Citation preview

diOC Laurent; PSICOANÁLISIS Y SALUD MENTAL

TRIS HACHIS

l psicoanálisis y la Salud Mental mantuvieron y mantienen relaciones tensas. En este libro Eric Laurent se ocupa de estas relaciones y estas tensiones asignándole al psicoanálisis y a las institucio­ nes analíticas una posición de responsabilidad. Muestra con gran originalidad un psicoanálisis posible que se compromete con la exigencia de la época; que en vez de autosegregarse en su pequeña identidad, sale y sostiene su presencia en una conversación con los otros y con los días, ofreciendo no la cura analítica para todos, sino un lugar de uso posible para todos. Ante los desafíos que presenta la Salud Mental, Eric Laurent explica por qué el psicoa­ nálisis es una práctica eficaz, y por qué puede seguir sosteniendo esta eficacia -que, al pre­ sentarse como el revés del lugar del sentido dentro de la civilización, tiene su importancia sobre el síntoma- especialmente en un siglo XXI en el cual lo que no tenga eficacia no va a tener lugar.

I.SB.N.987-9318-10-2

E

Otros libros publicados por EDITORIAL TRES HACHES Jacques-Alain M iller • El hueso de un análisis • El establecimiento de "E l Seminario" de Jacques Lacan • La transferencia negativa • Seis fragmentos clínicos de psicosis Eric Laurent • Posiciones femeninas del ser • Psicoanálisis y Salud Mental Barbara Johnson • La carta robada. Poe, Lacan, Derrida Mario E. Teruggi • El "Finnegans Wake" por dentro Jean Paulhan • E l guerrero aplicado F riedrich N ietzsche • El caso Wagner Jacques D errida • Ulises gramófono. Dos palabras para Joyce Autores varios • Psicoanálisis y Derechos de las Personas Javier Aram buru • El deseo del analista Juan Carlos Indart • La pirámide obsesiva Nieves Soria • Psicoanálisis de la anorexia y la bulimia Roberto Mazzuca, Fabián Schejtm an y M anuel Zlotnik • Las dos clínicas de Lacan. Introducción a la clínica de los nudos

Eric Laurent

Psicoanálisis y Salud M ental

E23 TRES HACHES

CENTRO DE

}rrv. N®

056 94

Ilustración de tapa: Los amantes, de René Magritte (detalle modificado) _ Diseño: J.S.P. I.S.B.N. 987-9318-10-2 © 2000, EDITORIAL TRES HACHES Junín 558, piso 9°, of. 905 (1026) Buenos Aires Argentina Impreso en Argentina - Printed in Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

La extensión del síntoma hoy 1. La extensión del síntoma psicoanalítico * El psicoanálisis es contemporáneo de una operación sobre la clínica de la mirada, en el sentido que Jacques Lacan y Michel Foucault podían dar a ese término. Freud es contemporáneo de Kraepelin y retomó y adoptó de él la clínica transformándola, adaptándola a su experiencia. Su primer movimiento es de simplificación y ordenamiento. Conserva las tres neurosis de transferencia, dejando de lado las neurosis actuales. Para las psicosis adopta los dos grupos kraepelinianos, separando manía y melancolía, por un lado, y paranoia y demencia precoz (luego esquizo­ frenia), por el otro. Hecha esta adopción, aparece un segundo movi­ miento. La introducción del narcisismo le permite llamar la atención so­ bre las dificultades que presentaban las personalidades narcisistas. El mal estaba hecho. Algo del psicoanálisis, el narcisismo, comenzaba a sobrepasar, a complicar, a subvertir la clasificación clínica psiquiátrica. El Hombre de los Lobos es pronto el ejemplo mismo del caso siempre inclasificable. La práctica de los psicoanalistas llegó rápidamente a so­ brepasar los límites freudianos en todos los aspectos. Con Mélanie Klein y sus alumnos, la interdicción extendida sobre las psicosis infantiles fue subvertida a partir de 1930. En Viena, en la misma época, Paul Federri continuaba las investigaciones que él mismo y su hijo venían realizando en los Estados Unidos. Contemporáneamente, el Instituto de Berlín, con Alexander y Édith Jacobson, se interesaba en las personalidades narcisísticas y las perversiones. Los húngaros extendieron las aplicacio­ nes prácticas del psicoanálisis por una gran soltura del setting (encua­ dre) poniendo el acento en la transferencia más que en el marco. La prolongación del psicoanálisis a los niños psicóticos vino rápida­ mente a poner a los psicoanalistas en contacto con estados psicóticos precoces; luego con el autismo. La extensión de esta clínica a los niños traumatizados, a los niños abandonados, hospitalizados, extendió la inter­ vención del psicoanalista hasta tal punto que las indicaciones clínicas clásicas de las neurosis parecieron perder su pertinencia.

5

La práctica con los adultos sigue el mismo camino. Incluso en los Estados Unidos, donde la inclusión de las psicosis en la práctica kleiniana tenía poco alcance, los emigrados del Instituto de Berlín sobrepasaron la Ego-Psychology por la atención prestada a las personalidades narcisistas, tras lo cual el resultado fue la transformación del anafreudismo por la transferencia narcisista al Otro. Las toxicomanías y las antiguas per­ versiones pronto se incluyeron en las nuevas demandas así tratadas. Agreguemos el acompañamiento del psicoanálisis a la invención social de la adolescencia bajo la figura del teenager y de sus crisis, puesta a punto terapéutica de las edades de la vida. El psicoanálisis en realidad respondía a tal multiplicidad de casos que tenía problemas para orientarse. Hizo falta Lacan para enunciar que en verdad el psicoanalista freudiano descubre así una dimensión clínica que le es propia, la de la demanda insatisfecha. Hemos creído poder domeñarla por normas válidas en todos los casos. Esto es analizable, esto no lo es. Los desacuerdos han sido siempre escandalosos y el deba­ te confuso. Aumentando la extensión de los síntomas suscitados por su acción, el psicoanalista disolvía la clínica y sus taxonomías; por ello mis­ mo el lazo freudiano entre categorías e indicaciones se encontraba di­ suelto. El resultado de esta extensión de la práctica fue la pérdida del sentido del síntoma. En esas condiciones, o bien únicamente valía el fan­ tasma, o sólo valía el síntoma como frontera entre una categoría clínica y otra; cada una se encontraba así subvertida. Esta disolución pragmática de las barreras y las reglas en el psicoa­ nálisis acompaña a aquella que se realiza fuera de él. 2. Las clínicas en competencia La clínica de la mirada se ha, en principio, transformado por las nuevas prácticas jurídicas y humanitarias. Estas aparecen a partir de cuestiones que llevan al sentido del síntoma, abiertas por la fenomenolo­ gía que marca el comienzo del siglo y que acompaña el esfuerzo psicoanalítico de la interpretación. Las taxonomías clínicas coaguladas son sa­ cudidas a partir de dichas prácticas y técnicas psicosociales que ponen a trabajar. Una corriente de verdadero disgusto por las formas clásicas de •

6*

segregación marca a la psiquiatría progresista, llamada dinámica. En esa corriente se aproximan tanto los practicantes del sentido de la relación al otro, como los mecanicistas sociales que rechazan las segregaciones sedimentadas. A continuación, es la clínica de la medicación la que cambia la sensibilidad del siglo. De la clínica del sentido, aquella del uso social, se pasará a la que remodela el nuevo uso de los psicotrópicos y del nuevo gusto social que estos facilitan. Una yuxtaposición de clínicas sale a la luz en la psiquiatría: las fuentes llamadas psicodinámicas de la clínica, surgidas del modelo hermenéutico transformado por el psicoanálisis. A continuación, aparecen las causalidades atribuidas a las modificaciones psicosociales. Finalmente, los diferentes psicotrópicos, en principio la chlorpromazine, luego la imipramine, que constituyen los paradigmas de la serie de los antipsicóticos y los antidepresivos, vinieron a desordenar los equilibrios adquiridos. Se opera entonces el retorno de la psiquiatría en la medicina. A las clínicas tradicionales van a agregarse prontamente las clínicas de la epidemiología, la clínica bioquímica, las esperanzas genéticas. Estos diferentes niveles no se corresponden forzosamente ni se traducen armoniosamente uno con otro. El único montaje teórico posible viene a revelarse como un bricollage taxonómico inédito. Bajo la máscara tranquilizadora, ya co­ nocida en la historia de la medicina, de la búsqueda de una lengua epidemiológica única, un fenómeno nuevo viene a producirse. Bajo el nombre de DSM, la Asociación Psiquiátrica Americana puso a punto Una Conversación sobre el síntoma en el seno de la comunidad psiquiá­ trica americana. Se sometió a votación la necesidad conceptual de equi­ librar, de forma inédita, los conceptos que sedujeron a la mayoría de los psiquiatras, las modificaciones de los ideales psicosociales de normali­ dad en curso, los nuevos modos de tratamiento farmacológico, los usos terapéuticos de las nuevas sugestiones. Así se engendraría un modo emi­ nentemente perecedero de clínica que se quiere global, mundial, integrando todas las tradiciones clínicas, todas las prácticas en su diversidad. Se trató de un cüestionamiento radical de la clínica que se puso en marcha y entre el DSM3, el DSM3 revisado y el DSM4, empezó a apa­ • 7*

recer una verdadera descripción psiquiátrica de comportamientos socia­ les. Siguiendo la descomposición en síndromes fragmentados de la clíni­ ca, cada uno podía encontrar su lugar en ese gran libro que se abría. Fue vivido en principio como un encantamiento en los años 80. Pero un ma­ lestar sale a la luz. Lejos de producir una segregación cerrada entre lo normal y lo patológico, cernida por muros, luego cernida por prescripcio­ nes medicamentosas estrictas, todo acabó por enturbiarse. El encantamiento producido por la clínica del medicamento y la extensión de esas indicaciones, terminó por producir un extraño males­ tar. Seguramente había un remedio para todo, éste es el aspecto fortifi­ cante de la promesa terapéutica. Su envés es que puede emerger mucho más la estricta causalidad bioquímica; lo patológico avalando la idea mis­ ma de lo normal. Si todo es susceptible de un tratamiento medicamentoso, según una indicación estrictamente terapéutica o por extensión cosméti­ ca, ¿dónde se sitúa, entonces, la frontera entre lo normal y lo patológico? Es por este camino que la descomposición clínica contemporánea en el dominio psiquiátrico exponencializa la interrogación que supo llevar Canguilhem, maestro de Foucault, sobre la nueva significación de las normas de lo viviente. «El funcionamiento desregulado no es un caso derivado del cual la verdad sería el caso normal. Lo patológico no es ausencia de norma. Indica por el contrario una configuración nueva del organismo, una adaptación posible del viviente a las perturbaciones del medio exterior o interior por la puesta en su lugar de otras normas. La enfermedad (...) empuja a la vida a comprenderse como creación de normas». A partir de esta perspectiva, Canguilhem consiguió subvertir la definición tradicional del síntoma como «fenómeno biológico accidental propio para revelar la existencia, el puesto y la naturaleza de una afec­ ción mórbida». Lo que es verdad en el dominio médico limitado lo es aún más luego de que la medicina ha (re)incluido a la psiquiatría. El efecto paradojal del retorno de la psiquiatría al seno de la medi­ cina, producido por la nueva eficacia de los psicotrópicos y el avance de la biología, es justamente éste: lejos de reintegrar simplemente la enfer­ medad mental en la ciencia y de clausurar el problema, ese retorno hace patente la fabricación de nuevas normas para lo patológico. Testimonio de esto es la constitución de la clínica sobre las yuxtaposiciones de mono-

8

síntomas. Ya sea que se trate síndromes postraumáticos, de toxicoma­ nías, de anorexia-bulimia, de trastornos obsesivos compulsivos, de de­ presiones, o de desórdenes de la identidad, vemos aparecer una clasifi­ cación extremadamente extraña por su extensión y por la naturaleza de aquello que allí se incluye exactamente. En un sentido tenemos la sensa­ ción de reducción extrema de la clínica a algunos simples rasgos. Esta reducción contamina también el conjunto de la clínica y toca, cada vez más de cerca, a todo el resto. Frente a los grandes rasgos sistemáticos, o a la clínica freudiana clásica, tenemos rápidamente la sensación de encontrarnos en una suerte de enciclopedia china en el sentido de Borges. Pero no es necesario detenerse por esta sensación. En esta des­ composición misma, y el modo de tratamiento que engendra, algo nuevo surge. Ya no se trata más de curar, se trata de determinar la evaluación de una cierta eficacia sobre los modos de lo viviente así definidos. La invención del sistema de evaluación de la eficacia forma parte así de las normas que lo viviente ayuda a definir por la organización misma de su síntoma. Artimaña de lo viviente, así se organiza lo que la norma cree que es el tratamiento de la enfermedad, cuando se trata de una subver­ sión de la norma por la organización misma de lo que ya no podemos llamar enfermedad sino síntoma. El síntoma invade las normas del campo social. Constituye aquello que más bien vamos a llamar «estilos de vida». El DSM llega de hecho a poner en su lugar síntomas como nuevas normas dé lo viviente, lo que llamamos con J.-A. Miller, quien supo extraer el término de Lacan: mo­ dos de gozar. Estamos, a la vez, en la época del Spleen y en la de los modos del Joy. El psicoanálisis recuerda que no alcanza la época más que por una vuelta intransitiva por el Otro. Incluso auto-erótica, ¿¿¿hay??? No disfrutamos -enjoy- de una coca-cola, disfrutamos de la coca-cola del Otro.

3. Los modos del Otro en presencia Pero ¿de qué Otro «enjoy Coca-Cola»? ¿Cómo se organizan nues­ tros modos de gozar? Lacan se dedica, en 1938, a una investigación sobre «los complejos familiares». Evalúa las formas de la familia exis-

.9.

tentes a la medida del complejo de Edipo, y deduce de esto que la verdad de la historia de la familia se verifica en las formas del matrimonio. Anun­ cia que la historia de la familia va a ser reemplazada por la historia del matrimonio. Es exactamente lo que nosotros constatamos. La historia de la familia se ha detenido sobre la falsa evidencia de la familia nuclear. Asistimos a una historia del matrimonio tan interesante como fue la del parentesco. La historia del matrimonio es también rica en enseñanzas como la de la kinship (parentela). Complejizamos todos los días la defi­ nición del matrimonio puesta a punto por Santo Tomás de Aquino quien retomó a Aristóteles. Supo, mejor que San Pablo, definir el matrimonio no como lo que permite no arder, sino como lo que permite verificar la función social de criar a los hijos. Habría estado sin duda sorprendido por nuestras preguntas modernas sobre el matrimonio que ponen en duda su idea de lo Natural. Nos encontramos actualmente con especificaciones inéditas que van del contrato de concubinato a los contratos de común acuerdo de tal o cual aspecto solamente patrimonial y de derechos, hasta un contrato múltiple y a la medida de los lazos de la pareja, sea homo o heterosexual. Una historia vino en reemplazo de otra y apenas nos he­ mos percatado de ello; creemos que es solamente asunto de sociología. ¡Qué error! El psicoanálisis debe, sin embargo preparamos para este cambio. Nuestra clínica es, precisamente, ésta: el sentido de nuestra perspectiva de trabajo del partenaire-síntoma es el de una variación inaudita de la pareja y de aquello que la une y la desune. Esto es lo que se deduce de una problemática del lazo en cuanto a que satisfaga o no a la pulsión. Luego que se revela el recorrido entre la norma y los modos satisfacción de lo viviente en una civilización dada, podemos llamar a esto adaptar los muros y las normas. Podemos también considerar, junto con Canguilhem y Lacan, que se trata, para lo viviente, de la instauración de normas particulares en cada oportunidad, sobre un modo de existen­ cia, sobre un modo gozar. Es por esto que se remodela la función paterna y su otro, goce femenino. Freud permaneció tributario de una tentativa de definición del padre a partir de la historia de la paternidad concebida sobre el modelo más o menos darwiniano o darwinlamarckiano. Su me­ ditación última sobre Moisés fue sin embargo de otra inspiración, puesto que se sustrajo de la historia biológica para no inscribirse más que en la

10

historia textual. Le quedó a Lacan deducir el padre no de la familia, la parentela -kinship- y la procreación, sino del matrimonio y de los mo­ dos según los cuales el hombre llega a hacer causa de su deseo a la mujer que se ocupa, por otro lado, de sus objetos a. Bajo el nombre de pére-version, Lacan prolonga, en su enseñanza de los años 70, las con­ clusiones sobre los complejos familiares de 1938. La historia de la familia es ahora más bien aquella de los modos de hacer pareja, entendidos en el sentido psicoanalítico de los modos de gozar del Otro en una civilización dada. Es necesario aún estudiar cómo el hijo, como objeto a de uno de los términos de la pareja, puede tener allí su lugar, cualesquiera sean los modos por los cuales se solicita su apari­ ción. 4. La verdad del síntoma y la del partenaire La contingencia del amor y la del síntoma se reúnen en las nuevas normas que uno y otro introducen en nuestro mundo. Las parejas se hacen y se deshacen en una contingencia cada vez más aparente. Pero lejos de que la norma en apariencia se extienda, la cuestión de las nuevas leyes y de las nuevas normas se impone todavía más. Estamos en la época del Otro que no existe y de sus comités clíni­ cos. La coexistencia de múltiples clínicas con las cuales ninguna creen­ cia absoluta se vincula es, ciertamente, la que corresponde a nuestra civilización. Solamente se trata de hacer uso de ellas. En vista de esto, el tratamiento moral puede ser tan válido como la bioquímica más moderna y afirmada. La extensión del síntoma y la extensión de la pareja vont depair et de pére [van en pareja y de padre], según la homofonía que permite el francés. Esta extensión puede conducir a una suerte de relativismo clíni­ co postmoderno en el cual anything goes [cualquier cosa va]. Nuestro aporte es otro. Sabemos que si los síntomas son modos de gozar, se segregan unos a otros, puesto que no hay ningún sentido común en los diversos tipos de síntomas. Hay entonces que inventarlo. Es por esto que es necesario continuar, con la misma necesidad que la del síntoma, la conversación sobre el síntoma mismo.

11

En tanto los debates sobre la clínica conducen a la existencia o no de categorías borderline más bien para admitir que todo es límite de todo, la discusión parece ingenua. Se trata más profundamente de acu­ sar la incredulidad en la clínica. Respondimos a esta exigencia de mu­ chas diferentes maneras en la historia del movimiento lacaniano. En un comienzo respondimos que era necesario ignorar esas sire­ nas de la modernidad. Conocíamos nuestros síntomas, aquellos que Freud nos había dejado: neurosis, psicosis y perversión. Con esa vuelta a la clínica freudiana pudimos desafiar o afrontar cualquier estado límite. Pero hemos testimoniado también sobre nuestra práctica clínica en el enorme esfuerzo de publicaciones que hemos continuado por años. Nuestra práctica del caso es muy extraña. No se trata para nosotros de ir a la búsqueda del caso que contradiría la coherencia de la clase clínica. Tampoco intentamos adoptar una postura popperiana. Partimos de la inscripción de un sujeto en una clase de tipos de síntomas, por ejemplo la neurosis obsesiva, para obtener lo más singular de su síntoma. En el mejor de los casos, partimos de una neurosis para obtener al final «el Hombre de las Ratas». Es una extraña práctica que termina por cuestio­ nar la consistencia de las clases clínicas. Nos hemos aproximado así a un segundo estado de la clínica de Lacan, más irónica, para considerar cómo Lacan transformó poco a poco las categorías clínicas a partir de la práctica psicoanalítica. Se trata allí de otra subversión que la de la extensión, se trata de otra definición en intensión del síntoma. No es a partir de nuestra clínica de viejos creyen­ tes (neurosis, psicosis, perversión y nada más) que hemos podido enten­ der los enunciados aparentemente paradojales de los años 70 construi­ dos sobre la modalidad de «todo el mundo delira». Hemos podido comenzar a abordar esta segunda clínica en Arcachon el año pasado, luego de una reunión de las Secciones Clínicas. La segun­ da clínica de Lacan no es una clínica de fronteras y de imprecisiones, es una clínica de puntos de capitón. Como ha dicho J.-A. Miller: «En los dos casos tenemos un punto de capitón: en un caso, el punto de capitón es el Nombre-del-Padre; en el otro, es otra cosa que el Nombre-del-Padre... La metáfora como estructura puede adueñarse y ocupar el lugar de ele­ mentos clásicos. El elemento clásico por excelencia es el Nombre-del-

•12

Padre. Pero ella puede también apoderarse de elementos no estándares. El Nombre-del-Padre es un estándar en nuestra civilización. Pero la me­ táfora puede muy bien articular elementos que no pertenecen más que a un sujeto. Es allí donde se abre la dimensión de «la invención del sínto­ ma».1El síntoma, situado más allá del sufrimiento del cual nos habla el prefacio del Volumen del Encuentro,2 definido por la identificación al síntoma, por su contingencia, es lo que permite a cada uno taponar el agujero de lo imposible de decir. La época del Otro que no existe llama, o bien a modos de trata­ miento del goce por los Comités de ética, o bien por las metáforas del síntoma. Es lo que J.-A. Miller tuvo oportunidad de decir en los semina­ rios de Madrid y de Barcelona luego del curso que hicimos en común. Arcachon lo completó y hoy damos en conjunto un paso más con los estudios que nos van a conducir hacia el término de partenaire-síntoma. Lejos de compartir el relativismo posmodemo, sabemos que las sa­ lidas normales del síntoma no encuentran su lugar más que si llegan a alojarse en un discurso conveniente para no conducir a la guerra de los síntomas. El siglo veintiuno será el de la biología. Los cuerpos y la naturaleza serán cada vez más desplazados de allí. Los síntomas no harán más que florecer. Esta es la oportunidad del psicoanálisis para demostrar que no tiene nada que ver con una psicoterapia. No supone ninguna psiquis sino los cuerpos y su goce, así como las invenciones sintomáticas que consiguen producir de su encuentro contingente con el parásito del len­ guaje jd a subversión del partenaire que implica. No somos solamente los desgraciados de la falta-en-ser, no hay más salida que en las formas por las cuales llegamos a hacer metáfora del exceso que nos habita. Así pues, ¡hacia elpartenaire-síntomal Ne­ cesitamos ayuda, y decirlo es un «saber alegre»*.^?

* Presentación de apertura al X Encuentro Internacional del Campo Freudiano. Barcelo­ na, 24 de julio de 1998. Versión corregida de la traducción hecha por Liliana Bilbao con la

13

colaboración de Blanca Sánchez y Pablo Russo publicada en E n la c e s n° 2. (N. del E.) 1. Miller, J.-A., L o s in c la s ific a b le s d e la c lín ic a p s ic o a n a lític a . ICBA -Paidós. 2. E l sín to m a c h a rla tá n , textos reunidos por la Fundación del Campo Freudiano, Paidós, Barcelona, 1998.

14

Pluralizadon actual de las clínicas y orientación hacia el síntoma Con este título voy a tratar de aproximarme a la situación actual de la clínica o el uso actual que hacen los practicantes del saber depositado ( ii la clínica. Decir que hay un momento actual en la distribución de los síntomas o en las clasificaciones de los síntomas es algo que nunca va en ile suyo, porque en cierto sentido el síntoma es desde siempre, y la ac­ tualidad es precisamente el esfuerzo por desembarazarse de todo sínto­ ma. listamos atravesando un período fecundo de reordenamiento de todo lo que llamamos síntoma. Este término, que vino de la práctica médica, ahora se ha extendido a manifestaciones de desórdenes que van más allá del campo habitual de la medicina. Ha tomado un sentido extendido de desorden de lazo social. Por otra parte, las consecuencias del saber científico introdujeron, modificaron en la práctica médica, en la ciencia biológica, el conjunto de todas las técnicas que dependen de una manera 0 de otra de este campo. Por ejemplo, no sólo las técnicas biológicas sino las terapias en general han sido tocadas, reordenadas, por las modifica­ ciones de una clínica cada vez más ligada a los desarrollos científicos. Por extensión, las psicoterapias, las socioterapias, todas las disciplinas clínicas en el momento actual de nuestra civilización han sido modifica­ das; ellas dan forma y consistencia a lo que llamamos síntoma. Estamos en una época tan fecunda que se puede preguntar seguramente si el síntoma puede decirse hoy en singular. Así que voy a tratar en tres sen­ tidos la relación del síntoma y la actualidad. Primero, en la actualidad histórica de la clínica, en un sentido amplio, que incluye no sólo la clínica psicoanalítica sino las otras. El segundo sentido es el de actualidad, el de 1í eud hablando de neurosis actuales y de la actualidad del trauma. Diré también algunas palabras en un tercer sentido de actual, considerando las modificaciones que en nuestra contemporaneidad tocan a la reparti­ ción de la autoridad o de la función paterna en la civilización. Primer sentido: la actualidad del síntoma en el sentido de la historia de la clínica. El psicoanálisis tiene una dificultad al hacer la historia de su

15

clínica porque hay una divergencia profunda entre corrientes y tenden­ cias analíticas sobre el estatuto y la definición misma de inconsciente. Hay un desacuerdo de las ciencias que permite acercar a este incons­ ciente neurociencias o logociencias. Con este vocablo poco habitual de logociencias J.-A. Miller agrupaba las ciencias del lenguaje, la lógica, la aproximación de los sistemas de lengua en la mayor generalización. Se­ parar estas logociencias de las otras es más necesario aún en nuestra época, ya que la presentación de la biología, aparentemente, se hace bajo la forma de lengua, del habla de código y de mensaje dentro de la práctica de la biología misma. La estructura del ácido desoxirribonucleico se presenta como una secuencia de proteínas que producen cadenas sintácticamente articuladas, y se habla de lengua en este campo de in­ vestigación; pero es una lengua completamente formalizada, es una len­ gua sin equívocos, y lo que hay como equívocos son errores de reduplicación, y cuando los hay son muy desagradables porque son la causa de cierto número de enfermedades. En cambio, la metáfora bioló­ gica invade las lenguas formales y, por ejemplo, en todas nuestras pe­ queñas computadoras se habla de virus que tienen consecuencias muy problemáticas también, o la gente de Microsoft habla burlándose del ADN de Microsoft, de su software, que va a infectar todas las máquinas que encuentre en su camino, y animar toda clase de máquinas como las heladeras, que con un pequeño programa funcionarán para conectarse con Internet, etc. Así que para orientarnos a partir de las logociencias, necesitamos decir que la particularidad de la orientación lacaniana es esta definición de un inconsciente estructurado como un lenguaje y que este lenguaje se construye como equívoco siempre sometido a la imposi­ bilidad de la univocidad. Esto fue lo que aseguró la clínica de la orienta­ ción lacaniana y le permitió conservar una unidad de aproximación en su definición del síntoma frente a la dispersión de la clínica psicoanalítica tras la muerte de Freud. La dispersión clínica dentro del psicoanálisis fue progresiva. Hay que acordarse de que Freud primero definió la clínica en un marco que es esencialmente el de la clínica de Kraepelin pero simplificada. Kraepelin, clínico alemán contemporáneo de Freud y pro­ fesor de psiquiatría en Munich, había ordenado la clínica a la alemana. Freud tomó más o menos su clasificación, pero simplificándola: tres neu-

16

i osis -obsesión, histeria, fobia-; fiara las psicosis, dos campos esencia­ les, paranoia y parafrenia de un lado, manía y melancolía del otro, y para las perversiones fue más bien Krafft-Ebing -e l equivalente vienés de k iaepelin- quien hizo la clasificación que Freud simplificó también. Freud siinplificó esta última clasificación, hecha en la misma época que Kraepelin en Munich, centrándola sobre la diferencia sexual y la castración. Para iniciar en la práctica a sus alumnos Freud estableció casos muy sólidos: un caso de histeria -el caso Dora-, un caso de obsesión -el Hombre de las Ratas-y un caso de fobia-Juanito-, todo esto ya terminado en 1909; luego las cosas empezaron a complicarse. Freud publicó sobre la psico­ sis tras una serie de entrevistas con Bleuler, psiquiatra progresista suizo que quería hacer avanzar la psiquiatría e inventar nuevas formas de asis­ tencia. Siendo su hermana esquizofrénica, Bleuler estaba dedicado a ella y tenía las mejores razones para querer encontrar tratamientos nuevos. A sus dos jefes de clínica, Karl Abraham y Cari Jung, Bleuler les confió la misión de ir a hablar con el vienés, que daba la idea de haber encontra­ do algo nuevo. Ello originó cuatro años de discusiones apasionadas: 19071911, lo que puede leerse en la correspondencia de Freud-Jung. En 1911 I i cud rechaza la idea bleureniana de atrapar la psicosis por una disocia­ ción fundamental deficitaria, ubicándola asimismo por el delirio, por el aspecto productivo parafrénico, paranoide. Lo que luego desorganiza las cosas será la “Introducción del narcisismo”, de 1914, y en 1918 el caso muy bizarro de “El Hombre de los Lobos”. Sergei Pankeiev, un ruso rico rico hasta la Revolución del 17-, ya había visitado todos los psiquiatras de Europa, había tenido todos diagnósticos contradictorios, había consul­ tado ya a Kraepelin en Munich y a Bleuler en Zurich. Llega a Freud pero d caso no se ordena bien, mezcla una neurosis obsesiva infantil, dos episodios delirantes adultos, toda una vida complicada y extraña cuyo diagnóstico no se puede circunscribir muy bien. La clínica analítica em­ pieza a desbordar. Hasta este punto los análisis de Freud eran cortos, seis meses para Dora, un año para el Hombre de las Ratas, cuatro me­ ses para Juanito..., pero el análisis del Hombre de los Lobos empieza a durar cuatro años, y el sujeto siempre pide más. Finalmente va a ser un análisis de por vida, con muchos analistas. Es un caso clínico que sigue interesando a los analistas. Sobre el diagnóstico del Hombre de Lobos

17

'

hay ahora una biblioteca entera, y más o menos cada dos años hay un libro más que se añade al conjunto general. Se evidencia que hay en esto un factor de desorganización potente. A partir de este último, Freud nun­ ca más publicará un caso clínico; ya no puede dar a sus alumnos una brújula con la misma seguridad; él mismo ha abierto una nueva puerta, ha entrado en un espacio clínico particular y ha encontrado el fenómeno clínico que produce un psicoanálisis, que es cierta desorganización pro­ pia introducida por el psicoanálisis en las clasificaciones existentes. Lo que tiene el psicoanálisis de más seguro son los grandes casos individua­ les sobre los cuales se orientan su formación y la de sus practicantes. Freud antes de morir toma cierto número de precauciones en el Abriss der Psychoanalyse, pone cierto número de interdicciones; aconseja no ocuparse demasiado de la psicosis, cuidarse con las personalidades narcisistas; vigilar las neurosis actuales y que para los psicoanalistas lo más prudente es hacer un nuevo análisis cada cinco años. Evolución de la clínica en el psicoanálisis Una vez que Freud muere, todas las interdicciones son transgredidas unas a otras. La primera es Melanie Klein, quien antes de la muerte de Freud publica el tratamiento de sujetos psicóticos autorizándose en el hecho de que sean niños: es el caso Dick publicado en 1932. Pero rápi­ damente sigue la publicación de tratamientos de adultos; desde 1949 los alumnos de Melanie Klein, psiquiatras valientes, van tranquilamente más allá de todos los límites que había puesto Freud sobre las psicosis. Otros se unen ajo s kleinianos; por ejemplo, en los Estados Unidos, Federn, emigrado vienés; también los de Berlín, que continúan sus estudios sobre las personalidades narcisistas. La enseñanza de Edith Jacobson, psiquia­ tra y militante socialista, tendrá un gran impacto en los Estados Unidos y va a formar toda una escuela de estudio de la depresión. Llega también, y con un impacto tremendo, la práctica del psicoanálisis con los niños que da a sus practicantes el sentimiento de haber descubierto una mina de oro. Lejos de las fantasías tranquilas de Juanito, en esta práctica se descubren niños invadidos por la angustia, por manifestaciones de la pul­ sión de muerte, por angustias psicóticas, por deformaciones al mismo

18

tiempo fantasmáticas y corporales, que dan al imaginario en general un aspecto absolutamente central. En los años 50 los psicoanalistas de to­ das las orientaciones se encuentran desbordados por la extensión del síntoma y del síntoma psicoanalítico mismo. Al mismo tiempo, se hallan en la euforia del descubrimiento, pero con el sentimiento de perder cada día más el hilo de lo que hacía verdaderamente al síntoma freudiano. La obra de Lacan parte de la crisis de esta extensión. El mantendrá que lo que desborda en el síntoma, más allá de toda nosografía clínica admitida, es que el síntoma se dirige al Otro, y en esto al lugar del Otro contenido en la demanda. En la demanda de curación particular que se dirige al analista, el análisis aísla la presencia del Otro en una dimensión propia, una materia propia. Considera esta demanda como un objeto como tal, materialista, que mina toda clasificación posible, que atraviesa la exten­ sión del síntoma y hace que en el psicoanalista encuentre, lo quiera o no, al sufrimiento humano estructurado como un mensaje, en su particulari­ dad. Lacan, entonces, hace valer que lo importante de este síntoma no es su definición nosográfica sino la materialidad significante que tiene, la envoltura formal. Pero hay que entender la envoltura formal como la materialidad misma del significante en obra, que trabaja, que parasita el cuerpo que sufre. Fuera del movimiento lacaniano, la extensión y el movimiento de extensión del síntoma produce un fenómeno de otra índole. Psicoanalis­ tas de diferentes escuelas y orientaciones subrayan la novedad y la ex­ tensión de la importancia de trastornos particulares más marcados de lo que eran en la época de Freud: los trastornos narcisistas. El interés de los psicoanalistas por estos trastornos narcisistas no viene sólo de las obras publicadas hace quince años por Otto Kernberg o Heinz Kohut, que centraron su obra sobre estas personalidades; todo empieza en Viena en el seminario sobre clínica de Reich y en el Instituto de Berlín, al inicio de los años 20, en el debate sobre las indicaciones animado por karl Abraham. Abraham había transmitido su preocupación a uno de sus alumnos, el psiquiatra Franz Alexander, quien hizo una reconstruc­ ción de toda la clínica a partir de la personalidad narcisista. Están, enton­ ces, los interesados en la personalidad narcisista en los Estados Unidos, a partir de estudios ya sea sobre las depresiones o sobre los borderline.

19

En todas estas producciones clínicas nuevas se dibuja una unidad: el trastorno narcisista, que produce por su importancia misma cierta depre­ ciación de las viejas articulaciones neurosis-psicosis. La enseñanza de Lacan ha tenido sobre esto un efecto paradójico: en un primer sentido insistió en restaurar la articulación, la diferenciación neurosis-psicosis, pero en otro sentido, desde el inicio, 1938, Lacan habla, en un texto titu­ lado Complejos familiares, de la gran neurosis moderna, que reemplaza poco a poco las neurosis estudiadas por Freud y las ubica como neurosis de carácter. Es una reflexión de Lacan en esa época que está directa­ mente inspirada en Alexander y en la corriente berlinesa que leía con mucha atención. Lacan siempre considera estas dos orientaciones al mismo tiempo (me inspiro aquí en indicaciones dadas por J.-A. Miller); por un lado quiere restaurar la diferenciación entre neurosis y psicosis, y por ello va a aislar lo que significa la creencia del neurótico, frente a la no creencia del psicòtico en el padre; por otro lado, Lacan se interesa en las soluciones encontradas por quienes precisamente no pueden confiar en el Edipo. La cuestión va más lejos que las ingenuidades sobre los borderline o las fronteras de las clasificaciones; el problema consiste en interrogar de manera consecuente la evolución clínica, que da al mismo tiempo siempre más importancia a la clínica del narcisismo y, por otra parte, la herencia freudiana. Son estas dos cosas al mismo tiempo las que constituyen la dinámica de la enseñanza clínica de Lacan, lo que produjo tensiones en el movimiento lacaniano. Algunos alumnos de Lacan que lo seguían con convicciones religiosas, por ejemplo católicas, encontraban formidable el hecho de que Lacan hablara muy bien del padre y su importancia, y es por esa razón que en la escuela de Lacan había jesuitas. Antes de Lacan los jesuítas iban aver a los jungianos; no seguían a los freudianos porque consideraban que en Freud había poca cosa sobre la religión. Los judíos laicos seguían a Freud, pero había poco interés de parte del poder católico, mientras que los jesuitas vieron muy rápidamente el interés que podía tener Lacan. No obstante, cuando Lacan empezó a hablar mal del padre, a desvalorizar un poco todo esto, los creyentes se desinteresaron y se mantuvieron en el primer Lacan, al que consideraron esencial. No habían visto el trabajo de pluralización, de reorganización que había operado Lacan sobre el padre del Edipo freu-

20

diano, para decir en un momento que el futuro del psicoanálisis era pasar más allá del Edipo. Lacan ha instalado esta dimensión con claridad muy larde en su enseñanza porque Lacan era prudente; sabía que en una civilización, cuando uno empieza a tocar los nombres del padre, nunca se le perdona. Sócrates comenzó a tocar los dioses de la ciudad, a interro­ gar las creencias y terminó mal. En el Renacimiento o en la escolástica, cuando los lógicos escolásticos intentaron tocar los nombres de Dios, también terminó muy mal para algunos. En el mundo moderno el riesgo lio es hacerse quemar como brujo pero uno termina siendo acusado de inmoral. Es verdad que hay bibliografía de Lacan con comentarios que circulan con el tema “Lacan, lo inmoral”; él sabía perfectamente que eso iba a ocurrir, y es la razón por la cual tuvo mucho cuidado en tocar estos lemas. Cuando ya había iniciado un seminario sobre los nombres del padre debió detenerse de inmediato y recién a partir de los años 70 toca ile nuevo y a fondo la cuestión de la reorganización del Edipo. I I cambio de paradigma clínico fuera del psicoanálisis Entre las disciplinas clínicas fuera del psicoanálisis, la psiquiatría clásica fue el único campo que definió una clínica consistente. Nuestra época está caracterizada por la yuxtaposición de clínicas distintas, inclu­ so contradictorias, que coexisten perfectamente. La modificación de la clínica psiquiátrica comenzó desde la posguerra, antes de los neurolépticos, por los nuevos aportes de los psiquiatras que rechazaban las institucio­ nes carcelarias que había conocido la enfermedad mental. Todo un mo­ vimiento que se puede calificar de psiquiatría social, herederos de los que habían sufrido durante la guerra, ha cambiado de manera central el estatuto del enfermo mental. Luego vino la incidencia de la difusión de los neurolépticos y otras categorías, como los ansiolíticos y los •mi¡depresivos. Esta se mantiene fija desde cierto momento y no pode­ mos encontrar tan fácilmente una medicación verdaderamente nueva. I a difusión de los medicamentos produjo un efecto fundamental, que fue la re introducción, en los años 80, de la psiquiatría en el cuadro de la pinolica médica en general. Terminado el estatuto de médico de segun­ do orden, la psiquiatría encontraba el lugar que había esperado desde

21

siempre dentro de la medicina. Eso fue vivido, a inicio de los años 80, como un encanto. Por fin terminaba la vergüenza que pesaba sobre la psiquiatría que, como la dermatología, acogía a los malos médicos. Por fin había medicamentos para el tratamiento; pero diez años después, a partir de los 90, ya no era tal el encanto; el efecto mayoritario fue más bien un malestar porque al medicar más y más los comportamientos, se encontraba una pulverización de la clínica, una dificultad muy grande para fijar una prescripción respondiendo a una patología estrictamente definida, una prescripción extendida o una prescripción cosmética. La prescripción de ansiolíticos y antidepresivos dio lugar a debates, en la medida en que los efectos secundarios eran cada vez más dominados: dónde poner exactamente la barrera, el límite de la prescripción. Los médicos, lejos de encontrarse tranquilos entre sí, entre practicantes de una misma disciplina, vieron surgir el legislador que ha puesto barreras entre lo normal y lo patológico. En el seno mismo de la psiquiatría reabsorbida en la medicina, liberada del mind/body problem, se asiste al surgimiento de la legislación pública y del nuevo aparato de control de los costos de gestión del sistema de salud. Hay que saber que en la psiquia­ tría de la época precedente el Estado intervenía con los psiquiatras prác­ ticamente sólo en el nivel del orden público; ahora lo hace mucho más en el nivel de costos y de fijar, de limitar, la extensión de las prescripciones. En la práctica psiquiátrica misma, la gran extensión de las prescripciones posibles hizo que lo que fijara el límite en cierto momento fuera menos la clínica que el reembolso de seguridad social. Esta reintroducción se hace según el estilopropio de cada espacio: en Europa es el aparato legislativo y estatal y en los Estados Unidos es dentro del aparato de gestión priva­ do, que es mucho más exigente que el aparato estatal en su control de los costos médicos. En el seno mismo de las lenguas clínicas de los practi­ cantes, se yuxtaponen niveles muy diferentes; por ejemplo, la genética psiquiátrica no tiene las mismas clasificaciones clínicas que la de los profesores universitarios en psiquiatría. Ellos mismos no utilizan la mis­ ma lengua que la de los epistemólogos. La epistemología europea y la epistemología mundial tienen dificultades para ponerse de acuerdo en sus clasificaciones, dificultades que testimonia la OMS. Estas prácticas y estos niveles se yuxtaponen en el sistema de distribución de la salud

22

mental. El lugar que cada uno ocupa en este proceso de distribución orienta de manera pragmática en esta heterogeneidad de la clínica. Ello favorece la idea según la cual no es muy necesario creer en la clínica; hay que creer lo suficiente, pero sin producir guerras de religiones clíni­ cas. En esto, como en otros lugares de las ideologías, hay doctrinas bas­ tante heterogéneas que cambian y se sustituyen unas a otras. Un día se habla de un modelo dopaminérgico para la esquizofrenia con cierto tipo de receptores, al día siguiente se dice que no son estos sitios de bloqueo de la recaptura de la dopamina los pertinentes. Esto no plantea ningún problema y permite seguir la investigación, muy lejos de la problemática pragmática del médico prescriptor. El médico generalista continúa indi­ cando el Prozac, porque la gente viene a pedírselo; él mismo se encuen­ tra desbordado por esta demanda. En cambio, el profesor um -rsitario cree que es finalmente menos útil que las 1MAO y continúa prescribién­ dolas, a pesar del hecho de que necesitan un poco más de vigilancia médica. Estas yuxtaposiciones de prácticas tienen una unidad que es la pragmática de la clínica. En esa perspectiva, la evolución de la clínica psicoanalítica hacia una pluralización, o la falta de unidad de la perspec­ tiva psicoanalítica, está en resonancia perfecta con las doctrinas clínicas en general. El problema es que se introduce una sombra en lo que debie­ ra funcionar perfectamente, el efecto inquietante de depreciación, de obsolescencia, que rodea todo este saber. Siempre se ha de esperar la nueva generación de antidepresivos, para siempre saber que resultan cada día más obsoletos; digamos que hay el mismo efecto de terror que con una computadora: cada uno conoce la experiencia tremenda que es comprar una computadora, uno sabe que al comprarla tiene una certi­ dumbre desagradable en el mismo momento en que la compra, que es obsoleta, ya es demasiado vieja. Las categorías clínicas también cam­ bian con un pensamiento siempre más rápido lo que se ve, por ejemplo, en el DSM IV. Ya se está discutiendo la próxima edición y la inclusión de nuevas entidades y síndromes como los accesos de pánico en coche o en los vuelos aéreos. ¿A partir de qué indicación estadística de frecuencia de estos incidentes típicos hay que admitir la categoría y pensar en un tratamiento específico? Los discursos convergen o no sobre la inclusión o la exclusión de manera muy sorprendente y es muy útil, precisamente,

23

seguir estos debates democráticos dentro de la Asociación Americana de Psiquiatría para darse cuenta del efecto de obsolescencia. La evolución de la clínica hace surgir dentro y fuera del psicoanáli­ sis un tipo de fenómeno convergente, la clínica del sujeto narcisista deja­ do, abandonado, a su propio goce. Esta zona de goce es la que nos mues­ tra las patologías de la modernidad: violencia, adicción, depresión, dis­ persión de la identidad. Todas estas patologías tocan este punto de arti­ culación, de desarrollo, del vacío narcisista. Esta dispersión, esta verifi­ cación de la verdad clínica acogida por estos múltiples síndromes, que se agregan uno al otro, puede dar el sentimiento de cierto relativismo clíni­ co. Es la fecundidad del método que Foucault, por ejemplo, había empe­ zado a utilizar y que ahora en lengua inglesa un epistemólogo como Ian Hacking renueva en sus estudios de epistemología de las clasificaciones psiquiátricas. Aconsejo leer, por ejemplo, la historia del síndrome de per­ sonalidades múltiples tituladoRewriting the soul, que fue publicado hace tres años. Muestra cómo fue necesario que esta entidad fuera conocida en los Estados Unidos y jamás en otros lugares, ni en Inglaterra ni en Francia. Fue una nueva epidemia histérica acogida bajo esta nueva cla­ sificación. De la misma manera Ian Hacking muestra, de forma muy convincente, en un artículo llamado “Word makingby kindmaking”, cómo funcionan las clasificaciones. Muestra que todo el esfuerzo de la clínica del siglo XIX estaba centrado en la clasificación del parricidio, y cómo ahora, en nuestra época, el parricidio no tiene ningún interés; esta cate­ goría no produce ningún debate, sino que todo el interés se centra en el niño maltratado, que genera una nueva clasificación clínica, que es pro­ ductivo en el nivel de las clasificaciones. Voy a pasar más rápido sobre la importancia de las nuevas clasifi­ caciones del trauma. El trauma y las neurosis actuales ahora definen toda una nueva clasificación clínica, y la OMS ha puesto un énfasis muy especial en todo lo que es el post traumatic stress disorder. lodo este síndrome de trastorno postraumático demuestra que el ascenso de la categoría de trauma se apoya en un movimiento social fundamental: pri­ mero, es el momento en el que las garantías sociales dadas por el estado de bienestar y todas las garantías sociales instaladas, al restringirse, de­ jan a uno cada día más expuesto a riesgos. Pero más allá, hay un cambio

24

fundamental en la ideología de la civilización. No hay que proteger al sujeto de estos riesgos, es el sujeto mismo quien debe protegerse y acep­ tar la existencia del riesgo como tal. La protección bajo todas las formas, del seguro a la seguridad, queda del lado del sujeto. La exposición del sujeto es su estado normal. En este sentido, toda intrusión de la violencia, sea el terrorismo, sea el riesgo social, la violencia sexual, puede ordenar­ se por la categoría de trauma. En su extensión misma deja de lado la especificidad de los traumas. Es muy útil hacer estudios que permiten no poner en la misma categoría, sin prudencia, lo que se llama el trauma del holocausto, el trauma de los desaparecidos o el trauma de la violación. Estos no son de la misma categoría y no deja de ser necesaria la ubica­ ción precisa de la función del Otro. Hay que producir estudios en este sentido. Orientarse en el síntoma Concluiré diciendo que el movimiento fundamental de la clínica está basado en el movimiento de nuestra época, en la cual el individualismo, las consideraciones democráticas, la pluralización de la opinión y el nominalismo opuesto al realismo de las esencias hacen que uno crea menos en las categorías. Aquí también puedo remitir a la conferencia de J.-A. Miller “El ruiseñor de Lacan”.1 He constatado en forma recurrente entre mis colegas de otras orien­ taciones, así como dentro de la orientación lacaniana misma, el senti­ miento de que al final la clínica no es lo esencial; lo esencial es el sujeto uno por uno. Eso es la perspectiva nominalista: no creer en el realismo de las estructuras, creer en el nominalismo del caso uno por uno; no en la esencia, que no hay más allá que el sujeto mismo. Esto tiene una vertien­ te positiva, de atención precisamente a este sujeto. Pero también hay que ver que eso hace desaparecer el realismo de las estructuras que también tiene su peso, es decir, la función y la intervención del Otro. Es preciso reintroducir este lugar de Otro a través de la figura del necesario lugar de la interpretación. Fuera de la orientación Lacaniana, es función de la hermenéutica hacer recordar esto. Es la función que ocupa ahora Levinas, pero que antes ocupaba Ricoeur.

25

Así, en la pluralización de las clínicas, ¿cómo orientarse? Decir que hay que orientarse hacia el síntoma no es sólo una evidencia, es recordar que el debate entre nominalismo y realismo es fundamental para toda clase de clasificaciones posibles y para la inserción de cualquier sujeto dentro de una clasificación. Tenemos que estar atentos a los efectos contradictorios de la tensión nominalismo/realismo en una cultura dada y a los efectos que la ciencia produce sobre estas clasificaciones. Debe­ mos estar atentos a los debates que hay entre epistemólogos sobre este punto para no tener nosotros una práctica ingenua. En nuestro campo, en nuestro nivel, se manifiesta una inquietud que atraviesa toda nuestra civilización: cómo orientarnos hacia lo real en una civilización donde los artefactos, el artefacto de las clasificaciones, está cada día más presen­ te como una evidencia. Entonces, la dificultad para orientarse hacia lo real no es solamente la que encontramos en nuestra práctica; sucede en todos los sectores de la civilización, cuando la ciencia no puede respon­ der por sí sola en esto. En su campo, cuando un hecho científico es establecido, entonces sí sabe ir hacia lo real, se puede demostrar cuál es. Pero el campo de la ciencia no da respuesta a todo. Precisamente, des­ pués de la crisis que hubo entre los científicos Iras el estallido de la bomba atómica, por ejemplo, estuvo muy presente el sentimiento de que la ciencia no puede dar respuesta a todo. Entonces se abre un debate acerca de cómo orientarse hacia lo real y cómo orientarse hacia lo real del sufrimiento que conlleva el síntoma, esto es lo que nunca se puede olvidar y es lo esencial. A través de la tensión entre el artefacto de la clínica y la realidad del paciente, se continúa el debate hipocrático sobre las enfermedades y el enfermo. Al mismo tiempo, es un debate sobre los universales que atravesaban toda la filosofía griega. Ahora tenemos un debate global del que es esencial formar parte. Con nuestras dificultades en el campo de la clínica, debemos contribuir a la conversación general que se instaló en la civilización sobre la dificultad para orientarse hacia lo real. Debate Pregunta: Quería hacerle una pregunta sobre un punto que me

26

parece se reitera a lo largo de las exposiciones que pude escuchar du­ rante estos días respecto de la pragmática. Usted ha hecho mucho hin­ capié en esta cuestión del uso de la clínica; recuerdo un artículo suyo sobre el uso del síntoma, donde decía que detrás de toda esta yuxtaposi­ ción de clínicas se escondía esta pragmática. ¿Cómo se podría pensar también esta pragmática dentro del campo del psicoanálisis, si cabe al­ gún lugar para esto? Es decir, un punto en el cual se opere con un saber que no resulte obsoleto, ese saber obsoleto que propone constantemente la ciencia. Asimismo usted ha hecho mención a Rorty, en el día de ayer por ejemplo, y a varios pensadores norteamericanos que se inscriben en esta línea del pragmatismo, y quisiera ver si podría desarrollar un poco más el tema. E ñe Laurent: Gracias por la pregunta; es fundamental porque se introduce la perspectiva de la pragmática. Nuestra orientación la ha de­ sarrollado mucho. J.-A. Miller hizo ver lo que Lacan, en el último período de su enseñanza, llama el saber hacer, lo que tiene de contacto con la pragmática. Pero hay muchos tipos de pragmática. La pragmática de Rorty no es la pragmática de Putnam, no es la pragmática de Lacan tampoco. Es decir que Lacan no tiene ningún relativismo. La categoría de lo real es una categoría que para Lacan ordena todo el sistema; inte­ rroga cómo acercarse a lo real, cómo saber hacer con lo real enjuego. No hay ninguna relatividad de lo real. En una serie de campos muy dis­ tintos estamos en el mismo problema, con distintas soluciones, distintas maneras de aproximarse. El psicoanálisis, para resumir, no puede con­ tentarse con un relativismo posmoderno del tipo anything goes [cual­ quier cosa va]; no es que todo vaya, no es que cualquier sistema vaya, que cada uno a lo suyo. La pluralización de la clínica reordena a partir de un real que modifica todas las clasificaciones. La tolerancia de la civili­ zación es más grande que antes, por la caída de las grandes narrativas, en términos de Rorty, o de las ideologías del significante amo, como uno quiera. En la caída de esto hay una tolerancia más grande para soportar el hecho de que las clasificaciones sean trastornadas. Pero esto puede llevar a un cinismo, el cinismo posmoderno del todo va. En cierto nivel, Rorty tiene un pragmatismo cínico y ha sido criticado, por ejemplo, por Putnam, quien se niega a abandonar la noción de verdad. Es verdad que

27'

en psicoanálisis tenemos el uso de muchos niveles de clínica. Ayer escu­ ché a mis colegas haciendo referencia a la noción del trauma en Freud en 1914, Ferenczi en 1930, también en autores de los 50, donde la noción de trauma no es la misma; estamos utilizando niveles de clínica muy distintos. El criterio es cómo acercarse a lo real enjuego del síntoma del paciente, y esto, en la medida misma en que los elementos no estánda^r dentro de la clínica se vuelven más insistentes con personalidades de carencias primarias, o personalidades narcisistas, o neurosis traumáti­ cas, etc. Según las orientaciones, estamos de acuerdo sobre el hecho de que hay fenómenos que aparecen que no eran de la clínica clásica. Al mismo tiempo, mantenemos la doctrina clásica, pero no podemos con­ tentarnos con tres casilleros; las neurosis no están solo constituidas como tres, las psicosis en dos y las perversiones en cuatro. Sería excelente si pudiéramos contentarnos con esto, porque habría diez categorías para aprender, y con diez años de estudio no sería muy cansador. Pero no es así, precisamente tenemos que hacer un esfuerzo mayor. Pregunta: Quería preguntarle qué diferencias puede mencionar res­ pecto de la práctica clínica en la Argentina y en Francia y qué futuro piensa que le espera al psicoanálisis en el año 2000. E ñe Laurent: En el año 2000 ya estamos, ya es hoy. Me parece que el futuro del psicoanálisis está asegurado porque es un discurso que tiene una brújula bien centrada sobre lo real en juego. Al mismo tiempo, me parece el más fiel acompañante en su discurso de los desplazamien­ tos de la ciencia. El psicoanálisis tiene, como presuposición, el sujeto de la ciencia y acompaña a la ciencia en sus desarrollos como su sombra, como su revés, en cierto nivel. Pero también es una doctrina que puede tratar las angustias del sujeto frente a los avances de la ciencia. Si no, doctrinas ocultas, espiritualismos diversos, creencias psicológicas más o menos fundadas surgen para recuperar el desierto que produce el avan­ ce de la ciencia. Asimismo, el más fiel aliado del psicoanálisis son las epidemias his­ téricas. La histeria es el mejor aliado del psicoanálisis. Estas epidemias histéricas tienen que ver con el malestar entre los sexos, con la redefinición, a una velocidad fantástica, de la relación entre hombres y mujeres. Vamos a ver en los próximos diez años, por lo menos, una ace­

28

leración de la remodelación de la relación entre los sexos que va a alcan­ zar un nivel y una velocidad jamás vistos antes. Es decir que esto, apoya­ do en la modificación corporal permitida por las biotecnologías, va a pro­ ducir síntomas de los cuales estoy seguro que el psicoanálisis podrá decir algo sensato. El psicoanálisis va a aparecer cada día más en nuestra civilización como un discurso esencial. En cuanto a la práctica en América latina, más precisamente en la A rgentina y en Francia, creo que ahora ya está completamente sincronizada la cosa. Con mis colegas estoy en la misma casa; con mis colegas de la EOL discuto exactamente de la misma manera que en París. Para mí, no hay ninguna diferencia. Creo que los escucho, apren­ do de ellos; ahora estamos tratando de organizar debates internacionales que son publicados y en los cuales analistas franceses, españoles, argen­ tinos debaten en la misma lengua, y podemos intercambiar cada día más. Creo que se verifica en las publicaciones que estamos en la misma pre­ ocupación, en nuestro quehacer de psicoanalistas y que el tema del próxi­ mo encuentro internacional, “La sesión analítica”, subraya nuestra pre­ ocupación por este núcleo de la práctica común. Pregunta: Usted dijo que la clínica del siglo XIX estuvo centrada en el parricidio y que ahora se centra en el abuso de niños. E ñe Laurent: No toda la clínica del siglo XIX. Pero dentro de la clasificación de los crímenes, la preocupación por el parricidio generó efectivamente una serie de debates clínicos, que ahora no apasionan más. Este lugar está ahora ocupado por la consideración del abuso de niños, infanticidios, de los maltratos de niños que generan nuevas cate­ gorías productivas en el nivel nosográfico y exigen nuevas ficciones jurí­ dicas. Pregunta: Usted nos indica en su charla que estemos atentos, y creo que este encuentro demuestra que lo estamos. Sin embargo, con­ sultas que recibimos en nuestros consultorios nos demandan respuestas inmediatas, tanto por el realismo que ha tomado el cuerpo en esta época, las incidencias económicas, como por el hacerse un lugar en el mundo, la caída de los ideales para los jóvenes, que repercuten de modo muy direc­ to en el cuerpo; lo vemos incluso en los niños, como si nos encontrára­ mos frente a pequeños consumidores en potencia. El psicoanálisis nece-

29

sita tiempo para tener la oportunidad del acto, y el sujeto que consulta, en estas condiciones de las que doy cuenta, no siempre asiente a esta varia­ ble temporal. ¿Cómo sostener y difundir la eficacia del psicoanálisis cuando la variable del éxito es el ya? Digo, ¿ser optimista en relación con el deseo equivale a ser optimista en relación con el porvenir del psicoanáli­ sis? Yo soy optimista, pero no estoy tan tranquila como usted. Eric Laurent: La solución es muy fácil. Está claro que no estamos ya en el siglo XIX, cuando la gente podía caminar, atravesar una ciudad, quedarse una hora en sesión, después volver a su casa. Es decir que cada día dedicar tres horas -una hora o una hora y media de transporte, una hora de sesión-, tres o cuatro horas a su análisis es mucho. Todo esto de la hora de Freud va con esta gente, con estos burgueses vieneses, que eran más o menos jubilados o tenían sus intereses en el banco, no trabajaban mucho. Ahora la gente tiene ritmos infernales, y son pocos los que pueden pasar tres horas cada día en esto. Si la respuesta es que fuera del dispositivo de las cinco sesiones semanales de cincuenta minu­ tos no hay acceso verdadero al inconsciente, uno hace morir al psicoa­ nálisis y cada vez menos personas podrán entrar en el dispositivo analíti­ co. Cuando hay seis meses de espera en un consultorio público, en un centro de salud mental público, ¿se va a decir que el único tratamiento son cincuenta minutos? No, hay que responder a la demanda de la gente, pero desplazándola. Encontrar un analista no consiste en encontrar un funcionario del dispositivo; se trata más bien de que sea alguien que pueda decir a un sujeto, en un momento crucial de su vida, algo que permanecerá inolvidable. La solución a todos estos problemas técnicos es: tenemos que ser inolvidables. En la medida misma en que el artefacto de las categorías produce categorías olvidables, hay que saber formarse suficientemente para dirigirse al sujeto de manera inolvidable. Eso es lo esencial para nosotros, y después tenemos que saber que probablemente sean sólo unos apasionados del psicoanálisis los que puedan pasar por los quince años de análisis. Pero también hay muchos pacientes que hace quince años que están en psicoanálisis y a ellos les gusta y siguen; son los apasionados de la cosa. Estamos en la época de la pululaeión de los estilos de vida; es uno quien tiene su dignidad. Pregunta: En realidad, creo que en parte con la última respuesta

30

está contestado, pero habíamos estado trabajando en algún momento un artículo suyo que apareció en la revista Vertex, donde hablaba del psi­ coanalista en el ámbito de las instituciones y la salud pública, y hablaba de la regla y de lo que hace que la regla funcione. Por otra parte, decía que Lacan explica la cuestión de hacer un buen uso de la regla en el ámbito de las instituciones o no solamente, también en el dispositivo ana­ lítico. Eric Laurent: Como el tiempo forma parte de las reglas, el buen uso de las reglas es, por supuesto, desbordar un poco. Pero también se necesitan reglas para tener un código común, y ahora tenemos que con­ cluir para seguir con la agenda. Es ésta la singularidad en las institucio­ nes; nada más que ésta. Hay reglas que hacen que, por ejemplo, una institución acoja a niños de entre cero y tres años, entonces cuando tiene tres años y medio, qué hay que hacer: hablar con la madre, no hablar con la madre... Si uno piensa orientarse con las reglas está perdido; tiene que orientarse con el hecho de que, por supuesto, están estas reglas, pero hay que saber hacer con esto, hacen parte del problema, para después actuar conforme al interés del sujeto que sufre y viene a consultar. Es parte del problema saber hacer con las reglas de la misma manera que hay que saber concluir*..es"

* Conferencia pronunciada el 22 de septiembre de 1999 en el Congreso de Salud Mental organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. (N. del E.) 1. Conferencia pronunciada en ocasión de la presentación del ICBA, Buenos Aires, 1998. 2. Ver página 79 del presente libro, E l p s ic o a n a lis ta , e l á m b ito d e la s In stitu c io n e s d e S a lu d M e n ta l y su s re g la s. (N. del E.)

31

Posición del psicoanalista en el campo de la Salud Mental Me alegro de que la Primera Conferencia de la Escuela Europea sobre Salud Mental y Psicoanálisis Aplicado tenga lugar en Asturias. Oviedo es la ciudad de la Regento, y en Asturias se dio cierto empuje a la literatura y o l a pintura españolas con los comentarios al Apocalipsis. En Asturias, un monje llamado Beato de Liébana escribió sus comenta­ rios, y no se limitó a un ataque contra las herejías locales, sino que desa­ rrolló todo un comentario del Apocalipsis de San Juan. Esto llegó a constituir una particularidad de la literatura sagrada española, que en vez de agrupar los Evangelios en un único libro, como se hacía en el resto del mundo occidental, desarrolló ese género de comentarios sobre el Apocalipsis. Cualquiera que fueran las fuentes en los que se inspiró el Beato, al final de su comentario planteó una orientación sobre el tipo de ideal ca­ paz de asegurar la salud mental de sus oyentes. Era una época en la que, para garantizar la salud mentol, había que escuchar todos los años, entre Todos los Santos y Pascuas, cada semana, un comentario del Apocalip­ sis en el que se narran toda clase de cosas, algunas de ellas horrorosas. Escuchar esa relación de cosas horrorosas, alucinaciones diversas, apa­ riciones inquietantes, era obligatorio. De lo contrario, te excomulgaban. Fue en el IVConcilio de Toledo, en presencia de San Isidoro de Sevilla, cuando se tomó la decisión de obligar a la gente a escuchar aquellos comentarios. Tal ejercicio, consistente en enfrentarse a la particularidad de una experiencia del fin del mundo, además de la participación en persona de Isidoro de Sevilla, se consideraba una forma de mantener la cohesión social. Por otra parte, Isidoro era alguien que, mucho antes de Lacan, sabía cómo crear sentido con sus etimologías fantásticas, cortan­ do las palabras y construyendo de este modo la historia de la comunidad a la que se dirigía. La idea de que contar una experiencia límite, una experiencia psicotizante, podía ser un aglutinante para una comunidad, abre una perspectiva más interesante que la de definir la Salud Mental como la

33

desaparición de todos los trastornos posibles de la mentalidad. Y nos hace pensar en declaraciones de psiquiatras laicos de nuestra época que consideran que hay una frecuencia bastante regular, alrededor de un 10%, de trastornos mentales en una población. Cierto psiquiatra francés cree que el propio Dios fue una invención psicológica, una manera de asegurar la supervivencia de la comunidad. Supone que las primeras comunidades humanas se constituyeron alrede­ dor de un sujeto psicòtico que tenía experiencias de comunicación con el Otro, y así pudo organizar y sostener la cohesión de aquellas comunida­ des antes de la introducción de la ley. Ambivalencia de la salud Siempre surge cuando se toca el tema de la Salud Mental. Es una preocupación moderna, una preocupación de los derechos humanos. Fuera de esta perspectiva no se puede considerar el interés de la salud de un pueblo. Antes, lo único que le preocupaba al amo clásico era la salud del rey, la salud del propio amo. Y con la salud del amo se garantizaba la salud del pueblo; su salud podía influir en el destino de la comunidad. También aquí surge una ambivalencia: es conocida la relación que tenían los amos con los médicos; todos los reyes cristianos tenían un médico árabe o judío, no sólo porque los médicos cristianos sabían poco, sino porque de esta forma podían matar al médico si fracasaba. Ahora se les hace un juicio. Esto introduce a la ambivalencia de la transferencia con el médico, que siempre fue una relación apasionada. Esas pasiones no han desapa­ recido en nuestro mundo laico, aunque hagan ingresar en esta cuestión de la Salud Mental una perspectiva más prosaica. La definición más sencilla de Salud Mental es la que le oí a Jacques-Alain Miller cuando dijo que la Salud Mental era la paz social. Es un problema que se inscribe en las técnicas del orden público en general. En una perspectiva freudiana, las relaciones entre el yo y el superyó son como las de cierto judío vienés pobre y el revisor. El pobre hom­ bre tomó el tren sin billete; entonces, en el primer control, el revisor le pide el billete. Como no lo tiene, le manda bajarse del tren. El sale y

34

vuelve a entrar por otra puerta. El revisor le manda bajar otra vez, pero luego vuelve a subir. La tercera vez, el revisor le pega; entra de nuevo y el revisor vuelve a pegarle, y así le va pegando más y más. Al final, el pobre judío se encuentra con un conocido en el pasillo del tren, que le pregunta: ¿Adonde vas? Y él responde: «Voy a tomar las aguas, si mi salud me lo permite». La Salud Mental es algo así. Es lo que nos permite permanecer en el tren y alcanzar cierto paz, si nuestra salud mental nos lo permite. Esta es la versión más laica del Estado del bienestar: asegurarse que los ciu­ dadanos están en sus trenes, en sus coches, en sus casas, y que pueden permanecer allí, si tienen cierta salud. Los límites de la esperanza El problema de los Estados modernos occidentales industrializados es una situación de emergencia. Todos ellos están endeudados y com­ parten una misma preocupación: reducir los gastos de la Salud Mental, porque la productividad es escasa en este campo. La nueva coyuntura en la que nos encontramos es que el Estado moderno establece una alianza de un nuevo estilo con la Ciencia. La relación del amo con la Ciencia o del político con la Ciencia no fue siempre igual. Durante mu­ cho tiempo los científicos eran sometidos a vigilancia para garantizar que no alterasen el orden establecido. A partir de la física matematizada, y con las democracias, se pro­ dujo una nueva alianza. Ahora el Estado ha de limitar sus gastos, y no sabe cómo autorizarse a descartar ciertos tratamientos posibles que cues­ tan dinero. Hay dos posibilidades. Una es privatizar, es decir, suprimir la rama de lo imposible. Otra es plantear que el Estado sólo puede comprometer­ se a mantener lo que es científicamente demostrable. Pero en lo que concierne al bienestar, hay pocas cosas científicamente demostradas. Así, el Estado dejó de lado todas las terapias calificadas de confort y puede aliviarse de cargas difíciles de sostener en la coyuntura actual: Pero al mismo tiempo que se toma la decisión de privatizar las psi­ coterapias y limitarse al pago de la medicación, definida como una ac-

35

ción científicamente demostrable, se producen nuevas complicaciones, por ejemplo, el hecho de que una medicación teóricamente propuesta por los laboratorios para ciertos efectos antidepresivos cura también las migrañas, las úlceras y ciertos estados ansiosos; entonces, es lo ocurre con el Prozac, nos encontramos con una prescripción mundial del medi­ camento, que pone muy contento a la firma Lilly, pero resulta inquietante para los Estados. Ahora tienen que pagar dosis de medicamento prescri­ tas para una enfermedad llamado depresión, pero con una frecuencia tan elevada, que implica cambiar la noción misma de enfermedad. Cuan­ do una enfermedad alcanza este nivel de frecuencia, hay que pensar que es estructural. En consecuencia, estos problemas que se introducen en la política no pueden resolverse de una manera sencilla. En los años sesenta había debates del tipo psiquiatría/antipsiquiatría. El debate se desarrolló, tuvo su pertinencia, alcanzó su auge y hubo antipsiquiatras progresistas que desarrollaron una ley. En Italia, Basaglia fue el héroe de un reordenamiento de la perspectiva de la Salud Mental, que hizo desaparecer los manicomios. Fue una catástrofe. Diez años después, los italianos tuvieron que plantear las cosas de otra manera, con prudencia, y después de los años sesenta no se trataba ya de cerrar los manicomios, sino de trasladar la locura de los manicomios al hospital general. Esta inspiración más moderada fue la raíz de la reforma en España como en Francia. Por un lado, un seguimiento específico de, la Salud Mental; por otro lado, trasladar estas cuestiones al hospital. En los años ochenta se depositaron muchas esperanzas en los fármacos. Desde un punto de vista antipsicoanalítico, los psiquiatras, es­ pecialmente la Escuela norteamericana de Saint Louis, quisieron esta­ blecer reglas de prescripción y llevar a cabo un reordenamiento de la Salud Mental con criterios estrictamente farmacológicos. Esta orienta­ ción encontró un límite al final de los años ochenta. Este límite se descri­ be en el número de noviembre de 1994 de la revista científica La Recherche por el profesor Zarifian de la siguiente manera: 1. No se encuentran sustancias nuevas. 2. Los modelos teóricos no permiten descubrir nada nuevo. 3. Las estadísticas, a pesar de las prescripciones masivas, no permiten aliviar los costos de la Salud Mental para el Estado.

36

Se ha hecho todo lo que se podía, y a pesar de ello, los Estados modernos que tienen que resolver el problema siguen soportando la mis­ ma carga. Llaman la atención las directivas del Ministerio de Salud francés de Marzo de 1990, que definen la política en Salud Mental. En la salud pública, la Salud Mental es una preocupación tanto mayor cuanto indi­ cios tales como los motivos de consulta, los diagnósticos asignados, etc., demuestran que son trastornos de primer orden entre las necesidades de la población. En los noventa se constataba que las necesidades de la población eran mal atendidas, y un hecho inquietante es que lo constataban con un estudio sobre los años 82-83, o sea de diez años atrás. Los médicos de cabecera tienen un 20% de pacientes con trastornos mentales o trastor­ nos del sueño. Entre los diagnósticos de los médicos de cabecera, el de trastorno neurótico o depresión supera en frecuencia a las anginas o la bronquitis. Y se calcula que, aparte del médico de cabecera, más de un millón de personas pasan por la Psiquiatría pública cada año. Así que todas las medidas tomadas por los Estados modernos descentralización, comunidades terapéuticas-, todo este gran movimien­ to de reorganización, son homólogos a la supresión de las grandes unida­ des de producción. Es un movimiento general: producción de unidades que permiten acercarse más a las necesidades de la población. El psicoanálisis en el mapa de la salud mental El psicoanálisis ha participado en todo esto, y no sólo a través de las terapias individuales o psicoterapias. La reflexión que planteó el psicoa­ nálisis sobre el lazo social, los grupos humanos, la teoría de los grupos pequeños, ha ayudado mucho a inventar nuevas formas de comunidad terapéutica, especialmente en Inglaterra y en los países anglosajones. El psicoanálisis acompañó este movimiento y participó también en el rechazo de la cronicidad. La cronicidad no es un problema de dura­ ción. La duración del tratamiento de un sujeto con un trastorno mental tiene como perspectiva todo la vida. La cronicidad se produce cuando ya no quedan objetivos terapéuticos. Y en la lucha contra la desesperación,

37