Leyenda Del Cerro Corbacho

LEYENDA DEL CERRO CORBACHO - CAYALTÍ -CHICLAYO Les voy a contar la leyenda del cerro corbacho dicen que eran las 9 de la

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LEYENDA DEL CERRO CORBACHO - CAYALTÍ -CHICLAYO Les voy a contar la leyenda del cerro corbacho dicen que eran las 9 de la noche, todos descansaban, sólo el zumbido de los cañaverales y el ruido de la fábrica rompía la quietud de la negra noche sin luna. En la hacienda todos descansan salvo don Ramón, el dueño de esta hacienda que no podía conciliar el sueño, algo le atormentaba el alma. Otras veces sonreía ensimismado, con la mirada fija en esa enorme mole que parecía tener ojos y cual vigilante en acecho, dominaba todo el panorama Cayaltillano: El Cerro Corbacho. Su hombre de confianza: Juan, un viejo trabajador indígena de la hacienda, supuso de inmediato que algo andaba mal en los pensamientos del patrón, algo que él no se atrevía a revelar, sólo pensó que esto no le gustaba nada, porque cuando un hombre habla así, era porque estaba en un estado de total confusión y en esta situación es capaz de ofrecerlo todo sin pensar en las consecuencias. Pensaba y pensaba mirando desde el balcón de la casa hacienda el ajetreo cotidiano de la fábrica, temprano salió a verificar el normal transporte de las bolsas de azúcar en los pequeños máquinas que los llevaban con dirección al puerto, apenas intercambió unas palabras con los trabajadores y luego se marchó. También le preocupaba esto; había un atraso en la entrega del azúcar. “Qué hacen” estoy rodeado de flojos, comentó para sí. Llego el viernes y su inquietud no había disminuido, al contrario, parecía excitado y morbosamente intrigado. Al oscurecer, y luego de haber cenado en silencio y disimuladamente fue a su dormitorio y sin desvestirse se tendió en la cama. La fina y calidad frazada lo recibió, sin emoción, sin cortesía, cerró los ojos y pensó en lo que compraría, si tuviera más dinero aún, ” tal vez otro fundo ” ….con esto basta, pensó que quería mejorar más la calidad de sus caballos, su valioso tesoro, su devoto pasatiempo, ¡eso!, !eso podía ser!, sería hermoso, su rostro había tomado una alegría sombría, aun así con los ojos cerrados, pero un brusco cambio en sus facciones lo devolvió a la realidad. No había medio de conseguir dinero. La codicia, hija de la maldad, había sembrado su semilla en Don Ramón, y el Corbacho, que todo lo veía, sonrió con felicidad pues su gentil y demoníaca divinidad que en sus entrañas moraban, había decidido darle el placer de la riqueza sin límites, pero a cambio de lo más precioso del hombre: Su Alma. Sería el tributo que el poderoso terrateniente había de pagar al verdadero Sr. del indígena por el abuso que con su raza cometía. La noche fue la única testigo, muda y complaciente del pacto que el demonio hizo con el hacendado. Al día siguiente don Ramón fue todo felicidad, carcajadas y dinamismo; había hecho un trato con un ser más poderoso que él

y el próximo viernes comprobaría la palabra del gentil, y el día llegó y fue una noche más oscura que de costumbre. Ramón Aspillaga, sin embargo, acostumbrado a ser obedecido, respetado y hasta temido, solitario e impaciente ascendió al imponente corbacho en su carreta. Justo a la 1 de la mañana un viento demasiado frio invadió el cerro y este se abrió por un costado, ingresó en él y en forma desesperada llenó la carreta con los lingotes de oro que cual ojos diabólicos brillaban iluminándolo todo. Cuando la carreta se colmó del precioso metal, Don Ramón golpeó a los caballos y empezó a salir del Cerro, mientras reía como loco y gritaba eufóricamente: Es mió, el oro es mió!!! No había avanzado la mitad de la salida cuando el cerro abruptamente empezó a cerrarse, atrapándolo. Aún hoy es posible observar en Cayaltí, en la parte Este del cerro, los restos petrificados de la carreta. Y en las noches de luna llena es común escuchar a los pobladores de Cayaltí hablar de un lamento que sale de las entrañas del cerro. Es la voz del hacendado atrapado por la codicia.