La Ficcion de La Memoria

LA FICCION DE LA MEMORIALa narración de historias de vida. Autora: Irene Klein- Editorial Prometeo EL RELATO DEL YO O LA

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LA FICCION DE LA MEMORIALa narración de historias de vida. Autora: Irene Klein- Editorial Prometeo EL RELATO DEL YO O LA REIVENCION DE SÍ MISMO 1. Representar lo ausente José Donoso se refería (…) a la ficción de la memoria y a la escritura contra la muerte como aquellas obsesiones de exiliado que dictaban su obra. (…) La memoria es el concepto mediador entre el tiempo vivido y la narración. (…) La “narración de vida” es el proceso narrativo a través del que un sujeto cuenta los hechos más significativos de su vida sin que esa narración llegue a configurar, la mayoría de las veces una historia de vida completa sino un collage o sucesión de fragmentos –anécdotas, recuerdos- que carecen de continuidad, orden o ilación lógica. ¿Qué es narrar? En primera instancia, podemos decir que narrar un hecho pasado es fundamentalmente reproducir por medio del lenguaje algo que pasó, es decir, volver presente lo ausente. Por lo tanto, narrar, sería representar lo que no está bajo la percepción del narrador. El narrador puede reconstruir ese “ya sido” porque recuerda, porque retiene el pasado gracias al presente que lo actualiza. Dicha re-presentación implicaría de este modo una reconstrucción del pasado –como objeto ausente- por parte de la memoria. Es sólo a través de ella que el sujeto puede relacionarse con su tiempo pasado y actualizarlo en el presente de la narración. Si entonces, en síntesis, el relato permite relacionar el pasado con el presente, sobre el que se inscribe, como a la vez crear una espera del futuro, el relato puede dar cuenta de la temporalidad como totalidad. Esto es lo que propone Paul Ricoeur cuando afirma que es el relato el medio privilegiado que ofrece el lenguaje para (…) esclarecer la experiencia temporal como dimensión de la existencia humana. Es de este modo que el sujeto puede darle sentido a su pertenencia al mundo y constituir su historicidad, es decir, su ser en la historia.

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Las narraciones de vida surgen de la imperiosa necesidad del sujeto de saber quién es; la respuesta al “quien soy” solo puede ser narrativa porque el sujeto es en la medida en que se puede relatar. 2. La metáfora del pasado Según Ricoeur, la re-construcción del pasado como lo ya-sido, está presente en toda narración porque re-construir implica tanto una selección de hechos como su configuración en una unidad significativa. (…) Si el relato de vida, como todo relato, re-presenta un objeto ausente –el pasado-, ¿cuál es su referencia si ese objeto al que se refiere no está y volverlo presente exige una operación de reconstrucción? En tanto lo que representa es una representación mental del objeto en el sujeto, la orientación referencial del lenguaje es indirecta. En oposición a la concepción positivista de la historia que identifica lo real pasado con la verdad, Ricoeur señala que el pasado es una construcción discursiva de la que participa el trabajo de la imaginación. De este modo, la relación entre lenguaje y mundo sufre en Ricoeur un desplazamiento conceptual de la noción de referencia (…) Entonces, si en el relato de vida el objeto de referencia es inexistente y para volverlo presente exige ser reconstruido, ¿podemos decir que el relato de vida es ficción? Sí, pero solo en términos de referencia indirecta y mediado por la actividad simbólica del “como si”. Esto significa que la referencia no responde a la representación sustancialista (el signo designa el objeto) sino que es metafórica: el relato es una construcción simbólica del lenguaje. Al igual que el sujeto historiador, que según Ricoeur no posee las acciones humanas sino las huellas que de ellas han quedado, el sujeto narrador de sí mismo no posee más que las huellas de su ser pasado que han quedado en su memoria. Es así que el relato no reproduce el pasado ni encuentra su sentido, sino que produce el pasado y produce el sentido. (…) A diferencia de la referencia denotativa que presupone la noción de observación y de la referencia directa que está sujeta a la comprobación de quien observa, la referencia indirecta presupone 2

a la vez distancia y extrañamiento. Si la explicación deductiva directa describe, la indirecta redescribe. Tal es el proceso de la metáfora (…) A diferencia de la narración ficcional que re-describe el mundo sin pretender decir la verdad sobre lo real, según Ricoeur, el relato histórico –como la narración de vida- re-presenta la realidad redescribiendo el mundo pero tal como lo realiza el lenguaje ordinario, es decir, con pretensión de decir la verdad. (…) Por lo tanto la ficción no tiene por horizonte decir certezas sino sobrepasar el límite de lo real. (…) La ficcionalidad provoca, en un juego de ocultación y revelación, la simultaneidad de lo que es mutuamente excluyente; da a entender que lo que se dice debe ser tomado “como si” se refiriera a algo cuando todas las referencias están ocultas y deben ser imaginadas. Por lo tanto, la ficcionalidad presupone una duplicidad de dos mundos que no se oponen, uno de los cuales es siempre el real (que el texto capta y transgrede) y el otro es la alteridad. Producir relación entre el relato y los acontecimientos no es posible como reproducción sino como alteridad, que presupone el extrañamiento. (…) También el sujeto narrador de historias de vida mantiene con los acontecimientos narrados una relación de otredad: el sujeto (…) se construye en tanto otro o yo refigurado, como personaje (…) La narración de vida comparte con el relato de ficción la posibilidad de la reinvención del sujeto, esto es de irrumpir el límite –existencial- que lo define. Sin embargo, no lo hace solamente desplegándose bajo una multiplicidad de disfraces como modos de auto-representación, sino también fundiendo el principio con el fin, realidades inaccesibles para la experiencia humana. En tanto, entonces, la narración de vida pone en escena lo inaccesible, es, al igual que la ficción, generador de significados (…) En la medida en que el sujeto puede convertirse en otro y escribirse como relato de vida, es decir hacer accesible lo que de otra forma permanecería inaccesible, cumple al igual que la ficción una función cognoscitiva. Es a través del relato de vida que el sujeto, que no conoce su origen sino a través de otros relatos y que ignora su fin, se escribe como relato, se inventa un

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principio y un fin para acceder de este modo al conocimiento sobre sí mismo y esclarecer el sentido de su vida. 3. El sentido del final Tanto el relato histórico como el de ficción poseen dos dimensiones, una cronológica y la otra atemporal. Si la primera permite seguir las contingencias de una historia por su carácter episódico (…) la segunda al por qué de los hechos (…) a la elaboración de totalidades significantes a partir de esos acontecimientos dispersos. De esta manera, todo relato se construye a través de la tensión entre ambas dimensiones. (…) La configuración (mimesis en términos de Ricoeur) permite, en tanto síntesis de lo heterogéneo, que la sucesión de acontecimientos de una historia se constituya en una totalidad. Por lo tanto, si lo que representa es una experiencia de tiempo, todo relato (según Ricoeur) es una experiencia temporal del hombre mediada por lo límites –de principio y fin- de otro modo inaccesibles a la experiencia temporal humana. Por tal motivo la mimesis no es concebible sin la poiesis mediante el cual (se) elabora, en base a algún mito, crónica o relato anterior, una historia inteligible. Porque para representarse debe crearse una configuración o trama (que a diferencia del concepto de estructura alude a algo de carácter dinámico). (…) El historiador no se limita a contar una historia sino a transformar un conjunto de acontecimientos en un todo. (…) De este modo el concepto de trama está indisolublemente unido al de inteligibilidad narrativa; los modos de comprensión son modos de inteligibilidad. Si el acto de narración o mimesis es ficción, lo es en la medida en que en la narración ocurre la invención.(…) La mimesis, al imitar la estructura lógica y el significado de los acontecimientos, no como efectivamente se dan, se convierte en una especie de metáfora de la realidad a la que reactiva y confiere rasgos propios. Al igual que la pintura, que realza las formas y colores del mundo, también la metáfora nos pone algo delante de los ojos y lo presenta en acción. (…) De ese modo, cuando el narrador intenta reproducir el significado singular de un acontecimiento extraído de lo más hondo de su experiencia, lo 4

libera del estereotipo y de la mirada empobrecida del mundo cotidiano. (…) Clave de la ficcionalización, la mirada (…) despierta asociaciones insólitas, descubre en las relaciones, a primera vista incongruentes, significados ocultos. (…) Para que el relato pueda ser seguido y comprendido (….) los hechos son configurados de tal modo de convocar el sentido que la tradición cultural o el imaginario social les ha conferido. Por lo tanto las narraciones de vida narran lo que una cultura articula previamente como relato: la infancia como edad de de oro, la historia de la orfandad, la historia del trabajador pobre pero honrado, la historia de los orígenes, una carrera ascendente, un amor a fuerza de todo, la lucha del inmigrante, las andanzas de un pícaro, la de la joven virtuosa, la de la familia unida a pesar de todo. (…) El sujeto (…) para conferir legibilidad a su vida, esto es, conocer su sentido, debe inventarse un principio y un fin. Al igual que en la narración de ficción, la elección de los finales imprime un determinado sentido a la historia narrada. (….) Esta recuperación del sentido a partir del final vincula la trama con la idea de repetición, clave en la noción de historicidad. (…) El final de una historia une el pasado con el presente, lo actual con lo potencial: el héroe es lo que fue. Por lo tanto podemos considerar esta forma de repetición equivalente a la noción de destino (…). 4. El sujeto: lector y escritor de sí mismo “Cuando –señala Manuel Cruz- alguien contesta a la pregunta: “¿ quien es?” con el tautológico “soy yo”, no está expresando un reconocimiento vacío: confía en que recuerden su voz, que alguna vez fue conocida. Todos somos yo, pero no a todos se les abre la puerta. Al desconocido se le exige que manifieste su identidad, que se identifique.” (…) El reconocimiento sería el modo por el cual alguien, el otro, nos asigna una identidad. Porque si no se nos conoce o se nos olvida, no somos nadie, que es lo mismo que decir que carecemos de identidad. Esa identidad, según Manuel Cruz, se despliega en 5

el tiempo y nos permite insertarnos y comprender el mundo que nos rodea, es decir, pasar de una temporalidad individual, que es la biografía, a una colectiva que es la historia”. La narración de vida, en este sentido, traduce en su lucha contra el olvido, un movimiento similar: el de narrar su historia para permanecer en la historia. La historia de la que, como sujetos que nos pasan cosas, somos protagonistas, no es un material empírico ni una explicitación de hechos sino un modo de contarnos según determinado enfoque. Dicho enfoque o perspectiva responde al recorte que hacemos de una realidad que acomodamos en el relato: configuración a través de la que constituimos nuestra identidad narrativa. Ese recorte, como el mismo término lo indica, implica una determinada selección de hechos. (…) (…) Los narradores de historias de vida moldean sus experiencias en base a estructuras narrativas (…) Según Ricoeur, esas formas narrativas son una suerte de soporte de lo que llama sedimentación narrativa, y que está constituida por el conjunto de relatos de una cultura. La inscripción de lo narrativo en el espacio cultural simbólico requiere de este horizonte o sedimentación, mediante el cual el lenguaje capta la experiencia temporal. Este concepto funciona en correlación con otro que le es complementario: el concepto de innovación. Es por el movimiento dialéctico entre la sedimentación y la innovación, que se construye la tradición y que puede explicarse la tipología de tramas y su proceso de transformación. Esa tradición cultural será, según Ricoeur, el conjunto de relatos que resultan de la actividad productora y lectora de relatos. Esa circularidad permite la sedimentación de los relatos, como también, que una comunidad constituya su identidad. Igual movimiento recorre el sujeto en la narración de vida que, en tanto lector y escritor de su experiencia, la ordena en un relato. (…) (No se trata de) un sujeto sustancialista, sino un sujeto atravesado por otro, mediado por símbolos, lenguajes y relatos y constituido por el tiempo. Tiempo que no es el cronológico, lineal o cronométrico evenencial, sino el tiempo de la memoria activa productora de sentido.

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(…) Si constituimos nuestra identidad a través del reconocimiento, es porque la mirada ajena, la mirada del otro o del mundo, nos percibe también a nosotros como unidad través de un relato en el que intentamos homogeneizar nuestra experiencia, cuando seleccionamos (como señala Manuel Cruz) “de entre la pluralidad de intensidades que cada individuo percibe, las relevantes, las constituyentes del sujeto”. En este sentido, en el deseo de convertir en inteligible lo que en el mundo real es una experiencia caótica, el sujeto también se convierte en texto, esto es, en relato. El relato sería ese espacio simbólico intersubjetivo en el cual el sujeto constituye su identidad al reescribir el texto heredado. Lo hace a través de la invención de una figura de vida, es decir de él mismo, y otorgando a un mundo de objetos el sentido de los que ellos, por sí mismos, carecen. De este modo, ese espacio convertido en texto, traduce la relación simbólica entre la experiencia y el mundo. Traducción que sólo es posible a través del discurso: sólo contando, el sujeto es. Ese sujeto que se “idea” como el personaje que proyecta ser, implica que se narra como otro. La noción de identidad, de este modo, si por una lado responde a ¿qué soy?, o sea implica la mismidad (la permanencia en el tiempo): por el otro, también, responde a ¿quién soy? pregunta que se dirige a las acciones de las que uno se hace responsable. Es decir que la identidad implica también la modalidad de la ipseidad, esto es, de preguntar sobre sí mismo como si fuera otro. Ricoeur parte en estudio de la identidad como ipseidad en tres ámbitos de la investigación, a saber: de la teoría de la acción, en la que el sí mismo se designa como agente; de la teoría de los actos de habla, en el que el sí mismo se designa como hablante; y de la teoría de la imputación moral, en la que el sí mismo se designa como sujeto responsable. Sin embargo, ninguno de los tres tiene en cuenta la temporalidad en la que, según Ricoeur, estaría fundada la ipseidad. En tanto es un sí mismo refigurado a través de las lecturas, es un si mismo siempre examinado. Y, en tanto su historia es historia contada –el sujeto no es un sujeto que enuncia ni un sujeto gramatical, sino una construcción que ocurre en el relato y por el relato, es constituido por la experiencia del tiempo. La identidad narrativa se completa mediante la refiguración o lectura; el sí 7

mismo es un yo constantemente refigurado por otros relatos. También la historia de la comunidad está habitada por relatos. Porque si la experiencia del tiempo es individual, su significación puede ser transferible a través de la narración. (…) En síntesis, la ipseidad como una unidad del sujeto a través de las diferentes esferas de la existencia, y la mismidad como una continuidad de sí mismo a través de las diversas etapas de vida, son los componentes de la narración de vida. La dialéctica entre ambos confiere a la identidad el carácter de enigma siempre inacabado, al relato de sí mismo el carácter de ficción. 5. El olvido de la memoria (Tanto) la memoria como la imaginación hacen presente lo ausente. La primera se distingue de la segunda en función de la dimensión temporal que la constituye. Pues “no se trata de distinguir la conservación de las huellas de su evocación, sino de establecer una diferencia entre el enfoque estático –el recuerdo presente en la mente- y el dinámico –el recuerdo que buscamos al remontar la sucesión de recuerdos intermedios”. En este sentido podemos definir la nostalgia como la describe Manuel Cruz, esto es como una glorificación de un momento alejado en el tiempo que implica aceptar que lo más importante ya ha ocurrido en nuestras vidas. En las narraciones de vida, el tiempo de la infancia y la juventud suele evocarse con una visión teñida de nostalgia y fatalismo. Sin embargo, tal como señala Manuel Cruz, las cosas pueden no haber sido tal como se las añora, porque “la memoria es un poder activo y la nostalgia una agitación de la hora presente”. La memoria no solo recupera las cosas ausentes sino la propia experiencia del tiempo como distancia o intervalo entre dos instancias. La evocación implicaría, por lo tanto, la operación por la que nos constituimos a partir de los ecos de un tiempo anterior, y de algún modo, fundante. Sin embargo la separación entre imaginación y recuerdo remite a otra distinción (…): si la primera se sitúa espontáneamente en la ficción, la intención de la segunda es ser fiel y exacta. La confusión entre lo real y lo irreal, su “propensión a alucinar”, 8

hacen que la mimesis de la imaginación siempre esté bajo sospecha. No así la de la memoria, cuyos errores pueden justificarse por la ausencia de las cosas, como por la distancia temporal del recuerdo. (…) La memoria se constituye en tanto lucha contra el olvido. (…) Una de las formas del olvido (es) el olvido selectivo, que al operar “selectivamente” es constitutivo de la elaboración de una trama, porque para narrar hay que eludir acontecimientos o peripecias que no son significativas en función de la trama. Es este modo de olvido el que hila las narraciones de vida, cuyo entramado de olvido y recuerdo configura la identidad narrativa.

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