La Guerra Civil en Sevilla

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Capítulo 2 Sevilla no contaba para el Plan Mola

Queipo de Llano pasó en pocas horas, de ser la única víctima segura de la sublevación, a convertirse en el hombre fundamental Nadie pensó en aquellos días de julio de 1936, que sin la posesión de Sevilla por el general y su reducido grupo de seguidores, la sublevación hubiera fracasado en la Península “A la vista del recuento de fuerzas disponibles, llegamos a la dramática conclusión de que, en teoría, la batalla estaba perdida de antemano en Sevilla. Este era el sentir, y no podía ser otro lógicamente, de la Junta que en Madrid llevaba la dirección del Movimiento. En ningún momento pensó que éste triunfara en Sevilla”1. Con estas expresivas palabras analizaba el comandante José Cuesta Monereo, hombre ecuánime y vinculado desde el primer momento a la organización del Movimiento en Sevilla, la situación previa al alzamiento. Era natural que los conspiradores no tuvieran la menor confianza en la capital andaluza considerada la más conflictiva de la II República y donde las izquierdas se habían impuesto durante el Frente Popular. Además, después de la “sanjurjada”, la guarnición estaba diezmada y desmoralizada.

Una guarnición desmoralizada Sevilla, la ciudad más conflictiva de la República desde el mismo día 14 de abril de 1931 hasta el final de la “Primavera Trágica”2, escenario de la primera “Semana Roja” de España con un balance de veintidós muertos y más de medio centenar de heridos3; “Sevilla la Roja”, como entonces se la adjetivaba, no podía ser nunca afecta al alzamiento militar y mucho menos su plaza militar fundamental con miras a servir de “cabeza de puente” para las tropas africanas. “Sevilla era -como afirma el último gobernador civil republicano- la provincia más conflictiva y su Gobierno Civil el de mayor responsabilidad. Diego Martínez Barrio, me dijo: Sevilla está en llamas... Consiga que Sevilla recobre la paz”4. Además la guarnición militar de Sevilla estaba diezmada y desmoralizada después del fracaso de la sanjurjada y la dura represión posterior. Salvo en el Regimiento de

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Caballería, todos los jefes y parte de los oficiales habían sido sustituidos por hombres afines al Frente Popular y las Fuerzas de Orden Público eran fieles al gobernador Varela Rendueles, quien se encontraba asistido por los dirigentes sindicalistas, especialmente por los comunistas Pepe Díaz, Manuel Delicado, Saturnino Barneto y Antonio Mije5. Estaba claro y así lo consideró el general Mola, que en Sevilla, los sublevados sólo podían aspirar a resistir en algunos cuarteles hasta el triunfo del alzamiento en Madrid... Era lo previsto; es decir, cuestión de pocos días. Por la cabeza de los generales sublevados no pasó nunca la idea de que el alzamiento fracasara precisamente en las plazas más seguras, como Madrid, Málaga, Barcelona, Valencia... Sin embargo, por una jugada del destino, aquella Sevilla frentepopulista, revolucionaria, se convertiría en la clave del éxito inicial del alzamiento. El general Gonzalo Queipo de Llano pasó en pocas horas, de ser la única víctima segura de la sublevación, a convertirse en el hombre fundamental. Nadie puso en duda aquellos días de julio de 1936, que sin la posesión de la ciudad por Queipo de Llano y su reducido grupo de seguidores, la sublevación no hubiera triunfado en la Península, pues al quedar la mayor parte de Andalucía en manos gubernamentales y frentepopulistas, habría impedido la participación de las tropas africanas. El general Emilio Mola, como él mismo reconoció más tarde, pensó huir a Francia la noche del día 19 de julio, al comprobar el fracaso total del plan inicial del alzamiento en Madrid, Barcelona, Valencia y Málaga -que era el puerto escogido para el desembarco inmediato de las tropas de Africa- e ignorar lo sucedido en Sevilla y Cádiz. Mola cambió de opinión aquella misma noche al escuchar al general Queipo de Llano por Unión Radio Sevilla6. El general Mola lo confirmó meses después al decirle públicamente al general Queipo de Llano: “Debo confesar a usted que el 19 de julio, por la noche, yo tenía todo preparado para marcharme a Francia. Pero le escuché por la Radio de Sevilla, y dije: no está todo perdido; es necesario resistir... Es decir, sin la radio de Sevilla, el Movimiento nacional hubiera fracasado”7. Como años después reconocería Ramón Serrano Suñer, en sus Memorias, cuando Queipo de Llano ganó Sevilla para los militares sublevados, “seguramente el episodio de mayor valor e ingenio personal de toda la guerra civil”, el general Franco todavía no había llegado a Marruecos. Y en Sevilla no puso los pies hasta el día 28 de julio8. Pues, bien; por proclamarlo así ante el pueblo sevillano el día 18 de julio de 1939, en el salón de actos del Ayuntamiento, apenas cuatro meses después de terminada la Guerra de España, y pedir para Sevilla el justo reconocimiento del Gobierno de Madrid -como dos días antes lo había hecho con Valladolid al concederle la Cruz Laureada de San Fernando-, el teniente general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra, jefe de la Segunda Región Militar, fue destituido en veinticuatro horas, llevado con engaño a Burgos, recluido en un hotel bajo vigilancia militar y posteriormente, desterrado a Roma9. En efecto, Queipo de Llano fue destituido el día 20 de julio y le sustituyó en el

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mando de la Segunda Región Militar, el general Andrés Saliquet Zumeta10, quien tomó posesión del cargo el día 22. El general Saliquet procedía del mando de la Primera Región Militar, lo que evidenciaba la importancia que Franco le daba a la sustitución, y Queipo de Llano lo juzgaba “poco inteligente, más bien de nula inteligencia”. En Burgos, una vez destituido por Franco personalmente, Queipo de Llano quedó recluido en su hotel bajo la vigilancia del general Sagardía. Decidido su destierro a Roma, bajo la apariencia oficial de que iba al frente de una Misión Militar, no fue autorizado a entrar en Sevilla, por lo que tuvo que hospedarse en el vecino pueblo de Alcalá de Guadaira, quizá en el domicilio veraniego de la familia Beca Mateo. Cinco años después de estos episodios dramáticos, el día 7 de mayo de 1944, el general Franco impuso personalmente al general Queipo de Llano, la Gran Cruz Laureada de San Fernando, en un acto de fervor popular celebrado en la sevillana plaza de España. Y más tarde, concedió a Queipo de Llano el marquesado de su apellido, el primero de abril de 195011. El general Franco, una vez terminada la guerra, aprovechó la primera oportunidad para apartar al general Queipo de Llano del mando de tropa. Franco no se fiaba de nadie. Hoy se conoce que, además de antiguos agravios pendientes desde los tiempos africanos, la causa oculta de la fulminante destitución de julio de 1939, de la detención y destierro del hombre que hizo posible el éxito inicial del alzamiento de 1936, fue una denuncia secreta formulada por el coronel Juan Beigbeder Atienza, que alertó al general Franco de una supuesta conjura para imponer un Directorio Militar11. La demostración de fuerza de Franco en este caso fue de una energía sorprendente aún para quienes creían conocerlo bien. Hay que recordar que entonces, el general Queipo de Llano, considerado el virrey de Andalucía, defensor a ultranza del papel de Sevilla y gran parte de la región andaluza en la guerra recién terminada, disfrutaba de plena popularidad y respeto. Además, acababa de regresar de Berlín, donde se entrevistó en varias ocasiones con Adolfo Hitler, participó en actos públicos, recibió cálidos homenajes y fue oficialmente reconocido como uno de los principales hombres del nuevo régimen español. Franco lo eliminó de un plumazo.

De Valladolid a Sevilla Sevilla fue la clave del 18 de julio de 1936, contra las últimas previsiones hechas por los generales Mola y Fanjul once días antes en Pamplona, al decidir de manera definitiva quiénes estarían al frente de las operaciones militares previstas contra el Gobierno del Frente Popular. A última hora, el general Queipo de Llano fue cambiado de Valladolid -donde estaba asegurado en teoría el triunfo por la disposición favorable de la mayoría de la guarnición y el fuerte apoyo civil de los falangistas, como así fue en la práctica- a Sevilla, plaza con la que nunca se contó, sobre todo después de los informes de Queipo de Llano sobre el estado de la guarnición. En efecto, ni el jefe de la II División, general Villa Abrille, ni los jefes de Cuerpo

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-casi todos recién incorporados a la plaza- habían comprometido su participación. Todas las gestiones previas, tanto del comité de militares falangistas sevillanos como del propio Queipo de Llano, en sus dos últimos viajes por Andalucía, habían fracasado salvo en Málaga, que luego no se sumó al alzamiento y cambió por completo el cuadro estratégico para las tropas africanas13. En Sevilla, la guarnición no había olvidado la dramática experiencia negativa de agosto de 1932 y la dura represión sufrida, que arruinó la carrera de decenas de oficiales. Además, en Sevilla se temía la reacción de las milicias armadas del Frente Popular en los barrios, especialmente en “Triana la Roja”, “El Moscú sevillano” y el cinturón de la pobreza que formaban los suburbios de Amate, El Vacie, El Haza del Huesero y otros, donde habitaban miles de familias. Y con el complemento de la ayuda que prestarían los obreros del campo de los pueblos limítrofes, como sucedió en el verano de 1931. Curiosamente, la situación social y políticamente explosiva de la provincia de Sevilla, nunca fue admitida por las fuerzas de izquierdas, pese a las constantes denuncias de los numerosos gobernadores civiles que pasaron por Sevilla en poco más de cinco años, y los debates planteados en el Congreso por diputados nada sospechosos de conservadurismo como Miguel García y Bravo-Ferrer, de Izquierda Republicana, en junio de 1932, cuyo alegato en favor de la paz social fue un aldabonazo de extraordinario eco político en Madrid14. Al cambiarle de Valladolid a Sevilla -Queipo de Llano había pedido dirigir la sublevación de Madrid y Mola y Fangul no se lo aceptaron, salvándole seguramente la vida-, el día 7 de julio en Pamplona, el general Queipo de Llano asumió, y así lo hizo saber al general Mola, una misión casi imposible... Opinión pesimista que ratificó a Valentín Galarza, la tarde del día 16 de julio en Madrid, cuando recibió la información de marchar aquella misma noche hacia Sevilla ante la inminencia del alzamiento en Africa. Queipo de Llano sabía perfectamente que tenía muy pocas esperanzas de sobrevivir si fracasaba en Sevilla. Esta es la historia simple, pero detrás de los hechos hay personas que protagonizaron un drama colectivo, que debe explicarse a las generaciones posteriores a la Guerra de 1936-39. Una historia a la que tenemos el deber de acercarnos sin ninguna clase de prejuicios. A estas alturas del siglo XX no nos valen los triunfalismos y silencios de los vencedores, propios además de una determinada época; pero tampoco estamos dispuestos a aceptar que se reescriba la historia por los vencidos según sus deseos. Ni desde el franquismo ni desde el antifranquismo es lícito manipular los hechos de aquella tragedia, la llama del odio. Las nuevas generaciones tienen derecho a conocer lo sucedido en aquellos años y formar su propio juicio. Sería un nuevo crimen envenenar su conciencia. En Sevilla, como contrastó el general Queipo de Llano en visitas previas durante los meses de junio y julio, sólo se contaba con un comandante y dos capitanes del entonces Cuerpo de Estado Mayor, varios oficiales de Aviación, Artillería e Ingenieros y pocos más que estuvieran en activo, después de la aplicación de la Ley Azaña. El resto eran oficiales separados del Ejército por la citada Ley y algunos tradicionalistas y falangistas,

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que en su mayor parte se encontraban alejados de la ciudad o en la cárcel de Ranilla. El comité militar lo formaban sólo seis personas: José Cuesta Monereo, comandante del Cuerpo de Estado Mayor; Manuel Escribano Aguirre y Manuel Gutiérrez Flores, capitanes del mismo Cuerpo; Eduardo Alvarez-Rementería y Martínez, comandante de Infantería; Alfonso Carrillo Durán, capitán de Aviación, y Modesto Aguilera Morente, también capitán de Aviación. El general Emilio Mola Vidal había insistido al general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra en que Sevilla no contaba como plaza militar básica. Esto se daba por descontado. En el Sur sólo interesaba inicialmente contar con el puerto de Málaga, donde el general Patxot había aceptado unirse al alzamiento. Tanta confianza tenían todos los conjurados en esta operación, que el propio Queipo de Llano llevó personalmente su familia a Málaga, donde ya residía una de sus hijas casadas. El alzamiento militar contra el Gobierno del Frente Popular -nunca contra el régimen republicano- estaba montado por el general Mola sobre la base de la caída rápida de Madrid. En la capital deberían converger las tropas procedentes de Valencia, Zaragoza, Valladolid, Pamplona y Barcelona, mientras el Ejército de Africa entraba por Málaga con idéntico objetivo para reforzar las fuerzas peninsulares. El alzamiento se había planteado como una operación militar rápida, de tres o cuatro días. Pero la realidad fue bien distinta. Mola fracasó rotundamente en su estrategia. Barcelona, Valencia y Málaga quedaron desde el primer momento en poder gubernamental. En el Norte, sólo Oviedo se sumo al plan y quedó sitiado. Los sublevados de Madrid no pudieron resistir en los cuarteles a la espera de unas tropas que nunca llegarían a tiempo de salvarles de las milicias populares armadas por el Gobierno. Todos los jefes sublevados murieron, empezando por el general Fangul. España quedó dividida en dos partes y pocos días después se generalizaría la guerra civil. El mapa de España15 durante la noche del día 18 de julio y los días 19 y 20, reflejaba tanto el fracaso del plan de alzamiento militar, como la imposibilidad teórica de someter al Gobierno de Madrid con las fuerzas militares disponibles en la Península. Las tropas africanas, convertidas en recurso fundamental para los sublevados, estaban atrapadas al otro lado del Estrecho. La Marina había sido dominada después de la matanza de jefes y oficiales16. No había aviación de transporte, pues los únicos aviones de este tipo estaban en poder del Frente Popular. Dos tercios del país habían quedado en zona gubernamental, con las ciudades más importantes; las industrias pesadas, manufactureras y militares, también estaban en poder de Madrid. Casi todos los puertos, más los recursos financieros y la mayoría de las Fuerzas Armadas y de Orden Público... Esta era la realidad. Los días 18, 19 y 20 de julio, las ciudades de Sevilla, Cádiz, Córdoba y Granada, en poder de los sublevados, eran diminutos oasis dentro de la zona Sur controlada casi por completo por el Gobierno de Madrid. Pequeños puntos aislados, sitiados, casi sin esperanzas, faltos de información sobre lo que sucedía en el resto del país; unos territorios muy inferiores a sus propios términos municipales, que en el caso de Sevilla aún era más reducido, pues apenas si alcanzaba al centro de la ciudad y poco más.

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Los días 18 y 19 fueron de incertidumbre en Sevilla. Hasta el día 20, en las primeras horas de la mañana, no llegaron los primeros refuerzos de Africa para el general Queipo de Llano: en total, treinta y nueve soldados legionarios, un teniente y un sargento al mando del comandante Antonio Castejón Espinosa. Eran de la Quinta Bandera de la Legión. Sobre las dos de la tarde del mismo día 20, arribaron a la ciudad tres autobuses procedentes de Cádiz, con un tabor de Regulares. Con estos mínimos refuerzos, Queipo de Llano organizó un “carrusel” continuo por las principales calles liberadas de Sevilla, mientras él utilizaba la radio para informar, exultante, que “todo el Ejército de Africa” estaba ya tomando los barrios sevillanos y además se aprestaba a salir en socorro de los pueblos que estaban dominados por las milicias frentepopulistas. Y luego, a liberar Madrid... La realidad es que el “carrusel” de tres o cuatro camiones de Campsa, en sus primeras giras urbanas sólo llevó a los cuarenta legionarios y algunos soldados voluntarios, a los que luego se sumaron por la tarde otros camiones cargados de regulares. Legionarios y moros lanzaban gritos de júbilo a su paso por las calles, levantando los fusiles. Y la genialidad de Queipo de Llano logró su objetivo. Los ciudadanos escondidos en sus casas vieron pasar los camiones y creyeron que era verdad que el Ejército africano estaba en Sevilla. Quién se iba a fijar en que los camiones, los legionarios y los moros eran siempre los mismos... Para media Sevilla habían llegado las tropas salvadoras. Y para la otra media, la que permanecía alerta en las barricadas de los barrios, la única esperanza era que Madrid también enviar a sus tropas para ayudarles. Pero salvo vuelos aislados de aviones que bombardearon Tablada y poco más, el Gobierno ni siquiera se planteó acudir en socorro de las milicias del Frente Popular, creyendo, equivocadamente confiado en la fama de “Sevilla la Roja”, que aquéllas se bastarían para acabar con Queipo de Llano y sus reducidas fuerzas. No tenían información veraz de lo que estaba sucediendo, empezando por la huida de la mayoría de los dirigentes obreros, que dejaron a las masas sin mando. Queipo de Llano, micrófono en mano, utilizando la radio por primera vez en la historia como arma de guerra psicológica, ganó la partida. El mismo día 20, con los legionarios y los regulares recién llegados, Queipo de Llano intentó tomar el arrabal de Triana al atardecer. La operación fue un fracaso, pues lo que se estimó como un paseo militar fue rechazado por una defensa bien organizada. El general quedó sorprendido por el potencial de fuego y la estrategia defensiva de los milicianos parapetados en las barricadas de las plazas del Altozano y de Chapina y de la calle Pagés del Corro. Los milicianos, embravecidos, después de tres días dueños absolutos de Triana, donde impusieron el régimen libertario, asesinaron a varias personas y saquearon numerosos edificios, intentaron incendiar la iglesia de Santa Ana, destrozaron las imágenes de la Hermandad de Nuestra Señora de la O y causaron desmanes contra las personas y la propiedad. Pero el día 21, con tres columnas bien organizadas y apoyadas por la artillería, Triana sucumbió después de cruentos combates, seguidos de operaciones de limpieza de enorme dureza contra los francotiradores que quedaron aislados. Algunos de ellos

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fueron arrojados por los legionarios desde las azoteas al pavimento de la calle. Al día siguiente, 22 de julio, las mismas tres columnas, reforzadas con falangistas recién liberados y tradicionalistas, tomaron el temible “Moscú sevillano”, integrado por los barrios de la Macarena, San Gil, Feria, Santa Marina, San Marcos, San Román y San Julián. Toda una geografía tristemente famosa durante los años republicanos, que fue defendida calle a calle, casa a casa, por las milicias frentepopulistas dirigidas por el anarquista Andrés Palatín, que murió en lucha cuerpo a cuerpo con los legionarios que asaltaron su cuartel general instalado en el Hospicio de la calle San Luis. Desde la tarde del sábado 18 hasta el anochecer del miércoles 22, Queipo de Llano no fue dueño de la ciudad. Hasta entonces sólo dominó parte del casco antiguo, donde hasta final de julio hubo francotiradores aislados que acosaban a los viandantes.

Complot de silencio Sevilla no sólo fue la clave del éxito inicial del alzamiento, sino que volvió a serlo durante los primeros meses de la guerra. A partir del día 20 de julio, la base de Tablada hizo posible el primer “puente aéreo” de la historia de la aviación militar. Y lo fue, además, en condiciones excepcionales. Desde Sevilla se apoyó a la escasa fuerza que aseguró el uso de los puertos de Cádiz y Algeciras; se acudió en ayuda de Córdoba y Badajoz; se multiplicó en tiempo récord la producción de munición en la Pirotecnia; hizo posible el uso de aviones y piezas de artillería en sus fábricas militares; proporcionó alimentos, ropas y divisas logradas con la exportación de aceitunas y aceites y minerales, y se convirtió la cosecha cerealista de 1936 en pieza decisiva para la economía de guerra de los sublevados. Y además, lo más importante en aquellos primeros meses, puso varios miles de hombres en línea de combate. Todas estas circunstancias y otras de excepcional valor, como el sostenimiento en condiciones precarias durante toda la guerra del frente Sur, protagonizadas por los andaluces, ha sido generalmente silenciada o subvalorada por los historiadores del franquismo y también por los apólogos de la República y el Frente Popular, de manera que, más de medio siglo después, aquellos acontecimientos claves de la historia de España que protagonizó Sevilla, son desconocidos por las generaciones actuales. Tanto es así que, cuando la bibliografía de la Guerra de España superaba los doscientos cuarenta mil títulos17, únicamente dos monografías básicas se ocupaban de Sevilla. Una fue publicada en Sevilla a finales de 1936 y reeditada en 1937, explicando el alzamiento desde el bando vencedor18. Otra se publicó en Barcelona a principios de 1938 y describe el alzamiento y la represión durante los años 1936 y 1937, con evidente parcialidad. De este libro se hicieron otras ediciones en Londres, Buenos Aires y La Habana también en 193819. A la falta de información publicada sobre las circunstancias vividas en Sevilla

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por ambos bandos durante los días del alzamiento y las aportaciones realizadas luego durante la contienda, se une el desconocimiento de las realidades sociales, económicas y políticas que justificaron el nombre de “Sevilla la Roja” y “Sevilla la Mártir” durante la etapa republicana y primeros días de la represión nacionalista20. Sin embargo, ambas etapas son inseparables y no puede explicarse hoy el 18 de julio de 1936 sin antes conocer los acontecimientos revolucionarios vividos en Sevilla desde el 14 de abril de 1931 y las causas sociales que los motivaron. Sólo así se podrá comprender que fueron hechos excepcionales los que dieron el éxito al general Queipo de Llano. Nadie duda a estas alturas que la conquista de Sevilla fue un golpe conjunto de genialidad, audacia, inteligencia, valor y suerte. El destino fue decisivo en aquellos días primeros del alzamiento. Y hay que subrayar que, entre los días 18 y 19 de julio, Queipo de Llano tuvo perdida la partida en varias ocasiones, y en todas jugó a su favor algún hecho imprevisto, insólito e inexplicable...

Las jugadas del destino Queipo de Llano comenzó con la suerte de cara en Huelva, la misma mañana del día 18, donde estuvo en manos del gobernador civil de aquella provincia y logró salirse de la trampa en que estaba metido con rara habilidad y enorme sangre fría. Poco después, en la carretera camino de Sevilla, volvió a superar la detención por parte de una pareja de guardias civiles. Incluso a la en apariencia fácil manera de adueñarse de la II División, controlando al general Villa Abrille y varios jefes y oficiales, siguió el decisivo enfrentamiento con el coronel Allanegui Lusarreta en el cuartel de San Hermenegildo, sin duda el momento crítico más representativo de la personalidad de Queipo de Llano, que resolvió la situación jugándose la vida a cara o cruz. Todavía en la madrugada y primeras horas de la mañana del día 18 de julio y antes de que Queipo de Llano llegara a Sevilla procedente de Huelva, la base de Tablada fue escenario de dos acontecimientos también decisivos que beneficiaron la acción posterior de Queipo de Llano en Sevilla y, al mismo tiempo, a las tropas sublevadas en Africa. Por una parte, el teniente de Artillería Enrique Pedrosa Barraca, inutilizó parte de las bombas que se había visto obligado a llevar al aeródromo para cargar tres aviones llegados de Madrid y con destino al Norte de Africa. Por otra, el capitán de Aviación Carlos Martínez Vara de Rey inutilizó a tiros de fusil un “Douglas DC-2” dispuesto también para bombardear las tropas sublevadas en Marruecos21. Siguió a media tarde el hecho capital de la participación de la artillería en el alzamiento, que si bien decidida de antemano su adhesión, llegó a la plaza Nueva por la intuición y el valor de los capitanes Vicente Pérez de Sevilla Ayala y Fernando Barón Mora-Figueroa, los cuales, en vez de dirigirse hacia la sede de la División, en la Gavidia, como tenían previsto de antemano en el cuartel, decidieron cambiar de rumbo al llegar al puente de San Telmo y escuchar los disparos en el centro de

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la ciudad. Una decisión eficaz. Sin la llegada oportunísima a la plaza Nueva de la primera batería del Tercero Ligero, no se hubiera podido tomar el edificio de la Telefónica, que fue la primera y más importante victoria de los sublevados a las órdenes de Queipo de Llano. También a media tarde del día 18, fue Rafael Martínez Estévez, comandante de la Base Aérea de Tablada, el que sin llegar a sumarse a los sublevados, decidió a favor de Queipo de Llano al negarse a cumplir las órdenes del gobernador civil, Varela Rendueles, que exigía el bombardeo aéreo de la sede de la II División y de las zonas de la plaza de Nueva donde se encontraba emplazada la artillería y operaban las tropas para ocupar el hotel Inglaterra y el Gobierno Civil. Para Queipo de Llano y los sublevados resultó aún más positiva la actitud de los milicianos trianeros que cruzaron el puente de Isabel II y se dedicaron al saqueo e incendio de edificios de la calle Reyes Católicos, cuando a unos cien metros escaso su sola presencia hubiera desbordado al reducido grupo de soldados de Intendencia e Infantería, más algunos guardias civiles de servicio en el Banco de España, parapetados en el Ayuntamiento y tenidos a raya por los guardias de asalto desde el edificio de la Telefónica, con las ametralladoras que antes habían quitado al grupo de infantes mandados por el capitán Carlos Fernández de Córdoba. Igual sucedió con el resto de las milicias de otros barrios, que abandonadas por sus dirigentes, se dedicaron al pillaje e incendio de iglesias y fábricas, al mismo tiempo que se hicieron fuerte tanto en Triana como en la zona del “Moscú sevillano”, fortificando las entradas con barricadas. En conjunto, los grupos de milicianos, entre veinte y veinticinco mil personas, aunque minoritariamente armados, hubieran roto, con solo su presencia masiva, el equilibrio a favor de los guardias de asalto en su enfrentamiento con los soldados. Pero las milicias frentepopulistas fueron abandonadas por sus dirigentes desde las primeras horas de la jornada, con la excepción de Andrés Palatín, del que ya hemos dicho que murió en la defensa del Hospicio, convertido en cuartel general de la resistencia22. En la misma tarde del 18 de julio se evitó que un grupo de milicianos asaltara el Parque de Artillería, en el Arenal, donde había almacenados varios miles de fusiles y pistolas y algunas ametralladoras, así como unos cincuenta mil cartuchos. También un grupo de cinco milicianos fueron muertos en la plaza de San Francisco, frente al Banco de España, dentro de un taxi, cuando se disponían a pedir ayuda a los milicianos que estaban en la calle Reyes Católicos saqueando e incendiando edificios. Pero quizás el hecho más decisivo y sorprendente se produjo en La Pañoleta en la mañana del domingo día 19, cuando el comandante Haro, de la Guardia Civil, logró interceptar la columna de mineros de Río Tinto que tenía como objetivo volar la Giralda como símbolo, además de los puentes, la emisora de Unión Radio Sevilla y la sede de la II División.

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Reescribir la historia Los episodios más conocidos son ahora reconstruidos con los testimonios escritos y orales de sus principales protagonistas y testigos, despojados ya de autocensuras obligadas por las propias circunstancias. Al mismo tiempo, han surgido conocimientos sobre otros hechos no menos decisivos y dramáticos. Así, por ejemplo, han podido conocerse testimonios que confirman la fuerte resistencia encontrada en Sevilla por el general Queipo de Llano cuando fue designado para mandar el alzamiento, según relata un manuscrito de Eduardo Alvarez-Rementería y Martínez, uno de los hombres clave de la organización del Movimiento en Sevilla. En general hemos podido contar con nuevas versiones sobre cómo cayeron en la emboscada de La Pañoleta los mineros de Río Tinto; cómo y cuándo se decidió que las baterías del Tercero Ligero modificaran su objetivo inicial; cómo pudo huir en un carguero anclado en el puerto Saturnino Barneto; cuáles fueron las esperanzas secretas del gobernador civil Varela Rendueles para intentar engañar a Queipo de Llano; cómo el comunista Manuel Delicado descubrió que Varela Rendueles mintió cuando negó haber facilitado armas a las milicias populares, según documento fechado en 1936 y confirmado por el escritor Manuel Barrios en 1978; qué sucedió en el Parque de Artillería y sus alrededores, contado por Enrique Pedrosa Barraca, Pablo Naranjo Moreno y Rafael Laguillo Martín, con lo que se aclara uno de los episodios decisivos del 18 de julio. Hemos tenido acceso a documentos personales de los principales personajes del comité militar, que desvelan el contenido de las dramáticas conversaciones entre Queipo de Llano, Cuesta Monereo y Carrillo Durán, en el Hotel Simón de la calle García de Vinuesa, poco antes de dirigirse hacia la sede de la II División en el pequeño automóvil “Renault” de este último23. Cómo fue martirizado el sacerdote José Vigil Cabrerizo, que murió perdonando a sus verdugos, contado por sus hermanas Carmen y Cecilia; la lucha en la plaza Nueva, recordada con todo detalle por el sargento artillero José Fernández Rodríguez; los mismo hechos vistos desde el interior de la Telefónica por el personal que se encontraba de servicio en la jornada del 18 de julio; cómo se organizaban las guardias de voluntarios para evitar que incendiaran los templos y capillas donde tenían sus sedes las Hermandades y Cofradías, y quiénes tuvieron en su domicilio, en total secreto, la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena y otras veneradas imágenes de la Semana Santa sevillana. También hemos conocido una de las actuaciones menos investigadas y, sin embargo, más decisiva durante las primeras semanas del alzamiento, como fue el comportamiento de los pilotos civiles del Real Aero Club y su nómina de bajas mortales, en servicios vitales para la seguridad de la capital24. En conjunto, una tarea apasionante, paciente, laboriosa, que nos ha permitido conocer testimonios escritos y orales hasta ahora inéditos, que recuperan del olvido hechos y circunstancias que configuran la pequeña historia, plena de valores humanos. El papel clave de Sevilla en los primeros meses de la guerra, se acrecienta cuando

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se conoce la organización administrativa de la zona Sur a partir de la toma de la capital y el inicio de la liberación de los primeros pueblos de la provincia. Sólo el complot de silencio y la inhibición que siguió al cese de Queipo de Llano, en julio de 1939, justifica que se desconozca el verdadero alcance de los bandos y órdenes con que se gobernó Sevilla y parte de Andalucía hasta final de 1937. Un total de noventa y dos bandos y treinta y ocho órdenes, que regularon los asuntos de Guerra y Gobernación, Hacienda y Economía, Comercio e Industria, Agricultura, Trabajo, Asistencia Social, y Beneficencia y Justicia. Desde los problemas arancelarios más inmediatos hasta el comercio exterior de materias primas, la compra de combustible para la aviación, la ordenación de cultivos prioritarios para la economía de guerra, alquileres de viviendas, desahucios -asunto donde Queipo de Llano demostró una sensibilidad social muy avanzada-, auxilios a familiares de soldados, atención a los niños huérfanos y pobres, escuelas, contrabando, cambio de moneda, suscripciones públicas... Un organigrama que, en muchos casos, fue asumido por el Gobierno de Burgos25.

Diez observaciones finales 1.- Más de setenta años después del 18 de julio de 1936, está justificado reivindicar el papel histórico de Sevilla como pieza clave del éxito inicial del alzamiento militar y durante los primeros meses de la Guerra de España, así como en el mantenimiento del Frente Sur durante toda la contienda, cuyo colofón decisivo fue la batalla de Peñarroya26. 2.- Desenmascarar el complot de silencio en torno a la participación sevillana y andaluza occidental en la Guerra de España, motivado principalmente por la enemistad entre los generales Franco y Queipo de Llano, y más tarde por el enfrentamiento del jefe del Estado con el cardenal Segura. Sevilla fue tema tabú para los historiadores del régimen27. 3.- Demostrar que inicialmente el alzamiento militar en Sevilla fue obra exclusiva de un reducido grupo de militares, con la importante colaboración de tradicionalistas y falangistas, que inmediatamente encontró el apoyo de gran parte de la población civil de clase media y burguesa28. 4.- Demostrar que en Sevilla la convivencia social se había degradado de manera increíble, que la vida de las personas no estaba asegurada por el Gobierno y que el objetivo del Frente Popular era imponer el soviet, siguiendo las directrices de la Internacional Comunista. Desde antes de la República la influencia soviética en Sevilla era creciente, hasta el punto de que un conjunto de sus barrios era conocido como el “Moscú sevillano”. En esta zona, como en “Triana la Roja”, podían leerse pintadas con la siguiente leyenda: “¡Viva Rusia y muera España!”. Moscú envió a Sevilla al agente del GPU Alexis Katezbenkov29 en 1927, para atraerse a los anarquistas Pepe Díaz, Saturnino Barneto, Antonio Mije y otros dirigentes obreros con los que reorganizó el Partido Comunista de España.

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5.- Denunciar y esclarecer tanto los silencios interesados como las manipulaciones sobre la Sevilla de los años treinta, en sus aspectos sociales, económicos y políticos. Especialmente debe conocerse la situación límite que soportaron los miembros de las Fuerzas Armadas y la clase media en general, que no pudo autoexiliarse como hicieron gran parte de las familias burguesas perseguidas primero por la República, después de la “sanjurjada” de 1932, y más tarde por el Frente Popular durante la “Primavera Trágica” de 1936. Asimismo desvelar el comportamiento de la Comunión Tradicionalista y Falange Española como fuerzas sociales de choque antes del alzamiento30. 6.- Resaltar los valores excepcionales de la labor educativa de la República en Sevilla, sobre todo en enseñanza primaria, en contraste con el abandono padecido por Sevilla, capital y provincia, como toda Andalucía, durante la anterior etapa monárquica, salvo durante el breve paréntesis de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera31. 7.- Dejar constancia documentada del abandono y huida por parte de los dirigentes sindicales y de partidos políticos de izquierda, de sus puestos de mando al frente de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC), y de las masas obreras en general desde el mediodía del 18 de julio de 1936, con la única excepción del anarquista Andrés Palatín, que murió luchando en el Hospicio frente a las tropas nacionales que ocuparon San Marcos. La falta de dirección de los grupos obreros fue la causa principal de su comportamiento indisciplinado, bajo la influencia de agitadores foráneos que tenían misiones previstas, como la quema de los templos32. 8.- Subrayar el paralelismo entre quienes apoyaron el alzamiento militar de 1936 y antes votaron y aplaudieron la llegada de la II República en 1931, como una esperanza para salir de la degradación política y social y la crisis económica producida por el fracaso de la Monarquía de Alfonso XIII. Fueron muchos republicanos de primera hora, promotores de la caída del régimen monárquico, los que se desvincularon de la República al conocer los planes marxistas para España y las causas de la revolución de Octubre de 1934. Gente que justificó la intervención militar como única salida para acabar con la barbarie imperante desde el triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936. 9.- Afirmar que el alzamiento militar se planteó en Sevilla de acuerdo con las normas dictadas por el general Emilio Mola Vidal, exclusivamente. El objetivo único era implantar una Dictadura Republicana que salvara al Régimen republicano del Frente Popular. Para el Komintern la II República era el paso obligado para llegar al régimen soviético, como en Rusia lo había sido la primera revolución burguesa de la Primavera de 1917, que luego se convirtió en la revolución soviética de octubre. Los planes para España fueron diseñados por Lenin y Trotsky y puestos en práctica por Stalin33. Los generales republicanos Queipo de Llano y Cabanellas, y luego el mismo Franco, así lo confirmaron en sus documentos públicos. Franco llegó incluso a advertir por escrito al jefe del Gobierno de los planes en favor de la República. Y también Franco, en unas declaraciones al marqués de Luca de Tena, publicadas en “ABC” de Sevilla en 1937 -que luego han sido manipuladas-, negó tajantemente cualquier plan de los sublevados para restaurar la Monarquía al término de la guerra, y muchísimo menos,

La guerra civil en sevilla

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en la persona del Rey Alfonso XIII. El plan de Mola se mantuvo hasta casi un mes después del alzamiento, cuando ya quedó confirmada la unidad entre la República oficial y el Frente Popular. Fue en Sevilla, el 15 de agosto de 1936, cuando se arrió la bandera tricolor para restaurar la bicolor. El cambio de bandera, en el balcón principal del Ayuntamiento, lo hizo el general Queipo de Llano por indicación del general Franco, quien declinó la preferencia34. 10.- Hay que admitir que la represión fue brutal en ambas zonas. En la dominada por las milicias del Frente Popular a partir del 18 de julio de 1936, fue de una crueldad, de un salvajismo, que sólo podría justificarse en la locura colectiva desatada por el odio de clases acumulado durante generaciones. Los crímenes cometidos sin miramiento de edad y sexo, las torturas horrorosas a que fueron sometidas algunas víctimas antes de ser cruelmente rematadas, especialmente en los casos de sacerdotes, religiosos y falangistas, son páginas negras de una historia que de ninguna manera debe ocultarse, sino que hay que conocer para que sirva de reflexión. Igual sucede con la represión efectuada durante los primeros meses de luchas, tanto en Sevilla como en los pueblos que fueron ocupados por las tropas y milicias nacionales, nombrándose gestoras para “restaurar la normalidad”. En la mayoría de los casos, aquellas gestoras produjeron un número de represaliados muchísimo mayor que el de víctimas del Frente Popular. Si bien en algunas localidades, como Constantina, Lora, Guadalcanal, El Arahal, Utrera, etc., la represión pudo ser motivada por las terribles escenas que se encontraron las tropas y milicias nacionales, en otros pueblos, como, por ejemplo Dos Hermanas, donde no hubo un solo muerto a cargo de las milicias del Frente Popular, la represión fue desproporcionada. Debe admitirse que, más de setenta años después de aquella tragedia, aún había miedo y resentimiento en los pueblos más castigados por ambos bandos.