Levantate y Camina

1 OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS DE COLOMBIA UNIÓN DE ENFERMOS MISIONEROS LUIS EDUARDO CASTAÑO CARDONA, Pbro. Director N

Views 79 Downloads 1 File size 950KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

1

OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS DE COLOMBIA UNIÓN DE ENFERMOS MISIONEROS

LUIS EDUARDO CASTAÑO CARDONA, Pbro. Director Nacional

ARGEMIRA SALAZAR SALAZAR, HH. MM. Unión de Enfermos Misioneros (UEM)

Obras Misionales Pontificias Dirección Nacional Transversal 28 No. 35A-70 Teléfonos: 3688 l94 — 3689693 — 2442070 - 2699968 Fax: 2699840 Modem: 3688134 AA. 28060 E-Mail: [email protected] Santafé de Bogotá. D.C. - Colombia - 1999 Diagramación e impresión: Obras Misionales Pontificias de Colombia

2

CONTENIDO Presentación

1. 2. 3. 4.

La realidad humana del dolor y del sufrimiento Jesucristo y el dolor humano La Virgen María, madre y modelo de los que sufren Continuadores de la obra de Cristo a favor de los enfermos 4.1 Los apóstoles 4.2 La Iglesia 5. Espiritualidad misionera del enfermo: “aportamos lo que falta a la pasión de Cristo” 6. La pastoral misionera con los enfermos 6.1 Objetivos y destinatarios 6.2 Agentes 6.3 El método pastoral 6.4 Las Obras Misionales Pontificias 7. La Unión de Enfermos Misioneros 7.1 Los objetivos de la Unión de Enfermos Misioneros 7.2 Los miembros de la UEM 7.3 Compromisos de los miembros 7.4 Los servidores de los enfermos 7.5 Compromisos de los servidores de los enfermos 7.6 Raíces históricas de la UEM 7.7 La Jornada Mundial de los Enfermos 7.8 l ,21 PUM y la UEM en Colombia Anexo: Sugerencias para los que visitan a enfermos

3 PRESENTACIÓN Muchos pastores, religiosos, religiosas y laicos, bajo el impulso del Espíritu Santo, se dedican con profunda caridad a la atención de los enfermos y ancianos. Son realmente los misioneros en el dolor y para el dolor. A todos quienes sirven o quieren servir a los que sufren las enfermedades y las limitaciones de la condición humana entregamos este manual o guía del enfermo misionero. Así mismo los enfermos y los ancianos que pueden estar en condiciones, lo pueden leer y poner en práctica para ser también ellos apóstoles de sus hermanos. Las Obras Misionales por mandato pontificio y episcopal, son precisamente las encargadas de impulsar el espíritu misionero en todos los sectores del pueblo de Dios. La Obra de la Propagación de la Fe y la Pontificia Unión Misional quieren tocar el corazón cristiano de quienes en sus últimos momentos le entregan todo su ser a Dios en el lecho del sufrimiento o de quienes están limitados en su condición física como consecuencia de la vejez y de las enfermedades para que se unan de manera especial a Cristo crucificado y le entreguen su vida y sus dolores en ofrenda al Padre celestial para contribuir a la salvación de quienes no han sido evangelizados. Queremos también prestar un servicio de pastoral misionera a los pastores, a los religiosos, a los jóvenes, a las familias, a los movimientos apostólicos, a las parroquias, a las diócesis, para que fieles al mandato de Cristo logren la cooperación misionera de los enfermos y los vinculen, mediante la animación, formación y organización a la obra de la cooperación misionera para la salvación universal de los miles de millones de personas que no conocen a Jesucristo o que se han alejado de Él. Ofrecemos, pues, con toda sencillez a los enfermos, ancianos y limitados físicos y a quienes trabajan con ellos y por ellos, estos elementos de teología, espiritualidad y pastoral misioneras relacionados con la enfermedad. Quienes deseen, en cuanto vínculo de fraterna comunión pueden inscribirse en la UEM (Unión de Enfermos Misioneros) con el fin de que puedan vivir la animación, la formación, la comunión y la cooperación misioneras a nivel universal. Lo importante y fundamental para enfermos y agentes de pastoral de la salud es, como para todo cristiano, el proceso de identificación con Jesucristo y por tanto, la santidad y el testimonio de vida. Sin ese ardor no habrá una nueva evangelización del mundo entero. Ojalá que el dolor sea ocasión de sentir una nueva llamada del Señor: “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré. Carguen con mi yugo que es fácil de llevar”. Con el ardor misionero de los enfermos, de los ancianos y limitados, con el fervor de los agentes de pastoral de la salud, vendrá la nueva primavera misionera de la Iglesia. La Iglesia y el mundo necesitan de apóstoles santos que, en relación con el dolor, testimonien la caridad de Cristo y el respeto por la vida y la persona. Es necesario decir, también, a los enfermos, que la Iglesia y su obra misionera universal, necesitan urgentemente de sus sacrificios, de sus oraciones y de su testimonio.

4

1. LA REALIDAD HUMANA DEL DOLOR Y DEL SUFRIMIENTO Interrogante clave ¿Por qué hay que sufrir? El hombre coexiste con el sufrimiento en el mundo. El dolor y la enfermedad aparecen en cualquier momento de la vida y a pesar de tantos esfuerzos que se hacen nunca ha sido posible erradicarlos definitivamente. Es verdad que se ha ganado mucho con el avance de la medicina y de las intervenciones quirúrgicas, con las mejoras de la vivienda y de los sistemas de seguridad laboral y social. Sin embargo, paradójicamente, el progreso que se ha encaminado a proporcionar al hombre una vida más prolongada y confortable le ha traído nuevos dolores y le ha cobrado un precio alto en víctimas y sufrimientos. La vida del hombre es lucha y esfuerzo No existe rincón de la tierra que no sea visitado por el dolor; la vida sigue y seguirá siendo lucha sobre esta tierra, como lo afirmaba el patriarca Job. Una lucha exige siempre esfuerzo y sacrificio; estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos, el dolor, la enfermedad y la muerte inevitablemente nos saldrán al encuentro. Nada ni nadie nos librará de sufrir, de padecer enfermedades y de morir. Frente a ellos desaparecen la pobreza y la riqueza, las grandezas y los honores. Basta recorrer el camino del dolor en los sanatorios, hospitales y clínicas para constatarlo. Son muchos los seres humanos sobre los que el dolor ha hecho su presa y hoy son millones los que unidos al salmista pueden exclamar: “las lágrimas son mi pan día y noche" (Salmo 42, 4). El dolor no es un castigo Muchos consideran que el dolor es un castigo y lo convierten en un absurdo indescifrable. No pocos creyentes todavía tienen la imagen de un Dios castigador para quien el dolor es su medio de castigo o látigo contra los malos. Sin embargo. El interrogante surge cuando son los buenos y los inocentes los que sufren. ¿Es posible, entonces, que Dios castigue también al inocente? En la noche oscura no estemos solos Por otro lado, nos impresiona la constatación del triunfo aparente de malos y pecadores frente a la desgracia de los pobres y de los justos. El creyente debe ahondar más sobre estas realidades y descubrir que aun en las tribulaciones y en la noche oscura, la confianza en la presencia amorosa de un Dios bueno y misericordioso lo confortan y alivian: “Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor a fin de publicar todas sus obras” (Salmo 73.24). El Santo e Inocente da un nuevo sentido al dolor El libro de Job es un largo y hermoso alegato para demostrar que el sufrimiento no puede ser castigo de Dios, que el dolor puede llegar también a los justos y “una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable, al justo y al pecador” (Ecle. 92-3). Además, todos sabemos que Jesús, el Hijo predilecto de Padre, es el varón de dolores por excelencia y que su Santísima Madre, la que no tuvo mancha de culpa, participó intensamente en los dolores atroces de su Hijo. Jesús comparte nuestro dolor hasta el último límite y lo transforma en prueba de su amor al Padre y a nosotros. Desde la cruz, clavado de pies y manos, en un estado de completa inmovilidad y de angustia suprema, realiza la más portentosa obra que se ha producido en el mundo. Él nos enseñó claramente que las desgracias no son castigo de Dios. Suceda lo que suceda, nuestra confianza en el Padre del cielo que cuida amorosamente de nosotros debe ser infinita. «... rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza y de honor, en la Revelación de Jesucristo ”(1 Pdr. 1, 6- 7). El dolor nos abre horizontes insospechados Los cristianos no buscamos el dolor por el dolor. Si los santos han suspirado por él o lo han aceptado con alegría, es porque, a la luz de la fe, descubrieron en su profundidad un tesoro de gracia del Espíritu debajo de sus tristes y negativas experiencias que les permitían asemejarse a su Maestro.

5 Enfrentaron el dolor y la dificultad con la misma valentía de Jesucristo y lo convirtieron en medio; ocasión e instrumento para alcanzar los bienes de la salvación y el provecho espiritual para sí, para la Iglesia y para el mundo entero. Desde la caridad y la esperanza cristiana El esfuerzo de colaboración humana con la gracia de Dios puede transformar el dolor en una herramienta útil para el bien común, en un acicate de superación en la búsqueda de la perfección: 1. El dolor nos protege. Ciertas sensaciones molestas nos ponen en guardia para que nos defendamos cuando algo perjudicial amenaza nuestro organismo. 2. El sufrimiento nos curte, nos forja, eleva nuestro espíritu y nos madura. El hombre no se hace entre blanduras, sino a golpe de sacrificios, de esfuerzos y de superación constantes; el hombre se forja en la lucha. 3. El hombre aprende con el sufrimiento y sale experimentado de él. El sufrimiento sensibiliza para comprender mejor el dolor ajeno, para solidarizarse con él y proporcionar ayuda recíproca. 4. El contacto con el dolor propio o ajeno nos da una idea más objetiva de la realidad de la vida, nos descubre la mentira de muchas apariencias halagüeñas, nos sitúa en la Verdad, nos ahorra muchos desengaños. 5. La desgracia, la enfermedad y el dolor nos recuerdan la transitoriedad de todo y la limitación humana. Nos hacen reconocer que no somos dioses; que necesitamos de Dios y que sería gran torpeza querer cortar toda referencia a él. 6. Nos enseña que la felicidad plena no se da en esta vida. Así, relativizando todo lo creado, nos purifica el corazón de afectos desordenados hacia las cosas y nos lleva a servimos de ellas con señorío cristiano, sin convertirlas en nuestros fines Supremos y el centro de nuestra Vida. 7. Nos enriquece y hace crecer espiritualmente. La enfermedad es una buena ocasión para imitar a Jesucristo y demostrarle nuestro amor, fidelidad y gratitud. 8. Es también buena oportunidad para expiar los pecados propios y ajenos. Es camino obligado para la perfección y salvación al igual que el medio que nos conduce a la configuración o a la semejanza con Cristo originada en la condición de bautizados. 9. Con su fuerza redentora, el dolor nos hace apóstoles y colaboradores eficaces de Cristo en la implantación de su Reino. “La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte” (Cat. No. 1500). PARA PENSAR

“La enfermedad puede conducir a la angustia; al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él” (Cat. 1501). Iluminados con estos textos los servidores de los enfermos entre sí o en compañía de los enfermos pueden reflexionar sobre los problemas que se plantean ‘ante la enfermedad, como por ejemplo, el número de enfermos, ancianos, limitados, la realidad de la enfermedad en nuestra iglesia concreta (diócesis o parroquia), la mentalidad y los métodos de las personas que atienden a los enfermos, la calidad de los servicios a los enfermos en el hogar o en los centros de asistencia, las actitudes del enfermo, positivas y negativas, los agentes de la pastoral de la salud en la parroquia o en el lugar y otros que se le ocurran. 2. JESUCRISTO Y EL DOLOR HUMANO La Misión de Cristo, esperanza para los que sufren “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha urgido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y a devolver la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Pascua de salvación

6 La misión salvadora de Cristo está orientada a la salvación de todos los hombres y de todo el hombre. Desde su encarnación hasta su ascensión gloriosa al Padre su vida es una acción de glorificación plena a Dios y de redención humana. Su actividad misionera estuvo orientada al cumplimiento de estos objetivos, los cuales enmarcan sus luchas, sus esfuerzos, sus cansancios, su predicación, sus milagros, sus curaciones, la elección de los apóstoles, su pasión su muerte, su resurrección, su ascensión al cielo. El rescate del hombre, signo de la llegada del Reino Con la solicitud por los enfermos, afligidos y perseguidos. El anuncia la llegada del Reino de Dios: “Id y decid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia” (Mt. 11,5). Los que sufren son los predilectos del Reino. Cristo ama con preferencia a los enfermos, esa es la característica de su ministerio mesiánico. Su amor se manifestó especialmente a los débiles, a los necesitados de apoyo, a los desconsolados y desesperados. Los rasgos de la compasión de Dios manifestada en Cristo los resalta, especialmente, el Evangelio de San Lucas: “Pasó haciendo el bien” y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda. Curaba a los enfermos, consolaba a los afligidos. Era sensible a todo sufrimiento humano, tanto del cuerpo como del alma (SD 16) Compartió en todo nuestra condición humana El Hijo de Dios asume la condición humana en todas sus dimensiones y con todas sus consecuencias y riesgos: pobreza y limitaciones desde su nacimiento, esfuerzos como obrero artesano de la madera, sin morada fija “no tiene donde reclinar su cabeza”, víctima de muchos sufrimientos: desprecios, calumnias, incomprensiones, burlas, malos tratos, insultos, angustias, torturas y la muerte en la cruz con humillación y desprecio. Sus dolores y sufrimientos nos curaron Él es el Siervo doliente que asume el dolor de los enfermos: “fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades. El castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud” (Is.53, 3). Cristo, como “Varón de dolores”, ilumina el dolor y le abre nuevas perspectivas. Su sufrimiento es un sufrimiento por nuestra salvación, por nuestra “salud”: “Vengan a mí todos los que están agobiados y fatigados que yo los aliviaré” (Mt. 11,28). Su entrega por nosotros va más allá de lo imaginable pues da la vida por los que ama. Murió para nuestra salud Su muerte es resultado de su fidelidad amorosa a la voluntad del Padre Dios y a la salvación de sus hermanos, los hombres. Su vida se caracteriza por la fidelidad y entrega a la misión que cl Padre le confía: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre". En Él ha puesto su confianza y a Él ha entregado su causa “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”; por eso no teme todas las consecuencias, incluidos el dolor y la muerte. Entendemos así el Valor de su entrega en sacrificio: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”, “por nuestra causa fue crucificado”. Con su total entrega, en obediencia suprema a, su Padre, nos convierte también a nosotros en culto de suave olor, en hostias vivas agradables a su Padre. En esa acción toda nuestra condición humana y nuestra actividad se han convertido en posibilidades de alabanza, de glorificación, de intercesión, en perfecta comunión con el mismo sacrificio de Jesucristo, el único y verdadero Sacerdote. Lo que agradó plenamente al Padre fue su obediencia, su amor incondicional, su entrega total, su sacrificio de fidelidad. Importa a Jesús primordialmente, que se transparente en sus palabras y acciones, en sus gestos y en su servicio la cara bondadosa de su Padre amado que busca el rescate de la dignidad de sus hijos, hacerles patente su amor infinito, solidarizarse con ellos, renovarlos, hacerlos criaturas nuevas por la acción de su Espíritu (Véase en este sentido la parábola del Buen Samaritano, Lc. 10,29-37). Amor que vence el dolor y la muerte En esa perspectiva de amor, Jesús enfrenta la muerte, aunque la tema cuando es inminente: no huye de ella porque serían traicionar y contradecir la Voluntad de su Padre Dios. La muerte de Jesús confirma el gran amor de Dios por los que tenemos que pasar por el sufrimiento. Jesús, en su estrecha e íntima comunión con su Padre está consciente y seguro de su amor: “Mi Padre me ama” y por tal motivo es capaz de amar a

7 todos como los ama Dios, con un corazón universal que no excluya ni siquiera a sus enemigos, pues no le teme a nada ni a nadie ya que su confianza está centrada en el Dios de la vida. Jesús se entrega por todos en actitud de servicio y amor, radicales, asume los sufrimientos de la historia humana, pues “compartió en todo nuestra condición”. Al asumirlos los “transfigura” y los “diviniza”; es el combate decisivo contra todos los males que oprimen al hombre. En lo profundo de esa lucha actúa con su presencia y su fuerza el amor de Dios, poder indispensable para vencer el dolor, la Violencia, la humillación. El hombre por sí mismo hubiera sido incapaz de lograr ese cambio y si ahora lo consigue se debe al poder del amor de Jesucristo: “todo lo podemos en aquel que nos conforta”. Solidaridad inquebrantable Jesús es la respuesta a quien sufre y a quien muere, precisamente porque es el Inocente y el Santo, quien con la atrocidad de su muerte nos atestigua hasta el máximo la solidaridad del amor de Dios: “nadie tiene un amor tan grande, que aquel que da la Vida por los que ama”; “Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rom. 5, 7-8). En Cristo podemos comprender que solamente la locura del amor es capaz de transformar el sufrimiento y el dolor en una ofrenda amorosa que lleva salvación, paz y bien a nuestros seres queridos y al mundo entero. En su muerte Dios se nos manifiesta como verdadero Padre que nos crea de nuevo, que nos da una nueva condición, la de hijos amados en el Hijo único. Ese Padre creador, que en Jesucristo se mostró compasivo con nosotros, con nuestros sufrimientos y problemas, se nos une estrechamente en nuestras situaciones extremas y dolorosas: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús, Uno en la comunión con su Padre amoroso, vive su muerte a la luz de esa estrecha relación. Su Padre es Vida, es Dios de vivos, su poder se resucita a los muertos, expulsa a los demonios y como Creador llama a la existencia a los que no existen (Rm. 4, 17). La muerte y cl dolor nos hunden a los seres humanos en la nada y en ella solo Dios Creador y Padre amoroso, por su Hijo, lo hace todo por nosotros: “Yo soy, no teman” (Mc. 6,50). “La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (Mt. 4, 24) son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo (Lc. 7, 16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también para perdonar los pecados (Mc. 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc. 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis" (Mt. 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, (le suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en el cuerpo y en el alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren” (Cat. 1503). PARA PENSAR

“A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (Mc. 5, 34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (Mc. 7,32-3 6; 8,224.5), barro y ablución (Cf Jn. 9,6). Los enfermos tratan de tocarlo (Mc. 1,41; 3,10; 6,56) “pues salía de Él una fuerza que los curaba a todos” (Lc.6, 19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa “tocándonos para sanarnos” (1504). ”Conmovido por tantos sufrimientos. Cristo no sólo se dejó tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt. 8,1 7)... Por su pasión y su muerte en la cruz dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces, éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora” (1505). 3 LA VIRGEN MARÍA, MADRE Y MODELO DE LOS QUE SUFREN “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre... cuando Jesús vio a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre: mujer, ahí tienes a tu

8 hijo. Luego dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre. Desde entonces, el discípulo la acogió en su casa " (Jn. 19, 25-27). María, asociada a la obra de Cristo María no es una simple espectadora o un personaje extra en la obra de la redención. Ella ha colaborado, de manera singular y activa, estrechamente asociada a la obra de su Hijo, incluida su Pasión y su muerte. La fe y la respuesta de María al Plan de Dios en Cristo la hacen protagonista y la implican de lleno en la obra de la salvación. Toda la vida de la Santísima Virgen ha estado claramente al servicio del Hijo de Dios y de su misión. Cuando María da su consentimiento de fe a la llamada del ángel, acepta colaborar, plenamente en la totalidad de la obra de la redención de la humanidad. Su respuesta y su compromiso son" conscientes; no pone condiciones, sino que se entrega al servicio de la misión que Dios le pide y en consecuencia, asume todos los riesgos, tales como el dolor, el sacrificio, el sufrimiento. Seguimiento de Cristo pasando por la cruz La profecía de Simeón con ocasión de la presentación del niño Dios en el Templo: “una espada traspasará tu corazón” (Lc.2, 35) encontrará su pleno cumplimiento en la cruz de Cristo, junto al cual la encontramos, de pie, en el momento del calvario (Jn. 1925-27). Pero las penas y dolores de María no se limitan a unos cuantos momentos. Ella sufre porque la salvación mesiánica implica una globalidad de acciones y respuestas que incluyen el sacrificio y la muerte para la redención humana y ella las ha "asumido todas a la manera como las aceptó su Hijo: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”. “He aquí la esclava del Señor” (Lc. 1,38). El misterio del dolor de la Virgen María hace parte en conjunto del Plan de salvación del Padre Dios el cual comprende también el misterio de la resurrección, de la misión apostólica y la obra de la Iglesia. El dolor de María es consecuencia, como en el caso de su Hijo, del pecado de la humanidad. María también nos revela el sentido del dolor cristiano María también nos revela el misterio salvífico del sufrimiento, juntamente con el significado y amplitud de la solidaridad humana. “Como Cristo cargó sobre si nuestros sufrimientos, se echó a cuestas nuestros dolores (Is. 5 3,4), así también ella sintió el peso de los dolores del parto por una maternidad inmensa que regenera en Dios. El sufrimiento de María, nueva Eva, al lado de Cristo, Nuevo Adán, fue y es el camino real de reconciliación en el mundo” (Juan Pablo II, Discurso del l Abril de 1984). Madre de la Iglesia y madre de los enfermos La cooperación que María ha hecho para el cumplimiento de la obra de la redención la conocemos como maternidad divina. Cristo es el único mediador de la salvación, pero la misión que cumple María en esa obra no opaca ni ensombrece su obra sino que, al contrario, muestra su eficacia y fomenta la unión con Él. La maternidad de María perdura en el orden de la distribución de la gracia. Esa maternidad comenzó con la anunciación, continuó toda su Vida, tuvo su momento cumbre al pie de la cruz y la continua desde la gloria. La Iglesia se beneficia de Varios modos de este servicio de María. Ella es la Madre de Cristo y nosotros, por designio de Dios, somos sus hermanos. Él es la cabeza y nosotros miembros de su cuerpo. De ahí que la podamos llamar madre, abogada, auxilio, socorro, medianera. Enfermos o no, debemos apoyarnos en su protección maternal para unirnos íntimamente a Jesucristo, nuestro Redentor y Mediador. Modelo de esperanza para los que sufren María es tipo de la Iglesia y modelo del cristiano en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta identificación con Cristo. Cuando estamos enfermos actualizamos en nuestra condición doliente muchos de los rasgos del Cristo que continúa su obra de redención, mediante el sufrimiento de sus miembros. Y Ella se nos adelante como consuelo, como modelo del cumplimiento de las promesas del Señor, como señal de

9 triunfo, en su Hijo, sobre el pecado, sobre el enemigo, sobre el mal y el sufrimiento. Mientras nosotros avanzamos en la lucha y en las dificultades ella brilla como faro de esperanza porque ha alcanzado la plenitud, porque ha Vencido, porque ha triunfado. La Virgen María continúa acompañando, consolando, animando a los que sufren, a los ancianos, a los limitados, a las viudas, a los deprimidos, a los marginados y les ayuda a comprender su dolor y a asociarlo, como ella y con su intercesión a la obra redentora de su Hijo. Los servidores de los enfermos pueden hacer una meditación especial sobre los misterios dolorosos del santo rosario y profundizar brevemente su mensaje con los enfermos. También pueden hacer el rosario misionero, es decir, ofrecer cada una de las decenas del mismo por alguno de los continentes, pidiendo especialmente por los misioneros y por aquellos que no conocen al Señor. PARA PENSAR

4 CONTINUADORES DE LA OBRA DE CRISTO A FAVOR DE LOS ENFERMOS 4.1 LOS APÓSTOLES. Los apóstoles reciben de Jesucristo la misión de continuar su obra: “como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn. 15, 9). “Id por todo el mundo predicando el Evangelio y curando a los enfermos” (Mt. 10, 17) En la Escuela con Jesús, sus apóstoles aprendieron a entregarse y a ponerse al servicio de todos, especialmente de quienes los necesitan, como los enfermos, los pecadores, los que sufren: “Vayan a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos expulsen a los demonios” (Mc.10,43). La importancia del discípulo se mide por su capacidad de servicio. Durante su periodo de formación los apóstoles son entrenados para la atención a los enfermos: “en cualquier casa en donde entren, coman lo que les sirvan, curen a los enfermos que haya en ella y díganles que el Reino de Dios está cerca” (Cfr. Lc. 10,8-9; 9,1-2; Mt. 10,7). Los acompañan signos y prodigios Como en el caso de su maestro, los discípulos después de la resurrección de Cristo, subrayan su servicio de predicación con el testimonio de la atención, entrega y la curación de los enfermos: Pedro y Juan curan a un paralítico en la puerta del Templo (Hech. 3,1ss); En Lida, Pedro cura a un paralítico llamado Eneas (Hech. 9,33-35). San Pablo también le devuelve la salud a un tullido de nacimiento (Hech. 14,8). El apóstol Santiago refleja en su carta una tradición común de atención a los enfermos: “¿Está alguno de ustedes enfermo? Llame a los presbíteros de la Iglesia para que oren, le impongan las manos y lo unjan con aceite en nombre del Señor y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados” (St.5, 14-15). El apóstol Pedro anima a los que son perseguidos por causa de la fe y a los que tienen sufrimientos: “Alégrense en la medida en que participan de los sufrimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria, exulten de gozo” (1Pe.4, 13). “El Dios de toda gracia que los llamó en Cristo a su gloria eterna, después de un breve padecer los perfeccionará y afirmará, los fortalecerá y consolidará” (1Pe. 5, 10. A la manera de Pedro, el apóstol Pablo también conforta y anima a los que sufren: “Porque así como abundan entre nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo, abunda nuestra consolación” (2Cor, 1,5). Mártires a la manera de Cristo El crecimiento de la fe de los apóstoles es un proceso de identificación con su Maestro en el que poco a poco, van adquiriendo sus rasgos característicos, su misma manera de reaccionar ante las personas y circunstancias, se hacen mártires como él, pues asumen sus propios sufrimientos, dan la vida como su Señor, mueren como El en brazos de su Padre Dios (véase muerte de San Esteban, Hech.).

10 4.2 LA IGLESIA Como lo hicieron los apóstoles y las primeras comunidades cristianas, así también a lo largo del tiempo hasta hoy, la Iglesia con sus pastores y con sus fieles continúa la obra de Jesucristo. “La Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente”. En cualquier país y cultura en donde se hace presente, en medio de las diversas situaciones que viven los hombres, ella, como su Maestro y Señor, acompaña y conforta a todos, especialmente a los enfermos, a los que sufren y a quienes lo necesitan. Las situaciones de avanzada misionera son aquellas precisamente en donde la dignidad del hombre está en juego a causa de las consecuencias del pecado y de la injusticia. “Con María, madre de Cristo que estaba junto a la cruz, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy. Os pedimos a todos los que sufrís que nos ayudéis. Precisamente a vosotros que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal que os presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo” (Juan Pablo II, SD 31). La Iglesia acompaña y anima al enfermo y al que sufre, lo ayuda a poner su confianza en Dios y le ofrece no sólo la gracia de los sacramentos, sino también el apoyo comunitario y las ayudas para que se recupere. Ella recomienda a sus hijos el servicio fraterno a los que sufren, a los que necesitan ayuda, mediante el cumplimiento de las obras de misericordia. En esa entrega a los hermanos necesitados, los fieles pueden ejercer la caridad, testimoniar su fe y llegar ellos también a la plenitud de la santidad y el amor. “Sanad a los enfermos” (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. (Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. PARA PENSAR

Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de, manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (Jn. 6,54.58) y cuya conexión con la salud insinúa San Pablo (Cf. 1Cor. 11.30). El grupo de los servidores entre sí o en compañía de los enfermos pueden dialogar sobre la realidad de la pastoral de la Iglesia y sus cuidados con los enfermos. Pueden revisar cómo se está atendiendo a los enfermos en lo espiritual. Qué medios se pueden usar para que ellos y la comunidad se sientan en comunión. Cómo puede la Iglesia orar por sus enfermos y aprovechar, a su vez, de la oración y de los sacrificios de éstos para hacer fecundo su servicio. Cómo se puede hacer para que los enfermos realmente se sientan misioneros. 5 ESPIRITUALIDAD MISIONERA DEL ENFERMO: “APORTAMOS LO QUE FALTA A LA PASIÓN DE CRISTO” Un llamado de amor “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados que yo los aliviaré " (Mt. 11,28). Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti, decía San Agustín. Si Jesucristo viene a traemos la salvación, quiere de nosotros correspondencia a sus gracias y respuesta a su llamado. La fe es indispensable para la salvación, es un regalo de Dios mediante el Espíritu Santo, pero también es un acto humano consciente, libre, acorde con nuestra propia dignidad (Cfr. Catecismo 178 y ss). Respuesta desde la limitación humana La acción liberadora y sanadora" de Dios se concreta en Jesucristo y únicamente a Él deben dirigirse los clamores y las súplicas de quienes sufren y necesitan ser curados. El contacto personal, de fe, con el Hijo de Dios es la causa de nuestra salvación. “Con solo tocar su manto, quedaré curada” (Mt.9, 21), decía una mujer, según narra el Evangelio. Y un leproso le dice: “si quieres, puedes limpiarme” (Mt. 8,2).

11 Si buscamos con sinceridad, tal vez con desespero, las respuestas a nuestras inquietudes íntimas, solamente Cristo es la respuesta a nuestra condición humana limitada, enferma o necesitada. El que está enfermo tiene en su dolencia una «mansión para madurar su fe, para ponerla a prueba, para acrisolarla, pues tales situaciones permiten descubrir la acción de Dios que está presente en nuestra historia, en nuestras amarguras y luchas, que está con nosotros y en nosotros: “Yo estoy con ustedes” (Mt. 28.20). Que suceda de acuerdo con tu fe Desde nuestra fe, el dolor es la oportunidad de sentir la solidaridad de Cristo que nos ama. En nuestras situaciones estrechas y limitadas que reflejan la pobreza de nuestra condición humana no podemos menos que decirle que lo necesitamos: “sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Los ciegos corrían detrás de Jesús y le gritaban: “Hijo de David, ten piedad de nosotros” (Mt. 9, 27). Una mujer cananea le presenta a gritos su necesidad: “Señor, Hijo de David, piedad de mi” (Mt. 15,22). Las multitudes acuden a Él, con fe y confianza y le llevan paralíticos, lisiados, ciegos, mudos, y muchos otros enfermos y los ponen a sus pies para ser curados (Mt. 15, 30). Tanto los mismos enfermos, como sus parientes, o la misma comunidad, todos, suplican fervientes la sanación para sí o para aquellos a quienes aman. En la escuela de la cruz de Cristo La obra de Cristo se prolonga, por acción del Espíritu Santo, en sus miembros los bautizados. Desde las limitaciones, los dolores, las enfermedades, los cristianos viven su propia pascua. Sumergidos en su muerte, resucitamos con Él a una vida nueva. Todos los cristianos en todas las situaciones, pero especialmente cuando sufren, se hacen sacramento vivo de Jesucristo: “llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús a fin de que también la vida de Cristo se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor.4, 10). Cooperación en la obra redentora Como Jesús, el enfermo está llamado a vencer y a trascender el dolor, enfrentándolo con te, asumiéndolo con alegría y convirtiéndolo en sacrificio por su propia redención y por la salvación del mundo entero. Los enfermos, los que tienen grandes limitaciones, los que están reducidos e inmóviles en el lecho del dolor pueden ser activos colaboradores de Jesucristo: “completo en mi carne lo que falta a la redención”. Es menester que a la cruz del calvario acudan todos los creyentes que sufren en Cristo para que el ofrecimiento de sus dolencias acelere el cumplimiento de la plegaria del Salvador por la unidad del mundo y la salvación de todos, dice el Santo Padre. Es más, el ejemplo y testimonio de los enfermos cristianos, puede iluminar a los hombres de buena voluntad para que se acerquen a la cruz del Redentor, el cual ha asumido sobre sí los sufrimientos físicos y morales de todos los hombres de todos los tiempos, para que en su amor entregado y crucificado puedan encontrar el sentido a su existencia, la motivación para la ofrenda de su dolor y la respuesta a sus inquietudes y preguntas. SACRAMENTOS DE CURACIÓN Refuerzo de lo frágil El Catecismo de la Iglesia Católica en dos de sus números (11420 y 1421) nos habla de los sacramentos de la curación, precisamente porque la vida que hemos recibido de Cristo la llevamos en vasos de barro (2Cor 4.7), está todavía escondida con Cristo en Dios (Col 3,3) y además estamos todavía en estado terreno (2Cor 5,1) sometidos al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Médico divino La vida divina en nosotros puede ser debilitada o perdida a causa del pecado. Por eso Jesucristo, que es el verdadero médico de nuestros cuerpos y almas, que perdonó los pecados del paralitico y le devolvió la salud del cuerpo (Mc 2,1-12) quiso que la Iglesia continuara con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Sacramento de la penitencia o de la reconciliación Acercarse a la Penitencia es obtener la misericordia de Dios sobre los propios pecados; es escuchar la llamada amorosa de Jesús; es regresar a la casa del Padre creador que nos espera con sus brazos abiertos. Es reconocimiento de los pecados ante la Iglesia, es anonadamiento ante la santidad y de la misericordia de

12 Dios; es perdón y paz porque es el medio del que se vale para devolvernos la gracia; es don de amor que reconcilia con Dios, consigo mismo y con la comunidad incluidos los miembros de la familia. Hay dos bautismos, decía San Ambrosio: el del agua y el de las lágrimas. Espiritualidad de este sacramento Con el sacramento de la reconciliación y penitencia los enfermos tienen la oportunidad de volver su corazón a Dios, de darle a su dolor una dimensión penitencial y reconciliadora: por sus propios pecados y por los de la humanidad entera. La celebración de la penitencia ayuda al enfermo no solo a purificarse de sus pecados graves y leves, sino que también le permite volver a Dios de todo corazón, romper con el pecado, alejarse del mal y hacer repulsa contra sus malas acciones. Si el enfermo se abre a la gracia de Dios puede obtener un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una paz renovada. Redescubrir la grandeza del amor de Dios frente al propio pecado hará mucho bien. Solamente con los ojos puestos en el crucificado, el corazón endurecido sentirá compasión: “miremos la sangre de Cristo y comprendamos qué preciosa es a su Padre, porque habiendo sido derramada por nuestra salvación ha conseguido la gracia del perdón para el mundo entero” (San Clemente Romano). Efectos prácticos del sacramento La gracia sacramental hace que el enfermo se sienta movido o llamado a asumir voluntariamente, desde la fe, su propia enfermedad, en actitud humilde que lo llevan ofrecer una fructífera satisfacción a modo de ofrenda reconciliadora, por el pecado propio, el de la Iglesia y el de la humanidad entera. Permite que el corazón del enfermo se deje tocar por el amor de Dios que le hace experimentar, cuando confiesa sus pecados, el dolor de las ofensas, propias y ajenas. El enfermo que confiesa sus pecados puede realizar la mejor terapia de sanación interior, a causa de la liberación plena del pecado y de sus consecuencias. Puede asumir una actitud reparadora frente a los estragos del pecado en sí mismo, en la Iglesia y en la humanidad. La reconciliación le permite expiar para sí mismo y para otros. Además, nosotros no somos quienes le damos la satisfacción a Dios por nosotros mismos. Solo lo hacemos porque estamos unidos a Cristo que nos fortalece y en el que todo lo podemos (Fil 4,3), nos gloriamos de Cristo y en Él damos frutos dignos de penitencia (Lc 3,8). LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos (Cat.1511), que fue instituido por Cristo Nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, insinuado por el Evangelista Marcos (6, 13 ), recomendado y promulgado por el apóstol Santiago(St.5,14-15). No se trata de un sacramento destinado solamente a quienes están en peligro de muerte sino también para todos aquellos que están enfermos 0 ancianos, o para quienes van a ser intervenidos quirúrgicamente. Sacramento preparado y celebrado Entregar este sacramento y recibirlo es un deber de los pastores y un derecho de los fieles. Estos deben llamar oportunamente al sacerdote y prepararlo, con la ayuda de sus familiares y de quienes trabajan en la pastoral de enfermos. No se puede olvidar que estas celebraciones no son actos privados, sino acontecimientos profundamente eclesiales que hacen parte de la vida normal de la comunidad, pues ella es la que acompaña y celebra la Pascua de Cristo vivida por sus enfermos. Se recomienda hacer las tres celebraciones en una sola: la reconciliación, la unción de los enfermos y la Eucaristía, siempre y cuando las circunstancias de tiempo, lugar y personas así lo aconsejen. Espiritualidad de la unción La gracia de este Sacramento de los enfermos tiene efectos especiales para ellos, tales como:

13 La unión del enfermo con la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia. Consolación que trae consigo la paz y la fortaleza de ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos c incomodidades de la enfermedad o de la vejez; El perdón de los pecados si el enfermo no ha podido recibir el sacramento de la Penitencia. Restablecimiento de la salud corporal del enfermo si le conviene a su salud espiritual. Preparación para dar el paso a la vida eterna. EL VIÁTICO 0 ÚLTIMO SA CRAMENTO DEL CRISTIANO A los que están a punto de dejar esta vida terrena, la Iglesia les ofrece, junto con la reconciliación y la Unción de los enfermos, la Eucaristía como viático. Esta comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, a causa del momento que vive el enfermo, tiene una significación y una importancia especiales y esa es, precisamente, su espiritualidad: es semilla de vida eterna y poder de resurrección, es sacramento del paso de la muerte a la vida, del paso de este mundo a la casa del Padre. El Sacrificio de la Eucaristía y el sacrificio de los cristianos: La Eucaristía es, por encima de todo un sacrificio, sacrificio de Redención y al mismo tiempo de la Nueva Alianza, como aquel que un día ofreció el Unigénito Verbo Encarnado, por el cual el hombre y el mundo entero son restituidos a Dios por medio de la novedad Pascual de la Redención. PARA PENSAR

Todos los que participan en la Eucaristía, ofrecen con el celebrante, en virtud de su sacerdocio bautismal, sus propios sacrificios espirituales, representados en el pan y el vino. La ofrenda se hace plena en los momentos de la consagración y de las invocaciones: “reconoce- dice el celebrante- en esta ofrenda la víctima, por cuya inmolación has querido devolvemos tu amistad”... “Que Cristo nos transforme en ofrenda permanente”. La Eucaristía es “ofrenda consagrada”, pues lo que se ofrece en el altar se convierte en el verdadero cuerpo entregado y en la verdadera sangre derramada de Cristo, los cuales representan de modo incruento su sacrificio de la cruz (Véase Número 9 de Dominicae Cenae). 6 LA PASTORAL MISIONERA CON LOS ENFERMOS

6. 1 OBJETIVOS Y DESTINA TARIOS Vocación para todos Cada cristiano ha sido llamado al seguimiento de Jesucristo, a identificarse con él y a continuar su misión en el mundo con su testimonio y sus palabras. Lo misionero no es algo añadido o superficial a la vocación cristiana, o algo para religiosas y sacerdotes muy especiales, sino que es algo que pertenece a la esencia cristiana, es la razón de ser, el eje central de la actividad de la Iglesia y, en ella, de cada cristiano. Objetivos de la pastoral misionera de los enfermos La pastoral misionera busca que los enfermos, los que sufren, los limitados físicos, etc, vivan su vocación entendiendo también su situación como un llamado al seguimiento más cercano del Señor, para ser transformados en sus discípulos predilectos mediante su palabra y los sacramentos con el fin de que sean sus apóstoles, vayan y evangelicen y hagan discípulos para el Señor en todos los pueblos. Aquellos cristianos que hacen descubrir a los enfermos esta dimensión profunda de su realidad cristiana están prestando un enorme y valioso servicio, porque les abren horizontes infinitos que les permitirán renovar su "fe, sentirse miembros dolientes pero útiles y vinculados para participar activamente en la acción apostólica y misionera de la Iglesia.

14 Todos los enfermos y los que sufren Los enfermos y los que sufren están llamados a descubrir en sus situaciones la enorme posibilidad de asimilación a Jesucristo quien desde esa realidad los llama y los invita a seguirlo y a identificarse plenamente con su cruz, a ser sus apóstoles. Es más, el enfermo y el limitado, desde su condición, pueden ser misioneros con sentido universal. El Santo Padre decía a los enfermos: “cuento con ustedes para que el nombre de Cristo sea proclamado hasta los confines de la tierra”. No es pasividad ante el dolor Todos estamos obligados a cuidar y defender la Vida como un regalo de Dios. Los enfermos cristianos tienen, entonces, el deber de buscar y utilizar todos los medios y oportunidades que les permitan superar el dolor y recobrar la salud (Véase quinto mandamiento (Catec. Nos.2258 a 2330). Gracias especiales Sin embargo, los enfermos están llamados a descubrir, con ocasión de las enfermedades, en los dolores y sufrimientos una llamada especial del Señor para ser sus testigos con su vida, con sus palabras, con sus actitudes. El Espíritu Santo les concede los dones y gracias que requieren en su nueva situación. El enfermo tiene la enorme y maravillosa posibilidad de identificarse con el Cristo doliente de la cruz y hacer carne propia las palabras del apóstol: “estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo que Vive en mí. Vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Más allá de las fronteras De esa realidad de fe nace la dimensión misionera universal del enfermo y de su dolor: “cuando yo sea levantado en la cruz atraeré a todos hacia mí”, dice Jesucristo. La vida del enfermo convertida en ofrenda desde la cruz de su dolor adquiere las mismas dimensiones del acto Redentor de Cristo por la salvación del mundo entero. El enfermo, con la ayuda de los animadores misioneros, puede Valorar, aportar y aprovechar muy bien ese caudal de gracias misioneras y con ellas cooperar en la obra evangelizadora universal uniéndose, a ella con su sacrificio, sus oraciones, su debilidad, sus soledades, sus abandones, sus limitaciones, sus lágrimas. Se empieza por casa El primer horizonte del servicio misionero de cada enfermo, es, naturalmente, su familia, sus seres queridos y quienes lo rodean. Aunque parezca difícil, no es imposible que desde su cama el enfermo sea misionero con sentido universal y apoye con su propio sacrificio la obra de primera evangelización, colabore para la conversión de los miles dc millones que no conocen a Jesucristo y apoye el nacimiento de las nuevas comunidades e iglesias 6.2 A GENTES Creatividad ante el dolor Además de las muchas obras de caridad que la Iglesia tiene al servicio de los enfermos, existen también institutos, comunidades religiosas y entidades que se dedican por vocación y carisma especifico al servicio de los enfermos, de los lisiados, de los leprosos, de los enfermos mentales, etc. En no pocos lugares de misión la caridad de los misioneros con los enfermos y limitados en hospitales, ancianatos, sanatorios mentales, leprosorios, y obras semejantes es el primer testimonio que prepara el terreno para el anuncio de Jesucristo y la aceptación de su Evangelio. En los últimos años han florecido, principalmente en las parroquias, grupos espontáneos de laicos y laicas que se organizan con sus pastores para el trabajo con los enfermos. Servicio indispensable La Iglesia estimula y bendice dicho apostolado: “Ustedes, dice el Santo Padre refiriéndose a los servidores de los enfermos, son llamados al más alto, ejemplar y justo servicio de amor. Que continúe y se acreciente este delicado servicio con apertura generosa a los profundos valores de la persona, con respeto a la dignidad humana y a la defensa de la vida, desde su primer brote hasta su natural ocaso”.

15 Vocación especial Los cristianos estamos llamados a preocuparnos por las necesidades del prójimo. La fe madura debe llevarnos a ser capaces de descubrir el rostro de Cristo en los que sufren o están enfermos. Bienaventurados, nos dirá el Señor, porque cuando estaba enfermo, lo visitamos, cuidamos y atendimos. Podremos contestarle: y cuándo lo hicimos y él nos contestará que cuantas veces 1o hicimos con los más pequeños de nuestros hermanos, con Él lo hicimos (Cf. Mt. 25,34). Variados servicios Para el cuidado y atención de los enfermos han surgido numerosas profesiones, especializaciones médicas y variados servicios de salud, los cuales se preocupan por atender a las distintas manifestaciones, estados y etapas de la enfermedad. Todos ellos merecen reconocimiento social, aprecio comunitario y atención pastoral de la Iglesia. El servicio que ellos prestan, la Iglesia lo reconoce como obra del Espíritu Santo para bien de la humanidad. Cualidades del servidor El modelo del servidor de los enfermos es el mismo Jesucristo. La figura compasiva y entregada del Samaritano (Lc. 10,30-37) nos enmarca los rasgos principales de este ministerio. El servidor misionero del enfermo debe ser un testimonio de fe, esperanza y caridad, cuyo espíritu es capaz de ver el rostro de Cristo en el enfermo, comprender el sentido cristiano de la enfermedad para así iluminar y llenar de esperanza a los mismos enfermos, a quienes trabajan por ellos, lo mismo que a sus familias. El ardor de su caridad lo lleva a no tener miras distintas que la atención a los enfermos por amor a Dios con sentido de servicio, a 1a manera de Cristo, desde sus cualidades y sus carismas: “que cada uno ponga al servicio de los demás, el don que ha recibido” decía el apóstol (1Pe. 4,10). Las anteriores virtudes del servidor del enfermo se construyen sobre una personalidad madura, respetuosa de las situaciones limitadas del enfermo y de su familia, recatada y prudente en sus acciones y comentarios. Preparada profesionalmente para dar un buen testimonio cristiano que contribuya realmente en la animación y formación misionera de los enfermos, de sus familias y de los profesionales que lo atienden. Su vocación es la de colaborador de Jesucristo y copartícipe en la obra de la lglesia a favor de los enfermos. Celoso guardián de la comunión con la parroquia y hábil para mantener los lazos de unión entre ésta y el enfermo, con el fin de que haya mutuo intercambio de bienes espirituales y sacramentales entre ellos. Su sentido misionero le permite atender a los que sufren y están enfermos, con una clara conciencia de su responsabilidad misionera universal que lo abre a horizontes que van más allá de sus propias fronteras. Ese sentido misionero universal lo testimonia y lo infunde en los enfermos buscando que también ellos se sientan misioneros y ofrezcan sus dolores y sufrimientos por la obra evangelizadora universal. Cultiva y vive su espiritualidad específica de servidor, de animador misionero de los enfermos, de seguidor de Cristo y entregado como Él a la sanación de los corazones afligidos. Sostenido por este ideal se capacita permanentemente en la teología, en la espiritualidad y en la pastoral misioneras para prestar cada vez mejor este importante servicio. 6.3 EL MÉTODO PASTORAL El proceso común de la pastoral misionera de los enfermos conlleva unos pasos estrechamente relacionados entre sí, cada uno con sus características y sus propios énfasis. La animación misionera La primera actividad consiste en la animación misionera. Los servidores de los enfermos se proponen, en esta etapa, despertar, avivar y sostener el espíritu misionero universal de los enfermos, ancianos, limitados físicos y otros. En el presente manual, los animadores encuentran los fundamentos principales para una animación, centrada en la espiritualidad cristiana que les permita abrir el corazón de los enfermos a la llamada de Dios, a la apertura a su amor y la respuesta a sus gracias. Una buena animación misionera logra que el enfermo sienta la voz del Señor que le dice: “Ven y Sígueme”; y que ponga en práctica su mandado: “vaya y evangelice”.

16 Que desde su lecho, los enfermos sientan el amor y la confianza que Dios les tiene y experimenten el nuevo llamado a ser sus eficaces colaboradores en la obra redentora, con su propia cruz, en apertura universal. Ahí está, precisamente la función principal del animador misionero de los enfermos: hacer que los enfermos respondan, como Jesucristo y María al llamado que les hace el Padre Dios y le digan como Jesucristo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”; o como María: “He aquí la esclava del Señor”. Se puede motivar a los enfermos, presentándoles también las situaciones y realidades de la misión universal y las dificultades de los misioneros. Por ejemplo: los casi cuatro mil millones de personas que no conocen a Jesucristo, la escasez de misioneros, las dificultades especiales de ciertos países opuestos a la predicación del Evangelio las situaciones de pobreza, de violencia, de hambre, de guerra, las faltas de buena comunicación, las distancias, los peligros, etc. Junto a los argumentos dc tipo humano, hay argumentos fuertes de fe para una motivación misionera: las maravillas del amor de Dios por cada uno, el don de la le, la experiencia de salvación en la Iglesia, en los sacramentos y frente a tal cúmulo de gracias, la responsabilidad que tenemos en la obra evangelizadora y en la salvación del prójimo. La responsabilidad de la Evangelización está en nuestras manos. La enfermedad es un llamado a poner nuestra vida y nuestra confianza solamente en el Padre Dios y a entregarlo todo por la salvación de la humanidad, esto es: darse como Jesús .y dar a Jesús, desde la enfermedad. La fe se fortalece dándola (Cf. RM2). La formación misionera El segundo paso o momento de la pastoral misionera es la formación. Los servidores de los enfermos deben tener la habilidad para formar misionera mente a los enfermos, sin que eso signifique para ellos la realización de cursos extenuantes, la presentación de largas conferencias o la asistencia a cursillos especiales. Se trata de que con una buena metodología y con una “catequesis situacional” se ayude a los enfermos que entran en esa “Escuela de la Cruz”, aprendan las lecciones fundamentales del cristiano y por tanto de la espiritualidad misionera: que el Padre Dios los ama entrañablemente en Cristo, la enfermedad no es castigo, sino ocasión, oportunidad de gracias abundantes del Espíritu, para sí y para el mundo entero, que como miembros del cuerpo de Cristo, son importantes para el trabajo misionero de la Iglesia. Esa formación misionera no se puede quedar en mera teoría sino que debe ayudar a que los enfermos aprendan poco a poco a escuchar la Palabra de Dios. a celebrarla y encarnarla, a proyectarla hacia quienes los rodean, pero con dimensiones universales; y también, a vivir la comunión misionera con la Iglesia toda, a experimentar la dimensión misionera de la vida sacramental, de la oración, a estar en comunión con su parroquia y con los mismos enfermos, sus hermanos, cercanos y lejanos. Organización misionera Con estructuras, muy sencillas se puede dar un cauce adecuado al dinamismo evangelizador que tienen los enfermos animados y formados misionera mente. En donde existan, las mismas estructuras de la pastoral de salud y de atención a los enfermos, basta darles sentido misionero, ponerles el alma y sentido orientándolas hacia la cooperación apostólica universal desde el dolor, hecha por los mismos enfermos. Se requiere una organización mínima que vincule a un grupo de personas que se encarguen de la animación misionera de la pastoral de la salud. Que se tracen un plan de acción con unos objetivos, unos contenidos, unos programas básicos, a partir de las propias realidades. Precisamente a este punto responde uno de los aspectos principales de la Unión Misionera de los aspectos, cuyo tema ampliamos más adelante (Léase no. pg. 53). La cooperación misionera Sería el final del proceso dc pastoral misionera con el enfermo en el que se concretan las metas de trabajo de animación, formación y organización. Se pretende, en último término, que el enfermo se haga un misionero desde su propia situación, que descubra y ponga en práctica el enorme potencial de gracias evangelizadores que cl Señor le regala para su propio bien, para el de la Iglesia, para la conversión de los no cristianos y para muchas otras necesidades. Algunos de los elementos fundamentales que se le pueden ayudar a descubrir al enfermo que decide ser cooperador misionero, son los siguientes:

17

Su cooperación espiritual: el enfermo debe tomar conciencia de que el Señor lo llama a ser santo por lo cual su testimonio no puede ser otro que el de la completa comunión de fe y amor con Jesucristo y en El con el Padre, por el Espíritu Santo. De ése núcleo deriva toda su espiritualidad y su proyecto de ser luz y sal de la tierra. La irradiación de la santidad desborda todas las fronteras, aunque uno se encuentre enfermo o recluido en un sanatorio, o atado a una silla de ruedas. Otro elemento que puede descubrir el enfermo es el de la posibilidad de aportar su oración unida a su dolor y a sus sacrificios. Esta dimensión orante y sacrificial del enfermo están estrechamente ligadas a la liturgia, especialmente a la Eucaristía. El enfermo por su condición especial es una hostia viva patente y agradable a Dios y si esto se realiza de manera consciente y se ofrece con amor, contiene todavía mayor fuerza misionera, pues se trata del mismo sacrificio redentor de Cristo al cual estamos estrechamente ligados los cristianos. Otra de las formas comunes de cooperación misionera es la económica. También los enfermos pueden ofrecer, desde su pobreza, algunas ayudas que simbolizan su entrega a la obra misionera. Que los enfermos se sientan invitados y alegres de poder compartir lo mucho o poco que tienen, la fe, el dinero, los bienes materiales, etc, con aquellos que necesitan. Y sobre todo que aprendan a dar a Jesús, a dar por Jesús, y a dar con Jesús. No se puede olvidar la dimensión universal de la cooperación. Lo que mejor puede ayudar a los enfermos es la apertura de horizontes frente a los desafíos de la misión del mundo entero. 6.4 LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS En el campo de la pastoral misionera el puesto principal, según la voluntad de la Iglesia, le corresponde a las Obras Misionales Pontificias. Se trata de cuatro herramientas que el Espíritu Santo pone en manos de los pastores y de los fieles para que promuevan en el seno de la Iglesia, de sus comunidades y en cada uno de los cristianos, el espíritu genuinamente misionero universal. Una de estas obras se dedica a los niños y a quienes tienen que ver con ellos: padres de familia, educadores, catequistas, etc. Es la Infancia Misionera o Santa Infancia. Otra de las Obras se preocupa porque las Iglesias recién fundadas tengan pastores nativos propios, tanto sacerdotes, como religiosos, como seminaristas, es la obra de San Pedro. Que hermoso fuera que los enfermos apoyaran, con sus oraciones, sacrificios y limosnas a la obra de las vocaciones en los territorios de misión. Sin sacerdotes, por ejemplo, no puede haber Eucaristía, ni pueden haber iglesias maduras y formadas. Y finalmente otras dos obras, la Propagación de la Fe con su preocupación por la formación del espíritu misionero en todos los sectores del pueblo de Dios, incluida la familia, y la Pontificia Unión Misional, que se propone animar a los pastores para que desde su vida y su trabajo sean misioneros. De estas dos obras depende, la UNIÓN DE ENFERMOS MISIONEROS. 7 LA UNIÓN DE ENFERMOS MISIONEROS Servicio de pastoral misionera «La Unión de Enfermos Misioneros es un servicio de las Obras Misionales Pontificias, como una expresión de apostolado misionero, para ayudar a la Iglesia universal desde la aceptación cristiana del sufrimiento humano» (Estatutos de la U.E.M.). Esta obra concreta, entonces, para los enfermos, el servicio de animación, formación, organización y cooperación misionera, en este caso referido a los enfermos, a los ancianos, a los limitados físicos, o a quienes sufren cualquier enfermedad, a sus familias, a los que están dedicados a los enfermos y a sus pastores.

18 Enfermos activamente misioneros La Pontificia Unión Misional se propone aprovechar el enorme caudal de gracias y bendiciones que pueden ofrecer los enfermos crónicos, los ancianos, los limitados físicos y los que padecen alguna enfermedad o dolor, en bien de la Iglesia y de la salvación de toda la humanidad. Pues bien, esta Obra misional ayuda a los enfermos, a quienes los asisten en su enfermedad y a sus familiares para que descubran el tesoro escondido de gracias de salvación que existen en el dolor, en las enfermedades y en los sufrimientos humanos. Cimentados en la espiritualidad En la Unión misional, se ofrece a los enfermos la vivencia de una espiritualidad con dimensión misionera que se convierte en fuente de santificación, puesto que en la escuela de la Cruz del Señor, ellos se hacen sus verdaderos discípulos, los testigos vivientes de su muerte y resurrección ante quienes los rodean y ante el mundo entero. En comunión fraterna La comunión misionera que se crea, les permite establecer, además, lazos especiales de fraternidad con todos los que son golpeados por el dolor y las limitaciones. En apertura universal Y, sobre todo, los vincula y les abre los horizontes de la misión universal para que contribuyan eficazmente con su ofrenda de oraciones, de sacrificios, de inmolación, a la acción misionera de primera evangelización en el mundo entero. En efecto, el enfermo, con la ayuda (te sus animadores entenderá que puede cooperar desde su lecho de dolor, a la manera de Cristo en la Cruz, a su anuncio entre quienes no lo conocen, a la construcción de comunidades eclesiales nuevas, a la promoción de los valores del Reino de Dios en todos los lugares, al sostenimiento y apoyo de los misioneros y misioneras que están en el campo de acción, o a los que se sienten débiles o desanimados. En la escuela de la cruz de Cristo Hablando del valor redentor del dolor humano, el Papa Juan Pablo II dice que «en la medida en que el hombre se hace partícipe de los sufrimientos de Cristo — en cualquier lugar del mundo y en cualquier tiempo de la historia —, completa a su manera aquel sufrimiento mediante el cual Cristo ha obrado la redención del mundo». El enfermo desde su fe debe descubrir en su dolor y sufrimiento la cercanía del amor de Dios, ‘su identidad con Jesucristo Redentor, la presencia del Espíritu Santo que lo santifica, lo salva, lo fortalece y le permite ofrecer su dolor por la obra evangelizadora de la Iglesia. Quien sufre o está enfermo puede exclamar como San Pablo “cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo”, pues su fe y su participación activa en la vida sacramental le conceden la gracia de identificación con Jesucristo, con lo cual se hace miembro vivo de su cuerpo. La verdadera liturgia Es más, toda la Vida del cristiano es una ofrenda, una hostia viva presentada a Dios para la salvación del mundo, la liturgia celebrada se hace vida y se prolonga en la acción y en la pasión del cristiano. Esa posibilidad de hacer realidad la mediación salvadora única e insustituible de Cristo, alegra al apóstol: “ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros”. 7.1 LOS OBJETIVOS DE LA UNIÓN DE ENFERMOS MISIONEROS Para ayudar a que los cristianos le den al dolor su Verdadera dimensión, la Unión de Enfermos Misioneros, se propone los siguientes objetivos: 1. Animar misioneramente a quien está, enfermo, anciano o limitado físico para que ofrezca sus oraciones y sufrimientos por la conversión de los no cristianos y la santificación de los misioneros.

19 2. Ayudar espiritualmente a los enfermos para que vivan la dimensión redentora del dolor como medio para su propia santificación, y como cooperación a las necesidades de la Iglesia y por la salvación del mundo. 3. Buscar que el enfermo misionero sea también misionero con otros enfermos, con su propia familia y con las familias de otros enfermos, de modo que se apoyen en la oración y en la amistad. 4. Ayudar al enfermo a valorar el sufrimiento en el plano espiritual, para que lo acepte a la luz de los sufrimientos de Cristo y de María. 5. Apoyar en cada parroquia la organización de la Unión de Enfermos Misioneros, para que desde la pastoral de la salud se ayude al enfermo a Vivir la dimensión misionera del dolor. Colaborar activamente con los organismos implicados, en atención a que todo acto de caridad y servicio al prójimo es de por si evangelizador, de dimensiones universales, para que se dé una buena calidad de atención a los enfermos, en todos los aspectos. 7.2 LOS MIEMBROS DE LA UEM Los enfermos y los servidores de los enfermos Los miembros principales de la UEM son todos los enfermos, los ancianos, los limitados y quienes trabajan en la pastoral de la salud o en la atención parroquial de los enfermos que se hayan escrito voluntariamente en la UEM. Apóstoles desde el dolor Cada cristiano está llamado por Cristo a continuar su obra redentora como su apóstol, su enviado o misionero y a compartir el mensaje de salvación, los dones dc la le y la gracia de los sacramentos con la humanidad entera. Desde su propia condición, el enfermo, animado, motivado y formado misioneramente puede ofrecer sus sufrimientos, de una manera consciente y serena, por la redención del mundo. En medio de las circunstancias adversas que tienen que soportar a causa de la enfermedad y del dolor, la espiritualidad misionera le ayuda a sentirse confortado con la presencia de Dios Salvador, a experimentar la misericordia infinita de Jesucristo que lo amó y se entregó por él en la Cruz. El enfermo que vive su dimensión misionera se sabe en las manos de un Padre que lo ama, es consciente de que su dolor unido al de Cristo y al de los demás enfermos es una gran fuerza de salvación para todos. Vive la realidad eucarística de su vida y se siente una hostia viva, agradable a Dios, por la salvación del mundo unido a quienes realizan la obra misionera de primera evangelización entre los no cristianos. 7.3 COMPROMISOS DE LOS MIEMBROS 1. Inscribirse mediante la correspondiente ficha que se entrega al coordinador parroquial de UEM y si esta no existe en la parroquia, se envía a la Dirección Diocesana de las OMP, o a la Dirección Nacional de las mismas en Santafé de Bogotá D.C. En estas oficinas inscriben cl nombre dc cada enfermo en el libro de oro de la Pontificia Unión Misional para que participe de la comunión misionera no solo dc las eucaristías y oraciones de los misioneros del mundo entero, sino también de los enfermos asociados. 2. Además, el enfermo misionero se compromete a:  Hacer de su propia enfermedad y sufrimiento un medio de santificación sintiéndose participe de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo a la que esta-i vinculado desde el bautismo y la eucaristía.  Ofrecer diariamente su dolor por las misiones junto con sus oraciones por las misiones y misioneros del mundo y por los enfermos inscritos en la Unión de Enfermos Misioneros.  Testimoniar con su ejemplo Vivo e irradiar su fe, su esperanza y caridad a los miembros de la propia familia, a los amigos y a los otros enfermos.

20 

Unirse a Jesucristo con la oración, con la práctica de los sacramentos (unción de los enfermos, reconciliación y eucaristía) y ofrecerse diariamente como hostia viva al Padre Dios en el cáliz del sufrimiento y de las limitaciones de la enfermedad o la vejez.  Sentir la cercanía maternal de la Santísima Virgen María, quien, de pie junto a la cruz contribuyó como ninguna en la obra de nuestra redención desde su propio sacrificio para unirse y encomendarse a ella con sentido filial.  Meditar y profundizar los misterios de la Vida, pasión y muerte y resurrección del Señor para encontrar en ellos la fuente de su espiritualidad y la fuerza para luchar contra todo lo que pueda ser ofensa a Dios o al prójimo.  Participar con especial fervor en la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo, (11 de febrero). Ayudar, cuanto les sea posible, con aportes económicos para las misiones. 7.4 LOS SERVIDORES DE LOS ENFERMOS La Unión dc Enfermos misioneros ayuda para que todos los agentes dc la pastoral de la salud también estén impregnados del sentido genuinamente misionero. El grupo de pastoral de enfermos, o de aquellos agentes o servidores de los enfermos, debe también animarse y capacitarse misioneramente para ayudar a que los enfermos vivan estas hermosas realidades de la fe. Estos también están llamados a testimoniar y hacer presentes las actitudes de Jesús en la vida de enfermo. Ellos saben que pueden animar y formar a los enfermos cristianos en dimensión misionera y con la práctica de la caridad, evangelizar a los que están alejados o a los no cristianos y además, son quienes suscitan el interés de la comunidad, de las instituciones católicas, para asegurar la mejor asistencia posible a los enfermos y su atención espiritual. 7.5 COMPROMISOS DE LOS SERVIDORES DE LOS ENFERMOS   

Buscar caminos para animar misioneramente a la pastoral sanitaria y organizar los servicios de pastoral misionera de los enfermos a nivel diocesano, parroquial, de las comunidades cristianas y de las familias religiosas. Favorecer e impulsar el compromiso del voluntariado hacia los enfermos y de animadores misioneros de esta pastoral, en la que se destaca la importancia de la formación espiritual y moral de los agentes. Ayudar a que los sacerdotes diocesanos y religiosos, como también a los que viven y trabajar] junto a los que sufren, comprendan mejor la importancia de la asistencia religiosa y espiritual a los enfermos.

7.6 RAÍCES HISTÓRICAS DE LA UEM A finales del primer tercio del siglo XX en diversas naciones existían algunas asociaciones que tenían por objeto agrupar a los enfermos, con el fin de ofrecer constantemente sus plegarias y dolores por las misiones. La Unión de Enfermos Misioneros nació en 1928, del celo de un alma fervorosa y ardiente, Margarita Godet, enamorada del apostolado misionero, e inmovilizada ella misma por la enfermedad. Fue en la diócesis de Pamplona (España), hacia el año 1933, cuando empezó a difundirse, aunque de manera privada, la Unión de Enfermos Misioneros. El año 1940 quedaba erigida canónicamente y en 1945, fue declarada oficialmente por la Pontificia unión Misional como asociación auxiliar de la misma. 7. 7 LA JORNADA MUNDIAL DE LOS ENFERMOS El Santo Padre ha instituido la jornada Mundial del Enfermo con el fin de que sea un momento fuerte de oración de participación y de ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, como también de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano al Santo Rostro de Cristo que sufriendo, muriendo y resucitando realizó la salvación de la humanidad. Y se puedan emprender y potenciar muchas actividades con sentido evangelizador e iluminar el dolor, el sufrimiento y la enfermedad en el contexto de

21 la salvación integral del hombre. Una de las finalidades de la Jornada Mundial del enfermo es realizar una obra de amplia sensibilización sobre los problemas graves e inaplazables, que afectan a la sanidad y la salud y ponernos nuevamente a la escucha del Mensaje, para sentir la llamada a la conversión, para redescubrir de manera viva y profunda nuestra misión en el misterio de Cristo y de la Iglesia «para que el hombre no perezca, sino que tenga vida eterna>> (Jn 3, 16). El sufrimiento, junto con la Palabra del Señor y su enseñanza, se ha convertido en un rico manantial para cuantos han participado en los sufrimientos de Jesús en la primera generación de sus discípulos y confesores y luego en todos los cristianos que les han ido sucediendo a lo largo de los siglos. Ojalá que a la cruz del Calvario acudan fielmente todos los creyentes que sufren en Cristo — especialmente cuantos sufren a causa de su fe en el Crucificado y Resucitado - para que el ofrecimiento de sus sufrimientos acelere el cumplimiento de la plegaria del mismo Salvador por la unidad de todos. Acudan también allí los hombres dc buena voluntad porque en la cruz está el «Redentor del hombre», el varón de dolores, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres de todos los tiempos, para que en el Amor puedan encontrar el sentido salvífico de su dolor y las respuestas válidas a todas sus preguntas > (Lc 4, 38-39). ORACIÓN Y FORMACIÓN A ejemplo de Jesús, los servidores de los enfermos han de prepararse por medio de la oración para alcanzar la gracia de estar disponibles, optimistas para ir al enfermo y llevar el gozo de la Buena Nueva: sembrar en él la esperanza de la salvación. Los servidores de los enfermos también deben pedirle al Señor la gracia de capacitarse continuamente. ANTES DE LA VISITA 1. Entrar en comunicación con Dios, "fuente de toda luz, para llenarse de Él y ser así instrumento en sus manos adorables, recordando que la obra es de Él. 2. Orar por el enfermo, por su familia para que acepten la visita con fe, en nombre de Dios y de la Iglesia. 3. Convenir y preparar la Visita con tiempo. 4. Llegar al enfermo con ánimo, alegre, confiado. Aún en los momentos de mayor tensión y dolor, siempre habrá una posibilidad para sembrar la esperanza y una oportunidad para vivir la alegría que nace de la confianza en el Señor. EN LA VISITA 1. Saludar al enfermo por su nombre, con bondad y cariño.

22 2. Sentir la presencia de Jesucristo en el enfermo. 3. Alimentar en él la esperanza en la presencia salvadora de Dios, en el amor incomparable de la Virgen María, tan madre siempre y especialmente cuando se sufre. 4. Saber escucharlo y adecuar el mensaje a la situación del enfermo. 5. Utilizar el tiempo prudentemente. de tal manera que la visita no sea ni demasiado larga, ni tan corta que demuestre falte de interés. 6. Agradecerle por haber aceptado la Visita y motivarlo para que él y su familia acepten otras. 7. Convenir la próxima visita. 8. Orar con el enfermo y su familia. 9. No compadecerle testimoniando lástima. Esto deprime y no causa ningún beneficio. 10. Decirle con palabras y obras que Dios le ama mucho y que Él en su infinita misericordia siempre sabe sacar cl bien donde nosotros sólo vemos tristeza y dolor. 11. Amar al enfermo tanto como se pueda, por amor de Dios, pero también por amor a él mismo; las personas que se ocupan de los enfermos solamente por Dios y lo hacen con falta de cariño en su conducta, inducen a pensar que no les valoran adecuadamente. 12. El discapacitado lucha por vencer la situación impuesta. No recordarle su enfermedad, haciéndole preguntas porque entonces le hará volver al principio. 13. El mejor aporte a un enfermo es ayudarlo a encontrarse con Dios. DESPUÉS DE LA VISITA 1. Agradecer al Señor él haber permitido compartir con el enfermo o con el que sufre. 2. Hacer informe de 1a Visita (para el equipo). 3. Preparar la próxima visita de acuerdo a las experiencias vividas.

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

ALGUNAS RECOMENDACIONES PARA FAMILIARES, AMIGOS Y VISITANTES Tratar al enfermo como una persona, no como una enfermedad. No olvidar que el enfermo está enfermo y no mencionar casos parecidos. Actuar con naturalidad. No mostrar repugnancia por la enfermedad. Escuchar y establecer una verdadera amistad con el enfermo. Llevarle algo que creamos sea de utilidad para él. No hablar de la enfermedad con otros en presencia del enfermo. Ofrecerle ayuda concreta al enfermo. No es necesario eludir la conversación sobre la gravedad del mal, ni exagerar la situación de la enfermedad, ni darle tampoco poca importancia. Evitar criticar el cuidado que está dando el enfermo. RECUERDA... Ojalá que el enfermo nos diga algún día:

GUÍA DE APOYO PARA AYUDAR AL PACIENTE EN LA COMPRENSIÓN ESPIRITUAL DE LA MUERTE. 1. Fíjate si eres lo suficientemente cercano como para afrontar el tema. Las opiniones personales sobre la propia fe son muy reservadas, no debes discutir con el paciente. 2. Trata de valorar cuán cercanos están y qué nivel de intimidad se ha establecido entre ustedes. 3. Sensibilidad y delicadeza, nacidas de la caridad, para no provocar pánico o rechazo.

23 4. Habilidad para descubrir si hay una falsa concepción acerca de la justicia divina del juicio, del castigo que -puedan estar perjudicando al enfermo. Sensibilidad y disponibilidad para escuchar, sin llegar precipitadamente a condenas o a juicios prematuros. Si no se tiene la facilidad para descubrir el estado de fe del paciente es mejor dejar el trabajo al sacerdote o a alguien más capacitado. 5. El trabajo pastoral de enfermos tiene que ser coordinado con el párroco, con el capellán, con el sacerdote o con el asistente social. Las visitas a los en termos deben ser autorizadas y no es un trabajo individualista. Somos representantes de a Cristo y de la Iglesia y no debemos, en lo posible, causar rechazo o actitudes negativas. 6. Por encima de todo la caridad. La madre Teresa de Calcuta, con su actitud amorosa, de respeto y de servicio ayudó a muchos miembros de otras religiones que, por lo menos en ella, al final de su vida, vieran el rostro de Cristo y experimentaran su ternura. Hay que respetar la opción de fe del paciente. Si las convicciones religiosas del paciente son distintas de las tuyas, respétalas y sostenlas mientras sean útiles al paciente. 7. No tengas miedo de hablar si el paciente lo desea. Así como creemos útil permitir al paciente hablar de los problemas que lo turban, la ayuda consiste en permanecer fieles junto al lecho del paciente y escucharlo con apertura cuando quiera hablar de las convicciones religiosas personales y darle testimonio de nuestra propia fe.