Las Luchas Politicas en Puebla

Las luchas políticas en Puebla 1 Abraham Quiroz Palacios LAS LUCHAS POLÍTICAS EN PUEBLA, PERÍODO 1961-1981 Abraham Q

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LAS LUCHAS POLÍTICAS EN PUEBLA, PERÍODO 1961-1981

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ÍNDICE Introducción General ------------------------------------------------------------------3 Capítulo I. Ciudad de Puebla: modernización industrial y nueva estructura de clases. ------------------------------------------------------------------------------------- 8 Introducción ---------------------------------------------------------------9 I.1.- Concentración económica y crecimiento poblacional ------------- 12 I..2.- Rasgos y contradicciones de la industrialización ------------------- 22 I.3.- Crisis y nuevo patrón de acumulación de capital en la región -35 I.4.- El papel del Estado------------------------------------------------------------------42 I.5.Descomposición y construcción de nuevos agrupamientos sociales 49 Capítulo II. Clases y lucha de clases en la región --------------------55 Introducción ----------------------------------------------------------------------------------- 56 II.1.- La lucha de clases a nivel nacional ----------------------------------------- 59 II.2.- Nuevos y viejos sujetos políticos --------------------------------------------- 64 II.2.A.- La nueva clase obrera ---------------------------------------------------------- 66 II.2.B.- Los núcleos sindicales con experiencia -------------------------------- 85 II.2.C.-Los vendedores ambulantes ------------------------------------------------- 89 II.2.D.-Universitarios, campesinos y otros sectores populares --------91 II.3.- Los anticipos y acciones políticas de la derecha ------------------------ 97 II.4.- La lucha de clases en la Región Puebla ------------------------------------ 110 Capítulo III. Resistencia al autoritarismo y democratización de la región: 1961-1973 -----------------------------------------------------------------------115 Introducción ------------------------------------------------------------------------------ 116 III.1.- El movimiento por la Reforma Universitaria de 1961 ---------------- 118 III.2.- El movimiento popular de lecheros y universitarios de 1964 ------- 130 III.3.- El movimiento estudiantil de 1968 ----------------------------------------- - 142 III.4.- El movimiento popular universitario de 1970-73 ------------------------ 154 Capítulo IV. La UAP como pivote de las luchas populares----------161 Introducción ------------------------------------------------------------------------------162 IV.1.- Factores regionales que antecedieron al movimiento -------------- 165 IV.2.- La lucha desde el interior del Consejo Universitario -------------176 IV.3.- Las masas estudiantiles, su emergencia, demandas y potencialidad ------ --------------------------------------------------------------------------------------------185 IV.4.- Sindicatos universitarios y movimiento popular ----------------------- 196 Capítulo V. Lucha por la hegemonía académico cultural en la UAP 202 Introducción ------------------------------------------------------------------------------- 235 V.1.- Las demandas a lo largo del movimiento --------------------------------- 237 V.2.- Dificultades internas en la lucha por la hegemonía -------------------- 249 Conclusiones Generales --------------------------------------------------------------- 224 Epílogo---------------------------------------------------------------------------------------- 229 Anexos --------------------------------------------------------------------------231

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Bibliografía --------------------------------------------------------------------233 Índice onomástico -----------------------------------------------------------243 Siglas usadas ---------------------------------------------------------------------------- 246 Introducción General El presente trabajo tiene como objetivo central hacer una reconstrucción crítica de las principales luchas y conflictos políticos que acaecieron en el área metropolitana de la ciudad de Puebla, a partir de 1961 y hasta 1981. Nuestro interés por analizar este período se debe a que en él se ubican los más impactantes y poderosos movimientos sociales que en los últimos cuarenta y cinco años se han dado en la entidad, y porque, en consecuencia, todos ellos constituyen o forman parte de una etapa histórica que, en gran medida, es la responsable de las principales transformaciones que presenta hoy nuestra formación social. Naturalmente, como todo cambio que sufre cualquier matriz sociopolítica (MSP), el ocurrido en el orden social poblano, se debió también, según nuestro punto de vista, a las tenaces luchas de resistencia, de protesta y reivindicativas que las masas y las clases sociales subalternas llevaron a cabo en aquel período; en ocasiones de manera intensa y abierta –siempre en forma de oleadas-, y en otros momentos con cierta discreción y hasta ocultamente. Respecto de los factores que desencadenaron aquellas confrontaciones -que Zermeño (2003: 93) llama genéricamente “elementos de malestar”-, pensamos que son de diverso tipo y que van incluso desde los achacables a los resultados de la revolución mexicana, hasta los más específicos de carácter local, relacionados, por ejemplo, con el cacicazgo político de los hermanos Ávila Camacho y sus peculiares formas de dominación; el cambio de patrón de acumulación de capital que advino con la modernización industrial desde mediados de los años sesenta; el bajo nivel de empleo que prevaleció en la entidad; la severa crisis que padeció el sector agropecuario; la creciente migración del campo a la ciudad y las agresiones continuas que los grupos anticomunistas cometían en contra de los estudiantes “Carolinos”.

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En el marco del análisis que hacemos de cada una de las etapas de ascenso que tuvo el movimiento popular -esto es, 1961, 1964, 1968, 1970-73 y 1976-, encontramos que al mismo tiempo que los actores despliegan su fuerza y se organizan para resistir al poder, o para darse y agrandar la solidaridad entre ellos, también discuten y esclarecen, cada vez con mayor puntualidad, los contenidos de sus reivindicaciones y la identidad de su enemigo común, de tal suerte que a lo largo del proceso y utilizando a la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) como el espacio privilegiado de sus convergencias, poco a poco van articulando sus diversos compromisos políticos y sus particulares visiones del entorno y de la coyuntura, hasta que finalmente diseñan un proyecto alternativo de educación superior, con tintes de contra hegemonía, que al construirlo y defenderlo con decisión obligan, por un lado, a la oligarquía poblana a abrir su propia universidad (la UPAEP, de carácter privado), y por otro, al Estado a modificar sus líneas de relación con la máxima casa de estudios. El otro elemento importante en nuestro análisis es justamente este que se relaciona con el papel y las funciones que desempeñó el Estado a lo largo del tiempo que duró la confrontación política, pues siendo que su deber genérico –por lo menos en la teoría del Estado moderno- es cuidar de la estabilidad social, prevenir conflictos y/o destrabar estos por las vías del diálogo, la negociación y los acuerdos, en el caso que nos ocupa su actuación –más todavía el de “carácter local”,- no fue precisamente imparcial, sino todo lo contrario, facciosa y protagónica, en favor de los grupos de poder y de la derecha recalcitrante. Por este motivo, consideramos que esta crisis de relación Estadouniversidad, contribuyó de manera importante a la detonación y profundización del conflicto del que hablamos; pero permitió, además, que el movimiento popular, sin muchas dificultades, se centrara en la propia universidad. De este modo, la casa de estudios fungió entonces, como el principal espacio desde el cual estudiantes y profesores se desempeñaron no solo como

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“intelectuales orgánicos” del movimiento, sino también como “militantes” en todas las tareas de organización y movilización de las grandes masas de campesinos, colonos y otros sectores sociales empobrecidos que ofrecieron resistencia a los proyectos del gran capital, del gobierno, de los “charros sindicales” y de los grupos de ultra derecha. Visto todo el proceso histórico de lucha en dos grandes etapas, es decir, una de resistencia y otra de construcción, o en otros términos, una relativa a “la

desarticulación

y

(otra

a

la)

recomposición

de

la

matriz

sociopolítica”1 (Carretón, 1996: 3), cabe aclarar, sin embargo, que aun siendo dos tareas en una, el movimiento popular no logró dedicar tiempo a la última sino hasta después de 1973, específicamente a partir de que se establecen relaciones de nuevo tipo entre la universidad y el Estado, y de que éste empieza a privilegiar el diálogo para mediar los conflictos políticos en la ciudad. Los resultados que a nuestro juicio arroja este largo episodio de la lucha de clases en Puebla son, en general, benéficos para la entidad, para las fuerzas democráticas, para el propio sistema político y, desde luego, para las clases sociales subalternas, ya que a lo largo del proceso: 1) se logra que declinen (mas no que desaparezcan) las formas de dominación política, represivas y autoritarias por parte del Estado; 2) se diseña y se implementa un modelo de educación superior alternativo, en la Universidad Autónoma de Puebla; 3) se ejerce un poder contra hegemónico desde la propia universidad; 4) se forjan elementos para la formación, o en su caso, para el fortalecimiento de la memoria colectiva relacionada con la lucha que las clases explotadas dan por su liberación; 5) se legan experiencias específicas relacionadas con las formas de organización, de lucha, de comunicación, de solidaridad, de negociación con el Estado, etc., que los actores van inventando al paso de su movimiento. Y, finalmente, 1

“Este concepto se refiere al modo mediante el cual los actores sociales se constituyen como tales en una sociedad dada y al tipo de relaciones entre el Estado y la sociedad. Más específicamente, una MSP define las relaciones entre el Estado y sus diferentes dimensiones (unidad nacional, relaciones de dominación, agente de desarrollo e integración), el sistema de representación (instituciones, sistema de partidos) y la base cultural y socioeconómica de los actores sociales (sociedad civil y economía)” (Carretón, 1996: 3).

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6) se deja, como lección central, el incuestionable principio de que, para llevar a cabo un cambio en la relación de fuerzas frente al poder, lo que más cuenta es la apelación a las clases subalternas y su incorporación práctica a la lucha. Por último, cabe hacer mención que las hipótesis que guiaron nuestro trabajo, las formulamos de la siguiente manera: 1) Debido a la profunda desigualdad que presentó el desarrollo del capitalismo en Puebla, y al alto grado de violencia que utilizó para desarticular y/o rearticular el tejido social existente, la respuesta generada por las clases subalternas tuvo como rasgo distintivo una actitud de rechazo a aquél; en particular, a algunas de sus formas de dominio político, sindical, cultural e ideológico que sus agentes ejercían en contra de ellas. 2) En razón de la dinámica y el carácter popular que adquirió el movimiento estudiantil, bajo la consigna de democratizar las estructuras políticas de la entidad, la Universidad Autónoma de Puebla logró constituirse en el campo de fuerzas más representativo de la lucha de clases en el estado. 3) A partir de que el movimiento popular logra la renuncia del gobernador Gonzalo

Bautista

O’Farril

-último

representante

del

cacicazgo

avilacamachista-, la matriz sociopolítica de la entidad sufre una importante recomposición, teniendo como base, por un lado, el restablecimiento de las relaciones entre Estado y universidad, y, por otro, el cambio de patrón de acumulación de capital que adviene con la modernización industrial. 4) En los períodos de ascenso de la lucha de clases, los grupos de derecha, por encima de sus diferencias internas, tienden a unificarse y a actuar de esa manera, con intolerancia y con violencia, pero también con imaginación organizativa y un discurso ideológico bien elaborado, con los cuales apelan a las masas populares. 5) El modelo de universidad de masas, de orientación crítica y de principios democráticos que se echó a andar en la UAP -con hegemonía del partido comunista mexicano respecto de las demás organizaciones de izquierda-, tuvo viabilidad solo en tanto existieron un movimiento estudiantil con unidad y un sindicato de trabajadores académicos activo; es decir, en tanto únicamente hubo consenso y una participación mayoritaria de la comunidad.

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6) El cambio radical que sufrió el patrón de acumulación capitalista hacia finales de los años ‘70, coincidió con la desarticulación y atomización de los grupos y clases sociales que, desde la perspectiva de la lucha política, habían "embarnecido" (Zermeño. 1998: 15) entre el final de los años ‘50 y mediados de los ‘70, hasta el momento en que es derrotada la Tendencia Democrática del SUTERM, en 1976. Los acontecimientos de Puebla observan en esto una sincronización exacta con lo ocurrido a nivel nacional.

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CAPÍTULO I CIUDAD DE PUEBLA: MODERNIZACIÓN INDUSTRIAL Y NUEVA ESTRUCTURA DE CLASES

CONTENIDO

Pág.

Introducción

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I.1.- Concentración económica y crecimiento poblacional

12

I.2.- Rasgos y contradicciones de la industrialización

22

I.3.- Crisis y nuevo patrón de acumulación de capital en la región

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1.4.- El papel del Estado

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I.5.- Descomposición y constitución de nuevos agrupamientos Sociales

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Conclusiones del Capítulo

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Introducción En el presente Capítulo nos proponemos demostrar que la lucha de clases en la metrópoli poblana, entre los años sesenta y setenta, cobró nuevas expresiones y se agudizó debido a los cambios radicales que se operaron en el aparato capitalista de producción de la entidad, cuyos efectos más visibles, desde el punto de vista del tema que abordamos aquí, se centraron en tres importantes fenómenos, a saber: 1) la concentración de las inversiones y actividades industriales en el área metropolitana, con un nuevo sentido en la acumulación de capital, 2) la modificación de la estructura poblacional y una creciente diferenciación de clases, con predominio de la gran burguesía y del proletariado industrial, y 3) la violenta descomposición-reestructuración del tejido y de las relaciones sociales, que se tradujeron en un conflicto político de larga duración. En el mismo marco, pretendemos dejar claro que todos estos fenómenos se expresaron con evidencia a partir de que los gobiernos de la federación, de común acuerdo con los del estado -en particular los que presidieron Fausto M. Ortega, Antonio Nava Castillo, Merino Fernández y Gonzalo Bautista O’Farril, quienes promulgaron leyes de fomento industrial a fin de crear un clima favorable a las inversiones (Pansters, 1998: 173-174)-, echaron a andar un vasto programa para modernizar y hacer crecer al sector secundario de la economía estatal. Observamos que en los años en que se puso en marcha este programa, el aparato productivo de la entidad enfrentaba, por un lado, una profunda crisis de estancamiento en el campo y, por la otra, baja productividad y nula diversificación en su sector manufacturero, sobre todo en el ramo textil, que siendo el hegemónico hacia 1963, enfrentaba, sin embargo, un agudo problema de obsolescencia en su equipo, en su maquinaria e instalaciones, que se estimaba en 40% del total (Rodríguez Salazar y Carrera, citados en Pansters, ibid, p.169).

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En este primer capítulo destacamos también que para dar cumplimiento al programa de modernización industrial, los gobiernos diseñaron y aplicaron medidas de política económica que en esencia tendieron a favorecer o a premiar a las grandes empresas, transnacionales o nacionales, que invirtieron o instalaron sus negocios en la región. Las medidas de referencia no fueron, sin embargo, ni casuales ni de excepción, sino en rigor, una simple aplicación de la regla general que observan todos los Estados que tienen, como función central, la de contribuir a la expansión del capital (Mattick, 1978: 177). Con todo, a la modernización industrial de Puebla se asociaron algunos problemas de tipo estructural que generaron profundos desajustes entre los sectores primario y secundario; agudizaron el fenómeno migratorio de las áreas rurales hacia las zonas metropolitanas y, a su vez, dieron lugar a una creciente desocupación en la ciudad2, toda vez que, en efecto, muchos pobladores del campo, sin opción de empleo en sus lugares de origen, decidieron emigrar a ésta para buscar alguna actividad remunerativa. Por cierto, si bien desde el punto de vista del empleo, el despliegue industrial fue promisorio para una buena parte de la población citadina, no lo fue así para quienes carecían de entrenamiento y capacitación laboral, o para quienes, como los medianos y pequeños empresarios, que tal vez deseando modernizar sus plantas de producción, no lo pudieron hacer debido a sus carencias financieras. En especial este grupo de empresarios, al ver que la reconversión industrial alteraba las formas tradicionales de explotación del trabajo, la vieja estructura productiva y el propio sentido de la acumulación del capital, desarrollaron actitudes renuentes, o de rechazo abierto al programa de

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En la industria textil, por ejemplo, frente al proceso de reestructuración, las empresas más antiguas cerraron sus puertas para siempre y hubo en consecuencia muchos despidos masivos; pero también el desempleo se incrementó debido a la reducción de horas de trabajo y a la sustitución de mano de obra por maquinaria (Véase Pansters, op. cit., pp. 170-171)

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modernización económica3, de ahí que se hayan organizado en grupos sindicales y políticos para defender a ultranza sus antiguos privilegios, pasando a agitar a la población y a otros sectores de la clase dominante. Por último, en esta primera parte abordamos también el asunto de cómo el proceso de industrialización da lugar, por un lado, a la emergencia de un proletariado moderno -como el de las industrias automotriz, eléctrica y ferrocarrilera- y, por otro, al surgimiento y proliferación del sector de trabajadores de la economía informal, cuya conciencia política se expresó en una influyente organización de izquierda que, al paso del tiempo, resultó ser muy consistente y con gran capacidad de interlocución, tanto con el Estado, como con otras fuerzas político populares.

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Nuevamente fue el caso específico de la industria textil cuando en su etapa de “modernización compulsiva” -entre 1966 y 1976-, muchos de sus empresarios se vieron obligados a cerrar sus establecimientos debido a que el gobierno favorecía únicamente a las fábricas que producían para la exportación (García Amero, 1984, T.II, pp. 36-37), y no a quienes como ellos, se ajustaban, conformándose, a las estrechas necesidades del mercado interno.

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12 I.1

Concentración económica y crecimiento poblacional Desde mediados de los años sesenta, la metrópoli poblana fue objeto de profundas transformaciones económicas que la llevaron a constituirse en un “polo de desarrollo industrial”. En términos de nuestro tema este fenómeno es muy significativo porque, a partir de él, se observa en la entidad un violento reacomodo de su estructura poblacional. En menos de dos décadas de intensa industrialización, la población de la entidad dejó de ser esencialmente rural y pasó a asumir la categoría de urbana, según lo muestran los datos del cuadro 1. Es decir que, mientras en 1960 la población urbana representaba alrededor del 39% -a diferencia de la rural que lo hacía en 61%-; hacia finales de la década de los setenta, una vez consolidado el proceso de expansión industrial en las zonas urbanas4, estas proporciones cambiaron de manera radical, correspondiendo ahora a la población urbana el 57% del total, y a la rural únicamente el 43%. Estado de Puebla: estructura de la población, 1960 – 1980 Año 1960 1970 1980

Total 100.00 100.00 100.00

Urbana 39.19 46.57 56.75 Cuadro No. 1.

Rural 60.81 53.43 43.25

Fuente: Sexto informe del gobierno estatal, 1994 (Datos tomados de García Caudillo, 1996: 302)

En términos generales puede sostenerse que, el fenómeno de la concentración poblacional en las zonas urbanas es un efecto de los procesos de centralización, en determinados puntos del territorio, de las actividades más importantes que desarrolla cualquier sociedad.

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En 1960, había en todo el estado de Puebla únicamente cinco localidades consideradas como urbanas; ellas eran Puebla, Tehuacán, Atlixco, Teziutlán e Azúcar de Matamoros. Para 1980 habían aumentado a nueve, y hacia 1990 habían aparecido diez más, algunas de ellas (Amozoc, San Pedro Cholula, etc.) vinculadas al desarrollo metropolitano de la ciudad de Puebla (Ver Ornelas, 1996: 173)

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Puebla, en tal sentido, nunca fue ni es ajena a ese proceso. Incluso desde que se funda la ciudad capital, y a lo largo de toda su historia, su población ha estado concentrada en ella debido a que sus actividades sustantivas también lo han estado de esa manera. Sin embargo, ya como sociedad capitalista, el fenómeno de la concentración poblacional, cobra mayor notoriedad a partir de que su aparato de producción, desde la década de los sesenta, se moderniza de un modo espectacular. Y lo hace a tal grado que hacia 1975, se puede observar que del total de la población del estado, el 25% de ella se asienta en la ciudad de Puebla (Cabrera, 1994: 108) Este hecho, como así también la tendencia general –fuera de las modalidades específicas de cada- de las ciudades capitalistas, de concentrar a la población, vista como fuerza de trabajo, obedece en esencia, justamente a la concentración y a la centralización del capital financiero, industrial, inmobiliario, comercial y de servicios en las áreas metropolitanas; fenómeno éste que, a su vez, debe tomarse como “el correlato de la elevada concentración poblacional del sistema urbano”. (Ornelas (1996: 180) Con mayor puntualización, debemos decir que esta concentración del capital tiende a estar localizada en los sectores y las ramas más productivas5 del aparato económico, así como en las de mayor comercialización. En consonancia con esto, al analizar el grado de importancia que cada una de las grandes divisiones de la economía poblana presentaba entre los años 1970 y 1980, encontramos que desde el punto de vista de su contribución al PIB estatal, la diferencia es notoria entre una y otras. Así, por ejemplo, mientras que la División I de agricultura, silvicultura y pesca aportaba en 1970 el 14.64%, y hacia 1980 lo hacía en sólo 12.33%; la División III de la industria manufacturera aportaba, respectivamente, el 22.95%, 5

El grado de concentración de la producción en la industria se acelera en la medida en que crecen los montos de capital invertido y el tamaño de las empresas aumenta, lo cual hace que estas mejoren su competitividad y su participación en el mercado, pero, en el mismo sentido, hace que mejoren su grado de productividad y sus tasas de ganancia (Ver Huerta, 1979: 263)

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y el 26.85%; en tanto que la División II de minería, únicamente aportaba en 1970 el 0.33%, y en 1980 apenas el 0.35% (García Caudillo, 1996: 309). Quiere decir que, aunque en los diez años que comprende la comparación, los comportamientos internos de cada una de estas divisiones y ramas no sufrieron cambios notorios, la tendencia histórica de su respectiva contribución a la economía estatal se consolidó en ese período, yendo ligeramente a la alza, con un 4% en términos redondos, la división III de la industria manufacturera; y a la baja, también ligeramente, con un 2% redondeado, la división I de agricultura, silvicultura y pesca, con todo y las consecuencias tecnológicas que ello implicó, de mejora y desarrollo en el primer caso, y de estancamiento en el último. Pero, la centralización, además de lo señalado, tiende a manifestarse sólo en determinadas zonas geográficas: aquellos territorios donde se pueden “asentar y concentrar los soportes materiales que forman las condiciones generales de la producción, constituidas por los medios de producción, circulación, intercambio y consumo de las mercancías” (Ornelas, 2004: 143). Esto es, la centralización se lleva a cabo únicamente en aquellos lugares que cumplen con algunos requisitos que la facilitan, v. gr., la necesaria cercanía de los establecimientos industriales con los grandes centros de comercialización (por ejemplo, las industrias poblanas con respecto al Distrito Federal); la existencia de una infraestructura adecuada para la transportación terrestre de las materias primas y de las mercancías (son los casos del sistema ferroviario que conecta el valle de México con el de Puebla, y a éste con el puerto de Veracruz; y el de la autopista y la red carretera que facilitan intercambios con los mismos puntos y el sureste del país); una abundante mano de obra capacitada, o en proceso de capacitación, y una amplia red de comunicaciones (radio, telefonía, internet, satelital, etc.) para garantizar altos niveles de productividad. Es decir que, la centralización industrial en México siempre fue de la mano del Estado y recibió de éste múltiples apoyos; de modo que cuando éste participó “con las obras de infraestructura, los transportes, los servicios y

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productos, al canalizarlos prioritariamente al complejo urbano-industrial, (se convirtió en) uno de los pilares (más importantes) del proceso de industrialización” (Yunez-Naude, 1981: 279). La idea de orientar el crecimiento de México por la vía de “la industrialización a toda costa”, llevó al Estado a procurar todas las condiciones necesarias para la producción y reproducción del capital, “concentrando su acción en la triada de energéticos, ferrocarriles y comunicaciones” (Cabrera, 1994: 30). Pero,

como

hemos

dicho,

la

industrialización

trae

consigo

la

concentración y centralización de casi todas las actividades económicas, políticas, educativas y culturales en las áreas metropolitanas. Esto significa que se da también en ellas la concentración de trabajadores que, “al vender su fuerza de trabajo para subsistir, genera un conjunto de demandas para satisfacer sus necesidades de salud, educación, vivienda y recreación, entre otras, que deben ser resueltas. Por esa razón, en las ciudades se propicia y produce la concentración de los medios de consumo colectivo –MCC-, necesarios para la reproducción social y biológica de la fuerza de trabajo” (Ornelas, 2004: 144). Los apologistas de la industrialización, por cierto, destacan que ésta “facilita, directa o indirectamente, la solución a los problemas del desempleo abierto y el subempleo, de la distribución del ingreso, del abastecimiento del mercado interno; hace posible el aprovechamiento y la absorción del creciente flujo de egresados con más altas calificaciones educativas; induce la creación de empleo para una población que se urbaniza; transforma la estratificación social abriendo nuevas avenidas para la movilidad social; eleva los niveles de bienestar de la población e integra orgánicamente la sociedad” (Graciarema, 1983: 1223). Todo eso, al menos en teoría, es lo que sucede, según el punto de vista de ellos, con la industrialización.

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Sin embargo, en la práctica no siempre ocurre así, pues

la

concentración y la centralización del capital en las zonas urbanas implica, de suyo, la generación de otros fenómenos problemáticos, para los cuales no se tienen previstas las soluciones correspondientes, menos aún cuando las medidas de política económica aplicadas tienen un carácter mutuamente excluyentes entre el campo y la ciudad. Puebla en tal sentido es un caso típico. Las medidas que le fueron aplicadas desde finales de los años cincuenta, al favorecer el desarrollo industrial en las ciudades, indujeron la expulsión de un sinnúmero de habitantes del campo y el asentamiento de estos en los centros urbanos, que terminaron modificando la estructura de la población establecida. Es decir que, las medidas de política económica aplicadas en el estado fueron las directamente responsables, tanto del desmantelamiento de los grupos tradicionales en el área rural, como de la emergencia y formación de nuevos y diversos agrupamientos sociales en las zonas metropolitanas. En el cuadro número 2 pueden observarse los incrementos que, en términos absolutos, tuvieron en su respectiva población las cuatro principales ciudades industriales del estado, entre 1960 y 1980. Sobresale el dato relativo a la ciudad capital porque, en los veinte años que dura el período, la población de ésta se incrementa en aproximadamente 167%, cifra récord que ninguna otra localidad de la región alcanza. Los motivos de esto son, desde luego, su mayor expansión industrial y

capacidad de

recepción de los migrantes rurales.

Evolución de la población en cuatro ciudades del estado de Puebla Ciudad Puebla

1960 289,049

1970 499,636

1980 772,908

% +167%

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Tehuacán Atlixco San Martín

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17 31,897 30,650 n.d.

47,497 41,967 23,355

79,547 53,207 36,712

+149% +58% Nd

Texmelucan Cuadro No. 2 (Datos tomados de Ornelas, 1996: 170. Los porcentajes son propios)

La concentración poblacional en las áreas metropolitanas respondió, como hemos dicho, a las medidas específicas de política económica que con toda intención fueron aplicadas en la entidad. Para el caso de la capital poblana destacan los programas de certificaciones de promoción y de exenciones fiscales (de hasta el 30% del total de las inversiones particulares) que el Estado otorgó a aquellos capitalistas que instalaron sus negocios en los corredores industriales. Figuran también las decisiones de concentrar en el área metropolitana la mayor cantidad de gasto público –dos terceras partes del total- a efecto de favorecer, a través de los servicios derivados, a los mismos grupos de inversionistas de la capital (Cortés, 1981: 50)6. En segundo lugar, tal como se muestra en cuadro número 3, relativo a los niveles de ocupación por sectores, puede asegurarse que, en efecto, al aplicar una política discriminatoria hacia el campo, se terminó induciendo una importante baja en la PEA agrícola (pasando esta del 67%, que observa en 1960, al 53% en 1980), y una significativa disminución, del 17% al 14%, en el aporte de este sector al PIB estatal, en sólo los años que se comprenden entre 1975 y 1979; en tanto que, por contraste, y seguramente debido a la alta composición orgánica que tenía el sector industrial, el valor agregado de este aumentó, a lo largo de la década de los sesenta, en un insólito 352% (Cortés, 1981: 50), sin que, paradójicamente por cierto, lograra incrementar su capacidad generadora de empleos.

6

Los datos que con mayor precisión nos ofrece al respecto Cabrera (1994: 160) son los siguientes: del total de la inversión pública destinada a la región Puebla, en 1975 fue del 50.10%, y en 1980 de 52.10%, y si agregamos el 15.70% y el 14.27% que respectivamente se destinó a San Pedro Cholula, la apreciación de Cortés es en general correcta.

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En síntesis, debido al tipo de política económica aplicada, las actividades agropecuarias entraron en un declive que fue cada vez más evidente, hasta dar lugar a “la preponderancia (indiscutible) de las nuevas ramas industriales (metalúrgica, automotriz, química, petroquímica) en particular, y de la industria en general (ya que) generaba el 50% del valor agregado, (no obstante ser) la rama que absorbía la menor cantidad de fuerza de trabajo” (Cortés, 1981: 50). Bajo esta gran dinámica que trajo la industrialización a Puebla, puede asegurarse que ya hacia finales de los años setenta, las actividades económicas en ella se sustentaban básicamente en la industria, en el comercio y en los servicios, sectores de evidencia monopólica que,

aunque no

generaban altas tasas de empleo, sí les redituaban altas tasas de ganancia; algo que, paradójicamente, no sucedía en el campo, a pesar de que las actividades agropecuarias seguían ostentando el porcentaje más alto de la PEA -53% del total-, pero no así su contribución al PIBE, que apenas llegaba al 17%. Es decir, era una relación inversa a la de la industria, que representando solamente el 18% de la PEA, generaba el 50% del PIBE (véase García Jaime et al, 1980: 34). Los niveles de ocupación Analizando los datos del cuadro número 3, relativos al nivel de ocupación de todos los habitantes del estado de Puebla, encontramos que, entre 1960 y 1980, el sector primario fue el único que registró una baja muy sensible de hasta 26 puntos porcentuales, pasando de 66.99% en 1960, a 41.32% en 1980, cuestión que sólo es explicable por la descapitalización del agro y la crisis consecuente que generaron las políticas gubernamentales. Podemos notar, en cambio, que los porcentajes que conciernen a los sectores

secundario

y

terciario,

tuvieron,

respectivamente,

un

ligero

incremento, aunque no en la medida de las expectativas psicológicas que despertaba el proceso de modernización industrial en la metrópoli.

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A pesar de esto, puede destacarse que la diferencia cualitativa entre los sectores primario y secundario estriba en que si bien el nivel de ocupación de este último no creció ni siquiera en 1%, (14.75% del total en 1960, al 15.29% en 1980), su peso en la contribución al PIB estatal (véase página anterior), en cambio, era incuestionablemente el más importante de toda

la economía

poblana, de ahí que, a reserva de hacer los comentarios con mayor amplitud en los siguientes capítulos, los trabajadores ocupados en este sector, en especial los de alta industria, hayan podido dar un vuelco cualitativo al peso político que tradicionalmente había desempeñado el sindicalismo obrero en la entidad.

Población ocupada por sector de actividad, 1960-1980 Año

Total de

Sector

Sector

Sector

No

población

Primario

Secundario

Terciario

especificada

1960

ocupada 656,097

439,494

96,774

118,996

833

1970

100.00% 679,704

66.99% 380,396

14.75% 119,205

18.14% 147,477

0.13% 32,626

1980

100.00% 1,053,876

55.96% 435,433

17.54% 161,129

21.39% 225,404

4.80% 231,910

100.00%

41.32% 15.29% Cuadro No. 3

21.39%

22.01%

Fuente: Poder Ejecutivo Federal, Sexto informe de gobierno (síntesis de datos ofrecidos por García Caudillo, 1996: 304-305)

El otro dato a resaltar es que, hacia 1960 el total de la población ocupada en todo el estado era de 656,097 personas, pero veinte años después, esto es, en 1980, la misma casi logra duplicarse, alcanzando la cantidad de 1,053,876, lo cual significa que los puestos formales de trabajo lograron, en términos redondos, un incremento del 84%, que es, por cierto, inverso a la pérdida que, en ese mismo lapso, tuvo el sector rural en su propio nivel de ocupación (García Caudillo, 1996: 304). Por otro lado, hay que tener presente que con el fenómeno de la concentración de actividades en la capital del estado, el grueso de la población se fue asentando también en ese mismo espacio, conforme avanzaba la

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modernización industrial. Se dio pues lo que se conoce como

la

metropolización acelerada, que es “justamente el fenómeno de la centralización de las funciones urbanas nuevas en una sola ciudad, con la incorporación y la integración de las formas más desarrolladas del sector terciario, junto con una combinación diversificada del secundario” (Pedrao, citado en Ornelas, op. cit., p. 182) Pues bien, en ese proceso de metropolización acelerada, y más concretamente a partir de que se instalan las grandes y modernas empresas en el Valle de Puebla7, aparecen de manera evidente los fenómenos de la concentración de inversiones (pública y privada) y el de la ocupación de la fuerza de trabajo de todo el estado. Por ejemplo, tan sólo entre 1964 y 1973, se instalan en las áreas metropolitanas de la entidad más de 120 compañías (Pansters, op. cit., p. 175) que, cubriendo básicamente ramas como la metal mecánica, la química y la automotriz, proporcionan una enorme cantidad de empleos, tanto de los denominados directos como de los indirectos. De todas ellas, la más fuerte sin duda fue la armadora automotriz Volkswagen, verdadero pivote del desarrollo de la región, pues alrededor de la misma han girado industrias como la del hule, la del vidrio, la textil, la de aparatos eléctricos, la de productos químicos diversos y otra más (García Amero, 1984: 159). Desde el punto de vista del empleo, la armadora alemana daba ocupación directa a aproximadamente 10,000 obreros en 1974. Si agregamos a esa cifra la cantidad de plazas que, por demanda de productos específicos, generaba en otras industrias del Valle de Puebla, pero además consideramos el número de empleos que ofrecían industrias tradicionales como la textil, que a principios de los años ochenta y a través de 801 establecimientos, ocupaba a 73,500 trabajadores (García Amero, 1984: 52), se puede concluir que la ciudad 7

Hacia 1972, había 18 importantes empresas cuyo “capital proviene de otras regiones, de otros grupos o del extranjero”, entre ellas Volkswagen de México (automotriz), Hylsa de México (siderúrgica), CONELEC, S.A. (eléctrica), Industria de Baleros Intercontinental (metal mecánica), Polímeros de México (hule y plástico), Parke Davis y Cía. de México (química), Cementos Atoyac (de construcción), Federal Mogul de México (metal mecánica), y Crolls de México (metal mecánica). (Gutiérrez, 1981: 65).

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de Puebla, comparada con todas las demás áreas metropolitanas del estado, fue la que mayor índice de ocupación8 tuvo y tiene hasta la fecha. Con la metropolización acelerada se inicia también un proceso ininterrumpido de expansión territorial de la propia ciudad de Puebla, que a pesar de no ser planificado ni de responder a alguna lógica diferente a la del gran capital, le ratifica el papel que siempre ha jugado a lo largo de su historia, esto es, el del “lugar privilegiado” donde han transcurrido y "transcurren los más vitales procesos de industrialización y terciarización de la actividad económica” (Ornelas, 1996: 182), no únicamente de la entidad, por cierto, sino incluso de una buena parte de las regiones centro, este y sur del país. En resumen, la abultada concentración de actividades en la capital del estado9, y el inaudito crecimiento de su población (a una tasa anual de 11.8%, entre 1960 y 1990, -Ornelas, 1996: 180), hicieron de ella la más grande zona metropolitana con capacidad de absorción del 72.3 por ciento del total de habitantes que radicaban en las demás áreas urbanas de la entidad (Ornelas, 1996: 173).

I.2 Rasgos y contradicciones de la industrialización El carácter de ciudad regional preminente10 que tiene Puebla, le ha permitido concentrar y centralizar tanto al capital, como a la fuerza de trabajo de toda la entidad. Tal cuestión, sin embargo, no es precisamente reciente. 8

El propio crecimiento que en términos absolutos observó la población de la ciudad de Puebla, entre 1960 y 1980, pasando de 289,049 habitantes a 772,908 (Ornelas, 1996: 174) refleja de alguna manera el nivel de atracción ocupacional que ejercía sobre los diversos núcleos de población del interior del estado. 9

Solo como muestra de esto, digamos que los servicios bancarios tienen un índice de concentración del 90%; el de los servicios educativos, de 80%; el de las inversiones, de 60%; el de los establecimientos industriales, de 55%; y el de los servicios médicos, de 65%.( Ornelas, 1996: 180-181; también Cabrera, 1994: 108) 10 El término se refiere al tamaño de la ciudad, cuya población, dentro del sistema urbano, es varias veces superior a la ciudad que le sigue en tamaño (Unikel, 1976, en Ornelas, op. cit., p. 175)

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Todo lo contrario, se remonta a los tiempos en los cuales deliberadamente se funda aquella, bajo propósitos y motivos que tuvieron que ver, entre otras cosas, con su ubicación estratégica de dominio en el territorio colonial, con la necesidad de prolongar las funciones del poder central, y con el logro de un núcleo dedicado a la producción manufacturera (Ornelas, 1996: 202). En efecto, Puebla se distinguió a lo largo de su historia por ser una entidad original en su producción artesanal, agrícola y textil. A lo largo del siglo XX, por ejemplo, su contribución al PIB nacional fue una de las más destacadas, alcanzando, en la década de los cuarenta, un crecimiento de 8.5% como promedio anual, y aunque entre 1960 y 1970 la cifra bajó a 4.6%, (Ornelas, 1996: 168), y todavía más, entre este último año y 1980, descendió a un 2.23% (INEGI, en Martínez y otros, 1996: 218), la participación que tuvo en el conjunto de la economía del país siguió siendo, de cualquier manera, muy importante. Los datos acerca de la participación del PIB estatal con relación al nacional, ofrecidos por Cabrera (1994: 92) para el período que estudiamos, son los siguientes: Participación del Producto Interno Bruto Estatal (pibe) en el nacional Año 1960 Millones de 150,511.0

1965 22,028.0

pesos Porcentaje

(sic) 3.81 3.01 Cuadro No., 4

4.88

1970 418,700.0

1975 988,300.0 2.46

1980 4,276,490.4 2.96

(Datos tomados de Cabrera, 1994: 92)

Como puede observarse en el cuadro, los porcentajes más altos corresponden a 1960 y 1965. Esto era así a pesar de que al interior del aparato industrial, el sector textil se consideraba, por su vieja maquinaria y sus procedimientos obsoletos, una especie de “lastre benéfico”, puesto que seguía generando el 60%

de la producción total del rubro manufacturero, y

representaba, además, el 64% del capital fijo en todo el estado; aparte de que, desde el punto de vista ocupacional, otorgaba empleo a 58 de cada 100

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trabajadores del total que laboraban en ese mismo rubro de las manufacturas (Ver García Amero, 1984: 28-29). No obstante, puede observarse ahora en el cuadro núm. 5, que la producción bruta del sector textil sufrió, entre 1960 y 1975, una caída vertical, de 60% a 19%, cediendo así su antiguo lugar a otros sectores de comportamiento más dinámico y de carácter moderno, como el de químicos, metales pesados y medios de transporte, aunque el crecimiento de estos no haya sido tan espectacular como lo fue antes el de la propia industria textil. Sin embargo, es necesario tomar en cuenta que ambos fenómenos fueron indicadores importantes de los nuevos procesos de producción que empezó a vivir la entidad poblana. Veamos:

Producción bruta de la industria manufacturera por sector en Puebla ,1960-1975. Sector 1960 1965 1970 1975 Textiles 60.0 52.1 28.8 19.0 Químicos 1.0 2.6 7.1 6.6 Metales 14.7 19.9 pesados Medios de transporte

0.3

0.8

14.3

27.1

Cuadro No. 5 (Datos tomados de González Lara, en Pansters, 1998:176)

Polos de desarrollo y modelo industrial Únicamente para contextualizar los eventos de carácter económico que tuvieron lugar en el estado de Puebla, diremos brevemente que a nivel del país y a partir de los años cuarenta, el sector industrial empezó a adquirir perfiles cada vez más modernos, bajo una

dinámica de intensa expansión y de

renovación técnica que le permitió alcanzar, de esas fechas en adelante, altas tasas de crecimiento en su Producto Interno Bruto (véase Anexo respectivo.

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Sin embargo, detrás del exitoso crecimiento del PIB nacional estaban, al menos, dos medidas de política económica que desde la segunda postguerra el Estado había puesto en marcha, a fin de incrementar la acumulación de capital (Ornelas, s/f: 51), a saber: 1.- Una primera consistió en impulsar y apoyar decididamente la importación de bienes de capital para el sector manufacturero, con el fin de ir sustituyendo, de manera paulatina, las importaciones de los diversos productos que aquellos generaran –sobre todo los de carácter intermedio-, a efecto de acceder así a una plena industrialización. A eso se debió, dicho sea de paso, el hecho de que las importaciones de bienes de capital, entre 1965 y 1978, hayan tenido un crecimiento, como promedio anual, de 80% en relación a las importaciones totales (Padilla: 1981: 72). Junto a esta medida se tomó la decisión, también por parte del Estado, de fomentar un patrón de concentración regional, tanto de la actividad, como de la población, que teóricamente fue identificado con el nombre de “polo de desarrollo” (Perroux, 1955), cuyo acento fue puesto en la necesidad de “centrar la intervención estatal en los grandes centros urbanos ... con el fin de generar nuevas industrias, (pues se calculaba que su) efecto multiplicador traería como consecuencia (otro) efecto benéfico en cascada (trickle down effect) en la totalidad de la región, por medio del incremento en la demanda de todos los bienes y servicios, relacionados directamente con la producción o con la demanda de estas industrias” (Quintana, 2000: 1). Así pues, bajo la idea de centralizar la producción y la comercialización en determinados lugares, se fueron conformando los polos de desarrollo industrial en zonas como el Distrito Federal, los estados de México, Jalisco, Nuevo León, Veracruz y Puebla, por solo mencionar las entidades que más sobresalieron al respecto. Ahora bien, la producción industrial focalizada en estas áreas supuestamente ofreció beneficios adicionales a todas las empresas que en ellas se instalaron, pues al seno de estas regiones se observaron tanto una

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creciente especialización en los procesos productivos, como la generación de economías de escala11, que de conjunto contribuyeron a elevar los niveles de producción; de aquí que no haya sido casual que el mayor porcentaje del PIB, ya una vez consolidados los polos de desarrollo, procediera justamente de estos lugares, tal como en seguida lo ilustramos, citando a las seis entidades más representativas de los mismos. Contribución al PIB Nacional de las primeras cinco entidades federativas (1978) Entidad Federativa Porcentaje Distrito Federal 44.0% Estado de México 7.0% Nuevo León 6.5% Veracruz 4.8% Jalisco 3.6% Puebla 2.3% Cuadro No. 6 (Datos tomados de Padilla Aragón, 1981:120)12

Sobre el asunto de las medidas estratégicas que el gobierno federal aplicó para crear y fomentar los polos de desarrollo, cabe aclarar que en realidad no beneficiaron en forma pareja a la clase patronal en ninguna parte del país, ya que otorgaron tratos discriminatorios para algunos grupos de empresarios y de privilegio para otros, de tal manera que el proceso obligó a todos a someterse a una profunda recategorización económica y social, según las respectivas capacidades que poseían unos y otros para adaptarse a la modernización. 2.- La segunda gran medida que el Estado puso en marcha para lograr una industria de gran escala, diversificada, de alta tecnología y con acceso directo a materias primas, mano de obra e insumos baratos, fue la de otorgar facilidades y permisos a las empresas nacionales y transnacionales, bien para que 11

En estas economías de escala “el mayor tamaño industrial reduce los costos de búsqueda de trabajadores con habilidades específicas; hay mejora de la comunicación entre las empresas, y existe la provisión de insumos intermedios y de servicios públicos, de acuerdo a las necesidades técnicas de la industria particular” (Henderson, citado en Análisis Aregional, 2002: 1) 12 Para una visión global de la aportación que hizo el estado de Puebla al PIB nacional, a lo largo del período que estamos analizando aquí (1960-1980), véase Cuadro Número 4, de la página 26.

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pudieran instalarse a lo largo y ancho del territorio nacional –aunque de preferencia en los citados polos de desarrollo y al lado de las carreteras y autopistas-, o bien para que pudieran invertir en las ramas más dinámicas y rentables de la economía. La medida finalmente resultó muy eficaz porque, tan sólo en la región Puebla Tlaxcala, en el período que va de 1970 a 1979, la planta industrial vio crecer el número de sus establecimientos en 309, aunque hay que reconocer que prácticamente la mitad de ella (el 47%) se instaló entre 1963 y 1981 (Castillo Palma, 1984: 279), siendo sus ramas automotriz, petroquímica y metal mecánica las que con más sensibilidad se acogieron a aquella política estatal, al igual que lo hicieron algunas empresas agrícolas modernizadas, que generaban bienes tanto para el mercado interno, como para la exportación. En opinión de Quintana (2000: 2), el modelo de sustitución de importaciones “sobre todo a partir de los años cincuenta, tomó como paradigma espacial los polos industriales, fincando el desarrollo económico del país (básicamente) en el ahorro interno, más que en el financiamiento externo. (Sin embargo, dice), los recursos para lograr la diversificación económica provinieron en lo fundamental del sector agropecuario, que durante esta época es ‘modernizado’ en regiones de alta productividad, promovidas por el Estado por medio del modelo de desarrollo regional por cuencas hidrológicas y de los distrito de riego.13 (Así pues), hasta mediados de los años sesenta esta estrategia parecía haber sido un éxito, al grado de llegarse a exportar granos básicos a inicios de los años sesenta, dando lugar a un aparente ‘milagro mexicano’...” Y ciertamente, una economía con las tasas de crecimiento señaladas parece no sólo inobjetable, sino incluso hasta ideal para cualesquier país capitalista que se proponga alcanzar “el pleno desarrollo”. Incluso podemos afirmar que si una economía pudiera valorarse únicamente en función de su 13

En Puebla, por ejemplo, durante el ciclo agrícola de 1977-1979, en el distrito de riego de Valsequillo, eran los propietarios privados quienes detentaban la composición orgánica de capital más alta del agro poblano y aportaban la mayor parte del producto de la superficie de riego, pues poseían el 84% del total de tractores y de sembradoras, el 73% de segadoras, el 70% de trilladoras y el 76% de camiones y camionetas (en Cortés, 1981: 51).

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Producto Interno Bruto alcanzado, la de México hubiera resuelto ya, desde hace mucho tiempo, todos sus grandes problemas. Empero, como la estrategia económica aplicada por el gobierno fue incapaz de abatir los problemas de pobreza, de desigualdad, de injusticia y otros de menor envergadura, la explicación a los mismos obviamente hay que buscarla en el carácter de la propia economía capitalista, en sus aspectos estructurales y en sus contenidos relacionales. La crisis del campo Según los especialistas en la materia, el sector agropecuario desempeñó un papel crucial en el proceso de transformación-modernización del aparato industrial manufacturero (centrado, como hemos dicho, en los polos de desarrollo). Un mínimo recuento de sus funciones nos indica que, entre otras cosas, a) abasteció de alimentos a las grandes urbes, b) proporcionó a la industria materias primas, insumos y fuerza de trabajo, c) transfirió capital al propio sector manufacturero, y d) dio pie a la autosuficiencia alimentaria del país, llegando incluso a ser un importante exportador de algunos de sus productos (ver Quintana,2000:1). Sin embargo, el gran problema que enfrentó fue que sus funciones quedaron subordinadas al propósito de sustituir, a cualquier precio, las importaciones de bienes de consumo final, que terminaron por debilitarlo. Warman (1983: 108) señala con mayor precisión que tales funciones consistieron en: •

“Generar divisas mediante la exportación de productos agropecuarios para el financiamiento de la importación de bienes de capital y materias primas para la industria nacional.



Abastecer de materias primas baratas a la industria, con frecuencia a precios inferiores a los del mercado mundial.

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Alimentar a precios bajos a la población urbana para hacer atractiva la inversión industrial por el bajo costo de subsistencia y reproducción de la fuerza de trabajo.



Aportar gente no solo como mano de obra para la industria y otras ocupaciones ‘modernas’, sino para integrar una reserva de desocupados o marginados urbanos, que supera en magnitud a la población empleada en la industria y los servicios...” (Warman, 1983:108).

Pero al margen de las funciones históricas que le fueron asignadas, no está por demás hacer notar que, dentro del propio sector agropecuario, la rama que adquirió mayor dinamismo fue la agricultura, sobre todo la que se practicó con estilos capitalistas de producción, pues sus empresarios, aprovechando la infraestructura de canales de riego, carreteras, las mejores tierras cultivables, etc., realizaron grandes inversiones en maquinaria, insumos químicos y cultivos específicos, que les permitió elevar de manera significativa sus índices de rendimiento por hectárea, el volumen de su producción y, por tanto, sus ganancias. Este crecimiento extraordinario del sector primario tuvo lugar, sobre todo, entre 1945 y 1965, y fue el sustento del denominado “milagro mexicano”. En esa etapa “el incremento de la producción (agrícola) superó con cierta holgura al crecimiento de la población […] y tal desarrollo “fue resultado complejo de dos procesos interactuantes: el crecimiento de la agricultura capitalista y el de la producción campesina”, (Warman, 1983: 109) El contraste con los estilos capitalistas de producción lo establecía el grueso del campesinado que cultivaba la tierra o practicaba una agricultura en un marco de sobrevivencia, esto es, sin disponer de recursos financieros, sin poseer grandes extensiones de tierra y sin tener tampoco acceso a tecnologías desarrolladas. Con todo, debemos tomar nota de que a nivel nacional, “entre 1945 y 1955, la tasa media anual de crecimiento de la agricultura, en términos reales, fue de

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8.2% (porcentaje muy superior a la tasa de crecimiento que tuvo la población en el período; y que) después, entre 1955 y 1965, ese porcentaje disminuyó a 3.9% anual, para, finalmente, tener un crecimiento, en el período que va de 1965 a 1970, de sólo 1.2%” (Tello, 1980: 27). La situación, en efecto, se empezó a agravar a partir de 1965, cuando la contribución de la agricultura al PIB nacional se acercó, de manera peligrosa, al punto cero, o incluso mostró números rojos, que indicaban crecimiento negativo (ver cuadro número 7) y, por consiguiente, dificultades -y más que eso, imposibilidad- para seguir cumpliendo las funciones asignadas por la política económica federal. La causa general de eso puede decirse que es la misma que aquejaba a la agricultura poblana que, todavía a mediados de los años setenta, “se sustentaba en la producción temporalera de pequeñas unidades de producción (privadas y ejidales) de baja y decreciente productividad. (De modo pues que, la pulverización de la tierra, la baja composición orgánica del capital, la producción mercantil simple, el estancamiento de la producción, el desempleo y el subempleo, la emigración rural, el latifundio, el cacicazgo y el infraconsumo de las masas (eran) los rasgos más sobresalientes (que definían en esa época al) agro poblano” (Cortés, 1981: 50). Quiere decir que, al igual que la suerte que corría la agricultura nacional, la poblana observaba también un crecimiento medio anual menor al de la población de la entidad. En particular “durante los años 1975-1979 la población total del estado aumentó en 15%, en tanto que la producción agrícola decreció: el maíz en 1.7%, el frijol en 25%, el arroz en 67%. El trigo en 12% y la caña de azúcar en 12%” (Cortés, 1981: 52). Aún más, durante el ciclo agrícola 1976-1977, “se registraron los índices nacionales más bajos, tanto en la superficie de riego y de temporal por usuario como en la capitalización por unidad de superficie, lo cual tiene sus orígenes, por una parte, en la resistencia organizada que el grupo avilacamachista opuso a la consumación de la reforma agraria, y por otra, en la concentración y

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centralización de tierras de jugo y humedad bajo las formas de tierras de agostadero por unos cuantos caciques regionales” (Cortés, 1981: 51). Otro hecho a resaltar es que, de la misma manera que sucedía en el nivel nacional, conforme iba avanzando la industrialización en Puebla, las actividades agropecuarias contribuían cada vez menos al PIB estatal, a pesar de que eran las que más fuerza de trabajo absorbían (el 53% del total). Con todo, el valor que generaban, respecto del de otras, era el menor (Cortés, 1981: 52). En cuanto a las cifras nacionales, puede verse en el cuadro número 7 que, a excepción de 1970, 1977 y 1978, en general los índices de su producción fueron bajos, cuando no de plano negativos.

Producto Interno Bruto Nacional por actividades (a precios de 1960): Año

Total

Agricultura Petróleo

Manufactur a

1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979

6.3 8.1 6.3 6.9 3.4 7.3 7.6 5.9 4.1 2.1 3.3 7.0 8.0

-0.2 1.6 -1.7 4.9 1.8 -2.6 2.1 3.2 -0.7 -0.3 6.5 4.0 -2.5

14.2 8.6 4.7 10.1 2.8 7.9 1.4 14.2 8.4 10.9 18.8 13.6 15.0

6.8 10.1 8.1 8.7 3.1 8.3 8.9 5.7 3.6 3.5 3.6 8.8 8.5

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Cuadro No. 7 (Tomado de Padilla Aragón , 1981: 26)

Las otras dificultades del modelo El modelo de industrialización que implementó el Estado Mexicano tropezó desde su inicio con diversas dificultades y contradicciones, ya que fue montado sobre una estructura socioeconómica que de entrada era ya portadora de profundos desequilibrios y de una tendencia a la alta concentración del ingreso, a las cuales no sólo no dio solución, sino que incluso las profundizó y, de paso, les añadió otros problemas. El de los precios altos de los bienes de capital y de los productos nuevos y complejos, consumidos por un sector restringido del mercado, es uno de ellos. Lo es porque tiende a generar una disminución en la tasa de ganancia, y ésta, a pesar de que “es la ley más importante de la moderna economía política” (Marx, Grundisse, T. II, p. 279, citado en Mattick, 1975: 66), es inadmisible para el capitalista y para la acumulación de capital, pues

un

capitalismo que no acumula, es un capitalismo en crisis” (Mattick, 1975: 65). El capitalista siente que la disminución de la tasa de ganancia, “debe compensarse por otros medios” (Gribomont y Rimez, 1977: 772), o más exactamente, por el único medio que lo puede hacer, que es el de aumentar la tasa de plusvalía, o lo que es lo mismo, hacer que los trabajadores generen mayor masa de plusvalor y puedan financiar así las inversiones necesarias para asegurar la reproducción del modelo y un buen nivel de consumo en las clases dominantes. Pero en ese propósito el capitalista no está solo. En general cuenta con la ayuda del Estado, como ya lo hemos dicho para el caso de la industrialización de México, donde este asumió funciones de servicio irrestrictos al capital.

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Es decir que utilizando el mecanismo de transferencia de plusvalía a la “iniciativa privada”, pero en especial a su fracción monopólica, a través de subsidios, exención de impuestos, precios bajos en bienes y servicios, obra pública diversa y políticas proteccionistas, el Estado permitió que el gran capital fijara precios elevados a sus productos y procurara así una "buena rentabilidad" de sus inversiones, o, en otras palabras, tuviera asegurada una elevada tasa de ganancia (ver Ornelas, 1981: 102-103). Y es que, de acuerdo con este mismo autor (Ornelas, s/f: 52), “la acumulación de capital es un proceso cíclico, contradictorio y complejo que puede verse estimulado o frenado por la política económica”. Eso significa que tarde o temprano las medidas que toma el Estado terminan generando desequilibrios sociales o profundizando la brecha distributiva entre capital y trabajo, entre el campo y la ciudad, entre las inversiones dedicadas al sector agropecuario y las destinadas al manufacturero, entre la necesidad del primero de hacer crecer las divisas para canalizarlas al sector industrial y el “lento crecimiento de sus propios ingresos corrientes frente a la ampliación de su gasto” (Yunez-Naude, 1981: 280), y otras deformaciones más del aparato económico,

tal

como

aconteció

en

general

durante

el

proceso

de

industrialización en los países del tercer mundo, entre 1930 y 1970 (Ikonicoff, 1983: 2153. El más grave de estos problemas fue, por cierto, el de la distribución del ingreso, que siendo un reflejo de los niveles de explotación a los que están sometidos

los

trabajadores,

se

profundizó

conforme

el

proceso

de

industrialización fue avanzando (véase anexo correspondiente), ya que mientras en 1958 el 5% de la población con mayores ingresos tenía una recepción media de 22 veces mayor que el 10% más pobre, para 1970 esa proporción había subido a 39 veces (Blanco, 1979: 42). La desigualdad en la distribución del ingreso se vio, de igual manera, entre las zonas rurales y las urbanas, debiéndose básicamente a la injusta política de precios de garantía que el Estado mantuvo sin variación durante 6 años, o incluso hasta 12, de muchos de los productos del campo, tales como

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ajonjolí, frijol, arroz, maíz, etc. mientras que los del sector manufacturero crecieron de manera particular (Blanco, 1979: 43). Por lo que respecta al problema del salario, hay que hacer notar que entre 1960 y 1970, la productividad del trabajo –medida por el aumento de la producción bruta por trabajador-, crece a un ritmo anual superior al doble del aumento de las remuneraciones reales por trabajador ocupado” (Blanco, 1979: 43). Puebla siguió prácticamente las mismas pautas que caracterizaron al ámbito nacional. Su desarrollo económico fue también profundamente desigual entre los diversos sectores; se concentró en las zonas metropolitanas de la entidad, en particular de la ciudad capital14; se olvidó del sector primario y favoreció al capital en la relación de éste con el trabajo. Resumiendo, se puede decir que al entrar a los años sesenta el modelo de desarrollo, cuyo objetivo era sustituir importaciones, empezó a manifestar desde su sector agrícola síntomas de agotamiento, después de que durante los años cuarenta y cincuenta sirvió de base para el despegue industrial. En Puebla, como hemos señalado, el modelo generó también otros problemas que se relacionaron con las desigualdades sociales, regionales y sectoriales, con la distribución del ingreso (demasiado concentrado), y con la crisis del sector agrícola hacia mediados de los años sesenta, fecha en la que, por demás, cobra relevancia la burguesía financiera industrial. En efecto, “la instalación de corredores industriales y la expansión correspondiente provocan, por una parte, el desplazamiento de pequeños y medianos productores, la expulsión de la fuerza de trabajo y el acelerado crecimiento de la masa de desempleados y desocupados, el recrudecimiento de las tasas de explotación vía productividad del trabajo y, por otra, consecuentemente, la generación de ganancias extraordinarias derivadas de la

14

Por ejemplo, hacia finales de los años setenta, “en el área metropolitana de la ciudad de Puebla, se concentraba el 55% de todas las industrias existentes en la entidad; el 66% de la inversión industrial, y el 60% del personal ocupado en la actividad industrial” (Cortés, 1980: 34)

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mayor composición orgánica de capital y de las facilidades fiscales otorgadas por los gobiernos federal y estatal” (Cortés, 1981: 53).

I.3 Crisis y nuevo patrón de acumulación de capital en la región Visto como patrón de acumulación, esto es, como “una modalidad de la acumulación capitalista históricamente determinada, (es decir), no como una acumulación capitalista a secas, sino de un cierto modo que esta asume en un período dado, y por ende, de la especificidad que adquiere el fenómeno más general plusvalía”

[…]

de

acumulación,

(Valenzuela

Feijos,

producción

1981:

11)

el

y

realización

modelo

de

la

sustitutivo

de

industrialización que aplicó el gobierno, y su estrategia de concentrar y centralizar las actividades en determinadas zonas geográficas del país, tuvo la virtud de permitir que la industria mexicana fuera adquiriendo “un perfil cada vez más moderno” (González Casanova y Florescano, 1979: 43). La especificidad de la acumulación consistió, además, en la capacidad de poder articular desde el polo dominante, que era el de la industria manufacturera, a las formas precapitalistas y capitalistas subordinadas del

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interior del país, así como el de su inserción específica a los centros capitalistas dominantes (Valenzuela, 1981: 17). En este sentido, la apertura que hizo Puebla a la modernización y expansión sostenidas de su planta industrial, a partir de la mitad de los años sesenta, generó cambios profundos en muchos aspectos de su formación social. En el campo económico el más significativo fue, sin duda, el de las formas de explotación de la fuerza de trabajo, las cuales tendieron a fincarse cada vez más en los procedimientos de la plusvalía relativa, es decir, “no prolongando de un modo absoluto la jornada de trabajo” (Marx, 1968: 427), sino “revolucionando los procesos técnicos del trabajo y las agrupaciones sociales” (p. 426), que es la manera por excelencia de incrementar la productividad (p. 431). Estos “incrementos generalizados de la productividad del trabajo social” (González Soriano, 1983: 121), a su vez permitieron que el sector industrial alcanzara una posición hegemónica dentro de todos los demás sectores que generan valor en la entidad, y que, además, los grupos monopólico industrial y oligopólico comercial, captaran la mayoría de los estímulos otorgados por el gobierno mediante el Plan Nacional de Industrialización. Estos estímulos, por cierto, consistían entre otra cosas, en otorgar facilidades para la adquisición de terrenos y la construcción de nuevos parques industriales o centros comerciales modernos, o en el otorgamiento de “subsidios a las 93 nuevas empresas que se establecieron y a las 78 que aumentaron su capital operativo en ese año (de 1979), lo mismo que un subsidio especial por cada cinco plazas de trabajo que se crearon”, etc. (ver Cortés, 1980: 37-39). En los aspectos generales, la industrialización significó un proceso creciente de monopolización de la producción y, por consiguiente,

una

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subordinación de los intereses, e incluso de las actividades, de las empresas medianas y pequeñas a los grandes capitales, en torno a los cuales, inevitablemente, gravitaron. El desarrollo industrial de Puebla implicó también –vale la pena repetirlo- la centralización en la ciudad capital, de prácticamente todos los servicios públicos (de educación, de salud, etc.); la recepción de los migrantes del campo y de la mano de obra que ellos representaban, y, desde luego, la conflictiva expansión territorial de la zona metropolitana. Pero todo ello, a su vez, generó problemas de vivienda, de servicios públicos, de contaminación ambiental, de especulación de bienes raíces, de alza desenfrenada de las rentas, de insuficiencia en el sistema de transporte urbano y suburbano, de encarecimiento de los bienes de consumo popular, etc. (Cortés, 1980: 34) Pero, en su incontenible avance el sector moderno industrial subordinó, mediante mecanismo coactivos, a todas las demás formas de producción no capitalistas, en especial a las del agro, para proveerse de divisas, de materias primas, de alimentos y de mano de obra, cuyo salario debía estar, además, regulado por el Estado, a favor del capital. (González Casanova y Florescano, 1979: 43-45). En lo que se refiere al sector manufacturero industrial, cabe aclarar que su desarrollo no fue igual para todas las ramas, ni para todas las empresas, en especial para las del ramo textil -que todavía hacia 1942 tenían una maquinaria que en 75% estaba “integrada por material que había sido comprado entre 1898 y 1910” (Pansters, 1998: 169)-; de tal manera que sus dificultades fueron mayúsculas para integrarse al nuevo patrón de acumulación y para formar parte del moderno bloque de la burguesía industrial poblana. No obstante, la rama textil en su conjunto sí hizo esfuerzos por introducir mejoras tecnológicas y evitar así que su producción bruta siguiera descendiendo, tal como lo hizo a lo largo de la década de los sesenta. Los datos que se pueden ver en el cuadro número 5 de las páginas anteriores, muestran un contraste radical entre el 60% obtenido en 1960, y el 19.0% de

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1975, lo cual refleja definitivamente una crisis de carácter profundo que, por otro lado, motivó a que en lo particular muchos empresarios del ramo buscaran invertir en otros sectores menos riesgosos (Pansters, 1998: 189). Otro de los problemas suscitados al interior de este sector de empresarios poblanos consistió en que, frente a la modernización tecnológica que los grandes capitales (financiero e industrial) comenzaron a introducir en la región, sus conductas y actitudes tendieron a ser más reactivas que racionales, con renuencia al cambio y de abierto rechazo al propio proceso de modernización (Sotelo, 2000: 19), en virtud de que no vio los

beneficios

personales que le podría proporcionar, sino que, por el contrario, percibió únicamente el efecto negativo inmediato cuando empezó a sentir que estaba siendo desplazado de su posición económica dominante. Por encima de esta crisis de las formas tradicionales de acumulación de capital, la modernización del aparato industrial de Puebla fue hacia delante, y merced a los convenios que los gobiernos federales y estatales establecieron con el gran capital, cientos de empresas, en forma avasalladora, se instalaron en las áreas específicas que se conocen como “parques industriales”. El elemento común que tienen estas flamantes empresas es su estilo de acumulación de capital, que basado en el incremento de la productividad por la vía la plusvalía relativa, configuran un nuevo patrón de acumulación, al mismo tiempo que con él emerge una poderosa fracción moderna de la burguesía regional: la financiera industrial. Esta fracción, a decir de Gutiérrez (1981), se constituyó en un tiempo relativamente corto de 20 años, bajo el amparo de una especie de “doble ley” que equivale, por un lado, a la de las ventajas comparativas, que en el sentido económico tuvo como sustento un conjunto de estímulos fiscales, subsidios y créditos y una mano de obra abundante -por demás barata-, que proporcionaban las comunidades campesinas expropiadas y/o desplazadas por las grandes empresas que, como ya dijimos, terminaron conformando los

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corredores y parques industriales de Puebla-San Martín, Puebla-Tlaxcala, San Felipe Chachapa; 5 de mayo, Puebla 2000, Quetzalcóatl y la Resurrección. En el sentido político, las “ventajas comparativas” consistieron en que estos modernos empresarios recibieron por parte del Estado no sólo el apoyo incondicional en los tribunales de trabajo, sino una protección a ultranza en contra de los supuestos peligros de los paros laborales, las amenazas de huelga, las reivindicaciones salariales, los disturbios y otras acciones obreras que afectaban o pudieran afectar su capital y sus ganancias. A tal grado de incondicionalidad se aplicó esta doble y ventajosa “ley” que, incluso, algunas familias burguesas de la región, con apoyo explícito del Estado, cuando desearon o consideraron necesario cambiar sus capitales a esferas más dinámicas y rentables, y adaptarse a ese nuevo giro, lo hicieron con facilidad y realmente sin trabas significativas. Al respecto nos dice Gutiérrez (1981: 68): cuando entre 1960 y 1980 “se implantaron otras (ramas) con mayor capital, recursos tecnológicos y con amplio mercado interno, (la burguesía tradicional) al verse desplazada acumuló su capital mediante el traslado de sus recursos a la esfera financiera”, específicamente a las instituciones bancarias conocidas como Banco Mexicano de Puebla, S.A., Banco de Puebla, S.A., Banco de Oriente, S.A., Banco de Comercio de Puebla, Oriente de México: Compañía de Seguros, S.A. y Seguros La Comercial de Puebla. Un dato que llama mucho la atención es que los directivos de estas instituciones (presidentes, vicepresidentes, vocales y secretarios) eran, a su vez, dueños, accionistas, consejeros, apoderados o gerentes de diversas empresas industriales, distribuidoras de automóviles y establecimientos comerciales, entre otros negocios. Ello sin contar las alianzas, los vínculos y las sociedades que establecieron con la fracción de la denominada burguesía burocrática, o burguesía de Estado (Rousset Banda, 1978: 6) y con los bancos que únicamente tenían sucursal en la entidad poblana, v. gr., el Banco del

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Atlántico, la Banca Serfín, la Banca Confía, Comermex, Banco Mercantil de Monterrey, y otros. Para tener, en síntesis, una visión completa del proceso de instalación, desplazamiento y fusión de las empresas industriales en Puebla, mencionemos que de las 22 más importantes que operaban en 1972 en la entidad, las tres consideradas de capital poblano (Textiles El Centenario, Acrimex e Hilos Superfinos de Puebla), únicamente “aportaban el 5.03% del capital social; el 1.7% del total de las inversiones y el 4.87% del número de trabajadores, mientras

que

las

18

restantes

aportaban

el

93.88%

del

personal

empleado” (Gutiérrez, 1981:66). Estas otras 18 empresas provenían de grupos y regiones distintas de México, o del extranjero. Las extranjeras o transnacionales eran, entre otras, Volkswagen de México (de capital alemán); CONELEC (subsidiaria de la empresa norteamericana Phelps Dodge Co.); Polímeros de México (distribuidor exclusivo de Química Hoechst); Parke Davis y Cía. de México (subsidiaria de Jonson); Alumex (con participación de The Anaconda Corporation); Industrias derivadas del Etileno (con participación de capital francés); Stanley de México (capital norteamericano); N.C.R. Industrial de

México (principal accionista:

Nacional Cash Register); Síntesis Orgánica (principal accionista: Reichold Chemical), Federal Mogul de México (de capital norteamericano), y Chiclets Adams (subsidiaria de la empresa norteamericana Gum Co.). (Ver Gutiérrez, 1981: 66-67). Por lo que toca a las empresas de capital nacional –no poblano-, cabe mencionar entre otras a Hylsa de México (perteneciente al grupo Alfa); Central de Malta (perteneciente al grupo Cremi); Industrias de Baleros Intercontinental (perteneciente al grupo Pagliai); Fierro Esponja (perteneciente al grupo Alfa); Promociones Industriales Mexicanas (perteneciente al grupo Cananea), y Cementos Atoyac (perteneciente al grupo Ica Atlántico). (Gutiérrez, 1981: 66). Como puede apreciarse entonces, por el monto del capital que manejaban, por la esfera en que lo aplicaban (la industrial financiera), por la

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forma que empleaban para acumularlo y por el valor que aportaban al total de la producción en la entidad, este conjunto de grupos, de sociedades y de empresarios en particular, constituían la más poderosa y moderna fracción de la burguesía en Puebla. Pero añadamos finalmente que, en realidad “el capital financiero se desarrolla muy aceleradamente en el estado (...y, que) si bien la burguesía industrial poblana pierde terreno en el (área) industrial, gana campo en la esfera financiera. (De tal suerte que) la tendencia marca una integración cada vez mayor entre industria y banca, con monopolización de las principales ramas económicas...” (Gutiérrez, 1981: 74). Por otro lado, cabe insistir en que, dentro de este proceso de cambio de patrón de acumulación, las empresas industrial-manufactureras tendieron a relacionarse o se articularon -y así continúan hasta la fecha-, no solo con el sector agropecuario moderno y los centros comerciales de la ciudad más grande del mundo, es decir, con la ciudad de México; sino también con otras economías de corte internacional que, juntas, le dieron posibilidades de desarrollarse y de fortalecerse. Sin embargo, el nuevo patrón de acumulación implicó también una crisis de carácter multifacético que afectó, en lo económico, a las pequeñas y medianas empresas que al no poder, o no querer modernizarse, continuaron explotando a sus trabajadores bajo los procedimientos de la plusvalía absoluta (alargando la jornada de trabajo) y, por ende, sin ninguna posibilidad de competir con las nuevas formas de acumulación, y menos de sobrevivir a la dinámica del incremento a la productividad mediante la innovación tecnológica. El nuevo modelo, como hemos visto también, aceleró la desarticulación de las formas tradicionales de producción en el campo y, por tanto, empujó hacia arriba la curva de la emigración de aquellas áreas a las zonas metropolitanas.

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I.4.- El papel del Estado En páginas anteriores hemos afirmado que la industrialización del país obedeció a toda una estrategia que diseñó el Estado mexicano para ir sustituyendo importaciones, mediante la expansión y modernización de la planta productiva. Nos hemos referido también a algunas de las funciones, derivadas de aquel compromiso, que desempeñó en los campos social, económico y otros. Con la idea de que tengamos una visón sistematizada, tanto del papel, como de la naturaleza de sus intervenciones en la sociedad capitalista, traemos a colación en seguida, algunos puntos de vista que forman parte de los aportes y discusión que existen al respecto.

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Primero, dentro de las diversas concepciones que hay sobre las funciones del Estado Mexicano, vale la pena destacar por lo menos a dos de ellas que, en muchos aspectos son convergentes. Ellas son, según lo plantea Basáñez (1983: 51-55), “el Estado como Comité Ejecutivo de las élites burguesas”, y “el Estado Contradictorio”, cuyo compromiso está no con alguna lógica social o económica, sino con la del capitalismo. La coincidencia más importante de ambas visiones consiste en señalar que las funciones de los políticos, los especialistas y los técnicos son las de cuidar la estabilidad del sistema político, la de mantener la marcha económica de México y la de vigilar la marcha de los servicios públicos y las funciones reguladoras generales (Basáñez 1983: 55) Estas últimas funciones no excluyen por supuesto el campo de la lucha política, sino que, por el contrario, lo colocan en el centro de todos los demás, fundamentalmente cuando las clases subalternas protestan o realizan acciones que ponen en peligro la estabilidad social. Y es que, en efecto, en los regímenes capitalistas como el mexicano, las funciones del Estado son las de garantizar el orden jurídico político existente y “hacer prevalecer la voluntad capitalista genérica” (Sonntag y Valecillos, 1979: 19). Esto último lo hace al margen de que tenga que cumplir en apariencia una función más política que económica, aunque en realidad “no hay (en él), propiamente hablando, una función técnico-económica, una función ideológica y una función ‘política’, (sino más bien) una función global que es de cohesión... (y por tanto, política) en todas las formaciones divididas en clases” (Poulantzas, 1985: 68). Se puede desprender, en consecuencia, que en las sociedades capitalitas “el predominio de la función económica (del Estado) indica, por regla general, que el papel predominante en la articulación de las instancias de la formación, corresponde a lo político” (Poulantzas, 1985: 71).

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Entendidas así las funciones reguladoras del Estado, se pueden entender también como “legítimas”, “normales” o hasta “legales”, todas las apelaciones que la Iniciativa Privada (IP) hace –o mejor, hizo en el período que estudiamos-

a

esta

misma

instancia

reguladora,

para

reclamarle

el

cumplimiento de aquellas funciones genéricas y sus compromisos específicos en el campo de la política económica. Sin embargo, por los planes que tenía el propio Estado de industrializar a toda costa la región, se infiere que ni falta hacia que alguien le recordara sus funciones, y menos que lo presionara para cumplirlas, ya que como consta en los propios planes y decretos de industrialización de los gobiernos del estado -desde Fausto M. Ortega hasta Alfredo Toxqui- (ver Pansters, 1998:173), la oferta que hacía a los empresarios incluía el compromiso de construir y garantizar un clima favorable a los negocios e inversiones de éstos. Quiere decir que, volviendo a sus funciones de garantizar “la marcha de la economía y de los servicios públicos”, la infraestructura carretera, ferroviaria, de comunicaciones, etc., pero también la atención a los fenómenos de la urbanización, como los servicios de transporte, de vivienda, de alumbrado, de agua potable, de drenaje y otros, corrían a su cargo, como en efecto así lo prueban, de manera contundente, muchos de los datos que existen al respecto. En lo que se refiere a subsidios, por ejemplo, “el gobierno del estado de Puebla, hasta 1974, había otorgado a las empresas un monto (total) de 6,300 millones de pesos, cifra que para 1978 se incrementa en un 35%, llegando a 8,500 millones de pesos, cantidad que vuelve irrisorios los 1,477 millones de pesos a los que asciende el presupuesto de egresos del gobierno del estado en 1979” (García Jaime et al, 1980: 38). Por lo que toca a los estímulos dados al sector monopólico industrial, sobre todo a las empresas “ya instaladas en el corredor Puebla-San Martín que realicen ampliaciones en la producción de bienes de consumo duradero, no duradero e intermedios, se les otorgará un estímulo de 20% en el empleo” (Cortés, 1981: 54).

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Y, por dar un dato más, que ilustra con mucha claridad cómo la política económica del gobierno del estado se propuso beneficiar a las empresas de este mismo corredor industrial Puebla-San Martín, es decir, a las que se instalaron al lado de la autopista, es que, “además de su cercanía a los mercados (del D.F. y de Puebla) así se dispone de terrenos industriales, agua suficiente debido a la riqueza de los mantos acuíferos de los mantos del Valle de Puebla, energía eléctrica generada en la termoeléctrica de Puebla, Hidroeléctrica de Malpaso, Necaxa y Mazatepec, energéticos suficientes para cubrir la demanda industrial (gasolina, kerosina, gasavión, gas licuado LP), vías de comunicación (dos carreteras y ferrocarril a la ciudad de México y Veracruz), telecomunicaciones, fuerza de trabajo abundante, barata y calificada” (Cortés, 1981: 54). Pero, la función regulativa del Estado comprende también al campo del salario, es decir, al del precio de la fuerza de trabajo, y por ello, en todas las entidades federativas ha creado dispositivos institucionales que garantizan tal regulación, como la Comisión Nacional de Salarios Mínimos; las Juntas de Conciliación y Arbitraje –locales y federales-, o bien, en casos extremos, la fuerza pública para hacer respetar los dictámenes, las disposiciones o los acuerdos oficiales de las llamadas Comisiones Tripartitas. Sin embargo, aunque es cierto que las intervenciones del Estado han tenido un carácter absolutamente parcial a favor del capital, eso no obsta para que pueda desempeñar, o mejor dicho, precisamente por eso desempeña su función de garante en el cumplimiento (y asistencia) de las prestaciones sociales mínimas a los trabajadores (productivos y de servicios) que juegan un papel clave en la reproducción del sistema. Nos referimos a la cobertura en los servicios de salud, que tanto al trabajador como a sus dependientes proporcionan el IMSS, el ISSSTE, la SSA, y otras instituciones tipo; pero también nos referimos, evidentemente, a los distintos programas y prestaciones que en diversos rubros se ofrece a los trabajadores, como la vivienda “de interés social”, el transporte colectivo

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subsidiado, la educación básica pública y gratuita para los hijos de obreros y empleados, los tianguis y las tiendas con precios populares, y otras cuestiones necesarias para que la fuerza de trabajo pueda reproducirse de manera controlada y de acuerdo a los requerimientos del capital. Empero, en el plano sindical-político la función “reguladora” del Estado, o mejor aún, las intervenciones que hace en él son evidentemente más pro patronales, ya que, como veremos en el capítulo siguiente, tanto a nivel nacional como local, las huelgas obreras que no fueron conducidas por los sindicatos oficiales, por lo general se calificaron de inexistentes (sic)15, beneficiando de esa manera tanto a los empresarios como a los líderes charros. O también, en el mismo sentido, cuando los trabajadores se organizaron de manera independiente y buscaron, digamos, el registro formal a su sindicato, la toma de nota de su comité ejecutivo, el negociar el contrato colectivo de trabajo, o solicitar un recuento de membresía para obtener la titularidad del propio contrato, la respuesta corriente de los tribunales laborales fue negativa. Por otro lado, debemos señalar que si bien el Estado tiene como función central el mantener la cohesión del todo social, los estilos y procedimientos que utiliza no siempre, ni en todos lados, son los mismos. Las formas de dominación cambian según la presencia de diversos factores, pero más, según parece, cambian por el nivel de desarrollo alcanzado en las fuerzas productivas, de tal manera que a una sociedad industrial le correspondería –y teóricamente eso reclamaría el gran capital- un Estado distinto al de una sociedad agraria, cuyas formas de explotación, de acumulación y de dominio son

diametralmente

opuestas

a

las

de

la

primera

que,

insistimos,

hipotéticamente no serían tan despóticas.

15

experiencias de este tipo abundan en la historia del movimiento obrero mexicano, pero en particular las Juntas de Conciliación parece que se han ensañado con los trabajadores ferrocarrileros, cuyas huelgas de 1927 -cuando se estrenan Las Juntas-, y de 1959, las declaran inexistentes (Ver Alonso, 1983, y Trejo, 1981)

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Así pues, en la transición que vivió Puebla de un patrón de acumulación agrario a uno de hegemonía industrial moderna, pueden notarse los desempeños diferentes que tuvo el Estado en la resolución de los conflictos políticos suscitados a lo largo de todo el período. En una primera y larga etapa, que corre desde los años cuarenta hasta el mes de mayo de 1973, la vía predilecta que utiliza es la de la represión física; sin embargo, después de esta última fecha las autoridades estatales buscan desactivar los movimientos de protesta mediante la vía del diálogo y los acuerdos mutuos con las fuerzas disidentes, tratando así de mantener la integridad de las organizaciones oficiales impugnadas (digamos los sindicatos charros, las centrales campesinas pro-gobiernistas, etc.) y la de los poderes formalmente establecidos en las dependencias e instituciones del sistema, esto es, jefaturas, direcciones, rectorías, juntas, comisiones y otras. Paradójicamente se observa que, una vez que la curva de la lucha de clases empezó a descender, las clases ricas de la región y los gobernantes en turno, empezaron a entender que la dominación puede ejercerse también a través de otros canales, incluso más eficaces para la recuperación y/o consolidación de su hegemonía. Así pues, sin renunciar a los métodos represivos -aunque siguiendo más bien una tónica nacional y presionados por la modernización de su aparato productivo-, lentamente se vinieron interesando, primero, en la promoción e institucionalización de una serie de

reformas al Código Electoral, para

configurar así un contexto legal que pudiera normar la actividad política de los ciudadanos y circunscribir esta, exclusivamente, a sus formas comiciales, y, segundo, una vez establecido –que no logrado- lo anterior, contar con un arma legal para poder desconocer, condenar y “descalificar” a las formas de lucha denominadas “no convencionales” (Sabucedo, 1990). Estas formas de lucha: la protesta callejera, la toma de instalaciones, el paro laboral, el bloqueo de carreteras, el secuestro colectivo de funcionarios y otras más, no solo se han utilizado a nivel mundial por las clases subalternas,

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sino que también en Puebla han probado su eficacia, resistiendo exitosamente al poder y conquistando espacios de decisión, sabiendo las clases explotadas que, en la perspectiva de la emancipación política, no queda otro camino más que la apertura y desarrollo de conflictos en cada uno de los campos que constituyen la formación social, pues saben que estos “se mantienen o se transforman (únicamente en función de) los enfrentamientos entre las fuerzas que constituyen el (propio) campo (Y es que, como está visto) todo campo es un lugar de lucha” (Germaná, 1999: 1). Tratando de resumir este punto, relativo a las funciones desempeñadas por el Estado en el proceso de desarrollo del capitalismo en Puebla, diremos que: •

si bien fue el principal impulsor de la modernización del aparato productivo de la entidad, al favorecer a los sectores que invertían en las ramas más dinámicas de la economía –la automotriz, la metalmecánica, etc.- y no apoyar del todo a los grupos que invertían en las de tipo tradicional, generó entre estos últimos numerosas quejas y un descontento descomunal cuando en los hechos vieron que, por falta de estímulos gubernamentales, sus empresas entraban en quiebra, o de plano desaparecían –como fueron los casos de las industrias del jabón, del vidrio, de las bebidas y de los artículos de cuero, entre otras- (Cano, 1988: 99).



No obstante, el Estado nunca abandonó del todo a estas empresas, aun en su peor momento de crisis. Las textileras son el mejor ejemplo de ello. Allí el Estado intervino muy activamente “fungiendo como una tercera fuerza entre obreros y empresarios, (aunque siempre) sujetando al movimiento obrero a las condiciones que más favorecieron a los empresarios, (bien) para modernizar sus fábricas, o para cerrarlas sin grandes problemas. Así, en aras de no perjudicar al capital se creó el Fondo de Garantía, de participación tripartita, el cual se encargaba de pagar las indemnizaciones a los obreros despedidos” (Rodríguez S. F.J., 1987: 89-90).



Cabe decir también que, como mecanismo de control hacia la clase obrera, el Estado básicamente utilizó al sindicalismo corporativo, esto

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es, la CTM, la FROC-CROC, la CROM, etc., cuyas dirigencias en general compartieron, sin más, la política de diversificación, ampliación y modernización de la planta productiva poblana, con todo lo que ello implicaba de desplazamientos de mano de obra, de cierres de empresas, de despidos, de indemnizaciones, de modificación radical del clausulado de los contratos colectivos de trabajo -acorde a las condiciones cambiantes de la industria-, de firma de convenios que finiquitaban las revisiones de contratos, y de otros aspectos, de tal manera que por mediación o intervención de ellas pudieran evitarse las crisis notorias (Rodríguez S.F.J., 2003: 86-87) y la lucha abierta entre obreros y empresarios.

I.5 Descomposición y constitución de nuevos agrupamientos sociales

Algo que a primera vista parece ser una consecuencia simple del proceso de industrialización en la ciudad de Puebla, es la emergencia, por un lado, de una poderosa fracción moderna de la burguesía –nacional y transnacional- que monopolizó las actividades industriales, financieras y comerciales, y por el otro, de una “nueva clase obrera” de mediana y alta industria, que laboralmente se ubicaba en las empresas de los corredores y parques industriales. Sin embargo, más allá de aquella apariencia, la estructura poblacional del área metropolitana tuvo un contenido mucho más complejo que esta simple

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división entre burguesía y proletariado, pues el aparato industrial indujo la apertura o, en su caso, el desarrollo de otras actividades en el sector comercial y de servicios, que profundizó la pluralidad de grupos dedicados a las actividades formales. No obstante, ese moderno aparato económico fue incapaz de crear el número de plazas de trabajo que demandaban, tanto las sucesivas generaciones de jóvenes que alcanzaban la edad formal de emplearse, como las personas que en calidad de emigrados rurales llegaban a la ciudad16. Y aunque, hacia finales de los años setenta, el gobernador Alfredo Toxqui anunciaba con orgullo que en su administración “se han establecido 500 nuevas industrias, y (que) las inversiones industriales y comerciales han generado más de 17 mil nuevos empleos” (García Jaime et al, 1980: 38), la realidad es que a esas mismas alturas de su gestión (1979), existía un déficit de 450 mil plazas de trabajo, “lo cual significa que de 3 millones 300 mil que forman la población total del estado, sólo trabaja el 14%; dicho de otro modo: de cada ocho personas, apenas una de ellas trabaja productivamente” (García Jaime et al, 1980: 37). Por tanto, aparte de la existencia de lo que podríamos llamar la nueva clase obrera –es decir, aquella que emerge con las nuevas empresas de los parques industriales-, en la metrópoli capitalina se ubicaban también personas de muy distinta condición social y oficio, tales como artesanos, vendedores ambulantes, estudiantes, herreros, choferes, etc., que obviamente no sólo compartían el mismo espacio físico con el “proletariado típico”, sino que también, eventualmente, interactuaban y aprendían cosas de él cuando, de manera temporal, llegaban a ocupar un puesto de trabajo en aquellas o en las viejas

empresas

instaladas,

como

Comisión

Federal

de

Electricidad,

Ferrocarriles Nacionales, o Volskwagen y sus filiales.

16

Si bien “las nuevas industrias instaladas en la región captaban mayor mano de obra, con ello no se resolvía el problema del desempleo, pues los trabajadores captados no eran necesariamente de origen local, (y aparte) la calificación de los obreros (poblanos) era muy baja” (Cano, 1988: 102)

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En estas empresas, como se sabe, la clase obrera tradicional desempeñó un papel muy significativo en la recomposición del mapa sindical hasta aquellos años existente17, pues a pesar de que se encontraba celosamente controlado por las centrales obreras oficiales, sus activistas pudieron influir notoriamente en los viejos y nuevos trabajadores para que estos se organizaran de manera independiente. El caso tal vez más relevante al respecto fue el de los obreros de Volkswagen, cuyo peso económico era indiscutible, dado que “desde que se instala la empresa18 y hasta 1973, (ellos) generaban el 12.9% del valor de la producción industrial en el estado y representaban la más alta magnitud del empleo” (García Amero, 1986: 154). Cabe añadir que el número de plazas de trabajo con las que inició sus actividades la planta armadora fue de 3,400 trabajadores, en 1967, y que hacia finales de 1981 daba ocupación a 12,800 sindicalizados y a más de tres mil empleados de confianza (Fraile, 1999: 20, 42). Pues bien, tan pronto los nuevos obreros ingresaban a la empresa, y debido a que en ella los trabajadores ya instalados libraban una lucha crucial por independizar su sindicato de la CTM, estos empezaban a hacer conciencia digamos, no únicamente de su condición de asalariados, sino también de la necesidad de organizarse, o, en su caso, de incorporarse al sindicato existente y tratar de conseguir aquel objetivo. Algo

similar

venía

sucediendo

también

en

las

dos

empresas

paraestatales más grandes de la entidad: CFE y Ferrocarriles Nacionales. En ellas, los trabajadores habían venido protagonizando vigorosas y hasta cruentas luchas por su independencia sindical bajo la consigna clasista 17

El dato que se tiene registrado al respecto es que hacia 1960, del total de la PEA en el estado de Puebla, que era de 660,692, el número de agremiados en sindicatos era apenas de 24,527, correspondiendo a una tasa de sindicalización de 3.7 (Trejo Delarbre, 1981:100) 18 Los señores Ernesto Krause, Edmundo Estierle y Rómulo O’Farril Sr., compraron la planta armadora Promexa (Promotora Mexicana de Automóviles) en Xalostoc, estado de México, que inició actividades en 1962. En enero de 1964 la empresa cambió su denominación a Volkswagen de México, S.A. de C.V. El 27 de febrero de 1965 se escritura la compra de 2 millones de metros cuadrados de tierras en Puebla para la construcción de la nueva planta industrial, y en julio de 1967 estuvo lista para iniciar la producción. (En www.geocities.com/motor City/Dowas/3517/your page. Junio de 2005)

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generalizada por aquellos días y muy pregonada en calles y plazas públicas-, de: “¡Charros, gobierno y patrón, son el mismo cabrón!”, que dicho sea de paso, reflejaba un tajante rechazo no únicamente a un sector de la clase dominante, sino también, como se ve y no obstante su desglose, a toda ella en su conjunto; forma por demás correcta de percibir al enemigo de clase en un sistema capitalista que, como en el caso Puebla, tendía a condensarse geográficamente en los llamados corredores industriales19. Sin embargo, habría que asentar también que no toda “la nueva clase obrera” de la región participó en estas jornadas por la democracia sindical. Los empresarios de Hylsa, por ejemplo, desde sus inicios trabajaron y siguen trabajando con un sindicato obrero cuya dirección y representación ellos mismos nombran y controlan, y dada la estrecha vigilancia que ejercen sobre sus trabajadores de base, estos han tenido pocas oportunidades de organizarse de manera propia, de lograr interlocución con los propios directivos de la empresa y de participar masivamente en las jornadas por la democracia sindical. En el argot sociológico a este tipo de organizaciones se les ha bautizado con el nombre de “sindicatos blancos”. Por otro lado, y como resultado de la descomposición-reconstitución simultáneas que generó el nuevo patrón de acumulación en todo el tejido social poblano, la capital del estado se convirtió de pronto en un gigantesco espacio donde comenzaron a emerger y a proliferar los más variados grupos sociales que, por su carácter variopinto y sus intereses ideológicos, políticos, económicos y culturales –heterogéneos sí, pero también en muchos de los casos contrapuestos-, desembocaron en conflictos de clase de distinta envergadura. Finalmente, diremos como preludio al siguiente capítulo que, todas estas y otras luchas que los nuevos grupos sociales, o sujetos políticos, dieron en los 19

Como resultado de la concentración del proletariado en los corredores industriales, no sólo en Puebla, sino también en otras partes del país, a mediados de los años setenta, se dieron luchas importantes por la independencia sindical o por la creación de sindicatos independientes, sobre todo en Naucalpan, estado de México y Cuernavaca, Mor., y algo muy significativo es que, más allá de sus huelgas y manifestaciones, “pasaron a la lucha dentro de la fábrica, ... cuestionando día a día el funcionamiento de la planta, ... las cargas de trabajo, los horarios, las condiciones de higiene y seguridad, transporte y comedor”, etc. (Revista Punto Crítico, 1976: 10-12)

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distintos ámbitos de la ciudad y del estado, fueron la base central sobre la cual Puebla se transformó en una formación social distinta, aunque los cambios de esta no obedecieron únicamente a los factores o exigencias que provenían de su aparato económico, sino también al conjunto complejo de elementos subjetivos, ideológicos y políticos locales que lograron confluir, en un tiempo nacional preciso, caracterizado por el ascenso de las luchas populares, y más específicamente a las de tipo obrero y estudiantil.

Conclusiones del Capítulo En menos de dos décadas la fisonomía de la metrópoli poblana cambió de manera radical. Antes de que iniciara la modernización de su aparato económico, esto es, hacia finales de los años cincuenta y principio de los sesenta, su desarrollo se fincaba, por un lado, en la industria tradicional de alimentos, bebidas y textiles, que eran el eje de la acumulación capitalista (Gutiérrez, 1981: 64)20, y, por el otro, en su sector agropecuario, que cumplía la función, entre otras, de “apalancar” el desarrollo del complejo urbano industrial. Con el advenimiento de la reconversión industrial, desde mediados de los años sesenta, y debido a la crisis agropecuaria fomentada en gran medida 20

De acuerdo con datos que proporciona Cano (1988: 93), estas tres ramas de manera conjunta proporcionaban en 1965, aproximadamente, el 80% del total de la producción en el estado.

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por la política económica del Estado -de dejar de apoyar al campo-, la metrópoli poblana inició un gran proceso de expansión territorial y poblacional que, a su vez, dio lugar a la emergencia de grupos sociales diversos. Desde esos años fue evidente que se empezaron a centralizar en ella las inversiones, la mano de obra, las principales empresas y los servicios (educativos, de salud, bancarios, etc.). Si agregamos a eso que por ser la capital del estado en ella también se han centralizado los poderes formales del gobierno estatal (el ejecutivo, el legislativo y el judicial), se infiere en consecuencia que por esas razones sus calles, sus edificios y sus plazas públicas se han convertido, de igual modo, en los escenarios más importantes de la protesta social. Por otro lado, hemos demostrado que con el nuevo patrón de acumulación implantado en Puebla, emergió una nueva clase obrera que laboralmente encontró ocupación en la mediana y alta industria, en donde convivió con el viejo proletariado, asimiló sus demandas sindicales y políticas y tuvo una participación activa en las diversas jornadas por la democracia. Hemos dicho, de igual modo, que la centralización de las actividades industriales en el área metropolitana indujo el desarrollo del sector terciario (comercial y de servicios); pero también que la incapacidad del aparato económico de crear la totalidad de empleos que reclamaba la población, dieron lugar ambos a la emergencia de un conjunto de grupos de interés variopinto que políticamente jugó un papel muy importante en los escenarios de la lucha. Nos referimos sobre todo a vendedores ambulantes, paracaidistas y marginados, como a empresarios tradicionales que vinieron a menos en su posición económica y en sus privilegios sociales.

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CAPÍTULO II CLASES Y LUCHA DE CLASES EN LA REGIÓN

CONTENIDO

Pág.

Introducción

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II.1.- La lucha de clases a nivel nacional

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II.2.- Nuevos y viejos sujetos políticos

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II.2.A.- La nueva clase obrera

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El caso ferrocarrilero

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El caso de los electricistas

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El caso de los trabajadores de Volkswagen

79

II.2.B.- Los núcleos sindicales con experiencia

85

II.2.C.- Los vendedores ambulantes

89

II.2.D.- Los universitarios y los campesinos

91

II.3.- Los anticipos y las acciones de la derecha política

97

II.4.- La lucha de clases en la Región Puebla

110

Introducción Hemos visto cómo la modernización industrial, planteada y fomentada por el Estado, representó en sí misma un nuevo patrón de acumulación de capital y, a la vez, dio motivos para que el grueso de la población, la fuerza de trabajo de la entidad, las inversiones y las actividades más importantes se concentraran en la metrópoli capitalina. Destacaremos ahora cómo a partir de ese proceso de descomposiciónrecomposición de la estructura de clases, las relaciones políticas e ideológicas que hasta ese momento existían en la entidad -tanto entre los grupos y sectores tradicionales de la sociedad civil, como entre estos y los gobiernos locales- se tensaron de manera progresiva hasta alcanzar posiciones claramente polarizadas y rupturas definitivas.

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El que las cosas hayan podido llegar a este grado se debió, según nuestro punto de vista, a que las bases sobre las cuales se sustentaba la estabilidad política del sistema se habían debilitado en extremo, es decir, que el Estado se mostraba ya incapaz de seguir “cohesionando” a la sociedad a través del discurso ideológico de la revolución mexicana, que basaba en el consenso y que tenía como resultado una supuesta concordia social. Desde finales de los años cincuenta, por cierto, y en gran medida a partir de reivindicaciones de carácter político sindical, los diversos gremios obreros y sectores populares a nivel nacional, habían puesto en cuestión y empujado a una crisis de control a ese supuesto equilibrio de fuerzas. Es decir -como sostenemos aquí-, las crisis políticas no siempre derivan de las dificultades que enfrenta el aparato económico, o al menos sus fuentes no únicamente yacen en los cambios dados en las formas de acumulación de capital. En ocasiones, y de acuerdo con lo que plantea Pereyra (1987: 207), aquellas crisis operan “en una dimensión plena donde lo político funciona ya con su propia constitución, por lo que la causalidad económica se entrevera con la dinámica inherente a éstas” Para el caso Puebla, en efecto, hemos encontrado que si bien hubo una reconversión industrial que generó una crisis de producción, tanto en el sector agropecuario –con emigración de su población hacia la ciudad-, como en algunas ramas tradicionales de la industria manufacturera –con cierres de fábricas y despidos masivos de personal-, ella no fue suficiente para dar lugar a, y menos para sostener, la prolongada crisis política que vivió la entidad a partir de 1961. El asunto consiste entonces en sopesar la importancia que los demás factores cobraron en la generación y desarrollo del conflicto. En tal sentido señalamos que demandas como la autonomía universitaria, la solidaridad con el movimiento ferrocarrilero local, las manifestaciones de apoyo a la revolución cubana, la lucha por la democracia sindical, etc., que se dieron del lado del movimiento popular; más las protestas en contra de los libros de texto gratuito, los ataques a las doctrinas socialistas y comunistas que se hicieron por parte

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de la derecha, etc., en un momento dado, sin tener mucho que ver con los temas económicos, pero mezclados con ellos, llegaron a tener un peso muy relevante en la detonación y desarrollo de los principales conflictos políticos de la entidad. El otro aspecto importante a analizar, porque es inseparable de toda la dinámica del movimiento, es el de los motivos que animaron a los diversos individuos, tanto de pensamiento democrático como de derecha, a organizarse en grupos; a sistematizar sus demandas y sus programas –de corto y largo plazos-; a tomar decisiones con quién aliarse; a discutir y decidir sus formas de lucha, etc., dado que todo ello en conjunto, define el carácter de sus participaciones. Así, el sector conservador de Puebla (que no únicamente incluía a empresarios, por cierto), se aglutinó más en torno a algunas consignas de carácter ideológico (fobias y odios anticomunistas), que por sus intereses económicos. Por esas razones conformó grupos como el FÚA, el YUNQUE, el CCE, la Asociación Nacional de Padres de Familia, etc.21 En lo que toca al movimiento universitario señalamos que, por haber centralizado la lucha popular, ejerció una enorme y definitiva influencia para que el gobernador Gonzalo Bautista O’Farril renunciara al cargo en 1973, y para que, con tal hecho, se abriera una nueva etapa de relaciones entre Estado Universidad, e incluso entre Estado y Sociedad Civil.

21

En términos históricos incluso, desde etapas muy tempranas del período postrevolucionario, el empresariado se dio

a la tarea de crear sus correspondientes organismos de clase, como la CONCANACO en 1917, “para responder al supuesto ‘radicalismo’ de la Carta Magna”; la CONCAMÍN en 1918, y la COPARMEX en 1929, para enfrentar a la entonces poderosa Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM); el PAN en 1939, “para apoyar la política de corte conservador del gobierno de Ávila Camacho”; el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios en 1962, y otros membretes más, para dar una respuesta organizada al gobierno de Adolfo López Mateos que abiertamente apoyaba a la revolución cubana, que era tolerante con el Movimiento de Liberación Nacional, que había nacionalizado la industria eléctrica (ver Basáñez, 1983: 183) y que había creado los textos gratuitos para la escuela primaria.

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II.1.- La lucha de clases a nivel nacional A fin de contextualizar la lucha popular que se da en la entidad poblana, nos parece necesario referirnos primero a los conflictos -sindicales y políticosde mayor envergadura que a nivel nacional marcaron la coyuntura de finales de los años cincuenta, pues a nuestro juicio su influencia fue notoria en lo local, sobre todo en lo relativo a algunas consignas y a las concepciones acerca del sujeto revolucionario. En efecto, si se nos permite decirlo así, el peso completo de todos los sujetos que en aquel entonces subían al ring de la lucha de clases, era sin duda el proletariado. Por esa razón todos los demás grupos y clases subalternas apelaban a él, o se inspiraban en él cuando llevaban a cabo algún movimiento. Y no era para menos, ya en el mundo capitalista entero, desde las jornadas de 1848 en Francia, la clase obrera había venido dando sendas demostraciones de su poderío e influencia revolucionaria22. 22

Engels cuenta, refiriéndose a la revolución del proletariado, “proclamada en París en febrero de 1848, (que aquella) encontró su eco en las insurrecciones victoriosas de Viena, Milán y Berlín; cuando toda Europa, hasta la frontera rusa, se vio arrastrada al movimiento; cuando más tarde, en junio, se libró en

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Es más, en el México de la segunda posguerra, antes que otras clases o grupos sociales lo hicieran, quien puso al descubierto el talón de Aquiles del sistema político, fue justamente la clase obrera, en especial los trabajadores de las grandes empresas industriales y de servicios, que al plantear, junto a sus demandas económicas, la exigencia de democratizar sus sindicatos, tomaron conciencia de que el control ejercido por el Estado sobre sus propias organizaciones, era “la pieza clave de la llamada estabilidad política de los últimos años, ... y la que (centralmente) permitía poner en práctica el modelo de desarrollo económico” (Loyo, 1980: 21). Con sus acciones, orientadas a la recuperación de sus organismos sindicales, el proletariado mexicano mostró que el punto más vulnerable del Estado se ubicaba justamente en sus aparatos de control sindical -que a la sazón formaban parte de la estructura de dominio de aquél-, ya que por lo general estos eran los primeros en acusar recibo de las impugnaciones obreras, y por consiguiente, los primeros también en reflejar la crisis de contención cuando los trabajadores “se desbordaban”. Frente a tales circunstancias, el Estado se veía obligado a intervenir de manera directa. En ocasiones –las menos- otorgando concesiones; en otras aplazando los problemas, y en las más, reprimiendo al movimiento (Loyo, 1980: 84). En situaciones especiales, mediante burdas argucias legaloides y campañas mediáticas contra los líderes de oposición 23, eludía el diálogo con ellos y con sus bases, cuidando que las direcciones oficiales quedaran con el debido apuntalamiento a fin de continuar su tarea de mediación entre sus representados y sus respectivos patrones.

París, entre el proletariado y la burguesía, la primera gran batalla por el poder; cuando la victoria de su propia clase sacudió a la burguesía de todos los países…” (Engels, 1973: 8) 23 Por ejemplo, a los líderes del movimiento magisterial en 1958, se les consignó por los delitos de disolución social (ligas con el comunismo internacional), coalición de funcionarios (por el acuerdo solidario que tenían con los telegrafistas, ferrocarrileros y otros obreros) que se traducía como conjura contra el gobierno; resistencia de particulares y despojo (por ocupar el edificio de la SEP); pero también la manifestación era un acto delictivo porque “perseguía la intimidación de las autoridades” (Loyo,1980: 85-86).

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Por cierto esa injerencia, violenta o no, que el Estado tuvo –o en todo caso sigue teniendo- en la organización sindical de los trabajadores, a fin de imponer en ella direcciones espurias y de filias políticas al capital, devino en el rasgo más sobresaliente de todos los elementos que definen al fenómeno del “charrismo sindical”. De todos estos conflictos obreros que configuraron la coyuntura de ascenso en la lucha de clases, durante la segunda mitad de los años cincuenta, pueden destacarse, en particular, los protagonizados por los trabajadores electricistas, telegrafistas, telefonistas, petroleros (de las Secciones 34 y 35), maestros y ferrocarrileros. La lucha de estos últimos, por cierto, sobresale aún más debido a que, en muchos sentidos, fue elevada a nivel de paradigma de la resistencia y combatividad obreras, pues sus paros laborales de 1958 y su huelga de 1959, afectaron en primer término, lógicamente, al aparato económico nacional, pero más todavía -y en eso residía la preocupación central del gobierno-, a la estructura del control político que celosamente guardaba el Estado Mexicano. Y es que, al interior del sindicato ferrocarrilero, la crisis que enfrentaban los representantes oficiales era insuperable en términos de sus propias fuerzas, sobre todo porque siendo acciones que partían de una decisión tomada en asambleas, de manera autónoma y democrática, revelaban la potencialidad de liberación que posee la clase obrera en su conjunto, y porque, además, al participar la absoluta mayoría de los rieleros en los comicios para renovar la dirección nacional de su sindicato, y habiendo apoyado abrumadoramente a la planilla democrática encabezada por Demetrio Vallejo -con un resultado incuestionable de 59 mil votos a favor y únicamente 9 en contra (Trejo Delarbre, 1981: 106)-, el episodio se erigió de inmediato en un ejemplo a seguir por todos los demás trabajadores, que en otras muchas empresas se encontraban en condiciones similares de opresión sindical. Es decir, la democratización se vio como un objetivo factible de alcanzar en todos aquellos sectores que también deseaban deshacerse de sus

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dirigencias burocráticas, que no únicamente eran ya obreras, sino también campesinas, populares y estudiantiles. Sin embargo, en la mayoría de los casos en los que se intentó democratizar a los organismos sindicales, el Estado hizo intervenciones violentas para impedirlo, y ese hecho, casi de manera automática, convertía las luchas económico reivindicativas en conflictos de carácter político. La huelga de los telegrafistas es otro caso, que ilustra con mucha claridad esta transformación de un movimiento por prestaciones sociales, a un movimiento

de

carácter

político,

pues

cuando

el

desarrollo

de

los

acontecimientos llegó a un punto determinado, los huelguistas se negaron a tratar sus peticiones a través de su dirigencia oficial, y buscaron, en cambio, reconocimiento y legitimación a sus organismos de base, exigiendo al Estado interlocución directa con ellos (ver Loyo, 1980: 69). Respecto del movimiento popular, que también precede al estallido del movimiento estudiantil poblano, y que sin duda contribuyó a formar aquel contexto favorable de la lucha de clases, es indispensable citar también –dado el despliegue de solidaridad que suscitó en muchos sectores de la sociedad, incluido el estudiantil- el paro de labores que los maestros de primaria de la Sección IX del SNTE, del Distrito Federal, efectuaron en el mes de septiembre de 1958. Organizado por el Movimiento Revolucionario del Magisterio, que dirigía el Profr. Otón Salazar, las finalidades del paro eran: 1) alcanzar “el mejoramiento de las condiciones de trabajo ..., el mejoramiento económico, profesional y social del maestro y la elevación del nivel en que se imparte la educación” (Loyo, 1980: 59), y, 2) conseguir el reconocimiento, por parte de la Secretaría del Trabajo, de Otón Salazar como secretario general de la Sección IX del SNTE, contra la pretensión oficial de avalar al Comité presidido por Rita Sánchez que proponían los charros.

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Los profesores sabían que el único medio para frenar la injerencia del Estado era la movilización, y partiendo de ello abrieron una etapa de intensas movilizaciones, recibiendo solidaridad de otros sectores, que terminó por arrancar, a través de acuerdos negociados, una nueva fecha de elección del Comité Seccional para el 30 de octubre –sin la participación de Othón Salazar, por cierto-. Al llevarse a cabo la elección, el resultado fue contundente: 9,805 votos a favor de la planilla del Movimiento Revolucionario del Magisterio, y sólo 37 para la planilla oficial (Loyo, 1980: p.95). Este y otros casos similares, como el ya citado de los ferrocarrileros que votaron abrumadoramente por Demetrio Vallejo, reflejaban el estado de ánimo y la firme actitud de lucha que tenían los trabajadores por acabar con su postración sindical. Abundando en la descripción del clima de protestas y de luchas que se vivía a nivel nacional hacia finales de los años cincuenta –más precisamente en 1958-, hay que mencionar que al movimiento estudiantil poblano le anteceden, de igual modo, las invasiones de tierras que en el norte del país efectuaron -en especial en los estados de Sinaloa, Nayarit, Sonora y Baja California, y en la región de La Laguna- los campesinos y trabajadores del campo (ver Pellicer y Reyna, 1978); así como la ejemplar lucha que el heredero político de Emiliano Zapata, Rubén Jaramillo, llevó a cabo en los estados de Morelos y Guerrero en pro de la causa campesina. Aún más, a esta lista de movimientos hay que agregar el de los médicos y las jornadas que el pueblo en general realizó en contra del alza a las tarifas del pasaje urbano, en distintas ciudades del país; aparte de los 8,000 emplazamientos a huelga que hizo la CTM por aumento de salario, de los cuales, a pesar de estar sometidos a control, se hicieron efectivos en empresas como cementos La Tolteca, algunas llanteras y en varios establecimientos de la industria textil.

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El conjunto de estos movimientos, en consecuencia, configuró lo que legítimamente podría denominarse “la crisis política de 1958”, según lo aprecia Loyo Brambila (1980: 10). Por último, a esa coyuntura nacional de lucha de clases, hay que añadir lo que por esa época acontecía en nuestro continente, en donde se vivían intensas movilizaciones de apoyo a la revolución cubana -triunfante en 1959-, considerada como una victoria de toda la izquierda latinoamericana.(Aguilar Mora, 2002: 2), y sin lugar a dudas también una fuente importante de inspiración de los movimientos estudiantiles de nuestro hemisferio y mexicanos. La influencia de los acontecimientos externos en el movimiento poblano, fue abiertamente reconocida por el Partido Comunista Mexicano. “La lucha por la Reforma Universitaria –decía- era resultado de un proceso nacional, que se presentaba en otras universidades del país, apoyada por varios destacamentos del movimiento democrático. […] La UAP quedaba inmersa en una situación nacional de lucha por la democracia, expresada también en la clase obrera, los campesinos y otros frentes de luchas” (PCM, V Conferencia, en Cazés, 1981: 69). II.2.-Nuevos y viejos sujetos políticos De una visión global sobre el proceso de renovación de la estructura productiva que sufrió la economía poblana, a lo largo de los años sesentasetenta, y de su creciente tendencia a la centralización y monopolización del capital industrial, se desprende rápidamente que uno de sus primeros y más profundos efectos fue la modificación del tejido social y la composición de su estructura de clases, dada la intensidad con que se dio su proceso de proletarización y de que el grueso de la fuerza de trabajo del sector agrario pasó a concentrarse en el área metropolitana industrializada. Sin embargo, el crecimiento de la población per se no necesariamente lleva a la generación de conflictos políticos, y mucho menos a la organización de los nuevos sujetos sociales para que estos libren luchas de resistencia y/o reivindicativas -hecho que los convertiría de facto en sujetos políticos, de

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acuerdo con la idea de Benjamín de que “el sujeto es siempre la clase que combate” (en Tischler, 2003: 17)-, sino que en todo caso, esta posibilidad depende de que en la realidad se hallen presentes algunos factores especiales que den lugar a determinadas contradicciones y a problemas que el Estado se niegue o sea incapaz de resolver. Puebla en este sentido fue un caso sui géneris en el que su reconversión industrial, al provocar la emergencia y/o el fortalecimiento de grupos tan diversos como los trabajadores del comercio y del sector servicios, los burócratas, los vendedores ambulantes, los paracaidistas, los nuevos obreros de la gran industria, los colonos, los estudiantes y los nuevos empresarios, abrió un proceso no únicamente de reacomodo físico de estos, sino también y fundamentalmente de organización y de lucha de algunos de ellos que, por lo demás, los convirtió en interlocutores políticos del Estado. Sobre la base de estos reacomodos –que más que físicos o territoriales deben entenderse como políticos e ideológicos- nosotros podemos visualizar, del lado del movimiento popular (véase cuadro número 8), la actuación de diversos sujetos en calidad de obreros, campesinos, colonos, estudiantes, o vendedores ambulantes. Del lado de la derecha política, en cambio, se puede observar la participación de por lo menos cuatro grupos muy visibles, que son, el tradicional de los empresarios de la región; el del alto clero de la iglesia católica; el de algunas asociaciones (secretas) de estudiantes y de colonos, y, por último, el de la gran burguesía nacional y transnacional. Pero aparte, o mejor dicho, junto a ellos se ve, además, la actuación de los gobiernos estatales que de manera abierta, desde el régimen de Maximino Ávila Camacho, hasta el de Gonzalo Bautista O’Farril, brindaron apoyo a estos últimos grupos. Grupos y sectores actuantes en las luchas políticas de Puebla Bloque A

Bloque B

Del movimiento popular Del sector de derecha Obreros jóvenes de la nueva El sector tradicional

de

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planta industrial Núcleos sindicales experiencia de lucha Vendedores ambulantes

empresarios con El alto clero de la iglesia católica Organizaciones y grupos de estudiantes y de colonos Estudiantes universitarios La gran burguesía nacional y transnacional Campesinos y otros sectores Los gobiernos estatales populares Cuadro número 8. Elaboración propia con base en información tomada de Lara y Parra (2000); Márquez (1988); Sotelo (1986, 2002); Vélez (1981, 1985); Yánez (2000)

II. 2. A.- La nueva clase obrera Con este término nos referimos no sólo al joven proletariado que emerge con la industrialización moderna, sino sobre todo al que lo hace luchando para convertirse en clase para sí, algo que en Puebla sucede prácticamente desde el momento en que ingresa a las grandes empresas y es incorporado, desde ese mismo instante, a las organizaciones sindicales existentes. Desde el punto de vista cuantitativo su presencia en la región es muy importante, pues si nos atenemos a los datos del cuadro número 3 (pág. 22), puede verse que en los sectores secundario y terciario, la población ocupada creció, entre 1960 y 1980, en 170 mil plazas, aproximadamente. Pero, además, para tener presente el dato ya dado, recordemos que tan sólo el sector industrial generaba el 50% del valor agregado en todo el estado.

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Sin embargo, más que el número de nuevos obreros, nos interesa destacar aquí, el proceso mediante el cual ellos se organizan o se incorporan a la lucha sindical. Y es digno de mencionar que, según diversos testimonios, son los trabajadores de las industrias ferrocarrilera, eléctrica y automotriz, quienes adquieren una rápida politización. Ello es así debido a que, al momento de su ingreso, sus respectivos sindicatos enfrentan conflictos en curso, que difícilmente pueden ignorar, ya que afectan de manera profunda su condición como trabajadores, pues se trata, como el caso de los electricistas, de asuntos tan vitales como la disputa por la titularidad del contrato colectivo de trabajo, la cual implicaba, entre otras cosas, su permanencia en la plaza, su salario, sus prestaciones y el mantenimiento de sus familias24. En otros casos, como el de los ferrocarrileros, se trata de una vieja lucha sindical que tiene que ver con la democratización de su organización, con la realización de asambleas en cada una de las Secciones (Alonso, 1983: 186) y con la exigencia de la libertad a sus presos políticos, Demetrio Vallejo y Valentín Campa. Para el caso de los obreros de Volkswagen, se trata de conseguir su desincorporación de la CTM y de convertirse en un auténtico sindicato independiente. Desde luego que estos no eran ni los únicos conflictos que esperaban alguna solución, ni tampoco estos se daban de manera exclusiva en las empresas mencionadas; había otros de menor envergadura que también permitían la politización de los obreros jóvenes, como por ejemplo, las “protestas contra condiciones de trabajo o de salario…, contra la militancia obligada en el partido político del gobierno, contra la utilización indebida y sin autorización de los fondos sindicales para financiar las campañas políticas, contra la intensificación de los ritmos de trabajo, contra la reducción de las 24

Desde principio de los años setenta el Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana que, bajo principios democráticos, dirigía Rafael Galván, “se encontraba amenazado de despojo de la titularidad de su contrato colectivo por parte del Sindicato Nacional de Electricistas, Similares y Conexos de la República Mexicana” (Cordera, 1983: 123), y los trabajadores eran concientes de que el contrato de este último tenía pactadas menos prestaciones que el primero.

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prestaciones sociales (y) contra la ampliación de la jornada de trabajo sin la respectiva compensación monetaria” (Basurto, 1983:12). En cada caso estos asuntos, como decimos, contribuían a crear o mantener un clima de tensión que era ad hoc para que los nuevos trabajadores elevaran su sensibilidad frente a los problemas vividos y, a la vez, fuesen más receptivos a las invitaciones de participación que los más politizados les hacían. Debido al interés que, en general, puso la izquierda sindical para ganarse a las nuevas generaciones de obreros, pero también, sin lugar a dudas, a la gran ola de estudiantes que después de 1968 –no sólo en el D.F., sino en todo el país- decidieron abandonar sus estudios e ingresar como trabajadores a las empresas estratégicas (v. gr., a Ferrocarriles Nacionales, a Teléfonos de México, a las automotrices Ford, Volkswagen, a Comisión Federal y otras, etc.)25, “para desde adentro organizar y liberar a los obreros”, no fue nada sorprendente ver que, en los respectivos movimientos de huelga, paros, marchas, mítines y foros de solidaridad de los años setenta, el grueso de los activistas y de sus dirigencias rebeldes haya estado conformado por jóvenes de no mucha antigüedad en su empleo. A este conjunto de jóvenes en lucha nos referimos cuando usamos la expresión “la nueva clase obrera”, y vamos a tratar de demostrarlo en el siguiente análisis de los tres casos más representativos de Puebla.

II.2. A.1. El caso Ferrocarrilero La lucha de los ferrocarrileros, tanto nacional como local, se reanuda con mucho entusiasmo a partir de que Demetrio Vallejo -el líder que con su Plan del 25

Sólo en el partido comunista de puebla, para no referirnos a otros muchos grupos de izquierda que hacían lo mismo, “hubo núcleos de personas, profesionistas y dirigentes que fueron comisionados como trabajadores en alguna fábrica: la Ford, la Volkswagen, la Chrysler, y se iban a trabajar y formaban un núcleo (de activistas) dentro de éstas... En la Volkswagen teníamos alrededor de 50 compañeros” (Ortega Morales, en Fraile 1999: 290).

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Sureste dirige los exitosos paros de 1958 y la huelga de 1959-, sale de la cárcel en 1970 (Alonso, 1983: 110-138). Una de las primeras tareas que se imponen los trabajadores es la conformación de un organismo de alcances nacionales, con carácter sindical y político. Por ello, con Vallejo al frente, el Movimiento Sindical Ferrocarrilero (MSF) se constituye de manera formal como organización, en enero de 1971, con la representación de 29 de las 36 Secciones que conforman el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (Trejo Delarbre, 1979: 136). La Sección 21 de Puebla, desde luego, está presente en el acto de fundación de este organismo de lucha y asume su programa, su declaración de principios y los consecuentes compromisos prácticos. Vale la pena decir primero, que a partir de ese momento, el activismo sindical corre a cargo predominantemente de los nuevos trabajadores, cuyo ingreso al gremio lo habían hecho en la década de los sesenta, esto es, después de la derrota de de mil novecientos cincuenta y nueve26; segundo, que la dirección del movimiento local corresponde, en esta primera etapa, a los veteranos de los paros y huelgas de 1958-1959. Es importante hacer notar esto último porque, seis años después, esto es, a la altura de 1976, son básicamente los “nuevos trabajadores”, los jóvenes quienes, habiendo hecho suyas las ya históricas demandas sindicales –nunca plenamente resueltas- se hacen cargo de prácticamente todo el proceso de lucha, esto es, del brigadeo, de las publicaciones, de las convocatorias y organización de las marchas, de los mítines y de las reuniones de información en los distintos departamentos y talleres de la empresa; de los contactos y la solidaridad con los movimientos de los telefonistas, universitarios, vendedores ambulantes, electricistas, etc. De la siguiente entrevista que sobre estos temas nos concedió el Sr. Alfredo Veloz y Paéz, ex dirigente local del MSF, destacamos a continuación algunas cuestiones que nos parecen importantes para nuestro análisis, y que él 26

Hay que señalar que aquella derrota implicó el despido de aproximadamente 20 mil trabajadores en todo el sistema ferroviario, y 40 dirigentes acompañaron a Vallejo a la cárcel (Agustín J., 2003: 179).

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mismo, después de haberlas leído, mediante manuscrito de 8 cuartillas, somete a precisiones: “Mira, la lucha, después de la derrota de 1959, era más por dignidad que por otra cosa. Surgen jóvenes como Rafael Manrique, Dagoberto Santos, Pedro Vázquez, “el Muñeco Galindo” y otros, (que eran) conocedores del Contrato (Colectivo de Trabajo) y de los Estatutos. (Por eso), en el interior (del gremio) daban buenas luchas, organizados en el Consejo Local Ferrocarrilero, y hacia el exterior formaban una corriente de izquierda que apoyaba a los estudiantes de la universidad a inicios de los años sesenta. Pero, hay otros compañeros que independientemente de ellos forman una nueva corriente, también de izquierda, como Gerardo Niño, Vicente Valderrama y una infinidad más que es imposible citar (aquí), que le dieron apoyo a los estudiantes de 1968. Ahora bien, después de que sale Demetrio (Vallejo), hay compañeros que vale la pena no olvidar, porque siguieron firmes en el movimiento obrero del país y dentro del MSF, como el compañero Gabino del Departamento de Vía, como Pedro Armando Avaroa, conductor de trenes; como el compañero Valentín, del Departamento de Express, y otros más que trabajaron para el mismo fin pero que están ya muertos, sin lograr el sueño de la unidad proletaria (y, vaya) ni la gremial (siquiera). Y digo esto porque en la discusión partidista de los señores que admiraban a Valentín Campa, y de los que idolatraban a Demetrio Vallejo, a los jóvenes nos dejaban en medio, sin tomar partido, pero sí conciencia de que la lucha tiene que darse. Así que nos dedicamos a consolidar nuestra directiva (local) del Movimiento (Sindical Ferrocarrilero), y a discutir lo que podíamos hacer. Y aquí retomo lo que ya te había dicho en la entrevista anterior. Desde los primeros intentos que hicimos Rubén Ruíz, Manuel Torres, Porfirio García, Don Chendo, Ignacio Latrillo (“Nachito”), Toño Moreno, Everardo Ledezma, ‘El Moi’ Juárez, Manuelito Ramírez y otros más –que siento como una ofensa no mencionar a todos- por tomar el edificio sindical de la 8 Poniente (sede del sindicato), nos dimos cuenta que los charros utilizaban como fuerza de choque, o como bulto nada más, a jóvenes que apenas habían entrado a trabajar al ferrocarril, reclutados en el sector urbano del lumpenproletariado, mediante mecanismos de corrupción, y del sector campesino para trabajadores de vía. Yo en especial comencé a platicar con ellos, con Mario (a) el Chale, con Emedith, con Elí, con el Tabo, con el Francés, con el Chiñas, y… bueno, tú conoces la historia. A punta de pláticas finalmente se los gané a los charros, y aunque después de cada acción teníamos que cooperar para sus chelas y la botana, lo cierto es que ellos fueron los más entrones, los que realizaron más actividad y los que, por ejemplo, cuando teníamos que salir de gira al sistema para visitar a los de Vía o a los de otras Secciones, eran los primeros en apuntarse, y así por el estilo. Pero, bueno, tú me preguntas del papel que jugaron los jóvenes en el movimiento, y yo te diré que aparte de ellos estaban también otros como el Torillo, el Raúl, Santiago Carrasco, el Lalo Ramírez, Enrique Rojas, y varios más que, junto con nosotros, los no muy viejos, digamos mi compadre Paco, ‘Larita’ (q.e.p.d.), los de

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expréss: Javier, el ‘Kalimán’ y Yo mismo, hacíamos ya una buena flota que pudo organizar o armar en varias ocasiones planillas para competir contra los charros del ‘Héroe de Nacozari’ por el Comité Seccional del sindicato, hacer manifestaciones bien grandes que asustaron no sólo a los charros, sino también a su papá el gobierno, que hasta ejército mandó al edificio sindical dizque para cuidarlo”. De eso tengo fotografías que los cuates y los periódicos sacaron. “Ahora bien, eso es una cosa, y la otra es que muchos de aquellos jóvenes –y viejos también-, después de los intentos que hicimos en 1976 por recuperar nuestro sindicato y después, también, de que terminó el movimiento de los electricistas, a quienes dábamos solidaridad, ya no continuaron en el movimiento por distintos motivos, aunque otros sí lo siguieron haciendo, pero como viste, a partir de entonces todo se empezó a complicar y el grupo se fue reduciendo, quedando todavía en él por cierto algunos jóvenes, que al privatizarse la empresa aceptaron su liquidación y se volvieron a recontratar, mientras que otros, los que alcanzaban la jubilación – como Yo-, pues no nos quedó de otra más que jubilamos, pero todavía intentando reuniones con los antiguos camaradas de otras Secciones del interior del país” (Velóz y Paéz, entrevista 2003, y manuscrito 2005).

En consideraciones retrospectivas también, pero tratando de hacer un balance profundo del movimiento a partir de la excarcelación de Demetrio Vallejo, un grupo (que nunca se puso algún nombre para identificarse) conformado por universitarios y trabajadores ferrocarrileros de las Secciones Chihuahua, Cd. Juárez, Monterrey, D.F. y Puebla, que mantuvo siempre una posición política independiente respecto de la dirección nacional del MSF, escribía que después de 1970, fecha en la cual Vallejo recobra la libertad, “la segunda coyuntura política más importante (fue 1973, porque) no sólo despertó expectativas en los trabajadores de poder volver a situaciones parecidas a las de 1958-59 -cuando con Vallejo al frente consiguieron importantes prestaciones y reivindicaciones económicas-, sino que realmente significó un despertar del gremio para lanzarse a luchar nuevamente por la conquista o reconquista de sus secciones sindicales; logrando, sin embargo, en muchos casos, como Jalapa, Monterrey, Torreón, Chihuahua, etc., sólo tomar los edificios sindicales, pero no el poder sindical de La Sección. “Estos hechos lamentablemente tuvieron que pagarse muy caro, porque las fuerzas represivas dieron muerte a muchos de los trabajadores rebeldes y, por si fuera poco, el Estado y la empresa siguieron reconociendo y apoyando a los dirigentes charros que, aun fuera de los edificios sindicales, en sus casas o

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en los locales que les prestaba la CTM –hasta donde les hacían llegar las cuotas sindicales- estos seguían ‘despachando’. (Y) mientras esto sucedía, la dirección nacional del MSF (con Vallejo a la cabeza) seguía creyendo en que era posible arrancarle a la Secretaría del Trabajo el reconocimiento legal para alguna de las Direcciones Seccionales del MSF” (Quiroz, López M. y Veloz , 1980: 1-2). El hacerse de los edificios sindicales “ni con mucho apuntó a la formación política de los participantes, es decir, a la toma de una conciencia de clase. Se gastó en eso mucha pólvora para únicamente obtener el reconocimiento legal –cosa que al parecer se había convertido en un fin en sí mismo- [...] Pero, al final de cuentas ni siquiera eso se obtuvo. “Los compañeros que se posesionaron de los locales sindicales, después de un gran desgaste físico y moral

por la tensión cabrona de

permanecer alertas a los ataques de los halcones27, policías, soldados y charros, y de que la dirección nacional se mostró incapaz de dar una respuesta alternativa satisfactoria, todos terminaron, Sección tras Sección, entregando los edificios a los propios charros o a las autoridades laborales –para el caso daba igual, pues estas exigían como condiciones para abrir las negociaciones con el MSF el cese de la toma de los locales sindicales y la devolución de los ya tomados-, por lo que cargaron así con una derrotada política muy grave” (Quiroz et al, 1980: 3) “Desgraciadamente –continúa afirmando el grupo- a la dirección nacional del MSF le caracterizó siempre su confianza en las autoridades del trabajo, pese a que invariablemente estas fallaban a favor de los charros; también pensó siempre que la presidencia de la República guardaba una posición neutral en el conflicto [...] Pero, esta creencia de que el presidente en verdad juega un papel de árbitro social, no era simplemente una cuestión de táctica política, sino una verdadera convicción del grueso de los representantes Seccionales a las asambleas nacionales, una triste concepción que bastante 27

Los Halcones eran grupos parapoliciacos que servían, desde el 10 de junio de 1971, al gobierno, reprimiendo sangrientamente a los movimientos estudiantil, obrero y popular independientes.

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daño hizo al movimiento; consecuencia de no querer hacer análisis políticos de clase para caracterizar al enemigo [...]28 El otro aspecto era que Vallejo creía fervientemente en la política de apertura democrática preconizada por el régimen de Echeverría, algo que sin lugar a dudas marcó el código de pautas políticas que en adelante observaría el caudillo (Vallejo), primero trabajando en la Comisión Nacional de Auscultación y Organización (CNAO) y luego en el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), cuidando siempre de que las formas de organización y de lucha estuvieran dentro de los marcos exclusivamente legales” (Quiroz et al, 1980: 7). Pero, hablando justamente del marco y las acciones legales, el MSF vio conveniente participar en el proceso electoral de 1976, con miras a renovar la dirección nacional y las direcciones locales del sindicato. “Aquí en Puebla –nos cuenta el Sr. Elí Andrade, miembro y dirigente del MSF local- tuvimos el cuidado, previo advenimiento del período electoral, de no aislarnos de otras luchas que se daban en la región, e incluso en otros lugares del país; circunstancia que por una parte nos permitió, apoyados por compañeros del D.F., formar una escuela sindical, cuya duración fue de cinco meses, con dos sesiones por semana, y que sirvió, entre otras cosas, para intercambiar experiencias con otros trabajadores: vendedores de billetes de lotería, ferrocarrileros provenientes de Apizaco, electricistas y obreros de Spicer, de quienes aprendimos formas de lucha y de organización que ensayamos en el proceso electoral con resultados satisfactorios, sobre todo porque practicamos las formas conocidas como de ‘Acción Directa’, es decir, juntarnos todos y así en bola enfrentar a los charros y aplicarles ‘Poder Obrero’ para exigirles, por ejemplo, la realización de asambleas y otras cosas. “Eso nos enseñó, por ejemplo, que cuando uno está solo, ellos (los charros) son altaneros e intratables, pero cuando nos juntamos y nos les ponemos en frente, entonces se vuelven serviciales y cobardes. Así se portó Avendaño (el charro que ocupaba el puesto de secretario general en la sección 21 hasta 1976) cuando le aplicamos ‘poder obrero’. Todos recordamos cómo el primero de febrero de 1977 le agarró la temblorina y hasta lloró porque los trabajadores no le permitimos que tomara posesión el nuevo Comité Ejecutivo Charro, y porque le exigimos la realización de una asamblea. [...] Y “en cuanto al proceso electoral, bueno, lo que podemos señalar es que estuvo plagado de vicios estilo PRI, de muchos métodos amañados, de presiones y chantajes a los compañeros, de 28

La mayoría de los Delegados asumían una postura acrítica diciendo: “lo que diga el compañero Vallejo es lo correcto”, sin saber todavía qué era lo que él iba a plantear. Ellos confiaban en la honestidad del líder, que no estaba a duda, pero eso no bastaba para la formación política. Había que enseñarles a discutir, sobre todo a los veteranos del ’58-59, porque eran muy intolerantes a la crítica y a las propuestas novedosas, como aquella de volver colegiada la dirección nacional, que los hizo enojar.

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violaciones estatutarias, de intervenciones descaradas de las autoridades a favor de los charros, etc., y hasta de algunos incidentes importantes, como la quema de la urna29 en el momento del escrutinio, lo cual sirvió de pretexto a los charros para declararse vencedores, toda vez que llevaban a su favor poco más de cuarenta votos, producto de la falsificación que hicieron de muchas cédulas de votación, que introdujeron subreticiamente en botes de hojalata, pero que nosotros luego, luego nos dimos cuenta” (Sr. Elí Andrade, miembro y dirigente del MSF local, entrevista 2004). Por último, algo importante es también que “la relación que mantuvimos con otras organizaciones obreras y populares, nos llevó a formar parte del Frente Local de Acción Popular (FLAP), pero a raíz de la traición de la dirección local del movimiento electricista, tuvimos que replegarnos hacia la universidad, en donde, en manos del PC, el FLAP se fue burocratizando hasta convertirse en un organismo que no servía ya para nada. Por eso el MSF decidió, junto con otras organizaciones combativas, formar el Frente de Acción Solidaria (FAS), que precisamente se estrena con una manifestación de apoyo a nuestra lucha el primero de febrero de 1977 para impedir que el comité charro tome posesión” (Andrade, ibid).

Del

movimiento

ferrocarrilero

se desprenden

un sinnúmero

de

experiencias que merecen una investigación aparte, en virtud de los muchos aspectos temáticos que encierra. Por lo que compete a nuestro interés, por ahora solo debemos señalar que en términos de su lucha, los ferrocarrileros formaron parte, indiscutiblemente, de la nueva clase obrara regional que buscó su emancipación sindical y política, dentro de una coyuntura estatal que favoreció su desarrollo, pero que por factores de carácter nacional, en particular por la abierta intervención del Estado para proteger al aparato sindical charro y posteriormente privatizar la empresa, entre otras cosas, no pudo tener el éxito que desearon sus protagonistas.

II.2.A.2. El caso de los Electricistas Respecto del largo y complicado caso de los electricistas, donde también participaron en sus jornadas insurgentes muchos de los jóvenes de reciente ingreso a la CFE hacia finales de los años sesenta, diremos de manera muy 29

Esta urna era muy original y única porque, situada en el edificio sindical, y supuestamente resguardada por los representantes de cada una de las planillas, en ella se vaciaban, para efectos del conteo, todos los votos recogidos en las demás urnas instaladas a lo largo y ancho de la Sección Sindical, de modo que hasta que se terminaba de hacer este trabajo de vaciado, se procedía a contar los votos.

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resumida que su organismo sindical, esto es, el Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (STERM), quedó conformado a partir de que se nacionaliza la industria eléctrica en 1960 –hasta ese año en manos de las compañías extranjeras Mexican Light and Power y la American and Foreign Power, y que luego éste, bajo la dirección de Rafael Galván, pasa a fusionarse, en medio de múltiples conflictos, con el Sindicato Nacional de Electricistas, Similares y Conexos de la República Mexicana (SNESCRM), que dirigía el oficialista Francisco Pérez Ríos (Basurto, 1983: 245). De tal fusión surge el SUTERM, cuya Secretaría General queda en manos de Francisco Pérez Ríos, y la Comisión Nacional de Fiscalización y Vigilancia, en las de Rafael Galván; cada uno de ellos con posturas ideológico políticas distintas y hasta contrapuestas -en muchos sentidos irreconciliables-, puesto que el primero era un dirigente charro consumado, que si bien controlaba a la parte mayoritaria de los trabajadores a través del antiguo SNESCRM –afiliado a la CTM y al Congreso del Trabajo-, el contrato colectivo que este manejaba era mucho más pobre en prestaciones que el que controlaba Galván a través del STERM. Este último era “un sindicato politizado, democrático, con una dirección muy habilidosa e inteligente, con una visión integral de la industria eléctrica y nacionalista, y con una gran experiencia en la negociación, que lo había llevado desde 1940 a conquistar la semana de 40 horas con pago de 56, la jubilación a los 30 años de trabajo y el pago, por parte del patrón, del 100% de la cuota sindical al seguro social” (García Amero, 1986: 98). Teniendo como base estas diferencias, la lucha entre ambas corrientes se profundizó, sobre todo porque desde 1967, cuando la CFE liquida a 18 empresas filiales, algunos trabajadores del estado de Puebla pretenden ingresar al STERM por lo atractivo de su contrato, obligando con ello a que los tres sindicatos (aparte de los dos mencionados, el SME), firmen un convenio que tiene como mira la constitución de un sindicato único, previa la igualación de condiciones contractuales, respeto recíproco, democracia interna y autonomía sindical (García A., 1986: 110).

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No obstante este acuerdo, tres años después (en 1970) y en medio de múltiples jaloneos, Francisco Pérez Ríos opta por romper el convenio y reclamar, por vía de la CTM, la titularidad de todos los contratos, argumentando que el SNESCRM posee a la absoluta mayoría de los trabajadores, hecho con el cual hace crecer aún más las diferencias entre las corrientes citadas. La injerencia de la CTM en los asuntos sindicales de los electricistas llegó a tal grado que Fidel Velásquez –su sempiterno Secretario General-, anunció en el II Consejo Nacional Extraordinario del SUTERM (llevado a cabo en marzo de 1975), que “por rebeldía y labor divisionista”, Rafael Galván y seis miembros más quedan no sólo expulsados del Comité Ejecutivo, sino también del propio sindicato. Frente a tal decisión la corriente de Galván, constituida ya como Tendencia Democrática (TD), se reunió en Guadalajara y emitió un documento en el mes de abril de ese mismo año, conocido como la “Declaración de Guadalajara”, que es en realidad un programa perfeccionado que data de las movilizaciones del STERM de 1971, cuando frente a la amenaza de despojo de su contrato colectivo por parte del SNESCRM, decide, junto con el MSF, convocar a las “Jornadas por la Democracia Sindical, que recorrieron los trabajadores en las principales ciudades del país (de diciembre de 1971 a septiembre de 1972). Cuarenta fueron aproximadamente las ciudades que vieron marchar a los electricistas del STERM a la cabeza de contingentes integrados por trabajadores de otros sindicatos, colonos, campesinos, estudiantes, amas de casa, etcétera” (Cordera, 1983: 123-124), Estos y otros eventos dieron lugar, por cierto, a que dentro de la izquierda mexicana se mirara con mucho optimismo el panorama y se afirmara que los electricistas estaban políticamente rebasando los límites gremiales, porque al proponer formas de organización más allá de lo sindical (por ejemplo, los Comités de Acción Popular, o CAPs) y poner en práctica una combinación de programa y organización, de objetivos y de medios para alcanzarlos a partir de un solo sindicato nacional, que entre otras virtudes, impulsaba una amplia política de alianzas y fuertes movilizaciones, “se comprueba –sostenían

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algunos autores- que la llamada insurgencia obrera y popular tiene ‘un centro aglutinador’ y tiene programa que orienta las luchas más diversas, … (por lo cual),

la

clase

obrera

(mexicana)

puede

ser

hoy

sujeto

de

la

hegemonía” (Cordera, 1983: 125-126). Finalmente, cabe mencionar que los electricistas democráticos fueron quizá los que mejor trabajaron la formación y la reproducción de los cuadros sindicales y políticos, a través de círculos de estudio y de escuelas sindicales que ex profeso abrieron en prácticamente todas las secciones del país, incluida por supuesto la de Puebla, a la cual asistieron incluso personas que no pertenecían formalmente al gremio, tales como

profesores y estudiantes

universitarios, militantes de organizaciones políticas y otros trabajadores solidarios. Es oportuno decir que los asistentes a tales escuelas, o mejor dicho, “los formantes” sindicales, eran en su mayoría jóvenes del gremio electricista con categoría de “eventuales”, es decir, que todavía no poseían un contrato de trabajo individual definitivo, pero que aún así, al igual que sucedía en Ferrocarriles, eran los que más disposición mostraban para salir en brigada, acompañados de jóvenes universitarios, y vocear por las colonias populares el problema que se vivía en la industria eléctrica30. Por otro lado, y como bien dice García Amero (1986: 121-122), la lucha de los electricistas en la ciudad de Puebla se vuelve particularmente interesante porque el contexto en el que se da es de efervescencia popular, en el

que

se

observan

las

participaciones

de

la

Federación

Sindical

Revolucionaria, del Movimiento Sindical Ferrocarrilero, de los estudiantes universitarios, de los obreros de Volkswagen, de los trabajadores del magisterio, de los campesinos por la tierra y de otros sectores que se manifiestan en contra de la carestía de la vida, todos los cuales otorgan solidaridad a los electricistas, asisten a sus manifestaciones, cooperan económicamente, o hacen guardia en su local sindical, más sobre todo en las 30

En la Sección Puebla del SUTERM la “escuela político sindical” se abrió desde los primeros meses de 1976, en acuerdo con parte del Comité Ejecutivo. En ella participaron más trabajadores eventuales que de base (de estos últimos solo eran 4). Los universitarios que contribuimos a sostenerla pudimos, sin embargo, acceder a sus asambleas y, en la etapa del conflicto, de manera restringida a las asambleas generales haciendo propuestas de organización, de boteo, de defensa del local sindical, etc. (López, 1977)

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semanas previas a la derrota de julio de 1976, cuando el ejército mexicano toma las instalaciones de C.F.E el día 16 de ese mismo mes, que es la fecha en la que vence el emplazamiento a huelga hecho por la Tendencia Democrática. Después de que Victor Manuel Carreto, el dirigente de la Sección Puebla del SUTERM, firmó, sin consultar a su base, el documento de claudicación del movimiento, “los que sosteníamos la escuela sindical y muchos otros compañeros de base y eventuales decidimos definir claramente nuestra posición ante la asamblea en contra de la traición, … tratando de ejercer cierta influencia en la base para que, ante el conocimiento de los hechos, ésta desconociera a su dirección. (Sin embargo), esta definición pública trajo como consecuencia el que se desatara una campaña de calumnias de parte de la dirección hacia nosotros e implicó un cambio radical en las condiciones de nuestra participación a nivel abierto en el gremio, tal como lo veníamos haciendo” (López Mayo, 1977: 5) Y es que, la empresa dio a conocer un documento con “medidas para el control de acceso a las instalaciones de C.F.E.” -dirigido a todos los trabajadores, quienes debían de portar un gafete de identificación, registrar personalmente la hora de ingreso y de salida, contar con pases de autorización incluso para ir al baño, etc.-, contrató porros que operaban en la UAP para vigilar las entradas e impedir que “los agitadores” repartieran volantes o periódicos; solicitó del gobierno postas de granaderos y de policía antimotines y, finalmente, despidió a los compañeros más combativos y dispuso no contratar más a muchos de los eventuales (ver Periódico Alta Tensión, números 2 y 3, nov/76 y mar/77, respectivamente). En el ámbito del movimiento obrero y popular, los casos más ilustrativos al respecto fueron el de los trabajadores electricistas agrupados en la Tendencia Democrática del SUTERM, quienes el 5 de abril de 1975 aprueban su famosa “Declaración de Guadalajara”, que es en realidad “un programa popular para llevar adelante la revolución mexicana” (SUTERM, 1975), y el de diversos sindicatos del período conocido como de “la insurgencia sindical” que

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militaban unos en el Frente Sindical Independiente (FSI), ligado al partido comunista mexicano, y otros en el Frente Auténtico del Trabajo –de orientación democristiana- (Trejo, 1979: 141). También es un buen ejemplo al respecto el Frente Nacional de Acción Popular (FNAP), creado en mayo de 1976, en el que participaron “además de los electricistas democráticos, la Alianza de Cañeros, el STEUNAM, el SPAUNAM” (Cordera, 1983: 128-129) y otros importantes agrupamientos sindicales, con los cuales llegó a proponer una política económica alternativa a la oficial (Cordera, 1983: 129)31. Y finalmente, en la misma línea se encuentran el SUNTU, la CNTE y otros sindicatos de alcances nacionales que, de igual modo, habían asumido el compromiso político de luchar por la democratización y por otorgarse mutuamente solidaridad incondicional, a fin de lograr la transformación cualitativa del orden social del país. En tal sentido, su visión de lucha rebasaba pues, y con mucho, al gremialismo y al economicismo. Por ello, retomando el asunto de los factores que determinan algunos de los movimientos social políticos, podemos decir que “las huelgas parciales de telegrafistas y maestros solidarias con el STFRM… y las multitudinarias manifestaciones no sólo obreras, sino estudiantiles y populares” (Barbosa Cano, 1983: 99) que se llevaron a cabo a finales de los años cincuenta prueban, en efecto, que en cierto nivel de desarrollo de la lucha son más las causas políticas las que motivaban la participación popular, que las de otro tipo.

II.2.A.3. El caso de Volkswagen En el caso de los agremiados en el sindicato de Volkswagen, puede decirse que desde 1967, año en que se instala la planta armadora en Puebla, 31

Los electricistas democráticos propusieron incluso la municipalización del transporte, la expropiación de las empresas imperialistas, una nueva educación popular, la gestión y la fiscalización obrera en la economía estatal (Cordera, 1983: 127-128).

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inician una tenaz lucha por desafiliarse de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y por convertirse en un sindicato independiente, dado que la primera no sólo no defendía sus derechos laborales, sino que era abiertamente un instrumento de control que utilizaba la empresa para sacar delante, sin mayores problemas, sus objetivos de producción, al tiempo que la propia CTM se beneficiaba de las cuotas sindicales y del control político que hacia afuera de la empresa explotaba enormemente. La historia de cómo se inicia este movimiento es la siguiente: cuando Volkswagen de México32 empieza a funcionar en territorio poblano, sus obreros, con motivo de que no fueron consultados ni prevenidos de que iban a ser “organizados en el Sindicato de Trabajadores de la Industria Automotriz, Similares y Conexos, Volkswagen de México, afiliado a la Federación de Trabajadores de Puebla y a la CTM” (Aguilar García, 1982: 50), se constituyeron en grupos y corrientes democráticas para luchar por su independencia sindical, abandonando primero a la CTM e ingresando a la Unidad Obrera Independiente (UOI), y años después dejando a ésta para asumirse como un sindicato realmente independiente de las centrales oficiales, de la empresa y de los partidos políticos. Su separación de la CTM y su ingreso a la UOI lo consiguen hacia 1972, mediante un movimiento unitario, bien organizado, radical y consecuente. Y la importancia de su experiencia estriba en que “generó una nueva estructura sindical con un carácter dual, (pues, a diferencia de la organización charra, aquí) las facultades directivas/ejecutivas sindicales corrían desde el Comité Ejecutivo al Secretario General y, finalmente, al asesor legal; pero también en la estructura intermedia, la de los Delegados Seccionales, siempre se las ingeniaron para aprovechar las coberturas legales estatutarias para con el tiempo constituirse en la columna vertebral de la resistencia obrera” (Juárez, 2000: 1). Sin embargo, sobre este último punto es necesario hacer una matización porque es algo que tiene que ver, en última instancia, con la experiencia 32

Se trata en realidad de la antigua empresa Promexa, ensambladora de vehículos volkswagen, instalada desde 1954 en Xalostoc, estado de México y trasladada a Puebla desde 1965, fecha en la que inician su construcción, pero puesta en marcha en noviembre de 1967 (García Amero, 1986: 160).

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acumulada de la lucha sindical hacia el interior de la empresa. Se trata de que los propios estatutos del sindicato establecen una limitación muy importante para quienes ocupan puestos en el Comité Ejecutivo, “pues deben abandonar la planta al término de su gestión, ... ya que al ser elegidos para cualquier puesto de representación sindical son ascendidos (automáticamente) a la categoría de trabajador altamente calificado. El mismo estatuto sindical prohibe que un trabajador pueda bajar de escalafón, lo que implica que al dejar el puesto sindical debe abandonar el trabajo” (Fraile, 1999: 42-43). Pero al margen de esto, habrá que reconocer que los obreros de Volkswagen son uno de los más importantes agrupamientos sociales que protagonizaron luchas históricas en la región por la democracia, tanto al interior, como al exterior de la empresa, con nuevas formas y prácticas sindicales que no se habían visto antes en la metrópoli poblana, las cuales consistían

en:

1)

una

relación

más

directa

entre

representantes

representados, con asambleas departamentales y generales,

y

2) en una

relación más directa entre sindicato y empresa, prescindiendo en lo posible de la intervención del Estado y de los tribunales laborales –salvo en lo formal-, 3) en un planteamiento directo de las demandas obreras con el fin de mejorar las condiciones materiales de trabajo y la venta de la fuerza de trabajo, y 4) en una nueva forma de representación, producto de la participación de todos los trabajadores, que se plasma en los delegados departamentales, las comisiones o los consejos (ver Aguilar García, 2982: 72-73). Por otro lado, y en relación al número y edad de los trabajadores que tuvieron participación, habrá que insistir en la aclaración de que la planta armadora al trasladarse a Puebla no arrancó con la totalidad de los obreros que tenía en el estado de México, sino que la nutrió o la fue nutriendo con elementos -necesariamente jóvenes-, de la región, a quienes fue dando entrenamiento y capacitación en los procesos productivos propios. En todo caso, y como es lógico pensar, la decisión de separar su sindicato de la CTM y de hacerlo independiente estuvo siempre respaldada por el sector juvenil.

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Cabe abundar, para darnos una idea del número de trabajadores que fue alimentando a la planta a lo largo de los primeros diez años de su instalación, que entre el 16 de abril de 1972, cuando los sindicalizados deciden separarse de la CTM, se habla de un total de 3,800 participantes (Fraile, 1999: 20); cuando, en cambio, el 29 de octubre de 1981 realizan una Asamblea General Extraordinaria y acuerdan por unanimidad desconocer como asesor legal del sindicato a Juan Ortega Arenas –dirigente de la UOI-33 y elegir a un nuevo Comité Ejecutivo, encabezado por Alfredo Hernández Loaiza, la cifra que se maneja es de 10,620 sindicalizados (Fraile, 1999: 34-35); o, finalmente, el 14 de noviembre de 1981, cuando después de una huelga exitosa por el reconocimiento del nuevo Comité Ejecutivo de Loaiza, regresa a sus labores la totalidad de empleados de confianza y obreros de base, los números manejados por los medios de comunicación se refieren a “doce mil ochocientos trabajadores

sindicalizados

y

(a)

más

de

tres

mil

empleados

de

confianza” (Fraile, 1999: 42), lo que quiere decir que en un lapso de casi diez años la armadora automotriz reclutó a nueve mil obreros más, incrementando de paso el peso específico de este sector de jóvenes obreros en los episodios políticos de la entidad. Número de obreros en la planta armadora Volkswagen , 1967-1981 Año

Cantidad

1967 1972 1974 1981

3,400 3,800 10,000 12,800

Núm. de obreros Cantidad nuevos acumulada 400 6,200 2,180 Cuadro número 9

400 6,600 9,400

Fuente: Elaboración propia, con información de García Amero (1986:52) y Fraile (1999: 20, 35, 42

Con relación a los factores que hicieron posible mantener en alto su motivación de lucha, hasta por lo menos el momento en que se logró su independencia sindical, nos parece que radicaron, por un lado, en su alta cohesión interna derivada justamente de su anhelo de tener un sindicato 33

Cifras dadas por este mismo personaje, indican que la UOI contaba con un “alrededor de un millón de personas en todo el país, fundamentalmente trabajadores de la rama automotriz, metalúrgicos, químicofarmacéuticos, aviación, transporte y otras más” (Ortega Arenas, 1983: 26), de la cual derivaba su fortaleza política.

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independiente, y, por otro, en la solidaridad externa que recibieron de otros sectores subalternos de la sociedad poblana y del país, los cuales entendieron bien la importancia política del movimiento obrero. De entre esos apoyos externos destacan los otorgados por los sindicatos y grupos independientes como el Sutín, el Suntu, el Fat, el Situam, el MSF, el SUTUAP y el Consejo Universitario de la UAP. Este último fue de una importancia extraordinaria, toda vez que en ese momento la UAP disfrutaba de mucha autoridad moral y política en la entidad. Su acuerdo solidario fue tomado en la sesión del 3 de noviembre de 1981, y textualmente consiste en “otorgar a los trabajadores de Volkswagen todo el apoyo en la lucha que libran contra el cacicazgo de Ortega Arenas, y, a su vez, exigir el reconocimiento del auténtico Comité Ejecutivo electo por los trabajadores” (Fraile, 1999: 37) Por cierto, en respuesta a este gesto, el entonces líder del movimiento Alfredo Hernández Loaiza, envió una carta al rector de la UAP en la cual expresaba: “nuestro agradecimiento a su labor desempeñada a favor de la lucha de los trabajadores de Volkswagen, en contra del nefasto asesor Juan Ortega Arenas… El apoyo de ustedes es una muestra del compromiso real que han mostrado como universitarios con el pueblo y en especial con la clase obrera, a su vez significa una orientación clara para lograr que la Universidad Autónoma de Puebla se mantenga en vínculos permanentes con los intereses populares” (en Fraile, 1999: 41). En síntesis, en prácticamente todas las jornadas de lucha de los obreros de Volkswagen, de una u otra forma, estuvieron presentes no sólo los estudiantes y trabajadores de la UAP, sino también y fundamentalmente los viejos trabajadores de las industrias textil, eléctrica y ferrocarrilera, quienes de fondo

compartieron

desde

siempre

la

consigna

de

luchar

por

la

democratización de los sindicatos y, por extensión, de las estructuras de gobierno de la entidad, y al pasar a hacerlo y movilizar a sus bases por ese y otros motivos, nos parece que dejaron de ser “clase en sí” para convertirse, aunque sea por un breve período, en sujetos políticos, por no decir “clase para

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sí”34, que es un concepto de significado más profundo y con un nivel teórico de mayor de dificultad. Sin embargo, un dato empírico que confirma esto, es el que nos proporciona García Amero (1986: 12-13), a saber:

del total de

conflictos obreros dados en la capital poblana, entre 1970 y 1976, el 61.63% correspondió o estuvo representado por estos sectores de trabajadores citados. Por último, vale la pena aclarar también que aún cuando en muchas ocasiones la lucha de este proletariado fue aparentemente por cuestiones económicas exclusivamente, nunca fue fácil. Ya desde principio de los años ochenta, “en muchos sentidos fuimos afectados por la implantación de las políticas de nuevas relaciones laborales ... (que) significaron procesos muy agresivos para homologar la calidad del trabajo en México con los estándares internacionales, (e implicaron) cambios que en la mayoría de las ocasiones afectaron derechos y conquistas sindicales, ya que la tendencia siempre se inscribió en buscar el adelgazamiento de Contratos Colectivos de Trabajo y de plantillas, así como disminuir nuestra capacidad de negociación pactada en las cláusulas de bilateralidad, ... (pues) tomando como base el desempeño y la actitud en el trabajo, perdimos muchas de las cláusulas asociadas a los derechos de antigüedad y a la bilateralidad en los programas de producción” (Rodríguez S., 2004: 1).

34

Carlos Marx, en su obra Miseria de la Filosofía “mostró cómo en su lucha, primero en sindicatos, y luego también al constituir ‘un gran partido político, bajo el nombre de cartistas’, la masa de obreros había dejado de ser una clase potencial an sich, amorfa y fragmentaria, para convertirse en una clase für sich, nacional y consumada, forzosamente dedicada a la lucha política”. (en Johnstone, 1975:70). La referencia exacta de Marx es la siguiente: “Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clases para sí. En la lucha, de la que no hemos señalado más que algunas fases, esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política” (Marx, 1963: 171)

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II.2.B.- Los núcleos sindicales con experiencia Como hemos visto y citado testimonios, en los sindicatos de los trabajadores ferrocarrileros, electricistas y de Volkswagen, hubo núcleos de trabajadores que poseían toda una tradición de lucha, y que durante el período de reflujo del movimiento obrero, ellos se mantuvieron bien organizados y en plena actividad, no obstante el ambiente hostil y adverso que enfrentaban en sus respectivas empresas y sindicatos. Por ser en general grupos de “sindicalistas veteranos”, que amén de los citados los había también en los sindicatos de telefonistas, telegrafistas, petroleros, trabajadores del magisterio, etc., en su mayoría provenientes de la coyuntura de 1958 (Barbosa,1983: 100), la visión que poseían de la lucha iba más allá de lo meramente gremial, aunque el punto que más atacaban y que los unía, era el de las estructuras del charrismo sindical. Pues bien, la mayoría de estos veteranos estaba constituida por cuadros políticos que habían sido fogueados en la lucha sindical, sí, pero también en diversos grupos revolucionarios, donde aprendían a discutir las estrategias y los ideales del movimiento. Debido a eso y “por lo menos en dos de sus grandes vertientes –la ferrocarrilera y la electricista- las direcciones fueron encabezadas por militantes de los partidos políticos de izquierda, o experimentados en la lucha sindicalpolítica, con programas y proyectos claramente definidos. (En tal sentido), en el STFRM, por ejemplo, la mayor parte de los dirigentes eran miembros del POCM y, en menor número, del PCM” (Barbosa, 1983: 105); una virtud que garantizaba, por lo menos a nivel teórico, la continuidad de las acciones sindicales y el análisis político claro sobre asuntos tan importantes como la naturaleza del Estado, las alianzas, la táctica y otros aspectos más que implica la lucha.

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Pero, además, el hecho de que las direcciones de estos movimientos se asumieran como revolucionarias, nacionalistas o socialistas, indujo, o por lo menos facilitó la constitución de diversos grupos políticos, o político sindicales (como el Consejo Local Ferrocarrilero, el Movimiento Revolucionario del Magisterio, el Movimiento Sindical Ferrocarrilero, el Comité Pro Defensa del Salario, etc.). Estas

organizaciones,

siendo

al

mismo

tiempo

resultado

de

planteamientos y discusiones en diversos Círculos de Estudio y Células de partidos políticos, fueron la base sobre la cual se sustentaron las famosas Escuelas de Cuadros Sindicales. En estas Escuelas, como en el caso de Puebla, se enseñaba y se discutía, entre otras cuestiones, el Artículo 123 Constitucional; la Ley Federal del Trabajo; la tipología sindical y los procedimientos para constituir un sindicato; los derechos de contratación colectiva y de huelga; las formas de organización, de lucha y de negociación; el papel de las Juntas de Conciliación y Arbitraje; el asunto de la requisa; etc. Pero también se analizaban textos de Marx, como “Salario, Precio y Ganancia” y “Contribución a la Crítica de la Economía Política”; lo mismo que obras de carácter político como el “Qué hacer” de Lenin, o “La revolución interrumpida”, de Adolfo Gilly, a fin de que los “formantes” conocieran la historia de la lucha popular en México y recogieran las experiencias pertinentes tanto del movimiento internacional, como de las luchas mexicanas35. Luis Hernández Navarro recuerda al respecto que, dentro de las experiencias que él compartió con algunos miembros del Frente de Acción Solidaria (FAS) en Puebla, y con los trabajadores del riel –como se les decía a los ferrocarrileros en 1976-, en el fondo con estas escuelas de cuadros se perseguía, a través de la lectura y la discusión de su Contrato Colectivo de 35

En el archivo personal de el ex dirigente ferrocarrilero, Alfredo Veloz, existe una copia del Programa de Formación Sindical y Política que se impartía en los diferentes Círculos de Estudio, a lo largo de los años setenta, con los obreros de Vía, de Patio, de Express y de Taller en las ciudades de Puebla y Tehuacán. Los contenidos de los mismos son los que se citan aquí.

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Trabajo, que los compañeros no solamente pudieran conocer sus derechos laborales, sino también y fundamentalmente acceder a una visión más amplia, a una conciencia histórica, digamos, de su condición de asalariados (Hernández Navarro, 2004). La “formación de cuadros” nunca fue, sin embargo, exclusivamente teórica; trató siempre de complementarse con aspectos prácticos, es decir, con la participación de sus integrantes en las asambleas, las marchas, las reuniones, los paros, las huelgas e incluso los enfrentamientos físicos con los esquiroles, los charros y la policía. Pero todo eso al parecer no bastó, puesto que, hacia la mitad de los años setenta, la Revista Punto Crítico (1976: 12) señalaba, con toda razón, en un balance crítico sobre el tema que “una de las principales deficiencias (del movimiento obrero rebelde) es la constante formación de cuadros sindicales que organicen y conduzcan las luchas locales que, hasta ahora, y por haber estallado espontáneamente, han sido colocadas a la defensiva por los charros y la empresa”. No obstante, con todo y esas carencias de cuadros y la espontaneidad de las luchas, había algo que políticamente era muy significativo tanto para los obreros rebeldes como para el Estado. Se trataba de que entre más intentaba este último impedir la rebelión obrera contra las estructuras corporativas y los líderes charros, más tintes políticos cobraba el asunto. Aún más, su injerencia en las luchas estrictamente internas de los diversos sindicatos (digamos en los procesos electorales para renovar Comité Ejecutivo; en algún recuento para conseguir la titularidad del contrato colectivo, etc.) era invariablemente el elemento que venía a evidenciar el carácter político que ya de por sí poseían estas confrontaciones sindicales. Por lo demás, la importancia de estas confrontaciones consistió en que, como afirma Trejo (1979: 98-99) devino en complejos aprendizajes para el proletariado, ya que es precisamente “en (esos) movimientos (sindicales donde) se va forjando una nueva clase obrera, (que) habría de crecer en la

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década de los sesenta y comenzaría a emerger en la de los setenta... conforme la fuerza de trabajo se empezó a desplazar de las actividades primarias al sector industrial”. En síntesis, los “núcleos de trabajadores con experiencia” fueron, y son hasta la fecha, los depositarios de la memoria clasista del proletariado, no sólo en México, sino a nivel universal. A ellos se debe que en cada nueva etapa de su lucha, algunas experiencias y conocimientos se tengan presentes como posibilidades de desarrollo o de obstaculización. Así, los petroleros, los maestros y otros trabajadores aprendieron de los telegrafistas que, “paralelamente a las demandas económicas, había que plantear la repulsa a los líderes oficiales por su incapacidad como mediadores […], o como cauce institucional de resolución de las demandas (y a partir de esto), la batalla en contra de la manipulación y del control que el Estado ejerce sobre el movimiento obrero” (Alonso A., 1983: 108-110). De igual modo, los ferrocarrileros aprendieron de su propio movimiento del ‘59 que, “la independencia respecto de los líderes gubernamentales y del gobierno mismo (era) el contenido interno real del movimiento obrero, aunque se expresara exteriormente bajo la forma de lucha por reivindicaciones económicas. Es desde ese punto de vista que se deriva el carácter político de las huelgas y del propio Plan del Sureste” (Revueltas et al, 1961, citado por Alonso,

1983:

172).

Quienes

más

aprendieron

esto,

y

lo

tenían

permanentemente presente -como lo sostiene en la entrevista el Sr. Velozeran los compañeros que habían pasado por aquella experiencia, es decir, los del Consejo Local Ferrocarrilero y los del MSF.

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II.2.C.- Los vendedores ambulantes Un tercer elemento a considerar en esta sección es el relativo a los ciudadanos que, procedentes del medio rural en su mayoría, buscaron emplearse y de hecho consiguieron hacerlo, cada vez en mayor número, en las actividades del comercio informal dentro del área metropolitana, y que a fuerza de enfrentamientos y refriegas continuas con la policía, con los inspectores y con los funcionarios del Ayuntamiento, que les impedían vender sus productos en el centro de la ciudad, terminaron agrupándose en una organización autónoma,

abrazando

una

ideología

de

izquierda

y

ofreciendo,

por

consecuencia, todo tipo de apoyos y de solidaridad a los demás grupos que, como los universitarios, los colonos o los campesinos, protagonizaban, igual que ellos, luchas de resistencia o reivindicativas. Nos referimos específicamente a los hoy denominados trabajadores del comercio informal que fundaron la “Unión de Vendedores Ambulantes, 28 de Octubre”, organización que, dicho sea de paso, es aún hoy en día, junto con el SUNTUAP, uno de los grupos clasistas más antiguos, consistentes y combativos dentro de la ciudad de Puebla. Por cierto, aparte de esas virtudes, deben señalarse también como propias el hecho de que representan “un movimiento altamente cohesivo, bastante bien organizado –no esporádico-; (que) cuentan con un programa (de largo alcance, y que, además) muestran gran capacidad solidaria hacia otros sectores populares y organizaciones en lucha” (Castillo, 1984: 218). Respecto de su base social, habrá que decir que si bien inicialmente se componía de campesinos desplazados de sus comunidades de origen, con el paso del tiempo va cambiando, “pues a él (al movimiento) se van incorporando nuevos sectores de desempleados: ex obreros, ex fayuqueros, bodegueros, locatarios, ex campesinos, etc., (de tal manera que, hacia) 1979 tiene una composición así: 36.5% de vendedores ambulantes de siempre; 22.5% de ex obreros: 14.5% de ex campesinos, etc.” (Ibid, p. 226). Su composición pues depende, en gran medida, de los factores estructurales relacionados con el

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nivel de empleo, la tasa demográfica, la oferta educativa, etc. que en las diversas coyunturas caracterizan a la región, e incluso al país. En otro orden de cosas, necesario es decir que en cuanto al trato que los distintos gobiernos priístas dieron a los líderes de ésta organización fue, en términos generales, el mismo que otorgaron a los demás líderes de los grupos populares independientes, esto es, poca interlocución y mucha represión vía amenazas, persecución, destierro y encarcelamiento, no obstante que de algún modo, al final de cuentas, parte de las reivindicaciones hechas por la organización –por ejemplo, la construcción de nuevos mercados populares, la descentralización de los mismos, etc.- las fueron cumpliendo paulatinamente los gobiernos del municipio capitalino.

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II.2.D.- Universitarios, campesinos y otros sectores populares Por último, con la categoría de actores políticos también, cabe analizar el papel que jugaron, por un lado, los estudiantes, los profesores y los trabajadores administrativos de la Universidad Autónoma de Puebla y, por otro, o mejor dicho, al lado de ellos el de los campesinos y otros sectores populares que,

con

organización

o

sin

ella,

influyeron

sobremanera

en

los

acontecimientos de los años sesenta y principios de los setenta. De los primeros, a reserva de abordar con detalle su movimiento particular en el siguiente capítulo, adelantemos que su participación solidaria fue, desde por lo menos 1961, masiva y sostenida, y que las consignas más importantes que lanzaron fueron la democratización de las estructuras políticas de la entidad y el combate al caciquismo, demandas que por lo demás, desde nuestro punto de vista, subsumieron a otras muchas que de manera específica enarbolaron los distintos grupos sociales. Los casos más sonados al respecto fueron, por ejemplo, los de las luchas por el reconocimiento oficial de algún sindicato independiente, o por la defensa del triunfo de alguna planilla de oposición, los mismos que invariablemente conducían bien a enfrentamientos con las estructuras de poder de las centrales, federaciones y confederaciones obreras (que formaban parte del aparato político Estatal), o bien a presiones o impugnaciones a los tribunales del trabajo: las Juntas de Conciliación y Arbitraje, o la propia Secretaría del Trabajo. De los universitarios puede decirse que debido a su activismo, presencia y organización, llegaron a convertirse en un sector políticamente muy receptivo -cuando no en el más receptivo- a cuanto problema acontecía en el entorno poblano, o incluso nacional, y en el que más disposición había para otorgar solidaridad en forma desinteresada, a campesinos, obreros, vendedores ambulantes o colonos que luchaban por la solución de algún asunto específico. También como resultado de su participación y de su actitud solidaria con el movimiento externo, y de la tendencia de este a buscar el apoyo de los estudiantes, habrá que adelantar nuestra observación de que la universidad se

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convirtió en la caja de resonancia de las luchas populares, o mejor todavía, en un espacio que los propios sujetos participantes privilegiaron para articular ahí sus demandas, su organización y los demás aspectos que implicó la lucha. Así aconteció, por ejemplo, con los campesinos lecheros en 1964 y con los campesinos que tomaron latifundios a principios de los años setenta; pero también con otros sectores populares que a lo largo del período fueron viviendo experiencias y dando luchas específicas hasta convencerse y constatar que, efectivamente, la universidad era el mejor lugar donde podían plantear y discutir con

libertad sus problemas específicos, y asumir compromisos de

otorgar y recibir solidaridad. De hecho, como lo prueban muchos testimonios, la simpatía del pueblo hacia los estudiantes que brindaban solidaridad fue algo que desde siempre estuvo presente en la urbe capitalina, de modo que cuando estos, en 1961, llamaron a una movilización de apoyo a la revolución cubana -con lo cual de hecho inician su movimiento por la reforma universitaria (Yáñez, 2000: caps. I y II)-, el apoyo de los sectores populares no se hizo esperar, y su movilización fue masiva e inmediata. Pero quizá lo más importante es que, a partir de aquel evento, el encuentro entre “estudiantes Carolinos” y sectores populares dejó de ser meramente coyuntural para cobrar un carácter más bien histórico, ya que más tarde –en 1972- obreros, campesinos, estudiantes y sectores populares conformarán el FOCEP, y a nombre de éste llevarán a cabo intensas movilizaciones de defensa de la universidad y en contra de la represión, las cuales culminarán con la renuncia del gobernador del estado, en 1973. Nos parece importante observar que, en la medida en que va transcurriendo el proceso va creciendo también el número de luchas en la ciudad y en el campo y, por consecuencia, el de sus participantes, quienes al ir acumulando experiencia van, de igual modo, mejorando las formas de organización –el propio FOCEP es un ejemplo de ello, pero también lo son los organismos políticos que están detrás de cada sector: v. gr., la Central

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Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), los sindicatos independientes, etc.-, que, a la vez, van afinando las líneas de coordinación entre sí y sus facultades para identificar, con más claridad, a su enemigo común, esto es, los gobiernos locales, algunos sectores de la burguesía tradicional, el clero, los terratenientes y, en su caso, los líderes charros y otros grupos de la derecha política que solían actuar todos en bloque. En el siguiente cuadro se pueden observar las formas de organización que en cada una de las coyunturas de ascenso adoptó el movimiento popular. En este asunto, llaman poderosamente la atención al menos dos cuestiones originales: de un lado su amplia heterogeneidad de formas, que en lo particular trataron de responder a las características de la coyuntura específica -de ahí que prácticamente ninguna de ellas haya sobrevivido al subsiguiente período de ascenso-,

y del otro lado destaca el hecho de que los universitarios

supieron utilizar a los órganos formales de la institución, en particular al Consejo Universitario y a la Rectoría, como instancias de lucha, sobre todo a partir de 1970 en adelante.

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Formas de organización del movimiento popular en puebla ÉPOCA FORMAS DE ORGANIZACIÓN Antes de 1961 - Frente Nacional Universitario - Federación Estudiantil Poblana - Sociedades de Alumnos - Comité Cívico de Acción Social (CCAS) - Células (del PCM) 1961 - Bloque Liberal Universitario - Comisiones para la Solidaridad - Unión de Estudiantes Revolucionarios -Comité Estudiantil Poblano - Asociación de padres de Estudiantes Universitarios - Grupo Carolino - Alianzas Estudiantiles Inter-institucionales - Asambleas (conjuntas de maestros, estudiantes y padres de familia) 1964 -Unión General de Contribuyentes -Federación Estudiantil Poblana -El Directorio Estudiantil -El Consejo Universitario 1968 -Grupo Democrático -Creación de la sección Puebla del Consejo Nacional de Huelga -Comités de Lucha -Comité Coordinador de los Comités de Lucha 1970-1973 Comités de Lucha Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular Partidos Políticos (Comunista Mexicano y Revolucionario de los Trabajadores) Frente de Acción Solidaria Organizaciones estudiantiles independientes Rectoría y Consejo Universitario 1974-1976

Comités de Lucha Rectoría y Consejo Universitario Partido Comunista Mexicano Partido Revolucionario de los Trabajadores Organizaciones estudiantiles independientes

1977-1981

Partido Políticos (Comunista Mexicano y Revolucionario de los Trabajadores) BLEI (Bloque de lucha estudiantil independiente) Cuadro No. 10

Formulación propia con base en informaciones de Yánez (2000); Vélez (1985); Sotelo (1984); Ortega (1980); Lara y Parra (2000); Dávila (2003) y Castillo (1984).

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II.3.- Los anticipos y las acciones de la derecha política Un dato que conviene retener para el análisis de la lucha de clases en Puebla es que en esta entidad, la organización y la actividad entre las masas universitarias por parte de la derecha, o más precisamente, por parte de los grupos de ultraderecha, antecedieron con mucho a las de la izquierda, pues a ellas dio inicio desde mediados de los años cincuenta con varias consignas impactantes que tuvieron que ver con la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y la independencia económica –banderas centrales del Frente Universitario Anticomunista (FÚA)-, con las cuales agitaban a los estudiantes (Yáñez, 2000: 15). Pero antes de entrar al análisis, conviene también que apuntemos y retengamos otro dato, este de carácter histórico, relacionado con atavismo político de la burguesía poblana y que consiste en que, no obstante el discurso promovido

por

el

Estado

Mexicano,

a

todo

lo

largo

del

período

postrevolucionario, en el sentido de ser “un Estado para todos” -que en el plano económico de alguna manera fue puesto en práctica en favor de toda la variedad de capitales existentes en la entidad, esto es, del industrial, del comercial, del financiero, etc.-, la oligarquía de la entidad se mantuvo irremediablemente

ligada

a

las

tradiciones

ideológico

políticas

más

conservadoras del país, y por ello, algunas de sus fracciones nunca estuvieron de acuerdo, ni creyeron jamás, en las líneas de política económica que trazó el Estado, y mucho menos aceptaron las intenciones y medidas prácticas regulativas que éste adoptó para sacar adelante su estrategia de desarrollo. Si en materia económica el rechazo era abierto a la intervención del Estado, en el terreno de la política-política, en cambio, aquellas mismas fracciones burguesas le exigieron, casi siempre de modo radical, que les diera un trato preferencial y se mostrara comprensivo con ellas, más no así a las clases y grupos populares que por algún motivo tenían que manifestar desacuerdos o actos de protesta. Para estos últimos exigió mano dura y “cero tolerancia”.

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Quizá no hace falta decir que la presión de estos grupos de poder hacia el Estado fue permanente, y que lo más grave del asunto consistió en que cada vez que ellos percibían que el gobierno no cedía a sus exigencias represivas, amenazaban con la idea de que ellos mismos harían justicia con su propia mano, de que

responderían de modo organizado con paros en la

producción, con huelga de impuestos, o con el cierre de los establecimientos comerciales bajo su control (Yánez, 2000:181, 188);. Esto en efecto pasó a ser realidad en distintos momentos, pretextando que el gobierno estatal no combatía de frente y con resolución a los sindicatos, a las personas, e incluso a las instituciones -como la UAP- que, según ellos, llevaban a cabo actividades fuera de la ley, representaban el caos y trabajaban para el comunismo internacional. Ello independientemente de que el movimiento popular fuera realmente inocuo en términos políticos, y muchas de las veces únicamente se concretara a solicitar un incremento al salario –o al subsidio en el caso de la UAP-, a protestar por la elevación de las tarifas en algún servicio público, o a exigir el respeto a las libertades de asociación, de reunión y de expresión constitucionales. Nada de esto importaba porque, en todos los casos, ellos veían un comunismo embozado, o intenciones y actitudes estatizantes. Y llama la atención precisamente que debido a esta visión atávica, desde por lo menos el movimiento de 1961, estas fracciones de ultraderecha, a través de la Cámara Nacional de Comercio en Pequeño, la Cámara de la Industria Textil, la Cámara Junior, el Club Rotario “5 de mayo”, los colegios Oriente, Benavente, Pereyra y otros; la Asociación de Distribuidores de Automóviles, los Clubes Sembradores de la Amistad y de Leones, etc. (Yánez, 2000: 48), hayan hecho uso no sólo de sus típicas amenazas de cerrar la industria y el comercio, sino incluso de solicitar el estado de emergencia en la entidad y de expulsar del territorio poblano a los responsables de los disturbios, a fin de terminar –decían- con los agitadores comunistas, a pesar de que, en ese mismo año, el grupo Carolino afirmó tajantemente: “nosotros no somos comunistas...” (en Yáñez, 2000: 48).

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Pero esa misma actitud la vemos reiterada cuando a partir de 1970, año en el cual Luis Echeverría Álvarez asume el cargo de presidente de la República, y propone una mayor participación del Estado en la vida económica, estas fracciones burguesas de la entidad, por la vía de sus organismos más representativos y beligerantes, esto es, del Centro Patronal Poblano y del Consejo Coordinador Empresarial de Puebla, expresan primero mucha desconfianza frente a la propuesta y, en seguida, la pasan a calificar de una amenaza comunista, advirtiendo que no permitirán que el gobierno federal la ponga en práctica en territorio poblano (Patiño, 1986: 16). A diferencia de los grandes accionistas de industrias como Volkswagen, Hylsa, etc., que, en general, no protagonizaron de manera abierta eventos políticos en contra del Estado -aunque sí combatieron y lidiaron obviamente en contra de los organismos sindicales en sus respectivos establecimientos y, por tanto, de manera indirecta se opusieron al movimiento popular-, los empresarios tradicionales de Puebla, en cambio, por razones que tenían que ver con sus estereotipos y prejuicios anticomunistas, mostraron siempre un carácter rijoso y una actitud negativa hacia la modernización, ya no digamos en lo económico, sino también en lo ideológico y en lo político. En particular en estos campos fue donde con mayor evidencia mostraron comportamientos cerrados, con gran convicción y fuerza que venían acumulando desde los primeros tiempos del avilacamachismo, ese cacicazgo o prebostazgo, como también se le denomina, que ejercieron los hermanos Maximino, Rafael y Manuel Ávila Camacho a partir del último tercio de la década de los treinta, a través de los gobiernos del estado, de muchos de los municipios y del propio poder federal. Este cacicazgo, como todos los que por definición lo son, se fincó en el autoritarismo, en el nepotismo y en la violencia (Pérez Montfort, 2004: 2). Rafael, por ejemplo, fue presidente municipal de la ciudad de Puebla entre 1939 y 1941, y luego gobernador del estado entre 1951 y 1957; Manuel, fue presidente de la República, entre 1940 y 1946, pero antes fue Secretario de la Defensa Nacional en la administración del General Cárdenas, y Maximino fue

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gobernador del estado, a partir de 1936, fecha en la cual “inició su prebostazgo con la venia del poder central” (Pérez M., 2004: 8), dedicándose, de manera impune, a cometer toda clase de excesos contra la sociedad poblana. “El poder de este hombre trascendió incluso a su propia muerte, suscitada en 1945, pues no sólo contribuyó a la desolación poblana de los últimos años treinta y primeros cuarenta, sino que, como el huevo de la serpiente, acuñó y formó figuras de tan infausta memoria para el México contemporáneo como Gustavo Díaz Ordaz...” (Pérez M., 2004: 9). Por ese cacicazgo ejercido por los hermanos Ávila Camacho, aún en los años sesenta y principios de los setenta, se podía detectar que el grueso de la burguesía tradicional poblana mantenía, tanto en la capital, como al interior del estado, vínculos políticos muy sólidos con el avilacamachismo y, más que eso, compartía un compromiso político de actuar conjuntamente a través de cinco diferentes grupos filiales y/o pertenecientes a ella, de entre los cuales pueden destacarse: 1) Los grupos gremiales que defendían –y defienden- la propiedad privada en lo económico, v. gr., Coparmex, Canacintra, Canaco, Asociación de Banqueros de Puebla, Cámaras (de la industria radiodifusora, de la industria maderera, de la textil, de la automotriz, de hospitales y sanatorios, agrícola, etc.), Alianza de Camioneros, Asociación de empresario exportadores y otras más (Patiño, 1984: 28). 2) Las organizaciones de apoyo analítico, de estudio y de realización de los intereses empresariales como, por ejemplo, Centro de estudios políticos y sociales de la Usem, Centro de estudios del sector privado, los diversos Colegios (de arquitectos, de abogados, de ingenieros, de economistas, etc.), la Junta de Mejoras Moral, Cívica y Material y otras más (Patiño, 1984: 28). 3) Las organizaciones de tipo cívico que, en general, se encargaron de hacer el trabajo político “sucio” -digámoslo así- que no realizaron directamente los empresarios; entre ellas se encontraban la Asociación Cívica Femenina, la Unión Estatal de Padres de Familia (para combatir, por ejemplo, los libros de texto gratuitos), la Federación de Barrios y

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Colonias de Puebla (para proporcionar gente en las manifestaciones y formar grupos de choque contra los carolinos), etc. (Patiño, 1984: 29). 4) Las organizaciones dedicadas a la difusión del pensamiento social cristiano y empresarial, entre las cuales se encontraban los Caballeros de Colón, el Movimiento Cristianismo Sí, las Damas Vicentinas, el Consejo Diocesano del Apostolado Seglar, la Unión de Católicos Mexicanos y, más tarde, la UPAEP, y 5) Los grupos que, en general, cumplen con la vocación de servicio social inherente a la libre empresa, en especial los Clubes (de Leones, Rotario, de Ejecutivos, de Senadores, Sembradores de la amistad, etc.), y las Fundaciones como la Street Jenkins, Amparo Rugarcía de Espinoza y el Patronato para salvar a Manzanilla (ver Patiño, 1984: 30-31) Sin embargo, hay que aclarar que no todas estas organizaciones tuvieron el mismo nivel de participación en los conflictos políticos que vivió la entidad, ni tampoco desempeñaron las mismas funciones ideológicas; sino que más bien, como se desprende de los párrafos anteriores, se movieron bajo un esquema de división del trabajo, que permitió que destacaran, por lo menos, dos de ellas: a) las de tipo cívico, que se dedicaron, con mucha eficacia, a reclutar gente entre las capas medias de la población, para sumarlas luego a las campañas contra el aborto, la pornografía y las drogas; y b) las de algunos empresarios que, en sus respectivos establecimientos, se dedicaron a crear sindicatos “blancos”, a fin de “convenir” con ellos algunas medidas de control a los obreros de base y de garantizar la estabilidad de la empresa. Empero, como hemos dicho ya, estos empresarios y sus aliados directos en el gobierno del estado, ya desde los años ’40, se habían acostumbrado al estilo violento con el cual el “avilacamachismo” podía defenderlos y “resolver” las protestas obreras, o las manifestaciones de oposición; de tal modo que, dicho estilo lo elevaron a la categoría de “regla” y, en cada ocasión que se suscitaba un conflicto, exigían su aplicación irrestricta, pues como sostiene Manjarrez, (citado por Yáñez, 2000: 18-19), tal estilo se componía de “persecuciones, amenazas, violencia, crímenes y componendas” pero, también, consistía en asumir actitudes despóticas; practicar el nepotismo, y usar el

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poder como forma de enriquecimiento (Patiño, 1984: 14-15), frente a todo lo cual la burguesía poblana simplemente se solazaba. En el siguiente cuadro se pueden apreciar las distintas formas de proceder que utilizó la derecha poblana en contra del movimiento popular, según la etapa que se vivía.

Las luchas políticas en Puebla

ÉPOCA O AÑO Antes de 1961

1961

1962, 1963

1964 1967 1968 1970 – 1973

1975 1976-1981

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Formas de proceder de la derecha poblana FORMA DE PROCEDER - Disputa violenta por la dirección de las sociedades de alumnos y por la FEP (Federación Estudiantil Poblana) - Penetración en la jerarquía eclesiástica - Búsqueda de apoyos en personajes del gobierno - Apelación a las masas y movilización de las mismas - Agresiones y ataques terroristas a los mítines de opositores, con el fin de crear pánico y desaliento - Apoderamiento de los medios de comunicación (prensa y radio locales) para influir a la población - Mítines en barrios populares - Utilización de la religión y del aparato eclesiástico católico para manipular a los fieles mediante sermones y cartas pastorales - Pintas por toda la ciudad y un intenso volanteo contra ateos, liberales, masones, judíos y comunistas - Amenazas telefónicas a opositores - Paros en la producción y cierre de comercios - Presiones al gobierno para declarar estado el de emergencia - Calificación de homosexuales a personajes de la oposición - Organización y encuentros del movimiento familiar cristiano - Ataques al gobierno federal por ser “pro-comunista” - Participación en los procesos de elección en la UAP - Atentado a tiros en contra del rector Amado Camarillo S. - Ataque armado a la asamblea de universitarios - Desplegados en la prensa nacional contra el rector - Entrevistas con el gobernador del estado - Difusión de libelos en los que calificaban a las muchachas del grupo Carolino como prostitutas, a sus mamás como proxenetas y a los profesores liberales como pederastas y rateros. - Presiones al Consejo Universitario - Golpes y persecución de Fúas a Carolinos - Sabotaje de una conferencia de prensa de Felipe Pardinas y agresión a los asistentes - Secuestros y golpizas a activistas liberales y “comunistas” - Sabotajes en auditorios o salones de clase - Agresiones callejeras a estudiantes del movimiento - Una cruzada nacional contra la pornografía -Ataque armado a la Escuela de Derecho dando muerte al estudiante Josafat Tenorio - Ataque armado a la Preparatoria Benito Juárez con saldo de varios estudiantes heridos - Desplegado nacional declarando guerra abierta al comunismo - Asesinato a mansalva de Joel Arriaga y de Enrique Cabrera - Ataque de francotiradores a multitud universitaria - Creación de una universidad propia (UPAEP) - Quema de libros de texto gratuito - Manifestaciones y marchas Paro patronal para apoyar a concesionarios del transporte urbano Cuadro No. 11.

Elaboración propia con base en información tomada de Dávila (20003); Delgado (20003): García Amero (1986); Gómez (1998); González Ruíz (2003); Ortega (1980, a y b); Sotelo (1986); Vélez (1981) y Yánez (2000).

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Naturalmente, el estilo avilacamachista incluía, además, acuerdos, pactos y compromisos políticos entre los miembros de su corriente; que justo, desde 1940, es decir, desde su constitución, todos ellos pasaron a conformar el Comité Directivo Electoral del Estado de Puebla y firmaron un “Pacto de Honor”, proclamándose leales y disciplinados avilacamachistas, llamando fuertemente la atención el hecho de que, entre los firmantes se encontraban, nada menos que cinco futuros gobernadores, dos de los cuales en especial, se destacaron por su autoritarismo extremo y por su trato represivo al movimiento social de oposición, rasgos de conducta por los cuales, a propósito, se vieron obligados a dimitir al cargo de Ejecutivo Estatal, muy tempranamente en sus respectivos mandatos: se trató, por un lado, de Antonio Nava Castillo (1963-1965), y, por otro, de Gonzalo Bautista O’Farril (1972-1973). Cuando este último, por cierto, es obligado por el movimiento popular e incluso por el gobierno federal a renunciar al cargo de gobernador, los empresarios poblanos sintieron que en ese momento perdieron su identidad política con el gobierno nacional, de manera que el movimiento desarrollado por ellos a partir de esa fecha, tuvo como meta central, según opina Patiño (1984: 13-14), la idea de restablecer o reivindicar aquella identidad específica, relacionada con el estilo avilacamachista de gobernar, que no precisamente se reflejaba en la línea del presidente de la República. Y en efecto, como hemos apuntado ya, en las diversas acciones radicales que organizaron y protagonizaron los comerciantes poblanos, los empresarios tradicionales, el clero, las asociaciones conservadoras de profesionistas, de colonos, de estudiantes y de otros sectores mas que hacían causa común

-que consistían en el cierre concertado de comercios, la

formación de grupos de choque, la infiltración de provocadores en el movimiento popular, los pronunciamientos públicos en la prensa y en la radio y, por supuesto, las manifestaciones multitudinarias-, se notaba evidentemente que ellos habían tomado la firme decisión de pasar a asumir, en forma abierta y directa, la confrontación que tenían con la universidad y ahora con el gobierno nacional –todo dentro del marco de la lucha de clases que se libraba en la entidad-, por lo que, consecuentemente, decidieron también aplicar con sus

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propias manos las medidas que, en todo caso, corresponderían al Estado burgués asumirlas cuando la lucha popular cobra ascenso, sin que necesariamente estas sean las de la eliminación física, la persecución, el destierro o el encarcelamiento de los opositores, como deseaban ellos. Por otro lado, habrá que decir que esta línea política autoritaria e intolerante que caracterizaba a estos grupos, de ninguna manera se contradecía con las tesis social cristianas que decían sostener –de corte conservador y anticomunista-, y que deseaban implantar en México como una especie de “tercera vía”, la cual, “aparentemente, se opone al capitalismo y al socialismo, (pero) reivindica las ideas de justicia, igualdad, fraternidad y libertad con las características que les son atribuidos por los dogmas de la filosofía cristiana” (Patiño, 1984: 23-26). Para lograr ese “nuevo sistema”, ellos estaban convencidos de que había que acabar primero con la izquierda y con sus partidos, pero también, aquí en Puebla, se tendría que intervenir, de manera inmediata e inevitable, a la máxima casa de estudios, por considerarla un centro de la agitación y de desorden, de ahí que sus exigencias a los gobiernos (local y federal) subieran cada vez más de tono para aplicar mano dura al movimiento comunista, pues este, según ellos, avanzaba sin freno en la región (Patiño, 1984: 23-26) El que se hayan inspirado en una doctrina cristiana y hayan tenido como aliado central al alto clero poblano, fue efectivamente una estrategia eficaz que echaron a andar los empresarios de la región para defender, mediante una ofensiva política sin precedentes, sus privilegios económicos y la desigual estructura social prevaleciente, en la cual ellos ocupaban posiciones de poder y de dominio, esto sobre todo en una época en la que, por lo demás, estaba marcada por los acontecimientos de 1968 y de 1971. Por tal motivo, es decir, por estos mismos acontecimientos, el gobierno de Luis Echeverría, se encontró, en un momento dado, “entre la espada y la pared”, contradictoriamente pretendiendo, por un lado, encontrar soluciones mediante el diálogo y la conciliación a los movimientos colectivos de los

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obreros electricistas y de los universitarios, e incluso de los propios patrones que estaban inconformes con su política36, y, por el otro, al mismo tiempo, intensificando en la práctica métodos de “guerra sucia” en contra de los grupos rebeldes que, por la vía de las armas, intentaban el cambio social en el campo y en las ciudades. No hay que olvidar que la eliminación física de varios militantes del movimiento de masas en Puebla se dio precisamente entre 1972 y 1973 -para satisfacción de la beligerante ultraderecha poblana-, y que la responsabilidad de tales hechos, en términos legales, aún no se ha esclarecido, a pesar de que políticamente las responsabilidades están más que claras. En síntesis, puede desprenderse de todo este proceso que: 1) los dueños del capital en Puebla, hicieron lo que otros muchos de sus colegas han hecho en el mundo entero: organizarse por su cuenta y al margen del Estado, según diversas y creativas formas (Cámaras, Consejos, Clubes, Alianzas, Colegios, etc.), no únicamente para promover su doctrina de la propiedad privada y de la libre empresa, sino fundamentalmente para dar fuerza a sus acciones en la lucha de clases que sostienen en contra de los trabajadores y de las clases subalternas. 2) La base social que utilizaron como blanco de sus mensajes ideológico religiosos y políticos, estuvo constituida, en lo esencial, por los estratos medios o pequeño burgueses de la población citadina, pero también por algunos sectores populares (v. gr., colonos) que son más receptivos a esta esfera de la ideología, y obreros industriales al servicio de grandes empresas, como Hylsa, por ejemplo, donde permanentemente se difundían –y se difunden- las creencias de que "la empresa no es un fin económico para obtener utilidades, sino un medio de beneficio social"; que "la armonía hogareña redunda en el 36

Se sabe, por ejemplo, que después de los trágicos acontecimientos del primero de mayo de 1973, “el presidente Echeverría decidió retirar a Bautista O’Farril de la gubernatura por la vía de la desaparición de poderes. (Pero como) la derecha poblana amaba a su gobernador organizó un paro del comercio y de la industria. De cualquier manera Bautista se fue. (Sin embargo) Echeverría ya había visto a un sector empresarial intolerante y exacerbado en plena acción opositora, lo que vendría a ser un anticipo de la guerra que la iniciativa privada le declararía al presidente en la segunda mitad de su sexenio (José Agustín: 1992: 52)

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aumento de la productividad" y que, por tanto, hay que buscar la mejor forma para que el obrero distribuya su salario con su familia, y que, también, con esta, utilicen el tiempo libre de manera sana en ciclos de cine, talleres de corte y confección, deportes, clases de cocina, de música, etc., pues con ello habrá paz, tranquilidad, estabilidad y productividad en la empresa capitalista, dado que "el capitalismo permite que el hombre trabaje en atención al dinero que recibe; no como lo hace la explotación al estilo marxista... Es plausible (entonces) que personas que a base de sacrificio y de ahorro creen fuentes de trabajo. (Aunque) lo censurable es que esas personas posean varios coches, cuando muchas otras no pueden pagar la colegiatura de sus hijos" (Ver Patiño, 1984: 36). 3) La burguesía tradicional poblana -incluido el sector clerical que encabezó el arzobispo Rosendo Márquez y Toriz-, conformó, hasta la caída del gobernador Bausita O’Farril, en 1973, un bloque histórico 37, cuya ideología se fincó en el anticomunismo y en la defensa a ultranza de los valores religiosos tradicionales, apelando permanentemente a las masas para combatir la pornografía, el aborto, la drogadicción, el socialismo universitario y el estatismo oficial, asuntos que para hacerles frente tuvo que acudir a la organización explícita, creando o fortaleciendo, por un lado, las asociaciones estrictamente

patronales

(Concanaco,

Concamín,

etc.),

y,

por

otro,

conformando grupos de choque (entre otros el Náhuatl y el FÚA) para ejercer acciones violentas en contra de quienes se declararan "Carolinos" (por el nombre que lleva el edificio central de la UAP), o simpatizantes de la democracia. Tales “tareas sucias” corrieron a cargo -como en gran medida se ha hecho en toda la historia de la lucha de clases mundial-, a los estratos mas bajos de la población. 4) Otro aspecto que conviene señalar es que, detrás de los grupos de derecha que actuaban abiertamente, se encontraban algunos de tipo paramilitar37

Aquí usamos este concepto en el sentido que le da Gramsci “para determinar la estructura del bloque de poder de la burguesía”. Por ejemplo, “la sociedad meridional es un gran bloque agrario constituido por tres estratos sociales: la gran masa campesina, amorfa y disgregada, los intelectuales de la pequeña y mediana burguesía rural, los grandes propietarios terratenientes y los grandes intelectuales (...) que centralizan y dominan todo el conjunto de manifestaciones -de los primeros-. Macciocchi (1975: 152).Por ello el concepto de bloque histórico no se puede ver separado del de hegemonía.

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clandestinos, como El Yunque –creado en Puebla en 1955 por Ramón Plata Moreno y Manuel Díaz Cid (ver Delgado, 2003: 31)-, que tenían no sólo un entramado secreto, sino una estructura en forma de pirámide invertida, en cuya superficie “se dispuso la creación de organismos (como el MURO, el FÚA, y más tarde la Unión Nacional de Padres de Familia, Provida, etc.) para poder operar de manera pública e impedir la detección y la desarticulación de (su) entramado oculto” (Delgado, 2003: 35). 5) Otro de los datos que es necesario destacar de los grupos ultraderechistas poblanos es que, no sólo actuaban de manera coordinada en distintos frentes (rasgo que a la izquierda le faltó cultivar), sino que lo hacían invariablemente en forma por demás violenta. Pues, como hemos dicho, lo mismo planeaban cierres de comercios que agresiones físicas a los universitarios; o bien, a la par que el arzobispo “Octaviano Márquez y Toriz amenazaba con la excomunión a los fieles que profesaban la doctrinas comunistas, materialistas o anticristianas” (González Ruíz,2003: 109), los ideólogos del MURO, del FÚA y de El Yunque procedían a intensificar sus campañas, a través de la radio y la prensa, en contra de los libros de texto gratuito y “por el derecho de la familia a educar a sus hijos conforme a los principios de ella, de dios, de la patria, de Hernán Cortés (sic) y de Pinochet, ‘porque (este, decían) fue un valiente que salvó a Chile del comunismo’...” (González Ruiz, 2003: 445); mientras que por su parte algunos empresarios comprometidos con esas mismas políticas, “se dedicaban a reunir dinero para adquirir armas y sufragar los gastos del adiestramiento de jóvenes para integrar grupos de choque” (Delgado, 2003: 59). 6) Es oportuno mencionar también que entre otros de los grupos y personas con ideología anticomunista, que se destacaron por su activismo y procedimientos violentos, se encontraban los Caballeros de Colón, el Comité Juvenil Mariano, la Federación de Barrios y Colonias, el Comité Coordinador Permanente de la Ciudadanía Poblana, el Grupo Náhuatl, el Frente Universitario Anticomunista, la Federación de Sociedades de Padres de Familia del Estado de Puebla, los grupos de feligreses comandados por el arzobispo Octaviano Márquez y Toríz, los empresarios Gerardo Pellico Agüeros, Jorge Ocejo y Ricardo Villa Escalera, el ex gobernador Gonzalo Bautista O’Farril, Luis

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del corazón de Jesús Paredes Moctezuma, Manuel Díaz Cid, Mario Bracamontes, Ramón Plata Moreno, los hermanos Edmundo y José Rodríguez Concha, Klaus Felman y Carlos Mastreta Cobel (Delgado,2003: 59-60) Llama la atención que entre ellos la solidaridad política y moral que se otorgaban era inmediata e incondicional. Así por ejemplo, cuando los permisionarios del transporte urbano subían, de manera arbitraria, el precio del pasaje, y los estudiantes de la UAP respondían secuestrando camiones para obligarlos a respetar las tarifas anteriores, o para que modernizaran las flotillas, todos los organismos patronales y la derecha en su conjunto, casi de manera automática, reaccionaban con la amenaza que ya señalamos de paros, huelga de impuestos u otras acciones de presión hacia el gobierno para que procediera, una vez más, con mano firma, contra lo que calificaban ellos como agitadores profesionales; pero lo mismo hacían también cuando se trataba de campesinos que habían tomado tierras, o cuando los obreros de determinadas fábricas llevaban a cabo algún paro o alguna manifestación de protesta, etc. A continuación presentamos dos cuadros en los que damos cuenta, en el primero de ellos, de las demandas, históricas y coyunturales, por las cuales se movilizó la ultra derecha en Puebla, y, en el segundo, de las formas de organización y acciones que llevó a cabo a lo largo de todo el período estudiado.

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Objetivos, consignas y avances de la ultraderecha en puebla Año o Objetivos Época Antes de 1961 1961

1964 1967 1968 1970-1973

1974-1976

1979

-Modificar el Artículo 3ro. Constitucional -Desaparecer los libros de texto gratuito -Establecimiento de relaciones con el Vaticano -Lucha por el autogobierno universitario, -por la libertad de cátedra y -por la independencia económica -Plantea defender la fe y la patria -Señala al comunismo como el enemigo principal a vencer -Exige al gobierno reprima, y ella misma lo hace, a “los agitadores” -Acusa a “Los Carolinos” de pretender cambiar las costumbres -Toma como grito de batalla “Cristianismo sí; Comunismo no” -Llama a católicos para que se provean de armas y municiones -Formula pastorales contra el judaísmo, la masonería y el bolchevismo -Hace hincapié en que el conflicto no es local -Logra que se implante el estado de sitio en la ciudad, en octubre -El rector impugnado cierra el edificio Carolino -Logra que se retenga el subsidio al rector de facto -Logra que se modifique la ley orgánica -Toma el edificio carolino, pero por debilidad numérica lo pierde -Logra que Díaz Ordaz visite la UAP -Sigue luchando en contra del comunismo Mediante el Directorio Estudiantil Poblano expulsa de la UAP al Dr. Julio Glockner Sigue actuando en contra del comunismo -Exige la desaparición de los Comités de Lucha en la UAP -Pide el desconocimiento de las autoridades universitarias procomunista -Exige la derogación de la ley orgánica -Asesina a mansalva a dirigentes universitarios -Pretende y de hecho logra que el gobierno estatal, con el gobernador Bautista O’Farrill a la cabeza, sea el articulador de su proyecto -Se pronuncia en contra de que el Estado tenga mayor participación en la economía, pues ello es estatismo y socialismo -Concentra en un mitin a 100 mil gentes, y junto con el gobernador del estado, exige la aprehensión de varios universitarios -Exige la restitución de 54 alumnos del FUA expulsados de la UAP -Derrotada en la UAP, procede a fundar la UPAEP -Mediante el Pacto de los Remedios, en 1975, abraza un plan nacional de varios puntos, declarando enemigo mortal al comunismo. -Corre el lema de que “matar un comunista no es pecado, sino un deporte” El Consejo Coordinador Empresarial exige al presidente de la República la desaparición de poderes en el estado, y tener acceso a puestos de elección sin participar en el juego electoral. Cuadro No. 12.

Elaboración propia con base en informaciones tomadas de Buendía (1987); Dávila (2003); Delgado (2003); González Ruíz (2003); Lara y Parra (2000); Ortega (1980); Patiño Tovar (1984); Sotelo (1984 y 2002); Vélez (1981) y Yáñez (2000).

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Formas de organización de la ultraderecha en puebla Año o Época Tipo de organización Antes de 1961 1961

1962-1963 1964

1965-1968 1970-1973

1975

1976-1981

-El 19/abr/1955 funda el Frente Universitario Anticomunista (FÚA) - 1955: funda El Yunque (organización clandestina) -El 26/jul/ funda el MURO (una organización ultrasecreta) -Controla la Junta de Gobierno en la UAP a través del Opus Dei, los Caballeros de Colón y los Hijos de María -Funda el Movimiento Familiar Cristiano -Crea el Consejo Coordinador de la Iniciativa Privada (que agrupa a cámaras industriales y comerciales, clubes de rotarios, leones y sembradores de la amistad) -Se apoya en la Federación de Sociedades de padres de familia del estado de puebla -Crea el Comité de Emergencia para la defensa de los colegios particulares -Utiliza para su causa a la Junta de Mejoramiento Cívico y Material del Municipio de Puebla -Organiza una especie de policía privada -Hace intervenir en el conflicto poblano a la Confederación Nacional de Estudiantes, y a la Federación Nacional de Estudiantes Lassallistas, filiales de ella -Sigue actuando a través del MURO y del FÚA -Agrega a las organizaciones anteriores la Asociación de Padres de Familia Universitarios, A.C. -El Movimiento Cristianismo Sí -El Consejo Diocesano del Apostolado Seglar -La Unión de Católicos Mexicanos -Funda el Comité Prodefensa de los derechos estudiantiles -Aparece el Consejo Coordinador de la Ciudadanía en Puebla -Se apoya en la Federación de Barrios y Colonias Populares Sigue actuando a través del Muro, el FÚA y los organismos patronales. -Realiza el Foro de la juventud de la coalición moralizadora -Actúa intensamente a través del Muro, del Fúa y de otros organismos -Crea (en 1972) la Federación Estudiantil Universitaria, el Frente Estudiantil Democrático, la Alianza Universitaria, el Bloque de Auténticos Universitarios, el Bloque de Ciudad Universitaria (este último con mayor duración) - Se tornan muy activos el Consejo Coordinador Empresarial de Puebla y el Centro Patronal Poblano -Participan varias delegaciones de Puebla en la reunión de el parque de Los Remedios; entre otras: Juventud Nueva de Puebla, el Fúa (desde luego), el grupo Náhuatl, el Club Sierra de Puebla, la Unión Popular Estudiantil de Puebla, el Muro y la Asociación Lassallista -Lleva a cabo una reunión informativa en el teatro principal acerca de los libros de texto gratuito -A través de las organizaciones patronales sigue actuando en la política del estado Cuadro No. 13.

Elaboración propia con base en informaciones tomadas de Delgado (2003), González Ruíz (2003) y Yánez (2000)

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II. 4.- La lucha de clases en la región Puebla. En una visión sintética de lo que hemos tratado en este Capítulo, podemos decir que la lucha abierta no únicamente se dio entre empresarios y obreros, sino también entre agrupamientos de distinta condición social -entre ellos mismos, y de algunos de estos contra el Estado-, y que sus causas generales residieron en los cambios estructurales que sufrió el aparato productivo de la entidad, como lo hemos dicho del sector tradicional de empresarios y de los obreros de la industria textil. Debe reconocerse, sin embargo, que cada grupo, sector o clase tuvo aparte motivaciones muy específicas para entrar en la confrontación política. Algunos de ellos, por ejemplo, pretextaron no haber recibido jamás los beneficios de la industrialización; otros dijeron sentirse afectados en sus intereses y negocios particulares de los cuales habían hecho modus vivendi (el caso

de

los

comerciantes

de

viejo

cuño),

unos

más

lo

hicieron,

paradójicamente, por recibir los beneficios económicos pero no el poder político, y otros, en fin, simplemente por tratar de defender alguna situación de privilegio, de estatus social o de cierta ideología imperante. Quiere decir que algunas de estas fuerzas entraron al campo de la confrontación de manera conciente y deliberada, en forma abierta pues, reivindicando demandas de un programa estratégico de carácter regional y nacional -e incluso internacional, como el caso de la ultraderecha que se había comprometido bajo juramento, desde la época de la guerra fría, a combatir al comunismo-, y tratando de aliarse con el Estado para impedir el desarrollo del movimiento popular. Su idea de formar un Bloque Político con el Estado empezó a ser más evidente cuando algunas asociaciones patronales, la federación de barrios y colonias, el alto clero y otros agrupamientos de filiación anticomunista como el MURO, el FÚA, etc., comenzaron a actuar de modo concertado abarcando varios frentes.

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Quiere decir que, al mismo tiempo que en los periódicos locales todos acusaban a los agitadores comunistas y advertían a los poblanos del complot judeo-masónico y de la conjura roja internacional a la que estaba sometida la entidad, daban a conocer al gobierno estatal un pliego de demandas que era menester, según ellos, resolver de inmediato; pero también por otro lado los empresarios, actuando al unísono, acordaban y organizaban un paro general de actividades y un cierre total de comercios en la ciudad; al tiempo que los padres de familia de los colegios particulares, en la misma estrategia de clase, se entrevistaban con el secretario de gobernación para hacerle sentir su presión política, y, finalmente, “por la noche, después del paro patronal, los FÚAS efectuaban, a manera de festejo, una manifestación de masas en la cual coreaban su famoso lema de “¡Cristianismo sí, Comunismo no!” (Yáñez, 2000: 54). Por lo que toca a los “Estudiantes Carolinos”, a las organizaciones y personas

con posiciones democráticas, hay que decir que ellos también

trataron no sólo de sumar fuerzas entre sí y de construir un Bloque Popular, sino en todo momento de crear –para decirlo en el lenguaje de Benasayag y Sztualwark (2000: 108)- instancias y redes de contrapoder en los lugares donde protagonizaron sus luchas, esto es, en la universidad, en los sindicatos, en las empresas o en lo ejidos, pues tenían claro que para enfrentar o resistir con éxito al Estado y a la ultraderecha era necesario perfilar sus actividades hacia una articulación orgánica cada vez mayor y más consistente. En efecto, si uno compara digamos la situación de 1961 con la de 1972, puede ver que en esos 11 años el movimiento popular no sólo adquiere experiencia en cómo enfrentar al Estado y a sus aliados, sino que fundamentalmente incorpora ese aprendizaje a su práctica cotidiana creando una organización de masas –la más importante de todo el período que analizamos- denominada Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular (FOCEP). Del mismo modo, en lo relativo a la construcción de un poder paralelo, notamos que ya desde 1961, los universitarios al desconocer al rector oficial y

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nombrar a uno propio por la vía “de facto” y apoyándose en las fuerzas populares, no hacían otra cosa más que ensayar una forma de lucha que en lo sucesivo pondrían en práctica en otros muchos niveles, v. gr., desconociendo a las

sociedades

de

alumnos,

a

la

FEP

y

al

Directorio

Estudiantil,

constituyéndose en paralelo en Comités de Lucha. Por cierto, en este rubro de la organización los grupos democráticos y de izquierda fueron muy creativos y mostraron mucha flexibilidad, según las circunstancias que fueron viviendo en cada momento de la lucha; por esas razones en 1961 se constituyeron en el Bloque Liberal Universitario y lograron identificarse de manera amplia con el nombre del “Grupo Carolino”; por ello también en 1968, olvidándose de aquel nombre y de aquella organización, adoptaron, como hemos dicho, la forma de Comités de Lucha y de Coordinadora de Comités de Lucha; por la misma razón, en 1972 dieron paso a la conformación del FOCEP –ya citado-, y así sucesivamente, tratando siempre de buscar el mejor tipo de organismo colectivo que pudiera no solo mejorar sus niveles de lucha, sino superar en fuerza a sus rivales. Cabe mencionar ahora que no sólo por su creatividad, sino también por su actuación y constancia, estas fuerzas atrajeron, y de hecho centraron la atención de todos los grupos y personas democráticas del país, ya que habían convertido a Puebla en un "nicho izquierdista” real, y por lo mismo, seguramente sin proponérselo, se habían elevado a la categoría de modelo de resistencia popular al poder político y al capitalismo38. La Universidad Autónoma de Puebla por su parte, dada la destacada participación de sus miembros en los diferentes movimientos sociales, se convirtió en el punto de condensación de las diversas luchas que en forma dispersa se dieron en distintos puntos de la región. En ella se llegaron a planear acciones de solidaridad con inquilinos desalojados, con campesinos que habían tomado tierras, con obreros despedidos de distintas empresas, con 38

En su V Conferencia, los comunistas universitarios poblanos aseguraban que “la universidad mexicana es escenario de la lucha de clases; (que) no es en ella donde se determinarán las transformaciones sociales, pero su vinculación a los movimientos obreros y populares le permitirán jugar un papel destacado. La universidad poblana no es ajena a estos fenómenos, por el contrario, en más de una ocasión se ha convertido nacionalmente en el paradigma a seguir” (PCM, 7/julio/1981, en Cazés, 1984: 61).

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vendedores ambulantes acosados por la fuerza pública y, en general, con ciudadanos que por algún motivo decidían llevar a cabo alguna protesta pública. Finalmente, cabe anotar que todas estas violentas confrontaciones de clase que vivió la metrópoli poblana significaron rompimientos, de igual manera violentos, del tejido normativo y de las relaciones políticas existentes; pero habrá que detallarlas –como pretendemos hacerlo en el siguiente capítulo- para darnos cuenta de la potencialidad de cambio que desarrollaron todos sus actores: dirigentes, grupos y masas, que después de múltiples batallas en que tuvieron participación, adquirieron una experiencia enorme en “el arte”de abrir y de dirimir los conflictos políticos contra el Estado, contra los grupos de derecha y contra el clero dominante de la localidad, a la sazón trabados estos en una alianza radical para combatir al comunismo, a la masonería, al judaísmo, a la pornografía y al demonismo, por ser -según lo aseguraban en desplegados de prensa-, "doctrinas extrañas a las nuestras" (citado en Buendía, 1987: 39). Conclusiones del Capítulo Como respuesta a una situación compleja, que derivaba, por un lado, de las formas de dominación empleadas por el Estado, a nivel nacional, y, por el régimen caciquil del Avicamachismo, a nivel local; pero, por otro, de la desarticulación del tejido social que provocó el nuevo patrón de acumulación de capital en la entidad; más la reactivación de la memoria histórica –a través de los núcleos sindicales con experiencia- de la clase obrera para empujar hacia adelante su tarea liberadora, las clases subalternas de la región libraron sendas luchas por la democratización de la universidad y de los principales sindicatos. La esencia de esas luchas no reside en la movilización por sí misma, sino en la conciencia que expresan los participantes en cada una de sus acciones, pues mediante ellas los actores reflejan una gran capacidad de

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“poder hacer”39 lo que en un momento dado se proponen, esto es, arrancarle una asamblea a los charros, imponerle una negociación al poder, tomar un edificio sindical, desincorporarse de una organización oficial, etc.

Los

ferrocarrileros ensayaron algo similar que le llamaron “Poder Obrero”.

39

El “poder hacer” (Holloway, 2002) es siempre un poder social porque es el entrelazamiento de nuestra actividad con la actividad anterior o actual de otros (p. 52). El poder es simplemente una facultad, “una capacidad de hacer, la habilidad para hacer cosas. (Pero), el hacer implica poder, poder hacer” (p.52).

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114 CAPÍTULO III

RESISTENCIA AL AUTORITARISMO Y DEMOCRATIZACIÓN DE LA REGIÓN: 1961-1973

CONTENIDO

Pág.

Introducción

116

III.1.- El movimiento por la Reforma Universitaria de 1961

118

III.2.-

El

movimiento

popular

de

lecheros

y

universitarios

en 1964

130

III.3.- El movimiento estudiantil de 1968

142

III.4.- El movimiento universitario popular de 1970-73

154

Conclusiones del Capítulo

160

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Introducción La idea central de este Capítulo es analizar las condiciones, generales y particulares, bajo las cuales emergieron y, al mismo tiempo, hicieron posible que se mantuvieran en una e línea de ascenso las distintas movilizaciones de protesta, reivindicativas y de resistencia que acaecieron en la ciudad de Puebla, durante los años comprendidos entre 1961 y 1973. Las principales reflexiones que hacemos acerca de cada movimiento en particular, las tratamos de ubicar en principio en ese gran campo, contradictorio y complejo, formado por la relación Estado-Sociedad, correspondiente a aquella larga coyuntura, nacional y local, en la que van sucediendo, con cierta secuencia, los violentos desgarres del tejido social, y un cada vez más visible deterioro de los mecanismos de dominación que los gobiernos estatales habían impuesto a lo largo de muchos años. A partir de esto abordamos algunos de los tópicos que a nuestro parecer definen, o caracterizan a cada uno de los movimientos del período. Nos referimos específicamente, entre otras cosas, a las demandas que formularon y que sirvieron de bandera a quienes protagonizaron los acontecimientos, a las formas de lucha que utilizaron, al tipo de organización que adoptaron, a las redes de solidaridad que tendieron y a la potencia y capacidad que desarrollaron para hacer posible un vuelco en la relación de fuerzas, tanto al interior de cada campo en conflicto, como al seno de toda la formación social poblana. Para facilitar un cabal entendimiento de todos aquellos sucesos, conviene que tengamos presente los rasgos del contexto político nacional -descritos en el capítulo uno-, en virtud de que en ellos residen algunas fuentes que motivaron el movimiento estudiantil popular en nuestra entidad, sobre todo porque el nivel que alcanzaron a desarrollar las luchas obreras en el centro del país fue, sin duda, un ejemplo a seguir aquí y sirvió de aliento para combatir al autoritarismo de los gobiernos y de la oligarquía poblanos.

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Destacamos también naturalmente la poderosa incidencia de los factores locales y regionales que, centrados unos en las peculiaridades del sistema político caciquil; otros en la ultra conservadora ideología religiosa; unos más en el anticomunismo del sector tradicional de empresarios, y finalmente otros que asociados al nuevo patrón de acumulación de capital, contribuyeron a la detonación y desarrollo de las confrontaciones políticas. De los actores populares analizamos sus disposiciones, intenciones y voluntad de lucha que hicieron posible sostener un movimiento tan longevo como el que lograron; es decir, analizamos las circunstancias que posibilitaron el despliegue de su potencialidad.

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III.1.- El movimiento por la Reforma Universitaria: primera cala al autoritarismo.

El movimiento generado por los universitarios poblanos en 1961, se inscribe en un contexto nacional de luchas estudiantiles -pero también y muy probablemente con mayor influencia y peso político que aquellas, de rebeliones campesinas, de huelgas obreras y de movilizaciones populares que se dieron en la segunda mitad de los años cincuenta- bajo la consigna central de democratizar a las organizaciones oficiales (Pérez Durán et al, 2001: 1). Es decir, los referentes programáticos y organizativos de la insurgencia estudiantil se encuentran, esencialmente, en los movimientos reivindicativos que, en los años inmediatamente anteriores, protagonizaron distintos grupos de obreros, con la finalidad básica de sacudirse del control corporativo de sus organizaciones sindicales y de dotar a estas de una vida democrática. Ya hemos visto al respecto los movimientos de 1958. Al igual que la clase obrera, los estudiantes universitarios padecían también viejas estructuras de gobierno que no les permitían modernizarse ni desarrollarse académicamente. Por eso su lucha se centró, en principio, en la idea de romper estas estructuras, “impulsando la derogación de la Ley Orgánica y por el establecimiento de una nueva institucionalidad” (Ortega M., 1980a: 4). El Movimiento por la Reforma Universitaria (MRU) en Puebla, tiene antecedentes de su tipo en la huelga que los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional realizan en 1956, en demanda, justamente, de una nueva Ley Orgánica para el propio Instituto. “En aquella época se daba alojamiento y alimentación a algunos estudiantes de provincia, y éstos, encabezados por Nicandro Mendoza, presidente de la Federación de Estudiantes Técnicos (FNET), iniciaron movilizaciones que (el presidente de la República) Ruiz Cortines acabó por aplastar. En septiembre el ejército tomó las instalaciones

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del IPN; se detuvo a cientos de estudiantes, se clausuró el internado y Nicandro Mendoza fue a dar a la cárcel” (Agustín J, 2003: 153). Otro precedente se encuentra en el poderoso movimiento estudiantil popular de Chilpancingo, Gro., que centrado en el Colegio del Estado (más adelante Universidad), y generado por el Comité Cívico Guerrerense –fundado éste por Genaro Vázquez Rojas en 1960-, quien llamó a la movilización ciudadana en protesta por la falta de libertades políticas en la casa de estudios y en la sociedad guerrerense en su conjunto. “Todo el estado se agitó y el 30 de diciembre el ejército abrió fuego contra los “cívicos” y hubo 18 muertos, decenas

de

heridos

y

numerosos

presos.

Fue

la

matanza

de

Chilpancingo” (Agustín J., 2003: 196). El movimiento culminó con la caída del gobernador Raúl Caballero Aburto a principios de 1961. La falta de libertades políticas es un oprobio que por aquel entonces padecen muchas regiones del país, en particular aquellas que, como la nuestra, son identificadas por sus cacicazgos políticos. En efecto, cuando en Puebla estalla el movimiento por la Reforma Universitaria, en 1961, el caciquismo de los hermanos Ávila Camacho se encuentra en su máxima expresión, controlando instituciones, organizaciones y hasta procesos económico-políticos. La universidad, por ser el alma mater de la entidad, no se escapa a su control. Ya incluso desde Maximino Ávila Camacho, ella es objeto de aparentes concesiones, pues el 23 de abril de 1937, éste, en su calidad de gobernador, acepta cambiar el nombre de Colegio del Estado por el de Universidad, pero deja establecido que el rector y otras instancias quedan sometidas de manera directa, en términos reales y formales, al Poder Ejecutivo del gobierno estatal. Poco tiempo después, bajo el pretexto de que por aquel entonces se vivía la segunda guerra mundial, el propio gobierno del estado ordena, en 1942, la militarización de la casa de estudios.

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Esta medida, por cierto, provoca que los estudiantes comiencen a enarbolar la bandera de la autonomía (Sotelo, 2002: 40), que desde ese momento en adelante se convierte en la consigna central de las movilizaciones, en particular las de 1961, no obstante que en términos formales la propia autonomía se había conquistado ya en 1956, durante el gobierno de Rafael Ávila Camacho. El problema era que la institución en los hechos continuaba sujeta al Poder Ejecutivo del estado, pues el titular de éste era quien nombraba al Consejo de Honor de la Universidad. Por este hecho, que no era menor, de la subordinación de las autoridades universitarias al gobierno del estado, la lucha por la autonomía universitaria era, en el fondo, una lucha en contra del cacicazgo de los Ávila Camacho, es decir, una lucha por la democratización no sólo de los órganos de gobierno de la casa de estudios, sino de los procedimientos políticos que se estilaban en toda la entidad federativa. Pero esa lucha pasaba necesariamente por las organizaciones estudiantiles, de tipo local y nacional, que se arrogaban la representación de todos los estudiantes y a nombre de ellos negociaban con el Estado. Por ello, cuando hacia 1962 la Confederación de Jóvenes Mexicanos (CJM), a raíz de su VIII Congreso, sufre una escisión, los estudiantes poblanos saludan con júbilo tal acontecimiento (Ortega M., 1980a: 6), pues con él se augura una buena perspectiva –local y nacional- de democratizar a las organizaciones estudiantiles, tal como lo planteó la "fracción dirigida por la Federación de Estudiantes de Baja California, (que) decide romper con la Confederación e iniciar los trabajos tendientes a constituir otra organización de estudiantes, que tuviera como objetivo central el de democratización (precisamente) de las organizaciones estudiantiles [...] Pero tal proceso tiene su expresión más importante en mayo del siguiente año, durante la histórica "Conferencia de Morelia", donde participa el grueso del movimiento estudiantil de izquierda y (en el cual) se emite precisamente la ‘Declaración de Morelia’, que contiene los principios básicos de la lucha estudiantil... y cuyos objetivos son la reconquista de las Federaciones y

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la construcción de una Central Nacional de Estudiantes Democráticos” (Ortega M., 1980 a: 6). Por los contenidos que poseía el Movimiento por la Reforma Universitaria en Puebla, puede afirmarse que fue en realidad un movimiento fundante de la democracia, tanto al interior de la casa de estudios, como en la misma entidad estatal, pues su influencia se hizo sentir en las diversas luchas reivindicativas y de resistencia dadas en la primera mitad de los años '60. Así, cuando el movimiento arranca de manera formal, el 17 de abril de 1961, es decir, cuando se conoce la noticia de la invasión mercenaria yanki a Cuba, los estudiantes de la UAP toman la iniciativa de convocar a una manifestación de condena al hecho y al mismo tiempo de solidaridad con la revolución cubana, mucha gente del pueblo les hace eco y culminan su marcha en la sede del periódico El Sol de puebla, cuyo inmueble sufrió algunos destrozos debido a que, con su deformación informativa y su opiniones contrarrevolucionarias, había despertado irritación, actitudes de exasperación y deseos de justicia entre los manifestantes. A la siguiente semana de este hecho, la oligarquía poblana desató una furiosa contraofensiva que no tenía precedentes, de modo que utilizando como brazo armado al Frente Universitario Anticomunista (FÚA) -creado en la clandestinidad desde 1955 por un personaje ultraderechista de nombre Ramón Plata Moreno40, al término de una manifestación que había convocado ex profeso en contra de Cuba, todos los que la integraban se dirigieron, con palos, garrotes y armas de todo tipo, al edificio Carolino para agredir a los ahí presentes. A lo largo del movimiento, por cierto, a quienes estudiaban o trabajaban en este edificio se les conocería como el grupo de "los Carolinos", y a ellos, de manera palpable y sin titubeos, el pueblo daría su respaldo en forma masiva Este personaje era un ‘iluminado’ que “se rodeó de doce apóstoles, quienes lo secundaron en un ambicioso proyecto para apoderarse mediante grupos de choque de la Universidad Autónoma de Puebla, luego de los otros centros de educación superior y algún día del gobierno del país” (González Ruíz E, 2003: 103)-, 40

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-inclusive en los enfrentamientos físicos que se tenían por toda la ciudad en contra de las fuerzas reaccionarias y anticomunistas-, pues era un hecho que esa misma gente del pueblo había percibido ya que, en realidad, el movimiento estudiantil se proponía no sólo apoyar a la revolución cubana –asunto con el cual coincidía plenamente-, sino sobre todo erradicar de la propia UAP el autoritarismo y la estructura académica oscurantista que prevalecían en ella, para introducir en su lugar "el laicismo y la libertad de cátedra, incorporar a la enseñanza los avances de la investigación científica y de la técnica, y convertir a la (propia) universidad en un centro de enseñanza abierto a las masas populares” (Sotelo, 1986: 130). Este movimiento de 1961, a decir de Yáñez (2002), fue impulsado inicialmente por una corriente liberal41, constituida por estudiantes sin partido, de entre quienes destacaron socialistas, priístas, masones y comunistas jóvenes –estos últimos, por cierto, se reducían a solo diez personas, de entre las cuales sobresalieron por su liderazgo, Erasmo Pérez Córdoba, Zito Vera Márquez, Pedro Guevara y Ezequiel Núñez-, cuyo mérito fue el haber citado y trabajado muy activamente la manifestación del 17 de abril referida. Pero, en esta parte del proceso, nos parece necesario destacar el poder de influencia que adquieren sobre las mayorías los grupos minoritarios, cuando así las circunstancias lo permiten. Es decir, por la actividad de estos grupos son factibles los cambios de percepción, de mentalidad, de opinión y de comportamiento de los individuos y de las masas frente a su realidad social. Gracias que tienen juicios y actitudes propias, suficientemente fundamentadas, acerca del orden social, disienten de éste, de su poder y de sus normas; lo combaten con propuestas alternativas y trabajan de modo incansable y con mucha consistencia, apelando siempre a las mayorías, convencidos plenamente de que el proyecto social que promueven es mejor que el existente. 41

El término se usa aquí en el sentido de la oposición que, desde el siglo XIX, tenían los grupos de pensamiento liberal en contra de conservadores y reaccionarios. Los primeros, ya ahora en el siglo XX, reclamando “respeto a la Constitución y cumplimiento del pacto social emanado de la revolución mexicana”, y los segundos exigiendo mantener sus privilegios, desaparecer el libro de texto gratuito y establecer relaciones con el Vaticano (Yánez, 2000: 13)

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Sin embargo, la promoción de nuevos principios, actitudes y juicios sobre el orden social genera, invariablemente, conflicto con las posiciones hegemónicas, sobre todo cuando se ha logrado influir al grueso de la población y esta comparte, en consecuencia, los nuevos ideales contenidos en la propuesta de cambio (por ejemplo, los de la Reforma Universitaria de 1961). A este tipo de grupos minoritarios que trabajan los proceso de influencia para el cambio de comportamiento de las mayorías sociales, se les ha denominado “minorías activas" (Moscovici, 1981)42. Pero, habrá que subrayar, de acuerdo con el propio autor, que el auténtico cambio social tiene como premisa insoslayable la generación o la existencia previa de un conflicto (de opiniones, de ideas, etc.), que en si mismo es un desacuerdo, pero que tiene la virtud de que cuando las personas se han convencido de sus propios juicios, de que tienen respaldo y de que les asiste la razón, pasan a defenderlos con toda firmeza, aún en la mesa de negociación – si es que la llega a haber- con la contraparte (Moscovici,1981:127-137). Decimos esto último porque, no siempre sucede así. Es decir, no en todos los casos se desemboca en negociaciones. Ello depende de la correlación de fuerzas que exista al momento. Por ejemplo, en el movimiento de 1961 las masas estudiantiles designaron un rector de facto, sin que tuvieran necesidad, en lo inmediato, de abrir alguna negociación para efectos de su reconocimiento formal. Para ello bastaron simplemente las demostraciones de fuerza

42

que

hizo

el

estudiantado

mediante

manifestaciones

públicas,

El concepto central que utiliza Moscovici, para explicar el proceso de influencia y lograr el cambio de comportamiento de las mayorías, es el de “estilos de comportamiento”, que a su parecer son de cinco tipos, a saber: a) la autonomía, que es una actitud utilizada para obrar con determinación propia, b) el esfuerzo psicológico, que se utiliza para justificar o cambiar el comportamiento; c) la consistencia, que da certeza acerca de un punto de vista, pues es la adhesión firme a un postulado o creencia; d) la rigidez-flexibilidad, que se refiere a la adopción de un modelo de comportamiento que permite llevar a cabo las negociaciones para ejercer la influencia sobre las opiniones de la contraparte, y e) la equidad que, en breves palabras, se refiere a la necesidad de tomar en cuenta la postura que adoptan los otros que establecen interacciones con la fuente de influencia y al deber que esta tiene de asumir actitudes de tolerancia, lo cual significa preocuparse por mantener reciprocidad en el trato (Morales et al, 1997: 656)

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posesionarse del edificio central de la universidad, y la expresión solidaria de los sectores populares43. Interesa subrayar este punto debido a que, sin negociación de por medio y más bien con base en diversas acciones directas –que iban desde repeler agresiones policiacas, hasta localizar y perseguir Fúas que merodeaban el edificio carolino- y la movilización permanente, la mayoría estudiantil procedió, sin más, a desconocer al rector formal (Armando Guerra Fernández) y en su lugar nombrar al Dr. Julio Glockner como rector de facto; logrando, además, con base en esa misma posición de fuerza, que el Congreso del Estado derogara, el 24 de julio de 1961, la Ley Orgánica de la Universidad y aprobara una nueva, donde ya no aparecía el Consejo de Honor, sino una figura más democrática denominada “Consejo de Gobierno, cuya presidencia fungiría (en adelante) como representante legal de la institución” (Dávila, 2003: 146). Obviamente todo esto significó, por un lado, una derrota real que los estudiantes Carolinos (“ateos”, “masones”, “liberales”, “judíos”, “comunistas”, etc., como les denominaba la derecha), propinaron, tanto en el terreno político, como en el ideológico, a las fuerzas tradicionalistas que desde la universidad mantenían nexos con los poderes estatal y eclesiástico para mantener el caduco orden social de entonces, y, por el otro -por paradójico que suene-, representó también “el triunfo, en una universidad pública, de las fuerzas gubernamentales (de nivel federal) que luchaban por el control y la hegemonía, de

la

burocracia

política

oficial,

en

las

instituciones

de

educación

superior” (Ortega M., 1980a: 5). Sin embargo, la ultra derecha (Fúas, Iniciativa Privada, etc.) no se quedó cruzada de brazos y por su parte presionó también al gobierno estatal para que este derogara lo que ella llamaba la “Ley Roja”, presión que finalmente surte 43

Yáñez (2000) cuenta que cuando en el mes de junio de 1961 la derecha amenazó con sitiar el edificio Carolino, más de siete mil personas se congregaron en el interior del inmueble (p.110), previo acopio de alimentos y pertrechos por parte de los padres de familia de los universitarios y de la solidaridad de los estudiantes de las escuelas normales, de los trabajadores ferrocarrileros y otros más (p.101). Como la derecha disolvió su manifestación y no hubo sitio, los alimentos se repartieron. Tiempo después “los Carolinos fueron informados de que el presidente López Mateos había propuesto una solución al conflicto” (p. 117). Es decir, en ese mismo mes de junio “el gobierno llamó a las partes a negociar” (Dávila, 2003: 145) y el día 23 los estudiantes convinieron en entregar el edificio Carolino.

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efecto y tiene como consecuencia que al abrogarse, “la universidad queda sin marco jurídico por más de un año” (Dávila, 2003: 147), hasta que en el mes de febrero de 1963, siendo gobernador Antonio Nava Castillo, el Congreso del Estado aprueba una nueva Ley en la que se restablecen las figuras de rector y de Consejo Universitario –este último como la máxima autoridad de la casa de estudios- (Yáñez, 2000: 265). Pero todo esto, como decimos, estaba en función de la correlación de fuerzas. Los estudiantes Carolinos ya habían vivido una exitosa jornada de propósitos democratizadores –para su universidad y para el exterior- y habían logrado fusionarse con las capas populares que les brindaron solidaridad, algo que, por lo demás, se reiteraría en los movimientos

de 1964, 1968 y

1970-1973. Vale la pena destacar también que todos estos hechos perfilan, ya desde 1961, a la universidad como el centro alrededor del cual gravitarían – hasta finales de los años ’70- los grupos y sectores populares que no sólo no compartieron el programa de la derecha poblana, sino que buscaron a los estudiantes para combatir juntos, o en su caso resistir juntos la embestida de aquella, cuyos objetivos inmediatos eran, entre otros, a) la desaparición de los libros de texto gratuitos (textos cuya publicación y reparto habían sido decretados por el presidente Adolfo López Mateos); b) la derogación del artículo tercero Constitucional y, c) el rompimiento diplomático con el régimen socialista de Cuba (ver Yáñez, 2000: 43,44). Al respecto Aguilar Mora (2002: 5) afirma que, “para emprender la lucha contra los estudiantes, (el empresariado poblano) creó el ‘Comité Coordinador de la Iniciativa Privada’, al mando de Abelardo Gutiérrez Sánchez, Alberto Sadaoui, Rodolfo Budib (socio de Miguel Abed), y de representantes de la Cámara Nacional de Comercio de Puebla, del Centro Patronal de Puebla, del Club de Leones de Puebla, del Club de Sembradores de la Amistad, etc., (los cuales) unidos con el FÚA, constituyeron la base del triángulo cuyo tercer vértice era el arzobispado”.

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Todavía más, el FÚA tenía como presidente al Sr. Manuel Díaz Cid, ex alumno de colegios confesionales y de fuertes ligas con el director del Colegio Jacinto Benavente, y el grueso de sus miembros lo integraban personas del sector patronal, sobre todo oligarcas españoles y libaneses -sin exceptuar a los de origen mexicano-, quienes al enterarse de la declaración de guerra que hizo John Kennedy a la revolución cubana, vieron la señal esperada para iniciar su cruzada anticomunista en Puebla, pasando a señalar, incluso, al presidente López Mateos como un socialista declarado “dentro de la Constitución”. Este último hecho, según el mismo Aguilar Mora cuenta (2002: 6) indujo al gobierno a que tomara partido por los estudiantes, y estos, sin desaprovechar la coyuntura, pasan a exigir la expulsión de los maestros y alumnos que pertenecen al FÚA, a exigir el respeto al artículo tercero Constitucional y a consolidar la autonomía universitaria. Como conclusión, puede señalarse que el estudiantado poblano, mediante este primer movimiento, no sólo contrajo un compromiso de tipo histórico con los sectores populares en lucha, sino que con él inició un largo proceso de aprendizaje político que le serviría, este como primera experiencia, en las batallas que estaban por venir. Es un hecho que junto a estos sectores populares y “en las luchas para defender la huelga (de 1961); en las batallas callejeras, en los ataques y contra ataques (dentro y fuera de) los edificios escolares y, (en) los enfrentamientos (con los grupos de derecha) se forjó la primera generación de universitarios combatientes. (El arraigo de estos entre el pueblo llegó a ser tal que, incluso, para) superar los obstáculos de la negación del subsidio, del abandono de maestros, etc., cuando (ellos) vuelven a clases, las brigadas se reparten por los barrios realizando (exitosamente) una colecta pública para el pago de los profesores, (aparte de que) organizan manifestaciones para presionar al gobernador a efecto de que reconociera al nuevo rector provisional, Julio Glockner” (Aguilar Mora, 2006: 6), asunto que, finalmente, es logrado gracias a este apoyo consecuente del pueblo hacia al estudiantado44. 44

Respecto del apoyo popular al movimiento estudiantil, hay gran cantidad de casos que llaman la atención. Tan sólo en la manifestación de apoyo a Cuba, el 17 de abril de 1961, que terminó siendo agredida por la policía, los diarios registran el dato de que “cerca de dos mil estudiantes universitarios y

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Por otro lado, justo es decir que con esto último el movimiento asume, a nivel de su dirección formal, un carácter eminentemente liberal (véase nota número 39) más que de izquierda, la cual, representada en ese momento por el estudiante Enrique Cabrera, no pudo tener una influencia y presencia significativas, por lo menos en comparación con las que lograron los liberales. Fuera de la universidad, en cambio, los grupos de extrema derecha, con un enorme caudal de recursos económicos -que pusieron en juego para pagar desplegados periodísticos, financiar campañas publicitarias, imprimir y repartir volantes, formar brigadas de difusión y grupos de choque-; contando con el apoyo activo del aparato religioso y con el respaldo de diversos funcionarios del gobierno estatal, lograron movilizar a una impresionante cantidad de “fieles” católicos, cuya concentración abarcó desde el atrio de catedral, hasta las bocacalles, pasando por todo el zócalo. Sobra decir que en ese enorme mitin, realizado el 4 de junio,

los

oradores, del clero conservador y del empresariado retrógrado, dieron cátedras de adoctrinamiento a sus seguidores y fustigaron fuertemente a los Carolinos y a los comunistas –que para el caso era lo mismo-. Sin embargo, su campaña anticomunista no terminó ahí, pues continuaron con “pegas”, desplegados periodísticos, homilías y voceos mediante aparatos de sonido móviles, alertando a los habitantes de los barrios y de las colonias pobres acerca del peligro que, según ellos, representaban los comunistas, a quienes acusaban –sobre todo a los estudiantes- de violar monjas y de ultrajar a la Virgen María, por todo lo cual llamaban, finalmente, a un cierre de comercios y a la suspensión de pagos de impuestos (cuestión que cumplen los días 1 y 2 de agosto de ese mismo año) para exigirle al gobierno la derogación –a través del Congreso Estatal- de la Ley Orgánica de la

unas tres mil personas del pueblo celebraron un mítin en el zócalo…”, y “grupos muy numerosos (del pueblo) llegaron al frente de batalla a reforzar las filas universitarias, llevando consigo bombas molotov que habían preparado apresuradamente en la gasolinera de la 5 sur…”, etc. (Diario La Opinión, en Yáñez, 2000: 40, 41).

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Universidad, recientemente aprobada por éste (Yáñez, 2000: 53, 54, 62, 86, 89, 90). ¿Qué tenía esta ley que no gustaba a la derecha?. En primer término la mera promulgación significaba, como hemos dicho, una derrota política para los grupos de ultraderecha; en segundo lugar, el contenido de aquella no les agradaba porque reconocía, por un lado, la autonomía universitaria, el autogobierno y las libertades de cátedra y de investigación, y, por el otro, otorgaba al Consejo Universitario la jerarquía de máxima autoridad de la institución (ver Gatica, 1999: 2), cuestiones que, en definitiva, significaban la conquista de un espacio político propio, por parte de los universitarios y del movimiento popular. Visto de conjunto, el movimiento por la Reforma Universitaria significa un desgarramiento del sistema de control, que por muchos años mantuvieron intacto los poderosos hermanos Ávila Camacho, caciques del estado. Significa también no sólo el cuestionamiento a las formas típicas de dominación (violentas y autoritarias) de los cacicazgos, sino sobre todo un ejemplo práctico de cómo los sujetos políticos (en este caso los de la institución educativa más importante de la entidad) pueden hacer realidad, a través de la movilización colectiva, un concepto que para el momento es, en muchos sentidos, el más importante; nos referimos a la autonomía universitaria. Esta demanda fue central porque, por un lado, provoca la crisis de control del aparato político estatal hacia la universidad, y, por otro, permite que al paralelo se inicie un proceso de democratización de las diversas instancias del gobierno universitario, y se ensayen las primeras formas de autogestión que más tarde, exactamente diez años después de promulgada esta Ley Orgánica de 1963, se pondrán nuevamente en práctica ya con mayor madurez y experiencia. En otro sentido, y de acuerdo con la interpretación que hace Alfonso Vélez (2001: 2), el movimiento de 1961 obedeció a una visión consensuada, “marcadamente ideológica”, que sus actores tuvieron acerca de lo que pasaba

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al interior de la universidad y en su entorno. Debido a eso “la acción de los universitarios se orientó a combatir la intolerancia y los métodos autoritarios del régimen político, y a exigir de la autoridad el respeto al ejercicio de las libertades políticas de los ciudadanos” (Vélez, 2001: 2); y aún cuando, también, los actores tuvieron motivaciones académicas y culturales, hay que reconocer que estas no fueron las razones centrales que movilizaron a la población y a los universitarios, sino que más bien fueron las de tipo ideológico-políticas las que mayor peso adquirieron para que se pudiera generar ese impresionante cambio en la relación de fuerzas, tanto al interior de la casa de estudios, como incluso, sin exagerar, en toda la entidad federativa poblana. Resumiendo, 1961 es el primer gran movimiento político – ideológico que por primera vez, después de la revolución mexicana, divide -y más que eso- polariza a la sociedad poblana en dos bloques contrapuestos: de un lado los que desean la democracia, la libertad y el progreso, sin un Estado autoritario, y del otro, los que defienden el orden social con ideas retrógradas y con métodos violentos. Los estudiantes carolinos tienen la virtud de concebir y de manejar una consigna de profundas connotaciones democráticas, que de inmediato es acogida por los sectores populares, porque refleja su sentir en contra de las formas de dominio político que ejerce el Estado Avilacamachista. Con base en la movilización los estudiantes carolinos logran que se derogue la vieja Ley Orgánica de la Universidad y se promulgue una nueva; desconocen al rector formal y nombran a uno de facto; derrotan al Frente Universitario Anticomunista y a las concepciones religiosas dentro de la universidad y de la academia, y sientan las bases para la modernización de la universidad pública y los principios del laicismo. Desde el punto de vista de su relación con los sectores populares, por primera vez también, los grupos de masones, liberales, comunistas, ateos y otros más, conjuntaron fuerzas y establecieron compromisos para, en lo sucesivo, seguir luchando por la R.U. y la democracia en el estado.

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III.2.- El movimiento popular de "los lecheros", en 1964, y el papel de los universitarios

Si bien el movimiento por la Reforma Universitaria de 1961 culmina, de alguna manera, con la promulgación de la nueva Ley Orgánica, y con ella, el afianzamiento formal de la autonomía universitaria, la conciencia estudiantil sobre su capacidad colectiva de hacer cambios y de tener en sus manos un campo de fuerzas importante, dentro de la ciudad y aún dentro de todo el territorio poblano, dura –con ciertos altibajos- veinte años consecutivos, a lo largo de los cuales va ligando una victoria tras otra, gracias a su vinculación con el movimiento popular. Con la revuelta sucedida en 1964 el movimiento estudiantil-popular gana y avanza mucho más que en 1961, pues políticamente elevó miras y fijó como blanco de ataque al jefe del Poder Ejecutivo Estatal, General Antonio Nava Castillo, por considerarlo directo responsable de la aprobación que la Legislatura Local hizo -el 25 de agosto de aquel año-, de la ”Ley sobre producción, introducción, transporte, pasteurización y comercio de la leche”, que lesionaba los intereses de los pequeños productores e introductores del líquido a la capital del Estado. En particular -aunque ya desde el movimiento del ‘61 se observaba-, esta actitud asumida por los estudiantes de apoyar y de trabajar al lado de los sectores sociales marginados y golpeados por el sistema, se mostró con mayor claridad a partir de 1964, cuando los campesinos pertenecientes a las cuencas lecheras de la ciudad y de sus alrededores, generaron un movimiento de resistencia en contra de aquella disposición gubernamental que les prohibía vender su producto en la ciudad, y a la vez los obligaba a entregarlo a una planta pasteurizadora, que en realidad era un monopolio que se encargaría de procesar y de vender la “leche bronca”, según lo estipulado en la mencionada Ley (Pérez Espinoza. 2004: 3).

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Cuando

los

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130 campesinos

deciden

manifestar

públicamente

su

inconformidad y dejan de repartir su producto casa por casa en la ciudad, o incluso prefieren derramarlo en las alcantarillas antes que entregarlo a la pasteurizadora, el gobierno estatal –que era presidido por el General Antonio Nava Castillo- les responde con retenes carreteros para no dejarlos ingresar a la metrópoli, pero cuando estos logran hacerlo él ordena una brutal represión que los obliga a buscar apoyo de los estudiantes universitarios, quienes lo dan de inmediato, pero son también reprimidos brutalmente, por lo cual el conflicto pasa a centrarse, física y políticamente, en la casa de estudios45. El nuevo ciclo de la lucha estudiantil–popular en la entidad se inicia precisamente con estos acontecimientos. Las primeras escaramuzas con las fuerzas represivas obligaron a los campesinos a acudir a la Universidad Autónoma de Puebla para solicitar el apoyo de sus estudiantes, trabajadores administrativos y personal docente (Lara y Parra, 2002: 212-214; también en Pérez Espinoza, 2004: 3) quienes de alguna manera, como lo hemos mencionado, contaban ya con una buena experiencia en estos asuntos. Con este acercamiento y lucha conjunta de campesinos, sectores populares de la ciudad y estudiantes, se logra dar en esta nueva etapa, un paso adelante en la construcción de una fuerza política de tipo popular, independiente y de considerable influencia (Ortega M., 1980a: 12) que, evidentemente, dimensionaba de otra manera la correlación de fuerzas existente en la ciudad y en el estado, colocándola en la posibilidad real de conseguir los objetivos que se había planteado. Digamos que en la perspectiva de la lucha por la democratización e incluso por la hegemonía –dentro de los campos académico, cultural y político-, la historia importante para la entidad poblana comienza con estos dos movimientos que hemos citado: el de Reforma Universitaria y el de los 45

Sucedió que el 13 de octubre, un día antes de que entrara en vigor la ley de pasteurización, “los lecheros de la región de Cholula, encabezados por el líder de la Central Campesina Independiente, Ramón Danzós Palomino, realizaron una manifestación que fue reprimida por la policía, con un saldo de 69 personas aprehendidas… A todos se les calificaba de comunistas… El día 14 los estudiantes salieron a la calle para demandar la liberación de sus compañeros presos. La respuesta fue nuevamente la represión con varios estudiantes heridos de bala”. (Dávila, 2003: 151).

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lecheros, puesto que al centrarse ambos en la UAP, le van dando a ésta, cada vez con mayor fuerza, el papel de pivote de las luchas populares, hasta convertirla así en el blanco principal de los ataques que en esos dos, y en los sucesivos movimientos, ejecutan contra ella el gobierno, el clero y los empresarios conservadores. De la lucha de 1964 puede decirse que cierra su ciclo en el momento en que el General Antonio Nava Castillo, presionado por la movilización popular, renuncia como jefe del Ejecutivo Estatal, aunque obviamente el fondo de todo el conflicto no se resolvió, ni podía resolverse con solo el reemplazo de este gobernante despótico por otro (Aarón Merino Fernández fue el sucesor) de carácter carismático o de línea “bonachona”, como fueron efectivamente los rasgos de conducta que mostró el nuevo mandatario. Cabe aclarar, a propósito, que la primera actividad oficial que realiza Merino Fernández es la de visitar a la UAP, intentando con ello reconstruir los consensos perdidos y, al mismo tiempo, prepararle al presidente Adolfo López Mateos una recepción apoteótica (con la participación de las masas universitarias involucradas en el movimiento), y de paso otorgarle una “merecida” condecoración por su atención y la manera no violenta de resolver el conflicto (Gatica, op. cit., p.5). En la renuncia del gobernador Nava Castillo, aparte de la presión popular, seguramente influyó mucho también la petición que en ese sentido hizo el Consejo Universitario, a través del rector Lara y Parra, al presidente Adolfo López Mateos, inmediatamente después de que sucedieron las represiones a los estudiantes (Dávila, 2003: 151). Muy significativo es también que con la caída de Nava Castillo las fuerzas conservadoras, hasta ese momento todavía apoderadas de gran parte de la universidad, se vieron obligadas a abandonar físicamente el campo, dejando que los actores libertarios, una vez posesionados del espacio en pugna, valoraran mejor sus reclamos, o mejor, ponderaran las posibilidades de

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hacer realidad la democratización de las estructuras políticas, los órganos de gobierno y los procedimientos para elegir a sus autoridades. Para mejor entender el contenido ideológico político y la relación que el movimiento universitario de 1964 mantuvo con la lucha popular, digamos que, si bien los esfuerzos del estudiantado terminaron consiguiendo los objetivos más importantes planteados, también es cierto que, desde el punto de vista de la conducción política, o más precisamente, de quién poseía la dirección del mismo, fue indiscutible que ésta siempre se mantuvo en manos del entonces partido político oficial (el PRI), que era el que controlaba a la Federación Estudiantil Poblana (FEP), la cual, a su vez, ejercía control sobre las sociedades de alumnos en cada una de las escuelas de la UAP; de ahí que, tanto el proceso como la manera en cómo terminó, sospechosamente iba acorde con "la transformación que tanto el Estado, como la burguesía emergente en la entidad, exigían para Puebla" (Ortega M., 1980a: 5); algo que nosotros ya hemos hecho notar (ver Capítulo I) como una visión intrínseca al proceso de la industrialización modernizadora que vivió el Valle de Puebla en los años sesenta, precisamente. Pero hay otros datos que son importantes y que corroboran lo que aquí afirmamos. Por ejemplo, si bien los sectores populares y el universitario demandaban la renuncia del gobernador Nava Castillo, éste al interior de la UAP trabajó una política de cooptación hacia los miembros de la FEP, “cuyo liderazgo ocupaba el estudiante Oscar Walles, quien cometió la torpeza de admitir su alianza con el gobierno, señalando que el movimiento en contra del gobernador estaba manejado por los comunistas” (Dávila, 2003: 152). Frente a este hecho, el rector Lara y Parra, también de filiación política priísta, y los presidentes de las sociedades de alumnos de las escuelas de la UAP, comunican a la opinión pública su decisión de “continuar luchando por la justicia y la razón”; decidiendo los segundos disolver la Federación Estudiantil Poblana y constituirse en “Directorio Estudiantil Universitario”, cuya vida fue relativamente corta debido a que el nuevo gobernador también echó mano de la política de cooptación de los nuevos líderes estudiantiles que, “con dinero,

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fiestas y viajes siguieron el mismo camino que los líderes de la FEP; con la ventaja (sic) de que en los años setenta varios de ellos pasaron a ser cuadros del PRI” (Dávila, 2003: 155). La izquierda comunista estudiantil, por su parte, jugó un papel importante como activista y como propagandizadora de las nuevas ideas, sin embargo, por lo menos hasta este movimiento de los lecheros, siempre estuvo marginada de los núcleos centrales donde se tomaban las decisiones sobre el curso de los acontecimientos. El propio Partido Comunista Mexicano reconoce que “aun con la incomprensión de la dirección nacional del PCM, los comunistas (poblanos) nos introdujimos en un movimiento universitario democrático encabezado por fuerzas priístas. (Sin embargo), en 1964 adelantamos un proceso a favor del desarrollo científico y académico de la universidad (… y) esta lucha nos llevó a la alianza permanente con grupos que planteaban posiciones democráticas”: Carolinos, el de “64” y el de Reforma Universitaria (PCM, V Conferencia, en Cazés, 1981: 67, 69). A diferencia del movimiento de 1961, en el cual los estudiantes fueron los que inicialmente apelaron a los sectores populares, en el de 1964, fueron los campesinos que, también inicialmente, acudieron a los universitarios. Empero, lo importante de esto es que a partir de este último movimiento, “se acentuó el acercamiento de la universidad a los grupos populares marginales y la influencia de estos hacia el interior del movimiento universitario. Grupos de colonos, obreros, locatarios, campesinos, etc., acudían diariamente a la UAP en busca de solidaridad y asesoría para la solución de los problemas que les aquejaban. (Y lo más importante de todo es que con este movimiento) se transforma también el carácter del movimiento estudiantil; los brigadistas, estudiantes de base, habían mantenido un contacto directo y estrecho con los problemas populares. Las necesidades de la población no les eran ya ajenas” (Ortega M., 1981a: 12) Sin embargo, de este movimiento, quedan los siguientes aspectos por analizar.

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Los conflictos estudiantiles al interior de la UAP En la gestación del movimiento de 1964, aparte de la vertiente central que provino de las protestas realizadas por los pequeños productores e introductores de leche a la ciudad, hubo en el mes de febrero, es decir, previamente a aquellas movilizaciones, un conflicto interno en la casa de estudios

que

también

influyó

en

el

propio

movimiento.

Se

ubicó

específicamente en la escuela de medicina, entre el Consejo Técnico y los estudiantes, a partir de que cinco miembros del Consejo Universitario presentan su renuncia al cargo, argumentando faltas cometidas por los alumnos y escasa energía de las autoridades para sancionarlas. Poco tiempo después, “con motivo de las elecciones en la misma escuela, se desata un enfrentamiento entre grupos de otras escuelas. El consejo

universitario

expulsa

a

dos

estudiantes

de

la

Escuela

de

Administración de Empresas, situación que es tomada como pretexto para iniciar una nueva pugna. Por esta razón el Consejo Universitario expulsa a otros doce alumnos más” (Ortega M. 1980a: 8), lo cual provoca que el Frente Universitario Anticomunista (FÚA) publique un desplegado en el que denuncia una conjura comunista nacional, acusando, entre otros, a Julio Glockner, a Luis Rivera Terrazas, al Frente Electoral del Pueblo, al Movimiento de Liberación Nacional y al rector de la universidad, Dr. Manuel Lara y Parra –priísta él, pero “compañero de viaje de los comunistas”-, como lo consideraban los conspiradores del Fúa. Los acontecimientos continúan sucediéndose y en el mes de julio se realizan elecciones para elegir representantes de la FEUP, las cuales son ganadas, por primera vez en 17 años, por la Escuela de Derecho, en contra del monopolio que había ejercido, durante todo ese tiempo, la Escuela de Medicina. En el mes de septiembre se efectúa el Congreso de Estudiantes de Preparatoria y se acuerda impulsar la reforma universitaria y la aplicación de la nueva estructura de gobierno, contenida en la Ley Orgánica; sin embargo, para

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estas fechas se había entrelazado ya la aprobación -hecha el día 25 de agosto por el Congreso del Estado- de la Ley sobre producción, introducción, transporte, pasteurización y comercio de la leche, que como hemos dicho, suscita, en primer lugar, una manifestación de protesta por parte de los campesinos afectados, y en segundo lugar una respuesta violenta por parte de la policía, que procede a disolverla y aprender a los dirigentes campesinos y estudiantiles. Ante a esto, de acuerdo a lo que narra Ortega (1981a: 9) un grupo de universitarios organiza un mitin frente a la estación de policía, y al ser reprimidos se repliegan hacia el edificio Carolino, en cuyas inmediaciones se da un nuevo enfrentamiento con las fuerzas del orden, resultando más estudiantes heridos (un saldo aproximado de 44) y detenidos (124 en total), una pipa de bomberos volteada, dos motocicletas de tránsito quemadas y varios agentes de la policía y de los bomberos secuestrados por los estudiantes y campesinos. El rector Lara y Parra narra así el episodio: Al término de la batalla, “un jefe del ejército hubiera recibido el ‘parte’ siguiente: El general Lepe había sido herido con un ladrillo. No se supo más de su salud, pues al parecer el proyectil había dado en la cabeza del pobre general. Nueve policías prisioneros, nueve carabinas quitadas al enemigo, dos motocicletas incendiadas en la calle, dos carros de bomberos inutilizados, volteados y con las llantas partidas, un médico prisionero. Por nuestra parte había 16 heridos de mayor o menor gravedad, pero felizmente ninguno muerto como era de temerse por la diferencia de armas durante la lucha [….] “Pocos momentos pasaron para que las fondas y restaurantes de la ciudad llevaran toda clase de alimentos a los estudiantes triunfantes que estaban hambrientos y sedientos por la lucha de casi toda la mañana. El pueblo protegía al edificio Carolino temiendo que fuera atacado por los guardianes de la sociedad [….] A las cinco de la tarde el Consejo Universitario se reunió y formó una comisión que debía presentarse ante el gobernador para proponerle un intercambio de prisioneros, por el cual deberían liberar a los lecheros y estudiantes; y nosotros daríamos libertad a nuestros presos. El gobernador consintió y se inició el intercambio pedido. Esto ocurrió como a las dos de la mañana del día siguiente. El triunfo había sido completo. La universidad mantenía con dignidad su autonomía” (Lara y Parra, 2002: 222-224)

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Este episodio fue suficiente para que las demandas estudiantiles quedaran perfectamente expresadas en tres grandes rubros, a saber: 1) libertad de los estudiantes y campesinos detenidos, 2) cese al despotismo gubernamental y, 3) la renuncia del gobernador constitucional, General Antonio Nava Castillo. (Ortega M., 1981 a: 9). Sin embargo, la FEP agregaría un pliego de 7 peticiones más que eran: -

Retiro total de la policía,

-

Destitución del cuerpo de motociclistas y consignación de los responsables

-

Libertad incondicional a los estudiantes y lecheros

-

Curación y atención médica a los heridos, e indemnización en caso de muerte

-

Cese del inspector general de policía, del jefe del servicio de investigaciones, del jefe de la dirección de tránsito, del jefe de la policía judicial y del contralor general del estado

-

Suspensión de órdenes de aprehensión en contra de estudiantes y

-

Respeto al pueblo y la aplicación de las garantías individuales constitucionales.

Y a esto hay que sumar todavía, como algo que fue decisivo en la definición de las posturas, que el Consejo Universitario acuerda solidarizarse con las peticiones de la FEP, solicitar apoyo de todos los universitarios del país y nombrar una comisión para entrevistarse con el presidente de la República, a fin de solicitarle la destitución del gobernador Nava Castillo (ver Ortega M., 1981: 10-11). Es interesante observar que estos hechos hicieron que las distintas organizaciones de la sociedad civil: sindicatos, colonos, organismos patronales, iglesia, etc., se manifestaran y fijaran una postura frente a los mismos, los más de ellos condenando la represión y solidarizándose con los estudiantes y campesinos, y los menos, es decir, literalmente las minorías privilegiadas, exigiendo control sobre lo que ellas llamaban los agitadores.

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La FROC, por ejemplo, censuraba el hecho de que “se haya balaceado a la universidad como si se tratara de una fortaleza”; la Cámara Nacional del Pequeño Comercio sostenía que, “como en el caso del conflicto surgido por el alza del pasaje en los transportes urbanos del 18 de septiembre, es aconsejable que, así como en esa ocasión cesó el conflicto sólo con no aumentar el pasaje, ahora podría derogarse o modificarse la Ley de pasteurización” (citado en Ortega, 1981:9); la Delegación XI de la Sección XLII del Sindicato del Magisterio estatal se solidarizaba inclusive económicamente con el movimiento universitario y decía que este “ha nacido en contra de la tiranía de nuestro actual gobierno estatal”. Y así, sucesivamente, distintos grupos de trabajadores, de estudiantes, de campesinos y gente del pueblo, en general, manifestaron abierta y públicamente su apoyo a los universitarios, sumándose también a los mítines y manifestaciones de repudio al gobierno estatal, los trabajadores ferrocarrileros, los panaderos, los textileros, los taxistas, los locatarios y otros muchos grupos de la sociedad civil subalterna. Por su parte, el “Grupo Democrático” del movimiento, al calor de la radicalización de las masas, agrega a las demandas, “otras que eran el resultado del sentir popular y que los mismos contingentes levantaban en manifestaciones públicas. (Las más significativas eran): 1) la desaparición del servicio secreto de la policía, 2) la derogación de la ley pasteurizadora, 3) la desaparición de la Contraloría del estado que niega libertad al municipio y al ministerio público, 4) el término de la regularización de impuestos, 5) precios justos a los afectados por el embovedamiento del río San Francisco y por el establecimiento de la zona industrial, cuyas casas habían sido derrumbadas, 6) reducción de impuestos a pequeños comerciantes, 7) más prestaciones a choferes taxistas, 8) reivindicación a los derechos de los campesinos, 9) respeto a la autonomía universitaria, 10) destitución de Antonio Nava Castillo como gobernador del estado, ...13) que la jefatura de policía quede en manos de civiles, y 14) que se

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investigue a la hacienda pública para descubrir la malversación de fondos del estado y del municipio” (Ortega M., 1981a: 11). Del otro lado de la moneda política podían observarse, también, las posturas de los funcionarios de estado, de los dirigentes sindicales charros, de los hombres de negocios, del sector conservador de la iglesia, de los 217 presidentes municipales que apoyaban al gobernador, de la federación estatal de padres de familia y de otros organismos –incluso fantasmas- que en realidad eran apéndices del partido revolucionario institucional, que también agitaban a la población y la alertaban de "la infiltración de agitadores profesionales que pretenden mantener el desorden y la violencia para realizar fines inconfesables”; o denunciaban frente, al presidente de la República, que “estaban siendo víctimas de agitadores del Frente Electoral del Pueblo”, o señalaban “al conocido agitador Ramón Danzós Palomino como la causa directa del problema que apenas se iniciaba, al infiltrarse éste entre los grupos estudiantiles para provocar disturbios lamentables” (Ortega M., 1981a: 9). Cabe mencionar que el gobernador, finalmente, ante la fuerte presión popular, solicita licencia al cargo y, con ese hecho implícitamente, o de manera casi automática, el movimiento logra otros objetivos importantes, pues la famosa ley de pasteurización ya nadie, en la práctica, la reivindicaría en adelante. Con todo, el gobernador sustituto, Aarón Merino Fernández, aplica una política de corrupción y de componendas entre los diferentes grupos de universitarios –como el de los hermanos Arturo y Ernesto Santillana, el de Consejeros Universitarios que encabezaba Juan José Barrientos (encargado de hacer contacto con la presidencia de la República), y otros más de tipo reaccionario-, con la finalidad de debilitar al grupo democrático que había asumido compromisos políticos con las demandas del pueblo. Lo inevitable de esto fue que se provocaron enfrentamientos entre los diversos grupos de estudiantes y se terminó nombrando a una Junta Administrativa que pretendía la rectoría y el control de la universidad. En tanto el grupo de los Santillana fue

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creciendo como un grupo violento, porril y antidemocrático, amparado en y financiado por el propio gobierno del estado. En síntesis, según nuestro punto de vista, las jornadas de la lucha estudiantil-popular de 1964, fueron aleccionadoras en muchos sentidos: -

primero porque cambiaron el carácter de la misma lucha estudiantil, al pasar esta de ser un asunto exclusivamente universitario o académico, a ser un movimiento de contacto directo y permanente con los grupos sociales marginados y explotados;

-

en segundo lugar porque el propio movimiento demostró que, en forma autónoma, el Consejo Universitario podía tomar acuerdos dentro de las líneas y orientaciones de la Reforma Universitaria que, desde 1961, había echado a andar, fijándose ahora en la necesidad de modificar los planes y programas de estudio en función de la problemática popular; y,

-

en tercer lugar porque, en términos de la geometría política, muy a pesar de la relación práctica entre los estudiantes y los sectores populares en lucha, el carácter del movimiento no pudo alcanzar la categoría de comunista. Su dirección tuvo más bien un carácter liberal –como ya lo expresamos líneas arriba-, pues la izquierda, siendo minoría numérica, se circunscribió a tareas agitativas y no de dirección; incluso, como lo reconoce el ex dirigente comunista Luis Ortega (1981a: 12), el propio partido comunista, a través de su dirección nacional, inicialmente repudió a este movimiento de 1964, debido a que lo consideraba dirigido por las fuerzas reaccionarias y ser, en todo caso, representativo de la lucha interna que se vivía al seno del aparato político gobernante.

No obstante esto último, el movimiento tuvo sin duda un saldo político positivo, pues en él se formaron y se foguearon un sinnúmero de profesores y de estudiantes activistas que, en lo sucesivo, ya no serían indiferentes a los problemas que las clases sociales marginadas sufrían cotidianamente y que, a su manera y a través de luchas aisladas trataban de superarlos; al interior de la universidad, de igual forma, durante el propio movimiento estos activistas se habían constituido en un grupo democrático que, con el respaldo de las masas estudiantiles y populares, lograron rebasar, con mucho, la dirección formal de

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la FEP e integrar un Directorio Estudiantil, formado por los presidentes de las sociedades de alumnos de las diferentes escuelas.

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III.3.- El movimiento estudiantil de 1968

Los cuatro años que corren de finales del ‘64 hasta mediados del ’68, están signados tanto por actividades de solidaridad y de apoyo a movimientos externos, por parte de los grupos democráticos de la UAP, como por continuos actos de violencia que comete el grupo de los hermanos Santillana hacia el interior de la universidad. En ese lapso y en particular “entre 1967 y 1969 los estudiantes democráticos sostendrán una activa lucha, a veces cuerpo a cuerpo, en contra del pandillerismo” (Márquez, 1988: 25); pero, en otras, tendrán roces y confrontaciones de carácter electoral, sobre todo cuando llega el tiempo de renovar las sociedades de alumnos y el Directorio Estudiantil. Ese tiempo es precisamente 1968 (Márquez, ibid, p. 25). En Puebla el movimiento se genera porque una manifestación, convocada por el Grupo Democrático, que se realiza el 26 de julio, en conmemoración de la revolución cubana, es cruentamente agredida por parte del grupo de los Santillana, y deja como saldo un estudiante muerto y numerosos heridos que pertenecen al sector democrático. Mientras estos hechos ocurren, el contexto dentro de la UAP se caracteriza por la realización de elecciones para nombrar presidentes de las sociedades de alumnos, de todas las escuelas, y del propio Directorio Estudiantil. Pero, lo interesante de estos comicios es que los candidatos del grupo Santillana, precisamente, son derrotados en casi todas las unidades académicas, y por ello, es decir, por la frustración y por todo lo que su derrota implicaba de ya no seguir controlando a los estudiantes y de no continuar con la serie de privilegios e impunidad que les otorgaba la autoridad, toman la decisión –previo plan trazado en reunión con 50 gentes armadas en la casa de los hermanos Santillana-, de agredir a la manifestación estudiantil citada, con el saldo rojo ya mencionado (Ortega M., 1980b: 9)

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Debido a las diversas reacciones internas que provocan estos hechos sangrientos, y a que el movimiento estudiantil poblano se había engarzado ya con el movimiento estudiantil nacional -adoptando la forma organizativa de éste, es decir, el Comité de Lucha y la Brigada-, el Directorio Estudiantil Poblano –como forma de organización- prácticamente desapareció, aunque algunas sociedades de alumnos sobrevivieron con su vieja estructura, sólo que ahora integradas al “movimiento del ‘68”, en cuya dirección no tenían absolutamente ningún peso. Bajo las nuevas circunstancias, de un impulso arrollador del movimiento, las sociedades de alumnos de “Ingeniería Civil, Ingeniería Química, Odontología,

Arquitectura,

Enfermería,

Ciencias

Químicas,

Comercio,

Administración de Empresas y Preparatoria Diurna, acuerdan por mayoría desaparecer, de manera formal al Directorio Estudiantil Poblano (Gómez, 1998: 5). Pero, precisemos: el movimiento estudiantil del ‘68 en Puebla, cobra una definición clara a partir de que los dirigentes estudiantiles de la escuela de Economía acuerdan, el jueves 8 de agosto, un paro de 72 horas en apoyo a los estudiantes de la UNAM, y los estudiantes de Filosofía y Letras, de Físico Matemáticas, de Medicina y de la Preparatoria Nocturna, por su parte acuerdan también, el 29 de agosto, suspender sus actividades (que dura 10 días). A estos paros se suman, aunque ya hasta el último momento y como suele acontecer en todos los ámbitos educativos, las escuelas de tipo técnico, como las Ingenierías, Arquitectura, Administración de Empresas, etc., cuya suspensión de actividades la llevan a cabo mucho más tarde, debido a que las bases estudiantiles seguían controladas por grupos conservadores (ver Ortega M., 1980b: 10). A pesar de estos y otros obstáculos existentes, “la conformación del Comité de Huelga en la UAP y los trabajos que este núcleo inicial desarrolló en las demás escuelas permitió, asimismo, incorporar paulatinamente al conjunto de los universitarios a esta lucha de carácter nacional. Las relaciones con los Comités de Huelga de las escuelas pre-vocacionales y las secundarias

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técnicas permitió la formación del Consejo Nacional de Huelga, Sección Puebla, el cual desarrolló una intensa actividad en la población debido sobre todo a la labor de los comités de lucha de las escuelas y de las brigadas de estudiantes propagandistas” (Ortega M., 1980b: 10). Hay que destacar también que, en realidad, los movimientos de 1961 y 1964 habían formado a un buen número de cuadros políticos, cuya experiencia ahora se estaba aprovechando para organizar el trabajo, conformar las brigadas hacia el pueblo e imprimirle al propio movimiento un perfil ideológico de izquierda. Desde luego que, en esto último, tuvieron una participación muy activa la Juventud Comunista y la CNED, pero también una gran cantidad de profesores, estudiantes y activistas del pueblo, en general, que no estaban organizados, o que si lo estaban constituían apenas pequeños grupúsculos, que se asumían, eso sí, de carácter socialista, comunista, o de izquierda. A propósito de esto último, puede afirmarse que, al igual que en el Distrito Federal, el movimiento estudiantil de Puebla tuvo una orientación, desde sus Comités de Lucha, claramente izquierdista, a pesar de que algunas de sus demandas nacionales (por ejemplo, la destitución del jefe de la policía, o la desaparición del cuerpo de granaderos, etc.) en sí mismas no tuvieran esa connotación. Zermeño (2003: 104), por ejemplo, anota que en el Consejo Nacional de Huelga había “cuadros fuertemente politizados y con una buena formación marxista, en la mayor parte afiliados a grupúsculos trotskistas, maoístas, guevaristas, buscando una adecuación del marxismo leninismo más acorde con la realidad nacional, como el Partido Mexicano del Proletariado (PMP)”. En Puebla, de igual manera, si damos credibilidad a lo que dice Ortega, de que “la juventud comunista dirigió desde el principio hasta el final el movimiento” (Ortega, 1980b: 10), y de que incorporó a sus filas a los principales activistas, quienes dieron un contenido de izquierda a los Comités de Lucha (p. 11), y de que, además, o por consecuencia, el movimiento “hacía

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vivir a los estudiantes una nueva experiencia en la lucha popular, cuestionando en su profundidad la ideología de la Revolución Mexicana y al sistema capitalista en su conjunto” (p. 11), no hay razones, por tanto, para dudar de la orientación ideológico política que tomó el movimiento. Y, en efecto, del trabajo y planteamientos que la juventud comunista y otros grupos de izquierda hacían, puede inferirse que tanto en Puebla como en el resto del país, el movimiento estudiantil del ’68 implicó una actitud radical de cuestionamiento al orden y a la sociedad capitalistas, pero no únicamente por las relaciones de explotación que en la esfera económica de esta existen, sino sobre todo por los fenómenos de represión, enajenación, manipulación y control que había en aquel momento. Era verdad que en el ambiente social las cosas y las relaciones se hacían insoportables. “Fuera de ciertos círculos pequeños, a nivel cultural la situación era asfixiante; había censura en el cine y muchas películas (que el gobierno consideraba ‘inconvenientes’) permanecían enlatadas; en plena olimpiada cultural, (por ejemplo), la esposa de Díaz Ordaz mandó poner sostenes a las bailarinas del ballet floclórico de Nigeria; y los cabarets de la ciudad cerraban a la una de la mañana para impedir que cundiera ‘el mal ejemplo, el vicio y el desenfreno de la juventud’. (Es decir pues que), en la vida diaria

había

un

clima

de

censura

y

rigidez

que

se

resentía

directamente” (Álvarez Marín, 1998: 6). De ahí entonces que en las demandas enarboladas por el movimiento se encontraran desde exigencias de la libertad sexual, hasta planteamientos de la toma del poder político, pasando por una abigarrada pluralidad de reivindicaciones sectoriales, provenientes de la heterogeneidad grupal que tuvo participación. Llegó a elaborarse incluso la idea de la organización popular para llevar a cabo la revolución proletaria, basada en los Comités de Lucha de barrios, de colonias, de fábricas, de ejidos, de escuelas, etc., hasta conformar una amplia red de comités populares que hicieran posible aquella. De este modo, en el

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“Proyecto de programa del CNH” podía encontrarse la idea de “iniciar la lucha general junto a todos los trabajadores, (para) desterrar de nuestro país, de una vez por todas, la explotación, la miseria, el abuso, la explotación” sobre la base de formar Comités de Lucha de trabajadores, de campesinos, etc. (Zermeño, 2003: 164-165). Todavía más. El órgano informativo del Comité Coordinador del POLIUNAM, planteó con toda claridad que, “los Comités de Lucha obreros y populares, formados por el curso del movimiento, son organizaciones de avanzada del pueblo, que permitirán que las futuras luchas obreras y populares sigan una ruta de acciones independiente del Estado y con formas adecuadas a la antidemocratización existente. Estos Comités son un puente de unión entre nuestro movimiento, la clase obrera y el pueblo en general” (en Ortega, 1980b: 12).

“Nuestra

tarea

más

importante

–se

decía

en

Puebla-

es

la

ORGANIZACIÓN en Comités Populares para una larga lucha complicada que nos lleve HASTA LA VICTORIA SIEMPRE” (Ortega M., 1980 b: 13). Si en los movimientos de 1961 y 1964 hubo algunos grupos minoritarios que se inspiraron en los ideales políticos del proletariado, se puede afirmar categóricamente que en el movimiento de 1968 esa concepción se tornó hegemónica. Cual más de los grupos participantes, y sobre todo los considerados de izquierda o marxistas, ponían al servicio de la clase obrera sus actividades y sus objetivos. Es más, el centrar su trabajo político en la causa proletaria y subordinarlo a ella era el leit motiv de su quehacer y sentían un gran orgullo por ello, pues estaban concientes de, y compartía a plenitud, la convicción marxista de que “la clase revolucionaria por excelencia es (precisamente) la obrera”, y de que las demás, esto es, “las capas intermedias de la sociedad burguesa, la pequeña burguesía y la clase campesina”, tal como lo señala Marx en su análisis de Las luchas de clases en Francia (1973: 78), a pesar de que también forman parte de las clases explotadas y dominadas, y “a medida en que su situación se hace más insoportable y se enraiza su antagonismo con la burguesía, tienen que unirse más y más al proletariado” (Marx, 1973: 78),

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aunque, en el mejor de los casos, en calidad de aliadas predilectas de éste, ya que al no ser exactamente las más consecuentes con el proyecto histórico de la emancipación revolucionaria –independientemente de que muestren radicalidad en sus luchas y demandas-, no pueden ponerse a la cabeza de éste, por lo cual su deber y quizá hasta su destino es gravitar alrededor del proletariado. Por esas razones, como hemos señalado para el caso de Puebla, en casi todos los movimientos estudiantiles de los años sesenta se pueden encontrar,

junto

a

sus

reivindicaciones

particulares,

abundantes

planteamientos, e incluso posiciones hegemónicas, con esa orientación. Un ejemplo más que encontramos en el movimiento del ’68 mexicano, es el siguiente exhorto: “es necesario que las brigadas planteen a los obreros la lucha contra la cláusula de exclusión, la imposición de asambleas libres, que libremente examinen las cuentas de los sindicatos, el aumento general de salarios, ...etc. (Pero), para lograrlo es necesario que las brigadas promuevan la organización de comités de lucha en las fábricas, su ramificación por departamentos, las reuniones de representantes como paso previo de las asambleas de todos los obreros” (Rico Galán, 1968), a fin de que el movimiento estudiantil tenga una ampliación cualitativa. La masacre del 2 de octubre con la que respondió Gustavo Díaz Ordaz al movimiento, acabó con el Consejo Nacional de Huelga y generó, desde luego, un debilitamiento orgánico del propio movimiento que quiso superarlo con la conformación del Comité Coordinador de Comités de Lucha, pero dado el desaliento en muchos estudiantes y la persistente actitud represiva del gobierno en contra del movimiento estudiantil, no fue posible sostener la cohesión y la movilización de las masas. Llegó entonces la dispersión, o como dicen algunos analistas: el reflujo de las masas estudiantiles y populares, no obstante que se mantuvo la conciencia rebelde y la nueva mentalidad crítica en muchos, muchísimos grupos diseminados a lo largo y ancho del país, trabajando y esperando nuevas condiciones para seguir avanzando en la tarea de la liberación humana.

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En Puebla, poco después de la masacre de Tlatelolco, el movimiento estudiantil reaccionó con mítines y manifestaciones de protesta, exigiendo que se declarase a Gustavo Díaz Ordaz hijo indigno de la universidad, que se liberase a los estudiantes presos y que cesara la represión. En tanto, el viernes 4 de octubre los medios de información notifican a los estudiantes y al pueblo en general que, “por disposición gubernamental quedan prohibidas, en la ciudad de Puebla, las manifestaciones, mítines y actos políticos estudiantiles” (Gómez, 1998: 19), cuestión que es ratificada el día 9 por el comandante de la XXV Zona Militar mediante conferencia de prensa. Al mismo tiempo, el Congreso Local aprueba reformas a la Ley Orgánica e instituye, en sustitución de la figura del rector, a la Junta Administrativa, la cual determina, en un intento por romper la huelga estudiantil, que los exámenes deben realizarse el 4 de noviembre, día en el cual los estudiantes se concentran en el zócalo de la ciudad y son dispersados por los granaderos. A pesar de todo, los exámenes no se llevan a cabo. Hacia finales del mes de noviembre, el estudiantado poblano da a conocer que continuará con su postura de no retornar a clases hasta que el Consejo Nacional de Huelga le indique lo contrario, de modo que esta decisión de levantar la huelga la toma el día 5 de diciembre, una vez que el organismo nacional decide, un día antes, hacer lo propio. Finalmente, al desaparecer el Consejo Nacional de Huelga, se adopta como forma de organización, para seguir dando vida al movimiento a través de otras actividades, la figura de Comité de Lucha, que se había creado y mostrado efectividad al fragor de las batallas del ‘68. Los Comités de Lucha mantendrán las demandas de cese a la represión y la libertad de los presos políticos. Aunado a eso, y dado que a partir de 1968 el movimiento universitario queda en manos de la izquierda, ésta irá

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“definiendo, desde su propia perspectiva, las legítimas relaciones de la universidad con el cuerpo social poblano” (Márquez, 1988: 28), y desde luego también con el Estado. La figura de Comité de Lucha, persistirá hasta mediados de la década de los setenta, como la forma organizativa por excelencia de los universitarios poblanos, y desde 1968 hasta ese período ellos seguirán con claridad la ruta de lucha y los ideales que se trazaron en aquel movimiento, a saber: -

la de combatir al autoritarismo,

-

la de trabajar por la democratización del sistema político,

-

la de no aislarse de los sectores populares

-

la de continuar profundizando la Reforma Universitaria, que era una tarea inconclusa desde 1961,

-

la de plantearse nuevos objetivos, tales como modificar los patrones autoritarios que regulan las relaciones internas de la UAP,

-

la de “democratizar (sic) la matrícula universitaria, ... abrir una nueva escuela preparatoria, ... (desaparecer) la Junta Administrativa,

-

(y la de) revitalizar al (propio) movimiento” (Vélez, 2003: 4) que, como veremos en el siguiente capítulo, éste tuvo efectivamente, una revitalización importante, en el marco de estos nuevos objetivos.

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III.4.- El movimiento universitario popular de 1970-73

Después de lo acontecido en 1968 en la ciudad de México y aquí mismo en la ciudad de Puebla, donde las brigadas estudiantiles habían diseminado por todos los rincones una ideología liberadora y una nueva mentalidad contra la sumisión política y contra el autoritarismo de los gobiernos nacional y estatal, en 1970 aparecen o surgen en nuestra región algunos movimientos de carácter estrictamente local, que paulatinamente se van encadenando unos con otros, pero también engarzándose con aquellos conflictos gremiales que tenían o tienen una dimensión federal, como eran los casos de los tres sindicatos de electricistas, y el de los ferrocarrileros. En ese año (1970), como resultado de las exigencias del movimiento estudiantil de 1968 en el Distrito Federal y en otras partes del país, el gobierno decide excarcelar a los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo y Valentín Campa, y la salida de estos representó para los trabajadores nuevo aliento y esperanza de reconquistar sus Secciones Sindicales en todo el país, incluida la 21 de Puebla. Este nuevo levantamiento por la democracia sindical, como ya lo dejamos establecido en el capítulo II, derivó en prolongadas jornadas de violencia extrema en varias partes de la República, dado que los charros, la empresa y el Estado respondieron, más que nunca, en forma unitaria con medidas represivas. No obstante, los dirigentes Vallejo y Campa quisieron que los trabajadores lucharan de manera organizada y, por tanto, se dieron a la tarea de crear, respectivamente, el Movimiento Sindical Ferrocarrilero y el Consejo Nacional Ferrocarrilero en todas y cada una de las Secciones del sistema (Alonso, 1983: 110; y Trejo, 1979: 136). Y aunque en la práctica ambos organismos solo de modo esporádico lograban ponerse de acuerdo para alguna acción en común; algún mitin, alguna

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manifestación, algún foro, etc. (Veloz, manuscrito 2005), en Puebla coincidieron en la necesidad política de acudir a la universidad para formar parte del FOCEP (Frente Obrero, Campesino, Estudiantil, Popular), que se constituyó justamente con la finalidad de recibir y otorgar solidaridad, de y para los otros sectores populares que también se encontraban luchando por reivindicaciones propias. En opinión de Sotelo (1986: 135), hacia 1970 “la situación regional también se vio alterada por la irrupción del movimiento campesino y por la lucha en la ciudad en contra de la carestía, el desempleo y por demandas como la vivienda y otras, que llevaron a la constitución del (mencionado) FOCEP, que se convierte en el centro de la coordinación entre las luchas universitarias y las luchas populares”; cuestión que contribuye a establecer un clima propicio para que el movimiento estudiantil resurja en los términos que arriba señalamos. No obstante, hay que decir también que el FOCEP como movimiento se genera o se construye debido a que en ese preciso momento “se produce una intempestiva imbricación y confluencia de todo un entramado de múltiples y abigarrados focos de tensión sociales” (Sotelo, 1986: 135) que brotan de todos los poros de la sociedad civil afectados por el autoritarismo y la intolerancia del Estado y de la clase patronal retrógrada; por eso se ven en el FOCEP a numerosos contingentes de colonos, de obreros despedidos, de campesinos sin tierra, de grandes grupos urbanos que no encuentran cabida en el mercado de trabajo, de vendedores

ambulantes, de activistas de izquierda, de

maestros, de estudiantes, etc. (ver Sotelo, 1986: 136). Y si bien cada grupo o contingente popular se integra al movimiento, en principio por sus propias reivindicaciones o problemas, ello no significa que todo el movimiento sea económico-reivindicativo; al contrario, es un movimiento político que se nutre de los múltiples problemas sociales creados, como ya lo hemos dicho, por el cambio de patrón de acumulación de capital en la entidad y por las tres grandes crisis políticas de 1961, 1964 y 1968.

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De acuerdo con Sotelo (1986: 138), el movimiento que da origen al FOCEP no tiene un solo epicentro, sino varios, y aunque por la forma como emerge pueda ser calificado de espontáneo, su contenido, en cambio, indica que es un movimiento de profundas raíces sociales, que pueden detectarse en “los efectos devastadores del desarrollo capitalista de la región, a finales de la década de los sesenta, aunados a la rigidez de las estructuras políticas tradicionales” (p. 138). El movimiento iniciado en 1970 es entonces un nuevo ascenso de las masas

poblanas

que,

instigadas

por

los

diversos

“elementos

de

malestar” (Zermeño, 2003: 93), protestan y convergen en la misma temporalidad, diríamos nosotros con un aprendizaje acumulado de casi 10 años de lucha ininterrumpida. Debido a esto el FOCEP, según nuestro punto de vista, representa el mayor avance que el movimiento popular tuvo en todo el período que estamos analizando, tanto en términos organizativos, como ideológico políticos, pues en él confluyen, “además de los Comités de Lucha, la Tendencia Democrática del Suterm,

el

Movimiento

Sindical

Ferrocarrilero,

el

Consejo

Sindical

Ferrocarrilero, el Sindicato Independiente de Volkswagen46, (también) el Movimiento Revolucionario del Magisterio, Organizaciones de colonos, la Central Campesina Independiente y otros grupos de trabajadores en lucha” (Vélez, 2003: 6). Hablamos en consecuencia de la mayor concentración de fuerzas libertarias que, en los veinte años que analizamos, se hayan podido reunir en un solo Frente común. Sin embargo, al faltarle la convergencia de esos otros grupos, gremios y sectores

–v. gr., los obreros de la industria textil que estallaban huelgas

aisladas, o incluso, el grueso del nuevo proletariado de los modernos corredores industriales que hasta ese momento aún no se sindicaliza o está controlado por las centrales oficiales, etc.-, el FOCEP se ve impedido de concebir un programa de lucha común para todos sus participantes, y por tanto, 46

Este sindicato se acerca al FOCEP hasta día primero de julio de 1972 (García Amero, 1986: 164), es decir, prácticamente en la última etapa de la existencia de éste.

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de mantener la cohesión para el largo plazo, cuestión que, seguramente, le hubiera dado posibilidades de ir consiguiendo, poco a poco, cada uno de sus objetivos, pero al mismo tiempo, ir consolidándose como organización alternativa. “Cierto es que a medida que se desarrolla (el movimiento), se incorporan algunos núcleos y contingentes (obreros), empero nunca pasa de ser marginal su participación. (En todo caso), ‘el movimiento democrático se nutre principalmente de campesinos y de capas medias y pobres de la ciudad, así como de universitarios, estudiantes principalmente. El proletariado ha tenido una presencia mínima’...” (Sotelo, s/f, Revista Crítica No. 19: 14) Es decir, políticamente el proletariado pudo haber desempeñado un papel históricamente muy importante con solo haber tenido mayor acercamiento orgánico con el resto del movimiento popular, particularmente cuando el FOCEP disfrutaba de una gran presencia, de un prestigio político indiscutible y de una fuerza solidaria sin precedentes, gesto con el cual pudo haber volcado la proyección o el horizonte de los acontecimientos de aquellos años. No obstante, eso es lo deseable y lo que no aconteció por todas o algunas de las razones que cita García Amero (1986), entre otras la de que este proletariado (el tradicional y el de las nuevas industrias) estuvo sometido a un férreo control sindical y político por parte de las centrales, federaciones y confederaciones obreras oficiales, y de su partido político (el PRI), y, por ende, no pudo hacer eco a los llamados del FOCEP, ni a los de alguna agrupación obrera en especial, digamos del MSF, del Sindicato de Vw., etc. O también, que debido al sectarismo y visión vanguardista que prevalecía al seno de la propia izquierda universitaria, al movimiento obrero le fue imposible una construcción alternativa de tipo orgánica que pudiera centrarse en sí mismo y realizarse por él mismo, antes que por otros estratos sociales, como el estudiantil, el de pequeños propietarios, el de colonos, o el de vendedores ambulantes.

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Entonces, si tomamos en cuenta algunas de las condiciones materiales y subjetivas que existían, tanto en la zona metropolitana de la ciudad capital poblana –debido a sus corredores industriales y a las luchas señaladas de algunos sindicatos-, como en el interior del estado –v. gr., Atlixco, donde los obreros libraron luchas verdaderamente heroicas, como los de la fábrica Textiles El León, en la que, después de ocho años consecutivos de huelga, decidieron declararse en huelga de hambre por indemnización, en 1976 (García Amero, 1986: 25)-, podemos concluir que tales condiciones eran muy favorables para que el proletariado poblano pudiera alcanzar aquel objetivo de mayor organización y protagonismo, ya que, como anota la misma autora, “la ola de conflictos obreros creció al unísono que el movimiento universitario y popular durante el sexenio de Luis Echeverría (1970 a 1976. Y todavía más porque), en el período que corre de enero de 1968 a julio de 1983, el 61.63% (de los conflictos habidos en la región) corresponde a los movimientos textiles (sic), electricistas y automotrices” (García A., 1986: 11-12); y aunque tuvo el defecto de no ligarse orgánicamente al movimiento universitario, salvo algunos casos aislados que no tuvieron gran relevancia, participando de manera conjunta pudieron haber dado lugar a una coyuntura cualitativamente distinta a la que se vivió. Es decir, seguimos manejando una posibilidad que no aconteció; sin embargo, no debemos olvidar que en aquel período fue cuando se creó el FOCEP; cuando el sindicato de Volkswagen se independiza de la CTM; cuando se habla de la posibilidad de formar una central obrera independiente a partir de la creación de una coalición de 20 sindicatos que apoyan al STERM (García Amero, 1986: 124)-; cuando los universitarios nombran a un rector militante de izquierda; cuando sale Vallejo de la cárcel y los ferrocarrileros se movilizan; cuando los campesinos del valle de Puebla toman tierras y luchan contra el latifundismo; cuando cae el gobernador Gonzalo Bautista O’Farril; cuando, en fin, bajo una palpable unidad popular, se despliega un sinnúmero de formas de lucha que torna particularmente interesante el contexto poblano, sobre todo porque alienta y eleva la moral de combate de todos los sectores contestatarios.

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A propósito de las formas de lucha, puede apreciarse en el siguiente cuadro –número 14- la gran variedad de ellas que utilizan los actores en las distintas coyunturas de ascenso del movimiento.

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Formas de lucha del movimiento popular en puebla 1961-1981 MOVIMIENTO Antes de 1961

Movimiento por la Reforma Universitaria de 1961

Movimiento de 1964

Movimiento de 1968 Movimiento de 1970-73

1974 a 1981

FORMAS DE LUCHA Manifestaciones callejeras Paros y huelgas laborales Publicación de libros de corte anticlerical Mítines Asambleas estudiantiles Paros y huelga en las escuelas oficiales Enfrentamientos físicos con los grupos de derecha y con la fuerza pública Toma de instalaciones universitarias Secuestro e intercambio de rehenes Marchas y mítines Nombramiento de un rector de facto Fundación de radio UAP (un altoparlante) Manifestaciones callejeras Enfrentamientos con la fuerza pública Sesión permanente del Consejo Universitario Toma de funcionarios públicos y de policías como rehenes Suspensión de clases en secundarias y preparatorias oficiales Organización de un cuerpo de tránsito para toda la ciudad Asesoría jurídica para campesinos Formación de una Cooperativa para una planta pasteurizadora de leche Negociación con las autoridades Asambleas por escuela Volanteo en colonias populares Manifestaciones callejeras y huelga. Marcha agraria al D.F. Manifestaciones multitudinarias para exigir se esclarezca el asesinato de los líderes universitarios Asambleas por escuela para acordar acciones Reuniones del FOCEP para discutir estrategias Brigadas para volantear y hacer mítines en los camiones urbanos Disposición para responder físicamente a las provocaciones de la fuerza pública y del grupo FUA Toma de rehenes Búsqueda de diálogo con el gobierno federal Apoyo de masas universitarias a los movimientos obreros de electricistas y de ferrocarrileros Propuesta alternativa de universidad Manifestaciones multitudinarias para expulsar a los porros que tomaron el edificio Carolino. Cuadro No. 14.

Elaboración propia con base en informaciones de Dávila (2003); García Amero (1986); Gatica (2003); Gómez (1998); Lara y Parra (2000); Márquez (1988);Ortega (1980); Rivera Terrazas (1983); Sotelo (1983); Vélez y Sotelo (1985) y Yánez (2000)

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Volviendo a la importante coyuntura de inicios de los años setenta, hay que destacar que en ella la UAP se ubica de nueva cuenta –como lo hizo en los movimientos de 1961, de 1964 y de 1968- en el centro de todas las fuerzas actuantes. Y no sólo tiene el privilegio de ser el espacio físico sede de las reuniones de planeación, discusión y coordinación de todos los grupos integrantes del FOCEP –lo cual es ya muy significativo-, sino también el de poseer a los actores políticos más numerosos y más entregados a la causa popular; nos referimos a los estudiantes, que también tienen sus propias demandas y un programa general por cumplir: el de la Reforma Universitaria. Organizados todavía en Comités de Lucha y utilizando a la asamblea como fórmula de debate y de acuerdos, los estudiantes son la columna vertebral del movimiento universitario, y al exterior de la casa de estudios, con la solidaridad que proporcionan a los sectores populares, son la fuerza que en muchos lugares (empresas, ejidos, colonias, etc.) modifica la correlación e influye en las solución de los problemas. Eso independientemente de que, por ejemplo, para el caso del movimiento obrero, ellos no encabezaran las revisiones de contrato, las negociaciones salariales, o los procedimientos para emplazar y estallar una huelga. Pero, a propósito de la solidaridad hacia el exterior de la UAP, hay que reconocer que la izquierda universitaria era un gran espectro grupal, tipo torre de babel, que se movía en el marco de un sectarismo acentuado, el cual le impedía ofrecer cobertura política unitaria. Privaba una especie de acuerdo tácito de que si "el movimiento" no le pertenece a tu organización: PRT, POS, PCM, Corriente Socialista, Grupo Espartaco, o como cualquier otro, no tenías tú porqué acudir a apoyarlo; no fueran a pensar que querías “jalar agua a tu molino” para fortalecer tu organización. Debido a eso, "el movimiento espontáneo, el auténtico, el que se daba en las fábricas pequeñas, en los talleres, o aun en las grandes industrias en contra del charrismo sindical, en general tenía que rascarse con sus propias

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uñas, pues los partidos y sus militantes estaban muy ocupados en pensar ‘cómo hacer la revolución’, es decir, en cómo hacer crecer más su militancia, en cómo extender sus contactos al interior de las fábricas" (atestigua con ironía el Sr. Alfredo Veloz y Paéz, ex dirigente del MSF de la Sección Sindical 21 de la Ciudad de Puebla, en entrevista realizada ex profeso por quien esto escribe, febrero de 2003). Y continúa: “el MSF desde 1970 y a lo largo de toda esa década, llevó a cabo un sinnúmero de movilizaciones y de acciones, con la idea de lograr la democratización del sindicato, y a pesar de que fueron contundentes y participaron la mayoría de los compañeros, los charros y el gobierno nunca cedieron a nada; al contrario, a los trabajadores nos costó sangre y varios muertos en distintos lados de la República. Lo lamentable de aquí de Puebla es que, a pesar de que el MSF formó parte activa del FOCEP, las manifestaciones que llevamos a cabo las realizamos únicamente con nuestra propia fuerza, es decir, con solidaridad escasa, por no decir nula, por parte del propio FOCEP, o incluso de los demás grupos de izquierda, ya que el Partido Comunista prefería otorgarla, con visión sectaria, exclusivamente al Consejo Local Ferrocarrilero, “lidereado aquí por un señor que, por respeto a los difuntos no digo su nombre, pero que ni él ni sus seguidores pudieron desarrollar ni levantar un movimiento de masas en ferrocarriles, como sí lo hizo, sin ayuda de ningún partido político, el MSF” (Velóz, entrevista 2003). Pero, el panorama del movimiento obrero-popular de los años setenta fue mucho más amplio y complejo que el caso que acabamos de comentar, y encierra otros problemas tanto de orden práctico como de orden teórico que en seguida vamos a tratar de abordar. Por ejemplo, en lo que respecta al sector obrero sobresalen, por un lado, algunos problemas de orden práctico relacionados con la democratización sindical, como el caso lucha de los trabajadores de la planta Volkswagen, o como el de los obreros de muchas empresas pequeñas, o incluso grandes, del ramo textil, que mediante paros, huelgas y otros mecanismos buscan mejores salarios, prestaciones y condiciones laborales menos inclementes; o finalmente también los casos de conflicto en lo que se exigía la reapertura de centros de trabajo cerrados por

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incosteables u obsoletos frente al proceso de modernización industrial, o simplemente porque los obreros buscan, deliberadamente, la separación de su sindicato de alguna de las centrales charras a las que estaban afiliados por la fuerza, como la CROC, la FROC, la CROM, o la CTM, que eran las que “revisaban” y firmaban –a espaldas de ellos- los Contratos Colectivos, cuando estos existían (García Amero, 1986: en especial, pp. 62-106). Como sostiene esta autora (pp. 57-59)), sobra decir que las relaciones obreros-dirigentes

y obreros patrones no eran, de ninguna manera,

horizontales, sino, todo lo contrario, verticales totalmente, de lo cual dependían las formas de negociación e igualmente las reacciones obreras frente a diversos fenómenos como el de la modernización, por ejemplo, que dejó en la calle a muchísimos obreros cuyas fábricas fueron cerradas y abandonadas con todo y maquinaria obsoleta, utilizada, en última instancia, para indemnización indirecta de ellos47; lo peor de todo esto que, en la mayoría de las ocasiones, las negociaciones y acuerdos se hacían a espaldas de los trabajadores, resultando que el pago del salario a veces se hacía en especie (por ejemplo, en Textiles El Mayorazgo, en 1976, con metros de manta y toallas), y los obreros se quedaban abandonados totalmente a sus propias fuerzas, o inmersos en las pugnas intersindicales de las centrales más poderosas. Pero dentro de todo este proceso hubo casos que políticamente no crecieron más debido a problemas quizá de táctica, o de falta de claridad sobre algunos énfasis que se tenían que hacer en varios aspectos. Por ejemplo, los electricistas de la Sección Puebla, ya en el último tercio del año 72, inician acercamientos con el SNESCRM, sin aceptar los acuerdos de Pérez RíosGalván (véase supra, capítulo II), y eso les marcó el derrotero que siguió su movimiento en lo local, esto es: aislado del movimiento nacional, pero muy ligado al movimiento universitario poblano (cursivas nuestras), el mismo que privilegiaba el enfrentamiento (contra el estado y contra las derechas locales) y no la negociación, a la cual estaba acostumbrado el STERM; aparte de que los universitarios privilegiaban el contexto externo, al revés de los electricistas, 47

Aquí es necesario aclarar que la Comisión Nacional de Vigilancia, hasta 1975, había indemnizado a 4,966 obreros, y el 12 de abril de 1972 había anunciado el cierre de cincuenta fábricas en Pue-Tlax., con maquinaria antigua y 3,000 trabajadores.

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quienes dirían más tarde: "se nos hizo creer que la fuerza de los trabajadores se manifiesta en las calles, y entonces hubo muchos mítines, muchas marchas" (García Amero, 1986: 127), descuidando el frente interno, la cohesión y la organización de los trabajadores.

Conclusiones del Capítulo Hemos denominado a este largo capítulo “Resistencia al autoritarismo y democratización de la entidad” porque, en efecto, de los veinte años que comprende el período que estudiamos, los que corren de 1961 a 1973 se caracterizan por violentas jornadas de protesta y de enfrentamientos, más que de construcciones alternativas. Es decir, la lucha universitaria-popular se ocupa básicamente de combatir las formas de dominación autoritarias y, por supuesto, a quienes las ejercen. Por eso el movimiento desconoce al rector en 1961; deroga la caduca ley universitaria y obliga a que se promulgue otra más avanzada; tira al gobernador del estado en 1964; combate y expulsa de la universidad a las organizaciones de ultraderecha; desconoce las organizaciones oficiales: sindicatos charros, sociedades de alumnos, FEP, etc.; democratiza el Consejo Universitario; nombra a un rector de filiación comunista; conforma un frente amplio que coordina sus luchas, y finalmente, imponiendo su fuerza, obliga en 1973 a que el bastión más importante del avilacamachismo, Gonzalo Baustista O’Farrill, deje el cargo de gobernador. Este último episodio, a nuestro juicio, cierra todo ese ciclo de luchas de resistencia y cambia, de manera notoria, la relación Estado Universidad, lo cual permite, una vez superado la etapa más densa de la crisis política, que las fuerzas democráticas de la universidad puedan sistematizar su proyecto alternativo.

CAPÍTULO IV LA UNIVERSIDAD COMO PIVOTE DE LAS LUCHAS POPULARES

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ÍNDICE

Pág.

Introducción

162

. IV.1.- Factores regionales que antecedieron al movimiento

165

IV.2.- la lucha desde el interior del consejo universitario

176

IV.3.- Las masas estudiantiles, su emergencia, demandas y potencialidad de lucha 185

IV.4.- Sindicatos universitarios y movimiento popular

196

Conclusiones del Capítulo

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Introducción Las preguntas a responder aquí se refieren a cómo y porqué la Universidad Autónoma de Puebla llegó a constituirse, durante los años más intensos de la lucha de clases en la región, en un poderoso e influyente campo de fuerzas, dominado primero por las corrientes liberales y posteriormente por las de izquierda, justo en un momento histórico donde lo que prevalecía en el estado poblano eran las formas de dominación política de tipo caciquil.

Las muchas aristas que tiene este asunto nos obliga, por un lado, a hacer una breve revisión de la historia inmediatamente anterior a la del período inicial del conflicto (Apartado 1), a fin de entender las razones por las cuales los estudiantes de la UAP se convirtieron en activistas políticos, mantuvieron “a ala alza” su participación y, finalmente, se consolidaron como el más importante núcleo contestatario, conciente y sensible a los problemas político-sociales que acontecían en el entorno, aparte de que, conforme avanzó el proceso, pudieron hacer construcciones alternativas de tipo académico políticas cada vez más viables. Por otro lado, pensamos que para dar una respuesta puntual a las preguntas planteadas necesitamos de un análisis detallado de la relación y dinámica que establecieron las distintas fuerzas políticas del interior de la universidad; es decir, que necesitamos ponderar el papel que desempeñaron, a lo largo de todo el período conflictivo, instancias como el Consejo Universitario (Apartado 2); los Comités de Lucha estudiantil (Apartado 3); los sindicatos STAUAP, SUTUAP y SUNTUAP y las diversas organizaciones de izquierda, en particular el Partido Comunista Mexicano, (Apartado 4), que tuvieron cada quien, por separado o en alianza, y según los momentos de la lucha, una destacada participación para derrotar a los grupos de derecha, expulsarlos de la casa de estudios y, lo más importante, para hacer posible la conversión de la “universidad oficialista y apolitizada” a una que representase los intereses y aspiraciones políticas de las clases subalternas.

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Como uno de los factores importantes que generan la profunda crisis política vivida en la entidad, señalamos los que implica el creciente deterioro de la relación Estado –en particular la parte local de éste- Universidad.

La importancia de este factor estriba en que, una vez que se modifica la “línea dura” del gobierno estatal –es decir, inmediatamente después de la caída del gobernador Bautista O’Farril, en el mes de mayo de 1973-, se establecen nuevas condiciones y bases que permiten el diálogo, y a través de éste el restablecimiento de una nueva relación entre el gobierno estatal y la casa de estudios, lo cual permite a los protagonistas de esta última, aunque todavía sorteando hostigamientos, agresiones y obstáculos oficiales 48, llevar a cabo un quehacer académico político de construcción y fortalecimiento –tanto cuantitativo, como cualitativo- de las funciones y tareas sustantivas de aquella (Apartado 5).

Las nuevas condiciones permiten entonces lograr algunos avances importantes en la universidad, sin embargo, a decir del entonces rector Sergio Flores, eso se debe, más que las “nuevas condiciones” en general,

a “la

estrecha unidad e identificación del Movimiento de Reforma Universitaria con las luchas populares” (Flores, 1981: 12-13).

Y es que, cabe recordar, que el movimiento universitario desde sus inicios se planteó como objetivo central

democratizar la casa de estudios y, por

extensión orgánica, digamos, la del sistema político estatal, lo cual no sólo fue bien visto, sino ampliamente compartido por los sectores populares, quienes por ese motivo, al igual que lo hicieron los estudiantes, a la caída del gobernador Gonzalo Bautista O’Farril, pudieron también hacer suyas las significativas palabras del Manifiesto de Córdoba, Argentina, de 1918: “desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más”(1981:2). 48

En entrevista el ex rector Alfonso Vélez cita al respecto como hechos contundentes, por un lado la toma violenta del edificio Carolino que los miembros del FEP-PST hicieron en el mes de abril de 1976, y por otro, la negativa sistemática de los gobiernos federal y estatal de incrementar el subsidio a la universidad.

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No obstante, el proceso nunca fue sencillo ni debe verse exclusivamente desde una sola perspectiva, pues la renuncia de Bautista O’Farril la deseaban también otros sectores sociales que no militaban en el bloque popular; nos referimos a la moderna burguesía transnacional y al gobierno federal de Luis Echeverría (quien en su afán –sincero o no- de conciliarse con los estudiantes, pudo aprovechar el evento para sacrificar políticamente al propio sector conservador de los empresarios poblanos, renuentes a la intervención rectora del Estado.

IV.1.- Factores regionales que antecedieron al movimiento

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Para tratar de entender cómo la ciudad de Puebla, desde el punto de vista político, se volvió “de pronto” un escenario altamente explosivo, conviene que tengamos presente no sólo la poderosa influencia que ejercieron los factores externos o nacionales –asunto ya comentado en el capítulo II-, sino también el papel clave que desempeñaron los de tipo local, primero en la detonación y después en el mantenimiento del movimiento popular de la entidad; ambos, en todos los casos, mezclados entre sí, pero con pesos específicos diferenciados. 1 Si hablamos de un escenario explosivo quiere decir entonces que el conjunto de sus causas estaba ya de alguna manera presente desde tiempos anteriores al estallido del movimiento por la Reforma Universitaria de 1961. Esto es que, en sentido estricto, la lucha estudiantil en Puebla se inicia, más o menos con cierta consistencia y continuidad, en 1934, cuando todavía la “Universidad de Puebla” era el Colegio del Estado. No obstante, en aquellos años se observan ya –y esos pueden ser los antecedentes ideológicos más remotos del conflicto universitario-, actos, reuniones, proclamas y actividades claramente diferenciados de los diversos grupos estudiantiles de la casa de estudios. Por un lado los de quienes, con posiciones anticomunistas y reivindicando su fe en la iglesia y en la religión católicas, demandan la autonomía para la universidad, “a fin de sustraerla –sostenían- de la obligación de darle una orientación socialista” (Dávila, 2003: 104); por el otro, en cambio, los de los jóvenes que, organizados en el Bloque Único de Estudiantes Socialistas del Colegio del Estado (Márquez, 1988: 241), reivindican, con toda convicción y mucho activismo, la idea de que la enseñanza debe ser libre, gratuita y laica, tal como lo establece el Artículo 3ro. Constitucional y además como lo indica, incluso, el legado histórico de Ignacio Manuel Altamirano, aquel ilustre liberal que ocupó la presidencia del Colegio del Estado, en los años ochenta del siglo XIX, y cuyas implicaciones prácticas son “la libertad de cátedra frente al poder estatal, la autogestión universitaria y el cumplimiento cabal del Estado de ofrecer una educación superior de calidad y al alcance de

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las clases populares, dotando a las universidades de los recursos necesarios” (Dávila, 2003: 103). 2 A partir de estas dos visiones contrapuestas, pero fundamentalmente debido a las gestiones y presiones que cada uno de los dos bandos ejerció sobre el Estado, para que este procediera a hacer los cambios formales que ellos solicitaban en relación a la casa de estudios, el gobernador Maximino Ávila Camacho cedió parcialmente a las peticiones y decidió que, a partir del 14 de abril de 1937, el Colegio del Estado llevase el nombre de “Universidad de Puebla” (Lara y Parra, 2002: 38). Empero, como el cambio de denominación no era lógicamente la demanda más importante de ninguno de los grupos, ni tampoco tocaba, ni mucho menos resolvía el problema de fondo, que era el tipo de universidad que deseaban de manera contrapuesta liberales y anticomunistas, las presiones continuaron sobre el gobierno del estado; dejando en claro que, en todo caso, el haber conseguido que el Colegio del Estado se transformara en universidad, había servido más que para acallar las protestas de ambos bloques, para orientar mejor su lucha, para centralizarla ahora –e incluso profundizarla- en la consigna de la autonomía. 3 En efecto, por las expresiones que continuaron de uno y otro grupo – cada uno en su propia perspectiva-, lo que se infiere es que lo más deseado por ellos, según interpreta Lara y Parra (2000: 42) era que la universidad no siguiera siendo “una dependencia del gobierno del estado y apegada a los dictados personales no sólo del gobernador actuante, sino del señor rector nombrado por el mandatario estatal”. Por ello, y sobre todo a partir de que el gobernador en turno, Gonzalo Baustista Castillo, publica una ley en 1941, mediante la cual pretende someter al estudiantado no únicamente a una disciplina militar, sino literalmente a todo

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un sistema de mando que debía ser ejercido por militares de carrera49 desde los puestos de dirección de la UAP, la comunidad estudiantil arrecia su lucha (que de ahí en adelante será permanente) por la demanda de autonomía, pero también, obviamente, por la salida de los militares de la casa de estudios; e incluso más tarde, por la reinstalación de algunos profesores despedidos por motivos políticos (entre ellos el Ing. Luis Rivera Terrazas, que hacia los años setenta se destacará como uno de los actores centrales de la reforma universitaria).

4 Como hemos dicho, al margen de la convergencia general que en el punto de la autonomía tenían los universitarios, en lo específico cada uno de los grupos más representativos: el Frente Universitario Anticomunista (FÚA), por un lado -que se había constituido en 1954-, y la Federación Estudiantil Poblana (FEP) -que era el grupo mayoritario- sostenía una concepción propia acerca de cómo debía ser la educación superior y las características de la universidad que debía impartir y sostener ésta; de modo que, siendo irreconciliables los dos puntos de vista, la comunidad universitaria terminó viviendo una crisis de consenso. La FEP, que representaba a las sociedades de alumnos de las distintas escuelas, y cuya dirección correspondió, después de sus elecciones internas de 1956, a estudiantes de ideas liberales, presentó al Consejo Universitario un anteproyecto de ley en el que, entre otras cosas, planteaba que “la universidad debe regirse por un sistema democrático” (cursivas nuestras), que el gobierno de la universidad corresponde privativamente a esa comunidad, y que el rector deberá ser elegido por el Consejo Universitario (Yánez, 2000: 15). Dentro de esa misma dinámica, el FÚA por su parte formuló, incluso con antelación a la iniciativa de las fuerzas democráticas, un proyecto de 49

Cuando bajo esa ley se nombró como jefe del Departamento Escolar a un capitán del ejército, los estudiantes fueron por él a su oficina, lo cargaron en vilo y lo botaron al arroyo, y él como respuesta únicamente pidió que le dieran su sombrero, que “lo había olvidado en su oficina”. Los estudiantes se lo tiraron desde el segundo piso, y así concluyó aquella osadía del gobierno (ver Lara y Parra, op. cit., p.47)

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universidad en el que resaltaba puntos como el autogobierno, la independencia económica, la libertad académica y la libertad de cátedra (Yáñez, 2000: 15).

5 El gobierno del estado, por otra parte, que no sólo estaba atento a lo que acontecía en el interior de la universidad, sino que tenía injerencia abierta en ella -o para decirlo con más claridad: era uno de los principales actores de aquel conflicto-, en un supuesto gesto de deferencia hacia el sector estudiantil, pero en realidad tratando de ganarle “la delantera política”, toma prestada su propuesta de formular una nueva ley orgánica, la elabora y la envía al Congreso Local para su discusión y aprobación, y éste sin mayores dilaciones, o como se dice hoy, en fast track, la aprueba y la deja lista para que el gobernador del estado, Rafael Ávila Camacho, la expida, como en efecto lo hizo, sin contratiempos (Yánez, 2000: 16) La parte positiva de esta nueva ley consistía en que a través de ella se otorgaba la autonomía para la universidad a partir del 23 de noviembre de 1956. Su parte negativa era que establecía como órgano supremo de autoridad a un Consejo de Honor que debía estar integrado por siete miembros, cuyo nombramiento debía hacerlo no la comunidad universitaria, sino el propio gobernador del estado; con el agravante de que los cargos debían de ocuparse de manera vitalicia. En consecuencia, tan luego la ley cobró vigencia, el titular del poder ejecutivo estatal procedió a hacer los nombramientos de las personas que integrarían el citado Consejo de Honor (seis de los cuales, por cierto, eran de abierta filiación derechista), y éste, a su vez, procedió a nombrar al primer rector de la “Universidad Autónoma de Puebla”, que fue el médico Manuel S. Santillana, connotado miembro de la orden de los Caballeros de Colón ‘Madre Santísima de la Luz’ y pariente del arzobispo Octaviano Márquez y Toríz ( ver Yáñez, 2000: 15); este último más conocido por su activismo político en contra de los liberales, masones y comunistas, que por su prédica pastoral desde el púlpito de la iglesia católica.

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Las siguientes acciones del Consejo de Honor en materia de nombramientos, tuvieron que ver con los responsables del patronato de la universidad -figura que también introducía aquella ley a la estructura de la institución-, otorgando el título de presidente honorario al General Rafael Ávila Camacho, y el de representante a Gonzalo Bautista O’Farril, quien más tarde será rector de la universidad, senador de la República y luego gobernador del estado (Dávila, 2003: 115). Pero también, buscando la compatibilidad con sus posiciones ideológico políticas de corte conservador, procedió a seleccionar y a nombrar a las personas que ocuparían los cargos de nuevos directores en las escuelas y Facultades de la institución, y, finalmente, el 10 de mayo de 1957, procedió a otorgar a “Don (sic) Rafael Ávila Camacho, el título de rector honoris causa de la Universidad Autónoma de Puebla”. Antes, sin embargo, se ocupó de asuntos “muy trascendentes”, tales como el de “solicitarle al señor rector tenga a bien informarnos sobre la forma y color de las togas de las distintas facultades y escuelas, así como de la forma, color y adorno de los birretes correspondientes” (acuerdo No. 9 del Consejo de honor, de la sesión del 22 de enero de 1957. Actas del Consejo de honor, UAP, Secretaría General, 1982: 15); o como el de nombrar a una comisión de consejeros y profesores para que asistan a la toma de posesión del nuevo gobernador, Fausto M. Ortega y procedan a “felicitarlo por la iniciación de sus labores” (Actas, ibid, p. 23) O también, por último, como aquel capricho de que, como “El señor secretario informó sobre el deseo (las cursivas son nuestras) que tiene la Rectoría de que se obtenga un retrato colectivo de los miembros que integran el Consejo de Honor”, se aprueba, en consecuencia, que el grupo se tome la fotografía, “debiendo presentarse con toga y birrete” (p.46); “de orla blanca la

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toga (del “señor rector”) y de borla con flecos blancos el birrete” (Actas, ibid, p. 60)50 Al margen de que estas acciones llevadas a cabo por el Consejo de Honor puedan verse como trivialidades, y en apariencia muy alejadas de la política, lo real es que tenían, según nuestro punto de vista, un claro fondo político, que era el de evitar que las masas estudiantiles pudieran tener contacto o contaminarse de la fiebre agitativa que hacia afuera de la universidad portaban los trabajadores ferrocarrileros, los telefonistas, los telegrafistas, los electricistas, los del magisterio y los médicos, entre otros muchos grupos que resistían al charrismo sindical y a la crisis económica. Por ese conjunto de decisiones que tomó el Consejo de Honor, más otros asuntos de agenda, aparentemente apolíticos, de los que se ocupó, puede decirse que la derecha universitaria revitalizó de facto, no precisamente una alianza estratégica con el gobierno del estado -como lo sostiene Dávila (2003: 107)-, sino simple y llanamente la vieja relación que “la clase política de la universidad” había sostenido desde siempre con el grupo de poder de los Ávila Camacho. Es decir, que la nueva ley orgánica fue, en todo caso, una bisagra de repuesto para que la mediación, antaño desempeñada por otras instancias universitarias entre Estado y Universidad, pasara ahora a manos del Consejo de Honor, y con ella se intentara mantener alejada la amenaza de las fuerzas disidentes que, como hemos dicho, luchaban por democratizar las estructuras internas de la institución y por establecer relaciones distintas con el Estado. De las modalidades de éstas últimas, sabemos que, a lo largo de toda la historia, han estado sujetas a las vicisitudes de la lucha de clases, a sus flujos y reflujos, que son los que sobredeterminan sus crisis (Vélez y Sotelo, 1985: 9), 50

Llama fuertemente la atención el hecho de que mientras la prensa nacional, los académicos y analistas políticos hablaban de la profunda crisis que conmocionaba al país en 1958-59 por los graves problemas económicos y numerosas huelgas, protestas campesinas y movimientos populares que enfrentaba en prácticamente todas sus entidades federativas, el Consejo de Honor de nuestra universidad en tanto se ocupaba de asuntos tan banales como estos que hemos señalado y nunca, por tanto, aludió siquiera a la realidad nacional, y menos fijó una posición, ni emitió algún pronunciamiento.

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sobre todo porque la universidad ha sido vista desde siempre como el espacio por excelencia que “se ve atravesado por todo el cúmulo de contradicciones que envuelven a la sociedad” (Vélez y Sotelo, ibid, p. 14), y debido a ello, por cierto, la mayoría de las fuerzas que se expresan en su interior, erróneamente intentan instrumentalizarla para supeditarla a algún partido, al Estado, a la sociedad, etc.

6 Tomando en cuenta todos estos acontecimientos, queda claro que, por lo menos hasta ese momento, la lucha por la autonomía universitaria había beneficiado básicamente a los sectores de la derecha, tanto del interior de la casa de estudios (al FÚA principalmente), como del exterior (en particular a la jerarquía de la iglesia católica y a los empresarios de tradición anticomunista), puesto que al quedar supeditadas las autoridades internas al poder estatal, las luchas por la democracia y por la autonomía universitarias seguían prácticamente en el mismo punto de arranque. 7 Y es que, en un contexto de control político vertical, como el que se vivía hacia finales de los años cincuenta en la entidad poblana, las resistencias del gobierno a otorgar una plena autonomía a la universidad deben interpretarse, por un lado, como una clara negativa del Estado local a ceder el control de un espacio institucional tan importante como la UAP que, por su naturaleza y funciones, y además por la agitación que prevalecía en gremios como el ferrocarrilero, el magisterial, etc., representaba realmente una grave amenaza para la precaria estabilidad política que había en la entidad. Por otro lado, es decir, por parte de quienes luchaban (estudiantes, profesores e incluso “gente del pueblo”) por establecer un sistema democrático, esos mismos hechos significaban también una enorme oportunidad, que quizá sólo en esa coyuntura podían encontrar, de avanzar en esa justa reivindicación

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que, por lo demás, se entiende que era muy sentida entre las clases sociales explotadas de Puebla, y por ende fungía como un gran factor de motivación para las batallas que estaban por venir a partir de 1961.

8 Otros elementos que también inciden de manera poderosa en el estallido del movimiento popular poblano son, por ejemplo, los que se contienen en lo que Zubero (1996) denomina “la perspectiva subterránea”, que tiene que ver con las tradiciones emancipatorias de las organizaciones y de los círculos de activistas: obreros, estudiantes, intelectuales y otras personas que actúan por encima o al margen de las coyunturas y de los “picos de los movimientos”, bien reclutando, organizando y discutiendo, o bien planeando las acciones pertinentes para mantener viva la esperanza de la emancipación, tal como lo hicieron aquí en Puebla viejos núcleos de profesores universitarios, a través de la célula del PCM que dirigió Luis Rivera Terrazas; o también los veteranos de las luchas de 1948-49 en ferrocarriles, como Manuelito Ramírez; y seguramente diversos microgrupos de liberales e izquierdistas en general, antes y durante la “explosión movilizadora” de 1961, dentro y fuera de la universidad. Cabe agregar, además, que en esta perspectiva subterránea “los momentos de acción son el resultado ‘objetivado’ de toda una auténtica fábrica de relaciones y significados (cursivas en el original), de un proceso interactivo que es la base de la acción visible” de los actores y de las masas, digamos de sus mítines, de sus huelgas, de sus marchas, de sus bloqueos de calles, etcétera. (Zubero, 1996: 1) Casi sobra decir entonces que esas nuevas relaciones y significados las construyen quienes, a través de esos microgrupos u organismos celulares, fijan metas de cambio con mucha precisión (como el hecho de empeñarse en lograr, por ejemplo, la democratización de las estructuras de gobierno

en la

universidad, o también, de desterrar las prácticas del charrismo sindical entre

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los obreros), pero también, además, quienes exhiben como características peculiares una alta integración simbólica, una incuestionable consistencia y continuidad en el tiempo y un elevado sentimiento de pertenencia a su causa y a su grupo, tal como lo hizo la mayoría estudiantil durante la primera etapa del conflicto, al utilizar el nombre de “Carolinos” como una nominación que los identificó ampliamente en toda la ciudad. En la metáfora del viejo topo de Marx (1974: 142) frente a las tareas de la revolución, que “primero perfecciona el poder parlamentario para poder derrocarlo… (y luego) lleva a la perfección al poder ejecutivo, lo reduce a su más pura expresión, lo aísla, se enfrenta con él…”, puede decirse que la actividad de todos estos organismos universitarios y no universitarios equivale precisamente al hozar del viejo topo, que de manera permanente y sistemática está minando el subsuelo del capitalismo.

9 Ahora bien, a todos estos factores que, en el nivel específico de la universidad, influyeron de manera decisiva para el estallido del movimiento popular, habrá que agregar otros de carácter más general (comentados ya en el capítulo dos), que conjugados con los primeros se convirtieron en los verdaderos detonantes de aquél. Nos referimos, por un lado, a los que Zermeño (2003: 91-92) reúne bajo la expresión “elementos de malestar”, a saber: a) que el Estado populista, (aparentemente por encima de todas las clases sociales), devino o se descaró como un Estado de clase; b) que la élite dirigente fue incapaz de continuar sirviéndose del nacionalismo como bandera de movilización, consenso y legitimidad; c) que las clases medias fueron sectores poco atendidos y que su malestar no podía contrarrestarse por un control político tan estricto como el que se aplicó a la clase obrera; d) que el capitalismo tardío y dependiente de México no pudo elevar los niveles de vida de las masas trabajadoras;

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e) que entre el Estado y la universidad hubo una fuerte ruptura, debido a que el primero menospreciaba a la educación superior, y finalmente, f) que el sistema político se mostró incapaz de ofrecer cabida a los nuevos cuadros

profesionistas

y

de

abrirse

a

la

pluralidad

y

a

la

democratización. De acuerdo con este autor, todos estos factores, en efecto, operaron de conjunto y fueron los principales instigadores no sólo de los movimientos de finales de los años cincuenta, sino también, y sobre todo, de los ocurridos en la década de los sesenta (Zermeño, 2003: 91-92). Para el caso específico de Puebla, habrá que recordar que confluyeron además, por lo menos, otras tres grandes vertientes factoriales que provocaron el movimiento popular. Ellas fueron: a) la modernización industrial –y con ella las nuevas formas de explotación, pero también de resistencia y de lucha-; b) el cacicazgo político del grupo de los Ávila Camacho -que había suscitado suficiente motivación entre las clases subalternas para combatirlo y terminar con él-, y c)

la organización, presencia y actividad política de los grupos de derecha –incluida la jerarquía de la iglesia católica-, que también combinados contribuyeron a la agitación social que vivió todo el estado en los años sesenta y setenta.

Considerando que, a excepción de algunos factores que operaron de manera muy focalizada en ciertos grupos y, por tanto, tuvieron un carácter estrictamente local, el panorama de las motivaciones a las luchas de resistencia

y

reivindicativas

tuvo

como

trasfondo

una

realidad

muy

heterogénea, vasta y complicada, en la que era prácticamente imposible discernir o separar aquellos, dado que su influencia se ejerció en general de manera combinada, traslapada o fusionada y así, bajo esa textura, fue como movilizó a los diferentes sectores.

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Con todo, podemos esquemáticamente representarlos del siguiente modo, sin que su ordenamiento signifique, necesariamente, de mayor a menor importancia.

Factores que dieron lugar al movimiento popular poblano

Factores Locales

Factores Nacionales

Oprobio del cacicazgo de los Ávila Camacho

Crisis y descenso en los niveles de vida de las masas trabajadoras

Cambios en el patrón de acumulación de capital

Cerrazón del sistema político a la pluralidad

Deseo de conseguir la autonomía universitaria Emigración del campo a la ciudad y desempleo

Corporativismo y control de los trabajadores Menosprecio del gobierno a la educación superior

Corporativismo y control sindical a la clase obrera Existencia y activación de la memoria obrera Necesidad de responder agresiones de la derecha (del Fúa, delYunque, etc.)

Existencia de una memoria emancipatoria obrera y popular Agotamiento del nacionalismo como fuente de consenso Necesidad de exigir libertades de reunión, manifestación y expresión

Cuadro No. 15. Elaboración propia con base en informaciones tomadas de Cortés (1981); Flores (1981), García Amero (1986); Lara y Parra (2000); Ornelas (1996); Sotelo (1984); Yánez (2000), y Zermeño (1998)

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IV.2.- La lucha desde el interior del Consejo Universitario En todos

los

movimientos

sociales

entran

a escena

diversas

subjetividades cuyos propósitos varían entre exigencias de carácter general -como las de igualdad, libertad, justicia, etc.-, y demandas muy concretas que tienen que ver con luchas específicas por el control de algunos espacios o instancias que consideran vitales, bien para mejorar su posicionamiento político y prepararse para “la toma del poder”,51 o bien simplemente para hacer que la relación de fuerzas les favorezca y puedan, a partir de ahí, tomar decisiones y dedicarse a construir lo que anhelan, dentro de la coyuntura. Para entender su trama -que por lo común es muy complicada-, se hace necesario que en el análisis tengamos presente el o los conceptos centrales alrededor de los cuales gira no sólo la explicación, sino el propio movimiento de tales subjetividades. Así, por ejemplo, se ha podido observar que con frecuencia los conceptos de poder y de cultura (este último sugerido por Touraine, 1997: 99) son los motores que impulsan y dan sentido a la lucha política. Sin embargo, para comprender la mecánica bajo la cual operan, requieren de algunos referentes explicativos que teóricamente están vinculados a ellos y que en realidad son, en sentido estricto, las subjetividades de las que hablamos; nos referimos, v. gr., al papel de los líderes, al de la élite económica, al de las instituciones, y al de las masas, entre otras muchas (Dieterich, 2004: 1). Para el caso de la UAP, resulta importante analizar al Consejo Universitario, por su extraordinario papel desempeñado como subjetividad colectiva, a lo largo de todo el movimiento. En efecto, a partir de que fue elevado a la categoría de máxima autoridad colegiada de la casa de estudios, el Consejo Universitario se convirtió 51

Es pertinente observar que en las organizaciones de izquierda e incluso en los movimientos revolucionarios del siglo XX, esta idea de la toma del poder era lo medular en sus programas. Así, por ejemplo, el PCM concluía de su XVI Congreso de 1973 que: “Es misión histórica de la clase obrera la conquista del poder político”;( …) “el proletariado tiene un programa que expresa la vía de la toma del poder”, y “el PCM aspira a constituirse en vanguardia del proletariado bajo los principios del marxismoleninismo”. (Programa del PCM, 1973: 9-10)

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en la instancia estratégica más codiciada de todos los grupos que ahí se confrontaban, esto es, Fúas, Carolinos, Sociedades de Alumnos, Federación de Estudiantes Poblanos, Comités de Lucha, FEP-PST, Partido Comunista, Partido Revolucionario de los Trabajadores, etc.. La razón política de esto es que, desde la perspectiva formal, ese era, si no el único, el más importante espacio dentro del cual se podían discutir y, en su caso, acordar y legitimar –sobre todo legitimar- las decisiones que aquellos mismos grupos tomaban, muchas veces en lo particular y con bastante antelación a las sesiones del propio Consejo. Estratégicamente esto era muy importante porque desde ahí se podía influir en los puntos de vista y posturas que sobre los diversos asuntos asumían los profesores y alumnos de las escuelas, institutos y dependencias de la institución. Esto, sin embargo, no era novedoso. Ya el Consejo de Honor, cuando era la máxima autoridad de la UAP, lo había intentado hacer nombrando, en compatibilidad con sus filias ideológico políticas, a los nuevos directores de las escuelas y Facultades, buscando por esa vía asegurar no sólo la reproducción y cumplimiento exactos de sus acuerdos y decisiones (incluso extra universitarias), sino también su extensión y control hacia toda la parte baja de la pirámide institucional. Cabe acotar, por cierto, que aunque el Consejo de Honor, en su corta existencia, fue un órgano institucional donde se tomaban decisiones importantes para la vida universitaria, por el sólo hecho de que por ley correspondiera al gobernador del estado designar a sus representantes, su autonomía quedaba prácticamente anulada de manera automática, pues como hemos visto, el círculo del control oficial se cerraba con la existencia y operación de un patronato universitario, cuyos integrantes provenían de las filas más influyentes de la burguesía local y, por consecuencia, sus intereses políticos e ideológicos eran los que se imponían al interior de la universidad. Estaba

claro

entonces

que

en

estas

estructuras

piramidales,

directamente controladas por el gobierno estatal, el movimiento de masas no

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tenía otra opción más que luchar por su desaparición. La sola posibilidad de plantearse penetrarlas e influir en su democratización era una contradicción, ya que la razón del activismo estudiantil residía justamente en su impugnación, buscando construir en el lugar de aquellas nuevas estructuras que reflejaran el sentir, la opinión y los acuerdos de las asambleas estudiantiles, de las academias y de los comités de base de toda la comunidad universitaria, más no, y no más, las decisiones de los viejos grupos de poder que tomaban a las diferentes instancias como simples correas de transmisión de lo que ellos acordaban en la cúpula. Esto, además, era otro punto en el cual las concepciones que se tenían sobre los órganos de gobierno y de la institución en su conjunto, eran radicalmente encontradas entre las fuerzas democráticas y los grupos de derecha, pues estos últimos confundían medios y fines, y por tal razón tanto el Consejo de Honor y el Consejo Universitario, como las Direcciones de Escuela eran para ellos, en última instancia, el fin y no los medios a través de los cuales podían, digamos, implementar políticas de desarrollo y modernización, o modelos de democracia para la universidad,

como así, en cambio, lo

planteaban las fuerzas del movimiento de reforma universitaria. En esta parte es también importante destacar, primero, que lo que más cuestionaron los estudiantes liberales y de izquierda, fueron precisamente las formas de dominación autoritaria que se extendían, como ramas de un árbol, desde el gobierno del estado hasta la propia universidad. Y segundo que, en un procedimiento diametralmente opuesto al utilizado por el Consejo de Honor, ya en plena efervescencia del movimiento, eran las academias o las asambleas de los maestros las que proponían las ternas de candidatos para ocupar la dirección de las escuelas correspondientes, y correlativamente, eran también las asambleas de los estudiantes o, en su caso, las de los profesores, las que en forma directa elegían a sus respectivos representantes ante el Consejo Universitario (Pueden consultarse al respecto las Actas del Consejo Universitario de 1973, que describen estos procedimientos en las elecciones que hubo en ese año).

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Pero, en fin, con objeto de reforzar nuestra idea de que el Consejo Universitario se desempeñó como un instrumento colectivo de lucha, cabe traer a colación lo que Touraine (1997: 99) ha discurrido acerca de los movimientos sociales y del Sujeto (con mayúscula). Sobre lo primero, él afirma que “la noción de movimiento social sólo es útil si permite poner en evidencia la existencia de un tipo muy específico de acción colectiva, aquel por el cual una categoría social, siempre particular, pone en cuestión una forma de dominación social, a la vez particular y general, e invoca contra ella valores (y) orientaciones generales de la sociedad…” (pp. 99-100), y, sobre lo segundo, subraya que “el Sujeto sólo se constituye por su lucha” y no por alguna otra cuestión (op. cit., p. 101). De modo pues que, en el marco de estas líneas, se puede asegurar que de acuerdo a como se desempeñó el Consejo Universitario, una vez que sus integrantes, después de muchas discusiones y debates, definieron con claridad el papel y la responsabilidad que, en la lucha por la reforma universitaria, le correspondía asumir, fue sin duda, el espacio institucional más importante de la política universitaria. Esto es, como instancia formal fue la que captó y expresó, mejor que cualquier otra, la voz del movimiento universitario, dando validez y legitimación a las protestas, a las demandas y a las nuevas orientaciones de la comunidad. De cualquier manera, no está por demás aclarar que hasta antes de convertirse en la máxima autoridad de la casa de estudios, es decir, hasta antes de 1963, año en el cual se deroga la ley que otorgaba ese atributo al Consejo de Honor, el Consejo Universitario no se asume en realidad ni como la instancia que centraliza la autoridad, ni tampoco como la que discute y toma las decisiones importantes al interior de la comunidad universitaria, por lo mismo es, hasta ese momento, un órgano que prácticamente se encuentra olvidado por el grueso de los actores políticos, o a lo sumo, se toma como una instancia de mero trámite para que el Consejo de Honor tome las decisiones correspondientes.

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Con la promulgación de la nueva ley universitaria entonces, las funciones de este organismo se vuelven fundamentales, pues ahora corresponde a él, en un marco jurídico distinto, nombrar al rector; discutir, aprobar y supervisar los planes de desarrollo académico-administrativo de la institución; tomar decisiones en materia laboral y cuidar de otros asuntos más relacionados con las actividades sustantivas de la casa de estudios. Todo esto hace que se vaya convirtiendo en la instancia política más importante de la universidad, y por lo mismo en el “objeto del deseo” de todas las fuerzas universitarias, que quieren penetrarlo y controlarlo, y que de hecho, cuando lo intentan, lo convierten en la arena predilecta de las disputas y de los conflictos estratégicos, particularmente en el lapso que va de 1963 a 1972, cuando -en este último año- las corrientes democráticas ganan la votación para nombrar como rector al Quím. Sergio Flores, quien políticamente pertenece a sus filas, más específicamente a las del Partido Comunista. Este momento es realmente un parteaguas en la universidad, ya que, según el análisis de contenido que hemos hecho de las sesiones del Consejo Universitario (véase cuadro, número 16) a partir de ahí se nota un giro cualitativo en la agenda temática que aborda y en la materia práctica que lo ocupa. En lo sucesivo, cada vez en mayor medida -aunque sin descuidar las cuestiones académicas y las iniciativas de trabajo, que son finalmente las más numerosas- discute y atiende los asuntos inherentes a la conflictiva política que enfrentan no sólo la propia universidad como un todo institucional, sino también incluso algunos gremios obreros, sectores populares y campesinos de la región, tal como se muestra en el cuadro citado. Pero, antes de analizar los datos del cuadro en cuestión, cabe aclarar que con el paso del tiempo, es decir, conforme el movimiento popular fue avanzando y la propia universidad y el movimiento universitario hicieron lo mismo, hubo voces que advirtieron que era necesario “plantearse formas más complejas de relación entre el movimiento universitario y la propia universidad y ese movimiento popular (...), pues la universidad no puede hacer lo que es función del movimiento universitario, digamos, el Consejo Universitario no

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puede sustituir las acciones, las iniciativas, las formas de relación que puede tener (por ejemplo), un sindicato universitario con un sindicato de obreros. La universidad como institución debe encontrar otras formas de relación con el movimiento popular” (Vélez, Conferencia dictada en 1980, publicada en 1981: 9). Temas tratados en el consejo universitario, entre 1971 y 1976 Temas Agresiones a la UAP (atentados, homicidios, toma de instalaciones, secuestros, golpizas, etc.) Desconocimiento de autoridades y/o instancias Renuncias a cargo formal Nombramiento de nuevos representantes y/o autoridades Expulsiones, Suspensiones y otras sanciones Organización y trabajos pro reforma universitaria Petición de diálogo a los gobiernos Solicitud y/o realización de auditoría Acciones en defensa de la UAP (manifestaciones, desplegados, etc)

1971

1972

1973 1974

197 1976 Total 5

7

9

4

1

3

1

25

2 7

5 5

2 0

1 2

3 0

0 0

13 14

5

14

10

4

3

3

39

4

3

5

1

6

55

74

11

19

26

11

13

11

91

5 1

4 0

2 0

1 0

1 5

4 0

17 6

0*

4

17

3

6

23

53

Cuadro No. 16 Elaboración propia con base en el análisis de contenido del orden del día de las sesiones del Consejo Universitario, según las correspondientes actas oficiales, de 1971 a 1976. * El cero no significa que en la realidad los universitarios hayan dejado abandonada a su suerte a la institución, sino simplemente que en las actas oficiales no aparecen acuerdos o llamados a defender a la casa de estudios.

El cuantificar y agrupar de esta manera las temáticas que el Consejo Universitario abordó durante los años más conflictivos de la UAP, tiene algunas virtudes que nos permiten, de entrada, extraer algunas conclusiones generales en cuanto a la dinámica y orientación que cobró el movimiento universitario.

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En primer lugar, si atendemos a los números totales se

puede

desprender que a pesar de las agresiones, los asesinatos, los atentados, los secuestros, la toma de edificios, las amenazas y chantajes que los grupos paramilitares, los cuerpos policiacos, los funcionarios del gobierno estatal y los pandilleros hicieron en contra de estudiantes y maestros activistas de la casa de estudios, la cifra que se impone a lo largo de todo el período es la de la organización y el trabajo por la reforma universitaria. Esto quiere decir que hubo un sinnúmero de actividades e iniciativas que respondían a los objetivos inicialmente planteados por la propia R.U., como eran la revisión y renovación de los planes de estudio, la creación de nuevas carreras, la apertura de diversas dependencias e instancias: bibliotecas, centro de

cálculo,

Hospital

Universitario,

nuevas

escuelas

profesionales

y

preparatorias, etc., pero también la organización de los trabajadores académicos y administrativos en dos sindicatos y el aseguramiento de las condiciones laborales mediante contratos colectivos de trabajo, y otros asuntos más (véase cifras en la columna de totales del cuadro anterior). En pocas palabras, la cifra en este rubro revela un esfuerzo y una responsabilidad enormes para reorganizar por completo a la institución, para reorientar sus actividades sustantivas y para poder definirla, cada vez con mayor claridad, como una universidad democrática y popular, no obstante que profesores, estudiantes y autoridades sabían que la viabilidad de ese modelo se encontraba fuertemente limitada por el cerco contextual que imponían las fuerzas de derecha y los gobiernos del estado y federal. Pero también -y quizá era la amenaza más importante, porque siempre está presente como una posibilidad-, era que las masas universitarias descendieran en su nivel de participación, de movilización. Esto último desafortunadamente ocurrió, en efecto, “a partir de 1976, específicamente después de la recuperación del edificio Carolino, (de la derrota) de la tendencia democrática del SUTERM y de la huelga magisterial de noviembre del mismo año” (Contreras, 1978: 31), reflujo que, por lo demás,

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siendo en sí mismo apatía e indiferencia, provocó que las propias masas se alejaran de las instancias -formales e informales-, que ellas mismas habían creado en los momentos de ascenso de su movilización.

Volviendo al tema del Consejo Universitario, hay algo más que a nuestro juicio merece destacarse, ya que la relevancia política que cobra se debe al hecho de que varios de sus miembros, representantes formales de profesores, alumnos y trabajadores administrativos -e incluso algunos directores de escuela-, al mismo tiempo que convocan y reúnen a las academias, o a sus respectivos representados con el fin de darles información, obtener sus puntos de vista y llevar estos, incluso como acuerdos de base, al propio Consejo, son los que movilizan a las masas, los que inducen, los que construyen consensos y los que sacan compromisos de lucha con ellas. De modo pues que, gracias a esta dinámica y pluralidad de posiciones, el máximo órgano colegiado de gobierno, se convierte en la instancia de mayor ascendencia política en toda la comunidad universitaria. En tal sentido es que le denominamos “subjetividad colectiva”.

Cabe destacar entonces, porque así lo merece el hecho, que es por estos dirigentes que el Consejo Universitario formula desplegados; encabeza marchas; exige libertad a estudiantes y profesores presos52; busca solidaridad para su causa en sectores populares, sindicatos y universidades; lucha por el incremento de subsidio y la entrega oportuna de éste; emplaza a las autoridades judiciales y políticas para que investiguen los crímenes en contra de universitarios y castiguen a los culpables; solicita la destitución del gobernador Bautista O’Farril, declarándolo previamente como hijo indigno de la casa de estudios (p. 32, Actas del Consejo 1973-1974), y, entre otras muchas actividades y decisiones políticas, aprueba, en 1973, las líneas que definen el

52

La mecánica del asunto era en general como la siguiente: Se realiza una asamblea de estudiantes y profesores en la Escuela Preparatoria diurna Benito Juárez y se acuerda que el Director Pedro Guevara González plantee en el Consejo Universitario la necesidad de que éste se pronuncie por la liberación de los estudiantes presos. Este lo hace así y “POR UNANIMIDAD DE VOTOS se acuerda, 1ro., La publicación de un desplegado en el que el Consejo en pleno, exija la libertad inmediata de los estudiantes presos” (Actas del Consejo, 1973-1974: 15), UAP, 1984.

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perfil de lo que consideran debe ser la universidad popular (Actas del Consejo Universitario, 1973-1974). Por estos dirigentes y activistas se establece también que la casa estudios, “para distinguirla de la universidad burguesa y sacarla del ostracismo” (Sesión del 3 de mayo de 1973, Actas del Consejo, 1973-1974, p. 35), debe mantener una estrecha vinculación con el pueblo mediante el conocimiento “in situ” de los problemas y necesidades de éste, y “debe ser -además- una fuente constante de politización popular (cursivas nuestras) y un centro de cultura del pueblo

mexicano”

(Consejo

Universitario,

Actas

1973-1974,

sesión

extraordinaria del 3 de mayo de 1973, p. 37).

En entrevista concedida a la Revista “Crítica”, y haciendo un balance sobre las últimas movilizaciones por incremento de subsidio, Rivera Terrazas destaca la participación de las masas universitarias a través de dos instancias: sus sindicatos y el Consejo Universitario; sin embargo, dice, “todo el mundo tuvo una participación que permitió llevar adelante un movimiento congruente, sólido, fuerte, que trajo como resultado un importante incremento de subsidio. Creo que fue un éxito, una lección que debemos aprender” (Rivera, 1983: 74).

En conclusión, se puede decir que el Consejo Universitario, aunque no fue la única instancia de la toda la estructura de gobierno de la UAP que se destacó por la participación política de sus miembros –también lo fueron, por ejemplo, el Departamento de Extensión y Difusión de la Cultura, el Servicio Social, etc.-, sí tuvo una influencia decisiva en la lucha por la reforma universitaria, pero no sólo porque legitimó las acciones de las masas estudiantiles y magisteriales, sino también porque sobre ellas adquirió una extraordinaria autoridad moral y política, abriéndose así mismo a un proceso muy fluido de comunicación y de intercambios que convirtió a aquellas en la piedra angular de sus acciones y alcances.

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IV.3.- Las masas estudiantiles, su emergencia, demandas, y potencialidad política “Que vivan los estudiantes, Jardín de nuestra alegría. Son aves que no se asustan de animal, ni policía. Y no les asustan las balas, ni el ladrar de la jauría, caramba, samba la cosa, Viva la sabiduría” (Canción de los años setenta)

Condiciones de su emergencia La constante movilización que los jóvenes poblanos sostuvieron, desde finales de los años cincuenta hasta mediados de los setenta, forma parte de la gran ola mundial de movimientos estudiantiles que estallaron en Europa, Asia, América Latina, e incluso el Continente Africano. Su carácter local no le impide, sin embargo, que, guardando las proporciones, lo podamos colocar al lado de otros que tuvieron un impacto más vistoso en sus respectivas formaciones sociales. Todos estos movimientos confirman la idea de que “la década de los sesenta, strictus sensu, ni son diez años ni empieza en 1960, ni tampoco termina en 1970, (como se ha creído comúnmente, sino que más bien) es un ámbito temporal prioritario que identifica el sentido de un conjunto de eventos acaecidos en el tiempo, que forman una unidad de acciones políticas y sociales interconectadas, que produce una tendencia y (que) construye y da significado cultural e identidad a (toda) una época” (Pozas H., 2001: 77). Nos parece pues, que no sería una exageración si sostenemos que, en la dimensión local, el movimiento estudiantil de Puebla es exactamente un parteaguas que marca con mucha claridad el antes de la época caciquil autoritaria, y el después de “la modernización política”, la cual, desde la casa de estudios, se induce sobre todo en las zonas metropolitanas de la entidad, tanto al interior del sistema político oficial, como en las organizaciones sindicales y populares -en muchas ocasiones, por cierto, con la anuencia del gobierno federal-.

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Cabe aclarar, por cierto que, aunque a la altura de 1976, el PCM regional Puebla-Tlaxcala, en su primer Congreso, sostenía que “en esta fase, a diferencia de la anterior, comienzan a afirmarse las tendencias ‘reformistas’ del gobierno estatal”, y éste “se percata de que es mejor administrar la cosa pública contando con el consenso y la aceptación ciudadana que hacerlo a través de un estilo autoritario y despótico...” (en Sotelo, s/f, p. 17), la opinión del propio Sotelo es que, “el gobierno estatal no aplica un trato político homogéneo a los diversos problemas sociales de la entidad. Así, por ejemplo, mientras que en las zonas urbanas –particularmente en la ciudad de Puebla- pone el acento en la negociación y la conciliación, en el campo continúa recurriendo a la represión (Sotelo, s/f, p. 19). Otras razones que pueden contribuir a una mejor ponderación del movimiento estudiantil poblano consisten en que, ya desde su arranque traía larvada no sólo una cultura de rebelión y de crítica contra el orden establecido53 y sus formas de dominación –cultura y actitud que pudo mantener en alto durante

quince

años

consecutivos-,

sino

también

una

sensibilidad política hacia los problemas que padecía la

extraordinaria sociedad -en

particular, los sectores mayoritarios de ésta-, y una convicción profunda de que era necesario trabajar por la democratización del sistema político y por fundar nuevas relaciones sociales. Debido a estos atributos, pero sobre todo al de la sensibilidad política, el PCM hacía una caracterización –que nosotros

compartimos-

de los

estudiantes. Decía: “a pesar de que no son una clase, (sino un sector de composición plural, ellos) expresan el desarrollo de la lucha de clases de la sociedad en su conjunto… (aunque) su participación en la lucha depende de la actividad revolucionaria que se realice en su seno, ya que no obstante su posición democrática, están ligados por muchos hilos con la burguesía, con los profesionistas, con los funcionarios y burócratas, con la pequeña burguesía urbana y con algunos grupos del campesinado, (a diferencia de) su relación con la clase obrera, (que) se establece más por su destino como técnicos y 53

Aquí debemos recordar las luchas que desde 1934 algunos grupos de estudiantes dieron para transformar el Colegio del Estado en Universidad y sus objetivos de alcanzar la libertad y la justicia social a través socialismo (véase Capítulo IV.1 de esta tesis)

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profesionistas vinculados al aparato productivo, que por su origen” (PCM, 1982: 45-46). Así pues, tenemos que no obstante su composición plural, los estudiantes, después de los movimientos de 1961, 1964 y 1968, fueron percibidos como el grupo más sensible a la concientización y a la participación políticas, y por ello, o con base en esa creencia, gran parte de la izquierda llegó a privilegiar a las universidades y centros de educación superior como los lugares donde había que desarrollar el trabajo político. Por ello se dio a la tarea de formar círculos de estudio, organismos culturales, células políticas, “academias paralelas” y clubes variopinto, porque a través de ellos se tenía que formar a los cuadros que necesitaba la revolución proletaria; cuadros que, por cierto, no sólo debían de planear

y promover

las asambleas, las

manifestaciones, mítines y otras actividades, sino también, incluso antes que eso, estar teóricamente preparados para analizar e interpretar la situación política que iba viviendo el país. Pero aquí, después de todo esto, cabe la pregunta de por qué, si el sector estudiantil no era la clase obrera, la izquierda se empeñó en organizarlo y formarlo para los asuntos de la revolución. Todavía más, ¿por qué si no era el sector por excelencia generador de plusvalía ni, en consecuencia, el más explotado, en los hechos fue el más receptivo al discurso revolucionario, el que más conciencias agitó, el que denunció con más intensidad y frecuencia la situación y problemas de las clases populares, el que “puso en crisis a todo un modo de gobernar y a la política oficial, (y el que por su tenacidad) la universidad (de Puebla) se convirtió en una institución con autoridad para criticar y participar en la solución de los problemas populares” (Ortega M., 1980b: 12), y, finalmente, el que por su activismo e iniciativas logró constituirse en el corazón mismo del sujeto político regional?.

Todo ello nos obliga a hacer algunas aclaraciones. Primera, en sentido estricto, la universidad no fue nunca el eje articulador del movimiento, sino sólo el espacio que permitió a los actores políticos –esto es, a sus estudiantes, maestros y empleados, en ese riguroso orden de importancia- articular sus

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demandas y organizarse para luchar por ellas. Es decir, la universidad como institución, o como estructura educativa no fue nunca, ni podía haberlo sido, el sujeto político local. No podía simplemente suplantar las actividades propias de un partido político.

Segunda, lo fue, en cambio, y en sentido estricto, el estudiantado rebelde, toda vez que al asumirse como actor, lo hizo al mismo tiempo, literalmente, como fuerza y como movimiento, y en esa calidad, esto es, como sujeto colectivo, siempre necesariamente en lucha, potenció “otra realidad posible” (Charry y Calvillo, 2000: 4) que luego –esta misma realidad- se empezaría a configurar, y finalmente a expresar con toda nitidez, en el modelo alternativo de universidad democrática que, tanto las autoridades como los dirigentes del movimiento pudieron implementar gracias al respaldo de la masa estudiantil, precisamente. Cuando decimos que los actores pudieron “articular sus demandas” no nos referimos en exclusiva, o restringidamente al sector estudiantil, sino a un denso caudal de personas que se movía al interior de la ciudad de Puebla y que iba desde padres de familia, taxistas, campesinos y maestros, hasta vendedores ambulantes, locatarios y simples transeúntes que evidentemente compartían los motivos y las demandas centrales de “los

muchachos

Carolinos”, y por eso, con la convicción del padre que defiende a su hijo, o simplemente por contagio psicológico al estar en muchedumbre (Le Bon, 1983) participaron de su lado en las escaramuzas y zacapelas callejeras que con frecuencia tenían aquellos contra las fuerzas del orden y contra los grupos de choque de la derecha, esto es, Fúas, Yunques, etc. Al hablar del alto grado de sensibilidad que tenían los estudiantes a los problemas de las clases explotadas de la entidad, reconocemos que nos referimos a un asunto muy complejo, que tiene que ver, entre otras cosas, con el fenómeno de la percepción social, que en épocas de lucha política, se da de manera recíproca entre el sector estudiantil y los grupos subalternos; es decir, que no está exento de intereses de clase ni tampoco de connotaciones

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valorativas, sino que, por el contrario, mediada por ellas, las partes esperan apoyo solidario.

Por ese mismo proceso de construcción política compartido, los campesinos, los choferes, los padres de familia y otros grupos acudían a las asambleas de las escuelas, o a las reuniones de los Comités de Lucha, pero también y en reciprocidad con ellos, los estudiantes frecuentemente, en actitud solidaria, los acompañaban a sus lugares de origen, pues ellos más que nadie estaban convencidos de que el éxito de la reforma universitaria debería cifrarse “en la vinculación orgánica con el movimiento democrático de la región, a fin de fortalecer su carácter revolucionario y (de) contribuir, desde su propia perspectiva, a la superación de las carencias que hoy mantienen los grandes sectores urbanos y rurales” (Rivera, 1983: 46) Con base en estas premisas de una percepción compartida y de una apreciación coincidente de que “es tiempo de alzar las voces”, uno

puede

explicarse por qué, en convergencia de tiempos con el movimiento universitario, los sectores populares decidieron protestar, protagonizar sus propias acciones y constituir, al igual que lo hacían los estudiantes, sus organismos de lucha, analizar las demandas comunes e impugnar juntos, en una primera etapa, el cacicazgo político de los Ávila Camacho y, en una segunda fase, contribuir al fortalecimiento de ese espacio democrático por excelencia que fue la universidad para, finalmente, apoyar sus reivindicaciones particulares en la fuerza que habían acuñado los estudiantes; situación que, por lo demás, no debe extrañarnos, toda vez que el grueso de los matriculados en la UAP de aquellos años era de extracción popular, de ahí que estos no escatimaran esfuerzos para apoyar las demandas del pueblo. En tal sentido, tienen razón los analistas y participantes del aquel movimiento cuando afirman que la unidad de este y “la universidad misma con los problemas, las aspiraciones y las luchas del pueblo trabajador constituye el elemento fundamental para entender lo que ha sucedido (en ella) y en la sociedad poblana a partir de 1961” (Vélez, 1978: 86).

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Las demandas del movimiento estudiantil Hemos afirmado arriba que a pesar de su composición heterogénea, el movimiento estudiantil reflejaba el nivel de la lucha de clases de toda la sociedad poblana. Ello es una gran verdad, pero nos parece que merece matizarse o esclarecerse mejor, a partir de un análisis que necesitamos hacer de las principales demandas enarboladas y que, a nuestro juicio, cumplieron una función de puente entre los sectores populares y el estudiantil, sobre todo en lo relativo a la motivación que suscitaron para llevar a cabo las grandes movilizaciones conjuntas y para idear formas de organización y de lucha novedosas y más efectivas.

En la tabla que a continuación presentamos se aprecian las principales demandas, consignas, e incluso logros que, en cada etapa, esgrimió el movimiento estudiantil popular. Puede notarse, por ejemplo, que algunas de ellas fueron de carácter temporal y que, por tanto, al ser solucionadas o alcanzadas no figuraron más en las siguientes etapas; en tanto que otras tuvieron un carácter más duradero y, por lo mismo, aparecen a lo largo de todo el período. Es digno de hacer notar, sin embargo, aunque parezca paradójico, que algunas de estas consignas temporales son las que más contenido movilizatorio –valga la expresión- tenían, pues sintetizaban un profundo sentimiento popular en contra del orden social y de sus representantes en el gobierno. Es decir, que eran consignan con alto contenido emancipatorio y, por ende, con mucho poder de convocatoria. Los casos más connotados al respecto fueron la exigencia de renuncia al cargo de gobernador, primero del General Nava Castillo, en 1964,

y

posteriormente de Bautista O’Farril, en 1973. Cabría subrayar, no obstante, que las renuncias de estos personajes únicamente podían darse –y de hecho por eso dieron- como producto de toda la presión popular y no sólo por la de los universitarios. A estos, en todo caso, les asiste el mérito de haber lanzado primero la consigna y luego de haber aglutinado a la población en un movimiento que fue in crecendo hasta el punto de lograr aquellos objetivos.

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En la tabla de referencia puede verse también que, a escala universitaria, hubo demandas parecidas a estas, con carácter temporal, cuyo objetivo fue la renuncia de algunos rectores que personificaban el poder y la arbitrariedad54. Y en el mismo sentido que argumentamos arriba, el que finalmente estos hayan sido cesados en sus funciones fue debido a la presión ejercida por las masas estudiantiles, más no por la acción de algún grupo en particular. Otra cuestión importante a observar es que, de todas las demandas planteadas, la de la Reforma Universitaria es la única que atraviesa todo el período de los veinte años, y llama la atención que, en cada etapa de ascenso del movimiento, aparece o reaparece cada vez con más fuerza porque se trata justamente de un proceso siempre inacabado, o dicho de otra manera, en permanente construcción, y porque además, implica aspectos subyacentes con profundo significado político que se relacionan, entre otras cosas, con una administración universitaria sin injerencias externas, con un autogobierno o autogestión que de suyo supone exigencias al Estado para que respete la autonomía de la casa de estudios y, además, de cumplimiento irrestricto a sus obligaciones Constitucionales en relación a la entrega del subsidio y de otros recursos a la universidad pública. Esa idea de luchar por la R.U. fue entonces la única de largo aliento que pudo atraer -por sus aspectos políticos implícitos de abatir, por ejemplo, el autoritarismo y de abrir paso a la democracia en todos los órdenes de la institución y de la sociedad-, a los grandes núcleos de la población que padecían el mismo mal en sus respectivos lugares. En seguida ofrecemos un cuadro donde se anotan todas las demandas, consignas y logros que, en cada uno de los años comprendidos entre 1961 y 1976, el movimiento estudiantil poblano enarboló.

54

El licenciado Armando Guerra Fernández, en 1961; el médico José Garibay, en 1967, y el abogado Ignacio Flores Rojas, en 1971, son los casos más ilustrativos al respecto (ver Vélez, 1978: 43).

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Año Antes de 1961

1961

1963 1964

1965

1966 1968-69

1970-19 73

1974-19 76

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Demandas, motivos y logros del movimiento estudiantil Demandas, consignas y logros -Apoyo a la revolución cubana -Respeto al Artículo 3ro. Constitucional -Defensa del Pensamiento Laico -Modernización de la vida académica en la UAP -Solidaridad con lucha de ferrocarrileros -Repudio a la invasión Estadounidense a Cuba -Renovación total del Consejo Universitario -Por una reforma universitaria -Desaparición del FUA y expulsión a sus líderes de la UAP -Formulación de una nueva ley orgánica para la UAP -Destitución de catedráticos agentes del Opus Dei -Creación de Radio UAP -La actualización de los planes de estudio -Respeto a la Constitución de la República -Por la identificación plena con las demandas del pueblo -Una enseñanza Laica -Creación de Bibliotecas especializadas -Reivindicación del contenido del movimiento de Córdoba, Arg. -Intercambio con otras universidades -Derogación de la Ley Orgánica y aprobación de una nueva -Echar abajo el decreto ley sobre la pasteurización de la leche -Indemnización justa a los afectados por embovedamiento Río Sn. Fco. - Consignación a responsables de agresión a estudiantes y campesinos -La destitución del gobernador Nava Castillo -Por la libertad de presos políticos, universitarios y no universitarios -Por la conformación de una Cooperativa Pasteurizadora -Por la construcción de Ciudad Universitaria -Mayores prestaciones a choferes taxistas -Respeto a la autonomía universitaria -Creación de las escuelas de Filosofía y Letras, Psicología, Economía, Música y el Departamento Editorial -Se coloca la primera piedra de Ciudad Universitaria -Renuncia el rector Lara y Parra y se nombra a José Garibay -La renuncia del rector Garibay, para nombrar una Junta Administrativa -Dar solidaridad al Consejo Nacional de Huelga -Difundir las demandas de los estudiantes de México -Que el gobierno cubra deuda de la UAP e incremente el subsidio -Ampliar el nivel de ingreso de estudiantes preparatorianos - Movimiento de rechazados a la UAP y creación de la Preparatoria Popular -Se logra la desaparición de la Junta Administrativa - Se logra el reconocimiento oficial de la preparatoria popular - Se logra mayoría en el Consejo Universitario y se nombra de rector al Quím. Sergio Flores -El hospital civil pasa a la UAP como hospital universitario -Se exige al gobierno que dé trato político y no policiaco al movimiento. -La población se moviliza contra el aumento en las tarifas del agua -Se crea el Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular (FOCEP) -Se lucha por doblegar la alianza gobierno-grupos de ultraderecha -Se exige y se logra la caída del gobernador Gonzalo Bautista O’Farril -Se establecen negociaciones con el nuevo mandatario estatal -Se formula y se da a conocer el Programa de Reforma Universitaria -Se realizan elecciones democráticas para nombrar rector

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-Se profundiza la construcción de la universidad democrática -Se recibe el edificio Carolino después de su toma violenta por las fuerzas del FEPPST Cuadro No. 17. Elaboración propia, con base en información de Aguilar Mora (2002); Contreras (1978);Dávila (2003); Gatica (2002); Gómez (1998); Lara y Parra (2000); Márquez (1988); (Ortega (1980); Rivera T. (1983); Vélez (1981), y (Yánez (2000).

Otro aspecto que debe quedar claro es que, hablar de las demandas del movimiento universitario no equivale a hablar del programa revolucionario de la izquierda o de algún partido político. Las demandas son muy específicas y pueden estar o no contempladas en el programa del partido. Eso depende de éste o, en su caso, del grupo u organización revolucionaria que esté detrás del movimiento. Su no inclusión en un programa, o simplemente ignorarlas puede llegar a ser, en un momento dado, una limitante al desarrollo del movimiento por parte de la organización revolucionaria, sobre todo cuando aquél está en pleno proceso de potenciación de otras realidades posibles, como hemos referido arriba. Por ejemplo, el caso ocurrido en 1964, cuando el partido comunista mexicano califica al movimiento de masas como producto de una pugna interburguesa, y por lo mismo no incluye las demandas de este en el “programa de la revolución socialista”, es una prueba fehaciente de lo limitante que puede resultar un programa preconcebido55. Por otro lado, si bien el estudiantado poblano se movilizó por demandas que en apariencia sólo eran de incumbencia universitaria, como la modernización de la enseñanza, la ampliación de la matrícula estudiantil, la defensa de la autonomía, la apertura de nuevas carreras, etc., el fondo es que el grueso de las reivindicaciones que levantó eran de alto contenido popular, lo cual, en una primera aproximación, nos permite afirmar que la universidad no se podía concebir como un ente ajeno a la sociedad; que, por el contrario, debía ser vista como lo que es: una parte importante de la realidad y, por tanto, una caja de resonancia de los problemas, las necesidades y la lucha del pueblo trabajador. 55

“En el Partido Comunista Mexicano, ligado al movimiento desde su reducido número de militantes, se desarrolla después un proceso importante de construcción y acrecentamiento de sus filas, a pesar de que la posición inicial de la dirección nacional había sido de repudio hacia este movimiento por considerarlo dirigido por fuerzas reaccionarias y no representativo de otra cosa que de la lucha interna en el seno del aparato gobernante” (Ortega M., 1980 a: 12)

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Eso explica por qué entonces algunas de las demandas de los estudiantes cumplían fielmente su función de puente entre estos y los sectores populares. Por ejemplo, cuando los Comités de Lucha, en 1969, lanzaron la consigna de ampliar el ingreso de los estudiantes preparatorianos a la UAP y de crear una nueva preparatoria para dar cabida a los rechazados, los padres de familia y los propios estudiantes inscritos recibieron bien la alternativa, de tal manera que todos pudieron emprender una amplia campaña de acciones que culminó exitosamente el 27 de agosto de 1970, cuando el Consejo Universitario dio reconocimiento oficial a la preparatoria popular. Esto es muy importante porque los miembros del Consejo, una vez politizados y convencidos de que junto al pueblo podían lograr objetivos, más tarde “participarían activamente, al lado de diversas organizaciones populares que recorrían los comités de lucha para la solución de sus problemas, en numerosos actos: manifestaciones en contra de la carestía de la vida, manifestaciones por el aumento de subsidio a la UAP, defensa de los vendedores ambulantes, protesta de las colonias populares por la implantación de medidores de agua, etcétera” (Ortega, 1980b: 19). Ni duda cabe entonces que en todo esto había una extraordinaria fusión de intereses entre universitarios y sectores populares. Llegados a este nivel ya ni siquiera era necesario pensar en “demandas puente”; todo lo que afectaba a las clases subalternas en lucha, afectaba también a los universitarios. Aún más, si en el cuadro anterior se observa de conjunto el tipo de demandas que enarbolaron los universitarios (nos referimos, por supuesto a todos los estudiantes, profesores y autoridades que estuvieron en la lucha), puede concluirse que, en realidad, en ninguna de las etapas las consignas fueron exclusivamente universitarias, sino que, por el contrario, siempre hubo una o varias que sirvieron de medio para estrechar los vínculos entre el sector estudiantil y el popular; digamos, por ejemplo: a) la solidaridad hacia el movimiento ferrocarrilero de 1958-59, debido al hecho de que su lucha tenía como objetivo la democratización de sus

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instancias de representación, y que era algo que los universitarios compartían de manera profunda; b) la exigencia de renuncia del General Antonio Nava Castillo como gobernador del estado, en 1964, y de su homólogo en 1973, Gonzalo Bautista O’Farril; exigencia que también se había generalizado entre la población; c) hacer propio el programa del Consejo Nacional de Huelga, incluyendo las demandas de libertad a los presos políticos y la derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal (que tipificaban el delito de disolución social), en 1968, y que era obviamente una cuestión que rebasaba con mucho al sector estudiantil; d) la ampliación de la matrícula estudiantil en la UAP desde 1969 que, de igual modo, era una demanda que emanaba de los sectores populares; etc. En gran medida todo este asunto de las reivindicaciones explica porqué la UAP llegó a convertirse, al final de cuentas, en el espacio propicio de articulación de la gran variedad de

demandas que tenía el movimiento

popular. La razón es que, en un régimen caciquil-autoritario, como el que padeció Puebla –por lo menos, de manera evidente, desde 1937 hasta 1973- “todos los caminos conducen a Roma”, esto es, a la lucha por la democratización.

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IV.4.- Sindicatos Universitarios y Movimiento Popular

No podríamos tener una visión completa del movimiento universitario si dejamos de lado la organización y la actividad de los trabajadores académicos y administrativos de la casa de estudios. Ellos, a partir de que se dan a la tarea de fundar sus respectivos sindicatos, desempeñan un papel fundamental -incluso en un momento dado como relevo del sector estudiantil-, en la movilización de las masas para llevar adelante la Reforma Universitaria, o, como hemos venido diciendo, para abrir nuevas etapas a la lucha de clases en la entidad.

Pero, vale aclarar de entrada que, estos sindicatos se crean en pleno proceso de consolidación de la reforma universitaria y no antes. Esto es, el de administrativos (SUTUAP) se constituye el 11 de diciembre de 1974; el de académicos (STAUAP) lo hace el 19 de abril de 1975 (Ortega M., 1978: 16), y el SUNTUAP, que es resultado de la fusión de los dos primeros, aparece mucho más tarde (en el mes de octubre de 1980); lo que quiere decir que en realidad ninguno de ellos, como organización –aunque sí cada uno de sus miembros como individuos- impulsó, participó o dirigió el movimiento de cambios que sufrió la universidad en sus años de crisis con los gobiernos locales. Su existencia pues es más bien producto y no factor de la Reforma Universitaria. Es decir que, por lo menos los dos primeros, se larvan “al calor del movimiento que desarrollaron conjuntamente empleados, profesores y estudiantes en contra de las autoridades despóticas (de la UAP)”, (Ortega, 1978: 31); pero que una vez conformados -sobre todo el de académicos, que debido a las ventajas que derivaban de la profesión de estos y de su permanente contacto con los estudiantes, pudieron desarrollar un buen nivel ideológico-político para superar el gremialismo y el localismo-, muchas de las

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acciones e iniciativas que tuvo el movimiento universitario corrieron a cargo de ellos. Ahora bien, la pregunta que se impone es la de cuál fue realmente el impacto o el papel que estos dos sindicatos tuvieron en el proceso de reforma universitaria. Nos parece que al respecto una apreciación correcta es la del Ing. Rivera Terrazas cuando afirma que la importancia de ellos radica en que “los principios de estas organizaciones coinciden globalmente con el proyecto de institución democrática y crítica, donde se auspicia el cambio de conducta de los universitarios, tanto para con la propia universidad, como para con la sociedad” (Rivera Terrazas, 1983: 24). El “cambio de conducta” al que alude el ingeniero se refiere, por supuesto, al hecho de que los sindicalistas universitarios luchaban por inculcar una nueva visión del mundo laboral y política, y por tanto, una cultura predominantemente compuesta de patrones conductuales de tipo democrático, en principio al seno de sí mismos, pero también, y según la fuerza que cada uno alcanzaron a desarrollar, en el ámbito sindical extra universitario, mediante el ejemplo práctico de la solidaridad física, el apoyo financiero, la discusión ideológica y las asesorías legal y política, a sindicatos y a grupos sindicales hermanos que combatían al charrismo y al control corporativo que el aparato de Estado ejercía sobre ellos.

La democratización interna, esto es, la lucha contra el verticalismo, el burocratismo y la evasión de responsabilidades, era una tarea obligada que había que dar cotidianamente, para estar en compatibilidad con la reforma universitaria, o más bien, para acentuar el proceso de influencia recíproca entre la democracia sindical y la democracia universitaria en general, que obviamente una y otra estaban íntimamente ligadas entre sí (ver Contreras, 1978: 37), y ambas, a su vez, con la lucha popular en la región.

Y, en efecto, los esfuerzos al respecto no faltaron, pues, por ejemplo, cuando en 1981 se realiza el Primer Congreso Ordinario del SUNTUAP, se “mandató a sus miembros y a diversas instancias orgánicas para que se

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promoviese la creación de un Foro, que permitiera a los universitarios abordar unitariamente la discusión del balance y las tareas del proceso de Reforma Universitaria … (Con base en eso) el Consejo Sindical de Delegados convocó a una reunión amplia de las organizaciones y personas interesadas en participar en tales discusiones… En ella se establecieron claramente los objetivos y la forma en que nuestro sindicato se incorporaría a los trabajos correspondientes y a lo que más tarde sería la Coordinadora Unitaria del Movimiento de Reforma Universitaria” (SUNTUAP, 1981: 404). Los objetivos que destacaban eran, por un lado, “difundir y discutir los diversos planteamientos sobre los avances de la Reforma Universitaria”, y por otro, “revitalizar la solidaridad del movimiento universitario poblano para con las fuerzas democráticas de otros centros de educación superior y de la región, así como desarrollar la lucha que año con año realiza la UAP por incremento de subsidio” (SUNTUAP, ibid p. 404). Con tales planteamientos quedaba claro entonces que el sindicalismo universitario rebasa con mucho sus intereses gremiales, pues asumía un compromiso profundo de luchar por demandas que, desde el punto de vista formal, únicamente competían a la institución, pero aparte, más que sumarse al proceso de reforma universitaria, lo tomaba como un asunto de su propia responsabilidad.

Otro de los grandes méritos del sindicalismo universitario poblano consistió en que, al contribuir activamente a la constitución del Sindicato Único Nacional

de

Trabajadores

Universitarios

(SUNTU)

–cuya

fecha

de

alumbramiento fue el 12 de octubre de 1979-, de facto se ganó la solidaridad de organizaciones nacionales para la UAP, hecho con el cual ésta dejó de ser un asunto meramente local, como asimismo lo dejó de ser también la lucha del sindicalismo universitario poblano. El esfuerzo de éste por sacar la reforma universitaria de los límites estatales y colocarla como un problema nacional, sobre todo en lo que más les competía a ellos, que eran los derechos laborales, los de sindicalización, de contratación colectiva, de huelga y de estabilidad en el empleo, “consagrados

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(todos) en el Artículo 123 Constitucional, en su núcleo originario, el Apartado ‘A’ y su ley reglamentaria” (Olivos Cuellar, citado en Moreno Botello, 1981: 21), políticamente fue una medida de gran tino porque la discusión no sólo rebasó los marcos universitarios, sino que obligó a todo el aparato estatal, a la ANUIES, al Congreso del Trabajo, al sindicalismo independiente, al Congreso Nacional, etc., a hacer pronunciamientos y a fijar una posición sobre el asunto. Los resultados de la primera fase legislativa sobre autonomía y derechos laborales, dejó un saldo positivo para los trabajadores universitarios. Por primera vez, después de una década de grandes luchas sindicales logramos imponer que se nos reconociese como trabajadores y que las relaciones laborales en las universidades tuviesen como marco general el Apartado ‘A’ del Artículo 123 de la Constitución”, nos dice Moreno Botello (1981: 23), hecho que, a la vez, significó la derrota de la propuesta del entonces rector de la UNAM, Guillermo Soberón, de crear un Apartado “C” al mismo Art. 123, a efecto de que por él se regularan las relaciones laborales de los trabajadores universitarios. Al interior de la UAP, específicamente el 30 de mayo de 1980, el Consejo Universitario acuerda por unanimidad que se dé reconocimiento al SUNTU y a su sección única de Puebla, de tal manera que, bajo ese acogimiento y legitimidad otorgados por el máximo órgano de gobierno de la casa de estudios, y en medio de movilizaciones de maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y de trabajadores académicos y administrativos de otras universidades del país, “aparece, el 9 de junio de 1980, publicado en el Diario Oficial de la Federación el decreto por el cual se adiciona una Fracción VIII al Artículo Tercero Constitucional, mediante el cual se eleva a rango de garantía constitucional la Autonomía Universitaria, y en torno a la labor se plantea que los términos de ingreso, promoción y permanencia de su personal académico se fijarán por las mismas instituciones educativas.

En cuanto a las relaciones laborales, se regirán a través del

Artículo 123 Constitucional y su Apartado ‘A’...” (Pulido, 1981: 32). En apego a esto, el Honorable Consejo Universitario de la UAP, entre finales de 1980 y los primeros meses de 1981, abordará en su agenda de

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199

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discusiones, por un lado, un Reglamento Interior de Trabajo para el sector académico -que fue presentado al mismo por la Comisión Bipartita de Reglamentos-, y el día 4 de diciembre de 1980 lo aprobará en general (Actas del Consejo, 1981: 8); y, por otro, revisará o negociará, también mediante una comisión nombrada ex profeso, el clausulado del Contrato Colectivo de Trabajo que el SUNTUAP había solicitado, previo emplazamiento a huelga que hizo a la universidad ante la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, -recurso que por primera vez en su historia utiliza el sindicato- (Actas del Consejo Universitario, op. cit. 1981, p. 25). Las discusiones, por cierto, se profundizan y toman más tiempo del programado, de tal manera que el SUNTUAP se ve obligado, mediante asamblea general, a tomar la decisión de “prorrogar al día primero de junio la fecha del emplazamiento a huelga (sic)” (Actas, ibid, p. 38). La experiencia de cualquier forma fue importante porque de ella se obtuvo uno de los contratos colectivos de trabajo más avanzado para el personal universitario. La dinámica en la que posteriormente –es decir, después de 1981- entró el SUNTUAP, no compete abordarla en este trabajo; sin embargo, sí es pertinente dejar anotado que a la altura de este año el SUNTUAP es uno de los sindicatos más poderosos de la región Puebla-Tlaxcala, y disfruta de un enorme prestigio político debido a su actitud combativa y solidaria que observa hacia las masas trabajadoras.

Conclusiones del Capítulo Como puede apreciarse de conjunto, el período que va de 1970 a 1973 es uno de los más intensos de la lucha de clases en todo el estado de Puebla. Es también, por ese mismo motivo, definitorio para la demanda central que había ocupado al movimiento desde 1961, a saber: la Reforma Universitaria, y con ella la democratización no sólo de la casa de estudios, sino de las propias estructuras políticas del Estado Poblano.

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La etapa que señalamos comprende la más sanguinaria y profunda ofensiva que concibe la derecha en contra de la universidad. La establece como un blanco al tiro –materialmente lo hace así porque en esa época es cuando asesina a Joel Arriaga, a Enrique Cabrera, a Josafat Tenorio, a Alfonso Calderón y a otros muchos estudiantes- porque, argumenta, que ella se ha convertido en el foco de agitación política más peligroso de la entidad. “Todo el poder del Estado” local se aplica en contra de nuestra casa de estudios y se quiere, por la vía de los tradicionales métodos violentos, someterla nuevamente a control. No obstante, ni estudiantes, ni profesores, de autoridades, ni padres de familia, ni otros sectores que la apoyan, están dispuestos a cederla. Lo que nosotros hemos descrito y analizado aquí, dentro del marco de la confrontación de clases, nos lleva a concluir que la universidad, por el tipo de consignas que enarbolan sus estudiantes y por la solidaridad recibida de, y dada a los sectores populares, se convierte en el espacio –no sólo territorial, sino básicamente político- de confluencia y de coordinación de todos estos actores. En ese sentido es que decimos que el pivote de las luchas, gracias a la existencia de un movimiento estudiantil y de un sindicato activo, es la universidad.

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CAP. V LA LUCHA POR LA HEGEMONÍA ACADÉMICA Y CULTURAL EN LA UAP.

ÍNDICE

pág.

Introducción

203

V.I.- Las demandas a lo largo del movimiento

205

V.2.- Dificultades internas en la lucha por la hegemonía

216

Conclusiones del Capítulo

222

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Introducción Varios son los elementos que nos permiten afirmar que en su desarrollo el movimiento popular poblano pasó por diferentes etapas que van desde su gestación, flujos y reflujos, hasta su declive definitivo. Un primer asunto que llama fuertemente la atención es que en todas sus etapas de ascenso, la presencia que más se hizo sentir fue la de los actores universitarios quienes, sin lugar a dudas, fueron el centro de la solidaridad y del activismo ideológico político que tuvo aquél. Puede notarse también que a lo largo de todo el período que duró el movimiento, de entre sus ascensos y descensos, crestas y valles, los últimos son los que más permitieron que los universitarios miraran hacia adentro de su institución, que repararan en la necesidad de ponderar sus esfuerzos, y calibrar sus posibilidades de llevar adelante el cambio de las estructuras académicas y de gobierno de aquella, lo mismo que cumplir con los demás objetivos de la Reforma Universitaria. En esas etapas de descenso de las movilizaciones fue cuando se diseñó, se discutió y se echó a andar el modelo alternativo. En las fases de flujo, en cambio, debido a que las fuerzas se ocuparon más de organizar la resistencia, no dispusieron del tiempo suficiente para construir aquél. Abatir la universidad de viejo cuño y construir una nueva, como alternativa a aquella, no es una tarea simple, ni un asunto de voluntad. Por el contrario, implica muchas dificultades y contradicciones –internas y externasque es necesario vencer. Se trata de un abanico de aspectos que van desde las resistencias internas de los individuos: hábitos, maneras de pensar, costumbres, actitudes y cultura, hasta fuerzas externas de todo tipo (financieras, jurídicas, ideológicas, etc.) que hace sentir el Estado sobre las masas. Y es que, de acuerdo a

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Gramsci (en Macciocchi, 1980: 153) “cuando la acción (cursivas en el original) de las masas está en oposición con el poder dominante, su conciencia (cursivas en el original), es decir, su propia manera de pensar, sigue marcada por la hegemonía ideológica de las fuerzas políticas adversas, pues las masas han sido educadas (cursivas en el original) no sólo con una mentalidad opuesta a su propios interese fundamentales, sino también a su propia praxis”. Con todo, y es precisamente lo que analizamos en el presente Capítulo, los universitarios lograron diseñar y hacer avanzar un modelo de universidad contra hegemónico, teniendo como bandera y concepción general el programa de Reforma Universitaria.

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V.1.- Las demandas a lo largo del movimiento Del cuadro y la gráfica que a continuación presentamos, relacionados con los conflictos, las demandas y los grupos participantes, puede notarse que si nos colocamos en 1981, es decir, 20 años después de iniciado el movimiento, éste sigue siendo de alguna manera el mismo, en varios sentidos. La diferencia principal es que, en este último año ya no se trata de tirar gobernadores, derogar leyes orgánicas, enfrentarse con la policía, apedrear al Colegio Benavente, o al Sol de Puebla, o, en fin, expulsar a Fúas de la Universidad; sino de ver que hay nuevas circunstancias que atraviesan al movimiento y que éstas le imponen tareas de otro tipo, pero todas relacionadas o girando en torno a la Reforma Universitaria. Es decir, la etapa ahora es de construcción. A esas alturas del movimiento, se cumplen exactamente 20 años de lucha: doce de resistencia y de ser contestataria, y ocho de labor constructiva del nuevo modelo de universidad, que incluye todavía algunos episodios violentos, movilizaciones, negociación y acuerdos esporádicos con el Estado, en especial estos últimos en torno a los asuntos del subsidio para la institución. Se trata por consecuencia de toda una historia ya vivida, de un aprendizaje y experiencia sin igual que han acumulado los actores universitarios. Su mirada es ahora, obligatoriamente, hacia adentro de la casa de estudios, y entre ellos tienen que discutir, pero sobre todo, consensar puntos de vista, formas de gobierno, programas específicos de desarrollo, de investigación, de extensión y vinculación, y otros más. Los acuerdos en estos puntos son necesarios para mantener fuerza en las negociaciones y, por tanto, en la implementación del modelo alternativo.

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Demandas y actores del movimiento popular poblano 1961-1981 Año

Lucha o conflicto

Demandas

Actores

Movimiento por la Reforma Universitaria

1961

1962 1963

1964

Nueva ley universitaria, expulsión del FÚA de la UAP y 18 demandas Movilización de las clases más medias en contra del servicio Echar abajo la telefónico medido disposición de medir el servicio telefónico Movimiento popular en contra del alza al transporte No al incremento del urbano precio del pasaje y modernizar el servicio Movimiento por la Reforma Igual a 1961 Universtaria (MRU) Primeras luchas de los Que se les permita vendedores ambulantes vender en las calles del centro Movilizaciones en contra del Lograr reducir las tarifas alza a las tarifas del servicio eléctrico Movimiento de pequeños Derogar la ley productos e introductores de pasteurización leche a la ciudad Movimiento popular en lecheros

1966

1968

1970

Estudiantes maestros Personas poseedoras aparatos telefónicos

y

de

Estudiantes, colonos, obreros, amas de casa Estudiantes y maestros Desocupados y migrantes del campo Habitantes de colonias populares y estudiantes

de Campesinos ganaderos pequeño

y en

universitario Lograr la renuncia del apoyo a los gobernador Nava Universitarios, Castillo campesinos, taxistas, locatarios, colonos. Movilización de ciudadanos Reconocimiento de Colonos con por la vivienda. predios tomados y un apoyo de programa de edificación profesores de la UAP Movimiento estudiantil Apoyar las demandas Estudiantes y del Consejo Nacional de maestros de la Huelga, y desaparecer UAP el Directorio Estudiantil Movilizaciones en contra de No incremento de Sindicatos la carestía de la vida precios y mejoras al obreros, salario profesores, amas Lucha de los trabajadores de casa, ferrocarrileros Democratización de su estudiantes. sindicato Trabajadores de Lucha de los trabajadores de base la armadora automotriz Independizarse de la Volkswagen CTM Trabajadores de base

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206

Lucha de los trabajadores del magisterio Democratización de su Lucha de campesinos por la sindicato tierra Contar con tierras Lucha de universitarios cultivables

Profesores afiliados al M

M R

Campesinos del interior del Reconocimiento a la estado. preparatoria popular Emiliano Zapata Profesores, estudiantes universitarios

1971

Continúan las mismas luchas Ibid de 1970, a excepción de la última Movilizaciones del sindicato Independizarse (y de Volkswagen logran) de la CTM Movilizaciones de vendedores ambulantes Movimiento universitario

1972

Ibid

lo Obreros, trabajadores administrativos los Que les permitan vender Desocupados y en las calles del centro migrantes del campo Investigar y castigar a Universitarios y responsables de organizaciones crímenes de Joel que integran el Arriaga y Enrique FOCEP Cabrera

Movimiento popular Constituir el Frente Universitarios, Obrero Campesino sindicatos y Estudiantil Popular organizaciones populares Continúan las luchas de los obreros ferrocarrileros y Democratizar electricistas sindicatos Lucha al seno del Consejo Universitario

1973

sus Obreros empleados

y

Nombrar democráticamente al Estudiantes y rector (cuestión lograda) profesores consejeros universitarios Lucha intensa de los Lograr organizarse Desempleados y vendedores ambulantes migrantes del campo Lucha universitaria Lograr la renuncia del Universitarios y gobernador FOCEP Invasiones de tierra Contar con tierras de Campesinos de siembra Tepeaca y Tecamachalco Lucha de ciudadanos por la Construir una colonia Colonos y vivienda popular empleados de la UAP Lucha de los trabajadores Construir y lograr el Obreros y electricistas reconocimiento de la empleados

Las luchas políticas en Puebla

1974

207

T.D. Continúa la lucha de los trabajadores ferrocarrileros Democratización sindicato Huelgas obreras en la industria textil organizadas Mejoras salariales por la FROC-CROC Huelga organizada por la CTM Aumento salarial emergencia

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Obreros del empleados Dirigencias locales nacionales de Federación y Confederación de Dirigentes de CTM

y la la la

Elección de rector en la UAP

1975

1976

1977

Llevar a cabo un Estudiantes, proceso comicial maestros democrático empleados Presentación oficial del admvos Programa de Reforma Trabajar por un modelo Universitaria alternativo de Autoridades. universidad Movimiento de los vendedores organizados en Vendedores la “28 de Octubre” Cese al hostigamiento ambulantes policiaco y que les universitarios permitan vender en el centro de la ciudad

y

Movimiento de los choferes Prestaciones varias de Autobuses.Unidos (AU).

Conductores ayudantes

y

y

y

Continúan los movimientos Mismas demandas que Vendedores de Vendedores Ambulantes y las de 1975 ambulantes y de Ferrocarrileros ferrocarrileros Docentes Huelga de los trabajadores Lograr Contrato académicos de la Colectivo de trabajo Universidad de las Américas. Obreros Movilización y derrota de la Lograr el reconocimiento electricistas y Tendencia Democrática de de la T.D. universitarios los electricistas Movimiento de huelga de los Lograr contrato colectivo Obreros de base trabajadores de la empresa y reconocimiento de su Federal Mogul organización sindical Movimiento de los Tratar de registrar su Choferes trabajadores de la empresa sindicato independiente, Transportes Estrella de Oro tener contrato colectivo. Huelga de trabajadores del Contar con contrato Enfermeras hospital Haro y Tamariz colectivo y prestaciones médicos Visible caída del movimiento ferrocarrilero y de los vendedores ambulantes

y

Las luchas políticas en Puebla

19781980 1981

208

Poca actividad, salvo la huelga de telefonistas en 1979 Movimiento magisterial Movimiento obreros de Vw Elección de rector en la UAP y división histórica de la izquierda universitaria.

Prestaciones contractuales

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Telefonistas

Mejores prestaciones Profesores del Desconocer a su asesor magisterio y legal Ortega Arenas universitarios Lograr una transición rectoral democrática

Cuadro No. 18 Formulación propia con base en informaciones tomadas de Aguilar Mora (2002); Castillo P. (1984); Dávila (2003); Delgado (2003);Gómez (1998); Ortega (1980); Pérez E. (2004); Periódico El Despertar Ferroca (1977); Rivera T. (1975); Sotelo (1984); Vélez (1981), y Yánez (2000).

Movimientos 7 6 5 4 3 2 1 0 19 6 19 1 6 19 2 6 19 3 6 19 4 65 19 6 19 6 6 19 7 6 19 8 6 19 9 7 19 0 7 19 1 7 19 2 73 19 7 19 4 7 19 5 7 19 6 7 19 7 78 19 7 19 9 8 19 0 81

Movimien tos

Gráfica 1, formulación propia con base en las fuentes del cuadro 16.

Como puede verse en la gráfica, durante el lapso comprendido entre 1970 y 1976-77, el movimiento popular adquiere mayor expresión cuantitativa, es decir, un desarrollo numérico mayúsculo, que significa, potencialmente hablando, mayor capacidad de confrontación. La fuerza que alcanza a desplegar en ese momento le permite también tener interlocución con el Estado, pero también, debido al mismo factor, en esas fechas logra, por un lado, deshacerse de su enemigo más hostil -que es el gobernador de la entidad-, y, por otro, ya una vez disminuido el acoso externo de los grupos de ultra derecha y del propio gobierno, darle sistematización al programa de reforma universitaria.

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Al respecto Alfonso Vélez aprecia lo mismo que nosotros. Él sostiene que en los años que van “de 1971 al 1973 (el movimiento se transformó) de un movimiento de oposición en un movimiento hegemónico (cursivas nuestras) que significó para la universidad problemas nuevos… (como por ejemplo, entre otros, el que) tiene que ver con la bandera de la democracia universitaria, (la que, a su vez), tiene que ver con la estructura de gobierno y administración del conjunto de la universidad” (Vélez, 1981: 5-6). Un poco antes, pero en el mismo sentido, el entonces rector Sergio Flores (1981) comentaba que “durante el período 1972-1974, las fuerzas progresistas de la universidad, portadoras de una nueva concepción (cursivas nuestras) de lo que debe ser la enseñanza universitaria, han reivindicado todos los logros del movimiento de Reforma Universitaria y los han enriquecido, (por lo que cabe señalar, decía), dos procesos: El primero consiste en la actualización científica y técnica de los planes y programas de estudios, la implantación de nuevos métodos de enseñanza y el uso de nuevos sistemas de evaluación; el segundo consiste en un esfuerzo tesonero por cambiar la filosofía que orienta la enseñanza...” (cursivas nuestras), (p. 15). Con más precisión, Cazés (1983: 9) aprecia que “alcanzada en 1976 una relativa estabilidad en la UAP, se inició una nueva fase del proceso de su transformación. Las izquierdas, con los comunistas a la cabeza, dejaron de ser oposición, emprendieron el desarrollo de la vida universitaria lograron hacer de la UAP una verdadera universidad. Llevaron a cabo importantes innovaciones académicas, como la creación de nuevas carreras, la ampliación de la enseñanza preparatoria y el inicio de su regionalización, cambios en los planes y programas de estudio, la proyección académica y política del quehacer universitario a través de la extensión y la difusión y la apertura de la investigación en diversas disciplinas. La universidad tradicional, gracias a la acción de las izquierdas vio irrumpir en su seno concepciones filosóficas que hasta entonces no tenían lugar en ella (cursivas nuestras): el marxismo y la crítica científica entronizado en la universidad. Iniciaron así una profunda transformación ideológica…”

Las luchas políticas en Puebla

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210

Y en efecto, hemos puesto cursivas a los señalamientos que aluden a la hegemonía porque, a nuestro entender, esta es un proceso de lucha que tiene como corolarios una nueva visión del mundo, una gestión y una dirección alternativas en los espacios donde los individuos, los grupos y las clases subalternas deciden tomar los asuntos en sus propias manos. De no hacerlo ellos, el Estado seguirá tomando las decisiones, seguirá promoviendo su propia ideología o su concepción del mundo y seguirá realizando las operaciones específicas pertinentes, buscando siempre el consenso, por cierto, para continuar con el control y la dominación. De acuerdo al pensamiento de Gramsci, según nuestra interpretación, en la sociedad moderna, el Estado no debe entenderse como la instancia que únicamente se encarga de aplicar los mecanismos de fuerza y violencia “a la sociedad civil” para controlarla, sino que también debe concebirse como un sistema

complejo

que

produce

ideas,

valores,

actitudes,

normas,

representaciones sociales, creencias y patrones de conducta; esto es, toda una trama subjetiva que luego la difunde de manera profusa en el conjunto social, precisamente a través de las organizaciones culturales, educativas, religiosas, económicas y políticas de la propia sociedad civil, hasta lograr que sea aceptada y reproducida con pleno consentimiento de ésta. “La clase dominante ejerce, pues, su poder, independientemente de los compromisos materiales con otras fuerzas sociales, no solamente por medios de coerción, sino además por su visión del mundo, es decir, una filosofía, una moral, costumbres, un sentido común que favorecen el reconocimiento de su dominación por las clases dominadas” (Macciocchi, 1980: 153-154). Pero esto los dirigentes universitarios lo sabían con exactitud y por eso se empeñaban en consolidar algunos de los objetivos ya logrados, y paralelamente poner en marcha otros de la propia reforma universitaria, pues en ese momento la universidad era nada menos que ese “campo civil” que señala Gramsci, como “el espacio privilegiado de la lucha de clases” de toda la

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región poblana56. Ellos sabían, por tanto, que no había que esperar ni una revolución macro estructural, ni la toma del aparato de Estado para iniciar la construcción de ese “mundo” alternativo en la educación superior. Es más, si analizamos este “hacer” de los universitarios desde la perspectiva radical gramsciana, podemos sostener que en realidad la revolución “se inicia (justo en el momento en que) se incita a cuestionar (las) normas y (los) valores, y a romper con la ‘clausura de sentido’ que legitima (la) existencia (de aquel poder de Estado)” (Acanda, 2002: 249). Ese “hacer” de los universitarios es entonces la lucha por producir y difundir sus propias representaciones ideológicas al seno de un campo que no es ajeno a la influencia del Estado, pero que es susceptible de convertirse, según alcancen a inclinar la balanza de fuerzas a su favor, en “un espacio de la sociedad civil” donde pueden refundar su hegemonía. Y es que, para Gramsci la sociedad civil es un campo vasto y complejo que puede ser considerada bien como ideología de la clase dirigente (en la que se incluyen el arte, la ciencia, la economía, el derecho, etc.), bien como una concepción del mundo difundida entre todas las capas de la población (en términos de filosofía, religión, sentido común y folklore), o bien como dirección ideológica de la sociedad a través de instrumentos como el sistema escolar, los medios de comunicación de masas, etc. (Portelli, op. cit., p. 18). En tal sentido amplio, la ideología funge como la piedra angular de la hegemonía, y por ello es explicable que en el proceso de reforma universitaria, más aún en su primera etapa, la lucha se haya centrado en el campo ideológico, pues era claro que el bloque histórico formado por el clero católico, los empresarios tradicionales y el gobierno del estado había llegado al límite de sus métodos de dominación hegemónica mediante la construcción de consensos o voluntades colectivas, de modo que fue justamente su crisis (de 56

“La sociedad civil es el escenario legítimo de confrontación de aspiraciones, deseos, objetivos, imágenes, creencias, identidades, proyectos, que expresan la diversidad constituyente de lo social. La habilidad del grupo detentador del poder no radica en intentar impedir las manifestaciones de esta diversidad, sino en cooptar todas dentro de su proyecto de construcción global del entramado social. Es a esto a lo que Gramsci llama hegemonía” (Acanda: 2002: 257)

Las luchas políticas en Puebla

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212

hegemonía) lo que lo obligó a usar y hasta a abusar de los métodos de coerción y de violencia. Ahora bien, en función de todas estas consideraciones acerca de la lucha por la hegemonía, uno puede entender el sentido que el Ing. Rivera Terrazas (1981: 54-61), le daba al proyecto de reforma universitaria como “NUESTRA ALTERNATIVA” (mayúsculas en el original), consistente en: -

Modificar la función social de la universidad, transformando radicalmente la actual estructura académica y profundizando la democratización de sus formas de gobierno y administración, vinculándola con la realidad económico social.

-

Agrupar las escuelas en función de las áreas de conocimiento; oponer a la parcialización de este la actividad interdisciplinaria y superar la actividad individual por la colectiva.

-

Formar

universitarios

comprometidos

con

los

requerimientos

y

aspiraciones de su pueblo y de su país, imprimiendo a la orientación y contenido de la enseñanza un nuevo sentido, un sentido eminentemente social. Por ello, la educación debe ser: científica, integral (una totalidad compuesta por enseñanza, investigación y extensión) , activa, desalienante, democrática, nacionalista y popular. -

Desarrollar el espíritu crítico y creativo para el análisis y diagnóstico de los problemas de la región y la nación, mediante la investigación científica (p.54)

-

La extensión universitaria –plantea el Programa- debe ser una actividad permanente y a todos los niveles. El sentido de la actividad de todos los estudiantes, profesores e investigadores “debe ser politizar la cultura con una orientación revolucionaria, y su radio de acción, el pueblo trabajador; sus lugares de trabajo, de vivienda y de reunión” (p.55).

-

Acerca

del

gobierno,

se

propone

la

autogestión

(cogobierno,

autogobierno, etc.), no como un fin en sí mismo, sino como objetivo inseparable de la lucha más general; la creación de órganos de representación democrática sólo es un elemento integrante de la misma; la tarea de desarrollar entre estudiantes y profesores una conciencia antiimperialista y anticapitalista por hacer avanzar la conciencia y la

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213

técnica y utilizarla en bien de la mayoría de nuestro pueblo, es inseparable de la lucha por crear órganos democráticos de gobierno” (p. 56). -

Se plantea también que “como la construcción de la universidad democrática está enmarcada por la lucha para la transformación social, ella será posible si se extiende y profundiza la unidad conciente y organizada de los universitarios y de estos con los trabajadores, sobre la base de la incorporación del programa de reforma al programa político más general.

-

Para contribuir efectivamente a los cambios de la sociedad, de la cual formamos parte, los universitarios, al mismo tiempo que hacen de su institución un factor de democracia y progreso social, deben esforzarse por participar directamente en la lucha de los trabajadores, considerada esa, igualmente, su propia lucha” (p.59)

Finalmente, en el Llamamiento que el Ing. Terrazas hace a los universitarios menciona, además, que “las causas de la movilización de estudiantes no están en la subversión, sino que son las mismas de la movilización obrera y campesina, de la movilización popular..., en las condiciones de miseria económica y opresión política”, pues el obrero carece de sindicato que lo defienda, el campesino no tiene organización que lo represente, y su lucha (de ambos) no encuentra cauce en el partido que lo dirija ni en el gobierno que lo resuelva. Por eso, “el estudiante, el ser más sensible, no puede permanecer indiferente. Se pone al lado de las luchas populares. El pueblo, al carecer de sus derechos, encausa (sic) su lucha por el camino que transita el estudiante. Así, estudiante y pueblo se funden en una sola lucha” (p.61). Resumiendo,

como

ideología

alternativa,

el

proyecto

de

Reforma

Universitaria logró avances importantes conforme la comunidad se mantuvo organizada y puso en práctica las nuevas propuestas. Ya vimos que por obra de las masas estudiantiles se logró, entre otras muchas cuestiones, la desaparición de organismos como las sociedades de alumnos y el Directorio Estudiantil, y al mismo tiempo se adoptó la forma de asamblea para discutir la problemática universitaria y social; pero también, con base en su movilización,

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se pudieron democratizar el Consejo Universitario y las formas de elección de autoridades como el rector, los coordinadores de escuela, etc.; lo mismo que, por el lado de los docentes e investigadores, los órganos colegiados de gobierno -como el Consejo de Gobierno- y las Academias lograron avances importantes; y no se diga de su sindicato que, como ya lo señalamos, hizo suyos también los contenidos de la Reforma Universitaria, contribuyendo así a mantener la unidad y la organicidad indispensables para llevar hacia delante la lucha por la hegemonía que, por lo demás depende de las fuerzas en juego.

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V.2. Dificultades internas en la lucha por la hegemonía Por lo que nosotros logramos apreciar de la teoría de la hegemonía, la tarea de echar a andar un proyecto alternativo de sociedad o de institución, donde quiera que esto se intente, exige el cumplimiento de por lo menos dos condiciones, a saber: a) que previamente se establezca, y que además se mantenga al día, el consenso entre los grupos e individuos que pertenecen al mismo espacio desde el cual se impugna la concepción dominante, y, b) que los actores del movimiento desplieguen actividades o prácticas que cualitativamente los distingan de quienes defienden el antiguo orden de cosas, apuntando a demostrar que es factible construir, de manera consensuada, un estadio superior en las relaciones sociales. A juzgar por lo acontecido en la UAP, el segundo de estos dos elementos fue el que hizo sentir en mayor medida su ausencia, a pesar de todos los avances que finalmente tuvo la Reforma Universitaria. Es decir que, por un lado, la poca asimilación de los nuevos valores, actitudes y patrones de conducta del programa de R.U., por parte de las masas universitarias, y por otro, la ausencia de prácticas de ellas mismas en el marco de esa nueva cultura, fueron los factores internos que impidieron alcanzar, en el largo plazo, los contenidos más importantes de aquel programa contra hegemónico. En particular llaman la atención los directamente relacionados con la democracia, que fue, como hemos dejado establecido, la demanda que más asomó en cada uno de los picos del movimiento, desde el origen de éste en 1961,

en

contra

de

las

autoridades

universitarias

y

el

cacicazgo

avilacamachista, hasta 1981, cuando, paradójicamente, era reclamada, por parte de un significativo número de militantes, al partido comunista, sección universitaria, el mismo que indudablemente no sólo había luchado por ella, incluso

desde

la

clandestinidad

y

sacrificando

vidas,

sino

también

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desempeñado el rol del principal artífice para que esta lograse avances importantes al seno de la casa de estudios57. Pero, hemos dicho que todo proyecto alternativo requiere de un tiempo de maduración para que demuestre sus ventajas y sea adoptado en verdad como algo alternativo. Para el caso que tratamos, si bien es cierto que fue en 1975 cuando se sistematizó y se dio forma teórica al proyecto de universidad democrática, cabe aclarar que de hecho desde 1972, al arribo

del Quím.

Sergio Flores a la rectoría, e incluso antes de esa fecha, de alguna manera ya se venía ejerciendo aquél en términos parciales. De este modo, cuando el Ing. Rivera Terrazas termina su segunda gestión rectoral, en 1981, se pueden contabilizar nueve años consecutivos de lucha intensa, en los cuales se intenta que la comunidad de estudiantes y docentes haga suyo el nuevo modelo de universidad (con todas sus características ideológicas, culturales y políticas propias). Esos 9 años indudablemente constituían ya un tiempo más que suficiente para haber construido consensos y haber convencido al grueso de los universitarios sobre las virtudes y bondades del proyecto, a fin de que pasara a su defensa y a una participación sostenida para sacarlo adelante. La realidad es que, en sentido estricto, la comunidad universitaria no logró nunca acuerdos de fondo en torno a los asuntos nucleares de aquél. Cuando supuestamente los alcanzó en 1973, la etapa en la que se encontraba era más de resistencia política –con un enemigo externo muy visible que los facilitaba-, que de construcción alternativa. Cuando, en cambio, se abrió esta última –que como se sabe es de mayor complejidad, porque implica reflexión, elaboración de propuestas, planificación, discusión e instrumentación, siempre mediante la lucha y la participación colectivas-, los acuerdos se establecieron, sin mucha dificultad por cierto, más en torno a aspectos generales (digamos la ampliación de la matrícula, la movilización por el subsidio, la apertura de alguna 57

Daniel Cazés, con motivo de la sucesión rectoral de 1981, emite una severa crítica –que nosotros juzgamos exagerada- a los métodos antidemocráticos del Partido Comunista Mexicano. Dice: “Prisionera de una tradición priísta, que es cultura nacional, la dirección del PCM resolvió un buen día que cuatro universitarios comunistas destacados, firmaran una carta abierta en la que se comprometieron a apegarse a lo que el Partido resolviera con respecto a la candidatura a la rectoría de la UAP” (Cazés D., 1983: 27)

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carrera, de una preparatoria, o de un instituto, etc.), que en torno a aspectos más concretos, como son, por ejemplo, la conducción de la universidad, el nombramiento de algún funcionario, las prioridades presupuestales y otros más58 De esta manera, cuando el ing. Rivera Terrazas, en calidad de rector, echa a andar de manera formal el nuevo proyecto de universidad, están presentes ya, por lo menos, tres escollos que dificultan su implementación; dos de orden interno, que son, por un lado, la ausencia de movimiento estudiantil, y b) la diferencia de miradas estratégicas, que se van profundizando cada vez más, de los militantes y dirigentes del Partido Comunista Mexicano, cabeza indiscutible de la izquierda universitaria (Cazés, 1983: 9), acerca de cómo llevar adelante el proceso de Reforma al interior de la casa de estudios. El otro asunto -nada menor- tiene que ver con el desconcertante giro que el gobierno estatal da, desde la segunda mitad del mes de mayo de 1973, a su relación con la universidad, específicamente con las autoridades de filiación comunista, quienes después de haber vivido una intensa etapa de confrontaciones con aquél, abruptamente y sin tener otra opción, se ven obligadas a ser menos contestatarias y a aceptar el camino de las negociaciones con el propio gobierno, justo en el momento en que empieza a mermar la movilización popular (cuestión que, como veremos más adelante, no fue benéfica para la UAP) debido a la renuncia del gobernador Bautista O’Farrill. Y es que en este asunto de la negociación con el enemigo -que es otro de los aspectos importantes a considerarse en la lucha y consolidación de las propuestas contra hegemónicas-, a la izquierda dirigente de la UAP le faltaron claridad y experiencia para obtener algunas ventajas, pues, por ejemplo, en aras de mantener la estabilidad política de la institución, o mejor dicho, de su 58

“Durante los primeros cuatro años de rectoría comunista hubo que ocuparse de los embates de empresarios y gobierno, de convencer a los universitarios y de obtener su consenso[…]; pero a partir de 1976, la estrategia no se tradujo en una programación del cambio clara y rigurosa; las declaraciones hicieron el papel de dogma: podían ser interpretadas por su generalidad y vaguedad conforme conviniera; de esta manera cualquier acción podía ser calificada como parte de la R.U. si se le calificaba de críticay/o democrática, y/o popular” (Cazés, 1983,10).

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propia administración –que por lo demás era algo completamente legítimo, y de alcanzarla era ya una ventaja política -, ésta “cedió demasiado al gobierno y a la derecha, (a quienes otorgó) puestos claves de la dirección institucional, a través de los cuales se establecía la comunicación y se hacían negociaciones entre la universidad y quienes más la presionaban desde el exterior [...] Tal vez en un principio se trató de una inevitable concesión comunista; quizá el PC accedió a ella no sólo debido a las presiones, sino también por su falta de contactos más directos y de cuadros apropiados para cumplir estas tareas, necesarios para llevar a cabo una gestión de manera satisfactoria” (Cazés, 1983: 16-17). Esa era la parte que nosotros consideramos políticamente onerosa del asunto, pues en aras de que el gobierno la reconociera como autoridad y negociara con ella, la administración izquierdista de la UAP ofrecía a cambio estabilidad institucional –que en el fondo significaba desmovilización de sus estudiantes y del mismo FOCEP-; pero a la vez con ello ofrecía también estabilidad social en la ciudad, debido a la enorme influencia que mediante sus luchas, la casa de estudios había alcanzado en toda la región. Con esta actitud de alguna manera daba incluso, garantías de estabilidad al propio gobierno estatal59-. Así pues y contra lo esperado de una organización de izquierda, de seguir apoyándose en la fuerza de las bases, lo que hizo la administración universitaria fue disminuir los llamados a la movilización estudiantil y popular, pues el PCM, que era el indicado para hacer esta convocatoria, en los cuatro meses siguientes a la caída de Gonzalo Bautista O’Farril se dedicó a resolver su crisis interna y a reorganizarse, desacelerando de esa manera el esfuerzo por modificar los hábitos, las actitudes, los valores y la cultura alternativos entre los universitarios.

59

La dirección del PCM apreciaba muy bien esto al sostener que “por su relación con el movimiento popular y la importancia que esta adquirió, la UAP se convirtió en un punto de definición político fundamental, de la cual en cierta forma dependió la estabilidad del gobierno estatal durante varios lustros” (Informe del Comité Seccional Universitario del PCM, V Conferencia…, op. cit., pp. 70-71)

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En consecuencia, la lucha por la hegemonía cultural y académica en la UAP, desde sus primeras etapas enfrentó estos escollos que ya difícilmente pudo superar en lo sucesivo. Por otro lado, si bien las negociaciones con el Estado eran necesarias e ineludibles, más allá de ellas, o mejor, antes que ellas, lo que requerían urgentemente hacer, tanto la administración universitaria, como el PCM, era definir de manera clara y bajo las nuevas circunstancias de 1973, la relación de la UAP con el propio Estado. El mismo Seccional Universitario del PCM, reconoce que “al imponerse una nueva correlación de fuerzas (con la renuncia del gobernador Bautista O’Farril), se expresa una situación política diferente que los gobernantes se vieron en la necesidad de reconocer. Se impuso (la necesidad de) una política más abierta y flexible que hiciera concesiones a los puntos más difíciles, que recuperara prestigio y posiciones perdidas para el bloque dominante e impidiera el avance del movimiento revolucionario. Fue en estas condiciones que (Alfredo) Toxqui llegó a la gubernatura del estado, sin una fuerza propia, obligado a buscar una política en la conservación de un equilibrio entre las diversas fuerzas que actúan en la región […] -Pero claro-, en la última etapa de su gobierno, éste pasó de las vacilaciones y titubeos, que lo definieron durante una parte de su mandato, a las concesiones para las fuerzas locales de la derecha recalcitrante” (PCM, Seccional Universitario, en Cazés, 1984: 64-65). El siguiente gobernador, Guillermo Jiménez Morales, en cambio, queriendo solucionar la crisis de relación entre la universidad y el Estado, desde que inicia su mandato define primero su postura de servicio al gran capital de la región, y a partir de ahí, articulándose “a la política diseñada por el gobierno federal, en el sentido de impulsar la ‘modernización’, que no solo afecta a la esfera económica, sino que tiene (también) influencia directa en los procedimientos políticos y la forma de enfrentar los conflictos […, procede a modificar la táctica de acercamiento con la casa de estudios y] busca (en consecuencia), la integración universitaria a sus proyectos (de gobierno), basándose en los planes de desarrollo federal. Por todo lo anterior –reiteraba el

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Seccional del PC en la UAP- el movimiento universitario requiere de una redefinición de su política respecto al Estado (Seccional Universitario, en Cazés, 1984: 65-66). Pese a todo y hasta donde sabemos, ni esta redefinición hacia afuera, ni tampoco las que se requerían hacia adentro de la universidad con el movimiento estudiantil, con el sindicato, con el propio partido comunista, y de estos, a su vez, con el movimiento popular, etc. -que también eran reclamadas por los mismos militantes de base del PCM-, se hicieron de manera clara, al menos durante el período que estudiamos; constituyéndose así en otro haz de escollos que dificultó el avance de la Reforma Universitaria, e incluso algunos de ellos determinando la crisis que hacia 1981 enfrentaría el partido dirigente en la UAP, con motivo de la sucesión rectoral.

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Conclusiones del Capítulo El programa de Reforma Universitaria, como el punto de condensación de los nuevos valores, actitudes, concepciones, aspiraciones y cultura, que los estudiantes y profesores de la UAP tuvieron oportunidad de reivindicar, fue también un programa que compartieron, y que comprometieron movilizaciones en su apoyo, muchas personas en lo individual y una gran variedad de grupos de la sociedad subalterna: colonos, campesinos, sindicalistas, etc., que desde 1961 fundieron su lucha con la de los universitarios, sobre todo por la consigna de la democratización. Como hemos argumentado, la movilización popular fue la que dio un vuelco en la relación de fuerzas entre Estado-Universidad, y la que permitió que se iniciara un movimiento de carácter contra hegemónico, centrado justamente en los principios y planteamientos de la Reforma Universitaria. Mientras hubo movilización pudo avanzarse en aspectos sustanciales de la casa de estudios: v. gr., mayor número de carreras, organización y profundización de los programas de extensión, crecimiento de los índices de ingreso, superación y organización de sus trabajadores académicos, etc. Estos y otros indicadores arrojan un balance positivo –aunque no el deseable- del estado en que se encontraba la R.U. hacia finales de la segunda gestión rectoral del Ing. Rivera Terrazas. A esas alturas se había logrado ya modificar el mapa político, académico y cultural de la UAP, y en eso el Partido Comunista Mexicano, sus militantes y simpatizantes, no sólo contribuyeron de manera significativa, sino que fueron los que, en lenguaje de Gramsci, establecieron –más que otros grupos de izquierda, que también hicieron lo suyo- la dirección intelectual y moral en ella. Sin embargo, como en todo proceso de lucha en contra de las concepciones hegemónicas, aquí también se presentaron escollos internos que no permitieron profundizar más el programa alternativo de universidad, pues no

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se dio a conocer éste de manera suficiente entre las masas y, por tanto no pudieron éstas ni asimilarlo ni practicarlo. La separación entre ellas y la dirigencia del PCM local fue cada vez más evidente, y mereció fuertes críticas de parte de sus militantes, quedando, no obstante, como hemos dicho, el proceso aún en marcha.

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CONCLUSIONES GENERALES De una visión global de las luchas políticas que acontecieron en el período estudiado, pueden desprenderse diversos aspectos; algunos de carácter conclusivo, y otros, por el contrario, dada su densidad teórica y su “tremenda” actualidad, inevitablemente abiertos a la discusión, frente a una realidad que aún abreva en aquel pasado de la lucha de clases. De los del primer tipo, o conclusivos, figuran todos aquellos que tienen que ver con hechos consumados y que cuentan, grosso modo, con algún respaldo empírico, cuestión que a nuestro modo de ver los exime de controversias mayores. Nos referimos, en primer lugar, a las transformaciones estructurales que sufrió la economía del estado a partir de su proceso – intensivo y extensivo- de modernización industrial, desde mediados de los años sesenta y a lo largo de toda la década de los setenta, y que, como hemos demostrado, generó a su vez, un multifacético fenómeno de concentración en la zona metropolitana, tanto de la población, como de las inversiones, los servicios, la fuerza de trabajo de toda la región y, por supuesto, de las luchas políticas más significativas que en todo el período dieron las clases subalternas. En segundo término nos referimos, también, a la crisis general que provocó el cambio de patrón de acumulación en sectores tradicionales como el de la industria textil y el de pequeños y medianos comerciantes, quienes por ser incapaces de adaptarse al proceso de modernización industrial, por no poder competir con los monopolios y oligopolios, y por perder los privilegios sectoriales a los que estaban acostumbrados, pasaron a desarrollar un activismo político inusual en defensa del caduco orden social vigente. Los factores estructurales son, de igual modo, responsables de la emergencia –no necesariamente del malestar político- de una buena cantidad de grupos sociales de diversa condición, que obviamente antes de la reconversión industrial no existían, como son los casos del joven proletariado,

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que nutrió de mano de obra a todas las empresas, nacionales y transnacionales, de los corredores y nuevos parques industriales. Pero también son responsables tanto de la gran cantidad de vendedores ambulantes que fue creciendo en razón directa de la emigración del campo a la ciudad y de la incapacidad del aparato económico de generar los empleos requeridos, como de los grupos de colonos y paracaidistas que se fueron asentando poco a poco en las áreas marginales de la ciudad y extendiendo la mancha urbana, etc. Todos ellos, de alguna manera, entraron al reclamo social y al movimiento de resistencia, induciendo en la mayoría de los casos interlocución e intervención por parte del Estado, pero además, contribuyendo a que éste modificara sus estilos dominación política. La participación de todos estos sectores sociales subalternos simplemente modificó la relación de fuerzas. Sin embargo, como hemos dejado claro en el trabajo, los factores estructurales por sí solos no generan -ni generaron en el caso que nos ocupa-, una clara “conciencia de clase”, o movimiento político alguno que tendiera a eliminar la explotación, la alienación o la dominación clasista que se ejerce en contra de los trabajadores desde los grandes centros de producción y de servicios; en particular desde las 18 empresas más importantes que se instalaron a lo largo de las décadas de los ’60 y ‘70, digamos, Polímeros de México, Hylsa, Volkswagen, etc. Es decir que en Puebla, muy a pesar de los meritorios e importantes movimientos que desarrollaron los obreros de alta industria por la democracia sindical, y en contra también de la suposición estructuralista de que por ser estos los que generan la mayor parte de la plusvalía y de que, por ende, son los más explotados, y por eso debieran encabezar las luchas por la emancipación, lo real es que las cosas no sucedieron así, pues hasta donde pudimos conocer, ni su malestar provino de la modernización económica –a excepción hecha de los obreros de la industria textil-, ni fueron ellos los que aglutinaron, coordinaron o encabezaron las luchas populares.

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Más bien, reconociendo, sí, su presencia y su peso específicos como sindicato –en el caso de los trabajadores de Volkswagen-, o de sus agrupamientos y corrientes –como la Tendencia Democrática de los electricistas, o el MSF de los ferrocarrileros-, todos ellos, entre 1970 y 1972, se acercaron al FOCEP buscando apoyo a sus demandas particulares (lo cual, dicho sea de paso, fue correcto), y aunque ciertamente participaron en las discusiones y en la coordinación de las acciones llevadas a cabo por el Frente, no se puede desprender de ahí que la vanguardia de la lucha popular -dicho sea en esos términos-, haya sido el proletariado. Con todo, la convergencia de los más de 20 sindicatos en el FOCEP, el movimiento estudiantil en auge, los campesinos tomando tierras, los maestros poniendo en jaque al SNTE y los vendedores ambulantes dando batallas callejeras para vender sus productos, hizo posible una coyuntura favorable para que los universitarios pudieran nombrar a un rector de izquierda, abatir las estructuras caducas de la casa de estudios y centralizar la lucha popular en contra del gobernador Gonzalo Bautista O’Farril, cuya caída trajo como consecuencia benéfica el que las relaciones entre la universidad y el gobierno del estado se hayan podido restablecer. Hemos hecho énfasis en esta etapa del conflicto porque, a partir de ese momento es precisamente cuando, por un lado, la matriz sociopolítica de la entidad empieza a sufrir transformaciones evidentes, en bien de un régimen más tolerante y de una sociedad más exigente, pero también más abierta, e incluso en el plano económico mucho más moderna, y, por otro lado, la relación de fuerzas, favorable a los grupos democráticos y de izquierda en la máxima casa de estudios –con hegemonía indiscutible del Partido Comunista Mexicano-, permite el diseño y la implementación de un proyecto alternativo de universidad. Por lo que hace a los grupos de ultraderecha: Fúa, Yunque, Muro, Federación de Barrios y Colonias, Caballeros de Colón, Asociación de Padres de Familia, el alto clero católico, Comité Coordinador de la Iniciativa Privada y un largo etcétera, es evidente que, por lo menos en el período estudiado, salen

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derrotados de la UAP, tanto en términos ideológicos y políticos, como también físicamente, no sin antes dejar una estela de sangre y de violencia, y muchos hogares de universitarios enlutados por sus acciones criminales. Por cierto, en torno a las formas de proceder y de organizarse, más el tipo de consignas que utilizó la ultra derecha (véanse cuadros 11, 12 y 13, pp. 115, 123 y 124, respectivamente), debiéramos, en calidad de sociedad y de fuerzas democráticas, tener presente, que aquellas son muy variadas, y que, sobre todo, en los momentos más ríspidos de una confrontación política, los dueños y representantes del capital hacen uso de todo tipo de recursos -legales e ilegales-; que se organizan desde la clandestinidad, pero que también, al igual que lo hace el movimiento popular, apelan, a través de organizaciones abiertas, a las masas para buscar fuerza, consenso y legitimación de todo lo que llevan a cabo; que presionan al Estado para que intervenga, “con mano firme”, en el cuidado de sus muy particulares intereses; que cuentan con un programa de largo plazo y estrategias de penetración en el aparato político, y que, sobre todo, no vacilan en utilizar métodos de violencia física en contra de sus enemigos de clase. Vale la pena resaltar también que si bien los universitarios pudieron diseñar, y sobre todo echar a andar un modelo alternativo de universidad, lo hicieron gracias a la cobertura que hallaron en las fuerzas populares, y a la movilización permanente que ellos mismos sostuvieron de manera unitaria es decir, autoridades, estudiantes, docentes y trabajadores administrativos. Quiere decir entonces que, la perspectiva de desarrollo de esta propuesta contra hegemónica estuvo supeditada, de manera correcta, a la participación y a la correlación favorable del conjunto de fuerzas que se expresaban tanto en el interior, como en el exterior de la universidad. Lógicamente ninguna iniciativa, que tenga este carácter de contra hegemonía, puede prosperar en lado alguno si carece del respaldo, de la movilización y de la fuerza de las masas.

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Si con el paso del tiempo (que rebasa los límites de nuestro estudio) este modelo alternativo de universidad fracasó en nuestra institución, la razón de ello nos parece obvia: cambió la relación de fuerzas y los grupos democráticos se vieron imposibilitados de no sólo llevar adelante su proyecto, sino incluso de frenar la ofensiva de las políticas neoliberales en la propia universidad, las mismas que, para 1981, habían penetrado ya al antiguo Estado Benefactor mexicano e inaugurado incluso, a nivel de Latinoamérica, la considerada así “década perdida”. La lucha por la democracia, de cualquier forma, sin excluir en nuestro campo a la Reforma Universitaria, continuaron a lo largo de estos años, aunque lamentablemente sin un FOCEP, sin un PCM, u organismo similar que articulara y encauzara las -escasas por cierto-, luchas populares; en tanto que la ultraderecha continuó su estrategia de fortalecer la opción privatizadora de la educación superior, de disminuir el concepto y la esfera práctica de la pública, y de penetrar los puestos de dirección del aparato estatal (local y nacional), a través de los cuales continuó aplicando, de manera combinada, sus métodos de coerción y de consenso.

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EPÍLOGO Nuestro estudio termina en 1981, pero la lucha popular no ha terminado. En los 24 años siguientes la resistencia al capital ha continuado de manera dispersa, esporádica y tal vez sin ascensos espectaculares como los tuvo en los años sesenta y setenta; sin embargo, en todo el territorio poblano y aun dentro de la propia UAP, los movimientos de resistencia han tenido expresiones importantes que merecen atención y análisis. Los pobladores de Tepeaca y de Tecamachalco, por ejemplo, han desarrollado jornadas exitosas en contra del proyecto Milenium que, ligado al Plan Puebla Panamá, es decir, al gran capital transnacional, se pretendió simple y llanamente imponérselos desde los gobiernos estatal y federal. Por su parte, los vendedores ambulantes, cohesionados en torno a la 28 de Octubre, no han perdido ni su organización, ni su actitud solidaria hacia otros movimientos, ni mucho menos su capacidad de lucha. La conciencia sindical en la UAP también ha resistido de manera formidable, y ha encontrado su reducto, indestructible ya a estas alturas de la transición política nacional, en el legendario SUNTUAP. Por otra parte, muchos ciudadanos han intentado, o están intentando buscar en la competencia electoral la vía regia para su liberación. Por desgracia no hay por ahora, como lo hubo en el período que estudiamos, un Frente popular, o un partido político que articule todos estos movimientos, pese a que la democracia sigue siendo, como en los viejos tiempos, la demanda central de la sociedad civil. Empero, nadie sabe cuándo y dónde se activará de nueva cuenta el detonador de las siguientes jornadas de protesta y reivindicativas, que seguramente vendrán, y aunque la vía electoral no es precisamente la que, a nuestro juicio, nos sacará de la postración política, debido al parentesco muy cercano que tiene con las otras formas de lucha, e incluso con el fenómeno

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mismo de la insurrección popular, debiéramos tenerla como una más de las luces encendidas en el camino al futuro, pues como dice Ernst Bloch, mirar al futuro es mirar la esperanza.

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Anexo No. 1 Crecimiento del PIB Nacional Año

Tasa Año

Anual 1954 10.0 1955 8.5 1956 6.8 1957 7.6 1958 5.3 1959 3.0 1960 8.1 1961 4.9 1962 4.7 Cuadro No.5

Tasa Año

Anual 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971

8.0 11.7 6.5 6.9 6.3 8.1 6.3 6.9 3.4

Anual 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979 1980

Tasa 7.3 7.6 5.9 4.1 1.7 3.2 7.0 8.0 7.0

(Tomado de Morales Cesáreo, 1987: 81)

Anexo No. 2 Distribución del ingreso en México (por deciles) Grupos de familia

Porcentajes

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Deciles I II III IV V VI VII VIII IX Xa Xb

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231 1950 2.43 3.17 3.18 4.29 4.93 5.96 7.04 9.63 13.89 10.38 35.10

1977 1.08 2.21 3.23 4.42 5.73 7.15 9.11 11.98 17.09 12.54 25.45

Número de familias en cada decil: 1950, 449,997; 1977, 1 millón 100 mil. (Tomado de Padilla Aragón, op. cit., p. 191)

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A Acanda 244 Aguilar G. 92, 93 Aguilar M. 72, 142, 143 Agustín 78, 118, 134 Alonso 52, 76, 78, 102, 173 Alta Tensión 90 Álvarez G. 166 Análisis regional 29 Andrade, 83, 84

Las luchas políticas en Puebla

242

B Barbosa, 91, 98 Basáñez 48, 66 Basurto 76, 85 Blanco 38 Benasayag 126 Bloch 264 Buendía 129 C Cabrera 14, 17, 19, 25, 26 Cano 55, 57, 61 Carretón 5 Castillo 30, 103 Cazés 72, 128, 153, 242, 250, 251, 252, 254 Charry 217 Consejo de Honor 194, 195 Consejo Universitario 211, 232 Contreras 210, 229 Cordera 76, 87, 88, 90 Cortés 19, 20, 31, 34, 35, 38, 39, 41, 42, 50, 51 D Dávila 140, 149, 151, 152, 190, 194, 195 Delgado 120, 121, 122 Dieterich 202 E Engels 67 F Flores 188, 207, 242 Fraile 59, 92, 94, 95 G García A. 12, 23, 26, 59, 86, 91, 96, 175, 176, 177, 182, 183 García C. 13, 15, 22 García J. 20, 50, 58 Gatica 145, 151 Germaná 54 Gómez 163, 168 González C. 40, 42 González R. 121, 137 González S. 41 Graciarema 17 Gramsci 120, 236, 243, 256 Gribomont 36 Gutiérrez 23, 43, 44, 45, 46, 50, 61 H Hernández N. 100 Holloway 129 Horcasitas 218 Huerta 15 I

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Las luchas políticas en Puebla

243

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Ikonicof 37 J Johnstone 96 Juárez 92 L Lara y Parra 149, 155, 156, 190, 191 Le Bon 217 López Mayo 88, 89 Loyo 67, 68, 70, 71, 72 M Macciocchi 120, 236, 243 Manifiesto de Córdoba 188 Márquez 162, 170, 190 Martínez, 25 Marx 36, 41, 96, 167, 168, 198 Mattick 11, 36 Morales et al 139 Moreno 230, 231 Moscovici 139 O Ornelas 13,14, 16,17, 19, 22, 25, 27, 37, 38 Ortega A. 94 Ortega M. 77, 133, 136, 141, 150/160, 163/167, 216, 223, 224, 227, 228 P Padilla 28, 29, 35 Pansters 10, 11, 23, 27, 42, 43, 50 Patiño 112/117, 119 PCM 72, 128, 153, 202, 214, 215, 250, 253, 254, 256, 262 Pellicer 71 PMP 165 Pérez D. 133 Pérez E. 149 Pérez M. 111 Pereyra 161 Perroux 28 Portelli 245 Poulantzas 49 Pozas H., 213 Pulido 231 Punto Crítico 60, 100 Q Quintana 28, 30, 32 Quiroz 81/83 R Revueltas 102 Rico 168 Rivera 191, 212, 218, 228, 245, 150, 256 Rodríguez S. 55, 56, 97 Roussett 45 S

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Sabucedo 54 Sonntag 49 Sotelo 43, 135, 138, 173/175, 196, 214 SUNTU, 231 SUNTUAP 229, 230, 232, 263 T Tello 33 Tischler 73 Touraine 202, 205 Trejo 52, 58, 69, 78, 90, 101, 173 V Valenzuela 40 Vélez 146, 171, 174, 187, 196, 208, 219, 220, 241, 242 Velóz 79, 80, 100, 173, 181 W Warman 32, 33 Y Yáñez 105, 108/110, 113, 126, 138, 140/145, 192, 193 Yunes 16, 37 Z Zermeño 3, 8, 165, 166, 199, 200 Zubero 198

SIGLAS USADAS CANACO

Cámara Nacional de Comercio

CANACINTRA Cámara Nacional de la Industria de la Transformación CAP

Comités de Acción Popular

CCAS

Comité Cívico de Acción Social

CCI

Central Campesina Independiente

Las luchas políticas en Puebla

CIOAC CFE

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Abraham Quiroz Palacios

Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos Comisión Federal de Electricidad

CONCANACO Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio CONCAMÍN

Confederación de Cámaras Industriales

CNED

Confederación Nacional de Estudiantes Democráticos

CJM

Confederación de Jóvenes Mexicanos

CCE

Consejo Coordinador Empresarial

COPARMEX

Confederación Patronal de la República Mexicana

CROM

Confederación Regional de Obreros Mexicanos

CNED

Confederación Nacional de Estudiantes Democráticos

CTM

Confederación de Trabajadores de México

CT

Congreso del Trabajo

CCE

Consejo Coordinador Empresarial

CLF

Consejo Local Ferrocarrilero

CNH

Consejo Nacional de Huelga

CU

Consejo Universitario

CNTE

Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación

FAS

Frente de Acción Solidaria

FENET

Federación Nacional de Estudiantes Técnicos

FEP

Frente Estudiantil Poblano

FEUP

Frente Estudiantil de Universitarios Poblanos

FLAP

Frente Local de Acción Popular

FOCEP

Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular

FROC

Federación Revolucionaria de Obreros y Campesinos

FÚA

Frente Universitario Anticomunista

HyLSA

Hojalata y Lámina, Sociedad Anónima

HU

Hospital Universitario

IMSS

Instituto Mexicano del Seguro Social

IP

Iniciativa Privada

MSP

Matriz Sociopolítica

MRM

Movimiento Revolucionario del Magisterio

MSF

Movimiento Sindical Ferrocarrilero

MURO

Movimiento Unificador de Renovadora Orientación

PAN

Partido de Acción Nacional

Las luchas políticas en Puebla

246

PCM

Partido Comunista Mexicano

POS

Partido Obrero Socialista

PRT

Partido Revolucionario de los Trabajadores

PRI

Partido Revolucionario Institucional

PST

Partido Socialista de los Trabajadores

PEA

Población Económicamente Activa

PIB

Producto Interno Bruto

Abraham Quiroz Palacios

PIBE

Producto Interno Bruto Estatal

RU

Reforma Universitaria

SME

Sindicato Mexicano de Electricistas

SNESCRM

Sindicato Nacional de Electricistas y servicios conexos

SNTE

Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación

STAUAP

Sindicato de Trabajadores Académicos de la UAP

STERM

Sindicato de Trabajadores Electricistas de la Rep. Mex.

STFRM

Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la Rep. Mex

SUNTU

Sindicato Único Nacional de Trabajadores Universitarios

SUNTUAP

Sindicato Único de Trabajadores de la UAP

SUTERM

Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la RM

TD

Tendencia Democrática

UAP

Universidad Autónoma de Puebla

UGOCM

Unión General de Obreros y Campesinos de México

UOI

Unidad Obrera Independiente

UPVA-28

Unión Popular de Vendedores Ambulantes 28 de Octubre

UPAEP

Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla