La ruta de la seda

La ruta de la seda Hacía mucho tiempo que deseaba recorrer los desiertos de la ruta de la seda: atravesar China, y la zo

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La ruta de la seda Hacía mucho tiempo que deseaba recorrer los desiertos de la ruta de la seda: atravesar China, y la zona que une Asia Central con el Himalaya, para encontrar allí el Imperio Romano. Me encontraba en el avión chino que une en tres horas Pekín con Urumqi, capital del Far West chino. A mi alrededor, mis veintitrés compañeros de aventura parecían un poco nerviosos. El aterrizaje fue suave. En el aeropuerto de Urumqi, un guía ouighour se puso en contacto con nuestro grupo, que era dirigido, a su vez, por un acompañante del Carrefour de la Chine que dominaba el idioma. En menos de una hora, estábamos en un hotel flamante y nuevo, donde nos sirvieron una comida inolvidable. Decididamente, la aventura se anunciaba sabrosa. Urumqi es una ciudad heteróclita. En ella, se mezclan caracteres chinos y escritura árabe, mezquitas con pagodas, y chinos Han con muchas otras etnias. Entramos en un bazar y de repente me sentí verdaderamente en otra parte. Con sus aromas, colores y visiones, se trataba del fin del mundo, el crisol de todas las civilizaciones, allí donde Occidente se borra y se adivina Extremo Oriente. Al día siguiente tuvimos que levantarnos al frío, para enfrentarnos al desierto de Gobi, dirección Turfan. Pero apenas nos habíamos alejado de Urumqi, cuando nos encontramos con uno de los ambientes más hostiles que alguna vez haya visto. Es esto, entonces, la ruta de la seda, pensé, entre la emoción y la estupefacción. La llegada a Turfan fue un verdadero alivio. Con las uvas y los melones jugosos por todas partes, uno llegaba casi a olvidarse que se encontraba en una de las depresiones más bajas y calurosas de China. Y habíamos descubierto las ruinas de las ciudades antiguas de Gaochang y Jiaohe, antiguas postas estratégicas de la ruta de la seda. Llegamos a Dunhuang al amanecer. Allí vimos el acantilado sobre el que generaciones de monjes cavaron nichos, con sus frescos y estatuas impregnados de todo el poder de la religión budista. Pero Dunhuang no es el único testimonio del fervor de los peregrinos que, partiendo de Xian, iban a buscar a India los cánones budistas. También he visto el inmenso buda de Binglingsi en Lanzhou, el templo colgante de Hengshan, las grutas esculpidas de Datong, y no me olvido de mi único arrepentimento: no haber visto todavía la China del Sur. Es un hecho: el año que viene retomaré la ruta. En el Carrefour de la Chine Lugar de encuentro de los enamorados de China, ofrece una animación cotidiana en 12, rue Sainte-Anne. El Carrefour de la Chine organiza viajes y es también un centro de información en el que se pueden descubrir el arte y las tradiciones de China y su lengua, por medio de exposiciones, cursos, conferencias y hasta una biblioteca.