La Confianza en El Ser - Gisela Zuniga

1 La confianza en el SER La experiencia de la UNIDAD y su integración en la vida diaria Gisela Zuniga Buenos días a todo

Views 67 Downloads 3 File size 108KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

1 La confianza en el SER La experiencia de la UNIDAD y su integración en la vida diaria Gisela Zuniga Buenos días a todos. Es para mí una alegría estar hoy aquí con todos vosotros y agradezco de corazón a los organizadores su amable invitación. Muchas gracias por vuestra confianza. Me alegro mucho el poder hablar en este foro sobre el tema: “La confianza en el SER”. Este es un tema que me apasiona y que me conmueve profundamente, porque mi vida entera ha girado en torno a ello. Nada me resulta más cercano, ni toca tanto mi corazón. En Alemania tenemos un dicho: “Wovon das Herz voll ist, läuft der Mund über“, que viene a decir algo así como: “De lo que el corazón está lleno, la boca rebosa”. Mi propio corazón ha sido desbordado por profundas vivencias misticas, y es por ello por lo que me resulta tan sencillo hablar sobre la confianza en el SER. Llevo 40 años recorriendo mi propio camino de la meditación. Y hace 25 años fui nombrada maestra de contemplación por Willigis Jäger. Desde entonces he dado muchísimos cursos de contemplación en Alemania, España y alguna vez Francia. Antes de comenzar con mi tema os pido: ¡Abrid de par en par vuestro corazón! Me han pedido que os transmita mi experiencia personal sobre la confianza en el SER, una confianza, que me ha sido regalada y que ha conducido mi vida, llenándola de plenitud y sentido. Si me permitís, os voy a exponer una serie de vivencias personales que muestran claramente como esta confianza ha constituido el núcleo sobre el que ha girado mi vida entera. Como podréis observar en estas vivencias, esta disposición interior de apertura y entrega al SER me ha permitido profundizar en los misterios divinos y comprender con mas hondura el verdadero sentido de la vida. Con estas vivencias me gustaría transmitiros la vital importancia no tanto de hacer, planificar, organizar, sino de adoptar esa necesaria actitud de confianza y de entrega, y veréis, como a partir de allí todo se hace, todo fluye de forma natural. La confianza en el SER es lo primero y mas importante de nuestra vida. Sin ella no podremos nacer a la verdadera vida. A muy temprana edad fui ya regalada con una sorprendente experiencia de unidad, que se ha ido repitiendo en numerosas ocasiones a lo largo de mi vida. Cada vez de una forma abrumadoramente nueva y desbordante. Tenía yo 18 años, cuando el muy conocido filósofo, teólogo, escritor y místico catalán Raimon Panikkar, vino a impartir un retiro a toda mi clase en Alemania. Fue éste un momento decisivo en mi vida, en el que me sucedió algo inexplicable: De repente me transformé; era una persona nueva. Viví un inmenso e infinito amor, una indescriptible experiencia de unidad con todos y con todo lo que me rodeaba, de forma que tuve que contenerme, para no saltar a abrazar a cada persona con la que me encontraba. Todo me resultaba extraordinariamente cercano y familiar. Todo era yo misma. Todo tenia el mismo SER divino. Fue una viviencia que me duró largo tiempo. Me sentí inmensamente feliz como nunca antes me había sentido; ligera, alegre y llena de energía. Nunca había oído antes nada sobre mística, y no podía comprender bien qué era lo que me había sucedido. Pero para mí resultaba todo tan claro, tan evidente, que no podía tener ninguna duda de que lo que había experimentado era totalmente real, totalmente cierto. Tenía la impresión de haber vuelto a nacer de nuevo. No había nada que pudiera romper esta sensación de plenitud, esta confianza profunda en el SER.

2 Recuerdo que en ese momento le comenté a una amiga mía: “En vista de esta experiencia tan fantástica y tan grande que me desborda, todo lo demás en la vida carece ya para mí de sentido. Podría ser la muy admirada reina de Saba o dedicarme a limpiar los retretes de toda la ciudad: me era exactamente igual. Me daba lo mismo una u otra cosa, no había ninguna diferencia.” Las clasificaciones de este mundo habían perdido su importancia para mí. Todo era bueno. Más aún, ¡todo era maravilloso! Este estado en que vivía permaneció con plena intensidad durante mucho tiempo. Me acuñó, me transformó, y nunca lo he perdido del todo. Algunos años más tarde, me sobrevino algo similar. Por aquel entonces yo todavía no sabía nada de la mística ni de la espiritualidad. Una fría mañana de invierno, me llamó desconsolada una amiga para contarme que Reinhard (su esposo y nuestro gran amigo) había fallecido de madrugada. Le habíamos estado apoyando y acompañando durante su larga enfermedad, y nos sentíamos muy cercanos a ella en su dolor, pues el murió muy joven. De repente, en ese mismo instante, se corrió el velo que me cegaba. Mi conciencia se abrió de par en par a una realidad más honda. Todo era transparente. En todo lo que me rodeaba veía lo divino, el Ser; tanto en lo vivido como en lo no vivido, en el ser humano, en mi gato que retozaba a mis pies, en la escoba, en el ramo de rosas…Yo misma era ESO, y también la mesa y el lápiz y la taza eran ESO. No existía absolutamente nada que no lo fuera. Veía las formas que me rodeaban pero, por encima de todo ello, percibía claramente lo UNO, la esencia de lo Absoluto. Incluso la basura que yo acababa de barrer en la cocina formaba parte del SER. Jamás había oído hablar de nada semejante ni había leído una sola palabra sobre ello, y tampoco pude comprender en ese momento lo que allí había sucedido. Pero no me cabía ni la más mínima duda de que así era, tal y como lo había experimentado. No, no había perdido el juicio. Era imposible dudar de ello. Resultaba todo tan obvio, tan natural. … Había descubierto el fondo oculto de todo, el SER divino de todo. Con grandísima certeza, supe que estaba ahora en la verdad y que hasta entonces (sin ser consciente de ello) había estado viviendo una ilusión, un sueño. Y dentro vivía yo una alegría indescriptible. Quien ha despertado puede captar la esencia oculta en el fondo de todas las formas, el Ser que las define. Y esto le da una confianza última en La Vida, en el SER, en DIOS. Él reconoce lo divino, lo Uno, en la diversidad del mundo. De allí resulta mi profunda confianza en el SER. Todo es manifestación de Dios. No existe nada que no lo sea. Todo tiene el mismo fondo originario. Para Él, que contempla esta Unidad, resulta algo totalmente claro y evidente. Y es que lo primero que percibe el hombre despierto es la esencia, el Ser; tan sólo a continuación ve las formas. Cuando experimentas la plenitud del ser, al que hemos dado el nombre de Dios, te sientes muy profundamente conmovido. Después de una experiencia sobrecogedora, escribí en mi diario: “Era como si la lámpara de Dios lo iluminase todo de golpe. Por primera vez, lo vi todo con una claridad fulminante, tal y como es verdaderamente. Eso es lo que soy y no lo que hasta ahora tenía por mi yo. He experimentado mi verdadero yo, con claridad última, conociendo a la vez que lo que hasta ahora había tenido por mi yo no existía de esa manera. Era solamente una ilusión. ¡Para mí fue una revelación increíble! No tenía ni idea de que pudiese haber algo más que lo que pensaba saber y conocer ya a la perfección. Esta gran experiencia era clara como el agua, sin sentimientos, sin participación alguna del ego. He visto que el yo es eterno e incondicionado, absolutamente independiente de todo y sin causa. He sentido que yo misma era

3 profunda paz, arrolladora alegría y fuerza divina. Si de verdad puede hablarse de un «más», éste era tal vez la indescriptible libertad que me conmovía totalmente. Veía el Universo como un Todo viviente. Y yo era ese Todo. Todo era uno. Todo esto es indescriptible y no puede formularse en palabras. Lo que me ha sucedido era perfecta plenitud, perfecta consumación, honda alegría y amor infinito. ¡No faltaba nada! Todo lo entendía: las relaciones entre Dios, ser humano y Creación. Todo estaba claro, resuelto. Y, sin embargo, lo que yo estaba experimentando era del todo normal, sencillo y natural. Había vuelto «a casa». ¿Hay algo más normal que estar allí, en casa? Tan sólo al cabo de unos días me resultó posible hablar de ello. Con la distancia temporal, con respecto a lo contemplado, vino también el asombro. Y entonces surgió la pregunta: «¿Dónde estaba Dios, el Dios de mi infancia y de mi juventud, en esa profunda experiencia?» En una «experiencia de unión» tan profunda, ya no hay ninguna dualidad. Cuando se ha llegado a la cumbre de una elevada montaña, ya no se tiene ésta ante la vista. Nunca había conocido tan claramente como en esta experiencia que Dios y yo no somos dos, que el que contempla y lo contemplado son una sola cosa.” Estas vivencias tan profundas me han dado la confianza absoluta en el SER. en lo que llamamos Dios. Quisiera ahora añadir aquí la experiencia de un amigo y discípulo, que ha despertado de su sueño de la ignorancia: “En el camino espiritual mis sentidos se han purificado, y por ello siento con más fuerza tanto lo bello como lo malo. Vivo más intensamente. Tengo los ojos totalmente abiertos y la vida se me muestra con mucha más autenticidad y plenitud. Mis ojos se han ido purificando y me permiten despojar a las cosas de sus falsas apariencias para penetrar en su esencia, en su significado más íntimo. Creo que he pasado a un nuevo grado de consciencia en el que me siento indisolublemente unido a lo UNO, a toda la humanidad y a toda la creación. En este estado encuentro repuesta a la mayoría de mis preguntas existenciales, pues toda la sabiduría está dentro de mí. Siento que el camino me ha transformado y me ha revelado la realidad con una claridad sorprendente. He ido adquiriendo una notable capacidad de discernimiento. Se ha purificado mi entendimiento, y me ha llevado a vivir de una forma más consciente e intensa el momento presente. Siento continuamente la fuente, el SER. Caminando, trabajando, comiendo. ¡Yo Soy! Y cada vez experimento con más fuerza, que no deseo nada más de lo que ya tengo. Nada me falta. Soy feliz. Estoy en la plenitud. También me veo como Unidad y Amor. Puedo decir: “Yo soy Amor”. Todo es Uno, todo es Amor. He llegado a conocer el inmenso Amor de lo UNO. Es un amor sin límite. Y así puedo vivir este amor en todo lo que es. Con una fuerza tal que parece va a estallar en mi interior, pues lo percibo como una llama interior que me abrasa y trata de desbordarse hacia los demás. No hay palabras para expresarlo. Podría también expresarlo diciendo que estoy profundamente enamorado, enamorado de todo. Mi anhelo de transcendencia es desbordante. He llegado a la dimensión del Amor. Un amor que no debemos confundir con un sentimiento. Es otra cosa. Es más bien un estado del alma. Tanto el amor como el conocimiento al que puedas llegar cuando andas el Camino, se encuentran en una “dimensión” a la que no podemos acceder con nuestro intelecto, ni con nuestros sentidos, ni con nuestra consciencia personal. Tenemos que ir más allá. Este amor conduce a la comunión con todas las personas y con todo lo que existe. Aquí se revela el sentido de nuestra existencia humana. Ahora comprendo de una

4 manera nueva lo que ES. El amor nos revela el sentido, el por qué de todo, el por qué de nuestra vida en este Universo". Hasta aquí la experiencia de mi discípulo. ¿Cómo podemos llegar a este espacio transpersonal? Desprendiéndonos y entregándonos. No sólo en las sentadas, sino sobre todo en la vida. Y una vía conducente a esa meta consiste en morar en calma en la profundidad de nuestro ser más íntimo, en transparente atención, en pura presencia. Tenemos un ligero presentimiento y recuerdo de la fuente. De ahí que nos pongamos a buscarla. Pero ella no se deja encontrar más que en la oscuridad de la noche. En la noche de los sentidos y en la oscuridad del silencio. La Creación entera, con todos y cada uno de los individuos que la conformamos (los animales que viven en manadas, los pájaros que moran en el bosque, cada una de las hojas del árbol, el niño que juega...) todo está envuelto y penetrado por un profundo silencio: el fundamento que nos es común y nos mantiene unidos. Todo, desde la piedra hasta las estrellas, desde la hormiga hasta los animales que viven en el desierto. Absolutamente nada ni nadie está excluido. Nuestra verdadero Ser es quietud, profunda calma, silencio. Cuando una persona es tocada por Dios, el alma penetra con la agudeza de su ojo interior en verdades hasta ese momento desconocidas. Los misterios de la vida se vuelven transparentes. Uno ve por primera vez la profunda realidad de este mundo. Todo ha cambiado. Todo transparenta la totalidad. Todo está “divinizado”. Los niños están a veces muy cerca de la mística. Sus ojos están limpios y abiertos para ella. También en mi caso la experiencia y la consciencia místicas han formado parte de mi vida desde la infancia. El primer roce místico me fue regalado al hacer yo la primera comunión, cuando tenía nueve años de edad. El amor de Dios me embargó y la experiencia de unidad con todos los que estaban en la iglesia me emocionó tanto que me hizo llorar intensamente. Nadie podía comprenderme por qué yo lloraba tanto. Y yo no tenía palabras para explicarlo. Con esta vivencia profunda se ha creado en mi una profundísima confianza en lo UNO, en el SER, que me ama, que me conduce, que me abraza. Esto hizo que todo lo demás, incluyendo la animada fiesta que organizaron mis padres con un gran número de invitados, perdiera para mi toda su importancia. Un alumno de mis cursos me cuenta: “Tenía yo ocho años de edad cuando una intensísima experiencia interna cambió mi vida. Iba correteando de acá para allá por el bosque, observando con ojos curiosos las hojas que cubrían el suelo. ¡Entonces sucedió! ¡Atravesó mi mente como un relámpago! Todo es Dios: las hojas, las plantas, las personas, yo mismo, el mundo entero. ¡Era clarísimo! ¡Evidentísimo! Ese momento determinó mi vida entera, señalándole su rumbo. Todo había cambiado; mis ojos se habían abierto. Nunca más he perdido esa “visión”: Las dificultades y reveses posteriores nunca han podido realmente conmigo. He vivido a partir de un fundamento que nunca volvió a escapárseme. Cincuenta años más tarde, al emprender el camino de la contemplación, me reencontré con lo que ya conocía desde hace mucho tiempo. Y cuando se me concedió despertar, lo que contemplé en esa nueva clarividencia fue en esencia lo mismo que había contemplado ya en el bosque, cuando no tenía más que ocho años.” A través de la experiencia de la Unidad, el místico experimenta un amor indescriptible hacia todo y hacia todos. Sólo por amor puede el que ha despertado entregarse y rendirse total y enteramente, abandonarlo todo para hacerse uno con lo divino. Y sólo porque el místico está pleno de ese amor, puede también amar a los hombres sin desgastarse. Su amor se vuelve incluso tanto más grande cuanto más profusamente se derrama sobre todos ellos. Nace una ética nueva partiendo del amor mismo y no sólo del precepto “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Si nuestra ética y nuestra

5 moral provienen de la experiencia de la unidad, entonces son autenticas y eficaces, y harán cambiar el mundo. Ahora, la necesidad, el dolor del otro, es mi necesidad, mi dolor. Su gozo, su victoria y su éxito, son ahora mi gozo, mi victoria y mi éxito. Para el que ha vivido la Unidad que somos seria imposible pecar contra el amor, porque si hiciese daño a otra persona estaría hiriéndose a si mismo. La prueba de la autenticidad del encuentro místico con el SER, no solo reside en la profundidad de la experiencia, sino ante todo, en la irradiación amorosa del que ha despertado de su sueño; en el modo y manera en que se relaciona con todo y con todos; en el modo en que esté en la vida; en la forma en que lleva a cabo su trabajo. El amor y la profunda confianza en lo Absoluto, en el SER, se ha convertido “en el que ha experimentado la Unidad” en su segunda naturaleza. Es su fundamento último. No le cuesta ningún esfuerzo. Ama a todo lo que es, y siente un profundo respeto por todo ser. Se siente responsable de su prójimo igual como de sí mismo. En estas experiencias místicas hay una intensidad como no se la conoce en ninguna otra vivencia. Aquí se experimenta una unión íntima, la unión mística. El “Tú“ y el “yo“ desaparecen. El contemplador y lo contemplado son uno. Conocemos entonces el insondable Uno-Todo como la única realidad, como nuestro fundamento primero, el verdadero yo que late en todas las cosas, y se interpenetra y entrelaza con todas ellas como la presencia eterna, omnipresente, más allá del tiempo y del espacio. Podemos percibirla e incluso tener experiencia directa de ella, pero nunca podremos retenerla. Uno tiene que adentrarse en el vacío, en la “Nada” (cómo decía San Juan de la Cruz). Y para dejarse caer, para desaparecer, se necesita mucha confianza en DIOS, en el SER. Pero ese Vacío no está vacío y esa Nada no es una simple nada. Aquí experimentará él el Todo, la absoluta plenitud, la última realidad. La meta no es la nada, sino la plenitud. Dios y yo no somos dos. Él es el mar, yo la ola. Él es el Sol, nosotros los rayos. Dios se manifiesta por igual tanto en las cosas más ordinarias, como en las más sublimes y bellas. En una ocasión me fue regalada la siguiente experiencia: “Después de un curso de contemplación me encuentro en el puerto. Observo cómo, en una esquina de la bahía, se ha acumulado en el agua una gran cantidad de suciedad y residuos: restos de comida, trozos de peces muertos, papeles, botellas de plástico, aceite de motores. Me quedo ahí parada, mirando hacia abajo y -sin pensar en nada- se me revela en esa inmundicia una realidad avasalladora y muy especial, que me fascina profundamente. ¡Un milagro! Miro a través, tras la superficie, y percibo la esencia. Lo auténtico, lo divino, me ilumina con intensidad, me sobrecoje. ¡Lágrimas de alegría! ¡Hondísima emoción! Dios es una unidad indivisible. Es la Unidad en la diversidad. Él es el denominador común de todo. Y cuando digo Dios, podría decir en su lugar otros 1.000 nombres. Pero, en realidad, Dios es lo innombrable. Ken Wilber aconseja, que se abandone primero lo múltiple, porque sólo entonces podrá encontrarse lo Uno. Pero cuando se lo ha encontrado, entonces se abraza lo múltiple como lo Uno. Sólo hay unidad. Fuera de ella nada existe. No hay nada que no sea lo UNO. Tanto la Verdad Absoluta (la Esencia), como el mundo relativo (la multiplicidad), no son dos, no hay dualidad. Lo Absoluto se muestra en las formas. El mundo de la multiplicidad, de los objetos, de las Formas, no puede encontrarse fuera de la Unidad divina. “La Forma es el Vacío (lo divino) y el Vacío es la Forma”. El que contempla y lo contemplado son uno. La experiencia real, la Realidad misma, no es dual. No “tienes una experiencia”, sino que “eres la experiencia”. El Cosmos y el

6 Si-mismo verdadero no son dos. Por tanto ya no experimento mi si-mismo sino únicamente el Ser divino, lo UNO. Mi yo-Soy o mi Ser verdadero es todo lo que es. El mundo entero es un resplandor transparente de lo divino en su pureza original Eres el Cosmos. Eres la Totalidad. En ninguna parte puede encontrarse la Dualidad. El mundo entero tiene un “único sabor”. Tú eres ese único sabor. Si llegas a comprender esto habrás encontrado tu verdadera identidad. Y lo verás de una forma totalmente cristalina, evidente. Lo reconocerás sin asombro, porque resultará para ti de lo más natural y sencillo. “ESO eres tú”. Somos ESO. Somos ese UNO. Tú mismo y el Universo sois un único sabor. Tu rostro original es lo divino, es el Vacío más puro. Y por eso, siempre que te mires en el espejo y te contemples realmente a ti mismo, verás la totalidad del Cosmos. Toda experiencia profunda conduce de vuelta al día a día. No hay ascensión sin descenso, es decir, sin descenso de vuelta a la concreción y complejidad de la vida. ¡Esa es nuestra tarea! La transcendencia no puede manifestarse separada de este mundo, en una huída de él. Hay que integrar la experiencia en la vida. Nuestro camino espiritual está ligado a la Tierra. ¡Lo que importa es “vivir” con ultima confianza en el SER la Realidad Absoluta. El siguiente paso en el camino, la etapa que sigue al despertar, consiste en vivir desde esa verdad, desde esa experiencia. Quien haya vivido la esencia, tiene como principal misión el vivir de conformidad con ella. La vida tiene que corresponder a lo que se ha experimentado. La meta última del camino interior consiste en que ambas cosas sean una: vivir en la pureza y presencia del espíritu y, a la vez, estar firmemente anclado en el día a día, con sus alegrías y tribulaciones. Cuando has experimentado la Unidad de todo Ser, cuando has llegado a una confianza ultima en el SER, cuando has descubierto tu verdadera identidad, entonces te sientes liberado de todos los condicionamientos anteriores. Es un retorno al mundo del que ahora se tiene experiencia de una manera completamente distinta. Regresas a tu vida cotidiana siendo una persona diferente. Tus normas y pautas de conducta han cambiado. Por fuera todo sigue igual, como siempre. Pero ahora vives tu vida desde dentro, conectado con esa esencia divina que te define. Tú eres un renacido. Ya no podrás seguir viviendo como has hecho hasta ahora, cuando tu consciencia era todavía demasiado estrecha y enturbiada. Ahora la vida ha de corresponderse con lo que se es y se ha conocido. Excarcelado de su prisión, de su capullo, uno vuelve a enamorarse de la vida, continuamente, en todos sus detalles. Y está inserto en esa vida, envuelto por ella, alimentado, amado por ella. Aquí, en este lugar, ahora. Y siente una confianza absoluta en el SER Divino. Se siente uno conducido, y se está en armonía con el Todo. Todo está bien como está. Se es una malla en la red divina del Universo El mundo es maravilloso. Y eso, pese a que en un primer plano experimentemos la confusión y el sufrimiento de este mundo, y pese a que, como personas que somos, podamos ser heridos en cualquier momento, una y otra otra vez, e incluso ponernos tristes. Porque el hecho es, que seguimos siendo personas, con sus correspondientes sentimientos y limitaciones. Vivir de conformidad con la esencia significa estar del todo despiertos y vivos, liberados de nuestro aferrarnos con obsesión a ideas, conceptos e imágenes preconcebidas. La persona que “ha llegado” vive una vida normal, pero con otra conciencia. Vive desde la profundidad de su ser, de acuerdo con la esencia que es y que ha conocido ser. Su corazón está lleno de conocimiento, sabiduría, benevolencia, serenidad, de confianza en lo Todo, y lleno de amor. El día a día ya no es vivido como la realidad última, sino como el instrumento de una realidad mucho más amplia.

7 Cuando hablo aquí sobre los frutos de la experiencia de La Unidad que somos, no es esta una descripción exacta. Cada uno se encuentra en un diferente punto de su desarrollo. Pero, por norma general, todos ellos apuntan en esta dirección. La experiencia de la UNIDAD que somos tiene un enorme poder transformador. El que ha despertado a su identidad verdadera se opone en muchos aspectos a las tendencias de nuestra época y de nuestra sociedad. Nada, si se me permite expresarlo así, a contracorriente. Se vive más espontáneamente y disfrutando del momento presente, sea como venga. No le seducen la riqueza, el éxito, ni el prestigio. Han dejado de atraerle como un imán, como era antes, pues el verdadero sentido de la vida lo ve ya en otro sitio. Así, anda sereno y despreocupado su propio camino, gozando de la libertad que se le ha regalado. Saborea la plenitud divina. Quien llega a experimentar la Unidad que somos, vive en libertad, libre de apegos y desligado de todo lo superfluo, de cualquier adorno que trate, de encubrir lo auténtico. Una vez de que se ha abierto paso al otro lado, ya no los necesita. Atiende a sus obligaciones con amorosa dedicación, entregado a ellas. Y a cada cosa, de la que se ocupa, le confiere su propia dignidad. Se centra por completo en su ocupación actual, como un niño abstraído en sus juguetes. Cierto es, que no vive ininterrumpidamente en última claridad. A veces, las nubes ocultan el cielo despejado. Y tampoco sus debilidades humanas han desaparecido para siempre. Hasta el final de su vida, sigue siendo un ser humano. Sin embargo, ha experimentado una transformación. Y en momentos oscuros, encuentra rápidamente el modo de superarlos. Ya conoce el camino, que le conduce de vuelta. Para la persona despierta, la vida de cada momento es la Vida, es lo Autentico. Sólo el “ahora” cuenta, el instante presente en su dimensión de eternidad. Serena, vive en su centro, con una gran paz interior. El Cielo lo saborea ya en este mundo, en la unión con todo lo que le rodea. Lo experimenta tanto en los actos mismos, que a cada momento toque llevar a cabo, como en cualquiera situación que le llegue. Fuera de ello, no tiene necesidad de nada más. Tampoco espera nada. Vive en paz y armonía con el mundo y consigo mismo, con la certeza, de que ya posee todo, de que en realidad nada le falta. Ha descubierto el presente, la vida en el instante perpetuo, la plenitud del tiempo en el ahora. Eso, y nada más que eso, es para él la realidad. El torbellino de las prisas, y de la premura de tiempo, característicos de nuestra sociedad, no le afectan. El que ha llegado a “vivir de verdad” no se preocupa por lo que pueda depararle el futuro. Cada momento es. Y aparte de dicho momento no hay nada más. Cada ahora es nueva Creación. La vida renace a cada momento. Y es absolutamente plena. ¿Qué más podría necesitarse? Cada día lo es ya todo, la vida entera, suficiente en sí misma. Cada momento es un regalo único de Dios. Cada momento es Dios. La mirada del que ha despertado tiene ojos para la santidad de cada instante. Y como no espera nada del mañana, vive en dichosa satisfacción, con total serenidad, desde su centro. La sociedad no entiende a quien ha despertado a la Verdad, a la esencia. No entiende lo liviano, despreocupado y sereno de su actitud, pero eso no parece enturbiar su alegría. La mayoría de las veces, por lo demás, tampoco llama la atención. Es alegre, risueño, sencillo, natural y auténtico, independiente en su serenidad. No lleva puesta una máscara, ni desempeña tampoco ningún papel. Cuando se ocupa de las cosas mundanas, lo hace sumergiéndose plenamente en ellas, pero sin que eso le haga perder su despreocupación y libertad. No se deja esclavizar ni absorber por ellas. Pero trata siempre de penetrar con mirada aguda en el mundo de las formas, para poder contemplar cómo en ellas se trasluce lo Uno. Y esto es algo, que hace de forma

8 natural, sin necesidad de esforzarse. Este mirar-a-través es algo que se le ha dado. Le sobreviene, sin que él haga nada por buscarlo. El que ha experimentado lo UNO disfruta plenamente de la vida. Ésta es para él motivo de gozo y alegría. Percibe belleza en todas las cosas. Incluso allí donde otras personas sólo ven oscuridad, o no ven nada de especial, él descubre lo maravilloso y se alegra por ser capaz de ver más allá, gracias a que sus sentidos han despertado. Experimenta en la cotidianidad diaria, en el acto más simple y rutinario, el traslucirse de lo santo. Para la persona que ha llegado a la verdad, todo es sagrado. Trata a lo sagrado como profano y todo lo profano le es sagrado, divino. No porque ella haya querido que así sea, sino porque así es, como lo vive. Se siente colmado de energía cuando vive verdaderamente, olvidado de su EGO. Y esto es también fácilmente palpable en sus actos Las personas contemplativas le dan al mundo motivos para asombrarse. Es difícil definirlas o clasificarlas con categorías mundanas. Son a menudo una cosa del todo distinta, personas transformadas. Se dejan guiar más por el espíritu que por el intelecto. Ese espíritu es el espíritu de la libertad, de esa actitud de indiferencia y despreocupación. Esa fuerza transformadora, que pertenece a la experiencia de la Unidad que somos, se transfiere también a otros, e irradia sus rayos sobre nuestro entorno. Transforma al mundo. Quien vive de acuerdo con su esencia, transforma, merced a su simple vivir desde la verdad, a las personas que se encuentran a su alrededor. Las contagia con su franqueza, con su alegría y autenticidad desinteresadas. Allí donde se mueve surge el encuentro. La fuente que mana en él conecta con el fondo divino de quien está a su lado. Nunca han sido separados. Pero aquí se torna esto perceptible y visible en la particular naturaleza de un encuentro de verdad. Para mi personalmente no hay nada que me de más felicidad, que un encuentro así. Quien ha vivido la maravillosa experiencia de La Unidad que somos es una persona realmente libre, que vive en una gozosa independencia. Está liberada de toda compulsión del tener más y más. Ha encontrado el mundo interior y sus tesoros. De ahí que viva en la plenitud, reposando en su centro. El místico tiene la sensación de que “vive” verdaderamente y de que ha abandonado su prisión, para abrazar la libertad. Con gran claridad capta ahora la Realidad y la Esencia de la vida, así como encuentra respuesta a las preguntas vitales de nuestra existencia. Ligereza, serenidad y amor universal le colman y definen. Miedos y temores desaparecen. Ha arrojado por la borda todo el lastre sobrante. En vez de aferrarse compulsivamente a las cosas externas, se mantiene ahora a una relajada distancia de ellas. No es que ya no tengan importancia para él, pero vive en un desasimiento sereno y en el gozo sencillo de existir. Ha pasado del tener al ser. El filósofo romano Séneca le dijo a Demetrio: “Lo tengo todo, pero me da igual.” Y Demetrio, que vivía en la pobreza, le contestó: “No tengo nada, pero igual me da.” Los dos habían encontrado el tesoro interior. De ahí que todo lo demás carezca de importancia. Quien ha transformado su vida en la obra de arte que es, vive la vida sin preocupaciones, como si se tratara de un divertimento gozoso. Cada día es la fiesta de la Vida, y esa fiesta despide el aroma del amor, la alegría y la quietud. Se abre al SER, a lo Absolutamente Otro, a la Vida con Mayuscula. Y a ella se entrega. El arte de vivir consiste en que se haga visible lo que realmente somos. Y de vivirlo en el día a día. Quien ha recibido el regalo de experimentar la Unidad que somos, se siente inserto en la Vida, envuelto por ella, alimentado y amado. Se siente conducido y en armonía con el Todo, seguro y libre y tiene absoluta confianza en el SER. Y todo está bien como está.