Laurent, Patricia - El Camino de Santiago

PATRICIA LAURENT KULLICK EL CAMINO DE SANTIAGO © I999, 2015. Patricia Laurent Kullick Diseño de la colección: FERRATER

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PATRICIA LAURENT KULLICK EL CAMINO DE SANTIAGO

© I999, 2015. Patricia Laurent Kullick Diseño de la colección: FERRATERCAMPINSMORALES Fotografía de portada: © yulkapopkova / ¡Stock Fotografia de autora: © Juan Antonio Sosa… grupo Reforma Reservados todos los derechos de esta edición para: © 2015, Tusquets Editores México. S.A. de CV. Avenida Presidente Muarik núm. 1, Piso 2 Colonia Polanco V Sección Deleg. Miguel Hidalgo CP. 11560, México, D.F. www,tusquetseditores.com 1 I

l.' edición en Maxi: febrero de 2015 ISBN: 978—607—421—655-4 No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un suslema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio. sea ¡me electrómco, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos. sin el perm¡so prev¡o y por escrito de los titulares del copyright. La mñnocrónide los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 siguientes de la y Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal). Impreso en los talleres de Litogra'ñca lngramex. S.A. de CV. Centeno núm. 162-l, colonia Granjas Esmeralda, México. D.F. Impreso en México * Prinled in Mexico

Debo reconocer mis precipicios: el abandono, la cuna que deja de moverse, la oscuridad. Si escucho agua abundante me lleno de terror. No recuerdo peor vivencia que un baño de mar. Mi pesadilla recurrente es una enor— me ola que se levanta varios metros pero nunca azota. Los otros miedos, indescifrables como relámpagos que ciemen la sangre, son de Santiago, el intruso que invadió mi cuerpo cuando abrí la primera vena. Ese año catorce de mi existencia quedé más triste que nunca. Muy poco por el escándalo familiar, algo por el fallido intento de suicidio y mucho a consecuencia del espejismo que asaltó mi razón. Antes de hallar asilo en el torrente sanguíneo, Santiago me rondaba. Invisible soplaba su aliento sobre -mi hombro. Me acechaba como la antítesis del ángel guardián, esperando el gran momento de flaqueza para integrar su perdida dimensión en la mía. Mientras trazaba la topografia de las rutas encefa'licas que hoy lo albergan, su proximidad me dispersaba obligándome a traficar cual si robara cada memoria de los primeros años, cuando Mina y yo penetrábamos reglas y límites humanos con el entusiasmo de un colibrí.

Señor y dueño de sus aposentos, guarda en sus intrincadas cavernas fotografias llenas de rencor, películas que hace retroceder una y otra vez en la pantalla del hastío. Santiago navega en canoa de rupturas y cuanto más río, más se adentra en salivas embravecidas. Su me— jor coartada es el sueño. Se abren las galerías donde imita la vida: la casa es un edificio en ruinas flotando sobre aguas fangosas. El amante se conviene en chupahuesos sobre la tarántula. La madre, un tobogán de piedra. Intuyo su presencia enroscada en algún túmulo neuronal. —Soy la única dueña del cuerpo —suplico. El argumenta que somos lo mismo. Intento, con este amasijo de hechos, rescatar a Mina. Se encuentra en el azul índigo, tras pozos pro— fundos, lagunas, construcciones vacías. Hace años que Santiago la esconde bajo estas amenazas. Escamotea mi nervio óptico para no rozar, ni por asomo, el túnel que conduce a ella. Santiago rehúsa contribuir con su acervo de palabras, metáforas y sintaxis para imaginar una alternativa llamada Mina. —Esto va demasiado lejos ——impone. Lo tranquilizo con algo de Mozart. También doy a mi cuerpo un poco de café mientras narro el horror de no convencer a nadie. Santiago accede a contribuir con lo que se pueda entender. Es como un espejo fiel al alfabeto desgastado. Observa, entiende, afirma, enton— ces puedo narrar. No soporta que mis dedos escriban algo que no comprende. Teme ser juzgado duramente. De hecho, preferiría no seguir con este absurdo concilio.

Para demostrar que siempre habitó este cuerpo, Santiago sacude un paquete de fotografías tomadas desde mi nacimiento hasta el aturdido instante de la separación. Cual tahúr, abre en abanico las fotografias y escoge una al azar: Mi padre bebe cerveza con sus amigos. No se ve claramente si están en la sala o en la cocina. Llama a sus hijos uno por uno para hacer los chistes que nos enseñó. Mi cuerpo está muy delgado por la falta de apetito y mi actuación consiste en que, mientras mi padre so-

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pla y sopla, yo debo dar vueltas sobre mi eje simulando estar atrapada en un remolino para luego azotar sobre el piso como tabla. Los compadres ríen y aplauden. Embriagada por el éxito, puedo retirarme a la recámara donde mis hermanos mayores planean un motín. El líder es Javier. Tiene entonces doce años y le gusta Consuelo, la hija del compadre Garcés. Su papel (lo pone iracundo por la impotencia de rebelarse) consiste en menear la mano al tiempo que recita -

—-No te vas a ir de aquí. Estamos hechos el unº pºara el otro.

IX ya sé —dice Santiago—.. Aquí está la fotº?”' Ha. Pero esas cosas las dice uno mi pensar. . es Vicente y yo habíamos salido juntos vanas vec'al Nos encontrábamos en el Café A)en)o y de ahi Parttles ——Sí,

mos rumbo a cualquier lado para conocernos. “An'tame había invitado a su departamento. Ahora yo, mºlue da por la luz de las velas y un vmo italiano, le pidº ¡c¡lto. vayamos a un motel. Me)or vamos a mi departam6 Pero Santiago insiste mientras mi aliento, premedlt3da— mente alterado, repta por el cuello de Vicente. En Llegamos al lugar. Entramos con todo y coch-ºn_ C la fotografía se ve claramente que la relac1on esta denada al fracaso. Pasional, ardoroso, rudo, con un toSe Que de brutalidad, Vicente presume sus dotes fisicas-los olvida de mi y se entrega a sí mismo, v1endose en espejos. No tiene la menor intencrón cie/reconocer H;is contornos y complejidades. Piensa, qu1za, que un PC e grande y macizo es suficiente para todo el cuerpº— eyacular me lastima la nuca.

—' e stó? Saritiagíuy

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yo tuvimos un desacuerdo. Yo quería dºº; que tal vez en la próxima nos entenderíamos meyor, PirlSantiago contestó que sí, porque a un hombre comº cente no se le puede decir otra cosa, lo perdenarnos— 31

Sin embargo para mi es un ardid de sobrevivencia. El patio es un lugar escombrado con un solo árbol de mango en el centro. De ahí cuelga una caja de tomates y arriba, entre dos troncos, hay varios tablones sobrepuestos a manera de piso. Es la casita del árbol. Nunca había estado en el patio oscuro. Esta noche no hay luna. Estoy repegada a la pared, cerca de la única luz que sale a través de la ventana de la cocina. Al final del patio cuelga la ropa del tendedero y cerca de la barda se levantan unas cuantas cañas secas. Todos los hermanos han pasado por el patio de noche. Recuerdo la angustia de saberme en cama lista para dormir y alguno de ellos, al que le toca el castigo en turno, está sollozando en la ventana de la recámara de mis padres para que le permitan entrar. El terror me invade. La caja de tomates, que en el día funciona como elevador para subir al árbol, es aho— ra un pequeño ataúd chirriando al compás de la brisa. Las cañas son fantasmas desnudos dispuestos a saltar sobre las sábanas. Estoy sola. El miedo palpita en las sienes y redobla en las venas. Mi mente vuela hacia las planas de letras, la maes— tra, la escuela, la sonrisa de mi madre. Con una envidia— ble destreza, las sombras penetran y anulan la memoria. Recun'o a ñlminas agradables pero pasan rápidamente perdiéndose en las cañas, en la ropa tendida, en el crujido del pequeño ataúd. Grito. Mi voz se confunde con el ruido de los trastos la plática de mi familia en la y

cocina. De pronto, sin saber exactamente cómo, borro la memoria. Estoy con los ojos volcados hacia atrás, bu34

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-do en las cavernas interiores. Luego la nada. Nmmemoria u objeto. Nada. He retrocedido basta el del abismo y caigo. Floto sin cuerpo, sin ºjos, sm



u e. j.wugllílsalun

vuelo donde el silencio arremete a los tím— ' panes. Me integro perfectamente al vacío. Sannago no ¡(gstá invitado con su cámara fotográfica, de manera que resulta imposible narrarlo. —Estoy aquí, perdido en parajes mdescrfrables. Santiago de los tres colores básicos y las vemtmueve 7ktras. ¿De qué color es el miedo? No contamos con esa respuesta en el universo del espectro. No sabemos : 3 qué hora se nos llenan las nubes de un color ajeno a ' _

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lavida.

_ Vicente está furioso. No puede acompanarme adonel: los ojos se vuelcan al abismo.. ' —¿Q1é fue lo que pasó? Dime en que momento lº dí todo. " p£;toy recostada sobre un sofá. Levanto los hombros con la mirada puesta en el truco infantil. Llevamos dias ' así. El me hace el amor y yo remonto el vuelo le)os de todo sentimiento. Pero no puedo deshacerme de Sennago: Compone cada frase, acomoda las letras y contesta. ' ——No sé de qué me hablas. Vicente se incorpora súbitamente. —Perdóname por haberte golpeado. ——No somos rencorosos —Santiago me habla al oído—. Le perdonamos todo, simple y llanamente se acabó. Debemos seguir nuestro camino. -—Se acabó -—citó Santiago. V1cente da vueltas como gato en barda. '

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—'

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E'Í

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—Tú me provocaste. Ahora te haces la inocente.