nada. Caminó hacía mí, con Malenne atrás de él, también observándome a los ojos. – El miedo que me has hecho tener, Renesmee… – Dijo ella, completamente seria. – Creo que jamás había sentido ese pánico con nadie más que no fuera con Raphael. Tomó con fuerza la mano de su hermano. Él no rechazó el contacto, sino que también la estrechó a la suya. Era mágico verlos de ese

modo, cuando mi último recuerdo de ellos dos juntos había sido en el que mi amigo se enteraba de la verdad, ese momento en el que había sentido que un quiebre sin retorno se producía entre nosotros tres. – Perdón. – Me disculpé con mi amiga entonces. – Pero podría haber pasado fácilmente, aún no le encuentro lógica a esto. – Me señalé, dando a entender lo insólito que era que estuviera viva. – Simplemente no podías abandonarnos… – Musitó mi amigo. Sonreí. – Nunca quise hacerlo… – Susurré. – Aunque hubiera tenido que morir, habría encontrado la forma de estar con ustedes por toda la eternidad. – Ya no hace falta pensar en ello. – Dijo Malenne, tomando mi mano, al acercase a la cama. – Estas aquí, viva. Eso es lo único importante. Era enormemente gratificante saber que sus palabras eran ciertas. En ese momento, en el cual creía que estaba muriendo, muchas cosas habían adquirido sentido. Ahora, esos conocimientos no se habían ido. Los infantilismos no me llevarían a ningún lado, y solo importaba comportarse como la mujer que era, no importaba todo lo demás. A pesar de que la parte inmadura de mi persona era una presencia fuerte, sabía que la Renesmee mal criada y tonta, había muerto en ese claro en las montañas. Tenía la oportunidad de vivir de nuevo, mostrar temple, y comportarme, por primera vez en mis siete años de vida, de una forma responsable. – Es una segunda oportunidad para ser mejor persona… – Murmuré para mi misma, tan bajo, que casi lo había dicho en mi interior. Luego elevé el tono, para que todos me escucharan. – ¿Dónde esta Michelle? Mi tía Alice, que se había deslizado silenciosamente hacía la cama, y se había sentado en el borde, comenzando a acariciar compulsivamente mi mano, fue la que respondió. – Esta afuera, todavía no quiere verte, siente mucha vergüenza por sus acciones… – Respondió, para luego agregar. – Nessie, no tienes idea de lo que ha sido todo este tiempo, sin poder ver nada que me de esperanzas… han sido diez horas muy largas para mí… – Ya estoy bien, tía, eso es lo importante. – Intenté enderezarme, pero me sentí mareada…sí, mareada.

Todos se dieron cuenta de ello, y se acercaron, preocupados. – Siento como si estuviera... recuperándome de una enfermedad muy fuerte, o algo así, nunca he estado enferma, pero eso es lo que siento, es horrible. – Dije, al ver la mirada preocupada de todos. Mi padre y Raphael se miraron. Había algo extraño en esa complicidad, en especial partiendo de la base de que la última vez que habían estado lo suficientemente cerca, habían terminado a los golpes. – ¿De que se trata todo esto, entonces? – Pregunté. – No es algo que pueda explicar fácilmente, en principio es solo una teoría que estuvimos pensando con tu amigo... – Comenzó mi padre. – Es sólo eso, una conjetura, pero tú tía nos ha contado de Nahuel, ese mitad vampiro que conocieron hace unos años, y creemos que esa puede ser una clave, aunque no es nada seguro, solo probabilidades... – Continuó Raphael. De acuerdo, ese grado de compenetración al hablar, era alarmantemente peculiar. – ¿Qué es lo que tienen en mente? – Quise saber. Todos dudaron. De acuerdo, el show de “Renesmee es una idiota” había empezado de vuelta. Genial. Mi tía Alice, viendo la frustración en mi rostro, salió en mi defensa, a pesar de que mi padre había escuchado mi queja interna. – No es que desconfiemos de tus dotes interpretativas, sólo que resulta difícil de explicar, incluso para nosotros. – Convino. – Inténtenlo, no perdemos nada con ello. – Dije en voz baja. – Has escuchado hablar de las enfermedades del cromosoma X ¿Verdad? – Comenzó Raphael. – Las que producen anomalías genéticas importantes en la codificación del ADN del individuo que las porta, y las manifiesta. Me tomé un segundo para pensar en ello. Conocía del tema, no en gran profundidad, pero sí lo suficiente. – Como la que tiene ese muchacho en la película “El aceite de Lorenzo” ¿Cierto? – Pregunté para estar segura.

– Exactamente... – Asintió mi padre. – En ese caso, Lorenzo padecía adrenoleucodistrofia, una enfermedad degenerativa de diversos sistemas del cuerpo. – Explicó. – La enfermedad de Lorenzo, es del tipo recesiva, se necesitan dos genes dañados para que la enfermedad se manifieste..., y también la razón por la que solo la materializa en los hombres, hablando de esta enfermedad puntualmente. Como en todas las enfermedades del cromosoma X la anormalidad se encuentra en este gen. El mal se produce en los hombres porque su codificación es XY, y la de las mujeres es XX. – Eso ya lo sabía. – Las mujeres son portadoras, pero no la manifiestan porque poseen otro gen exactamente igual, pero sano, que neutraliza – Utilizaba ese termino para estar seguro de que entendería. – la anomalía, evitando que la enfermedad se produzca en su cuerpo... los hombres, sin embargo, que no cuentan con un mismo gen que reemplace al otro, corren con menor suerte, y la padecen. Comprendía lo que me estaba diciendo, pero no entendía la relación entre ella y la ponzoña que debió haberme matado o transformado. Tal vez vieron mi falta de compresión, porque Raphael continuó explicando. – Si tomas la ponzoña como un agente productor de enfermedades, como una infección, eso quiere decir que ingresa al torrente sanguíneo y genera la mutación. Lo poco que sabemos de nuestra naturaleza, es que nuestros genes son más fuertes que los humanos. – Dijo. – Mírate, tú eres mitad humana, pero predominan muchos más rasgos vampiricos en tu persona. Tenía razón. – Bueno, eso nos lleva a la teoría de que al ingresar al cuerpo humano, la ponzoña realiza una reacción en cadena, que genera la mutación del código genético, adicionando dos nuevos pares de cromosomas. – Continuó. – en este caso, la ponzoña, la infección, no encuentra resistencia alguna, porque los anticuerpos humanos no la pueden combatirla, no pueden reducirla. – Eso quiere decir que, en forma inevitable, se produce la transformación de humano a vampiro... – Finalizó mi padre. Comenzaba a entender por donde venía todo. – Recuerdas, a Nahuel, ¿Cierto? – Dijo mi tía Alice, entonces. – Claro. – Dije. ¿Cómo olvidar a la única persona que era igual a mí en cuento a naturaleza?

– Bueno, él sí tenía ponzoña. – Recordó mi tía. – Dijo que sus hermanas no la poseían. Cuesta creer que sea simple azar, ¿No? Eso lleva a otro supuesto... – Que el gen que produce la ponzoña se encuentra en el cromosoma Y ¿Cierto? – Intervino Malenne entonces. – Exactamente. – Aprobó mi padre. – Las enfermedades del cromosomas X son hereditarias, no se contagian, pero si podemos tenerlas en cuenta como referencia para poder entender esto. En ellas siempre hay un gen que esta sano, que, en las mujeres, evita la manifestación. En este caso, no sería cuestión de sexos, sino de naturalezas. Tú tienes dos tipos de cromosomas, los humanos, que heredaste de tu madre. – Explicó mirándome. – Y los de vampiro, que heredaste de mí, los cuales te dieron, por ejemplo, la piel impenetrable... No cuesta mucho creer que tus membranas celulares sean igual de duras, ¿No? Y entonces, todo cobró sentido, pero dejé que continúen para poder entender todo a fondo. – Al ingresar a tu cuerpo, la ponzoña no se topó con simples células humanas. – Afirmó Raphael. – Sino también con anticuerpos fortalecidos por tu herencia de vampiro, que pudieron combatirla. El cualquier caso, si el veneno hubiera iniciado la mutación, se encontró con que la mitad de tu cadena genética era inmodificable. Y la parte humana de tu cuerpo, los glóbulos blancos, por ejemplo, defendieron al sistema de agentes extraños. En los humanos, la fiebre es una muestra de actividad inmunológica. Si la temperatura se eleva, eso quiere decir que el cuerpo se esta defendiendo... – Meditó un segundo más. – Pero tú ya tienes una temperatura muy alta, por lo que pasó exactamente lo contrario... – El frío. – Razonó mi madre. Y entonces lo comprendí todo. Suspiré, aliviada. Era un gran peso el que desaparecía de mi pecho. – Eso también quiere decir que, en caso de que la ponzoña haya iniciado la mutación, se encontró con un gen impenetrable, que se mantenía sano, y evitaba la manifestación. – Ahora entendía por qué había utilizado la analogía con las enfermedades que habían nombrado. – Eso es, exactamente. – Dijo Raphael.

– Pero, los hombres lobo, ellos... – Dudé ahora, que recordaba otras historias, también importantes. – Ellos mueren si la ponzoña ingresa a su cuerpo. – Bueno, todo este tiempo pensamos que tú y ellos tenían una gran similitud genética, pero ahora, nos damos cuenta de que no es así. – Siguió mi madre. – Ellos cambian todo el tiempo... su material genético es inestable, completamente imprevisible. Eso les permite transformarse de humanos a lobos, y viceversa. ¿Puedes verlo? ¿No has notado que nunca se enferman? Eso también es una respuesta inmune. Su piel es tan gruesa, y su temperatura tan alta, que al ingresar cualquier agente, se quema. Pero aún así, siguen siendo más humanos que tú. La inestabilidad los hace vulnerables, y la ponzoña, vista como un virus, produce cambios enormes, modificaciones tan grandes, que altera por completo el cuerpo. Si nuestra teoría es correcta, ellos mueren porque no resisten las modificaciones, al ser su organismo tan complejo, cualquier alteración puede hacerlo colapsar, no porque tengan veinticuatro pares de cromosomas. Apostaría que, si tomas a un queliute que nunca se ha convertido en lobo, este se trasformaría en vampiro sin menor complicación... Era arrebatadoramente gratificante entender lo que había pasado. – Entonces, ¿Eso será todo? – Pregunté por última vez. – ¿Una especie de infección, y todo vuelve a la normalidad? – Eso es todo lo que tenemos por ahora, y esperemos que sea lo que ocurra, no contamos con otra teoría... – Dijo mi padre. – Aunque, generalmente mis teorías suelen resultar ciertas. – Sonrió, mi madre puso los ojos en blanco, un gesto que no hacía a menudo, no era propio de ella. También sonreí, era genial saber que todo estaba bien. – Quiero levantarme... – Hablé. Sentía una sensación extraña en las piernas. Todas esas cosas eran raras e irritantes. En toda mi vida, no había percibido algo así. Las nauseas, y ahora, si no estaba equivocada, tenía calambres. Mi padre me observó. – No sé si sea buena idea que salgas de la cama. – Dudó. – Es decir, en los humanos las infecciones tardan varios días en controlarse, y eso teniendo en cuenta que ellos toman medicamentos para frenar su avance, en ti... – Calló un segundo. – No podía decir bien cuanto deberíamos esperar para suponer que estas completamente recuperada.

– Me siento bien, pero si no quieres que deje la cama, esta bien. – Contesté, y me acomodé de nuevo. La Renesmee infantil debía quedar atrás. Asintió conforme tanto con mi conducta como con mis pensamientos. En ese momento, alguien golpeó a la puerta. – Adelante. – Dijo Raphael. Era de imaginar que él otorgara el permiso, era su cuarto. Entonces pensé en lo que una vez me había dicho tanto tiempo atrás. “No comparto este espacio con nadie, ni siquiera con Malenne.” Bueno, ahora había seis personas en su habitación, y yo estaba acostada en su cama. Dirigí la mirada hacía los cuadros, que todavía estaban colgados en el lugar donde recordaba. Tal vez era psicológico, pero la mirada que proyectaba el retrato de su madre desde ángulo, parecía de reproche... Me reprochaba por el pesar que su hijo sufría por mi causa. Michelle apareció en el umbral de la puerta, con una actitud en el rostro que me hacía recordar como había sido siempre, una muchacha tranquila. Seguramente fue consciente de que todos los rostros se posicionaron en ella con expresiones que iban desde la contemplación, plasmada en el mío, hasta la desaprobación, impregnando cada centímetro del perfecto rostro de Malenne. – ¿Podemos hablar unos minutos? – Pidió mirándome, dando a entender que me estaba hablando únicamente a mí. Claro que quería hacerlo. Necesitaba tener una charla con ella, ahora que todo había terminado. Tal vez, en esta situación, completamente diferente, podría llegar a entender los motivos que la guiaron a realizar esas acciones. – Claro. – Dije. – ¿Es mucho pedir que sea a solas? – Preguntó en voz baja, y mirando al suelo. – Escucharemos todo, de igual modo. – Resaltó Malenne, de mala gana. Algo en ese todo me decía que ella no aceptaría explicaciones de ningún tipo. – Somos vampiros, aunque eso ya lo sabes... eres una experta en la masacre.

Michelle se mostró aún más apenada que al principio. Pero, de todos modos, se mantuvo firme al volver a hablar. – No quiero hacerles daño. – Declaró. – Y mucho menos a ti. – Me miró a los ojos y le creí, a pesar de todo, le creí. – ¿Pueden? – Pregunté observándolos a todos. No estaba imponiéndome, como lo hubiera hecho antes. Mis padres asintieron. De todos modos, mi padre veía en su mente las verdaderas intenciones detrás de las palabras. Malenne y Raphael se mostraron menos convencidos de cumplir las peticiones, pero igualmente aceptaron abandonar la habitación. Lentamente, comenzaron a acercarse hacía la puerta, y de a uno, dejaron el cuerpo. Malenne le dedicó una última mirada de advertencia, y de seguro, no pudo con su genio, y agregó: – Has visto de lo que soy capaz... – La suavidad con lo que decía solo podía dar más temor de lo que podrían generar si fuera una amenaza abierta. – No quiero escuchar una sola palabra fuera de lugar, un solo movimiento extraño o cualquier otra cosa sospechosa. – Suspiró teatralmente. – Serás un montón de cenizas en un segundo, y créeme, no será un embuste... Será realidad. La neófita bajó la mirada, avergonzada. – De acuerdo. – Respondió compungida. Nos quedamos solas, luego de ello. Se sentó en la cama, con la misma suavidad con la que se hubiera tratado de un fantasma. – Tengo muchas cosas que decir. – Comenzó. No se animaba a mirarme directamente a los ojos. – La primera, es que, aunque no lo creas, es que en realidad nunca quise hacer esas cosas. Quiero explicarte, y tal vez creas, después de todo, que de igual modo no tengo justificación. – Puedes hablar... – La invité a decir. Desvió la mirada una vez más, observando la maravillosa habitación en la que nos encontrábamos. – Quiero pedirte disculpas... – Dijo por fin. – Y contarte todo aquello que pasó estas últimas semanas...

XXXV Separación. Quería escuchar la historia, a pesar de que sabía que no sería para nada agradable. ¿Qué otra cosa aparte de calamidades podrían salir de los labios de Michelle?, que ahora era la antitesis de la despiadada mujer que había sido en el momento previo a la lucha Estaba asustada, pero sobre todo, sola. Me observó con un aire extraño en su mirada, como si yo fuera una especie de juez que sellaría su condena. A esa altura, recién podía darme cuenta de que, en cierta forma, tenía razón. Tal vez la habían dejado viva sólo porque yo lo había pedido, no les hubiera costado nada matarla en cuanto cerré los ojos. Al final de cuentas, ¿No le había pedidoa Raphael que la cuidara? En cualquier caso, el razonamiento de Michelle no estaba muy lejos de la realidad… Si yo no deseaba más estar con mi ex amiga, Malenne, por lo menos, estaría dispuesta a deshacerse de ella rápidamente. – ¿Por donde puedo empezar? – Murmuró muy bajo. No supe discernir si era una pregunta abierta o estaba hablando consigo misma. Luego elevó la voz, dirigiéndose abiertamente a mí. – Ese domingo estuve lista a las tres de la tarde. Hasta donde sabía, iríamos a tomar algo por el centro de la cuidad, y luego a caminar un poco, eso es lo que me había dicho… – Recordó con amargura. – Me había puesto el vestido que me acompañaste a comprar, y en ese momento sentí, tan idiota como era, que incluso estaba más hermosa que tú. – Rió, mostrando en el rostro lo tonto que le parecía haber tenido esa clase de pensamientos. – La frivolidad no te conduce a nada, eso es lo que he aprendido en estas dos semanas… Corrió el cabello castaño de su rostro, y la pose me permitió ver de nuevo su agraciado semblante. Ahora era tan hermosa como cualquiera de nosotras. Podía compararla sin problemas con Malenne, con Rosalie o mi madre. Era perfecta. – Al principio todo estuvo bien, – Continuó. – llegó en horario, se mostró gentil y sonreía todo el tiempo. Me encontraba alegre, porque el lunes, tendría la oportunidad de contarles al resto de mis amigas, que había salido con uno de los chicos más bellos de la universidad. Aunque no fuera el más hermoso, morirían de envidia, y me encontraba a gusto con que así fuera. Pensaba que eras una idiota,

que solo te molestaste porque él me había invitado a mí a salir, dándote a entender que ya no le importabas, y que eso te había herido el ego. Estaba tan celosa de ti, que no me di cuenta que eras una persona que no se preocupa por esas cosas… La primera vez que hablamos, Steven me preguntó por ti, y me dio a entender que había intentado acercarse. – El recuerdo pareció molestarle. – En mi idiotez, no percibí que en realidad solo intentaba ponerme en tu contra, como de hecho, al final pasó. – Vi la intención de mover su mano hacía la mía, pero ella no tuvo el valor suficiente, y yo la predisposición para hacerlo por mi cuenta. – En cualquier caso, la cita estuvo bien, todo lo que había esperado. Me tomó de la mano, me dijo que era hermosa, y me besó tiernamente. – Su mirada se enturbió de un segundo a otro. – Luego estábamos en el auto, fui tan tonta e inexperta, como para terminar en el asiento de atrás sin darme cuenta siquiera. Había mentido en casa, pues a mis padres les había dicho que iría de compras. Era tarde, y el comenzó a cambiar en su forma de ser… – Apretó la mandíbula. – Comenzó a toquetearme de formas y en lugares donde no se toca a una chica digna en la primera cita, y a besarme como si fuera una prostituta, sin el menor de los respetos. Ahí fue cuando me dijo que quería ir a un lugar más privado. Suspiré, triste por ella. Aunque sabía que todo lo peor, ni siquiera había empezado. – Me negué inmediatamente. Para entonces, toda la ilusión de que era un príncipe ya se había evaporado, y le dije que quería volver a Juneau. Había dejado mi coche en casa, por lo que no tenía forma de volver. En el apuro o la emoción de la cita, olvidé llevar dinero, y no tenía más que la tarjeta de crédito que por casualidad había quedado en ese bolso. – Se detuvo un segundo, analizando el efecto de su propia historia. – Me dejó tirada en el medio la carretera, no antes de decirme que era una idiota y no se cuantas otras cosas más. Hacía frío y tenía unos zapatos altísimos, apenas podía caminar con ellos. Pasaron dos taxis, pero uno no me quiso llevar cuando le dije que no tenía dinero, y el otro seguramente pensó que era una ramera, porque me habló con unas palabras muy groseras. Ahí fue cuando decidí llamarte. – No tenía el móvil conmigo… – Dije en voz baja. – Habíamos salido con Raphael y Malenne, y lo olvidé aquí. – Eso no importa… – Musitó. – No hubieses podido ayudarme, de todos modos. – Su mirada se transformó una vez más, y supe, que lo peor estaba empezando. – Salieron de la oscuridad. Al principio, mientras sostenía el móvil a mi oreja, dejándote el mensaje, pensé que se

trataba de dos niños perdidos. Eran tan hermosos… rubios, con esos rasgos perfectos… pero luego vi sus ojos, y me asusté. Parecían dos demonios, y hacía tan solo un segundo, había creído que eran ángeles. Ella se acercó tan rápido a mí, que no pude evitar preguntar quienes eran, y mucho menos no gritar cuando me mostró los dientes perfectamente blancos con un ademán por completo violento. En ese momento se me cayó el móvil. – Explicó. – Lo siento tanto… – Dije lo más alto que me permitió mi ahora extraña voz. – Todo esto pasó por mi causa, por nuestra culpa… No merecías pasar por todo esto. – Las cosas se dieron así, y ya no podemos cambiarlas. – Se encogió de hombros, para luego continuar. – El fuego tardó días en apagarse… gritaba y gritaba y nadie iba a ayudarme. Ella aparecía de vez en cuando, Jane, a decirme que pronto todo terminaría, y que luego podría entender por qué todo aquello. No lo hacía de buena manera, sino tan petulantemente que incluso me daba rabia, ardiendo como estaba. Pero nada cambió en cuanto el fuego se fue… – Relató. – La sed apareció tan pronto me di cuenta que ya no era prisionera de ese dolor, pero ella no tenía como parte de sus planes mi tranquilidad. Al principio me sentí tan salvaje, tan fuera de mi misma… ellos me hablaban con pedantería y yo explotaba de rabia, queriéndolos asesinar con toda esta fuerza que siento en mi cuerpo. – Se miró las manos, incluso algo asombrada, luego volvió a tener el mismo aire pesimista de siempre. – Solo ganaba una sesión de tortura de una hora cada vez que perdía el control… y entonces la solución fue simple. Bueno, no lo fue, pero era lo más… sensato. O me controlaba, o sentiría ese dolor insoportable para siempre. La compresión llegaba con tanta rapidez, y cargada de tantas cosas que era incluso abrumadora. – Me dijeron lo que querían de mí de inmediato, sin andarse con rodeos. – Explicó. – Querían que los ayude a cazarte. No me contaron que su objetivo inicial habían sido Raphael y Malenne. Lo único que se molestaron en explicarme en detalle fue tu naturaleza, y que sería muy fácil matarte, si en verdad me lo proponía… No pude evitar suspirar, indignada. No con ella, no con Michelle, sino con ellos, esos cuatro monstruos que estaba muertos en ese momento, seguramente retorciéndose en el peor de los infiernos. – Me preguntaste como fui capaz de hacerlo… – Me miró directamente a los ojos por primera vez. – ¿Cómo pude ser esa clase de monstruo? Ni yo lo sé todavía. ¿De donde saqué el valor o la maldad para permitir

que muera esa gente? Tampoco lo sé… – Dudó. – De lo único que tengo certeza, es de lo que estaba en juego si no hacía lo que ellos me pedían… Si no hacía que ese cristal enorme se quebrara en miles de pedazos. Solo necesitaban una excusa para caerles encima… – Pensó. – Si se alimentaban, ellos tendrían su justificación para matarlos, pero fueron fuertes, y no hicieron lo que esperaban. Unos días antes me opuse a ese plan, tan asqueroso y retorcido. Pedí que dejaran de tratarme como su muñeco, que no quería hacerte daño… – Asintió, como demostrándome que era por completo verdad lo que decía. – Jane me torturó y Demetri me golpeó, como si con lo anterior no fuera suficiente. Querían verme humillada de todas las formas posibles. – Eso es terrible… – Conseguí musitar. Quería escuchar toda la historia antes de decir muchas cosas. – Nos escondíamos en una cabaña abandonada en las montañas, no muy lejos del centro de Juneau. – Declaró – No muy lejos de mi casa… Y no me preguntes como, pero Jane lo sabía. Era todavía de día cuando me pidió que hablemos. Me sorprendió por completo su actitud “humilde”al hacerlo, pero la cuestión es que me ordenó que caminemos. Me di cuenta casi desde el principio donde me estaba llevando, tal vez contaba con ese factor para incrementar mi miedo… – Nuevamente me observó a los ojos, con las disculpas grabadas en las pupilas. – nos encontramos en una de las montañas más bajas que rodeaban el barrio privado donde viven mis padres. Desde allí se podía ver todo el valle y las casas. Mi vista, nuestra vista, – Agregó, incluyéndome también. – me permitió ver todos los detalles. Veía mi hogar con una precisión tan dolorosa como lo era en anhelo de poder volver… – “A los Vulturis no le interesan los mediocres” – Habló Michelle imitando perfectamente el tono pedante de Jane. Logró incluso causarme escalofríos. – “Ni los traidores” Me dijo observando hacía las mansiones que se encontraban a nuestros pies. Ver esa escena, de ella mirando hacia mi casa, me causó tanto pánico. – Su voz se había transformado en un susurro asustado. – En ese momento, Diane salió hacía el jardín, todo era perfectamente perceptible desde nuestra ubicación. Ver a mi hermana fue algo completamente inesperado, ellos me habían prohibido acercarme, diciéndome que mi vida humana había terminado, que había sido elegida para algo mejor… – Pronunció la palabra con asco. – “Hermosa niña” dijo Jane en ese momento, “Sería una lastima que algo malo le pasara… que sufriera algún mal” Me asusté tanto en ese momento, porque, en el poco tiempo que la conocía, sabía que hablaba en serio… Que no le importaría que fuera tan sola una niña. – Michelle tembló, y estaba segura de que, si

hubiera podido, también habría llorado- – “La mataré yo misma si no haces lo que te ordeno.” Me dijo con tranquilidad, y aunque estábamos lejos, vi como Diane caía gritando y se retorcía de dolor por menos de dos segundos. – Mich perdió toda la tranquilidad que parecía haber conseguido en esas horas. – ¡Utilizó su don en mi hermana! ¡En una niña! – Musitó en un susurro urgente y dolido. – Luego salieron mis padres, de seguro atraídos por el grito de Dee, para socorrerla, y me susurró “Morirán todos, si no haces lo posible para que Renesmee Cullen llegue a nuestras manos.” Era de esperar, completamente previsible. Entraba perfectamente dentro de las conductas esperadas por Jane y esos bastardos. – Quizás para ti, sigo siendo la misma basura que antes, pedo debía explicártelo. – Dijo luego. – Si no hacía algo, mataría a mi familia… mataría a mi pequeña hermana, y eso… realmente lo siento. – Escondió el rostro en las manos. – Cuando estábamos luchando, me preguntaste como había hecho para provocar la muerte de esos niños… y me dijiste si no veía el rostro de Dee en ellos. – Se estremeció. – Sí, los vi, veía a mi hermana en cada uno de esos pequeños, y créeme, hubiera preferido morir antes de hacer algo así… pero ellos no querían matarme, no al menos antes de que terminara todo. Su amenaza constante era que matarían a mi familia… Tal vez tú no lo veas como un motivo suficiente para hacer todo lo que he hecho, pero dime, ¿Cómo hubieras actuado estando en mi lugar? No tenía respuesta, para eso, ni para nada. Ahora entendía sus palabras en las montañas. “¿Crees que porque tienes principios sólidos, llegado el momento no vas a actuar de una forma completamente diferente?” A eso se refería, a que ella no quería hacerlo, pero que debía. Si había decidido no juzgarla antes, ¿Cómo hacerlo ahora que sabía la verdad de todo? – No tengo respuesta para eso… – Contesté por fin. – No puedo pensar que haría en tu lugar, eso es algo que no puedes imaginar a menos quelo hayas vivido. – Es bueno… que pienses así. – Dijo, asistiendo levemente. – Mi vida es un calvario… y soy la única culpable. Si te hubiera escuchado ese viernes en la universidad, no habría salido con Steven, no sería ahora una vampiresa que ha matado a inocentes, jamás habría presenciado las cosas que he tenido que ver, no habría sido una maldita traidora, no estaría ahora alejada de mis padres, temiendo que si los veo, podría matarlos por beber su sangre, y lo que más lamento es que, si no hubiera sido una estúpida, aún seríamos amigas.

La última frase logró liberar en mí toda esa pena que antes había intentado reprimir, hasta no estar segura que la mereciera. Busqué su mano con la mía, y la apreté fuerte. Tal vez el caliente contacto con mi piel le causó alguna molestia, pero no lo demostró… Michelle estaba dispuesta a hacer lo que sea por obtener mi perdón, y yo deseaba dárselo con todo mi corazón. – He hecho muchas cosas malas… – Continuó. – No debí haberte dicho que los restos de Patrick eran de Raphael. Pero estaba desesperada, el tiempo se acababa, y ya no se me ocurría que hacer. Vi a tu amigocaminar por las montañas solo, por eso pude decirte esas cosas, que te hicieron creer que el muerto era él. – Hizo un nuevo gesto de disculpas. – No le dije nada a ellos, porque sabía que irían tras él, y lo lastimarían, o eso es lo que pensé en ese momento. Si me habían transformado a mí porque era tu amiga, a él lo matarían, estaba segura. Me encontraba sola cuando me topé con su rastro en las montañas. Lo vi de lejos, marchando por una ladera, y lo reconocí. – ¿Por qué no lo delataste? – Pregunté, aunque un leve presentimiento me dijo cual era el motivo. – Porque todo lo que hice, lo hice amenazada. No tenía por qué entregarlo a él, bueno, al final, comprendí que era uno de los objetivos, pero en ese momento no lo sabía, y no quería que nadie saliera lastimado. No me cansaré de pedirte perdón por todo lo que he hecho… y de estar agradecida porque todo haya terminado de la mejor forma posible. – Todo es parte del pasado ahora, y tienes razón, terminó de la mejor forma. – Contesté. – Jane, Alec, Félix y Demetri están muertos. Quizás pase algo más adelante… – Dudé. – Pero no podemos preocuparnos por ello ahora. – Más adelante… – Susurró, luego centró su mirada en mi rostro. – Es cierto ¿No? – Preguntó. – No puedo volver a ver a mis padres nunca, ¿Verdad? Ni a mi hermana… Había sido honesta conmigo, y también debía serlo yo con ella. – Me temo que no… – Ver la desilusión de su rostro fue un golpe duro. – Ahora eres inmortal, eso quiere decir que no envejecerás jamás, y no morirás, a menos que te encuentres con vampiros como los Vulturis… vivirás para siempre, y eso es algo que tus padres no deben saber nunca. No estarían a salvo conociendo este secreto.

– Entonces estoy sola… – Sentenció. – Nunca he estado sin la compañía de alguien… le tengo miedo a la soledad, Renesmee. – No… – Dije. – Yo estoy contigo, y mi familia también… Descubrirás pronto que, como te dije antes, hay una forma de vida completamente diferente a la que ellos te han enseñado. – No había consultado con nadie, pero ¿Qué otra cosa podía hacer? – No todo es una carnicería por una lucha de poder. – No creo que tus padres estén de acuerdo con eso… – Me contradijo. – Recuerda que intenté matarte, y aunque tú estés dispuesta a olvidarlo, tal vez ellos no. – Mis padres son las personas más buenas y comprensivas que podrías encontrar en tu camino, amiga. – Era revitalizante poder llamarla así. Ella sonrió levemente ante mi palabra. – En cualquier caso, ya lo veremos… – Gracias, por salvarme de ellos, por perdonarme, y por todo… – Me dijo entonces. – Sé que no lo merezco, y que lo hagas solo aumenta mi gratitud. – No te disculpes, nosotros también somos responsables de todo lo que te esta pasando… – Era cierto, porque ella no paraba de echarse culpas, pero todo había pasado simplemente porque me había conocido, ese había sido su primer golpe de mala suerte. Tal vez todos los otros humanos de la universidad previnieron inconscientemente mi potencial peligrosidad… Era una teoría interesante, partiendo de la base que Steven tampoco había terminado muy bien… Nos mantuvimos en silencio unos segundos, solo observando los detalles de la habitación o mirándonos una a la otra. Había muchas cosas que me hubiera gustado decirle, como que no se preocupara por nada, que todo estaría bien, pero no era nadie para garantizarle eso, al final de cuentas, el futuro era una fuerza caprichosa. – Te dejaré descansar, sería bueno que durmieras un poco. – Dijo Michelle unos momentos después. – Ya tienes mucho mejor aspecto que antes. Apuesto a que unas horas más de sueño te servirán para terminar de recuperarte. No tenía sueño, y de hecho, ya me sentía muy bien. Pero igualmente asentí, tal vez era mejor estar sola un momento, e intentar pensar un poco. Michelle abandonó la habitación luego de despedirse de mí.

Algo me decía que ella y yo no estaríamos juntas por mucho tiempo más, era un presentimiento fuerte, persistente. Pensé un segundo en algo que me había dicho en nuestra larga conversación. Ella no había delatado a Raphael. Lo había visto en las montañas pero no les había dicho a sus “amos” lo que había presenciado. El motivo me resultó muy obvio, y sus palabras al principio de su relato ayudaron a que todo concordara con mayor facilidad. Michelle estaba enamorada de Raphael, no era solo una simple atracción, porque su conducta lo demostraba, cuando era humana no se había querido ni acercar a ellos, no solo porque eran hermosos, sino porque sentía algo por él. ¿Era demasiado tonto pensar en que algo entre ellos podría llegar a pasar en algún momento? Sí, lo era, realmente lo era. Porque conocía a mi amigo, y no era una cuestión que alimentara mi propia vanidad, él no era así, habían pasado doscientos años para que pudiera fijar su mirada en otra persona que no fuera el doloroso recuerdo de Julia. Su amor por mí no se iría de la noche a la mañana, aunque deseara con todas mis fuerzas que fuera así. Luego pensé una vez más en el resto de mi familia. La noticia del aeropuerto debía de haber estado, como mínimo, en todos los noticieros del país. A estas alturas, ya deberían haber llamado, o dado algún tipo de señal. También Tanya, con quien, supuestamente, nos tendríamos que haber reunido varias horas atrás. Había olvidado preguntar esas cosas, y era necesario que las sepa. Levanté las sabanas que me envolvía, hasta entonces no era consciente de la ropa que llevaba puesta, no tenía las prendas que recordaba haber llevado puesta la noche anterior. Aunque de hecho hacía días que no le prestaba atención a ese aspecto de la vida. Había tenido cosas mucho más importantes en cuales pensar, desde luego. Llevaba puesto un pequeño camisón de dormir, no supe discernir si era mío o de Malenne, porque en verdad, no lo reconocía, pero tenía tanta ropa que había comprado con apenas darle una mirada, que no podría asegurar del todo que no me perteneciera. Bajé una pierna, apoyándola en el suelo, y me puse de pie. La sensación al enderezarme fue levemente extraña, todo me dio

vueltas. Ahora comprendía que esa era la parte humana de mi cuerpo, que respondía a la “infección” que había padecido. Era un precio muy bajo a pagar en contra de los otros desenlaces que podría haber tenido. Caminé al espejo que había cruzando la habitación. No era muy grande, pero si lo suficiente para que pudiera verme casi por completo. El cardenal de mi brazo ya había desaparecido. Mi cuerpo estaba bien, no había ninguna señal alarmante, no a la vista, por lo menos. Comencé a mirar por todos lados, en busca de algo de ropa, y pensando quien me había puesto ese atuendo. No encontré nada que pudiera servir como vestimenta. Me animé a entrar en el closet de mi amigo, pero aparte de su ropa, no encontré nada más. El lugar también tenía una decoración del siglo XIX, pero era menos marcada que en el resto dela habitación. No era ni la mitad de de enorme que el de Malenne, pero sí lo suficientemente grande para cualquier persona normal. Estaba parcialmente desnuda, y no iba a salir hacía el corredor así, me podrían ver todos, aunque, pensando lo bien, ya lo habían hecho. Como si supieran exactamente lo que estaba pasando, Malenne y mi tía Alice tocaron a la puerta. Me sentí extraña al estar sola allí, y no pude evitar preguntarme porque había despertado en esa habitación, y no en la que me pertenecía en esa casa. – ¡Te trajimos ropa! – Anunciaron, como si fuera la noticia más esperada del mundo. Era de esperar que se llevaran bien, eran dos psicópatas de la moda. – Genial… – Convine, necesitaba vestirme de manera decente. No pude evitar hacer la pregunta que hacía unos segundos me había formulado a mi misma. – ¿Por qué desperté aquí? – Musité. – ¿Por qué no en mi cuarto? Se miraron una a la otra. De acuerdo, eso ya era llevarse más que bien… Me sentí excluida. – Demetri y Félix destruyeron casi toda la casa. – Anunció Malenne. – El cuarto de Raphael es el único que se ha salvado aparte de garaje y la piscina. El salón, nuestros cuartos y la mayor parte del segundo piso están en ruinas. La mansión ha perdido toda su belleza…

La noticia me afecto, porque sabía cuando valoraban Raphael y Malenne esa casa. La querían porque en ella, habían podido vivir sin ocultarse de nadie, siendo ellos mismos. Me dio rabia que todo aquello hubiera pasado. – Lo siento mucho, realmente es algo terrible. – Dije en voz baja. – Sí, bueno, es algo malo. – Se encogió de hombros. – Me gustaba mucho como estaba decorada, y en ella viví los mejores momentos de los últimos doscientos años. – Me sonrió. – Es un golpe bajo, pero luego pienso en todo lo demás que pudiera haber perdido… – Me acarició el rostro. – y no me lamento por ello. – Eres la mejor… – Le dije. – Gracias, tú también… – Musitó. – Luego miró a Alice, guiñándole un ojo. – ¿No crees que debemos sacarle ese trapo que lleva puesto ya diez horas? – ¿Diez horas? – Fingió sentirse escandalizada mi tía. – En serio, Renesmee. A veces te desconozco, creo que no te he criado como corresponde. – Simuló un estado compungido. Las tres reímos. Fue tan agradable hacerlo. No recordaba cuando había sido la última vez que había podido reír con completa naturalidad, disfrutando el sonido atravesar mi garganta y convertirse en ese sonido musical. No sabía con exactitud cuanto tiempo estuvimos bromeando, mientras ellas me vestían con la ropa que sacaban de una bolsa que traían consigo. Al final, pude conseguir lo que buscaba, dejar de lado ese camisón inapropiado. Llegado el momento, pude realizar mis otros cuestionamientos, porque de verdad tenía urgencia de saber todo lo que había pasado. Ese tiempo que pasé dormida, podría haber sido completamente trascendental para nuestras vidas, y yo todavía no sabía absolutamente nada de lo que había pasado en él. – ¿Qué pasó con Tanya y los demás? – Pregunté entonces. – ¿En Forks ya se han enterado de todo? Fue mí tía Alice la que respondió esta vez. – Sí, Ness. – Dijo con su tono cantarín. – Hemos llamado a Tanya apenas llegamos aquí, pues nos esperaba para esas horas, más o

menos. Y Carlisle y los demás vieron la noticia del aeropuerto en la televisión y llamaron mientras tú estabas dormida… – ¿Qué pasó entonces? – Pregunté con urgencia. – No nos creían que todo había terminado… – Contestó. – Carlisle, Emmett y Jasper querían salir inmediatamente para aquí, pero, como nosotros en su momento, no querían exponer a Rosalie y a Esme, que en ningún momento desearon quedarse atrás. Edward casi no los convenció, incluso Malenne y Raphael hablaron con Carlisle para intentar hacerlo… – Malenne sonrió. – Él esta muy enojado con nosotros, porque se suponía que era una misión rápida, y que si se complicaba, no dudaríamos en dar señales para que nos socorrieran. – Se escogió con sus pequeños hombros. – Jasper va a matarme… Y no quiero imaginar lo que hará Jacob cuando te vea… – Dudó. – y se encuentre con Edward y Bella, porque es con ellos con quien esta furioso. – ¿Jacob ya lo sabe? – Pregunté conteniendo el aliento. – Sí, y si no esta viniendo en este mismo momento, estamos de suerte… – ¿Se estaba burlando de mí? Porque la nota de comicidad de su voz, no me causaba gracia alguna. De acuerdo, esto me tomaba por sorpresa. Había contando con la idea de prepararme mentalmente para un nuevo encuentro con Jake. Todo mi cuerpo clamaba con fuerza que si, en efecto estaba viniendo, que se apresurara, porque deseaba verlo, pero mi mente, esa que procesaba todas las consecuencias de ese encuentro, decía que no estaba lista para ello. Al final de cuentas, tenía culpas por las que dar cuentas, porque no me había comportado de buena forma. Había sido… infiel. Sí, aunque me costaba pronunciarla, incluso en mi fuero interno, esa era la palabra que me calificaba perfectamente. Y lo peor de todo, es que no estaba arrepentida, porque decir que había sido un error, sería mentirme a mi misma. Lo había hecho por completo consciente, y eso me convertía en una persona peor de la que ya me consideraba que era. Y lo peor de todo… un encuentro entre Raphael y Jacob… ¡No! Mejor ni pensar en ello. – En serio, ¿Viene hacia aquí? – Pregunté. Ambas rieron. Las dos juntas podían llegar a ser irritantes.

– Era solo una broma. – Dijo mi tía. – Quería hacerlo, pero cuando le dijimos que nosotros salimos mañana en la mañana para allá, pudimos contenerlo. De cualquier forma, sabes que no puedo ayudarte con eso, pero veo en mi futuro una gran charla con Jasper… esta furioso, Rosalie nos gritará a todos un poco, para luego hacerse la ofendida por varias semanas, y Carlisle y Esme van a hablar muy seriamente con Edward y Bella… Así que… has de prepararte para una buena reprimenda. – Me la merezco… – Convine. – Hice muchas cosas que nunca tendría que haber hecho. – Lo hiciste porque creíste que era lo que había que hacer… – Me defendió. – Tu madre se escandaliza tanto, pero ella hizo tonterías muy parecidas a las tuyas, no sé si peores… Lo que pasa es que ahora le molesta tener que lidiar con su propio reflejo, al fin ha encontrado a alguien más terca que ella, le asusta, y eso sin contar que, como Edward, haces las cosas pensando que es siempre lo mejor, pero en realidad te niegas a ver que hay muchas más opciones. Sonrió, como si con eso suavizara la cruda verdad que acababa de decirme, el subtexto de ella era “Eres una idiota”. Aunque esa no había sido su intención, desde luego. Me senté en la silla que había a un costado, mientras tomaba un cepillo de la bolsa, de la cual no paraban de salir cosas, y me cepillaba en cabello. Malenne tomó un par de zapatos y comenzó a ponérmelos. Me sentí exactamente igual a cuando era una niña, cuando Alice y Rosalie me vestían para sacarme fotografías. Mi amiga y mi tía parecían estar pasándosela en grande, tal era su fijación. – ¿Entonces no iremos mañana? – Quise saber. – Sí, según vimos en las noticias, el servicio del aeropuerto ya fue normalizado. La gente no para de decir que fue un atentado terrorista contra la cuidad, y no sé que otras cosas, en cualquier caso, es mejor así. Lo último que necesitamos es que este amenazado el secreto. – Contestó el pequeño miembro de mi familia. – Pero ahora no hay nadie que resguarde ese secreto… – Razoné. Ella se quedó en silencio un momento. – En realidad, Renesmee. – Se puso seria. – La guardia de los Vulturis no comprendía solamente a Jane y a los que han muerto ayer. Hay varios vampiros más, tal vez no tan poderosos, pero sí fuertes, y

temibles. Han perdido gran parte de su poder cometiendo esta estupidez, pero no todo… – ¿Quieres decir que siguen siendo peligrosos? – Preguntó Malenne, también con seriedad. Mi tía la miró un segundo, contemplándola de pies a cabeza. – Para ti, nadie es peligroso… – Musitó. – Pero lo que quiero decir, es que los súbditos de Aro, Cayo y Marco son muchos, y que la guardia incluye a varios pares más de vampiros. Pero míralo desde este modo… Solo vi a Aro una única vez, y su futuro representa una incógnita. Su ubicación en ese lugar donde ellos mismos se han posicionado, les han originado muchos enemigos, algunos irrelevantes, pocas cosas. – Explicó. – Otros poderosos, que desean ver su caída mucho más de lo que añoran ocupar su lugar… Aro no tardará en reemplazar esas fuerzas que ha perdido, creándolas… o capturándolas. Malenne y yo entendimos a la perfección lo que intentaba decir. – No me capturará. – Dijo ella convirtiendo sus ojos dorados en pequeñas aberturas, al fruncir el ceño por la concentración. – Ha mandando lo mejor que tenía, y todos han muerto, no puedo hacerlo. – Créeme, conozco a los Vulturis, y sé como son, Edward también lo sabe. – La contradijo mi tía, no queriendo discutir, sino mostrándole como eran las cosas realmente. – No desperdiciará un solo segundo en lamentarse por los miembros muertos de su grupo. Tal vez por Jane…, pero no lo haría por su persona, sino por el poder que murió con ella. – Hablaba lentamente, como si quisiera que cada palabra que dijera se entendiera a la perfección. – Quizás ahora que ha descubierto que existe alguien mejor, no la extrañe. Suspiré aterrorizada al comprender. – Has tenido una visión, ¿Verdad? – Preguntó Malenne, sonriendo levemente, como si fuera un gesto cansado, desesperanzado. – Es un poco de todo… – Explicó. – Pero piénsalo, Félix no era estrictamente necesario para él. La fuerza bruta puede conseguirla transformando cualquier hombre lo suficientemente grande. Alec… era parte del par. Le era útil, sí, cuando se generaba una contienda lo suficientemente concurrida, pero en realidad, siempre valoró muchísimo más a Jane. Para él, su hermano no era más que una pieza que debía adquirir para poder conquistar otra. – Sus palabras no podían ser más ciertas, y encajaban perfectamente bien con la

naturaleza coleccionista de Aro. – Y luego estaba Demetri, un talento que valoraba mucho, y que le era muy útil al momento de cazar traidores… el rastreador perfecto. O por lo menos, lo era hasta ahora. Todas las ideas se acomodaban en un nuevo rompecabezas terrorífico. – Sin Jane, a la cual veía como un arma de tortura y sometimiento, necesita rápidamente un sustituto… Aro todavía no se ha enterado que ellos han muerto, pero pronto lo hará, pues ya pude ver la visión que se generará. Solo es cuestión de tiempo. – Continuó. – Te verá como el nuevo objeto que debe coleccionar, y no descansará hasta tenerte… a ti, y a tu hermano, su reemplazo para Demetri. Uno mucho mejor. El rostro de mi amiga se ensombreció con las palabras que mi tía estaba diciendo. Era duro aceptar que no eran más que la verdad. La aterradora verdad. – No permitiré que eso pase... – Murmuró. – Él no tocará a Raphael, ni siquiera en sus sueños. ¿Que otra clase de soldados tiene Aro en su guardia? – Preguntó luego. – Hay de varios tipos, la mayoría disponen de dones sobrenaturales, como Chelsea, que puede debilitar o afianzar los lazos de las personas que se encuentren cerca, otros tienen dones más sutiles, o más agresivos. – Expliqué. – Pero, no obstante, Jane era lo más poderoso con lo que contaba. – Y yo la maté... – Susurró, pensando en lo que había hecho. – Todos la matamos. – Dijo Alice, restándole la culpa en esa acción. – Tú no eres la única responsable, si debe castigar o tomar represalias contra alguien, debe hacerlo contra todos. – Pero no es eso lo que él querrá hacer. – Sentenció la vampiresa rubia. – Sabe que ustedes son demasiados, y no se arriesgará de nuevo. Los dejará en paz, porque le han demostrado en más de una ocasión que soninvencibles. – Es apresurado pensar eso... – Meditó Alice. – Pero es cierto, no veo un ataque a nuestra familia. – La miró a los ojos. ¿Con suplica? – Pero tu decisión sigue sin convencerme... No es ese el camino, podremos encontrar otra forma. Malenne se sorprendió.

– Todavía no lo he decidido del todo. – Dijo algo perturbada. – Al final de cuentas, Raphael también debe estar de acuerdo. No entendía nada, y ellas no parecían dispuestas a explicármelo. – ¿Me van a decir de que están hablando? – Me quejé. – Todavía es muy apresurado, pero llegado el momento, te lo diré. – Dijo mi amiga sonriendo, un gesto que no lucía natural en lo absoluto. – ¿Lo prometes? – Dije. – ¿Cuándo he roto una promesa? – Una pregunta no se responde con otra pregunta, pensé, pero igualmente, debía confiar en ella, era mi mejor amiga. El aire tenso se disipó con la misma facilidad con la que había llegado, era como si mi tío Jasper estuviera presente en la habitación, y con su don, manipulara mis emociones, y la percepción que tenía de todo. Pero no, no era mi tío, eran ellas, que se esforzaban porque todo pareciera marchar bien. Me subestimaban si creían que me tragaría esa puesta en escena. No me dieron tiempo para seguir pensando en otra cosa, Malenne y mi tía, me arrastraron hacía el corredor, diciéndome, que todavía nos quedaban unas horas en Douglas, y que debíamos aprovecharlas. Fue un gran golpe ver todo el pasillo de espejos destrozado, y también la ausencia de todos esos hermosos detalles de la mansión. La construcción parecía unas ruinas desoladas, y la había visto tan solo unas horas antes, tan inmaculada como siempre. Bajamos por la gran escalera, que siempre me había parecido imponente, pero ahora estaba mustia, salpicada de polvo, escombros y mugre. Las paredes estaban desechas en algunos lugares, permitiéndonos ver el exterior. La estancia, si bien había quedado bastante maltratada luego de que Raphael y mi padre discutieran, ahora era un escenario digno de cualquier película de terror. No había nada en pie, ni la mesa enorme, ni el sofá negro, ni los cuadros, ni las sillas. Nada. Raphael contemplaba los daños, sentado en lo que quedaba del sofá. Mis padres y Michelle estaban con él. – ¿Hay alguna manera de que podamos ayudarlos a arreglar todo esto? – Le preguntó mi madre en ese momento.

– No… – Respondió mi amigo. – No se preocupen por ello. No nos quedaríamos en Douglas mucho tiempo más, de todos modos. Esta es una buena oportunidad para irnos y empezar de nuevo, en otro lugar. – Vengan con nosotros. – Supliqué, desde mi ubicación, todavía en las escaleras. Terminé de descender en una rápida carrera, posicionándome delante de él. – Pueden vivir en Forks, vivimos en un prado enorme, pueden construir una mansión como esta, o más grande, pero no se vayan… no se alejen de mi lado. – Yo… Si fuera por mí, Renesmee… – Comenzó dudando, mientras me observaba a los ojos con todo ese amor que reservaba sólo para mí, pero luego se quedó en silencio, porque Malenne comenzó a observarlo desde su nueva ubicación, a mi lado. Ambos se observaron uno a otro por un segundo. Un tiempo en el cual, me di cuenta, se transmitieron muchísimas cosas. No importaba lo mucho que los quisiera, y que los conociera mejor que nadie, jamás iba a terminar de comprender lo estrecha de esa relación, simplemente, las circunstancias en las que se había forjado eran situaciones que superaban mi comprensión. No podía explicar el pánico que me causaron sus conductas. Un miedo que se inyectó en mis venas, y lo enfrió todo, incluso con mayor rapidez que la ponzoña. – ¿Qué están tramando? – Pregunté, aunque sabía que tipo de respuesta obtendría. – Nada, Renesmee. – Negó Raphael. – No es nada, no te preocupes. Pronto todo volverá a la normalidad, para ti. Para mí. No dije nada más, a pesar de que la idea ya se estaba formando en mi cabeza, no me serviría de nada discutir con ellos. Lo poco que quedaba del día comenzó desvanecerse frente a mis ojos, mientras me negaba a aceptar lo que pasaría pronto. Todo había acabado, la idea resultaba abrumadora, una vez más. Llegó de repente a mi cabeza, lo que había hablado con Michelle en la habitación de Raphael. Busqué a mis padres, que se encontraban en el garaje, otro de los sitios que no se encontraban destruidos. Por suerte para mis amigos, la tan desapercibida puerta que daba a esa

habitación, les había ahorrada la perdida de todos sus vehículos. Aunque sabía que para ellos no eran grandes tesoros. – Mamá, papá. – Dije una vez que me encontraba cerca, lo suficiente como para verlos directamente a la cara. – ¿Qué pasará con Michelle? ¿Vendrá con nosotros? – Ella estará donde desee, hija. – Contestó mi padre. – Hemos estado hablando de ello... – ¿Y que han decidido? – Pregunté. – Sí, aunque en realidad, la que debe tomar la decisión es Michelle. – Contestó esta vez mi madre. – Ella querrá venir con nosotros... – Dije, feliz por la idea. – Me dijo que no deseaba estar sola, y me parece muy cruel dejarla a su suerte. – No quedará a su suerte, Nessie. – Me contradijo mi padre. – Ella estará bien. Sus palabras me resultaron extrañas, pero igualmente, acepté lo que decían. Había algo que me estaba pediendo, que no comprendía. No tenía cabeza para poder pensar en ello, porque toda mi mente estaba concentrada en la huida definitiva de esa ciudad. En menos de veinticuatro horas, estaría en Forks, con toda mi familia, con Jake... Se me armó un nudo en la garganta y otro en el estomago. Quería verlo, con todas mis fuerzas. Habíamos pasado tres meses separados por mi egoísmo y mis infantilismos, algo que nunca me perdonaría. No dudaba de lo que sentiría al verlo, como me dijo mi madre unos días atrás, para nada. Sabía que al momento de perderme en sus ojos oscuros, todo estaría intacto, perfecto. Lo que me causaba culpa, era saber que yo no había mantenido inmaculado mi amor, y él sí. Mi Jacob había permanecido en Forks, velando por su padre, apoyándome tácitamente en esa aventura que yo misma me había impuesto. Ahora, que tal vez contaba con la madurez suficiente, me daba cuenta que mi petición inicial nunca había tenido ni pies ni cabeza, pero igualmente no me arrepentía, porque a pesar de todas las consecuencias desastrosas a largo y corto plazo, había conseguido dos amigos excelentes. Aunque el termino “amigos” tal vez abarcaba muy poco. Con Malenne había conseguido una hermana. Y con Raphael... mejor era no

etiquetar nuestra relación, porque ninguno de los dos podría llegar a definirla, pero, en principio, los amigos no se besan. Percibí unos pasos acercándose, abriéndose camino entre la destrucción, queriendo llegar hacia donde nos encontrábamos. Giré, reconociendo a Michelle, que avanzaba lentamente hacia mí. – Quiero hacerles una pregunta... – Dijo, en voz baja. Una parte de mi mente, la que todavía la estaba juzgando, y con la cual luchaba para que dejara de hacerlo, me decía como había sido capaz de ser tan malvada, y tan avasalladora antes, y ahora mostrarse de esa forma tan sumisa. Era algo que tal vez no averiguaría. – Lo que sea. – Respondí en el acto. – Es complicado, no entiendo mucho todo esto, pero quería saber si... – Dudó, mientas buscaba las palabras exactas que explicaran su inquietud. – Es decir... – Estaba confundida. – No he sido vampiro por más de dos semanas, pero, ¿Como hacía ella para provocarme ese dolor...? ¿Como hiciste tú para lograr que dejara de torturar a Malenne? – Dijo luego mirando a mi madre, y pronunciando el nombre de mí amiga con miedo. – ¿Y... como hizo ella para hacer que Alec la matara? – Se debe a que todos nosotros poseemos dones sobrenaturales. – Explicó mi padre. Michelle lo observó, más confundida que antes. – No todos los vampiros los poseen, de hecho, es algo que no ocurre con frecuencia. Por lo general, la mayoría sólo cuentan con las características que tú misma has podido sentir, fuerza extrema, velocidad, y sentidos hipersensibles. Una chispa de entendimiento comenzó a prenderse en su cabeza. – Tú puedes leer la mente. – No era una pregunta. – Sí, y no tengas miedo, no te haremos daño. – Le respondió no solo a su anterior afirmación, sino también a la sensación que percibió en su mente. – Esos talentos, ¿Cómo los obtuvieron? – Preguntó entonces. – ¿Existe alguna forma en especial de conseguirlo? Mi padre frunció el entrecejo al escuchar sus palabras, pero algo me decía que no era eso lo que le había hecho adoptar esa expresión. – En realidad, creemos que los dones son solo capacidades que poseíamos en nuestra vida humana, que al momento de la

transformación se potencian. – Respondió, a pesar de todo. – Y sí, eso que haces, también es un don. – ¡¿Qué?! – Preguntamos al mismo tiempo mi madre y yo. – ¿Michelle tiene un don? – Continué yo sola esta vez. Luego la observé. – ¿Por eso eran todas las preguntas? – Es que no entiendo nada de esto... – Se justificó. – Mi cuerpo... no puedo... es tan extraño escuchar todo, verlo todo... – ¿Nunca les contaste que eras capaz de hacer? – Preguntó mi madre. – ¿A ninguno de los cuatro? – Es que ni yo puedo entenderlo... – Respondió Mich. – No sé que es lo que hago, solo que si me concentro, nadie puede... ver que estoy ahí. – Fascinante. – Exclamó mi padre en voz baja. – No se dieron cuenta de que lo que tenían... solo contigo, habrían vuelto a Volterra con un buen motín. Imagínense a lo que podría llegar siendo entrenada... No había un aire calculador en el semblante de mi padre, pero sí ligeramente asombrado. – ¿Qué es? Papá. – Pregunté. – No entiendo nada. – También es una especie de escudo. Es solo algo defensivo, pero muy practico. – Explicó mirando a mi madre. – Por eso pasó tan deliberadamente en frente de nuestras narices... Y, a pesar de ser una neófita, superó tan pronto la etapa del descontrol por las torturas de Jane, que esa parte de su naturaleza se desarrolló muy rápido... – Sigo sin entender que es lo que puede hacer... – De acuerdo, esos eran la clase de momentos en los que me sentía una idiota. – Lo acaba de decir, hija. – Dijo mi padre, sin intención de hacerme sentir más tonta. – Recuerda, en el aeropuerto... No pudimos sentirla hasta que no estuvo delante de nosotros... – Luego dudó. – Bella, amor, tu sí pudiste, fuiste la primera. Ella no puede con tu escudo. – ¿Qué es lo que haces, Michelle? – Quiso saber mi madre entonces. – ¿Cómo puedes describirlo? – Yo... – Comenzó. – Hago algo, siento que si me concentro, puedo caminar o correr, y la gente no me ve. Cuando fui a ese lugar... A Forks, tenía miedo, mucho miedo. Jane me había dicho que si me descubrían, de seguro terminaría muerta. Por eso me mostró el camino exacto que debía seguir. Solo tenía que cruzar la costa, y

volver. – Relató. – Era de noche cuando llegué, casi morí de un susto cuando vi a esa cosa enorme... – ¿Qué viste? – Pregunté, aunque sabía la respuesta. – Era un lobo, pero era gigantesco, tenía el tamaño de un caballo, y era negro, completamente negro – Describió. – Sam. – Dijimos los tres al mismo tiempo. – No estaba cerca, pero corrí en dirección contraria, y volví por el mismo camino que había hecho. – Terminó de contar. – ¿Quieres decir que no te detectó? – Inquirí, no podía salir de mi asombro. – Creo que no... – Comentó ella. – Porque esa noche no había viento, y creo que mi aroma no le llegó, lo vi muy de lejos, pero si a la distancia suficiente para que me asustara... – Y por eso encontró el rastro de Michelle hasta que no hizo otra patrulla, y revisó la zona que no había inspeccionado dos días atrás... – Murmuró mi padre. – Todo concuerda. – ¿Puedes intentar hacerlo ahora? – Dijo mi madre. – ¿Mostrarnos como funciona? – Es que no sé como se hace... – Musitó Michelle. – No tengo idea de cómo trabaja este... Ni siquiera sé lo que es... – Un don. – Dije casi para mis adentros. – Puedo ayudarte a utilizarlo... – Añadió una conocida voz a mis espaldas. Malenne. Michelle la observó, a pesar de que las anteriores veces en las que había mantenido una conversación, mi amiga la había tratado como escoria. – Gracias, no sé como funciona esto, pero creo que sería bueno aprender a controlarlo... – Musitó Michelle. Todas las piezas ya estaban armadas. Todo concordaba con una exacta simetría. Las idas y vueltas, los misterios de las ultimas semanas. Era abrumador. La noche avanzó con una rapidez rayana en la locura, y antes de que me diera cuenta, la hora de partir, nuevamente, hacía el aeropuerto,

había llegado. Esperaba, rogaba, porque nuestra experiencia fuera diferente. Algo en mi cabeza me alarmaba por algo que no estaba definido en mi mente. Todos actuaban de una forma extraña, como si me ocultaran algo. Lo extraño fue, esta vez, que cuando me estaba por subir a mi coche, mi padre me dijo con tranquilidad que abordaba en BMW de Raphael, algo que no hubiera esperado. – Ve con tus amigos, tu madre y yo hemos de hablar con Michelle, necesitamos que nos cuente todo lo posible acerca de los Vulturis. – En ese momento, no relacioné el porqué de sus palabras, pero hice lo que me pidió. Mi tía Alice estaba al volante, con Malenne a su lado. La química entre ellas era evidente, incluso para alguien que no las hubiera visto jamás en su vida. Ambas pequeñas, ambas hermosas, y ¿Por qué negarlo?, ambas ligeramente dementes. Tomé asiento atrás con Raphael, que me sonrió con su encantadora dentadura, pero era diferente a como siempre. Había una tristeza en ese ademán que no pude pasar por alto, primero porque lo conocía demasiado bien, y segundo porque era atípico. Tuvimos que llegar a nuestro destino para que entendiera a que se debía. Había dado por hecho que nos acompañarían a Forks, tal vez ese era el deseo desesperado de mi mente, pero sus planes eran otros. Habían comprado los boletos nuevamente por teléfono, y los retiraron de la sucursal de la agencia de viajes que se encontraba allí. La primera de todas las señales de alarma, fue al momento en la que solo vi que mi padre tomaba cuatro. Solo cuatro. Raphael tomó otros tres, distraídamente, como si quisiera que no me diera cuenta. Pero fue imposible, y la angustia en mi pecho comenzó a aumentar. No llegamos con el tiempo de sobra que la última vez, el aeropuerto seguía estando prácticamente en ruinas, y el gran cristal continuaba destrozado. Michelle se mostró despedazada ante la imagen que ella había logrado, y bajó la mirada para no presenciar el escenario donde estaba presente su error.

Caminamos hacia el pasillo que nos llevaría al avión, y ahí fue donde terminé de entender. El vuelo Juneau – Seattle salía en quince minutos. Mis padres se adelantaron con mi tía Alice, la segunda señal de alarma. Mostraron sus pasaportes, y también el mío, que de seguro habían tomado antes de dejar el departamento, un lugar que ahora me parecía irreal. Me volví, para darles cara a ellos, a mis amigos. – No viajarán con nosotros, ¿Verdad? – Había intentado que mis palabras no sonaran como una acusación, como un reclamo, pero no pude evitarlo. Malenne me observó con sus hermosos ojos, que ya estaban perdiendo el tinte dorado, volviéndose un matiz más oscuro y cercano al negro. – Es por tu bien... – Susurró, con la voz teñida por la tristeza. – No me abandonen... – Supliqué, y tampoco pude evitar echarle en cara una de sus promesas. – Dijiste que estarías conmigo para siempre. – Y lo estaré, estaré en tu memoria para siempre... – Agregó, ya no pudiendo esconder su congoja. – Créeme que no haríamos esto si no fuera la única opción que nos queda para mantenerte a salvo... Tus padres no están de acuerdo, pero es lo mejor. – ¿Por qué lo hacen? – Inquirí, mi voz estaba tomada por la desesperación, ellos no podían irse a otro lado, tenía que estar conmigo. Busqué a Raphael, y utilicé palabras que no debería haber utilizado, ¿Para qué empeorar las cosas? – Dijiste que me amabas, y ahora me abandonas... Supe que lo estaba hiriendo, porque su rostro se descompuso al escucharme decir la estupidez más grande del mundo. – Hago esto porque te amo, Renesmee. – Contestó. – Porque moriría si te sucede algo. – No tiene lógica lo que dicen... – Debatí. – Sí la tiene, – Contestó su hermana esta vez. – ¿No te das cuenta de que los Vulturis me seguían a mí? Que yo siempre fui el objetivo, y que tu familia terminó involucrada, por mi culpa...

– Ellos también estaban ensañados con nosotros, no fue tu culpa... – Musité. Mi desesperación aumentaba, ellos no podían abandonarme. – Casi terminas muerta por mi causa... – Susurró. – Y eso no me lo hubiera perdonado jamás... – No volverán... – Las palabras me salieron atropelladas. – Sí lo harán... – Me contradijo. – Has escuchado a Alice. Esta vez tuvimos suerte, y no pasó a mayores, pero no podría vivir con la idea de una próxima vez, sabiendo que si me alejo de ti, estarás bien. Michelle observaba la escena, en silencio. – Quédense conmigo, por favor. – Supliqué. – No, Renesmee. – Dijo Raphael. – No podemos, somos una amenaza para ti. Por nuestra culpa ha pasado todo, y ojala nos perdones alguna vez por hacerte pasar por esto. – ¡No me dejen! – Comencé a llorar. Estaba inmóvil, el miedo y el dolor me habían dejado paralizada. – Michelle irá con nosotros. – continuó Raphael. – Te prometí que la cuidaría, y eso haré. – Por favor... – Rogué en un susurro. – Te amo, amiga. – Dijo Malenne, acariciándome el rostro. – Perdóname, por ser lo que soy. Cuando nos conocimos te dije que odiaba este poder... Ahora lo odio incluso más, porque me obliga a estar lejos de ti. – No se vayan... – Me quedaba sin voz, por la pena. – Adiós, Renesmee... – Se despidió Raphael. Mi Raphael. – Pensaré en ti cada día y noche de la eternidad. Se acercó y besó mi frente, con la ternura con la que solo él era capaz. El gemido que despidió no podía ser otra cosa que una muestra del dolor que le causaba alejarse. – Ahora vete... – Dijo Malenne. – Vuelve a Forks y sé feliz, nosotros no te molestaremos más. – No me iré de aquí sin ustedes... – logré decir, a pesar de que las lágrimas nublaban mi capacidad de ver, pero sobre todo, incluso aunque pareciera ilógico, también las de hablar.

– Te irás... – Y percibí esa presencia tan fuerte, tan poderosa. Su don. – Te irás, y no volverás a vernos jamás... jamás volveremos a ponerte en peligro. Quise resistirme, pero no podía. ¿Había realmente alguien capaz de hacerlo? Su maldito don me obligó a avanzar hacía el avión que me llegaría a casa, mientras me ahogaba en el sufrimiento de saber, que no los volvería a ver. La última imagen que pude distinguir, fue la de Malenne escondiendo el rostro en el hombro de su hermano, desamparada por la despedida. Y la de él, con el semblante poblado por la desolación... Te amo, articuló con los labios, antes de que me girara, y el poder de mi mejor amiga, me obligara a dejarlos atrás para siempre...

XXXVI Reencuentros. No podía parar de llorar. Las lagrimas caían incontrolables por mi rostro, incluso después de que el avión hubiese despegado, y el poder de Malenne se disipara, mismo sea por lo lejos que se encontraba, o porque ella misma me había liberado. Seguía presa de otro poder, o mejor dicho sentimiento. La tristeza me había dejado sin voluntad alguna. No podía creer lo que me habían hecho. Me habían dejado, se habían marchado de mi vida. La sensación de abandono era muy fuerte, insoportable. Como si me hubieran clavado un puñal en el corazón. Era una espina que dolía y ardía mucho más de lo que podría llegar a describir. Algo inimaginable, con lo que no encontraba comparación. Me sentía completamente traicionada, abatida. Me habían dejado para siempre y eso generaba un dolor corrosivo. Me hubiera gustado maldecirlos, por ser capaces de alejarse de mi lado. Tal vez, en ese momento, puse en tela de juicio el cariño que sabía que me tenían. No veían en ese momento, que lo hacían sólo como otra muestra de que me amaban. Pero mi mente reclamaba que debían existir otras formas menos drásticas, ¿Por qué debían irse para no volver? Ese no podía ser el único camino, la única opción... No obstante, la completa justificación de esa conducta no lograba que el entendimiento llegara a mí ser... Se habían ido para protegerme, sí, pero eso no disminuía la pena, ni evitaba que llorara y que cada lágrima fuera como acido corriendo a través de mi cara. Tenía a mis padres sentados a mis lados, uno a la izquierda y el otro a la derecha, tomándome cada uno una mano, consolándome, mientras me hundía en mi propia depresión. Tal vez, en algún momento, me susurraron palabras de aliento, pero no podría afirmarlo, porque no le prestaba mayor atención a nada. El avión hubiese podido caer en picada, o en un espiral mortífero, y no me habría dado cuenta de nada. No había forma de que volviera a la realidad en ese preciso momento. Solo podía imaginar que es lo que ellos estarían haciendo, a donde podría estar yendo con Michelle a su lado.

Huían, desde luego. Se alejaban de la amenaza que, según su teoría, me causaban. No descansarían, eso era algo que podía asegurar, porque si estaban en lo cierto, no había lugar en el mundo donde pudieran esconderse, porque no había nada que significara un obstáculo para los Vulturis. Estaban completamente condenados a correr por toda la eternidad... Y eso me dolía, como si me estuviera pasando a mí, y de hecho, era una victima de esa situación. No podía tener a mis amigos cerca por ello. Esos últimos meses habían sido tan intensos. Había compartido con ellos tanto, que sentía que los conocía de toda la vida, como si siempre hubiesen formado parte de mi historia. Habían sido esas clases de relaciones que se viven de un momento a otro, que inician sin una causa certera. Habían llegado tan de repente, en un vuelco por completo inesperado a mi monótona y algo triste vida en Alaska, y lo habían transformado todo. Como si fueran ángeles enviados desde el paraíso para hacer más llevadera mi estancia allí. Y ahora se iban, con la misma facilidad con la que llegaron, dejando su huella y este dolor. Me abandonaban para siempre. – Renesmee... – Escuché susurrar a mi madre, luego de no sabía cuanto tiempo. – Debes estar bien, no querrás que todos te vean llorando, en ese estado. Quería parar de llorar, pero no podía, simplemente. – Me dejaron... – Logré articular, algo que conllevaba un gran esfuerzo. – Se fueron, me abandonaron. – No seas injusta con ellos. – Musitó. – Lo hicieron porque creían que era lo correcto. – ¿Cómo puede ser lo correcto si todos estamos sufriendo? – Pregunté retóricamente, no esperaba una respuesta. – Las separaciones son siempre dolorosas, hija. – Dijo mi padre entonces. – A veces tomamos decisiones apresuradas, basándonos en hechos que sucedieron con la misma rapidez... – Entendía a que se refería, pero no estaba de ánimos para remembrar el pasado de mis progenitores, ni para sermones sobre lo que es correcto o incorrecto. – En cualquier caso, sea o no lo mejor, no puedo evitar sentirme mal por ello. – Anuncié. No quería que me molestaran.

– Nos quedan dos horas para llegar a casa, Renesmee. – Me comunicó mi madre. – Sé que es difícil, e intentamos que no lo hicieran, pero la decisión estuvo tomada antes de que despertaras... Y la visión de Alice terminó de convencer a Malenne. – ¿De verdad creen que Aro no vendrá también por nosotros? – Quise saber. – Alice no lo ve... – Musitó mi padre. – Ella cree que ya no somos su prioridad, que a partir de ahora perseguirá a Raphael y Malenne. Tu amiga tiene demasiado poder, más del que ella misma podría controlar. Tú lo has visto... matar a Jane no le costó absolutamente nada. – Y eso la convierte en una esclava... – Convino mi madre. – Su poder no es un don, es una maldición. – Que no se merece... – Susurré. – Eso lo sabemos. Ellos han sufrido demasiado, más de lo que cualquiera que conocemos. Mientras dormías por la mordedura intentamos razonar con Mallie, – Habló mi tía Alice desde la otra punta. No habíamos conseguido pasajes de primera clase, por eso viajábamos en turista, donde las filas de asientos eran casi interminables. – pero estaba convencida de que era lo mejor... Ella no lo habría hecho si hubiese sabido de otra opción, Nessie. La defendía, claro. Ahora ella también era su amiga. No sabía si eran los celos o la rabia lo que me hacía ver esa relación como algo molesto. Tal vez era la misma frustración, la que me decía que ahora, Malenne confiaba más en Alice que en mí. Pero no podía permitir que esos malos sentimientos provocaran esas reacciones. Recordaba los últimos segundos a su lado. Al lado de los hermanos Blancquarts. Era demasiado pedir que estuvieran conmigo para siempre, siendo amigos y disfrutando de la eternidad. Había sido tonta al creer que podía mantenerlos cerca. Al final de cuentas, eran dos almas errantes. Dos individuos demasiado misteriosos para este mundo, y desde luego para una vida tan normal y monótona como la nuestra... ¿Por qué el destino me había permitido conocerlos si después iba a sacármelos de esa manera? No era justo... ¿Pero que era justo, en todo caso?

¿Había sido justa yo con Raphael? ¿Jugando con sus sentimientos una y otra vez? ¿Sabiendo que me amaba, pero aún así, no alejándolo de mi vida? ¿Besándolo a pesar de que no lo iba a elegir? Tal vez él necesitaba alejarse de mí, quizás no me lo había dicho, porque al final de cuentas... ¿Para qué iba a seguir en su vida? ¿Para causarle mayor daño? No, él necesitaba a alguien que fuera exactamente todo lo contrario a mí... Alguien madura, centrada y que pudiera amarlo como se merece. Todo lo que yo no tenía para darle. Era ilógico que se mantuviera cerca, ¿Para qué venir a Forks conmigo? ¿Para ver como me casaba y era feliz con otro? ¿O es que, inconscientemente tal vez, esperaba que él y Jacob se convirtieran en mejores amigos? Claro que no… la idea, de no ser porque estaba completamente triste, hasta me habría hecho reír de lo imposible que parecía. Como ya sabía desde hacía tiempo, tenía que admitir que no lo merecía ni como amigo, incluso eso era mucho para mí. Estaba pagando el precio por mis equivocaciones. Había tirado de la cuerda muchas veces, jugando con fuego, sin tener la precaución necesaria. Me había quemado, y el resultado, era que Raphael se había cansado de mi estupidez… o tal vez no cansado, sino que había llegado a darse cuenta que no era sano estar a mi lado. Si lo quería, que sí lo hacía, debía dejarlo ir, dejar que intente recomponer su corazón… una vez más. Malenne, mi amiga, había decidido por él. No podía culparla, porque sabía que el motivo principal de todo era protegerme, pero de seguro ella también se encontraba agotada de ver sufrir a su hermano, porque podíamos ser las mejores amigas del mundo, pero él era su familia, y era completamente razonable que eligiera resguardarlo del dolor que le infligía. Y así, en completo silencio y reflexionando acerca de mi comportamiento en los últimos tres meses, el viaje llegó a su fin. El avión aterrizó en Seattle con normalidad, y en el horario estipulado. Descendimos, y caminamos por el aeropuerto solo el tiempo necesario. La gente nos miraba, y no es que no lo habían hecho en Juneau, pero quizás ahora era más consciente de ello porque antes, estaba invadida por la certeza de que Raphael y Malenne me dejaban. Ya no me molestaba su atención, y como nunca me había sentido halagada por ella, simplemente la ignoraba. Llegamos al estacionamiento, donde estaba el Volvo estacionado. Teníamos más autos, mucho más nuevos incluso, pero mi padre le

tenía un especial cariño a ese, porque era con el que había conocido a mi madre. Subí, manteniéndome en silencio. Ninguno de ellos volvió a reclamarme nada, quizás se habían rendido, o confiaban que conforme me acerca a casa, mi estado de ánimo iba a mejorar. En efecto, en cuanto vi el paisaje verde musgo de Forks, con su cielo siempre encapotado, y las pequeñas y finas gotas de lluvia cayendo sin cesar, sentí ese magnifica tranquilidad que se presenta sólo cuando vuelves a donde perteneces. El dolor no se había ido, pero sí se transportaba hacía un lugar más profundo de mi mente, y estaba segura que volvería luego de que toda esa algarabía se amansara. Todavía no era mediodía, y la gente caminaba por las calles, haciendo tareas propias de la mañana. Comprando, paseando, simplemente caminando. Había olvidado lo que era vivir en mi adorado Forks, ese pequeño pueblo tan calmo y pacifico. Cruzamos la única avenida que tenía, y tomamos la ruta que nos llevaría directo a la mansión. Era extraño poder ver ese conocido prado. El sentimiento de pertenencia era muy fuerte, como si en esos últimos meses, hubiese estado encerrada en algún sitio oscuro, lejos de todo eso que me hacía sentir realmente viva. Ahora entendía que en realidad nunca había estado a gusto en Juneau, sino que la aparición de mis amigos, había logrado que estuviera en mayor conexión con mi mundo, como una luz en medio de las tinieblas. Esa epifanía sólo lograba que los extrañara aún más, pues entendía que me habían salvado en muchos sentidos. Pero esa no fue la única revelación que obtuve, hubo una más, la que me decía que no debía volver a cometer los mismos errores. A partir de ahora, no volvería a hacer algo sin meditarlo lo suficiente, pues todo me decía que ese era mi lugar, Forks, y lo había abandonado movida por razones tontas… Cuando la casa comenzó a avistarse en el horizonte, mi corazón desbocado inició una marcha aún más enloquecida. Estaba en mi hogar… El auto no había terminado de detenerse, pero aún así, abrí la puerta y bajé. En el porche estaban mis abuelos, y detrás de ellos mis tíos Jasper, Rosalie y Emmett.

No supe cual de ellos me abrazó primero, porque todo se volvió un borrón enorme a mí alrededor. Todos me rodeaban, y sentía sus cuerpos fríos muy cerca. Cuando recuperé el sentido de la realidad y del espacio, pude distinguir a mi abuela Esme, que me envolvía con sus pequeños y maternales brazos. – No tienes idea de lo que han sido estas últimas horas… – Susurró. – Lo siento mucho, – Contesté. – Siento todo lo que les he hecho pasar. – Miré por encima de su hombro a mi abuelo Carlisle y a mis tíos. – Nada de esto habría pasado si no hubiese actuado de esa manera tan... infantil. Mi abuela me soltó, dejando espacio para que mi segunda madre, Rosalie, se adelantara para darme un estrecho abrazo, del todo cálido, a pesar de su baja temperatura. Esas reacciones, sólo las utilizaba conmigo. – Mi niña, mi bebé… – Dijo. – Lo importante es que ya estás aquí, a salvo, con nosotros. Emmett se adelantó, sonriendo sólo como él sabía hacerlo. Era de esperar que bromeara, incluso en momentos como ese. – ¿Así que te cargaste a Demetri, sobrinita? – Preguntó con ese aire despreocupado que siempre utilizaba. – ¿Cómo se te ocurrió dejarme fuera de la fiesta? – Su rostro se tornó indignado. – ¡Vas a tener quetrabajar duro conmigo para que te perdone ésta! Reí, ¿Qué otra cosa podía hacer? Luego me abrazó como él solía hacerlo, envolviéndome completamente. Un abrazo de oso. – Haré todo lo que tenga que hacer para conseguir tu perdón… – Musité una vez liberada. – No fue gran cosa lo de Demetri, ya no tenía un brazo… Se carcajeó, con evidente regocijo. – ¡Maldición! – Se quejó. – ¡Lo que habría pagado por ver eso! – Emmett… – Dijo mi madre, con un tono que evidenciaba que estaba comportándose como un tonto. A mi me daba gracia, él era simplemente así, y no había forma de que cambiara.

– Créeme que no fue para nada divertido, Emm – Dijo mi padre, entonces. – Hace mucho tiempo que no tenía tanto miedo… – Eres tan dramático, Ed. – Contestó poniendo los ojos en blanco. Mi padre rió, con su rostro de adolescente de diecisiete años. Era agradable saber que al menos esa parte de calvario había terminado. No podía afirmar que para siempre, pero al menos sí el tiempo suficiente para que todo se acomodara, nuevamente en su lugar. Jasper se adelantó, con esa aura de tranquilidad tan propia de él. Me abrazó suavemente, de un modo pausado. – Bienvenida de nuevo, Nessie. – Simplemente dijo. – Hemos estado de los nervios por tu causa. – Nunca fue mi intención… – Patético. Luego él se dirigió hacía donde sabía que deseaba desde el primer minuto. Caminó hacía mi tía Alice con una determinación rayana en la locura, para abrazarla con fuerza, con la desesperación con la que sólo un amante enamorado que no ha visto al amor de su vida por años puede hacerlo. Aunque no habían sido más de tres días… Tres días… En toda la eternidad jamás olvidaría esos momentos tan decisivos en mi vida. Mi abuelo fue el último que se acercó para saludarme, con su aire patriarcal plasmado en cada centímetro de su rostro sabio. – Nessie… – Musitó. – Cuan feliz estoy de que estés con nosotros. – Se acercó y puso una de sus pálidas manos sobre mi hombro, para luego mirarme a los ojos y sonreírme. – Te he extrañado mucho, abuelo. – Sonreí. La bienvenida terminó en un ambiente del todo relajado, pero era tonto esperar que continuara, porque inmediatamente todos terminados de saludarnos y decirnos lo mucho que nos habíamos extrañado, comenzaron a brotar los reproches. Habría sido tonto esperar otra cosa, después de todo, estuvimos a punto de morir, sin que ellos hubiesen podido hacer nada para evitarlo. El primero en hablar fue mi abuelo, que habló con su voz pausada, característica suya, sin perder la calma.

– Creo que lo mejor es hablar todos, en el comedor... – Dijo firmemente. Esa era la señal que todos esperábamos. Mis padres se observaron unos a otros, y a pesar de que Jasper y Alice estaban tomados de la mano, se podía sentir la leve hostilidad de mi tío por el comportamiento de su esposa. Sin embargo, la mirada más ofendida y fuerte, era la de mi tía Rosalie, que en verdad, no sabía a ciencia cierta sobre quien descargar toda la rabia que la gobernaba en ese momento, pues la conocía casi tanto como Emmett. Estaba dividida entre discutir con mi padre, su “rival” frecuente, o como mi madre, con quien mantenía una relación algo más estrecha. Me llamó la atención que Jacob no estuviera allí, pues no me parecía comprensible. Quizás alguien le había contado las cosas terribles que había hecho, y había decidido alejarse para siempre de mí. Tal vez, accidentalmente o de un modo intencionado, no podría saberlo, alguien había comentado que Raphael y yo nos habíamos besado, y mi prometido había enfurecido. No merecía menos, si llegado el caso, decidía abandonarme… No quise pensar en eso, era algo insensato, pero la idea se quedó flotando en mi mente. Los nueve caminamos hacia la casa en completo silencio. Nuevas sensaciones llegaron cuando traspasé el umbral, las que había sentido tiempo atrás, cuando vivía en la casa de mis amigos… Era consciente de que no podía parar de nombrarlos en mi fuero interno, como si fueran el mismo centro de mi mente, pero todo se debía a que todavía su partida estaba muy fresca en mi memoria, me era del todo imposible despegarme de ellos. Tal vez el tiempo hiciera de su trabajo para que todo eso cambiara, no lo sabía. La mesa del comedor era una pieza maciza, de madera oscura, labrada con detalles de rosas y otras florituras, tenía un aspecto antiquísimo, en comparación con los otros muebles más modernos de la casa. La pieza había sido adquirida hacía unos años, cuando mi madre y Emmett rompieron una la anterior jugándose un pulso. Lo bueno, era que era enorme, por lo que los nueve podíamos estar reunidos a su alrededor sin menor problema. Mi abuelo se mantuvo erguido en una de las cabeceras, enfrentando a mi padre, que se había posicionado en la opuesta, al lado del cual estábamos mi madre y yo, cada una a su lado. Los demás se fueron acomodando conforme fueron llegando, mi tía Alice se puso a mi lado

y, me dio por completo la impresión, que la mesa quedaba dividida en dos secciones, como si estuviéramos en un juicio. De un lado estábamos los culpables, y del otro, los jueces, que estaban repartidos entre el alivio que conllevaba nuestra presencia en la casa, y contra la ira que había producido en ellos tantas mentiras y ocultamientos. Nos contemplamos en completo silencio por un momento interminable, que logró que me sintiera incomoda, pues nunca había vivido algo así en mi hogar. Me era totalmente desconocida esa tensión que emanaba de todos lados. – No fue nuestra intención que todo terminara así... – Dijo mi padre finalmente. – No había otra forma de hacer las cosas... Sí les hubiésemos avisado, de todos modos habría sido inútil. No hubieses podido llegar a tiempo. No sabía a los pensamientos de quien estaba respondiendo, pero fue mi tía Rosalie la que respondió, con la voz impregnada de indignación. – No te queda bien el papel de tonto, Edward. – Casi gritó. – Ustedes sabían desde el primer momento como venía el asunto, y yo callé, porque Bella me prometió que si las cosas se complicaban, nos harían participes... – Miró a mi madre con aire ofendido. – Pero no cumplió su promesa. Sacudió su rubia cabellera, y desvió la mirada. – Rose, lo siento mucho. – Se disculpó mi madre. – Realmente no fue nuestra intención. – Dile eso a alguien que te crea, Bella. – Murmuró mi tía. – Simplemente lo hicimos así porque no queríamos arriesgarlos, no tenían por qué morir con nosotros en esto. – Dio como excusa mi padre. – Tú no sabes a lo que nos hubiera o no hubiese gustado arriesgarnos, Edward. – Contestó esta vez Emmett, por primera vez serio desde que llegamos. – Somos una familia, y como tal, nuestra tarea es protegernos,todos juntos. Nadie contestó a ello. En parte porque era raro que mi tío favorito dijera esas cosas, él era más proclive a los riesgos absurdos y a las tonterías sin sentido.

– Prometimos no recriminarles nada, Emmett. – Siguió hablando mi abuelo. – En cualquier caso, lo bueno es que todos están bien, nadie ha salido lastimado. Lastimado físicamente, quise agregar, porque en lo que a mi respectaba, tenía una herida en el alma, pero no ganaba nada con comentarios inoportunos. Ellos no tenían por qué entender mi pesar, ellos no tenían por qué sentirse desdichados. Mi padre tomó mi mano con suavidad, dándome la pauta de que me acompañaba en esa situación. Mi madre también me observó, y durante un segundo, entendí la profundidad de la conexión que teníamos los tres, y por qué papá no había querido que los demás formaran parte de ella. A pesar de ser una gran familia, nosotros tres lo éramos en el más literal de los sentidos, y eso era mucho más grande que cualquier otra cosa, porque a pesar de que amaba a mis tíos y abuelos con todo el poder de mi corazón, eso no cambiaba el hecho de que les debía a mis padres toda experiencia vivida, todo... – No estoy recriminando nada. – Continuó mi tío. – Sólo estoy diciendo lo que pienso. – Emmett, lo siento mucho. – Fue mi madre la que contestó esta vez. – Pero las cosas se dieron así. – Cuando eras humana, Bella, – Habló Jasper. – Odiabas que te subestimaran, y te dejaran fuera de las peleas. En ese momento, lo hacíamos porque Edward no estaba dispuesto a perderte, nadie, en realidad. Ahora tú has hecho exactamente eso que odiabas que hiciéramos por ti... Ella no contestó, sabedora de que tenía razón. – Jazz... – Tomó la palabra mi tía Alice. – Era demasiado complicado todo. No podía ver nada y todo pasó de repente, sin la mínima señal de alerta. ¿Cómo habrías reaccionado tú? ¿Qué tal si íbamos todos, y Renesmee sufría algún daño? No dijo nada. Suponía que toda la conversación iba a ser así, recriminación, justificación, recriminación, justificación, hasta que alguien se cansara de discutir por algo que ya formaba parte del pasado. No era de mi agrado que me utilicen como la excusa, pero yo había hecho muchas cosas incorrectas como para ofenderme o cualquier otra cosa. En cualquier caso, sus motivos eran auténticos y valederos. Ellos habían dejado atrás al resto de nuestra familia, movidos por la desesperación y por su propia seguridad, mis motivos, en perspectiva, eran una broma.

– No ganaremos nada comportándonos de esta forma. – Dije entonces, para romper la atmosfera que se había generado. – Reconozco que muchos de nosotros no hemos actuado de la forma correcta, yo soy la principal responsable de todo. Tal vez, si no hubiera ocultado la presencia de Raphael y Malenne en Juneau, nada de esto habría pasado… – Eso es algo muy probable. – Comentó mi padre. – Porque habríamos ido a buscarte en el mismo segundo en el que nos hubieses informado de ello. – No puedo cambiar lo que ya he hecho… – Musité sin observarlo específicamente a él. – Y creo que es injusto que culpen a mis padres por hacer lo que creyeron que era completa su responsabilidad. Yo también lo pienso así. – Los miré a todos, esperando una reacción. – Los amo, a todos. Eso no deben dudarlo jamás, a pesar de que me fui y los dejé. Agradezco estar de nuevo con ustedes, porque en todo este tiempo, no me sentía en casa en ningún lugar. La morada de mis amigos fue un sustituto para Forks el tiempo que estuve allí, pero fue un tiempo corto, que luego se vio afectado por todo esto último que ya saben que pasó. Ahora vuelvo al sitio original que me vio nacer… – Suspiré. – Y entre todas esas cosas que aprendí, ahora sé que hogar es aquel lugar donde esta todo lo que amas. Yo los amo, y vuelvo a pedirles perdón… no me cansaré de hacerlo porque tengo muy en claro que cometí una gran falta. No fue fácil terminar de hablar, sobre todo porque mi familia se quedó perpleja, posando sus diferentes gamas de ojos dorados sobre mí. – Has crecido, Renesmee. – Dijo mi abuela Esme. – No eres la misma niña que eras antes. – Crecer es parte de la vida… – Sonreí. Sabía que sus palabras eran un cumplido. El ambiente comenzó a relajarse de una forma casi imperceptible. Mi tía Alice había predicho que Jasper estaría muy enojado, por lo que supe que esa tranquilidad, no estaba siendo producida por él. Al mirar a sus ojos, supe que estaba enfadado, pero no de una forma terca y previsible, sino de otra diferente. Le había molestado, sí, pero no estaba disgustado como todos los demás, al final de cuentas, él sabía, por sus experiencias previas a vivir con los Cullen, que lo único importante cuando termina una batalla, es haber sobrevivido para reunirte con los tuyos. En ese momento, él disfrutaba de eso, y todo lo demás ya tendría tiempo, incluso una gran reprimenda a su esposa.

– Entonces, ¿Todos están muertos? – Preguntó de repente Emmett, de nuevo envuelto por su aura bromista tan característica en él. – Realmente es algo que me cuesta trabajo creer. – Lo están – Dijo mi padre. – Jane, Alec, Félix y Demetri. Pero no te creas que fue fácil, tuvieron un plan muy inteligente. Casi nos vencieron. – ¿Realmente esos dos chicos son tan poderosos? – Quiso saber Jasper. – Ella lo es, sin lugar a duda. – Respondió su esposa. – Malenne tiene un poder tan poco común como extraordinario. La única excepción, una vez más, es Bella. Todos observaron a mi madre, perplejos. Daba la sensación de que a pesar de que habían pasado ya años en su compañía, todavía no se acostumbraban al poder oculto detrás de su sutil escudo. – Malenne mató a Jane en un segundo… – Relató a mi padre. – Bueno, en realidad no lo hizo ella. Todos los observaron con curiosidad. – Los dejó inmóviles y los torturó por unos momentos. Humilló a Jane y obligó a Alec a que la matara. Gritaba, suplicaba que no lo hiciera, pero él no pudo contra el poder de Malenne, no hay forma de resistirse a ello, la destrozó en un segundo, a su propia hermana… – Finalizó mi madre. Su tono de voz estaba completamente libre de compasión. Nadie podría tenerla por esos dos seres tan malvados, ni muertos de la peor forma posible podía arrancar un sentimiento noble en nosotros. – Y luego lo mató a él. El silencio gobernó la habitación una vez más. Nadie parecía querer agregar algo. – ¿Y él? – Inquirió mi abuelo esta vez. – ¿Qué es capaz de hacer? – En realidad, nunca terminé de entender bien su poder… – Musitó mi tía Alice. – Raphael es un rastreador, mucho mejor de lo que lo era Demetri. – Continuó mi padre. – No sólo percibe ese instinto que lo guía hacía la persona que busca, sino que también puede ver imágenes… – Dudó un segundo. – y sentimientos. Es algo complicado, pero muy interesante. Pero, sin embargo, la joya en ese par es Malenne, y es a ella a quien Aro querrá una vez que se entere que Jane esta muerta. – ¿Y hacía donde se han ido? – Preguntó Jasper entonces.

– En realidad no tienen un rumbo fijo. – Respondió mi progenitor. No sabía si no quería dar información exacta porque yo me encontraba allí, o porque realmente no lo sabía. Estaba segura de que si mi padre tenía información, no me la facilitaría con tanta ligereza. – Creo que irán hacía Europa, tal vez Londres, por un tiempo, hasta que se les ocurra un mejor lugar. Ellos también tienen muchas identidades y cientos de propiedades, les sobra lugar para esconderse… – Esconderse… – Murmuré con tristeza, sin poder evitarlo. Mi tía Alice tomó mi mano con suavidad, y apretó tiernamente, mostrándome su apoyo. Fui consciente de que todos los demás también me miraron, pero no hice nada, ya habría tiempo para dar todas las explicaciones necesarias. – Podrían haberse unido a nosotros, imagino que les dijiste eso, Edward. – Continuó Carlisle con tranquilidad, como si estuviera analizando todos los lados posibles de la situación. – Claro que se los dijimos, pero ellos no quisieron, creían que de esa forma, Aro no tardaría en volver a la carga. Malenne temía que si se quedaban, pronto no solo los Vulturis, sino también otros vampiros nos atacarían por su causa. – Relató. – Esta convencida de que debe estar sola. Incluso intentó que Raphael viniera con nosotros… Eso no lo sabía, me estaba enterando en ese mismo momento, por lo que no pude disimular el asombro. Mi padre me buscó con la mirada, sin duda atraído por mis pensamientos, que se revolvieron demasiado rápido al escuchar sus palabras. – Pero son hermanos, y él también es un blanco buscado, tampoco quiso arriesgarnos, y de todos modos, no hubiese podido dejar a su hermana, le debe demasiado como para permitir que este sola. – Concluyó. Eso era cierto, y era lo justo. Ellos no debían estar separados, nunca. – Sigo sin entender como una persona puede tener tanto poder… – Meditó mi abuelo Carlisle. – Es decir, la dominación como don… Nunca lo hubiera imaginado, y he visto cosas raras en todos los años que tengo sobre este mundo. – Es extraño, sí. – Contestó mi madre. – Porque hubo un momento en el que Malenne dominó a Edward y a Alice al mismo tiempo, y no pude liberarlos. Ella no podía usar su poder conmigo, pero yo no logré deshacer el vínculo entre los tres. El vampiro con cabellos color del sol meditó durante unos segundos.

– Eso es impresionante. – Dijo luego. – No puedo contestarte con la verdad absoluta, porque cada don funciona de una forma completamente diferente a otro. No hay una matriz que seguir, o algo por el estilo. Verás, como tú sabes, – Continuó. – La mayoría de los dones son mentales, juegos mentales que realiza el poseedor del talento, a los otros. Nadie puede entrar en tu cabeza, ni siquiera ella. Pero existe una diferencia, ella no juega con la mente… – Hizo una pausa, eligiendo las palabras. – Ella la convierte en parte de sí, por eso logra que los demás hagan lo que desea, la convierte en una extensión, y el por eso no se rompe la conexión… Es realmente poderosa… – Entornó los ojos. – Me hubiera gustado mucho conocerlos, parecen dos personajes realmente misteriosos. Y en efecto, eso es lo que eran, dos personas simplemente únicas, por lo menos para mí. – ¿Y que hay acerca de la neófita? – Preguntó luego Emmett. – ¿Se fue sola? – No, – Contestó Alice. – Ella se fue con Malenne y Raphael, ellos creyeron que era lo mejor, además, también lo creo. – Dudó, y me miró a los ojos. – Si han de huir por un tiempo indeterminado, el don de Michelle les servirá de mucha ayuda, y con Malenne como maestra, aprenderá a dominarlo muy rápido. ¿Realmente estaban condenados a escabullirse para siempre? ¿Ese era el cruel destino que se merecían? Sabía que no, y la rabia aumentaba de nuevo en mi pecho, pero no podía hacer nada, ellos se habían encargado de que no pudiera, sacándome de su vida de esa forma tan repentina. No quería escuchar más acerca de ellos, al menos por ahora. Mi corazón los extrañaba con todas sus fuerzas, rogando que volvieran, que en algún momento cruzaran la puerta y dijeran que había sido una broma. Mis oídos deseaban percibir el dulce sonido de la risa de mi mejor amiga, y la voz de ángel de Raphael, pero sabía que no pasaría, y eso era muy triste. La conversación continuó un poco más, dando vueltas en torno a toda nuestra insólita experiencia en Juneau. Cuando llegó el momento en el que discutieron acerca de la mordida y todo lo que pasó después, ya estaba completamente desconectada de lo que decían. Mi abuelo apoyó la teoría de mi padre y de Raphael, lo cual no me asombró mucho, porque al final de cuentas, era lo único lógico entre todas las opciones.

Quería preguntar donde estaba Jacob, pero no sabía si debía hacerlo, porque de todos modos, él seguramente sabía que ya estaba en casa. Fue el sonido de una carrera la que me dio las esperanzas, una carrera de alguien que se acercaba a toda velocidad desde la dirección de La Push. Mi corazón comenzó a batir con una candencia irregular, como si supiera con extrema exactitud lo que pasaría pronto. Mis piernas se movieron solas hacía el patio de atrás, donde sabía que estaría él... Él. Mi espera se había terminado. Dejé atrás al resto de mi familia, que se quedaron en la sala, tal vez pera darnos algo de intimidad, que nuestro reencuentro sea algo más privado. Agradecí por ello, porque de verdad necesitaba una bienvenida como Dios manda. Anhelaba que mi Jake fuera dulce, tal como lo recordaba y sabía que seguía siendo. Escuché una especie de rugido tenue a mis espaldas, y a mi madre susurrar “no se han visto en meses, podrías ser más tolerante” pero en ese momento no me importó de quien procedía la critica, aunque no era muy difícil adivinarlo, claro. A pesar de que estaba todavía varios cientos de metros apartado de la casa, lo vi acercarse con desesperación, incluso su rostro lobuno logró reflejar ese sentimiento tan intenso, todas sus facciones lupinas estaba tiesas, mostrándose excesivamente desesperadas como si rogaran que sus piernas se deslizaran a mayor velocidad. Mi corazón vibró, hinchándose de emociones que no se adueñaban de él hacía mucho tiempo. El lobo rojizo se acercó, tan perfecto como lo mantenía en mis recuerdos. La escena se me hizo familiar, y me di cuenta de que la había soñado mucho tiempo atrás, cuando el viaje a Juneau y todo lo demás no eran más que planes probables, pero no certeros... Acaricié su perfecta pelambrera bermeja, que la sentía tan suave, tan sublime. – Jacob... – Logré articular a través de mis labios, que se movían con una fuerza que no tenía idea de donde provenía, porque toda la energía de mi cuerpo se había concentrado por completo en el centro exacto de mi pecho, haciendo palpitar no sólo mi corazón, sino todo

mi ser... era hermoso, y también daba algo de miedo, porque me daba cuenta de que la necesidad de verlo había sido enorme, y que no me había dado cuenta de ello. El vacío que estaba incrustado en mí desapareció, un vacío que no había sido consciente de que tenía, como un síntoma extraño que no sabes que padeces hasta que se va... Él emitió un rugido suave, como un arrullo lobuno, y entonces todo desapareció a mí alrededor. El mundo podría haberse evaporado sin que me diera cuenta, y no me hubiese importando que así fuera. Tanta distancia, tanto dolor, mi alma y mi corazón le reclamaban a mi mente como había sido capaz de estar tanto tiempo lejos de él... ¿Cómo? ¿Cuál había sido mi excusa? No la tenía, nunca la tendría, porque no existía. – Te amo... – Musité en su enorme oreja de lobo, y él se acercó un poco más a mí, como si me estuviera abrazando con su cuello ardiente. Su calor se transformó en una necesidad, en algo que debía tener para seguir viva, necesitaba todo él, hasta el último de sus suspiros. – Te amo, te amo. – Repetí. – Perdóname... Negó con la cabeza, con lo cual entendí que no había nada que perdonar, y estaba equivocado, sí debía perdonarme una cosa, una de mis acciones más tontas e infantiles... Retrocedió, camino hacía los arbustos. Estuve a punto de preguntarle por qué se iba, pero pude entender que necesitaba intimidad para volver a ser humano. Ese tiempo tan corto, tal vez poco menos de veinte segundos, me resultó una eternidad, pero valió por completo la pena en cuanto lo vi de nuevo. No había cambiado nada, en nada a parte de que estaba más hermoso, no sólo una, sino un millón de veces más... lo contemplaba acercase con su brillante piel morena, con ese andar grácil y brusco a la vez, tan perfecto... hermosamente perfecto... Jacob, mi Jacob. Corrí a abrazarlo, incapaz de soportar esos segundos que nos separaban, y él me envolvió en un abrazo candente, uno que necesitaba hacía tanto tiempo, que mi cuerpo respondió a él estallando de mil formas diferentes. Nuestras pieles hicieron contacto, y todo lo que percibí fue felicidad, dicha, pero sobre todo amor, ese amor que no tiene justificación alguna, y no me importaba que fuera mágico, o fruto de cualquier cosa, lo importante era que lo

sentía, llenando por completo cada centímetro de mi cuerpo, alejando todas las otras sensaciones viles que se encontraba en él... Reposé mi cabeza sobre su hombro, tan amplio y fuerte como de costumbre. Me apretó más a él, su necesidad de estar cerca era tan intensa como la mía, quizás mayor, porque sabía que le había hecho falta. Había sido tan egoísta al no quedarme a su lado... Levanté la mirada, y nuestros rostros se encontraron, frente a frente. Me hundí en la profundidad oscura de sus preciosos ojos, y en ellos encontré a la Renesmee que creía perdida, la que sonreía sin motivo aparente, a la que le bastaba sólo estar con él, la que no tenía la necesidad de tener aventuras o conocer el mundo, esas cosas no le importaba. Esa faceta de mi personalidad nunca había abandonado Forks, se había quedado con él, con mi Jake. Nuestras almas se enredaron, convirtiéndose en una sola, mientras no parábamos de contemplarnos, verlo era como mirar al sol de lleno, que te encandila por completo, pero que te da esa sensación de vida tan inmensa, que cierras los ojos para disfrutarlo más, dejándote envolver por su deliciosa calidez. Era tambien ver mi destino, y saber que no existía otra persona a la que podría amar como a él... – Te amo. – Volví a decir, no me cansaría de hacerlo. – Mi pequeña... – Susurró con esos hermosos labios llenos. – Cuanto falta me has hecho, Nessie. Escuchar el sonido de su voz fue todo lo que necesité para comenzar a llorar como una tonta, como una niña. Una vez más no pude averiguar como había sido capaz de dejarlo, prácticamente abandonarlo, para vivir aventuras... Y vaya que las había tenido, completamente de sobra. Más de las que hubiera deseado. Eso me demostraba que mis caprichos no debían ser complacidos todo el tiempo, y que las consecuencias de una decisión precipitada, podrían llegar a ser desastrosas. Había tardado demasiado en aprender algo muy sencillo. Sin embargo, mi cuerpo le reclamaba a mi mente algo, una nueva exigencia. No tenía ánimos de ponerse a pensar en todas esas cosas, sólo deseaba hacer algo, una única cosa. Seguía perdida en ese mar oscuro y precioso que eran sus ojos, encandilada por su presencia. Acerqué mis labios a los suyos, con una necesidad tan urgente, como sofocante. Si no lo hacía lo antes

posible, moriría de dolor y desesperación. Nuestras bocas se encontraron en mitad de un camino que ambos recorrimos al mismo tiempo, ansiosos porque pasara lo inevitable. Sus labios llenos se fundieron a los míos, y el contacto quemaba de una forma hermosa, el calor de su cuerpo era como una llama que alimentaba mi propia pasión y consumía todo lo que fue dolor en algún momento. Comenzamos a besarnos suavemente, recorriéndonos sin prisa. Había pasado tanto tiempo desde que nos habíamos besado por última vez, que incluso el recuerdo parecía pertenecer a otra vida, una en la que todo era infinitamente más simple, lejos de todas aquellas complicaciones y ataduras que yo misma nos había impuesto. Las sensaciones en mi estomago fueron la señal más que obvia de que mi ser reaccionaba a su contacto de una forma especial... me abracé más aún a su cuerpo enorme, que me arropaba, y trasmitía por toda la extensión de mi piel esa energía tan excitante que sólo el amor puede generar. Degusté el sabor de sus labios con paciencia, tomándome todo el tiempo de mundo, ese tiempo que nos pertenecía en absoluto... no había forma de que pudiera alejarme nuevamente de él... ni por todo lo bueno y sagrado del planeta, lo haría. Había aprendido mi lección perfectamente bien. Un segundo después de todos esos pensamientos, mi cuerpo comenzó a tener reacciones que intentaban alimentar sus propias necesidades. Comencé a recorrer toda la extensión de su pecho ardiente, su cuello, sus hombros anchos, hasta que llegué a su rostro, que acuné entre mis manos con ternura, sin separar mis labios de los suyos, esa idea era incluso dolorosa, pensar en ello, romper esa conexión, me causaba un malestar generalizado... Un fuego mucho mayor se extendió por mí, como una necesidad tan básica como respirar, como lo era el agua para un pez. Necesitaba de él tanto como la arena dependía de la marea para sentirse acompañada, sentir que alguien vela por ella, para darse cuenta de que no esta sola en la playa. Deseaba que él y yo estuviéramos eternamente juntos, amándonos hasta el final de los tiempos... Disfruté ese momento de una forma inimaginable. Como un ciego que ve la luz del día por primera vez en su vida, maravillándose como nunca. No tenía palabras, sólo podía trasmitirme mi amor con acciones, a través de ese beso, de las caricias, de la mirada, viéndolo como lo que era, la criatura más perfecta que el mundo podría haber visto jamás.

Terminamos de besarnos, aunque ninguno quería detenerse, pero era necesario. – Bienvenida. – Susurró. – Nunca más te dejaré ir, aunque me lo supliques, no volveré a cometer el mismo error de nuevo. – No me dejes a mí volver a hacerlo. – Convine. – Estaremos juntos para siempre, esta vez sin pausas. – Te amo, más que a nada que pudiera existir en este mundo, Renesmee. – Declaró. – Y cada día que has estado lejos, resultó la peor de las agonías. – Perdóname... – Me disculpé con un nudo en la garganta. – Realmente no lo entendí hasta que me encontré lejos, no comprendí lo que significabas hasta que me di cuenta de que no puedo vivir sin ti. – Tomé su mano, y la enlacé a la mía. – Perdón por ser una persona inmadura, creo que eres mucho para mí, demasiado. – Yo tengo la suerte, no lo dudes nunca. – Musitó. Ninguno de los miembros de mi familia había salido a nuestro encuentro. Esa era otra muestra de que ese momento debía ser algo entre Jacob y yo. Él se dio cuenta, porque tiró suavemente de mi mano, en dirección opuesta a la casa. – Ven, caminemos. – Dijo. – Tenemos muchas cosas de las que hablar. Ya creía eso. Había muchas cosas que contar, y varias otras que confesar. Una sobre todo. – Espero que tengas muchas explicaciones para darme. – Habló con voz más seria. – Que sean buenas excusas. Me quedé en silencio un segundo. – Tal vez no sean buenas, pero debo contártelo todo de igual modo, sólo así podré estar tranquila conmigo misma. – Suena a que hay mucho más de lo que he oído. – Frunció el ceño. – Y creo que me he enterado de suficiente. – Hay más... – ¿Cómo decirle eso que me había prometido a mí misma que debía hacerlo? – Pero antes que nada, quiero que sepas que te amo, y que eso no cambió nada... – Me estas... asustando. – Eligió con cuidado sus palabras. – Sólo déjame contarte toda la historia. ¿Esta bien?

Eso no lo convenció, por el contrario, cada segundo que pasaba se mostraba más confundido. Para ese momento, todo mi cuerpo temblaba, no como antes, de felicidad, sino de pánico por lo que se me venía. Podría haber esperado un poco más, desde luego, pero algo me decía que cuanto antes, mejor. Porque si esperaba, corría con el riesgo de terminar por callar, y eso era algo que no estaba de acuerdo en hacer, Jacob merecía conocer la verdad desde el principio, y hacerlo después equivaldría a que fuera una doble traición. Me hundí en el mutismo intentando elegir mis palabras correctamente. Estaba nerviosa, y mientras caminábamos, el me observaba cada vez más perplejo. Sabía que era algo que él jamás se esperaría. ¿No nos habíamos jurado amor eterno? Sí, eso era lo que teníamos, pero el amor va agarrado de la mano con la confianza y el respeto, y yo había incumplido con esas dos cláusulas. Para cuando me decidí a hablar, ya nos encontrábamos lejos de la mansión, y eso era un alivio, porque no quería que todos sean testigos de mi nefasta declaración. Cruzamos el río saltando, adentrándonos en el bosque, y nos sentamos en una enorme roca blancuzca. Jacob ya no hacía nada para disimular su curiosidad. En un intento de aliviar un poco esa tensión, me acerqué de nuevo, y le di un nuevo beso, uno mucho más pasional, acelerado. El respondió como deseaba, con la misma intensidad. Estuvimos así unos segundos, antes de que me apartara con suavidad, y me mirada de nuevo. – Creía que necesitabas contarme algo... – Dijo. Ya está. Me dije. No puedes aplazarlo más. – Jake... yo... – Dudé. – Yo... – El pecho me pesaba de repente cientos y cientos de toneladas, pero tenía que hacerlo, debía, se lo debía... – Te engañé... besé a otro chico cuando estuve en Juneau...

XXXVII Planes. Estaba segura de que no era algo que hubiera esperado, estaba segura de que habría imaginado muchas cosas, millones. Todas, menos eso. Su rostro se transformó en algo irreconocible, algo indescifrable. No podía leerlo, como siempre había hecho. Jacob era una persona transparente, empezando por su semblante, que siempre había reflejado hasta las última de las emociones que merodeaban por su cabeza y también por su corazón, y terminando por el resto de su cuerpo, que reflejaba por completo sus incomodidades, como además las cosas que lo ponían contento y de buen humor. Ahora, no tenía una sola pista por la cual guiarme, estaba tieso como una escoba, y me contemplaba con sus ojos oscuros surcados por una emoción, que dentro de mi complejo de culpa, me pareció despecho. No esperaba compresión desde el primer segundo, aunque creo que había tenido la vaga esperaza de que, en cualquier caso, me perdonaría indiscriminadamente, pero en ese momento, sus perfectos rasgos morenos no evidenciaban eso ni por casualidad. Había hecho algo que justificaba por completo que no me perdonara, o que se tomara su tiempo para hacerlo, al final de cuentas, había cometido una falta grave, y merecía una buena reprimenda por ello, tal vez días sin verlo. Ahora que estábamos juntos de nuevo, estaba por completo segura que una nueva separación, en la que él se alejaba de mí, me dolería mucho. Sí, tal vez eso. O que me pagara con la misma moneda, no podría decir nada, pero si sabía algo, era que él jamás lo haría, no era como yo, una tonta sin límites. De cualquier modo, conociéndome, sabía que cualquiera que tocara esos labios, la pagaría muy caro, porque me encargaría de arrancarle hasta el último miembro de su cuerpo. Quería que dijera algo, que me insultara siquiera, porque esa indiferencia me estaba matando, hundiéndome en muchas posibles teorías. Ninguna favorecedora para mí, desde luego. – Di algo, por favor. – Supliqué. El silencio siempre me había gustado, y me había refugiado en él mucho tiempo, pero ese mutismo me ponía los nervios de punta.

Pestaño dos veces y desvió la mirada, cortando el contacto visual conmigo. Me asusté mucho por ese gesto, tanto que mi estomago comenzó a retorcerse con una fuerza que jamás había sentido. Contempló el paisaje del bosque unos segundos, segundos que se me hicieron eternos, malditamente eternos, porque ni una sola palabra salía de sus labios. – ¿Qué es exactamente lo que quieres que diga? – Preguntó entonces, para mi sorpresa. – No lo sé… – Contesté con la voz teñida de desesperación. – Insúltame, dime que soy una cualquiera, denígrame como quieras, pero luego júrame que me perdonas… – No puedo hacer eso… – Murmuró. El corazón se me congeló en ese segundo, y deseé haber muerto. ¿Había dicho que no podía perdonarme? De seguro mi rostro se tornó lívido, porque luego agregó: – No puedo insultarte, ni denigrarte. – Musitó. Pude respirar con tranquilidad en cuanto comprendí sus palabras. El alivio llegó tan rápido como había ingresado a mi pecho la desesperación, un segundo antes. – No sabes cuanto lo siento… – Me justifiqué. – Nunca hubiese querido lastimarte de esta forma… – ¿Por qué lo hiciste? – Preguntó mirándome de nuevo. – ¿Por qué lo besaste? Aunque tengo la fuerte corazonada que la palabra chico, en realidad quiere decir, vampiro… Era obvio que lo adivinaría, al final de cuentas, creo que me conocía lo suficiente como para saber que no andaría por la vida besando a cualquiera, como bien sabía él, mis únicos amigos en Juneau habían sido Raphael y Malenne, y eso reducía las posibilidades, ¿A quien otro a parte de mi mejor amigo podría haber besado? – ¿Me dejarás contarte toda la historia? – Pregunté. – Esa es la mejor forma en la que lo entiendas. – ¿Qué otra cosa puedo hacer, aparte de oír todo lo que tengas para decir, Renesmee? – Inquirió escogiéndose de hombros. Estaba dolido, eso era algo obvio, algo que me carcomía el pecho mucho más de lo que hubiera podido imaginar. ¿Que hubiera dado por seguir besándolo y decirle que lo amaba, convencerlo por ese medio de que realmente

no había significado algo realmente importante para mí…? Sin embargo, esos no eran los medios para hacerlo, porque habría sido utilizar su necesidad de mí y todo lo que había tenido que soportar en los últimos meses, a mi favor. Si me iba a perdonar, debía hacerlo pura y sinceramente, sin que medie otra actitud. Decidí que lo mejor era continuar con mi historia, esa que él debía saber. No estaba al corriente de si, igualmente, me exoneraría, al final de cuentas, nadie me había obligado a hacerlo, y no era tan cínica como para echarle la culpa de las cosas a Raphael, diciendo que él me había besado y que yo había sido la victima en esa situación… Algo me decía que, tarde o temprano, y a pesar de que los hermanos Blancquarts me habían dicho que me dejaban para siempre, el encuentro entre Raphael y Jacob, se materializaría en algún momento. – Yo no sé por que decidí ocultarlo todo, las cosas pasaron tan rápido… – Comencé a decir. Y allí continué, haciéndole saber todas y cada una de las situaciones que había vivido. El primer encuentro, las charlas, las historias de mis amigos, en las cuales me detuve especialmente, incluso Jake con su intolerancia a los vampiros que no sean de mi familia, debía conocer bien sus inicios. Comenté nuestra única salida nocturna, lo bien que la había pasado. Le conté acerca de Michelle, de Steven, de la tarde en la que me sorprendió con esa actitud con tan poco de hombre, de la discusión con mi amiga, del apoyo de Raphael y Malenne, del fin de semana mágico que pasé con ellos, de la fiesta a la que había asistido, de cuando me di cuenta de que el vampiro de cabello rojizo sentía algo por mí, de la desaparición de Mich, de lo que terminó pasando con Steven, del suceso en el cuarto de Raphael, en el cual casi nos besamos, pero él no lo hizo porque sabía que yo no lo amaba, y que respetaba mi relación con Jacob, de la sorpresiva llegada de mis padres, del poder de Malenne, de la discusión de Raphael y mi padre, de cómo había terminado ésta, de la huída de mi mejor amigo, de la aparición de Michelle como vampiresa, de los destrozos del aeropuerto, de mi huída, de cómo había creído que Raphael estaba muerto… Y tuve que detenerme en ese momento en particular, porque ahí estaba el punto, por eso había sido... infiel. – Yo pensé que estaba muerto, y en cuanto lo vi, me dio tanta felicidad, tanta alegría, y sólo pasó... lo besé, él no me obligó ni forzó la situación... – Confesé. – Realmente me sentí mal luego, por ti, por él. No quise en ningún momento darle falsas esperanzas, siempre supe que mi elección eras tú... – Me hubiera gustado tomarle la mano, y a través de ese gesto reforzar el significado de mis palabras, pero su

postura seguía tan tensa que opté por no hacerlo, no quería que tuviera justamente en el efecto adverso. – Si estabas tan segura, ¿Por qué lo hiciste? – Inquirió luego de que terminara de hablar. No tenía respuesta para eso, sólo podía decir que también sentía algo por Raphael, no sabía si podía llamarlo amor, era tan diferente al sentimiento que tenía con Jacob, que incluso una comparación sonaba del todo ilógica. – Simplemente creo, que también lo quiero de alguna extraña forma… – Contesté por fin. – Pero no de esa forma en la que te quiero a ti. Raphael – Apretó ligeramente los dientes al escuchar su nombre. – es un chico muy especial, Jake. – ¿Estás arrepentida de haberlo besado? – Preguntó de nuevo. Esa era exactamente la gran cuestión. No lo estaba, pero tampoco lo haría de nuevo. Como dije desde el primer momento, no lo consideraba un error, sólo un hecho aislado que no se volvería a repetir, si estaba en mis manos o en mi control evitarlo. Decir que sí era mentirme a mi misma y también a él, a Jacob. Diciendo que no, era sincera conmigo, pero lo lastimaba a él, y me arriesgaba, una vez más, a que conseguir su perdón fuera algo mucho más que ilusorio. – No lo estoy… – Dije por fin, luego de otro momento de silencio. – Pero tampoco volvería a hacerlo. Era mejor decir la verdad, siempre es mejor. Él emitió una risita extraña, como resignada. Incluso había un tenue tinte cómico en ese sonido. – Eres exactamente igual a tu madre, Renesmee… – Musitó luego. Su anterior afirmación le causaba gracia. ¿Había algo de gracioso en todo ello? Creía que no. – Por lo menos yo no estaba allí, ni tampoco soy capaz de leer la mente. – Para mi total, y completa sorpresa sonrió… Sí, sonrió. – Me fue mejor que a tu padre. Es raro vivir la misma situación desde el otro lado… Creo que ahora respeto un poco más a Edward. Entendía a la perfección a lo que se refería. Él había besado a mi madre… con mi padre a escasos cientos de metros. Al menos él, no había sido testigo de mi indiscreción. Pero eso no cambiaba el hecho, que Jacob haya sido el tercero en discordia, no justificaba que luego a él también le ocurriera lo mismo ¿No?

– ¿Me estás justificando? – Me cercioré entonces. – Porque la verdad no creo que debas hacerlo. – En cierta forma, sí, estoy haciendo eso. – Respondió. – Supongo que fue más fuerte que tú, al igual que tu madre en su momento, sentiste lástima por el chico, al que no entregabas tu corazón… Es entendible, creo. – ¿De verdad quiere verlo desde ese punto de vista? –Pregunté. – ¿Qué es lo que quieres, entonces? – Inquirió él. – ¿Quieres que monte una escena, que te insulte y que te deje? Sabes mejor que yo que no puedo hacerlo. Y al final de cuentas, es mi culpa, jamás debí dejar que te fueras, o tendría que haber ido contigo. ¿Él se estaba echando la culpa? Evité el suspiro que demostraría mi descontento con sus palabras, no serviría de nada. – Sólo quiero ser sincera contigo, y deseo que tú perdones mi falta, haré lo que sea para que lo hagas. Jamás estuvo en mis planes hacer algo así, las circunstancias se dieron de tal forma para que pasara. – Dije mirándolo a los ojos una vez más. – Quiero, a partir de ahora, ser la novia, la esposa perfecta. Pertenecerte sólo a ti, y si he de alejarme nuevamente de Forks, será contigo, siempre contigo. – Sabes que siempre querré lo mejor para ti, y que mi amor es incalculable… – Esta vez fue él el que tomó mi mano y la sostuvo entre las suyas con toda la delicadeza y ternura del mundo. – Sólo quiero tu felicidad, y si… – Dudó. – Si es con él con el que crees que serás más feliz, sabes que no me debes nada… Su rostro se ensombreció tan súbitamente, que el corazón se me contrajo de pura desdicha. – Jacob, mi amor. – Dije en un susurro, tomando su rostro entre mis manos, y obligándolo a mirarme. – ¿No has escuchado lo que acabo de decir? Es a ti a quien amo, por el que mi corazón palpita cada segundo… ¿Realmente no lo entiendes? – Quiero que estés segura de tu decisión, Nessie. – Musitó. – Yo no dudo, sabes que no puedo hacerlo, esto que siento es tan profundo, que aunque quisiera dejar de amarte no podría, no sé si es la magia, o el simple hecho de que eres la cosa más perfecta que mis ojos han visto, pero lo importante es que como te amo, quiero y siempre querré tu completa dicha.

– Jake, sólo dime que me perdonas, y seré feliz para siempre… a tu lado. – Dije en el mismo momento en el que una lágrima se escapaba de mis ojos, cayendo por mi rostro. – Me sería imposible no hacerlo, Nessie, mi amor. – Contestó. – Tengo que admitir que me molesta, porque realmente me gustaría agarrar a ese vampiro y matarlo por atreverse a tocarte, a besarte, pero también sé que eso te causaría dolor, y eso me frenaría a hacerlo. – Él no tiene la culpa, Jake… – Musité. En ese momento era feliz, había dicho que me perdonaba, o por lo menos, eso me había dado a entender. – Raphael simplemente, vio en mí cosas que no existen, y por eso… se enamoró, no lo sé. – No estoy en contra de eso, mi niña, tienes todo para que un hombre se enamore de ti, era hermosa y la persona con más belleza interior que conocí en todos estos años… En eso claro que no es culpable, creo que aunque se hubiera negado, no habría podido evitar sentir algo. Con esas palabras comprendí, lo especial que era Jacob. No es que antes no lo supiera, sino que ahora lo valoraba desde una nueva perspectiva, mucho mayor. Comprendía hasta que punto era afortunada por tenerlo en mi vida, en mi existencia. No era sólo una cuestión mágica y de azar, era algo mucho más profundo que eso, lo necesitaba para ser esa mejor persona que tanto había intentado ser. Ahora recién descubría que no había habido necesidad de partir hacía Juneau para crecer, con tan sólo estar en Forks, cerca de Jake, observándolo como el jefe y la persona noble que era, eso habría sido por completo suficiente. Me acerqué para abrazarlo, y dejarme envolver por ese calor delicioso que emanaba su cuerpo. – Te amo, Jacob. – Dije, no sabía el número de veces que ya lo había hecho, pero no me importaba. No me cansaría, podría repetirlo hasta que el mundo sucumbiera. – Realmente me alegro que estés aquí conmigo, y que seas así… tan dulce. – Yo también te amo, Renesmee, y sabes que no tengo nada que perdonarte, lo único importantes es que volviste a mi lado. – Contestó deshaciendo el abrazo y acariciando mi rostro. Nos besamos por tercera vez ese día, y en esa oportunidad, experimenté nuevas sensaciones. Cada vez que mis labios tocaban los suyos, era como si estuviera descubriendo un nuevo mundo, algo completamente grandioso e inesperado.

No podía parar de tocar su rostro, como si estuviera cerciorándome que no se esfumaría de un segundo a otro. La pasión nos venció luego de que los besos no fueran suficientes para calmar nuestra sed del otro. Nos pusimos de pie, para poder dejar libre nuestros instintos y recorrernos sin pausa, pero tomándonos el tiempo suficiente para hacerlo. Mi boca buscaba la suya con locura, atrayéndose como dos imanes, y con tanta potencia, que les eran imposible separarse una vez que hacían contacto. Acaricié sus hombros, su espalda desnuda, sus enormes brazos, su cabello negro como la tinta y suave como la seda, su perfil intachable, mientras el hacía lo mismo con mi cuerpo, que casi gritaba que se acercara hasta que no existiera su ser y el mío, sino que ambos formaran parte del uno solo. Sus labios suaves recorrían los míos de piedra, buscando un lugar en ellos. Mi cuerpo era cien veces más duro que el de él, y su fuerza no se comparaba con la mía. No podía ser tan brusca con él, por lo que cuando lo apreté más a mí, intenté no lastimarlo. No escuché ningún tipo de quejido, por lo que continué liberando toda la fogosidad que se encontraba encerrada. Mis ansias eran casi incontenibles, mi cuerpo temblaba de placer, y lo recorría una sensación muy parecida a un escalofrío, que a su paso dejaba una necesidad mayor de tenerlo conmigo para toda la eternidad. Así estuvimos un tiempo largo, degustándonos el uno al otro. Me sentía culpable todavía, me había perdonado con demasiada facilidad, pero la otra parte de mi mente, me decía que dejara de hacerme problemas por ello, al final de cuentas, era algo que sabía que iba a suceder. Jacob era mucho para mí en todos los sentidos que pudiera imaginar. Besaba su rostro, su cuello, cada centímetro de ese semblante moreno, que lograba que afloraran todas esas sensaciones que no sentía hacía tanto tiempo. Distraída en ello, no fue consciente de que el sol comenzó a deslizarse camino al oeste de un modo vertiginoso. Casi al momento del crepúsculo, pudimos volver a conversar. – ¿Y qué ha pasado aquí en todo este tiempo? – Pregunté una vez que me encontraba resguardada por sus brazos, encontrándonos ambos recostados en el suelo que utilizábamos de lecho.

– Te has perdido de muchas cosas, eso es algo seguro. – Comentó sonriendo. – Mi viejo ya está bien, Carlisle le dijo que ya podía hacer vida normal hace un par de semanas. Y también hay otra cosa, Seth se imprimó. – ¿En serio? – Pregunté sin salir de mi asombro. – ¿Pero de quien? Creí que casi no quedaban mujeres queluites de quien imprimarse. – Bueno, es que en realidad, Anne Marie no es exactamente una de nosotros. Es una makah, pero según tengo entendido, sus abuelos pertenecieron a nuestra tribu. Vino con algunos hermanos más a Forks hace unas tres semanas, – Relató. – Querían dejarle un mensaje a Sam, que como sabes, es el líder de la tribu ahora, y así pasó. Se encontraron por el camino que llevaba a First Beach y ¡Saca! Seth imprimado... – Me siento muy feliz por él... – Contesté. Seth era un muchacho muy cariñoso y bueno, merecía lo mejor. – Me gustaría conocer a la nueva chica lobo. Sonreí, y Jake lo hizo conmigo, mientras nos mirábamos a los ojos. – La conocerás pronto, esta viviendo en la casa de los Clearwarter. – Musitó. – Recuerda que el cuarto de Leah esta desocupado. – Eso me parece genial. – Convine. – ¿Cuántos años tiene? – Diecisiete años... – Contestó. – Es una chica muy inteligente, quiere terminar la escuela y empezar a estudiar en la universidad. Creo que tiene mucho futuro para eso. Nos mantuvimos unos segundos más uno en contacto con el otro. Cuando la noche ya dominaba por completo la escena del cielo, decidimos que era hora de volver a mi casa. Estar de nuevo rodeada de los pastizales húmedos y de la lluvia cristalina era algo extraño. No era malo, pero si me causaba nostalgia. Me había acostumbrado a la nieve de Juneau, a que lloviera y que las gotas fueran heladas, y no más bien templadas, como o eran en Forks. Había tomado como hábito despertar e ir a la universidad, o estar con Raphael y Malenne. Ahora que eso había quedado atrás, debía, no tenía otra opción, re acostumbrarme a mi antigua vida. No lo veía como algo malo, pero sí, de cierta forma, difícil. Tomé la mano de mi prometido, al momento en

el que comenzamos a deslizarnos por el prado oscuro que nos envolvía. Como humano, Jacob no tenía posibilidad alguna corriendo a mi lado. Sin ni siquiera usar la mitad de mi velocidad, podía superarlo sin problema. Como lobo, se ponía un poco más difícil, pero de todos modos, seguía siendo demasiado lento para mí. Llegamos a la casa, donde parecía que la conversación jamás se había detenido. Todos estaban en el mismo lugar donde creía haberlos dejado, no es que estuviera muy atenta cuando salí al encuentro de Jake. – ¿Continúan hablando de Juneau? – Pregunté a mi madre, que era la que parecía menos interesada en la charla. – Sí, tu padre y tu abuelo están hablando de la teoría de él y Raphael y todas esas cosas acerca de la ponzoña. Carlisle dice que es fascinante el razonamiento al que llegaron. – Se encogió de hombros. Luego miró a la persona que estaba a mi lado, Jacob. – Jake... – Musitó con el tono de voz poblado por la culpa. – Bella. – Saludó el secamente. Bueno, con ella sí parecía estar muy enojado. Sentí en ese momento que era injusto, ellos lo habían hecho por una buena razón. Al final de cuentas, cuando me enteré que Jacob había permanecido sano y salvo en la reserva, había suspirado aliviada. Iba a interferir, cuando mi madre me observó con su mejor cara de “ni se te ocurra decir una sola palabra” – Realmente lo siento mucho, Jacob, el que hayamos tenido que irnos así... – Se disculpó. – Se suponía que no iba a ser algo peligroso. – Se su suponía... – Repitió mi prometido. Su mano entrelazada a la mía se apretó con un poco más de fuerza. – Realmente nunca fue nuestra intención mentirte... – Dijo mi madre. – No digas eso, Bella. – La interrumpió el hombre lobo con un tomo mucho menos amigable que el anterior. – Porque fue justamente lo que hicieron. Mentir, no sólo a mí, sino a todos. Mi padre se acercó hacía su esposa, enredando sus brazos alrededor de su cintura. Miró a Jacob con evidente mal humor. No podía evitar que lo irritara, eso era algo que sabía muy bien.

– Tranquilízate, perro. – Le dijo, no de buena manera. – Será tu prometida y el objeto de tu imprimación, pero recuerda muy bien que primero es nuestra hija, y no hay forma con la que puedas discutir contra eso, ¿Está entendido? Jacob lo observó a los ojos, al mismo tiempo que lo mismo hacía mi padre. Lo que me faltaba, pensé, una pelea entre mi novio y mi progenitor. – No creo que sea momento para ponernos a discutir entre nosotros. – Musité, poniéndome en el medio de ellos. No creía que se fueran a ir a las manos, pero por las dudas, siempre es mejor poner un alto antes, que luego estar lamentándose por cosas que podrían haberse evitado con suma facilidad. – Nadie esta discutiendo. – Dijo mi padre. – Sólo estoy diciendo como son las cosas. Podrías ahorrarte el tono pedante, ¿No lo crees?, Pensé dirigiéndome claramente a él. No contestó de ningún modo, ni verbalmente, ni a través de un gesto. Jacob tampoco dijo nada, por lo que pude suspirar tranquila. Los humos no estaban para una discusión, menos en un momento como aquel, cuando habíamos vuelto a casa y todo debería ser perfecto. – Subiré a mi cuarto. – Anuncié entonces. Jacob hizo ademán de seguirme, por lo que lo tomé de la mano, antes de que mi padre pudiera comenzar a hostigarlo de nuevo. En ese momento, un cuestionamiento azotó mi mente. No sabía exactamente por qué. Mi madre había dejado de una forma muy evidente a cual quería, pero supongo que no podía ser para nada parcial con ello. Había toda una historia detrás que por más que conociera muy bien, jamás podría terminar de comprender, y era por el simple hecho de que nunca había vivido algo como lo que Jake y mi madre habían pasado. Sin embargo, algo me decía que mi padre podría llegar a ser un poco más equilibrado con respecto a ello, y ver las cosas como realmente lo eran entonces, la pregunta existencial era… ¿A cual prefería para mí? ¿A Jacob o a Raphael? – A ninguno de los dos… – Lo escuché murmurar muy bajo, con un cierto tono de comicidad en su voz. – Ninguno es digno de ti.

Todos escucharon, eso era obvio. Quizás sólo nosotros dos entendimos, me daba igual. Era gracioso que dijera que no eran dignos para mí, cuando lo cierto era que en realidad era todo lo contrario. La visión de un padre con respecto a sus hijos puede ser tan alejada de la realidad. Ellos me idealizaban, y aunque siempre había sido consciente de ello, ahora me daba cuenta de lo mucho que eso había condicionado mi forma de ser. No era su culpa, en todo caso, sino parte de la vida. Había tomado una decisión apresurada al irme de casa. No vi que había terminado de madurar sólo físicamente y que ese no era el momento para las aventuras, sino para comenzar el verdadero proceso de crecimiento, todavía faltaban muchos años para que comprendiera a la perfección lo que era ser un adulto responsable. Subimos las escaleras de caracol, y cruzamos el corredor que nos llevó directamente a la puerta de mi cuarto. El lugar estaba tal como lo recodaba, decorado con mi color favorito, con su pared de cristal, con su enorme cama. Nos recostamos los dos en ella, y nos dedicamos a mirarnos por unos segundos. No nos besamos, porque sabíamos que todos estaban abajo, y no queríamos que se armara otro escándalo. Mi padre era muy propenso a las reacciones exageradas, y no deseaba que entrara a mi cuarto. Esa sensación que me embargó al encontrarme de nuevo en aquel sitio fue muy extraña, era como si estuviera en un nuevo lugar, pero al mismo tiempo percibía la familiaridad de las cosas. En mi mente ya se había convertido en un recuerdo de una vida anterior. Sin embargo, allí estaba yo, otra vez en la vida de siempre. Me abracé fuerte a mi novio, que también hizo lo mismo conmigo. – ¿En que piensas? – Preguntó luego de unos cuantos minutos de silencio. Tenía tantas cosas en la cabeza. ¿Por cual empezar? – Pienso en… mis amigos. – Musité por fin. – Realmente los extraño… Él intentó ser compresivo. Sabía que no estaba muy a gusto con ello, pero como me amaba, lo aceptaba. – Los quieres mucho, ¿Cierto?

– Sí, no puedo creer como es que se metieron tan rápido en mi corazón. – Contesté, en voz muy baja. – Y también me cuesta aceptar el hecho de que no los veré más. Su fueron para siempre. – ¿En verdad crees eso? – Se cercioró. – Renesmee… eres inmortal, y ellos también lo son. ¿No crees que en algún momento, podrán volver a cruzarse? – Quiero creerlo. – Dije. – Pero ellos no serán encontrados si eso es lo que quieren. – No te entiendo. – Confesó. La oscuridad gobernaba en el exterior. La luna brillaba detrás de las nubes que se percibía de un tono gris violáceo. Nos acariciábamos los rostros, los brazos, el cabello. Era tan hermoso estar con él así. – Raphael y Malenne son vampiros muy poderosos, Jake. – Dije por fin. – ¿Te lo han dicho ya mis abuelos y tíos? – Algo, no todo. – Contestó. – Ella tiene el don de gobernar sobre los demás… – Conté, a lo que elrostro de mi prometido respondió con una mueca de asombro. – Puede hacer que hagas lo que desee… Obligó a Alec para que matara a Jane, imagínate lo poderosa que es. Raphael es un rastreador, por lo que puedo localizar a quien desee en cualquier parte del mundo, pero no es sólo eso lo que puede hacer, sino que también puede meterse en la cabeza de esa persona desde cualquier distancia. Y ahora esta con ellos Michelle… – Seguí. – Si Mallie la entrena como la adiestraron a ella, no dudo en que pronto sabrá proyectar su don, y no habrá nadie que pueda encontrarlos, aunque lo intente. – Ella parece ser muy importante para ti. – Comentó. – Es una chica muy especial. – Confirmé. – Ha pasado por tantas cosas, pero aún así es capaz de mantener una sonrisa en el rostro. Su vida ha estado plagada de tragedias, y aún así, se mantuvo fuerte. – Por lo que me cuentas, también parece ser un poco… malvada. – Opinó. Lo medité un segundo. – Puede ser… – Convine. – Pero no sé si esa es la palabra. Ella es así, cuando ama, lo hace con todo su corazón, y cuando odia, también. Creo que me gustaría ser un poco como ella. Siempre esta tan segura de si misma, de lo que tiene que hacer. – Me enderecé un poco en la

cama, y me apoyé sobre mis codos, para poder ver el rostro de Jake con mayor facilidad. – Estos últimos meses, no paré de cometer errores. Aquí, en Juneau, en Douglas. Todo lo que he hecho, ha perjudicado no sólo a mí, sino también a mis padres, a mi familia, a ti, a ellos, a Michelle. Realmente me gustaría retroceder el tiempo, y evitarlo, pero no puedo, y creo que de todos modos, tampoco lo haría, por más que diga lo que diga. Doy gracias por haberlos conocido, jamás me arrepentiría de ello. Quisiera ser una persona digna de confianza, segura, como ella. – ¿Y él? – Preguntó entonces. – ¿Por qué lo quieres tanto? No sabía si tenía que responder a esa pregunta. Me di cuenta de que no sólo lo hacía por curiosidad. Tal vez realmente intentaba comprender que era lo que había causado que besara otros labios que no fueran los suyos. Iba a ser una tarea difícil, porque en realidad, no es que yo tampoco tuviera mucha idea. – ¿Nunca has sentido que el mundo es un lugar muy hostil? – Pregunté, para ver si de ese modo podría contestar a su cuestionamiento. – ¿Y que a pesar de que eres una persona que no es muy fuerte, aún así, hay siempre alguien que tiene menos fortaleza que tú? – Sí, lo he hecho. – Contestó simplemente, pero no agregó nada más, ambos sabíamos que era lo que estaba pensando. – ¿Y has sentido que debes protegerlo, o por lo menos intentarlo? – Seguí preguntando. ¿Estaba lastimando a Jake al ser tan sincera? – Eso es lo que me provocaba. Él es tan… tonto. – Quise reír, pero sabía que no era el momento. – Vive pensando en el pasado. En sus errores, en que destruyó a su familia, esta convencido de eso, y la verdad, creo que me causaba mucha compasión. Es como un niño, y es un alma muy atormentada, pero a pesar de eso, es un hombre muy bueno, Jacob. – Lo había dicho, por fin. Había terminado de confesar todo, absolutamente todo. – Suena como si en verdad fuera un buen chico. – Intentó reír. No sonó nada bien. – No tenemos que hablar de esto si no quieres. – Le dije, era verdad, no era para nada necesario. – Creo que siempre es mejor conocer toda la verdad. ¿No te parece? – Murmuró. – Además, estás aquí, conmigo.

– Siempre estaré aquí, eso ya lo sabes... – Convine. Te amo, Jacob. Nunca me permitas volver a dejarte. Me acerqué un poco, no pudiéndome resistir a la atracción adictiva que eran sus labios morenos. Lo besé, a pesar de que tal vez me traería problemas, aunque lo dudaba. Agudizando el oído, pude darme cuenta de que todos ya habían abandonado la planta baja, y de seguro, se habían perdido en la intimidad de sus cuartos. Me perdí en la profundidad de ese beso, al mismo tiempo en que mi cuerpo se movía por si mismo, ignorando a mi mente, que pedía que me controlara. Mis manos buscaban su rostro, su cuello delgado, sus hombros perfectos, sus brazos enormes. Al tocarlo se producía una electricidad que recorría todo mi ser y generaba un nuevo calor dentro de mí. Me hacía desear con una necesidad inmensa que llegara el momento en el que estuviéramos juntos. Juntos... Sí, formando un solo ser, siendo dos partes de un todo. Pero la parte racional que todavía quedaba en mi cuerpo, escondida detrás de toda la pasión liberada por el resto, me reclamaba que si no era capaz de ser madura para tantos aspectos importantes de la vida, tampoco lo era para eso. Antes de implicarme en esas cosas, había muchas otras que resolver, y no hacerlo de esa forma, sólo era sumar un concepto más a mi lista de estupideces. Me detuve. Jake se extrañó de mi repentina retirada. – ¿Qué pasó? – Preguntó mirando hacía la puerta, sin duda esperando a que mi padre entrara de un momento a otro. Aunque particularmente, no creía que fuera así de impulsivo e inoportuno. – Nada, sólo es que no quiero volver a jugar con fuego. – Contesté. Vi, a través de la expresión que se formaba en su rostro que entendía a que se refería. Un sentimiento extraño inundó la profundidad de esos ojos oscuros, un sentimiento que me era fácil de reconocer, lo había visto tanto tiempo plasmado en su mirada, y lo peor era que no sólo en la de él, sino también en unos hermosos ojos dorados, que ya estaban muy lejos de mí.

La adoración. Ellos me adoraban, y yo los lastimaba. Genial. – Renesmee… – Murmuró en la oscuridad. Parecía indeciso, toda la seguridad que siempre solía emanar de él no estaba presente en esa habitación en lo absoluto. – ¿Aún quieres casarte conmigo? La pregunta me tomó por sorpresa, por lo que tardé bastante más de lo que debería en contestar. Interpretó mi silencio como una negativa, porque pude ver como ese brillo tan particular se iba debilitando lentamente. – Claro que quiero eso, mi amor. – Respondí. – Pero ahora que me he dado cuenta de que soy tan infantil en tantas cosas, creo que no sé si debería tomarlo tan a la ligera. Es decir, las niñas no se casan, no en esta parte del mundo, por lo menos. Yo soy una niña, aunque me pese decirlo. – Podemos esperar unos meses, no tiene por qué ser ahora exactamente. – Dijo suavemente. Lo medité. – Van a tener que se varios, Jake. – Musité. – Creo que lo mejor es tomarnos todo con calma. – Lo haremos, pero quiero que seas mi esposa en algún momento. Yo puedo hablar con Edward, estoy seguro que entenderá… Reí ante esa exclamación. – Sabes muy bien que no… – Dije, con la sonrisa todavía en los labios. – Si intentas hacerlo, te arrancará la cabeza. – Sólo deseo que ese momento se concrete, Renesmee. – Dudó. – Una de las facetas de madurar es comenzar a saber que es lo que quieres, y hacerlo, sin pedir permiso. – Eso ya lo he hecho, Jake. – Susurré. – Y has visto que no me ha ido nada bien. – Lo besé una vez. – Pero lo más importante, creo yo, no es hacer las cosas que quieres, sino saber cuando es el momento indicado para hacerlas. Todo pasará, ya lo verás. Y seremos marido y mujer para siempre… – ¿Qué te parecen seis meses? – Negoció.

– Poco tiempo… – Contesté. – Recién he vuelto a casa, ¿Ya quieres que me vaya otra vez? Porque no creerás que no iré de luna de miel, ¿Cierto? – ¿A dónde te gustaría que vayamos? – Preguntó, fantaseando conmigo. Pensé en la posibilidad, creando un escenario de ensueño donde podríamos pasar nuestros primeros días como un matrimonio feliz. Mi cabeza vislumbró un lugar cálido, lleno de un paisaje verde jade y un sol deslumbrante. Un lugar donde sólo estaríamos él y yo, sin tener la necesidad de separarnos a cada segundo, porque mi padre se encontraría demasiado lejos como para escucharnos. Un lugar donde podríamos amarnos de esa forma en la que los dos sabíamos que necesitábamos. No podía asegurar que estuviera lista para hacerlo. En realidad, no estaba segura de muchas cosas en esos momentos. Todo lo que había aprendido en ese lapsus, era que siempre es mejor dominar lo más que podemos los impulsos, porque a veces esta bien dejarse llevar, pero la mayor parte del tiempo, las consecuencias pueden no ser muy fáciles de afrontar. – Quiero ir a un lugar muy diferente a Forks… – Respondí por fin a su anterior cuestionamiento. – Me gustaría un lugar que sea exactamente lo contrario… con calor, con un cielo azul profundo, donde brille el sol constantemente. – Sonreí. – Nosotros no necesitamos escondernos de él… – Podemos ir a cualquier lugar que se te ocurra, no me importa en realidad que lloviera todo el día, siempre y cuanto este contigo. – Verás que eso pasará pronto. – Contesté. La idea se me hacía cada vez más deliciosa, tenerlo a él, sólo para mí, sin que nadie más interfiriera en nuestra relación. Era una idea demasiado tentadora, pero igualmente, debía darme el tiempo suficiente para que se materializara… – Te amaré por siempre, Renesmee. – Declaró, al mismo tiempo en el que mi corazón se hinchaba de pura felicidad. – Por cada segundo que dure mi vida, y más allá, también. – Eres tan dulce... – Me acerqué una vez más para besarlo. – En serio, Renesmee... – Musitó luego, poniéndose serio. – Realmente me gustaría que fueras mi esposa. No es sólo un capricho... Es que veo tanto amor a mí alrededor, con los muchachos, con tu familia,

quiero formar parte de eso, también. – Dudó un segundo. – Quiero que estés a mi lado como mi igual, y que formes parte de mi familia... – Ya formo parte de tu familia... – Dije. – O por lo menos eso es lo que creía. – Sabes muy bien que es así. – Convino. – Pero mi mayor deseo es verte avanzar hacía mi, vestida de blanco. Quiero que ese momento sea pronto. Tomó mi mano en la oscuridad, y acarició mi dedo corazón, en el que estaba colocado el anillo que me había dado unos meses atrás. – No quiero presionarte. – Susurró entonces. – Perdóname si parezco muy insistente. – No te preocupes. – Le contesté. – Soy consciente de lo que quieres, y también es algo que yo deseo. No pasará mucho tiempo, lo prometo. – ¿Qué sería de mi vida sin ti, Renesmee? – Preguntó retóricamente. – Lo mismo que la mía sin ti, Jake. – Contesté a pesar de todo. – Algo vacío. – Deberías dormir algo. – Dijo luego de un tiempo que no podría definir. Nos habíamos dedicado de lleno a besarnos y acariciarnos. – Ya es muy tarde, y no quiero que te desveles por mi culpa. Reí por lo bajo. – No soy una humana, mi amor. – Respondí. – He dormido últimamente, no necesito hacerlo todas las noches. ¿Tú tienes sueño? – Consulté luego. – En realidad, no. – Contestó. – Sólo quiero estar contigo toda la noche. Era un ser tan perfecto. Decir que lo amaba era insultar lo que sentía por él. El sentimiento era demasiado profundo. No podía creer como había llegado al punto de irme, sabiendo que todo estaba allí, en mi corazón. Me abracé a Jake con una nueva necesidad. Deseaba que su cuerpo me envolviera, sólo eso. Sentir su presencia y su dulce aroma a madera, que era como un embriagador perfume para mí… La noche continuó avanzado, mientras mi mente divagaba en la oscuridad. El algún momento, Jacob sucumbió al sueño, era tan

hermoso viéndolo dormir, cuando su rostro se relajaba por completo, y toda la tensión desaparecía, transformando su semblante en el de un niño. Acaricié su frente y sus mejillas por un largo rato, imaginando lo hermoso que sería tener en mis manos un bebé perfecto como él… Que ilógico que parecía la idea. Nunca había deseado ser madre, y no es que ahora se hubiese transformado en una necesidad, pero el supuesto me causaba ternura. Sin embargo, no me imaginaba para nada en ese papel, sobre todo teniendo en cuenta que, hasta donde sabía, no podía tener hijos. Tal vez, luego de todo lo que había pasado con la ponzoña y las demás cosas, no sonaba como algo tan inverosímil. La noche terminó, y el día me encontró risueña, expectante. Jacob no despertó cuando la luz del sol, atenuada por el manto de nubes que coronaban el cielo, se proyectó de lleno por la pared de cristal de mi cuarto. Delicadamente, me levanté de la cama, teniendo cuidado para no despertarlo. Era bastante temprano, pero como siempre, la actividad nunca cesaba en esa casa. Antes de bajar hacía la estancia, me tomé el tiempo de arreglar mi presencia. Tomé asiento en el tocador, recordando la última vez que me había reflejado en ese espejo. Nada había cambiado, por lo menos aparentemente. Mi rostro seguía exactamente igual que el septiembre pasado. Hice cuentas mentales, t me di cuenta de que faltaba una semana exacta para navidad. Era extraño el poco tiempo que había estado en Juneau, comparado con todo lo que había vivido. La ecuación me daba un resultado por completo insólito y desproporcionado. Me centré de nuevo en la Renesmee que me observaba desde el espejo, preguntándome si toda la experiencia le había servido de algo… ¿Madurarías por fin, Renesmee? Eso era lo que deseaba, lo que anhelaba con todas mis fuerzas. Tal vez, luego de todo esto, de vivir esas emociones tan fuertes, de pasar por ese peligro, de perder a mis mejores y únicos amigos, podría llegar a hacerlo. Darme cuenta del precio que tenía que pagar para hacerlo me hizo sentir un cansancio existencial, demasiado poderoso, por completo diferente a uno común y corriente. Lo cierto es que percibía el cambio en mis actitudes, desde luego, dejar a la niña atrás no iba a ser tan fácil como se me había ocurrido en el pasado. Era un proceso lento, que desencadenaría en la transformación de pequeña a mujer.

Tenía planes para la eternidad, uno era vivir feliz con mi Jacob, otro era también serlo en compañía de mis padres, de mis tíos, y de todas esas personas a las que tanto amaba. Y tenía otro, uno mucho más ambicioso. No lo llevaría a cabo en un corto plazo, iba a tener la paciencia que no había podido tener hasta ahora. Me mostraría por completo resuelta en ese menester, no me importaba que pasaran años, siglos, o todo el tiempo que tendría que correr. Viviría mi vida, y esperaría todo lo que tuviera que esperar, pero estaba segura de que el destino me daría las de ganar, porque llegado el momento, volvería a toparme en sus caminos… Malenne y Raphael Blancquarts, volverían a formar parte de mi vida…

XXXVIII Preparativos. Todo pasó con tanta rapidez, que nunca habría podido decir que ese lapso de tiempo, y todos los acontecimientos, se sucedieron en un poco más de un año. Un año en el que mi vida había dado tantos giros inesperados, que incluso llegué a creer que ya no era mi existencia la que estaba percibiendo, sino la de otra persona, muy diferente a mí. También, habían pasado más de doce meses desde que volvimos a Forks, luego de que todo eso que pasó en Juneau haya marcado mi forma de ser de una forma por completo profunda, dejando atrás muchas cosas, entre ellas, lo infantilismos. Intentaba no pensar a menudo en todas esas cosas que habían ayudado a forjar mi personalidad, al final de cuentas, era doloroso tenerlo presente, a eso, y a todo lo que algún día pensé que podía convertirse en realidad. Los días pasaban, repletos de mucho amor, de felicidad, sí, pero también con un tinte amargo que nunca podía descifrar hasta último momento, cuando me daba cuenta de que la respuesta había estado siempre presente en mi mente, pero tal vez, de un modo inconsciente, había estado reprimiendo. Ya no podía nombrarlos, ni siquiera en mi fuero interno. Decir sus nombres, habría abierto una especie de hueco en mi pecho, como si se tratara de un vacío muy grande. Todavía pensaba en que algún día los volvería a ver, pero todo a mí alrededor había cambiado con una rapidez rayana en la locura, y no había tenido ni siquiera tiempo en refinar mis planes. No había podido idear una forma en la que ese supuesto se volviera realidad. De todos modos, nunca pensé que sería un futuro cercano, ese razonamiento era muy idealista. Podrían pasar, quizás, cientos de años antes de que... debía decir sus nombres, esa era la única forma de poder luchar contra la tristeza... Antes de que pudiera ver otra vez a Raphael y a Malenne. En cualquier caso, no había gozado del tiempo suficiente para poder siquiera recordar esos tiempos, en los que había vivido tantas experiencias nuevas.

La llegada a Forks había traído consigo la puesta en marcha de viejos planes, anteriores a mi viaje a Alaska. Debía admitir que dejar el pueblo en el que nací no había sido nada fácil. El cambio era para bien, para nuestra seguridad, y sobre todo, para mayor tranquilidad. Los Cullen debíamos marcharnos de esa parte de la Península de Olympe para resguardarnos del secreto que escondíamos. No importaba que ninguno de nosotros tuviera la mínima vida social en Forks, las habladurías empezarían antes de que nos diéramos cuenta, y eso era algo que todos nos queríamos ahorrar. El día de la partida desperté triste, no sólo por lo obvio, sino también porque percibía muchas otras emociones fuertes. El desarraigo, la nostalgia, la soledad, el vacío… Sabía que en realidad los gratos recuerdos no procedían del lugar, sino de las personas con las que había compartido esos momentos, pero no importaba la causa o los motivos, simplemente no deseaba irme. Incluso aunque toda mi familia me acompañara, y pudiéramos, siempre juntos, forjar nuevas vivencias. Los muebles y todas esas cosas quedarían en la casa, mi abuela y mi tía Alice ya había ordenado que alguien los viniera a buscar unos días después, para que sean donados a la caridad. Nadie tenía que vernos partir, al final de cuentas, el hecho era que no haya persona que se diera cuenta que ninguno de ellos envejeció en todos esos años. Parecía inverosímil que ellos hayan pasado más de diez años en un solo lugar. Todos estábamos triste, no sólo yo. Forks nos había dado tantos buenos momentos, que dejarlo a nuestras espaldas era algo que nadie quería hacer. – Debemos irnos. – Anunció mi madre cerca del medio día. Estaba en lo que todavía era mi cuarto, donde todo ya se encontraba archivado en sus respectivas cajas, listo para ser transportado en cualquier momento. – ¿En verdad es tan fácil para ti como lo estas demostrando? – Pregunté mirando por la pared de cristal, por la que vislumbré a Emmett y a Rosalie cargando las pocas cosas que llevábamos en los autos. Había estado meses diciendo que en realidad no era nada, sólo parte del cambio inevitable que sufren las personas a lo largo del tiempo.

– Sabes que no... – Respondió entonces. – Pero no puedo hacer nada. Esto es algo con lo que tenemos que aprender a convivir, para siempre. – Podríamos al menos haber comprando una casa en Denali, así estaríamos cerca de Tanya y Kate. – Musité. – Tal vez lo hagamos, más adelante. – Convino conmigo. – Recuerda que tu padre y tus tíos vivieron allí antes de venir a Forks, todavía no han pasado los años suficientes. – Me explicó. – Sí, creo que es lo mejor. – Confesé. – ¿No extrañarás al abuelo? – Pregunté luego de un momento de silencio. Sus ojos se enturbiaron. – Claro que lo haré... – Dijo con la voz melancólica. – Pero esto también es parte del proceso. Lo he aplazado casi diez años, es tiempo de que Charlie aprenda a vivir sin mi. Mi mente fue azotada por el recuerdo del pasado. La primera vez en la que había visto a mi abuelo, luego de volver de Juneau. Me había abrazado muy fuerte, y confesado lo mucho que me había echado de menos. Que maravilloso ser que era ese hombre. – ¿Dejarás que nos visite de vez en cuando? – Consulté. – Creo que es justo. – Sí, al principio, creo que será lo mejor, para que no sea tan brusco para él. Luego iremos disminuyendo las llamadas, las visitas... y finalmente, no podremos verlo nunca más... Su voz se quebró, y me acerqué para abrazarla. La cubrí por completo, porque era bastante más baja que yo. – Esta es la parte mala de vivir para siempre. – Musité. – Siempre perderás a alguien, no importa cuanto intentes no hacerlo. – Exactamente... – Convino conmigo. – Ahora vamos, no creo que resista estar un segundo más estar en esta casa. Nos habíamos despedido del abuelo la noche anterior, en medio de una cena en la que ninguno de los cuatro había probado bocado, mis padres porque no podían, y Charlie y yo porque teníamos el estomago cerrado por los acontecimientos. – Se cuidarán bien, ¿Cierto? – Había preguntado él.

– Claro que sí, papá. – Respondió mi madre. – ¿Por qué no íbamos a hacerlo? – Sólo tengo el presentimiento de que no sabré de ustedes por mucho tiempo. – Contestó él sin vueltas, mientras miraba y jugaba con el bocado de carne asada que tenía clavado en su tenedor. Nos observamos los tres, queriendo entender como demonios percibía eso, que de todos modos, era la maldita realidad, y que en efecto, seguramente no sería mucho tiempo, sino para siempre… – Eso es una tontería, Charlie. – Contestó mi madre. Papá no hablaba mucho con él, en realidad, creo que mi abuelo nunca había llegado a perdonarlo del todo por su ausencia en el pasado, y por todo lo que mi madre había sufrido. Mi abuelo humano desconocía que su yerno había sufrido las mismas cantidades de dolor. – Mañana llamaremos ni bien lleguemos a la nueva casa, y en cuanto tengamos todo organizado, te llamaremos para que nos visites. Charlie no contestó, pero quedó muy en claro que no tenía la mínima fe en que esa afirmación se concretara. Mi padre me había puesto al corriente acerca de las cosas que había escuchado en la mente de su suegro antes de que partieran desesperados a Juneau para encontrarme, y eso hacía que cada día que pasara, mi abuelo se mostrara más y más escéptico. Tampoco había vuelto a despejar sus dudas conmigo, y mucho menos hecho preguntas en voz alta. De cualquier modo, no había mucho que podamos hacer por él, si lo enfrentábamos, sólo quedaba decirle la verdad, y si no lo hacíamos, era simplemente dejar que sacara sus propias conclusiones, las cuales no estaban lejos de la realidad, según tenía entendido, entonces. ¿Qué era lo mejor? Bajamos las escaleras y arribamos a la estancia, donde mi padre nos esperaba. Nos abrazó fuerte a ambas, como si fuéramos las cosas más preciadas que tenía. Ahora sabía que exactamente eso significábamos para él. – Todo esta preparado en Hoquiam. – Anunció. – La casa esta lista y Carlisle ya ha conseguido un trabajo en el hospital. – ¿Entraremos en el instituto? – Pregunté – No lo creo. – Respondió mi madre. – Las clases ya están por terminar, y no tiene mucho sentido. Tal vez el próximo año.

Salimos juntos al patio, antes de contemplar mi hogar por última vez. Jacob me esperaba en el frente. Me adelanté, para sentir su contacto lo antes posible. – No te preocupes, mi amor. – Me dijo antes de abrazarme. – Estarás muy cerca, realmente la hemos sacado muy barata. – Sí, sé que tienes razón, pero igualmente es inevitable que me sienta así. – Musité. – Para mí es exactamente igual correr quince kilómetros o ciento cincuenta, lo importante es verte, sólo tardaré un poco más… Moví mi rostro hacía un lado, posicionando mi nariz cerca de su cuello, aspiré con fuerza, inundo mis sentidos con su perfume. – No sólo es la distancia, es el hecho de que no podré estar por completo tranquila por tu seguridad… – Dije. Él rió, como si hubiese dicho un chiste. – Ya te dije que no debes preocuparte por ello. – Se encogió de hombros. – Además sabes muy bien que me reuniré con ustedes en unos meses. Eso era lo que lograba atenuar todo un poco. Mi padre había prohibido que Jacob viviera bajo el mismo techo conmigo sin que nos casemos antes, lo cual, había provocado uno de mis últimos ataques de histeria. Él sabía muy bien por qué no quería casarme todavía, y aunque había preferido pensar que era más que nada por el hecho de que había sido criado en una sociedad donde la vida conyugal fuera del matrimonio era considerada como algo muy malo, no podía evitar tener el presentimiento de haber sido muy ilusa y que él simplemente se estaba aprovechando de eso para evitar que Jake y yo conviviéramos bajo el mismo techo. De cualquier modo, no estaba dispuesta a ceder con ninguno de los dos… No me casaría apresuradamente por un motivo trivial, ni dejaría que mi padre se saliera con la suya. Todavía no había una fecha definitiva para el casamiento, pero sí había sido planeado para mediados de junio, unos meses antes de que cumpliera nueve años, lo cual daba como resultado que Jake tendría que recorrer todo el trayecto de La Push a Hoquiam por varios meses todavía si deseaba verme.

Maldito vampiro bipolar… Abandonar Forks fue mucho más duro que cualquier otra cosa que habría podido hacer jamás. Sólo una vivencia la superaba en comparación, pero la diferencia en ella era que me habían abandonado, yo no dejaba a nadie en esa ocasión. El viaje no era muy largo, sólo dos horas siguiendo la carretera, que teniendo en cuenta la velocidad con la que manejaba mi padre, se transformaron en poco más de cuarenta y cinco minutos. El lugar no era muy lejos de nuestra antigua morada, pero sí lo suficiente como para que nadie sospechara. La nueva casa no estaba cerca del centro del pueblo, y como por ahora no nos inscribiríamos en la escuela, tampoco importaba mucho. – Les gustará la nueva casa… – Comentó mi padre. Nos hablaba a ambas, que viajábamos con él en el auto. De seguro lo estaba haciendo para animarnos. Al final de cuentas, él ya había hecho esto muchas veces. Nosotras no, y de seguro por eso nuestros semblantes estaban marcados por la tristeza. Ninguna contestó, ni mi madre en el asiento de adelante, ni yo sentada en la parte de atrás. – No se desanimen, por favor. – Dijo entonces al percatarse, no sólo por nuestras muecas contrariadas, sino también por mis pensamientos, que no estábamos de animo. – Sé que es duro, pero con el tiempo se darán cuenta de que es lo mejor. – Siempre lo he sabido, Edward. – Contestó mi madre. – Sólo que, es la primera vez que debo hacerlo, y no puedo evitar sentirme así. – Pasará, como todo, mi amor. – Respondió él. – Me duele verlas así. – Nunca ha sido nuestra intención lastimarte, papá. – Musité desde mi ubicación. – No he querido decir eso, Nessie. – Giró la cabeza hacia atrás, para mirarme. – Sólo piensa en que al menos Jacob estará muy cerca. Sonreí. Bueno, eso era realmente lo único bueno de toda esta situación. No es que eso a él en particular lo pusiera muy contento, sobre todo teniendo en cuenta sus comportamientos con respecto a nuestra nueva vivienda y la imposibilidad de Jake de vivir en ella, pero agradecí el gesto, estaba intentando animarme.

– Supongo que, de todos modos, me prestarás tu auto para que vaya a visitarlo a La Push de vez en cuando. – Dije con un tono mitad sarcasmo, mitad petición. Aún no me habían comprado un coche nuevo, a pesar del tiempo transcurrido desde que había dejado el Porche abandonado y a su suerte en Alaska. – Lo pensaré detenidamente, prometo ser lo más imparcial que pueda. – Declaró con una sonrisa maliciosa. Evité el suspiro, aunque no tenía sentido, leyéndome como estaba haciendo el pensamiento. Llegar y ver la nueva casa logró animarme un poco. Estaba situada, como era de costumbre entre nosotros, en un prado enorme. Era bastante complicado acceder al camino que conducía a la morada en sí, porque el sendero no estaba, tampoco, pavimentado, sino que era por completo de tierra. Por suerte, aunque Hoquiam no era tan lluvioso como Forks, sí tenía la cantidad suficientes de días con cielo cubierto. – Vivíamos en esta casa hace ochenta años. – Anunció mi padre nuevamente cuando ya la construcción era del todo visible. – Alice y Jasper todavía no estaban con nosotros, por lo que era bastante más pequeña en ese momento. Esme ha tenido que agregarle varios metros cuadrados para que todos pudiéramos estar cómodos esta vez. De seguro estaremos cómodos… Pensé. La casa era inmensa. Bastante más que la de Forks. Desde afuera se contemplaban tres plantas, decoradas con el tradicional toque de mi abuela, en un claro color marfil. La fachada era hermosa, y apuntaba hacía el noroeste. Las ventanas eran rectángulos grandes que se elevaban hacía el cielo, y supuse que todas las paredes que apuntaban al sudeste serían las que había mandado a reemplazar por planchas de vidrio. Ese era otro de sus sellos distintivos. La puerta principal era de doble abertura, precedida por un porche amplio y despejado, decorado con enormes macetones que tenían plantados pequeños pinos aromatizantes. Podía sentir la esencia desde allí, a pesar de que todavía no me había bajado del auto.

Todos llegamos casi al mismo tiempo, porque ninguno había bajado la velocidad a menos de ciento ochenta kilómetros. Descendimos, dejando, al menos por unos momentos, todos los autos en el prado. No llovía, aunque sí el cielo estaba por completo cubierto con una gran capa espesa de nubes, de un color gris perla. – ¿No es preciosa? – Preguntó mi abuelo Carlisle. “Preciosa” era quedarse corto, y simplemente habíamos visto el frente. No quería imaginar todo lo que nos esperaba al ingresar. – Abajo sólo esta la estancia, la cocina y la sala de conferencias. – Musitó mi abuela. Quise reír ante el nombre alternativo que en cualquier casa normal sería llamado “comedor”. No esperamos más, los nueve comenzamos a dirigirnos hacía la puerta, subiendo los dos escalones que nos conducían a porche. Mi abuela se adelantó un poco, y giró el picaporte para que ambas puertas se abrieran de par en par. La primera habitación era la estancia. Era un lugar enorme, que ocupaba la mayor cantidad del espacio de la planta baja. El piso era, como no, de madera de un tono claro, haciendo juego con las paredes que estaban pintadas de un hermoso como rosa crema. El mobiliario, en su mayoría estantes rebozando libros y pequeñas mesas que soportaban el peso de jarrones repletos de flores silvestres, era de madera, de varios tonos más oscuros, de un estilo sobrio. Había varios sofás, tapizados de cuero blanco inmaculado y también un enorme aparato de televisión, que apostaba, era lo más tecnológico que había en ese momento en el mercado. – ¿Qué les parece? – Preguntó la responsable del proyecto. Hubo un torrente de aprobaciones, a todos nos encantaba. Continuar el recorrido resultó ser una fuente de ánimo. La casa era hermosa por donde se la viera, desde el garaje, que albergaba sin problemas cerca de diez autos, o la sala de conferencias, que tenía una mesa hermosa rectangular y de madera negra lustrada donde entrábamos los nueve sin problema, incluso Jacob, con su enorme tamaño, podía hacerse un lugar allí. Eso me animó, al menos alguien en esa casa lo tomaba en cuenta, sacándonos a mi madre y a mí, claro. Hubo, sin embargo, varios detalles que me traían recuerdos del pasado. La escalera hacía los pisos superiores no estaba en el medio

de la estancia, como sí se encontraba en nuestra antigua casa, sino al final, debiendo cruzar toda la extensión del ambiente. Al subir hacía la segunda planta, también me extrañó el hecho de la disposición del corredor. Mi habitación estaba en ese piso, y era la última puerta del pasillo, precedida, sí, claro, por dos puertas anteriores. No sabía quien había formado parte de ello. Porque no era tonta, y había muchos otros detalles que emulaban la mansión de Raphael y Malenne. No me enojaba, ni me sentía mal por ello. Suponía, y sabía que estaba en lo cierto, que la persona que se había encargado porque todas esas similitudes se dieran, lo había hecho con buenas intenciones. Sin embargo, yo no estaba lista para poder traer de nuevo a colación esas vivencias. Ya había entendido por qué lo habían hecho, incluso había intentado justificarlos. No guardaba rencores por esos comportamientos, y mucho menos enfado. Había aceptado todas mis responsabilidades en esa precipitada decisión por parte de ellos, pero aún así, eso no significaba que lo hubiese superado. Cuando nos separamos, y ellos fueron en parejas a ver sus propias habitaciones, transité el trayecto que me llevaría a la mía. No quería ni tratar de adivinar lo que me encontraría al cruzar la puerta. Sabía que si me encontraba con una replica exacta de la que había tenido en Douglas, me agarraría un ataque. Pero no fue con eso con lo que me encontré. La habitación era muy bonita, pero no estaba decorada con mi color preferido. Ningún color predominaba en particular, porque había varios tonos que se complementaban el uno al otro. Las paredes eran blancas, el piso era de madera oscura, y los muebles también, la cama, con dosel, tenía cortinas y, vaya sorpresa, eran verdes oscuras. Había un escritorio de color crema y también otros accesorios que hacían recordar a la habitación de Malenne. Supe en ese momento quien estaba detrás de todo aquello, pero antes de que pudiera hacer o decir algo más, la culpable habló a mis espaldas. – ¿Te gusta? – Preguntó mi tía Alice. – No lo sé… – Respondí con sinceridad. – Son muchas las cosas que recuerdo al ver todo esto.

– Ellos piensan en ti todo el tiempo, Renesmee… – Musitó. – Yo también… – Luego rectifiqué. – Al menos solía hacerlo. – Desvié la mirada. – Tú sabes muy bien cuales fueron las palabras de Malenne… – Susurré. – Las ordenes, en realidad. Dijo “no volverás a vernos jamás”¿Qué puedo hacer con eso? Tú ves su futuro, y sé que no estoy en él… no me sirve de nada tenerlos en mi presente… Levanté las manos, abarcando con el gesto toda la habitación y todos esos detalles que me hacían recordarlos con dolorosa precisión. – Veo muchas cosas todo el tiempo, Renesmee. – Dijo ella. – No puedo afirmarte que no esta en sus planes reunirse contigo. – ¿Y que es exactamente lo que quiere decir eso? – Quise saber. – ¿Qué harás? Me dirás, “Nessie, Raphael y Malenne están en camino” luego cambiarán de opinión, y tú lo verás, y también serás la que tenga que decirme que al final no aparecerán… – Sus pequeños ojos de sirena perdieron el encanto que siempre tenían. – No estoy enojada contigo tía, ni por esta habitación, ni por nada. Sólo quiero pedirte un favor… – Lo que sea… – Convino. – Tal vez algún día vuelva a verlos, realmente eso es lo que deseo… – Comencé. – Pero por ahora, no quiero nada que me los recuerde, ni tampoco quiero saber nada sobre su futuro, a menos que sea algo por completo grave, cuestión de vida o muerte. Sino, todo atisbo que tengas de sus vidas, por favor, no lo compartas conmigo… – De acuerdo… – Aceptó, pero su tono de voz evidenciaba que estaba por completo en desacuerdo con mi petición. – Me gustaría explicarte el porqué, pero sé que te resultará tonto, al igual que a los demás. – Dije. – Hace tiempo que nos dimos cuenta que has madurado muchísimo, Renesmee. – Me contradijo ella. – Si tienes una razón, de seguro es aceptable. – Gracias por el cumplido. – Musité. – Sólo se debe al hecho de que quiero… – Debía encontrar las palabras justas para decirlo. – quiero iniciar una nueva etapa en mi vida. No quiero olvidarlos, – Aclaré por las dudas. – Pero quiero enfocarme en ser feliz con ustedes y Jacob… Habrá tiempo para todo lo demás, y sé…, o tal vez simplemente quiero creer, que ellos volverán a formar parte de mi camino, llegado el momento.

– No te preocupes, Renesmee. – Contestó, acercándose un poco y tomando mi mano. – Verás que eso pasará. – No quiero saberlo… – Dije poniendo el índice de mi mano libre en sus labios pétreos. Mostró que se rendía a través de la mirada. – ¿Te dije alguna vez que eres mi sobrina preferida? – Preguntó sonriendo. – Soy la única que tienes… – Respondí entre risas. Saltó tan grácil como siempre, y besó mi frente con aire maternal. – Relájate, Renesmee. – Anunció. – Pronto todo se volverá tal cual lo deseas. Veo que tu casamiento esta muy concreto en el futuro. – Faltan varios meses para eso… – Musité. – Es bueno saber que no hay dudas con respecto a él. – ¿Aún estas empeñada en organizarlo todo tu sola? – Hizo un puchero que partía el alma. – ¿No me dejarás que te ayude ni un poquito? – Remató con una mirada de cachorro regañado. – Sabes muy bien que yo no soy como mi madre… – Contesté simplemente. – Por lo menos no en ese sentido. Transformó sus ojos en dos pequeñas rendijas, claramente ofendida, aunque luego volvió a la carga, transformando la mueca en un gesto amigable. – El casamiento de Bella fue excelente. – Contestó como respuesta a mi anterior afirmación. – Lo hice todo yo sola. ¿No te gustaría un casamiento igual de genial? – Claro que sí. – Convine. – Pero quiero que todo este a mi cargo. – Sentí su desilusión. – Pero prometo que en caso de que se escape de mis manos, serás la primera a la que pida ayuda. Eso logró animarla un poco, aunque debería haber sabido que iba a procurar que todo estuviera dentro de mis posibilidades. Abandonó mi nuevo cuarto, dejándome sola en él. Era un lugar muy bonito, eso tenía que aceptarlo, por lo que no cambié nada de la decoración. Quizás era mejor aprender a convivir con ese sentimiento en vez de estar todo el tiempo luchando contra él. Tal vez, se rendiría y se iría solo, haciendo que todo volviera a la normalidad, no lo sabía.

El tiempo comenzó a pasar, y ese año se fue de mis manos como si se tratara de agua escurriéndose de mis dedos. Las vivencias fueron buenas, y todo tomó un rumbo perfecto, por decirlo de algún modo. Hoquian era un bello lugar para vivir, tranquilo y sobre todo familiar, no me sentía una intrusa. No había forma en la que pudiera agradecer más que se encontrara tan cerca de Forks, porque Jacob me visitaba todos los días, y juntos recorríamos ese nuevo sitio, que era del todo nuevo para mí, mas no para él, que conocía toda la extensión de la península. – ¿Cómo estas? – Había preguntado una de esas tantas tardes en las que estábamos recostados en un claro en el bosque, no llovía, y el cielo estaba casi despejado, dejando que el sol asomara por leves momentos a través de la gruesa capa de nubes, no necesitaba esconderme de él, y so lo hacía interesante. Ni mis padres ni el resto de mi familia podía salir al descubierto, lo cual me daba la perfecta oportunidad para poder pasear con Jacob sin tener que lidiar con la sensación de que me estaban siguiendo, algo que parecía absurdo, pues de todos modos me daría cuenta en el acto. No había captado la cuestión oculta detrás de las palabras, por lo que tuve que preguntar a que se refería exactamente. – ¿Cómo estoy de que forma? – Inquirí. – Con todo... – Musitó. – Ha sido un gran cambio para ti, y no sé, tal vez es una idea mía, pero has cambiado mucho desde que regresaste de Alaska. – Puede ser... – Era cierto, percibía el cambio en mi persona, pero trataba de verlo como algo que simplemente pasa. Parte de crecer, lo llamaba. – Sí, es cierto, es diferente estar aquí... – Respondí. – Pero creo que es para mejor. ¿Cómo están todos en la reserva? – Muy bien. – Afirmó. – Todavía no pueden creer que nos casaremos en tres meses. Rió. Me hizo sentir muy contenta lo mucho que lo hacía feliz ese acontecimiento. A mi también lo hacía, después de todo, era algo que deseaba tanto como él, una necesidad que nacía desde lo profundo de mi corazón. – Nuestra nueva casa es ideal para la boda. Es grande, y la estancia es perfecta para la ceremonia. Será como en el casamiento de mi madre,

sólo que esta vez yo me ocuparé de todo. – Dije. – Ya estuve pensando en como decorar las cosas y en la lista de invitados. – Eso último era muy sencillo, partiendo de la base de que en realidad, no tenía muchas personas a quien invitar... – Será una boda perfecta. Ambos reímos. Escuchar el sonido de mi risa y de la suya entremezcladas era algo tan mágico... Cuanto lo amaba. – Sólo es importante el hecho de que nos casemos... – Contestó él. – Para mí es suficiente que estemos tú y yo. – Bueno, en realidad tiene que haber un poco más de personas... – Comenté entre risas. – Para empezar tu padre, y los míos, y mis tíos no me perdonarían si los dejo fuera de esto. – Me parece bien. – Convino. – Creo que lo mejor es que este la mayor cantidad de gente, todos deben ser testigos de nuestro casamiento. – Lo serán... – Contesté. No pude evitar pensar en ese momento en lo mucho que me gustaría que Malenne fuera mi dama de honor. Ella, con su alegría tan propia de su ser, y su belleza, habría sido la opción perfecta, pero que estuviera mi mejor amiga, equivaldría que también debía estarlo Raphael, y eso era algo que hubiese querido evitarle. Deseché el pensamiento tan rápido como vino a mi cabeza. Era imposible, sencillamente imposible que estuvieran aquí, primero porque estaba segura de que no tenían idea de que me casaba, y segundo, porque tampoco tenía la mínima noción de donde se encontraban... Había evitado con todo mí ser pensar en ello. Al final de cuentas, ya había transcurrido un largo año desde que ellos se habían ido. Quería creer que estaban bien, pero la incertidumbre también era un condimento que alimentaba mi desesperanza. Sin embargo, había prohibido a mi tía Alice decirme algo sobre ellos, a menos que sea realmente importante, y como la conocía tan bien, sabía que ella velaba por el futuro de mis mejores amigos, por lo que si hubiese querido saber exactamente, podría preguntarle, y habría tenido respuestas concretas. – ¿Quién nos casará? – Quiso saber Jacob. – He hablando con un ministro del pueblo. Ya sabes… – Aclaré. – Aquí nadie me conoce, así que he bajado varias veces a conocer el lugar. Mi primer recorrido había sido, sin duda, mucho más incomodo que aquella primera vez que ingresé a la Universidad. Era una localidad

pequeña, por lo tanto, la gente se conocía casi por completo, lo cual, había sido perfecto para que en cuento me vieran, todos se quedaran observando como tontos, y comenzaran a comentar con la primer persona que se cruzara en su camino. Sólo había caminado un poco por la calle principal, la cual en ese momento de la tarde, estaba bastante concurrida. No había sido una buena idea, porque todo el camino que me condujo hacia el templo, lo había transitado envuelta por un sin fin de miradas. No fue diferente la expresión del párroco al verme. Sus pupilas se dilataron tanto, que el color avellana de sus ojos desapareció. – ¿En que puedo ayudarla, hija mía? – Había preguntado una vez recuperado del estado de shock. – Necesito celebrar una boda, padre. – Contesté. – ¿Es usted quien ha decidido tomar los sagrados votos matrimoniales? – Inquirió con ese aire ceremonioso tan propio de los hombres de su clase. – Sí, mi mayor deseo es casarme dentro de unos meses. – Declaré. – Y quiero que sea una gran celebración, por eso he venido hasta aquí. – ¿Estas por completo segura de lo que significa la palabra matrimonio? – Quiso saber, mirándome a los ojos y, eso fue por lo menos lo que me pareció, intentando hallar la respuesta en mi mirada. – Espero con todas mis ansias estarlo. – Dije. – Por eso he venido a verlo. Me habló de la importancia del matrimonio, del compromiso que conllevaba, que era algo que no debía tomarse a la ligera, que una vez declarados marido y mujer ante Dios, lo seríamos hasta que la muerte nos separe, lo cual esperaba que no pasara nunca, y muchas cosas más, que me hicieron meditar acerca de mi boda. Creía en Dios y en su palabra, por lo que quería que mi casamiento se desenvolviera conforme a las normas eclesiásticas convencionales. El tiempo dejó de pertenecerme, porque los tres meses que se interponían entre el casamiento y nosotros, también se sucedieron con una rapidez increíble. La noche anterior, me encontraba nerviosa. Demasiado nerviosa.

Todo estaba listo, el salón decorado, las sillas acomodadas, las invitaciones enviadas, lo cual no tenía mucho sentido, pues sólo asistirían el clan de Denali, porque los queluites habían mostrado su desacuerdo a que nuestros otros amigos, de dieta tradicional, estuviera presentes, y como no quería que la boda se transformara en una batalla campal entre vampiros y hombres lobos, la decisión había sido bastante sencilla. Sólo clanes vegetarianos. Había visto a Jacob por última vez esa mañana, para seguir la tradición de que el hombre no debe ver a la novia desde veinticuatro horas antes de la ceremonia. Mi “despedida de soltera” era una reunión de mujeres… Mi padre, mis tíos y mi abuelo, habían ido de caza, por lo que nos dejaron la mansión sólo para nosotras. No habíamos hecho participe de todo a Renée, podría aceptar mi supuesto crecimiento acelerado, pero no que me casara a los nueve años, eso sí, era complicado de explicar. Charlie era diferente, había convivido con lo sobrenatural el tiempo suficiente como para entender de qué iban las cosas, además, siempre había percibido la conexión existente entre Jacob y yo, no era para él algo anormal. – ¿Estás emocionada, mi amor? – Preguntó mi abuela Esme mientras todas estábamos recostadas en mi cuarto, el sitio era lo suficientemente grande como para poner recostarnos en una enorme y mullida alfombra verde oscuro que había adquirido recientemente. – Sí, lo estoy. – Contesté rápidamente. – Debo admitir que tengo miedo, no tengo la menor idea de lo que es estar casada. – No es muy diferente a lo que tienes ahora, Nessie. – Contestó mi tía Rosalie. – Yo me he casado diez veces y nada ha cambiado con respecto a la primera vez, o incluso desde antes. Reí. Diez matrimonios, bueno, a su favor estaba el hecho de que todos habían sido con el mismo hombre. – Yo apenas voy por el primero y no puedo con los nervios. – Busqué a mi madre, que me observaba como toda mujer observa a su hija, supuse, el día antes de su boda. – ¿Cómo te sentías ese día, mamá? – Pregunté. Sonrió.

– Mareada, con ganas de huir… – El sonido a campanas doradas de su risa se escuchó por toda la habitación. – No quería casarme… todas aquí son testigo de ello. La idea del matrimonio siempre me pareció algo así como “el beso de la muerte”, por lo menos eso lo fue para tus abuelos, pero, – Dudó. – debo admitir que luego fue algo que me gustó mucho, no imagino mi vida sin esta sortija. Levantó su mano izquierda y mostró el dorado anillo que tenía en su dedo. – ¿Tienes alguna pregunta que hacernos con respecto a tu primer noche de casada? – Preguntó entonces Rose, sonriendo con picardía. Sentí como mi rostro se transformaba de su habitual palidez rosada a unrojo escarlata intenso, por los mismos nervios que me daban pensar enesa noche. – ¡Rosalie! – Dijo mi madre con evidente fastidio. – ¡Si Edward te escuchara se volvería loco de la rabia! – ¡Vamos, Bella! Si permiten que se case, es porque evidentemente están de acuerdo que asuma todas las naturalezas propias de una mujer… – Contestó ella sin minima culpa. – Eso es diferente, al menos espera que sea ella la que pregunte. – La siguió reprendiendo mi madre. En ese momento, las cuatro fijaron sus miradas doradas en mí. No podría jamás llegar a describir lo incomodo que fue ese momento. Claro, había convivido con ellos toda mi vida, y había sido consciente de todo lo que pasaba a mí alrededor desde que abrí los ojos… ¿Había llegado el momento de tener “la charla”? Creía que era un poco tarde, estando a horas de caminar hacia el altar. No sabía que decir, y mucho menos que preguntar. No tenía la menor experiencia en asuntos sexuales, pero ellas, claro esta, los tenían de sobra, porque sabía muy bien que todas esas noches de los últimos nueve años, no habían estado mirando el techo en sus habitaciones, teniendo a sus maridos a escasos centímetros, por algo siempre había dicho que mi cama era el único lecho que se utilizaba para dormir en la casa Cullen, lo cual no quería decir que los de ellos no se utilizaran… – No sé que es lo que haré… – Musité entonces, sincerándome. – Y estoy segura de que él no sabe mucho más que yo… Ambos somos vírgenes…

Ninguna contestó de inmediato, por lo que eso sólo logró que mi bochorno aumentara más de lo que ya tenía de por sí, por el simple hecho de poner en palabras mis dudas. – No debes preocuparte por eso, yo también lo era cuando me casé con tu padre. – Contestó esta vez mi madre, quien como yo, parecía cohibida por nuestra improvisada charla sobre sexo. – Sólo pasará, y ten por seguro que será grandioso, porque lo amas y él te ama a ti. Eso es lo único que importa. Si estas segura de tus sentimientos, de que él es la persona más importante para ti en el mundo, y que te sientes preparada, entonces déjate llevar, no importa que no tengas experiencia, justamente de eso se trata, de descubrirse uno al otro de una nueva forma… Sus palabras me sirvieron de mucho, aunque en realidad, sabía que estaba lista hacía bastante tiempo, y aunque mi amor no se había mantenido firme durante un tiempo en el pasado, ahora estaba total y completamente segura de él. Mi único miedo era hacer el ridículo, no tener ni una mínima de que era lo que debía y no debía hacer… esa inseguridad era la única que amenazaba con empañar toda la vivencia, la cual quería que fuese maravillosa, y digna de recordar, sobre todo. La noche avanzó, mientras reíamos y contábamos experiencias de vida… Llegado el momento, todas parecían interesadas en Malenne y en Raphael, sobre todo Rosalie y Esme, que no los habían conocido, y en las cosas que no había contado nunca de mi estadía en Juneau. No entendía por qué preguntaban, ya que no había hecho más que decir que no quería que lo hicieran, pero estábamos las cinco tan distendidas, que supuse que esa velada se transformaría en noche de confesiones, por lo menos eso me pareció por el tinte que iban tomando no sólo las palabras, sino también las preguntas. – ¿Y él es un chico bien parecido? – Preguntó Rose, entonces, en el momento en el que contaba la primera vez que los vi. – Sí… – Contesté si mucha decisión, no es que no lo pensara, al contrario, él me parecía mucho más que simplemente alguien apuesto, sino que me parecía inapropiado decirlo cuando faltaban horas para que me casara con otro hombre. Alice rió ante mi titubeo, y se dignó a contestar por mí.

– Créeme, que es muy bien parecido… – Anunció guiñándome un ojo con un descaro incomparable. – He de reconocer que me cae muy bien. Mi tía Rosalie suspiró. – ¿Y como es que te quedaste con el perro teniendo a un vampiro hermoso a tus pies? – Inquirió indignada. No tenía idea de que contestar a eso cuestionamiento sin la necesidad de ponerme a discutir. No estaba de ánimos para hacer eso, menos con mi tía Rose. – Amo a Jacob, simplemente eso. Él es mi elección y mi destino. – Contesté escogiéndome de hombros. – Supongo que con eso tendrá que bastarme... – Respondió ella. – Aunque al menos besaste al vampiro... – Que trajera el tema a colación no ayudaba a menguar mi culpa. – Y dime... – Preguntó con un evidente tono de maldad que provocaron ganas de tirarle algo – ¿Quién besa mejor? – ¡Rosalie! – La reprendieron mi abuela y mi madre al mismo tiempo. Lo cual fue genial, porque no pensaba bajo ningún concepto responder a esa pregunta. – ¿Cómo se te ocurre preguntarle eso? – Continuó Esme del todo indignada. – ¿No crees que es muy inapropiado? – Lo inapropiado es que no respondas, Renesmee. – Contestó ella mirándome. – No esta mal que pienses que ese chico besa mejor, al final de cuentas, eso no fue suficiente para tenerte... – No se trata de quien tiene mejor cualidades, quien es más apuesto o quien besa mejor... – Respondí con un tono bastante irritado, pero que intenté con todas mis fuerzas disimular. – Sino de a quien amo. – Tú dijiste que sentías algo por Raphael... – Agregó mi madre, con lo cual también me dieron ganas de golpearla a ella, lo cual estaba mal, ¿Cómo iba a golpear a mi madre? Pero no era necesario que dijera eso, se lo había dicho a ella, y no creía que hubiera necesidad de que lo estuviera divulgando... Me sentía en un juicio, rodeada de cuatro arpías que deseaban verme confesar aquello que nunca había querido decir. – Lo siento... – Expresión equivocada, me iba sentenciar yo misma con mis propias palabras. – Lo sentía. – Rectifiqué. – Lo quiero mucho, y lo amo en un sentido diferente. – Necesitaba que alguien me rescatara

de mi propia trampa. – Mamá, tu tuviste la oportunidad de hablar con él, y ver la clase de persona que es... – Tengo que reconocer que es un gran chico. – Dijo mirando a las demás. – Realmente pude llegar a comprenderlo, y creo que merece alguien que lo ame. – Tal vez Michelle pueda conquistar su corazón... – Opinó mi tía Alice, a lo que mi madre asistió en silencio, como mostrándose de acuerdo. Sentí una punzada en el pecho, no podía explicar si eran los celos, el ego, o qué... Tal vez era otra vez la culpa. Raphael no era una persona inmadura y enamoradiza, sabía, como ya había afirmado antes, que su amor no era volátil o esporádico... él no iba a olvidar todo lo que sentía de la noche a la mañana, por más que me haría feliz que Michelle pudiera conquistarlo. Sin embargo, había algo que no me cerraba de esa pareja... Admitía que había sido muy inmadura en el pasado, no obstante, Michie... no era exactamente el retrato vivo de la madurez, y aún aunque lo fuera, no podría encontrar a alguien digna de él... cualquiera, sería poco para Raphael. Mi silencio fue blanco de nuevos interrogantes. – ¿Te has puesto celosa? – Preguntó Alice. En serio, ¿Querían matarme de un ataque de rabia? ¿No eran suficientes mis propios arranques de ansiedad y culpa? Evidentemente, no. Ellas tenían que seguir machacándome mis errores... Sabía que era una de esas típicas charlas de chicas, yo misma las había tenido con Michelle, en un tiempo que parecía remoto desde el lugar donde me encontraba ahora, pero eso, era pasarse ampliamente de la raya. También tenía en cuenta de que todo lo que pudiéramos hablar se quedaría en esa habitación, si valoraban sus vidas, cerrarían la boca... – No lo estoy. – Respondí entonces. – Sólo pensaba en que, tal vez... – Dudé. – Que Raphael encuentre el amor sería lo mejor que le podría pasar. Pero no sé... Michelle, no sé si eso funcionaría. – Tampoco lo creo. – Dijo mi madre esa vez. – Él esta perdidamente enamorado de ti. No contesté. ¿Para que hacerlo? – ¿Cómo pasará Jacob su despedida de soltero? – Preguntó mi abuela luego de un rato en el que ninguna dijo nada. Reí por lo bajo.

– Según los muchachos, harán la tradicional reunión del consejo... – Contesté. – Aunque no sé por qué no les creo... – No creo que hagan nada muy descabellado. – Contestó nuevamente mi madre. –Recuerda que casi todos están imprimados, no creo que ninguno tenga ninguna idea absurda... como un club de esos. – ¿Strippers? – Consultó mi tía Alice, mientras Rosalie no podía evitar simular una sonrisa. – Es lo típico de los hombres... – Musitó la vampiresa rubia. – No estaban pensando en eso... – Dije. Era cierto, en realidad mi mente estaba enfocada en otras cosas, como ir de caza siguiendo algún rastro de vampiro, algo absurdo y peligroso. – Pero gracias por sembrarme la duda. Esa parte de mi mente que parecía más mi enemiga que una aliada, me susurró: “Te debe una después de todo...Podría hacer cualquier cosa y no tendrías el menor derecho a recriminar nada” Mi debate interno era mucho más estresante que el que se había iniciado por parte de mis tías y mi madre durante el transcurso de mis cavilaciones. Hablaban de tonterías, que tampoco, y no estaba de ánimos para escucharlas. Jacob no era vengativo, y mucho menos cruel. Sabía que no “me las pagaría con misma moneda” simplemente era algo que percibía. Pero no quería pensar en eso, porque estaba cien por ciento segura de que no pasaría. No tenía sueño, por lo tanto, pasé toda la noche despierta. En un momento, hasta deseé que todos los hombres de mi familia regresaran a casa, al menos tendrían ocupadas a ese cuarteto de mujeres con técnicas mucho más eficaces que las que yo hubiera podido utilizar. La claridad se hizo presente en un torbellino que trajo consigo de nuevo los nervios y muchas cosas más. Demasiado pronto, se hizo la hora de ponerse manos a la obra. Todo se volvió un caos de buenas a primeras, pues de repente todas recordaron hacer esos pequeños detalles que harían que la boda fuera la ocasión más perfecta de mundo.

Mi padre llegó primero que todos, y no es que su evidente mal humor hiciera que todo mi panorama mejorara. Habíamos mandado a instalar una carpa en el jardín, que sería el lugar de donde saldría al comenzar a sonar la marcha nupcial, caminando por una alfombra roja que ya estaba colocada y cuyo recorrido finalizaba en las puertas que daban a la estancia, donde ya se encontraban los asientos en filas y el lugar mismo donde nos convertiríamos en marido y mujer. Mis amigos queliutes comenzaron a llegar en algún momento de la mañana. No los veía, pues prácticamente mis tías, mi madre y mi abuela me habían atrincherado en la tienda, donde Alice procuró que me pusiera mí vestido de novia. Podía escuchar desde el lugar como la gente tomaba asiento, las voces de los hombres lobo, tan diferente a las de mis tíos políticos y la de Garret, que continuaba con ellos en todos esos años. Había sido raro el cambio en la tonalidad de sus ojos, creo que para mí siempre iban a tener un color rojizo, a pesar de que ahora brillaban dorados como los de todos los demás miembros de su aquelarre. Él y Kate eran muy felices, y se veía la conexión existente entre ellos. Pude percibir, también, ese sonido que logró que mi corazón comenzara a enloquecer, la voz de Jacob, que sonaba más nerviosa que cualquier otra que pudiera escuchar en ese momento. Mi padre entraba y salía de la carpa, no sabía si era por los nervios de ver a su hija casándose, o porque en realidad estaba en contra de esa boda. Estaba hermoso con su esmoquin negro azabache y una camisa blanca contrastando con el atuendo. – Luces encantadora. – Había dicho en un momento, contemplándome. – Gracias, papá. – Contesté, mientras él se acercaba para darme un abrazo. – Te amo mucho. – Yo también, mi princesa. Más que a mi propia vida. No podía decir si mi madre estaba tan o más nerviosa que yo, pues había adquirido el mismo hábito involuntario de su esposo, entrando y saliendo de mi lugar de confinamiento. Llevaba puesto un espectacular vestido largo de color azul oscuro, que dejaba por completo al descubierto su espalda perfecta, y se apretaba a su hermoso cuerpo de sirena. Su cabellera caía como una cascada caoba sobre sus hombros esbeltos.

– Realmente pensé que tendría que esperar mucho tiempo más para este momento, hija. – Anunció con un tono de voz nervioso. – Mírate, estas incomparablemente bella. – Mamá... – Susurré. – Gracias por todo... Por ser la mejor del mundo, por darme la vida, por permitir todos y cada uno de mis caprichos... Te amaré por toda la eternidad... – Renesmee. – Musitó encantada. – No debes agradecerlo. Eres mi hija. Mi preciosa pateadora. Acarició mi rostro, y miró a mi padre. – Edward, el sacerdote ya esta aquí... – Anunció. – Todo empezará en diez minutos. Quiere hablar con nosotros unas palabras antes de que salgas con Nessie. Debía admitir que eso me sonó raro, pero en ese momento de confusiones, no pude procesarlo como correspondía. Mi padre compuso una cara extraña, sin duda fruto del mismo desconcierto que yo no pude manifestar en ese momento. – De acuerdo. – Convino, al momento que sus ojos se abrieron sorpresivamente. – Esta bien, iré a hablar con él. – Respondió luego con un tono natural, completamente confiado, que desencajaba con su anterior expresión. – En unos minutos volverá tu padre, y la marcha nupcial comenzará. Iré a tomar mi asiento, relájate, respira profundo, y recuerda que esto es lo que quieres, hija. – De acuerdo. – Dije, aunque sus palabras lograban, ciertamente, el efecto contrario. Abandonó la tienda al mismo tiempo al mismo tiempo en el que giraba hacia el espejo. En lo único en lo que había dejado que Alice metiera la mano era en el diseño del vestido. No quería algo muy extravagante ni pomposo, mi traje de novia era una pieza delicada, de organza, con un delicado y hermoso escote corazón, que caía en miles de capaz, creando que la falda fuera bastante amplia. El velo estaba formado por una perfecta y pequeña corona de plata y diamantes, delicadamente entrelazada a mis rizos, que se deslizaban por mi rostro y mis hombres con su natural estado tenso, llegando hasta un poco más allá de mi cintura. Tomé el ramo nupcial, otra excelencia diseñada por mi vanguardista y perfeccionista tía, que estaba compuesto por varios tipos de flores.

Observé mi reflejo por última vez. Estaba por completo sonrojada, y afuera, se escuchaba la muda expectación de nuestros invitados, que de seguro estaban ansiosos por verme salir hacía la estancia. Mi respiración se agitó, y como si no hubiese podido evitarlo, cerré los ojos, para tranquilizarme. Escuché a alguien traspasar la puerta de lona de la tienda, y supuse que era mi padre, que volvía para que esperemos nuestro turno de salir. – Te ves... hermosa. La criatura más perfecta que mis ojos hayan visto jamás. – Dijo el nuevo ocupante del lugar. Me petrifiqué al escucharlo. ¡No! ¡Mi mente me estaba jugando una broma! Giré apresuradamente, para constatar que no había enloquecido. – ¿Raphael? – Pregunté.

XXXIX La Boda ¿Qué significaba todo aquello? ¿Era una ilusión? Tal vez un sueño del que todavía no había despertado, quizás, aún me encontraba en mi despedida de soltera, y había sucumbido ante el cansancio, y ahora sólo estaba en el mundo de Morfeo, y él, Raphael, era un mero invento de mi mente. Había estado reprimiendo por tanto tiempo el recuerdo, que ahora mi inconsciente había buscado otras formas de salir a la superficie. Lo observé a los ojos, y lo único que pude apreciar en ese momento, fue que estaba tan hermoso como lo recordaba. Su cabello castaño rojizo seguía estando allí, coronando ese rostro de ángel, con labios llenos, y rasgos cincelados. – ¿Raphael? – Volví a preguntar, incluso estando él parado a un poco más de dos metros, no podía evitar cuestionar esa situación. Vestía un traje de un color gris muy oscuro, casi negro, que le quedaba exquisitamente bien, combinando con demasiada precisión con la camisa de un color azul muy bonito. – ¿Realmente eres tú? – Sí, Renesmee… – Contestó observándome de ese modo que recordaba muy bien, no sólo era una sorpresa para mí ese nuevo encuentro, podía ver que el estaba claramente maravillado por estar ahí... Ahora era consciente de su voz, porque cuando había hablado por primera vez, casi no la había reconocido… pero en ese momento, en el que mencionó mi nombre, pude revivir todos esos recuerdos que había estado evitando tener en un primer plano en mis recuerdos. ¡Por Dios! Gritó mi mente, ¿Cómo fuiste capaz de no pensar en él...? Si incluso ahora se ve que esta mucho más que perdidamente enamorado de ti... ¡Míralo, te ve vestida de novia y casi esta hiperventilando! Me hubiese gustado creer que esa voz en mi cabeza mentía, pero los ojos de Raphael estaban iluminados por una luz tan especial, que tuve que darle la razón a ese irritante y traicionero eco de mi inconsciente. – ¿Qué haces aquí? – Logré preguntar una vez que pude encontrar mis labios de nuevo, dentro de toda esa gran confusión. Se acercó a mí, caminando con tranquilidad, y con toda la gracia con la que recordaba.

– Creímos que era lo correcto estar contigo un día tan especial como hoy. – Respondió con suavidad. – Por eso hemos venido... No podía procesar, tampoco, como no estaba abrazándolo en vez de estar ahí, haciendo preguntas idiotas. Pero es que, en ese momento, había perdido por completo la capacidad de moverme, su sola aparición, había provocado que todos mis sentidos se embotaran, que se volvieran por completo inútiles. Él dudó ante todo eso que no podía demostrar, ante mi aparente falta de emoción por su llegada. – ¿Nos hemos equivocado? – Preguntó entonces con el rostro de repente transformado en una máscara de pena. – ¿Ya nos quieres vernos..., ya no quieres que formemos parte de tu vida? ¿Cómo podía ser tan tonto y preguntar algo como aquello? Mi cuerpo actuó sólo, despreocupándose por todo lo demás. Alcé la organza de mi vestido, que colgaba desde donde finalizaba el corsé de mi vestido hasta el suelo, evitando que se arrastrara, y prácticamente corrí a su encuentro. – ¡Raphael! – Musité de nuevo, una vez que lo abracé y lo tenía en mis brazos. él respondió a mi calido abrazo con total familiaridad, como si siempre nuestras pieles se hubiesen mantenido en contacto. Mi cuerpo reaccionó a su helada temperatura como de costumbre, no la sentí algo extraño. – ¡Los he extrañado tanto! – Dije en un quejido lastimero, deseando no ponerme a llorar en ese momento. Aspiré el aroma suave de su piel, ese que no había podido sacarme de la mente por más que lo hubiese querido por mucho tiempo... Flores silvestres y lluvia, era una fragancia del todo perfecta, suave, pero adictiva. – No tienes una idea de lo que ha sido cada segundo sin ti... – Murmuró él en mi oído. – No puedo creer que estas aquí... – Dije, elevando mis manos y tocando su rostro de mármol. Él cerró los ojos, como si con ello disfrutara más de la experiencia. – Sólo queríamos hacer un poco más feliz este momento... – Contestó mirándome nuevamente, y concentrando su mirada en la mía. – Y sabíamos que nos extrañabas, por eso hemos venido. – ¿Cómo lo supieron? – Pregunté, a pesar de que sabía la respuesta.

– Yo... – Se puso visiblemente nervioso. – Yo he... entrado a tu mente algunas veces. Eso lo explicaba todo, y también dejaba muy en claro que él tampoco había tenido mucho éxito en alejar todas esas cosas que recordaban el paso que cada uno había tenido por la vida del otro. ¿Qué podía decirle en ese momento, aparte de que su presencia había terminado por alegrar mi día? – Sigo sin poder entender… – Mi mente buscaba una razón a todo aquello, pero todo había pasado tan rápido, que no podía procesarlo. – Es como un sueño… maravilloso. – No, Nessie. – Contestó, separándose de mí. – Esto no es un sueño… – Levantó la mano, imitando mi gesto anterior. – Esta es la realidad… la maravillosa realidad. Y estamos aquí por ti, para que puedas disfrutar al máximo de éste día tan especial. – Gracias… – Conseguí susurrar luego de un momento de silencio. – No tienes idea de lo mucho que significa. – Otra pregunta llegó a mi cabeza. – ¿Dónde esta Malenne? – Pregunté mirando a su alrededor por primera vez, y percatándome de que ella no estaba por ningún lado. – Esta afuera, esperando por ti. – Dijo. – Prefirió que entrara yo primero, así disfrutábamos por separado del placer que es volver a verte. Quise decir que pasara, pero en cierta forma, Raphael tenía razón, quería disfrutar de la compañía de cada uno por separado. Además, de cierto modo, todavía me sentía dolida con Malenne por obligarme a dejarlos en el aeropuerto, había pasado más de un año, sí, y para ese momento ya debería de haberlo superado, pero sin embargo, no podía evitar pensar que hubiese podido buscar otras formas de hacerlo. – En serio, eres muy importante en mi vida, amigo. –Dije abrazándolo de nuevo. – Y que hayas hecho esto por mí… – Debía buscar las palabras exactas, no quería generar un momento incomodo, aunque parecía imposible. – Sabes muy bien lo mucho que me alegra que estés aquí… – Musité. – Pero ¿Estás seguro de que no te lastima? Raphael… – Aclaré. – Me estoy por casar… ¿Realmente quieres presenciarlo? ¿O estás aquí porque crees que es tu deber como amigo? No quiero obligarte a hacer nada que tú no quieras… – Estoy aquí por muchas cosas, Renesmee. – Contestó con tranquilidad. – Una es que deseaba verte, y poder observar tu rostro

una vez más… También porque sabíamos que esto te haría feliz, y por último, sí, además porque creo que es mi deber hacerlo… pero cuando hay una amistad, o un amor, – Dudó. – puedes llamarlo como quieras, los deberes se hacen porque salen del alma. Quiero estar aquí y presenciar este momento de tu vida, porque siento que estas feliz, y ese es mideber, como tu amigo. No podía perderme de esta experiencia en tu vida. Era tan bueno, tan especial. Y no lo merecía ni siquiera de esa forma, como compañero, como amigo. – Te quiero, Raphael… – Musité. – Y sí, estoy feliz, porque creo que en todo este tiempo, algo ha cambiado en mí… no sé si he… crecido o que, pero ya no soy la de antes, por eso me he animado, al darme cuenta de que ya estoy lista para algo como esto. Amo a Jake y creo que es el momento… – Me detuve, al ver como el brillo iba desapareciendo de sus ojos. – Lo siento, no debí responder… – No, Renesmee. – Dijo. – No te disculpes, no soporto verte mal… – Pidió levantando su otra mano y acariciando mi otra mejilla. Sostuvo mi rostro entre ellas como si se tratara del objeto más frágil del mundo. De nuevo, sentir sus manos heladas fue demasiado natural, demasiado conocido. Tenía tantas preguntas que hacer, tanto que saber… ¿Dónde habían estado? ¿Qué habían hecho…? – Es increíble que estés aquí… – Dije por no sé que número de vez. – ¿Eres consciente de que no nos vemos hace más de un año? – Claro que lo soy. – Respondió. – El tiempo ha sido mi peor enemigo en todo ese lapso… – Dudó, como si quisiera decir algo más, pero se hubiera arrepentido a último minuto. No insistí, aunque la parte curiosa que todavía había en mí, imploraba porque preguntara, porque dijera que completara su frase. – ¿Qué es lo que han hecho? – Pregunté yo luego de un segundo de silencio. Él sonrió, encantadoramente. – Creo que no es el momento, Renesmee. – Musitó. – La marcha ya esta por comenzar a sonar, y Malenne nunca me perdonaría si no la dejo verte antes de la boda. No te preocupes, luego, en la fiesta, tendremos tiempo de sobra para hablar. Menos mal que tu tía agregó

esos asientos al final de la última fila, no habríamos quedado bien en las fotos si hubiésemos tenido que estar de pie toda la ceremonia. – ¿Ella lo sabía? – Pregunté. Obviamente se estaba refiriendo a Alice, ¿Quién más? – Es lo más seguro, teniendo en cuenta de que no se ha sorprendido mucho al vernos… – Tendré que hablar con ella muy seriamente luego de que todo esto termine… Aunque no podía quejarme, ni decirle nada. ¿Acaso no había sido yo la que había pedido expresamente que no me dijera nada de ellos, a menos que sea algo realmente grave? Bueno, me había hecho caso… No podría darme el gusto de echarle en cara su indiferencia… Aunque, sin embargo, debía concederle el hecho de que si lo hubiese sabido, habría sido un mar de nervios durante los días o semanas que mediaran hasta la boda. Mejor así, supuse. Antes de marcharse, me dedicó una mirada más, subiendo y bajando por toda la extensión de mi vestido. – Realmente te ves perfecta… – Dijo con una voz que evidenciaba muchas cosas, ninguna que me hiciera sentir mejor. – Eres la mujer más hermosa del mundo, Nessie. Salió, sin darme la posibilidad de responde, aunque en realidad, tampoco es que hubiese podido decir algo, la mente me había quedado en blanco. Fue instantáneo, él no había terminado de cruzar la entrada de la carpa, y su hermana se adelantó hacia adentro. Era ella… Malenne… Nos mantuvimos en silencio unos segundos. Tal vez todos afuera estuvieran esperando por mi, pero el hecho es que, de todos modos, la mayoría de los concurrentes sabían cuan importantes eran esos dos vampiros en mi vida, y lo mucho que significaba que se encontraran allí.

Mi mente fue azotada por completo por el último recuerdo que tenía de mi mejor amiga. La forma en la que me había obligado a que la dejara, usando ese poder tan impactante… Nadie que la viera, con ese pequeño porte, y ese curvilíneo cuerpo de diva, diría que era capaz de semejantes cosas. No era que su postura reflejara fragilidad, para nada. Se paraba con una decisión y una seguridad inimaginable, pero jamás, nadie, pensaría que fuera posible que ese ser dominara por completo la voluntad de todos. Se acercó lentamente, aún sin decir nada. Nos miramos a los ojos, y los de ella, al igual que los de su hermano, también estaba con un tono impactantemente dorado. Había jurado que llegado ese momento en el que la volvería a ver, no recriminaría su comportamiento. Había analizado su conducta desde todos los puntos de vista que fui capaz, consultando con todo aquel que había estado dispuesto a oírme. Pero en ese momento, las palabras quemaban como acido mi lengua, que había adquirido un sabor amargo, y sabía, que si quería que esa sensación se fuera, tenía que hablar, expulsar ese demonio que me hacía mirarla con enojo, con rencor, y no con el amor que sabía que le tenía… – ¿Acaso no eres capaz de cumplir tus propias órdenes? – Musité, con mi voz desbordando ironía por toda la frase. – Creí que no te vería jamás… Reaccionó a la defensiva, deteniendo su andar hacía mí, para luego mirarme con culpa y dolor, mis palabras la habían lastimado. – Sabes muy bien que sólo lo hice por tu bien… – Contestó con un tono lastimero. Y era cierto, claro que lo sabía, por lo que, a pesar de que hubiese querido estar mucho más tiempo enojada con ella, no pude evitar decir“al diablo con esto” e ir casi corriendo hacía Malenne, mi mejor amiga, la única que me conocía y comprendía por completo. Nos estrechamos en un abrazo profundo, ese que sólo te das con las personas que son como una parte de ti, como de tu familia. – Mi pequeña hermana… – Musitó al tenerme en sus brazos. – Perdóname… por favor dime que me perdonas. Pero lo cierto era que no había nada que disculpar. Yo no era nadie para juzgarla, ni ella estaba obligada a darme explicaciones de todo.

Sólo bastaba el simple hecho de que ahora, estábamos juntas de nuevo. – Mírate... – Susurró cuando nos separamos. – Estás hermosa. No puedo creer que esté presenciando esto. – Yo no puedo creer que estés aquí... – Murmuré. – Era algo que no me podía perder... ¿Qué clase de mejor amiga hubiese sido si no asistía a tu boda? Reí. – Gracias... – Musité. – No tienes idea de lo que has hecho por mi. – No digas nada. – Me silenció poniendo sus dedos helados en mis labios. – No tienes nada que agradecer... sólo disfruta de tu día. Jacob está esperándote afuera, y luce precioso, y muy nervioso. – ¿Has hablado con él? – Pregunté extrañada. – No, en realidad. Llegamos hace quince minutos, tú ya estabas aquí dentro, y no quisimos interrumpir tu preparación... – Dudó. – Además, se dio cuenta de quienes somos, así que le pedí a Raphael que no lo saludara... no quiero tener que frenar otra lucha, ya me entiendes, ¿No? Así que creo que lo mejor es que tú nos presentes a él, para que tu presencia lo mantenga calmado... El corazón se me heló, del mismo modo en el que había sentido aquella vez cuando Alec me había mordido... Raphael y Jacob en un mismo lugar. La respiración comenzó ponerse más irregular, en especial porque todos afuera escuchaban hasta el más absoluto detalle de nuestra conversación. –Tranquilízate... – Me dijo Malenne. – No pasará nada mientras yo esté aquí. – Prométemelo. – Susurré. – Claro, y esta vez no te fallaré. – Convino. Reparé en su atuendo, por primera vez desde que la había visto entrar. Llevaba puesto un vestido que sólo podía quedarle bien a ella, ya que nadie podría haberlo lucido con semejante clase y sensualidad al mismo tiempo.

La tela se veía muy suave y casi transparente, pero no era vulgar bajo ningún concepto, era difícil establecer si era apropiado o no para una boda, los nervios no permitían que aflorara mi sentido de la moda, sólo podía decir que me gustaba mucho, a pesar de todo, pues era de un color dorado suave, que se apretaba a su cuerpo esbelto con vehemencia, resaltando absolutamente todas y cada una de sus curvas perfectas. Tenía un escote muy atrevido, que casi no dejaba espacio a la imaginación, y era bastante corto, apenas pasando los muslos. – Tu también te ves perfecta... – Musité entonces. – Creo que no podría tener dama de honor más hermosa. – Eso tengo que concedértelo... – Rió, y el sonido trajo consigo tantos recuerdos agradables. Todo lo que necesitaba para ser totalmente feliz, se había unido en ese día en especial, logrando que ahora, estuviera mucho más emocionada por caminar hacia el altar. En ese momento, mi padre entró donde nos encontrábamos mi mejor amiga y yo. – Llegó el momento, Renesmee. – Musitó con una tierna sonrisa. Era difícil para él admitir que estaba feliz, a pesar de que había puesto el grito en el cielo por esa celebración en particular. – Recuerda que esto lo haces porque lo sientes con el corazón... – Dijo mi amiga antes de adelantarse, posicionándose cerca de la salida de la carpa. – Saben cuanto tiempo tienen que esperar para salir después de que yo lo haga... – Me guiño un ojo. – Intentaré no lucir tan hermosa, para no opacarte. – Sonrió. La marcha comenzó a sentirse desde el exterior, supuse que interpretada por mi tía Rosalie, ya que mi padre me acompañaba en ese mismo momento. Malenne salió al encuentro de la gente, que suspiró al verla, tal era su belleza. – Es nuestro turno... – Susurró mi padre a mi lado, apretándome con fuerza hacía él. – No te pongas nerviosa, hija, estas lista para esto. – Lo sé, lo sé. – Contesté, más para mi misma que para él, porque necesitaba encontrar valor desde alguna parte de mi cuerpo. Pronto, la música se deslizo hasta el momento en el que debía aparecer en escena. Todo temblaba de una manera anormal, y los nervios eran dueños por completo de mí ser.

Pero todas esas emociones desaparecieron en un segundo, ese segundo en el cual ya me encontraba afuera, y podía ver a todas esas personas, mis amigos, mi familia, que veían como enlazaba mi destino con el hombre que amaba. No fui consciente de muchas cosas. De las miradas, de los comentarios, casi de nada, sólo podía ver a la persona que se encontraba atravesando ese mar de gente, con su padre sentado en esa silla de ruedas, y Seth, nuestro padrino, parado a su lado. La estancia estaba decorada por completo con flores. Las paredes habían sido cubiertas con hermosas cortinas de color crema, como si nos encontráramos en el centro de una rosa blanca. Desde el centro del techo, bajaban guirnaldas de rosas rosas y blancas, uniéndose a todos las esquinas que pudieran. Era un espectáculo para la vista ver como cada una de las flores se unía a la anterior, como una cadena interminable de pétalos. Jacob vestía un frac negro azabache, y no podía explicar lo perfecto y maravilloso que le quedaba, simplemente no existían las palabras. Toda duda, o sentimiento de nerviosismo desapareció, la única verdad que importaba era la más simple de todas, que lo amaba. El ritmo de la marcha era suave, y daba cada paso como si estuviera caminado por una nube, temiendo que ese sendero tan simple desapareciera entre la muchedumbre, y Jake se esfumara de un momento a otro. Sus ojos oscuros brillaban, marcando el sendero que mis miedos intentaban difuminar... El mundo ya no me afectaba, cualquier cosa podría pasar, lo importante en todo aquello era que luego de la ceremonia, él y yo seríamos marido y mujer… Marido y mujer, no podía explicar lo bien que sonaba aquello, y todos los significados que incluían. Me había dado cuenta de que había aceptado su propuesta la primera vez que me lo había preguntado, antes de irme a Juneau, ahora, en una análisis de todo lo que ocurrió en mi vida, entendía que en ese momento no estaba ni siquiera lista para ir sola a ningún lugar, mucho menos para el matrimonio. Pero ahora era diferente, todo había cambiado, se había transformado. Continuaba avanzando, y una música, diferente a la marcha, comenzó a envolver mis oídos, era una melodía que me decía que no había forma de que esto fuera a salir mal, Jacob era el indicado, siempre lo había sido, y siempre lo sería.

“Te amo...” Pensé en ese segundo, y dirigí esas simples pero profundas palabras a su cabeza. Recibí como respuesta una sonrisa deslumbrante, blanca como la nieve, contrastando por completo con su piel exquisitamente morena. Fue una tortura llegar hasta él, porque todo mi cuerpo hubiese querido que corriera, que avanzara con toda mi velocidad vampírica hacía mi futuro esposo, pero no podía, había decidido que todo sería tradicional, y así lo haría. No podía ver otra cosa que no fuera a él, que tenía el rostro que se encendía de pura dicha y emoción, si hubiese visto el mío, apostaría mi vida que también reflejaba exactamente esa emoción, como un reflejo. Llegué a él, y soltando el brazo de mi padre, me acurruqué en el costado de mi prometido, que me sonrió una vez más, y me acercó a él como deseando que ambos fuéramos la misma persona. – Te ves hermosa. – Susurró con la voz teñida de nerviosismo. – Tú también… – Contesté entre gemidos de felicidad, porque la voz no lograba salirme con la total naturalidad de siempre, la emoción de todo la había convertido en un sonido muy diferente al habitual. Nos pusimos de frente al sacerdote, que aguardaba por nosotros, vestido con su túnica blanca, y envestido por toda esa aura mística tan propia de los hombres de su clase. – El matrimonio es la demostración más grande de amor que dos personas pueden hacerse una a la otra… – Comenzó. La ceremonia marchó con tranquilidad, mientras ambos nos tomábamos de la mano, y al mismo tiempo que mi corazón se hinchaba de felicidad. Era algo que jamás había sentido, como si todo mi cuerpo estuviera poseído por una fuerza superior, pero no era nada de eso, sólo era mi amor por Jake, mi Jake. – Tú, Renesmee Carlie Cullen, ¿Aceptas por esposo a Jacob Black? – Preguntó luego de que llegara el momento decisivo. – Sí… Acepto. – Logré murmurar por lo bajo, porque en ese momento, la voz decidió abandonarme. – Y tú Jacob Black ¿Aceptas por esposa a Renesmee Carlie Cullen? No contestó rápidamente, sino que se dedicó a mirarme directamente a los ojos clavando su oscura mirada en la mía, en ese momento, sentí

como me traspasaba por completo todo su amor, fue como un flechazo que dividió mi corazón del resto de mi cuerpo, y a través de todo lo que estábamos pasando juntos, se lo entregué, segura de que lo cuidaría como nadie más podría hacerlo. – Sí, acepto. – Contestó con demasiada convicción, como si ese momento fuera el que definiría su vida por completo, y entonces, me di cuenta de que tal vez era así. – Pueden besarse. – Musitó el párroco. Nuestras manos seguían entrelazadas, por lo que el me soltó con suavidad, y colocó las suyas en mi rostro, acercándome a él con suavidad, con un amor que jamás había percibido. Comenzó a besarme despacio, tan delicadamente como si todo mi cuerpo estuviera hecho de cristal, como temiendo que me rompiera si era demasiado brusco. Respondí a él con la misma suavidad, deleitándome con todo el sabor de sus labios, era como una adicción, demasiado fuerte como para dejarlos ir, porque los sentía tan tiernos y calidos contra los míos de piedra. Nos separamos, para ponernos de frente a nuestros invitados, que comenzaron a aplaudir cuando el sacerdote nos presentaba como marido y mujer. Vi a todos, a mi madre observándome con una expresión tan orgullosa, a mi padre sonriendo con ternura, a mis abuelos con ese aire tan fraternal y propio de ellos, a mis tíos Jasper y Emmett, que no disimularon sus ánimos, riendo y guiñándome los ojos; a mi tía Rosalie, que había tomado asiento al lado de su marido, luego de terminar de tocar, había adquirido una expresión extraña. Me sonrió una vez que mis ojos se posaron en ella, y podía agregar, además, que se veía extraordinariamente hermosa con aquel vestido rojo tan ceñido a su cuerpo. También pude ver a los lobos, que montaron una especie de espectáculo con silbidos y aplausos. Fue extraño verlos a todos vestidos tan apropiadamente con trajes de gala, pues desde que tenía memoria, los había visto llevar sólo la ropa justa y necesaria. El contraste era de lo más positivo, porque todos estaban allí, incluso Leah, que a decir verdad, tampoco es que estuviera en su salsa, lucía bastante incomoda. Mi abuelo Charlie observaba, también, emocionado hasta las lágrimas. ¿Cómo no tenerlo presente ese día? Cuando lo amaba por sobre

muchas cosas. Mi abuelito humano, tan perfecto y especial. Sue estaba a su lado, con su rostro cuadrado al pendiente de las necesidades de su compañero, y también no perdiendo de vista a sus hijos que se encontraban lo suficientemente cerca de ella, como si buscaran facilitarle la tarea. Por último, tal vez de un modo consciente, dirigí mi mirada a ellos. A lastres personas que me observaban desde el final de la fila, a pesar de que una de ellas había sido mi dama de honor. Tal vez Malenne tenía razón, y estar cerca de los lobos no era una buena idea, no porque no confiara en ellos, sino para evitar cualquier mínimo roce que pudiera desencadenar alguna pelea. Al final de cuentas, habíamos cumplido con nuestra parte del trato, nada de vampiros con dieta tradicional. Observé a mi mejor amiga, que me devolvió una tierna sonrisa, como una muestra de la felicidad que sentía por mí. Sin embargo, no pude evitar ver que su otra mano sostenía con fuerza la de su hermano, y entonces, al final, tuve que mirarlo a él. Debía admitir que era un buen actor, porque su sonrisa parecía genuina, tan hermosa como siempre había sido, pero la alegría no llegaba a los ojos, que a pesar de brillar con ese matiz dorado, de repente se habían convertido en algo oscuro, sin vida y triste. Intentó disimularlo una vez que percibió que yo lo observaba y me daba cuenta de ello, pero era tarde para hacerlo. Era un tonto, porque aún así, estaba pendiente de que yo no me sintiera mal. Me hubiese gustado mucho ahorrarle a Raphael ese sufrimiento. No era necesario, para nada, que él estuviera presenciando mi boda, y no sólo eso, sino que me viera tan feliz, como me sentía en ese momento, como una explosión tan fuerte en mi pecho, que eliminaba cada mínimo rastro de cualquier otro sentimiento. Mi cuerpo temblaba de la emoción, y mientras mi mano apretaba fuerte la de mi esposo, también lo veía a él sentirse de aquella manera. No sé cual de los dos desvió primero la mirada, sólo sabía que esa conexión se rompió de repente. Mis ojos fueron a parar, entonces, a la tercera persona que se encontraba allí. Se encontraba al otro lado de Raphael, y estaba muy cerca de él, como si necesitara su proximidad. Recordaba a la perfección su cabello castaño oscuro, o los planos imponentes de su rostro. Michelle estaba hermosa con ese vestido color crema, que también marcaba las perfectas curvas de su cuerpo. No había nada anormal en ella, salvo el nuevo brillo en sus ojos.

Ya había pasado el tiempo suficiente para que se enfriaran, ya no brillaban escarlatas, como el primer momento. Ahora, también eran dorados. Me sentí bien al saber que mi mejor amigo estaba cuidando de ella, y la guiaba hacia el buen camino. Eso era sólo una muestra más de lo poco interesado que era, y de la excelente persona que siempre sería. Mi otra amiga me miró a los ojos, y sonrió. Era bueno saber que a pesar de todo lo que había pasado entre nosotras, podíamos tener una buena relación. Le devolví el gesto, feliz. La voz de Jacob me devolvió de vuelta a la realidad, y también al centro de ese escenario de felicidad que era mi vida entonces. – Te amo. – Había susurrado a mi oído. – Yo también te amo. – Musité alegremente. Se acercó a besarme, y no pude hacer nada para evitarlo, porque no había forma de negar que estuviera locamente enamorada de mi hombre lobo. Me besó, esta vez de frente a nuestra familia y amigos, esta vez de frente a él... Me sentí una basura al mismo tiempo en el que disfrutaba ese beso, e hice lo que pude para interrumpirlo lo más rápido posible, también evitando herir los sentimientos de Jake. No volví a mirar en su dirección una vez que me vi liberada de los hermosos labios de mi nuevo esposo, no había necesidad alguna. Habría sido mucho peor. Sabía que estaba mal ignorar ese tipo de cosas, pero ¿Qué es lo que debía hacer? No había contado con la aparición de mis mejores amigos, y por lo tanto, tampoco para prepararme y hacerme la idea de las consecuencias que conllevaría un encuentro entre Raphael y Jacob. Lo peor de todo, era que ni siquiera podía imaginarme sus reacciones, porque sabía que mi esposo era impulsivo y temperamental, pero también que si yo estaba involucrada en el medio, se controlaría lo más que pudiera. Raphael era tranquilo y mucho más racional, pero tampoco podía afirmar que no perdiera la compostura estando en esa situación en particular... creía que era una situación un tanto límite, es decir, en la boda de la persona que amas, viendo como se entrega en cuerpo y alma a otra persona. Me sentía cruel por permitirlo, de nuevo volví a sentirme como una idiota. Algo que no me pasaba hace tiempo. No podía dejar que esas

conductas volvieran. Y no estaba en nada relacionado a que ellos formaran nuevamente y por un tiempo indeterminado, parte de mi vida. Raphael y Malenne no tenían nada que ver con mi anterior inmadurez. Había sido siempre yo, siempre. Rogué a todos los cielos y santos que todo terminara bien, no quería que nada empañara este día. La ceremonia religiosa terminó tal y cual había estado planeado, dando lugar a una pequeña recepción de todos los invitados. Los primero en acercase a saludarnos fueron mis padres. – Renesmee... – Susurró mi madre al encontrarse de frente a mí para abrazarme con fuerza y decirme lo mucho que amaba y deseara que fuera feliz. Fue hasta gracioso ver a mi padre “felicitar” a Jacob. Hizo una especie de gesto y un apretón de manos que honestamente se vieron patéticos. No entendía por qué tanto antagonismo, aunque bueno, al menos se llevaban bien, dentro de todo. Mi madre me liberó y felicitó a su mejor amigo casi con la misma intensidad que a mí. Luego mi progenitor se acercó hacia donde me encontraba y me acurrucó en sus brazos con ternura. – Mi princesa… – Musitó. – No puedo creer que ya te estés casando. Sabes que no deseo más que tu felicidad. Serás muy feliz, ya lo verás. – Gracias papá, te amo. – Contesté sonriéndole. Siempre sabía que decirme para hacerme sentir bien. – Yo también te amo, hija. – Respondió. – No te sientas mal… – Dijo luego, una vez que mi esposo había perdido su atención en nosotros por estar con sus hermanos de manada. – No tiene sentido. – Sé que no puedo hacer nada para que las cosas cambien, y eso me molesta. – Nadie lo esta obligando a estar aquí… – Musitó mi padre. – ¿No te parece que es él el que tiene que, en todo caso, decidir si esto esta mal o no? No puedes ni quieres pedirle que se vaya, y él tampoco quiere hacerlo, entonces… sólo déjalo ser. – Dejarlo ser implica no hacerse responsable de tus actos. – Contradije. – También significa que no podemos estar todo el tiempo pendientes de todo. Hay cosas que deben encausarse naturalmente, no se pueden forzar.

Quise seguir contestando, pero no era el lugar ni el momento para hacerlo. Todos los invitados comenzaron a arremolinarse a nuestroalrededor para felicitarnos. Los primeros, luego de que los lobos me hubiesen dado la bienvenida oficial a la manada una especie de abrazo grupal, fueron mis tíos políticos, el clan de Denali. Tanya se acercó tan hermosa como siempre. – No tienes idea del susto que nos pegamos cuando tu padre llamó diciéndonos que te habían mordido, Nessie. – Dijo una vez que estaba cerca. Era lógico que sacara el tema a colación, no habíamos hablado de ello, pero luego simplemente se dedicó a observar la sala decorada con ese estilo tan único y también a mí, para agregar. – Mírate, estas encantadora. Me alegra que seas feliz, sobrina, el amor no es algo sencillo de encontrar, pero a ti se te ha dado tan fácil, ojala todos pudiéramos saber desde el primer momento cual es la persona que guiará nuestro destino. No sabía que contestar, ella llevaba cientos de años buscando el amor, encontrándolo únicamente en la persona que no podía correspondérselo, si es que en verdad había estado enamorada de mi padre. Estaba de acuerdo hasta cierto punto con ella, porque en cierta forma, saber hacia donde se dirigía mi destino, o en compañía de quien, mejor dicho, me había ahorrado muchas cosas sí, pero también había generado una duda que, a pesar de haber sido disipada ya, había lastimado a personas que no lo merecían. – Encontrarás a quien llevas buscando tanto tiempo el día menos pensado. – Musité al final de mis cavilaciones. Ella sonrió con un aire pesimista. Daba toda la idea de que ya se había rendido con respecto a ese tema. – Creo que ya dejé de buscarlo hace tiempo… – Confesó. – Jamás debes rendirte, tal vez cuando menos lo esperes, él llegará y te convertirás en la persona más feliz del mundo. – Gracias, cariño. Por eso te adoro, eres un ser muy especial. – Murmuró por fin, antes de, también, felicitar a Jacob con evidente falta de entusiasmo. Kate fue más alegre, se percibía que la compañía de Garret había cambiado por completo su vida, a pesar de las cosas malas, como la muerte de su hermana, que habían pasado en el último tiempo. Para ellas siete años no eran nada, eran mucho más antiguas que cualquiera de nosotros.

Carmen y Eleazar, con sus aires tan diferentes a cualquier otro vampiro, y también con ese perdido acento castellano, fueron mucho más efusivos en sus felicitaciones. El siguiente fue Charlie. – ¡Abuelo! – Casi grité por la emoción, me dirigí decidida para abrazarlo. Era tan frágil, a pesar de que siempre había tenido todos los cuidados y la consciencia de que era más débil que yo, la sensación de poder lastimarlo jamás desaparecía. – ¡Nessie! – Contestó él casi con la misma efusividad. Hacía tanto tiempo que no nos veíamos, nuestra salida de su vida estaba siendo más dura de lo que siempre había sospechado. – No puedo creer lo hermosa que estas. – Musitó, acariciando mi mejilla. – tú también te ves increíble. – Convine al percatarme del esmoquin que seguramente mi tía Alice lo había obligado a llevar. – Claro, la pequeña Alice es un demonio de la moda. – Dijo casi riendo. – Y eso que no conociste a Malenne. – Dije, sin poder evitar sonreír, al recordar que ella se encontraba en mi boda, y que era mi mejor amiga. – ¿Quién es ella? – Preguntó sin comprender el motivo de mi repentina felicidad. – Ya te la presentaré, te encantará. – Contesté, todavía sonriendo. Lo dejé levemente confundido, antes de saludar uno a uno a todos los concurrentes, que se arremolinaban en torno a nosotros dos, por completo emocionados por nuestra unión. Luego de unos minutos, la gente se fue disipando, en medida que me daba cuenta de que faltaba que me felicitaran los dos invitados más importantes para mí en esa fiesta. Los busqué con la mirada, intentando parecer disimulada, o como si estuviera recorriendo el horizonte en vez de estar buscándolos. Los hallé con suma facilidad, porque estaban, también observándome. Michelle no se había separado de ellos, y en especial de Raphael, a quien seguía como si fuera su sombra. Él no parecía molesto por aquello, pero tampoco lucía como si en verdad le prestara mayor atención, tal vez, ya se había dado cuenta de que ella estaba

enamorada, y optaba por evitar lastimarla, era muy propio de mi mejor amigo evitar que los demás sintieran dolor. Jake no había soltado en ningún momento, y yo tampoco. Era como si alguien nos hubiera soldado uno al otro, evitando que podamos separarnos, o siquiera movernos como entes separados. ¿Es necesario pasar por esto? Preguntó la parte cobarde de mi mente, la que quería evitar ese encuentro, pero sabía que no tenía sentido que fuera así, no podían estar ambos en un mismo lugar y no saludarse, era tonto, demasiado infantil y, aunque pareciera absurdo, peligroso. Porque cuanto más rápido los pusiera cara a cara, tal vez tenía más posibilidades de que la tensión desapareciera. En fin, aunque tenía lógica, hacerlo era mucho, mucho, más fácil que decirlo. – Ven. – Le susurré al oído. – Quiero presentarte a mis amigos. Él se dio cuenta en el acto de a quienes me refería y, para mi disgusto y miedo, cambió por completo su rostro perfecto, que un segundo antes de que pronunciara mis palabras, se encontraba rebosante de alegría. Ahora, sin embargo, reflejaba una tensión que emanaba por todos los poros de su perfil hermoso. – Tenía que pasar en algún momento. – Musitó despacio, sólo para que yo pudiera oírlo. Caminamos juntos hacía ellos, y me di cuenta de que Malenne me prestaba mayor atención que tan sólo un instante antes. A medida que nos acercábamos más y más, ella fue cambiando su posición, tornándose en una que dejaba muy en claro que intentaría defender a su hermano si algo malo pasaba. Él no le hizo mucho caso, pues se adelantó levemente al verme avanzar, como si no pudiera evitarlo. Eso no fue del agrado de mi esposo, que se aferró con más fuerza a mí, lo cual, si mi cuerpo no hubiese estado hecho de piedra, me habría dolido, seguramente. Estar de frente a ellos fue como un golpe, porque siempre me había parecido ilusoria esa situación. Raphael y Jacob uno frente a otro. En ese momento, deseé con todas mis fuerzas que se abriera un pozo en el suelo y caer, porque no podía soportar la tensión que emanaba Jake, algo que le era imposible disimular debido a su temperamento. Raph, sin embargo, se mostró mucho más calmado, sin embargo, estaba por completo segura de que estaba indagando en la mente de mi marido.

No fue relajante darme cuenta, también, de que en ese momento todos nos miraban. De repente, los cinco éramos el maldito centro de atención. Los lobos observaban a mis amigos como enemigos, y mis padres, tíos y abuelos, nos contemplaban con un aire calculador, evaluando hasta la más pequeña reacción por parte de cualquiera. Agradecí con todo el corazón la ola de tranquilidad que invadió el ambiente en ese momento. Busqué a Jasper con la mirada, y le sonreí al darme cuenta que era de él de donde provenía. Me guiñó un ojo con complicidad, como si estuviera diciendo que me relajara, aunque era del todo imposible. – Jacob, ellos son... – Comencé a decir, pero Mallie fue mucho más rápida y tomó cartas en el asunto. – Malenne Blancquarts. – Se presentó con una sonrisa deslumbrante, adelantándose y contorsionando graciosamente su cuerpo perfecto. Levantó su pálida y pequeña mano, como un signo de saludo. – El gusto es todo tuyo. – Agregó para luego carcajearse con picardía. Jake intentó sonreír, pero fue más una mueca que otra cosa. – Muy graciosa. Es un gusto conocerte por fin, he escuchado mucho de ti. – Musitó con un tono casi natural y casual. Levantó también su mano, y me di cuenta que lo hacía mucho más por una cuestión de respeto que por otra cosa. No reaccionó a la baja temperatura de mi mejor amiga, como había hecho siempre cuando tocaba a otro inmortal. Luego se adelantó Michelle, y me dio la sensación de que todo había sido por completo planeado, como evitando que ellos dos se presentaran al principio. – Michelle Whi... – Comenzó, para luego rectificar. – Lo siento, todavía no me acostumbro. – Dijo mirando a los hermanos. – Michelle Blancquarts. Es un placer conocerte por fin, Jacob. Renesmee siempre me habló mucho de ti. Jake sonrió, y esta vez se notó genuino. – Gracias, Michelle. – Contestó. –Agradezco tu presencia. – No agregó nada más, porque él conocía toda la historia, y las pasadas intenciones de Mich por acabar con mi vida. Finalmente, el momento. Sentí como mi respiración comenzaba agitarse. Como todo mi centro se desestabilizaba.

Mi mejor amigo fue el último en adelantarse, y si no estaba delirando por puro miedo, creía que me miró a los ojos, como invitándome a tranquilizarme. – Raphael. Raphael Blancquarts. – Se presentó con simplicidad y sin agregar nada más. Levantó la mano con decisión, y la posicionó delante de su cuerpo, para que Jacob la estrechara. En ese momento, los ojos de ambos se encontraron. Un par dorados, brillantes y con un aire tan triste y decidido al mismo tiempo, que partían el alma. El otro oscuro, brilloso, y teñido por dos emociones demasiado fuertes: La dicha de acabar de casarse y también de... de... ¿Rabia? El corazón se me detuvo, podía jurarlo. Jacob levantó la mano por tercera vez, y la estrechó casi con violencia a la de mi mejor amigo. Pude notar que apretó con mucha más fuerza que a las otras dos, pero Raph no se quejó ni siquiera un poco. – A ti es a quien llevo tiempo queriendo conocer... – Dijo mi esposo con un tono que no me gustó para nada. – Pues aquí estoy... – Contestó Raphael, con igual estil

XL Sorpresas. ¡No! No, no, no, no, ¡No! Eso fue todo lo que pude pensar en ese momento, cuando los vi uno frente a otro, con la amenaza implícita en sus voces hermosas. No podía pasar, simplemente no. Jake todavía no soltaba a Raphael, quien mantenía extendido el brazo, y creía que, si no fuera por el simple hecho de que no tenía una sola gota de sangre corriéndole por las venas, a esas alturas su mano estaría teñida de un color violeta intenso, fruto de la fuerza que veía que estaba haciendo. – Jake… – Susurré, para evitar que todo eso pasara a mayores. Mi imaginación comenzó a procesar cientos de posibilidades, pero no. No, ellos no harían eso, porque no tenía sentido ¿No? No lucharían, no se lastimarían… La negación aparecía constantemente en mi mente, porque necesitaba auto convencerme de que mis preocupaciones no se volverían hechos. No, no. Raph parecía levemente indiferente a todo. Como si esperara que Jacob lo soltara, pero esos no parecían ser los planes de mi esposo, que hasta había dejado de respirar. Siempre, toda mi vida, había sido consciente de que Jacob era una persona temperamental. Tranquila, sí, pero con un carácter un tanto quisquilloso. Ahora estaba enojado, muy enojado, y no sabía que era lo que podría llegar a hacer como fruto de esas emociones que parecían superarlo. Los segundos avanzaban con una lentitud insoportable, mientras ninguno de ellos rompía el contacto visual. Malenne no hacía nada, o al menos eso es lo que creía, sólo se dedicaba a observar, primero a su hermano, luego a Jacob, y al final, el camino inverso. Michelle estaba asustada, pero no como lo había estado en el claro de las montañas más de un año atrás. Ahora me daba cuenta de que su madurez no sólo se podía observar a través de sus ojos dorados, sino también en todo lo que la rodeaba. Temía por Raphael, porque lo quería, tal vez porque lo amaba, como yo no había sido capaz, porque mi corazón ya tenía dueño, tal y como dijo Tanya, desde el mismo momento en el que abrí los ojos. Sin embargo, a pesar de que quería creer que nada sucedería, las imágenes de ellos dos luchando se colaron entre mis pensamientos.

Rodeándose, cerrándose el paso mutualmente, luchando hasta que uno de los dos caiga muerto... Vampiro contra hombre lobo. Un vampiro que era fuerte, y que había sido capaz de arrancarle un brazo sin problema alguno a un luchador tan curtido como Demetri, un vampiro que contaba con la ayuda de Michelle, que tenía el poder de pasar desapercibida, y también con el completo apoyo de Malenne, su hermana, el ser más poderoso de toda esa fiesta, y probablemente de muchos lugares más. Un hombre lobo que era el jefe de su estirpe, poderoso y temible, que tenía a toda su manada rodeándonos, a la expectativa de que ellos, mis mejores amigos, cometieran un sólo paso en falso. Sólo uno, eso era todo lo que necesitaban. Por más que no quería pensar en ello, las probabilidades comenzaron a calcularse en mi cabeza. La mente me traicionaba, y no podía evitar sacar las cuentas de que, probablemente, Jacob y muchos licántropos morirían si realmente se materializaba la pelea. Malenne podría inmovilizarnos a todos, no tendría el mínimo problema con ello. Absolutamente no. Me di cuenta también, en esos segundos que ya estaban transcurriendo a una lentitud insoportable, que ellos no tenían un trato al que apagarse, o una vinculación como nosotros, los Cullen. No, ellos eran Blancquarts, vampiros vegetarianos, sí, pero no por ello iguales a nosotros. Tal vez, ellos podrían creer lo mismo que todos nuestros otros amigos que se encontraban ausentes, que los lobos eran inestables, peligrosos, y sobre todo, nuestros enemigos naturales. Esa constatación fue como una puñalada en el pecho. Un dolor insoportable, tan real, que temí en realidad que algo malo ya estuviese pasando, porque esa sensación no podía ser sólo originada por un pensamiento. – No estoy aquí para robártela, ni para dañarlos de ninguna forma… – Dijo mi mejor amigo, por fin. Respondiendo a cuestionamientos internos de Jacob. – Sólo quise compartir este momento de su vida, al igual que tú tanto tiempo atrás lo hiciste con su madre. Mi esposo alzó una ceja, como si le incomodara el hecho de que Raphael trajera ese tema a colación. Intenté recordar el momento en el que le había contado eso, porque lo cierto es que yo tampoco tenía muchos detalles de esa riña que casi habían tenido mi padre y él tanto tiempo atrás.

– No deberías estar aquí, arriesgas tu vida. – Musitó mi esposo, palabras que me causaron escalofríos. – ¿Me estas amenazando? – Preguntó Raphael alzando una ceja. – Ya dejé muy en claro mis intenciones. No tengo la mínima intención de luchar, no Vine a eso. Sólo quise estar aquí por ella. – No es una amenaza, para nada. Tampoco te dañaría, porque sé que mi esposa, – Recalcó con mucha convicción. – sería infeliz si algo te pasara. Era por completo cierto. Sería infeliz si ese encuentro acababa con la vida de alguno de los dos, no podría tolerarlo, jamás. Mucho menos la muerte de Jacob, no, aunque las dos las percibía con el mismo pánico, algo me decía que si Jacob se atrevía a luchar, sería él el que moriría, simplemente porque a pesar de ser un ser sobrenatural, también era humano, y Raphael, como mi padre, mis tíos, o mi abuelo, era un vampiro completo, una ser creado para aniquilar, esa era la simple verdad. Sólo necesitaba algo de su fuerza, porque a diferencia de Jake, él no perdería el tiempo en transformarse en nada. Mi esposo estaba a mi lado, humanamente indefenso. Pero era imposible que Raphael hiciera algo así, pensé luego. No, él no era esa clase de persona. Él pensaba todo el tiempo en los demás, en no lastimarlos, jamás se le cruzaría por la cabeza el hecho de dañar a Jacob, por más que lo deseara, algo que sabía que no quería hacer, porque lo conocía demasiado bien. Además, Raphael me amaba, y también podía jurar que no haría nada que me lastimara, algo que me destruiría de una forma que jamás podría llegar a imaginar por completo. Sólo podía desear que se soltaran, que ambos dejaran de ejercer esa fuerza sobre humana en el otro, o mejor dicho, que Jacob lo liberara, porque era él el que estaba aprisionándolo. No podía creer como todos esos pensamientos se había arremolinado en mi cabeza en tan escaso tiempo, porque no habían pasado más de unos cuantos segundos desde que ellos habían dejado de hablar. Alguien tenía que interferir, quien sea, no importaba. – Suéltame. – Dijo entonces Raphael, con su habitual estado imperturbable. – No deseo que esto se vuelva una pelea. Y tú tampoco lo quieres. Ella te ha elegido a ti, y yo no estoy aquí para cambiar eso. – Explicó, a lo que Jacob fue reaccionando de forma lenta. Seguramente se encontraba por completo sorprendido por el análisis

que le estaba dando el vampiro, que parecía estar leyéndole la mente. Traté de imaginar la sensación de Deja Vu, que eso podría haberle ocasionado. – Y sí, no sabes lo que lamento que no me haya elegido a mí, pero las cosas pasan por una razón, y no puedo hacer nada para cambiarlo. La mirada de Jacob se endureció un poco más, pero también pude darme cuenta de que creía en lo que mi amigo le decía, lo cual era algo bueno, o al menos eso fue lo que quise pensar. – Suéltalo. – Musité yo, entonces. – Jake… – Comencé. – No debes hacer esto, amor. Es nuestra boda, por favor. Él no hizo gesto alguno, ni siquiera me miró, porque todavía estaba concentrado en Raphael, que seguía esperando. El silencio era sepulcral, nadie respiraba, ni siquiera los lobos, que eran los únicos que en realidad necesitaban hacerlo entre todos los demás concurrentes. Sólo hacía falta un pequeño paso en falso y todo se volvería un caos antes de que alguien pudiera hacer algo. Pude darme cuenta también, que Charlie observaba desde su ubicación, para él, todo esto debería haber parecido más descabellado de lo que lo era para las personas que sabíamos que era lo que realmente estaba pasando. Él no sabía que yo había engañado a Jacob con Raphael, que me había comportado como una tonta, como una más entre todas las jóvenes que engañan a sus novios sin ponerse a pensar en lo que hacen, o del mismo modo en el caso inverso. Lentamente, Jacob comenzó a entrar en razón. Comenzó a aflojar la mano de mi amigo, y pronto, llegó el momento en el que pudo liberarse por completo. – Has tomado la decisión correcta. – Musitó entonces Raphael, para luego agregar. – No tengo intención alguna de arruinar tu boda. Jacob continuaba observándolo, aún después de todo, parecía que no le creía. No me había dado cuenta, por la tensión del momento que acabábamos de pasar, lo mucho que todos había estado acercándose en el transcurso de los últimos segundos. Tal vez, no sólo a mi me habían parecido eternos... porque los lobos casi rozaban la tela del traje de Raphael, y si no fuera por el hecho de que Michelle y Malenne casi lo rodeaban por completo, estaba segura de que no hubiesen dudado en abalanzarse sobre él. Tal vez Malenne se dio cuenta de ello, porque no pudo evitar decir:

– No se acerquen un paso más... – Musitó casi con un tono amenazante. – Porque no tienen idea de lo que soy capaz... Sam, el que estaba más cerca, dudó. Algo en la voz de Malie le dijo que no estaba bromeando. Tal vez simplemente se debía a que en realidad lo sabía. Jacob estaba al tanto de lo que mi mejor amiga era capaz de hacer, y en ese momento, me resultó tonto pensar que Jake no se lo haya contado al otro líder de la manada, pues el secreto de los Blancquarts era algo digno de decir. – En serio. – Continuó Malenne. – Puedo hacer que hagas cosas de las cuales podrías arrepentirte toda tu vida. – Hermana… – Previno Raphael. – No estamos aquí para pelear. Vinimos a la boda de Renesmee. – Él quiere lastimarte. – Sentenció Michelle desde el otro lado, mirando a Sam. – Esta claro en su mirada. El aludido no dijo nada, por lo que la afirmación de las dos vampiresas parecía del todo real. – Sam… – Comencé entonces. – Ellos no les harán daño, ni a ustedes ni a nadie. Has visto sus ojos, son vegetarianos, y no viene a luchar, ni a cazar humanos. Me observó a los ojos, como intentado ver a través de ellos si estaba siendo sincera. En ese momento no pude creer como dudaba de mis palabras. Jamás había mentido, y mucho menos lo haría estando allí tantos pequeños, como sus hijos, o Claire, que corría por esa extensión de prado donde la boda estaba celebrándose. Jacob había adoptado otra postura, ahora se interponía entre mis amigos y yo, pero también parecía dispuesto a alejarme en cualquier momento si todo eso pasaba a mayores. – Ya es suficiente. – Musitó mi padre en voz muy baja, acercándose. Suspiré más tranquila al darme cuenta de que él podría manejar mucho mejor todo aquello. – Recuerden que esto es una boda, y que no estamos aquí para combatir. – Eso deberías decírselo a estos perros. – Dijo Malenne mirando con asco al grupo formado por Sam, Jared, Paul, Embry, Collin y todos los demás, que también enfatizaron una mirada que no era para nada agradable, luego se dirigió de nuevo a mi padre. – Tú viste nuestras mentes cuando llegamos, en ningún momento quisimos llegar a esta situación.

– Lo sé. – Convino él. – Jacob, Sam. – Agregó mirando a uno y luego al otro. – No es necesario todo esto. – Son intrusos, no tenemos ningún tratado con ellos. – Contestó Sam con evidente enojo. – No tenemos por qué respetarlos. – Tampoco tienen un tratado con nosotros, y sin embargo aquí estamos. – Interfirió Tanya, acercándose al círculo de fuego como si estuviera caminando placidamente por el lugar. – Eso es diferente… – Comenzó Jacob con aire titubeante, como si ni él creyera lo que estaba diciendo. – ¿Diferente por qué? – Dijo ella. Era evidente que todavía tenía varias cosas que resolver con los licántropos, y podía entenderla, porque su hermana había muerte, tal vez, como una consecuencia indirecta, o como un daño colateral, de la existencia de hombres lobo en Forks, pero tampoco podía apañarlo, porque si ellos no hubiesen estado, tal vez Irina estaría viva, pero mi madre no, por lo tanto tampoco mi padre, y menos que menos yo. – ¿Por qué ninguno de nosotros ha besado a tu esposa? Mi rostro de seguro se tornó de un color tan intensamente rojo, que no existía manera absoluta de esconder mis emociones, las cuales se revolvieron en ese segundo en el cual ella terminó de acusar a mi esposo. – No es necesario decir esas cosas, Tanya. – Intervino mi madre desde atrás de mi ubicación, también acercándose hacía nosotros. – Jacob… – Dijo mirándolo a él. – Recuerda muy bien todo lo que pasó en el pasado. ¿De verdad quieres volver a peder la calma? Ahora estás del otro lado, no hagas pasar a Renesmee por lo mismo que yo pasé. Ella te eligió a ti, ¿Por qué no puede Raphael venir a verla? Si tú también lo hiciste, ¿Cual es la diferencia? Pude darme cuenta de lo incomodo que se puso mi esposo, porque su rostro compuso una mueca que denotaba que estaba pensando en como contradecir a su mejor amiga, pero su mente no podía facilitarle nada, simplemente porque no tenía algo contundente con lo cual contraatacar. – Yo permití que tú estuvieras, porque a ella le hacía feliz tenerte. – Agregó mi padre, también mirándolo. – Pero créeme que no fue fácil. No debes estar inseguro, ella ya es tu esposa. – No dudo de ella. – Dijo Jake, acercándose más a mí.

– ¿Entonces? – Preguntó Malenne, que todavía seguía mirando a Sam como si estuviera dispuesta a arrancarle un brazo. – Esta bien. – Aceptó por fin mi nuevo esposo. – Sam, ellos pueden estar aquí. Son bienvenidos. – La nota resignada de su voz restó confort a las palabras, sin embargo, era lo máximo que podía esperar de mi esposo. – Has tomado la decisión correcta, Jacob. – Habló nuevamente Mallie, que ya había cambiado la postura, relajándose en el acto, pero, sin embargo, todavía tomando del brazo a su hermano. Aunque el gesto parecía más como si estuviera apoyándose en él que otra cosa, pude darme cuanta de que todavía no bajaba por completo la guardia. Confiaba en los lobos tan poco como los licántropos en ellos. Sonrió con descaro a Sam, como si le estuviera diciendo que no se saldría con la suya esta vez. Era evidente que no le caía nada bien. – Tal vez la próxima. – Musitó, no pudiendo con su genio. – Aunque dudo que te atrevas, alfa… Vamos a ver quien obedece a quien… Suspiré con pesadez, para hacerle entender que no debía comportarse como una niña, pero no me hizo caso. Aunque en realidad ¿Lo había hecho alguna vez? El líder de la otra manada, la observó intentando parecer calmado, pero algo me decía que, incluso Sam, alguien que si bien estaba al tanto de lo sobrenatural, no comprendía por completo la naturaleza de los vampiros, se daba cuenta de que Malenne era incluso más poderosa de lo que él podía llegar a comprender. Michelle cambió de lugar, acercándose más hacía los hermanos. Sus hermanos… Michelle Blancquarts. Debía admitir que había sido un buen gesto que hicieran eso por ella, darle ese empujón que pudiera hacerla sentir como parte de ellos, como un signo de unión. Ahora formaban parte de un mismo aquelarre, o de una familia, mejor dicho, en realidad eso es lo que éramos los vampiros que no se guiaban por las reglas normales de nuestro mundo, como había dicho Garret tanto tiempo atrás, nuestros lazos no eran frágiles ni esporádicos, sino por completo genuinos y fuertes.

Era tan evidente que ella sentía algo por Raphael, demasiado obvio. Me hubiese gustado ir y hacer algo, que ellos se miraran a los ojos, no sabía, algo, sólo algo con lo que pudiera lograr que las vidas de ambos se unieran. A pesar de todo lo diferente que parecían, tenían cosas en común, como el sentido de la familia, o el del sacrificio. Me di cuenta en ese momento, de que la fiesta debía continuar. Rápidamente, algunos camareros comenzaron a salir de la casa. Habíansido citados para llegar justo después de la ceremonia, y así había resultado. Comenzaron a repartir comida entre los hombres lobo, incluso también ofrecieron a los vampiros, no sabiendo que en realidad ellos no necesitaban de ella. Todos nos encontrábamos en la tienda blanca que había sido mi refugio durante en tiempo que precedió a la boda. Ahora que las paredes habían sido levantas, se había convertido en un espacio abierto, y por completo cómodo, en el cual se habían colocado mesas para que los invitados tomaran asiento. Me sentí tranquila al darme cuenta que el mal momento ya había pasado. A pesar de todas las amenazas implícitas en ambas partes, habíamos podido llegar a un acuerdo. La ceremonia continuó desenvolviéndose tal cual estaba planeado. Unos pocos minutos después de que los camareros hayan finalizado su primer ronda, y corrieran a la cocina para seguir preparando todo lo demás, enseguida se dieron cuenta de que los lobos eran los principales comensales de toda la fiesta, mi tía Rosalie, una vez más, se acercó al piano para comenzar a tocar el vals. Lo tradicional siempre me había gustado, y no me importaba el riesgo de caer en la monotonía, no importaba lo parecida que era mi boda a la de tantas otras mujeres, sino que yo la estaba pasando genial, y que unía mi vida a él, a Jacob. El corazón me pesaba mucho más de lo que siempre había pesado, porque ahora, sentía que liberaba todo mi amor hacía él. Como la explosión de una estrella en el espacio. Era simplemente demasiado como para contenerlo, necesitaba expresarlo, porque sino lo hacía mi cuerpo se desvanecería. Caminamos tomados de la mano hacia el centro, mientras todos nuestros invitados nos rodeaban en un círculo amplio pero acogedor al mismo tiempo. La música empezó con su candencia suave, al mismo tiempo que Jacob me tomaba por la cintura, y yo apoyaba una de mis manos en su hombro.

– Te amo. – Dijo por enésima vez ese día. – Yo más. – Contesté sonriendo, mientras cada uno se perdía en la mirada del otro. Comenzamos a deslizarnos lentamente por la pista, que era una tarima de madera pulida que había mandado a colocar hacía unos días. No era un gran bailarín, pero me di cuenta de que estaba poniendo todo su esfuerzo por seguirme. Girábamos, y aunque le prestaba casi toda la atención a su rostro moreno, vi a través de mi visión periférica, como la gente nos contemplaba, a medida que ambos girábamos con gracia y la música iba aumentando el tempo. – Es el día más feliz de mi vida. – Dije, apoyando la cabeza sobre su hombro, sin que ninguno de los dos dejara de moverse. – Nunca me sentí tan feliz, en todos estos años, nunca como hoy, nunca como ahora. – Sueño con este momento desde que aceptaste ser mi esposa. – Contestó él simplemente. – Ahora puedo decir que mi existencia esta completa, te amo, me amas, y eres mi esposa. No necesito nada más. Me sonrió tiernamente, y no pude resistirme a buscar su boca con la mía, de modo que nuestros labios se entrelazaron en un beso candente, que generó una reacción electrizante por todo mi cuerpo. Me apretó suavemente a él, mientras me rodeaba por completo con sus brazos fuertes. En un tiempo que me pareció demasiado corto, pero de seguro no lo fue, sino que tuvo que ver más con el hecho de que estaba con mi esposo y se había escapado de mis manos con demasiado rapidez, mi padre llegó para robarme y bailar conmigo un poco. – Ya estas tranquila. – Dijo. No era una pregunta, sólo una comprobación. – Sí. – Afirmé. – No tienes idea del miedo que tuve. Él sonrió, aunque de hecho yo no le encontraba nada de gracioso a toda la situación. – Sí, tuve más que sólo una idea. Aunque… No iba a pasar nada, estuve viendo todo el tiempo en sus mentes. En realidad, Jacob sólo estaba, ¿Cómo decirlo? Inseguro, creo que esa es la palabra. – ¿Inseguro? – Pregunté. – ¿Por qué debería de estarlo?

– ¿No puedes descubrirlo por ti misma? – Cuestionó mi padre con una sonrisa pícara. Mientras girábamos de un lado a otro, dado que él era mucho mejor en eso que mi esposo, me di cuenta de que sabía a que se refería. No pude evitar sonreír de lo tonto que era Jake, ¿Cómo iba a sentirse inseguro por algo tan tonto? Por algo que no me importaba en lo más mínimo, yo lo amaba a él. Uno a uno, todos los invitados hombres fueron acercándose para bailar el vals. Seth se acercó sonriente, daba toda la apariencia de que la imprimación le había sentado muy bien. – Te ves fantástico. – Dije ni bien nos pusimos a bailar. – Anne Marie te ha cambiado la vida. – ¿Qué puedo decir aparte de que eso es absolutamente cierto? – Su sonrisa se ensanchó incluso hasta un límite físicamente imposible. – Es el ser más perfecto que pude haber encontrado sobre la faz de la tierra. Se volvió un segundo, y posó sus ojos sobre ella. Era una chica en verdad bonita. Tenía el cabello negro, lacio y una piel cobriza con un delicado tono caoba que resaltaba los planos de su anguloso rostro. Su cuerpo era el de una mujer, bien desarrollado y curvilíneo. Llevaba un vestido color rojo, que le llegaba pasando las rodillas, estaba espectacular. – No debes dejarla sola. – Lo incité. – Debes cuidarla mucho. Deposité un beso en la mejilla de Seth, que también era un gran amigo para mí, porque con él siempre había reído y disfrutado de su estado tan lleno de vitalidad. – Nos vemos luego. – Convino, alejándose. No me dio tiempo a nada más. Casi inmediatamente, llegó mi tío Emmett. – Sobrinita... – Dijo con su habitual jocosidad. – Te ves perfecta. – Gracias tío, pero cuidado. – Le advertí entre risas disimuladas. – Tú esposa esta cerca, no querrá que adules a otra mujer que no sea ella.

– Tú tía ya esta suficientemente distraída con tu mejor amiga. – Rió sonoramente, sólo como él podía hacerlo. – ¿Qué pasó con Malenne? – Quise saber de inmediato. No era raro que ella se estuviera metiendo en problemas. – No, nada pasó con ella. – Su expresión era tan divertida que no podía siquiera imaginarme que era lo que la originaba. – ¿Entonces? – El tema es que Rose esta de mal humor... – Comenzó, pero no pudo seguir, porque estalló nuevamente en carcajadas. – Porque siente envidia... por primera vez en su vida. Entendí sin más detalles de que venía el asunto. Me sentí culpable al comprobar que también me daba risa. – ¿Envidia de que? ¿O de quien? – Pregunté de todos modos. – De Malenne... – Contestó por fin. – Esta en el gran dilema de saber si es o no más bella. No ha parado de preguntarme si la encuentro más hermosa que a ella. No pude evitar, bajo ningún concepto, unirme a sus risas una vez que terminó de decir esa frase. – Espero que como todo caballero no hayas respondido a eso. – Dije una vez que pude detener las carcajadas. – Claro que no... – Se defendió. – Sólo dije la verdad. “No encuentra a nadie en el mundo más hermosa que tú” – ¡Muy bien! – Lo felicité. – Lo que menos necesito ahora es una batalla entre dos rubias tontas. Pude escuchar los dos quejidos indignados que se hallaban en distintos lugares de la tienda. Bueno, al menos en eso se ponían de acuerdo. Bailamos un poco más, antes de que mi tío Jasper y mis abuelos me reclamaran. Cuando sólo faltaba la persona obvia, sólo en ese momento, él se acercó. – ¿Me concedes esta pieza? – Preguntó Raphael con su tono de voz calmado y profundo. – Claro. – Convine, no pudiendo evitar sonreír.

Se acercó a mí, y con completa suavidad puso sus manos en torno a mi cintura. Mi cuerpo caliente no reaccionó de forma extraña una vez que sus manos, y el frío en ellas, hicieron contacto con la tela de mi vestido, era como si nunca se hubiese desacostumbrado. Me observó a los ojos, y sonrió sólo como él era capaz de hacerlo. Constaba creer que una sonrisa tan bella proviniera de un ser tan melancólico como Raph. – ¿Ya te dije lo mucho que me alegra que estés aquí conmigo? – Pregunté. – Creo que sí, en algún momento. – Musitó con una nueva sonrisa al mismo tiempo que me hacía girar y lograba que mi vestido hiciera un bonito efecto, elevándose suavemente. – ¿Me contarás que han hecho de su vida todo este tiempo? – Cuestioné luego de unos segundos. – Luego de que... te fueras. – Comenzó, pero me fue inevitable recriminar, aunque luego me mordí la lengua, por tonta. – Luego de que me obligaran a que me fuera... – Interrumpí. Me observó a los ojos, como si él no hubiese podido evitar nada para que eso pasara. Al final de cuentas, no sabía por qué estaba echándole eso en cara. Ya había pasado tanto tiempo. – Discúlpame, Raphael. – Pedí entonces. – Sólo que no tienes idea de lo que ha sido evitar pensar en ustedes todo este año. – Claro que tengo la idea, Renesmee. – Dijo simplemente. Tenía razón... No poder evitar pensar en alguien. Eso era algo que él sabía muy bien. – No he dejado de extrañarte ni un segundo en todo este tiempo, incluso ya te extrañaba cuando todavía estabas conmigo, allí, en Alaska. Se ha vuelto mi lugar favorito desde entonces, porque fue el lugar donde reviví... – Hablas como si antes hubieses estado muerto. – Susurré. Ya no bailábamos, sólo nos mecíamos al compás de la música, que ya comenzaba a calmarse. – No estaba vivo de muchas formas. – Dijo mirándome a los ojos. – Sabes... desde antes de conocerte, no me gustaba la vida. Creía que nada tenía sentido, que todo era parte de la misma realidad vacía. Los días transcurrían sin significado, impasibles. Ninguno era diferente al otro.

– Raphael... – Quise interrumpir de nuevo. No quería que hablara. Jacob estaba muy cerca, y de seguro escuchando. – Sé que no me amas. – Dijo, como si quisiera decir que no me preocupara por el hecho de que mi esposo estuviera a pocos pasos. – Y también sé que tu corazón ya tiene un dueño. Hoy me he dado cuenta de que tu marido sí lo hace, él te protegerá y te respetará toda la vida, eso ya es suficiente para mí, aunque no pueda tenerte. – Algún día encontrarás alguien que te ame como lo mereces... – Contesté en voz baja. – Y verás que yo sólo fui una tonta. No te acordarás de mí cuando ella aparezca. Sólo seré un recuerdo. Pero no quería ser eso. No quería que él me olvidara, porque yo jamás lo haría. A pesar de que no lo amaba como amaba a Jake, a pesar de que no pudiera entregarle mi corazón. Ese vampiro era tan importante en mi vida como cualquier miembro de mi familia, como una parte de mí. – Quizás eso pase... – Dijo, no del todo convencido. – Quizás no... – Verás que sí lo hará. – Y entonces todo será armonía. Ambos podremos mirarnos a los ojos sin pensar en el pasado. – Yo sólo veo tu rostro al fijar mi mirada en cualquier lado. – Contestó. – Pero te recuerdo con mayor intensidad cuando veo el ocaso. – ¿Por qué? – Quise saber. – Porque esa fue la primera vez que me di cuenta lo especial que eras. – Sonrió. – ¿Recuerdas cuando te enfrentamos con Malenne? Luego caminamos hacia un claro en las montañas, y te contamos todo. Bueno, cuando cayó la tarde, y el ocaso asomó... en ese segundo me di cuenta que algo había resucitado en el centro de mi cuerpo. Mi corazón no estaba enterrado en la negrura. Tu luz significó el ocaso de mis tinieblas, por ti la oscuridad se fue... una tarde, en un ocaso boreal. Por eso ahora amo a Alaska, porque es el lugar donde nací de nuevo, gracias a ti. Quise llorar, pero no podía. No era el momento, no era el lugar. No tenía sentido hacerlo sentir mal, ni a él, ni a Jacob. ¿Cómo puede una persona tener dos opciones igual de buenas? ¿Cómo podía elegir a uno a pesar de que me lastimaba dañar al otro? Así es el amor..., si no duele, es porque realmente no lo sientes. Dijo una parte de mi mente. ¿Realmente era así? ¿Quien ama tiene como obligación también sufrir?

– Nunca seré suficiente para ti. – Dije entonces. – Ni aunque viva mil años y aprenda todo lo que tengo por aprender. – Eso no es verdad. – Me contradijo. – Pero ya no hablemos de eso. Estamos en tu boda, y es un momento para que lo disfrutes. – Sonrió, pero una vez más, me di cuenta de que la alegría no asomaba en sus ojos, esos ojos que eran casi transparentes para mí, como una ventana a su alma. El vals dio su última nota, al momento en el que mi mejor amigo me soltaba y se alejaba de mi lado. Pude darme cuanta de que lo hacía porque Jacob se acercaba con una nueva expresión de pocos amigos hacía mí. – ¿Todo esta bien? – Preguntó una vez que me tuvo de nuevo en sus brazos. – ¿Por qué no había de estarlo? – Me cercioré, al mismo tiempo que apoyaba mi cabeza en su pecho. – Sólo quería estar seguro. – Musitó en un susurró a mi oído. Lo abracé con fuerza. Ese era nuestro momento, en el cual habíamos decidido ser marido y mujer ante nuestras familias y nuestros amigos. No había nada que me pusiera más feliz que todo aquello. – Te amo. – Le dije esta vez yo. – Y eso no cambiará nunca. – Yo también. – Contestó. – Eres todo para mí. Espero que jamás lo olvides. – Eso no pasará. El resto de la fiesta se sucedió como un recuerdo vivido en cámara rápida. Sólo podía decir que no terminé de saludar gente, que disfruté del tiempo con todos, con los hombres lobo, con mis tíos políticos, con Billy, que se había convertido oficialmente en mi suegro. Todo fue tan perfecto, tan lleno de vida y alegría, que mi cuerpo no podía procesar lo bien que la estaba pasando. Antes de que me diera cuenta, había llegado el tiempo de marcharnos. Y eso provocaba muchas emociones, nuevas emociones, que comenzaron a gobernar mi cuerpo antes de que en verdad cayera en cuenta. No había hablado nada con Raphael y Malenne, nada nuevo, sólo había tenido el tiempo suficiente para decirles lo mucho que los quería y lo mucho más que los había extrañado. No era justo, simplemente no era justo.

– Deben irse... – Anunció mi tía Alice, a quien, por su insistencia desmedida, había dejado organizar el viaje de luna de miel. – Su vuelo saldrá de Seattle en dos horas, no querrán llegar tarde. No repitamos la historia de tu madre, Renesmee. – Ella llegó a tiempo. – Musité a la defensiva. – Tuve que obligar a Edward, eso no lo olvides, porque si hubiese sido por ellos, habría pasado su luna de miel en el aeropuerto. – Ya partiremos, Alice. – Anunció Jacob, el cual parecía desbordar de deseo por abandonar Hoquiam. Supe sin necesidad alguna de preguntar a que se debía todo aquello. – Debes lanzar el ramo antes de irte, es la tradición. – Agregó mi tía con una sonrisa radiante. Cuanto la amaba. – Desde luego. – Musité. Ella corrió hacía el centro de la multitud, que continuaba bailando. Vi, desde lejos, como Malenne danzaba sola, algo típico de ella, claro, y como Michelle se agarraba al cuerpo de Raphael con, debía decirlo, cierta desesperación. Él hablaba con ella en un tono por completo natural, incluso lo veía sonreír. – Lo estas haciendo muy bien... – Le decía. – Hay varios humanos aquí, y tú lo controlas perfectamente. – La felicitó. – Gracias, Raph. – Contestó ella con otra sonrisa. – No sé que haría sin ti. – Renesmee tirará el ramo. – Casi gritó Alice. – Así que por favor, chicas, acérquense para ver quien es la próxima afortunada. Nunca había asistido a una boda, por lo que no sabía si ese aire expectante era en verdad el que sucedía, o sólo era parte del intento de casamiento tradicional que intentaba emular. Caminé con mi vestido de novia rozando el suelo hacía la escalera de la sala. Afuera ya estaba fresco, y no es que a los lobos o los vampiros eso molestara particularmente, pero la minoría humana ya se encontraba más cómoda en la casa, porque la fiesta se fue trasladando lentamente hacía el interior. Subí peldaño por peldaño, hasta situarme en la parte más alta de la estructura. Todas, absolutamente todas las mujeres de la fiesta se encontraba allí. Desde Sue, hasta Anne Marie, pasando por mis tías,

por las niñas, que de seguro no entendían lo que significaba ese rito, y también mis amigas, Malenne y Michelle. – ¿Todas listas? – Pregunté una vez que terminaron de acomodarse, supuse, estratégicamente. No lo pensé mucho, instintivamente me di vuelta, conté hasta tres, y elevé mis brazos con fuerza, dejando que el ramo nupcial se escapara de mis manos, y volara suavemente desde la planta alta hacia la estancia, para encontrarse con todas ellas. Sentí, antes de girar nuevamente, gritos ahogados y, finalmente, un mar de lamentos. Alguien lo había atrapado con demasiada facilidad. Una vez de frente a la multitud, me di cuenta de quien había sido la afortunada. Michelle sostenía el ramo con decisión, y sonreía, muy pagada de sí misma. – ¡Tú serás la próxima en casarte! – Anunció Esme, que a pesar de estar felizmente casada, también había formada parte del asunto. – No sé con quien... – Dijo, y me di cuenta, de que si hubiese sido una humana, en ese momento se habría sonrojado intensamente, porque miró hacía abajo, como si de repente el objeto que acababa de atrapar fuera lo más interesante del mundo. – Bueno, quizás sea cuestión de tiempo... – Aventuró mi tía Alice, quien en realidad no había mostrado ningún interés en atrapar el ramo. Quise preguntar en el acto a que se debía su exclamación, pero hubiese sido muy desubicado hacerle estando donde me encontraba, escaleras arriba, con todo el mundo mirándome, en especial Jacob y Raphael. Bajé enseguida, para dar por finalizada la velada, por lo menos para mí y para mi esposo, porque calculaba que los concurrentes estarían reunidos un poco más de tiempo. Antes de que me diera cuenta, nuevamente estaba en mi habitación. Fue de una gran sorpresa que fueran Michelle y Malenne las que me ayudaran a cambiarme el vestido de novia. Supuse que Alice había cedido los honores dada las circunstancias. – ¡Es increíble lo hermosa que luces! – Dijo Michelle una vez que se acercó. – No hemos tenido la oportunidad de saludarnos, Renesmee...

– Musitó. Era verdad, cuando habíamos estado frente a frente, había estado el aire demasiado tensionado. Se acercó a mí con completa naturalidad, y me dio un calido abrazo. Bueno, lo de calido era completamente metafórico. – Te ves hermosa... – Le dije también. – Tus ojos dorados... – La observé. – Te quedan muy bien. – Gracias... – Sonrió de nuevo. – No ha sido fácil. – Escuché algo sobre eso, pero según parece, lo manejas muy bien. – Raphael suele exagerar un poco. – Simplemente dijo. Reímos las tres. Era evidente que lo conocíamos. Abajo se escuchó a alguien suspirar, como si se resignara a lo que dijéramos de él. – Tu hermano no me ha contado nada de lo que han hecho en este tiempo. – Comenté mientras Michelle desabotonaba la parte de atrás de mi vestido. – En realidad no ha sido mucho... – Dijo Malenne como quien no quiere la cosa. – Me estas mintiendo... – Me di cuenta de inmediato. – Cuéntamelo, de todos modos me enteraré... Alice, recuérdalo siempre. Suspiró, también resignada. Era increíble lo parecido que eran sus ademanes. – Ni bien te obligué a irte tomamos un vuelvo a Londres. – Comenzó. – Estuvimos allí unos meses, no era seguro permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar, menos estando tan cerca de Italia. – ¿Los han estado siguiendo? – Pregunté con miedo, al mismo tiempo que Michelle me pasaba una chaqueta de seda negra que combinaría con una falda color beige. – Sí... – Contestó Malenne con duda. – Al menos eso es lo que parece... – No parecía dispuesta a querer agregar mucho más, pero de seguro la expresión de mi rostro la obligó a hacerlo. – Pero con la ayuda de Michelle y Raphael hemos podido despistarlos muy bien. – ¿No tienes miedo? – Consulté. – El miedo no te ayuda a sobrellevar las cosas que te suceden en la vida. – Respondió, lo cual me pareció un modo de no contestar directamente a la pregunta que le estaba haciendo. – En tal caso, creo

que somos lo suficientemente fuertes como para superar las circunstancias. Ellos deberían estar aterrados, no nosotros. No dije nada más, simplemente dejé que ambas continuaran ayudándome con la tarea. – Saldré un momento, Renesmee. – Dijo Michelle unos segundos después. – Creo que querrás despedirte de Mallie como se debe. – Puedes quedarte si quieres. – Musité. No era necesario que se vaya. – Lo sé, pero quiero darles intimidad. – Sonrió. Se acercó y me abrazó por última vez antes de cruzar la puerta. No sabía como era la mejor forma de decirle nuevamente adiós a mi mejor amiga. La situación era por completo diferente a nuestra última despedida. – ¿Cómo lo llevas? – Pregunté entonces, para ganar tiempo. – ¿Qué? – Quiso saber, levemente extrañada. – La convivencia... con Michelle. – Bueno... – Calló un momento. – Debo decir que pongo lo mejor de mí para que funcione. Llevaba doscientos años sin convivir con nadie más que no fuera él. Contigo era diferente, era como si siempre hubieses estado conmigo. – ¿Entonces? – No quería que esquivara esa pregunta. – Supongo que Raphael es mejor compañero con ella que yo. – Declaró. – Él la ha ayudado todo este tiempo con el tema de la sed, que la verdad creo que ya lo tenía bastante dominado, y sólo lo ha estado utilizando como excusa para pasar más tiempo con mi hermano. – Rió levemente. – Yo la ayudo a mejorar su don... Tiene mucho talento, y aprende rápido. Realmente es algo muy práctico. Aunque creo que eso no es lo que querías saber, en realidad. – Tomó mi bolso de mano y lo depositó sobre la cama. – En resumen... Hago todo cuanto este a mi mano para que la relación funcione, y ella parece estar de acuerdo en que lo mejor es que todo se vaya dando con naturalidad. – Me parece bien... – Aprobé con una sonrisa, mientras guardaba en una caja en tocado de plata y diamantes. – Además es tu hermana ahora, es una Blancquarts. – Creo que en realidad ella no quiere verme como una hermana, más bien pienso que aspira a sentirse como mi cuñada. – Susurró, casi yo

no pude oírla, por lo que podía apostar que nadie más lo había logrado. – Quizás el tiempo logre que eso pase. – De verdad me gustaría que se transformara en realidad. – Sí... – No parecía muy convencida. – Quizás lo sea luego de otros doscientos años de melancolía. Espero que tenga mucha paciencia. – El amor siempre espera. – Es bueno que pienses así. – Afirmó, para luego cambiar de tema. – Creo que lo mejor es que ya partan. No querrán quedarse atrapados en Seattle. – Sí, será lo mejor. – Convine. – Nos volveremos a ver, Renesmee. – Comenzó ella con la despedida. Agradecí que tomara el mando, yo no podría haberlo hecho. – No puedo decirte cuando, porque en realidad yo tampoco lo sé. Pero pasará. Siempre que dices “adiós”, se abre una posibilidad para decir “hola” de nuevo. – Sabes que ya te estoy extrañando, ¿no? – Sí lo sé, amiga de mi alma. – Se acercó, y me envolvió con sus pequeños brazos. – A mi me pasa lo mismo. – Lo peor de todo es no saber que si realmente se encuentran bien. – Declaré. – Estaremos bien... – Dijo. – Tenemos motivos de sobra para estarlo. – Acarició mi rostro. – Ahora más que nunca. Te hemos visto, y eso es simplemente una razón para hacerlo. No pude evitar ponerme a llorar. ¿Por qué tenían que pasar esas cosas? ¿Por qué ellos sólo podían estar presentes por momentos esporádicos y breves? – Todo pasará, algún día. – Intentó consolarme. – Algún día. – Repetí. – No deseo verte llorar. – Dijo. – Vas camino a tu luna de miel, Renesmee. Deberías ser la mujer más feliz de la tierra. – Lo soy. – Afirmé con convicción. Lo era realmente. – Sólo que las despedidas no son mi fuerte.

Sonrió. – Ve, ve con Jake y demuéstrale que lo amas. Él te espera. – Me alentó. – Gracias, amiga. – Contesté. – Realmente te amo. – Yo también... mucho. Bajamos juntas, y ya todos los invitados habían formado una fila para despedirnos en la entrada de la casa. Jacob ya estaba parado al lado del nuevo coche, un Audi TT coupe completamente negro. Se le notaba en el rostro las ganas que tenía de manejarlo. Supuse que ya se había despedido de todos, por lo que me apresuré a hacer lo mismo. Uno a uno, fui saludando y agradeciendo por su presencia. – Adiós, mamá, papá. – Dije al mismo tiempo que los abrazaba a ambos. Ellos devolvieron el gesto con intensidad. No podía creer lo rápido que me estaba separando nuevamente de ellos, incluso aunque esta vez estuviera del todo justificado. – Los amo. Prometo llamarlos en cuanto lleguemos al hotel. No me demoré mucho más, y al final, caminé hacia mis tres amigos, que me observaron con alegría, o al menos eso era lo que parecía. – Gracias por haber estado aquí. – Dije por última vez. – Siempre estaremos cuando nos necesites, Renesmee. – Contestó Malenne. – Ve y disfruta, estas cosas sólo se viven una vez. – Agregó Michelle. – Te queremos, Nessie. – Finalizó Raphael. – Y recuerda siempre eso. – Los amo... – Susurré, para luego abrazar a cada uno y correr hacia el coche. Jacob puso en marcha el motor en medio de un festejo realizado por todos los concurrentes. Observé por última vez la escena, antes de decidir que a partir de ahora, el tiempo sólo le pertenecía a mi esposo y a mí. Tomé su mano con fuerza, al mismo tiempo que dejaba todo atrás, todo, salvo mi amor por él. – Te amo. – Le susurré. – Yo más. – Contestó con una sonrisa.

– Eso no lo creo. – Contradije. Reímos ambos, y en ese instante, comprendí que todo lo que necesitaba para ser feliz era a él, a pesar de que había muchas otras personas que alegraran mi existencia. Manejamos sin prisa hacía Seattle. El viaje era un poco más largo desde Hoquiam, pero a pesar de ello, llegamos con el tiempo suficiente. – Este auto es una maravilla. – Musitó Jacob con satisfacción. – Bueno, disfrútalo, porque es el regalo de bodas de mi padre. – Contesté al mismo tiempo que apoyaba mi cabeza en su hombre y me apretaba al brazo que tenía libre. – ¿En serio? – Parecía muy sorprendido. – ¿A que se debe tanto asombro? – Creí que Edward estaba descontento con esta boda. – Bueno... – En realidad sí lo estaba, aunque había tenido que hacerse a la idea. – Sabes que te aprecia mucho, sólo que nunca aceptará la cruda verdad. Ya no soy una niña, y esta vez es en serio. Rió. – Siempre serás una niña para él. Esa es una idea que tú tendrá que hacerte. – Una chica tiene derecho a soñar... – Contesté. – Supongo que sí. – Luego se puso serio. – Quiero hablar contigo de algo. – ¿De qué? – Pregunté en el acto, como un reflejo involuntario de mi curiosidad, aunque podría haberlo supuesto de ante mano, eso era seguro. – De tu amigo... – Comenzó tímidamente. – De Raphael Blacquarts. Articuló el nombre como si estuviera diciendo un insulto. – Si tú quieres hablar. – Dije. Hacía unos instantes había decidido dejar todo eso atrás, pero si él necesitaba hablarlo... era mejor que lo hiciéramos ahora. No había planeado mi luna de miel para que se transformada en un debate, así que supuse que lo mejor era hacerlo en ese momento. – Dime.

– Tú no sabías que vendría. ¿Cierto? – No. – Contesté en el acto. – Ninguno de ellos. – ¿Y qué te produjo su presencia? – Quiso saber. – ¿Te refieres a la de él o la de todos ellos en general? Dudó. – La de todos en general, y si quieres, la de él en particular. – Me hizo muy feliz que estuvieran conmigo. – Contesté. – Que Malenne haya sido mi dama de honor, ver que Michelle estuviera bien, y tranquila. Y también disfruté ver a Raphael, él es mi mejor amigo, mi amor. – Bueno, eso incluía los conceptos globales. – Y... Me hubiese gustado ahorrarle a Raph el pesar de ver como me casaba. Sé muy bien, conociéndolo como lo conozco, que fue duro para él. – ¿No dudaste en ningún momento de lo que estabas por hacer cuando entró a la tienda, antes de la boda? Al principio esa pregunta me molestó. No podía creer que estuviera haciendo ese cuestionamiento. Debería saber, sobre todo a esas alturas, que yo lo amaba a él, y que siempre lo haría. – En ningún momento. Creí que ya habíamos aclarado ese tema. ¿De verdad te sientes tan inseguro? – Contesté, no pudiendo esconder la desilusión en mi voz. – No es inseguridad, mi amor. – Estaba eligiendo muy bien sus palabras. – Sólo que no quiero que luego seas infeliz, o que temas haber cometido un error. – No lo he hecho, y estoy cien por ciento segura de lo que hice. – ¿Era tan difícil que se diera cuenta de ello? – Te amo, Jacob Black. No hay nada ni nadie que me haga dudar de eso. – Y yo te amo a ti... Renesmee Cullen. – No, no Renesmee Cullen. – Reí. – Mi nuevo nombre es Renesmee Black, acuérdate de eso. La sonrisa que compuso no tenía precedentes. – Ahora conduce... – Dije cerrando el tema. – Ardo en deseos de que lleguemos al hotel. – Sus deseos son órdenes. – Convino con dulzura.

Aceleró y llegamos tan sólo unos minutos después. El vuelo a las islas dela Polinesia saldría en una hora, lo cual nos dio tiempo suficiente para hacer todos los trámites necesarios para salir del país. La gente nos observaba, pero a esas alturas de mi vida, ya no me molestaba, sólo era consciente de las miradas. Jake, en cambio, no estaba tan familiarizado con ellas, dado lo poco que salía de Forks. La gente de allí estaba acostumbrada a su altura o a lo enorme de su cuerpo. Intuía, que su mal humor estaba más relacionado a la forma en la que los hombres me miraban que a otra cosa, y me hubiese gustado que no fuera tan tontamente inseguro. No sabía exactamente el motivo, pero estaba exhausta cuando abordamos. No fui consciente de cuando me quedé dormida, sólo que desperté en el momento del trasbordo, y que continué haciéndolo hasta que llegamos al destino. Bajamos con nuestras maletas, las cuales cargaba todas Jacob. Me hubiese gustado ayudarlo, pero él se negó. Lo cierto es que hubiese podido cargarlas todas, y con menos esfuerzo que él, pero ese era otro tema. El aeropuerto estaba situado en una de las tantas islas por la que estaba compuesta la Polinesia, y casualmente, no encontrábamos en Bora Bora, una de las más conocidas, y también en la que se encontraba el hotel donde nos hospedaríamos. El sitio era hermoso, y complemente caribeño, el cielo era de un color azul intenso, y el calor era delicioso, incluso con mi piel de piedra, podía sentir esa sensación que generaba la presencia del sol. La gente sonreía y saludaba con carisma. – Bienvenue, profiter de l'archipel. – Nos dijo una mujer de la recepción cuando nos detuvimos a pedir indicaciones. – Merci, nous espérons profiter de notre séjour. – Contesté en francés. – Vous semblez très bonnes personnes – Sonrió. – Merci, fait partie de notre charme. – Bromeé con ella mientras Jake observaba no entendiendo nada. La mujer rió con entusiasmo. Llegar al hotel no fue muy difícil gracias a las indicaciones de la gente, que no tenía problema alguno en contestar a todas nuestras dudas. Tomamos un taxi, y el hombre, también hablante de francés, me comentó con orgullo los miles y miles de turistas que llegaban anualmente a las islas.

– Bonjour. – Saludé al recepcionista que, nuevamente, se quedó mirándonos como tontos. – Nous sommes M. et Mme Black. Nous avonsréservé une chambre. – Bien sûr. – Contestó con amabilidad, pero no pude evitar notar la nota de desencanto de su voz cuando mencioné que éramos marido y mujer. – Votre chambre est numéro 110. J'espère que vous apprécierez l'hôtel Era muy evidente que se estaba dirigiendo sólo a mí, y sin duda, había interpretado, correctamente, que Jake no hablaba porque no conocía el idioma. – Au revoir. – Me despedí, antes de darle tiempo a que agregara algo más. Su rostro se estaba tornando cada vez más descarado, y a pesar de que mi esposo no podía interpretar certeramente sus palabras, de seguro, llegaría un momento en el que los gestos del hombre lo pondrían en evidencia. Opté por la opción más sencilla, caminar hacia donde nos guiaba un empleado del lugar, que tomó las maletas que Jacob había dejado en el suelo para que yo pidiera indicaciones. El hombre caminó por ese enorme hall, que estaba casi compuesto en su totalidad por madera envejecida, para darle un aspecto rústico, y también casi por completo invadido por ventanas, que dejaban ver con suma facilidad la costas que rodeaban casi toda la construcción. El lugar era hermoso. No sólo la estructura, sino la playa de arena blanca y agua transparente que lo rodeaba. El sol era incandescente, pero, gracias a mi condición, no había nada de lo que asustarse. Mi piel no me delataba, sólo lograba un poco más de atención de la que ya de por sí tenía. La piel de Jake también brillaba con una tonalidad cobriza asombrosamente hermosa. Nos tomamos de la mano mientras camínanos por ese lugar tan luminoso. El sol estaba presente por todos lados. Era un gran cambio, tenía que admitir. Ambos estábamos muy poco acostumbrados a esas cosas. Los rayos invadían a sus anchas por las paredes del hotel, por el exterior paradisíaco, que invitaba a la gente a bañarse en las playas, o que iluminaba a las personas que se encontraban caminando mientras sus pieles se tornaba morenas, y mientras decoloraba sus cabellos. Todo era nuevo, y también fantástico. Llegamos a nuestra habitación, una hermosa suite matrimonial que se ubicada, casualmente, más que apartada de casi todas las demás. Ese

tipo de habitaciones, estaban separadas del cuerpo principal del hotel, se hallaban cruzando una hermosa playa privada, dispersas a la intemperie, como si fueran pequeñas cabañas, como un pequeño hogar para cada nuevo matrimonio. Mi tía Alice había hecho una maravilla con la única tarea que le había asignado. El lugar era fantástico, estaba dividido en tres secciones. El botones nos acompañó hasta el principio, abriéndonos la primera puerta, la cual desembocaba a un recibidor, para luego marcharse, no antes de dejarnos las llaves. Las otras dos partes eran el dormitorio propiamente dicho, y una especie de sala de té, con sillones y un gran televisor. Todas las paredes eran de un color azul, del mismo tono del cielo que nos coronaba en el exterior. El piso estaba cubierto con madera muy clara. El dormitorio tenía un lecho de sabanas de seda blancas, tan suaves como una caricia del viento. La cama era enorme, y tenía una cabecera igual de grande. De frente a ese bello lugar donde descansar, había un ventanal, que daba paso a la playa que se encontraba atrás del hotel. – Es todo muy bonito... – Susurró Jacob a mis espaldas. – Sí, lo es. – Convine. – ¿Quieres hacer algo hasta que anochezca? – Preguntó. – Podemos salir a pasear por la playa. Vi que te ha gustado mucho. – Sí... – Comencé. – Me gustaría que hagamos eso. Sonreí. Él hizo lo mismo, y se acercó hacía mí. Me tomó por la cintura y comenzó a besarme. Una corriente recorrió mi cuerpo como una estampida. Sus manos ardientes significaron una revolución en mi ser, como si de repente, todas las sensaciones aparecieran y se mostraran completamente diferentes. Sabía exactamente que era lo diferente esta vez. Estábamos solos, a miles de kilómetros de nuestro hogar, y éramos un hombre y una mujer que se amaban. Nuestra pequeña cabaña no podía ser un lugar más íntimo de lo que lo era. Sus labios comenzaron a marcar una ruta nueva a través de mi rostro. Era adictiva esa forma en la que me estaba besando. La temperatura subió drásticamente, pero estaba segura que no era en absoluto la del ambiente, sino la mía, la de mi propio cuerpo, el cual repentinamente comenzó a tomar decisiones por si mismo, como iniciar un recorrido suave por el pecho de mi esposo, mientras mis dedos se deleitaban por las curvas perfectas de sus músculos, o lo ancho de sus brazos. Una parte de mí me decía que no estaba lista para esto, pero era muy pequeña en comparación con la otra, la que

gritaba que amaba a Jacob con toda mí alma, con todo mí ser, y que debíamos ser uno, sólo así podría seguir demostrándonos que nos pertenecíamos sin condiciones. En ese momento perdí por completo el sentido de la realidad. No me importó que todavía fuera de día, que tuviéramos, no sabía cuanto tiempo para disfrutar de ese paraíso tropical, ni que seguramente lo más sensato hubiese sido cambiarse por una ropa más apropiada y recorrer la isla en la que nos encontrábamos. No, mi cuerpo y mi corazón, tenían otras intenciones. Eso se sentía bien, que mi corazón estuviera dispuesto a hacerlo era lo que realmente importaba. Era el único motivo válido que encontraba para involucrarme a ese nivel con una persona. Porque hacer el amor con él significaba todo, e incluso mucho más. Ahora que sentía al amor palpitando a través de mis venas, incinerando mi cuerpo, volviéndolo fuego, me daba cuenta de que eso no era algo que se hubiese podido tomar a la ligera. Me era imposible imaginar siquiera la idea de dejar de tocarlo, menos parar de besarlo. Su aliento dulce y caliente invadía mi boca y convertía las dudas en deseo. Mis manos seguían acariciándolo, encaminándose hacía ese final que sabía, y que sobre todo quería, que pasara, que él y yo nos fundiéramos en un solo ente. Mi respiración se agitaba con cada segundo que transcurría, y lo mismo pasaba con la de él. La excitación sobrecargó el ambiente con una velocidad asombrosa, y en ese momento, no había nada que hubiese deseado más que comenzar a desabrochar los botones de su camisa. mis manos se dirigieron hacía allí, y a pesar de que no las sentía tan firmes como siempre, o con la misma seguridad con las que hacía otras cosas, al menos me sentí conforme de darme cuenta de que no temblaba. Eso no hubiese sido bueno. Jacob me detuvo súbitamente. – ¿En serio te sientes lista para hacerlo? – Preguntó luego de dejar de besarme. – Sí... – Contesté. – Te amo, y eso es todo lo que necesito saber. No importa nada más, sólo el hecho de que soy tu esposa, y tú mi marido. Quiero demostrarte mis sentimientos. – No tiene nada que ver el hecho de que seas mi esposa. No mandaré a anular el casamiento por no consumar la unión. – Bromeó. – Sólo quiero que lo hagamos cuando tú estés lista. Así es como funciona, no

quiero que pases por una experiencia tan importante sin hallarte cómoda. Si amas a una persona, la esperas hasta que este lista. – ¿Tú lo estas? – Pregunté, porque de repente me había dado la curiosidad. Tal vez todo eso se debía al simple hecho de que él y yo jamás, en los años que llevábamos juntos, pero sobre todo en los últimos dos, en los cuales había terminado de crecer, habíamos tenido una mínima conversación sobre sexo. – Yo sólo sé, al igual que tú, que te amo, y que quiero sentir esa experiencia sólo contigo, pero quiero hacerlo únicamente si tú lo deseas, en el momento en el que realmente lo hagas. No quiero que hagamos el amor simplemente porque crees que debemos hacerlo porque nos casamos. – Hablaba apresuradamente. Estaba nervioso, lo cual lo hacía ver más hermoso de lo que ya era. – Y no lo quiero hacer por eso... – Me acerqué más a él, lo cual era una tarea un poco difícil, dado lo próximo que estábamos el uno al otro. – Tonto Jacob, no me subestimes. Me acerqué a besarlo, continuando donde nos encontrábamos antes de que nos pusiéramos a hablar del asunto. Desabotoné mi chaqueta de seda, y me la saqué, al mismo tiempo en el que el se secaba su saco de viaje. En ese momento, me olvidé de que estábamos en un paraíso de arenas blancas, y sólo pude concentrarme en las perfectas líneas de su abdomen, que se entreveían debajo de la camisa, la cual ya estaba casi por completo desabrochada, o en la corriente de excitación que provocaba su aliento en mi cuello, seguido de sus labios, que lo recorrían con una pasión que no me había demostrado jamás, pero que me encantaba. La libido y el deseo eran demasiado grandes para que mi cuerpo resistiera mucho más tiempo esa constante llama de placer que amenazaba con colapsarlo todo. Me tomó en sus brazos, e imitando el gesto más antiguo del mundo, me acercó hasta la cama, sin siquiera decir una palabra. Todo estaba tácito, por completo sobre entendido. Comenzamos a besarnos nuevamente, en el mismo momento en el que su camisa salió despedida de la cama, y su torso quedó por completo desnudo y a mi total merced, para recorrer la curva perfecta de sus hombros, o lo imponente de su pecho, lo estrecho de su cintura. Estar así con él era algo nuevo… jamás me había pasado eso, que de repente, la ropa fuera algo molesto que se interpusiera entre

nosotros. Comencé a sacarme la parte de arriba de mi ropa, porque me sofocaba, necesitaba tener el contacto de su cuerpo con el mío, era como algo que debía hacer, como una orden de mi mente, de mi ser, de mi corazón… No apresuramos nada. Nos dedicábamos a besarnos, a acariciarnos lentamente, mientras cada nuevo contacto encendía esa llama que había estado como escondida en nuestros cuerpos. Con cada segundo que pasaba, sentía el fuego, y como la sangre, a través de lo gruesa que era mi piel, bombeaba por mis venas y generaba esa sensación tan maravillosa de sentirse mujer, disfrutar del hecho de sentirme deseada, admirada, mientras el tocaba y se maravillaba con cada uno de los rincones de mi cuerpo. Era imposible no sentirme orgullosa de él, o de mi misma, cuando nuestros movimientos se sincronizaban con una exactitud casi ilógica, porque cuando aparecía en mi mente la vaga intensión de lamer su cuello y aspirar el perfume de su piel, el inclinaba la cabeza para que yo pudiera hacerlo cómodamente, o lo mismo pasaba a la inversa. Cada uno respondía en el acto a las necesidades del otro. Las horas pasaron, y antes de que fuéramos conscientes de algo más que nosotros, nos dimos cuenta de que habíamos pasado horas y horas besándonos como colegiales. Cuando la oscuridad era la única presencia en todo ese lugar, nuestra conducta se fue volviendo más y más apasionada, si es que eso era posible. Terminamos de desvestirnos uno al otro, y nos asombramos de nuestros propios cuerpos, porque a cada cual le parecía que el otro era la cosa más perfecta del mundo. Mi piel tocando la suya, sentirlo como una presencia de mi propia entereza, era demasiado hermoso, su olor a madera, como un perfume maravilloso, sus labios, su lengua caliente recorriendo mi boca, mi mentón, mi cuello y más abajo… El placer aparecía desde todos lados, azotándome como una descarga de adrenalina, que hacía que tuviera movimientos por completo involuntarios, conductas que jamás pensé que saldrían de mi… él no tenía mayor experiencia que yo, pero lo sentía tan tranquilo. Sus manos y sus labios hacían maravillas con esas partes de mi cuerpo de las cuales había sido poco consciente a lo largo de mi vida. Me estremecía con demasiada facilidad con cada nuevo contacto, una parte de mi mente comenzó a echarme en cara como es que había tardado tanto en descubrir algo como aquello, y entonces no tuve más remedio que entender a mi madre y a mis tías. Podía hacerlo a pesar de que Jacob y yo todavía no habíamos terminado de consumar el acto, en ese momento estábamos tan sólo en el juego previo.

Volvimos a besarnos unos segundos después. Se encontraba arriba, lamiendo mis labios y mi cuello, evitando que su peso no recayera sobre mí. Estaba lista para que lo hiciera, y yo sabía que lo deseaba, deseaba que formáramos un solo ser, él quería que pasara y yo anhelaba que lo hiciera. – ¿Estás lista? – Preguntó mientras me miraba a los ojos. – Sólo hazlo… – Susurré mientras elevaba el rostro y buscaba su boca de nuevo. – Te amo… – Me dijo cuando paramos, unos segundos después. – Y yo a ti… – Musité, para luego volver a acercarme a su boca. Se acomodó sobre mí, y tan sólo un segundo después comencé a sentir la presión en la parte baja de mi cuerpo. Al principio fue incomodo, pero él lo hacía despacio, poco a poco. Comenzó a tornarse un poco doloroso un segundo después, pero sus besos eran el mejor remedio, más sabiendo que estaba haciéndolo con el mayor cuidado que podía. El placer fue apareciendo lentamente, a medida que mi cuerpo se acostumbraba a esa nueva presencia. Llegado el momento en el que la sensación de molestia desapareció por completo, sólo pude relajarme, y disfrutar de lo nuevo que resultaba… Su cuerpo y el mío por completo entrelazados, siendo un solo ser, amándonos en ese nuevo nivel. Todo lo demás fue instintivo, el modo en el que cada uno comenzó a moverse para gozar de aquello. Mi cuerpo se encorvaba, y con cada nueva embestida, se generaba una tormenta eléctrica desde la parte baja, hasta expandirse a sus anchas por todos lados. No podía evitar que se escaparan gemidos que demostraban el placer, y él tampoco. Lo apretaba a mí, para que no se separara, para que siguiera besándome y haciéndome suya. Él también tenía el mando, era algo maravilloso el modo en el que tomaba mi rostro entre sus manos, como me besaba con lujuria, pero al mismo tiempo con ternura. Sentía su presencia en todos lados, con sus besos, con sus manos, con su piel enfrentada a la mía, con su sexo, mi cuerpo no podía terminar de procesar todo ese placer, que lo inundaba y lo volvía por completo loco. Hicimos el amor toda la noche, explorando todas las posibilidades que esta nueva experiencia nos daba. Nos detuvimos por momentos, cuando nuestros cuerpos mitad humanos nos pedían que nos relajáramos, pero lo cierto es que la parte inmortal de mi ser ayudaba

a que ese estado exhausto durara muy poco. Al momento de amanecer, ambos caímos rendidos sobre las almohadas, precedidos por un último gemido a dúo, en el que ambos llegamos juntos al punto máximo del éxtasis. – Esto ha sido… maravilloso. – Le dije al oído, luego de apretarme a su costado. – me ha servido para darme cuenta de que te amo mucho más de lo que imaginaba. – Contestó él, tomándome de la mano. – No puedo imaginar algo mejor. Nos quedamos dormidos abrazados, y desde luego, tampoco disfrutamos de ese día como deberíamos. Despertamos a la tarde, nos duchamos juntos mientras nos besábamos de nuevo, y luego nos pusimos algo de la ropa que había en las enormes maletas. Recorrimos la playa privada, mientras llevábamos nuestros nuevos trajes de baño, el suyo era de un color crudo, en completo contraste con su piel morena, y el mío era una bikini azul marino, ya era tarde, por lo que la gente era menos, a pesar de que hacia bastante calor. – Este lugar es un paraíso. – Musité. – ¿No es cierto? – Pregunté al final. – Lo es… – Dudó. – Pero lo creo así porque sólo estamos tú y yo, no por otra cosa. – Eres tan tonto… – Respondí. Nos sentamos sobre la arena blanca, mientras el agua cristalina reflejaba como un espejo perfecto la puesta del sol, que teñía todo el horizonte de un color rojo intenso. – No podría ser más feliz que ahora. – Susurró en mi oído. La noche comenzó a descender sobre nosotros, del mismo modo en el que la temperatura bajaba y los empleados del hotel iniciaban una especie de ronda por las instalaciones, prendiendo unas pequeñas antorchas que colgaban de casi todas las paredes de las cabañas. En algún lugar no muy lejos de nuestra ubicación, pude escuchar música. Siendo humana, jamás lo hubiese podido percibir. – ¿Dónde estará la fiesta? – Preguntó Jacob. – No lo sé... – Viene de allá. – Señalé en dirección a la estructura principal del hotel. – Supongo que no debería sorprendernos que hubiese celebraciones.

– ¿Quieres ir? – Propuso. – ¿Por qué no? – Pregunté. Luego volveríamos a nuestro nido de amor, y podríamos seguir amándonos como hacía sólo unas horas. Retornamos hacía la casita. Podía estar toda la eternidad allí. No me importaba el simple hecho de estar en el medio de la nada, en un lugar que no conocía. Estaba con mi esposo, mi hombre lobo hermoso, sólo eso era suficiente. Nos volvimos a duchar juntos, enjabonándonos uno al otro, conociéndonos en otra dimensión, una que no era sexual, sino humana, vernos desnudos, simplemente observando. Alguien llamó a la puerta cuando ya estaba casi lista para salir. Terminé de arreglar mi vestido de noche rojo, con los zapatos haciendo juego y salí hacía la recepción, camino a la puerta. La expresión idiotizada del camarero al verme fue muy graciosa. – Per... dón... – Tartamudeó. – Señori... ta. – Se aclaró la garganta. – He venido a traerles la cena. Anoche no la pidieron, supusimos que estaban desempacando y poniéndose en ambiente. – Bajó la mirada, muy avergonzado. Intenté contestar algo, pero lo cierto es que estaba igual de nerviosa y sonrojada que él. – Pase... – Le permití terminando de abrir la puerta y dejándole el paso para que ingresara la bandeja en la recepción, al lado de la pequeña mesa. – Llámenos si necesita algo, Señora Black. – Lo haré. – Respondí con una sonrisa, pero me arrepentí al ver la expresión que adoptó. – ¿Comida? – Preguntó Jacob al salir de la ducha, sólo cubierto por una toalla. Me di cuenta de que había sido algo egoísta no pedir algo de comida, por lo menos para él. Al final de cuentas, si me alimentaba de sangre, no necesitaba hacerlo con tanta regularidad. – Sí, mi amor. – Contesté, destapando la bandeja. Carnes con guarnición. No era demasiado, no teniendo en cuenta las cantidades anormales que engullía Jake.

Se acercó a la mesa, y tomó con vigor los cubiertos. – ¿Tú comerás algo? – Quiso saber. – No te preocupes, tú sólo come. – Le respondí. A pesar de la agitada noche, no tenía hambre. Devoró en escasos segundos los dos platos, y pude darme cuenta, a través de la expresión de su rostro, de que no estaba por completo satisfecho. – De seguro hay algo más de comida en la fiesta... – Supuse. Esperaba que lo hubiera, porque si quería que Jacob mantuviera el ritmo de la noche anterior, debía mantenerlo bien alimentado. Me sentí avergonzada conmigo misma al tener ese pensamiento, es que había sido tan perfecto y placentero... no imaginaba algo mejor que la vida pudiera dar. Hacer el amor con la persona que más quieres en el mundo. Nos dirigimos a ella, sabedores de que, como poco, duraría hasta el amanecer. De todos modos, no planeábamos estar mucho tiempo. Caminamos entre los pasajes de arena, que a pesar de ser de noche, estaban muy bien iluminados con caminos de piedra blanca y ramas, que también cada una determinada distancia, tenían pequeñas vasijas de barro donde ardía un pequeño fuego. La fiesta era en una especie de cabaña sin paredes y techo de hojarasca. Había música muy movida, supuse que autóctona del lugar. Era muy obvio que casi todas las personas eran parejas, y apostaba hasta mi nombre, a que la mayoría eran, como nosotros, recién casados. Bailamos un poco, a pesar de que ninguno de los dos conociera esas canciones. Sólo nos abrazamos uno al otro y giramos, mirándonos a los ojos, dejando que la algarabía nos envolviera, pero al mismo tiempo, nadando en nuestro lugar aislado, como un mundo propio. – Te amo... – Susurré en algún momento de la noche. – No más de lo que yo te amo a ti. – Sonrió. Y esa fue la primera noche en la que disfrutamos la hermosura de la isla. Al llegar a la cabaña, sólo pudimos desvestirnos lo más rápido que pudimos, y amarnos nuevamente, mientras me poseía, primero con suavidad, y luego con pasión, que arrastraba mi consciencia y mi sentido de la realidad. Las descargas de placer habían logrado que perdiera la consciencia, y en algunas ocasiones, temí haberlo

lastimado, pues presa de la fogosidad, no me daba cuenta si lo apretaba con excesiva fuerza hacía mí, si tiraba demasiado fuerte de su cabello, o cualquier otra cosa. Los días pasaban, en una rutina se me hacía cada vez más deliciosa. Pasear con él, disfrutar del sol, de la playa durante el día. Caminar en la noche, explorar, besarnos en el exterior, disfrutar de las opciones que el lugar nos daba. Había llamado a casa... una o dos veces. Lo cierto es que estaba tan sumergida en esa vida, que casi no era consciente del tiempo. Así pasó el primer mes en el que estábamos de luna de miel. Nunca habíamos establecido una duración, sobre todo teniendo en cuenta de que el dinero no era problema alguno. El primer mes dio paso al segundo, y me había dado cuenta de que las presas no eran de mucha cantidad y variedad en esa isla, pero ante la imposibilidad de alejarme de Jake, había comenzado a ingerir comida, junto con él. Todo era como una burbuja perfecta, y jamás, bajo ningún concepto, había pensado de un modo negativo en todo ese tiempo. Hacíamos el amor todas las noches, con la pasión a flor de piel, con el ímpetu que, imaginé, tenían todas las parejas durante sus primero meses de relación. No nos cansábamos de besarnos, de tocarnos, de sentir el placer que le proporcionábamos al otro, sus gemidos eran como música para mis oídos. Desperté esa mañana como otra más. Sabía que pronto tendríamos que irnos. Estábamos llegando nuestro tercer mes de luna de miel, y tanto mi padre como mi madre habían reclamado por tanto tiempo de separación. Además, Jacob debía retomar sus ocupaciones. La noche anterior había sido una especialmente buena. Habíamos hecho el amor durante horas, con gran intensidad. No podía explicar lo placentero, lo exquisito que se había sentido. Por eso, y porque hacía tiempo que había aprendido que había mucho de humana en mí, no le presté atención a la vaga sensación de fatiga que me azotaba. Tenía los músculos levemente... entumecidos. Hice un análisis, pero no podía ser por completo clínica en ese sentido. Todo comenzó a girar, y rápidamente me di cuenta de que, quizás, no tenía que ver con esa magnifica aura que percibes luego de hacer el amor... – ¿Jacob? – Pregunté, al darme cuenta de que la sensación no desaparecía. No se iba a ninguna parte, me asustaba.

– Estoy en el baño, amor. – Anunció. Salí corriendo a su encuentro, y él se desesperó al verme tan extraña, pero no tenía tiempo, porque lo aparté, poseída por esa nueva sensación, tan extraña, tan irreconocible. Levanté la tapa del retrete, temiendo, luchando contra lo que sentía, pero no pude evitar hacer lo que hice, y me sentí por completo otra persona, mientras vomitaba por primera vez en mi vida.

Epilogo I: Raphael Blancquarts. Terapia de Shock Renesmee… Ese era el primer nombre que venía a mi cabeza luego de que mi mente vagara en la estratosfera, en esos momentos en los que intentaba despegarme de la realidad. También era el último en el que pensaba antes de hundirme en la oscuridad… dominaba por completo mi ser. Hacía todo cuando podía para no pensar en ella, pero me era inevitable, por completo inevitable. Mi mente, esta mente de cazador, podía hacer varias cosas al mismo tiempo, y así como fijaba su atención en que no nos siguieran, en que mi hermana estuviera bien, en que Michelle estuviera tranquila, también estaba, cada segundo del día, cavilando sobre esa niña tan hermosa… tan perfecta. ¿Existía realmente una salida para todo aquello? Tal vez quería creer que sí, que la había, porque su recuerdo estaba tan grabado en mi memoria y en mi cuerpo, que casi podía decir que la sentía a mi lado… oliendo el perfume de su piel. Esa esencia tan deliciosa, tan atractiva. Pero, en todo caso, ¿Quería que eso pasara? ¿Quería olvidarla? No, claro que no… por más que su recuerdo generara este dolor tan profundo, no deseaba hacerlo. Pero no era masoquista, no. Quería tenerla presente en mi mente, porque al mismo tiempo que me lastimaba, me hacía sentir vivo, me daba un motivo o algo para seguir adelante. Quizás soñar que algún día sea mía… pero me reprendía a mi mismo cada vez que eso pasaba. Ella era feliz con él. Con Jacob… y lo peor de todo, era que ni siquiera podía odiarlo por ello, porque si él la hacía feliz, entonces yo no podría aborrecerlo como sí me gustaría. Al menos hubiese podido distraerme odiándolo a él, en vez de meditar sobre lo mucho que la amaba a ella. Pero eso hubiese sido tonto, infantil, y luego de doscientos años sobre esta tierra, no estaba para esas cosas. No necesitaba más motivos para complicarme la existencia, pero lo cierto, es que aparecían solos, sin que yo hiciera nada… Como este amor, que nació no sabía de donde, porque cuando la vi… sí, simplemente cuando la vi, no pude hacer otra cosa más que maravillarme. Y todo lo que había estado reprimiendo, las ganas de

amar, de sentir algo diferente al dolor y la soledad, salieron de mi cuerpo, y luego de tantos años caminando en la vereda de las sombras, crucé la calle y corrí bajo el sol… tendría que haberme dado cuenta que anochecería pronto, o que tal vez, al estar acostumbrado a las tinieblas, que el calor del astro me quemaría, me llevaría al limite de la destrucción... Este amor era diferente, porque a pesar de ser tan imposible, al menos me daba una salida. Lo que hubiese pagado, incluso mi vida, para que fuera a mí a quien eligiera… no me importaba morir cien veces, arden mil veces en una pira, si ella me hubiese dicho que me amaba tanto como yo lo hago… las palabras más simples, proviniendo de esos labios, los más bellos del mundo, pueden sonar a gloria. Pero eso era algo utópico… casi imposible, porque en ese momento la tenía lejos, y ella se encontraba protegida por otros brazos, besada por otros labios. Mi mente, la parte que esta cansada de sufrir, de arrastrarse, me reprochaba… No puedes perder algo que nunca fue tuyo… ¿Por qué tanto dolor? Y tenía razón, claro que la tenía. Porque nunca fue mía, ni por un segundo. Incluso aunque la besé, incluso aunque probé esos labios hermosos. No fue mía nunca, por más que mi cuerpo tembló desde su maldito centro mientras recorría ese rostro con mis labios, su cuello, mientras acariciaba su espalda o tocaba su cintura. A pesar de todo, jamás me había pertenecido. Suspiré, frustrado conmigo mismo. Había caído de nuevo en la trampa que mi dolor siempre me hacía. Había vuelto a pensar en ese momento, cuando la encontré en las montañas, cuando Michelle jugaba a hacerse la malvada. Y reviví el beso a través de mi asquerosa y exacta memoria… la sensación embriagadora de su aliento candente en mi boca, la textura de sus labios, las caricias de sus manos hermosas, la perfección absoluta. No había nada que hacer para cambiar el destino. Las cartas estaban echadas desde antes de que ella se cruzara en mi camino. Incluso antes de conocerla, ya era obvio que jamás sería para mí. Porque alguien como yo no la merece, alguien que fue tan egoísta, tan mezquino, no merecía ni siquiera una mirada de ese ángel, ni un desaire. Quizás las circunstancias, o algún ente superior, la pusieron ante mis ojos como otro castigo, tal vez, en ese momento en el que

dolor de Julia se estaba yendo lentamente, Dios, o alguien, que creía que todavía no había sufrido suficiente, la envió para que reviviera un calvario similar al que ya estaba superando, pero se equivocaron, este es mucho peor, infinitamente peor. Pero yo no era la victima, claro que no. Era el estúpido que había cometido tan sólo errores a lo largo de su vida. Me hundí en la espesura de esos recuerdos tan antiguos… algunos tan alegres y dolorosos al mismo tiempo. Otros que sólo me hacían recordar lo tonto que siempre había sido. Muchos inmortales decían que los recuerdos se desvanecen con el tiempo, pero yo creía que simplemente preferían olvidarlos. Fingir que se van, cuando en realidad ellos no querían tenerlos en sus mentes. Ya sea porque no quieren sufrir recordando su humanidad, o porque la vida de vampiro le es tan perfecta que tan sólo quieren olvidar su faceta de mortal. Lo que sea cierto o no, no sabía. Lo único de lo que tenía certeza, era que podía recordar muchas cosas de ese tiempo pasado… – ¡Raphael! – Gritaba mi padre con la soberbia que tanto lo caracterizaba. – ¡Harás lo que yo diga! ¡Esta es mi casa, y recuerda que vives y eres lo que eres gracias a mi! – ¡Tu no eres nadie para mandarme! – Contesté con la misma fuerza. – ¡Ya soy un adulto! – ¡Mientras sigas viviendo bajo este techo y comiendo de mi comida, no me importa lo adulto que te consideres! ¡Irás a Londres y estudiarás lo que yo diga! ¿Entendido? – ¡Soy tu hijo, no tu títere! No iré a ningún lado, ni estudiaré lo que tú quieras. – Respondí con calma y haciendo una duplica de su mirada arrogante, algo que sabía que odiaba. Me observó colérico. Se acercó con decisión, y sin decir una palabra, me golpeó con todas sus fuerzas en el rostro. – Cuanto más rápido entiendas que yo mando en esta casa, menos golpes tendrás que soportar. – Musitó mientras yo hacía lo posible para cubrirme la cara con las manos, evitando que toda la sangre que emanaba de mi nariz manchara la alfombra de su magnifico despacho…

Ahora, tanto tiempo después, entendía muchas cosas que no había podido comprender en ese momento. A pesar de que sus métodos no eran los más acertados, él intentaba guiarme hacia un mejor futuro, lastima que ni sus golpes ni su avasallamiento, pudieron salvarme de las manos del destino. Otro recuerdo asomó, tan nítido, que hasta me parecía haberlo vivido siendo vampiro. – Debes dejar de pelear con tu padre, Raphael. – Decía mi madre, acariciando mi cabello y limpiando la sangre de mi rostro. Era una mujer tan compasiva, tan perfecta en todos los sentidos que una madre puede serlo. Nos cuidaba, velaba por nosotros a cada momento, su recuerdo estaba tan grabado en mi mente, como muchos otros, tan desgarradores. – No puedo, madre. – Contesté. – Él quiere dominar mi vida. ¿Es tan difícil de entender que no quiero seguir su mismo camino…? – Sólo quiere lo mejor para ti. – Contestaba. Se encontraba en una gran disyuntiva, ella que amaba a su esposo con locura, y me amaba a mí, a su hijo, con la misma intensidad, quedando estancada en el medio de nuestras discusiones. – Prometo no discutir más con él – Había dicho, y tal vez en ese momento lo hacía con convicción, porque no me gustaba, no deseaba discutir con él, pero luego, cuando otra vez intentaba manejar mi vida, decirme siempre lo que debía y no debía hacer, o cuestionar absolutamente todas mis acciones, explotaba, y a pesar de que había prometido no pelear, a ella, a mi sagrada madre, no podía evitarlo. Como un camino que sólo se dirige hacía una única ruta posible, recordé la última pelea, la que me había llevado a todo ese desastre. Malenne lloraba en su cuna. Tenía mucha fiebre, y que fuera verano, con ese calor insoportable, no ayudaba a que la pobre pequeña sobrellevara el síntoma. Estaba en mi cuarto, leyendo los libros que me habían asignado para iniciar mis estudios, en la carrera que mi padre había elegido por mí… No me sentía bien escuchándola llorar, y fui hasta su cuarto, que estaba al lado del de mis padres. Entré y la encontré de pie sobre su pequeña cama. Era una niña tan hermosa… blanca como la nieve, con el cabello rubio y los ojos verdes. Era como un pequeño ángel, y lo extraño, era que si de repente le salieran alas, no hubiese sido

sorprendente, tal era su belleza. En ese momento tenía las mejillas encendidas, y me acerqué para cuidarla. – ¿Cómo te sientes, hermoso bebé? – Dije, ella era muy inteligente, y nos entendía a todos. – No te preocupes, te cuidaré toda la noche. A pesar de la fiebre, sonrió. Me senté al lado de su cuna, en el suelo, y comencé a cantarle una canción para que durmiera. Busqué un paño y lo mojé en agua fría, poniéndolo en su pequeña frente, para intentar que la fiebre le bajara. Mis padres no estaban, habían ido a una caridad política con Filippe y Virgine, y mi progenitor había insistido en que me quedara estudiando. Calculaba que no tardarían mucho en llegar. Eso era algo que no podía evitar que me molestara de mis padres. Sabía que ellos nos amaban, pero el amor entre ellos era incluso mayor, y a veces, esos sentimientos impedían que actuaran con una completa responsabilidad… pero claro, yo no era nadie para decirles esas cosas, esta era su casa, por lo tanto, los que mandaban eran ellos. Me quedé dormido antes de que volvieran, al lado de la cuna de mi pequeña hermana, y lo siguiente de lo que fui consciente fue que alguien gritaba mi nombre. – Raphael… ¿Qué haces aquí, durmiendo? – Interrogó, como si estuviera hablando con un acusado, con un sentenciado a la horca, y no con su hijo. Aturdido, sobre todo porque no veía una razón certera para eso tono de voz, me puse de pie rápidamente. A pesar de que no me había perdido una sola oportunidad de desafiarlo en toda mi vida, le temía, como era costumbre en esa época. El padre inspiraba respeto, e incluso miedo, y la madre ternura y cobijo. – Estaba cuidando a Malenne. – Respondí todavía confundido. No entendía por qué reaccionaba de esa manera. – Vine a su cuarto porque estaba llorando... tiene fiebre. – ¡Tú tenías que estudiar! ¿Por qué no nos mandaste a llamar con la sirvienta? ¡Cualquier excusa es buena para no cumplir tus obligaciones! No podía explicar mi indignación. Me reclamaba haber cuidado a mi hermana.

– ¡Estaba cuidando a tu hija, maldito bastardo! – Contesté casi en grito, por puro impulso, por pura ira, a pesar de que no sentía las palabras que estaba diciendo. – ¿Cómo se te ocurre contestarme en ese tono, mocoso insolente? – Se adelantó, y por primera vez en mi vida, no me quedé quieto esperando sus golpes. Me adelanté, como él, esperando que intentara golpearme para detenerlo y tener una excusa para hacerlo yo. Se quedó petrificado. Me di cuenta, a pesar de la furia que recorría mis venas y me hacía temblar de puro coraje, que no lo hubiese podido esperar ni por un segundo. Tal vez fue pura suerte que en ese momento nuestros gritos despertaran a Malenne, que inició un llanto agudo y triste, no era como los que había emitido antes. Como si fuera perfectamente consciente de que su padre y su hermano estaban discutiendo. A partir de ahí, la escena se tornó menos tensa, y miré a mi padre a los ojos con enojo, y él también hizo lo mismo. A pesar de todo, sabía que lo amaba, y cuando no se empecinaba en controlar mi vida, era bueno conmigo. Tal vez, todo habría sido diferente si esa noche, el hubiese sido más comprensivo o yo menos intolerante. Pero no lo sabía, y jamás lo haría… – Miren lo que han hecho… – Dijo mi madre acercándose a la cuna de su hija y tomándola en sus brazos. – No llores mi bebé, no llores. – Le susurró. – Mamá esta aquí… todo estará bien. Me dedicó una mirada de ruego. Como si me estuviera diciendo que no discutiera más. Salí de la habitación de mi pequeña hermana, a tiempo que Filippe y Virgine me observaban. Era extraño, pero a ellos apenas podía recordarlos. Ni siquiera podía visualizar sus rostros. Y corrí hacía la calle… hacía la taberna a emborracharme de puro rencor… Corrí hacía el final de mi vida, y hacia el inicio de mi calvario… Volví a la realidad. Había prometido cambiar eso, evitar el pasado. Cuando vagaba solo en las montañas, cuando me di cuenta de que no tenía sentido estar enojado con Malenne por haber ocultado esas cosas. En el momento en el que me di cuenta de que Renesmee no tenía nada que ver en ese

asunto. No podía sentir rencor o cualquier otro sentimiento hostil hacía ellas, si eran las mujeres que más amaba en el mundo… lo único que tenía. Cerré los ojos, estaba atardeciendo, y ese era el momento en cuanto más la recordaba. Me dejé inundar por el brillo mortecino del sol, con ese tinte rojizo, mientras estaba sentado al pie de un árbol en un alto acantilado. Intentaba estar solo a esas horas, no quería que Malenne entristeciera conmigo, porque también la extrañaba. Tal vez no con la misma desesperación que yo, o con el mismo deseo. Sólo Dios era testigo de la agonía que surcaba mi pecho de simplemente pensar en algún detalle de su perfección. Su cabello, sus ojos de sueño, su piel color del marfil, su cuerpo glorioso, su sonrisa de ángel, su risa de soprano, o su resonante personalidad… era como un puñal, como quedarse sin aire, como morir lentamente, sin la mínima esperanza… sin nada. Los días pasaban como en cámara lenta. Como si alguien estuviera disfrutando con mi desesperación. Nos movíamos con frecuencia. No permanecíamos más de dos semanas en la misma cuidad. Malenne intentaba fingir que lo hacíamos como si estuviéramos de vacaciones. No lo hacía por inmadurez, sino como una forma de que el ambiente entre nosotros se distendiera un poco. Me hubiese gustado decirle que ya éramos adultos, que no hacía falta que hiciera esas cosas. Como cuando un mayor engaña a un niño, bromeando y sonriendo cuando todo en realidad esta terriblemente mal. Quise pensar, que tal vez, lo hacía por Michelle, pero sabía que no se llevaban así de bien. No me lo había dicho, quizás porque yo había prometido que la cuidaría y ella no quería ir en contra de mi palabra, pero algo me decía que en verdad, no deseaba la presencia de nuestra nueva compañía. Me puse de pie una vez que el sol ya había desaparecido en el horizonte. Corrí ladera abajo, acercándome al pequeño pueblo donde nos encontrábamos. No era un lugar nublado, por lo que me había alejado de la vista de los humanos. Que alguien me hubiese visto brillar en las montañas no era exactamente la idea de pasar inadvertidos. Intenté no pensar en la expresión que tendría mi hermana cuando me viera. Ya estaba de suficiente mal humor por el precario hotel que habíamos conseguido, era difícil hacerle entender que localidades tan pequeñas, contaran con un lugar cinco estrellas, y el hecho de que

tuviera que compartir habitación con Michelle ya le había causado una irritación extra. Debía decir a su favor, que lo estaba intentando. Mich no estaba entre sus personas favoritas, ni mucho menos, pero al menos tenía alguien con quien hablar cuando me sumía en el mutismo. Y eso ya era mucho más de lo que habíamos tenido hasta entonces. Michelle era una buena chica, y sólo podía decir cosas buenas de ella, eso sin indagar en lo que había hecho en el pasado, algo que ella no quería recordar, y por la cual no la juzgaba. Todos cometemos errores, y nadie se salva de ello. Caminé con decisión hacía la puerta de la posada, y entré con tranquilidad, esperando que la esposa del posadero no se encontrara enla recepción. La mujer no había parado de enviar mensajes en doble sentido desde que habíamos llegado, y no quería tener que hacerle otro desplante. No es que estuviéramos mucho tiempo más en ese lugar, pero quería evitar minar su auto estima. No era para nada necesario hacerlo. – Hasta que te dignaste a aparecer... – Fue lo primero que dijo Malenne una vez que me vio. – Hemos estado solas toda la tarde. Michelle me observó a los ojos, pero no había reproche en su mirada, sólo algo de tristeza. – Lo siento mucho. Casi no fui consciente de la hora. – Me excusé. Era verdad, cuando pensaba en todas esas cosas, en Renesmee, en el pasado, y en cada uno de los detalles de esta existencia, no me daba cuenta del paso del tiempo. – Entonces, la próxima vez haz el favor de llevarte reloj, porque encima que no tengo una sola tienda decente para salir de compras, no puedo soportar estar todo el día encerrada. Si por lo menos dejaras que fuéramos contigo, sería diferente. – Puedes salir si así lo quieres, nunca te pedí que te quedaras aquí. – Contesté con bastante menos amabilidad. No estaba de humor para sus desplantes. No dijo más nada, pero su mirada envenenada fue por completo una respuesta del todo descortés. – ¿Qué les parece si tomamos el auto y nos vamos de aquí? – Propuse entonces, para descomprimir el estado de ánimo de las dos.

– ¡Perfecto! – Musitó Michelle, quien no tardó en ponerse en campaña, levantándose del sofá de segunda mano donde estaba reposada con mi hermana y yendo hacía el closet, para comenzar a armar las maletas. – Puedo hacer su equipaje, mientras ustedes hacen todo lo demás. – Propuso. – De acuerdo. – Aceptó Malenne. – Nosotros iremos a pagar la cuenta del hotel y a ver a la nueva amiga de Raph. – Dijo mi hermana, ya del todo sonriente. Que fácil que se le pasaba el mal humor a esa chica. Bajamos de nuevo, y nos topamos en el camino con otros inquilinos del hotel. – Señor y señorita Delacour. – Saludó una de ellas. – ¿Ya se están yendo? – Nos espera un largo camino hasta Ámsterdam. – Contestó Malenne. Bueno, al parecer ella ya había elegido el nuevo lugar de destino. – ¿Por qué no vamos a Londres? – Propuse cuando la mujer se alejó. – Allí por lo menos podremos salir de día alguna vez. – Podemos ir de camino... – Convino. – Estamos en sur de España. – Musité. – No necesitamos pasar por Inglaterra para ir a Holanda, hermana. – Haremos una pequeña escala... – Dijo como si nada. ¿Tenía realmente sentido discutir con ella? – Como tú quieras. – Me rendí. Continuamos caminando por ese exiguo lugar, que en partes era oscuro, y en otras luminoso, todo dependía de si las ventanas estuvieran o no cerradas, ya que algunas no tenían vidrios. Contaba con dos plantas, y era más bien una casa antigua que un hotel. No obstante, era lo mejor que ese lugar podía ofrecer, y no se me ocurría otra forma de hacer las cosas. Huir del destino por toda la eternidad viviendo en hoteles de cinco estrellas era una idea que sólo a Malenne podría ocurrírsele. No era el dinero la preocupación, las cuentas bancarias seguían alborotadas de efectivo y títulos de propiedad, creciendo cada día con la misma

firmeza de siempre, sino el hecho de llamar la atención, de ser descubiertos. Malenne no temía, y en cierta forma yo tampoco. Había visto como terminaron Jane y Alec, y con eso sabía que nadie podría contra mi hermana… pero ese no era mi temor, sino su poder. Ese talento tan codiciado, tan deseado por aquellos que desean conquistar sobre todos los demás vampiros. Ella lo había dicho, me lo había contado. Tiempo atrás, cuando no conocía por completo la verdad, había supuesto que había pasado esos diez años vagando por el mundo, pero no, había formado parte de un grupo compuesto por salvajes vampiros que deseaba tener el poder que ahora los Vulturis estaban perdiendo. Cancelamos la deuda que habíamos adquirido por estar en ese lugar poco más de tres días, y tomamos el auto rentado, camino al aeropuerto más cercano. No queríamos comprar nada, apenas si nos registrábamos con nombres falsos en todos los lugares que teníamos a mano. – ¿Entonces Londres? – Preguntó Malenne cuando nos encontrábamos sacando los boletos. – Hace mucho que no voy a Inglaterra... – Musitó Michelle a mi espalda. – Bueno, en poco tiempo estaremos allí. – Convine. Llegar no costó nada. Poco tiempo arriba del avión. Huir constantemente se estaba volviendo estresante. No sólo para mí, sino también para mi hermana y para Mich, que intentaba disimularlo lo mejor que podía, pero en el poco tiempo que llevábamos juntos, me daba cuenta de que cada nuevo lugar que dejábamos a nuestras espaldas, para ella significaba otro paso lejos de todo su pasado, de su humanidad, y sobre todo de su familia. Intentaba no ser paranoico con la forma en la que nos movíamos, pero no quería arriesgarlas, a ninguna de las dos. A diferencia de Malenne, ya me había acostumbrado a la presencia de nuestra nueva compañía, y debía aceptar, si no quería mentirme a mi mismo, que su presencia era como una conexión tenue con ella, con Renesmee. A través de Michelle podía ver los recuerdos de Renesmee con una precisión mayor, y sí, eso era masoquismo.

– ¿Dónde nos hospedaremos? – Preguntó Malenne una vez que salimos hacía la cuidad. Se sentía bien caminar por las calles a la luz de día, pero también era incomoda la atención que, sobre todo ellas, despertaban en la concurrencia que se deslizaba por las calles londinenses. Era realmente fácil acostumbrarse al aislamiento, pero mis acompañantes tenían otros planes. – ¿Vamos de compras? – Propuso mi hermana. Me hubiese gustado creer que estaba bromeando. Pero no, no estaba haciéndolo. – Sí. – Contestó Michelle, siguiéndole la corriente, cosa que hacía más para entrar en su gracia que por cualquier otra cosa. – Hace mucho que no nos compramos nada. Mucho, era dos semanas. Evité el suspiro que pondría en evidencia mi mal genio. Se salieron con la suya, obviamente. No entendía el porqué de esa conducta. Supuse, que Malenne lo veía como una especie de terapia, como una válvula de escape a todas las emociones que la acechaban. Era mi hermana, y creía conocerla mejor que nadie, al menos eso pensaba. Sabía que se encontraba mal, pero sobre todo culpable por todo esto. Caminamos por el centro comercial unas horas, mientras ellas se probaban todo aquello que era de su talle. Compraron algunas cosas, prendas que luego de partir dejaríamos atrás, porque viajábamos sin nada encima. En un momento, Malenne pidió a Michelle que nos dejara unos momentos a solas. En realidad no pidió eso, sino que fue mucho más delicada y disimulada. La curiosidad me invadió, porque lo cierto era que en todo ese tiempo, habíamos estado poco tiempo sin ella... Nos sentamos en la fuente que había en el medio del gran lugar, la gente no paraba de mirarnos. – ¿Hasta cuando estarás así? – Preguntó sin rodeos. – No te sigo. – Musité, aunque de hecho sabía a que se refería. – Como un ente... como algo sin vida. – Respondió con una mueca de dolor. – No puedo evitarlo. – Era todo lo que podía decir.

Ella rió con amargura. Esas eran palabras que conocía muy bien, sobre todo si venían de mí. – ¿Te das cuenta de que llevas doscientos años poniendo la misma excusa? – Interrogó. – Honestamente, Raphael. – Mencionó mi nombre con cansancio. – Hay veces en las que me pregunto hasta que punto eres una persona inteligente. Me sorprendió. Ella era dura con todo el mundo, mas no conmigo. Esa no era nuestra forma de tratarnos. – No la veo hace casi dos años... – Utilicé como excusa. – Podrías ser un poco más comprensiva. – ¿Más comprensiva? – Inquirió, ya enfadada. – ¿Más comprensiva? – Repitió. – No tienes idea de la paciencia que te he tenido en todo este tiempo. Yo también estoy mal con todo esto... ¿Pero me ves corriendo cada vez que tengo la oportunidad? ¿Me ves arrastrándome como un gusano? No, no lo haces... La observé a los ojos, desconociéndola por primera vez en mucho tiempo. ¿Ella era Malenne? ¿Mi hermana? Pero no era eso lo peor, sino lo cierto de sus palabras. Lo asquerosamente verídico. Había creído que lo estaba disimulando lo mejor que podía, pero no era verdad, se notaba más que nunca. Hablábamos despacio, pero la gente no podía ignorar nuestros rostros. El de ella estaba surcado por una impotencia impresionante, y de seguro el mío por el shock. – ¿Tienes idea de lo frustrante que es ver a una persona como tú? ¿De lo que duele observar como la persona que más valoras en el mundo sufre, y no poder hacer nada para evitarlo? – ¿Y que quieres que haga? – Pregunté como el tonto que era. – ¿Qué finja que no la amo, que no fue nada en mi vida...? ¿Quieres que me olvide de todo? – Suspiré con enojo. – No puedo hacerlo... – No te he pedido que la olvides... – Se detuvo a observar a la gente un segundo. – Eso es imposible. Ella es mi mejor amiga, y tampoco quiero sacarla de mi mente, pero en serio, hermano. ¿No has aprendido nada? No es la primera vez que te pasa... Ya has vivido la misma situación dos veces. Sí, eso era cierto. Pero habían sido tan diferentes, que ni siquiera podía compararlas.

– Mira a la gente que nos rodea. – Susurró. – Muchos de ellos se creen desdichados, infelices... no tienen idea de lo que es la infelicidad. Piensan que sus problemas son los más grandes del mundo, y que siempre son las victimas... ¿Pero sabes que tienen ellos de bueno, a pesar de todo? – Preguntó mirándome a los ojos. – Que no obstante, aún así, tienen esperanza. ¿No puedes intentar pensar en que tal vez, una cosa mala sea acompañada por otra buena? Con tu pesimismo nunca atraerás eso bueno que yo sé que te espera. No contesté. No sabía que decirle. Comprendió que esa charla iba a ser un monologo. – Michelle se desvive por ti. – Musitó. – Hace todo cuanto tú dices, y ni siquiera le das una oportunidad. Tal vez ella pueda hacerte feliz, si se lo permites. Sus palabras me dejaron petrificado, jamás pensé que ella tocaría ese tema. Era algo que había evitado pensar, que había intentado creer que era todo una confusión de mi mente. Que en realidad, Michelle sólo sentía camaradería conmigo, y no otra cosa. Que el brillo de sus ojos al mirarme era sólo agradecimiento, y no... ¿Amor? – Eso sería jugar con ella. – Respondí por fin. – Y no quiero, nadie merece que jueguen con sus sentimientos. Mi hermana volvió a reír. ¿Se había vuelto loca? – ¿Y que fue lo que te hicieron a ti? ¿Acaso no han jugado contigo? Dos veces... – Enfatizó la última oración, y fue como una puñalada en el pecho. Desvié la mirada instintivamente, como un cobarde. – Renesmee es como mi hermana. – Continuó. – Pero eso fue lo que hizo contigo, no de un modo consciente, no lo hizo a sabiendas, ni con intenciones de lastimarte, pero lo hizo. ¿Tú no tienes derecho a hacerlo? No, claro que no lo tienes. – Dijo al ver que estaba por contestarle. – Pero si tienes derecho a intentar ser feliz. – No te entiendo, Mallie. – Hablé, confundido. – Creí que Michelle no estaba entre tus preferidas, y ahora, de repente, quieres que intente solucionar mi vida con ella. Usándola. No puedo hacerlo, porque todos merecemos a alguien que nos ame, ¿No lo crees? – No estaba entre mis favoritas, claro que no. – Respondió con calma. – pero eso cambió cuando me di cuenta de que te ama. No es la

chiquilla tonta que creí que era. La he conocido mejor gracias a que te has empecinado en dejarnos solas para correr a los bosques a llorar como una niña. – ¡Detente! – Musité con enojo. – ¿Por qué me haces esto? – Porque es la única forma en la que te darás cuenta de todo... – Contestó. – No quiero seguir esta conversación... – Me levanté del lugar donde estábamos sentados, y caminé en la dirección opuesta a su ubicación. Quería pensar que había sido cruel, pero no. Sólo había dicho la verdad. El cuerpo me temblaba por sus palabras, que se arremolinaban en mi mente como si me las estuviera susurrando al oído una y otra vez, una y otra vez... “¿No has aprendido nada?” “...te has empecinado en dejarnos solas para correr a los bosques a llorar como una niña...” “¿Me ves arrastrándome como un gusano?” “¿Y que fue lo que te hicieron a ti? ¿Acaso no han jugado contigo? Dos veces...” Abandoné ese sitio, lleno de gente, yéndome a otro lugar. La ira había vuelto a mí ser, pero no estaba dirigida a mi hermana, sino a mi mismo.A mi cobardía, a mis pocas ganas de sanar, a mis recuerdos. Tal vez ella no me entendía porque era mucho más fuerte que yo. Había pasado por tantas cosas a lo largo de su vida, que esto no significaba nada para ella, pero mi destino había estado marcado por el desamor, y eso sólo me daba una pauta. No merecía el amor. Ni de Julia, ni de Renesmee, ni de nadie. No lo merecía porque era un monstruo. Porque había destruido a mi familia, había asesinado a mi padre, y había transformado la vida de Malenne en un calvario eterno. La había condenado a acompañarme para siempre. Terminé sentado en la azotea de un gran edificio en esa bella cuidad. Dejé que anocheciera, y que la oscuridad me tragara, me engullera. Si hubiese sido humano, tal vez el frío me habría matado, pero no lo era, y a pesar de eso, también a veces me sentía sin un abrigo. Pensé

en ella, en la única mujer que amaba. En mi pequeño ángel, Renesmee. A pesar de dolor, me era imposible no sonreír cuando la tenía en mente, cuando pensaba en su rostro, en todo lo que ella representaba para mí... Había dejado de entrar en su mente, porque cada vez que lo hacía, me daba cuenta de que estaba repleta del amor que sentía por él... y aunque podía aceptar que lo amara, no podía soportar percibir ese sentamiento, cuando en realidad, sólo me hubiese gustado que su corazón me perteneciera, como el mío a ella. – Aquí estas... – Dijo Michelle en la oscuridad. Giré el cuello en todas las direcciones, pero no podía verla. – No deberías usar tu don conmigo. Es de mala educación. Recuerda que somos familia ahora. – Respondí, algo malhumorado. Escuché sus pasos acercarse, pero era estresante no verla. Ese talento suyo era asombroso. – Lo siento mucho. – Sonó su voz a mi lado, para luego aparecerse sentada a mi costado. – ¿Qué haces aquí? – Pregunté, girándome para ver la luna, que había aparecido luego de un día cubierto de nubes. – Estaba preocupada. – Respondió con apremio. – Sé cuidarme, Michelle, pero gracias. Estoy bien. – No, no lo estas. Estabas pensando en ella... – Dijo con rapidez. ¿Para que mentir? Al final de cuentas, ellas se daban cuenta de todo. – Me gustaría ayudarte a que la olvidaras. – Dijo luego de unos minutos en silencio. – No veo como. – Contesté. – Tú piensas que soy una tonta... – Comenzó, pero no pude evitar interrumpirla. – Eso no es cierto. No lo creo. – Aunque luego agregué. – Antes, cuando estábamos en Alaska, y nada de todo lo que pasó había sucedido aún, bueno, en ese momento lo creía, pero desde que te conozco mejor, me he dado cuenta que no.

– Gracias, me alegra escuchar eso. – Musitó. – Pero igualmente, no cambia las cosas. – Susurré luego. Se giró y me observó con sus enormes ojos dorados. – Yo te amo, Raphael. – Dijo muy convencida, con total naturalidad. – Y sé que cometí muchos errores, y fui una tonta en muchos sentidos. Pero a pesar de eso, he hecho todo lo que pude para cambiarlo, para ser digna de ti... No esperaba que fuera tan clara con sus sentimientos. Me había dejado sorprendido por completo. – No quiero lastimarte. Sé lo que se siente un amor no correspondido, no se lo deseo a nadie. – Contesté. – No se lo deseas a nadie, pero tampoco quieres superarlo. – Dijo con dureza, desviando la mirada. – ¿Qué harás? Esperas otros doscientos años, o ¿Tendré que hacerlo yo? Soy capaz de hacerlo. No tengo idea de la dimensión de ese tiempo, todo esto sigue siendo nuevo para mí, a pesar de que ya han pasado tres años desde que me convertí... pero si debo aguardarte doscientos, trescientos años, ten la seguridad de que aquí voy a estar, a tu lado. – Eso sólo te lastimará, y no quiero verte mal. – Le dije. – Yo tampoco quiero verte mal a ti, por eso te estoy diciendo esto. – Murmuró. – Yo siento esto desde que te vi por primera vez. Desde que mis ojos se posaron en ti en Alaska. – Pero yo no puedo retribuirte todos tus sentimientos. – Quise hacerla entrar en razón. – Eres una gran persona, y mereces un amor verdadero. Alguien que te pueda amar de verdad. – ¿Y que si no quiero eso? – Inquirió – Si tan sólo te quiero a ti, sólo amarte a ti. No respondí, no sabía como. – No paras de pensar en ella. – Continuó, mirándome, acercándose más. – Ella no te ama, ama a otro. Ama a Jacob. Y eso no puedes cambiarlo, no importa cuanto lo desees. Sus palabras dolieron, claro que lo hicieron. – Eso lo sé. – Contesté con un hilo de voz.

– ¿Te conformarás toda la eternidad con sus palabras? – Atacó de nuevo. – “Eres demasiado para mí” – Murmuró imitando con desgarradora precisión su voz. – Esa es sólo una forma menos cruel de decir que no eres suficiente. Fue como un puñal, toda la frase fue como un puñal. – ¡Por favor! – Supliqué. – ¡No hagas esto! – ¿Qué no haga que? – Preguntó con tristeza. – ¡No me lastimes más! – Mi cuerpo se estremecía de dolor, de miedo, de tristeza. – Yo estoy aquí, y te amo, y entrego todo lo que tengo por ti. Dame una oportunidad... – Suplicó. Sentía como las fuerzas me abandonaban. Como mi cuerpo, mi mente, mi corazón gritaban. Decían que ella tenía razón, que era tiempo de dejar de sufrir, de hacer algo porque todo lo malo se fuera. Tal vez vio ese momento de debilidad, tal vez fue consciente de mi confusión. Se acercó lo más que pudo, y tomó mi rostro en sus manos. No podía hacer nada para detenerla, porque todo daba vueltas, estaba perdido en esa asquerosa agonía. – Te amo, Raphael Blancquarts. – Susurró. – Y sí, tal vez seas demasiado para mí, y por eso nunca te dejaré, nunca te lastimaré. Comenzó a acercar su rostro al mío, decidida, y no podía hacer nada, porque sus palabras me habían desarmado. Tal vez era tiempo de tomar una medida drástica. Quizás ella podría reconstruir mi corazón, que estaba partido en miles de fragmentos pequeños, quizás ella tuviera la paciencia, las ganas de soportar mi melancolía, mi forma de ser, todo. – Dame la oportunidad de hacerte feliz. – Continuaba avanzando, sin apresurarse, pero sin detenerse. – No quiero lastimar a nadie... – Logré articular. – No quiero jugar contigo. – Si esto es un juego, sólo haz de cuenta que conozco las reglas, y las consecuencias. Y finalizó el trayecto, apoyando sus labios en los míos, mientras ambos nos rendíamos con un gemido lastimero.

Ella porque sabía que, a pesar de todo, no le pertenecía, y yo porque deseaba que sus labios, calidos a mi tacto, fueran en realidad los de ella, esos que recordaba tan deliciosos y sofocantes, los de Renesmee...

Epilogo II: Malenne Blancquarts. Más Secretos. Los días continuaban pasando, uno a uno, mientras recorríamos sin rumbo todo el largo y ancho de la tierra. Yendo a ningún lugar, caminando sin que haya un sendero estipulado a lo largo de ese recorrido, que apostaba, sería eterno. Intentaba, a veces con escaso éxito, mentirme a mi misma, pensar que en realidad viajábamos por el simple placer de viajar, el de recorrer el mundo, como muchas personas deseaban. Yo no era una de esas. A lo largo de la vida, había encontrado pocos lugares donde realmente me había sentido en casa, y cuando lo hacía, lo último que deseaba era abandonar ese sitio. Sin embargo, las circunstancias me habían obligado a hacerlo, sin otro remedio, a pesar de que siempre había sido lo último que deseaba. Me era imposible pensar que cualquier sitio podría convertirse en mi refugio. Tal vez se debía, a que en realidad, nunca había percibido a Paris, específicamente a la casa Blancquarts, como un hogar. Si ese primer sitio, el que debería haber sido mi principal lugar de cobija, había resultado poco menos que una cárcel para mí, tal vez esa era la razón por la que no podía hacerme un verdadero lugar en el mundo, y por el que deseara y valorara tanto la libertad. Tal vez jamás averiguaría si llevaba la razón, ni aunque viviera miles de años. Aunque creía tener una idea de lo que era lo que me hacía sentir bien y que mal. Adoraba sentir esa candente y abrumadora aura que te azota cuando percibes que no tienes ataduras con el destino. Puedes hasta volar, porque no hay cabos que te enlacen al mundo. Es algo sublime. Pero a pesar de ello, a pesar de que quería creer que nada me ataba, de hecho sí lo había, y no era solo una atadura, eran miles, millones, materializadas en sólo una cosa. Sin embargo, que sensación embriagadora había invadido mi cuerpo cuando estando en Alaska, y Renesmee se había unido a nosotros. Esa que me hacía dar cuenta de que hogar no es un lugar, sino una circunstancia, un lugar donde todo lo que amas, se encuentra reunido.

A lo largo de todo ese tiempo había aprendido una lección. Debía ser siempre optimista. De ese modo, todas las cosas malas parecerían menos fuertes, y tal vez, con mi optimismo, incluso encontraría una solución. Pero a pesar de eso, había veces en las que me sentía cansada, muchas veces derrotada. Era una imagen que odiaba en mi misma. No deseaba sentirme así, débil. No me reconocía cuando esas sensaciones me embargaban, simplemente porque nunca había sido así. Siempre, a pesar de las penurias, de los tiempos de soledad, había intentado sonreír, dejar que los buenos sentimientos y las razones valederas para salir luchando afloraran, de una forma u otra. El destino me había dado también otra valiosa lección; no rendirme jamás, ni en los peores momentos. Aún cuando miraba al pasado, algo que no hacía con frecuencia, intentaba encontrar algo bueno, algo de que agarrarse para percibir que no todo había sido tan malo como recordaba. El hambre, la locura de mi madre, el haberme criado sola, como un ciego que camina a tientas por un camino desconocido. Ser una francesa de veintidós años no era fácil en ese momento. Todo era un caos, y a nadie le importaba otra cosa que no fueran ellos mismos. Sin embargo, había excepciones. Como el señor Josue, un pequeño anciano que tenía su puesto en el mercado. Un adorable ser… – Si te conviertes en mi esposa, no te faltará nada, hermosa Malenne… – Había dicho, sonriendo con su boca desdentada. Le sonreía, ¿Podía hacer otra cosa? Desde luego, él sabía la situación de mi madre y la mía en ese momento, la pobreza, todo. Éramos el centro de atención del vecindario, la familia perfecta que se había venido abajo cuando Raphael, el hijo mayor, escapó, cuando asesinaron al padre de forma tan horripilante, cuando los otros dos hijos murieron, cuando la madre enloqueció… No querría saber todo lo que podrían haber dicho después, cuando mi madre se suicidó, cuando yo desaparecí. Mucha gente me había visto salir de la cuidad, y perderme en los bosques, antes de que decidiera, por alguna razón, lanzarme al río, y así marcar mi destino por el resto de la eternidad, literalmente. Pero eso era parte del pasado, como casi todo.

No tenía sentido pensar en ello. Aunque, debía admitir, que así como odiaba vivir en otra época que no fuera el presente, también estaba condicionada por todo lo que había hecho. Mis errores. Pero no era como mi hermano en ese sentido, un mártir incurable. Había llegado a la conclusión, a lo largo de todos esos años, que le gustaba sufrir. Había pasado tanto tiempo sufriendo, culpándose, que estar bien consigo mismo le daba miedo, pánico. Era una pobre alma que desconocía el estado imperturbable de la paz interior. A diferencia él, yo siempre encontraba el modo de salir adelante, de subsistir si era necesario, pero nunca dejarme tragar por la oscuridad. Elmundo esta lleno de mucha luz, de muchas razones para ser feliz, a pesar de todo. Sin embargo, que fácil era sentirme frustrada, avasallada, no por las personas, sino por las circunstancias, que atacaban constantemente mi aparente estado imperturbable. Por más que siempre había deseado la normalidad, la comodidad de ser una más entre el montón, eso parecía imposible, parecía irreal. Estaba condenada a sobresalir siempre, a nunca pasar desapercibida. No es que no disfrutara de la atención de la gente. Sería mentir si dijera que no lo hacía, porque a pesar de todo, era vanidosa, y en cierta forma, me encantaba ser así, una completa mujer. Estaba orgullosa de mi cuerpo, de mi rostro, de muchas facetas de mi personalidad. Me amaba a mi misma en muchos sentidos, y creía que eso era bueno. Toda persona debe respetarse, sentir que su cuerpo es su templo sagrado, sin que en el concepto mediara cualquier connotación religiosa, sino de una forma diferente, sentir que nuestro ser, es lo más importante que tenemos, no ser autodestructivo. Esa es la única forma en la que el camino hacia la felicidad aparece, y si bien no era nadie para dar consejos, al menos intentaba convencerme de que estaba en lo cierto. El tiempo me daría la razón, o me demostraría que estaba equivocada, a esa altura de las circunstancias, creía que me daba igual. Todo me daba igual. Pero eso no evitaba que me enervara la postura de Raphael. Me sacaba de quicios su forma de encarar la vida, su pasividad. Era mi hermano, y como tal, lo amaba como nunca podría amar a otra persona. Había veces que me preguntaba como podría llegar a dejarlo

solo. Porque, a pesar de que no buscaba el amor, sabía que tal vez, a través de las vueltas de la vida, quizás algún día llegara; y el sólo hecho de pensar que ese vampiro, o humano, en realidad no lo sabía, pudiera hacer que restara tiempo en compañía de Raph, me hacía pensar si era algo que en realidad quería. No me gustaba estar sola. Necesitaba compañía para sentirme por completo bien conmigo misma. Raphael era mí opuesto en ese sentido, a pesar de que siempre estaba conmigo, sabía que para él la soledad era algo más aceptable. Pero ella no era su amiga, como yo sabía que él pensaba, era su peor enemiga, que sólo lograba que cavilara en todas esas cosas que lo lastimaban. Yo sabía muy bien que la soledad es un alicante que alimenta la locura, y por lo tanto, evitaba estar sola, si podía evitarlo. Con que rapidez el tiempo avanzaba. Hacía tan solo seis años, me encontraba en un estado por completo diferente. Estaba, no sabía si era la palabra, pero creo que me arriesgaría, era feliz. Tenía a mi hermano, teníamos todo aquello que siempre me había faltado cuando era humana, e íbamos de un lugar a otro buscando un lugar donde sentirnos como en casa. Lo encontramos, y por mi culpa, nos lo arrebataron. Por este poder, tan asqueroso, tan avasallador. ¿Por qué me lo habían dado? ¿Cómo un premio? ¿Cómo una maldición? No lo sabía, y eso era otra pauta que podía añadir a mi lista de cosas que jamás sabré. Ahora, en ese tiempo presente, nos encontrábamos vagando nuevamente. Que cosa tan estresante. Había algo, que a pesar de todo, podía decir que había mejorado. Mi hermano. Ya no era una sombra, ya no lo veía tan melancólico o sufrido. Sabía que todas esas cosas no se irían de un día para el otro, esa era una certeza innegable. Pero al menos, algo comenzaba a cambiar en la superficie, y esperaba, rogaba, que pronto hiciera algo profundo, algo permanente. A pesar de que Michelle nunca me había caído bien, de que había sido cruel con ella en las contadas ocasiones que mantuvimos contacto antes de irnos de Douglas, tiempo después, había llegado a comprenderla…

Raphael nos había obligado a pasar más tiempo juntas del que hubiese querido, y como mis ganas de hablar con alguien, de interactuar con alguien, habían sido más fuertes que mis sentimientos hostiles, había terminado por intentar, al menos entablar una conversación. – ¿En qué piensas? – Le pregunté una tarde que la veía más callada que de costumbre. En general, no hablaba mucho cuando Raphael no estaba cerca, pero en esa ocasión era incluso más notorio. – En nada... – Mintió pésimamente. No quise forzarla a hablar, pero algo en su expresión me dijo que debía insistir, tal vez de esa forma podríamos romper el muro existente entre ambas. – Sé que no he sido muy buena compañera contigo, pero puedes contarme las cosas que te acongojan. Tal vez pueda ayudarte en algo. Dudó. Al final de cuentas tenía razón. Había sido poco menos que una tirana con ella. – Esta bien, olvida lo que te he dicho... – Comencé a decir a modo de disculpa. – No… –Dijo ella entonces. – No es que no quiera hablar contigo. – Dudó. – Sólo que a veces siento que es mejor que sufra mis penas yo sola. Intenté que esas palabras no me sonaran terriblemente familiares. Mi mente se tensó, y me previno. “Ahora no vives con un mártir, vives con dos. Buen trabajo”. Se burló. Pero, en cualquier caso, no era su culpa que mi hermano hubiese minado por completo mi paciencia. – Sí en algún momento deseas charlar sobre tus penas, no dudes en hacerlo conmigo. – Musité luego de un minuto de silencio. Recorrió la habitación con la mirada. En esa ocasión, nos encontrábamos en el norte de Italia. No me gustaba mucho el hotel en el que nos habíamos hospedado. Ninguno en realidad de todos los que ya habíamos recorrido era mi favorito. Todos eran comunes, sin una pizca de diseño o de buen gusto y clase. Pocilgas. – Extraño a mi familia… – Musitó por fin mi nueva hermana.

– Lo supuse… – Declaré. – Realmente me gustaría hacer algo para ayudarte con eso, pero no puedo. Tu has visto los cambios que se han producido en tu cuerpo, en tu rostro… no te reconocerían, y si lo hicieran, se darían cuenta de que algo ha cambiado. – No puedo creer lo rápido que ha pasado el tiempo. – Comentó. – Hace tan solo unos meses vimos a Renesmee casándose, y ahora estamos de nuevo aquí, solos. – Es parte de esta vida... – Mi voz sonaba tan cansada... tan exhausta. – A veces simplemente no puedo pensar en otra cosa más en lo que habría pasado si hubiese tomado las decisiones correctas. – Dijo. – Eso no podrías saberlo, Michelle. – Intenté animarla. – No te tortures. No tiene caso que lo hagas. – Sin embargo... – Se mostró en desacuerdo. – Eso es lo que la mayoría de nosotros hacemos... – ¿A que te refieres? – Quise saber. – A pensar en los supuestos. Quizás muchos de nosotros vivimos en condicional. Me quedé petrificada. Había pensado siempre que ella no era una chica con muchas luces. Pero su simple enunciado me hizo dar cuenta de que tenía razón, de que a pesar de todo, de mi inescrutable resolución, de mis pocas ganas de sufrir, de mi aura siempre optimista, incluso siendo así, vivía pensando en que muchas cosas serían diferentes si las circunstancias hubiesen sido otras. – Juzgas a tu hermano... – Continuó, dejándome pasmada. – de ser débil. Tú no lo eres, claro que no. Eres fuerte, quizás demasiado, pero Malenne. – Me miró a los ojos, y por alguna extraña razón, no pude huir de su mirada. – tu odias lo que eres... y desearías no serlo... desearías no ser tan... poderosa. – Eso es cierto... – Contesté secamente. No podía mentir. Odiaba este poder, esta asquerosa fuerza que me ataba a una vida de huidas, y lo peor, no sólo me obligaba a escapar a mí, sino también a mi hermano, y ahora también a Michelle. – Aunque no entiendo a lo que vas. – Yo tampoco. Sólo sé que el tiempo pasará eternamente y no dejaré de sentir esto que me hace estremecer de miedo. Al igual que tú siempre temerás por aquello que te hace única. – ¿Y qué es eso? – Pregunté a pesar de que lo sabía.

Volvió a dudar, pero al final, respondió. – Amo a tu hermano, pero él ama a Renesmee, y no sé si puedo luchar contra eso. – Tal vez debas arriesgaste, no pierdes nada con intentarlo. – Le había dicho, con la esperanza de que lo hiciera. ¿Cuántas veces había soñado con la idea de que Renesmee eligiera a Raphael en vez de a Jacob? No lo sabía. A pesar de que deseaba que mi mejor amiga efectuara una decisión basada en el amor y no en la lástima, eso no había evitado que pensara en el asunto. Yo sabía algo, tenía una certeza. Ellos dos podrían haber estado juntos de una forma muy pura. Perfecta. Simplemente porque Raphael era lo que ella necesitaba, porque si los hombres lobo y la imprimación no hubiesen existido jamás, mi hermano y mi mejor amiga hubiesen sido el uno para el otro. Claro que sí... Pero ella amaba a Jacob. Y eso, a pesar de todo, no era una obligación. Ella simplemente le quería. No era sólo la magia de esa unión, era mucho más, mucho más fuerte que cualquier cosa. Y como su mejor amiga, debía apoyarla. – Yo lo quiero, quiero que sea feliz. Quiero pasar la eternidad con él. – Declaró con el corazón en un puño. En ese momento vi a la verdadera Michelle. A la niña que mis ojos había evitado descubrir por mis prejuicios. Era una buena chica, a pesar de todo lo que yo sabía que había hecho. Y esa fue la primera vez que comencé a conocerla, y también fue cuando me di cuenta de que ella, tal vez, podía ser la indicada para salvar a Raphael de su propia autodestrucción. De eso modo, los días continuaron pasando, hasta que llegó el momento en el que dije basta a su tristeza, cuando fui, cuando tuve que ser cruel con él. Huyó, como siempre hacía, se escapó de la realidad, esa era su mejor defensa. Correr como una cobarde, y estaba cansada de que lo hiciera. Me quedé sentada en el mismo sitio donde habíamos hablado, mientras Michelle se unía a mí. – No debiste haberlo dicho todas esas cosas... – Me reprendió. – Lo has lastimado.

Pero no necesitaba de sus sermones. – Era la única forma. – Contesté con rudeza. – Eso es todo lo que tú dices, todo el tiempo. En el fondo no eres muy diferente a él... – No sabes lo que estas diciendo. – La previne. – La única diferencia que existe entre ustedes es que él no sabe lo que hacer con su vida, y tu crees que porque has sufrido muchas cosas, tienes derecho a decidir que es lo que los demás deben hacer... La verdad fue como una cachetada. Porque en el fondo, a pesar de todo sabía que tenía razón. – A veces las decisiones que tomas no son las mejores, Malenne. – Sentenció. – No eres nadie para decidir por él... – ¡Soy su hermana! – Casi grité, rodeadas como estábamos de gente. – ¡No te atrevas a cuestionarme, Michelle White! – ¿Ahora soy White de nuevo? – Preguntó con sarcasmo. – No, Malenne. Grítame, di que tienes derecho si quieres, pero la verdad es que eres igual de patética que él. – Eres una chiquilla tonta... – Contesté con igual ironía que ella, pero esa parte de mi mente que tanto había trabajado para que no saliera a la superficie, gritaba que tenía razón, que siempre me había sentido mal conmigo misma. – No tienes idea de lo que soy capaz de hacer por lo que acabas de decir... – Musité conteniendo la ira. – Adelante... – Contestó ya más sosegada. – Oblígame a irme. Oblígame a lastimar al hombre que amo con palabras duras. Haz lo que quieras. Podrás gobernar mi cuerpo, obligarme a cometer las calamidades más graves del mundo, hacer que los abandone, pero no puedes gobernar mis pensamientos, mi forma de ser... – No voy a hacer eso... – Declaré, aunque lo deseaba, desde luego. Demostrarle con quien estaba hablando, con quien se había metido. – No quiero discutir contigo, Malenne. – Dijo luego de unos minutos en la que las dos nos quedamos observándonos a los ojos, y el momento de tensión se disipó. – Sabes muy bien que valoro tu compañía, pero fuiste innecesariamente cruel, y vi su expresión, y me dolió a mí.

– Ve a buscarlo entonces... – Pedí, pero no como una orden, sino como una suplica. – Ve a buscarlo y dile lo que sientes... ámalo como él lo necesita. Y se alejó corriendo de mí, dejándome de pie entre la multitud. Corriendo por el amor que sentía por Raphael. Todo fue mejor después de eso. No sabía que había pasado en ese encuentro, tampoco quería averiguarlo. Sólo tenía una certeza, mi hermano había cambiado. Michelle lo estaba reconstruyendo pieza por pieza, dándole su tiempo, no obligándolo a que le demostrara un amor que todavía no sentía. Ella, sin embargo, se desvivía por él. Ya no dejaba que se escara solo, pero tampoco lo sofocaba. Cuando lo veía algo triste, enseguida lo acariciaba, intentaba hacerlo sonreír, y para mi sorpresa, él respondía a sus gestos de la mejor forma. También intentaba que eso funcionara. Y sólo con eso era feliz. Viendo que ellos, de un modo por completo nuevo, intentaban serlo. No volví a discutir con ninguno luego de ese violento día, donde aprendí y me di cuenta de que Michelle tenía razón. Desde ese momento, y para mi completa sorpresa, pude verla no sólo como una amiga sino como alguien con carácter, porque eran pocas las personas que me había desafiado sabiendo de lo que era capaz. La chica tenía agallas, y eso me gustaba. También pude verla como algo que ella deseaba hacía tiempo, como mi cuñada, como alguien que pudiera estar con mi hermano. – Gracias... – Susurró Raphael una tarde en la que nos encontrábamos solos en la casa que habíamos alquilado para pasar, esta vez, no sólo unos días, sino tal vez, unos meses. Por primera vez en años, nos habíamos animado a no escaparnos tan rápido de un sitio. Michelle había salido a comprar muebles y cosas para decorar. – ¿Por qué? – Pregunté desorientada ante sus palabras. – Por lo que has hecho por mí... – Respondió. – Michelle es... – Dudó. – es alguien especial. – Te ama. – Dije, aunque no necesitaba escucharlo de mis labios para saberlo. Ella se lo recordaba todo el tiempo con infinitos gestos. Desde una simple caricia, hasta el más apasionado de los besos. – Y no debes agradecérmelo a mí, sino a ella.

– Lo hago, todo el tiempo. – Sonrió. Me llenó de tanta paz poder ver esa sonrisa, no era tan impresionante como las que solía hacer cuando estábamos con Renesmee, pero sí llena de sinceridad, de quietud. – ¿La amas tú? – Era una pregunta obligada. Quería escuchar que sí, pero lo conocía, era mi hermano. No contestó inmediatamente. Mala señal. – Quiero hacerlo, voy a lograrlo. – Musitó entonces. Parecía convencido, no como antes, cuando sus palabras escondían una melancolía y una sensación de fracaso anticipado que me desgarraba el alma. Esta vez se oía por completo diferente. – Michelle se lo merece, y ya me di cuenta de que yo también lo merezco. – ¿Y Renesmee? – También tenía que preguntarlo, era inevitable. Su semblante volvió a cambiar. – Ella siempre estará en mi corazón, no importa lo mucho que intente olvidarla. – Respondió con tranquilidad. – Sé que siempre estarás en el suyo. – La defendí, a pesar de que él no había dicho lo contrario. – Sabes muy bien que no puedo olvidarla. Ahora lo único que quiero es pensar en que ella tomó la decisión correcta, que ama a su esposo, y soy feliz con ello. Si se encuentra bien, entonces yo puedo estar tranquilo. Nunca hubo algo que deseara más que su felicidad. – Eres demasiado bueno, hermano. – Musité. – No lo soy. – Me contradijo. –Simplemente digo lo que pienso. En este momento quiero concentrarme en las cosas que me harán bien, sin ser egoísta. Y Michelle es feliz, y yo quiero serlo con ella. Creo que es lo mejor que puedo hacer. Y lo voy a lograr, voy a ser feliz, lo siento. Sonreí, no pude evitarlo. Simplemente era demasiado para mí. Me acerqué a abrazarlo, hacía tanto tiempo que no lo hacía. Me gustó la sensación, porque en ese último tiempo, sentía que lentamente, se perdía ese vínculo tan especial que siempre nos había unido. El respondió como esperaba, y me di cuenta de que eso era imposible, que siempre seríamos nosotros dos, a pesar de todo. – Te amo, hermano. – Susurré en sus brazos, que me apretaron a él con ternura. – No tienes idea de lo feliz que me hace esto...

– Gracias, Malenne. – Contestó él acariciando mi cabello con sus suaves manos. – Ha sido un largo tiempo en oscuridad, quizás ya sea momento de ver la luz nuevamente, para los dos. Había un doble significado en sus palabras, no eran simplemente un consejo, una guía. – ¿Qué quieres decir? – Pregunté entonces. – Tal vez sea momento de que tú también abras tu corazón. No me gusta verte tan sola, eres un ser maravilloso. – Esperarás mucho para verme con alguien, Raphael. – Sonreí. – Serás un vampiro, pero siéntate, porque te cansarás de estar de pie. – Eres una tonta... – Rió conmigo. – Pero estoy hablando en serio. Me observó, y pude ver en sus ojos la mis expresión con la que yo lo había visto tantas veces, cuando me dolía profundamente verlo triste. – Yo no estoy hecha para las relaciones. – Musité, esta vez con seriedad. – Has visto como soy... volátil, demasiado libre para atarme a alguien. Y de todos modos, aunque quisiera, no estoy en condiciones de conocer a nadie, vivimos viajando. – Aparecerá... – Respondió con una sonrisa deslumbrante. – Y tal vez... los cuatro podamos ser felices. No quise romper la burbuja fantasiosa que se había creado en su mente, porque eso que pensaba, estaba muy lejos de volverse realidad, pero por otro lado, nunca lo había escuchado así de animado, ni siquiera en los escasos recuerdos humanos que tenía de él. En ese momento llegó Michelle, cargada de bolsas enormes, quizás demasiado grandes para que una humana pudiera cargarlas, pero todavía era algo inexperta en esas cosas, y tampoco quería reprenderla por esas cosas mínimas. Por suerte, el día estaba nublado, todos podíamos salir a la calle. – ¡Llegué! – Anunció con una sonrisa. Se acercó a nosotros, y como era de esperar, caminó hacia su... ¿Cuál era la palabra? ¿Novio?, y le depositó un tierno beso en los labios. Él regresó el gesto. Era maravilloso verlos así, realmente llenaba el corazón. – Te he comprado algo de ropa, mi amor. – Le dijo con el tono de voz lleno de alegría. – Espero que te guste.

En ese momento me sentí ligeramente fuera de lugar. Raphael agradeció a Michelle por el gesto y se puso de pie. Ella lo abrazó, algo en su expresión al tocarlo me decía que todavía no podía creer que le perteneciera sólo a ella. – Te amo... – Le susurró al oído, tal vez intentando que yo no oyera, por lo bajo que lo había dicho. Mi hermano no contestó, simplemente se acercó a besarla por un segundo, apoyando sus labios tiernamente en los de ella. Sabía que no quería decirle algo que no sentía, y ella parecía de acuerdo con eso, porque su silencio no la desanimó, por el contrario, devolvió el beso con más pasión. Estaba decidida a ganar su corazón, sea de la forma que sea. Si esto era un juego, al menos ambos conocían las reglas. Esperaba que ninguno saliera lastimado, porque jugar con fuego es peligroso, y a pesar de todo, incluso teniendo cuidado, sueles salir lastimado. Los dejé solos, mientras ambos intentaban disfrutar de ese cariño que se tenían. Ya habían pasado dos años desde que estaban juntos, y cuatro desde que no veía a mi mejor amiga. La extrañaba mucho, echaba de menos todos esos tiempos que habíamos compartido juntas, y saber que el alejamiento se debía a mi condición, a mi poder y al peligro que representaba para ella y su familia, empeoraba las cosas. Estábamos en una pequeña localidad al sur de Londres. Salí a caminar por las calles, que se veían tan angostas y antiguas como las que transitaban en el Paris de mi juventud. Pude ver por lo abrigada que estaba la gente, que hacía frío, y como consecuencias, la mirada extrañada que todos me dieron. Observé mi indumentaria. Tenía solamente unos jeans oscuros y un suéter ligero de color canela. Busqué con miradas de costado la única casa de ropas del pueblo. Entré y compré el abrigo más mullido y con aspecto más abrigado que encontré. No es que me importara que me miraran mal, pero cuando fui consciente del aguanieve que estaba pegada al piso, me di cuenta de que estaba por completo inapropiadamente vestida. Caminé un poco más, perdiéndome entre las callezuelas, y alejándome, tal vez inconscientemente, mientras salía del pequeño pueblo, y llegaba hacia un pequeño bosque nevado. No sabía por qué, pero de repente me sentí con ánimos de vagabundear sin sentido.

Me adentré más y más en ese lugar, y caminé con tranquilidad entre las copas de los árboles. Llegué a una enorme roca cuya parte superior era por completo plana. No sabía por qué, pero ese día estaba muy meditativa. Y una conducta por completo diferente en mí tomó mando de mis acciones. Pensar en el pasado. Había cosas que recordaba con una nitidez rayana en la locura, como la conducta prácticamente esquizofrénica de mi madre, o las veces en las que ella se había esforzado para que no pudiera marcharme... Esos tiempos que había aborrecido por completo, y como si se tratara de una broma, comenzaron a llenar toda mi mente. Quizás me encontraba débil, porque nunca había dejado que me superaran, pero ese día, no había podido con ellos... Lo primero que vino a mi mente fue el gran hecho que marcó mi destino, mi pelea con Raphael, cien años atrás... Nos encontrábamos en América. En un gran departamento que habíamos rentado. – No vayas... – Había suplicado. – No la busques... ¿No te das cuenta de que es tiempo perdido? Él no me escuchaba. No le importaban mis palabras. Estaba cegado por ese amor enfermizo. ¿No había sido suficiente el hecho de que lo había transformado, había arruinado su vida, y encima de todo, lo abandonara? – Tú no lo entiendes... – Se había defendido. – Estoy seguro de que si nos volvemos a ver, tal vez ella se de cuenta de que me ama... – Te estas engañando a ti mismo, Raphael. – Le dije. – Ella no te quiere, jamás lo hizo. Fuiste su juguete. Entiéndelo de una vez. Y esa vez también lo había herido, pero por su propio bien, para que no me dejara, para que desistiera de esa idea tan absurda... – Julia dijo que me quería... – Recordó en un susurro tan bajo, tan triste. – Te mintió, hermano. – Contesté. – Una mujer que ama a un hombre no lo abandona, no lo deja como ella te dejó a ti. – Tal vez estaba confundida... – Intentó justificarla.

Me cansó... por primera vez en cien años me había cansado. – ¿No escuchas lo que estoy diciendo? – Casi grité. – ¡Ella no te ama! Su semblante se endureció, y contestó con mordacidad. – ¡Y tú que sabes de amor! ¡Sólo porque tú no lo has experimentado no significa que los demás tampoco puedan amar! – ¡No lo he hecho porque me transformaste en esto! – Contesté enloquecida por sus palabras. – Soy una piedra viviente por tu culpa... ¡Hubiese preferido que me dejaras morir, antes de tener que vivir así, soportando tu estupidez! Lo había herido. Lo sabía. – Lo hice porque creí que era lo correcto. No merecías la muerte. – Musitó por completo dolido. – Nunca creí que dirías eso... – Bueno, ahora lo sabes. – Dije todavía enfadada. – Morir hubiese sido mejor. – Si piensas eso, no veo motivos para que sigamos juntos... – Confesó arrepentido. – Quizás sin mí puedas encontrar tu lugar en el mundo. Realmente lo siento, sabía que lo veías así, como una condena. Volver a tu vida fue un error. Lo siento mucho. Y su dolor fue nuevamente parte de mi dolor. Me había extralimitado. – ¡No! – Supliqué. – No te vayas. Pero ya era tarde. Había dado vuelta y se había marchado. Me había dejado sola, con las disculpas en la boca. Sin darme posibilidad de disculparme por mi estupidez. Y ese fue el primer momento en toda mi vida en el que realmente había tenido que estar por completo y totalmente sola. Vagar por el mundo, sin un lugar a donde ir... Comencé a recorrer el mundo, en un vano intento de seguirlo. Pero él era mejor que yo en esos asuntos. Intentar llevarle el paso era en vano si él no quería que lo encontrara. Llegué a Europa una tarde de verano, cuando el sol se ponía por el horizonte, y no tendría inconveniente en caminar por las calles. Fueron tiempos de soledad, tan vacíos de cualquier significado.

Luego le siguieron los momento de mayor oscuridad, el momento en el que casi había vendido mi alma. Cazaba por los Alpes suizos, en busca de una presa lo suficientemente violenta, una forma de evadir todos los problemas. Un vago intento por luchar contra ellos. Y entonces, de la nada... un efluvio de vampiro. Me desorienté, girando la cabeza hacía todas las direcciones. Y nunca supe por qué comencé a seguirlo. Ese fue el inicio de un calvario que duró diez años... Él se dio cuenta demasiado rápido de mis intenciones. Comencé a asustarme cuando, descendiendo por la ladera, el hedor a sangre humana se hacía más y más notorio... mala señal. Muy mala señal. Entonces llegué hacía los restos de un campamento humano. Sólo se escuchaba el sonido del viento, y una respiración pausada. Me estaba esperando. – ¿Quién eres tú? – Preguntó Brad. Era un vampiro hermoso, a pesar de cómo brillaban sus ojos en ese momento, escarlatas. A sus pies yacían dos humanos muertos. Un hombre y una mujer. Su cabello era oscuro, negro, en contraste absoluto con su piel, casi tan blanca como la nieve que nos rodeaba. – Puedo hacer la misma pregunta. – Interrogué, negándome a presentarme. – Mi nombre es Brad. Nunca te había visto por aquí... – Observó mis ojos, que a pesar de que hacía bastante que no me alimentaba, todavía estaban dorados. – Hermosos ojos... – Gracias. – Contesté con la mandíbula tensa. No sabía si había hecho lo correcto al presentarme allí, podría estar con más, y si se ponían violentos, no contaba con el poder para defenderme. – Todavía no me has dicho tu nombre. – Musitó con curiosidad. – Malenne. Malenne Blancquarts. – Mucho gusto... – Sonrió y mostró una deslumbrante sonrisa. – Eres una belleza, Malenne. ¿Estás sola? – Podría decirse que sí. – Contesté. – Es una lastima. Jamás dejaría que te vayas si me acompañaras. – Se acercó, del todo relajado.

– Eso es algo imposible. Soy un alma muy libre... – Todavía no había bajado la guardia. A pesar de que en ese momento mi poder no era ni la sombra de lo que lo era ahora. – ¿Alma? – Cuestionó. – ¿Quién te ha dicho que tienes alma? – Se burló. – Sé que la tengo. – Respondí, ya enfadada. Él rió. – Si tú lo dices... – Para ese momento, había eliminado toda la distancia que había entre nosotros, transformándola en poco más de un metro. – Estás sola. – Sentenció esta vez. No era una pregunta. – Ven conmigo, puedo presentarte a muchos amigos. Pude darme cuenta de que la última palabra era sólo un modismo. Y movida por la locura, lo seguí. Era un grupo extraño, se encontraban en lo profundo de las montañas, reunidos en la intemperie, y a veces en las cabañas de los humanos que asesinaban para alimentarse. Muchos se escandalizaron de mi modo de vida, de mi modo de alimentación. Un desperdicio, lo llamaban. Eran varios, todos obsesionados con el poder. No tenían idea de cómo conseguirlo, pero sólo sabían que era su mayor anhelo. Con el tiempo, al único al que podía tenerle algo de confianza era a Brad. Tenía un gran don, muy desarrollado. Todavía me costaba trabajo creer como podía mover las cosas sólo con el pensamiento. Por accidente, él descubrió mi poder. Se había empecinado en conquistarme, en lograr que lo viera como algo más que sólo un compañero de aquelarre... – ¡No te acerques! – Le había advertido. Pero insistía, e insistía, y en el momento en el que se acercó lo suficiente, lo toqué, y le ordené que se fuera. Desde ese momento, quedó maravillado. Tan sólo de pensar en las posibilidades que ofrecía mi don, su mirada se tornaba increíblemente soñadora. Y desde ese segundo, se ofreció a ayudarme. Sus técnicas no eran sutiles o compasivas. Puso lo mejor de sí, y gracias a eso, logré alcanzar la perfección. Si me arrepentía de algo, a

pesar de que era un imbecil, fue de no haber podido llegar a tiempo para salvarlo. Aunque no podía sacar de mi mente la imagen exacta de cuando lo desmembraban. Ni siquiera me quedé para ver como incineraban los pedazos, eso hubiese sido demasiado. Pero eso pasó mucho después, antes de ello, la conocí... a ella, al origen de todos nuestros males. Una tarde, luego de pasados varios meses de estar con ellos, llegó una nueva visitante. Bueno, nueva para mí, porque todos ellos ya la conocían. Julia... En ese momento, no sabía a ciencia cierta si era ella o no. Podía ser una simple coincidencia, pero no lo era. La reconocí en cuanto la vi. En cuanto vi sus rizos negros, del color de la noche. Raphael me la había descrito infinitas veces a lo largo de todos esos años, y a pesar de que la había visto hacía tanto tiempo, todavía la recordaba con perfecta precisión. No había margen absoluto para el error. Desde el mismo principio no le caí bien. Tal vez era una cuestión inconsciente en ambas. Quizás, ella sabía quien era, aunque lo dudaba... La única opción viable, hubiese sido si Raphael, antes de convertirse, o mejor dicho, antes de que lo abandonara, le hubiese contado de mí, o de Filippe o Virgine. Como sea, ella pareció aborrecerme inmediatamente... Ese era el primer secreto que nunca podría revelar. Que había conocido a Julia. El segundo, era más aterrador aún. Era una noche sin estrellas. El cielo estaba por completo cubierto, y casi todos habían salido de caza. Me había alimentado unos pocos días antes, no estaba sedienta. De igual modo, tampoco me apetecía acompañarlos, porque no quería poner a prueba mi autocontrol. Para ese momento, mi poder ya estaba por completo desarrollado, ya habían pasado cinco años desde que estaba con ellos. – ¿No cazarás hoy? – Se acercó ella con ese andar de prostituta. No era para nada elegante. – No. – Respondí secamente. No tenía idea de por qué se esforzaba en hablarme. Ambas sabíamos que no nos caíamos bien. – He ido de expedición hace unos días.

– Animales... – Dijo con desdén. – La verdad no sé que es lo que pasa por tu cabeza... La sangre de humano es tan apetecible. La de hombre, sobre todo. – Sonrió como una cualquiera. Ella sabía lo poderosa que me había vuelto, estaba segura. Brad no hacía nada más que lucirse, decir que era su obra maestra. – Hace tiempo que decidí no seguir ese camino. – Contesté, esforzándome por no perder la amabilidad, pero me era imposible. Tal vez para ella, Raphael sólo había sido uno más. Hasta ese momento, quería creer que lo que había hecho fue sólo un accidente, que no había querido marcarlo de esa forma. Estaba equivocada. – ¿Y por qué? – Se mostró curiosa. – ¿Qué es lo que te ha llevado a tomar esa decisión? Te veo como una vampiresa demasiado fuerte y decidida como para privarse de semejante placer. Dudé. Quizás era momento de descubrirme. – Mi hermano esta comprometido con este modo de vida. Él vivió experiencias muy... dolorosas. – ¿Tienes un hermano? – Preguntó descomponiendo el rostro de pura sorpresa. – ¿Y por qué no estas con él? Desvié la mirada. No quería contestarle mirándola a la cara, porque se daría cuenta en el acto a que me refería. – Esta buscando a la mujerzuela que lo convirtió. No puede aceptar que no lo ama. – Contesté con el mismo desdén que ella había utilizado unos segundos antes. Se quedó en silencio, y casi escuché como las piezas caían una a una en su cabeza. – Blancquarts. – Susurró, con una chispa de compresión. – Así es. – La observé esta vez a los ojos. – ¿Cómo se encuentra Raph...? – Preguntó con ironía, en especial a pronunciar el diminutivo. No parecía alterada. – ¿He de suponer que te importa? – Quise saber. – En realidad, no. – Contestó suelta de cuerpo. – Nunca me importó. ¿Puedo preguntar algo más? – Parece que esta es una noche de confesiones... – Dije.

– ¿Eres realmente su hermana? ¿La pequeña Malenne? ¿O sólo te haces llamar así por deferencia a él? – ¿Cómo sabes de mí? – En ese momento, la impresionada era yo. Puso los ojos en blanco. – No hacía otra cosa más que nombrarte... – Dijo luego. – A ti especialmente. Humanos... se atan tanto a los seres que los rodean. No ven que sólo son obstáculos para lograr lo que quieren. El pecho se me llenó de un sentimiento tan embriagador. Él le hablaba de mí a ella. – Era un chico muy tonto. – Continuó. Escuché atenta, esperando un que me diera la posibilidad de descargar la ira que crecía en mí, sólo necesitaba un pretexto. – Tan soñador. – Rió con soberbia. – Necesitaba una dosis del mundo real. Por eso lo transformé... – ¿Tú... lo hiciste a propósito? – Pregunté, en estado de shock. – Claro que lo hice a propósito. – Sonrió con maldad. – Todo lo que pasó fue por mi causa. Lo destruí hasta lo más profundo que podía. – ¿Por qué? – Me había quedado petrificada. Mi hermano, mi hermoso hermano no hacía más que culparse por todo lo que había pasado, y ella reía. Se burlaba. – Porque me encanta jugar con la comida... – Musitó. ¿Estaba loca? ¿Realmente esa mujer estaba loca? – No tienes idea de con quien te has metido... – Susurré, poniéndome de pie. – Tú te ves diferente. Mucho más fuerte que él. – Continuó, como si no hubiese confesado algo tan aberrante. – Tú puedes llegar muy lejos. Déjalo ir, es sólo un imbecil. Estuvo siguiéndome, creo que ahora se encuentra en Italia. – ¿Cómo sabes eso? – La curiosidad me estaba matando. – Porque también soy rastreadora. – Explicó. – Debo encontrarlo. – Me desesperé. Debía decirle que todo lo que él pensaba era incorrecto, que no era un monstruo, que ella lo era, que siempre lo había sido. Que él era bueno, sólo una victima de su sadismo. – Debo irme.

– ¡No! – Se interpuso en mi camino. – Tú eres nuestra mejor arma para atacar a los Vulturis... debes estar con nosotros. – Me importan muy poco los Vulturis y su asquerosa secta de dementes. Sal de mi camino. – Casi grité. Se alejó, dejándome el paso. – Adelante, ve a reunirte de nuevo con ese fracasado. – Dijo con odio. – Y dile de mi parte que deje de buscarme. Nunca lo amé, nunca lo amaré. Y su forma de ser me sacó de quicios. Todo el dolor, toda la ira, todos esos sentimientos salieron juntos de mi cuerpo, direccionándose a ella. A esa maldita perra. – No tienes idea de lo mucho que te arrepentirás de haber dicho eso... – Musité en la oscuridad, volviéndome, y caminando lentamente hacia ella. “Quédate quieta” Ordené. – A mi también me gusta jugar juegos sádicos... – Le susurré al oído, mientras se daba cuenta que había cometido muchas estupideces en una noche, estupideces que le costarían la vida. Y esa fue la primera vez que asesiné a una persona, si es que ella merecía tal nombre. – ¡Malenne! – Se escuchó la voz de mi hermano, la cual me trajo de nuevo a la realidad, a esa pequeña localidad de al sur de Londres. – ¿Dónde te has metido? – Me reprendió, pero su voz se llenó de alivio al verme bien. – Hemos estado buscándote. Sonreía, tenía la mano fuertemente apretada a Michelle. Se los veía tan bien juntos. Corrí a su encuentro, no pudiendo contenerme en abrazarlo. – Te amo, hermano. – Musité. – Yo también, tonta. – Contestó riendo y mirándome a los ojos. – ¿Te has vuelto loca? – No, sólo quería decírtelo. Era lo único que podía decirle, porque todo lo demás, lo callaría para siempre.

Final Alternativo: Raphael & Renesmee. Habían pasado seis meses desde que ellos me dejaron en el aeropuerto, seis meses que transcurrieron entre lapsos borrosos y vertiginosos, y momento interminables, donde cada segundo era una condena, un suplicio. Era feliz en Forks, pero nada era igual al momento previo a mi partida. Me era imposible ignorar todo lo que había pasado, pero sobre todo, me era imposible ignorar su recuerdo. Amaba a mis padres, eso no estaba es discusión. Amaba a mi familia, y también amaba a Jacob... ¿Cómo no hacerlo? No tenía motivos, porque simplemente era un ser maravilloso, lleno de luz, de esperanza, de amor, que dirigía pura y exclusivamente hacía mí. Eso me hacía tan dichosa, me hacía sentir especial. Pensaba todo el tiempo en ello, en mis acciones. En que había tomado la decisión correcta al volver al lugar que me vio nacer. Sus ojos oscuros al verme de nuevo brillaron tanto, su amor era un aura perceptible en el ambiente. Eso me hacía feliz, enormemente feliz, pero había algo que, sin embargo, había cambiado, algo que no encajaba y no importaba cuanto me estrujara la cabeza para encontrar esa nota discordante. Tal vez, si hubiese querido, me habría dado cuenta desde el mismo principio que era lo que iba mal, que era lo que simplemente se había desvanecido, o quizás, la mejor forma de decirlo, era que se había transformado, había corrido hacia otra dirección, tan diferente. Asumirlo fue mucho más difícil de lo que podría haber imaginado, sólo porque mis palabras habían sonado tan diferentes en Alaska... Alaska, ese lugar, como lo extrañaba. Pero no, no extrañaba el lugar, los extrañaba a ellos. A él. Sí, debía admitirlo si quería ser franca conmigo misma. Debía hacerlo si quería cambiar las cosas. Pero a esa altura de las circunstancias, ¿Podía hacerlo? ¿Podía correr en la dirección contraria hacía donde creía que quería llegar? En esos momentos, cuando mi vida se había unido con Jacob, con el amor de mi vida... ¿De mi vida?

Sentir la duda era tan desgarrador, pero a pesar de todo, ¿Cuánto tiempo me llevó darme cuenta de que no era una simple incertidumbre? Lo había sido cuando me encontraba lejos de él, y en mis recuerdos se encontraba sumergidos en ese sentimiento tan parecido al amor. Tan lleno de pasión, de magia, de tantas cosas. Había sido duro aceptar que tal vez, no era amor lo que había sentido. En cierta forma, me negaba a creerlo. ¡No! Estaba convencida de que lo amaba... Entonces, ¿Por qué ahora no podía volver a profesar aquello que tan sólo unos meses atrás juraba que era el más puro y fuerte de los sentimientos? ¿Tendría que vivir toda la eternidad con esa sensación? ¿O tal vez llegaría un momento en el que las cosas volverían a ser tal cual lo habían sido en el pasado? Antes de que me alejara de mi hogar, de Forks, y de él... La diferencia fue tan notoria, desde el primer segundo, cuando lo vi luego de tantos meses separados, luego de que todas esas cosas hubiesen pasado. ¿No tendría que haber sentido la misma dicha que antes? ¿No se trataba de eso el amor? De que no importaban las distancias, las circunstancias... ¿El amor no era ese sentimiento que no conocía frontera alguna? – Jacob... – Susurré al tenerlo de frente, al llegar a Forks luego de esa travesía, luego de ese viaje donde ellos me había abandonado. Cuanto dolor, cuanto desarraigo. – ¡Renesmee! – Musitó con urgencia. Corrí a su encuentro, como un acto involuntario de mi soledad. Pero desde el mismo momento todo fue diferente. Al estrecharme a su cuerpo, ese cuerpo que siempre había adorado, desde el mismo momento en el que había tenido consciencia, el cambio fue tan perceptible. Dolorosamente perceptible. – ¡Nunca más dejaré que te alejes de mí...! – Había dicho con una pena tan conmovedora, con un apremio que me caló tan profundamente. – Te amo, mi hermosa princesa. Y sus labios buscaron los míos como una respuesta automática de su ser, y los míos buscaron los suyos, mientras mi mente ya me reclamaba que no deseaba ese contacto... pero me negué a creer que mi amor se había desvanecido.

¡Yo lo amaba! Lo amaba con cada fibra de mi cuerpo, de mi alma, de mi corazón... ¡Él me amaba! No podía hacerle eso, lastimarlo de esa forma, no... No podía. Lo besé y tan sólo un leve contacto fue suficiente para que la devastación hiciera todo su trabajo, porque de repente, sus labios me parecieron demasiado blandos, demasiado calientes, sofocantes. No eran los labios que deseaba, no, para nada. Pero fingí, fingí por algún motivo, para engañarme a mi misma, para aplazar lo inevitable, para encontrar, tal vez, una solución a todo aquello, a ese gran dilema. Tal vez si esperaba todo se encausaría de nuevo, quizás mi amor estaba tan sólo dormido, nada más, quizás habíamos pasado mucho tiempo separados y lo único que necesitaba era que el sentimiento volviera, como los reflejos cuando despiertas de un sueño profundo y largo, cuando todo es demasiado abrumador... Pero los días pasaban y nada era como antes, nada volvía a encausarse... Al principio nadie lo notaba, ni yo misma. Incluso en un momento hasta logré engañarme y creer que lo había logrado, que todo había vuelto a la normalidad, pero no. No tuve esa suerte. – Te amo. – Susurró Jacob en la oscuridad de mi cuarto unos meses después de que estuviera allí. – Yo también te amo. – Era cierto. Lo amaba de una forma que no podía describir en ese momento. Como el compañero que había sido toda mi vida, como esa personalidad alegre, como un faro de luz, como una fuente de esperanza, pero ya no lo amaba como hombre, como compañero de destino. Era tan doloroso, me sentía tan desagradecida, tan malvada. ¡Egoísta! ¿Cómo no podía amarlo a él? Si Jake era todo lo que siempre había deseado, hecho a mi medida, perfecto para mí... él, que constantemente reparaba en que todo fuera lo suficientemente. ¿Podía yo despreciarlo de esa forma? No lo merecía. No, no, no... ¿Cuánto me costaría todo esto? ¿Cuál sería el precio a pagar por no lastimarlo? Seguramente mi felicidad. Pero no era sólo eso lo que me ofuscaba. Sino otra cosa, mucho más importante.

Al besar los labios de Jake, no sólo no era lo mismo de antes, sino que no podía para de pensar que en realidad, deseara que fueran otros. Más fríos, más duros... más suaves, más apasionados, más todo. Y el recuerdo de ese beso, de ese único beso, me llenaba. Me hacía alucinar. Porque desde el primer momento había sabido que no fue un error, para nada. Nunca me habría olvidado de ese beso, aunque las cosas hubiesen terminado diferente. Y me encontraba allí, incapaz de confesárselo, porque si él decía que me daba permiso para irme, para dejarlo, lo hubiese hecho, pero no quería lastimarlo de esa forma... Me sentía una chiquilla tonta, que no sabía lo que pretendía. Porque ahora que a ese vampiro lejos, me daba cuenta de muchas cosas. Al verlo susurrar ese “te amo” en el aeropuerto, un quiebre se había producido en mí, me había dado cuenta de que, también en Alaska, al igual que lo hacía ahora, había intentado mentirme a mi misma. Pero la verdad no quería salir, expresarse en forma de palabras, ni siquiera en la absoluta privacidad de mi mente. Bueno, no absoluta, relativa. Había tenido tanto cuidado de no pensar en ello cerca de mi padre. No quería que todo ese delirio trascendiera las barreras de mi mente, o de mi corazón... Pero esa verdad, esa absoluta verdad cobraba más y más fuerza con cada día que pasaba, con cada beso que le daba a Jacob cuando en realidad deseaba besarlo a él. Cuando en realidad deseaba que sus caricias fueran las de otro... No había término lo suficientemente fuerte para describirme a mi misma. A mi estupidez, a mi maldad, porque eso es lo que era... no había querido jugar con ese vampiro tan hermoso, pero a pesar de mis mejores intenciones, lo había hecho, y ahora parecía que las piezas se habían vuelto en mi contra, todo lo que tocaba se derrumbaba. Y de paso, derrotada como estaba, también jugaba con Jacob, que no tenía la culpa de nada. La única persona inocente en todo ese embrollo. ¿En algún momento haría las cosas bien? No tenía respuesta... no tenía nada sino estaba él, porque el vacío había aparecido tan pronto como mis ojos se apartaron de mirada dorada, de su rostro perfecto, de cabello castaño, de sus labios, de toda su belleza, pero sobre todo de esa alma tan pura que tenía... No encontraba otra forma de superar las cosas más que fingiendo, mintiéndome a mí misma. Los días continuaban pasando, las semanas, los meses, y sentía, incluso yo misma, que me comenzaba a marchitar.

Jacob fue el primero en darse cuenta, porque él estaba muchísimo más pendiente de mí que cualquier otro. Eso era algo importante, porque desde que había retornado a Forks, eran pocas las veces que había elegido no posar sus miradas en mi persona. – ¿Qué te pasa? – Había preguntado mi novio uno de esos días donde casi no podía evitar que mi mirada reflejara mi estado. – No estás bien... Nos encantábamos recorriendo el prado que bordeaba la casa de Forks, caminando tomados de la mano. Luego de un tiempo, encontramos un árbol, y nos recostamos sobre su tronco. – No es eso. – Musité como respuesta. No estaba lista para decirle esas cosas, tal vez nunca lo estaría, y por eso, lo más probable era que me quedara a su lado para siempre, porque lastimarlo no era una opción. A pesar de que sentía que ya no lo amaba de esa forma tan pura, aún así, todavía seguía viéndolo como un ser maravilloso, y eso era suficiente como para darme cuenta de que su dolor también me dañaría. – No me mientas. – Susurró acercándose y besando la parte de arriba de mi cabeza. Sus labios quemaron, fue incómodo. – Renesmee... Por favor. – Suplicó. – Quiero saberlo. Quizás pueda ayudarte. No podía. Nadie podría jamás. Sonreí, ¡Qué duro que fue hacerlo! Pero al mismo tiempo, pude darme cuanta de que se vio real, porque todo atisbo de sospecha de su mirada desapareció. – Estoy bien. – Dije con convicción. – Sólo que todo esto de la partida me tiene... un poco shockeda. – Puedes quedarte conmigo. Podemos vivir en la reserva. – Dijo ilusionado. – No te hará falta nada, lo prometo. Lo observé a los ojos, incorporándome lentamente. Cada una de sus frases me hacía sentir más y más una basura. Una completa basura. Salí por la tangente, utilizando una excusa del todo cierta. – Mi padre no lo permitiría jamás. – Respondí con una sequedad que no fue intencional. Mi cuerpo ya se estaba comportando con él de una forma que ni mi mente ni mi corazón deseaban... ¡Lo quería! Quería a

ese hombre lobo tan tierno que me amaba como no me merecía. No podía lastimarlo. – Quizás más adelante, sabes que tenemos toda la eternidad por delante. ¿Lo había dicho con cansancio? ¿Mis palabras de verdad habían sonado tan resignadas? ¿O era yo la que estaba alucinando con ello? – Algún día serás mi esposa. – Susurró en mi oído sonriente. – Claro... – El vacío se extendió en mi pecho. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué hacía eso? ¿Por qué lo prometía? Si todo lo que deseaba era escapar de todo aquello, o tal vez sólo quería escapar de esa obligación... ¿Obligación? Suspiré internamente. Veía el hecho de estar con Jake como una obligación... ¿A dónde había ido a parar todo mi amor? Y eso tan sólo fue el inicio de mi calvario personal. Esos seis meses fueron tan agotadores. Me quebraba por dentro, me desmoronaba mientras cada caricia, cada beso dado a Jake en realidad estaba destinado a Raphael, a él, siempre a él... El asunto de la mudanza me tenía intranquila... ¿Y si por alguna razón Raph o Mallie comenzaban a buscarme? Ellos acudirían a Forks en primera instancia. ¿Qué no me encontraran modificaría su deseo de buscarme? Pero luego el sentido común me dio la razón, no había forma posible en la que Raphael no me encontrara si eso era realmente lo que deseaba, él era un rastreador puro, poderoso, él debía encontrarme. Si realmente lo quería, hallaría la forma de llegar a mí… pero ¿Y sí ya había decidido olvidarse de mí? El miedo se extendió tan rápidamente sobre mi pecho que casi sentí como mi cuerpo se entumecía, y el dolor embargaba absolutamente todo… Tal vez la única opción que tenía era intentar ser feliz con Jacob. Tal vez se lo debía a mi hombre lobo, tal vez esa era la única de mis opciones. Una parte de mí quería negarse a creer esas palabras. La pregunta siempre era la misma, recurrente, repetitiva… ¿Cómo es que todo se había ido al demonio de esa forma? Y lo peor no era que sintiera este dolor tan fuerte y poderoso, sino el que podría llegar a ocasionarle a Jake… él era tan dependiente de mí, de todo lo que hacía. Había necesitado irme tan lejos para darme cuenta lo

profundo de su amor, de lo mucho que había sufrido tras esos meses de separación. Ahora yo me encontraba en esa terrible encrucijada. Por un lado no deseaba lastimarlo más, pero por el otro sabía que ya no era como antes. ¿Cómo era que ahora ya no lo amaba? ¿Qué había sido todo eso que estaba tan segura de sentir? ¿Costumbre? ¿Una ilusión? No parecía que fuera correcto, pero en todo caso, real o ilusorio, ahora debía enfrentar lo realmente importante... No amaba a Jacob. Amaba a Raphael. Y no había absolutamente nada que pudiera hacer contra ello. Tenía dos opciones, dos abiertas y por completo diferentes opciones: La primera era olvidarme de todo aquello, había tenido la oportunidad de estar con Raph, y la había desaprovechado, había preferido, en ese momento, estar con Jacob, segura de que lo amaba. Ahora estaba a un paso de abandonar mi hogar, y empezar de nuevo en Hoquiam, ello conllevaba también iniciar mi vida al lado de Jake, casarme, y pensar en un futuro con él, a pesar de que la verdad ya no podía ser ignorada. Esa opción lo haría feliz, haría feliz a la mayoría de mi familia y mis amigos queluites, a todos. La segunda era más radical, aceptar que la primera no me haría feliz a mí, que me convertiría en una farsante, pero al mismo tiempo en alguien que no piensa sólo en si misma. Debía, si deseaba ser yo feliz, romper el corazón de Jake, no sabiendo hasta que punto soportaría el dolor que sabía que le infringiría, destruirlo de un modo cruel y egoísta, escapar, dejarlo sangrando tan profundamente que incluso sólo imaginándolo, me hacía sentir el peor ser de la tierra, irme de su lado, y buscar a Raphael, decirle que lo amaba, que lo necesitaba, y que había tardado mucho tiempo en darme cuenta de ello. Aunque... ¿Era lo suficientemente valiente para tomar la segunda opción? No lo sabía. ¿Entonces que me quedaba? Quizás intentar ser feliz con Jake... El tiempo fue pasando, los días convirtiéndose en semanas. Las semanas en meses... y nada cambiaba, mi realidad seguía siendo la misma... simplemente no podía patear el tablero de esa manera, era consciente de lo mucho que arriesgaba, de lo mucho que perdía si lo hacía.

Mis amigos queluites, que sabía que no me lo perdonarían... a Billy, a ese anciano tan adorable, y a todos en La Push. Era todo tan difícil, porque sabía que si bien mi madre me apoyaría, en el fondo no estaría contenta con mi decisión, no podría aceptar que amaba a Raph y no a Jake, y eso, no importaba lo mucho que ella afirmara que estaba conmigo en todo y aceptaría sin con condiciones cualquiera de mis decisiones, era una aliciente al hecho de sentirme mal conmigo misma. – Renesmee... – Musitó mi padre una tarde lluviosa, mientras contemplaba melancólicamente el exterior desde la ventana de mi habitación. Todo había dejado de importarme de la misma manera en la que lo hacía antes, veía como mi luz se apagaba lentamente. Ya no era la persona que siempre había sido, y eso me molestaba, porque generaba un resentimiento en mí que no deseaba que estuviera, que me hacía sentir peor. – Debemos hablar de algo importante. Lo observé a los ojos. Mi padre, cuanto amor sentía por él, porque era simplemente una de las personas más perfectas que el mundo podría haber creado jamás. Su mirada me traspasó, y me di cuenta de que él había sido testigo de todo mi calvario, de todas mis razones para sentirme triste. – ¿De qué? – Pregunté, rehuyendo de su contacto visual. No estaba lista para enfrentar la realidad con otra persona que no fuera yo misma. – Lo sabes muy bien… – Contestó acercándose hacía mí. Tomó mis manos, que colgaban flácidas sobre mi vientre, con un desgano rayano en la desesperanza. – No tienes idea de lo que duele verte así. Te estás marchitando cada día que pasa, como una rosa perfecta, que con cada segundo pierde un pétalo más. Suspiré afligida. Sabía por qué había decidido hablar conmigo en ese momento. Mi madre y Alice estaban de caza con Jasper. Rosalie y Emmett había partido hacía unas semanas de viaje, y mis abuelos habían partido para terminar unos asuntos de la nueva casa. Nos encontrábamos solos, sin nadie que fuera testigo de nuestras palabras, de mis confesiones. Me levantó del sofá donde reposaba, y me acercó a su cuerpo, acunándome como cuando era una niña pequeña. Acarició mi cabello y comenzó a cantar esa dulce canción que compuso el día que nací. Era como revivir mi corta infancia.

– ¿A qué esperas? – Preguntó una vez que su hermosa voz terminó de entonar la mágica melodía. – No puedo soportar tu dolor, mi tesoro. – ¿Cómo te has dado cuenta? – Pregunté. – Eres mi hija, Nessie. – Contestó con simplicidad, como si eso lo explicara todo. – Tu dolor es mi dolor. – ¿Mamá lo sabe? – Quise saber de inmediato. Dudó. No era una buena señal. – Supongo que sí. – Respondió por fin, para luego agregar. – Ella siempre querrá lo mejor para ti, mi amor. No debes rehusarte a hacer lo que tu corazón dicta sólo porque crees que lo mejor es permanecer como estas. – Pero no puedo, papá. – Una lágrima comenzó a deslizarse por mi mejilla. – No puedo lastimar a Jake de esa forma. – ¿Y puedes tú lastimarte de esa forma? – Interrogó tomando mi mentón entre sus níveos y largos dedos. Me obligó a mirarlo, posicionando sus dorados ojos en los míos, transmitiéndome su sabiduría con ese gesto tan simple. Desvié nuevamente la mirada, mientras mi cuerpo se convulsionaba ante sus palabras, y también, mientras más lágrimas caían, incontrolables, por mi rostro. – Tengo miedo de lo que pueda pasarle si lo abandono. Que ya no lo ame no significa que ya no me importe. Me observó con un aire tan orgulloso, como si estuviera contemplando a una divinidad, y no a su hija, a la tonta e inmadura que en realidad era. – Eres tan buena, Renesmee. Estoy tan orgulloso de ti, no pudimos haberte criado mejor. Piensas en los demás antes que en ti misma. – No digas eso. No es verdad. – Contesté, contradiciendo. – Simplemente las cosas son así. ¿Cómo podría dañarlo de esa forma? No tengo derecho a hacerlo. – Tienes derecho a ser feliz, ese es lo principal. – Convino con cierta fiereza. Él no era imparcial en todo aquello. – ¿Y si mi felicidad daña a muchas personas? – Ahora estaba dispuesta a develar todos mis temores, todos mis miedos. – Porque si abandono

a Jake, tengo que abandonar a todos los queluites, quizás también deba abandonarlos a ti y a mamá por un tiempo. Este lugar fue el hogar de Jake antes que el mío, y yo no puedo pedirles a todos ustedes que se conviertan en esclavos de mis caprichos… Me observó con la mirada cansada, como si estuviera comprendiendo de lo que le estaba hablando. No sabía que responder, porque se había dado cuenta que hacer lo correcto para mi corazón, era generar una revolución en todo lo que ya habíamos construido. Amar a Raphael significaba romper todos los vínculos que habíamos generado con los hombres lobo, destrozar años y años de un trabajo que había finalizado en una alianza que se había fortalecido gracias a la imprimación que Jake había tenido de mí… Era extraño que ahora mencionara el proceso de la imprimación como algo puramente propio de Jake, cuando siempre había sentido que ambos estábamos conectados el uno con el otro. En ese momento, era sólo él el que la sentía, yo simplemente me encontraba atada, atada a una obligación… – Debes hacer lo que consideres necesario para encontrar aquello que buscas… – Respondió por fin mi progenitor, una vez que no sólo había analizado y procesado mis palabras, sino también mis más recientes pensamientos. – Tal vez sólo pase, y con el tiempo vuelva a amarlo de nuevo. Si lo hice una vez, puedo hacerlo dos veces. – Murmuré, ni yo era capaz de creerme esas palabras. Rió con amargura. ¿Era tan evidente mi falta de convencimiento? – Eso no parece una buena idea. – Musitó. – No quiero tirar todo por la borda de esa manera. Mi tiempo de hacer algo para cambiar el rumbo de mi vida ya pasó... si hubiese querido algo con Raphael, no tendría que haber vuelto, tendría que haberme ido con ellos... pero eso también significaba dejarlos a ustedes... y no sé si estoy lista para dar ese paso. – Sólo te pido que seas feliz, Renesmee. – Dijo. Luego suspiró profundamente, como queriendo escoger correctamente sus palabras. – No puedes pasarte la eternidad resignada. Parecía que eso era lo que estaba dispuesta a hacer, aunque no quisiera. Los cambios serían demasiados, abrumadores, y no deseaba perder a mi familia y a mis amigos por ello. Como había dicho, había amado a Jacob, tal vez, si me esforzaba, si realmente lo deseaba, el

tiempo me ayudaría a quererlo nuevamente, y sabiendo que yo era lo más importante para él, quizás con ello pudiera ser dichosa… o por lo menos estar en armonía. La charla con mi padre finalizó en ese momento. Algo en mi mirada le dio a entender que ya no quería discutir sobre el tema, y como siempre me había dejado ser libre, simplemente se retiró besando mi frente, y susurrando que cualquiera que sea mi decisión, él me apoyaría. Y ese fue mi quiebre, esa charla abrió por completo mis sentidos, mi necesidad de hacer algo por cambiar el panorama. Comprendí, que no se podía ser relativamente feliz. Para esos conceptos no existía la relatividad. No se es relativamente libre, ni se esta relativamente vivo… por eso, no quería estar relativamente enamorada, ni ser relativamente feliz. Necesitaba tenerlo todo… estar absolutamente loca de amor, sentirme absolutamente feliz, con él, con Raphael. Pero que hubiese tomado la decisión no significaba que la pondría en práctica de inmediato. Debía encontrar el modo correcto, la forma de poder decírselo a Jacob, si es que en realidad existía una forma correcta o una buena manera de hacerlo. No podía visualizar el momento, simplemente me sentía desdichada pensando en lo mucho que podría lastimarlo, porque conocía sus sentimientos mejor que nadie, y eso sólo podía llevarme a pensar quesería muy triste hacerlo… Cuando mi calvario llegó a rozar el año, mi cobardía no podía tolerarlo más, y de algún modo, las cosas resultaron ya demasiado evidentes, demasiado para ambos... era cuestión de dar ese primer paso, de ser egoísta de alguna forma y pensar en mí, pero eso no cambiaba el hecho de que todavía era mi Jacob, y que lo amaba, desde otro punto de vista, porque simplemente siempre había sido mi mejor amigo, ese ser que una mujer necesita en su vida. Caminábamos por el prado que lindaba con el lecho del río, faltaban tan sólo unos días para que abandonáramos Forks, y eso, sería el inicio de una nueva etapa, no sabía si peor, no sabía si mejor. Tomaba mi mano con dulzura, ese era el único gesto que ya no me incomodaba, lentamente, había aprendido a rechazar sus besos con pretextos cada vez más pobres, pero que él aceptaba, no sabía si con buena predisposición o con resignación. Nuestro contacto se hacía

más escaso con cada día que pasaba, y nos parecíamos lentamente más a un par de amigos que a dos enamorados. – No puedo soportar más verte así... – Murmuró de repente, con una desolación tan profunda. Me detuvo, mientras me guiaba hacía unas rocas que nos servirían de reposo. – Necesito que de una vez me digas que es lo que te pasa... Intenté explicar, o excusar, que todo se debía al próximo traslado, pero ya lo había dicho tantas veces, que no sonaba creíble, para nada. – No sé que es lo que me pasa. – Murmuré por fin, lo cual era una gran mentira. Otra más que le decía a él, al hombre que me amaba. – Sí lo sabes... – Me contradijo. Su negra mirada se tornó turbia, una mezcla desgarradora entre la tristeza y la anticipación. – Ya no sientes lo mismo que antes... Miró al suelo, evitando que nuestros ojos se encontraran, y tal vez fue mejor que lo hiciera, porque si observaba su mirada en ese instante, no hubiese podido soportarlo, y habría mentido de nuevo, le habría dicho que no era cierto, que lo amaba. – Lo siento mucho. – Respondí luego de unos minutos de silencio, un silencio que nos envolvía y se llevaba consigo todo, volviendo el paisaje que nos rodeaba siniestro, oscuro, una antitesis de la belleza que en realidad contenía. – ¿Cometí algún error? – Preguntó de repente, mientras las lágrimas comenzaba a caer por su rostro moreno, tan bello y angelical. El alma se me quebró en dos en ese mismo instante. – ¡No, Jake! ¡No pienses eso! – Dije con un gemido lastimero. Se culpaba a sí mismo... Yo era la única responsable de esa tormenta que arrasaba con todo. – Lo siento mucho. – Repetí. – No lo hagas. – Susurró. Su voz estaba tomada por la derrota, por un sentimiento tan sincero como desolador. – Tú sabes más que nadie que todo lo que siempre he deseado es tu felicidad. – Cerró los ojos, como si fuera incapaz de verme al mencionar esas palabras, mientras el movimiento desprendía otra lágrima de sus pestañas, y esta caía surcando su mejilla, siguiendo el mismo camino que las anteriores habían trazado. – Por eso no quiero que te sientas atada... si lo amas a él. – ¿Cómo era posible que se diera cuenta de todo? ¿Hacía cuanto que lo sabía? Me sentí pésimo por hacerlo tener ese vacío, esa incertidumbre por tanto tiempo... – El amor consiste en dejar ser libre a la persona que amas... ¿Lo sabes? – Preguntó. – Y yo te dejo libre

porque no hay nada que me importe más que tu felicidad. Sólo lamento que no puedas encontrarla conmigo... La culpa apareció tan sólo sus palabras terminaron de sonar en sus labios. Quería hacer algo para que ese dolor desapareciera de su pecho, de su cuerpo, pero no podía... ¿No es mejor saber la verdad que mentirse toda la vida? ¿No merecía él alguien que lo amara con todo el corazón? – Lo dices como si todo fuera a resultar fácil para ti... – Murmuré tomando una de sus preciosas manos entre las mías. Él respondió a mis caricias, con ternura, y como si estuviera disfrutándolas porque serían las últimas. ¿Lo serían? – No lo será... – Respondió. – Esto que siento no se irá jamás... Su sinceridad fue como otro puñal. Me hubiese gustado volver el tiempo atrás. Jamás haber ido Juneau. Todo ahora sería diferente, no estaría lastimándolo, no estaría rompiendo ese lazo tan hermoso que nos unía. “Pero jamás hubieses conocido el verdadero amor...” Me dijo una voz en mi cabeza. ¿Merecía la pena dañarlo de esa forma para conseguir mi felicidad? – Lo siento mucho... – ¿No podía decir otra cosa? No tenía palabras para contener su dolor, su pena... – Y aunque no lo creas, también te amo. – Lo sé, por eso tardaste tanto en enfrentar tus verdaderos sentimientos. Lamento que hayas tenido que pasar por esto... si hubiese sido menos tonto, no tendrías que haber cargado con esta obligación tanto tiempo. – Por favor. – Le pedí. – No te culpes, tú no eres el responsable. Simplemente amas a un monstruo, Jake. No soy digna de ti... – No digas eso. – Tomó mi mano, esta vez entre las suyas. – No quiero que pases más por esto. Eres libre ahora, libre para ser quien eres, para amar a quien quieres... No tenía más palabras, y seguir diciendo lo siento no alcanzaría jamás. – Eres especial, Jacob... Nunca quise lastimarte de esta forma. – Lo sé... – Respondió. – Y no preocupes por mí... sólo se feliz.

Se puso de pie y acarició mi rostro por última vez, antes de salir corriendo en dirección contraria a La Push, dirigiéndose sólo Dios sabía donde. Contemplé la escena, hasta que desapareció detrás de un tupido macizo de árboles, donde lo perdí de vista. Corrí a la casa, evitando llorar, aunque fracasé. Lo peor ya estaba hecho, y a pesar de todo, no me sentía bien conmigo misma, ahora era libre sí, pero a costas de todo ese dolor. Mis padres me esperaban en la puerta trasera de la casa, sabedores de que necesitaba de ellos en un momento como ese. Me arrojé en los brazos de mi madre, con quien no había hablado nunca del tema, me contuvo con cariño, acariciando mi frente y mi cabello. – Todo pasará, mi pateadora. – Susurraba de vez en cuando, mientras lloraba sobre su pétreo hombro toda mi desesperación y culpa. Me acompañaron a mi cuarto, mientras el resto de mi familia era testigo de mi devastación. Me recosté en la cama, mientras ambos se sentaban en los costados de mi lecho. No sé cuanto tiempo lloré, cuanto tiempo tardé en superar las lágrimas o cuanto tiempo ellos me reconfortaron con palabras que dentro de mi pesar, sonaban vacías y sin significado. Sólo sabía que cuando anocheció, y la luna hizo su aparición en un cielo despejado, todo parecía estar al revés. Mis sentimientos no habían cambiado para ninguno de los hombres que creía amar tan sólo unas horas antes. Quería a Jacob, pero amaba a Raphael. – ¿Puedo pasar? – Preguntó mi madre detrás de la puerta, me habían dejado sola una vez que había logrado dormirme. – Claro. – Susurré. Me escuchaba desde luego. Se adentró en la habitación, caminado cautelosamente. ¿Qué querría que hablemos? Seguramente de Jacob, de todo lo que había pasado. – No vine a juzgarte, Renesmee. – Musitó una vez que tomo asiento. – Has hacho lo que te dictaba tu corazón, y eso es lo importante.

– Eso lo sé... – Respondí tristemente. – pero no disminuye todo lo demás. Sé que lastimé a Jake de la peor forma posible. No respondió, no podía contradecir mis palabras. – ¿Y qué harás ahora? – Preguntó luego de un momento de silencio. – ¿Buscarás a Raphael? – Creo que eso es lo que debo hacer. – Respondí. Esa era una de las conclusiones que había sacado durante mi noche de desvelo. Debía comenzar a buscarlo, lo antes posible, para decirle todo lo que había descubierto en ese corto tiempo, pero una parte de mi me derrumbaba el sueño... ¿Y si también había pasado mi oportunidad con él? ¿Qué tal si por mi estupidez me quedaba sin Jacob y sin Raphael, sola para toda la eternidad? Tal vez lo merecía, ahora más que nunca. – Tu padre y yo te acompañaremos... – Dijo entonces. – Los demás viajarán a Hoquiam, se establecerán allí, y nosotros lo buscaremos. Quizás logremos que él, Malenne y Michelle se unan por fin a nosotros. No es ventajoso para ellos estar solos con los peligros que podrían acecharlos. – ¿Realmente harían eso por mí, mamá? – Quise saber. Mi panorama parecía menos incierto al momento en el que terminó de pronunciar sus palabras. Tan solo un segundo antes, cuando comenzaba a plantearme el hecho de buscarlos, también había surgido la duda de no tener idea de cómo comenzar esa tarea. – Somos tus padres, mi amor. – Musitó. – Siempre estaremos para ayudarte. Me acerqué a abrazarla, tocándola con mis manos y transmitiéndole todo ese amor que sentía por ella. Era simplemente la mejor, la mujer más buena y perfecta del mundo, y era mi madre. Pasaron unos días, sin que tuviéramos una noticia de Jacob. Los lobos no habían vuelto a dar señales de vida, por lo que comprendíamos que ya estaban al tanto de todo. El saberlo, no evitó que eso me doliera, pero sabía que era un daño colateral, algo que tenía que esperar al romper mi relación con Jacob. No podía conservar esa parte de mi mundo si lo sacaba de mi vida. La búsqueda comenzó unas semanas después. No tenía idea por donde comenzar. Ni una pista. Sólo mis deseos de encontrarlo, y el amor como mi brújula. Mis padres eran más

pacientes y más metódicos. Utilizaban recursos lógicos, y pensaban en cualquiera de los movimientos. Nuestro primer destino fue Alaska, buscando, tal vez, una pista en concreto que nos llevara al lugar hacia donde había partido al separarse de nosotros un año atrás. El aeropuerto de Juneau había recuperado su habitual estado inmaculado, no había ya señales del desastre ocurrido tanto tiempo atrás. El primer paso fue volver a los restos de la mansión Blancquarts. Fue desolador ver lo que el abandono había hecho con ella. Las ruinas seguían erguidas tal cual las recordaba, mientras los recuerdos revivían entre los escombros desparramados por el suelo. Caminé por ellas, mientras mi mente regeneraba su antiguo esplendor, y sentía como si en verdad estuviera en esa casa en su mejor momento. Subí la escalera rumbo a la habitación que deseaba ver desde que sabía que partíamos hacía allí. La puerta continuaba abierta, como la habíamos dejado al momento de partir. Nadie había estado allí, o por lo menos, eso parecía. Ingresé al cuarto del vampiro que amaba, y pude comprobar lo inmaculado que estaba el lugar. Sus arreglos en madera oscura y en verde inglés aún resplandecían con una belleza sin igual. Sentí su presencia en aquel lugar, como una caricia por mi rostro. No pude evitar sonreír al llenarse mi mente de su recuerdo, de su sonrisa, de sus ojos, de todo lo que lo hacía único. En una mirada general, pude ver algo que me inquietó. Los cuadros. Los tres retratos aún continuaban colgados en las paredes. El suyo, el de su padre, y el de su madre. ¿Cómo no se los habían llevado? Luego pensé en lo rápido y prematuramente que habíamos abandonado Douglas y me di cuenta cual era el motivo. Me acerqué al más próximo, al de Stefenia De la Roqquette.Nuevamente sentí como si la mujer del cuadro me mirara. En ese momento me di cuenta por qué se lugar no había sufrido daño alguno. Los señores Blancquarts cuidaban de sus hijos, donde quisiera que estuvieran, y esa habitación, erguida como un templo, jamás colapsaría mientras su recuerdo siguiera allí...

– ¡He encontrado una pista! – Anunció mi padre desde la planta baja. Tomé los cuadros, descolgándolos de su lugar, y llevándolos conmigo. Cuando Raphael y yo estuviéramos juntos de nuevo, me encargaría de que volvieran a sus manos. Cuando bajé hacia los restos de la estancia, ambos me observaron, y también a mi particular equipaje. Ninguno de los dos opinó nada, eran mis padres y me conocían. – ¿Qué has encontrado? – Pregunté de inmediato. – Fueron hacía Londres. – Declaró por fin, enseñándome un trozo de papel. Londres, vuelo 43681. Era la letra de Raphael, escrita en un papel que tenía toda la pinta de estar allí hacía bastante tiempo. Tal vez un año... la esperanza volvió a cobrar vida en mi pecho, a medida que me daba cuenta de que todo aquello podría terminar bien. Cada nuevo destino arrastraba una pista por descubrir. Los días se tornaron semanas antes de que nos diéramos cuenta, pero eso no parecía desanimar a mis padres, y tampoco a mí. Ambos estaban decididos a hacer lo posible para que los encontremos. Pensé en las posibilidades de que Raphael se diera cuenta de nuestras intenciones, porque si el entraba tan sólo un instante en mi mente, lo sabría, sabría que lo amaba, y que estaba haciendo todo lo que estuviera en mi mano para que él y yo estuviéramos juntos... El amor me haría recorrer el mundo entero, no me importaba. Y así fue como llegamos a Francia, una tarde lluviosa y fría, ideal para que los vampiros transitaran las calles de Paris. Nuestra misión se había complicado un poco durante los últimos días, ya que mis padres habían estado incapacitados para salir a la luz del sol, entonces me veía obligada a hacer averiguaciones por mi cuenta, cosa para lo que no era ni la mitad de buena que ellos. Nos alojamos en un hermoso hotel del centro de la cuidad, que supuse que sería aprobado por lo cánones de Malenne Blancquarts sin ninguna duda. Un presentimiento fuerte me decía que el momento estaba por llegar... La incertidumbre comenzaba a hacer de su trabajo, no obstante, y la ansiedad era cada vez más difícil de manejar.

En ese momento, necesitaba dar una vuelta, despejar mi cabeza de todos esos fantasmas. Salí hacía la calle, una vez que anuncié a mis padres mi cometido. No se opusieron, ambos notaron que era algo que realmente necesitaba, que no se trataba de un simple capricho. Caminé por esa belleza de cuidad, sintiéndolo como un hogar. Esa ciudad alguna vez había cobijado a mi hermoso vampiro, había sido testigo mudo de su infelicidad, de sus alegrías, y de muchas cosas. Quise que me contara sus secretos mejor guardados, que me develara el paradero de mi amor... En mi delirio, llegué sin ni siquiera notarlo a la plaza Charles de Gaulle, y pude contemplar el esplendor del Arco del Triunfo. Me senté en una de las bancas que más cerca se encontraban, y admiré la bella construcción. Esa era la tierra de Raphael, y podía sentirla también como mi lugar, como un sitio donde podría ser feliz con él. No sabía si tan sólo era mi loco deseo de amor, mi imperiosa necesidad de tenerlo cerca, de besarlo, de amarlo... aunque lo único que quería era que estuviera conmigo, el lugar, el momento, no me importaba, tan solo deseaba su compañía... Y entonces, como una respuesta a mi plegaria, como un regalo de los cielos, lo vi... No podía creer lo que mis ojos distinguían. Un estremecimiento recorrió por completo mi cuerpo, de pies a cabeza, de un costado al otro, como si un terremoto se hubiese iniciado en ese mismo momento, pero nada temblaba, sólo yo, sólo mi corazón. No era un espejismo, era él... Raphael. Se acercaba hacía mí, sonreía. Era una sonrisa tan perfecta. Todos mis recuerdos no le habían hecho justicia alguna. Su belleza era incomparable, y también lo era todo el amor que creí que sentía... Hacía tan sólo unos segundos, había creído que lo amaba, ahora me daba cuenta de que era mucho más que eso, que lo adoraba, que lo necesitaba, que era una parte de mí. La emoción me había dejado clavado al piso, y no sabía ni siquiera como había logrado ponerme de pie, quizás la misma sorpresa había hecho ese trabajo...

Lo veía tan natural, como si se desplazara por su casa, y lo cierto era que ese era su lugar, su hogar. Terminó de recorrer los metros que nos separaban, y tan sólo nos miramos a los ojos, maravillándonos con lo que observábamos. No fue necesaria ninguna introducción, todo estaba por completo implícito. La razón por la que ambos estábamos allí, coincidiendo en un lugar del centro de Paris, ambos sabíamos la razón, y el único motivo válido era el amor... Yo lo había estado buscando, y él a mí, el había descubierto que mi carrera desenfrenada alrededor del mundo y mi todo lo demás era porque lo quería encontrar, él ya lo sabía, lo sabía todo, y por eso esa hermosa sonrisa, esa expresión de ángel tan profunda que tenía su rostro... Me di cuenta de que lo veía feliz, realmente feliz, por primera vez en mi vida, y esa sensación fue embriagadora, porque era un espectáculo maravilloso, su dicha brotaba por sus poros de granito y se sentía en el aire, transformando mi propia felicidad en algo mayor... por eso, ¿Para que perder el tiempo explicando algo del todo natural? – Renesmee... – Susurró, con el mismo estado de shock y sorpresa que de seguro tendría mi voz cuando hablara. – No puedo creerlo... – Raphael. – Dije con desesperación. Corrí a abrazarlo, a estrecharme a su cuerpo como una necesidad imperiosa. No necesité de nada más para darme cuanta de que lo amaba. Al sentir su frío contacto, fue como si volviera a respirar. Todo cobró sentido de nuevo, y el tiempo que estuvimos separados hasta se volvió lógico, había sido necesario para que me terminara de dar cuenta de todo. Sus brazos me envolvieron, y todo mi cuerpo reaccionó a sus caricias, a su presencia... Lo amaba... simplemente no había otra cosas que decir. Lo amaba. Levanté la mirada, y la sorpresa seguía presente en sus hermosas pupilas. – Perdón por haber tardado tanto en darme cuenta. – Musité. – Lo importante es que lo has hecho... – Sonrió.

Sin poder hacer nada más, me acerqué a su rostro, mientas respiraba y me daba el exquisito lujo de sentir de nuevo esa fragancia perfecta que era su aroma. No podía pedir nada más. – Te amo, Raphael Blancquarts. – Declaré. – Te amo, Renesmee Blancquarts... – Susurró. Y sus labios silenciaron los míos, en un beso que duraría el resto de la eternidad.