LA RESTAURACION DE LA CULTURA CRISTIANA

John Senior La restauración de la cultura cristiana 26 1. La restauración de la cultura cristiana Rosa Mística, Tor

Views 123 Downloads 1 File size 1MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

John Senior

La restauración de la cultura cristiana

26

1. La restauración de la cultura cristiana

Rosa Mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la alianza, Puerta del Cielo, Estrella de la mañana... ¿Por qué llamamos de este modo tan misterioso, y maravilloso a la Santísima Virgen María? Ricardo de San Victor, un maestro espiritual de la Edad Media, dice en un oscuro latín: Ubi amor ibi oculus, donde está el amor allí está el ojo, lo cual quiere decir que el amante es el único que realmente ve la verdad acerca de la persona o cosa que ama. Esto es el complemento perfecto de otra famosa frase: amor cæcus est, el amor es ciego, ciego a toda la mentira del mundo pues sólo ve la verdad. Cuando un joven se enamora de una mujer, sus amigos suelen decir «¿Qué le ha visto?». Y Nuestro Señor responde: «Dejen al que tiene ojos que vea». Si amas, comprenderás. Ubi amor ibi oculus. Las Letanías Lauretanas han sido escritas en el lenguaje de un incomparable cántico de amor, al que san Bernardo llama «la obra maestra del Espíritu Santo»: Eres jardín cercado, hermana mía, esposa; eres jardín cercado, fuente sellada. Es tu plantel un bosquecillo, de granados y frutales los más exquisitos; de alheñas y de nardos. De nardo y de azafrán, de canela y cinamomo... 27

Voy, voy a mi jardín, hermana mía, esposa, a tomar de mi mirra y de mi bálsamo; a comer la miel virgen del panal; a beber de mi vino y de mi leche. Venid, amigos míos, y bebed y embriagos, carísimos. Yo duermo, pero mi corazón vela. Es la voz de mi amado que me llama... Este es el lenguaje que la Santísima Virgen María comprende; este es el lenguaje del amor de Dios, el único que ella comprende. Yo creo, y este es el tema y la tesis de este libro, que la verdadera devoción a María es ahora nuestro único recurso. Como muchos católicos, me encuentro preocupado y desorientado por esta «noche oscura» de la Iglesia, que la aflige desde hace quince años. Yo duermo, pero mi corazón vigila. Como un maestro de escuela a la antigua usanza, llevo el rumboso título de Profesor, pero no soy experto en teología. El enfoque de este libro es el de un aficionado, alguien que ama la religión sin ser muy religioso. Como un portero, abro la puerta a los demás, y los animo a entrar en habitaciones en las cuales nunca he estado. Soy como aquel que ha estudiado mapas y leído diarios de viaje donde se narran tales maravillas que parecen pertenecer a otro mundo, y que se despierta con un ancestral recuerdo de su país natal y de su Rey Qui vitam sine termino Nobis donet in patria. Los expertos han destruídos este amor y esta nostalgia: por esto no llegan a ver la verdad. Todo aquello que se mueve recibe su significado del fin hacia el cual se dirige; nosotros somos criaturas en movimiento y nos definimos por nuestros deseos; aquello que ansiamos es nuestra verdad. Una acción sin finalidad se destruye a sí misma. Es este el drama actual de la Iglesia y de la cultura cristiana.

28

La teología y su sierva, la filosofía, son ciencias que estudian los fines. Algunos de los mejores pensadores de la generación anterior se equivocaron pensando que la filosofía y la teología podrían ser los instrumentos de la restauración de la cultura. Pero las ciencias obran por abstracción a partir de la experiencia. Y si bien, tomado en sí mismo, el pensamiento es independiente de toda situación determinada, y la verdad tomada en sí misma no hace acepción de personas, tiempo y lugar, es una persona determinada la que piensa en un momento y en un lugar determinado, y sólo a propósito de aquello que conoce efectivamente. Como decía Chesterton, el loco no es el que ha perdido la razón, sino el que ha perdido todo excepto la razón. La restauración de la razón supone la restauración del amor, y nosotros no podemos amar sino aquello que hemos conocido porque antes lo hemos tocado, gustado, olido, escuchado y visto. Este encuentro con la realidad exterior engendra naturalmente respuestas interiores, que urgen, que motivan y liberan las energías de la inteligencia y la voluntad, infinitamente más poderosas que la de los átomos. Privados de estas motivaciones, el pensamiento y la acción son sin objeto, a veces ciegos, más frecuentemente mecánicos; son comandados tiránicamente, es decir, desde el exterior. La cultura cristiana es el medio natural de la verdad, asistida por el arte, ordenada intrínsecamente -es decir, desde dentro- a la alabanza, la reverencia, y al servicio del Señor nuestro Dios. Para restaurarla, debemos aprender este lenguaje. La Santísima Virgen dijo a su Esposo en el momento de la Encarnación: «Él me introdujo en su bodega». Los santos que comentan este pasaje nos dicen que cada una de nuestras almas, como la Virgen, deben descender a la bodega con el Señor donde Él le dirá: «Come, amigo, bebe, embriagémonos, mi bienamado». Los santos hablan de esto como de una determinada etapa de la vida espiritual. Debemos pasar por ella para 29

arribar al Reino de los Cielos, que es el único objetivo de la vida cristiana, y que tiene por lenguaje a la música -palabra cuya raíz etimológica signfica silencio, como en mudo y en misterio. La música es la voz del silencio, y por lo tanto, para entrar con Nuestro Bienamado Señor en la oración de quietud y pedir para este fin la ayuda de Nuestra Señora, debemos aprender a hablar este lenguaje, es decir que debemos conocer la música y, sobre todo, la música de las palabras que es la poesía. Cualquiera sea nuestra especialidad, nuestra vocación, nuestro trabajo, todos somos amantes; y, mientras que sólo los expertos en cada campo deben conocer matemáticas, ciencias u otras artes, todos debemos ser poetas en el camino ordinario de la salvación. Y así como los caminos propios de la vida cristiana son del dominio de los sacerdotes, los ordinarios de la vida profana son del dominio de los maestro, como yo, quienes desde su humilde puesto, y aunque los altos caminos de la ciencia y de la teología le resulten casi prohibidos, sin embargo saben aquello que todo el mundo debe hacer primero. En Fátima la Santísma Virgen reveló que los pecados de impureza son la causa de la mayoría de las almas que se condenan. En los Estados Unidos se registran anualmente más de un millón de asesinatos de niños no nacidos, mientras que sofisticados fármacos producen la muerte de diez millones más. Se los llama mentirosamente anticonceptivos, cuando en realidad contienen sustancias abortivas que destruyen los recursos necesarios para la vida durante los cuatro primeros días del niño. Hasta donde sé, no es una verdad de fe definida por la Iglesia, pero se dice que las almas de los niños muertos sin bautizar se ven privados de la visión beatífica y van, según santo Tomás, que habla “según los Padres”, a un lugar de perfecta felicidad natural, llamado “limbo de los niños” porque ellos no tienen 30

“ninguna esperanza de poseer la bienaventuranza del cielo”. Santo Tomás, naturalmente, habla de aquello que nosotros podemos presumir en tales casos. Nadie conoce con certeza el estado de las almas, a excepción de la de los santos canonizados; nadie conoce los caminos misteriosos y extraordinarios por los cuales actúa la misericordia de Dios. Pero nuestras elecciones morales dependen aquí y ahora de lo que conocemos con certeza moral de las reglas ordinarias, no de lo que puede ocurrir extraordinariamente como excepción. Creo, en consecuencia, que esas píldoras son instrumentos de un crimen peor que el asesinato porque arrancan a los niños no solamente de la vida, sino también del camino ordinario de la salvación. Santo Tomás dice también que en el último día todos resucitaremos a la edad perfecta de treinta y tres años. Cita a san Pablo: “Hasta que lleguemos... a la edad del hombre perfecto, a la edad de Cristo en su plenitud” (Ef. 4, 13). Cuál será el sentimiento de los que han utilizado la píldora cuando, caminando en ese terrible valle de sombras, aquel día terrible, sientan llamar: Mamá! Papá! y se encuentran con sus hijos resucitados en la edad perfecta, pero privados del cielo por su impureza. Habitualmente pensamos en los pecadores que se pierden, lo cual ha sido por su culpa, pero esto es peor y mucho más triste. Pero no es mi intención hablar de la crisis por la que atraviesa la Iglesia y el mundo. Este debe ser un libro positivo, un programa para la Restauración de la Cultura Cristiana y no un obituario de su muerte. Creo que es imprudente hablar de un estado de desastre irreversible, como muchos hacen. Publicando sus logros se da al Demonio más ventaja de la que merece. La cuestión es qué se puede hacer, qué puede y debe ser hecho, porque no tenemos opción. Nuestra acción, cualquier cosa que hagamos en le orden político y social, debe tener su fundamento indispensable en la oración, 31

el corazón de la cual es el santo sacrificio de la Misa, plegaria perfecta de Cristo mismo, sacerdote y víctima, en la cual el sacrificio del Calvario se hace presente de un modo incruento. ¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa. Esta no es mi opinión personal o de algún otro, o una teoría o un deseo, sino el hecho central en dos mil años de historia. La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa. Para celebrar la Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si llueve. Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor con rosas y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María -Rosa Mystica, Turris Davidica, Turris Eburnea, Domus Aurea, que llevó su Cuerpo y su Sangre en su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la iglesia y del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan el misterio de la fe en ese tabernáculo de música y palabras que es el Oficio Divino. Y en torno a ellos, se reúnen los fieles que participan del culto divino y realizan los otros trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible el Sacrificio; producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por Él, por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos. Debemos gravar en nuestro corazón la primera ley fundamental de la economía cristiana: el fin del trabajo no es la ganancia 32

sino la oración, y la primera ley de la ética cristiana: debemos vivir para Cristo, no para nosotros mismos. Y vivir en Él es amar. Si guardamos los diez mandamientos, evitaremos el infierno; si amas a Dios y al prójimo como a ti mismo, cumplirás la ley de justicia. Pero la vida cristiana no consiste solamente en evitar el infierno, aunque esto sea esencial. Porque la vida misma es el Reino de los Cielos que consiste en amar a Cristo y a nuestro prójimo como Él nos ama. Santa Teresita de Lisieux, teóloga ignorante, scienter nescia, ha remarcado que en la primera Misa, después que Nuestro Señor distribuyó su Cuerpo y su Sangre a los primeros cristianos, con este acto fue más allá no solamente de la ley de justicia sino también de la ley del amor. Él nos dice: “No os améis unos a otros como a vosotros mismos. Poned algo de mística. Amaos los unos a los otros como yo, el primero, os he amado”. Si morimos habiendo guardado la ley de la justicia y la ley de la caridad, pero no esta caridad, pasaremos tanto tiempo en el purgatorio cuanto sea necesario para aprenderla, en terribles sufrimientos que, como dice santo Tomás, todos los sufrimientos naturales del mundo juntos, son menores que un instante de aquel otro dolor. A veces creo que los conservadores, no solamente los liberales, se parecen a fariseos-católicos, absoluta y fríamente determinados a tener siempre razón. Mientras que el camino real de Cristo es un camino caballeresco, romántico, lleno de fuego y pasión; cabalgamos en fogosos caballos pura sangre, que galopan gozosamente, olfateando el viento, mientras que con ruido de armas, pronunciamos el grito de batalla de Roland y Olivier: Montjoi! Nuestra Iglesia es la Iglesia de la pasión. Escuchemos al Espíritu Santo mismo, escuchemos el lenguaje con el que habla el Esposo a su Bienamada Virgen en el Cantar de los Cantares, y nos dice a nosotros también: 33

Voy a mi jardín, hermana mía, esposa; a tomar de mi mirra y de mi bálsamo; a comer la miel virgen del panal, a beber de mi vino y de mi leche. Venid amigos míos, y bebed y embriagaos, carísimos. Es necesario guardar los Mandamientos, pero no es suficiente. Es necesario amarnos los unos a los otros como a nosotros mismos, pero no es suficiente. Lo único necesario, el unum necessarium del Reino, es amar como Jesús nos amó. Este es el amor que produce la alegría en el sufrimiento y en el sacrificio, el amor de Roland y Olivier que se lanzan a la batalla, defendiendo hasta la muerte aquello que aman. Montjoie! Esta es la música de la cultura cristiana. Los demonios que, en nuestro país y en la Iglesia, asesinan a los niños y deshonran a la Esposa de Cristo serán arrojados fuera solamente con la oración y el ayuno. La impureza es una infracción a los Mandamientos de Dios, pero, más profundamente, una mala dirección del amor. No la echaremos nunca fuera, todas las tentativas para resolver la crisis de la Iglesia serán vanas, si no consagramos nuestros corazones al corazón Inmaculado de María, lo cual implica mucho más que recitar una oración impresa, al igual que el ayuno implica mucho más que comer menos. Implica compartir su misma vida interior. Como Ella, debemos descender cada día a la bodega, donde Cristo nos llama, y allí, solos con Él, embriagarnos de su amor. Ubi amor ibi oculus. ¿Cómo veremos sin el ojo del amor? Pero, ¿cómo aprenderemos a amar sin conocer el lenguaje del amor? Y para aprender este lenguaje, ¿cuál es la escuela? Pues bien, escuchemos al más grande de los maestros ingleses: Si la música es el alimento del amor, tocádla.

34

¿Es difícil de comprender el significado de lo que Shakespeare nos quiere decir? La cuestión es la de un maestro a sus alumnos, no la de un erudito a sus colegas. Para los amantes, aunque puede ser difícil, e incluso imposible realizar una traducción en lenguaje científico, el significado es claro y fuerte como el buen vino. Si la música es el alimento del amor... Reflexionemos un momento sobre estos célebres versos con los que comienza la obra La noche de Reyes, obra destinada a todo el pueblo, no solamente a los estudiosos, escrita como un entretenimiento para la fiesta de Epifanía, hace trescientos cincuenta años. Así como la antigua Ley prohibía comer cualquier tipo de carne, excepto la de los rumiantes, así deberíamos prohibir toda crítica que se alimentara despedazando la carne de los textos en notas y apéndices, en favor de una rumiante lectura de los versos en su más ordinario y obvio sentido. El mejor comentario será un pasaje similar del mismo autor o de un autor parecido. Tomemos, por ejemplo, el Sueño de una noche de verano. Oberon, rey de la música, hace una especie de comentario al discurso ducal que abre La noche de reyes: Acercaos, querido Puck. ¿Recuerdas aquel día en que subí a una montaña y escuché a una sirena que era llevada por un delfín? Ella cantaba uno aires tan dulces y armoniosos que el mar agitado se calmó con su voz, y algunas estrellas abandonaron su lugar para escuchar la música de la hija de las olas. Y Puck responde: Recuerdo! Notemos cuidadosamente el poder que este gran maestro de nuestra cultura atribuye a la música: el mar agitado con su voz 35

se calmó. La música alimenta el amor. Sí, alimenta el amor de Cristo que aquieta el corazón rebelde, brutal y salvaje del pecador. Comprendan lo que esto significa: que la civilización es obra de la música. Shakespeare dice esto una y otra vez. En El mercader de Venecia dos jóvenes amantes entran en un jardín. Es de noche, sobre ellos, la luna y las estrellas. Lorenzo le pide a su amigo Stefano que le ayude a buscar algunos músicos, y luego, dirigiéndose a su amada, dice: Con qué dulzura duerme la luz de la luna en ese macizo! Nos sentaremos aquí y que los sones de la música se deslicen en nuestros oídos: la blanda calma y la noche se hacen notas de una dulce armonía. Siéntate, Jéssica. Mira como el firmamento del cielo está densamente tachonado de patenas de oro claro: hasta en la más pequeña esfera que observas hay un ángel que canta en su movimiento, haciendo coro siempre a los querubines de ojos niños. Tal armonía hay en las almas inmortales; pero mientras esta fangosa vestimenta de corrupción siga groseramente cerrada, no podemos oírla. Este pasaje ilustra el tema que toda la creación canta, los cielos declaran la gloria de Dios, las estrellas en su curso tejen una música de esferas que responde armónicamente a los ángeles cantando Sanctus, Sanctus, Sanctus en torno al trono de Dios. Todos los hombres poseen también esta música, pero en tanto moren en “esta vestidura de barro”, en esta vida expuesta a la agitación del mundo, atrapados por una multitud de preocupaciones y deseos, no la podrán escuchar ni entender. Los músicos llegan al jardín, y Lorenzo les grita: Vamos, venid y despertad a Diana con un himno! Que vuestros más dulces acentos acaricien los oídos de vuestra señora, y llene su casa de música. 36

En el bello latín de san Jerónimo, la Esposa del Cantar de los Cantares exclama: Trahe me - Atráeme! Y Jéssica responde: Nunca estoy alegre cuando oigo música. ¿Respuesta extraña? Posiblemente, pero sin embargo verdadera. La música es mucho más que diversión; hay algo de tristeza aun en las músicas más gozosas. Todos han remarcado como, por ejemplo, en las más ligeras piezas de Mozart, en sus óperas cómicas o en obras maravillosamente brillantes como el concierto para clarinete, hay un casi insoportable peso, una tristeza imposible de escuchar sin lágrimas. Quizá el ejemplo más famoso en Mozart sea el empleo que hace de la hermosa canción de amor Dove sono de Las bodas de Fígaro en el Agnus Dei de su Requiem, uso que podría parecer blasfemo si el repertorio gregoriano no hubiese dado el ejemplo: ciertas melodías son comunes a las misas de esposales y de difuntos. Jéssica dice: Nunca estoy alegre cuando oigo música. Y Lorenzo, el filósofo, explica por qué: La causa es que tu espíritu está atento: pero observa sólo una manada salvaje y retozante, o un grupo de potros jóvenes y sin domar, dando locos saltos, aullando y relinchando, conforme a la naturaleza caliente de su sangre: si por casualidad oyen sonar una trompeta o si un aire de música toca sus oídos, notarás que se detienen a la vez, y sus ojos salvajes se reducen a una mirada humilde por el dulce poder de la música: por eso el poeta fingió que Orfeo movía árboles, piedras y ríos: puesto que no hay nada tan terco, duro y lleno de cólera que la música no lo 37

cambie de naturaleza por algún tiempo. El hombre que no tiene música en sí mismo y no se mueve por la concordia de dulces sonidos, está inclinado a traiciones, estratagemas y robos; las emociones de su espíritu son oscuras como la noche, y sus afectos, tan sombríos como el Erebo: no hay que fiarse de tal hombre. Atiende a la música. Nuestro Señor ha explicado en la parábola del Sembrador que su amor crece sólo en cierta tierra, la tierra de la cultura cristiana, que es obra de la música en sentido amplio, que incluye las canciones, el arte, la literatura, los juegos, la arquitectura. Son otros tantos instrumentos de una orquesta que ejecuta día y noche la música de los que aman; y si se desafina, entonces el amor de Cristo no crecerá. Es evidente que hoy, en los Estados Unidos, el Demonio se ha apoderado de estos instrumentos y ejecuta una danse macabre, una danza de muerte, especialmente a través de lo que nosotros llamamos “media”, la televisión, la radio, las grabaciones, los libros, las revistas y los diarios. La restauración de la cultura cristiana en todos sus aspectos espirituales, morales y físicos, exigen un cultivo del suelo en el cual el amor de Cristo pueda crecer, y esto significa que nosotros debemos repensar, como se dice, nuestras prioridades. Lo que yo propongo, no como respuesta a todos nuestros problemas, sino como condición de la respuesta, es algo a la vez simple y difícil: se trata de reinstalar en nuestros hogares “las caricias de una dulce armonía”, a fin de que nuestros hijos crezcan mejor que nosotros, con música en sus corazones, y que, cantando las viejas canciones durante toda su vida se dispongan a escuchar un día el cántico del Bienamado: Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven: que ya se ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. 38

Ya han brotado en la tierra las flores, ya es llegado el tiempo de la poda y se deja oir en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. Ya ha echado la higera sus brotes, ya las viñas en flor esparcen su aroma. Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. ¿Qué mujer escuchará cantar así al joven al cual esposará? Ninguna, yo creo -y qué hombre y qué mujer escuchará a Cristo en el otoño de su vida? Como primera medida, destruyan vuestro aparato de televisión. La Iglesia Católica no se opone a la violencia, sino solamente a la violencia injusta. Entonces, destruyan vuestro televisor. Y con el tiempo y el dinero que ahorran en él compren un piano, y restauren en vuestros hogares el gusto por la música, la música cristiana corriente, ordinaria que, en su mayoría, es fácil de ejecutar. Todo el mundo puede aprender las canciones tradicionales, las de Stephen Foster o de Robert Burns, por ejemplo, los aires irlandeses o italianos, luego de algunas horas de aprendizaje. De este modo, la familia se reunirá por la noche en el hogar; porque vivirá al unísono, el afecto y el amor renacerán sin pensarlo. No hay nada que desintegre más el amor que los intentos artificiales destinados a favorecerlo, como grupos de encuentro u otras “dinámicas” del mismo género. El amor nace y crece; no puede ser fabricado ni exigido; y, solamente crecerá con las dulces armonías de la música. La clase más importante de música, en sentido amplio, entendiendo con esto toda expresión cultural, es, por supuesto, la música de las palabras: la poseía y la literatura. La música en sentido estricto, ya sea vocal o instrumental, juega un rol muy importante en la formación de la sensibilidad; y lo mismo ocurre con las artes plásticas. Pero lo que uno lee entra directamente en 39

la inteligencia y por tanto, tiene un efecto mayor. Debemos poner nuestro mayor esfuerzo en restaurar la lectura en la casa y, sobre todo, la lectura en voz alta: junto al fuego del hogar en invierno, y en el porche, en las noches de verano. Para los chicos más grandes y los adultos la lectura silenciosa, pero todos reunidos en la sala. No es necesario buscar las grandes obras maestras de la literatura que necesitan una lectura analítica y son útiles sobre todo a los especialistas, sino leer lo que podemos llamar los “mil buenos libros”, que tienen que estar en toda biblioteca, cuentos como los de Mother Goose y poemas como los de Willie Shakespeare, los “mil buenos libros” para los niños y para los adolescentes, que todos hemos leído y releeremos durante el resto de nuestras vidas. Pero, en primer lugar, no seríamos serios en nuestra intención de restaurar la Iglesia y la Ciudad si no tenemos el sentido común de destruir nuestro aparato de televisión. Se dice que la televisión no es buena ni mala. Que es un instrumento como podría ser un revolver: su moralidad depende del uso que se le dé. No es mala per se sino accidentalmente, como dicen los moralistas. Es verdad, pero las situaciones concretas son per se accidentales! La televisión no es mala sólo por accidente, es mala de modo general y determinante. No es cuestión de elegir los mejores programas, de influenciar sobre los productores o los anunciantes, o lanzar un canal propio. La televisión posee dos defectos: su radical pasividad, física e imaginativa, y la distorsión de la realidad. Sentados frente a la pantalla, no ejercitamos nuestra mirada para fijar y seleccionar los detalles, aquello que los poetas llaman “remarcar” las cosas. Ni tampoco ejercitamos nuestra imaginación como nos vemos obligados a hacer cuando leemos metáforas, que nos exigen saltar al “tercer término” sugerido por la juxtaposición de imágenes, y reparar en similitudes y diferencias, capacidades que Aristóteles dice que son uno de los principales 40

signos de inteligencia. La televisión es mala, por tanto, intrínsecamente, como también lo es extrínsecamente. Todo pasa por el filtro laicista de los que tienen el poder. “Qué hermoso es ver el Papa!”. Pero ustedes no ven el Papa; ven el Papa visto por los periodistas y su media, a través de sus comentarios, de las elecciones que ellos hacen de lo que van a pasar y de sus montajes. Un teólogo me respondió un día cuando me quejaba de la comunión distribuida por los laicos: “Si fuera la única manera de recibirla, yo le recibirá del mismo Diablo”. Creo que está equivocado. En esto sigo a Newman que, ante una situación similar respondió: “Esperaría una oportunidad mejor”. Si quiero ver el Papa, viajaré los seis mil kilómetros que me separan de Roma, pero nunca lo vería a través de los ojos de la CBS. Toda la televisión está mal orientada porque quienes la dirigen no son solamente no-cristianos sino anti-cristianos. Y no solamente en los programas obviamente malos sino también en aquellos llamados eduacionales que son realizados con el mismo fin: extirpar de la cultura, y deformar todo lo que sea cristiano. Aún en algunas emisiones, como reportajes o documentales, programas deportivos o de variedades que, en sí, no tiene nada malo, sí lo tiene el contexto, y es el contexto lo determinante. Y esto no es lo peor; lo peor es el insidioso irrealismo. Me refiero a la cuestión del profesionalismo deportivo. ¡Mi partido de fútbol!, es el grito paterno: Nerón mirando la lucha de gladiadores que se matan entre ellos, mientras beben una insípida cerveza y comen papas fritas. En tanto, los niños se embrutecen escuchando rock en el pasacintas. ¿Les gusta el fútbol? Salgan los domingos y juégenlo con sus hijos. Sé que lo que digo parece una locura; es demasiado, demasiado rápido, y siempre contra corriente. Pero los estéreos y los equipos de música sustituyen a los sentidos, a la imaginación e, incluso, a la realidad. Y no se dejen engañar por las hermosas colecciones que se ofrecen, desde canto gregoriano hasta Aaron 41

Copland. El canto gregoriano es una solemne oración y no debe nunca convertirse en un “placer para el oído”, como dicen. En cuanto a Copland, es la vulgaridad contemporánea. Los drogadictos y pornógrafos no tienen el monopolio de lo artificial. El bello mundo de la cultura de lujo, de la New York Philharmonic, atestada de micrófonos, trituran a los clásicos con las interpretaciones modernas en un amasijo electrónico, con ingredientes de sofisticadas desarmonías diseñadas para la autodestrucción de la música y la ruina de todos los hábitos tradicionales de diferenciación tonal. Pienso en lo mejor de los genios desorientados como Stravinsky o Mahler, para no mencionar los autopromovidos fraudes como Schoenberg. Y aunque sería largo de explicar, los aparatos electrónicos no son malos solamente en cuanto se apartan del fin, sino también en cuanto a los medios mismos que son destructivos de la imaginación y la sensibilidad, como lo es la televisión. Las reconstituciones electrónicas de sonidos desintegrados no produce sonidos reales: es como si creyéramos que la leche en polvo es realmente leche. El más grande pianista de la última generación, Joseph Hoffman siempre se rehusó a hacer grabaciones porque le horrorizaba la idea que se pudiera fijar una interpretación hecha una vez, y ser reproducida infinidad de veces, cuando él en el concierto tocaba cada nota fresca, como si fuera la primera vez. Acepto el riesgo de pasar por un fanático peligroso, pero repito con toda la calma y seriedad que puedo: deshagámonos de todos estos aparatos mecánicos y electrónicos y restauremos en nuestros hogares la música y la literatura real, viva, simple, cristiana, doméstica. Sé que no es agradable recibir una reprimenda; es más fácil escuchar al profeta cuando critica a los filisteos que viven al otro lado de la calle; pero, como decía Newman, el predicador va muy lejos cuando comienza a llegar a nosotros. Sin embargo, es muy simple. Los católicos han aceptado algunas de las

42

peores distorsiones de su fe en el orden de la música, del arte y de la literatura sin una palabra de enojo, porque nunca han escuchado verdaderamente el Tantum ergo o el Ave Maris Stella. No es falta de fe, es falta de música: nunca han tenido en su hogar aquello que les hubiera formado el buen gusto y el buen sentido. ¿Y qué decir de la lectura en el hogar? Ya nadie lee. El movimiento en favor de los «grandes clásicos» lanzado por la generación que nos ha precedido no pudo alcanzar su cometido. No por culpa de los libros. Ellos eran, como bien decía Matthew Arnold, “lo mejor que se ha pensado y dicho”, pero del mismo modo que el vino se pierde en botellas agrietadas, los libros se perdieron en espíritus que ya no sabían leer. Con otra comparación, la semilla ha germinado, pero el terreno estaba agotado. La fecundidad de las ideas de Platón, de Aristóteles, de san Agustín, de santo Tomás no se pueden manifestar sino es en el terreno de una imaginación saturada de fábulas y de cuentos de hadas, de historias y poemas, romances y aventuras -Grimm, Andersen, Stevenson, Dickens, Scott, Dumas y tantos otros buenos libros. La tradición occidental, que asimiló todo lo mejor del mundo greco-romano, nos ha dado una cultura en la cual la fe se desarrolla sanamente. Desde la conversión de Constantino esta cultura se transformó en cristiana. Las inteligencias y las voluntades germinan en este terreno que es apto para todos los estudios literarios y científicos, incluida la teología sin la cual todos lo demás son inhumanos y destructores. El atleta inculto y el esteta decadente sufren los vicios opuestos a las virtudes que Newman llama del gentleman. Cualquiera que estudie las letras o las ciencias, desde un punto de vista especulativo o práctico, descubrirá que un poco de cultura general significan un salto decisivo. Crecerá como una planta desnutrida que, repentinamente, es fertilizada y regada.

43

Y el mejor punto de vista es el del aficionado, de la persona común que se entretiene con lo que lee, ignorante de esos exámenes críticos, históricos o textuales que destruyen aquello que analizan, tan enemigos de la cultura como los estudios de la sexualidad lo son del matrimonio, o la agricultura científica de la vida del campo. Cualquier cosa que hagan, no envenenen el aljibe y el campo con diccionarios, enciclopedias, atlas, guías, ediciones críticas, notas, apéndices biográficos e históricos. Todo esto es la ciencia de la literatura, una mala aplicación del método científico a un campo que está fuera de su competencia. Nosotros queremos lo que Robert Louis Stevenson llamó “un jardín de niños”, algo simple, directo, placentero, espontáneo, libre, romántico, si quieren. Pero teniendo presente que no basta para la salvación, como creyeron los románticos, que no es suficiente para la ciencia y la filosofía, pero que es indispensable para el desarrollo moral, intelectual y espiritual. En vez de un razonamiento les propongo una lectura: aquella de los mil buenos libros. Como la vista es el primero de los sentidos, y es especialmente importante en los primeros años, es importante tener ediciones ilustradas por artistas que trabajen dentro de la tradición cultural que buscamos restaurar, al mismo tiempo para una introducción al arte como para participar del universo imaginativo que nos propone el libro. No se trata de despreciar a todos los artistas contemporáneos puesto que la tradición no excluye la experimentación. Al contrario, la lectura de estos libros debería ser un incentivo para escribir bien y dibujar bien. Un ejemplo no es una camisa de fuerza, sino un maestro que propone reglas y modelos para imitar. Las ilustraciones de los libros alcanzaron su perfección clásica en los cien años anteriores a la Primera Guerra Mundial, con figuras como Beatrix Potter, Sir John Tenniel, Arthur Rackam, Kate Greenaway, George Cruickshank, Leslie Brooke, y muchos otros. Con buen olfato, se 44

pueden encontrar ediciones originales en librerías de segunda mano; o nos podemos contentar con facsímiles que, si bien no tienen la misma calidad de trazo y color, son más económicos. Los católicos de lengua inglesa tienen una dificultad que, para tratarla adecuadamente, necesitaríamos un libro entero: la literatura inglesa es sustancialmente protestante. Es bueno citar a san Pablo que dice que todo lo que es verdadero viene del Espíritu Santo, y argumentar que esta literatura, en la medida en que es verdadera es católica, sin importar las convicciones de su autor, sea este protestante, judío o infiel. Todo andaría bien si la literatura fuera una ciencia abstracta, donde “dos más dos son cuatro”. Pero la literatura, realidad paradojal por definición, es un “universal concreto”: muestra a los hombres en acción, hace revivir sus luchas afectivas, morales y espirituales. En consecuencia, los católicos anglófonos deben vivir con una dificultad: los mil buenos libros que son para ellos el terreno indispensable para la inteligencia de la fe católica, terreno indirectamente requerido para entrar en el reino de los cielos, esos libros no son católicos, son protestantes. Esta dificultad ha conducido a algunos educadores católicos bien intencionados a recomendar solamente textos de autores estrictamente católicos, lo que supone dar a leer traducciones de un gran número de autores franceses, italianos, españoles, y de algunos escritores católicos ingleses que, aunque talentosos, no son desgraciadamente de primer orden. Cualquiera sea el modo en que lo hagan, esta es una empresa sin esperanzas. Somos un pueblo de lengua inglesa. Si queremos asimilar nuestra lengua debemos asimilar aquello que constituye el genio propio del inglés. Si queremos que hayan escritores -y lectores!- católicos de lengua inglesa, es necesario aprender el inglés del mejor modo, lo cual no se puede hacer con traducciones, incluso hechas por excelentes traductores, pero que no son genios, y no pueden 45

traducir la grandeza de la obra con la que trabajan. Veamos un ejemplo. Dorothy Sayers es una excelente católica inglesa. Por otro lado, el católico italiano Dante es uno de los tres candidatos para el título del mejor poeta del mundo. Pero bien, la traducción de hace Dorothy Sayers de la Divina Comedia, es una comedia en otro sentido, que no tiene nada que hacer al lado de la excelente traducción hecha por el secretario latino del Consejo de Estado Puritano, John Milton que, además, fue muy cercano del archihereje y asesino de la Irlanda católica, Cromwell, ni tampoco puede rivalizar con Shelley, ateo favorable a la causa irlandesa, al cual la señorita Dorothy intenta -desastrosamente- reproducir en la terza rima de Dante. La literatura inglesa no es una opción, es un hecho. Es protestante, y para nosotros es a la vez una bendición y una condena: una bendición, porque es la mejor del mundo, y una condena porque no podemos hacerla nuevamente. Los padres y maestros católicos de lengua inglesa deben leer y releer La literatura católica en lengua inglesa del cardenal Newman. Es un muy buen ensayo sobre la materia que nos ocupa, bien equilibrado; lo mejor sobre el tema. Las dificultades afectan el corazón de los niños -ese órgano tan delicado, sede de los afectos y disposiciones interiores- y también a su imaginación: serán formados por autores alejados del universo católico, y muchas veces, muy alejados. Pero, si no leen, ¿cómo desarrollar sus aptitudes y facultades esenciales? Dicho esto, hay que agregar que podemos vivir y vivir bien a pesar de las dificultades que he señalado y tomar las cosas por lo que son. En primer lugar, en la medida en que esta literatura es protestante, es bíblica y cristiana: la existencia de Dios, la divinidad de Cristo, la necesidad de la oración, la obediencia a los mandamientos constituyen la trama sólida de la mayor parte de estas obras, aunque se suelen encontrar críticas, a veces groseras, 46

a veces fundadas, que contradicen en algo a la fe católica. Debido a que el protestantismo está a mitad de camino de sus ancestros católicos y judíos, una suerte de cristianismo hebreo, al menos en su tendencia calvinista, su literatura popular es hostil a la vez a los católicos y a los judíos. Charles Kingsley ha escrito un excelente libro para niños lleno de injuriosas mentiras con respecto a los jesuítas; el Shylock de Shakespeare, el Fagin de Dickens han explotado y exagerado la avaricia de los judíos. Pero el comentario de Chesterton sobre el libro de Kingsley –“Es una mentira, pero llena de santidad”- se aplica al Mercader de Venecia y a Oliver Twist. Solamente los judíos o católicos farisaicos se indignan por ser caricaturizados. Una justa y sana caricatura consiste en remarcar algunos rasgos accidentales de aquello que es esencial. Es un hecho que hay jesuítas que a veces protagonizaron escándalos a pesar de la gloriosa falange de sus santos; y que hay judíos usureros, pornógrafos y comunistas a pesar de la valentía con la que afrontaron una persecución injusta y de la pequeña falange de sus santos convertidos. Los católicos y judíos pueden reír y llorar a la vez de la verdad de estas caricaturas, del mismo modo que un irlandés sobrio -si se puede encontrar uno- reiría y lloraría de un irlandés borracho, o un italiano honesto, de su Padrino. Uno de los más conocidos, y en verdad genio, de esta lista de clásicos para niños no es un protestante inglés sino una clase de católico francés. Cuando se termina de leer Los tres mosqueteros se tiene en claro que el pecado siempre es castigado. Al comienzo de la novela, Aramis simula y se burla de la vocación religiosa, y termina siendo monje -aunque no de los mejores! Está también la escena muy colorida en la que D’Artagnan, corazón generoso y verdadero héroe, comete un adulterio, sensacional y grotesco a la vez, con una de las más peligrosas femmes fatales de toda la literatura; las consecuencias serán espantosas 47

para los dos: una horrible muerte para ella y una terrible lección para él. Sin duda, es mejor reservar la lectura de Los tres mosqueteros para adolescentes de más de dieciséis años, pero es un libro para adolescentes y un ejemplo de valentía y altos ideales. Es un buen libro, quiero decir, un libro moralmente bueno. Nos guste o no, el tipo de aventuras de Alejandro Dumas está en la literatura, como las Montañas Rocosas están en la geografía. Si éstas no existieran, podríamos viajar más rápidamente por California, pero el interés del viaje se disminuiría mucho. Sin los romances, sin las intrigas y los amores de los personajes de Dumas, ¿dónde estaría lo emocionante de la literatura? El peor defecto de la literatura clásica inglesa es la omisión: María Santísima, nuestra madre, y el Santísimo Sacramento están ausentes. Es esta la desaparición de los dos misterios más importantes de la fe católica, y de una serie de elementos accidentales de la vida católica como el culto a los santos, la veneración de las reliquias, el uso de medallas, de escapularios, del agua bendita y del rosario. Cuando estas cosas están presentes es para tacharlas de supersticiones. A veces, estas “supersticiones” son mejor tratadas, como la hermosa escena de Mujercitas donde la criada francesa explica el Rosario a la incrédula pero maravillada y edificada Amy. Sin embargo, no hay duda de que es una carencia grave, y debe ser compensada por el uso cotidiano de los tesoros de la piedad católica y el recurso constante a la liturgia latina. Desde el punto de vista cultural, que debo insistir no es algo menor o accidental sino algo indispensable en los medios ordinarios de la salvación, y prescindiendo de las difíciles controversias canónicas y teológicas sobre su licitud o validez, como así también de los aspectos pastorales, debo decir que la Misa nueva, al menos tal como se celebra en los Estados Unidos, es un desastre. Y con el respeto debido a las autoridades, debo dar testimonio 48

público de mis peticiones privadas para que se restaure la gran liturgia gregoriana y tridentina que se celebraba antes: la obra de arte más refinada y más bella que haya existido en el mundo; el corazón, el alma, la fuerza más determinante de nuestra civilización occidental; y la madre nutricia de tantos santos. Los niños católicos formados por lo mejor de la literatura inglesa deben alimentarse al mismo tiempo de las prácticas católicas tradicionales, como el rosario, las visitas al Santísimo o el Via Crucis. Y cuando esta literatura denigra explícitamente a aquello que hay de católico, los padres y los maestros deben obrar como censores. Esta censura no debe hacerse con la tijera, porque estos pasajes están muy unidos al contexto, sino con la explicación. Los padres o hermanos que leen las historias en voz alta a los más pequeños deben corregir dulcemente los errores, y éstos servirán para enseñar la verdad, y muchas veces la verdad es que los católicos no siempre han vivido acordes a su fe. Con sus alumnos, el maestro puede aprovechar las caricaturas o injurias para hacer leer otros textos; por ejemplo, el ataque a los jesuitas puede ser la ocasión de leer la vida de san Isaac Jogues y sus compañeros, o la de otros santos misioneros. Su propia firmeza en la fe debe bastar a los adolescentes y a los jóvenes; los textos hostiles al catolicismo serán la ocasión de examinar su comprensión de la fe, y sus profesores podrán dirigir las discusiones de los puntos más difíciles. Con lo que he dicho es suficiente. Las cientos de miles de páginas de los mil buenos libros contienen pocos pasajes para corregir. El verdadero problema, común a toda la cultura moderna, es el de la ausencia de los tesoros de la piedad católica, determinantes en materia de fe. Y estos tesoros deben ser restaurados en la Iglesia y en los hogares. Debido a que somos de lengua inglesa y que vivimos en una sub-cultura no católica, es bueno para los 49

niños que conozcan con su imaginación el medio hostil en el que viven, exceptuando por supuesto la burla, la pornografía y la subversión, pero esto no aparece en la literatura infantil clásica. Ella es buena artística, moral y espiritualmente, aunque incompleta. Quizá sea conveniente hacer alguna advertencia con respecto a la lectura para los adolescentes. Este período de la vida es peligroso por definición. “Adolescente” proviene de una palabra latina que significa “quemar”, y es ciertamente una edad “quemante”. La lectura de Romeo y Julieta, por ejemplo, puede impresionar una imaginación viva. Estos amantes, se enamoran de un modo desesperado y ardiente, pero la lectura de estos bellos pasajes pueden conducir al pecado, como el caso de aquellos condenados de la Divina Comedia, a quienes el Dante atribuye su suerte a la lectura de una novela cortesana. “Ese libro fue un galeotto”, dice Francesca- y galeotto significa en italiano proxeneta. Estas lecturas suponen paralelamente una formación moral estricta, seria, exigente y enérgica. Pero a la vez hay que hacer una advertencia a los padres católicos: muchas veces, cuanto más conservadores son en su fe, más jansenistas son en la educación de sus hijos. Alrededor de los doce años el niño comienza su adolescencia, lo cual implica una explosión de aptitudes físicas y reacciones emotivas, el deseo del peligro y las primeras llamadas del amor. Se cuenta que los chinos vendaban los pies de sus hijas para que no crecieran. Parece que hay también padres que vendan las almas de sus hijos: algunas familias católicas envían a la universidad a sus hijos adolescentes con dieciocho años, esmeradamente conservados y embalados en la edad afectiva y mental de doce; buenos chicos y chicas, bien vestidos y poco ruidosos, que jamás han tenido un problema, que nada saben de la vida ni del amor. El Reino de los Cielos es el conocimiento y el amor de Dios. No podremos aprender a soportar las llamas 50

vivientes del amor divino si no pasamos por el fuego más temperado de los deseos humanos, y una adolescencia “quemante” es tan necesaria para el desarrollo normal del cuerpo y del alma como lo es la fe. La fe supone y perfecciona la naturaleza, y por tanto no podrá ser eficaz si ésta está atrofiada. ¿De qué serviría proteger a los niños del fuego del infierno si los privamos de los medios para ir al Paraíso? Denles una catequesis fuerte, sermones serios, buenos ejemplos y ejercicio físico. Gobiérnenlos con firmeza, pero no los enfermen: déjenlos leer los buenos libros “peligrosos”, y déjenlos practicar deportes “peligrosos” como el rugby o el montañismo. La condición humana supone que alguno se quiebre una pierna y peque, pero en una familia católica bien equilibrada las caídas serán pocas y los cuerpos y las almas recuperables. El valor de estas lecturas y de estos juegos es tan grande que deberíamos agradecer a Dios por haber sido de tal modo colmados de bendiciones en la literatura y en los deportes ingleses. Afortunadamente, la mayoría de estos autores tienen simpatía por nuestra fe y, algunos de ellos, Shakespeare por ejemplo, era católico in pectore. Dickens tuvo un sueño visionario, al que tomó muy en serio, en el cual la Virgen María lo invitaba a escribir más cálidamente sobre los católicos, lo cual hace en Barnaby Rudge, una de sus mejores novelas. La historia no se puede rehacer, lo pasado pasó, y está fuera de nuestras manos. Olvidad los clásicos y seréis incultos: nuestra cultura es la que es, pero es la nuestra y permanecerá en su verdad, en su bondad y en su belleza, católica. Para concluir, los exhorto a hacer una experiencia: lean, en voz alta si es posible, los buenos libros ingleses, desde los cuentos de Mother Goose hasta la novelas de Jane Austen. No es necesario hacer una lista: un clásico es una obra de la cual todo 51

el mundo conoce el nombre. Y, por la noche, reunidos en torno al piano, canten las canciones tradicionales. Sí, la música alimenta el amor, y la música, en sentido amplio, es un signo específico de la civilización humana. Si nos hemos cocinado en la olla familiar de la imaginación cristiana, habremos aprendido por absorción a escuchar este lenguaje, esta misteriosa música del Esposo. Comenzaremos a amarnos los unos a los otros como Él nos ama. Y veremos finalmente, al término de esta noche oscura, a la Estrella de la Esperanza que brilla al comienzo de la mañana. Veremos porque amaremos -Ubi amor ibi oculus- pero solamente con su ayuda: Rosa mystica, Turris Davidica, Domus aurea, Stella matutina... Estrella de la mañana.

52

2. El holocausto climatizado

Quizá conozcan la historia de Sam, el famoso productor de cine. Uno de sus amigos solía decide: “No te llevaras nada contigo”, y el respondía: “Entonces no me iré”. Pero se fue. Y todos nosotros también nos iremos: los flacos. los gordos, los traidores, los fieles, los insatisfechos, los llenos. Aquí esta la lección de esta historia: algunas realidades son según las fabricamos, como el cine, el dinero y las ciencias sociales; y otras cosas son objetivamente ciertas. como la muerte y los impuestos. Todas las cosas tienen un precio que cada uno debe pagar. Ni siquiera el aire que respiramos es gratis. Hay un impuesto general sobre todo aquello que vive, que se mueve y que posee el ser. El impuesto sobre toda vida es la muerte de alguien, porque nada de valor se puede ganar sin sacrificio. En la naturaleza, todo lo que se alimenta se convierte de algún momento en alimento, y -¡que escándalo para nuestro amor propio!- incluso nosotros. Como dice Hamlet:

Un pescador puede pescar un pez con un gusano que se ha alimentado de un rey, y comer el pescado alimentado con el 53

gusano. Esto es para mostrarles como un rey puede viajar por las tripas de un vagabundo. Toda la filosofía, enseña Sócrates, “es una meditación sobre la muerte”. Los poetas trágicos, y la mayor parte de los cómicos, están llenos de pesimismo porque ven la certeza de la muerte, Si esto es verdad, si ellos tienen razón, si todos deben morir. ¿Cuál es entonces el sentido de la vida? Todos serán pasados por el cuchillo Si sugieren que la vida continúa a través de las generaciones en los descendientes, los poetas responden: “Esto no soluciona la cuestión; solo la pospone”. ¿Dónde van finalmente todas esas generaciones? La existencia de la especie humana tomada en su conjunto durara lo mismo que las pulsaciones de alguna estrella en su proceso de evolución hacia la extinción. Verdaderamente toda esta historia es lo que afirma a Macbeth: “Una historia absurda... narrada por un demente”, Y como dice Salomón: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Entonces, si la vida es absurda, podemos racionalmente concluir con la amarga resignación de los poetas trágicos, o gritar con los cómicos: “Come, bebe y se feliz, porque mañana morirás”. Estas son las dos respuestas extremas, opuestas pero complementarias, del racionalismo pesimista. Otros, aun concluyen-do en el mismo pesimismo, se han negado irracionalmente a aceptarlo, y han tratado de construir un universo artificial a su gusto, a pesar de la muerte; una suerte de Paraíso en la tierra donde no existe ni la muerte ni los impuestos, y que la tecnología trata en vano de realizar. Después de quinientos años de espectacular éxito, han reducido nuestra vida a nada más que muerte e impuestos. 54

En su celebre ensayo El culto del hombre libre Bertrand Russel, premio Nobel y, principal responsable de las matemáticas que hicieron posible la computadora, escribió el resumen más popular y más preciso de la mentalidad tecnocrática: El Hombre es el producto de causas que no conocen el fin hacia el cual se mueven; su origen, su crecimiento, sus esperanzas y sus temores, sus amores y sus creencias, son solamente el resultado de una colocación accidental de átomos; no hay fuego, ni heroísmo, ni intensidad de pensamiento o sentimiento que pueda preservar la vida individual más allá de la tumba; todo el trabajo de los siglos, todas las devociones, toda la inspiración, todo el brillo del genio humano esta destinado a la extinción cuando se cumpla la muerte general en el sistema solar, y el templo entero de las realizaciones humanas seria inevitablemente enterrado bajo los restos de un universo en ruinas. Todas estas cosas, si no están bajo discusión, son tan ciertas que ninguna filosofía que las rechace permanecerá. Só1o dentro del andamiaje de estas verdades, sólo en la firmeza de una inquebrantable desesperación, podrá ser construida con firmeza la habitación del alma. Poetas y tecnócratas, pesimistas y optimistas, opuestos só1o superficialmente, pertenecen en el fondo al mismo grupo: todos están de acuerdo en la real insignificancia de la vida. Por supuesto, hay otra visión completamente distinta de la vida, según la cual no es ni insignificante ni nefasta. Están aquellos como Sócrates, Platón, Aristóteles y la tradición del pensamiento cristiano, cuya meditación sobre la muerte comienza con el reconocimiento de la obligación de pagar los impuestos, los cuales -dicen- explican la muerte de un modo satisfactorio; si 55

se paga un precio, un bien es justamente adquirido. Sócrates creia que había una justicia final en otro mundo mas allá de la muerte. un reino del Bien, de la Belleza y de la Verdad. Opinaba que, más allá de todo. el universo es bueno, y se encamino a su muerte con serenidad, considerándola el sacrificio por el cual se paga el justo impuesto a la in mortal i dad, y fue una muerte cargada de sentido, la muerte del justo. Un pequeño grupo de cristianos continúa viviendo en la esperanza incluso en la actualidad pero, en general, el mundo moderno esta dividido entre los literatos pesimistas y los tecnólogos optimistas que, en realidad, son pesimistas de largo alcance. Algunos usan mascaras cómicas, como Gustave Flaubert, y se ríen con amargura de las absurdas esperanzas de los cristianos a los que desprecian; otros, como Dylan Thomas, rechinan los dientes con ira, rabiosos “contra la luz que se apaga”; otros, como Yeats, construyen paraísos imaginarios con su arte: Consumid mi corazón, enfermo de deseo y atado a un animal agonizante no sabe ya lo que es, y, llevadme a la ilusión de la eternidad. Todos ellos, tanto los optimistas como los pesimistas, están de acuerdo en que la vida no tiene sentido en absoluto. Los poetas y novelistas rumian, suicidas como Hamlet, el gran engaño de sus existencias. Hardy, Conrad, Hemingway, Camus, la lista es famosa, aburrida y extensa; y los cómicos se mofan y satirizan cantando baladas al absurdo: Flaubert, Joyce, Nabokov. La poesía, la música y otras artes, incluyendo la historia y la filosofía, lo que colectivamente llamamos “humanidades”, son los principales instrumentos de los valores humanos. Pero los humanistas de los tiempos modernos, la mayoría de ellos 56

ubicados en el pesimismo, niegan que exista alguna finalidad, propósito o valor en el universo o en la vida humana, y, por tanto, no proponen alternativas positivas a la transformación tecnológica. Las humanidades, en la actualidad, están dominadas por una filosofía cuya meditación sobre la muerte concluye en la radical insignificancia de la existencia humana, y no tienen nada para ofrecernos más allá de una lenificacion del dolor a través del entretenimiento y del cambio tecnológico. Los humanistas sencillamente han capitulado con los tecnócratas fuertes, agresivos y destructivos. Los departamentos de Estudios Clásicos, Literatura, Filosofía, Historia, Música, Arte y otros similares en las universidades, se han poblado de expertos en edición de textos e indexación computarizada, y construyen hipótesis lingüísticas, sociológicas y psicológicas, las cuales, más allá de su utilidad, no son de valor humano. Se trata de una investigación científica en el campo de las humanidades que en si misma no es científica. La tecnología, por supuesto, no es nueva. Cam fue el primer tecnólogo, ya que invento la agricultura científica y la guerra. La tecnología, nueva o vieja, es pesimismo disfrazado de optimismo. Contradiciendo sus lúgubres principios, propone lo que se supone es una empresa llena de esperanza: transformar la naturaleza para el uso humano. Dado que, de acuerdo con la doctrina de la fatalidad evolucionista, la vida no significa nada y todo volverá a la nada, debemos actuar en el momento presente como si todo eso no fuera verdad. Los tecnólogos construyen un optimismo artificial basado en la premisa artificial de que se puede comprar ahora y pagar más tarde. de que se puede tener, tener y seguir teniendo a fin de dejar todo eso a los nietos. Sam estaba en lo cierto, dicen, pero aunque no puedas llevar todo eso contigo, puedes al menos, más pronto que tarde, posponer indefinidamente la agonía de la partida, porque la ciencia está ya por conquistar el poder sobre la muerte; estamos a punto de sintetizar algo así como el Árbol de Vida y comer sus frutos congelados para siempre, viviendo por lo menos un milenio entre las fauces de un bostezo de la evolución. 57

Con suficiente investigación y manipulación de las masas. los científicos pueden conquistar la pobreza, el espacio exterior, la guerra, la enfermedad e incluso la muerte. En una palabra. la ciencia establecerá el Reino de este Mundo. Por supuesto, a la larga, este proceso conducirá a la autodestrucción, pero más tarde, después de mucho mucho tiempo Fue Protágoras el Sofista quien decía: “El hombre es la medida de todas las cosas”, y Sócrates entregó su vida para refutar esa afirmación. Sócrates dijo en la última hora de su vida, mientras esperaba al siniestro técnico con la cicuta, hablando sobre los sofistas: No les interesa saber lo que es verdadero, sino que su única preocupación es hacer que sus propios puntos de vista parezcan verdaderos [...] En cuanto a vosotros, no os ocupéis demasiado de lo que dice Sócrates sino más bien de la verdad. Decía Sócrates que algunas cosas son verdaderas, como la muerte y los impuestos. Hay una realidad fuera de nosotros y dentro de nosotros, en el orden psicológico y espiritual, de acuerdo con la cual somos medidos. La realidad exterior es la naturaleza; la realidad interior es la naturaleza humana, una realidad respecto a la cual nosotros mismos no somos excepción y por la cual somos medidos. Y la felicidad consiste -en oposición exacta a lo que dicen los tecnólogos- en la conformidad con la naturaleza, no contra ella ni tampoco reconstruyéndola de acuerdo con nuestros deseos. Hay verdades simples y ordinarias que todos conocen desde la niñez. Aunque una persona no conozca la explicación filosófica o científica de ellas, o no la conozca exhaustivamente, o no sepa el cómo y el por que, sin embargo, ese proverbial hombre de la calle conoce el qué de ellas, el simple hecho de que existen 58

con absoluta certeza, Por ejemplo, todo lo que vive morirá; todo lo que se mueve. incluso nosotros, debe provenir de otra cosa y moverse hacia un fin fuera de él mismo y todo lo que se toma del suelo o del aire, o de nuestro padre, o del padre de nuestro padre, debe ser restituido a las generaciones futuras bajo pena de agotar las fuentes. EI hombre no es la medida de verdades como. éstas. Son ellas que miden al hombre y hacen que su vida tenga sentido. Los sofistas dicen que no hay verdad y que el hombre es b medida de las cosas. En el orden moral, afirman que no hay bien ni mal sino construcciones del pensamiento. Y en el orden práctico sostienen: “Yo soy el numero uno, y tomare todo lo que pueda”. Son tecnólogos para toda la vida, epicúreos que piensan que el propósito de la vida es el placer. La tecnología -nueva o vieja, ya que no hay ninguna diferencia en su base filosófica: una computadora es tan complicada como un ábaco- es la inevitable consecuencia del epicureísmo. Es dedicar nuestras vidas a perseguir la felicidad entendida como placer: es la dedicación de nuestras vidas enteramente a nosotros mismos. auto complaciéndonos, tomando todo como un medio, como si no existiera un fin, un fin para las cosas y un fin para nosotros mismos, como si nuestras vidas no tuvieran un propósito, un objetivo con respecto al cual pudieran ser medidas. Y es as i como pasamos nuestras vidas. al decir de Shakespeare. en “un penoso desperdicio”, multiplicando instrumentos indefinidamente, convirtiéndonos a nosotros mismos y a nuestros amigos en instrumentos. Ahora llamamos a esto psicología conductista. Shakespeare la llamaba lujuria: Derroche del espíritu en vergüenza es la lujuria en acto...

59

La lujuria, en el sentido estricto del termino, es el uso del sexo exclusivamente como placer, como si los niños fuesen accidentes que se pudieran prevenir y que, con las debidas precauciones. no seria necesario que ocurrieran. En un sentido amplio, la lujuria es toda energía humana- intelectual, emocional o física-, empleada a los solos efectos del placer, personal y egoísta, o colectivo y egoísta. Del mismo modo, definir la felicidad como el mayor bien para el mayor número de personas -pero siempre entendiendo el placer como el mayor bien-, equivale a decir que se trata del placer para el mayor numero de personas, es decir, para nosotros, y nada más. El capitalismo y el comunismo, en el fondo, no son tan diferentes, porque ambos nos esclavizan a nuestros propios instrumentos, ambos son egoístas, aunque ciertamente uno de ellos es mucho peor porque es totalitario. Sin embargo, la mejor defensa del mundo que se dice “libre” es un retorno radical -radical significa raíz- al cristianismo. El capitalismo es una simonía secular; es la venta de aquello que, en razón de la caridad, pertenece a los demás. Todos saben que las alas están hechas con el propósito de volar, y no al contrario. Las aves no son torpes instrumentos que tienen el propósito de batir las alas. Las alas se ordenan al movimiento de los pájaros a fin de que escapen de sus predadores, consigan alimentos y también para que encuentren una hembra para reproducirse. Todos pueden ver que el placer del sexo es para la reproducción de la especie humana. Nadie en su sano juicio puede pensar que, en la economía de la naturaleza, los niños y todas las dificultades y consecuencias que implica su crianza, no son más que excusas innecesarias para asegurar la satisfacción genital. Y, en el caso de la alimentación, cualquiera puede darse cuenta de que el sabor de la comida asegura la nutrición, y no al revés. El placer es el modo que tiene la naturaleza para alentarnos a hacer las cosas necesarias y que no siempre son placenteras en sí mismas. Seducidos por una envoltura atractiva, aquéllos que viven para el placer tiran el regalo a la basura; que, en el caso del 60

sexo. es el gran regalo de la vida misma. Una vez que estos ejemplos nos han ayudado a establecer los principios, debemos preguntarnos cual es nuestro propósito en la vida. Cual es el fin. que necesariamente es externo a nosotros, ya que nada de lo que se mueve ya ha llegado donde se dirigía, puesto que si ya estuviera allí no se movería. Y entonces nos preguntamos, ¿cuál es el fin de la vida humana? ¿Hacia donde vamos? ¿Por qué? Dígase lo que se diga, lo cierto es que nuestra conducta indica que no lo sabemos. Como personas, en nuestra vida privada -aquello que nos queda de privado-, y como nación, somos una desesperada colectividad de hedonistas que se complacen a si mismos con comida rápida. con sexo aun más rápido y con cual-quier otro placer rápido que podamos conseguir. sea físico o intelectual, distinguido o. vulgar. Tanto el jugador que lucha por hacer saltar la banca del casino, el estudiante universitario que lucha contra las ideologías, o el científico que lucha contra las células de cáncer o contra las galaxias en su laboratorio en busca del premio Nobel, a todos ellos los guía la misma desapacible búsqueda de los medios. como si el hecho de ir más rápido, más lejos o vivir más tiempo nos permitiera saber adónde vamos y por qué. Si lanzamos cohetes a la velocidad de la luz o practicamos los más variados juegos sexuales, si expandimos nuestro conocimiento o consumimos las drogas más elaboradas, ¿hacia dónde es lanzado el cohete, quien es concebido con el sexo, hacia que cosa se expande el conocimiento, que nos dicen las drogas? Si viajamos a la lima o al espacio exterior, o hacia nuestro propio espacio interior, a la velocidad del sonido o de la luz o del pensamiento, ¿a donde llegamos y de donde partimos, si no nos llevamos a nosotros con nosotros mismos? Como decía San Agustín en ese maravilloso latín, a la vez humanista, elegante y preciso: 61

Quo a me ipso fugeram? Quo non me sequerer? ¿Adónde puedo huir de mi mismo? ¿Adónde puedo ir sin seguirme a mi mismo? Podremos explorar el espacio exterior y el espacio interior, pero nunca podremos escapar de nosotros mismos. Colon descubrió un continente virgen y le dio a Europa una segunda oportunidad. Europa consiguió tabaco, algodón y las bases económicas para la trata de esclavos, porque se llevo a si misma en ese descubrimiento. Si hoy descubriéramos el paraíso, algún emprendedor inmobiliario lo lotearía y, en poco tiempo, habría reproducido allí la ciudad de Los Ángeles. Si viajáramos a las estrellas, tendría lugar una batalla espacial, porque el hombre lleva la marca de Caín, la marca de la Bestia. La tecnología nos condujo a este desorden y, mientras más se acelera el progreso tecnológico, más se profundiza el caos. La tecnología amplifica y propaga lo que somos, y somos una generación de epicúreos que viven para si mismos; para quienes la vida es un cuento narrado por un idiota y no significa nada. De ese modo, amplificamos y propagamos las fuerzas destructivas de la nada. Los valores humanos y las nuevas tecnologías tienen una misma matriz, la de la insignificancia radical, la convicción absoluta de que no hay nada absoluto, y ninguna consecuencia para nuestras convicciones. Somos un mundo sometido a los medios de comunicación, los medios que pueden poner o sacar un presidente, declarar y terminar una guerra. Los media son medios, es decir, cosas que existen para alcanzar un fin, pero ¿qué lógica es aquella en la que los medios se identifican con los fines? Si no hay fines, no puede haber entonces medios o media. Vivimos obnubilados por una quimera, por algo que no existe. Y esta inexistencia en el corazón 62

del capitalismo se convierte entre los materialistas en un ídolo, la Historia, que es determinada, según Marx, por los medios de producción. El materialismo dialéctico es una variedad de mecanismos. Marx sostiene que la invención de nuevas herramientas, al modificar los medios de producción, perime los modos de propiedad. El principio dinámico del desarrollo histórico es la lucha de clases: si pierde su razón de ser, una elite instalada es suplantada por una clase nueva cuya emergencia resulta de un progreso técnico. Recuerdo un momento de fatua solemnidad en una defensa doctoral sobre un tema de historia medieval cuando, habiendo preguntado el profesor la causa del feudalismo, el estudiante respondió, correctamente según se nos dijo: “la invención del arado”. Es verdad, si se quiere, pero en tanto causa instrumental: los hombres fabrican herramientas en vista de un fin que ha sido concebido por su inteligencia. Lo que siempre existió no fue una lucha de clases, sino una especie de lucha en la sociedad entre los medios disponibles y los juicios acerca de la ética de su uso. Por cierto que la invención del arado hizo posible para el hombre cambiar el modo con el que cultivaba la tierra, pero fue inventado porque el quería encontrar los medios para lograr ese cambio. Y es verdad que, cuando los medios están, es frecuentemente una tentación usarlos contra la razón. Pero también sabemos que, a pesar de nuestras falencias, la razón ha prevalecido o, al menos, sobrevivido. Cuando Europa era cristiana había códigos caballerescos para la guerra y, cuando fueron abandonados, la Cristiandad se sorprendió por las masacres. Incluso en la actualidad, cuando tienen lugar las masacres, hay cierto consenso en que no deberían ocurrir. Pero si la sociedad toma sus instrumentes como fines, es gobernada por una suerte de nada, en tanto los instrumentos son nada más que medios en orden a un fin, y nada puede ser juzgado como bueno o como malo. Las masacres, entonces, se convierten en un lugar común. 63

Las poderosas ideologías dirigidas a esclavizar al mundo están construidas sobre esta ficción: los medios son fines. Los hombres son esclavos de los estados tecnológicos y los niños son accidentes de espasmos erógenos. Los dos monstruos más conspicuos de la nueva tecnología son el comunismo y la contracepción. Dice Dante en el comienzo de su gran poema: En el medio del camino de nuestra vida me encontré en un bosque oscuro porque había perdido el camino correcto. Para nosotros, el camino correcto de los Estados Unidos, de los países de habla inglesa, de la misma civilización, esta perdido. Las personas a quienes les importa solamente ellos mismos son siempre derrotados por aquellos que son capaces de sacrificio, que luchan por algo más que ellos mismos, y es así como se explica la primera derrota militar de nuestra historia: nos condujo a entregar a sus exterminadores a millones de personas a las que habíamos prometido proteger. Fue una guerra que perdimos no en los campos de batalla sino en los medios de comunicación. Los hombres que viven para si mismos no morirán por los demás; se convierten en esclavos de aquellos que se preocupan por algo mucho más grande que ellos mismos y por lo cual morirían, aunque no lo hicieran por los demás. Y cuando esa cosa es una persona, la muerte es la definición de una palabra famosa y largamente abusada: el amor es la muerte de uno mismo por la persona a la que se ama. “El amor es fuerte como la muerte”, dice la Novia en el Cantar de los Cantares.

64

Mi padre tenia una bella voz de barítono, y uno de los recuerdos más cálidos de mi infancia es cuando lo escuchaba cantar Y por mi dulce Ana Laura, o Oh mi querida yo moriría por ti. Y abrazaba a mi madre mientras ella estaba sentaba al piano con sus hijos. Esas viejas y hermosas canciones son menospreciadas por la técnica literaria que pretende ser criticismo, porque no aportan al Producto Bruto Interno ni a la liberación sexual. Dios sabe que incluso un pez nadará mil kilómetros y morirá de amor, pero un americano vivirá avergonzado si no puede comprar un nuevo televisor, un equipo de música o un automóvil con aire acondicionado. En medio de un mundo en fuego, mientras el humo y la hediondez de los campos de trabajo llegan a nuestras narices, deseamos el fresco alivio de un hielo indiferente, y esperamos que el lento avance de un glaciar de Coca-Cola alcance nuestros corazones helados y carentes de amor. Los arqueólogos evalúan una cultura por la calidad de sus recipientes y botellas: no por el arte “serio” sino por los utensilios de uso diario preservados por la desprejuiciada democracia de los vertederos. Una simple vasija griega es para nosotros una preciosa antigüedad, y el más grande de los artistas del mundo contemporáneo es incapaz de hacer un millar de ordinarias vasijas griegas. Incluso una maceta de interior victoriana es una obra de arte comparada con una cerámica vulgar y kitsch de Picasso. Nadie se detendrá a contemplar nuestros despojos. Los arqueólogos pasaran de largo ante esos depósitos sórdidos a fin de dedicar su tiempo a épocas más fructuosas, más primitivas quizás, pero que era capaces de hacer collares de perlas y jade. Un estúpido eslogan como “Los medios son nuestro mensaje” estimula nuestra complacencia; y el pop art y la indecente exposición de nuestras almas es la expresión de nuestras más altas aspiraciones. Medios, medios, todo es mediocre: máquinas y plásticos, caños y contraceptivos. Un poeta cantaba a la ura griega: 65

“Oh tu. esposa silenciosa, eternamente intacta”... Pero para nosotros, nada de silencio, nada de esposa. Nuestras hijas son ahora inviolables a raíz de la educación sexual impartida en las escuelas primarias. Si existen generaciones futuras y piensan en nosotros, dirán, mientras excavan en nuestras ruinas: “Este fue un pueblo que vivió vidas inconsumadas”. Sin embargo, hubo un tiempo. no hace mucho -y no fue una Arcadia imaginaria-, en que nuestros abuelos vivían por algo que no era ellos mismos y la vida era mucho más honesta; mucho más dura, pero también mucho más digna de ser vivida. ¿Tendremos que atrasar el reloj? Acepto el riesgo de provocar desprecio al decir claramente. enfáticamente y sin ninguna ironía, remordimiento o hipocresía: “Por supuesto que sí”. Podemos y debemos retroceder el reloj al momento adecuado. La única salida para la crisis actual de inflación, energía y todo el resto, es simplificar, como decía Thorean. De buena o mala manera, como hombres libres o como esclavos, debemos retornar a la pobreza. La alternativa es clara: o la terrible miseria del Estado totalitario o la sana frugalidad, que Chaucer llamaba gozosa pobreza: Gozosa pobreza, cosa honesta y segura... Por supuesto que podemos atrasar el reloj, y con esto quiero decir que la tecnología debe ser limitada a las dimensiones del bien del hombre, que es todo lo contrario a lo que ocurre en la actualidad. “La gente se adaptará”, nos dicen. lo cual significa que seremos reclutados por los tecnócratas a fin de ajustarnos a sus planes. La educación se ajustara a las necesidades del registro civil, las industrias se organizaran por la eficiencia de sus administraciones y no por la producción o por el tipo de trabajo que debe realizarse. Allí nos servirán comidas insípidas en locales 66

de comida rápida, a fin de que entremos y salgamos rápidamente, a fin de ahorrar más dinero y tener menos platos sucios. En una palabra, será un mundo en el que los valores humanos estarán supeditados al sistema. La pregunta no es si se puede atrasar el reloj. Por supuesto que se puede. Los relojes son instrumentos para marcar el tiempo, no para crearlo. La pregunta es a que hora. ¿Cual es el bien del hombre? Propongo la antigua respuesta que ha sido probada: si, existe la naturaleza humana. Y, por lo tanto, hay una escala humana objetiva y determinada que tiene su ritmo. En pocas palabras, existe un ámbito óptimo para el desarrollo de la especie humana. Pero debajo de ese optimum, el industrialismo rampante está empujando a tres cuartas partes de la humanidad a una condición de bestias humanas, privadas de alimento y de abrigo, listas para humillarse en la mugre de cualquier tirano que prometa que las alimentará. Y hay un extremo opuesto de perezosa opulencia, que es más bajo que el de un animal -como un ángel caído-, y es el de quien se humilla ante sí mismo, deslizándose en su propia obesidad hacia una bestialidad desconocida hasta por los honestos cerdos y cabras. Levantándose como montañas entre estos dos abismos de desesperación está el dorado justo medio de la vida ordinaria, que claramente dejamos atrás hace cien años. Es tiempo de regresar a esas condiciones en las cuales el ser humano puede crecer nuevamente, no solamente con aire puro y agua clara, que algunos tecnólogos piensan que pueden conseguir con aplicaciones más intensas de la misma química que ensució todo en primer término, sino al aire y al agua naturales, a las flores y a los árboles, y, más importante aún, a los barrios y pueblos en los que podamos caminar a una velocidad humana normal, comprar en comercios amistosos donde el carnicero y el almacenero conozcan a sus clientes, enviar a hijos a colegios donde los padres conozcan a los maestros y los maestros amen su oficio y a sus alumnos. Por supuesto, dado que somos humanos, podemos fallar; pero, porque podemos hablar entre nosotros, existe 67

la posibilidad de que nos convirtamos en amigos y, aunque esto no resuelva la crisis mundial y la recesión económica, podremos vivir en hogares decentes aunque modestos, como familias, sin las cuales los hombres no son ni siquiera productos bioquímicos, sino frutos del azar. Es curioso cómo la arrogante noción de que somos dueños del universo nos ha llevado al error practico de ser esclavos de nuestros instrumentos. No es verdad que, porque hemos inventado automóviles, debamos manejarlos; y porque inventamos cohetes, debamos ir a la luna; o porque inventamos la bomba atómica, debamos aniquilar el mundo. Los grandes debates son siempre sobre cosas simples; se combate por cosas obvias. Nosotros somos los dueños y no los esclavos de las cosas que fabricamos, así como somos servidores y no dueños de nuestra naturaleza. Si medimos nuestras vidas por nuestra naturaleza, todos podremos ver que el año pasado fue mejor que este ano: y todos los que recuerden diez, veinte o cincuenta años atrás. dirán lo mismo. Todo el que examine la evidencia real, no solo en el arte, la arquitectura, la música, la literatura, sino también en los tejidos, la vajilla, los cuchillos, tenedores, cucharas, zapatos y botones: todo el que examine la evidencia diaria y ordinaria, podrá inferir que la vida de hace un siglo, con todas sus fallas, era un lecho de rosas en comparación con las muertes en masa de nuestras guerras, los asesinos de nuestra falsa paz y la inhumanidad de nuestras relaciones humanas. La vida de hace un siglo era dura, sórdida, peligrosa, sucia, llena de enfermedades y cruel, y había esclavos en America del Sur. Pero todo esto no eran más que síntomas de la nueva tecnología. Incluso en las ciudades, como lo testimonia el Londres de Dickens con todos sus sufrimientos, a fortiori, y en los pueblos, la vida era sustancialmente humana rica, bella y libre comparada con la nuestra, que vivimos en este páramo de esclavos asalariados, encerrados en vulgares burbujas de fealdad y mal gusto barato. 68

Miren por un momento su ciudad, barrio o pueblo e incluso a las fábricas que se levantan en los campos. y a las que aún se llaman, anacrónicamente, granjas. Pregúntense honestamente si los lugares han mejorado desde que fueron comprados a los indios o si ustedes han mejorado viviendo allí. Cuando éramos niños acudíamos a las gitanas que nos leían la suerte en las palmas de las manos: “Esta es la mano que hizo Dios -nos decían- y esta es la que hiciste tú”. Y nosotros escondíamos en la espalda la mano que nosotros habíamos hecho para ocultar nuestra vergüenza. ¿Fue necesario que todo haya sido de este modo? Nuestros padres vivieron por cosas superiores a ellos. Podemos retroceder cien años si viajamos por la Europa rural. Todavía quedan algunos pueblos en los que se pueden ver pruebas directas de que la raza humana puede vivir en armonía con la naturaleza y a escala humana, decentemente, en una “pobreza feliz”, no con indigencia sino con la acogedora frugalidad de los pueblos y aldeas que aún adornan, como collares y anillos, las montañas. Ustedes pueden ver con sus propios ojos que no es inevitable el suicidio de la civilización. Otra cosa sería si Estados Unidos fuera gobernada por sus granjeros y artesanos capaces de satisfacer sus propias necesidades y nada más, como esperaba Jefferson, sin agitar sus pasiones ni esa pereza agitada a la que se llama lujuria. Me refiero a una América sin colchones de agua y aceleradores de partículas, pero obediente a la religión cristiana y a la dura filosofía de los pioneros; entonces Nueva York, Chicago y Los Ángeles podrían ser tan bellas como Asís, Chartres o Salamanca. Y sus hijos tan fuertes, generosos y libres como los caballeros, en lugar de obesos arribistas que circulan en sus descapotables rojos, fumando -marihuana quizás- por las avenidas de sus universidades y bebiendo el alcohol que consiguen en 1as industrias del ocio, que son también las industrias que financian sus estudios y las publicaciones de prestigiosas universidades como Princeton y Yale. ¡Huyan, por el amor de Dios, huyan de los débiles terraplenes del éxito! Vayan a los arruinados barrios 69

y pueblos de vuestra infancia y reconstrúyanlos. Los acusaran de nostálgicos. En griego, “nostalgia” significa “añoranza por el hogar”. Nuestros corazones han sido perforados como el triste corazón de Ruth, enfermo por su hogar, en medio de un pueblo extranjero. Contrariamente al famoso poema, el hogar es algo que merecen. De hecho, es necesario que ustedes sacrifiquen su vida por él. Si todos nosotros regresáramos a casa, cada pueblo en Estados Unidos podría ser hoy tan bello, bueno, fuerte y libre como lo era Lissoy en la juventud de Oliver Goldsmith, cuyos encantos lo hacen cantar así [1]:

EL PUEBLO DESIERTO Mi dulce Auburn, pueblo encantador en la llanura, donde salud y abundancia alegran al zagal laborioso, y una primavera sonriente regala una visita temprana, demorando la partida de las flores con el verano. Mis amadas y preciosas glorietas de inocencia y paz, mis sedes juveniles, cuando todo juego es placer. ¡Cuán a menudo holgazaneaba en tu verdor, donde una humilde felicidad colmaba cada escena! Muchas veces me extasié en cada uno de tus encantos, la cuna protegida, la tierra cultivada,

1 Fragmento de The deserted village (1950), poema de Oliver Goldsmith, traduc-cion de Carlos R. Dominguez [n. del traductor].

70

el arroyo incansable, el molino atareado, la decorosa iglesia coronando la colina cercana, el arbusto de espino, descansando a la sombra, que acoge los coloquios y los susurros amorosos. Cuántas veces he bendecido el día que llega, y también cuando el trabajo le da su lugar al ocio, y todo el trajín del pueblo, de sus cargas libre, está dado a sus diversiones bajo un árbol frondoso, entretenidos muchos a su sombra, compitiendo los niños ante la mirada de sus mayores, Retozan muchos con piruetas en el suelo, brincos con arte y pruebas de fuerza por doquier; y como todo placer con sus repeticiones cansa, ese grupo feliz se lanza a otras diversiones. La pareja al bailar solo busca renombre pretendiendo cansar el uno al otro; con vergüenza el zagal tiembla por su sucia cara, mientras sordas risas hay a su alrededor: no reprime sus miradas de amor la tímida doncella, mientras la vista de la matrona las vigila y reprueba. Estos fueron tus encantos, pueblo dulce; alegres diversiones en dulce sucesión, que incluso hicieron del trabajo un placer. En tomo a tus glorietas volcaban su alegría. Fueron así tus encantos. Pero ahora ya no están. La enfermedad grava la tierra colmándola de males, las riquezas se agrandan y los hombres decaen. Príncipes y señores florecen a se desvanecen; un soplo puede hacerlos, y un soplo los ha hecho. Pero campesinos fuertes, orgullo del país, destruidos una vez, ya no habrá otros jamás. Antes que la penuria en Inglaterra apareciera, un pequeño lote le daba mantenimiento a un hombre;

71

para el un leve esfuerzo era una saludable provisión, aquello que la vida requería y nada mas; sus compañeros mejores, inocencia y salud; y su mejor tesoro, ignorar la riqueza. Los tiempos han cambiado; el comercio no siente; ha usurpado la tierra y despojó al zagal; en la verde llanura, con dispersas aldeas. cada uno quiere a la opulencia por aliada, y ese dolor punzante con que la locura paga la ambición. Gentiles floras que plenas florecían, calmos deseos que poco espacio ansiaban, saludables deportes adornaban la escena tranquita, vívidos en cada mirada, llenando de luz el verde. Éstos partieron lejos en busca de más amables costas, la campestre alegría con sus ritos felices no existe ya. ¿Por qué esos hogares quedaron desiertos? Porque durante el siglo XVIII una ambición desenfrenada condujo a un epicureismo escandaloso e irracional. El que se llamó a sí mismo Siglo de las Luces, que se parece por su título a la Edad de la Razón, fue en realidad un tiempo de tinieblas, donde la razón estaba al servicio del hombre en lugar de estar al servicio de la verdad. Y nosotros somos esclavos de un sistema humano sin verdad, que aplica la razón para alcanzar la riqueza. Es lo que llamamos Revolución Industrial, primera ola de revoluciones de las que aún no hemos visto el final. Goldsmith, apropiándose de su apellido (orfebre), expreso extraordinariamente su admiración en estos versos: Ill fares the land, to hast’ning ills a prey. Where wealt accumulates and men decay.

72

[La maldad se apresura sobre la tierra, y abusará de ella, allí donde se acumulan las riquezas y los hombres se desmoronan] Confronten estos famosos versos con su propia experiencia, con sus ojos y narices concentrados en la ciudad en la que viven, y no con los engañosos instrumentos de las relaciones públicas organizadas, las escalas de crecimientos económicos, probabilidades y proyecciones. Confronten la realidad inmediata y evidente. Miren la mano que hizo Dios y la mano que hicimos nosotros. Tal vez pronto un extraño al que nadie conoce, con el oro en la mano del lugar se hará dueño, ¡Oh lugares que habitan, según nuestra memoria, tantas sombras queridas, familiares!, y entonces todos nuestros recuerdos de las cunas y tumbas, huirán a su voz igual que las palomas echarán a volar de su nido en el árbol de los bosques que el hacha abatió para siempre, y que ya no sabrán donde van a posarse, ¡No permitas, Señor, tamo llanto y ofensa! No toleres, Dios mío, que nuestra humilde herencia pase de mano en mano a vil precio comprada, como el techo de gentes que vivieron del vicio, arruinados, o el campo que fue de unos proscriptos. Que un extraño avariento venga con paso altivo y que pise el humilde surco que anos atrás

73

fue también nuestra cuna sobre un campo de hierba, a expoliar a los huérfanos, a contar sus monedas donde sólo tenia la pobreza un tesoro, blasfemando tu nombre aquí bajo estos pórticos donde antaño mi madre enseñaba a la voz de sus hijos los cánticos que exaltaban tu gloria. Ahora debemos enfrentar lo que propone Goldsmith. Decía Edmund Burke: “La felicidad filosófica consiste en desear poco”. Se entiende que pocas cosas materiales y, por tanto, desear en primer término la verdad, la belleza, la alegría, el júbilo y la amistad. ¡Qué poco interés tiene el resto! Micrófonos y amplificadores que, lejos de mejorar, distorsionan la voz. Shakespeare escribió lo mejor de la lengua inglesa sin máquinas de escribir; Homero mejores cosas desprovisto incluso de útiles de escritura; la luz eléctrica no ha mejorado el contenido de nuestras lecturas, ni la crítica literaria la calidad de nuestra poesía y nuestra prosa. Tornen cualquier actividad humana y confróntenla con el Producto Bruto Interno. Nosotros tenemos un gran PBI; quizás tengamos el PBI más grande de la historia de todas las naciones y, sin embargo, en ninguna ciudad o pueblo es bueno o, incluso, seguro criar a los hijos. Pero ¿qué podemos hacer? ¿Tenía razón Marx, después de todo? ¿Estamos determinados por nuestros instrumentos? ¿Estamos esclavizados sin defensa a una tecnología que, según podemos ver, está matando todo aquello por lo que vale la pena vivir? Las profecías como las de Marx tienden a autocumplirse porque paralizan la resistencia. ¿Qué podemos hacer frente a las inexorables leyes económicas de la historia? Quizás nada. Concedámosle la historia a Marx. Porque ¿quién sabe algo de esa 74

abstracción estadística que se llama historia? Y miremos ahora la realidad concreta de nuestras vidas. Cada uno de nosotros, ahora mismo, puede vivir una vida mejor si quiere, donde sea que esté. No es cuestión de mudarse a bahías encantadoras o a algún otro lugar fuera de este mundo, sino a las inexploradas fronteras que se extienden detrás de nuestras propias puertas cerradas. La respuesta está donde siempre estuvo, no en las leyes de las naciones, que determinaron el destino de Sodoma y Gomorra, sino en las leyes de nuestro reino interior porque es a él al cual elegimos. Allí no somos esclavos de los instrumentos sino solamente de nuestros propios malos hábitos que hicieron nacer a los instrumentos; esclavos de nuestros deseos de sexo, dinero, poder, placeres, esclavos del vacío. Pero aun así, cada uno de nosotros lleva dentro de si un gigante dormido, al héroe de su propia conciencia. Quizás alguien que este leyendo estas páginas en este momento se levantará y destrozara el televisor. Ese acto, que no modificara el curso de la historia. cambiará radicalmente su vida y, sobre todo, la de sus hijos. Otro quizás no se contentará con eso sino que también apagara la luz eléctrica, reunirá a su familia en la sala y encenderá fuego en el hogar, y si no tiene hogar, construirá uno. Johnson decía que se puede medir la excelencia de la literatura por la cantidad de vida que contiene. Análogamente, podemos medir la excelencia de nuestras casas por el tamaño de la familia. Si comparamos el equipo de música con el piano, por ejemplo, podrán ver que las familias no se reúnen en torno a los parlantes a cantar. Las familias no acercan sus sillas al radiador de la calefacción central. Nadie canta mientras espera que termine de funcionar el lavavajillas, Pero maridos y mujeres realmente conversan y cantan mientras lavan y secan juntas los platos. Y lavar la ropa, según narra la Odisea, es una recreación para las princesas. Todos los aparatos que ahorran trabajo destruyen el trabajo del amor. El hogar, o la chimenea, es el edificio de ladrillos vivos de la civilización, y consiste materialmente en paredes, un techo y humo elevándose 75

por la chimenea. Incluso los pobres que no tienen casa y viven en chozas en el bosque, se sientan en torno al fuego y ¡El humo blanco sube en silencio por entre los árboles! Puede ser, dirán algunos, es de los vagabundos que acampan en el claro, o del ermitaño en su cueva. que esta junto a su chimenea. Construyan un hogar de acuerdo con las indicaciones del conde Rumford, o de su rival en la mecánica del tiraje, Ben Franklin, y olvídense de la eficiencia. Como dice Thoreau, somos entupidos por haber renunciado a una de las vistas más bellas del mundo -un fuego viviente-, y manténganlo encendido en la sala. Destruyan el televisor, apaguen las luces eléctricas, construyan un hogar, reúnan a la familia en el living, pongan una jarra para preparar te y cacao, y tengan la experiencia del gozo. Es un repentino e inesperado cambio, el corazón y el primer paso en la restauración de un hogar, y verán como el amor transforma una noche de invierno. Los filósofos realistas nunca propiciaron la transformación social, ya que nada serio y profundo se logra a través de las técnicas. La educación no se mejora con un nuevo plan de estudios -se necesitan buenos maestros- y tampoco el matrimonio con un cambio de posición sexual. Para un cambio rápido y significativo en la educación, en el matrimonio y en todas las cosas, se necesita sentido común, tradición, suerte y amor. Los hippies, a pesar de las exageraciones sentimentales, alcanzaron estas cosas a la mitad, denunciando correctamente las enfermedades de la sociedad, pero de la que el los siguieron viviendo como carroñeros: de los cheques de padres preocupados y de los alimentos recibidos de 76

la seguridad social. Grearcn una parodia de la libertad, la que anhelaban a través de una vida sencilla, cercanos unos de otros y de la tierra. No espero ni proclamo una -”solución final” a la catástrofe del mundo sino solamente el cambio de dirección de algunas personas. La simplicidad no es producto del estudio. No se puede ser preparado para ella, ni guionada tal como se escribe el guión de un asesinato de ficción, y es desagradable ver como este concepto es explotado por los ecologistas y por la izquierda, que lo usan como caballito de batalla. Tenía razón Belloc cuando decía que se puede transformar al hijo de un granjero en universitario en un solo semestre, mientras que llevaría tres generaciones transformar un estudiante universitario en un granjero. Los cambios profundos son lentos y, a los efectos prácticos, imposibles, pero la decisión de cambiarse uno mismo es irreflexiva e instantánea, una sístole del corazón. E incluso si algunos miembros de la próxima generación tuvieran que vivir en temblorosa esperanza, cuando llegue el cambio, como siempre ha ocurrido, como un ladrón en la noche, por sorpresa, vendrá justamente por ellos, y no por las multitudes enloquecidas. Por ellos, que vivirán alejados de las protestas sociales, de las luces y las cámaras encendidas, en el tranquilo rincón del hogar, junto al fuego que, humilde como es, es también la riqueza más inmediata y ultima. Simplificando, y como dice Thoreau, el asumo no consiste en cambiar un gobierno -que no seria más que cambiar el collar en un cuello sucio-; o en denunciar al IBM, al comunismo, a la jerarquía católica, a los masones o a los judíos, sino en un único, sincero y olvidado acto, como decía Wordsworth, de bondad y de amor. Y como primer acto significativo de un cambio de corazón, realmente -no sólo simbólicamente destruyan el televisor, luego la familia y algunos amigos junto al fuego, y conversen. Conversar solamente, aunque sea una noche a la semana semana, les ahorrará energía y hará crecer vuestro amor. Pero no lo fuercen a crecer. 77

El corazón, como el buen suelo, trabaja de forma invisible, en secreto, y lentamente. Luego de un largo tiempo bajo la tierra de una tranquila vida en familia, aparecerán verdes brotes de vigorosa pobreza; se convertirán, en pequeña medida, en pobres. Si varias familias, compartiendo este humilde secreto, compraran casas antiguas en un mismo suburbio y se establecieran allí habrán reconstruido el pueblo de Goldsmith en medio de sus ciudades en ruinas, y habrán comenzado la restauración de aquella cosa ordinaria, saludable y humana que es el vecindario. Los niños, alejados del televisor, comenzaran a jugar afuera nuevamente; varias familias podrán sostener un pequeño colegio privado donde aprendan a leer y escribir en vez de educación vial y cómo prevenirse de las enfermedades venéreas. John Dewey decía que las escuelas son instrumentos de cambio social más bien que de educación, y esa es la razón por la cual Juancito o María no leen, ni escriben, ni suenan, ni piensan. Las verdaderas escuelas son, precisamente, lugares de no-cambio, de cosas permanentes. Y si hay un vecindario, volverá el almacén de la esquina, la peluquería y el simpático bar donde los hombres puedan beber, como decía Belloc, porque están alegres, y no como alcohólicos que beben para estar alegres. Y, más importante aún. la casa de té abrirá sus puertas y allí las mujeres podrán olvidar las dietas para adelgazar y estar a la moda, disfrutarán más de la vida (unos kilos de más entre amigos es una cosa buena), comerán tortas, beberán café o té, con sorbos de chismes sobre cosas transitorias, que son incluso más importantes que las cosas permanentes; todas aquellas cosas que los hombres no conocen y que, si las conocieran, no serian capaces de entender y las menospreciarían tontamente, tales como romances cortejos, embarazos, fidelidades, infidelidades y muerte. El lugar de la mujer es el hogar no porque algún chauvinista la puso allí sino porque es una ley de la gravedad de la naturaleza humana, tal 78

como existe en la física, por la cual buscamos nuestra felicidad en el centro. Durante los anos ‘70 solía aparecer una leyenda en la parte baja de la pantalla del televisor, en torno a las diez de la noche. que decía: “¿Dónde están tus hijos? ¿Dónde están tus hijos?”. Era una buena idea alertar a los padres, porque sus hijos seguramente no estaban en casa durmiendo, aunque es posible que estuvieran en una cama y en algún otro lugar como el Bunny Club para adolescentes auspiciado por la National Parent Teacher Association, en iglesias variadas, en el centro de Paternidad Responsable o en el YMCA, donde participarían en experiencias de “interrelaciones”, “compartiendo sus preocupaciones” y “explorando los cuerpos y almas de los otros”. En 1984 la cosa era peor, porque los que estaban en el Bunny Club eran los padres y había que preguntarle a sus hijos: “¿Dónde están tus padres?”. Mis padres murieron en sus propias camas, en sus casas, y están enterrados a pocos kilómetros de su lugar de nacimiento. Yo no espero lo mismo para mí. Hay geriátricos en todas las calles de nuestras ciudades, y el Gran Hermano, o la Gran Hermana, nos pondrán allí apenas palidezcamos, en esos sórdidos conventillos, apestando a orina y a seguridad social. Algunos son sustituidos por mansiones con nombres aristocráticos o incluso cristianos, pero todos ellos son hoteles de transito, hospicios para moribundos, donde la eutanasia es la palabra de moda para denominar la “solución final” al problema de la vejez. En Estados Unidos se han asociado como las cadenas de comida rápida, para ganar más dinero, y en algunos lugares se han construido enormes conglomerados habitacionales, como Sun City y los Everglades. En las orillas del rio Swanee, muy muy lejos,

79

este el lugar al que mi corazón siempre regresa, esta el lugar donde están los ancianos. Están haciendo eso, pero no por mucho tiempo. Si, cuando la vida se convierte en dolor, la muerte es insignificante, ¿por qué no aplicar una inyección o señalarle discretamente la píldora correcta? ¿La nueva tecnología? ¡EI holocausto climatizado! Pero si, en cambio, se deshacen del exceso de tecnología, y mantienen cerca a la abuela, viviendo en una casa menos pretenciosa pero más habitable y si -¡me guardo el mejor vino para el final!- venden el auto y aprenden a caminar de nuevo, piensen en el dinero que ahorrarían y todo el tiempo que tendrían para hacer ejercicios y caminatas. Y las mujeres no tendrían que trabajar para pagar las cuotas del auto y el seguro. Es realmente entupido tener que decir esto, pienso que todos deberíamos saberlo, pero la mitad del salario de las esposas que trabajan termina aumentando los impuestos y el costo de mantenerlas trabajando: un segundo auto, comida congelada y guarderías, esos dulces y calidos lugares que, en realidad, son orfanatos peores que geriátricos. Si las mujeres permanecieran en sus casas, que es a donde pertenecen, alguien sabría dónde están los hijos y donde están los ancianos; la comida tendría nuevamente sabor a carne y a verdura porque seria cocinada, y no solamente descongelada; la vida seria de nuevo saludable, buena y llena de amor porque ella estaría en casa; en los pianos sonarían viejas canciones; los hijos, los padres y los abuelos cantarían juntos por las noches y contarían cuentos junto al fuego. Alguien estaría en casa para amar y cuidar al discapacitado, al enfermo o al moribundo. Las mujeres deben ser liberadas de su moderna “emancipación”, que es, en realidad, dócil esclavitud a un ideal calvinista y masculino y entonces podrán volver a la tarea que les es propia -más grande que la medicina, 80

la ingeriría, los negocios y la política- participando con Dios en la creación y crianza de la vida humana, lo que no puede ser hecho por los hombres y ni siquiera por los ángeles. Los hombres, por supuesto deben gobernar y proveer, pero aunque sea una obviedad- solamente las mujeres pueden concebir y amamantar, y a su modo lo siguen haciendo físicamente, psicológicamente y espiritualmente mucho después que han destetado a sus hijos. ¿Quién es rico o quien es pobre? Hay una destitución espiritual, un tercer mundo esterilizado en los Estados Unidos peor que en cualquier lugar de Asia o África, en el que los enfermos y los ancianos mueren solos, los niños son evitados y, cuando las barreras físicas y químicas fallan. son abortados; y si por accidente o planificación llegan uno o dos, son enviados a los gulags liliputiensesdonde sufren abuso sistemático y científico de acuerdo con el ultimo numero de la revista Psicología hoy. y son entrenados para sobrevivir en un mundo sin hogares ni fuego, sin la calidez de la madre, y por tanto, sin el amor de nadie. Cuando sus seguidores le pidieron a Cristo un signo, les dijo: “No se les dará otro signo más que el de Jonás”. Este profeta, algunos siglos antes, había predicado en la ciudad malvada y profetizada que en cuarenta días Nínive será destruida. Y Jesús les dijo a los habitantes de la Jerusalén de su tiempo. \ creo que a nosotros también en nuestras ciudades: “I os hombres de Nínive se levantaran contra esta generación el día del juicio y la condenaran, porque ellos se arrepintieron”. No he usado argumentos de autoridad religiosa porque no serían reconocidos por algunos a quienes no quiero excluir, y que podrían estar de acuerdo solamente por razones naturales. Para la mayoría de los cristianos, sin embargo, no es necesario decir que, si hay un Dios de justicia y amor, no permitirá la inhumanidad que estamos sufriendo por mucho tiempo, aunque Dios no tiene que 81

molestarse en destruir nuestras ciudades: las mujeres de Nínive se levantarán en el día del Juicio con su generación. Una economía que se alimenta con la exterminación tecnológica de más de un millón y medio de niños cada año, se destruye a sí misma.

82

3. La agenda católica

¿Como será la última vez que digamos el Ave María, cuando “ahora” sea, efectivamente, “la hora de nuestra muerte”? Y debamos decir “Amen”, que, como sabemos, significa “Así sea”. Hay numerosas “últimas palabras”, como las de Sam: “En caso de que no me quiera ir”..., o las del poeta alemán que dijo: “¡Más luz!” 2, que parecieron a todos muy románticas y edificantes hasta que su sirviente relato que, en realidad, el moribundo había pedido un café vienés y la expresión alemana utilizada -Mehr licht!significaba, en este caso, que quería “más crema” en su taza. Y están las palabras que los santos pronunciaron antes de morir. Santo Tomas de Aquino citó el Cantar de los Cantares: “Vayamos a los prados”, o la Santísima Virgen que, según dicen todos los santos, murió solamente de amor y, hasta donde sabe­mos, sin decir nada. O Santa Catalina de Siena, que se levantó repentinamente de la cama segundos antes de caer en el estado de coma final, gritando: “¡Sangre! ¡Sangre!”. Ante la inminencia de la muerte, no hay nada que hacer. La muerte no tiene agenda. En ese momento, todo es consecuencia,

2 Goethe, murió en Weimar el 22 de rnarzo de 1832 [n. del traductor].

83

el resultado de las cosas que hicimos durante la agenda de nuestra vida. “Agenda”, del latín agere, “actuar” o “hacer”, es otro modo de decir “¿Qué es lo que hay que hacer?”. Siempre que se considera una acción, se esta en el orden de los fines, es decir, se esta proponiendo el fin de la acción que se va a realizar, y siempre que se está en el orden de los fines hay tres sentidos simultáneos de la expresión que entran en juego: el inmediato, el próximo y el final. Ellos juegan juntos en armonía cómo tres notas de un acorde musical sonando al mismo tiempo. El fin inmediato es hacer simplemente el trabajo que hay que hacer: para el carnicero, cortar la carne, y para el maestro, enseñar las tablas de multiplicar. El fin próximo, del latín próximus, significa “vecino”, exactamente como en la frase “Ama a tu prójimo”, que en latín se dice: “Diliges próximum tuum”. El fin próximo, sorprendentemente quizás, se alcanza fundamentalmente en la oración. Y el final, o último propósito, la razón por la cual trabajamos y rezamos, es conocer y amar a Dios, como Él es en sí mismo, en tanto sea posible, imitando la vida terrena de Jesucristo, cuyo acto más importante fue un sacrificio. Los fines in­mediato, próximo y final de todas nuestras operaciones pueden ser resumidos en tres palabras: trabajo, oración y sacrificio. Estos son los items de la agenda católica. Y todas las veces que rezamos el Ave María, nos referimos a ella en la frase final: “Ruega por nosotros pecadores ahora”, que es el trabajo inmediato que hay que hacer, “y en la hora de nuestra muerte”, que es la próxima plegaria que debemos decir, porque la oración es siempre una especie de morir, morir a sí mismo, morir al egoísmo; y finalmente decimos: “Amen”, que es el sacrificio. El fin inmediato depende de un conocimiento particular: cor­ tar carne, cocinar, etc. Podemos decir, naturalmente, que Dios nos manda elegir un oficio honesto y ejercerlo a conciencia. To­das las oraciones y todos los sacrificios del mundo serían burla y 84

blasfemia, estafarnos bebiendo nuestra propia condenación, si no hacemos un buen trabajo y si no empujamos hacia adelante como debemos. Pero el modo en que lo hagamos depende del conocimiento particular de la actividad a la que cada uno de nosotros esta ligado. Una de las preguntas más amargas que debemos hacernos es si, aún haciendo un buen trabajo, nuestro traba­jo es honesto; o, en otras palabras, si se ordena al bien común. Gran cantidad de trabajo en el estado burocrático consiste en lo que se llama administración y gestión pero, en realidad, es ma­ nipulación del trabajo, de los recursos y de los mercados. Algunos apuestan a las subas y bajas del mercado, y otros especulan con los intereses de los préstamos. Los gerentes se enorgullecen por sus márgenes de venta, pero ¿cuántos productos inútiles e innecesarios se multiplican con el único objetivo de aumentar las ventas? Además, gran parte de la administración, y del traba­jo también, no es más que la explotación de las rentas creadas por la situación impulsada por los sindicatos y los convenios colectivos. Debemos preguntarnos honestamente por cada trabajo: cui bono? ¿Es bueno para quién? ¿Es este trabajo necesario? ¿Debe ser hecho? ¿Está realmente en la agenda del bien común o solamente quiero sacar de el alguna ventaja personal? La cuestión no es reformar el orden social y económico, aunque esto sea importante, sino la elección moral que cada uno de nosotros debe tomar. La totalidad de nuestra sociedad semisocialista es una enorme y asimétrica economía en la que pocos hacen el trabajo ne­cesario y muchos son parásitos. Seria apresurado fijar y definir el grado de pecado que cometen los que se dedican al trabajo parasitario, pero desde el punto de vista de la salud de la economía, estamos sufriendo una plaga. La vida económica se ha convertido en ocasión de pecado, en la que la virtud se convierte en una empresa moralmente imposible para la mayoría. Thoreau lo

85

decía en una frase citada con frecuencia: “La mayoría de los hombres viven vidas de tranquila desesperación”. Las generaciones que lo siguieron no fueron tan tranquilas. Un buen modo de conocer la bondad de nuestro trabajo consiste en pensar que algún día nuestros nietos nos preguntaran: “¿En qué trabajabas, abuelo?”. Burke dice que todos los trabajos son buenos, pero no todos los trabajos dignifican. Es el caso, por ejemplo de los peluqueros. Suponiendo que los fines inmediatos han sido alcanzados en un buen trabajo bien hecho, pasemos ahora a los fines próximos. El fin próximo de un trabajo es el amor al prójimo. El trabajo debe servir para hacer amigos. Si somos comerciantes, nuestro fin es Vender honestamente pero, al mismo tiempo, es hacerse amigo de los compradores y vendedores. Por supuesto, no podremos hacer esto si la mercancía esta fallada o si compramos barato para vender lo más caro posible. Los amigos no son para ser usados; el amor no puede nacer de un robo, ya que implica querer el bien del otro. Y esto no tiene nada que ver con la mermelada sentimental que esta de moda y que reviste de buen gusto al egoísmo. El amor no puede sustraerse a la honestidad en el trabajo. Debe añadirse. Todo el mundo vive diciendo: amor, amor, amor. Estas exhortaciones nos dejan un sentimiento de culpabilidad pero no nos enseñan como es el amor y como hay que amar. Los santos, que sabían de que estaban hablando por su experiencia, enseñan lo que pareciera ser una doctrina chocante. Porque si bien ésta doctrina es repetida demasiadas veces en las predicaciones, nos parece que no tiene relación con lo que hacemos. Estamos acostumbrados a tratar las frases familiares más bien como rituales esotéricos o balbuceos piadosos que apelan a los sentimientos mientras la inteligencia duerme. Todos los santos dicen que el amor cristiano, o la caridad, es una fuerza que presupone y usa de los

86

afectos como de un instrumento, pero que en si mismo es otra cosa. La Caridad no es humana sino que es un trabajo divino consumado a través del trabajo humano, con nosotros como sus instrumentos voluntarios: Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles. Hay una grave confusión entre los fines inmediatos y los fines próximos. Habrán escuchado decir con frecuencia que el trabajo es oración, pero no es eso lo que dice San Benito. Lo que el dice es trabajo y oración. Para que nuestro trabajo sea eficaz en orden al amor, primero debemos disponernos a nosotros mismos a la gracia. Santa Catalina de Siena explica lo siguiente en sus Diálogos, en palabras que sus amigos tomaban mientras ella las dictaba en estado de éxtasis (Yo es Dios hablando a través de sus labios): Quisiera mostrarte como un hombre se convierte en amigo... Toda perfección y toda virtud proceden de la caridad, y la caridad se nutre en la humildad, la cual surge del conocimiento y santo desprecio de sí. Para llegar a esto, el hombre debe perseverar y permanecer en la celda del conocimiento de sí en la cual conocerá mi misericordia, en la Sangre de mi Hijo Único, que lo atrae a Sí mismo, con este amor, mi divina Caridad, ejercitándose en la extirpación de su perversa voluntad, espiritual y temporal, escondiéndose a sí mismo en su propia casa, como hizo Pedro, el cual, luego de pecar negando a mi Hijo, comenzó a llorar [...] Pedro y los demás se ocultaron en la casa esperando la venida del Espíritu Santo que mi Verdad les había prometido. Permanecieron enrejados dentro de ella por, temor, porque el al­ma siempre teme hasta que llega al verdadero amor. Pero cuando

87

ha perseverado en el ayuno y en la oración humilde y continua hasta alcanzar la abundancia del Espíritu Santo, el alma pierde su temor y sigue y predica a Cristo crucificado.

El principal impedimenta para amar al prójimo es el amor a sí mismo. Y por eso la práctica del fin próximo se alcanza en lo que Santa Catalina llama la “celda del conocimiento de sí” donde, con lágrimas y penitencia, como las de San Pedro, descubriremos qué es lo que somos realmente, como hizo San Pedro, quien se avergonzó. Atrancaremos la puerta con temor, en la casa de Nuestra Santísima Madre, como Pedro y los Apóstoles, y esperaremos la ayuda del Espíritu Santo. Entonces, de acuerdo con las promesas, la ayuda vendrá, y seremos capaces de alcanzar el próximo fin de nuestro trabajo. La oración en la celda del autoconocimiento es, en realidad, un acto social. La acción social no es en si misma un acto de amor al prójimo, a no ser que sea consecuencia del amor a Dios. La justicia, a los ojos del mundo, es un salario decente por un trabajo bien hecho. A los ojos de los socialistas, a quienes su tráfico de ídolos ha hundido aún más, la justicia puede ser el salario básico, porque algo siempre es mejor que nada. La justicia de Cristo vive de la fe, y presupone el trabajo bien hecho y la gracia, que es la obra de Dios bien hecha. La amistad no es amabilidad. Shakespeare decía que las personas amables llevan el corazón en la mano. La persona a la que encuentras por primera vez y te tiende enseguida su mano diciéndote “Llámame Jack”, probablemente esté tratando de venderte muy caro algo que no quieres y que tampoco necesitas. Nada ha sido más catastrófico para la verdadera acción social y para la amistad que la devastación de las ordenes contemplativas hechas en su nombre. Tener hambre y sed de justicia significa,

88

literalmente, ayunar, es decir, ayunar y tener sed literalmente. Hasta que hayamos aplastado el propio interés y nos hayamos convertido en instrumentos del único y verdadero agente de la candad, toda buena obra es vana. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. Esto no debe ser un argumento para el quietismo. Hay obras urgentes que deben ser hechas. Pero es un argumento contra la Teología de la Liberación. No hay oposición entre oración y trabajo. Hay dos notas simultáneas en el triple acorde de cada acto humano. Atranca la puerta, dice Santa Catalina, porque la verdadera amistad es lo que los autores espirituales llaman Vida Devota, el habitare secum benedictino, el vivir solo consigo mismo. Es lo opuesto al hombre amable que siempre sonríe y que, como dice Chaucer, frecuentemente “guarda el cuchillo bajo el poncho”. La amistad es el abandono del provecho egoísta por el cual el carnicero que reza corta la carne, quizás sin decir una payaba, pero la corta como se debe. Ama a sus clientes como a sí mismo por­que se conoce a sí mismo. Santa Tomas dice que los esposos deben ser amigos, una afirmación remarcable, como la de muchos santos, tan simple que podemos olvidar su importancia. El fin inmediato del matrimonio es la procreación y la alimentación de los hijos, pero el fin próximo es que los hijos sean ocasión de oración. Y, finalmente, suponiendo que el buen trabajo ha sido bien hecho y se ha rezado, aparece el último fin de todo acto humano, la tercera nota del acorde. En tanto Dios trabaja en nosotros, vive en nosotros. Dicen los santos que todo acto humano, hecho en 89

gracia, es la participación en la intimidad, en la vida infinita y en el amor de la Santísima Trinidad. Es sacramental y misterioso. En esta vida experimentamos la vida divina como si viéramos las figuras de un tapiz desde el revés, como un sufrimiento y no como un gozo, como el acto de Cristo sobre la cruz, como un sacrificio. Toda obra y toda oración en la tierra es una participación del gozo del cielo a través del sufrimiento. Es una paradoja el que toda obra cristiana sea un padecer: in hoc signo vinces [Con este signo vencerás]. Es el signo de la Cruz. Cuando rezamos el Ave María nos referimos al fin inmediato de los actos con la palabra “ahora”: “ruega por nosotros pecadores” porque ahora es la hora en que trabajamos con el sudor de la frente, esa es la vida del hombre sobre la tierra. Nos referimos al próximo fin en el Ave María cuando decimos “en la hora de nuestra muerte”, porque la oración es una especie de muerte. Co­mo dice Sócrates en La República, toda filosofía es una meditación sobre la muerte. La Revelación repite la verdad filosofía: “Hombre, recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Santa Catalina decía: “Ve a la celda del conocimiento de tí mismo y conoce la muerte de tí mismo”. Y el último fin es expresado en el Ave María cuando decimos “Amen”. El sacrificio es el ofrecimiento del sí mismo purificado a la mayor gloria de Dios. Esta es la Agenda Católica: trabajo, oración, sacrificio, “ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen”. Cuando los Hijos del Trueno quisieron seguir a Jesús en su gloria, El les dijo: “No saben lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo beberé?”. Y ellos le respondieron: “Podemos”. Santiago fue el primero de los apóstoles en ser martirizado, arrojado desde el tejado del Templo de Jerusalén, mientras que Juan, el último, vivió una larga vida en el exilio esperando beberlo. Seguir a Cristo hasta el final como religioso, o a mitad de camino, si se cumple la otra mitad en el matrimonio, es participar en el gran

90

sacramento que se actualiza en la Misa. Sacramento significa sacrificio: es participación en la obra de la Cruz. Trabajamos para ser exitosos y, si bien parece difícil al comienzo, si nos empeñamos podemos ser hombres de oración y ver claramente la significación humana de nuestro trabajo. Pero ¿cuál es la relación entre trabajo y sacrificio? Santo Tomas Moro, como canciller de Inglaterra, fue uno de los hombres más ricos y exitosos de su tiempo, y mientras ocupó ese puesto, bajo las costosas vestimentas que debía lucir, llevaba un cilicio, y esto sólo lo sabía su hija Margarita, que tenía la desagradable tarea de lavar ese cinto impregnado de sangre y de restos de carne. Y sabemos que al final dijo “Amen” con una broma, ofreciendo alegremente su cuello por el derecho de los católicos a asistir al Santo Sacrificio de la Misa en Inglaterra. El Cardenal Newman expuso la cuestión en términos más simples: ¿Qué hubieses perdido suponiendo que la fe católica fuera falsa? ¿Cuánto de tu vida habría sido gastada en vano? ¿Cuánto has invertido en la fe? ¿Cuánto has abandonado por tu fe en tus negocios, en tu matrimonio, en tu colegio o en tu iglesia? Trabajo, oración, sacrificio: lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Cuando estos tres elementos se separan, se trata no solamente de una debilidad o de un simple pecado, y de una vuelta atrás y de una herejía, sino de una negación implícita de la Trini­dad: el Hijo es trabajo, el Espíritu Santo es oración -El ora en vosotros con gemidos inenarrables- y es a Dios Padre a quien Cristo ofreció su Cuerpo y Sangre en el Sacrificio de la cruz, y lo continua haciendo en el altar. El fin inmediato depende del conocimiento específico de cada trabajo en particular, pero la Iglesia ha hecho alguna generalización, especialmente en las encíclicas dedicadas a la Doctrina So­cial, las cuales enseñan esencialmente que, cuando en una nación 91

hay un porcentaje de católicos -que no necesariamente deben ser ­la mayoría sino de un número suficiente para influir en la política-, el poder político y social de los fieles debe ser usado en favor de lo que los economistas llaman distributismo, más bien que en favor del capitalismo o del socialismo. Esto significa que los impuestos y el resto de los instrumentos públicos deben ordenarse a favorecer a las empresas independientes, pequeñas y libres especialmente las granjas familiares. Si esto parece remoto y anacrónico en esta época de conglomerados internacionales, condominios y supremacía comunista, recuerden la caída de Babilonia y de Roma, la impotencia de Egipto y, frente a ello, la fuerza de la Cristiandad medieval que se animo a luchar contra toda esperanza durante las Cruzadas. La única cosa segura sobre el futuro es que estará lleno de sorpresas. Cien años de profecías marxistas han fracasado; cincuenta años de intensiva industria y agricultura comunista en Rusia han fracasado; treinta años de socialismo sin entusiasmo han empujado a Gran Bretaña a la recesión. El capitalismo triunfante en Estados Unidos esta seriamente comprometido por la inflación, la miseria urbana, el incipiente bilingüismo y la criminalidad. El presidente de una de las empresas estatales más grandes del mundo escribió un libro recientemente, justo antes su muerte, en el que propone el retorno a los principios católicos para salvar la moribunda economía inglesa. Y esto no es deseable desde un punto de vista humano sino que afirma su necesidad económica. El libro de E. F. Schumacher, Lo pequeño es hermoso, es particularmente importante por su terco realismo. El autor no es un académico soñador sino un muy exitoso hombre de negocios. Es un impresionante testigo de la oportunidad, de la urgencia y de la practicidad de la Agenda Católica en el orden de los fines inmediatos. Los católicos no somos fastidiosos, ni fanáticos, ni románticos, ni perezosos, ni rebuscados, ni soñadores. Es el Señor quien

92

nos manda. No se trata solamente de la religión del obrero, sino de la religión de su obra. La obra misma debe estar en armonía con el plan del creador, que es también el plan de la naturaleza porque Dios es el autor de la naturaleza. Pero nunca podrá comprenderse que la seguridad social, política, económica y familiar sea contra naturam en una sociedad que rechaza a sus niños y a todo lo que es natural y real. La oración es incluso más importante. De acuerdo con las maravillosas palabras de San Pablo, toda la salud económica del mundo no es más que muerte si no esta motivada por la caridad. Como dice Santa Catalina, la caridad comienza con la oración, y lo primero que decimos sobre la oración es que no tenemos tiempo para ella. Por oración entiendo sobre todo la práctica de la soledad y el silencio, perfectamente ejemplificados por la Santísima Virgen, que dijo poco e hizo menos, porque la mejor comunión con su Hijo era secreta, privada y silenciosa. Cuando Cristo nació, los oráculos paganos se quedaron en silencio, los demonios escaparon de sus santuarios y una potente voz grito en el cielo: “El gran dios Pan ha muerto”. Uno de los signos más inquietantes de nuestro tiempo fue la profanación de los conventos contemplativos, la sistemática destrucción de la vida de silencio y de virginidad consagrada, la vulgarización del oficio divino: las monjas salieron a la calle a gritar que Cristo esta muerto. El trabajo es una necesidad física: el que no trabaja, no come. La oración es una necesidad por obligación: el que no reza, no entrara en el Reino de los Cielos. La oración es un deber, un oficio. Es el pago libre y voluntario de la deuda que tenemos con Dios por la existencia y por la gracia. La palabra latina que traduce “deber” es officium, y la perfecta oración de la Iglesia es el Oficio Divino. San Benito la llamaba opus Dei, la obra de Dios. 93

Me he referido al origen latino de varias palabras no por afán erudito sino porque su significado es latino. El latín es el lenguaje de la Iglesia Católica Romana. Se puede repudiar la tradición y derribar la Iglesia, pero no se puede tener la tradición y la Igle­sia sin su lengua. Y aunque el Concilio Vaticano II permitió la sustitución del latín por las lenguas vernáculas allí donde lo justificaran razones pastorales, recomienda que se lo conserve. La fe católica está tan íntimamente unida a los dos mil años de oración en latín que cualquier intento de vivir la vida católica sin él; terminará erosionándola y, finalmente, culminará en la apostasía, de la que hemos sido testigos en estas últimas décadas de experiencias vernáculas. Debemos retornar a la fe de nuestros padres a través de la oración que rezaban nuestros padres. El principal deber de los sacer­ dotes es la recitación diaria del Oficio; lo cual, ciertamente, pueden hacerlo en latín. Los breviarios latinos para el nuevo rito existen y, en el caso de los religiosos, la mayoría de los monasterios y órdenes tienen varios privilegios por los que la tradición entera puede ser conservada en su integridad. Y los sacerdotes seculares pueden gozar también de estos privilegios a través del simple y meritorio trámite de convertirse en oblatos o unirse a las terceras órdenes. Para los laicos, la participación en algunas de las horas canónicas que se rezan públicamente en iglesias y oratorios es enfáticamente aconsejada y, donde esto no existe, puede ser respetuosamente solicitado. Y, por supuesto, siempre esta la participación de los laicos en las devociones aprobadas por la Iglesia: el Oficio Parvo de la Santísima Virgen, la Bendición del Santísimo Sacramento, el Ángelus, el Vía Crucis, las Cuarenta Horas y el Rosario, que constituyen una obligación de caridad en una época donde la oración, para todos sus efectos prácticos, ha sido silenciada, como los oráculos paganos cuando nació Cristo. Ahora aquellos dioses han retornado:

94

Cuando una vasta imagen del Spiritiis Mundi Inquietó mi vista: en algún lugar en las arenas del desierto Una forma con cuerpo de león y cabeza de hombre, Una mirada vacía y despiadada como el sol. Mueve sus pausados muslos, mientras por doquier Circundan las sombras de las indignadas aves del desierto. En la famosa pintura El Ángelus, de Millet, el cansado labrador, luego de un buen día de trabajo, de pie y con su cabeza inclinada, con el sombrero en mano y la esposa a su lado, escucha el tañer de las campanas, participa con su agotador trabajo en el campo en el otro trabajo más grande de gratitud que el sacerdote eleva a Dios en la iglesia lejana. Antiguamente, los límites de las parroquias estaban determinados por la distancia a la que llegaba el sonido de la campana, y muchas de las canciones infantiles traducen el amor por ellas. En algunas parroquias suenan aun las campanas en el momento de la Elevación del Santísimo, luego de la consagración en la Santa Misa, a fin de que aquellos que están trabajando, o los enfermos en los hospitales, puedan hacer su comunión espiritual. Las campanas son una bendición sonando en círculos hasta las montanas eternas. Por supuesto, la más simple y práctica restauración de la cultura cristiana será la restauración de los conventos y monasterios contemplativos. Sin publicidad ni recaudaciones de grandes montos de dinero, porque la gracia no se puede ver o escuchar por sí misma y es muy pobre. Solo una pobre casa con algunas vírgenes consagradas totalmente a la vida de oración podrá revitalizar la vida espiritual de una ciudad moribunda. Para el resto de nosotros, laicos y sacerdotes de vida activa, debemos incluir lo siguiente en nuestras agendas: alienten a los jóvenes -especialmente a las mujeres, ya que tiftnen mayor aptituda ser lo que Nuestro Señor dijo: “Sed perfectos”. Entre todas 95

las carreras que los jóvenes pueden considerar y elegir, deben poner la opción por Dios en primer lugar y considerar la posibilidad del llamado a la vida contemplativa. Y esto no es un opción sino una obligación. Ello implica que deben haber libros que describan y expliquen la vida de los monjes, y se deben organizar visitas y retiros a los monasterios contemplativos que conserven la liturgia latina. Los padres, sacerdotes y maestros que omitan este paso cometen un pecado de anticoncepción espiritual contra la próxima generación. Incluso los que estamos en la vida activa estamos llamados a pagar el diezmo a la vida contemplativa. Los monjes y monjas de clausura llevan esta vida en su grado más alto, pero cada uno de nosotros, en el puesto que le corresponde, debe pagar su deuda. Hay tres grados de oración: el primero, correspondiente a los religiosos consagrados, es total. Ellos rezan permanentemente siguiendo el consejo de Nuestro Señor. La totalidad de su vida es el Oficio Divino, la Misa, la lectura espiritual, la oración mental, las devociones y un mínimo de trabajo necesario para mantener la salud física. Rezan ocho horas, duermen ocho horas y dividen las otras ocho horas entre el trabajo y la recreación. El segundo grado es la vida mixta de las órdenes activas y de los sacerdotes seculares, quienes están consagrados fundamentalmente a la oración. En este caso, rezan cuatro horas, duermen ocho, trabajan ocho -predicación, enseñanza, atención de los pobres y enfermosy tienen cuatro horas para la recreación. El tercer grado es el de aquellos que viven en matrimonio o son solteros, y ofrecen el diezmo de su tiempo para la oración -en torno a dos horas y media por día- con ocho horas para el trabajo, ocho para dormir y las cinco horas y media restantes para la recreación con la familia. Todos dirán al unísono: eso no es posible. Y esto es lo que quiero decir cuando afirmo que la primera cosa que se dice de la

96

oración es que no tenemos tiempo para ella. Pero la razón es porque los sacerdotes no marcan el camino rezando ellos sus cuatro horas diarias, y los monjes y monjas no hacen lo suyo manteniendo las vigilias nocturnas. Todo laico debe su diezmo de tiempo dos horas y media por día. La primera cuestión que tenemos que tener en cuenta si queremos rezar es prestar atención al tiempo. ¿A dónde se va el tiempo? Se va en trabajos inútiles y en tratar de llegar al trabajo en medio del tráfico de las ciudades. Y, más tarde, tratando de escapamos del trabajo con distracciones complicadas y costosas, en las que desperdiciamos el tiempo en actividades improductivas y destructivas. En cuanto al trabajo, recomiendo leer Lo pequeño es hermoso y, si tienen a mano una buena librería o biblioteca, lean las obras de los grandes cruzados de la generación que nos precedió: Hilaire Belloc, por ejemplo, cuyo librito La restauración de la propiedad es el principal escrito económico y social del catolicismo. Y también los libros de su amigo G. K. Chester­ ton, que escribió ampliamente y bien, con ingenio y humor, sobre la descentralización y la restauración del orden social. En cuanto a la diversión, que es una subdivisión del trabajo puesto que es descanso del trabajo, si quieren cavar en el jardín y plantar flores y verduras, llenarán la mesa, embellecerán vuestras vidas, perderán peso y ganaran fuerza física y espiritual, y también la suficiente alegría para cancelar el viaje a las montanas y abandonar el absurdo y dañino exhibicionismo de salir a caminar o a correr. Si no restauramos el orden en el trabajo y la diversión, por supuesto que nunca tendremos tiempo para la oración. Si, como sugerí en el capítulo anterior, encontráramos modos de restaurar las pequeñas comunidades o pueblitos, podríamos comprar e incluso trabajar en el mismo lugar por donde los niños irían caminando al colegio; y las mujeres se quedarían en la casa el tiempo se estiraría, se haría más flexible; nuestros nervios se 97

relajarían y las presiones serian menores. Debido a que nuestro trabajo es desordenado, no hay tiempo para la oración, y porque no hay tiempo para la oración nuestro trabajo es cada vez peor. La oración es el fin próximo de todo trabajo inmediato. Es el suelo humilde, el humus de la naturaleza humana, regada por las lágrimas de la contrición. El trabajo sin oración está muerto. Oración y trabajo no son la misma cosa. No se puede usar una como sustituto de la otra: eso conduciría al activismo o al quietismo. El trabajo necesita oración, así como el cuero resquebrajado necesita aceite. La oración llena los poros del trabajo y lo hace flexible y útil para Dios. Cualquiera que esté atrapado en esos malos trabajos, como son el negocio inmobiliario o la construcción para el Estado, debe considerar de que manera diligente los ateos trabajaron, con que imaginación construyeron desarrollos inmobiliarios y edificios públicos para fomentar su religión. Mientras tanto, los cristianos tenemos a nuestras espaldas los mejores y más hermosos desarrollos urbanísticos de la historia en las pueblos católicos de Europa y somos incapaces de reproducirlos. Los visitamos, tomamos fotografías, pero nunca soñamos en que podríamos vivir en ellos, cuando, de hecho, es viable e incluso rentable construir algo similar en los suburbios de Nueva York o de San Francisco, publicitándolos como ¡Altos de Cristo! Propongo que se considere seriamente, incluso por aquellos que viven en los alrededores de las grandes ciudades, restablecer los que alguna vez fueron llamado “ghettos católicos”. Para los jóvenes o almas más aventureras existe la enorme y aun virgen tierra salvaje del norte esperando por hombres santos. Hay, por supuesto, dificultades peores que aquellas que los sitios salvajes tenían tiempo atrás, y me refiero al Estado burocrático, que al verse amenazado por el ejercicio de la propia libertad religiosa los acosara con la necesidad de permisos para la construcción, certificaciones de escolaridad 98

e impuestos. Los Amish, los Dunkards y otras sectas han luchado contra todo esto mejor que nosotros y viven sus pobres religiones mejor de lo que nosotros hemos vivido la nuestra. Pero supongamos que hemos ordenado nuestras vidas materiales para poder pagar el diezmo de la oración, ¿cómo lo hacemos? ¿Existe algún manual? Por supuesto, hay muchos. San Fe­lipe Neri, cuando alguno le pedía consejo de lecturas, le decía: “Lee cualquier cosa de cualquier autor que tenga la palabra Santo antes de su nombre”. Tomen el santo que quieran. Todos dicen lo mismo con casi las mismas palabras, y esto es lo que dicen: Primero, la oración es silencio. Sin duda alguna, todo lo que sea ruido, inquietud, gritos y zapateos; todo lo que este acompañado de guitarras eléctricas y micrófonos, no es oración. La viejecita que en una iglesia oscura no deja de rezar, que no sabe nuestro nombre, nunca pregunta, a veces sonríe pero más frecuentemente aún solloza cerca de un cirio encendido ante la Santísima Virgen o San José, o sus otros santos amigos, el la sabe como rezar. Ella ha permanecido por mucho tiempo en la celda del conocimiento de sí y ha alcanzado también el conocimiento de noso­tros mismos. Ella nos conoce aunque probablemente nunca sepa nuestros nombres, y reza por nosotros. Los hombres se hacen más cercanos a través de la oración silenciosa que de otra manera. Se acercan unos a otros porque están cerca de Nuestro Padre del Cielo y porque el Reino de los Cielos esta dentro del alma de cada uno. Y mientras más nos acercamos al cielo que está dentro de nosotros, más nos acercamos al alma de los otros. El ermitaño en su celda, perdido en medio del desierto, dice su misa privada con más eficacia que los sacerdotes, obispos y el mismo Papa en las grandes basílicas, porque esta mas concentrado en el Dios solitario. Cuando María, solitaria en su pequeña habitación, dijo Fiat mihi secundum verbum tuum, estuvo más cerca y fue la mejor amiga de todo el genero humano. ¿Cuántos asistieron a la crucifixión?

99

Solamente cuatro, tres de los cuales se llamaban María. Como descubrió el profeta Elías, Dios no esta en el trueno sino en el susurro de la brisa. Aquí tienen el testimonio de un autor cuyo nombre comienza con “San”: “No se desanimen, hijas, por la cantidad de cosas que tienen que tener en cuenta antes del Divino Viaje que es el Camino Real al cielo”. Santa Teresa habla de Camino Real, que es la oración. “Si alguno les dice que es peligroso, tengan a esa per­sona como su principal peligro y escapen de su compañía”. Noten que la santa dice: cualquiera que les diga que la oración es obsoleta y que es mejor que gasten su tiempo en actividades sociales, no solamente esta equivocado sino que es su principal peligro. Y habiendo dicho esto, Santa Teresa nos enseña cómo rezar, exactamente como lo hizo Nuestro Señor, a través del Padrenuestro. Si aprendemos como rezar esta oración tendremos el secreto de toda oración y estaremos al final del Camino Real en presencia de Dios. Esto es lo que ella dice: “Padre nuestro que estas en los cielos”. ¿Pensáis que importa poco saber que cosa es cielo y adonde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que para entendimientos derramados que importa mucho, no solo creer esto, sino procurarlo entender por experiencia. Porque es una de las cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma. [...] ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con Él, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, esta tan cerca que nos oirá. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí... Este modo de rezar, aunque sea vocalmente, con mucha más brevedad se recoge el entendimiento [...] Llámase recogimiento, 100

porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, [...] Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo, y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, [...] Reiránse de mi, por ventura, y dirán que bien claro se esta esto, y tendrán razón; porque para mi fue oscuro algún tiempo. Bien entendía que tenia alma; más lo que merecía esta alma y quien estaba dentro de el la, si yo no me tapara los ojos con las vanidades de la vida para verlo no lo entendía. Que, a mi parecer, si como ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo, alguna me estuviera con Él, y más procurara que no estuviera tan sucia. Mas ¡qué cosa de tanta admiración, quien hinchiera mil mundos y muy mucho más con su grandeza, encerrarse en una cosa tan pequeña! A la verdad, como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida. No os pido ahora que penséis en Él ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar? Pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras. Haos sufrido mil cosas feas y abominaciones contra Él y no ha bastado para que os deje de mirar, es mucho que, quitados los ojos de estas cosas exteriores, le miréis algunas veces a Él? Mirad que no esta aguardando otra cosa, como dice a la esposa, sino que le miremos. Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡que aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queja de ella! O miradle atado a la columna, lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama; tanto, padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, 101

sin nadie que vuelva por Él, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidara sus dolores por consolar los vuestros, solo porque os vayáis vos con Él a consolar y volváis, la cabeza a mirarle. Ríanse de Santa Teresa si quieren por su simplicidad, Una vieja estúpida, y Doctora de la Iglesia Universal. ¡Santa Teresa, ruega por nosotros, para que podamos aprender cómo rezar del modo en que nos enseñaste! En Misa, en el rosario, laúdes, vísperas y en la oración privada, toda nuestra oración se debe acercar a lo que la santa dice: acompañar al Maestro en el Camino Real, el camino verdadero y de Cristo Rey hacia la Cruz. Algunos dicen que deberíamos callar, por prudencia, algunas afirmaciones difíciles y duras de Nuestro Señor, pero Él no las calló. Algunos dicen que, si hablamos de eso, la gente se desanima y se aleja, diciendo que son cosas muy duras, pero lo mismo hicieron con Nuestro Senior cuando Él las decía. Consideran que hay que alejarse de las cosas tristes y no agravarlas, y mantenerse más bien en las que son reconfortantes. Sucede que yo tengo cierta vocación de sembrador de tristezas. Mi himno protestante favorito, ligeramente distinto del mo­do en que se canta en las misas católicas de hoy, es el que comienza diciendo: “Oscurece el lugar en que te encuentras”, porque creo que si bien la vida es divertida, no esta hecha para la diver­sión. Hemos nublado la distinción entre ser alegres y ser bienaventurados, confundiendo el fuerte y a veces amargo vino católico con el jugo de uva del protestantismo liberal. Cualquiera que diga que Cristo os hará felices es alguien que no ha seguido ni intentado andar el Camino Real, y se ha mantenido muy alejado de 102

él, porque el Camino Real el camino de la Cruz. Hay menciones explícitas de Nuestro Señor llorando en varías ocasiones, pero en ninguna parte del Evangelio dice que el Señor haya reído o siquiera sonreído. La “Buena Noticia” es como la “buena muerte”. Esto no significa proponer una apariencia de santidad hipócrita como la del jansenista Tartufo de la obra de Moliere, que hace su aparición llamando en voz alta a su sirviente de modo tal que puedan oírlo las señoras que están en el salón, para que le prepare la disciplina con la que se flagelaba. Por el contrario, el sentido del humor es parte del sentido católico. “Humor” viene de humus, que es la raíz de “humano” y de “humanidad”. Chaucer, que ciertamente tenía sentido del humor, y nunca nadie lo acuso de ser triste, decía que debemos “imitar la alegría”, que debemos “fabricar el gozo”, especialmente porque sabemos que esta vida es un valle de lágrimas. Shakespeare, cualquiera que haya sido su reli­gión, acerca de lo cual no sabemos nada, tenía el sentido católico que calibra el verdadero júbilo y la más amarga de las realidades. Sopla, viento invernal, pues daño nunca harás como la ingratitud. Tu diente es menos cruel, porque nadie te ve, por rudo que seas tu. ¡Eh, oh! ¡Eh, oh, el verde del bosque! Amor es ceguera; amigos, traiciones. ¡Eh, oh, el bosque! Es vida y es goce. Hiela, aire glacial, pues no podrás cortar como lo hace el olvido. Puedes el agua herir, 103

mas no eres tan hostil como el pérfido amigo. ¡Eh, oh! ¡Eh, oh, el verde del bosque! Amor es ceguera; amigos, traiciones. ¡Eh, oh, el bosque!. Es vida y es goce. El júbilo católico es decir ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén. Cuando en el momento de su muerte Santa Catalina exclamo “Sangre, sangre”, podríamos decir que experimento el gozo de la unión perfecta de amor con Nuestro Señor, pero aterrorizo a todos los que estaban en la habitación pues se parecía muy poco a lo que habitualmente llamamos felicidad. ¿Qué fue lo que quiso expresar Miguel Ángel en su Pietá? ¿A una fresca y placida María sosteniendo a su Hijo en sus brazos a fin de besar sus heridas? Yo creo que no podríamos mirarla si ella posara sus ojos sobre nosotros con su ardiente mirada, sumergida en lágrimas. Las niñas, en Navidad, exclaman: “Miren la muñeca bajo el árbol; mis oraciones fueron escuchadas”. Y ustedes dicen: “Sí, querida, Dios es bueno; El siempre escucha nuestras plegarias”. Pero interiormente se preguntan: “¿Escucha realmente las mías?”. Las mías no las responde. ¿No es así, acaso, cuando han llegado a cierta edad? Y algunos alcanzan esa edad cuando son cronológicamente muy jóvenes. Sea cuando sea, a cierta edad espiritual se asienta una pena en nuestro interior, una tristeza, una pérdida, una ansiedad, y comenzamos a molestarnos con todos esos cristianos felices gritando alegría y paz, porque no hay ningún gozo y paz en absoluto para nosotros. Un día decimos, silenciosamente, “Señor, mis oraciones no han sido escuchadas. Intenté hacer lo que dice Santa Teresa. Te miré una y otra vez, pero Tú no me miraste. Nadie me entiende, ni siquiera Tú. Estoy solo”. Y entonces Él dice: “¿Solo?”. Y tu respondes: “Sí, solo”. 104

Él dice: “¿Estás abandonado por alguien?”. “Sí”. Y responde: “Ahora tus oraciones han comenzado a ser respondidas por primera vez. Has comenzado a ser como yo que gritaba en la Cruz las más amargas palabras hebreas que, si escucharas en el silencio de cada misa, me escucharías gritar: Eli, Eli, lama sabachthani, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. En el Santo Sacrificio de la Misa, Cristo mismo pronuncia las palabras de la consagración a través del suicidio voluntario de la propia personalidad del sacerdote. El sacerdote se convierte en “persona”, el instrumento a través del cual un sonido es pronunciado, y Cristo, no el sacerdote, dice: Hoc est Corpus meum. Y ese Cuerpo es elevado en silencio. El sonido de las campanas acentúa el silencio y su tañir apaga el ruido del mundo. Y luego dice: Hie est Calix Sanguinis mei. En el Huerto de los Olivos oraba: “Si es posible, que este cáliz se aleje de mi sin que yo lo beba”. Pero ahora dice: “Este es el Cáliz de mi Sangre”. En la Consagración, la Sangre de Cristo se hace presente en el altar, separada de su Cuerpo, lo cual es la reconstrucción del derramamiento de la Sangre en la crucifixión. La Sangre es derramada bajo la apariencia de vino, y las campanas proclaman solemnemente este acontecimiento al mundo que a veces escucha. Este es el Misterio de la Fe. Hay un serio error de traducción en los folletines que circulan en las iglesias de Estados Unidos en sustitución de los misales. En el texto oficial aprobado por las congregaciones vaticanas, la frase Mysterium Fidei tiene un punto al final, indicando que estas palabras se refieren a lo que acaba de ocurrir, el acto central de la Misa, la consagración del Cuerpo y Sangre de Cristo, renovando de un modo incruento, bajo las apariencias de pan y vino, pero realmente renovando el Sacrificio de la Cruz: este es el Misterio de la Fe. Y en el texto latino hay un punto. Pero en los “misalitos” americanos hay un guión, lo cual cambia completamente la referencia 105

y la dirige hacia las palabras que siguen, que hablan de la Resurrección y de la Segunda Venida, las cuales son consecuencia signos del Misterio de la Fe. Sin ellos, como dice San Pablo, nuestra fe seria vana, pero no son el Misterio mismo. El Misterio ha sido siempre e infaliblemente tornado para expresar la renovación real del acto central en toda la historia del universo, desde que se dijo el Fiat lux hasta la consumación del mundo. Como dice San Pablo, Nuestro Señor ordenó a los Apóstoles “hacer esto en mi memoria”, y no simplemente recordar. En ese momento de la Misa incluso los ángeles detienen su canto, el silencio inva­de la corte de los cielos y sobre la tierra se extienden las tinieblas hasta la hora nona. Y he aquí, el velo del templo se rasgo en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló y las rocas se partieron. Aunque no era católica, Emily Dickinson fue una poetisa cristiana con intuición poética de la verdad de las cosas, especialmente por el dolor. Ella lo conocía bien, y escribió sobre el en un lenguaje extraordinariamente preciso: Después de un gran dolor, uno se hace formal. Los Nervios se apoltronan, como Tumbas. El Corazón ya tieso se pregunta si fue Él quien lo pudo soportar, si fue Ayer o hace Siglos. [...] Es la Hora del Plomo. Si se la sobrevive, es recordada como quien soportó Nieves glaciales. Frío -al principio- luego Aturdimiento. Después dejarse ir. 106

“Después de un gran dolor, uno se hace formal”. Un poema siempre explica las cosas haciéndolas menos claras, como una gasa que cubre una herida. EI Santo Sacrificio de la Misa es el acto más formal del cual tengamos experiencia. Hay otro “sentimiento formal”, exactamente el opuesto, el de vergüenza. San Gregorio Magno decía: Hay hombres que escrutan las enseñanzas espirituales con aplicación y perspicacia, pero que, en su vida, tropiezan con aquello mismo que penetraron con su inteligencia. Se apresuran por enseñar lo que aprendieron, no por la práctica sino por el estudio, y contradicen con su conducta lo que enseñan con sus palabras [...] Es por esto que el Señor se lamenta a través del profeta por su despreciable conocimiento diciendo: “Cuando bebiste el agua más clara, enturbiaste el resto con tus pies”. Mientras escribía este libro -y sospecho que le pasara lo mismo a los que lo lean- se me presento con insistencia una pregunta: “¿Quién soy yo para enseñar estas cosas?”. Una vez escuche a alguien que decía; “Médico, cúrate a ti mismo”. Durante toda mi vida he trabajado menos de lo que debía, y he rezado menos aún. E incluso en las pequeñas cruces, como Macbeth después de matar al rey, me di cuenta de que “Yo no podría decir Amen”: Ya es tarde. Tarde en mi vida y quizás en la tuya; es más tarde de lo que piensas, tarde en este cristiano siglo XX. Será muy difícil llevar a cabo siquiera el diez por ciento de la Agenda Católica: vivir y trabajar en un oficio honesto en un pueblo católico, reservar el diezmo del tiempo para la oración y ofrecer todos nuestros trabajos, oraciones, gozos y sufrimientos en sacrificio al Señor. De hecho, es imposible. Pero tenemos la ayuda de su Santísima Madre. Ya recomendé el libro de E. F. Schumacher, Lo 107

pequeño es hermoso; el de Hilaire Belloc, La restauración de la propiedad, cité abundantemente los Dialogos de Santa Catalina de Siena, y también el Camino de perfección de Santa Teresa. Si leen esos libros, especialmente los escritos por los santos, no habrán leído este en vano. Y si, a diferencia de mi, ustedes siempre hacen lo mejor en su trabajo honesto, practican la oración con constancia y aceptan los desafíos de la vida diaria con un corazón alegre, dicen los santos que en la hora de la muerte las murallas de vuestra man­sión interior súbitamente serán como el cristal, y el blanco resplandor de la presencia de Dios brillará a través de ellas. Cuando asistan a su propio funeral, los presentes dirán que las campanas tañen como cristales, sonando como risas de ángeles, y verán la verdadera Pietá, esa que ningún artista es capaz de pintar porque nadie puede verla y seguir viviendo. Y si ustedes se parecen más a mi, y no han vivido una vida católica como correspondía, quizás renueven conmigo la resolución de poner todas estas cosas en la Agenda y en la práctica diaria, porque la alternativa, en el mejor de los casos, es sufrir un dolor como no se ha visto nunca en la tierra y, en el peor, la condenación eterna. El dolor en la tierra, que parece cernirse sobre nosotros como una plancha de acero, es en realidad una fina lamina que atravesaremos en la muerte, del mismo modo que Cristo atravesó la pared de la casa donde estaban reunidos los apóstoles, sin abrir siquiera la puerta. O del modo en que nació de María, dejándola virgen y perfectamente intacta. Allí, aquí, ahora, justo al otro lado del muro visi­ble de las cosas, más cercano a nosotros que nuestra propia respiración, en la verdadera Pietá, Jesús sostiene a su Madre en sus brazos. Y enjuga para siempre las lágrimas de sus ojos. Y Ella, mirándolo, sonríe. Esto no es un sueno; es la verdad. Y sabemos que es la verdad porque Él dijo que no era; y Él no engaña y no se deja engañar. Si practicamos un diez por ciento de la Agenda Católica ahora, en 108

la hora de nuestra muerte, sostenidos por los brazos de María, exclamaremos con Santa Catalina: “Sangre, sangre”, que es lo mismo que decir, “Amén, amén”. Trabajo, oración, sacrificio. Ésta es la Agenda Católica. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

109

110

4. Teología y superstición

Resulta cada vez más difícil para los conservadores hablar con los liberales, y para los tradicionalistas hablar entre ellos. No tengo titilación alguna para solucionar estas disputas y trataré solamente de contar mi historia. Quizás encuentre un corazón comprensivo, como el cochero del cuento de Chekhov que, durante los festejos de un Año Nuevo, trataba en vano de entablar conversación con las personas que encontraba en las diferentes fiestas pero, finalmente, terminó por retornar al establo para contarle a su viejo caballo que su hijo había muerto. La “superstición” es algo que continua teniendo vigencia aunque nadie sabe bien el porqué. Uno de los antropólogos más populares -creo que file Malinowsky- registra que los salvajes de Melanesia, separados de la cultura de sus antepasados de tierra firme durante varios siglos, rendían culto a las herramientas de labranza y las colgaban de los árboles, puesto que ya no sabían cual era su uso. La teología de Santo Tomas se ha convertido en algo parecido, una especie de superstición entre los católicos del siglo XX, incluidos los conservadores v tradicionalistas. Sus formulas cuelgan de la cadena sagrada de la teología, como si fueran 111

arados y podaderas, y no es extraño entonces que las nuevas generaciones hayan decidido desprenderse de ellas. Algunos raros teólogos, más bien desconocidos y ancianos. se dedican aún a estudiar y ensenar a Santo Tomas, quien ya no es considerado el Doctor Común de la Iglesia. El mismo Tomas dice en el prologo de la Summa Theologica que se trata de una “obra para principiantes”, pero en la actualidad tenemos muy pocos principiantes. Nuestras escuelas y colegios producen técnicos superiores en ciencias aplicadas que no poseen las bases necesarias para los estudios tradicionales de filosofía y teología. Y tampoco para el celebre mens sana in corpore sano de los antiguos, es decir, la disciplina en el hábito de la percepción, memoria e imaginación de la realidad. Para compensar nuestros errores, durante las décadas que precedieron al Vaticano II los seminarios se dedicaron a coleccionar máximas tomadas de la Summa, en un estilo vagamente cartesiano, para elaborar los textos de estudios, que tenían mucho método escolástico pero poco que ver con la realidad, aun menos del ámbito de la memoria y nada de imaginación o del espíritu de Santo Tomas. En las grandes universidades católicas de Roma y en todas partes del mundo, los grandes profesores dominicos y jesuitas enseñaban en latín a sus estudiantes, muchos de los cuales provenían de Estados Unidos, y los asistentes del maestro debían hacer señales para que los alumnos rieran cuando el profesor hacía alguna broma, puesto que ninguno po­día distinguirla de una fórmula escolástica. No sorprende enton­ces que en esas universidades las fórmulas escolásticas se convirtieran en bromas. Se decía que la única habilidad especial que había que poseer en las universidades romanas era leer latín al revés, ya que en los exámenes orales el profesor leería en voz alta la pregunta desde un manual, al cual sostenía delante del estudiante. Si se había adquirido la capacidad de leer al revés, era posible responder palabra por palabra y aprobar el examen con la 112

nota más alta. A raíz de una docilidad groseramente mal entendida, los estudiantes eran capaces de sufrir durante horas, con el cerebro vacío, los cursos que le sonaban como chino. Yal finalizar recibían un certificado dorado en Derecho Canónico o en Teología, que en realidad certificaba una educación conseguida a base de resúmenes, apuntes de compañeros y exámenes cuyas preguntas se filtraban con anticipación y cuyas respuestas se leían del libro del profesor. Y con estos doctorados, los clérigos luego oficiaban de profesores, rectores y aún de obispos, y eran quienes ocupaban los puestos de autoridad en las universidades católicas y seminarios. Por supuesto que había excepciones pero, aunque suene brutal, creo que es una ajustada descripción de la situación general. Los resultados son todavía visibles entre aquellos sacerdotes formados con anterioridad al Concilio. ¿Como pudo ocurrir el fracaso postconciliar? Hace algunas semanas escuche un buen ejemplo de alguien a quien quiero mucho y que, en términos de piedad, habría que decir de él lo que dice el Común de Confesores: Euge, serve bone et fidelis, in modico fidelis! [¡Levántate, siervo bueno y fiel, porque en lo poco fuiste fiel!]. Pero, explicando la eucaristía a un fiel de la parroquia que se había escandalizado al ver unos niños que partían la hostia en vez de consumirla, dijo: “Santo Tomas enseña que solamente los accidentes del pan pueden ser tocados, pero no el Cuerpo de Cristo, que es la sustancia”. Es mejor, como dijo Sócrates muchas veces, no saber y saber que no se sabe, que no saber y creer que se sabe. O, como dijo el poeta, “Saber poco es cosa peligrosa”; es necesario saber mucho, o no saber nada. La teología y la filosofía son difíciles; son ciencias exactas, y hay pocas vocaciones para esas ciencias en cada generación. E incluso para aquellos particularmente dotados en inteligencia y voluntad, siempre existe el prerrequisito de doce anos de estudios primarios y secundarios. 113

Y, por supuesto, esta situación, constituye en los seminarios el terreno perfecto para los astutos discípulos de Loisy y Merechal, algunos de los cuales son perjuros, porque hicieron el Jurarnento anti-modernista, fueron ordenados fingiendo ortodoxia y ocuparon posiciones de poder, preparando el camino de lo que Pablo VI llamo la “auto demolición de la Iglesia”. Y por eso comienzo por un hecho grave: siempre hay algunos que dicen que debemos consolarnos mutuamente a pesar de la verdad de los hechos, proponiendo “soluciones” hacia lo que llaman “problemas”. Pero la falsificación no es suelo adecuado pa­ra la esperanza, y la realidad no es un “problema” que deba ser “resuelto”, aunque presente dificultades, algunas de las cuales deberán ser evitadas y otras enfrentadas. Cualquier otra cosa no es alegría cristiana sino estupidez. Yo debería reconfortarlos repitiendo aquí la vieja y nítida ver­ dad de que no estamos destinados a tener éxito en este mundo sino más bien a cumplir lo mejor que podamos la tarea que se nos ha encomendado, ya que nuestra Esperanza está en el mundo futuro. El siglo XX no es el más conveniente para el triunfalismo católico. Derrotada como esta la cultura cristiana, no hay posibilidades de que podamos construir una catedral como Chartres o escribir un texto como la Summa Teológica, e incluso, excepto para algunos pocos, de llegar a entenderla. Santo Tomas sigue siendo el Doctor Común de la Iglesia Católica pero no hay muchos católicos comunes. El semillero del arte y de la ciencia escolástica, que constituyen la Cultura Cristiana, esta agotado. Vivimos en un terreno en el que, si se siembra trigo, inmediatamente los brotes se marchitaran en medio de la sequía. Hay muchos momentos de la historia, como en la vida, en los que la difícil virtud de la paciencia debe ser especialmente practicada con un corazón alegre. Debemos, incluso, como dice Ghaueer, “simular la alegría”, seguros como estamos de saber, como decía Milton 114

en los sonetos sobre su ceguera, que “también es importante solamente estar y esperar”. Santo Tomas llamo “paja” a su obra maestra poco antes de morir en una abadía benedictina. Por tanto, esta obra es tierra fértil en la que el grano puede germinal” y dar su fruto. El neotomismo de nuestros tiempos no ha podido sobreponerse a las langostas del relativismo y del darwinismo social. Y tampoco pudieron los pocos tomistas serios como Garrigou Lagrange que propusieron una verdadera teología para aquellos que no podían ver mas allá de la retórica de la ciencia popular, deslumbrados como estaban con figuras retóricas en vez optar por de la apacible luz del pensamiento. Gilson cuenta en uno de sus últimos libros, y también el más triste3, como rechazo el pedido de Pío XII de escribir una refutación a Teilhard de Chardin, cuyos manuscritos, a pesar de la condenación, circulaban discretamente entre los jesuitas jóvenes. Y rechazo el pedido no porque despreciara la figura del papa, sino porque afirmaba que en Teilhard no había una doctrina clara para refutar, solamente una suerte de poesía que confundía y afectaba las emociones sin ninguna argumentación, evidencia o sustancia. Louis Salleron lo compara con las extravagancias ocultistas de la época de Victor Hugo. Maritain, en El campesino del Garona, coincide con esta opinión, y confiesa que todos los intentos hechos para popularizar a Santo Tomas, incluidos los suyos, fallaron porque no puede haber un sustituto para, la luz intelectual, para la primera intuición del Ser. El mismo, aunque no lo admita, tan pronto como dejo su pericia en la filosofía teórica y se volcó al arte practico de la política, cayó en el campo modernista. Pero incluso Maritain, quizás el mejor popularizador 3 - L ‘atheisme difficile (El difícil ateísmo), publicado en 1979, al año siguiente de su muerte (1978), y traducido al castellano por la Universidad Católica de Chile en 1991 [n. del traductor].

115

de Santo Tomas, admitió finalmente que eso había sido un error. Un estudiante de los buenos tiempos de Laval, inmediatamente después de la guerra, me contó que, luego de la lectura de un texto de Aristóteles, uno de sus compañeros pidió un ejemplo fácil para entenderlo. El profesor, que era Charles de Koninck, levantó sus manos extendidas, en un gesto silencioso que quería decir: “Tiene que subir su nivel”. Es necesario ver la luz de los principios, porque las popularizaciones, aún las mejores, los oscurecen. No estoy preconizando nada que se parezca a una renovación tomista. Creo que es imposible en las presentes condiciones. El tomismo esta en el lugar en el que debe estar. Santo Tomas no debe renacer, por el simple hecho de que no ha muerto. Pero nosotros estamos muertos, o estamos muriendo. No se ha pagado el alquiler, no tenemos que comer y la casa amenaza a ruina. Todos los poetas lo testimonian: Hopkins, Housman, Hardy, Yeats, Eliot, incluso Frost; y también los historiadores proféticos como Spengler, Brooks y Henry Adams, Belloc, e incluso H. G. Wells. Lo testimonian también las profecías hindúes, hasídicas y católicas: todas ellas coinciden en predecir el fin de los tiempos de las naciones. Más que los científicos y los filósofos, son los poe­tas y los profetas los que tienen la visión intuitiva de lo concreto, y todos ellos dicen que la nuestra es una época de aridez espiritual y disolución; la Noche Oscura de la historia de la Iglesia. Y cualquiera que tenga la mínima sensibilidad cultural podrá ver por sí mismo que somos los “hombres huecos” del poema de Elliot y de las pinturas de De Chirico; somos muñecos rellenos de estopa que caminamos sin sentido entre las estatuas rotas de una civilización devastada. Nadie en su sano juicio querría ser “original” o “innovador” en estos tiempos. Y es este el motivo por el cual hay razón para la esperanza. Todos los santos han dicho que, en noches como estas, siempre la oscuridad es más profunda justo 116

antes del amanecer. Son estadios en el crecimiento del alma. El padre Hopkins escribe: Y aunque las últimas luces desaparezcan en el oscuro oeste, la mañana se adivina en los bordes broceados del este, porque el Espíritu Santo esta justo en el recodo, mundo del calor de su seno, y de la luz de sus alas. “Oh noche -decía San Juan de la Cruz- mas amorosa que el alba”. Hay momentos en los que estamos privados de los consuelos externos propios de los grandes y esplendentes siglos, como los que van del IV al XIII. Eran épocas de logros artísticos, políticos y científicos, entendiendo este concepto como cultural. Pri­vados de tales consuelos, viviendo en tiempos estrechos y superficiales y en épocas de ansiedades que se convierten en desesperaciones, habitamos en costosas mansiones que no valen nada -el mismo dinero no vale nada-, comemos alimentos desnaturalizados, vivimos sujetos a burocracias totalitarias, a guerras de guerrillas, a francotiradores, a secuestros, a una ciencia materialista, a una religión relativista y a un arte industrializado. Entonces, la única salida del alma cristiana es la apertura paciente y silenciosa a la acción divina. Personajes bulliciosos y arrogantes, frívolos, ciegos y tramposos, se arremolinan en tomo a nosotros urgiéndonos a la acción, convocando incluso a extravagantes encuentros públicos de oración. Ofrecen el mismo espectáculo desolador de una actividad infructuosa y destructiva, como los marineros camino a Tarsis mientras Jonás dormía en la tranquila y oscura bodega de la nave sacudida por la tempestad. Este tiempo quedó simbolizado para mi cuando, en una oportunidad, llegué a una gran abadía benedictina para dar una conferencia- a los seminaristas. En la puerta de entrada, en vez de encontrar un portero, según lo prescribe la Regla de San Benito, 117

había un teléfono con una lista de nombres y números para llamar. Después de esperar en vano que respondiera el monje que me había invitado, fui a dar un paseo por el muy bien cuidado jardín, donde encontré a un jardinero de manos callosas rastrillando la grava del sendero. Probablemente no era católico y ciertamente no era un monje, pero era un hombre honesto que me llevó al edificio donde pensaba que podrían darse las conferencias. Cuando entré, me recibió el rector o prior, sonriendo amablemente, vestido con su hábito, con una lata de coca-cola en una mano y un cigarrillo en la otra. Bocaccio habría disfrutado la escena, pe­ro no San Benito ni tampoco Chaucer: Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo, pues El mismo ha de decir: “Huésped fui y me recibieron”. A todos dese el honor que corresponde, pero sobre todo a los hermanos en la fe y a los peregrinos. Cuando se anuncie un huésped, el superior o los hermanos salgan a su encuentro con la más solícita caridad. Oren primero juntos y dense luego la paz. No den este beso de paz antes de la oración, sino después de ella, a cau­sa de las ilusiones diabólicas. Muestren la mayor humildad al saludar a todos los huéspedes que llegan o se van, inclinando la cabeza o postrando todo el cuerpo en tierra, adorando en ellos a Cristo, que es a quien se recibe. El afán de novedades e informalidades en todas las cosas que vemos hoy, es un signo seguro de nuestro vacío espiritual. Cada semana en la Misa, los confundidos y semi apostatas fieles deben ver una y otra innovación superficial, como si dar vuelta los altares, o dar la comunión bajo las dos especies o en la mano, pudiera perfeccionar la terrible realidad del sacrificio divino. Baudelaire lo describe muy bien, como si hubiera previsto la Iglesia postconciliar, en su amargo e irónico libro Spleen: 118

Esta vida es un hospital en el que cada enfermo quiere cambiar de cama. Este quisiera sufrir mirando la estufa, y el otro piensa que será curado cerca de la ventana. Las escuelas filosóficas, como todo, se convierten rápidamente en modas. En lo que me parece una vida breve, yo mismo he sufrido, desde mi primer despertar intelectual a finales de los años ‘30, shocks de marxismo, dividido en stalinismo y trotkismo: freudismo, en las versiones de Jung y Adler; variedades del positivismo de Bloomsbury y de hinduismo californiano, taoismo, zen, existencialismo, neo-tomismo. Cada época tiene a su gurú llamado Husserl, Heidegger, Wittgenstein, Sartre. Es innegable que todos ellos son brillantes, pero no son estrellas fijas en la constelación clásica sino meteoros parpadeando en la larga noche del Kali Yuga. Ya no esta la luz franca y constante de las grandes escuelas filosóficas sino la llama errática de una elegan­te y breve putrefacción. Durante las vacaciones, a fin de respirar un poco de aire, hice mi visita anual al cine. Encontré la publicidad de una película que parecía lo suficientemente decente para que un hombre de mi edad no se sonrojara, motivo por el cual no se colocaba la advertencia: “Los padres serán admitidos solamente en compañía de sus hijos”. Era un filme de ciencia ficción que terminaba con una escena en la cual un astronauta copulaba con una sonda espacial Electrónica... Las más populares de las películas actuales han popularizado el neo-maniqueísmo, una adaptación de la antigua herejía que dice que Dios es a la vez bueno y malo. La película sugería que el jefe del grupo del mal, a quien llamaban La Fuerza, era secretamente el padre del joven héroe del bien, así como los maniqueos afirmaban que Satanás es el verdadero padre de Cristo. Las películas son un indicador de la imaginación popular, y esto viene de larga data; desde Julio Verne a H. G. Wells. Debo 119

almorzar dos veces por semana en Burger King. Ustedes saben, por supuesto, que millones de americanos comen regularmente papas fritas con las manos. Nos hemos hundido, desde el punto de vista antropológico, por debajo del nivel cultural del tenedor. Los hábitos cotidianos de un pueblo no se registran pero se miden por sus valores. Una civilización desintegrada se mide no solamente por su decadencia artística sino también por sus diversiones populares y sus restaurantes. Por eso yo no propongo un retorno a Santo Tomas, como tampoco propongo la construcción de replicas de Mont SaintMichel o de Chartres. No es el momento, por decir lo menos. Solamente un milagro podría producir un gran teólogo en la actualidad, y hay pocas razones para esperarlo, porque aunque los milagros obran mas allá de la naturaleza, no ocurren sin una razón, y si un gran teólogo escribiera hoy, nadie lo entendería. Lo más parecido a un milagro que podemos esperar es la destrucción de Sodoma y Gomorra. Existe una analogía proporcional entre las fuerzas dominantes de nuestra época. La contracepción y la usura, como lo sabía Dante, están contrariamente unidas por la misma rela­ción: una hace estéril lo que es naturalmente fecundo, y la otra hace fecundo lo que es naturalmente estéril. La contracepción y la usura son la forma y materia de la ideología industrial, cuyo desenlace es el vicio innombrable. Tengo dudas acerca de si Dios encontrará más santidad entre nosotros que la que Abraham encontró en Sodoma. Sin embargo, es un hecho que la Summa Theologica no es solamente la mayor obra teológica de la historia, considerando so­lamente su tamaño, su unidad y su extensión. Esto cualquiera po­dría decirlo con solo consultar una enciclopedia. Pero, tal como ha sido repetidamente afirmado por muchos papas durante varios siglos y sin disidencias, es decir, como una enseñanza infalible del magisterio ordinario, la Summa Teológica es la medida de toda la teología católica. Los católicos deben creer que Tomas de 120

Aquino es el Doctor Común de la Iglesia con el mismo grado de certeza con la que creen que es santo San Agustín, San Gregorio, San Bernardo, San Buenaventura, San Juan de la Cruz y otros son también doctores, y sus doctrinas son buenas, preciosas, amables, indispensables e intensamente personales para muchos, pe­ro todas ellas son medidas por la regla ordinaria de Santo Tomas y leídas por su luz. Y no digo “en su luz” porque esas doctrinas tienen luz propia, sino por su luz. Santo tomas ocupa un lugar especial entre los teólogos, análogo al que ocupa la Santísima Virgen entre los santos. Ocupa el medio entre el dogma y la opinión, lo que podríamos llamar hiperdoxia, tal como María, por la hiperdulía, ocupa el medio entre la veneración y la adoración. Pero a diferencia de la Madre de Dios, Santo Tomas es teóricamente superable, y la Iglesia nunca ha ensenado que cada silaba de la Summa es de fide como el Credo. La Iglesia nunca desalentó el estudio de otros teólogos, ni siquiera de los herejes, ya que incluso en sus errores dejaron entrever algunas verdades que nunca habrían sido vistas con claridad si no hubiese sido por ellos. El mismo Santo Tomas se lamentaba de la quema de las obras heréticas. Si hubiésemos tenido los argumentos exactos de los gnósticos y de los maniqueos, decía, cuanto mejor habríamos entendido la fe como explícitamente opuesta a este o aquel error. Pero, como muchas veces ocurre, el mandato de la Iglesia fue exagerado o simplificado en su ejecución. En lugar de la difícil tarea de usar a Santo Tomas como un instrumento de estudio de la teología, los seminarios muchas veces lo sustituyeron por resúmenes codificados de la Summa a fin de ser memorizados, repetidos como loros y precintados en la mente. Hubo, de hecho, un temor al pensamiento, temor a que algunos intelectos débiles e inexpertos fueran mas fácilmente seducidos por el error que abrazados por los castos y fríos brazos de la verdad. No hay que asombrarse, entonces, de que generaciones de sacerdotes suspiraran y desearan una teología viva en la cual pensaban que 121

hallarían algo más que las detestables preguntas y respuestas que encontraban en aquello que llamaban tomismo. Puede parecer que estoy menospreciando algunos buenos y fieles maestros de la renovación tomista. Pero el fracaso de este movimiento no puede ser atribuido solamente a ellos, y nunca pensé algo parecido. Difícilmente veremos a una persona comparable en santidad y sabiduría a los padres Boyer y GarrigouLagrange. Pero cuando su generación declinó, los obispos y rectores de seminario se adaptaron a la creciente ineptitud de sus estudiantes, de lo cual resultó el colapso general de la Cultura Cristiana en el mundo industrializado. Los jóvenes seminaristas saltan de las escuelas, por primera vez en la historia luego de la Alta Edad Media, incompetentes en latín y en las artes liberales. Bajo la inmensa presión de la necesidad económica, las escuelas primarias y secundarias rápidamente sustituyeron la poesía y la his­toria por los estudios técnicos. Los anticuados estudios de las llamadas “ciencias naturales” o “historia natural”, en los que la filosofía aristotélica y, consecuentemente, la teología escolástica se había desarrollado, fueron dejados de lado. Los tradicionales estudios universitarios, como la Ratio studiorum de los jesuitas, que son recomendados por Newman en su libro La idea de universidad, se convirtieron en escuelas de entrenamiento pre-profesional para la tecnología. Y debo enfatizar el hecho, porque no esta suficientemente admitido que todos los estudios universita­rios en la actualidad son técnicos, incluso el estudio de la literatura, de la música y del arte. No existen dos culturas como sugiere Sir Charles Snow, sino solamente una. Y aunque el objeto de estudio de algunas disciplinas sea humanístico, su abordaje for­ mal es técnico, y consiste en los métodos de edición de textos, de clasificación histórica, de clasificación de tipos, análisis lingüísticos

122

de estilos o análisis psicológicos y sociológicos de contenido. Es raro encontrar el tipo de enseñanza literaria a la que Mark van Doren, por ejemplo, debió su fama hace algunas décadas, que se aplica a gustar directamente la poesía en el modo en que la comprenden los poetas. Y es más raro aún encontrar el modo de estudiar la naturaleza que aplicaba el gran entomologista Henri Fabre, que podría ser llamado poético, y en el cual la materia es científica pero el estudio formalmente humanista. Hay una poesía de la poesía y una poesía de la ciencia que hemos excluido despiadadamente de los programas de estudio a fin de favorecer su total desaparición, al convertirlas en la ciencia de la poesía y en la ciencia de la ciencia. Una famosa formula escolástica decía: Ars sine scientia nihil. Y, para nuestra desgracia, hemos encontrado que scientia sine arte nihilisimus. La ciencia sin el arte no es solamente nada, sino que es nihilismo. A los profesores de seminarios durante el siglo XX se les ordeno que enseñaran Santo Tomas a estudiantes que simplemente no tenían los requisitos necesarios; se les pidió que formaran las mentes de seminaristas sin tener en cuenta el material con el que trabajaban. Por lo tanto, no formaron; solamente instruyeron. El tomismo, entonces, se convirtió en una caparazón vacía, capaz de ofender algunos cerebros brillantes que buscaban la luz entre los gentiles y los judíos incrédulos. Lo que necesitamos, decían, es una nueva síntesis entre la fe católica y el espíritu de los tiempos. Lo que Santo Tomas hizo con Aristóteles, nosotros debemos hacerlo con Marx, Husserl o Heidegger, que son autores entretenidos y vivos. Consideremos las quinientas diez cuestiones de las tres grandes partes de la Summa, mas las noventa y nueve del Supplemen­ts, es decir, seiscientas once cuestiones, con cinco o seis artículos en promedio cada una. Consideremos el peso, extensión, altura, profundidad, amplitud y economía que poseen; la intensidad 123

de cada uno de los argumentos maravillosamente construidos. abarrotados de energía como las fibras del cerebro. Por ejemplo, en la famosa cuestión II de la Prima Pars, cuando apenas comienza su obra, titulada “¿Dios existe?”. Consideremos el texto capi­tal del articulo III de esa cuestión, Utrum Dens sit que ocupa dos paginas en el apretado texto de la edición Marietti. En mil pala­ bras, la totalidad de las cinco pruebas de la existencia de Dios; escasamente mil palabras, difíciles pero simples, que son tan importantes para la teología como la Magna Charta o la batalla de las Termopilas para la historia. Consideremos sus enormes e intrincados logros y pensemos luego en las doscientas palabras del Prologo (en la edición de Benzinger): Porque los Doctores de la Verdad Católica no deben instruir solamente a los avanzados, sino que deben formar también a los principiantes, según lo que dice el Apóstol en su primera Carta a los Corintios “(3, 1-2): “Como a hijos en Cristo, os he dado leche y no carne”, el fin que nos proponemos en esta obra es tratar las cosas que tocan a la religión cristiana, según el método que conviene a los principiantes. ¿Principiantes? Si la Summa es leche, ¿quien será capaz de comer la carne? Intentaremos, confiando en la ayuda divina, continuar la exposición de lo que se refiere a la doctrina sagrada, con la brevedad y claridad que el tema requiera. ‘’Con brevedad y claridad”, en tres mil densos artículos, cada uno con sus argumentos a favor y en contra, vinculados por los complejos Respondeo, con sus distinciones y divisiones, condensando todo lo que puede ser dicho, con sus grados de certeza, por parte de la Iglesia docente. 124

Si algo puede decirse con certeza sobre Santo Tomas es que no fue un estúpido. Debió haber existido un buen número de principiantes preparados para leer la Summa, estudiantes que dominaban la filosofía y la Escritura, los dos requisitos inmediatos para la teología. Y dominaban también los requisitos inmediatos para esos saberes, es decir, las siete Artes Liberales -gramática, lógica, retórica y las ciencias matemáticas- y, remotamente, los requisitos para esas Artes Liberales- es decir. el entrenamiento elemental de la memoria, conocido por los antiguos como educación musical en el sentido amplio del termino, y que incluía can­to, ejecución de instrumentos y danza, literatura, historia y estudios naturales; y finalmente, el requisito para la música, que es un entrenamiento vigoroso del cuerpo a través de la gimnasia, cuyo propósito no era solamente recreativo y sanitario, sino agudizar los sentidos; por ejemplo, la vista era agudizada y coordinada a través de la arquería. La gimnasia es el primer paso de todo aprendizaje de acuerdo con el principio nihil in intellects, nisi prius in sensu [Nada hay en el intelecto si no esta primero en los sentidos]. La afirmación de que el primer obstáculo para el estudio de Santo Tomas es la sociedad industrial podría ser visto, en un pri­ mer momento, como una mera excusa romántica. Los niños han crecido con calefacción central y aire acondicionado en sus casas y escuelas, han sido trasladados de un lugar a otro encapsulados en autobuses culturalmente sellados, nadan en piscinas climatizadas y asépticas, sin corrientes, ni remolinos y mareas, donde incluso las estelas que los nadadores van dejando son aspiradas mecánicamente a fin de no arruinar la pura experiencia de hacer deporte por el deporte mismo. Son niños que hacen deportes de verano, como arrojar la pelota a través de un aro, reinventado co­ mo basket-ball. En las noches de invierno, vestidos con pantalones cortos, juegan al futbol bajo cúpulas geodésicas climatizadas, y en pleno verano esquían sobre nieve artificial. ¡Pobres niños 125

ricos de los suburbios urbanos que tienen todas estas diversiones! Viven constantemente bajo tubos fluorescentes, nunca ven las estrellas de las que Santo Tomas, siguiendo a Aristóteles y a todos los antiguos, dice que son las primeras experiencias de lo real formuladas en los primeros principios metafísicos: alguna cosa es. Incluso Lucrecio, que trataba de concebir un universo constituido solamente de átomos y vacío, tuvo que admitir dentro de su esquema mecanicista un principio para explicar por que los átomos nunca se tocan. Debe existir alguna urgencia inherente en los átomos, dice, que por supuesto arruina todo el esquema: si existe una urgencia inherente, hay algo más que átomos y vacío. Pero me temo que hoy toda una generación ha crecido sin esta experiencia. Cuando los niños levantan la vista para estudiar astronomía en el planetario de sus ciudades, espontáneamente recuerdan un nuevo salmo: “Los cielos proclaman la gloria del hombre”. No son ni siquiera panteístas, sino panantropistas que creen que todo es hombre. No hay nada que no sea artificial en su experiencia: las fibras de sus ropas, las superficies de las me­sas y escritorios sobre las que descansan sus codos, el alimento que comen, el aire que respiran e, incluso, el olor que hieden sus amigos, impregnado de desodorantes artificiales, en los habitáculos que han construido. Pero, gracias a Dios, todo esto ocurre so­lamente en las zonas que hemos industrializado. Es reconfortante pensar que en vastos espacios del tercer mundo, e incluso en el primero y en el segundo, los sucios, ordinarios, atrasados y pobres campesinos no industrializados todavía esperan la autodestrucción de nuestra imbecilidad. Ellos son, esencialmente, los mismos que estaban durante la noche oscura en que los pastores vieron la estrella, que esta todavía esta cerca de nosotros, con la única condición de que seamos pobres.

126

Como ya dije, temo que todo lo que escribo pase por ser solamente una hipérbole literaria, un entretenimiento luego del cual cada uno de nosotros retorne a la realidad de la rutina diaria, pero justamente ese es el punto: nuestra rutina diaria no es real. Los poetas no son personas que entretienen; ellos aciertan en algunas cosas. Ninguna restauración seria de la Iglesia o de la sociedad podrá ocurrir sin el retorno a los primeros principios, pero antes que a los principios debemos retornar a la realidad ordinaria de la que se alimentan los principios. Si tenemos desordenado el intelecto y la voluntad, hay pocas posibilidades de que tengamos alegría en el corazón. Para eso será necesario que ocurra la catástrofe de la que hablan los poetas y los profetas: pestes, guerras atómicas, erupción solar; poco importa lo que sea. Pero después, los sobrevivientes de la especie humana consideraran la inmensidad de la tierra despoblada y dirán: “Dios nos ha dado una nueva oportunidad”. Entonces, probablemente, alguno dirá “esto es mío”, y entonces “esta extraña y movida historia”, tal como Shakespeare llama a nuestras vidas, comenzara de nuevo. Mientras tanto, hay unos pocos que vigilan y esperan. Santo Tomas enseña que, entre las verdades verdaderamente ciertas, hay verdades ciertas y permanentes. Jesus Christus heri et hodie, ipse et in saeciila. [Jesucristo ayer y hoy, el mismo para siempre]. Aquellos que niegan o dudan de la posibilidad de certeza suelen estar bien dispuestos. Los Diálogos de Platón fueron escritos de una vez para siempre, y nadie lo hubiese hecho mejor. Y si un estudiante, después de leerlos, persiste en el escepticismo, demuestra su incapacidad para continuar con los estudios de la filosofa. Se puede decir que hay culminaciones de la acción y del pensamiento que son consumaciones, pero hay otras que 127

no lo son. Y tales consumaciones se obtienen de una vez y para siempre. La rueda, por ejemplo, ya fue inventada, y si alguien quiere hacer otra, puede adaptarla como quiera, hacerla mas gruesa o mas delgada, mas grande o mas pequeña, de madera o de metal, pero si es una rueda, tendrá bordes, un centro y algún tipo de conexión entre ellos. En sentido amplio, la filosofía y la teología ya fueron hechas, aunque existan todavía grandes áreas de dimensión, pero los contenidos han sido delimitados y la extensión del terreno ya ha sido cartografiado. Aun así, hay algunos que quieren hacerlo a su modo, de manera diferente, desperdiciando sus mentes y perdiendo el tiempo tratando de reinventar la rueda. Quieren tener su propia filosofía y su propia teología, cuando lo único que puede ser hecho es hacer filosofía y teología por uno mismo pero entendiendo la que ya se hizo. Las grandes líneas de la verdad católica están todas en la Summa Theologica y no pueden ser hechas de nuevo. Si alguno quiere hacerlas (lo cual hoy es imposible, dada la perdida de cultura que sufrimos), volverían a ser la mismas. Por tanto, allí están ellas, tan vastas, incomprensibles y magnificas como el Mont Saint-Michel y Chartres. La superstición, aquello que se afirma aunque nadie sabe por que, es precisamente lo opuesto a la “comprensión”. Y hoy, para una gran cantidad de católicos, no solamente la teología sino la misma fe se han convertido en una superstición. Asentimos sin creer, porque creer implica cierto grado de comprensión. La fe, como la ciencia, sin inteligencia, es magia. Muchos -la mayoría-, durante la misa actual, tienen muy poca comprensión del más grande de los actos del universo, ante el cual los ángeles doblan sus rodillas. Con la perdida de la cultura y la ayuda de los liturgistas, la mayoría de los católicos ven a la Misa como un modo de compartir la presencia de Cristo con los demás especialmente a través de la parodia del beso benedictino de la paz. Luego de hacerse cargo de una nueva parroquia, un buen sacerdote que conozco examine a los niños y adolescentes que ya habían hecho 128

su catecismo. Les hizo una sola pregunta y les propuso tres respuestas posibles: “¿Donde esta Cristo de un modo más perfecto y plenamente presente: en el sagrario, en el crucifijo o en nosotros mismos?” La gran mayoría respondió: “En nosotros mismos”. Y algunos de ellos dijeron luego que las respuestas deberían haber incluido el libro de lecturas de la Misa que el sacerdote eleva durante la celebración como si fuera la hostia. Solo dos o tres del grupo, que reunía a mas de sesenta niños, habían escuchado hablar de la presencia real de Cristo en la eucaristía. Para tomar otro ejemplo, citare las escandalosas “intercomuniones” -así se las llama- en las que los sacerdotes distribuyen deliberadamente la comunión a no católicos. Dado que la eucaristía es el sacramento de la unidad cristiana, explican, si utilizamos el signo podremos alcanzar la unidad. Lo que hacen es invertir la causa y el efecto, que es exactamente lo propio de la operación mágica. Sabemos que un sacramento es un signo que produce lo que significa: ellos poseen su eficacia por la acción de Dios. La magia obra por la manipulación ilícita de los signos separados de su causa. En la magia no hay causa de ningún tipo sino ilusión, lo cual no significa que no haya efectos que correspondan a otras causas: los magos del faraón hacían casi los mis­mos milagros que Moisés. Distribuir la Sagrada Comunión a quienes están fuera de la Iglesia puede ser una malicia muy eficaz si, ya sin la excusa de la ignorancia invencible, los no católicos reciben el Cuerpo y Sangre de Cristo para su propia condenación. Cuando una joven y brillante mujer le pregunto al académico mas importante del mundo, hacia fines del siglo IV, donde podía conseguir la mejor educación, San Jerónimo le respondió: “En ninguna parte, porque el mundo ya paso”. Y le aconsejo que

129

ingresara a un convento. Cien años más tarde, un brillante joven de la campana fue a Roma para hacer sus estudios universitarios pero, faltándole poco para llegar, a causa de un impulso, huyo antes de apoyar su pie en el suelo contaminado. Algunos anos mas tarde, lejos de allí y entre las colinas, los pastores vieron que los arbustos se movían. ¿Un león? ¿Una oveja? Cuando apartaron las zarzas, ¡sorpresa!, allí estaba el muchacho del campo, que era San Benito. ¿Que estas haciendo?, le preguntaron. Rezando respondió. ¿Por que? Porque primero debemos buscar el reino de los cielos. ¿Nos podemos unir a ti?, preguntaron. Y les respon­dió que podían si lo pedían tres veces. Lo hicieron, y para hacer corta una larga historia, en cien anos ellos hicieron Europa: San Agustín en Inglaterra, San Bonifacio en Alemania, los Santos Cirilo y Metodio, y todos los demás. La palabra “monje” deriva de monos, que significa “uno”, “solitario”, “solo”, como en las palabras “monarca” o “monotonía”. El monje es esencialmente un hombre solo con Dios. Cuan­do varios de ellos se reúnen para aprender mejor el modo de estar solos, tenemos un “monasterio”, lugar donde se conserva lo esencial de la soledad. Fue a través del testimonio silencioso y paciente de los monjes en oración durante la Alta Edad Media que se alcanzo lo que llamamos Cristiandad. San Benito, patrono de Europa, fundo Monte Casino en 529. Santo Tomas, cuando tenía cinco anos, en torno a 1229, entro a ese monasterio para educarse. ¡Siete siglos de gestación en el seno de las oraciones benedictinas y de trabajo benedictino produjeron como resultado a Santo To­ mas! La vida benedictina es el terreno de la teología; sin ella, nadie puede adquirir las bases necesarias. Creo que hoy estamos en tiempos similares a los de San Jerónimo, moviéndonos rápidamente hacia los tiempos de San Beni­to. Los bárbaros han destruido nuestras instituciones culturales, esta vez sobre todo desde adentro, y es verdad que, ahora como 130

entonces, no hay nada en el mundo que ofrecerle al hombre. Si yo fuera hoy un joven que buscara a Dios, entraría, si pudiera, a un monasterio benedictino. Y si fuera un benedictino que busca a Dios, trabajaría para reformar mi monasterio a fin de hacerlo mas conforme con la Regla de San Benito en su estricta integridad, rezando siete veces al día el gran Oficio latino, tal como fue recuperado por la laboriosa tarea de los monjes de Solesmes y, en el tiempo restante, trabajaría con mis manos para cubrir las necesidades inmediatas de techo y comida. Y si fuera llamado a otras vocaciones, el sacerdocio secular o el matrimonio, seria oblato de algún monasterio o, al menos, estaría lo mas cerca posible de el. Si fuera papa, haría exactamente aquello que parece que esta haciendo Juan Pablo II. Si la teología se ha convertido en una superstición, porque la mayoría ha perdido la capacidad de entenderla, las grandes reformas son imposibles en lo inmediato. En tal caso, lo que hay que hacer es encontrar algunas almas extraordinarias, especialmente dotadas de inteligencia y voluntad, con aptitud racional y celo por aprender, y entrenarlas en un intensivo ejercicio benedictino, hacerlas recitar diariamente el Oficio, enseñarles la Summa. Theologica como su trabajo diario, y luego enviar a estas elites de soldados, elegidos entre las diversas ordenes, como tropas de asalto de una contrareforma católica general. Si el Santo Padre lo era restaurar a los dominicos v a los jesuitas habrá dado un gran paso: implementar los contenidos reales de los concilios Vaticano I y Vaticano II, así como San Pío V hizo con los de Trento. Y si fuera Dios, amaría a mi madre como El y, por amor a ella, seria una vez más misericordioso; lo que ocurrirá, dice, solamente si le tememos. Y como María esta de pie junto a la Cruz, detrás de las ordenes predicadoras o dedicadas a la enseñanza están las ordenes silenciosas y contemplativas, sin cuya paciencia las vidas activas serian estériles. 131

Santo Tomas ingresó a Monte Casino a la edad de cinco anos, lo dejo para ir a la Universidad de Nápoles cuando tenia dieciséis; luego entro a los dominicos, estudio con San Alberto y se convirtió en el maestro más grande de su orden y finalmente de la Iglesia. Todos saben que, en una ocasión, en éxtasis frente al crucifijo en Nápoles, o en Orvieto según dicen otros, escucho que Cristo le decía: “Has escrito bien de mi, Tomas, ¿qué quieres a cambio?”. A lo cual respondió Tomas: “Ninguna otra cosa mas que a ti mismo, Señor”. En 1274, viajando a pie, como siempre lo hacia, a fin de participar del Concilio de Lyon, cayo mortalmente enfermo. Los carmelitas dicen que Nuestra Señora llevo prematuramente al cielo a Santo Tomas y a San Buenaventura a la vez, porque los dos iban a liderar un complot de dominicos y franciscanos en ese concilio. La leyenda cuenta que, cuando ya le fue imposible caminar, sus compañeros lo pusieron sobre un asno, aunque protestaba porque se consideraba indigno de sentarse en el mismo sitio donde se había sentado tan gran Caballero. Los cistercienses de Fossa Nova lo hospedaron y, al entrar al monasterio, dijo: “Este es el lugar de mi reposo para siempre, y habitare aquí porque lo he deseado”. Un versículo del salmo 131, que se canta durante las vísperas de los martes en el oficio benedictino, y de los miércoles en el dominico. Todo el salmo -que comienza así: Memento Domine, David et omnis mansiietudinis ejus- es como un comentario de la vida de Santo Tomas y es de especial importancia para nuestro tiempo, ya que el es el tipo perfecto del intelectual activo que vive con la caparazón de la vida contemplativa, que teje la delicada música del oficio divino hora tras hora, día tras día, a través de las vigilias de la noche, para así, cuando llegue la hora de la muerte, poseer ya el habito de la vida eterna formado en el. Santa Teresa dice con una famosa imagen:

132

Pues crecido este gusano [...] comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. [...] Pues ¡ea, hijas mías!, prisa a hacer esta labor y tejer este capuchillo, quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el estar asidas a ninguna cosa de la tierra, poniendo obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás que sabéis; [...] ¡Muera, muera este gusano, como lo -hace en acabando de hacer para lo que fue criado!, y veréis como vemos a Dios y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo esta este gusanillo en este capucho. Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás, que cuando esta en esta oración bien muerto esta al mundo: sale una mariposita blanca. ¡Oh grandeza de Dios, y cual sale una alma de aquí, de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con Él; que a mi parecer nunca llega a media hora! Santo Tomas fue tratado con tanta amabilidad en el monasterio, que temía por su humildad. “¿De dónde viene este honor, que los siervos de Dios me traigan leña para mi fuego?”, se preguntaba. A solicitud de los monjes, Tomas dicto un comentario al Cantar de los Cantares, que quedo sin terminar al momento de su muerte cuando, dirigiéndose al Santo Viático que le era llevado, dijo: Si la ciencia pudiera agregar aquí abajo alguna cosa sobre este misterio, yo respondo: “Si, creo firmemente y tengo por cierto que en este sacramento adorable esta Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Padre y de una Virgen Madre; lo creo en el corazón y lo confieso con los labios [...] Yo os recibo, Cuerpo sagrado, precio del rescate de mi alma, viático de mi peregrinar en la tierra, por el amor con el cual yo estudie, me desvele, enseñe y predique. Nunca escribí nada con­tra Ti. Si algo no fue correctamente dicho debe ser atribuido a mi ignorancia. Y tampoco quiero ser obstinado en mis opiniones, 133

pero si he escrito algo erróneo con respecto a este Sacramento o sobre otros temas, me someto en todo al juicio y corrección de la Santa Romana Iglesia, en cuya obediencia dejo ahora esta vida. Y sus palabras finales fueron las que las Esposa dirigió a Cristo, en el Cantor de los Cantares: Ven amado mío, vayamos a los campos... La leyenda dice que, en ese mismo momento, el asno que lo había transportado escapo del establo y corrió hacia un prado, donde murió. Es una historia franciscana de un fraile dominico que murió en una casa benedictina de estricta observancia, en donde la verdad estaba unida al amor, lo que es la definición formal de la Sabiduría. Yo digo que Santo Tomas no necesita ser revivido porque no esta muerto. Esta vivo y con buena salud, esperando pacientemente durante las vigilias de la noche con todo aquel que reza el Oficio de la Iglesia. Algunas de las oraciones por el compuestas se rezan actualmente en varias ocasiones, especialmente en la fiesta del Corpus Christi: el Sacris Solemnis en Maitines, con la famosa estrofa que comienza con Panis Angelicus; el O Salutaris hostia, en Laúdes; en la Misa la secuencia Lauda Sion, y en vísperas el Pange lingua, que termina con el Tamtum ergo, cuyo responsorium sintetiza la dulzura de su amor por Jesús presente en el Santísimo Sacramento. Y no solamente lo cantamos en las vísperas de Corpus Christi, sino también en la bendición con el Santísimo: Omne delectamentum in se habentem. [Contiene en si todas las delicias]. 134

5. El espíritu de la Regla

Cuenta la leyenda que, en la cima de los “grandes siglos”, uno de los canes de Dios de Santo Domingo que atraía a entusiastas multitudes a una nueva espiritualidad, se detuvo un día a hablar con un soldado desconocido que se hallaba de pie junto a un árbol. La gente comenzó a preguntarse: “¿Quien es el que esta hablando con fray Tomas?”. Y alguien respondió: “Es el rey de Francia”. Era San Luis, el rey de Francia, muchas de cuyas anécdotas son como estas. No fue uno de los grandes y espectaculares santos como Pablo, Agustín y Tomas de Aquino, que alcanzaron grandes logros intelectuales y dones espirituales visibles, sino que, fuera de su vida publica como soldado y como rey, fue mas bien como San José, que dormía durante el acontecimiento mas grande de la historia del universo luego de la Creación. Y a este tipo de santos pertenece también San Benito, cuyas obras completas alcanzan apenas una escasa docena de paginas, muchas de las cuales se parecen a un horario (y lo son), si las comparamos, por ejemplo, con los veinte o treinta volúmenes de la obra de San Agustín o de Santo. Tomas. La vida de San Benito llena solamente otra media docena de páginas en la vasta opera omnia de San Gregorio Magno. Y nadie habla de San Benito Magno, pero la 135

cuestión es que San Gregorio fue un monje benedictino que se convirtió en papa a regañadientes, y escribió sobre su padre espiritual: Si se desea comprender en profundidad su personalidad y su vida, se puede encontrar en las disposiciones de la Regla la imagen exacta de todas las acciones de un maestro, porque este santo varón fue incapaz de enseñar otra cosa sino lo que vivía. Y así se presenta el también, bajo un árbol, en este humilde, pequeño, simple y poco original libro, con un latín rustico, sin nada que recuerde a un estilo brillante o intelectual, incluso ni siquiera extremadamente espiritual. San Gregorio dice de el en una famosa antitesis, que fue scienter nescius et sapienter indoctus [sabiéndose ignorante, pero de ignorancia rica en sabiduría]. Dom Paul Delatte, segundo abad de Solesmes, en el mejor comentario moderno a la Regla dice que, así como los Diez Mandamientos de la Ley, ella está justificata in semetipsa [justificada en sí misma]. No necesita de brillo estilístico, intelectual o es­piritual puesto que, siendo tal como es, transformo la historia de la Civilización Occidental y, mas importante aún, el corazón de hombres y mujeres durante mas de mil quinientos anos. Así como sucede con otros escritos de profunda simplicidad, como el caso de la Biblia, frecuentemente una única parte puede resumir la totalidad, por ejemplo el Prologo del evangelio de San Juan. Los estudiosos consideran que el Prologo de la Regla de San Benito, que fue lo último que escribió, es también el último fruto de una larga y practica experiencia, que exhala el espíritu del conjunto. En el están contenidos en totalidad y profundidad todas las enseñanzas y las detalladas acciones que le siguen. Incluso el mismo Prólogo está contenido en los cuatro imperativos

136

de su primera frase, las cuales comentaré sólo en tanto que ellas se aplican a los miembros de una comunidad universitaria, no monástica, que se ocupa de las ciencias y de las artes liberales. Ausculta. O fili, praecepta magistri, [Escucha, hijo. los preceptos del maestro]. Ofili como dice Dom Delatte, l’appellation est caressante. [el llamado es cariñoso]. Es el íntimo y afectuoso susurro del pater familias, el amoroso padre de la familia, junto al fuego, con un perro a sus pies y un gato en su falda. Nada es impuesto sino que mas bien el maestro invita al alumno a salir de si mismo. La docilidad, como dice la Novia en el Cantar, es una atracción -Trahe me, dice-, “atráeme”. Pareciera que hay una secreta conspiración etimológica entre doce y dulce. E inmediatamente después, en cuatro discretos y tranquilos aunque vigorosos imperativos, San Benito explica la condición, disposición, modo y motivo del aprendizaje. Ausculta, susurra. “Escucha”. Esto indica, por supuesto, el silencio benedictino. A fin de escuchar, uno debe callarse, por dentro y por fuera. El primer monje y el paradigma de los estudiantes fue Elías, quien descubrió que el Señor de la verdad “no estaba en el viento [...], tampoco en el terremoto [...], tampoco en el fuego [...] sino [sibilas aurae tenuis] en el murmullo de una ligera brisa”. Aunque todo esto nos resulta muy familiar, debería ser para nosotros una especie de conmoción. Sabemos estas cosas así como sabemos el numero de habitantes de la ciudad de Chicago, la fecha de la muerte de Cesar, o algunos otros datos mas complejos aunque del mismo orden, como las causas económicas de la Segunda Cruzada, pero ¡que cosa distinta es sentir la fuerza del hecho! ¿Qué significaría realmente tener en silencio la mente? El 137

silencio no es solamente la ausencia de ruidos, así como tampoco la paz es la ausencia de guerra. Es mas bien un logro positivo y difícil, un estado de justicia en el alma, de acuerdo con la formula clásica que se remonta a Platón: cada parte recibe lo que le corresponde según su propia función -las pasiones otorgan la fuerza afectiva en el cumplimiento de los mandatos de la voluntad, la voluntad en ejecutar los mandatos de la razón y la razón en abrirse a la verdad. La verdad del mundo exterior por !a abstracción de las esencias contenidas en el concrete sensible, la verdad del mundo interior en el reconocimiento de los principios y la ver­dad del mundo superior en la obediencia a la gracia. Todo esto en una única palabra: ausculta, “escucha”. Aquellos cuyo trabajo esta en las artes liberales y en las ciencias, como es el caso de profesores y estudiantes, deben sonrojarse. al recordárseles que solamente el juste, sumergido en el encanto silencioso de aquello que lo ocupa. como un amante por su amada; que solamente aquel que escucha, con paciencia y atención, recibe la revelación del sentido escondido del poema, del misterio de los nombres, de las estrellas, de los minerales, de las plantas, sea cual sea la realidad a la cual se sujeta la ciencia. Bertrand Russel se revelo co­mo digno representante de la arrogante camarilla de los tecnócratas cuando dijo que la función de la ciencia es “adiestrar a la naturaleza a mendigar su pitanza”. Cualquiera sea el lugar que la tecnología ocupe en la sociedad, debe ubicarse fuera del recinto de la academia. Y esta es una cuestión de tal importancia, que se ‘ juega la vida y la muerte de los corazones, ya que los estudiantes deben aprender no solamente a analizar y clasificar, sino también a tomar de lo bueno, de lo bello y de lo verdadero. Ausculta, O fili, praecepta magistri, et inclina aurem cordis tui. [Escucha hijo, los preceptos del maestro, e inclina el oído de tu corazón]. Esto significa que los estudiantes deben amar a sus profesores, 138

y los profesores-deben ser dignos de ese amor. El aprendizaje es un movimiento del corazón y no un contrato mercenario en el “mercado de las ideas”, donde los deseos naturales de la juventud por alcanzar las estrellas es desviado de sus objetivos por los catálogos de materias, las sesiones de orientación y los consejos académicos que los empujan al mercantilismo y a la explotación de los subsidios del Estado. Wordsworth decía en su popular soneto: El mundo nos encierra demasiado, por la mañana y por la tarde, comprando y gastando, desperdiciamos nuestras fuerzas, no hay nada en la naturaleza que sea nuestro, hemos entregado nuestros corazones. El estudiante que se presenta a un profesor dotado de esa virtud tan alabada por la universidad moderna con el nombre de “inteligencia critica”, arruinado por el escepticismo superficial de Hume y Kant, incluso antes de comenzar sus estudios. y que rechaza a priori cualquier cosa que no incite su curiosidad, ese tipo de estudiante podrá adquirir la tecnología de la ciencia y de las humanidades, pero nunca podrá experimental’ la razón de ser de ambas. Esa inteligencia critica, cualquiera sea su uso en el mercado, es un profiláctico para la belleza, el bien y la verdad! Debemos tener, dice San Benito y canta Wordsworth, “el corazón que vigila y que recibe” cerca de aquello que nos ocupa. Ausculta, O fili, praecepta magistri, et inclina aurem cordis tui, et adrnonitionem pii patris libenter excipe. [Escucha, hijo, los preceptos del maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto las advertencias de un padre piadoso]. “Recibe con gusto las advertencias de un padre piadoso”, no solamente los preceptos y consejos, sino acepta también las 139

correcciones y reprimendas del maestro que esta in loco parentis [en lugar de los padres] como firme, amable y piadoso padre. La humildad es condición necesaria para aprender. La relación entre estudiante y maestro no es una relación de igualdad, pero tampoco de iniquidad cuantitativa, como aquella que hay entre los que están sentados mas adelante con respecto a los que están más atrás en un mismo avión. Se trata de la relación entre discípulo y maestro, en la cual la docilidad es una analogía del amor entre el hombre y Dios, del cual deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra. Esto significa que el propósito del estudio no es adquirir una filosofía propia, como frecuentemente se dice, sino aprender filosofía. De acuerdo con la visión de San Benito, y contra lo que sostiene el ideal actual de universidad, y en exacta consonancia con Sócrates, Santo Tomas y el cardenal Newman, el propósito de la universidad no es -y diré esto suavemente, con reverente reserva- no es la investigación sino la amistad. La investigación, más allá de lo que digan los lógicos, es subalterna al saber. Puede jugar un rol auxiliar intrínseco, aportando ilustración y ejemplo para las clases, y extrínsecamente puede aportar alguna idea u objeto de utilidad secundaria, asi como el carpintero vende el aserrín y las virutas al heladero. Ausculta, O fili, praecepta magistri, et inclina aurem cordis tui, et admonitionem pii patris libenter excipe, et efficaciter , comple. [Escucha, hijo, los preceptos del maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto las advertencias de un padre pia­doso, y cúmplelo verdaderamente].

140

El estudiante no debe recibir solamente el saber, el consejo y la corrección del maestro, sino que debe llevarlos a la práctica, lo que significa que debe entenderlos, no como el loro o a regañadientes. Es necesario que se introduzca en el pensamiento y se asimile al modelo espiritual, intelectual y moral del maestro. Es difícil imaginar tal situación en la actualidad, pero los profesores y estudiantes de la facultad, de acuerdo con esta regla, deben ser mejores que el resto de la comunidad no solo en inteligencia sino además en cortesía, en moral y también en buenos modales. La universidad debe ser la imagen ejemplar, no el reflejo servil de la comunidad; o, peor aun, la iniciadora miserable de variadas e innombrables practicas a las que llama “liberación”. Durante mil anos, los monasterios benedictinos civilizaron a la Europea bárbara. “Tu debes -dice San Benito con la frase de Nuestro Señor- ser el hacedor del mundo”; en una palabra, ser justo no solamente por el estudio sino por la sed de justicia, empezando especialmente por ustedes mismos, ut ad eum per obedientiae laborem redeas, a quo per inobedientiae desidiam recesseras [para que por el trabajo de la obediencia vuelvas a el, del cual caíste por la pereza de la desobediencia]. El lema benedictino es Ora et labora, y el gran pecado de la universidad es la desidia, una agitada indolencia de los indiferentes que cuentan las manchas del tigre mientras una burocracia agresiva y antropófaga devora la academia. La desvergüenza en boga entre profesores y estudiantes que muestran las encuestas y estadísticas, es el modo que tienen de esconder una profunda pusilanimidad. No se trata de la moda de izquierda a pesar de toda la publicidad que recibe. Esta no ha sido la trahison des clercs [traición de los clérigos] sino la de los funcionarios inútiles, 141

como el Rey en La tierra baldía de T. S. Elliot, que son ratas de biblioteca y de laboratorio en busca de curiosidades que todavía no han sido publicadas, mientras que los preceptos saludables de la justicia y de la caridad son profanados en los parques de las universidades. Observen las condiciones bajo las cuales enseñamos; la arquitectura moderna, por ejemplo, indigna, falta de grandeza y de gusto, y nos atrevemos a llamarnos rnagister artium. Con que servilismo diseñamos nuestros cursos a fin de proponer un programa tentador, ideado en función de lo que se denominan “exigencias económicas”, es decir, en vistas del crecimiento de una hábil casta administrativa. El ano 500 de nuestra era file un momento histórico de crisis y convergencia, cuando el declinante mundo clásico, con su cultura y estructura unificantes, se encontró con las crecientes y descentralizadas fuerzas de la barbarie y de la conversión. Con un poder profético finamente balanceado por su educación liberal, Boecio fue un testimonio admirable de estos hechos, de los cua­ les participo de dos modos: primero y exitosamente, compilo enciclopedias, que significa literalmente “libros para niños” y no el índice para expertos de nuestros tiempos modernos. En ellas simplificó, sintetizo y preservo lo esencial de la ciencia clásica, que se había transformado en algo ininteligible para una generación que debía luchar para sobrevivir en los campos de batalla. La Academia de Atenas, fundada por el mismo Platón mil anos antes, se clausuro definitivamente casi en el mismo ano en que Boecio se convertíos en cónsul de Roma. Para contrarrestar estos hechos, el había traducido y anotado comentarios al Organon de Aristóteles y al Isagoge de Porfirio, otro comentador de Aristóteles, y escrito libros de texto sobre aritmética, geometría y música, los cuales se convirtieron en las fuentes habituales para la educación científica durante los próximos mil anos. En segundo lugar, Boecio intento sin éxito influir en Teodorico, el gran dictador godo, a fin de mantener alguna semejanza con el imperio y la ortodoxia de la Iglesia. Por este motivo fue ejecutado -algunos 142

dicen martirizado-, entregando su vida como la entrego Sócrates y demostrando la verdad de la sentencia de Platón, que dice que la Republica es bendecida si la gobiernan los filósofos, o si los gobernantes son filósofos. De acuerdo con la Consolación, la Dama Filosofía le había pedido que aceptara esta doble vocación Eres tu, por tanto, quien ha decretado esta máxima por boca de Platón: que los Estados serán felices si son regidos por aquellos que se dedican al estudio de la sabiduría, o si aquellos que los rigen se dedican al estudio de la sabiduría. El ojo interior puede contemplar a este príncipe de los filósofos, sosteniendo el corazón de la civilización descarriada, como el pobre Troilo, Infelix puer atque impar congressus Achilli... Desgraciado niño, comprometido en una lucha desigual con­tra Aquiles: perdida la armadura, derribado de espaldas, de la brida Traba, que al vacuo carro le asegura: tiran los potros en veloz corrida; arrastra el cuello y cabellera suelta, y el polvo fácil marca el asta vuelta. E. K. Rands dice: “Boecio fue el último de los filósofos romanos y el primero de los teólogos escolásticos”, y cita a su adversario, el viejo Gibbons, que admite a regañadientes que La consolación por la filosofía es un “libro dorado, sin duda digno del esparcimiento de un Platón o de un Cicerón”. Extraña palabra, “esparcimiento”, toda vez que el libro fue escrito por el autor en su celda, condenado a muerte, en los días anteriores a su ejecución. 143

Y justamente en la cumbre de los esfuerzos académicos y políticos de Boecio, San Benito, scienter nescius, rechazo poner su pie dentro de la universidad, huyo de la ciudad de destrucción hacia el desierto de Subiaco y Monte Cassino. Ambos se deben haber cruzado en el camino: Boecio, el último de los romanos, volviéndose hacia las últimas luces del Occidente titilante, y San Benito, el primero de los monjes, apresurándose hacia el luminoso Oriente, donde se levanta la Estrella de la Mañana, oriens ex alto. No fueron las enciclopedias ni las estructuras del Imperio las que salvaron a la civilización y las almas, sino la Regla de San Benito. De acuerdo con el Cantar de los Cantares, Cristo ama los jardines cerrados repletos de la simplicidad, pobreza, castidad, obediencia, silencio y gozo. Y también ama las fuentes selladas de donde surge el agua viva que salta hasta la vida eterna. Ambas son figuras de la Santísima Virgen: Mi hermana, mi esposa es un jardín cerrado, una fuente sellada. El modo de leer la Regla no es el estudio sino la oración como un Rosario en pequeñas cuentas, una y otra vez hasta alcanzar sus secretos. Gran parte de ella establece el reglamento para regir un monasterio y su granja. Su carácter practico se mide por el asombroso éxito de quince siglos de ejercicio continúe Para aquellos de nosotros que vivimos en el mundo y no en los monasterios, la parte más útil es la que prescribe los modos, formas y distribu­ción de la oración. Hay varias espiritualidades; algunas de ellas son altamente especializadas y se dirigen a las elites de cada

144

generación, como es el caso del Carmelo o la Cartuja. Otros, como la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales, o los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, son disciplinas espirituales destinadas a personas comprometidas con la vida activa. La de San Benito es conocida como la espiritualidad de la vida ordinaria, y se basa en el hecho conocido por todos los maestros de la philosophia perennis -Platón, Aristóteles, Santo Tomás- y la enseñanza constante de los papas, e incluso por Guenon y Coomaraswamy, de la tradición oriental, confirmada por la Revelación y puesta a prueba por la experiencia común de la humanidad: el hecho de que la gran mayoría de los hombres son agricultores. Hay una profunda analogía entre el ejercicio de labrar la tierra y la elevación del espíritu y del corazón en la alabanza, es decir, la oración. Una misma raíz une las palabras culto y cultura. Ora et labora. El trabajo alcanza su más alto punto físico en el hombre, cuyo trabajo transforma la materia en alabanza, así como Dios transforma por su gracia la materia y el espíritu en gloria. Según el Evangelio, Deus agrícola est, Dios es agricultor. La espiritualidad benedictina es una espiritualidad de trabajo humano en la labor y de trabajo divino en la oración. El Oficio de la Iglesia, el officium o deber por el cual el hombre paga su deuda de alabanza a Dios por su existencia y por la gracia, esta fundado en las prescripciones de la Regla de San Benito. La recitación del salterio -cantado en gregoriano-, de los himnos, la lectura de la Escritura y de los Padres, las antífonas, todo esta distribuido en los horarios que San Benito diseño a fin de seguir los cambios de las estaciones del ano y del ano litúrgico. La teoría -en el sentido de intuición intelectual y no de hipótesis-, de esta espiritualidad se funda en el hecho de que existen dos revelaciones: la del Libro de la Naturaleza, en el que las cosas visibles de este inundó significan las cosas invisibles del otro mundo, y la del Libro de la Es­critura, donde las cosas invisibles del otro mundo se hacen visibles 145

en la vida y la muerte de Cristo. Por un intercambio intimo con la naturaleza en el trabajo manual y la absorción en su Presencia durante la Misa, y por la lectio divina de su Palabra, el canto del Oficio v una vida en Integra conformidad con El, la totalidad de la persona del monje, cuerpo y alma, se transforma en Cristo. Las maneras -viene de la palabra manus: mano- se enraízan en el trabajo manual. La raíz es el trabajo, el tronco y las ramas son el cumplimiento de la vida monástica, las flores son la Liturgia y los frutos la santidad, todo lo cual es visible en las posturas, actitudes, la gracia en el moverse, los gestos, las palabras de los monjes, la totalidad de lo que en la escuela se llamaba “urbanidad”, y que San Benito llama “conversación”. Vamos, pues, a instituir una escuela del servicio divino y, al hacerlo, esperamos no establecer nada que sea áspero o penoso. Pero si, por una razón de equidad, para corregir los vicios o para conservar la caridad, se dispone algo más estricto, no huyas enseguida aterrado del camino de la salvación, porque este no se puede emprender sino por un comienzo estrecho. Más cuando progresamos en la vida monástica y en la fe, se dilata nuestro corazón, y corremos con inefable dulzura de caridad por el ca­mino de los mandamientos de Dios. De este modo, no apartándonos nunca de su magisterio, y perseverando en su doctrina en el monasterio hasta la muerte, participemos dejos sufrimientos de Cristo por la paciencia, a fin de merecer también acompañarlo en su reino. Amen. Processu vero conversationis et fidei, dilatato corde, inenarrabili dilectionis dulcedine curritur via mandatorum Dei. [En cambio, a medida que se avanza en la vida monástica y en la fe, se corre por la vía de los preceptos divinos con el corazón dilatado por indecible soberanía del amor]. 146

El abad Justin McCann, cuya traducción de la Regia he seguido, explica la palabra conversatio en una nota: Esta es la primera aparición de la muy discutida palabra ‘ conversatio, que encontramos mencionada diez veces a lo largo de la Regla [...] El Thesaurus Linguae Latinae propone dos acepciones monásticas: 1) Introitus in vitam inonachorum [Comienzo de la vida monástica]; 2) Vita ac consuetudo monachi [Vida y costumbre del monje]. Mi opinión, luego de mucho estudio del termino conversatio en San Benito, es que estos dos significados expresan exactamente ‘lo que quiso decir el santo. Distingo los dos sentidos como primarios y secundarios en el siguiente esquema: 1) Sentido primario: la palabra tiene un significado activo y denota la “conversión” monástica, es decir, el abandono de la vida secular por la vida religiosa, el acto de convertirse en monje. 2) Sentido secundario: la palabra tiene un significado medio y denota la vida monástica como una disciplina establecida y una observancia regular. Al mismo tiempo, mientras distinguimos estos dos sentidos, debemos estar atentos al hecho de que existe una continuidad real entre uno y otro. Convertirse en monje significa ser un mon­je, pero existe el factor constante del monje y su propósito. Se podría decir, en efecto, que toda su vida es, o debe ser, una prolongación de su “conversión” original. Dom Delatte, al comentar el primer caso en el que aparece el termino al final del Prologo, escribe; Frocessu vetv conversation’s etfidei [...] L habitude des ob­servances monastiques, I ‘habitude de I’attachement a Dieu. 147

[El avance en la vida monástica y en la fe [...] El habito de las observancias monásticas; el habito de la unión con Dios]. “Conversación” es “el habito de la observancia monástica”, y este habito es definido más adelante como “el habito de la unión con Dios”. San Pablo, por supuesto, había dicho: “’Nuestra conversación esta en el cielo”. La primera conversación de la vida monástica es, come dice Doni Delatte, ese ingreso estricto y difícil por la puerta estrecha, dejando los anchos caminos del mundo. Es el instante de la pobreza real, más alta que el llamado a la pobreza espiritual que es dado a todos. Es el instante del desprendimiento, vendiendo todo lo que tenemos y dándoselo a los pobres, alabado por San Ignacio en los Ejercicios Espirituales y por San Juan de la Cruz en La subida al Monte Carmelo. Es el instante en el que San Martín da su manto al mendigo, San Fran­cisco escapa desnudo de la casa de su padre y los primeros apóstoles abandonan sus redes y lo siguen. Pero conversatio es también la segunda conversión, como explica Dom Delatte, no solamente del desprendimiento del mundo sino al habito de la unión con Dios que, según San Benito, solo puede tener un inicio estrecho: Non est nisi angusto initio incipienda... [No es sino un inicio estrecho] casi las palabras del mismo Cristo: Quam angusta porta et arcta via est quae ducit ad vitam! [¡Porque estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida!]

148

La verdad, dice Santo Tomás, es la relación de la mente y las cosas. Los hábitos monásticos no son simplemente físicos y emocionales. Fundados sobre el trabajo y la oración, son proporcionales a la doble naturaleza del hombre que es espíritu v es cuerpo. Ambos, trabajo y oración, son hábitos intelectuales que relacionan el espíritu con las cosas y, porque en esta relación la “cosa” es Dios, la verdad es Cristo. Dom Delatte enseña que estos dos aspectos de la conversación monástica nos alivian y nos vacían. El corazón se dilata, se agranda al tamaño de Dios: Dios esta a sus anchas en nosotros y allí es libre y soberano. Y también nuestra alma reposa en El. Todos los conflictos se aquietan, no hay más que una gozosa docilidad, una santa y dulce confiscación de nuestra voluntad por la voluntad del Se­ñor , una pertenencia plena a todas sus conductas. Una fuente de ternura ha surgido de las profundidades de nuestro desierto, y sus aguas, de una dulzura sin nombre, penetran como un perfume liquido hasta los confines de las regiones devastadas. Es el delicado toque de Dios y su beso sustancial. Y el alma se pone en camino, corre y canta: Dilatato corde, inenarrabili dilectionis dulcedine cunitur via mandatorum Dei [con el corazón dilatado por la indecible soberanía del amor]. Nunca olvidare la tarde, luego de un viaje transatlántica en avión, una noche -o un día- sin dormir en Paris, largas horas en tren y, finalmente, un autobús vecinal que nos llevo atravesando la sorprendentemente delicada y pequeña aldea de Descartes -que, como estudiantes de filosofía, esperábamos que fuese matemática y mecanizada-, siguiendo campo adentro, entre bosques y prados hasta que, repentinamente, medio dormidos, no sabiendo del todo que estaba pasado, nos encontramos parados con nuestras maletas delante de una maciza pared de piedra con altas 149

torres y techos, exactamente como un viajero se encontraría hace mil anos en el mismo lugar, junto al hermoso río Creuse, donde el eremita Pedro de la Estrella oro, murió y fue sepultado. La campana más profunda sonaba, v le respondía la más pequeña. Después supe que todas el las tienen nombre. Y entonces, sin transición, como en un sueno (pero esto no era en absoluto un sueno, eso es justamente lo importante, porque era real), yo estaba bajo el cuidado, casi diría en los brazos de un ángel ligeramente entrado en años, fervoroso y sonriente, que me saludaba con tanto afecto, todo el nacido de la Regla, manifestando tal solicitud, que me podría haber equivocado y pensado que eraCristo. En Fontgombault la Regla no es un libro, es un hecho. El contraste con el resto del mundo fue todavía más notable porque durante la tarde, cuatro o cinco horas antes, yo y los tres jóvenes que estaban conmigo -uno de ellos es ahora monjehabíamos degustado la mejor de todas las comidas del mundo en una pequeña posada de campana, donde habíamos comido coq au vin y vin de la region. El contraste no fue entre lo peor y lo mejor, sino entre lo mejor que la más grande y refinada civilización puede ofrecer y las más humildes atenciones de un Reino que no es de este mundo. El hospedero tomo en sus manos y en sus ojos felices nuestras maletas, nuestros brazos, nuestras risas y nuestro pésimo francés. Ad port am monasterii ponatur senex sapiens, qui sciat aecipere responswn et reddere, et cujus maturitas eum non sinat f:$£ vagari. A la puerta del monasterio póngase a un anciano discreto, que sepa recibir recados y transmitirlos, y cuya madurez no le, permita estar ocioso. Este portero debe tener su celda junto a la puerta, para que los que lleguen encuentren siempre presente quien les responda. En cuanto alguien golpee o llame un pobre, 150

responda enseguida Deo gratia o Benedict con toda la mansedumbre que inspira el temor de Dios, conteste prontamente con el fervor de la caridad. Y allí estaba el portero, como uno de los ángeles de Fra Angélico, con cierta dulce reserva, como si conociera un secreto que yo iba a descubrir para mi enorme bien y gozo, exactamente co­mo San Benito disponía, V que yo siempre había considerado como una Republica ideal, a la manera de Platón, pero nunca como una realidad, incluso en la Edad Media, y mucho menos una realidad contemporánea. Omnes superviniententes hospites tamquam Christus suscipiantur, quia ipse dicturus est: Hospes fui, et suscepistis me. Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo, pues El mismo ha de decir: “Huésped fui y me recibieron”. El espíritu de la Regla es seguido incluso con la antigua costumbre del lavado de manos. Recuerdo presentarme junto a los otros huéspedes a la entrada del refectorio y acercarme al Padre Abad. Después de haberme tendido su mano a fin de besar su anillo, lo cual se hace de rodillas como muestra de respeto a su cargo, el más cercano en santidad al de un obispo, vertió sobre mis manos lo que parecía un chorro de plata. Un novicio alto y delgado, manteniendo sus ojos bajos a fin de fijarlos interiormente en Cristo como si asistiera a un sacramento, sostenía una fuente brillante con una toalla blanca doblada sobre su brazo. Los modales son los fundamentos de las costumbres, y las costumbres de toda nuestra vida exterior. Y, dado que los principios se unen en los extremos, los modales reflejan también la Vida de la gracia en nosotros. 151

Sin exageración, después de la liturgia, la cena en este monasterio -y comer es realmente una parte de la liturgia como todo en este monasterio- es lo más cercano que he estado del cielo. Cuando Ulises comenzó el relato de sus andanzas, en presencia de las damas y caballeros en el palacio de Alcino en Fecia, decía: Creo que no hay nada más agradable que cuando el humor festivo reina en los corazones de todos y los comensales escuchan al trovador desde sus sitiales, con las mesas frente a ellos repletas de pan y carne, y los sirvientes sacando los vinos de las crateras y escanciándolo en los vasos. Esto, en mi opinión, es algo muy próximo a la perfección. Un banquete de este tipo en la Odisea es, en el orden secular, un pálido reflejo de la comida vespertina en la casa de una orden religiosa, lo cual es la misma perfección. Podría ser que todos los grandes acontecimientos de nuestra vida y de la historia -buenos y malos- tuvieran lugar en una fiesta. Seria posible, en todo caso, hacer una lectura de la Odisea, obra de acción por antonomasia, olvidando la acción en provecho de las comidas. Estaría Telémaco con los cortesanos en el gran salón de Ítaca, y en la playa de Pylos, donde se encontró con Néstor y su hijo, y en el palacio de Menelao mirando a Helena mientras descendía desde los perfumes de su revestida habitación, pareciéndose a Artemisa con su rueca de oro. o Ulises en la horrible festín de los Cíclopes, o con Calipso, o desayunando en la choza de Eumeo o en el clímax de todo el poema, cuando de regreso a Ítaca tiende el arco. 152

La comida vespertina, a la caída del sol, en el gran refectorio, de Fontgombault, es una actualización solemne de la Última Cena. Las largas mesas están arregladas como en una pintura Leonardo, con el abad de pie frente a su pequeña mesa ubica al fondo, bajo el Crucifijo, mientras los monjes se ordenan en mesas de los costados, con sus cabezas ligeramente inclinadas. El abad entona solemnemente: Benedicite Y ciento cincuenta voces responden: Benedicite Entonces el abad inicia el versículo, y todos se le unen: Edent pauperes et saturabuntur, et laudabunt Dominum, qui requirunt eum: vivent corda eorum in saeculum saeculi. [Los pobres comerán hasta saciarse, y los que buscan al Señor lo alabaran, ¡Que sus corazones vivan para siempre!]. Esta oración inicial concluye con una bendición que nos recuerda que toda comida aquí abajo es un anticipo del gloriosa festín de los ángeles y santos: Ad cenam vitae aeternae perducat nos Rex aetemae gloriaet [Que el Rey de la eterna gloria nos conduzca a la cena de vida eterna]. Estuve nervioso las primeras noches durante las cenas porque, todo pasaba tan rápidamente, sin transición, como el día de mi llegada. Toda la vida aquí es así. Y me parecía que todo se 153

apresuraba y no se lentificaba tal como yo había esperado, durante un retiro de oración meditativa contemplativa, hasta que descubrí que no era una cuestión de velocidad sino de ausencia de tiempo: los monjes trascendían el tiempo. Es una imitación del eterno ahora cuando todo ocurre, como decía Boecio, tota simul. Habían humeantes soperas, verduras frescas de la huerta monástica, enormes platos blancos llenos de un queso blanco que se parecía al yogurt, un vaso de fuerte vino tinto y fruta. Durante toda la comida, un joven monje leía, o más bien cantaba en tono agudo y monocorde, la historia de un martirio. Excepto por esto, el silencio es estricto. Et súmmum fiat silentium. Guárdese sumo silencio, de modo que no se oiga en la mesa ni el susuito ni la voz de nadie, sino solo la del lector. Sírvanse los hermanos unos a otros, de modo que los que comen y beben, tengan lo necesario y no les haga falta pedir nada. Nevó la mañana siguiente a mi arribo, durante la Semana Santa. Nos levantábamos para Maitines cuando aun era de noche, envueltos en nuestros abrigos porque el frío era glacial, y nos deslizábamos semidormidos escaleras abajo hacia la iglesia abacial, una enorme caverna gótica absolutamente a oscuras, salvo por la roja luz de la lámpara del sagrario que brillaba al fondo. Lo único que podía ver era mi respiración, como algo blanco y fantasmal. Y luego aparecieron los monjes en fila, casi sin hacer ruido salvo por el suave sonido del arrastrar de sus hábitos, negro sobre negro en la oscuridad. Entonces se encendieron algunas pequeñas lámparas -que parecían incluso aumentar el silencio, si esto fuera posible. Los monjes permanecieron de pie en sus sitia 154

les que descendían como tribunas a ambos lados del altar mayor. Apenas podía verlos como sombras silenciosas mientras se encendían las quince velas de un gran candelabro. Escuchamos un ruido e, inmediatamente los monjes cayeron de rodillas. Luego, todos se levantaron. Y escuché nuevamente esa voz que no pertenece al tiempo y que se elevaba en las sombras, alta y clara como un grito: Zelus domus tuae comedit me et opprobia exprobramium tibi ceciderunt super me. [El celo de tu casa me consume, y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí]. Siguieron tres salmos penitenciales cuyo canto resonaba profundamente bajo la alta bóveda de piedra. Siempre había tenido la sensación, cuando escuchaba las grabaciones o, incluso, du­rante los conciertos en las iglesias, que el canto gregoriano era algo rico y extraño a la vez, pero verdaderamente esto era propiamente canto llano, pobre y familiar. Al final de cada salmo, se apagaba una vela. Cuando estuvieron todas apagadas, los maitines terminaron. San Benito dice en la Regla: Creemos que Dios esta presente en todas partes, y que “los ojos del Señor vigilan en todo lugar a buenos y malos”, pero debemos creer esto sobre todo y sin la menor vacilación, cuando asistimos a la Obra de Dios. Por tanto, acordémonos siempre de lo que dice el Profeta: “Sirvan al Señor con temor”. Y otra vez: “Canten sabiamente”. Y: “en presencia de los ángeles cantare para ti”. Consideremos, pues, como conviene estar en la presencia de1a”Divinidad y de sus ángeles, y asistamos a la salmodia de tal modo que nuestra mente concuerde con nuestra voz. 155

En el primer nocturno de maitines del Jueves Santo, las tres Lamentaciones son cantadas por un solo cantor, ¿o era un ángel? Quomodo sedet sola civitas plena populo! Facta est quasi vidua domina gentium; princeps provinciarum facta est sub tribute. Plorans ploravit in nocte, et lacrimae ejus in maxillis ejus: nan est qui consoletur earn, et omnibus can’s eius [Ay, que solitaria quedo Jerusalén, la ciudad tan poblada. Como una viuda quedo la grande entre las naciones. La ciudad que dominaba las provincias tiene ahora que pagar impuestos. Llora durante las noches, las lágrimas corren por sus mejillas. Entre todos sus amantes nadie hay que la consuele]. Cuando llego el tiempo departir, el lunes de Pascua, me volví una vez más y le dije al Padre Abad que permanecía en la puerta: “Pienso de verdad lo que voy a decide, aunque suene absurdo. Si bien vivo en Estados Unidos, y no se como podría arreglarse la cuestión, deseo ser enterrado aquí”. Y el me miro con esa mirada fija que los santos dicen que es la mirada de Cristo, y con la ternura y sabiduría de Cristo, me respondió: “Seria imposible ser enterrado junto a su mujer en un cementerio monástico”. Me arrodille para recibir su bendición. “Para usted y para su querida familia”, dijo: In viam pacis et prosperitatis dirigat te omnipotens et misericors Dominus: et Angelus Raphael comitetur tecum in via, ut cum pace, salute et gaudio revertamur ad propria. [Que el omnipotente y misericordioso señor te conduzca por senderos de paz y prosperidad, y el ángel Rafael sea tu compañero en el camino y que vuelvas a tu hogar con paz, salud y gozo]. 156

Es verdad que los monasterios son para los monjes, y yo me “marche con lágrimas recordando con la mayor gratitud el don v la gracia más querida a mi corazón. No seré tan insensato para pedir que todos en las universidades renuncien a considerar el espíritu crítico como una virtud. lo cual seria una presunción, teniendo en cuenta sobre todo mi ignorancia de sus profundos saberes, que desafían y confunden mi ingenuo amor por las artes liberales. Pero sugiero, con el debido respeto, que reorienten ese gran saber, por interés incluso de su propio éxito, hacia un trabajo más humilde y más grande: la conversión y la educación de sus alumnos un nacimiento en la luz del bien, de lo bello y lo verdadero. Los textos literarios solamente viven en la luz y en el espacio libre del corazón, del alma, en el espíritu y en la fortaleza de los hombres ordinarios, que serán más profundos y más abiertos cuando las universidades vuelvan a ser, como lo fueron alguna vez, templadas por el espíritu de la Regla de San Benito, y no regidas por ella, lo cual seria mucho pedir. A pesar de la hegemonía de la ciencia y de la técnica, es necesario encontrar un tiempo y un lugar de silencio, algunos lugares tranquilos en los cuales aquellos que lo deseen puedan dedicarse exclusivamente a un saber y a un amor escondidos, en un pequeño college, o dentro de un college, como se observa en los viejos pianos de Oxford, cuyo propósito no es ser utilizados sino honrar el pasado. Un college que no es concebido como “preparatorio” o “profesional”, sino que esta destinado a alcanzar el fruto que le es propio. La ciencia que no se da cuenta que esta injertada en ese tronco es un ciencia superficial y mediocre. Lo que vio tan claramente San Benito, lo que emprendió con una determinación tan sorprendente, es exactamente lo que nosotros tenemos necesidad de ver y de hacer hoy: que el fin de la universidad, como de toda empresa humana, es volver a Aquel del cual nos alejamos. Esto es lo que significa que un college no es un lugar consagrado a la acción, sino que esta consagrado fundamentalmente a la más alta forma de amistad que es la oración, 157

en la que nos convertimos en amigos de Dios, cuando se eleva el corazón y el espíritu más allá del servicio de sí mismo -incluso del si mismo colectivo y democrático- hacia Aquel que, a través de la humilde sumisión a su Madre, se sometió a nosotros. Es verdad que la ciencia puede modificar e incluso transformar lo real, pero no puede obrar independientemente o en ausencia de la realidad. Con la sola tecnología se puede analizar la Regla benedictina y citar sus fuentes literarias, tomar las medidas fotométricas de la catedral de Chartres y catalogar sus partes y sus estilos, pero en ningún caso puede escribirse un texto o construirse un edificio tan alto, tan profundo, tan elaborado, y plenamente humano. Porque para eso es necesario el ardor inextinguible que ha lanzado la flecha irreprochable que no puede fallar. 4

4 Charles Peguy, La tapicería de Nuestra Señora, 1913 [n. del traductor].

158

6. La solución final para la educación liberal

Las controversias en educación, como en todas las cosas, son consecuencias de divisiones más profundas en la filosofía y, en última instancia, en la religión. Las discusiones sobre estudios generales o especiales, sobre la prioridad de la enseñanza o de la investigación, o entre las humanidades y las ciencias, son un reflejo del más antiguo y más amargo conflicto de ideas ilustrado por la muerte de Sócrates. El lo llamaba la lucha entre la filosofía y la sofistica. Los aristotélicos lo llaman realismo versus relativismo, porque todas las cuestiones nacen en última instancia de la afirmación o negación de una realidad independiente de la mente a la que podemos conocer con certeza. El relativismo es la religión de los medios masivos de comunicación, incluyendo no solamente los diarios, revistas, libros, radio, grabaciones y televisión, sino también a las escuelas y universidades que se han convertido en algo similar a seminarios de un sacerdocio relativista donde se forman los escritores, sus editores, sus maestros y sus gerentes. En estos últimos anos, la instauración de este relativis­ mo ha tornado un carácter totalitario: se impone a todos con la fuerza inquisitorial de un fariseísmo fanático que contradice principales artículos de su propio credo, tales como el de “libertad 159

académica”, “libertad religiosa”, “separación de la Iglesia y el Estado”, y excluye definitivamente la visión realista, en especial la visión cristiana, que ha sido dominante en la civilización. occi­ dental desde la conversión de Constantino. A través de las decisiones de la justicia, por intermedio de grupos de presión, de institutos de investigación y de innumerables organizaciones ideológicas especializadas, somos nosotros las victimas en nuestras vidas público, de un agnosticismo ge­neral y sin precedentes en la historia de la humanidad. Y más grave todavía, este estado del espíritu relativista ha paralizado a las mismas iglesias cristianas, en las que los fieles se amontonan como rebaños sin protección, desorientados y diezmados por lobos transformados en pastores que les enseñan desde los púlpitos que la esencia de la tradición es el cambio. La oración ha sido prohibida en las escuelas públicas y desnaturalizada en las escuelas parroquiales, con la complicidad activa de redes ideológicas infiltradas en el interior de las comunidades cristianas. La ironía de todo esto no es tanto que las organizaciones encargadas de representó a las iglesias cristianas trabajan por excluir la oración de la vida publica, sino sobre todo que esta oración sea excluida por el hecho mismo de que la constitución de los Estados Unidos garantiza la libertad religiosa. Más o menos discretamente, el relativismo se ha instalado en el interior de las universidades, donde la religión cristiana puede ser estudiada siempre y cuando no se crea en ella. Los textos cristianos pueden ser examinados co­mo uno más entre el resto que integra el panteón, en el que todas las religiones son comparadas de acuerdo con los principios de una antropología relativista que nunca puede concluir acerca de la verdad de ninguna de ellas. Las religiones, incluido el cristianismo, son tratados como mitologías. Lo que llamamos secularización de la cultura cristiana, incluyendo la secularización de las iglesias cristianas, no es principalmente

160

la consecuencia de la pérdida de fe entre las filas cristianas. Desde que los tribunales prohibieron rezar en las escuelas públicas, todas las encuestas muestran claramente que la gran mayoría de la población pide que sea restablecida, y la ultima que se conoce, publicada en una revista evangélica, muestra incluso que “ocho sobre diez americanos creen que Jesucristo es Dios o el Hijo de Dios”. Por eso, no se trata de una merma de fe entre los humildes sino de una desintegración de la razón en las clases dirigentes, entre los jueces, los escritores, los profesores y, sobre todo, entre los clérigos. La razón es la materia sobre la que trabaja la forma de la fe. La fe perfecciona la razón de un modo análogo al que una escultura perfecciona a la piedra, pero si la piedra se pulveriza, la for­ma queda a merced de las corrientes de aire. Luego de la perdida de la razón, no queda más que un puñado de polvo, una pseudo forma de la fe, un sentimiento vago e incierto, un deseo. No se trata siquiera de esa voluntad de creer de los filósofos románticos, y mucho menos de esa certeza intelectual definitiva que constituye una fe autentica. La consecuencia práctica es una concepción ciega y sentimental de la caridad. No es más que “amabilidad” solidaridad, sustituciones neuróticas y desesperadas de los afectos naturales, confusión del alma con la piel, un hedonismo colectivo en el que el bien común se redefine como una sensación interactiva: todo esta bien si hace sentir bien a la persona y no interfiere con el bienestar de otra persona. Pareciera que el ma­yor bien para el mayor número de personas consiste en acomodarse confortablemente en una cama de agua comunitaria. Si uno se da vuelta, todos deben darse vuelta. Toda tentativa de ser justos hacia si mismo, hacia los demás o hacia las naciones, es vista como un prejuicio. Incluso la guerra en defensa propia o para liberar a un pueblo sufriente y cautivo es considerada impensable, ya que el pensamiento ha desaparecido hace mucho tiempo. 161

Sócrates, en los diálogos de Platón, especialmente en el Gorgias y en la República, muestra que la justicia es una virtud intelectual enraizada en nuestra naturaleza considerada. Objetivamente, por la cual sabemos que el bien siempre disminuye por un acto en contra de esta naturaleza, más allá del dolor o del placer que produzca. Un crimen sin victima es imposible; incluso un crimen cometido en secreto y contra si mismo se comete contra la propia naturaleza del hombre y, en consecuencia, dado que iodos los hombres comparten la misma naturaleza, contra la raza humana. El suicidio, por ejemplo, es un atentado contra la mis­ma vida humana. Dejar impune a quienes lo intentan y honrar a quienes lo logran, rebaja la vida de todos. Ningún hombre tiene derecho absoluto sobre su cuerpo, y tampoco ninguna mujer. En virtud de un contraste muy estricto, somos los guardianes de nuestros cuerpos y de nuestras almas y tenemos responsabilidad so­bre ellos. Dante dice que las almas de los suicidas se convierten en árboles sangrantes, cuyas ramas son cortadas perpetuamente porque, como uno de ellas explica, “no es justo que un hombre posea aquello que se ha privado por si mismo”. No somos los propietarios sino los guardianes de nuestra pro­ pia vida, sus cuidadores o locatarios, pero no sus explotadores capitalistas. La filosofía clásica, el cristianismo y el sentido común acuerdan que el único motivo para acabar con una vida hu­mana -pero nunca la propia- es la defensa de otra vida, o cuando la justicia exige que un crimen capital sea equitativamente castigado. La justicia no es una cuestión de deseos o de voluntad, sino un reconocimiento del ser de las cosas. El ser y el bien son términos convertibles: ens et bomim convertuntur. Los filósofos realistas siempre han afirmado la existencia de un Ser necesario, infinito e inteligente, como la ultima explicación de un universo realmente existente, y lo hacen a la luz natural de la sola razón. No es necesaria la revelación para conocer la existencia de Dios,

162

aunque la revelación lo confirma a la gran mayoría de personas que no son filósofos y no tienen el tiempo ni la ingenuidad para pensar utilizando difíciles argumentaciones. El sentido común acierta al afirmar, junto a la Revelación, que solamente el insensato niega la existencia de Dios. Todo hombre sensato puede verlo: nada de lo que nos rodea, y ni siquiera nosotros mismos, tiene en si mismo razón suficiente de su propia existencia. Entonces, o bien hay un ultimo Existente (al cual llamamos Dios). que es en si mismo razón suficiente de su propia existencia, o no hay razón para la existencia de ninguna cosa, lo cual es un absurdo radical, y el absurdo radical no es una alternativa razonable. Ningún ser inteligente puede obrar de modo tal que niegue su propia inteligencia. Un acto de ese tipo podría darse solamente por un acto deliberado de la voluntad que oscureciera a la inteligencia, una opción perversa por la que, dice San Pablo, la persona será juzgada responsable y se le pedirá estricta cuenta. No hay opción entre Dios y el absurdo porque ningún ser racional puede elegir lo absurdo. “El ojo -como dice Wordsworth- no puede elegir otra cosa que ver”. Y lo mismo puede decirse de la inteligencia, que ve el contenido inteligible de la realidad y la necesidad de su causa ultima. Todo aquello que tiene un comienzo y un medio tiende hacia un fin determinado. La palabra curriculum viene del latín y significa “correr una carrera” y una carrera tiene sentido solamente si tiene una línea de llegada. La educación actual simplemente no tiene línea de llegada. Las universidades son una colección de estudios que posibilitan la obtención de varios certificados -en historia, literatura, ingeniería, medicina o cualquier otra cosa-, pero no hay ninguna causa final para la institución en su conjunto, no hay un principio de integración, no hay una “idea” de universidad, según el sentido que le dio Newman, no hay una definición de hombre educado, lo que el propio Newman llamaba un 163

“caballero”, en oposición al mero académico, crítico, científico o técnico. Como la nación misma, las universidades se han propagado siguiendo las demandas del mercado, empujadas por grupos ideológicos de presión y limitadas por la inercia. Ya no tienen definición. Incluso las grandes universidades, ultimas herederas del movimiento de los grandes libros de los clásicos, donde se leía lo mejor que ha sido pensado y dicho”, según la frase de Martha Arnold, sufren de falta de finalidad. Su postura es la del filósofo del mito de Lessing que, invitado por los dioses a elegir entre la verdad y la búsqueda de la verdad, ¡eligió la búsqueda! Cualesquiera sean los beneficios de esta lectura de los clásicos, incluso la de los más geniales, no producirá ningún fruto si no hay un criterio que distinga entre lo verdadero y lo falso. A pesar de mi respeto y mi gratitud hacia aquellos a quienes debo mi iniciación al pensamiento, y sobre todo a cierto excelente maestro, “de mirada lenta y grave”, de la universidad de Colum­ bia, debo decir que incluso el movimiento de los grandes libros, que fue muy bueno en muchos aspectos, esta basado en una falsa suposición retórica, puesto que los estudiantes simplemente no poseen las condiciones necesarias que exige ese tipo de educación. Los profesores traicionan en sus cursos la dulce sabiduría con la cual se comprometen cuando explican Platón, Aristóteles o Santo Tomas a las mentes sin formación que, en primer lugar, no han ejercitado ni purificado su imaginación en el “jardín poético de los niños”, como decía Robert Louis Stevenson. Y me refiero a los miles de grandes libros que niños y adolescentes solían leer antes de animarse a los clásicos. De acuerdo con mi propia experiencia como profesor de literatura en la universidad, debo decir que me he encontrado con muchos estudiantes que encontraban, según sus propias palabras que la isla del tesoro era una lectura pesada, lo cual significa que es muy difícil de ser 164

gozada por los que se, acercan con placer a Star Wars o a los juegos electrónicos. Yo mismo enseñé los clásicos por más de treinta anos, pero encuentro un numero cada vez mayor -y ahora una pasmosa mayoría- de estudiantes de los primeros anos que salen de las escuelas secundarias sin saber leer a una velocidad conveniente, y portal no entiendo rapidez, sino un ritmo en el que la atención se concentre sobre la inteligencia y la profundidad e incluso sobre ciertas cualidades -el “gusto” y el “tacto”- de los textos, lo que requeriría un nivel universitario estándar. Ya sea que se trate de libros de prosa o poesía, lo que consiguen no es más que descifrar penosamente algunas frases como si estuvieran leyendo latín. Sabedores de esta situación, las editoriales han comenzado a publicar ediciones comentadas que parecieran hechas para textos en lenguas extranjeras, con infinidad de anotaciones y reescrituras que siguen el saber básico de la televisión y de las revistas. Hemos llegado al punto de tener que utilizar traducciones de la literatura inglesa estándar. Para tratar de resolver este problema, trate de entusiasmar a mis estudiantes de veinte anos con lecturas de libros para niños que deberían haber leído a los cuatro, ocho, diez o doce anos, y descubrí que el problema no son solamente los libros; no es solamente el lenguaje, sino que son las cosas: han perdido la experiencia misma. Dejemos de lado sus filosofías sentimentales, pero reconozcamos que los poetas románticos fueron buenos profetas, al menos una vez. más allá de que rechacen el panteísmo juvenil de Words­worth, este poeta acierta cuando dice: “Sal a la luz de las cosas”. No hay cantidad alguna de lecturas, tempranas o tardías, ni hay cantidad alguna de estudios de ningún tipo que pueda sustituir el hecho de que somos especies enraizadas, enraizadas en la experiencia fundamental del aire, del agua, de la tierra y del fuego a través de nuestros sentidos. Nihil in intellectu nisiprius in sensu 165

[Nada hay en el intelecto si no esta primero en los sentidos]. Quizás estén cansados de bromas sobre nuestro mundo de plástico, de la irrealidad de la coca-cola, las papas fritas y los programas de televisión. En un mundo en el que ningún cambio causa ya asombro, la trampa más astuta del demonio es impedir que gustemos, que nos aburramos de estas realidades simples pero saludables, que ya han pasado de moda como los vestidos con corsé o los zapatos abotonados. Cuando se siembra la mejor literatura para niños, incluso en las mentes jóvenes más brillantes, si el suelo de esas mentes no ha sido enriquecido por la experiencia natural, no se conseguirá el fruto fecundo de la literatura que es la imaginación, sino solamente la fantasía estéril. Los niños necesitan la experiencia directa y diaria de los campos, los bosques, los arroyos, los lagos, los océanos, el pasto y la tierra, para que así puedan cantar espontáneamente con el salmista: Alabad al Señor en la tierra, dragones y abismos del mar, rayos, granizo, nieve y bruma, viento huracanado que cumple sus órdenes, montes y todas las sierras, árboles frutales y cedros, fieras y animales domésticos, reptiles y pájaros que vuelan. Si no conocen por donde comenzar a conocer las cosas -y que no sea en National Geographic o el zoológico-, no aprenderán a cantar o a gustar de los libros para niños que celebran estas cosas. Y si, luego de leer aventuras, comienzan estudios que. los inician a la lectura de los clásicos, sin que hayan tenido previamente la experiencia inmediata de la realidad y el amor por ella, obtendrán personas brillantes cuyos astutos razonamientos estarán desprovistos de todo contenido. Sócrates se paseo durante toda su vida por caminos sin pavimentar y por arroyos de una ciudad que era grande pero que se mantenía esencialmente rural. Lo pueden ver en el Fedro de Platón, bañando sus pies desnudos en las aguas de 166

un regato mientras enseña a un joven enamorado los Contenidos inteligibles del amor. Y dice Sócrates en la República que llegaba de caminar los ocho kilómetros que separan Atenas de la costa, y que los caminaría de regreso a la ciudad al anochecer. Aristóteles enuncio los mayores principios metafísicos mientras caminaba los sesenta kilómetros que lo separaban de Megara. Santo Tomas de Aquino, que fue educado en el monasterio de Monte Casino desde los cinco años enraizado en la vida rural de la Edad Media, camino desde Roma hasta Alemania una docena de veces, ida y vuelta, a través de los Alpes. Ni los programas de televisión, ni los videocasetes, ni las piscinas climatizadas, ni la nieve arti­ficial pueden reemplazar esta educación física y poética, sana y natural que la justa razón presupone. Y el problema no radica, como ya he dicho, en que los contenidos de la televisión son malos. No necesitamos mejores producciones de Jacques Cousteau sobre la vida marina. Es la artificialidad de la televisión misma el problema, aun cuando el material supuestamente sea real. La ballena de veinte metros de largo que se zambulle en unos pocos centímetros cuadrados de la sala de estar mientras beben una coca-cola no es la realidad. Tengo un vívido recuerdo del motivo por el cual mis estudiantes de hace veinte anos tenían serias dificultades de comprensión cuando debían leer el Cuento del cura y la monja de Chaucer. El problema no era que ignoraran la teología escolástica a la cual yo los podría haber iniciado, sino que, como nunca habían visto pollos, eran incapaces de divertirse con Chantecler, el gallo que hablaba como Santo Tomas. Recuerdo también que, hace muchos anos, lleve a mis hijos a visitar el zoológico de Nueva York y, al final del largo recorrido, no encontramos al ornitorrinco que esperábamos, sino a un granjero ordenan1 do una vaca, acto que era observado con grandes ojos de asombro por nuestros pobres niños de ciudad, desnutridos culturalmente y con sus almas hambrientas y dilatadas.

167

Y déjenme señalar nuevamente el papel que han jugado las iglesias en esta desconexión con la realidad, porque si consideran la vida cultural de Estados Unidos desde sus orígenes, podrían constatar que el lenguaje, la música, el arte, las costumbres, los modales, la entonación y los gestos, han tenido principalmente dos principios normativos: la versión solemne de la Biblia en la versión del rey Jaime, el Libro de oraciones de Cranmer y los himnos de Wesley, por una parte: y por otra, la esplendida liturgia latina de los católicos. Pero hoy, en lugar de eso, las diversas iglesias cristianas distribuyen sus respectivas comuniones en un ambiente que reproduce directamente el modo en el que McDonald’s distribuye hamburguesas, con la misma música, los mismos uniformes, las mismas sonrisas carismáticas y, hasta donde podemos suponer, a veces también el mismo contenido aparente de comida y bebida. Pero aún suponiendo que encontramos milagrosamente un estudiante que ingresa a la universidad siendo capaz de comprender algo de los clásicos, la cuestión de la finalidad no estaría resuelta. Si nadie sabe de que esta hablando, el estudio de los clásicos y de las grandes ideas que ellos enseñan no será más que un juego, quizás inteligente, pero ciertamente estéril. Aprender por si mismo no es un fin; la finalidad del aprendizaje es el es­ tudio de la verdad. Incluso el mejor coloquio sin certezas que lo guíen es como el dialogo interminable que Dante describe con fuerza y tristeza y que se da, en el limbo, entre los buenos paganos, esas almas dulces y luminosas, eternas seguidoras de la Ver­dad, que siempre buscaron lo que nunca encontraron. Entre ellos se encuentra el mismo Virgilio, que decía senza speme vivemo in disio, “sin esperanza vivimos en el deseo”. Todo el pasaje con el que comienza el Inferno constituye una exacta descripción de los coloquios y clases que se imparten en el seno de las mejores

168

universidades. De hecho, la lista de quienes intervienen par catalogo de una biblioteca. Este es el texto en español: [...] cruce por siete puertas con los sabios; hasta llegar a un prado fresco y verde. Gente había con ojos graves, lentos. con gran autoridad eh su semblante: hablaban poco, con voces suaves. Nos apartamos a uno de los lados, en un claro lugar alto y abierto, tal que ver se podían todos ellos. Erguido allí sobre el esmalte verde, las magnas sombras fueron me mostradas, que de placer me colma haberlas visto. A Electra vi con muchos compañeros, y entre ellos conocí a Héctor y a Eneas, y armado a Cesar, con ojos rapaces. Vi a Pantasilea y a Camila, y al rey Latino vi por la otra parte, que se sentaba con su hija Lavinia. Vi a Bruto, aquel que destrono a Tarquino, a Cordelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia; y a Saladino vi, que estaba solo; y al levantar un poco más Ja vista, vi al maestro de todos los que saben, sentado en filosófica familia. 169

Todos le miran, todos le dan honra: 1a Sócrates, que al lado de Platón, están más cerca de el que los restantes.; Demócrito, que el mundo pone en duda, Anaxagoras, Tales y Diógenes, Empedocles, Heraclito y Zenon; Y al que plantas observó con tino, Dioscorides, digo; y vi a Orfeo, Tulio, Livio y al moralista Seneca; al geometra Euclides, Tolomeo, Hipocrates, Galeno y Avicena, y a Averroes que hizo el “Comentario”. No puedo detallar de todos ellos, porque así me encadena el largo tema, que dicho y hecho no se corresponden. El grupo de los seis se partió en dos: por otra senda me llevo mi guía, de la quietud al aire tembloroso y llegue a un sitio en donde nada luce. Con respecto a la cuestión capital de la finalidad, los programas de estudio de ciertas instituciones católicas son mejores que los viejos programas laicos que les sirvieron de modelo. Pero seria conveniente que los filósofos tomistas que dictan esos cursos recordaran el axioma escolástico según el cual los medios deben ser proporcionales a los fines. En tanto que medios para ensenar, los debates o controversias pasan por ser un método dialéctica inaugurado por los diálogos de Sócrates. Supongamos por un momento 170

que fuera así -aunque la rápida mirada a un texto de Platón muestra que no es así-, y que hubieran estudiantes aptos para aprovecharse de este método -aunque una rápida mirada sobre sus lecturas habituales muestra lo contrario-. pero supongamos que se dieran esas dos cualidades: si no hubieran lecciones magistrales y profesores que saben hacer buenas preguntas y dar buenas respuestas, los debates degenerarian rapidamente en una pelea de mastines en las que el más fuerte o más hábil ganaría y si esas sesiones se hicieran habituales, todo terminaría en un escepticismo arrogante, lo cual es el final de la Academia de Platón. Los estudiantes necesitan de la exposición sistemática de ideas y un entrenamiento cotidiano y sostenido de las disputas lógicas en el marco de debates bien estructurados. Pero la ausencia de gimnasia, música, arte, historia, y de modales, moral y religión, todo lo cual se aprende en los hogares cristianos, el intercambio de opiniones en los debates o seminarios sobre los clásicos alentaría la sofistica contra la cual combatió Sócrates y termino entregando su vida. Los estudiantes aprenden un método critico con el cual demoler las ideas del adversario sin haber captado previamente la realidad que subyace en esas ideas; y, sobre todo y lo peor de todo, es que si el estudiante durante ese tiempo no fue capaz de dominar sus apetitos y temperamento -si es débil, impaciente, malicioso, sensual o indolente-, dotado de esas armas criticas es un candidato seguro a acumular diplomas y certificados y a aparecer en la revista Hola. Los antiguos distinguían cuatro grados del saber. El primero era la poética, o las Verdades que son captadas intuitivamente, como cuando uno confía en el amor de otro. La retórica, en la .que uno es persuadido por la evidencia, pero sin pruebas determinantes, admitiendo por tanto que puede estar equivocado, como cuando votamos por un candidato político. Luego viene la dia­ léctica, en la que se prueba de una manera que excluye toda duda razonable que, de dos argumentos opuestos, solo uno puede ser verdadero, y este es el tipo de evidencia suficiente para condenar 171

en un tribunal de la corte o para certificar alguna droga para el uso humano en un laboratorio. Finalmente, la ciencia -ciencia en el sentido antiguo y no en el moderno, que es dialéctico y retórico, sino ciencia como epistemai- que alcanza la certeza absoluta, como cuando conocemos que el todo es mayor que la parte, que el movimiento presupone un agente, o que conoce hechos evidentes como que Cuba es una isla porque se puede navegar en derredor. Cada uno de estos grados posee una facultad apropiada: la memoria y el juego de la imaginación para la poesía; las reglas y practica de la elocuencia para la retórica; la argumenta­ción escolástica y la experimentación en laboratorios para la dialéctica, y la exposición sistemática para la ciencia. Pero ¿donde esta la “discusión en clase”? No esta. ¿Por que? Porque los antiguos la habían rechazado. En el siglo XVI, cuando al decir de John Donne, “la nueva filosofía puso todo en duda”, surgió de entre las ruinas del pensamiento antiguo y medieval un quinto modo de conocimiento. Uno de sus más brillantes entusiastas fue Montaigne, y lo llamo essai, que en Frances significa “ensayo”. Montaigne, que era escéptico, tenía certeza de que no existían certezas, que la inteligencia era una especie de juego y que la verdad nunca es más que un essai. En el siglo XX, para hacer la historia corta, como el humor cultural se ha deslizado rápidamente hacia el estado de diversión y todas las formas de actividad se han tecnologizado, el ensayo, también llamado “investigación”, como todo lo demás, se ha transformado en colectivo. La discusión es nuestro modo dominante de exposición, tanto en una comisión como en el gobierno. Como en la “percusión”, que es el choque de un cuerpo contra otro, la “discusión” es un golpe de reflexiones personales que chocan con las reflexiones de otros que están tratando de alcanzar

172

la verdad; es el enérgico ejercicio de varias inteligencias reunidas saltando sobre un trampolín en la oscuridad. El desperdicio más grande de todo este sistema es que nadie escucha. Las mentes de todos los participantes son hiperactivas. Apenas la frase termina de pronunciarse, ya aparece la respuesta: “¿Qué en­tiendes por verdad? - ¿Qué entiendes por entender? ¿Qué entiendes por qué? En todo esto no hay un lento crecimiento de la inteligencia como decía Wordsworth, ni tampoco el espíritu pastoral que se encuentra en los diálogos socráticos; nada de rumiar la verdad como aconsejaban los santos, nada de contempla­ción como comienzo de la compresión contemplativa. De hecho, no hay compresión de nada; lo único que hay es una especie de superstición en la cual la mente pretende erigirse en maestra de la realidad. De acuerdo con estas discusiones, el hombre es la medida de todas las cosas, como decían los sofistas. Niels Bohr, el físico atómico, lo resumió en una suerte de confesión de apostasía filosófica: “Toda proposición que se pronuncia debe ser entendida como una pregunta y no como una afirmación”. El dios de esta investigación colectiva es el cambio y, por intermedio de la investigación colectiva, el cambio se instala como el dios inamovible de los gobiernos, las universidades, los conventos y los compromisos religiosos. Los llamados “seminarios” o debates son la aplicación de la investigación colectiva a los cuatro modos de conocimiento, y no es apropiada para ninguno de ellos. Los buenos maestros, me apresuro a decirlo, más allá de sus técnicas, inflaman el espíritu de sus estudiantes cuando el fuego virtual de los textos golpea la actualidad a través de la chispa de su propia voluntad e ingenio. Yo he visto arder ese fuego muchas veces, como se puede ver en los Diálogos con Sócrates, cuando un buen profesor, entusiasmado por la considera­ción del bien, de lo verdadero y de lo bello, interrumpe repentinamente los recitados de “yo pienso, tu piensas, el piensa”, para

173

profetizar, al igual que Jeremías, con la fuerza todopoderoas de la certeza de que desciende silenciosamnete como la paloma sobre todos los que están allí reunidos. En ese momento, nos arrepentimos de nuestras opiniones egoístas y de nuestros valores propios, y nos sonrojamos en la verguenza del asentimiento puro, simple e incandescente. “Esto es verdadero-decimos-, esteo es realmente verdadero”. Y esa es la experiencia que nunca se olvidará en una verdadera educación liberal, y cuando se ha experimentado una vez, nos permite soportar los fracasos, las estériles horas de discusión, en la esperanza de que el fuego arderá nuevamente. Y si nunca se ha producido es porque nunca has tenido educación en absoluto. Una de las mejoras inmediatas para aplicar a la vida contemporánea, incluyendo la educación, podría ser la suspensión del parloteo. No más ensayos, individuales o colectivos, nomás discusiones en comisiones ni en columnas de opinión, no más debates televisivos, diálogos religiosos o conferencias ecuménicas. Si alguien sabe algo, si tiene autoridad, dejémoslo explicar tanto como le parezca y a quiénes él considere apropiados, y todos los demás escuchan y se quedan callados -con excepción de las mujeres, por supuesto, que tienen un privilegio especial-, pero ¡no!, especialmente las mujeres, porque ellas tienen el don más elevado para el silencio: la contribución más grande para la restauración del orden de toda la sociedad humana consistiría en la fundación, en cada ciudad, pueblo o comarca rural, de comunidades de religiosas contemplativas consagradas a la vida de silencio, y de esa manera el silencio estaría presente en nuestros trabajos y en nuestros días como un árbitro vigilante en el juego, a fin de juzgar y sopesar todos nuestros ruidosos logros. La razón principal por la cual, en la actualidad, los hombres y las mujeres destruyen su sexualidad voluntaria, es la escasez de aquellos que son

174

tan fecundos que abrazan el estado de virginidad consagrada. Y la razón por la cual nuestros debates y nuestras comisiones terminan en la esterilidad del escepticismo, es que el grupo que lleva una vida de silencio fecundo y consgrado es aún el más reducido. La educación en los años `60, en su gran mayoría, abandonó el limbo en el cual estaban aún las universidades que seguían la tradición de los grandes clásicos para precipitarse por otro camino, mucho más rápido y profundo, hacia el infierno, hacia la zona donde “nada brilla”. Pero ¿no será, en última instancia, mejor así, porque quizás sea conveniente que seamos arrojados a las tinieblas antes de volver a ver la luz que permitiría volver a poner las cosas en su lugar? El argo camino para salir de la des-educación de izquierda de nuestros tiempos será encontrado, me parece, por aquellos que alcancen el fondo del laberinto universitario y puedan, como Dante en el fondo del Infierno, “a través de una compuerta redonda, ver los bellos objetos que ruedan en el cielo y así, de nuevo, contemplar las estrellas”. Hace quinientos años que Hamlet lanzó su desastrosa pregunta y encaminó a la civilización occidental por el sendero de la duda, en el que “ser” se convierte en una pregunta. Cuando Moisés preguntó: “¿Quién debo decir que me envía?”, la Voz de la zarza ardiente respondió: “Diles: «Ser me envió, Aquél que Es»”. Y esto no es un ensayo, es una certeza; no es una duda, sino los fundamentos de la fe y de la razón, y la razón última de todo este ajetreado curriculum que es la vida humana. Supongamos que Dios no es un sentimiento sino un hecho. Si existe, eso hace una diferencia, y no solamente sobre algunas cosas, sino sobre todas las cosas, incluyendo la ética, la política, la ciencia, la literatura, la ingeniería, los negocios y la religión, en una palabra el cursus completus, el curriculum entero. Buchenwald, el Archipiélago Gulag y las oscuras y siniestras factorías de la muerte masiva de niños no nacidos en Estados 175

Unidos, es la solución final de la Civilización Occidental, es su exterminio. En el ámbito intelectual, esta solución ha sido la disolución del conocimiento en departamentos especializados, discusiones en clases y comisiones, en las que el maestro ya no toma el ideal de Aristóteles, el maestro de los que saben, sino de Hamlet y de Descartes, los maestros de los que dudan: controlan, experimentan y publican, pero nunca concluyen más que con un essai. -Para ellos la “verdad’’ esta siempre entre comillas: para ellos, la perfecta unidad de expresión no es la frase sino el paréntesis. Si Dios existe, hay verdaderamente un verbo “ser”. Los verbos afirman la existencia y, por tanto, hay frases y, si además de existir, Dios revela y salva, entonces hay frases de vida eterna y de muerte. Y ciertamente, si existe, a fortiori, si El se revela y salva, no puede ser excluido del curriculum, excepto por un acto deliberado de ignorancia voluntaria que Santo Tomas dice que es el elemento esencial de todo pecado. Sócrates decía que el pecado es una clase de ignorancia, lo cual es cierto porque las palabras “ignorancia” e “ignorar” tienen la misma raíz, pero ignorar no es solamente falta de conocimiento sino obrar bajo una deliberada falta de conocimiento de la regla que se conoce perfectamente bien. En su tratado De Malo, dice: Por eso el artesano no peca por el hecho de no tener la regla en sus manos, sino por el hecho de que, aun sin tener la regla en sus manos, corta la madera. No tener universidades en absoluto significaría ignorancia de muchas cosas, pero tener una universidad en la cual el conjunto de alumnos y profesores se unen para dejar a Dios fuera no implica solamente la privación de una enorme rama del conocimiento: 176

si Dios, que es la causa existencial y actual de todas las cosas, queda afuera, no solamente se permanece en la ignorancia sino que se comete lo que Santo Tomas llama el pecado intelectual de malicia cierta. Si echo de cada diez americanos creen que Cristo es Dios, es previsible que en ocho de cada diez universidades se encontrara también esa mayoría, pero sucede exactamente lo contrario. Incluso en instituciones nominalmente cristianas, y por supuesto en las otras también el curriculum esta fundado en una rigurosa exclusión de ciertas verdades, lo cual prueba el estado de pluralismo inquisitorial en el que vivimos. Las cuestiones sobre los planes de estudio se reducen a las últimas preguntas filosóficas, que son religiosas. Supongamos que Dios existe y que por tanto habrá un orden necesario en la naturaleza y en todas las ciencias y artes que, al estudiar, imitan a la naturaleza. Supongamos, además, que Dios se revela y ese saber revelado tendrá un contenido necesario que no podremos ignorar, el cual será no solamente un nuevo saber sino que, dado que es superior y arquitectónico con respecto al resto, ese resto deberá ser consistente con respecto a el e interpretado a su luz. Supongamos también que Dios salva, que se hizo hombre, vivió entre nosotros y nos dio a través de su sacrificio los medios para participar de su propia vida, a la que llamamos Vida Eterna, y que El es el final sin fin de nuestra existencia -y esta suposición no cabe dentro de la filosofía pero la historia la propone como un hecho-, entonces no solamente tendremos un orden y un conte­nido, sino también una praxis, un conjunto de cosas que deben ser hechas, en las cuales el aprendizaje y todo otro tipo de actividad se convierten en oración, un sacrificio de alabanza ad majorem Dei gloriam, para la mayor gloria de Dios, según la famosa frase de San Ignacio de Loyola, que fundo el mejor sistema de colegios y universidades de la historia, para las cuales estableció como primer principio y fundamento que: 177

El hombre ha sido creado para alabar, reverenciar y servir a Dios Nuestro Señor y, a través de esto salvar su alma. El primer principio y fundamento establece una nueva economía con la cual medir los colegios, los planes de estudio. los profesores y los estudiantes. Si se acepta, no solamente cambian algunas cosas sino que todo cambia. Cualquier otra cosa inferior, será inútil y peor que estéril, porque si Dios existe, se revela y salva, todos los que rechazan los medios que les ofrece no sola­mente son incapaces de alcanzar el fin sino que gustaran para siempre el amargo fruto de su malicia. Una universidad agnóstica imita con exactitud a Lucifer en su caída, como escribe Jacques Maritain en su notable librito El pecado del ángel: El Ángel se fija libremente en el mal. No quiere ninguna par­te en la felicidad sobrenatural para la cual Dios lo hizo, porque a pesar de todo su esplendor, tendría que saberse menor en comparación con El. Peca contra el orden sobrenatural y al mismo tiempo contra el orden natural, que manda obedecer siempre a Dios. Se ha hecho para sí mismo su propia felicidad y su voluntad permanecerá en esta actitud, al precio de los sufrimientos del infierno, que acepto anticipadamente. Prefiere este tipo de feli­cidad, soledad en su propia naturaleza y autosuficiencia en el mal y en la negación, y orgullo en ser capaz de imponer privación en la voluntad (antecedente) de Dios [...] Y tiene lo que quiso. El acto por el cual elige el mal y rechaza la caridad es el primer acto de libertad. Esta fijado en el para siempre porque la decisión libre del ángel es esencialmente irrevocable. La decisión libre del hombre y de sus universidades no son irrevocables mientras estemos en la tierra, aunque debo admitir 178

que lo que pide la revelación cristiana es imposible de realizar sin un milagro de por medio. Pero si esta revelación es verdadera, la respuesta a la cuestión de la finalidad de la enseñanza -que esta lejos de ser la única finalidad que se ha perdido de vista- puede resumirse en una palabra: conversión. Y esto quiere decir, en primer lugar, que la ficción sofistica de la separación de la Iglesia y el Estado debe ser reemplazada por el franco reconocimiento que todo debe ser realizado AMDO. para mayor gloria de Dios. No les estoy negando a los no creyentes el derecho a tener sus escuelas, pero es una interpretación absurda de la justicia que los cristianos deban excluirse a si mismos de sus propias escuelas a fin de no ser descorteses con los no creyentes, como si aquellos que pueden ver debieran arrancarse sus ojos a fin de darle a los ciegos el derecho a la igualdad. La educación actual no es solamente incompleta sino contraria tanto a Dios cuanto a la naturaleza; es sacrílega y anticientífica. En segundo lugar, la conversión de la educación significa el reconocimiento de que en todo tipo de estudio hay una relación formal con la inteligencia divina, tal como se revelo a las criaturas, físicas, matemáticas y éticas, y tal como es imitada en las cosas que producen, de modo tal que el mismo Dios es siempre nuestro único tema, lo cual no implica negar la distinción real de las partes. Y en tercer termino, la estructura del aprendizaje debe seguir el orden de la naturaleza y del que aprende, desde el conocimiento sensible al imaginativo y al inteligible. La gimnasia, la música en sentido amplio y la ciencia siguen en este orden, y no pueden ser salteadas, invertidas o mezcladas. Tal como dicen los escoceses: “El pescado se pudre comenzando por la cabeza”. La actual crisis de liderazgo es una catástrofe nacional. Estamos sufriendo bajo el reinado de los ignorantes y sometidos a una burocracia imbécil pero astuta en su mediocridad, 179

cuya mayor preocupación es la de preparar su propio crecimiento, lo cual facilita dejar de lado a aquellos a quienes les interesa el trabajo que hacen, los que se quedan noches enteras pensando’ los misterios de la física y del corazón humano, ^ días enteros peleando con las incasables y reacias mentes de los jóvenes. Pero los profesores no tienen derecho a quejarse. Los profesores de las universidades traicionaron su compromiso, que era el de transmitir a las nuevas generaciones el gran depósito del bien, de la belleza y de la verdad, conocidos como occidental, o más apropiadamente, como civilización cristiana. La “traición de los intelectuales” ha sido un asunto lamentable, triste y sórdido. Los padres que confiaron sus hijos en buena fe a las universi­ dades encontraron que habían sido vendidos por astutos feriantes en el mercado de esclavos del siglo XX: marxismo, psicología conductista, drogas, pornografía, perversión sexual. No es asombroso que padres y ciudadanos estafados hayan buscado otra cosa. Si esa es la educación liberal, dijeron, es mejor tener escuelas de negocios o escuelas técnicas que nos provean de administradores serios que eviten la raíz del mal que es ¡el pensamiento! Fue un grave error. Se le hizo el juego al enemigo que reía en un costado. La misión de la universidad no es mantenerse alejada de los problemas. El error es, efectivamente, un problema. Pero también lo es la verdad. Lo que necesitamos son decanos buenos y fuertes, rectores y profesores que hayan sido formados ellos mismos en la educación liberal, que tengan la valentía de volver atrás y comenzar de nuevo según el modo correcto y el único pri­mer principio y fundamento. La universidad, como los negocios y la nación, necesitan desesperadamente de líderes y seguidores con conocimiento, que amen verdaderamente la verdad, que sean caballeros y bien educados, y que sean combativos porque es necesario tener corazón de soldados para remontar la corriente de cobardía y debilidad 180

que se esconde detrás de las cifras, pues en la actualidad es el número de páginas publicadas en revistas científicas, sin tener en cuenta su calidad, el que decide los cargos en las cátedras, las becas y los anos sabáticos. Al mismo tiempo los buenos profesores son alabados condescendientemente y recompensados con premios simbólicos que ni siquiera son tenidos en cuenta en las evaluaciones. Cualquiera sea la universidad, los mejores profesores suelen estar en lo más bajo de la escala, mientras que los peores brillan en las cátedras más prestigiosas. ¿Es posible una reforma de esta situación? Si. Cuando alguien tome la tarea de reconstruirla sobre los buenos fundamentos, entonces las escuelas y las universidades se levantaran de sus ruinas. Lo que es verdadero, es verdadero semper et ubicjue idem [siempre y en todo lugar]. Tenemos el gobierno y la educación que merecemos, y tendremos líderes verdaderos cuando realmente los deseemos; lo que implica que, como nación y como vecindades en el ámbito local, y en los hogares, tengamos en vista un objetivo. No se pueden reformar los medios sin antes conocer el fin y este es, en el fondo, una cuestión religiosa. Si la nación, comenzando por sus pequeñas poblaciones, sus hogares y sus corazones, no retorna a sus orígenes y fines cristianos, se desintegrara. Para liderar cualquier ámbito de la vida debemos tener santos, que son hombres y mujeres ordinarios que llevan hasta el heroísmo sus virtudes por amor a Dios. Y los encontraremos cuando queramos encontrarlos. Algunos de ellos estarán leyendo estas líneas, y se preguntaran si hay aun santos, como Santa Cecilia y San Francisco, que se desconocían como santos, con su gran vo­cación escondida en sus propios corazones como el oro en las rocas. La restauración nunca comienza en las cimas que se desmoronan, sino que siempre comienza eh las profundidades oscuridad de los corazones simples. Me nace en los rugidos de los huracanes sino en el soplo de la brisa ligera.

181

Cuando una nación no tiene otra escala de valores más que el éxito material, esta liderada por la mediocridad mezquina y opresora, que le impide responder a la agresión de las potencias extranjeras, las cuales son más efectivas en tanto están motivadas por amores y odios más profundos, y están dispuestas a sacrificar sus comodidades e incluso sus vidas por lo que creen.

182

7. Las tinieblas de Egipto

Se dice que en las catacumbas, que recorren cientos de kilómetros bajo las calles de la Roma moderna, más profundas que las criptas, y por debajo también del Vaticano, hay barriles, tarros, cajas, cajones y cofres llenos de reliquias, que no están catalogadas ni autentificadas, entre los que se cuenta un fémur de Adán y la costilla que compartió con Eva apenas salieron del paraíso terrenal; huesos de santos conocidos y desconocidos y también de impostores (por ejemplo huesos de cerdos etiquetados como humanos y docenas de cráneos que rivalizan por ser la cabeza de Juan Bautista); pedazos de ropa y coágulos de sangre seca que se licuan en ciertas ocasiones. Se cuenta que un día, un joven monje de la orden encargada de la verificación de las reliquias, que había ido a buscar un hueso autentico de primera clase, descubrió accidentalmente una pequeña ampolla sellada de cristal, envuelta en telarañas y llena de moho. Picado por una nerviosa curiosidad, el monje acerco su lámpara, rompió el sello y saco un pequeño tapón. Sus dedos sintieron un húmedo goteo que le produjo la misma sensación que si hubiese tocado una babosa, aunque parecía que allí no había nada. Alumbrando con su lámpara el rótulo, leyó con cuidado la 183

escritura uncial en latín: Tenebrae Aegypti [Las tinieblas de Egipto], y en una escritura más pequeña, estos versículos del libro del Éxodo: Y dijo el Señor a Moisés: “Extiende tu mano hacia el cielo, y habrá tinieblas sobre la tierra de Egipto, tan espesas que podrán sentirse”. Y Moisés extendió su mano hacia el cielo; y vieron horribles tinieblas sobre toda la tierra de Egipto. El joven monje arrojó la ampolla, que se rompió al golpear con las húmedas piedras del piso, y huyó despavorido, mientras las espesas tinieblas comenzaba a subir hacia las calles a través de las alcantarillas, empapando los vestidos e insinuándose en los corazones y en las mentes, y terminaron cubriendo Roma, Italia, Europa y el mundo entero. Por supuesto, se trata de una leyenda. Pero, como ocurre con los mejores cuentos, esta cargado de sentido. La religión secular más ampliamente extendida en el mundo occidental, e incluso en las iglesias cristianas de hoy, es llamada frecuentemente humanismo. ¿Puede haber un humanismo cristiano? Ismo, en sentido estricto, significa la adhesión excluyente y excesiva a una persona, causa o cosa. Los ismos son resultado de las mentes que tienen ideas fijas y conducen al fanatismo. La palabra humanismo fue aplicada en primer lugar al trabajo de algunos académicos y científicos del Renacimiento que se rebelaron contra lo que consideraban que era una adhesión excesiva a la teología escolástica y a la ciencia de Aristóteles. Las nuevas observaciones de la naturaleza, especialmente a partir de la invenci6n del telescopio y la disección de los anatomistas las habían convertido, decían, en obsoletas. Aunque había entre estos 184

académicos y científicos una tendencia a rebelarse contra el cristianismo porque lo consideraban pasado de moda, no fue la posición de todos los humanistas del Renacimiento, algunos de los cuales defendieron la fe a partir de los nuevos conocimientos. Por ejemplo Erasmo, que escribió contra Martín Lutero, y Santo Tomás Moro, que fue tanto un humanista como también un mártir de la fe. Pero, en general, los humanistas -como la palabra lo indica- centraron su filosofía sobre el hombre y sobre las cosas del hombre excluyendo a Dios. Shakespeare lo resume en el discurso de Hamlet: ¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Cuán noble en su razón! ¡Qué infinito en sus facultades! ¡Qué expresivo y admirable es en su fuerza y en sus movimientos! Por sus actos, se parece a un ángel; por su pensamiento, se parece a un dios. ¡Es la maravilla del mundo! ¡El animal ideal! Víctima de su drama, Hamlet adoptó enseguida la posición contraria y complementaria del pesimismo implacable, típico del pensamiento anti-humanista del Renacimiento, que fue una época de divisiones y de violentos contrastes. Luego de haber pronunciado esas palabras de alabanza al hombre, agrega irónicamente: Y sin embargo, ¿qué es para mí esta quintaesencia del polvo? El hombre no tiene encanto para mí, y la mujer tampoco. Y todos recuerdan como, en otro famoso discurso, piensa en el suicidio, diciendo de si mismo (aunque habla también de su época) Los colores de la vida se demudan bajos los pandos reflejos del pensamiento. 185

Con el ojo penetrante del poeta, Shakespeare vio que este animal ideal, aunque puede ser semejante a un ángel o a un dios por medio de su acción, se muestra bestial con mayor frecuencia. Santo Tomás Moro y su amigo Enrique VIII eran ambos humanistas y compartían esa nueva filosofía. Uno se convirtió en santo; el otro en algo peor. La hija de Enrique, la “bondadosa reina Bess”, podía componer un hexámetro en latín como el mismo Virgilio, y ordenar, como Salomé, la decapitación de varios santos. Evelyn Waugh, en su brillante biografía de San Edmundo Campion, describe esta exacta juxtaposición de sofisticados conocimientos científicos y destrezas literarias junto a la crueldad física y moral “baja y grosera”: Sir Francis Knollys, Lord Howard, Sir Henry Lett y otros nobles de moda estaban ya esperando junto al cadalso. Cuando llego el cortejo, discutían acerca de si el movimiento del sol de este a oeste era violento o natural, pero pospusieron la discusión para mirar a Campion, sucio y cubierto de barro, sobre un carro que se detuvo junto a la horca. El lazo fue colocado sobre su cuello. El griterío de la multitud era continuo y solamente los más cercanos a el pudieron escucharlo cuando comenzó a hablar. Quería pronunciar una especie de exhortación religiosa. Spectaculum facti sumus Deo, angelis et hominibus, comenzó. “Estas son las palabras de San Pablo, que traducidas dicen: «Hemos sido hechos un espectáculo para Dios, un espectáculo para los ángeles y para los hombres», y se cumplen hoy en mi, que soy aquí un espectáculo para mi Señor Dios, un espectáculo pa­ra sus ángeles y para ustedes los hombres”. Nadie escuchaba. Algunos minutos después, lo colgaron, le abrieron las entrañas mientras aun estaba vivo y cortaron su cuerpo en pedazos que clavaron en postes en cuatro “distritos de la ciudad como un “espectáculo para los hombres”. 186

Ismo, como dije, es una adhesión excluyente y excesiva. Entre la variedad de significados, también se reporta, que este sufijo es una “condición anormal resultante de un exceso, como en el alcoholismo”. Y así es: el Humanismo es un exceso y una adicción exclusiva a lo humano, como el alcoholismo, y por tanto es o un vicio, o una enfermedad. Homo sum humani nihil a me aliemim, escribió el poeta romano Terencio: “Soy un hombre, y nada de lo humano me es ajeno”. Hasta aquí, todo esta muy bien, pero cuando uno se concentra en el hombre, Dios se convierte en extraño. La dificultad que los católicos tenemos con el humanismo no es que no seamos humanos, sino que es con el ismo, cualquier ismo, porque lo católico, que significa universal, es una religión ordenada hacia el Autor del Ser integral e infinito, del cual nada esta excluido y tampoco puede haber exceso en amarlo, dado que El es el Infini­to en si mismo. En sentido amplio y bien entendido, un ismo puede designar pertenencia a un grupo, pero hablando con propiedad, incluso la palabra “catolicismo” es un oximoron, es decir, una contradicción de dos ideas contradictorias en una sola palabra compuesta. La dificultad que los católicos tienen con el humanismo no es que haya algo extraño en el hecho de ser humanos, sino en que hay algo destructivo. Porque es destructivo de lo propiamente hu­ mano arrancar al hombre de la tierra, que es su punto de partida, de las estrellas, de los ángeles y de Dios mismo que es su fin. John Donne dice: “Se más que un hombre, o serás menos que una hormiga”, y a esto un católico debería agregar una verdad complementaria: “Admite que eres menor a un ángel o te creerás más grande que Dios”. La palabra humano viene del latín humus, que significa “tierra”, lo mismo que la palabra castellana humus, que es el terreno 187

rico y orgánico en el cual crecen las cosas. Y en hebreo, Adán significa ‘’tierra”: Y el Señor Dios formó al hombre del limo de la tierra. Humus es la raíz de “humano”, “humildad” y “humor”; porque al conocer nuestros humildes orígenes, nunca nos podremos tomar demasiado en serio. Los fanáticos nunca se ríen porque excluyen todo lo que no sea ellos mismos. Creen que son los únicos y, al perder su sentido de ubicación, pierden también el sentido de la proporción. El mejor, o quizás el más grande de los poetas ingleses, Chau­cer, que vivió mucho antes que los nuevos filósofos del humanismo hubiesen quebrado la visión católica del mundo, fue capaz de escribir sobre toda la escala de los seres, desde los ángeles a las bestias, y de toda clase de hombres, desde los santos hasta los pecadores, cada uno en el lugar que le correspondía, con una genial y generosa salud católica. “Hache esta la plenitud de Dios” decía fa Dreyden. Chaucer veía a cada criatura como un eslabón de una intrincada cadena de oro suspendida del amor de Dios: Cuando el primer motor, allí en lo alto, hizo al comienzo la bella cadena de amor, grande fue su obra y alto su pensamiento, porque el sabia el porque, y sobre lo que meditaba. Con su bella cadena de amor, el une con lazos seguros, el fuego, el aire, el agua y la tierra para que ellos no puedan huir... La visión católica, universal e integral de lo humano, y de todo lo demás, nunca puede ser, en sentido estricto, un ismo. La 188

Iglesia no es una secta, arrancada y que vive por si misma. Los humanistas, en cambio, arrancan y destruyen la vida humana misma allí donde quisieran que se expandiera... “Mi alma glorifica al Señor -dice Nuestra Señora-, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque El miro la humildad de su esclava”. Un auténtico humanismo cristiano tendría que abandonar el ismo y recordar que fue hecho del barro. Por otro lado, la palabra griega para hombre es anthropos, una combinación de ana, que significa “hacia lo alto”, y de tropos, que quiere decir “girar”: el hombre es el animal que gira hacia lo alto, que camina erguido, cuya cabeza esta ubicada de tal modo que puede ver el sol y las estrellas: Mientras que el resto de los animales son pronos y miran ha­cia la tierra, los dioses dieron a los hombres un rostro que mira hacia arriba y le ordenaron mirar los cielos y, estando de pie, elevar sus rostros hacia las estrellas. San Isidoro de Sevilla, en su gran enciclopedia llamada Etimologías, cita estas líneas del poeta latino Ovidio y comenta: El hombre camina erguido y ve los cielos a fin de servir a Dios, no buscando satisfacerse a sí mismo en la tierra como los animales, a quienes Dios hizo pronos por naturaleza y obedientes a su vientre. El hombre es doble, interior y exterior. Interiormente es el alma; exteriormente es el cuerpo. Y el Señor Dios formó al hombre del limo de la tierra y sopló sobre su rostro el aliento de vida, y el hombre se convirtió en una alma viviente. Entonces, anthropos, la criatura que mira hacia arriba, es el 189

humus inteligente, el pequeño pedazo de tierra sobre el cual Dios soplo vida semejante a El mismo. Veamos ahora la palabra cultura, que generalmente es utilizada como el trabajo de un medio cualquiera a fin de favorecer el crecimiento. En sentido humano, la cultura incluye las circunstancias artísticas y morales que deliberadamente creamos. Cultura, como en “agricultura”, el cultivo de los campos, deriva del latín cultus, que significa esencialmente aquello que esta sometido, lo que esta bajo un yugo y pensemos en los bueyes que tiran del arado. La cultura es lo que esta subyugado, puesto bajo una regla, como el yugo, y de ese modo domesticado. Un campo cultivado esta subyugado a la regla del agricultor para favorecer el creci­miento de las plantas. Ya no es más salvaje; ha sido trabajado, la tierra ha sido “girada” porque ha sido arada, lo que nos recuerda a anthropos. Las palabras se conectan e interconectan rápida e intrincadamente, y en este sentido son como constelaciones de estrellas. Virgilio usa el latín vertere, “dar vuelta”, en los primeros versos de su gran poema sobre la vida campestre, las Georgicas, uno de los textos capitales de la cultura occidental. Dryden lo llama “el mejor poema del mejor poeta”. Lo que hace alegrar las espigas, bajo las estrellas la tierra se da vueltas... A eso canto. Virgilio, junto con la totalidad de la tradición pagana y cristiana, piensa en la cultura primariamente como la dignidad y perfección del trabajo, especialmente en la vida rural. San Isidoro la define simplemente como “el trigo y vino que se saca de la tierra luego de un largo trabajo”. Muchos de los grandes doctores 190

medievales de la Iglesia, especialmente San Buenaventura, decían que Dios había escrito dos libros de la Revelación: la Biblia y el Libro de la Naturaleza, y cada uno de ellos debe ser leído a la luz del otro, Decía San Isidro, por ejemplo, que la diferencia entre la desnudez y vestir ropas no reside solamente en el hecho físico sino que es también un signo espiritual. La desnudez esta asociada a nuestros primeros padres antes de la Caída y significa, o bien la inocencia, o bien la segunda rebelión contra Dios, que nos ha condenado vivir sometidos al trabajo arduo y con el sudor de nuestra frente. Las hojas de higuera entretejidas como taparrabos son un signo de modestia, es decir, un reconocimiento de la vergüenza que nuestros padres experimentaron como consecuencia de su pecado. Pero es también un signo de trabajo, que es esencialmente penitencial, lo cual esta dicho en la Escritura con las palabras “ceñid vuestra cintura”, cada vez, que se hace necesario realizar un trabajo. Nuestro Señor dijo a sus discípulos: “Ceñid vuestra cintura y encended vuestras lámparas, y sed similares a los hombres que esperan a su Señor”. Otras cinturas más grandes han sido ceñidas con muros, como Enormes cinturones, en torno a nuestros santuarios, hogares, talleres, campos y ciudades. A través de la historia de la civilización, tanto pagana como cristiana, las paredes han sido signo de de ciencia y seguridad para la vida humana. Cuando Homero quiere Caracterizar a los cíclopes, que son caníbales, todo lo que dice, con estricta economía poética, es que “ellos viven sin murallas”, lo cual recuerda el sabio dicho de los campesinos: “Los buenos muros hacen buenos vecinos”. El gusto californiano por la desnudez, el culto por el placer, el esparcimiento y la diversión, las propiedades sin vallas entre ellas, las casas sin paredes interiores, son todos signos de un lento y suave movimiento hacia esa segunda Caída, no del paraíso en esta ocasión, sino del trabajo como verdadera base de la cultura. El desdibujarse de la distinciones en la filosofía y la teología, el ataque a los muros de la propiedad privada y de la privacidad, la 191

perdida de la modestia y de la vergüenza que se manifiesta todos los días en las propagandas y en los artículos de diarios y revistas, escritos por descaradas prostitutas con esa dura sabiduría que les da la calle, que se han convertido en la conciencia de America y develan públicamente todo lo que es secreto, terrible o tierno, bajo el pretexto de que narran solamente “!o que todo el mundo hace”, todo esto es signo en nuestro tiempo del rechazo de la vida civilizada. Si nosotros vamos a restaurar un autentico humanismo cristiano, en el sentido amplio de cultura cristiana, tendremos que pensar no solamente en luchar contra el infanticidio, la educación sexual y la pornógrafa, que son el frente de batalla del humanismo secular -y deberemos luchar a muerte contra eso-, sino también en un trabajo positivo de restauración de la cultura que yace destrozada tras los ataques del humanismo. Tendremos que pensar en esas cosas más simples, más amplias y más elementales que, al perder su fuerza original, dieron acceso al enemigo, y me refiero a las cosas elementales que son el principio y fundamento de la sociedad que debemos reconstruir. De­beremos pensar en el trabajo, aquel trabajo con el que ganamos nuestro pan cotidiano, y especialmente en la agricultura como única y verdadera base de la vida económica y social. “Dios hace al país y el hombre hace el pueblo1, como decía un poeta, y otro: III fares the land, to hast ‘ning ills a prey, Where wealth accumulates and men dacay. [La maldad se apresura sobre la tierra, y abusara de ella, allí donde se acumulan las riquezas y los hombres se desmoronan]. Pío XII lo decía de este modo:

192

Debemos reconocer que una de las causas del desequilibrio y confusión de la economía mundial, que afecta a la civilización y a la cultura, es sin duda el desagrado e incluso el desprecio que se muestra hacia la vida rural junto a sus numerosas y esenciales actividades. Pero, ¿no es que la historia, especialmente en el caso de la caída del Imperio Romano, nos enseña a ver las señales de alarma de la decadencia de la civilización? [...] Nunca se insistirá demasiado en que el trabajo de la tierra genera salud física y moral, con sólo reforzar el sistema que este beneficioso contacto con la naturaleza que procede directamente de la mano del Creador. La tierra no es traidora. No esta sujeta a las veleidades, a las falsas apariencias, a las atracciones artificiales y enfermizas de las ciudades avaras. Su estabilidad, su curso extenso y regular, la perdurable majestad del ritmo de las estaciones, son reflexiones sobre los atributos divinos. Palabras como estas de poetas y papas han caído en oídos sordos por más de un siglo. Aquellos que están en las universidades, convencidos de que la realidad reside en las estadísticas, gráficos v mapas, desprecian este tipo de exhortaciones y las consideran viejos clichés desactualizados. Como he dicho muchas veces en este libro, el problema no es encontrar la verdad y proclamarla, sino tomarla en serio, escucharla y vivir en consecuencia. Nosotros nos convertimos en el trabajo que hacemos. Si la agricultura refleja los atributos divinos, entonces los agricultores, a través de su trabajo, se convierten en semejantes a Dios. Las apariencias no son solamente signos de la realidad sino que, en cierto sentido, son como sacramentos, ya que causan lo que significan. Lo que quiero decir es que hay una relación de causa efecto entre el trabajo que hacemos, la ropa que usamos o que no usamos, las casas en las que vivimos, las murallas o la falta de murallas, el paisaje, lo que registramos más o menos consciente mente todos los días por la vista; los sonidos, los olores, gustos y 193

tactos de nuestra vida de todos los días. Hay una estrecha conexión entre todo esto y el desarrollo moral y espiritual de nuestras almas. Es ridículo pero no menos verdadero que la generación que abandono la distinción entre dedos y tenedores encontrara difícil mantener la distinción entre afectos y sexo, o entre el derecho sobre el propio cuerpo y la muerte de un niño. Si se come papas fritas cubiertas de ketchup con los dedos todos los días, se esta en el camino correcto hacia la morada de los Cíclopes. Las acciones semiconscientes y cotidianas que se ubican bajo la categoría de los buenos modales son el terreno sobre el cual crecen la moral, y la moral, a su vez, lo es de la vida vida espiritual. Somos criaturas de hábitos, como solían decir las monjas. En el orden moral y espiritual, hay una asimilación progresiva entre el modo de vestirnos y nosotros mismos -el habito hace al monje-, y lo mismo sucede con nuestros modos de comer y con nuestro trabajo. Este es el secreto de la Regla de San Benito que, en sentido estricto, regulo la vida de los monasterios y, en sentido amplio, a través de la influencia y ejemplo de los monasterios, civilizo a Europa. El habito de los monjes, las campanas, la vida ordenada, la “conversación”, la música, los jardines, la oración, el trabajo duro y las murallas, todas estas formas accidentales e in­cidentales conformaron la vida moral y espiritual de los cristianos, en el amor a María y a su Hijo. La arquitectura moderna, para tomar un ejemplo notable, ha deformado nuestra relación con Dios y nos ha alejado de su amor. El movimiento arquitectural moderno fue introducido en los Estados Unidos en la década del ‘20 y del ‘30, por los refugiados de la Bauhaus, una construcción experimental de Berlín, diseñada y construida por los marxistas, antes de la llegada del nazismo al poder, para una comunidad obrera revolucionaria; una especie de kibbutz comunista. El propósito era lograr que

194

quienes lo habitaran vivieran de acuerdo con la doctrina marxista. Pero, por una ironía digna de las Cartas del diablo a su sobrino, de C. S. Lewis, los rascacielos que habitan los financistas en Nueva York están construidos de acuerdo con estas prescripciones marxistas, y hasta el diablo se habría sorprendido al ver que estos mismos principios se aplicaron también a la construcción de iglesias católicas. El conocido escritor Tom Wolfe, en un reporte superficial pero preciso titulado From Bauhaus to Our House, ha explicado las consecuencias destructivas de la arquitectura marxista kitsch en toda la vida americana. De entre todos los gusanos suicidas que mordisquean los órganos vitales de la llamada Iglesia posconciliar, el más destructivo es el pluralismo multicultural. Los fieles que se ven obligados a asistir, domingo tras domingo, al Santo Sacrificio en una iglesia construida siguiendo el modelo del palacio de la papa frita, no tardarán en perder la fe, hartos de las innovaciones litúrgicas, como consagrar coca-cola y galletitas. Pero, ¿puede existir un legítimo humanismo cristiano? El estado de la cuestión, como decían los dialécticos clásicos, esta en la definición. Solamente es posible juzgar si un humanismo o cualquier otro desarrollo cultural son compatibles con la fe católica si se conocen que consiste ese desarrollo. Para resumir luego poder continuar: debido a que un católico nunca puede ser sectario, y adherir de modo exclusivo y excesivo a una causa, persona o cosa, no puede existir un humanismo cristiano en sentido estricto. Pero puede existir y ha existido una cultura católica que a veces es llamada humanismo católico o humanismo cristiano. Como ya dije, la palabra cultura deriva del latín cultus, y significa esencialmente un conjunto de acciones destinadas a estar sometidas o sujetas a una regla. Así como la agricultura es el cultivo de los campos, en la religión el culto es la representation de acciones diseñadas para someter al pueblo a los

195

deseos de su dios, como el culto de Apolo o de Isis entre los paganos, o el culto de Cristo, de su Santisima Madre y de los ángeles y San­tos entre nosotros. La religión no es un sentimiento ni tampoco un entusiasmo público o privado. Es una especie de justicia, y la justicia se define como “dar a cada uno lo que se debe”. La justicia siempre es representada sosteniendo una balanza porque el pago de las deudas requiere igualdad. debemos devolver exactamente lo que debemos. Pero hay cierta clase de deudas que pueden ser pagadas solamente en parte, hasta donde podemos, porque en si mismas están más allá de nuestra medida y de nuestra capacidad natural. Por ejemplo, la deuda que tenemos con nuestros padres por darnos la vida y con Dios por darnos la existencia. No podemos darle vida a nuestros padres, incluso si llegáramos a sacrificarnos a nosotros mismos para salvarlos a ellos. No podemos darle la existencia a Dios porque El es la existencia en si misma y no podemos darle lo que ya tiene, y tampoco podemos dar existencia de ninguna manera porque no tenemos poder creador para hacerlo. Nuestra naturaleza no puede crear ex nihilo, es decir, de la nada. Por tanto, este tipo de deudas solamente pueden ser pagadas por lo que se llama justicia relativa, según la cual, como en la parábola, damos la moneda de la viuda: damos todo lo que pode­mos de acuerdo con lo que naturalmente poseemos. La virtud de la piedad es una especie de justicia relativa por la cual honramos a nuestros padres para compensar la deuda de la vida; y la religión es también una especie de justicia relativa por la cual honramos a Dios como Dios y Señor. Dado que estas deudas son inconmensurables e imposibles de saldar, retribuimos con la mo­neda del honor, que se define como el reconocimiento de la excelencia. El honor puede ser tributado a cualquiera por un trabajo bien hecho, pero cuando particularmente es dado por aquellos que están sometidos a quien honran, como los hijos que están 196

sometidos a sus padres los ciudadanos a su nación o el genero humano a Dios, entonces el honor es tributado de acuerdo con formas prescritas, por las cuales reconocemos que poseen la excelencia y nuestra sumisión, y esta es la definición formal de culto. Hay un culto civil hacia nuestra patria que se expresa principalmente en los actos oficiales del gobierno; hay un culto domestico por el que damos honor formal a nuestros padres, por ejemplo, cuando se pide el permiso paterno para contraer matrimonio; y hay un culto religioso entre los católicos que se centra en la eucaristía e incluye el culto a nuestra Santísima Madre y a los ángeles y santos. El culto es la base de la cultura. Una autentica cultura cristiana, por tanto, debe estar centrada en un autentico culto cristiano. Estos son términos técnicos; déjenme entonces repetirlo: la religión es la especie de justicia relativa por la cual nosotros hacemos lo mejor que podemos a fin de pagar la inconmensurable deuda que debemos a Dios por nuestra existencia. Se trata de pagar la deuda de honor a nuestro superior máximo por su suprema e infinita excelencia a través de formas prescritas oficialmente, a las que llamamos culto. Los diferentes tipos de culto están diversificados según los grados de excelencia de la persona a la que se honra: el mismo Dios es siempre el principal objeto del culto religioso cristiano. Y por principal quiero decir que el es siempre el objeto, obviamente cuando el culto esta dirigido directamente a El; pero aunque menos obvio, es ofrecido indirectamente a El a través del culto secundario a los ángeles y santos, ya que la excelencia que honramos en ángeles y santos es la ex­celencia de la gracia, la cual es en realidad su presencia en ellos. Dado que hay un solo Dios, el culto debido directamente a El es único, y los teólogos lo llaman el culto de latría. Si el culto de latría es dado a alguna cosa o alguna persona diversa a Dios, estamos frente a un pecado contra la religión, que es la definición técnica de superstición. Y este culto es llamado idolatría (ídolo es la forma española de eidolon, que significa falso, vacío, imagen 197

falsa). San Pablo dice que un ídolo (I Cor. 7, 4) es “nada en el mundo” y por eso la idolatría es el ofrecimiento supersticioso del culto de latría a algo o alguien que no es Dios, y esto esta prohibido por la razón y expresamente en el primer mandamiento. Pero Dios puede ser honrado indirectamente en sus ángeles y santos porque esta presente en el los por la gracia y, entonces, hay otra especie de culto que los teólogos llaman dulía. ¿Y qué ocurre con Nuestra Santísima Madre? ¿Se le debe dar a ella el culto de dulía en su más alto grado porque es la llena de gracia? Hubo una pelea de familia entre los teólogos debido a esto, pero por amplio consenso de los doctores, concilios y papas, y por el testimonio de la liturgia y la creencia común -el sensus fidelium- sería apresurado y temerario negar que María es un caso especial. La excelencia es el resultado de una acción, y las acciones se miden por sus resultados. La acción más importante de María -su embarazo- culmino en la unión hipostática, la unión de Dios y el hombre. La Santísima Virgen, de esta manera, toca el infinito, y no solamente por la gracia, como ocurre con los ángeles y santos, sino en su propia naturaleza. Bajo la acción del Espíritu Santo, una célula de su cuerpo se convirtió en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. De este modo, ella conoció una participación en la vida divina, mientras que los ángeles y santos solamente la comparten a través de la gracia santificante, convirtiéndose en hijos por adopción. El primer y más alto e importante culto de dulía (que los teólogos llaman protodulia, del griego proto, primero) se debe probablemente a San José porque, como esposo de Nuestra Señora, el es espiritualmente “una carne” con ella y, como padre adoptivo de Nuestro Señor, es su hijo adoptivo más cercano. Algunos dicen que ese culto de protodulia se debe a San Juan Bautista porque Nuestro Señor dijo que no

198

había nacido de mujer hombre más grande que Juan Bautista. Pero León XIII pareciera que zanjo la cuestión en su encíclica Qiiamquam pluries: La dignidad de la Madre de Dios es tan elevada que no puede haber ninguna criatura por encima de ella. Pero dado que San José estuvo unido a la Santísima Virgen por los lazos conyugales, no hay duda que el se aproximó más que ninguna otra persona a esta dignidad. Garrigou-Lagrange, en quien me he basado para este tema, lo discute en su brillante libro La Madre del Salvador. Pero Mariah es madre real, y no adoptiva, de Dios, y así, el culto que los teólogos llaman de hiperdulía es debido solamente a ella. Hyper, como sabemos debido al uso medico del prefijo, significa “sobre” o “en grado inminente”. No se trata de “Mariolatría”, puesto que no es culto de latría, como los protestantes piensan, lo cual significaría superstición, sino de hiperdulía, una única y más alta dulía, debida a ella como Theotokos, Madre de Dios, que es su excelencia más importante, más grande aun que su plenitud de gracia, y constituye la razón radical, pero no la causa próxima de su Asunción. San Alfonso María de Ligorio dice que, cuando el Esposo del Cantar de los Cantares le grita a su amada “alimenta a tus cabritos!”, significa el Espíritu Santo, que es el Esposo, quien le da a Mariah, su Esposa, el poder de alimentar incluso a los pecadores con su gracia salvífica. Como sabemos, Cristo dice que los “cabritos” serán separados de las “ovejas” en el día del Juicio, por lo que el cabrito es figura del que se condena, pero no todos los pecadores se condenaran porque el Espíritu Santo dice “Alimenta a tus cabritos”, lo que significa, de acuerdo con San Alfonso, a 199

aquellos que pertenecen a ella, aquellos pecadores que, a pesar de sus pecados, tienen un deseo sincero de enmendarse y devo­ción a la Santísima Virgen a lo largo de su vida. A estos -sus cabritos-, aunque permanezcan en el pecado incluso hasta la hora de su muerte, y que para todo juicio humano debieran condenarse, les será dada en el ultimo instante la gracia de recibir los sacramentos o la contrición perfecta, lo cual es una buena razón para pensar nuevamente en la precisión y riqueza teológica de cada una de las palabras de su magnifica oración: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora, y en la hora de nuestra muerte. Amen”. Por supuesto, San Alfonso nos advierte que no debemos burlarnos de la Santísima Virgen abusando de su amor con pecados de presunción; lo dice de un modo tan simple que corremos el riesgo de perder la profundidad de la afirmación: Es imposible que un devoto de María, que es fiel en honrarla y encomendarse a ella, se condene. Por tanto, yo respondería a la pregunta inicial -si existe un humanismo cristiano- diciendo que, en sentido estricto, no exis­te, porque ningún católico puede adherir exclusiva y excesivamente a ninguna criatura. Se trataba en este caso de un pecado de superstición y su practica de un culto idolátrico, o bien un acto desordenado de la virtud de religión en la que el culto debido a Dios o a su Santísima Madres es tributado a un ser inferior. Solamente Dios es infinito por naturaleza, pero porque ella lo concibió y así toco el infinito, el culto tributado a María no es idolátrico. El humanismo en sentido estricto no puede ser cristiano. Pe­ ro en un sentido amplio, entendido como cultura, el cultivo del terreno físico, moral y espiritual en el cual crecen los seres humanos puede ser, y de hecho ha sido, un humanismo cristiano. Y aunque sea un escándalo para los historiadores seculares y una sorpresa para 200

los católicos, el autentico humanismo cristiano, o más propiamente cultura cristiana, ha sido ni más ni menos que el culto a la Santísima Virgen. Es la totalidad de la gran cultura que floreció en los mil años en los que Europa estuvo profundamente penetrada de Cristo -el famoso aforismo de Belloc es real: “La fe es Europa, Europa es la fe”- y que se sucedió desde el siglo V hasta el siglo XV, cuando el Renacimiento arranco al hombre de su humus y de su florecimiento entre las estrellas. Durante mil años existió algo llamado Cristiandad y su cultura fue el culto de María, fundado en el humus de su humildad elevada al cielo, desde donde nos atrae. Siempre llama la atención, en argumentos de este tipo, donde los católicos podrían ser acusados de exageración, el testimonio de los agnósticos con respecto a la verdad católica. Cuando Hen­ry Adams, uno de los mejores historiadores americanos (ciertamente el más reflexivo y filosófico), que no era católico sino un pesimista secular que se había percatado de las vanas promesas del humanismo, quería resumir las diferencias entre la cultura cristiana y el humanismo secular, recurría al famoso contraste entre la Virgen y la dinamo. La totalidad de la cultura cristiana, decía, floreció en la Edad Media, cuando el espíritu de Cristo informaba todos los aspectos de la vida, hasta los detalles más ínfimos, desde las canciones de barraca más rudas o las baladas de pastores más populares, hasta las modulaciones más finamente ornamentadas del canto gregoriano; desde las rusticas cruces de los caminos hasta los cruceros de las grandes catedrales como Chartres; desde las alborotadas peleas de estudiantes en las tabernas del Barrio Latino de Paris hasta la brillante coristelaci6n de la Summa Teológica; lo mismo entre santos y pecadores, en la

201

arquitectura, en la guerra -que era conocida como caballería-, en la política, la economía, la música, la poesía, en los campesinos y en los cultores del amor cortes, en los modales groseros o delicados de las cabañas o de las cortes: toda la cultura era simplemente el culto de María, y todo era para el la. En nuestro tiempo, con el reinado de la ciencia y la tecnología, Adams dice que la cultura no es otra cosa que el culto de la dinamo, símbolo de una fuerza sin inteligencia o amor El humanismo secular, a pesar de su nombre, no es el culto del hombre sino de las producciones humanas. Toda la teoría de la historia de Karl Marx nació de la idea de que estamos determinados por nuestra tecnología, a la que el llama medios de producción. Mientras que el humanismo cristiano, más precisamente la cultura cristiana, es el uso de los instrumentos al servicio de la Virgen Mariah. En 1900, Henry Adams asistió a la Exposición Universal de Paris que celebraba la llegada del siglo XX. Allí visito la sección de Ciencias e Industria en compañía de su amigo, el astrónomo Langley, uno de los inventores del aeroplano: Más tarde, hablando de si mismo en tercera persona, escribía: Nada hay más asombroso en la educación como la masa de ignorancia que se acumula bajo la forma de hechos inertes. Adams estudio a Karl Marx y su doctrina de la historia con profunda atención, pero en Paris fue incapaz de aplicar esa teoría. Langley, con la facilidad de un gran maestro de la experimentación, dejo de lado en la Exposición todo aquello que no revelaba una nueva aplicación de fuerza [...] El conducía a sus alumnos directamente hacia las fuerzas. Lo que más le interesaba era la pasmosa complejidad de los nuevos motores Daimler y de los automóviles que desde 1893 se habían convertido en pesadillas a cien kilómetros por hora [...] Luego, mostraba a sus discípulos el gran salón de las dinamos [...] Para el, la dinamo no era más 202

que un ingenioso canal para transportar el calor latente en algunas toneladas de carbón [...] pero para Adams era un símbolo del infinito. A medida que se fue acostumbrando a las grandes galerías de maquinas. comenzó a sentir a las dínamos de doce metros de largo como una fuerza moral, casi como los primeros cristianos sentían a la cruz. Hasta las revoluciones tradicionales y previsibles del planeta, anuales o diarias, le parecían menos impresionantes que esta enorme rueda que giraba con rapidez vertiginosa y apenas con un murmullo. Era un murmullo apenas audi­ble, como una advertencia de que era necesario abstenerse de tocar la fuerza. Un bebe podría haber dormido recostado sobre esta maquina sin despertarse. Y, por poco, no comenzaba uno a rezarle, ya que el instinto atávico dicta su actitud natural al hombre que se ubica frente a una fuerza silenciosa e infinita. No vale la pena detenerse a probar en que medida nuestra música, la arquitectura, la poesía, el arte desde Picasso, Stravinsky y la Bauhaus hasta las expresiones populares como Star Wars, son idolatrías de la fuerza. Con una asombrosa agudeza profética, Henry Adams vio la totalidad del siglo XX desplegada ante sus ojos como un mapa, y vio con claridad equivalente que esto se oponía desde todo punto de vista a otro tiempo, cuando las cosas eran incomparablemente mejores y más bellas. En el Louvre y en Chartres, como el sabia por las investigaciones realizadas y por lo que esta aun ante sus ojos, se encuentra la fuerza más alta alguna vez conocida por el hombre, el creador de las cuatro quintas partes del mejor arte, y ejerce una atracción mayor sobre el alma humana que todas las maquinas de vapor y dinamos con las que siempre sonó. Sin embargo, esa energía fue desconocida para los americanos [...] Todo el vapor del mundo es incapaz de producir Chartres, pero la Virgen es capaz de hacerlo. Símbolo o energía, la Virgen actuó como la fuerza más 203

grande que el mundo occidental hay a jamás experimentado. Y atrajo hacia ella las actividades de los hombres con más fuerza que el que cualquier otro poder, natural o sobrenatural haya podido jamás ejercer. La tarea de los historiadores fue seguir el rastro de esta energía, encontrar de donde venia y hacia donde iba. Se trata de orígenes múltiples y canales complejos, sus meritos, los equivalentes y las modificaciones. Por supuesto, intentó lo imposible. Intento seguir las huellas de la energía y de la fuerza de María sin el secreto de su gracia y su naturaleza, y sin el amor por su Hijo y, por tanto, sin ningún tipo de amor o comprensión de ella, como si fuera una fuerza y como si el método científico pudiera abarcarla. Sin embargo, el libro que resulto de este intento imposible es destacable por sus intuiciones e incluso por sus errores. Mont Saint Michel and Chartres es una obra maestra del pesimismo secular, que hace evidente la vanidad del laicismo y razona con el mismo triste asombro con que lo hacen los ángeles caídos frente al amor que mueve las estrellas. Adams dice de Chartres que para la Iglesia, sin dudas, esta catedral es una entidad bien definida y administrativa, entre tantas otras sedes episcopales [...] pero para nosotros, es una fantasía de niño, una casa destinada a agradar a la Reina del Cielo, a agradarle tanto que pudiera encontrarse feliz en ella, para encantarla mientras sonríe. La Reina Madre fue de una imponente majestad. Era absoluta, a veces severa y podía incluso encolerizarse. Pero permanecía mujer, que amaba la belleza, el ornato -su limpieza, sus ropas, sus joyas-, que consideraba el orden de sus palacios con atención y le gustaba tanto la luz como el color [...] Era extremadamente sensible a las agencias, a las impresiones desagradables, a la falta de inteligencia de su entorno. Fue la más 204

grande de los artistas, de los filósofos, de los músicos y demás teologos que jamás hayan vivido sobre la tierra, excepto su Hijo. Pero en Chartres el era todavía un pequeño niño bajo su protección. La Iglesia fue construida para ella en un espíritu de fe ingenua, practica. utilitaria y en pureza de pensamiento, en todo punto comparable al de la niña que prepara una casa para su uñeca preferida. A menos que podáis volver a vuestras muñecas, no tenéis lugar aquí. Si podéis escapar al peso de vuestros hábitos durante un rato, entonces veréis a Chartres en toda su gloria. Y esto, dice Adams, es verdad no solamente para las grandes catedrales de Francia, que son la más alta expresión en piedra, sino de la cultura cristiana absolutamente en todo lugar, y lo será siempre, sobre toda la superficie de la tierra. Y María es su causa, su consecuencia y su medida. El nombre del demonio es legion y su doctrina el pluralismo. Y la Santísima Virgen lo odia a el, a su doctrina y a la arquitectura de sus satánicas usinas de tinieblas. Por eso, debemos preguntarnos acerca de nuestras iglesias y de nuestras liturgias, de nuestras ciudades, escuelas y hogares, si ellas agradan a la Bienaventurada Reina de los Cielos y de la Tierra, que es tan sensible a la luz y al color, a las negligencias, a las impresiones desagradables y a la falta de inteligencia de su entorno. Y, por encima de todo, que tipo de habitación le hemos preparado en nuestros corazones, donde ella pueda descender y visitarnos con su Hijo. Cada uno de nuestros vestidos y cada una de nuestras diversiones, cada una de nuestras conversaciones, de nuestras empresas o de nuestras experimentos en los laboratorios, cada uno de nuestros escritos ¿le están dedicados? Las reflexiones de los técnicos y de los historiadores confirman lo que la piedad popular sabía desde siempre, y que ha sido claramente reconfirmado por las recientes revelaciones privadas, oficialmente aprobadas por la Iglesia, especialmente en Fátima. Yo creo que la 205

teología y la piedad popular se ponen de acuerdo para afirmar que la restauración de la cristiandad esta ligada al numero de corazones que están consagrados al Inmaculado Corazón de María. En 1942, Pío XII consagro el mundo al Corazón Inmaculado, cuando los ejércitos hitlerianos amenazaban por fuera a la Igle­sia visible. En 1982 y 1984, Juan Pablo II explícitamente repitió este gran acto pontifical en Fátima. Y si queremos colaborar con el en la restauración de la Iglesia, que actualmente se encuentra bajo la amenaza más insidiosa de una apostasía interior, nuestro primer deber de católicos es consagrar nuestros hogares, nuestras escuelas, nuestras parroquias y nuestros corazones. Los signos de los tiempos parecen muy claros: es muy proba­ble, aunque no haya certeza, que el ángel exterminador este ya sobre nuestras cabezas, justo en el momento en que se acaba el siglo más siniestro de la historia. Creo que la hora del castigo anunciado en Fátima ha llegado. No es algo que haya que esperar, sino algo que hay que reconocer. El Santo Padre afronto la muerte en un atentado. Una fracción importante, si no mayoritaria, de la Iglesia en los Estados Unidos y en otros países esta en rebelión material e incluso formal contra el Magisterio. La desobediencia a las enseñanzas del magisterio ordinario contenidas en la Casti connubii y en la Humanae Vitae es general. Las encuestas muestran que los católicos y los humanistas no se distinguen en nada por sus opiniones y sus prácticas en materia de contracepción, de divorcio, de infanticidio e incluso del vicio nefando. No hay na­da comparable históricamente al holocausto anual de un millón y medio de bebes americanos. Y más grave aún, en el orden espiritual, la libre elección es ya parte constitutiva de las reglas para la celebración del acto más grande del universo que es el santo sacrificio de la Misa.

206

Entre las numerosas y excelsas prerrogativas de nuestra Santísima Madre se encuentra la Esperanza: ella es nuestra vida. nuestra dulzura y nuestra Esperanza. En otro momento de la historia, en el tiempo de las tinieblas sobre Egipto los hebreos marcaron las puertas de sus casas con la sangre de un cordero inmolado. En este mismo momento, María pasa delante de la puerta de nuestros corazones y los marca con la Preciosa Sangre de su Hijo Por supuesto que mañana nos levantaremos como cualquier otro día, desayunaremos y nos iremos a trabajar; incluso en tiempos de crisis la vida sigue su curso. Las apariciones de Nuestra Señora en La Salette, en Lourdes y en Fátima, donde nos exhorta a la oración y al sacrificio, no deben ser interpretadas como una invitación al quietismo. Por el contrario, ellas recuerdan y señalan una verdad bien conocida: los grandes cambios de la historia se produjeron a la distancia, mientras que el mundo y sus vanidades ocupaban el frente de la escena. Permítanme traer a colación una vez más a un humanista como testimonio de la fe. En este caso, se trata de un poeta tan agnóstico y sutil como Henry Auden, que llevo una vida muy lejana a la de la Santísima Virgen pero se aproximo a Ella a Graves de una asombrosa intuición. W. H. Au­den expone como las pinturas antiguas que representan los momentos decisivos, tales como la Navidad, la Pasión de Nuestro Señor o el martirio de los santos, rellenan el fondo de los cuadros, e incluso los primeros pianos, con personajes sin relación aparente con el tema, pero justamente aquí esta el punto: Acerca del dolor jamás se equivocaron los Antiguos Maestros. Y que bien entendieron su función en el mundo. Como llega mientras alguno cena o abre la ventana o nada más camina sin objeto.

207

Cómo, mientras los viejos aguardan reverentes el milagroso Nacimiento, habrá siempre niños sin mayor interés en lo que ocurre, patinando en el estanque helado a la orilla del bosque. No olvidaron jamás que el eterno martirio ha de seguir su curso, irremediablemente, en sórdidos rincones donde viven los perros su perra vida y el caballo del verdugo se rasca las inocentes grupas contra un árbol. Y en la segunda parte del poema, Auden se refiere a una famosa pintura que representa el mito de Ícaro, el joven cuyo padre le había fabricado alas de cera y plumas y que, siendo un adolescente rebelde y arrogante, voló demasiado cerca del sol y sus alas se derritieron, provocando su caída y muerte en el mar. El punto clave de la interpretación del mito por parte de Brueghel se concentra en un hecho que ha sido celebrado desde siempre por los artistas, y que jamás llamara la atención de los productores de televisión. Pasa desapercibido en el espacio e, incluso, en el tiempo. No debemos caer nunca en el error de creer que el interés de los medios de comunicación es la medida de los hechos: Por ejemplo en el Ícaro de Brueghel: con que serenidad todo parece lejos del desastre. El labrador oyó seguramente el rumor de las aguas y el grito inconsolable; pero el fracaso no lo conmovió: brillaba el sol como brillo en el cuerpo blanco al hundirse en las aguas verdes. Y la elegante y delicada nave 208

debió haber visto lo asombroso: la caída de un hombre que volaba. Más el barco tenia un destino y siguió navegando en calma. Entonces, nosotros debemos seguir ciertamente con nuestra vida humana, purificando nuestras zonas menos inocentes, mientras esperamos el fin. No estoy sugiriendo que nos escondamos en bunkers y almacenemos allí alimentos y agua mientras esperamos al Anticristo. Todo lo contrario. “Estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas, y sed como el hombre que espera el regreso de su señor”. Debemos seguir tranquilamente con nuestros trabajos y nuestros impuestos, redimiendo el tiem­po mientras estamos en este mundo, incluso cuando se produzca el nacimiento milagroso o el martirio, en el momento menos esperado quizás, como en un improbable Belén, en el patio de nues­tras casas. Seguramente hay alguien leyendo estas palabras ahora mismo que, como Santa Margarita María y Santa Catalina Laboure, serán el alma de una renovación histórica aunque no lo sepan. En este mismo momento, en el mundo entero, María y sus ángeles circulan entre los hombres. Si le consagramos nuestro corazón, estaremos entre aquellos que harán la diferencia. El amor de María envuelve, en primer lugar, a sus sacerdotes, cuyo rol es primordial porque la Eucaristía es en cierto sentido la misma Iglesia, y el sacerdote es el instrumento indispensable, pero abraza también y al mismo tiempo a los sacerdotes y laicos que asisten al Sacrificó. Incluso los más débiles de entre noso­ tros, agobiados por sus pecados y sus fracasos, compartirán ese momento esplendido de la historia de la Iglesia, porque no solamente sus ovejas sino también sus cabritos serán llamados. Si verdaderamente la amamos, veremos en algún lugar y en algún momento, en algún recodo del camino, a un maravilloso Niño 209

bajar del cielo, y la Santísima Virgen hará de nosotros sus súbditos, nos someterá a El, a su voluntad, a pesar de las tinieblas de Egipto y de las tinieblas de nuestros corazones.

210

Este libro se termino de editar en la Ciudad de Santa María de los Buenos Aires el 11 de mayo del ano del Señor 2016 Memoria de San Mayolo de Cluny

211